LAWRENCE STONE
EL PASADO EL PRESENTE Traducción de L orenzo A l d r e t e B e r n a i .
FONDO DE C U LTU R A ECONÓMICA MEXICO
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Primera edición en inglés, 1981 Primera edición en español, 1986
Título original: The Past und ihe Presenl © 1981, Lawrence Stone Publicado por Routlcdge & Kcgan Paul, Londres ISBN 0-7100-0628*4 D. R. © 1980, Pondo de C ultura Económica, S. A. du C. V. Av. de la Universidad, 975; 03100 México, D. F. ISBN 9< 3-16-2251-0
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A sir Roben Birley. John Prestwich y R.H. Tawney, primevos en enseñarme de qué trata la historia.
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AGRADECIMIENTOS El capítulo 1 apareció por vez primera en un libro titulado The. F u tu ro o f History, compilado por C, Delzell, Vanderbilt University Press, 1*'>’/(>. I I capítulo n ha sido reimpreso con el permiso de Daedalus: Journal o f ihc Am erican Academy o f Arts and Sciencies, Boston, Massachusetts, invici no de 1971, Historical Studies Today. El capítulo III, W orld Copyright: The Past and Present Socicty, Corpus Christi College, Oxford, Ungía térra. Este artículo ha sido reimpreso con el permiso de la Sociedad, tomando de Past and Present: aJournal o f Historical Studies, mím. 85 (noviembre de 1979). La mayoría de los ensayos posteriores se publicaron en The New York Review o f fíoohs entre 1965 y 1980, y se reimprimen con el permiso de The New York Review ofBook. Copyright © 1965/80 Nyrev, lnc. A lg u nos fragmentos de los capítulos IV, VI y Vil provienen de reseñas apareci das en el New Stalesman entre 1962 y 1964, y parte del capítulo XIIl se ha tomado de una reseña publicada en The Times Literary Supplement en 1966. Quiero expresar mi agradecimiento a todas estas autoridades p or el permiso para volver a publicar Lo anterior. Todas las reseñas han sido abreviadas y modificadas para centrar la atención sobre problemas y hechos históricos amplios, prescindiendo de los méritos y las deficiencias de los libros específicos sujetos a revisión.
INTRODUCCIÓN Los ensayos contenidos en este volumen son de dos tipos. El prim ero con siste en tres investigaciones con las que se intenta describir y dar opiniones acerca de los cambios radicales en las preguntas que los historiadores han estado formulando con respecto al pasado, y acerca de los datos recientes, lo mismo que de las herramientas y la metodología por ellos desarrolladas para responderlas. En lo personal siento que he sido especialmente afor tunado por haber vivido y tomado parte en una transformación tan esti mulante de mi profesión. Si, como parece verosímil, la afluencia de nuevos miembros a la academia se verá drásticamente restringida duranv'C' te los próximos quince años por causa de falta de oportunidades de traba jo, es probable que sobrevenga un estancamiento intelectual, ya que es de los jóvenes de quienes provienen las innovaciones. Si esto sucede, ios últi mos veinticinco años serán considerados como una especie de fase heroica en la evolución de la comprensión histórica, atenazada en medio de dos periodos de sosegada consolidación de una sabiduría heredada. Los ensayos del segundo grupo fueron originariamente reseñas reflexivas acerca de libros de publicación reciente, y todos ellos tienen que ver de una manera o de otra con un único tema. Este es el referente al problema que atormentó tanto a Marx como a W eber: de qué manera y por qué la Europa Occidental se transformó durante los siglos XVI, XVII y XViu pai a llegar a poner los cimientos sociales, económicos, cientílicos, políticos, ideológicos y éticos de la sociedad racionalista, democrática, individualis ta, tecnológica c industrializada en que actualmente vivimos. Inglaterra fue el primer país en seguir este camino, y fue precisamente a este modelo inglés al que Marx y W eber se sujetaron. Todos los ensayos que figuran en esto libro se escribieron durante los se sentas y los setentas, y reflejan un cambio de interés que va desde trans formaciones sociales, económicas y políticas, basta tansformaciones en . cuanto a valores, creencias religiosas, costumbres y normas de conducta personal. En lo tocante a este cambio, los ensayos no reflejan simplemen te transformaciones en mi propia perspectiva acerca del pasado, sino más bien un cambio más general, verificado en los sesentas y los setentas, de la sociología a la antropología como la fuente principal de nuevas ideas en la profesión histórica en general. I.os libros que elegí para reseñar fueron aquellos que en ese momento consideré que llevaban a cabo los adelantos más importantes e innovativos, siendo el propósito de los ensayos hacer
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IN TR O D U C C IÓ N
patentes ciertos aspectos de la efervescencia de nuevas ideas, nuevos enfo ques y nuevos hechos que caracterizó a la Edad de Oro de la historiogra fía. Por consiguiente, son pocos los aspectos de la "nueva historia" que quedan sin considerar en este volumen, ya sea de manera general en las lies investigaciones historiográficas, o de un modo más especifico en los ensayos temáticos.
Primera Parte HISTORIOGRAFIA
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LA IIIS ( ORIA Y LAS CIENCIAS SOCIALES EN EL SIGLO XX
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da por sentado casi de manera axiomátic a qur son lo*, privn*...quirm i prosperarán» y que la mayoría de los hombres que detentan puestos de poder político son egoístas, y quizás hasta paranoicos corruptos, mucho
1 Las notas de pie de página se han limitado a citas directas o a ulteriores desarrollos del argu mento. Los autores y los trabajos de ellos a que se alude en el texto son bastante bien conocidos para requerir de documentación. Estoy muy agradecido con los estudiantes y los miembros del cuerpo do cente del seminario de Princeton conducido por mí y por el profesor Amo J. Mayer, en discusión con los cuales los argumentos de este ensayo se han modificado y acendrado a través de los años. Estoy extremadamente agradecido a los agudos y pertinentes comentarios con respecto a un penúltimo borrador por parte de mi colega y amigo, el profesor Roben Darmon, quien me libró de incurrir en muchos excesos y errores. En lo que se refiere a aquellos que aún persisten, soy el único responsable. 15
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más interesados en promover sus propias carreras que en servir al bien co mún. Esto constituye un enfoque completamente diferente sobre los obje tivos, la talla y los logros de los principales protagonistas políticos, con respecto al que prevaleció de manera general hasta antes de la primera m itad del siglo XIX. En segundo lugar, la historia era una excelente fuente de solaz que pro perdonaba un tipo de narración más cautivante, intrigante y significati va que las prolijas y artificiosas novelas de amor y de aventuras de la épo ca. Una verdad sobria y manifiesta, tal como la que los historiadores narraban con elegancia, se consideraba de mayor interés que las elu cubraciones llenas de imaginación de escritores ingeniosos. Finalmente, se pensaba que la historia era una invaluable fuente de enseñanza para los adolescentes, ya que los aleccionaba sobre la naturaleza del hombre y del poder político. Siendo ésta su índole, su lectura era imprescindible para los hijos de las élites, que recibían su educación en casa, en acade mias, o en las universidades con miras a ocupar puestos de importancia política en el futuro. Resulta posible obtener un enfoque esclarecedor sobre la naturaleza y el alcance de la historia tal como se le consideraba en 1850, justamente al f i nal de esta prolongada fase de dilettantismo, y antes de que se convirtiera en una profesión en sentido estricto, ejercida casi exclusivamente por es pecialistas de tiempo completo dentro de las universidades. El testimonio lo encontramos en el discurso inaugural pronunciado en 1848 por el Refíius Professor* de Historia de la Universidad de Oxford, H. H. Vaughan. Esto tuvo una carrera trágica y extremadamente estéril, y en su produc ción poco o nada se halla de valor permanente, peto tuvo una visión de lo que la historia debería ser, la cual tiene una considerable significación h¡.-t(ortográfica hoy día. La cuestión principal que cualquier historia do! debe abordar, según Vaughan, es el “ hacer patente las transforma ciones críticas con respecto a las condiciones de !a sociedad” . Debe advr 1 1use que aquí se poste énfasis sobre las transformaciones, no sobre una dc:i( ripción estática, y que la naturaleza de los cambios históricos no está definida como recurrente o periódica, como sucede en las ciencias natui .i les o sociales, sino como crítica y, por consiguiente, probablemente ünii a Vaughan describió en términos muy generales el tema de estudio de la historia, abarcando en él aspectos históricos de índole popular, social y
* l I /íif/¡iN.í Professor ca tm profesor que ocupa una cátedra instituida por dádiva real en las uní. , i•I.«
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ras, festivales, pasatiempos, al igual que ceremonias y otros elem entos si mílares de organización social, que son discernibles, tanto lógicam ente como de hecho, de las condiciones de cierta unidad nacional." 1.a defini ción de Vaughan sobre el contenido de la historia fue mucho más allá, por lo tanto, de la evolución política del Estado nación, comprendiendo en sí el más amplio margen posible de fenómenos socioculturales. De hecho, abandonó los cauces establecidos para expresar un considerable escepticismo acerca de la labor histórica realizada exclusivamente en tér minos institucionales, aduciendo que tal enfoque proporciona una orien tación rnuy engañosa que debería modificarse con el tiempo. Las institu ciones, escribió, “conservan su nombre, pero cambian sus cualidades, o bien, no obstante mantener ei tipo de su estructura original, ejercen po deres completamente nuevos. Únicamente bajo tales condiciones llegan a ser verdadera, activa y saludablemente permanentes” .2 Esto mismo fue lo que estableció W alter Bagehot en su clásico estudio acerca de la Constitu ción inglesa, publicado menos de veinte años después.3 *5 Las cualidades de un buen historiador, según Vaughan, son tres: la p ri mera se refiere a) “principio de atracción por los hechos” —dicho de otro modo, a una apasionada curiosidad con respecto al pasado, lo mismo que a una infinita capacidad para ahondar esmeradamente en mohosos ar chivos con el fin de desenterrarlos — . La segunda consiste en tener “ ins tintos más o menos definidos sobre ciertas expectativas” — dicho de otro modo, en disponer de ciertas intuiciones preconcebidas que deberán veri ficarse contra los hechos registrados - . Esta es una postura que resulta muy normal en el caso de un científico abocado al campo social o natu ral, pero que durante los subsecuentes cien años de escribirse esto se con sideró como el anatema del historiador profesional. La tercera consiste en "hábitos de rápido reconocimiento” — el don intuitivo de seleccionar los detalles significativos en medio de una masa caótica de documentación. Si es posible considerar a Vaughan como alguien completamente tradi cional en su interpretación de la función del historiador tal como ésta se concebía a mediados del siglo XIX, y de hecho hay indicios de que sí lo era, en ese caso el tema de la historia abarcaría un amplio margen de ex periencia humana —política, religiosa, intelectual, social, ritualista y cultural — , y debería estudiarse combinando formulaciones teóricas p re vias con la más rigurosa atención a las pruebas registradas acerca de las cir cunstancias concretas y particulares. Esta es la razón por la que las obras de los eruditos del siglo XIX, como Burckhardt, siguen siendo estimulan -
3 Edward G. W. Bill, Universiíy Refonn ¡i: Ninet cent h -Cení ttry Oxford: A Study oflíenry Halfatíg/tan, 1811-1885, Oxford, 1973. pp. 69-72. 3 Walter Bagehot, The English Consiüulion, Londres, i 667
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les y de una extraordinaria frescura para los estudiosos un siglo después de haber sido escritas. Los historiadores de esa época aún se hallaban ins pirados por una infinita curiosidad, y el margen de sus intereses era ilimi tado. Es esto lo que de manera inmediata los hace tan atractivos para nos otros hoy día. Entre 1870 y 1930, la historia se convirtió en una disciplina profesional autónoma por derecho propio. Se crearon en las universidades departa mentos independientes para su estudio, al tiempo que se instituyeron programas de doctorado para la preparación y la acreditación de futuros profesionales, constituyéndose además asociaciones profesionales. M ien tras tanto, el tema fundamental del quehacer histórico, bajo la influen cia del nacionalismo liberal burgués de la época, se definió corno la evo lución administrativa y constitucional del Estado-nación, a la vez que de las relaciones militares y diplomáticas entre los Estados de esta índo le. Se establecieron oficinas nacionales de registro, y los documentos bá sicos referentes a estas cuestiones se catalogaron por fechas y se pusie ron a la disposición de los eruditos sin cargo alguno. Así, los problemas, los métodos y las fuentes quedaron bien establecidas por 1900, y el monu mento que vino a coronar este grandioso desarrollo de la profesión fueron los abultados volúmenes de la Cambridge M odera History. Resulta claro de estos volúmenes que la evolución profesional de la histoi ia y la definición de su propósito habían hecho enormes progresos, pero no obstante los logros se habían alcanzado únicamente a un costo muy elevado. Aquel empeño exhaustivo por abarcar todo el campo histórico, que había sido tan generosamente abrazado por H. H, Vaughan y otros a mediados del siglo pasado, se veía ahora drásticamente reducido, en par te debido a la decisión deliberada de los historiadores, y además como re sultado de la organización de las diversas profesiones dentro de estructu ras departamentales, las cuales reclamaban ahora su sitio en el estudio del pasado y el presente del hombre. Entre éstas quedaban comprendidas las ciencias sociales — antropología, sociología, psicología, economía, geografía humana y dem ografía-- al igual que subdisciplinas históricas especializadas tales como la historia del derecho, la historia del arte, la historia de la educación y la historia económica. En segundo lugar, la teo ría del historicismo se hallaba en su momento de triunfo, y se creía se riamente que lo único que se requería para establecer la Verdad era ape garse fielmente a los hechos recogidos en los archivos. Las historia se encontraba libre de valores subjetivos. Los resultados de esto fueron tanto buenos como malos. Los buenos incluyeron el desarrollo de la narrativa de la historia política como una actividad talentosa y altamente profesional, basada firmemente en la in
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vestigación de archivos, que se apegaba a las más rigurosas norm as de erudición académica y estaba sujeta a la formulación de técnicas palcográficas y diplomáticas especiales parala evaluación de la eortíiabilidad y significado de las fuentes documentales. Com o profesión, la historia había llegado a su mayoría de edad y había trazado satisfactoriamente las principales directrices de la evolución política, militar, constitucional y diplomática de las potencias occidentales más importantes durant e los úl timos mil años. Por otra parte, como se ha visto, era innegable que H margen de p re guntas formuladas y de métodos empleados se había n-stritigido d i ástica mente. Como resultado de esto, podría verse retrospectivamente cóm o la siguiente generación de historiadores se dividió a principios del siglo XX en dos gTupos, quedando la gran mayoría insólita dentro do la primera categoría. Estos oran eruditos que so contentaban con hacer ela b o ra ciones a partir de los problemas y las técnicas establecidas por 1900, y con describir cada voz con mayor prolijidad y detalle sucesos inconexos, p rin cipalmente de índole política o administrativa, sin mostrar gran interés por relacionar dichos sucesos con algo más, o por hacerlos significativos a círculos más amplios que no fueran el puñado de colegas insertos en un campo tan altamente especializado. Las páginas de los diarios publicados por organizaciones nacionales con carácter oficial, cu donde quedaban representados los enfoques y los intereses de la élite profesional, tales como la American Histórica/ Revtew, la English Histórica/ Review o la Raime Hislorique, se dedicaron casi por completo desde 1920 hasta los ( inciten tas a material de esta índole: minuciosos escrutinios y refinamientos p ro pios de una historia para anticuarios, la publicación de documentos simplemente por causa de no haber sido éstos publicados con anterior! dad, y la discusión reiterada hasta la saciedad acerca de las mismas cues tiones gastadas y trilladas. Revistas más especializadas, tales como los A n uales Historiques de la Révolution Franqaise, mostraron incluso un mayor grado de miopía en cuanto a sus intereses. Los historiadores habían deja do de dirigirse al público culto: hablaban exclusivamente para un puñado de colegas profesionales. Tanto los científicos en el campo social como el público culto en gene ral, por consiguiente, comenzaron a acusar justamente a los historiadores de dedicarse con mente cerrada al hecho crudo especialmente al hecho único —, prescindiendo de toda teoría; de omitir lo irracional, como si Freud o Nietzsche jamás hubieran existido, de manera que los hombres sobre quienes escribían no se presentaban únicamente con una racionali dad absoluta, sino como seres racionales de cierto modo muy limitado - -homo economicus u homo politicus, o bien homo theologicss, por . ejemplo - ; de abrigar enfoques muy ingenuos acerca de la objetividad
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histórica y la historia libre de valores subjetivos; de subestimar la impor tancia, aunque sólo fuera como posibles opciones limitantes, de las condi ciones económicas fundamentales, como si M arx jamás hubíeva existido; de tener una comprensión poco rigurosa sobre la significación o los meca nismos de ia estructura y la movilidad sociales; de contentarse con un análisis bidimensional de ia política, sin profundizar en las fuerzas subya centes; y de concentrarse en las actividades de las élites más pequeñas, de jando de lado a las masas que las sustentan. El segundo y muy reducido grupo de historiadores, los cuales asu mieron una reacción hasta cierto punto extravagante ante el empirismo cada vez más cerrado de sus colegas, se fueron hasta el otro extremo con virtiéndose en macroteóricos, ya sea visionarios con modelos globales res pecto a la evolución humana, como Spengler o Toynbee, o bien hombres con un desempeño en un nivel inferior de generalización teórica, como Tu rner o Beard. Lo que los mantenía unidos era su desprecio por la mayo ría de sus colegas profesionales, los cuales se contentaban con pasar sus vi das dedicados a un diminuto fragmento del vasto mosaico, el cual se su ponía que conformaría a la larga ia base real para una historia política definitiva. Estos dos grupos, los buscadores de hechos y los macroteóricos, han si do brillantemente descritos por el profesor Emmanuei L e Roy Ladurie como los recolectores de trufas y los paracaidistas: los primeros hurgan en torno a sí con las narices metidas en la tierra, a ia búsqueda de algún pro lijo y preciado hecho; en tanto que los segundos descienden en medio de las nubes, inspeccionando el panorama de toda la campiña, pero desde una altura tan elevada que no alcanzan a percibir con claridad nada en detalle. Mientras tanto, los científicos en el campo social se encontraban dividién dose también en dos gTupos más o menos similares: por una parte, los in vestigadores de encuestas y los experimentadores, y por la otra, los cons tructores de modelos. Si alguien quisiera ser descortés, podría definir a los primeros como personas que dicen: “ Ignoramos si lo hallado por nosotros es particularmente significativo, pero por lo menos es verdadero." En tan to que los segundos vendrían a ser personas que dirían: "Ignoramos si lo aducido por nosotros es verdadero, pero por lo menos es significativo.” Fueron los primeros quienes tendieron a predominar dentro de los vastos y extendidos dominios de las ciencias sociales en las universidades norte americanas. Desafortunadamente, ninguno de los grupos tenía —ni tiene-- mucho interés en o con respecto a las pruebas y a los métodos históricos. N o reco nocían la importancia de la historia para su trabajo, ni admitían la posi
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bilidad de que cada individuo y cada institución estuvician profunda mente influidos por su pasado único. Desdeñaban la descripción cualitativa de conjuntos de sucesos únicos que caracterizaba en gran medida a la his toria antigua, en parte debido a que tal particularismo empír ico hacía imposible cualquier construcción comparativa de modelos, o incluso el desarrollo de hipótesis generales de mediano alcance, y en parte también porque los métodos empleados no eran capaces de proporcionar una prueba científicamente verifieable, Como resultado de esto, el escepticis mo con respecto al enfoque histórico se volvió común en las ciencias p o lí ticas, la antropología, la psicología, y en muchas otras de las ciencias so dales. De este modo, la historia fue descartada como algo irrelevante pol la mayoría de los economistas y los sociólogos, con unas pocas y notables excepciones como joseph Schumpeter y Max W eber.4 Muchos de ellos, especialmente los sociólogos, se apartaron aún más de los historiadores al escribir con un estilo casi deliberadamente antiliterario, oscuro, am pu loso, repetitivo, verboso, y que además estaba atiborrado de una jerigo n za y de neologismos carentes de significado, o bien de fórmulas algebraicas extremadamente complejas, lo mismo que de inextricables tablas estadís ticas. T a l como Liana Hudson lo ha señalado.5 en medio del atrincheramiento de las ciencias, resulta posible transmitir la verdad en una prosa que sea tan embrollada como evasiva. Pero ahí donde los cimientos no son tan sólidos, el estilo no sólo limita aquello que expresamos de manera natural, sino que es, en muchos aspectos importantes, la esencia mis ma de una expresión de esta índole. Este vicio ha prevalecido especialmente en la sociología norteamericana, aunque ha habido y hay algunas excepciones muy honrosas como Robert K. Merton y C. W right Mills, en tanto que son muchos los antropólogos que han escrito y escriben como los ángeles. La prosa del sociólogo norte americano de mayor influencia, Talcott Parsons, es casi inescrutable para todo el mundo salvo para los aficionados, y existen indicios de que este estilo se está difundiendo actualmente a Francia e Italia. Ninguno de los grupos de científicos abocados al campo social mosti a han mucho interés por ios hechos o las explicaciones concernientes a las transformaciones. Para el antropólogo, el tiempo quedaba detenido en el . momento de hacer los apuntes referentes a su campo, y es probable que tuviera poco interés en investigar, además de no tener medios de hacerlo, si los fenómenos descubiertos por él se remontaban a un antiguo origen, o
. ;1 Elias H. Turna, ''New Appíoaehys f’i Kcoromic Hístory and Rclatcd Social Sciences". Journal of 5, iiüra. I, primavera de 1974, p. 175. 6 1 i.im Hudson, ,4 Psychologist's clutobingraphical Critique ofhis Düriptiun, Nueva York, 1972. p. 12.
Huropean Ticonomic Hislory, The Culi o f tha lucí.
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eran simplemente un adelanto muy reciente efectuado en el seno de la última generación. L a psicología se halló atrapada por aserciones freudianas ¡nveríficables acerca del carácter central y la universalidad in temporales de ciertas experiencias humanas pertenecientes a la infancia. Freud postulaba un. interminable drama repetitivo que implicaba los traumas del nacimiento y del destete, al igual que los traumas por control dé las necesidades fisiológicas, la vergüenza y la culpa con respecto a la se xualidad infantil o infantílista, y el conflicto edípico con los padres - un ciclo inevitable que ahora sabemos que es históricamente, y probable mente también en sus aspectos teóricos, falso . Estas son aserciones liga das a un tipo de cultura, que bien podrían haber probado ser correctas en el caso de algunos miembros enfermos de la sociedad burguesa europea de finales del siglo XIX, pero que no son aplicables a la mayoría
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protestas, e incluso a revoluciones. Cualquin so( ird.u) d.ul.i. poi i mi-.i guíente, conlleva una carga de instituciones y valores disímil ion,des ' En segundo lugar, muchas sociedades se hallan sujetas .1 sei lioMigml.is por ideologías nuevas y poderosas que amenacen con quebrantar la totali dad de sus marcos culturales, políticos y sociales. El cristianismo prim iti vo de finales del Imperio romano, el calvinismo de fines del siglo XVI, y el marxismo-leninismo del siglo XX son ejemplos de esto. En tercer lugar, y esto es lo más importante de todo, e) hombre es mucho más que un ente racional conservador de sistemas, por lo que hay muchos aspectos de su sociedad, su cultura, y sus instituciones que carecen de utilidad funcio na!. El hombre es entre otras cosas un animal lúdico a horno ludens — , un buscador de placer, un amante del gozo estético, un jugador por ex celencia, y por estas razones su ingenio crea un amplio conjunto de ins tituciones y de estructuras, tales como Las Vegas y Disneylandia, los es tadios de fútbol y las cuestas acondicionadas para esquiar, los bares y los salones de baile, los jardines, los museos de arte y los teatros, los cuales llenen como propósito el divertir y no una función específica — a no ser que la diversión se defina como algo que conserva el sistema, y por consi guiente ion un n iieiio funcional . El hombre es también una criatura i nya vii Ia 1m a 1míen,ubi poi una sei ir de símbolos y rtl na les que k* dan ■■lili 11li 1, y 1111■ 111>11111 nai ia11■i' 111e l lem 11 lilla signilii aciónluniiiin.il. 111 mn Vli nú I 1111111, I 1111••1•I (ó 111/, y ol 1lili lili 1uiióli igo'i ai Ina leu sea 1,1 11,11111111 hai «■1 vi 1 ó 1lia 11 a111tél li 1, mui iii ol uiu Iai ■a un >i* 1a ■«
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HISTORIOGRAFÍA
hombre, con respecto a su pasado y su presente, en pequeñas parcelas de finidas y fuertemente defendidas por límites departamentales profesiona les. La objeción a una fragmentación de este tipo resulta obvia: la solu ción de un problema importante que implica a personas reales, no puede plantearse normalmente dentro de ninguno de estos límites académicos artificialmente construidos (ni incluso si se consideran varios). Los histo riadores quedaron cada vez más aislados del acceso a un creciente margen de experiencia humana por causa de las nuevas disciplinas, situación que fue descrita con desesperanza por Cari Bridenbaugh en 1965 como “ una tendencia cada vez mayor de abandonar la historia a los científicos en el campo social, los cuales se. hallan culturalmente incluso más desvalidos que nosotros".6 Los científicos en el campo social, por otra parte, queda ron encerrados en una total ignorancia, o un excesivo interés, con respec to al pasado; en una omisión de los efectos del condicionamiento histórico sobre cualquier situación, conjunto de creencias u ordenamientos institu cionales existentes; en su falla de interés por los procesos de transforma ción, debido a la ausencia de modelos teóricos para abordar el problema del cambio en general; en su tendencia a escribir con una prosa intrinca da y difícil; en su creciente obsesión por la euantificación experimental o mediante encuestas, irreflexivamente aplicadas a los problemas más tri viales, o por una macroteoría excesivamente embrollada. Las peticiones de sociólogos preocupados por la historia como R. K. Merton, respecto a una mutua cooperación para la solución de problemas de medio alcance, permanecieron ignoradas en gran medida, tanto por los historiadores como por los científicos en el campo social. l’or 1930 comenzó a cambiarla marea dentro de la profesión histórica, y durante los siguientes treinta años más o menos, se entabló una enconada contienda entre los “ nuevos” y los "viejos” historiadores, que fue especial mente aguda en Francia, aunque se extendió también a Inglaterra y los Estados Unidos, que eran los otros dos centros principales de erudición histórica de la época. La contienda comenzó con el lanzamiento en Fran cia en 1929 de una nueva revista histórica, Afínales d'Histoire: Économ ique et Sociale (que posteriormente se llamaría Anuales, Économies, Sociétés, Civilisations), y el casi simultáneo lanzamiento de la E conotnic History Review en Inglaterra (que en sus inicios abarcó la totalidad de la historia social y económica).7 La contienda fue larga y aguda; nos podríamos dar una idea de su intensidad considerando el título, el estilo y
6 Cari Bridenbaugh en Neui York Times Booh Review Section, YA de enero de 1935, 7 Para un brillante análisis sobre el desarrollo de Armales y de la escuela histórica cue representa, véase J. H. Hexcer, “Femand fraudo} avid shc Monda Braudelinn. . Journal o f Modvrn Hislory, 44, núin. i , diciembre de 1972, pp. 480-541.
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el contenido del libro de Luden Fcbvrc, Combatí pour l'h ts to ire.* A lre dedor de 1960 los "nuevos historiadores” , con su orientación sobre las ciencias sociales, hablan capturado la imaginación y la apasionada fid e li dad de los jóvenes más talentosos: y ya por 1976, en Francia y en alguna medida en los Estados Unidos, se habían convertido en una élite poderosa con control sobre los círculos académicos, logrando incluso infiltrarse f i nalmente en bastiones de la ortodoxia como la Sorbona y H arvard. En Inglaterra, Past and Present, una revista con ambiciones y objetivos similares a los Anuales, comenzó una carrera ascendente y exitosa de p o pularización en 1960, para llegar a convertirse a finales de la década en su rival más seria en todo el mundo. Esta revista quizás ha ejercido mayor influencia en los Estados Unidos que en Inglaterra, ya que no obstante que algunos de los miembros de su consejo editorial se hallaban bien arraigados en Oxford, Cambridge y Londres, y a pesar de que muchos de ellos sustentan actualmente cátedras, estaban y siguen estando lejos de al canzar un impulso decisivo con respecto al poder y al prestigio académ ico en estos importantes puestos de la enseñanza inglesa. No es casual el que dos de los miembros del consejo editorial hayan emigrado desde entonces a los Estados Unidos, donde el alud de publicaciones periódicas fundadas en los sesentas habla por sí solo acerca del triunfo de este nuevo m o vi miento, en tanto que los títulos de las mismas son indicativos de la d irec ción en que ha estado soplando el viento: Comparativa. Studies iu Socicty and History; Journal o f Interdisciplinary History; Journal o f Social History; Com puten and the Humanities; Histórical Methods Ncw sletter; The History o f Childhood (hiarterly; Journal o f Psycho-History, y Family History. , Mientras tanto, en las ciencias sociales se dieron movimientos irrelevan/tes, y retrospectivamente abortivos en gran medida, por volver a la histo , ria. En el campo de las ciencias políticas, Gabriel A. Aimond afirmaba en ^1964 que8 9 los estudiosos de política comparativa, habiendo abandonado la historia pot seguir teorías y métodos de índole psicológica, antropológica y sociológica, podrían estar en el punto de volver nuevamente a la historia. Pero en caso de que lo hagan, traerán cor» ellos los planteamientos, los conceptos y los méto dos que luyan adquirido en sus pródigas estadías en otras áreas. En ía sociología parecía haber indicios de un retorno similar a la historia, siendo la prueba más notable al respecto la profusión de traducciones al inglés, en los cincuentas y los sesentas, y por vez primera, de quien fuera
8 Lucíen Pelmv, Combáis pour Vkútoi’re, 2;¿. ed., Parta, 19G!>. 5 Gabriel A, Aimond en American Socio logual lieuimu, 29, ntfm. 8. junio de 1964, pp. 410-419.
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quizá el más grande de todos los sociólogos históricos, Max W eber. La traducción de W eber probablemente ejerció una mayor influencia sobre la labor histórica en los sesentas, que cualquier otra influencia particular proveniente de las ciencias sociales, especialmente a causa de que ofreció una opción ante e l determinismo económico vulgar de índole marxista, que por ese entonces estaba cayendo en descrédito en el ámbito histórico; lo mismo que ante las teorías marxistas sobre las clases sociales, cuya inaplicabilídad a gran parte de las sociedades premodernas estaba resul tando patente; y ante las teorías marxistas vulgares sobre el cambio, que veían en la producción a la fuerza primordial capaz de generarlo en otros aspectos de la sociedad. Lo que los historiadores aprendieron de Weber fue que los factores culturales, ideológicos e institucionales no eran simples superestructuras, una tesis que se había vuelto cada vez más du dosa conforme progresaba la investigación. La traducción de W eber, al igual que un renovado interés por el joven Marx y por Émile Durkheim, vinieron a ser inmensamente estimulantes para los historiadores, incapa ces de comprender el lenguaje del reconocido decano de la sociología nor teamericana en boga, Talcott Parsons, o de utilizar provechosamente para sus propios fines lo poco que podían asimilar de las teorías estructuralis i as de éste. Por consiguiente volvieron con alivio a estos clásicos del siglo x ix y principios del XX. Tam bién entre los economistas se dio un renovado interés por la histon,i, aunque sólo fuera para recoger un mayor número de datos concretos i oh los (juc probar sus teorías. La consecuencia de esto fue un tremendo auge en la historia económica, mismo que se organizó de muy diversos un al
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tenían un mayor interés por acumular datos concretos, qu e por des arrollar modelos interpretativos. En Inglaterra, debido a cierta misteriosa peculiaridad de la historia administrativa, los historiadores de la economía tendieron a no vincularse ni a departamentos de historia ni a departa mentos de economía, estableciéndose en departamentos de historia eco nómica totalmente independientes e inevitablemente muy pequeños. Algunos de los miembros de estos departamentos provenían d el campo económico, pero la mayoría de ellos se capacitaron como historiadores y siguieron los métodos empíricos normales de investigación, qu e tan p ro fundamente arraigados parecen estar dentro de la cultura inglesa. A p e sar de algunos brillantes logros al principio, lo mismo que una sólida p ro ducción de obras de elevadísimo nivel de erudición, es probable que el aislamiento administrativo, y en última instancia el aislamiento intelec tual de los historiadores ingleses de la economía, con respecto a histo riadores no abocados al campo económico y a economistas profesionales, los conduzca a la larga a la introversión y la esterilidad. Las páginas de la Econom ic History Revisto muestran hoy día claros indicios de un desa rrollo de esta tendencia introspectiva. La demografía fue la ciencia social de mayor influencia en volverse ha cia la historia para probar sus teorías y ampliar su base de datos. Y preci samente los sorprendentes logros de la demografía histórica durante las últimas décadas, consecuencia de una fructífera interrelación entre de mógrafos <■ historiadores profesionales, será lo que se examinará poste i ¡crínente. La ciencia social que más recientemente ha comenzado ti mostrar interés, tanto por el pasado como pm las 11 tiusloiin.u tone, a ira vfis del tiempo, es Ia antropología, donde las investigar iones esiátii as di personas como Bronislaw Malinowslr i y Radr til fe Miown iva ím siendo sus t¡luidas por trabajos más refinados y de mayor ra¡gandiré lintóru a rnntu los de Edwarrl Evans-Piiichard, o más recientemente, pot la novísima an tropología simbólica de eruditos como Maiy Douglas, Vielot T u im i y C liffoíd Geertz. fínicamente a partir de los últimos cinco anos, comen •/.ando con la obra de Keílh V. Tilom as Religión and tli.n Decline <>¡ Mu gic: Studies in Popular Beliefs in Sixteenth and Sevanteenth-Ccntxuy England (Londres, W eidenfeld & Nicolson, 1971), la antropología ha co menzado a tener un efecto importante sobre la profesión histórica, parti cularmente en lo que se refiere al desarrollo de investigaciones acerca de religiones populares (por ejemplo las ceremonias de coronación y las fu nerarias, las festividades públicas y las manifestaciones grupales), o al folklore y a las formas y significados de las culturas populares. Mientras que la economía ejerció una gran influencia sobre la historia en los treintas, al tiempo que la sociología en los cincuentas, y la demografía en los sesentas, son estas formas más recientes de la antropología las que están
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atrayendo el mayor grado de atención por parte de algunos de los más jó venes entre los historiadores de la actualidad. Los años decisivos en cuanto al viraje del interés de los historiadores hacia las ciencias sociales, al igual que de las optimistas expectativas respecto a que los científicos en el campo social volvieran a la historia, tuvieron lugar a finales de los sesentas. No es difícil proporcionar pruebas para esta aserción. Finalmente, después de mucho tiempo, se han admitido en las páginas de por lo menos dos de las principales revistas oficiales, la A m eri can Historical Review y la Revu'e Historique, artículos que suministran una clara prueba de los métodos y los problemas a que se abocan los his toriadores influidos por las ciencias sociales (la Engltsh Historical Review ha mantenido hasta la fecha su tradicional y sectaria exclusividad). El se gundo testimonio es la gran afluencia, en los departamentos norteamerica nos de historia, de misioneros pertenecientes a la gran escuela francesa de historiadores conocida vagamente como la "escuela de los Anuales” (por ser su publicación interna), o la “Escuela de la V I Sección” (llamada así p o r su afiliación institucional con la V I Sección de la École Pratíque des l iantes Études de París).10Habiendo comenzando con un programa de in tercam bio para visitantes, elaborado por el Princeton University History Department en 1968, la pequeña afluencia de huéspedes se ha convertido en la actualidad en una verdadera avalancha, y la profesión histórica nor teamericana se está familiarizando profundamente con las personalida des y las obras de esta notablemente talentosa e innovativa escuela de in vestigación histórica. La tercera prueba viene a ser la transformados» de los temas de las sesiones en la convención anual de la American Historical Associaíion. En la actualidad, basta una mirada somera al programa para percatarse de que casi todos los proyectos que se llevan a cabo en los Es tados Unidos tienen como tema central el problema de los oprimidos y los marginados —los esclavos, los pobres, o las mujeres — , al igual que cues tiones referentes a la estructura y la movilidad sociales, la familia y el sexo, el crimen y las desviaciones, las culturas populares y la brujería, y d ifícil mente se hallará alguno que no emplee teorías sociales tomadas de la psi cología, la sociología o la antropología, o que no recurra a la metodología de las ciencias sociales como en el caso de la cuantificación. La primera impresión no resulta, empero, totalmente exacta después de un examen más detenido, pero el cambio operado de 1965 a 1975 es sorprendente. Con exclusión de las sesiones sobre métodos de enseñanza, se registrason 84 sesiones en la convención de la American Historical Association, celebrada en Atlanta en diciembre ele 1975, N o menos de doce de estas 84
ie Para v.na perspectiva introspectiva sobre los artuates enfoques de esta escuela, víanse Jacques
Le Goff y Picrre Nata, Faire de t'kútoire, París, 11W4 .
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se refirieron a temas como la Mujer (8), la Familia (3), y el Sexo (1 ), sin mencionar seis talleres sobre la Historia de la Mujer. La sesión sobre Sexo incluyó temas hasta cierto punto esotéricos como “ La sodomía y la m ari na británica durante las guerras napoleónicas” (es evidente que podría pensarse que éste no es precisamente uno de los aspectos históricamente más significativos de ese periodo europeo de crisis y levantam ientos so ciales). Los peligros de caer en modas extravagantes se hicieron patentes a partir de los contenidos de las sesiones en esta convención. El apoyo definitivo al nuevo movimiento se dio en 1966, cuando el T i mes Literary SupplemerU dedicó tres números completos a los “ Nuevos caminos en la historia” . Los artículos allí contenidos fueron de gran op timismo respecto al nuevo milenio histórico en perspectiva, que se en contraba, al parecer, tan sólo al doblar la esquina, tan pronto com o los historiadores anticuados abandonaran sus cátedras por jubilación o fa lle cimiento — o fueran quizás capaces de experimentar una conversión a la Nueva Lu z— , Por ejemplo, Edward Shils, quien pasa la mitad del tiempo en Chicago y la otra mitad en Cambridge, Inglaterra, escribió con o p ti mismo:11 En los Estados Unidos estamos siendo testigos de los primeros signos de una amalgamación entre la historia y las ciencias sociales, en una época en que los eruditos han dejado de considerar legítimo el confinarse dentro de los límites de su propia sociedad, en tanto que los historiadores están comenzando a libe rarse de las ataduras del historícismo. La consecuencia de esto, la cual se nos presenta actualmente de manera incipiente, es una ciencia social y una histo ria comparativa de gran erudición. Es el comienzo de una verdadera Science humaine. Esta ambición, tan bien descrita por Shils, es muy noble y no se le debe ver con escarnio. Significa reunir a la historia con todas las ciencias so ciales y las humanidades, para crear de nuevo un campo único que nos permita estudiarlos diferentes aspectos de la experiencia humana pasada y presente: quiere decir remontarse de hecho a 1850, pero con todo <•! caudal de conocimientos acumulado en los últimos 125 arios dentro tic una amplia gama de diferentes disciplinas.
La
in flu en c ia de la s ciencias sociales
Habiendo descrito los aspectos externos de la guerra civil y el exitoso triunfo de los revolucionarios dentro de la profesión histórica entre 1930 y
11 Londres,
Times ¡-iterary Supplement,
28 de julio de 1966. p 617
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1975, es tiempo de definir con más exactitud cuál fue la contribución de las ciencias sociales al nuevo movimiento. En primer lugar, obligaron a los historiadores a hacer sus aserciones y presuposiciones, hasta ese m o mento ínexpresadas y ciertamente inconscientes, más explícitas y precisas. A estos últimos les fue planteado el hecho de que su pretendida afirm a ción de carecer de tales aserciones no era más que una necedad engañosa. Después de todo, el pensamiento humano, “ antes de ponerse su traje de domingo para los fines de su divulgación, es un asunto nebuloso e intuiti vo: en lugar de una lógica transparente, encontramos en él una cocción burda y fragmentada de conceptos que se vislumbran a medias” .12 Los científicos en el campo social exigían que estos conceptos fueran traídos a la superficie y se expusieran a la vista de todos. Lo que se les pedía a los historiadores era que explicaran qué conjunto de aserciones y exactamen te cuál modelo causal con respecto al cambio estaban usando — cosas que la mayoría de ellos había tendido a evitar como si se tratara de la peste— . Se los aguijoneaba también para que definieran sus términos con mayor cuidado. Los historiadores siempre han hecho uso de. conceptos muy vagos y generales como “ feudalismo” , "capitalismo” , “ clase media” , “ bu rocracia", “corte” , “poder” o “ revolución” , sin explicar con claridad exac lamente qué entienden por ellos. Lo borroso de sus nociones ha llevado con mucha frecuencia a confusión, y es evidente hoy día, por ejemplo, que los dos debates más encarnizados y prolongados que registra la historiografía inglesa desde la.segunda Guerra Mundial, acerca del as censo o la decadencia de los hidalgos en el siglo XVI y comienzos del XVII, y su relación, si es que la hay, con la Revolución inglesa, y los prósperos o precarios estándares de vida de la clase obrera a finales del siglo XVIII y principios del XIX, se debieron en todo caso y en gran medida a ia incapa cidad mostrada por todas las partes para definir sus términos con clari dad. Como resultado de esto, quienes escenificaron los debates hablaban haciendo caso omiso en muchas ocasiones unos de otros, en lugar de confrontar los problemas directamente. L o mismo es aplicable al gran debate acerca de los orígenes sociales de la Revolución francesa, que ha persistido agudamente durante los últimos veinte años, si no es que más. L a tercera aportación de las ciencias sociales ha sido el refinamiento de las estrategias de investigación y la ayuda para definir los diversos proble mas y cuestiones. De manera particular, han señalado la necesidad de comparaciones sistemáticas en el tiempo y en el espacio, a fin de aislar aquello que es particular y único de lo general; la adopción de técnicas científicas de muestreo; y la conveniencia de usar otro grupo estándar además de aquel al que se esté sometiendo a examen, con objeto de hal5? Hudson, The Culi o f the Fací, p. 13.
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ccr comparaciones y evitar sacar conclusiones falaces de ejemplos aisla dos, Tam bién han señalado ciertas pautas repetitivas y posibles explica ciones respecto a fenómenos como la brujería, los movimientos milenarios y las “grandes revoluciones” , Su cuarta aportación importante es en metodología, en la evaluación de aserciones de sentido común y afirmaciones literarias mediante datos cuantitativos, siempre que esto sea posible. L a cuantificación, allí dónde se usa con discreción y sentido común, presenta muchas ventajas con res pecto a métodos de verificación histórica más antiguos. En prim er lugar, el material que usa son datos aparentemente precisos y verifieables, que deben descartarse o ratificarse sobre bases lógicas y científicas en lugar de recurrir a series selectivas de citas a partir de fuentes propicias. Com o el doctor Samuel Johnson hacía notar en 1783: “ Eso es, señor, lo bueno de contar. Todo aquello que antes flotaba confusamente en la mente a d quiere certeza,"11 Una discusión sobre la confiabilidad de las fuentes y la corrección del manejo estadístico se lleva a cabo necesariamente en un n i vel intelectual más elevado que una mera controversia ingeniosa de ca rácter retórico o un intercambio de citas contradictorias, y esto es p o r sí mismo un gran adelanto historiográfico. Aunque el resultado pueda ser una lectura más árida, ésta será más eaclarecedora al tiempo que genera rá — por lo regular — menos animosidad. En segundo lugar, cualesquiera que sean sus méritos positivos, la cuan tificación tiene virtudes negativas más contundentes. Con frecuencia puede destruir hipótesis infundadas que se basen en pruebas puramente literarias, o que estén sustentadas por prejuicios nacionales o personales. Para dar sólo dos ejemplos de esto, digamos que las teorías acerca de los benéficos resultados observados en los comienzos de la colonización espa ñola de México se derrumbaron por completo cuando las cuantifu acto nes demográficas revelaron que la población indígena había descendi do de 25 a cerca de 2 millones, menos de cincuenta años después de que Hernán Cortés desembarcara por vez primera. Por otra parte, la teoría acerca de que una rápida movilidad geográfica constituía una caracterís tica especial de las áreas fronterizas abiertas de los Estados Unidos a finaíes del siglo XIX, fue rebatida al descubrirse que pautas similares de un 'movimiento constante eran observables en Boston, ciudad situada al este del país. Ai En tercer lugar, la cuantificación hace que afloren las aserciones que deben hallarse subyacentes, si es que los términos tienen algún significa do, en el uso tradicional que los historiadores hacen de adjetivos corno
11James lioswell, Tin/ Life o f Samuel Johnson. 2 voL., Kveryman's Libravy, Londres, 1949, vol. 2, página 451.
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"más” , “menos” , "mayor” , "menor", “ creciente” , “decreciente” , etcétera. Tales términos no pueden emplearse en absoluto a menos que el autor ten ga, suspendidas por allí en algún lugar de su mente, ciertas cifras cuanti tativas no expresadas en que apoyarlos. La cuantifícación lo obliga a decirle al lector a qué se refieren dichos términos, y cómo se ha llegado hasta ellos. En cuarto lugar, la cuantifícación le ayuda al historiador a esclarecer sus argumentaciones, por la sencilla razón de que el tratar de expresar ideas en términos matemáticos puede ser uno de los remedios más eficaces que jamás se hayan inventado contra el pensamiento embrollado. Pero puede ser también un medio para evitar pensar, y debería asimismo advenirse que la cuantifícación aplicada a la historia pre senta grandes y crecientes peligros y desventajas, hecho que examinare mos detalladamente hacia el final de este ensayo. L a quinta y última aportación de las ciencias sociales a la historia ha sido proporcionar hipótesis que sean verificables contra los testimonios del pasado. Actualmente, en consecuencia, ninguno nos sustraemos al uso, cuando así conviene, de nociones como la revolución de mejores ex pectativas, el desencanto del mundo, el papel del carisma en la política, el valor de la “ descripción grosso m odo" como una form a de interpreta ción de la cultura, la importancia fundamental de un cambio de una bu rocracia patrimonial a una moderna, la alienación de los intelectuales, la crisis de identidad de los adolescentes, las diferencias entre status y clase, la familia de origen y la familia nuclear, etc., que son teorías adoptadas de otras disciplinas científicas del campo social. U no de los ejemplos más notables de las consecuencias tanto de la acep tación de factores determinantes y científicos del campo social con respec to a las posibilidades humanas, como de la adopción de una perspectiva comparativa que trascienda los límites nacionales, es el trabajo de Fcrnand üraudel E l M editenáneo y el mundo mediterráneo en la época de Felipe II. Publicado por vez primera en francés en 1949, revisado y ampliado en 1966, y publicado finalmente en inglés en 1972-1973,* éste es sin lugar a dudas uno de los trabajos individuales de historia de mayor influencia que hayan aparecido desde la segunda Guerra Mundial. Resul ta significativo por dos razones. En primer lugar, pone especial énfasis sobre la geografía, la ecología y la demografía como los factores limitan tes que establecen severas restricciones a to.da actividad humana. En se gundo lugar, se libera por completo de una perspectiva nacional y se orienta a través de la cuenca del Mediterráneo, considerando el tremendo choque entre el Islam otomano y la Cristiandad latina, que culminaría en la batalla de Lepanto en 1571, como un todo global, sin intentar en nin-
* Hay edición en español: México. Fondo de Cultura Económica, 1981.
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gún momento tomar partido. Comparadas con las vastas e inexorables oleadas de malaria, la tala de bosques, la erosión del suelo, el crecim iento y el descenso demográfico, el traslado de lingotes de oro y plata, o la revo lución en los precios, las acciones de emperadores corno Felipe I I parecen tener así una importancia sólo marginal en la evolución de las sociedades que se desarrollaron en torno al gran mar interior. Esto constituye un tipo de historia determinista y fatalista que resulta ajena tantc. a los liberales que creen en el libre albedrío, como a los marxistas que creen en la evolu ción sociológica basada en transformaciones dentro de los modos de p ro ducción. Ninguno de estos grupos ve con buenos ojos este pesimismo pragmático basado sobre las férreas limitaciones del maltusianismo y la ecología, Considerado desde esta perspectiva, aquel deslumbrante fen ó meno urbano que fue el Renacimiento italiano, aparecería corno un gran lujo cultura! que los recursos agrícolas y tecnológicos de dicha área simplemente no pudieron sostener. Con esto no se pretende aducir que el modelo de Braudel sea verdadero o falso, sino señalar únicamente el cam bio radical en cuanto a la perspectiva histórica implicado en este tipo de nociones tomadas en préstamo de las ciencias sociales. En este punto sería necesario comentar cómo deberían los historiadores enfocarse hacia las misteriosas y diversas disciplinas de sus colegas cientí ficos en el campo social, Para que el historiador obtenga de las ciencias sociales k que desea para sus fines, no requiere capacitarse prolongada y exhaustivamente en alguna o más do ellas. L a actitud correcta del histo riador ante cualquiera de las ciencias sociales no debería ser de un respe tuoso temor frente al arcano galimatías de un alto nivel de generalización teórica y de complejas fórmulas algebraicas. Debería introducirse en el campo más bien como un mero buscador en pos de una idea específica o de cierta información. No puede pretender dominar el campo, y no debe ría dejarse intimidar por el más necio de los proverbios que afirma que un conocimiento reducido es una cosa peligrosa. Después de todo, si esta sen tencia fuera cierta y la tomáramos en serio, nos veríamos obligados inme diatamente a abandonar por completo la educación secundaria, prepara toria y universitaria, puesto que por definición se trata de formas educativas superficiales. No hay nada de malo en hurgar en algunas de las ciencias sociales para tratar de hallar alguna fórmula, hipótesis, modelo o método que tenga una aplicabilidad inmediata a nuestra propia labor, y que parezca poder ayudarnos a entender mejor nuestros datos, y ordenarlos c interpretarlos de tina manera más significativa. Por supuesto, es de importancia funda mental el elegir la teoría o el método adecuados, en lugar de aquellos que resulten incorrectos, pero esta elección no es fácil en vista de que no hay ninguna ciencia social que en la actualidad tenga un Modelo Verdadero,
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así como debido a l hecho de encontrarse todas ellas en un estado casi caó tico y altamente primitivo. De hecho, en este momento algunas de ellas, principalmente la economía, la sociología y la psicología, parecen hallarse al borde de la desintegración y el hundimiento intelectuales. Por otra parte, esto deja al historiador en libertad para seleccionar lo que más le convenga. Puede adoptar nociones sociológicas de índole marxista, weberiana o parsoniana; o conceptos de la antropología social, cultural o sim bólica; o de teorías económicas tan diversas como la clásica, la keynesiarta o la neomarxista; o bien de la psicología freudiana, eriksoniana o junguiana. L o mejor que puede hacer el historiador es seleccionar todo aquello que le parezca ser lo inmediatamente más esclarecedor y útil; considerar cualquier fórmula, modelo, hipótesis, paradigma o método muy por de bajo de una verdad apodíctica; apegarse a la firme convicción de que cualquier teoría unilinea! y monocausal para explicar un suceso histórico importante está destinada a ser falsa; y no aterrarse ante el refinamiento metodológico, especialmente en el caso de la cuantificación: de hecho, emplear todo el sentido común de que disponga para compensar su igno rancia técnica. Este es, y hay que admitirlo, un procedimiento peligroso. Cualquiera de las ciencias sociales es una frontera que se desplaza con rapidez, y con mucha facilidad el intruso de otra disciplina puede en su prisa tomar un conjunto de ideas o de herramientas que se encuentren ya superadas. Ig norar las aportaciones de las ciencias sociales es ciertamente fatal; tener dominio sobre todas ellas, o incluso sobre una en particular, es a todas lu ces imposible. Usualmente, lo más que el historiador puede esperar al canzar es la perspectiva general, y hasta cierto punto superficial, de los es tudiantes universitarios que con entusiasmo se interesen en el campo. Por lo general, con esto es suficiente, y en efecto, debido a la proliferación y a la creciente especialización de las disciplinas que se ocupan del hombre, es lo más que puede esperarse. Empero, el historiador debe avanzar con cautela a través de estas áreas y no olvidar jamás las limitaciones que su ignorancia relativa le impone. Es ésta una ignorancia prescrita ineluc tablemente por el enorme crecimiento con respecto al cauda) de conoci mientos, lo mismo que por su fragmentación en disciplinas herméticas y especializadas.
La
nueva h is t o r ia
I.a "nueva historia” que ha surgido de la gran agitación dentro de la pro fesión durante los últimos cuarenta años, presenta las siguientes caracte rísticas, las cuales la diferencian de las formas historiográficas del pasado:
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En primer lugar, organiza su material de una nueva manera; los libros se escriben siguiendo un orden analítico, no narrativo, y no es coincidencia que casi todos los trabajos históricos, considerados como relevantes en el último cuarto de siglo, hayan sido analíticos en lugar de narrativos. En se gundo lugar, plantea nuevas preguntas; por qué las cosas ocurrieron de la manera en que lo hicieron y cuáles fueron las consecuencias, más bien que las viejas preguntas acerca del qué y el cómo. Es con objeto de resol ver estas nuevas preguntas que el historiador está obligado a adoptar una organización analítica de su material. Én tercer lugar, se ocupa de nuevos problemas, primordialmente en tres áreas, todas ellas referentes a la rela ción entre el hombre y la sociedad en el pasado. La primera se refiere a la base material de la existencia humana, a las limitaciones impuestas pol la demografía, la geografía humana y la ecología (que reviste un interés particular en Francia); a los niveles tecnológicos, los modos de produc ción y distribución económicas, la acumulación de capital, lo mismo cjue al crecimiento económico. La segunda comprende el enorme campo aún en expansión de la historia social. Ésta abarca el estudio de las funciones, la composición y la organización de toda una gama de instituciones que subyacen por debajo del nivel de aquellas encontradas en el Estadonación, instituciones para la distribución desigual de la riqueza, el poder y el status; instituciones para la socialización y la educación, tales como la familia, la escuela y la universidad; instituciones de control social, tales como la familia, la policía, las prisiones y los asilos; instituciones de traba jo, tales como las empresas, los monopolios y los sindicatos; instituciones de gobiernos locales, tales como ayuntamientos, prebostes y maquinarias políticas de carácter urbano; e instituciones destinadas a la cultura y al ocio, tales como museos, galerías de arte, editoriales, ferias de libros, fes tivales y deportes organizados. Más allá de las instituciones sociales, se localiza un interés intenso pol los procesos sociales: por la movilidad ocupacional geográfica y social,' tanto entre grupos como entre los individuos pertenecientes a ellos, y pol las pautas cambiantes de distribución referentes a las tres variables fun damentales: riqueza, poder y status, Se están haciendo esfuerzos por in vestigar dicha movilidad - o su ausencia-— en términos de conflicto o co operación de grupo. Esto conduce a una búsqueda de las raíces sociales de los movimientos ideológicos o políticos, tanto entre los líderes de las d i versas élites como entre las masas que los siguen, por ejemplo con respecto a los puritanos del siglo XVII, a los radicales políticos o religiosos del si glo XVIII, a los liberales del siglo XIX, o bien a los fascistas del siglo XX.14 U K.J. Hobsbawm. "Prona Social History lo tile History oí Socicty”. fíuedalus: Journal afilie Ame rít and Sciences, invierno
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La tercera área de actividad, la cual está creciendo rápidamente en im portancia, consiste en una nueva clase de historia sociocultural. Ésta asu m e la forma de análisis exhaustivos acerca de los efectos de los cambiantes medios de comunicación sobre la opinión pública, a través de la impren ta, la alfabetización y la divulgación subrepticia de literatura censura da; acerca de ios vínculos de la alta cultura con su matriz política y social; acerca de la interacción bilateral entre la alta cultura y la cultura popu lar; y, finalmente, pero no por ello menos importante, acerca de la cultu ra de las masas semialfahetas, como un campo de estudio autónomo, y no meramente como una parte importante del creciente campo de la historia laboral. La cuarta característica de la “nueva historia" es su nueva temática, a saber, las masas más bien que la reducida élite del 1% , o a lo sumo el 2 % , cuyas gestas y escritos habían constituido hasta ahora la materia his tórica por excelencia. Se ha dado un intento deliberado por romper con esta fascinación respecto a los dejtentadores hereditarios de) poder político y religioso, los monopolizadores de la mayor parte de la riqueza de capi tal, y los consumidores exclusivos de la alta cultura. En su “ Elegía sobre un cementerio de aldea" el poeta inglés Tilomas Cray observaba: N o se permita. . . a la grandeza escuchar con una desdeñosa sonrisa, Los escasos y simples anales de los pobres. Hasta muy recientemente, ios historiadores habían mirado, en efecto, a los pobres con una “ desdeñosa sonrisa” , concentrando la mayor parte de su atención sobre los reyes y los presidentes, los nobles y los obispos, los g e nerales y los políticos. Esta situación ha cambiado dramáticamente en las últimas décadas, y algunos de los trabajos de historia más importantes se han dedicado a las masas incultas, cuyos anales han resultado ser a través de su estudio ciertamente escasos, pero de ninguna manera simples. T ra bajos de especialistas como Eugene Genovese sobre los esclavos en los Es tados Unidos; de E. P. Thompson y E. J. Hobsbawm sobre la clase obrera en Inglaterra; o de Marc Bloch, Georges Lefebvre, Georges Duby, Fierre Goubert y Emmanucl Le Roy Laduric sobre el campesinado francés, se reconocen generalmente como las principales obras clásicas de su gene ración. El reto, que de una manera o de otra ha sido en cierta medida afronta do satisfactoriamente desde el siglo XVI, es de qué manera hallar.alterna tivas para la reconstrucción no únicamente de la experiencia económica y social, sino también de la estructura mental, los valores y la concepción del mundo de pueblos que no han dejado tras de sí ningún registro escri to sobre sus pensamientos y sentimientos personales: dicho de otro modo,
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el 99% de la totalidad de la raza humana que haya existido antes de 1940. El impulso para efectuar este viraje radical en la temática provin o in dudablemente de la antropología y la sociología, pero las técnicas para ahondar en áreas tan oscuras de la experiencia del pasado han sido des arrolladas, y aún lo están siendo, independientemente por una serie de historiadores con gran imaginación y dedicación, los cuales se han visto obligados a descubrir nuevos materiales en los que fundamentar su labor. Como resultado de todos estos adelantos, han surgido por lo menos seis nuevos campos importantes de investigación histórica, los cuales aún se encuentran en la heroica fase de exploración primaria y rápido desa rrollo, y cuyos profesionales tienen la posibilidad de disfrutar, al igual que los científicos de la naturaleza, de lo estimulante que resulta hacer retroceder año con año las fronteras del conocimiento fác.tico y de la comprensión teórica. Se trata de campos que se hallan en la prim era y explosiva etapa de la acumulación de conocimientos y formación de h ip ó tesis. Uno de ellos es la historia de la ciencia, entendida tanto como un dis curso interno y autónomo acerca del intercambio de ideas entre un puña do de hombres de genio, como una reflexión sobre los cambiantes tipos de cultura y sociedad en diversas épocas. El concepto de T . S, Kuhn sobre el paradigma científico y su modo de transformación, lo mismo que la labor de R. R. Merton respecto a la sociología de la profesión científica, han ve nido a revolucionar el campo. El segundo campo es la historia demográfica, que se ha desarrollado como resultado del reconocimiento por parte de los demógrafos m oder nos del papel fundamental del tamaño y el crecimiento de la población, lo mismo que de los márgenes de edad, en la determinación de la gran va riedad de aspectos que presenta la vida en el siglo XX. Esto ha traído como consecuencia un análisis exhaustivo de ios registros demográficos del pasado, principalmente de material relativo a censos y registros parro quiales de bautizos, matrimonios y entierros, cuyos frutos apenas están comenzando a recogerse. Pero en la actualidad es evidente que por lo me' nos desde el siglo XVI, tanto la Europa Noroccidental como la Am érica del Norte han experimentado como pauta única matrimonios muy tar díos e índices relativamente bajos de fertilidad. También resulta manifiesto que se han producido cambios notorios en cuanto al tamaño y las tenden cias demográficas en el pasado, tanto en el grado de mortalidad com o en los índices de fertilidad, los cuales se han combinado para formar una es pecie de pauta homeostática. Esto no invalida la hipótesis de una transí ción demográfica fundamental en el siglo XIX, desde índices elevados de nacimiento y defunción hasta índices bajos en este mismo respecto, pero
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sí modifica significativamente su efecto y socava las primeras aserciones acerca de un mundo demográfico premoderno uniforme.15 El tercer campo es la historia de las transformaciones sociales, el estu dio de la interacción entre el individuo y la sociedad que lo rodea. Esto ha implicado la identificación de grupos con un status social y las diversas clases sociales, distintos análisis acerca de las instituciones, las estructuras y los valores sociales, lo mismo que acerca de pautas de movilidad social grupal e individual. El cuarto campo es la historia de la cultura de masas ~ de las mentalités (un término francés intraducibie pero de inapreciable valor) — . R e curriendo constantemente a ideas antropológicas como su fuente de inspi ración, este nuevo campo ha producido ya, en lo referente a los siglos XVI y XVII, trabajos tan notables como los de R. Mandrou sobre las creencias populares, N. Z. Davis sobre los rituales y los festivales, K. V. Thomas sobre la magia, E. Eisenstein sobre los efectos de la invención de la imprenta y la consecuente alfabetización, al igual que estantes enteros de libros y artículos sobre brujería; en cuanto al siglo XVIII, ha producido es tudios como el escrito por Miehel Vovelle acerca de la descristianización, o el trabajo sobre la difusión de la baja cultura durante la Ilustración, de Robert Darnton; y en cuanto al siglo XIX, el surgimiento de la cultura política de la clase obrera ha sido analizado por E. P. Thompson en lo que se refiere a Inglaterra, y por Mauricc Agulhon y Charles Tilly, en lo que respecta a Francia. El quinto es la historia urbana, un campo que aún parece estar a la búsqueda de un problema de análisis, en vista de que se halla vagamente definido debido al hecho de que comprende todo lo que ocurre en las ciudades. En la actualidad es úr» área primordialmente cuantitativa en cuanto a su metodología, y tiene que ver con la geografía, la ecología, la religión, los valores sociales, la sociología, la demografía, la política y ■ila administración consideradas en su carácter urbano.16 m Finalmente, tenemos la historia de la familia, que también se halla ac tualmente en una fase explosiva, aunque todavía incoherente, de des arrollo, N o abarca únicamente los límites demográficos que restringen La SÉ K vida familiar, sino también los lazos de parentesco, las estructuras domes- : ticas y familiares, los arreglos y los convenios matrimoniales, así como sus
15 JGdwavd A. Wrigley, Populalion and Jlntory, Londres, 1969: y David V. Gíass y D- E. C, Everslcy, comps., Popularon tn History: Essays m Ilistorical Demograpliy, Londres, 1965. l
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causas y consecuencias sociales y económicas, lo cambiante de los papeles sexuales y su diferenciación a través del tiempo, las actitudes cam biantes con respecto a las relaciones sexuales y sus prácticas, y los cam bios en los vínculos afectivos que unen a los cónyuges, y a los padres con los hijos. Estos seis campos comprenden únicamente las que hoy día parecen ser las áreas más promisorias para una nueva investigación. Pero hay por lo menos otras tres aspirantes que se podrían considerar, Nuevas formas de historia política, dependientes de análisis computaiizados sobre tom a de decisiones en listas de carácter legislativo y sobre la correlación entre el comportamiento popular electoral y variables culturales y sociales, han tenido hasta ahora un arranque más bien tentativo que prom etedor. A m bos análisis llevan mucho tiempo y los frutos se observan muy lentamente. Además, el segundo, que depende del concatenamiento entre votaciones de distrito y votaciones de barrio con variables económicas, religiosas y ét nicas, y de otra índole, reveladas en los datos de censos tomados en el si glo XIX, está sujeto a la "falacia ecológica” , a la cual no es de ninguna manera fácil sustraerse. N o es posible vincular sin más la inform ación estadística sobre las características de un grupo que viva en un área g e o gráfica dada, con el comportamiento político específico y eventual de un grupo particular, pero desconocido, de individuos en dicha á rea ,17 L a nueva historia política apenas lia logrado, por consiguiente, desprenderse del suelo, a pesar del exhaustivo y costoso banco de datos acumulado por el Inter-Üniversity Consortium for Political Research en Ann A rbor. Actualmente, la psicohistoria ha exigido con insistencia el que se le considere como un campo legítimo por derecho propio. Dicho campo puede asumir dos formas, de las cuales la primera se refiere al estudio de los individuos, de la influencia de la experiencia infantil y pueril sobre la estructura psicológica, y por lo tanto sobre la conducta y las acciones, así como al análisis de los líderes intelectuales o políticos en el pasado. Esto implica el profundizar en lo que viene a ser un periodo normalmente bas tante oscuro en la vida incluso de hombres y mujeres sobre los cjue exista una extensa documentación, así como hacer ciertas aserciones teóricas ■ acerca de los vínculos entre la experiencia infantil y la conducta adulta. Cs sorprendente, al tiempo que desalentador, que el trabajo más relevan te en esta área siga siendo uno de los más antiguos: Young M an Luth er: A Studyin Psychoanálysis and History (Nueva York, W . W . Norton, 1958) de Erik H. Erikson. La segunda forma de la psicohistoria se presenta íAfiotno un estudio de la psicología de grupos particulares. Dos de los libros de mayor influencia a este respecto son Centuries o f Chtldhood: A Social
!1W .S, Xtobinson, "Ecólogical CoL'vclations and the Behavioi' of Individuáis", American SocioloIb, núm. 5, junio de 1950, pp. S51-X57.
gtcal Re.view,
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Htslory o f Family Life (Nueva York, Knopf, 1962) de Philíppe Aries, y Slavery: A Problem in American Institutional and Intellectual L ife (2a. ed., University of Chicago Press, 1968) de Stanley M. Elkins, los cuales se ocupan, respectivamente, de los niños y de los esclavos.18 Sin embargo, com o se verá posteriormente en este ensayo, hay fuertes indicios de que la psicohisforia se está desarrollando a través de lincamientos ahistóricos y dogmáticos, con base en aserciones no probadas de las ciencias sociales con respecto a la naturaleza humana, que son totalmente independientes de la influencia de un condicionamiento cultural históricamente fundado. El dilema de si se debería incluir a la historia económica como uno de los campos que aún se encuentran en la etapa explosiva de su desarrollo, viene a ser un problema que todavía está sin resolver. Es indudable que la fase heroica y primera tuvo lugar aproximadamente entre 1910 y 1950, bajo la férula de eruditos como Frederic C. Lañe, Thornas C. Cochran y John U. Nef, en los Estados Unidos; M. M. Postan, J. H. Clapham y T . S. Ashton, en Inglaterra; y Marc Bloch y Henri Sée, en Francia. Estas perso nalidades, al igual que otras de igual relevancia pertenecientes a su gene ración, se hallan actualmente retiradas, o bien han fallecido. Por otra parte, los diarios profesionales y los libros a este respecto dan la impresión de que la mayor parte de la actual generación tiene como preocupación principal el terminar operaciones, llenar los hiatos fácticos, modificar hi pótesis extremadamente simplificadas y, en términos generales, remozar el campo. El nuevo impulso dado a este campo proviene de los estados centrales de los Estados Unidos, de la llamada “nueva historia eco nóm ica” , la cual se apega considerablemente a modelos econométricos formales y a refinadas y avanzadas elaboraciones matemáticas de eco nomía pura.19 L a medida en que esta “ nueva historia económica” podría transformar y revivificar esta área es un problema sobre el que todavía hay mucho que discutir. Existen serias dudas acerca de hasta qué punto una historia Para algunas exposiciones sobre psicobistoriogi afía, véanse Cushing Strout» "Ego Psychology and the Historian” , Hislory and Thcyry: Stitdícs in [he Philosophy o f History, 7, núm, S (19G8), pp, 281*297; Alaín Bcsangon. "Veis une histoirc p$ychanalytiquc'\ Aunóles, Économies, Sodétés, Civilisntions, 24, núm. 3, mayo-junio de 1969, pp. 594-616, y 24, núm. 4, julio-agosto de 1969/ pp. 1011-1033; Bruce Mazlish, "Whai is Psychohistory?", Transactians of the Royal Jíistorical So* ciety (Londres), 5a. serie, 21, 1971; yFrank Manuel, "The Ufe and Abuse of Psychology inHistory” , en Ifislorical Sludtcs Today, comps. Félix Oilbcrt y Stephen R. Gntubard. Nueva York, W. W. Norton, 1972. Otros ejemplos de esta índole se encontraran en Bruce Matlish, uonip., Psychounalysís and Htslory, ed. corregida, Nueva York, 1971; y Robert jay T ifio», conip., Explnrations in Psyc/iohistory: The Wellfleet Papas, Nueva York, 19.74. 19 Para dos recopilaciones de trabajos representativos de esta nueva escuela, véanse Robert W. Fogcl y Stanley I - Kngerman, comps., The Rsinterpretalion o f American Economic History. Nueva York, 1971; y Peter Temía, comp., The Ñero Economía Htslory: Setaoled Readíngs, llarrnoiujs* worth, 1973.
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contrafáctica, descrita por un crítico como "si mi abuela tuviera ruedas seda un histórico camión greyhound", podría ser de utilidad práctica para los historiadores, a quienes concierne aquello que ha pasado, n o aquello que pudiendo haber sucedido no ocurrió. Después de todo, es un hecho que los Estados Unidos construyeron, en efecto, ferrocarriles en lu ga r de ate nerse al transporte marítimo de mercancías a granel. La historia contra fáctica es una útil ayuda metodológica para esclarecer el pensamiento con respecto a hipótesis históricas, pero hasta allí.20 Existen incluso dudas más serias acerca de si datos tan poco seguros, como aquellos qu e sobrevi ven hasta periodos tan tardíos como el siglo XIX, son lo suficientemente sólidos para constituir una base estable para las frágiles y refinadas super estructuras que los “cliometristas” — como ellos mismos gustan llamarse — sienten placer en construir. N o obstante el vértigo que causa el con templar estas impresionantes construcciones, parece que no están tan sólida mente edificadas cuando se les somete a un examen crítico y detallado. Una de las dificultades de aplicar la teoría económica a la historia es que fu n ciona mejor con problemas donde las variables son pequeñas y, por lo tanto, manejables; pero estos problemas son frecuentemente tan lim ita dos que resultan triviales. Otra es que dicha teoría se refiere a un mundo donde la elección es siempre libre y racional, y jamás es deformada por prejuicios personales, predisposiciones de clase o poderes monopólicos; pero este mundo nunca ha existido.21 Es notable que, con excepción de los análisis de comportamiento elec toral y de listas, todas estas áreas queden comprendidas bajo la rúbrica general de historia mental, social o ecológica; que excepto en el caso de la historia de la ciencia y la psicohistoria individual, todas ellas se ocupen de las masas más que ele las élites', que consideren el cambio principalmente en términos de largos periodos de tiempo, en lugar de periodos cortos; y que su marco de referencia tienda a ser más amplio o más reducido que el Estado-nación. Con objeto de ocuparse de los problemas de estas nuevas áreas, los histo riadores han adoptado toda una gama de nuevas técnicas, todas ellas toruadas en préstamo de las ciencias sociales. Una de éstas es la prosopogra; fia, como los historiadores clásicos han dado en llamaría por rancho tiempo,
Journal of Social History, 7 , 1974, p 376. C. C o rh ra n . "E c o n o m ic H is to iy , O id and N e w " . American Hmorical lleview, 74, núm . 5 , ju n to de 1969, p p . 1561-1575?; M . L e v y - L e b o y e r , " L a new c c o n o m ic h is to ry ". Anuales, Economies, Sociétés, Civtliiations, 2*1, n ú m . ó. s e p tie m b re -o c tu b re d e 1969, pp. 1035 1069; 11. |. ! labaltkult " E r o n o m ic History atril E co u o in ic T h e o r y ” , en Hislortcal Sin,lies Today, com p s. E, G ilb c r t y S. R. G ia u b a r d . pp 27-44; y A lltc tt F is h lo w , " l i t e N e tv E c o n o m ic H is to ry R e v is itc d ".Journal of l'.inopcan Elconomic Histoiy, 3. núnr. 2, o to ñ o cíe 1974, p p. 493-467. 20 E. j . H o b sb a w tn , " L a b o r H is to ry a n d I d c o lo g y " .
21 P a ra diversas e v a lu a c io n e s acerca de la v irtu d d e la "n u e v a h isto ria e c o n ó m ic a ", véanse T h o n ra s
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o el análisis de línea de curso, como la denominan los científicos en el campo social- Esta es una herramienta fundamental para la exploración de cualquier aspecto de la historia social, e implica una investigación retrospectiva de las características comunes de un grupo de muestra de protagonistas históricos, mediante un análisis colectivo de un conjunto de variables uniformes acerca de sus vidas — variables referentes al naci miento y la muerte, el matrimonio y la familia, los orígenes sociales, la posición económica y el status heredados, el lugar de residencia, la educa ción, el monto y las fuentes personales de ingreso y de riqueza, la edu cación, la religión, la experiencia en un oficio, etcétera — , Esta herramienta se usa principalmente para abordar tanto el problema concerniente a las raíces sociales d e la acción política, como el de la estructura y la m ovili dad sociales. Los análisis referentes a las élites, que hasta hace poco cons tituyeron el objeto principal de tales investigaciones, tomaron relativa mente poco en préstamo de las ciencias sociales, y puede decirse que la labor de eruditos corno sir Ronald Syme y sir Lewis Nam ier debió muy poco, si no es que nada, a Vilfredo Pareto, Gaetano Mosca, y a otros teó ricos del eliíismo político. Los estudiosos de las masas, por otra parte, se han visto fo rza d o s..o bien han optado deliberadamente por e llo ... a se guir los pasos de los investigadores de encuestas, a ignorar el rico carácter evocativo de los análisis de casos individuales, y a limitarse a establecer las correlaciones estadísticas de una pluralidad de variables con respecto a una muestra de la población, con la esperanza de lograr ciertos resultados significativos. En la actualidad, esta técnica ha engendrado una serie de nuevos ramos subordinados, tales como la psefología, o el estudio dei comportamiento electoral con base en una correlación de las pautas de votación observadas en el electorado mediante datos de censos, y el análi sis de listas, un estudio del comportamiento electoral de los legisladores.22 El segundo método significativo es la historia local, el análisis profun do de una localidad, se trate de un poblado o de una provincia, en un in tento por escribir una “ historia total” , dentro de un marco geográfico controlable, y al hacer esto esclarecer problemas más amplios con respec to a las transformaciones históricas. Los mejores trabajos a este respecto han sido producidos indudablemente por los franceses, como és el caso de Fierre Goúbert y Etnmanuel Le Roy Ladúríe en lo tocante a provincias enteras, de Fierre Deyon con respecto a una ciudad en particular, y de Martille Segalen y Gerard Bóuchard en lo referente a un poblado en espe cial. Empero, la historia colonial de Nueva Inglaterra ha sido revoluciona da por estudios similares a cargo de Philip Greven, John Demos, Kenneth Lockridge, y otros, en tanto que la historia inglesa se ha visto enorme
22 I.awicnce Seone, "ProsoRography", Daedalus. invierno de 1971, ]))) -í6-79.
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mente enriquecida por la escuela de estudios locales ubicada en Leicester, especialmente por los trabajos de W illiam G. Hoskins y Joan Thirsk.23 Los “ nuevos" historiadores también han tomado en préstamo de las ciencias sociales toda una serie de nuevas técnicas, la m ayoría de las cuales ya se han mencionado: la cuantificación, los modelos teóricos cons cientes, la definición explícita de los términos, y una disponibilidad para ocuparse de tipos ideales y abstractos, lo mismo que de realidades p a rti culares. La nueva herramienta que han tomado prestada es la com puta dora, la cual fue primeramente concebida para los científicos de la natu raleza, adaptándose y adoptándose después por los científicos e.n el campo social, mientras que actualmente se vuelve cada vez más un auxiliar bastante común para el historiador abocado a la investigación en estos nuevos campos. Por 1960, los historiadores obtuvieron repentinamente un libre acceso a esta máquina inmensamente poderosa, aunque obtusa en extremo, capaz de procesar enormes cantidades de datos a una veloci dad fabulosa, pero con la condición de que éstos le sean presentados m e diante categorías limitadas, con frecuencia más bien artificiales, y de que las preguntas se le formulen de manera muy clara, lógica y precisa. Q u in ce años de variada experiencia con este tipo de máquinas han perm itido que los historiadores puedan evaluarlas de una manera más am plia con respecto a sus aplicaciones potenciales y sus defectos reales. Guando una computadora opera con grandes cantidades de datos, es capaz de respon der más preguntas y evaluar un mayor número de correlaciones múltiples que las que cualquier mente humana podría manejar durante toda su vida. Pero lo que no le es posible es tolerar ambigüedades, por lo que exige qüe los datos se procesen en forma de paquetes precisos y ordenados m e diante categorías claramente definidas, lo cual puede deformar cierta mente la complejidad y lo incierto de la realidad. En segundo lugar, la elaboración del material para la máquina lleva muchísimo tiempo, de manera que, en términos generales, en tanto que su uso incrementa enor memente el tamaño de la muestra y la complejidad de las correlaciones de variables, puede por otra parte frenar la investigación en vez de acele rarla. En tercer lugar, su uso impide el proceso de retro alimentación por el que el historiador piensa normalmente, y gracias al cual sus intuiciones son probadas por los hechos, al tiempo que éstos generan a su vez nuevas intuiciones. Cuando el historiador emplea una computadora, este proce so bilateral resulta imposible hasta el término mismo de la investigación, puesto que únicamente cuando la copia impresa se halla finalmente dis28 Picrrc Coubert, "Local I-listory", Dacdahu, invierno itc 1971, pp. 113-127; y Lawrence Scone, “English and United States Local Histoiy". Dcadalus, invierno de 1971, pp. 128-132,
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ponible, pueden conseguirse las claves para posibles soluciones a los problemas, y hacerse factible, por lo tanto, el que se generen nuevas ideas y nuevos problemas. Desafortunadamente, a veces ocurre que las omi siones, o el registro o la codificación incompleta de datos, impiden la po sibilidad de obtener las respuestas a nuevos problemas que sean genera dos en una etapa ulterior. Lo peor de todo es el tipo de atrofia de las facultades críticas que el simple uso de tarjetas perforadas parece traer consigo. Como el doctor Hudson señala:24 La mayoría de. los científicos en el campo social que confían en tarjetas perfo radas y en las computadoras, en la práctica parecen abandonar su poder de razonamiento, y en consecuencia, sus datos quedan casi sin excepción defi cicntemente analizados, o bien, analizados de una manera torpe y burda. Pa recería como si el investigador se convirtiera de manera sutil en una creatina de la maquinaria de procesamiento de datos, y no al reves. K1 historiador, a pesar de su prolongada formación humanística, está sujeto a esta insidiosa y ruinosa deformación mental, al igual que sus cole gas en las ciencias sociales. La computadora es una máquina en cuyo uso elemental deberían en los sucesivo capacitarse la mayoría de los historiadores profesionales que se dedican a la investigación —un curso de seis semanas es suficiente a este respecto — , pero no debería empleársele como último recurso. Siempre que sea posible, se recontienda especialmente a los historiadores dados a c.uantificar que trabajen con muestras más pequeñas y usen una calculadora manual. A pesar de sus innegables y extraordinarias virtudes, la computadora no es de manera alguna la respuesta a los ruegos del histodador social, como en algún momento se pensó que podría serlo.
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Casi no hay duda de que la “ nueva historia'' de los últimos cuarenta años, §, que tanto debe a los “préstamos” de las ciencias sociales, ha venido a u jii venecer la erudición histórica y ha hecho que este intervalo de tiempo,
gulloso de todo aquello que. se ha logrado para hacer progresar ia;|g¡¡ comprensión con respecto a los hombres de las sociedades del pasado. ?AHudwn, The Culi ojthe Vrut, p. fi-l. n. ti.
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Actualmente, sin embargo, el futuro se vislumbra menos prom isorio, en parte debido a que el éxito mismo del movimiento está generando cier tos indicios de arrogancia. En medio de la presunción de la victoria, a lgu nos de quienes más fervientemente respaldan, mostrando resolución y con fianza en si mismos, algunos aspectos de la nueva historia, no sólo hacen afirmaciones exageradas respecto a sus propios logros, sino que tratan la temática y la metodología de historiadores más tradicionales con un in merecido desprecio. Esta actitud está causando inevitablemente una reacción violenta, y todo parece indicar que se está dando un renovado conflicto entre Antiguos y Modernos —una situación que sólo p u ed e re sultar perniciosa para ambas partes— . La falta de moderación de los nuevos vencedores queda resumida del mejor modo en los títulos y los contenidos de algunos manuales recientes, escritos por algunos de los más relevantes exponentes del arte histórico en los Estados Unidos y en Francia. En 1971, David S. Laudes y Charles T illy publicaron una colección de ensayos intitulada History as Social Science (Englewood Cliffs, N.J., Prentice-Hall), en la que se hacían algunas aseveraciones muy aventu radas con respecto a la "nueva historia” . En 1974, Fierre Ghaunu publicó Histoire, science sociale: La durée, l'espace et l'hom m e á l'époque m od erne (París, Société d ’Édition d ’Enseignement Supérieur), donde sostenía que la historia era ni más ni menos que una ciencia social. La aserción fundamental que está detrás de esta actitud hacia la historia com o dis cíplina, ha sido descrita acerbamente por un crítico: " A juicio de a lgu nos, el adoctrinamiento sistemático de los historiadores en todas las cien cias sociales evoca una escena de inseminación, en la que Clío yace inerte y desapasionada (tal vez con los ojos en blanco), mientras el antropólogo o el sociólogo esparcen sus semillas en su vientre." El crítico (E. P. T h o m p son) insta con todo derecho a que la Musa de la Historia dé una respuesta más enérgica y vigorosa ante esta franca agresión a su persona (y una que vaya más de acuerdo con la revolución sexual de nuestro tiem po).25 L a principal objeción a una integración total de la historia dentro de las ciencias sociales, tal como es defendida por Chaunu y otros, es que "la dis ciplina de la historia es por sobre todo una disciplina de contexto” . Se ocupa de un problema específico y de un conjunto específico de p rotago nistas, en un lugar y un tiempo específicos. El contexto histórico es lo más importante, y no puede ignorársele o prescindirse de él con objeto de aco modar los datos dentro de un modelo abstruso tomado de alguna ciencia social. La brujería en la Inglaterra del siglo XVI, por ejemplo, puede /esclarecerse recurriendo a ejemplos tomados de la brujería tal como se da
25 Reseña de Keith V. Thomas, Religión and the Decline o f Alacie, poi E. P. Thompson, en I, núm. 3, primavera de 1972, pp. 41-55.
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en África en el siglo XX, pero no resulta tan fácil pretender que quede explicada por ellos, ya que los contextos sociales y culturales son muy di ferentes, Si volteamos la cara de la moneda, vemos que al parecer algunos cientí ficos actuales en el campo social, consideran a la historia como algo que va un poco más allá de una útil fuente de datos para el logro de sus pío* pias investigaciones teóricas. Se ha argüido que la historia existe en parte; "con el propósito explícito de hacer progresar las investigaciones científi cas en el campo social", lo cual es una posición extrema, desde luego,: i pero basada fundamentalmente sobre una concepción equivocada acerca; de la integridad y la importancia de la historia como estudio del hombre en las sociedades del pasado.26 -j?| Además, éste parece ser en algunos aspectos un extraño momento paral uncir la Musa de la Historia a la carroza de las ciencias sociales, dado ques eas! todas ellas atraviesan actualmente por un estado de aguda crisis y un proceso de revaluación de su legitimidad científica. La noción de una; jg : antropología libre de valores subjetivos se ha derrumbado a raíz de la publicación de los diarios de Malinowski; la sociología libre de valores; subjetivos ha recibido fuertes críticas --ya no digamos su utilidad o sus conocimientos— ; la psicología libre de valores subjetivos es una flagrante; necedad a la luz de los marcos ideológicos y evidentes de suyo de B. F. Skínner, lo mismo que de acuerdo con las ideas románticas y antitéticas: de R. D. Laing; en tanto que la más rigurosa de las ciencias sociales —la economía— no ha conseguido predecir ni remediar los nuevos problemas planteados a raíz del estancamiento inflacionario, las gigantescas corpo raciones internacionales, y los límites respecto a los recursos naturales. Para emplear otra metáfora, es posible que haya llegado el momento de que las ratas históricas abandonen el barco científico del campo social; — en lugar de permanecer en él hacinadas en medio del desorden— , ya; que éste parece estar haciendo agua y requerir urgentes composturas. La historia siempre ha tenido un carácter social, y si hace poco tiempo se vio atraída por el canto de las sirenas de las ciencias sociales, fue debido .á| que pensó —al parecer algo equivocadamente— que éstas eran también científicas. Á Por otra parte, puesto que todas las ciencias sociales se encuentran eh; un proceso transitorio de gran agitación, su futuro resulta impredecible.Anteriormente parecía más probable que los sociólogos fueran de ayuda para los historiadores, y de hecho Max Weber y después R. K. Merton lo¡ fueron, pero terminaron por encerrarse en una investigación cuantitativa
Applied Hiitorical Studies. An Intcoductory Render. L o n d re s , h is to ria co m o p ro fe s ió n , véase J. I I . H r x tc r , The History Primer, N u e v a Y o r k , 1971. 26 M ich a cl O ta k e , c o n tp .,
p
1973.
1. P a ra una sólid a , in g en io sa y b ien fu n d a d a e x p o s ic ió n del p u m o d e vista m ás tr a d ic io n a l d e la ;
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(le encuestas o en una teoría funcionalista extremadamente abstracta, lo que n o resultó de gran utilidad. Actualmente, la mayor influ encia p r o viene d e la demografía y la antropología social y simbólica. T a l vez de aquí a diez años alguna otra disciplina, por ejemplo la psicología social, podría tener mucho que ofrecer al historiador. F.n esta frontera en m ovirniento perpetuo, la disciplina de mayor influencia se modifica d e una d é cada a otra, por lo que el historiador debe estar constantemente atento respecto a nuevas tendencias e ideas. Es posible que nos encontrem os en un p e rio d o temporal de revaluación antes de dar un nuevo salto hacia adelante. Podemos afirm ar con alguna seguridad, no obstante, qu e hay por lo menos tres instancias en las que los historiadores orientados hacia las ciencias sociales parecen hallarse en cierto peligro de perm itir qu e su entusiasmo prevalezca sobre su juicio. La primera consiste en el uso des m e d id o e irreflexivo de la cuantificación como solución a todos los problemas.27 Es muy fácil exagerar las potencialidades del m étodo y dejar que la herramienta se convierta en un fin en sí misma. Un caso típico de la a plicación equivocada de este método lo encontramos en el trabajo re visionista acerca de la esclavitud en los Estados Unidos, escrito por R o b ert W. F o g e l y Stanley L. Engerman, Tim e on the Cross: 'The E conom ics o f A m erican Negro Slavery (Boston, Little, Brown, 1974). Ahora parece que la s fuentes históricas fueron en gran parte mal entendidas y u tiliza das, y que los autores, en su afán por cuantificar, obtuvieron resultados falsos y sin sentido. Y que, al parecer, también ios manejos estadísticos fueron deficientes en extremo. Corno consecuencia, la totalidad de las Conclusiones importantes del libro con respecto a la relativa indulgencia de la esclavitud como forma de disciplina industrial, a lo extraordinario de una desintegración forzada de las familias de esclavos, a la adopción por parte de la fuerza de trabajo esclava de la ética puritana de los blancos acerca del trabajo arduo y constante, al igual que con respecto al carácter -fundamentalmente lucrativo y a la viabilidad económica del sistema esclavista, no son sino afirmaciones que requieren probarse y que tal vez sean falsas.28 La pretensión de haber derrumbado exitosamente un siglo de erudición histórica merced al uso de los métodos cuantitativos más m o dernos, no es más que hueca arrogancia.
Ti P a j a
un b u en y b ie n d o c u m e n ta d o s u m a rio d e los tra b a jo s m ás recien tes d e n tr o d e esta
m e to d o lo g ía , al ig u a l q u e d e las p reten sion es a la m is m a , v ía s e R o b e n W . F o g e l, " T h e L im it a o f (¿ u a u fíta c iv e M eth o d s in H is c o ry ",
American Historical Review, 80, n ú m . 2 , a b r il de 1975,
p p . 329-
S50. N o es fá c il in fe r ir a p a r t ir d e este a rticu lo cu á les son los lim ites. 28 P a v a lie s d e las m u ch as a b ru m a d o ra s reseñas d e este tra b a jo , v ía n s e H . G u tm an , " T h e W o r l d
Journal of Negro Uistory, 60, n íim 1, e n e r o d e 1975, pp. 53-227; P . A . The Journal of Ecortomic Uistory, 31, o t o I.. I ía s k e ll. " T h e T r u c an d T r a g ic a l U is to ry o f Time on the Cross", New York Re
T w o C iio m e tr ic ia n s M a r te ", D avid y P
T e m in , "S la v e r y ; T h e P rogressive In s titu tio n ” ,
ño d e 1 9 71; y T .
viese oi Boofts, 22, iifrn i
15. 2 d e o c tu b re d e 1975.
