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Costumbres
Los Egipcios (i) L o s antiguos egipcios dejaron más información en sus tumbas y pinturas sobre su vida y cultura que cualquier otra civilización. Partiendo de esta riqueza de datos, el escritor J. Gardner Wilkinson narra, con todo lujo de detalles, sus hábitos, costumbres, arte y métodos empleados por esta gran civilización. En este primer volumen de Los Egipcios, nos presenta una rica descripción de la vida de los egipcios, incluyendo la organización de sus casas y jardines, sus juegos y entretenimientos, así como su música y bailes. También amplía su análisis a todos los estratos sociales, incluyendo instituciones como el gobierno, el ejército y la religión. Con numerosos grabados de planos y diagramas, además de distintos ornamentos y artefactos, esta clásica visión de la historia de Egipto, publicada por primera vez en 1854, ilustra la afición victoriana del siglo XIX por todo lo egipcio, incluyendo la decoración y todas las variedades del arte. Se trata de una introducción fascinante a la cultura egipcia.
ISBN: 84-9764-238-4 (Obra completa) ISBN: 84-9764-236-8 (Tomo I) D epósito legal: M -4 5 182-2002
Título original: The ancient egyptians, their life and custom s Autor: J. Gardner W ilkinson Traducido por: Cristina M “ Borrego Rodriguez D iseñ o de cubierta: Juan Manuel D om ínguez Impreso en: COFAS, S. A.
R eservados todos los derechos. El contenido de esta obra está protegido por la Ley, que establece penas de prisión y/o multas, además de las correspondientes indemnizaciones por daños y perjuicios, para quienes reprodujeren, plagiaren, distribuyeren o comunicaren públicamente, en todo o en parte, una obra literaria, artística o científica, o su transformación, interpretación o ejecución artística fijada en cualquier tipo de soporte o comunicada a través de cualquier medio, sin la preceptiva autorización.
IM PRESO EN ESPAÑA - PRINTED IN SPAIN
ÍNDICE
In t r o d u c c ió n C a p ít u l o
I ....
C a p í t u l o I I ... C a p í t u l o I I I .. C a p ít u l o C a p ít u l o
I V .. V ...
INTRODUCCIÓN La actual descripción de la vida de los «antiguos egipcios» es principalmente un compendio de mis escritos de 1836, a los que he añadido nuevos temas, consecuencia de mi vuelta a Egipto, y de los últimos descubrimientos que se han hecho des de entonces. De vez en cuando he introducido alusiones a los griegos, pensando que una comparación de los egipcios con los hábi tos y costumbres de otros pueblos puede ser interesante. El re ciente auge que el buen gusto ha cobrado en Inglaterra, me ha llevado a añadir observaciones sobre el arte decorativo, las for mas, colores y proporciones tan bien entendidos en los tiem pos antiguos. Y como muchas de las ideas que ahora están ganando terreno en este país, en cuanto al color, la adaptabili dad de los materiales, la no imitación de los objetos naturales con fines decorativos y ciertas reglas que hay que respetar en los trabajos ornamentales, que yo he defendido desde hace mu cho tiempo, están relacionadas con el tema de Egipto, creo que la oportunidad es bien apropiada para expresar mi punto de vista sobre ellas; al mismo tiempo me alegro de que la opinión pública haya sido invitada a adoptar sus propios puntos de vis ta para mejorar su buen gusto. Al tratar el tema de los metales preciosos, he creído que no estaba fuera de lugar introducir ciertas observaciones compa
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rativas sobre la riqueza de los tiempos antiguos y los mo dernos. Sobre la religión y la historia de los egipcios sólo he intro ducido lo estrictamente necesario para explicar algunos pun tos relacionados con ellos, porque estoy convencido de que estos temas generales son arduos y bien se podrían omitir en una obra que no ha sido concebida para tratar de asuntos aún abiertos a conjeturas. Por el mismo motivo me he abstenido de comentar las cuestiones dudosas sobre las costumbres de los egipcios, limitándome simplemente a hacer un brevísimo re cuento de las mismas. También he omitido las referencias, porque ya las he in cluido en mi obra anterior. Se han añadido varios grabados nuevos y otros se han introducido en lugar de las placas litográficas de la obra ante rior; y ya que un índice es más útil que una mera lista de con tenidos, he añadido uno extenso, en el que he incluido todas las referencias más importantes. Agosto, 1853.
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A.
Vista de El Cairo, con los Mulkufs de las casas del Egipto actual.
CAPÍTULO I Carácter de los egipcios. Habitantes originales. Vida social. Casa. Villas. Granjas. Jardines. Viñedos. Lagar. Vinos. Cerveza. Mobiliario de las habitaciones. Sillas.
Los grabados sobre monumentos y diversas obras de arte, y, sobre todo, los escritos de los griegos y los romanos, nos han hecho conocedores de sus costumbres y modos de pensar; y aunque la literatura de los egipcios es desconocida, sus mo numentos y especialmente las pinturas de las tumbas nos han permitido obtener una visión de su modo de vida como ape nas hemos podido hacerlo con ningún otro pueblo. La influencia que Egipto tuvo sobre los más tempranos tiempos de Grecia da un interés adicional a cada investigación que se realiza sobre este país; y la frecuente mención de los egipcios en la Biblia les relaciona con los grabados hebreos, de los que se pueden
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encontrar muchas ilustraciones satisfactorias en las esculturas de los tiempos faraónicos. Su gran antigüedad también nos per mite comprender el estado del mundo mucho antes de la era de la historia escrita; todos los monumentos existentes deja dos por otros pueblos son en comparación modernos; y las pinturas de Egipto son las primeras ilustraciones de los usos y costumbres de una nación. Son estas pinturas las que nos permiten formamos una opi nión del carácter de los egipcios. Se ha dicho de ellos que eran un pueblo serio, lúgubre, entristecido por el hábito de la espe culación recóndita; pero en qué medida esta especulación se ajusta a la realidad, se verá más adelante. Sin duda, eran me nos alegres que los griegos; pero si un escritor más tardío en comparación, Amiano Marcelino, puede haber afirmado que tenían una expresión «bastante triste» tras haber estado durante años bajo el yugo opresor de distintos pueblos extranjeros, ape nas se puede admitir como testimonio de su carácter en los tempranos períodos de prosperidad; y aunque se podría observar una expresión de tristeza en la actual población opri mida, no se le puede considerar un pueblo m elancólico o serio. En realidad, se pueden aprender muchas cosas del ca rácter de los egipcios modernos y, a pesar de la infusión de sangre extranjera, en particular de los invasores árabes, to dos debemos percibir el fuerte parecido que tienen con su antiguos predecesores. Es un error común suponer que la conquista de un país da un carácter totalmente nuevo a sus habitantes. La inmigración de una nación entera, que toma po sesión de un país escasamente poblado, tendrá este efecto, cuan do los pobladores originales son casi por completo expulsados de su país por los recién llegados; aunque la inmigración no ha tenido por objeto la destrucción o expulsión de la población originaria, y nunca la conquista; los nativos resultan útiles para los vencedores, y tan necesarios para ellos como el ganado, o los productos de la tierra. Los invasores son siempre inferio res en número a la nación conquistada, incluso inferiores a la población masculina; y cuando a este número se añade el de
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las mujeres, la mayoría numérica está a favor de la raza origi nal, y deben ejercer una influencia enorme sobre el carácter de la nueva generación. Las costumbres de los antiguos habitan tes son también adoptadas rápidamente por los recién llegados, especialmente cuando se encuentran cómodos en cuanto al cli ma y a las peculiaridades de los países en los que se han formado. Los hábitos de una pequeña masa de invasores, que viven en contacto con ellos, se van desvaneciendo cada vez más con cada sucesiva generación. Y así ha sucedido en Egip to; y como es costumbre el pueblo conquistado lleva el sello de los antiguos habitantes más que el de los conquistadores árabes. De las diversas instituciones de los antiguos egipcios, nin guna es más interesante que la relacionada con su vida social; cuando consideramos el estado de otros países en las tem pranas épocas en las que florecieron, del siglo x al x x antes de nuestra era, podemos mirar con respeto los avances que habían conseguido en cuanto a la civilización, y reconocer los beneficios que dejaron a la humanidad durante su progresión. Porque, como otros pueblos, tuvieron su lugar en el gran plan del desarrollo del mundo, y contribuyeron al progreso de la raza humana; porque a los países, como a los individuos, se les han atribuido ciertas características, diferentes de las de sus prede cesores y contemporáneos, para que, llegado el momento, lle ven a cabo las obligaciones requeridas. El interés que se centra sobre los egipcios se debe a que fueron ellos los que marcaron el camino, o fueron el primer pueblo que conocemos en hacer grandes progresos en las artes y las costumbres que, para el pe ríodo en el que vivieron, es muy loable y fueron mucho más allá de otros reinos del mundo. Tampoco podemos evitar enfa tizar la diferencia entre ellos y sus xivales asiáticos, los asirios, que incluso en un período mucho más tardío, tuvieron el gran defecto de la crueldad asiática, despellejando vivos, empalan do, y torturando a sus prisioneros como los persas, turcos y otros pueblos orientales han hecho hasta el siglo actual. Este repro che no se puede hacer extensivo hasta los antiguos egipcios.
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Siendo la raza dominante de aquella era, necesariamente tu vieron una influencia sobre otros con quienes entraron en con tacto. De esta manera la civilización avanza por sus diferentes etapas; cada pueblo lucha para mejorar las lecciones aprendi das de un vecino cuyas instituciones aprecian, o consideran be neficiosas para ellos. Fue así como la prodigiosa mente de los griegos buscó y mejoró las lecciones llegadas de otros países, especialmente de Egipto, y aunque este último, en el último pe ríodo del siglo vil a.C. había perdido su grandeza y el prestigio de superioridad entre las naciones del mundo, era todavía el centro del saber y el lugar de encuentro de estudiosos filosófi cos. Los abusos consecuentes a la caída de un imperio todavía no habían conllevado la desmoralización de tiempos posterio res. La temprana parte de la historia monumental egipcia es con temporánea con la llegada de Abraham y José, y el Éxodo de los israelitas; sabemos por la Biblia cuál era el estado del mun do en aquellos tiempos: pero entonces, y aparentemente mucho antes, los hábitos de la vida social en Egipto eran ya como en el período más glorioso de su historia. Y como la gente ya ha bía dejado de llevar armas, y los militares sólo las llevaban cuan do estaban de servicio, se puede tener cierta noción de la re mota fecha de la civilización egipcia. En el trato hacia las mujeres parecen haber estado mucho más adelantados que otras ricas comunidades de su misma era, teniendo costumbres muy simi lares a las de la Europa moderna; y tal era el respeto mostrado a las mujeres que se les daba primacía sobre los hombres y las esposas e hijas de los reyes les sucedían en el trono como po día hacer la descendencia masculina de la familia real. Este pri vilegio no fue rescindido, incluso dando lugar a más de una dis puta por cuestiones de sucesión: con frecuencia había reyes extranjeros que reclamaban el derecho al trono a través del ma trimonio con una princesa egipcia. No tenía solo mera influen cia, que muchas mujeres adquieren en la más arbitrarias co munidades del Este, ni era una distinción política concedida a una persona en particular (como la de la Sultana Vaida, la rei na madre, de Constantinopla), sino que era un derecho recono-
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eido por la ley, tanto en la vida pública como en la privada. Sa bían que, a menos que las mujeres fueran tratadas con respeto y se les dejara ejercer influencia sobre la sociedad, el nivel de la opinión pública pronto descendería, y los modales y ética de los hombres sufrirían. Al reconocer esto, también indicaban a las mujeres los deberes de gran responsabilidad que debían lle var a cabo en la comunidad. Se ha dicho a menudo que a los sacerdotes egipcios sólo se les permitía tener una mujer, mientras que el resto de la co munidad podía tener tantas como quisiera; pero, aparte de la improbabilidad de tal licencia, el testimonio de los monumen tos coincide con Heródoto en desaprobar esta afirmación, y cada individuo está representado en la tumba con una única consorte. Su afecto mutuo queda también reflejado por la for ma en la que están sentados juntos, y en las expresiones de ca riño que se muestran mutuamente. Si se requieren más expli caciones para demostrar su respeto por las ataduras sociales, podemos mencionar la conducta del Faraón, en el caso de la supuesta hermana de Abraham, que mantenía unos hábitos opuestos a los de la mayoría de las princesas de aquellos tiem pos y los posteriores. En cuanto a su vida privada se saben muchos detalles de su carácter y costumbres. La distribución de sus hogares, el esti lo de sus moradas, sus entretenimientos y sus ocupaciones ex plican sus hábitos; así como sus instituciones, forma de go bierno, arte, y conocimiento militar ilustran su historia, y su posición relativa entre las naciones de la antigüedad. La for ma y distribución de las casas estaban determinadas por las exigencias del clima, y se fueron modificando a medida que avanzaba la civilización. A menudo en sus moradas podemos encontrar vestigios de, algunos de los hábitos primitivos de un pueblo, mucho después de que se hubieran establecido en ciudades, y hubieran adoptado las formas de una comunidad rica. Aún puede verse la tienda en las casas de los turcos, y la pequeña y original cámara de madera en las mansiones y tem plos de la antigua Grecia.
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Como en todos los climas templados, las clases más humil des pasaban mucha parte de su vida al aire libre; las casas de los ricos estaban diseñadas para ser más frescas durante el verano; corrientes de aire refrescante circulaban por ellas mediante la jui ciosa disposición de pasillos y habitaciones. Estos pasillos apo yados sobre columnas, conducían a diferentes cámaras a través de una sucesión de sombríos pasajes y áreas, con una parte al aire Ubre, como nuestros claustros; e incluso las pequeñas casas in dividuales tenían un patio abierto en el centro, como un jardín, donde se plantaban palmeras y otros árboles. Se fijaban también sobre las terrazas del piso superior, mulkufs, o toldos de madera inclinados hacia el centro, de caía al frecuente y fresco viento del noroeste, que era conducido hacia el interior de la casa. Eran exac tamente iguales a los de las modernas casas de El Cairo; algunos eran dobles y estaban orientados en direcciones contrarias. Las casas estaban construidas de ladrillo puro, estucadas y pintadas con todas las combinaciones de colores brillantes, con los que se deleitaban los egipcios. Una mansión con una rica
i.
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Una casa con mulkuf
Tebas.
decoración tenía numerosos patios, y detalles arquitectónicos derivados de los templos: sobre la puerta se podía encontrar a menudo una frase que decía: «la buena casa», o el nombre de un rey, en cuyo gobierno el propietario probablemente desem peñaba algún cargo. También se colgaban muchos otros sím bolos de buen presagio, como en la entrada de las casas egip cias modernas. La visita a algún templo era una buena causa que recordar, como la peregrinación a La Meca en nuestros tiempos. La gente pobre se conformaba con alojamientos muy sencillos; sus necesidades eran muy fáciles de satisfacer, tanto en relación al alojamiento como a la comida, y sus casas con sistían en cuatro paredes, con un techo plano de ramas de pal mera colocadas atravesadas sobre el datilero partido en dos a modo de viga, y cubierto de esteras emplastadas por encima con una gruesa capa de barro. Tenía una puerta, y unas pocas ventanas pequeñas cerradas por contraventanas de madera. Como casi nunca llovía, el techo de barro no caía hacia el interior de la casa, y esta casita más bien servía como refugio contra el sol, y como armario para sus bienes, que para el propósito común que tiene una casa en otros países. En realidad, por la noche los dueños dormían en el tejado durante la mayor parte del año, y, como la mayor parte del trabajo se hacía fuera, era fácil per suadirles de que una casa era mucho menos necesaria que una tumba. Convencer a los ricos de este sentimiento ultra-filosóΓ
T Γ
i 2.
Sobre la puerta se encuentra la leyenda de La buena casa.
3. Puerta de una casa con el nombre del rey.
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fico no era tan fácil (al menos la práctica difería de la teoría) y aunque se había promulgado entre todos los egipcios, no dete nía a los sacerdotes y a otros poderosos de vivir moradas muy lujosas, o de disfrutar de los placeres de este mundo. Vieron que la ostentación de la riqueza era útil a la hora de mantener su po der, y de asegurarse la obediencia de un pueblo crédulo. Las posesiones terrenales de los sacerdotes eran, pues, muy exten sas, y si se les imponían los mismos hábitos ocasionales de pri vación, evitaban ciertas clases de comida y llevaban a cabo mis teriosas observancias, eran ampliamente recompensados por la mejora de su salud y por la influencia que así adquirían. Una inteligencia superior les permitía dar sus propias interpretacio nes a reglas que emanaban de sus sagrados cuerpos, y con la persuasión conveniente convencían de que lo que les convenía a ellos no convenía a otros; se esperaba que el vulgo profano hiciera, no lo que hacía los sacerdotes, sino lo que se les ense ñaba que hicieran. Los planos de las casas de las ciudades, como los de las vi llas del campo, variaban según el capricho de los constructo res. El piso inferior, en algunas de las casas de las ciudades, constaba de un número de habitaciones repartidas en tres lados de la vivienda; otras consistían en dos filas de habita ciones colocadas a ambos lados de un largo pasillo, con una entrada desde la calle, y en otras las habitaciones estaban or ganizadas alrededor de un área central, similar al impluvium, romano, con pavimento de piedra, o con algunos árboles, un estanque o una fuente en el centro. Algunas veces, aunque era poco frecuente, un tramo de escaleras conducía a la puerta prin cipal desde la calle.
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Las casas de tamaño pequeño a menudo estaban comuni cadas entre sí, y formaban hileras continuas a los lados de las calles; tenían un patio común para diversas moradas. Otras, aún más humildes, consistían simplemente en habitaciones que daban a un estrecho pasaje, o directamente a la calle. Éstas tenían sólo un piso, la planta baja, pocas casas tenían más de dos pisos sobre éste. La mayoría consistía de un piso superior. Aunque Diodoro habla de las grandes casas de Tebas de cuatro y cinco pisos, las pinturas muestran que pocas tenían tres, y las más grandes rara vez cuatro, incluyendo, como él hace, el piso inferior. Incluso la mayor parte de la casa estaba situada en la planta baja, con un piso adicional en una parte, en la que había una terraza cubierta con un toldo, o un tejadillo ligero apoyado sobre columnas (como en el grabado 25). Aquí las mujeres de la casa se sentaban a trabajar durante el día, y también aquí dor mía a menudo el señor de la casa por la noche durante el vera no, o la siesta por la tarde. Algunas tenían una torre que se ele vaba incluso por encima de la terraza. La primera planta era lo que los italianos llaman «piano no bile». Las habitaciones de la planta baja a menudo se utilizaban como almacenes, o como oficinas, una de ellas estaba reservada para el portero, y otra para las visitas de negocios. Algunas ve ces, aparte del recibidor, había salas de visitas en la planta baja, pero a los invitados normalmente se les agasajaba en la primera planta. Aquí se encontraban también los dormitorios, excepto cuando la casa tenía dos o tres pisos; las casas de ciudadanos ri cos cubrían a menudo un espacio considerable, y o se levantaban directamente junto a la calle, o un poco más atrás, dejando de lante un patio abierto. Algunas grandes mansiones eran inde pendientes y tenían varias entradas por dos o tres lados. Delante de la puerta había un porche apoyado sobre dos columnas, ador nadas con estandartes o cintas, y los pórticos más grandes tenían una doble fila de columnas, con estatuas entre ellas. Otras mansiones tenían un tramo de escaleras que conducían a una plataforma elevada, con una entrada entre dos torres, no muy diferentes a las de los templos. Una fila de árboles se plan
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taba paralela a la parte delantera de la casa, y para prevenir que el ganado los dañara, o cualquier otro tipo de accidente, se rode aban los troncos con un muro bajo, con agujeros cuadrados para dejar pasar el aire Esta costumbre de plantar árboles en las ca sas de las ciudades era también común en Roma. La altura del pórtico era de unos 3 y 5 m aproximadamente, justo por encima del dintel de la puerta, a la que sólo el umbral se paraba del nivel del suelo. A ambos lados de la entrada principal había una puerta más pequeña, equidistante entre éstas y el borde de la pared, y probablemente servía de uso para los sirvientes, o de los que venían en visita de negocios. Al entrar por el porche se llegaba a un patio descubierto que contenía una mandara, o reci-
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Tebas.
bidor, para las visitas. Esta parte del edificio, que descansaba so bre columnas, y estaba decorada con estandartes, sólo estaba ce rrada por la parte de atrás con paneles colocados entre las columnas, que permitían circular una corriente de aire fresco; un toldo que la recubría la protegía de los rayos solares. Al extremo opuesto del patio había otra puerta, por donde se accedía a la mandara desde el interior; y el dueño de la casa, cuando se anunciaba la llegada de un forastero, entraba por ese lado para recibirle. Esta puerta conducía de este patio a otro de más grandes dimensiones, ador-
1 Como en el grabado 11, fig. 2.c.
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Porche. Tell el-Amarna.
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Porche.
Tebas y Tell el-Amarna,
nado con avenidas de árboles, que comunicaba a derecha e iz quierda con el interior de la casa, y éste, como la mayoría de los grandes patios, tenía una entrada posterior por una puerta situada en el centro de uno de los lados. La distribución del interior era muy similar en ambos lados del patio: seis o más habitaciones, cu yas puertas daban a las del lado de enfrente, que se abrían a un pa sillo apoyado sobre columnas a derecha e izquierda de un área, que estaba ensombrecida por una doble hilera de árboles. Al fondo de estas áreas había un salón, enfrente de la puer ta que daba al gran patio, y sobre ésta y las otras habitaciones estaban los apartamentos del piso superior. Aquí también se encontraban dos pequeñas puertas hacia la calle. Otra distribución de la casa consistía en una sala, con la co rrespondiente avenida de árboles. En uno de los lados había va-
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ños grupos de habitaciones que daban a corredores o pasillos, pero sin columnas ante las puertas. El recibidor daba al patio, y desde aquí una fila de columnas conducía hasta una estancia privada, que estaba aislada en uno de los pasillos, cerca de una puerta que comunicaba con las habitaciones laterales. Por su posición, con un pasillo o corredor delante, tiene un parecido asombroso con el «recibidor de verano» de Eglón, rey de Moab2, que lo tenía para su uso exclusivo, y donde recibió a Ehud, el israelita extranjero. Y la huida de Ehud «a través del porche» tras haber cerrado la puer ta del recibidor, muestra una colocación que debía ser muy simi lar a la de estos apartamentos aislados en las casas, o villas, de los antiguos egipcios. Las habitaciones laterales a menudo estaban dispuestas a ambos lados de un pasillo, otras daban al patio, y otras sólo estaban separadas del muro exterior por un largo pasillo. Los apartamentos se distribuyeron de forma muy diferen te, de acuerdo con las circunstancias. En general, sin embar go, las grandes mansiones parecen haber consistido en un pa tio y diversos pasillos, con habitaciones a ambos lados, no muy distintos de las casas que se construyen ahora en los países orientales y tropicales3. Las casas en la mayoría de las ciuda des egipcias están bastante derruidas, y pocos restos quedan de su distribución, o incluso de sus asentamientos; pero que dan suficientes restos de algunas de Tebas, en Tel el Amama y otros lugares, que nos permiten, con la ayuda de las escultu ras, determinar su forma y apariencia. Los graneros estaban dispuestos de una forma muy regu lar, y variaban de forma tanto como las casas, a las que, con razón, se cree que estaban frecuentemente unidos, incluso en las ciudades. Algunas veces sólo estaban separados de las ca sas por una avenida de árboles. Algunas casas pequeñas consistían solamente en un patio y tres o cuatro almacenes en el piso bajo, con una sola habitación
2 Je. 3:20. 3 Grabado 11, fig . 1.
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Longitud total de la figura 365,76 m.
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cc. árboles rodeados de muros bajos. Tel el Amarna.
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La figura 2 muestra la posición relativa de la casa, a; y el granero, b. Planos de casas y un granero.
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arriba, a la que conducía un tramo de escaleras que salían des de este patio; pero probablemente sólo podían encontrarse en el campo, y se parecían a algunas todavía existentes en las villas de las fellahs del moderno Egipto4. Muy similar a ésta era el modelo de una casa que está ahora en el Museo Británico5, que
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fig. 1. M odelo de una casa pequeña de Tebas. fig. 2. Muestra cómo se abría y se cerraba la puerta. Museo Británico.
consistía sólo en un patio de tres pequeños almacenes en el piso bajo, con una escalera que daba a una habitación que pertene cía al guarda de los almacenes, y que tenía una ventana estrecha o apertura enfrente de la puerta, más bien para permitir la ven tilación que para el paso de la luz. En el patio está representada un mujer haciendo pan, como se hace hoy en día en Egipto, al aire libre; y los almacenes estaban llenos de grano. Otras pequeñas casas de las ciudades tenían de dos a tres pi sos sobre la planta baja: no tenían patio y estaban todas juntas cu briendo un espacio pequeño, y eran altas en proporción a su base, como muchas de las casas en Karnak. La parte de abajo tenía úni camente la puerta de entrada y algunos almacenes; sobre ésta se construía un segundo y tercer piso, cada uno con tres ventanas en el frente, y aún por encima de éstos un ático sin ventanas y una
4 G rabado I I , fig . 4. 5 G rabados 1 2 , 1 3 .
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escalera que daba a una terraza construida sobre el techo plano. El suelo de esta terraza estaba colocado sobre el tejado, y sus ex tremos sobresalían de las paredes como dentículos. Los ladrillos formaban líneas onduladas o cóncavas, como las paredes de un cercado en Deir-el-Medina en Tebas: las ventanas de la primera planta tenían una especie de parteluz que las dividía en dos luces, con un travesaño sobre ellas; las ventanas de arriba estaban cubiertas con enrejados, o listas de madera cruzadas, como en mu chos harenes turcos. Un modelo de una casa de este tipo se en cuentra también en el Museo Británico: pero la mayoría de las casas egipcias eran mucho menos regulares en cuanto a su traza do y elevación; y esta normal despreocupación por la simetría se puede observar generalmente incluso en las casas de las ciudades.
13.
Muestra el interior del patio y de la habitación superior.
Las puertas, tanto las dos de las entradas como las de los apar tamentos interiores, estaban frecuentemente pintadas imitando exóticas maderas extranjeras. Tenían una o dos hojas, que gira ban sobre bisagras de metal y por dentro se cerraban con un ta blón o un cerrojo: en las tumbas de Tebas se han encontrado algunas de estas bisagras de bronce. Se sujetaban a la pared
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14.
fig. 1. Bisagra superior, sobre la que giraba la puerta. fig. 2. Bisagra inferior.
con clavos del mismo metal, cuya cabeza redondeada servía tam bién como ornamento, y la de encima tenía una proyección en la parte de atrás, para evitar que la puerta se gol peara contra la pared. También se han encontrado en los dinteles de piedra y en los suelos, tras los umbrales de tumbas y templos, los agujeros sobre los que giraban, así como los tablo nes y cerraduras y los huecos donde encajaban las hojas cuando estaban abiertas. Las puertas plegables teman cerrojos en el centro, unas veces arri ba y otras abajo; se aseguraban con un tablón de madera que atravesaba de un lado a otro la pared, y en muchos casos las puertas se ase guraban también con cerraduras de madera que se colocaban en el centro en la unión de las dos partes. Para mayor seguri dad a veces se sellaban con una masa de arcilla, como lo prue ban algunas de las tumbas encontradas en Tebas, las esculturas, y la descripción que da Heródoto del tesoro de Rampsinito. Las llaves se hacían de bronce o de hierro, y constaban de un mango recto, de unas cinco pulgadas (12 cm) de longitud, con tres o más dientes salientes. Otras tenían mayor parecido con las guar das de llaves modernas, con un mango corto como de una pulga da (unos 2,5 cm) de longitud, y algunas se parecían a una argolla normal con las guardas en la parte de atrás. Éstas son probable-
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1, 2. Cómo se cerraban las puertas.
3 3. Cómo se cerraban en Tebas.
mente de la época romana. La más temprana alusión a una llave se encuentra en Jueces (3:23-25), cuando Ehud había «pasado por el porche, y había cerrado con llave las puertas del salón tras él» y «los sirvientes de Eglón cogieron una llave y las abrieron».
17.
Llave de hierro. De Tebas.
Las puertas, como las de los templos, estaban a menudo rematadas con la comisa egipcia; otras estaban variadamente de coradas, y algunas, representadas en las tumbas, estaban rodea das por una variedad de ornamentos, ricamente pintados como es habitual: estas últimas, aunque se encontraron en Tebas en al guna ocasión, eran más corrientes en Menfis y en el Delta. En el Museo Británico hay dos buenos ejemplos de éstas, que se han traído de una tumba cercana a las Pirámides. Incluso en el más reciente período cuando se construyeron las Pirámides, las puer tas tenían una o dos hojas; y tanto las de las habitaciones como las de la entrada abrían hacia adentro, en contra de la costumbre de los griegos, que tenían la obligación de llamar desde dentro
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18. Pintura de un féretro cri 'Tebas.
Tebas.
19.
de la puerta de la calle, antes de abrirla, para avisar a los transe úntes de que iban a salir. Los romanos tenían prohibido colocar las para que abrieran hacia afuera sin un permiso especial. Los suelos eran de piedra, o de una mezcla de lima y otros materia les; pero en las moradas más humildes se hacían de travesarlos de palmeras datileras partidas, que se colocaban uno junto a otro o a intervalos, y sobre ellos se colocaban entarimados o capas transversales de ramas de palmera, cubiertas de esteras y una capa
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de barro. Muchos tejados eran abovedados, y construidos como el resto de la casa de ladrillo crudo. No sólo se han encontrado arcos de ese material que datan del siglo xvi antes de nuestra era, sino que los graneros abovedados parecen representarse en una fecha muy anterior. Los ladrillos, en verdad, condujeron a la in vención de los arcos; la escasez de madera de Egipto creó la ne cesidad de encontrar un sustituto a este material.
22.
Tumba cerca de las Pirámides.
23.
Tebas.
Se importaba madera en grandes cantidades; de Siria se traía pino y cedro; y las maderas exóticas eran parte del tributo im puesto a las naciones extranjeras conquistadas por los Faraones. Tanto se les apreciaba para propósitos ornamentales, que se pin taban objetos a imitación de éstas para las personas más pobres que no se lo podían permitir; y los paneles, ven tanas, puertas, cajas, y varios tipos de obras de madera, eran frecuentemente de pino bara to o sicomoro pintado que imi taban a las maderas extranje ras más exóticas. Los restos de éstas encontrados en Tebas 24. Tebas. muestran que dichas imita-
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dones eran inteligentes sustitutos de la realidad. Incluso los ataú des se hacían a veces con maderas extranjeras. En el Líbano se han encontrado muchos de cedro. El valor de las maderas extranjeras también sugirió a los egipcios el proceso del barnizado, que era una de las artes de sus hábiles ebanistas. Los techos eran de estuco, ricamente pintados con diversos motivos, de muy buen gusto tanto en la forma como en la dis posición de los colores; entre los más antiguos se encuentran el Guilloche, a menudo mal llamado toscano o borde griego. En el interior y exterior de sus casas las paredes estaban a me nudo divididas en grandes paneles de un color uniforme, aras de la superficie, o algo rebajados, (como en los grabados 25 y 30) no muy distintas a las de Pompeya; y eran rojas, amarillas, o imi taban piedra o madera. Parece haber sido la introducción de este tipo de adorno en las casas romanas lo que excitó la indignación de Vitruvio; quien dijo que en los tiempos antiguos el rojo ape nas se usaba, como medicina, aunque ahora paredes enteras se revestían de este color. Sobre las paredes vacías de los salones también se representa ron figuras o escenas de la vida doméstica, rodeados de cenefas or namentales y coronadas por anchas comisas de flores y varios mo tivos ricamente pintados; ningún otro pueblo parece haber sido más aficionado a usar flores en cada ocasión. En su arquitectura do méstica constituían el principal adorno de las molduras, y cada vi sitante recibía un ramo de flores frescas como regalo de bienveni da al llegar a una casa. Era como el café y la pipa de los modernos egipcios. A un invitado en una fiesta no sólo se le entregaba una flor de loto, o cualquier otro tipo de flor, sino que se le colocaba alre dedor de la cabeza una guirnalda de flores, y otra alrededor del cue llo, lo que llevó al poeta romano a señalar «las muchas guirnaldas alrededor de la frente» que llevaban los egipcios en los banquetes. Las flores abundaban por todas partes; con ellas se hacían coronas y festones, decoraban los pilares sobre los que se colocaban los ja rrones del salón, y adornaban la tinaja del vino. También con flores se adornaban los sirvientes que transportaban el vino en copas des de esta tinaja hasta donde se encontraban reunidos los invitados.
