CUENTOS Y LEYENDAS DE LA ODISEA Homero
Adaptación de Jean Martin
Cuentos y leyendas de la Odisea HOMERO
Adaptación de Jean Martin Traducción de Mª Paz Campos Campos
ESPASA JUVENIL
Directora de colección: Nuria Esteban Sánchez Editor: Iñaki Diez de Ulzurrun Diseño de colección: Juan Pablo Rada Ilustraciones: Ana Azpeitia Realización de cubierta: Ángel Sanz Martín © Espasa Calpe, S. A. © 1991, Editions Nathan, París, Francia © De la traducción: M.a Paz Campos Título original: original: Contes et Légendes de L'Odysée, collection Contes et Légendes Nathan, Editions Nathan, 1991 Primera edición: septiembre, 2002
Depósito legal: M. 23.569-2002 I.S.B.N: 84-670-0184-4 Impreso en España/Printed in Spain Impresión: Huertas, S. A. Editorial Espasa Calpe, S. A. Carretera de Irún, km 12,200. 28049 Madrid
ADVERTENCIA
Este archivo es una copia de seguridad, para compartirlo con un grupo reducido de amigos, por medios privados. Si llega a tus manos debes saber que no deberás colgarlo en webs o redes públicas, ni hacer uso comercial del mismo. Que una vez leído se considera caducado el préstamo y deberá ser destruido. En caso de incumplimiento de dicha advertencia, derivamos cualquier responsabilidad o acción legal a quienes la incumplieran. Queremos dejar bien claro que nuestra intención es favorecer a aquellas personas, de entre nuestros compañeros, que por diversos motivos: económicos, de situación geográfica o discapacidades físicas, no tienen acceso a la literatura, o a bibliotecas públicas. Pagamos religiosamente todos los cánones impuestos por derechos de autor de diferentes soportes. Por ello, no consideramos que nuestro acto sea de piratería, ni la apoyamos en ningún caso. Además, realizamos la siguiente…
RECOMENDACIÓN
Si te ha gustado esta lectura, recuerda que un libro es siempre el mejor de los regalos. Recomiéndalo para su compra y recuérdalo cuando tengas que adquirir un obsequio. y la siguiente…
PETICIÓN
Libros digitales a precios razonables.
De la vida de Homero poco o nada se sabe. Según la versión más difundida, fue un rapsoda, quizá ciego, que cantaba sus poemas en fiestas o banquetes. En los siglos XVII y XVIII llegó a dudarse de su existencia real, que en la actualidad se da como cierta. Las diferentes hipótesis sobre su figura han dado origen a la llamada «cuestión homérica», debate aún abierto en el que se ha tratado de fijar la fecha y la autoría de los libros que se le atribuyen, la Ilíada y la Odisea, obras maestras de la épica griega. La influencia de ambas en la cultura universal ha sido y es inmensa. Con este texto, Jean Martin logra una excelente síntesis de la Odisea, que te servirá para familiarizarte con uno de los mejores libros de aventuras que ha dado la literatura.
Índice
I.
En la parte final de este libro hay un glosario, ordenado alfabéticamente, en el que se aclara el significado de algunas palabras antiguas o complejas que aparecen en el texto; también figuran en él los principales personajes, con una explicación de su naturaleza y características. Si deseas conocer más cosas sobre Homero y su época, puedes consultar el apéndice «Homero y la Odisea. Leyenda, historia y poesía».
Homero (Adaptación de Jean Martin) la Odisea
Cuentos y leyendas de
I Telémaco
O
H Musa! Háblame del hombre de los mil viajes, el que tanto ha vagado por el mundo después de haber saqueado Troya. Ha conocido muchos sufrimientos en el mar, luchando por salvar su vida y para traer de vuelta a sus compañeros a la patria. Pero éstos perecieron por su propia culpa, ¡insensatos!... ¡Se comieron los bueyes de Helios, y el dios les privó del día del regreso! De todo esto, oh Diosa, cuéntanos, también a nosotros, alguna cosa. Todos los demás, todos los que habían sobrevivido a la guerra y al mar, habían retornado a sus hogares. Tan sólo él, Ulises, que no deseaba nada más que el regreso junto a su mujer, se hallaba retenido por la divina ninfa1 Calipso, en lo más profundo de su caverna, pues deseaba ardientemente que él fuera su esposo. Todos los dioses sentían lástima por él, salvo Poseidón, que le perseguía encolerizado porque había cegado a su hijo Polifemo, el cíclope. Pero Poseidón había marchado a celebrar banquetes a la tierra de los Etíopes, en el extremo más alejado del mundo, y a propuesta de Atenea, los restantes dioses, aprovechando su ausencia, decidieron permitir el retorno de Ulises a su patria. Hermes, el dios mensajero, iría a llevar a la ninfa su decreto2, sin apelación posible... Atenea marchó a Ítaca y, bajo la apariencia de un rey vecino, llegó 1
En la mitología clásica, divinidad secundaria de los bosques y campos. En la
Odisea, Calipso es una de estas ninfas. La palabra griega significa literalmente
«mujer joven». Los decretos son órdenes dictadas por una autoridad superior, reyes, emperadores, etc., que tienen el valor de una ley. 2
9
Homero (Adaptación de Jean Martin) la Odisea
Cuentos y leyendas de
al palacio de Ulises. En medio del desorden que provocaban los pretendientes, Telémaco, el del rostro divino, soñaba con el retorno de su padre: ¡si pudiera regresar el amo a su casa!... Desde el mismo momento en que vio llegar al forastero, se apresuró a recibirlo. —¡Te doy la bienvenida! Sé nuestro huésped3. Cuando hayas comido, nos dirás qué es lo que te trae a nuestra casa. Y conduciendo a la diosa la llevó aparte, lejos del escándalo insolente de los pretendientes. Mientras comía le explicó: —¡Desgraciadamente, Ulises, mi padre, ha muerto lejos de aquí, sin duda!... ¡Sus huesos deben de estar blanqueándose sobre alguna orilla desconocida!... ¡Le lloraría menos si hubiera muerto en el país de los troyanos! Los aqueos lo hubieran honrado con un hermoso túmulo 4, ¡y ésa sería la gloria que hubiese dejado a su hijo! Pero aún tengo otras razones para llorar, como puedes ver: todos los señores de nuestras islas, Duliquio, Same, la boscosa Zacinto, y todos los reyezuelos de Ítaca, pretenden desposar a mi madre y arruinan mi casa. Ella no puede rechazar este matrimonio que le causa horror, ni tomar una decisión definitiva... ¡Y mientras tanto ellos esquilman mi herencia y se comen mi patrimonio!... Pronto acabarán también conmigo. Encolerizada, Palas Atenea respondió: —¡Ah, si Ulises pudiera decir dos palabras a esos pretendientes! ¡Hallarían corta la vida y amargo el matrimonio!... ¡Pero todo lo que haya de ocurrir está en manos de los dioses!... ¡Déjame aconsejarte!... En cuanto hubo devuelto el coraje a su corazón, Atenea desapareció volando como un pájaro. Y Telémaco, maravillado, comprendió que se trataba de una diosa. Tan pronto como llegó la Aurora, la de los dedos de rosa, el hijo de Ulises hizo convocar la Asamblea en la plaza y tomó la palabra: —¡Os he convocado porque el dolor me agobia! No he perdido solamente a mi padre, que en otros tiempos reinaba en este país y que era un padre para todos, sino que, además, temo la ruina completa de mi casa, pues unos jóvenes se obstinan en desposar a mi madre a pesar de su rechazo. Y mientras esperan, pasan los días en el palacio de mi padre, matando mis bueyes, mis corderos y mis cebadas cabras, haciendo festines y bebiendo sin límite... Pero vosotros, ¿es que no os irritáis? ¿No os da vergüenza permitirles campar por sus respetos? ¿Acaso Ulises os maltrataba? ¿Es que tenéis algún motivo para vengaros de él en mi persona? En su cólera, las lágrimas brotaron de sus ojos. El pueblo, conmovido, se mantenía silencioso. Antínoo, uno de los pretendientes, respondió: —¡Telémaco, nos insultas y quieres deshonrarnos! Pero no somos nosotros los responsables de tus males, ¡sino tu madre con sus Con la palabra huésped se designaba en la Antigüedad una relación de hospitalidad, la que se establecía entre la persona que acogía a otra en su casa y la que era recibida en ella. En griego, la palabra es «xénos», que significa igualmente «extranjero». Las leyes de la hospitalidad en el mundo antiguo obligaban a todos a recibir y dar cobijo a los extranjeros. Montecillo artificial con que algunos pueblos de la Antigüedad cubrían una sepultura. 3
4
10
Homero (Adaptación de Jean Martin) la Odisea
Cuentos y leyendas de
artimañas! Hace ya más de tres años, pronto hará cuatro, que maltrata nuestros corazones. ¡Nos hace esperar a todos y realiza promesas a cada uno de nosotros, mientras su mente trama algo bien distinto! Por ejemplo, se puso a tejer en una gran sala una tela de finura extraordinaria, diciendo: «Jóvenes, tened paciencia hasta que yo acabe este lienzo que tejo al ilustre Laertes para cuando muera...»; pero deshacía durante la noche lo que había tejido en el día. ¡Durante tres años nos engañó con esta argucia!... ¡Por eso, tú, ahora mismo, debes enviarla al encuentro de su padre, para que, de acuerdo con él, se case con uno de nosotros! Porque, hoy por hoy, está siguiendo una estrategia equivocada, ya que todos tus bienes serán dilapidados mientras ella no cambie de parecer. ¡Esta actitud le proporcionará a ella la gloria, pero será tu ruina!... —Antínoo, ¡no se trata de que yo eche de mi casa a mi madre, la que me ha dado el ser y me ha criado!... ¡Más bien, salid vosotros de mi casa! Id a celebrar banquetes a vuestra costa... Si no es así, ¡yo reclamaré que caiga sobre vosotros la venganza de los dioses! Y ésta es mi última palabra, he terminado con este asunto: ¡los dioses ya están al corriente de lo que sucede, y también todos los aqueos!... Pero ahora, tan solo quisiera que se me diera un barco y veinte hombres para que pueda ir a buscar noticias de mi padre a Pilos, a la casa de Néstor, y a Esparta, el país del rubio Menelao. Si me entero de que Ulises está vivo tendré paciencia para esperar otro año, aunque ya apenas puedo aguantar más. Si está muerto, volveré enseguida para celebrar sus funerales y dar a mi madre un esposo. Los pretendientes no querían saber nada... Profiriendo amenazas contra Telémaco, contra quienes hablaban en su favor e incluso contra Ulises si llegaba a regresar, interrumpieron brutalmente la reunión, impidiendo que se equipase un barco para Telémaco, y retornaron a la casa de Ulises. Llorando, Telémaco marchó solitario a la orilla del mar. Atenea se presentó ante él bajo el aspecto de Méntor: —Deja a los pretendientes, no se dan cuenta de que la muerte se cierne sobre ellos. Yo, por mi amistad con tu padre, voy a equipar un barco e iré contigo... Ve a preparar los víveres y yo iré reclutando voluntarios entre el pueblo. Telémaco obedeció. De regreso al palacio fue a buscar a Euriclea, que en otro tiempo había sido la nodriza de Ulises y ahora era intendente de su casa: —Nodriza, vigila bien todo y estate tranquila, pues este proyecto no ha sido pensado sin la inspiración de un dios. Pero júrame que no dirás nada a mi madre antes de once o doce días, a menos que le aqueje el deseo de verme u oiga decir que he partido, no vaya el llanto a estropear sus bellas mejillas. Mientras, Atenea reclutaba la tripulación del barco. Personalmente dirigió la botadura del navío y, llegada la noche, adormeció a los pretendientes para que no se enterasen de nada. Una vez embarcadas las provisiones, hizo que una brisa soplara e hinchara la vela, y el burbujeo de las olas resonó alrededor de la quilla. A bordo se
11
Homero (Adaptación de Jean Martin) la Odisea
Cuentos y leyendas de
dispusieron las cráteras5 desbordantes de vino para beber a la salud de los dioses. Durante toda la noche, hasta la llegada de la Aurora, el barco navegó hacia su destino.
Grandes vasijas donde se mezclaba el agua y el vino. En la Antigüedad se elaboraba un vino muy espeso, que después se mezclaba con agua según el grado de concentración que se deseara. 5
12
Homero (Adaptación de Jean Martin) la Odisea
Cuentos y leyendas de
II En Pilos y en Esparta
E
L sol se elevaba sobre la espléndida laguna6 cuando avistaron Pilos. Sobre la playa, los pilios, por millares, ofrecían una hecatombe7 de toros negros a Poseidón, el dios que hace temblar la tierra. Apenas desembarcados, Atenea, bajo la apariencia de Méntor, y Telémaco se dirigieron hacia Néstor y sus hijos. Por doquier se acercaban los pilios a su encuentro tendiéndoles la mano para invitarles a tomar parte en la celebración. Después de haber orado a Poseidón y haber comido, Telémaco interrogó a Néstor, quien le respondió: —¡Cuántas desgracias traes a mi recuerdo! Allá lejos están enterrados Áyax, Aquiles, Patroclo y mi hijo Antíloco!... Cuando hubimos saqueado la ciudad de Príamo, la virgen de los brillantes ojos, Atenea, sembró la discordia entre los dos atridas. Abandonamos Troya separadamente y, desde entonces, no he vuelto a saber nada de tu padre... »Del atrida Agamenón, aunque vivís en un lugar muy alejado, habréis oído contar que retornó a su tierra, pero que a su llegada fue asesinado por Egisto, el cual, durante su ausencia, había seducido a su Se refiere a la parte de la costa más cercana a tierra, una especie de albufera, como un lago de agua salada de poca profundidad, separado a menudo del mar libre por un «cordón litoral», una banda de tierra o arena. En sentido literal, sacrificio de cien bueyes que se ofrece a la divinidad. Generalmente es un sacrificio de animales, sin alcanzar necesariamente el número de cien. 6
7
13
Homero (Adaptación de Jean Martin) la Odisea
Cuentos y leyendas de
mujer Clitemnestra y usurpado8 el reino. Menelao, a quien la tempestad había conducido hasta los lejanos mares de Egipto, erraba con sus navíos por países distantes y de extrañas lenguas, acumulando víveres y oro. »Egisto sometió al pueblo y reinó siete años sobre todas las riquezas de Micenas, pero al octavo año se alzó el divino Orestes, el hijo de Agamenón, quien para vengar a su padre mató a los dos, a Egisto y a su propia madre... »Fue entonces, mientras Orestes ofrecía a los argivos el banquete fúnebre9, después del crimen, cuando regresó el intrépido Menelao, que traía sus barcos cargados de tantas riquezas como podían contener. Ve a verle, él fue el último en regresar, y ruégale que te hable con franqueza. El sol se escondía. Atenea sugirió que, al día siguiente, Néstor prestase un carro y caballos a Telémaco para ir a Esparta, a casa de Menelao. Después la diosa partió como si fuese un águila, y, al ver el portento, todos los aqueos se quedaron estupefactos. El anciano Néstor, sorprendido, tomó la mano de Telémaco y le rindió tributo: —Amigo mío, ¡no temo que te falten la nobleza ni las fuerzas si desde tu juventud los dioses te acompañan!... ¡Diosa!, senos propicia, yo te sacrificaré una novilla10 con los cuernos bañados en oro. Entraron al palacio y cada uno marchó a dormir... Cuando la Aurora, la de los dedos de rosa, hizo su aparición, Néstor reunió a sus hijos y llevó a cabo el sacrificio prometido. Después, una vez satisfecha la sed y el apetito, hizo preparar un carro y confió a Pisístrato, el más joven de sus hijos, la misión de acompañar a Telémaco y manejar las riendas del carro. Llevaban rápidos caballos y al día siguiente, a la caída del sol, entraban en el profundo valle de Lacedemonia. Menelao festejaba en numerosa compañía el doble matrimonio de su hijo y de su hija. Se hizo entrar a los viajeros. Éstos admiraron el palacio: ¡qué esplendor! Todo brillaba como el sol y la luna. Oyendo maravillarse a Telémaco, Menelao le dijo: —Querido muchacho, he sufrido tanto para tener todo esto que no me produce ninguna alegría: con mucho preferiría no tener más que la tercera parte de estas riquezas, y que los héroes caídos ante Troya estuvieran todavía con vida. Lloro muchas veces por todos ellos... y sobre todo, hay uno cuyo recuerdo me obsesiona: ¡Nadie era igual a Ulises! ¡Qué pena tan grande ignorar si está vivo o muerto!... ¡Y pensar que también lloran por él el viejo Laertes, la prudente Penélope y Telémaco, al que tuvo que dejar en casa recién nacido cuando marchó a Troya! Sólo con oír el nombre de Ulises, Telémaco sintió cómo crecía en él el deseo de llorar a su padre ausente. Sus lágrimas brotaron y escondió Usurpar: apropiarse de un reino sin tener derecho a ello, por medio de la violencia o el fraude. En las civilizaciones clásicas mediterráneas, y aún hoy en día en los ambientes rurales, los funerales concluían con la celebración de un banquete. Vaca joven que todavía no ha parido ningún ternero. 8
9
10
14
Homero (Adaptación de Jean Martin) la Odisea
Cuentos y leyendas de
el rostro en el manto púrpura11, sosteniéndolo con ambas manos. Entonces, Helena y Menelao lo reconocieron, y Pisístrato tomó la palabra para confirmarlo: ¡se trataba, en efecto, del hijo de Ulises! Todos rompieron en un sentido llanto y con ellos el hijo de Néstor, pues él se acordaba de su hermano Antíloco. Pero Helena, que había traído de Egipto toda clase de drogas 12, con prontitud vertió una en el vino e hizo que sus corazones se tranquilizaran. Evocaron las hazañas de Ulises... hasta que Telémaco, con tristeza, propuso marchar a disfrutar de las dulzuras del sueño. A la mañana siguiente, Telémaco rogó a Menelao que le contara todo lo que sabía sobre Ulises. Éste refirió que los dioses lo habían detenido. Inmovilizado, falto de viento, en la isla de Faros, a un día de navegación de Egipto, Menelao quiso interrogar a Proteo, el viejo profeta del mar. Con tres de sus compañeros lo cogieron por sorpresa, lo sujetaron firmemente y no lo soltaron a pesar de sus horripilantes metamorfosis13. El dios marino, finalmente, adoptó su forma habitual y aceptó responder: —Zeus te retiene aquí porque no le has ofrecido la hecatombe que le debías. ¡Así que, es preciso que vuelvas a Egipto y lleves a cabo ese sacrificio! Enseguida, Menelao le interrogó sobre los otros reyes aqueos: —Hijo de Atreo, ¿por qué me preguntas? Vas a llorar cuando lo sepas... Áyax está muerto, Poseidón lo sepultó en el mar por haber desafiado orgullosamente a los dioses. Tu hermano, Agamenón, pisaba con alegría el suelo de su patria, cuando Egisto, habiéndole invitado traidoramente, lo asesinó... Al escuchar estas palabras el corazón de Menelao estalló: sentado sobre la arena, lloraba. Pero Proteo le reprendió ásperamente: —¡Llorar no sirve de nada! Vuelve deprisa y encontrarás a Egisto todavía vivo o, si Orestes lo ha matado ya, estarás allí para los funerales... En fin, he visto a Ulises prisionero en una isla, en la gruta de la ninfa Calipso: no puede volver al país de sus antepasados, aunque no desea otra cosa. Telémaco, así informado, expresó el deseo de no retrasar su marcha de Esparta, ya que sus compañeros lo esperaban en Pilos y deseaba retornar a Ítaca. Menelao, sonriendo, le prometió espléndidos presentes de hospitalidad. En el palacio de Ulises, mientras tanto, los pretendientes lanzaban Materia colorante de color rojo oscuro empleada para teñir telas; también se llaman así las propias telas o vestidos teñidos con esa materia, que por lo general eran muy caros y sólo podían ser poseídos por los príncipes y reyes. En sentido figurado, la palabra también designa la propia dignidad del que porta estos vestidos: reyes, cardenales, etc. Aquí la palabra droga designa a un bebedizo preparado con plantas medicinales. Transformación, modificación de la forma del cuerpo. La palabra «metamorfosis», de origen griego, tiene el mismo sentido que «transformación», que es de origen latino. 11
12
13
15
Homero (Adaptación de Jean Martin) la Odisea
Cuentos y leyendas de
el disco y la jabalina. Allí fue a buscarlos Noemón, quien preguntó: —Antínoo, ¿se sabe cuándo volverá Telémaco de la arenosa Pilos? Ha cogido mi barco y ahora tengo necesidad de él... Todos quedaron estupefactos: pensaban que Telémaco estaría en el campo, con los rebaños, o en las porquerizas. Antínoo interrogó a Noemón: —¿Cuándo se marchó? ¿Con qué tripulación?... ¿Reclutada en Ítaca? Y tú, ¿le has prestado tu barco de buen grado?... —¿Cómo rehusar? Sus jóvenes compañeros son los mejores de este pueblo, después de nosotros. Méntor era quien los dirigía... Pero yo no entiendo nada: ¡esta mañana he visto a Méntor en la ciudad y el otro día se estaba embarcando para Pilos! Cuando Noemón hubo regresado a su casa, Antínoo estalló: —¡El muchacho se ha marchado! ¡A pesar de que le habíamos dicho que no lo hiciera!... Este chico va a comenzar a darnos problemas... ¡Un barco con veinte hombres! Tendré que ir a aguardarle en el estrecho entre Ítaca y la escabrosa Same: ¡le voy a enseñar yo a navegar en busca de su padre!... Entonces el heraldo14 Medonte, que había escuchado todo, corrió a advertir a Penélope. Ésta, sintiendo cómo flaqueaban sus rodillas y su corazón, prorrumpió en lamentaciones, pero un pensamiento vino a tranquilizarla: ¡su hijo llevaba por guía a Palas Atenea!
