Lynch: Revolución en el Río de la Plata 1. Comerciantes y milicias
Unida en su actitud hacia la raza y el color, la sociedad blanca estaba dividida por otros intereses. El sistema colonial descansaba en un equilibrio de grupos de poder – la administración, la Iglesia, y la clase de los colonos. La administración tenía poder político pero escaso poder militar, y su prestigio derivaba de la soberanía de las colonias y de su función burocrática. La soberanía secular era reforzada por la Iglesia, cuya misión religiosa estaba respaldada por el poder jurisdiccional y económico. El principal poder económico residía en los colonos, propietarios rurales y urbanos. La mayor fuente de riqueza y prestigio continuaba siendo el comercio exterior, y comerciante tenía precedencia social sobre el estanciero. Esto favorecía a los españoles contra los criollos. Esta nueva conquista reforzó la posición de los peninsulares en la economía colonial y en el cabildo de Buenos Aires. El despotismo ilustrado amplió la función del estado a expensas del sector privado y se enajenó a las clases dominantes locales. La expulsión de los jesuitas, la extensión del patronato y el control real, la secularización de muchas rentas eclesiásticas, dio al estado un poder mayor sobre la Iglesia. Los peninsulares se vieron también amenazados por los criollos, que empezaron a constituir una nueva fuente de poder basada en su capacidad militar.} Invasiones inglesas. inglesas. Liniers, héroe de la reconquista, se convirtió entonces en gobernador militar de Buenos Aires. 1807 la audiencia decretó la destitución y arresto de Sobremonte, y Liniers fue nombrado capitán general. Las invasiones británicas proporcionaron varias lecciones:
Mostraron las grandes fallas del imperio español sur, su frágil administración, sus débiles defensas. Los criollos tomaron gusto al poder, descubrieron su fuerza y adquirieron un sentido de identidad.
Después de la retirada británica, los peninsulares intentaron restaurar el antiguo equilibrio. Liniers resistió a esas presiones, y de este modo la milicia criolla se convirtió en un nuevo núcleo de poder en las colonias. Mientras que la debilidad de España en América llevó a los criollos a la política, la crisis española en Europa les dio una mayor oportunidad de hacer progresar sus intereses.
En marzo de 1808 Carlos IV abdicó a favor de su hijo Fernando. Esto fue seguido por la ocupación francesa de Madrid, la partida de Carlos y de Fernando a Bayona, donde Napoleón les obligó a renunciar al trono y la proclamación de José Bonaparte como rey de España y de las Indias. Los peninsulares también habían perdido su fe en la metrópoli, pero extrajeron sus propias conclusiones. Conspiraron para deponer a Liniers y establecer una junta de gobierno que restaurara el antiguo equilibrio de poderes y prolongara su monopolio de privilegios políticos y comerciales. Álzaga y sus asociados detestaban a Liniers por sus orígenes franceses, por su posición abierta pro criolla. El movimiento conspirativo de Buenos Aires fue una reacción española a la nueva distribución de poderes en el Río de la Plata, un intento de los propietarios peninsulares de restaurar el antiguo orden y procurarse un poder exclusivo. El golpe del 1 de enero de 1809, y su fracaso impulsaron aún más adelante a la colonia por el camino de la revolución. El fracaso del golpe virtualmente eliminó a los peninsulares como centro de poder: su cabildo se desacreditó, sus líderes se dispersaron y sus tropas se desbandaron. Sus propiedades y comercio también se perjudicaron. Los criollos se congregaron en torno a Liniers, para desbaratar a los peninsulares. La vencedora real fue la milicia criolla, cuyos regimientos reclutaron primeramente, a jóvenes de todos los grupos sociales. Era una nueva fuerza política, y su pode creció aún más con la desbandada de los regimientos españoles. El colapso de las comunicaciones con España, y la incapacidad de ésta para enviar tropas durante la guerra napoleónica, mantuvo a la guarnición regular de la colonia desprovista de refuerzos. La distribución del poder había sido reajustada decisivamente. Emergía una nueva elite. El sector militar procedía en su mayor parte de familias acomodadas, y su compromiso con la independencia se acompañaba de valores sociales conservadores (Saavedra, Pueyrredón, Balcarce, y otros). Pero entre los criollos había también un definido grupo de intelectuales, graduados, abogados, doctores, oficinistas y sacerdotes, un incipiente sector medio, influido por la Ilustración. Procedían de grupos sociales más bajos que los militares: Belgrano, Castelli, Moreno, Vieytes, Larrea y Matheu. Estaban más interesados en las ideas que en las armas, y aunque no discutían la estructura social existente, tendían a ser más radicales en su pensamiento, apoyando reformas ilustradas; y al fracasar en su intento de conseguir una monarquía constitucional empezaron a defender la independencia. Representaban dos tendencias dentro de las filas criollas. Ninguno de los grupos criollos representaba un interés económico particular. Más bien, todos eran favorables a una mayor liberalización de la economía. El interés económico dominante en el Río de la Plata era el comercio. Los g randes comerciantes de Buenos Aires, extraían sus beneficios, no de la exportación de los productos del campo, sino de la
