Titulo del original en francés: Avec Etty Hillesum. Hillesum. Dans la quête du bonh bonheu eur, r, un chemin inattendu ©
2002 by Éditions Labor et Fides Genève (Suiza) www.laboretfides.com
Traducción: Milagros Amado Mier Denise Garnier
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«Tú que vives al amparo del Altísimo y resides a la sombra del Todopoderoso, di al Señor: “Mi refugio y mi baluarte, mi Dios, en quien confío”. Él te librará de la red del cazador y de la peste perniciosa; te cubrirá con sus plumas, y hallarás un refugio bajo sus alas. No temerás los terrores de la noche, ni la flecha que vuela de día, ni la peste que acecha en las tinieblas, ni la plaga que devasta a pleno sol. Aunque caigan mil a tu izquierda y diez mil a tu derecha, tú no serás alcanzado: su brazo es escudo y coraza. Con sólo dirigir una mirada, verás el castigo de los malos, porque hiciste del Señor tu refugio y pusiste como defensa al Altísimo. No te alcanzará ningún mal, ninguna plaga se acercará a tu carpa, porque él te encomendó a sus ángeles para que te cuiden en todos tus caminos. Ellos te llevarán en sus manos para que no tropieces contra ninguna piedra; caminarás sobre leones y víboras, pisotearás cachorros de león y serpientes. “Él se entregó a mí, por eso, yo lo libraré; lo protegeré, porque conoce mi Nombre; me invocará, y yo le responderé. Estaré con él en el peligro, lo defenderé y lo glorificaré; le haré gozar de una larga vida y le haré ver mi salvación”».
Prólogo rb®°
La ambición de este estudio no es reunir elementos aún inéditos que permitan un mejor conocimiento de Etty Hillesum. Para ello hab ría que conoce r el holandés, que no es mi caso, y analizar los textos en su lengua original. Por necesaria, legítima e interesan te que sea, esta tarea no se corresponde con mi proyecto. Mi deseo, muy distinto, es ver vivir a Etty Hillesum a Iravés de sus escritos, p ara aprender de ella y con ella una mayor sabiduría, en el origen de una verdadera dinámica de la felicidad. Los fragmentos de su obra traducidos al francés por Philippe Noble son suficientemente reveladores a este respecto. Dichos fragmentos permiten ver claramente que los escritos de esta joven podrían inscribirse en una colección titulada, siguiendo la expresión de Montaigne, «Por mi parte, pues, yo amo la vida»1. Es notable, con may or ra zón, que Etty Hillesum tenga co mo punto de partida en la existencia un contexto familiar difícil, un psiquismo h erido y unas orientaciones que son resultado de opciones
I.
M o n t a ig n e , Essa is , Libro III, cap. XIII.
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personales frecuentem ente discapacitadoras. Etty Hillesum se construye, además, en plena persecución nazi. En opinión de muchos, su obra podría, pues, encontrar tam bién lugar en una colección titulada «R esiliencia», térm i no utilizado hoy en psiquiatría y en sociología que cons tituye un equivalente profano de lo que los cristianos de nominan «salvación». Por eso, estar con Etty Hillesum a través de la lectura participa de esa herm enéutica de la que habla Paul Ricoeur: «Comprender un texto es comprenderse. Com prenderse es comprenderse ante el texto y recibir de él las condiciones de un yo distinto del yo que ha venido a la lectura»23 . Con un humor muy serio, Marc-Alain Ouaknin, por su parte, hablaría de «biblioterapia»1.
2.
Paul R
D
texte à l ’action, Seuil, Paris 1986, p. 31.
Introducción
Iín Francia, Etty H illesum sólo es conocida en los medios judíos y cristianos desde hace una decena de años. Los universitarios empiezan a interesarse por ella. Tzvetan Todorov les abrió camino ,ertlps años noventa. Etty Hillesum nació en 1914 en Middelburg, Zelanda, vivió unos años determinantes de su juventud en Amsterdam y murió con su pueblo, el pueblo judío, en 1943 en Auschwitz, después de una estancia de casi un año en el campo de tránsito de Westerbork. Por mandato de su psicoanalista Julius Spier, escribió _ un diario, magnífico testimonio de su evolución psíquica y espiritual. Las cartas que la joven envió desde Westerbork son para nosotros un documento histórico, porque relatan la vida cotidiana en ese campo, conocido también, entre otras personas, por Edith Stein. Me gustó de entrada Etty Hillesum, porque vivió con juntamente su fe y la felicidad de una duch a perfumada. Iisto me dio confianza: no estaba en presencia de una p er sona cualquiera, sino de una verdad era mujer. Por tanto, su espiritualidad no era sospechosa. ¿No es siempre «car nal», en expresión de Péguy, el Dios de Israel y de Jesús? Acto seguido, concedí gran atención al hecho de que Iitty Hillesum se atreve decir qu e la vid a es bella en el ho 13
rror de los campos de concentración y testimonia una ale gría auténtica, más allá de angustias extremas. Quise en tonces aprender de ella, del mismo modo que acepto escu char al pueblo judío que, superando la Shoah, persiste en recitar el Salmo 136 (135): «Porque eterno es su amor». Ha habido, por añadidura, la alegría de la consonancia entre los textos de la joven y mi propia sensibilidad: el amor por el cielo, la escucha de la enseñanza de los árbo les, la ascesis de las flores, el gusto por la disciplina que estructura la existencia para mayor feminidad y felicidad, la opción por la vida, el nacimiento del sí... Finalmente, he sido sensible al tono de Etty Hillesum, claro, sobrio, verídico: estamos en presencia de una hija de la humanidad que busca honradamente su camino. La vemos, precisamente, en sus avances y en sus peno[ sos esfuerzos. No tenemos sólo ante los ojos el desenlace victorioso del trabajo sobre sí misma. Somos testigos de estancamientos e incluso de retrocesos, así como de con quistas, de impaciencias, y también de impulsos gloriosos. Para el lector es sumam ente alentador y pedagógico. Mi lectura de Etty Hillesum va acompañada, no obs tante, de reticencias -se trata de su concepción del sufri miento, sobre lo que me explico más adelante, en el capí' tulo sobre la sabiduría de Etty Hillesum- e incluso de di vergencias radicales, en particular en cuanto a su manera de considerar el matrimonio. Etty Hillesum no ha salido aquí del razonamiento exclusivo: o el esposo o la human i dad. ¿Por qué no considerar que, yendo hasta el fondo en la relación con su esposo, es a toda la humanidad a la que la mujer se une en él, el único? Análogamente, ¿no en cuentra lo humano quien desciende al fondo de sí mismo?; ¿no le lleva su trabajo sobre sí a una mayor solidaridad? En lo que respecta a la relación nupcial, el pensamien to de
Etty Hillesum, a mi parecer, no tuvo tiem po de llegar a tér mino en su desarrollo. Mis reservas no impiden que los textos de Etty Hillesum me parezcan compañeros seguros. Son un estímulo mediante el ejemplo, porque Etty Hillesum nunca echa ser mones -y el lector se lo agradece-, sino que, sencillamen te, trabaja sobre sí misma. Y el lector, en contacto con ella, se vuelve sobre sí mismo y se pone también a trabajar. Etty Hillesum enseña a ir hacia uno mismo, como nos invita a hacerlo Gn 12,1: «Vete de tu tierra, de tu patria y de la casa de tu padre a la tierra que yo te mostraré»1, en seña también a comprometerse plenamente en la tarea es piritual del «Hagamos al hombre» (Gn 1,26), tal como lo entienden los com entaristas judíos, que nos dicen que ca da mañana Dios llama así a cada uno de nosotros: «Tú y yo, Dios, te hacemos a ti; hacemos al hombre en ti»12. Los textos de la joven nos estimulan tanto más en esta dirección cuanto que en ellos aparece claramente hasta qué punto son distintos el am or a uno mismo y el egoísmo. Etty Hillesum se ama mucho y, por ello, va hacia los de más para dar. Efectivamente, no hay riesgo alguno de pasar del amor a uno mismo al egoísmo por exceso, porque son dos mun dos distintos; el egoísmo es, respecto del amor a uno mis mo, lo que la neurosis obsesiva es respecto de la fe: una caricatura. El egoísmo se construye sobre el miedo a la ca rencia, que empuja a acumular, a quedarse el mundo para
Traducción de Elie M u n k en La voix de la Thora. Commentaire du Pentateuque. La Genèse, Fondation Samuel et Odette Levy, Paris 1981, p. 121. 2. Josy E is e n b e r g y Armand A b é c a s s is , À Bible ouverte, Albin Michel, Paris 1978, pp. 103-104. 1.
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uno mismo; se niega a que el otro se acerque por desconfianza, porque el mecanismo de proyección hace aparecer al otro como peligroso; es desgraciado y solitario3. El amor a uno mismo se basa en la seguridad {«estar en los brazos de D ios»4, diría Etty Hillesum); encuentra con toda naturalidad su alegría en la alegría del otro, que no le quita nada a la suya (que haya dos personas felices, en lugar de una, no priva a la primera de nada); aspira a compartir, en esa tranquila certeza de que el Padre está vigilante y continuará dando; se prolonga mediante su desarrollo inherente en amor al prójimo. El egoísmo es el mundo del «■“Yo ”, no del tú, ni tampoco del él»; el amor a uno mismo es el mundo del «yo también, y tú, y él». La obra de Etty Hillesum nos muestra también un camino para las horas en que nos vemos confrontados a lo inevitable en nuestra vida: la desaparición de los seres queridos, una enfermedad incurable, la muerte cara a cara... Llega el día en que también nosotros acompañamos impotentes a un familiar para el que ha sonado la «orden de partida». Llega el día en que también nosotros hacemos nuestra maletita con algunos efectos que ya no nos servirán de nada. Pueden hacerse trasposiciones, con las debidas reservas. Yo he visto la obra de Etty Hillesum, ya leída y releída, en el hospital sobre la mesita de noche de una amiga afectada por una grave enfermedad neurològ ica que ella conocía y cuya terrorífica evolución estaba viviendo. Siento, por tanto, un gran respeto por Etty Hillesum, y por eso no le llamo nunca «Etty», sino que asocio siempre
3. Eugen D r e w e r m a n n analiza este mecanismo en Das Matthaüsevangelium, seg. part., Olten/Freiburg,
4.
