Darío Macor
Nación y provincia en la crisis de los años treinta La política en su laberinto El año 1930 presenta una fuerte carga simbólica, ya que se trata del momento de clausura de un modo de desarrollo social que alcanzaba tanto al desarrollo económico como al sistema político y a las formas estatales. Lo verdaderamente novedoso para la percepción de los actores radicaba en el éxito del levantamiento, que lograba destituir un gobierno constitucional y quebrar una larga estabilidad institucional de siete décadas. En un sentido, puede inscribirse al golpe como el último de los golpes del siglo XIX. Movimientos cívico-militares donde el grado de autonomización de las fuerzas militares con respecto a los actores políticos que lo acompañan es bajo. Habría que esperar hasta 1943 para encontrar el golpe militar en su estado más puro. Lo realmente novedoso es el lugar que las fuerzas armadas ocupan ya entonces en el sistema político, que las transformará en árbitros institucionales a lo largo de la década. Desde 1930 toda solución política en la Argentina debe dar cuenta de la ecuación militar, que asigna a la institución armada un rol tutelar. Así, Justo y luego Perón se revelan capaces de contener el accionar militar porque han resuelto a favor de la ecuación militar la estructuración de la cúspide del poder político, cuyos máximos exponentes son jefes militares. I.
EL CONTEXTO DE EMERGENCIA DEL GOLPE DEL 1930
A partir del cuestionamiento de la legitimidad gubernamental por su incapacidad operativa, un conjunto importante de fuerzas políticas opositoras (antipersonalistas, conservadores, socialistas independientes), acompañadas por los principales órganos de prensa, constituyen el ámbito propicio para una acción militar que por el número y tipo de fuerzas involucradas es casi simbólica. Las condiciones de posibilidad del golpe están dadas por los siguientes factores: 1. La situación de ingobernabilidad de la gestión de Yrigoyen, en virtud de las dificultades para enfrentar la crisis económica y también por el internismo que fractura al gobierno y al partido oficial. 2. La acción de las distintas fracciones políticas de la derecha tradicional, que mantienen una práctica de enfrentamiento con el gobierno. Ante la confirmación de la capacidad electoral del radicalismo, aun en tan grave crisis, optarán por aceptar una ruptura del orden institucional de la mano de la intervención militar. 3. El auge de la derecha nacionalista, heterogénea fuerza capaz de articular un discurso convocando a las FF.AA. y al reordenamiento jerárquico de la sociedad bajo su liderazgo.
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4. La incapacidad de las otras fuerzas políticas opositoras al gobierno radical de ofrecer una alternativa al enfrentamiento entre las derechas y el radicalismo. 5. La movilización de las FF.AA. Este estado de movilización por el cual la mayoría del Ejército da consenso activo o pasivo al movimiento cívico-militar ayuda a explicar el éxito de una jornada en la que sólo los cadetes del colegio militar aparecen como protagonistas activos. Esta situación era posible por la reorganización de las FF.AA. que había tenido décadas anteriores, en nombre de la profesionalización del cuerpo el liderazgo de Justo las había dotado de un espíritu identitario. Es así que en nombre de la identidad de la institución, el golpe se beneficia del consenso pasivo de la mayoría de los cuadros militares. Es de señalar que tanto Uriburu como Justo tienen un fuerte liderazgo interno que cohesiona al conjunto y ofrecen dos alternativas para promover la acción: a. Encabezada por Uiburu, mezcla una reorientación radical del orden político con la promoción frustrada de Lisandro de la Torre y el acuerdo con el partido conservador de la provincia de Buenos Aires. b. Encabezada por Justo, se presenta como una alternativa más tradicional, en la misma clave propuesta por el conjunto de partidos de la derecha tradicional. En este golpe cívico-militar, la participación militar es novedosa, porque el Ejército es muy distinto a aquél que había sido convocado en la Revolución del Parque, por ejemplo. La resolución política del proceso que el golpe desata, estará mediad por una doble situación: el peso de las fuerzas políticas que compiten por definir el rumbo, y la capacidad de liderazgo sobre ese ejército cuya cohesión es valorada como salvaguarda de la institución profesional. II.