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Además de los paneles pintados había otros puntos de se mejanza con el gusto pompeyano en las casas egipcias; en par ticular las columnas alargadas, algunas veces adosadas a los edificios, otras veces pintadas en las paredes, y que heredaron los griegos bien de los egipcios, bien de los asiáticos. Sus lar gos y delgados fustes se construían de forma que llegaran des de el suelo hasta el techo de la casa, en un máximo desafío de la proporción o de la utilidad, no llevando a cabo ninguna otra función que la de muchos pilares y medias columnas que, no teniendo nada que sostener, se puede decir que colgaban, en contra de los frentes de nuestras casas modernas, con dos filas de ventanas, como cuadros, en el espacio vacante entre ellas. Y aunque en sus templos predominaba la línea horizontal, como en Grecia, los egipcios no eran adversos al contraste de ésta con la vertical, lo que lograban por medio de sus gran diosas torres piramidales y de sus obeliscos. En verdad, las lar gas columnas que se extendían por todo el frente de sus casas pueden considerarse como la primera introducción del princi pio vertical. Esto fue después adoptado por los romanos, y es muy obvio en sus arcos de triunfo, donde la columna, levan
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tándose del suelo en un pedestal, se extiende hacia arriba y hace que la entabladura también suba, rompe su recta línea uni forme para unirse con el capitel, y está coronada por una esta tua o un ático saliente, que se extiende hasta la parte más alta del edificio. Estas mismas columnas delgadas, o «juncos con función de columnas», consideradas tan inconsistentes por Vitruvio, encontraron su sitio en las casas de Roma, y las vemos pinta das en las de Pompeya, así como los «edificios que permane cen apoyados sobre candelabros», que Vitruvio condena de igual forma. Ciertamente eran incongruentes, habiéndose adop tado a otra función para la que originalmente habían sido con cebidas, para ayudar al desarrollo de un nuevo elemento de la arquitectura, lo que mucho más tarde introdujo numerosas lí neas verticales, en forma de torres, minaretes y otros altos edi ficios, que ahora se elevan por encima de nuestros tejados, y dan un aspecto tan variado a las modernas ciudades europeas y sarracénicas. Este contraste estaba ausente en el bajo y uni forme perfil de los edificios griegos, apenas aliviado por el frontón triangular de un templo, porque, por muy bello que fuera cada edificio por separado, una ciudad griega era sin gularmente deficiente en la combinación de la línea vertical con la horizontal. Pero el empeño para conseguir este efecto en Roma, por medio de columnas aisladas como soportes de una estatua que se elevaba por encima de los tejados, no era de muy buen gusto, porque bien podemos condenar la impro piedad de extraer de un templo uno de sus legítimos miem bros y magnificarlo hasta una altura extravagante. La misma pobreza inventiva y sentido práctico de los romanos, se mos tró en éste así como en la mutilada «columna truncada», lla mada así por colocar un busto en el lugar que debería ocupar su capitel. Ni se puede encontrar justificación alguna en la ele vación de monstruos colosos como los que Egipto, Grecia y Roma produjeron. Ahora nos hemos liberado del dilema de exagerar lo que debería limitarse a sus propias dimensiones, por las fuentes de la arquitectura moderna, cada vez que bus-
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camos el armonioso contraste de las líneas verticales y hori zontales. Las ventanas de los hogares egipcios meramente tenían con traventanas de madera con una o dos hojas, que giraban sobre bisagras. Estas, como el edificio entero, estaban pintadas. Las aberturas eran pequeñas porque por donde entra poca luz, tam bién entra poco calor; el fresco en las casas era el gran requi sito, y bajo el despejado cielo egipcio no había necesidad de mucha luz. Y aunque en la mayoría de nuestras casas modernas las ventanas no son más que pequeños agujeros encuadrados por molduras ornamentales, los egipcios no estropearon la aparien cia externa de las casas, haciéndolas de un tamaño irracional para permitir el paso de la luz, y luego de forma inconsciente hicieron todo lo que pudieron para excluirla colgando numero sos tapices que se llenaban de polvo, como les sucede hoy día a los ingleses, convencidos por tapiceros, movidos por el inte rés y sin gusto alguno. El palacio de un rey estaba generalmente construido con materiales más consistentes que los de una casa privada y, como el templo al que estaba normalmente unido, era de piedra, como el Medinet Habu, en Tebas. Estaba situado al final de una ave nida que conducía al edificio sagrado, y los apartamentos prin cipales estaban dispuestos en dos pisos inmediatamente por encima de la puerta, por donde pasaban todas las procesiones en dirección al templo. El resto del edificio ocupaba una dis tancia considerable a derecha e izquierda antes de la puerta, y el acceso exterior estaba constituido por dos casetas, en la mis ma entrada, ocupado por los guardias y porteros. Algunas de las habitaciones daban a esta puerta; otras estaban orientadas en sentido opuesto. El edificio entero estaba coronado de al menas, como las murallas de las ciudades fortificadas. Los apartamentos no eran grandes, sólo medían 4,26 m de largo por 3,85 m de ancho, y 3,15 m de alto. Las paredes tenían un grosor de 5 a 6 pulgadas y servían como protección contra el calor, y las corrientes de aire circulaban libremente por ellas desde las ventanas de enfrente. Estas paredes estaban adoma-
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das con objetos de poco relieve, o grabados, que representa ban al rey y su casa, con varios motivos ornamentales, par ticularmente la flor de loto y otras. Los pabellones estaban construidos de forma similar (aun que a menor escala) en varias partes del país, y en los distritos extranjeros por los que pasaban los ejércitos egipcios, para el uso del rey. Algunas casas particulares imitaban a veces a estos pequeños castillos, sustituyendo la corriente cornisa y pared de parapeto por las almenas que la coronaban, y que intenta ban representar escudos egipcios. Los tejados de todas sus ca sas, bien en la ciudad o en el campo, eran planos, como los de las modernas casas de El Cairo, y allí (como hoy en día) las mujeres a menudo mantenían conversaciones con sus vecinas sobre los escándalos y cotilleos del día. Muchos temas cu riosos se discutían en estas animadas reuniones, y se dice que algunas modernas historias de El Cairo tienen su origen en aquellas que se contaban en tiempos de los faraones, una de las cuales vamos a narrar a continuación. Un hombre, cavando su viñedo, se encontró una vasija lle na de oro, y corrió a casa jubiloso por anunciar la buena fortu na a su mujer; pero como durante el camino pensó que a las mujeres a menudo no se les puede confiar un secreto, y que po dría perder un tesoro que, por derecho, pertenecía al rey, pen
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só que primero sería conveniente probar su discreción. Tan pron to como llegó a la casa la llamó, y, diciéndole que tenía algo importante que contarle le preguntó si estaba segura de poder guardar un secreto. «Oh, sí», dijo ella enseguida; «¿cuándo has visto que haya traicionado uno?» «¿Qué es?» «Bueno, está bien, pero estás segura de no decir nada?» «¿No te lo he dicho ya?, ¿por qué insistes?, ¿de qué se trata?» «Bueno, ya que me lo has prometido te lo voy a decir. Me pasa una cosa de lo más sin gular. ¡Cada mañana pongo un huevo!», sacando al mismo tiempo uno de debajo de su casaca. «¡Cómo! ¡un huevo! ¡es ex traordinario!» «Sí, lo es, en verdad, pero ten cuidado de no de círselo a nadie.» «Oh, no diré nada, te lo prometo.» «Estoy se guro de que no lo harás», y diciendo esto se fue de la casa. No se acababa de ir cuando su mujer corrió a la terraza y encon trando allí a una vecina en el tejado de al lado, la llama, y, con sumo cuidado dice, «Oh, hermana mía, a mi marido le pasa una cosa muy extraña; pero prométeme que no se lo vas a decir a nadie», «No, no, dime, ¿qué le pasa?» «¡Cada mañana pone diez huevos!» «¡Cómo, diez huevos!» «¡Sí, y me los ha ense ñado!», y de nuevo se fue abajo. No pasó mucho tiempo antes de que otra mujer subiera a la terraza del otro lado, y ella tam bién le confió el secreto, habiendo aumentado la cantidad has ta cien. No pasó mucho tiempo antes de que el marido oyera la historia, y el supuesto ponedor de huevos, viendo cómo se ha bía extendido esta historia, se convenció de no arriesgar su te soro al confiar a su mujer el verdadero secreto. Las casas de campo de los egipcios eran de gran extensión, y poseían espaciosos jardines, regados por canales que comuni caban con el Nilo. Tenían diferentes estanques con agua en dis tintas partes del jardín, que servían de adorno, así como de irri gación cuando el Nilo estaba bajo. El señor de la casa a veces se entretenía con sus amigos haciendo una excursión por estos ca nales en un barco de remos de recreo en el que iban remando sus sirvientes. También disfrutaban con la diversión de pescar y de jar en libertad a los peces del fondo de los pozos, y en estas oca siones normalmente iban acompañados de un amigo, o de uno o
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27.
Pintura en una tumba en Tebas.
más miembros de la familia. Se cuidaba con particular esmero el jardín, y su gran afición a las flores queda reflejada en el núme ro de variedades que cultivaban, así como por el hecho de que las mujeres de la familia o los sirvientes entregaban ramos al dueño de la casa y sus amigos cuando paseaban por allí. La casa misma estaba a veces adornada con propileos y obeliscos, como los templos. Incluso es posible que parte del
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28.
Puertas de las verjas.
Tel el Amarna.
edificio se dedicara a propósitos religiosos, como las capillas en otros países, ya que en una representación se ve a un sa cerdote presentando ofrendas en la puerta de las habitaciones interiores. En realidad, de no ser por la presencia de las mu jeres, la forma del jardín, y el estilo del porche, nos veríamos
29.
Tel el Amarna y Tebas.
inclinados a considerarlo más un templo que un lugar de resi dencia. A las grandes casas del campo se accedía normalmen te a través de puertas plegables, colocadas entre altas torres, como en las cortes de los templos, con una pequeña puerta a cada lado; y otras tenían solamente puertas plegables, con las jambas coronadas por comisas. Una pared circular se extendía alrededor de toda la pro piedad, pero las habitaciones de la casa, el jardín, las ofi cinas, y todas las demás partes de la villa tenían cada una sus propios muros. Las paredes eran normalmente de ladri llo crudo y, en lugares húmedos, o con peligro de inundación, la parte más baja estaba reforzada con una base de piedra. A
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Villa, con obeliscos y torres, como un templo.
Tebas.
veces estaba adornada con paneles y líneas acanaladas, y la parte superior estaba rematada o por las almenas egipcias (la cornisa usual, una fila de puntas a imitación de cabezas de lanza) o con algún otro decorado con fin ornamental. Los planos de las quintas variaban según las circuns tancias, pero su distribución general queda suficientemen te explicada en las pinturas. Estaban rodeadas de un alto muro, en cuya mitad estaba situada la entrada principal, con una puerta central y dos laterales, que conducían a un camino ensombrecido por filas de árboles. Había grandes depósitos de agua, frente a las puertas del ala derecha e iz quierda de las casas, entre las que había una avenida que conducía desde la entrada principal a lo que puede llamar se el centro de la mansión. Después de pasar la puerta ex terior del ala derecha, se entraba en un patio abierto con árboles, que se extendía alrededor de un núcleo de aparta mentos interiores y que tenía una entrada posterior que comunicaba con el jardín. A derecha e izquierda de este pa tio, había seis o más almacenes, un pequeño recibidor o sala de espera en dos de las esquinas, y al otro extremo, la esca lera que conducía al piso de arriba. Las dos fachadas inte riores daban a un pasillo, apoyado en columnas, con torres y puertas. El interior de este ala constaba de doce habita ciones, dos salones exteriores y uno central, que se comu nicaban por puertas plegables, y a cada lado de esta última, estaba la entrada principal a las habitaciones del piso de abajo, y a la escalera que conducía a los pisos de arriba. En la parte de atrás había tres habitaciones grandes y una puer ta que daba al jardín, que, además de flores, contenía una gran variedad de árboles, una casa de verano, y un gran al jibe de agua. La distribución del ala izquierda era diferente. La puerta delantera daba a un patio abierto, que se extendía por toda la fachada y estaba limitado por detrás por el muro de la parte in terior. Las puertas centrales y laterales comunicaban con otro patio, rodeado por tres de sus lados por un grupo de habita-
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40 Muros panelados de un edificio egipcio.
ciones, y detrás había un corredor, al que daban muchas otras habitaciones. Este ala no tenía entrada posterior, y, así aislada, el pasi llo exterior se extendía enteramente a su alrededor. Una su cesión de puertas comunicaba desde el patio con diferentes secciones del centro de la casa, donde las habitaciones, dis puestas como las que ya se han descrito, alrededor de pasillos y corredores, servían en parte como salas y en parte como al macenes. Los establos para los caballos y la sala de carros para los carruajes de viaje y los carros, estaban en el centro, o parte inferior del edificio; pero la granja donde estaba el ganado es taba separada a cierta distancia de la casa, y correspondía al departamento conocido por los romanos con el nombre de rús tica, Aunque tenía una cerca que lo separaba del resto, estaba dentro del muro general, que rodeaba la tierra adosada a la quinta, y un canal que traía el agua desde el río, la bordeaba,
b 31.
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Tel el Amarna.
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y se extendía por la parte de atrás de los campos. Constaba de dos partes: las chozas para albergar el ganado, que estaban si tuadas en el parte superior, y el campo, donde había fijadas fi-
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32. Habitaciones para guardar el grano, aparentemente abovedadas. Beni Hasan.
las de argollas para atar a los animales mientras se les daba de comer durante el día; los animales eran siempre atendidos por hombres, ÿ frecuentemente los alimentaban con la mano. Los graneros estaban también aislados de la casa por un muro que les rodeaba, y algunas habitaciones en las que guar daban el grajio parecían tener tejados abovedados. Se llenaban por una apertura cerca de la parte superior, a la que los hom bres subían por las escaleras, y cuando se necesitaba grano se sacaba poj; la puerta situada en la base. La superintendencia de la casa y los campos era confiada a sirvientes, que regulaban el cultivo de la tierra, recibían lo que se derivaba de la venta de los productos, vigilaban la vuel ta del ganado al establo, hacían todas las cuentas y condena ban a los campesinos delincuentes al bastonazo, o a cualquier castigo que pudieran merecer. A uno de ellos se le encomen daban los asuntos de la casa, y éste era el equivalente al «go bernante», «superintendente», o «sirviente de la casa de José» (Gn. 39:5; 43:16, 19); otros vigilaban los graneros, los viñe dos (comp. Mt. 20:8), o el cultivo de los campos; la extensión de sus deberes, o el número de los empleados dependía de la extensión de la tierra, o del deseo de su propietario.
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33. Granero, mostrando cómo se introducía el grano y que las puertas a y b se usaban para extraerlo. . Tebas.
La forma de diseñar los jardines era tan variada como la de las casas, pero en todos los casos parecen haberse tomado un interés particular en conseguir un pleno abastecimiento de agua por medio de depósitos y canales. En verdad, en ningún otro campo es más necesario un sistema de irrigación artificial que en el valle del Nilo y, debido a que el agua de la inundación no era admitida en los jardines, dependía durante el año del abas tecimiento obtenido de pozos y aljibes, o de un canal vecino.
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Encargado (fig, I ) supervisando la labranza de las tierras.
Tebas.
El modo de irrigación adoptado por los antiguos egipcios era extremadamente sencillo, y era simplemente el shaduf, o la vara y el cubo de nuestros días y, en muchos casos, se empleaba a los hombres para llevar el agua en cubos, suspendidos de un yugo de madera que llevaban sobre los hombros. El mismo yugo era empleado para llevar otras mercancías, como cajas, cestas con caza o aves, o cualquier cosa que se llevara al mercado. Cada ofi-
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cio parece haberlo usado para este propósito, desde el ceramista al fabricante de ladrillos, al carpintero, o al armador de navios.
35.
Hombres regando la tierra con cubos de agua.
Beni Hasan.
La barra de madera o yugo tenía 1,18 m de longitud, y las correas, que eran dobles, se ataban juntas enlaparte inferior así como en el extremo superior, y eran de piel, midiendo de 38 a 40 cm de longitud. La pequeña correa de la parte inferior no sólo servía para conectar los extremos, sino que probablemen te tenía como fin asegurar un gancho, o una cinta adicional, si era necesaria para asegurar la carga: aunque la mayoría de estos
fig. 2. La misma tira, a mayor escala.
yugos tenían dos, algunos estaban equipados con cuatro u ocho cintas, y su forma, número, o disposición variaban según los pro pósitos para los que se fueran a usar.
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37.
Calderos de agua llevados con un yugo sobre los hombros.
Tebas.
Llenaban los calderos en los depósitos o estanques del jar dín, y transportaban el agua hasta los árboles o los diferentes macizos, que eran pequeños hoyos cuadrados a nivel del suelo, rodeados de un bajo montículo de tierra, como nuestras salinas. No parece que usaran la noria muy a menudo, aunque no les era desconocida; pero ésta y el tomillo hidráulico fueron probablemente de introducción más tardía. Pueden haber co nocido también la máquina de pie mencionada por Filón; y es a ésta o a su forma de cerrar los pequeños canales que condu cían el agua de un macizo a otro, a lo que se refiere la frase del
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Deuteronomio (11:40): «Egipto... donde sembraste tu semilla, y la regaste con tu pie como un jardín de hierbas». Pero la for ma más común de traer agua del Nilo era la vara y el caldero, el shaduf, aún tan común en Egipto. Las pieles eran muy usadas por los egipcios para transpor tar agua, así como para rociar la tierra de delante de las habi taciones o los asientos de los grandes señores, y a menudo se dejaban llenas de agua y preparadas, con este propósito.
39. aaa Pieles para el agua, colgadas cerca del estanque i>. c. Macizos de un jardín, dispuesto como hoy en día en Egipto, muy similares a nuestras salinas. Tebas.
Parte del jardín estaba ocupada por caminos ensombrecidos por árboles, normalmente plantados en hilera, rodeados en la base del tronco por un carballón de tierra circular que, siendo más bajo en el centro que en la circunferencia, retenía el agua, y la dirigía más rápidamente hacia las raíces. Es difícil decir si los árboles se podaban en alguna forma en particular, o si el aspec to que presentan en las esculturas se debe meramente a un modo de representación convencional; pero, ya que el ganado, y algu-
2. Lo mismo, de acuerdo con nuestro modo de representación.
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nos otros árboles frutales, se dibujan con ramas irregula res y extendidas, es posible que el sicomoro y otros, que presentaban grandes masas de follaje, estuvieran realmente podados de esa forma, aunque, observando el signo jero glífico que representaba la palabra árbol, po demos concluir que era sólo un carácter gené rico para todos los árboles. Algunos, como los granados, datileros, y palmeras dóm, son fácilmente reconocibles en las esculturas, pero el resto son dudosos, como lo son las plantas de flores, con la ex cepción del loto y pocas más. A la sección encargada del cuidado del jar42. din pertenecía también el cuidado de las abe jas. En Egipto requerían grandes atenciones; existen tan pocas flores en la actualidad, que los propietarios de panales a menudo llevan las abejas a varios lugares del Nilo, en busca de flores. Son de una clase más pequeña que las nuestras y, aunque se encuen tran salvajes en el campo, son mucho menos numerosas que las abejas, avispones e icneumones. Las abejas salvajes viven sobre todo bajo las piedras, o en rendijas de las rocas, como en muchos otros países. La expresión de Moisés, como las de los Salmos: «miel de la roca», muestra que en Palestina tenían los mismos hábitos. La miel tenía gran importancia en Egipto para uso casero y como ofrenda para los dioses. La de Benha (allí llamado El assal), o Atribis, en el Delta, mantuvo su reputación hasta una fecha tardía. Una jarra de miel de ese lugar fue uno de los cuatro regalos en viados por John Mekaukes, el gobernador de Egipto, a Mahoma. Los grandes jardines estaban normalmente divididos en dos partes diferentes. Las secciones principales estaban reservadas para los sicómoros, datileros y viñedos. La primera puede lla marse el huerto. Los jardines de flores y el huerto también ocu paban un espacio considerable y estaban dispuestos en macizos; árboles enanos, hierbas y flores crecían en tiestos de tierra roja, exactamente como los nuestros, colocados en largas filas por los caminos y bordes.
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43. Un gran jardín, con el viñedo y otras secciones separadas, estanques de agua, y una pequeña casa. D e la obra del Prof. Rosellini.
Además del huerto y los jardines, algunas de las grandes quintas tenían un parque o paraíso, con sus estanques de peces y reservas de juegos, así como corrales de aves para las gallinas y los gansos, establos para el ganado de cebo, cabras salvajes, gacelas, y otros animales originarios del desierto, cuya carne era considerada como un bocado exquisito. Era en estas extensas reservas donde los ricos se entretenían con el juego de la caza. También cercaban considerables espacios en el desierto con cui dadosas verjas, adonde eran conducidos los animales, a los que disparaban con flechas, o daban caza con perros. Frecuentemente se representan los jardines en las tumbas de Tebas y otras paites de Egipto, muchos de los cuales son nota
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bles por su extensión. El representado en estas líneas se ve ro deado de un muro con almenas, con un canal de agua que pasa ba por delante, conectado con el río. Entre el canal y el muro, y paralelo a ambos, había una sombría avenida de varios árboles; hacia el centro estaba la entrada, con una grandiosa puerta, cuyo dintel y jambas estaban decoradas con inscripciones jeroglíficas que contenían el nombre del propietario de las tierras, que en este caso, era el mismo rey. En la entrada estaban las habitaciones para el portero y otras personas empleadas en el jardín y, proba blemente, el recibidor para las visitas, cuya abrupta llegada po dría no ser bienvenida. En la parte de atrás había una puerta que daba al viñedo. Las parras estaban enroscadas en enrejados, apo yados en techos transversales que descansaban sobre pilares; un muro, que se extendía a su alrededor, separaba esta parte del res to del jardín. En el extremo superior había habitaciones en tres plantas diferentes, que daban a verdes árboles, y que proporcio naban un agradable retiro en el calor del verano. Fuera del viñe do había filas de palmeras, plantadas junto con las clôm y otros árboles, a lo largo de todo el muro exterior: cuatro estanques de agua, bordeados de un cuadro de césped, donde se encontraban
44. M odo egipcio de representar un estanque de agua con una fila de palmeras a cada lado. Tebas.
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los gansos, y donde se cultivaba la delicada flor de loto, servían para irrigación de los campos. Había pequeños templetes o ca sas de verano, sombreadas por árboles, cerca del agua, y que da ban a macizos de flores. Los espacios donde estaban los estan ques y las partes del jardín adyacentes a éstos, estaban cada uno delimitado por sus propios muros, y una pequeña subdivisión en cada lado, entre los estanques grandes y los pequeños, parecía reservada al cultivo de árboles particulares que, o bien requerían cuidados especiales, o daban frutos de calidad superior. En todos los casos, si el huerto estaba aparte o estaba unido al resto del jardín, era abastecido, como las otras partes, de su ficiente agua, conservada en espaciosos depósitos. Cada lado de los mismos daba a una hilera de palmeras, o a una avenida de sicomoros de sombra. Algunas veces el huerto y el viñedo no estaban separados por un muro, y había higueras6 y otros árbo les plantados en los mismos límites que las viñas. Pero si no es taba conectado con él, el viñedo estaba cerca del huerto, y su modo de entramar la viña en enrejados de madera, apoyados en filas de columnas que dividían al viñedo en numerosas aveni das, era conveniente y de buen gusto.
r ÿ î. Jlflí)
46. Cogiendo uvas en un viñedo; las viñas están dispuestas formando arcos. Tebas.
6 Comp. Le. 13:6, «Cierto hombre tenía una higuera plantada en su vi ñedo», y 1 R. 4:25, «Cada hombre bajo su viñedo y su higuera».
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Las columnas a veces eran de colores, pero muchas eran sim ples columnas de madera, sosteniendo en sus extremos en forma de horquilla las pértigas que se colocaban sobre ellos. A algunas vi ñas se las dejaba crecer en forma de arbusto y, como eran bajas, no
47.
Representación jeroglífica que significa viñedo.
necesitaban ningún apoyo; a otras se les disponía en forma de arco. Por la forma del jeroglífico que quiere decir viñedo, podemos con cluir que esta era la forma más usual de colocarlas, aunque también era común encontrarlas en avenidas formadas por los enramados y las columnas. Pero no parece que las unieran a otros árboles, como hacían normalmente los romanos con los olmos y los álamos, y co mo hacen los modernos italianos con la morera blanca, aunque los egipcios de hoy en día no han adoptado esta costumbre europea. Cuando el viñedo estaba rodeado por su propio muro, normal mente tenía un depósito de agua al lado, así como el edificio que contenía el lagar7; pero las diferentes formas de disponer el vi-
48.
a Viñedo, con un gran tanque de agua, b.
Tebas.
7 Is 5:1, 2 «Y lo cercó (el viñedo) y recogió todas las piedras, y lo plan tó con la viña elegida, y construyó una torre en medio, y también hizo un lagar» y Mt 21:33 «plantó un viñedo... y colocó un lagar en él.»
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ñedo, así como las demás partes del jardín, dependían por su puesto, del gusto de cada individuo, o de la naturaleza del terre no. Se ponía mucho cuidado en proteger los racimos de la intru sión de los pájaros; constantemente se empleaba a los niños para que los asustaran con las hondas y con el ruido de sus voces, en la estación de la vendimia.
49,
Ahuyentando a los pájaros con una honda.
Tebas.
Cuando se recogían las uvas, los racimos se colocaban cui dadosamente en profundas cestas de mimbre que llevaban los hombres, o bien en la cabeza, o en los hombros, o suspendidas
50.
fig. 1. Cesto con uvas cubierto con hojas: de las esculturas. fig. 2. Cesto moderno usado con el mismo fin.
del yugo, hasta el lagar; pero cuando las uvas eran para comer, se ponían como otras frutas en grandes cestos planos, y gene ralmente se cubrían con hojas de palmera, vid u otros árboles. Estas cestas planas eran de mimbre y semejantes a las que hoy en día se usan en El Cairo con el mismo propósito, y que están hechas de mimbre o de ramas comunes. Parece ser que entre naron a los monos para ayudar en la vendimia de la fruta, y los egipcios los representaban pasando higos de los sicomoros a los
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51.
Monos ayudando en la vendimia de la fruta.
Beni Hasan.
jardineros que estaban debajo: pero, como cabría esperar, estos animales se recompensaban a sí mismos ampliamente por el tra bajo impuesto, y el artista ha plasmado bien cómo consumaban sus propios deseos, así como los de sus jefes. En Egipto muchos animales eran amaestrados con diversos propósitos, como el león, el leopardo, la gacela, el mandril, el cocodrilo y otros; y en el país de Jima, que se encuentra al sur de Abisinia, a los monos aún se les enseñan diversas tareas úti les. Entre ellas está la de ser portadores de antorchas en las cenas; así, en fila, sobre un banco elevado, sujetan las luces hasta que se van los invitados y, pacientemente aguardan su pro pia cena como recompensa por sus servicios. Algunas veces surgen problemas, cuando un mono indisciplinado arroja la an torcha encendida al grupo de desprevenidos invitados; pero afor tunadamente las damas presentes no llevan vestidos musulma-
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A las crías se les permitía ramonear las viñas.
Beni Hasan.
nes. El garrote y el «sin cena» recuerdan al ofensor de sus obli gaciones presentes y futuras. Cuando había acabado la vendimia, permitían a los niños ju guetear en las viñas que crecían como arbustos (Hor 2. Sat 5:43), y la estación del año en la que las uvas maduraban en Egipto era el mes de epifi, hacia finales de junio o comienzos de julio. Al gunos han dudado de que se cultivara el vino con frecuencia en Egipto, e incluso de que se hiciera en absoluto, pero las numerosas Veces en las que se hace referencia al cultivo y al vino egipcio en las esculturas, y la autoridad de los escritores de la Antigüedad, contestan de modo suficiente a esas objeciones. Los lamentos de los israelitas al salir de los viñedos de Egipto prueban su abun dancia, ya que hasta la gente con la condición de esclavos podía procurarse la fruta (Nm 20:5, Gn 40:11). Había lagares de distintas clases. El más sencillo consistía únicamente en una bolsa, en la que se ponían las uvas y se aplastaban, por medio de dos poleas que giraban en direccio
53.
Lagar.
Beni Hasan.
nes contrarias: debajo se colocaba un cántaro donde caía el jugo. Otra prensa, basada casi en el mismo principio, consis tía en una bolsa colocada en un marco con dos lados vertica les, conectados en la parte superior por una viga. Esta bolsa se mantenía en posición horizontal, con un extremo fijo, y el otro enganchado en el lado opuesto en un agujero que se iba ha ciendo girar con una caña accionada manualmente; el jugo, al igual que en la anterior, iba cayendo a una vasija colocada de-
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bajo. Dentro del soporte estaba el superintendente, que regu laba la cantidad de la presión, y daba la señal para que parase. Algunas veces se calentaba el líquido al fuego y, una vez que se había removido bien, se vertía sobre el saco de las uvas du rante el proceso del aplastamiento. Pero es difícil determinar si esto se hacía con el objetivo de conseguir una mejor calidad del jugo, al ablandar los hollejos, o se añadía con algún otro propó sito; sin embargo, el hecho de que se removiera mientras se ca lentaba muestra que no era simple agua. El aplastamiento de la fruta, mientras se vertía sobre ella el jugo, puede sugerir que se hacía para extraer el colorante que se añadía al vino tinto. Las dos prensas manuales egipcias se usaron por todo el país, pero principalmente en el Bajo Egipto; las uvas en la Tebaida nor malmente se pisaban. La prensa de pie también se usó en el Bajo Egipto, e incluso encontramos ambos métodos de pisar uvas re presentados en una sola escultura; no es, pues imposible que des pués de haber sido pisadas, se sometieran a un segundo proceso de prensa en la bolsa giratoria. Este no parece haber sido el caso en la Tebaida, donde la prensa de pie siempre se representa sola; y se dejaba correr el jugo por el conducto que desembocaba di rectamente en un estanque abierto (Is 60:3, Nh 13:15, Je 9:27, Virg. Georg. 2:7). 12
almacén,./?#. 11.
56
11
Tebas.
Algunas de las prensas más grandes estaban muy adornadas, y constaban al menos de dos partes: la parte inferior o tinaja, y el canal, donde los hombres, descalzos, pisaban la fruta apo yándose en cuerdas que colgaban del techo, aunque por su gran altura, algunos pueden haber tenido un depósito intermedio, que recibía el zumo que iba de camino al tubo, y que era el equiva lente al colador, o colum, de los romanos. Una vez terminada la fermentación, se distribuía el zumo en vasijas pequeñas, con un largo pitorro, y luego iban llenan do otras vasijas colocadas en el suelo, similares a los cadi o amphorae de los romanos. Parece ser que también añadían algo antes o después de la fer mentación; podemos ver un ejemplo en una escultura en la que aparece un hombre vertiendo un líquido con una pequeña copa a un depósito más bajo. Cuando se consideraba que el mosto esta ba en buen estado, las ánforas se cerraban con una tapa, que pa recía una salsera invertida, y se cubrían con arcilla líquida. Antes de verter aquí el vino, normalmente ponían cierta cantidad de resina dentro del ánfora, que recubría estas vasi jas porosas, conservaba el vino, e incluso se suponía que me joraba su sabor. Una noción, o más bien un gusto adquirido, que es debida probablemente a haber usado pieles antes que vasijas: el sabor, que dejaba la resina, que era necesaria para
55.
El vino joven verlido en cántaras. / . Cántaras tapadas.