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Sor varias las enseñanzas que pueden obtenerse de este ejemplo. La primera es que ningún acervo metodológico cuantitativo, por refinado que sea, puede compensar la existencia de datos deficientes o mal in terpretados. Más bien, a lo único que puede conducir es a lo que los expertos en computación denominan como "efecto C1GO” : entra basurasale basura.* Toda la información estadística anterior a la primera m i tad del siglo XX es de un modo u otro inexacta, incompleta o inútil (está diseñada normalmente con una finalidad distinta de aquella a la que el historiador quisiera aplicarla) y, en consecuencia, no sólo resulta fútil, sino decididamente engañoso, trabajar con números y porcentajes preci sos por debajo del nivel de uno o de dos puntos decimales. Una modesta sugerencia para mejorar en algo la honestidad de nuestra profesión, sería aprobar un abnegado decreto en contra de la publicación de cualquier libro o artículo basados en pruebas históricas anteriores al siglo XX, y que además registren porcentajes hasta de un punto decimal, ya no diga mos hasta de dos. Otra falla importante de algunos de los más ambiciosos entre quienes son proclives a cuantificar, es su incapacidad para conformarse a los es tándares profesionales, cuyo propósito es hacer posible una evaluación científica de las pruebas, y que se han establecido a través de un siglo de esmerada y tradicional erudición. Tim e on the Cross, por ejemplo, fue publicado en dos volúmenes. El primero, cuyo contenido se refería exclu sivamente a las conclusiones, tuvo una gran divulgación, mientras que el segundo, donde se mencionaban las fuentes y los métodos, apareció en una edición posterior mucho más limitada. Por lo que es peor aún, que es imposible localizar pruebas en este segundo volumen que apoyen a muchas de las conclusiones del primero, incluso ni siquiera es posible en contrar una lista de los registros que se han utilizado. Simplemente se le asegura al lector que se ha hecho un análisis sin precedentes de grandes cantidades de datos, cuya publicación completa apenas se encuentra en elaboración, cuando hace ya mucho tiempo que las conclusiones fueron publicadas. Por otra parte, es justo mencionar que aun cuando se muestren escru pulosamente ansiosos por describir sus fuentes y métodos, los historiado res cuantitativos, que se ocupan de vastas cantidades de información, no están en condiciones de registrar la totalidad de los datos no elaborados en los que se basa su análisis, como tampoco les es posible el proporcionar otra cosa que no sea un informe sucinto sobre el material primario que han manejado. A lo sumo, lo único que les resta por hacer es propor cionar descripciones concisas acerca de las fuentes y los métodos en un * L a sigla
OIGO c o r r e s p o n d e a las p a la b ra s
garbnge in-garbage oul. [T .J
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artículo aparte o apéndice (muy extenso y aburrido), el cual puede aun ocultar tanto como lo que revele en términos de cómo los m atices y las ambigüedades de los datos no elaborados se condensaron en una form a simplificada y legible por la máquina, puesto que el libro com pleto de c ó digos no se halla disponible. Cualquier manejo estadístico subsecuente resulta casi tan oscuro como éste, de manera que, tomando los tres problemas en conjunto, el lector se ve obligado frecuentemente a confiar a ciegas, o a rechazar como fuera de su control, cifras cuyos m étodos de verificación no le son completamente revelados, y aun cuando lo fueran, probablemente estarían más allá de su comprensión. Un excelente ejemplo a este respecto es el nuevo y apasionante libro de Charles, Louise y Richard Tilly, The Rebellious Century, 1830-1930 (Cambridge; Harvard University Press, 1975). Con objeto de descubrir las fuentes y los métodos que se encuentran detrás de las gráficas 5 a 8, refe rentes a actos de violencia colectiva en Francia durante un siglo —-y cuya compilación, codificación y análisis llevó innumerables horas-hombre de trabajo por parte de muchos investigadores por casi una década — , se le pide al lector que localice las descripciones metodológicas desperdigadas a lo largo de no menos de seis artículos diferentes (p. 314). Son pocos los lectores que tendrán la perseverancia o la curiosidad de seguir el análi sis hasta ese punto. La gran mayoría tomará indefectiblemente las gráficas en su valor nominal, sin ahondar más en el tema. Los principales resulta dos del trabajo conciernen o dependen de la confiabilidad de estas g rá fi cas, pero incluso en el libro mismo no se proporciona criterio alguno para descubrir cómo se compilaron, en tanto que los análisis multivariables empleados para explicar los ascensos y los descensos en dichas gráficas, probablemente desconcertarán a todo el mundo, con excepción de los más refinados cliometristas. Se trata de un libro que carece de gran parte del aparato crítico fundamental, pero que al parecer se ajusta a los están dares óptimos de erudición de que es capaz la historia cliométrica. A d e más, es el resultado de una década de exhaustiva investigación, y no obs tante, deja al lector en un estado de impotente desasosiego con respecto a la confiabilidad de los datos, lo mismo que a la validez de las explica ciones expuestas. Por lo tanto, dicho libro plantea, en su forma más seve ra, el problema de la verificación en la historia cliométrica. Si el lector escrupuloso se halla desconcertado incluso en el caso de este trabajo, es seguro que también se hallará desconcertado ante otros empeños exhaus tivos de esta índole. La conclusión parece ser que, con respecto a proyec tos de esta magnitud, no hay ningún medio de poner expeditamente a disposición del lector los datos no elaborados, los libros de códigos, o bien la metodología estadística. En consecuencia, no resultan posibles los pro cesos normales de verificación mediante una comprobación de las notas
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de pie de página. No resulta del todo claro de qué manera ha de proceder el revisionismo histórico en estas circunstancias. La única solución parece ser depositar todos los datos no elaborados --los libros de códigos, los programas, y las copias impresas— en bancos estadísticos de datos, a los que los investigadores serios puedan acudir pava verificar todo el proceso una vez más de manera detallada, Dichos bancos de datos están comenzando a tener auge, como ya se ha hecho notar, en Ann Arbor y en otras partes,20 y a la larga podrían proporcionar una solución parcial a este problema, siempre y cuando los eruditos no pongan a disposición única mente el producto final —las cintas de computadora — , sino también las hojas de datos, los libros de códigos, y otros materiales de trabajo. L o menos que puede hacerse es añadir que los cliometristas no son los primeros a quienes podría culparse por este incumplimiento de los están dares de rigor académico. Uno de los más destacados historiadores e inte lectuales norteamericanos de la pasada generación, Perry Miller, tampo co publicó sus notas de pie de página, sino que simplemente las depositó en la Houghton Library en Harvard. Cuando treinta y cinco años después un erudito curioso se tomó la molestia de examinarlas, los resultados fueron inquietantes en extremo. Se puso de manifiesto que lejos de haber confiado en el mayor margen posible de fuentes, como había dicho, M iller se había apegado en grado sumo, en efecto, a un reducido número de autores con puntos de vista unilaterales.2 30 Empero, un lapso ocasional 9 a cargo de uno de los grandes historiadores tradicionales, no justifica la adopción indiscriminada hecha por los cliometristas de hábitos de esta índole. Sería inútil repetir el trillado y reaccionario cliché del desconcertado humanista acerca de que “se puede probar cualquier cosa con cifras” , ya que es mucho más fácil probar algo con palabras, las cuales se articulan siempre con una finalidad retórica como medio de persuasión subjetiva, en la misma medida que como argumento lógico. Pero debe admitirse que existe también, una retórica de cifras, y especialmente una retórica de gráficas. El aspecto general de una gráfica puede alterarse radicalmente modificando ya sea las escalas verticales u horizontales; usando un papel cuadriculado semilogarítmico en lugar de aritmético; seleccionando juiciosamente un número índice de base diseñado para poner de relieve o restar importancia a una tendencia; usando promedios móviles en lugar de cifras no elaboradas. Esta manipulación de las apariencias está total mente al margen de la cuestión acerca de la confiabilidad de los datos, o 29 A r c h iv o s d e D a tos H is tó ric o s , c o m p ila d o s p o r e l C o n s o rc io In te r-U n iv e rs ita rio d e In v e s tig a c ió n P o lític a d e la U n iv e r s id a d d e M ic h ig a n .
30 C e o r g e S cle m e n t, “ P e r iy M ille r : A N o t e o n his S o u rces in The New England Miml: The Seventeentk Century", WHIraní and Mary Qttartorly, te rc e ra serle, S I do ju lio d e 1974, p p . 453-464.
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de si su compilación se ha hecho mediante extrapolación, o si se h an a ju s tado aplicando un margen apropiado de error de índice, o si se h an m o d i ficado adecuadamente para dar cuenta del valor creciente o d e c recie n te del dinero. De igual manera, los porcentajes están sujetos a m an ipu lación , dependiendo de la cifra que se seleccione, como número de base. O t r o de los principales problemas de la cuantificacAón aplicada a la h istoria , es que mientras el historiador común ha sido capacitado para a n a liza r las palabras con el mayor rigor y recelo, tiene por otra parte la ten d en cia a creer a ciegas en una gráfica o en una tabla, al no saber cómo ev a lu a r su confiabilidad, o bien cómo analizar la manera en que se ha lle g a d o a ellas. Carece de bases para ser un critico profesional de los datos numéricos. T a l vez la falla más seria de algunos, pero de ninguna manera de tod os, de los miembros de esta nueva escuela de dedicados cliometristas, c o m o ellos mismos dan en llamarse, es su tendencia a ignorar u om itir toda prueba que no pueda cuantificarse, siendo que es precisamente d e la combinación de los datos estadísticos con material literario, y de cu a l quier otra índole posible, de donde es más probable que surja la verd a d . La prueba proporcionada por un argumento histórico importante, resul ta más convincente cuando puede demostrarse a partir del más am plio margen posible de fuentes, incluyendo datos estadísticos, comentarios contemporáneos, promulgaciones y coacciones legales, disposiciones ins titucionales, diarios y correspondencia privados, discursos públicos, teo logía moral y escritos didácticos, literatura creativa, productos artísticos, y actos simbólicos y rituales. Otro peligro se deriva de los problemas de escala. Una peculiar Com bi nación de circunstancias se produjo en la década de los sesentas, la cual hizo posible por vez primera el poder reunir y manejar ingentes cantida des de datos. Estas circunstancias fueron ei advenimiento de la com puta dora, cuyo uso eía libre defacto, el creciente interés por la movilidad so cial manifestado en el siglo XIX, el descubrimiento por los eruditos del siglo XIX de los datos censales, lo mismo que una abundancia de fondos para la investigación, que permitió que se contrataran numerosos equipos de ilotas para trabajar en vastos proyectos colectivos. El resultado de esto fue el surgimiento de un enorme proyecto cuantitativo de investigación. La mayoría de estas gigantescas empresas, la más grande de las cuales, el tiranosauvio de la época, ha alcanzado ya un costo que sobrepasa con mucho los dos y medio millones de dólares, se desarrollaron en el fértil suelo norteamericano, pero también hay ejemplos de este tipo en Francia y en Inglaterra. En un proyecto conjunto franconorteamericano, David Herliliy y otros han registrado en cinta de computadora el catasto floren tino de 1427 donde se incluyen 60 mil familias y 264 mil personas. En Francia, un equipo, bajo la dirección de L e Roy Ladurie, ha compu(;ar¡.
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zado 78 variables referentes a tres mil distritos del censo de conscriptos franceses entre 1819 y 1930, en tanto que Louis Heury ha estado supervi sando por años una investigación gigantesca — efectuada en gran parte mediante conteo manual—- acerca de la demografía histórica francesa,con base tanto en datos agregativos con respecto a cientos de pequeños poblados y pueblos, como en una reconstitución fam iliar de selección reducida. En Inglaterra se lleva a cabo una empresa idéntica e igualmen te ambiciosa bajo la dirección de E. A. W rigley en Cambridge, inclu yendo datos agregativos para más de 400 pequeños poblados, y estudios de reconstitución familiar hasta en número de doce. Los franceses tam bién se hallan trabajando arduamente en la elaboración de sus propios datos censales, en lo referente al siglo XIX, en cinta de computadora; cosa que también ocurre en Inglaterra a cargo de un equipo dirigido por D. V. Glass en lo tocante a áreas seleccionadas de muestra. En los Estados Unidos es donde se llevan a cabo las empresas más gigantescas de todas, tales como la fábrica académica dirigida por Theodore Hershberg, la cual se halla analizando por computadora a los 2.5 millones de perso nas comprendidas en los censos tomados en Filadelfía entre 1850 y 1880, y otra fábrica muy similar, pero cuyas líneas de operación son mucho más refinadas, dirigida por Michael Katz, que se encuentra laborando en la población de Marmitón en Ontario. Este tipo de vastas empresas tienen más en común con el concepto moderno de laboratorio científico, provis to de grupos de investigadores y de un impresionante equipo operando bajo la dirección de un único profesor, que con la noción tradicional del erudito solitario sentado en medio de sus libros, u hojeando manuscritos en una oficina de registro. Estos proyectos conllevan muchos peligros inherentes, el más serio de los cuales es que las conclusiones extraídas de estos estudios, qrse son altamente costosos y requieren de un trabajo exhaustivo, siguen depen diendo en cierta medida de la utilidad y la confíabílidad de las variables que el director haya seleccionado para el estudio, previamente a que la compilación de datos principie. Por consiguiente, si alguna variable se om ite al elaborar el libro de códigos —-por ejemplo, la distribución social de la alfabetización tal como la evidencian las firmas en el catasto floren tino de 1427 — , será muy tarde para regresar el proceso y elaborarla de nuevo, una vez que la omisión sea descubierta. Otra desventaja es que dependen enteramente de la exactitud y la integridad de los registros ori ginales, pero existen buenas razones para pensar que algunos registros, como el caso de los registros parroquiales, son incompletos en extremo e incongruentes, en ocasiones con respecto a entierros o a matrimonios, y usualmente en lo referente a nacimientos y defunciones de criaturas que mueren a la primera semana de nacidas. Por otra parte, los registros fis-
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cales casi nunca son confiables; y los censos, incluso hoy día, son bas tante inexactos, especialmente en lo que se refiere a categorías ocu padónales, lo mismo que debido a omisiones de personas pobres, mujeres, niños y otros tipos de grupos subordinados. Además, aun en caso de que los datos sean exactos, no existe la seguridad de que todos los asistentes de la investigación los estén codificando de la misma manera. Casi siempre existe cierto grado de juicio personal implicado en el proceso d e cod ifica ción. L o peor de todo es el hecho de que cuando se requiere cotejar un in di viduo mencionado en un documento con el que aparece en algún otro, los problemas de concatenación de registros se vuelven casi insuperables en la mayoría de los casos, independientemente del hecho de que aquellos que se desplazan fuera del área se excluyen por completo de la muestra. F.n vista de todos estos problemas, y a la luz de los resultados hasta aquí publicados, surge la pregunta de si tal concentración de vastas cantidades de recursos escasos, como dinero y potencial humano, en unos cuantos proyectos gigantescos, fue del todo sensata; y si los fondos pudieran ha berse destinado de manera provechosa para ayudar individualmente a las investigaciones de gran número de eruditos. Es razonable preguntarse si los honorarios por 7 mil dólares pagados a cada uno de cíen historiado res, no habrían producido un mayor rendimiento, en términos de p rogre so en cuanto ai conocimiento, si se les hubiera invertido como 700 m il dó lares en un solo proyecto. La información para evaluar este problem a no se halla aún disponible, y probablemente no se cuente con ella por varios años. En cualquier caso, incluso cuando algunos de estos descomunales proyectos proporcionaran ciertas conclusiones realmente importantes en los próximos cinco años, o algo así, es posible que terminen por extinguir se totalmente en la edad financiera del hielo de los ochentas. Si es así, puede ser que algunos de ellos no dejen tras de sí más que un buen caudal de millas de cinta de computadora, lo mismo que cúmulos de copias impresas, que causen admiración en los años venideros tanto por su valor potencial para la labor erudita, como simplemente por su magnitud. P ro bablemente algunos resultarán semejantes al proyecto de enviar un hombre a la Luna, más notables por la evidencia que dan acerca de la ufana ambición humana, los vastos recursos financieros, y el virtuosismo técnico de los sesentas, que por sus logros científicos para el progreso del conocimiento. Asimismo, puede ser que algunos de ellos no prueben más que lo que es obvio, como que el trabajador del siglo XIX vivía cerca de su lugar de tra bajo, dado que se desplazaba a pie hasta él. Otros proporcionan inform a ción que aparentemente no tiene ningún significado útil, y que no se hu biera medido excepto por el hecho de ser mensurable —por ejemplo, la distribución geográfica de las hernias en Francia a comienzos del si
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g lo XIX, o el tamaño promedio de la familia en Inglaterra desde el siglo XVI S al XIX (4.75 personas) — .31 Algunos otros amenazan con quedar tan envisca dos en problemas metodológicos, particularmente en lo que se refiere a la concatenación d e registros —el esfuerzo por probar que el John Smith o el Patrick O ’R eiily que figuran en un registro, son los mismos John Smith v o Patrick O ’R eiily que figuran en otro — , que bien podría no surgir nada v de significativo por años, o incluso por décadas. De hecho, es tan serio el problema de la concatenación de registros al unir un documento con (S otro, que en lo tocante a proyectos que consideran las transformaciones , en el tiempo, reduce drásticamente el número de ítems utilizables en la : muestra, con frecuencia con respecto a aquellos que poseen nombres poco ; usuales. Incluso el libro que se ocupa de este problema, se halla lejos s de garantizar la confiabilidad de los resultados de la metodología cuanti- g i tativa, sujeta a la concatenación de registros.32 Es probable que muchos de estos abusos conlleven las semillas de su ;? propia destrucción, pero lo que es aún más peligroso para la profesión es la creencia, cada vez más difundida entre los estudiantes de posgrado, de Tris que sólo aquello que es de algún modo cuantifieablc es digno de investi gación — una actitud que reduce drásticamente la temática de la historia, y que con frecuencia conduce a la misma clase de banalidad histórica de la (¡ue los pioneros de la “ nueva historia” se proponían liberar a la profe sión— . En consecuencia, muchos estudiosos que carecen de los medios indispensables para este tipo de proyectos gigantescos, se absorben por cuenta propia en análisis cuantitativos, muchos de los cuales no hacen más que probar lo que ya era bien sabido a partir de fuentes literarias, y que por otra parte se encuentran sujetos irremediablemente a deficiencias en los datos no elaborados. Muchos otros se basan en una muestra extre- £ uñadamente pequeña para ser significativa —por ejemplo, una gráfica de i las tasas medievales de criminalidad a lo largo de siglos, con base en los y registros de un solo tribunal señorial, en una villa cuya población haya sido literalmente diezmada por la peste negra--. De hecho, en la actualidad el popular estudio de la criminalidad, a través del análisis cuantitativo de registros judiciales, plantea problemas metodológicos muy serios acerca % de los cambios en la concepción y el significado del crimen entre las dife- ;ij rentes clases de una misma sociedad — los criminales de clases sociales bajas y los fiscales y jueces de clases sociales altas— en diversas épocas. T am , bien plantea el insoluble problema de si aquello que se está cuantificando
Asilhropologie du corucrit franjáis, P a rís , 15 1 y Household and Family in Fasl Time; Comparative Studies in the Site and Struclure of the Domestic Group over tho Last Threo Cen turÍes in Englatid, Fratice, Serbia, Japan, and Colonial North America, xoith Furt/ier Materials /rom Western Europe, C a m b r id g e , 1972. E. A . W r ig le y , c o m p ., Identifying People. in the Past, L.ondvcs, 1973. 31 J .- P . A r o n , P . D u m o n t, y E. L e R o y L a c la rte ,
P e t e r P a sten , c o m p .,
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es la realidad cambiante de una actividad criminal definida, o el diverso grado de celo profesional mostrado por la policía y los fiscales,33 Esta misma dificultad conceptual se aplica al trabajo de los T illy y de otros acerca de los oscilantes niveles de violencia. Las diferentes so cied a des asumen actitudes muy diversas con respecto a la violencia física, y tra zan distintos límites entre lo violento y lo no-violento. Por ejem p lo , durante los primeros regímenes modernos de Europa, la revuelta popu lar constituía un medio semilegídmo de protesta por parte de quienes n o te nían la posibilidad de expresarse; era el único medio de protesta de que disponían, y en su empleo estaba presente una “economía m oral de la multitud” , la cual tenía su propia legitim idad.34 Además, a pesar de las terribles consecuencias que las lesiones físicas tenían para los individuos, en una época en que la tecnología médica era inútil o decididam ente nociva, muchas sociedades consideraban con naturalidad niveles de violencia interpersonal que hoy día nos horrorizarían. Hasta qu e estos espinosos problemas referentes a concepciones históricas relativas no se aclaren, los análisis cuantitativos sobre la criminalidad'o sobre la vio len cia permanecerán como empeños aventurados e interesantes, pero d u d o sos, cuyos resultados estadísticos estarán sujetos a toda una gama de in terpretaciones. L o más inquietante de todo son los planes académicos, que en la actualidad se hallan al parecer en su etapa de desarrollo en Chicago, Harvard y Rochester, mediante los cuales se capacitará en el futuro a los estudiantes de posgrado de historia. Esto se llevará a cabo de dos maneras significativamente diferentes:36 el primer grupo seguirá un tipo de ense ñanza tradicional, adquiriendo dominio sobre la bibliografía disponible en diversos campos importantes, lo mismo que una familiarización con conceptos generales de interpretación histórica, y cierta experiencia en el manejo de las fuentes primarias. El segundo grupo dedicará la mayor parte del tiempo a adquirir conocimientos altamente refinados sobre metodología estadística y construcción de modelos, al igual que nociones firmes acerca de las ciencias sociales, de manera que no les sea posible o b tener aquella comprensión y aquel conocimiento históricos generales, o bien aquella familiarización con el manejo de las fuentes, que hasta aho ra se han considerado como los prerrequisitos esenciales del historiador 53 F ra n co te B illa c o is , " P o u r u n a e n q u é te sur la c r im ín a lité d a n s la F ra n c c d ’A n c le n R é g i m c ” , An uales, Économies, Soctétés, Civilisations, 22, n ú m . 2, m a rz o -a b ril d e 1967, p p . 340-347; y j . M . B eatú é, “ T h e P a t t c m o f C r im e in E n g la n d , 1660-1800'', Past and Present, n ú m . 62, fe b re ro d e 1974, p p . 47-95. 3Í E . P . T h o m p s o n , “ T h e M o r a l E co n o m y o f th e E n glish C r o w d in the E ig h teen th C e n t u r y " , Past and Prese7U, n ú m . 50, fe b r e r o d e 1971, p p . 76-130. 35 R o b e it W . F o g e l, “ T h e U m it s o f Q p a u tita tiv e M e th o d s in H is to ry ” , American Hrstarical Review, 80, n ú m . 2 , a b r il d e 1975, p p . 346-348.
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profesional. Esto es claramente el comienzo del desarrollo de dos tipos sig nificativamente diferentes de historiadores. La razón de una capacitación especializada de esta índole es bastante entendible, pero haciendo un ba lance, se trata de «na división metodológica a la que es preciso oponerse, si queremos que nuestra disciplina sobreviva como una empresa humana colectiva en la que todos podamos participar. La segunda área que actualmente amenaza con salirse fuera de control es la psicohistoría. Es obvio que cualquiera que haga un estudio serio acerca de un individuo o de un grupo social, estará obligado a utilizar explicaciones psicológicas sobre la conducta humana. Si los psicohistoriadores se apegaran al sencillo postulado de que la función de la psicolo gía es simplemente mejorar la biografía del individuo, todo marcharía bien. Pero boy día son muchos los que comienzan a afirmar que existe una teoría acerca de la conducta humana que trasciende la historia. Esta presunción de poseer un sistema científico de explicación sobre la con dvicta humana, basado en datos clínicos fidedignos, que sea de validez universal, al margen de las categorías de tiempo o espacio, es completa mente inaceptable para el historiador, ya que con esto se ignora la impor tancia crítica de los cambios contextúales —religiosos, morales, cultura les, económicos, sociales y políticos— . Además, se trata de una presunción que ha sido recientemente rechazada por la mayoría de los miembros más perspicaces de la propia profesión psicológica. De este modo, Sigmund Koch ha observado que “ la psicología moderna ha proyectado una ima gen del hombre que es tan degradante como simplista” . Asimismo, la no ción íntegra de racionalidad cuantíficadora, tan estimada por la psicolo gía experimental, está siendo considerada hoy día por algunos sectores com o una “enfermedad de la conciencia".36 En segundo lugar, muchos de los historiadores muestran una actitud tan despreocupada con respecto a las reglas normales de evidencia, que si un estudiante adoptara estos m é todos reprobaría el curso. Incluso el trabajo más brillante dentro de este género — Young Man Luther de Erik Erikson— depende en cuanto a sus datos de un conjunto de sucesos que, según admite el autor con toda liber tad, en su mayoría son una mera leyenda póstuma, y que bien podrían no haber sucedido jamás. “ Estamos obligados” , nos dice, “ a aceptar una parte de leyenda y una parte de historia.” Finalmente, el historiador en cuentra difícil digerir el acto de fe mediante el cual la discusión salta de lo trivial y lo particular a lo cósmico y a lo general —por ejemplo, del su puesto estreñimiento de Lutero y sus problemas con su padre, a su ruptu ra con el papado y al surgimiento de la Reforma luterana— . X,a mayoría 36H u d s o n ,
The Culi of the Fact, p p . 74-76. E l lib io
d e l d o c to r H u d so n co n s titu y e u n a b rilla n te
a u n q u e a la r m a n te c r ític a del eotad o d e la p s ic o lo g ía m o d e rn a .
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de los estudios biográficos que emplean la psicofiistoría, han probado ser hasta ahora desilusionantemente infructíferos o de poco rig o r erudito, por lo que un área más promisoria parecería ser el estudio psicológico de grupos sociales bien definidos sujetos a experiencias similares de tensión extrema, como lo muestra el espléndido trabajo de Ariés, Centuries o f Childhood, del que ya se ha hecho mención. Empero, esta línea particu lar de investigación se halla amenazada también por el reduccionismo psicológico más extremo, como en el caso de History o f C hildhood (Nueva York; Psychohiscory Press, 1974) de Lloyd de Mause, y exhibido en form a regular en algunas de las páginas del History o f Childhood Quarterly. Tal vez la línea más promisoria de investigación sea aquella que m odifica la rigidez de la teoría psicológica freudiana, a la luz de la influencia de la historia social y cultural. El ejemplo más afortunado de este género es el sondeo hecho por Cari Schorske, sobre transformaciones de toda índole observadas en la cultura burguesa de la Viena de finales del siglo X IX .37 Pero hasta ahora son pocos los que han seguido su ejemplo. La tercera tendencia peligrosa consiste en el hábito de restringir la explicación histórica dentro de una jerarquía causal exclusiva y unilate ral, que en la actualidad se está volviendo el sello distintivo de gran parte de la moderna erudición francesa. Según este dogma, existen tres niveles de explicación, cuyo grado de independencia va de mayor a menor, respecti vamente. En primer lugar figura la infraestructura, los parámetros eco nómicos y demográficos que establecen el escenario de los hechos, y que son los primeros motores del proceso histórico; luego la estructura, la cual se refiere a la organización y al poder políticos; y finalmente la super estructura, el sistema mental y cultural de creencias. Tratada tan rígida mente, esta sistematización amen’aza con estrangular a la investigación histórica de carácter imaginativo. Im pide toda posibilidad de que la explicación histórica pueda ser, de hecho, un proceso todavía mucho más desordenado y lleno de cabos sueltos. Para usar una expresión empleada por los ingenieros, es posible que dicha sistematización sea un sistema de retroalimentación no lineal de lazos múltiples, provisto de muchas va riables semiindependientes, cada una reaccionando responsablemente a la influencia de algunas o de todas las demás. La objeción fundamental respecto a estas amenazas a la profesión histórica, es que todas ellas tienden a reducir el estudio del hombre, lo 57 C a ri E . Sch orske, "P o H íic s an d th e P sych e ín m utmstUal” ,
American Historical Revisto,
fin de siécle
66, n íím . 4 , ju lio
V ie n n a : S ch n itzler a n d I l o f -
d e 1961, p p . 950-946; su “ T h e
tbid., 72, »ú m . 4 , j u lio de ”,Journal of Módem History, 39, n ú m . 4, d ic ie m b r e d e 1967, p p . 343-386; y su “ P o litic s a n d P a t r ic id e in F r e u d ’s Interpretation of Drcatns", American Hislorical Remeto, 78, m 'im . 2, a b r il d e 1973, p p . 328*947.
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xnismo que la explicación del cambio, a un determinismo simplista y m e• canicista basado en cierta noción teórica preconcebida de aplicabilidad universal, al margen de las categorías del tiempo y espacio, y presun tamente verificada por leyes y métodos científicos. Tanto ios historiadores com o los científicos en el campo social deben reconocer por lo menos tres restricciones universales al conocimiento humano, las cuales afectan a to das las disciplinas y conciernen a la naturaleza del hombre. El sociólogo Robert Nisbet las ha definido como sigue;38 primero, el tener conciencia del elemento artístico que subyace en todos los esfuerzos por asir la realidad, sin importar qué tan reforzados puedan estar, dichos esfuerzos por pretenciosas metodologías y sistemas de cómputo; segun do, no importa cómo se proceda, o con qué grado de objetividad y devoción á la verdad, no es posible sustraerse a las limitaciones impuestas por la forma que cada quien da a la investigación; y tercero, que muchos de los términos mediante los que los científicos en el campo social, los humanistas y otros se enfocan hacia la realidad, son indefectiblemente metafóricos. Estas son verdades que la gran mayoría de los actuales exponentes de la “ nueva historia” han perdido de vista. El error fundamental, como señala Liam Hudson,39 es pensar que “ las personas son reductibles a la forma de evidencia que sobre ellas nos sea más fácil recabar. La primera tenden cia, de carácter estadístico, es una forma de escolasticismo a la que todos estamos sujetos en un mayor o menor grado. La segunda, de carácter reductivo, es un tipo burdo y desvergonzado de ideología” . Sería desorientador terminar este ensayo con una nota invariablemente pesimista. Empero, parece en verdad como sí el triunfo de los “ nuevos his toriadores” hubiera hecho realidad indicios acerca de una nueva ilusión con respecto a una ciencia libre de valores subjetivos, a un nuevo dogma tismo, y a un nuevo escolasticismo, los cuales amenazan con volverse tan asfixiantes y estériles como aquellos que ya antes fueron sometidos a fuertes críticas hace unos cuarenta años. No es posible pretender que laé grandes revistas de los treintas, los Anuales y The Econom ic History R e í ateto, sean aun hoy día tan apasionantes o estimulantes como lo fueron durante su impetuosa juventud. La segunda de éstas es ahora mucho más estrechamente técnica de lo que solía ser, en tanto que la primera, aun que todavía tan atxevida e innovadora como siempre, es tan extensa y di fusa que resulta difícil de digerir. Tampoco su rival menos antigua, Past and Present, tiene ya el importante carácter precursor que tenía hace sólo diez años. Esta merma en cuanto al entusiasmo no se debe a ningún deteí' fi C ita d o p o r H u d so n ,
M tbid., p.
155.
The Cult of the Fací, p .
155.
i,A H IS T O R IA DE EAS CIENCIAS SOCIALES EN E l. SIGLO X X
r>9
rioro en la calidad de los artículos publicados, sino a que resulta más esti mulante y fructífero el convertir con éxito a los incrédulos, que el predicar a los ya conversos. Por otra parte, la adición más reciente a esas p u b lica ciones, el Journal o f Interdisciplinary History de los Estados U n id os, se encuentra aún en la curva ascendente de los logros intelectuales. Es posible que ya sea tiempo de que el historiador reafirme la im p o r tancia de lo concreto, lo particular y lo circunstancial, así como e l m odelo teórico general y los procedimientos de discernimiento; de que sea más cauto respecto a la cuantificación por la cuantifícación misma; de que vea con mayor suspicacia los vastos proyectos co-operativos im presionan temente costosos; de que ponga.énfasis en la importancia fundam ental de una inspección minuciosa y rigurosa acerca de la confiabilidad de las fuentes; de que tenga la apasionada determinación de combinar datos y métodos cuantitativos y cualitativos, como la única forma legítim a de aproximarse a la verdad, incluso tratándose de una criatura tan singular, impredecible e irracional como el hombre; y de que muestre una p erti nente modestia acerca de la validez de sus descubrimientos en ésta que es la más difícil de las disciplinas. Si esto pudiera lograrse, se impediría la amenaza factible de una d ivi sión dentro de la profesión, especialmente en el caso de los Estados U n i dos. Por una parte, los “ nuevos historiadores” se encuentran deslizándose a gran altura sobre la cresta de una ola de exitosas prerrogativas, enco miásticos artículos en la prensa popular, la admiración de un sinnúmero de estudiantes de posgrado, y el apoderamíento por fin de algunos de los puestos clave de poder dentro de la profesión. Por otra parte, algunos de los humanistas más antiguos, como jaeques Barzun y Gertrude H im m elfarb, protestan hoy día con vehemencia no sólo en contra de los injusti ficados abusos de algunos de los “ nuevos historiadores” , sino también en contra de una tolerancia latitudinaria hacia un enfoque multilateral sobre la historia.40 Existe una creciente atmósfera de escepticismo en todas partes, acerca del valor que pueda tener para los historiadores gran parte de esta tan re ciente y extrema metodología de las ciencias sociales. Esto resulta eviden te por el tono reservado empleado en la serie de artículos sobre la “ nueva historia” que figuran en The Times Literary Supplement de marzo de 1975, en comparación con la optimista euforia manifestada en los tres números del mismo diario de nueve años antes, es decir de 1966, cuya
Commentaiy, 59, m im . 1, en ero d e 1975, p p , 72-78; Cito and the Doctors: Psyclt ohistory, Qiiatiio-history and Ilistoiy, C h ic a g o , 1974. V éan se ta m b ié n J a eq u es B a rzu n , “ H is to r y : T h e M u se a n d I-lev D o c to r s ” , American Hislorical Re vxew, 77, n ú m . 1, fe b r e r o d e 1972, p p . 1194-1197; y E líe K e d o u n e , ''N e w H istories f o r O íd " , L o n d re s , Times Literary Supplement, 7 d e m a r z o d e 1975, p . 288. 40 G ertru d e H im m c lfa rb , “ T h e N e w H istory1',
Jacques Bavzun,
.
i
G»
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publicación se describe hoy con cinismo como resultado de una decisión editorial "probablemente con objeto de exonerarse de sus obligaciones de vanguardia” . Es posible vislumbrar ciertas señales de advertencia acer ca de las amenazas de uu nuevo dogmatismo teórico y de un nuevo escolas ticismo metodológico. No hay duda de que los conservadores son indebida mente alarmistas. Pero el caso es que si la profesión comienza, de hecho, a restringir su perspectiva y a cerrar sus opciones intelectuales, como cier tamente lo hizo a comienzos del siglo XX, corre el riesgo de una creciente esterilidad o de una fragmentación sectaria. Únicamente defendiendo con vigor los dos principios de diversidad metodológica y pluralismo ideo lógico, seguirá siendo fructífero el indispensable intercambio intelectual :fi entre el historiador y el científico en el campo social, al tiempo que la 3 í "nueva historia” continuará repitiendo los sorprendentes logros alcanzados durante los últimos cuarenta años, ayudando a resolver los nuevos problemas que surjan y que sean el objeto de preocupación de la futura f generación de historiadores profesionales. tijf
II . P R O S O P O G R A F ÍA *
O r íg e n e s DURANTE los últimos cuarenta años, la biografía colectiva (com o los his toriadores modernos la denominan), el análisis múltiple de línea de curso (como lo llaman los científicos en el campo social), o la prosopografía (c o rno la conocen los antiguos historiadores), se ha convertido en una de las técnicas más valiosas y comunes para el historiador abocado a la investi gación. La prosopografía1es la investigación retrospectiva de las caracte rísticas comunes a un grupo de protagonistas históricos, mediante un es tudio colectivo de sus vidas. El método que se emplea es establecer un universo de análisis, y luego formular una serie uniforme de preguntas — acerca del nacimiento y la muerte, el matrimonio y la familia, los o rí genes sociales y la posición económica heredada, el lugar de residencia, la educación, el monto y la fuente de la riqueza personal, la ocupación, la re ligión, la experiencia en cuanto a un oficio, etcétera — . Posteriormente, los diversos tipos de información sobre los individuos comprendidos en este universo, se combinan y se yuxtaponen, y se examinan para buscar varia bles significativas. Se evalúan con respecto a sus correlaciones internas y a sus correlaciones con otras formas de conducta o de acción. L a prosopografía se utiliza como una herramienta para abordar dos de los problemas más importantes de la historia. El primero concierne a las
raíces de la acción política: descubrir las intenciones de fondo que se piensa subyacen bajo la retórica política; analizar las afiliaciones sociales y económicas de las agrupaciones políticas, y mostrar la manera en que Opera la maquinaría política e identificar a aquellos que accionan sus pa lancas. El segundo se refiere a la estructura y a la movilidad sociales: una serie de problemas implica el análisis del papel social, y especialmente, las transformaciones de dicho papel a través del tiempo, de grupos con * L a in v e s tig a c ió n d e este ensayo estu vo re s p a ld a d a p or c o n c e s ió n d e O S 1 5 5 9 X d e la N a t io n a l S cience F o u n d a tio n . 1 E l té r m in o p ro s o p o g r a fía se rem o n ta a l R e n a c im ie n to » p e r o lle g ó a te n e r un uso s e ñ a la d o p or vez p rim e ra e n tre los e ru d ito s en 1745. C . N ic o le t , "F r o s o p o g r a h ie c t h is to ire sociale: H o m e e t It a lic á l’é p o q u e re p u b lic a ín e ” .
Aúnalas, Éconornws, Sociétés, Cixrilisations, n íim . 3, 1970. El m is m o nos
p ro p o rc io n a un té r m in o c on ciso y e x a c to p a r a u n m é to d o h istó rico c a d a v e z m ás co m ú n , y y a c u en ta con un uso e stá n d a r p o r p a rte d e u n o d e los g ru p o s d e la p ro fe s ió n . P o r con sigu ien te, p a r e c e r ía s er deseable qu e lle g a r a a fig u r a r en el uso d e te r m in o lo g ía c o tid ia n a d e los h istoriad ores m o d e rn o s .
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un status específico (normalmente elitistas), detentadores de títulos, miembros de asociaciones profesionales, funcionarios públicos, grupos ocupacionales, o clases económicas; otra serie se refiere a la determina ción del grado de movilidad social en ciertos niveles, mediante un estudio de los orígenes familiares, tanto sociales como geográficos, de aquellos a quienes se recluta para ocupar cierto status político o determinado puesto ocupacional, lo mismo que de la significación de dicho puesto para una carrera, y su efecto sobre el destino de la familia; una tercera serie de problemas im plica establecer la correlación entre movimientos intelec tuales y religiosos con factores sociales, geográficos, ocupacionales o de otra índole. De este modo, a los ojos de sus exponentes, el propósito de la prosopografia es hacer inteligible la acción política, ayudar a explicar los cambios ideológicos o culturales, identificar la realidad social, y describir y analizar con precisión la estructura de la sociedad, lo mismo que el grado y la naturaleza de los movimientos que en ella se verifican. Creada como una herramienta para la historia política, está siendo empleada cada vez más por los historiadores sociales. Quienes más han aportado al desarrollo de la prosopografia podrían dividirse en dos escudas bastante disímbolas entre sí. Los pertenecientes a Ja escuela elitista se han ocupado de la dinámica de grupos reducidos, o de la interacción, en términos de familia, matrimonio y nexos económi cos, observada en un número restringido de individuos. Normalmente, sus temas de estudio han sido élites de poder, tales como los senadores ro manos o estadounidenses, o bien los miembros del Parlamento inglés o de algún gabinete, aunque el mismo proceso y modelo pueden sor aplicados igualmente, y de hecho lo han sido, a líderes revolucionarios.'* La técnica que se emplea es hacer una investigación meticulosa y detallada sobre la genealogía, los intereses comerciales y las actividades políticas del grupo; las relaciones se muestran mediante minuciosos estudios de casos, que se apoyan, de modo secundario y en un grado relativamente menor, sobre una base estadística. El objetivo de tal investigación es demostrar la fuer za cohesiva del grupo en cuestión, vinculado por una misma sangre, al igual que por un mismo tipo de antecedentes educativos e intereses eco nómicos, sin mencionar los prejuicios, los ideales y la ideología. Cuan do el principal problema es político, se arguye que es la urdimbre de nexos meramente sociales y económicos la que ha dado al grupo su unidad y, por ende, su fuerza política; y en gran medida también su motivación política, puesto que la política es un asunto de quienes ejercen el poder contra quienes no lo ejercen. Esta escuela práctis I I . 1). Lassw ctl y D . L e v n c r ,
monis, C a m b r id g e ,
M a s s ., 1965.
Wuild Reuolutionury Elites Studies in Cocrcive Jdeological Move-
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PR O SO PO G R AFIA
camente no debe nada a las ciencias sociales, a pesar del hecho de qu e p o dría haber aprendido mucho de ellas, y ha permanecido en grari m ed id a ignorante de las teorías psicológicas o sociológicas conscientes. Sus su puestos, sin embargo, son claramente que la política es un asunto qu e concierne a la acción recíproca entre las élites gobernantes y sus clien tes, * en lugar de a los movimientos de masas; y que los intereses egoístas, e n tendidos como una encarnizada pugna hobbesiana por el poder, la r i queza y la seguridad, son los que hacen girar al mundo.3 La segunda escuela está orientada hacia las masas y tiene un carácter estadístico, y su fuente deliberada de inspiración son las ciencias sociales. Los miembros de esta escuela se han ocupado principalmente, aunque no del todo, del análisis mediante grandes cifras de todos aquellos — o de hecho en ocasiones de cualesquiera de los mismos - de quienes no es p o sible conocer nada de manera detallada o íntima dadas las circunstan cias, ya que se trata de personas que están muertas y que, por lo tanto, no pueden ser entrevistadas. Los miembros de esta escuela piensan que la historia está determinada por los movimientos de opinión popular, más bien que por las decisiones de los llamados "grandes hombres” , o por las élites-, y Irán tomado conciencia de que las necesidades humanas no pueden definirse satisfactoriamente en los términos exclusivos de poder y riqueza. Necesariamente se han preocupado más por la historia social que por la historia política, y han tratado, por ende, de plantear una serie 1 de preguntas más amplias, si bien inevitablemente más superficiales, que las normalmente formuladas por los miembros de la escuela elitista. Asií; mismo, han mostrado un interés principal en la evaluación de las correlaí ciones estadísticas entre gran número de variables, sin preocuparse tanto por comunicar un sentido de realidad histórica a través de una serie de [;}•: minuciosos estudios de casos. En la medida en que han intentado descri; bir el pasado, en ese mismo grado han tendido a aplicar más una consjr trucción weberiana de tipos-ideales, que presentar una serie de ejemplos I concretos. Casi todo su trabajo se ha dedicado a la movilidad social, aun que alguna parte del mismo se ha enfocado hacia las relaciones estadísti camente significativas entre el medio histórico y las ideas, y entre las ideas y la conducta política o religiosa. Ambas escuelas difieren significativa mente en cuanto a su temática, y en cierto grado en cuanto a sus supues tos, medios y finalidades, pero son similares respecto a su interés común por el grupo, más que por el individuo o tal o cual institución. La escuela elitista y la escuela de masas quedaron claramente definidas * E l té rm in o d ie n te se usaba e n R o m a para refe rirs e a los p ro te g id o s d e los c iu d a d a n o s in flu y e n te s y ricos, q u e a ca m b io de p reb en d a s v o ta b a n p o r éstos en los c o m ic io s s en a toria les. P o r exten sión , se usa para re fe rirs e a todos a q u ellos q u e ap oyan a d e te rm in a d a p e rs o n a lid a d p o lític a . [ T . ] * D . A . R u stow , “ T h e S tu dy o f E lites",
'
World Poliiics,
18, 196(>.
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por vez primera dentro de ia profesión en los veintes y los treinl as, cuando aparecieron una serie de trabajos que tuvieron un profundo efecto sobre todo su desarrollo posterior. La materia prima a partir de la cual se cons truyeron, y siguen construyéndose tales estudios prosopográficos, com prende principalmente tres categorías generales: simples listas con los nombres de quienes detentan ciertos cargos o títulos, o donde se enume ran las capacidades educativas o profesionales; genealogías familiares; y diccionarios biográficos completos, que normalmente se elaboran en par te con base en las dos primeras categorías, y en parte con base en un mar gen infinitamente más amplio de fuentes. La recabación de materiales biográficos de esta Indole estaba ya en práctica mucho antes de que los primeros prosopógrafos profesionales aparecieran en escena. Para tomar el caso de la historia de Inglaterra (si bien la historia de Roma podría ser un ejemplo igualmente idóneo),4 vemos que desde finales del siglo XVili, pasando por el XIX, y llegando hasta comienzos del XX, laboriosos anti cuarios, clérigos y eruditos habían estado produciendo información biográfica de toda índole en cantidades impresionantes. Tan to de las imprentas públicas como de las privadas surgía un alud de recopilaciones biográficas referentes a todo tipo de descripciones y condición social: miembros del Parlamento, pares, baronets, hidalgos, arzobispos de Canterbury, clero londinense, lores cancilleres, jueces, abogados de primera dase, oficiales del ejército, recusantes católicos, refugiados hugonotes, alumnos de O xford y Cambridge, etc. La lista es casi interminable.5 El propósito de esta efusión de datos — que fue emulada en los Estados j Unidos, Alemania, y otras partes— no es del todo claro, puesto que la . . prosopografía como método histórico aún no se había inventado, y estas publicaciones no se utilizaron por historiadores profesionales más que ü como canteras de las cuales poder extraer trozos de información sobre los ¡¡ individuos en particular. En términos de motivación psicológica, estos ob
• 4 N ic o le t , " P r o s o p o g r a p h i« e t iiis to ire ¡¡o c ía le ".
Biographicai índex to the Present Hrncsc of Commons, L o n d r e s . 1606; A, 'V The Peerage o f England, L o n d r e s , 1714; A . C olü n s, The Barvnetage of England, L on d res, 1720; J. B u rk c, The Commoners of Oreal Brítain and írebnd, L o n d re s , 1833-1838; W . F , H o o k , ti:, ves o f the Archbishops o f Canterbury, L o n d re s , 1860-1876; O . H en n essy, Repertoríum Ecclest'asticum Parochiale Londinense, L o n d re s , 1 8 9 8 ;}. C a m p b e ll, Lives of the Lord Chancellors, L o n d r¿ ¿ ^ | | | 1 8 4 5 -1 8 4 7 ;}, C a m p b e ll, Lives of the ChiefJustices, Londre.3, 1849; E . Fosa, Biogmphia Jurídica, A :j§ ¡| Biographical Diciionary o f theJudges of England. . 1066-1870, L o n d re s , 1870; H . W . W o o lr y c l»,L ^ - : Lives of Emincnt Sergeanls-at-Law, L o n d r e s . 1869; C . D a lto n , English Army Lists, I66l-I7l4?ffj0] L o n d r e s , 1892-1904; C . D a lto n , George the First's Army, 1116-172.7, L o n d re s , 1 9 1 0 ; }. C a m p b e ll,^ i¡t| \ Lives of the Admiráis, L o n d re s , 1742-1744; J. C h a rn o ck , Biographta Namlis, L o n d r e s , 1794-1798; . ; ^ W . M u n k , Roll of the Royal College o f Physicians of London, 1861; A . B . B c a v e n , Aldermen of the c¿ | ¡§ > City o f London, L o n d r e s , 1908-1913; J . G illovv, Bibliographical Dictionary of English Calholics, J j f f 1534-1902, 1885-1902; D , C . A , A g n e w , Prutestant Exiles from Franco in the lleign o f Louis XlV ,\.|||f ; E d im b u r g o , 1886; J. y j . A . V e n n , AlumniCantabrígienses, C a m b r id g e , 1922-1964; J. F o s tc r, Alütn: . ni Oxont'enses, O x fo r d . 1891-1892. "(ff 5 J osh u a W iís o n ,
C o líin s ,
BROSOPOGRAFÍA
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scsivos coleccionistas de información biográfica pertenecen a la misma categoría de machos eróticos-anales que los coleccionistas de mariposas, estampillas o cajetillas de cigarros; todos pueden considerarse com o p ro ductos derivados de la ética protestante. Empero, parte del estímulo provin o de un afecto y un orgullo de índole local o institucional, que asumió la forma de un deseo de registrar a los miembros antiguos de una co rp o ra ción, colegio, profesión o secta. Asimismo, parte de aquél se derivó de esa infatigable pasión por estar al acecho de las genealogías y los antepasa dos que se ha apoderado de grandes sectores de las clases altas inglesas des de el siglo XVI. L a descomunal expansión de las clases medias cultas en el siglo XIX, lo mismo que el desarrollo de las bibliotecas públicas y universita rias, creó un mercado lo suficientemente grande para justificar la pu blica ción de estos incomprensibles, y más bien esotéricos volúmenes. El logro supremo de este movimiento inglés de un siglo con respecto a la biografía colectiva, fue el proyecto que cristalizó en el gran D iction a ry o f National Biography, que viene a ser un perdurable monumento a la v i gorosa dedicación de los Victorianos en su empeño por recabar in form a ción acerca de los muertos. Cuando los primeros prosopógrafos históricos comenzaron su labor después de terminada la primera Guerra M undial, encontraron a la mano, en consecuencia, un caudal de información biográfica ya compilada e impresa, que esperaba tan sólo ser analizado, [i cotejado y utilizado para la construcción de un cuadro inteligible de la so| ciedad y de la política. El primer historiador que adoptó el método prosopográfico elitista íy. para abordar un problema histórico importante fue Charles Beard, que |v. ya desde 1913 propuso una explicación acerca del establecimiento de la ú Constitución Federal de los Estados Unidos, mediante un detenido análi sis de los intereses económicos y de dase de los Padres Fundadores.6 En el capítulo central, intitulado “ Los intereses económicos de los miembros de la Convención” , se plantea la pregunta de si estos últimos representaban "grupos disímbolos cuyos intereses económicos entendían y vivían de m a nera concreta, formas definidas a través de su propia experiencia perso nal con idénticos derechos de propiedad, o si operaban únicamente bajo la guía de principios abstractos de ciencia política” . Empero, su conclu sión resulta ser ambigua: “ Las primeras medidas en firme para la elabo ración de la Constitución fueron tomadas por un reducido grupo de hombres inquietos, cuyo interés inmediato, por mediación de sus bienes personales, era el resultado de sus esfuerzos” , una conclusión a que el autor ha llegado por virtud de una biografía económica de todos aquellos 6 C h a lle s A . Bearcl,
An Economic Interpretación of the Constitución of the United Sietes, N u e v a
bíi
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relacionados con su formulación. Este notable y brillante trabajo pionero , curiosamente parece haber influido poco sobre las tendencias de posguerra, quizás debido al dogmático e inflexible marco de determinismo económico dentro del que fue concebido. En el prefacio a la edición de 1 9 3 5 , Beard intentó negar que su actitud hacia el determinismo éconómico fuera global, o que tuviera una profunda influencia del pensamiento marxista, o bien que estuviera atribuyendo intereses sórdidos y egoístas a los Padres Fundadores. No obstante, sus argumentos no son de) todo convi acentos.7 Lo que Beard aportó a la prosopografía elitista fue una suspicaz curiosidad acerca de la situación financiera del protagonista, al igual q u e la hipótesis de la importancia de la misma. Pero lo que pasó por alto fu e el papel de los vínculos sociales y de parentesco, los cuales atiborrarían los estudios posteriores de sir Louis Namíer y otros. Por otra parte, el trabajo de Beard debió de haber sido familiar a Namier, quien, no im porta cuánto se le baya rechazado por parte del determinismo económico de carácter marxista, ciertamente debe de haber quedado impresionado por el poder interpretativo del método. Un año después, otro erudito norteamericano, A, P. Newton, publicó un libro menos conocido, que llevaba dicho método un poco más lejos.8 Localizó cuidadosamente las relaciones de parentesco y los nexos econó micos, con objetó de demostrar la conformación del liderazgo puritano opuesto a Carlos I en ios años 1630. Evidentemente, su libro fue un modesto precursor de Narnier, pero por alguna razón, tal vez debido al carácter más bien ominoso de su título, jamás atrajo considerablemente el interés general.9 Pero el verdadero adelanto que le ganó la aceptación general dentro de la profesión fue la publicación de Structure o f Politics at the Accession of George J lí (Londres, 1929) de Namier, Román Revolution (Oxford, 1939) de sir Ronald Syme, y Science, Technology and Puritanism in Seventeenlh Century ( Osiris, IV, 1938) de R. K. Merton. Estos tres trabajos lograron fundamentarse en el arsenal de información biográfica que se había recopilado y publicado durante el siglo anterior. Merton empleó el Dictionary o f National Biography para su trabajo, Syme quedó en deuda con dos historiadores alemanes, M. Gelzer y F. M iinzer,10 y N am ier fue capaz de sacar provecho de 130 años de reeabacióu de datos sobre las vidas de los miembros del Parlamento. La labor pionera de la escuela histo7
lbid„
1935, p p. 7 3 , 324. x ii-x iv .
The Colonismg Activitits o f the Euglúh Turitans, N e w H a ven . 1914. la p u b lic a c ió n d e J. H. Hexter, The Reign of King Tym, C a m b r id g e , 10 M . G cb.er, Díc Nobilittit der rómischen RepubliU, I.e íp z íg B erlín , 1912. F. M iin z e r , Rómúchc Adehparteien unU Adélsfamilten, S tu ttg a it, 1920. 8 A
P. N e w to n .
le
9 N o 3c c o n tin u ó hasta M ass., 1941.
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l'R O SO PO G R AFÍ A
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laográfica alemana anterior a la guerra fue de gran importancia para el desarrollo ulterior de la prosopograña clásica — y probablem ente ta m bién de la moderna --, pero sus logros se han visto opacados por e l tipo de trabajo más ambicioso y llamativo de Namier y Syme. Aparte d e B eard y Newton, estos dos últimos fueron los primeros historiadores con e m in en te capacidad que utilizaron este tipo de enfoque para intentar una im p o r tante reinterpretación de un acontecimiento político fundam ental, el cual había sido estudiado ad nauseara durante mucho tiempo p o r histo riadores más convencionales. Ambos trabajaron de manera im presionan te a través de estudios de casos y viñetas de carácter personal, qu e usaron para estructurar una descripción acerca de los intereses elitistas persona les, principalmente agrupaciones de parentesco, afiliaciones comerciales, y una complicada urdimbre de favores dados y recibidos. El tercer estudio, a cago de R. K. Merton, fue hasta cierto punto d ife rente en sus objetivos y en su método. Más propio de un sociólogo n orte americano que de un historiador inglés, lo que éste produjo fue una b io grafía de grupos con una base estadística, más bien que un retrato grupal estructurado a partir de una serie de estudios de caso. El problema que se planteó fue asimismo diferente, puesto que no intentaba dar razón de ac ciones políticas específicas, sino de un estado mental; y su explicación se refería a un cuadro mental, no mediante vínculos familiares o intereses económicos, sino a través de afiliaciones ideológicas: su propósito era arti cular una actitud favorable con respecto a la ciencia natural, que se m a n tuviera fiel a lo descrito vagamente por él como puritanismo. Por otra parte, su trabajo fue similar al de Nam ier y Syme, en el sentido de que su investigación, aunque en un nivel mucho menos profundo de análisis, se refería a la conducta de una élite, más bien que de una masa. Tanto Syme como Namier, pero particularmente este último, ejercerían una gran influencia sobre la siguiente generación de eruditos en sus res pectivos campos de especialización. Hace algunos años, un crítico revisó el trabajo reciente y actual de los historiadores acerca de la política in gle sa en el siglo XVHI, y con base en los problemas planteados por ellos y los métodos empleados para resolverlos, concluyó que se trataba de miembros de una sola corporación: "Namier, In c.” 11 Actualmente, tanto los estudios de casos como los métodos estadísticos — y especialmen te estos últimos— se han difundido a otros campos y otras épocas, y su aplicación se lleva a cabo en una escala cada vez más amplia en todos los aspectos del proceso histórico, en todo momento y en todo lugar. 1.a es cuela de masas ha dado lugar a una floreciente subdivisión denominada psefología, o análisis de la conducta del electorado durante el proceso de 1' John R a y m o n d ,
New Síatestnan,
19 d e o c tu b r e d e 1957, p p , 499-500.
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votación; en tanto que la escuela elitista ha engendrado una subdivisión más científica, el análisis de las listas del cuerpo legislativo. Estos dos nuevos campos especiales absorben cada vez más tiempo y dinero, y des piertan un interés creciente por parte de los historiadores y los científicos en el campo político.12
Raíces intelectuales El que el desarrollo de estas tendencias se verificara durante la misma época en los escritos de eruditos cuya labor era completamente indepen diente (sir Ronald Synie me asegura que en ese tiempo no había leído a Namier), prueba que hay más de fondo en ello que meros hallazgos ca suales y afortunados. 1.a prosopografia no habría prosperado como lo hizo en los veintes y los treintas, de no haber sido por cierta crisis en la profesión histórica, la cual era ya ostensible entre los más petspicaces de los jóvenes de la nueva generación.13 Esta crisis se originó del casi total agotamiento dentro de la gran tradición historiográfica occidental ins taurada en el siglo XIX. Con base en un análisis muy detenido de los archivos estatales, sus momentos gloriosos habían sido los aspectos institu cionales, administrativos, constitucionales y diplomáticos de la historia. Empero, los principales logros de estas áreas los había conseguido aquella raza de gigantes de los periodos Victoriano y eduardiano tardíos, des collantes figuras de la historia inglesa de esa época como C .W . Stubbs, T. F. Tout, F. W . Maitland y S. R. Gardiner. En su búsqueda de nuevos ca minos que resultaran más fructíferos para la comprensión del modo de operar de las instituciones, algunos jóvenes historiadores, justo antes y después de la primera Guerra Mundial, comenzaron a apartarse del dete nido análisis textual de las teorías políticas y los documentos constitu cionales, o bien de la elucidación de la maquinaria burocrática, abocán dose al examen de los individuos implicados, y de las experiencias a qué éstos hablan estado sujetos. Exasperado por el ampuloso fervor mostrado por una generación de intérpretes históricos acerca de la formulación de la Constitución de los Estados Unidos, Beard hacia la introducción de su propio libro con la acre observación de que “ la Constitución tuvo un ori gen humano, por lo menos de manera inmediata, y hoy día se discute y se aplica por seres humanos que se hallan ellos mismos empeñados en ciertas actividades, ocupaciones, profesiones e intereses” . Un cuarto dé
12 Algunos ejemplos se hallan publicados en D. K. RowncyyJ. Q,. Graham, Quanlilatiw Hisiory, Homewood, 111,, 1969, V I parte, 13 Los líderes de», esta revolución intelectual fueron los franceses Marc Bloch v Luden Febvre.
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siglo después, en su desafiante introducción, Syme declaraba tam bién abiertamente la guerra a la anterior generación de historiadores.54 A l ocuparse de las actitudes del Parlamento hacia las colonias n orteam erica nas antes de la revolución, Nam ier no se molestó en abordar la teoría política de ninguna contribución fiscal que no fuera representativa. En lugar de eso planteó las siguientes preguntas:15 ¿Qué grado de familiaridad había entre las colonias norteamericanas y la cá mara donde se aprobó y se rechazó la Ley Sobre Timbres Fiscales, y donde se promulgaron los Derechos Aduanales Townshend? ¿Cuántos de sus miem bros que habían estado en las colonias, tenían relaciones con ellas, o bien un conocimiento profundo sobre los asuntos norteamericanos? ¿Habían algunos nacido en Estados Unidos? Siguiendo este ejemplo, se han formulado preguntas similares acerca de quién, más bien que acerca de qué, con respecto a cuestiones tan d i versas dentro de ia historiografía inglesa como la Carta Magna, la C á m a ra de los Comunes, disturbios, la administración publica y el G abin ete.16 La premisa tácita es que una comprensión acerca de quiénes fueron los protagonistas hará progresar más la explicación sobre el modo de operar de la institución a que pertenecían, revelará los verdaderos objetivos que subyacen bajo el caudal de la retórica política, y nos permitirá entender mejor los logros de aquéllos, al igual que interpretar más correctamente los documentos por ellos producidos. El sentido en que se desarrollaría este modo de oponerse al enfoque convencional sobre la3 instituciones y los planes políticos, recibió una fuerte influencia de otras tendencias importantes dentro de la atmósfera intelectual de la época, de las cuales la primera y más importante fue el relativismo cultural. Una mayor compenetración con otros países a través de viajes, se combinaba con el creciente cúmulo de estudios antropológi cos para revelar el extraordinario margen de normas culturales que d ife rentes sociedades han adoptado en todo el mundo. El público culto alcan zó una conciencia poco tranquilizadora de que las costumbres morales, las leyes, las constituciones, las creencias religiosas, las actitudes políticas, las
’* Beard, Economic interpretación of tire Constitntion, p. xiv; R. Syme, The Román Revolution, Oxford, 1939, p. vii. Para una descripción de esta ingente transformación historiográfica en la trato. tía romana, víase Nícolct, '‘Prosopographic et histoire socíalc". 16 L, 0. Namier, England in lite Age o f the American llevoluíion, 2a. ed., Londres, 1961, p. 229. 16]. c. Holt. The Norlherners, Oxford; 1961; J. E. Ncale, The Elizabethan Honre o f Commons, Londres, 1949; M. F. Heder. The Long Parliament, 1610-1 fiel, Filadclfia, 1964; L. 11, Namier y j. Brooke, The Honro o f Commons, 177-1-1790, Londres, 1964; E. j, HobsbawmyG. Iludí, Capiain Sv/ing, Londres, 1969; G. 11. Aylincr, The King's Servants: The Civil Service o f Charles 1, 162} 1612, Londres, 196); W. L. Guttsmaiv, The Rritish Political Elite. Londres, 1963.
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estructuras de clase, y las prácticas sexuales, difieren completamente | entre una sociedad y otra; y fue esta conciencia la que condujo coii el I tiempo al reconocimiento de que son pocas las normas universales de : comportamiento humano o de organización social. Fue considerablemen- ; | te mayor el énfasis sobre el condicionamiento ambiental, considerado como ' j el factor determinante en la creación de esta gama, debido a que los veintes y los treíntas constituyeron una época en que las explicaciones ge- t néticas sobre las diferencias culturales no se trataban con la seriedad que § ahora comienza a parecer que probablemente merecen.17 El darwinis- j ¡ m o social, que ejerció una poderosa influencia a finales del siglo pasaí do, acentuó mucho más la naturaleza que la educación. Sin embargo, los : [ psicólogos freudianos, quienes poco después comenzaron a tener un veco- í f I nocimiento propio, subrayaron grandemente el papel de la educación, ; : poniendo especial énfasis sobre la infancia y las primeras experiencias sei xuales. No obstante, debe admitirse que la psicología freudiana no ha ; sido de mucha utilidad para el historiador, a quien normalmente no le es posible introducirse en el dormitorio, el cuarto de baño o el cuarto de ni- j f | ños. Si Freud está enlo cierto, y son éstos los sitios donde la acción tiene luf gar, no queda mucho por hacer al historiador. La ulterior modificación de , \ \ ias ideas freudianas hecha por Erik Erikson, según la cual la formación i de la personalidad continúa a través de la infancia y la adolescencia, para 1j cristalizar en una "crisis de identidad” justo antes de la madurez, le abre ¡ nuevas posibilidades al historiador, quien en ocasiones puede descubrir * ; ciertos aspectos acerca de los pensamientos y sentimientos de tal o .cual su- J li jeto de estudio respecto a su adolescencia, aun cuando sepa poco o nada sobre su infancia o lós inicios de la misma. Sin embargo, hasta ahora la psicología eriksoniana ha sido muy poco empleada por los historiadores, y _j§ : una influencia mucho más importante sobre la profesión la han ejercido ^ f las teorías conductistas acerca del desafío y la respuesta a las presiones del ■{ medio ambiente. ||¡ | El tercer elemento de influencia dentro de la atmósfera intelectual de la época, fue el desmoronamiento de la confianza en la integridad de i'1-' políticos, y la disminución de la fe en la importancia de las constitu- ?»; dones. Gran parte de este cinismo se generó a raíz del desastre político y .'i moral de la primera Guerra Mundial, al que siguió el derrumbamiento p de las expectativas de un mejor orden mundial. Muchas personas llegai
17 Rara un sugestivo, aunque altamente especulativo análisis Je las posibilidades de la infiui i *i genética, véase C. D. Davlington, "The Gcnetics of Socicty". Past and Present, 43, 1969. ..w9|| t ■
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a los demás en el uso del galimatías retórico del odio. La consecuencia de esto fue la propagación dentro de círculos intelectuales, al igual q u e entré las clases altas, de la antigua leyenda popular acerca de la deshonestidad de todos los políticos. Este fue el momento en que los trapos sucios sa lieron al sol, cuando libros como Em inent Victorians (1918) d e Lyttón Strachey y The R obber Barons (1934) de Mathew Josephson, vin ieron a destapar la cloaca del siglo XIX. Tam poco debe olvidarse que los acon te cimientos de dicho periodo no ayudaron en nada a restablecer e l eq u ili brio; fue la época de Teapot Dome, Jimmy Thómas y Stavisky. Fueron estas aserciones populares, al igual que los hallazgos reales acerca del re lajamiento moral y particularmente financiero de los políticos, los que llevaron a los historiadores a pensar que si tan sólo fuera posible tener ac ceso a los documentos privados de los protagonistas políticos del pasado, motivos similares se harían ostensibles como una fuerza motora d é la his toria. Aparte del fascismo (que tuvo muy poco interés intelectual), el m arxis mo fue la única ideología poderosa de la época. Éste despertó en muchos historiadores una creencia hasta cierto punto ingenua en el determinismó económico, que vino a reforzar fuertemente tales sospechas sombrías sobre la motivación humana. De este modo, Beard afirmó que "el m otivó directo de fuerza” detrás de quienes concibieron la Constitución de los Es tados Unidos, "fueron las ventajas económicas, que los beneficiarios espe raban redundarían inmediatamente en su favor como resultado de su ac ción” .18 En sus primeras etapas, por lo tanto, la prosopografía reflejó una actitud profundamente pesimista hacia los empeños humanos, y estuvo bajo la férula de radicales con influencia marxísta Como Béard, o de hombres como sir Lewis Nam ier y sir Ronald Syme, quienes manifesta ban una estructura mental decididamente conservadora. Syme admitía francamente con respecto á su propio trabajo que "el modo como ha sido concebido le ha impuesto un tono pesimista y agresivo, con excepción de casi todas las emociones más nobles y las virtudes de índole doméstica” . Por otra parte, un antiguo crítico expresaba su desaliento acerca del libro de Nam ier: “ El sistema político que describe ciertamente no es atractivo, habiendo sido sustentado sobre un interés acaso profundo y esclarecido, pero sórdido y egoísta.” 19 Este cinismo tampoco se limitó a actitudes con respecto a políticos en particular, sino que abarcó también sistemas políticos. Si las revoluciones ño significan otra cosa que la sustitución de una élite avariciosa y domi-
18 Beard, liconomic ínterjyretaiion of Che Constilution, pp. 17-18. 19 Syme, Román Revohition, p. viii; D. A. Winstánley, haciendo una resefla de Namier en English Hístorícal Review, 44, 1929, 660.
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nante, cuyo eje es ella misma, por otra; y si son un puñado de hombres sin escrúpulos quienes comandan como les place el timón del barco del Esta do, sin importar la bandera constitucional bajo la que naveguen, enton ces la diferencia entre la tiranía y la democracia parece desvanecerse, en el menor de los casos. Desde este punto de vista, la escuela elitista de los prosopógrafos históricos de los treíntas se vio profundamente afectada por la crisis contemporánea en cnanto a la confianza en la democracia. Namier se dedicó deliberadamente a destruir las teorías acerca de una conspira ción tiránica de Jorge III en contra de la Constitución Inglesa, en tanto que Syme pareció suprimir toda base para emitir juicios morales con res pecto a la destrucción de la república romana hecha por Augusto, En 1939, A, Momígliano aplicó a Syme su propia descripción de Tácito; “Un monárquico por perspicaz desesperación de la naturaleza humana.” 20Ro~ bert Dahl ha observado con razón, sin embargo, que “ para los individuos con un fuerte acento de idealismo frustrado [la teoría elitista], tiene todas las características de un cinismo recrudecido".21 El teórico y el historiador elitistas tienden a ser igualitaristas desilusionados, cuya misantropía ema na directamente de un sentimiento moral ultrajado. L a actitud hacia los modos en que opera la política que asumieron los primeros prosopógrafos, parece que debe poco a los escritos de teóricos políticos. Marx mismo subrayó primero el papel de los lores feudales y después el de la burguesía, y prestó atención al interés egoísta que guiaba sus acciones. Pero las primeras teorías políticas elitistas cabales surgieron en la Europa de comienzos del siglo XX, con los escritos de R. Michels, G, Mosca y V. Parcto. Aunque a Michels podía leérsele en francés, Pareto y Mosca sólo fueron traducidos al inglés hasta los treíntas, y no hay ninguna prueba de que hubieran ejercido la más mínima influencia sobre círculos históricos anglosajones antes de. esa fecha. Namier, Merton y Syme eran fuertemente antimarxistas, y sin embargo sólo Merton parece haber esta do familiarizado con estos modelos elitistas no marxistas. Nos encontra mos, por lo tanto, con el desarrollo por parte de los científicos abocados a !a política, de una teoría completa sobre el dominio de las élites, la cual antecedió por una generación a la labor de los historiadores. Pero, con excepción de Merton, los historiadores efectuaron sus análisis empíricos con base en sus propias aserciones semiconscientes acerca del comporta miento político, privados del beneficio de la teoría política que les hu biera proporcionado el marco que necesitaban. Se trata de uno de los epi sodios más bizarros de la historia intelectual, consecuencia de la lentitud con que los científicos europeos en el campo social fueron traducidos al
20 A. Momígliano, haciendo vna reseña de Syme en
Journal o f [loman Studtes, SO, 21 Según se cka cu O A. Rusíow, "Síudy of Élites", p 713.
í 910, 75.
PROSOPOGRAFÍA
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inglés, y del aislamiento de la historia con respecto al resto de las ciencias sociales a comienzos del siglo XX. Una de las principales características de la interpretación elitista acer ca del proceso histórico, es la supresión deliberada y sistemática del centro del escenario político tanto de los programas de los partidos com o de las pasiones ideológicas, y su sustitución por una compleja urdim bre en la que se entrelazan los benefactores junto con sus clientes y dem ás d e pendientes. En el caso de Ja historia romana, esto ha sido aseverado expresamente por los profesores L. R. Taylor y E. Badián.22 Con respecto a la historia inglesa, Namier sustituyó al partido por la idea de “ n exo” como el principio fundamental de organización de la política de m e diados del siglo XVIII. K. B. McFarlane acuñó la frase "feudalismo bastar do" para representar relaciones no disímiles benefactor-cliente, qu e se gún él podían dar razón del siglo XV, en tanto que sír John Neale tom ó en préstamo la palabra "clientela" de los historiadores clásicos, con o b jeto de hacer inteligible el sistema político isabelino. En un pasaje fundamental, este último escribió:25 La mayoría de los hidalgos parece haberse agrupado mediante relaciones estrechas o lejanas en tomo a la grandeza de unos cuantos hombres en el país. . . El agrupamiento y la interdependencia de los hidalgos, aunados a su empeño concomitante y permanente por mantener un prestigio y una supre macía, vino a permear la vida inglesa. Esto asumió el papel ejercido por la política en nuestras sociedades modernas, y es en el país la clave principal de las elecciones parlamentarias. Para algunos eruditos, la prosopografía no fue meramente un m odo de ignorar las pasiones y las ideas, sino que se adoptó con el propósito especí fico de neutralizar estos perturbadores e intratables elementos. Un cuarto estímulo para la prosopografía elitista, que a su vez reforzó la nueva conciencia sobre el papel esencial desempeñado en la política por las asociaciones de dependientes, fue la preocupación casi obsesiva del antropólogo por la familia y el parentesco, cuyos efectos cabales ape nas comienzan a hacerse sentir plenamente en la profesión histórica de nuestros días. Fue el trabajo de Namier acerca de la política inglesa de mediados del siglo XVIII, el que primeramente atrajo la atención de los historiadores con respecto a las potencialidades de los ordenamientos fa miliares y los lazos de parentesco como vínculos políticos.2'1Quizás no sea
L. R. Taytoi, í’arly Polt'tics in the Age of Cansar. BeiUcley, HM9, p. 23; E. Radian, Foreign Cítentelas. Oxford, 19f)S, p. 1. 23 K. B. McFarlrmc, "Baitaid í'cudalism", ¡hdletin of the Instituí? for Hútorical Research,, 21, 194b; Neale, Etuabethan Itcuse of Commons, pp. 24, 27, 24 Namier, England ¡n the Age ofthe American ftevoliition, p. 19. Véame también Syme, Román
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del todo descabellado el ver un paralelismo entre la preocupación mostra da por la escuela elitista de historiadores hada dichos eslabónamientoSi y las preocupaciones similares dentro de la ficción contemporánea, princi palmente en la recherche du temps perdu de Proust y más reciente mente en Music o f Time de Anthony Powell. Estas tendencias intelectuales bastan por sí mismas para explicar el sur gimiento de la escuela elitista entre ambas guerras. La escuela de masas, con mayor orientación científica, estuvo de alguna manera en deuda con todas ellas, pero específicamente con el surgimiento concomitante de las ciencias sociales. Desde Weber a Merton, los más inteligentes y exitosos entre los científicos en el campo social se han limitado a proponer hipó tesis de mediano alcance acerca de fenómenos como el suicidio, la bu rocracia o la receptividad hacia los enfoques políticos de derecha. La prosopografía histórica es obviamente de un inmenso valor como fuente de datos para investigaciones de esta índole, y no es casual el que Marx y W eber, al igual que Merton, hayan mostrado fuertes intereses políticos. En el caso de Merton, y en el de un sinnúmero de ulteriores investigadores históricos de la escuela de masas, la principal inspiración para el tipo de preguntas formuladas y los métodos empleados para resolverlas, fue el = des-arrollo de técnicas de encuestas sociales. Es de ellos de quienes pro viene la confianza en el método de muestreo, y el hábito de formular un margen de preguntas muy amplio, muchas de las cuales resultan ser total mente irrelevantes, con la esperanza de seleccionar después mediante m a nejo estadístico aquellas variables que sean significativas. Dadas estas múltiples tendencias convergentes en la vida intelectual del periodo comprendido entre las dos Guerras Mundiales, difícilmente sorprende que fuera entonces cuando se desarrollara la prosopografía. De hecho lo que sorprende, visto retrospectivamente, es más bien la lentitud de sus progresos en el escenario histórico, ya que sólo fue hasta los cin cuentas, o incluso los sesentas, cuando un número significativo de estu diosos comenzó a emplear el método, al tiempo que se inició la publica ción de un caudal permanente de útiles hallazgos.
A
Limitaciones y
peligros
Se cuenta hoy con suficiente experiencia para hacer posible el evaluar tanto las potencialidades como las limitaciones de los estudios prosopográficos. Algunos de los errores y las deficiencias son consecuencias ine vitables del carácter pionero de uii método nuevo, y pueden evitarse Rewlulion, p. vii; Holt. The Northerners, Ncalc, Elúahethan House of C.ommom; N. Annan, 'The Inteilcctual Aristocracy", cnj. H. Plumb. comp., Síudies in Social ffistory, Londres, 1955.
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aprendiendo en el futuro de los errores del pasado. Otros, sin em bargo, son todavía más profundos, y surgen de ciertas presuposiciones políticás y psicológicas, las cuales están arraigadas en los cimientos sobre los que des cansa la prosopografía. Es evidente de suyo que los estudios biográficos de un número conside rable de personas, son posibles únicamente en el caso de grupos sobre los que la documentación es satisfactoria; por ende, la prosopografía está se veramente limitada por la cantidad y la calidad de los datos recabados acerca del pasado. En Un grupo histórico determinado, es posible que se conor.ca casi todo acerca de algunos de sus miembros, ignorándose casi todo acerca de otros; ciertos puntos faltarán en el caso de algunos de ellos, mientras que otros diferentes faltarán en el caso de otros. Si las in cógnitas se vuelven muy numerosas, y Si, conjuntamente con tipos muy fragmentarios de información, constituyen una mayoría considerable del todo, las generalizaciones basadas en los promedios estadísticos se torna rán muy inciertas en verdad, si no es que totalmente imposibles. Los aná lisis que precisan confinarse a la décima o a la vigésima parte del grupo, respecto al que existe suficiente información, dependen en cuanto a su confiabilidad de que la minoría registrada sea una muestra genuinarnente aleatoria del todo. Pero esta es una aserción improbable, puesto que el simple hecho de que se hayan registrado más datos de los normales acerca de las vidas y las trayectorias de una ínfima minoría, es indicativo de al gún modo del carácter atípico de sus miembros. Hasta un grado que no es posible medir, los análisis basados en datos tan fragmentarios tenderán a exagerar, y quizás a deformar irremediablemente, el status, la educación, la movilidad ascendente, etc., del grupo que se está examinando. Para la mayoría de los grupos sociales, ubicados en la mayoría de las áreas, la prosopografía no pudo emplearse satisfactoriamente antes de la expan sión de datos de registro en el siglo XVI, originada por la invención de la imprenta, la propagación de la alfabetización y la consolidación del Esta do-nación burocrático y conservador de registros. La única excepción a esta generalización se observa en el caso de una encuesta única y detallada de tipo censal, como el catasta florentino de 1427. Estos excepcionales documentos permiten que el historiador haga en un momento dado un corte transversal a través de una sociedad, pero no es posible que respondan ninguna pregunta referente a las transforma ciones en el tiempo, puesto que normalmente no hay nada antes ni des pués con qué cotejarlos. Asimismo, requieren de Un manejo cuidadoso, puesto que pueden disimuladamente omitir a ciertas clases de personas, como los mendigos, o sus categorías ser vagas o imprecisas; al tiempo que es probable que sus estadísticas financieras subestimen la opulencia de los ricos con respecto a los pobres.
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La segunda limitación impuesta por el testimonio de los registros es la del status. En cualquier época y lugar, entre más se desciendo en el siste ma social más escasa se torna la documentación. Corno consecuencia, la mayoría de los estudios ya efectuados, o que se realizan hoy día, se han consagrado a las élites. El tema de estudio más popular de la prosopografía ha sido, y sigue siendo, las élites políticas; aunque hay al gunos otros grupos que se prestan con bastante facilidad a este tipo de tratamientos, cuyos miembros pertenecen a ciertas categorías de status elevado: los funcionarios públicos, los oficiales del ejército, el alto clero, los intelectuales y los educadores, los abogados, los doctores, los miem bros de otros cuerpos de profesionales, y los empresarios de carácter in dustrial o comercial. Los únicos elementos de las clases bajas respecto a quienes es posible hacer algo, en un sentido que vaya más allá de una perspectiva altamente impresionista, son las minorías perseguidas; ya que los registros policiacos y los registros legales proporcionan con frecuencia gran parte de la información necesaria a este respecto, especialmente en sociedades con una añeja tradición de sólido burocratismo y control poli ciaco como Francia. Lo que resulta extraño es que los únicos grupos de gente pobre y humilde sobre los que a veces se encuentran abundantes datos, sean grupos minoritarios y por definición excepcionales, ya que se hallan sublevados en contra de las mores y las creencias de la mayoría. La tercera limitación impuesta por estas pruebas se deriva del hecho de que son profusas en lo que toca a ciertos aspectos de la vida humana, y casi inexistentes con respecto a otros. Los registros que sobreviven se ocu pan antes que nada del monto, el tipo, la propiedad y la transferencia de los bienes. Es esto lo que constituye la preocupación primordial de los re gistros legales tanto privados como oficiales, los registros fiscales oficiales, y los registros administrativos tanto públicos como privados, que son los que forman en conjunto el vasto cúmulo del material escrito acerca dél pasado. Por ende, existe una fuerte predisposición a tratar al individuó como homo económicas, y a analizarlo en primer término a la luz de su comportamiento y sus intereses financieros, ya que es esto lo que los re gistros esclarecen con mayor claridad y detalle. Empero, los intereses eco nómicos pueden contraponerse, y aun cuando el interés resulte claro, sé volverá imposible tener la certeza de que ésta y no otra constituye la consi deración de más peso. Además, la división entre los contemporizadores y aquellos que queman hasta el ultimo cartucho, con frecuencia es más im portante políticamente que la división entre grupos con intereses econó micos claramente definidos,25
85 Por ejemplo, W. O. Aydcloüe, "The Coumry Gentlemcn and thc itepeal of Ule Com Laws'Y Hütorxcal Re vicia, 82, 19í>7; ’Voting Patterm m thc Bvitiíh Housc uf Commoro ín che 1840Y', en ftowr.ey y Grabam, Qunntihnwc Uislory.
Kngtish
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Después de los intereses económicos, el segundo punto de in form ación relativamente fácil de descubrir acerca de una persona, son sus an tece dentes familiares y sus nexos. Entre las clases altas, el m atrim onio ha ser vido en el pasado para que los jóvenes consiguieran amistades y contactos que les fueran útiles, así como para unir los bienes y crear grandes latifu n dios. Los lazos familiares han desempeñado también un importante papel en todas las épocas con respecto a la formación de grupos y partidos políticos, desde la Edad Media hasta más allá del siglo XVIU. S im plem en te basta pensar en los Howard y los Dudley de la Inglaterra deí siglo XVI, los V illier de comienzos del siglo XVU, los Pelham del XVIU, y los Cecil y los Cavendish de finales del XíX y comienzos del XX, para admitir la im portancia permanente de este factor. Pero esto no responde a la pregunta de qué tan seguro sea seguir esta línea de razonamiento, debido a que el papel cimentador del parentesco varía claramente según el lugar, la é p o ca y el nivel social. Existen innumerables ejemplos en la historia de miembros de la misma familia cuyas discrepancias han sido con frecuen cia de una violencia extremada. Además, aun cuando los lazos de p aren tesco fueran fuertes, y pudiera mostrarse que efectivamente lo han sido, existen límites en la búsqueda de vínculos genealógicos significativos. Dos diligentes prosopógrafos que investigaban acerca del Parlamento Largo de 1640 lograron rastrear nexos genealógicos que emparentaban al radical John Hampdcn con ochenta miembros parlamentarios, pero desafortuna damente estos parientes resultaron tener opiniones políticas y religiosas muy variadas. Cuando los autores descubrieron que si se remontaban lo suficiente podían hallar un nexo de parentesco entre Carlos I y Oliverio Cromwell, se dieron cuenta que tal vez habían sobrepasado los límites ex ternos referentes a la utilidad de esta línea específica de investigación. Sospechas similares han sido expresadas recientemente con respecto al papel atribuido por la escuela prosopográfica al parentesco en la Rom a clásica.26
ERRORES EN I,A CLASIFICACIÓN DE LOS DATOS El tener una clasificación significativa es esencial para el éxito de cual quier estudio, pero desafortunadamente para el historiador, cada indivi duo lleva a cabo muchos papeles, algunos de los cuales se contraponen a
26 D. Brunton y D. H. Pcnnington, Members of ihe l.ong Parh'ament, Londres, 1954. Para una convincente refutación de la teoría de "que los nexos genealógicos y políticos coincidirían normal mente ’ a comienzos del siglo XVill, véase G. Holmes, British Polt'tics tn the Age of Atine, Londres, 1967. pp. 327-334; C. Meier, Res Publica Amissa, Wiesbaden. 1966, y una reseña déoste por P.A. Bruñí en Journal of Román Sludtes, 58, 1968, pp. 5129 232.
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otros. Todo individuo pertenece a una civilización, una cultura naeiónál|j| y a un sinnúmero de subculturas ■—de carácter étnico, profesional, rélj gioso, de semejanza grupal, político, social, ocupacional, económico, séxiiájf etcétera— , C om o resultado de esto, ninguna clasificación tiene valictéÉI universal, por lo que resulta bastante inusual encontrar una cohereneifigj perfecta en alguna de ellas. Las categorías referentes al status pueden te-C ner poco que ver con la riqueza, y asimismo variar en cuanto a su impotp¡§ tancia según las épocas. Las categorías tocantes a las clases definidas coft? base en la riqueza pueden no reflejar realidades sociales, ser casi impo-' síbles de identificar, y aún más difíciles de comparar según las diversató épocas; las categorías profesionales pueden hacer un corte transversal á' ;!; través del status y las líneas de clase, al tiempo que proyectarse verticál4-«' mente hacia arriba y hacia abajo del sistema social; las categorías de pb^j der, tales como los cargos políticos, pueden variar según las época' di acuerdo con el statm social adscrito a las mismas, lo mismo que de ac u ¡ do con el poder que ejerzan y el rendimiento que produzcan. El segundo peligro que amenaza a todo prosopógrafo es la posibilidad T í de omitir identificar subdivisiones importantes, y de este modo agrupar individuos que difieren significativamente entre sí.27 Una buena investi'-T gación depende de la constante interacción entre las hipótesis y los datos¡‘í ji sometiendo a las primeras a una reiterada modificación a la luz de los sé-*?jg gundos. Pero si una subdivisión que posteriormente resulta tener una im’i ;|i portancia fundamental no ha sido advertida en su momento, normal;V|g mente será muy tarde para retroceder y repetir el trabajo de nuevo, una ,? dificultad que se agudiza especialmente en los análisis por computadora ' T ya que el libro de códigos determina las preguntas qne es posible respon' der después.28
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Errores en la
interpretación de los datos
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Incluso si su documentación es adecuada y su sistema de clasificación está <8 diseñado correctamente, el prosopógrafo incauto permanece aún sujeto a.|j
M 27 Para un ejemplo al que se ha criticado sobre estas bases, véase L. Stone, The Crisis of the AriS'' locracy: J>58 1641, Oxford, 196b; D. C. Coleman, “The 'GenIr/ Coalroversy and rhc Aristocracy.irt^^ Cnsis, 1558 1641". History, 51, 1966; E. L. Pctersen. "The Elizabethan Arinocracy Anatoinúe4jy§ Atomized and Reassessed", Scandinovian Economic History ilexriew, 16, 1968; S. J. Woolf. "W x! Transformazione dell’Aristocrazia et la Revoluzione Inglese", Studi Storici, diciembre de 1968; J. H. jjk Hexter, "The Kngltah Aristocracy, Its Crises, and the English Revolutíon, 1658-1660", Journal á/í|JI ¡iritisk Studies, 8. 1968. La incapacidad para desarrollar sus categorías suficientemente detalladas redujo seriamente la utilidad del análisis de Brunton y Pennington acerca del Parlamento Largo. ^ 28 J. Y Tirat, “Problemes de inéthode en hístoire sociale", Retrnc d’Htstoiro Moderno et Contem:' A' poraine, 10, 1963. p. 217. . rtí^P
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sacar conclusiones e ir r ó n e a s de sus datos. Un riesgo común que éste afron ta es la posibilidad cl
.
15 T, K. Rabb,
Enterprise and Empire: Merchant and Gentry Invéstment in the Expansión o f England, 1515-1630, fiistorica l Methods Newsletter, 2
Cambridge, Ma«s., 1967, Para una reseña que establece este y otros puntos, ’ vé^sej. J. McCusker en de junio de 1969, pp. 16-17, Otro ejemplo íc este problema es la afirmación de David Pottinger respecto a que los escritores de la Francia del Antiguo Régimen provenían predominantemente de la noblesse d'épée y de la alta burguesía —con clusión a la que se llegó después de la eliminación del 48.5% de los escritores debido a que no pu dieron descubrirse sus antecedentes sociales—, D. Pottinger, The French Book Trade in the Anden Hegime, 1500-1791. Cambridge. Masa.. 1958. Debo esta crítica al profesor Robcrt Damton. 50 D. Grecr, The Jnct'dence of the Terror During the French Revolution: A Slatisltcal Interpretation, 3a. cd., Cambridge, Mass.. 1964. pp. 385*387. Un ejemplo ligeramente diferente de la misma falacia es el intento de D. Lerncr por mostrar que los líderes naris eran "hombres marginales1’, cuan do su definición de la marginalidad claramente abarcaba a más de la mitad de la población (Rustow, "Study of Elites", p. 702)
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Otro tipo de error que surge cuando se descuida la relación entre la parte y el todo, es el que resulta de suponer que debido a que la mayoría de los miembros de cierto grupo provienen de una clase social específica o de cierca profesión, son por ende representativos, en el sentido de que una mayoría de los miembros de su clase u ocupación pertenecen al grupo, Hugh R. Trevor-Roper señalaba que los hombres que se adueñaron del poder en Inglaterra a fines de la década de 1640 y principios de la si guiente, salieron principalmente, no de la antigua élite terrateniente que había imperado en Inglaterra hasta antes de la guerra, sino de la clase de simples hidalgos de parroquia, que hasta ese momento no habían ejercido ningún papel significativo en los asuntos nacionales, limitándose a una función menor en las gestiones locales. Alentado por ese descubrimiento, este autor procedió a generalizar que los simples hidalgos, cuya movilidad social era descendente, constituían los elementos insatisfechos dentro del país, y eran los principales sustentadores del radicalismo. De hecho, sin embargo, parece ahora bastante evidente que un número mucho mayor de simples hidalgos --la mayoría de ellos ubicados en zonas ciertamente de capital importancia en el norte y en el occidente — , eran hombres fieles a la Iglesia y al rey que peleaban al servido del rey Carlos. Los hidalgos in dependientes que apoyaban a Cromwell eran simplemente una minoría atípíca, estimulados a asumir una postura totalmente en desacuerdo con la mayoría de los miembros de su clase, por razones que en el presente apenas podemos vislumbrar, pero entre las que ciertamente figuraba una convicción religiosa.31
L imitaciones de la
comprensión histórica
Hasta aquí, los errores descubiertos han sido del tipo de los que es posible evitar si se aprenden las severas lecciones que da la experiencia, pero hay otros que resultarán más difíciles de erradicar. En primer lugar, el dedi carse al estudio de las élites ha sido en parte causa, y en parte efecto, de una tendencia a ver la historia exclusivamente como la gesta de las clases dominantes, en la que los movimientos populares no desempeñan práctica mente ningún papel. Syme sostenía que “en todas las épocas, cualquiera que
51 H. R. Trcvor-Ropcr, The Gentry, 1T40-1640, Economic Htslory Reviaw. Suplemento I, 1953; W.G, Hoskins, “The Estafes of the Carolina Gentry”, en Devonshhe Studies de W, G. Hoskins y H.P.R. Finbevg, comps., Londres, 1952; J. T. Cliffc, The Yorkshire Gentry, Londres, 1969, cap. 15; A. Everitt, The Community o f Kent and the Great Rebeth'on, 1640 1660, Lcíccater, 1966, pp. 145144, 24S-244. Pava otro ejemplo del mismo error, véase D. Donald, “Towards a Reconsideration of Abolitionists”, cn.su Lincoln heconsidered, Nueva York, 1956; R. A. Skothcim, “A Note on Hístorical Method: David Donald's Towards a Reconsideration of Abolitionists,\/otim o/ o f Southern Hit' tory, 25, 1959.
PROSOPO G R A FÍA
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haya sido la lorio a y el nombre del gobierno -monarquía, república o democracia — , siempre hay una oligarquía que se oculta tras la aparien cia del mismo” .32 Este enfoque es bastante cierto hasta donde llegan sus alcances, pero la pregunta es si éstos son lo suficientemente profundos. Un detenido análisis de las maniobras políticas de cierta élite puede ocul tar, antes que esclarecer, los cambios de fondo que ocurren en el proceso social. Las transformaciones importantes en las relaciones entre las clases, la movilidad social, las opiniones religiosas y las actitudes morales, pueden verificarse en el nivel de los estratos inferiores; y son transforma ciones ante las que la élite deberá a la larga responder, si es que antes no es aniquilada por una revolución violenta,33 Si consideramos ios tres ejemplos más notables de la investigación prosopográfica acerca de las élites políticas,, la Román Revolution de Syme, la Structure o f Politics de Namier, y la gran trilogía de sir John Neaie sobre la Cámara de los Comunes en la época isabelina, publicados duran te los cincuentas, encontramos el mismo carácter estrecho en cuanto al enfoque. Syme interpretó las transformaciones de la república romana en un Imperio como la consolidación de una nueva élite en torno a Augusto, resultado de una compleja lucha intestina entre facciones en la cumbre del poder. Este autor demostró su planteamiento, pero pasó por alto las apremiantes exigencias de las innumerables masas de dientes sobre sus benefactores, mismas que sustentaron —y tal vez prescribieron — tal cambio dentro del poder. Los movimientos políticos, y en particular las revoluciones o las contrarrevoluciones, difícilmente pueden explicarse de manera satisfactoria mediante el análisis exclusivo del liderazgo. F,I cuadro que Nam ier nos ofrece sobre el teje y maneje de la Cámara de los Comunes en el siglo X V I I I , vino a hacer añicos las teorías convencionales de modo irreversible, pero su modelo de explicación no fue capaz de incluir el torrente de emotividad popular generado por Jolm Wilkes, ni tampoco la Guerra de Independencia de los Estados Unidos. De manera similar, la descripción de sir John Neale acerca de las relaciones entre la reina Isabel y sus Parlamentos, requiere modificarse a través de una mayor apreciación de las profundas raíces que el puritanismo estaba fincando dentro de la sociedad. Este fue un tipo de ideología que penetró honda mente en el ámbito social, y que explotó los nexos de la clientela aris tocrática, hecho que sir John describiera de manera tan brillante y con vincente. La segunda gran debilidad intelectual de los prosopógrafos ha sido su relativa renuencia a crear un espacio dentro de su perspectiva histórica Syrne, Román Revolution, p. 7. las A.
Véanse
observaciones de P
Hrutu en Journal o f Román llislory, 5S, 1768. pp. 2S0-VSI.
