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La horrorosa muerte de Voltaire
Fue crítico y opositor de la iglesia católica, a la que consideraba intolerante e injusta, sin embargo, no era ateo. Se consideraba deísta, pero Dios no debía intervenir en los asuntos terrenales, ya que si bien era creador de la naturaleza a la que dotó de un orden, no intervino en la historia, ámbito exclusivo de la humanidad. Consideraba necesaria la existencia de un pacto social, para poder vivir en una sociedad justa. Para ello se necesitaba de la moral que enseñara los principios de una convivencia armónica, donde el hombre progresara gracias a la ciencia y a la técnica e imprimiese belleza a su existencia a través de las artes, conviviendo con los demás con tolerancia hacia sus ideas religiosas. Así lo expresó en sus obras, escritas con sutil ironía. Pensador antidogmático y satírico, tuvo como inmenso valor la aceptación de las propias contradicciones. El librepensador francés "Voltaire", fue un encarnizado enemigo de la religión y de Jesucristo. Se ha dicho, incluso, que Jesús, después de Satanás, no ha tenido un enemigo más fiero que Voltaire, quien atacaba la fe en Dios a través de sus escritos llenos de soberbia materialista, de culto a la soberbia de la razón. Era tanta la aversión que sentía por la religión, que dio expresas instrucciones a sus "discípulos" de si estando en agonía pedía un sacerdote para confesarse, no se lo llevaran, ¡ya que seguramente sería producto de delirios febriles! Así llegó el día de su muerte. En su agonía, comenzó a desesperarse frente a la posibilidad de la eterna condenación. De seguro intuyó que ese Dios a quien tanto atacó, le esperaba inmediatamente después de expirar para pedirle cuenta de su vida. Intuía que ante la omnipotencia, la inmensidad de la majestad majestad de Dios, no le l e serviría la "razón pura" para justificar su mala vida y los escritos ateos y ofensivos con que lo había atacado y tratado de apartar a la gentes de la fe. Se desesperó, comenzó a gruñir, a tirarse el pelo, a pedir un sacerdote para confesarse: "¡Confesión...¡¡confesión!!". Pero sus seguidores, obedeciendo sus instrucciones previas, se pusieron de guardia en la puerta de su casa, para impedir que alguien le llevara un sacerdote que lo confesara y absolviera. Voltaire ya gritaba, se revolcaba en la cama, se rasguñaba la cara desesperado, tenía los ojos desorbitados y botaba espuma por la boca. Ya no gritaba, sino aullaba, desesperado, al entender que se condenaría eternamente. Los demonios le enrostraban sus 1
Visite: www.vaticanocatolico.co www.vaticanocatolico.com m escritos, su burla a la religión, y ya le anticipaban la "suerte" que le esperaba apenas expirara: les pertenecía a ellos y habían venido a por él. Su muerte fue horrible, su rostro producía espanto a quienes le miraban. La enfermera que le atendió, se hizo el propósito de nunca jamás volver a asistir a un moribundo ateo, tan horrorizada había quedado ante el macabro espectáculo de tan mala muerte. Sin embargo, hoy todavía debe haber quienes enaltecen a Voltaire, lo ponen sobre un altar como hombre de letras, librepensador que puso a la sola razón como medida de todo. Deben quedar ingenuos que aún leen sus obras ateas como algo semi sagrado. ¿Conocían el fin que tuvo el desdichado, que murió gritando, suplicando le llevaran un sacerdote católico para confesarse, y así poder evitar el infierno eterno que intuía perfectamente sería su destino tras morir? Esa muerte desesperada, ese intento por renegar en el lecho de agonía de su doctrina atea y de los ataques a la fe y a Jesucristo, le quitan toda autoridad como intelectual válido, y pone de manifiesto el peligro de atacar a Dios, a la Iglesia, la fe sencilla de las gentes. Con Dios no se juega; de Dios nadie se queda riendo. Si no se cree, más vale observar una actitud de respeto ante quienes sí creen. En una de esas, Dios concede a quien así actúa la l a gracia del arrepentimiento y de la fe, aunque sea en el momento de la agonía. Para no morir como Monsieur Voltaire: desesperado ante la entrada en la eternidad como enemigo de Dios. HORRIBLE ES LA MUERTE DEL IMPÍO
Vive siempre como quien ha de morir, pues es certísimo que, antes o después, todos moriremos. En la puerta de entrada al cementerio de El Puerto de Santa María se lee: «Hodie mihi, cras tibi» que significa: «Hoy me ha tocado a mí, mañana te tocará a ti». Esto es evidente. Aunque no sabemos cómo, ni cuándo, ni dónde; pero quien se equivoca en este trance no podrá rectificar en toda la eternidad. Por eso tiene tanta importancia el morir en gracia de Dios. Y como la vida, así será la muerte: vida mala, muerte mala; vida buena, muerte buena. Aunque a veces se dan conversiones a última hora, éstas son pocas; y no siempre ofrecen garantías. Lo normal es que cada cual muera conforme ha vivido . La historia del mundo está llena de estos casos lamentables, que vienen a confirmar el oráculo de la Sagrada Escritura: “Mors peccatorum pessima” (Ps. 33, 22), y la terrible profecía de Nuestro Señor a los obstinados fariseos: “Moriréis en vuestro pecado” (Io. 8, 21).