GOLPE Y CONSTITUCIÓN DEL CAMPO POLÍTICO
La imagen de Yrigoyen facilitó la coincidencia opositora. Asimismo, la facilidad del éxito del movimiento cívico-militar confirmaba la legitimidad de la acción para sus protagonistas, que dio inicio a la presidencia de Uriburu. La figura de éste era la de un general patricio que reunía a los grupos más intransigentes de la derecha nacionalista y a sectores tradicionales del conservadorismo. Sin embargo, los contenidos últimos del proyecto gubernamental no alcanzaron una definición precisa y en esas contradicciones se inscribe el intento de acercamiento a Lisandro De la Torre, quien podría encabezar un proceso de reconstrucción democrática, de una democracia de élite sustentada en el voto calificado. Pero De la Torre se mantuvo a prudente distancia del alzamiento. La otra vertiente del proyecto uriburista era promovida especialmente por los sectores nacionalistas que rodeaban al presidente. Se trataba de modificar el sistema de representación liberal basado en el individuo y los partidos, para dar lugar a las
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organizaciones corporativas en las que la sociedad se reconocía como comunidad. El Ejército constituía así la última fuente del orden jerárquico. Esta experiencia fue calificada por José Luis Romero como fascismo criollo, quien señaló que era aristocrático ya que tomaba del modelo europeo el militarismo, pero dejaba de lado el movilizacionismo de masas. Sin embargo, el ejército tan imprescindible para este modelo propuesto, está lejos de ser controlado por Uriburu. La reestructuración burocrática de la institución en décadas anteriores coincidía con la construcción de un liderazgo interno en la figura de Justo, que ocupaba el lugar de ideólogo de la reforma profesionalista. Pero la fortaleza de Justo en las FF.AA. también responde a factores que trascienden la institución, ya que mantenía estrechas relaciones con las fuerzas políticas y sociales tradicionales que habían promovido el movimiento septembrino. Esto ofrecía a los hombres de armas un horizonte civil que permitía resguardar a la institución. La presión de estos sectores para sostener la tradición institucional liberal, lleva al aislamiento del gobierno, consolidando la posición interna de la fracción justista en las FF.AA. y a Justo como referente del bloque de poder en constitución. La Concordancia, bloque político interpartidario con el que Justo dirimió a su favor las elecciones presidenciales de fines de 1931 y controló el poder político a lo largo de la década, nunca se conformó como una organización estable e institucionalizada, sino que funcionó como una coalición de hecho. Cabe destacar que en las elecciones legislativas de 1930 se puso de manifiesto la recuperación de los sectores opositores al radicalismo y un retroceso de éste en los principales distritos más que su supervivencia a nivel nacional. Esto se vinculó no sólo en el hecho de que los principales órganos de prensa se opusieran a la política oficial, sino que el propio radicalismo percibía su triunfo como derrota. Distintos factores explican este clima: la cultura plebiscitaria de Yrigoyen y su asimilación entre partido y nación. Un partido que se percibe a sí mismo como la nación, difícilmente podía vivir como triunfo la suma de victorias parciales, ajustadas, en las que había terminado de sacrificar la pureza del sufragio. Para un sector de la oposición antiyrigoyenista, la recuperación electoral de 1930 alimentaba la expectativa de derrotar al radicalismo. Es por eso que se comprende la cautelosa distancia del PS y del PDP frente a la intervención militar de septiembre. Sin embargo, esta percepción es diferente en otro sector, que plantea una lectura pesimista de las bondades de la democracia electoral para auto-corregirse. El personalismo de Yrigoyen aparece como una anomalía, una deformación que corrompía el sistema afectando el atributo pedagógico del sufragio en la constitución del ciudadano. La corrección del sistema no puede esperarse de los ciudadanos, a partir de lo cual se justifica
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una intervención militar como mecanismo correctivo. También los medios de prensa justificarán la ruptura institucional en nombre de la democracia liberal. Se evidencia así una clara división entre este sector y las fracciones políticas del nacionalismo, copartícipes del levantamiento, que en colisión con la tradición liberal definirán el horizonte de ideas de la dictadura de Uriburu. III.
