7.3. LA CASTRACION EN LACAN. De acuerdo con los ordenadores que vienen orientando el trabajo del curso, presentaremos en esta parte conceptos que corresponden a lo que pudiéramos considerar la primera parte de la enseñanza de Lacan. Para Lacan, la problemática de la castración no está indisolublemente ligada a la temática del Nombre del Padre, elemento central del Edipo, y a la conceptualización en torno al falo. En la medida en que, desde el inicio de su enseñanza en los seminarios, Lacan da importancia al padre, a su imagen y a su función, el tema de la castración es incluido por el muy tempranamente. Lacan dice que aquello de lo que se trata en el complejo de castración es algo que nunca se articula y resulta casi completamente misterioso. Señalemos, sin embargo, que de él dependen estos dos hechos, por una parte que el niño se convierta en un hombre, por otra parte, que la niña se convierta en una mujer. Aunque el tema es considerado considerado previamente, previamente, por ejemplo, en el Seminario 3 de la psicosis. Es en el Seminario 4, La relación de objeto, que la aborda de manera específica. Este hecho nos señala el terreno en el que se deben mover las consideraciones en torno a esta problemática: no se trata del campo de las relaciones interpersonales, sino de las relaciones de objeto. En este contexto, y de la manera más sintáctica, podremos decir, para introducir la postulación de Lacan sobre la castración, que esta es una de las tres formas de la falta de objeto. La castración es entonces, una falta, pero no cualquier falta. De acuerdo con Lacan, la castración es la falta fundamental. A diferencia de Freud, para quien la castración es, esencialmente, un fantasma, para Lacan, en tanto falta fundamental, la castración es una constante de la propia articulación simbólica. ¿De qué objeto se trata y de cual tipo de falta? Estas son las preguntas que intentaremos contestar a continuación. Recordemos, en principio, que Lacan considera el desarrollo del Edipo en tres tiempos. Un primer tiempo en que el niño se coloca en una posición de ser objeto del deseo de la madre, para lo cual se identifica con el falo imaginario de la madre y trata de ser el falo para ella. En un segundo tiempo, la intervención del padre imaginario que priva a la madre del niño colocado en posición de objeto fálico. En el tercer tiempo, el padre, en la medida en que demuestre que tiene el falo, demostración que implica de manera necesaria a la madre, obliga al niño a abandonar sus pretensiones de serlo. Con referencia a estos tres tiempos, y para poder articular el concepto y el proceso de la castración, de acuerdo con lo que Lacan formula esencialmente en los seminarios 4 y 5, es preciso, en primer lugar, ubicar el deseo de la madre en tanto ella es mujer, porque la castración, como acto y como proceso, está vinculada con la madre y con su deseo. En el Seminario 4, afirma que lo determinante para cada sujeto es la relación de la mujer, su madre, con su propia falta. De acuerdo con los postulados de Lacan, la madre debe ser considerada como sujeto correlativo a una falta, es decir, como un sujeto situado de una manera particular frente a su propia castración. Señalemos, a este respecto, que Lacan nos ha enseñado que una
falta está siempre en el origen del deseo y es su causa. En este caso, la referencia es a la falta de un objeto privilegiado, que es el falo. No se trata de la falta en ser, que se refiere al deseo de el ser mismo, sino a la relación del ser con la falta. Lacan nombra al objeto de deseo como objeto a, ahora bien, el objeto al cual se dirige el deseo de un sujeto nunca es igual a su causa, es decir, nunca es exactamente lo que se está buscando. En el terreno del deseo se trata de la falta de un objeto del que decimos que está perdido, y lo esencial es que el objeto reencontrado nunca es el adecuado. La castración es el nombre fundamental de esa falta, en tanto que el objeto descubierto por Freud como faltante y que marca su ausencia en el inconsciente es el falo. Con esta gráfica, Lacan se refiere a la pérdida de ese objeto privilegiado que es el falo, en tanto este representa el valor simbólico dado a un órgano real. El valor privilegiado del falo parece derivar de la dinámica determinada por el hecho de que ambos sexos conciban la existencia de un único órgano genital, en el momento de culminación de la organización genital infantil. En el primer tiempo del Edipo, la madre encuentra en el hijo un objeto que sustituye ese objeto perdido. Esto es así en la medida en que la madre es un sujeto en falta. El niño no es, en realidad, lo que a ella le falta, pero en ella reencuentra algo que toma el lugar del objeto que le falta. En este primer tiempo del Edipo, dijimos que el padre es una presencia velada. Pero será una presencia, de acuerdo al lugar en que la madre se ubique con referencia a él. En este sentido podrá decirse que en esencia, los hijos son sustitutos solo en referencia a un hombre. En el segundo tiempo del Edipo, el padre deja de ser una figura velada e interviene, esencialmente, reubicando el deseo de la madre. En este sentido, se anuncia como aquel que, sin ser el falo, es portador de aquello que la madre desea. Al hacerlo, priva a la madre del niño como objeto sustituto fálico. Lacan señala que, en este segundo tiempo, la intervención del padre apunta más hacia la madre y que no se trata de una castración, en la medida en que la madre ya ha sido castrada. Por ello habla de privación. Esta intervención sobre la madre tiene incidencias sobre el hijo y su pretensión de ser el falo para la madre. El tercer tiempo del Edipo es el tiempo de la castración propiamente dicha, en la medida en que la el padre interviene como personaje real revestido de ese símbolo que es el falo. Su intervención produce un giro que vuelve a instaurar la instancia del falo como ese objeto que es deseado por la madre. Es decir, ya no se trata solamente de ese objeto del que el padre puede privar. En la medida en que el padre ejerce su función, el niño tendrá un pene que podrá utilizar, con derechos, en otro momento de su vida. En este sentido, en este tercer tiempo, se trata de un padre que tiene y que promete. La intervención del padre introduce entonces un referente de ordenamiento, que organiza lo simbólico. Una síntesis parcial nos permite señalar que, para Lacan, la castración es en esencia un corte que, si bien produce efectos estructurantes sobre el niño, recae esencialmente sobre el vínculo imaginario de este con la madre, y que gira en todo momento en torno al
falo imaginario como objeto con el cual el niño se identifica para ser el deseo de la madre. Es en esencia, una operación simbólica de la palabra paterna y obra por virtud de los efectos de la Ley a la cual el padre mismo está sometido.