En lo sucesivo las citas textuales de Etty Hillesum irán entrecomilla-
su apellido a su nombre (abreviado en diminutivo, porque esta jove n es con ocida bajo este apelativo), aunque ello re cargue el texto. Es mi manera de apartarme ante esta mu jer, mucho más joven que yo, que estoy en la segunda par le de la vida, pero m ayor que yo, sin embargo, p or sus des cubrimientos y por la cronología. Le doy las gracias por la compañía de sus escritos: mi vida antes y después de esa lectura ya no es del todo la misma, y sé que en momentos difíciles volveré al Diario y a las Cartas. Le debo el haber podido comprender cómo salir de la tragedia: «No podría enseñarles que puede uno obligarse a arrodillarse en el rincón más remoto y más a pacible del yo profundo y pe r sistir hasta sentir aclararse el cielo sobre uno, ni más ni menos». Le agradezco, finalmente, que haya escrito que nuestra vida fuera de los campos, la cotidiana, es muy du ra, a veces tan dura como en un campo de concentración. Esto es algo que nosotros no po díam os decir5. Le estoy muy agradecida a Etty Hillesum por ha berlo hecho. Manifiesto también mi gratitud a Philippe Noble, que, gl acias a su traducción -u n magnífico traba jo-, m e ha per mitido conocer la obra de Etty Hillesum, y a mi amiga pastora Colette Picot-Guéraud, que me ha proporcionado Une vie bouleversée, cuya aparición yo había pasado por alto6.
5.
No podíamos decirlo en principio por decencia, y después debido a un tabú social. Véase, sin embargo: Boris Cy r u l n i k , Les vilains petits ca nards, Odile Jacob, Paris 2001, p. 21 (trad. cast.: Los patitos feos: la resiliencia: una infancia infeliz no determina la vida, Gedisa, Barcelona 2002). (>. En esta edición de la obra de Etty Hillesum se basa mi estudio en el presente trabajo. Todas las citas están, por tanto, tomadas de Une vie bouleversée. Journal 1941-1943, seguido de las Lettres de Westerbork, Seuil, París 1995 (trad. cast.: Cartas desde Westerbork, La Primitiva Casa Baroja, San Sebastián 1989).
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Quiero dar las gracias a cuantos han contribuido a la aparición de este estudio: el padre Wolfram, con el Hogar de Caridad de Ottrott, y los trapenses de Ergersheim, muchos de los cuales son holandeses, por su hospitalidad durante el tiempo redacción de estas páginas; a mis padres y amigos por sus preguntas; a la señora Mathiss po r su labor mecanografíen; a la editorial Labor et Pides y a todos sus colaboradores, en particular a Lucie Kaennel, por su relectura, sus sugerencias y su labor de edición. Gracias al pueblo judío por haber tenido en su seno a una Etty Hillesum... y al Viviente, en quien se origina todo encuentro vivificante.
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La Escritura: belleza, fuerza, consuelo
El 21 de abril de 1941, Julius Spier, su psicoanalista, le ha bla a Etty Hillesum de la Biblia. El 8 de mayo del mismo año, ella la menciona en su Diario entre las actividades y los seres de su vida cotidiana. U n breve párrafo del mismo Diario, fechado el 8 de junio de 1941, habla de la adopción de una cierta distancia al respecto, no por desinterés, sino por no querer abordarla de cualqu ier manera: «No me creo madura para hacerlo». A finales de noviembre de 1941, Etty Hillesum constata que frases aisladas de la Bi blia le resultan ahora elocuentes y, de hecho, ha citado la Iiscritura en su Diario por prim era vez ese mism o día un poco antes, práctica que continuará hasta el final. El 26 de mayo dp 1942, los evangelistas se cuentan entre quienes lian «entrado» en su vida y «la pueblan». Ello no excluye a ios autores del Primer Testamento, a los que rinde homenaje el 5 de julio de 1942. El 7 de julio del mismo año, Etty Hillesum y la Biblia aparecen como inseparables en lo sucesivo, porque este libro tendrá un lugar en su saco de deportación, llegado el caso. Ahora bien, Etty Hillesum no Ilevará «más que lo estrictamente necesario, pero todo de berá ser de buena calidad». La B iblia desbanca a todas las 19
demás obras, incluso a las más queridas. Esto es lo que la sitúa en la existencia de la joven. Los días 22 de septiem bre de 1942 y 13 de octubre del mismo año, Etty Hillesum parece haberse encontrado en la Biblia: volverem os sobre este punto. Cuando la joven escribe el 2 de septiembre de 1943: «Leo mis salmos», el posesivo indica claramente que, efectivamente, ha hecho suya la Escritura. La cronología que acaba de exponerse permite entre ver que Etty Hillesum vivió una pasión con respecto a la Biblia, aunque el volumen de las anotaciones a propósito de ella sea reducido en los textos de que disponemos: unas cuarenta menciones de entre cuatro y cinco líneas, como media. El término «pasión» puede entenderse en sus dos acepciones. Puede que la joven aún no lo percibiera más que inconscientemente cuando escribía, en julio de 1942, sobre el Antiguo Testamento: «Libro terriblemente apa sionante. [...] Apasiona [...]». Pero en octubre de 1942, lo «terrible»1 era ciertamente consciente en la alusión a la Eucaristía, que finaliza el Diario y sella un destino: «He partido mi cuerpo como pan y lo he repartido entre los hombres». Intentaré abordar aquí el contenido de esta pasión -au nq ue sea inasible, por participar del misterio de la per sona- mediante el estudio, en las citas del Diario y de las Cartas de que disponemos en su traducción al francés, del status de la Escritura, del método de lectura que Etty Hillesum le aplica y de su corpus predilecto.
1
Término de Paul
R
Philosophie de la volonté: Le volontaire
Estos documentos no nos dan demasiada información en cuanto a la materialidad de la Biblia de Etty Hillesum: factura, traductor, editorial y fecha de edición. Es un libro de formato reducido, por razones prácticas evidentes. Si bien el adjetivo calificativo «pequeña», que es recurrente, ñeñe siempre un valor objetivo, («mi pequ eña Biblia», «la pequeña Biblia»), adquiere quizá también una connotación afectuosa, según la propensión que subraya la propia Etty I lillesum: «Es extraño cómo se acaba siempre p or remitir se a los objetos». El nombre Isaías («Isa'fe») en la traduc ción de Philippe Noble induce a pensar que se trata de una versión católica (pues de lo contrario habría sido «Esáie». N. de las T.). El status de la Escritura en la obra de Etty Hillesum se inscribe en un doble co ntexto: afectivo y hermenéutico. En su origen está Julius Spier. La primera aparición de la pa labra «Biblia» en el Diario va acom pañad a de la inicial S.; la primera mención cronológica de la Biblia en el mismo Diario presenta a Spier como quien tuvo la iniciativa: «Hemos hablado (es decir, él ha hablado) de la Biblia». En la mente de la joven permanecerán unidos; la asocia ción de ideas siguiente, en forma de comparación, al final ilel Diario, así lo atestigua: «Un alma es un compuesto de fuego y cristal de roca. Aus tera y dura como el Antiguo Testamento, pero suave como el gesto delicado de la pun ía de los dedos cuando él acaricia, a veces, mis pestañas». La Biblia de Spier, que es judío, comp orta el Primero, pe lo también el Segundo Testamento, algo que su formación jungu iana 2 indudablem ente, si no ha preparado, sí al me nos ha favorecido. Cuando transmite la Escritura, Spier lo
2.
Philippe N o b l e , «Avant-propos», en Une vie bouleversée, cit., p. m.
21
hace conjuntamente con otros textos, proporcionando otras tantas claves de lectura. Así ocurre explícitamente la primera vez: «Después me ha leído pasajes de Tomás de Kempis sentada en sus rodillas». La posición de la joven en ese momento, una posición de niña, sugiere que, en el acto de transmisión de la Escritura, Spier, veintisiete años mayor que ella, ejerce con respecto a Etty Hillesum una función paterna, mientras que, por otro lado, es su psicoanalista y, al parecer, su amante. La Biblia constituye, pues, una buena parte de su herencia, en el sentido bíblico del término3. La transm isión está bien hecha: un mes antes de morir, Etty Hillesum guard a una foto de Julius Spier, no en su Biblia, sino en el Libro de horas de Rillce, que es otra de sus lecturas predilectas. Este detalle deja entrever que la joven puede en adelante ir y venir por la Escritura a la vez con y sin Spier. ¿Cuál es el papel, lejano, del pa dre de Etty H illesum en su encuentro con la Escritura? Parece nó h aber tenido ninguno. En efecto, no tienen los dos exactamente la misma Biblia, porque es probable que sólo la joven lea el Nuevo Testamento. Los métodos son distintos: sólo él, cabe decir,
3.
«La noción bíblica de herencia desborda el sentido jurídico de la pala bra francesa. Designa la posesión de un bien a título estable y perma nente; pero no se trata de un bien cualquiera, sino de aquel que permi te al hombre y a su familia desarrollar su personalidad sin estar a mer ced de los demás [...]. Desde el origen, la noción de herencia está es hechamente ligada a la de alianza»: Xavier L é o n -D u f o u r , art. «Héritage», en Vocabulaire de théologie biblique, Cerf, Paris 1962, p. 435 (trad. cast.: Vocabulario de teología bíblica, Herder, Barcelona 2001). «Esta expectativa [...] después del exilio [...] se espiritualiza: mientras que anteriormente Israel era la parte de herencia de Dios, aho ra es Dios quien se convierte para el creyente en su parte de herencia = su bien, su tesoro más preciado (Sal 16,5; cf. Nm 18,20; Dt 10,9; 18,2; Sal 73,26; 142,6)», Bernard G il l œ r o n , art. «Héritage», en Dictionnaire biblique, Editions du Moulin, Aubonne 1985, p. 96.
