De lo artístico en el espíritu. es píritu. (Sí, al revés). De lo espiritual en el arte, de V. Kandinsky. Este autor es un hombre completamente espiritual con un afortunado don para el arte. La lectura es tan buena que pocos comentarios tengo sobre ella. No porque no haya nada que rescatar, sino porque no hay mucho que discutir. La manera en la que mejor reflexiono, en lo personal, es cuando un discurso me hace estar en desacuerdo con él. Pues Kandinsky logró de manera elegante y sobria convencerme de todo cuanto dijo. En esta ocasión me será más fácil citar algunos párrafos y compartir mi introspección sobre los mismos, no porque sean los más importantes (que todo lo dicho es interesantísimo) sino porque son los que pueden ampliarse o comentarse en un margen más conciso.
Por eso, la inclinación a lo primitivo, como la que hoy tenemos abiertamente tomada en préstamo, será de corta vigencia. Me parece admirable su manera de abordar el tema intrincado del arte. Y el reconocimiento a la muerte inminente del arte propio. La consciencia de la breve caducidad de tu obra y filosofía, admitiendo que no has inventado el hilo negro de la creación artística ni posees la verdad absoluta.
Los sentimientos más burdos, como el miedo, l a alegría, la tristeza, etc., que podrían usarse en esta etapa de tent ación como contenido del arte, atraerán poco al artista. Este buscará despertar sentimientos más sutiles que en la actualidad no tienen nombre. El artista tiene una vida compleja, sutil, y la obra surgida de él originará necesariamente, en el público capaz de sentirlas, emociones tan matizadas mat izadas que nuestras palabras no las podrán manifestar. El espectador es hoy incapaz, salvo en excepciones, de tales vibraciones. Este inciso me hace desear saber si ya hemos denominado tales emociones o si al siglo XI somos capaces de percibirlas. Si hemos logrado entender las expresiones del alma de los artistas que han pasado por las páginas de nuestros libros, nuestras galerías y museos. Si es así, seguro no tendrán definiciones cortas. Y menos cuando caben tantas interpretaciones.
Los hambrientos y visionarios son motivo de burla o considerados anormales. Las escasas alma s que no se pierden en el sueño y persisten en un oscuro deseo de d e vida espiritual, de saber y progreso, se lamentan en medio del grosero canto del materialismo. En muy contadas ocasiones, los artistas más pródigos han sido personas felices, ya que su lado humano les reprocha esa incomprensión de sus prójimos hacia sí mismos que los hace sentirse ajenos a este mundo, o al menos, ajenos a esta sociedad. La clase anterior, cuando veíamos a Kirchner y su autorretrato pude sentir la mortificación en los rasgos de su cara. La preocupación constante en la que se vive sabiendo que cada que se tienen más respuestas se tienen más preguntas es compartida con muy pocos. Es como los niños, son más felices porque tienen menos cosas por las que ocuparse y preocuparse.
En cada centro cultural habitan millares y millares de artistas de este tipo, que únicamente buscan formas nuevas de crear millones de obras de arte sin entusiasmo, con el corazón frío y el alma dormida. La competencia arrecia. La carrera en pos del éxito conduce a preocupaciones cada vez más externas. Grupos reducidos que casualmente han sobresalido de este caos artístico, se protegen tras sus posiciones. Tal vez hasta el día de hoy comprenda porque aquellos que se consideran genios de la ciencia y/o el arte muchas veces produjeron cantidades limitadas de obra. Porque vuelcan su alma y comprensión en ellas y se adentran en un torbellino de ideas e ideales que nunca parece terminar. Así que una de dos: aquel artista que produce mucho tiene un alma muy rica e inagotable, o es un farsante. Muy irónico y revelador. Nadia Ayala ar121242