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HISTORIOGRAFÍA
para las ideas, los prejuicios, las pasiones, las ideologías, los ideales, o los principios. La correspondencia íntima y personal constituye una rareza f entre los registros Listóneos. Clon frecuencia ésta era destruida durante la vida de alguien, o bien a su muerte, ya que a diferencia de los registros genealógicos, legales o comerciales, nadie entre la familia o los amigos de ; dicha persona tenía interés alguno en preservar tales datos. Aun en los pocos casos en qu e tal material existe, con frecuencia no es muy esclarecedor, puesto que los hombres rara vez confían sus convicciones más pro- ■% fundas al papel, incluso tratándose de sus amigos. Además, puesto que en la mayoría de los periodos históricos ha resultado decididamente peligro so el expresar perspectivas sectarias sobre religión o política, tales comen1 tarios escritos según las condiciones en que se conservan, tienden a ceñirse a las normas, aceptadas por la sociedad. El prejuicio sistemático observa!í do en los registros históricos en favor de los intereses materiales y los lazos | de parentesco y en contra de las ideas y los principios, estaba en perfecta concordancia con la presuposición manifestada explícitamente entre los j más grandes de los primeros eruditos elitistas.34 “ Los intereses espirituales de las personas se consideran muy por debajo de sus matrimonios” , se jí lamentaba Momigliano recién aparecido el libro de Symc. Sir Herbert ,. Butterficld protestaba con respecto a Nam icr que “ los seres humanos son : portadores de ideas, así como depositarios de intereses creados” .36 A pesar de haberlo negado posteriormente, casi no hay duda de que en la práctica tanto Nantier c o m o Syrne atribuyeron poca o ninguna impor- % tancia a ideal o prejuicio algunos que se opusieran a los cálculos de un in teres egoísta. La atención conferida por estos historiadores a la táctica más bien que a. la estrategia política, presupone una sg.qiedad sin convic ciones, en la que la manipulación y las, maquinaciones, se vuelven más im portantes que las cuestiones de principios o de política. De esta manera, resultó, que el de mediados del siglo XVHI, hacizt ej que Nam ier dirigió primero su atención, fue un periodo de lq, historia inglesa extraordina riamente desprovisto de cuestiones, importa uf e* de.controversia, y en ei que los protagonistas políticos constituyeron.también un grupo inusitada-1 m.ente hórpogéneo: de este modo, este autor eligió, por accidente o en for nía deliberada, un periodo y una clase particularmente susceptibles a un análisis mediante los métodos por él adoptados,, Empero, algunos de sus seguidores han.encontrado, a costa suya, que no siempre resulta seguro el i trasladar acompasadamente el mismo tipo de aserciones hacia adelante y hacia atrás, Robgrt Walcott intentó emplear, el modelo para el reinado de
•í .Namier,
p, 18; Bcard,
Eugland in the Age o f the American Hfvolution, Economtc hiterprejaj twn o j the Constitution, p. 13. Momigliano haciendo una reseña a Symc enJournal o f l\ornan Studies, 30, 1940, p. 76; H, ■'£$ tt'i jleld, George I I I and ího HisCouans, Londres, 1907, p- 2 il. '
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la reina Ana, obteniendo resultados que hoy día se acepta u n á n im e mente fueron poco menos que desastrosos.36 También es posible p regu n tarse si la incapacidad de Oliverio Cromwell para manejar con é x ito sus Parlamentos podría realmente explicarse como el resultado de su fa lta de habilidad táctica, como el profesor Trevor-Roper arguye, o si e l desa cuerdo sobre cuestiones constitucionales y religiosas fundamentales entre los miembros del ejército y los civiles, y entre los independientes, los pres biterianos y los anglicanos, fue lo que hizo que un convenio conciliatorio quedara fuera del alcance incluso del más sagaz y perseverante m an ipu la dor de hombres.37 Por consiguiente, podría concluirse que el p o d er e x p li cativo de la teoría política acerca del grupo de interés, que ha ten dido a asociarse con el enfoque prosopográfico elitista, adquiere mucha m ayor fuerza en ciertas épocas y lugares que en otros. Entre más reducidas son las cuestiones políticas importantes, menos candente el clima ideológico y más oligárquica la organización política, mayor probabilidad habrá de que dicha teoría proporcione una interpretación histórica convincente. Otra limitación de la escuela histórica prosopográfica, es qu e sus miembros descuidan a veces indebidamente el elemento político, el m ar co institucional dentro del cual funciona el sistema, y la narrativa del modo en que los protagonistas políticos moldean la política oficial. “ Se nos da un relato que enmudece o se torna curiosamente negligente a m e dida que toca aquellas cosas que son precisamente las que el gobierno y los Parlamentos están destinados a hacer", se quejaba sir Herbert Butterfieíd. Además, este autor concluía acerbamente que:38
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Casi no existe interés por la labor de los ministros dentro de sus ministerios; ni por cuáles sean las fuentes de la política o los orígenes de las decisiones impor tantes; ni por el contenido real de las controversias políticas de una época; ni por la actitud del público hacia las diversas medidas y hacia ciertos hombres; ni tampoco por las presiones recíprocas de los debates parlamentarios, . . Ta les tendencias están calculadas para plantear el problema de si la nueva forma de análisis estructural no es capífe de producir en quienes ejercen la profe sión su propia clase de enfermedad ocupacional. ha enfermedad sobre la que sir Herbert se lamenta es una especie de dal tonismo que impide a sus víctimas percibir el contenido político de la política.
56 R. Walcott,
Oxford, 1956; J. H. Plumb, The Boston, 1967, pp, xiv, 44-46, 135*138; Holmes, pp. 2-4, 327-334. 37 H, R. Trevor-Roper, "Oliver Cromwell and His Parliamcnt", en su Religión, the Reformution and Social Change, Londres, 1967. 38 Butterííeld, George ÍU and the Historiam. pp. 208-209. English Polüicsin the Early Eighleenth Century, Origtns of Polilical Stabüity: England, 167S-Í725, Brílish Pollita in the Age o f Anne,
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Muchos prosopógrafos elitistas optan instintivamente por un enfoque simplista sobre la motivación humana, según el cual las fuentes de la ac ción pueden ser indistintamente esto o aquello. Todos nosotros pedimos a nuestros alumnos que distingan las motivaciones religiosas de las políticas con respecto a la política exterior de Gustavo Adolfo, de Oliverio Crorn wcll, o de quien sea. En la vida real, la naturaleza humana parece que funciona de otra manera. El individuo es movido por una convergencia de fuerzas que se modifican constantemente, un racimo de influencias ta les como el parentesco, la amistad, los intereses económicos, los prejuicios de clase, los principios políticos, las convicciones religiosas, etc., que ejer cen diversas funciones y que pueden abstraerse provechosamente para los fines del análisis. Además, hay motivos para pensar que la importancia relativa de las diferentes características de fondo varía según las culturas, los países o las épocas; y que ciertas actividades pueden estar más íntimamente vinculadas que otras con características de fondo que sean idenlificables; y que cieñas características de fondo influyen moderada mente sobre un amplio margen de actitudes, en tanto que otras tienen una influencia considerable respecto a una sola actitud.3B En cualquier caso, es fundamental distinguir con exactitud entre aquellos asuntos (dativamente secundarios en los que un político se muestra bastante dispuesto a favorecer a un pariente o a un cliente, o bien a aceptar soborno, y aquellos asuntos importantes, que implican principios, en los que es probable que siga los dictados de su razón y su co razón, por sobre los de su sangre o su billetera.
Logros Nada de lo dicho hasta aquí deberá interpretarse como que la prosopografia elitista es por su misma naturaleza inútil o desorientadora. Se han fijado banderas rojas en torno a aquellos puntos de peligro donde yacen los huesos de muchos de los pioncios de este método, y se ha establecido firmemente la consigna de reducir las pretensiones a considerar a la pro.topografía en general como una herramienta explicativa. Si ios errores del pasado pueden evitarse y reconocerse las limitaciones del método, sus potencialidades serán muy grandes. Ue hecho, suponiendo que se acepte como ciertamente debe hacerse— que los valores y las normas de con(lucí a están fuertemente influidos por las experiencias pasadas y la educa ción recibida, difícilmente podrá negarse la fuerza del método. I ndo lo
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j ltaingcr S. "Social Kiujtñry", Ametican Politic é Scicvr,' ¡levtüiv. til, 19(i7
Aoalysis:
A Mcihodological
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que se requiere es una mayor disponibilidad a admitir la desconcertante complejidad de la naturaleza humana, el poder de las ideas y la influen cia persistente de las estructuras institucionales. La prosopografía no p r o porciona todas las respuestas, pero es perfectamente adecuada para re ve lamos la urdimbre de vínculos sociopsícológicos que mantienen unido a un grupo. Por ejemplo, si queremos identificar tales vínculos en tre los lí deres de la oposición parlamentaría a Carlos I a finales de las décadas de 1630 y 1640, no resulta de gran ayuda el decidir si cuestiones económicas, constitucionales o religiosas fueron la causa de la Guerra Civil. Empero, resulta de gran eficacia el esclarecer el proceso de formación del partido radical, y a la larga hará que cualquier cuestión de esta índole parezca re dundante, por la sencilla razón de que los hombres no arrancan sus insti tuciones políticas de raíz, a menos que toda esta diversidad de influencias converja para constituir un incentivo avasallador para el cambio. El mejor modo de ejemplificar la magnitud de las aportaciones que la prosopografta ha hecho a la comprensión histórica durante los últimos veinte años, es concentrarse en cierta época y en cierto lugar, para lo cual la historia religiosa, política y social de Inglaterra comprendida entre 1500 y 1660, servirá a este propósito tan bien como cualquier otro ejemplo similar. El primer problema importante que se ha visto enri quecido por este tipo de estudios es la Reforma inglesa. N o obstante que durante los cincuentas y los sesentas la tendencia prevaleciente en los libros de texto era interpretar este hecho en términos primordialmente políticos, como una gestión de Estado realizada por un puñado de hombres decididos en la cumbre del poder, al mismo tiempo se elaboraba toda una serie de monografías que habrían de echar por tierra dicha im a gen simplista. El examen de la condición educativa, moral y financiera del clero antes de la Reforma ha venido a poner de manifiesto las m úl tiples deficiencias del mismo; pero también ha señalado que lo que estaba ocurriendo no era tanto una decadencia en cuanto a las cualidades y al celo de dicho clero, sino una intensificación en las exigencias que el laicado le manifestaba.40 Vista así, la Reforma aparece como otra "revolu ción de prometedoras expectativas” . X.os monjes también han sido estu diados prosopográfícamente, obteniéndose resultados similares. A este respecto se ha establecido que su número disminuyó en el periodo ante rior a la Reforma, dándose una deserción voluntaria en masa de la vida monástica a comienzos de la década de 1530. Es posible ver cómo los monas terios y los conventos hacían un esfuerzo desesperado por adaptarse a las necesidades de las clases altas de la sociedad laica, ya sea sirviendo como 40 Pt'.ter Hcítth, The Englñfi Tarislt Clcrgy on lite Eve nf che Reformación, Londres, i 360, ))\> M. Bowkcr, The Secular Clcrgy in thc Dio cese of Lincoln, ¡ 491-1520, Cambridge, 19¿8.
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asilos para funcionarios y empleados pensionados, como posadas para hi dalgos y nobles, o como instituciones para la internación de niños indesea bles.41 El destino de los monjes después de la gran Desintegración pronto se sometió a un análisis prosopográfico, el cual probó más allá de cual quier duda la falacia de la antigua leyenda acerca de los sufrimientos de los desposeídos.42*La conducta de los obispos durante la crisis de Reforma ha quedado elucidada, al tiempo que las divisiones en cuanto a las opiniones se han referido d e modo convincente a los diferentes tipos de formación edu cativa —teológica o ju ríd ic a --, al igual que a las diferentes líneas de cur so, ya sea dentro de la Iglesia o dentro de la burocracia estatal.45 Aún más importante en cuanto a sus consecuencias históricas que estos valiosos análisis sobre los miembros de las jerarquías oficiales dentro de la Iglesia, ha sido el descubrimiento de las raíces del radicalismo religioso en la comunidad civil. Aquí el gran adelanto se llevó a cabo con la publica ción del trabajo pionero del profesor A . G. Dickens acerca de los hollarás and Protestants in the. Diocese o f York (1959), que empleó fuentes desco nocidas hasta ese momento, y formuló toda una serie de nuevos proble mas, cuya línea de investigación ha sido continuada desde entonces por los seguidores del autor y diversos estudiosos. Gracias al paciente rastreo de los herejes protestantes a través de registros de procesos llevados a cabo tanto en tribunales religiosos como civiles, aspectos como la magnitud, la influencia, la composición social, las características ocupacíonales y la ex pansión geográfica de estas minorías perseguidas, han comenzado por fin a salir a la luz. Ningún erudito serio descarta ya, como algo carente de consecuencias para la propagación de las ideas religiosas radicales, el hecho de que la lolardía sobreviviera; y ahora es posible que observemos la difusión de las ideas protestantes, no únicamente merced a la diligente labor de un puñado de eruditos de Cambridge, sino a través de la pe netración, desde los puertos hasta las zonas internas del país, de planfletos luteranos importados, biblias traducidas y otro tipo de literatura subversiva, vía comerciantes, textileros, frailes disidentes, y otros indivi duos similares.44 L a ulterior historia religiosa de Inglaterra vino a beneficiarse conside rablemente de la prosopografía. Los exiliados marianos que huyeron al
41 G. A. J, Hodgett, “The Unpeusioned Ex-Ueligious ín Tudor Y.n%\ñ.t\á'\ Journal ojEcclcsiaslicnl llistory, 13. 1962. 42 G. Baákerville, English Monhs and the Suppression o f ihc Monasterios. I.ondros, 1937; Hodgett, "The Unpcmioncd Ex-Religious in Tudor England"45 L. B. Smiih, Tudor Freíalos and Politics, Prínceton, 1953. 44 M. Aston, "Lollardy and the Rcforrnaúon: Survival or Revival?", Hñtory, 49, 1964; J. F. Davis, "I.ollard Survival and the Tcxtile Industry in the South-East of England", Studtes in Church Hütory, 3, 1966; W. Clebsch, England 5 Eurliesl Protestnnts, 1520 1535, New Ilaven. 1964.
PRO SO FO G RA FÍA
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extranjero para escapar a la persecución católica de 1553 a 1 558, fueron una élite intelectual y social coñ la que difícilmente se podría establecer un paralelismo antes de la huida de los judíos de la Alemania h itle ria n a en los anos treintas. Asimismo, sé admite hoy día qué su papel eñ la deter minación de la forma del Ordenamiento Anglicano de 1558-1559 fu e de una importancia extrema,45 Nuestra comprensión 'sobre por q u é la Iglesia anglicana fracasó al principio en su afán por lograr una m a yor acepta ción y atraerse más adeptos, ha sido esclarecida mediante la prósopografía clerical, la cuál ha mostrado las múltiples deficiencias respectó al hú mero, la preparación, el celo y la independencia económica del primer clero parroquial isabelmo.46 Con respecto a uno de los flancos d é la Ig le sia Establecida, comenzamos a tener una imagen más exacta d d desarro llo del puritanismo merced a un mejor conocimiento sobre quiénes eran los puritanos, aunque hay mucho por hacér con respectó a los com ercian tes, los rectores, los maestros de escuela, al igual qtie el clero y la nobleza puritanos,474 8En el otro flanco, una comparación geográfica y estadística muy cuidadosa entre los católicos de la década de 1560 y los católicos de la de 1580 ha probado de modo concluyente, como no podría hacerlo otro método, que el auge tardío del catolicismo en la época isabelina fue un renacimiento sustentado en los hidalgos, cuyo estímulo provino de las actividades misionales de los sacerdotes de los seminarios, y no una fo r ma de supervivencia del catolicismo popular anterior a la R eform a .'18 La historia social, que se ocupa de los grupos más que de los indivi duos, las ideas o las instituciones, es el campo al que probablemente más pueda aportar el prosopógrafo. Los intentos por generalizar acerca de las transformaciones sociales, anticipándose tanto a análisis locales minu ciosos como a estadísticas globales basados en una seria investigación de archivos, conducen al tipo de callejón sin salida en el que la famosa "controversia sobxe los hidalgos” se vio enfrascada hace veinte años; en ella, las hipótesis opuestas respecto a los movimientos sociales generales
45 G. H, Ganen, The Marian lixiles, Cambridge, 1930; M. Waltet, The íievólntion o f the SaiHli, Cambridge, Mass., 19G5. pp. 92-115; ]. E. Neale, Efizabeth 1 and Her Parlíamenis, 1559-1581. Londres, Cape, 1953. pane L 40 W, G. Hoskins; ''The Lciccstershirc Cotmtvy Pavson in the SixteenthCcntury”, Essays in LeicesUrshtre History, Liverpool, 1950; F. W. Brooks, ‘The Social Position of the Patson ín the Sixtccmh Cemury”, British Archaeological SocietyJournal, 3a, serie, 10. 1948; D. M, Baria, “The Condition of tlie Parish Clergy Betwcen the Reformatton and 1660“, tesis, Oxford, 1949; P. Tylcr, “The Sta tus of the Eluabethan Parochíal Clergy'', Síwdfeí m Church History. 4. 1957. 47 Existe una buena cantidad de material prosopogváfico incidental en el gran libro tic P. Collinson, The Eh'xabethan Burilan Movament, Londres, 1967; P. S. Seuver, The Burilan Lectureships, Stanford, 1970, caps. 5, 6. 48 A, G. Dickens, “The First Stages of Romanist in Yorkshirc, 1560 1590”, Yorhshitc Archaeologícal Journal, 35, 194 L Véanse también J. Bossy, “The Gharactev of Elizabct han Catholidsm”, Past and l\escnt, 21, 1962; B. Magec, The English Hecusants, Londres, 1938.
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observados entre 1540 y 1640, al igual que su relación con la revolución, pasaron de boca en boca con base en ejemplos artificiosamente escogidos y cuyo carácter típico era completamente desconocido. Desde entonces han aparecido diversos análisis locales acerca de grupos de hidalgos, y un estu dio general sobre la aristocracia, que en cierto grado han contribuido conjuntamente a suprimir ciertas hipótesis y a proporcionar un funda mento estadístico para algunas otras.'15 Por ejemplo, como resultado de muchos años de esmeradísima labor acerca de los hidalgos de Yorkshire, se lia mostrado que de aquellos hidal gos del país que se encontraban en decadencia económica antes de la guerra y que tomaron partido, tres cuartas parles se adhirieron a los rea listas, y tan sólo una cuarta parte a los parlamcntaristas.4 50 Si esto es cierto 9 en cuanto al país, viene a contradecir la hipótesis del profesor TrcvorRoper de que los radicales del lado parlamentarista representaban a los declinantes “ simples hidalgos". El mismo estudio pone asimismo de m ani fiesto la importancia del puritanismo entre muchísimos parlamentaristas, y del catolicismo entre un número considerable de realistas. Viene a aña dir un clavo más al ataúd de la vieja teoría marxista, sustentada tentati vamente por R. II. Tawney y j. E. C. H ill, respecto a que la Guerra Civil fue uu conflicto entre los terratenientes de tendencias capitalistas y empresariales y los antiguos rc.nl.iers. En este caso, un minucioso análisis prosopográíico lia puesto a prueba como ningún otro podría hacerlo las múltiples teorías acerca de las causas sociales de la revolución, y ha co menzado a tamizar la verdad de la falsedad en ellas contenidas.51 Como sería de esperarse, la mayor parte del esfuerzo prosopográíico se ha orientado hacia las élites políticas, y particularmente hacia los miembros del Parlamento. Los historiadores de finales del siglo XfX y co mienzos del XX habían sentado el papel fundamental desempeñado en la historia política inglesa por la cada vez más independiente y poderosa Cá mara de los Comunes, y desde hacía mucho tiempo se sabía que era preci samente aquí donde se debatían las cuestiones fundamentales. Pero sólo hasta después de la segunda Guerra Mundial los eruditos comenzaron a
49 Para un sumario de la controversia, víanse L, Stone, Social Chance and Revolvtion in England, 1540-1640, 1965, pp. xi-xxvi; M. E. Finch, The WeaUh of Five Northamplonshire Facultes, 15401610, Oxfoul, 1956; Clíffe, The Yorkshire Gtvlry; II. A. Lloyd, The Gañiry of South West W(iles, 1540-1640, Cardíff, 1968; Stone, The Crisis of the Aristocracy. Durante los últimos años se han cien to y se siguen escribiendo alrededor de veinte tesis doctorales acerca de diversos grupos de hidalgos cu varios condados. 50 Oliffe, The Yorkshire Gcntry, p. 354. Los porcentajes y las conclusiones obtenidas a partir de ellos son míos y jio del doctor CHffe. 51 La prosopogralla tambtéú ha socavado otra hipótesis acerca de las causas ríe la Guerra Civil, a saber, las afirmaciones de H. R. Trovor-Ropcr acerca del papel de burocracia. G. fc. Aylmer, “Office-holding asa Factor in Fnglish History, 16?,5-1G42‘\ History, 44. 1959.
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a»
preguntarse qué clase de gente había sido la que había gestado esta histo ria. Actualmente contamos con estudios acerca de los m iembros pa rla mentarios de casi todos los Parlamentos comprendidos entre 1559 y 1600, y como resultado de esto se ha obtenido un cuadro histórico m ucho más fecundo y convincente.52 A través de estadísticas comparativas y de toda una serie de minuciosos estudios de caso, podemos observar la expansión en el número de los miembros del Parlamento, y rastrear sus orígenes en el afán de los magnates isabelinos por ampliar el margen de su influencia política, lo mismo que en la disponibilidad de Isabel a hacer concesiones, sin importar cuán insensatas desde el punto de vista político resultaran a la larga, que no le significaran desembolsos a corto plazo. Las investiga ciones estadísticas han revelado el sorprendente desarrollo en la prepara ción académica y la experiencia administrativa de los miembros del Parlamento, y el incesante aumento en la proporción de los hidalgos. A c tualmente sabemos cómo se elegía a los miembros y de qué manera se p e leaban y ganaban los concursos electorales, y estamos comenzando a te ner conocimiento sobre la cambiante relación entre los electores y sus representantes. Podemos rastrear el modo en que disminuyó la influencia electoral de los grandes magnates de la corte antes de 1640, puesto que dio lugar a una declinación en el mismo sentido de los caballeros locales, e incluso de los mismos ciudadanos con respecto a las sillas cumies en los ayuntamientos. Los estudios prosopográficos sobre las élites locales fuera del Parlam en to, tanto en los condados como en las ciudades, están apenas comenzando a ser de mayor utilidad para la elucidación de los factores económicos y sociales subyacentes bajo las alineaciones de partido durante la Guerra Civil. Tam bién han revelado que, en ciertos condados y poblaciones pero no en todos- -, los miembros de los hidalgos de mayor jerarquía y las anti guas oligarquías urbanas se retiraron a finales de la década de 1640 del ejercicio de puestos de autoridad, y fueron sustituidos por hombres pro venientes de los hidalgos de menor jerarquía y los pequeños comercian tes, conforme se adoptaban políticas más radicales para la prosecución de la guerra y el logro de un ordenamiento político.53
52 Las tesis no publicadas de los discípulos de sir John Neale. una brillante síntesis e interpretación cuyos resultados se presentan en svt JKUzabethan lio use o f Commons. T. L. Moir, The Addled Pnrliament o j 1614, Oxford, 1958; Keeler, The Long Parliament; Brunton and Pennington, Membeys oftfie Long Parliament\ P. J. Pinknev. *‘The Crmiwellian Parliamcnt of 1656‘\ tesis, Var.derbilt 19f>‘¿ M. E. W. Hclms, “The Convention Parliamcnt of 1660”, tesis, Bryn Mawr, 1963. 5* Evcritt, The Cotnmunity o f Kent, p. 143; V. Peavi, Londort and the Outbreak of íhe Puritan Revolution, Londres, 1961, p. 160; R.G, Howell, NexvCastle upon Tyne and the Puntan Revoluiton, Oxford, 1967. pp. 171-173. La antig-ua élite se mantuvo en Suffolk. Véase A. Evcritt, Suffolk and Ihc Great ft.e.bcllton. 1640-1660. Suffolk Record Socicty, 3, 1960.
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L a principal conclusión que surge de este análisis bibliográfico es que el m étodo funciona mejor cuando se aplica a grupos bastante reducidos y de fácil definición por un periodo limitado que no exceda en mucho los cien años, cuando los datos se extraen de una amplísima diversidad de fuentes que se complementen y enriquezcan mutuamente, y cuando el análisis se orienta a la resolución de un problema específico. Los lolardos y los protestantes de comienzos del siglo XVI, o los sediciosos del capitán. Swing de comienzos del XIX, constituyen temas ideales de estudio. En cuanto a las encuestas ambiciosas sobre cientos de miles de individuos por periodos de tiem po muy vastos — que emplean únicamente las fuentes impresas más accesibles, y aplican un enfoque disperso, como de ráfagas de escopeta, sobre problemas que pueden responderse— , es mucho m e nos probable que produzcan resultados valiosos.
Conclusión La prosopografla se halla actualmente en proceso de maduración. Des pués de haber pasado por los desvarios y los excesos de la adolescencia, se aboca a sentar cabeza en medio de la monótona rutina que impone una temprana y responsable edad madura. Si bien la escuela elitista tuvo sus orígenes en Alemania y en los Estados Unidos, se desarrolló por primera vez en Inglaterra, tanto dentro de la historia moderna como de ia clásica, y aún gran parte del trabajo rnás selecto proviene de allí. Pero esta temprana labor precursora está siendo alcanzada actualmente, tanto cuantitativa como cualitativamente, por la efusión de trabajo erudito proveniente de los Estados Unidos. Este último país ha sido siempre el centro principal de la escuela de masas, y actualmente su escala de pro ducción y su refinamiento metodológico se incrementan rápidamente.54 Las principales causas de esta proliferación de una prosopografia históri ca y científica en los Estados Unidos han sido la auténtica influencia ejer cida por la sociología y la ciencia política, y la adelantada capacitación en el uso de la computadora, combinada con el fácil acceso a la misma. Ei logro institucional más impresionante de esta escuela ha sido la creación del Inter-University Consortium for Political Research de la Universidad
Los relevantes estudios acerca de las élites por parte de eruditos norteamericanos dentro de la historia norteamericana incluyen a; J. T. Main, The Upper Hause in Revolutionaxy America, 17631788. Madison, 1967; D. J. Rothman, Politics and Power: The United States Sánate, 1869 1901, Cambridge, Mató., 1966; S. H. Aronson, Status and Krnship in ihc ITigher Civil Service, Cambridge, Ma&s., 196-1; B. Bailyn, Nexo England Merchants in the Seventecnth Century, Cambridge, Mass., 1955; G.W. Milla, The Poxoer Elite, Nueva York, 1956; F. M. G. Harris, "The Social Origina oí American Leadcrs: The Dcmographic Foundatiom**, Per.spectives in American Iíistory. 5, 1969, pp. 159*3-16. Para las bibliografías con respecto a la escuela de masas, véase la anterior nota 12.
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de Michigan. Aquí se recaba actualmente información, la cual se procesa en forma legible por la máquina, acerca del comportamiento electoral, según su registro en las listas del Congreso, de cada uno de los congresistas desde 1789. Además, se están suministrando a los psefólogos datos refe rentes a la votación popular verificada en cada una de las elecciones a ni vel condado desde 1824, en correlación con la información de las declara ciones censales a partir de 1790 sobre el ingreso, la raza, la religión, y otras variables fundamentales con respecto a cada condado y estado.53 Actualmente se comienzan a recabar datos estadísticos legibles por la má quina con respecto a periodos anteriores de la historia de Estados Unidos, cosa que se está haciendo en el caso de otros países. Es indicativo de la bifurcación que se dio en los sesentas con respecto a la orientación de la erudición inglesa y de la norteamericana, el hecho de que el monumento comparable en honor de la prosopografía en el lado oriental del Atlántico asumiera la forma más bien diferente de un proyec to de posguerra sobre la historia del Parlamento. Iniciado y concebido por sir Lewis Namier, éste comenzó en 1951 y resultó en un diccionario biográfico de múltiples volúmenes acerca de todos los miembros del Parlamento, concatenado mediante volúmenes introductorios que emplea ban esta información personal para suministrar estudios de caso que fueran esclarecedores, reunir comparaciones estadísticas y sacar conclu siones políticas. Es característico del enfoque adoptado en Inglaterra el que este proyecto esté financiado por el gobierno y no por las universida des o las fundaciones, el que la información biográfica ailí recopilada no esté siendo elaborada en una forma legible por la máquina (excepto en aquel periodo en que la dirección editorial estuvo a cargo de un norte americano), y el que se ponga un mayor énfasis en las biografías y los es tudios de caso antes que en las estadísticas.56 Francia es el tercer centro importante de investigación histórica en el mundo, pero durante los últimos treinta años los mejores historiadores franceses han estado dedicados a la indagación exitosa y asombrosa de nuevas técnicas de investigación. Han sido pioneros en ciertos estudios
55 Véase M. Ctubb, "The Inter-University Consortuun for Toliticai Research: Progresa and Prospe.cts”, Hütorical Methads Newslelter, 2, 1969. 56 El primer míenlo abortivo por emprender este proyecto luvo lugar en 1929, cuando se confor mó un comité especial por parte de la Cámara de los Comunes para investigar “los materiales dispo nibles para hacer el registro del personal y de la política de miembros que hubieran pertenecido a la Cámara de los Comunes en el pasado entre 1264 y 18S£, al igual que el costo y la deaeabilidad de su publicación”. El comité rindió un informe favorable y en los treintas el coronel Wedgwood publicó dos volúmenes acerca de los miembros del Parlamento entre 1439 y 1509. Desafortunadamente, no publicó el tercer volumen de síntesis, y en todo caso sus métodos fueron tan criticados que se abando nó cualquier trabajo ulterior dentro de esta línea. J. C. Wedgwood, History o f Parliament, Biographics oj Menibers of lite Coimnons' I lause, 509, Londres, 1936-1938. Reseña por M. McKisack en EngUsU Historical Revieu), 53. 1938, pp. 503-506.
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brillantes sobre ei ambiente de ciertas sociedades locales, consideradas como una totalidad y analizadas con bastante profundidad, han produci do algunas series periódicas sobre precios, comercio exterior y producción industrial, y han sido precursores en el estudio científico de la demografía histórica. Únicamente durante los últimos años los historiadores franceses han comenzado a abocarse a la prosopografía, y en conformidad con su añeja proclividad hacia la cuantificación, se hallan empeñados actual mente en algunos proyectos a muy gran escala de la escuela de masas, empleando para ello los más refinados artilugios computacionales.07 Dichos proyectos están siendo auspiciados por la VI Sección de la École Platique des Hautes Études de París, que por décadas ha sido e! centro de la. investigación histórica estadística en Francia. Una de las razones — aunque de poco peso e irrelevante - de por qué la prosopografía continuará su desarrollo en ambos lados del Atlántico, es el hecho de que se halla perfectamente adaptada a los requerimientos de los trabajos de investigación y de las disertaciones doctorales. Introduce al es tudiante neófito a un margen bastante amplio de fuentes, le enseña cómo evaluar la información y aplicar su criterio para resolver las contradic ciones*, 1c exige una meticulosa exactitud y el ordenamiento de la infor mación de acuerdo con una base metódica, y le ofrece un tema de análisis susceptible de ampliarse fácilmente o reducirse mediante la modificación del tamaño de la muestra, con objeto de cumplir con los requerimientos tocantes al tiempo y a los recursos disponibles. Es indudable que parte de esta investigación contribuye al desarrollo de una nueva labor de anti cuario — la recabación de datos por sí misma--, pero bajo una guía ta lentosa y organizada estos proyectos pueden ser ajustados por el direc tor para producir una aportación que sea útil al acervo de conocimientos históricos. Una segunda razón —ésta sí poderosa pero igualmente irrelevante — para la ulterior propagación de la prosopografía sería el advenimiento dé la computadora, cuya importancia está apenas comenzando a ponerse de manifiesto cabalmente. Cuando los historiadores empezaron de mane ra tímida y lenta a explorar las potencialidades de esta nueva herramien ta tecnológica, comenzaron a darse cuenta de su capacidad casi ilimitada para manejar justo el tipo de material descartado por la prosopografía. Puesto que correlacionar numerosas variables que afecten a grandes can tidades de datos, recabándolas sobre una base uniforme, es precisamente1 7
17 E. I.o Roy I.adurie, N. Bmiageau c Y. Rasquen "Le conscrit ei t’ordinateiiv: pmpcciives de recherrlies", StudiStorici, 10. 1969. Entre los recientes estudios franceses acerca
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lo que la computadora puede hacer mejor; y es esto lo que resulta más la borioso, y en muchos casos virtualmente imposible de realizar, incluso para aquellos historiadores de mente más matemática que trabajan sin ayuda electrónica. Es penoso admitir que es el advenimiento de un dispo sitivo técnico lo que deberá dictar el tipo de preguntas históricas que habrán de formularse, al igual que los métodos que tendrán que e m p lea r se para responderlas, pero sería adoptar la actitud del avestruz el fin gir que esto no está ya sucediendo, o que no se realizará en una m ayor escala en los próximos años. Debe admitirse que hay ciertos peligros inherentes en el éxito mismo y en la popularidad de la prosopografía. El primero se refiere a que los p r o yectos realmente grandes, como el trabajo de sir John Neale acerca de los Parlamentos isabelinos, el del profesor W . K. Jordán sobre la acción ca ri tativa, o el todavía más grande proyecto de sir Lewis Nam ier referente a la historia del Parlamento, deben llevarse a cabo por equipos de investí gadores que recaben los datos según los lincamientos fijados por el d ir e c tor. Después, este material se estudia, se coteja, y es finalmente publicado por el director, que es quien recibe el crédito,58 La investigación colectiva ha sido ya plenamente aceptada por los físicos como un proceso fam iliar y necesario, pero implica un grado de peonaje intelectual, por parte de los estudiantes y de un cuerpo docente subalterno al servicio del profesor, que muchos eruditos formados dentro de una tradición historiográfica más añeja e individualista encuentran perturbador. El segundo peligro es que en lugar de tener un acercamiento, la escuela de masas y la escuela elitista lleguen a especializarse cada vez más, de acuerdo con sus diferentes enfoques, la primera volviéndose más científica y cuantitativa, mientras que la segunda más impresionista y abocada a ejemplos individuales controlados inadecuadamente mediante maestreo aleatorio. Esto sería desastroso para la profesión, puesto que significaría el fin de una fructífera y fecunda interacción. El peligro se ha hecho mucho m ayor a causa del advenimiento de la computadora, cuyo uso ha sido abrazado por aquellos de mente más estadística con todo el indiscriminado entu siasmo propio de la ninfomanía; y rechazado por otro lado por los menos científicos, en parte por gazmoñería intelectual, y en parte por una ign o rancia satisfecha con respecto a los placeres a que están renunciando. Lo accesible de la computadora hará cada vez más tentador el que algunos historiadores dediquen sus esfuerzos a problemas cuya resolución sea p o sible m ediaste cuantiíicación, problemas que son en ocasiones.. aunque de ninguna manera siempre.. los más importantes o los más interesantes.
tory,
Véase .}. K. Neate, "Tha Biographieal Appvoseh to Htstovy", en sus kitays in hUúabothaii MisNueva York. 1958, pp. 229-2M.
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Asimismo, los inducirá a abandonar las técnicas de rmiestreo, que con frecuencia resultan perfectamente adecuadas a sus propósitos, y a empe ñarse en investigaciones estadísticas —que demandan mucho tiempo — acerca de poblaciones totales, lo cual'viene a ser en muchos casos un pro cedimiento enteramente innecesario. Es posible que otros historiadores lleguen a considerar la computadora cada vez más como una amenaza a su predominio intelectual, y se retiren aún más a los oscuros rincones de la metodología impresionista. L o que viene a agravar la situación es que se dan fuertes alusiones de carácter nacional en favor de dicha división, puesto que tanto los norteamericanos como los franceses tienen un acceso y una confianza mucho mayores en la computadora que sus colegas ingle ses; hay también fuertes alusiones culturales a este respecto, que amena zan con una nueva batalla campal entre los antiguos y los modernos, y entre las humanidades y las ciencias; e incluso alusiones filosóficas donde se subraya un choque violento entre los Hechos y la Fantasía, entre Mr. Gradgrind y Sissy Jupe.* Como resultado de esto, podría transcurrir mucho tiempo antes de que se alcanzara un total acuerdo de opiniones. Sin embargo, la prosopografía conlleva la potencialidad de ayudar en la recreación dé un campo unificado a partir de la dispersa confederación de temas y técnicas, empedernidamente independientes, que conforman en el presente los dominios de) historiador. Tam bién ésta podría ser un medio para vincular a la historia institucional y constitucional, por una parte, con la biografía personal, por la otra, las cuales constituyen las dos habilidades más antiguas y mejor desarrolladas del historiador, pero que hasta el presente han seguido trayectorias más o menos paralelas. Asimis mo, podría combinar el talento humano para la reconstrucción histórica, a través de un concentrado y minucioso análisis de los detalles significati vos y los ejemplos particulares, con las preocupaciones teóricas y estadísticas de los científicos en el campo social; también podría confor mar el nexo faltante entre la historia política y la historia social, que en el presente se abordan con excesiva frecuencia dentro de compartimientos bastante herméticos, ya sea a través de diferentes monografías o diferen tes capítulos dentro de un único volumen, Además, podría ayudar a re conciliar a la historia con la sociología y la psicología. Y podría finalmen te formar un hilo conductor con los diversos cabos, en él que quedaran entrelazados los estimulantes adelantos de la historia cultural e intelec tual con su sustrato social, económico y político. El que la prosopografía haya de aprovechar o no todas o algunas de estas oportunidades, depen derá de la pericia, el refinamiento, la modestia y el sentido común de la siguiente generación de historiadores,
* Personajes de la novela de Díckcns Tiempos difíciles. [F.)
III. EL RESURGIMIENTO DE LA NARRATIVA: REFLEXIONES ACERCA DE UNA NUEVA Y VIEJA HISTORIA* i L o s historiadores siempre han contado relatos. Desde Tucídides y T á cito hasta Gibbon y Macaulay, la composición de una narrativa expresada en una prosa elegante y vivida se consideró siempre corno su más grande ambición. La historia se juzgaba corno una rama de la retórica. Em pero, durante los últimos cincuenta años esta función abocada a contar relatos se ha visto desprestigiada entre aquellos que se consideran com o la van guardia dentro de la profesión, es decir, quienes practican la así llamada "nueva historia" de la era posterior a la segunda Guerra M u n d ia l.1 En Francia, este contar relatos se tildó como "l'histone événementielle” . A c tualmente, sin embargo, he encontrado pruebas respecto a una corriente subrepticia que está absorbiendo de nuevo a muchos de los prominentes "nuevos historiadores” dentro de cierta forma de narrativa. Antes de abocarnos al examen de las pruebas respecto a este viraje, y antes de especular sobre qué pudo haberlo causado, sería conveniente esclarecer ciertas cosas. La primera se refiere a qué se quiere decir aquí por “ narrativa” .2 La narrativa se entiende como la organización de cierto material según una secuencia ordenada cronológicamente, y como la dis posición del contenido dentro de un relato único y coherente, si bien cabe la posibilidad de encontrar vertientes secundarias dentro de la trama. La historia narrativa difiere de la historia estructural fundamentalmente de dos maneras: su ordenación es descriptiva antes que analítica, y concede prioridad al hombre por sobre sus circunstancias. Por lo tanto, se ocupa de lo particular y lo específico más bien que de lo colectivo y lo estadísti* Estoy considerablemente en cicada con mi esposa, y con mis colegas los profesores Roben Oarnton, Natalic Davis, Félix Gilbcrt, Charles Gillispic, Thcodore Rabí), Cari Schorske y con muchos otros por sus valiosas críticas a un primer borrador de este ensayo. He aceptado la mayor parte de las sugerencias, aunque la responsabilidad por la redacción final me concierne a mí únicamente. 1 No debería confundirse a este grupo reciente de “nuevos historiadores" con los “nuevos histo riadores” norteamericanos pertenecientes a una generación anterior, como Charles Bcard y james Harvey Robínson. 2 Para la historia de la narrativa, véanse L. Gossman, "Augustin Thjerry and Liberal I-Iísto* riogrftpliy", HiUoryanU Tiuióry, BéiKeft 15, 1979, y 11. Whiic, Méluhntory thc iiitlorfcál ¡ magín «tion m the Nineteenth Century, Baltimore. 1973. (Estoy en deuda con el profesor I<. Starn porfiaber llamado mi atención a este último.)
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co. I,a narrativa es un modo de escritura histórica, pero es un modo que afecta también y es afectado por el contenido y el método.
El tipo de narrativa que tengo en mente no es la del simple informador con visos de anticuario, ni tampoco la del analista. Es una narrativa orientada por cierto “ principio fecundo” , que posee un tema y un argu mento. El tema de Tucídides fueron las Guerras del Peloponeso y sus ne fastos efectos sobre la sociedad y la política griegas; el de Gibbon fue exactamente lo que su título sugiere; el de Macaulay fue el surgimiento de ; una constitución de participación liberal en medio de las tensiones de una ; política revolucionaria. Los biógrafos nos cuentan el relato de una vida, í desde el nacimiento hasta la muerte. Ninguno de los historiadores narra tivos, según los he definido, elude en absoluto el análisis, aunque no es éste el armazón desde el que su trabajo se elabora. Y finalmente, les ata ñen profundamente los aspectos retóricos de su exposición. Sea que ten gan éxito o no en su empeño, es indudable que aspiran a una elegancia en ei estilo, conjuntamente con comentarios ingeniosos y aforísticos. N o les josatisface el desperdigar palabras a lo largo de una página y dejarlas per manecer allí, como si fueran boñiga de vaca en medio de un campo, bajo ; pretexto de que puesto que la historia es una ciencia no requiere la ayuda de arte alguno. Las tendencias que se han identificado aquí no deben considerarse como aplicables a la gran mayoría de los historiadores. Lo único que se in tenta es indicar un cambio manifiesto en cuanto al contenido, el método y el estilo dentro de una diminuta, aunque desmesuradamente prominente sección de la profesión histórica vista como un todo. La historia ha te-• nido siempre muchas moradas, y deberá continuar teniéndolas a fin de florecer en el futuro. El triunfo de algún género o escuela conduce a la larga a un sectarismo estrecho, o a un narcisismo y a una autoadulación que se traducen en un desprecio y en una actitud tiránica hacia los que no pertenecen al campo, conjuntamente con otro tipo de características desagradables y contraproducentes. Todos sabemos de casos en que esto ha ocurrido. Hay algunos países e instituciones en que ha resultado malsano el que los "nuevos historiadores” hayan hecho las cosas como han querido durante los últimos treinta años; y será igualmente malsano el que una nueva tendencia, en caso de que sea una tendencia, consolíde un dominio similar aquí o allá.
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Es también fundamental dejar sentado de una vez por todas que este.rip ensayo intenta trazar los cambios observados de una manera histórica, no Leí hacer juicios de valor respecto a qué modos de discurso histórico son más satisfactorios que otros. Los juicios de valor difícilmente pueden evitarse, i en el caso de cualquier estudio historiográíieo, empero este ensayo no se i
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propone izar bandera alguna o comenzar una revolución. N o se está ins tando a nadie a que se deshaga de su calculadora y cuente un relato.
II Antes de considerar las tendencias recientes, es preciso remontarse en el tiempo con objeto de explicar el que muchos historiadores hayan a ba n d o nado, hará unos cincuenta años, el ideal de una tradición narrativa de dos mil años. En primer lugar, a pesar de las apasionadas aserciones en contra, se admitió en general, y cort cierta justicia, que el responder al quC y al cómo de una manera cronológica, incluso bajo la orientación de una argumentación central, no permitía avanzar mucho de hecho hacia la respuesta del porqué. Además, en ese entonces los historiadores se hallaban bajo la fuerte influencia tanto de la ideología marxista com o de la metodología de la ciencia social. Como resultado de esto, su interés eran las sociedades, no ios individuos, y confiaban en que podía llevarse a cabo una "historia científica” que con el tiempo produjera leyes generalizadas para explicar las transformaciones históricas. Aquí debemos detenernos de nuevo para definir qué se entiende por "historia científica” . La primera “ historia científica” fue form ulada por Ranke. en el siglo XIX, y tenía como base el análisis de nuevas fuentes. Se dio por hecho que una detenida crítica textual de los registros no reve lados hasta ese momento, que se hallaban sepultados en los archivos esta tales, establecería de una vez por todas los hechos de la historia política. Durante los últimos treinta años, se han dado tres tendencias muy d ife rentes de historia científica dentro de la profesión, las cuales no se basan en nuevos datos, sino en nuevos modelos o nuevos métodos: se trata del modelo económico marxista, el modelo ecológico-demográfico francés, y la metodología “cliométrica" norteamericana. Según el antiguo m odelo marxista, la historia sigue un proceso dialéctico de tesis y antítesis, a tra vés de nn conflicto de clases, las cuales se crean pot los cambios en cuanto al control de los medios de producción. En los treintas esta idea terminó en un determinismo económico/social bastante simplista, el cual afectó a muchos jóvenes eruditos de la época. Esta noción de historia científica fue fuertemente defendida por los marxistas hasta finales de los cincuentas, como lo demuestra el hecho de que el cambio en el subtítulo de Past a?id Presen!, de “ Un diario de historia científica” a “ Un diario de estudios his tóricos", no ocurriera hasta 1959. Debe advertirse que la actual genera ción de "ncomarxistas" parece haber abandonado gran parte de los d o g mas básicos de los historiadores marxistas tradicionales de los treintas, puesto que actualmente se ocupan del Estado, la política, la religión y la
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ideología al igual que sus colegas no marxistas, y en este proceso parecen haber dejado de lado la afirmación de aspirar a una “historia científica". El segundo significado de “ historia científica” es aquel usado desde 1945 por la escuela de historiadores franceses de los Anuales, cuyo vocero, si bien radical, podría ser el profesor L e Roy Ladurie. Según esta escuela, la variable fundamental en la historia son los cambios en el equilibrio ecológico entre el suministro de alimentos y la población, un equilibrio que deberá determinarse necesariamente mediante análisis cuantitativos a largo plazo sobre productividad agrícola, cambios demográficos y pre cios de los alimentos. Esta clase de “historia científica” surgió de la com binación de un añejo interés en Francia por la geografía histórica y la dem ografía histórica, aunado a la metodología de la cuamificacíón. Le Roy Ladurie nos dijo categóricamente que "la historia que no es cuantificable no puede pretender ser científica” .3 El tercer significado de "historia científica" es prirnordialmcnte norte americano, y se basa en la afirmación, expresada con claridad y en voz alta por los “ciiometristas” , de que sólo su muy peculiar metodología cuan titativa puede aspirar a ser científica.4Según ésta, la comunidad histórica puede dividirse en dos. Existen “ los tradicionalistas” , que incluyen tanto a los historiadores con un estilo narrativo a la antigua, los cuales se ocupan principalmente de política de Estado y de historia constitucional, corno a los “ nuevos” historiadores económicos, demográficos y sociales de las es cuelas de los Anuales y de Past and Present - no obstante el hecho de que los segundos emplean la cuantificación y de que por varias décadas ambos grupos fueron enemigos acérrimos, especialmente en Francia — . Los his toriadores científicos, o ciiometristas, constituyen un caso aparte, ya que se definen por una metodología más que por algún tema o interpretación específicos acerca de la naturaleza de las transformaciones históricas. Son historiadores que construyen modelos paradigmáticos, algunas veces contrafácticos, acerca de mundos que jamás existieron en realidad; y prueban ia validez de los modelos mediante las fórmulas matemáticas y algebraicas más refinadas, aplicadas a cantidades muy vastas de datos electrónicamente procesados. Su campo específico es la historia económi ca, misma que han conquistado virtualmente en los Estados Unidos; asi mismo, han hecho grandes incursiones en la historia de la política demográfica reciente mediante la aplicación de sus métodos al comporta-
3 Lo Roy I.adune, passivi.
The Terrilory o f lile Historian,
Nueva York, 1979, p. 15 y Parte I,
* Un ensayo no publicado de R. W. Fogel, “Scicntífic History and Traditionai History" (1979), ofrece el caso más persuasivo ai que es posible referirse para considerar a ésta como la fínica "historia científica" en sentido verdadero, Pero sigo sin estar convencido de ello.
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miento electoral, tanto del electorado como de aquellos que son electos. Estas grandes empresas son necesariamente el resultado de un trabajo de equipo similar a la construcción de pirámides: contingentes de asiduos asistentes compilan datos, los cuales codifican, programan y pasan a tra vés del “ tracto digestivo” de la computadora, todo esto bajo la dirección automática de un líder del equipo. Los resultados no pueden verificarse mediante ninguno de los métodos tradicionales, puesto que las pruebas se hallan sepultadas en cintas privadas de computadora, en lugar de ex p re sarse en notas de pie de página destinadas a la publicación. En cualquier caso, los datos se exhiben con frecuencia en una forma m atem áticam ente tan abstrusa, que resultan ininteligibles para la mayoría de quienes ejer cen la profesión histórica. Lo único tranquilizador para los perplejos legos es que los miembros de esta orden sacerdotal discrepen furiosa y pú blica mente sobre la validez de los resultados de unos y de otros. Estos tres tipos de "historia científica” se hallan traslapados en alguna medida, pero son lo suficientemente distintos, ciertamente a los ojos de quienes los practican, para justificar la creación de esta tipología tripartita. Otras explicaciones "científicas" sobre las transformaciones históricas se han visto favorecidas por algún tiempo, para luego pasar de moda. El estructuralismo francés produjo cierta labor teórica brillante, pero nin gún trabajo histórico específico de importancia - a menos que se conside ren los escritos de Michel Foueauk como trabajos primordialmente histó ricos, más bien que como una filosofía moral en la que se aluden ejemplos tomados de la historia---. El funcionalismo parsoniano, al que precedió la obra Scientij'ic Theory o f Culture de Maíinowski, tuvo una trayectoria bastante larga, a pesar de su incapacidad para dar una explicación acer ca de las transformaciones en el tiempo, y del hecho evidente de que la correspondencia entre las necesidades materiales y biológicas de una so ciedad, y las instituciones y los valores por los que ésta vive, ha distado siempre mucho de ser perfecta, mostrándose con frecuencia bastante pobre en verdad. Tanto el estructuralismo como el funcionalismo han proporcionado valiosas aportaciones, pero ninguno ha podido aproxi marse siquiera a una explicación científica global acerca de las transfor maciones históricas a las que pudieran recurrir los historiadores. Estos tres grupos principales de historiadores científicos, que flo re cieron, respectivamente, de los treintas hasta los cincuentas, de los cin cuentas hasta mediados de ios sesentas, y de los sesentas hasta comienzos de los setentas, tenían una absoluta confianza en que los problemas más importantes con respecto a la explicación histórica eran resolubles, y de que en un momento dado serían ellos quienes les darían solución. Suponían que llegarían a proporcionarse finalmente soluciones irreba tibles en lo tocante a cuestiones hasta hoy día desconcertantes, tales
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como las causas de "las grandes revoluciones” o los cambios de! feudalis m o al capitalismo, o bien de las sociedades tradicionales a las modernas. Este vehemente optimismo, que se hizo tan ostensible de los treíncas a los sesentas, fue reforzado entre los dos primeros grupos de "historiadores científicos” por la creencia de que las condiciones materiales tales como los cambios en la relación entre la población y el suministro de alimentos, o los cambios en los medios de producción y en el conflicto de clases, constituían ias fuerzas directrices de la historia. Muchos de ellos, aunque no todos, consideraban los acontecimientos intelectuales, culturales, reli giosos, psicológicos, jurídicos, e incluso políticos, corno meros epifenóm e nos, Debido a que un determinismo económico y/o demográfico fue lo que fijó en gran medida el contenido del nuevo género de investigación histórica, resultó que un procedimiento analítico más bien que narrativo era el que se ajustaba ópticamente para la organización y la presentación de los datos, y que estos últimos debían ser hasta donde fuera posible cuantitativos en su naturaleza. Los historiadores franceses, que en los cincuentas y los sesentas se halla ban a la cabeza de esta valiente empresa, desarrollaron una clasificación jerárquica estándar: en primer término, tanto por su posición como por su orden de importancia, estaban los hechos económicos y demográficos; después de la estructura social; y finalmente los acontecimientos intelec tuales, religiosos, culturales y políticos. Estos tres renglones fueron conce bidos como los pisos de una casa: cada uno descansando sobre los cimien tos del de abajo, pero ejerciendo los superiores un efecto recíproco ínfimo, por no decir nulo, sobre los inferiores. En ciertas manos, la nueva metodología y las nuevas cuestiones produjeron resultados que fueron poco menos que sensacionales. Los primeros libros de Fernand Braudel, Fierre Goubort y Kmmanuel L e Roy Ladurie figurarán entre ios escritos históricos más grandes de todos los tiempos.!l Por sí solos justifican sobra damente la adopción hecha por toda una generación del enfoque analíti co y estructural. ( I.a conclusión, sin embargo, fue un revisionismo histórico exacerbado. Puesto que sólo el primer renglón era el realmente importante, y puesto que el tema de estudio se ícfería a las condiciones materiales de las masas, y no a la cultura o a las élites, vino a ser posible hablar acerca de la historia de la Europa continental comprendida entre los siglos Xiv y XVIII como de "l'h isloirc im m o b ile ". El profesor 1.e Roy Ladurie argüyó que nada, abso lutamente nada, había cambiado durante esos cinco siglos, ya que la so ciedad había permanecido obstinadamente encerrada dentro do su tradi-5
5 F. Braudel, 1& Medite-,-ranée au Tcutps de Philippe tí, tGiíi., 1049; F. Coubcit, ih'uuvais et le fteauvaüis de 1600 á í'/)0, París, 1066; E. l.« Roy Ladurie, Les Payutns du Langucdoc, París. 1966.
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cional e inalterada "éco-déniographie.",6 En este nuevo m odelo histórico, movimientos tales como el Renacimiento, la Reforma, la ilustración y el surgimiento del Estado moderno simplemente desaparecieron. Se pasa ron por alto las transformaciones masivas en cuanto a la cultura, e.l arte, la arquitectura, la literatura, la religión, la educación, la ciencia, el d e recho, la constitución, la construcción del Estado, la burocracia, la o rg a nización militar, las disposiciones fiscales, etc.., que tuvieron lugar entre los niveles jerárquicos superiores de la sociedad durante esos cin co siglos. Esta curiosa ceguera fue el resultado de una firme creencia en que todas estas materias venían a ser partes del tercer renglón, una mera super estructura superficial. Cuando, recientemente, algunos eruditos de esta escuela comenzaron a emplear sus métodos sobradamente probados en problemas tales como Ja alfabetización, los contenidos de las bibliotecas y el auge y la caída de la piedad cristiana, describieron sus actividades corno la aplicación de la cuantificación a "le troisiéme ntveau".
III Una primera causa para el resurgimiento de la narrativa sería el extendi do desencanto con respeto al modelo económico determinista de explica ción histórica, lo mismo que a la clasificación jerárquica tripartita a que dio lugar. La escisión entre la historia social, por una parte, y la historia intelectual, por otra, ha tenido consecuencias bastante desafortunadas. Ambas se han vuelto aisladas, introvertidas y estrechas en cuanto a sus enfoques. En los Estados Unidos, la historia intelectual que una vez fuera la insignia distintiva de la profesión, atravesó por tiempos difíciles y du rante algún tiempo perdió confianza en ella misma;7 la historia social ha tenido un florecimiento que jamás había exhibido, pero su arrogancia con respecto a sus logros aislados no vino sino a presagiar un final declinarniento en su vitalidad, cuando la fe en las explicaciones puramente eco nómicas y sociales comenzó a decaer. El registro de la historia ha obligado actualmente a muchos de nosotros a admitir que existe un flujo recíproco extraordinariamente complejo de interacciones entre tos hechos referen tes a la población, el suministro de alimentos, el clima, las reservas en oro y plata, los precios, etc., por una parte, y los valores, las ideas y las cos tumbres, por la otra. Conjuntamente con las relaciones sociales de status o de clase, todo lo anterior conforma una única red de significado.
E. Le Roy Ladurie. "L'histobo ¡inmolóte”. crv su t.r Territoirv de [‘Historien, 11, Parts, 1978 {«crito «i 1975). 7 R Oauiton, 'ítH'ÓL:ion! .mil Cultural Hístory*1, iiístory m our Ttmi'. como. M. K.tmmen, HHnca, r900.
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Muchos historiadores creen hoy día cjue la cultura del grupo, e in cluso la voluntad individua], son agentes causales del cambio tan im portantes —por lo menos potencialmente— como las fuerzas impersona les responsables de la producción material y el crecimiento demográfico. N o existe ninguna razón teórica para que los segundos factores determi nen a los primeros, más bien que viceversa, y de hecho hay una abundan te información en cuanto a ejemplos que indican lo contrario.8 La anti concepción por ejemplo, es claramente tanto el producto de un estado mental, como d e circunstancias económicas o descubrimientos tecnológi cos. La prueba de este argumento puede hallarse en la amplia propaga ción que esta práctica tuvo en toda Francia, mucho antes de ¡a in dustrialización, sin que hubiera tanta presión demográfica excepto en las pequeñas granjas, y casi un siglo antes que en cualquier otro país occiden tal. Hoy sabemos también que la familia nuclear precedió a la sociedad industrial, y que los conceptos de privacidad, amor e individualismo sur gieron de manera similar en el seno de algunos de los sectores más tradi cionales de la sociedad tradicional de la Inglaterra de finales del siglo XVII y comienzos del x v m , más bien que como resultado de ulteriores procesos económicos y sociales de modernización. La ética puritana fue un producto derivado de un movimiento religioso espiritualista, que se arraigó en las sociedades anglosajonas de Inglaterra y de Nueva In gla terra durante los siglos anteriores al advenimiento de patrones rutinarios y necesarios de trabajo o a la construcción de la primera fábrica. Por otra parte, existe una correlación inversa, en todo caso en la Francia del siglo X IX , entre la alfabetización y la urbanización, por una parte, y la in dustrialización, por la otra. Los niveles de alfabetización resultan ser una guía pobre con respecto a las actitudes mentales ‘'modernas” o a las ocu paciones “modernas” .9 De este modo, los vínculos entre la cultura y la so ciedad son a todas luces muy complejos en verdad, y parecen variar según las épocas y su ubicación. Es difícil evitar la sospecha de que la declinación en cuanto al com pro miso ideológico entre los intelectuales occidentales, ha tenido también que ver en esto. Si se consideran las tres batallas históricas más apasionadas y disputadas a lo largo de los cincuentas y los sesentas — acerca del ascenso o el descenso de los hidalgos en la Inglaterra del siglo XVII, acerca del alza o la baja del ingreso real de la clase trabajadora durante las primeras eta pas de la industrialización, y acerca de las causas, la naturaleza y las con
8 M. Zuckcrman, "Dreatns that Mrn Oare lo Dreain: tire Role of Ideas in Western Modernizado»”, Social Science History, vol. 2, 3. 1978. 9 V. Furet yj. Ozouf, Lite et /terne, París, 1977. Víase también K. Loekriclge, í.ileracy in Cola nial Neto ICngland, Nueva York, 1974.
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secuencias de la esclavitud en los Estados Unidos— , puede verse que se trató en todos los casos de debates desencadenados en el fond o p o r p re ocupaciones ideológicas en boga. Parecía que en ese entonces era de im portancia crucial el saber si la interpretación marxista era o no correcta, y por lo tanto estos problemas históricos cobraban importancia al tiem po que apasionaban. El silencio impuesto sobre la controversia ideológica por el declinamiento intelectual del marxismo y la adopción de economías mixtas en el Occidente, ha coincidido con una disminución en el impulso de la investigación histórica con respecto al planteamiento de preguntas de peso sobre el porqué de los hechos, por lo que resulta válido sugerir que existe cierta relación entre ambas tendencias. El determinismo económico y demográfico no sólo ha sido socavado por la aceptación de las ideas, la cultura, e incluso la voluntad individual, como variables independientes. Tam bién se ha visto debilitado p o r el re conocimiento revitalizado de que el poder político y militar, el uso de la fuerza bruta, ha determinado con mucha frecuencia la estructura de la so ciedad, la distribución de la riqueza, el sistema agrario, e incluso la cultu ra de la élite. Los ejemplos clásicos a este respecto son la conquista nor manda de Inglaterra en 1066, y probablemente también los divergentes caminos económicos y sociales seguidos por Europa Oriental, Europa Noroccidental e Inglaterra durante los siglos XVI y XVII.10 Los “ nuevos historiadores” de los cincuentas y los sesentas serán sin duda severamente criticados por su obsesión por las fuerzas sociales, económicas y dem ográ ficas de: la historia, y por su incapacidad para tomar suficientemente en cuenta la organización política y la toma de decisiones, al igual que las veleidades observadas en las batallas, en los sitios militares, en la destruc ción y en la conquista. El ascenso y la caída de las civilizaciones han teni do como causa las fluctuaciones en la autoridad política y los cambios en las vicisitudes de la guerra. Es realmente insólito el que estos asuntos hu bieran sido descuidados durante tanto tiempo por aquellos que se consi deraban a sí mismos como la vanguardia de la profesión histórica. En la práctica, gran parte de la profesión siguió ocupándose de la historia política, como lo había hecho siempre, no obstante que no es aquí donde en términos generles se pensó que residía la arista cortante de la innova ción. Un reconocimiento tardío de la importancia del poder, de las deci siones políticas personales por parte de los individuos, y de las posibilidades de batalla, ha obligado a algunos historiadores a volver a la modalidad narrativa, sea que lo quieran o no. Para emplear la terminología de Maquiavelo, no es posible tratar acerca de la virtu ni de Infortuna si no es de1 0 10 Me refiero ¡ti debate desencadenado por R. P. Rrenner "Agravian Class Simctuve and Peono mic Oeveloprnet in Pie-Industrial Europe” , 70, 1976.
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una forma narrativa, o incluso anecdótica, ya que la primera es un atri buto humano, mientras que la segunda un accidente feliz o desafortunado. El tercer acontecimiento que ha venido a asestar un duro golpe a la histo ria analítica y estructural es el registro mixto, empleado hasta la fecha por la que ha sido su metodología más característica — a saber, la cuantifícac ió n --. La cuantificación ha madurado sin lugar a dudas, y constituye hoy día una metodología esencial dentro de muchas áreas de la investi gación histórica, especialmente en lo que se refiere a la historia demográ fica, la historia de la estructura social y de la movilidad social, la historia económica, y la historia de las pautas electorales y el comportamiento electoral dentro de los sistemas políticos democráticos. Su uso ha mejora do considerablemente la calidad general del discurso histórico, al exigir la referencia a cifras exactas en lugar del empleo anterior y disperso de p a labras. Los historiadores no pueden ya contentarse con decir '‘más", “ m e nos” , "creciente” , "declinante", etc.., que son términos que lógicamente implican comparaciones numéricas, pero con respecto a los cuales aquéllos no determinan jamás el fundamento explícito de sus aserciones. Esto ha propiciado también que las argaimentadones con base en ejemplos no parezcan dignas de crédito. Los críticos exigen actualmente una prueba estadística de soporte que muestre que los ejemplos son típicos y no meras excepciones a la regla. Es indudable que estos procedimientos han m ejorado el poder lógico y la fuerza persuasiva de la argumentación histórica. N o hay discrepancia alguna de que siempre que los registros existentes lo permitan, y sea adecuado y provechoso, el historiador debe recurrir al conteo. Empero, existe una diferencia básica entre la cuantificación artesanal efectuada por un solo investigador que recaba cifras en una calculadora manual y genera simples tablas y porcentajes, y la labor de los cliometristas. Estos últimos se especializan en la compilación de vastas cantidades de datos mediante equipos de asistentes, el uso de la computadora electrónica para su procesamiento cabal, y la aplicación de procedimien tos de un alto grado de refinamiento matemático a los resultados. Se han suscitado dudas respecto a todas las etapas de este procedimiento. Hay muchos que ponen en tela de juicio si los datos históricos son en algún caso suficientemente fidedignos para justificar tales procedimientos; sí es posible confiar en que los equipos de asistentes aplican procedimientos uniformes de codificación a cantidades extensas que con frecuencia se re fieren a documentos bastante diversos e incluso ambiguos; si acaso muchos detalles cruciales no se pierden en el procedimiento de codifica ción; si en algún momento es posible suponer que todos los errores de programación y de codificación han sido eliminados; y si el refinamiento de las fórmulas matemáticas y algebraicas no hace que sean a fin de cuen
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tas contraproducentes, puesto que desconciertan a la mayoría de las his toriadores. Finalmente, a muchos perturba el hecho de la virtual im p osi bilidad de verificar la confiabilidad de los resultados finales, ya que éstos no dependen de notas de pie de página destinadas a la publicación, sino de cintas privadas de computadora, a su vez el resultado de miles de hojas de código privadas, las cuales han sido abstraídas a partir de los datos no e la borados. Estos problemas son reales y persistirán, Todos sabemos de las diserta ciones doctorales o de la impresión de ensayos o monografías en donde se ha hecho uso de las técnicas más refinadas, ya sea para probar aquello que es obvio o para pretender demostrar lo improbable, recurriendo a fórmulas y a un tipo de lenguaje que hacen que la metodología sea ínverificable en el caso del historiador común. Los resultados combinan en o c a siones los vicios de la ilegibilidad y la trivialidad. Todos conocemos las disertaciones doctorales que languidecen inacabadas debido a la in capa cidad del investigador de mantener bajo su control intelectual el volumen total de copias impresas arrojado por la computadora, o por el hecho de que al haber éste invertido un esfuerzo excesivo en la elaboración de los datos, su tiempo, su paciencia y su dinero han terminado por agotarse. Ciertamente, una conclusión clara de esto es que, siempre que sea p o sible, el muestreo manual resulta preferible, más rápido, y tan confiable corno el intento de cruzar el universo a través de una máquina. Todos sa bemos de los proyectos en los que un error de lógica en la argumentación o el simple dejar de usar el sentido común, han traído consigo el que las conclusiones resulten viciosas o dudosas. Todos estamos también al tanto de otros proyectos en los que el omitir el registro de un pedazo de in for mación en la etapa de codificación, ha conducido a la pérdida de algún resultado importante. Todos conocemos otros en donde las fuentes de in formación son ellas mismas tan poco fidedignas, que podemos tener la certeza de que es poca la confianza que puede depositarse en las conclu siones basadas en su manejo cuantitativo. Los registros parroquiales son un ejemplo clásico de esto: en la actualidad se les dedica un enorme es fuerzo en muchos países, no obstante que sólo es probable que cierta par te del mismo produzca resultados valiosos. A pesar de sus incontestable logros, no puede negarse que la cuantificación no ha realizado las elevadas expectativas que sobre ella se tuvieran hace veinte año3. La mayoría de los grandes problemas históricos perm a necen tan irresolubles como siempre, si no es que más. Ei consenso res pecto a las causas de las revoluciones inglesa, francesa o norteamericana se muestra tan lejos de ser alcanzado como siempre, a pesar del enorme esfuerzo que se ha llevado a cabo para elucidar los orígenes sociales y eco nómicos de las mismas. Treinta años de investigación exhaustiva acerca
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de la historia demográfica nos han dejado poco más que perplejos. Igno ramos por qué la población cesó de crecer en la mayoría de las áreas de Europa entre 1640 y 1740; tampoco sabernos por qué comenzó a crecer de nuevo en 1740; ni incluso si la causa pudo haber sido una creciente fer tilidad o una declinación en la tasa de mortalidad. La cuantificación nos ha dicho mucho acerca de cuestiones concernientes al qué de la demografía histórica, pero hasta ahora relativamente poco acerca dei porqué. Las principales cuestiones sobre !a esclavitud en los Estados Uni dos siguen siendo tan evasivas como de costumbre, a pesar de haberse aplicado a las mismas los análisis más extensos y refinados que jamás ha yan sido elaborados. Su publicación, lejos de resolver la mayoría de los problemas, simplemente hizo más candente el debate.11 Empero, tuvo e! benéfico efecto de centrar ¡a atención sobre aspectos importantes tales com o la dieta, la higiene, la salud y la estructura familiar de los negros norteamericanos bajo la esclavitud, pero a la vez distrajo la atención de los igualmente importantes, si no es que más, efectos psicológicos de dicho fenómeno tanto sobre los amos como sobre los esclavos, simplemente por el hecho de que estas cuestiones no son mensurables a través de la compu tadora. Los historiadores urbanos se debaten desordenadamente en m e dio de estadísticas, y a pesar de ello las tendencias que señalan el grado de movilidad siguen siendo aún oscuras. Hoy nadie está completamente se guro de si la sociedad inglesa era más abierta y móvil que la francesa du rante los siglos XVJI y XVIlí, o incluso si los hidalgos o la aristocracia se hallaban en ascenso o en decadencia en la Inglaterra que precedió a la Guerra Civil. Nuestra situación no es nada mejor a este respecto que la de James Harrington en el siglo XVII o la de Tocquevílle en el siglo XIX. Son precisamente este tipo de proyectos los que han sido más pródiga mente financiados, los que se han mostrado más ambiciosos con'respecto a la compilación de vastas cantidades de datos ~ mediante ejércitos de in vestigadores asalariados— , los que han sido procesados de la manera más científica por la más reciente tecnología eomputacional, y los que han exhibido el más alto grado de refinamiento matemático en su modo de presentación, los que han resultado ser los más decepcionantes de todos. Hoy, dos décadas y millones de dólares, libras y francos después, se cuen ta únicamente con resultados más bien modestos a cambio del gasto de tal cantidad de tiempo, esfuerzo y dinero. Éstos consisten en enormes rimeros de verdosas copias impresas empolvándose en los cubículos de los erudi tos; hay también muchos tornos voluminosos y extremadamente tediosos que contienen tablas numéricas, abstrusas ecuaciones algebraicas y por-
11 R. W. Fo&ei y S. F.ngwmnn. Time .
unth Slavory,
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centajes proporcionados hasta el segundo punto decimal. Asim ism o, es posible encontrar muchos hallazgos nuevos y valiosos, a la vez q u e unas pocas contribuciones importantes en lo tocante al relativamente p eq u eñ o corpus de obras históricas de valor permanente. Sin embargo, el re fin a miento de. la metodología ha tendido en general a exceder a la c o n fia b ili dad de los datos, en tanto que la utilidad de los resultados parece -..hasta cierto punto — estar en correlación inversa con la complejidad m a tem á ti ca de la metodología y la monumental escala de la recabación d e datos. En el caso de los análisis de beneficio de costos, los tipos de recompensa obtenidos por la historia computarizada a gran escala han justificado muy rara vez, hasta la fecha, la inversión de tiempo y de dinero, lo que ha llevado a los historiadores a lanzarse a la búsqueda de otros m étodos de investigación acerca del pasado, que arrojen luz sobre los hechos sin ta n tos problemas. En 1968, Le Roy Ladurie profetizó que para los ochentas “ el historiador será un programador o no será n ad a".12 La profecía no se ha cumplido, y mucho menos en el caso del mismo profeta. Los historiadores se ven obligados a regresar, por lo tanto, al principio de indeterminación, al reconocimiento de que tas variables son tan num e rosas que en el mejor de los casos sólo es posible hacer generalizaciones de medio alcance con respecto a la historia, tal como Robert Merton sugi riera hace ya mucho tiempo, El modelo macroeconómico es un sueño de opto, y la “ historia científica” un mito. Las explicaciones monocausales simplemente no funcionan. El uso de modelos explicativos de retroalimentación construidos en torno a las “ afinidades electivas” weberianas, al parecer proporcionan mejores herramientas que puedan revelarnos algo acerca de la verdad evasiva con respecto a la causalidad histórica, espe cialmente si abandonamos cualquier pretensión de que esta m etodología sea en algún sentido científica. El desencanto con respecto al determinismo monocausal de carácter económico o demográfico, lo mismo que a la cuantificación, ha llevado a los historiadores a comenzar a formular un conjunto enteramente nuevo de preguntas, muchas de las cuales habían quedado anteriormente excluidas de sus perspectivas debido a la preocupación por una m etodolo gía específica de índole estructural, colectiva y estadística. Actualmente son cada vez más los “ nuevos historiadores" que se esfuerzan por descubrir qué ocurría dentro de las mentes de los hombres del pasado, y cóm o era vivir en él, preguntas que inevitablemente conducen de regreso al uso de la narrativa. Un subgrupo significativo de la gran escuela francesa de historiadores, encabezado por Lu den Febvre, ha considerado siempre los cambios inte-
i!i L. Le Hoy Laduvic, l.e Terriloire ti? I'Misionen, vo!. 1, París, Í9'/S, p. M.
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lectualcs, psicológicos y culturales como variables independientes de im portancia central. Sin embargo, por mucho tiempo constituyeron una minoría que quedó apartada en aguas estancas mientras la marea de la historia científica --económica y social en cuanto a su contenido, estruc tural en su organización y cuantitativa en su metodología— inundaba y arrasaba todo a su paso. Actualmente, no obstante, aquellos asuntos por los que dichos historiadores se interesaban han vuelto a estar súbitamente en boga. Las preguntas formuladas, empero, no son exactamente las mis mas que solían ser, ya que ahora se plantean con mucha frecuencia a partir de la antropología. En la práctica, si no es que en teoría, la antropología ha tendido a ser una de las disciplinas más ahistóricas debi do a su falta de interés por las transformaciones en el tiempo. Sin em bar go, nos ha enseñado cómo todo un sistema social y un conjunto de valores pueden ser brillantemente esclarecidos por el método iluminador consis tente en registrar minuciosa y elaboradamente un suceso particular, siempre y cuando a éste se le ubique con sumo cuidado dentro de ia tota lidad de su contexto, y se analice con mucho detenimiento en lo tocante a su significado cultural. El modelo arquetípico de esta "densa descripción” es la narración clásica hecha por Clifford Geertz acerca de las peleas de gallos de los balineses.14 Por desgracia, nosotros los historiadores no pode mos hacer acto de presencia, provistos de libros de apuntes, grabadoras y cámaras, donde ocurren los sucesos que describimos, pero aquí y allá nos topamos con un sinnúmero de testigos que pueden decimos cómo fue ha ber estado en el lugar de los hechos. Uno de los cambios recientes que más llaman la atención con respecto al contenido de la historia, ha sido la súbita intensificación del interés por los sentimientos, las emociones, las normas de comportamiento, los valo res y los estados mentales. A este respecto, la influencia de antropólogos como Evans-Prítchard, Clifford Geertz, M ary Douglas y Víctor Tu rner ha sido bastante considerable en verdad. Por consiguiente, la primera causa del resurgimiento de la narrativa entre algunos de los "nuevos historiado res” ha sido la sustitución de la sociología y la economía por la antropolo gía corno la más influyente de la ciencias sociales. N o obstante que la psicohistoria sigue siendo en gran medida un área de desastre —un desierto en el que se hallan diseminados los restos de los vehículos cromados que se averiaron poco después de haberse puesto en marcha -, la psicología mis ma ha tenido también su efecto sobre una generación que actualmente orienta su atención hacia los deseos sexuales, las relaciones familiares y los vínculos emocionales, en la medida en que afectan al individuo, y hacia1 5
15 G. Gct'ii.i, "Deep Nueva York. 1973.
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las ideas, las creencias y las costumbres, en la medida en que afectan al grupo. Este cambio con respecto a las preguntas que se están form ulan do tiene que ver probablemente con el escenario contemporáneo exhibido por los setentas. Ésta ha sido una década en la que los ideales y los intere ses más personalizados han asumido la prioridad sobre los asuntos p ú bli cos, como resultado del extendido desencanto con respecto a las expecta tivas de cambio a través de la acción política. Por lo tanto, resulta plausible el vincular el súbito auge en cuanto al interés por estos temas en el pasado, con preocupaciones similares en el presente. Este nuevo interés por las estructuras mentales se ha visto estimulado por el derrumbamiento de la historia intelectual tradicional, tratada corno una cacería de documentos para rastrear las ideas a través de las d i versas épocas (procedimiento que normalmente termina en Aristóteles o en Platón). Los “grandes libros" se estudiaban en medio de un vacío his tórico, haciéndose poco o casi ningún esfuerzo por ubicar a los autores o a su terminología lingüística dentro de su verdadero marco histórico. La historia del pensamiento político occidental está volviendo a escribirse hoy día, principalmente por los profesores J. G. A . Pocock, Quentin Skinner y Bernavd Bailyn, mediante tina penosa reconstrucción del con texto y el significado precisos de las palabras y las ideas del pasado, mostrando cómo éstas han cambiado su form a y su color a través del tiempo, como camaleones, a fin de adaptarse a nuevas circunstancias y necesidades. La historia tradicional de las ideas está siendo orientada concurrente mente hacia el estudio de auditorios cambiantes y de los medios de comu nicación. Ha nacido una nueva y boyante disciplina abocada a la historia de la imprenta, los libros y la alfabetización, lo mismo que a sus efectos sobre la propagación de las ideas y la transformación de los valores. Otra de las razones por la que varios de los “ nuevos historiadores” están volviendo a la narrativa, parece ser el deseo de hacer que sus hallazgos re sulten accesibles una vez más a un círculo inteligente de lectores, que sin ser expertos en la materia se hallen ávidos por aprender lo revelado en estos nuevos e innovativos planteamientos, métodos y datos, pero sean in capaces de asimilar las indigestas tablas estadísticas, las frías argumenta ciones analíticas y los enredados galimatías. Los historiadores cuantitati vos, analíticos y estructurales han encontrado que cada vez hablan más para sí mismos y para nadie más. Sus resultados han aparecido en diarios profesionales o en monografías tan costosas y de tan reducido tiraje (por debajo de los mil ejemplares), que en la práctica han sido las bibliotecas las que han absorbido su compra casi por completo. Y sin embargo, el éxito de sus publicaciones periódicas históricas de índole popular como Hútory Today y L 'tíatorre prueba que existe un extenso auditorio dis
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puesto a escuchar, y que los nuevos historiadores se hallan ahora ansiosos de hablar a dicho auditorio, en lugar de dejar que se nutra del pábulo debiografías populares y libros de texto. Después de todo, las preguntas for muladas por los nuevos historiadores son aquellas que nos preocupan a todos hoy día: la naturaleza del poder, la autoridad y el liderazgo carismático; la relación de las instituciones políticas con las normas so ciales implícitas y los sistemas de valores; las actitudes hacia la juventud, la ancianidad, las enfermedades y la muerte; el sexo, el matrimonio y el concubinato; el nacimiento, la anticoncepción y el aborto; el trabajo, el ocio y el consumo ostentoso; la relación entre la religión, la ciencia y la magia como modelos explicativos de la realidad; la intensidad y la direc ción de emociones tales como el amor, el miedo, el placer y el odio; los efectos que sobre las vidas de las personas tienen la alfabetización y la educación, y las maneras de mirar el mundo a través de ellas; la im por tancia relativa adscrita a las diferentes agrupaciones sociales tales como la familia, el parentesco, la comunidad, la nación, la clase y la raza; la fuer za y el significado del ritual, el símbolo y la costumbre como formas de cohesión de una comunidad; los enfoques morales y filosóficos con respec to al crimen y al castigo; las pautas de tolerancia y las explosiones del igualitarismo; los conflictos estructurales entre los grupos o las clases con status; los medios, las posibilidades y las limitaciones de la movilidad so cial; la naturaleza y la importancia de la protesta popular y las expectati vas milenarias; el cambiante equilibrio ecológico entre el hombre la natu raleza; las causas y los efectos de las enfermedades. 'Iodos estos son problemas candentes en este momento y conciernen a las masas más bien que a las élites. Tienen una mayor “ relevancia" para nuestras propias vi das que las gestas de monarcas, presidentes y generales difuntos.
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Como resultado de estas tendencias convergentes, un número significati vo de los exponentes mejor conocidos de la “nueva historia” están volvien do actualmente al otrora menospreciado modo narrativo. Y sin embargo, los historiadores — e incluso los editores— parecen un poco turbados por actuar así. En 1979, el Publisher’s Weehly —é) mismo un órgano del co m ercio-- resaltó los méritos de un nuevo libro, un relato acerca del juicio de Luis X V I, con estas peculiares palabras: “ La elección hecha por Jor dán de un tratamiento narrativo más bien que académico [las cursivas son mías], . . es un modelo de claridad y síntesis.” 14 Es evidente que el
D. P. Jordán, The Kmg's Tria/: l.outs X t/ v. the Prendí Hevolutiuii, líerkclcy, 1979. Reseñado en Publishers' Weehly, lft ele agosto de 1979.
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libro le agradó al crítico, pero pensó que la narrativa es por defin ición no académica. Cuando un miembro distinguido de la escuela de la “ N u ev a H is toria” escribe en forma narrativa, sus amigos tienden a disculparlo, d icien do: “ Por supuesto que sólo lo hizo por el dinero." A pesar de estas excusas más bien pudorosas, las tendencias referentes ala historiografía, el conten ido, el método y la modalidad, resultan evidentes dondequiera que uno mire. Después de haber languidecido sin ser leído durante cuarenta años, el libro precursor de Norbert Elias acerca de las costumbres, The C ivilisin g Process, ha sido traducido repentinamente al inglés y al francés,1 16 El d o c 5 tor Zeldin ha escrito una brillante historia en dos volúmenes acerca de la Francia moderna, en una serie estándar de libros de texto, que h ace o m i sión de casi todos los aspectos de la historia tradicional, y se concentra casi exclusivamente en las emociones y en los estados mentales.16 El p r o fe sor Philippe Ariés ha estudiado, tomando en cuenta un parám etro de tiempo muy vasto, las diferentes respuestas con respecto al trauma u n i versal de la muerte.17 La historia de la brujería se ha vuelto súbitamente una industria en crecimiento en todos los países, lo mismo que la historia de la familia, incluyendo la referente a la infancia, la juventud, la a n cianidad, las mujeres y la sexualidad (estas dos últimas se hallan en p e ligro de sufrir un exceso de intelectualismo). Un excelente ejem plo de la trayectoria que los estudios históricos han tendido a asumir durante los últimos veinte años, nos lo proporcionan los intereses de investigación mostrados por el profesor je an Delurneau. Éste comenzó en 1962 con un análisis sobre un producto económico (el alumbre); seguido en 1969 por el de una sociedad (Rom a); en 1971, por el de una religión (el catolicis mo); en 1976, por el de un comportamiento colectivo (Les Pays de Cocagne)\ y finalmente, en 1979, por el de una emoción (el m iedo).18 El francés tiene una palabra para describir este nuevo tema de estudio ..m entalité— , pero desafortunadamente ésta no está muy bien definida ni es fácil do traducir. En cualquier caso, el contar relatos, la narración circunstancial minuciosa de uno o más “ acontecimientos” con base en el testimonio de los testigos oculares y los participantes, es claramente una forma de recapturar algo de las manifestaciones externas de la m entalité del pasado. Ciertamente el análisis permanece como la parte esencial de
15 N. Elias, The Civilising Procees, Nueva York, 1078. 16 T. Zeldin, Franco 1848-1945, vols. 1, II, Oxford, 1973, 1979 (traducida como Hisloire des Passions l'rancams, París, 1978). Víase también R. Mandrou, Introduclion a la Frunce Moderno (1500>640), París, 1961. 15 P. Anís, L'Homme dernnt luí Morí, Parts, 1977. la J. Detumeau, L'altm de Home, París, 1962; La Fie cconomique el sociale de Rome dans la seconde modié du X VI asiécle. París, 1969: Le Calhotrcrsme entre Lulher et VoUaire, París, 197 i; La Morí des Pays de Cocague' Comportmenls Collectifs de la Renaissance d l'Age Classique, París, 1976, LT-lisioirc de la Peur, París, 1979,
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la empresa, la cual se basa en una interpretación antropológica de la cul tura que pretende ser tanto sistemática como científica. Empero, esto no puede ocultar el papel del estudio de la mentalité con respecto al renaci miento de modos no analíticos de discurso histórico, de los que el contar relatos es sólo una forma. Por supuesto que la narrativa no es la única manera en que puede escribirse la historia de la mentalité, la cual se lia hecho posible gracias al desencanto con respecto al análisis estructural. Tómese por ejemplo esa extremadamente brillante reconstrucción de una estructura mental desa parecida, me refiero a la evocación del mundo de la antigüedad tardía hecha por Peter Brown,19 En ella se ignoran las usuales y claras categorías analíticas -la población, la economía, la estructura social, el sistema po lítico, la cultura, etcétera— . En lugar de ello, Brown elabora un retrato de una época más bien a la manera de un artista posimpresionista, dando pinceladas que se traducen en groseras manchas de color aquí y allá, pero que si alguien se aleja lo suficiente de ellas crean una asombrosa visión de la realidad, al mismo tiempo que si se les examina de cerca se disuelven en algo borroso y sin significado. La imprecisión deliberada, el enfoque pictórico, la íntima yuxtaposición de la historia, la literatura, la religión y el arte, la preocupación por lo que ocurría dentro de las mentes de las personas, son rasgos característicos de una forma fresca de mirar la histo ria. El método no es narrativo, sino que consiste más bien en una manera p oin tillú te de escribir historia. Pero también se ha visto estimulado por el nuevo interés en la mentalité, a la vez que se ha hecho posible gracias al descenso en el enfoque estructural y analítico, el cual había prevalecido en extremo durante los últimos treinta años. Incluso se ha dado un renacimiento en cuanto a la narración de un úni co suceso. El profesor Georges Duby se ha atrevido a hacer lo que pocos años atrás habría sido impensable. Ha dedicado un libro a la narración de una única batalla —Bouvines — , y a través de ésta ha esclarecido las principales características de la incipiente sociedad feudal francesa del siglo XIII.80 Cario Gínzburg nos ha proporcionado una minuciosa narra ción acerca de la cosmología de un oscuro y humilde molinero del norte de Italia de principios del siglo XVI, y a través de esto ha buscado de mostrar la conmoción intelectual y psicológica causada en los estratos populares por la infiltración de las ideas reformistas.21 El profesor Emmanuel Le Roy Ladurie ha trazado un retrato único e inolvidable acerca de la vida y la muerte, el trabajo y el sexo, la religión y las costumbres dentro
ly P. R. L. Brown, The Makinff o f Late Antiquity, Cambridge, Mass., 1978. 20 G. Duby, Le Dimanche de Bouvines: 27JuiUci 121-i, París. 1973. 21 C. Ginzburg. The Cheese and the Worms, Baltimore, 1980.
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de una aldea de. los Pirineos de comienzos del siglo XIV. Montaülou es significativo por dos tazones; la primera es que ha llegado a ser u no de los libros históricos más vendidos en Francia en el siglo XX; y la segunda es que no nos cuenta un relato de manera directa — ya que tal relato no existe — , sino que vaga de un lado a otro por el interior de las mentes de las personas. N o es accidental el que ésta sea uua de las maneras en las que la novela moderna se diferencia de aquellas de épocas anteriores. Más recientemente, Le Roy Ladurie nos ha contado el relato de un único y sangriento episodio ocurrido en un pequeño pueblo del sur de Francia en 1580, valiéndose de él para revelar las tendencias antagónicas in d ica ti vas del odio que desgarraba a la estructura social de dicho pueblo.*2 El profesor Cario M. Cipolla, quien hasta la fecha ha sido uno de los más acérrimos e inflexibles estructuralistas económicos y demográficos, acaba de publicar un libro que muestra una mayor preocupación por hacer una reconstrucción evocadora de las reacciones personales ante la terrible cri sis suscitada por vira pandemia, que por establecer las estadísticas con respecto al grado de morbosidad y de mortalidad. Por primera vez, lo que hace es contar un relato.*3 El profesor Eric Hobsbawm ha descrito lo odioso, brutal y efímero de las vidas de los rebeldes y de los bandidos en todo el mundo, con objeto de definir la naturaleza y los objetivos de sus "rebeldes primitivos” y sus “ bandidos sociales".*4 Edward Thompson ha narrado la lucha escenificada en la Inglaterra del siglo XViJi entre los ca zadores furtivos y las autoridades en el bosque de Windsor, con objeto de reforzar su argumentación acerca del choque entre plebeyos y patricios ocurrido en esa época.*5 El último libro del profesor Robert Darnton nos narra cómo la gran Encyclopédte francesa llegó a publicarse, y al hacer esto ha logrado esclarecer considerablemente y bajo una nueva luz el pro ceso de la propagación del pesamiento de la Ilustración en el siglo XV111, y los problemas de complacer a un mercado nacional —e internacional — de ideas.*6 La profesora Natalie Davis ha presentado una narración acer ca de cuatro charivaris o procedimientos rituales de ignominia en las ciudades de Lyon y Ginebra del siglo XVIb con objeto de ilustrar los es fuerzos comunitarios para reforzar el cumplimiento de los estándares públicos referentes al honor y la propiedad.*72 * 4 3
22 E. Le Hoy Ladurie, París. 1979,
Parts, 1975;
Montaülou, Vil(age occítan de 1294 á 1924, L e Carnaval de Román*. 23 C. M. CipolÍR, Faith, Reason and the in Sevanleenth Century Vvscany, Ithaca, 1979. J. Primitiva Rebels, Pandits, Captain Swing. ¿t> V. Wkigs and llnnien, 20 R. Damron, The Business of the RnUghienraeul, Cambridge, Masa., 1979. 11 Z. ?. X Le Charivari,
24 E.
Hobsbawm, Nueva York, 1909. E. Thompson, N.
Plague Manches ter, 1959;
Mueva York, 1969;
Nueva York, 1975.
Davis. "Charivari, Honm.-ur el CommuiliiucC» á Lyon et CicnSve au VJ1,?Su-do". en tomps. j. I.c Goff y }. C. Schmitt (de próxima publicación).
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IÍ1 nuevo interés jjoi la mentalité ha estimulado el regreso a las viejas formas de escribir la historia. El relato de Keith Tilomas sobre el conflicto de la magia y la religión está construido en torno a un "principio fecundo" a lo largo del cual se enhebran un sinnúmero de narraciones y ejemplos.28 Mi reciente libro acerca de las transformaciones en la vida emocional de la familia inglesa es muy similar en cuanto a su propósito y a su método, si no es que también en cuanto a sus logros.29 Todos los historiadores mencionados hasta aquí son eruditos maduros que por mucho tiempo han estado vinculados a la “nueva historia” , ya sea formulando nuevas preguntas, probando nuevos métodos, o buscan do nuevas fuentes. Actualmente están volviendo a la actividad de contar relatos. Existen, sin embargo, cinco diferencias entre sus relatos y aquéllos de los historiadores narrativos tradicionales, En primer lugar, se interesan casi sin excepción por las vidas, los sentimientos y la conducta de los pobres y los anónimos, más bien que de los grandes y los poderosos. En se gundo lugar, el análisis resulta tan esencial para su metodología como la descripción, de manera que sus libros tienden a saltar, un poco desmaña damente, de un modo a otro. En tercer lugar, están abriendo nuevas fuentes, con frecuencia registros de tribunales penales que empleaban procedimientos de derecho romano, puesto que en ellos se contienen apógrafos escritos donde consta el testimonio cabal de testigos sometidos a interpelaciones e interrogatorios. (El otro uso en boga es el de los ante cedentes penales, que intenta trazar cuantitativamente los índices de ascenso y descenso de los diversos tipos de desviación, y que a mi juicio constituye una empresa casi totalmente banal, puesto que lo que se está tabulando no son los crímenes perpetrados, sino criminales que han sido arrestados y enjuiciados, lo cual es un asunto totalmente diferente. No hay ninguna razón para suponer que lo uno mantiene alguna relación constante a través del tiempo con lo otro.) En cuarto lugar, con frecuen cia cuentan sus relatos de manera diferente a como lo hacían Homero, Dickens o Balzac. Bajo la influencia de la novela moderna y las ideas íreudianas, exploran cuidadosamente el subconsciente en lugar de ape garse a los hechos desnudos; y bajo la influencia de los antropólogos in tentan valerse del comportamiento para revelar el significado simbólico. En quinto lugar, cuentan el relato acerca de una persona, un juicio, o un episodio dramático, no por lo que éstos representan por sí mismos, sino con objeto de arrojar luz sobre los mecanismos internos de una cultura o una sociedad del pasado.
28 K. V. Tilomas, Religión and the Decline o f Magic, Nueva York, 1971. 29 L. Sume, Family, Sex and Alarriñge in Bngtand 1500-1800, Nueva York, 197H
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V Si mi diagnóstico es correcto, el desplazamiento hacia la narrativa por parte de los “nuevos historiadores” señala el fin de una era; el térm in o del intento por producir una explicación coherente y científica sobre las transformaciones del pasado. Los modelos del determinismo h istórico, los cuales se basan en la economía, la demografía o la sociología, se han derrumbado frente a las pruebas, empero ningún modelo com pletam ente determinista sustentado en alguna otra ciencia social —la política, la psi cología o la antropología— ha surgido para ocupar su lugar. El estructuvaiismo y el funcionalismo no han resultado ser mucho mejores e n absolu to. La metodología cuantitativa se ha mostrado semejante a una caña bastante frágil que sólo puede responder a un conjunto lim ita d o de problemas. Obligados a decidir entre modelos estadísticos a príorz sobre el comportamiento humano, y una comprensión basada en la observa ción, la experiencia, el juicio y la intuición, algunos de los "nuevos histo riadores” manifiestan actualmente la tendencia a dejarse llevar hacia el segundo modo de interpretación del pasado. A pesar de que el resurgimiento del modo narrativo entre los “ nuevos historiadores” es un fenómeno muy reciente, es tan sólo un tenue goteo en comparación con la producción constante, vasta, e igualmente relevante, de la narrativa política descriptiva por parte de historiadores más tradi cionales. Un ejemplo reciente que ha recibido un considerable reconoci miento académico, es el libro de Simón Schama acerca de la política holandesa del siglo XVIII.so Trabajos de esta índole han sido vistos por déca das con indiferencia, o con un menosprecio a duras penas disimulado, , por los nuevos historiadores sociales. Esta actitud no era muy justificable, pero en años recientes ha estimulado el que algunos de los historiadores tradicionales adapten su modo descriptivo para formular nuevas pregun tas. Algunos de ellos no tienen ya una preocupación tan marcada por los problemas referentes al poder, y por consiguiente a los reyes y a los prim e ros ministros, lo mismo que a las guerras y a la diplomacia, sino que al igual que los "nuevos historiadores” están dirigiendo su atención a las v i das privadas de personas bastante oscuras. L a causa de esta tendencia, si es que puede llamársele así, no resulta clara, aunque parece estar inspi rada en el deseo de contar un buen relato, y al hacer esto revelar las suti lezas de la personalidad y la interioridad de las cosas dentro de una época y una cultura diferentes. Algunos historiadores tradicionales se han esta do dedicando a esto por algún tiempo. En 1958, el profesor G. R . Elton publicó un libro integrado por relatos acerca de los disturbios y las muti-3
3I) S. Schama, Patriots and Liberators: Ttevolntion in the Netlierlands, Nueva York, 1977.
