Jairo Javier García Sánchez- El concepto de latín vulgar y vulgar y los agentes de vulgarización del latín.
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El concepto de latín vulgar y los agentes de vulgari zación del latín ISBN- 84-9822-597-3 Jairo Javier García Sánchez
[email protected] Thesaurus: latín, latín vulgar, latín clásico, lenguas romances Otros artículos relacionados con el tema en Liceus: Resumen o esquema del artículo: El presente artículo explica en una primera parte la aparición y el desarrollo de un concepto clave para entender el paso del latín a las lenguas romances, y que, sin embargo, todavía hoy genera cierta confusión: el latín vulgar . Su mismo nombre y su compleja definición, siempre en contraposición al latín
clásico, han dificultado su comprensión. En una segunda parte se enumeran y detallan los agentes y factores que han conducido a la lengua latina a un proceso de “vulgarización” y a la separación cada vez mayor entre la lengua escrita y la hablada. Todo esto traerá como consecuencia la fragmentación lingüística y el nacimiento de las diversas lenguas romances.
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1. Concepto de latín vulgar Con el término de latín vulgar se suelen designar los diversos fenómenos lingüísticos latinos que no se atienen a las normas clásicas y que, por lo general, responden a manifestaciones propias de la lengua hablada o descuidada. La expresión y el concepto mismo no están exentos de problemas, y han sido largamente discutidos, rechazados y defendidos. Sin embargo, hoy en día son pocos los que niegan que el latín vulgar constituye un estadio necesario para poder explicar el desarrollo y la evolución del latín en el camino hacia las lenguas románicas. El calificativo “vulgar” es seguramente inapropiado y puede conducir a equívoco, pues parece referirse únicamente al latín que hablaría la gente vulgar e inculta. Se ha propuesto sustituirlo por otros términos, como “popular” o “cotidiano”, pero tampoco esos adjetivos son del todo precisos; así, la expresión “latín vulgar” se mantiene consagrada por el uso. 1.1. Cómo s urge el conc epto de latín vulgar El origen del concepto hay que situarlo en el marco de la primera filología románica, en el s. XIX, en un momento en el que estaba en apogeo el comparatismo lingüístico, esto es, el estudio comparado de las lenguas en busca de una genealogía común. El primer modelo comparatista se desarrolla en el ámbito de la lingüística indoeuropea, cuando se comprueba que las lenguas clásicas, como el latín y el griego, presentan semejanzas con las lenguas orientales, el sánscrito y con las lenguas germánicas. De esta manera se estudian las lenguas observando sus semejanzas, se les atribuye un parentesco genético y se intenta la reconstrucción de una lengua originaria común, el indoeuropeo. Un estudio similar se lleva a cabo con las lenguas germánicas, comparándolas entre sí, en busca de una lengua germánica primitiva, y también con las lenguas románicas respecto del latín, con la enorme ventaja de que en este caso la lengua “madre”, el latín, era relativamente bien conocida por sus monumentos escritos. El problema que se planteó entonces fue que el análisis comparado de las lenguas románicas no conducía retrospectivamente al latín conocido por los textos. Había un desajuste evidente. Por ejemplo, el futuro romance (esp. amar-é, fr. aimer-ai , etc.) no procede del futuro latino (lat. ama-bo). Quizás sea en el léxico donde mejor se vean las discordancias, pues es obvio que voces romances como esp. hígado o fr. foie, esp. hablar o port. falar , fr. tête o it. testa no se remontan a las latinas iecur , loqui o caput . -3© 2007, E-EXCELLENCE – WWW.LICEUS.COM
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La conclusión que se obtuvo del análisis comparativo fue que el latín clásico servía sólo de manera limitada como Ursprache, es decir, como lengua originaria de las romances, por lo que habría que suponer un estadio intermedio, aunque fuera dentro del latín, que explicara la evolución hasta las lenguas románicas, y así apareció el llamado “latín vulgar”. Al principio se llegó a exageraciones tales como la de creer que el latín vulgar era una lengua completamente distinta del latín clásico, pero poco a poco se fue matizando la cuestión. Conforme se estudiaron mejor algunos textos latinos y otros que no habían sido bastante valorados o todavía no se conocían, al margen de los literarios, se fueron encontrando formas latinas que se correspondían mejor con las románicas. 