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SU VIDA Y COSTUMBRES J. Gardner Wilkinson
BIBLIOTECA
Los Egipcios (il) L o s monumentos y pinturas egipcias nos han proporcionado una visión sobre el modo de vida de los egipcios, y se consideran las primeras descripciones de las maneras y costumbres de cualquier nación. En este instructivo libro, publicado por primera vez en 1854, J. Gardner Wilkinson muestra que el desarrollo de la cultura egipcia en las artes y los métodos empleados estaban mucho más avanzados que los de cualquier otra cultura de su época. En este segundo volumen de Los Egipcio s, el autor desglosa el sistema de clases egipcio y analiza el comercio, los métodos de trabajo y las herramientas empleadas. Las momias, los sarcófagos y los ritos funerarios, elementos que prevalecen como parte de nuestro conocimiento sobre esta cultura tan avanzada, se examinan junto con las imágenes decorativas del arte egipcio. Incluyendo grabados de objetos decorativos egipcios, artefactos y herramientas, este volumen analiza una civilización desarrollada que existió mucho antes de la era de la historia escrita.
LOS EGIPCIOS Su vida y costumbres V O L U M E N II
Título original: The ancient egyptians, their life and customs Autor: J. Gardner Wilkinson Traducido por: Cristina Ma Borrego Rodríguez Diseño de cubierta: Juan Manuel Domínguez Impreso en: COFAS, S. A.
Reservados todos los derechos. El contenido de esta obra está protegido por la Ley, que establece penas de prisión y/o multas, además de las correspondientes indemnizaciones por daños y peijuicios, para quienes reprodujeren, plagiaren, distribuyeren o comunicaren públicamente, en todo o en parte, una obra literaria, artística o científica, o su transformación, interpretación o ejecución artística fijada en cualquier tipo de soporte o comunicada a través de cualquier medio, sin la preceptiva autorización.
IMPRESO EN ESPAÑA - PRINTED IN SPAIN
ÍNDICE
C a p ít u lo C a p ít u lo C a p ít u lo C a p ít u lo C a p ít u lo
I ........................................................................... I I ............................................... .......................... I I I ...................................................................... I V ......................................................................... V ..........................................................................
9 71 193 293 393
A.
Khonfud o máquina aplanadora de terrones usada después de haber arado la tierra. Heliopolis. A lo lejos, El Cairo.
CAPÍTULO I Las diferentes clases de egipcios. La tercera clase. Los cam pesinos. La agricultura. Productos de Egipto. La cosecha. Festivales de los campesinos. Jardineros. Cazadores. Barqueros del Nilo.
La gran estima en que se tuvo en Egipto a las profesiones sacerdotales y militares, les colocó muy por encima del resto de la comunidad. Las otras clases también estaban organiza das en diferentes grados y los individuos disfrutaban de una posición e importancia proporcional a su respetabilidad, su talento o su riqueza. Según Heródoto, toda la comunidad egipcia estaba divi dida en siete tribus: una de ellas era la sacerdotal, otra la de los soldados y las otras cinco estaban constituidas por los pas tores, los porqueros, los propietarios de tiendas, los intérpre tes y los barqueros. Diodoro dice que estaban divididos en tres
clases, al igual que los atenienses, que eran: los sacerdotes; los campesinos o labradores, entre quienes se reclutaba a los sol dados; los artesanos, que se dedicaban a los trabajos manua les y otras ocupaciones similares y a otros oficios comunes entre el pueblo; pero en otro lugar aum enta hasta cinco el número de clases y añade los pastores, los labradores y los arti ficieros distintos de los soldados y los sacerdotes. Estrabón limita las clases a tres, los militares, los labradores y los sacer dotes. Platón los divide en seis escalas: los sacerdotes, los arti ficieros, los pastores, los cazadores, los labradores y los soldados; según este, cada arte particular u ocupación estaba como confinada a una cierta subdivisión de la casta y cada uno tenía un lugar dentro de su propia rama, sin interferir con la ocupación de otros. Parece, pues, que la primera clase la cons tituían los sacerdotes; la segunda, los soldados; la tercera, los labradores, jardineros, cazadores, barqueros del Nilo y otros; la cuarta los artificieros, comerciantes y propietarios de tien das, carpinteros, constructores de barcos, albañiles y proba blemente ceramistas, pesadores públicos y notarios; y dentro de la quinta podríam os incluir a los pastores, los polleros y criadores de aves de corral, los pescadores, los peones y, en términos generales, la gente común. M uchas de estas clases eran subdivididas de nuevo, así por ejemplo se separaban los artificieros de los artesanos, según su particular puesto u ocu pación. Los pastores, en pastores de rebaños de bueyes, de vacas, de cabras y de cerdos; estos últimos eran, según Heródoto, el grado más bajo, no sólo de su clase, sino de toda la comu nidad, ya que nadie se casaba con sus hijas ni establecía nin gún tipo de relación familiar con ellos. El oficio de cuidar cerdos era tan degradante que a los que se dedicaban a esto se les con sideraba impuros, e incluso se les prohibía entrar a un templo sin haber sido antes purificados. Los prejuicios de los indios contra esta clase de personas nos da pie para creer la afirma ción del historiador. Siguiendo con la investigación sobre el rango relativo de las distintas subdivisiones de la tercera clase, la importancia
