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LA HONRA DEL
MINISTERIO El llamamiento según Dios
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© ���� L H M – E L S D Autor: Juan Radhamés Radhamés Fernández Edición: Marítza Mateo-Sención Diseño de Cubierta: Arturo Rojas Diseño Interior: Grupo Nivel Uno Inc. Reservados todos los derechos. Ninguna parte de este libro se puede reproducir, guardar en un sistema electrónico o transmitir en forma alguna sin el permiso escrito de Vida del Reino Publicaciones . ISBN: 978-0-9841373-0-5 Categoría: Ministerio Cristiano / Liderazgo Impreso en Estados Unidos de América Printed in the United States of America
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ÍNDICE
D . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
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P . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
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I . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
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C I - N T T S H . H . . . . . . . . . . . . . . 1.1 Los Ministros son de Dios . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 1.2 Dios es de los Ministros . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 1.3 La Heredad de un Ministro . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . A) El Sacerdocio . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . B) Los Sacrif icios . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . C) Los Diezmos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 1.44 El Propósito de la Honra 1. Honra.. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 1.5 “… como lo fue Aarón” . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
31 40 48 51 52 57 62 72 84
C II – E L L C C D . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 105 2.11 “¿Q 2. ¿Qué ué te teng ngoo yo co conn vos osootr tros os,, hi hijjos de Sa Sarvi rvia? a?”” . . . . . . . . . . . 109
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2.2 Los Dos Reinos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 128 2.3 “¿P ¿Por or qu quéé no lev levant antas as des descen cenden dencia cia a tu he herman rmano?” o?” . . . . . . . 156 C III – E L C P S. S . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 3.1 “¿He de Dejar?” . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 3.2 La Gloria del Llamamiento. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 3.3 “Porque para esto He Aparecido a Ti” . . . . . . . . . . . . . . . . .
177 182 202 215
C IV – E C C S P . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 4.11 “El bau 4. bautism tismoo de Juan Juan,, ¿era del ciel cielo, o, o de los ho homb mbres?” res?” . . . . 4.2 Si no Lucha Legítimamente . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 4.3 El Profeta de Bet-el . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 4.4 Encontrando el Libro . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 4.5 Si la Trompeta Diere un Sonido Sonido Incierto. . . . . . . . . . . . . . . .
239 243 269 297 314 348
C V – E C S H H . . . . 5.1 “… y an antes tes qu quee la lám lámpar paraa de Di Dios os fue fuese se ap apaga agada da”” . . . . . . . . 5.2 Cuando Dios nos Engrandece . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 5.3 Toma la Vara . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
381 3844 38 411 430
C VI – E C C S S S . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 6.1 Los Vestidos de José . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 6.2 La Rencilla por los Pozos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 6.3 Am Amaalec: enemigo del Trono de Dios . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
451 456 474 508
E . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 525 B .. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 535 B
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DEDICATORIA
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edico esta obra a los hombres y mujeres llamados por Dios al santo ministerio, pero de manera especial, y por mandato del Señor, a Domingo Aracil, siervo de Dios, quien pastorea la iglesia evangélica eva ngélica “Casa de Oración”, en Cartagena, España. Él fue el instrumento que Dios usó para establecer esa congregación, y de la misma han salido una docena de pastores al ministerio. El pastor Aracil ha servido en el ministerio pastoral (junto con su esposa Josefa Moreno) durante treinta y seis años. Ellos están casados por cincuenta y un años, y han procreado ocho hijos, los cuales les han dado d ado veintiséis nietos. nietos. Este hombre no posee ni fama ni renombre, pero su servicio ha logrado agradar al Señor. Dios le dice al pastor Domingo: «Tu labor ministerial ha sido para mí como el perfume de nardo puro, de mucho precio, con el cual aquella mujer ungió mi cuerpo y me preparó para la sepultura. sepultu ra. Por tanto, digo de ti como dije acerca de ella:“…dondequiera que se predique este evangelio, en todo el mundo, también se contará lo que [éste] ha hecho, para memoria de [él]” (Mateo 26:13)». Dios me ha elegido a mí y a este libro para honrar públicamente un ministerio que le ha honrado a Él, y decirle a su siervo Domingo: “… para que sea tu limosna en secreto; y tu Padre que ve en lo secreto te recom pensará en público” público” (Mateo 6:4). En este tiempo existen dos clases de ministros: los que se ocupan de vender su ministerio, y los que hacen del ministerio su ocupación (Lucas 2:49).
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Los que se dedican a vender su ministerio logran, a través de la publicidad, el respeto y la admiración de los hombres. Pero los que hacen del ministerio su ocupación, con el fin de honrar a Dios, como ha hecho el hermano Aracil, serán aprobados por el Señor; “porque no es aprobado el que se alaba a sí mismo, sino aquel a quien Dios alaba” (2 (2 Corintios 10: 10:18 18).). Lo que el Señor quiere qu iere testificar por medio de esta dedicatoria es que el ministerio de los hermanos Aracil es como una ofren ofrenda da grata que ha “subido para memoria delante de Dios” (Hechos (Hec hos 10:4).