7.4. CASTRACIÓN, LEY E IDEAL En la medida en que sale castrado del Edipo, el sujeto sale en falta, pero simultáneamente sale provisto, provisto de una Ley y también de un ideal. La concepción lacaniana de la ley se apoya en los postulados de Claude Lavi-Strauss. La ley no es otra cosa que el orden simbólico en sí. Baudrillard, plantea que la ley implica un principio trascendente y por tanto, con referencia a ella, hay una línea que franquear. Ella instaura la prohibición, la represión y, en consecuencia, la división entre un discurso manifiesto y un discurso latente. De ahí, que la ley, a diferencia de la regla que es convencional, arbitraria y fija, pueda ser transgredida. Si pasamos al campo del Edipo y la castración, Lacan nos ha mostrado la instauración de la Ley a partir de la figura paterna. El padre imaginario, que ingresa en la escena en el segundo tiempo del Edipo, aunque tiene el atributo de dictar la ley no la representa, porque no es trascendido por ella: su deseo es la ley. Es el padre “terrible”, el padre
omnipotente del mito de la horda primitiva, que impone la ley del más fuerte como imperativo hipotético, pero que no reviste la Ley del imperativo categórico. Su ley es una ley de posesión, es un padre rival que está al mismo nivel del hijo, y que interviene por motivos egoístas: es el poseedor de la madre y prohíbe a esta, no por razones trascendentes, sino para reservársela. Posee a todas las mujeres y amenaza a sus hijos con la castración. El asesinato de este padre “terrible” conlleva un pacto entre los hijos, según el cual la madre no pertenece a ninguno de ellos. El padre muerto es el padre simbólico que representa una Ley que está más allá de él mismo, la Ley del imperativo categórico. Sabemos que el Nombre-del-padre interviene a través de la palabra de la madre; la madre está sometida a la Ley del padre y el niño reconoce la presencia del padre en la madre, en su deseo por ella que excluye al niño del intercambio sexual. El Nombre-del-padre es la inscripción en el psiquismo de la función del padre simbólico que implica la castración simbólica, y la instauración de una Ley trascendente, aquella donde comienza la cultura en tanto se opone a la naturaleza. La Ley que instala el padre con la castración, es la Ley del Orden simbólico. Ella es una instancia trascendente, que está más allá de cualquier personaje real, inclusive del padre. El Orden simbólico implica un sujeto que es el sujeto de la castración y, por tanto, puede representar la Ley porque es trascendido por ella. En este sentido, la Ley que no sólo es un imperativo hipotético que aparecerá como la punición de un acto, sino que será un imperativo categórico; la Ley impuesta categóricamente al sujeto implicará: si quieres ser un hombre, serás castrado, si quieres gozar de las mujeres, debes en primer lugar
renunciar a tu madre; si quieres ser potente sexualmente, debes ser castrado por relación a tu madre. La castración es la aceptación de todo ser humano del límite impuesto al goce en relación con la madre. Decir que el falo es el significante del deseo implica, que todo deseo es sexual y que es por ello insatisfecho, porque en relación al goce incestuoso, que se supone absoluto, toda satisfacción resulta insuficiente. El reconocimiento de la diferencia anatómica de los sexos destrona al niño de la ilusión omnipotente de la bisexualidad y de ser todo para la madre y le muestra que no solo su cuerpo tiene límites, sino también sus deseos, fundamentalmente el deseo incestuoso hacia la madre como bien interdicto, de ahora que se instaure una Ley. Al respecto afirma Lacan: ”La posici ón del padre como simbólico no depende del hecho
de la gente haya reconocido más o menos la necesidad de una determinada secuencia de acontecimientos tan distintos como un coito y un alumbramiento. La posición del Nombre del Padre, la calificación del padre como procreador, es un asunto que se sitúa en el nivel simbólico. Puede realizarse de acuerdo con las diversas formas culturales, pero en sí no depende de la forma cultural, es una necesidad de la cadena significante. Por el solo hecho de que instituyas un orden simbólico, algo corresponde o no a la función definida por el Nombre del Padre. El padre puede ser portador del falo, lo puede tener, en la medida en que haya accedido el mismo a la castración. Lacan comenta que: en relación a la cuestión del tener o no tener, es algo que, aun el varón, debe solucionarlo por medio del complejo de castración. Esto supone que, para tenerlo, ha de haber habido un momento en el que no lo tenía. No llamaremos a esto complejo de castración si no pusiera en primer plano, en cierto modo, el hecho de que, para tenerlo, primero se ha de haber establecido que no se puede tener, y en consecuencia la posibilidad de estar castrado es esencial en la asunción del hecho de tener el falo.