importación de bienes manufacturados para un mercado de consumo, que se extendía desde Buenos Aires a Potosí y Santiago, a cambio de metales preciosos. Con unas valiosas mercancías de exportación, Buenos Aires desarrolló un activo comercio exterior, el clásico generador del crecimiento económico. España no podía proporcionar las mercancías, los barcos o los mercados requeridos por Buenos Aires, pero persistía en entrometerse entre el Río de la Plata y el mercado mundial. Ninguno de estos grupos (españolistas y criollos) representaba el pensamiento económico del interior, de Córdoba, Mendoza y Tucumán, donde las industrias y la agricultura que abastecían a los mercados locales dependían de la protección colonial. En el período de 1804-1807 los cueros y otros productos se apilaban otra vez en los almacenes esperando la exportación, mientras que el mercado de consumo carecía de importaciones. Los comerciantes británicos comenzaron a abrirse camino, parcialmente durante las invasiones de 1806-1807; pero especialmente con comercio autorizado en barcos neutrales, y con el contrabando. En 1808, cuando España se convirtió en aliada de Gran Bretaña contra Napoleón, el comercio británico fue tolerado en Buenos Aires y Montevideo. El último virrey del Río de la Plata, Baltasar Hidalgo de Cisneros, se encontró con dos temibles partidos, los españoles y los criollos, gran desorden político, variadas opiniones sobre el destino de España, y los presentimientos de independencia. El cabildo, que seguía dominado por los peninsulares, continuó oponiéndose en principio a cualquier concesión a los extranjeros, pero concedió que el comercio con éstos era necesario. El choque de intereses entre el litoral y el interior sería heredado por la república independiente. La administración se benefició porque el contrabando fue reemplazado por el libre comercio y los ingresos de las aduanas aliviaron al tesoro. Los consumidores se beneficiaron porque había mercancías mejores y más baratas. Pero los comerciantes peninsulares y sus importadores en Buenos Aires, incapaces de competir con los británicos, sufrieron graves pérdidas y en algunos casos la ruina. Esto desequilibro la balanza del poder contra los peninsulares. La emancipación económica de Buenos Aires estaba decidida antes de que su emancipación política empezara. El primer movimiento hacia la independencia política no se hizo en Buenos Aires, sino en el Alto Perú. La revuelta era abiertamente radical, y buscaba la autonomía del Alto Perú tanto respecto de Buenos Aires como de España. El “Plan de Gobierno” criticaba el monopolio comercial español; deploraba la dependencia económica del Alto Perú con respecto a Buenos Aires; y anunciaba el final del envío de remesas a esta ciudad. También recordaba a los indios.
2. La Revolución de Mayo
En 1810, cuando los ejércitos de Napoleón ocuparon la península Ibérica, el equilibrio de las fuerzas sociales en Buenos Aires había cambiado. La administración había perdido terreno durante las invasiones británicas y el ambiguo dominio de Liniers. La Iglesia había sido reducida mediante el regalismo. La clase acomodada española había sido derrotada en el abortado golpe de 1809. Esto dejó el camino despejado a los dos grupos criollos, el de los militares y el de los intelectuales, que poseían las armas y las ideas para retomar la iniciativa. Cuando el 13 de Mayo de 1810, llegan las noticias de la dispersión de la Junta Central de Sevilla y su disposición de que ocupara su lugar un consejo de regencia; surge la oportunidad para los revolucionarios. La revolución fue iniciada el 18-19 de mayo, por la acción militar. Cornelio Saavedra, jefe de los Patricios, y sus colegas de la milicia presionaron sobre el cabildo y sobre el virrey para que convocaran una reunión, un cabildo abierto. Al mismo tiempo, una banda armada de jóvenes activistas fue movilizada bajo el mando de dos radicales criollos, French y Beruti. Éstos eran la punta de lanza de la revolución, lo que había más cercano en ella a las fuerzas populares. El 21 de mayo se convocó un congreso general y el 22 se celebró. La intención de sus autores era simple: deponer al virrey y nombrar un nuevo gobierno. Era una selecta aunque también dividida asamblea. En el debate de apertura el cabildo adoptó una posición media, aconsejando precaución, rechazando la violencia, y recordando a la asamblea la existencia de las provincias del interior. Castelli objetaba, que el gobierno de España se había extinguido, y que la antigua junta central, era ilegal en su origen y sin ningún poder para transferir la autoridad a una regencia. La ausencia de un gobierno legítimo provocó la “reversión de los derechos al pueblo de Buenos Aires”, que ahora podía instalar un nuevo gobierno. La doctrina de