EL LABERINTO DE LA POLÍTICA
A lo largo de la década, la competencia política se estructura en torno al eje oficialismoposición, relativamente estable en su conjunto y con fuerte conflictividad y dinamismo en cada uno de sus vértices. Las fuerzas oficiales concurren a la competencia, organizadas como la Concordancia, mientras que la oposición (PS, PDP, UCR) elaboran distintas alternativas para ocupar el lugar de la oposición en el sistema y con la aspiración de alcanzar el poder nacional: Alianza Civil, Frente Popular. A su vez, la dinámica de las distintas organizaciones partidarias y las relaciones que se tejen entre ellas, están signadas por los vaivenes del proceso histórico. Se distinguirán tres etapas: 1º Breve y bajo la sombra del golpe militar y la dictadura de Uriburu, en la que se constituye el campo de conflicto político sobre perfiles que marcarán el proceso del primer quinqueño de la década: el perfil del oficialismo y el de la oposición parlamentaria (PS y PDP) y el de la oposición externa (UCR). 2º Se distingue la consolidación de la coalición oficialista desde el poder y bajo el liderazgo de Justo, y se extiende hasta mediados de la década. Dicha coalición afirmará su estrategia de poder a partir de la capacidad de reorientar el estado, obligando a la recomposición de las políticas opositoras. Se produce el retorno del radicalismo a la competencia y la Concordancia se ve envuelta en dos problemas: el de la reproducción en el poder y el de la producción de legitimidad. Esta encrucijada adelanta la descomposición del sistema de poder que caracterizará a la última etapa. Marcada por la necesidad del gobierno de emplear el fraude electoral en gran escala para mantener el control de la sucesión y la crisis de legitimidad resultante. Las alternativas para salir de este laberinto fracturarán al gobierno. Los principales rasgos de la crisis se perciben en los últimos años de la presidencia de Justo y atraviesan el gobierno de Ortiz-Castillo. El bloque oficial A pocos días de la asunción de Uriburu, los partidos aliados conforman la Federación Nacional Democrática, integrada por: PSI, antipersonalismo, organizaciones provinciales que ocupan el lugar del conservadorismo en su distrito. Su vida será efímera pero
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significará el acta de nacimiento para el bloque político partidario pos golpe que puso límite a los proyectos del uriburismo y demandaba el retorno a la normalidad institucional. Así, la presión de estos partidos, del Ejército y de los principales medios de prensa llegó al gobierno a ensayar una salida electoral que preveía un recorrido de elecciones de autoridades provinciales que se iniciaría en Buenos Aires y continuaría en Santa Fe, Corrientes y Córdoba. Pero el resultado no podía ser más catastrófico y el triunfo radical decidió la suerte del uriburismo, que suspendió el cronograma electoral previsto y anula las elecciones de Buenos Aires. El justismo pasará así a controlar prácticamente el gobierno, que convocará elecciones de autoridades nacionales en todo el país para noviembre de 1931. A su vez, el triunfo radical tuvo consecuencias en la definición de la organización política de las derechas, evidenciándose la importancia de potenciar las distintas fuerzas partidarias en una acción electoral común y consolidando a Justo como el candidato que puede reunir tras de sí a conservadores, antipersonalistas y socialistas independientes. Las fuerzas conservadoras provinciales constituyen el Partido Demócrata Nacional, que reúne a partidos provinciales que responden a muy diferentes tradiciones y prácticas políticas. En éste, los conservadores cordobeses son una de las expresiones más nítidas del reformismo conservador, quienes sostienen la transparencia del sufragio. El partido bonaerense, en cambio, se convierte en máquina para la manipulación electoral y buscará en clave populista un camino posible para construir un partido de masas. En las provincias más pequeñas y socialmente más tradicionales el conservadorismo tendrá un fuerte peso. En la mayoría de estos distritos las organizaciones conservadoras emplearán los recursos del poder para reproducirse en el poder. A lo largo de 1930, el PDN será la fuerza más importante del bloque oficialista: la mayoría de las situaciones políticas provinciales estará bajo su control y tendrá numerosa representación parlamentaria nacional; aunque deberá resignar frente al antipersonalismo la máxima candidatura en las dos elecciones presidenciales. A su vez, el PDN se unirá con antipersonalistas y socialistas independientes, conformando la Concordancia, que nunca alcanzó una organización institucional sino que funcionó como un acuerdo parlamentario de los bloques partidarios. Si bien había una coincidencia electoral en la candidatura presidencial, mantenían su independencia y participaban con candidatos propios en el resto de los cargos electorales en competencia. Respecto del antipersonalismo, más allá de su capacidad electoral a nivel nacional, su principal fuerza residía en el rol que desempeñaba como organización dentro de la Concordancia, y en especial en relación al liderazgo de Justo. Éste y Ortiz pertenecían a las filas del antipersonalismo, y habían integrado el gabinete de Alvear. Además, el