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laciones ocurridos en la Inglaterra del siglo X V I , tomando como fuente los registros de la Star Chamber.*31 En 1946, el profesor Hug'h Trevor-Roper reconstruyó brillantemente los últimos días de ílitíc r.3 32 Muy reciente 1 mente, ha investigado la extraordinaria trayectoria de un compilador inglés de manuscritos, de fama relativamente oscura, y además estafa dor y pornógrafo clandestino, que vivió en China durante los primeros años de este siglo. El propósito de escribir este entretenido e increíble cuento parece haber sido el puro placer de contar un relato por sí mismo, en el afán por perseguir y capturar un bizarro espécimen histórico. La técnica es casi idéntica a ¡a que hace años empleara A. J. A . Symons en su clásica Quest fo r Corvo,33* en tanto que la motivación se muestra muy similar a aquella que inspira a Richard Cobb a registrar de manera por menorizada y atroz las sórdidas vidas y muertes de los criminales, las pros titutas, y otros inadaptados sociales del bajo mundo en la Francia revolu cionaria.3'* Bastante diferentes en cuanto a su contenido, su método y sus objetivos son los escritos de la nueva escuela inglesa de jóvenes empiristas anticua rios. Éstos escriben un tipo de narrativa política minuciosa que niega implícitamente la existencia de algún significado histórico profundo, con excepción de los caprichos accidentales de la fortuna y la personalidad. Encabezados por el profesor Conrad R usscll y John Kenyon, e instados por el profesor Jeoffrey Elton, se hallan actualmente ocupados en tratar de suprimir cualquier sentido ideológico o idealista de las dos revoluciones inglesas del siglo XVII.36 No hay duda de que ellos, al igual que otros como ellos, dirigirán pronto su atención hacía otra parte. N o obstante que su premisa no se formula jamás expifeitamnte, su enfoque viene a ser un neonamierismo puro, justo en el momento en que el namierismo está su cumbiendo como form a de considerar a la política inglesa del siglo X V I I I . 'Uno se pregunta si su actitud con respecto a la historia política no podría originarse subconscientemente de un sentimiento de desencanto en lo re ferente a la capacidad del sistema parlamentario contemporáneo para tratar de resolver el inexorable declinamienío económico y de poder de
* Antiguo tribunal británico de inquisición, execrado por !a injusticia y la crueldad de sus senten cias. [T.j 31 G , R . E lto n , Star Chumbar Stories, L o n d r e s , 10138. 9* H. XI. Trevor Uopcr, Ths last Days ofHithr, Londres, 1047. H . ,R. T r e v o r K o p e r , The ííermii of Poking, N u e v a Y o r k , 1977; A . j . A . S y m o n s, Ojuest for Corno, L o n d r e s , 1034. M ¿i. Cobb, The Pólice and ths People, Oxford, .1070; 31. Cobb, Dctttk in Pavés. N u e v a Voric, 1278.
95O. Rniísell, Parflamente and fíngUsk Politics 1621 -1629, Oxford, 1979; J. í \ Kenyon, Síuart Füigbmd, Londres, 1978; v ííu w c tom & fóa los artículos en c\fom m í of Modat n Ziütory, tvd.. 49 (> ), 1977.
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¡Inglaterra. Sea como sea, son cronistas del pequeño acontecim iento, de l'hisloire é.vénementielle, dotados de una gran erudición e inteligencia, y conforman por ello una de las muchas vertientes que alimentan, el resur gimiento de la narrativa. La razón fundamental del viraje observado entre los “ nuevos histo riadores" del modo analítico al descriptivo, consiste en un im portante cambio de actitud con respecto a cuál deba ser el tema histórico central. Y esto a su vez depende de supuestos filosóficos anteriores sobre el papel de! libre albedrío humano en su interacción con las fuerzas de la n atu ra leza. Ambos polos contrastantes de pensamiento nos son m ejor revelados mediante las siguientes citas, una de ellas como ejemplo de una postura y las otras dos como ejemplos de la otra. En 1973, Emmatiuel L e R oy L a drare intituló a una de las secciones de uno de los volúmenes de sus ensa yos “ Historia sin gente” . Contrariamente, hace medio siglo Lucien Pebvre proclamó “M a proie, c'est l ’homme” [M i presa es el hom bre], mientras que hace un cuarto de siglo Hugh Trevor-Roper exhortaba a los histo viadores en su disertación inaugural al “ estudio no de las circunstancias sino del hombre en medio de las circunstancias” .S(i Actualmente, el ideal histórico de Febvre se está volviendo popular en muchos círculos, al mis mo tiempo que los estudios analíticos estructurales sobre fuerzas im perso nales continúan publicándose profusamente. Por ende, los historiadores se están dividiendo hoy en cuatro grupos: los viejos historiadores narrati vos, fundamentalmente historiadores y biógrafos políticos; los cliometrístas que persisten en actuar como natcómanos estadísticos; los acérrimos historiadores sociales que aún se ocupan de analizar estructuras imperso nales; y los historiadores de la mento.lité que en la actualidad se valen de la narrativa para capturar ideales, valores, estructuras mentales, y nor mas de comportamiento personal Intimo --e l cual entre más íntimo sea, mejor. La adopción hecha por este último grupo de una narrativa descriptiva minuciosa o de una biografía individual no se ha llevado a cabo, sin em bargo, sin ciertas dificultades. El problema es el mismo de antaño; que la argumentación mediante ejemplos selectivos no es filosóficamente con vincente, que es simplemente un recurso retórico y no una prueba cientí fica. La trampa historiográfica fundamental en la que hemos caído ha sido expuesta recientemente bastante bien por Garlo Ginzburg:37 Desde Galileo, el enfoque cuantitativo y antiantropocéntrico sobre las cien cias de la naturaleza ha colocado a las ciencias humanas en un desagradable
,s E. le voy Laduric, The Terriioty oj tha Historian, p. 285; H. R. Trcvot-Roper, History, ProfesOxford, 1957, p. 81. 37 C. tlimburg, “Roota of a Sctentific Raradi^m”, Theoty and Socioly, 7, 1979, p. 276.
sinnal and hay,
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dilema: ya que deben adoptar un criterio científico poco sólido con objeto de ser capaces de obtener resultados significativos, o bien adoptar un criterio científico firme que alcance resultados que no tengan una gran importancia. El desencanto con respecto al segundo enfoque está trayendo consigo un regreso al primero. Como resultado de esto, actualmente se está dando un desarrollo del ejemplo selectivo —que con frecuencia no consiste en un ejem plo único y detallado-- como uno de los modos en boga del discurso histórico. En un sentido, esto viene a ser únicamente una ampliación lógi ca del enorme éxito de los estudios históricos locales, los cuales han referi do su temática no a ía totalidad de la sociedad, sino únicamente a una de sus partes —ya sea una provincia, un pueblo o incluso una aldea— . La historia total parece que sólo es posible si se considera un microcosmos, y de hecho los resultados a este respecto con frecuencia han esclarecido y explicado mejor el pasado que todos los estudios anteriores o concurren tes basados en los archivos del gobierno central. En otro sentido, sin em bargo, la nueva tendencia es la antítesis de los estudios históricos locales, puesto que abandona la historia total de una sociedad, no importa qué tan pequeña sea, considerándola como una imposibilidad, y se aboca a la narración del discurso sobre una única célula. El segundo problema, que surge del uso d d ejemplo detallado para ilustrar la mentalité, es cómo distinguir lo normal de lo excéntrico. Pues to que el hombre es ahora nuestra cantera, la narración de un relato muy minucioso acerca de un único incidente o una personalidad puede hacer que la lectura sea buena y coherente. Pero esto sólo será así en el caso de que los relatos no narren solamente la trama sorprendente, pero bási camente irrelevante, de algún episodio dramático sobre disturbios o sobre alguna violación, o bien sobre la vida de algún excéntrico rufián, villano o místico, sino que su selección se haga por virtud de sus posibilidades de esclarecimiento de ciertos aspectos de una cultura pasada. Esto significa que dichos relatos deben ser típicos, enipei'o, el extendido uso de registros de litigación hace que esta cuestión acerca de lo típico sea rnuy difícil de resolver, Las personas que son llevadas a un tribunal son atípicas casi por definición; no obstante, el mundo tan crudamente exhibido por el testi monio de los testigos no requeriría serlo necesariamente. Por ende, lo más seguro consiste en examinar los documentos no tanto por la evidencia que proporcionan respecto al excéntrico comportamiento de los acusa dos, com o por la luz que arrojan sobre la vida y las opiniones de aquellos que se vieron implicados en el incidente en cuestión. El tercer problema concierne a la interpretación, y es aún más difícil de resolver. Suponiendo que el historiador esté consciente de los riesgos implicados, el contar relatos es quizá un modo tan satisfactorio como
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cualquier otro para obtener una visión íntima del hombre del pasado, y para tratar de penetrar en su mente. El problema es que en caso de qtie logre llegar hasta este punto, el narrador requerirá de toda la h a b ilid a d , experiencia y conocimiento que haya adqurido en el ejercicio de la histo ria analítica de la sociedad, la economía y la cultura, si es que ha de p r o porcionar una explicación plausible sobre los fenómenos tan peculiares que está sujeto a encontrar. Es posible que también necesite la ayu da de un poco de psicología amateur, aunque este tipo de psicología es bastante engañosa para ser manejada satisfactoriamente —y hay quien argüiría que es imposible hacerlo. Otro peligro evidente es que el resurgimiento de la narrativa podría traducirse en un regreso a una pura labor de anticuario, a un contar re la tos por el hecho de contarlos. Sin embargo, otro es que aquélla cen tre su atención sobre lo extraordinario, oscureciendo así la opacidad y la m o notonía de las vidas de la vasta mayoría. Tan to Trevor-Roper com o Richard Cobb resultan extremadamente divertidos de leer, y sin em bargo están bastante expuestos a las críticas en ambos respectos. Muchos d e los que ejercen esta nueva modalidad, incluyendo a Cobb, Hobsbawrn, T h o m p son, Le Roy Ladurie y Trevor-Roper (y a mí mismo) se hallan bajo la fas cinación de los relatos de violencia y de sexo, los cuales atraen los instintos escopofílicos que hay en cada uno de nosotros. Por otra parte, puede adu cirse que el sexo y la violencia son partes integrales de toda experiencia humana, y que por lo tanto resulta tan razonable y justificable el explorar sus efectos sobre los individuos del pasado, como lo es el esperar encontrar dicho material en las películas, la televisión y las novelas contemporáneas. La tendencia hacia la narrativa plantea problemas aún sin resolver acerca de cómo habremos de capacitar a los estudiantes que se gradúen en el futuro --suponiendo que haya algunos para capacitar— , ¿En las antiguas artes de la retórica? ¿En la crítica textual? ¿En la semiótica? ¿En la antropología simbólica? ¿En la psicología? ¿O acaso en la técnica de análisis sobre las estructuras económicas y sociales, las cuales hemos esta do ejerciendo durante una generación? Por consiguiente, sigue siendo una pregunta abierta el si esta inesperada resurrección de la modalidad narrativa entre un número considerable de aquellos que encabezan la práctica de la ‘‘nueva historia” , tendrá efectos satisfactorios o perniciosos para el futuro de la profesión. En 1972, L e Roy Ladurie escribía confiadamente:38 “ La historiografía del presente, con su preferencia por lo cuantificable, lo estadístico y lo estructural, se ha visto obligada a suprimir para sobrevivir. En las últimas décadas ha virtualmente condenado a muerte a la historia narrativa de
3fl E. Ir* Roy Ladurie,
The Terrilory o f thc Histurian,
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los acontecimientos y a la biografía individual.” Pero en esta tercera dé cada, la historia narrativa y la biografía individual están mostrando sig nos evidentes de un nuevo retorno al mundo de los vivos. Ninguna presen ta e l mismo aspecto que solía tener antes de su presunta desaparición, empero son fácilmente identificables como variantes del mismo género. A pesar de esta resurrección sería muy prematuro proferir una oración fú nebre sobre el cadáver en descomposición de ia historia cuantitativa, ana lítica y estructural, ya que ésta aún sigue floreciendo y desarrollándose, si es que la tendencia en las disertaciones doctorales norteamericanas puede servir como guía.59 Es claro que en el taso específico de una simple palabra como ‘‘narrati va’’ , que encierra una historia tan complicada tras de sí, ésta no resulta adecuada para describir lo que viene a ser de hecho un amplio conjunto de transformaciones con respecto a la naturaleza del discurso histórico. Existen indicios de un cambio en el problema histórico central, con un énfasis sobre el hombre en medio de ciertas circunstancias más bien que sobre las circunstancias que lo rodean; en los problemas estudiados, susti tuyéndose lo económico y lo demográfico por lo cultural y lo emocional; en las fuentes primarias de influencia, recurriéndose a la antropología y a la psicología en lugar de a la sociología, la economía y la demografía; en la temática, insistiéndose sobre el individuo más que sobre el grupo; en los modelos explicativos sobre las transformaciones históricas, realzán dose lo interrelacionado y lo multicausal por sobre lo estratificado y lo monocausal; en la metodología, tendiéndose a los ejemplos individuales más bien que a la cuantificación de grupo; en la organización, abocándo se a lo descriptivo antes que a lo analítico; y en la conceptualización de la función del historiador, destacándose lo literario por sobre lo científico. Estos cambios multifacéticos en cuanto a su contenido, lo objetivo de su m étodo y el estilo de su discurso histórico, los cuales están dándose todos a la vez, presentan claras afinidades electivas entre sí: todos se ajustan per fectamente. N o existe ningún término adecuado que los abarque, y por ello la palabra “ narrativa” nos servirá por el momento como una especie de símbolo taquigráfico para todo lo que está sucediendo. Ten go la esperanza de que al centrar la atención sobre el resurgimiento de la narrativa, este artículo estimulará futuras reflexiones acerca de su importancia para el porvenir de la historia, y acerca de la cambiante rela ción — la cual se vuelve ahora cada vez más débil — entre la historia y sus hermanas las ciencias sociales, suponiendo que la historia ataña en pri mer término a las ciencias sociales.
39 R. Darnton, 'Tntcllectual and Cultural History". apC-ndíce
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Segunda parte
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IV .
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UNA de las características más sorprendentes de la Cristiandad ha sido su tendencia perenne a la escisión. Habiendo mantenido con dificultad su cohesión durante la Edad Media, se fragmentó súbitamente a comienzos del siglo XVI. Sin embargo, un conjunto de Iglesias nuevas y de o rga n iza ción independiente --la calvinista, la luterana y la anglicana— las cuales conformarían lo que normalmente se ha descrito como la “ R eform a M a gisterial” , no fue lo único que surgió como consecuencia de estos m o vi mientos sísmicos; sino también emanaron por entre las hendeduras del edificio del cristianismo medieval un sinnúmero de sectas nuevas y ex tra ñas que preconizaban creencias y aspiraciones alarmantemente revolu cionarias — conocidas en general como la “ Reforma Radical’’ . 1 Existen dos formas de considerar esta crisis de la civilización europea. La primera pone de relieve principalmente las tendencias populares clan destinas en donde se hallan manifestadas una emoción y una fe religiosas, y ve a la Reform a a la manera de un conjunto de respuestas, por parte de los hombres de autoridad y las instituciones, a las presiones y a las exigen cias de los estratos inferiores.2 Su fuerza radica en la simpatía y en la comprensión mostradas con respecto a las tensiones y a los conflictos id eo lógicos que operaban en la Europa medieval tardía, y en su valoración de las profundas tendencias históricas clandestinas que arrebatan incluso a los príncipes más poderosos, como Carlos V , o a los profetas más carismácicos, como Lutero. La otra interpretación pone especial énfasis en las personalidades sobresalientes y en su manejo del poder, particularmente el poder de la espada.3 Hay bastante coherencia en este enfoque, ya que una y otra vez observamos cómo una minoría determinada impone sus puntos de vista doctrinales sobre una mayoría indiferente o reacia, mediante el uso de la fuerza. El primer medio siglo del régimen calvinista en los Países Bajos y del régimen anglicano en Inglaterra, son ejemplos impresionantes a este respecto. Por otra parte, exagera el grado en que el poder estatal fue e fi caz en el siglo XVI, y subestima el papel de los sentimientos populares. A l ponerse a analizar las causas de la Reforma, es preciso comenzar
1 G. H. Williams. The Radical Reformation, Pliiladclpliia, 1962. 2 A. G. Dickcns, Reformation and Society ¿n.Sixtcenth Cenlury Europa, Nueva York, 1966. 3 G. R. Eiton, Reformation Europa 15171559, Nueva York, 1966123
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claramente con una descripción del escenario social de la Alemania del siglo XVI, Una teoría, la cual se remonta por lo menos cincuenta años hasta Henry Hauser, nos dice que el área fue víctima de un violento dislocamíento económico y social. La consecuencia del rápido crecimiento de la población vino a ser el alza en los precios de los alimentos, la emigra ción hacia los pueblos, el desempleo, la tenencia rural fragmentada, las rentas elevadas y los bajos salarios, al igual que un abismo cada vez mayor entre los ricos y los pobres. Los artesanos y los campesinos se vieron parti cularmente afectados por el sistema de elevados precios y bajos salarios, y se hallaron aun más agobiados por el alza en el sistema tributario para alimentar a las maquinarias estatales en desarrollo de Europa, y por la explotación ejercida por los terratenientes sobre el excedente de la fuerza de trabajo. El resultado de esto, según reza dicha teoría, fueron la pobre za, la desorientación y el resentimiento, los cuales encontraron una temprana expresión en el resurgimiento religioso milenario, al igual que en. la receptividad con respecto a las instancias más disciplinadas y ra cionales de Lutero o de Calvino. La dificultad, sin embargo, de esta teoría es que se cuenta con muy p o cas pruebas de que las presiones demográficas hayan llegado a ser real mente serias por 1520; lo mismo sucede en cuanto a que la precaria si tuación de los campesinos y los artesanos fuera ostensiblemente peor de lo que habría de serlo después; asimismo, no existe testimonio alguno de que una miseria como la que había fuera particularmente severa en Alemania. En el tiempo de Lutero, ésta constituyó el área más próspera de Europa, y la opresión de los campesinos y los artesanos bajo el peso del sistema tributario y las elevadas rentas comenzaba apenas a hacerse sen tir. En ios pueblos, la privación económica y política de la clase artesanal era incipiente, y empeoraría considerablemente en el futuro. La segunda hipótesis, enunciada primero por Marx y Engels, es que la Reform a está vinculada al surgimiento de la burguesía. Pero en primer lugar, no está del todo claro que la burguesía se hallara en ascenso en esa época. La creciente actividad comercial de Europa era lo que probable mente estaba incrementando la riqueza y el número de la comunidad de comerciantes, lo mismo que ei número, si es que no la riqueza, de los ar tesanos. Pero es muy dudoso en verdad, decidir si este incremento podría equipararse con el crecimiento de la riqueza aristocrática y principesca que resultaría de la incautación de los bienes eclesiásticos, el alza en las rentas, y el incremento en los ingresos estatales derivados de los impuestos. Además, hablando en términos de poder, las autoridades municipales perdían su soberanía por todas partes ante las usurpaciones de los prínci pes y de los nobles. En segundo lugar, no todos los burgueses eran protes tantes. Es verdad que los primeros reformadores —Lutero, Calvino y Zwin
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glí— hicieron un llamado inmediato a los grupos influyentes dentro de las ciudades libres de Europa Central, especialmente, según parece, a las g e neraciones más jóvenes en las nuevas ramas del comercio, quienes estaban ávidas de arrebatar el poder de,manos del patriciado más antiguo y co n servador. Por otra parte, los patricios de las ciudades europeas más im portantes — Araberes, París, Amsterdam y Londres -, parecen haber permanecido hostiles o indiferentes, mientras que las áreas de m ayor fa natismo protestante, como Escocia, carecían virtualmente de burguesía. Lo único que puede afirmarse con sensatez con respecto a esta etapa es que cuando el panorama del siglo XVI se aclaró, se puso de manifiesto que los puntos de desarrollo de la economía europea —las ciudades de la costa occidental — eran predominantemente protestantes, en tanto que las ciudades estancadas de la zona continental del centro eran una vez más en su mayoría católicas. Pero lo que sigue siendo muy dudoso es que sea posible aplicar el principio de causalidad a esta asociación. Una tercera explicación sociológica acerca de la Reforma, que tal vez sea más plausible, nos dice que ésta refleja el surgimiento de una élite culta de laicos, dispuesta y ávida de asumir las funciones espirituales y adm i nistrativas de un clero ya para entonces superfiuo y desacreditado. En tér minos generales, es esto precisamente lo que sucedió, y de hecho el cre ciente control del laicado sobre el clero es un fenómeno común a todas las etapas de la Reforma. Quizás el cambio teológico más importante fue la reducción en cuanto a la función salvadora de los sacramentos. Esto im plicó a su vez una aguda reducción, en la autoridad y en el prestigio del clero como dispensador de este tipo de ritual, y un consecuente incremen to en lo tocante a la independencia y a la confianza en sí mismo del laica do. Por mucho tiempo se ha admitido que el anticlericalismo fue una de las fuerzas principales detrás de la Reforma, pero sólo recientemente se ha reconocido que este sentimiento fue menos el producto de un cambio en detrimento de la personalidad del clero, que de un cambio en favor de las exigencias del lateado. Este sentimiento de superioridad del laicado sobre el clero se vio grandemente fortalecido por la labor de los humanis tas. Sus reformas educativas adaptaron ios centros de lenguas clásicas y las universidades medievales a las necesidades de los caballeros diletantes, rnás bien que a las de los clérigos profesionales, su estudio de la anti güedad demostró e¡ valor moral incluso de un laicado no cristiano, y las traducciones del Nuevo Testamento destruyeron los cimientos históricos de la autoridad sacerdotal. Este nuevo humor de agresivo erasmianismo pronto se reflejó en un cambio en el poder político. Los príncipes asu mieron la agradable fundón de reyes-sacerdotes, integrando en una sola persona la dirección de la Iglesia y del Estado. Los nobles incautaron los bienes eclesiásticos y se arrogaron la autoridad de nombrar al clero local;
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las corporaciones urbanas, como en el caso de Zurich o Ginebra, se aso ciaron con el clero para mantener un control estricto sobre la economía y las costumbres. En cualquier caso, uno de los aspectos fundamentales de la Reform a fue la destrucción del orden jerárquico de intercesores entre Dios y el individuo. El cristianismo dejó de ser un politeísmo tolerante con oraciones dirigidas a los santos, a los ángeles y a la Virgen María en lugar de a Cristo; la función de los sacramentos y en consecuencia la de su agente el sacerdote se redujeron al mínimo, al tiempo que la salvación quedó depositada en el acto individual de fe, más bien que en la ejecu ción rutinaria de ciertos rituales. Resumiendo, pues, existe un consenso general con respeto a que la R e form a apeló a ciertos grupos específicos dentro de la sociedad del siglo XVI. A los príncipes, quienes encontraron en el luteranismo una herra mienta ideal para la construcción dei Estado; a los oligarcas urbanos más progresistas, quienes vieron en la fuerza moralizante de Zwingli o de Calvino un instrumento adecuado para el control social de sus ciudades; a los artesanos y a los comerciantes dentro de las ramas comerciales más nove dosas, quienes buscaban un apoyo ideológico en contra de un patriciado recalcitrante; a los nobles que trataban de obtener una justificación mo ral y religiosa para transferir a sí mismos los bienes eclesiásticos, al tiempo que para asumir la función administrativa e ideológica del clero; a las es posas aristocráticas, atormentadas por la banalidad de sus vidas ociosas y descuidadas, para quienes las nuevas doctrinas parecían por fin ofrecer alguna explicación de su existencia; y finalmente a los intelectuales, con frecuencia el bajo clero, los monjes, los frailes, o los académicos, que ha bían perdido toda confianza en el papel de la Iglesia católica, y que veían en la religión protestante un enfoque más alentador con respecto al problema de la salvación, y una fe con la cual poder rehacer la corrupta y mundana sociedad en que vivían. Las principales doctrinas características de la Reforma fueron la salva ción sólo mediante la fe y el sacerdocio de todos los creyentes, redundan do ambas en el desacreditamíento del sacerdocio mismo y en la creación de una nueva jerarquía y una nueva élite. El factor principal para la propagación de estas ideas fue la imprenta, sin la cual es probable que la Reforma jamás se hubiera dado. El desarrollo de tipos móviles algunos siglos antes de que se desarrollara una fuerza policial eficiente, debilitó seriamente el poder del Estado para controlar las ideas dentro de sus pro pias fronteras (una vez que los poderes policiales se incrementaron, el equilibrio, por supuesto, volvió a restablecerse, y de hecho actualmente existe un aplastante poder ideológico en manos del Estado). Fue la imprenta la que propagó las ideas de Lotero con tal rapidez, y fue ella la que hizo también que un documento revolucionario como la Biblia
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fuera accesible a un laicado sencillo y semianalfabcto. Esto se tra d u jo en el impulso misionero más impresionante que registra la historia, un ataque combinado contra la indiferencia, el cinismo, el paganismo y la ign o rancia por parte de los reformadores, por un lado, y de los com rarreformadores, por el otro, En la medida en que transmitió a los hom bres y las mujeres comunes el verdadero sentido del cristianismo, el siglo XVI fue mucho más eficaz a este respecto que todos los largos siglos d e la Edad Media, por lo que no viene a ser una paradoja descabellada el h ab lar del siglo XVI como de la era del surgimiento de la Europa cristiana — y de la declinación de la burguesía. La Reforma no habría alcanzado tal éxito inmediato de no haber sido capaz de encauzar los poderosos sentimientos separatistas y nacionalistas en boga. N o fueron únicamente Iglesias estatales independientes las que nacieron para satisfacer las exigencias de los príncipes con respecto a una soberanía total, sino que la traducción de la Biblia a lenguas vernáculas, y la sustitución del ritual latino por uno de índole vernácula ocurrida dentro de la Iglesia, fueron también factores que incrementaron enorm e mente la homogeneidad de las culturas nacionales. (Sería interesante es pecular sobre la consecuente superioridad, en cuanto a su coherencia in terna, de los Estados protestantes sobre los católicos durante los últimos cuatrocientos años.) Finalmente, la Reforma constituyó una era en la que se realizó un es fuerzo por reestructurar la personalidad ideal del Occidente. Este am bi cioso programa de ingeniería social tuvo en un principio una amplia d ifu sión a través de Europa. Aquello que había sido vislumbrado en teoría por el católico Tomás Moro en su Utopía, fue llevado a la práctica en la Ginebra y el Boston calvinistas. En ambos frentes de la brecha ideológica, los predicadores jesuitas, jansenistas y calvinistas preconizaron la austeri dad, la disciplina y el control sobre sí mismo, y modificaron el impulso principal de la instrucción moral, trasladándolo de cuestiones relativas a la propiedad y a la violencia a aquellas atingentes al orgullo y al sexo. La moralidad cobró un carácter personal, internalizándose, a medida que la confianza en la capacidad sacerdotal para la absolución de los pecados declinaba. La culpa y el Demonio remplazaron a la expiación y a la Virgen. Si bien estas son las principales fuerzas que subyacen bajo la Reform a, con todo no resultan ser sino únicamente un conjunto suficiente más que necesario de causas. A ellas debe añadirse la condición espiritual de la Iglesia católica y la configuración política de Europa. El problema con la Iglesia no era, como pensaban los humanistas, que estuviera plagada de violaciones que clamaban una depuración, sino más bien que ésta había perdido su sentido de finalidad espiritual, que era lo que había permitido que tales violaciones prosperaran. Durante varios cientos de años había
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absorbido con éxito a los movimientos reformistas radicales, incluyendo a ios franciscanos, manteniendo asi su vitalidad espiritual. Pero a partir de finales del siglo XIV había aplastado dichos movimientos tildándolos de heréticos —como en el caso de los lolardos y los hasitas— , y en conse cuencia había entrado en un proceso de lenta decadencia ideológica. Ob sesionada por cuestiones administrativas de índole jurídica y financiera, había perdido de vista su finalidad esencial. El que la Reform a pudiera empezar y propagarse rápidamente en A le mania puede explicarse por el hecho de que en esta área políticamente fragmentada había príncipes dispuestos a ofrecerle su protección y su apoyo. Que pudiera sobrevivir y arraigarse se explica parcialmente por su atractivo popular, pero también por el hecho de que importantes inte reses políticos se sintieron amenazados ante los esfuerzos del emperador Garlos V por aplastarla. Los príncipes --incluso los príncipes católicos— estaban preocupados, ya que pensaban que la supresión del protestantismo podría llegar a ser el prim er paso hada la supresión de las libertades principescas. Francia la católica y hostigante Francia— estaba temerosa de que si los Habs burgo lograban aplastar a los protestantes, obtendrían una fuerza arrolla dora y alterarían así el equilibrio del poder en Europa. Incluso el papa se hallaba temeroso, puesto que un emperador militarmente triunfador en Alem ania aodría amenazar su propia consolidación de su poder territo rial en Italia. Debido a esta oposición, conjuntamente con la necesidad de rechazar a bs turcos, Carlos V jamás fue capaz de aplastar la herejía re formista. Por las mismas razones, la marcha triunfal que hiciera la Contrarreforma en su regreso al norte de Europa durante la Guerra de los Trein ta Años cien años después, se vio obstaculizada por la intervención activa en favor de los protestantes por parte de la Francia católica, y por las actitudes ambivalentes de los príncipes católicos del Imperio. Una y otra vez el equilibrio del poder tuvo prioridad sobre ia solidaridad reli giosa. .La sangre que corría por las venas de un interés nacional y egoísta era más espesa que el agua de la ideología. Durante la primera mitad del siglo XVI Europa se vio confrontada con una diversidad de opciones religiosas. Por una parte estaba el viejo catoli cismo no reformado / politeísta con todas sus reliquias, indulgencias y demás accesorios degenerados de salvación puestos a la venta en el sótano de las baratijas, y cuya supervivencia era ya vírtualmente imposible en vista de la creciente demanda de alimento espiritual que había en Europa. Asi mismo, estaba la posibilidad dé una Iglesia católica reformada segírn los lincamientos de ios humanistas cristianos; es decir, depurada de sus viola ciones administrativas y financieras, tolerante, humana y flexible. Uno que otro historiador ha acariciado la idea de que de no haber sido por
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Lutero la Iglesia podría haber evolucionado sobre estos lincamientos, y considerada superficialmente tal idea parece atractiva. Pero com o lo señala el doctor Elton, implica una transferencia de los valores del siglo XX al siglo XVI y pasa por alto el hecho de que el humanismo erasmiano era esencialmente moralista y elitista. No tenía la intención ni era capaz de satisfacer las necesidades teológicas de los intelectuales, o las necesidades espirituales de los pobres, no obstante que eran precisamente estas necesi dades las que estaban desgarrando a la Cristiandad. La tercera posibilidad venía a ser la abortiva Reforma Radical, cuya importancia cabal apenas comienza a hacerse patente merced en parte a la publicación del libro del profesor Williams, y también debido a que muchas de las ideas que aquélla abrazara encuentran una resonancia d i recta en la “ contracultura" de nuestra sociedad contemporánea, Son p o cos los historiadores que han mostrado simpatía o dedicado su tiem po a los radicales, y más pocos aún los que han admitido que éstos han llegado a tener algún tipo de influencia sobre el pensamiento del futuro. Empero, algunas de sus ideas volvieron a aflorar entre los niveladores ingleses y las sectas más exacerbadas del Interregno. Algunas de las más moderadas de estas ideas fueron trasvasadas al pensamiento reformista inglés a finales de los siglos XVII y XVIII, aun cuando la principal ideología política xvhig se debiera casi por completo a James Harrington. Y de este modo, la iglesia medieval tardía no reformada fue incapaz de defenderse, los humanistas erasmianos cristianos jamás tuvieron la m ín i ma posibilidad de hacerlo, en tanto que las sectas radicales fueron perse guidas casi hasta su extinción. Las necesidades espirituales de Europa encontraron una respuesta primero en la Reforma Magisterial, com o la llama el profesor Williams, y posteriormente en la Contrarreforma católica. De las tres ramas principales de la Reforma Magisterial, dos, la luterana y la anglicana, se adaptaron casi inmediatamente a la autoridad política existente y perdieron toda capacidad de expansión: se volvieron locales, particularistas y conservadoras. £1 calvinismo, sin embargo, estaba hecho de una sustancia más resistente, ya que tenía todos los ingredientes para un desarrollo dinámico. Tenía un libro sagrado, la Biblia, y en él se leía con más frecuencia el combativo Antiguo Testamento que ios pacíficos Evangelios; tenía una organización celular y una rígida disciplina, al igual que una fe mística en el futuro triunfo de su causa. La doctrina de la predestinación de los elegidos alentó por su propio determinismo el que los hombres realizaran mayores hazañas, de igual manera en que la fe d e terminista del marxismo lo hace hoy día. En oposición a esta religión expansionista surgió una Iglesia católica re vitalizada. Ante el estado de sitio, Roma reaccionó como era de esperarse: se volvió más centralizada, más dogmática, más rígida, más hostigante, y
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más fanática; también se volvió más viva espiritual e intelectualmente hablando, más fecunda en cuanto a innovaciones institucionales, y más activa en la batalla por las almas de lo que había sido por siglos. L a com binación de la centralización administrativa del papado, las actividades represivas de la Inquisición, el impulso educativo de los jesuítas, la rege neración espiritual y estética del catolicismo barroco, y las conquistas m i litares de los ejércitos de los Habsburgo, tuvo éxito en hacer retroceder la marea de la herejía al norte de Alemania, y en recuperar la totalidad de Europa Oriental. Frente a estas fuerzas antagónicas, los políticos sensatos hicieron todo lo que estuvo a su alcance para evitar la catástrofe, aviniéndose a una d i visión de Europa de acuerdo con lincamientos geográficos. L a fórmula cváus regio eras religio suscrita por la Paz de Augsburgo de 1555, fue un recurso cínico pero práctico para prevenir la destrucción total de Europa en m edio de un conflicto ideológico. En la práctica, si es que no en teoría, confirió a los poderes seculares la libertad para exterminar a los disiden tes dentro de sus propias fronteras, sin correr por ello un riesgo tangible de intervención externa. En el curso de una generación, la ideología ha bía en consecuencia dejado de ser analizable en términos de sentimiento de cíase o de grupo, y se había vuelto un mero asunto de geografía. Euro pa se fragmentó, áreas como ios Países Bajos se dividieron artificialmente en dos, pero la paz pudo preservarse en Alemania durante setenta años. A fin de cuentas, por ende, fueron las fronteras de los Estados-nación las que prescribieron la fe religiosa a la que la gran mayoría de la pobla ción habría de hecho de suscribirse. Esto no debe sorprendernos mucho, ya que de una manera amplia la misma generalización de cuius regio eius religio se aplica incluso en mayor grado al siglo XX, la segunda era en que la civilización occidental ha sido escindida ideológicamente por la mitad. En la Rusia bolchevique, cincuenta años de presión política han termina do por destruir casi por completo la fe ortodoxa; y tal vez otros treinta años de presión política en Europa Oriental podrían bastar para reducir ai catolicismo romano al este de la Cortina de Hierro a proporciones in significantes. En ios Estados Unidos, por otra parte, los miembros del partido comunista son tan r aros como las águilas calvas, en gran medida por las mismas razones. Resulta curioso el hecho de que el problema del control ejercido por el pensamiento protestante durante la Reforma haya sido tan extremada mente descuidado hasta hoy día por los historiadores. Se lian escrito volúmenes enteros acerca de la manera como los católicos suprimieron el protestantismo tanto en España como en Italia, pero muy poco se ha dicho acerca del modo en que los protestantes suprimieron el catolicismo lo mismo en Inglaterra que en Holanda. Los Estados del siglo XVI eran
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mucho más débiles que los actuales, y sin embargo, tras setenta años de régimen protestante, el catolicismo romano fue reducido en In gla terra a una minoría insignificante y aislada, cuando antes había sido v irtu a lm en te la única religión. Existen tres posibles explicaciones sobre có m o sucedió esto: que la población era indiferente respecto a ambas opciones, de m a nera que el Estado no tuvo que hacer esfuerzo alguno; que existía una m i noría activa y creciente que en todo caso miraba las reformas c o n sim pa tía, en vista de lo cual la política del Estado habría sido sim plemente la de seguir esta oleada influyente de opinión; o bien que el Estado ejerció p o deres policiales enérgicos y eficaces para destruir toda oposición abierta, erradicar las disensiones verbales, y convertir a la población, o en todo caso a la generación más joven, a la nueva ortodoxia. El doctor F.lton es un historiador administrativo y constitucional que, según sus propias y claramente expresadas aseveraciones, no tiene tiempo para el pluralismo histórico. Se opone fuertemente a innovaciones como la historia social o los métodos cuantitativos, y considera al estudio de la política y el poder estatales como la función más elevada y legítim a del historiador. N o va con él aquello de que la comunidad de historiadores pueden habitar provechosamente varías mansiones y aprender mu tuamente de sus diversos estilos de vida. Asimismo, este autor es uno de los rnás distinguidos historiadores de los Tudor, que ha ganado su reputación principalmente merced a un estudio especializado sobre las innovaciones administrativas del primer ministro de Enrique V IH durante ía década de 1530, Thotnas Cromwell.4 Sin embargo, no ha logrado persuadir, sal vo a una reducida minoría de sus colegas, de que los cambios ocurridos en esa época puedan describirse razonablemente como una “ revolución dentro clel gobierno” , y no obstante se trata de una idea que en lo sucesivo cualquier estudioso serio de dicho periodo deberá afrontar. Actualmente, ha llevado a cabo un detallado análisis de Tos aspectos represivos de la maquinaria burocrática descrita en el. volumen anterior y de su uso como un instrumento de control social en una época en que la ortodoxia religiosa estaba siendo alterada por vez primera, desde la con versión inicial de los ingleses al cristianismo novecientos años antes, en la que la sucesión hereditaria al trono cambiaba arbitrariamente año con año de acuerdo con los caprichos maritales del rey Enrique, y en la que el Estado se hallaba en proceso de confiscar en su favor entre una cuarta y una tercera parte de los bienes territoriales del reino.6 Como el prefacio lo
* O. ft. Eiton, The Tudor Revolution in Government: Administrativa Changes in tho Reign of Cambridge, 1953. 0 G. U. Elton, Policy and Pólice: the Enforcement o f the Reformativa in the rige o f Tho mas Cromutel!, Cambridge, 1972,
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aclara, el propósito principal del libro es reivindicar a Thomas Crom w ell del cargo formulado contra él por el erudito Victoriano R, B. Merrim an respecto a haber practicado un “ reino del terror". Esta es la razón por la que el doctor Eicon se ciñe exclusivamente al período del régimen de Cromwell, y es éste el tema sobre el que continuamente vuelve. Se tra ta, por consiguiente, de un libro con una finalidad fundamentalmente d i dáctica, que intenta emitir un veredicto de inocencia sobre un individuo por el que a lo largo de los años el profesor Elton ha llegado a sentir nn ín timo afecto -casi una identificación-— , y cuyo propósito más general es "revelar las realidades del gobierno". L a argumentación procede como sigue: 1) "Si hubo terror, éste existió únicamente en el pensamiento” (i. e., se trató de un régimen benigno, ya que sólo unas 350 personas como máximo fueron ejecutadas por razones políticas en. el transcurso de nueve años). 2) “ Su control implicó el cumplimiento de la ley según las condiciones de la misma, mediante los métodos jurídicos de la época en lo tocante a juicios e investigaciones” ( l e., siguió la ley al pie de la letra, y esto es lo que importa). 3) "Se puso especial cuidado en establecer la verdad antes de sancionar el ejercido del poder de. la ley" (i. e,, el castigo eventual de víctimas inocentes de una d e nuncia malévola no formaba parte de la política oficial). 4) “ N o se hizo intento alguno por organizar... nada que pudiera asemejarse a una red de espionaje; no se llegaron a ofrecer recompensas ni incentivos de ninguna índole” ( í . e., aquél se atenía únicamente al caudal diario de correspon dencia anónima). 5) "Cromwell hacía lo que pensaba que era su deber; el odio y los impulsos punitivos eran privativos del rey” (i. e., Cromwell era el burócrata frío y eficiente, Enrique era el hombre pasional). 6) “ Sin ac tividades de esta índole la sociedad se derrumba. . . la revolución encabe zada por él tenía importantes objetivos inherentes en perspectiva.” “ El rey y sus ministros no eran hombres de una dulce bondad. Se hallaban d i rigiendo una revolución y necesitaban instrumentos drásticos de repre sión.” (i. e., no es posible preparar una tortilla de huevos sin romper los huevos y en todo caso la tortilla de huevos que resultó de lo anterior fue buena). Con objeto de juzgar la validez de este conjunto de proposiciones, es ne cesario considerar detenidamente los métodos que se emplearon para lle gar a ellas. El libro se compone de una serie interminable de denuncias formuladas por individuos desconocidos en contra de otros individuos igualmente desconocidos, y de los informes de investigaciones oficiales sobre los acusados. Estos relatos no únicamente resultan ser inconexos y con frecuencia triviales, y rara vez divertidos, sino que en la gran mayoría de los casos el doctor Elton no tiene idea de que pudo haberle ocurrido al acusado al final. Com o él mismo afirma: “ Estoy consciente, y ello me ín-
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quieta, de las barreras puestas al deleite por tantas historias sobre aconte cimientos con frecuencia nimios, muchos de los cuales están además desprovistos de aquella satisfacción que proporciona conocer el desenlace fin al." Esta ignorancia del desenlace final se debe en parte a qu e los re gistros de los Tribunales Trimestrales y de las Assizes* o no existen, o se hallan incompletos, o bien presentan una elaboración de índices bastante deficiente; así como al hecho de que el doctor Elton se ha lim itado en extremo a un examen meticuloso de ese cuerpo de datos que él conoce mejor que nadie en el mundo, los archivos personales de Cromwell. Una y otra vez, por consecuencia, sus relatos terminan de manera inconclusa: "cualesquiera que hayan sido las medidas que se adoptaron, no dejaron ninguna prueba tras de sí", "no se sabe nada más” , "ésta parece haber sido absuelta", etc. Cuando se encuentra en un momento de vacilación, tiende a dar por hecho que el acusado fue exonerado, aun cuando no haya ningún testimonio de peso que apoye una conclusión de esta índole. Por lo menos algunos do. los 109 casos capitales que califica de "p ro b a b le mente revocados” , podrían de hecho añadirse a la lista de aquellos a quienes se les infligieron terribles castigos por traición, es decir, una muerte por tortura. En consecuencia, es difícil sustraerse a la conclusión de que las estadísticas del doctor Elton acerca de las víctimas no son del todo fidedignas. Una deficiencia más grave aún es que la lista de ejecuciones no es en todo caso más que la morena arrojada y hacinada cu un enorme e invisible gla • ciar de represión y de acciones punitivas, de flagelamientos, de torturas, de encarcelamientos, de humillaciones públicas, de hostigamientos, etc., llevados a cabo por autoridades menores en todo el país. El propio doctor Elton admite que bajo el incesante acicate de Cromwell para suprimir las conversaciones sueltas, los rumores, las falsas noticias, etc., los jueces de paz locales con frecuencia "actuaban sumariamente, recurriendo a las palinodias, la picota y el látigo según se les daba a bien entender, o según parecía justificarlo la gravedad de la ofensa". De este modo, un celoso — o sícofántico— juez de Cornualles informó en una ocasión a Cromwell que estaba haciendo uso libremente de la picota y del cepo “ según lo contenido en sus anteriores cartas a mí dirigidas". Debido a que el doctor Elton se ha limitado a una detenida lectura délos documentos contenidos en la gaveta secreta del escritorio del ministro más importante de Londres, sus datos no ofrecen más que acaso un par de débiles sugeren cias con respecto al verdadero peso de la pena no capital, conforme éste se hacía sentir en la vida real de las aldeas y los pueblos de Inglaterra; por
* Sesiones periódicas de losjucc.es de las audiencias superiores para considerar y emitir fallos sobre las causas referentes a cada condado. [T.j
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consiguiente, resulta imposible determinar con exactitud el rigor de la misma a partir de este libro. El segundo error metodológico es que al aducir que todos ellos constitu yen un "caso bastante especial", el doctor Elton pasa por alto cualquier discusión acerca de la supresión de toda una serie de rebeliones armadas importantes que estallaron en el norte de Inglaterra en 1536-1537, y que por algún tiempo amenazaron ia estabilidad del régimen mismo. Éstas constituyeron el desafío supremo al sistema represivo de Cromwell, y de hecho su erupción es indicativa de la magnitud de los resentimientos con tenidos por parte d e la población, al tiempo que su derrota señala el m o mento crucial en la larga batalla por el control social, que es de lo que este libro se ocupa. Otro conjunto d e objeciones al enfoque del doctor Elton sobre este problema tiene que ver con cuestiones referentes a la imaginación históri ca. En ellas se alude a asuntos delicados tocantes a la sensibilidad moral más que al método histórico, y que bien podrían resultar extremadamen te subjetivos para ser aplicables. Empero, no dejan de ser molestos. Perso nalmente el doctor Elton es un hombre afable, no obstante se advierte un tono escalofriantemente desalmado en sus interminables descripciones acerca de persecuciones —-y en ocasiones de torturas y de ejecuciones de gente insignificante atrapada por una palabra indiscreta, o por haber se dejado ir de la lengua en un momento de cólera o de beodez, en la rueda dentada de una gran revolución, y triturada hasta quedar pulveri zada por el Moloc del Estado. Nos narra alegremente que una víctima “ tuvo éxito en hacerse ejecutar” como si el pobre miserable hubiera insis tido perversamente en arrojarse en manos del verdugo. En el caso de otra víctima, "su lengua suelta le costó un mes en la cárcel esperando a que Cromwell quedara satisfecho, pero nada más” . ¿Se ha detenido alguna vez el doctor Elton a considerar lo que era la vida para un hombre pobre en una prisión del siglo XVI, languideciendo inexorablemente medio muerto de hambre y posiblemente encadenado dentro de un oscuro ca labozo en medio de su propia inmundicia? ¿O de qué manera podía sobrevivir su familia cuando el sostén de la casa dejaba de ganar dinero? Para Cromwell, tales habladurías eran meramente molestias onerosas que debían silenciarse, y en esto el doctor Elton concuerda con él: “ Fish esta ba buscando problemas. La credulidad de la gente se volvía una pesada carga para el rey y el gobierno. Cromwell dijo hasta la saciedad. . . "O tra de las deficiencias con respecto a la imaginación histórica resulta igual mente inquietante. El doctor Elton parece ignorar por completo el daño que se inflige a la estructura de urm sociedad cuando los gobiernos alien tan de manera positiva las denuncias de unos vecinos contra otros, ya que con esto abren una caja de Pandor a que se traduce en una malevolencia y
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una calumnia de carácter local. Nadie que haya leído un poco acerca de cómo era la vida en la Europa sometida a la ocupación nazi, o qu e haya visto la película Le Chagrín et La Pitié, podría compartir la satisfacción mostrada por el doctor Elton cuando concluye triunfalmente qu e su h é roe estimuló las acusaciones privadas en lugar de confiar en un sistema de informadores asueldo. Incidentalmente, es en este punto donde un grave caso de suppressio veri tiene lugar. En su examen acerca de si C rom w ell tenía en mente u operaba de hecho un Estado policial, el doctor Elton omite por completo mencionar aquella siniestra y corta frase que aquél escribiera para sí mismo en uno de sus memorandos en 1534; “ tener p e r sonas incondicionales en cada bendito pueblo para descubrir quién habla o predica de este m odo" (i. e,, “ en favor de la autoridad del papa” ) . G Por último, está la cuestión de la actitud curiosamente respetuosa del doctor Elton con respecto a la ley promulgada. Para él parece que no puede haber una diferencia significativa entre un estatuto y la justicia n a tural, Habla de “ los propósitos del gobierno, propósitos que, dadas las condiciones en que estaba la ley, deben denominarse también com o los f i nes de la justicia” . En 1536 Cromwell se las arregló, no sin antes luchar por ello, para hacer que el Parlamento aprobara un estatuto en el qu e se ampliara el significado —y las sanciones— del término traición, in clu yéndose en él las palabras proferidas, la negativa a prestar el Juramento de Supremacía, o, según su interpretación judicial, la mera propagación de un rumor, y en el que se preservara al mismo tiempo la tradición m e dieval respecto a la suficiencia de un solo testigo para el dictamen de una condena. Las ejecuciones infligidas mediante tortura que resultaron de este atroz estatuto tuvieron un carácter legal, y según el doctor Elton fu e ron al parecer justas. El párrafo que el doctor Elton dedica a este estatuto (pp. 287-288) merece ser leído como una obra maestra de casuística sofista. ¿A qué queda reducida entonces la tesis principal del doctor Elton en vista de todo lo anterior? N o obstante lo claramente deficientes que resul tan ser sus pruebas, lo limitado que se muestra en cuanto a la posibilidad de experimentar empatia por las víctimas, lo confuso que se halla con res pecto a la diferencia entre la legalidad y la justicia natural, lo ciego que esta ante cualquier consideración que no sea la de la raison d'état, ha logrado probar un punto que casi no deja lugar a la duda: no hubo profu sos derramamientos de sangre, como cuando el Terror de Robespierre o las Grandes Purgas de Stalin. Las ejecuciones anuales no sobrepasaban las cincuenta, cantidad pequeña si se la considera con criterios modernos. Comparados con lo que ocurrió durante la Revolución francesa, cuyos in terminables y sangrientos horrores han sido puestos de manifiesto recienLettors and Paper* o f Henry VIIJ.
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teniente, quizás con un apego excesivo por los detalles, por el profesor Cobb, los instrumentos de control social ejercidos por Cromwell durante la primera etapa de la Reforma inglesa muestran una organización débil y pobre, Y esto por lo siguiente: Cromwell jamás pagó a una burocracia local o a un ejército permanente para reforzar el cumplimiento de sus dic támenes. Parece que tampoco fue un sádico arbitrario y excéntrico, aun que no hay duda de que fue un hombre bestial, desalmado y frío. Efecti vamente, actuó en la mayoría de los casos dentro de los límites prescritos por la ley, no importa cuán tiránica pudiera ésta haber sido, y se esfor zó por tamizar la verdad de la falsedad en medio del caudal de denuncias, hasta donde se lo permitían otras ocupaciones más perentorias. En qué medida lo logró, es otro asunto, respecto al cual los registros no son útiles. Por otra parte, en comparación con la Edad Media o las modernas so ciedades abiertas, resultan sorprendentes en verdad el grado de control sobre el pensamiento y la pérdida de la libertad personal. Fue la crisis de la Reforma la que primeramente indujo a los políticos y a los burócratas de Europa a procurar el dominio sobre las mentes y los corazones de sus súbditos, de una manera mucho más radical nunca antes vista. Sí la represión orquestada, dirigida y supervisada por Cromwell, la cual se extendió hasta los estratos ínfimos de ¡a administración cívica, vino a traducirse en un "reino del terror” , debe quedar como una pregun ta sujeta a discusión. Empero, debe advertirse que la represión opera con mayor eficacia a través dei miedo inducido de manera ejemplar. Las eje cuciones bien elegidas y con una divulgación apropiada de personajes cla ves como Moro y Fisher, lo mismo que el abad de Reading, los frecuentes espectáculos en que se hacían manifiestos los castigos públicos iníligidos a los propagadores de rumores, poniéndolos en la picota, cortándoles las orejas, o flagelándolos sobre el torso desnudo de un lado a otro del pueblo en días de mercado hasta que quedaban bañados en sangre, eran sufi cientes para acobardar casi hasta a los más acérrimos y los más temera rios. Es cierto que el régimen no fue tan sanguinario como otros regíme nes de épocas posteriores, pero sí fue ei más represivo que la primitiva maquinaria administrativa de la época estaba en condiciones de. manejar. De m i lectura de las pruebas proporcionadas por este libro, se desprende que éste intenta reforzar la creencia de qne C.onmell estaba llevando a Inglaterra con paso fum e hacia un despotismo renacentista de carácter legal, revestido de formas más modernas de control sobre el pensamiento, y cuyo desarrollo ulterior se vio únicamente interrumpido por la muerte prematura de aquél — ocurrida muy a tono con las circunstancias — en el cadalso, lo mismo que por importantes errores subsecuentes en la política estatal, tales como la venta de gran parte de los bienes confiscados a la Iglesia, para el mantenimiento de una guerra sumamente banal.
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El argumento metodológico fundamental al que aquí se está aduciendo es que la historia de la represión no puede escribirse meramente m ediante la narración de relatos sacados de la correspondencia personal d el repre sor principal. En primer lugar, se necesita cierto análisis exhaustivo para evaluar la capacidad del primer ministro del rey para hacer que los fu n cionarios locales se plegaran a sus designios. Esto implica un estudio cuidadoso acerca de la distribución del poder local, y del deseo y la capa cidad de los magnates y los hidalgos locales para obstaculizar las órdenes de Londres. La cuádruple relación entre el gobierno central, la alta nobleza, los hidalgos, y el despierto contingente formado por los pe queños terratenientes y el campesinado, fue cambiante durante este p e ríodo, como vino a mostrarlo la Peregrinación de la Gracia, pero el doc tor Elton no tiene nada que ver con estos asuntos. No se nos dice nada, por ejemplo, acerca del modo en que Enrique y Cromwell aumentaron el poder de los hidalgos confiables en el norte del país, con objeto de minar el de los magnates que no eran dignos de confianza en esa zona, y ampliar de esta manera el área de control del gobierno central. No obstante que los archivos de Cromwell proporcionan una amplia información al res pecto, no se nos dice nada en absoluto acerca de sus métodos y de su éxito para desarrollar una cadena -compuesta de agentes, subordinados y clientes locales - sobre la que pudiera basarse la eficacia política en una época en que prevalecía el patronazgo. Necesitamos ver ahora de qué m a nera el sistema de clientela de. Crotnv/eli se relacionaba con los de sus ene migos, como el duque de Norfolk, muchos de los cuales eran también in termediarios del poder, tan ansiosos de proteger a los católicos romanos como Cromwell de silenciarlos. Sólo mediante un estudio de esta índole, el cual el doctor Elton no ha llevado a cabo, resultará posible “ revelar las realidades del gobierno". En segundo lugar, es preciso hacer el relato de la represión, no sólo des de el punto de vista policial, que es lo que hace el doctor Elton, sino tam bién desde el de las victimas, que es el tipo de relato intentado por el pro fesor Gobb. ! Es significativo el que la ideología, la apasionada devoción religiosa profesada al protestantismo o al catolicismo, desempeñe sólo un papel secundario en los innumerables relatos del doctor Elton. Empero, difícilmente podría dudarse de que aquélla desempeñó efectivamente un pa pel importante, conjuntamente con la crueldad, la calumnia, la codicia, la envidia, la malevolencia y todo tipo de acciones impías. A fin de cuentas, las opiniones de la gente, desde los tejedores a los nobles, forjadas a través de la lectura de la Biblia, o por el anhelo de apoderarse de las tierras de la Iglesia, o bien por aversión hacia la autoridad sacerdotal, fueron por lo 7
7 R. C. Cobb.
The Pólice and (he Peoplo- l'mlitk Popular Prótesis l/
Qxfoiá. 1970.
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menos tan importantes como la crisis de la Reforma. Pero esto es algo que sólo puede narrarse, como lo ha hecho el profesor Dickens, a partir de los registros locales y legales.8 Lo que realmente ocurrió a los ingleses en la década de 1530 — y de hecho lo que realmente le sucede a la gente de cualquier época— no puede descubrirse meramente mediante la corres pondencia del ministro más importante. Si en lugar de considerar las causas y los métodos centramos nuestra atención en las consecuencias que este gigantesco levantamiento tuvo para la vida europea, somos inmediatamente confrontados por una grave dificultad semántica. Muchos factores, como la alfabetización, el na cionalismo, o el anticlericalismo, son a ¡a vez causas y efectos: fue su pre sencia lo que ayudó a que la Reforma echara raíces, pero la Reforma a su vez alentó enormemente el ulterior desarrollo de los mismos. Los resultados no se vislumbran con claridad a corto plazo. El grado de inhumanidad, crueldad y violencia del hombre hacia el hombre se agudizó enormemen te; se produjo una marcada declinación en la libertad de pensamiento, lo mismo que en las ideas racionales de tolerancia y de moderación, a m edi da que los humanistas se vieron desplazados por los radicales: se observó una considerable redistribución entre el laicado de los bienes provenien tes de la Iglesia, tanto en las zonas católicas como en las protestantes; y fi nalmente, se hizo patente un impresionante auge en el entusiasmo reli gioso, el cual invadió a. todas las clases dentro de la estructura social: Europa había sido por fin convertida al cristianismo. Las consecuenias a largo plazo, sin embargo, no fueron deliberadas y tuvieron un carácter muy diferente. En la política, el punto muerto entre protestantes y católicos ratificó la fragmentación particularista de A lem a nia mediante el estímulo dado a los príncipes; al tiempo que ratificó la fragmentación nacional de Europa mediante el estímulo dado a las Ig le sias estatales. Eli desafío de los radicales obligó a que los luteranos consoli daran una alianza con las autoridades seculares más estrecha de lo que hubieran querido en otras circunstancias; al tiempo que el desafío del protestantismo hizo que Roma adoptara una postura rígida y reacciona ria consistente en un autoritarismo centralizado, de! que apenas está sa liendo hoy día después de transcurridos unos cuatrocientos años. Una de las hipótesis directrices en cuanto a la organización de los tiem pos modernos fue adelantada por Max Weber, quien sostuvo que las en señanzas de los reformadores crearon las condiciones éticas necesarias sin las que el capitalismo moderno no hubiera podido prosperar. La hipótesis volvió a ser interpretada por R. H. Tatvney, quien argüyó que las ideas de los reformadores se ajustaron con el tiempo para satisfacer las necesidades
A. G. Dickens, l.ollards and Proiostants va Ihe Dioaesc of York 1509-1558, Oxford, 1959.
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de la sociedad burguesa y capitalista en la que habrían de arraigarse. N i el profesor Dickens ni el doctor Elton le conceden mucha atención a esto, y de hecho este último, depositando una gran confianza en el tra b a jo de un historiador sueco, el doctor Samuelsson,0 dirige un ataque fu rioso en contra de tal planteamiento, haciendo particularmente patente su escar nio en el caso del gran libro de Tawney, Religión and The Rise o f C apitalüm, respecto al cual escribe: Este libro ha ejercido una extraordinaria influencia. En el caso especial de Inglaterra y los Estados Unidos, ha contribuido grandemente a la declinación de la confianza del protestantismo en sí mismo y al consecuente resurgimiento del catolicismo romano, a la reacción en contra del capitalismo como un siste ma económico, y quizás incluso a la creciente tendencia del Occidente a re nunciar al liderazgo del mundo. Lo más benévolo que podría decirse acerca de este extraordinario exacer bamiento es que la explicación que propone para la declinación del Occidente tiene por lo menos la virtud de lo novedoso. (Uno de los más desconcer tantes fenómenos de nuestra época es la manera en que intelectuales c on servadores, como el doctor Elton o el profesor Trevor-Roper, quienes se muestran capaces de adoptar un punto de vista frío y desapasionado con respecto a Carlos Marx, son presa de un odio frenético ante los escritos de un socialista cristiano tan apacible como R . H. Taw ney.) Las críticas en contra de W eber y de Tawney formuladas por el doctor Samuelsson y repetidas por el doctor Elton se basan en una falta de comprensión acerca de lo dicho por aquéllos, o en todo caso en una lectu ra descuidada de sus textos. A W eber no le interesaba la codicia o la avi dez humana, ya que se daba perfectamente cuenta de que.ésta constituye un rasgo psicológico recurrente, ni tampoco le preocupaba la aparición de los “ capitalistas de rapiña” que medraban merced al gobierno, las fi nanzas, los monopolios, la guerra, la piratería, o la usura. De este modo, traer a cuento a los Fúcar o la hostilidad de Calvino con respecto a la usu ra, es algo que está totalmente fuera de contexto. W eber creía que esta ética había surgido del abandono dei círculo ca tólico de pecado y de expiación, según el cual la salvación podía asegurar se mediante los sacerdotes y la ayuda de las buenas acciones; lo mismo que de su sustitución por un credo de salvación exclusivamente mediante la fe y la doctrina de los elegidos. L a única forma en que un hom bre po día probarse satisfactoriamente que estaba salvado era por medio de una continua devoción, alcanzada a través de una tenaz autodisciplina en la
K. Samuelsson, Religión and Economú; Action, Nueva York. 1964.
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que la esmerada dedicación a la propia vocación desempeñaba un papel vital, aunque sólo fuera como un medio de apartar las múltiples tenta ciones del Demonio. El resultado de esto vino a ser la creación de una fuerza de trabajo disciplinada y bien adaptada a los ininterrumpidos linca mientos de producción de la industria moderna, dispuesta a imponerse a sí misma el ahorro a través de la frugalidad a fin de proporcionar el capi tal de inversión que fuera necesario; y asimismo la formación de empresa rios sagaces pero honestos interesados por el rendimiento a largo plazo más que por las especulaciones tendentes a lograr ganancias rápidas, Esta “ ética protestante", aunque bastante dispersa entre toda una población, habría de conducir inexorablemente, según pensaba W eber, a aquella dedicación habitual al comercio que es la esencia del capitalismo moderno —“ la organización capitalista y racional de la fuerza (form al m ente) libre de trabajo” -™. Si ha de criticarse esta tesis, debe hacerse por lo menos en los términos de lo que la misma expresa. Actualmente resulta en efecto cierto que la “moralidad de la clase m edia” con respecto al sexo, el trabajo y la puntualidad ha sido una característica esencial de las so ciedades industriales occidentales, y que esta moralidad parece tener su origen en la teología calvinista. El hecho de que por el siglo XVIII se haya divorciado de sus cimientos religiosos para convertirse en el sistema de va lores puramente secular de Benjamín Franklin, prueba únicamente que se había arraigado lo suficiente para sobrevivir al debilitamiento del en tusiasmo religioso. Por otra parte, existen tres objeciones a la tesis de W eber y Tawney, las cuales requieren aún ser respondidas. La primera consiste en la evidencia de que hasta por lo menos a comienzos del siglo XVt, gran parte del pen samiento calvinista mostraba una fuerte aversión hacia la avidez capita lista y las leyes del mercado. El laüsez-faire y la doctrina de la optimiza ción de las utilidades, prescindiendo de su importancia para el bienestar público, no tuvieron lugar en la Ginebra de Calvino. El dilema del piado so comerciante calvinista que procuraba conformarse al código moral cal vinista en lo tocante al justo precio, y que por otra parte se apegaba a su vocación de rendir su mejor esfuerzo, se nos describe de manera revelado ra en la agónica autobiografía del comerciante bostoniano del siglo XVII Robert Keayne.10 L a ética puritana lo motivó a optimizar sus utilidades, en tanto que la moralidad económica de su Iglesia lo condenó pública mente cuando así lo hizo. A fin de cuentas, como sabemos, el crecimiento del capitalismo erosionó las restricciones morales, incluso en Boston, y sin embargo esta tensión psíquica, este precario equilibrio, es algo que W e ber ha pasado por alto y que Tawney ha negado. En segundo lugar, esta
10 tV( Apología o f Roben
Keayie,
omij, R B HÍyít, Nu.íva Yo, t 1965.
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mos comenzando a cobrar conciencia de la existencia de un “ puritanismo católico” , particularmente ostensible en el jansenismo francés, que hace dudar acerca del papel exclusivo del protestantismo en el desarrollo de es tas características éticas. La tercera objeción se basa en que el estudio del incipiente carácter empresarial moderno muestra una tem eridad en cuanto a la adopción de riesgos y un índice muy elevado de fracasos, ca racterísticas que parecen asemejarse más al “ capitalismo de ra p iñ a ” m e dieval que a los modernos esfuerzos corporativos conscientes d el beneficio de los costos. Además, los acaparadores verdaderamente grandes depen dían por lo común fuertemente del soborno y el chantaje com o recursos para obligar a los gobiernos a otorgar monopolios y concesiones que se tradujeran en permisos para la impresión de dinero. T od o esto parece apartarse considerablemente de la ética protestante. La contribución más importante de la Reforma al capitalismo, a la ciencia y al espíritu de tolerancia no fue de hecho deliberada en absoluto. La fragmentación religiosa de la Europa cristiana socavó la confianza en la existencia do un único camino hacia la verdad. El encendido entusias mo del siglo XVII condujo directamente al frío deísmo del XVin. L a cons ternación ante lo encarnizado y devastador de las guerras religiosas alentó finalmente al reconocimiento de las ventajas económicas y políticas de la tolerancia. La incapacidad de las persecuciones para extirpar otros credos dentro de muchas áreas protestantes obligó a que varios países, en parti. cular Inglaterra, aceptaran de buen o mal grado una sociedad plural en la que pudieran coexistir toda una diversidad de creencias y de opiniones. Una vez que esto ocurrió, algunas de las ideas desacreditadas de los refor madores radicales con respecto a la libertad, la igualdad y la fraternidad, pudieron surgir una vez más abiertamente, e incluso lograr aquí y allá cierto grado de respetabilidad. El cambio de autoridad del clero al laicado llevó al final a un cambio de valores, los cuales no se centraban ya sobre el otro mundo sino sobre éste, como la producción literaria y el caudal bibliotecario de finales del siglo XVII claramente lo muestran. En última instancia, por lo tanto, la Reforma, at igual que todos los demás movimientos importantes de la historia, tuvo consecuencias muy distintas a las concebidas por sus líderes y sus seguidores. Hasta este punto del análisis, la atención se ha centrado sobre la “ R e forma Magisterial” , en la medida en que ésta afectó a las élites gobernan tes y a las autoridades estatales. Pero mientras tanto sucedían cosas aún más inquietantes, ya que entre 1520 y 1580 aparecieron resquebrajaduras sobre la dura corteza de ¡a sociedad europea. Por un periodo de aproxi madamente medio siglo, los príncipes y los magistrados, los terratenientes y los patricios, al igual que los sacerdotes y los presbíteros, sintieron ame nazados su autoridad y su sentido de los valores. Las fisuras en la cstructu-
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ra social, política e intelectual asomaron por toda Europa desde Polonia hasta Inglaterra, y a través de ellas rezumaron un sinnúmero de nuevos revolucionarios sociales y religiosos: adamitas, amositas, anabaptistas, blandratistas, budriyitas, davidjoristas, farnovianos, familistas, gabrielítas, gonesianos, hoferistas, Inméritas, loístas, melchoritas, menonitas, münsteritas, obbenitas, pinczovitas, quintinístas, schwenchfeldianos, servetianos, socinianos, unitarios, utraquistas y valdenses. Estos sectarios eran primordialmente, por supuesto, fanáticos religiosos, obsesionados por doctrinas teológicas extrañas. Pero también eran hombres y mujeres que se reunían para predicar y practicar el pacifismo, la comunidad de los bienes y de la producción, la igualdad de los sexos, la abolición de las distinciones de dase, la exaltación de la actividad sexual dentro del matrimonio como un sacramento cuasirreligioso, el divorcio por causa de adulterio, la abolición de la usura, los diezmos y los impuestos, y el retiro de los cristianos de todos los cargos dentro del gobierno secular. Es bastante natural el que la vida de estas personas resultara desagra dable, brutal y breve. I.a sociedad se volvía en su contra con aquella apa sionada fiereza que reserva para aquellos que desafían los supuestos, los estándares y la estructura de la autoridad por virtud de la cual vive y se rige. Todas las Iglesias establecidas, tanto la católica como la protestante, se unieron en su odio por estos “ libertinos, revolucionarios, fanáticos, vi sionarios, blasfemos y comunistas". Uno de ellos, Miguel Servet, logró es capar de los católicos de Lyon, quienes lo quemaron en efigie, sólo para caer en manos de los calvinistas de Ginebra, quienes lo quemaron vivo. A éstos se les masacraba con rapidez en medio del paroxismo, se les tortura ba lentamente y a sangre fría con el potro, la bota y las empulgueras, se les quemaba en la hoguera, se les quebraban los huesos en la rueda, se les decapitaba, colgaba y flagelaba, se les desgarraba con pinzas al rojo vivo, se Ies destripaba y desmembraba. Por 1580, sus días habían casi termina do. Lograron sobrevivir en Polonia y Transilvania, pero fue en la Ingla terra del siglo XVII donde habrían de dejar su impronta sobre la historia, instaurando aquella conciencia no conformista que sigue siendo la leva dura de la sociedad inglesa de hoy día. Hasta aquí estos sectarios han sido considerados indiferentemente sólo como un grupo marginal y lunático de la Reforma propiamente dicha. En un estudio impresionante y revolucionario de todo este campo, el doc tor Williams sugiere actualmente que este punto de vista tradicional es falso. Arguye que la Reforma asumió dos formas distintas: la Reforma Magisterial de Lulero, Zwingli, Calvino y Cranmer, la cual se llevó a cabo para respaldar la autoridad secular, al tiempo que se sostuvo por su poder coercitivo y consolidó un desarrollo satisfactorio dentro del marco es tablecido por las ciudades, los principados y los Estados nación; y la Re
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forma Radica), la cual tuvo un carácter internacional, revolucionario y antisocial. Ésta se distinguió por sus expectativas apocalípticas, con respecto al milenio,* su indiferencia u hostilidad hacia la autoridad del Es tado, su rechazo de las instituciones, las prácticas y la disciplina d e la Iglesia medieval, lo mismo que por la unión de toda la comunidad de los fieles en el seno de un nuevo apostolado laico. Como ocurre con todos los modelos, debe admitirse que esta división de la Reforma en dos mitades distintas viene a ser una simplificación ex a ge rada de una situación compleja. Fue el “ magisterial” Zwingli qu ien una vez escribió: “Jamás será el mundo amigo de Cristo. Él se envió a sí mismo como cordero en medio de los lobos” ; por otra parte, el calvinismo fue considerado extremadamente subversivo, por ejemplo por la reina Isabel, para las doctrinas referentes a la autoridad jerárquica y secular sobre las que se hacía descansar a todas las instituciones civiles. Empero, no por ello deja de ser una clasificación útil que sirve para ubicar dentro de una perspectiva adecuada al elemento más radical de la Reforma. Los o ríge nes del radicalismo deben buscarse entre los reformadores católicos de las primeras décadas del siglo, principalmente Erasrno, quien insistía en la virtud moral más que en las disputas teológicas, lo mismo que en el p a ci fismo y en la libertad de la voluntad individual. De ahí en adelante el m o vimiento cobró ímpetu, desarrollando doctrinas teológicas y sociales más radicales y diversificadas. No pasaría mucho tiempo antes de que apare cieran verdaderos revolucionarios como Tilomas Muntzer, quien p ro c la marla que "frente a la usura, los impuestos y las rentas nadie puede tener fe". Algunos sostenían que no era adecuado para un cristiano el ejercer un cargo o tener propiedades; otros manifestaban desprecio por los ca r gos eclesiásticos, y hacían caso omiso de las distinciones de clase al sentar a los comulgantes, lo mismo que en la forma de tratarlos. En Europa Oriental hubo terratenientes que manumitieron a sus siervos y practica ron un pacifismo total. El conglomerado de sectas efímeras que brotó en la siguiente m itad del siglo podría dividirse en tres grupos principales. En primer lugar, estaban los espiritualistas, que eran el flanco radical del luteranismo, con fre cuencia milenaristas en cuanto a su carácter y dirigidos por líderes carismáticos. Éstos tendían a creer en "la revelación directa a los elegidos de la inminencia del Reino de Dios, y el menosprecio por las palabras y los •sacramentos externos que pretendían anteponerse a la guía directa del Espíritu Santo” . En segundo lugar, estaban los radicales evangélicos, que prevalecieron sobre todo en Italia, normalmente personas con una
* Se pensaba que habría un periodo de mil años de beatitud durante el cual Cristo reinaría en la Tierra. |T.]
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raigambre aristocrática o clerical, cuyo credo se basaba en el humanismo italiano y en un estudio racional e imparcial de la Biblia, Fundamental mente teístas éticos, eran pacifistas, tolerantes y Filántropos que prescin dían de los sacramentos y dudaban de la divinidad de Cristo. Finalmente, estaban los anabaptistas que constituían el ala radical del zwinglianismo, y que negaban la virtud del bautismo de los niños de tierna edad, se congregaban en sociedades independientes, formadas por los Elegidos y no tenían otro trato con las masas de fuera de su grupo. Estos anabaptis tas se dividen en fres tipos psicológicos fundamentales: los pacifistas, los misionarios violentos y los místicos. El doctor Williams es primordialmente un historiador de la religión, y sólo en segundo término un sociólogo. N o van con él las especulaciones más generales acerca de las causas sociales de estas bizarras manifesta ciones del espíritu humano, a las que el señor Norman Cohén dedica su atención en su libro The Pursuit o f the M illennium . No hay lugar en el enorme índice del doctor Williams para los Dukhabor o los Cultos de Car gamento.* Es claro que el trasfondo lo constituyó aquella combinación de alienación material, social e ideológica que ya se ha descrito, Fue en este suelo fértil donde la Biblia se injertó, la cual había sido ya finalmente compilada, traducida y puesta a disposición de los ignorantes. Casi cual quier punto de vista acerca de Dios o ele la sociedad puede deducirse de esta obra, y de hecho lo ha sido, mas para el campesino y el artesano del siglo x v i, el descubrimiento esencial y sorprendente fue la hostilidad de Cristo hacia los sacerdotes y los príncipes, hacia los ricos y los poderosos, y su apego por los pobres, los humildes y los ignorantes. Difícilmente sorpren de el que una revelación tan asombrosa hubiera propiciado que algunos intelectuales autodidactos y frustrados, salidos de las clases trabajadoras, perdieran los estribos. El doctor Williams ha mostrado que aquellas ideas expresadas prime ramente por estos fanáticos religiosos del siglo XVI se encuentran arraiga das en muchas de las creencias más fundamentales de la actual democra cia occidental. Estos despreciados y perseguidos visionarios figuraron entre los primeros que dejaron oír sus voces de protesta en contra del quebrantamiento de las voluntades infantiles mediante la brutalidad físi ca. Fueron ellos quienes primero denunciaron la persecución religiosa como una acción anticristiana. ¿Quién (lesearía ser cristiano, si viera cómo aquellos que profesan el nombre de Cristo son destruidos por los mismos cristianos con fuego, agua, al igual 6 Movimientos religiosos tic negros de África, cuya característica principal es la creencia en tjuc agentes espirituales pondrán enormes cargamentos con los bienes más codiciados en manos de los miembros del culto, [T.J
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que por la espada, de manera implacable?, . . Imaginad a Cristo, el juez de todas las cosas, presente. Imaginadlo pronunciando condenas y valiéndose de una tea encendida. ¿Quién no tomaría a Cristo por un demonio? ¿Qué más podría hacer Satán que apelar al nombre de Satán? Es en parte gracias a ellos que un historiador cristiano de la religión n aci do en los Estados Unidos y un crítico agnóstico nacido en In glaterra pueden compartir los mismos ideales en lo referente a la fraternidad de los hombres sin importar su clase, la igualdad de oportunidades tanto para los hombres como para las mujeres, y la solidaridad de todas las ra zas — ideales que están en franca oposición con la experiencia histórica observada, pero que de hecho han logrado suavizar aquí y allá lo acerbo de las asperezas de la explotación social, sexual y racial— . N o obstante todos sus desvarios y excesos, su fanatismo y su histeria, su obsesión por ciertos aspectos oscuros de la doctrina teológica, su inflexibilidad y lite ralidad en cuanto a la interpretación de los textos bíblicos, los sectarios establecieron el principio de que el individuo tiene el derecho a sus p ro pias creencias, y que en casos extremos tiene la obligación de desafiar al poder físico de la autoridad y al conformismo moral de la sociedad. Si re sulta muy improbable que veamos al señor J. P. Taylor quemándose en la hoguera en la Explanada de Oxford, a Canon Collins con los huesos rotos en la rueda frente a la catedral de San Pablo, o a la cabeza del difunto lord Russell adornando un asta en el puente de Londres, se debe en algu na pequeña medida a las luchas y a los sufrimientos de estos marginados fanáticos, antisociales e intratables del siglo XVI.
V. REVOLUCIÓN Y REACCIÓN DURANTE la última década ha surgido un enorme caudal literario, cuya lectura no es empero del todo fácil, acerca del tema de la modernización, el proceso por el que tantas sociedades han alcanzado la avanzada etapa de la urbanización, la industrialización y la burocratizacíón. Una de las preguntas más intrigantes formuladas por todo este cuerpo de trabajos se refiere al modo en que la interacción de las diferentes clases sociales y el peso de las diferentes tradiciones intelectuales han tenido como resultado pautas de evolución política muy distintas. El problema de explicar p o r qué algunos Estados han seguido el camino autoritario, en tanto que otros d democrático, ciertamente que no carece de importancia, incluso cuando ninguna solución satisfactoria pueda vislumbrarse todavía. El profesor Barrington Moore se dio primero a la tarea de examinar el papel de dos grupos sociales, la élite hacendada y el campesinado, duran te los últimos trescientos años aproximadamente; valiéndose después del método comparativo con objeto de tratar de aislar los factores que es po sible que den como resultado sistemas políticos de carácter autoritario o dem ocrático.1 Es evidente de suyo, sin embargo, que resulta imposible abordar adecuadamente el tema de los terratenientes y los campesinos sin analizar qué ocurría en la totalidad de la sociedad. Una historia social acerca del mundo moderno que prescinda de la alta burguesía tiene el mismo sin sentido que Ila m let sin el Príncipe de Dinamarca. Resulta fun damental estudiar la interacción de la élite acaudalada e industrial, por una parte, y la élite agraria, por la otra. Como Moore finalmente lo ad mite: "sin burgueses no hay democracia". Empero, los elementos de la ecuación no se limitan al amo, el campesino y el burgués, ya que cual quier análisis de la Revolución francesa obliga al historiador a tomar en cuenta el papel de los pequeños burgueses, los sans-culottes, en tanto que el estudio de Rusia y de China supone cierto análisis acerca de la burocra cia agraria. Por lo tanto, es necesario examinar la estructura social en lo referente a todas sus partes operativas, en lugar de centrarse exclusiva mente en el terrateniente y en el campesino. De hecho, una sociedad rumo los Estados Unidos jamás ha tenido un campesinado después de to do, a no ser que se considere como parte del mismo a los aparceros sure-
1 l‘.i, , ¡ii^ion Muñir, Ji..
Social Origins o j D ic ta to n h ifJ and Detnocracy: l.tnd and Vaocant in the Muktng o j ihn Modem World.