1.2. Definición del latín vulg ar Con frecuencia, incluso todavía hoy, se tiene la idea de que el latín es una lengua inmutable, fijada de una vez para siempre por los autores clásicos. A esta extendida imagen ha contribuido en gran medida el hecho de que el latín literario, que ha sido y sigue siendo el más estudiado, parece haber mantenido una misma estructura y un mismo aspecto durante casi ocho siglos consecutivos. Sin embargo, esa relativa estabilidad que mantenía el latín escrito y literario no hacía sino ocultar los cambios y las transformaciones que efectivamente tenían lugar en la lengua hablada y de los que son directas herederas las lenguas románicas. Las lenguas románicas son, por tanto, continuación del latín, pero no propiamente del latín escrito, literario, clásico, sino de un latín evolucionado más acorde con el de la lengua hablada de época tardía e incluso de la arcaica. Buena muestra de ello son palabras como las ya citadas: esp. hablar , port. falar , fr. parler , it. parlare, que, frente al lat. clás. loqui , han de proceder de voces latinas de uso
frecuente en la lengua hablada o popular ( fabulari , de fabula ‘habla, cuento’, ya en Plauto, y parabolare, de parabola ‘comparación’, voz de origen griego importada por el latín cristiano); lo mismo se puede decir de fr. tête e it. testa (a partir de testa ‘olla’, ‘cráneo’, surgida por metáfora), frente al lat. clás. caput ‘cabeza’; o de fr. manger , it. mangiare (de manducare ‘mascar, masticar’), frente al lat. clás. esse ‘comer’. La
situación, en realidad, no es muy distinta de la que suponen las denominaciones coloquiales o populares, habituales hoy en la lengua hablada, frente a las variantes normativas de la lengua escrita. De hecho, palabras que se usan coloquialmente, como rajar para ‘hablar’, coco o tarro (cf. testa) para ‘cabeza’, jalar o papear para ‘comer’, parecen indicarnos bastante fielmente cuál debió de ser el camino seguido. -4© 2007, E-EXCELLENCE – WWW.LICEUS.COM
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El latín vulgar se ha venido definiendo en oposición al latín clásico, y por ese motivo ha llegado a resultar un concepto ambiguo, pues ha ido asumiendo diferentes valores en función de la variedad de criterios que se iban aplicando en esa contraposición (criterios cronológico, estético, gramatical, sociológico o estilístico). 1.2.1. Criterio cronológico La oposición latín clásico / latín vulgar ha llevado a considerar en ocasiones al segundo como el “latín” del periodo posterior al clásico. El de “clásico” no es un concepto cronológico en sí, pero su empleo en referencia a determinadas artes, como la literatura, parece poseer ciertas afinidades cronológicas. Autores de la valía de Cicerón, César, Virgilio, Horacio, etc., desarrollaron en torno al s. I a.C. la mejor expresión de la lengua latina y su literatura. Ello ha permitido hablar de una época latina dorada, clásica, y de un estado de lengua llamado a su vez “clásico”, que pasará a ser considerado el mejor exponente de la lengua y el modelo del “correcto” latín. Sin embargo, no hay que darle un sentido cronológico al latín vulgar , ya que para tal caso conviene mejor el término de “latín tardío” o “latín postclásico”. La mayor documentación y el más preciso conocimiento del latín vulgar a partir de época postclásica, el proceso de vulgarización del latín escrito e incluso literario en ese periodo y su mayor cercanía al surgimiento de las lenguas románicas favorecen su asociación con el latín tardío, pero el latín vulgar existió durante toda la latinidad. Usos propios del latín vulgar se recogen en todas las épocas, incluida la clásica y la arcaica; en época temprana, por ejemplo, se anuncian ya tendencias, como la síncopa vocálica, que luego simplemente se confirman en el periodo tardío. El latín vulgar , por tanto, no es equiparable al latín tardío; de hecho, éste incluye el latín literario y escrito, además del hablado, de esa época. Hay autores tardíos cuyos escritos no tienen nada de vulgares y, por otro lado, ya se ha señalado que hay documentación vulgar que no tiene nada de tardía. 1.2.2. Criterio estético Al margen de aspectos cronológicos, latín vulgar también se ha opuesto a “clásico”, en cuanto que este adjetivo se aplicaba a la literatura. “Clásico” (< lat. classicus) es una voz derivada del lat. classis (> clase), que, a partir de un sentido
original de ‘llamada’, pronto pasó a significar ‘división o parte (de pueblos)’; luego se especializó en ‘división del ejército, flota, armada’ y, más en concreto, en ‘la sección de más categoría’. Los classici ciues eran los ‘ciudadanos de la primera clase, los de -5© 2007, E-EXCELLENCE – WWW.LICEUS.COM