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antipersonalismo tendrá una presencia significativa en el gabinete nacional y una importante representación parlamentaria. Su integración en el bloque oficial de la Concordancia le ofrece un manejo de recursos materiales con los cuales trabajar sobre el descontento generado en el radicalismo por la no participación electoral. El sostenimiento de la política abstencionista favorecerá el pasaje de cuadros de la UCR al antipersonalismo, contribuyendo así a la decisión de la dirección alvearista de levantar la abstención en 1935. La importancia del antipersonalismo en la Concordancia está dada por su peso específico en los distritos del Litoral y por ofrecer un ámbito de competencia con el radicalismo por la tradición partidaria. Lo que era fundamental para matizar la impronta conservadora de la coalición, que habría recortado el potencial electorado. En cuanto a los socialistas independientes, lograrán una sobre-representación en el gobierno de Justo. Su principal fortaleza reside en la capacidad electoral demostrada en la Capital Federal. El mismo, si bien tendrá protagonismo electoral en la primera mitad de la década, pasará a desaparecer prácticamente en la segunda mitad, lo que se explica a través de la muerte de De Tomasso, que llevará a una vacancia de liderazgo. Su desaparición llevará a primer plano a quienes como Pinedo, desestimaban los mecanismos que favorecen la negociación política, privilegiando el saber técnico como fuente de legitimidad de esa proyección nacional y de su pertenencia a la élite dirigente estatal. Desde 1927 el PSI fue definiendo su lugar en la política a partir de la diferenciación de los otros que acentuaba las condiciones intelectuales de su dirigencia. La inserción de la élite partidaria en el gobierno de Justo favorecerá esta tendencia. Este partido tendrá sus años de gloria en los primeros años del justismo, pero luego desaparecerá; mientras el PS y la UCR recuperaban su capacidad electoral, renovando la antigua disputa por la conquista de la mayoría capitalina. Sin embargo, los miembros de la élite partidaria del PSI se transformaron en actores principales del proceso de reformulación del Estado nacional. Así, al estar compuesta de múltiples organizaciones, la Concordancia presenta débiles lazos organizacionales. Su debilidad institucional contribuye a reforzar un tipo de liderazgo como el de Justo, que la completaba perfeccionando el equilibrio inestable de sus componentes. La fortaleza de dicho liderazgo reside en su orientación bifronte: hacia el frente militar y hacia el frente civil. En el primer caso, este liderazgo será construido metódicamente y alcanzará su madurez en la dictadura de Uriburu, cuando se resuelva a su favor la disputa por la proyección política del golpe. Respecto del segundo, es importante destacar la proyección alcanzada por Justo en la sociedad política, que a la vez es deudora de su jerarquía en el ámbito castrense.
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La capacidad de participar en ambos campos refuerza las situaciones de poder en cada una de las partes en que se ejercita. Con el vigor de su ascendencia militar, construye un liderazgo político que le permitirá controlar la Concordancia y así el poder nacional. Justo desarrollará una conducción sostenida en el equilibrio inestable de las fuerzas aliadas. Los conflictos internos de la coalición confirmarán el liderazgo justista, en tanto los recursos estatales serán direccionalizados para mantener el equilibrio entre estas fuerzas dispares. Esta situación de equilibrio dinámico se sostiene así por una fuerza conservadora (PDN, principal aporte de recursos electorales) que controla la mayoría de la situaciones provinciales; y dos organizaciones menores como el antipersonalismo y el PSI, que alcanzan una sobre-representación en el Estado nacional gracias al apoyo del líder de la coalición, y un liderazgo de doble rostro. Con el radicalismo compitiendo en las elecciones presidenciales de 1937, la Concordancia llevará las prácticas de manipulación electoral a su máxima expresión. La necesidad de reproducción en el poder requería de un esfuerzo manipulador de tal magnitud que dejaba al desnudo la ilegitimidad del oficialismo, poniendo en cuestión la misma gobernabilidad. El problema de la legitimidad determinará la agenda del nuevo presidente: Ortiz, quien buscó reformar el sistema electoral. Pero este proyecto fue truncado por su enfermedad y posterior muerte. Era un plan sencillo: de normalización política a institucional que se disponía a utilizar el poder presidencial para recuperar la verdad electoral, dejando de lado el fraude. El mismo no se pudo concretar y con Castillo en el poder se retomó el sendero del fraude sistemático, que garantizaba el control de la sucesión al costo de sacrificar ese horizonte