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de la agricultura en un país como Egipto, donde la riqueza y productividad de la tierra siempre han sido proverbiales, basta para reclamar el primer puesto para los labradores. La abundante cosecha de grano y otros productos conce dió a Egipto ventajas que ningún otro país poseyó. No sólo ser vían para abastecer a su comunidad con todo lo necesario para vivir, sino que la venta de los excendentes confirió considera bles beneficios a los labradores, además de los beneficios que de esta forma correspondían al estado. Egipto era un granero donde, desde los más remotos tiempos, todo el mundo estaba seguro de encontrar una copiosa provisión de grano '. No pode mos hacernos una idea de la cantidad acumulada allí por el hecho de que siete años de buena cosecha permitían obtener, debido a superabundancia de las cosechas, una cantidad de grano suficiente como para abastecer a toda la población durante siete años de escasez, así como a todos los países que fueron a Egipto a comprarlo cuando el faraón, por consejo de José 2, dedicó el excedente anual a este propósito. El derecho a exportar y la venta de excendentes a extran jeros pertenecía exclusivamente al gobierno, como lo muestra la venta de grano de los almacenes reales a los israelitas y la recaudación hecha sólo por el faraón. Es probable que hasta los mismos propietarios de las tierras tuvieran el hábito de ven der los excedentes de sus tierras disponibles cada año cuando se aproximaba una nueva cosecha. Los peones de labranza, sin embargo, por su frugal modo de vida, requerían poco trigo y cebada y se contentaban generalmente, como en el día de hoy, con pan hecho de harina de dura3. Según Diodoro, tanto los niños como los adultos a menudo se alimentaban de raíces y suculentas hierbas, como el papiro, el loto y otras, que toma ban crudas, tostadas o hervidas.
1 Gn 12:2 y 42:2. 2 Gn 41:29. 3 El H olcus sorghum.
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El gobierno no trataba directamente con los campesinos con respecto a la naturaleza del producto que querían cultivar, y la vejación a la que fueron sometidos en tiempos posteriores fue desconocida en la época de los faraones. Se pensaba que eran ellos quienes, gracias a la observación, tenían las mejo res oportunidades de obtener un conocimiento preciso de todos los temas relacionados con la labranza; según observa Diodoro, «habiendo sido educados desde su infancia en las tareas agrí colas, superaban con mucho a los labradores de otros países y se habían hecho conocedores de las capacidades de la tierra, el modo de irrigación, la estación exacta para plantar y reco ger, así como de todos los secretos más útiles conectados con la cosecha, que habían heredado de sus antecesores y que habían mejorado con su propia experiencia. Arrendaban (dice el his toriador) las tierras arables que pertenecían a los reyes, los sacerdotes y las clases militares por una pequeña suma y emple aban todo su tiempo en el cultivo de sus granjas». Los peones cultivaban las tierras de los campesinos ricos, u otros propie tarios de terreno, que tenían autoridad sobre ellos y el poderde condenar a los delincuentes al bastinado. En las pinturas de las tumbas se refleja esta costumbre y en ellas frecuentemente
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aparece una persona poderosa inspeccionando la labranza del campo, bien sentada en un carro, paseando o apoyado en su bastón y acompañado de su perro favorito4. Utilizaban el mismo modo de irrigación en el campo de labranza que en el jardín de las quintas5; la principal diferen cia en el modo de labrar las tierras consistía en el uso del arado. El artilugio más común para extraer el agua del Nilo para regar los campos era el shaduf o vara y caldero, muy común aún entre los egipcios; incluso la noria parece haber sido usada en tiempos más recientes. Las esculturas de las tumbas frecuentemente representan canales que conducen el agua de la inundación a los campos. Al propietario de la tierra se le ve, según la descripción de Vir gilio, manejando vigorosamente un esquife ligero pintado o una batea de papiro y vigilando el mantenimiento de los diques u otros asuntos importantes relacionados con las tierras. Por medio de barcos se transportaba el grano hasta los graneros o se sacaba a los rebaños de las tierras bajas. También se ve al labrador arar la tierra blanda con una pareja de bueyes mien tras queda agua en los campos y en los mismos temas se repre senta la ofrenda de los prim eros frutos a los dioses, en reconocimiento de los beneficios conferidos a ellos por un Nilo favorable. El canal principal normalmente llegaba hasta la parte norte o sur de la tierra y los pequeños ramales que salían de éste cada ciertos intervalos, atravesaban los campos en líneas rec tas o curvas, de acuerdo con la naturaleza o inclinación del terreno. La inundación comenzaba hacia finales de mayo, algunas veces bastante más tarde: pero hacia mediados de junio ya se podía percibir generalmente el incremento gradual del cauce del río y la com ente clara adoptaba un aspecto rojizo y turbio, causado por las inundaciones de la estación lluviosa en Abisinia,