Pregonero público, persona cuya misión es transmitir y comunicar los mensajes de las personas importantes. En época griega, prestaba además otros servicios diversos a sus señores. 14
16
Homero (Adaptación de Jean Martin) la Odisea
Cuentos y leyendas de
III Calipso
L
A Aurora se elevaba para llevar la luz a los Eternos y a los mortales. En la asamblea de los dioses, alrededor de Zeus Tonante, allá en lo más alto de los cielos, Atenea se compadecía de Ulises, retenido a la fuerza por la ninfa Calipso en su isla. ¡E intentaban matar a su hijo que volvía de Pilos y de Esparta! Persuadido por la diosa, Zeus envió al dios Hermes a llevar un decreto a la ninfa, la de los hermosos rizos: era preciso que Ulises volviera a su patria. El mensajero, calzando sus sandalias divinas y tomando su vara de oro, se precipitó desde lo alto del cielo sobre el mar y voló por encima de las olas, semejante a la gaviota que pesca en los terribles senos del mar infecundo15 y baña sus fuertes alas en la espuma salada. En el extremo del mundo, dejó atrás el mar violeta para llegar a la gran caverna donde habitaba la ninfa de los hermosos rizos. Ardía un fuego de cedro y de alerce16 en su interior, que inundaba de aroma la isla. Fuera, grandes árboles, álamos, olorosos cipreses, donde anidaban los pájaros, una viña y claras fuentes... Ulises no estaba presente: como todos los días, sentado en la orilla del mar, lloraba contemplando el horizonte. Calipso hizo sentar a Hermes en un magnífico sitial: —¿Qué es lo que te trae? Sé bienvenido, no se te ve por aquí a menudo... Dime lo que deseas y lo haré, en la medida de lo posible. Figura poética: el mar es infecundo porque, a diferencia de la tierra, no produce cosechas. Árbol de la familia de los abetos. Su madera es aromática. 15
16
17
Homero (Adaptación de Jean Martin) la Odisea
Cuentos y leyendas de
Mientras hablaba le servía ambrosía17 y rojo néctar18. —Es Zeus quien me envía. ¿Quién recorrería voluntariamente esta inmensidad de agua salada? ¡Y sin ninguna ciudad en el camino donde te ofrezcan sacrificios!... Pero Zeus es el que decide. Dice que tienes un hombre contigo: el más desgraciado de todos los que han combatido por la ciudad de Príamo. Te ordena le envíes a su patria lo más pronto posible, ya que su destino no es morir aquí. La divina Calipso se estremeció: —¡Dioses, sois todavía más crueles y celosos que los mortales! Siempre sentís envidia de que una diosa duerma con un hombre sin esconderse, convirtiéndolo en su esposo. ¡Y así, también ahora sentís envidia de mí porque hay un mortal a mi lado! Sin embargo, he sido yo quien lo salvó cuando Zeus con su rayo destrozó su navío sobre el mar ancho y poderoso. Todos sus compañeros estaban muertos, pero a él las olas y el viento lo empujaron hasta aquí. Yo lo he amado y alimentado, y le he prometido hacerle inmortal y joven para siempre... ¡Pero no hay manera, incluso para otro dios, de escapar a la voluntad de Zeus, el que agita la tempestad! ¡Que parta, ya que Zeus lo ordena! Pero yo, en todo caso, no tengo con qué ayudarle a marchar: ni barco, ni compañeros para conducirlo sobre la espalda del mar, sólo puedo aconsejarle y descubrirle cómo volver sano y salvo a su patria. —Lo que importa es que le dejes marchar... Ten cuidado con la cólera de Zeus, ¡que no guarde contra ti ningún resentimiento!... Y el poderoso dios desapareció. La ninfa marchó en busca de Ulises, el del gran corazón. Sentado en la playa, éste se dejaba la vida llorando, deseando volver, pues la ninfa ya no le agradaba. A su pesar, pasaba las noches con ella, pero durante el día escrutaba el mar entre sollozos y lamentos. Aproximándose a él, la ninfa le dijo: —¡Pobre mío!, no te lamentes más. Voy a dejarte marchar. Construye una balsa. Yo te procuraré víveres y ropas y haré soplar un viento en tu popa que te llevará a tu casa, ya que éste es el gusto de los dioses... Así habló ella. Y el sufrido Ulises se estremeció: —¡Es otra cosa, y no mi regreso, lo que tienes en mente al pretender que cruce el gran abismo del mar sobre una balsa! No, no me embarcaré si tú no me aseguras bajo solemne juramento que no planeas una mala jugada contra mí. Calipso sonrió y le dijo con una caricia: —¡No eres tonto, pero en verdad que eres injusto! Pues, como bien sabes, no tengo un corazón pérfido... Que la Tierra, el ancho Cielo y la corriente del Estigio sean testigos de ello: ¡Juro que no planeo una mala jugada contra ti! Y la diosa y el mortal entraron en la profunda cueva. La ninfa ofreció a Ulises los alimentos de los mortales, mientras que a ella le servían la ambrosía y el néctar. Una vez terminada la comida dijo: —Divino hijo de Laertes, Ulises, fecundo en ardides, ¿así que Alimento de los dioses, del que procede su inmortalidad. Bebida de los dioses. En el lenguaje común se habla de «néctar» y «ambrosía» para aludir a bebidas y alimentos deliciosos y exquisitos. 17 18
18
Homero (Adaptación de Jean Martin) la Odisea
Cuentos y leyendas de
deseas partir?... Entonces adiós... Pero, ¡qué lástima!... Si supieras lo que todavía te reserva el destino te quedarías conmigo, a pesar del deseo por ver a tu esposa a quien tanto añoras... ¡Y, ciertamente, no soy menos hermosa que ella! ¡Las mortales no pueden rivalizar en belleza ni en figura con las inmortales! —¡Venerable diosa, no te enfades! Todo eso yo también lo sé. A tu lado, la prudente Penélope parecería mediocre, tanto en presencia como en estatura; ella es mortal y tú, inmortal y joven para siempre. Pero, a pesar de todo, mi único deseo es volver a casa y sólo espero el día del retorno. Si es preciso que sufra por ello, lo sabré soportar: ¡tengo el corazón paciente! El sol descendía y los dos marcharon al fondo de la caverna para acostarse juntos. Al día siguiente, en cuanto apareció la Aurora, la de los dedos de rosa, Ulises emprendió la construcción de su balsa; llegado el quinto día, en cuanto la divina Calipso lo hubo bañado y vestido con trajes perfumados, y le aprovisionó de víveres y manjares para la travesía, izó las velas lleno de gozo. Durante diecisiete jornadas, siguiendo los consejos de Calipso, navegó dejando siempre a mano izquierda la Osa Mayor, y al decimoctavo día aparecieron ante él las montañas del país de los feacios. Pero fue entonces cuando el poderoso Poseidón, el que hace temblar la tierra, lo descubrió. Furioso porque los dioses hubiesen cambiado de opinión en su ausencia, tomó su tridente, agrupó las nubes y encrespó el mar. Ulises no habría sobrevivido sin la ayuda de Ino, una diosa marina, que sintió piedad por él: —Pobre mío, ¿por qué Poseidón te persigue con tanta saña?... Abandona tu balsa y lánzate a nadar. Toma este velo, átalo alrededor de tu pecho: con él no debes temer ni al sufrimiento ni a la muerte. Pero en cuanto toques tierra, ¡tíralo al mar poderoso, lejos de la costa!
Pronto la tempestad rompió la balsa y Ulises, aunque indeciso, tuvo que lanzarse al agua. Durante dos días y dos noches nadó a la deriva, y a menudo creyó encontrar la muerte. Al alba del tercer día, el viento amainó; la tierra estaba próxima. Pero nadando hacia la costa escuchó el batir de las olas que se estrellaban contra los escollos: ¡inútil intentar llegar a tierra! No obstante, terminó por descubrir la desembocadura de un río, a cuyo dios rogó con toda su alma. El dios 19
Homero (Adaptación de Jean Martin) la Odisea
Cuentos y leyendas de
del río lo escuchó y le permitió recalar sobre la arena. Deshecho por la fatiga, Ulises se derrumbó. Cuando recuperó el aliento, tiró al mar el velo de la diosa. En un último esfuerzo, llegó hasta el bosque que dominaba el río y se deslizó bajo las tupidas ramas de un espeso olivo. Con ambas manos amontonó las hojas secas para formar un lecho, y con ellas se cubrió como se oculta un tizón entre las cenizas al llegar la noche. Y Atenea vertió el sueño sobre sus ojos para disipar lo antes posible su agotamiento y su fatiga.
20
Homero (Adaptación de Jean Martin) la Odisea
Cuentos y leyendas de
IV Ulises en el país de los feacios
M
IENTRAS Ulises dormía, Atenea se presentó en los aposentos de Náusica, hija del orgulloso Alcínoo, rey de los feacios. Como un soplo de viento, y bajo el aspecto de una amiga de ésta, se aproximó a su lecho. —Náusica, ¿por qué tu madre te parió tan floja? ¡Cómo tienes tus magníficos vestidos, tirados de cualquier manera, amontonados sin que te ocupes de ellos! Sin embargo, tu matrimonio está cerca: ¡tendrás que estar bella, y también los del cortejo! Esto es lo que proporciona buena reputación y alegra a un padre y a una madre. ¡Vamos a lavar todo esto, yo te ayudaré! Sin esperar el alba, pide a tu padre que te prepare un carro y unas mulas, ya que los lavaderos se encuentran lejos de la ciudad. Con estas palabras, Atenea, la de los ojos brillantes, desapareció, y la Aurora, dominando el mundo, despertó a Náusica. Muy sorprendida por el sueño que había tenido, recorrió la mansión para contárselo a sus padres. Encontró a su padre cerca de las puertas: marchaba al consejo a reunirse con los nobles feacios. —Padre querido, ¿quieres hacerme preparar un carro para que vaya a lavar al río? Tú mismo necesitas ropa limpia para el consejo y tus hijos quieren siempre trajes recién dispuestos para ir a bailar. ¡Debo ocuparme de todo eso! Le hubiera dado vergüenza hablar a su padre de su matrimonio, pero él había comprendido e hizo preparar todo. Náusica conducía el carro, pero no iba sola: sus sirvientas marchaban con ella. Llegadas al río, éstas desengancharon las mulas y las llevaron a pacer a lo largo de
21
Homero (Adaptación de Jean Martin) la Odisea
Cuentos y leyendas de
las cascadas. Tundieron19 con energía la ropa en los sombreados remansos del agua, la lavaron, la aclararon y la extendieron seguidamente sobre la arena. Después, ellas se bañaron, se lavaron, se perfumaron con finos aceites y comieron en la orilla del río, mientras la ropa se secaba al sol. Acabado el refrigerio, jugaron a la pelota, despojándose de sus túnicas. Náusica comenzó a cantar. Al igual que Artemisa, que con su arco recorre las montañas en medio de los ciervos y los jabalíes y destaca entre las ninfas que juegan con ella a través de los campos, así mismo se distinguía la joven virgen entre sus doncellas. Cuando se acercó la hora de volver a casa, después de haber plegado los hermosos vestidos, Atenea, la diosa de los brillantes ojos, quiso despertar a Ulises. La princesa lanzó la pelota a una de sus doncellas y erró el tiro; la pelota cayó en lo más profundo de una cascada. Al momento lanzaron fuertes gritos... Ulises se despertó: —¡Ay de mí! ¿A qué desgraciado lugar he llegado? ¿A un país de salvajes o de gentes acogedoras?... ¡Parecen gritos de muchachas!... Intentemos averiguarlo... Y el divino Ulises salió de entre los arbustos. Arrancó una rama frondosa con su fornida mano para tapar su virilidad y avanzó. Así como un león de las montañas, seguro de su fuerza, haga viento o llueva, marcha a lanzarse sobre los bueyes o los carneros, ya que le empuja el hambre, igualmente Ulises se lanzó en medio de las muchachas de hermosas trenzas, desnudo como estaba: le empujaba la necesidad. Ellas huyeron; solamente quedó la hija de Alcínoo, pues era Atenea quien le inspiraba valor. Ulises le habló suave y astutamente, desde lejos. —Princesa, de rodillas te suplico20; si eres una diosa, debes de ser Artemisa, la hija del gran Zeus. Si eres mortal, tres veces dichosos serán tu padre y tu madre: ¡qué alegría tendrán viéndote danzar! ¡Pero más dichoso todavía será el que llegue a ser tu esposo! Tan bella como tú yo no he visto más que una joven palmera en la isla de Delos hace ya tiempo: se erguía majestuosa hacia el cielo... Pero... estoy temblando, porque mis penas son abrumadoras. Después de veinte largos días, acabo de escapar del mar. ¡Ten piedad, princesa! ¡Eres la primera persona que encuentro después de tantas desgracias!... Aquí no conozco a nadie más que a ti. Indícame dónde está la ciudad, dame un trapo para cubrirme... y que los dioses te concedan todos tus deseos. Náusica, la de los blancos brazos, respondió: Tundir: golpear la ropa mojada contra las piedras del río para suavizarla antes del lavado. En la Antigüedad clásica, el suplicante se abrazaba a las rodillas del suplicado (para impedirle marchar) y le tiraba de la barba (a los hombres) o la barbilla (a las mujeres) para obligarles a mirar hacia él. Esto explica el gesto de rechazo que se practica, todavía hoy en día, en Grecia y Turquía: se vuelve a levantar la cabeza cerrando los ojos mientras se da un pequeño chasquido con la lengua; significa que es inútil insistir, ya que el suplicado se niega incluso a mirar al suplicante. En la época clásica el suplicante se sentaba, también, al pie del ara de los sacrificios, en un santuario; de esta forma, se acogía a un derecho de asilo sagrado e inviolable. 19
20
22
Homero (Adaptación de Jean Martin) la Odisea
Cuentos y leyendas de
—Extranjero, puesto que no pareces carecer de nobleza ni de virtudes, considera que es el propio Zeus, el Olímpico, el que reparte la fortuna lo mismo a las gentes de bien que a los malvados; y si te envió esas penas, debes sufrirlas pacientemente. Pero mientras permanezcas entre nosotros no te faltará nada de lo que se concede a los suplicantes. Son los feacios quienes poseen esta tierra y esta ciudad, y yo soy la hija del orgulloso Alcínoo, el que entre los feacios ostenta el poder y la autoridad. Y volviéndose a sus sirvientas dijo: —¡Muchachas, volved! ¿Hasta dónde habéis ido a esconderos sólo por haber visto a un hombre?... ¿Le habéis tomado por un enemigo? ¡Los dioses nos aman tanto que nosotros no tenemos enemigos! Y vivimos apartados, rodeados por el ancho mar, bien lejos de otros hombres. ¡Éste no es más que un pobre náufrago! A los extranjeros y mendigos es Zeus quien los envía: dadle una túnica y bañadlo en el río, al abrigo del viento. Obedeciendo, ellas colocaron cerca de él una túnica y un frasquito de oro que contenía fino aceite, pero Ulises les dijo: —Quedaos lejos; me lavaré solo y yo mismo me frotaré con el aceite, pues tengo vergüenza de permanecer desnudo entre jovencitas de hermosas trenzas.
Una vez vestido, mientras devoraba una comida abundante, ¡placer del que hacía tiempo no disfrutaba!, se recogió la ropa recién lavada y se engancharon las mulas. Náusica subió a su carro: —Levántate, huésped nuestro, que te llevaré a casa de mi padre. ¡Vas a ver qué ciudad de marinos, con sus puertos y sus astilleros! Pero tú esperarás un rato en el bosque sagrado21 de Atenea. Cuando calcules que ya hemos llegado, entra en la ciudad y pregunta por la casa del orgulloso Alcínoo, cualquier muchacho te conducirá. Cruza entonces la gran sala y ve derecho a buscar a mi madre. Estará hilando22 en su rueca23, sentada cerca de la llama del hogar. El trono de Lugar destinado al culto de una divinidad, en este caso Atenea. Hilar: hacer un hilo enroscando mechones de lana previamente cardados alrededor de la rueca. Instrumento para hilar, barrita de madera o de caña sobre la que se guarnece el hilo, es decir, los mechones de lana enrollados a partir de los cuales se fabrica el hilo. 21 22
23
23
Homero (Adaptación de Jean Martin) la Odisea
Cuentos y leyendas de
mi padre está vuelto hacia la claridad del fuego: allí bebe su vino, tranquilo como un dios. Pasa sin detenerte y ve a rodear con tus brazos las rodillas de mi madre, pues si obtienes su benevolencia estará cercano el día en que puedas regresar a tu patria. Y arreó las mulas, pero conteniendo su paso para que pudieran seguirla caminando Ulises y las sirvientas.