para una república verdadera que Ortiz había logrado instalar lo suficiente como para multiplicar los costos de su abandono. Pero ya con Ortiz en la presidencia se observa que va alterándose el equilibrio de la coalición gobernante, constituyendo la condición de posibilidad para su descomposición como bloque de poder. Éste, al igual que Castillo, tienen una relación con las FF.AA. que no pueden asimilarse a la de Justo. El relevo de la cúspide política altera el patrón de doble liderazgo ejercido por Justo y obliga a los sucesivos presidentes a una atención especial del campo militar que está en relación directa con el poder tutorial de la corporación. Mientras Ortiz está en el poder esta situación es relativamente manejable porque el respaldo de Justo permite evitar el distanciamiento y la erosión del poder político con el Ejército. Pero con Castillo es el PDN el que toma las riendas del ejecutivo y el equilibrio de la coalición es amenazado por el hegemonismo conservador. Esta situación profundiza las fisuras del oficialismo y promueve el acercamiento de los sectores justistas con la oposición radical temerosa del rumbo que Castillo le imprime al
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gobierno nacional. La situación de quiebre del bloque oficial contribuye a profundizar la autonomización de las FF.AA. con respecto al sistema político constituyendo un nuevo cuadro de situación. El lugar de la oposición La proscripción de la candidatura de Alvear lleva al radicalismo a retomar el abstencionismo electoral, ordenando la competencia electoral en dos coaliciones: la oficialista de la Concordancia y la opositora de la Alianza Civil, que reúne a demócrata progresistas y socialistas tras la fórmula presidencial De la Torre-Repetto. Así, el campo opositor se ordena en dos constelaciones políticas: la Alianza Civil y el radicalismo, con los recursos de la acción parlamentaria y electoral en el primer caso, y la extrainstitucional en el segundo, que interpela al gobierno desde la abstención electoral. El retorno del radicalismo a la arena electoral en 1935 depositará en esa fuerza el principal peso del rol opositor. Socialistas y demoprogresistas verán desdibujarse la sobrerepresentación alcanzada en la primera mitad de la década y cederán el lugar de alternativa nacional al oficialismo, refugiándose en los distritos en los que tenían peso propio: CP socialismo y Santa Fe, PDP. Pero en la segunda mitad de la década, se observan intentos de reunirse en un frente común, desde el Frente Popular a la Unión Democrática. Socialistas y demoprogresistas Ambos recusaron al gobierno de Yrigoyen por su defección republicana. Para el socialismo, el yrigoyenismo era una expresión de la “política criolla”, caracterizada por el caudillismo y el clientelismo. La distancia que separaba el PDP del yrigoyenismo era de diferente orden y no alcanzaba a todo el radicalismo como en el caso de los socialistas, sino que existía una enemistad entre De la Torre e Yrigoyen, ya que el primero reclamaba para sí una saga que se iniciaba con la Revolución del Parque y se afirmaba con Bernardo de Irigoyen, para continuar con él mismo, que venía a recuperar lo que el radicalismo, conducido por Hipólito Yrigoyen, desechaba de esa tradición fundante. Unos y otros llegaron a 1930 con una larga experiencia de enfrentamiento electoral con la UCR. Ambos habían coincidido en ubicarse en el sistema de partidos con una estrategia de diferenciación del radicalismo y frente a la crisis terminal del gobierno yrigoyenistas, ambos partidos se mantuvieron, en líneas generales, al margen de la coalición de fuerzas políticas y sociales promotoras de la intervención militar. Las elecciones de 1930 los llevan a interpretar positivamente las capacidades correctivas de la democracia electoral. Así, se ubicaron en un punto equidistante del gobierno radical y de las fuerzas que se movilizaron para derrocarlo. Ambas fuerzas tuvieron, sin embargo, distintos recorridos en la primera etapa de la dictadura de Uriburu. Para el PS, esta dictadura mostrará lazos de parentesco con el
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fascismo, y su oposición era cada vez más clara. Asimismo, la disciplinada organización partidaria le daba a sus militantes un marco de contención orgánico, ofreciendo un espacio de sociabilidad auto-suficiente, reduciendo al mínimo la “contaminación” con lo externo. A diferencia del PS, el PDP carecía de una oferta ideológica integral para sus cuadros. La mayoría de sus dirigentes participaba de los espacios de “sociabilidad patricia”, y la identidad partidaria no requería dispositivos de sociabilidad específicos alternativos. Respecto de la dictadura de Uriburu, mantuvieron una posición ambigua, que sólo hallará un punto de definición luego del triunfo radical en la provincia de Buenos Aires. La negativa de De la Torre a estrechar filas con Uriburo no alcanzó para disimular los coqueteos políticos entre éste y su antiguo compañero de lides políticas devenido en dictador. Una vez que Justo llegue al poder, se decida la