Ice los textos «en diferentes idiomas», con su «media do cena de peq ueñas biblias: en griego, francés, ruso, etc.» y Irabaja el hebreo. La frecuentación paterna de la Escritura sólo aparece en los escritos de Etty Hillesum tardíamente, en Westerbork, y la joven nunca pone en relación su ape ldo personal a la Biblia y el de su padre. Sin embargo, el lector constata analogías: el padre «pasa los días con» la I Escritura, asociándola a otros grandes textos, como los de i Iomero; saca gran parte de su valor de la Biblia y la cita nudosam ente, según su hija. Si el padre de Etty Hillesum no realizó -de hecho, no sabemos nada al respecto- una lectura de la Escritura anterior a lo que se nos refiere aquí, práctica que habría podido preparar el encuentro de su hi ja con la Escritura en el marco de su psicoanálisis, al me nos la Escritura se ha convertido en un terreno de encuentm e incluso de reconciliación entre ambos. Efectivamen te, por encima de las tensiones, Etty Hillesum intentó acercarse a su padre, a causa de 1 Co 13,3, mientras los dos vivían aún su vida cotidiana normal; en Westerbork llegan a vivir una cierta complicidad, con el telón de fon do de la lectura de la Escritura que cada uno de ellos ha ce. Y el lector puede pensar en Mal 3,24: «Él reconciliará a los padres con los hijos, y a los hijos con los padres». La frecuentación de la Biblia por parte de Etty Hillesum se inscribe en una práctica más general de lectura reflexiva, realizada con criterios bien definidos a los que permaneció fiel a lo largo de los años de los que so mos testigos. Analizo aquí rápidamente esta cuestión, úni camente para situar la Escritura en su contexto hermenéuIico. Pero el acto de lectura en la obra de Etty Hillesum podría ser por sí mismo objeto de estudio. La joven lee pa ra vivir. Pide a una obra que le proporcione apoyo y for mación. Quiere que contribuya a la calidad de su vida in23
terior. Ahora bien, si leer, para ella, es vivir, inversamente, ¿vivir es también leer? Un escrito, por el hecho de serlo, sólo tiene valor a ojos de Etty Hillesum, ya desde Amsterdam, si es capaz de resistir «frente a lo extremo», por retom ar un título de Tzvetan Todorov4, lo que la experien cia del campo de Westerbork no hace sino confirmarle: «La mayor parte de los libros no valen nada, habría que reescribirlos». La joven elige a sus autores con cuidado. Preparan y acompañan muy particularmente su lectura de la Biblia Dostoievski y Rilke, aquí profanos en el sentido etimoló gico del térm ino5. El primero marca mucho a Etty Hille sum con su novela El idiota, que ella querría llevarse, si fuera posible, en caso de ser deportada, y que termina de leer a toda prisa. Dostoievski le sirve también de figura identificativa. Es para ella un hermano mayor: «Hay un hecho que quiero conservar para los momentos difíciles y tener siempre “al alcance de la m ano”: Dostoievski pasó cuatro años en presidio en Siberia con la Biblia como úni ca lectura. No se le dejaba nunca solo, y las condiciones higiénicas eran sumamente precarias». En cuanto a Rilke, es para Etty Hillesum «un profesor», «un maestro muy cercano» («uno de mis maestros», escribe la joven), «y un hermano», constata Pascal Dreyer6. No mbra al poeta o al guna de sus obras treinta veces -en el texto de que dispo nemos en fr an cés - entre el 24 de marzo de 1941 y el 18 de
4. 5.
Tzvedan T o d o r o v , Face à l ’extrême, Seuil, Paris 1994. «Profano: de pro, “delante”, y fanum, “templo”»: Oscar B l o c h y Walther v o n Wa r t b u r g , Dictionnaire étymologique de la langue française, Presses Universitaires de France, Paris 1975. Más exacta
agosto de 1943. Ha leído todos sus escritos, en especial su correspondencia. Lee reiteradamente Über Gott y suscri be: «Cada palabra me parece cargada de sentido: yo ha
bría podido escribir esas cartas y, de haberlas escrito, habría querido que fueran justamente así». Rilke «va» con ella a Westerbork: «Este mismo Libro de horas se ha deslizado bajo mi almohada con mi pequeña Biblia». En la hermenéutica de Etty Hillesum, Rilke parece haber de sempeñado -en lo que respecta a la Biblia- el papel que desempeña Elias con respecto al Mesías en la tradición ju día: el de Precursor7. ¿Qué representa en este contexto la Biblia para Etty Hillesum? Desde el principio es un terreno distinto del es tudio. Significativamente, el 8 de mayo de 1941, la joven escribe: «Contacto con el mundo interior y exterior, enri
quecimiento, desarrollo de la personalidad; el contacto en Leyde con los estudiantes, Wil, Aimé, Jan; el estudio; la Biblia, Jung y después S., una vez más y siempre S.». En esta primera aparición de la Escritura, un punto y coma la separa del estudio. Se trata, por tanto, de mu ndos distintos. De ahí, un mes después, la negativa a abordar la Biblia de manera «demasiado cerebral». Por el contrario, Etty Hi llesum asocia de inmediato, en el texto que acabamos de ver, la Escritura y el trabajo psicoanalítico, y lo hace me diante la yuxtap osición del nombre de Jung y la inicial S8.
Y el lector puede pensar aquí en Claude V ig Ée , cuyo precursor fue Milton: «Las citas del Paraíso perdido de John Milton me sirvieron de introducción al descubrimiento mucho más tardío de los midrashim (parábolas) del Talmud sobre la creación de Adán y Eva... Yo rehago a la inversa la reconquista de mi herencia hebrea perdida»: La manne et la rosée, Desclée de Brouwer, Paris 1986, p. 143. 8. Hay una especie de árbol genealógico: Jung, psicoanalista de Spier, psicoanalista de Etty Hillesum.
7.
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De hecho, la primera cita bíblica de la joven, «Ama a tu prójimo como a ti mismo», va acompañada de una inter pretación procedente de la herm enéutica psicoanalítica: orientación de la mirada hacia uno mismo; razonamiento muy flexible, hecho de retornos e inversiones, puesto que se trata de comprender el odio a partir de palabras sobre el amor; interrogación sobre lo que se oculta y se revela, así como sobre los mecanismos en acción en un comporta miento. Al hacer esto, si bien no hay «estudio» en el sen tido propio del término, la inteligencia no está excluida, sino que va y viene de la palabra bíblica al razonamiento, del razonamiento a la palabra bíblica, y nace el cuestionamiento. Pero se trata de la inteligencia a la vez cerebral, relacional y existencial, como dice un pasaje del Diario, «inteligencia del alma», según expresión de Spier; «cora zón pensante», según la propia Etty Hillesum; «corazón consciente», diría Bruno Bettelheim9. La joven pide a la Biblia un acompañamiento que sim bolice y concrete a la vez la presencia material del libro, siempre con ella: en su marco familiar de Amsterdam, en su mochila, en el campo de Westerbork bajo la almohada de su catre, y en el vagón de mercancías camino de Auschwitz. El contacto físico con el libro tiene importan cia: apertura de la Biblia en momentos determinantes (convocatoria por parte de la Gestapo el 25 de febrero de 1942, partida para Auschwitz el 7 de septiembre de 1943), mano posada sobre ella (nueve días después de la muerte* 2 1 9.
Bruno B e t t e l h e im , Le cœur conscient, Robert Laffont, Paris 1972, p. 12. Hay que interpretar «corazón» en el sentido bíblico del término,
de Spier, en un «momento difícil», el 24 de septiembre de 1942: «Mientras escribo, mi mano reposa 101sobre la pe queña Biblia abierta, me duelen la cabeza y el vientre, pe ro en el fond o de mi corazón sigue presente el sol de los días de verano»). Lo que la joven espera de la lectura en general, lo es pera afortiori de la Biblia. Acompañarla es, pues, alimen tarla. L a palabra es en el Diario alimento, y hasta en el humor es más que una mera metáfora: «Excelente pasto, p a ra un estómago en ayunas, algunos salmos que encuen tran en adelante eco en nuestra vida cotidiana». Una imagen así, en una persona que conoce la bulimia, manifiesta recuperación de la salud, tanto más cuanto que el término «pasto» remite a un equilibrio primigenio, casi an im al11, y la expresión «en ayunas» apunta a una libertad finalmente posible frente a la alimentación. Etty Hillesum , que co no ce el vértigo de la bebid a y del suicidio, h a encontrado una vitalidad instructiva y las ganas de vivir. Etty Hillesum espera, pues, de la Escritura palabras para poder vivir, y vivir en plenitud, ya sea en la vida cotidiana, en una cama de hospital, en la deportación o en la muerte. Y esta opción no es ingenua: «Debo [...] debatir me con las cosas, sin dejar de ser asaltada por la sensa ción de absurdo». El deseo de la joven concuerda con los textos joánicos, que, sin embargo, no cita nunca: «Yo he venido para que tengan vida y la tengan plena» (Jn 10,10)12; «Sí, el vivir se ha manifestado, y nosotros lo he -
10. El verbo es elocuente. 11. La connotación es totalmente distinta de la presente en la p. 45: «devorar los libros», donde se está siempre en plena bulimia, una bulimia intelectual. 12. Traducción de Jean G r o s je a n , L ’ironie christique, Gallimard, Paris 1991, p. 168.
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mos visto y damos testimonio, nosotros os anunciamos es te vivir por siempre» (1 Jn 1,2)13. Pues bien, esta expecta tiva es la condición sine qua non para entrar por la puerta estrecha de la Escritura. Etty Hillesum busca en la Biblia líneas de conducta. En este aspecto, se encuentra con lo que es la Torá en el sentido primigenio del término para los judíos. La joven utiliza la expresión «hilo conductor de mi vida» a propó sito de Gn 1,27: «Y Dios creó al hombre a su imagen»; y aplica conscientemente 1 Co 13,3 a los encuentros con el prójimo, quienquiera que sea, comenzando por su padre. Desea, dócil en el aprendizaje de esta gran lección », vivir sus días confiada en toda circunstancia, según Mt 6,33-34. Esta búsqueda de líneas de conducta deja al lector pensa tivo. Pedirle a la Biblia consuelo en un campo de concen tración..., sea; ¡pero pedirle un sentido moral más agu do...! Creo importante tener presente tal deseo y compren do, por tanto, que impresione a Tzvetan Todorov14. Al mis mo tiempo, no hay nada de extraño en ello: Etty Hillesum comprendió que es el único camino hacia la vida, como lo expresa Dt 30,19: «Escoge la vida», y como lo canta todo el Salmo 119(118). La joven pide finalmente a la Biblia que le dé medios para defenderse en la existencia. El amor es su ley, pero no quiere ser cómplice de su propia destrucción {«Para hu millar, hay que ser dos») y, sobre todo, quiere ser feliz. Ni verdugo ni víctima, busca la tercera vía, lo que el Génesis nos invita a hacer cuando nos dice que no descendemos simbólicamente ni de Caín (el verdugo) ni de Abel (la víc
tima), tima ), sino s ino de Set (Gn (G n 5)1 5 )155. Etty Hillesum Hil lesum se apoya, apoy a, por tanto, en textos bíblicos que le enseñan «la única actitud que permite afrontar la vida aquí», es decir, en la depor tación, como Mt 6,34 ó Le 14,26 y 18,29-30, citados así de memoria: «Hay unas palabras de la Escritura de las que sin cesar obtengo [el verbo expresa que pide] nuevas fuer fu erzz as . Las La s cito cit o de memo me moria ria:: Si me amáis, amá is, tend te ndré réis is que qu e dejar a vuestros padres. Ayer por la tarde, luchando una vez más po r no dejarme consumir de piedad po r mis p a dres dres,, una pie da d que me paralizaría totalmente totalmente si cediera a ella, las he traducido así [...]».