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PRÓLOGO
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e es imposible prologar esta obra sobre la honra del ministerio, sin quedarme abismada como le ocurrió a Job Job y de igual igu al manera ma nera exclamar: “¡En Dios hay una majestad terrible!” (Job (Job 37:32). ¿Quién con labios inmundos podría invocarle? ¿Muéstrenme aquel que pudiera nombrar ese nombre nombre admirable y magníf magnífico, ico, sin antes caer postrado ante a nte Su excelsitud? Por la grandeza de Su poder y lo asombroso de sus obras se da a conocer el Dios Altísimo, cuya magnificencia magnif icencia no tiene límites. Quien le conoce no puede hacer otra cosa que no sea adorarle. Él se viste de honra y hermosura, y desde sus alturas visita a sus criaturas. Santo, santo, santo es el Señor Dios Todopoderoso, cuya grandeza es inescrutable. Con todo, eso que lo hace a Él el Dios vivo y verdadero es lo que más cuestionan los hom“Estar bres. Ellos no pueden comprender c omprender que que siendo el conscientes de Dios grande, se haga pequeño; que Aquel que habita en las alturas se acerque a los contritos nuestraa propia nuestr propia de espíritu; que siendo el Santo, salve a los quepecaminosidad brantados de corazón; que Aquel que los cielos es un paso y los cielos de los cielos no lo pueden contener, gigante gi gante hacia pueda habitar en medio de los hombres; que siendo el Invisible, se haga tangible; que sienla santidad” do el Inmarcesible y habite en santidad se haga
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uno con el hombre pecador y mortal. Y como su mente no alcanza a entender la obra que ha hecho el Dios de toda la tierra, desde el principio principio hasta el fin, f in, orillan al creyente y lo condenan a un ostracismo religioso, despojándolo de toda autoridad, autoridad, para que no pueda ministrar con toda la libertad que el Señor de los cielos le ha dado. Entiendo que estar conscientes de nuestra propia pecaminosidad es un paso gigante hacia la santidad, santidad, pero también es absolutamente necesario reconocer la obra de Dios en nuestras vidas, para poder actuar conforme al llamamiento santo. Por eso, este libro no persigue convencer al que cuestiona y duda sobre la intervención divina en la vida del hombre, sino que viene a arrancar y a destruir, para arruinar y derribar todo argumento y altivez que se levanta en contra de la obra que Dios ha hecho desde antes de los siglos. Pero también viene a edificar y a plantar aquello que Dios ha establecido en Su perfecta voluntad a favor de sus escogidos (Jeremías 1:10). Disertar sobre la honra que hay en el llamamiento del Dios que en sus santos no confía y que ni aun los cielos son limpios delante de sus ojos (Job 15: 5:115) 5),, parecería parec ería una osadía de Juan Radha R adhamés més Fernández. Mas, sus referencias biográficas y trayectoria cristiana han sido reseñadas en sus “La honra no libros anteriores, por lo que prefiero en esta es un asunto ocasión ahondar un poco más en el tema que qué resol r esolver ver nos ocupa, lo que necesariamente te hará conoc onoo un tema qué cer un poco más má s a su autor. autor. Nadie puede dar lo que no tiene ni hablar de lo que no entiende, debatir, sino en su caso, ca so, su ejemplo es una lección que todos un misterio los hombres hombres pueden leer. Con esto no digo que que hay que sea el héroe de esta historia ni tampoco él me vivir” lo permitiría, pues ninguno es más consciente que él de su propia humanidad. No obstante, es tan grande su deseo de honrar al Dios de su llamamiento, que la experiencia de su sumisión y entrega es el aporte más valioso que él puede hacer a esta exposición literaria. Con este libro, Fernández viene a completar la trilogía del consejo divino para un hombre de Dios: primero en su andar (en el espíritu), luego en su obrar (siendo Dios el todo en todo y en todos), todos), y ahora en su servir ser vir (honrando (honra ndo el llamamient llama mientoo). En esta oportunidad nos enseña tres aspectos fundamentales fu ndamentales de la honra que da Dios: Primero es el llamamiento; luego la visión; y finalmente la instrucción, instr ucción, lo que a su vez implica autoridad, propósito y obediencia,
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respectivamente. Es decir, en el llamamiento se recibe la autoridad del cielo, con el propósito de que se cumpla la visión y se obedezca la instrucción, a fin de que todo se haga según y conforme a la perfecta voluntad de Dios. Por tanto, la honra no es un asunto qué resolver o un tema qué debatir, sino un misterio que hay que vivir, pues siendo necios nos hizo sabios, siendo débiles nos hizo fuertes, siendo viles y menospreciados nos escogió y nos dio un linaje superior, para que podamos llevar con honra el santo llamamiento. Su primera enseñanza es que la honra es el distintivo del llamamiento ministerial, debido a que esa honra viene de Dios y esa honra es Dios. Ser honrado por Dios no es como ser alguien conocido o ser un magnate o potentado. La honra es mucho más que eso. Es una clase de vida que “La carta de solo se aprende por nacimiento, y en esa encarrecomendación nación espiritual hay que sacrificar quién tú de un hombre eres, para ser lo que Dios te llamó a ser. Dios llamado por es luz y a los que llamó los hizo luminares, Dios no es carne, para iluminar a un mundo que está en tinieblas, siendo las lámparas que emitan Su luz o sino fruto, no los espejos que la reflejen. Ahí no hay espacio son cualidades, para el “yo”, por eso el apostolado de Pablo fue sino carácter” en función al propósito y no a un puesto o a un título honorífico. Dicen que la capacidad del donante mide generalmente el valor del regalo, por eso la vida nueva que hemos recibido de Dios tiene doble valor: el valor del que la da y el valor del que se dio, porque sin Cristo nada de eso hubiese ocurrido. Entenderás entonces que recibir la honra de Dios es recibirlo a Él mismo. De hecho, un ministerio sin Dios no es honroso. Puedo decir que cuando somos llamados, somos vestidos de honra, por eso el llamamiento es un revestimiento: Ya fuimos vestidos de salvación, ahora somos vestidos de honra. Reconocer esa vestidura trae a mi memoria un relato que recibí hace ya un tiempo (en inglés), el cual, desde que lo leí, ha quedado en mi mente y como un grito en mi corazón, por lo que lo traduzco a continuación: «Cuentan que una noche, en un servicio de adoración en una iglesia, una joven mujer entregó su vida a Cristo, respondiendo al llamado de salvación. Aquella mujer, a pesar de su juventud, había tenido un pasado muy turbulento, el cual envolvía drogas, alcohol y hasta prostitución. Mas, su cambio fue tan evidente que los frutos de su arrepentimiento y conversión les eran