proscripción de Alvear y se conforme el bloque de la Concordancia, el PDP definirá un discurso liberal que lo aleja del comunitarismo conservador para aproximarlo a la izquierda socialista. Este discurso alcanzará su mayor impacto en la opinión pública cuando De la Torre enfrente en el senado nacional a las principales figuras del gobierno de Justo. A lo largo de 1931, el PS y el PDP avanzan hacia la constitución de una alianza electoral. La abstención radical aconsejaba una estrategia de no confrontación con este partido para convocar a sus votantes tradicionales, pero a la vez la alianza insistirá en definir su lugar en la política destacando las fronteras que la separaban de la experiencia yrigoyenista. Sin embargo, difieren respecto al golpe cívico militar y a la dictadura de Uriburu, ya que mientras el PS plantean una visión negativa del mismo, el PDP considera que tenía un contenido redentor (un movimiento de la civilidad que venía a terminar con el flagelo yrigoyenista para recuperar el horizonte de la reforma política de 1912). Para las elecciones de 1931 se forma la Alianza Civil, un acuerdo electoral que no afecta las organizaciones partidarias. Tendrán una dinámica parlamentaria independiente, aunque primará la acción coaligada frente al oficialismo. En virtud de la abstención de la UCR, alcanzarán una importante representación en la Cámara baja, y su peso en CF y Santa Fe les permitirá una representación en el senado, que pese a su reducido número, impactará en la opinión pública a través del peso de figuras como De la Torre y Alfredo Palacios. Su fórmula presidencial será De la Torre-Repetto, basándose en la fuerza electoral de CF y de Santa Fe. Mientras que en Capital el PS hegemonizaba la alianza, en Santa Fe, la relación de fuerzas se invertía. Pero mientras que la abstención radical en este último distrito permitirá que Luciano Molina (PDP) alcance la gobernación, el regreso de la UCR marcará el ocaso de este partido, que se estabilizará en los límites de la supervivencia. En el resto de los distritos provinciales, la Alianza sólo podía aspirar a capitalizar el voto radical. En este sentido, la posibilidad de capturar el electorado del partido ausente se
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concretó en número importante, otorgando a la Alianza un porcentaje de votos que multiplicaba con creces la suma de los tradicionalmente obtenidos por los dos partidos. Este porcentaje, si bien no alcanzó para amenazar la mayoría del Concordancia, fue importante como para crear la ficción de una situación electoral competitiva que beneficiaría al gobierno de Justo, amortizando la ilegitimidad de origen resultante de la proscripción radical. En la provincia de Buenos Aires, el socialismo tenía un piso electoral interesante y en el resto, el PPD, aunque tan débil como el socialismo, podría recurrir a personalidades instaladas en la opinión pública por su larga participación en la política tradicional. Pero la fortaleza relativa de la Alianza en CF y Santa fe no compensaba su debilidad intrínseca en el resto de los distritos provinciales, donde los partidos coaligados del justismo tenían garantizado el triunfo. Así, la ausencia de la UCR y la debilidad de la Alianza en la mayoría de los distritos favorecería el control monopólico del acto electoral por la Concordancia, lo que volvía menos necesaria la manipulación electoral. Pero al ser una realidad la amenaza electoral del radicalismo, los dispositivos del fraude pasarán a ser imprescindibles para garantizar la reproducción de la Concordancia en el poder. Retomando el lugar de la oposición conquistado por la Alianza civil, se afirma que tenía dos núcleos centrales: Santa Fe y el Congreso nacional. Pero en ambos casos, las características de la alianza, organizada como un mero acuerdo electoral, limitará la optimización de lo conquistado en 1931. En el terreno electoral, la actividad política de ambos partidos llevará a la disolución de la Alianza. Así, se presentarán individualmente en las sucesivas convocatorias para cargos legislativos, estrategia que permitirá a cada sector mantener sus respectivas fortalezas distritales y con ella el incremento del número de legisladores. Pero a partir de 1935 las condiciones electorales que favorecieron la presencia institucional de ambas fuerzas se modificará, al retornar el radicalismo a la arena electoral. Socialistas y demoprogresistas debieron enfrentar, junto al radicalismo, el dispositivo electoral del justismo que decide retornar a la lista completa y al ejercicio sistemático del fraude. Así, el PDP ingresará en la segunda mitad de la década en un cono de sombras, sobreviviendo como minoría electoral y sin trascender la esfera local. Los problemas del socialismo no son menores, ya que el retorno del radicalismo amenazaba la continuidad de su bloque parlamentario que se reducirá rápidamente. Asimismo, enfrenta una amenaza proveniente de la izquierda del arco ideológico. En el imaginario socialista el partido expresaba el interés de la clase obrera y el espíritu republicano a la vez.