Boston. 1967,
M6
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ños posteriores a la Guerra Civil (como Moore lo hace tentativam ente). El autoritarismo o ¡a democracia no son fáciles de definir, a m enos que se clasifique a las sociedades de acuerdo con un marco de referencia fo r malista, institucional y legal. L a clase de historia constitucional qu e solía impartirse en Harvard o en Oxford hace cuarenta años, daba p o r supues to que las instituciones de las sociedades anglosajonas constituían la ú lti ma palabra en lo tocante a la equidad y a la sabiduría políticas, y que el grado de libertad y de democracia de una sociedad podían evaluarse m e diante un detenido análisis de las normas formales del juego constitu cional, es decir, de acuerdo con su aproximación nominal al modelo an glo sajón. Hoy día, sin embargo, la amarga experiencia del fracaso total por exportar constituciones democrácticas anglosajonas a la naciente Á f r i ca, nos ha enseñado a tener un mejor conocimiento a este respecto, En primer lugar, nos hemos visto obligados a reconocer que la libertad tiene muchas facetas, y que no todas se encarnan en la Carta Magna, la D e c la ración de Derechos o en una asamblea electoral, y que (como ha sido p r o bado en el caso de Staliri y de Verwoerd) la tiranía puede prosperar bajo la fachada del constitucionalismo. Tam bién nos damos cuenta de que aquello que realmente importa es el estado mental de acuerdo con el cual se operan las normas: si existe o no un consenso acerca de la deseabiiidad de la igualdad de oportunidades para todos, un espíritu de tolerancia y de compromiso, y por sobre todo, un reconocimiento de las limitaciones morales puestas al ejercicio del poder soberano, ya sea que las im ponga una mayoría sobre una minoría, o viceversa. Creer que no todos los medios encuentran su justificación en los fmes, y que incluso las minorías impopula res tienen ciertos derechos inalienables, es esencial para esta ideología. Aun cuando los términos se definan según un modo menos legalista y más antropológico, el problema presenta un cariz más bien diferente a comienzos de los setentas que hace veinticinco años, Entonces los eruditos deseaban saber por qué en el siglo XX grandes sociedades abocadas a la modernización y la industrialización corno Alemania, Italia, Japón, C h i na y Rusia, habían seguido el camino del autoritarismo, ya sea en su fo r ma comunista o fascista, en oposición a la opción democrática adoptada por Inglaterra, Francia y los Estados Unidos. Esta cuestión parecía bas tante real en los días en que la pira funeraria de Hitler en Berlín aún esta ba humeante, en que Stalin ejercía una de las tiranías más implacables y gigantescas que el mundo jamás hubiera visto, y en que George O rw ell se encontraba escribiendo 1984. Actualmente, sin embargo, estos prob le mas referentes al autoritarismo versus las opciones democráticas parecen ser menos fundamentales, no debido a que nos importe menos la libertad en los setentas que en los cincuentas, sino debido a que las formas consti tucionales se muestran superficiales y temporales. Los estudios antropoló-
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gícos acerca de las sociedades primitivas y tradicionales han puesto de manifiesto formas de lograr un intercambio de puntos de vista y una aceptación desconocidos para los juristas constitucionales anglosajones; en tanto que la crítica marxista de las instituciones legales como epifenó menos dependientes de la estructura social y de las relaciones económicas se ha visto meramente fortalecida por la prueba del tiempo. líl fascismo y el stalinismo aparecen actualmente como una fase de transición a corto plazo, más que como un fenómeno estructural permanente y profunda mente arraigado. A la luz de las fluctuaciones a corto plazo con respecto al grado de libertad y de democracia en las diferentes sociedades, parece ría razonable preguntarse si el problema no debería formularse de otra form a. Tal vez sería mejor preguntar bajo qué condiciones es probable que una sociedad determinada (o bajo qué condiciones le es necesario se gún lo afirman algunos teóricos de la modernización) pase por una fase relativamente breve de autoritarismo conforme ingresa al mundo moder no. Esta cuestión es importante, aunque no exageradamente importante si se le considera a largo plazo, si se acepta la hipótesis de que es probable que la fase no se prolongue mucho más allá del periodo de despegue in dustrial. Existen, sin embargo, dos cuestiones vinculadas, las cuales resultan mucho más interesantes que ésta. La primera se refiere a cuáles sean las raíces y las consecuencias sociales de las Grandes Revoluciones, la inglesa, la francesa, la rusa y la china, las cuales en todos estos casos parecen ha ber sido el preludio a la modernización, y en particular alude a cuál sea el papel desempeñado en ellas por los terratenientes y los arrendatarios. La segunda inquiere acerca de cuáles sean los prerrequisitos para ingresar en el mundo moderno, industrializado y urbano, lo mismo que acerca de qué cambios se requiera llevar a efecto en el campo con objeto de hacer dicha evolución posible, y de cuál sea el precio social que haya de pagarse en un proceso de esta índole. Si estas son las preguntas, ¿cuáles son las respuestas? Moore sugiere que existen tres caminos alternativos hacia la modernización. El primero, que es en su opinión el más deseable, es el camino que han seguido Inglaterra, Francia y los Estados Unidos, en el que la democracia y el capitalismo se logran después de una revolución. El segundo camino, seguido por A le mania y Japón, alcanza el capitalismo sin revolución, por virtud de una dictadura fascista de los terratenientes y los industrialistas. El tercer ca mino, adoptado por Rusia y China, pasa primero por una revolución campesina que destruye a los terratenientes, luego por una dictadura co munista que destruye a los campesinos, para desembocar también en una sociedad capitalista, aunque no democrática. En todos los países que han seguido el primer camino, Moore encuentra que una era de violencia es
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un prerrequisito necesario para la subsecuente evolución de l a libertad política y del progreso económico. En el caso de Inglaterra, esta violencia asumió dos formas, primero la Guerra Civil y la ejecución de Carlos I en 1649, lo cual vino a ser simbólico de la sumisión de la corona y la reduc ción del poder estatal; y segundo, la destrucción del campesinado en el siglo XVIU por el sistema de cercados. Moore considera esto últim o como un proceso cruel pero históricamente necesario, por una parte, porque demuestra el cambio de. la clase terrateniente a la agricultura com ercial, y por la otra, porque gracias a ello se eliminó de la escena a una clase po~ tencialmente reaccionaria, el pequeño propietario campesino, quedando abierto así el camino para una sociedad más democrática en el futuro. Se gún esta teoría, la peculiar evolución política de Inglaterra ha dependido de cuatro cosas; el temprano surgimiento como gran potencia y como d e tentadora de una gran riqueza de una formidable burguesía con aspira ciones aristocráticas; el temprano cambio (principalmente merced al interés en la explotación de lana) de la aristocracia hacendada a una acti tud comercial antes que feudal con respecto a la propiedad de la tierra; el factor extremadamente importante de que la alianza de estos dos grupos se desarrolló de manera independiente, y en realidad antagónica, al Esta do durante los siglos XVII y XVIII; y la eliminación del campesinado de la sociedad inglesa en el siglo XVIII. Esta interpretación de la evolución de la sociedad inglesa corresponde perfectamente a las ideas de C. B. McPherson, quien explica el pensa miento político inglés desde ílobbs a Locke en términos similares que se refieren al surgimiento de una actitud competitiva, individualista, y orientada, hacia el mercado, con respecto a las relaciones sociales y econó micas.2 Las objeciones básicas a este enfoque aluden a dos aspectos. En primer lugar, exagera demasiado el grado en que la sociedad inglesa, es pecialmente la sociedad rural, había pasado a un sistema competitivo, in dividualista y de valores comercializados. Los arrendatarios (no importa si se trataba de pequeños campesinos o de agricultores arrendatarios) se mostraron respetuosos hacia sus superiores hasta finales del siglo X IX , en tanto que los terratenientes conservaron una actitud paternalista en lo re ferente a sus subordinados. En el caso de una sociedad tradicional existen severas restricciones sobre la maximización de las utilidades, las cuales normalmente se interiorizan con éxito a través del proceso de socializa ción, al tiempo que son supervisadas mediante la presión ejercida por la opinión pública. Convengamos de una vez en que el trabajador agrícola tiene mayores posibilidades de obtener una porción mucho más conside rable del pastel bajo un sistema colectivo de compra-venta a través de sin
2 C. B. McPherson,
Political Theory oj Posxeixive IndividualUrn,
Oxford, 1962,
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dicatos, que de la confianza en la generosidad o en el sentido de obliga ción de un patrón paternalista, Esto es evidente de suyo. Empero, ignorar el papel de esto último es omitir la significación de un conjunto de nor mas sociales que tuvieron suma importancia para la regulación de las relaciones sociales en el pasado. Tam poco es obstinado romanticismo o si niestra reacción el argüir que aquéllas sirvieron a un propósito moralmente sostenible que frecuentemente resultó ser ventajoso para ambas partes. Es importante recordar que el campesinado inglés permaneció pa sivo e imperturbado incluso durante los levantamientos de la revolución. Las constantes, desesperadas y feroces revueltas campesinas de la Francia del siglo XVII simplemente no ocurrieron en Inglaterra después de 1549, una de cuyas razones fue la relativa moderación de la clase terrateniente y el respeto a sus superiores inculcado a los trabajadores. De este modo, ya no es posible sostener a la luz. de la investigación moderna que el m ovi miento del sistema de cercados del siglo XVIII fue un acto brutal de violencia, un proceso cruel de desahucio y de despueble. El sistema de cercados fue en Inglaterra un proceso lento y continuo que duró unos tres siglos, y en el que muchos de los cercados fueron relativamente equitativos en su intención y en sus efectos; además, en el caso particular de los del siglo XVIII, éstos implicaron un desalojamiento en masa de campesinos muy reducido. La población de los villorrios ingleses después de los cercados, fue normalmente mayor en la década de 1830 de lo que había sido en la de 1730. El resultado más importante de los cercados fue proporcionar alimento suficiente para sostener un estallido masivo de expansión demográfica. Finalmente, en qué sentido el agricultor arren datario del siglo XIX —que tenía derechos morales y prácticos, si bien no legales, a que se le garantizara su seguridad de generación en genera ción— se diferenció en lo fundamental de los pequeños propietarios inde pendientes del siglo XVII en términos de status, seguridad o ingresos, es una pregunta que aún está por responderse. En conclusión, por lo tanto, admitamos que, con estas importantes sal vedades, el modelo de Moore para el caso ele Inglaterra es correcto en tér minos generales, hasta donde alcanza nuestro conocimiento, y es acep tablemente razonable. La aportación más importante hecha por él con respecto a nuestro volver a pensar la experiencia inglesa, es su énfasis en el hecho de que la alianza de los terratenientes y la burguesía tuvo lugar dentro de un antagonismo hacia el Estado, más bien que en colaboración con este último. ¿Y qué hay con respecto a Francia? A qu í el problema es determinar por qué un trasfondo social muy diferente no ha conducido a un sistema polí tico disímil. En la Francia del siglo XVIII la aristocracia obtenía parte de sus utilidades de la tierra en forma de derechos señoriales, de modo que la
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comercialización vino de hecho a fortalecer al feudalismo en lugar de de bilitarlo. Fue la burguesía la que se tornó feudal, y no la aristocracia la que se volvió burguesa, y ambas quedaron vinculadas mediante su mutua dependencia en el Estado para la defensa de sus privilegios hereditarios y de sus cargos; ya que el Estado operaba una gran burocracia agraria com puesta de burgueses y de nobles, la cual servía asimismo para fortalecer, antes que para debilitar, las relaciones de tenencia, lo mismo que los p ri vilegios y la dependencia. Como resultado de esto, con el advenimiento de la revolución apareció que ésta llevaba en su seno importantes elementos anticapitalistas, de manera señalada los sans-culottes y el campesinado, así como la recalcitrante clase oficial. Las sucesivas sacudidas revolu cionarias hacia la izquierda procedieron normalmente hasta que los inte reses del campesinado rural y los sans-culottes urbanos se escindieron cois respecto a la cuestión del control de precios. Fue en ese punto don d e la Revolución francesa llegó a su término con resultados muy diferentes de los obtenidos por la inglesa. Entre las muchas virtudes del análisis de M oore figura su refinada con ciencia de las complejidades de las transformaciones sociales. No va con él el hombre de paja indicativo del surgimiento de una burguesía francesa homogénea sobre las ruinas del feudalismo, del tipo de la que el profesor A lfred Cobban ha mostrado recientemente un placer perverso por erigir y luego derrumbar. Por el contrario, considera los resultados de la revolu ción, al igual que sus causas, corno una alianza conjunta de grupos distin tos, uno de los cuales, la burguesía industrial y comercial, se vio particu larmente favorecido por el nuevo sistema político-legal de oportunidades basado en la propiedad privada que la revolución había establecido. Este fue el efecto a largo plazo, pero a corto plazo lo que importaba era la dislocación de los privilegios aristocráticos y la consolidación de un cam pesinado propietario. La importancia de lo primero consistió en eliminar a la aristocracia de la vida francesa, que a los ojos de Moore fue lo que salvó a Francia de una alianza fascista de las élites hacendadas y opulen tas apoyadas por el ejército, tal como ocurrió en Prusia y en Japón. L a importancia de lo segundo estribó en que el campesinado, satisfecho en sus aspiraciones ideológicas por el logro de la concesión de la ciudadanía, y en sus aspiraciones materiales por la adquisición del feudo franco, se volvió a partir de ahí una fuerza sólidamente conservadora, que detuvo la modernización de Francia desde aquellos días hasta la fecha. En términos generales, este análisis de los acontecimientos franceses parece aceptable. Se podría discutir acerca de los detalles. Se podría aducir que el derroca miento de la aristocracia sólo ocurrió hasta 1830, que una alianza procofascista entre los terratenientes y la alta burguesía puede encontrarse en la Francia tanto de Napoleón XIí como del mariscal Pétala. Se podría se
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ñalar que la aristocracia no fue puramente feudal, y que desempeñó un papel importante en el desarrollo de la industria pesada durante los siglos XVIII y XIX. Y sin embargo, parece claro que esta actividad, lo mismo que la compra de cargos hereditarios dentro del Estado, eran en última instancia callejones sin salida a los que tanto la aristocracia alemana co mo la francesa se abocaban en su marcha hacia su destrucción. El hecho de que la sociedad francesa se hubiera modernizado en unión con el Esta do, más bien que de forma antagónica a él, al igual que la destrucción tanto política como en términos ideológicos de los privilegios aristocráti cos y oficiales, y el apuntalamiento del derecho de propiedad campesino, son todos factores claves para la comprensión de la historia francesa. El acomodar la historia norteamericana dentro de este modelo plantea dificultades casi insuperables, especialmente debido a que se considera que la Guerra Civil norteamericana desempeñó el mismo papel que las revoluciones inglesa y francesa en la preparación del terreno para los fu turos conceptos de libertad, democracia y progreso económico, Según la moderna teoría revisionista, la economía sureña de plantaciones constitu yó un reto económico para los intereses industriales del norte, si bien las opiniones difieren considerablemente con respecto a su eficiencia relativa en términos de producción agrícola. Empero, Moore no encuentra rivali dad económica, sino un enfrentamiento de valores culturales profunda mente arraigados. El sur era antiurbano, aristocrático, elitista, jerár quico, y antiindustrial, aun cuando una plantación, no obstante operar con fuerza de trabajo servil, fuera tan cabalmente capitalista y empresa rial en su administración como cualquier fábrica del norte. Los in dustrialistas del norte deseaban preservar a la Unión Americana como un mercado unificado, y evitar que la autoridad del gobierno federal se usa ra para proteger y ampliar la institución de la esclavitud, la cual ofendía sus convicciones en cuanto a la igualdad de oportunidades, el indivi dualismo y la democracia. Los libres agricultores del oeste también esta ban preocupados por la ampliación de la esclavitud, ya que veían en ésta una amenaza para sus valores y sus intereses, y el resultado vino a ser una coalición de los industrialistas del norte y los agricultores del oeste en contra de los plantadores del sur en lo tocante a cuestiones tan profunda mente asentadas en valores culturales que no aceptaban ningún tipo de negociación. Moore sugiere que la única opción ante la guerra era una alianza reaccionaria entre los industrialistas del norte y los plantadores del sur en contra de los esclavos, los trabajadores urbanos y los agricultores libres; opción con respecto a la cual él considera la guerra infinitamen te preferible, a pesar de su precio. En caso de haberse evitado la guerra y haberse consolidado la coalición reaccionaria en la década de 1850, en lugar de en la década de 1880 tras el fracaso de la Reconstruc
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ción, * la tendencia ideológica y política hacia la igualdad y la democracia hu biera sido interrumpida, y los valores oficialmente sustentados para orgullo del pueblo norteamericano (a pesar del inevitable fracaso por instrum en tarlos cabalmente en la práctica) no habrían sido aquellos que prevalecen hoy día. El obligar al gobierno federal a quedar permanentemente al margen de la actividad de respaldar a la esclavitud justificó toda la sangre derramada durante la Guerra Civil. Esta es una interpretación bastante moralista, que se halla en marcado contraste con el examen más desapasionado de otras sociedades. M oore concluye esta sección con un encomio de la Oración Fúnebre de Pen des y del discurso pronunciado por Lincoln en Gettysburg, lo cual, por conm o vedor que sea, no por ello es menos indicativo de la gran distancia que nos hemos alejado de un análisis objetivo acerca de los terratenientes, los campesinos y la formación de la sociedad moderna. Además, si en efecto la alianza reaccionaria de los industrialistas y los plantadores se realizó de cualquier manera después del fracaso de la Reconstrucción, se podría preguntar razonablemente si la Guerra Civil no fue de hecho algo nego ciable después de todo, y si sus resultados tuvieron un carácter verdadera mente decisivo. El análisis de Moore acerca de la historia norteamericana contiene serias contradicciones tanto morales como fácticas; sus clasifica ciones socioeconómicas son mucho más burdas que en cualquier otro con texto, y su conclusión optimista no concuerda con la precaria situación de los negros en la sociedad presente, ni con la persistencia observada en el Sur, hasta la década de 1900. de una pauta cultural retrógrada. Moore parece ser victima en ese capítulo de su teoría cerca de la necesidad de. la violencia como preludio a la democracia, lo mismo que de su intensa p a sión por la libertad, la igualdad y la democracia. ¿Cómo podríamos resumir la tesis de Moore? Básicamente nos dice que para que la modernización se lleve a cabo es necesario desembarazarse de la agricultura como la principal actividad económica; esto implica la destrucción de la hegemonía política de la élite hacendada, y la conver sión del campesinado en agricultores sólidos que produzcan para el mer cado (o probablemente en un proletariado agrícola dentro de comunidades rurales colectivizadas). En caso de que estos dos grupos, los terratenientes y los campesinos, no sean satisfactoriamente eliminados, es probable que se desarrollen dos ideologías perniciosas. La primera consiste en la enfer medad aristocrática, el diletantismo. Éste conduce al juicio equilibrado sobre asuntos no científicos, y a una devoción por la cultura y las artes, pero también tiene sus desventajas, como se sabe de sobra en Inglaterra: esno bismo estético, incompetencia y antiintelectualismo. La segunda es la en-
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fermedad campesina, el catoriismo, el ideal retrógrado de la belleza y la armonía orgánicas de la vida rural, realizada en contacto íntimo con la M adre Naturaleza, lejos de las pecaminosas ciudades y las satánicas fábricas de la industria. Se trata aquí de una acción para proteger la reta guardia de una sociedad decadente compuesta por terratenientes y cam pesinos, la cual termina pronto por desbordarse en peanes encomiásticos alusivos al patriotismo, la guerra y la muerte en combate. Esta actitud no es tan sólo acérrimamente antiintelectual, sino que es asimismo contraria a todas la tendencias del mundo moderno, incluyendo la democracia. Al igual que la mayoría de otros escritores acerca del tema, por lo tan to, Moore está convencido de que esto es esencial para transformar a la sociedad rural, y estima que en casi todas las sociedades la eliminación de los terratenientes y los campesinos ha implicado el uso de la violencia en una etapa o en otra. La opción comunista tiene probabilidades de reali zarse cuando existen una burguesía débil y una aristocracia reaccionaria, y conlleva un uso máximo de la fuerza con objeto de circunscribir la destrucción tanto de los terratenientes como de los campesinos dentro de un levantamiento único y violento. La opción fascista es probable que se dé cuando los terratenientes y los industrialistas se unen para valerse del poder estatal a fin de forzar la modernización según sus propios términos y a costa de los estamentos inferiores. La opción democrática tiene el mayor grado d e probabilidades de efectuarse si las condiciones peculiares se pre sentan en lo referente a una evolución política muy lenta, a una paulatina eliminación del campesinado, y a una unión entre los nobles de mentali dad comercial y los burgueses en oposición al poder deí Estado, más bien que en colaboración con el mismo. Inglaterra constituye el tipo ideal de una evolución histórica de esta índole. En el tratamiento que da a la evolución de las sociedades liberales occi dentales, Moore subraya repetidamente su creencia de que dicha violen cia, y en particular la destrucción violenta del campesinado, es uno de los prerrequisitos imprescindibles para una futura sociedad democrática. El único caso al que esto correspondería sería Inglaterra, empero es aquí donde la erudición moderna ha mostrado cpie el proceso fue muy lento y dilatado, y en gran parte sin violencia. En Francia, la violencia se empleó durante la Revolución no para destruir al campesinado, sino para refor zarlo. L a democracia y un campesinado independiente no han sido en dicho país compañeros incompatibles de cuarto, más bien son la m oder nización y el campesinado los que parecen ser necesariamente incom pa tibles. D e modo similar, el general MacArthur y sus consejeros usaron la fuerza en Japón después de la segunda Guerra Mundial para redistribuir las propiedades al campesinado, proceso que hasta ahora no ha probado ser incompatible con la democracia. El punto no se refiere simplemente a
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una interpretación técnica, ya que implica un juicio básico acerca de la justificación moral y práctica del uso de la violencia a gran'escala para servir al propósito de la ingeniería social. En. casi todos los casos históricos tal violencia ha probado ser contraproducente, en el sentido de qu e los objetivos a largo plazo difícilmente se han alcanzado, y por el solo hecho de que el uso mismo de la violencia crea una nueva situación q u e exige una nueva solución. La violencia genera amargas escisiones dentro de la sociedad que, como lo sugieren los ejemplos de Francia, Inglaterra y los Estados Unidos, pueden tardar entre 70 y 150 años antes de resolverse. El precio de estas escisiones, el cual viene a traducirse en una detención de la sociedad y en una obstaculización de los propósitos de su desarrollo eco nómico y político, normalmente pesa mucho más que cualquier ganancia temporal obtenida mediante la eliminación, rápida del poder d e algún grupo retrógrado. Es evidente que existen algunas sociedades donde las desigualdades extremas en cuanto a los ingresos y el status son cuidadosamente preserva das y protegidas por el Estado, y en las que la élite gobernante es total mente intransigente y se opone a todo intento de modernización o de reforma. En estos casos relativamente raros pudiera ser que nada que es tuviera por debajo de una sangría breve pero encarnizada sería capaz de abrir el camino hacia el progreso social. Empero, este no es el único p a pel, y ciertamente tampoco el más importante, de la violencia tal como la considera Moore, quien porte mucho más énfasis en su función destructi va del campesinado. En su metodología, Moore se muestra anticuado e insular cuando insis te en la conformación legal del constitucionalismo anglosajón, lo mismo que en su definición de la libertad política. Tam bién es anticuado de otras dos maneras, de las cuales la primera consiste en su actitud recelosa hacia el uso de métodos cuantitativos dentro de la historia social. Sin lu gar a dudas pasa y hace pasar a sus lectores un buen rato en el apéndice maliciosamente titulado “Una nota acerca de las estadísticas y la historio grafía conservadora” , y de hecho es verdad que gran parte de la cuantific.ación de las últimas dos décadas ha sido empleada por revisionistas de derecha para descargar la tensión ideológica fuera del debate histórico, y para probar que las cosas no eran tan malas después de todo antes de la revolución. Sin embargo, gran parte de este revisionismo, como es el caso de los cercados ingleses, es capaz de resistir cualquier crítica, y no sería más que puro oscurantismo el negar el papel que las estadísticas pueden desempeñar cada vez más dentro de la historia social, si se usan con una adecuada reserva académica y son controladas por el sentido común (lo cual dista casi siempre de ser el caso). Aunque Moore condena específica mente “la mentalidad antimecánica que rechaza las cifras que están fuera
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de control” , sus argumentos son de hecho un buen grano para la molien da de los neoludditas de nuestro tiempo, los cuales aún dominan la profe sión histórica en todos los países, y cuyos prejuicios se ven confirmados por la arrogancia y la insensatez de algunos de los principales cliometristas. Una mala historia estadística no es mejor, pero tampoco peor, que una mala historia impresionista, aunque ciertamente es más tediosa. Por otra parte, este autor parece anticuado en su descuido de las transformaciones demográficas como un factor crítico que afecta a todas las relaciones so ciales, y no en menor grado las del terrateniente y el campesino. Es el cre cimiento demográfico lo que conduce a la avidez por la tierra, a la huida a las ciudades y a la agricultura orientada hacia el mercado, lo mismo que a un cambio en las utilidades agrícolas, del campesino o el arrendata rio a), terrateniente. El estancamiento o el descenso demográfico son los que invierten las pautas. Estos hechos tienen una importancia tan gran de dentro de nuestra interpretación actual tanto del siglo XX como del pasado, que aquellos escritos que hacen caso omiso de los mismos parecen tan anticuados como los libros de texto de física que no hacen referencia alguna al átomo. Las diferentes sociedades reaccionarán de manera dife rente ante circunstancias demográficas similares, como lo hicieron Prusía, Francia e Inglaterra en el siglo XVI, no obstante que todas se vieron arrastradas en medio de una marejada de crecimiento demográfico de tremenda fuerza. La interpretación de Moore sobre los cercados ingleses se ve seriamente debilitada por su omisión del factor demográfico, y asi mismo podrían también citarse otros ejemplos con base en los capítulos sobre China y Japón. Puesto que Moore se ha visto envuelto de mala gana en un amplio exa men panorámico acerca de las causas y las consecuencias de la revolución y los procesos de modernización, su marco de referencia, el cual consiste casi por completo en fuerzas sociales antagónicas, parece excesivamente estrecho. La reciente obra de C. E. Black, The Dynamics o f Modernization, muestra que un amplio margen de la actividad humana se halla implicado en el proceso de modernización, y señala en particular el im portante papel desempeñado tanto por las ideas como por las institu ciones. Moore descuida gravemente el factor ideológico en la historia, ya sea que se trate del puritanismo como una de las causas de la Revolución inglesa, o de la importancia de la tolerancia como sistema de conducta moldeada según normas en las sociedades tradicionales, o bien del papel del nacionalismo como factor esencial de la Revolución china del siglo XX. Term inar con una nota crítica sería injusto para un libro con cualida des sobresalientes. Nadie había intentado antes emplear el método com parativo en tal escala y con un estudio tan detenido de la bibliografía pro cedente. Pocos habían definido antes de manera tan clara la importancia
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de! campesinado en una revolución, o la significación política de d d e rm i nar si la alianza entre los terratenientes y los industrialistas esiá con for mada bajo el patronazgo del Estado, o en oposición al mismo. Son pocos los historiadores que tratan a aquellos con los cuales discrepan con la g e nerosidad y la honestidad exhibidas por Moore, También son pocos los historiadores que muestran un respeto y una admiración tan apasionados por los valores humanos y liberales. La mayoría de los historiadores, par ticularmente los historiadores administrativos y políticos, tienden a mostrarse como cínicos pragmatistas preconizadores del punto de vista hobbesiano acerca de la naturaleza humana, la función del Estado, y los propósitos y los métodos de las relaciones internacionales. El libro deberá juzgarse en última instancia como una o b ra maestra imperfecta. La cuestión que se propone dilucidar no es la correcta, y la respuesta que proporciona pasa por alto la importancia del m om ento oportuno para que se dé la alianza entre las élites aristocráticas y las in dustriales. El alcance geográfico es enorme, y sin embargo om ite las dos áreas claves, Prusia y Rusia; el análisis de las causas de la revolución ign o ra casi por completo el papel de la ideología; la discusión de la m oderni zación difícilmente puede conducirse dentro de los estrechos límites de la interrelación de los grupos sociales, ya sea que se aluda al terrateniente y al campesino; o al terrateniente, al campesino y al burgués; o incluso al terrateniente, al campesino, a! burgués y al burócrata. La fuei t deter minante deí crecimiento demográfico difícilmente puede asigno'«c a to dos por igual. Además, el libro señala algunas serias dificulta'1 tanto metodológicas como conceptuales, de la historia comparativa, tu 1n par te del mismo comprende análisis directos acerca de sociedades j•- <' i< uI.» res, y la totalidad de su contenido se sintetiza únicamente en '• 1 larga conclusión. Y cuando llega el momento de la síntesis, la esc a*** di- ln-, ejemplos, la complejidad de las variables, y las diferencias en lo* I* ....... adoptados por las diversas sociedades, todo hace que resulte e" 1 1,1 mente difícil que se obtengan conclusiones convincentes. Pero e.r en gran medida a que la historia comparativa se halla aún en muy primitiva y acientífica de su desarrollo, y nadie sabe cóni ca bo correctamente. T a l vez uno puede sentirse tentado a sos)no es posible llevarla a cabo satisfactoriamente, aunque esto im que no valga la pena intentarlo.
VI. LA CRISIS DEL SIGLO XVII N o MACE mucho era posible creer en una progresión lineal bastante uni forme
’ T. tí. Aston,
Catttuiy o f Crisis, 1560 ¡660,
Nueva York, 1966.
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oscuras. En otro, Alemania, una encarnizada guerra que du ró treinta años, y que fue tan destructiva como cualquiera de este siglo en cuanto a las vidas de civiles y a los bienes materiales, dejó gran parte d e l área en ruinas. Brecht tuvo razón cuando eligió a la Alemania del siglo x v n c o mo trasfondo para su fábula moral acerca de los horrores de la guerra. Incluso Inglaterra, la cual gracias al mejoramiento en la productividad agrícola y la extraordinaria prosperidad de su comercio colonial después de 1660, fue afectada sólo ligeramente por la Gran Depresión, vio a su población estancarse, a su comercio soportar una prolongada crisis de reajuste desde 1620 hasta 1660, y a su producción de hierro, p lo m o y es taño disminuir paulatinamente. En segundo lugar, a mediados del siglo XVH se observó una crisis en cuanto al desarrollo del Estado-jia¡ctón. Si bien 1848 habría de ser el año de la revolución, la década de ;1640 fue el periodo en que importantes le vantamientos ocurrieron en Inglaterra, Irlanda, Escocia, Francia, Suecia, Cataluña, Portugal y Ñapóles; asimismo, hubo un golpe de Esta do en Holanda, y Alemania sufrió las últimas y desesperadas convulsiones de la Guerra de los Treinta Años. Esta doble crisis del siglo XVII es de importancia crítica para la ¡ j comprensión del inundo moderno, ya que fue a partir de aquí de donde ( \ surgieron la sociedad capitalista y el Estado burocrático. Por otra parte, í proporciona el campo de prueba ideal para los diversos modelos de las i i transformaciones históricas adelantados por Marx, W eber y otros. Existen básicamente tres hipótesis acerca de las causas de la crisis tlel siglo XVII. La primera es la hipótesis marxista, tal como ha sido propues ta por el profesor Eric Hobsbawm contando con un sólido apoyo docu mental de parte de la escuela Brande! de París, la cual considera el problema fundamentalmente en términos económicos. Los aconteci mientos políticos j^>n vistos en gran medida como epifenómenos, y de. hecho Hobsbawm se ocupa sólo de manera incidental de los grandes es tallidos revolucionarios de mediados del siglo XVII. Según este punto de vista, la crisis se debió j i l a superproducción frente a los mercados elitistas y limitados que ofrecía la llamada sociedad “ feudal” , en la que la ri queza estaba concentrada en manos de un reducido puñado de aristócratas que empleaban su capital acumulado para un consumo ostentoso en lugar de invertirlo productivamente. La declinación de las ciudades inde pendientes y la rtuni posición del vasallaje en Europa Oriental fueron dos de las cónsecuencias..ele ’ » .{imitación, inherente con respecto al desarrqlío de este tipo de sociedad. Por sugestiva que sea, tsta interpretación acerca de la incipiente Euro pa moderna contiene demasiadas ambigüedades y dificultades para ser completamente satisfactoria. Nadie duda hoy de que los hechos referen-
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tes a un estancamiento económico de un siglo aproximadamente queda ron espaciados de manera intermedia dentro de muchas regiones de Europa, aunque de ningún modo en todas, entre el impulso hacia adelan te observado en el siglo XVI y la renovada aceleración de mediados y fina les del siglo XVIII. Pero en primer lugar, la descripción cronológica es muy vaga. Generalmente se está de acuerdo en que la crisis habría co menzado en 1620, aunque en ocasiones se estima que llegó a su término en 1670, y en ótías que se prolongó hasta alrededor de 1740. Las diferentes partes de Europa, al igual que los diferentes sectores de la vida económica e intelectual, reaccionaron en forma distinta y en diversos momentos du rante un periodo muy largo. Es posible que la producción industrial inglesa haya tropezado, pero su rendimiento agrícola se incrementó rápi damente a lo largo del siglo. Su auge comercial a finales del siglo XVII no logró estimular ninguna actividad industrial de gran relevancia, en tanto que la revolución científica newtoniana y la planeación de incentivos para las innovaciones tecnológicas llegaron a su fin por 1720. En las Provincias Unidas la depresiói^ apenas si alcanzó a las ascendentes fortunas de Ainsterdam. En Francia la crisis de principios del siglo XVII afectó mucho más al sur que al norte, y sólo hasta la década de 1680 sobrevino una declina ción económica y demográfica general. En Europa Oriental, el surgi m iento de los grandes latifundios operados por una fuerza de trabajo servil no se verificó de manera uniforme, sino de un área a otra por un pe riodo de 150 años, comprendiendo desde Prusia del Este en el siglo XVI, vía Suecia en el XVII, hasta Rusia a comienzos del XVIII. De este modo, fácilmente se podría, estar de acuerdo en que alrededor de 1620 se.inició en térnafeóS generales un viraje descendente, sin admitir por ello, que hu bo algún tipo de reacción clara o uniforme ante el mismo. Tam poco la explicación marxista sobre este viraje descendente resulta del todo satisfactoria. Otra explicación, en términos de una desafortuna da coyuntura de acontecimientos que ejercieron una fuerte presión sobre una sociedad demográficamente hidrópica, parece ser igualmente válida. La peste volvió a golpear fuertemente a la fuerza de trabajo; losjriercados de consumo se volvieron más restringidos a medida que la guerra devasta ba áreas.cada vez mayores de Alemania; se produjo una escasez de los m e dios circulantes como consecuencia de la declinación en las importaciones de plata del Perú. El irresponsable malabarisimo monetario de los prín cipes de Suecia, España y Alemania hizo astillas la confianza de la comu nidad comercial internacional, e hizo que el cálculo racional de las utili dades fuera imposible. Todo parecía confabularse para convertir a los años 1619.-1622 en una crisis importante, al tiempo que más profunda y duradera en sus efectos que la de 1929. Pudiera ser que esta prolongada crisis del siglo x v n hubiera sido más importante de manera negativa al
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haber hecho retroceder a Europa Oriental y del Sur en su progreso hacia la modernidad, que por haber actuado como un estímulo positivo para el desarrollo ulterior dentro de áreas claves de Europa Noroccidental. I£s el segundo aspecto de la crisis, el político, el que le interesa al p rofe sor T revor-Roper ' cuyo artículo incluido en la colección de ensayos de Ashton. ofrece otro modelo frente al de Hobsbawm. Este autor ve en los le vantamientos políticos de mediados del rigió XVII una especie d e cuenca entre una época y otra, entre el Renacimiento y la Ilustración, una crisis causada por un defecto básico dentro de la estructura política preexisten te, que la hacía incapaz de soportar las tensiones que le eran impuestas. Tanto Hobsbawm como Trevor-Roper —el marxista y el antimarxista — se vuelven uno, nótese, al despreciar la vieja noción whig d e que los conflictos constitucionales pueden ser tomados en su valor nominal. T a n to ellos como los demás contribuyentes al debate están de acuerdo en que esta es una forma ingenua y superficial de considerar las transforma ciones históricas, de que detrás de cada lucha constitucional subyacen in tereses, pasiones y prejuicios que deben explorarse y exponerse cuidado samente. Para Trevor-Roper, la crisis es entre et Estado y la sociedad. Por el siglo XVII la máquina estatal centralizada —los cortesanos, ios fu n cionarios, los obispos y los políticos— se había vuelto intolerablemente onerosa y opresiva para el resto de la sociedad. I,a división entre los bene ficiarios y las víctimas del sistema político se estaba volviendo cada vez más aguda y evidente día a día, a medida que la corte renacentista con su séquito cada vez mayor de burócratas parásitos depositaba una carga cada vez más pesada sobre la sociedad. Cuando la recesión económica hobsbawmíana redujo el tamaño del pastel del que la porción gubernamental habría de cortarse, la situación se volvió intolerable y varios grupos so ciales intentaron cambiar el sistema recurriendo a la revuelta y a la revo lución. Las ciudades habían sido ya aplastadas con anterioridad en el siglo XVI; ahora eran las clases hacendadas quienes peleaban en contra de las cortes. Las sociedades de mayor éxito, las de Holanda, Inglaterra y Fran cia, se amoldaron a la situación en parte mediante el mejoramiento y la modernización de la administración, y en parte mediante el incremen to de sus recursos económicos a través de la aplicación de ideas mercantiUstas. Por estos medios el peso se ajustó al potencial económico de la sociedad, y fue así como pudo comenzar la era del despotismo ilustrado. Esta ingeniosa y a primera vista atractiva tesis no resiste un análisis d e tenido. A l igual que tantas generalizaciones actuales acerca de la evolu ción del Estado moderno, la constitución moderna y la economía moderna, se trata aquí del trabajo de un historiador que adopta un modelo diseña do primeramente para adaptarse a una experiencia británica única, para aplicarlo después de manera indiscriminada ai contexto bastante diferente
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del continente europeo. En primer lugar, ninguno de los conflictos exa minados en Inglaterra, Francia o España, resultan ser simples forma ciones de los funcionarios en contra del resto, como Trevor-Roper débil mente lo admite en una posdata. En segundo lugar, el retrato de una horda inmensamente opulenta de cortesanos derrochadores es bastante exagera do. Las riquezas espectaculares de las minorías han cegado a TrevorR oper con respecto a las remuneraciones modestas, y con frecuencia mi serables, de la mayoría. Por consiguiente, la onerosa carga de la corte y de la burocracia, aun admitiendo el vasto iceberg de honorarios y sobor nos subrepticios, no fue en ninguna parte comparable con los costos esti mados de la guerra. En tercer lugar, resulta d ifícil, si no es que imposible, ver a la mitad del siglo XVU como una cuenca, y como el verdadero pe riodo revolucionario por contraposición al de la Reforma, excepto dentro de los estrechos términos de la experiencia inglesa. N i Francia ni España cambiaron grandemente después de sus respectivos levantamientos con relación a lo que hablan sido antes, y sus políticas permanecieron en gran medida las mismas. Finalmente, hacia donde quiera que uno mire, los in tentos de reformas internas hechos por Strafford, Richelieu y Olivares fueron detonadores de las revueltas, más que movimientos orientados ha cía una nueva era, como Trevor-Roper pensaría. Si la tesis de Trevor-Roper no resulta satisfactoria, ¿cuál es la opción? La solución de John Elliot y otros, planteada aquí tentativamente y res paldada por m í en otro lugar, pondría un mayor énfasis en las presiones de la guerra. De hecho, ciertos.eruditos como Vicens Vives y F. G. l.ane, consideran a ris ta d o moderno primordialmente como, una máquina de guerra, creada e impulsada por las necesidades de preparación militar y de agresión. Difícilmente podría dudarse que este ha sido su campo de ac tividad más satisfactorio durante los últimos cuatrocientos años, y que no existe nada dentro del mundo contemporáneo que sugiera que haya al gún cambio en perspectiva a este respecto. Vives explica el surgimiento del Estado renacentista a comienzos del siglo XVI como el producto de la guerra internacional y del desorden interno, y considera al ejército per manente corno su manifestación más impresionante, el cual frecuente mente se componía de mercenarios extranjeros. Lañe convierte el argu mento en un informe financiero sobre las ganancias y tas pérdidas. Mira al Estado moderno como un dispositivo para disminuir los costos de de fensa mediante la adquisición del monopolio de la violencia, tanto inter na como externamente, Una vez que esto se logia, el Estado puede entonces exigir un precio más alto para la defensa en contra de enemigos designa dos (y si fuera necesario fabricados) por él mismo, a costos sustancialrnente más bajos. De este modo le es posible transferir la riqueza de la población a los funcionarios, sin restricciones. Este es un m odelo que re-
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corre un largo camino hacia la explicación
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mediano alcance, las cuales se hallan respaldadas por gran cantidad de datos verosímiles, pero que no es posible insertar todavía firmemente dentro de la evidencia histórica. Documentar, cuantificar y calificar estas generalizaciones constituye la tarea fundamental de la generación actual. Necesitamos conjugar este grato aire renovador de ideas con aquella m e ticulosa erudición y aquellos elevados estándares de evidencia que fueran la gloria de la antigua escuela de historiadores. Un excelente estudio de caso que puede avalar la interpretación m ili tar de la crisis es el de España, donde la relación entre Castilla y Catalu ña, entre la capital y las provincias, ha sido examinada por el profesor F.lliot en un eminente trabajo que viene a ser una muestra de la erudición histórica de la posguerra.* En la década de 1590 el Imperio español parecía estar suspendido al borde de la conquista del mundo. En cien años, el árido y elevado reino de Castilla había engullido al resto de la península española, enormes áreas de Italia, incluyendo Sicilia, Milán y Genova, los Países Bajos, América Central y del Sur y las Indias Orientales portuguesas. L a plata fluía en torrentes cada vez mayores de las minas de los Andes para ali mentar a la burocracia y al ejército más grandes de Europa. Parecía que España mantenía un buen control sobre Francia, y ai mismo tiempo había provocado la rebelión en Irlanda y amenazaba seriamente a Ingla terra. Cincuenta años después, la Francia borbónica constituía un serio rival, Inglaterra y las Provincias Unidas mostraban prosperidad y agresi vidad, Portugal y las Indias Orientales se habían liberado y los catalanes estaban en franca revuelta. Los ejércitos españoles habían dejado de ser invencibles, su administración era el prototipo de una indolente incompe tencia, sus finanzas eran caóticas y su comercio trasatlántico estaba en plena decadencia; parecía como si el Imperio se hallara al borde de su di solución. ¿Qué había resultado mal? Lejos de ser un Estado unificado, la España de los Habsburgo era una confederación disgregada, dividida por barre ras en cuanto a las costumbres y por constituciones extremadamente dis tintas. El peso, la gloria y las utilidades del Imperio fueron dejados a los nobles de Castilla, en tanto que los de Cataluña remoloneaban en sus ca sas. Protegidos por sus privilegios en contra de ¡as exigencias reales de d i nero o de hombres, los catalanes también fueron excluidos de los empleos y ¡as remuneraciones. La nobleza rural perdió todo sentido de finalidad, quedando absorta eri una lucha de facciones, en cruentos enfrentamien tos entre familias y en el bandolerismo. * ) rtliot, The Revolt uf tlie Cotühinx, A Siwly of thc Decline ofSpoin (119$ 16-10), Cambridge,
1964
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En 1621 ascendió al poder en España el conde duque d e Olivares quien, con Richelieu y Strafford, fue uno de los tres grandes arquitectos del absolutismo de la época. Este incansable, aunque neurótico estadista se dio cuenta en ese momento de que Castilla carecía de la fu erza econ ó mica y de los recursos en cuanto a potencial humano para sostener sola el vasto edificio de un Imperio mundial. Concibió el nada innoble ideal de fusionar a las provincias en un todo unificado, en el que se com partieran por igual los beneficios y las cargas de la grandeza. Vio en las prerrogativas provinciales instrumentos para la defensa de intereses privados m ez quinos, y tomó la determinación de que deberían subordinarse al bienestar del im perio como un todo. L o que no alcanzó a apreciar fue la paradoja inherente a su programa. La única esperanza de ganar la cooperación de las provincias consistía en conceder cargos centrales a la nobleza y p re rrogativas comerciales a la oligarquía urbana. Pero cualquier acción de este tipo apartaría inmediatamente a la aristocracia castellana y a los co merciantes de Sevilla, de cuya cooperación dependía todo el ed ificio del Imperio. Dicho programa era todavía mucho más irrealizable puesto que debía llevarse a cabo en un momento de creciente presión externa, la cual cul minó en tina guerra franca con Francia. I.a señal del derrumbamiento de los grandiosos planes de Olivares fue la revuelta catalana de 1640. Exasperados por las depredaciones de las tropas no re.tribu.ida3, a quienes habían tenido forzosamente que alojar durante el invierno en espera de la campaña del siguiente año contra Francia, el campesinado y las multitudes urbanas comenzaron la violen da. Primero atacaron a las tropas, luego a los agentes de la autoridad real, y finalmente a sus propias clases acaudaladas. Una minoría de estas últi mas aprovechó la oportunidad para exigir la confirmación de las prerroga tivas catalanas, viéndose obligada posteriormente a entregarse en manos de los franceses por temor a las represalias. Inspirado por este levanta miento, Portugal se liberó, en tanto que los andaluces amenazaron con hacer lo mismo. A l final la revuelta catalana se desplomó. La sociedad se hallaba demasiado fragmentada como pava adscribirse a tina subleva ción nacional, los franceses desertaron, y el hambre y las enfermedades cobraron nn atroz número de víctimas. No obstante que España fu e así parcialmente restaurada y estuvo en condiciones de entrar tambaicúndose al siglo XVlil, el daño estaba hecho. Cataluña fue al gobierno de Feli pe IV lo que Esocia fue al de Carlos I. Barcelona no pudo separarse de Madrid, pero no se le unirla. "L a revuelta de los catalanes resumió y presagió al mismo tiempo la tragedia de España." Ún caso de estudio muy diferente, el cual proporciona una excepción a todas las generalizaciones acerca de un siglo de crisis, es el del gian ene
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raigo de España, Holanda.3 El problema aquí es de qué manera esta pe queña provincia fue capaz de desafiar con éxito a la potencia más grande de Europa, al tiempo que consolidaba su independencia, tomaba la parte del le6n dentro del comercio mundial, y se convertía en la más grande po tencia marítima de Europa durante el siglo XVII. Hace algunos años Pieter Geyl escribió: "L a historia no puede conce birse ni escribirse ni comunicarse si no es desde un punto de vista condi cionado por las circunstancias del historiador. Incluso podría argiiírse que siendo los seres humanos como son, la historia puede sacar provecho del contacto íntimo de la imaginación del historiador, o de su conciencia, con 1a. vida contemporánea.” Los trece meses que Geyl pasó en el campo de concentración de Buchenwald son un amplio testimonio de su implicamierito en los asuntos cotidianos, y de hecho esto constituyó una apa sionada convicción que fue la que inspiró su importante juicio acerca de la historia de los Países Bajos durante los últimos cuatrocientos años. La clave de los logros de Geyl radica en el hecho de que es un naciona lista flamenco que encuentra imposible aceptar como algo natural o ine vitable la división política de los pueblos de habla holandesa. Esta premi sa fundamental lo llevó a considerar la evolución de los Países Bajos en el siglo XVI bajo una perspectiva completamente nueva. A mediados del siglo XVI lo fortuito de los matrimonios dinásticos y de las herencias ha bía colocado bajo la corona española a una. aglomeración dispersa de provin cias y de ciudades, algunas de habla francesa y otras de habla holandesa, conocidas colectivamente como los Países Bajos. Unos pocos años después co menzó una rebelión armada que finalmente condujo a la división del área en los países de Bélgica y de Holanda tal como los conocemos hoy día. Según la interpretación de Geyl, esta rebelión de las Provincias del Norte en contra del dominio de España dejó de ser una lucha heroica pol la independencia política y la libertad religiosa emprendida por un pueblo en armas, que es lo que había sido según el punto de vista de his toriadores como Motley y Frain. Se convirtió en la labor de una reducida minoría resuelta a imponer sus opiniones sobre una mayoría hostil o inerte. Por razones de conveniencia geográfica, un grupo de forajidos calvinis tas —la mayoría exiliados del sur— eligió establecer su cuartel general en el norte detrás de las barreras fluviales. A llí se atrincheraron, sometieron a la mayoría católica por la fuerza de las armas; encontraron un político taimado en su líder Guillermo el Taciturno, fundador de la noble casa de Orange, y se hicieron ricos. Todavía en 1624, se estimaba que una cuarta
3 P. Ccyl,
, Londres, 1956; P. Geyl, The Nethcrlands in Che SevcnLondres, 1961 1964; P. Geyl, llistory of Cha l.ow Cowitries: Efrisodesand Problenu,
The NeCherUmds Dtvtded teentk Century,
Londres, 196L
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parte de la población era católica. La división política entre el n o rte y el sur no representó una división lingüística, cultural o religiosa, ya que Flandes y Brabante, en donde se hablaba el holandés y que habían sido ios principales centros del protestantismo, quedaron detrás de las líneas españolas. La división fue de este modo meramente de conveniencia estratégica, la línea de estancamiento militar a lo largo de las vías flu viales. Geyl concluye que “ fue, debido a que tos ríos permitieron q u e la re belión se atrincherara en el norte, mientras España recuperaba las pro vincias ubicadas en el lado equivocado de la barrera estratégica, que con el curso del tiempo vino a existir el sistema dual de la República protes tante del norte y los Países Bajos católicos del sur, de la Holanda protestante y la Bélgica católica". Esta interpretación podría parecemos razonable hoy día, cuando son líneas militares las que dividen a Alemania y a Corea, en tanto que dos culturas e ideologías diferentes se consolidan detrás de ellas. Em pero, ésta fue planteada hace más de treinta años, en el apogeo de los conceptos re ferentes a las fronteras naturales y a la autodeterminación nacional, cuando la idea de que una nación pudiera ser una construcción artificial no era meramente algo inmoral, sino algo impensable. En consecuencia, la tesis estuvo inspirada no por la inexorable aceptación del poder de la espada, sino por el rechazo de su eficacia para horrar la identidad cultu ral de los pueblos de habla holandesa. Admitía, sin embargo, que la his toria podía ser arrojada fuera de lo que pudiera considerarse como su curso normal por causa de una catástrofe imprevista. Esto lleva a Geyl a entrar en un agudo conflicto con la postura filosófica adoptada por E. H . Carr. Debido a su lealtad al frustrado nacionalismo flamenco, encuentra, imposible de aceptar el dictamen teleológico de Carr: “ Es el sentido de d i rección en la historia el único que nos permite ordenar e interpretar los acontecimientos del pasado.” Rechaza, por otra parte, la noción de cjue el historiador debería escribir "com o si lo ocurrido tuviera que ocurrir inevitablemente, y como si su tarea fuera simplemente la de explicar qué ha ocurrido y por qué” . Este pragmatismo brutal es rechazado por Geyl, y con razón según mi opinión. Está de acuerdo en que la historia es una lucha incesante de fuerzas antagónicas, pero estima que los perdedores siempre aportan algo a la cultura de los vencedores, y que negar la posibi lidad de elegir dentro de la historia no únicamente le roba gran parte de su carácter instructivo para el presente, sino que priva también al histo riador de comprenderla en su verdadera complejidad. Dada la premisa acerca de una división artificial de los pueblos de habla holandesa, la siguiente pregunta que habría que responder sería por qué la línea divisoria permaneció virtualmente inalterada durante tanto tiempo. N o se desplazó hacia el norte en primer lugar porque Espa-
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a a y luego Francia carecieron de los recursos militares y la habilidad para atravesar las barreras de agua fuertemente defendidas, ante unas Provin cias Unidas cuya riqueza podía movilizarse en caso de crisis para subven cionar a un numeroso ejército de mercenarios. La estabilidad de la línea estuvo influida de manera decisiva por el hecho de que el siglo XVII fue una época en la que el arte de la guerra se encontraba en una de sus fases estáticas, y en la que las técnicas defensivas sobrepasaban con mucho a las capacidades ofensivas. Cuando la línea se vio más seriamente amena zada ante Luis X IV a comienzos del siglo XVIII, los ingleses al mando de Marlborough se pusieron en marcha, por sus propias razones, para prote ger la Valla de Fortalezas. La línea no se desplazó hacia el sur en parte debido a que una gran mayoría de los generales holandeses eran extrema damente cautelosos, pero también debido a que los oligarcas (los regen tes) de Holanda y de Zelanda, particularmente los de Arnsterdam, no lo deseaban mucho. Mientras permaneció donde estaba, el gran puerto de Amberes fue estrangulado por el control holandés de la desembocadura del río Scheldt. Un Amberes reconciliado sería libre de comerciar de nuevo y amenazaría así seriamente la prosperidad de los puertos localiza dos más al norte. Las Provincias Unidas eran mantenidas y sacadas a flote por la pros peridad económica sin paralelo del área, en lo particular de Arnsterdam, Sus barcos transportaban dos terceras partes de la carga del Báltico y gran parte del comercio de exportación francés e inglés de Europa, y de hecho la ciudad se convirtió en el centro del comercio y la banca mun diales. Empero, como Geyl tiene el cuidado de señalar, sintiéndose de al gún modo orgulloso por ello, Holanda carecía de una base industrial sóli da. La prosperidad, por consiguiente, dependía del mantenimiento de la libertad de navegación -ex cep to en el Scheldt— y de la libertad de co mercio —excepto en el caso de otros en las Indias Holandesas Orienta les— ; estos eran los principios por los que debía lucharse en una Europa cada vez más mercantilista. Los holandeses del siglo XVII constituían la nación más rica del mundo. Siendo esto así, naturalmente que no eran apreciados, incluso ni siquiera por correligionarios como los ingleses, y en consecuencia se vieron obliga dos a sostener una serie de guerras prolongadas en contra de rivales acérrimos: primero España, luego Inglaterra., y finalmente Francia. Una característica importante del revisionismo de Geyl consiste en un cambio en cuanto a la balanza de simpatía histórica favorable a la Casa de Orange, la cual proporcionó el liderazgo hereditario, militar y político, incli nándose nuevamente del lado de los oligarcas burgueses. Lo que este autor ve es a una burguesía próspera, culta y civil obligada a sostener una guerra tras otra en defensa de sus intereses económicos. Con objeto de
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lograr la victoria, precisó otorgar poder a un complejo político-m ilitar con intereses creados con respecto a la guerra agresiva. Para Geyl, el ver dadero interés de las Provincias Unidas era la expansión com ercial, el particularismo provincial, la tolerancia religiosa, y el control p olítico a través de los regentes, pero no el aventurismo militar, la centralización y el calvinismo dogmático promovidos por la Casa de Orange. A l final el esfuerzo bélico fue más de lo que las Provincias Unidas podían resistir. Inglaterra se dio cuenta de que no podía derrotar a H olanda peleando en su contra; empero, logró hacerlo, quizás accidentalmente, aliándose con ella en las interminables guerras en contra de Luis X I V . N o fue esta la última vez en la historia en que la alianza entre un país pe queño y uno grande con objeto de combatir a un enemigo poderoso, tuvo como consecuencia principal el transferir el liderazgo económ ico del aliado pequeño al grande, dejando a la larga al enemigo im pasible en gran medida. Además del desgaste de la guerra con Francia y de la creciente co m p e tencia con Inglaterra, el liderazgo económico holandés se vio tam bién de bilitado por un cambio de actitudes psicológicas, un abandono de la agresiva asunción de riesgos, característica de la Compañía Holandesa de las Indias Orientales en sus inicios, y una transferencia de capital a inver siones menos espectaculares y más prudentes dentro de las finanzas y la banca. Se trató de un cambio, tal vez de un cambio inevitable, n o tanto del señor feudal —sustentado por el robo— al hombre de organización, como del empresario al contador. Estuvo acompañado por un cierre de los caminos de movilidad social a través de reglamentaciones y prácticas nuevas, las cuales convirtieron a los oligarcas existentes en una camarilla hereditaria que se repartía los cargos y los recursos tanto de la ciudad como de la provincia, Esta exclusión de las oportunidades con respecto al talento nuevo vino a acelerar la declinación en la preeminencia cultural y económica de la Holanda del siglo XVIII.
VIL EL PURITANISMO UNO de los aspectos del asalto histórico masivo al problema del puritanis mo durante los últimos treinta años ha sido el empeño por explicar sus causas, no tanto en términos ideológicos como en términos políticos, insti tucionales y económicos. A pesar de algunos análisis excelentes sobre la ideología del puritanismo isabelino, no existía ningún examen minucioso del movimiento como fuerza política hasta la publicación del magistral estudio del doctor Collinson.1Lo que este autor viene a confirmar es la cre ciente impresión de que la interpretación más antigua de la Reforma inglesa como un acto de Estado se halla en gran medida mal encauzada, siendo el resultado de la miopía congénita de los historiadores admi nistrativos. El profesor Dickens ha demostrado el mar de fondo de senti miento religioso popular sobre el que la Reforma se llevó a cabo, el profesor H exter ha postulado una intensificación general de la emoción religiosa que subyada bajo la Reforma y la Contrarreforma, en tanto que el libro del doctor Collinson acerca de los puritanos de finales del siglo XVI pro porciona una prueba adicional de la importancia de la religión en su ac ción sobre la sociedad, puesto que hizo caso omiso de la voluntad de los príncipes y de los potentados, l'ocos ingleses devotos eran capaces de aceptar el ordenamiento anglicano, con sus compromisos doctrinales tor pemente pergeñados y su confirmación de todos los abusos dentro de la organización y la administración de la Iglesia medieval tardía. Lo que exigían era una reforma ulterior con objeto de crear una Iglesia verdade ramente purificada, y puesto que tenían respaldo en lugares importantes, entre los que se contaban el tribunal de obispos, el Consejo Privado, y ambas cámaras parlamentarias, estaban en condiciones de tratar impu nemente de persuadir primero a la reina de efectuar cambios en su políti ca, y posteriormente si tal empeño fracasaba, de crear deliberadamente una Iglesia dentro de la Iglesia. El doctor Collinson tal vez exagera la na turaleza conspiradora del movimiento clandestino organizado por John Field, y tal vez se encuentra muy intrigado por sus paralelismos con las cé lulas comunistas del siglo XX, empero narra un relato fascinante y plausible acerca del surgimiento de un.movimiento revolucionario y de su destrucción final mediante la enérgica acción policial a cargo de Isabel y del arzobispo W hitgift, Asimismo, muestra cuán ilusorio fue este fácil 1 P. Collinson, The Elimbethan Vmitán Movnraenl, Londres, 11)67. 170
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triunfo, ya que el aplastamiento de la organización sólo condujo a que el movimiento se arraigara más profundamente en el corazón de la sociedad inglesa, propiciando el que continuara creciendo y expandiendo sus raí ces. Cuarenta años después de la muerte de la reina, dicha organización contribuyó al derrocamiento de la Iglesia anglicana y a que se llevara a cabo la Guerra Civil, y posterionnente a la Restauración creó una escisión permanente dentro de la vicia religiosa inglesa, la cual ha tenido repercu siones desde aquella fecha hasta el presente. L a responsabilidad de esta evolución de los acontecimientos radica grandemente en la obstinación de Isabel y de Jacobo, lo mismo que del tribunal de obispos. Se trata de la historia acerca de las graves consecuencias que pueden desprenderse de una simple negativa a negociar en el momento oportuno. Si el puritanismo ha de ubicarse dentro de su propia perspectiva, y si ha de darse una explicación con respecto a su sorprendente popularidad a comienzos del siglo XVII, es obvio que resulta tan importante investigar las deficiencias de la Iglesia establecida como demostrar lo atractivo del puritanismo. Particularmente esto es así ya que lo único que mantenía unidas a las diferentes facciones de puritanos a comienzos de la década de 1640 era su fuerte antipatía por la Iglesia laudiana. Un aspecto extremadamente importante de las deficiencias de la Ig le sia anglicana fueron sus dificultades económicas, cuyas raíces retrocedían en el tiempo mucho más allá de la Reform a.5* En Inglaterra, como en otras partes de Europa, el siglo XVI fue testigo de una secularización m a siva de los bienes eclesiásticos. Los monasterios y las capellanías fueron engullidos por la corona. El obispo, el deán y el cabildo, habiendo sortea do a duras penas el reinado de Eduardo V I, se encontraron sujetos bajo Isabel a una guerra de desgaste menos abierta pero casi igualmente eficaz a manos de los cortesanos y de la nobleza. Entre tanto, el clero parroquial se hallaba también apremiado por la revolución en los precios y por las se cularizaciones con las que se transferían gran parte de sus ingresos a los bolsillos de los hidalgos, la nobleza y las universidades. En consecuencia, el status social y las cualidades educativas y morales tanto del clero como del episcopado no lograron satisfacer a la nueva generación, y se levantó el clamor de abolir al segundo con objeto de subvencionar al primero. Dentro de esta crisis de su historia, durante los últimos años de Isabel, la Iglesia encontró súbitamente ciertos aliados poderosos. Primero la coro na, y luego una parte del laicado acaudalado, se dieron cuenta de que la Iglesia, y particularmente el episcopado, constituía una parte integral del orden establecido, cuya caída bien podría poner en peligro ia posición RC. HUI, Economía Prakleim o f the Churck frorn Archbishop Whitgifl lo lile long Parliament, Londres, 1956.
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tanto de los pares como de la monarquía. Las clases hacendadas eran puestas por fin frente a frente con la ambigüedad de su posición. Como cristianos devotos deploraban el estado de ignorancia del clero y se opo nían a la simonía, al pluralismo y a la no residencia; pero como secularizadorcs laicos, benefactores de los derechos de patronato, y cortesanos potenciales, sus propios intereses económicos estaban comprometidos con estos mismos abusos. Como reformadores calvinistas eran bastante recelo sos de los poderes y la riqueza de los obispos; pero como miembros de las clases acaudaladas temían que la abolición de) episcopado desatara ata ques similares sobre su propia autoridad e intereses creados. Esta situación de punto muerto continuó hasta el fin de la década de 1620, tan sólo para ser quebrantada por intentos serios de parte de ambos lados de atacar el problema de raíz. Los puritanos comenzaron a darle prioridad a su conciencia por sobre sus intereses pecuniarios. Estable cieron una compañía financiera mediante suscripciones públicas, la cual comenzó a comprar las secularizaciones laicas y a restituir el dinero — aunque no la autoridad--- a la Iglesia; y como benefactores indivi duales o como congregaciones comenzaron a incrementar los sueldos del clero — por propia elección-- mediante aumentos voluntarios. Laúd puso en marcha todos los poderes del Estado en contra de estas tendencias. Aplastó el proyecto de compra de secularizaciones, atacó los aumentos considerándolos como el primer paso para la independencia, e intentó restituir la solvencia financiera de la Iglesia mediante la fuerza, T ra tó de exprim ir mayores diezmos de las ciudades, especialmente de Londres, al igual que mayores sueldos de los sécula tí zadores. Esto tuvo como resulta do, como lo señala el doctor Hill, que "el protestantismo, el patriotismo, el parlamentarismo y la propiedad trabajaran conjuntamente en contra del intento de Laúd por trastrocar la historia". Y fue así como en la déca da de 1640 los obispos, los deanes y los cabildos sucumbieron, no obstante que los diezmos sobrevivieron, lo cual resulta bastante significativo. La objeción más seria a este análisis sólido y bastante bien documenta do es si esta concentración en los problemas económicos de la Iglesia, ne cesaria como lo fue para la tarea que se tenía entre manos, realmente logró una simbiosis juiciosa de los factores económicos y los religiosos. Por consiguiente, existe una aplastante prueba de la pobreza del clero parro quial isabelino, lo cual se tradujo en su deplorable ignorancia y en su baja calidad personal. Sin embargo, el clero parroquial había permanecido en esta situación embrutecedora a lo largo de la Edad Media. ¿No fue ei sur gimiento de la conciencia calvinista, con su énfasis en la importancia de las cualidades morales de! sacerdocio, lo que vino al fin a darle al asunto una importancia candente? Asimismo, antes de la Guerra Civil, benefac tores laicos estaban otorgando prebendas a hombres de sus propias con-
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vicciones religiosas, y como resultado do ello "el patrocinio de legos hizo del puritanismo un problema dentro de la Iglesia". Sin em bargo, ¿no podría igualmente alegarse que el "puritanismo convirtió al patrocin io laico en vtn problema dentro de la Iglesia” por medio de conservadores alarmantes como Laúd? Finalmente, no basta con describir en d eta lle las presiones económicas ejercidas por Laúd, sin examinar también el im p u l so paralelo hacia la "belleza de la santidad", el estímulo dado a los ó rga nos y a los comulgatorios. ¿Quién podría decir qué fue lo que más alienó las mentes de los hombres? Sea esto como fuere, una de las consecuencias de las debilidades reli giosas, educativas y organizativas del clero anglicano fue que el va cío es piritual dejado por él fue llenado por un creciente ejército de predicadores puritanos celosos y jóvenes.3 Una de las claves con respecto al puritanismo vino a ser su convicción en el valor de predicar la palabra de Dios com o el único método eficaz de ganar almas y evitar su subsecuente reincidencia en el pecado. El púlpito dominical era el principal instrumento de p rop a ganda religiosa y política, y el control del mismo se convirtió en conse cuencia en objeto de acerbos conflictos entre la corona y los obispos, por una parte, y entre el laicado puritano y los ministros, por la otra. Se dice que la reina Isabel "solía afinar los pulpitos” , en tanto que Jacobo 1, Carlos I y Garlos II estaban bastante conscientes de la importancia de este instrumento vital en lo referente a moldear la opinión pública. El p ro b le ma era que el laicado controlaba el patronazgo de aproximadamente cuatro quintas partes de todos los beneficios del país, y en caso de que d e cidiera emplear este poder para proteger al clero subversivo, no habría mucho que las autoridades pudieran hacer al respecto. Peor aún, desde el punto de vista oficial, fue el uso que se desarrolló rápidamente después de 1575 referente al acuerdo de una corporación parroquial o municipal a proporcionar fondos a partir del sistema tributario local, al margen de los clérigos titulares y del orden establecido de la Iglesia, con objeto de contratar a un predicador durante los domingos o los demás días de la se mana. Esto tuvo una particular importancia en Londres, donde la vasta mayoría de los beneficios estaban bajo d patronazgo real o episcopal. L a única forma en que el lateado londinense podía conseguir a los predica dores que deseaba era establecer una organización eclesiástica paralela, contratando a sus propios hombres para sus propios propósitos. Dos cosas sobresalen en esta historia, de las cuales la primera se refiere al grado extraordinario en el que la nueva institución se arraigó a toda costa en las ciudades. En algún momento o en otro, la mayoría délas co r poraciones provinciales y casi todas las juntas parroquiales contrataron a 3 P . Seavet-,
The Puntan Lectureshipjt: The PaUticx oí Heligitms Ditsent. S ta n fo rtl, 1970.
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un predicador fuera de los servicios regulares del orden eclesiástico oficial establecido. El señor Seaver tiene pruebas de que por lo menos setecientos hombres predicaron en Londres únicamente en el siglo comprendido entre 1560 y 1662, casi dos terceras partes de los cuales se sabe definitiva mente que fueron puritanos Éstos incluyen a la gran mayoría de los pre dicadores puritanos mejor conocidos, que con frecuencia tomaban des pués posesión de los beneficios eclesiásticos dentro de las ciudades o de las zonas rurales. L a medida del cambio que esto significa para nuestra ma nera de pensar puede ilustrarse muy fácilmente. En 1961 la señora Pearl, en su libro definitivo acerca de Lond on and the Outbreak o f the Puntan Revolution, tuvo esto que decir con respecto a los predicadores en Londres en 1640-1642: “ Ninguna otra parroquia londinense además de St. Antholin mantuvo un sermón diariamente. Unas pocas, sin embargo, mantuvieron a uno o a lo sumo a dos predicadores puritanos.” El señor Seaver muestra que de hecho en 1640 había más de setenta de ellos, ele vándose el número a más de noventa en 1642, de los cuales por lo menos setenta eran definitivamente puritanos. Un mundo completamente nuevo ha sido abierto ante nosotros. L a segunda conclusión se refiere a la relativa impotencia incluso de la persecución episcopal más enérgica por hacer algo más que estabilizar temporalmente una situación en deterioro. El poder de los benefactores laicos era tan enorme que nada que hubiera estado por debajo de una transformación social importante podría haber traído la victoria. Consi derada retrospectivamente, la política de Laúd fue un abyecto fracaso, cuyo único resultado fue estimular el radicalismo religioso y político de los predicadores. En la década de 1630, en el clímax de la persecución laudiana, unos cuarenta y seis seguían aún diciendo sesenta sermones a la semana dentro de una densa área urbana de 1 600 metros cuadrados. Un entusiasta funcionario anglicano escribió en 1636: “ Si Su Majestad en su rea! cuidado ha de abolir expulsando fuera de su iglesia ese veneno para ratas de la predicación... tendremos una Iglesia tan uniforme y ortodoxa que el mundo cristiano sea incapaz de mostrar otra igual.” La idea era buena pero las esperanzas vanas, ya que se desvanecieron ante las realida des sociales. Es difícil que se exagere la importancia de estos hallazgos cuando se explica la configuración religiosa de la Inglaterra del siglo XVII. Ahora podemos ver con mayor claridad que nunca el enorme poder obstructivo del patronazgo laico, la impotencia incluso de los obispos anglicanos más enérgicos por lograr el control de la Iglesia, y la eficacia de este cúmulo de palabras que fluían en los días de fiesta y a lo largo de la semana en instar a una clase inedia urbana de por sí ya receptiva a abrazar la piedad puritana, y a la larga una acción política radical. A mediados del siglo XV»,
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algunos realistas sostenían que habían sido estos predicadores puritanos quienes habían expulsado al rey Carlos de su reino con sus sermones. Estos esfuerzos por comprender las causas del surgimiento d el pu rita nismo en medio de las debilidades de la Iglesia anglicana, lo m ism o que la habilidad de organización de los líderes puritanos y su incansable celo proselitista, se han visto eclipsados por los esfuerzos aún mayores p o r d ilu cidar las consecuencias de dicho surgimiento. Durante la segunda mitad de este siglo, algunos de los cerebros más brillantes dentro de la historia y las ciencias sociales se han dedicado al problema del puritanismo en la Inglaterra del siglo XVII. Considerado como una ideología, una forma de vida o un estado psicológico, se le ha aso ciado con la naciente burguesía, el espíritu del capitalismo, la revolución científica y la tecnología aplicada, la democracia política, el igualitaris mo social, la tolerancia religiosa, la alfabetización masiva y la educación superior extensiva, la familia conyugal centrada en los niños, lo mismo que con la filantropía institucionalizada para el mejoramiento social: es decir con todos los elementos que en conjunto han estado transform an do a la sociedad humana durante los últimos doscientos años. Según el doctor H ill, el núcleo del movimiento puritano lo constituía "el tipo industrioso de gente” , a saber: los pequeños comerciantes, los tenderos y los fabricantes independientes, y los artesanos.4 Inspirados por su odio a las pretensiones clericales, los puritanos pusieron un supremo énfasis en la predicación como "el único medio e instrumento para la sal vación de la humanidad” ; y merced a su control de gran parte del patro nazgo eclesiástico, lo mismo que del sistema educativo, y a contar con amplios recursos financieros, lograron conservar los pulpitos en m edio de la agudización de la persecución episcopal y real. Las doctrinas predica das por el clero puritano eran las que convenían a los intereses económ i cos de la dase: la reducción de los días festivos y la concentración del ocío en el domingo, las cuales ayudaron a aumentar y regularizar la produc ción correspondiente a una economía moderna, al tiempo que p rote gieron al débil contra una competencia injusta; por otra parte, los depor tes y los juegos tradicionales fueron desaprobados corno conducentes a un desenfreno económicamente pernicioso. El que Inglaterra se haya desta cado por su celo sabatario, superando con mucho a Holanda a este res pecto, se atribuye a su mayor industrialización. En el nuevo mundo capi talista la ociosidad era un crimen, de ahí el castigo de ios mendigos y la condenación de los pobres como seres moralmente degenerados. L a sus titución de los juramentos formales por obligaciones contractuales, y el reconocimiento de que la honestidad es la mejor política, se adecuaban 4 O. Hill, Soviet y and Puritanúm m Pre ■Revoluttonary England, Londres, 1964.
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también a las necesidades comerciales de una posesiva sociedad mercan til. La asunción por parce de la cabeza de la fam ilia del control espiritual y económico directo sobre sus miembros, fue algo que se derivó del derro camiento del sacerdocio y que correspondía claramente a las demandas del hombre modesto de acumular capital y observar de cerca sus asuntos familiares. Las teorías políticas de los puritanos exigían una transferencia del poder de los nobles y los sacerdotes a una oligarquía más amplia de cabezas de familia acaudalados, aunque ciertamente no a las mujeres, los hijos, los sirvientes o los pobres. L a tolerancia religiosa fue “ el concomi tante natural del surgiente orden económico de libre producción in dustrial y de libre comercio interno” . N o es posible negar la fuerza de esta tesis sólidamente documentada y enérgicamente defendida. Se podría preguntar, sin embargo, si el retrato que nos presenta tanto del puritanismo como del escenario del siglo XVII no es acaso más que un aspecto de una realidad más compleja y ambigua. En primer lugar, se da por sentado de principio a fin que los puritanos eran todos pequeños comerciantes, fabricantes y artesanos. Sin em bar go, un elemento crucial dentro del movimiento puritano fueron la noble za terrateniente y los hidalgos, los cuales suministraron el patronazgo, ta protección y el peso político. En segundo lugar, se da por hecho que en el siglo XVII la sociedad inglesa dejó de ser rural, agrícola y feudal, para convertirse en urbana, industrial y capitalista. Actualmente, una buena prueba de la modernización está dada por el grado de urbanización. Em pero, aun admitiendo la explosión demográfica de Londres, la propor ción de la población que en 1650 vivía en las ciudades probablemente no era mucho mayor que la que había en 1650; el principal cambio tuvo que esperar hasta finales del siglo XVIII. I.os problemas económicos y psicoló gicos de la Inglaterra del siglo XVíl no eran, sin embargo, similares a los de la Inglaterra del siglo XIX o a los de la Rusia, la Ghana, la Cuba o la India del siglo XX. En tercer lugar, incluso si admitimos, como tenemos que hacerlo, que una cultura y una ética de clase media se desarrollaron en el curso del siglo XVII, hay bastantes pruebas que sugieren que el inte rés político y social prevaleciente, al igual que el sistema dominante de valores, siguieron siendo ios de las clases hacendadas hasta bien entrado el siglo XIX. Y en cuarto lugar, este análisis frío y racional del puritanis mo como una preparación sensata a la nueva atmósfera capitalista no logra llegar al meollo de la cuestión. ¿Dónde quedó el ciego fanatismo que atormentó a las brujas y que derribó a los mayos, dónde la asombrosa pedantería de la bibliolatría, dónde la insensibilizadora introspección? ¿En dónde podría ajustarse la correlación entre los signos externos del análisis freudiano y las características principales del puritano? ¿Fue real mente el sabatismo tan útil al pequeño capitalismo industrialista? ¿Es el
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holgorio del sábado por la noche, tan aborrecido por los puritanos, en a l gún respecto menos característico del moderno proletariado urbanizado que del tradicional campesinado rural? ¿Estuvieron los inexorables es fuerzos por suprimir la fornicación relacionados con cualquier tipo de efectos supuestamente nocivos para la productividad? Otro de los nexos que se han sugerido entre el puritanismo y los asuntos seculares alude a que éste actuó como un poderoso estímulo para el pen samiento político radical. Según el profesor Walzer, el vínculo pu ede es tablecerse con la ayuda de la psicología social,5 Según él, la innovación esencial de los puritanos fue el partido ideológico, en el cual se co m b in a ban el fanatismo en las creencias y la disciplina dentro de la organización, y cuya orientación apuntaba conscientemente hacia la acción política. Este nuevo instrumento de poder, que en gran parte sigue estando p re sente entre nosotros, ha sido el agente revolucionario más eficaz qu e el mundo haya visto jamás; y de hecho las similitudes entre los puritanos, los jacobinos y los bolcheviques han resultado obvias desde que Grane Brinton las señaló hace más de una generación. Todos buscaban destruir completamente d viejo orden y establecer un mundo nuevo y más moral; todos eran inteligentes, virtuosos, autodisciplinados, trabajadores, d e d i cados, y en muchos respectos hombres totalmente admirables; todos re currieron a la tiranía y a la opresión, y bien podrían haber incrementado en lugar de mitigado el grado de sufrimiento humano y de injusticia. ¿Pero qué los hizo ponerse en movimiento? W alzer arguye que estos r a d i cales del siglo XVII fueron un producto derivado de la dislocación social y religiosa de la era de la Reforma, ya que los valores y las instituciones se desmoronaron. La Iglesia, los sacramentos, el sacerdocio, el padre, la co munidad de la aldea, el gremio, todos fueron repentinamente puestos en tela de juicio o socavados. El resultado de esto entre los hombres propensos a la angustia, cultos y pensantes fue una sensación de derrumbamiento, de desarraigo, de alienación, llámesele como se quiera. En medio de esta c ri sis de modernización surgieron dos nuevos grupos sociales, cuyas caracte rísticas psicológicas e ideológicas se forjaron y se encendieron en el crisol del exilio por el continente durante el reinado de María. Quienes los c o n formaban eran los intelectuales de profesión y el laicado culto, entre quienes salieron ios dedicados puritanos -los Santos--. El calvinismo proporcionó el respaldo ideal para estos nuevos grupos, ya que internalizó las formas de control y restauró la confianza en un mundo moralmente seguro y ordenado. Bastaba con que únicamente los Santos fueran capa ces de convertir a la sociedad como un todo a sus propios patrones de con ducta, para que el Estado hobbesiano se volviera superfino. “ Pluguiera b M Walzer, The Hevolution of thc Sañits, Cambridge, Mass., IS65.
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que toda la gente del Señor [es decir, los ingleses] perteneciera a los San tos” , gimió en una ocasión Cromwelt mientras inspeccionaba su agitado y pecaminoso reino. Estos fueron los grupos y las fuerzas que se apartaron de la corrupta corte Carolina y de la papista Iglesia laudiana a comienzos del siglo XVii; quienes se propusieron crear por vez primera una sociedad nueva y devota en Massachussets, y por lo tanto renovar el antiguo mun do perverso. Por consiguiente, el calvinismo no fue modernizador en sí mismo, se gún pensaron W eb er y T'awney, ni tampoco una de las causas del surgi miento del liberalismo o la burocracia o el capitalismo, sino más bien una reacción psicológica ante las tensiones de las transformaciones sociales y religiosas, la cual preparó accidentalmente el camino para el adveni miento de aquellos acontecimientos. El puritanismo no fue parte del nuevo orden, sino un producto del desorden que a su vez hizo que el nuevo orden fuera posible. El puritanismo no moldeó el pensamien to de Benjamín Franklin, pero hizo que este tipo de pensamiento fuera posible. En suma, la complejidad cabal de esta brillante y original obra se ha perdido parcialmente, pero es bastante lo que se ha dicho para mostrar su importancia y su novedad. ¿Es esto cierto? La única respuesta que se puede dar a estas alturas es: quizás, incluso hasta probablemente, pero no ha sido aún demostrado de manera concluyente. Lo que es preciso hacer ahora es demostrar dentro de instancias históricas concretas el nexo entre las conmociones sociales, la angustia personal, y la súbita y cegadora con versión que para muchos marcó su aceptación de la ideología puritana. ¿Específicamente a qué se debió el que los hidalgos y los aristócratas os tensiblemente ricos, seguros de ellos mismos y bien establecidos abrazaran en forma tan numerosa este credo profundamente antiaristocrático? En segundo lugar, ¿es correcto afirmar que los calvinistas presbiterianos fueron verdaderamente radicales y revolucionarios hasta justo antes del final, antes de la década de 1630 o incluso de la década de 1640? N o hay ninguna razón para dudarlo. Tres generaciones enteras vivieron y mu rieron en perturbadora conformidad con la Iglesia establecida y el Estado soberano, antes de abocarse a la actividad revolucionaria. En tercer lu gar, ¿dónde entran los sectarios independientes? Ellos fueron los verdade ros radicales del siglo XVI, y también quienes se apoderaron primero del ejército y luego del poder político con Oliverio Cromwell; no obstante, W alzer los envía a paseo tildándolos de extravagantes sin importancia. T od o esto no significa que la tesis de W alzer sea inaceptable, sino más bien que hay importantes cabos sueltos que aún es preciso atar.
V ÍIL MAGIA, RELIGIÓN Y RAZÓN i EN 1938, el gran historiador francés Lu den Febvre hito un llam ado a la reorientación de los estudios históricos, instando a que se prestara mucho mayor atención a lo que él denominaba " L ’histoire des mentalités collectives”, definida como un inventario del bagaje mental de las generaciones pasadas y como un esfuerzo por entender a través de la simpatía sus creen cias y sus modos de razonamiento. Han pasado ya más de treinta años desde entonces, pero ha sido únicamente durante la última década que ha habido indicios de que el consejo de Febvre está comenzando a p rod u cir resultados, En 1961, Robert Mandrou publicó Introduction á la F ra n ca Moderna: Essai de psychologie historique 1500-1640, donde exam ina ba no únicamente el medio físico y social del hombre medio, sirio también sus actitudes psíquicas, su "outillage m ental", sus creencias fundam en tales, sus ideas acerca de la moralidad y del capitalismo, sus deportes y sus pasatiempos.1 A l final de su ensayo, Mandrou insertó una larga sección acerca de las "Evasiones” , clasificadas como nomadismo, mundos im agi narios, satanismo y suicidio. No era posible llevar a cabo ningún progreso a partir del énfasis tradicional puesto por el discurso histórico en las ges tas de las élites de estadistas, burócratas, diplomáticos, soldados, sacerdo tes y pensadores. Mientras tanto, Edward Thompson y otros estaban so metiendo a la cultura popular a un análisis sensible y centrado sobre la simpatía, en un esfuerzo por revelar cómo eran en realidad las clases tra bajadoras y en qué creían,1 2 en oposición a lo que sus superiores pensaban que eran y daban por supuesto que creían. La Ilustración está siendo actualmente puesta de cabeza, y se le está dando tanta atención a las vidas sórdidas y a las ideas prematuras de los escritorzuelos de Grub Street* como a las grandiosas construcciones intelectuales y a las magníficas y elegantes carreras de los grandes filósofos. En Inglaterra, los Estados Unidos y Francia, tres de los países donde la historia se lleva a cabo de la manera más seria, la historia de la ciencia y su relación con el pensamiento racional es algo que está repensándose considerablemente. Muchos de los supuestos básicos de la ciencia de épo 1R. Mandrou, Introduction á la Frunce Moderne (1550 16-10): Essai de psychnlogie historique, París, 196J. 2 E. P. Thompson, The Mahing of tke English Worhin^ Cluss, Londres, 1963.
* Antigua calle habitada por escritores incrcenavíos y necesitados. [T.J 179
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cas anteriores han resultado ser erróneos, y se ha hallado que muchos de los científicos más sobresalientes estaban llenos de nociones absurdas e irracionales. Boyle fue un gran creyente en las propiedades medicinales de las lombrices de tierra guisadas y de la orina humana (obtenida tamo interna como externamente), y estaba deseoso de entrevistarse con los m i neros con objeto de obtener pormenores acerca de los “ demonios sub terráneos” con los que se habían topado. Incluso Newton dedicó gran cantidad de tiempo a la elucidación del libro de la Revelación y a la realiza ción de complejos cálculos acerca de las medidas del Tem plo de Salomón. El último acontecimiento importante que resulta pertinente aquí es el intento por poner a la historia en un contacto más estrecho con las cien cias sociales. Durante algunos años los historiadores han estado haciendo exitosas incursiones dentro de la sociología, lo cual les ha permitido en contrar un valioso tesoro en W eber y en Durkheim, e incluso unas cuantas pepitas en medio de la escoria hacinada por las escuelas sociológicas más recientes. Sólo fue cuestión de tiempo antes de que algunos historiadores jóvenes y emprendedores formaran un equipo de exploración para adentrarse en el territorio antropológico y ver qué era lo que hombres co mo Malinowski y Evans-Pritchard habían aportado. Estas tres tendencias (el despertar del interés por las "■mentatítés collectivas" , la literatura popular y la cultura de la clase obrera; la mayor con ciencia respecto a que la racionalidad y la irracionalidad, la ciencia y el sinsentído, no son polos opuestos, sino más bien puntos de un espectro, o incluso sistemas de pensamiento que interactúan y se vinculan entre sí; y el sentimiento de que la revkalización de la historia bien pudiera tener que provenir de un mejor conocimiento de los modelos teóricos, los pro yectos de investigación y los resultados empíricos de las ciencias sociales), han sido ahora reunidas por Keith Thomas en un extenso libro acerca de la magia en Inglaterra.3 Debido a que en 61 se representan tantas tenden cias diferentes dentro de la historiografía reciente, debido a que el tema de la declinación de la creencia en la magia resulta ser tan fundamental para el desarrollo de la moderna sociedad tecnocrática, debido a que sus conclusiones son tan origínales c interesantes, debido a que está cons truido sobre los sólidos cimientos de una vasta erudición y de una investi gación de primera mano, y debido a que está iluminado por las actitudes y los descubrimientos de la antropología, este libro es sin duda uno de los principales trabajos de la moderna erudición histórica. Hoy se admite en forma unánime que la vida del hombre prem odem o era completamente lo opuesto de aquella vida de seguridad y de estabili dad que nos ha pintado la nostalgia romántica. Tanto los grupos como1 1 K. Tboiuas. Religión rtnd Ihu Decline o f tMagic, bombe*. 1871.
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los individuos se hallaban bajo constante amenaza, a merced ele las vicisi tudes del clima, el fuego y las enfermedades; víctimas también de las hambrunas, las pandemias, las guerras y otras calamidades totalmente impredecibles. Esta inseguridad generó un estado de aguda angustia que rayaba en ocasiones en la histeria, lo mismo que en un anhelo desespera do de consuelo y de tranquilidad. Existen tres formas básicas m ediante las cuales el hombre ha tratado de remediar su condición. Ha intentado ali viar los síntomas de su angustia recurriendo a la magia, o depositando su confianza en la providencia de Dios tal como le es revelado a través de la religión; o bien ha tratado de suprimir las causas de su angustia am plian do su control sobre su medio ambiente a través del ingenio científico y tecnológico. Estos tres remedios no se excluyen mutuamente; todos ac túan y reaccionan entre si. Si un hombre se ve abatido por la enfermedad, puede recurrir al ritual mágico, a la identificación y la persecución de una bruja, a las plegarias, al sangrado, a la acupuntura o al consumo de píldoras (la mayoría de las cuales, según lo admiten con toda libertad ios más honestos dentro de la profesión médica, tienen poco o ningún va lor' profiláctico). En cuál de estos remedios llegue a creer un hombre d e pende más de la naturaleza de su cultura que de la claridad de su lógica o del grado en que su conducta se halle racionalmente determinada. En la Edad Media, la magia y la religión estaban inextricablemente mezcladas. La Iglesia medieval tardía hacía alarde de una panoplia de poderes y divinidades mágicas, lo mismo que de rituales milagrosos como el exorcismo, o la aplicación de agua bendita, o los sacramentos, cuyo propósito era apartar el. mal. N o importa lo que los teólogos pudieran ha ber pensado y enseñado, en las mentes de las personas el cristianismo medieval tardío era en gran medida una religión politeísta en la que la omnipotencia del Dios Supremo se veía opacada por una cohorte de san ios milagrosos, cada uno especializado en la protección de cierto grupo geográfico o perteneciente a cierta profesión, o en el cuidado de algún desorden específico. El sacerdote local con frecuencia estimulaba fuerte mente esta tendencia, de manera que podría decirse que la principal di ferencia entre él y el brujo o el mago radicaba en que aquél tenía una po sición oficial mientras que estos últimos no. Este bagaje mágico fue violentamente atacado por los primeros refor madores protestantes en Inglaterra. Denunciaron la misa como algo “ que no merecía ser tenido en mejor estima que los versículos del brujo o del encantador” , y su exacerbada iconoclasia hacia las imágenes de los santos y de la Virgen María estuvo inspirada por un apasionado deseo de depu rar a la Iglesia de cualesquíer indicios de poderes mágicos. Cuando W illiam Lambarde identificó al papa como “ el brujo del mundo” , estaba expresando algo que, sí bien carece de significación para nosotros, tuvo
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«n a profunda importancia para sus contemporáneos. Empero, la extre ma austeridad de la fe, y el desconocimiento por parte de la Iglesia oficial de todos los poderes milagrosos, fue más de lo que la doliente humanidad podía soportar. En la medida en que la Reforma fue un impulso hacia una visión más racional del mundo, en ese mismo grado fue parcialmente abortiva. Las tensiones psicológicas se encontraban probablemente en aumento debido a las deteriorantes condiciones físicas, tales como el rápi do crecimiento demográfico, las severas hambrunas malthusianas, las de vastadoras guerras, la elevada movilidad social, el desempleo estructural y la galopante inflación. Además, la nueva doctrina acerca de la omnipo tencia de Dios, y en consecuencia la eliminación de las oportunidades en el mundo, simplemente vino a empeorar las cosas, ya que el infortunio se consideraba ahora de manera oficial como el castigo de Dios por causa del pecado —una doctrina con mayores probabilidades de atraer a los triunfadores que a los fracasados en este mundo -. “ Un hombre pobre se ve grandemente tentado a dudar de la providencia y el cuidado divinos” , se lamentaba un contemporáneo. Ciertamente que se veía y aún se ve ten tado a dio, De este modo, un inglés del siglo XVI tenía que confrontar una mayor inseguridad —y en consecuencia una mayor angustia.. que antes, y aho ra se veta privado de las múltiples consolaciones de la Iglesia medieval - el confesionario y la absolución, la cohorte de santos milagrosos, las re liquias y ¡os sacramentos, el ritual del exorcismo—-. Una conclusión lógica que se desprende de tal situación, es que el papel de la magia no oficial debió de haberse incrementado significativamente dentro de la sociedad inglesa con objeto de llenar dicho vacío. Esto no puede probarse, pero por lo menos se ha mostrado ahora más allá de toda duda que un inglés isabelino vivía en un mundo en el que se pensaba que cada suceso fortuito era causado por ia magia, la cual podía ser manipulada por los magos, “ los hombres sabios” , “ los hombres astutos” , los brujos blancos —y ocasional mente los brujos negros— . “Cuando los hombres han perdido algo, cuan do tienen algún padecimiento o enfermedad, entonces acuden al instante con aquellos que llaman hombres sabios. ” Estos “ hombres sabios” , o m é dicos brujos como se les llama hoy día, parecen haber sido por los m e nos tan numerosos e influyentes como el clero regular, y de hecho algunos de ellos desempeñaban ambas funciones. El isabelino medio estaba pro bablemente menos preocupado por los prospectos de tormento en el in fierno, que por sus sufrimientos presentes en este mundo —la enferm e dad, la pobreza, el robo, o hacer el papel de cornudo — , Estos eran los asuntos en los que el pastor tenía realmente poco que hacer, excepto atri buirlos a pccaminosidad de la víctima o a la inescrutable providencia de Dios. Y éstas eran, por otra parte, precisamente las cosas que se pensa
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ba que el brujo negro era capaz de causar, y el brujo blanco capaz de curar. De este modo, el retrato del mundo isabeiino nos asoma a un m u n d o en el que el infortunio era la obra de espíritus, demonios y hadas, a los cuales había que implorar, amenazar o conjurar mediante hechizos, rituales y amuletos. Para un auditorio shakesperiano no eran en absoluto sorpren dentes Calibán, las tres brujas de Macbeth o el espectro del padre de Harnlet. Los reyes y las reinas de Inglaterra tocaban con regu laridad a miles de hombres y mujeres con objeto de curarlos de toda una serie de enfermedades de la piel, y se pensaba que los anillos contra los calambres venerados por ellos eran una curación eficaz para la epilepsia. M uchos in telectuales creían en los amuletos de la suerte, y casi todos creían en las brujas y los brujos. Elias Ashmole, el fundador del Museo Ashm oleano de Oxford, llevaba siempre consigo tres arañas como medida profiláctica en contra de la peste, mientras que un pastor no conformista llegó a deposi tar su fe en el musgo del cráneo de un muerto. A finales del siglo X V I I un lord del Almirantazgo pasó largos años buscando un tesoro enterrado, con un equipo que las hadas habían inventado para él, y con las que mantenía contacto a través de su amante. Las conjuraciones de espíritus, la elaboración de horóscopos astrológicos, la bxxsqueda de la Piedra Filo sofal, la producción de pócimas de amor, el desarrollo de rituales para encontrar algún tesoro enterrado, constituían pasatiempos habituales de catedráticos y estudiantes emprendedores. Un maestro isabeiino de Balliol tuvo problemas por hacer dinero fuera de su profesión vendiendo un espíritu con el que se garantizaba el éxito apostando a los dados (esto nos da una medida del abismo que separa a esa época de la nuestra, ya que ni siquiera sus críticos más severos eran capaces de sospechar del nuevo maestro por ninguna de tales inclinaciones). El intermediario que controlaba las acciones de estas fuerzas mágicas era el hombre sabio, el hombre astxxto, el brujo blanco. "El monstruo más horrible y detestable es el brujo bueno” , escribió el conocido predicador puritano W iliiam Perkins, punto de vista qxxe adoptó en parte porque aquél atribuía a su pro pia invención lo que sólo debería atribuirse a Dios, y en parte debido a la amenaza que significaba para el clero como un. rival profesional. Á pesar de esta difundida hostilidad clerical, fue poco lo que la iglesia pudo hacer con respecto al brujo blanco a causa de la favorable opinión pública ha cia él. Ahora resulta claro que las persecuciones en contra de los brujos blancos en los tribunales eclesiásticos fueron casi totalmente ineficaces. Existen buenas razones para creer que la contracuitura de la m agia era más poderosa y estaba más difundida que la cultura oficial de la Cristian dad protestante. La explicación oficial acerca de la naturaleza dei. univer so era que éste estaba bajo la férula de una deidad caprichosa, qxxien por
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una razón o por otra permitía un amplio margen de libertad a un demo nio igualmente caprichoso. La versión no oficial era que todos los sucesos inexplicables eran causados por fuerzas sobrenaturales impersonales de naturaleza u origen ínespecíficos, a las que era posible aplacar, estimular u obstaculizar mediante las acciones rituales de ciertos seres humanos do tados con poderes especiales. Un tercer sistema de creencias sostenía que la experiencia del individuo en el mundo estaba predeterminada por el movimiento de los astros. La coordinación precisa tanto del nacimiento como de las subsecuentes acciones importantes venía a ser crucial. La astrología prometía predecir el futuro y revelar lo desconocido a través de una juiciosa combinación de observaciones astronómicas de carácter científico y una compleja estructura de supuestos mágicos acerca de la cau salidad. A l igual que los "hombres sabios” , los astrólogos entraron en un agudo conflicto con el clero, en parte debido a que proponían una forma de predestinación que rivalizaba con la de la gracia divina, y en parte de bido a que realizaban una amplia y lucrativa práctica de consultas que amenazaba a la influencia del clero sobre su grey. Una vez más, la hostili dad clerical no tuvo aquí prácticamente ningún efecto, ya que los astrólo gos fueron protegidos por los principales terratenientes, al igual que por criaturas tan crédulas como las criadas y los marineros, El nivelador W illiam Overton consultó a un astrólogo acerca de sí lanzar o no una re volución popular en abril de 1648; el rey Carlos II consultó a otro precisa mente acerca de cuándo dirigirse al Parlamento en 1673. Incluso John Locke creía que las hierbas medicinales podían recolectarse mejor en ciertos momentos determinados astrológicamente. A pesar de los esfuerzos de los primeros reformadores, el ritual mágico se las ingenió para lentamente infiltrarse de nuevo en las Iglesias protes tantes. El ordenamiento anglicano de 1558 había preservado mucho del aparato visual de la Iglesia medieval, incluyendo las vestimentas sacerdo tales, el uso de la cruz en el bautismo, y otras prácticas que los predicado res puritanos denunciaban como papistas y supersticiosas. Por la década de 1630 el impulso del arzobispo Laúd hacia la "belleza de la santidad” había colocado a la mesa eucaristica nuevamente en el extremo oriental de la Iglesia, interponiendo una barandilla entre ella y el público, al tiempo que se ponía cada vez mayor énfasis en cosas tales como la música de órgano y los vitrales. En el flanco opuesto de la Iglesia, los puritanos popularizaron el ayuno público en el que la población se abstenía tempo ralmente del alimento, el trabajo, el sexo y el sueño. Tam bién se vol vieron fanáticos en cuanto a la imposición del rígido tabú del domingo, un movimiento que indudablemente se vio estimulado por la difundida creencia en las propiedades mágicas del tiempo, a la que la astrología era asimismo afecta. De este modo, por 1640 el ritual mágico había reingre-
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sacio en las liturgias de todas las facciones contendientes dentro de la Ig le sia, mientras que algunas de las sectas puritanas más radicales se halla ban reclamando una vez más sus poderes milagrosos.