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de testimonio e inspiración a otros. Pasado el tiempo, ella era uno de los miembros más fervientes y tesoneros de aquella congregación donde, eventualmente, empezó a envolverse en la obra del ministerio, enseñando a niños y a jovencitos. Y no pasó mucho tiempo, cuando esta devota mujer cautivó el corazón del hijo del pastor, cuarta generación de cristianos, cuyas vidas habían sido entregadas completamente a la obra del ministerio. Su relación creció y los “tortolitos” empezaron a hacer planes de boda, pero también empezaron unos graves problemas. »Sabrás que cerca de la mitad de la congregación consideraba que esa mujer, con un pasado tan pecaminoso, no era la apropiada para el hijo del pastor, quien se perfilaba a ser un gran ministro. Por lo que la iglesia se dividió en opiniones, argumentos y disensiones acerca de aquella “Lo que cuestión. Era tanto el problema que decidieron determina hacer una reunión para ponerle un punto final la honra del a la contienda. Mientras la gente iba exponiendo sus argumentos, las tensiones aumentaban, ministerio no hasta que la reunión se convirtió en un caos, es el servicio yéndose completamente fuera de las manos. La ni la función, mujer estaba sumamente avergonzada y abosino por quién chornada, viendo como toda su vida pasada había sido ventilada en público, por lo que no llamó” podía contener el llanto, quería esfumarse, huir de aquel lugar y no volver a aparecer jamás. »En medio de todo aquel escándalo y el llanto incontrolable de aquella mujer, y las voces acaloradas de los que juzgaban el asunto, el hijo del pastor se levantó y tomó la palabra. Él no podía aguantar más el dolor tan grande que se le estaba ocasionando a la mujer que pronto sería su esposa, por lo que empezó a decir: «¡Escuchen todos! El pasado de mi prometida no es lo que está hoy aquí en disputa. Lo que ustedes están cuestionando es el poder de la sangre de Cristo para limpiar el pecado. Eso es lo que está en juicio, la sangre de Jesús. Por tanto, yo les pregunto: ¿la sangre de Cristo nos limpia de todo pecado, si o no? ¡Respóndanme! ¿Es poderosa, si o no?». La pregunta cayó como un rayo en aquel lugar, y la iglesia entera empezó a llorar, realizando que ellos habían estado menospreciando la sangre de Jesucristo nuestro Señor en la vida de aquella mujer. Frecuentemente, aun los mismos cristianos, traemos el pasado y lo usamos como un arma en contra de nuestros hermanos. Mas, el perdón es
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un elemento fundamental del evangelio, pues si la sangre de Cristo no limpia completamente la vida de las otras personas, tampoco las nuestras. Y si ese es el caso, todos estamos ante un gravísimo problema». Esas palabras finales fueron las que constriñeron aún más mi espíritu, pensando precisamente en la honra de ser llamados al ministerio, de la cual hay quienes dudan, y te llevan a ti mismo, en un momento, a dudar también. Algunos esperan ver en ti el mismo resplandor que hubo en el rostro de Moisés debido a que estaba en la presencia de Dios (Éxodo 34:30,33); o se refieren a tu ministerio como a la calabacera de Jonás, que en una noche creció y a la siguiente noche se secó, como diciendo: «Vamos a ver si ese llamado o ministerio permanece, de lo contrario no es de Dios» (Jonás 4:6,7). Mas, conoce Dios los que son suyos, así que en lugar de detenerte por los perros que ladran, debes seguir al blanco de la soberana vocación, creyendo en “No es tan el poder de la sangre del Hijo de Dios, y de la sabiduría de Aquel que te llamó. Tu lealtad es importante en al Dios de tu llamamiento. qué servimos, Una de las características relevantes de este sino a quién libro es que, precisamente, renueva nuestra digservimos” nidad en Cristo y constituye un fortísimo consuelo de amor en el conflicto grande que se padece por la visión (Daniel 10). Daniel, por ejemplo, quedó solo, mudo y sin fuerzas, sintiendo que moría (Daniel 10:711); y Moisés, frente al monte que humeaba, exclamó: “Estoy espantado y temblando” (Hebreos 12:21). Entender las cosas de Dios es superior a nuestras fuerzas. Alguien, muy cercano a mí, me dijo una vez, en medio de una gran tribulación: «Marítza, tú has sido honrada, y honra son las cicatrices que sufres en el camino». Sí, con el ministerio también se llevan las marcas de quien te constituyó, por causa de aquellos que te persiguen y menosprecian, y que a pesar de que se benefician de tus capacidades, te tratan como a un cualquiera. A esos tienes que tomarles las manos, y descubriendo tus pechos decirles, como dijo el Maestro a Tomás: «Ven, “Pon aquí tu dedo, y mira mis manos; y acerca tu mano, y métela en mi costado” (Juan 20:27). ¡Ven, hermano mío, hermana mía, acércate!, ¡atraviésame y cree!, no en mí, sino en quien me llamó, a cuyos ojos he sido alguien honorable y de gran estima (Isaías 43:4)». Mas, ¡bienaventurados son los que no vieron y creyeron! (Juan 20:29), aquellos que no te conocen en tu humanidad, sino en el Espíritu que les da testimonio de tu llamamiento. ¡Benditos sean! Son como el bálsamo de Galaad,
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precioso ungüento, aceite suave que cura la dolorosa llaga y venda las profundas heridas. ¡Ay, qué consuelo de amor! ¡Qué fortísima esperanza! ¡Ay, qué misericordia! ¡Qué inmensa ternura! ¡Qué confortamiento en Cristo Jesús! En este libro solo hay un vivo pensamiento y es que nadie puede estar en el ministerio, si no es llamado por Dios. En esta afirmación, aunque el pastor Fernández denuncia una práctica que viene escalando cada día más en la vida eclesiástica, no es confrontativa, sino apelativa, llamando a la iglesia a volver al orden, a seguir y a respetar lo que Dios estableció. Cuando Israel bendijo a los hijos de José cambió la posición de las manos, y su diestra puso en el menor, dándole la bendición de la primogenitura que pertenecía a Manasés, lo cual trató de impedirlo José más de una vez (Génesis 48:14). Así hay quienes llaman personas al ministerio que Dios no ha señalado, y se disgustan cuando ven que el llamado al ministerio es otro que él no escogió, por lo que tratan de impedirlo, cruzándose en el medio y tomando las manos antes que les sean impuesta, y gritan: «¡Nooo! no hagas eso, Señor. “No así, padre mío, porque éste es el primogénito; pon tu mano derecha sobre su cabeza” (Génesis 48:17,18). Pero, lo que ha determinado Dios “¿… quién lo impedirá? Y su mano extendida, ¿quién la hará retroceder?” (Isaías 14:27). Ayúdenos Dios a corresponderle a tan alto llamamiento, pues como dijo Simón Bolívar: “dichosísimo aquel que corriendo por entre los escollos de la guerra, de la política y de las desgracias