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Los cambios que se producen en el campo sindical a partir de 1935 profundizarán los conflictos entre la dirigencia partidaria y los principales representantes socialistas en el movimiento obrero. Desde entonces, muchos sectores de la dirigencia obrera socialista promueven la participación de los sindicatos en la lucha política. Este cambio en la política sindical está asociado al giro político del comunismo local. A partir de 1935, a tono con los cambios en el comunismo internacional, el partido local será uno de los principales promotores de la reunión de las fuerzas políticas democráticas en frentes electorales. En este contexto se inscriben los ensayos del Frente Popular en 1936 y los primeros ensayos de la Unión Democrática. La conflictiva relación entre las dirigencias política y sindical socialista, volvía más vulnerable al partido ante la competencia comunista. A su vez, la presencia comunista interpelaba al socialismo en su identidad ideológica atizando la conflictividad interna en torno a la cuestión nacional y a la cuestión revolucionaria. La primera fue absorbida por la dirigencia partidaria con la reincorporación de Alfredo Palacios y de Manuel Ugarte, aunque no se consiguió definir la política partidaria en clave anti-imperialista. La cuestión revolucionaria incrementó en los ´30 la conflictividad interna de la organización con el crecimiento de un ala izquierda que cuestionó la dirección partidaria, tomando la bandera inti-imperialista. Así, en 1937 se creó el PS Obrero. El radicalismo A la hora del golpe de 1930, la situación de crisis activa tensiones que habían llevado a la fractura partidaria en los ´20. En la misma el principal registro de tensión interna dividía al partido en yrigoyenistas y antipersonalistas. Un sector de los últimos constituye una organización que en los años ´30 se ubicará en el seno de la Concordancia; otro sector, cuya figura central es Alvear, permanecerá dentro de las fronteras partidarias. Así, a lo largo de los ´30 se configuran tres actores principales: el antipersonalismo, definido como organización partidaria por fuera del radicalismo; por otro lado, el yrigoyenismo y el alvearismo, en el seno partidario y compitiendo por su conducción. Este último enfrentamiento se traduce en dos pares de opuestos: abstención-participación e intransigencia-colaboración. Y así se evidencian dos etapas: una primera en la cual el partido se abstiene de participar en las elecciones; y una segunda en 1935 cuando regresa a la competencia electoral. El impacto del golpe militar en el radicalismo evidenció las contradicciones internas que paralizaban la gestión yrigoyenista. Además de estas divisiones, se sumaban el acoso de la prensa y de la oposiciones, y la incapacidad de conducción militar (tras la renuncia del general Dellepiane al Ministerio de Guerra, el gobierno no tuvo interlocutores en el
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Ejército); a partir del lo cual el gobierno yrigoyenista cederá el poder al mando militar golpista sin resistencias. La inacción del gobierno ante los preparativos del golpe y su desplazamienot por figuras militares, contribuye al desconcierto de los cuadros partidarios, obstruyendo la articulación de una estrategia de resistencia. Mientras Yrigoyen inicia el camino de la prisión, Alvear efectuaba duras declaraciones contra el presidente depuesto, que acentuaban sus desaciertos y hacían recaer en Yrigoyen la principal responsabilidad de lo acontecido. Esto activará la tradicional desconfianza entre yrigoyenistas y antipersonalistas en el seno del radicalismo. En la primera etapa de la dictadura, la crisis de la UCR se expuso públicamente. Asimismo, con el golpe militar el partido derrocado no sólo perdió el manejo de los recursos del Estado, sino que su organización y el universo simbólico de la identidad radical serán interpelados por la opinión pública desde una imagen demoníaca construida por los triunfadores de septiembre. Este clima agudizaba la crisis del radicalismo, cuyos principales dirigentes fueron marginados de la acción política por la persecución del gobierno militar. Tanto Uriburu como Justo confiaban en Alvear para profundizar las fisuras del radicalismo hasta su ruptura, convocando al ex presidente a una cruzada contra el sector yrigoyenista que estaba lejos de querer asumir. Al regresar al país Alvear, marcó los límites de la crítica al yrigoyenismo. Ya que Justo pretendía que él estrechara el cerco de los yrigoyenistas del radicalismo, facilitando la fuga de cuadros al antipersonalismo y fortaleciendo así las posibilidades de construir una organización partidaria competitiva, capaz de capturar un importante caudal electoral radical. El límite para esta expectativa residía en la voluntad política de Alvear, quien buscaba dar lucha política en un terreno no predeterminado por el adversario. Intentó así un radicalismo unido donde el yrigoyenismo garantizaba una capacidad electoral envidiable y más que activar el conflicto buscaba suavizarlo. Se transformó así en figura clave para defender la unidad partidaria, situación que será advertida por Yrigoyen, quien aconseja a sus partidarios esa dirección. Y a la vez, el gobierno militar responde con la proscripción de la candidatura de Alvear para las elecciones presidenciales de fines de 1931. En ese ambiente comienzan los preparativos para la reorganización partidaria, constituyéndose una Junta encargada de reformar la carta orgánica (voto directo de los afiliados) y definir el programa partidario. En 1933, finalmente el alvearismo logrará conquistar los principales órganos de conducción de la organización. Y mientras la intransigencia yrigoyenista insiste en la vía revolucionaria, el alvearismo jerarquiza el camino de la reorganización partidaria.