la reversión de la soberanía, era una fórmula frecuente en aquel tiempo, era similar a la doctrina en la que se basaba el movimiento de las juntas en España. Para una colonia, era una doctrina revolucionaria. Si el gobierno imperial se había extinguido, el imperio gozaba de una independencia de facto. Se resolvió que el virrey debería abandonar su cargo y que la autoridad residiría temporalmente en el cabildo, hasta que se nombrara una junta de gobierno. El 24 de mayo nombró una junta de cuatro personas, que incluía a Castelli y a Saavedra, pero mantenía al depuesto virrey como presidente. Esta junta no respondía al nuevo equilibrio de poder en Buenos Aires. El 25 de mayo fue proclamada la junta patriótica. Saavedra era el presidente, Belgrano y Castelli se contaban entre sus miembros, y Moreno era uno de sus dos secretarios. En esta nueva junta la administración y los conservadores españoles quedaban eliminados, y el poder en realidad era compartido por los militares y los intelectuales. Era una revolución patricia, realizada por una élite que hablaba en nombre del pueblo sin consultarle. No se trataba de un movimiento democrático. Como muchas revoluciones, fue iniciada por una minoría que consiguió movilizar a una mayoría.
La deferencia formal hacia Fernando era un instrumento conveniente, una táctica temporal. Asumiendo la “máscara de Fernando” los patriota s esperaban capitalizar los restos de los sentimientos realistas en el pueblo del Río de la Plata, impedir una contrarrevolución española y asegurarse el apoyo de Gran Bretaña, la poderosa aliada de España. Esta máscara fue quitada rápidamente cuando, después de la derrota de Napoleón, aquél volvió al poder, y por supuesto al despotismo, en España. Ésta era una revolución dirigida contra la administración que entonces tenía el poder. Los funcionarios españoles fueron removidos, y el virrey y los jueces de la audiencia embarcados para las islas Canarias. Esta política se extendió a todos los españoles conocidos o sospechosos de ser hostiles a la junta. En Córdoba hubo resistencia. Liniers, junto con el intendente y el obispo, prepararon una contrarrevolución, y establecieron contacto con las autoridades españolas en el Alto Perú, la junta actuó con dureza: una fuente expedicionaria aplastó la resistencia, capturó a sus líderes y los ejecutó (agosto 1810). En enero de 1811 la junta creó un Comité de Seguridad Pública, para perseguir a la oposición y recibir denuncias contra los contrarrevolucionarios. Y en 1812 el nuevo gobierno suprimió la última conspiración contra el poder criollo (Álzaga fue ejecutado). La estrategia de terror para salvar la revolución, demuestra claramente que la junta se consideraba permanentemente independiente de España, y de la corona española.
3. Buenos Aires y el Interior
El nuevo gobierno se vio afectado por dos tipos de presiones inmediatas: las divisiones dentro de las filas revolucionarias y la oposición de las provincias. A los ojos de otras regiones, la Revolución de Mayo era solamente un movimiento regional, no necesariamente favorable a sus intereses económicos y políticos. Las declaraciones de la junta no eran aceptadas para la Banda Oriental, para Paraguay o para el Alto Perú, y estas regiones se le opusieron con fuerza. Su oposición a Buenos Aires fue primeramente españolista, pero pronto dio lugar a una resistencia de base más amplia de la cual emergieron naciones –Uruguay, Paraguay y Bolivia- independientes de España y del Río de la Plata. Con respecto a la periferia, en el centro de la zona, la mayor parte reconocieron la legitimidad de la junta y aceptaron su invitación a enviar diputados. El Río de la Plata se construyó sobre la base de economías regionales siguiendo cada una distintas vías. En el noroeste, las provincias andinas de Salta, Tucumán, Jujuy y Catamarca se beneficiaban de la proximidad al Alto Perú, para cuya economía minera producía alimentos, ganadería y animales de carga; también tenían industrias primitivas que sobrevivían porque estaban protegidas de la competencia exterior. Las provincias de Mendoza, San Juan y La Rioja, se orientaban tanto hacia Chile como hacia el Río de la Plata; esta región practicaba la agricultura de subsistencia, junto con la producción de vino y de brandy. En la zona central, Córdoba y San Luis se salvaban del estancamiento por la producción de textiles bastos y el abastecimiento de animales de tiro para el Alto Perú. Así, las provincias del interior conseguían buenos beneficios del sector minero. Un cuarto grupo era el de las provincias del litoral propiamente dichas, formado por