públicas, preserva su honor intacto”. El apóstol Pablo, por causa de su llamamiento, sufrió muchas penalidades, hasta prisiones, y ser tratado como un malhechor (2 Timoteo 2:9), pero lo que es de Dios está por encima de todas las cosas. ¿Acaso de Nazaret podría salir algo bueno? Pero Dios lo hizo (Juan 1:46), por tanto, la carta de recomendación de un hombre llamado por Dios no es carne, sino fruto, no son cualidades, sino carácter. Es cierto que Su llamamiento nos desnuda, pero para Él revestirnos; Su llamamiento nos quita las fuerzas, pero Su poder se perfecciona en nuestra debilidad; Su llamamiento nos trae grandes conflictos, para Él darnos Su paz; Su llamamiento nos enmudece, para Él hablar; Su llamamiento nos hace desfallecer, al punto que no podemos estar en pie, para Él levantarnos. Sí, a pesar de nuestras circunstancias, de nuestras caídas, la Palabra de Dios sigue firme, erecta, indemne, incólume. Nosotros no somos el modelo, la estampa es Jesús; Él es el molde. Mirémosle a Él como la esfinge levantada en nuestro desierto, para ser salvos y librados de toda caída y tentación. Nunca olvidaré el día de mi ordenación, el consejo que recibimos, junto a otros ministros, del presbiterio de la iglesia, de la boca del pastor Juan
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Radhamés Fernández, cuando con grande súplica elevaba su voz y clamaba al cielo, rogando al Señor que nos bañara con Su agua limpia, nos purificara, nos vistiera y nos ungiera. Él dijo: «Hay dos maneras de orientarte, para retomar de nuevo el rumbo cuando lo hayas perdido. La primera es que lleguen a tus oídos las palabras que el Señor le dijo a Saulo de Tarso cuando se le reveló: “Yo soy Jesús de Nazaret” (Hechos 22:8), y luego que oigas la voz del que llama, escuches la voz del que dijo para qué te llamó (Hechos 26:16). Esa es la brújula de un ministro para retomar la ruta y reorientarse, el fijar sus ojos en su elección divina y en el propósito de su llamamiento. Las dos preguntas de Saulo cuando el Señor lo llamó fueron: “¿Quién eres, Señor?” y “(….) ¿Qué quieres que yo haga?” (Hechos 9:5,6), primero quiso conocer quién le llamaba y luego se interesó en saber el propósito de su llamamiento. ¡Ay de aquel que se enfoca en los hombres!, pues un día llorará por experimentar la traición de aquel en que se apoyó, pues los hombres siempre le acusarán, y nunca le van a comprender; un día le alabarán y otro día le crucificarán, como hicieron con Jesús. Fácilmente se pierde el rumbo cuando enfocamos el ministerio hacia nosotros o como una plataforma o un medio para lograr cosas. Es necesario tener claridad en tiempos como éste, y saber a quién servimos y para qué le servimos». Quedó claro entonces que el compromiso de todo ministro es con Dios, porque Él fue quien lo constituyó. Mas, el Señor le dijo a Saulo de Tarso: “… levántate, y ponte sobre tus pies” (Hechos 26:16). Es necesario que el que es llamado se levante, aunque lo haga temblando (Daniel 10:11) y en su interior siga humillado y postrado. El Señor no quiere autómatas, tampoco necios ni insensatos, sino entendidos de cuál sea Su voluntad (Efesios 5:17), de otra manera Él no podría revelarnos Su propósito. Por eso requiere de nosotros un servicio racional y un sacrificio vivo. Luego, ya conscientes de quién es el que llama y a quién servimos, recibiremos la instrucción bendita para servir y testificar de Su poder y sublimidad. Hecho así, no serviremos más al hombre. Algo que el autor deja claro en esta obra es que si buscamos honra no vayamos por el camino de la altivez y el orgullo, sino por el del abatimiento y la humildad (Proverbios 18:12; 15:33). Entiendo entonces que todo aquel que es llamado al ministerio debe guardar su corazón de dos excesos: del espíritu de altivez, que lo lleva a la soberbia, y del espíritu de humildad extrema que
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lo lleva al servilismo. Hemos sido honrados, sacados de detrás de la manada y puestos en un lugar de preeminencia, eso nos distingue y nos destaca de los demás. Pero si nos enaltecemos puede que nos ocurra como a Uzías y tomemos atribuciones en el ministerio que no nos corresponden (2 Crónicas 26:1617); o si nos sentimos al menos como Saúl, nuestra preferencia será el favor del pueblo antes que el de Dios (1 Samuel 15:17,30). Abraham Lincoln dijo: “casi todos podemos soportar la adversidad, pero si queréis probar el carácter de un hombre, dadle poder”. He visto quienes toman el ministerio con halagos, mas tienen la posición, pero no reciben la honra que solo da Dios (Daniel 11:21). En el índice de este libro el pastor Fernández revela una gran verdad: todo ministerio para ser honroso debe ser conforme a Dios, es decir, según Su corazón, Su propósito, Su procedencia, Su honra y Su soberanía. Es preferible ser un clavo en la casa de Dios, por asiento de honra, que una hermosa y decorada columna en un castillo de arena a la orilla del mar. Lo que determina la honra del ministerio no es el servicio ni la función, sino por quién llamó. La sencillez no es sinónimo de insignificancia, como lo pequeño no implica algo insulso y sin importancia. Una vez leí que pequeño es el niño y encierra al hombre; estrecho es el cerebro y cobija el pensamiento; y que el ojo no es más que un punto y abarca leguas de distancia. No es tan importante en qué servimos, sino a quién servimos. De hecho, la gloria de Dios es nuestro honor. Cuando Moisés le pidió a Jehová que le mostrase su gloria, en ese momento tan glorioso, descendió la nube y se oyó una voz proclamando el nombre de Jehová que decía: “¡Jehová! ¡Jehová! fuerte, misericordioso y piadoso; tardo para la ira, y grande en misericordia y verdad; que guarda misericordia a millares, que perdona la iniquidad, la rebelión y el pecado, y que de ningún modo tendrá por inocente al malvado; que visita la iniquidad de los padres sobre los hijos y sobre los hijos de los hijos, hasta la tercera y cuarta generación” (Éxodo 34:6-7). Eso fue lo único que Moisés escuchó en el monte santo, pues la mano de Dios le cubría en la hendidura de la peña. El siervo de Dios pidió ver la gloria, pero Dios proclamó Su nombre, es decir Su carácter, Su dignidad. Esa es la gloria de Dios, lo que Él es, por tanto nuestra gloria no es lo que poseemos, sino lo que somos en Él. Es indudable que la honra del ministerio trae gloria y hermosea al que la recibe, pero hay un lugar donde se lleva toda honra y toda exaltación. Cuando Juan vio la Ciudad Santa, la nueva Jerusalén, no vio en ella templo, sino que el Señor Dios Todopoderoso era el templo de ella y el Cordero. Ese es el lugar donde debemos llevar la gloria y la honra del ministerio: al Señor, al único digno y a quien pertenece (Apocalipsis 21:22, 24,26).