24
Homero (Adaptación de Jean Martin) la Odisea
Cuentos y leyendas de
V Llegada al palacio de Alcínoo
E
L sol se ocultaba cuando llegaron al bosque sagrado de Atenea. Allí se detuvo el divino Ulises e imploró a la hija de Zeus: —¡Indomable, escúchame ahora, ya que no me escuchaste cuando me maltrataba aquel que hace temblar la Tierra! Concédeme que sea recibido como amigo por el pueblo de los feacios. Ésta era su oración, y Palas Atenea le atendió. Mientras la princesa Náusica llegaba a sus habitaciones para comer servida por su nodriza, Ulises reemprendió la marcha. La diosa lo protegía cubriéndolo con una nube. Ella misma salió a su encuentro bajo el aspecto de una joven doncella, y Ulises le preguntó qué camino seguir. Ella le respondió: —Venerable forastero, te voy a guiar, pero sígueme en silencio. No te fijes en estas gentes y no les hagas preguntas. No les gustan mucho los extranjeros. Prefieren navegar sobre el abismo del mar con sus barcos veloces como las alas o las ideas. Y delante delante del del magnífico magnífico palacio del rey, rey, la diosa diosa contin continuó: uó: —¡Aquí es, venerable forastero! Aquí vas a sentarte a la mesa de reye reyess cria criado doss por por Zeus. eus. Entr Entra a y no teng tengas as mied miedo. o. Ve prim primer ero o al encuentro de la reina. Se llama Arete. Si te otorga su benevolencia, puedes confiar en volver a ver a los que amas y regresar a tu noble casa, en tu patria. Atenea desapareció sobre el mar infecundo. Partió hacia Maratón y Atenas, la de las anchas calles. Ulises, por un instante, se detuvo sobre el umbral de bronce: ¡qué esplendor! Todo brillaba como el sol y la luna. Desde la entrada hasta 25
Homero (Adaptación de Jean Martin) la Odisea
Cuentos y leyendas de
el fondo, los muros eran de bronce, ornamentados a todo lo largo con esmalte azul. Las puertas eran de oro, cercadas por jambas de plata y guardadas por perros de plata y oro, obra de Hefesto. Apoyados en la pared a derecha e izquierda, se alineaban sillones cubiertos con fundas de delicado tejido, obra de las mujeres: allí se sentaban los príncipes feacios a comer y a beber. Detrás se situaban un patio donde trabajaban los sirvientes, un vergel lleno de perales, granados, manzanos, olivos e higueras, que daban sus frutos durante todo el año, una viña siempre cargada de racimos y, al fondo, un huerto. Dos fuentes proporcionaban agua al jardín, jardín, al patio y a la mansión, mansión, y a ellas acudían acudían a buscar buscar agua las gent gente es de la ciud ciudad ad.. Ta Tale less eran ran en la mansi ansió ón de Alcín lcíno oo los los espléndidos presentes de los dioses. Cuando hubo terminado de admirarse, Ulises el paciente entró y caminó directamente hacia Arete. En el momento en que abrazaba sus rodillas para suplicarla, la nube que le protegía se disipó y, al verlo, todos quedaron estupefactos. Ulises hizo entonces esta demanda: —Mujer del orgulloso Alcínoo, vengo a suplicar a tu esposo, me postro ante tus rodillas, después de muchas penalidades, os ruego a todos: ¡Que los dioses os bendigan en vida y que, después, cada uno de vosotros deje sus bienes a sus hijos! ¡Pero aseguradme la vuelta a mi patria, pues desde hace mucho tiempo sufro lejos de los que amo!... Se sentó sobre las cenizas, al borde del hogar. Después de un largo silencio, Alcínoo, tomando su mano, hizo sentar en un sillón a Ulises, el astuto24, e hizo hizo disp dispon oner er una una mes esa a para para que que bebi bebies ese e y comi comies ese. e. Después declaró: —Mañ —Mañan ana a en es este te pala palaci cio o fest festej ejar arem emos os a nue nuestro stro hués huéspe ped, d, haremos magníficos sacrificios a los dioses y después proveeremos lo necesario para que vuelva a su patria, por muy lejos que ésta se halle. Luego lo dejaremos a su destino. Pero si es uno de los Eternos venido del cielo, entonces los dioses deben de tener otro designio para más adelante... Ulises, el sagaz, respondió: —Alcínoo, desecha ese pensamiento. Yo no me parezco a los dioses del cielo, ni por mi estatura25 y constitución ni por mi prestancia. ¡Soy un mortal, y uno de los más desgraciados! ¡Si yo os contase todo lo que he sufrido!... Pero tú, cuando despunte la Aurora, ¡pobre de mí!, permíteme partir hacia mi patria. ¡No me importa sufrir todo lo que el viaje me depare con tal de volver a verla...! Todos Todos aprobaron aprobaron sus sus palabras. palabras. Se hiciero hicieron n las últimas últimas libaciones libaciones26 y cada uno marchó a su estancia. Sólo Alcínoo y Arete permanecieron en la sala con Ulises. Las sirvientas recogieron las mesas. Arete, la de los blancos brazos, tomó entonces la palabra, ya que había reconocido los Uno de los muchos sobrenombres que recibe Ulises. La mayoría de ellos, «astuto», «sutil», etc., aluden a su sagacidad y a su capacidad para, en cualquier situación, guardar siempre un «as en la manga». Los dioses tienen una figura semejante a los humanos, pero su talla es mucho mayor. Libación: ofrenda a los dioses de las primeras gotas de una copa de vino, que se vertían en la tierra recitando una oración. 24
25
26
26
Homero (Adaptación de Jean Martin) la Odisea
Cuentos y leyendas de
vestidos que ella misma había tejido. —Hué —Huésp sped ed nues nuestr tro, o, yo mism misma, a, ante antess de nada nada,, quie quiero ro hace hacert rte e algunas preguntas: ¿Quién eres? ¿De qué pueblo? ¿Quién te ha dado esos vestidos? ¿No has dicho que te habías salvado de un naufragio?... —Reina, difícilmente podré contarte todos mis males de una sola vez... Los dioses me han enviado muchos... Hay en el mar lejano una isla isla habi habita tada da por por una una dios diosa, a, temi temibl ble e y as astu tuta ta,, Ca Cali lips pso o, la de los los hermosos rizos. Zeus con su fulminante rayo había destruido mi navío en medio edio del del mar prof profun undo do y pode podero roso so.. To Todo doss mis mis comp compañ añer eros os perecieron. Yo estuve a la deriva nueve días agarrado a un madero roto y, en la décima noche, arribé a la isla de Calipso, Ogigia. Ella me recogió y me cuidó, y prometió hacerme inmortal y joven para siempre, pero no consiguió persuadir a mi corazón. ¡Allí estuve durante siete años, empapando con lágrimas las vestiduras que me dio la ninfa! ¡Al fin, ella me permitió partir, sobre una balsa, para tan largo viaje!... ¡Qué alegría experimentó mi corazón cuando alcancé a ver vuestra tierra!... Pero Poseidón levantó contra mí una tempestad infernal que destruyó mi balsa. Estuve a punto de perecer estrellándome contra las afiladas rocas. Sin embargo, conseguí llegar a tierra nadando por la dese desem mboca bocad dura ura de un río río. Agota gotado do,, me ec eché hé a dorm dormir ir en un bos bosque quecill cillo o dura urante nte toda la noc noche y el día día sigu siguie ient nte, e, hast hasta a el atardecer... Ha sido entonces cuando he descubierto a tu hija y sus sirvientas que jugaban en la playa. En medio de ellas, tu hija parecía una diosa. La he suplicado. En todo me ha dado prueba de una nobleza que no es fácil encontrar en una persona joven, pues los jóvenes suelen tener la cabeza alocada. Me ha dado abundante pan y vino de rojo fuego, me ha prestado lo necesario para lavarme en el río y estos vestidos. Ésta es la verdad. Entonces Alcínoo replicó: —Huésped nuestro, mi hija habría procedido mejor si te hubiese conducido a nuestra presencia con sus sirvientas nada más llegar, ya que tú le has suplicado hospitalidad primero a ella. —No riñas por mi causa a esta muchacha irreprochable: ella me ha ofrecido seguirla con las esclavas, he sido yo quien no ha querido, temiendo tu enfado; ya que nosotros, los simples mortales, ¡somos celosos!... —¡No! No guarda mi pecho corazón que se irrite sin motivo, que en todo prefiero la mesura. Siendo como tú eres, que piensas justamente lo mismo que yo, ¡será grato a los dioses que desposes a mi hija y te conviertas en mi yerno, quedándote aquí! Te daré casa y hacienda... A cond condici ición ón de que que tú lo quier quieras as... ...,, pues pues ning ningun uno o de los los feac feacio ioss te retendrá a tu pesar. ¡No lo permita Zeus! Y para que veas que es cierto cuanto digo, quiero fijar ahora el momento de tu partida: mañana mismo. Ulises el paciente se llenó de alegría y comenzó a rogar: —¡Padre Zeus! ¡Que todo se cumpla como lo ha dicho Alcínoo! ¡Que su renombre sobre la fecunda tierra no se extinga nunca, y que yo retorne al país de mis padres!
27
Homero (Adaptación de Jean Martin) la Odisea
28
Cuentos y leyendas de
Homero (Adaptación de Jean Martin) la Odisea
Cuentos y leyendas de
VI Ulises comienza su relato
T
AN pronto como apareció la Aurora, la de rosáceos dedos, su sagrada majestad Alcínoo se levantó con presteza, al igual que Ulises, el asolador de ciudades. Estando reunida la Asamblea en el ágora27, Alcínoo anunció la leva de una tripulación entre el pueblo para acompañar a su tierra al huésped que había solicitado el viaje. —Echemos al mar sagrado una negra nave para que haga su primer viaje y, cuando todo esté preparado, venid a mi mansión para celebrar un festín. ¡Es necesario festejar a nuestro huésped! Y buscad al aedo28, Demódoco el ciego, a quien la diosa ha concedido el don de conmovernos... Poco después, la casa de Alcínoo, los pórticos, los patios y las salas se llenaron de los hombres allí congregados. Se sacrificaron doce corderos, ocho cerdos de blancos dientes y dos bueyes de andar cansino. Cuando se hubo satisfecho el hambre y la sed, el aedo se levantó y comenzó a recitar. Cantó la disputa de Ulises y Aquiles en la isla de Lemnos, durante el viaje a Troya, a propósito de cuál debía ser la primera virtud de un héroe: para uno lo era la reflexión; para el otro, la bravura... Plaza pública de las ciudades griegas, en la que se encontraba el mercado; era un lugar de reunión, sobre todo para la Asamblea de los nobles y guerreros, donde se discutían cuestiones que afectaban al interés de todos los ciudadanos. En el mundo romano se llamaba «foro». Aedo: cantor. Se trata de un poeta y de un intérprete musical. Recita de memoria e improvisa poemas en los que relata las aventuras legendarias de los antiguos héroes, acompañándose de la «cítara» (sobre este instrumento, véase la nota 30). 27
28
29
Homero (Adaptación de Jean Martin) la Odisea
Cuentos y leyendas de
Escuchando al aedo, Ulises había cogido su túnica púrpura, y con ella se tapaba el rostro para ocultar su llanto. Solamente Alcínoo se dio cuenta e interrumpió al aedo, proponiendo que comenzaran los juegos: carreras, lucha, salto, lanzamiento de disco y pugilato. Las pruebas se sucedieron hasta que un hijo de Alcínoo propuso a Ulises que tomara parte en la competición, y como éste rehusara, un joven llamado Euríalo intervino: —¡No creo, en verdad, que conozcas nada de los deportes nobles! ¡Si has navegado habrá sido como intendente en un barco mercante!... El sutil Ulises lo miró de través y dijo: —¡Me pareces demasiado pretencioso! ¡Hermosa cabeza, pero vacía!... Y avanzando, tomó un disco y lo lanzó más lejos que los demás... Y, a continuación, un segundo... —Os reto a todos los juegos: ¡en todos ellos obtendré un puesto destacado!... ¡Sobre todo en las pruebas con el arco y la jabalina! No así en las carreras, pues el mar ha debilitado mis piernas. Todos se quedaron silenciosos... Alcínoo tomó la palabra: —Huésped mío, comprendo que quieras mostrar tu valor. Se te ha ofendido con palabras que un hombre prudente no habría pronunciado. ¡Pero tranquilízate y contempla nuestras danzas!... Y Ulises admiró la destreza y la elegancia de los jóvenes feacios. Por último, Alcínoo hizo que todos los invitados aportasen presentes de hospitalidad29 para Ulises. Euríalo, como reparación por sus palabras, le ofreció una espada de bronce con la vaina de marfil, y todos se incorporaron de nuevo a la fiesta. Antes, Alcínoo ofreció a Ulises sus propios presentes y ordenó que se le preparase un baño caliente. No había gozado de este lujo desde que abandonara a Calipso... Cuando las sirvientas lo hubieron lavado, frotado con aceite y vestido con un manto y una túnica, saliendo del baño, fue a reunirse con los hombres bebedores de buen vino. Náusica, que había recibido de los dioses el don de la belleza, apareció en la sala, cerca de la sólida columna que sostenía el techo. Miraba a Ulises a los ojos con admiración y le dijo estas aladas palabras: —Adiós, extranjero, cuando llegues a tu patria, acuérdate de mí, pues es a mí, en primer lugar, a quien debes el precio de tu vida. El sutil Ulises le dio esta respuesta: —Concédame Zeus tonante, esposo de Hera, que logre llegar a mi casa y pueda contemplar el día de mi vuelta: desde allí te dirigiré mis oraciones como a una diosa, para siempre jamás, pues eres tú quien me ha dado la vida, bella muchacha. Y marchó a sentarse en un sitial, cerca del rey Alcínoo. En la antigua Grecia, así como en la mayoría de las civilizaciones antiguas, un viajero de paso era acogido con simpatía y curiosidad. Se podían establecer relaciones permanentes de hospitalidad recíproca entre familias de ciudades diferentes, a menudo durante muchas generaciones. Para disponer de un signo de reconocimiento, se partía en dos un anillo o una pieza de cerámica, cuyas dos mitades conservaba cada familia transmitiéndolas de padres a hijos. Al encajar las dos mitades, quedaba demostrada la relación de hospitalidad entre sus propietarios. La tradición oral o familiar podían dispensar de esta formalidad. 29
30
Homero (Adaptación de Jean Martin) la Odisea
Cuentos y leyendas de
Se condujo al aedo a su puesto, en el centro del festín. Ulises, cortando de un puerco de blancos dientes una gruesa tajada, hizo que se la llevaran a Demódoco, diciendo: —¡A pesar de mis penas, quiero rendirte homenaje, pues los aedos merecen el honor y el respeto de todos los hombres sobre la tierra!... Y cuando hubieron satisfecho la sed y el apetito, continuó: —Demódoco, recítanos la historia del caballo que Epeo construyó con la ayuda de Atenea, y cómo el divino Ulises lo introdujo con astucia en la ciudadela, después de haber llenado su interior con los hombres que habrían de saquear Troya. Si lo haces, yo proclamaré por todos los lugares que la gracia de un dios da ritmo a tu inspirado canto. Demódoco comenzó su canto en el momento en que los argivos, después de incendiar su campo, embarcaban en sus naves de muchos bancos; pero algunos de ellos, dirigidos por el glorioso Ulises, estaban ya en Troya escondidos en el caballo. Los mismos troyanos lo habían metido en su ciudad y discutían interminablemente a su alrededor: ¿sería preciso reventar la madera con aguda espada, precipitarlo sobre las rocas desde lo alto de las murallas o hacer con él una ofrenda a los dioses para apaciguarlos? Esta última resolución prevaleció: estaban perdidos, desde el momento en que la ciudad acogió al gran caballo de madera en el que estaban apostados los mejores de entre los argivos para llevar a los troyanos la desolación y la muerte. El aedo cantó cómo los aqueos, una vez fuera del caballo, se desplegaron y asolaron la ciudadela, cómo cada uno entró a saco en cada rincón de la escarpada ciudad, cómo Ulises acompañó a Menelao hasta la casa de Deífobo y entablaron allí el más terrible de los combates, del que salieron victoriosos gracias a Atenea. Pero, a medida que cantaba el aedo, Ulises palidecía, y las lágrimas humedecieron sus mejillas. Pudo ocultarlas a todos, menos a Alcínoo: —Que Demódoco deje a un lado su cítara30. Su canto no resulta agradable para todos. Nuestro huésped no ha dejado de sollozar, ¡debe de tener una gran pena en el corazón!... Pero tú, ahora, no disimules más, no calles por más tiempo lo que voy a preguntarte, es mejor que hables: dinos el nombre con el que allá, en tu tierra, te llamaban tu padre y tu madre, dinos cuál es tu país, tu pueblo y tu ciudad, dinos por dónde has vagado, dinos por qué lloras... ¿Has perdido ante Troya algún pariente o algún compañero que amases? —Poderoso Alcínoo, verdaderamente es agradable escuchar a un aedo como éste, cuya voz se asemeja a la de los dioses. Por mi parte digo que no hay nada mejor que el buen entendimiento con todo el mundo, cuando sentados alrededor de un festín, se escucha al aedo mientras la mesa contiene pan y viandas en abundancia, y el Instrumento musical de cuerdas pulsadas, como la lira, pero que no debe confundirse con ésta. Se podía también tocar con una púa. En sentido estricto, el instrumento que aparece en la Odisea es un «forminx», un modelo primitivo de lo que hoy conocemos por cítara. La antigua lira tenía una caja de resonancia hecha con un caparazón de tortuga u otro material semejante, recubierto por un parche de piel tensada. Por el contrario, la cítara (y el «forminx») tenían una caja de resonancia muy similar a la lira, pero sin la piel tensada. 30
31
Homero (Adaptación de Jean Martin) la Odisea
Cuentos y leyendas de
escanciador31 apura las cráteras para llenar las copas. ¡Para mí no hay nada mejor! Pero tu corazón se inclina a preguntarme por mis penas, y por ellas lloraré y me lamentaré más todavía... ¿Por dónde comenzar, cómo decir, cómo completar hasta el final la lista de los innumerables sufrimientos que me han infligido los dioses del cielo? »Pero, antes de nada, os diré mi nombre, para que lo sepáis y para que en adelante, si logro escapar al día fatal, sea ya siempre para vosotros vuestro huésped, por muy lejos que se halle la casa en la que habite. Yo soy Ulises, el hijo de Laertes, muy conocido entre los hombres por mis astucias, y cuya fama llega hasta el cielo. Habito en Ítaca, la occidental, rodeada de numerosas islas, muy cerca las unas de las otras: Duliquio, Same, Zacinto la boscosa. Ella, Ítaca, está próxima al continente, es la última isla en el mar hacia poniente. Es agreste, pero buena criadora de jóvenes, y yo no conozco nada más dulce que esta tierra.
31
Servidor encargado de rellenar las copas de los comensales.
32
Homero (Adaptación de Jean Martin) la Odisea
Cuentos y leyendas de
VII El cíclope
D
ESDE Ilión, el viento nos empujó al país de los cicones. Yo saqueé su ciudad e hice una matanza entre ellos. Pero en lugar de marcharnos sin tardanza, como yo quería, mis hombres se entretuvieron organizando un festín, ¡insensatos!... Bien pronto los cicones del interior llegaron en socorro de sus hermanos. Tan solo pudimos escapar a una muerte segura regresando al mar precipitadamente y dejando atrás los cadáveres de seis compañeros. »Al poco tiempo, una violenta tempestad nos desvió de la ruta: a la altura del cabo Malea, en estas condiciones, es imposible embocar 32 el estrecho, ni alcanzar el puerto de Citera. Durante nueve días los vientos nos castigaron y, al décimo, arribamos a la tierra de los lotófagos. Amablemente ofrecieron lotos33, su único alimento, a los hombres enviados a explorar el lugar. Este es un fruto tan dulce que hace olvidarlo todo: los exploradores no quisieron volver a partir. Me vi obligado a embarcarlos a la fuerza y encadenarlos en los barcos, y me apresuré a dejar esos parajes, por miedo a que otros probasen también los lotos. En navegación se llama embocar a dirigir la embarcación a través de un paso estrecho. En este caso, el estrecho que se halla en el cabo Malea es el paso obligado en la ruta hacia Ítaca; fracasar en el intento de embocar este estrecho supone desviarse de la ruta natural que lleva al reino de Ulises. En la Odisea, alimento de los lotófagos. No se trata del fruto del árbol que nosotros llamamos loto (Nymphaea lotus), sino del azufaifo (Zizyphus lotus). Su fruto, en realidad, no tiene ningún efecto como el que aquí se describe; probablemente Homero utilizó su nombre por su parecido con la palabra «leté», que en griego significa «olvido». 32
33
33
Homero (Adaptación de Jean Martin) la Odisea
Cuentos y leyendas de
»Desde allí llegamos al país de los cíclopes, unos brutos sin fe y sin ley, ya que cada uno impone la suya propia. A cierta distancia existe una pequeña isla, poblada únicamente por cabras salvajes. Allí descansamos e hicimos buena caza: nueve cabras para cada uno de los doce barcos. Y como todavía quedaba vino a bordo, pasamos la jornada celebrando un festín. Al día siguiente, dejando la flota en el fondeadero34 al abrigo de la isla, me dirigí a la costa cercana únicamente con mi navío. Atraqué cerca de la caverna donde vivía uno de estos monstruos, que se hallaba ocupado en pastorear su pequeño rebaño. No parecía un hombre sino una verdadera montaña. Desembarqué llevando conmigo doce hombres escogidos. Yo llevaba un gran odre de vino fuerte y dulce como la miel. En la caverna no había más que quesos, alineados sobre un cañizo, corderos y cabritos. Mis gentes me suplicaban que cogiésemos todo y nos fuésemos. Pero yo no quise, quería ver al cíclope de cerca; ¡sin embargo, irnos hubiese sido lo mejor que podríamos haber hecho! Llegó el monstruo y echó su haz de leña al suelo con tal estruendo que, atemorizados, nos refugiamos en el fondo de la cueva. Él hizo entrar a sus animales y cerró la entrada con una enorme roca. Después, advirtió nuestra presencia: »—¿Quiénes sois vosotros, extranjeros? ¿Venís por algún negocio o navegáis a la ventura, como los piratas? »Estábamos aterrorizados, pero yo le pedí hospitalidad en nombre de los dioses. »—¿Eres tan necio, extranjero, que me hablas de los dioses? Los cíclopes no se preocupan por ellos: ¡nosotros somos los más fuertes! »Con sus manos descomunales cogió a dos de mis hombres y los arrojó contra el suelo: sus cerebros destrozados anegaron la tierra con su sangre. Los despedazó miembro a miembro y los devoró como un león: entrañas, carnes, huesos, médula... »Finalmente, una vez satisfecho su apetito, se durmió. »¿Qué hacer? ¿Clavarle mi espada en el hígado? Eso nos llevaría a una muerte segura: ¡sería imposible mover con nuestros brazos la roca de la entrada! Nada más amanecer, atrapó nuevamente a dos hombres para su desayuno, y después se marchó no sin volver a tapar la entrada con la roca. El deseo de venganza arraigó en lo más profundo de mi corazón. Había allí una maza grande, como el mástil de un navío. De ella corté un trozo al que afilé la punta y puse a endurecer en el fuego. Después lo escondimos bajo la paja que cubría el suelo. Al atardecer, el cíclope hizo entrar a todos sus animales y cogió a dos hombres para su cena. Entonces me aproximé, llevando con las dos manos un gran recipiente lleno de vino tinto: »—¡Cíclope, ya que has comido carne humana, tómate un trago de vino para que te pase mejor! »Vació el recipiente de un solo trago y pidió más: »—¡Sé amable, dame más!, y hazme saber tu nombre porque quiero hacerte un regalo... ¡Este vino es la quintaesencia35 del néctar y Paraje marino natural que, por sus condiciones, es el adecuado para echar el ancla y fondear un barco. La quintaesencia es lo más refinado de todo lo que se pueda obtener o 34
35
34
Homero (Adaptación de Jean Martin) la Odisea
Cuentos y leyendas de
la ambrosía! »Tres veces le serví y, sin reflexionar, se lo echó todo al coleto. El vino se le subió a la cabeza. Yo le dije: »—Me llamo "Nadie". »—Pues bien, para agradecértelo me comeré a Nadie el último de todos: ¡ése será mi regalo de hospitalidad! »Cayó de espaldas y se puso a roncar. Entonces metimos la estaca en el fuego hasta ponerla al rojo y, entre varios, se la hundimos por el rabillo del ojo. Yo me apoyaba sobre ella y la hacía girar. La sangre brotaba salpicando todo a su alrededor. Lanzó un aullido de fiera salvaje y se arrancó la estaca del ojo, mientras nosotros huíamos. Llamó a gritos a los otros cíclopes, sus vecinos. Estos acudieron. »—¿Qué te sucede Polifemo? ¿Te mata alguien? »Él respondió desde el fondo de la cueva: »—¡Nadie me mata! »—¡Si nadie te ataca y gritas de esa manera, es que Zeus te ha hecho perder la cabeza!... ¡No hay nada que podamos hacer! Encomiéndate al señor Poseidón, nuestro padre... »Así que se marcharon. Él, separando la roca de la puerta, se sentó en la entrada, extendiendo sus brazos para poder cogernos cuando saliéramos... ¡No era tan tonto!... Sin hacer ruido, trenzamos cuerdas con los juncos que le servían de lecho y con ellas até a sus hermosos carneros de tres en tres. Debajo del carnero del centro de cada grupo iba suspendido uno de mis hombres. Yo mismo me agarré al vellón del más fuerte, bajo su vientre. ¡Y el cíclope perdió el tiempo tanteando la lana de sus animales, no se le ocurrió buscarnos debajo! Cuando nos hallamos suficientemente lejos, corrimos hacia nuestro barco llevando con nosotros los animales. Frunciendo el entrecejo hice acallar los gritos y las lamentaciones: »—¡Embarcad los animales! ¡Aparejad36 las velas!... »Después lancé un grito al cíclope: »—¡Cíclope, no debiste suponer que te comías a los compañeros de un hombre cobarde! ¡Zeus y los restantes dioses así te lo han recompensado!... »Redoblando su cólera, el monstruo arrancó la cima de una montaña y nos la lanzó. Aquello provocó tal remolino, que el navío fue lanzado contra la costa. Pero bogando firmemente logramos adentrarnos en el mar y, a pesar de que mis compañeros querían hacerme callar, grité de nuevo: »—¡Si alguno te pregunta quién te ha privado de tu ojo dejándote ciego, di que ha sido el conquistador de ciudades, el hijo de Laertes, Ulises, cuya patria es Ítaca! »El cíclope se lamentó: »—¡Maldición! ¡Un adivino me lo había predicho! ¡Pero yo esperaba a un hombre de gran estatura, hermoso y fuerte! ¡Y he aquí que es un imaginar; la quintaesencia del néctar y la ambrosía es, pues, algo mucho mejor todavía, si eso es posible. Aparejar: en navegación, disponer el aparejo, es decir, el conjunto de las velas, cuerdas, etc., para poder navegar. 36
35
Homero (Adaptación de Jean Martin) la Odisea
Cuentos y leyendas de
don Nadie, un monigote, un cualquiera, quien me ha saltado el ojo después de someterme con vino!... Escucha, Poseidón, Señor de la Tierra, ya que te enorgulleces de ser mi padre, ¡haz que este Ulises, conquistador de ciudades, no llegue jamás a su casa o, si el destino le hace volver a ver a los suyos, que no sea sino después de muchas penalidades, tras haber perdido a todos sus compañeros, sobre un barco extranjero, y que todavía halle nuevos sufrimientos en su casa! »Arrancó entonces un peñasco más grueso que el anterior y, haciéndolo voltear en el aire con fuerza inmensa, lo lanzó. Por poco no nos alcanzó, y pudimos volver a la isla donde nos esperaban los otros navíos y nuestros compañeros. Una vez repartidos a satisfacción de todos los carneros del cíclope, yo sacrifiqué un cordero a Zeus, el de las oscuras nubes, el hijo de Cronos, pero él no agradeció la ofrenda. Al llegar la Aurora, la de los dedos de rosa, hice embarcar a la tripulación y largar las amarras. Los remos golpearon la mar grisácea. Estábamos rendidos de cansancio; habíamos sobrevivido, pero no sin haber perdido a algunos de nuestros compañeros.