4 Ver grabado 13, fig. 1, y vol. 1, grabado 34. 5 Vol. 1, grabados 35-39.
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causa anual de la inundación. Luego, durante un corto periodo de tiempo, el agua adquiría un tono verdoso y no era apta para el consumo. Durante este tiempo, hasta que el agua del río vol vía a recobrar su aspecto rojizo, la gente se abastecía del agua, turbia pero potable, que anteriormente habían recogido en cán taros. Esto explica la afirmación de Aristides, de que «los egip cios son los únicos que conservan el agua en jarras y calculan su edad, como otros hacen con los vinos». También puede ser esta la razón por la que las jarras de agua simbolizaban la inun dación, aunque lo del cálculo de la edad del agua es una exa geración. Quizás la representación del dios Nilo en tonos azules y rojos aluda también a los diferentes aspectos del cauce del Nilo. A comienzos de agosto se abrían los canales y las aguas inundaban las llanuras. La parte más próxima al desierto, que era la más baja, era la primera en inundarse y la orilla misma, que era la parte más alta, era la últim a zona, excepto en el Delta, donde los niveles eran más uniform es y así quedaba cubierto bajo el agua durante toda la época de la inundación, con la excepción de pueblos aislados. Cuando subía el cauce del Nilo, los campesinos sacaban a los rebaños de las tierras bajas; y cuando una repentina irrupción de agua, debido al derrumbamiento de algún dique o a un inesperado e inusual incremento del río, inundaba los campos y pastos, se les veía apresurarse hasta el lugar, a pie o en barco, para rescatar a los animales y para llevarlos a las tierras altas fuera del alcance de la inundación. Algunos, atándose la ropa a la cabeza, arras traban a las ovejas y cabras por el agua y las ponían en bar cos; otros llevaban a los bueyes hasta el terreno elevado más próximo; y si algo de cereal o algún otro producto podía ser cortado o arrancado de raíz para salvarlo de la inundación, se llevaba en balsas o barcos hasta el próximo pueblo. Aunque algunos suponen que la inundación no alcanza ahora la misma altura que en los tiempos antiguos, los que han vivido en el país han visto frecuentemente perm anecer intactos los pue blos del Delta, según nos lo describe Herodoto, así como las
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islas del m ar Egeo, donde se repiten las mism as escenas de rescate del ganado que ha caído al agua. Se colocaban guardias para vigilar los diques que protegían las tierras bajas y se ponía el mayor cuidado para prevenir cual quier flujo repentino de agua, que podría poner en peligro el producto, que aún estaba creciendo allí, el ganado o incluso los pueblos. L a conservación de los diques era tan importante que una enorme guardia de infantería y caballería estaba siem pre disponible para su protección. Se designaban ciertos ofi ciales de responsabilidad para vigilarlos y se daban grandes sumas de dinero para su mantenimiento y reparación. En tiem pos de los romanos, cualquiera que fuera encontrado destru yendo un dique era condenado a trabajos forzados en las obras públicas o en las minas, o era marcado y enviado al oasis. Según Estrabón, el sistema estaba organizado de manera tan admira ble, «que el arte ayudaba a com pensar lo que la naturaleza negaba y, gracias al sistema de canales y embarcaderos, había poca diferencia en la cantidad de tierra irrigada, ya fuera la inundación abundante o no. Si, continúa el geógrafo, subía sólo 4 m, la creencia general era que se pasaría hambre, siendo nece sarios 7 m para una cosecha abundante: pero cuando Petronio fue prefecto de Egipto, se obtenía el mismo resultado con una inundación de 6 m y tampoco padecían necesidades incluso si sólo llegaba a 4 m». Se puede suponer que la larga experien cia había enseñado a los antiguos egipcios a obtener resulta dos similares con los mismos medios y que, olvidados en el período posterior, fueron recuperados, más que introducidos, según Estrabón, por los romanos. En algunas partes de Egipto, los pueblos no estaban a salvo de la inundación cuando ésta alcanzaba una altura superior a la habitual, llegando incluso a peligrar las vidas y las propie dades de los habitantes: cuando los cimientos de adobe de las casas habían estado mucho tiempo expuestos a las aguas, cedían y las paredes, saturadas de agua, se mezclaban una vez más con el barro con que se habían fabricado. En estas ocasiones las bendiciones del Nilo suponían fuertes pérdidas para los
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habitantes. Según Plinio, «si el ascenso del agua excedía de 8 m, el resultado era una hambruna, como cuando sólo alcan zaba una altura de 6 m». En otro lugar afirma: «una inunda ción propia es de 8 m ... con 6 m el país padece hambre y siente una deficiencia incluso con 6,5 m; 7 m causan alegría, 7,5 m seguridad, 8 m placer; el mayor crecimiento del río en este perí odo fue de 9 m en el reinado de Claudio y el menor durante la guerra de Farsalia». De todo lo que se puede aprender del crecim iento del Nilo, es evidente que la altura real de la inundación es igual ahora que en los tiempos antiguos y m antiene la mism a pro porción con la tierra que irriga. Para llegar a una m edia pre cisa de su crecimiento, las escalas de los nilóm etros debían ser niveladas tras ciertos períodos, com o puede ver cual quiera que visite las de El Cairo y Elefantina. El lecho del río asciende de vez en cuando; y el nivel del terreno, que siempre guarda relación con el del