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En definitiva, estoy convencida que todo aquel que quiere corresponder a la honra que le ha dado Dios, tendrá este libro como su gran aliado, para retomar la senda de sus mandamientos, si la ha perdido o para mantenerse en ella, de manera que lo cojo no salga del Camino. Indudablemente, la honra es algo ajeno al hombre. Alguien dijo que nunca nadie ha pagado el precio de un libro, sino su costo de impresión. No sé cómo ha llegado esta obra a tus manos, pero espero que encuentres en ella las abundantes riquezas que con temor y temblor su autor ha compilado en ella, y luego como sabio, tu corona sea vivir para honrar al Dios cuyo llamado te dignificó. En Dios está el poder, vivamos pues, para darle siempre gloria y honra a Él. Marítza Mateo-Sención E
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INTRODUCCIÓN
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uando el Señor instruyó a Moisés con relación a la consagración de Aarón, y de sus hijos, Él le dijo: “Esto es lo que les harás para consa grarlos, para que sean mis sacerdotes (…) llevarás a Aarón y a sus hijos a la puerta del tabernáculo de reunión, y los lavarás con agua ” (Éxodo 29:1,4). Aunque lo primero que menciona es lavarlos, está sobreentendido que antes fue necesario desnudarlos o desvestirlos. Esto nos enseña que antes de ser ceñidos de la vestidura de la honra ministerial es absolutamente necesario que seamos despojados de nuestras vestiduras viles o comunes. De la misma manera que para vestirnos del nuevo hombre es menester despojarnos del viejo, que está viciado conforme a sus deseos engañosos (Efesios 4:22-32), así también para vestirnos de las vestiduras santas del ministerio, Dios requiere que seamos desnudados de toda vestimenta común o humana. El apóstol Pablo dijo: “y vestíos del nuevo hombre, creado según Dios en la justicia y santidad de la verdad” (Efesios 4:24). Debido a que el nuevo hombre fue creado “según Dios”, “conforme a Dios” y “en conformidad a la naturaleza divina” , lleva en sí mismo el carácter de Dios: justicia y santidad de la verdad. Notemos como lo explica el apóstol Pablo a los colosenses: “Pero ahora dejad también vosotros todas estas cosas: ira, enojo, malicia, blasfemia, palabras deshonestas de vuestra boca. No mintáis los unos a los otros, habiéndoos despojado del viejo hombre con sus hechos, y revestido del nuevo, el cual conforme a la imagen del que lo creó se va renovando hasta el conocimiento pleno (…) Vestíos ,
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pues, como escogidos de Dios, santos y amados, de entrañable misericordia, de benignidad, de humildad, de mansedumbre, de paciencia (…) Y sobre todas estas cosas vestíos de amor, que es el vínculo perfecto” (Colosenses 3:8-10, 12,14). Según Pablo, el vestido del hombre renovado, que no es otra cosa que la nueva naturaleza, no solo fue creado por Dios, sino que lleva la “ imagen del que lo creó ” (v. 10). Así que los creyentes en Cristo, cuando somos vestidos del nuevo hombre, no cambiamos de forma, religión o hábitos, sino de naturaleza. Lo mismo debe suceder cuando somos consagrados al ministerio de Dios. El ministerio es un oficio santo, porque el que nos llamó es santo (1 Pedro 1:15,16). Dios capacita incapacitando, y a Moisés lo sometió a este proceso durante cuarenta años. Entiendo que aquel día de su llamamiento, en el monte Horeb, fue su graduación. El Señor vio que Moisés todavía seguía impulsivo e intrépido y lo manifestó en la manera en que se acercó a la zarza: “Iré yo ahora y veré esta grande visión, por qué causa la zarza no se quema” (Éxodo 3:3). Entonces, Jehová le dijo: “No te acerques; quita tu calzado de tus pies, porque el lugar en que tú estás, tierra santa es” (v. 5). Nadie debe acercarse al llamamiento ministerial con las sandalias polvorientas de sus propias andanzas, es necesario cambiarse de vestidura y de calzados antes de acercarse al servicio y llamamiento divinos. El Señor quiso enseñar a Moisés que la empresa que iba a realizar en su servicio era santa y, por consiguiente, no la podía llevar a cabo con nada que fuera humano. El camino del Señor se recorre con el apresto o calzado de Dios. “Nadie debe Esta misma lección la aprendemos en el acercarse al incidente con los hijos de Aarón, Nadab y Abiú, llamamiento quienes ofrecieron en el santuario fuego extraministerial ño que Jehová nunca les mandó. Por lo cual, la con las Biblia dice que salió fuego de delante de Jehová y los quemó, y allí murieron delante de Jehová. sandalias La narración bíblica añade: “Entonces dijo Moipolvorientas sés a Aarón: Esto es lo que habló Jehová, diciendo: de sus propias En los que a mí se acercan me santificaré, y andanzas” en presencia de todo el pueblo seré glorificado. Y Aarón calló” (Levítico 10:3). A Moisés le dijo: “No te acerques”, y aquí dice: “En los que a mí se acercan” (los sacerdotes), los que entran a ministrarme en el Tabernáculo “me santificaré”. Cuando nos acercamos a Dios para ministrarle, ni nuestra vestidura ni nuestro fuego deben ser extraños. El ministerio es un oficio para