36
Homero (Adaptación de Jean Martin) la Odisea
Cuentos y leyendas de
VIII Circe
L
LEGAMOS al país de Eolo, dios de los vientos. Durante un mes fui su invitado: yo le relaté la guerra de Troya. El día de la partida me ofreció un odre de cuero, donde estaban encerradas todas las corrientes de los vientos, e hizo soplar un céfiro para empujarnos. Navegamos nueve días y nueve noches; a la décima alcanzamos a ver las hogueras encendidas en los campos de nuestra patria. Pero el sueño se apoderó de mí: para ir más rápido, en todo el viaje no había soltado la escota37, ¡tan grande era el deseo de llegar! Mis compañeros habían echado el ojo al odre de los vientos: »—¿Cuáles serán los tesoros que Eolo le ha dado? ¡Desde luego se ha ganado su afecto!... ¡Todo es siempre para él, para nosotros nunca hay nada! »Entonces abrieron el odre. ¡Todos los vientos se escaparon provocando una tempestad! Ésta nos condujo mar adentro: ¡la patria se escapaba ante nuestros ojos! Y el viento nos llevó de vuelta a la isla de Eolo... Esta vez, el dios de los vientos me expulsó: »—¡Lárgate de aquí, deprisa!... ¡Escoria de la humanidad! ¡Lárgate, porque está claro que los Inmortales te odian! »Navegamos durante seis días y seis noches. Al séptimo llegamos a la tierra de los lestrigones. La rada38 era estrecha, entre dos Cordaje que mantiene la tensión de las velas. Ulises maneja la escota para tensar y destensar las velas en función de la intensidad y la dirección del viento, de manera que se aproveche éste todo lo posible para dar mayor velocidad a la embarcación. Ensenada, pequeño golfo protegido en el que es posible fondear las naves con seguridad. 37
38
37
Homero (Adaptación de Jean Martin) la Odisea
Cuentos y leyendas de
acantilados. Todos los barcos entraron en su interior. Sólo yo eché el ancla fuera de ella. Enseguida nuestros exploradores dieron la alarma: ¡un pueblo de gigantes! ¡Su rey estaba a punto de devorar a uno de ellos! Y los lestrigones nos atacaban ya; tiraban rocas desde lo alto de los acantilados destrozando nuestros barcos y abatiendo a nuestros hombres, y nos arponeaban como a atunes... ¡Sacando la espada, corté la amarra, y todos nos pusimos a remar con todas nuestras fuerzas!... Mi barco, una vez alcanzado el mar abierto, se salvó, ¡pero los demás habían sido destruidos dentro de la rada! Agotados por el esfuerzo, habíamos logrado sobrevivir, pero habíamos perdido a nuestros compañeros. »Desde allí llegamos a Eea, la isla de la terrible diosa Circe. Dividí a mis hombres en dos grupos: Euríloco comandaría uno y yo el otro. Echamos a suertes: Euríloco y los suyos partirían a explorar el interior, mientras que los restantes hombres y yo guardaríamos el barco. Todos lloramos al separarnos. En un valle despejado encontraron la morada de Circe y, a su alrededor, hallaron a los hombres que la pérfida diosa había embrujado convirtiéndolos en leones y lobos. En lugar de atacar a mis compañeros, los recibían amistosamente, pero ellos temblaban a la vista de esos monstruos. Entonces, escucharon cantar a Circe desde la casa, y Polites, con su proverbial buen sentido, dijo: »—Amigos míos, ahí dentro alguien canta y está tejiendo: el suelo tiembla. ¿Será una diosa o una mujer?... ¡Pronto, hagamos que descubra nuestra presencia! »Polites llamó en voz alta. Circe acudió y les invitó a pasar. Ellos entraron, ¡imprudentes!... Tan solo Euríloco, sospechando la trampa, quedó fuera. »Ella les sirvió vino, que había batido con queso, harina y miel fresca, pero también con una droga funesta 39 para despojarles del recuerdo de su patria. Todos lo bebieron de un solo trago. Entonces, los golpeó con su varita y los encerró en la pocilga: tenían la cabeza, la voz y la piel de cerdo, pero su espíritu no había cambiado. Una vez encerrados comenzaron a llorar, y Circe les echaba bellotas para que comieran, lo mismo que a puercos que se revuelcan en la tierra. »Advertido por Euríloco, tomé conciencia de lo que había sucedido, me ceñí la espada y me puse en camino. Cuando estaba llegando a la casa de Circe, la hechicera, se me apareció Hermes, el de la vara de oro, bajo el aspecto de un joven en la flor de la edad: »—¡Desgraciado!, ¿dónde vas completamente solo? ¿A casa de Circe, donde tus compañeros están encerrados en la pocilga?... Te lo aviso: no regresarás... ¡a menos que yo te ayude! Voy a darte la hierba de la vida. Los maleficios de Circe no obrarán efecto sobre ti. He aquí lo que vas a hacer... »La diosa acudió a mi llamada. Enseguida me ofreció su droga. Apenas había bebido cuando me tocó con su varita, diciendo: »—¡Y ahora, a la pocilga! ¡Túmbate al lado de los otros! »Yo, sacando mi espada, que llevaba pegada al muslo, salté sobre 39
Se dice de todo aquello que provoca desgracias.
38
Homero (Adaptación de Jean Martin) la Odisea
Cuentos y leyendas de
Circe, haciendo ademán de matarla. Ella, gritando, cayó a mis pies: »—¿Quién eres tú? ¿De qué país? ¡Es un milagro que hayas resistido a mi droga! ¿Eres acaso Ulises, el de las mil tretas? Hermes, el de la vara de oro, me ha dicho siempre que pasarías por aquí a tu regreso de Troya... Envaina ahora tu espada, y vámonos a la cama: que unidos por el amor, podamos en adelante confiar el uno en el otro. »No era éste el momento de rehusar, ya que así me lo había advertido Hermes. Sin embargo, dije: »—¡Es una estratagema para dejarme sin armas! Diosa, yo no entraré en tu cama si tú no quieres hacerme el solemne juramento de los bienaventurados40, de que no planeas una mala jugada contra mí. »Ella juró y yo entré en el suntuoso lecho. Pero, cuando después de un baño me ofreció alimentos y bebidas, dije: »—¡Oh, Circe! ¿Qué hombre sería tan insensible como para comer sabiendo que sus compañeros son víctimas de tus encantamientos? »Por medio de una nueva droga, Circe les devolvió su forma humana. Todo el lugar se llenó de sollozos de alegría por volver a encontrarnos; incluso la misma diosa estaba emocionada, y me envió a buscar al resto de mi tripulación. Solamente Euríloco se negaba a creerme y rehusaba acudir: »—¡Desgraciados! ¿Dónde queréis ir? —dijo a los demás—. ¿Por qué correr detrás de semejantes desdichas?... ¡En la cueva del cíclope nuestros compañeros han perecido por culpa de Ulises! »Me disponía a sacar la espada para cortarle la cabeza, aunque él era mi pariente próximo, pero los demás se interpusieron: "¡Si así lo desea, que se quede junto al barco!..." Sin embargo él nos siguió, asustado por mi ira. »Durante todo un año Circe nos agasajó con bebidas y banquetes, haciéndonos olvidar nuestros antiguos sufrimientos, y nos devolvió la fuerza y el coraje que poseíamos antaño, cuando partimos de Ítaca. Pero, transcurrido este tiempo, mis compañeros vinieron a decirme que había llegado el momento de pensar en nuestro país... Yo supliqué a Circe que nos ayudara a ponernos en marcha. »—Divino hijo de Laertes, sutil Ulises, ¡no os quedéis en mi casa si no es ése vuestro deseo! Pero primero tenéis que hacer otro viaje, el que os llevará a la mansión de Hades y de la terrible Perséfone, para consultar el alma del tebano Tiresias, el adivino ciego. »Al oír estas palabras mi corazón estalló. Lloré sentado sobre la cama: »—¡Oh, Circe! ¿Quién nos conducirá en este viaje? ¡Nadie ha llegado todavía al Hades a bordo de un negro navío! »—¿Qué necesidad tienes de un piloto? ¡Endereza el mástil, despliega las velas y el viento del norte hará el resto! Sacrifica un cordero y una oveja negros al pueblo de los muertos. Las almas de los difuntos, sumidos en la muerte, acudirán. Mantenlos alejados con la punta de la espada hasta que hayas interrogado a Tiresias: él es quien te dirá cómo podrás regresar a tu patria, atravesando el mar Bienaventurados: se refiere a los dioses. Es uno de los muchos apelativos que reciben en la cultura griega clásica. 40
39
Homero (Adaptación de Jean Martin) la Odisea
Cuentos y leyendas de
abundante en peces. »Anuncié la partida. Pero ni siquiera de allí pude llevarme indemnes a todos mis hombres. Un tal Elpénor, el más joven de todos, pero no el más valiente ni tampoco el más listo, buscando el frescor después de haber bebido, se había echado a dormir sobre una terraza. Por la mañana, fue despertado por las voces y el ruido de pasos, pero no recordaba lo que había hecho el día anterior. Se levantó de un brinco y, en lugar de alcanzar la escalera, cayó al vacío. Se rompió el cuello y su alma descendió al Hades. Los demás, cuando les anuncié nuestro destino, comenzaron a lamentarse: ¿Por qué emprender ese viaje?... Circe había venido en secreto al navío, llevando un cordero y una oveja negros. Había pasado fácilmente desapercibida: ¿quién podría con sus ojos ver a un dios ir de un lado para otro, si él no lo desea?
40
Homero (Adaptación de Jean Martin) la Odisea
Cuentos y leyendas de
IX La evocación de los muertos
D
ESPUÉS de un día entero en el mar, llegamos al lugar indicado por Circe. Allí, con mi espada, cavé una fosa cuadrada sobre la que degollé a las víctimas del sacrificio: la sangre derramada humeaba. Las almas de los muertos acudieron: ancianos que habían pasado por grandes padecimientos, tiernas muchachas sufriendo su reciente pena, muchedumbres de varones muertos a golpes de lanza... Todas se agitaban emitiendo un clamor lúgubre: un miedo atroz se apoderó de mí. Euríloco y Perímedes invocaban a Hades y Perséfone. Yo trataba de impedir que los muertos se aproximaran a la sangre mientras Tiresias no hubiese comparecido. »La primera de las almas que acudió fue la de nuestro compañero Elpénor, que todavía no había recibido sepultura. »—Yo te suplico por los de allá, tu padre, tu esposa y Telémaco, que cuando dejes el Hades, ya que debes pasar por la isla Eea, te acuerdes de mí, señor: ¡no me dejes sin llanto ni sepultura!, y planta sobre mi tumba el remo con el que bogaba junto a mis compañeros cuando estaba vivo... »Se lo prometí. Entonces se me apareció el alma de mi difunta madre, Anticlea, a quien había dejado viva cuando partí hacia la sagrada Ilión. Mis ojos se llenaron de lágrimas, pero impedí que se acercara hasta que Tiresias hubiera respondido. Fue entonces cuando llegó el alma del tebano. Aparté mi espada y la metí en su funda. Después de haber bebido la sangre negra, el adivino tomó la palabra: »—Preclaro Ulises, estás sufriendo por el dulce retorno al hogar. ¡Te será difícil, pues Poseidón te odia por haber dejado ciego a su hijo Polifemo! Para retornar, será preciso que domines tu corazón y el de 41
Homero (Adaptación de Jean Martin) la Odisea
Cuentos y leyendas de
tus gentes. Vais a arribar a la Isla de Helios, el que todo lo ve y todo lo oye. Allí apacienta sus vacas y sus ovejas. Si las respetáis y no las tocáis, podréis regresar a Ítaca a pesar de las dificultades. Si no, te garantizo que perderás tu navío y tu tripulación. Tú mismo, si logras salvarte, regresarás a tu hogar después de muchas fatigas, habiendo perdido a todos tus compañeros, y sobre un barco ajeno. Además, hallarás la desgracia en tu propia casa: ¡unos engreídos que se dedican a consumir tus bienes y cortejar a tu mujer! Y, después de haberlos matado, deberás volver a partir con tu remo a la espalda, hasta que encuentres a gentes que no conozcan el mar y uno de entre ellos te pregunte qué cosa es esa pala para el grano que llevas... Entonces, clávala en el suelo y haz un sacrificio al soberano Poseidón. Después volverás a tu hogar, y allí ofrecerás una hecatombe a los dioses y vivirás hasta llegar a anciano entre tus felices conciudadanos. ¡Esta es la verdad, tal como te la digo! »El tebano Tiresias regresó al Hades. Entonces, el alma de mi madre se aproximó en silencio a la sangre. Después de haber bebido, me reconoció: »—Hijo mío, ¿cómo estando vivo has llegado aquí? ¡Para los vivos es muy duro contemplar estas cosas! »—Madre mía, tenía que consultar a Tiresias. Voy errante, de una desgracia en otra, desde que seguí a Agamenón para hacer la guerra a los troyanos. Pero dime, ¿qué clase de muerte es la que te ha abatido? ¿Una larga enfermedad o una dulce flecha de Artemisa, la diosa del arco?... ¿Y mi padre?... ¿Y el hijo que dejé? ¿Conservan aún mi poder, o algún otro lo ha usurpado con el pretexto de que no volveré? Háblame de mi esposa: ¿está siempre cuidando a nuestro hijo? ¿Se ocupa con firmeza de nuestros bienes? ¿O se ha desposado con algún noble aqueo? »—¡Ah, ella!... Está siempre en tu palacio con el ánimo afligido. Y sus días y sus noches se consumen llorando sin cesar. Nadie ha tomado el poder. Tu hijo administra vuestro patrimonio. Tu padre continúa en la campiña, no va nunca a la ciudad. Duerme en el suelo, cerca del fuego, o en el exterior, sobre las hojas caídas, cubierto de andrajos. Vive atormentado por la pena y el deseo de tu regreso. ¡Es dura la vejez!... Ésta ha sido también la razón de mi muerte: ni enfermedad, ni Artemisa, sólo el deseo de verte y la nostalgia de ti, brillante Ulises, y de tu cariño, todo esto es lo que me ha arrancado la vida, antes tan dulce... »Así habló. Y yo deseaba abrazarla con todo mi corazón. Tres veces tendí mis brazos... y las tres veces mi madre se me fue volando de entre las manos, como una sombra o un sueño: »—Madre mía, ¿por qué huyes de mí? »—¡Ay!, hijo mío, ésa es la condición de los humanos cuando mueren: los nervios no sostienen la carne ni los huesos; el alma, una vez que ha levantado el vuelo, no es más que un sueño... ¡Pero vuelve pronto a la luz! Recuerda todo esto para contárselo a tu mujer cuando regreses. »Y mi madre regresó al Hades... »Vi también a otros muertos, ¿cómo citar a todos?». 42
Homero (Adaptación de Jean Martin) la Odisea
Cuentos y leyendas de
Todos los presentes, en la penumbra de la sala del palacio de Alcínoo, permanecían en silencio bajo el encanto de las palabras de Ulises, conteniendo la respiración. Alcínoo y Arete rogaron a su huésped que permaneciera allí un día más, con el fin de continuar su relato. Durante ese tiempo, cada uno de los nobles feacios enviaría a buscar nuevos regalos para él... ¿Cómo rehusar? La noche y la puesta de los astros aconsejaban entregarse al sueño, pero era tal el deseo que tenían todos de conocer sus desdichas que, a pesar de su aflicción, Ulises continuó: «Vi a Agamenón, que me relató el crimen de Egisto y Clitemnestra: »—Yacíamos en la gran sala, el suelo estaba lleno de sangre humeando. Y oí el espantoso lamento de Casandra, la hija de Príamo, a quien la traidora Clitemnestra mataba junto a mí. Levantando el brazo intenté protegerla, pero sucumbí ante un nuevo golpe de espada. Y la mala perra se alejó, dejándome ir hacia el Hades, sin dignarse siquiera a cerrarme los ojos y los labios. »Conversábamos tristemente, cuando surgieron las sombras de Aquiles y Patroclo, de Antíloco y Áyax, que era el mejor de los dánaos después del Pélida41. Aquiles, llorando, me dijo: »—Desgraciado, ¿por qué, dime, tu corazón permanece siempre insaciable de hazañas? ¿Cómo has osado descender al Hades? »—¡Oh, Aquiles, el más valiente entre los aqueos!, tenía necesidad de los consejos de Tiresias... Pero no habrá jamás en el futuro, como no lo ha habido en el pasado, un hombre más dichoso que tú. Mientras viviste, todos nosotros, los argivos, te honramos igual que a los dioses, y ahora, aquí, eres un príncipe entre los muertos. ¡No tienes de qué lamentarte, Aquiles! »—No me consuelan tus hermosas palabras, preclaro Ulises: ¡preferiría ser un simple peón al servicio de un granjero pobre, sin gran cosa para comer, que reinar entre todos estos muertos que ya no son nada!... »La sombra de Áyax, el hijo de Telamón, se mantenía apartada: estaba furioso por la victoria que yo había logrado en el juicio, celebrado junto a los navíos, para dirimir quién heredaría las armas de Aquiles, obsequiadas por su madre. Jóvenes troyanos habían sido los jueces junto con Palas Atenea. Intenté apaciguarlo, pero él, sin responder, se volvió hacia el Erebo con las otras almas de los difuntos dormidos en la muerte. »Millares de muertos se congregaban en medio de un clamor lúgubre. Un miedo atroz se apoderó de mí. Conseguí llegar al barco e hice soltar las amarras. Descendimos por la corriente del río Océano, a golpe de remo; después se levantó un buen viento para llevarnos hasta Eea, la tierra de Circe. Una vez allí, con el barco varado sobre la playa, no restaba sino dormir esperando el alba divina».
41
Hijo de Peleo, es decir, Aquiles.