Ahora bien, pedido el viático, parece haberlo recibi d o 167.1 Etty Hillesum, que vivía en sí mucha belleza, siente un asombro constante ante la lectura del Primer Testa mento, percibido en todo el vigor de sus contrastes: «in genuo y sabio», «rudo», «austero», «duro» y «tierno». Sus «naturalezas «naturalezas [...] [...] poéticas» y su «carácter popular»
la atraen. Le gusta Isaías. Escribe varias veces que la Bi bli b liaa es un gran gr an libro: lib ro: «Vemos vivir naturalezas excepcio nales» en el Antiguo Testamento; «los salmos son verda deramen dera mente te magn ma gnífico íficos»'1 s»'1'', está la «gran lección de Mt 24». 24». Pues bien, con este contacto Etty Etty H illesum siente desarro llarse algo en ella: «En mí una gran dulzura y una gran aceptación»; «una secreta paz interior que supera todos
15. Josy E i s e n b e r g y Armand A b é c a s s is , Moi, le gardien de mon frère? frè re? À Bible ouverte III, Albin Michel, Paris 1980, p. 54: «El verdadero an tepasado del hombre no es ni el verdugo ni la víctima, sino un tercer hermano, Set, sustituto de Abel». Abel». 16. 16. «Supervivientes «Superv ivientes de los campos han confirmado que, hasta el final, Etty fue efectivamente una “personalidad desbordante”»: J.G. Ga a r l a n d t , «Préface à la édition originale néerlandaise d ’ Une vie bouleversée», en Une vie bouleversée, cit., p. VI. 17 17.. En francés y en castellano, castellano, la palabra elegida elegida por el traductor, traductor, «magní ficos», remite etimológicamente a grandes cosas.
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los esfuerzos de la razón». Esta dimensión es lo que ella necesita, porque tiene la sensación de deber encontrar en sí la la grandeza que le permitirá aguan tar el peso peso de un des tino ex cepc ce pcion ional1 al18. Al mism m ismo o tiem po que q ue se produ pro duce ce este desarrollo de su ser, ser, la joven encuentra encuen tra en la Escritura una fuerza siempre disponible, «contento» en Amsterdam y «consuelo» en Westerbork, capacidad de asentimiento, «una cierta cierta tranquilida tra nquilida d anímica» y, por tanto, «dulzura». Esto es especialmente claro cuando la joven debe afrontar la suerte de sus padres, inscritos en la lista de quienes han de partir para Polonia. Mientras en este contexto particu larment larm entee penoso peno so le dan varios va rios sínc sí ncop op es1 es 19, fenóm fen ómen eno o nuevo en sus escritos, resiste a pesar de todo, en contacto con Mt 10,37 10,37 ó Le 14,26. 14,26. Finalmente, Finalme nte, la Biblia le proporcio prop orciona na cla ves de lectura de su existencia -la masacre de los inocen tes («Los gemidos de los recién nacidos se expanden, lle nan hasta los más mínimos recovecos, hasta las más pe queñas grietas de este barracón cuya luz es fantasm fan tasm al: es casi insoportable. Un nombre nomb re sube a mis labios: HeroHerodes»), el «sacrificio» de Isaac, la Eucaristía (13 de octubre de 1942)- y la remite a sí misma, porque encuentra en la Escritura una imagen que le sirve de apoyo en su búsque da de identidad: los lirios del campo. ¿Encuentra ¿Enc uentra la joven jove n a Alguien en la Biblia? No lo dice explícitamente en los textos de que disponemos actual
18. «De algunos jóvenes de buena salud, podría decirse que la historia carga nuestros hombros con un destino excepcional y que debemos debemo s en contrar en en nosotros la grandeza que nos permita aguantar agua ntar el peso: to das las cosas en las que creemos creemos y que se pueden po ner ne r en práctica en la propia vida» (p. 265). 19. Etty H i l l e s u m , Une vie bouleversée. Journal 1941-1943; Lettres de
mente en francés. francés. Cuando la Escritura le hace estremecerse, menciona eventualmente a los autores, pero calla sobre Dios Padre: este libro «no apasiona únicamente po r lo que en él se dice, sino por quienes lo dicen». ¿Nombra a Jesús? Si su nombre aparece en los escritos de Etty Hillesum en fran cés2 cés 20, es sólo só lo porque po rque Spier Sp ier hab la de él («Cristo», «el Cristo»). Sin embargo, aunque la oración parece haber tenido en la vida de la joven un desarrollo propio, inde pend pe ndien iente te de la lect le ctur uraa de la B ibli ib lia, a, el lect le ctor or cons co nsta tata ta en el Dia D iari rio o y en las Cartas que Etty Hillesum suele ir de la Escritura a la oración. Significativamente a este respecto, misma», según orar es para ella, sobre todo, «entrar en m í misma», la fórm ula de Le L e 15,1721; dicho de otro modo, es una exe x pres pr esió ión n b íblic íb lic a la que qu e ha dado da do aquí aq uí cuer cu erpo po a la l a orac or ació ión. n. La lectura de la Biblia madura el asentimiento de la joven, que encuentra en e lla a la vez las las palabras para dec ir ese sí («Voy a prometerte una cosa, Dios mío, que es una insig nificancia: nificancia: me ab stendré de carga r sobre el día de hoy, hoy, co mo otros otros tantos pesos, las angustias que me inspira inspira el f u turo; pero ello exige un cierto entrenamiento. Por el mo mento, a cada día le basta su afán») y los gestos para ponerlo en práctica: después de haber citado Mt 6,34, Etty Hillesum añade: añade: «Cada día deposito mis numerosas pre o cupaciones terrenas a los pies de Dios». Finalmente, su lectura de Mt 10,37 y paralelos da a entender amor a
20. Paul Lebeau señala que la tabla tabla onomástica del conjunto de de los escritos de Etty H illesum (Klaas A.D. A.D. Sm e l i k [ed.], De nagelaten nage laten geschrifge schriften van Etty Hillesum, 1941-1943, Balans, Amsterdam 1986) comporta «nueve menciones de Cristo, una de las cuales es de “Jesús” (la mayor parte en citas)»: Paul L e b e a u , Etty Hillesum. Un itinéraire spiri spir i tuel, Racine Fidélité, Namur/Bruxelles 1998, p. 208 (trad. cast.: Etty Hillesum, un itinerari iti nerario o espiritual, Sal Terrae, Santander 2004). 21. Y también Is 46,8; 46,8; Ba 2,30. 2,30.
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Cristo; y cuando al final del Diario hace suyas las palabras de Getsemaní (Mt 26,29 y paralelos) y de la Eucaristía (Mt 26,26 y paralelos; 1 Co 11,24), se identifica y, de ese mo do, se une claramente a él. ¿Qué métodos de lectura adopta? Permanece a distan cia de los del judaismo rabínico, aunque sea nieta de un gran rabino22, conozca el hebreo23 y lleve el Talmud en su maleta para Westerbork: nada de gematria, nada de lectu ra alegórica o simbólica, nad a de juegos de palabras, nada de trabajo a partir de las tradiciones interpretativas esta blecidas. Etty Hillesum se mantiene también al margen de la lectura de la Escritura de la Iglesia en general. J.G. Gaarlandt habla al respecto de una fe «sin antecedentes»24. La joven aborda el solo texto a solas, a la altura del hom bre en cierto sentido, con profunda simpatía hacia el pro testantismo. No se permite una aproximación cualquiera, y su lectura conoce un periodo apofático, mencionado an teriormente, el tiempo de rectificar lo que le pide al libro, de madurar y de tener mayor paz interior. Como practica una lectura más bien nocional de la Escritura, aísla algu nas frases, pero sin transform ar la Biblia en una colección de citas, porque no deja de ser sensible a la coherencia del conjunto. El psicoanálisis la ha ejercitado en una escucha siempre nueva y en un trabajo de traducción, en el sentido figurado del término25, que ella aplica a los versículos bí
22. Su abuelo era «gran rabino de las tres provincias del norte»: J.G. G a a r l a n d t , «Préface» de la edición original neerlandesa de Une vie bouleversée», p. v. 23. Philippe N o b l e , op. cit., «Avant-propos», p. m. 24. «Préface» de la edición original neerlandesa de Une vie bouleversée», op. cit., p. iv.
blicos, a la manera de Spier interpretando la blasfemia contra el espíritu merced a una transposición de la expre sión en su vocabulario cotidiano. Después funciona por asociación de ideas que efectúan aproximaciones entre sus vivencias y el versículo bíblico y entre el versículo bíblico y sus vivencias. El versículo aparece entonces como asom brosam ente vivo, asom brosam ente contem poráneo, asom brosam ente pertinente. Para que trabaje en ella, Etty Hillesum lo copia {«Una vez más, anoto para uso propio Mateo 6,34: “No os preocupéis del mañana; el mañana se preo cupará de s í mismo. Cada día trae su afán”»), recuperan do así, sin ser consciente de ello, indudablemente, una función de la escritura manuscrita que es muy importante en la Biblia26. La jov en rara vez abre la Biblia al azar, a la manera de Agustín, tan importante para ella. Lo hace dos veces en los escritos de que disponemos en francés: cuan do es convocada por la Gestapo y cuando parte el tren pa ra Auschwitz; en mom entos determinantes, po r tanto. Me he preguntado por su «corpus» predilecto. ¿Cuál es?; ¿qué supone lo que lee en él? Un tercio de las alusio nes o citas bíblicas contabilizadas27 son del Primer Testa mento. Gn 1,27 {«Dios creó al hombre a su imagen») apa rece tres veces, al principio y al final, lo que apunta hacia la estabilidad de estas palabras en la vida de Etty Hillesum: «Estas palab ras que son el hilo conductor de mi vi da»; la joven nombra los Salmos tres veces y los cita una
Escritura [...] que yo he traducido también en estos términos». La pa labra es particularmente importante para ella, que por otra parte prac tica mucho la traducción (ruso). 26. Dt 17,18: «Cuando suba al trono real, deberá escribir para su uso una copia de esta ley» (traducción de la Biblia de Jerusalén). 27. Siempre en la edición francesa.