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conservar las píeles, y se había convertido, por un largo hábi to, en una peculiaridad favorita del vino, fue luego añadido por libre elección, cuando habían adoptado el uso de las vasijas de barro. Esta costumbre, al principio tan general en Egipto, Italia y Grecia, todavía se conserva en todas las islas del ar chipiélago. En Egipto siempre se encuentra una sustancia re sinosa al fondo de las ánforas que han servido para guardar el
56.
Jarras de vino con tapa. En la fig. 1 está Erp, «vino».
Tebas.
vino: se conserva perfectamente, es frágil y, cuando se quema, huele como brea de buena calidad. Los romanos, según nos cuenta Plinio, usaron la brea brutia o resina de los Pinos picea, a la que daban preferencia sobre los otros, para este propósito: y si, «en España, usaban la del pinastro, no era muy estimada por su amargura y olor fuerte». En el Este, se consideraba el terebinto como el árbol que proporcionaba la mejor resina, su perior incluso a la masilla del lentisco. Las resinas de Judea y Siria sólo eran superadas en calidad por las de Chipre. El modo de colocar las ánforas en la bodega de Egipto era similar al adoptado por los griegos y los romanos. Las coloca ban derechas en líneas sucesivas, con el lado interior apoyado contra la pared, y con sus extremos más puntiagudos firme mente fijados al suelo. Cada vasija estaba sujeta por medio de un anillo de piedra colocado alrededor de su base puntiaguda, o estaba colocado sobre una plataforma de madera. Otras pa recen haber estado colocadas en las habitaciones de pisos su periores, como las ánforas de una botica romana.
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Los egipcios tenían diversas clases de vinos, algunos de los cuales habían sido ala bados por escritores de la antigüedad por sus excelentes cualidades. El de Mareo tis era el más preciado y el más abundante. Su superioridad sobre los vinos egipcios se puede explicar fácilmente por la calidad del suelo en este distrito; está compuesto prin- 57·,arrón colocado sobre cipalmente de grava, que, extendiéndose un Pedestal de Piedia· más allá del alcance del depósito aluvial, estaba libre del tenaz y rico lodo, que normalmente nos encontramos en el valle del Nilo, y tan poco apropiado para uvas de delicada calidad. De los extensivos dominios de viñedos todavía encontrados en los bor des del oeste del trono de Arsinoe, o el-Fayum, podemos con cluir que los antiguos egipcios tenían pleno conocimiento de las ventajas de la tierra, situada más allá de los límites de la inun dación, para plantar las viñas. Según Ateneo, «la uva mareótica era conocida por su dulzura», y el vino es así descrito por él: «es de color blanco, de excelente calidad, y es dulce y ligero con un buqué fragante; no es de ningún modo astringente, ni afecta a la cabeza.» Pero no era sólo por su sabor por lo que era altamente apreciado, y Estrabón le adscribe el mérito adicional de mante nerse durante mucho tiempo. «Todavía, sin embargo», dice Ate neo, «es inferior al de Tanis, un vino que recibe su nombre de un lugar llamado Temia, donde se produce. Su color es pálido y blanco, y tiene tan alto grado de riqueza, que cuando se mezcla con agua parece diluirse gradualmente de una forma muy simi lar a la miel ática cuando se vierte sobre ella algún líquido. Ade más del agradable sabor, su fragancia es tan deliciosa que lo hace perfectamente aromático, y tiene la propiedad de ser ligeramente astringente. Hay muchos otros viñedos en el valle del Nilo cu yos vinos tienen una gran reputación, y estos difieren tanto en color como en gusto: pero el que se produce en Antila era pre ferido sobre todos los demás.» El vino hecho en la Tebaida era particularmente ligero, especialmente el de Coptos, y «tan rico», dice el mismo autor, «que los inválidos podían tomarlo sin nin
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gún inconveniente, incluso durante la fiebre.» El de Sebenitos era de la misma manera uno de los vinos egipcios favoritos. Como dice Plinio, estaba hecho de tres clases de uva diferentes; una de ellas se llamaba Tasia8. La uva es descrita por él más tar de como superior a otras en Egipto por su dulzura, y destacable por sus propiedades medicinales. El de Mendes es también mencionado por Clemente por su sabor bastante dulce y otro vino singular, llamado por Plinio echolada, era también producto de Egipto. Pero, por sus po deres peculiares, podemos suponer que lo bebían sólo los hom bres, o al menos que estaba prohibido a mujeres recién casa das. Y, considerando la frecente costumbre entre los antiguos de alterar las cualidades de los vinos añadiendo medicinas y por medio de otros procesos diversos, podemos enseguida con cebir la posibilidad de los efectos que se les adscriben; así su cedió que atributos opuestos se atribuían frecuentemente a la misma clase de vino. Ellos usaban los vinos con propósitos medicinales, y a mu chos se les tenía en tal estima, que se les consideraba especí ficos para ciertos males. Pero los médicos de entonces eran prudentes en su modo de prescribirlos, y como la imaginación en muchas ocasiones ha producido la cura, y dado celebridad a una medicina, los menos conocidos eran ampliamente pre feridos, y cada uno contaba las virtudes de algún vino extran jero. En época temprana, Egipto era renombrado por sus me dicinas, y los extranjeros habían recurrido a este país por sus vinos y sus hierbas. Sin embargo, Apolodoro, el físico, en un tratado de vinos dirigido a Ptolomeo, rey de Egipto, recomen daba los del Ponto, diciendo que eran más beneficiosos que los de su propio país, y en particular alababa a los de Peparetios, producidos en esa isla del mar Egeo. Se consideraba que tenía cualidades medicinales menos valiosas, cuando éstas no se des cubrían en seis años.
8 D e la isla de Tasos.
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Los vinos de Alejandría y Coptos también se citan entre los mejores vinos egipcios, y este último era tan ligero que no afec taba ni a aquellos que estaban más delicados de salud. Entre las ofrendas a las deidades egipcias estaba frecuente mente el vino, y se descubren clases diferentes en los sepulcros sagrados, aunque es probable que muchos de los vinos egipcios no se introdujeran en esos temas, y que, como los romanos y otros pueblos, no todos fueran aptos para sus sacrificios. Según Herodoto, los sacrificios comenzaban con una libación de vino, y se derramaba algo por el suelo donde permanecía tendida la víctima; sin embargo, en Heliópolis, si podemos dar crédito a lo que cuenta Plutarco, estaba prohibido introducirlo en el templo, y los sacerdotes del dios alababan en las ciudades a aquellos que se abstenían de su uso. «Los de otras deidades», añade el mis mo autor, «eran menos escrupulosas», pero aún usaban el vino muy rara vez, y la cantidad que se les permitía para su uso per sonal estaba regulada por la ley. No podían abandonarse al vino en cualquier momento, y su uso les estaba estrictamente prohi bido durante sus purificaciones más solemnes, y en tiempos de abstinencia. El número de vinos, mencionados en la lista de ofren das presentadas a las deidades en las tumbas o templos, varía en los diferentes lugares. Cada uno aparece con su peculiar nombre unido a él; pero rara vez exceden de tres o cuatro clases, y entre ellos, en Tebas, el de «El país del Norte», que era, quizás, de Ma reotis, Antila, o la monarquía de Sebenistos. Los individuos particulares no tenían restricciones en cuanto a su uso, y no les estaba prohibido a las mujeres. En esto se dife renciaban de los romanos: porque en los tiempos más remotos ninguna mujer en Roma disfrutaba de este privilegio, y era ilegal que las mujeres, o los hombres jóvenes de menos de treinta años, bebieran vino, excepto en los sacrificios. Incluso en tiempos pos teriores los romanos consideraban como una desgracia que una mujer bebiera vino; y a veces saludaban a una pariente femenina de la que sospechaban, para descubrir si había bebido. Luego se Ies permitió beber bajo la excusa de la salud, y no se podría ha ber encontrado un remedio mejor para suprimir la restricción.
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Que las mujeres egipcias no tenían prohibido el uso del vino, ni el disfrute de otros placeres es evidente por los frescos que representan sus festines, y los pintores, al ilustrar este hecho, han sacrificado algunas veces su galantería por su afición a la caricatura: algunas llaman a los sirvientes para apoyarse cuan do se sientan, otras con dificultad evitan caerse sobre los que están detrás; un sirviente trae demasiado tarde una palangana y la marchita flor, que está a punto de caer de su caliente mano, se ve como una alegoría de sus propias sensaciones.
58.
Sirvienta llamada para asistir a su señora.
Tebas.
Que el consumo de vino en Egipto era muy grande es evi dente por las esculturas y por las narraciones de antiguos au tores, algunos de los cuales han censurado a los egipcios por
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sus excesos; y tanto excedía la cantidad consumida a la pro ducida en el campo, que, en tiempos de Herodoto, dos veces al año se importaba gran cantidad de Fenicia y Grecia. A pesar de todos los interdictos y exhortaciones de los sacer dotes en favor de la moderación, los egipcios de ambos sexos parecen, por las esculturas, haber cometido excesos ocasiona les, y los hombres a menudo eran incapaces de volver camina do de un festín, por lo que sus sirvientes tenían que llevarles a casa. Estas escenas, sin embargo, no parecen referirse a miem
bros de las clases altas, sino de las más bajas, algunos de los cuales se entregaban a extravagantes bufonadas, bailando de una forma ridicula, o haciendo el pino, y normalmente con en tretenimientos que acababan en peleas. En la mesa de los ricos, a veces se introducían estimulantes para excitar el paladar antes de beber, y Ateneo menciona el repo llo como una de las verduras usadas por los egipcios para tal fin. Por todo el país el vino era la bebida favorita de los ricos: te nían también excelente cerveza, llamada zythus, que Diodoro, aunque totalmente inhabituado a ella y nativo de un país de vino, afirmaba que era escasamente inferior al zumo de la uva. Estrabón y otros autores antiguos la han mencionado igualmente con el nombre de zythus, y aunque Herodoto mantiene que era me ramente usada como sustituto del vino en las tierras bajas, don de se cultivaba el cereal principalmente, es más razonable con cluir que la bebían los campesinos por todo el país, aunque menos
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en aquellos distritos en los que abundaba el vino. Los vinos na tivos más agradables, ya fueran de la vecindad o de otros paí ses, estaban reservados a los ricos. Sabemos por Estrabón que tal era el caso incluso en Alejandría, donde se podía obtener vino en mayor cantidad que en el resto de Egipto, debido a la proxi midad con el distrito Mareotis, y el pueblo llano se contentaba entonces con la cerveza y el vino malo de la costa de Libia. La cerveza egipcia se hacía dé cebada, pero como el lúpu lo era desconocido, tenían que recurrir a otras plantas para dar le un sabor agradable, y se usaban para tal propósito el altra muz, el Sium sisarum y la raíz de una planta asiría. El lugar de Pelusio era el más notable por su cerveza, y la zythus pelusia es mencionada por más de un autor. La des cripción que da Ateneo de la cerveza egipcia es que era muy fuerte y tenía un efecto tan vigorizante que los que la bebían bailaban y cantaban, y cometían los mismos excesos que aque llos que se intoxicaban con los vinos más fuertes; una observa ción confirmada por la autoridad de Aristóteles, cuya opinión sobre el tema al menos tiene la particularidad de ser sorpren dente. Por esta razón debemos sonreímos ante el método que utilizaba el filósofo para distinguir individuos que se encon traban bajo la influencia del vino y de la cerveza, aunque hu biéramos estado expuestos a haber sido acusados de ignoran cia por no darnos cuenta de que, sin duda alguna, «el primero se recuesta sobre su cara y el último de espaldas». Además de la cerveza, los egipcios tenían lo que Plinio lla ma vino artificial, extraído de distintas frutas, como higos, myxas, granadas, además de hierbas, algunas de las cuales se seleccionaban por sus propiedades medicinales. Los griegos y latinos designaban con el mismo nombre genérico a todo tipo de brebaje que se obtenía por medio de un proceso de fermentación, y así la cerveza se denominó como vino de ce bada; pero utilizando la palabra zythos, los egipcios se dife renciaban al dar a esta bebida su propia denominación. El vino de palmera también se fabricaba en Egipto y se empleaba en el proceso del embalsamamiento.
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El vino de palmera, que en la actualidad se hace en Egipto y en los oasis, se extrae por medio de una sencilla incisión en el corazón del árbol, en la parte que se encuentra justo bajo la base de las ramas superiores, y colocando una jarra en dicha parte para recoger el líquido que fluye por el corte. Pero la pal mera que se corta de este modo no puede volver a dar fruto y finalmente termina muriéndose; así que es razonable pensar que este tipo de sacrificios se realizan rara vez, a no ser que se tratase de árboles que iban a ser talados o de épocas en las que este tipo de planta crecía en abundancia. El nombre moderno de esta bebida en Egipto es lowbgeh; en sabor nos puede re cordar a un vino joven muy suave y hay que beberlo en gran des cantidades cuando se extrae del árbol. Pero a medida que la fermentación progresa sus propiedades embriagadoras tie nen un efecto rápido y potente. Entre los diferentes árboles frutales que los egipcios culti vaban, sin lugar a dudas, las palmeras ocupan el primer pues to, tanto por su abundancia como por su gran utilidad. El fru to constituía una parte esencial de su alimentación, tanto en el mes de agosto, que era cuando se recogía maduro de los árbo les, como en otra época del año, empleándose también como conserva. Empleaban dos maneras de conservar los dátiles: una simplemente secándolos, y otra transformándolos en conser va, como el actual agweh; y de este tipo, que se come o bien cocinado o como postre, he podido encontrar tartas y dátiles secos en sepulcros de Tebas. Plinio hace unas apreciaciones sobre los lugares donde la palmera crece y sobre el riego constante que requiere para que éste se produzca; y aunque todo el mundo oriental sabe que esta planta no crece si no tiene agua en abundancia, todavía se pueden leer textos sobre «la palmera del desierto», como si esta planta disfrutara al estar localizada en zonas áridas. Dondequiera que se encuentre, es una indicación clara de la existencia de agua; y en el caso de que se diga que crece en zonas arenosas, será debido a que sus raíces pueden obtener una cierta cantidad de humedad.
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Los multiples usos que se pueden aplicar a sus ramas y a otras partes de su estructura hacen del cultivo de esta valiosa y productiva planta un asunto de importancia primordial, ya que de ella nada queda inutilizable. El tronco se utiliza para hacer lanzas, tanto enteras como partidas por la mitad; de los gereét o ramas se hacen cestos, armazones de cama, galline ros, techos de habitaciones, sirviendo para cualquier uso en el que se empleaba un cierre de puerta u objeto de carpintería; las hojas se utilizan como alfombras, escobas y cestas; del tegu mento fibroso de la corteza de las ramas se fabrican cuerdas y alfombras, e incluso los extremos estrechos de los gereét se aplastan y se utilizan para hacer escobas. Además del lowbgeh del árbol, del fruto de la palmera se producen brandy, vino y vinagre, y parte de la sustancia dulce que contienen los dátiles se utiliza en lugar de azúcar o miel. Otro árbol del Alto Egipto llamado dom, o palma en Tebas, también era muy abundante, y su leña, más fuerte y compacta que el datilero, servía para construir balsas y para otras utili dades relacionadas con el agua, además de para fabricar lan zas y techos.
61.
66
fig. 3. Semilla de dom, que se usa com o cabeza de los taladros. Encontrado en Tebas.
El fruto es una gran nuez redondeada con una capa exterior fi brosa que tiene un sabor muy parecido a nuestro pan de jengibre. Debido a su extrema dureza, esta nuez se utilizaba como cubo donde guardar sus herramientas, así como para hacer collares y otras utilidades. De las hojas de dom se fabricaban cestos, sacos, alfombras, abanicos, faldillas, cepillos y sandalias ligeras. Ser vían como los sustitutos más comunes de las utilidades del dati lero, y en época de gran demanda se empleaban halfeh o hierbas poa, junco, mimbre y otros materiales para los mismos fines. Junto con las palmeras, los árboles más importantes de los jar dines eran la higuera, el sicomoro, el granado, el olivo, el melo cotonero, el almendro, la persea, el nebk o sidr, mokhayt o myxa, kharoób o algarrobo; y de los que no dan fruto destacaban los dos tamariscos, el cassia fistula, senna, palma christi o árbol pi mentero, el arrayán, varios tipos de acanthos o acacia, y otros que todavía se encuentran en los desiertos entre el Nilo y el mar Rojo. Los egipcios eran tan aficionados a las plantas y a las flo res y al cultivo de numerosas plantas exóticas, que incluso las hi cieron parte importante del tributo que se hacía a otros países ex tranjeros. De acuerdo con Ateneo, «era tal el cuidado que ellos otorgaban a su cultura, que aquellas flores que en otro lugar se producían en pequeñas cantidades, incluso en su estación, en Egipto crecían abundantemente en cualquier época del año; así que no se necesitaban ni rosas, ni violetas ni ninguna otra flor o planta incluso en invierno». Las mesas de sus salones se ador naban con centros florales, e incluso en ocasiones éstos tenían flores artificiales llamadas «egipcias». El loto era la flor más uti lizada para hacer guirnaldas y coronas. También empleaban las hojas y las flores de otras plantas como el crisantemo, el acinon, la acacia, el strychnus, la persoluta, la anémona, la enredadera, el olivo, el arrayán, el amaricus, el xeranthemum o el laurel, en tre otras. Y cuando Agesilao visitó Egipto quedó tan impresio nado con el regalo de guirnaldas de papiro que el rey de Egipto le envió, que se llevó consigo muestras a su regreso a casa. Pero es de destacar que aunque la flor de loto era una flor muy común, no encontramos representaciones del loto indio o nelumbium en
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sus monumentos, aunque las esculturas romano-egipcias la mues tran como una planta típica de Egipto, situándola sobre la cabe za del dios del Nilo, e incluso en crónicas de escritores latinos esta planta se describe como propia del país. En la decoración de sus casas, los egipcios mostraban su buen gusto, y en esto como en casi todo, evitaban la regulari dad, ya que consideraban que la monotonía fatigaba la vista. Preferían la variedad en la disposición de sus habitaciones como en el tipo de mobiliario que empleaban, y ni ventanas, ni puer tas ni otras partes de la casa coincidían exactamente. Por lo tanto a un egipcio le podría gustar más el estilo isabelino que la estructura cuadrada de las habitaciones modernas. En la manera de sentarse en las sillas se asemejaban más a los europeos de hoy en día que a los asiáticos, ya que no em pleaban ni blandos divanes, ni se sentaban con las piernas cru zadas sobre alfombras como estos últimos. Tampoco se re costaban sobre un triclinium mientras comían siguiendo el estilo romano, aunque tenían sillones y divanes como parte de su mobiliario, como en un típico salón inglés. Cuando José se divertía con sus hermanos, les pedía que se sentaran por eda des. Y si éstos se sentaban con las piernas cruzadas en el sue lo o sobre alfombras o felpudos, o arrodillados sobre una o am bas rodillas, éstas se consideraban costumbres utilizadas sólo
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2
3
Posiciones cuando se sentaban en el suelo,
4
5
fig. 1, con las piernas cruzadas.
en ciertas ocasiones, y típicas de los estratos sociales más po bres. Sentarse sobre los talones era también una señal de res peto en presencia de un superior, como en el Egipto moderno;
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y cuando un sacerdote sostenía un relicario ante una deidad, esto indicaba un gesto de humildad; e incluso se mostraba más respeto si uno se postraba o se arrodillaba y besaba el suelo.
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70 Sillones pintados en la tumba de Ramsés III.
Tebas.
65a.
Sillones pintados en la tumba de Ramsés III.
Ul
71 Tebas.
Pero la casa de una persona adinerada siempre disponía de sillas y sillones. También se empleaban asientos bajos y ta buretes, siendo de una medida de 56 cm aproximadamente de alto y fabricados en madera o con tiras de cuero; sin embargo, estas últimas se pueden considerar similares a nuestras sillas de asiento de rejilla y pertenecían probablemente a personas de origen humilde. Variaban según su calidad y algunas tení an incrustaciones de marfil y de distintos tipos de madera. Las sillas más comunes en las casas de las clases más adi neradas eran las de una y dos plazas o dobles (las griegas tronos y difros), la última considerada en ocasiones un asiento
66 .
Sillas sencillas y dobles.
Tebas.
familiar, ocupado por el señor y la señora de la casa, o por el matrimonio. Sin embargo, no siempre se reservaba exclusiva mente para ellos, ni éstos ocupaban siempre el mismo asien to; en ocasiones se sentaban como cualquiera de sus invitados en sillas separadas, ofreciendo el difros a las personas que visitaban la casa, tanto hombres como mujeres. Muchos de los sillones tenían diseños muy elegantes. Se fa bricaban en ébano y otros tipos de madera poco común, con in
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crustaciones en marfil, muy similares a los que se utilizan ac tualmente en Europa. Las patas imitaban a las de un animal, y las cabezas de leones o incluso el cuerpo entero formaban los bra zos de los sillones de mayor tamaño, como en el trono del rey Salomón (1 Reyes 10:19). Incluso algunos tenían patas plegables como nuestros taburetes de camping; el asiento tenía forma cón cava y los del palacio real se adornaban con figuras de esclavos, o emblemas del dominio del monarca sobre Egipto y otros paí ses. El respaldo era firme y delicado, consistente en una capa ver tical de barras entrecruzadas, o de una estructura que presentaba una ligera inclinación hacia atrás y terminando en una graciosa curva, que se apoyaba en unas barras perpendiculares. Esta cur va se coronaba con un almohadón de algodón de llamativos co lores, de cuero pintado, o de telas de oro y plata, como en los lechos en el festín de Asuero, mencionado en el libro de Ester, o como en los cojines de plumas adornados con bordados de seda y trenzados en oro del palacio de Escauro (figs. 65 y 65a). Asientos similares a nuestras sillas de campo estaban muy de moda. Se cubrían con cojines o con pieles de leopardo o de otro animal que se podía retirar cuando el asiento se doblaba,
67.
ftg. 1. Taburete en el M useo Británico, con el mismo principio que nuestras sillas de campo. 2. Muestra cómo se sujetaba el asiento de piel. 3. Una similar de las esculturas, con el cojín.
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e incluso no era extraño fabricar asientos con respaldo o coji netes de madera basados en el mismo principio. Se adornaban de diversas maneras, engarzando sus piezas con placas de me tal e incluyendo incrustaciones de marfil o maderas exóticas; la madera de las sillas más rústicas a menudo se pintaba para darle un aspecto más valioso y refinado. Los asientos de las sillas se fabri caban con frecuencia de cuero ador nado con dibujos de flores y otros mo tivos, o con trenzado de cuerdas o tiras de cuero cuidadosamente realizado, los cuales, del mismo modo que nues tras sillas de mimbre, estaban espe cialmente adaptados para el clima cá lido. En ocasiones el asiento se cubría con un cojín de cuero, decorado como 68 . se mencionó anteriormente. La forma de las sillas variaba bastante. Las de mayor tamaño tenían un pequeño respaldo y algunas incluso brazos.
69.
D e las esculturas.
La mayoría eran de la misma altura que las que se emplean ahora en Europa, estando el asiento en línea con la curvatura de la rodilla, aunque algunas eran muy bajas y otras presenta ban la posición que tienen las sillas de comedor con el asien to cóncavo (ilustración 10, fig. 3). Lo más común en el diseño
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de las patas era que éstas fueran imitación de las garras de ani males salvajes, como el león o la cabra, y en el caso del león la pata se elevaba y se apoyaba en un pequeño taco. Lo que es más destacable es la habilidad de los ebanistas, incluso antes
70.
fig. 1. Silla doble, sin respaldo. 2. Silla sencilla de construcción similar. 3. Silla canguro.
Esculturas.
de la época de José, que eliminaron la anterior necesidad de unir las patas con barras. Sin embargo, los taburetes (y en al gunas raras ocasiones las sillas) se fabricaban con estos ele mentos de refuerzo, como todavía ocurre en nuestro país; pero el sillón de los grandes salones y los sillones no se desfigura ban por la utilización de este soporte.
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fig. 1. Taburetes.
2. Con cojín.
3, 4, 5. Con laterales sólidos.
Tebas.
Los taburetes o banquillos que se empleaban en los salones eran del mismo estilo y elegancia que las sillas, con la única diferencia de no tener respaldo; y aquellas, más artesanales,
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73.
fig. 1. Taburete de ébano con incrustaciones de marfil. 2. Muestra las incrustaciones de las patas. Museo Británico. 3. D e construcción ordinaria en la misma colección.
Taburete con cojín de piel.
Museo Británico.
figs. I, 2. Banquetas de tres patas, de las esculturas. 3. Banqueta de madera, en el Museo Británico. 4 y 1. Son probablemente de metal.
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se hacían de madera de ébano y se decoraban con incrustacio nes de marfil y de maderas exóticas. Algunas de las más típi cas tenían los lados fuertes y eran muy bajas, y otras con tres patas, no muy distintas a las que utilizan los campesinos in gleses, pertenecían a personas de un rango inferior.
ïÉiÊ m
75.
fig. 1. Taburete bajo, en el museo de Berlín. 2 y 3. Modo de atarlo y modelo de asiento.
Las otomanas eran simplemente sofás cuadrados, sin respal do, que alcanzaban una altura del suelo igual que la de las sillas. La parte superior estaba hecha de cuero o de algodón de llamacooftoooqnoooooonoooooo oo . o OÔOO OO Q O 00 o o o o o o o o 000 o o π
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76.
Otomanas, de la tumba de Ramsés III.
Tebas.
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tivos colores, como los cojines de los sillones. La base era de ma dera, pintada con distintos detalles, y los que se encontraban en el palacio real se decoraban con figuras de esclavos, y escenas de la conquista, causa de su humillante situación. Esta misma idea hacía que éstos estuvieran también representados en la suela de las sandalias, en los taburetes a los pies de los tronos, y en los muros del palacio de Medeenet Haboo en Tebas, donde sus ca bezas soportan parte de los detalles ornamentales del edificio. Los escabeles o taburetes para descansar los pies constituían parte del mobiliario de los salones; estaban fabricados con los laterales fuertes o abiertos, cubiertos en la parte de arriba con cuero o una capa trenzada, y variaban en altura dependiendo de las circunstancias, siendo algunos del tamaño de los actua les, u otros de una estrechez mínima, pareciendo más una pe queña alfombrilla que un taburete. De hecho, las alfombras constituyeron una invención bastante temprana, y a menudo los egipcios se representan sentados sobre ellas, o sobre este-
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fig. 1. Asiento bajo, quizá una alfombra. 2. O similar a la fig. 1, o de madera. 3. Una esterilla.
rillas, muy comunes en los salones, como en la actualidad. Res tos de éstas se han encontrado en tumbas de Tebas. En sus sofás mostraban el mismo buen gusto que en los si llones. Eran de madera con uno de sus lados elevado, y pre
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sentaban una ligera curvatura al final. Las patas, como en mu chas de las sillas que ya se han descrito, representaban las de un animal salvaje.
78.
fig. 1. Diván. 2. Almohada o reposacabezas. 3. Peldaños para subir a un gran diván (tumba de Ramsés III).
Tebas,
Las mesas egipcias eran redondas, cuadradas o rectangula res; las redondas normalmente se empleaban para las comidas, y consistían en una parte superior circular y plana sujetada, como en el caso del monopodium romano, por una única pata
79.
fig. 1. Mesa, probablemente de piedra o madera, de ¡as esculturas. 2. Mesa de madera apoyada sobre la figura de un cautivo. 3. Probablemente de metal, de las esculturas.
79
o asta en el centro o una figura de un hombre representando a un esclavo. Las mesas de mayor tamaño tenían normalmente tres o cuatro patas, pero algunas tenían los extremos muy só lidos; aunque la mayoría se construían de madera, muchas estaban fabricadas de metal o de piedra y variaban en tamaño, dependiendo de los usos que se les quisiese dar.
2. Con laterales macizos.
Del mobiliario de sus dormitorios se tiene un conocimien to bastante escaso; pero hay evidencias del empleo de la al mohada de madera, aunque Porfirio nos hace suponer que su uso se limitaba a los sacerdotes, cuando, haciendo referencia a su modo de vida, menciona una estructura con la forma de
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la mitad de un cilindro de madera lijada «lo suficientemente grande como para sujetar su ca beza», ejemplo de su sencillez y austeridad. Las clases más pu dientes las fabricaban de alabas tro oriental, con un elegante soporte acanalado, decorado con jeroglíficos hueco-tallados en madera de tamarisco, sicomoro u otro tipo de maderas del país. 82. Reposacabezas de madera.
83.
fig. 1. Reposacabezas de madera, de forma inusual. 2. Otra que yo encontré en Tebas y ahora está en el Museo Británico. La base se ha perdido.
84.
fig. I. Kaffas o somier de ramas de palmera usado por los modernos egipcios. 2. Antiguo féretro sobre el que se colocaban los cuerpos tras la muerte.
81
Las clases más bajas utilizaban un tipo más barato, hecho de piedra o cerámica. Porfirio menciona una clase de reposacabezas de mimbré hecho con ramas de palmera denominados bais, muestra del entramado llamado kaffass, todavía emplea do en la actualidad por los egipcios como soporte de los diva nes de sus salones y de sus camas. Los armazones de la cama de madera y también de bronce (como el de acero de Og, rey de Basan) los utilizaban las clases más poderosas del antiguo Egipto; y es incluso probable que los cuartos en los que ellos dormían fuesen tan elegantes como las estancias donde repo saban sus cuerpos después de morir; e incluso éstas seguían en su mobiliario un estilo semejante al de sus salones.
B. Shaduf moderno, o vara y caldero, usado para sacar agua, en el Alto Egipto y Bajo.
C.
Pabellón de Ramsés III en Medinet Habu.
Tebas.
CAPÍTULO II Recepción de invitados. Música. Instrumentos varios. Música sagrada. Baile.
En sus entretenimientos parece que no se olvidaron de nada que pudiera proporcionar alegría y diversión a los invitados. Generalmente había música1, canciones, bailes2, bufones, jue gos malabares o juegos de azar, y les daban la bienvenida con todos los lujos posibles de la bodega y la mesa. El grupo, cuando era invitado a comer, se reunía hacia el me dio día3, e iba llegando sucesivamente en sus carros, en palan-
1 Is 5:12, «El arpa, el violín, la pandereta, la chirimía y el vino estaban presentes en sus fiestas.» 2 El banquete dado a la vuelta del hijo pródigo: «Traed aquí el ternero cebado y matadlo; y comámoslo y seamos felices»; «y su hermano, cuan do se acercó a la casa, oyó la música y la danza.» Le 15:23,25. 3 José dijo: «Estos hombres comerán conmigo al mediodía.» Gn 43:16.
84
fig. 1. Caballero egipcio conduciendo su carro hasta la casa. 8. La puerta de la casa. 9 ,1 0 ,1 1 . Los invitados reunidos dentro.
2, 3, 4, 5, 6 y 7. Sus sirvientes de a pie. 1 2 ,1 3 ,1 4 ,1 5 . Los músicos.
Tebas.
86 .
Carro con parasol.
un parasol tras él.
Tebas.
Beni Hasan.
85
quines conducidos por sus sirvientes o a pie. Algunas veces sus criados les protegían de los rayos solares colocando delante de ellos un escudo (como aún se hace en Suráfrica) o algún otro artilugio; pero el carruaje de un rey4 o de una princesa5 tenía a menudo incorporado un parasol; y el flabelo que se llevaba de trás del rey, que pertenecía exclusivamente a la realeza, res pondía al mismo propósito. Estaban hechos de plumas y no eran muy diferentes a los que se llevaban en ceremonias de Estado detrás del Papa en la Roma actual. Los parasoles o sombrillas también se usaban en Asiría, Persia y otros países del Este. Cuando llegaba un invitado en su carro, era atendido por un número de sirvientes, algunos de los cuales llevaban un tabure te para que éste pudiera apearse y otros sus pliegos para escri bir o cualquier cosa que pudiera desear durante su estancia en la casa. En el grabado número 85 los invitados se reúnen en un salón dentro de la casa y allí se les entretiene con música du rante el intervalo previo al anuncio de la comida, porque, como los griegos, consideraban que era bueno tomarse un respiro al llegar, antes de sentarse a la mesa y como Bdelycleón en
88.
Palanganas y aguamaniles de oro en la tumba de Ramsés III.