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primera categoría’, y este valor tuvo fácil aplicación en las artes, de manera que, teniendo en cuenta su calidad estética, se hablará ya de scriptores classici , como los de estima literaria más elevada. Con un criterio estético, latín vulgar se opone, por tanto, a latín clásico entendiendo el primero como ‘latín iliterario’, ‘latín que no es de primera categoría’. En él se recogen los rasgos lingüísticos no aceptados en la literatura clásica por su falta de elegancia o por estar mal formados o dispuestos. Por ejemplo, en el latín literario se expresaba la prohibición mediante la partícula ne y el perfecto de subjuntivo (ne feceris ‘no hagas’); frente a esa forma en la lengua vulgar se irá imponiendo la que ha tenido continuidad en romance: non facias (> esp. no hagas). De esta manera, el latín vulgar no es ya el propio de una determinada época, sino que podría darse incluso en el periodo clásico, porque durante ese tiempo también hubo lengua con rasgos no literarios y “vulgares”. 1.2.3. Criterio gramatical Desde un punto de vista gramatical, se entiende el latín vulgar como un ‘latín incorrecto’, o, al menos, que no sigue las normas gramaticales, mientras que el latín clásico es el que más se acerca a la norma latina e, incluso, el que la establece. Las
obras clásicas de los grandes autores son consideradas en muchas lenguas como los mejores exponentes de la corrección lingüística. En esa identificación entre “clasicidad” y “corrección” destaca especialmente el latín, lengua en la que quizás se hayan fijado de manera más clara el patrón gramatical y sus reglas normativas a partir del uso de los autores clásicos. Si el latín clásico es el que determina y contiene los usos correctos, el latín vulgar , por el contrario, acoge giros y formas que no se atienen a las normas
gramaticales clásicas. Por ello, los errores, incorrecciones y usos desviados que se aprecian en algunos textos suelen señalarse como un medio de aproximarse al conocimiento del latín vulgar . Es muy interesante, a este respecto, la lista de correcciones gramaticales que constituye la Appendix Probi , donde las formas incorrectas van precedidas de su respectiva corrección; por ejemplo, auris non oricla (cf. esp. oreja, fr. oreille, it. orecchia). Este criterio, el gramatical, difiere mucho del primero, del cronológico, pero no tanto del segundo, del criterio estético. A la definición de latín vulgar como ‘latín iliterario’ se suma aquí la de latín vulgar como ‘latín incorrecto’.
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1.2.4. Criterio sociológico Además de por los criterios ya vistos, el “latín vulgar” se ha definido también por su posible contenido sociológico. La sólida formación gramatical y retórica que recibían los miembros de las clases sociales altas solía significar una capacidad en la expresión de la lengua que no podían alcanzar los hablantes de latín de las clases sociales más bajas. La oratoria, fundamentada en el dominio de la gramática y de la retórica, posibilitaba a su vez el acceso a las clases dirigentes para aquellos que, como Cicerón, no formaban parte de ellas por nacimiento. Por tanto, según este criterio, el latín vulgar sería la variedad de lengua de los estamentos sociales poco instruidos, esto es, de los mercaderes, de los soldados, de los colonos, del “vulgo”. El nombre mismo de “latín vulgar”, procedente de la expresión latina uulgaris sermo, parece tener su justificación aquí. Las modalidades “vulgares” de la lengua, dependiendo de quién las empleara, recibían, por su parte, los nombres de “sermo plebeius”, “castrensis” o “rusticus”. Véase, por ejemplo, que equus, que designaba especialmente el ‘caballo de montar’, pasó a ser sustituido por caballus ‘caballo de trabajo’, término del sermo rusticus. Sin embargo, este criterio no está exento de inconvenientes y el mismo nombre de “latín vulgar” los muestra. No se debe identificar latín vulgar con el “vulgo”, ya que las clases bajas no hablan siempre incorrectamente y el llamado latín vulgar se puede encontrar asimismo entre los componentes de las clases más altas; términos y giros vulgares fueron admitidos e incluso prestigiados por los estratos sociológicamente más cultos. El término “vulgar” se acuñó, en efecto, a partir de la expresión ciceroniana uulgaris sermo, pero Cicerón se refería con ella a la lengua hablada: uulgari sermone
‘en términos del habla corriente’ (Cic. Ac. 1, 5). 1.2.5. Criterio estilístico Dado que una misma persona o un mismo autor podía escribir, dependiendo de las situaciones o de los destinatarios de su mensaje, con un registro y estilo elevados a la mejor manera del latín clásico, pero asimismo con un registro bajo y un estilo descuidado más propios de la lengua coloquial, latín vulgar se ha opuesto a latín clásico también en este aspecto, esto es, por una diferencia de registro o de estilo.