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vez: «El Señor es mi alta morada »2S; menciona a Isaías una vez; sus palabras sobre el sacrificio parecen una alu sión a Gn 22,i-182 29. Señalo el gran silencio de Etty 8 Hillesum a propósito del libro de Esther, pese a llevar ese nombre. Sin embargo, fuera o no consciente30, la jov en re pite un día las palabras de la reina: «Señor y Dios nuestro, [...] estoy sola y no tengo socorro sino en ti» (Est 4,17), cuando escribe: «Estoy sola con Dios. No hay nadie más que pueda ayudarme» (4 de octubre de 1943); ello va acompañado de la conciencia de tener «responsabilida des». Finalmente, ¿hay que percibir también el eco de la oración de Salom ón en 1 R 3,9 cuando Etty Hillesum pi de: «Señor, dame la sabiduría más que el saber»! Dos ter cios de las citas bíblicas del Diario y de las Cartas co rresponden al Segundo Testamento, que Etty Hillesum lee en continuidad con el Primero, dado que dice «el judío Pablo». Calla respecto del corpus joánic o (cabe pensar, sin embargo, que Juan existe para ella, englobado en la ex presión «los evangelistas») y de la Carta a los Hebreos. Su mundo p arece ser el evangelio de Mateo, el más jud aizan te de los cuatro evangelistas. Las citas neotestamentarias de Etty Hillesum pueden tener casi todas origen en él. ¿Es
28. El versículo, citado sin referencias, parece extraído de los Salmos. 29. Etty H il l e s u m , Une vie bouleversée. Journal 1941-1943; Lettres de Westerbork, cit, pp. 264-265. Hay además dos alusiones humorísticas al Génesis, una a Gn 1,2: «Si no he entendido mal, este luga r-ho y lu gar de sufrimiento judío- era hace cuatro años aún salvaje y desérti co, y el espíritu del ministerio de justicia planeaba sobre la latida» (p. 257), y la otra a Gn 11,7-9: «Nuestro campo no tiene más que una al tura y, sin embargo, sorprendo en él una multitud de acentos tan im presionante como si la torre de Babel hubiera sido elevada entre no
así? La joven no siempre indica 3a fuente, y algunos versí culos se encuentran también en los demás sinópticos. Nada es, pues, seguro. Pero es probable, porque esas citas son de Mateo, y M ateo es el único autor neotestamentario, junto con Pablo, al que la jove n nombra (en cuatro oca siones), el más presente en el texto en francés. Su sensibi lidad con relación al cielo la aproxima también a este evangelista. Así, Etty Hillesum cita Mt 6,34: «No os preo cupéis del mañana; el mañana se preocupará de sí mismo. Cada día trae su afán», total o parcialmente, seis veces a lo largo de sus escritos. Es la cita bíblica más frecu ente en los textos en francés. «Los lirios del campo» de Mt 6,28 (y Le 12,27) aparece tres veces, de manera reagrupada, el 22 y el 24 de septiembre de 1942, en el corazón de su con versión, al lado de las «aves del cielo» de Mt 6,26 (y Le 12,24). También en este contexto, Etty Hillesum copia ín tegramente Mt 6,33: «Buscad primero el reino de Dios y su justicia, y todo lo demás se os dará por añadidura». Si bien este conjunto de citas tiene como tema la confianza en la Providencia, otro conjunto gravita en tomo a la invi tación a amar al prójimo. 1 Co 13 es mencionado una vez y citado dos veces; presentes al principio, en el medio y al final de los escritos de Etty Hillesum, estas palabras sub yacen de alguna manera a ellos, junto con Lv 19,18, que figura también en Mt 5,43, «Ama a tu prójimo como a ti mismo», transcrito dos veces al principio del Diario, pri mera aparición de una cita bíblica adoptada como base, fundamento jamás puesto en cuestión. Encontramos en es te conjunto Mt 5,23-24: «Si, pues, al presentar tu ofrenda en el altar te acuerdas entonces de que tu hermano tiene algo contra ti, deja tu ofrenda allí, delante del altar, y ve te primero a reconciliarte con tu hermano; luego vuelves y presentas tu ofrenda», y en forma de alusión {«Somos 35
ju zgados en fu nció n de nuestros valores humanos últi mos»), Mt 7,2: «Porque con el juic io que juzg uéis seréis juzgados, y con la medida que midáis se os medirá»1''. Mt 10,37 (o Le 14,26) ayuda a Etty Hillesum a situarse fren te a sus padres. Finalmente, en palimpsesto de «Que se ha ga tu voluntad, no la mía», puede estar Mt 6,10; 26,42; 26,39 y paralelos; la alusión a la Eucaristía: «He partido mi cuerpo como pan y lo he repartido entre los hombres» puede referirse a M t 26,26 (o M e 14,22; Le 22,19; 1 Co 11,24). La muestra aquí presentada permite constatar que la joven se basa sobre todo en el Sermón de la Montaña, lugar de las bienaventuranzas -nunca nombradas, sin em barg o-, el nuevo monte Sinaí, lugar de la alianza. En esta reconstitución del corpus bíblico predilecto de Etty Hillesum, soy sensible a tres aspectos: la base sobre la que reposa, a mi parecer, la fe cristiana, a saber, la arti culación rigurosa del amor a uno mismo, el amor a Dios y el amor al prójimo; por lo tanto, la conjunción de Dt 6,5 y de Lv 19,18, la joven la encontraba constituida por entero en el evangelio de Mateo, que le gusta mucho leer: Mt 22,36-39 (y paralelos). Ahora bien, no la toma de ahí, al menos explícitamente. ¿Por qué? La reconstruye ella mis ma, yuxtaponiendo Lv 19,18 con Gn 1,27. De este modo, verbaliza un razonamiento implícito sobre el que podrían basarse las palabras de Cristo en M t 22,36-39 y paralelos. Encuentra sobre todo, conscientemente o no, el razona miento habitual, de alguna manera básico, sobre el que el judío fundam enta el respeto por el prójimo. La relación entre las dos últimas citas bíblicas del Diario en su estado actual32 y de las Cartas en francés:3 1
«He partido mi cuerpo como pan y lo he repartido entre Ios hombres», alusión a Mt 26,26, por una parte, y «El Señor es mi alta morada» (¿Sal 11 [10], 1?; ¿Sal 91[90],9?; Sal 94[93],22?), por otra, deja pensativo. El «azar »233 ha
sellado aquí un destino: se trata de la sala grande del piso superior que es donde tiene lugar la Última Cena (Me 14,15; Le 2 2,12)34, y la segunda cita ratifica, por tanto, de alguna manera la primera. Cuando Etty Hillesum se ha arriesgado valerosamente a «tomar en serio mi propia se riedad», según su proyecto del 20 de junio de 1942, se ha identificado con Cristo en su pasión (alusión púdica al monte de los olivos mediante el rodeo de un a oración pró xima a ésta que figura en Mt 26,39 ó 42 y paralelos: Me 14,36; Le 22,42; palabras eucarísticas comentadas), con toda la distancia y la proximidad que traduce su hermoso «¿ Y po r qué no?». El «azar» de la Escritura abierta la vís pera de su propia pasión parece rubricar aquí: «El Señor es mi alta morada».
La última cita bíblica de Etty Hillesum que conocemos por la publicación de sus Cartas en francés, cita relativa a la alta morada, apunta a una dimensión eucarística y nup 32. Existe una continuación del Diario, hoy perdida: un pasaje de las Cartas lo atestigua: Etty H il l e s u m , Une vie bouleversée. Journal 1941-1943; Lettres de Westerbork, cit., p. 316. 33. «Christine, abro la Biblia al azar y encuentro esto»; Etty H il l e s u m ,
Une vie bouleversée. Journal 1941-1943; Lettres de Westerbork, cit., p. 344. 34. Y el lector puede pensar en otra alusión a esa sala del piso superior, es ta vez en la obra de Simone Weil, otra joven que no sabe arrodillarse pero aprende: «Me hizo salir y subir a una buhardilla desde donde, por la abierta ventana, se veía toda la ciudad, unos andamiajes de madera y el río donde descargaban unos barcos. Me hizo sentarme»: La connaissance surnaturelle, Gallimard, París 1950, pp. 9-10 (trad. cast.: El conocimiento sobrenatural, Trotta, Madrid 2003). Recordemos las fe chas: Simone Weil (1909-1943); Etty Hillesum (1914-1943).
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cial en la existencia de una mujer que se identifica con los lirios del campo, tan presentes en el Cantar de los Canta res, figura de la amada (Ct 2,1). Pero en los Salmos, la al ta morada es también el cielo: «Riegas los montes desde tu alta morada» (Sal 104 [103], 13)35. Por lo tanto, la últi ma cita, «El Señor es mi alta morada», tiene una especial resonancia, a posteriori, en la vida de Etty Hillesum, muerta en Auschwitz. Lo mismo ocurre con otros dos pasajes que a la joven le gustan particularmente: 1 Co 13,3 y Mt 6,28. Etty Hillesum cita dos veces 1 Co 13,3; y al hacerlo seleccio na, entre tres versículos casi equivalentes, uno de ellos. Pues bien, elegir es aquí en cierto modo definirse. Cita en cada ocasión el texto parcialmente. En principio, escribe justam ente el final del versículo: «De qué me sirven todas las cosas si no tengo amor?». Después escribe: «Yaunque entregara todos mis bienes a los pobres..., si no tengo amor, no me serviría de nada», es decir, el principio y el final del versículo. ¿Qué dice la Primera Carta a los Co rintios en el centro de este versículo, donde Etty Hillesum pone puntos suspensivos? Literalmente, dice: «aunque en tregue mi cuerpo a las llam as»36. Pues bien, la única vez que la joven dice explícitamente -no de manera alusivaqué personaje u objeto de la Biblia querría ser, nombra «los lirios del campo» de Mt 6,28 y Le 12,27. En princi pio, es una comparación introducida en nuestra traducción por un «como»: «Querría vivir como los lirios del cam po». Después la conjunción desaparece, lo que establece y manifiesta una identificación: «¡Cuántos bienes poseo
35. Traducción de la Biblia de Jerusalén. 36. Traducción Ecuménica de la Biblia, nota e
aún [Etty Hillesum acaba de hacer la lista de los objetos que meterá en su saco de deportación], Dios mío!, ¡y que rría ser un lirio del campo...!». Nada está petrificado en esta identificación. Está presente todo el juego37que intro ducen el estilo impersonal y el verbo «ser», la fórmula admirativa-interrogativa sin respuesta y el tono humorístico. Esa sonrisa respecto de sí misma, que no excluye lo serio, sino que contribuye a ello, acompañaba ya la identifica ción con Cristo analizada anteriormente. ¿Qué les sucede a los lirios del campo en los evangelios? Todos tenemos en la mem oria su esplendor, su perior al de Salomón (M t 6,29; Le 12,27); pero ¿qué sucede con ellos? Mt 6,30 dice que la hierba del campo, de la que los lirios forman parte, «hoy es y mañana se echa al hom o» 38; Le 12,28 dice lo mism o. Deja pensativo. ¿Qué sabía Etty Hillesum de la suerte que le esperaba en Polonia?; ¿qué sabía conscientemente?; ¿qué sabía inconscientemente?
* * *
Asombroso acompañamiento bíblico. Etty Hillesum en cuentra su destino en la Escritura, la Escritura parece pre pararla para lo que le espera. La jove n aparentemente se ha encontrado en la Biblia. Ha entrado físicamente en la Escritura, que la ha acogido en sí.
37. En el sentido técnico del término. Si hay sentido Indico, no es el de «diversión», «artificio» ni «coquetería literaria», sino el sentido bíbli co del término, cuando la Sabiduría juega ante Dios (Pr 8,30-31). 38. Traducción Ecuménica de la Biblia, nota m.
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Con fuerza y pudor, Etty Hillesum da testimonio de una historia que es propia, única. Sin embargo, su vivencia coincide con la de todos los enamorados de la Biblia: un día el libro se abre para ellos. Del testimonio aquí analizado, lo más importante de recordar es el papel de los poetas como precursores y lo que la joven pide a la Escritura: medios para defenderse, luchar, vivir.