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santificar el nombre del Señor. Los ministros son consagrados para ocuparse del servicio a Dios, y a través del santo oficio que ellos ejecutan, el Señor es santificado y glorificado delante del pueblo. Solo con lo que es de Dios se debe hacer lo de Dios. ¿Qué es fuego extraño? La Escritura responde: aquel “que él nunca les mandó” (Levítico 10:1). ¿Qué es vestidura común? Aquella que no es sacerdotal, la nuestra, la humana, la que usamos para las actividades personales. Notemos lo que el Señor dijo a Aarón, después de la muerte de sus dos hijos: “Tú, y tus hijos contigo, no beberéis vino ni sidra cuando entréis en el tabernáculo de reunión, para que no muráis; estatuto perpetuo será para vuestras generaciones, para poder discernir entre lo santo y lo profano, y entre lo inmundo y lo limpio” (Levítico 10:8-10). Es evidente que estos hombres estaban ebrios cuando se atrevieron a cometer esa locura en el santuario de Dios. Se necesita sobriedad espiritual para “poder discernir entre lo santo y lo profano, y entre lo inmundo y lo limpio” (v. 10). Creo que lo que hizo errar a Nadab y Abiú fue el efecto del vino y la sidra en ellos. Muchas veces estamos intoxicados con vino de nuestro ego y emborrachados con la sidra de nuestra autosuficiencia. Entonces, deliramos y nos despojamos del efod sacerdotal y nos vestimos con el atavío del humanismo, el atuendo de nuestra iniciativa, la indumentaria del intelectualismo, y la ropa de nuestras convicciones, para entrar al santuario de Dios a realizar el santo oficio. Sin embargo, el Señor nos enseñó que cuando Él consagra a un ministro, primero lo desnuda y lo despoja de toda ropa suya: humana y terrenal. No se debe entrar al santuario de Dios o acercarnos a su presencia con vestiduras comunes y viles. Ninguna vestidura es adecuada para ministrar a Dios, ni aun las finísimas de los reyes de la tierra, sino solo el efod, diseñado exclusivamente para el oficio ministerial. David entendió tanto esta enseñanza que se despojó aun de su vestidura real –que en el caso de él era común-, para vestirse con el efod de lino y ministrar al Señor (2 Samuel 6:14-23). Para Mical, la esposa de David, él se había deshonrado, porque “se descubrió” o se despojó de la ropa real. Para ella, por su miopía, su esposo se hizo vil, pero era todo lo contrario, lo vil hubiera sido ministrarle a Dios con vestidura común, aunque fuera real. David fue honrado, no solo por sus criados, sino por Dios, y aun por la posteridad. Hoy sucede lo mismo, los ministros que se despojan de todo lo humano y se visten de lo divino, para realizar con santa dignidad el ministerio de Dios, son tratados con menosprecio y vistos como ridículos, pero a los ojos de Dios son muy honrados y estimados.
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La segunda cosa que Dios ordenó a Moisés, con relación a la consagración de los sacerdotes, fue: “Y llevarás a Aarón y a sus hijos a la puerta del tabernáculo de reunión, y los lavarás con agua ” (Éxodo 29:4). El bañar a los sacerdotes o lavarlos con agua nos habla de limpieza e higiene. Para llevar a cabo el ministerio divino no solo es necesario desnudarnos y despojarnos de nuestro atavío común, sino también lavarnos de nuestras inmundicias. El apóstol Pablo dijo: “Apártese de iniquidad todo aquel que invoca el nombre de Cristo” (2 Timoteo 2:19). Isaías escribió: “purificaos los que lleváis los utensilios de Jehová” (Isaías 52:11). El que no recibió primero el llamado a la santidad, jamás debe aceptar la consagración al ministerio. Nadie está “El día que apto para ministrar al Santo si antes no se ha violamos santificado. Ningún hombre debe ceñirse el nuestro voto de efod ministerial si primero no lava su vida en la fuente de la santificación. La transpiración consagración a humana expele el hedor de las inmundicias Dios, la fuerza adánicas, y es necesario lavarnos y purificarque hayamos nos en las aguas sagradas, antes de ataviarnos recibido por con el vestido sacerdotal. La tercera cosa que el Señor ordenó, el ungimiento tocante a la consagración sacerdotal, fue la divino se aparta siguiente: “Y tomarás las vestiduras, y vestirás de nosotros, y a Aarón la túnica , el manto del efod, el efod y somos “como el pectoral, y le ceñirás con el cinto del efod; y todos los pondrás la mitra sobre su cabeza, y sobre la mitra pondrás la diadema santa (...) Y harás hombres” que se acerquen sus hijos, y les vestirás las túnicas ” (Éxodo 29:5-6, 8). La vestimenta de los sacerdotes no era simplemente una forma o hábito religioso, sino una distinción divina que los hacía diferentes a los demás. De la misma manera que este atuendo se diferenciaba de las demás, en su color, forma y diseño, así también era su representación. La ropa de los sacerdotes era un símbolo de su santo oficio. El sacerdocio era un ministerio consagrado a Jehová. Por ejemplo, el borde del vestido del sumo sacerdote tenía unas campanillas o cascabeles (Éxodo 28:33-35), que cuando este se aproximaba al pueblo, su caminar emitía un sonido muy peculiar, y la gente decía: «Viene hacia nosotros el santo de Dios». Aun el mismo Señor lo identificaba por ese sonido, cuando él entraba a su presencia (v. 35). Es propósito de