Hasta muy recientemente el estudio de la brujería se había dejado casi por completo a individuos extravagantes y con poca erudición, o a r a cionalistas indignados, estos últimos más preocupados por censurar a causa de su. credulidad y su crueldad a aquellos responsables de que otros hubieran tragado el anzuelo de la brujería, que por entender en qué había consistido el fenómeno. El estudio del señor MacEarlane acerca de la brujería en Essex, iluminado por un conocimiento minucioso de los hallazgos de la antropología moderna, la revaloración del brote de bruje ría ocurrido en Salem en 1692 por parte del profesor Hansen, el cual re curre a los hallazgos de la psicología anormal, el análisis del cambio de actitud de los magistrados franceses a cargo del profesor Mandrou, y la importante encuesta del señor Thomas acerca de! clima de opinión en Inglaterra con respecto a todo tipo de creencias mágicas, forman en con junto una serie de libros que vienen a hacer por fin posible responder al gunas de. las preguntas fundamentales al respecto. Además, por una feliz coincidencia se complementan entre sí, ya que cada uno enfoca el proble ma desde un ángulo diferente. Tomando en cuenta los hallazgos de los cuatro, resulta factible trazar una descripción compuesta que tenga visos de ser plausible. La creencia en la brujería alcanzó un mayor nivel de conciencia en el siglo XVI con respecto a la Edad Media. La primera razón de esto fue la enorme intensificación de la creencia en los poderes del Demonio causada por la Reforma. Los primeros protestantes rechazaron con indignación todas las afirmaciones de que Dios podía ser persuadido o engatusado a interferir en aras del bien en los trabajos de la naturaleza, pero al mismo tiempo fortalecieron las afirmaciones de que el Demonio era el respon sable de todas las fuerzas del mal en el mundo. Fue así como rechazaron la magia blanca en el caso de la Iglesia, al tiempo que ofrecieron una explicación oficial para la magia negra. Esta paradójica tendencia surgió debido a que un Demonio inmanente era el complemento lógico y necesa rio de un Dios inmanente. Mientras que el segundo regía en el cielo, el primero se convirtió, según las palabras de John Knox, en "el Príncipe y el Dios del M undo” . La creencia en las fuerzas sobrenaturales del mal, como algo que estaba esparcido por todas partes del mundo, vino a ser así reforzada por la doctrina protestante, y pronto se vertió sobre las creen-
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cias de la Contrarreforma. La segunda razón fue que los teólogos de la Reforma abandonaron los únicos remedios aprobados en contra de las maquinaciones del Demonio, a saber, el exorcismo, las reliquias sagradas y la aspersión de agua bendita, con lo cual suprimieron los medios o fi ciales de curación en un momento en que se decía oficialmente que ia en fermedad se estaba diseminando. La tercera razón fue que la presión de las transformaciones sociales y económicas estaba quebrantando los anti guos valores de las comunidades campesinas, en las que prevalecía un tra to íntim o y directo, creando un alto grado de tensión en las aldeas. En lo particular, la pobreza se estaba propagando en tal forma que no era po sible controlarla voluntariamente; por otra parte, tanto el deber moral de los ricos de dar limosna a los pobres como el derecho moral de los pobres de exigírsela estaban siendo puestos en tela de juicio. Como resultado de esta desintegración se daba una constante fricción entre aquellos que se mostraban cada vez más renuentes a dar limosna, y las cada vez más exi gentes ancianas pobres. N o obstante, los primeros aún tenían un rem a nente de sentimientos de culpa ante la declinación de sus impulsos carita tivos, y sentían resentimiento hacia aquellos que los fastidiaban. Si el que rehusaba ser caritativo sufría después un infortunio, inmediatamente sos pechaba que el mendigo rechazado lo había embrujado. Esto liada que su culpa fuera transferida al mendigo, y que las frustraciones sentidas en contra de todo un sistema que ofrecía un pobre consuelo se canalizaran a través de la persecución de un individuo. El mecanismo psicológico de la persecución de brujas y de brujos resulta ahora bastante claro. La cuarta razón fue que Europa continental, si bien en mucho menor grado que Inglaterra o Nueva Inglaterra, vio la aceptación entre los estratos cultos de una teoría conspiradora y amplia, la cual vino a ser una invención de sacerdotes y de intelectuales obsesionados. Ésta se refería a la noción de una difundida sociedad secreta de brujas, las cuales celebra ban sus aquelarres, hacían pactos con el Demonio y copulaban con él en el sabat, yendo a su encuentro montadas sobre palos de escoba. La prueba en favor de este fárrago de tonterías fue pronto proporcionada mediante un alud de confesiones, ya sea el producto de la autosugestión en las histéricas o del empleo de la más terrible de las torturas; aunque de hecho fue la frecuencia cada vez mayor de este empleo lo que vino a ser el factor contribuyente. Gomo lo hemos vuelto a encontrar en el siglo XX, el torturador puede obtener una detallada evidencia con respecto a las conspiraciones más absurdas y a los conspiradores más poco probables, siempre y cuando se le diga qué y a quién buscar, ya que en medio de su tortura las víctimas confesarán sin reservas cualquier cosa y lanzarán acu saciones contra todo aquel que conozcan. Gracias a los ingleses el sistema legal del derecho consuetudinario inhibió en gran medida, si es que no lo
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previno por completo, el empleo “ del método —para nada inglés— de la tortura", Como consecuencia de ello, jamás se permitió que las p o ten cialidades destructivas del delirio por la caza de brujas y de brujos se desa rrollaran hasta el grado en que lo hicieron en el continente y en Esco cia. Aunque el enjuiciamiento era extremadamente común en In glaterra, la pena de muerte era relativamente poco frecuente, debido al cuidado con que los magistrados y el clero solían enfocar el problema referen te a la obtención de pruebas satisfactorias. Fue así como el temor a los espíritus malignos manipulado por la b ru je ría se propagó en el siglo XVI en una sociedad que creía im plícitam ente que cualquier suceso inexplicable era causado por la magia, en que la Iglesia había abandonado sus antiguas armas milagrosas, y se pensaba que los poderes del Demonio hablan aumentado grandemente. Se trataba asimismo de una sociedad sometida a un alto grado de ten sión social, el deber del rico hacia el pobre no estaba ya claro, y el único recurso del pobre contra la injusticia era la invocación de la magia negra. Es eviclene que las comunidades aldeanas deben de haber pasado una enorme cantidad de tiempo discutiendo sus conjeturas con respecto a la brujería y las formas de ocuparse de ella. Los enjuiciamientos eran única mente la cima del iceberg, ya que bajo su superficie tenía lugar una guerra constante entre la magia blanca y la negra. Sólo cuando parecía que la magia negra no podía detenerse por otros medios, se recurría a los tribunales. Hasta aquí, hemos abordado la brujería exclusivamente como parte de un sistema de creencias cuya función era la de aliviar la angustia causada por la ignorancia de la causalidad y la incapacidad para controlar el m e dio ambiente. Empero, es posible que también haya tenido una función latente, la de restringir los conflictos sociales. Tod o lo que sabemos acer ca de la vida en las aldeas, especialmente en los siglos XVI y XVII, parece indicar que ésta transcurría en medio de actitudes irascibles y riñas, al tiempo que estaba plagada de odios, celos y sentimientos de culpa. El te mor a ser embrujado debe de haber actuado como un poderoso incentivo para que aquellos económicamente boyantes, y que se hallaban en la p ri mavera de sus vidas, se mostraran amables y generosos con los ancianos, los enfermos y los pobres. Y viceversa, el temor a ser acusado de brujería debe de haber sido un poderoso incentivo para que estos últimos fueran amables y corteses con los primeros. Por otra parte, los alegato: de bruje ría desviaban a los impulsos agresivos y a las tensiones sociales de las desa justadas instituciones y normas convencionales que yacían en la raíz del problema. En este caso específico, la raíz era el sistema económico que hacía que el pobre se volviera tan exigente y gravoso, y el rico tan cul pable y resentido; lo mismo que el sistema de status que dejaba a las mu-
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jeres al margen de cualquier posición socialmente significativa.¡Las creen cias de brujería, por consiguiente, pospusieron las transformaciones insti- g|| tucionales e intelectuales necesarias, al permitir que la sociedad canalizara su cólera a través de la persecución de un chivo expiatorio.* Como resultado de ello, se permitió que estas instituciones disfuncionales siguieran pugnando en lugar de ser rápidamente transformadas. I Los que hacían acusaciones de brujería podrían clasificarse dentro de tres categorías. Los primeros, que eran sin lugar a dudas los más comun«*. eran simples campesinos de las aldeas que habían cometido cierta violación de las convenciones sociales en su comportamiento hacia el acu sado —por lo general ésta consistía en negarse a dar limosna o a prestar d in e ro --. Esto llevaba a que en ocasiones el acusado dejara escapar cierta expresión de malicia -normalmente una maldición - lo cual podía coin cidir con que posteriormente el acusador fuera abatido por el infortunio. La víc tima recurría en primer lugar a un “hombre astuto", quien le ayudaba a confirmar sus sospechas acerca de la identidad de la bruja o del brujo que había sido la causa de sus tribulaciones. Debido a esta relación entre el acusador y el acusado, el primero casi siempre gozó de un status social y económico más elevado que el segundo. La segunda dase de acu sador era el histérico, normalmente una mujer que caía presa de severos ataques y hablaba a través de diversas voces, acusando a todo el mundo de haberla embrujado. En algunos de los casos más extraordinarios, es evidente que el papel predominante estuvo desempeñado por una epide mia local de histeria, superpuesta a una creencia general en la magia. La histeria es extremadamente contagiosa, y corno resultado de ello en oca siones, como ocurrió en Salera en 1692 o en algunos conventos franceses, comunidades enteras sucumbían a una epidemia de histeria de brujería en cuya vorágine eran arrastrados tanto los acusados como los acusado res, y en la que las autoridades padecían una ceguera temporal que íes im pedía discernir la sutil naturaleza de las pruebas. I-a literatura sobre la psicología anormal, señaladamente los escritos de Charcot y de janet, de Breuer y de Freud, nos proporciona ejemplos de comportamiento, habla y contorsiones físicas que se asemejan con exactitud a los exhibidos por las muchachas de Salem víctimas de este tipo de aflicción. Experiencias to talmente diferentes pueden generar frustraciones similares conjuntamen te con síntomas visiblemente similares. En Salem, todos los acusadores y algunos acusados fueron sin lugar a dudas víctimas de una epidemia de esta índole. En estos casos ninguna de las reglas habituales se aplicó. Los hijos acusaban a los padres y los padres.a los hijos, y algunos de los acusa dos eran ciudadanos con una alta posición social y económica. El tercero y el más raro de los tipos de acusador, en el que encontramos «n a devoción ideológica, era el descubridor de brujas armado con el
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Malleus M aleficarum o algún otro manual inquisitorial por el estilo, el cual merodeaba por la campiña aterrorizando todos los alrededores. Un horrible ejemplo de la devastación que estos hombres eran capaces de efectuar en un poblado sugestionable, fue la persecución en masa de cin cuenta brujas en la zona de Manningtree en Essex en 1645, la cual fue emprendida por dos descubridores de brujas.jDebido a la aparición en es cena de estos profesionales, éste constituye uno de esos raros casos en Inglaterra en que las confesiones hechas aluden a prácticas europeas trilladas como los aquelarres, el copular con el Demonio, el besarle el tra sero, etcétera. Por otra parte, es obvio que estos descubridores profesionales de brujas, con sus patentes obsesiones erótico-anales, lo único que esta ban haciendo era explotar y fomentar temores, odios y engaños preexis tentes dentro de la comunidad aldeana. De hecho, toda la historia de la brujería ha sido desvirtuada al haber centrado la atención sobre estos ra ros casos, pero extremadamente sensacionalistas, fuertemente sazonados con sexo y sadismo, y que por otra parte fueron promovidos por mujeres histéricas o descubridores profesionales de brujas. Lo que ha sido ignora do es el flujo constante de quejas y de enjuiciamientos por parte de perso nas comunes que habían sufrido un infortunio inexplicable.j „ Los acusados de brujería también pueden caber dentro de tres catego rías, no obstante que las distinciones no son de ninguna manera tan seña ladas como entre los diversos tipos de acusador; lo cual hace que sea m a yor el riesgo de incurrir en una esquernatización exagerada. ;E1 primer grupo eran las brujas y los brujos genuinos, personas resentidas de bajo status social y nivel económico, que intentaban vengarse de sus vecinos por lo general a causa de cierto agravio real. Mediante el em pleo de hechizos, rituales, pócimas, el clavar alfileres en muñecas de cera, etc., intentaban seriamente inducir la enfermedad o la muerte en los seres hu manos o en el ganado./La brujería era el arma de los débiles en contra de los fuertes, ya que, aparte de las injurias y los actos incendiarios, era la única arma de que disponían/La magia, de la que la brujería form a par te, únicamente es eficaz en la medida en que la gente piensa que lo es, ya que sus efectos dependen del poder psicosomáíico de la creencia y no de propiedades físicas. Puesto que la sociedad creía en la brujería, con fre cuencia las víctimas eran lo suficientemente sugestionables para verse severamente afectadas por ella. Sin embargo, habría bastante que decir respecto al punto de vista de escépticos como Hobbes que negaban la ca pacidad de la brujería de hacer algún daño concreto, pero que pensaban que debía castigarse a las brujas y a los brujos por la malicia de sus inten ciones. La segunda categoría de los acusados eran los inocentes, quienes indudablemente constituían la gran mayoría. Algunos de ellos negaban su culpa basta el final, pero muchos eran intimidados, torturados, o con-
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fundidos por la fuerza de la opinión pública entre sus vecinos y por la pre sión ejercida por prolongados interrogatorios para que confesaran críme nes de los que no eran culpables. I,a tercera categoría eran los histéricos, con frecuencia mujeres o jóvenes púberes, que daban rienda suelta en sus confesiones voluntarias a fantasías construidas por su autosugestión acer ca de tratos amorosos con animales domésticos o de cópulas sin amor con el Demonio. i fes muy notable que durante el periodo en que la actividad de la bruje ría y su persecución en el Occidente alcanzaron su punto máximo, la ma yoría de los brujos negros fueran mujeres, mientras que la mayoría de los brujos blancos y los acusadores fueran hombres.'Desafortunadamente, hasta la fecha los antropólogos no han sido capaces de identificar y aislar satisfactoriamente las causas por las que en ciertas sociedades africanas de hoy día los brujos negros son casi todos mujeres, mientras que en otras son casi en su totalidad hombres, o incluso en otras más forman un grupo mixto. I.as teorías acerca del predominio económico de las mujeres en Ghana, o acerca del conflicto generacional en Massachusetts, simple mente no son aplicables a otras sociedades. En medio de este hueco de teoría científica, al historiador sólo le resta especular en el vacío. ¿Es po sible que la práctica de la brujería constituyera una de las muy pocas for mas en las que una mujer podía dejar su impronta en un mundo machista y chauvinista, en una época en que las oportunidades económicas eran li mitadas, en que la estructura familiar se transformaba muy lentamente, y en que el erotismo femenino estaba fuertemente proscrito? ¿Es posible que la declinación de la brujería fuera causada en cierto grado por una adaptación parcial de la familia orientada a dar a las mujeres un respeto, una autoridad y una satisfacción sexual mayores? ¿Ies que hay más que una mera coincidencia en que las brujas se esfumen justo en el momento en -<-0% que Fanny Hill aparece? Si esto es así, sería entonces preciso asociar el surgimiento y la declinación de la brujería en el Occidente con diferentes -T; etapas de una revolución dirigida a lograr mayores expectativas para las mujeres, y generada a su vez por el desarrollo de ia alfabetización y el sur gimiento del individualismo, los cuales no habrían sido más que una con secuencia secundaria y accidental de la Reforma. Tod o esto parece ser bastante fantasioso; sin embargo, el elemento sexual en la brujería occi dental es demasiado obvio para ser ignorado. \ Una medida acerca del grado en que nuestra comprensión de las verda deras dimensiones de la brujería se ha visto ampliada por las aportaciones recientes, se obtiene comparando la descripción actual sobre ella con la propuesta por el profesor Trevor-Ropcr en 1967. El trabajo de este último está escrito dentro del habitual estilo brillante y desenvuelto que lo carac teriza; además despliega al máximo su capacidad para lograr una aventu■ S liíl
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rada síntesis intelectual. Se trata de un autor docto, ingenioso y de gran alcance; nos presenta una vivida descripción de las manifestaciones más extrañas de la dcmonología intelectual en el continente, y nos describe con terrible minuciosidad sus atroces consecuencias. Se halla b a jo la ins piración de una saeva indignatio ante la crueldad y la insania de la h u m a nidad, la cual resulta digna de sus modelos Gibbon y Voltaire. N o s o frece una explicación al parecer plausible acerca del surgimiento y la caída del delirio por la brujería en Europa. Se muestra como alguien “con sentido de la pertinencia” al trazar de manera específica una analogía con el macarlismo y con otros movimientos modernos de persecución inspirados por el temor y dirigidos en contra de chivos expiatorios y disidentes. Su ensayo tiene todas las virtudes, y con razón se le ha alabado am pliam ente como un modelo de discurso histórico ensayístico. Sin embargo, actu al mente da la impresión de ser anticuado en su enfoque, y de estar e q u ivo cado, o en el mejor de los casos de ser extremadamente asertivo en todas sus conclusiones importantes. El análisis de Trevor-Roper no se basa en nuevas fuentes o en investigación de primera roano, y se centra sobre ei viejo problema de a quién habría de culpar por las persecuciones, en lu gar de intentar dilucidar el modo en que ia brujería operaba dentro del escenario social concreto y qué funciones desempeñaba. Sustituye una investigación paciente acerca del clima mental, las relaciones sociales y las condiciones físicas en que estas extrañas creencias florecieron, p o r el estilo literario y los sentimientos sutiles. Propone grandes teorías genera les acerca de la relación de la persecución con la geografía o la religión, lo cual incluso la exploración más superficial dentro de la literatura antro pológica puede mostrar que no es cierto, o incluso más, que no hay en ab soluto manera de verificarlo. Y finalmente, muestra una tendencia a ampliar las pruebas para acumular un arsenal de datos que respalden las bien conocidas opiniones anticlericales y antirreligiosas del autor. Nuevas aportaciones recientemente publicadas sugieren que la m ayo ría de las extremadamente confiadas aserciones del profesor Trevor-Roper son falsas o carecen de comprobación. Casi no hay indicios, en todo caso en Inglaterra y en los Estados Unidos, de que el clero haya sido el princi pal instigador de la persecución. El profesor Hansen logra reivindicar con éxito la reputación del tan difam ado Gotton Mather, y muestra que en Salem el clero se hallaba del lado de la cautela y de la moderación, y que en realidad fue vencido por la opinión pública. De hecho, en Inglaterra y en Francia fueron las clases cultas, el clero y los hidalgos los primeros en volverse escépticos, y quienes finalmente establecieron estrictas normas jurídicas de evidencia con objeto de prevenir ulteriores condenas. En se gundo lugar, no obstante que las descabelladas teorías intelectuales del continente alusivas a pactos con el Demonio pudieran haber influido en
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cuanto al mane jo de los detalles obtenidos en las confesiones, no resultan de importancia primordial para explicar el surgimiento de las persecu ciones de brujas y de brujos, ya que la mayoría de éstas fueron lanzadas no por descubridores de brujas instruidos y profesionales, sino por vecinos ignorantes dentro de las aldeas. No es posible hallar prueba alguna res pecto a una relación entre un conflicto local de creencias religiosas, por una parte, y la persecución de brujas y brujos, por la otra. En cuanto a la supuesta asociación de las regiones montañosas con la persecución de brujas y brujos, entre menos se hable al respecto mejor. Reviste cierto interés general el preguntarse cómo es que un despliegue de talento tan asombroso como éste puede haber tenido como resultado tan egregio error. Todos los historiadores investidos con una verdadera distinción intelectual —los cuales no son muchos— de vez en cuando en cuentran placer en abandonarse a aventuradas reinterpretaciones sintéti cas de problemas con los que únicamente están familiarizados de segunda mano, a través de la lectura de bibliografía de segundo orden y el examen minucioso de algunas fuentes primarias publicadas fácilmente accesibles. Debido a su extremada inteligencia, algunas veces proporcionan ideas que hacen que los especialistas y los estudiantes de posgrado se encaucen por un camino completamente nuevo. Con frecuencia sus ideas tarde o temprano resultan ser erróneas, pero el esfuerzo mismo de demostrar que son erróneas enriquece enormemente el campo y conduce al desarrollo de una nueva y m ejor síntesis a través del procedimiento de la dialéctica hegeliana, Pero en ocasiones se estrellan de bruces contra el piso y su labor aparece simplemente como anticuada y mal informada. Los escritos más valiosos de Trevor-Roper han consistido hasta ahora en brillantes ensayos interpretativos, la mayoría de los cuales han resultado ser tan sugestivos que han quedado justificados por sí mismos. El ensayo sobre la bruje ría, sin embargo, es menos provechoso. Con frecuencia no resulta ser m e ramente erróneo, sino que también su enfoque es muy limitado, lo que hace que la actual generación de eruditos sobre la brujería, la cual se halla trabajando a partir de nuevas perspectivas antropológicas y psicoló gicas, lo ignore tácitamente o lo descarte de manera lapidaria.
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¿A qué se debió que la persecución de brujas y brujos declinara en el siglo XVII? L o que es absolutamente cierto es que la iniciativa en este sentido fue tomada por las élites laicas y clericales, las cuales fueron las primeras en perder la fe en el sistema de creencias sobre el que se fundaban las per secuciones. La creencia en la eficacia de la magia, y por ende en la reali-
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dad de la magia negra, es algo que sobrevivió dentro de la población en general hasta épocas recientes. De hecho, hay fuertes razones p a ra dudar que la creencia en la magia haya muerto alguna vez en el O ccidente. El problema, por consiguiente, es de qué manera explicar el cambio de acti tud observado en el siglo XVJi, no tanto entre el campesinado q u e instiga ba los enjuiciamientos, sino entre las élites que controlaban el proceso le gal: el clero y los magistrados. La gran fuerza del libro del señor Thom as radica en su insistencia en que dicho cambio no puede considerarse de manera aislada, como se ha hecho hasta ahora, sino que debe vérsele a la luz de creencias mágicas de todos tipos. Existe una unidad fundam ental de índole intelectual y práctica entre la magia, la astrología y la brujería. W illiam Lilly, por ejemplo, practicó la astrología, la medicina, la invoca ción de espíritus, la búsqueda de tesoros, y la conjuración de hadas. Los astrólogos, al igual que sus rivales los hombres astutos, con frecuencia eran requeridos para diagnosticar casos de brujería. Por consiguiente, debe ampliarse la cuestión y preguntarse no acerca de cuál haya sido la causa de que la creencia en la brujería declinara en el siglo XVII, sino a qué se debió el que disminuyera la creencia en la magia. Una posibilidad podría ser el desarrollo de la filosofía mecanicista. El problema con esta explicación es que el escepticismo con respecto a la magia y a la brujería era de hecho cada vez mayor entre el clero, los juris tas, los doctores, y los magistrados laicos de principios del siglo XVII, an tes de que la nueva ciencia natural hubiera causado un efecto real. En cualquier caso, las alusiones mágicas se propagaron a través de la ciencia de comienzos del siglo XVII, El pensamiento hermético vino a ser un estímulo para las teorías heliocéntricas, como la creencia en las propieda des mágicas de los números lo fue para las matemáticas, y la astrología para la astronomía. El descubrimiento del magnetismo realmente incre mentó la creencia en los espíritus, ya que parecía probar que los objetos físicos eran capaces de ejercer influencia entre sí a distancia. Más im p or tante que cualesquier descubrimientos científicos fue el cambio en cuanto a las actitudes científicas, a saber, la nueva exigencia baconiana de comprobación experimental. La idea de que "no hay conocimiento cierto sin demostración” vino a erosionar lentamente la creencia en todo tipo de explicaciones mágicas sobre los hechos, justo en el momento en que los ju ristas se encontraban ciñendo las normas de evidencia a criterios más estrictos, en una exigencia paralela por obtener pruebas más rigurosas. Empero, este enfoque racional con respecto a la evidencia no podía des arrollarse en un mundo mágico y arbitrario. Así, una de las condiciones previas para el surgimiento del espíritu de investigación científica fue el desarrollo de la creencia religiosa en un universo ordenado, en el que la providencia divina operaba de conformidad con las leyes naturales.
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I,a religión organizada y establecida debe verse como un sistema expli cativo y un recurso paralelos y en oposición a los de la magia y la astrología. Hobbes señala correctamente que la distinción entre la superstición y la religión estriba en la perspectiva del espectador. "Este temor a las cosas invisibles constituye la semilla natural de aquello que cada uno llama en él mismo Religión; mientras que la superstición es esa veneración o temor diferentes a los habituales que los hombres tienen en el poder de aquéllas." No obstante que la religión se ocupa de los principios funda mentales, y la magia de los pormenores, es evidente que los clérigos y los médicos brujos llegaron a ser rivales en cuanto al ejercicio de la aplicación de potleres sobrenaturales a los problemas y a las miserias de este mundo. Ambos tendían a culpar a los individuos los primeros al doliente por sus pecados, los segundos al manipulador malévolo de espíritus • . Los pres biterianos y los astrólogos proponían sistemas alternativos de predestina ción. El profesor Evans-I'ritchard ha sugerido recientemente que "cuan do las creencias religiosas, ya sea que se trate de los cultos espirituales o de los cultos por los antepasados, son fuertes, las creencias en la brujería son relativamente débiles". Como hemos visto, la distinción entre la religión y la magia quedó irremisiblemente borrada en la Edad Medía, y de hecho el prim er paso por establecer su división tuvo lugar cuando los reforma dores protestantes rechazaron en el caso de sus Iglesias cualquier tipo de pretensiones de poderes milagrosos. El segundo paso importante, sin em bargo, se dio a finales del siglo XVU, cuando la religión se volvió más ra cional y se llegó a considerar por fin que la providencia divina operaba en estricta conformidad con las leyes naturales. Fue la teología natural del siglo XVUI la que finalmente rompió eon la costumbre de atribuir el in fortunio a la delincuencia moral o a la actividad malévola.
Otra de las teorías de Hobbes era que la semilla natural de la religión consis tía en cuatro cosas la opinión sobre los fantasmas, la ignorancia de las causas segundas, la devoción por lo que es objeto de temor entre los hombres, y la consideración de cosas fortuitas como vaticinios - , y que aquélla debido a las diferentes fantasías, juicios y pasiones de diversos hombres, se había desa rrollado en actos ceremoniales tan diferentes, que aquellos empleados por un hombre resultaban en sú mayor parte ridículos para otro. Es indudablemente cierto que tanto la magia como las diversas Iglesias cristianas y sectas proporcionaban explicaciones para llenar los huecos abiertos por la ignorancia humana de la causalidad, pero su alcance no estaba meramente determinado por dicha ignorancia. Si fuera así, ningu na de las anteriores se habría visto mermada sino hasta que el control tec nológico de la naturaleza se hubiera incrementado, empero, como hemos visto, la cronología es errónea. A comienzos del siglo XVU, Baeon había
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definido los fines de la nueva ciencia: “ El propósito de nuestros prin cip ios es el conocimiento de las causas y del movimiento secreto de las cosas, así como la ampliación de los confines del imperio humano, para la realiza ción de todas las cosas posibles.” Ésta era ciertamente la meta; sin em b a r go, durante el periodo crítico en que la magia se hallaba en decadencia y las propiedades mágicas de la religión también cedían ante la teología n a tural, en realidad no hubo ningún gran adelanto tecnológico. L os m é d i cos se encontraban prácticamente tan impotentes para curarlas e n fe rm e dades o para prolongar la vida en el año 1700 como lo estaban en el año 1500, los medios para recuperar un bien robado eran tan inadecuados como siempre, y la predicción del futuro tan poco confiable como de cos tumbre. Lo que había cambiado, sin esnbargo, eran las aspiraciones y las expectativas del hombre. Se hallaba ahora difundida por todas partes la creencia de que la condición humana podía ser mejorada, en parte m e diante la acción social conducente a la fundación de hospitales o a la legislación para dar asistencia a los pobres, y en parte mediante la realiza ción de descubrimientos tecnológicos. Asimismo, había una nueva dispo nibilidad para tolerar la ignorancia, en lugar ele llenar su basta ese m o mento insoportable vacio con supuestos acerca de la intervención de demonios o de ángeles, o de la intercesión directa de Dios. Lo que vino a socavar a la culta creencia en la magia, y junto con ella a la culta creencia en la brujería, no fue por lo tanto el éxito de la tecnolo gía para reducir el grado de ignorancia. Fue más bien una nueva actitud religiosa basada en el esfuerzo personal, una aceptación de la doctrina de que Dios ayuda a quienes se ayudan a sí mismos, y de que la intervención sobrenatural en los procesos de la naturaleza era tan poco común que carecía de importancia para fines prácticos. Tales son las amplias conclu siones a las que el señor Thomas llega en su importante libro, parte de las cuales se hallan respaldadas por los trabajos de los profesores MacFarlane, Mandrou y Hansen. Existen tres importantes puntos en los que el modelo del señor Thomas se llalla sujeto a discusión. En primer lugar, no está del todo claro en qué medida la Reforma redujo de hecho el contenido mágico de la religión, dejando así el camino abierto para el surgimiento de) hombre astuto, la mujer sabia y la bruja o el brujo. Es posible que este cambio haya sido real, pero basta que no contemos con un estudio que sea comparable acerca de la creencia en la magia durante dos siglos, en un país predominantemen te católico y aproximadamente con el mismo nivel de desarrollo económi co y social, digamos en Francia, no podemos tener la certeza de que la teoría es válida, Este es un caso en que la única estrategia de investigación es la comparativa en la que se examinan dos culturas, manteniendo todos los factores constantes con excepción de que en uno de ios casos se trata
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de una cultura católica y en el otro de una protestante. Actualmente ig noramos todo acerca de cuáles hayan sido los efectos de la Contrarrefor ma sobre la creencia en la magia. En segundo lugar, el énfasis que el se ñor I'homas pone en las crecientes tensiones en las relaciones entre quienes daban limosna y quienes la solicitaban, considerándolas como el factor que estimuló el que se recurriera a la brujería dentro de la comuni dad aldeana, parece dudoso. Aunque en efecto podría ser cierto en el caso de Inglaterra, no se aplica a casos tales como el de Salem en Massachusetts o el de I.oudun en Francia, donde el ingrediente principal consistió claramente en una epidemia de histeria generada por otras causas. 1.a institucionaiización de la asistencia para los pobres jamás se difundió a las zonas rurales de Francia en la forma en qrte lo hizo en Inglaterra, de ma nera que en el primer caso la declinación de la brujería no puede atri buirse al surgimiento de relaciones más impersonales entre los ricos y ¡os pobres dentro de la aldea. Además, está claro que la demonología in telectual sustentada en los escritos de inquisidores paranoicos con complejo de conspiración y problemas sexuales sadomasoquistas, y res paldada por confesiones arrancadas mediante la tortura o la autosuges tión, desempeñó un papel más importante en el continente respecto a la obsesión por la brujería de lo que lo hizo en Inglaterra. En este sentido, los ejemplos de Inglaterra y de Nueva Inglaterra no son típicos del O cci dente considerado como un todo. En todas las zonas, por otra parte, la mayoría de los casos de brujería llegaban a consideración de ios magistra dos a través de la protesta popular de los aldeanos, antes que como resul tado de las investigaciones realizadas por algún cazador de brujas profe sional o por algútr inquisidor. El principal hallazgo de Tilomas queda por consiguiente incólume, es decir, que la brujería es meramente un aspecto de una creencia difundida por la injerencia constante y cotidiana de la magia dentro de los asuntos humanos personales. Esta es la manera en que la brujería se le aparece a cualquier antropólogo que la haya investigado en el seno de un escenario tribal moderno, y esta es la manera en que los historiadores deberían, sin duda, abordarla en el futuro. En tercer lugar, se tiene el difícil problema de cómo cuantificar las creencias. Thomas ha mostrado en forma concluyente que en la Ingla terra isabelina existía una contracultura mágica mucho más ampliamen te difundida y en la que se creía más profundamente que en las teorías anticipadas por la religión oficial. Pero lo que no está en condiciones de probar es si esta contracultura había aumentado o disminuido en compa ración con la Edad Media. Incluso la prueba que proporciona para expli car su declinación a finales de los siglos XVHy XVlllno es del todo segura, ya que se basa grandemente en el cambio de actitud de la élite hacia la brujería y en la disminución en cuanto a las quejas por parte del
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clero con respecto a la competencia de sus antiguos rivales: los hombres sabios y los astrólogos. Ésta no es lo que podría decirse una prueba ideal, pero es probablemente tan buena como cualquier otra q u e nos sea verosímil obtener. N o puede haber duda alguna de que en e l curso del siglo XVII las clases acaudaladas inglesas se volvieron menos temerosas e inseguras, y se mostraron menos dispuestas a recurrir a los extrem os con objeto de mantener la ortodoxia y el orden. El último hereje fu e quemado en Inglaterra en 1612; en 1639 se torturó al último sujeto p o r razones políticas, mientras que la última bruja fue colgada en 1685; cada uno de estos casos ocurrió aproximadamente un siglo antes de que se presentaran cambios similares en el continente. Resulta menos seguro determinar cuánto tiempo transcurrió para que esta actitud escéptica se infiltrara ampliamente entre la gran masa, pero lo que sí es un hecho es que a fina les del siglo XVII se escucha hablar menos en comparación con el siglo X VI acerca de las brujas y los brujos, los hombres astutos, los astrólogos, los demonios familiares, las hadas y los horóscopos,
IV Un interesante paralelo al surgimiento y la declinación de la creencia en un mundo debatido entre Dios y los ángeles, por un lado, y el Demonio y las brujas y los brujos, por el otro, vino a ser el surgimiento y la declina ción de la creencia en el Anticristo. “ Después de Nuestro Señor y Salvador Jesucristo, nada es tan necesario como el conocimiento verdadero y bien fundado del Anticristo” , escribió el maestro de escuela mejor cotizado de Oliverio Cromwell. i odos, desde John Pym a Isaac Newcon, llegaron a es pecular acerca de la identidad del Anticristo, tal como éste aparecía refe rido en las Sagradas Escrituras, y acerca del tiempo exacto de su derroca miento. Lútero y Calvino no tenían dudas acerca de 61: era el papa, la Gran Ramera de Babilonia. Las habilidades matemáticas más adelanta das de la época se unieron a la búsqueda, ya que se sabía que el Número de la Bestia era el 666 y que su derrocamiento sería en “ una vez y medía veces” dicho número, John Napier valoraba particularmente su descubri miento de los logaritmos, ya que esto le permitía acelerar sus cálculos con respecto a este asunto; asimismo, Newton dedicó mucho de su estupendo talento a la resolución del mismo problema banal.
En esta segunda mitad del siglo XX nos hemos llegado a dar perfecta mente bien cuenta de lo que ocurre cuando estadistas en muchos otros respectos moderados y prudentes, e intelectuales racionales y perspicaces se obsesionan con una teoría acerca del Demonio: sus mentes terminan
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por estallar, y esto se traduce en derramamiento de sangre, tortura, y represión en una escala que difícilmente parecería creíble para una posteri dad que se haya liberado de este tipo particular de mitología. La razón por la que las teorías acerca del Demonio resultan ser tan destructivas para la felicidad humana es que dos o más de ellas pueden, y normalmente lo hacen, jugar el juego de las identidades, emplear cada una la rúbrica del Anticristo para referirse a la otra, y emprender una guerra santa que termine en un exterminio mutuo. Por ejemplo, no transcurrió mucho tiempo antes de que algunos protestantes ingleses comenzaran a identifi car a todos los obispos - incluso a los obispos anglicanos— como el A n ticristo. Con objeto de escapar de ellos, muchos emprendieron una huida de tres mil millas hasta los parajes vírgenes de Massachusetts. La siguiente mutación se produjo durante la desintegración intelectual y política causada por la Guerra Civil y el Interregno, cuando los líderes parlamen tarios y los predicadores hicieron crecer el entusiasmo al identificar pri mero al arzobispo Laúd y al rey Carlos, y después a todos los realistas, como agentes del Antícristo. Finalmente, las sectas radicales identificaron a su vez a todos aquellos que detentaban alguna autoridad religiosa o secular, incluyendo el liderazgo parlamentario, como el Anticristo, propiciando con esto que se les persiguiera de una manera tan encarnizada como se había hecho con las brujas y los brujos. Fue aquí donde se llegó al final del camino. La gran búsqueda del Anticristo, cuya eliminación purifica ría al mundo y dejaría abierto el camino para el reino de Jesucristo, había terminado siendo un callejón sin salida. En medio de esta desilusión sur gió una perspectiva más racional del mundo, lo mismo que. una mayor to lerancia de aquellos que tenían opiniones diferentes. N o es mera coinci dencia que la preocupación por el Anticristo y los agentes del Demonio, las brujas y los brujos, declinara señaladamente después de 1660. Los ingleses se hallaban intelectual y emocionalmente agotados por la expe riencia de un siglo de febril actividad dedicada a la búsqueda y a la destrucción de la Bestia del Anticristo y del Demonio y sus epígonos. Ahora podemos ver, quizá por vez primera, la compleja interacción cronológica entre la magia, la religión y la ciencia, como sistemas explica tivos opuestos. La incipiente Reforma renunció a los poderes mágicos de la religión, y es de suponerse que la magia no oficial fue la que vino a lle nar el vado. Sin embargo, a través de su doctrina oficial los reformadores estimularon grandemente la creencia en el Demonio como el instigador de todo mal e infortunio, y del Antícristo como la encarnación del mal en la Tierra, a quien había que destruir para que el reino de Jesús pudiera dar principio. Sólo hasta mucho después, tras un siglo de agitación y de sanguinaria persecución, Ion aspectos más profundos de la nueva religión afloraron. A finales del siglo XVI! la perspectiva más racional y coherente
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del protestantismo con respecto a la naturaleza y a su relación con la p ro videncia divina, habla por fin generado un estado mental ante el cual las explicaciones mágicas o milagrosas de I0 3 fenómenos resultaban ser in a ceptables. Incluso posteriormente este racionalismo de inspiración re li giosa comenzarla por socavar a la religión misma. L a relación entre la magia y la ciencia pasó por las mismas dos etapas de simbiosis y de anta gonismo. Durante un siglo, la magia y la ciencia fueron de la m ano, pero finalmente la ciencia terminó por escindirse y destruir la credibilidad de su contraparte, cuando menos entre las clases cultas. Mucho tiem po des pués, en el siglo XIX, romperla con la religión, a la que también com en za rla a destruir. N o se trata aquí de un simple relato de héroes y villanos, de la razón combatiendo a la sinrazón, ni tampoco basta con consider ar toda la cues tión como si se tratara de uno de los aspectos más extraños de la locura humana. Así como las creencias más profundamente defendidas en el p a sado nos parecen completamente irracionales, sin duda muchas de las nuestras lo parecerán a la posteridad. Una vez que todo ha sido dicho, sin embargo, resulta que la distinción que permanentemente ha caracteriza do al Occidente durante los últimos trescientos años, es que éste ha ido más allá que cualquier otra sociedad que el mundo haya jamás conocido en cuanto a liberarse de estos antiguos temores y supersticiones. El proce so es quizá la transformación intelectual más importante desde que el hombre salió de las cavernas. Empero hoy día, en medio del apogeo de nuestra civilización científica, racionalista y tecnológica, las creencias mágicas se están extendiendo una vez más. Millones de amuletos de la suerte cuelgan de los carros con objeto de evitar accidentes automovilísti cos: ios consejos astrológicos se publican regularmente en los periódicos populares, incluso están comenzando a aparecer cursos en las universida des a este respecto como respuesta a la demanda estudiantil; la elabora ción de horóscopos, frecuentemente con ayuda de computadoras, consti tuye una boyante industria en desarrollo; cada año enormes multitudes de enfermos acuden a Lourdes con la esperanza de una cura milagrosa. Quizá lo más inquietante de todo sea el actual resurgimiento caprichoso del interés por la brujería, cuya evidencia nos la proporcionan el alud de nuevos trabajos históricos, las reimpresiones de manuales inquisitoriales y de informes acerca de notables juicios de brujería, las imaginativas recrea ciones de sucesos históricos por parte de talentosos novelistas como Erancoise Maüet-Joris y de directores cinematográficos en boga como K.en Russell, y c! surgimiento de cultos organizados de brujería semíformales en California. A la luz. de este actual resurgimiento de la creencia en la magia y en lo irracional, toda arrogancia y complacencia salen sobrando cuando uno contempla ía larga, desordenada y continuada lucha que ha
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conducido lentamente a aquello que Max W eber describiera como “ el desencanto del mundo” . Cómo resultado de esta lucha el hombre moderno se halla caminando sobre el delgado filo de una navaja. En un lado se encuentra una sociedad “ tecnetrónica", uniforme, impersonal, racional y científica, una especie de compañía universal 5BM regida por la computadora. Si bien tiene la capacidad de ser eficiente en grado sumo, también es monótona y estéril, no hay en ella lugar ni para las emociones, ni siquiera las más sutiles como el amor y la compasión, ni para el sentido del misterio estético y la admiración que se encuentran en la raíz de toda gran obra literaria, artís tica y musical. En el otro lado se localiza una sociedad a merced de los prejuicios y las pasiones, movida por creencias completamente irraciona les que embotan la mente e impiden cualquier acción efectiva para el me joramiento humano. Si bien es cierto que puede ser cálida y vibrante, también está llena de crueldad, odio y temor. El mono desnudo haría bien en cuidar sus pasos.
IX. EL CATOLICISMO L a COMUNIDAD de la Iglesia católica no ha contado hasta ahora con buenos servicios por pane de sus historiadores o sus publicistas. En este siglo, la realidad de un relato fascinante se ha visto irremisiblemente e m pañada por el seudomedievalismo romántico de Belloc y de Chesterton y, más recientemente, por el igualmente desorientador esnobismo nostálgico de W augh en Brideshead Revisited.1Como consecuencia, la historia de la comunidad que se halla en boga hoy día es más o menos la siguiente. En la Inglaterra prevreformista, el catolicismo fue abrazado por la m ayo ría de la población. Durante los siguientes dos siglos su influencia se redujo lentamente gracias al vigoroso proselitismo realizado por los predicado res protestantes y reforzado por una persecución política salvaje. Los ves tigios de la fe medieval fueron preservados entre una minoría de opulen tos terratenientes, gracias a los heroicos esfuerzos de devotos sacerdotes misioneros, muchos de los cuales fueron martirizados como pago a sus cuidados y desvelos. En el siglo XIX la comunidad se transformó y resur gió mediante la supresión de deficiencias religiosas y civiles, la afluencia de grandes cantidades de trabajadores urbanos irlandeses, y el estableci miento por parte de Roma de una organización episcopal form al. La imagen es la de un grupo con una perspectiva eternamente orientada ha cia el pasado, que soñó y urdió durante un siglo y medio restaurar a la Iglesia prerreformista con la ayuda de los reyes católicos, de m aquina ciones de asesinatos, y a través do»un intento serio por aniquilar de un solo golpe a la totalidad de la élite dominante del país —la Conspiración de la Pólvora de 1605 — . Sin embargo, este sueño fracasó, sin dejar tras de sí casi nada más que un sinnúmero de martirios, desilusiones y traiciones. Entre tanto, el material primario para una interpretación nueva y más refinada del problema estaba siendo recopilado en los sesenta y tantos v o lúmenes de documentos publicados por la Sociedad Católica de R e gistros; por otra parte, se estaban escribiendo unos cuantos estudios loca les notables, especialmente el referente a Yorkshire por el benedictino Hugh A veling,2 a la vez que los antropólogos y los sociólogos estaban pro-
and thc Faitli, L o n d re s , 1921; H. B c tlo c . A Hislory o f Ktigland, L o n d r e s , A. Shori Hislory uf Engíand, L o n d r e s , 1017; E. W a u g h , Brideshead Revisited. 2 H. Aveling. The Northe.ru Catholics /558-J790, Londres, 196(i; H. Aveling, The llandlc and 1H.
Belloc,
Iüirope
11)25-1992; (>. K . C h esu iiU m ,,
the Axc: (he Cafholic Recnsanls tu Englo.nd Frotn Refornuitvm to T.mnruipation, Londres. 1976.
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porcionando nuevos modelos teóricos para el análisis y la clasificación de las instituciones, las comunidades, los rituales y la conducta de carácter religioso. Por la década de los setentas el escenario estaba listo, y era aho ra el doctor Bossy quien había llegado para poner todos los elementos en orden .3 Su relato mantiene tan sólo la más tenue relación con los tradicionales. Según él, los primeros doscientos arios posteriores a la Reforma fueron testigos de la creación de una secta viable, vigorosa y en desarrollo, la cual surgió en m edio de las cenizas de la desaparecida Iglesia prerreformista. Esta comunidad era una comunidad germina, una secta que debía poco, sí no es que nada, a la Iglesia de los cardenales Wolsey y Pole. Por 1620 fue encabezada por un grupo fuertemente unido por vínculos matri moniales de familias aristocráticas y familias pertenecientes a la hidal guía; sus miembros estaban inspirados por unos 700 sacerdotes regulares y seglares, aunque de hecho aquéllos eran los benefactores y los señores de éstos. Se trató de una secta arraigada entre las clases altas, primordial mente laica, rural, dócil y no proseütista -una de las varias que eran in capaces de tolerar la blanda inercia y la falta de celo espiritual del clero anglicano. Hasta la fecha no está del todo claro a qué se debió que ciertas familias hacendadas abrazaran el catolicismo entre 1S70 y 1620, mientras que otras permanecieron indiferentemente anglicanas o se convirtieron en ce losas puritanas. El doctor Bossy indica que en las laderas orientales de la cadena formada por los montes Perlinos, ios valles venían a ser alternati vamente protestantes y católicos, lo que sugiere la perpetuación de los an tiguos feudos locales a través de una nueva forma religiosa. L o que es cierto es la enorme importancia del papel de las mujeres en el proceso de conversión, ya sea al catolicismo o al puritanismo. Ambas eran religiones del espíritu, las cuales se hallaban reforzadas mediante rituales de ayuno y de oración diaria; ambas exigían la presencia de un cloro celoso, ins truido e independiente que fuera capaz de hablar directamente al alma. Ambas atraían a las mujeres que se encontraban bajo conflictos em o cionales. En uno de sus capítulos más brillantes, e! doctor Bossy muestra de qué manera esta comunidad católica laica se fue desprendiendo lentamente de los conformistas anglicanos en torno a ella mediante la observancia de una serie de rituales separatistas: un calendario completamente diferente de ayunos y de festividades, la asistencia a misa, y rites de passage propios con respecto al bautismo, el matrimonio y los entierros. Como él lo seña la, los “papistas eclesiásticos" de la época isabelina constituyeron una cepa ' J Hdssv. The Kiiftlüh Colhtike Caiwnwiity
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que fue incapaz de reproducirse. Frente a la fuerte desaprobación sacer dotal, éstos difícilmente podían enseñar a sus hijos a vivir una v id a de d e liberada duplicidad asistiendo tanto a la comunión anglicana pública como a la misa católica privada, si bien en sus inicios hacer esto había sido bas tante fácil para ellos sin que causaran desasosiego moral. Por el tiempo en que el proceso de separación culminó, a lred edor de 1620, habían quedado establecidas cuáles serían las características de la comunidad católica durante los próximos 150 años, “ la época de los hi dalgos": esta clase estaba predominantemente controlada por aristócratas y por ricos terratenientes, aunque insphada por capellanes jesuítas resi dentes y respaldada por misioneros seglares itinerantes; sus m iem bros re sidían en grandes casas rodeados de una multitud de sirvientes y arrenda tarios, y alojaban a sacerdotes residentes; se congregaban principalm ente en las tierras altas del norte, lejos de las áreas en donde se daba una nueva actividad económica; en su mayoría no eran proselitistas y se m antenían fíeles al Estado protestante inglés. Constituían, lo cual era aceptado, un grupo minoritario que abarcaba quizás una quinta parte de la nobleza ti tular y una duodécima parte de la alta hidalguía, pero tan sólo el uno por ciento menos de la población total. Estas cifras permanecieron estáticas, e incluso disminuyeron, a finales del siglo XVII, como consecuencia de los golpes mortales asestados por una viciosa persecución. El sacerdocio se convirtió cada vez más en una profesión propia de los hijos de los h idal gos. Aunque su cantidad disminuyó, esto no representó una gran pérdida, ya que al igual que en la iglesia anglicana, había habido un considerable excedente de sacerdotes para atender a la comunidad en el segundo cuarto del siglo. El final del siglo XVII vino a ser la época de ¡os capellanes residentes dentro de grandes casas, los cuales servían a comunidades controladas por los señores. En ocasiones había roces entre ambas clases cuando los primeros eran tratados como sirvientes. Empero, las cosas seguían por lo común un curso bastante apacible mientras los sacerdotes no manifesta ran un insensato exceso de celo, como aquel que intentó persuadir a los matrimonios de su congregación de hacer votos de castidad. Los sacerdo tes se vestían como civiles, y muchos de ellos llevaban provechosas vidas dobles como abogados familiares, mayordomos, administradores de ha ciendas o tutores, del mismo modo como ¡os capellanes lo hacían dentro de las familias protestantes nobles (como fue el caso del filósofo Thornas Hobbes en Ghatsworth). Debido a la naturaleza peculiar de la composi ción social y la organización de la comunidad católica, concebidas para satisfacer a una clase culta y ociosa dentro de un medio familiar, las for mas de devoción eran más espirituales que mágicas, y más domésticas y privadas que colectivas.
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conducido lentamente a aquello que Max W eber describiera como “ el desencanto del mundo". Como resultado de esta lucha el hombre moderno se halla caminando sobre el delgado filo de una navaja. En un lado se encuentra una sociedad “ tecnetrónica” , uniforme, impersonal, racional y científica, una especie de compañía universal IBM regida por la computadora. Si bien tiene la capacidad de ser eficiente en grado sumo, también es monótona y estéril, no hay en ella lugar ni para las emociones, ni siquiera las más sutiles corno el amor y la compasión, ni [rara el sentido del misterio estético y la admiración que se encuentran en la raí? de toda gran obra literaria, artís tica y musical. En el otro lado se localiza una sociedad a merced de los prejuicios y las pasiones, movida por creencias completamente irraciona les que embotan la mente e impiden cualquier acción efectiva para el me joramiento humano. Si bien es cierto que puede ser cálida y vibrante, también está llena de crueldad, odio y temor. El mono desnudo liaría bien en cuidar sus pasos.
IX. EL CATOLICISMO L a COMUNIDAD de la Iglesia católica no lia contado hasta ahora con buenos servicios por parte de sus historiadores o sus publicistas. En este siglo, la realidad de un relato fascinante se ha visto irremisiblemente e m pañada por el seudomedievalismo romántico de Belloc y de Chesterton y, más recientemente, por el igualmente desorientador esnobismo nostálgico de W augh en Bridesheacl Revisited -12Como consecuencia, la historia de la comunidad que se halla en boga hoy día es más o menos la siguiente. En la Inglaterra prerreformista, el catolicismo fue abrazado por la m ayo ría de la población. Durante los siguientes dos siglos su influencia se redujo lentamente gracias al vigoroso proselitismo realizado por los predicado res protestantes y reforzado por una persecución política salvaje. Los ves tigios de la fe medieval fueron preservados entre una minoría de opulen tos terratenientes, gracias a los heroicos esfuerzos de devotos sacerdotes misioneros, muchos de los cuales fueron martirizados como pago a sus cuidados y desvelos. En el siglo XIX la comunidad se transformó y resur gió mediante la supresión de deficiencias religiosas y civiles, la afluencia de grandes cantidades de trabajadores urbanos irlandeses, y el estableci miento por parte de Roma de una organización episcopal form al. La imagen es la de un grupo con una perspectiva eternamente orientada ha cia el pasado, que soñó y urdió durante un siglo y medio restaurar a la Iglesia prerreformista con la ayuda de los reyes católicos, de m aquina ciones de asesinatos, y a través de»un intento serio por aniquilar de un solo golpe a la totalidad de la élite dominante del país —la Conspiración de la Pólvora de 1605— , Sin embargo, este sueño fracasó, sin dejar tras de sí casi nada más que un sinnúmero de martirios, desilusiones y traiciones. Entre tanto, el material primario para una interpretación nueva y más refinada del problema estaba siendo recopilado en los sesenta y tantos vo lúmenes de. documentos publicados por la Sociedad Católica de R e gistros; por otra parte, se estaban escribiendo unos cuantos estudios loca les notables, especialmente el referente a Yorkshire por el benedictino Hugh A veling,?- a la vez que los antropólogos y los sociólogos estaban pro-
1 H.
19X1; H. Belloc,
Belloc:, fíurope and the Faith. Londres, A 11/síory aj' England, Londres, '11)25-19112; G. K. Ci íesicrio n,, A. Sharl Jliilory o f England, Londres, 1917; E. Waugh, Bvideshead Rcvisiletl. The Northern Catholtcs 1558-1J90, The Ilandle and the Axe: the. Cutholic R censants ¿ti England From Reformalitm to F.mancipar, ion.
2 H. Aveling.
Londres, lDfiíí; H. Avelin#,
Londres. 1976-
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porcionando nuevos modelos teóricos para e.I análisis y la clasificación de las instituciones, las comunidades, los rituales y la conducta de carácter religioso. Por la década de los setentas el escenario estaba listo, y era aho ra el doctor Bossy quien había llegado para poner todos los elementos en orden.3 Su relato mantiene tan sólo la más tenue relación con los tradicionales. •Según él, los primeros doscientos anos posteriores a la Reforma fueron testigos de la creación de una secta viable, vigorosa y en desarrollo, la cual surgió en m edio de las cenizas de la desaparecida Iglesia prerreforrnista. Esta comunidad era una comunidad germina, una secta que debía poco, sí no es que nada, a la Iglesia de los cardenales Wolsey y Pole, Por 1620 fue encabezada por un grupo fuertemente unido por vínculos m atri moniales de familias aristocráticas y familias pertenecientes a la hidal guía; sus miembros estaban inspirados por unos 700 sacerdotes regulares y seglares, aunque de hecho aquéllos eran los benefactores y los señores de éstos. Se trató de una secta arraigada entre las clases altas, primordialmente laica, rural, dócil y no proselitista -u n a de las varias que eran in capaces de tolerar la blanda inercia y la falta de celo espiritual del clero anglicano. Hasta la fecha no está cid todo claro a qué se debió que ciertas familias hacendadas abrazaran el catolicismo entre 1S70 y 1620, mientras que otras permanecieron indiferentemente anglicanas o se convirtieron en ce losas puritanas. El doctor Bossy indica que en las laderas orientales de la cadena formada por los montes Peninos, los valles venían a ser alternati vamente protestantes y católicos, lo que sugiere la perpetuación de los an tiguos feudos locales a través de una nueva forma religiosa. L o que es cierto es la enorme importancia del papel de las mujeres en el proceso de conversión, ya sea al catolicismo o al puritanismo. Ambas eran religiones del espíritu, las cuales se hallaban reforzadas mediante rituales de ayuno y de oración diaria; ambas exigían la presencia de un clero celoso, ins truido e independiente que fuera capaz de hablar directamente al alma, Ambas atraían a las mujeres que se encontraban bajo conflictos em o cionales. En uno de sus capítulos más brillantes, el doctor Bossy muestra de qué manera esta comunidad católica laica se fue desprendiendo lentamente de los conformistas anglicanos en torno a ella mediante la observancia de una serie de rituales separatistas: un calendario completamente diferente de ayunos y de festividades, la asistencia a misa, y rites de passage propios con respecto al bautismo, el matrimonio y los entierros. Como él lo seña la, los "papistas eclesiásticos" de la época isabelina constituyeron una cepa *J. Bos$‘.. The KnqtUh Caihntu' Commwtíty JÜO iS'iO, Nueva Yo» k.
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que fue incapaz de reproducirse. Frente a la fuerte desaprobación sacer dotal, éstos difícilmente podían enseñar a sus hijos a vivir una v id a de d e liberada duplicidad asistiendo tanto a la comunión anglicana pública como a la misa católica privada, si bien en sus inicios hacer esto había sido bas tante fácil para ellos sin que causaran desasosiego moral. Por el tiempo en que el proceso de separación culminó, a lred edor de 1C20, habían quedado establecidas cuáles serían las características de la comunidad católica durante los próximos 150 años, “ la época de los hi dalgos” : esta clase estaba predominantemente controlada por aristócratas y por ricos terratenientes, aunque inspirada por capellanes jesuítas resi dentes y respaldada por misioneros seglares itinerantes; sus m iem bros re sidían en grandes casas rodeados de una multitud de sirvientes y arrenda tarios, y alojaban a sacerdotes residentes; se congregaban principalm ente en las tierras altas del norte, lejos de las áreas en donde se daba una nueva actividad económica; en su mayoría no eran pros-elitistas y se m antenían fíeles al Estado protestante inglés. Constituían, lo cual era aceptado, un grupo minoritario que abarcaba quizás una quinta parte de la nobleza ti tular y una duodécima parte de la alta hidalguía, pero tan sólo el uno por ciento menos de la población total. Estas cifras permanecieron estáticas, e incluso disminuyeron, a finales del siglo XVII, como consecuencia de los golpes mortales asestados por una viciosa persecución. El sacerdocio se convirtió cada vez más en una profesión propia de los hijos de los h idal gos. Aunque su cantidad disminuyó, esto no representó una gran pérdida, ya que al igual que en la Iglesia anglicana, había habido un considerable excedente de sacerdotes para atender a la comunidad en el segundo cuarto del siglo. El final del siglo XVíl vino a ser la época de los capellanes residentes dentro de grandes casas, los cuales servían a comunidades controladas por los señores. En ocasiones había roces entre ambas clases cuando los primeros eran tratados como sirvientes. Empero, las cosas seguían por lo común un curso bastante apacible mientras los sacerdotes no manifesta ran un insensato exceso de celo, como aquel que intentó persuadir a los matrimonios de su congregación de hacer votos de castidad. Los sacerdo tes se vestían como civiles, y muchos de ellos llevaban provechosas vidas dobles como abogados familiares, mayordomos, administradores de ha ciendas o tutores, del mismo modo como los capellanes lo hacían dentro de las familias protestantes nobles (como fue el caso del filósofo Thom as Hobbes en Chatsworth). Debido a la naturaleza peculiar de la composi ción social y la organización de la comunidad católica, concebidas para satisfacer a una clase culta y ociosa dentro de un medio familiar, las for mas de devoción eran más espirituales que mágicas, y más domésticas y privadas que colectivas.
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EX.SURGIMIENTO DEL M U N D O M O DERNO
Esta estructura sobrevivió bastante bien a la paranoia pública y a las persecuciones oficiales de finales del siglo XVII, pero sufrió profundas transformaciones en el siglo XVIII como respuesta a los cambios económi cos e intelectuales de la época. Los antiguos rituales concernientes al ayu no, las festividades y la asistencia a las iglesias durante todo el día en los días santos, no fueron capaces de sobrevivir al desafío de la ética pragmá tica de trabajo de la época de Adam Smith. Ya en 1683, W illiam Blundell, un piadoso caballero católico, se hallaba calculando el costo de tal conducta en términos tan materialistas como los empleados por cualquier inflexible economista político contemporáneo. Estimaba que en Ingla terra y en Gales el trabajo de toda la población equivalente a un día “ as ciende a cien m il libras, de manera que la diferencia entre trabajar y no trabajar. . . no es un asunto de poca monta en lo que concierne a cues tiones civiles y políticas". Ante este tipo de cálculo, los rituales separatis tas que consumían mayor tiempo se vieron drásticamente reducidos. En segundo lugar, los sacerdotes empezaron a surgir cada vez más de entre las clases inferiores a los hidalgos, lo que vino a traducirse en que dedica ran cada vez mayor atención a los agricultores y a los jornaleros en lugar de a los hidalgos, y en que modificaran cada vez más el centro de su acti vidad desplazándolo de la administración de los sacramentos a la catc quesis moral, en conformidad con las corrientes más racionalistas de la época. En tercer lugar, se incrementó su contingente. Después de 1770 el ritmo de las transformaciones volvió a cobrar fuer za. Las restricciones penales al culto católico se suprimieron, la actividad misional se incrementó, y la población católica se desplazó de las zonas rurales a las nuevas zonas industriales dentro de las ciudades, especial mente en Lancashire. Una de las razones de este desplazamiento vino a ser la enorme afluencia de inmigrantes irlandeses después de 1790, aun que el doctor Bossy proporciona razones plausibles para pensar que tal cambio habría ocurrido de cualquier manera, en vista de que el exceden te de jornaleros ingleses católicos se vio obligado a abandonar sus aldeas para emigrar a las ciudades y desempeñar ocupaciones industriales. El re sultado fue que la comunidad católica creció de aproximadamente 80 mil en 1770 a 750 mil en 1850, un incremento de diez veces su número en 80 años. El tamaño, la composición social, y la distribución geográfica tan to de la comunidad laica corno del sacerdocio, habían sido radicalmente alterados. Con la revocación de todos ¡os impedimentos civiles, en 1829, la secta se convirtió en una denominación más entre las muchas que componían la configuración religiosa extraordinariamente pluralista de Inglaterra. La influencia clerical aumentó, y disminuyó el control laico, al igual que sucedió entre las Iglesias protestantes de comienzos del siglo XIX, culmi
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nando en la imposición en 1851 de la organización episcopal p or parte de Roma. Esto no se debió a ninguna decadencia económica entre la aristocracia y la clase terrateniente católicas, las que en tocio caso se enriquecían cada vez más conforme los sobrevivientes en línea masculina engullían las propiedades de un número cada vez mayor de her ederas c a tólicas. Esto vino a ser parte de un movimiento más amplio hacia el poder clerical dentro de la incipiente Inglaterra victoriana, el cual estuvo re fo r zado por el renacimiento del gótico, el desplazamiento del centro de g r a vedad de las zonas rurales a las ciudades, y el incremento en el núm ero de personas que se hallaban fuera de la esfera de la familia y los arrendata rios de los terratenientes católicos. Una tercera posible estructura de o r ganización fue el congregacionalismo, controlado por los agricultores y los negociantes de clase media que construían las capillas y organizaban la recabación de fondos necesaria. Éste constituyó una posibilidad real durante algún tiempo, pero fue vencido en parte debido al vigoroso contraataque emprendido por la jerarquía sacerdotal, y en parte d eb i do al sentimiento prevaleciente de la época, que favorecía las exigencias clericales, En su conclusión, el doctor Bossy traza un amplio esquema en el cual poder adaptar su descripción de la comunidad católica. Señala el plura lismo persistente de la historia religiosa inglesa, el hecho de que desde su fundación la Iglesia anglicana oficial haya sido incapaz de satisfacer las aspiraciones espirituales de la totalidad de la población. Se trató en este caso de un Estado renacentista en el que la doctrina del cuius regio, eius religio no tuvo aplicación. El doctor Bossy desearía abandonar la tradi cional división que se hace entre disidentes católicos de derecha y de iz quierda. Más bien propondría reagruparlos dentro de dos divisiones, una de ellas compuesta por aquellos que aceptaban por lo menos dos de los tres dogmas principales del protestantismo: la autoridad primaria de la Biblia, la justificación mediante la fe, y el sacerdocio de todos los creyen tes. Esto excluye a los católicos, los cuáqueros y los unitarios, pero incluye a los presbiterianos, los congregacionalistas, los bautistas y los metodistas. Él arguye que fue la ¡nflexíbilidad y la falta de disposición para hacer concesiones de la Iglesia anglicana lo que dio pie a esta diversidad de disi dentes siglo tras siglo. Finalmente sugiere, casi a manera de posdata en la última página, todavía otra forma de agrupar a los disidentes, esta vez de acuerdo con los principios de la antropología estructural. Por una parte estaban aquellos cuya relación con la divinidad, de alguna manera una continuación del género humano, tenía como mediación a la naturaleza; y por la otra aquellos cuya relación con la divinidad, fundamentalmente trascendente y diferente del género humano, tenía como mediación a la cultura, a saber, los textos bíblicos. El resultado práctico de esta división
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es el mismo que en el caso anterior; también aquí encontramos los dos mismos espectros que abarcan desde los unitarios pasando por los católi cos hasta ios cuáqueros, por un lado, y desde los presbiterianos pasando por los congregacionalistas hasta los bautistas particulares, por el otro. ¿Qué conclusiones podemos sacar de este libro notable? Lo primero que llama la atención del lector es la descripción tan diferente que nos ofrece con respecto a los relatos tradicionales, en el sentido de que la per secución y su leuto relajamiento, el cual culminaría en una completa tole rancia en el siglo XIX, aparecen casi como algo inelevante, mientras que los factores sociales y las tensiones laico-clericales internas cobran mucha importancia. La T orre, el potro, Tyburn, la Conspiración de la Pólvora, la Conspiración Papal y las rebeliones de 1715 y 1745 apenas si se men cionan, y ello de manera incidental. Lo anterior implica un rechazo drás tico y deliberado de la histoire historisante, la narrativa de los aconteci mientos externos. A qu í pienso que el doctor Bossy ha tirado al niño junto con el agua. La evolución de la comunidad católica no llega a ser comple tamente inteligible excepto dentro del contexto de un siglo y medio de persecución oficial y de odio popular. Después de la Conspiración de la Pólvora, los católicos fueron considerados en general como traidores a su patria, lo mismo que como perversos conspiradores capaces de casi cual quier acto criminal. Por ejemplo, el embuste de su responsabilidad por el Gran Incendio de Londres de 1666 se grabó oficialmente en piedra en la base del monumento erigido por dicho motivo, a fin de que la posteridad recordara esa fecha. Cualquier transgresión de la ley y del orden en los años 1640-1641 y 1688 conducía inmediatamente a que furiosas multitu des saquearan las casas de campo católicas. En 1639, un oficial católico detenido por sospechoso fue desollado vivo por sus tropas ante la aproba ción de la multitud congregada en la plaza pública de W ellíngton en Somerset. La histeria masiva generada por la Conspiración Papista en cuentra pocos paralelismos históricos aparte de la tormenta desencadenada por eí senador Joseph McCarthy, la cual sería tan hábilmente explotada por el futuro presidente Nixon. Únicamente dentro de este trasfondo de persecuciones, y de las carac terísticas psicológicas de una secta minoritaria perseguida, es como puede explicarse la concentración de los sacerdotes misioneros en torno a la aris tocracia y los grandes hidalgos, quienes eran los únicas que podían pro porcionarles la protección local necesaria; lo mismo que la insistencia por parte de estos benefactores respecto a que el proselitismo activo e irrestricto entre la población cesara, por temor de que esto les ocasionara más problemas. Fue la persecución la que diezmó a los jesuítas y la que condujo a una probable disminución del número global de la comunidad a finales del siglo XVll, Fue la moderación de las persecuciones lo que
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permitió que volviera a iniciarse la labor misional a comienzos d el siglo XVIII, y fue la abolición de las leyes penales en contra del culto católico la que permitió a los sacerdotes aprovechar la oportunidad q u e les fue ofrecida por la inmigración irlandesa posterior a 1790. Fueron la ociosi dad y la impotencia de la nobleza y los hidalgos católicos, efe cto de su exclusión de los cargos públicos, y su deseo de desempeñar su p a p e! n atu ral como lideres de la sociedad y baluartes de la ley y el orden, los factores que indujeron a que constantemente miembros de estas clases a b a n d on a ran su fe y se apegaran a la Iglesia anglicana durante el siglo XVIII. A lg u nas familias se debatían incesantemente en medio de este d ilem a ; el ejemplo más impresionante de ello fueron los Howard, duques de N o r folk. Entre 1570 y 1850 hubo trece cabezas de familia, pero sólo una de ellas adoptó una fe religiosa diferente a la de su predecesor, e l cual era normalmente el padre. Difícilmente podría interpretarse esto com o un caso extremo de rebelión hereditaria edípica. Más bien nos indica la ten sión entre la fidelidad a su religión y la fidelidad a las responsabilidades naturales de su clase que atormentó a estas familias durante muchas ge neraciones, una tensión que sólo vino a relajarse hasta 1829, cuando ya era demasiado tarde para que fuera de utilidad alguna. En todo momento, por consiguiente, de 1570 a 1850, el peso de la p er secución y de. la exclusión influyó sobre la evolución de la comunidad ca tólica en Inglaterra. Ignorar este hecho equivale virtualmente a escribir la historia de los judíos de la palizada haciendo caso omiso de la existencia de las leyes antisemíticas y los intermitentes pogromos. A pesar de esta evidente falla, el libro del doctor üossy logra arrastrar en una gigantesca zancada a la historia de la comunidad católica de Inglaterra al prim er plano de historiografía moderna. Se trata de un tra bajo formidablemente inteligente en el que el autor razona con el lector a lo largo de las páginas impresas, persuadiéndolo serenamente mediante la lógica y los ejemplos. Su interpretación es revolucionaria, sus conclu siones sutiles, su erudición sólida, y su discernimiento de los préstamos hechos por la antropología y la sociología amplio. Es un libro excelente en verdad, y considero que su enfoque es correcto en casi todos los aspectos importantes.
X. LA COR TE Y EL PAÍS ¿QUÉ sucedió en Inglaterra a mediados del siglo XVJI? ¿Fue acaso una “ gran rebelión” como creyó Clarendon, la última y la más violenta de las múltiples rebeliones en contra de monarcas particularmente desagra dables o impopulares, las cuales hablan sido escenificadas por miembros disidentes de las clases hacendadas un siglo tras otro a través de la Edad Media? ¿Se trató simplemente de una guerra interna causada por una desin tegración política temporal debida a circunstancias políticas particulares? ¿Fue la revolución puritana de S. R . Gardiner, episodio cuya fuerza motriz fue un conflicto entre las diversas instituciones e ideologías reli giosas? ¿Fue el primer gran choque de la libertad en contra de la tiranía real, según pensaba Macaulay, el primer impulso hacia la Ilustración y la ideología whig, un impulso que colocó a Inglaterra en el lento camino ha cia la monarquía parlamentaria y las libertades civiles? ¿Fue la primera revolución burguesa, en la que los elementos económicamente progresistas y dinámicos de la sociedad lucharon por desembarazarse de su envoltura feudal? Es así como Engels lo consideró, y como muchos historiadores de los treintas, incluyendo a R. H . Tawney y C. H ill, tendieron a juzgarlo, ¿Fue la primera revolución de la modernización, la cual viene a ser la in terpretación marxista bajo una nueva forma, percibida actualmente como una lucha de las fuerzas empresariales por remodelar las institu ciones gubernamentales con objeto de responder a las necesidades de una sociedad más eficiente, más racionalista y económicamente más avanza da? ¿O fue más bien una revolución instigada por la desesperación, fra guada por los elementos decadentes y anclados en el pasado de la so ciedad rural, los simples hidalgos de H. R. Trevor-Roper, hombres que tenían la esperanza de volver a crear aquella sociedad descentralizada, introvertida, socialmente estable y económicamente estancada que veían en sus sueños desesperanzados y anacrónicos? En la segunda mitad de este siglo, la historiografía referente a la Revo: loción inglesa ha pasado por tres etapas bastante bien definidas. En la primera tuvimos a la narrativa política, desarrollada con erudición y cuidado meticulosos por el gran historiador Victoriano S. R. Gardiner. Esta interpretación religioso-constitucional fue profusamente atacada por los marxistas en vísperas de la segunda Guerra Mundial, lo cual hizo que se derrumbara el antiguo y cómodo paradigma whig y que se le sustituye ra por un conflicto bien delineado entre la burguesía en ascenso y las de 200
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cadentes clases feudales. Posteriormente siguió un breve periodo de pos guerra en el que se dio una labor teórica deslumbrante y atrozm ente contradictoria con base en las más ligeras pruebas documentales, lo cual hizo que las áreas de consenso con respecto a cada uno de los aspectos del problema quedaran reducidas casi a cero, y que la Revolución inglesa se deslizara en la clase de caos fragmentado en el que la historiografía de la Revolución francesa nada actualmente. Urra vez que en el caso de ambas revoluciones los historiadores han venido a darse cuenta de q u e la in terpretación marxista no es significativamente más satisfactoria que la whig, ha seguido un período en el que nada parece ser lo suficientemente seguro para llenar este vacío. Los últimos veinte años, sin em bargo, han sido testigos del más notable florecimiento de las monografías históricas especializadas, fruto de la labor de eruditos de ambos lados del A tlán tico que han sido preparados para asumir los infinitos cuidados que se re quieren en cualquier investigación histórica de valor permanente, y que han demostrado tener la suficiente profundidad en sus ideas, al igual que imaginación y capacidad intelectual para ordenar sus hallazgos y g e neralizar a partir de ellos. Como consecuencia de esto, un considerable haz de luz está comenzando a penetrar a través de la niebla: la verdad parcial, imperfecta y provisional— está empezando a surgir. Una interpretación de los acontecimientos que condujeron a la desin tegración política de mediados del siglo xVU fue expuesta primeramente por el profesor Trevor-Roper y luego desarrollada en forma de libro por el profesor Zagorin.1 Ésta considera el surgimiento de la oposición en tér minos de la polaridad entre “ corte” y “país” . Empero, estos son conceptos vagos y de poca solidez que presentan todo tipo de alusiones ideológicas, religiosas, morales e incluso estéticas, por encima del conflicto concer niente al interés y al poder. Una polaridad tan maleable y adaptable re quiere de un análisis y una definición muy cuidadosa si es que ha de escla recer la comprensión histórica. La corte es bastante fácil de definir: todos aquellos ministros, cortesa nos, funcionarios, servidores y financieros de la corona. Sin embargo, es de suponer que también incluye a la aristocracia titular, los obispos, y los comerciantes que se beneficiaban de los monopolios reales y que controla ban las corporaciones locales mediante restrictivas cartas reales. En pocas palabras, es lo que hoy día denominaríamos vagamente como “ el or den de cosas establecido” . L a principal objeción a emplear la palabra “ corte” , es que si bien con ella pueden abarcarse toda una serie de élites, éstas distaban mucho de hallarse unificadas bajo un mismo trasfondo, 1 II. R. Trevor-Roper, The Gentry, Economic Hi^tory Review, Suplemento I, The Court and the Country: the Begtnnings o f ihe Engttsh Rcvolution , Londres,
1953; P. Zagorin, 1969.
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una misma forma de pensamiento o una misma conducta política. Los grandes aristócratas hereditarios y hacendados, los arzobispos de humilde cuna que habían luchado por abrirse paso hasta la cumbre mediante el patrocinio de algún favorito, los ocupados funcionarios burocráticos de los estratos medios, los jueces de derecho consuetudinario, los alcaldes y ios concejales de las grandes ciudades, no conformaban nna falange sóli da de intereses creados que estuviera lista a alinearse hombro con hombro para oponerse a las demandas en favor de cambios políticos. Cuando sobrevino la crisis en 1640-1642, sabemos perfectamente que estos grupos se escindieron, los jueces asumieron diferentes actitudes, la mayoría de las corporaciones urbanas intentaron por sobre todo aferrarse a sus cargos, mientras que muchos burócratas se pusieron del lado del Parlamento o simplemente se mantuvieron al margen. Ni siquiera la Cámara de los L o res llegó a constituir un cuerpo unificado, ya que los obispos laudianos y los antilaudianos como el obispo Williams adoptaron posiciones muy di ferentes; los pares laicos abandonaron a los obispos en medio de la crisis; gran cantidad de burócratas se mantuvieron neutrales, en tanto que una minoría se pasó del lado del Parlamento. La condición común de ser miembro de un orden de cosas establecido y putativo denominado como la corte, es únicamente un indicador entre muchos respecto a las pro bables opciones que un hombre tenía en 1640-1642, Las amistades o los odios familiares o individuales, las convicciones religiosas, las influencias locales, las creencias constitucionales, la confianza o la desconfianza en la persona de Garios I, el deseo de proteger la propia posición y los propios bienes sin importar el sacrificio infligido a la estabilidad p olítica... todos estos factores hacen que sea imposible el hablar de la corte, excepto en la misma forma general y vaga en que empleamos hoy la expresión “orden de cosas establecido". Resulta aún más difícil definir la palabra "país". Para hacerlo es preci so que ríos apartemos de Wcstminster y nos adentremos en los condados, área en ia que el señor Zagorin no se ha aventurado. No llegaremos a nin gún lado centrándonos en el "elemento ciudadano” , al que el señor Zago rin dedica un capítulo, puesto que, como él tiene el cuidado de señalarlo, los ciudadanos componían únicamente uno de los elementos tanto de los partidarios como de los oponentes de la corona en 1640. Incluso tampoco llegaremos muy lejos centrándonos en los puritanos, a quienes él dedica otro capitulo, ya que éstos eran un grupo de clérigos y una minoría divisiva dentro del país, la cual venía a darle su radical pasión por el cambio. Y tampoco adelantaremos mucho centrándonos meramente en aquellas per sonas que aparecían en el Parlamento llamándose a sí mismos “ los patriotas” o “el país” . Nos será preciso ahondar mucho más. El país viene a ser originariamente un ideal. Encuentra expresión en
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aquella visión de paz rústica, simplicidad y virtud, la cual se rem onta has ta la Roma clásica y que encontró oídos bastante receptivos en los nuevos caballeros cultos de Inglaterra. Su concepto era opuesto al alboroto, la actividad, la contaminación y la suciedad de la ciudad. Tam bién consti tuye una visión de superioridad moral, de honestidad, de frugalidad, de probidad, de sobriedad y de castidad, todas las supuestas virtudes ca m p i ranas que se hallan en contraposición con ios muchos vicios de los sicofan tes degenerados que deambulan por los alrededores de la corte. E n segun do lugar, y esto es importante, tal visión comenzó a convertirse en una institución. Casi sin excepción, siempre, que un inglés de comienzos del siglo XVH decía “ mi país", quería decir “ mi condado” . Y de hecho lo que observamos durante la primera mitad del siglo, antes de la Guerra Civil, es el desarrollo no sólo de un sentido emocional de lealtad a la com unidad local, sino también ordenamientos institucionales para conferir a dicho sentimiento fuerza política. Las causas de este desarrollo de la com unidad condal son de dos clases. La primera fue la declinación de la comunidad do méstica o familiar basada en el “ buen señorío’’ , mediante el cual los h i dalgos medievales tardíos habían estado vinculados a las familias de los grandes magnates, cruzando límites condales, dividiendo condados, y creando lealtades personales antes que geográficas. La declinación de la estructura familiar de los magnates aristocráticos puso en libertad a los hidalgos para nuevas orientaciones psicológicas y políticas, y abrió campo a nuevas normas educativas tanto en la escuela como en la universidad. La segunda fue el peso cada vez más oneroso impuesto por e) Estado sobre los hidalgos locales, a medida que aquél expandió sus controles estatuta rios, sociales y económicos sin establecer su propia burocracia local y asa lariada que se hiciera cargo de ellos. El resultado vino a ser el desarrollo de los tribunales condales de jueces que fungían como administradores y autoridades judiciales, los cuales comenzaron lentamente a conferir una identidad política a su condición de socios, Esta tendencia fue grande mente fomentada por el crecimiento en el número de los hidalgos residen tes en las zonas rurales, al igual que por las pautas matrimoniales en donde se hacía manifiesta una extrema endogamia en el seno de los gru pos de hidalgos locales de los condados. L.a paradoja de la historia inglesa — y por ósmosis de la historia estadounidense— es que el crecimiento del poder y la lealtad con respecto al centro ha sido exactamente propor cionado al del poder y la lealtad con respecto a las comunidades locales. Empero, el concepto de país no significaba únicamente un ordena miento institucional para la expresión de sentimientos locales particula ristas. También quería decir una sensibilidad cada vez mayor con respec to a la comunidad nacional, expresada a través de un creciente interés por la institución política nacional del Parlamento. En consecuencia, el
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tercer dem ento discemible en la palabra "país” alude a un programa po lítico. Debido a la creciente intromisión financiera, política y religiosa del gobierno central, los hidalgos desarrollaron un programa propio, que fue el que llevaron consigo a Westminster. Cuando estos ricos e influyentes terratenientes locales se encontraron en su calidad alternativa de miembros del Parlamento, comenzaron a verse cada vez más como repre sentantes de los electores de los hidalgos que habían dejado tras de sí. Su programa preconizaba una descentralización política e institucional. Para ser más específicos, el país quería que los cargos locales estuvieran en m a nos locales, que se suprimieran los controles económicos ejercidos por el gobierno central, que terminara la intromisión con respecto al patronaz go laico dentro de la Iglesia, que se impusieran algunas restricciones a los poderes fiscales del gobierno central y que se estatuyera también una política exterior completamente protestante, pero que fuera económica. L a polaridad corte-país viene a ser en la política, por lo tanto, poco más que una versión del estado de tensión normal que existe en todas las sociedades organizadas entre las fuerzas de centralización y las de des centralización: entre Hamilton y Jefferson, por ejemplo. Puesto que tal polaridad continuó desempeñando un importante papel político en Inglaterra por lo menos durante otros 75 años después de 1640, no puede considerársele como la causa exclusiva de la desintegración del gobierno. Esto resulta ser particularmente así cuando se ve que, al sobrevenir la cri sis, las líneas divisorias entre los hidalgos rurales y los cortesanos no quedaron trazadas con precisión matemática. Muchos hidalgos eran ca paces de ver las virtudes del fuerte régimen monárquico, y no fueron po cos ios cortesanos que lo abandonaron cuando éste comenzó a hundirse, Con objeto de proporcionar una interpretación convincente acerca del derrumbamiento en 1640 del gobierno central, es preciso poner en juego, por consiguiente, las otras fuerzas. El derrumbamiento fue causado no únicamente por la innegable ineptitud de Carlos I y sus consejeros, sino también por ciertas tendencias históricas específicas. Desafortunadamen te para la corona, los ideales, los intereses y los programas del país en contraron aliados poderosos en otras dos ideologías y otros tres grupos de interés: el puritanismo y los puritanos, el derecho consuetudinario y los juristas especializados en él, y el comercio de las Indias Occidentales y norteamericano conjuntamente con los comerciantes dedicados a él. N in guno de estos grupos tenía objetivos que correspondieran a los del país, pero se vieron vinculados a ellos por un proceso de convergencia que se debió más a los accidentes históricos que a una necesidad inexorable. En cuanto a los puritanos, si Isabel, y posteriormente los Estuardo, hu bieran continuado manteniendo sus opciones abiertas, admitiendo a sim patizadores puritanos aristocráticos y burocráticos dentro del consejo real
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y la corte, mostrando una actitud benévola con respecto a la persecución de los disidentes puritanos, y conservando las políticas doctrinales o fi ciales y las ceremonias religiosas dentro de los lincamientos de la Iglesia moderadamente no ritualista del inicial anglicanismo isabelino, es pro bable que la íntima asociación del puritanismo con el país no hubiera te nido lugar. Es cierto que existía una larga prehistoria de afinidad electiva entre los dos, pero actualmente no hay duda alguna de que fue la política del arzobispo Laúd y sus compinches la que finalmente h izo que se unieran en la década de 1630. No obstante esto, los hidalgos aún si guieron siendo firmemente erasmianos y no mostraron simpatía alguna por las pretensiones teocráticas del clero puritano. En cuanto a los juristas, éstos tenían sus propios motivos d e queja en contra de la corona y los tribunales de prerrogativas; resultaba particu larmente manifiesta su hostilidad hacia la intromisión de los tribunales eclesiásticos en los asuntos de derecho consuetudinario. T a m b ién resen tían fuertemente la competencia a los tribunales de derecho consuetudi nario por parte de las jurisdicciones --las cuales venían a sobreponérse les — de los dos tribunales de prerrogativas y los diversos tribunales de Westminster que se ocupaban de tipos particulares de clientes, com o el Almirantazgo, la Tesorería o los distritos, o de ciertos tipos de delitos, como la Star Chamber.* Esta disputa intramuros entre los juristas no habría asumido visos políticos si la corona no hubiera acudido tan pron tamente en ayuda de los atrincherados tribunales de prerrogativas y de la Cancillería, y si su búsqueda de ingresos adicionales no le hubiera llevado a extender de tal forma sus propios poderes para establecer prerrogativas. El resultado de ¡o anterior vino a ser el desarrollo de una ideología a ma nera de “Carta Magna” entre algunos juristas con respecto a la naturaleza del equilibrio constitucional, al igual que una alianza de estos juristas es pecializados en derecho consuetudinario con los hidalgos y los puritanos. Pero una vez más los objetivos básicos de los juristas no correspondían a los del país; ambos eran meros aliados tácticos en un frente común orien tado al control sobre la dirección central del Estado. El tercer grupo de aliados de los hidalgos rurales en su batalla política surgió entre la comunidad de comerciantes. Estos eran hombres que. care cían de una ideología, pero que poseían un programa. La mayor parte de los comerciantes se mantuvieron al margen de los acontecimientos, for mando parte de la vasta mayoría silenciosa que se mostró indolente mientras las marejadas de la guerra y la revolución les llegaban cada vez más cerca de los pies. Otros permanecieron del lado monárquico por vir * Antiguo tribunal británico inquisitorial conocido por el carácter injusto e implacable de sus sen
tenerías. [T.]
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tud de su dependencia de los privilegios monopólicos comerciales, o del respaldo al control oligárquico de sus propias comunidades frente a la creciente presión proveniente de los estratos inferiores. Sin embargo, ac tualmente es posible identificar a otros elementos importantes entre los comerciantes, hombres interesados de manera especial en los comercios norteamericanos, en la colonización de Nueva Inglaterra, yen la ruptura del monopolio de la India Oriental y de las Compañías de Levante. Se trataba de hombres nuevos dentro de nuevos campos de esfuerzo empre sarial que se hallaban enfadados ante el opresivo dominio político y eco nómico de las antiguas oligarquías rnonopólicas oficiales. Por lo regular eran puritanos en cuanto a sus opiniones religiosas, deseaban reorientar la política exterior y la política comercial inglesas e impulsarlas de una form a más agresiva y dinámica hacia América, y deseaban abrir el co mercio mediterráneo e indio a los recién llegados. Estos hombres eran miembros importantes del grupo de radicales que asumió ei control sobre Londres en un momento crítico en 1641, e hizo así que el poder y la influencia de la ciudad oscilaran decisivamente dei lado del Parlamento. La ciudad venía a ser un aliado sin el que el país no se habría atrevido a lanzar una guerra por cuenta propia; de hecho, el Parlamento habría sido derrotado en cosa de semanas sin el respaldo de Londres. Por otra parte, estos comerciantes casi no tenían otra cosa aparte de un fermento de puritanismo, un interés en la colonización de Norteamérica, y un ene m igo común que los unía con los grandes del país. Aunque empleada por los contemporáneos para describir la oposición política a los primeros Estuardo, la palabra “ país” casi no es otra cosa, por ende, que una conveniente expresión mixta que oculta una amplia variedad de intereses e ideas, entre los cuales sólo pertenece propiamente a uno. Si se adopta este último, es posible esclarecer considerablemente muchas cosas que hasta aquí eran oscuras, pero sólo a costa de oscure cer muchas otras.
XI. EL DERECHO MACE
aproximadamente un cuarto de siglo muchos historiadores d eci dieron que había llegado el momento de estudiar más acerca d e la p obla ción que acerca del 2 % , a lo sumo el 3% , conformado por aquellos entre quienes surgía la élite, política y social: los reyes, los generales, los nobles, los jueces, los obispos, los políticos y los magnates locales, cuyas gestas (en su mayoría sanguinarias) habían llenado hasta ese momento los libros de historia. El problema era, sin embargo, que muy pocos dentro del 97% de base habían dejado algún rastro de sí mismos en los registros, que no fueran los simples hechos de su nacimiento, su matrimonio y su muerte. Como consecuencia, gran parte de los primeros trabajos acerca de los ne cesitados fueron áridamente estadísticos en su naturaleza, Em pero, muy pronto resultó manifiesto que el reducir a la vasta mayoría de la pobla ción a un conjunto de cifras en una tabla, difícilmente era más esclareeedor que el ignorarla por completo, ya que seguíamos sin saber nada acer ca de su modo de pensar o de sentir. Una de las formas de resolver este dilema era acudir a los registros del derecho, ya que sólo aquí podían escucharse las voces auténticas de los pobres, aunque sólo fuera bajo la forma de testigos volubles, coléricos de mandantes y temerosos acusados. Sí se les trataba con cuidado, estos do cumentos podían actuar como “ un punto de acceso al mundo mental de los pobres” . Los resultados de esta labor han comenzado a aparecer a ma nera de historias de casos.de las cuales la más famosa es M on ta illo u de Emmanuel L e Roy Ladurie.1 Los historiadores han encontrado el filón más rico a este respecto en las sociedades que practicaban el derecho ro mano, con sus interrogatorios y deposiciones escritas, que contaban con un sistema policial bien desarrollado, y que empleaban la tortura para extraer información. Los registros de la Inquisición son ideales, ya que esta institución poseía todas estas características y estaba también obsesiva mente interesada en aquello que la gente — incluso la gente humilde — pensaba. En los países anglosajones difícilmente encuentran aplicación estas ventajas (para los historiadores); no obstante, aun allí es posible ob tener buenos frutos a través del análisis paciente de documentos legales: Además de esclarecer la mentalité y la conducta de los necesitados, los registros legales también arrojan luz con respecto a la relación de la auto* E. Le Roy Ladorie, Montaillou, Village occitan da 129*1 d 1324, París, 1975. 215
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rielad con la sociedad. En lo particular pueden mostrar de qué manera el derecho era percibido por los diferentes estratos sociales, y cómo y a favor de qué intereses se le aplicaba en la práctica. Esto abre nuevas perspecti vas acerca de la naturaleza y la función del derecho, y de las concepciones de los diferentes grupos con respecto a qué constituye la justicia natural. Hay dos formas posibles de proceder al abordar los registros legales. La primera consiste en dividir los delitos según una serie de categorías y en cuandficar las acusaciones a través del tiempo, con objeto de generar el tipo de estadísticas con las que el difunto J. Edgar Hoover solía compla cerse.2 Incluso actualmente, sin embargo, ésta viene a ser una excusa muy dudosa. Sabemos que el número de acusaciones tiene poca relación con el número de actos reales, y tenemos la fuerte sospecha de que dicha relación ha variado considerablemente con el tiempo. En segundo lugar, las cifras empleadas son por lo general bastante pequeñas, ya que resulta muy tedioso el extraerlas, lo que lleva a que se hagan deducciones falsas a partir de oscilaciones insignificantes y quizá aleatorias. En tercer lugar, nuestras estimaciones demográficas totales son bastante inciertas, lo que hace muy difícil el comparar los índices de criminalidad por millar de una década a otra o de trn siglo a otro, aunque podemos tener la certeza de que el índice de asesinatos en el O xford medieval era mucho mayor que el observado en las zonas más peligrosas de las ciudades más peligro sas de los Estados Unidos actualmente. Una forma más provechosa de emplear este material es extraer de él una serie de historias de casos, las cuales esclare7,can el modo en que las autoridades administraban la justi cia y las actitudes del público con respecto al delito y al derecho. Este en foque viene a tender un puente esencial entre la historia social y la histo ria política, las cuales han seguido por algún tiempo trayectorias más o menos separadas, lo que ha redundado en un serio detrimento para ambas. El marco conceptual en el que estos problemas se consideran actual mente con respecto a los comienzos de la época moderna en general, y a la Inglaterra del siglo XVIII en particular, ha sido establecido a través de parte de la labor brillante y precursora del señor Edwavd Thompson. Para él, la sociedad inglesa del siglo XVIII estaba dividida en “patricios” (los terratenientes y los detentadores del poder que constituían a lo más el 5% de la población) y “ plebeyos" (el resto), los cuales se hallaban trabados en un conflicto interminable - - “la guerra de clases sin clases” — , lo mismo que en una cultura de paternalista reciprocidad.3 Según este paradigma, 8J. S. Cockbnrn. "The Na‘ uve and Incidenceof Crime ¡n England 1559-1625", en J. S. Coekbum (comp.), Crime in England 1550-1800; j. Bcattic, '‘The Patterns of Crime in England 1660*1800", Past and Presen!. 62, 1974. 3 E. P, Thompson, Whigs and Hunters: the Origins o f the Black Act, Nueva York, 1975; Dougla6 Hay, Peter Linebaugh, John G. Rule, E. P. Thompson y Cal Winslow, Albion’s Fatal Tree: Crime and Saciety in Eighteenth Century England, Nueva York, 1965; F,. P. Thompson, “Eightcenth Cen-
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el derecho venía a ser un instrumento creado y empleado con el fin de mantener a los plebeyos a raya y de promover sus propios intereses a tra vés de personas descritas como "banditti-patricios” y “badoleros-cortesanos". El derecho era ‘ un instrumento selectivo de justicia de clase” . Este es el tema tanto del libro del señor Thompson Whigs and H unters, como del volumen adicional de ensayos escrito por él mismo y por un grupo de sus estudiantes. Debe admitirse que en las últimas doce páginas de su libro el señor Thompson se contradice súbitamente, y concede qu e "existe una diferencia muy grande... entre el poder extralegal arbitrario y los preceptos del derecho” . Por una parte, es indiscutible que el derecho es un instrumento y una legitimación dei poder de clase. Por otra parte, “ la retórica y las normas de una sociedad son mucho más que una m era farj sa,.. el derecho media entre estas relaciones de clase a través de form as le gales, las cuales vinieron a imponer restricciones una y otra vez sobre las acciones de los gobernantes” . El señor Thompson concluye finalm ente que fue este respeto profundamente arraigado por el derecho el que obligó a la clase inglesa dominante a hacer las concesiones necesarias, en lugar de persistir en políticas reaccionarias reforzadas por el ejercicio arbitrario de la fuerza bruta, cuando el conflicto social alcanzó un punto crítico y deci sivo a comienzos del siglo XIX. Empero, este sorprendente volte-face tiene poca o ninguna relación con el tono y el contenido anteriores de su libro, o con las premisas inhe;| rentes a los ensayos de sus estudiantes, o bien con sus propios escritos ulte riores, todos los cuales subrayan el conflicto polar de clases entre los rapa ces patricios y los oprimidos plebeyos. Por ende, con excepción de esta breve retractación de carácter whig, la posición dei señor Thom pson pa rece ser firmemente neomarxista. L a segunda parte del paradigma de Thompson afirma que el delito puede dividirse en dos tipos, el delito ne fario por provecho personal, y el "delito social” , que se adecuaba a los es tándares de la comunidad, recibía una amplia protección y apoyo dentro de la localidad, y se empleaba con frecuencia para presionar a las autorir, dades a adoptar conceptos populares de justicia natural. Según T h o m p son y sus seguidores, un amplio margen de violentas actividades popula res, que comprendían desde los disturbios de granos hasta ia cacería furtiva y el contrabando, eran expresiones de "la economía moral de la multitud” o del “ bandidaje social" estilo Robín H ood,4 ¿Cuál fue el papel social del derecho penal en el siglo XVIII? I,a soluvVó-?. : }
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tury Crime, Popular Movemcnts and Social Control’’ , Bullelin o f the Socielyfor the Study ofLabour History, 25, 1972; E P. Thompson, "Patrician Society. Plebcian Culture", Journal of Social History, 7, 1973-1974; E. P. Thompson, "Eighteenth Ccntury English Society: Class Stiugglc Wiihout Olass", Social History. S, 1978. * Además de los escritos de Thompson, véase Hobabawm. ‘'Social CriminalUy’’, Bulletm of the Society fo t the Sludy o f Labour History, 25, 1972.