2
«La extraña historia [...] de la chica que aprendió a orar»
«Qué extraña historia [...] la de la chica que no sabía arrodillarse. O -variante- la de la chica que aprendió a orar» (10 de octubre de 1942). Esto es lo que atrae mi atención: el paso de una igno rancia que se asemejaba al rechazo, al asentimiento, y ello sin renegar, sin eludir nada, ni en lo cotidiano ni «frente a lo extremo». Me ha interesado el proceso, y más aún, justamente a causa del proceso, el objetivo alcanzado: la oración. No trato aquí del conten ido1, sino de la práctica tal como Etty Hillesum nos permite entreverla. Quiero dis tanciarme en aras de una semiología de la oración, por así decirlo. Querría aprender. Y espero evitar caer en el «voyeurismo». Mis cuestiones tienen que ver con la génesis de la ora ción en la vida de la joven, las modalidades de la m isma y su significado para ella.
1.
Ya lo ha hecho Pascal D r e y e r , Etty Hillesum. Une voix bouleversan te, cit, pp. 107-151.
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La oración en el Diario de Etty Hillesum es, de entra da, un apostrofe difícil de distinguir de una mera m anera de hablar: «Dios mío, asísteme, dame fuerza s» (19 de marzo de 1941). Después se convierte en un proyecto; sin embar go, no en un «Voy a hacerlo», sino en un «Creo que voy a hacerlo» (domingo, 8 de jun io de 1941). La joven se arro dilla por primera vez a finales de noviembre o primeros de diciembre de 1941, y siguen otras ocasiones en que tam bién se arrodil ia, que son otros tantos ejercicios preparato rios del gran acto de arrodillarse que aún está por llegar. A finales de 1941 se desarrolla por primera vez en el Diario una gran oración. Etty Hillesum escribe las pala bras que la constituyen en discípula en seguimiento del Viviente, al que reconoce como poseedor de la iniciativa: «Dios mío, llevadme de la mano, os seguiré decididamenL te, sin apenas resistencia». Curiosamente, trata de «vos» a Dios, al que antes y después de esta fecha tutea. Después de esta oración y del gran acto de arrodillarse, de finales de diciembre de 1941, en el que este gesto adopta «su fo r ma» definitiva, recurrente en los arrodillamientos ulterio res, la autora puede decir con exactitud el 31 de diciembre de 1941: «Esto no es más que el principio [...]. Pero los primeros balbuceos han pasado, los fundam ento s han si do establecidos». Han transcurrido siete meses desde la primera mención de un proyecto de oración. Después nace la idea de oración perpetua, aún del ordentle lo condicional en aquel momento -«Me da la sen sación de que va a llegar el momento en que permaneceré día y noche arrodillada» (18 de mayo de 1942)-, hacién dose progresivamente realidad en un trabajo consciente: «Todo mi ser está metamorfoseándose en una gran oración
curso a un nuevo gesto de oración, posible inpluso cuando está acostada: el gesto de las manos unidas, mencionado por prim era vez el 1 de julio de 1942. De hecho, el Diario se transforma enseguida (desde el 12 de julio de 1942) en un libro de oración en el que el diálogo con Dios va susti tuyendo poco a poco al diálogo consigo misma. Llega finalmente la hora en que la joven se identifica con Cristo en su oración -prim eros de octubre de 194 2- y en el gesto eucarístico -el 13 de octubre de 1942. ¿Hasta dónde llegó la inmersión en la oración de Etty Hiílesum? No lo sabemos, por dos razones: por una parte, se traía de un secreto personal; por otra, el Diario que es cribió a partir del 12 de octubre de 1942 ha desaparecido. En la vida de Etty Hiílesum, la oración, al igual que la Escritura, aparece como «herencia» de Spier. La transmi sión se hace por mimetismo, a través de preguntas2y por que, al orar, Etty Hiílesum se sentía bajo la bendición de Spier: «Y esas dos manos me acompañan, con sus dedos expresivos que son como vigorosas ramas jóvenes. A me nudo esas manos se extenderán sobre m í en la oración en un gesto protector, y ya no m e a bandonarán hasta el f i nal». Si bien no es seguro, aunque sí posible, que el psi coanalista haya puesto a la joven en relación con la obra de san Agustín, tan importante en la génesis de su oración (modelo, por las Confesiones, de muchas páginas de su
2.
Etty H il l e s u m , Une vie bouleversée. Journal 1941-1943; Lettres de Westerbork, cit., pp. 92 y 181. Spie r respondía a veces lacónicamente, confundiendo quizá su propio embarazo con el de la joven cuando le decía: «No te lo diré. Ahora no, es demasiado pronto. Más adelante» (p. 92). Decir a quien está aprendiendo: «No es el momento de la res puesta», cuando hace una pregunta, es olvidar la dimensión profètica de toda enseñanza. Cristo procede de manera distinta (por ejemplo, en Mt 13,36-37 y 51).
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pro p rop p io Dia D iari rio o ), sí sabemos que está en el origen de sus ejercicios respiratorios y de su gimnasia habituales, con los que su oración está en relación; ella lo dice explícita mente: «Sí, ¿por qué no?: media hora, de paz interior. Se agitan bien los brazos brazos,, las pierna pie rna s y otros músculos p o r la mañana en el cuarto de baño; pero no basta con eso. El hombre es cuerpo y espíritu. Media hora de gimnasia y media hora de \ “m edita ción ” pueden pue den proporciona pro porcionarr una buena base de concentración para todo el día». El ejerci cio físico da aquí la idea de la oración, sirve de modelo y norma para la misma (mismo lugar, mismo horario, mis mo ritmo, misma duración: «media hora», repetida en cuatro ocasiones en la p. 35, una vez para la gimnasia y tres para la oración), siendo durante mucho tiempo inse par p arab able les. s. Los Lo s anti an tigu guos os habl ha blab aban an de asces asc esis, is, pala pa lab b ra que qu e en su origen designaba las dos realidades del ejercicio físico y la oración, aquí unidas, puesto que askeo, etimológica mente, es negarse a claudicar, tomar las riendas de la pro pia p ia p erso er son n a físic fís ica, a, p síq sí q u ica ic a y espi es piri ritu tual alm m ente en te,, con co n vist vi stas as a la conquista de la alegría, según lo que Etty Hillesum pre sentía desde antes de su conversión: «Esta mañana he te nido que co nqu istar esta alegría interior sobre un un corazón inquieto y palpitante. Pero después de haberme lavado con agua helada de la cabeza a los pies, me he tendido so so bre las baldosas del cuarto de baño el tiempo suficiente pa p a ra recu re cupe pera rarr una un a calm ca lma a pe p e rfec rf ecta ta.. A h o ra y a esto es toyy “d is pu p u e sta st a a l c o m b a te ”, y este es te com co m bate ba te no deja de ja de llen ll enar arm me de una cierta excitación deportiva». Además de la lectura de san Agustín y la práctica de la gimnasia, una tercera ex per p erie ien n cia ci a que qu e e stá st á en el orig or igen en d e la orac or ació ión n en la v ida id a de la joven me parece también ligada a las indicaciones de
da el 21 21 de marzo de 1941 1941,, y que se reproduce reprodu ce por dos ve ces más un poco más adelante, expresada de otra forma, el 4 de septiembre de 1941 {«¡Socorro, soy desdichada! Esta Es tallo llo [...]. Pues Pu es bien, me he sent se ntad ado o en el suelo su elo en el rincón más escondido de mi habitáculo, encajada entre las dos paredes, con la cabeza inclinada hacia el suelo. Me M e he qued qu edad ado o así. Comp Co mplet letam amen ente te inmóvil, inm óvil, centrada centr ada,, po p o r a s í decir de cirlo, lo, en m i ombli om bligo, go, espe es pera rand ndo o reco re cogid gidam amen ente te que nuevas fue rza s quieran quieran aflorar en mí») y el 5 de sep tiembre de 1941 {«Pero he encontrado el remedio. No ten go más que acurrucarme en el suelo, en un rincón, y así acurrucada escuchar dentro de mí»). La oración de Etty Hillesum se construye, por tanto, con un aprendizaje. Eje hecho, antes incluso de haberla prac pr actic ticad ado, o, la auto au tora ra duda du daba ba de que qu e fue f uera ra una un a dis d iscip ciplin lina, a, y esta ausencia de ingenuidad por su parte me parece a mí resultado de su experiencia psicoanalítica. Una vez inicia da en la oración, volviendo sobre el camino recorrido, la jov jo v en c onfir on firm m aba ab a lo dicho. dic ho. Sus Su s expre ex presio sione ness pre p rese sent ntan ando do la oración com o fruto de un trabajo sobre sí mism a no faltan, faltan, pues pu es,, en sus escri es critos tos,, encu en cuad adra rand ndo o esta es ta vivenci vive ncia: a: «Esto se obtiene mediante un trabajo interior sobre uno mismo»; «ponerme al trabajo»; «esforzarse»; «al término de una evolución larga y penosa, proseguida día tras día»; «no es sencillo. Se aprende». De ello resulta «un saber» del or den de la sabiduría. Los frutos de la oración, por su parte, son del orden (leí regalo, por ejemplo: «Saboreo el des canso que me proporciona la oración». El trabajo sobre sí estructura el desarrollo de la ora ción, que Etty Hillesum ha reflexionado cuidadosamente. Se da un tiempo: media hora. Ahora bien, esa media hora, como mínimo, habrá que tenerla cueste lo que cueste. Se trata de aguantar -sin nada en las manos, lo veremos más 45
adelante-, aunque haya que resistir «el tiempo suficiente pa p a r a recu re cupe pera rarr e l auto au toco con n tro tr o l e im p o n e r calm ca lma a a las ten te n dencias histéricas», histéricas», el tiempo para que «este abatimiento, esta “peq ueñ a muerte ” se distancien de m í y me dejen»; «hasta que la sangre reemprenda su curso regular en mis venas»; venas»; «hasta «hasta sentir sen tir finalm fina lmente ente en torno a m í la la pan talla pro pr o tec te c tora to ra de p a red re d e s» invisibles; «persistir hasta sentir aclararse el cielo sobre uno, ni más ni menos». Etty Hillesum co incide aq uí intuitiva intuitivamente mente con la enseñanza de los Padres de la Iglesia, como san Antonio, por ejemplo, par p araa quie qu ien n se trat tr ataa de m ante an ten n erse er se en la celd ce ldaa a c u alqu al quie ierr pre p reci cio o 3. Se da tam ta m b ién ié n en la jo v e n la tran tr ansp spos osic ició ión n de su vivencia en psicoanálisis, donde se resiste el tiempo de la sesión. Esta media hora es un momento de calma, más aún, de inmovilidad {«paz personal», «inmóvil»; este último tér mino figura también en la evocación evocación de la experiencia pro fana de acuclillarse que se encuentra en el origen de la ora ora ción: «totalmente inmóvil»). Esta inmovilidad, hecha de escucha de sí y de Dios en el fondo de sí misma, no deja de recordar la mística de Silesius y su recomendación de still bleiben en E l pere pe reg g rin ri n o q uerú ue rúb b ico ic o 4.