Uno de los mejores ejemplos que se pueden aducir lo constituye el mismo Cicerón. A sus discursos y a sus obras retóricas y filosóficas se contraponen por el estilo del lenguaje las cartas dirigidas a sus familiares y a su amigo Ático. Estas cartas -7© 2007, E-EXCELLENCE – WWW.LICEUS.COM
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están escritas en un tono espontáneo, familiar, en un latín que presenta rasgos un tanto alejados de los que serían esperables en latín clásico. Así, en vez del uso del modo subjuntivo, que en el buen latín es de rigor en las interrogativas indirectas, en un estilo más relajado se halla el indicativo, que pervivirá en romance: uides… in quo cursu sumus (Cic. Att. 1, 1, 4) (‘ves en qué carrera estamos’) El latín vulgar sería, de esta manera, la variedad de lengua corriente, cotidiana (sermo cotidianus), la lengua coloquial y familiar. Quizás sea este el criterio más acertado de los cinco vistos, aunque tampoco determina de forma precisa el concepto de latín vulgar . 1.2.6. Consideraciones f inales sobr e el conc epto de latín vulgar y su relación con el latín clásico Las definiciones que se han dado del concepto de latín vulgar , muy distintas entre sí algunas de ellas, pueden servir en unos casos, pero no en todos. Seguramente sean los criterios cronológico y sociológico los que más lagunas tienen. Las epístolas de Cicerón o algunos textos de César, por ejemplo, no presentarían rasgos latino-vulgares según estos criterios. Más ajustados resultan los aspectos restantes que ven en el latín vulgar una variedad no literaria, menos correcta y coloquial. Lo más razonable, por tanto, es considerar el latín vulgar como una variedad –o mejor, como un sistema lingüístico, si se contempla la lengua como diasistema– de carácter popular, acorde con la variedad hablada de la lengua. Eso es precisamente a lo que Cicerón llamó uulgaris sermo. El latín vulgar no se opone al latín clásico ni como una variante diacrónica, ni diatópica, ni diastrática, ni siquiera como una variante diafásica, aunque sea esta última la que más pueda aproximarse a su verdadera significación: •
No es una variante diacrónica: ha quedado claro que no es el ‘latín del periodo tardío’, siguiente al del periodo dorado, como si el latín vulgar fuera una evolución o corrupción del clásico (criterio cronológico).
•
No es una variante diatópica: no es tampoco el ‘latín de las provincias’ frente al del Lacio o Roma (criterio dialectológico, diferente de los anteriores). Bien es cierto que términos como el de rusticitas y su opuesto urbanitas, presentes ya en Cicerón y Quintiliano, han de ser tenidos en cuenta en la órbita del latín -8© 2007, E-EXCELLENCE – WWW.LICEUS.COM
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vulgar , pues el primero permitía ya agrupar una serie de rasgos y tendencias
extraurbanos que van a confluir en el conjunto de los clasificados como “vulgares”. •
No es una variante diastrática: tampoco es el ‘latín de las clases populares’ frente al de los hablantes cultos, ya que en la conversación cotidiana nadie hacía uso del latín clásico con absoluto rigor. Con todo, es seguro que la escuela ejercería su influencia con distinto grado en unas clases sociales y en otras (criterio sociológico).
•
No es una variante diafásica: no es, al menos exclusivamente, una variante en función de diferencias de registro.
•
Tampoco es todo el ‘latín no literario’ (criterio estético) ni todo el ‘latín incorrecto’ (criterio gramatical). En realidad, no se deben confrontar latín vulgar y latín clásico, ya que no hay
una separación tajante entre ellos. Aunque el primero se configure como contrapunto del latín escrito, formal, normativo y literario, son muchos los elementos comunes existentes entre ambos. Éste es un aspecto clave para comprender definitivamente el concepto de latín vulgar . Así, junto al lat. anguis , término común del latín clásico que no ha tenido continuidad en las lenguas románicas, y col ŭbra, palabra común en el habla que sí ha tenido descendencia (esp. culebra, cat. colobra, port. cobra, fr. couleuvre), surgió el eufemismo serpens ‘que serpea’. Esta palabra forma parte del acervo léxico culto o del latín clásico y literario, porque está en textos de ese nivel, pero también es integrante
de la lengua hablada, del latín vulgar . De hecho, ha pasado al romance (esp. serpiente, port. serpente, cat. serpent , prov. serpen, fr. serpent , it. serpente) como forma culta o semiculta, pero también en su variante más vulgar, probablemente a partir de *serpes, -is, que dio lugar a palabras patrimoniales (esp. sierpe, port. serpe, cat. serp, prov. serp, it. serpe, rum. şarpe). La voz serpens y sus sinónimos constituyen un ejemplo
bastante representativo de que la separación y distinción entre latín vulgar y latín clásico o latín literario no puede considerarse en términos absolutos. La frontera entre
uno y otro es fluida, dinámica y no estática. La distinción entre el latín vulgar y el latín clásico no puede suponer una esquemática polarización de dos lenguas casi diferentes. Su correlación se hace más clara en los términos de (dia)sistema, norma y habla, de manera que latín clásico y latín vulgar constituyen dos niveles de un mismo continuum.