4 Grabado 86. 5 Ver un carro en el capítulo vi.
86
Tebas,
Aristófanes recomendó a su padre Filocleón, alababan mientras tanto la belleza de las habitaciones y el mobiliario, mostrando particular interés por aquellos objetos que estaban allí para ser admirados. Como es normal en todos los países, algunos de los invitados llegaban antes que otros. Un invitado se da importan cia llegando en su carro un poco más tarde que los demás, mien tras uno de sus pajes corre para llamar a la puerta, otros cierran el carro y se disponen a tomar las riendas y llevar a cabo sus de beres de costumbre; el que lleva las sandalias en la mano, que seguramente así descalzo corre con mayor facilidad, sirve para ilustrar una costumbre todavía común en Egipto entre los ára bes y campesinos, según la cual el pie se mueve con mayor agi lidad cuando está liberado de la opresión de un zapato. A los que llegaban de viaje o a los que lo desearan, se les traía agua6para los pies, antes de entrar en la sala donde se iba a celebrar el festín. También se lavaban las manos antes de comer y el agua se les traía de la misma forma a como se hace hoy en día. Existen aguamaniles, parecidos a los de los egipcios moder-
89.
Un sirviente ungiendo a un invitado.
Tebas.
6 «José ordenó a sus sirvientes que le trayeran agua para sus parientes, para que pudieran lavarse los pies antes de comer.» Gn 43:24. También 18:4 y 24:32; 1 Sm 25:46. Era siempre una costumbre del Este, así como de los griegos y los romanos. Le 7:44,46.
87
nos, representados con sus palanganas respectivas en las pinturas de una tumba de Tebas. En las casas de los ricos eran de oro o de otros costosos materiales. Heródoto menciona la palangana de los pies de oro, en la que Amasis y sus invitados solían lavarse los pies. Los griegos tenían la misma costumbre de traer agua a sus invitados; muchos ejemplos se pueden encontrar en Homero, como cuando Telémaco y el hijo de Néstor fueron recibidos en la casa de Menelao y cuando Asfalión virtió el agua sobre las manos de su maestro y de los mismos invitados, en otra ocasión. Virgilio también describe a los sirvientes trayendo agua para este propó sito, cuando Eneas era el invitado de Dido. Y la ceremonia no se consideraba superflua, e incluso aun cuando se hubieran bañado previamente y se hubieran untado aceites, no prescindían de ella.
90.
Sirvientes trayendo collares de flores.
Tebas.
Es también probable que, como los griegos, los egipcios se untaran aceites antes de salir de casa, pero era costumbre que un sirviente atendiera a cada invitado, cuando se sentaba y le ungie ra la cabeza, lo cual era una de las principales muestras de bien venida. El aceite tenía un olor dulce y se guardaba en recipientes de alabastro o en elegantes vasos de cristal o porcelana, algunos de los cuales se han encontrado en las tumbas de Tebas1. Los sir 7 «María, cuando lavó los pies a Jesucristo, trajo un vaso de alabastro con aceite.» Le 7:37; Mt 26:7.
88
vientes retiraban las sandalias de los invitados en cuanto llega ban y bien las dejaban cerca en un lugar apropiado de la casa o las sujetaban en los brazos mientras completaban sus deseos. Cuando la ceremonia del ungimiento había finalizado y en algunos casos nada más llegar, se entregaba a cada invitado una flor de loto, que éstos mantenían en la mano durante la celebra ción. Luego los sirvientes traían collares de flores, principalmente de loto; además se les ponía una corona en la cabeza, de la que pendía un capullo de loto o una flor abierta, de tal forma que que dara colgando justo en la frente. También había muchas coronas y otros adornos de flores colocados en mesillas por la habitación, para disponer de ellas en cuanto hiciera falta. Los criados esta ban siempre ocupados trayendo flores frescas del jardín, para dar más a los invitados a quienes se les marchitaran los ramos. Las mesillas que servían para sostener las flores y las guir naldas, algunas de las cuales se han encontrado en las tumbas de Tebas, eran parecidas a las de las ánforas y los jarrones; y la misma clase de mesilla se colocaba en los vestidores de las damas o en el baño, para colocar la ropa u otros artículos de tocador. Eran de tamaños diferentes, dependiendo de las cir-
91. Estante de madera, con un pequeño cuenco en la parte superior, 0,20 m de superficie en la parte de arriba.
Museo Británico
89
cunstancias. Algunas eran bajas y anchas hasta arriba, otras más altas, con la parte de arriba tan péqueña que sólo se podía colocar un cuenco o una botella pequeña. Otras, aunque mu cho más pequeñas que la mesilla común, eran más anchas en proporción a su altura y servían como mesas pequeñas o como soportes de cajas que contenían botellas; y una de estas últi mas, conservada en el museo de Berlín, se supone que perte neció a un médico o al tocador de una dama de Tebas. Contiene seis vasijas en total de variadas formas y tama ños; cinco son de alabastro y la otra de serpentino, y cada una tiene su propio compartimento o celda.
92.
Una caja con botellas colocada sobre un estante.
Museo de Berlín.
Los griegos y los romanos tenían la misma costumbre de ofrecer flores y guirnaldas a sus invitados al principio de las ce lebraciones o antes del segundo plato. No sólo sé adornaban con ellas la cabeza, el cuello o el pecho como los egipcios, sino que a menudo cubrían de flores los sofás sobre los que se sen taban y otras partes de la habitación, aunque se concedía más importancia a la cabeza, según nos cuentan Horacio, Anacreonte, Ovidio y otros autores de la Antigüedad. El cántaro del vino también estaba coronado de flores, como en un banquete egipcio. También perfumaban la estancia con mir to, incienso y otros olores según su elección, que traían de Siria;
90
y aunque las esculturas no nos dan ninguna representación de esta práctica en Egipto, sabemos que la adoptaban y la consideraban indispensable; un ejemplo sorprendente es el que describe Plutarco, que tuvo lugar en la recepción que Taco ofreció a Agesilao. Se preparó una cena suntuosa para el príncipe de Esparta, que con sistía, como es normal, en carne de novilla, ganso y otros platos egipcios: le colocaron una corona de guirnaldas de papiros y fue recibido con todas las muestras de bienvenida, pero cuando él re chazó los dulces, confites y perfumes, los egipcios le desprecia ron y le juzgaron como una persona desacostumbrada y desme recedora de las formas de la sociedad civilizada. Los griegos y otros pueblos antiguos normalmente se po nían un traje particular en los encuentros festivos, generalmente de color blanco; pero no parece que los egipcios hubieran te nido por costumbre cambiar mucho sus atuendos, aunque evi dentemente se abstenían de llevar vestidos de colores tristes. Una vez que los invitados habían tomado asiento y habían recibido estos regalos de bienvenida, los sirvientes les ofrecían vino que a las damas se les traía normalmente en un pequeño cuenco, cuyo contenido vertían en la copa de beber y una vez vacío era entregado a un sirviente inferior o esclavo, que iba de trás. Pero a los hombres se les traía normalmente en una taza de
91
una sola asa, sin que se vertiera en ninguna otra copa y algunas veces en un gran vaso de oro, plato, u otro material. Herodoto y Helánico dicen que bebían vino en copas de bron ce o latón, y verdaderamente Herodoto afirma que la primera era la única clase de copa para beber conocida por los egipcios. Pero José8 tenía una de plata y las esculturas las representan de cristal y porcelana, así como de oro, plata y bronce. Los que no se podían permitir las copas más caras, se conformaban con co pas de barro común; pero los egipcios ricos usaban vasos de cris tal, porcelana y metales preciosos para numerosos propósitos, tanto en sus casas, como en los templos de los dioses. La práctica de servir vino al comienzo9 de una celebración o antes de que se hubiera servido la cena, no era única en este pue blo; los chinos, por ejemplo, en la actualidad, ofrecen vino en sus fiestas a todos los invitados cuando éstos van llegando, igual que lo hacían los egipcios. También bebían vino durante la comidal0, quizás a su salud o a la de un amigo ausente, como los romanos; y sin duda, el señor de la casa, o el organizador del banquete11 recomendaba un vino y proponía un brindis. Mientras se preparaba la comida, se animaba la fiesta con alguna música, y una banda, que constaba de arpa, lira, guita rra, pandereta, chirimía sencilla y doble, flauta y otros instru mentos, tocaba las melodías y canciones favoritas del país. No se consideraba indecoroso que un sacerdote, a pesar de su se riedad y dignidad, admitiera músicos en su casa o disfrutara con la contemplación de las danzas. Sentados con sus esposas y su familia en medio de sus amigos, los máximos funciona rios del orden sacerdotal disfrutaban con las animadas esce-
8 Gn 44:2, 5 «Mi copa, la copa de plata.» 9 Amos 6: 6 «Que beben vino en cuencos y se untan con los principa les aceites.» 10 Gn 43:34 «Bebían vino y estaban contentos.» La palabra hebrea yskrw significa estar feliz con una bebida fuerte. Sikr tiene el mismo senti do en hebreo y árabe. Sakrán, en árabe significa bebido. 11 Rex convivii, arbiter bibendi, o elegido a suertes. Jn 2:9; Hor. Od. lib. 1:4.
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nas. De la misma forma, diversiones de todo tipo se introdu jeron en las celebraciones griegas. Jenofonte y Platon nos in forman de que Sócrates, el más sabio de los hombres, entrete nía a sus amigos con música, juglares, mimos, bufones y todo lo que se deseara para despertar la alegría y el júbilo. Aunque nos es imposible hacemos una idea del carácter de la música egipcia, podemos permitirnos pensar que su estudio se basaba en principios científicos, y, por defectos que exis tieran en el arte de los músicos ordinarios, que se ganaban el sustento tocando en público o en fiestas privadas, la música se consideraba como una ciencia importante y fue estudiada con diligencia por los propios sacerdotes. Según Heródoto no era costumbre que la música formara parte de su educación, porque se la consideraba inútil e injuriosa, o tendía a afeminar las men tes de los hombres, pero esta afirmación sólo puede aplicarse a la costumbre de estudiarla como un entretenimiento. Platón, que era buen conocedor de las costumbres de los egipcios, dice que consideraban a la música de gran utilidad, por sus efectos beneficiosos sobre las mentes de los jóvenes; y según Estrabón, los hijos de los egipcios aprendían las letras, las canciones que determinaba la ley y cierta clase de música establecida por el gobierno. Que los egipcios eran particularmente aficionados a la mú sica lo prueban abundantemente las pinturas de las tumbas de los más tempranos tiempos e incluso introdujeron figuras to cando los instrumentos favoritos del país, entre los motivos con los que adornaban cajas y objetos decorativos. La destreza de los egipcios en el uso de los instrumentos musicales, también la señala Ateneo, que dice que tanto a los griegos como a los bárbaros les enseñaron los refugiados egipcios y que los ale jandrinos eran los más científicos y hábiles músicos con las chirimías y otros instrumentos. En los albores de la música, como observa el Dr. Bumey, «no se conocía ningún instrumento a parte de los de percusión y era, por tanto, poco más que métrica». Las chirimías de diver sas clases y la flauta fueron inventadas más tarde. Al principio
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eran muy rudimentarias y, estaban hechas de juncos, que cre cían en los ríos y lagos. Algunos ejemplos de éstas se han en contrado en las tumbas egipcias. Descubrir (apenas se puede decir inventar) tan simples instrumentos, requería un esfuerzo muy pequeño. Pero pasó mucho tiempo antes de que la músi ca y los instrumentos musicales alcanzaran un grado de exce lencia, y los instrumentos de los tiempos más remotos iban siendo reemplazados por otros más complicados, como el arpa de varias cuerdas, la lira y otros, lo que añadió poder y varie dad a los sonidos musicales. Idear un método para obtener una melodía perfecta con un pequeño número de cuerdas (al acortarlas por el mástil mientras se tocaba, como nuestro moderno violín) fue, incuestionable mente, una tarea más difícil que no se podría haber conseguido en los albores de la música y grandes avances debieron produ cirse en la ciencia antes de que se pudiera alcanzar esto o de que la idea surgiera por sí sola. Los egipcios, sin embargo, estaban familiarizados con este principio, y las esculturas lo prueban in cuestionablemente, con la frecuente representación de la guita rra de tres cuerdas. Un arpa o lira, con un número determinado de cuerdas que imitaban diversos sonidos, dispuestas en el orden de las notas, podría haberse inventado en un estadio anterior del arte; pero un pueblo que no hubiera estudiado detenidamente la naturale za de los sonidos musicales necesariamente ignoraría el méto do de conseguir los mismos tonos con un número limitado de cuerdas, y los medios no se simplifican hasta que no son per fectamente entendidos. Es, pues, evidente, no sólo por la gran afición a la música entre los egipcios más primitivos, sino por la propia naturaleza de los instrumentos que usaron, que estu diaron el arte con gran detenimiento y que esta misma dedica ción e investigación se hizo extensiva a otras ciencias. La fabulosa explicación sobre los orígenes de la música, mencionada por Diodoro, demuestra que ésta era aprobada e incluso cultivada por los sacerdotes, quienes invariablemente mantenían que el conocimiento de las ciencias que ellos apo-
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On
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yaban había derivado de los dioses. Hermes o Mercurio era a quien se atribuía el descubrimiento de la armonía y el princi pio de las voces y sonidos, así como la invención de la lira. Al decir que sólo tenía tres cuerdas, el historiador evidente mente está confundiendo la lira con la guitarra egipcia; sin em bargo esta historia tradicional sirve para dar fe de la remota an tigüedad de los instrumentos de cuerda y prueba el gran respeto hacia la música de los sacerdotes egipcios, que no consideraban impropio que una deidad fuera su patrón y su inventor. Es suficientemente obvio, por las esculturas de los antiguos egipcios, que los músicos eran conocedores de la sinfonía tri ple: la armonía de los instrumentos, de las voces, y de las voces y los instrumentos. Sus bandas estaban compuestas de forma variada y consistían en dos arpas, una chirimía sencilla y una flauta; del arpa y una chirimía doble, más frecuentemente, una guitarra; de un arpa de catorce cuerdas, una guitarra, una lira, una chirimía doble y una pandereta; de dos arpas, a veces de tamaños diferentes, una de siete y otra de catorce cuerdas; de dos arpas de siete cuerdas y una lira de siete; de una guitarra y de una pandereta cuadrada u oblonga; de la lira, el arpa, la
1 95.
96
2
El arpa y la chirimía doble.
Tebas.
96.
97.
Tebas.
El arpa y otra más pequeña de cuatro cuerdas.
Tebas.
guitarra, la chirimía doble y una clase de arpa de cuatro cuer das que se apoyaba en el hombre; del arpa, la guitarra, la chi rimía doble, la lira y una pandereta12 cuadrada; del arpa, dos guitarras y una chirimía doble l3; del arpa, dos flautas y una
12 Grabado 98. 13 Grabado 101.
97
98
99. Hombres y mujeres cantando al ritmo del arpa, la lira y la chirimía doble.
Tebas.
sí
100.
Arpa y dos guitarras.
Tebas.
guitarra14; de dos arpas y una flauta; de una lira de diecisiete cuer das, la chirimía doble y un arpa de catorce cuerdas; del arpa y dos guitarras; o de dos arpas de siete cuerdas y un instrumento que se sostenía en la mano, no muy diferente a un abanico orien tal l5, al que probablemente estuvieran unidas varias campanas o piezas metálicas que imitaban un sonido tintineante al ser agita-
14 Ver Música sagrada. 15 Grabado 103 ,fig. 3.
100
’so Λ & 0¡j
I ta 3
do, como los instrumentos en forma de medias lunas coronadas de campanas de nuestras bandas actuales. Había otras muchas combinaciones de estos instrumentos y en el festival de Baco de Ptolomeo Filadelfo, descrito por Ateneo, había más de seiscien tos músicos en el coro, de los que trescientos tocaban la cítara. Algunas veces el arpa se tocaba sola o como acompañamiento de la voz y un grupo de siete o más coristas cantaban su melo día favorita, acompañados del arpa, al tiempo que marcaban el
101
3 103. Dos arpas y otro instrumento, que quizá emitía un sonido tintineante, a y b Muestran cómo las cuerdas estaban sujetas alrededor de las clavijas. Beni Hasan.
ritmo con las palmas entre cada estrofa. También cantaban acom pañados de otros instrumentos16, como la lira, la guitarra o la chirimía doble; o varios instrumentos se tocaban a la vez, como la flauta y una o más arpas, o estos últimos con una lira o una guitarra. No era inusual que un hombre o una mujer cantaran un solo, y que un coro de muchas personas cantara en una reunión privada sin ningún instrumento, mientras que dos o tres marca ban el ritmo con las palmas. Algunas veces el coro constaba de más de veinte personas, de las cuales sólo dos tocaban las pal mas; y en una ocasión he visto representada una mujer que sos tenía lo que parecía ser otra clase de instrumento tintineantel7. La costumbre de tocar las palmas para marcar el ritmo en tre las estrofas es aún habitual en Egipto. En algunas ocasiones las mujeres tocaban la pandereta y el tambor darabuka, sin ningún otro instrumento. Bailando o cantando al ritmo y llevando ramas de palmera o ramas verdes en la mano, se dirigían a la tumba de un amigo muerto, acom pañadas por esta singular música. La misma costumbre se pue-
16 Grabados 99, 100, 101 y 102. 17 Grabado 104.
102
104.
Una clase de instrumento poco corriente.
Tebas.
de ver todavía en las visitas al cementerio de los viernes y en algunas otras ceremonias funerarias entre los campesinos mu sulmanes del Egipto moderno. No era costumbre entre las clases más altas de la sociedad egipcia aprender música con el propósito de tocar en reunio nes sociales y si se podían encontrar algunos músicos amateur entre personas de alto rango, era porque debían haber adquiri do algún conocimiento general del arte ya que era un pueblo tan dotado para el mismo. Los sacerdotes se ocupaban de re gular el gusto y prevenir la introducción de un estilo viciado.
105.
Mujeres tocando la pandereta y el tambor darabuka (fig. 1).
Tebas.
103
Los que tocaban en las casas de los ricos, como los músicos ambulantes de las calles, pertenecían a las clases más bajas, y con esta ocupación se ganaban la vida; en muchos casos tan to los juglares como los coristas eran ciegos '8. El aprendizaje de la música no era tan necesario para las clases altas egipcias como para las griegas, que, como dice Cicerón, «consideraban el arte de cantar y tocar un instrumento musical una parte principal del aprendizaje; un ejemplo es Epaminondas, que, a mi juicio, fue el primer griego que tocó muy bien la flauta. Y, algo antes, Temístocles, tras rechazar to car el arpa en una fiesta, quedó como una persona poco ins truida y mal educada. Por tanto, Grecia se hizo famosa por sus habilidosos músicos; y como todo el mundo allí aprendía mú sica, los que no conseguían dominar el arte, quedaban como personas ineducadas y sin talento». Cornelio Nepote también afirma que Epaminondas «tocaba el arpa y la flauta y que com prendía perfectamente el arte de la danza, junto con otras ar tes liberales que, aunque eran cosas triviales en opinión de los romanos, tenían un valor encomiable entre los griegos». Los israelitas también se deleitaban con la música y la dan za, y las personas de alto rango las consideraban una paite ne cesaria de su educación. Como los egipcios con quienes habían residido tanto tiempo, los judíos diferenciaban escrupulosamente entre música sagrada y música profana. Introducían la música en reuniones públicas o privadas, así como en funerales y en ser vicios religiosos, pero el carácter de las melodías, como las le tras de sus canciones variaban según la ocasión. Tenían cánti cos de alegría, de alabanza, de acción de gracias y de lamento. Algunas eran epitalamia o canciones compuestas para celebrar los matrimonios, otras para conmemorar una victoria o la as censión de un príncipe, para dar gracias a la deidad o para cele brar sus alabanzas, para lamentar una calamidad general o una aflicción particular, y otras eran propias de sus reuniones festi-
18 Grabado 106.
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El arpa, egipcia y coristas ciegos.
Tel elAmarna.
vas. En estas ocasiones introducían el arpa, el laúd, el tamborilete19 y varios instrumentos junto con canciones y danzas, y se entretenía a los invitados de la misma forma a como se hacía en las fiestas egipcias. En el templo y en las ceremonias religiosas los judíos tenían músicos y músicas, que eran generalmente las hijas de los levitas, como las del palacio de Tebas que pertene cían a la familia real o eran hijas de sacerdotes. Estos músicos sólo actuaban en las ceremonias religiosas. David no sólo fue notorio por su gusto y habilidad en la mú sica, sino que se complacía en introducirla en cada ocasión. «Y viendo que los levitas eran numerosos y ya no se les empleaba para transportar las vigas, velas y vasijas al tabernáculo y que tenían fijada su morada en Jerusalén, designó una gran parte de ellos para que cantaran y tocaran en las ceremonias religiosas.» Salomón, en la dedicación del templo, empleó «120 sacerdotes, para que tocaran la trompeta» y Josefo dice que que no menos de 200.000 músicos estuvieron presentes en aquella ceremonia, además de un número igual de cantantes, todos ellos levitas. El método adoptado por los sacerdotes egipcios para es cribir sus melodías no ha sido averiguado, pero si su sistema de notación era parecido al de los griegos, que disponían las letras del alfabeto de diferentes formas, debía ser engorroso e imperfecto. Cuando se les llamaba para actuar en una fiesta privada, los músicos se colocaban en el centro o en un lado del salón y algu nos se sentaban con las piernas cruzadas en el suelo como lo hacen en la actualidad los turcos y otros pueblos orientales. En estas ocasiones les acompañaban normalmente bailarines o bai larinas y algunas veces ambos. Su arte consistía en adoptar las
19 Le 15:25, «oyó música y danza» y Gn 31:27, donde Labán se queja de que Jacob no le permitió celebrar su partida con un encuentro festivo, «con alegría y con canciones, con un tamborilete y con un arpa». Este últi mo, sin embargo, en hebreo, es kinor, que es más bien una lira. Ya era co nocido en los tiempos de Set, Gn 4:21; Job 21:12.
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posturas más bellas o lúdicas para deleitar y obtener el aplau so del grupo de invitados allí reunidos. Porque la música y la danza eran considerados esenciales en sus festividades, como lo fueron para los griegos. No es cierto de ninguna manera, como Plutarco imagina, que estas diversiones frenaran el con sumo del vino; es más probable que se bebiera más cuando el espíritu estaba alegre, y la sobriedad en los banquetes no era uno de los objetivos de los joviales egipcios. Algunas de sus canciones, es cierto, tenían un tono lasti mero, pero no así la generalidad de las que se introducían en sus reuniones festivas. Una canción llamada Mañeros es, se gún dice Heródoto, el equivalente al lino de los griegos, «que era conocido en Fenicia, Chipre y otros lugares», y cuyo es tilo era particularmente apropiado en ocasiones tristes. Plutarco, sin embargo, afirma que encajaba muy bien en las festividades y placeres de la mesa y que, «entre las diversio nes de una fiesta social, los egipcios hacían resonar en la ha bitación la canción Mañeros». Podemos, pues, concluir que los egipcios tenían dos canciones, ambas con un nombre pa recido a Mañeros, confundidas por los escritores griegos, y que una de ellas tenía un tono alegre mientras la otra un tono lúgubre. Los ritmos y las letras se adaptaban a cada ocasión, bien de gozo y festividad, bien de solemnidad o lamento. Todas las actividades del campo y otras muchas teman, como hoy en día, sus canciones apropiadas. En las ceremonias religiosas y en las procesiones se em pleaban ciertos músicos ligados al orden sacerdotal y organi zados para este propósito especial. Se consideraba que perte necían exclusivamente al servicio del templo, como cada banda militar a su respectivo cuerpo. Cuando un individuo moría, era costumbre que las muje res salieran de la casa y se arrojaran tierra sucia y barro sobre la cabeza, al tiempo que lanzaban gritos de lamento mientras vagaban por las calles de la ciudad o entre las casas del pueblo. Cantaban un canto fúnebre como señal de su dolor, y, por tur
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no, expresaban su lamento por la pérdida del pariente o ami go y alababan sus virtudes. Esto lo hacían frecuentemente al son y ritmo de una melodía triste, aunque no inarmónica. Algunas veces se introducía la pandereta y la canción de la mento iba acompañada de su monótono sonido. En estas oca siones no se recurría a los servicios de músicos alquilados; aun que durante un período de setenta días, mientras el cuerpo estaba en manos de los embalsamadores, se empleaban plañi deras 20, que cantaban el mismo canto fúnebre de lamento a la memoria del fallecido, costumbre que todavía prevalece entre el pueblo judío cuando se prepara para un funeral21. En sus tardes musicales, los hombres o las mujeres toca ban el arpa, la lira, la guitarra y la chirimía sencilla o doble, pero la flauta parecía reservada sólo a los hombres, mientras que la pandereta y el tambor darabuka eran generalmente apro piados para el otro sexo. El tambor darabuka se encuentra rara vez en las pinturas de Tebas y sólo se usaba en ciertas ocasiones, principalmente, como hoy en día, por las mujeres campesinas y los barqueros del Nilo. Era prácticamente igual que el moderno, que está he cho de pergamino tensado y pegado sobre una caja en forma de embudo, de cerámica, que es un cilindro hueco, con un cono
107.
El darabuka del moderno Egipto.
20 Exod 1:3; Heród. 2:86. 21 Mat 9:23; Jer 16:5,7.
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truncado adosado. Se toca con la mano y cuando se distiende, el pergamino se refuerza exponiéndolo al sol o al calor del fuego durante unos momentos. Normalmente va colgado del cuello del músico por una tira y con los dedos de la mano de recha toca la melodía, mientras con los de la izquierda sujeta la parte inferior de la cabeza para hacer el sonido del bajo, como en la pandereta, que según las esculturas, en el antiguo Egipto se tocaba de la misma forma. También tenían timbales y mazas cilindricas (crótalos o ba dajos), dos de los cuales se golpeaban y emitían probablemente un agudo sonido metálico. Los timbales eran de una mezcla de metales, probablemente de bronce o de un compuesto de bron ce y plata, y de una forma exactamente igual a los modernos, aunque más pequeños, de sólo 17,78 cm o 13,97 cm de diá-
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Timbales egipcios, de 14 cm de diámetro.
Museo Británico.
metro. El mango era también de bronce, sujeto con una piel, correa o sustancia similar, y se insertaba por un pequeño agu jero a la parte de arriba a la vez que se aseguraba tirando de los dos cabos. Un instrumento del mismo tipo es usado hoy en día por los habitantes del país, y de ellos se han heredado los timbales muy pequeños que se tocan con los dedos y el pul gar, y que suplen a las castañuelas en las danzas almeh. De aquí proceden también las castañuelas españolas, que los ára bes introdujeron en este país que luego variaron de forma, ha ciéndose de castaño y otras maderas, en lugar de metal. Los timbales del Egipto moderno son principalmente usa dos por los peregrinos que se dirigen a las tumbas de jeques y
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que viajan por todo el país en ciertos períodos del año, para obtener donaciones de los musulmanes crédulos o devotos, con la promesa de alguna bendición de un santo indulgente. Los tambores y otros instrumentos ruidosos que se usan en bodas y en otras ocasiones, acompañan a los timbales, pero estos úl timos son más apropiados para el servicio de los jeques y las ceremonias religiosas externas, como era la costumbre entre los antiguos egipcios. Un par de timbales fueron encontrados en el féretro de una mujer, en cuya parte exterior había una ins cripción jeroglífica que se refería a ella como a una deidad. Las mazas cilindricas o badajos, también se admitían como instrumentos en ocasiones solemnes, y frecuentemente forma ban parte de bandas militares o acompañaban a las danzas. Variaban ligeramente de forma, y algunas eran de madera o de concha, otras de bronce o algún metal sonoro, con un mango recto, coronado por una cabeza o algún otro adorno. Algunas veces el mango era ligeramente curvo y doble, con dos cabe zas en el extremo superior; pero en todos los casos el músico sostenía una en cada mano. El sonido dependía del tamaño y del material del que estaban fabricadas. Cuando eran de made ra eran equivalentes a los crótalos de los griegos, una supuesta invención de los sicilianos, de la que se cuenta que se usó para ahuyentar al fabuloso pájaro de Estinfalo. Las pinturas de los etruscos muestran cómo ellos, al igual que los egipcios, las ha bían adoptado para acompañar a la danza. Eran probablemen te iguales a las clavijas de cabeza redonda, y se parecían a largos clavos y se han visto en las pinturas de Herculano, don de se ven bailarinas que las llevan en la mano. Heródoto tam bién describe el crótalo como un instrumento que tocaban los devotos de la diosa egipcia Diana como acompañamiento de la flauta, cuando se dirigían a su templo en Bubastis. Aunque los egipcios eran aficionados a las bufonadas y la gesticulación, no parecen haber tenido ninguna exhibición pú blica que pudiera parecerse al teatro. El teatro fue una inven ción puramente griega, y a los entretenimientos dramáticos, que eran originariamente de dos clases (comedia y tragedia),
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se añadió la antigua pantomima italiana. El pueblo llano egip cio tenía ciertas canciones jocosas que iban acompañadas de mímica y gestos extravagantes, con graciosas alusiones a los espectadores. Ingeniosas salidas improvisadas, como los ver sos fescennine de la antigua Italia, que también eran propias de la gente del campo. Tenían como objeto extraer una répli ca de aquel al que se dirigían o dar una ellos mismos, en el caso de que la persona a la que se dirigían no les respondiera, cos tumbre que aún es usual entre los egipcios modernos, que han adoptado la misma vestimenta consistente en los capirotes al tos de hojas de palmera (que llevan frecuentemente borlas o
111
110.