E. J.
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ción reside en el análisis de dos paradojas, ¿A qué se debió que, no obs tante que la legislatura siguió aumentando el numero de delitos en contra de la propiedad que conllevaba la pena de muerte - de aproximadamen te 50 basta 200— , el número de ahorcaduras fuera sólo alrededor de una cuarta parte de lo que había sido en el siglo XVII, y que en todo caso mostrara una tendencia a disminuir? En segundo lugar, ¿por qué las cla ses opulentas rehusaron tan obstinadamente, hasta la década de 1830, modificar este arcaico sistema en el que la práctica variaba tan brutal mente con respecto al derecho escrito, a pesar de la aplastante evidencia de que un sistema punitivo más moderado, pero llevado a su cumplimien to con mayor regularidad, protegería sus propiedades más eficazmente y estaría más de acuerdo con la justicia natural y el pensamiento de la Ilustración? L a respuesta a ambas preguntas se localiza en las verdaderas funciones desempeñadas por el derecho en dicha sociedad. En 1688 la élite domi nante había rechazado finalmente, como una amenaza inaceptable para su propio poder, la imposición de un. aparato legal continental, en el que se incluían la abolición del sistema de jurados y el establecimiento de una fuerza policial omnipresente. Siendo éste el caso, el control social sobre el restante 97% de la población tenía que ser mantenido por una mezcla de terror moderado mediante la clemencia, el consenso respecto a la aproxi mada justicia del sistema, y un impresionante despliegue de la majestad del derecho. La aprobación de más y más leyes penales no tenía corno in tención incrementar el número de ahorcaduras, sino simplemente ampliar el área para el ejercicio arbitrario de la clemencia. Únicamente alrededor de la mitad de los condenados a muerte eran de hecho colga dos, el resto eran eximidos o trasladados a las colonias a petición de la éli te y los jueces locales. Esto depositó enormes poderes de patronazgo en manos de la élite con respecto a procesar o abstenerse de ello, y a rehusar o a conceder su apoyo a una apelación de clemencia, según pudieran sugerirlo sus sentimientos personales y las condiciones locales. Este poder flexible vino a reforzar todo el sistema social de respeto y de dependencia, e hizo también posible que el derecho se ajustara a las diversas comentes de la opinión pública. Otro factor fue el comportamiento de los mismos jueces, quienes no esca; timaban esfuerzos en favor del acusado para tratar de descubrir la m í nima falla técnica en la redacción de la acusación. Al actuar así se encontraban protegiendo los secretos de su profesión. En vista de estos enormes beneficios rendidos a los grupos influyentes, no es sorprendente el que los reformadores racionalistas no consiguieran hacer progresos. El tercer factor fue la costumbre de los jurados de negarse a dictar con denas, en evidente desafío de los hechos, especialmente mediante la estí-
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pulación del valor de los bienes robados por debajo del mínimo requ erid o para la pena de muerte. El cuarto fue el producto derivado a ccid en ta l mente del Imperio; la apertura de un basurero ubicado a una con ven ien te distancia, Georgia, al que los criminales pudieran trasladarse y que n a die pudiera volver a verlos o escuchar de ellos jamás, que era lo único que podía hacer posible tal flexibilidad en el ejercicio de la clem encia. El libro de ensayos y el propio libro del señor Thompson son ilustra ciones de este tema central acerca de la relación de la jerarquía social con el derecho y el delito. Ambos examinan la naturaleza del delito y de los delincuentes, y la forma en que el derecho estaba concebido y era em plea do para ajustarse a las necesidades de la clase dominante, sin que fuera suprimido el sentido de justicia popular en la población en general. Este último resultado se logró mediante un astuto simbolismo, a saber, el cumplimiento ocasional de la ley en todo su rigor en contra de algún miembro de la clase dominante, siendo el ejemplo clásico y bastante cita do de esto la condena a la horca por asesinato de lord Ferrers en 1760 —y la ulterior disección de su cadáver— , Tanto el empleo de jurados, como estos sacrificios ocasionales de algún miembro de la élite, hacían que fuera verosímil creer que el derecho constituía un instrumento ímparciai de justicia natural. También venía a ser, por supuesto, una poderosa de fensa en contra de cualesquier tendencias despóticas por parte del rey y sus ministros en Londres. Otro de los análisis concierne a los espeluznantes detalles de la lucha es cenificada en Tyburn entre los cirujanos, deseosos de obtener cadáveres para realizar disecciones anatómicas ante sus estudiantes, y la multitud que se sentía agraviada por tales actividades. Los restantes ensayos se ocu pan de los diversos tipos de delitos: el contrabando, que llegó a ser una actividad casi comparable a la industria de distribución ilícita de licor durante la Prohibición; el hundimiento y saqueo de barcos; la cacería furtiva; y la redacción de cartas anónimas para expresar amenazas o tra tar de extorsionar. He aquí algunas de las realidades más sombrías que se daban entre los estratos inferiores en medio de esta Época Augusta. Varios de estos ensayos son ejemplos de la clase más deprimente de dis curso histórico, consistente en verter sobre una página el contenido de cú mulos de tarjetas de notas. Empero, la impresión general que dan ambos libros es sorprendente — aunque no todos los colaboradores logran trans mitirla por igual, puesto que insisten en considerar la situación exclusiva mente a partir de los estratos inferiores— . El señor Thompson, por ejemplo, se esfuerza por dejar claro que el respeto externo mostrado a los superiores era con frecuencia una mera apariencia bajo la que se oculta ban resentimientos y odios profundamente arraigados. Pero incluso él no logra llegar a la conclusión obvia con respecto a la extrema precariedad
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del equilibrio entre las fuerzas de la ley y el orden y las del crimen y la anarquía existentes en la Inglaterra del siglo XVIII. En las zonas costeras de Sussex, las bandas de contrabandistas aterrorizaban la campiña, y su peraban en número y armamentos a las tropas que eran enviadas para acabar con ellos. En Hampshire, pandillas de ladrones de venados mero deaban a placer, y por lo general administraban su propia y grosera justi cia. En Cornwall, quienes se dedicaban a hundir barcos eran incontro lables y se les dejaba en libertad de saquear como quisieran. En Londres, pandillas de marineros vagaban por las calles, destruyendo los prostíbulos donde pensaban que les habían tomado el pelo. Batallas campales a gran escala tenían lugar en Tyburn por la posesión de los cadáveres de quienes habían sido ahorcados. En los años de malas cosechas, quienes se amoti naban por comida llegaban a apoderarse de los mercados y a robar los graneros privados. Además de estas actividades gmpalcs, consideradas por Thompson y sus seguidores como “ delitos sociales” , había los delitos más personales del bajo mundo, los cuales eran obra de los enjambres de carteristas y pequeños ladrones; de los asaltantes que rondaban por las calles de I.ondres con mayor impunidad que la que tienen los asaltantes neoyorquinos actualmente; o de los salteadores de caminos y los bandole ros que con regularidad abordaban y robaban a los viajeros en los cami nos. Este tipo de hombres trabajadores distaba de tener un carácter amable. Los contrabandistas de Sussex capturaron a un recaudador del impuesto sobre el consumo y a un informador y los torturaron lentamente hasta causarles la muerte; una multitud de tejedores londinenses lapidó a muerte a un informador; quienes se dedicaban a hundir barcos en Corn wall desnudaron y asesinaron a una mujer indefensa que había naufraga do en una playa; los extorsionadores anónimos constantemente recurrían a la amenaza y al cumplimiento de acciones incendiarias para arrebatar dinero o concesiones; los asaltantes urbanos mutilaban y asesinaban; los ladrones y los salteadores de caminos disparaban a matar si se ofrecía re sistencia a sus exigencias. Pero tampoco la sociedad en la que estos crimi nales se movían, como el pez en el agua de Mao, era particularmente amable. En varias ocasiones, por ejemplo, las multitudes apedreaban y golpeaban hasta causarles la muerte a personas que habían sido puestas en la picota por delitos particularmente impopulares como la sodomía o el mantenimiento de prostíbulos. En cuanto a las multitudes que asistían a las ejecuciones en la horca, mostraban gran regocijo y disfrutaban el es pectáculo en estado de ebriedad. Algunas zonas geográficas permanecieron totalmente fuera de la ley a comienzos del siglo XVIII, por ejemplo el bosque de Kingswood, justo en las afueras de Bristol, Los mineros del carbón llevaban allí una vida salva je e indómita, a la que no tenían acceso ni los hidalgos ni ia Iglesia; se de
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dicaban a armar trifulcas, a fornicar, a beber, y en ocasiones a m archar sobre Bristol aterrorizando a los ciudadanos. Fue necesaria la fuerte y embriagadora infusión del metodismo para finalmente domarlos y que fuera posible que la ley y el orden penetraran. El amotinamiento del si glo XVIII venía a ser una parte tan importante de la táctica de los plebeyos en los procesos de negociación, como ha llegado a serlo actualmente la tom a de rehenes. Ambos recursos han sido empleados para igualar las fuerzas en conflicto y al hacer esto para divulgar una injusticia que ha sido descubierta. Se trataba de tina sociedad que estaba siempre tambaleándose al borde de la anarquía; y en vista de esto, no es sorprendente que el poder legisla tivo recurriera cada vez más a la amenaza del “ Fatal Árbol de A lb ió n ” la horca-—. Lo que realmente, sorprende es que en la práctica no se le empleara con más frecuencia. Pero es que manteniendo así las cosas, fue como aquél pudo arreglárselas de la manera más hábil para evitar que este interminable conflicto entre los potentados y los desposeídos se des arrollara en una guerra de clases abierta y sangrienta. Las clases inglesas acomodadas estaban preparadas para hacer frente a un nivel de violencia eventual por parte de sus inferiores, que conduciría a la ley marcial y a la suspensión de los derechos civiles en caso de ocurrir hoy día. L a idea de que existe algo históricamente inusual con respecto al nivel reciente de violencia observado en este siglo en los Estados Unidos es pura tontería, como estos libros lo demuestran ampliamente. En Wkzgs and Hunters, el señor Thompson gira en torno a un único decreto parlamentario, reduciendo paulatinamente su enfoque al mismo, la Ley Negra de 1723, la cual creó de un solo golpe cincuenta nuevos d eli tos capitales, todos concernientes a amenazas a la propiedad. Con objeto de explicar dicha ley, se vio obligado a estudiar a los cazadores de vena dos, al gobierno forestal, a los cortesanos y a sus cotos de caza reales, y final mente al gobierno whig de Londres. En medio de todo esto, desafía a ge neraciones enteras de historiadores whig y en particular al trabajo en dos volúmenes del profesor J. H, Plumb acerca del establecimiento del poder whig por parte de Robert W alpole bajo Jorge I y jorge II. Declara categó ricamente: “ N o encuentro manera de saber quién... se benefició de la ad ministración de W alpole... además del círculo de las propias criaturas auspiciadas por él." Aquí tenemos un revisionismo histórico con creces, el cual desafía uno de los dogmas mejor establecidos de las pasadas décadas, que W alpole fue el arquitecto de la estabilidad política, la prosperidad, el predominio del derecho y la libertad política de los hombres acaudala dos en Inglaterra, que fueron la envidia del mundo civilizado de la época. Se trató de un Estado y de una sociedad que fueron particularmente ad mirados por los filósofos y los reformadores franceses, aunque algunos de
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ellos también notaban cómo una cantidad extraordinariamente, grande de ingleses parecían terminar en la horca o ser remitidos a América de por vida. El problema moral que estos libros plantean en última instancia es si tales prácticas valieron el precio pagado a cambio de los beneficios recibi dos. En un pasaje fundamental, el señor Thompson identifica su tema de estudio como un conflicto entre “ los pequeños depredadores” , por una parte — los cazadores furtivos de venados, quienes cortaban los céspedes, los ladrones de madera, los cuatreros, los comerciantes de carne de vena do, los pequeños extorsionadores armados — , y "los grandes depredado res” , por la otra. A estos últimos los define como los grandes oligarcas whig, como el duque de Newcastle y sir Robert Walpole, que se esforza ban por arrebatar los cargos, el dinero, los emolumentos adicionales y el patronazgo, y por englobar a la corona y a las tierras públicas en el proce so. “ Sus depredaciones eran inmensurablemente mayores y mucho más perjudiciales... qu e las depredaciones de los ladrones de venados.” El señor Thompson va todavía más allá y arguye que “ la vida política de Inglaterra en la década de 1720 tuvo algo de la mórbida calidad de un ‘país bananero’. Se trata en este caso de una reconocida fase del capitalis mo comercial en la que los depredadores luchan entre sí por las preben das del poder, ya que aún no han acordado el someterse a normas y for mas racionales o burocráticas". Son muchos los aspectos que resultan equivocados en esta concepción neomarxista acerca del derecho y la sociedad del siglo XVIII planteada por el señor E. P. Thompson. Quizá debería descartarse en primer lugar : su enfoque referente a la siniestra clase patricia, a fin de que cuestiones históricas más serias pudieran ser consideradas en su correcta perspectiva. Veinte años de exhaustiva investigación acerca de la historia social inglesa de comienzos de la época moderna sugieren que Inglaterra no era más corrupta en la década de 1720, ni había estado más plagada de “ grandes depredadores” de lo que lo había estado en cualquier época de los ante riores 180 años, o de lo que lo estaría durante los próximos cincuenta. W alpole fue, de hecho, el último primer ministro inglés en hacer una gran fortuna de su cargo —y hoy sabemos que el duque de Newcastle no hizo ninguna. Un historiador de la época más respetable y burocratizada de las guerras napoleónicas que se remóntal a en el tiempo no encontraría nada especialmente corrupto con respecto a la Inglaterra de la década de 1720; mientras que uno que pudiera ver hacia el futuro partiendo de la década de 1540 o la de 1620 encontraría una positiva mejoría. Tam poco es justo describir a los whigs de la década de 1720 como “ una curiosa junta com puesta por especuladores políticos y políticos especulativos, funcionarios
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dedicados al corretaje de la bolsa que medraban a costa de las guerras de Marlborough, serviles dependientes dentro de la jurisprudencia y la Ig le sia, y grandes magnates hacendados". Ningún liderazgo de ningún parti do político ofrece un espectáculo muy decoroso cuando se le exam ina de cerca, sin embargo los whigs contaron con el respaldo de la nación p olíti ca — y con justicia — que veía en ellos a una barrera en contra de la perse cución religiosa, el gobierno monárquico arbitrario, la represión policial, la dependencia de Francia, lo mismo que de las aventuras militares qué se traducían en altos gravámenes al tiempo que reduelan el comercio. Aunque casi nunca dicen todo esto sin ambajes, los seis autores de una nueva colección de ensayos proporcionan el material que se requiere para hacer una crítica importante de otros aspectos del paradigma de T h o m p son.5 En primer lugar, se muestra que la dicotomía patricio-plebeyo conlleva una seria deformación de la estructura social inglesa del siglo XVIII. Ignora por completo la transformación esencial de la época, defi nida principalmente por el auge notable y probablemente único en cuan to a la cantidad, la riqueza, el ocio y la educación de los “ estratos medios” : los gendleshombres de menor rango, los grandes agricultores arrendatarios, los pequeños profesionales, los negociantes, los hombres de dinero, los pequeños comerciantes, los tenderos, los dependientes, los b o ticarios, los escribanos, los agrimensores, los auditores, los artistas, los gra badores, etc. Estas eran personas hacendadas y respetuosas do las leyes, cuyas demandas en favor de una justicia igualitaria para todos, un proce so legal adecuado y una participación dentro del sistema político, lleva ron al movimiento wilkita, el cual gozó de una inmensa popularidad a fi nales del siglo XVlü, y finalmente al primer Proyecto de Reforma de 183?.. En segundo lugar, resulta engañoso tratar al derecho de la Ingla terra de los siglos XVII y XVIII meramente como un instrumento de opre sión al servicio de ciertas clases, punto de vista que sólo puede llegar a ser verosímil reduciendo el enfoque al derecho penal. Inglaterra era una so ciedad profundamente legalista, y la coacción de los preceptos del de recho consuetudinario regía en la misma medida para los patricios que para los estratos medios o los plebeyos. El derecho constituía una ideo logía umversalmente venerada que en su aspecto civil legitimaba al tiem po que limitaba la autoridad de los patricios. El derecho consuetudinario vino a crear un derecho de múltiples usos, el cual podía ser fácilmente explotado tanto por el acusado como por el acusador. Una de las de mostraciones más notables de esto fue la manera en que el radical John Wilkes, fungiendo como un intérprete estricto de las leyes, se valió al pie de la letra del derecho consuetudinario para desconcertar al presidente 5 An
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lu tú s, comps. John Bicwcv y John Siylos, New Brunswick, N . }.. 19M0, p. 400
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del tribunal Mansfield con su punto de vista imparcial acerca de su fun ción como juez. N adie que lea este ensayo de Brewcr puede aún creer que el derecho haya sido una mera herramienta de los patricios para mantener la opre sión social. Esta conclusión se halla avalada por otro ensayo acerca de los acuñadores de Yorkshire, en el que se muestra de manera concluyente que la élite se encontraba dividida en cuanto a sus intereses y opiniones, y que los acuñadores aprovecharon hábilmente las sinilez,as del derecho. Incluso cuando los acuñadores — todos ellos comerciantes respetables — se reunieron para pagar a algunos rufianes porque asesinaran a un re caudador del impuesto de consumo demasiado celoso de su deber, las fuerzas del orden no lograron persuadir al jurado local de que condenara a los asesinos, los cuales tuvieron que ser puestos en libertad. Es verdad que el principal acuñador, “ El Rey David", fue condenado y ejecutado y que los asesinos fueron finalmente condenados (cinco años después) — por robar el cadáver de la víctima — , empero una enorme multitud se congregó para evitar que las autoridades colgaran encadenados los cadá veres de los asesinos ejecutados. Es evidente que instituciones como los ju rados y la picota, ya no digamos el amotinamiento del populacho, aña dían un elemento de participación popular a todo el proceso judicial y penal. H oy nos resulta del todo clavo que tanto el derecho mismo, como sus procedimientos administrativos, limitaban severamente el poder de los patricios. La mayoría de ellos es obvio que deseaban establecer una so ciedad respetuosamente armoniosa, pero no estaban dispuestos a pagar el precio de un aparato de Estado autoritario para alcanzarla, y eran inca paces de lograr sus propósitos por la vía del derecho. En las localidades, el gestor a cargo del cumplimiento de la ley era el policía aficionado, quien se hallaba bajo la supervisión incierta del juez de paz aficionado. Ambos tendían a concentrarse en evitar problemas y en llevar la fiesta en paz. Los jueces de paz. “ patricios" constituían resistencias pasivas a las impopu lares leyes estatales aprobadas por los miembros “ patricios” del Parla mento en lo referente a asuntos como el otorgamiento de permisos para las cervecerías, las apuestas, la irreverencia, el incumplimiento del sabat, los delitos menores de carácter sexual y la falta de asistencia a la iglesia. Únicamente aquellos que estaban fuera de la “ comunidad moral” de la aldea tendían a ser sometidos a juicio. Por último, la distinción entre delito nefario y delito “ social” resulta en ocasiones difícil de delimitar cuando se analizan estos conceptos detenida mente, amén de que tampoco es muy útil como herramienta analítica. Los salteadores de caminos que empleaban sus cachiporras para romperle la cabeza a sus víctimas por razones de lucro personal quedan claramente comprendidos dentro de la primera categoría, mientras que los amotina-
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dores —con frecuencia mujeres— que se apoderaban de los granos y los vendían a un “precio justo” quedan claramente comprendidos a su vez dentro de la segunda. ¿Pero qué decir acerca de ese otro tipo d e ban dole ros que frecuentemente eran tenidos como héroes populares debido a sus caballerosas baladronadas y su habilidad para despojar a los ricos? ¿Son acaso ellos los “ bandidos sociales” de Hobsbawm? ¿Y qué acerca de quienes hundían barcos en Cornwall, los cuales gozaban también de un amplio respaldo comunitario y de reivindicación moral? ¿Ha de clasifi cárseles. por lo tanto, como delincuentes “ sociales” , no obstante que eran hombres que atraían a los barcos en medio de una tormenta hacia los es collos, y dejaban desnudos y/o asesinaban a los sobrevivientes que forcejea ban por llegar a la orilla? El caso de los acuñadores de Yorkshire nos muestra de qué manera la distinción entre delito normal y delito “social" se halla irremediablemente empañada, ya que los acuñadores se enrique cían mediante la falsificación de dinero, con lo cual socavaban la econo mía nacional. Y a pesar de esto, proporcionaban a la comunidad local los medios necesarios de cambio que el gobierno debería haber suministrado, lo cual les granjeaba un amplio respaldo local. Lo que permanece incólume con respecto al paradigma de Thom pson, es en primer lugar el hecho nada sorprendente de que el derecho penal — aunque no el derecho civil — , era de hecho en última instancia un ins trumento al servicio de la élite para proteger la vida y los bienes de sus miembros y de otras personas mediante el ejercicio de un terror selectivo. ¿Pero qué otra cosa ha hecho siempre el derecho penal? En segundo lu gar, existía indudablemente una “ economía moral de la multitud” , que es la que animaba a los amotinadores de granos, a quienes cumplían una condena por causa de sus deudas y a ciertos otros grupos locales que sen tían que el derecho no correspondía a la justicia natural. Una vez más, es to difícilmente resulta nuevo. Liberados de los constreñimientos del paradigma neomarxista, avanza mos hacia una nueva etapa en la historiografía de las formas de funciona miento del sistema legal del siglo XVIII. Actualmente estamos en libertad para analizar la interacción que.se dio en el siglo XVIII entre una sociedad compleja de clase media y su gobierno, al igual que el conflicto entre las ideas acerca de la propiedad, la autoridad y el respeto, por una parte, y aquellas acerca de la igualdad ante la ley, la libertad y la justicia natural, por la otra. Inglaterra surge en el siglo XVÜI como una sociedad ingober nable, desordenada y casi anárquica, tenuemente unida merced a un res peto profundo y compartido por el derecho consuetudinario, lo mismo que a un consenso compartido con respecto a los derechos legítimos aunque limitados del patemalismo; y merced a supuestos compartidos acerca de las relaciones sociales, y al uso intermitente del terror o de su amenaza.
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Este nuevo trabajo vino a echar por tierra primero las interpretaciones namieritas, y posteriormente las interpretaciones neomarxistas, acerca del gobierno y la sociedad ingleses del siglo XVIU, lo mismo que acerca de sus actitudes hacia el derecho, el delito y los amotinamientos, El resultado ha sido una comprensión mucho más refinada y llena de matices de la re lación del derecho con la sociedad.
XIJ. LA UNIVERSIDAD ¿CUÁL fue
el propósito de la universidad inglesa en los siglos XVI y XVH? En el Medievo su función había sido la de servir como una escuela de ins trucción profesional. Sus alum ni se especializaban en derecho civil y en derecho consuetudinario, llegaban a formar parte de las jerarquías supe riores del clero, ya que un grado académico en derecho canónico era algo que cada vez deseaban más aquellos que aspiraban a ser ascendidos. Los que dejaban la universidad sin haber obtenido un grado académico se conver tían en su mayoría en párrocos. Puesto que el currículo universitario tenía un carácter exclusivamente escolástico y legal, las élites de las clases altas tendían a mantenerse al m ar gen de las universidades, las cuales tenían poco o nada que ofrecerles a no ser que pretendieran hacer carrera dentro.de la Iglesia. Los estudiantes, por consiguiente, provenían de hogares bastante humildes, Algunos de ellos eran confinados en colegios destinados al clero secular o monástico, aun que la mayoría llevaban vidas libres y carentes de normas como miembros de comunidades sin mucha cohesión conocidas como Halls.* Durante la Reforma, este tipo de universidad medieval desapareció en forma pasmosa y súbita. Los colegios monásticos fueron suprimidos al d i solverse los monasterios, al tiempo que los Halls desaparecieron casi por completo. Fueron fundados muchos nuevos colegios, cuyas dos nuevas ca racterísticas consistían en que entre el estudiantado se incluían muchos hidalgos que seguían una carrera secular, y en que aquél era sometido a una estricta disciplina, la cual venía a ser reforzada por altos muros, una constitución jerárquica y severos castigos en caso de desobediencia, inclu yendo el inirabile diclu o castigo corporal, Fue así como llegó a su térmi no la antigua vida despreocupada del estudiante medieval. La última etapa de este proceso de rigor institucional tendría lugar en la década de 1570 en Cambridge y la de 1630 en Oxford, cuando nuevos estatutos universitarios vinieron a transformar la distribución del poder político: la última palabra en cuanto a toma de decisiones le fue quitadaa la vieja democracia de participación constituida por el cuerpo docente subalterno, y concedida a una reducida oligarquía de rectores de cole gios. El desarrollo del orden y la jerarquía dentro de la sociedad y la polí tica Tudor estuvo por lo general acompañado, por consiguiente, en for-
* Especie de vestíbulos o paraninfos donde se congregaban los estudiantes. [T.] 227
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ma estrechamente paralela por el desarrollo del orden y la jerarquía dentro de las universidades. Conforme la crisis de la Reforma se agudizó, el Estado decidió que lo que ocurría en las universidades era demasiado importante para ser abandonado a los académicos, por lo que comenzó a interferir en ellas di recta y vigorosamente. Puesto que el material que los intelectuales tienen en existencia son las ideas, inevitablemente se encuentran sometidos a fuertes presiones de todas partes en tiempos de crisis política y religiosa, mientras que en tiempos de más sosiego, cuando los intereses económicos tienden a prevalecer, se les deja más o menos en paz. El cuerpo docente de una universidad está siempre compuesto en gran medida por hombres conservadores y faltos de imaginación, en extremo deseosos por seguir su curso de acuerdo con las normas establecidas, pero normalmente com prende también a un mínimo de personas cuyo producto intelectual es innovativo. En épocas como los siglos XVI y XVII, este tipo de personas fueron estrechamente vigiladas con objeto de asegurarse de que las ideas por ellas generadas fueran compatibles con la autoridad eri vigor. Por otra parte, los miembros del cuerpo dór ente fueron importantes de otra manera, ya que estuvieron a cargo tanto de los futuros generadores de opiniones y propagandistas —el clero — , como de la élite secular en el poder, en los años en que se supone ambos llegaron a ser más susceptibles a las ideas de aquéllos. Y así los catedráticos y los rectores del siglo XVI es tuvieron sometidos a una considerable presión por parte dei Estado a fin de garantizar su avenencia religiosa y política. A través de la poderosa influencia del canciller universitario, quien fue siempre una figura política principal, lo mismo que a través del cada vez más difundido siste ma de prebendas de la corte, el gobierno inglés logró interferir cada vez más en la elección de las direcciones de las facultades, de la misma mane ra que en el otorgamiento de becas tanto para graduados como para no graduados, recurriendo a cartas de recomendación, cabildeos e incluso amenazas. Dos enormes y opulentos establecimientos reales, Triníty en Cambridge y Christ Church en Oxford, proporcionaron a la corona un poderoso apo yo para ejercer su patronazgo dentro de las universidades, mismo que se vio facilitado aún más con la creación de cargos de. Regius Piofessor* dentro de asignaturas que la corona estaba ansiosa de fomentar. Esta múltiple invasión de la universidad por parte del Estado durante finales del siglo XVI tuvo consecuencias de mayor alcance que la segunda inva sión ocurrida a finales del siglo XX, y cuyo propósito ha sido la promoción de la ciencia y de los científicos.
* Erofesot a quien se otorga una cátedra por dádiva real en las universidades de Oxford o Cambridge. [T.j
LA UNIVERSIDAD
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Dentro de esta nueva estructura institucional fluía un alud cada vez mayor de estudiantes provenientes de dos grupos sociales. El prim ero con sistía en diversos elementos de la clase media baja: hijos de comerciantes, tenderos, pequeños terratenientes, alabarderos, labradores y artesanos de primera categoría, los cuales frecuentemente sufragaban sus gastos por medio de becas o de trabajos domésticos alrededor de los colegios. Es de suponerse —aun cuando esto no haya sido todavía probado— que m u chos, si no es que ca3Í todos, de estos hombres tenían corno meta obtener un grado académico y hacer carrera corno clérigos dentro de la nueva Ig le sia anglicana. Era ahora que el laicado se hallaba expresando exigencias inauditas para ia formación de un clero culto y responsable, que un grado universitario se estaba volviendo algo cada vez más deseable, incluso para un párroco. Otra de las ocupaciones que estaban abiertas para quienes se graduaban y eran de origen plebeyo era el oficio de maestro de escuela, consistente en enseñar a leer y a escribir, conjuntamente con la gram ática latina, al creciente número de niños cuyos padres estaban dispuestos a pagar por tales cosas. F.i segundo elemento importante dentro del cuerpo estudiantil, cuyo número crecía rápidamente, estaba conformado por los hijos de la élite laica (desde los nobles basta los hidalgos), quienes por primera vez en la historia eran enviados por sus familias a la universidad durante dos o tres años, aunque en la mayoría de los casos sin ninguna intención de obtener un grado académico. N o está del todo claro lo que estos hombres esperabarí obtener de su estancia en la universidad, pero ciertamente que ésta incluía la adquisición de sólidos fundamentos de retórica, latían clásico y la Biblia. De la universidad pasaban al Colegio de Abogados de Londres con objeto de aprender algo de derecho consuetudinario, y es posible que después realizaran el Grand Tour* para adquirir refinamiento social, estudiar lenguas y ampliar su experiencia acerca del mundo. Como resultado de esta enorme afluencia de los hidalgos, las universi dades se encontraron desempeñando una doble función: por una parte, proporcionaban instrucción formal a aproximadamente la mitad del cuerpo estudiantil, proceso que culminaba en un examen final y la obten ción de un grado académico con miras a ejercer una carrera profesional; y por otra, proporcionaban a la mitad restante aquello que pensaban podía serles útil antes de asumir sus puestos hereditarios entre la élite d o minante. Esta doble función es algo que debe resultarnos bastante fam i liar hoy día, ya que constituyó la norma tanto en Oxbridge como en la Ivy L.eague** entre mediados del siglo XIX y mediados del siglo XX.
• Cían recorrido por Europa que hadan los hijos de las élites. [T.J ** Grupo (lo universidades del noroeste de los Estados Unidos de gran prestigio académico y social. [T.J
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Estas transformaciones sociales y organizativas dentro de la universidad se hallan actualmente bastante bien establecidas. Lo que resulta mucho menos claro, sin embargo, es qué era exactamente lo que los estudiantes estudiaban. La educación del clero permaneció como una función pin mordial de la universidad, pero exactamente lo que debía impartírseles a él y a los hidalgos recientemente ingresados era un asunto sobre el que los rectores y los catedráticos recibían gran cantidad de consejos contradic torios: los humanistas seculares recomendaban el estudio de los clásicos, especialmente de Cicerón; los humanistas cristianos proponían combinar el estudio de los clásicos con el estudio de la Biblia y de la ética; los puri tanos, ia enseñanza de la Biblia y de los comentarios bíblicos calvinistas; los conservadores académicos, el apegarse al escolasticismo y a Aristóte les; los innovadores científicos, la enseñanza del pragmatismo baconiano; y los reformadores sociales, el proporcionar a las clases superiores una educación "útil” que comprendiera lenguas modernas europeas, literatu ra, política e historia. La transformación más importante que puede sustentarse en pruebas documentales fue la proscripción categórica de la enseñanza del derecho canónico por parte del Estado poco después de la Reforma, lo cual vino a abolir en forma tajante una de las principales funciones de las universida des durante la Edad Media, la formación de juristas canónicos. Incidentalmente, esto hizo que se le concediera al Colegio de Abogados de Londres el indiscutible monopolio de toda la educación legal del país. Con objeto de averiguar qué otra cosa ocurrió realmente además de lo an terior, es preciso que intentemos lograr todo el esclarecimiento posible a partir de las pocas guías para estudiantes que aún sobreviven, lo mismo que de los muchos cuadernos de apuntes de ellos de que disponemos. Según el profesor Kcarncy,1 a mediados del siglo X V I se manifiesta un enfrentamiento de dos humanismos. El primero, al cual denomina "hu manismo cortesano” , exigía un estudio detenido de los clásicos con objeto de fortalecer la lealtad de los hidalgos al Estado y a las doctrinas estable cidas. Éste floreció en la década de 1530 y se prolongó hasta la de 1550, para ser sustituido por el “ humanismo rústico", que ponía énfasis en la piedad y la virtud ames que en la instrucción, y que daba mayor atención a los estudios bíblicos y a la historia. La época isabelina fue testigo de la introducción del ramismo en Cambridge, aunque difícilmente en Ox ford, una especie de lógica del hombre simple con la cual acometer en contra tanto de las obsesiones lingüísticas y gramaticales de los humanis tas, como de la servil pedantería de los aristotélicos. 1H. F, Kcat aey, Scholars and Gentlemcn: Vnwerst'ltes and Soctety in Fre-lndustrial Brííain, 1500-1700, Ithaca, 1070.
LA U NIVERSIDAD
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El ramismo ponía de relieve el contenido antes que la forma, au n qu e se le asoció con el radicalismo religioso —no se sabe a ciencia cierta có m o - , por lo que se le suprimió eficazmente tanto en Inglaterra como en Escocia hacia finales del siglo. En la década de 1590 se desarrolló una fu erte reac ción a favor del escolasticismo medieval, la cual es vista por el profesor Kearney como parte de una tendencia conservadora general a com ienzos del siglo XVII. El profesor Kearney reconoce que durante las décadas revolucionarias de 1640 y 1650, el baconismo estuvo brevemente en boga entre u na m ino ría de rectores y catedráticos, pero arguye que en la práctica no fue mucho lo que las universidades cambiaron, Incluso los mismos líderes científicos creían que la ciencia no tenía lugar dentro de un currículo para estudiantes aún no graduados. Seth W ard, el futuro historiador de la So ciedad Real, preguntó sin rodeos en una ocasión: "¿Quiénes entre la nobleza y los hidalgos tienen el deseo cuando envían a sus hijos aquí de que éstos se dediquen a la química, la agricultura o la mecánica?" [Quién, en verdadl En cualquier caso, la clase dominante estaba en ese entonces precipitándose rápidamente de nuevo en el escolasticismo tradi cional, en el que veía un baluarte en contra de las ideas socialmente subversivas de los sectarios radicales. En ambos lados del Atlántico las uni versidades estaban siendo objeto de ataques por parte de las sectas, las cuales denunciaban a la "tonteriversidad” como el núcleo de ferm enta ción de una cerrada clase profesional compuesta de ministros, abogados y doctores incapaces de hablar directa y claramente a la gente, y que se va lían de sus conocimientos para proteger y promover sus intereses egoístas. Sin embargo, los rectores, los catedráticos y los miembros de las diversas profesiones rechazaron este ataque con la ayuda del poder laico —el caso de John Winthrop en Massachusetts y de Cromwell en Inglaterra — , ío que hizo que el antiguo currículo sobreviviera virtualmente intacto. Los rectores, los catedráticos y los estudiantes posteriores a la Restaura ción heredaron, en consecuencia, un currículo hecho de escolasticismo y del estudio de los clásicos, "los antiguos", a quienes defendían tan vehe mentemente en contra de los ataques de "los modernos” , tales como las lenguas, la historia y las traducciones de dichos clásicos. En medio del p a roxismo de su celo reaccionario, la Universidad de Oxford prohibió a los estudiantes en 1683 la lectura de las obras de diversos enemigos del pensa miento seguro (ordenando que fueran quemadas públicamente), tales como el congregacionista independiente Milton, el presbiteriano Baxter, el car denal católico Bellarmine y el escéptico Hobbes, La razón de este conser vadurismo global dentro de las universidades de finales del siglo XVII es, según el profesor Kearney, que éstas estaban conformadas por dos grupos sociales en decadencia, los hidalgos y ei clero, los cuales estaban siendo en
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ese momento superados en número, al tiempo que rebasados en otros as pectos, por las clases adineradas y comerciantes, lo mismo que por los di sidentes. Bajo la tensión de esta amenaza social, los rectores, los catedráticos y los estudiantes se refugiaron en un conservadurismo reactivo, como últi ma defensa desesperada en contra de la marejada del futuro. Mediante la buida a! escolasticismo y los clásicos, esperaban preservar los antiguos va lores caballeresco-clericales dentro de un mundo capitalista extraño, cu yos voceros intelectuales eran Descartes y L.ocke. Dentro de la batalla entre los antiguos y los modernos, la supremacía de los primeros en el seno de las universidades y de los segundos al margen de las mismas tiene, por consiguiente, una profunda significación social, por lo que no debería considerársele meramente como un epifenómeno de la historia de las ideas. Según el punto de vísta del profesor Keamey, el efecto que tuvieron las universidades en este periodo de doscientos años fue fortalecer las fuerzas del conservadurismo socia) e intelectual. Ellas eran el principal instru mento que polarizaba a la sociedad en dos grupos distintos en cuanto a su condición y en dos subculturas, los miembros con modales caballerosos de la “ sociedad refinada” y el resto de la población, los cuales se hallaban se parados. por un hiato definido por un estilo ocioso de vida, cuya característica más visible era una constante familiaridad con el latín. Los plebeyos podían adquirir la condición de bien nacidos mediante una educación universitaria y una carrera dentro de la Iglesia, institución que se hallaba ahora bajo el control de la élite laica, y en la que los progresos dependían del favor de los benefactores de los hidalgos. Su estancia en la universidad proporcionó a los hidalgos una experiencia educativa común y sirvió pava crear una élite nacional que se encontra ba unificada tanto en su perspectiva como en su cultura, y que se distinguía claramente del resto de la nación. Además, la tendencia curricular en la que se proponía un regreso al escolasticismo, y que sobrevino a finales del siglo XVi, creó el trasfondo intelectual para el régimen autoritario de Carlos I y del arzobispo Laúd durante la década de 1630. Esta tendencia explica también por qué los líderes revolucionarios de la década de 1640 eran hombres viejos e irascibles, casi diez años mayores que los partidarios realistas. Según el profesor Kearney, aqxiéllos habían sido educados en las universidades de acuerdo con el currículo bíblico isabelino, en tanto que éstos lo habían sido de acuerdo con la teología escolástica y con los Padres de la Iglesia; se consideraba que el primero era un incentivo para el radi calismo y que los segundos lo eran para el conservadurismo. El profesor Kearney ha propuesto una tesis bastante audaz y original que abre una puerta a los muchos misterios acerca de la historia social e intelectual inglesa con respecto a un periodo crítico de doscientos años. Se
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trata en este caso de un libro original y apasionante en muchos aspectos, el cual habrá de proporcionar temas de discusión y de investigación en muchos de los años por venir. Se halla animado por súbitos destellos de gran discernimiento y por afirmaciones provocativas. Pero por im p re sionante cjue sea la proeza intelectual que ha generado una síntesis tan atractiva, desafortunadamente hay razones para pensar que la m eto d o lo gía es deficiente y que muchas de las conclusiones carecen de prueba o no son ciertas. Hay cuatro defectos metodológicos en el libro del profesor Kearney, cualquiera de los cuales bastaría por sí solo para restarle seriamente valor. En primer lugar, se basa en un supuesto fijo, a saber, que la universidad era una institución que no únicamente se pretendía que funcionara, sino que de hecho lo hacía así, como un sistema de control social e intelectual para fortalecer el monopolio de la élite existente sobre las posiciones de elevada jerarquía, al igual que para formalizar y reforzar las distinciones de clase, y para propagar la ideología conservadora. Se da por sentado que la universidad vino a ser, tanto en su intención como en la práctica, uno de los elementos más importantes del sistema represivo que mantenía el statu quo social. El hecho de que los gobiernos y las élites dominantes han tratado en épocas pasadas de usar el sistema educativo para este tipo de propósitos, es algo que consta en los registros de la historia. Fue apenas en el siglo XX cuando los liberales trataron de usar el sistema pava crear una sociedad cuyas bases fueran la igualdad de oportunidades y la alta movilidad so cial. Pero la medida en que las universidades funcionaron efectivamente de esta manera, y el grado en que constituyeron resistencias o pérdidas de fuerza internas, eso es un asunto completamente diferente. En la práctica, las universidades han desempeñado casi siempre dos funciones abiertamente contradictorias. Por una parte, han servido para encauzar a los hijos de la élite a posiciones elitistas, endureciendo así la estructura social; y asimismo han transmitido la cultura tradicional here dada del pasado a cada nueva generación. Por otra parte, han abierto senderos, amplios o estrechos, por los que los hijos con talento de las cla ses humildes (aunque normalmente no de la dase dedicada a trabajos manuales) han podido tener acceso a las filas de ía élite', y también han proporcionado refugios relativamente seguros a la libertad intelectual dentro de un universo onerosamente censurado, que han hecho posible el que surjan nuevas ideas y nuevos hechos que vengan a desafiar tanto al sistema social existente como a su concomitante conjunto de valores. Sin este reconocimiento de la función esencialmente ambivalente de las universidades —socialmente un bloque y un cedazo, intelectualmente un puntal y una mina terrestre— es imposible comprender la función que
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han desempeñado dentro de la sociedad occidental durante los últimos trescientos años. El poner énfasis exclusivamente en la segunda función, de carácter innovativo y socialmente móvil, conduce a las exageradas pre tensiones de los liberales del siglo XX que han visto en la universidad sólo una fuerza de transformación social e intelectual. Por otra parte, el poner énfasis exclusivamente en su función reaccionaria y socialmente estabilizadora viene a ratificar la denigración marxista de la importancia de la li bertad de pensamiento y de expresión dentro de la universidad, ya que ésta es considerada nada más que como un epifenómeno de la cultura bur guesa. “ El afirmar que la escuela está por encima de la vida y por encima de la política, es una mentira y una hipocresía", escribió Lenin, quien procedió en consecuencia a aplastar la libertad de pensamiento dentro de las universidades rusas. Esta doctrina ha sido adoptada de nuevo por los estudiantes más radicales en Europa y en los Estados Unidos, los cuales también estiman que la universidad y la libertad de opiniones dentro de ella son meras fachadas y apoyos del complejo militar-industrial existente. Sin embargo, son graves los errores históricos que se desprenden de la adopción del supuesto de que “ las universidades son los órganos intelec tuales de la élite dominante". De esta manera, a pesar de los esfuerzos del gobierno por acabar con la disensión, las universidades inglesas de esta época desempeñaron un papel absolutamente vital en cuanto a la propa gación del puritanismo tanto a través de las sociedades laicas como de las clericales. Los intelectuales puritanos acapararon los puestos en los con sejos y en las cátedras de la facultades, y desde allí inculcaron sus ideas subversivas a una generación tras otra de los hidalgos y del clero parroquial. De manera similar, los ataques de los teóricos del libre albedrío en contra de las ideas calvinistas aceptadas sobre la predestinación fueron lanzados también dentro de las universidades, a pesar del hecho de que el calvinismo conformaba una parte de la doctrina anglicana oficial. Y cuando el arminianismo se volvió finalmente oficial en la década de 1620, la oposición a él continuó dentro de las universidades, incluso en el clí max de la tiranía laudiana. Las universidades sólo se volvieron plenamen te conformistas a finales del siglo XVII, exagerando entonces su entusias mo por el statu quo en tal grado que les fue sumamente difícil adaptarse a la revolución de 1688, y de allí en adelante tendieron a convertirse en centros de desafección de los altos lories. En cuanto a la función de las universidades como agentes de la movili dad social, la cantidad tan elevada de hombres de origen humilde que se insciibían en ellas habla por sí sola. Independientemente de todo lo demás que pudieran haber sido durante este periodo, las universidades y los co legios no constituyeron refugios exclusivos de la élite social.
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El segundo error del libro del profesor Kearney consiste en su organ iza ción de la historia intelectual en torno a una dialéctica h egelian a de opuestos conservadores y radicales, En primer lugar, todas sus categorías son erróneas. Es falso identificar los estudios clásicos con el conservaduris mo en el siglo XVII, por más que esto pueda ser verdad boy día. D e hecho, Hobbes argüía lo contrario, que la Revolución inglesa habla sido causada en gran medida por la exhaustiva lectura de republicanos subversivos como Cicerón, Tácito y Séneca. N o resulta sensato denominar a Eliot un “ humanista cortesano” y a Lawrence Humphrey un “ humanista rústico” , ya que ellos m eram ente representan diferentes etapas en el proceso de aclimatación de un p ro totipo italiano, antes que posiciones intelectuales bien delimitadas. Humphrey estaba únicamente adaptando un modelo renacentista a una sociedad reformista, y en tanto protegido de los condes de Leicester y Warwick no es posible describirlo como una figura en algún respecto m e nos "cortesana" que Eliot. En cuanto a la teología escolástica, es verdad que los Primeros Padres de la Iglesia son un alimento espiritual menos p e ligroso que el Nuevo Testamento. Empero, la confianza servil en la Biblia como fuente de toda autoridad, difícilmente puede ser más liberadora como doctrina que una confianza servil en Aristóteles. Los opuestos del doctor Kearney no son en modo alguno tan antagónicos como él afirm a, como tampoco resultan tan obvias las consecuencias de adoptarlos. Además, misteriosamente, ignora por completo a la teología y, en con secuencia, no alcanza a advertir la principal pugna intelectual que des garró a Oxford y a Cambridge entre 1590 y 1640, a saber, la disputa entre los calvinistas preconizadores de la predestinación y los arminianos sus tentadores del libre albedrío acerca de la doctrina de la gracia. Esta fue una de las cuestiones más ardientemente debatidas de la época, la cual habría de tener las más serias consecuencias políticas una vez que Carlos I hiciera pender todo el peso de la influencia cortesana sobre los arminianos. Tam poco es del todo satisfactorio tratar al ramismo, al baconianismo, al cartesianismo y a los modernos como partes intercambiables de una máquina intelectualmente progresista. N o es posible ajustar fácilmente al ramismo dentro de un espectro de izquierda-derecha, excepto en la m edi da en que en Cambridge éste vino a ser claramente asociado con el puri tanismo de Cartwright y de sus seguidores. Los baconianos y los carte sianos eran opuestos en cuanto a su enfoque acerca del método científico, en tanta que muchos modernos rechazaban la ciencia como inapro piada para la educación de un caballero. Con objeto de sostener su dico tomía conservador/progresísta, el profesor Kearney se ve obligado en ciertos lugares a abandonarse a un pensamiento anacrónico. Por ejem-
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pío, considera que la creencia en la astrología, es decir en el efecto de los cuerpos celestes sobre la personalidad y la suerte del individuo, viene a ser una prueba del pensamiento conservador. Empero, este era un supuesto estándar en el siglo XVII, común tanto a muchos de los nuevos científicos como a los aristotélicos, por lo que no es pasible deducir nada a partir de él. En cualquier caso, aun cuando las categorías del profesor Kearney fueran correctas, que no lo son, su sistema de polaridades seguiría siendo falso, ya que no es así como las ideas operan. Las nuevas ideas se infiltran en las antiguas, fluyen clandestinamente y afloran en lugares inespera dos, se mezclan subrepticiamente, o incluso coexisten codo a codo sin que se dé por ello conflicto o fusión. Un sistema de creencias o de valores rara vez desafía a otro en forma directa para derrocarlo finalmente en una única lucha caiaclísmica. Se trata más bien de un asunto de guerra de guerrillas, de infiltración secreta y de una final adaptación mutua. El tercer error consiste en el modo grosero como el profesor Kearney relaciona las ideas o los conjuntos de ideas directa y funcionalmente con los supuestos intereses de ciertas clases. Este burdo y abrupto enfoque acerca de la historia intelectual no permite ninguna form a de avance en nuestra comprensión de la sociología del conocimiento. Bajo este trata miento reduccionista, el intelectual desaparece como un individuo capa?, de hacer una aportación personal y única, convirtiéndose meramente en el símbolo de una clase o de ciertos intereses. De este modo, el profesor Kearney no únicamente asocia a los clásicos, al escolasticismo aristotélico y a los Primeros Padres de la Iglesia con el conservadurismo; también asocia al conservadurismo con los hidalgos. Todo lo demás — los estudios bíblicos, el ramismo, el cartesianismo, el baconianismo, los modernos— es considerado no sólo como algo potencial mente subversivo, sino también como algo vinculado a los comerciantes. Esta adhesión de programas curriculares específicos a ciertos grupos so ciales como los hidalgos y los comerciantes no es otra cosa que mera pala brería, a la que no respalda ni un ápice de pruebas. Por ejemplo, ¿cómo es posible argüir que la fuerza de la posición de Locke "dependía esencial mente de la apelación que él hacía a los nuevos grupos sociales... a los in tereses de los adinerados” ? (p. 159), En su tratado sobre la educación, a Locke le preocupa específica y exclusivamente la educación de un joven caballero hacendado, y sus indudables vínculos con los líderes del partido whig difícilmente lo convierten en un reformador educativo en lo concer niente al interés mercantil. Las bases sociales del modelo no se hallan mejor fundadas que las inte lectuales. La reducción en las inscripciones de los estudiantes de las clases altas después de 1670 no puede explicarse mediante ninguna declinación hipotética de los hidalgos frente a la competencia de los comerciantes. Si
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bien es cierto que los bajos hidalgos se hallaban en dificultades fin a n cieras en esa ¿poca, los altos hidalgos y la nobleza se encontraban en una si tuación próspera, y no obstante ello estos últimos desertaban de las u n i versidades tan apresuradamente como aquéllos. L o que observamos a finales del siglo XVH es un rechazo masivo del valor de la form ación u n i versitaria como preparación para la vida como miembro de la élite. L a asistencia de los hidalgos a la universidad disminuyó no debido a que representaran una clase social en decadencia, sino porque no op tab an ya por enviar a sus hijos allí. En cuanto a la segunda clase supuestamente decadente, el clero, el n ú mero de sus miembros era estacionario, su status iba en ascenso, mientras que sus finanzas ciertamente que no empeoraban y pronto m ejorarían merced a la generosidad de la reina Ana. Por otra parte, se estaba co n v ir tiendo rápidamente en el aliado social de los hidalgos, la sólida columna vertebral del partido tory, al tiempo que estaba comenzando a infiltrarse en las magistraturas de los tribunales de justicia. ¿Qué sentido tiene describir al periodo posterior a 1689 como "la época de la disensión” (p. 158), si de hecho fue en él cuando se observó la consolidación de los terratenientes y los pastores como las élites dominantes dentro de las zo nas rurales? Es falso suponer que se da una correlación exacta entre lo que ocurre en la universidad y las necesidades de la sociedad exterior. Esto equivale a tomar las desorientadas nociones funcionalistas de los sociólogos m o d er nos demasiado en serio. Como todo historiador sabe, todas las institu ciones sociales son parcialmente funcionales y parcialmente anticuadas, vestigiales, o incluso francamente “ disfuncionales’’ . Esto se debe a que to das ellas tienen una historia y una„vida propias, y a que su respuesta a la presión externa es consecuentemente imperfecta, tambaleante, tardía, e incluso reactiva. La historia de la educación superior en Occidente durante los últimos cuatro siglos no avala el supuesto de que los contenidos de la enseñanza universitaria se hallan directa y funcionalmente vinculados a las necesida des de la sociedad. Las tres grandes e indisputables aportaciones de la universidad a la sociedad han sido la preservación de la herencia cultural de la civilización; el progreso en cuanto al saber, ci cual significa el incre mento en cuanto al acervo de información láctica, y la formulación de nuevas ideas tanto acerca de la naturaleza como de la sociedad; y p or ú lti mo, la preparación técnica de estudiantes graduados para las diversas profesiones —que hasta muy recientemente comprendían la carrera ecle siástica, el derecho y la medicina, y que ahora abarcan toda una gam a de nuevas ocupaciones que van desde la ingeniería hasta el estudio p ro fe sional de la historia — . Estos son tres servicios sin los que ninguna so-
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ciedad avanzada puede funcionar, y que en Occidente han sido sumi nistrados normalmente por las universidades. Debe admitirse que la herencia cultural en el arte, la música y la litera tura creativa ha sido siempre transmitida hasta ahora fuera de las univer sidades a través de un sistema informal de aprendizaje. Tam bién debe admitirse que algunos de los pensadores más innovadores de los tiempos modernos —Marx, Darwin y Freud, por ejem plo— han vivido y trabaja do completamente al margen de la profesión académica, y que hubo una época, el siglo XVIU, en que el progreso del saber tuvo lugar casi en todas partes. Empero, en este último siglo la universidad ha ido adquiriendo un monopolio cada vez más exclusivo sobre estas tres funciones, como lo evi dencian los programas referentes a las artes y la literatura creativas, los cuerpos docentes orientados a la investigación dentro de las principales instituciones, el surgimiento de facultades de derecho, medicina y admi nistración, y el desarrollo de programas de posgrado, todo lo cual viene a controlar eficazmente el ingreso a las diversas disciplinas académicas. L a universidad proporciona también un cuarto servicio a la sociedad, la educación general; hasta hace poco de una reducida élite social e inte lectual, y actualmente de una proporción que se torna con rapidez cada vez mayor de las masas. En este caso, los métodos curriculares específicos adoptados no se hallan de ninguna manera tan manifiestamente vincula dos con un propósito social como en los otros tres casos. De hecho, es esta falta de "aplicabilidad” de la educación universitaria lo que constituye una de las quejas más onerosas por parte de los estudiantes. Sin embargo, este problema de la aplicabilidad fue más notorio en el pasado de lo que lo es hoy día. l’ara dar el ejemplo más obvio; ¿cuál pudo haber sido el propósito funcional, en términos educativos e intelectuales, de propor cionar a las clases dominantes de los Estados-naciones del norte de Euro pa y de los Estados Unidos una instrucción tan penosamente estrecha, consistente en el estudio de la lengua muerta de un Imperio mediterráneo extinto desde hacía mucho tiempo? Ciertamente que los autores clásicos encerraban gran parte de la sabiduría humana tal como ésta se entendía a pr incipios de la época moderna, pero tal como los críticos contemporá neos no cejaban de señalar, casi todos ellos se hallaban disponibles en tra ducciones, y de hecho el énfasis en las formas lingüísticas y gramaticales sólo tendía a oscurecer el contenido fáctico y filosófico de los mismos. Durante la revolución puritana se produjo un notable y renovador caudal de pensamiento educativo.2 La mayoría de los reformadores eran hostiles al currículo clásico en boga, algunos debido a un deseo utilitarista de hacer la educación más aplicable, otros por causa de su afán de supri-1
1 R. I.. Creavcs. The Puntan Revolution and KducaUoual Thourgh, N.mv Brunswick, N. J., 1969.
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mir las distinciones sociales existentes. T a l corno ellos lo señalaban en ese tiempo, y como ha sido señalado muchas veces desde entonces, resultaba evidente el valor del aprendizaje del latín como medio de creación y de p re servación de las distinciones de clase; pero el poner a un estudio tan p en o so la rübrica de “ educación liberal” es meramente un ejemplo h ilarante y temprano de una forma ambigua de pensamiento. De hecho, un cínico podría sospechar que gran parte de lo que se ha enseñado a los estudian tes universitarios durante casi toda su historia —incluyendo el presen te— , ha sido casi tan útil para la sociedad y tan benéfico para el in d ivi duo como lo ha sido la práctica de la circuncisión femenina. En todo caso, sigue siendo una cuestión discutible en qué m edida aquello que los estudiantes aprenden en ei aula universitaria influye sobre sus ulteriores convicciones políticas y religiosas, ¿Es acaso posible deducir las futuras posiciones políticas de un caballero isabelino del hecho de que su dieta universitaria hubiera consistido en Scheibler, Burgersdicius y Zabarella, o bien en Scribonius, Freigius y Beurhusius? Es probable, aunque el nexo es algo que aún tiene que establecerse. Posiblemente los cambios en el contenido de los sermones de las ca pillas universitarias ejercieron una mayor influencia en cuanto a la fo r mación de actitudes, que los cambios en el contenido de las listas bibliográficas dentro de las aulas. De manera similar, hoy día el hecho de que la mayoría de los académicos de las mejores universidades sean lib e rales en cuanto a sus actitudes políticas y morales, resulta más importante para la conformación de los valores de los estudiantes que los temas de los libros de texto por ellos prescritos, (Aun así, estas actitudes han prevaleci do durante cuarenta años, sin que hayan hecho nada particularmente notorio por modificar los puntos de vista republicanos y conservadores de los alumnos.) En consecuencia, algunos académicos terminan por darse por vencidos totalmente. A finales del siglo XVII, John Aubrey decidió que era una pérdida de tiempo tratar de enseñar algo a los adolescentes, debido a que en esa edad sus mentes se hallan obsesionadas con imágenes y fantasías se xuales, lo cual hace que sean incapaces de prestar atención a cualquier otra cosa. Hay razón para pensar que estaba exagerando, pero aun así, el efecto que los cambios en el currículo puedan tener sobre los valores estu diantiles es algo sobre lo que no se sabe virtualmente nada. Todos los aca démicos suponemos que causamos profundos efectos, pero ninguno pue de probarlo, por lo que la descripción de sir Osbert Sitwell acerca de que su educación tuvo lugar “en los días festivos de Eton” tal vez no sea del todo insólita. Aquello que ocurre fuera del aula de clases, en las lectu ras personales, en las conversaciones con los compañeros, en las discu siones informales con los miembros del cuerpo docente, y en general en la
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actividad extracurricular, es posible que sea más importante que lo que ocurre dentro de la misma. Se podrían formular importantes preguntas acerca del uso que se hace de los cuadernos de apuntes de los estudiantes. N o es en absoluto cierto que el desarrollo intelectual de un individuo dentro de la universidad pueda reconstruirse a partir de la lectura cuidadosa de uno o dos entre los muchos cuadernos de apuntes referentes a las clases a que éste asistió y a ios libros que se le dejó leer (en mi caso esto sería imposible). Aun cuando supongamos que esto pueda hacerse, es fundamental distinguir los cuadernos de apuntes de estudiantes cuyo propósito es obtener un grado académico y seguir una carrera erudita o clerical, de los cuadernos de apuntes de jóvenes caballeros que se hallan residiendo temporalmente en la universidad con objeto de conseguir una educación liberal. Resulta muy peligroso usar el argumento ex silentio y hacer deduce dones sobre cosas que no se encuentran en ellos, cuando es evidente que jamás podemos tener la certeza de que el mismo estudiante no poseyó otros cuadernos de apuntes acerca del mismo tema o de otros, los cuales se hallan ahora perdidos. Esto es particularmente importante, ya que las “ guías para los estudiantes” sugieren que el currícuío era bastante abi garrado, de manera que un cuaderno de apuntes fácilmente podía contener a Aristóteles y a Galeno, mientras que otro a Harvey, Galileo y Gassendí. Allí donde las pruebas son razonablemente abundantes, nos encontramos con que diferentes listas bibliográficas son asignadas a diferentes estu diantes por diferentes preceptores dentro de la misma universidad o cole gio. Aunque esto es lo que podríamos esperar, ello viene a poner en tela de juicio cualquier modelo alusivo a etapas. Por ejemplo, las guías para estudiantes de Oxford incluían a finales del siglo XVII, conjuntamente con las autoridades tradicionales, obras acerca de la lógica cartesiana, la ética neoplatónica, los ataques lockeanos a la metafísica, lo mismo que acerca de una amplia gama de escritores cientí ficos modernos. Por consiguiente, hay ciertas razones para pensar que las universidades bien podrían después de todo no haber sido tan reacciona rias a finales del siglo XVtl, excepto por el desastroso periodo de mediados de la década de 1680, el cual fue de una aguda crisis política. Si esto es así, uno de los principales soportes del modelo se viene abajo. Si hay ciertas partes del modelo del profesor Kearney que resultan poco firmes, ¿qué podría remplazarías? La respuesta es que no hay mucho con qué hacerlo, excepto con lo que reste de su propia estructura más ciertas sugerencias tomadas de algún otro lado. Actualmente sabemos que en gran parte de Europa entre mediados del siglo XVI y mediados del siglo x v ii —las fechas exactas varían de un país a o tro— los hombres inunda ron las universidades en cantidades que, consideradas proporcionalmente
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al agrupamiento masculino por edades, sólo fueron igualadas hasta los treintas o después en este siglo. Esto es indudablemente cierto en el caso de Inglaterra, Alemania, España y Massachusetts, y probablemente ta m bién en el caso de Francia e Italia. L a gran mayoría de esta m ultitud de estudiantes desertaba de sus estudios, ya sea a causa de. su pobreza o p o r que en todo caso no buscaba obtener un grado académico. El p o rq u é se presentaban, o cómo se mantenían, o qué hacían después, son preguntas cuyas respuestas aún siguen siendo oscuras. Resulta tentador ver a este movimiento como una moda o una manía, propagada en primer térm ino por los humanistas, y posteriormente estimulada por razones m uy d ife rentes por los puritanos, los jesuítas y el Estado secular; empero, se tra ta ba de una manía que finalmente se volvió incontrolable. Las consecuencias sociales de esta afluencia fueron ambiguas. Es ver dad que el conocimiento del latín llegó a ser un pasaporte al refinam iento aristocrático, y que por lo tanto los estudios clásicos servían para polarizar a la sociedad. Sin embargo, la enorme amplitud de oportunidades que t e nían los relativamente humildes para adquirir una educación clásica en alguna escuda cíe lenguas clásicas, una escuela privada, una universidad o un colegio, era un factor que antes que reducirla contribuía a una m a yor movilidad social. La significación intelectual de los cambios curriculares es todavía más ambigua. El clasicismo latino puede y podía ser con siderado corno algo conducente al conservadurismo o a la subversión, dependiendo del gusto; la vinculación del ramismo con el puritanismo en Cambridge es posible que haya sido fortuita, e indudablemente que no constituyó una fuerza radical, digamos, en Y a k durante el siglo X V IU ; la confianza en la Biblia es quizá todavía menos liberadora intelectualmen te que la confianza en Aristóteles; por otra parte, la relación de la nueva ciencia con las opiniones políticas y religiosas no ha sido probada en el mejor de los casos y es inexistente en el peor de ellos. Sobre lo que no hay duda alguna es que en la mayor parte de Europa (con excepción de las zonas calvinistas) la quimera de ia educación supe rior terminó por hacerse astillas a mediados dei siglo XVII. Una de las ra zones fue que una excesiva cantidad de hombres estaban siendo educados en un nivel excesivamente alto y en temas de estudio excesivamente poco idóneos, como el estudio de los clásicos, como para que les fuera posible encontrar después un empleo satisfactorio dentro de estas sociedades sub desarrolladas. El Estado comenzó a mostrar su preocupación ante la ame naza a la estabilidad social que representaba una clase de intelectuales enajenados -—curas, catedráticos, maestros de escuela, hombres sin una ocupación fija, etc, — en tanto que los jesuítas y los disidentes estable cieron sus propias instituciones académicas en oposición a las universida des. Los pobres ya no velan en la educación superior uri camino abierto
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hacia el progreso social, y el número de aspirantes comenzó a correspon der al reducido margen de vacantes dentro de la Iglesia y al nivel cada vez menor de oportunidades en cuanto al oficio de maestro. Se produjo una espiral descendente en la educación universitaria y en las oportunidades de trabajo de aquellos con formación académica. Esto se debió a que el auge educativo del siglo XVI, al igual que como ocurre con todos, se estaba alimentando en parte de él mismo, en el sentido de que muchos graduados ingresaban a la cada vez más expandida profesión de la enseñanza. Empero, la desilusión con respecto a la educación supe rior también se extendió a las escuelas de lenguas clásicas, abandonando gran cantidad de ellas la enseñanza de los clásicos a finales de los siglos XVII y XVIII. Com o resultado de ello, la proporción de la población mas culina que en 1750 o 1800 se hallaba familiarizada con el latín debe de haber sido significativamente mucho menor que en 1650. Además, los ricos, quienes jamás habían acudido a la educación superior con miras a una instrucción profesional, se hallaban ahora curados de aquel respeto por el saber clásico como tai que con tanto celo habían propagado los humanis tas. L o que ahora pedían no era otra cosa que una formación general en las artes liberales, es decir, el tipo de educación más superficial y amplia característica del más refinado de los virtuosos aficionados, que era algo que las universidades no estaban ert condiciones de poder ofrecer. Locke instaba a los padres a mantener a sus hijos en casa bajo la guía de un pre ceptor particular, mientras que otros recomendaban el que se les enviara a alguna academia en el extranjero. Por otra parte, la segunda cualidad que las universidades podían preciarse de fomentar, a saber, la piedad a través de los estudios bíblicos y exegéticos, ya no era tenida en tan alto va lor por la élite secular como lo había sido alguna vez. La época de la indi ferencia religiosa había comenzado hacia finales del siglo XVII. Por el siglo XVIII las universidades eran nuevamente, por ende, aquello que habían comenzado por ser en ta Edad Media: escuelas de instrucción bastante pequeñas para el ejercicio de las diversas profesiones, principal mente la eclesiástica. Puesto que también los hidalgos desertaban del Co legio de Abogados de Londres, una de las consecuencias sociales debió de habei sido un creciente aislamiento de las clases profesionales — el clero, los abogados y los doctores— con respecto a la élite hacendada a la que servían. Es posible que provinieran de la misma clase social, el caso es que ya no asistían juntos a los colegios o a las universidades. Tam bién es fac tible que los órdenes jerárquicos, superiores de los terratenientes y la nobleza, los cuales continuaban recibiendo educación en sus casas por medio de preceptores, o bien en alguna academia en el extranjero o m e diante ia realización del Grand Tour, terminaran cufturalmente por dis tinguirse cada vez más de los bajos hidalgos parroquiales, cuya educación
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concluía ahora en el nivel escolar antes de establecerse en el cam po y d e dicarse a los placeres de la cacería y la bebida. Como resultado de esta desbandada de las universidades por p a rte de la élite social, menos de la mitad de los hombres que en el siglo XVIU lograban destacar lo suficiente como para merecer ingresar al D iction ary o f N ational fíiography* habían asistido a O xford o a Cambridge, en tan to que menos de tres cuartas partes habían siquiera asistido a alguna uni versidad (proviniendo los restantes universitarios de universidades escoce sas e irlandesas). Las consecuencias intelectuales difícilmente fueron menos graves que las sociales. Con el término de la ideología, el Estado volvió a perder inte rés por los rectores y los catedráticos, quienes ya no le eran útiles para sus guerras propagandísticas, lo que hizo que la literatura polémica producij da por éstos disminuyera. De haber sido los principales centros de activij dad intelectual en Europa, las universidades volvieron a hundirse en os| curas aguas estancas, apenas removidas por el gran movim iento de la í Ilustración, el cual surgió en el seno de ciertos círculos dentro de las capi tales lo mismo que en los umbrales del haut monde. Sólo hasta la épo\ ca de Napoleón las universidades volvieron a renacer intelectual, social y numéricamente.
1 í
• Diccionario en el que se incluían las biografías de los hombres más eminentes de la época. [T,]
XIII. LOS HIJOS Y LA FAMILIA N o OBSTANTE que han transcurrido tres cuartos de siglo desde que Freud llamara por vez. primera la atención sobre los efectos cruciales de las expe riencias de la infancia con respecto a la determinación de la personalidad adulta y las normas conductuales, sólo hasta los cincuentas apareció en Occidente la primera historia general acerca de la infancia. Los cuatro estudios significativos acerca de este fenómeno han sido escritos por per sonas que no son historiadores, es decir, por hombres marginales con res pecto a la profesión. En 1955, J. H. van den Berg, un psicólogo holandés, publicó Metabletica, o f Leer der veranderingen (L a naturaleza cambiante del hombre), un estudio audaz y sumamente flexible de carácter psicohistórico acerca de las relaciones de los padres con los hijos, con base principalmente en fuentes Fdosófícas como Rousseau,1 En 1960, el francés Philippe Ariés, director de publicaciones del Instituto de Investigación Aplicada a Frutos Tropicales y Subtropicales, publicó su ahora famosa obra Centuries of C hildhood .2 En 1970, David Hunt, un historiador norteamericano que también ha trabajado como psicólogo con niños desequilibrados, rein terpretó algo del material de Ariés referente a la Francia del siglo x v n en Parents and Children in Hútory, valiéndose de un modelo eriksonianó modificado acerca del desarrollo del yo.s Y en 1974, Lloyd deMause, un desertor universitario norteamericano, amén de exitoso hombre de nego cios y psícohistoriador autodidacto, produjo un volumen colectivo, The History o f Childhood, cuyo ensayo fundamental consistía en su propio examen general y prolijo acerca de “ La evolución de la infancia” , desde los griegos y los romanos hasta el presente.4 El primer problema que plantea estudiar la historia de la infancia es de qué manera elegir el modelo psicológico apropiado. Nada dentro de los anales históricos contradice la teoría d e Freud respecto a la manera en que a través de las diferentes etapas del desarrollo infantil diversas zO-
' J. H. van den Berg, The Ckanging Nature of Man: Introduction lo a Hislorteal Psychotogy (Metabletica), trad. I I . F. Croes, Nueva York, 1975. . 2 Philippe Ariüs, Centunes of Childhood: A Social History of Family Life , trad. Roben Baldick, Nueva York. 1965. 3 David Hunt, Parents and Children in Htstory: The Psychology of Family Life in Enrty Módem Frunce, Nueva York, 1970. 4 l loyd deMause. comp., The History of Childhood, Nueva York, 1974, 244
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ñas erógenas se convierten en el foco de la estimulación sexual, lo cual proporciona una explicación lógica para la ulterior relación entre el p la cer oral, anal y genital. Tampoco hay nada en los registros históricos que disminuya la importancia de la sublimación, o del inconsciente o peran do a través de su propia dinámica secreta. Pero lo que éstos sí hacen, sin e m bargo, es poner seriamente en tela de juicio el supuesto de que las clases específicas de traumas infantiles sobre los que Freud ponía tanto énfasis hayan sido padecidos por toda la raza humana en todas las épocas y en t o dos los lugares. Hoy resulta bastante claro que cuatro de los principales traumas que Freud buscaba y que logró descubrir entre sus pacientes, asumiendo con base en ello que eran universales, dependen de ex p erien cias particulares que lejos de haber sido vividas por la gran mayoría de las personas en casi todas las épocas históricas, eran peculiares de la cultura urbana de la clase media de la tardía Europa victoriana. Siempre y cu an do se efectuara lentamente, que fue al parecer lo que ocurrió en muchos casos, el trauma oral del destete difícilmente pudo haber sido grave cuan do ocurría en una edad tan tardía comprendida entre los quince y los dieciocho meses después del nacimiento. El trauma anal del control de es fínteres es poco probable que haya existido en poblaciones acostumbra das a vivir en medio de su propio excremento, que casi nunca se aseaban, y cuyas mujeres y niños no usaban calzoncillos. El único ejemplo histórico detallado acerca del control de esfínteres con que contamos es, desafortunadamente, el de una persona no precisa mente común: el de un futuro rey, el joven Luis X III, en los albores del siglo XVII. Su adiestramiento a este respecto al parecer sólo comenzó has ta que él tenía ya dieciséis meses o algo así de nacido, y sólo fue interiori zado hasta por los tres años. En todo caso, no es posible que haya sido traumatizado en una edad tan tierna por causa de la presión de controlar sus esfínteres. Ignoramos ia manera en que otros niños eran adiestrados en cuanto al control de esfínteres, aunque contamos con la fuerte eviden cia negativa de que los manuales sobre educación infantil de la época ni siquiera consideran el asunto. N o obstante que los niños tuvieron que soportar en el pasado, como v e remos, cosas mucho peores, no parece que el paso a través de las etapas oral y anal durante la infancia haya sido particularmente traumático. En cuanto a la etapa genital, el único ejemplo de que disponemos — nueva mente el de Luis X I I I — sugiere que a nadie le molestaba el autoerotismo sexual propio de la infancia, como tampoco las manifestaciones o la cu riosidad sexuales de ios niños. Luis podía hacer que los cortesanos besa ran su pene, y se le permitía introducir su pequeño puño en las vaginas de varias damas de honor, También sabemos que la mayoría de las familias dormían en un solo cuarto, y aun en los casos en que no era así, las casas
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estaban precariamente construidas con mamparas de cartón a través de las cuales era fácil ver u oír —como Fanny H ill pronto lo descubrió — . Por lo tanto, los niños deben de haber sido testigos desde una edad muy temprana de cómo sus padres y otras personas — por no mencionar a los animales— se entregaban a la cópula. Asimismo, hay evidencia negativa de que la masturbación infantil y adolescente no se consideraba como pecado mortal en los manuales de confesión católica del siglo XVIII {aunque en la Edad Media sí se le tenia por tal), y de que no obstante que las paranoicas campañas por erradicar cualquier indicio de autoerotismo comenzaron en 1710, tal tendencia no se propagó antes de comienzos del siglo XIX. Finalmente, sabemos que la mitad de los niños perdían a uno de sus padres antes de terminar la ado lescencia, y que en Inglaterra la mayoría de ellos dejaban en todo caso sus hogares entre los siete y los catorce años, para dedicarse a servir en las ca sas de otras personas, desempeñarse como aprendices o ingresar en algún internado. En tales circunstancias, el conflicto de voluntades entre los padres y sus hijos adolescentes, que actualmente desgarra a tantos hoga res modernos, difícilm ente podía tener oportunidad de desarrollarse. La crisis de identidad de la pubertad llegaba a su término desde el hogar. Ahora resulta posible plantear alternativas a estos traumas históricamen te inadecuados, formulados porí'reud como explicaciones autosufícientes con respecto a los problemas de la personalidad adulta. T a l como lo ha expresado David Riesman: Ha habido una tendencia en la investigación social actual, influida como se halla por el psicoanálisis, a subrayar y generalizar exageradamente la impor tancia de la más temprana infancia en lo que respecta a la formación de la personalidad. Incluso dentro de esta temprana etapa, se ha dedicado un cuidado casi tecnológico a los que podrían denominarse como los ardides del oficio de educar niños: la fijación de horarios para la ingestión de alimentos y para las necesidades fisiológicas. Esto “ supone que una vez que el niño ha alcanzado, digamos, la etapa del destete, la estructura de su personalidad está ya tan bien constituida que, salvo una intervención psiquiátrica intensiva, casi nada de lo que sucede después hará otra cosa que manifestar tendencias ya fijadas” .5 Nadie duda de que los hábitos implantados en la educación de los ni ños afecten a la personalidad adulta; sin embargo, la aceptación de las teorías de psicólogos del yo más recientes como Erikson y Hartmann le
5 David Riesman,
The Lonely Croxod,
New Haven, Conn., 1950.
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abre al historiador una nueva gama de posibilidades.1' Estas teorías comprenden hipótesis acerca de la continuada plasticidad del y o hasta muy avanzada la edad adulta, a medida que éste responde, a través de una serie de crisis, a los retos que le plantean por igual la m aduración, las influencias familiares, la cultura y el medio ambiente. Estas teorías no únicamente poseen un halo de verdad en tom o a ellas a la luz de la expe riencia común, sino que también tienen la enorme ventaja para e l histo riador de que admiten un desarrollo del yo en periodos del ciclo vital en que los datos históricos resultan más fácilmente disponibles. En segundo lugar, puesto que estas teorías del desarrollo adm iten la influencia del medio social y cultural como algo que afecta la naturaleza, el ritmo y la resolución de las crisis recurrentes, permiten a) historiador enfocar el problema del desarrollo del yo dentro de un marco histórico amplio. La evidencia clara de rasgos distintivos de carácter nacional, lo mismo que los cambios fundamentales operados en la personalidad a tra vés del tiempo, por ejemplo una personalidad determinada exógenamente que llega a establecer sus propias normas, pueden explicarse en térm i nos más generales que aquellos de índole fam iliar interna. Esto no significa, sin embargo, que la experiencia infantil careciera en el pasado de efectos sobre la personalidad adulta. Por el contrario, las ex periencias del niño promedio eran tan perjudiciales que creo que gran número de adultos, en todo caso pertenecientes a la clase de los h idal gos durante el periodo con el que estoy más familiarizado, a saber, los si glos XVI y XVII, se hallaban atrofiados emocionalmente y encontraban extremadamente difícil establecer relaciones personales con los demás que fueran intensas. Probablemente esto se debió a cuatro factores. El primevo fue la frecuen cia con que en esa época se privaba a las criaturas de una única figura materna y nutricia con la que pudieran relacionarse durante los primeros tres o cuatro años de vida. Los bebés pertenecientes a las clases altas en la mayoría de los casos eran apartados de sus verdaderas madres y arrojados en manos de alguna nodriza. Con frecuencia éstas eran crueles y des cuidadas, y tampoco era raro que se quedaran sin leche, por lo que el bebé tenía que ir de pezón en pezón, y de un sucedáneo materno poco amoroso a otro. Aun cuando permaneciera al lado de una nodriza con la que lle gara a encariñarse, el proceso del destete hacia los dieciocho meses le in fligía el terrible trauma psicológico de la separación final de la figura ma-6
6 ErikErikson, ChildhoodandSoctety, Nueva York. 1963; Erik Erikson, idenUlyand the LifcCycle: Selecled Papers, Nueva York. 1959; Heintz Hartmanu, Ego Psyclwlogy and the Problem of Adaplion, Nueva York, 1964.
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terna suplente y el retorno al mundo extraño de la madre natural. Se sabe que este tipo de experiencia es psicológica e incluso físicamente lesiva, ya que conduce a un ‘‘enanismo por privación” y a una atrofia emocional en ulteriores etapas de la vida. El segundo factor vino a ser la elevadísima tasa de mortalidad. La ame naza constante y la realidad de perder en forma súbita a un padre, una nodriza, un hermano, una hermana o un amigo, pronto le enseñaban al niño a estar alerta de no implicarse demasiado, emocionalmente, con ningún ser humano. El tercero fue el hábito de arropar apretadamente a los niños durante los primeros meses, o incluso hasta el primer año, lo cual se considera que aísla a la criatura de su entorno, infundiéndole tan to una sensación de rabia frustrada como una aceptación impotente de la crueldad y la duplicidad del mundo. Por tanto, era posible que se diera, como frecuentemente se daba, una combinación de privación sensorial, motora y emocional —ya no digamos ora l— durante los primeros meses críticos de vida, cuyas consecuencias sobre la vida adulta se sabe ahora que son muy graves y que tienen un carácter duradero en cuanto a la re ducción de la capacidad de tener relaciones sociales intensas. Finalmente, había un deliberado quebrantamiento de la voluntad del muchacho, primero a través de las palizas más despiadadas y posterior mente al someterlo a abrumadoras presiones psicológicas, métodos qué en los siglos XVI y x v n se pensaba que constituían la clave para una exito sa educación infantil. Estos cuatro factores contribuyeron a un “ entume cimiento psíquico” que desembocó en la creación de un mundo adulto de inválidos emocionales, cuyas respuestas primarias a los demás consistían en el mejor de los casos en una indiferencia calculadora y en el peor en una mezcla de recelo y hostilidad, de tiranía y sumisión, de alienación y rabia. Dada la validez de la "psicohistoria” como una empresa legítima, ¿cuál vendría a ser el campo en que esta investigación podría llevarse a cabo de manera más provechosa? En mi opinión, éste no residiría en la aplicación de tal o cual teoría psicológica al análisis de algún personaje histórico par ticular — Lutero, Leonardo da Vincí, W oodrow Wilson, Hitler o Gan d id — . Lo que resultaría más fructífero sería estudiar los diversos cambios en las normas y las estructura familiares de clases específicas o grupos jerárquicos dentro de ciertos lugares. Estos cambios incluirían las rela ciones de la parte medular del núcleo con los círculos de parentesco y la comunidad, lo mismo que las relaciones económicas, de poder social y afectivas tanto entre los cónyuges como entre los padres y los hijos. En este sentido, V an den Berg, Ariés y deMause siguen una línea de in vestigación histórica mucho más promisoria que la de aquellos que han
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intentado usar la psicología para interpretar la conducta de ciertas fig u ras individuales del pasado. Sencillamente no puedo concebir qu e algo como el exterminio de seis millones de judíos pueda explicarse p o r el pre sunto hecho de que la madre de Hitler hubiera muerto a causa d e un tra tamiento que le diera un doctor judio, en un intento por curarla de cáncer en el pecho; o que el desafío de Lutero a la Iglesia romana se haya debido a la forma brutal en que lo trataba su padre o a su estreñimiento crónico. Es posible que estas cosas sean causas necesarias, pero es evidente que no son suficientes, y de hecho el resultado de este tipo de trabajo ha sido decepcionante hasta la fecha; en parte debido a lo poco sólido de las pruebas acerca de la experiencia infantil, en parte debido a la naturaleza especulativa de los nexos causales con la conducta adulta, y en parte de bido al descuido de la influencia de los grandes procesos de transform a ción histórica sobre la religión, la economía, la política, la sociedad, etc. T a l como Malinowski lo señalara en 1927: “ El hombre dispone de un cuerpo de posesiones materiales, vive dentro de cierto tipo de organiza ción social, se comunica a través del lenguaje y es movido por sistemas de valores espirituales,” 7 Cualquier explicación de su historia que ignore es tos hechos culturales no es probable que llegue a ser muy convincente. El primer modelo general que se dio en Occidente acerca del desarrollo infantil fue el de Philippe Aries. Su enfoque es pesimista y alude a la de generación observada desde una era de libertad y sociabilidad hasta una era de opresión y aislamiento. Según él, la Edad Medía y el siglo XVI constituyeron un periodo de feliz polimorfismo social, en donde nohabía divi siones de rangos ni de edades, ni Reparación entre el niño y el adulto, ni privacidad, ni presiones externas por parte del Estado o de las necesida des de una economía industrial, como tampoco introyección de una ética de trabajo. Los niños y los adultos convivían en forma espontánea y natu ral, usaban el mismo tipo de indumentaria, jugaban los mismos juegos y desempeñaban juntos los mismos trabajos. También compartían desde el principio un conocimiento común tanto acerca del sexo como de la muer te. En el seno de esta agradable familiaridad igualitaria era impensable el ultraje a los niños. Todo esto suena demasiado bien para ser verdad --com o de hecho lo es. En el siglo XVII, como resultado de la propagación de nuevas formas de cristianismo, tanto dentro de las zonas protestantes como de las católicas, se desarrolló una nueva actitud hacia los niños, hecho que él describe como “ el descubrimiento de la infancia” . Esto no fue obra de los humanistas renacentistas, sino del clero del siglo XVII. Se dio una creciente preocupa-
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B. Malinowski, Sex and Reprensión iti Savage Soctely, Londres, 1927, p. 18.
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ción por el niño, la cual asumió dos formas. En primer lugar, se produjo un estrechamiento de los vínculos familiares, conjuntamente con el aisla miento de la fam ilia con respecto a las influencias externas y una preocu pación cada vez mayor de los padres hacia sus hijos; y en segundo lugar, se manifestó un temor cada vez más agudo en cuanto a la corruptibilidad inherente del niño por el pecado, lo cual llevó a que se le tratara severa mente en el hogar, y a su aislamiento en escuelas reglamentadas por agrupamientos por edades y sometidas a una disciplina orientada a erradicar cualesquier signos de desviación moral. La sociabilidad medieval fue sustituida no por un individualismo ilustrado, sino por la familia y la es cuela aisladas y centradas sobre el niño, en las cuales la preocupación pri mordial consistía en la sumisión de la voluntad. El surgimiento del internado represivo viene a ser la característica significativa de esta tendencia, el cual implicaba una extensión progresi va del periodo de la infancia hasta la adolescencia, e incluso más allá de ésta; “ El hecho central resulta bastante obvio: la extensión de la educa ción escolar.” Esta transformación con respecto a las actitudes hacia la in fancia precedió a los cambios demográficos, y de hecho se convirtió en la causa de éstos cuando a finales de los siglos XVIII y XIX inspiró una delibe rada política de contracepción. El libro de Ariés ha tenido un deslumbrante éxito y ha venido a ser el p rim um mobile de la historia de la familia occidental durante las dos últi mas décadas. En tanto es un trabajo pionero, erudito, imaginativo e inge nioso, merece todo el encomio y la atención de que ha sido objeto. Se tra ta de la clase de libro precursor que ningún historiador tradicional podría haber escrito, y sin el que nuestra ¿cultura se vería empobrecida. Empero, a pesar de toda su brillantez original y trascendente, hay ciertas cues tiones básicas que aún no han sido respondidas. ¿Es su metodología con sistente? ¿Son sus datos confiables? ¿Es su hipótesis carnal válida? ¿Son los presuntos hechos y las presuntas consecuencias verdaderos? En síntesis, ¿es el modelo correcto, y en caso de ser así con respecto a cuáles áreas y a qué clases? En primer lugar, Ariés omite señalar el hecho innegable de que, entre la Edad Media y el siglo XIX, la institución de la familia perdió muchas de sus antiguas funciones ante una serie de instituciones impersonales, tales como los asilos benéficos para los indigentes, las casas de caridad para los ancianas, los hospitales para los enfermos, las escuelas para los niños, los ban cos de crédito, y las compañías de seguros para dar protección en caso de una catástrofe. Sus funciones legales, políticas y económicas declinaron ante la invasión incontenible de las instituciones del Estado moderno. Esta erosión funcional vino a realzar la prominencia de la última zona del
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cuidado familiar, la crianza y la socialización del niño durante las diver sas etapas de la infancia. Asimismo, el poder del Estado socavó la influencia de los círculos de parentesco, incrementando así el aislamiento y la privacidad de la fam ilia nuclear. Difícilmente podría denominarse a este proceso como el surgi miento de la familia, ya que más bien constituyó su reoriencación con o b jeto de desempeñar una función más limitada y especializada. L a mejor forma de considerar al surgimiento de la escuela es no como parte del mismo proceso en que se localizaba el desarrollo de la familia centrada en el niño, sino como su misma antítesis, es decir, la transferencia a una ins titución impersonal de una función socializadora previamente desempe ñada por la familia. Además, no obstante que la escuela represiva se b a saba en la teoría del pecado original, fue únicamente en su primera etapa, en el siglo XVH, cuando la familia centrada más en el niño tuvo también un carácter represivo, ya que hay claras pruebas de que hacia el si glo XVII! se caracterizó por ser amorosa, afectuosa y una verdadera fuen te de alimento. De este modo, el modelo de Ariés queda partido en dos, ya que sus dos agentes de cambio, la familia centrada en el niño y la escuela represiva, se hallaban siguiendo caminos diferentes y tuvieron como causa distintas ideas e influencias, Esto hace que carezca de cohesión explicativa, como señalan Hunt y deMause. Por otra parte, el uso que hace de las pruebas, particularmente de las pruebas iconográficas del arte, pava probar que el “ descubrimiento de la infancia” realmence ocurrió, no resulta muy con vincente. Por ejemplo, ahora sabemos de manera cierta que aunque la burguesía florentina de los siglos XV y XVI solía decorar sus casas con o b jetos de cerámica pintados y esculpidos, las vaciaba de niños de carne y hueso, los cuales eran enviados al cuidado de las nodrizas en las zonas ru rales. Los objetos de cerámica, que Ariés usa como prueba del descubri miento de la infancia, no constituyen en realidad, por lo tanto, prueba alguna. Además, la tesis presenta un enfoque unilineal acerca de la evolución his tórica que es contrario a los hechos conocidos. Los niños fueron más du ramente tratados en los siglos XVI y XVII y de nuevo en el siglo XIX, en los dos puntos máximos del celo religioso de reforma moral, de lo que lo fueron en los siglos XVIII o XX, y quizá también en el XV. La cronología de Ariés es muy vaga. Jamás se tiene la completa seguridad de que hace referencia al siglo XVI, al XVII o al XVIII; asimismo, el libro se desliza de un siglo a otro en una forma extremadamente confusa y ciertamente ahistórica. Resulta tan vago en su geografía como lo es en su cronología, ya que os cila de manera casual entre Italia, Francia e Inglaterra a fin de propor-
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cionar pruebas. Por ejemplo, la presencia de efigies de bebés, fallecidos hacía mucho tiempo, sobre las tumbas, fue relativamente rara en Fran cia, pero extremadamente común en Inglaterra a finales del siglo XVI y comienzos del XVII —una distinción cuya importancia Ariés ignora por completo —. Los flagela míen tos desaparecieron de las escuelas francesas en el siglo x v ili, pero persistieron en las escuelas inglesas hasta el XX, El em pleo de nodrizas dejó de observarse en la Inglaterra del siglo XVIII, pero persistió en gran escala en Francia hasta muy avanzado el siglo XIX, Es evidente que la geografía tiene importancia. Tam bién se presta demasiada poca atención en este trabajo a la clase particular a la que se está aludiendo. Aries deduce la actitud de toda la sociedad hacia la sexualidad infantil a partir del ambiente que rodeaba al futuro Luis X I II. El desarrollo del internado y su enseñanza de los clási cos, lo cual vino a afectar únicamente a una reducida minoría de la población, se convierte en un acontecimiento fundamental de la incipien te historia moderna. Y finalmente, las poderosas fuerzas históricas que afectaron a la fam ilia de manera tan profunda, lo mismo que los cambios observados en la religión, el poder político, la industrialización, la urba nización y las condiciones de pobreza, son virtualmente ignorados. El libro de Ariés es de hecho una historia acerca de las escuelas francesas, y acerca de los padres y los hijos pertenecientes a las clases alta y media, que carece del contexto histórico necesario de tiempo, lugar, clase y cul tura. Se trata de un fascinante libro pionero del que ahora se admiten se rias deficiencias tanto en su metodología como en sus conclusiones. El libro de David Hunt viene a ser una glosa psicológica del de Ariés. Co mienza con una brillante crítica de la psicología eriksoníana del yo, seña1 lando que el optimismo de este último se halla mal fundado, ya que la posibilidad de procrear es un frágil artificio cultural y no una respuesta humana instintiva. Consecuentemente, la realidad es que los niños han sido con frecuencia descuidados y ultrajados. Hunt también critica el mo delo histórico de Ariés por su nostálgico, e incluso reaccionario, enfoque durkheimiano Gemeinschaft-Gesellschaft acerca del cambio, como por su exagerado énfasis en la escuela. A continuación emprende un detallado análisis sobre la descripción del doctor Héroard respecto a la educación del pequeño Luis X I II. Hace hin capié en la relación tan estrecha del niño con su padre, el todopoderoso y viril Enrique IV , y en sus relaciones tan distantes con su madre; asimismo destaca la forma en que la voluntad del niño fue deliberadamente quebrantada desde los dos años mediante frecuentes azotes, cuyo propósi to era inculcarle el principio básico de la obediencia. Alude a la vida ulte rior de Luis como un esposo desdichado y semiimpotente, y dando un
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gran salto imaginativo atribuye esto a las experiencias de su educación: el hecho de que conociera los aspectos físicos del sexo pero no su significado psicológico, su confusión a causa de señales contradictorias con respecto a qué estaba permitido y qué estaba prohibido, la intimidación producida en él por los frecuentes azotes y el aislamiento en mayor o menor grado de su madre. Hunt subraya también la naturaleza traumática de la ruptura a la edad de siete años, cuando se le vistió con ropas de adulto, transfi riéndosele del control de las mujeres al de los hombres. Su conclusión es que "la autonomía infantil constituyó el principal problema educativo de la sociedad del siglo XVii” , no el sexo ni las cuestiones anales, lo cual estu vo vinculado al sentimiento de angustia coir respecto al propio status en una sociedad jerárquica definida por la ley y el orden. Hunt tiene razón cuando subraya que el quebrantamiento de la volun tad fue el elemento clave de la educación infantil en los siglos XVI y XVH, pero debe señalarse que sus pruebas son en muchos respectos menos que satisfactorias. En primer lugar (como lo he mencionado), él alude al hijo y heredero de un rey, por lo que probablemente no sea legítimo el extra polar la educación de un personaje tan eminente, digamos, a la de un niño de clase medía de la misma época. En segundo lugar, ha basado su traba jo exclusivamente en el documento impreso del diario del doctor Héroard, el cual fue publicado a mediados de! siglo XIX, y en el que se reprodu ce sólo una parte relativamente pequeña de todo el texto. Al parecer la principal preocupación del doctor en el manuscrito no era ni la sexuali dad ni la disciplina, sino la salud del niño, por lo que gran parte del mis mo consiste en un registro detallado del diario flujo de entrada y salida de alimento y excrementos respectivamente. Hasta que la totalidad del diario haya sido publicada, cualesquier conclusiones que se basen en la publicación del extracto Victoriano deberán verse con recelo. Finalmente, el nexo entre los rasgos de la personalidad adulta y la experiencia infantil no sigue siendo otra cosa que una interesante especulación. El modelo de deMause acerca de las transformaciones históricas es exactamente lo opuesto al de Ariés, ya que es optimista. Se basa en las si guientes cinco afirmaciones: 1) Las relaciones padres-hijos son una va riable independiente dentro de la historia. 2) Existen únicamente tres reacciones posibles de los adultos hacia los niños: proyectivas, de inversión y em páíkas; las dos primeras se traducen en odio y crueldad, y la tercera en amor y afecto. 3) Los cambios en las relaciones padres-hijos no se hallan afectados por factores religiosos, sociales, políticos, económicos o de otra índole, sino que operan medíante "psicogénesis” , proceso por el que la capacidad de los padres para regresar a la edad psíquica del niño ha ido mejorando lentamente a través de los siglos. Por consiguiente, los padres se superan un poco cada vez de una generación a Otra, lo cual
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viene a hacer que hoy día el niño perfecto se halle a la vuelta de la es quina. Se trata de un proceso al parecer tan inevitable y autónomo como la evolución darwiniana, "una poderosa fuerza secreta de transformación de la personalidad histórica” , que opera "en forma totalmente indepen diente de los acontecimientos públicos, ya sean económicos, sociales o de cualquier índole” . 4) Durante los últimos dos mil años se ha observado una progresión lineal ascendente en la historia de la infancia, desde el modo infanticida de la Antigüedad clásica, el modo de abandono de co mienzos de la Edad Media, el modo ambivalente de finales de la Edad Media y comienzos de la época moderna, el modo de intrusión del si glo XVIII —la gran línea divisoria — , hasta llegar al modo de socialización comprendido entre 1800 y 1950 y al modo de ayuda de 1950 en adelante. 5) Los hábitos educativos infantiles proporcionan la clave para la trans misión de todos los demás rasgos culturales visibles en el adulto. Instigado por la crítica, deMause afirma que su modelo no es unilinea) sino multilineal, y que implica un "individualismo metodológico” —sea lo que fuere lo que esto signifique — y no un "reduccionismo psicológico” . Estas rectificaciones no hacen nada para resolver el problema de en qué forma juzgar un modelo tan intrépido, desafiante, dogmático, entusiasta, perverso, y tan profusamente documentado. No obstante que la concep ción de deMause acerca de la educación infantil ha venido a remplazar a las nociones marxistas del control de los medios de producción y la lucha de clases, considerados como los elementos claves en tomo a los cuales ha de concebirse toda la historia, nuestra tarea como historiadores es construir "una historia científica de la naturaleza humana". ¿Nos encontramos aquí frente a lo que Clifford Geertz ha descrito como "la tendencia natu ral a los excesos de las mentes seminales” , o bien ante una aberración irre mediablemente poco erudita, que oscila indefinidamente en medio del vacío entre la historia y la psicología, y que carece del rigor metodológico de cualquiera de estas disciplinas? Es indudable que el ensayo de deMause constituye una lectura cautivan te, si bien aterradora. El lector se entera de la forma en que los escritores de la Antigüedad consideraban al infanticidio como un medio normal y sensato de deshacerse de los niños indeseables; de cómo encontraban pla cer en usar a niños pequeños para consumar actos de felatorismo o de có pula anal; de cómo es posible localizar los huesos de niños sacrificados en los cimientos de las construcciones que datan del año 7000 a.C. al 1843 d.C.; de cómo las nodrizas del siglo XVII jugaban a lanzar y atrapar a las criaturas apretadamente envueltas, dejándolas caer en ocasiones con consecuencias letales; de cómo las criaturas eran sumergidas en baños de agua helada con objeto de fortalecerlas, quizá simplemente bauti-
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zarlas, pero que en Ja práctica causaban en ocasiones su muerte; de qué manera los escalones de las puertas y los muladares de las poblaciones europeas del siglo XVIII se hallaban atiborrados de cuerpos de criaturas i muertas, agonizantes, o simplemente abandonadas; de cómo algunas j nodrizas dejaban m oiir sistemáticamente de hambre a los niños b a jo su [ cuidado a fin de ahorrar dinero, o simplemente por no poder proveer de í leche a la gran cantidad de bebés que aceptaban; de cómo los niños eran j ferozmente golpeados, encerrados en la oscuridad, privados de alim ento, j; intimidados por el Coco, obligados a ver ahorcamientos y cadáveres, ven5 didos para la prostitución, cegados y mutilados en diversas form as con | objeto de obtener limosna, castrados para el suministro de testículos a la Í magia, despojados de sus dientes para el suministró de dentaduras; y de f cómo en el siglo XIX sufrían vejaciones como la clitoridectomla, la adhej sión de anillos dentados en el pene, e incluso el confinamiento nocturno Í en camisas de fuerza a fin de evitar la masturbación —y así podrían refe| rirse innumerables ejemplos más. ¿Qué ha de deducirse de este catálogo de atrocidades? U no de los 3 problemas obvios que se encuentran es el grado en el que deMause gej neraliza a partir de lo particular al construir su modelo lineal referente al \ cuidado infantil. Es evidente que tiene un gusto especial por lo m acabro, 1 y con frecuencia exagera excesivamente, pero en general parece com o si j algunas de sus conclusiones básicas estuvieran probablemente bien funI dadas. Es indudable que la Antigüedad consideró el infanticidio de una ] manera tan indiferente como muchos de nosotros consideramos hoy día el aborto, y ciertamente que el cristianismo vino a modificar las actitudes a este respecto. Tam poco puede haber duda de que en el pasado los niños fueron frecuentemente descuidados y explotados, y asimismo hay cada j vez una mayor evidencia de que la transformación crítica hacia una rela ción más afectuosa entre los padres y los hijos tuvo lugar en el siglo XVIII.