El latín era una lengua como todas las demás, y, aunque sea conocida sobre todo por su versión canónica, escrita, literaria, ha de concebirse como un diasistema, con norma y habla, en el que la vertiente hablada se integraba en él y, pese a las -9© 2007, E-EXCELLENCE – WWW.LICEUS.COM
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diferencias, no era por sí misma una lengua distinta del latín normativo, escrito y literario. Otra cosa será ya el protorromance, con el que el latín vulgar tampoco debe identificarse. No es adecuado, por ello, considerar un latín particular y paralelo al clásico como la fuente de las lenguas romances. La metamorfosis del latín en romance es un fenómeno progresivo y complejo, debido a la interacción de múltiples factores. La copresencia e interacción de variedades y registros diversos estaría en la base de ese proceso. 2. Los agentes de “ vulgarización” del latín Las lenguas evolucionan con el paso del tiempo y el latín no fue ajeno a esta condición. Pese a la notable estabilidad de la lengua escrita, el latín vulgar experimentó profundos cambios de manera muy rápida. Conviene analizar cuáles fueron las circunstancias o los factores que propiciaron esa acelerada evolución del latín vulgar y su cada vez mayor divergencia con el latín escrito. Algunos de esos
factores se han señalado como propiamente “vulgarizantes”, tendentes a una “vulgarización” de la lengua. Todo ello tuvo finalmente como consecuencia la fragmentación lingüística y el surgimiento de las distintas lenguas románicas. 2.1. Amplitud d e la difusión geográfica y demográfica del latín El proceso de la romanización lingüística, que seguía a las conquistas de Roma, duró más de 500 años, en un periodo más o menos centrado en el cambio de era (entre el 250 a.C. y el 250 d.C.). La expansión del latín, desde la desembocadura del Tiber, en el Lacio, ya se había iniciado con la conquista de toda Italia en el s. IV a.C. Posteriormente, Roma y, con ella, el latín alcanzan el Mediterráneo Occidental e Hispania. En el s. I a.C., gracias a Julio César, se conquista la Galia, buena parte de Centroeuropa, parte de Gran Bretaña y todo el norte de África. Por último, en tiempos del emperador Trajano, se llega a la Dacia. La romanización supuso una multiplicación del ámbito del latín y de la población latinoparlante. El latín se extendió por más territorios y fue hablado por un mayor número de personas. Este aumento de la extensión y de la población del latín no se produjo, como es lógico, por la sustitución de pobladores, de hablantes, sino por la sustitución de la lengua autóctona, por asimilación lingüística. Con ello, las influencias de los sustratos lingüísticos de cada región sobre el latín, visibles en la pronunciación, en el léxico y también en la sintaxis, aumentaron considerablemente. - 10 © 2007, E-EXCELLENCE – WWW.LICEUS.COM
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Las sustituciones de lenguas no se producen de manera automática. Es muy difícil suponer que una lengua desaparece sin más, sin dejar rastro. Siempre suele haber un proceso de adaptación de la nueva lengua, una difusión gradual, que pasaría por un bilingüismo con la lengua sometida; es en esa situación de bilingüismo donde tienen lugar interferencias e influencias de la lengua materna sobre la lengua que se superpone. El latín se superpuso sobre numerosas lenguas, muy distintas entre sí, y cada una de ellas ejerció una influencia distinta. Las poblaciones que los romanos encontraron en los territorios conquistados tenían orígenes muy diversos: tartesios, iberos y otros pueblos, a menudo mezclados con tribus célticas, en la Península Ibérica, celtas (galos) en Galia, retios en Retia, tracios e ilirios en los Balcanes… No sólo el sustrato ejerció su acción sobre el latín exportado a otras regiones, sino que Italia y, en especial, la misma Roma recibieron importantes contingentes de inmigrantes de las nuevas regiones conquistadas, y eso repercutió asimismo en el latín hablado en el centro del mundo romano. Como consecuencia de unas y otras influencias, se ha estimado que durante el dominio del emperador Adriano, sucesor de Trajano, una vez incorporada la Dacia con la que el Imperio Romano adquirió su máxima extensión, el noventa por ciento de los hablantes de latín eran hijos, descendientes directos, de personas que no la tenían como lengua materna. La expansión del latín, por tanto, supuso una acción disgregadora de la lengua y, además, como efecto de la incorporación de tantos hablantes nuevos, trajo consigo un descenso de la conciencia idiomática; hubo una mayor tolerancia para la expresión de giros vulgares.