río, aum enta en una pro porción de 15 cm cada cien años en algunos lugares (como en Elefantina) y en otros menos, variando según la posición del río en la que nos encontrem os. La consecuencia y la prueba de esto, es que la escala más alta del nilómetro, que servía para medir la inundación de los reinados de los empe radores romanos más antiguos, está ahora muy por debajo de los niveles del Nilo alto actual. El obelisco de M atariya o H eliópolis, el coloso de la llanura tebana y otros monu mentos situados en la misma forma, están inundados hasta cierta altura por las aguas y enterrados en un estrato de terreno aluvial depositado alrededor de su base. El incremento continuo en la elevación del lecho del río naturalmente produjo los efectos de los que habla Heródoto y otros escritores, que afirman que los egipcios se vieron obli gados de vez en cuando a elevar sus ciudades y pueblos, para asegurarlos contra los efectos de la inundación; y que el mismo cambio en los niveles del Nilo y la tierra tuvieron lugar en época antigua, así como en el momento actual. Está demos trado por el hecho de que Shabaka había juzgado necesario ele
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var por todo el país las ciudades, que habían sido protegidas por los mismos medios durante el reinado de Sesostris. Esto fue llevado a cabo en cada lugar por los habitantes que habían sido condenados a trabajos forzados por cometer grandes crí menes. Bubastis fue elevada más que ninguna otra ciudad y los grandes montes de Tell Basta, que marcan su asentamiento, confirman plenamente las observaciones de Heródoto y mues tran, por la altura de los montículos que se levantan sobre la llanura actual, tras un período de setecientos setenta años, que «el monarca etíope elevó los asentamientos de las ciudades mucho más que su predecesor Sesostris lo había hecho», cuando aquel conquistador empleó a sus cautivos para hacer los cana les de Egipto. Si la altura estaba en proporción con el número de sus criminales, Bubastis no podría presumir de la morali dad de los habitantes. En un cálculo hecho por lo alto, se puede decir que la tie rra que rodeaba Elefantina había sido elevada unos 2,7 m en mil setecientos años; en Tebas unos 2,1 m; y en menor grado hacia el D elta y el mar, donde la extendida superficie de la tierra (comparada con el estrecho valle más arriba de Menfis) altera las proporciones en su elevación, hasta en las bocas del Nilo donde no hay una elevación perceptible del terreno del depósito aluvial. Hay otro hecho singular relacionado con la inundación en distintos lugares y es que a lo largo de todo el valle que se extiende al sur del Delta, las orillas reales del Nilo están mucho más elevadas que la tierra del interior situada a una cierta dis tancia del río, y raras veces se cubren de agua incluso durante la inundación más alta. Aunque la orilla entonces sobresale muy poco del nivel del río y en algunos lugares el campesino se ve obligado a retener el agua mediante embarcaderos tem porales. Esta diferencia de nivel puede explicarse en parte por el continuo cultivo del terreno junto a la ladera del río, que estando más convenientemente situado para la irrigación arti ficial, tiene una constante sucesión de cultivos. Es sabido que la labranza tiene el efecto de elevar la tierra por la acumula
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ción de sustancias vegetales muertas, la adición de abono u otras causas. La mayor depresión de la llanura del interior se debe en cierta medida a los numerosos canales abiertos en esa dirección y al efecto de las corrientes que pasan por ella cuando el agua cubre la tierra. Estos datos, sin embargo, no son sufi cientes para dar cuenta de la gran diferencia de altura entre la orilla y la tierra cercana al borde del desierto, que es a menudo 6 a 7,5 m, como puede verse por la altura com parativa del mismo dique horizontal en esos puntos. Estas vías elevadas, la única forma de comunicación por tierra de un pueblo a otro durante la inundación, comienzan al mismo nivel que la orilla del río y, mientras avanzan al inte rior, son allí mucho más elevadas que los campos, de forma que dejan espacio para la construcción de arcos que permitan al agua pasar a través de ellos; aunque los puentes más gran des sólo se construyen en las partes donde los canales moder nos y antiguos han causado aún una m ayor depresión del terreno. En los tiempos antiguos eran los magistrados quienes cui daban continuam ente de los canales y de los diques; éstos estaban provistos de compuertas y otros aparatos para regu lar el abastecim iento de agua y para poner la pesca a buen recaudo. El agua de la inundación se administraba de formas dife rentes en cada distrito. Dependía de los niveles relativos de las tierras adyacentes o de los cultivos que hubiera en ese momento. Cuando un campo estaba en barbecho o se había recogido el último cultivo, se abrían las compuertas más cer canas para que entrara en él el agua y lo inundara, tan pronto como le tocaba su tumo. En aquellas partes que estaban situa das a bajo nivel y que estaban abiertas a la entrada del cauce creciente, el agua entraba tan pronto como el Nilo había alcan zado una altura suficiente; pero cuando el último cultivo del otoño estaba aún en la tierra, se tomaban todas las precaucio nes para mantener el campo a salvo de la inundación; y «como el agua subía gradualmente, la mantenían controlada mediante
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Beni Hasan. Arando y cavando.