43
Homero (Adaptación de Jean Martin) la Odisea
44
Cuentos y leyendas de
Homero (Adaptación de Jean Martin) la Odisea
Cuentos y leyendas de
X Las sirenas
C
UANDO apareció la hija de la mañana, la Aurora de los dedos de rosa, envié algunos hombres a la mansión de Circe a por el cuerpo de Elpénor. Después de haberlo cremado 42, le hicimos un túmulo funerario, y en su parte más alta clavamos su remo bien recto. Circe acudió con sus sirvientas, trayendo pan, comida en abundancia y vino rojo como el fuego. Diosa entre las diosas, se situó en medio de todos nosotros y dijo: »—¡Desgraciados, habéis descendido estando vivos al Hades! ¡Vosotros moriréis dos veces cuando los demás hombres mueren una sola!... ¡Comed y bebed hoy! Mañana partiréis. Yo os indicaré la ruta que debéis seguir para evitar la desgracia. »Pasamos todo el día celebrando el banquete. A la puesta del sol, todos se fueron a dormir junto al navío. Circe me tomó de la mano, me llevó aparte y se recostó cerca de mí. Me interrogó sobre muchas cosas. A su vez, me explicó lo que nos esperaba. Después llegó la Aurora en su trono de oro. Gracias a Circe pudimos soltar las velas con buena brisa: no había más que sentarse, y dejar hacer al viento y al piloto. Entonces hablé a mis hombres: »—Quiero que sepáis lo que Circe me ha dicho: tenemos que tener clara conciencia de las cosas para ir hacia la muerte o escapar de ella. Es necesario, en primer lugar, huir de las sirenas y de sus voces embrujadoras, ya que provocan naufragios. ¡Los marinos se dejan cautivar por sus cantos, pero poco después sus huesos blanquean las orillas del mar infecundo! Solamente yo debo oírlas; así que me ataréis al mástil, y si os suplico u os ordeno que me desatéis, ¡amarradme más 42
Cremar: incinerar los cadáveres para reducirlos a ceniza antes de su entierro.
45
Homero (Adaptación de Jean Martin) la Odisea
Cuentos y leyendas de
fuerte! »Pronto el viento nos condujo hacia la isla de las sirenas. Y, de repente, la brisa cesó: una divinidad parecía haber adormecido las olas. Tomamos los remos. Con la fina hoja de mi espada corté en pedazos un buen trozo de cera, y la amasé con las manos. Recorrí el barco, banco por banco, tapando los oídos de mis compañeros. Ellos me ataron de pies y manos al mástil, derecho sobre la carlinga43, ¡y seguimos la ruta!... Las sirenas entonaron su canto: »—¡Vamos, ven!... ¡Por aquí, célebre Ulises, gloria de los aqueos! Detén tu bajel para escuchar nuestras voces. Nadie pasa por aquí en su negro navío sin escuchar los dulces cantos que fluyen de nuestros labios. ¡Tras disfrutar de este placer se acrecienta la sabiduría y la razón, ya que nosotras sabemos todo lo que acontece en el mundo!... »Así es como ellas se expresaban, jugando con su voz, y me dominó el deseo de escucharlas. Frunciendo el ceño, ordené a mis gentes que me soltaran: rápidamente Perimedeo y Euríloco se levantaron para apretar mis ligaduras y asegurarlas con otra vuelta. Seguimos adelante. Pronto dejé de oír los gritos y los cantos. Mis compañeros se quitaron la cera de los oídos y me desataron. Cuando perdimos de vista la isla de las sirenas vi humo y un gran remolino, y oí un gran bramido. Asustados, los marineros dejaron caer sus remos y el barco se inmovilizó: »—¡Adelante, mis amigos, ya hemos superado otros pasos parecidos! ¡El peligro no es más grande que el que vivimos con el cíclope y de él os libré!... ¡Algún día todo esto no nos traerá sino buenos recuerdos! ¡Remad con fuerza! ¡Veamos si Zeus quiere que logremos escapar! ¡Y tú, piloto, atención! ¡Sujeta bien la caña del timón, dirígenos a mar abierto, ponte a cubierto del escollo! ¡Si el barco se lanza sobre él nos envías a la muerte! »Me obedecieron. No les había dicho nada de Escila, ese monstruo del que no podríamos escapar todos…, por miedo a que dejaran los remos para esconderse temblando en el fondo del barco. A pesar de los consejos de Circe, tomé mis armas, esperando descubrir al monstruo antes de su ataque... Temblorosos, embocamos el paso. Por un lado, Escila; por el otro, Caribdis: cuando ésta vomita, borbotea y silba como un caldero puesto a fuego vivo, y la espuma llega hasta lo alto de ambos escollos. Después, cuando se traga el mar, burbujea furiosamente, y los farallones que se alzan alrededor del barco braman terriblemente. Por debajo de la negra nave se ve el fondo arenoso y oscuro... ¡Mis hombres estaban horrorizados! »Pero mientras mirábamos a Caribdis, creyéndonos perdidos, Escila arrebató a seis hombres del fondo mismo del barco, a los más fuertes. ¡Volviéndome, los pude ver cuando eran alzados hacia lo alto, con las manos y los pies agitándose en el aire, gritando y llamándome! ¡Escila los devoraba en la entrada de su caverna mientras ellos gemían y tendían hacia mí sus manos, en una lucha atroz! ¡Jamás en mi vida he visto espectáculo más horrible en mi largo peregrinaje por el mar!... 43
mástil.
En construcción naval, pieza de madera sólida sobre la que se asienta el
46
Homero (Adaptación de Jean Martin) la Odisea
Cuentos y leyendas de
»Superados los escollos, apareció la Isla de Helios, el Altísimo. ¡Se escuchaba mugir a sus bueyes! Yo, recordando las profecías de Tiresias, quise dejarla atrás sin hacer escala... Pero mis compañeros exigieron que nos detuviésemos: ¡estaban agotados! Era yo solo contra ellos, así que fue preciso ceder. Les hice jurar que no tocarían a los animales: ¡había que contentarse con los víveres proporcionados por Circe! Pero al declinar los astros, Zeus, el que junta las nubes, hizo que se levantase un fuerte viento del sur, lo que nos obligó a poner el navío en seco para protegerlo. Durante todo un mes, el viento del sur persistió. Mientras hubo pan y rojo vino, ni se planteó la posibilidad de tocar a los bueyes. Pero las reservas a bordo se consumieron, y la necesidad obligó a buscar otros alimentos: peces, pájaros, y todo lo que caía en nuestras manos... Un día en que me había retirado de los demás para meditar, los dioses arrojaron el sueño sobre mis párpados. Durante este tiempo en que permanecí dormido, Euríloco arengó a los demás: »—¡La peor de las muertes es morir de hambre! Así que atrapemos las más jóvenes terneras. Ofreceremos un sacrificio a los dioses, ¡en Ítaca levantaremos un rico santuario al Altísimo Helios! Y si no obstante él se encoleriza, prefiero morir de una vez, tragando el agua de las olas, que morir poco a poco en esta isla desierta... »Y dicho y hecho, ¡se degolló, se desolló, se ensartó! Cuando me desperté y tomé el camino hacia el barco, ¡llegó hasta mí el olor del asado! Estallé en lamentaciones: »—Padre Zeus y los demás Eternos Bienaventurados, me habéis adormecido, ¡qué maldición!... Y he aquí la hazaña de mis compañeros. »Iba de uno a otro injuriándolos, ¡pero no servía de nada, pues los bueyes estaban muertos! ¡Pronto los dioses enviaron monstruosas señales!: ¡los pellejos de las reses caminaban solos, las carnes asadas mugían!... »¡Durante seis días mis hombres se dieron un buen banquete! Al séptimo, el viento cesó. Pusimos a flote la nave y abandonamos la isla. Pero, apenas llegamos a mar abierto, se levantó un terrible viento noroeste que rompió limpiamente el mástil, hundiendo el cráneo del piloto. Zeus tronó y lanzó sobre nosotros su fuego. A los restantes marineros se los llevaron las olas: ¡el dios les negaba el retorno a la patria! »Cuando una gran ola hizo reventar el barco, logré juntar el mástil y la quilla que flotaban juntos. Me instalé encima y los vientos me condujeron a mi perdición... ¡Habían cambiado de rumbo y me empujaban hacia Caribdis! En ese momento estaba tragándose el agua del mar. Una gran higuera crecía sobre el escollo más bajo. Me agarré a ella como un murciélago. No había manera de trepar. Allí quedé suspendido hasta que Caribdis escupió las dos vigas maestras del barco. Me dejé caer y me aferré a ellas: ¡permanecí nueve días a la deriva!... A la décima noche arribé a Ogigia, la isla de Calipso, la de los hermosos rizos, que me acogió y me cuidó... Pero esto ya lo he contado, y siento horror de repetir lo que ya he referido con todo detalle».
47
Homero (Adaptación de Jean Martin) la Odisea
48
Cuentos y leyendas de
Homero (Adaptación de Jean Martin) la Odisea
Cuentos y leyendas de
XI Eumeo
L
OS feacios, según lo prometiera Alcínoo, condujeron a Ulises hasta Ítaca. Navegaron de noche. Ulises durmió con un sueño profundo como la muerte, olvidando todos los males que había padecido. Antes del alba, y sin despertarlo, lo depositaron sobre la orilla de la isla, con todos sus tesoros. Pero Poseidón no había olvidado su cólera: los feacios, a pesar de ser sus protegidos, lo habían irritado por haber acompañado a su patria a Ulises, aquel a quien él odiaba; marchó a esperar al navío feacio a la entrada de su puerto y, para hacerles abandonar el oficio de navegantes y transportistas de pasajeros, en cuanto apareció el navío extendió la mano y lo convirtió en piedra. Ulises se despertó. Pero no reconocía nada: Atenea había esparcido una bruma en torno a él para que nada pudiera reconocer, e informarle ella de sus propósitos. ¡Ulises maldecía a los feacios por haber faltado a su promesa y haberle depositado Dios sabía dónde!... Examinó sus bienes: ¿se habrían llevado algo? ¡Todo estaba allí! Pero él seguía lamentándose, pensando en su patria... Entonces se le apareció Atenea bajo el aspecto de un joven pastor. Ulises le preguntó en qué lugar se hallaba. Ella le respondió: —¡Eres necio, extranjero!..., o quizá vengas de muy lejos. ¡Esta tierra tiene mucha fama! Produce una gran abundancia de cereales y vino, no le faltan las lluvias ni el rocío fecundo: un buen país para criar cerdos y cabras. ¡He aquí por qué el nombre de Ítaca ha llegado hasta Troya!... ¡Qué alegría para el divino y sufrido Ulises! Pero para explicar su presencia sin revelar su identidad inventó una historia: era cretense, y 49
Homero (Adaptación de Jean Martin) la Odisea
Cuentos y leyendas de
había huido de su patria con el botín obtenido en Troya, ya que él había matado al hijo del rey Idomeneo... Atenea sonrió, lo acarició con su mano y, transfigurándose en una hermosa mujer, le dijo estas aladas palabras: —¡Qué bribón y mentiroso eres! ¡Los engaños y las trampas te han gustado de siempre, desde que eras niño!... ¡Pero, si no te importa, no los uses conmigo! Para los cálculos y los discursos eres el mejor de los mortales, y yo, entre los dioses soy famosa por mi ingenio y mis ardides. Así pues, ¿no has reconocido a Palas Atenea, que ha estado siempre a tu lado y ha hecho que ganes el corazón de los feacios? —Para un mortal, aunque sea muy hábil, resulta difícil reconocerte, ¡oh, diosa!... Sé muy bien que estabas cerca de mí en Troya, pero después del saqueo de la ciudad de Príamo no te he vuelto a ver, hija de Zeus, y ¡tampoco te he encontrado a bordo de mi nave para evitarme sufrimientos! Ahora, dime la verdad. ¿No estarás burlándote de mí? —¿Aún dudas?... Me siento incapaz de abandonarte. ¡Eres un estupendo conversador, de espíritu vivo y reflexivo! Pero no he querido enfrentarme con Poseidón, el hermano de mi padre... Mira, ésta es la rada de Forcis, y allí, a lo lejos, se encuentra el olivo de largas hojas que existe al cabo del puerto; aquí, la gruta de las Náyades, y allá en lo alto, el monte Nérito. ¡Ulises reconoció Ítaca! ¡Qué alegría! ¡Su país! Se agachó para besar la tierra nutricia. La diosa le ayudó a esconder sus tesoros en la gruta sagrada, y le puso al corriente de lo que sucedía en su casa. Juntos planearon la ruina de los orgullosos pretendientes. —Cuando haya que actuar estaré siempre cerca de ti. Ve a casa de Eumeo, el guardián de tus puercos, él se mantiene fiel a ti. Quédate allí y averigua lo que necesites. Yo iré a Lacedemonia a avisar a tu hijo Telémaco. Tocando a Ulises con su varita, le dio el aspecto de un anciano, lo cubrió de harapos y le entregó un bastón y un sucio saco lleno de agujeros, cerrado con una cuerda. Al llegar a las porquerizas de Eumeo (seiscientas marranas con sus lechones, sin contar los machos, claro está), los perros, auténticas fieras, se echaron aullando sobre Ulises. Eumeo corrió hacia ellos y los dispersó a pedradas: —¡Anciano, te has librado por poco!... ¡Menuda fama me habrías buscado!... ¡Como si los dioses no me hubieran mandado suficientes males y angustias!... ¡Lloro por mi señor... que era igual a un dios! ¡Y crío sus puercos para que otros se los coman, mientras él, quizá, muere de hambre vagando por pueblos y ciudades de extraño lenguaje!... ¡Vamos, entra! Tú también puedes comer su pan y beber su vino; después me dirás de dónde vienes... —¡Que Zeus y los demás dioses te premien con aquello que más desees, ya que me acoges con tanta bondad! —¡Extranjero, no tengo por costumbre maltratar a los huéspedes, ni siquiera a los de aspecto más miserable! ¡Es Zeus quien los envía! Tomó dos cochinillos, que sacrificó, asó al fuego, ensartó y repartió: —¡Ahora, come! Comida de criados: los puercos mejor cebados se 50
Homero (Adaptación de Jean Martin) la Odisea
Cuentos y leyendas de
los comen los pretendientes sin ningún reparo... ¡Extraña manera de hacer la corte! Todos los días que Zeus nos envía, sacrifican animales. ¡Y qué decir del vino!... ¡Van a dejar seca la bodega! ¡Sin embargo, el amo tenía un patrimonio holgado, y toda clase de rebaños! Ulises comía en silencio, meditando el castigo a los pretendientes. —¿Quién es tu señor? Dime su nombre. Puedo haberle conocido, es posible que tenga noticias de él: ¡he viajado tanto! —¡Oh, anciano, nuevas de Ulises!... Cualquier vagabundo que llega a Ítaca va a ver a mi señora para contarle patrañas. Ella lo acoje, lo trata bien, lo interroga cuidadosamente..., y al momento rompe a llorar... Tú también, fácilmente, podrías inventarte una historia si te la pagasen con una túnica y un manto... ¡No, no!, hace tiempo que los perros y los pájaros han debido de roer sus huesos, a menos que hayan sido los peces del mar los que se lo hayan comido... ¡Está muerto, no cabe duda!... No hablemos más de ello porque la tristeza me oprime el corazón: ¡para mí era como un hermano mayor!... Pero tú, ¿quién eres? ¿De qué pueblo? ¿Qué marinos te han traído hasta aquí? Porque me figuro que no habrás venido andando. —Sí, mi anfitrión, voy a contarte todo sin faltar a la verdad... Y, de nuevo, fingiéndose cretense, urdiendo mentira tras mentira, devanó mil aventuras de persecuciones y pillaje: la guerra de Troya, Egipto... Para terminar, contó su naufragio en una costa cercana, donde había sido acogido por el rey de la región. Allí le habían hablado de Ulises, que volvía a su país, pero que antes había ido a consultar al oráculo44 de Dodona, para saber si debía entrar en su patria en secreto o a la vista de todos. A él mismo, los marineros que debían conducirlo a Creta habían decidido venderlo como esclavo. Se había escapado por milagro y... allí estaba. El incrédulo Eumeo se lo creía todo... ¡salvo que Ulises pudiese tener noticias de Ulises!: —¿Por qué mentir sin motivo? Con ello no ganarás más estima ni benevolencia. Es Zeus, el dios de la hospitalidad, el que me hace acogerte así. Mientras hablaban de esta manera, volvieron los porqueros e hicieron entrar a las hembras. Los puercos que quedaban fuera lanzaban gruñidos sin parar. Esta vez Eumeo hizo matar a un animal de cinco años, bien cebado, y honró con los mejores trozos al mendigo vagabundo. A Ulises se le llenó de alegría el corazón. —¡Eumeo, que el padre Zeus te ame como yo te amo, ya que, tal como me ves, me honras de esta manera! —¡Come, mi buen mendigo, y aprovecha la ocasión! Los dioses hacen de nosotros lo que quieren. Después de las libaciones a los dioses, todos se fueron a acostar. Y Eumeo instaló a su huésped confortablemente en su cabaña. Después él se preparó para salir: colgó su espada de sus robustos hombros, se cubrió con una gruesa capa y asió un agudo dardo para protegerse de El oráculo es la respuesta que una divinidad da, por intermedio de un sacerdote o una sacerdotisa, a la pregunta de un mortal. Por extensión, la palabra designa el santuario en el que el dios ejerce esta función, y al que acuden los hombres en busca de respuesta o solución a sus conflictos. 44
51
Homero (Adaptación de Jean Martin) la Odisea
Cuentos y leyendas de
los perros y de los hombres. A pesar de la lluvia y el viento marchó a dormir al exterior, cerca de sus animales. Y Ulises se regocijó una vez más al ver cómo cuidaba sus bienes, incluso en su ausencia.
52
Homero (Adaptación de Jean Martin) la Odisea
Cuentos y leyendas de
XII Padre e hijo
P
ALAS Atenea llegó a la vasta Lacedemonia para recordar a Telémaco la necesidad de emprender la vuelta al hogar. Éste dormía en la entrada del palacio de Menelao, junto al hijo de Néstor. La diosa se situó a su cabecera: —¡Telémaco, has vagabundeado mucho y muy lejos, abandonando tus bienes y dejando en tu casa a esos hombres sin escrúpulos! ¡Vuelve si quieres encontrarte con tu madre todavía en tu hogar, pues su padre y sus hermanos la empujan a casarse con Eurímaco!... Pero has de saber que los pretendientes te esperan emboscados en el estrecho que separa Ítaca de la escabrosa Same. Quieren matarte. Pasa, pues, de largo las islas y navega de noche. Atraca en el primer cabo de Ítaca, después devuelve el navío y su tripulación a la ciudad. En cuanto a ti, ve primero a casa de Eumeo. Pasa allí la noche y envía un aviso a la prudente Penélope de que has vuelto sano y salvo de Pilos. La diosa desapareció. Telémaco despertó al hijo de Néstor: —¡Arriba! ¡Es preciso prepararse y partir! —Telémaco, aunque tengamos prisa por partir, no podemos mandar los caballos al camino en esta noche tan oscura; paciencia, pronto llegará la Aurora. Además, es preciso despedirse de Menelao... Helena y Menelao hicieron a Telémaco espléndidos regalos y los jóvenes emprendieron el camino. Al día siguiente, cuando llegaron cerca de Pilos, Telémaco pidió al hijo de Néstor que lo llevara directamente a su barco: ¡debía partir cuanto antes! Largadas las amarras e izadas las velas, la diosa de los brillantes ojos envió una buena brisa. Telémaco se preguntaba si escaparía de la muerte... 53
Homero (Adaptación de Jean Martin) la Odisea
Cuentos y leyendas de
En la cabaña, Ulises y el fiel porquero cenaban. Ulises fingió querer ir a mendigar a la ciudad con el propósito de no seguir siendo una carga para Eumeo. Trataría de entrar en la casa del divino Ulises y buscaría su pitanza junto a los pretendientes. Podría ponerse a su servicio, preparar el fuego, partir la leña, cortar y asar la carne, servir el vino... Eumeo lanzó un gran suspiro: —¿De dónde sacas semejante idea? ¿Quieres buscar tu perdición al lado de esos brutos? ¡Los que les sirven no son gente como tú, sino jóvenes bien vestidos y de buena presencia! ¡Quédate aquí! ¿A quién molestas? Ni a mí, ni a mis gentes... Espera al hijo de Ulises: cuando vuelva, él te dará túnica y manto, y te hará llevar donde tú quieras. —¡Que Zeus nuestro padre te ame como yo te amo, Eumeo! Me salvas del vagabundeo y de la miseria. Y como estaban en la época en que las noches se alargan y sobra el tiempo para contar historias, cuando no apetece irse a dormir muy pronto, pues demasiado sueño también fatiga, Eumeo envió a los otros a dormir fuera si querían y, ante la petición de Ulises, hizo el relato de sus orígenes. Él era hijo del rey de la isla de Siria. Siendo muy pequeño, había sido raptado por algunos de esos famosos marineros fenicios, célebres por su rapacidad, que cargan sus barcos con mil baratijas para comerciar, y que habían seducido a una sirvienta de su casa originaria de Sidón. Para poder volver a ver su país, había huido con ellos, dándoles al niño que tenía a su cargo: ¡ganarían buen dinero vendiéndolo como esclavo! Y así es cómo, hace ya mucho tiempo, Laertes, el padre de Ulises, compró a Eumeo... ¡El hombre halla placer incluso en sus desgracias, una vez que ya han pasado! Se durmieron tarde. Al llegar la Aurora, Telémaco atracó su barco en la punta de la isla. Envió a sus gentes a la ciudad y subió a grandes zancadas a la cabaña del digno Eumeo. Encontró a los dos hombres levantados. Eumeo lloró de alegría, había creído que no volvería a verle. El hijo de Ulises entró en la cabaña y su padre fue a cederle su sitio sobre el banco: —Quédate sentado, extranjero, ¡encontraremos otro asiento!... Tío Eumeo, ¿de dónde viene este huésped que te acompaña? —¡Yo lo pongo en tus manos, pues a honra tiene el ser tu suplicante y es a ti a quien reclama! —¡Ay! ¿Llevar un huésped a mi casa? Temo demasiado la insolencia de los pretendientes. ¿Qué haré yo, tan joven, si llegan a ultrajarlo? ¡Son los más fuertes!... Pero, tío Eumeo, ve a prevenir a mi madre de mi regreso. Sólo a ella, a nadie más, y vuelve. Ella enviará a la intendente a decírselo a Laertes... Inmediatamente el porquero se calzó sus sandalias y marchó hacia la ciudad. Entonces, la diosa Atenea se apareció ante los ojos de Ulises. Telémaco no la veía. Tocando a Ulises con su varita de oro, le devolvió su airosa estampa y su juventud, y, realizado el milagro, desapareció. Lleno de turbación y de miedo, Telémaco desvió los ojos: —¿No serás tú uno de los dioses, dueños del vasto cielo? —No soy ningún dios, soy tu padre. —¡No, tú no eres Ulises! Algún dios se burla de mí, dándome esperanzas para enseguida redoblar mi pena... 54
Homero (Adaptación de Jean Martin) la Odisea
Cuentos y leyendas de
—No te sorprendas ni te asustes; mi vuelta es obra de Atenea, la saqueadora. ¡Ella todo lo puede! No tiene más que desearlo... Al fin, lloraron juntos largo tiempo, uno en brazos del otro. Y habría llegado la noche sin que hubieran cesado sus lágrimas, si no hubiesen tenido que tramar la muerte de los pretendientes. —¡Oh, padre! He oído alabar tu fuerza y tu prudencia... Pero, ¿no sabes cuál es la situación? ¡Nosotros somos dos, ellos son varias decenas! ¿No tienes algún aliado que nos pueda ayudar? —Atenea y Zeus, ¿te parecen suficientes, o será preciso buscar algún otro? —Esos dos son buenos aliados, pero tal vez residen demasiado alto, en las nubes... —¡Vas a verles actuar! Mañana tú volverás a casa. Yo llegaré algo más tarde, con Eumeo. Habré tomado otra vez el aspecto de un viejo mendigo cubierto de harapos. Sean cuales fuesen los insultos que me lancen los pretendientes, déjales hacer, o emplea para disuadirlos sólo las palabras más suaves. Sin embargo, no te escucharán; el día fatal habrá llegado para ellos. ¡Pero, si tú eres de mi estirpe, que nadie se entere de la presencia de Ulises, ni Laertes, ni siquiera Penélope! Mientras ellos perfilaban sus proyectos, un heraldo llegaba al palacio al mismo tiempo que Eumeo, anunciando el regreso del barco de Telémaco. El heraldo fue menos discreto que el porquero. Informó a la reina en presencia de sus damas, e inmediatamente los pretendientes fueron advertidos. ¡Cómo se turbaron sus corazones! ¡El viaje que habían prohibido a Telémaco se había realizado a su pesar! Era preciso llamar a los que estaban emboscados en el estrecho. Pero, bien pronto, éstos regresaron con las manos vacías. Todos vacilaban. Antínoo propuso otra tentativa para matar a Telémaco; otros querían esperar un signo de los dioses... Se quedaron sin decidir nada.