3.
At a n a s i o , Vie et conduite de notre saint père Antoine I, 8: «Retirado a
4.
una tumba, sufrió heroicamente las crueles sevicias de los demonios», y II, 18: «Perseverar «P erseverar hasta el final»: final»: en Adalbert Adalbe rt H a m m a n , Vie des Pères du désert, Grasset, Paris 1961, pp. 30 y 38. Still significa a la vez «permanecer en silencio» y «permanecer inmó vil». Angelus S i l e s iu i u s dice: «Ser activo es bueno; orar, mucho mejor. Mejor Mejo r aún permanece perm anecerr en en presencia presenc ia de Dios mudo e inmóvil» (II, 19) y «Cuando piensas en Dios, lo oyes en ti: si callas y mantienes el si
La jove n se fija un mom ento para esa media hora, y de ese modo se da un ritmo: todas las mañan as (a ella le gus ta la mañana, mientras que Spier opta por la noche), pre ferentemente temprano, al alba, antes de las actividades cotidianas: recoger el desayuno, preparar la lección de Levi, maquillarse... Esto da preeminencia a la oración. Análogamente, en caso de ser convocada para ser deporta da, la oración será lo primero. Antes de acudir junto a los despojos mortales de Spier, Etty Hillesum se recoge. La oración se convierte en rito iniciático. La media hora de oración cotidiana, asociada a la me dia hora de gimnasia, la concibe como «una buena base de concentración par a todo el día». De hecho, tiene la sensa ción de sacar en ese momento «fuerzas para el día ente ro». Esta concepción de la oración desembocó con abso luta naturalidad en la oración constante. En efecto, si la media hora llega a surtir efecto el día entero, tarde o tem prano el día entero portará la oración -p ro longa ción que parece ha ber tenido lu gar-, tanto más cuanto que el hecho de fijar un tiempo de oración por la m añana no excluye la oración en otros momentos, a primera hora de la tarde, al atardecer -en Westerbork, la oración «cada atardecer» constituye incluso otro polo de la jom ada , m antenido con vigilancia como una barrera contra las preocupaciones co tidianas- y, sobre todp, por la noche. Y el lector puede pensar en el Salmo 63) (62), 2.7: «Dios, tú mi Dios, yo te busco desde el alba [...]. Si acostado me vienes a la men te, quedo en vela meditando en ti». El esfuerzo de rigor («obligarse») no impide lo inesperado; pero Etty Hillesum no se fía sólo de ello, que está ahí por añadidura y carac teriza sobre todo los gestos de arrodillarse posteriores a di ciembre de 1941 y de manos juntas: «con total esponta neidad»; «impulso repentino»; «de repente»; «a veces en 47
el momento más inesperado»; «súbitamente»; «estaba yo poniendo la mesa del desayuno»... Etty Hillesum sistematiza menos el lugar, aunque se es bozan algunas constantes. La idea predominante es la de «rincón»5 lo más silencioso posible; «protegido»; «lo más apartado y apacible posible»; «tranquilo». Una imagen es tá particularmente presente en la mente de la joven, la del monje (por ejemplo: «Con bastante frecuencia, aspiro a vi vir en una celda de monje, con un concentrado de sabidu ría secular en unas estanterías que recorran el largo de las paredes y una ventana que dé sobre unos campos de tri go»), que constituye, no un ideal que alcanzar -significati vamente, puesta en relación concreta con él, no lo hace rea lidad y se contenta con observarlo de manera totalmente exterior-, sino un modelo, una referencia que trasplantar a su vida cotidiana, que es totalmente distinta, dado que la inventiva es un aspecto más del trabajo de la vida espiri tual: «Es aquí y ahora, en este lugar, en este mundo, don de debo encontrar la claridad, la paz y el equilibrio». De esta imagen, que sólo le resulta expresiva en mas culino, al parecer, se queda con el trabajo sobre sí, el es tudio, la oración y, en cuanto a las modalidades de la mis ma, tres aspectos que se encontrarán en su propia práctica: la elevación de las paredes, el frío de las piedras y de la sombra y el tejido rugoso. En su vivencia, la celda suele ser, muy pragmáticamente, el pequeño cuarto de baño, lu gar donde su retiro puede pasar totalmente inadvertido con tanta frecuencia y por tanto tiempo como desee, hasta el punto de que hace de él el anexo de su despacho: en él lee
y en él escribe su diario. La elección de este lugar se ex plica igualmente por el hecho de que la oración de Etty Hillesum es muy «física». Pues bien, el cuarto de baño es el lugar de intimidad corporal por excelencia, con todo el bienestar de los cuidados perfumados, vividos con reco nocimiento, y de sus ejercicios gimnásticos. Más aún, se da el caso de que la joven ora «casi desnuda»6. Ningún pa saje de sus escritos en francés dice po r qué. Puede que te n ga que ver con la espontaneidad o que guarde relación con la gimnasia -gymnos en griego es «desnudo»-, como en la antigua Grecia. El lector de Etty Hillesum pone igu almen te aquí, en relación con su exigencia de un cara a cara sin escapatoria, su deseo de autenticidad, su amor por la sen cillez y lo esencial -estar «atada a la vida en su desnu dez»-, su voluntad de confiar -«Estoy en un camino inte rior propio, cada vez más simple, cada vez más desp oja do, pero, no obstante, pavimentad o de benevolencia y con lianza»-, su orgullo también y su felicidad por ser ella misma, felicidad conquistada a base de lucha) La celda de Etty Hillesum puede igualmente ser su ha bitación, co mo en Isaías 26,20 y Mateo 6,6, que la jo ven gustaba frecuentar. El lugar de retiro se interioriza, sin em bargo, muy pronto, y la celda se convierte entonces, po r comparación, en imagen de una oración en el mundo a la vez que totalmente interior, que nadie puede percibir aun que se desarrolle en su presencia: «Elevo la oración en
6.
Etty Hil l e s u m , Une vie bouleversée. Journal 1941-1943; Lettres de Westerbork, cit., p. 184. Como complemento de esta temática de la desnudez: «Deberías encerrarte desnuda en una celda y permanecer a solas contigo misma el tiempo suficiente para recobrar el autocontrol e imponer calma a tus tendencias histéricas» (p. 130). «A las siete y media me he lavado, enteramente desnuda, y he hecho un poco de gim nasia» (p. 154).
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torno a m í como un muro prote cto r [...], me retiro a la oración como a la celda de un convento». El santuario es, pues, «un rincón de mi ser», «un rincón de mi silencio», «un rincón de esa gran sala de silencio que hay en mí», «un espacio interior de silencio», «mi silencio interior», el «fondo de mi paz interior», la «capa más profunda y más rica en mí», «en mí misma». Esto permite que llegue la oración peipetua. Como Etty Hillesum comprendió que su lugar ho era un monasterio, sino el mundo, el lugar de la oración, aunque sea una celda, está decididamente «en medio»: «en medio de la habitación», «en medio de todas estas pe rso nas». Distintas expresiones hablan de la inmersión en lo cotidiano: arrodillarse en el cuarto de baño «un poco re vuelto»; «entre las sillas metálicas»; «entre la cama des hecha de Han y su máquina de escribir»; «al pie de mi ca ma»; orar en la cama; «en la ventana»; «al atravesar [...] esos pasillos abarrotados»; en bicicleta; andando por la calle; en el campo, «con los pies bien puestos sobre tu tie rra» (el tuteo se dirige a Dios), «en plena conversación con un amigo». La autora explica al respecto: «¿ No es ver dad que se pu ede orar en cualquier parte, en un barracón de madera al igual que en un monasterio de piedra y, más en general, en cualqu ier lugar de la tierra donde le p la z ca a Dios, en esta turbada época, arrojar a sus criatu ras?». En el caso de Etty Hillesum, al hacerlo su retiro continúa, pero éste tiene lugar en el mundo, según un paradójico razonamiento que contempla todas las posibilidades, como, por ejemplo, en este pasaje: «Voy a mantener me el día entero en un rincón de esta gran sala de silen cio que hay en mí». Esta concepción de la oración prepa-
era consciente de ello y se aplicó a apren der la facultad de concentración que ello requiere. El colmo de la paradoja ■retiro y al mismo tiempo en compañía» es que precisamente el retiro permitía la compañía. Fue, pues, un retiro para estar en compañía, que coincide igualmente con el ideal monástico. En cuanto al frío de la abadía, lo encontramos en esos momentos de oración en que Etty Hillesum busca el contacto con el enlosado o se levanta en plena noche en invierno. Asocia hasta tal punto el frío y la paz que se lava de la cabeza a los pies con agua helada en las horas difíciles; es probable que conociera el uso terapéutico de las duchas frías en las crisis nerviosas (cabe deducirlo, creo yo, de su alusión a las tendencias histéricas). Hay coherencia con su deseo de «mantener la cabeza fría» en su conducta y de «expeler todo lo patético, toda la hipérbole» en su expresión. Finalmente, frío y bienestar van a la par en su imaginación (a pesar de algunas reticencias, ciertamente), mientras que, desde Amsterdam, la prueba es para ella luego. Con mucha frecuencia, cuando vive aún en la casa de Han, la joven ora sobre la alfombrilla del cuarto de baño. Ello es muy importante en los comienzos; delimita, ciertamente, un espacio de oración. Pero esto Etty Hillesum no lo dice. Menciona, por el contrario, la sensación táctil: es «áspero», «rugoso» (pero también la «ligera alfombri lla de esparto»), y debe, pues, sin duda ser puesta en relación con «el basto sayal de los monjes»1.7
7.
Etty H il l e s u m , Une vie bouleversée. Journal 1941-1943; Lettres de Westerbork, cit , p. 101. Pienso también aquí en la túnica de Juan Bautista, el asceta del desierto.