2.2. Anquilosamiento de la lit eratura latina En la época post-clásica se produjo un anquilosamiento de la lengua literaria porque los autores clásicos quedaron como modelos del buen escribir. Cicerón en la prosa y Virgilio en la poesía fueron los modelos literarios a partir de Quintiliano; la lengua escrita quedó fijada con ellos y apenas evolucionó. La distancia con las pautas de escritura se hizo incluso mayor con algunas corrientes posteriores que prefirieron seguir tendencias más arcaizantes. Así resulta que la lengua de Séneca (s. I d.C.) no estaba tan alejada de la hablada, pero a finales del s. I d.C. Quintiliano repone a Cicerón y a Virgilio, autores del s. I a.C., como modelos indiscutibles y éstos lo serán ya de ahí en adelante. - 11 © 2007, E-EXCELLENCE – WWW.LICEUS.COM
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Frontón, al que estos clásicos le parecían demasiado modernos, promovió poco después, ya en el s. II d.C., un movimiento arcaizante, y sus preferencias (Catón antes que Cicerón y Ennio antes que Virgilio) provocaron una vuelta atrás todavía mayor en los patrones de escritura. Conforme avanza el s. II tiene lugar en Roma, además, una importante irrupción del griego. Es el momento de la segunda sofística. La obra filosófica de Marco Aurelio y de los historiadores se escribe en griego y la norma literaria latina queda al margen. Las consecuencias de todo ello fueron una mayor distancia entre el latín literario y el latín hablado, vulgar . En general, la vertiente literaria, escrita de la lengua suele actuar como norma y freno de la lengua hablada, pero esto sucede sólo cuando no hay demasiada distancia entre ellas. La lengua hablada tiene en su contacto con la escrita una importante presión conservadora. Mientras la distancia que las separa no es excesiva y se puede pasar fácilmente de una a otra, la lengua escrita ejerce como niveladora, como agente estabilizador de la hablada. Sin embargo, si el espacio se agranda hasta el punto de que la lengua escrita se percibe como algo distinto de lo que se habla, la primera deja de tener capacidad de influencia sobre el habla, y ésta, sin la contención conservadora que representa la escritura, se desarrolla de manera mucho más libre. Se puede llegar a producir incluso el efecto contrario, cuando, ampliada la distancia y casi rotos los lazos entre la lengua escrita, anquilosada, y la hablada, más evolucionada, ésta “tira” de la escrita y provoca la vulgarización también de la literatura. Con el renacimiento de las letras latinas durante los mandatos de Constantino y Teodosio, la lengua literaria estaba ya muy separada de la hablada, pues ésta, sin la acción conservadora de una escritura paralela, había evolucionado con mucha rapidez. 2.3. Quiebra de la coinc idencia clásica entre las tres arist ocracias Durante la época clásica se había dado una coincidencia en Roma entre las llamadas “tres aristocracias”: la aristocracia del poder, la del dinero y la de la cultura. Esta coincidencia había significado que en ese periodo clásico las personas que ostentaron el poder formaban parte de las clases más elevadas y pertenecían a las familias más adineradas y cultivadas; eran los que disponían de las grandes fortunas y ellos mismos cuidaban y protagonizaban las manifestaciones de cultura. Ya es sabido, además, que la formación gramatical y retórica suponía, por su participación en la oratoria, una condición fundamental en la escalada al poder. Como consecuencia de - 12 © 2007, E-EXCELLENCE – WWW.LICEUS.COM
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esa situación, la cultura literaria y lingüística era connotativa de autoridad y riqueza económica y gozaba de prestigio social. La quiebra de la coincidencia entre las “tres aristocracias” es especialmente visible en tres capítulos de la sociedad e historia latinas: los emperadores que se dejan de preocupar por la cultura, la aparición de los nuevos ricos y la proliferación de los escritos de carácter técnico. 2.3.1. Emperadores que se dejan de preocupar por la cultura En los últimos tiempos de la República en Roma poderosos, ricos y cultos eran las mismas personas. Julio César fue el hombre más poderoso, más rico y más culto de su tiempo. La situación se mantiene al comienzo del nuevo régimen con los primeros emperadores, de la dinastía Julio-Claudia: Augusto, Tiberio, Claudio, Nerón; con ellos el poder estuvo al servicio de la cultura. Todos habían sido esmeradamente cultivados en la lengua y en la literatura. Augusto, por ejemplo, deponía a sus lugartenientes por faltas de ortografía. La ruptura de la unión entre el poder y la cultura comienza a partir de Vespasiano, primer emperador de la dinastía Flavia. Tras Nerón y la muerte de tres emperadores, por asesinatos y suicidio, en un mismo año (69 d.C), Vespasiano es proclamado emperador. Venía victorioso de Judea, y era un típico hombre de cuartel, de cultura limitada y con deliberada tendencia al empleo de giros vulgares. No tenía interés por la gramática, e incluso la despreciaba. Es conocida la anécdota de que al ser advertido por Mestrio Floro de que debía decir plaustra (= ‘carros’) y no plostra (por la tendencia a la monoptongación en el habla), al día siguiente saludó a su corrector con socarrona hipercorrección: “Ave, Flaure”. Otros emperadores, como Trajano y Adriano, aunque buenos gobernantes y célebres por sus conquistas y dominios, constituyen otro síntoma de desprecio o de incapacidad hacia la lengua. En el s. II Marco Aurelio inaugura una serie de emperadores que prestigian el griego en la corte. El griego se encumbra como la lengua de cultura, mientras el latín queda relegado en ese aspecto. La dinastía de los Severos (s. III) será más favorecedora aún del griego. Con ello el latín va perdiendo su carácter literario y normativo, a la vez que el latín coloquial prevalece y se va imponiendo. La anarquía militar posterior no fue muy propicia a cambiar la situación cultural, y la última serie de grandes emperadores (Diocleciano, Constantino, etc.) son, de nuevo, hombres de cuartel.