Bufones egipcios.
colas de zorro) y el verso alternativo o pareado, de dos acto res, que bailan y cantan en forma recitada al son monótono de un tambor de mano. También iban de pueblo en pueblo como actores ambulantes, y bailaban en las calles para entretener a los pasajeros. A menudo tomaban posiciones en las escaleras de una gran mansión donde, si además veían que había niños o niñeras en la ventana, representaban sus papeles con más energía y estirando sus manos hacia ellos hacían reseñas adi cionales en sus canciones, mostrando el mismo anhelo por las limosnas que sus descendientes. Algunos de estos bufones eran extranjeros, generalmente personas de color, de África, y su escaso vestuario, hecho de una pieza de piel de toro, añadía no poco a su ya grotesca apa riencia; además añadían a propósito un pequeño trozo seme jante a una cola, lo que les daba un aspecto aún más ridículo (Grabado 111). También llevaban unos pingajos colgando de los codos, como si fueran abalorios, que a menudo se ponían los actores egipcios en las ocasiones festivas y que así se po nen las gentes de Etiopía y Kordofan para bailar sus danzas. En los jarrones se muestra que también las usaron los griegos en las bacanales y otras ceremonias, así como que los faunos griegos también llevaban colas. Algunos de los instrumentos de sus bandas militares difie ren de los de los músicos comunes, pero las esculturas no han
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dejado constancia de las diferentes clases usadas en el ejército egipcio. Los principales parecen haber sido la trompeta y el tam bor: la primera usada para formar las tropas, llamarlas a la car ga y dirigirlas en sus evoluciones, y el último para uniformar y animar sus marchas. La trompeta, como la de los israelitas, medía 0,45 m de lar go, tenía una forma muy simple y parecía de bronce. Cuando la tocaban la sostenían con las dos manos y, o bien la tocaban
sola, o como parte de una banda militar, junto con el tambor y otros instrumentos. La trompeta era particularmente, aunque no exclusivamen te, apropiada para los propósitos marciales. Era recta, como la tuba romana o nuestra trompeta común y se usó en Egipto des de los tiempos más antiguos. En Grecia también era conocida desde antes de la guerra de Troya; se decía que había sido inven ción de Minerva o de Tirreno, un hijo de Hércules, y en tiempos posteriores fue generalmente adoptada como instrumento mar cial y por los músicos ambulantes de las calles. En algunas pai tes de Egipto existía un prejuicio contra la trompeta, y la gente de Busiris y Lykópolis no la usaba nunca, porque decían que el sonido se parecía al rebuznar de un asno, que era el emblema
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de Tifón y esto les producía una sen sación incómoda porque les recorda ba al Maligno. Por este mismo pre juicio los musulmanes no tocan las campanas ya que, si no atraen real mente a los malos espíritus al inte rior de la casa al menos alejan a los buenos; y muchos parecen pensar que los perros están también aliados con los poderes de la oscuridad. Los israelitas usan las trompetas para la guerra y también con fines sa- 113· La trompeta. Tebas. cros, en festivales y fiestas. El trabajo de tocarlas no sólo es ho norable, sino que está encomendado exclusivamente a los sa cerdotes. Algunas eran de plata, apropiadas para cualquier ocasión; otras eran cuernos de animales (como el cuerno original de los romanos) y se dice que éstas fueron usadas en el sitio de Jericó. Los griegos tenían seis clases de trompetas; los romanos cuatro (la tuba, el comus, la búccina y el lituus, y, en tiempos antiguos, la concha, así llamada porque originariamente fue una concha), que eran los únicos instrumentos que utilizaron para propósitos militares lo que les diferenciaba de los griegos y egipcios. El único tambor representado en las esculturas es largo, muy similar al de los tomtoms de la India. Tenía unos 0,60 a 0,76 m de longitud y se tocaba con la mano, como el tímpano romano. La caja era de madera o cobre, con trozos de piel a cada lado, sujetos con cuerdas que se extendían diagonalmente por el exterior del cilindro. El músico se lo colgaba alrededor del cuello con una banda para tocarlo y durante la marcha lo llevaba en posición vertical a la espalda. Como la trompeta, se empleaba prin cipalmente en el ejército. Clemente de Alejandría confirma lo que evidencian las
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1 15. M odo de llevar colgado el tambor a la espalda, cuando íban de marcha.
esculturas, al decir que el tambor tam bién fue usado por los egipcios cuan do iban a la guerra22. También era fre cuente en el período más temprano, aunque no hay ninguna evidencia en las culturas de Tebas, o hacia el siglo xvi antes de nuestra era. Cuando las tropas marchaban al son del tambor, el tamborilero se colocaba en el centro de la retaguardia o alguñas veces inmediatamente detrás de los portadores de estandartes. El trompegeneralmente a cabeza del
regimiento, excepto cuando se llamaba a las tropas a formar o ir a la carga. Pero los tamborileros no siempre estaban solos o confinados a la retaguardia o al centro: cuando formaban parte de una banda, marchaban a la vanguardia o junto a los otros mú sicos y se les colocaba a un lado mientras desfilaban las tropas. Además del tambor largo, los egipcios tenían otro, no muy distinto al nuestro en cuanto a forma y tamaño, que era mucho más ancho en proporción a su longitud que el tomtom que aca bamos de mencionar, que medía 0,76 m de alto por 0,61 m de ancho. Se tocaba con dos palillos de madera, pero como no existe ninguna representación del modo en que se tocaba, no podemos decidir si lo llevaban suspendido horizontalmen te y lo golpeaban en ambos extremos (como el tambor que exis te aún hoy en Egipto) o sólo en un extremo, como el nuestro, aunque, por la curvatura de los palillos, me inclino a pensar que lo llevaban colgado y lo tocaban como el tambur del mo derno Egipto. Algunas veces los palillos eran rectos y consta-
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Palillo de un tambor.
22
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Clemente Alej. Stromat. 2. 164.
Museo de Berlín.
ban de dos partes, el mango y una varilla redonda y delgada, en cuyo extremo había una pequeña bolita saliente, donde se ataba el cojinete de piel con el que se tocaba el tambor. Tenían aproximadamente 0,30 m de longitud y, a juzgar por la forma del mango del que se conserva en el museo de Berlín, pode mos concluir que pertenecían, como los mencionados ante riormente, a un tambor que se tocaba por los dos extremos. Cada extremo del tambor estaba cubierto con piel roja sujeta con cuerdas de tripa de gato, que se pasaban por pequeños agu jeros situados en su borde ancho y que se extendían en línea
117. fig. 1. Tambor; 2. Muestra cóm o se sujetaban las cuerdas. 3. Palillos. Encontrados en Tebas.
recta a lo largo de la estructura del tambor, que era de bronce y que tenía una forma cóncava similar a la de un barril. Para apretar las cuerdas y así bracear el tambor, se extendía una pieza de tripa de gato alrededor de cada extremo, cerca del borde de la piel; esta pieza se iban enroscando alrededor de cada una de las cuerdas previamente colocadas en línea recta y así quedaban todas apretadas en la misma proporción, porque la pieza se dejaba tirante: pero esto sólo se hacía cuando las cuer das y la piel se habían distendido debido a su uso continuado, y como esta pieza de tripa de gato se colocaba en cada extre mo, podían así doblar el poder de tensión de cada cuerda. Junto a las formas comunes de los instrumentos egipcios, se construyeron varios a medida para satisfacer un gusto par-
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118.
Arpas pintadas en la tumba de Ramsés III.
ticular o un capricho momentáneo. Algunos eran de la clase más simple, otros de materiales muy caros y muchos estaban muy adornados con colores brillantes y figuras decorativas, en particular las arpas y las liras. Las arpas variaban mucho en cuanto a forma, tamaño y número de cuerdas que tenían. En las antiguas pinturas se representan con cuatro, seis, siete, ocho, nueve, diez, once, doce, catorce, diecisiete, veinte, veintiuna y veintidós cuerdas: la de la colección de París parece haber te nido también veintiuna, y la parte superior de otra que encon tré en Tebas estaba hecha de diecisiete cuerdas. Normalmente
118
118a.
Conocida como la de Bruce, o la tumba del arpista.
Tebas.
eran muy grandes, incluso más altas que un hombre, pintadas con muy buen gusto, con la flor de loto y otras flores o con dis tintos adornos. Las de las damas de la corte estaban decoradas de la forma más espléndida, hasta con la cabeza o busto del mis mo monarca: como la encontrada en la tumba de Bruce en Tebas. Las arpas más antiguas representadas en las esculturas se en cuentran en una tumba, cerca de las pirámides de Giza, y tienen más de cuatro mil años. Son más rudimentarias en cuanto a su forma que las que se representan normalmente, y aunque es im posible determinar con exactitud el número total de cuerdas23,
23 Grabado 94.
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119.
Parte superior del arpa que traje de Tebas, ahora en el Museo Británico.
parece que no tenían más de siete u ocho y estaban atadas de una forma diferente a las arpas egipcias comunes. Éstas datan de tiempos muy anteriores a la invasión de los Pastores, y el hecho de que los egipcios ya estaban lo suficientemente avan zados como para combinar la armonía de varios instrumentos con la voz, muestra que en el teixeno de la música, no deben nada a esa raza asiática. La combinación de arpas y liras de gran extensión con la flauta, la chirimía sencilla y doble, las guitarras y las panderetas, muestran el dominio que habían al canzado. Incluso en el reino de Amosis, el primer rey de la di-
120. Un arpa ricamente decorada sobre un soporte, un hombre marcando el ritmo con las palmas y un guitarrista.
120
nastía x v i i i , hacia 1570 a.C., novecientos años antes de la épo ca de Terpandro, los músicos normales de Egipto usaban ar pas de catorce cuerdas y liras de diecisiete. Los griegos están en deuda con Asia por sus instrumentos de cuerda, e incluso por la cítara, que era originariamente de estilo asiático y fue introducida por Lesbos. Sólo tenía siete cuerdas, hasta que Timoteo de Mileto le añadió otras cuatro, hacia 400 a.C. Terpandro, que vivió 200 años después que Homero, fue el primero en fijar leyes para este instrumento, algo antes de que se fijaran leyes para la flauta o la chirimía. El arpa, en realidad, parece haber sido desconocida para los griegos. Las cuerdas de las arpas egipcias eran de tripa de gato, como las de las liras que se usan todavía hoy en Nubia. Algunas arpas, que tenían una base ancha y nivelada, permanecían apo yadas en el suelo mientras se tocaban; otras se colocaban sobre un taburete o un soporte o limbo, unido a la parte inferior24. Los hombres y las mujeres usaban normalmente arpas de la mis ma extensión, e incluso parece que los hombres tocaron has ta las más pequeñas, de cuatro cuerdas25, aunque para ellos eran más apropiadas las grandes porque debían permanecer de pie durante la actuación. Estas arpas grandes tenían una base plana y podían sostenerse de pie sin un soporte, como las de la tumba de Bruce26; otras eran más ligeras y también se construían con base cuadrada con el mismo propósito21, pero, cuando el músico las tocaba, normalmente las inclinaba hacia sí y apoyaba el instrumento en la posición más conveniente28. Muchas arpas eran de madera, recubiertas de piel de toro "9 o de cuero, algunas veces de color rojo o verde y pintadas con
varios adornos, cuyos vestigios pueden descubrirse en las de la colección de París30. Las pequeñas se hacían, como muchas liras griegas, de concha de tortuga (Grabados 96, 97). Los egipcios no tenían ningún medio para acortar las cuer das del arpa mientras las tocaban (semejante a nuestros peda les modernos) e introducir así sostenidos y bemoles; solo po dían, pues, tocar en un tono, hasta que afinaban de nuevo el instrumento, girando las clavijas. En verdad, no era más nece sario en las arpas que en las liras, ya que la primera siempre estaba combinada con otros instrumentos, excepto cuando se usaba como mero acompañamiento de la voz. Pero parece que a veces suplieron esta carencia con una fila doble de clavijas, y su gran conocimiento de la música durante tantos siglos ne cesariamente les habría sugerido algún medio de conseguir se mitonos. Las arpas egipcias tenían otra imperfección, a la que no se encuentra fácil explicación (la ausencia de un polo y en conse cuencia de un soporte para la barra o limbo superior, en la que estaban fijadas las clavijas). Es difícil concebir cómo, sin este polo, las cuerdas podían estar propiamente tensadas o la barra ser lo suficientemente fuerte como para resistir la tensión, en particular en las triangulares. El polo no sólo falta en las arpas de los dibujos, sino también en todas las que se han encontra do en las tumbas, e incluso en las de la colección de París que, con veintiuna cuerdas, era una de las de mayor extensión que tenían, ya que rara vez se encuentran arpas representadas en los monumentos con más de dos octavas. Esta última, sin embar go, puede ocupar un lugar intermedio entre el arpa y los mu chos instrumentos de cuerda triangulares de los egipcios. El arpa era especialmente apropiada para el servicio reli gioso. Se usó en muchas ocasiones para celebrar las alabanzas de los dioses. Fue incluso representada en manos de las mis mas deidades, así como la pandereta y el sistro sacro.
30 Grabado 123.
123
,
123.
Arpa de la colección de Paris.
La lira egipcia no presentaba menos variaciones en cuanto a su forma y el numéro de sus cuerdas que el arpa, y estaba ador nada de muy variadas formas, a su gusto. Algunas tenían la ca beza de un animal tallada en la madera, como la de un caballo, íbice o gacela, mientras que otras eran de formas más simples. Siempre se ha atribuido a Mercurio la invención de la lira, por parte de los egipcios y también de los griegos. Apolodoro explica seriamente cómo esta idea se le ocurrió: «El Nilo», dice, «tras haber inundado toda la tierra egipcia, volvió una vez más a su cauce habitual, dejando en las orillas un gran nú mero de animales muertos y entre ellos una tortuga. Tenía la carne bastante seca por el fuerte sol egipcio, así que no le que daba nada dentro de la concha sino los nervios y los cartíla gos, y éstos, que estaban contraídos por el calor, habían ad quirido una cualidad sonora. Mercurio, que iba caminando por la ladera del río, por casualidad se tropezó con esta concha y se quedó tan encantado por el sonido que produjo que se le vino a la imaginación la idea de una lira. Así pues construyó
t
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124.
Lira adornada con la cabeza de un animal.
Tebas.
el instrumento con la forma de una tortura y la templó con los tendones de animales muertos.» Muchas liras egipcias son de una extensión considerable y tienen cinco, siete, diez y dieciocho cuerdas. Normalmente se sujetaban entre el codo y el costado y se tocaban con la mano o a veces con una púa, que era de hueso, marfil o madera, y que estaba unida al limbo de la lira por una cuerda. Los griegos también adoptaron ambos métodos, pero usaron más la púa. En los frescos de Herculano hay liras de tres, seis, nue ve y once cuerdas que se tocaban con la púa; de cuatro, cinco, seis, siete y diez que se tocaban con la mano; y de nueve y once cuer das que se tocaban con la púa y la mano al mismo tiempo. Las cuerdas estaban atadas en la parte superior a una barra horizontal, que conectaba los dos lados o limbos, y en la par te de abajo estaban bien sujetas a un reborde saliente o caja ar mónica hueca, hacia el centro del armazón del instrumento, que era todo de madera. En el museo de Berlín y de Leyden hay liras de esta clase, que, a excepción de las cuerdas, están
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125.
Liras tocadas con y sin la púa.
Tebas.
perfectamente conservadas. La de la colección de Berlín tiene los dos limbos rematados por cabezas de caballo; en su forma y principio y en la alternancia de cuerdas cortas y largas, se parece a algunas de las que vemos representadas en las pintu ras31; aunque la barra de madera a la que están atadas las cuer-
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das está más cerca de la parte de abajo del instrumento y tie ne trece cuerdas en lugar de diez. Tenemos así la oportunidad de comparar las verdaderas li ras egipcias con las representadas en Tebas durante el reino de Amenofis y otros reyes, que gobernaron hace más de tres mil años. El armazón de la lira de Berlín mide unos 25,4 cm de alto y 36,83 cm de ancho, y la altura total del instrumento es de 60,95 cm. La de Leyden es más pequeña y está menos orna mentada, pero igualmente está bien conservada y tiene un gran interés por una inscripción hierática escrita con tinta en la par te superior. No tiene caja de resonancia adicional; su armazón hueco cumplía de manera suficiente esta función. Las cuerdas pasaban sobre un puente móvil y estaban sujetas en la parte de abajo por un anillo de metal o grapa. Estas dos liras eran de ma dera, y uno de los limbos, como muchos de los que se repre sentan en las pinturas, era más largo que el otro, de forma que se podía afinar el instrumento es tirando las cuerdas hacia arriba, a lo largo de la barra o también a su alrededor, que era el méto do más usual y el que se conti núa usando aún hoy en Kisirka, en la actual Nubia. En Grecia, al principio la lira tenía sólo cuatro cuerdas, hasta que Anfión, que parece haber co piado la idea de la música de Lidia, introdujo las otras tres; y como es normal, la tradición dice que fue Mercurio quien se lo en señó. Terpandro (670 a.C.) aña dió varias notas más, y las liras re presentadas en Herculano tienen tres, Cuatro, cin co , seis, siete, o c h o n u e v e , d ie z y o n c e c u e rd a s .
¡ 2 7 É Lira de la colección Leyden. fig. 2 Muestra la parte inferior.
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128. Instrumento triangular. Tebas.
129. Otro, sujeto bajo el brazo. el-Dakka
Otros numerosos instrumentos, semejantes en su principio a las arpas o las liras, eran comunes en Egipto, pero variaban tanto en forma, extensión y sonido, que eran consideradas muy distintas de éstas y cada una tenía su propio nombre. Se han encontrado en las tumbas y también representadas en las pin turas de Tebas y otros lugares. Las de forma triangular se co locaban debajo del brazo para tocarlas, y, como las demás, eran usadas como acompañamiento de la voz. La mayoría eran li geras, pero cuando pesaban el músico se las colgaba con una cinta por el hombro. Las cuerdas eran de tripa de gato, como las de las arpas, y las del grabado 130, fig. 1, estaban tan bien conservadas que, cuando se encontraron en Tebas en 1823, sonaban al tocarlas, a pesar de llevar enterradas dos o tres mil años. Era un instru mento de gran extensión, con veinte cuerdas atadas a un sa liente en la parte inferior que probablemente se giraba para ten sarlas. El marco era de madera, recubierto de piel y sobre él se podían ver los restos de unos cuantos jeroglíficos. El de la f i gura 2, donada por el profesor Rosellini, tiene la peculiaridad de que se afinaba con clavijas; pero sus diez cuerdas están ata das a un saliente en el centro de la caja armónica, como en otros instrumentos.
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130.
ßg. 1. Encontradas en Tebas en 1823.
Otra, que se puede llamar la lira vertical, tenía gran altura. Consistía en un armazón curvo, probablemente de madera y metal en forma de vasija, del que salían dos limbos rectos, que servían de soporte a la barra transversal, donde se ataban los extremos superiores de sus ocho cuerdas. El juglar cantaba mientras tocaba las cuerdas con sus dos manos. Otro instrumento aún más tintineante se usaba como acom pañamiento de la lira. Consistía en varias barras, probable mente de alambre, sujetas a un marco o algún cuerpo de reso nancia, que se tocaba con una varilla que el músico sostenía con las dos manos (Grabado 132). Más común era un instrumento ligero de cuatro cuerdas, que se colocaba sobre el hombro para ser tocado y que era sobre todo usado por las mujeres, que cantaban a su son como los judíos lo hicieron al son de la viola (nebel) (Amos 6:5). Algunos se han encontrado en las tumbas de Tebas y el más perfecto se en cuentra en el Museo Británico, que tiene 1 m de largo, 0,55 m el mástil y 10 cm de ancho. Su forma exacta, las clavijas, las va rillas a las que iban atadas las cuerdas, e incluso el pergamino que cubría su armazón de madera y que servía como caja de re-
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131.
Lira vertical.
Tel el-Amarna.
132. Instrumento que se tocaba como acompañamiento de la lira. Te! el-Amarna.
sonancia, todavía se conserva y sólo le faltan las cuatro cuerdas. El modo en el que ataban las cuerdas y se sujetaban a la varilla no está claro, pero parece que las pasaban por el pergamino a la varilla que estaba por debajo, que tenía agujeros cada varios in tervalos para que se pudieran introducir. Es de madera dura, apa rentemente de acacia, y hay restos suficientes de una de las cuer das como para saber que eran de tripa de gato.
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133.
Clase de instrumento ligero que se apoyaba sobre el hombro.
Tebas.
Había otro pequeño instrumento de cinco cuerdas que es taba basado en un principio similar a éste; tenía un armazón de madera hueco sobre el que se colocaba una cubierta de per gamino o de madera fina. Las cuerdas estaban tensadas de la misma forma, desde un varilla del centro, hasta las clavijas si tuadas al final del mástil. En las tumbas se han encontrado tres: uno está en el museo de Berlín y dos en el Museo Británico. El de Berlín tiene las cin co clavijas enteras y el armazón está formado por tres piezas de madera de sicomoro. Su longitud total es de 61 cm y el mástil
Λ 134.
Instrumento diferente del arpa, la lira y la guitarra.
Museo Británico.
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mide aproximadamente 34 cm. En la parte de abajo del mástil hay cinco clavijas colocadas en línea recta, una tras otra. En el extremo opuesto del armazón hay dos agujeros para atar la va rilla donde se sujetaban las cuerdas.
135.
El instrumento restaurado.
Además de arpas y liras, los egipcios tenían una clase de guitarra de tres cuerdas que se suponía, extrañamente, que co rrespondían a las tres estaciones del año egipcio: y una vez más se ha atribuido a Tot o Mercurio el descubrimiento de tal in vención, porque el que el instrumento sólo tuviera tres cuer das y sin embargo igualara en poder a los de extensión mucho más amplia, era considerado digno de los dioses egipcios. La atribución de esta y otras invenciones, de hecho, no es más que una forma alegórica de representar los talentos intelectuales comunicados por la divinidad al hombre.
136.
figs. 1,3. Instrumentos en el Museo Británico, fig. 2. En el Museo de Berlín.
La guitarra tema dos partes: un mástil largo y plano o mango, un cuerpo oval hueco, todo de madera o recubierto con pergami no, con la superficie superior perforada para permitir la salida del
sonido. Sobre este cuerpo y toda la lon gitud del mango había tres cuerdas de tripa de gato estiradas, que iban sujetas al extremo superior a un número igual de clavijas o se pasaban por una ranura que había en el mango. Luego se daba vueltas con ellas alrededor de esta ra nura y se ataban con un nudo. No pare ce que hubiera existido ningún puente, pero las cuerdas estaban atadas en la par te inferior a una pieza triangular de mar fil o de madera, que las elevaba a una 137·Mu->er la gultarra' altura suficiente. Y a veces se levanta ban también en la extremidad superior del mango por medio de una pequeña barrita horizontal, situada justamente por debajo de cada una de las ranuras donde se ataban las cuerdas y se estira ban 32. Esto tenía la misma finalidad que la ligera inclinación que se da al extremo del mástil de nuestra guitarra moderna; y es ver dad que como éste estaba en línea recta con el armazón del ins trumento, alguna invención similar era absolutamente necesaria. El mango tenía una longitud dos o tres veces superior a la del cuerpo, y el instrumento medía aproximadamente 1,20 m en total. La anchura era la mitad de su longitud. Se tocaba con la púa, que estaba unida al mástil por una cuerda y los músicos normalmente permanecían de pie mientras tocaban. Se consideraba apropiada tanto para hombres como para mujeres, y algunos bailaban al tiem po que tocaban, apoyando el instrumento sobre el brazo derecho. Algunas veces se lo colgaban del cuello con una tira, como la gui tarra española moderna, y también a semejanza de ella servía como acompañamiento de la voz, lo que no impedía que pudiera formar parte de una banda junto con otros instrumentos33. Es de un instrumento antiguo de esta clase, a veces llama do cítara, del que ha derivado el nombre guitarra (chitarra); 32 Grabados 96, 98, 101, 138, 139. 33 Grabados 96, 98, 100, 101.
133
138. Bailando y tocando la guitarra. Tebas.
139. Sujeta con una tira. Tebas.
aunque la cítara de los griegos y romanos de los tiempos an tiguos, al menos, era una lira. A la guitarra egipcia se la pue de llamar laúd, pero no parece corresponderse con la lira de tres cuerdas de Grecia. Un instrumento de forma oval, no muy distinto a la guitarra, con un mango circular o cilindrico, fue encontrado en el templo de Tebas, pero debido a su mal estado de conservación, no se puede distinguir nada sobre cómo eran las clavijas o el modo de atar las cuerdas. El cuerpo de madera estaba forrado de piel y el mástil se extendía sobre él hasta la parte inferior; una parte de la cuerda sobrante se utilizaba para atar la púa. Tres pequeños agujeros indicaban el lugar donde se ata/> ban las cuerdas y otros dos por encima /7 de ellos a una corta distancia, parecen indicar el lugar donde se colocaba una especie de puente. / / x C w Los egipcios no usaron cuerdas de alambre en ninguno de sus instrumen' tos, sólo usaron la tripa de gato y el tañi do de ésta en el arco guerrero condujo, 140 Instrument0 como la sin duda, a SU USO en la pacifica lira, de- guitarra encontrada en Tebas.
134
bido al descubrimiento accidental de su sonido musical. Porque los hombres cazaron animales y se mataron entre sí, con el arco y la flecha, mucho antes de que recitaran versos o encontraran el placer en la música. No es sorprendente que los árabes, una nación de cazadores, fueran los inventores del monocordio, un instrumento muy imperfecto (excepto cuando la maestría de Paganini se dispone a extraer de él las notas), porque, aún con toda la práctica acumulada con los años, los modernos habi tantes de El Cairo no han conseguido hacer de su rahab de una sola cuerda un acompañamiento tolerable para la voz. Sin duda el instrumento era muy antiguo, porque lo usaron los recitado res de poemas y evidentemente perteneció a los primeros bar dos, los primeros músicos de cada país. Los montenegrinos sal vajes todavía cantan sus primitivas canciones de guerra y de amor al son de la g usía de una cuerda, que les fue entregada por los hechiceros de los antiguos eslovenios. Si nos sorprende el número de instrumentos de cuerda de los egipcios (y eso que desconocemos muchos) y si nos pre guntamos qué clase de tonos y qué variedad de sonidos se po drían obtener con ellos, ¿qué pensaremos de los mencionados por los griegos, que parecen haber hecho suyos cada uno de los que podían obtener de otros países? Algunos de ellos como el pformix, barbiton y otras liras nos son conocidos; del pri mero de ellos, por ejemplo, sabemos por lo que dice Clemente que no era muy diferente de la cítara. Pero la mera mención en los nombres de los demás es desconcertante. Existían el nablum, la sambuca34, el pandurum, el magadis, el trigon (uno de los instrumentos de tres cuernos) fenicio, el péctis, el scindapsus, el enneachordon (de nueve cuerdas), la psithyra de forma cuadrada o ascarum (de siete ángulos), el salterio heptagonal, el spadix, el pariambus, el clepsiambus, el jambyce, el epigoneum y muchos más. También se descono
34 Descrito por Ateneo como «un barco con una escalera colocada so bre él», y por Suidas como un instrumento singular.
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cen muchos más instrumentos judíos, como la khitaus o arpa, el ashur de diez cuerdas, la sambukta triangular o sabka, el nebel o viola, el kinor o lira de seis o nueve cuerdas y el psanterin o salterio. Y aunque se dice que este último tenía doce no tas y que se tocaba con los dedos (o más bien con una púa), no tenemos una idea definida de su aspecto. A sí pues, las pintu ras egipcias nos dan, con mucho, la mejor idea de cómo eran los instrumentos usados en aquellos remotos tiempos. La flauta era de gran antigüedad, ya que en una tumba cer ca de la Gran Pirámide, construida hace más de cuatro mil años, hay representado un concierto de música vocal e instrumental, donde se introducen dos arpas, una chirimía y varias voces35. En Grecia era muy simple al principio, con muy pocos agu jeros, limitados a cuatro, hasta que Diodoro de Tebas, en Beocia, añadió otros e hizo una apertura lateral para la boca. Origina riamente era de caña, después de hueso o marfil y recubierta de bronce. Pero incluso este instrumento de superior calidad era muy pequeño. He visto parte de una, que medía 14 cm de longitud y 1,27 cm de diámetro, partida por el quinto agujero, donde el primero de los cinco agujeros sólo distaba 4 cm del de la boca. La flauta egipcia tenía una gran longitud, porque si alcan zaba el suelo cuando el músico estaba sentado, no podía me dir menos de 68 cm. Algunas eran tan largas que, al tocarlas, el músico se veía obligado a estirar sus manos más allá de su cintura para alcanzar los agujeros36. Los que la tocaban nor malmente se sentaban en el suelo, y en cada ejemplo que he encontrado los músicos eran hombres. Estaba hecha de junco, de madera, de huesos o de marfil, y por la palabra sébi, que aparece escrita sobre el instrumento en los jeroglíficos (que es igual que su nombre copto) pode mos suponer que era originariamente el hueso de la pata de al
35 Grabado 94. 36 Grabados 94, 141.
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gún animal. El término latino tibia tie ne el mismo significado. Se dice que las flautas en Beocia se hacían del mismo hueso hueco. Los egipcios probable mente tuvieron varias clases de flautas, algunas apropiadas para ocasiones de duelo y otras para ocasiones festivas, como los griegos. Es evidente que usa ron las dos tanto en banquetes como en ceremonias religiosas, pero no se repre senta a ninguna deidad egipcia tocando 141· Flautista;la flautaes la flauta. Los dioses pueden haber sen- de gran longltud· Tebastido la misma aversión a la flauta como la que sintió Minerva cuando percibió la deformada apariencia de su boca, una ale goría que significa, según Aristóteles, «que interfería con la re flexión mental» y tenía otros efectos inmorales, que en estos días de ignorancia somos incapaces de percibir. La chirimía tenía la misma antigüedad que la flauta37 y tam bién era propia de músicos varones; pero, como a menudo se la representa junto a otros instrumentos en conciertos y todas las descubiertas son de junco común, parece que no se tenía en gran estima. En muchos países ha sido el instrumento de los campesinos y el hecho de que la chirimía hecha de paja de cebada, según parece, fuera una invención de Osiris, no parece decir mucho del talento musical de esa deidad. Era un tubo recto, sin ningún ensanchamiento junto a la boca, que se tocaba con las dos manos. En longitud no excedía de 0,45 m: dos que se encuentran en el Museo Británico tienen 22,5 cm y 38 cm de largo y las de la Colección de Leyden varían en tre 17.5 cm y 38 cm. Algunas tienen tres y otras cuatro agu jeros, como es el caso de las catorce de Leyden; la del Museo Británico tenía una pequeña boquilla de junco o paja gruesa insertada en el hueco de la chirimía, con la parte superior tan
37 Grabado 94.
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Chirimías de junco, de la colección del Salt, ahora en el Museo Británico.
comprimida que apenas dejaba una pequeña apertura para la salida del aire. La chirimía doble era tan común en Egipto como lo era en Grecia. Consistía en dos tubos: uno, que se tocaba con la mano derecha y producía un sonido agudo para el tenor, y el otro, que se tocaba con la mano izquierda y producía un sonido grave para el bajo. La zummara doble de los egipcios modernos es una bur da imitación de este instrumento y su sonido áspero y monóto no la excluye incluso de sus imperfectas bandas. Sólo la usan los barqueros del Nilo y los campesinos, que encuentran en ella un acompañamiento apropiado para la tediosa marcha del ca mello. Sorprendentemente este instrumento nacional tiene mu chos admiradores en el extranjero, como las gaitas de los Abruzos y otros países que están tan cerca y a los que tanto se parece. La chirimía doble y la sencilla eran al principio de junco y luego de madera y otros materiales. Los egipcios, al igual que los griegos, las introdujeron en ceremonias solemnes y fes tivas. Los hombres, pero más frecuentemente las mujeres, las tocaban y a veces bailaban al mismo tiempo, y por las veces que aparece en las esculturas de Tebas, sabemos que era pre ferida a la chirimía sencilla.
143.
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2 3 Mujer bailando, mientras toca la chirimía doble.
Tebas.
La pandereta era el instrumento favorito para las ceremo nias religiosas y para los banquetes privados. La tocaban hom bres y mujeres, pero más frecuentemente éstas últimas, que a menudo bailaban y cantaban a su son. Se usaba como acom pañamiento de otros instrumentos38, y había panderetas de tres clases: una circular como la nuestra, otra cuadrada u oblonga, y la tercera consistía en dos cuadrados separados por una ba rra. Todas ellas se tocaban con la mano39, pero no hay rastro de bolas o piezas móviles de metal unidas al marco, como en las panderetas griegas o las modernas. El taf, pandereta o fa hret de los judíos es el mismo instrumento40 y lo comenzaron a usar en tiempos muy tempranos, como el arpa, incluso antes de que bajaran a Egipto, y las mujeres judías como las egip cias bailaban a su son. Casi todos los instrumentos eran admitidos por los egip cios para la música sacra, como el arpa, la lira, la flauta, la chi rimía doble, la pandereta, los timbales y la guitarra; y ni la trompeta, los tambores, o los badajos fueron excluidos de las procesiones religiosas en las que estaban presentes también los militares. El arpa, la lira y la pandereta tenían su parte en los servicios del templo, y dos diosas representadas en el friso de Dendera aparecen tocando el arpa y la pandereta, en honor a Hathor, la Venus egipcia. Los sacerdotes, cuando llevaban em blemas sagrados, caminaban en procesión al son de la flauta, y excepto los ritos de Osiris en Abydos, el resto de ritos sa grados de una deidad egipcia no prohibían la introducción del arpa y la flauta o de la voz de los cantantes. En realidad, el arpa era considerada particularmente apropia da para propósitos religiosos. El título de juglares de Amón que se aplicó a los arperistas y los dos músicos representados ante el dios en la tumba de Ramsés m, muestran la gran estima en la que
38 Grabados 98, 121. 39 Grabados 105, 151. 40 Gn 21:27; Ex 15:20; Job 21:12; Je 11:34; 1 Sm 18:6.
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1 144.
4
Músicos sacros y un sacerdote ofreciendo incienso.