Al atardecer, el prudente porquero se reunió con Ulises y su hijo. Habían sacrificado un lechón de un año y lo asaban. Atenea, habiendo tocado de nuevo a Ulises con su varita, le había devuelto la apariencia de un mendigo lleno de harapos por temor a que Eumeo lo reconociese y no pudiese evitar advertírselo a la juiciosa Penélope. Él les contó, malhumorado, la torpeza del heraldo. Telémaco sonrió mirando a su padre. 55
Homero (Adaptación de Jean Martin) la Odisea
56
Cuentos y leyendas de
Homero (Adaptación de Jean Martin) la Odisea
Cuentos y leyendas de
XIII Ulises mendigo
E
N cuanto apareció la Aurora, la de los dedos de rosa, Telémaco dijo al porquero: —Tío Eumeo, vuelvo a la ciudad, conduce allí al extranjero para que mendigue. Yo no puedo encargarme de eso, tengo ya demasiadas preocupaciones... La primera que advirtió el regreso de Telémaco fue la nodriza Euriclea, cuyos ojos se llenaron de lágrimas: —¡Has vuelto Telémaco, mi dulce luz!... Éste relató su viaje. Ulises estaba vivo, retenido por la ninfa Calipso. Penélope se emocionó hasta lo más profundo de su corazón. Enseguida entró en sus habitaciones, para hacer sus ruegos a los dioses. Entretanto, Eumeo partió con Ulises: ¡el porquero conducía a su señor bajo el aspecto de un mendigo cubierto de andrajos! En el camino, Melantio, el cabrero, les increpó groseramente: —¡Los dioses juntan siempre a cada cual con su pareja! Un ruin con otro ruin. Eumeo, ¿dónde llevas a ese puerco? ¡Yo le haría barrer el estiércol!... Pero, claro, él no quiere trabajar: ¡para llenarse la tripa es mejor mendigar! Cuando pasaban, le dio una patada a Ulises. Éste refrenó su cólera, mientras Eumeo gritaba: —¡Que el cielo nos devuelva pronto a Ulises! ¡Él te haría bajar los humos! —¡Perro rabioso!... ¡Que los dioses nos libren del hijo como nos libraron del padre! 57
Homero (Adaptación de Jean Martin) la Odisea
Cuentos y leyendas de
Melantio llegó al palacio antes que ellos, y se sentó a la mesa enfrente del pretendiente Eurímaco, su buen amigo. Al pasar Ulises por la entrada del patio, un perro viejo, tumbado sobre el estiércol, levantó la cabeza y enderezó las orejas: ¡era Argos, el perro al que acababa de entrenar para la caza cuando llegó la hora de partir a Troya!... A escondidas enjugó una lágrima y se volvió para entrar en la gran sala. Entonces, la negra muerte se llevó consigo a Argos, que volvía a ver a Ulises después de veinte años. Eumeo, que había entrado el primero, se había sentado a la mesa frente a Telémaco. Cuando entró Ulises, Telémaco envió al porquero a ofrecerle carne y pan, aconsejándole que fuera a mendigar de mesa en mesa, donde estaban los pretendientes. Ulises dio la vuelta a la sala, como un verdadero mendigo. Antínoo se quejó por esto a Eumeo, que le respondió con acritud. Imponiendo silencio a Eumeo, el propio Telémaco le contestó: —¡Antínoo, te gusta comer, pero no ofrecer a los demás! El otro, furioso, blandió un taburete para ahuyentar a Ulises. —¡Que cada uno de nosotros le dé lo mismo que yo y nos veremos libres de su presencia durante al menos tres meses! Y lanzando el taburete golpeó con él al falso mendigo en el hombro derecho. Ulises no se movió, pero se acrecentó el deseo de venganza en el fondo de su corazón. Cuando Penélope supo que, en la sala, Antínoo había pegado a un huésped, se indignó. ¡Que Apolo con su arco de plata le hiera de la misma manera! Penélope quiso interrogar al extranjero: ¡quizá él supiera algo de Ulises!... Pero él le contestó por medio de Eumeo que temía la violencia de los pretendientes: más valía esperar a su marcha; al atardecer hablarían junto al fuego. Y la reina lo encontró prudente. Una vez que Eumeo hubo terminado de comer, regresó con sus puercos. Los pretendientes multiplicaron sus insolencias. ¡En medio de sus risas, Ulises se vio forzado a entablar una lucha con otro mendigo que no le quería como rival! De un puñetazo lo puso fuera de combate y todos le felicitaron: ¡de ahora en adelante, él sería su pobre oficial! Pero Palas Atenea no ponía fin a sus insultos, ya que deseaba que el hijo de Laertes sufriera en su orgullo. Las sirvientas imitaron a los pretendientes. Una de ellas, que tenía amores con Eurímaco, le increpó groseramente. Cuando llegó la noche, Telémaco envió a dormir a todos con firmes palabras. Solamente el divino Ulises se quedó en la gran sala, meditando cómo lograr la muerte de los pretendientes. Entonces Penélope descendió de su habitación para conversar con él. —Extranjero, ¿quién eres? ¿De qué país? —En medio del mar profundo y poderoso existe una tierra bella y fértil rodeada por las olas: Creta, en la que habitan infinidad de hombres y se levantan noventa ciudades. Entre ellas está Cnosos, la ciudad de Minos, mi abuelo: soy el hermano más joven del rey Idomeneo. Él había partido ya cuando Ulises, navegando hacia Troya, a la vuelta del cabo Malea, fue empujado hasta nuestra tierra por la fuerza de los vientos. Fui yo quien le ofreció hospitalidad. Durante Doce días, acompañado por sus aqueos, esperó un viento favorable... Daba Ulises a sus fantasías apariencia de verdades. Penélope lo 58
Homero (Adaptación de Jean Martin) la Odisea
Cuentos y leyendas de
escuchaba llorando. ¡Lloraba por su esposo, al que tenía delante! Ulises sintió pena por ella, pero sus ojos permanecieron impasibles, como si fuesen de marfil o de hierro: para poder cumplir su estratagema, era necesario contener las lágrimas. —Dame una prueba de lo que dices: ¿cómo estaba vestido? —Mujer, eso es muy difícil de contestar, ¡ha pasado tanto tiempo! Pero así es como lo recuerdo: un manto púrpura, que cerraba un corchete de oro... Éste representaba un perro que tenía entre sus patas a un cervatillo moteado... Una túnica fina como la piel de la cebolla... ¡Todas las mujeres se acercaban a admirarlo! Penélope no cejaba en su llanto, pues reconocía los vestidos y el corchete que le había dado a Ulises en el momento de su marcha. —¡No llores más, créeme! Ulises va a volver. Me lo han dicho, no lejos de aquí, y yo he visto con mis propios ojos los tesoros que trae. —¡Si eso fuera verdad tú serías aquí un amigo tan respetado que todos procurarían tu dicha! ¡Pero él no volverá jamás!... ¡Pronto, que se laven los pies de nuestro huésped y que se le dé un lecho! —¡No quiero un lecho! Dormiré en el suelo... ¡Y ninguna de las criadas que he visto por aquí tocarán jamás mis pies!... —¡Tienes razón, prudente huésped! Pero hay una anciana con un corazón lleno de sensatez: ¡su nodriza!... ¡Ven Euriclea!... Este hombre tiene la edad de tu señor. Ulises tendría estos pies y estas manos: ¡los mortales envejecen deprisa cuando sufren! Euriclea lloraba por Ulises: —Ulises, mi niño, ¡nada he podido hacer por ti! ¡Zeus te ha negado el retorno!... Huésped nuestro, acepto con mucho gusto lavarte los pies, pues una angustia muy grande ha brotado en mi corazón: he visto pasar por aquí muchos huéspedes desgraciados, ¡pero nunca he visto un parecido semejante, en el aspecto, en la voz, en los pies, con Ulises! En cuanto la anciana tocó sus pies para lavarlos reconoció la herida que un jabalí había infligido a Ulises hacía mucho tiempo, durante una cacería. Dejó caer el pie en el caldero: resonó el bronce, el agua se derramó. La dicha y la angustia oprimieron su corazón. —¡Eres tú, Ulises, mi niño! Y no te había reconocido... Se volvió hacia Penélope, pero Atenea impidió que la viera. Ulises la tomó por el cuello atrayéndola hacia él. —Nodriza, ¡no seas tú quien vaya a perderme! ¡Tú, que me has criado a tus pechos! ¡Cállate! ¡Que ninguna otra persona lo sepa!... Ella se lo prometió. Después fue a buscar más agua, le lavó los pies y los perfumó con fino aceite. Penélope se volvió a su habitación, llorando todavía por su esposo, hasta que Atenea vertió un dulce sueño sobre sus párpados.
59
Homero (Adaptación de Jean Martin) la Odisea
60
Cuentos y leyendas de
Homero (Adaptación de Jean Martin) la Odisea
Cuentos y leyendas de
XIV La prueba del arco
U
LISES se acostó sobre unas pieles en el vestíbulo. No podía dormir... Vio pasar a sirvientas que iban a encontrarse con los pretendientes, sus amantes... Atenea se le apareció: —¿Por qué velas todavía? ¡Estás en tu casa, con tu mujer y tu hijo! —Busco la forma de poder acabar con estos bandidos. —¡Pobre mío!... Soy una diosa, ¡yo me ocuparé de eso! Duerme... Pero al alba, apenas vencido por el sueño, le despertaron los sollozos de Penélope: «Hija de Zeus, Artemisa, ¡ven a atravesar mi corazón con una flecha para que no tenga que casarme con un hombre menos noble que Ulises!». Ulises invocó a Zeus. Inmediatamente, éste lanzó su rayo. Y la voz de una mujer se elevó en la casa: «Zeus, ¡qué terrible trueno! Esto es un signo... Escucha ahora mi ruego: ¡los pretendientes me han usado para moler su harina! ¡Haz que tomen hoy su última comida!». Esto se oyó. Y el divinal Ulises se alegró al comprobar que su venganza se hallaba próxima... Apareció Eumeo llevando tres hermosos cerdos. Se acercó a saludar a Ulises. Después apareció Melantio. —¿Todavía está por aquí el extranjero para mendigar y fastidiar a todo el mundo? ¿Por qué no coges la puerta y te marchas a ver qué tal te va fuera? Filetio, el boyero45, le hizo un gesto amistoso a Ulises: 45
Pastor que cuida los bueyes y el restante ganado bovino.
61
Homero (Adaptación de Jean Martin) la Odisea
Cuentos y leyendas de
—¡Salud, padre extranjero! ¡Que te sea más propicia la fortuna desde ahora, si es que hoy por hoy te es desfavorable!... Al verte, mis ojos se han llenado de lágrimas imaginando a Ulises con harapos como los tuyos, recorriendo el mundo... ¡Si es que vive todavía! —¡Boyero, tu corazón es sabio! ¡Quédate por aquí y verás a Ulises, e incluso la muerte de los pretendientes que imponen aquí su propia ley! —¡Ah, extranjero, quiera el Hijo de Cronos que se cumpla ese deseo! Verías entonces cuánta es mi fuerza y cómo participaba en tal tarea. Los pretendientes se servían a sí mismos, pues los heraldos aquel día celebraban una hecatombe cerca del bosque de Apolo. Eumeo, Filetio y Melantio ayudaban. Telémaco había dispuesto para Ulises una mesa y un asiento modestos cerca de la entrada. Le dijo: —Quédate sentado ahora, y bebe con nosotros. ¡Yo te protegeré de los insultos! ¡Esta casa no parece sino una plaza pública! ¡Pero es la casa de Ulises y yo soy su heredero! Los pretendientes se mordían los labios, oyendo cómo Telémaco osaba hablar en ese tono, pero no intentaban nada contra él, ya que los presagios46 les eran desfavorables, y obedeciendo la orden del joven, los que servían dieron a Ulises una porción igual a la de los demás. Mientras todos holgaban, Atenea inspiró a Penélope que convocara una prueba para los pretendientes. Al fondo de las habitaciones reservadas de la casa, junto con el oro, el bronce y el hierro labrado, se conservaba el flexible arco y el carcaj con las flechas que Ífito Eurítida regaló a Ulises cuando ambos se juntaron en Lacedemonia. Penélope los descolgó, llorando con hondos lamentos. Cuando pudo reprimir sus lágrimas, volvió a la gran sala. Sus damas la siguieron, llevando en un cofre el hierro y el bronce que se usaban en los juegos. —Este es el gran arco de Ulises: el que sea capaz de tensarlo y lanzar una flecha que atraviese los ojos de estas doce piezas de hierro alineadas, a éste, yo lo seguiré, abandonando esta casa de mi juventud, tan bella, tan bien abastecida, ¡y que no olvidaré nunca! Telémaco quiso ser el primero en ponerse a prueba. —¡Si lo logro, mi madre no dejará ni la casa ni a mí, y yo igualaría en destreza a mi padre!... Echando hacia atrás su manto, se colocó en posición, de pie sobre el umbral, y por tres veces intentó tensar el arco. Las tres veces fracasó. Quizá lo hubiera conseguido a la cuarta, pero Ulises lo detuvo con un gesto. Después, uno tras otro, probaron todos; en vano. Perdían el tiempo calentando el arco, engrasándolo para suavizarlo, ¡ninguno llegó siquiera a tensarlo! Eumeo y Filetio, entretanto, iban a marcharse. Ulises los siguió y les habló con sosiego: —Si Ulises apareciera repentinamente, ¿estaríais de su parte o de la de los pretendientes? Los dos, sin dudarlo, invocaron a los dioses en favor de Ulises. Presagio: cualquier indicio al que se atribuye el valor de un signo mágico o divino, señalando si una determinada empresa se llevará a cabo con éxito o no. 46
62
Homero (Adaptación de Jean Martin) la Odisea
Cuentos y leyendas de
—Él está aquí, ¡soy yo! ¡Entre todos mis servidores, sólo vosotros os alegráis sin disimulo por mi retorno! ¡Si un dios me concede la venganza, a cada uno de vosotros le daré una esposa, bienes y una casa, y seréis para mí los hermanos de Telémaco! Les mostró la cicatriz de su pie: ellos lo abrazaron llorando de alegría. Pero Ulises los contuvo, temiendo que los estuviesen observando, y les dio instrucciones... Después fue a ocupar su lugar en la sala. Eurímaco, el penúltimo concursante, tampoco conseguía tensar el arco, y su corazón estallaba de frustración. Antínoo intervino excusándose: —¿Cómo tirar con el arco hoy que es la fiesta de Apolo? ¡Continuaremos mañana!... Todos lo aprobaron. En ese momento, Ulises pidió el arco. ¡Se alzó un gran clamor de indignación! Los pretendientes lo llenaron de injurias... Penélope tomó la palabra: —¿Teméis que él me despose?... ¡Él no ha tenido jamás ese pensamiento! Dadle el arco: si triunfa, tendrá vestidos nuevos y una espada. Y le ayudaré a marchar donde él quiera... Telémaco la miró fijamente y dijo: —¡Madre mía, nadie entre los aqueos puede dar o rehusar este arco, salvo yo! Nadie me puede contradecir, incluso si yo quisiera dar este arco de una vez y para siempre a nuestro huésped, y que él se lo lleve... De manera que vuelve a tus habitaciones y sigue con tus quehaceres. El arco es un asunto de hombres: de todos los hombres, y sobre todo me concierne a mí, que soy aquí el dueño. Penélope, turbada, regresó a sus habitaciones para poder llorar. Eumeo entregó el arco a Ulises entre las burlas de los pretendientes: —¡Viejo loco, que te coman tus perros, si Apolo nos escucha! Habiendo entregado el arco a Ulises, el porquero fue al encuentro de Euriclea: —Cierra las puertas de los apartamentos privados. ¡Si oís gritos o golpes en la sala no salgáis! ¡Ni una palabra! En silencio, Filetio fue a cerrar las puertas del patio. Ató las trancas con un nudo sólido y volvió a sentarse, los ojos fijos en Ulises. Éste giraba y giraba el arco entre sus manos, observándolo con profunda atención, mientras los pretendientes se burlaban. De repente, como un cantor que sabe templar la cítara tensa sin dificultad una cuerda nueva fijándola en cada extremo, así Ulises tensó el gran arco. Con su mano derecha hizo vibrar la cuerda, que resonó alto y claro como el grito de una golondrina. Para los pretendientes fue angustioso, cambiaron de color. Zeus lanzó su rayo y Ulises, el bravo, se alegró: comprendió el presagio. Entonces tomó la flecha que estaba sobre la mesa, la ajustó en la cuerda y, sin dejar su sitio, tiró derecho al blanco: la flecha franqueó todos los huecos de las piezas alineadas. Y a continuación, dijo: —Telémaco, no te ofende el huésped que está en palacio. ¡Mi fuerza está todavía intacta, a pesar de las injurias de los pretendientes! ¡Ahora ha llegado el momento de servir la cena a los aqueos! Seguidamente vendrán el canto y la cítara, ¡en ello reside el encanto de un banquete! 63
Homero (Adaptación de Jean Martin) la Odisea
Cuentos y leyendas de
Hizo un signo con las cejas: Telémaco, el hijo del divino Ulises, se ciñó el tahalí de su espada y tomó su lanza.
