La representación de la violencia del narco en el reciente cine mexicano
Francisco Javier Ramírez Miranda Universidad Nacional Autónoma de México
La sociedad mexicana de las últimas décadas ha atestiguado un crecimiento de la violencia ligada al trasiego de narcóticos por el territorio nacional, muy pronto este tema llegó al cine. En esas películas se reflejó de formas diversas el asunto, mayoritariamente fluctuaron entre la banalización y una estetización que proveía poca reflexión en torno al tema, pues sólo era tomado como pretexto narrativo. Más recientemente se pueden ubicar algunas cintas que rompen con el esquema para posicionar un lugar de lo político y explorar la dimensión simbólica que esta violencia compone. En este sentido, dos casos particulares son los de Miss de Miss Bala (Gerardo Bala (Gerardo Naranjo, 2011) y Heli y Heli (Amat Escalante 2013), este trabajo se centra en la segunda película para discernir, a través del análisis de los elementos fílmicos, la manera en que se ponen en relación la tensión entre un espacio físico particular, un sentido narrativo abierto y una reconfiguración del lugar de los simbólico. Todo ello ocurre en un contexto político que aquí entendemos en su forma más amplia, la política como espacio de representación de un común y, en ese sentido, donde se tematizan al menos dos asuntos: el lugar de la justicia y la fragilidad de la existencia individual frente a los aparatos del Estado. Así, en Miss Bala, Naranjo ha hecho una fabulación que mientras hace recorrer a su protagonista la ciudad de Tijuana muestra la fragilidad humana y el impulso a resistir. Así también, Amat Escalante ha hecho una cinta que recurre a un tema central del cine mexicano, la familia, para hablar de la omnipresencia y de la vulnerabilidad, para atestiguar la injusticia del derecho existente, según la fórmula rencieriana.
Resulta relevante constatar una diferencia notable entre las formas de recepción que cierto segmento de la cinematografía nacional recibe en épocas recientes, en dicho segmento el nombre de Carlos Reygadas es el ejemplo mejor conocido, y se pueden incluir además los de Amat Escalante, Gerardo Naranjo y más recientemente el de Nicolás Pereda entre varios más, cineastas que presumen su autodidactismo, su marginalidad auto asumida, su independencia y su necesidad de diferenciarse claramente del gremio cinematográfico en general. En el mundo de los festivales esta producción ha sido ampliamente reconocida; Así, la palma de oro al mejor director le fue concedida a Amat Escalante por Heli en Cannes en 2013, el mismo festival que recibió un año antes con mucho entusiasmo Miss bala de Gerardo Naranjo. Un contraste importante se puede notar en el entorno nacional, mientras el público masivo ha ignorado virtualmente estas producciones, es común que en ciertos círculos se les rechace tajantemente bajo diversas acusaciones como la de hacer un cine para escandalizar a las buenas consciencias y a la clase media a través del uso de escenas estratégicamente dispuestas. O más aún, se les acusa de lo que podemos denominar como “saqueo cultural”, una actitud que se ha formado a partir de la apropiación de un sector de manifestaciones de la cultura popular, la música, los espectáculos y la exaltación sin contenido de una serie de valores que se resume en la frase “lo naco es chido”, en boga hace pocos años en barrios como el de la Condesa y en cierto círculos artísticos de la Ciudad de México. El abordaje de los temas en torno a la violencia del narcotráfico cobra sentido en este contexto, hay que recordar que la narco-cultura tiene una tradición de varias décadas en México. En los años ochenta y noventa, las producciones de clase “B” que inundaban las salas cinematográficas de muchos pueblos y barrios exhibían un cine que hacía, a partir de esta temática, una épica del personaje de la carretera, el policía de
caminos o el trailero que se enfrentaba con entereza y heroicidad a las bandas delincuenciales que pugnaban por conquistar los caminos. En más de una ocasión este cine
se
“politizó”,
haciendo
denuncias
específicas,
permitiendo
visibilizar
porblemáticas, y sin embargo, fue su visualidad kitsch la que resultó atractiva pocos años después en ciertos círculos de clase media. Este cine registraba un folclor de la violencia del narco que el cine reciente en su mayoría dejó de lado; algo de esto está presente en El infierno, cinta dirigida por José Estrada que regresa a la picardía de la delincuencia, si bien, no está carente de la tragedia, Estrada se centró en una esquematización caricaturesca que fue muy bien recibida por el público. En las producciones de los últimos años que abordo en este trabajo, hay el abandono del lugar central del maleante y su épica a favor de la microhistoria y del retrato de la vida cotidiana que se altera por las disputas entre bandas delincuenciales. Es decir, este cine se centra en lo que el gobierno del presidente Calderón llamó las “víctimas colaterales”, la población civil. Desde esa óptica, el tema central de ambas producciones tiene que ver con la fragilidad de la condición humana enfrentada a condiciones extremas. La imagen que se hizo circular, y que en la cinta sucede hacia el final de la historia, da cuenta de ello. Heli, el protagonista, sale de su casa al escuchar un motor en la entrada. Un vehículo militar es lo que enfrenta. Parafraseando a Badiou diremos que la imagen nos recuerda que entre el individuo y la fuerza del Estado no hay una común medida. Heli, quiere mostrar la distancia insalvable entre estas dos entidades y a partir de ella subrayar la fragilidad del individuo. Hasta aquí, sin embargo, pareciera no establecer ninguna novedad, y los detractores podrán seguir empeñados en sus puntos, pero hay un paso más, el que subraya la forma fílmica que adopta la cinta.