5 Museo Leyden.
se la tenía: se tocaba sola o con otros instrumentos. El juglar a menudo cantaba al tiempo que tocaba las cuerdas, y el arpa, la guitarra y las dos flautas se unían en un sacro tono, mientras el sumo sacerdote ofrecía incienso a la deidad. El crótalo o badajo también se usó como acompañamiento de la flauta en peregrina jes y procesiones al sepulcro de un dios, sonido que iba acompa ñado por las voces de coristas que cantaban himnos en su honor. Los judíos, de igual manera, consideraban la música como indispensable en sus ritos religiosos. Sus instrumentos favori tos eran el arpa, el laúd o salterio y el ashur de diez cuerdas, la panderetas, la trompeta, la cometa, los timbales y otros 41; y muchos hombres y mujeres cantantes asistían a las procesio nes al santuario judío 42. El sistro era el instrumento sagrado por excelencia y forma ba una parte tan esencial en el servicio del templo como la cam panilla en una capilla católica romana. Algunos mantenían que servía para ahuyentar a Tifón, y algunas veces se aumentaba el
41 S 33:2; 81:2; 1 Cron 16:5 y 25:1; 2 Sm 6:5; Ex 15:20, y siguientes. 42 S 68:25; 2 Sm 19:35.
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sonido traqueteante que producía aña diendo varios anillos de metal sueltos. Normalmente tenía tres barras, a veces cuatro, y el instrumento completo tenía de 20 a 40 cm de longitud y era todo de bronce o latón. Algunas veces tenía in crustaciones de plata o de color dorado o estaba adornado de alguna otra for ma. Para tocarlo se sostenía recto, se agitaba y los anillos chocaban contra 145. 146. las barras que se construían, a menudo, fig. 1. El sistro de cuatro barras. 2. Uno de forma inusual. a imitación de la sagrada áspid o sim Tebas. plemente estaban doblados en cada ex tremo para que no se salieran. Plutarco menciona uno que tenía un gato con cara humana en la parte superior del instrumento y en la parte superior del mango, por debajo de las barras, la cara de Isis a un lado y la de Neftis a otro. El Museo Británico posee un excelente ejemplar de sistro bien conservado y del mejor período del arte egipcio. Mide 37,5 cm de alto y tiene tres barras móviles, que desafortuna damente se han perdido. En la parte superior están represen tadas la diosa Pasht o Bastet, el buitre sagrado y otros emble mas, y en el lado de abajo está la figura de una mujer sosteniendo en cada mano uno de estos instrumentos. El mango es cilindrico y coronado por una cara doble de Hathor, que lleva una corona en forma de áspid, en cuya cima parece haber estado el gato, del que sólo quedan los restos de sus patas. Es enteramente de bronce; el mango, que es hueco y está cerrado por una cubierta móvil del mismo metal, pare ce haber sostenido algo relacionado con el sistro. Aún se pue de ver algo de plomo en la cabeza y parece ser una porción del que se usó para soldarlo. Otros dos, en la misma colección, están en muy buen esta do de conservación, pero son de tiempos posteriores y hay otro que es aún de una fecha más reciente. Tienen cuatro barras y son de un tamaño muy reducido.
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147.
Sistros del Museo Británico.
148. Modelo rudimentario de sistro del Museo de Berlin.
Uno de los sistros que se conserva en Berlín tiene 20 cm de altura y el otro 22,5 cm: el primero tiene cuatro barras y en la parte superior circular se encuentra un gato, coronado por el disco o el Sol. El otro tiene tres barras: el mango es una
149.
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Sistros del Museo de Berlín.
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figura, que se supone que es Tifón, coronado por las cabezas de Hathor; y en la cima están los cuernos, el mundo y las alas de la misma diosa. Ninguno de los dos conserva los anillos, pero un burdo modelo egipcio de otro de la misma colección, tiene tres anillos sobre una sola barra, coincidiendo en este as pecto, aunque no en el número de barras, con los representa dos en las esculturas. No son de una fecha temprana. Llevar el sistro sagrado en el templo era tan gran privilegio, que sólo se daba a las reinas y a las damas nobles que tuvieran el título de esposas de Amón y que estuvieran dedicadas al ser vicio de la deidad. Los judíos, de igual manera, parecen haber confiado los principales oficios sagrados realizados por mujeres a las hijas de los sacerdotes y a las personas de alto rango. Al xnoue, instrumento que según Eustasio había sido utili zado por los griegos en sacrificios para reunir a la congrega ción, se le atribuía un origen egipcio, pero no se ha encontrado ninguno en las esculturas. Era una especie de trompeta, de for ma redondeada y se decía que era una invención de Osiris. La danza consistía sobre todo en una sucesión de figuras, en la que los bailarines se esforzaban por exhibir una gran variedad de posturas: hombres y mujeres bailaban al mismo tiempo o en grupos separados y normalmente se prefería a las mujeres que a los hombres, porque teman superior gracia y elegancia. Algunos bailaban al son de ritmos lentos, adaptados al estilo de sus movi mientos: las posturas que asumían frecuentemente compartían la loable gracia de los griegos43. Otros preferían un ritmo más vivo, regulado por una melodía apropiada. Los hombres a menudo bai laban con mucho entusiasmo, botando desde el suelo, más al es tilo europeo que al de la gente de Oriente: en estas ocasiones no siempre se tocaban varios instrumentos, sino que la música se componía sólo de crotala o mazas, un hombre tocando las palmas y una mujer chasqueando los dedos al mismo tiempo44.
43 Grabado 151. 44 Grabado 109.
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Posturas y gestos elegantes eran el estilo general de sus danzas, pero, como en otros países, el estilo de la actuación variaba dependiendo del rango de la persona que les había contratado o de su propia habilidad. A sí las danzas represen tadas en la casa de un sacerdote diferían de las representadas en la casa de un campesino inculto o en la de un ciudadano de la clase más baja.
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No era usual que las clases más altas del pueblo egipcio dedicaran su tiempo a este entretenimiento, ni en reuniones públicas, ni privadas, y nadie sino las clases más bajas de la sociedad y los que así se ganaban el sustento, parecían dedi carse a ello. Los griegos, sin embargo, aunque empleaban a las mujeres que sabían danza y música para entretener a los invi tados, consideraban la danza como un entretenimiento al que podían entregarse todas las clases sociales y era aún más ad mirable si quien la practicaba era un caballero. También era una costumbre judía el que las jóvenes bailaran en las reunio nes privadas 45, como aún lo es en Damasco y en otras ciuda des de Oriente. Los romanos, por el contrario, distaban mucho de conside rar la danza como apropiada para un hombre de rango o para una persona sensible. Cicerón dice: «Ningún hombre que está sobrio baila a menos que haya perdido la cabeza, ya esté solo o entre una compañía decente; porque la danza es la compañe ra de la convivencia lasciva, de lo disoluto y de la lujuria.» Los griegos tampoco se entregaron a este placer en exceso; las dan zas afeminadas o con demasiada gesticulación, eran conside radas indecentes en hombres de carácter y sabiduría. Heródoto cuenta la historia de Hipoclides, el ateniense, que había sido elegido como marido para la hija de Clístenes, rey de Argos, mientras que todos ios nobles de Grecia habían sido rechaza dos por sus extravagantes posturas en la danza. De todos los griegos, los jonios eran los más aficionados a este arte; y por la lasciva e indecente tendencia de sus cancio nes y posturas, los romanos bautizaron con el nombre de mo vimientos jónicos a los bailes de carácter voluptuoso (como los modernos almehs de Oriente). La danza moderada se consi deraba digna de los mismos dioses. A Júpiter, el padre de los dioses y de los hombres, se le representa bailando entre otras deidades; y Apolo, no sólo andaba ocupado en estos entrete-
45 Mt 14:6.
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nimientos, según nos cuenta Homero, sino que recibió el títu lo de el bailarín por su supuesta excelencia en este arte. La elegancia en las poses y en el movimiento era el prin cipal objetivo de los que bailaban en las reuniones de los egip cios más acaudalados. Hasta los ridículos gestos de un bufón eran permitidos, siempre que no transgredieran las reglas de la decencia y la moderación. La música era siempre indis pensable en las reuniones festivas de ricos y pobres; bailaban al son del arpa, de la lira, de la guitarra, de la pandereta y de otros instrumentos y, en las calles, bailaban incluso al son del tambor. Muchas de sus posturas se parecían a las del ballet moder no y la pirueta ya asombraba a un grupo de egipcios hace cua tro mil años46. Los vestidos de las bailarinas eran ligeros y de la más fina textura, mostrando a través de su transparencia las formas y los movimientos de las piernas: normalmente consistían en un vestido suelto muy vaporoso, hasta los tobillos, a veces atado fuertemente a la cintura; y alrededor de la cadera llevaban un cinturón estrecho, adornado con avalorios u otros adornos de diversos colores. Algunas veces las bailarinas parecían estar totalmente desnudas, pero esto es debido al efecto de la trans parencia de los vestidos porque, como los griegos, representa ban el contorno de la figura que se insinuaba por debajo del vestido. A los esclavos se les enseñaba danza y música; y en las ca sas de los ricos, además de atender a sus ocupaciones, se les ha cía bailar para entretener a la familia o a un grupo de amigos, de modo que así los egipcios también se ganaban el sustento con sus actuaciones. Algunos bailaban en pareja, cogidos de la mano; otros ha cían una serie de pasos so lo s47; y algunas veces un hombre
46 Grabado 152. 47 Grabado 154.
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2 154.
1
Hombres bailando un solo.
155. Hombres bailando un solo al son de las palmas.
Tebas.
Tumba cerca de las Pirámides.
representaba un solo al son de la música o del batimiento de palmas4S. Los bailes de las clases más bajas generalmente tenían cier ta tendencia hacia la pantomima y los campesinos incultos dis frutaban más con movimientos ridículos y extravagantes, que con movimientos que mostraran elegancia y gracia. Además de la pirueta y los pasos mencionados anteriormente, hubo un paso de baile que fue adoptado universalmente por todo el país; en él dos compañeros, que eran normalmente hombres, avanzaban uno hacia otro o permanecían cara a cara sobre una
48 Grabado 155.
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pierna y, habiendo representado una serie de movimientos, se alejaban en dirección contraria, aún cogidos de la mano y con cluían dando una vuelta alrededor del compañero49. En otra, golpeaban el suelo con el talón, apoyándose sobre un pie, cambiando, quizás, alternativamente del derecho al izquier do; lo cual no difiere mucho de un paso de baile moderno50. Los egipcios también bailaban en los templos en honor de los dioses y en algunas procesiones, al acercarse al recinto de estos sagrados lugares. Aunque a primera vista esta costumbre parezca incompatible con la seriedad de la religión, podemos recordar el sentimiento con el que bailó David51, ante el arca y el hecho de que los judíos consideraban parte de sus obliga ciones religiosas acercase a la deidad con la danza52, con la pandereta y con el arpa. En el rito de adoración del becerro de oro también introdujeron canciones y bailes, y esto derivó di rectamente de las ceremonias de los egipcios.
D. El palacio-templo de Ramsés el Grande, generalmente llamado el Memnonium, en Tebas, durante la inundación.
49 50 51 52
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Grabado 153. Grabado 154. 1 Cró 15:29; 2 Sm 6:14. S 149:3 «Dejemos que alaben su nombre con la danza.» Ex 15:20.
E.
Los dos Colosos de Tebas ante el templo construido por Amenofis II, con las ruinas de Luxor a lo lejos, durante la inundación.
CAPÍTULO III Entretenimiento de los invitados. Jarrones. Adornos de la casa. Preparativos de comida. La cocina. Modo de comer. Cucharas. Higiene antes de las comidas. La presentación de la imagen de un hombre muerto. Juegos fuera y dentro de la casa. Lucha. Luchas de barcos. Peleas de toros.
Mientras se entretenía al grupo con la música y la danza y se iba anunciando sucesivamente a los últimos que iban lle gando, se seguía sirviendo refrescos y se prodigaba toda cla se de atenciones a los invitados reunidos. A todo el que lle gaba se le ofrecía vino y los sirvientes masculinos traían coronas de flores a los caballeros mientras las mujeres o esclavas blan cas se las traían a las damas a la vez que tomaban asiento '. Un sirviente o esclavo de más categoría era el encargado de
1 Grabado 157, figs. 4, 5, 8, 9, 12, 21.
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Grupo de invitados, entretenidos con música y bailes. En Tebas, y ahora en el Museo Británico, figs. 1, 2,4, 5, 6,7, 8, 9. Hombres y mujeres sentados juntos en el banquete. 3. Uña sirvienta ofreciendo una copa de vino. 10,11,12. Mujeres cantando y tocando las palmas al son de la chirimía doble, 13. 14,15. Mujeres bailando. 16. Jarrones sobre soportes, tapados con espigas de trigo, y adornados con flores.
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1 2 3 158. Un sirviente blanco y otro de color esperando a una dama en una fiesta. Tebas.
servir el vino, y una mujer de color le seguía a veces para re coger la taza vacía una vez vertido el vino en la copa. El mis mo esclavo de color negro llevaba frutas y otros refrescos, el particular modo de llevar la bandeja con la mano vuelta, cos tumbre tan generalmente extendida entre las mujeres de Áfri ca, está reflejada en las pinturas de Tebas2. A cada persona se le entregaba una servilleta después de be ber para que se secara la boca3, semejante al mahrama de los egipcios modernos, y quien la llevaba pronunciaba una frase cortés cuando la ofrecía y cuando le entregaban de nuevo la copa como, «¡Que le aproveche!», y ningún oriental en nues tros días bebe agua sin haber recibido un deseo similar. No se consideraba de mala educación rechazar el vino que era ofre cido, incluso aunque ya se hubiera servido 4. Un abstemio po día continuar oliendo una flor de loto sin ninguna vergüenza. Los hombres y las mujeres podían sentarse juntos o separados, en diferentes partes de la habitación. No había ningún estricto recelo que detuviera a los extraños o a los miembros de la fa milia de acudir a los mismos acontecimientos sociales, lo que 2 G rabado 158. 3 G rabado, 157 fig s. 1 2 ,2 1 . 4 G rabado, 1 5 7 fig . 13.
154
muestra lo avanzados que estaban los egipcios en cuanto a sus costumbres sociales. En esto, como los romanos, se diferencian mucho de los griegos y podría decir con Cornelio Nepote, «¿Quién de nosotros se avergüenza de traer a su mujer a una fiesta? ¿Y qué dama de una familia se puede nombrar que no se pasee libremente por la parte principal y más frecuentada de la casa? En cambio en Grecia la mujer no aparece en ningún entretenimiento, excepto aquellos a los que sólo están invita dos los familiares. Las mujeres, de hecho, siempre hacen su vida en los apartamentos de la parte superior de la casa, a la que no puede entrar ningún hombre, a menos que sea un familiar.» A los casados no les incomodaba sentarse juntos y la idea de que pudieran estar hartos de su mutua compañía no hacía necesario separarles. Para resumir, eran los matrimonios ide ales y compartían la misma silla en casa, en una fiesta e in cluso en la tumba, donde la escultura les mantenía juntos. El señor y la señora de la casa, pues, se sentaban uno jun to al otro en un gran sillón y el invitado que llegaba se dirigía hacia ellos para recibir su bienvenida. Los músicos y bailari nes llamados para la ocasión también les presentaban sus res petos antes de comenzar su actuación. Se ataba un mono a la pata del sillón, un perro, una gacela o algún otro animal de compañía; un niño pequeño podía sentarse en el suelo al lado de su madre o en las rodillas de su padre.
159.
Damas en un fiesta hablando de pendientes.
Tebas.
155
Mientras tanto la conversación se iba animando, sobre todo en aquellas partes de la habitación donde había mujeres sen tadas juntas y discutían animosamente de los numerosos temas que se les ocurrían. Entre estos el tema del vestido no faltaba nunca y el de los modelos o el valor de las baratijas eran ana lizados con un proporcionado interés. Preguntaban ansiosas sobre quién era el orfebre de un pendiente o la tienda donde se había adquirido; comparaban el arte, el estilo y los materiales de sus alhajas con las de las demás y así codiciaban las de su vecina o preferían las suyas. Las mujeres de todas clases com petían con las otras en la exhibición de las «joyas de plata y joyas de oro», en la textura de su «vestido», en sus sandalias y en la forma o belleza de sus cabellos trenzados. Se consideraba como un bello cumplido intercambiarse flo res de sus ramos y los egipcios hacían gala de toda su vivaci dad cuando se sentaban. Los huéspedes no omitían nada que pudiera hacer su fiesta agradable y mantenían amenas conver saciones, que eran para ellos el gran encanto de una sociedad hábil, como para los griegos, que pensaban que era «más ne cesario y conveniente gratificar a la compañía mediante una conversación agradable, que con gran variedad de platos». Los invitados, por su parte, no desaprovechaban ninguna ocasión para demostrar cuánto estaban disfrutando; y el llamar la aten ción de los otros sobre los diversos objetos que adornaban la habitación, era un cumplido hacia el buen gusto del dueño de la casa. Admiraban los jarrones, las cajas talladas de madera y marfil y las ligeras mesas sobre las que se exhibían diversos detalles. También alababan la comodidad y elegancia de los si llones, los ricos cojines y las fundas de los sofás y otomanas, las alfombras y otras decoraciones. Algunos, a los que se in vitaba a ver los dormitorios, encontraban en los adornos colo cados sobre la mesa de tocador y en toda la decoración en ge neral, nuevos temas de admiración. A su vuelta a la sala de invitados declaraban con qué buen gusto estaba decorada toda la casa. En una ocasión, mientras los encantados invitados es taban inmersos en uno de estos ratos de admiración y otros
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estaban ocupados con los cotilleos (quizás de política o de los escándalos del día) un extraño joven, bien por atrevimiento o por poca precaución, se apoyó contra una columna que estaba colocada en el centro de la habitación para situar algún ador no provisional y lo arrojó sobre los que estaban sentados de bajo5. La confusión fue grande; las mujeres chillaban; y algu nas, con las manos levantadas, se esforzaban por proteger sus cabezas y escapar del golpe. Sin embargo, parece que nadie resultó herido; y una vez restaurada la armonía de la fiesta, el incidente proporcionó un nuevo tema de conversación, que con tarían con todo detalle a sus amigos al volver a casa. Los jarrones eran muy numerosos y de variadas formas, ta maños y materiales. Eran de piedra dura, alabastro, cristal, mar fil, hueso, porcelana, bronce, latón, plata u oro, y los de las cla ses más pobres eran de cerámica vidriada o de barro común: muchos de sus jarrones ornamentales, como los que se usan hoy en día, eran de las formas más elegantes y podrían com petir con los griegos. Los egipcios normalmente mostraban en estos adornos de lujo que decoraban su casa, el gusto de un pueblo altamente refinado. Tanto se parecían a las piezas de las mejores épocas de la antigua Grecia en su forma y en los adornos que les colocaban, que se podría incluso pensar que estaban copiados de modelos griegos. Pero eran puramente egipcios y habían sido universalmente adoptados en el valle
160.
Vasos de oro del tiempo de Tutmosis III.
Tebas.
5 Lamento haber perdido la copia de este entretenido tema. Estaba en una tumba en Tebas.
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del Nilo, mucho antes de que las elegantes formas que admi ramos fueran conocidas en Grecia, hecho invariablemente re conocido por los conocedores de la remota era de los monu mentos egipcios y de las pinturas que los representan. Algunos de los más elegantes datan del primer período de Tutmosis ΠΙ, que vivió entre mil cuatrocientos o mil quinien tos años antes de nuestra era y no sólo admiramos sus formas, sino la riqueza de los materiales con los que estaban hechos, los colores y los jeroglíficos, que muestran que eran de oro y plata o de plata con incrustaciones de oro. Los de bronce, alabastro, cristal, porcelana e incluso cerá mica común, también merecen admiración por la belleza de sus formas, los diseños que los adornaban y la calidad del material; las tazas de oro y plata a menudo estaban bellamente talladas y tenían piedras preciosas incrustadas. Entre estas se distinguen las esmeraldas verdes, la amatista púrpura y otras gemas. Cuando tenían las asas adornadas con cabezas de animales, los ojos a me nudo estaban representados por estas piedras, excepto cuando se usaba esmalte o alguna composición coloreada como sustituto. Que los egipcios usaban piedras preciosas para decorar sus jarrones y para collares, anillos, brazaletes y otros adornos pro pios de mujeres, queda patente en las pinturas de Tebas y por los numerosos artículos de joyería encontrados en las tumbas. Parece que a veces se envia ron a Egipto en bolsas similares a las que contenían el oro en polvo que las 161. Bolsas, generalmente con naciones conquistadas traían como tripoivo de oro, atadas y selladas, buto a los egipcios, y que estaban ataTebasdas y aseguradas con un sello. Muchos de los jarrones de bronce encontrados en Tebas y en otras partes de Egipto eran de exce lente calidad y prueban la habilidad que poseían los egipcios en el arte del trabajo y la mezcla de los metales. Son sorprenden tes los ricos tonos sonoros que emiten al ser golpeados, el fino pulido que aún hoy se puede ver en algunos y el buen acabado
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162.
Jarras, con una o dos asas. figs. 1, 2. Cántaros de barro encontrados en Tebas. 3 ,4 . Jarrones de bronce. 5. Lo mismo visto desde arriba, mostrando la parte superior del asa. 6 a 19. De las pinturas de Tebas.
159
163.
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Jarrones adornados con una o dos cabezas o el animal entero. fig. 2. Lleva escrita la palabra oro encima.
Tebas.
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164.
Jarrones ricamente adornados con cabezas de animales, y figuras de cautivos.
Tebas.
que le daban los orfebres: no menos dignos de alabanza son los cuchillos y dagas, hechos del mismo material. La elasticidad que poseían y que aún hoy conservan, era de tal calidad como la que se espera encontrar en las hojas de acero actuales. Aún no han podido determinarse las proporciones exactas del cobre y la ale ación, en ninguno de los ejemplos que se conservan en los mu seos de Europa, pero sería curioso saber su composición, par ticularmente la de la interesante daga de la colección de Berlín, que es tan notoria por la elasticidad de su hoja, como por la ni tidez y perfección de su acabado. Muchas contienen diez o vein te partes de latón y ochenta o noventa de cobre. Algunos jarrones tienen un asa y otros dos. Algunos esta ban adornados con las cabezas de animales salvajes, como íbi ces, antílopes o gacelas. Otros tenían una cabeza a cada lado, de zorro, gato o algo similar. Otros estaban adornados con ca bezas de caballos, un cuadrúpedo entero, una cabeza de gan so, figuras de cautivos u otros adornos. Algunas veces eran grotescos y monstruosos, especialmente cuando formaban par te de las ofrendas que traían los pueblos conquistados del nor te, que pueden ser asiáticos más que egipcios. Uno de ellos
Tebas. 165. fig. 1. Jarrón, con la cabeza de un pájaro como tapa. 2. Con la cabeza de un monstruo Tifón. 3. Un jarrón dorado, sin asas. Son de los tiempos de las dinastías x v i i i y xix.
162
(fig. 1) parece que tenía como tapa la cabeza del dios asirio representada en las esculturas de Nimrud, que se suponía que era un buitre, un pájaro cuyo nombre, nisr, recuerda al de «Nisroch, el dios» de Nabucodonosor. Eran de porcelana o de esmalte en oro y era sorprendente el brillo de sus colores. La cabeza de un monstruo tifón también sirvió de tapadera para estos jarrones, al igual que como soporte de un espejo (en el que se miraba a diario una dama egipcia). Pero estos dos y la cabeza de pájaro son de tiempos muy tempranos y han sido encontrados entre los jarrones traídos como parte del tributo de Asia a los reyes de las dinastías x v i i i y xix. La cabeza del monstruo Tifón guarda cierta analogía con la de Medusa. Se piensa que era del dios sirio Baal, cuyo nombre se asoció al gunas veces con el de Set o Tifón, el maligno. También había un rhyton o copa de beber, con la forma de una cabeza de gallo, que formaba parte del tributo del pueblo de Kufa a Tutmosis m. Estos jarrones adornados en exceso, con una confusa mez cla entre modelos de flores y volutas, parecen haber venido en su mayoría de Asia. Es notorio que los ornamentos de Níneve tengan el mismo carácter. A veces son tan faltos de gusto como las botellas de vino y los tiestos de una bodega o jardín inglés. Pero muchos de los traídos por el pueblo de Rotnn tienen toda la belleza de formas encontradas en los ja rrones griegos. Algunos tienen una sola asa fijada en un lado y tenían una forma no muy distinta a nuestras jarritas de leche6, adornados con cabezas de buey u otros ornamentos. Otros eran de bron ce y oro, con las asas del mismo metal. Muchos jarrones tenían asas simples o argollas a cada lado; otros carecían de estas y de cualquier ornamento exterior; algunos estaban adornados con un simple aro unido a una barra7 o con un pequeño nudo,
166. figs. 1 y 2. Jarrones de un período temprano. 4. Copa de beber de porcelana.
De las pinturas de Tebas. 3. Jarrones sobre un soporte. 7. Jarrón de bronce, ribeteado con oro.
que sobresalía en un lado8; y muchos de los usados en el ser vicio del templo, muy adornados con figuras de las deidades en relieve9, tenían un asa curva móvil, parecida, aunque más elegante, a sus utensilios de cocina comunesl0. Eran de bron ce, adornados con figuras en relieve o grabadas; y una de és tas encontrada por Salt mostraba, por la elasticidad de su tapa y la perfección con la que encajaba en la boca del jarrón, la gran maestría de los artesanos egipcios ". Otro, de dimensiones mucho mayores y de forma distinta, que traje de Tebas y entregué al Museo Británico, es también de 8 9 10 11
164
Grabado Grabado Grabado Grabado
167, figs. 3, 4, 5. 168, fig. 1. 168,fig. 3. 172.
167. fig, 1. Vasija de bronce, que traje de Tebas, y ahora está en el Museo Británico. 2. Muestra cómo está sujeta el asa. 3. Jarra de alabastro de Tebas, de los tiempos de Nekao. 4. Jarrón de cristal, en Berlín. 5. Jarrón de piedra. 6 a 9. De las esculturas de Tebas.
bronce, con dos grandes asas sujetas con tomillos. Aunque se parece a algunas de las vasijas representadas por las pinturas en una cocina egipcia, su ligereza parece mostrar que más bien se usaba como palangana o para algún propósito similarl2. Los jarrones coronados por una cabeza humana, que servía de tapa, parecen haber sido usados con mucha frecuencia para guardar oro y otros objetos preciosos, como lo podemos apre12 Grabado 169.
168.
169.
fig. 1. Vasija de bronce usada en el templo. 2. Una más grande, en el Museo de Berlín. 3, 4, 5. Utensilios culinarios en las esculturas de Tebas.
Recipiente de bronce que traje de Tebas.
ciar en los que se han encontrado en ciertas pequeñas cámaras de Medinet Habu, que eran el tesoro del rey Ramsés m. Y si Ramsés era realmente el mismo que el rico Rampsinito de Herodoto, estas cámaras pueden haber sido las que contenían el mismo tesoro que él menciona, donde los ladrones mostraron tanta destreza.
166
170 .
171
fig. 1. Jarrón de alabastro en mi posesión, de Tebas. 2. Jarrón de porcelana de la colección del Salt.
V
fig. 1. Jarrón de alabastro, con aceites aromáticos, en el museo del Castillo de Almvick. 2. Jeroglíficos de un jarrón, con el nombre de la reina, la hermana de TYitmosis III. 3. La tapa. 4 y 9. Vasijas de porcelana, de las pinturas de Tebas. 5. Jarrón de porcelana en mi posesión, de Tebas. 6. Pequeña vasija de marfil, en mi posesión, con un ungüento de color oscuro, de Tebas. 7. Vasija de alabastro con la tapa (8), en el museo del Castillo de Alnwick.
167
172. Jarrón de bronce de la colección Salt.
173. Botella de cristal.
Tebas.
Las botellas, jarritas y vasijas, usadas para guardar pomadas o para otras utilidades relacionadas con el aseo, eran de alabas tro, cristal, porcelana, y materiales duros, como el granito, ba salto, pórfido o sexpentina; algunas estaban hechas de marfil, hueso y otros materiales, de acuerdo con los gustos o medios del individuo; o las jarras de barro y las botellas de agua de Coptos, como las modernas de Bailas y Keneh (ciudades vecinas) eran altamente apreciadas incluso por los extranjeros. También eran numerosas las cajas pequeñas de madera o marfil y, al igual que los jarrones, eran de muy variadas for mas. Algunas, que contenían cosméticos, servían para de corar el tocador de las damas. Estaban talladas de diversas formas y cargadas con diversos adornos en relieve: algunas veces representaban la favorita flor de loto, con sus yemas y tallos, un ganso, una gacela, un zorro u otros animales. A l gunas eran de una longitud considerable y terminaban en una concha hueca, parecida a una cuchara en forma y profundi dad, cubiertas con una tapa que giraba en una bisagra, y a esto, que se le puede llamar propiamente una caja, le añadían
168
una parte que puede considerarse como un mero accesorio or namental o que servía de mango.
174.
Caja con un asa grande, colección Salt.
175.
Caja en el Museo de Berlín, con la tapa abierta.
Generalmente eran de madera de sicómoro, otras veces de tamarisco13 o de acacia; y otras veces el marfil y la taracea eran sustitutos de la madera. Muchas llevaban un asa de longitud menos desproporcio nada, que representaba la usual flor de loto o una figura o un monstruo tifón, un animal o un pájaro, un pez o un reptil. La misma caja, tuviera tapa o no, era acorde al resto. Algunas ca13 Grabados 174, 175.
169
176 .
Cajas de madera, o platillos sin tapa.
Colección Salt.
jas más profundas seguramente se usaban para guardar pe queñas cantidades de ungüentos, que se cogían de un recipiente más grande cuando se iban necesitando o para otros fines re lacionados con el baño, para los que no se requerían cajas de tamaño mayor. En muchos casos se parecían más a cucharas que a cajas.
177. Otras cajas abiertas, cuya forma se ha tomado de la corona del nombre de un rey. Castillo Alnwick y Museo Leyden.
170
Muchas tenían la forma de óvalo real, con y sin asa14; o se vaciaba el cuerpo de un pez de madera y se cubría con una tapa que imitaba las escamas, para engañar al ojo, dando la impresión de ser una masa sólida. Algunas veces se representaba un ganso, listo para
178.
Caja con forma de pez, con taja.
179.
Caja con y sin tapa.
180.
Cajas en forma de gansos.
Colección Salt.
Museo d e l castillo de Alnwick.
Colección Sait y el Museo Leyden.
comer15o nadando en el agua16y arreglándose las plumas. La cabe za era el asa de una caja cuya cavidad era el cueipo hueco; algunas consistían en una parte abierta o taza, unida a una caja cerrada17, 14 15 16 17
Grabado Grabado Grabado Grabado
177. 179, fig. 1. 180,fig. 2. 181.
171
que cuando tenían formas diferentes ofrecían la variedad usual de ornamentos, y las que no tenían tapa, pueden llamarse plati llos. Otras tenían la forma y carácter de una caja, más proftinda y con más capacidad y eran usadas probablemente para guardar baratijas, u ocasionalmente como depósitos de pequeños tarritos de pomada, aceites perfumados o botellitas con colirio que las mujeres se aplicaban en los ojos.
181.
Una parte abierta y otra cubierta.
Colección Salt.
182. Caja con la tapa colocada, como es habitual, sobre una bisagra. Colección Salt.
183.
172
Una caja con y sin tapa.
Colección Salt.
Algunas estaban divididas en compartimentos separados, cu biertas por una tapa corrediza, que se deslizaba por una ranura18 o giraba sobre una bisagra colocada en un extremo. Algunas que eran aún de mayores dimensiones servían para guardar un es pejo, peines, e incluso ciertos objetos de vestir.
184.
fig. 1. Una caja, con adornos en relieve, dividida en compartimentos. 2. La tapa, que se desliza por una ranura. Colección Salt.
Estas cajas eran normalmente de materiales caros, chapa das con maderas exóticas o hechas de ébano, con incrustacio nes de marfil, pintadas con diversos motivos o teñidas imitan do materiales más valiosos. El modo de sujetar la tapa y el curioso sustituto de bisagra que tenían algunas, muestran que ésta se podía quitar del todo y que la caja permanecía abierta mientras se usaba. Este principio podrá entenderse mejor si se consulta el grabado 185, donde la figura 1 es un gráfico que representa un corte transversal de la caja y la figura 2 repre senta el interior de la tapa. En la zona superior de la parte tra sera (c), en la figura 3, se puede ver un pequeño agujero cor tado (e), donde, cuando la caja está cerrada, encaja el nudo (d), que sale de la barra transversal (b), situada en el interior de la tapa. Los dos nudos (f y g), uno en la tapa y el otro en la pai te delantera de la misma caja, servían no sólo de adorno, sino
18 Grabado 184.
173
185. fig. 1. Sección de la caja. A, la tapa; K, la base; C y D, los dos lados. 2. El interior de la tapa; B y H, barras transversales clavadas en el interior de la tapa. Encontrada en Tebas.
para atarla con una banda que se colocaba alrededor y se ase guraba con un sello. Los tiradores de ébano o de otras maderas duras, eran muy co munes. Estaban cuidadosamente labrados y tenían incrustaciones en marfil y plata. Podemos ver un ejemplo en el gráfico 5. Algunas cajas terminaban en una punta dividida en dos par tes, una de las cuales se movía girando sobre pequeños pivo tes sujetos en la base y los dos extremos de la caja parecían por su forma los hastiales, como la parte superior parecía el teja do de una casa19. Los lados, así como era habitual estaban su jetos con pegamento y clavos, generalmente de madera y en samblados con cola de milano, un método de ensamblaje adoptado en Egipto desde época remota; pero su descripción corresponde más bien al trabajo de la madera, igual que los métodos empleados para sujetar los peines y otros objetos si milares de tocador.