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pequeños pantanos, que se podían abrir si era necesario y se podían volver a cerrar sin demasiados problem as»6. Cuando el Nilo iba volviendo a su cauce, el agua era rete nida en los campos mediante diques apropiados, para que una vez que se cerraban de nuevo las bocas de los canales, no se incorporara el reguero que iba disminuyendo. De esta form a la inundación de la tierra se prolongaba durante un tiempo consi derable y los fertilizadores efectos de la inundación continua ban hasta que se reabsorbía el agua, lo que sucedía rápidamente por efecto del calor del sol de Egipto; incluso en este tardío período de la estación, en los meses de noviembre y diciem bre, secaba tan rápidamente el lodo una vez privado de su cober tura de agua, que no se producían fiebres y ninguna enfermedad visitaba los pueblos que habían sido completamente cercados por la inundación. Una vez librada la tierra del agua y presentando en algu nos lugares una superficie de lodo líquido, que estaba en otras casi seco por el sol y los fuertes vientos del noroeste (que con tinúan a intervalos al final del otoño y comienzos del invierno), el labrador preparaba la tierra para recibir la semilla; esto se hacía bien con el arado y el azadón o por medios más simples, según la naturaleza del terreno, la calidad del producto que intentaban cultivar o el tiempo que la tierra había permanecido bajo el agua. Cuando los niveles eran bajos y la tierra había permane cido mucho tiempo bajo el agua, a menudo usaban el arado y, como sus sucesores, rompían el terrón con azadones o sim plemente arrastraban la mezcla con arbustos tras haber arro jado la semilla sobre la superficie; luego, sólo hacían pasar por el campo recién sembrado cierto número de vacas, asnos, cerdos, ovejas o cabras para asegurar el grano. Según Herodoto, «en ningún país plantan las semillas con tan poco esfuerzo. No se ven obligados a cavar profundos surcos con el arado y 6 Diodor. 1:36.
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a romper los terrones, ni a dividir sus campos de diferentes formas, como hacen otros pueblos; cuando el río inunda la tie rra y el agua se retira de nuevo, siembran sus campos y luego hacen pasar a los cerdos por ellos para pisar las semillas; hecho esto, cada uno espera pacientemente la cosecha». En otras oca siones usaban el arado, pero se contentaban, según nos dicen Diodoro y Columela, con marcar ligeros surcos con los ara dos por la superficie de la tierra; detrás iban otros con aza dones de m adera7 para rom per los terrones del tenaz y rico suelo. Los egipcios modernos algunas veces sustituyen el azadón por una m áquina8 llamada khonfud (erizo), que consiste en un cilindro del que salen clavijas de hierro y sirven para romper los terrones una vez que la tierra ha sido arada; pero esto sólo se usa cuando se requiere mucho cuidado en la labranza de la tierra. Frecuentemente usan el azadón y se contentan también con los mismos surcos ligeros que sus predecesores, que no sobrepasaban unos centímetros de profundidad desde la parte más baja a la cima del caballón. Es difícil decir si los egipcios modernos derivaron la idea del erizo de sus predecesores, pero es curioso el hecho de que una máquina para aplastar terro nes, no muy distinta a la de Egipto, que se mostró en la Gran Exposición de 1851, se haya presentado recientem ente en Inglaterra. El arado antiguo era enteramente de madera y de una forma tan simple como la del Egipto moderno. Consistía en una reja, dos mangos y el eje o timón. Este último iba insertado en el extremo inferior del soporte o base de los mangos e iba refor zado por una cuerda que lo unía con el tacón. No tenía cuchi lla delante de la reja, ni tampoco se aplicaban ruedas al arado egipcio: pero es probable que el punto estuviera calzado con un calcetín de metal, bronce o hierro. Iba tirado por dos bue
7 Grabados 4, fig. 1, 6 y 7. 8 Ver la viñeta que hay al principio de este capítulo.
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yes, y el arador los guiaba y conducía con una larga aguijada, sin ayuda de riendas, que sí son usadas por los egipcios moder nos. A veces aquel iba acompañado por otro hombre, que con ducía a los anim ales9 mientras que él se ocupaba de los dos mangos del arado; algunas veces se sustituía el látigo por la más com ente aguijada. A menudo se usaban vacas para tirar del arado y puede que no desconocieran que las vacas eran más rápidas que los bueyes. La forma de enyugar a las bestias era extremadamente sen cilla. A través del final de la reja, un yugo de m adera o una barra atravesada de 1,5 m de largo se ataba con una tira sujeta adelante y atrás sobre un saliente situado hacia el centro del yugo, que se correspondía con una pinza sim ilar o nudo, al final de la reja. Ocasionalmente, además de estos había un aro
5.