64
Homero (Adaptación de Jean Martin) la Odisea
Cuentos y leyendas de
XV La matanza de los pretendientes
E
NTONCES Ulises se arrancó los harapos, saltó al umbral de la puerta y vació el carcaj en el suelo, a sus pies: —¡Que Apolo me conceda algún otro blanco! Tiró sobre Antínoo. La flecha le atravesó la garganta hasta la nuca. Con la sangre brotando de sus narices, se derrumbó; sus pies derribaron la mesa, haciendo caer al suelo, sobre el polvo, los alimentos y el pan... —¡Ah, perros!... ¡No esperabais mi vuelta! ¡Esquilmabais mis dominios, hacíais la corte a mi mujer, estando yo vivo!... ¡Ahora ha llegado el momento de vuestra perdición! Así habló, y un miedo atroz se apoderó de todos. Eurímaco respondió: —Si tú eres Ulises de Ítaca, que ha vuelto, tienes razón al hablar de ese modo. ¡Los aqueos han hecho cosas insensatas en tu casa! Pero el culpable está ahí, muerto: es Antínoo. ¡Él quería gobernar sobre Ítaca, y para eso habría matado a tu hijo! Ya que el destino lo ha castigado, date por satisfecho y mira por tus gentes. Nosotros procuraremos, con oro o con bronce, devolverte todo lo que ha sido bebido y comido. —¡Eurímaco, todo vuestro patrimonio, todo lo que tengáis e incluso más, no servirá para alejar mis manos de la muerte y de la venganza! ¡Ni uno solo escapará de ellas! Flaqueaban las rodillas y los corazones de los pretendientes. Pero Eurímaco habló otra vez: —¡Amigos!, ¿le oís? ¡Vamos! ¡Las espadas en alto! ¡Tomemos las mesas como escudos y echémoslo de la puerta!... 65
Homero (Adaptación de Jean Martin) la Odisea
Cuentos y leyendas de
Con un grito salvaje, blandió su espada. Pero Ulises disparó: la flecha se incrustó en su hígado. Eurímaco cayó. Anfínomo, a su vez, se lanzó contra él. Telémaco le ensartó su lanza en la espalda, de manera que el hierro le salía por el pecho: se escuchó cómo su frente chocaba contra el suelo. Telémaco, en dos zancadas, se reunió con Ulises: —Padre, ¡voy a buscar las armas! —¡Corre, mientras aún me queden flechas!... Volvió trayendo escudos, cuatro pares de picas y cascos de bronce. Se armó él primero, y después los dos sirvientes, Eumeo y el boyero. Rodearon a Ulises, quien mientras tuvo flechas las disparó, abatiendo cada vez a un hombre. Después se revistió con sus armas y empuñó dos sólidas picas de puntas de bronce. En la confusión, Melantio se deslizó hasta el cuarto donde se guardaban las armas. Volvió con doce armaduras para los pretendientes. Cuando Ulises los vio cubiertos de bronce, sus rodillas y su corazón desfallecieron. —Telémaco, ha sido una de las sirvientas... a menos que Melantio... —Padre, ¡ha sido por mi culpa! ¡No he cerrado las puertas! Eumeo fue a ver. ¡En efecto, Melantio estaba en los aposentos donde se guardaban las armas!... —¡Telémaco y yo trataremos de mantener a raya a éstos! Vosotros dos, id y caed sobre él, atadle y cerrad las puertas: deseo que padezca en vida largos y terribles sufrimientos. Melantio volvía con otras armas cuando los sirvientes lo atraparon. Bien atado, lo suspendieron de una columna a la altura del techo: —¡Así estás bien, Melantio! ¡Velarás toda la noche sufriendo como mereces, y verás la llegada de la Aurora, en el momento en que sueles traer los cabritos para el almuerzo de los pretendientes! Dejándolo ahí colgado, se reunieron con Ulises. Los pretendientes se alinearon para lanzar sus jabalinas. Apuntaban bien, pero Atenea desvió sus tiros. Ulises alentaba a su tropa: —¡Tiremos sobre esta turba! Y sus cuatro jabalinas mataron a cuatro hombres. Corrieron a sacarlas de los cuerpos. El segundo tiro de los pretendientes rozó a Telémaco y a Eumeo; pero los otros venablos se clavaron en la puerta y los muros. Rodeando a Ulises, el grupo lanzó nuevamente sus jabalinas mientras avanzaba, y otra vez cayeron cuatro pretendientes... Al fin, Leodes suplicó a Ulises: —¡Me pongo de rodillas ante ti, Ulises, sálvame! Traté de razonar con los demás... No me escucharon. ¡Han merecido esta muerte deplorable! ¡Yo no era más que su sacerdote! —¡Tú eras su sacerdote!... ¡Entonces, seguro que rezarías a menudo para privarme de la dulzura del retorno!... ¡No hay piedad! ¡Muere! Recogió una espada y se la hundió en el cuello. El aedo Femio, dejando su cítara sobre un sitial, suplicó a Ulises: —¡Me arrodillo ante ti, Ulises, sálvame! ¡Tendrás remordimientos si matas al aedo!... Es un dios quien me inspira y puedo cantarte como a un dios... ¡Contén el deseo de cortarme el cuello! Pregunta a Telémaco, los pretendientes eran muchos y poderosos, me forzaron a cantar para 66
Homero (Adaptación de Jean Martin) la Odisea
Cuentos y leyendas de
ellos... Telémaco le oyó y acudió: —¡Detente, no mates a este inocente! Y salvemos también al heraldo Medonte: él siempre ha cuidado de mí cuando era pequeño; ¡ojalá Filetio o el porquero no lo hayan matado, ni se haya cruzado en tu camino cuando arremetías en la sala! Medonte, escondido bajo un sitial y tapado con una piel de buey, había evitado la negra muerte. Cuando oyó a Telémaco, fue a postrarse a sus pies: —¡Querido niño, aquí estoy!... Sálvame, y di a tu padre que no me haga daño alguno, a pesar de su justa cólera contra los pretendientes... El sutil Ulises sonrió y dijo: —No tengas miedo, has salido del apuro: ¡Telémaco te ha salvado! ¡Pero ve a sentarte en el patio junto con el aedo, lejos de la sangre, mientras termino lo que debo hacer! Miraba Ulises si había algún superviviente escondido para evitar la muerte. Los vio a todos entre la sangre y el polvo, apretados como los peces en una red que los pescadores han sacado del mar y depositan sobre la playa: añoran las saladas olas y yacen sobre la arena amontonados. Es así como los pretendientes yacían, los unos encima de los otros, amontonados. Ulises hizo llamar a Euriclea. Viéndolo en pie, ensangrentado, rodeado de muertos, Euriclea iba a lanzar los gritos rituales de triunfo47. Ulises la detuvo: —Alégrate, anciana, pero en silencio; nada de vítores. ¡Es impío vanagloriarse por una matanza!, pues son los dioses quienes les han llevado a la muerte a causa de sus crímenes... Y ahora, vamos, dime quiénes entre las mujeres son las que me han deshonrado y quiénes me han sido fieles. —Mi niño, ¡de cincuenta hay doce desvergonzadas que no han tenido respeto ni por mí, ni por Penélope siquiera!... Pero déjame prevenir a Penélope: un dios la ha adormecido. —¡Todavía no! Que vengan esas mujeres desvergonzadas... Éstas lanzaron gritos horrorosos y lloraron amargamente. Ulises les hizo llevarse los cadáveres y lavar las mesas y los sitiales. Telémaco, Eumeo y el boyero rasparon el suelo con la raedera y ellas sacaron fuera los despojos. En cuanto todo estuvo en orden, Ulises las condenó a muerte. Tendieron un cable de navío en el patio y allí las colgaron, como si de tordos se tratase, las cabezas alineadas, una lazada alrededor del cuello, para que tuvieran una muerte atroz. Sus pies se agitaron un poco, pero no demasiado. A Melantio, con ferocidad de ánimo, primero le cortaron la nariz y las orejas, después los pies y las manos. A continuación, se asearon y volvieron a la sala. El trabajo estaba terminado. Los gritos rituales, llamados tradicionalmente «you-you», son expresiones de alegría, de dolor o de duelo, proferidos en las grandes ocasiones por las mujeres en las civilizaciones tradicionales mediterráneas. En griego clásico, el grito se llama «ololugué», y debía de ser muy similar al «you-you» que aún se practica hoy en día en la cuenca mediterránea, sobre todo en el norte de África. 47
67
Homero (Adaptación de Jean Martin) la Odisea
Cuentos y leyendas de
Euriclea quiso llevar nuevos vestidos a Ulises, pero: —¡Primero llevad fuego a la sala!... ¡Y también azufre! Ulises purificó todo con azufre. La anciana llevó la noticia a las otras mujeres: todas corrieron hacia Ulises, para abrazarlo y agasajarlo. Y a él, le entraron deseos de llorar, pues su corazón reconocía a todas.
68
Homero (Adaptación de Jean Martin) la Odisea
Cuentos y leyendas de
XVI Penélope
L
A anciana Euriclea, riendo alegremente, subió a decir a su señora que su esposo estaba allí. Sus piernas brincaban de gozo, sus pies saltaban los escalones. Se detuvo a su cabecera y le dijo: —¡Levántate Penélope! Ven a ver con tus propios ojos a quien has estado esperando día tras día. ¡Ulises ha vuelto después de tanto tiempo! ¡Está en la casa!... ¡Ha matado a los pretendientes! —¡Nodriza, los dioses te han vuelto loca! ¿Por qué te burlas de mí y de mis penas? ¿Por qué me has sacado de un sueño tranquilo para decirme tonterías? ¡No había dormido tan bien desde que Ulises partió hacia la nefasta Ilión! ¡Márchate! ¡Vuélvete a la sala! A cualquier otra la echaría de palacio... ¡Pero tú tienes la excusa de tu ancianidad! —¡No me burlo de ti, mi niña! Ulises ha vuelto: ¡era el extranjero al que todos humillaban! Telémaco lo sabía desde hacía tiempo, pero ha guardado el secreto de su padre para que pudiera castigar la arrogancia de esos bandidos. Saltando de alegría, Penélope tomó a la anciana entre sus brazos y, con los ojos llenos de lágrimas, quiso que le contara todo. —Él me ha enviado a llamarte, ¡sígueme! —¡Nodriza, no rías así! ¡Qué dicha sería! Esto es imposible... Si los pretendientes están muertos, es que un dios ha venido a castigarlos... Pero Ulises..., él está perdido. —Mi niña, ¿qué palabras son esas que escapan de tu boca? Él está ahí, en su hogar, ¿y tú dices que no volverá? ¡Tu corazón permanece por siempre incrédulo! Voy a darte una prueba: la cicatriz. ¡Se la había visto cuando lo lavaba! Pero él me cogió por el cuello... ¡Ah! ¡Sígueme 69
Homero (Adaptación de Jean Martin) la Odisea
Cuentos y leyendas de
de una vez! —Nodriza, es difícil penetrar los secretos designios de los dioses eternos... Pero, sea como sea, vayamos a reunirnos con mi hijo, que yo vea a los pretendientes muertos, y a quien los ha matado... Penélope descendió con el alma turbada. ¿Interrogaría desde lejos a su esposo o se acercaría a él para abrazarlo? Se sentó frente a Ulises, junto al resplandor del fuego. Con los ojos bajos, él esperó a que ella hablase. Pero Penélope siguió silenciosa durante un largo tiempo. El desconcierto hacía de su corazón una tumba. Telémaco estalló en cólera: —¡Madre, descastada, cuánta crueldad! ¿No te sientas a su lado? ¿No le hablas?... ¡Ha sufrido incontables desgracias, vuelve después de veinte años y tu corazón permanece más duro que una piedra! —Hijo mío, si verdaderamente es Ulises quien vuelve, nosotros nos reconoceremos, él y yo, sin ninguna duda, ambos tenemos secretos que los demás desconocen... Ulises sonrió: —Telémaco, deja que tu madre me ponga a prueba, son mis pobres vestidos los que le hacen desconfiar... ¡Pero, primero, reflexionemos!: a menudo, por haber matado a un solo hombre, es necesario emprender la huida... Y nosotros hemos matado a lo más noble de la juventud de Ítaca. Dime, ¿qué piensas tú de todo esto? —Decídelo tú, padre, ¡pues se dice que eres el más perspicaz de los mortales! —Pues bien, lo primero que haréis, será daros un buen baño, cambiar de indumentaria, y después, acompañados por la música del aedo, bailar. Que la gente diga: ¡se celebra una boda! ¡Es preciso que no se conozca en la ciudad la muerte de los pretendientes hasta que no tengamos completamente dominada la situación! Todos obedecieron, y habiendo tomado la cítara el divino cantor, enseguida el palacio resonó con los pasos de la danza, de tal manera que fuera del palacio se decía: —¡Alguien va a desposar a esta reina tan pretendida, después de todo! ¡No ha sido capaz de permanecer en la mansión de su primer esposo esperando su regreso!... Hablaban sin saber que Ulises, en su palacio, estaba siendo bañado y acicalado por la doncella Eurínome, quien, después, lo ungió con aceite perfumado y lo cubrió con un manto y una bella túnica. A continuación, Atenea derramó sobre él la belleza. Así, volvió a sentarse frente a su esposa: —¡Desdichada! ¡Nunca los habitantes del Olimpo han puesto un corazón tan duro en una débil mujer!... Nodriza, hazme una cama, para que yo me acueste solo, ¡tiene un corazón de hierro! La más prudente de las mujeres, Penélope, le respondió: —¡Desdichado!, yo no te hablo con altanería, no te desprecio, recuerdo muy bien cómo eras cuando partiste de Ítaca sobre un navío de largos remos... Pues bien, Euriclea: ve a montar la fuerte cama, y sácala fuera de nuestra habitación de sólidos muros, que él mismo construyó con sus propias manos. Prepárala y vístela con pieles, mantas y colchas. 70
Homero (Adaptación de Jean Martin) la Odisea
Cuentos y leyendas de
Así habló Penélope, que estaba probando a su esposo. Pero Ulises se irritó con ella, sin entender su prudencia. —¡Oh mujer, lo que dices me hiere el corazón! ¿Quién ha trasladado mi cama? ¡No es fácil sin la ayuda de un dios! En su fabricación había un secreto: yo mismo la hice sin ayuda de nadie. Existía en el patio un olivo de espeso follaje. A su alrededor, construí los muros de nuestra habitación. Y después, tras haber puesto una puerta bien sólida, solo después, corté el ramaje del olivo y pulí su tronco para que sirviese de pie del lecho. Después, lo horadé para fijar a él el armazón de la cama. ¡He ahí una prueba!... ¿Nuestra cama permanece allí o alguien la ha trasladado cortando el tronco del olivo? Ante estas palabras, Penélope sintió que su corazón y sus rodillas temblaban: reconoció la prueba irrefutable que le daba Ulises. Sollozando se echó en sus brazos: —¡No te enfades conmigo, Ulises! Han sido los dioses quienes nos han impedido gozar de nuestra juventud y llegar juntos al umbral de la vida. No sientas amargura ni rencor porque yo no te haya abierto mis brazos desde el momento en que te vi: siempre sentí el temor dentro de mi corazón de que apareciese un hombre que me engañara con bellas palabras. Pero esta vez la prueba no da lugar a dudas: nuestra cama... ¡ningún otro mortal la ha visto jamás! Solamente tú y yo, y la doncella que me había asignado mi padre. ¡Tú has persuadido a mi corazón, a pesar de su suspicacia! Ulises sintió cómo los sollozos lo dominaban: ¡tenía en sus brazos a la esposa de su corazón, que era fiel y prudente! El alba los hubiera encontrado todavía llorando... Pero Atenea, la diosa de los brillantes ojos, alargó la noche que cubría el mundo y retuvo a la Aurora en su trono de oro al borde del Océano. —¡Oh, esposa mía, no hemos llegado todavía al final de nuestras tribulaciones! Ulises le contó entonces la profecía de Tiresias: tenía que ponerse una vez más en camino; después les esperaba una larga vejez en medio de un pueblo dichoso... Penélope respondió: —Poco importa que los dioses nos reserven una vejez apacible o desdichada, desde ahora tenemos al menos la esperanza de que alcanzaremos el final de nuestras desgracias. Mientras ellos hablaban, la doncella Eurínome y la nodriza les preparaban la cama, a la luz de las antorchas. Eurínome los acompañó, antorcha en mano, hasta su habitación. Al llegar al umbral, se retiró. Y ellos, ante el lecho de los viejos tiempos, reiniciaron alegremente los antiguos ritos.
71
Homero (Adaptación de Jean Martin) la Odisea
72
Cuentos y leyendas de
Homero (Adaptación de Jean Martin) la Odisea
Glosario
73
Cuentos y leyendas de
Homero (Adaptación de Jean Martin) la Odisea
Cuentos y leyendas de
Agamenón. Hijo de Atreo y hermano de Menelao, es el general en jefe de la expedición aquea contra Troya. Al principio de la guerra ofreció a su hija Ingenia en sacrificio a la diosa Artemisa para obtener un viento favorable para la partida de la flota. Su esposa Clitemnestra no le perdonó jamás por ello, y cuando Agamenón regresó de la guerra de Troya lo asesinó con la ayuda de Egisto, su amante. Alcínoo. Rey de los feacios y padre de Náusica. Acogió a Ulises después de su último naufragio. Anticlea. Madre de Ulises, que muere de pena esperando su regreso. Con ella se encontrará su hijo en los infiernos. Antíloco. Personaje de la Ilíada, hijo de Néstor. Halló la muerte ante las murallas de Troya. Antínoo. Cabecilla de los pretendientes que deseaban casarse con Penélope. Apolo. Dios del sol; llamado también Febo («el brillante»). Es hermano de Artemisa, diosa de la luna. Aqueos. En la Ilíada y la Odisea, este nombre designa a los griegos en general. También son llamados dánaos o argivos. Aquiles. En la Ilíada es a menudo llamado «el de los pies ligeros» por su velocidad en la carrera. Hijo de PELEO (véase), rey de Tesalia, y de Tetis, una divinidad marina; es el guerrero más valiente de todos los aqueos que sitian Troya. Argivos. Habitantes de Argos. Tanto en la Ilíada como en la Odisea, este nombre designa a los aqueos en general. Argos. Ciudad del PELOPONESO (véase), cuyo rey es Agamenón. También es el nombre del perro de Ulises, que después de veinte años de esperar a su amo es el único que, a pesar de su disfraz, lo reconoce nada más traspasar la puerta del palacio de Ítaca; instantes después, muere. Artemisa. Llamada Diana entre los latinos. Diosa de la caza y, bajo el sobrenombre de «la brillante», también de la luna; es hermana de Febo-Apolo, el dios del sol. Atenea. Minerva entre los latinos. Algunas veces se le denomina «la virgen de los ojos brillantes» (Atenea Partenos) y «la victoriosa» (Atenea Niké). Es la diosa de la inteligencia y de la razón, pero también del engaño; en la Ilíada y la Odisea es la amiga y protectora de Ulises, ya que éste es el más astuto de los griegos. Por otra parte, es la patrona de la ciudad de Atenas, que le debe su nombre. 74
Homero (Adaptación de Jean Martin) la Odisea
Cuentos y leyendas de
Atreo. Padre de Agamenón y de Menelao; odiaba a su hermano Tiestes por haberle robado el vellocino de oro y, en venganza, le ofreció un banquete en el que éste se comió sin saberlo a sus propios hijos. Da su nombre a la familia de los Atridas («los hijos de Atreo»), entre quienes se perpetraron numerosos crímenes sangrientos. Atridas. Los «hijos de Atreo»; en la Ilíada y la Odisea, Agamenón y Menelao. Aurora, la. Siempre mencionada como «la de los dedos rosados», «la del trono de oro», o «la del vestido color azafrán», a causa del color del cielo cuando sale el sol. Áyax, hijo de Oileo. Príncipe de Lócride, en Grecia central. Áyax, hijo de Telamón (llamado «el Gran Áyax»). Después de la toma de Troya y de la muerte de Aquiles, Tetis decidió entregar las armas de su hijo, que habían sido fabricadas por el dios Hefesto, al más valiente de los aqueos. Ulises y Áyax se disputaron este honor; para dirimir el enfrentamiento se pidió a los cautivos troyanos que declarasen quién de los dos les había infligido más daño. Éstos designaron a Ulises. Áyax, enloquecido por el despecho, se suicidó. Calipso. Es una ninfa. Habita en el fin del mundo. Recoge a Ulises después de un naufragio y lo retiene a su lado durante siete años. Caribdis. Remolino gigantesco, junto a la costa siciliana, en la extremidad norte del estrecho de Mesina. Traga y vomita alternativamente las olas, engullendo los barcos. Casandra. Hija de Príamo, rey de Troya. Recibió de Apolo el don de predecir el futuro. Pero, para castigarla por haberle rechazado, el dios decidió que jamás la creyese nadie. Por eso, anuncia en vano las desgracias que depara el futuro. Después de la toma de la ciudad de Troya por los griegos, queda cautiva de Agamenón. Murió asesinada al mismo tiempo que éste, a manos de Clitemnestra y Egisto. Céfiro. Viento del oeste o del noroeste, que en la literatura griega es considerado a menudo como violento. Por el contrario, en español la palabra se usa para designar un viento suave y agradable. Cíclopes. Personajes mitológicos; gigantes monstruosos con un solo ojo en mitad de la frente. Según algunos estudiosos, eran una personificación de los volcanes. Su país se situaba en el actual golfo de Nápoles. Cicones. Pueblo de Tracia, región situada al norte del mar Egeo. En su país realiza Ulises la primera escala después de partir de Troya. Allí, él mismo y sus compañeros realizan actos de piratería, como era costumbre en la época. Circe. Hechicera que transforma en puercos a los compañeros de Ulises. Gracias a la ayuda del dios Hermes, Ulises pudo escapar a su maleficio y salvar a sus hombres. Después permaneció un año viviendo con ella. Citera. Isla donde se encontraba un importante santuario de Afrodita, diosa de la belleza y del amor. Situada al sur del Peloponeso, enfrente del cabo Malea. Citerea. La diosa de Citera, Afrodita. 75
Homero (Adaptación de Jean Martin) la Odisea
Cuentos y leyendas de
Clitemnestra. Mujer de AGAMENÓN (véase). Cnosos. Ciudad de Creta. En nuestros días se pueden contemplar todavía los vestigios de suntuosos palacios minoicos (de una cultura anterior a la griega asentada en esta isla) y micénicos. Creta. Gran isla situada en el extremo meridional del mar Egeo, donde se desarrolló la civilización minoica. Cronos. Era el dios supremo del panteón griego, pero fue destronado por su hijo Zeus, que ocupó su lugar. Dánaos. Véase AQUEOS. Delos. Isla del mar Egeo, consagrada a Leto y a sus hijos, Apolo y Artemisa. Demódoco. El aedo que canta la guerra de Troya en la mansión de Alcínoo, rey de los feacios. Dodona. Ciudad del noroeste de Grecia. Allí Zeus pronunciaba sus oráculos mediante el murmullo de las hojas de los robles de su santuario. Duliquio. Una de las islas que forman parte del reino de Ulises. Egipto. Es el mismo país que conocemos en nuestros días, pero que para los antiguos griegos era un país legendario. Egisto. Véase AGAMENÓN. Eolo. Dios secundario, señor de los vientos. Erebo. Las tinieblas infernales. Escila. Monstruo legendario que habita sobre un promontorio rocoso en la extremidad norte del estrecho de Mesina, que separa Sicilia de la península italiana. Tiene figura de mujer, y su cuerpo está rodeado de perros en su parte inferior. Cuando pasa un barco, los perros atrapan a los marineros y los devoran. Etíopes. «Hombres de rostro quemado», habitantes de Etiopía. Esparta. Ciudad del Peloponeso, cuyo rey es Menelao. En época clásica era una de las principales ciudades-estado griegas. También es llamada Lacedemonia y a sus habitantes se les conoce como lacedemonios. Estigio. Río de aguas horriblemente heladas que discurre por los infiernos. Los dioses utilizan su nombre para prestar el más terrible e inviolable de los juramentos, pues no en vano «pasar el Estigio» equivalía a morir. Eumeo. Porquero de Ulises. Euriclea. Había sido la nodriza de Ulises. En la época en que transcurre la Odisea, es una de las intendentes de su palacio. Eurímaco. Uno de los principales pretendientes de Penélope. Faros. Islote rocoso situado frente a la ciudad de Alejandría, en Egipto. Después de la conquista de Egipto por Alejandro Magno, la isla fue unida al continente por un dique y, para guiar a los barcos hacia el puerto, se construyó en ella una torre de señales marítimas, en lo más alto de la cual se encendía un fuego a la caída de la noche. El nombre propio de Faros ha dado lugar al nombre común «faro», que designa a 76
Homero (Adaptación de Jean Martin) la Odisea
Cuentos y leyendas de
todas las instalaciones de las costas que emiten señales luminosas para guiar a los barcos. Feacia. El país de los feacios, adonde llega Ulises tras ser liberado por Calipso. Se cree que era la actual isla de Corfú, al noroeste de Grecia. Feacio. El pueblo sobre el que reina Alcínoo. Sus miembros se dedican sobre todo al oficio de navegantes, a transportar pasajeros en sus barcos. Femio. Aedo que ejerce su arte en el palacio de Ulises, en Ítaca. Tras la matanza de los pretendientes, Ulises lo perdona, al igual que a Medonte, a petición de Telémaco. Fenicia. País de los fenicios. Fenicios. Nombre griego de los cananeos; significa probablemente «de tez morena». Las dos ciudades fenicias más importantes son Tiro y Sidón. En la actualidad, Sour y Saida, en el Líbano. Filetio. Boyero que cuida los bueyes de Ulises; ayuda a éste a matar a los pretendientes.