19 Ver cajas en el cap. vn en la sección de carpinteros.
174
Se han encontrado algunos jarrones dentro de cajas hechas de mimbre, cerradas con tapas de madera, junco, u otros ma teriales, que se supone pertenecían al tocador de una mujer o a un médico. Un ejemplar de estos, ya mencionado20, se con serva el museo de Berlín.
186. Botella de terracota, quizá usada por los pintores para poner agua, y que se sujetaba con el dedo pulgar. Colección Salt.
También se han encontrado en abundancia botellas de te rracota de las formas y dimensiones más variadas, hechas para todo tipo de propósitos para los que podían valer. Una parecía haber pertenecido a un pintor y se debió usar para echar agua para diluir los colores, ya que la forma y posición del asa su gieren que se cogía con el dedo pulgar de la mano izquierda, mientras la persona pintaba o escribía con su mano derecha. Para hacer los jarrones y botellas, los egipcios no sólo usa ron la piedra y otros materiales anteriormente mencionados, sino que también usaron el cuero o piel acondicionada. Algunas de estas eran importadas por Egipto de países extranjeros. Como en la sociedad griega y romana, la piel era normalmente usada entre los egipcios para guardar vino, pero nunca se han visto botellas de cuero en las fiestas egipcias, bien porque servían el vino directamente del ánfora o porque lo servían en la mesa. Las botellas y jarrones de boca estrecha, llenos de agua, se colocaban en el salón, normalmente tapados con un material li gero que permitía la salida del aire caliente al enfriarse el pro ducto y por lo general se colocaban en una corriente de aire para
20 Ver grabado 92.
175
favorecer la evaporación. Para tapar estos jarrones, a menudo se usaban hojas que despedían una agradable fragancia, tal y como se sigue haciendo hoy en día. Parece, pues, que los antiguos ha bitantes de Egipto tenían el mismo prejuicio contra los jarrones sin tapar que sus actuales habitantes21. Mientras se entretenía a los invitados con la música y la danza, se preparaba la comida, pero como constaba de un considerable número de platos y la carne se mataba para la ocasión, como aún se hace hoy en día en los países tropicales y del Este, pasaba algún tiempo antes de que se trajera a la mesa. Un buey, un cabrito, una cabra salvaje, una gacela o un orix y una gran cantidad de gansos, patos, cer cetas, codornices y otros pájaros eran seleccionados normal mente, pero el cordero estaba excluido de la mesa de Tebas. Plutarco incluso dice que «ningún egipcio comería la carne de cordero, excepto los licopolitas», que hacían esto como un cum plido hacia los lobos que veneraban. Estrabón confina su sa crificio únicamente al nomo de Nitriotis. Pero, aunque no se mataban las ovejas ni para la mesa ni para el altar, estos abun daban én Egipto e incluso en Tebas, y se mantenían grandes re baños, apreciados por la lana que producían, particularmente en las vecindades de Menfis. Algunas veces los rebaños tenían más de dos mil cabezas. En una tumba bajo las Pirámides, que data de hace más de cuatro mil años, se trajeron 974 cameros para que los escribas los registraran entre los muertos, lo que significa un número igual de ovejas, independientemente de los corderos22. La carne de buey y de ganso era la que principalmente se consumía en Egipto y por una razón prudente: era un país don de no abundaban los pastos, ni tampoco el ganado vacuno; la vaca era considerada sagrada y por tanto su consumo estaba prohibido. A sí pues, se evitaba el riesgo de agotar el rebaño manteniendo un surtido constante de bueyes para la mesa y
21 Grabado 156, fig s , a, b, c, d, e. 22 Ver el sép tim o grabado en el cap. vm .
176
para la agricultura. Un miedo similar a acabar con el número de ovejas, tan apreciadas por su lana, llevó a una preferencia por la carne de buey o de ganso. Aunque eran mucho menos ligeras y ricas que el cordero. EnAbisinia es un pecado comer gansos o patos y la experiencia actual enseña que en Egipto y en climas similares, el buey y el ganso no son una comida re comendable, excepto en los meses de invierno. Se servía una cantidad considerable de carne en aquellas comidas a las que había muchos extranjeros invitados, como entre los pueblos de Oriente en la actualidad, cuyo azuma o banquete es famoso por presentar una gran variedad y canti dad de platos, por la profusión de viandas y cuando el vino está permitido, también por la abundancia de bebida. Un sinfín de verduras estaban también presentes en todas las ocasiones y, cuando cenaban en privado, los platos que se componían sólo de verdura eran más solicitados que los de carne, incluso en la mesa de los ricos. En consecuencia los israelitas, quienes, tras su larga estancia allí habían adquirido hábitos similares, los preferían a las carnes y pescados de Egipto23. El modo en que comían era muy parecido al modo en que lo hacen hoy los habitantes de El Cairo y en todo el Este: cada cual se sentaba alrededor de una mesa y mojaba su pan en un plato situado en el centro, que era retirado a un gesto hecho por el huésped. A éste le seguían otros platos, cuyo orden dependía de reglas establecidas y cuyo número estaba predeterminado por el magistral de las fiestas o la categoría de los invitados. , Entre las clases más bajas, la verdura constituía una parte muy importante de su alimentación y rápidamente se aprove chaban de la variedad y abundancia de las suculentas raíces que crecían espontáneamente en las tierras irrigadas por el creciente Nilo, tan pronto como sus aguas se habían reabsorbido. Algunas se comían crudas y otras asadas a la brasa, hervidas o estofa das: su principal alimento y el de los niños consistía en leche
23 Nm 11:4,5.
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y queso, raíces, leguminosas, curcubitáceos u otras plantas y frutas del campo. Herodoto describe la comida que toma ban los trabajadores de las Pirámides y dice que consistía en «rábanos, cebollas y ajos»; el primero, que ahora se lla m a/?#/ sabe como el rábano; pero ha omitido una legum bre, las lentejas, que era, como hoy en día, el principal cons tituyente de su dieta y que Estrabón muy propiamente añade a la lista. La roca de numulite, en el límite de estos monumentos, pre senta un conglomerado de testáceos insertados en ella, que en algunas ocasiones se parecen a pequeñas semillas. Estrabón imagina que eran las semillas de lentejas petrificadas, que ha bían traído los trabajadores, ya que constituían la comida dia ria de las clases obreras y de las clases más bajas de egipcios. Mucha atención se dedicó al cultivo de esta útil legumbre y algunas variedades se hicieron renombradas por su excelen cia, como las lentejas de Pelusio dignas de estima en todo Egipto y en países extranjeros. En pocos países hubo más variedad de verduras que en Egipto, como lo prueban los escritores de la Antigüedad, las esculturas y el número de personas que las vendían; y en los tiempos de la invasión árabe, cuando Alejandría fue tomada por Amer, el teniente del califa Ornar, no menos de cuatro mil personas se dedicaban a la venta de verduras en esa ciudad. El loto, el papiro y otras producciones similares de la tierra, durante y después de la inundación, eran, para los pobres, una de las mayores bendiciones que la naturaleza había otorgado nunca a ningún pueblo. Como la bellota en los climas del nor te, constituía quizás el único alimento de los campesinos en el temprano período de la colonización de Egipto. La fertilidad de la tierra, sin embargo, pronto permitió un producto más caro a los habitantes, y mucho antes de que hubieran hecho grandes avances en la civilización: se cultivaban en gran medida por todo el país cereales y plantas leguminosas. La palmera era otro im portante regalo que se les había otorgado: florecía espontánea mente en el valle del Nilo y no podía crecer en las áridas arenas
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del desierto; sin embargo, el agua era todo el alimento que pre cisaba. Este útil árbol producía dátiles en abundancia, fruta muy rica y nutritiva, que puede considerarse como un beneficio uni versal al alcance de toda clase de personas, y cuyo cultivo no re quiere grandes gastos ni interfiere con otros cultivos. Entre las verduras arriba mencionadas hay una que requie re ciertas observaciones. Juvenal dice que los egipcios tenían prohibido comer cebollas y se cuenta que fue excluida de la mesa egipcia. Pero incluso si, como supone Plutarco, las cebollas les estaban prohibidas a los sacerdotes, que «se abstenían de la ma yoría de las verduras», estas no estaban excluidas del altar de los dioses, ni de las tumbas, ni de los templos. Se puede ver a un sa cerdote sosteniéndolas en la mano o un altar cubierto con un ma nojo de sus hojas y raíces. Fueron introducidas tanto en cele braciones públicas como privadas, y se traían a la mesa junto con la calabaza, los pepinos y otras verduras. Los israelitas, cuan do abandonaron el país, lamentaban: «las cebollas» así como los pepinos, las sandías24, los puerros, el ajo y la carne que «co mieron» en Egipto25.
1
2
3
187. Carnicero matando y despiezando un íbice o cabra salvaje; los otros dos afilando sus cuchillos en un eslabón. Tebas.
24 Abtikhim, ver b a tik árabe, «sandía». 25 Ex 16:3; Nm 11:5.
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Las cebollas de Egipto eran suaves y de excelente sabor. Las comían tanto crudas como cocinadas las personas de las clases más altas así como las de clases más bajas; pero es difícil decir si las introdujeron en la mesa al igual que el repollo, como en trante para estimular el apetito, según recomienda Sócrates en el Banquete de Jenofonte. En esta ocasión, diferentes miembros de la fiesta mencionan curiosas razones para su uso. Nicerato observa que las cebollas saben bien con el vino y cita a Homero como apoyo a su afirmación. Cármides sugiere su utilidad «para engañar a una mujer celosa, que encontrando que el aliento de su marido olía a cebolla, se inclinaría a pensar que éste no ha bía saludado a nadie mientras había estado fuera de casa». La carne elegida para la mesa era normalmente la de buey o cualquier animal que hubiera sido elegido para la ocasión y se sacrificaba en un patio cerca de la casa. Se le ataban las cuatro patas y luego se le arrojaba al suelo; en esta posición le sujeta ban una o más personas, mientras el carnicero, afilando su an cho cuchillo sobre un acero que llevaba en el delantal, procedía a cortar el cuello del animal, lo más cerca posible de una oreja a otra, y a veces continuaban rajándole hacia abajo26. La sangre normalmente se recogía en una vasija o balde y se utilizaba para cocinar27, lo cual les fue prohibido repetidamente a los israeli tas por la ley de M oisés28. La razón de esta prohibición explíci ta se encuentra en la necesidad de impedirles adoptar una cos tumbre que habían visto tan recientemente en Egipto. Y no fue menos estrictamente prohibida por la religión mahometana; to dos los musulmanes contemplan esta costumbre de los egipcios y de los europeos modernos, con un horror y disgusto sin cali ficativos. Pero las morcillas fueron popúlales en Egipto.
26 Los israelitas a veces cortaban la cabeza de cuajo. Dt 2 1 :4,6. 27 Grabado \9 \,f ig . 2. 28 Dt 15:23 «Tú serás el único, pues, que no coma sangre: tú la derra marás sobre el suelo como si fuera agua.» Dt: 12:16, 23, «Asegúrate de no comer la sangre, porque la sangre es la vida.» Gn 9:4 y Lv 17:10, 11, 14, etcétera.
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Luego se le cortaba la cabeza y procedían a quitar la piel del animal, empezando por la pierna y el cuello. El primer cuar to que se le cortaba era la pata delantera derecha o el hombro; luego le seguían sucesivamente las otras partes, según la cos tumbre o la conveniencia; y el mismo proceso se observaba, cuando cortaban a las víctimas que se ofrecían en sacrificio a los dioses. Los sirvientes iban llevando los cuartos a la cocina en bandejas de madera y el cocinero, una vez seleccionadas las partes apropiadas para hervir, asar o cocinar de alguna otra for ma, las preparaba para el fuego, lavándolas y llevando a cabo los demás preparativos que consideraba necesarios. En las gran des cocinas, el chef o cocinero jefe tenía varias personas a su cargo, que debían ocuparse de preparar y hervir el agua para la caldera, poner los cuartos en asadores o broquetas, cortar o picar la carne, preparar las verduras y cumplir con otras obli gaciones que se les asignara. El modo tan peculiar de cortar la carne frecuentemente nos impide saber la parte exacta que intentan representar en las es culturas. Los cuartos principales, sin embargo, parecen ser la cabeza, el hombro y la pata, con las costillas, rabo o cadera, el corazón y los riñones. De forma similar ocurre en los altares y en las mesas de las casas particulares. Una de las partes es dig na de mención por ser totalmente diferente a cualquiera de nues tros cuartos europeos, pero exactamente igual a uno que se ve muy frecuentemente en las mesas egipcias modernas: es parte de la pata, que consiste en la carne que cubre el hueso, cuyos extremos sobresalen ligeramente; el dibujo adjunto encontrado en las esculturas, y el boceto del mismo cuarto de una mesa ac-
188.
Peculiar cuarto de carne en una mesa egipcia antigua y moderna.
181
tuai del Alto Egipto, muestran cómo el modo de cortarlo se ha mantenido como una costumbre tradicional hasta el día de hoy. La cabeza se dejaba con la piel y los cuernos y a veces se regalaba a alguna persona pobre, como recompensa por soste
ner los bastones de aquellos invitados que venían a pie; pero normalmente se llevaba a la cocina con los otros cuartos y, a pesar de la afirmación de Heródoto, nosotros encontramos que incluso en los mismos templos se admitía para el sacrificio y se colocaba junto con otras ofrendas en el altar de los dioses. El historiador nos llevaría a suponer que un estricto escrú pulo religioso prohibiría a los egipcios de todas clases comer esta parte, porque afirma, «que ningún egipcio probaría la ca beza de ninguna especie animal», como consecuencia de cier tas imprecaciones que se podrían haber pronunciado contra ella en el momento del sacrificio. Pero como está hablando de ter neros sacrificados para el servicio de los dioses, podemos con cluir que la prohibición no se hacía extensiva a aquellos sacri ficados para la mesa, ni tampoco a todos los que se ofrecieran para sacrificar en el templo; y como ocurre con la ceremonia del chivo expiatorio entre los judíos, quizás esa importante ce remonia estuviera reservada a ciertas ocasiones y a animales elegidos, sin hacerse extensiva a cada víctima que se matara. La fórmula de la imprecación era probablemente muy si milar entre los judíos y los egipcios. Herodoto dice que estos
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últimos pedían a los dioses que «si alguna desgracia iba a su ceder a los que hacían la ofrenda o a los otros habitantes de Egipto, que cayera sobre aquella cabeza». Entre los primeros era costumbre que el sacerdote cogiera dos cabras y las echa ra a suertes, «una para el Señor y la otra para el chivo expia torio», que se presentaba vivo «para hacer expiación» por el pueblo. Luego el sacerdote debía «colocar ambas manos sobre la cabeza de la cabra viva y confesar sobre ella todas las in iquidades de los hijos de Israel y todas sus transgresiones de todos sus pecados, poniéndolos sobre la cabeza de la cabra y así la enviaban conducida por un hombre adecuado al desier to». La afirmación de Herodoto debería, pues, ser referida a la cabeza, sobre la que se pronunciaba la imprecación; y siendo considerada en todo Egipto como una abominación, puede que se llevara al mercado y se vendiera a los extranjeros o si no los había, puede que se diera a los cocodrilos. El mismo modo de sacrificio y pre paración de los cuartos era común para todos los animales; pero los gansos y otras aves salvajes y domesticadas, se servían enteras o, como máximo, sin las patas y 190, buey y un Pajaro 1 ^ colocados enteros en el altar. las alas. El pescado también se servia en tero, cocido o frito, sin la cola ni las aletas. Para los servicios religiosos se preparaban generalmente de la misma forma que para las fiestas particulares; algunas veces, sin embargo, un buey entero era traído ante el altar y las aves se colocaban entre las ofrendas, sin haberles quitado ni siquiera las plumas. En el Bajo Egipto, o, como lo llama Herodoto «el país del cereal», tenían el hábito de secar y salar las aves de varias for mas, fueran codornices, patos y otras aves29; y el pescado lo preparaban de la misma forma en el Alto Egipto y el Bajo30.
29 Ver cazad ores de aves e n cap. vm . 30 Ver p escadores en e l cap. vm .
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Algunos cuartos se cocían, otros se asaban: dos modos de preparar la comida que Heródoto parece confinai- a los egipcios, al menos en la paite sur del país; pero las diferentes formas de cocinar que había introducido Menes31 y que ofendieron los sen cillos hábitos del rey Tnephachthus, les habían enseñado desde hacía mucho tiempo a hacer «sabrosas comidas», lo que impi dió a Isaac distinguir la carne de venado joven del adulto. Los primeros griegos se limitaban a asar la carne y según observa Ateneo, el héroe de Homero rara vez «hierve sus comi das o las adereza con salsas». Los egipcios, por el contrario, ya en aquellos remotos tiempos tenían unos hábitos mucho más avanzados en cuanto a la forma de cocinar, signo inequívoco de su avanzada civilización. Los egipcios nunca cometieron los mismos excesos que los romanos durante los tiempos del Imperio, pero cayeron en há bitos de intemperancia y lujo tras la conquista persa y la as censión de los Ptolomeos. Por tanto, los escritores que los men cionan en ese período, describen a los egipcios como un pueblo libertino y amante del lujo, adicto a un inmoderado amor por los placeres de la mesa y a todo exceso en la bebida. Incluso usaron entrantes estimulantes para abrir el apetito, como el re pollo crudo, que despertaba y mantenía el deseo por el vino. Como es costumbre en Egipto y en otros países de climas cálidos hoy en día, cocinaban la carne tan pronto como mata ban al animal, para que estuviera tierna, lo mismo que hace que la gente del norte la guarde hasta que comienza a des componerse. Esto explica la orden de José de «matar y prepa rar» para que sus hermanos coman con él el mismo día a me diodía. Tan pronto como esto se había llevado a cabo y cuando todos los cuartos estaban preparados, en la cocina había una animada actividad. Los cocineros estaban ocupados en sus di ferentes secciones: uno regulaba el calor del fuego, atizándo lo o dándole aire con fuelles accionados con los p ie s32; otro 31 Es una figura mítica. Pudiera tratarse de Aha o Narmer. (N. del revisor.) 32 Ver cap. IX.
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7. Preparando la carne para la caldera, que se lleva al fuego en la fig. 6. 8. Machacando algunos ingredientes para el cocinero. f, k. Aparentemente sifones. i, j. Cuerdas que pasan por argollas, y que sujetan distintas cosas, como seguro. s. Probablemente platos. u, v. Mesas.
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186
5- h ab
6, 7. Haciendo un tipo de macarrón (/, m, ri) eñ una sartén sobre el fuego. 9. Cocinando lentejas, que están en los cestos, p, p. 8. Preparando el homo. 6,7. Haciendo bollos de pan rociados de distintas semillas. 15,16. Amasando pasta con la mano. 10. Llevando los panes al homo, que está ahora encendido. En a y b la masa se deja probablemente fermentar en un cesto, como se hace ahora en El Cairo.
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supervisaba la preparación de la came, espumando el agua con una cúchala o removiéndola con un tenedor largo33; mientras que un tercero en un gran mortero machacaba sal, pimienta, u otros ingredientes, que se iban añadiendo de vez en cuando al caldo. Líquidos de diversas clases, que algunas veces se va ciaban por medio de sifones34 estaban también listos para ser usados y lo que se quería mantener fuera del alcance de las ra tas u otros intrusos era colocado en bandejas, que se subían por medio de cuerdas que se deslizaban sobre aros colocados en el techo, para garantizar así su seguridad35. Otros sirvientes se encargaban de la pasta, que los panade ros o pasteleros habían hecho para la cena. Esta sección de pa nadería, que puede considerarse unida a la cocina, se presenta más variada que la última. Algunos tamizaban y mezclaban la harina36, otros amasaban la pasta con las m anos37 y le daban forma de bollos, que se preparaban para hornear y se coloca ban en una gran bandeja o tabla, que un hombre llevaba sobre la cabeza38 hasta el hom o39. Antes de esto se rociaban ciertas semillas sobre la superficie de cada bollo 40 y a juzgar por los que aún se usan en Egipto con el mismo propósito, eran prin cipalmente la Nigella sativa o kamóon aswed, el simsim 41 y la alcaravea. Plinio también menciona esta costumbre y dice que
33 Grabado 191, fig s. 4 y 5. 34 Esta parte del dibujo está muy deteriorada, pero queda lo suficiente como para demostrar que usaban sifones, que aparecen de nuevo y esta vez perfectamente conservados, en una tumba de Tebas. Ver cap. ix. 35 En h y f en grabado 191. 36 Grabado 191 a ,fig s . 13 y 14. 37 fig . 15. 38 Como en la actualidad. Ver, panadero jefe del Faraón, con «tres ces tos blancos en la cabeza». Gn 40:16 y Heród. 2:35, «Los hombres llevan carga en la cabeza, las mujeres en los hombros.» Pero no era la costumbre general. 39 Grabado 191a, fig s. 19 y x. 40 fig s. 11 y z. llamado o ïk por los egipcios. 41 L evam u m orien ta le. L in neo.
187
sobre los panes de Egipto se colocaban semillas de comino y que con la masa se mezclaban ciertos condimentos.
192.Cocinando gansos y distintos cuartos de carne. Tumba cerca de las Pirámides, fig. a, a. Cuartos en calderas, en el aparador, b. c. Mesa. 1. Preparando un ganso para el cocinero (2), que los pone en la olla d. 3. Asando un ganso al fuego (e) de peculiar construcción. 4. Cortando la carne. /. Cuartos en una mesa. g. Carne guisada en una cazuela sobre el fuego o magur.
Algunas veces amasaban la masa con los pies 42. Esta masa estaba colocada en un gran recipiente de madera sobre el suelo y quedaba después en un estado más líquido que cuando se mez claba con la mano. Luego se llevaba en jarras al pastelero, que hacía una especie de macarrones, en una somera sartén de me tal sobre el fuego. Dos personas se necesitaban para este proce so: una que le daba vuelta con una espátula de madera y otra que la sacaba con dos palos puntiagudos43 cuando estaba cocida y que la colocaban en un lugar adecuado donde se guardaba el res to de la pasta. Esta última era de varias clases y se extendía con la mano. A veces se mezclaba con frutas u otros ingredientes y se le daba la forma de un bollo con tres esquinas, de un buey acos 42 Heród. 2:36 y figs. 1 y 2.
« figs. 6, 7 y 1.
188
tado, una hoja, una cabeza de cocodrilo, un corazón u otras fi guras44, según la imaginación del pastelero. Que su sección es taba unida a la cocina45, se puede ver por la presencia de un hom bre en la esquina del dibujo, ocupado cocinando lentejas para la sopa o gachas46; su compañero47 trae un haz de leña para el fue go y se ven junto a él cestas de mimbre llenas de lentejas4S. Las grandes cazuelas que contenían la carne para hervir, sacadas del aparador49, donde estaban guardadas con los cuar tos, se colocaban sobre un fuego de leña en la chimenea, apo yadas sobre piedras o sobre un marco de metal o trípode50. Las más pequeñas, probablemente aquellas que contenían la came estofada, se colocaban sobre un trípode, bajo el cual había una perola51 con carbón, precisamente similar al magur, usado en el Egipto moderno52. Los gansos y cuartos de carne se asaban en un fuego de construcción muy peculiar, que tenía única mente este propósito53; el cocinero pasaba sobre ellos un aba nico 54 que hacía las veces de fuelle. Para calentar agua o co cer carne, se usaba principalmente la leña; pero para asar carne, carbón vegetal, como en las modernas cocinas de El Cairo. Las esculturas representan a los sirvientes trayendo este carbón en
44 fig s , d, f, g, h, i, k; f y g parecen tener la fruta a parte de la masa. Pasteles de la forma de f se han encontrado en la tumba de Tebas, pero sin ninguna fruta ni ningún otro condimento. 45 El panadero jefe del Faraón llevaba en el cesto superior «todo tipo de carnes asadas», no sólo «pan», sino «toda clase de comida». Gn 40:17. Antiguamente, entre los romanos, no se diferenciaban cocinero y pana dero. 46 fig . 9. 47 fig . 10.
48 49 50 51 52 53 54
En p. En b. Grabado 192, en d, E ne. En g. E ne. E nf.
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esterillas, de la misma forma que las de hoy en día. Algunas veces usaban unas bolas redondas para cocinar, probablemen te una mezcla de carbón vegetal y otros ingredientes, que se pueden ver en un dibujo que representa a un sirviente sacán dolas de una cesta y poniéndolas en un horno, mientras que otro da aire al fuego con un abanico. Que la comida principal se servía al mediodía se puede sa ber por la invitación que dio José a sus hijos; pero es probable, que, como los romanos, también cenaran, como es aún la cos tumbre en el Este. La mesa era muy parecida a como es hoy en día en Egipto: una pequeña banqueta, que servía de apoyo a una bandeja redonda, en la que se colocaba los platos. Pero se di ferenciaba de esta en que tenía una cumbre circulai' fijada so bre un pilar o pata, que a menudo teñía la forma de un hombre, generalmente un cautivo, que sostenía la tabla sobre su cabeza. Era toda de piedra o de alguna madera dura. Sobre esta se co locaban los platos y las hogazas de pan, algunas de las cuales no eran muy diferentes de las modernas hogazas de pan egip cias, planas y redondas como los bollos ingleses. Otras tenían la forma de roscas o pasteles y estaban rociadas de semillas. Generalmente la mesa no se cubría con ningún mantel, pero era costumbre lavarla con una esponja o servilleta cuando se quitaban los platos. Luego era pulida por los sirvientes cuan do los invitados se habían retirado. A veces se extendía una servilleta sobre la mesa, al menos en aquellas ocasiones en las que se llevaban ofrendas en honor a los muertos. Uno o dos in vitados se sentaban normalmente a la mesa, aunque por la men ción de que las personas se sentaban en fila según el rango se ha supuesto que las mesas a veces eran alargadas, como pue de haber sido el caso cuando los hermanos de José «se senta ron ante él, de mayor a menor, por orden de nacimiento», mien“ tras José comía solo en otra mesa «que estaba colocada en frente de todos ellos». Pero incluso si la mesa era redonda, tam bién se podían sentar según el rango, pues había siempre un puesto de honor en la mesa redonda de Egipto, como sucede incluso en la actualidad.
190
En las casas de los ricos, el pan se hacía de trigo. Las clases más pobres se tenían que contentar con hogazas de cebada o de dura (Holcus sorghum), que tanto utilizan últimamente. Herodoto se confundió cuando escribió que ellos pensaban que «era la ma yor desgracia vivir de trigo y cebada», como cuando dijo que «nadie bebía en tazas que no fueran de bronce». Las tazas en las que bebían los egipcios no sólo eran de muy distintos materia les, sino de muy distintas formas. Algunas eran sencillas y sin adornos, otras, aunque de pequeñas dimensiones, estaban hechas a imitación de jarras más grandes. Muchas eran como nuestras propias copas, sin asas y otras pueden llamarse vasos y platillos. Los primeros estaban hechos normalmente de alabastro, con una base redonda, de modo que no podían sostenerse derechos cuan do estaban llenos y había que sostenerlos con la mano; cuando se vaciaban, se les ponía boca abajo, apoyados en los bordes; los platillos, que eran de cerámica vidriada, tenían a veces flores de loto o peces, representados en su superficie cóncava.
193. Tazas de beber. fig. 1. Copa de alabastro, en el Museo del Castillo Alnwick. 2. Platillo o copa de cerámica azul vidriada, en la Colección de Berlín. 3. Vista lateral del mismo.
Las mesas, como en la comida romana, eran traídas y lue go recogidas, con los platos sobre ellas. Algunas veces cada
191
1 194.
La mesa retirada con los platos sobre ella.
2 Tumba cerca de las Pirámides.
cuarto se servía en un plato separado y la fruta colocada en una bandeja o tajadero se servía después de la carne y se traía al fi nal de la cena. En círculos menos refinados, particularmente en los tiempos más remotos, la fruta se traía en cestos, que se de jaban al lado de la mesa. Los platos consistían en pescado, car ne cocida, asada, condimentada de diversas formas, caza, aves y una gran variedad de verduras y frutas, en particular higos y uvas, durante la estación; la sopa o el «potaje de lentejas», como entre los egipcios modernos, era un plano bastante usual. Eran particularmente aficionados a las uvas y a los higos, lo que se de muestra por su constante introduc ción, incluso entre las ofrendas que se elegían para presentar ante los dioses; y los higos del sicomoro de bían tenerse en gran estima, ya que estaban seleccionados como las fru tas celestiales, dados por la diosa 195. Un pastel de dátiles secos, en Nepte a aquellos que eran juzgados contrado por mí en Tebas. En a hay un hueso de dátil. merecedores de ser admitidos a las
192
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193
regiones de la eterna felicidad. También se traían a la mesa dá tiles frescos durante la estación y secos en otras épocas del año, así como conserva de esa fruta, con la que se hacía un pastel de la misma forma que los tamarindos ahora traídos del interior de África y que se venden en el mercado de El Cairo. Los invitados se sentaban en el suelo o en banquetas y sillas y como no tenían ni cuchillos ni tenedores, ni sustitutos de és tos, como los palillos chinos, comían con los dedos, igual que lo siguen haciendo los modernos asiáticos, e invariablemente con la mano derecha; tampoco utilizaban cubiertos los judíos55 ni los etruscos, aunque tenían tenedores para otros propósitos. Las cucharas se introducían cuando se necesitaban para to mar sopa u otros líquidos y quizás se emplearan los cuchillos
198. De madera, 197. fig. 1. Cuchara de marfil, de 10 cm en la Colección Salt. de longitud en el Museo de Berlín, encontrado con las vasijas del grabado 181. 2. Cuchara de bronce, en mi posesión, de 20 cm de longitud 3. 4. Cucharas de bronce, encontradas por Burton en Tebas.
55 15 Sm 2:14.
194
en alguna ocasión, para facilitar el trinchamiento de un gran cuarto, como se hace en el Este hoy en día. Las cucharas egipcias eran de varias formas y tamaños, principalmente de marfil, madera, hueso, bronce u otros me-
199.
200.
figs. 1, 2. Haz y envés de una cuchara de madera. 3. Cuchara de marfil. Colección Salt.
Concha de alabastro y cuchara.
Museo del Castillo Alnwick.
201. figs. 1, 2. Cacillos de bronce en el Museo de Berlín. 3. De madera dura, en el mismo museo. 4. Cacillos de bronce, en mi posesión, de 45 cm de longitud. Han sido pulida.