Yugo de un arado antiguo encontrado en una tumba. Colección de S. D 'Anastasy. figs. 1,2. Parte delantera y trasera del arado. 3. Collar y piezas de ios hombros unidas al yugo. 4,4. Las piezas acolchadas para proteger los hombros del roce.
9 Ver ejemplos de ambos en grabado 34, vol. 1.
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que pasaba sobre ellos, como un carro egipcio. En cada extremo del yugo había una proyección plana o ligeramente cóncava, de forma semicircular, que se apoyaba sobre una almohadilla colocada sobre las cruces de los animales. A través de un agu jero practicado a cada lado pasaba una tira para colgar las pie zas de los hom bros que form aban el collar. Estas eran dos barras de madera que se bifurcaban hacia la mitad de su lon gitud, acolchadas para proteger los hombros del roce y con centradas en la parte inferior por una fuerte y ancha banda que pasaba por debajo de la garganta. Algunas veces el tiro en lugar de salir de la cruz salía de la cabeza y el yugo se ataba a la base de los cuernos10; en las cere monias religiosas los bueyes frecuentemente conducían el fére tro o capilla sagrada, por medio de una cuerda atada a la parte superior de los cuernos, sin yugo o reja. De un pasaje del Deuteronomio, No ararás con un buey y un asno juntos, se podría deducir que la costumbre de enyugar juntos a dos animales diferentes era común en Egipto: pero evidentemente no era así; lo que el legislador hebreo tenía pro bablemente en mente era una práctica adoptada por algún pue blo de Siria, cuyo país estaban a punto de invadir los israelitas.
6.
Azadones de madera. fig. 1. De las esculturas, fig. 2. Encontrado en una tumba.
10 Como en el grabado 4.
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El azadón era de madera, como la horca y muchos otros aperos de labranza y su forma no era muy diferente a nuestra letra A, con un brazo más corto que el otro, curvado hacia el interior. El brazo más largo o mango era de un grosor uniforme, circular y suave, algunas veces con un nudo en la punta. La extremidad inferior de la hoja era de una anchura que iba en aumento y terminaba en una punta afilada o redondeada al final. La hoja iba frecuentemente insertada en el m ango11 y se ataba en el centro con una cuerda retorcida. Era el utensilio más usual; hacía las funciones de azadón, pala y pico y aparece represen tado en las esculturas con frecuencia; varios de los encontra dos en las tumbas de Tebas se conservan ahora en numerosos museos europeos.
7.
Azadones de madera.
Museo de Berlín.
El azadón en escritura jeroglífica está representado por la letra M, aunque el nombre de este apero en egipcio, como en árabe, es tore. Forma el comienzo de la palabra meri, querido y admite muchas otras combinaciones.
" Grabado 6, fig. 2.
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No hay ejemplos de azadones con hojas de metal, excepto algunos de tiempos muy tardíos, ni tampoco hay ninguna prueba de reja de arado recubierta de metal.
El hacha tenía una hoja de metal, de bronce o de hierro y algunas veces se ha representado a los cam pesinos talando árboles con este instrumento, mientras otros se ocupan de cavar la tierra para ser sembrada, confirmando lo que observé ante riormente, que los egipcios antiguos prescindían frecuente mente del uso del arado.
3 4 9. Cerdos; raramente aparecen en las esculturas y nunca antes de la Dinastía xvm. Tebas. figA. Cerdas con lechones. 2. Lechones. 3. Cerdos, a) Látigo, anudado como algunos de los nuestros, b) Es un gayd o lazo, a menudo usado como el emblema del pastor.
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La práctica de permitir que los cerdos entraran al campo, m encionada por Heródoto, se produciría más bien antes de haber sembrado la tierra, ya que los hábitos de estos animales no hacían mucho bien al granjero y otros animales serían igual mente adecuados para pisar el grano; pero puede que sí fue ran usados para limpiar los campos de raíces y malas hierbas que habrían proliferado a causa de la inundación. Esto parece confirmarse por las representaciones de piaras de cerdos junto a plantas de agua que aparecen en las tumbas. Algunas veces usaban un abono de nitrato que extendían sobre la superficie, costumbre que sigue vigente hoy en día. Esta práctica quedaba restringida sólo a ciertos cultivos y sobre todo a aquellos que se daban tarde, pues los efectos fertilizan tes de los depósitos aluviales tenían las mismas propiedades que los mejores abonos. Su peculiar calidad no sólo se pone de manifiesto por sus efectos, sino por el aspecto que tiene: cuando se deja sobre una roca y se expone al sol, se seca y parece barro por su fragilidad y consistencia. Los componen tes que posee, según la descripción dada por Regnault en sus Mémoires sur I ’Égypte, son: 11 9 6 4 4 18 48
Agua. Carbono. Oxido de hierro. Sílice. Carbonato de magnesio. Carbonato de lima. Alumbre.