La película inicia con una larga secuencia, ausente la música y con diálogos mínimos. En la batea de una camioneta pick up son trasladados dos cuerpos, uno de ellos está embozado e inerme mientras el otro con los ojos abiertos parece no esperar nada en tanto que una bota de tipo militar le impide el movimiento. Ambos están atados, las manos a la espalda, ensangrentados y con huellas de tortura. El vehículo se detiene más adelante, los ocupantes salen rápidamente y suben el cuerpo embozado a un puente peatonal en donde lo dejarán colgado para huir rápidamente llevando consigo al otro. La escena sostiene una tensión: la cámara mantiene una fría distancia, sobre todo a partir de la detención del vehículo, con la que a lo largo de la cinta jugará, una especie de suspensión del drama en que se retrata la violencia. Pero por otra parte, hará un juego prácticamente “pornográfico” de esa misma violencia, un “exhibicionismo” de escenas casi nunca vistas de tortura, un despliegue que se realiza con esa contención pasmosa: no se trata de la ráfaga de una metralleta destruyendo un cuerpo, haciendo saltar sangre, se trata de una violencia parsimoniosamente desarrollada, la tortura lenta y sistemática de un cuerpo humano.
Esta tensión juega en todo caso con los límites de esa comunicación de la violencia donde el cuerpo es el mensaje. Frente a él, frente a este espectáculo del cuerpo, la cinta parece apostar por una suerte de naturalización con la que no renuncia al lugar de la denuncia, sino que denuncia a un tiempo la violencia y el espectáculo. Heli es un muchacho que tiene que trabajar de noche para mantener a su esposa y al bebé de ambos; viven con su hermana Estela y el padre de ambos, que trabaja en la misma fábrica. La hermana, en edad escolar, comenzará una relación con Beto un joven militar. El chico desea casarse e intentará robar unos paquetes de cocaína con los que desatará la tragedia al ser perseguido por un ente abstracto que la película se cuida bien de dejar oculto y que, en todo caso, es el resultado de la colusión entre agentes estatales y narcotraficantes. Heli y Beto son levantados por los delincuentes y serán torturados en una escena que generó gran controversia durante su exhibición en Cannes y su estreno en México. Beto es atado firmemente para ser golpeado y luego se le prende fuego en los genitales, pero esto sucede con un ritmo lento pero sin elipsis, la escena es vista por Heli y por otros chicos que son obligados a presenciar el espectáculo de la misma manera que el espectador. La escena genera gran malestar, el crítico Manohla Dargis del NYT dijo de Heli que era “una de esas cintas de exploación que entregan su violencia envuelta en pretensiones de cine de arte”, y para la revista Variety, fue la única película realmente escandalosa de este festival. Para la crítica Fernanda Solorzano, “Heli, sobra decirlo, es espejo de un mundo dolorosamente real”. Y por el estilo, muchas de las reseñas en torno a la cinta, tanto a favor como en contra, se centraron en este momento de escándalo. La violencia que surca el relato parece tener diversos agentes y no es fácil distinguir entre los traficantes y el lugar de la policía, pero más allá de esta constatación, Heli no trata de esgrimirse como un cine de denuncia de la corrupción que posibilita la
existencia del tráfico de narcóticos. La cinta parece entonces, más que hacer una denuncia concreta, tratar de establecer una mecánica, la que se establece entre los agentes estatales, los miembros de la delincuencia y el ciudadano de a pie. La mecánica de subsistencia el ciudadano común en una situación de vulnerabilidad, como la que sucede en un pueblo pequeño del estado de Guanajuato. Se trata de la irrupción de lo privado doméstico en la esfera de la acción pública en que se desarrolla la historia. Quizá por ello la historia no sucede en torno al hecho delictivo, sino a sus consecuencias en el entorno familiar de Heli. Al iniciar la cinta, nos enteramos de que a varios meses de haber dado a luz, la mujer de Heli se niega a sostener relaciones sexuales con él. La imposibilidad de retomar la vida común en este aspecto parece ser la verdadera problemática de la cinta. La imposibilidad sexual de Heli es un punto recurrente en la historia y es motivo de disputas entre ambos que están a punto de fracturar la pareja. La sustracción de la droga por parte de Beto llevará a los narcos a una cruenta venganza que incluye el asesinato del padre y el secuestro de Estela, la hermana y él mismo. La muchacha tarda mucho en ser liberada mientras Heli está impedido de retomar su vida normal, incluso, la agente de la policía encargada de la investigación se le “ofrece” sexualmente, y él la rechaza. Pero cuando meses más tarde la hermana regresa por su propio pie a la casa, Heli va al lugar donde ella era retenida y se venga del captor de su hermana. En la siguiente escena, finalmente, logrará la relación sexual con su esposa y “normalizar” su vida. El cuerpo es el escenario de la historia. No sólo los cuerpos de la pareja que se rechazan y se acepan, también el de Beto, que carga a Estela para demostrar su fuerza, que después es rodado sobre sus propias excrecencias como parte del entrenamiento
militar, que es torturado y finalmente es utilizado para difundir el mensaje del narco, colgado del puente.
En síntesis, Heli es una película que retoma una temática corriente en el cine nacional, la violencia ligada al narco, pero que la posiciona de una manera diferente a partir de la forma fílmica, subrayando el lugar del cuerpo como vehículo de una comunicación macabra y terrible, pero ignorada en gran medida por las demás cintas que aluden al tema. Subraya la dimensión humana frente a los aparatos del Estado y recuerda la dimensión micro en la que se desenvuelven las personas que circulan frente la cámara, un tema político por excelencia.
Rosario, Argentina Marzo de 2014