Tal suele ser la muerte de los pecadores voluntariamente obstinados, de los grandes incrédulos (Voltaire, Rousseau, Renán, etc.), de los grandes apóstatas de la religión (Juliano el Apóstata, Arrio, 2
Visite: www.vaticanocatolico.co www.vaticanocatolico.com m Montano, Nestorio, etc.) de los falsos reformadores (Lutero, Calvino, Zwinglio, Enrique VIII), de los afiliados a las sectas sectas masónicas, de los que han alardeado siempre de “indiferencia religiosa” y “la libertad de criterio”, etc., etc.
De ninguno de estos desgraciados en particular podría afirmarse con certeza que se ha condenado infaliblemente. Es un secreto de Dios. Nadie puede asegurar lo que pudo haber pasado entre Dios y un alma a punto de comparecer ante Él. Pero, humanamente hablando, ¿que esperanza se puede alimentar en torno a semejantes hombres, que mueren con manifiestas señales de eterna reprobación? ¡Ay de los que no se limitaron a ser malos, sino que hicieron lo posible por arrastrar a los demás a su maldad! Por vía de ejemplo -y sin pretender afirmar de manera categórica su eterna condenación- vamos a recoger aquí el final desastroso de un personaje histórico, enemigo declarado de la Iglesia Católica: Voltaire. MUERTE DE VOLTAIRE
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Voltaire, fundador del odio moderno contra la Iglesia Católica ¿Quién no conoce a Voltaire (Francisco María Aruet), el patriarca de la incredulidad? Murió la noche del 30 al 31 de mayo de 1778, a los ochenta y cuatro años de edad. Su médico -M. Trochin, protestante-, testigo ocular de cuanto sucedió sucedió en los últimos momentos del desgraciado, escribía escribía a Bonnet el 27 de junio de 1778 (27 días después de la muerte del famoso incrédulo): Poco tiempo antes de su muerte, M. Voltaire, preso de furiosas agitaciones, gritaba furibundamente: Estoy abandonado de Dios y de los hombres. Hubiera querido yo, añade el médico, que todos los que han sido seducidos por sus libros hubieran sido testigos de aquella muerte. No era posible presenciar semejante espectáculo. Yo no puedo puedo acordarme de él sin horror. Cuando se convenció de que todo lo que se hacía para aumentar aumentar sus fuerzas producía un efecto contrario, contrario, la
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Visite: www.vaticanocatolico.co www.vaticanocatolico.com m muerte estuvo siempre ante sus ojos. Desde ese momento la rabia se apoderó de su alma. Imaginad los furores de Orestes: furiis agitatus obiit. As í murió Voltaire. La marquesa de Villete, en cuya casa murió Voltaire, contó d espués más de una vez a su familia y a sus confidentes los detalles de aquel fin horrible. “Nada más verdadero -dice ella- que cuanto M. Tronchin afirma sobre los últimos instantes de Voltaire. Lanzaba gritos desaforados, se revolvía, crispábansele las manos, se laceraba con las uñas. Pocos minutos antes de expirar le habló al abate Gaultier. Varias veces quiso hicieran venir un ministro de Jesucristo. Los amigos de Voltaire, que estaban en casa, se opusieron bajo el temor de que la presencia de un sacerdote que recibiera el postrer suspiro de su patriarca derrumbara la obra de su filosofía y disminuyeran sus adeptos…
Al acercarse el fatal momento, una redoblada desesperación se apoderó del moribundo; gritaba, diciendo que sentía una mano invisible arrastrarle ante el tribunal de Dios; invocaba con aullidos espantosos a aquél Cristo que él había combatido combatido durante toda su vida; maldecía maldecía una vez tras tras otra; finalmente, para calmar la ardiente sed que le devoraba, llevóse a la boca su vaso de noche; lanzó un último grito, y expiró entre la inmundicia y la sangre que le salían de la boca y de las narices”
Cierto, el impío puede cerrar sus oídos para no oír las amenazas de la palabra divina, puede cerrar los ojos para no ver las escenas horripilantes de desesperación de aquellos que, en los últimos momentos de su vida, perciben ya el abismo que los va a tragar. Mas les es difícil imponer silencio a la voz de su s u propia conciencia, que en nombre de la justicia les grita: Todo eso es verdad.
El que es justo, tendrá la Vida eterna; el que es impío, la Ira de Dios pende sobre su cabeza
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