100
las cantidades de sílice y alumbre varían según los lugares de donde se extrae el lodo; si está cerca de las orillas fre cuentem ente contiene una gran m ezcla de arena y si está a cierta distancia del río, una mayor proporción de sustancia arcillosa.
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La calidad del terreno y el depósito aluvial parece acom pañar al Nilo en todo su curso desde Abisinia hasta el Mediterrá neo y, aunque el Nilo Blanco es el río principal, es mucho más ancho, trae una mayor cantidad de agua y viene desde mucho más lejos que el Nilo Azul (Negro) o brazo de Abisinia, que nace un poco más allá del lago D em bea. Este últim o aún reclama el derecho de poseer las peculiaridades reales del Nilo y de conferir esas propiedades fertilizantes que marcan todo su curso hasta el mar. El Nilo Blanco o brazo oeste inunda sus orillas de la misma forma que el Nilo Azul, pero su inundación no va acompañada de una gran cantidad de lodo, por la fuerza de su cauce (que trae muchos peces y conchas al comienzo de su crecida, probablemente porque pasa por grandes lagos) y hay evidencias de que se ve abastecido por una abundancia de fuertes lluvias, por lo que podemos concluir que la naturaleza del terreno, a lo largo de todo su curso, difiere considerable mente del brazo de Abisinia. Sobre este asunto quiero hacer una precisión y es que el nombre de Bahr el Azrek, contrario a Bahr el Abiad o Nilo Blanco debería traducirse como Nilo Negro (y no Azul), pues aunque azrek significa azul es usado como nuestro negro azabache, y hosaan azrek es caballo negro (no azul). Además de la mezcla de tierra nitrosa, los egipcios usaban otras clases de abonos y buscaban los terrenos más adecuados para cada producto. Incluso aprovechar los bordes del desierto, qüe estaban compuestos de arcilla y arena, para cultivar las viñas y otras plantas (ya que eran particularmente adecuados para los cultivos que requerían un terreno ligero). El cultivo de esta granja adicional, que sólo necesitaba una adecuada inun dación para ser altamente productiva, tenía la ventaja de exten der considerablemente la tierra cultivable de Egipto. En muchos lugares aún hay rastros de su cultivo por parte de los antiguos habitantes, incluso hasta los tiempos tardíos del Imperio Romano y en algunas partes de el-Fayum se encuentran vestigios de lechos y canales para la irrigación, así como raíces de vides en lugares mucho más elevados que el resto del país.
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La ocupación del labrador dependía mucho del producto que hubiera decidido plantar; los que sólo cultivaban cereal tenían poco más que hacer que aguardar la época de la cose cha; pero muchos cultivos requerían atenciones diarias y algu nos necesitaban irrigación artificial constantemente. Para dar una noción de la calidad de los cultivos, así como de otras peculiaridades relacionadas con la agricultura, ofre ceré los principales productos de Egipto en las dos siguientes tablas; la primera presenta los que se cultivaban tras la retirada de la inundación.
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Plinio dice en el sexto y el trigo en el séptimo, después de la siembra, 18:17.
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Todos estos productos comunes del Egipto moderno pare cen haberse cultivado en tiempos antiguos y según Dioscórides, del helbeh o trigonella se hacía el ungüento llamado por Ateneo te linón. Se puede probar que el Carthamus tinctorius y el gui sante eran antiguas plantas egipcias por el descubrimiento de sus semillas en una tumba de Tebas. La semilla de col también parece ser una producción autóctona y que el cáñamo se usó por sus cualidades tóxicas. El carthamus no sólo se cultivaba por el tinte que produ cía su flor, sino por el aceite que se extraía de sus semillas. Los egipcios antiguos, así como los modernos, también obtenían aceite de otras plantas, como el olivo, simsim o sésamo, el cici o el árbol de la baya de castor, la lechuga, el lino y la selgam o semilla de col. Esta última, la Brassica oleífera de Linneo, parece ser el rábano egipcio mencionado por Plinio, tan renom brado por su abundancia de aceite a menos que se refiera a la seemga o Raphanus oleifer de Linneo, que ahora sólo se cul tiva en Nubia y los al rededores de la primera catarata. Las semi llas del sim sim tam bién producían un aceite excelente y probablemente se usaban, como en la actualidad, para hacer una clase particular de pan, llamado por los árabes kusbeh, que es el nombre que tiene la semilla una vez extraído el aceite. Cuando sólo se ha machacado en el molino y aún contiene el aceite se le llama tahineh. Las semillas sin machacar son rocia das sobre bollos o dan su nombre y gusto a una pasta conser vaba llamada haloweh simsemih. El aceite del simsim (llamado seerig) es considerado como el mejor aceite para lámparas del país; también se utiliza para cocinar, pero en cuanto a su sabor se considera inferior al de la lechuga. El árbol de la semilla de ricino es llamado por Herodoto Sillicyprion y el aceite kiki (cici): de este nos dice que no es inferior al aceite de lámparas, aunque tiene la desventaja de poseer un fuerte y desagradable olor. Plinio llam a cici al árbol que, añade él, «crece abundantemente en Egipto y se le conoce también bajo los nombres de croton, trixis, árbol de sésamo y ricino». También recuerda el disgusto natural