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L o primero que puede preguntarse es si todo esto se traduce en una teoría lineal acerca del progreso. La transformación del siglo XVIII ocurrió prin cipalmente en Inglaterra y en los Estados Unidos, y se limitó en gran m e dida a las clases profesionales y los hidalgos. Empero, las relaciones padres-hijos de las clases media y alta empeoraron una vez más de m ane ra significativa en el siglo XIX, antes de mejorar en el XX. El padre Victo riano de clase media encarnaba a una figura autoritaria, intimidatoria y con frecuencia cruel. En cuanto a los hijos de los pobres, es probable que su condición se deteriorara durante la explosión demográfica, urbana e industrial de finales del siglo XV1U y comienzos del XIX. Empero, durante el siglo XIX la contvacepción, la legislación humanitaria, las condiciones económicas paulatinamente mejores, los servicios de beneficencia y las es-
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cuelas probablemente hicieron que mejorara la suerte de los hijos de los pobres, justo en el momento en que empeoraba la de los ricos. Por consi guiente, la teoría del progreso lineal es claramente falsa, por lo que el dis curso acerca de los diversos cambios tendrá que delinearse país por país y clase por clase, ya que cada uno de ellos tiene su propia historia vital individual. En segundo lugar, la teoría causal “psicogénica” acerca de las transfor maciones en las actitudes de los padres no es otra cosa que necedad mís tica. La reacción de los padres hacia los hijos dista mucho de estar limita da a lo proyectivo, la inversión o lo empático, tal como lo propone deMause. T od o sugiere que en el pasado la mayoría de los padres han tra tado a sus hijos como inevitables productos derivados del placer sexual, en ocasiones acremente mal acogidos, en ocasiones apenas tolerados, en ocasiones útiles para su explotación económica, y en ocasiones apreciados y queridos. En la mayoría de los casos, sin embargo, la respuesta parece haber sido la de una relativa indiferencia. La cruel verdad --más cruel quizá que cualquier cosa sugerida por deMause - pudiera ser qué la ma yoría de los padres casi no se han comprometido emocionalmente con sus hijos ni se han preocupado por ellos a lo largo de la historia. De allí qué los impresionantes índices de mortalidad infantil —en los que entre una cuarta y teicera parte fueron niños muertos antes de haber cumplido el año— , antes que haberse debido a una deliberada hostilidad por parte de los padres, como él sugiere, hayan sido causados por la ignorancia, la pobreza y la indiferencia. La mayoría de los niños no han sido amados u odiados, o ambas cosas a la vez, por sus padres a lo largo de la historia; han sido descuidados o ignorados por ellos. Por lo tanto, a pesar de toda su brillantez, el modelo de deMause resulta deficiente en ciertos aspectos críticos, N o existe una progresión unilíneal ascendente con respecto a la felicidad de la infancia, diferentes etapas se aplican a diferentes clases en diferentes países, mientras que por otra parte se dan enormes intervalos de demora entre diferentes países en una misma época; la teoría psicogénica acerca de la evolución de los padres constituye una hipótesis no probada y poco verosímil; las relaciones pa dres-hijos se han m odificado como respuesta a determinantes culturales tales como las creencias religiosas, las presiones económicas, las prácticas habituales, el poder estatal, etc.; normalmente los padres no han mante nido relaciones intensas con sus hijos, sino más bien los han mirado con cierta indiferencia; y finalmente, viene a ser una simplificación exagera da el argüir que “ el niño es el padre del hombre" y que los niños que han sido tratados brutalmente se convierten en forma automática en adultos embrutecidos, que a su vez hacen aflorar sus frustraciones a través de la
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guerra, la violencia y los asesinatos. Desafortunadamente, la moderna psicología del yo, al igual que la moderna genética y la moderna antropo logía no avalan una concatenación causal tan simplista. Los demás ensayos del libro de deMause logran hacer algo p o r darle mayor peso o en ocasiones contradecir a su modelo, aunque m uchos de ellos resultan un poco decepcionantes. Una de las razones de e llo es que las fuentes para un estudio de esta índole son muy poco satisfactorias, y se disipan cada vez más a medida que alguien se remonta en el tiem po. Éstas consisten en las recomendaciones con respecto a la educación infantil proporcionadas por los doctores, los teólogos y los moralistas, las cuales son con frecuencia totalmente contradictorias y de las que nada garantiza que tuvieran algún tipo de relación con comportamientos reales; o por otra parte en una serie de ejemplos individuales bien documentados, de los que tampoco hay garantía alguna de que fueran representativos de una clase, una nación o una época. L a recopilación de este tip o de m a terial con frecuencia, lejos de producir conclusiones sólidas, se traduce meramente en una serie de impresiones contradictorias y ambiguas. Considerados cronológicamente, los primeros ensayos exitosos a este respecto son el del profesor Marvick acerca de Luis X I II, el cual se basa por fin en documentos manuscritos, y el del profesor Illick acerca de Inglaterra y de los Estados Unidos en el siglo x v n , en el que e l lector es puesto frente a frente con los penosos hechos demográficos referentes al alto grado de mortalidad infantil en las diversas etapas de la infancia. En estas condiciones, era imposible que los padres conservaran la cordura si llegaban a implicarse demasiado emocionalmente con criaturas tan e fí meras como los niños. El retraimiento, la aceptación de la voluntad de Dios o el enviar a los hijos lejos def hogar eran tres soluciones naturales al problema de cómo enfrentar sus muertes. El profesor Illick establece también el muy interesante hecho de que los hábitos educativos norteamericanos fueron un antecedente de la teoría de Locke acerca de la educación infantil, sugerencia desarrollada con mayor amplitud por el profesor W alzer en su ensayo sobre la infancia en los Es tados Unidos durante el siglo XVIII, donde una vez rnás las pruebas su gieren relaciones más estrechas entre los padres y los hijos en el caso de los Estados Unidos que en el de Inglaterra, en parte debido a la escasez de sirvientes que estuvieran al cuidado de tos niños, y en parte debido a los bajos índices de mortalidad. Hay un contraste dramático entre esta descripción bastante humana de la vida familiar observada en los Estados Unidos en el siglo XVIII, y la brutalidad y la indiferencia que según muestra el profesor Bunn constituía todavía la norma en la Rusia del siglo XIX. ¿Podría esto indicar que la familia centrada en el niño comenzó primero en los Estados Unidos, para trasladarse posteriormente a Ingla-
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terra, seguirse desplazando lentamente hacia el este y sólo llegar a Rusia hasta el siglo XX? Sí esto es así, entonces se trata de un artificio puramen te cultural que ha sido difundido lentamente de una clase a otra y de país en país, sin que se observe en ello una clara línea de progreso. En vista de que los modelos propuestos por Aries y deMause presentan de bilidades lo mismo que brillantes aportaciones, ¿habida algún otro mode lo que pudiera remplazarlos? Uno de los muchos problemas que surgen al estudiar la infancia de manera aislada es que ésa se presta para apa sionadas polémicas — todos los autores tienen alguna obsesión perso nal— . Otra objeción más seria es que resulta imposible estudiar a los niños al margen de aquellos que los asesinaron, los alimentaron, los descuida ron, los criaron, los golpearon o los mimaron, a saber, sus padres. La his toria de la infancia es de hecho la historia de ia forma en que los padres han tratado a los niños. Una objeción similar podría plantearse con res pecto al actual torrente de libros acerca de la historia de las mujeres, tema con una mayor carga emocional, que tampoco puede estudiarse adecuadamente al margen de aquellos que las dominaron económica y sexualmente, las explotaron, las golpearon, les negaron educación y oportunidades de progresar profesionalmente, pero que también las m i maron, las consintieron, las sostuvieron en medio de un ocio confortable, las pusieron sobre pedestales, les proporcionaron una realización sexual y en ocasiones incluso las amaron —a saber, los hombres — . L a unidad adecuada de la que deben partir los estudios históricos en esta área no son, por consiguiente, ni los niños ni las mujeres ni los hombres, sino la fam ilia, la institución dentro de la cual tienen lugar todas estas interac ciones personales. Debería subrayarse el hecho de que las principales transformaciones tuvieron lugar primero en los Estados Unidos y en Inglaterra, difundién dose luego en Francia, y posteriormente todavía más al Este, como también la circunstancia de que éstas se limitaron exclusivamente en un principio a las clases acaudaladas, los hidalgos, los profesionales y la alca burguesía --fam ilias que no eran tan potentadas como para ser capaces de mante ner a un pequeño ejército de personal de crianza que cuidara de los niños por ellas, pero sí lo suficientemente ricas como para entregarse al lujo del sentimiento — . Existen muchísimos ejemplos de padres verdaderamente amorosos en lo que se refiere al siglo XVIII, y de hecho el primer clímax de tolerancia en la educación infantil de los hidalgos se alcanzó hacia finales de dicho siglo, tan sólo para declinar posteriormente. Estas nuevas actitu des se propagaron muy lentamente, por un proceso de difusión estratifi cada, en sentido ascendente dentro de la alta aristocracia y en sentido descendente dentro de la clase media baja, y posteriormente entre los
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pobres; alentadas y apoyadas por los impulsos humanitarios puestos p ri mero en movimiento por la Ilustración del siglo XVIII, y transformadas en acción legislativa durante el curso del siglo XIX. También debería subrayarse que esta teoría por etapas acerca de la evolución de la fam ilia no implica ningún juicio de valor con respecto al paso del progreso, como tampoco suposición alguna de que el tipo d e fa milia nuclear, individualista y emocionalmente vinculada que ha surgido deba ser necesariamente siempre mejor, en cierto sentido social y m oral, que los tipos de familia que la han precedido. Puede argüirse qu e el in d i vidualismo posesivo es un ideal que carece de bases demostrables dentro de la realidad psicológica o social, y que ha traído consigo ciertas conse cuencias malignas al igual que muchos beneficios. Como lo ha señalado Philip Slater en su reciente libro The E arth Walk: “ La noción de que las personas comienzan por ser individuos separados, que posteriormente emprenden su marcha y se relacionan con los demás, es uno de los ápices más deslumbrantes de automistificación en la historia de la especie.’’ Esto no únicamente ha traído como resultado la D eclara ción de Derechos, sino también el socavamiento de las organizaciones co munitarias, al igual que un consecuente realce del poder del Estado centralizado y una obsesión narcisista por parte del individuo en lo refe rente a su autorrealización, la cual resulta ser con mucha frecuencia y de manera inevitable contraproducente. Puesto que los vínculos afectivos se limitan a ia familia nuclear, ambos cónyuges tienden a desarrollar expec tativas exageradas con respecto a la satisfacción sexual y emocional, las cuales fomentan el desenfrenado ascenso de los índices de divorcio. Esta concentración lleva también con frecuencia a relaciones extremadamente intensas entre los padres y los hijos, las cuales dan como resultado niños obsesivamente activos que experimentan una gran dificultad para cortar el cordón umbilical durante la etapa de la adolescencia y de su surgimien to al mundo; aún se encuentran ligados a sus padres por lazos de amor y/o de odio. A pesar de sus muchas virtudes, el surgimiento en el Occidente de la fa milia centrada en el niño, de carácter individualista y nuclear, la cual constituye el único canal para dar salida tanto a los lazos sexuales como a los afectivos, no ha sido de ninguna manera siempre una pura bendición. Tam poco está del todo claro que logre necesariamente sobrevivir al si glo XX, en vista de las imposibles demandas que con tanta frecuencia se le hacen, y de los muchos signos de reacción en su contra por parte de hombres, mujeres y niños. Como una última reflexión irónica digamos que justo en el momento en que deMause se halla proclamando el adveni miento de la perfecta relación padres-hijos con base en las teorías penni-
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sivas de A. S. Ncill, muchos jóvenes norteamericanos están perdiendo in terés en los niños, y optando definitivamente por no tenerlos. Y aun cuando llegan a tenerlos, al parecer se hallan lejos de tratarlos con tolerancia dentro del hogar, o bien los botan en guarderías a la primera oportuni dad que se les ptesenta. El ciclo histórico se repite una vez más: los padres “ progresistas” , las escuelas “ progresistas” y los colegios "progresistas” se hallan en decadencia, justo en el momento en que deMausc atisba la pro mesa de la llegada del milenio de la educación infantil "libre".
XIV. LA ANCIANIDAD VIENE a ser un truismo ei afirmar que los historiadores tienden a form u lar preguntas acerca del pasado que revisten un interés directo para las sociedades en que viven. En el siglo XIX, las principales cuestiones eran la construcción nacional y el derecho constitucional; a comienzos d el si glo XX, éstas et an el desarrollo económico y las relaciones de clase; actual mente es la menta-lité, esa intraducibie palabra francesa que se refiere a la manera en que la gente considera al cosmos, a ella misma y a los d e más, y a los valores según los cuales las personas conforman su conducta al relacionarse entre sí. El tema concerniente a las actitudes adoptadas hacia la ancianidad en el pasado ha sido completamente descuidado hasta la fecha. L a razón de este descuido reside en la asociación que hoy se hace entre la anciani dad y la muerte, aunque de hecho este nexo es muy reciente, ya que en el pasado la mayoría de la gente moría joven más bien que vieja. Esta aso ciación ha obstaculizado la investigación, puesto que casi durante medio siglo hemos estado viviendo en una sociedad que piensa, habla y escribe cada vez más explícitamente acerca del sexo, pero que piensa, habla y escribe cada vez menos explícitamente acerca de la muerte. Hem os atra vesado por un periodo que podría denominarse como “ la pornografía de la muerte” , en el que ésta ha llegado a ser un tema tabú dentro de las conversaciones de buen gusto. Empero, en la última década este tabú se ha venido abajo, y los historiadores, al igual que el resto de nosotros, se han apresurado a llenar el vacío. Hoy existe una rama especial del co nocimiento denominada "Tanatología” ; asimismo, los historiadores de la muerte, como Ariés o Vovelle, han aparecido de repente en escena.1 Por lo tanto, no es sorprendente que este resurgimiento del interés por la muerte haya, a su vez, generado un creciente interés por la ancianidad. Anteriormente preocupados, debido» al énfasis freudiano en la im portan cia de este periodo para el desarrollo posterior, por las diversas fases de la infancia (terreno en el que Philippe Ariés fue una vez más el pionero), los historiadores han vuelto súbitamente su atención hacia los ancianos. Ya era tiempo de que esto ocurriera, ya que el vado dejado por los anteriores historiadores vino a llenarse con las falsas imágenes de una Edad de Oro. 1 Philippe Ariés, Western
Auúudus
Totearás Death, Baltimore, 1974; Michcl Vovelle.
/Uitrofots. Poi'ís. 1974. 261
Moutir
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Un sociólogo inglés, Bryan Wilson, recientemente aseguró a sus lectores que en las sociedades tradicionales y preindustriales, “ un individuo podía pensar en su vejez en forma placentera, como una época en que la dismi nución de su energía física se vería conpensada por el respeto social hacia la experiencia” . Obviamente, este individuo no había oído hablar jamás del rey Lear. El presidente de la rama norteamericana de la Asociación Internacional de Gerontología había adoptado anteriormente la misma postura, al afirm ar que "antes de la Revolución industrial, los ancianos gozaban de una posición favorable casi sin excepción. Su seguridad eco nómica y su jerarquía social estaban aseguradas por su papel y su lugar en el seno de una fam ilia numerosa” ,2 ¿Cuáles son los hechos según el análisis reciente del profesor Fischer, el señor Thomas y el señor LasletC?3 En primer lugar, como los antropólogos siempre lo han sabido, las sociedades tradicionales son muy ambivalentes en sus actitudes hacia los ancianos. En tanto una persona mayor conserve sus facultades, servirá como el Néstor de la comunidad, la venerada fuen te de la antigua sabiduría y las costumbres, el sucedáneo viviente de los libros de historia dentro de una sociedad ágrafa. Pero una vez que esas fa cultades merman, se da la tendencia a despreciarlo y a ridiculizarlo, y con frecuencia se le mata deliberadamente o se le deja morir por abando no y desnutrición. Las primeras sociedades modernas preindustriales de Occidente tenían mucho también esta ambivalencia, si bien la expresa ban en una forma menos cruda y cruel. De las tradicionales siete edades del hombre, las últimas dos, de los cincuentas en adelante, difícilmente podría decirse que se describían con respeto y veneración. Según lo expre só Shakespeare en Como gustéis, la sexta edad "se desliza en un delgado y resbaladizo pantalón” , mientras que la séptima “es una segunda infancia y mero olvido, sin dientes, sin ojos, sin gusto, sin nada” . Conjuntamente con la decadencia física, que en aquellos días comen zaba en una edad temprana, se daba un deterioro psicológico. Se pensaba que los viejos se caracterizaban por ser “ quisquillosos, olvidadizos, avari ciosos, gárrulos y sucios” , y no con poca frecuencia también impotente mente libidinosos, como lo ilustraba la leyenda popular en que se describía al venerable Aristóteles gateando desnudo por su jardín montado por la lozana Filis blandiendo un látigo. Tampoco se concedía a los ancianos el respeto que ellos pensaban que se les debía, por lo que el pastor de Sha kespeare en Cuento de invierno meramente vino a hacerse eco de siglos de
2 B, R. Wilson,
Londres, 1970, p. 219; F. W. Burgessen comps. J. KapJan y G. J. Aldrigc, Nueva York, 1962, p, 350. 5 D. H, Fischer, Nueva York, 1977; K. Thomas, 1976; P. Lasiett, "The Historyof Aging and the Agcd", en su Cambridge. 1977. The Youth Culture and the Universities, Social Welfare o f the Aging, Grotoittg Oíd in America, Age and Authority in Earfy Modera England, Proceedings o f tita Brítish Academy, LXU, h'amily Life and íllicit Love in Eurlier Gcnerations,
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quejas al afirmar que entre las edades comprendidas entre los dieciséis y los veintitrés años, los jóvenes únicamente piensan en “ em barazar a las mozas, injuriar a los ancianos, robar y pelear” . Si bien en el ideal de una sociedad premoderna no se incluía el respeto por la ancianidad, de igual forma se encontraba en él muy poco respeto por la juventud. "¡Hasta que un hombre no ha alcanzado la edad d e los v e in ticuatro años, se comporta como un salvaje, carece del discernimiento y de la experiencia suficiente para gobernarse a sí mismol” Se le considera ba como “ una edad escurridiza, llena de pasión, arrebatos y obcecación ” . L a actitud prevaleciente, según se lee en la literatura de la época, era hos til tanto a los jóvenes como a los ancianos, y fuertemente favorable a los individuos maduros, a los “ hombres graves y melancólicos que se e n cuentran por encima de las veleidades de la juventud y por debajo de los achaques de la vejez” . No es posible describir razonablemente a una so ciedad de este tipo como gerontofílica, ya que miraba con recelo a los ancianos en la misma medida que a los jóvenes. Por otra parte, los a l tos índices de fecundidad y de mortalidad indican que se trataba de una sociedad poblada y joven. Como resultado de ello, a pesar del énfasis en la madurez, entre los miembros de la Cámara de los Comunes, para no ci tar más que un ejemplo, alrededor del 45% estuvo conformado in d efec tiblemente por hombres menores de cuarenta años durante los siglos XVII y XVIII. Además, la costumbre del patronazgo proporcionó inmensas oportunidades a la minoría privilegiada. N o únicamente ocurría que al gunos hombres muy jóvenes heredaban con frecuencia vastas fortunas y poder a consecuencia del temprano fallecimiento de sus padres; sino que otros eran impulsados a ocupar altos cargos merced al patronazgo de un amigo influyente, que con frecuencia era su propio padre. De esta m a n e ra sucedió que en 1667 un debate en la Cámara de los Comunes fue abier to por un hijo de George Monck, el arquitecto de la Restauración de Carlos II: el muchacho tenía catorce años. Una característica fundamental que distinguió a la sociedad prem oder na de la nuestra fue que en ella se dieron enormes cantidades de gente jo ven, ávida de poder y de posesiones, y no mucha gente vieja para ser ya sea respetada o despreciada, atendida o descuidada. En la Inglaterra del siglo XVII, las personas arriba de los sesenta comprendían a lo sumo el 8% de la población, en comparación con el 19% de hoy día. Ciertamente que el derecho de antigüedad constituía el principio en torno al cual la sociedad organizaba sus instituciones —las Iglesias, los gremios, las cor poraciones o las universidades — , y se desconocía el retiro obligatorio. En la práctica, sin embargo, el reducido número de ancianos significaba que, tanto entonces como ahora, los puestos de autoridad eran desempe ñados principalmente por hombres cuarentones o cincuentones. L os po-
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eos que lograban llegar al umbral de los sesentas con frecuencia conse guían puestos de distinción exclusivamente en virtud de su longevidad: por ello dos terceras partes de quienes figuraron en Quién es quién en la historia 1603-1714 habían alcanzado la edad de sesenta años o más.4 A medida que las fuerzas físicas de estos pocos ancianos mermaban, la única forma en que podían asegurarse respeto y sostén era aferrándose te nazmente a los cargos, las posesiones y él poder. Eran relativamente pocos los ancianos que vivían solos, en parte debido a que no había muchos, y en parte debido a que muchos de ellos se las ingeniaban para mantener a una hija soltera en casa que se ocupara de su cuidado. Eran relativamente pocas las familias, sin embargo, que estaban compuestas por tres genera ciones, y éstas estaban normalmente ligadas no por lazos afectivos, sino por necesidad económica y obligación legal; ya que la sabiduría conven cional, encerrada en la Biblia, recomendaba que “mientras vivas y la vida aliente en tí, no te abandones a nadie. Pues es mejor que tus hijos hayan de procurarte a que tú tengas que depender de sus favores” . Cuando un campesino cedía sus bienes a su hijo al mermar sus fuerzas físicas, normalmente se cuidaba muy bien de asegurarse, mediante una escritura legal, de que las obligaciones de este último para cuidar de él quedaran estipuladas minuciosamente, estableciéndose incluso el número de velas que habrían de proporcionársele y el libre acceso al fuego de la cocina. Cualquier incumplimiento de cualesquiera cláusulas causaba la re vocación automática de la escritura, Los padres del siglo XVII no se ha cían ilusiones acerca de cómo pudieran cuidarlos sus hijos si se daba el caso: “ Ninguna prisión puede ser más onerosa para un padre que la casa de un hijo o de una hija.” La conclusión es inevitable: en la Inglaterra premoderna (lo mismo que en los Estados Unidos) los ancianos eran respetados únicamente mientras conservaban el control sobre sus posesiones, lo cual les daba el poder para hacer que sus hijos los obedecieran. La suerte de aquellos que carecían de bienes era bastante severa, ya que se veían reducidos a la scmiinanición y a la mendicidad, a merced de la asistencia para los pobres institucionalizada en la Inglaterra de aquella época, o a depender de las insuficientes e inciertas posibilidades de obtener caridad privada en otras partes. Los sociólogos que aún creen en la Edad de Oro preindustrial de los ancianos deberían echar una mirada a la reciente y aterradora descripción de Olwen Hufton acerca de. las condiciones de vida de los pobres en la Francia del siglo XVIII.5 . La gran transformación entre la temprana época moderna y la píesen os. Smtth, "Orowíng Oíd inF.arly Stuart
5 O. Hufton,
The Poor
tn
Englnnd",
Álbion, 8, ¡976, p. 156 Eíghíecnth Ccniury Trance, 1750-1789, )
Oxford, 975.
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te consiste en la creciente estratificación por edades de la sociedad. L a precocidad juvenil ha sido suprimida actualmente por el cierre de filas de la cohorte generacional a medida que ésta prosigue su marcha inexorable a través de un sistema educativo cada vez más amplio. En el o tro extrem o del espectro generacional, el retiro obligatorio y los esquemas públicos y privados de pensiones han dejado un cuerpo cada vez m ayor de an cianos en un estado de superfluidad, ya que éstos han sido expulsados de la completa ciudadanía que confiere elparticiparenla fuerza de trabajo, aun que la mayoría de ellos viven por fin en circunstancias económicas tolerables. El profesor Fischer es el primer erudito que emprende un vasto exam en de las actitudes hacia ios ancianos observadas desde el siglo XVH hasta el XX (lanzando incluso una mirada tentativa hacia el futuro). Su libro manifiesta elegancia tanto en su prosa como en el uso de los conceptos, y es ingenioso en cuanto al empleo de una amplia variedad de datos. Muestra una brillantez superficial de lo más atractiva, y es un trabajo erudito, agudo y apasionado, una combinación casi irresistible. Su tesis se resume en lo siguiente. Hasta 1780 los norteamericanos fueron en efecto gerontofílicos en teoría, del mismo modo en que los so ciólogos afirman que lo fueron en la práctica. Señala que los mismos nombres con que se alude a las personas de autoridad, como “ senador” o “ concejal” ,* se derivan de palabras que significan anciano, Cita a Cotton Mather con respecto a que "las dos cualidades van juntas, lo anciano y lo honorable” . La principal prueba que proporciona en favor de que la teo ría se tradujo en la práctica es el hecho de que la población de Massachusetts se sentaba en los templos de acuerdo con sus edades, antes que de acuerdo con la riqueza o el status. Admite, sin embargo, que este respeto se manifestaba en grado sumo en el caso de los hombres ricos y con bienes, y que era mínimo o inexistente en el caso de los pobres que carecían de pro piedades y en c), de las ancianas. La gran línea divisoria que marcó el cambio de una sociedad gerontofílica a una gerontofóbiea tuvo lugar, según cree el profesor Fischer, en los cincuenta años comprendidos entre 1770 y 1820, un periodo de “ p rofu n das transformaciones" en cada uno de ios aspectos de la vida norteameri cana, incluyendo la política, la economía, la demografía, la sociedad, la religión y los valores. Si esto es cierto, esta proposición vendría a sepultar definitivamente la teoría de la modernización, ya que haría que todas estas transformaciones precedieran en lugar de seguir a la industrializa ción y la urbanización. La concatenación causal quedaría de cabeza. El margen de evidencia que el profesor Fischer ha elegido para probar su punto de vista es ilustrativo tanto del extraordinario ingenio que exige
* En ingles concejal se dice aldcrman, que etimológicamente significa eider man. hombre
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tener un historiador de la mentalité, como de su capacidad para selec cionar los puntos significativos en medio de un vasto y abigarrado ordena miento de hechas. En primer lugar, el profesor Fischer muestra que el cri terio para ocupar los asientos en los templos de Massachusetts dio un viraje de la edad a la riqueza, subastándose aquéllos al mejor postor. En segun do lugar, alude a la introducción de una edad obligatoria de retiro en el caso de los funcionarios, que se inició con algunos jueces en 1777. Esta fue una innovación que hizo enfurecer al anciano John Adams de ochenta y nueve años: “ Nunca podré perdonar a Nueva York ni a Connecticut ni a Maine por arrojar a los hombres venerables” , escribió airadamente al poco compasivo Jefferson, A continuación se dedica a un hábil ejercicio de carácter cliométrico, haciendo un escrutinio de los resultados censales, con objeto de extraer pruebas estadísticas de que los hombres tendían a sobrestimar su an cianidad en el siglo XVIII, y a subestimarla en el siglo XIX. La conclusión a que este autor liega es que el culto de la ancianidad fue sustituido por el culto de la juventud. En cuarto lugar señala que en el siglo XVIII los hombres se veían mayores que la edad que tenían, ya que usaban pelucas empolvadas y largos gabanes, mientras que en el siglo XIX se veían más jóvenes a causa del cabello natural, los tupés y los chalecos y los pantalo nes ajustados. En quinto lugar arguye que se desarrolló un nuevo len guaje para injuriar y ridiculizar a los ancianos. Las antiguas palabras neutras se volvieron peyorativas, se introdujeron nuevas palabras inju riosas, en tanto que las antiguas palabras de respeto cayeron en desuso. En sexto lugar, en los retratos familiares del siglo XVIII los padres de fa milia descollaban sobre sus esposas e hijos de acuerdo con una composi ción vertical. En séptimo lugar, la herencia partióle o dividida sustituyó a la primogenitura en los códigos legales de la nueva república. En octavo lugar, disminuyó la proporción de niños a quienes se les ponía el nombre de sus abuelos. A n te el respeto impuesto por esta serie de pruebas, la primera reacción del pasmado lector es someterse a ellas. ¿Cómo podría resistirse ante un cuerpo de pruebas tan brillantemente presentado, tan diverso, tan in tegrado y de un alcance tan vasto? Seguramente después de todo esto piensa que el profesor Fischer ha demostrado triunfalraente su teoría, y que al hacerlo ha exhibido un virtuosismo histórico magistral en cuanto a la manipulación de datos orientada a revelar diversos estados mentales. Por desgracia, lo cierto es que no ha logrado hacerlo. Sometido a un examen cuidadoso, cada fragmento de prueba empleado para demostrar un argumento resulta ser ambiguo, infundado, o inadecuadamente sus tentado, y aun en el caso de ser válido sujeto a otro tipo de explicación. FJ argumento más firm e es el primero, el referente a las transformaciones en
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cuanto a la disposición de los asientos en veintiún templos protestantes de Massachusetts entre 1765 y 1836. Empero, esto podría explicarse ig u a l mente como un viraje ideológico de la deferencia a la dem ocracia, o por un reconocimiento del hecho de la creciente desigualdad económ ica. L a jubilación de los jueces a los setenta no parece ser nada más que un in ten to muy modesto por retirar de los tribunales a los miembros seniles, antes de que hicieran un daño considerable al ejercicio de la justicia. jEI retener a los jueces hasta la edad de sesenta y nueve años difícilmente puede con siderarse un triunfo de la juventud sobre la ancianidad! En cuanto al conglomerado por edades en los resultados censales, los cuatro casos propuestos con respecto a los años comprendidos entre 1636 y 1787 son akarneme ambiguos. Ninguno de los cuatro muestra una ten dencia uniforme a exagerar la edad, y la enorme concentración - hasta del 40% -- en cada decena de años, treinta, cuarenta, cincuenta, etc., hace en todo caso que sea imprudente el sacar cualquier tipo de conclusiones a partir de esta información. Es verdad que se dieron cambios con respecto al cabello y la indumentaria, pero ha de recordarse que las pelucas poiveadas sólo llegaron a estar de moda a finales del siglo XVII, mientras que en el siglo XVI y a principios del XVII el cabello suelto y las ropas elegante mente juveniles se avenían confortablemente con la supuesta geron tofilia. Al referirse a las modificaciones en el lenguaje, Fischer ha interpreta do mal sus pruebas. Su fuente, al igual que la mía, es el Diccionario O x ford. Gaffer [ = viejo o vejete] jamás fue peyorativo, pues conservó hasta finales del siglo XIX sus antiguos significados neutros o positivos. Graybeard [- v ie jo , aludiendo a la barba cana], se mantuvo siempre neutro. O ldtim er [ = viejo, en el sentido de quien pertenece a otro tiempo], es un término norteamericano de finales del siglo XIX, completamente neutro en su significado. En cuanto a las palabras peyorativas, baldhead [ = cal vo, en el sentido de alguien decadente físicamente], data de 1535, codger [ = viejo excéntrico], de 1756, geezer [ = viejo chiflado], de 1885, lo cual no resulta de mucha ayuda. Las palabras positivas que se aduce cayeron en desuso, como grandsire [ gran señor], o forefa th er [ = antepasado, padre de antaño], se observan desde el siglo XIV al siglo XIX, Grandad [ = abuelo, gran padre] o grandaddy [ = abuelito, gran papito] tuvieron un uso más difundido en el siglo XIX. El verbo "abuelear” , cuya intención era halagar, es tan raro que únicamente se le usó en 1748. Uno se ve obligado a concluir que no puede obtenerse ninguna conclusión de utilidad de este ejercicio semántico. En cuanto a las pautas de nombramientos (con base en un pueblo de Massachusetts), el poner a los niños los nombres de sus abuelos muestra una pauta aleatoria en zigzag, y sólo se observa una declinación en forma indefectible en el caso de las niñas. Esto, en el supuesto de que signifique
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algo, podría explicarse mejor por la relación cambiante entre la familia nuclear y el círculo de parentesco, que por cualquier cambio de actitud con respecto a la ancianidad. El profesor Fischer podría tener razón en cuanto a la disposición de los retratos familiares, empero sería deseable contar con más que simple m ente treinta retratos, correspondientes a un periodo de 140 años desde 1729 a 1871, para poder sustentar una conclusión. En todo caso, es más probable que la explicación consista en aquel individualismo y aquel igualitarismo que De Tocqueville pensó constituían las características dis tintivas de la familia norteamericana de comienzos del siglo XIX, antes que en cualquier propensión hacia la gerontofobia. Puesto que en la práctica las herencias divisibles eran ya la norma, la abolición de la primogeniíura vino a ser un gesto en gran medida carente de sentido por parte de Jeffcrson y otros hacia el ideal del igualitarismo.6 Si el profesor Fischer piensa que esto tuvo algo que ver con la disminución en el respeto por los ancianos, es suya la responsabilidad de reproducir algunas citas a fin de mostrar que era esta la intención de Jeffcrson. Este prolijo examen de las pruebas referentes a “ profundas transforma ciones” entre 1770 y 1820, y a un profundo cambio de actitud hacia la an cianidad y hacia la juventud, parece socavar los cimientos de la hipótesis. ¿Pero dónde nos deja todo esto? La transformación más importante es de mográfica, el notable surgimiento de los ancianos como una proporción de la población adulta. En los Estados Unidos, únicamente alrededor del 25 al 40% de aquellos con una edad de veinticuatro años podían esperar llegar a la edad de sesenta en el siglo XVU; entre los nacidos en 1840 la proporción era del 60%; y entre aquellos nacidos en 1960 llegó a ser del 90%. Los efectos de tal transformación sobre las perspectivas de lograr una prom oción temprana pueden imaginarse fácilmente. El redro obligatorio se convirtió en una necesidad con objeto de evitar que esta masa de an cianos en rápido crecimiento obstruyera los canales del progreso. Aun así, casi cualquier profesión se volvió más vieja en el siglo XIX, y la proporción de hombres menores de cuarenta años en la Cámara de los Comunes se redujo a la mitad. A comienzos del siglo XX se desarrollaron programas privados, y posteriormente nacionales, de pensiones a fin de ocuparse de la creciente precariedad económica de los jubilados, en la misma forma en qiie el Estado se hallaba asumiendo la responsabilidad con respecto a muchos otros problemas sociales, desde el desempleo basta la vivienda y la salud. Como resultado de ello, se ha. logrado hacer frente más o menos 6 S . N . K a ty . “ T h o m a s je ffc r s o n a n d th c R ig lt t to R io p c it y ¡n R e v o lu tio n a r y A m e r i c a " . Journal of Lawand ficonomics, e n e ro d e 1976; C. R a y K e i m , " P r im o g e n t t u r e a n d E m a il in C o lo n ia l V ir g in ia 0. WtlUatn and Mary Quarterly, T e r c e r * S erie, X X V , 1968.
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a los realmente severos problemas económicos de los ancianos (siem pre y cuando las instituciones de previsión social no quiebren). M uchos estu dios han mostrado, sin embargo, que el automóvil, el avión y el teléfono han preservado o incluso incrementado los contactos entre los abuelos, sus hijos y sus nietos. De manera que la situación de los ancianos es seria, pero no desesperada. Ciertamente es mucho menos desesperada en el caso de los pobres de lo que lo fue en la “ Edad de Oro” preindustrial. Sin embargo, persiste una aguda fuente de angustia para muchos an cianos, la cual se deriva de las transformaciones demográficas, id eo ló gi cas e institucionales ocurridas en el siglo XX. Ésta consiste en la sensación psicológica de superfluidad observada entre los jubilados, debido a que se hallan viviendo en una sociedad todavía apegada a la ética puritana de trabajo. Sienten que se les ha descartado como seres inútiles para la c o munidad, y no encuentran satisfactorio el sentarse simplemente al sol y observar pasar al mundo. Es posible, sin embargo, que la ética de trabajo se halle hoy en decadencia en los Estados Unidos de finales del siglo XX, y que se le esté sustituyendo por una nueva ética de carácter hedonista, orientada hacia la búsqueda del placer y del ocio. Si esto es así, tendrá profundas consecuencias para nuestra sociedad, muchas de ellas malas. Empero, una cosa buena podría ser que los ancianos jubilados se llegaran a sentir mucho más positivos con respecto a su ocioso destino. Quizá pu diera ser que su migración a Florida y a California fuera lo que estuviera estimulando este cambio de actitudes hacia el trabajo y el ocio en toda la sociedad. Por consiguiente, la sociedad norteamericana (al igual que la inglesa) jamás fue gerontofílica, ni siquiera en teoría, pero ciertamente que no es gerontofóbica en la actualidad. Si en realidad fuera gerontofóbica, esta ríamos llevando a empellones a ios ancianos a los hornos de gas, o los d e jaríamos m orir en medio de la podredumbre, en lugar de gastar pasmosas sumas de dinero en pensiones, atención médica y asistencia con objeto de prolongar las costosas vidas de estas criaturas productivamente inútiles y cada vez más numerosas, No hay duda de que el cuidado y la asistencia son en ocasiones insensibles e inadecuados; sin embargo, ninguna so ciedad a lo largo de la historia ha destinado una mayor cantidad de su producto nacional bruto a los ancianos. De hecho, todo parece sugerir que nuestras actitudes hacia los ancianos no son muy diferentes hoy día de lo que solían ser en tiempos de Sha kespeare, y que el tipo de diferencia que existe asume la fonna de una mayor amabilidad —la mayoría de nosotros aún nos ponemos de pie en los camiones para cederles el asiento— y de una mayor disponibilidad a pagar excesivamente (a través de impuestos) por su bienestar. En cuanto a la intimidad y el afecto, jamás hubo muchas familias de tres genera
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ciones en mayor grado de las que hay hoy día. N o estamos ni más ni menos ansiosos por tener a nuestros abuelos bajo los pies de lo que estu vieron nuestros antepasados. Cuando Charles Colson quiso impresionar al público norteamericano con lo extremo de su servil devoción por Richard Nixon, proclamó que de buena gana pasaría sobre su abuela con tal de servirlo. El hecho de que Colson baya empleado este tipo de imagen sugiere que se daba cuenta de que los norteamericanos de finales del siglo XX aún siguen considerando el pasar sobre las abuelas como un grave acto de sacrilega impiedad, al igual que los griegos en los días de Homero. Tampoco debe olvidarse que hasta hace tan sólo unos pocos años todas las democracias del mundo oc cidental se complacían en encomendar su destino a figuras que encarna ban la imagen del abuelo: Eisenhower, Churchill, De Gaulle, Adenauer ( “D er A lie ") y De Gasperí. No hay muchos indicios en esta tendencia re ciente de que se haya dado alguna disminución en el respeto por los an cianos dentro del comportamiento político. ¿Qué es entonces lo que ha sucedido? Durante los últimos veinte años ha tenido lugar un cambio de actitudes (posiblemente temporal) hacia los méritos relativos de la juventud y de la edad madura. Las víctimas de este cambio no han sido los ancianos sino aquellos “ melancólicos” , madu ros y sobrios hombres que llegaron a ser tan admirados en los tiempos pre modernos. Si se ven expulsados del trabajo después de la edad de los cuarenta y cinco, quedan reducidos a la condición de ser virtualmente inempleables. N adie desea contratar a un hombre o a una mujer madu ros. Si bien los aspectos más grotescos del culto a la juventud observado en los sesentas han desaparecido casi por completo, sobrevive una indisponi bilidad a reconocer y recompensar la sabiduría y la experiencia de la m a durez. El vigor y ia virilidad juveniles se procuran actualmente en el caso de los rectores, los altos ejecutivos, los senadores y los congresistas. Por consiguiente la verdadera transformación, la cual ha tenido lugar única mente en los últimos veinte años, mucho después y no antes de que la R e volución industrial alcanzara la madurez, ha venido a ser la degradación de los hombres maduros y la exaltación de los adolescentes y de la juventud.
X V . L A M UERTE* A JUZGAR por las pruebas arqueológicas, parece evidente q u e Freud se equivocó por lo menos en un respecto. Los diversos tipos de malestar de la civilización parecen haberse centrado no en la supresión del id, sino más bien en las aprensiones con respecto a las perspectivas y la naturaleza de la vida después de la muerte. Algunas de las construcciones más gigantes cas, lo mismo que algunas de las obras de arte más espléndidas y extrava gantes y algunos de los rituales más complejos se han consagrado al entierro, al alojamiento y al equipamiento de los muertos, como una pre paración al viaje del alma más allá de la tumba. Ya por el año 50000 a.C. el hombre de Neanderthal enterraba a sus muertos con ñor es, y por el año 7000 a.C. florecía en Jerícó un refinado culto a los antepasados. Nos quedamos asombrados al contemplar las pirámides de los faraones de Giza, el gigantesco montículo funerario de Silbury HUI — la más grande estructura hecha por el hombre en Europa— , la imponente tumba pira midal del alto sacerdote en las espesuras del bosque chiapaneco en Palen que, las tumbas en forma de colmenas de Micenas y las grandes tumbas megalíticas de múltiples cámaras en los largos montículos del noroeste de Europa. Los museos de todo el mundo se hallan repletos de accesorios fu nerarios pertenecientes a reyes y nobles muertos. En El Cairo se exhibe el mobiliario de oro de Tutankamón; en Londres, las joyas, los platos de plata y el escudo ornamentarlo del cenotafio funerario en forma de barco del rey anglosajón de Sutton Hoo; en Atenas, la máscara de oro de un rey micénico; en Cháteaudun, la gigantesca y clásica crátera griega de bron ce, transportada a través de media Europa y enterrada después junto con una princesa celta desconocida en V ix, Los ejemplos son interminables, pero la conclusión es evidente: los hombres creían que podían llevarse to do con ellos, y que tenía que ser lo mejor. Por supuesto que estos enormes monumentos llenos de tesoros tenían una finalidad social al igual que ritual. Incluso los bienes funerarios ocul tos eran mucho mayores de lo estrictamente necesario para el envío fun cional del alma a su viaje postumo. Las superestructuras eran el resultado de un complejo de edificios, vanos y gloriosos despliegues del status social tanto de los muertos como de sus sobrevivientes, quienes podían permitir-
* Estoy en deuda con la Fundación Rockefcller de la Villa Serbclloni de Bcllagio por la hospitali dad que me brindó para poder elaborar esta reseña en un ambiente de paz y de ocio. Mis corresiden tes en Bcllagio, los profesores Dorothy Nelkin yjoscph Berlincr, proporcionaron algúnas sugerencias útiles. 271
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se no únicamente enterrar para siempre bajo tierra riquezas tan fabulo sas, sino también gastar la tan escasa fuerza de trabajo humana en la edi ficación de llamativos símbolos de la inmortalidad. Asimismo, la simple opulencia del mobiliario, y la no poco frecuente inclusión de concubinas y de esclavos sacrificados, muestran que los bienes funerarios también tenían la intención de dar placer a los muertos. Estaban hechos con el propósito de permitirles disfrutar en el otro mundo de los mismos lujos, las mismas complacencias sensuales y el mismo estilo de vida suntuoso de que habían disfrutado en éste. En abierto contraste con la creencia cris tiana de que es más difícil para un rico entrar en el cielo que para un ca m ello pasar a través del ojo de una aguja, los reyes y los nobles de la A n ti güedad pagana esperaban tener bonanza en ambos mundos. Sin embargo, el hecho de que la función esencial era servir al alma se demuestra por el éxito de las grandes religiones monoteístas, el judaismo, el cristianismo y el islamismo, en poner fin a esta práctica de equipar a los muertos con bienes materiales dispuestos para su viaje, l.as esposas, las concubinas, los esclavos, los caballos, los barcos, los carros, las armaduras, las armas, el mobiliario y las joyas dejaron de acompañar a su propietario a la tumba al no serle ya de ninguna utilidad en la otra vida. Por supuesto que esto no ocurrió de la noche a la mañana, ya que todavía en el siglo VIH los reyes merovingios seguían enterrando a sus muertos con refinados bienes funerarios, a pesar de su piedad cristiana. Debido a su creencia en la re surrección final del cuerpo, el cristianismo también puso límites a la naturaleza del entierro, la cremación dejó de ser una opción viable. Ai mismo tiempo, se redujo también el tamaño de los monumentos funera rios, Por otra parte, el cristianismo no hizo nada por detener la elabora ción del ritual que rodeaba al acto de la muerte, con los subsecuentes ri tuales referentes al luto, al funeral y al apaciguamiento o al auxilio de las almas de los muertos. Esta creencia persistente y universal en una vida después de la muerte es un fenómeno muy extraño. Es como si la parte racional del cerebro hi ciera al hombre único en cuanto a su conciencia de que el único hecho inevitable de su vida es la muerte. Y sin embargo, en un nivel más pro fundo de conciencia la parte del cerebro más intuitiva no puede aceptar la inevitabilidad de la extinción del sujeto y de aquellos a quienes está vin culado. Por ello el individuo postula la existencia del alma como una en tidad que habrá de permanecer después de su descomposición física. Casi da la impresión de que por medio millón de años ambas partes del ce rebro hubieran sostenido una guerra irreconciliable entre sí, cada una rehusando aceptar las conclusiones de la otra. Como Erwin Panofsky lo señalaba, “ difícilmente hay alguna esfera de la experiencia humana en la que creencias racionalmente incompatibles coexistan tan fácilmente, y en
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la que sentimientos prelógícos, podría decirse que casi rnetalógkos, sobrevivan a través de periodos avanzados de la civilización, como en nuestras actitudes hacia los muertos” . 1 Una última peculiaridad de esta paradoja es que el concepto de racionalidad se desarrolló en e l Occidente en el siglo XVIíI coincidentemente con el concepto de individualismo. En consecuencia, la probabilidad de la extinción personal llegó a ser ai mis mo tiempo más contundente desde el punto de vista lógico y más inacep table desde el emocional. Esto ha hecho que la tensión intelectual y psi cológica se haya intensificado durante los últimos doscientos años. Lo cual nos retrotrae a Freud, quien postuló un conflicto eterno entre Evos y Tána.tos. Este tema recibió una dimensión histórica en el libro Life Against Death de Norman O. Brown, uno de los trabajos más brillantes de la escuela neoman.ista, y se ha visto reflejado en ciertos lemas actuales de la juventud, tales como “ Haz el amor y no la guerra” . Sin em bargo, en la realidad biológica el sexo y la muerte se hayan causalmente vinculados. La naturaleza prevé que cualquier especie que reproduce los genes m e diante la unión sexual de los individuos tenga mecanismos inherentes que aseguren la eliminación de los padres, para permitir que el nuevo mate rial genético tenga espacio para crecer y reproducirse a su vez. Esto es, la muerte es esencial para la diversificación genética mediante la unión sexual. Hay evidencia irrebatible de que la preocupación por la muerte ha ab sorbido una cantidad significativa de energía psíquica y de rendimiento económico en Occidente desde el siglo I al XX, de que la elaboración de una visión alusiva al cíelo y al infierno vino a ser el tema de los más gran des poetas desde Dante a Milton, y de que la mayoría de los más grandes escultores occidentales, como Miguel Ángel, han consagrado gran parte de su tiempo y de su talento a los monumentos funerarios. A pesar de todo esto, hasta hace muy poco la muerte había sido un tema del que los historiadores casi no se habían ocupado. Los historiadores del arte se han visto obligados desde hace mucho a prestar mayor atención a este asunto, ejemplos prominentes de ello son los libros de A , Tenenti y Erwin Panofs ky,2 Panofsky fue el primero en formular una distinción esencial entre el arte y el ritual “ prospectivos", diseñados en forma mágica para manipu lar el futuro, ya sea haciendo felices a la almas de los muertos en el más allá o evitando que perturben a los vivos, y el arte y el ritual “ retrospecti vos” diseñados meramente para conmemorar las hazañas pasadas de los muertos. Tam bién señaló el modo en que la doctrina paulina de la salva ción exclusivamente por la fe, que posteriormente llegó a ser tan esencial
1 E. Panoftky, Tomb Sculplure, Nueva York, 1964, p. 9. t Panofsky, op cit.; A. Tenenti. La Vic et la Morí 4 travers l ’/lrt du X Vitrae Sieclc, Parts, 1962; A. Tcneti, II Semo delta morle e l'A?norc delta Vita nel Rinascimento, Turfn, 1957.
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para la teología protestante, eliminó en teoría al elemento retrospectivo y centró el arte funerario en la redención de los peligros de la otra vida. , Sólo hasta el Renacimiento se incrementó el énfasis en la gloria perso nal retrospectiva, y con ello el tamaño y la opulencia del monumento v i sible sobre la tumba: son testimonio Brou, Innsbrück, la capilla de Enri que V II en la abadía de Westminster o las tumbas reales de Saint Denis. Se admite que estos son despliegues del orgullo familiar antes que de p ro tección en contra de las malevolentes acciones de los fantasmas, o de con suelo para el alma en la otra vida. Sin embargo, incluso en los siglos XVI y XVO, el antiguo m otivo subyacente sigue siendo: tim or mortis conturbat me, un temor demostrado por la persistencia de los transí, imágenes del cadáver desnudo ya sea en rigor mortis, abierto y suturado por el em bal samados o en plena descomposición y siendo devorado por los gusanos. Antes de analizar el extenso libro de Philippe Aries, serla útil conocer algo acerca del autor,5 El señor Aries no es un historiador profesional, sino un hombre que se gana la vida como director de un centro de inform a ción en un instituto de investigación acerca de frutas tropicales. Aunque estudió historia en la Sorbona según la forma usual, no logró aprobar su agrégation en 1943 y abandonó la carrera de historiador profesional. También es un caso insólito dentro de los círculos intelectuales parisienses, ya que es un católico devoto que proviene de un medio fuertemente vin culado con el nacionalismo de derecha* el ultrarrealismo y el tradiciona lismo nostálgico, medio al que ha permanecido fiel, y puesto que fue por mucho tiempo miembro activo de la A ction Franfaise. C om o se verá, es tos antecedentes personales son esenciales para la comprensión de la obra del autor, ya que también nos explican por qué el señor Ariés es la excep ción de la historiografía francesa, A pesar de que su interés por las mentalités ha llegado a estar repentinamente en boga en la gran y dominante escuela histórica de los Anuales de París, y de que la mezcla que hace entre una filosofía antiilustrada y una etnografía histórica se halla de hecho muy cercana a la del actual gurú parisiense, Michel Foucault, no es, sin embargo, un profeta muy prestigiado en su propio país. Empero, en Inglaterra y en los Estados Unidos su libro Centuries o f ChildhoodA ha causado un sorprendente efecto, en parte debido a sus solas originalidad y audacia, en parte debido a lo oportuno de su aparición, la cual coincidió con el trabajo de Erikson acerca de la infancia y con un exhaustivo y público volver a reflexionar sobre los diversos modos educativos. H a sido una de las obras históricas de mayor influencia de los sesentas, la cual ha3 4
3 P. Ariés,
París. 1977; P. Ariés, Western Attitudes íou/ards Deaíhfrotn Baltimore, 1974. Véase la reveladora entrevista de Philippe Ariés con André Burguiére publicada en 20 de febrero de 1978. 4 Philippe Ariés, Londres, 1962. L'Homme devant Ui Morí, the Middle Ages to the Ptesent, Le Nouvel Obsetvalcur, Centuries o f Childhood,
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venido a estimular el actual torrente de investigación histórica acerca de la familia que se observa en los Estados Unidos y en Inglaterra. Tratá n d o se de un aficionado y de un extraño dentro de la profesión, este es un logro notable y único en verdad. Y ahora ha vuelto a repetir la hazaña al proporcionar un extenso modelo con respecto a los cambios de actitudes hacia la muerte dentro de un periodo de mil años, el cual es probable que tenga los mismos alcances que Centuries o f Childhood. Artes postula cinco etapas principales dentro de la lenta y errática evo lución en la que se sobreponen diversas actitudes hacia la m u erte, en un periodo comprendido entre los siglos IX y XX. Cada etapa se identifica por tas que de hecho parecen ser definiciones diferentes acerca de la na turaleza del hombre con respecto a la muerte. L a primera no constituye realmente una etapa sino una condición, y se basa estructuralmente en una creencia que se mantiene inalterada entre las masas hasta el si glo XIX, la cual él denomina como "Todos morimos” . El ritual fundamental es la escena del lecho de muerte: un despliegue público de arrepentim ien to y serena aceptación del fin. L a muerte está desprovista de un carácter particulannente aterrador, y el destino del individuo se subordina sosega damente al futuro de la colectividad, de la sociedad, del grupo jerárquico y de la familia. La vida después de la muerte no es más que una especie de sueño que se prolonga indefinidamente. La segunda etapa, referida como “ L a muerte del yo” , surgió entre los siglos XI y XIII y sólo vino a afectar a la élite social e intelectual. Se carac teriza por el concepto del Juicio Final, en el que Dios habrá de decidir el destino de cada alma con base en la conducta que haya observado en esta vida; por la transformación de la misa fúnebre, de un ritual ocasional y colectivo en un instrumento frecuente para la salvación de un alma parti cular; y por un cambio en cuanto al énfasis, el cual se centra ahora sobre el funeral, ejecutado como un despliegue ostentoso y teatral, en lugar de sobre el lecho de muerte. T o d o esto daría razón del empleo cada vez ma yor del testamento escrito para estipular todo lo referente al funeral, el entierro y las misas en favor del alma. Estas transformaciones se debieron a un cambio en la balanza; el individuo cobró importancia sobre la colectivi dad, lo cual se expresó a través de un violento amor a la vida y a todos los bienes materiales de este mundo. Asimismo, el alma inmortal queda cla ramente separada de la corrupta carne. En el norte de Europa se cubría el rostro del muerto, cuando al mismo tiempo el arte macabro se hallaba mostrando el invisible cadáver en toda su prodredumbre. Ariés ve este arte macabro no como un reflejo de la desesperación humana, generado por la peste negra y las atrocidades de la Guerra de los Cien Años, como creía Huizinga, sino como la contraparte de un apasionado anhelo por la vida y las posesiones materiales.
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La tercera etapa, denominada ‘‘La muerte prolongada e inminente” (expresión tomada de una frase algo oscura de Madame de La Fayette, “la m ort longue et proche'') alude al derrumbamiento de las defensas en contra de la naturaleza. El sexo y la muerte recobran su fuerza salvaje e indómita, lo cual halla su expresión más impresionante en la obra del marqués de Sade, La agonía y el orgasmo quedan reunidos en una sola sensación, simbolizada por la erección que supuestamente experimentan ios hombres al ser ahorcados. L a cuarta etapa, denominada “ T u muerte” , es el resultado del surgi miento del apego familiar a un amante, los hijos, la esposa o los padres. Este nuevo fenómeno, que se halla vinculado al desarrollo de la privaci dad y de los estrechos nexos emocionales de la familia nuclear, es lo que en otra parte he definido como “ individualismo afectivo” .5 En el si glo XVIII ciertamente que llega a ser, por vez primera, la fuerza motriz y psicológica predominante de la élite en el noroeste de Europa. La patética aflicción por la pérdida de un ser querido, ahora libre del ritual tradi cional, se convierte consecuentemente en la respuesta normal ante la muerte, y en el centro de los cambios de atención, la cual ya no se dirige a los moribundos sino a quienes les sobreviven. Nuevamente el énfasis recae sobre el individuo, esta vez sobre los vivos antes que sobre los agonizantes. A l mismo tiempo, el romanticismo transforma a la muerte, de algo te mible en algo bello. Se le anticipa casi anhelantemente, en especial por aquellos que agonizan de manera lenta y bizarra a causa de la tuberculo sis, mientras que la alarma ante la posibilidad del castigo eterno disminu ye. L a creencia en la relación entre pecado, sufrimiento y muerte se m o difica en forma decisiva. Como consecuencia, la muerte se convierte en un mero estado transitorio, una preparación que preside al hecho de reunirse con los seres queridos en el otro mundo. Finalmente, el siglo XX llega a desarrollar una fobia tal hacia la muerte que se le desden-a por completo. Esta quinta etapa, denominada en fo r ma un tanto oscura como “ L a muerte invertida” (en lugar de “ L a muer te proscrita” , que hubiera sido mucho mejor) florece de manera más se • ¿ralada en Inglaterra y en los Estados Unidos. A medida que el sexo sale del armario, la muerte va siendo confinada en él, ya que es algo de lo que resulta impropio hablar entre gente educada. El morir es algo que se deja a la tecnología médica y que ya no tiene lugar en el hogar, sino en un hos pital. Los funerales se abrevian y se simplifican, la cremación se convierte en algo normal y se piensa que el luto es una forma de enfermedad men tal. El hombre se define según lo consideran los doctores, como un mero conjunto de órganos sujetos a deteriorarse. Estas últimas tendencias son el
6 L. Stone,
The Family, Sex and Mnrriagc
m England,
13001)100,
Nueva York, 1977.
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resultado de una aguda disminución en la creencia de una supervivencia después de la muerte, lo mismo que de una ulterior evolución del indivi dualismo, a medida que d hombre agonizante ha llegado a quedar tan envuelto por la solicitud familiar que su enfermedad, e incluso la inmi nencia de su muerte, le son cuidadosamente ocultadas por tem or a con vertirlo en un miserable. Este es el último de los vítores del id ea l ilustrado de Jefferson acerca de la búsqueda de la felicidad: puesto q u e la muerte constituye evidentemente una amenaza para la felicidad, no sólo se le destierra del horizonte humano ío mismo que de las conversaciones, sino que incluso se le oculta a la víctima. En los Estados Unidos, esto ha alcanzado su apogeo en Forest Lawn; la realidad de la muerte queda tam bién oculta para el sobreviviente gracias al arte del embalsamado!-. Las m ejillas se ha cen parecer rollizas mediante la inyección de ceras, en tanto que el rostro y las manos reciben un elaborado tratamiento de belleza. El cadáver es expuesto al público en el ataúd, pero ahora luce más joven, apuesto y feliz que en la vida real. A nadie le preocupa que fantasmas errantes o espíri tus malignos puedan entrar en esta carne tan cuidadosamente preserva da. Tam bién se da una sexta fase, la cual es la más reciente de todas y que comenzó hacia 1970, cuya característica principal consiste en una aversión en contra de la visión mecánica y accesoria del hom bre, lo cual no es sino una reafirmación de su derecho a decidir cómo, cuándo y dón de habrá de morir, La muerte, al igual que la locura y la magia, ha salido nuevamente a la superficie, razón por la que este libro resulta tan oportuno. Es curioso el ver cuánto hay en común entre un tradicionalista de derecha com o Phi lip pe Aries y un radical de izquierda como Michel Foucault, no única mente en cuanto a su metodología histórica referente al roedor* etnográ fico, sino también en cuanto a sus intereses básicos y sus conclusiones acerca de la naturaleza de nuestra sociedad y de las enfermedades que la afligen. Ambos autores comparten una misma aversión hacia ciertas instituciones características de nuestro mundo optimista, racionalista y posilustrado de ingenieros sociales: la prisión, el manicominio, el hospital, Mace más de cuarenta años, Luden Febvre se quejaba de que “no contamos con nin guna historia acerca del amor, la muerte, la piedad, la crueldad o la dicha” . Actualmente, en gran medida gracias a los trabajos de un talen toso y aislado aficionado, algunas de estas lagunas están siendo llenadas. Por otra parte, resulta igualmente cierto que el libro presenta serias debi lidades, En primer lugar, a diferencia de Centuries o f Childhood, resulta muy difícil de leer. Parte de su oscuridad se deriva de la ausencia de una
* £1 término que usa el autor es packrat, que viene a ser un tipo de roedor que habita en las mon tanas Rocosas. fT ]
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distinción clara entre los diversos elementos que constituyen la totalidad del complicado síndrome de la muerte. El ritual del lecho mortuorio puede tener lugar lo mismo en una casa, que en un asilo, una prisión (lo cual era común en el siglo XVül) o un hospital (lo cual ocurría también con frecuencia en e l siglo XVIII y es algo normal actualmente). También puede tener lugar en público, con o sin la presencia de un sacerdote, o en el aislamiento de un hospital. El luto tiene en general un carácter altamente ritualista, el cual comprende el uso de una indumentaria negra, la exposición del cuerpo, los velatorios, etc. En el siglo XVIII adquirió un tono expresivo y emo cional, aunque más recientemente ha terminado por suprimírsele públi camente por completo. El funeral puede ser costoso y solemne, o económico y apresurado, de pendiendo de la ocasión o de las posibilidades de cada bolsillo. Puede o no acompañarse de un cortejo de parientes o de dolientes. El lugar en que en la Antigüedad se verificaban los entierros se localizaba siempre fuera de los muros de la ciudad. Fueron únicamente los cristianos quienes vi nieron a poner a los muertos en medio de los vivos, congregados en torno a las tumbas de los santos, dentro de las iglesias en el caso de la élite, y cerca de los patios de las mismas en el caso de las masas. Esta costumbre prevaleció hasta el siglo XIX, cuando debido a tina mera presión de mográfica extrema, ya que el hedor de los cuerpos putrefactos era intole rable, los entierros volvieron a proscribirse por completo en los interiores de las iglesias, y los cementerios se trasladaron a los distantes suburbios. El cuerpo mismo puede embalsamarse, incinerarse, colocarse dentro de un cripta familiar, o bien enterrarse primero para posteriormente ser exhumado con el propósito de trasladar los huesos a un osario. El cuerpo puede ser considerado con repugnancia, como en la Antigüedad u hoy día; o con respeto, como en la Edad Media, cuando se le lavaba, se le pre paraba y se le exhibía en público durante el velatorio e incluso el funeral. El monumento erigido sobre la tumba puede ser anónimo, fam iliar o individual en cuanto a su identificación. Puede tener un carácter pros pectivo, alusivo al futuro a través de imágenes en las que el alma es eleva da al cielo por medio de ángeles, o retrospectivo, consistente en una narración y una ilustración de los hechos notables realizados en vida. Puede sér religioso y subrayar la piedad cristiana del muerto y la esperan za de salvación merced a la fe o a las buenas acciones; o bien puede ser puramente secular, los ejemplos más sobresalientes de lo cual se en cuentran en las estatuas ecuestres en el interior de las iglesias de hombres con armadura corveteando a sus corceles, como la de Bartolomeo Colleoni en Bérgamo. Puede también poner de relieve la personalidad, la jerar quía social o la ocupación del muerto. El juicio de Dios puede concebirse
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como colectivo y ofrecer salvación eterna para todos los creyentes cris tianos, o como personal, dependiente de la gracia divina, la intercesión de los santos, las oraciones de los sacerdotes, o bien la fe o las buenas ac ciones del muerto. Puede haber dos tipos de juicios, el prim ero en el m o mento de la muerte y el segundo en el momento del Juicio F in a l, o bien únicamente uno. Puede haber dos destinos, el Cielo o el In fiern o, o tres, el Cielo, el Infierno o el Purgatorio. Las almas pueden pasar e l intervalo entre su muerte y el Juicio Final, cuando habrán de reunirse u na vez más con sus cuerpos, como seres fantasmales y desdichados rondando en el mundo de los vivos, o bien quedar recluidas segura y bastante con for tablemente en el Purgatorio. Los vivos pueden considerar a las almas de los muertos com o espíritus amenazadores a los que hay que temer y odiar, o a los que hay que hacer propicios mediante la amabilidad y la generosidad, o bien exorcizar por medio de la magia; o como objetos de piedad a los que hay que ayudar por medio de una pródiga provisión de bienes para su postrer viaje, o en su defecto por la contratación de costosos especialistas que recen por su expedito acceso al Cielo. Los agonizantes pueden tener la suficiente con fianza en sus familias para dejarlas a cargo de todos estos arreglos, o bien pueden tener los suficientes recelos como para estipular todas las medidas en testamentos legalmente notariados. Dada la gran cantidad de rituales y conceptos semiautónotnos en el proceso que va desde la muerte hasta la disposición final del cuerpo y del alma, dado el amplio margen de opciones, dada la extrema lentitud en cuanto a los cambios de opinión, especialmente en estratos que caen por debajo de la élite social e intelectual, y dadas la ambigüedad y la confu sión mentales con que la mayoría de nosotros abordamos el problem a de la muerte, difícilmente sorprende el que los historiadores encuentren tan arduo el identificar las diversas tendencias, y el que sólo mediante una he roica y extrema simplificación puedan descubrirse las etapas más generales. Aun cuando sea posible hallar pruebas estadísticas aparentemente aplastantes con respecto a las transformaciones, las causas de las mismas no son del todo claras. Por ejemplo, los profesores Vovelle y Chaunu han realizado análisis cuantitativos exhaustivos de testamentos, probando más allá de toda duda que la alusión a la disposición última del alma (y del cuerpo) tiende a desaparecer después de 1740, suprimiéndosele virtual mente por 1780, cuando menos en la Provenza católica y en París.6 A par tir de allí los testamentos se dedican exclusivamente a la disposición de los bienes mundanos. Uno se ve tentado a concluir con el profesor Vovelle que una gran marejada de secularización inundó Francia, borrando la in
&Michel Vovelle, Pió té Baroque et DéChristianisation: les Altitudes devaut la Morí en Provence X.VW* Stécle. París, 1978; Fierre Chaunu. Mourir á Parts, París, 1977.
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tensa piedad barroca de finales del siglo XVII y comienzos del XVIII. Pero, ¿cómo podríamos asegurarlo? Los retablos barrocos observados en esa zona, los cuales también han sido estudiados por el profesor y por Madame Vovelle, no muestran este tipo de tendencia, ya que continúan siendo popu lares, no obstante lo estereotipado de su contenido, hasta muy avanzado el siglo XIX.7Pudiera ser que la naturaleza de la piedad se hubiera trans formado en otras formas, más espirituales, las cuales no figuran en los testamentos. Dicho de otro modo, la prueba estadística en favor del surgimiento de la piedad barroca parece ser bastante clara, empero su aparente declinación podría ser prueba, por lo menos parcialmente, de anticlericalismo — ya que el clero había sido el principal beneficiario de dicha piedad — antes que de un secularismo ilustrado.
Una segunda posibilidad es que la nueva estructura familiar, afectiva mente vinculada, del siglo XVIII hubiera relevado al agonizante de la ne cesidad de estipular disposiciones legales con respecto a su cuerpo y a su alma, ya que éste tenía ahora la seguridad de que podía confiar en que sus amorosos parientes darían cumplimiento a sus deseos y harían lo que fuera correcto por él. No obstante lo seductor de esta sugerencia, su ca rácter es puramente especulativo. Por otra parte, no hay ningún indicio de que el tamaño y lo costoso de los monumentos funerarios de las iglesias y de los patios de las mismas hayan disminuido a finales del siglo XVIII y a comienzos del xix, a pesar de la falta de disposiciones legales para su construcción. Aquí tenemos un ejemplo clásico a partir del cual años de paciente cuantificación han producido resultados bastante claros en sí mismos, pero cuya interpretación sigue siendo incierta sin que sea suscep tible de una solución científica.78 Sin embargo, la propia metodología de Ariés no es del todo satisfacto ria. Como un grajo, recopila datos de aquí, de allá y de todas partes en el gran montón de basura de las pruebas históricas, mezclándolas desorde nadamente a través del tiempo, el espacio, las divisiones religiosas y los hi tos culturales. Muchas de sus fuentes son muy escurridizas: romances y novelas, la Chanson de Roland, Charlotte Bronté, Tolstoy y Sokhenitsyn. Hay cierta cantidad de datos litúrgicos y cierto análisis de testamentos, pero por supuesto ningún indicio de cuantificación — no se encuentra una sola estadística a lo largo de sus 642 páginas — . Las inscripciones fu-
7 Gaby y Míchel Vovclle, Vision de la Morí el de l'Au-delá m Provénce d'apres les Autels des París, 1970. 8 En lo tocante a puntos de vista más favorable# acerca de la contribución de los análisis estadísticos a la historia de las actitudes hacia la muerte, véanse P. Chaufiu, "Un nouveau Champ pour PHutoire sériclíc: le Quantieatif au troisiéme N iveau en Mélanges Fcmand Braudel, Tolos», 1978; E. Le Roy Ladurie, "Chauna, Lebrun, Vovelle: la nouvelle Hiatoire de la Mort”, en su Le Territoire de l’Hisioricn, Pavía, 1973.
Arnés du Purgatoire.
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nerarias se emplean satisfactoriamente, al igual que los testim onios ico nográficos a partir de las esculturas de las tumbas, parte de los cuales han sido compilados por historiadores del arte, si bien una porción conside rable ha sido reunida por el propio Aries a lo largo de unos cuarenta años de viajes a través de Europa Occidental y el Mediterráneo. (U n a de las principales dificultades para la evaluación de todos estos testimonios es que el editor no ha incluido en el libro ni una sola lámina.) Finalmente, hay una mezcolanza de información que ha sido entresacada de la sabi duría popular, las descripciones de rituales, la literatura m oralista refe rente al lecho mortuorio, la correspondencia familiar, las dimisiones con respecto a la ubicación y a las medidas sanitarias de los entierros en las iglesias y en los cementerios, etcétera. Su tratamiento del tiempo y del espacio es aún más perturbador, ya que conduce al lector en una especie de vertiginosa montaña rusa de un siglo a otro y dentro y fuera de diversos países, La página 16 cam bia brus camente de un comentario acerca de Chateaubriand a comienzos del siglo XJX a un texto italiano de 1490, a una narración de comienzos del siglo XVIII y a una fábula de La Fontaine. L a página 306 incluye a ¡a Chanson de Roland, La Fontaine y Tolstoy en una única oración, seguida por refe rencias a un canciller de Florencia de 1379 y a una dama italiana de fina les del siglo X V III. Se requiere tener una mente poderosa para in gerir tan potente mezcla sin intoxicarse. Dadas todas estas salvedades con respecto a su metodología, ¿en qué forma se mantiene en pie el marco cronológico de Ariés? Su postulado acerca de una creencia popular más o menos intemporal, observada du rante los últimos mil años, en una especie de sueño después de la muerte, considerado como un hecho existencia! del que hay que ocuparse a través de formas ritualistas tradicionales, es bastante coherente. Su última eta pa, localizada a finales del siglo XX, en la que se implica la destrucción de este antiguo sistema de creencias gracias al socavamiento de la fe en otra vida, lo mismo que a la popularidad del punto de vista m édico del hombre como un montón de partes físicas, y a la irresistible invasión de la privacidad por parte de la tecnología médica, parece irrefutable. Em pe ro, el fechar el surgimiento de "L a muerte del yo” , un concepto personali zado de la muerte entre la élite, entre los siglos XI y XII no resulta muy convincente. Son muy pocas las esferas de la actividad humana en las que el concepto del individualismo pueda observarse en cuanto a su surgi miento en el siglo XII. L a supuesta obsesión cada vez mayor por los place res sensuales de la vida y por los bienes materiales es difícil de sustentar documemalrnente, mientras que el temor personalizado hacia el Juicio Final fue pronto mitigado por el desarrollo de la creencia en el Purgatorio y en el poder de las oraciones a la Virgen y a los santos, lo mismo que de
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las misas, para hace* que las almas de los muertos se elevaran de esta vida transitoria. Sin embargo, tiene razón al señalar que la salvación ha cobra do un carácter menos colectivo, menos seguro para la totalidad de los cre yentes cristianos, y más individual, más dependiente de las buenas ac ciones y de la intercesión para la remisión de los pecados personales. El concepto de “ L a muerte del yo” , si bien es útil, debería transferirse a su lugar correcto en el siglo XVI y atribuirse primordialmente al Renaci miento y a la Reforma. El primero ha sido siempre asociado, y con razón, con la exaltación d el individuo, ya sea que se le muestre en E l príncipe de Maquiavelo y en el Tamerlán de Marlowe, o en los retratos y bustos perso nalizados del arte del cinquecento. La segunda, con su énfasis en la pre destinación y en la salvación exclusivamente por la fe, tuvo el efecto para dójico, como lo señalara hace mucho Max W eber, de acrecentar la angustia psíquica y estimular la introspección moral, el individualismo y el instinto adquisitivo de bienes mundanos. Trasladada al siglo XVI, la etapa de “ La muerte del yo” puede, por lo tanto, preservarse y de hecho fortalecerse. La tercera etapa, denominada “ Tu muerte” y referida a finales del siglo XVIII, se halla completamente demostrada, aunque yo me inclina ría, con base en los testimonios ingleses, a remontar sus orígenes a los ini cios de dicho siglo. Sin embargo, es indudable que debe asociársela con el surgimiento del amor familiar, tanto entre padres e hijos, corno entre cónyuges o entre amantes. La etapa referente a “ La muerte prolongada e inminente” es la menos comprensible y convincente de todas. Hasta donde he llegado a enten derla (de lo que no estoy completamente seguro), su único propósito pare ce ser el subrayar los malignos efectos de la Ilustración, el racionalismo y la ciencia al suprimir los antiguos controles sobre el sexo y la muerte. Se admite que alguien como De Sade requiere de explicación, pero es fácil exagerar su importancia cultural, y ciertamente que no es necesario crear una etapa especial dentro de la estructura mental de la civilización occi dental a fin de darle cabida en ella. En conclusión, digamos que si se omite esta etapa, se desplaza la fecha de otra tres siglos y se modifica su orden causal, el marco de Ariés puede llegar a funcionar plausiblemente, y ajustarse a los principales cambios en la evolución de la cultura europea. Cuando la pregunta consiste en p or qué ocurrieron estos cambios, Ariés no proporciona una respuesta muy clara. En su conclusión sugiere que las actitudes hacia la muerte se ven afectadas por cambios tocantes a la fuerza y a la debilidad relativas de cuatro “ parámetros” . El primero es el individualismo, la importancia relativa atribuida al yo y al grupo. El segundo son las defensas erigidas contra de las fuerzas caprichosas e in
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controlables de la naturaleza que amenazan constantemente c o n disolver el orden social. De estas fuerzas, las dos más peligrosas, y por e llo las más estrictamente controladas, son el sexo y la muerte. El tercero es la creen cia en la supervivencia después de la muerte. El parámetro fin a l es la creencia en la estrecha concatenación entre el pecado, el sufrim iento y la muerte, todos ellos malos y todos ellos vinculados con el m ito de la “ Caída” . Al parecer Ariés considera estos cuatro parámetros com o v a riables independientes, y no hace ningún intento por explorar los factores inherentes que originan sus cambios. Otra de las dificultades es que tienen un carácter tan general y tan vago que es casi imposible dem ostrar que algún cambio específico, digamos una modificación e n las cos tumbres funerarias, se halle vinculado a cualquiera de ellos. Si se pasa por alto este argumento, el cual figura en la conclusión casi como idea tardía, para centrarse en lugar de ello en el cuerpo d el texto, re sulta evidente que el concepto intelectual del individualismo y el organismo social de la familia tienen gran importancia dentro de esta in terpreta ción, por lo que debe asumirse que este autor los considera com o esen ciales. Empero, aquello que omite es mucho más sorprendente que lo que incluye. En primer lugar, no nos dice virtualmente nada con respecto a los hechos biológicos y demográficos inherentes. Esto hace que uno se vea obligado a recurrir a otras fuentes, por ejemplo a la inolvidable descrip ción de Fran<;ois Lebrun acerca de la muerte en Anjou en el siglo x v m , 9 a fin de lograr una apreciación adecuada de la presencia ubicua de la muerte en la Europa premoderna. Por otra parte, Ariés jamás explica a sus lectores que la asociación de la muerte con la ancianidad, que actual mente vemos tan natural, es de hecho una tendencia propia de finales del siglo XIX y del XX, y que en épocas anteriores la muerte se abatía sobre todas las edades, especialmente durante la infancia, pero también duran te la edad adulta joven. Era por consiguiente una presencia infinitamente más familiar de lo que lo es en nuestro caso, ya que para nosotros la muerte que sobreviene antes de la edad de los cincuenta y cinco constitu ye relativamente una rareza. El relato de Ariés pasa serenamente sobre este gran hito de la experiencia humana acerca de la muerte sin siquiera mencionarlo, La causa de esta omisión es probablemente que no piensa que sea im portante. Con bastante razón rechaza cualquier noción simplista referen te a una relación mecánica entre la biología y la conducta. Tam bién p o dría mostrarse justificadamente escéptico con respecto a la sugerencia de Pierre Chaunu de que el pesimismo del siglo XV, el optimismo del XVI, el pesimismo del XVII y el optimismo del XVIII están relacionados con
9 F. Lebrun, Les Hommes et la Mort en Anjou , París, 1971.
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transformaciones en los índices de mortalidad y en las expectativas de vida.10 Incluso la reciente supresión de la muerte se debe por lo menos en igual medida tanto a la tecnología médica y a la menguante creencia en otra vida, como a la transición demográfica. Pero si la demografía no es lo fundamental para Aries, ¿qué lo es en tonces? Jamás nos ha dicho, ni en su libro acerca de los niños como tam poco en el referente a la muerte, qué hace que las actitudes hacia asuntos tan importantes se modifiquen. Apenas hace mención de las transforma ciones dentro de la estructura económica o los modos de producción. Casi no presta atención a los factores sociales, especialmente a las aspiraciones de consolidar un status, el deseo de llamar la atención, de conservar una posi ción respetable o de deslumbrar a la comunidad. A través de toda la his toria los hombres han tenido los funerales, los monumentos y las ora ciones que ellos o sus parientes han estado dispuestos a sufragar, y los motivos de estos gastos, que en todas las clases han sido con frecuencia bastante considerables, han estado prescritos tanto por consideraciones referentes al prestigio y al status, como al deseo de hacer más expedito el tránsito del alma al Cielo. Esto es algo que Aries ignora casi por comple to, Tam poco es capaz de encontrar mucha diferencia entre las actitudes católicas y protestantes hacia la muerte. Esto elimina para él el papel de sempeñado por la teología protestante y contrarreformista, lo que explica por qué ha pasado por alto el surgimiento del ritual mortuorio barroco descubierto por Vovelle y Chaunu en los testamentos. Sigue siendo un misterio cómo es que ha podido ignorar una transformaciótiL que condujo a la mitad de la cristiandad a rechazar el Purgatorio y las misas fúnebres. Tam bién pasa por alto el tabú, tan poderoso y popular a finales del siglo XVII, y también durante el XVIII y el XIX, en contra de cualquier manipulación ilícita del cuerpo del muerto. Esto es algo que explica la declinación de la costumbre del embalsamamiento por parte de los ricos, entre quienes se vino a dar un rechazo a esta interferencia con sus restos físicos. De allí el horror experimentado ante la violación ritual del tabú en forma de castigo, llevada a cabo a través de la práctica de colgar con cadenas los cadáveres de algunos criminales, abandonándolos al lento vaivén de! viento y a su descomposición ante la mirada pública. De allí también las grandes y encarnizadas batallas sostenidas en el siglo XVIII en torno a la horca por la posesión de los cuerpos de crimínales ordinarios que habían sido colgados, los cuales eran redamados por la ley y por los estudiantes para servir como tema de alguna lección de anatomía a los ci-
[0 P, Chatinu, “Moviíirá ParisXVIe.XVIIc-XVIIIftSiécles”, Annalcs, Economíes, Sociétés, Civili51 (1), enero-febrero 1976, pp. 34-35.
sations,
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rujanos, lo mismo que por los parientes y la multitud para qu e recibieran una sepultura digna. El historiador jamás debería ignorar las supersti ciones que se hallan profundamente arraigadas en el alma popular, ya sea que se trate de fantasmas o de cadáveres. Lo que resulta peor aún es que Aries ignora virtualmente corrientes in telectuales tan importantes corno el Renacimiento y la Ilustración. L a omisión en el caso del primero hace que Ariés cometa un error en cuanto a la fecha del surgimiento de la etapa de ‘‘La muerte del y o ” de varios siglos. Con respecto a la segunda, su omisión lo lleva a subestimar el des arrollo del anticlericalismo entre la élite, lo mismo que la declinación en cuanto a la creencia en otra vida entre una minoría todavía más reduci da, peto sumamente importante. Los deístas fueron un grupo muy activo en Francia que a finales del siglo XVIU se dedicaron a la destrucción de los rituales católicos tradicionales del lecho mortuorio que requerían de la confesión y la absolución sacerdotales. En La Nouvelle Héloise, Rousseau nos muestra cómo Julia se pone en paz y sin ayuda de nadie con su H ace dor, circundada únicamente por sus familiares más íntimos. El profesor McManners ha denominado a esto con razón como “un intenso e introver tido asunto familiar, la crisis suprema del afecto doméstico". El clero quedaba ahora completamente excluido. Voltaire, por otra parte, ca recía de afectos familiares, y escenificaba un sorprendente espectáculo teatral, un despliegue altamente público y cuidadosamente urdido de am bigüedad filosófica que mantenía a todo el mundo haciendo conjeturas hasta el final. Incluso más radicales y difíciles de ajustar dentro del modelo son los ateos abiertos: David Hume, quien tanto aterró a Boswell por su serena aceptación de la inminente aniquilación personal; o el conde de Caylus, quien anunció al obispo y a los parientes que se hallaban congre gados en torno a su lecho mortuorio, con la esperanza de traerle la salva ción al extraviado pecador, “ puedo ver que queréis hablarme por el bien de mi alma. . . Pero voy a revelaros mi secreto; nunca he tenido alma alguna".11 Por otra parte, debe darse crédito a Aries por tratar la cultura como una variable independiente por derecho propio. Jamás hablaría, como lo hace Chaunu, acerca de "Vassault recent du quantitatij au troisiéme niveau” , 12 en parte debido a que se muestra suspicaz en todo caso respecto ai valor de la cuantificación, pero primordialmente debido a que rehúsa tratar la cultura, la mentalité, o los sistemas de valores como una su perestructura localizada en el tercer nivel, la cual se sustentaría sobre los cimientos más sólidos de los hechos económicos y demográficos y de la
11J. McMaimrn), Reflections on the Death fíed o f Voltaire. Oxford, 1975, pp. 14, 16, 19*25. lz P, Chaunu, op. cit.. p, 50.
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estructura social. Se da cuenta de que los efectos de las transformaciones' económicas y sociales son considerables pero jamás directos, ya que siempre están sujetos a la mediación de los filtros de la cultura, la religión y el poder político. Su debilidad, sin embargo, reside en su tendencia a tratar la cultura como la única variable, en lugar de una entre muchas, lo cual da a su modelo de explicación una característica curiosamente unidimensional, en contraste con la extraordinaria riqueza y variedad de sus pruebas, y con su notable talento para dotar de significación a mate riales tan diversos y contradictorios. Como resultado de esto, todo aquello que tiende a dejarse como la fuerza motriz de la historia, aparte del surgi miento del individualismo y la familia nuclear vinculada afectivamente (cuyos orígenes son oscuros), consiste en una especie de conciencia colec tiva junguiana. Dados sus puntos de vista conservadores, difícilmente sorprende que esta conciencia colectiva muestre una triste decadencia entre los siglos XVí al XX, un apartamiento progresivo desde una edad de oro casi mística en la que la muerte sobrevenía espontánea, natural y públicamente.1* A pesar de estas salvedades, sería completamente erróneo concluir con un comentario negativo. Ariés ha escrito un trabajo que contiene muchas aportaciones brillantes y notables vuelos de imaginación, lo mismo que un caudal de información esotérica y fascinante. Nos ha proporcionado un marco cronológico de las actitudes hacía la muerte durante los últimos mil años que es bastante coherente. En algunos respectos es un libro extraño, excéntrico, perverso y embrollado, pero casi no hay lugar a du das de que demostrará ser un trabajo original y primordial de erudición histórica, un importante hito en la historiografía de finales del siglo XX. El profesor Stannard ha desempeñado su labor en una forma muy dife rente, ocupándose de una única y claramente definida cultura provincial, la de los puritanos de Nueva Inglaterra, y considerando los cambios en sus actitudes hacia la muerte a través de un periodo limitado de 500 años que abarca desde el siglo XVII al XIX .14 A l trabajar dentro de una pers pectiva mucho más reducida, le es posible ser más preciso y convincente en su análisis, lo cual hace que proporcione un valioso respaldo al modeló de Ariés. Las creencias fundamentales de los puritanos del siglo XVII consistían en la vocación, o la obligación de comprometerse activamente en esté
19 Para críticas similares con respecto a Ariés, véase M. Vovelle, "Les Actitudes devant ía Morí: Problémes de Méthode, Approches, et Lectures dífférentes", Anuales, Éconorm'es, Sociétés, Civilisa• lions, 31 (1), enero-febrero de 1976, pp. 128-131. 14 David Stannard, The Punían Way o f Death: a Study o f Religión, Culture and Social Change, Nueva York, 1977, pp. x y 236,
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mundo; la predestinación, entendida como la idea de que la s a lv a c ió n del alma se halla predeterminada por Dios y no es una recom pen sa p o r las buenas acciones, y de que tan sólo unos pocos están destinados a sa lva r se; y el milenarismo, la creencia de que la segunda venida d e C risto es inminente, prospecto que vino a moderar el presagio pesim ista de la predestinación. Para los puritanos, la muerte era una ordalia terrible e in c ie r ta . M o rían rígidos, llenos de culpa, dudando acerca de su salvación y c o n la sola certe2 a de la espantosa realidad de los tormentos del Infierno. P o c a s cu l turas han tenido más miedo a la muerte y han proporcionado m e n o s m e dios de aliviar dichos temores. Los puritanos no creían en el P u rg a to rio , ni en la posibilidad de que las oraciones y los rituales llevados a c a b o por los vivos pudieran ayudar a los muertos. En consecuencia, los ritos fu n e rarios se reducían a un mínimo, los sermones fúnebres constituían la oca sión para un estímulo teológico dirigido a los vivos en lugar de ser discur sos encomiásticos para los muertos, y los monumentos funerarios n o eran otra cosa que meras lápidas mortuorias, de acuerdo con la h ostilidad p u ritana hacia las imágenes grabadas. La simplicidad y el a n o n im a to constituían la norma. Pero esto no podía durar, y de hecho no duró, La creencia en la p re destinación tuvo a la larga efectos socialmente deletéreos que se tra d u je ron en un desacuerdo cognitivo, una intolerable tensión entre la doctrin a de la salvación exclusivamente por la fe y la compulsión a h acer buenas acciones como el único medio de convencerse a sí mismo de qu e se estaba entre aquellos llamados a salvarse. Esta contradicción interna fu n d a m e n tal dentro de la ideología puritana vino a ser con el tiempo insoportable, y llevó en el siglo XVIII a una liberación de la creencia con objeto d e aliviar la tensión. A medida que la sociedad de Nueva Inglaterra se volvía más compleja, más densa y más rica, las distinciones sociales se ra tifica ron en forma de elaborados funerales para la élite, los cuales iban acom pañados del embalsamamiento del cadáver, que permitía a la familia tener tiem po para planear la ceremonia y reunir a los invitados y las viandas. E l surgi miento del individualismo hizo que los sermones fúnebres se convirtieran en encomios personales, y que las lápidas sepulcrales llegaran a ser ico nográficamente más elaboradas. En Nueva Inglaterra, como en In g la terra y posteriormente en Francia, el siglo XVIII fue testigo del surgimiento de la familia nuclear aislada y vinculada afectivamente. Este aisla miento vino a acrecentar la onerosa situación de los deudos al privarlos del respaldo comunitario al tiempo que se incrementaban los nexos em o cionales con los muertos. A mediados del siglo XVIII, los habitantes de Nueva Inglaterra estaban dándole un carácter romántico a la m uerte. Su aceptación de la misma era ahora espontánea, en un arrebato de confían-
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za en la salvación, o por lo menos de tener paz en la otra vida. El temor abrumador del siglo XVII con respecto a la muerte y al Infierno se había evaporado, y como consecuencia los cráneos con muecas irónicas de las lápidas sepulcrales cedían ante las cabezas aladas de querubines. El ce menterio se describía ahora como un “ dormitorio” . Finalmente, en el siglo XX, tuvieron lugar el familiar ocultamiento de la muerte, su domi nio mediante la tecnología médica, y su verificación en medio del aisla miento y la narcotizada insensibilidad de los hospitales. Estos procesos vi nieron a ser una respuesta al cese de la creencia en la otra vida y al temor del vacío que habría de sobrevenir. Sin embargo, se podría poner en tela de juicio la suposición común de que la muerte es hoy más terrible que nunca. Hay que reconocer que se está sujeto a m orir solo en el estéril pabellón de un hospital, rodeado de máquinas y tubos y asistentes semejantes a máquinas. Hay que reconocer que este aislamiento y la pérdida del control individual privan al m ori bundo del desafío de escenificar un espectáculo, de representar una “ buena muerte” ante los parientes, los amigos y los vecinos (que era la ra zón por la que el doctor Johnson se oponía en forma tan decidida a la abolición de los ahorcamientos públicos). ¿Tero cuántos han sido los que han logrado este ideal en la práctica? El poeta Crabbe, que en su cargo como doctor provinciano había concurrido a muchos lechos mortuorios, tenía sus dudas acerca de esta cifra. ¿Cuántos se encontraban físicamente can estragados por el dolor o por la enfermedad que estaban más allá de todo cuidado o constituían un desconcierto para los presentes debido a su fétido olor? ¿Es preferible m orir en medio de la agonía o estupidizado por los calmantes? ¿Es preferible afrontar la certidumbre de la aniquilación en lugar de los posibles tormentos del Infierno? La actual crítica en contra de la moderna muerte "medicada” parece sustentarse no única mente en un resentimiento hacia la tiranía de los doctores, sino también en una buena dosis de falso romanticismo acerca de una época dorada y perdida en que la muerte acontecía en el seno de la familia. Tam bién se sustenta en una falla para apreciar el hecho de que es nuestra capacidad considerablemente incrementada para prolongar la vida, y no las ambi ciones de los doctores, la que ha creado la actual situación, L a indigna ción moral está completamente fuera de lugar cuando se abordan las in novaciones tecnológicas, las cuales siguen su curso con una vida propia. Stannard explica los cambios que ha observado mediante el uso de dos variables principales, L a primera es la religión, al parecer debido a que cree, junto con Hobbes y Malinowski, que el miedo a lo desconocido, y en particular a los fantasmas y a la otra vida, constituye la causa última de las creencias religiosas. La segunda es la relación del individuo con la co lectividad, especialmente según ésta se expresa en la familia. El surgí-
LA M U E R TK
28!l
miento y posteriormente el descenso en la creencia en el pecad o original, la predestinación y el Infierno, al igual que la intensificación del indívi dualismo afectivo y del romanticismo dentro de la familia, bastan por sí solos para explicar con elegancia y parsimonia las actitudes cambiantes hacia la muerte observadas en Nueva Inglaterra a lo largo de tres siglos, N o obstante que aún existen muchos cabos sueltos por atar, y muchos problemas y ambigüedades por resolver, es notable la form a en que los trabajos recientes acerca de la muerte tienden a apuntar en la misma di rección general. Como resultado de ello, no es posible comenzar a vislumbrar el surgimiento de una pauta. Por fin se está vinculando for malmente la historia de la muerte con la historia religiosa, fam iliar e in te lectual, aunque aún requiere ser relacionada cabalmente con la historia económica, social, tecnológica y médica. Durante los últimos diez anos los demógrafos históricos han probado con estadísticas qué tan reciente y dramáticamente han cambiado las perspectivas de los mortales, ahora que las expectativas de vida han aumentando de alrededor de treinta a alre dedor de setenta años. I,os historiadores de la epidemiología han de mostrado los devastadores efectos de la peste bubónica, la sífilis, el saram pión, la viruela, la malaria, la tuberculosis, el, cólera, la influenza, etc. Los historiadores sociales han mostrado con vividos detalles lo cjue todo esto significó exactamente en términos humanos, de qué manera cada uno de los aspectos de la vida humana y sus aspiraciones se vieron regidos por el temor siempre presente a la muerte. Aries, Statmard y otros han formulado un discurso verosímil y razo nablemente coherente acerca de las etapas cronológicas dentro de la evo lución de las actitudes hacia la muerte. El esmerado análisis acerca de los testamentos efectuado por Vovelle y Chaunu y sus estudiantes ha d e mostrado tanto el surgimiento de la piedad barroca en la Francia de fin a les del siglo x v ii, centrado particularmente en el Purgatorio y en las m i sas fúnebres, como su subsecuente declinación después de 1740, Tomados conjuntamente, los trabajos de estos eruditos vienen a significar el ade lanto histórico más original e importante de los setentas. Por otra parte, si los autores tienen razón al pensar que las ideas acerca de la muerte consti tuyen un buen indicador sobre el carácter de toda una civilización, enton ces este nuevo campo de investigación viene a ser esencial para la comprensión de la evolución del hombre occidental.
INDICE A g r a d e c im ie n to s .................................. ............................., I n t r o d u c c ió n ..................................................................... ......
. .
9 11
Primera Pane H ISTO RIO G RA FÍA I. La La La La El
historia y las ciencias sociales en el siglo xx . , . evolución de la profesión histórica . . . . . . influencia de las ciencias sociales . . . . . . . nueva h i s t o r i a .........................................................., futuro de la historiay de las ciencias sociales . . .
¡5 ¡5 29 34 44
II. Prosopografía.............................................. 61 O ríg e n e s ..............................................• 61 Raíces intelectuales.................................. 68 Limitaciones y p e lig ro s ............................ 74 Errores en la clasificación de los datos . . . . . . . 77 Errores en la interpretación de los datos . . . . . . 78 Limitaciones de la comprensión h istórica ................................... 80 L o g r o s ................................................... 84 C o n c lu s ió n ............................................. 90 III. El resurgimiento de la narrativa: reflexiones acerca de una nueva y vieja h is t o r ia ............................
95
Segunda Parte E L SURGIM IENTO DEL MUNDO MODERNO IV. La R e fo r m a ............................................................................... 123 V. VI.
Revolución y r e a c c ió n ...........................
146
La crisis del siglo xvn ........ ................................................... 158
V il V III. IX .
El puritanismo
170
.
Magia, religión y razón
179
El catolicismo
201
X . La corte y el país X I. El derecho
.
.
.
XH . La universidad
208; 215 227
X III. Los hijos y la familia
244
X IV . La ancianidad
261
XV.
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La muerte
liste libro se terminó de imprimir el día 9 de mayo de 1986 en los talleros do lito Ediciones Olimpia. S. A. Sevilla 109, y se encuadernó en Encuadernación Progreso, 8. A. Municipio Libre 188, México 13, D. P. Se tiraron 5,000 ejemplares.
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