Hades. Los latinos le dieron el nombre de Plutón. Dios de los infiernos, la residencia de los muertos. Su nombre designa también este lugar mítico: se dice que los muertos estaban en la mansión de Hades o en el Hades. Helena. Personaje mitológico, esposa del rey de Esparta, Menelao, cuyo rapto por Paris fue la causa de la guerra de Troya. Helios. Dios del sol. Precedido por su hermana, la Aurora, surge cada día en el horizonte montado en su carro de fuego, y recorre el firmamento, hasta llegar a la noche, en que desaparece en el horizonte y cede el lugar a su otra hermana: Selene, la luna. Cuando los compañeros de Ulises devoraron sus bueyes, pidió a Zeus que los castigara. En la Odisea se le da el sobrenombre de el «Altísimo». Hera. Entre los latinos, Juno. Esposa de Zeus y diosa del matrimonio. Hermes. Mercurio para los latinos. Mensajero de los dioses y, sobre todo, de Zeus. Asimismo es el dios de los comerciantes y de los ladrones. Cuando actúa como mensajero, lleva en las manos el «caduceo», una vara de oro que es el emblema de los heraldos, calza unas sandalias aladas y lleva puesto el «pétaso», sombrero redondo de viaje de los griegos clásicos. Idomeneo. Rey aqueo de CRETA (véase), que tomó parte en la guerra de Troya. Ilión. Otro nombre de la ciudad de TROYA (véase). De aquí viene el título de la Ilíada. Isla de Helios. Según la mayoría de los estudiosos se trata de Sicilia. Ítaca. Isla en la que se sitúa el reino de Ulises, junto a Cefalonia, al oeste de Grecia. Actualmente, una isla griega lleva este nombre, aunque algunos estudiosos consideran que el reino de Ulises debía de estar más al norte, en la isla de Leucade. 77
Homero (Adaptación de Jean Martin) la Odisea
Cuentos y leyendas de
Lacedemonia. Uno de los nombres con los que se designa a la ciudad de ESPARTA (véase). Laertes. Padre de Ulises. Le ha cedido el trono y vive retirado en el campo. Ulises es llamado a menudo «Laertiada» o «hijo de Laertes». Lestrigones. En la Odisea, pueblo feroz que mata y devora a los extranjeros. Los estudiosos los sitúan al norte de la isla de Cerdeña. Lotófagos. Literalmente, «comedores de lotos». En la Odisea son un pueblo que se alimenta de esta planta, de sabor tan dulce que hace perder la memoria y el deseo de cualquier otra cosa. Malea. El más oriental de los tres cabos situados al sur de la península del Peloponeso. Allí comienzan las aventuras de Ulises cuando la tempestad impide a su flota entrar en el estrecho y realizar la ruta normal hacia Ítaca. Maratón. Lugar del Ática a 42,195 km de Atenas, célebre por la victoria que los atenienses y sus aliados de Platea obtuvieron sobre los persas (o medos), durante la primera guerra médica, en 490 a. C. Un soldado griego corrió hasta Atenas para llevar la noticia de la victoria, y murió por agotamiento poco después de su llegada. En recuerdo de esta hazaña, actualmente se disputa una carrera atlética que lleva este nombre y en la que se cubre exactamente la misma distancia. Medonte. Personaje que ocupa las funciones de heraldo en el palacio de Ulises. Cuando se produce la masacre de los pretendientes, Ulises le perdona a petición de Telémaco, al mismo tiempo que al aedo Femio. Melantio. Cabrero de Ulises, partidario de los pretendientes. Menelao. Rey de Esparta, esposo de Helena. Su hermano Agamenón es el comandante en jefe de la expedición aquea contra Troya. Méntor. Anciano habitante de Ítaca, amigo de Ulises. Atenea adopta su aspecto para acompañar a Telémaco a casa de Néstor, en Pilos. Micenas. Ciudad del Peloponeso, no lejos de Argos, donde se han encontrado algunos de los restos más significativos de la civilización que floreció en Grecia entre los siglos XVI y XII a. C, y que ha recibido por esta razón el nombre de «micénica». Su lengua era el griego micénico. Los aqueos de la Ilíada y la Odisea pertenecían sin duda, en la imaginación del poeta, a esta civilización. Pero una vez descifrada la lengua micénica y tras los descubrimientos arqueológicos realizados en Micenas, los estudiosos opinan que, por lo general, el poeta describió en realidad, sin saberlo, objetos y prácticas de una época más reciente, entre los siglos X y IX a. C. Minos. Rey legendario de Creta. Musas. Divinidades que presiden las actividades intelectuales y artísticas, en particular la música (el «arte de las Musas») y la poesía, y que inspiran a los aedos. Son hijas de Zeus y de la diosa Mnemosine (la Memoria). En época clásica, la mitología establecía que había nueve Musas. La Ilíada y la Odisea comienzan ambas con una invocación a la Musa, en singular, que puede que sea Calíope, ya que era considerada 78
Homero (Adaptación de Jean Martin) la Odisea
Cuentos y leyendas de
la patrona de la poesía épica.
Náusica. Hija de Alcínoo, rey de los feacios, y de su esposa Arete. Néstor. Rey de Pilos. Famoso por su prudencia y sabiduría, sus opiniones siempre tienen un peso importante durante el asedio de Troya. A él acude Telémaco en primer lugar buscando noticias de su padre. Océano. En la mitología, río que rodea la Tierra. Los antiguos consideraban al estrecho de Gibraltar el final del mundo, y llamaban «Océano» al mar que se extendía más allá de aquel lugar. Odiseo. Nombre en griego de ULISES (véase). Olimpo. Montaña de Tesalia. En la mitología es el lugar donde residen algunos de los grandes dioses, presididos por Zeus, a los que se llamaba por esta razón «Olímpicos». Orestes. Hijo de AGAMENÓN (véase) y de Clitemnestra. Asesinó a su madre para vengar la muerte de su padre. Palas. Otro nombre de la diosa Atenea. A menudo se unen los dos nombres: Palas Atenea. Patroclo. Personaje de la Ilíada, amigo de Aquiles. Cuando Aquiles, dominado por la cólera, abandona el asedio de Troya, él ocupa su lugar y muere a manos del príncipe troyano Héctor. Peleo. Rey de Ptía, en Tesalia. Padre de Aquiles, que a menudo es llamado «Pélida», es decir, «hijo de Peleo». Peloponeso. Literalmente, «isla de Pélope», un héroe legendario. Es la gran península situada al suroeste de Grecia, unida al continente por el istmo de Corinto. Perséfone. Entre los latinos, Proserpina. Diosa de los infiernos, es la esposa del dios Hades. Pilos. Ciudad de Néstor, en la costa oeste del Peloponeso, a orillas de una excepcional rada. Polifemo. Cíclope cegado por Ulises; es el hijo del dios del mar, Poseidón. Poseidón. Llamado Neptuno por los latinos. Dios del mar y de las aguas, y también de la superficie de la tierra, a la que hace temblar golpeándola con su tridente. Es el hermano de Zeus, el rey de los dioses, cuyo dominio es el cielo luminoso o tempestuoso, y de Hades, dios de los muertos, cuyo dominio es el mundo subterráneo. Príamo. Rey de Troya. Cuando estalla la guerra es un anciano; por esta razón es su hijo Héctor quien dirige a los troyanos en el combate. Proteo. Dios marino secundario. Tiene el don de la videncia, pero no le gusta comunicar sus visiones premonitorias a los mortales. Se metamorfosea en todas las formas posibles para escapar a sus preguntas. Sin embargo, en la Odisea, Menelao consigue interrogarle. Same. La actual isla de Cefalonia, que pertenecía al reino de Ulises. Es llamada «la rocosa». 79
Homero (Adaptación de Jean Martin) la Odisea
Cuentos y leyendas de
Sidón. Ciudad de Fenicia. Es la actual Saida, en el sur del Líbano. Sol. Véase APOLO. Tebas. Ciudad de Beocia, patria del adivino Tiresias. Telémaco. Hijo de Ulises y Penélope. Acababa de nacer cuando su padre tuvo que marchar a la guerra de Troya. Al regreso de Ulises tenía veinte años. Tiresias. Adivino tebano al que Ulises acude a consultar a los infiernos, según la recomendación de Circe. Troya. Ciudad legendaria del Asia Menor, cerca del extremo sudoeste del Helesponto, es decir, el actual estrecho de los Dardanelos. También es llamada Ilión. Ulises. Hijo de Laertes, el hombre de las mil astucias, protagonista de la Odisea. Zacinto. Conocida como la boscosa, es una isla que forma parte del reino de Ulises. Es la actual Zakynthos. Zeus. El más grande y el más poderoso de los dioses en la religión griega. Es el dios del cielo luminoso, que él puede convertir en tempestuoso. Fulmina con sus rayos a los que se oponen a sus designios. Un día que tenía dolor de cabeza, pidió a Hefesto, el dios herrero, que le diera un golpe de hacha en el cráneo, y de éste surgió perfectamente armada, con lanza, casco y escudo de bronce, la diosa de la inteligencia, Palas Atenea, protectora de Ulises.
80
Homero (Adaptación de Jean Martin) la Odisea
Cuentos y leyendas de
Homero y la Odisea. Leyenda, historia y poesía
81
Homero (Adaptación de Jean Martin) la Odisea
Cuentos y leyendas de
1. Homero y la epopeya Tanto la Ilíada como la Odisea son dos epopeyas griegas muy antiguas. A menudo han sido traducidas o adaptadas en prosa, como en este libro. Pero es necesario recordar que son poemas: han sido compuestas de una manera especial y no en la lengua de todos los días, ni tampoco en la que se usa para contar simplemente una historia. Una epopeya es un largo poema que narra las hazañas de príncipes de un pasado muy lejano, héroes en cuyas aventuras intervienen dioses y monstruos. La Ilíada está compuesta por más de quince mil versos; la Odisea, por alrededor de doce mil. Los textos de la Ilíada y de la Odisea, tal como los conocemos hoy en día, son aproximadamente los mismos que se recitaban en Atenas con ocasión de las grandes fiestas, en el siglo VI a. C. Se creía que estas narraciones habían sido compuestas por Homero, un poeta ciego del siglo VIII a. C, por el que se tenía tanta admiración que todas las ciudades griegas se disputaban el honor de haber sido su patria. En realidad, son pocas las cosas que se saben de él. Se ignora el lugar y la fecha de su nacimiento. Pero es posible que haya vivido y ejercido su arte en el siglo VIII a. C. en alguna de las ciudades griegas de la costa de Asia Menor. La Ilíada y la Odisea se relacionan con una poesía muy antigua transmitida oralmente en fiestas o banquetes. Un «aedo» (un cantor) recitaba un episodio de una antigua leyenda, acompañándose con una cítara e improvisando sobre la marcha. Este recitado se basaba en todo un repertorio de historias aprendidas de memoria, con las que el aedo improvisaba, adornándolas y añadiendo nuevos fragmentos según su inspiración. Así componía nuevos versos, como había aprendido a hacerlo de boca de algún maestro. Es posible que Homero fuera una de estos «aedos».
2. La guerra de Troya Así pues, son relatos legendarios los que conforman la materia de la Ilíada y de la Odisea. Es posible que haya habido una guerra de Troya en las postrimerías del siglo XIII a. C. (hacia 1270 a. C), pero no 82
Homero (Adaptación de Jean Martin) la Odisea
Cuentos y leyendas de
hay nada que lo pruebe de una manera cierta. Los antiguos griegos creían que sus antepasados aqueos, conducidos por el rey de Argos, Agamenón, habían realizado una expedición con el fin de tomar Troya y destruirla. Después del rapto de la bella Helena por el príncipe troyano Paris, se trataba de rescatarla y devolvérsela a su esposo Menelao, rey de Esparta y hermano de Agamenón. Y los aedos cantaban las aventuras de los héroes, de los que creían que habían combatido en aquella guerra durante diez años y de cómo retornaron a su patria, los que pudieron hacerlo, tras numerosas penalidades.
3. La cuestión homérica La Ilíada y poco después la Odisea fueron compuestas, probablemente, hacia el siglo VIII a. C. Y es muy probable que en la misma época, e incluso antes, hubiera otros poemas compuestos sobre los mismos temas: La cólera de Aquiles y Retorno y venganza de Ulises. Pero la Ilíada y la Odisea debieron de ser los más bellos de estos poemas, o también puede ser que tuvieran más suerte: los restantes han desaparecido, mientras que éstos se han conservado. ¿Se trata de la obra de un solo poeta o de varios? Esta es la cuestión homérica. Los investigadores no se ponen de acuerdo; para algunos, ha habido un solo poeta, Homero, que creó la Ilíada en su juventud y la Odisea cuando ya era un hombre mayor; para otros, las diferencias entre los dos poemas son demasiado grandes, por lo que no es posible que se hayan compuesto en la misma época y por la misma persona. A pesar de todo, y por comodidad, aquí se continuará siguiendo la tradición y hablando de Homero como del único poeta que compuso estas obras.
4. Ulises En griego, su nombre es Odiseo, y de ahí viene el título, Odisea. Es el rey de Ítaca y de algunas islas vecinas, porque su padre, Laertes, le ha cedido el trono. En su juventud quiso casarse con Helena, hija de Tíndaro, rey de Esparta. Éste se hallaba en un aprieto a causa del gran número de pretendientes de su hija, ya que si elegía a uno de ellos, el resto se convertirían en sus enemigos por despecho. Ulises sugirió a Tíndaro exigir a todos los pretendientes que hiciesen un solemne juramento: Helena elegiría a su marido por sí misma, y todos los pretendientes se comprometerían a respetar su decisión. Aún más, si cualquier persona separase a Helena de su marido, todos deberían acudir en su ayuda para rescatarla. Así fue como Helena eligió a Menelao, quien sucedió a su suegro Tíndaro en el trono de Esparta. Cuando tiempo después un príncipe 83
Homero (Adaptación de Jean Martin) la Odisea
Cuentos y leyendas de
troyano llamado Paris raptó a la bella Helena, sus antiguos pretendientes debieron partir a luchar junto a Menelao. Ulises, mientras tanto, se había casado con Penélope, que acababa de dar a luz a su hijo Telémaco, pero... ¡era necesario mantener el juramento prestado! Ulises es el héroe «que siempre guarda un as en la manga»: astuto y pícaro, se sirve de su inteligencia y de sus ardides más gustosamente que de su fuerza. Es lo contrario del «ardoroso Aquiles», cuya bravura y carácter impulsivo le impiden a menudo reflexionar sobre sus actos. En la Odisea se alude a una discusión entre ellos a este respecto. Desde el inicio de la expedición, Ulises desempeña un papel importante: es un orador brillante que sabe convencer al resto de los aqueos con sus discursos ¡y con sus embustes! Es él quien se encarga de convencer a la asamblea del ejército aqueo de que lo que desea es, precisamente, hacer aquello que previamente había decidido el consejo de los reyes. A él se le encomienda el papel de embajador en las situaciones más delicadas y, si llega el caso, sabe bien cómo aprovechar esas ocasiones para espiar al enemigo... Es él, en fin, quien, inspirado por la diosa de la inteligencia, Palas Atenea, idea la treta que le valdrá el sobrenombre de «conquistador de ciudades»: el caballo de Troya.
5. La Odisea Después de diez años de una guerra que concluye con la conquista y el saqueo de Troya, es necesario regresar al hogar. Perseguido por la inquina de Poseidón, el dios del mar, por haber dejado ciego a su hijo, el cíclope Polifemo, Ulises tardará otros diez años en poder regresar a Ítaca: empujado por la tempestad, vaga por los mares hasta llegar al fin del mundo..., hasta el reino de los muertos. Un gran estudioso de la Odisea, Victor Bérard, ha querido reconstruir los viajes de Ulises. Después de haber recorrido por sí mismo todo el Mediterráneo en barco, ha trazado un mapa en el que se recoge el periplo de Ulises. En efecto, aunque las aventuras de Ulises sean imaginarias, Homero bien pudo ponerlas en escena situándolas en lugares reales, de los que había oído hablar a los marineros con los que trató en los puertos de Asia Menor. Los fenicios navegaban hacia occidente desde mucho tiempo antes, y los griegos se habían empeñado, con un poco de retraso, en hacerles la competencia, después de instalarse en el sur de Italia, en Sicilia y en otros lugares, como por ejemplo en Marsella, Ampurias y Córcega... Homero, en la Odisea, pudo haberse inspirado en los relatos de unos y otros. Ello podría explicar la precisión de ciertas descripciones, procedentes tal vez de «consejos para la navegación»; asimismo podría explicar también el aspecto un tanto «portuario» de ciertas historias, jactancias de marineros relatadas al atardecer en la taberna: «Yo, un día...», etc., mientras el resto de los parroquianos, boquiabiertos, 84
Homero (Adaptación de Jean Martin) la Odisea
Cuentos y leyendas de
invitan a beber al aventurero... Esto podría explicar, en fin, los horrores y monstruos que aparecen en el relato: cuando se ha descubierto un lugar ventajoso para comerciar, se tiene el mayor interés en espantar a los eventuales competidores contando a todo el que quiera oír que los indígenas son caníbales... ¡De ahí salen los cíclopes y los restantes seres monstruosos que aparecen en el relato!
Pero las aventuras de Ulises se parecen también a cuentos como los de Las mil y una noches, entre los que se encuentra, por ejemplo, las aventuras de Simbad el Marino... En fin, y sobre todo, la Odisea es un poema cuya función no es la de informar sobre el mundo, sino la de jugar con la lengua y las palabras para hacer surgir la emoción y el placer de la belleza.
6. Los dioses y los hombres Todo en la epopeya se encuentra en manos de los dioses. Lo «maravilloso», es decir, los sucesos milagrosos y las intervenciones de los dioses, es un ingrediente esencial de este género poético. En la Odisea, el mundo, en plena exploración, está todavía lleno de misterios y de magia, poblado por dioses menores (Eolo, Circe, Calipso...) y seres extraordinarios (cíclopes, sirenas...) que configuran una tierra de aventuras fantásticas. El héroe más sagaz no puede salir de apuros más que con la ayuda de una divinidad. En Homero, como en la mitología griega en general, los dioses tienen forma humana: son representados como humanos más grandes, más bellos y más fuertes, como ocurre asimismo en el caso de los héroes. Tienen poderes sobrenaturales, como el de «metamorfosearse», cambiar de forma. En la Ilíada apenas utilizan este poder. En algunos casos es evidente que constituyen la personificación de fenómenos 85