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2.3.2. Nuevos ri cos En tiempos de la República comienza a variar la estructura económica de la sociedad. De una economía típicamente agrícola, con latifundios, se pasa a una intensa actividad comercial por las nuevas necesidades de Roma. Como consecuencia de ello, muchos comerciantes se hacen rápidamente ricos; son “nuevos ricos”, muchos provenientes de las clases sociales bajas, que suelen caracterizarse por un manifiesto desapego por la cultura. Se rompe así la unión entre la cultura y el dinero. En el Satiricón de Petronio, del siglo I d.C., están muy bien caracterizados estos nuevos ricos, especialmente en el episodio de la Cena Trimalchionis (= ‘Cena de Trimalción’). En este pasaje de la obra Trimalción, antiguo liberto y nuevo rico, da un banquete en el que intervienen varios personajes de baja formación, esclavos y libertos entre ellos. La descripción de los invitados se convierte en el centro de la escena y se realiza sobre todo a través de su lengua. En ella proliferan los vulgarismos. 2.3.3. Escrit os técnicos El aumento del nivel de vida, el refinamiento y las comodidades que iba adquiriendo la sociedad romana exigían un mejor conocimiento y una mayor difusión de diversas cuestiones técnicas, relativas a la arquitectura, la industria, la agricultura, la gastronomía, la medicina, la veterinaria… Para esta tarea se recurrió a la elaboración de distintos escritos didácticos, a partir en muchos casos de la simple traducción de obras griegas. La técnica griega se transmite así con profusión en Roma y el lujo se expande por todo el Imperio. La lengua y el estilo de estas obras didácticas de carácter técnico, sin embargo, dejan mucho que desear. Se trata con frecuencia de traducciones pedestres del griego al latín, de estilo infame. Los autores de tales versiones no apreciaban el gusto por un lenguaje cuidado, sino que, antes al contrario, buscaban la practicidad en la traducción y acomodaban el texto griego al latino mediante giros de cualquier jaez o condición. Las características y la finalidad de este tipo de textos parecían justificar tales usos. Pueden ser representativas las palabras de Vitrubio, quien al dedicar su De Architectura al emperador Augusto, se excusaba por las posibles faltas: “Non enim
architectus potest esse grammaticus” (= ‘Pues el arquitecto no puede ser gramático’).
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2.4. La acción y di fusión del crist ianismo La irrupción del cristianismo y su difusión fue un importante factor de “vulgarización” del latín hablado y escrito. Las causas que lo explican son varias. 2.4.1. Traducciones bíblicas del griego La doctrina de esta nueva religión se basaba en la autoridad de unos textos, los textos bíblicos. Esos textos estaban escritos en hebreo y habían sido traducidos al griego. De hecho, los primeros cristianos de Occidente no eran hablantes de latín, sino de griego: eran esclavos, marineros y mercaderes venidos de Oriente o de fuera del Imperio, y tenían la koiné griega como lengua de intercambio. Conforme fueron incorporándose nuevos adeptos, en un principio de clase baja, se fue sintiendo la necesidad de traducir dichos textos al latín. De esta manera, los primeros textos del cristianismo latino son traducciones del griego hebraizado del s. II elaboradas por personas de poca instrucción y procedentes de diversas partes del Imperio. Son traducciones plagadas de calcos y de neologismos o barbarismos, helenismos y hebraísmos. Al tratarse de textos sagrados, se transmitieron de forma literal, al pie de la letra y se convirtieron en textos difícilmente corregibles después, ya que los giros y expresiones, una vez difundidos, eran aceptados como palabras sancionadas por Dios. Ello autorizó y favoreció la difusión de expresiones que pasaron a ser usadas comúnmente. Los textos sagrados son así considerados incluso por las personas más cultas del cristianismo, como San Agustín, San Ambrosio o San Jerónimo. Este último emprenderá, por sugerencia del Papa Dámaso, una nueva traducción de la Biblia, la conocida con el nombre de Vulgata, en el s. IV. Resulta significativo comprobar cómo en esta nueva versión la lengua del Antiguo Testamento, traducido directamente del hebreo (ex hebraica ueritate), está mucho más cerca del latín clásico que la del Nuevo Testamento, que sólo está corregido sobre las versiones ya existentes de la Biblia en
latín. San Jerónimo no corrigió giros difundidos y ya consagrados. Es conocido el debate interno de San Jerónimo, quien llega a soñar que el Juez Supremo lo llama “no cristiano” por el uso de su lenguaje: “Ciceronianus es, non Christianus” (= ‘eres ciceroniano, no cristiano’). Cuando él emprende su labor traductora tiene muy presente el carácter sagrado de los textos y no se atreve a “corregir al Espíritu Santo”.