Buenos Aires, Santa Fe, Entre Ríos y Corrientes. La mayor parte de estas, es una pampa una vasta extensión de pastos naturales; la cual estaba colonizada menos de un 10 por ciento, proporción que iba en aumento a medida que el aprovechamiento ganadero se expandía a expensas de los indios, y la economía del litoral se iba orientando cada vez más hacia el mercado europeo a través del puerto de Buenos Aires. Estas divisiones económicas iban acompañadas de diferencias sociales. El interior era la mansión del conservadurismo. El conservadurismo provincial intentaba mantener una estructura económica que diera protección a los productos locales contra la política de libre comercio de Buenos Aires. Y socialmente defendía el ordenamiento jerárquico y las relaciones patrón-peón, en contra de la mayor movilidad de la sociedad de Buenos Aires y la relativa libertad de las pampas. La revolución sufría también presiones desde su interior, porque las facciones liberal (Moreno) y conservadora (Saavedra) luchaban por controlarla. En abril de 1811 la facción de Saavedra instigó un motín en Buenos Aires que tuvo como consecuencia la exclusión de los partidarios de Moreno de la administración. Pero el golpe conservador fue de corta duración. El desastre militar de Huaquí, en junio de 1811, que perdió el Alto Perú para la revolución, arruinó la reputación de Saavedra y la poco manejable junta. Sometida a la presión popular, la junta se vio forzada a establecer un nuevo ejecutivo, un triunvirato formado por Manuel de Sarratea, Juan José Paso, y Juan M. de Pueyrredón, mientras la misma junta fue transformada en cámara legislativa. La fuerza dirigente que se escondía tras el triunvirato era su joven secretario, Rivadavia. Dio al nuevo gobierno un propósito y un programa. Puso los cimientos de un nuevo sistema educativo e inauguró una política contra la trata de esclavos. Abolió el Comité de Seguridad Pública; rehabilitó a las víctimas del régimen de Saavedra; y cesó al propio Saavedra. El triunvirato se resentía ante las demandas legislativas de la junta y rechazaba cualquier limitación a su soberanía. Así, la junta tuvo que irse, y cuando el 7 de diciembre de 1811 las diversas víctimas del nuevo régimen intentaron dar un golpe militar, que fue reprimido. En enero de 1812, fueron disueltas las juntas provinciales. Era el reino del centralismo y liberalismo porteños. La oligarquía de intelectuales de Rivadavia perdió pronto el apoyo de importantes sectores del pueblo. Cuando la asamblea empezó a exigir más poder como representante del pueblo y de las provincias, Rivadavia la disolvió y al mismo tiempo refrenó al cabildo. El 8 de octubre de 1812, con las consignas de la independencia, constitución y democracia, una poderosa facción del ejército dirigida por Alvear y San Martín derribó al gobierno de Rivadavia e instaló un segundo triunvirato. El segundo triunvirato convocó al pueblo para que eligiera delegados para una asamblea general constituyente. Pero esto solamente consiguió agudizar más el conflicto entre centralistas y provincianos. Desde la Banda Oriental, el caudillo José Artigas, fuertemente influido por el pensamiento y la práctica constitucional de los Estados Unidos, instruyó a sus diputados para que pidieran una inmediata declaración de independencia y el establecimiento de un sistema federal de gobierno en el cual cada provincia conservara su soberanía. El congreso tenía dentro de sí, grupos irreconciliables, cada uno de los cuales proponía opuestos planes constitucionales. El
resultado fue que la Asamblea Constituyente de las Provincias Unidas del Río de la Plata no produjo ni unidad ni una constitución. En septiembre de 1813, refuerzos realistas llegaron a Montevideo desde España; en noviembre, Belgrano fue derrotado en Ayohuma y barrido del Alto Perú. El poco manejable triunvirato fue abolido, y el gobierno central consolidado en las manos de un sólo ejecutivo, Gervasio Antonio de Posadas, que tomó posesión de su cargo el 31 de enero de 1814. Posadas fue nombrado director supremo de las Provincias Unidas del Río de la Plata. Tenía muy poca autoridad fuera de Buenos Aires, e incluso dentro de la capital el poder efectivo estaba en manos de Alvear, comandante en jefe de las fuerzas militares de la zona. Los caudillos locales y las oligarquías municipales desafiaban a Buenos Aires y exigían un estatuto autónomo o federativo para sus provincias.