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Ante la proscripción antes mencionada, el radicalismo se refugia en la abstención. Pero la misma dificultaba la posibilidad de contener en las filas de la organización a los sectores más reacios al yrigoyenismo; y no desactivaba a los sectores del yrigoyenismo que cuestionaban el sentido de esa herramienta si no estaba acompañada de una oposición intransigente que incluyera la alternativa revolucionaria. Esta última sería limitada por su escaso impacto en las filas militares y la falta de apoyo de la dirigencia partidaria. Agotada esta alternativa, el partido continuará sin participar de las elecciones hasta 1935, siendo la fuente de conflicto más importante la fuga de cuadros al antipersonalismo
antes
mencionada,
ya
que
desde
el
gobierno
se
ofrecen
contraprestaciones materiales atractivas. La dificultades para mantener su cohesión interna y la presión de los principales medios de prensa llevan a la UCR a modificar su estrategia y regresar a la competencia electoral, que se disponía así a utilizar el escenario electoral para reconstruir el territorio de sus adherentes e ir conformando una mayoría parlamentaria para un próximo gobierno. Este retorno trajo consigo un importante reflujo de sectores partidarios, revirtiendo la fuga de cuadros. Los sectores intransigentes no la veían con buenos ojos pero la reactivación del conflicto interno pudo ser contenida por la fortaleza del alvearismo, canalizándose en un grupo externo a la organización partidaria, FORJA. El alvearismo, ha mantenido así la unidad partidaria en un punto muy alto y ha mantenido la imagen de partido predominante, que será confirmada por el triunfo en las elecciones legislativas de 1936. En ese contexto, FORJA se va definiendo como grupo desde una práctica político-intelectual que afirma la tradición yrigoyenista para marcar los contrastes entre la dirección del partido y su historia. Fronteras adentro, la oposición interna se expresará en el debate por los contenidos programáticos, la afirmación de liderazgos intermedios y de liderazgos regionales. Contenida parcialmente la conflictividad interna por las elecciones legislativas de 1936 y por la campaña para las presidenciales de 1937, la derrota de Alvear será un duro revés para la conducción partidaria, habilitando la revisión de la estrategia seguida. Se genera así un espacio más propicio para el desarrollo de la oposición interna promoviendo la confluencia de distintos sectores enfrentados a la conducción. Los mismos se identificaban como portadores de la tradición yrigoyenista, y su postura era más intransigente ya que consideraban que el rumbo de la gestión partidaria comprometía al partido a mimetizarse con el gobierno y el bloque oficial. La posición institucional lograda por el partido, fue importante para ordenar el conflicto interno en la discusión sobre las modalidades y los contenidos con que debe ejercerse la oposición. Asimismo el enfrentamiento fue acerca de la postura a asumir respecto al resto
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de las organizaciones políticas opositoras. Ya que el radicalismo tuvo que enfrentar un dilema: hasta dónde acompañar las experiencias aliancistas que se proponían como alternativas desde otros sectores de la oposición al gobierno. Los sectores intransigentes mantendrán una actitud de oposición interna, insistiendo en la tradición partidaria de la “pureza de la organización”, así, su postura será la de no transigir con el gobierno ni con el resto de los partidos opositoras. El alvearismo, en cambio, tendrá una postura conciliadora con el gobierno, acompañada de una postura que supera el aislamiento partidario. El enfrentamiento interno definie así los actores principales como unionistas e intransigentes, reviviendo en los primeros años de los ´40 la antigua tensión que cruzaba al partido desde su origen: entre la tradición liberal, que jerarquizaba el rol del partido como parte de un sistema en el que coexisten actores equivalentes, y la referencia organicista, que identificaba al radicalismo con la nación, sin mediaciones; y excluía del reparto al resto de las fuerzas políticas que no podían compartir un status de por sí excluyente. Ese registro consolidó la división interna en dos bloques, sin que se revierta el predominio de quienes han conducido la organización a lo largo de la década, que lograrán mantener el control partidario pese al fallecimiento de Alvear en 1942. En el seno de la intransigencia se irá constituyendo una generación de recambio, que tendrá su hora en la dirección partidaria poco después, cuando el radicalismo haya perdido esa condición de partido predominante.
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