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2.4.2. Proselitismo El afán proselitista de la nueva religión hacía que su mensaje fuera dirigido a todo el mundo y especialmente a los más desfavorecidos, gente por lo general muy poco docta, que nada entendía de las filigranas retóricas ni de las reglas lingüísticas. Hubo una gran benevolencia, por ello, con los giros del vulgo. Son muy representativas las palabras de San Agustín al pretender hacer fácil y accesible el lenguaje en el que debía ir dirigido el mensaje cristiano: “Melius est reprehendant nos grammatici quam non intelligant populi” (= ‘es mejor que nos reprendan los gramáticos a que no nos entienda la gente’). 2.4.3. “ Lengua de grupo” crist iana El cristianismo, por último, trató de no ser confundido con una más de las varias religiones que había en Roma. Desde el s. II había surgido una cierta necesidad de aislarse de una sociedad que repelía a los cristianos o los trataba de absorber. La comunidad cristiana, por su moral y sus costumbres, pretendía aislarse del mundo romano. El carácter exclusivista de las creencias cristianas llevó a crear una Sondersprache o “lengua de grupo” al rechazar aquellos términos y giros que pudieran
ir en contra de ellas o que fueran peligrosos para su moral. De esa manera, se utilizaron términos que no estaban “contaminados”, términos bastante alejados de los considerados “clásicos”, y la lengua de las comunidades cristianas acabó siendo especial. Esta “lengua de grupo” partió de los núcleos bajos y menos cultos de la sociedad romana, pues fue en ellos en los que el cristianismo comenzó a expandirse. No puede extrañar, por ello, que este latín esté fuertemente impregnado de vulgarismos y de helenismos. Más tarde, hacia el s. IV, acabó extendiéndose por toda la sociedad. Deus se generaliza, por ejemplo, como forma de vocativo de la divinidad
cristiana. Entre los paganos, cuando se invocaba a cualquier divinidad se hacía con el vocativo de su nombre y casi nunca con dee o dive, y en plural, dii boni se usaba desde el latín arcaico. Sin embargo, los cristianos querían marcar su unidad, “uno y ningún otro”, y, por ello, Deus se hace nombre propio; Dominus también. Deus pasa a ser de forma antonomástica el nombre del dios único de los cristianos. Conviene hacer notar que el uso de Deus es una contaminación a partir de una mala traducción del griego “Agioj Ð QeÒj ‘Santo (es) el Señor’
‘Santo Dios’.
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De igual manera, la palabra sacerdos, que era el nombre del ministro de la religión en Roma, es empleada sólo para los obispos; flamen no se usa. En lugar de ellas se emplean los términos griegos episcopus y presbyter . Se procura que la acción ritual no se confunda con la acción corriente, y por eso se emplea la palabra griega baptizare, en el primer caso, frente a la correspondiente latina lauare. No se empieza a hablar de amor hasta una época muy avanzada del cristianismo. Los términos amor y amare no entraron en un principio por pertenecer al ámbito de la galantería. “Dios es amor” tardó diecinueve siglos en ser escrito. El cristiano los había sustituido por caritas, dilectio y diligere. Caritas, además, comenzó escribiéndose con Ch- por contaminación con el griego c£rij ‘gracia’. 2.5. Las invasiones bárbaras La invasión de los pueblos bárbaros constituye por varios motivos el factor definitivo en el proceso de “vulgarización” y también en el de fragmentación del latín. En primer lugar, provocó la desmembración general de la unidad romana. La falta de unidad política, administrativa y de comunicación interna en el territorio del antiguo Imperio Romano repercutió en su unidad lingüística, que también se resquebrajó. Al no haber un modelo unitario, se potenciaron las variedades que iban aflorando en cada región. El libre desarrollo del latín vulgar favoreció las diferencias diatópicas, que ya no eran controladas por la autoridad estatal romana. La acción del mismo superestrato, con la superposición de lenguas diferentes sobre la latina, tiene también su incidencia en el paso de la relativa unidad del latín común a la pluralidad de las variedades romances. Por otro lado, aunque los pueblos germánicos trataron de mantener el sistema administrativo romano, y sus reyes se consideraron una especie de delegados o representantes del emperador de Constantinopla, se aceleró la transformación del sistema económico-social romano en el sistema feudal, lo que significó una intensa ruralización, con un profundo descenso cultural. Al desplazarse el centro de gravedad de la vida social de las ciudades al campo, la lengua latina acentuó su carácter vulgar, tendiendo a hacerse casi rústica, es decir, más sencilla, más natural y más espontánea. La ruralización supuso un mayor distanciamiento del latín vulgar con respecto al latín clásico y un conocimiento cada vez más endeble e imperfecto de éste. Los nuevos pobladores eran, además, mucho más primitivos que los antiguos colonos, y la misma aristocracia dominante era notoriamente inculta. Muchos monarcas, aun cuando hablaban latín, no sabían escribirlo ni leerlo. Tendrán que - 17 © 2007, E-EXCELLENCE – WWW.LICEUS.COM
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pasar varios siglos para que un rey franco, Carlomagno, dé lugar en su reino a un verdadero renacimiento cultural. Para entonces el latín escrito no sólo estará ya completamente separado de la lengua hablada, sino que habrá una clara conciencia de tal separación.
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