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Dios que el manto ministerial represente la pureza y dignidad del servicio que desempeñamos para Él; y que nuestro caminar produzca notas y sonidos que hagan recordar a la gente lo celestial. El policía y el bombero visten uniformes que lo identifican con su institución, el ministro también posee una representación, de forma que todo lo que él es y realice lo identifica con Dios. Los ministros son de Dios, y Dios es de los ministros. La consagración de un ministro es una dedicación a Dios. Cuando Ana ofreció a su hijo Samuel a Jehová, ella dijo: “Por este niño oraba, y Jehová me dio lo que le pedí. Yo, pues, lo dedico también a Jehová” (1 Samuel 1:27, 28). La palabra “dedicar” significa literalmente “transferir”. Ella lo transfirió a Jehová y por eso también dijo: “todos los días que viva, será de Jehová” (V. 28). En la consagración u ordenación al ministerio, somos transferidos al Señor, eso significa que ya dejamos de ser nuestros o de los demás, y pasamos a ser exclusivamente para Dios y su propósito (Números 8:11-17). La vestimenta ministerial que recibimos no es más que la representación de la consagración a Dios y a su servicio. La vestimenta de Aarón y de los sacerdotes es una tipología perfecta de lo que representa el ministerio para Dios. De la misma manera que la salvación está simbolizada con el manto inmaculado de la justicia del Señor Jesús, así también la vestidura sacerdotal es una representación del oficio ministerial. El vestido representa el ministerio, porque el ministro representa a Dios. La mitra del sumo sacerdote -que era parte de su ornamento-, tenía una lámina de oro fino, con una grabadura de sello que decía: “SANTIDAD A JEHOVÁ” (Éxodo 28:36). Esto nos sirve de ilustración de la consagración a Dios y a su servicio. La santidad es más que un requisito de Jehová para sus ministros, constituye una insignia distintiva, una señal visible y manifiesta del carácter de la persona que los ministros representamos, esto es a Dios y a Su reino. La ordenación de Aarón y sus hijos terminó con el ungimiento con el aceite de la consagración. La instrucción divina continua diciendo: “Y harás vestir a Aarón las vestiduras sagradas, y lo ungirás , y lo consagrarás, para que sea mi sacerdote. Después harás que se acerquen sus hijos, y les vestirás las túnicas; y los ungirás , como ungiste a su padre, y serán mis sacerdotes, y su unción les servirá por sacerdocio perpetuo, por sus generaciones” (Éxodo 40:13-15). Podemos decir que cuando Aarón y sus hijos fueron desnudados y bañados estaban siendo preparados para la consagración. El acto de ser vestidos con los ornamentos sacerdotales era una señal de idoneidad para la hermosísima investidura. Ellos recibieron la honra de representar a Dios y además fueron delegados y autorizados para ejercer el santísimo oficio. El ungimiento con el aceite de la
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consagración era un símbolo de la impartición de Dios, que los capacitaba para poder llevar a cabo el santo servicio con eficacia. Nota que lo último que recibe un ministro en su ordenación es el ungimiento, que en el Nuevo Pacto va acompañado de la imposición de manos de parte del presbiterio (Hechos 13:2,3), y que según el apóstol Pablo, en este acto había una impartición de dones y capacidades ungidas (1 Timoteo 4:13,14). Hoy el énfasis está concentrado en la unción. Todos hablamos de recibir unción, y oramos por ella, nos enamoramos de esta bendición y esto es bueno, siempre y cuando no olvidemos que el ungimiento tiene el propósito de capacitarnos, para llevar a cabo la obra del ministerio. También es necesario recordar que la unción es lo último que Dios imparte. En el orden de Dios, debemos recibir antes la preparación, o sea, ser probados y aprobados, lo cual está representado por el desnudamiento y el lavamiento, en la enseñanza de la consagración. Moisés duró cuarenta años siendo despojado y lavado, antes de ser investido por Dios. Podemos mencionar el caso de Eliseo que, por años, fue siervo de Elías antes de recibir el manto profético. Lo mismo ocurrió con David, que por mucho tiempo sirvió a Saúl antes de servir a Dios, cuando entonces fue desvestido y lavado. Los apóstoles duraron tres años y medio, en este proceso, antes de ser ungidos. Saulo de Tarso fue discípulo un largo tiempo, antes de ser el gran apóstol (Gálatas 1:16-18; 2:1). Luego el Espíritu Santo ordenó: “Apartadme a Bernabé y a Saulo para la obra a que los he llamado” (Hechos 13:1,2). La Escritura añade: “Entonces, habiendo ayunado y orado, les impusieron las manos y los despidieron” (v. 3). Después de ser aprobados por el Espíritu Santo, a través del presbiterio de la iglesia, recibimos la investidura, la cual nos autoriza para representar y ministrar a Dios. En la imposición de las manos del presbiterio (que equivale al ungüento del Antiguo Testamento) recibimos impartición de capacidades ungidas. Nunca debiéramos desear el ungimiento, si antes no hemos sido desnudados, lavados y vestidos con el ornamento sagrado. Cada vez que la iglesia ha sido ligera en imponer las manos antes de tiempo ha expuesto el ministerio a la deshonra y al descrédito (1 Timoteo 5:22). La vida de Sansón es quizás el ejemplo más revelador para nosotros, los ministros, de tan aciago desliz. Sansón reconocía que su fuerza y poder radicaban en su consagración a Dios. Él le dijo a Dalila: “Nunca a mi cabeza llegó navaja; porque soy nazareo de Dios desde el vientre de mi madre. Si fuere rapado, mi fuerza se apartará de mí, y me debilitaré y seré como todos los hombres” (Jueces 16:17), pues él estaba convencido que lo que le hacia diferente a los demás hombres era su voto de nazareo. O