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que le provocaba este aceite. El m odo m encionado por él para extraer el aceite, que consistía en poner las semillas en agua sobre el fuego y luego ir recogiendo el aceite de la superficie, es igual a la forma adoptada en Egipto ahora, aun que dice que los antiguos egipcios únicam ente las prensa ban tras rociarlas con sal. En los tiempos actuales, solamente el aceite que se usa para quem ar en las lámparas es extraído por el método de prensa. El extraído usando el otro método es más puro y aún conserva sus cualidades más bastas, por lo que se usa sobre todo con fines m edicinales.«Casi todos los nativos de Egipto usan este aceite para las lámparas y los trabajadores y todas las clases más pobres, tanto hom bres como mujeres, se untan con él», dándole el mismo nombre que Plinio, kiki, que no lo reduce al aceite, al igual que hace Herodoto. Los modernos egipcios no conservan ninguno de los nom bres por los que eran anteriorm ente conocidos en Egipto o Grecia. Crece en todas partes del Alto Egipto y Bajo, pero su aceite es ahora escasam ente usado, a consecuencia del cultivo extensivo de la lechuga, la semilla de col, el olivo, el carthamus y el simsim, cuyos aceites son más apropiados para quemar. A sí pues, es poco usado y sólo se utiliza para adulterar el aceite de lechuga u otros. El ricino por su parte, aunque es una planta común, es raramente cultivado en parte alguna del país. «El cnicon, una planta desconocida en Italia, según Plinio, era sembrada en Egipto por el aceite que daban sus semillas. El chorticon, urtica y amarcus eran cultivadas con el mismo propósito y el cypros, árbol parecido al ziziphus por sus hojas, con unas semillas parecidas a las del culantro, era notable en Egipto, particularmente cerca del brazo canópico del Nilo por la excelencia de su aceite.» En Egipto también era famoso el aceite de almendras amargas y se animaba a los campesinos a cultivar otros productos vegetales por su aceite, para hacer ungüentos o para usarlos con fines medicinales. Con el paso del tiempo cada cultivo alcanzaba su madurez y el período exacto en el que la semilla era plantada en la tie-
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rra dependía mucho de la duración de la inundación, el estado del terreno y otras circunstancias. En las dos tablas adjuntas me he guiado por observaciones hechas en los modernos cul tivos egipcios que, como se puede suponer, difieren poco o nada de los de tiempos anteriores, pues las causas que influ yen sobre ellos son permanentes e invariables.
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En la tabla anterior se enumeran los principales productos que se siembran durante el medio año anterior a la inundación o durante esta. Pueden llamarse las plantas de la estación de verano, que suceden a los otros cultivos, bien inmediatamente o tras un breve intervalo y que se producen únicamente por irrigación arti ficial. El uso del shaduf no está limitado a la producción del verano; se usa algo en primavera y frecuentemente en invierno, así como en otoño si la inundación es escasa. Este mismo sis tema fue por supuesto usado por los antiguos egipcios. Habiendo mostrado en las tablas anteriores las estaciones en las que crecían los principales productos de Egipto, procedo a men cionar las que parecen de buena tinta haber sido cultivados por ellos. Se ha probado que el trigo, cebada, dura, guisantes, alubias, lentejas, hommos, ¿gilban? (Lathyrus sativus), carthamus, lupins, bamia (hibiscus esculentus), figi (Raphanus sativus, var. edulis), simsim, añil, sinapis o mostaza, orégano, succory, lino, algodón, cassia senna, coloquíntida, comino, culantro, varias curcubitáceas, pepinos, melones, puerros, cebollas, ajo, loto, nelumbium, Cyperus esculentus, papiro y otros cyperi, que fueron cultivados por ellos: el sabio Kirchen menciona muchos productos del país, basándose principalmente en la autoridad de Apuleyo y de otros antiguos escri tores árabes. La mayor parte de las últimas son plantas salvajes: en realidad, si se enumeraran todos los productos indígenas de Egipto (que incuestionablemente crecieron allí en tiempos modernos y antiguos), podría confeccionarse un gran listado. Sólo las especies del desierto ascienden a doscientas cincuenta y aunque el herbario está limitado a mil trescientas especies, la mayoría de estas son plantas indígenas. Pocos países tienen menos plantas importadas que Egipto que, con pocas excepciones, se ha contentado con las hierbas y árboles de su propio suelo. Las plantas del desierto pue den considerarse todas indígenas sin una sola excepción. A continuación hago una breve enumeración de las men cionadas por Plinio, junto con las características y propieda des más sobresalientes que les atribuye. Las he colocado en el orden en que las presenta el naturalista, no según su clasifica ción botánica, y algunas son desconocidas.
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