195
tales. Algunas tenían el mango terminado en un gancho, por donde se las podía colgar de un clavo36, si se quería. Muchas estaban adornadas con la flor del loto; los mangos de otras re presentaban un animal o una figura humana; algunas eran de una forma muy arbitraria; y otras más pequeñas, de forma re donda, probablemente para sacar pomada de una vasija y pa sarla a una concha o taza para su uso inmediato. Se descu brieron a veces en las tumbas de Tebas. Una del museo del Castillo de Alnwick es un perfecto espécimen de este tipo de cucharas y es aún más interesante por haberse encontrado jun to a la concha, su compañera en la mesa de tocador57. Los cacillos eran también comunes y se han encontrado muchos de ellos en Tebas. Eran de bronce, frecuentemente dorado y la talla del extremo del mango, que terminaba en una cabeza de ganso, típico ornamento egipcio, servía para colgarlos de los lados de las vasijas, después de haberlos usa do para sacar de ellas el líquido y a juzgar por una pintura en una jarra que se encuentra en el museo de Nápoles, donde se representa a un sacerdote vertiendo una libación de un jarrón con el cacillo, podemos concluir que este era el principal pro pósito para el que se utilizaron. La longitud de algunos de ellos era de 22 cm, el cacillo medía casi 7,5 cm de profundi dad y 6,5 cm de diámetro; pero muchos eran aún más pe queños. Algunos cacillos tenían una unión o bisagra en el centro del mango, de forma que la parte superior podía doblarse so bre la otra o se podía deslizar por detrás. En el extremo tenían una varilla que las mantenía juntas, al mismo tiempo que per mitía que la parte superior pudiera deslizarse hacia arriba y ha cia abajo sin problemas (figs. 1, 2). Dos de estas se conservan en el museo de Berlín. También hay un cazo de madera dura, encontrado con una caja de botellas, que es muy pequeño: la
56 Grabado 197, fig. 2. 57 Grabado 200.
196
parte inferior, que puede llamarse mango, mide más de 0,75 m de largo y está hecha con sumo cuidado; y la varilla deslizan te que encaja en una ranura que hay en el centro del mango, tiene aproximadamente el grosor de una aguja (fig. 3). También se han encontrado en Tebas pequeños colado res de bronce de 0,75 m de diámetro y otros muchos uten silios. Los egipcios se lavaban antes y después de comer, costum bre invariable en todo Oriente, así como entre los griegos, ro manos, hebreos58 y otros pueblos. Heródoto nos habla de una palangana de oro que pertenecía a Amasis, que era usada por el rey y «los invitados que acostumbraban a comer en su mesa». Parece que también usaron un absorbente para limpiarse las manos, y un polvo de altramuces machacados, el doqáq del moderno Egipto, es sin duda una antigua invención, entrega da a los actuales habitantes. El jabón no era desconocido por los antiguos y una pequeña cantidad se ha encontrado en Pompeya. Plinio, que lo menciona como si fuera una invención de los galos, dice que estaba hecho de grasa y cenizas; y Areteo, el médico de Capadocia, nos dice que los griegos tomaron el conocimiento de sus propiedades me dicinales de los romanos. Pero no hay ninguna evidencia de que los egipcios usaran jabón y, si por casuaüdad descubrieron algo parecido mientras realizaban mezclas de sodio o potasio y otros ingredientes, es probable que fuera sólo un absorbente, sin acei te o grasa y equivalente a la esteatita o las tierras argiláceas, que, sin duda, conocían desde hacía mucho tiempo. Los egipcios, pueblo escrupulosamente religioso, nunca descuidaban expresar su gratitud por las bendiciones que dis frutaban y dar gracias a los dioses por la peculiar protección que pensaban se extendía sobre ellos y sobre su país, por encima de todas las naciones de la Tierra. Así pues, nunca se sentaban a co-
58 Los fariseos «se maravillaron de que no se hubiera lavado antes de comer». Le 11:38.
197
mer sin haber pronunciado una bendición. Josefo dice que cuan do los setenta y dos ancianos fueron invitados por Ptolomeo Filadelfo a cenar en el palacio, Nicanor pidió a Eleazar que pro nunciara la bendición por sus compatriotas, en vez de por los egipcios, a quienes se encargaba ese deber en otras ocasiones. También tenían por costumbre, durante o después de sus comidas, introducir una imagen de Osiris de madera, que po día medir 45 cm de alto, con la forma de una momia humana, erguida o tumbada sobre un féretro y mostrarla a cada uno de los invitados para recordarles su mortalidad y la transitoria na turaleza de los placeres humanos. Se les recordaba que algún día serían como esa figura; que los hombres debían «amarse unos a otros y evitar esos males que tienden a hacerles consi derar que la vida es demasiado larga, cuando en reaüdad es de masiado corta»; y que mientras disfrutaran de las bendiciones de este mundo, tuvieran presente que su existencia era preca ria y que la muerte, que todos deberían estar preparados para encontrar, debía cerrar su ciclo terrenal en algún momento. Así, mientras a los invitados se les permitía e incluso animaba a dis frutar de los placeres de la mesa con alegría y con el regocijo
2 202.
198
Figura de una momia con la forma de Osiris, traída a una mesa egipcia, y mostrada ante los invitados.
tan acorde a su agradable disposición, se les exhortaba para que pusieran cierto grado de limitación a su conducta, y aun que este sentimiento fue tergiversado por otros pueblos y usa do como un incentivo para cometer excesos, era perfectamen te consistente con las ideas de los egipcios que se les recordara que esta vida era sólo un alojamiento o «posada» en su cami no y que su existencia aquí era la preparación para un estado futuro. Muy diferente fue la exhortación de Trimalquio, que así nos relata Petronio: «Ante nosotros, que estábamos bebiendo y admirando el esplendor de un entretenimiento, un sirviente trajo un hombre representado en plata, de tal forma diseñado que sus articulaciones y vértebras movibles se podían doblar en cualquier dirección. Después de haber sido mostrado entre nuestra mesa dos o tres veces y de que se le hubiera hecho asu mir diferentes posturas, Trimalquio exclamó, ¡Ay, infeliz gru po, cómo en verdad un hombre no es nada! Similares seremos todos nosotros cuando la muerte nos haya llevado lejos: así pues, mientras se nos permita vivir, vivamos bien.» «Los impíos» de los tiempos de Salomón, se expresaban así: «Nuestra vida es corta y tediosa y no hay remedio a la muerte de un hombre; ni se ha conocido nunca a un hombre que volviera de la tumba. Porque nacemos a toda aventura y así será en el futuro, como si nunca hubiéramos existido..., venga, pues, disfrutemos de las cosas buenas que tenemos en el presente..., llenémonos con caro vino y aceites; y no deje mos que ninguna flor de la primavera se nos pase; coloqué monos coronas de capullos de rosas, antes de que se marchi ten; no dejemos que ninguno de nosotros se vaya sin recibir su parte de nuestra voluptuosidad; dejemos muestras de nuestra alegría por todas partes59.» Los egipcios, al igual que otros pueblos, nunca desatendían un buen consejo y el objetivo original del mismo era loable.
59 Sb 2:1 y sig.; Is 22:13; 41:12; Ecles 2:24; Le 12: y Cr 15:32.
199
Plutarco dice expresamente que se pretendía comunicar una lección moral. La idea de la muerte no tenía nada de desagra dable para los egipcios y no objetaron nada ante esta costum bre, e incluso llegaron al extremo de colocar la momia de un pariente muerto en la mesa celebraciones, como un invitado más; este hecho es recordado por Luciano, en su «Ensayo so bre el dolor» y del que declara haber sido testigo. Tras la cena, se retomaba la música y el canto; hombres y mujeres llamados para la ocasión mostraban sus proezas de ha bilidad girando unos y otros de la mano, lanzando y recogien-
203. Acróbatas, fig. I. Uno de los cuatro sosteniendo las recompensas. BeniHasan.
204. Mujeres haciendo acrobacias y realizando exhibiciones de agilidad. Beni Hasan.
200
do una pelota o echándose a rodar hacia atrás, con la cabeza sobre los talones, como si fueran una rueda. Normalmente esto era representado por mujeres. También se apoyaban sobre la espalda del otro y daban una voltereta en esa posición. Como premio se entregaba una gargantilla o algún otro regalo al vol teador más hábil. Los juegos más usuales de interior eran pares y nones, la mora y las damas. Para jugar al primero (llamado luciere par et impar) usaban huesos, nueces, habas, almendras o conchas, y entre las dos manos tenían un número indefinido. El juego de la mora común en la Italia antigua y moderna se jugaba entre dos personas, que simultáneamente enseñaban los dedos de una mano, mientras un grupo adivinaba la suma de am bos. En latín se llamaba micare digitis y este juego, tan común entre las clases más bajas de italianos, existía en Egipto, hace unos cuatro mil años, durante el reinado de los Osirtasens60.
205.
fig. 1. Jugando a la mora. 2. A pares y nones.
206.
Juego de las damas y la mora.
Tebas.
Beni Hasan.
60 Como el mismo autor sugiere (Ip. 307) puede ser Usertsen o Senuseret. (N. del revisor.)
201
La misma o incluso más antigua, se puede atribuir al jue go de las damas o, como se le ha llamado erróneamente, el aje drez (el llamado senet. Nota del encargado de la revisión). Porque en los dos, los jugadores se sentaban en el suelo o en sillas y las fichas u hombres se ordenaban por rango a los ex tremos de la mesa y se movían por un tablero de cuadros, como en nuestros propios juegos de ajedrez y damas. Las figuras eran todas del mismo tamaño y forma, aunque variaban algo de un tablero a otro: algunas eran pequeñas, otras grandes acabando en formas redondeadas, otras estaban coro nadas con cabezas humanas y otras eran de formas más ligeras y más simples, como pequeños bolos. Esta era probablemente la forma preferida, ya que así eran las que se usaban en el pala cio del rey Ramsés. Estas últimas parece que medían alrededor de 4 cm y se asentaban sobre una base circular de 1,2 cm de diá metro, aunque otras sólo miden 3 cm de diámetro y poco me-
207.
202
Figuras de damas. fig. 1. De las esculturas de Ramsés III. 2. De madera, y 4, 5, de marfil, en mi posesión. 3. De cerámica vidriada, de Tebas.
nos de 1,2 cm de ancho en la parte inferior. Se han encontrado otras de marfil, que miden 1,5 cm de alto y 1,1 cm de diámetro, con una pequeña bolita en la parte superior, exactamente como las representadas en Beni Hasan y en las tumbas cercanas a las Pirámides (fig. 4). Todas las que pertenecían al mismo .tablero eran aproxima damente iguales en tamaño, un juego de figuras era blanco y rojo y el otro negro o uno tenía cabezas redondas y el otro pla nas, que se colocaban unas frente a otras61. Cada jugador, co giendo la ficha con el índice y el pulgar, la movía hacia las de su adversario; pero como somos incapaces de decir si las fichas se movían en línea recta o diagonal, no hay razón para creer que no pudieran moverlas hacia atrás, como en el juego de da mas polaco, donde las figuras se mezclan todas en el tablero62.
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Era un entretenimiento típico de todas las clases sociales de Egipto y se jugaba tanto en las casas de las clases más ba jas, como en las mansiones de los ricos. El mismo rey Ramsés está representado en las paredes del templo de Tebas jugando a las damas con las mujeres de su casa. Los modernos egipcios tiene un juego de damas que ellos llaman dameh, cuyas figuras son muy similares a las de sus an tecesores y se juega de manera bastante parecida a la nuestra. 61 Grabados 206,fig. 1 y 208,fig. 1. 62 Como en el grabado 208, fig. 1.
203
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Había un juego parecido al de pares y nones, en el que dos de los jugadores tenían un número de conchas o dados en los puños, que apoyaban sobre una tercera persona que permane cía arrodillada entre ellos, mirando hacia el suelo y que esta ba obligada a adivinar el número que salía antes de que pudiera abandonar dicha posición. Otro juego consistía en tratar de quitarse uno a otro un aro pequeño, usando unas varillas en forma de gancho en los ex tremos, probablemente de metal. Al parecer un jugador ga naba cuando lograba soltar su varilla de la del adversario y luego le arrebataba el aro antes de que el otro pudiera dete nerle. Había otros dos juegos cuyos tableros y figuras están en posesión del Dr. Abott. Uno de los tableros mide 27,5 cm de largo por 8 cm de ancho y tiene diez espacios o cuadrados co locados en tres líneas; los otros doce cuadros, están dibujados en la parte superior (cuatro cuadros dispuestos en tres líneas) y por debajo hay una línea larga vertical de ocho cuadros, que se aproximan a la parte superior, como en la preparación de las tácticas alemanas. Las figuras del cajón del tablero son de dos formas y un grupo tiene diez mientras que el otro tiene sólo otro nueve.
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205
209a.
fig. 1. Ramsés III, jugando a las damas. 2. Sentado en una silla, parecida a nuestras sillas de campo.
Tebas.
212.
206
Tableros de madera.
En la colección del Dr. Abbott.
Las pinturas representan otros juegos, pero de una forma que les hace indescifrables y muchos, que sin duda eran co munes en Egipto, se han omitido tanto en las tumbas como en los escritos de los autores antiguos. Los dos descubiertos en Tebas y otros lugares, pueden no ser de un periodo faraónico, pero por la simplicidad de sus for mas podemos suponer que son similares a los de la más tem prana edad, en los que probablemente se habría adoptado el número convencional de seis lados. Estaban marcados con pe queños círculos, que representaban unidades, generalmente con un punto en el centro, y eran de hueso o marfil, con lige ras variaciones en cuanto al tamaño.
213.
Dados encontrados en Egipto.
Museo de Berlín.
Plutarco muestra que los dados fueron una invención muy temprana en Egipto y los egipcios mismos dan fe de ello, al haberlos introducido en una de las más antiguas fábulas mito lógicas. En ella se representa a Mercurio jugando a los dados con la Luna antes del nacimiento de Osiris y fue entonces cuan do le ganó los cinco días de la epacta, que fueron añadidos para así completar los 365 días del año. Es probable que varios juegos de azar fueran conocidos entre los egipcios, además de los dados y la mora y que, así como los romanos, muchas mentes dudosas buscaran alivio en la promesa de éxito, recurriendo a combinaciones fortuitas de varias clases; la costumbre de lanzar o echar a suertes era común al menos en un periodo tan antiguo como el del Exodo de los hebreos. Los juegos y entretenimientos de los niños tendían a pro mover la salud mediante el ejercicio del cuerpo y a distraer la mente con pasatiempos divertidos. Les estimulaban a juegos
207
214 .
Muñecas de madera.
como tirar y coger la pelota, correr, saltar y hazañas similares, tan pronto como su edad se lo permitía. Un niño pequeño se en tretenía con muñecas pintadas, cuyas manos y piernas, sujetas con tomillos, podían adoptai· diversas posiciones. Algunas eran de formas poco trabajadas, sin piernas o con una imperfecta re presentación de un solo brazo a un lado. Algunas tenían nume rosas sartas, imitando pelo, que colgaban del lugar donde se su pone debía estar la cabeza; otras mostraban una forma muy
215.
208
Juguetes de niños.
Museo de Leyden.
similar a la de un hombre y algunas, hechas con considerable atención en cuanto a las proporciones, eran pequeños modelos de la figura humana. Estaban pintadas según la moda; las que tenían formas más imperfectas, tenían a menudo el aspecto más llamativo para atraer la atención del niño. Algunas veces repre sentaban a hombres que lavaban o amasaban pasta y se movían tirando de una cuerda. Los niños también se entretenían con las muecas de un monstruo tifón o un cocodrilo. Tenemos suficiente evidencia de que la noción que tenían de este animal «que no mueve la mandíbula inferior y es la única criatura que acerca la superior a la inferior», es errónea. Como otros animales, sólo mueve la inferior; pero cuando captura a sus presas echa la ca beza hacia arriba, lo que da la apariencia de movimiento de la mandíbula superior y es lo que ha conducido a este error.
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209
Jugar a la pelota se hacía generalmente al aire libre. No era sólo un juego de niños, ni tampoco de un solo sexo, aunque el mero entretenimiento de lanzarla y atraparla parecía ser típico de las mujeres. Teman diferentes modos de jugar. Algunas ve ces una persona que fallaba al atrapar la pelota estaba obligada
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210
a cargar a otra a la espalda y ésta continuaba disfrutando de esta posición hasta que perdía. La pelota era lanzada en esta ocasión por una oponente, montada de la misma forma y colocada a cier ta distancia según el espacio que se hubiera acordado anterior mente. Por la labor de «burro de carga» que desempeñaba la per sona que había fallado, se le aplicaba a ella el mismo nombre que en los juegos griegos, «en los que se les llamaba onoi (bu rros) y estaban obligados a obedecer las órdenes del vencedor». Algunas veces capturaban tres o más pelotas seguidas, con las manos normalmente cruzadas por delante del pecho; tam bién la tiraban hacia arriba a gran altura y la cogían, como en un juego griego similar al sky ball inglés. El juego que jugaron Halio y Laodamante en presencia de Alcínoo, que nos relata Homero, también era conocido por los egipcios. En este una parte lanza ba la pelota tan alto como podía y la otra, saltando, la cogía al caer, antes de que sus pies volvieran a tocar el suelo. Cuando las mujeres egipcias se montaban a la espalda de la parte perdedora, se sentaban de lado. Sus vestimentas con sistían en unas enaguas, sin cuerpo, y en estas ocasiones, se echaban a un lado el vestido suelto que llevaban por encima, que estaba sujeto a la cintura mediante un cinturón y que a su vez se sujetaba por una cinta que se pasaban por el hombro. Era casi igual al traje que llevaban las plañideras durante el la mento fúnebre en la muerte de un amigo. Las pelotas eran de piel o cuero, cosidas con cuerdas, cru zadas, de igual forma que las nuestras y rellenas de salvado o cascabillos de cereal. Las que se han encontrado en Tebas mi den 7,5 cm de diámetro. Otras estaban hechas de cuerda o de cañas de juncos trenzadas hasta darles una forma circular y luego se cubrían, como las anteriores, de cuero. También pa rece que tuvieron una clase de pelota muy pequeña, proba blemente de los mismos materiales y cubierta, como muchas de las nuestras, con pedazos de cuero de forma romboidal, co sidas longitudinalmente y unidas en un punto común a ambos lados; cada pedazo de cuero era de un color diferente, pero estas sólo se han visto representadas en cerámica.
211
219.
fig. 1. Pelotas de cuero, de 7,5 cm de diámetro. 2. De barro pintado. D e la Colección Salt.
En una de sus exhibiciones de fuerza y destreza, dos hom bres se colocaban juntos de lado, estirando un brazo por de lante y otro por detrás mientras cogían las manos de dos mu jeres que se inclinaban hacia atrás, en direcciones opuestas,
220.
Hombres columpiando a mujeres alrededor de los brazos.
Beni Hasan.
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221.
Levantándose del suelo.
Beni Hasan.
apoyando todo su peso contra los pies de la otra y en esta po sición las daban vueltas. A veces los hombres que las sostení an se cruzaban las manos para garantizar la estabilidad del cen tro sobre el que giraban. Otras veces, dos hombres sentados en el suelo, de espaldas, probaban a ver quién se levantaría antes desde esa posición, sin tocar el suelo con la mano. De igual modo seguramente tam bién intentarían ver quién podría sentarse primero en el suelo. Otro juego consistía en lanzar un cuchillo o un arma afila da contra una tabla de madera, en la que cada jugador intenta ba derrotar a su adversario o más probablemente clavar la suya en el centro o en la circunferencia del círculo pintado sobre la madera; el ganador sería el que más veces fuera capaz de cla var su arma en el círculo o el que más se aproximara a la línea.
223.
Prestidigitadores.
De la obra del D octor Rosellini.
Es probable que también conocieran los juegos de manos, al menos el juego del dedal o el juego de las tazas, bajo las que se escondía una bolita mientas el oponente adivinaba bajo cuál de las cuatro estaba oculta. Los grandes de Egipto a menudo admitían enanos y per sonas deformes en sus casas. Originariamente, quizás, por un motivo humanitario o debido a alguna superstición sobre hom bres que tenían un parecido exterior con uno de sus principa-
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2
1
224. Enanos y personas deformes al servicio de los grandes señores egipcios. La piedra está rota en el lugar donde deberían estar las manos. Beni Hasan
les dioses, Sokaris-Osiris, la deidad deforme de Menfis. Pero dejando aparte el origen de esta costumbre, hace unos cuatro mil años, en la época de Osirtasen las personas de la clase alta tuvieron el hábito de incluir a estas personas en su séquito, igual que hicieron en Roma e incluso en la Europa moderna hasta una época bastante reciente. Los juegos de las clases más bajas y de los que querían revitalizar su cuerpo por medio de ejercicios activos, consis tían en proezas de agilidad y fuerza. La lucha era uno de los en tretenimientos favoritos y las pinturas de Beni Hasan presentan toda la gama de posturas y formas de ataque y defensa que podían utilizarse. Para permitir al espectador percibir más fá cilmente la posición de los miembros en cada combate, el ar tista utilizó un color claro y otro oscuro, e incluso a veces se aventuró a introducir una figura negra y otra roja. Este tema cubre una pared entera, pero la selección de unos cuantos gru pos sería suficiente para damos una idea de las principales po siciones de los combatientes. (Grabado 225.)
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225.
Algunas de las posiciones de los luchadores. Beni Hasan. fig. 1. Hombre sujetando su cinturón. 3 y 4. Avanzando el ataque. 2. Otro atándose el cinturón. 13, 14. Continuando el ataque en el suelo.
Es probable que, como los griegos, se ungieran el cuerpo con aceite cuando se preparaban para estos ejercicios y que es tuvieran totalmente desnudos, con la excepción de un cintu rón, aparentemente de cuero. Los dos combatientes se acercaban uno a otro, con sus bra zos inclinados por delante de su cuerpo e intentaban agarrar a su contrincante de la forma más adecuada a su modo de ata que. Se les permitía agarrarse de cualquier parte del cuerpo, la cabeza, el cuello o las piernas, y la lucha normalmente conti nuaba en el suelo, cuando uno o ambos habían caído. Esta es una modalidad de lucha también común entre los griegos. También luchaban con un palo, con la mano aparentemen te protegida por una rejilla o guardia que se prolongaba hasta los nudillos, y en la mano izquierda llevaban un palo de ma dera con unas tiras, que servía como escudo para protegerse contra los golpes de su adversario. Sin embargo, parece que no usaron el cestus, ni tampoco parecen haber conocido el boxeo; aunque en un grupo de Beni Hasan, los combatientes aparecen golpeándose uno a otro. Tampoco figura en ninguna de estas competiciones el signo griego de reconocimiento de la derro-
226.
El palo sencillo.
D el trabajo del profesor Rosellini.
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ta, que consistía en levantar un dedo en señal de sumisión. Probablemente los egipcios lo representaran por medio de una palabra. Es también dudoso si el lanzamiento del disco o del aro fue un juego egipcio, aunque puede que una representación que hay en una tumba de un rey de la dinastía xix sea un ejem plo de ésta. Una de sus hazañas de fuerza o destreza era el levanta miento de pesas. Levantaban sacos llenos de arena con un brazo estirado por encima de sus cabezas y los mantenían en esa posición.
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Levantando pesos.
D el trabajo del profesor Rosellini.
Los simulacros de combate eran también un entretenimiento, particularmente entre las clases militares, que estaban entre nadas en los quehaceres de la guerra. Un grupo atacaba un fuer te provisional y subía el ariete, cubierto por la testudo. Otro defendía las murallas y trataba de expulsar al enemigo. Otros, en dos grupos de igual número, estaban equipados con un palo sencillo o el más usual nebut, una pértiga que empuñaban con las dos manos. En las escenas representadas por los artistas se alude con frecuencia al espíritu de lucha de este pueblo.
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El uso del nebut parece haber sido algo común entre los egipcios antiguos y modernos y las peleas entre los pueblos a menudo se resolvían o se empeoraban, como sucede hoy día, mediante esta efectiva arma. También se representan do taciones de navios atacándose unos a otros con la misma se riedad que en la verdadera batalla. Algunos que están muy heridos tras haber sido derribados por oponentes más dies tros son arrojados de cabeza al agua, y la verdad de la afirma ción de Heródoto, que dice que los egipcios tenían la cabeza más dura que otros pueblos, parece estar enteramente justi ficada por las escenas descritas por los dibujantes. Es una suerte que sus sucesores hayan heredado esta peculiaridad, para poder así resistir la violencia de los turcos y de sus pro pios combates. Autores antiguos mencionan muchos combates singulares utilizando las pértigas, entre los que se puede citar uno en Papremis, la ciudad del dios Marte, descrita por Heródoto. Cuando los devotos de la deidad se presentaron ante la puerta del templo, su entrada fue impedida por un grupo contrario. Armados con palos, comenzaron un duro combate, que termi nó, no solamente con el resultado de unos pocos heridos gra ves, sino, como afirma el historiador, con la muerte de muchas personas en ambos bandos.
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3 Una pelea de toros.
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Tebcis.
Las peleas de toros eran otra de sus diversiones; a veces te nían lugar en el dromos o avenida que conducía hasta los tem plos, como en Menfis ante el templo de Vulcano y al victorio so luchador se le premiaba con un regalo. Se les entrenaba con gran esmero para tal fin y, según dice Estrabón, se ponía tan to empeño en su cuidado como en el de los caballos. Incluso a veces los pastores permitían o animaban, un combate oca sional por amor a este excitante y popular entretenimiento.
Sin embargo, no condenaban a los culpables o a los prisio neros de guerra, a luchar con bestias salvajes para el entreteni miento de un público despiadado; ni tampoco obligaban a los gladiadores a matarse uno a otro, ni gratificaban un depravado gusto por exhibiciones que resultaban repugnantes para la hu manidad. Preferían los espectáculos de carácter alegre, como la música, la danza, los bufones y hazañas de agilidad. Quienes destacaban por los ejercicios de gimnasia eran recompensados con premios de varios tipos, que en las ciudades consistían, en tre otras cosas, en ganado, vestidos y pieles, como en los juegos que se celebraron en Cemmis. Los alegres entretenimientos de los egipcios muestran que no tenían el carácter triste que se les ha atribuido, y es una sa tisfacción tener estas evidencias con las que juzgarles, a falta de
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su fisonomía, tan indecorosamente alterada por la muerte, el be tún y las vendas. Sin embargo, la capacidad intelectual de los individuos puede ser sometida a la decisión de los frenólogos; y si han escapado a las pruebas de la supuesta rotación espon tánea de un péndulo bajo una campana de cristal, su escritura todavía está abierta a la crítica de los sabios, que descubren a través de ella los detalles más mínimos de su personalidad: al gunos de los antiguos escribas pueden incluso hoy ser someti dos a este tipo de escrutinio. Pero afortunadamente están fuera del alcance de la sorpresa que algunos exhiben en los tiempos modernos, a exacta semejanza de ellos mismos, al creer que pue den descubrirlos a través de su escritura por unas cuantas ge neralidades ingeniosas, olvidando que el enfermo, en cada enfermedad que lee en un libro de medicina, descubre su pro pio síntoma y cree que corresponde a su caso particular. Porque aunque cierta destreza, precisión, descuido o cualquier otro hábito se puede descubrir a través de la escritura, describir a través de ella hasta los mínimos detalles del carácter es sólo alimentar el amor por la fantasía, tan en auge en estos días, en los que una reacción de credulidad da esperanzas de que nada es demasiado extravagante para nuestro moderno papamoscas.
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Peleas de toros.
Tebas.
F.
Vista de las ruinas y proximidades de Filé.
CAPÍTULO IV La caza. Los animales salvajes. Los perros. Los pájaros. La pesca. La caza del hipopótamo. El cocodrilo. Sus huevos. El reyezuelo. Lista de los animales de Egipto. Pájaros. Plantas. Emblemas. Ofrendas. Ceremonias.
Entre los distintos pasatiempos de los egipcios ninguno fue más popular que la caza y la clase adinerada no dejaba pasar ni un detalle que pudiera promover su pasatiempo favorito. Cazaban los numerosos animales salvajes en el desierto; los atrapaban con redes y algunos cazadores muy aficionados ha cían largos viajes en busca de algún lugar donde hubiera caza abundante. Esta afición, en la medida en que se lo podían permitir, era general en todas las clases. Los campesinos cazaban las bes tias salvajes que vivían en los límites del desierto y que inva dían los rebaños y los campos por la noche, con la misma pres-
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teza con la que los grandes de la clase sacerdotal y militar ca zaban en sus reservas. Algunos les disparaban con flechas, otros colocaban trampas donde caerían sus presas en días posterio res y se diseñaban varias estrategias para atrapar a los enemi gos de la granja. Siempre había vigilantes y perros en alerta contra los lobos y chacales, cazadores furtivos de sus rebaños y aves de corral, y cuando los campesinos oían los aullidos me lancólicos y los gañidos de grandes manadas de chacales, que se podían oír siempre la tarde anterior a una incursión entre los gansos, esperaban en un extremo del desierto su conocido paso por un barranco, en un extremo del desierto o esperaban a que algunos, a pesar de Anubis, cayeran en las trampas. La hiena, enemiga del rebaño y el ganado, devoradora de la carne del útil burro de los campesinos o en su defecto gran des tructora de los campos, era especialmente odiada; el corazón del campesino se alegraba cuando una hiena, capturada en una trampa, era traída a casa abozalada. Para los niños de la villa era un espectáculo inofensivo y para los vecinos un triunfo.
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Hiena capturada en una trampa.
Tebas.
Cuando tema lugar una gran cacería en el dominio de algún gran dignatario o en las vastas extensiones del desierto, un sé quito de cazadores, ojeadores y otros a sus servicios le ayudaban a conducir los sabuesos, llevar los cestos y los palos de caza, ex tender las redes y hacer todos los demás preparativos necesarios para un buen día de caza. Algunos llevaban un nuevo juego de
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flechas, un arco de repuesto y varios instrumentos para realizar curas en caso de accidente. Otros eran meramente ojeadores, o tenían que ayudar a atar a los grandes animales atrapados por el lazo. Otros tenían que marcar o dar la vuelta a la caza y algunos llevaban las provisiones para el cazador y sus amigos. Éstas nor malmente eran transportadas con el usual yugo de madera apo yado en los hombros y consistían en agua y jarras de buen vino colocadas en cestos de mimbre, con pan, came y otros comesti bles. La piel que se usaba para llevar el agua era precisamente igual que la que se usa hoy en día; era de cabra o de gacela, se parada del cuerpo mediante un corte longitudinal que empezaba en la garganta. Las patas servían de mangos y a ellas se ataban cuerdas para poder colgarlas; un tubo de piel, cosido a la garganta con cierta inclinación, en el lugar de la cabeza, formaba la boca del odre de la piel del agua, que se cerraba atando una cinta al rededor. Algunas veces se cercaba con redes una zona de desierto, de considerable extensión, hacia donde los ojeadores conducían a los animales. Los lugares elegidos estaban, en la medida de lo posible, en estrechos valles, en lechos de torrentes o entre colinas rocosas. Aquí, un cazador, a caballo o en carro, podía acecharlos o alcanzarlos con el arco, porque muchos animales, particularmente las gacelas, cuando se ven perseguidas muy de cerca por los perros, temen subir por un camino pendiente y son fáciles de alcanzar o disparar cuando se dan la vuelta. Los lugares así cercados estaban normalmente en las pro ximidades de riachuelos donde los animales tenían el hábito de ir por la mañana y por la tarde: y habiendo esperado el tiem po en el que venían a beber y habiéndoles descubierto por las huellas recientes que se encontraban en el camino que solían tomar, los cazadores colocaban las redes, ocupaban las co rrespondientes posiciones para observarlos sin ser vistos y, gra dualmente, se iban a cercando a ellos. Así son las escenas que se representan en las pinturas egipcias, donde aparecen largas redes que rodean el espacio donde cazan. También se muestran hienas, chacales y varias bestias salvajes ajenas al deporte, que
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habían sido cercadas accidentalmente, dentro de la misma red que los antílopes y otros animales. De la misma forma Eneas y Dido partieron hacia el bosque al amanecer, cuando sus ayudantes habían cercado el lugar con una verja temporal, para encerrar la caza. La larga red estaba hecha con varias cuerdas que se sujeta ban sobre postes ahorquillados de longitud variable, para salvar las irregularidades del terreno y así lograban cercar cualquier es pacio, cruzando colinas, valles o regueros y rodeando bosques o lo que hiciera falta. También se usaron redes más pequeñas para tapar agujeros, y una trampa circular para cazar ciervos, fijada con clavos de madera o de metal y atada con una cuerda a un pos te de madera, parecida a la que todavía hoy emplean los árabes. El atuendo de los ayudantes y de los cazadores era gene ralmente de colores neutros, para que no pudieran ser vistos a distancia por los animales, ajustados y de una longitud que alcanzaba más o menos la mitad del muslo. Los caballos y los carros estaban recubiertos de plumas y vistosos adornos, usa dos en otras ocasiones.
233.
Llevando animales jóvenes.
Tumba cerca de las Pirámides.
Además de las zonas de desierto y de valle cercados para la caza, los parques y terrenos de sus propios dominios en el valle del Nilo (aunque de dimensiones limitadas en su com paración) ofrecían amplios espacios y oportunidad para prac-
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