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D, , “ COMO TODOS LOS HOMBRES ”. ¡Qué revelación tan gloriosa! Cuando violamos el compromiso de consagración, nos debilitamos e incapacitamos para hacer aquello para lo cual fuimos apartados por Dios y para Dios. Sansón entendía y reconocía que su fuerza y unción eran resultado de ser consagrado a Dios, pero nunca respetó el voto de consagración. Miremos su ejemplo: a ) Violó la ley de Moisés tomando mujeres extranjeras (Jueces 14:1-4; 16:1-4); b) Comió miel del cuerpo de un animal muerto, algo inmundo y cosa prohibida a los nazareos y a todo israelita (Jueces 14:5-14; Números 6:1-8; Levítico 11:8, 24, 26-27,39); c) Posiblemente en el banquete, ingirió bebidas alcohólicas, también prohibido a los nazareos (Jueces 14:10; Números 6:1-8; Jueces 13:14); d) La quijada de asno que tomó para matar a los filisteos era inmunda, por proceder del cadáver de un animal muerto, por lo que en esta ocasión tampoco respetó el voto (Jueces 13:14; 15:15-17; Levítico 11:8, 24-26); e) Los mimbres verdes, con los cuales él sugirió que lo atasen, no eran hechos de plantas, sino que constituía una cuerda nueva, hecha de los intestinos de un animal (Jueces 16:7), lo que era una violación a la ley de Moisés y también al voto que le prohibía tocar cosas inmundas, como lo era todo cadáver de animales o seres humanos (Jueces 13:14); y f ) Cuando cortó su cabello, violó también su voto (Jueces 13:5; 16:15-20; Números 6:1-8), pues la fuerza de Sansón no estaba en su cabello, sino en su consagración a Dios. Su pelo solo era una representación, como lo son las vestiduras y el aceite de la unción, en el caso de los sacerdotes. Sansón representa al ministro lleno de “La fuerza del unción, pero vacío de carácter. Aplicando nuestra enseñanza, diríamos que Sansón ministro es su tenía el ungimiento, pero necesitaba ser desconsagración pojado de sus ropas viles, y ser lavado de sus al Señor; solo inmundicias. No hay nada más peligroso en cuando vivimos el servicio de Dios que un “carnal ungido”. el propósito La ironía más incomprensible de la vida de Sansón es que Dios empleó más sus debilidade nuestro des que su fuerza. Por ejemplo: a) Se enamollamamiento ró de una mujer filistea, lo cual Dios usó para somos hermosos vengarse de sus enemigos (Jueces 14:1-4); b) y fuertes” Mató a un león para hacer una apuesta,
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comió miel de su cuerpo, violando su voto; dio de comer a sus padres y los hizo violar a ellos también la ley. Aún así, el Señor halló en esto ocasión, para destruir a los adversarios de su pueblo (Jueces 14:1-5; 15:20). c) Se enamoró de Dalila, y le reveló el secreto de su fuerza. El nombre Dalila significa “languidez”, “debilidad”, “flaqueza”, “de poca fuerza”. Esto revela que la debilidad venció su fuerza, pero Dios venció, no con la fuerza, sino con la debilidad de Sansón. d) El león que Sansón mató lo representa a él: fuerte, pero muerto. Mas, fue después de muerto que del león salió la dulzura de la miel (Jueces 14:14,18), y en Sansón aconteció lo mismo: muriendo logró más que viviendo (Jueces 16:28-30). Su enigma decía: “Del devorador salió comida, Y del fuerte salió dulzura ” (Jueces 14:14). Sansón era fuerte y devorador como león, pero con las mujeres era tierno y dulce como la miel, y esto se convirtió en debilidad (Jueces 14:15-17; 16:6-19). Dios lo ungió con fuerza para vencer a los enemigos y tuvo que debilitarlo hasta la muerte, para poder lograr su propósito con él. Solo así salió miel del fuerte y del devorador. L S; S . Jehová dijo a Moisés: “Y harás vestiduras sagradas a Aarón tu hermano, para honra y hermosura ” (Éxodo 28:2). Este texto nos sirve de conclusión y confirmación de que la vestidura sagrada de la consagración representa la honra y hermosura de Dios en el ministerio. Por tanto, quiero terminar esta introducción con la experiencia de Josué, el sumo sacerdote del tiempo de la restauración. Leamos, a continuación, lo que aconteció a este hombre de Dios: “Me mostró al sumo sacerdote Josué, el cual estaba delante del ángel de Jehová, y Satanás estaba a su mano derecha para acusarle. 2 Y dijo Jehová a Satanás: Jehová te reprenda, oh Satanás; Jehová que ha escogido a Jerusalén te reprenda. ¿No es éste un tizón arrebatado del incendio? 3 Y Josué estaba vestido de vestiduras viles, y estaba delante del ángel. 4 Y habló el ángel, y mandó a los que estaban delante de él, diciendo: Quitadle esas vestiduras viles. Y a él le dijo: Mira que he quitado de ti tu pecado, y te he hecho vestir de ropas de gala. 5 Después dijo: Pongan mitra limpia sobre su cabeza. Y pusieron una mitra limpia sobre su cabeza, y le vistieron las ropas. Y el ángel de Jehová estaba en pie. 6 Y el ángel de Jehová amonestó a Josué, diciendo: 7 Así dice Jehová de los ejércitos: Si anduvieres por mis caminos, y si guardares mi ordenanza, también tú gobernarás mi casa, también guardarás mis atrios, y entre éstos que aquí están te daré lugar” (Zacarías 3:1-7). Este pasaje está lleno de enseñanzas, pero me gustaría connotar algunas interrogantes de esta abstracción. ¿Cuándo Satanás lanzó sus dardos acusadores contra el sumo sacerdote? ¿Qué momento aprovechó el adversario para acusar al ungido de Jehová?
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