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Dureza de la piedra, frío, tosquedad del tejido...: todo manifiesta claramente que para Etty Hillesum la vida es piritual no es comodidad, sino un ejercicio vigoroso, «enérgico», incluso viril, puesto que no menciona el mo nacato más que en masculino. Nunca ora en un santuario ni se une a una asamblea de creyentes. Está siempre sola, y su oración tiene carácter privado. Sin embargo, entra siempre en el espacio de la oración como en un santuario, incluso cuando ese espacio es totalmente interior. Su respeto se traduce en la «deman da de hospitalidad» en ese lugar. Dice ser consciente de arrodillarse «ante» Alguien, «Dios»; y cuando habla de él, se arrodilla. Excepto cuando lee los Salmos, no parece utilizar apo yo alguno en su oración. Su pensamiento va, ciertamente, de la Biblia a la oración (por ejemplo, p. 302, Mt 6,34 en gendra oración8), pero la jov en no va a la oración con la Escritura en la mano, ni con un libro de oración, ni con una imagen. Ninguna liturgia tampoco. La autora va a la oración sin nada, como se va a una sesión de psicoanáli sis. Su concepción de la oración, estudiada más adelante, dará la clave de este comportamiento. Tiene el mérito de evitar la huida de la oración a la lectura o la contempla ción; al decir esto, no niego que la lectura y la contempla ción puedan ser oración; digo, simplemente, que pueden también servir de escapatoria. «Sentir») en la oración es muy importante para Etty -t Hillesum. De ahí la gimnasia, la ascesis, el contacto con el I frío, lo duro, lo rudo. La breve historia anterior respecto de la evolución de su oración hacía ver los gestos que estruc-
Im arón
la vida espiritual de la joven: el arrodillarse, el junlar las manos y, en cierta manera, la Eucaristía. Para Etty I lillesum la oración es física, aunque, lóg icamente, no tie ne únicamente esta dimen sión. P or eso la jove n suele me n cionar la postura que adopta al orar. Lo cual no carece de interés, porque el cuerpo habla. C omo observa ella misma, de la actitud física puede deducirse la concepción de la oración. Los textos de que disponemos actualmente en francés mencionan cuatro actitudes distintas. Tienen en común el Ilecho de ser practicables en cualqu ier lugar, de lo que Etty I lillesum es consciente y se alegra, porque esos gestos d e sempeñan para ella la función de viático. U na de esas cua tro actitudes, adoptada sólo psíquicamente en el texto de que disponem os, está en relación con las tradiciones orien- f tales: «Permanezco inmóvil, un po co fatiga da, en un rin cón de mi silencio, sentada a la oriental como un Buda y con la mism a sonrisa, una sonrisa interior, se entiende». . I a s otras tres actitudes se inscriben en las tradiciones crislianas, católica sobre todo. Una consiste en orar mirando al cielo. En Amsterdam, la joven ora a veces junto a la ventana. Su sensibilidad con respecto al cielo va crecien do en sus cuadernos, quizá en relación con su asidua fre cuentación del evangelio de Mateo9. Escribe a Dios en su / Diario, hoy desaparecido, de Westerbork: «Me pongo en un rincón del campo [de nuevo la costumbre del rincón mencionada anteriormente],' con los pies bien puestos so bre tu tierra y los ojos alzados a tu cielo». ¿No decía ella en el pasado: «Hay personas, supongo, que oran con los ojos alzados al cielo. Son las que buscan a Dios fu er a de
9.
Véase, más adelante, el capítulo sobre el cielo.
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ellas»! Los otros dos gestos de Etty Hillesum, más osten sibles, pero vividos por pudor en secreto, son los de arro dillarse y juntar las manos, cosas a veces hace al mismo tiempo. Son actitudes heredadas (de Spier), aprendidas con dificultad, estimadas {«preciosas»), queridas, muy ín timas. Con el gesto de arrodillarse, nos encontramos en el Santo de los Santos de la oración de Etty Hillesum, inclu so en el Santo de los Santos de la propia Etty Hillesum: «Es mi gesto más íntimo, más íntimo aún que los que ten go en la intimidad con un hombre». Está entonces «en corvada hacia el suelo», «totalmente replegada sobre mí misma, con la cabeza contra el suelo», «el rostro en las manos». De otras personas -decía también ella- «que in clinan la cabeza y la ocultan en sus manos, pienso que buscan a Dios en sí mismas». A partir del 20 de julio de 1942, habla de lágrimas en su oración, cuando está arrodi llada y tiene las manos juntas, cuando ora mirando al cie lo o acostada en su camastro: «emoción», «amor», «pie dad», «dulzura», «gratitud», «fuerza». En cuanto a la ma nera de arrodillarse, Sylvie Germain la caracteriza así en su obra Les échos du silence: «no por debilidad, sino por í- grandeza, por pura gracia y en esplend or»10. Etty Hillesum vive una felicidad auténtica al evaluar el camino recorrido para llegar allí: «Qué extraña historia, sin embargo, la mía, la de la chica que no sabía arrodi llarse. O —variante- la de la chica que aprendió a orar». Efectivamente, el significado de este gesto en su vida se comprende mejor si se percibe su contexto. Al principio, Etty Hillesum no puede arrodillarse, no por ser judía, sino
10. Sylvie G e r m a i n , Les échos du silence, Desclée de Brouwer, Paris
por ser una joven liberada y de su tiempo: lo esencial está .ni duda ahí. ¿Qué parte corresponde al judaismo en sus reticencias? Contribuye a ellas y, sin embargo, la prepara para esta actitud «en esplendor», por retom ar la expresión, que me parece particularmente apropiada, de Sylvie Germain. En efecto, el arrodillarse con las manos juntas así descrito: «Siempre me quedarán dos manos que juntar y una rodilla que flexiona r», es decir, el homenaje de vasa llaje, es ajeno a la religión de los padres de Etty Hillesum: «Es un gesto que nosotros, los judíos, no nos hem os trans mitido de generación en generación». De manera general,
en su mundo judío no se arrodillan. ¿Orgullo del pueblo testarudo» (Ba 2,30), que nunca se pliega ante su Dios y que incluso pelea con él cuerpo a cuerpo (Gn 32,22-33)? Ihiede ser. Se da el caso, sin embargo, de que el judío se arrodilla -sin juntar las manos, es verdad- y se prosterna sobre la fría piedra, además. Esto no lo ignoraba, sin du da, la nieta del gran rabino de las tres provincias del norte de Holanda. Es tan raro, y en unas circunstancias tan gra ves -se trata del Yom Kipurj-, que uno no puede, por otra parte, arrodillarse a la ligera; en esto el judaismo ha pre parado muy particularmente a Etty Hillesum para arrodi llarse. Puesto que, según la joven, únicamente los poetas saben hablar de ese gesto, escuchemos a Claude Vigée al respecto: el día del Gran Perdón, «alrededor del mediodía, revivimos en cada lugar de culto judío, tanto en Israel co mo en la diáspora, momentos decisivos del oficio de Musaf, [...] que en el pasado era celebrado en el Templo de Jerusalén por el Sumo Sacerdote en persona, rodeado de los cohanim y de los levitas, ante el pueblo de peregri nos reunidos en Jerusalén. [...] Únicamente ese día, el Sumo Sacerdote entraba en el Santo de los Santos para proclamar allí por cuatro veces en voz alta el nombre ine 55
fable del Dios de Israel, constituido por las cuatro letras consonantes y h w h . Tendido sobre la piedra desnuda del santuario, frente a los dos querubines de oro puro llama dos Gracia y Rigor, erguidos sobre el arca de la alianza que contenía las tablas de la ley recibidas por Moisés en el Sinaí, el Cohén Gadol articulaba de manera explícita el Nombre indecible. En el instante de pronunciarlo, el pue blo, que había ayunado y estaba en trance, se prosternaba fuera, en el inmenso atrio del Templo». Hoy en la sinago ga, «mientras el hazane (ministro oficiante) salmodia los versículos del M usaf del Yom Kipur, toda la comunidad reunida detrás de él, hombres, mujeres, adolescentes y ni ños, en ayunas, caen con la frente a tierra y permanecen luego tendidos boca abajo en el enlosado, com o hacían en el pasado nuestros ancestros en el Templo de Jerusalén en el instante en que el Sumo Sacerdote gritaba el Nombre inefable en su integridad para hacer descender el perdón divino sobre su pueblo contrito y arrepentido. [...] En el abajamiento individual y colectivo, la criatura arrepentida toma conciencia de la insignificancia de su destino mor tal»11. Y el poeta prosigue: «Cuando esté tendido mañana, con mi frente contra la piedra, sobre las losas de la casita de piedra donde prosternamos nuestro cuerpo en el polvo desde hace treinta y dos años y unos milenios, esta mañana en Jerusalén, aún negra de luz, sabré una vez más lo que pesan sobre mi nuca
11. Claude Vig ÉE, «Borges devant la Kabbale juive: de l’écriture du Dieu au silence de l’Aleph» : Bulletin du Centre protestant d ’études (febre ro 1995), Genève, 20-21.
las profundas nubes del principio del otoño y qué fuerza elevadora se agolpa en el fondo del corazón [...] la humildad nos lleva más arriba de las estrellas, al corazó cor azón n azul azul del de l abi a bism smo» o»1 12. Sin duda, algo de ello hay en el arrodillarse de Etty I lillesum. lillesum. L a noción no ción de arrepentimiento arrepen timiento no aparece ap arece en su Diario Di ario -la culpabilidad, que es algo distinto, se manifiesla en él alguna a lguna ve z-, z- , pero sí está presen te la co ncienc ia y la alegría de un «heme aquí» grave, expresado ante el Trascendente con humildad, sin más fuerza que el coraje de hacer frente. Está presente el agudo sentido de una dig nidad inalienable, recibida del Viviente, en ese mismo prost pro ster erna nam m iento ien to:: «El único gesto de dignidad que nos (¡ueda en esta terrible época: arrodillarse ante Dios». «Me ha costado aprender» est e stee g e s to1 to 13, «que se me ha hecho muy querido», dice Etty Hillesum. Se aplica a él, pero tam ta m bién bi én le h a sido sid o impu im pues esto to,, subra su braya ya,, p o r una un a nece ne ce sidad interior. Efectivamente, el resumen histórico que acabamos de hacer permite distinguir el gran arrodilla miento de finales de 1941 de los precedentes. La propia jov jo v en no ta la difer dif eren encia cia:: «Hace algún tiempo que me de cía: cía: “M e ejercito en arrodillarm e Pero Pero ayer ay er p o r la tar de, justo antes de acostarme, me encontré [...] arrodilla
12. Extracto del poema poem a de Claude V i g é e , «La descente des corps (Yom Kippour 5752)», ibid., p.22. 13. En la historia de Esther, Esther, su tío Mardoqueo se niega a arrodillarse, pe ro se trata de un arrodillarse distinto, un arrodillarse ante un ser huma no (Est 3,2). 3,2). La tradición judía jud ía atribuye esta negativa de Mardoqueo al hecho de pertenecer a la tribu de Benjamín (Est 2,5), el único de los hi jos jo s de Jacob Jaco b que q ue no se arrodilló arro dilló ante Esaú (Gn 33), porque po rque aún no ha bía nacido (Benjamín nace en Gn 35). 35).
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da. [...] Así, sin haberlo querido». Ha
ocurrido, pues, algo distinto, de manera totalmente inopinada. Etty Hillesum pare pa rece ce en ento tonc nces es ha habe berr pa pasa sado do de la inici ini ciat ativa iva a la o be be diencia. Y el lector puede pensar en el arrodillamiento, muy semejante, de Simone Weil -cabría pensar también en Charles de Foucauld ante el abad Huvelin-: «Le seguí [al misterioso]. Me llevó a una iglesia. Era nueva y fea. Me condujo frente al altar y me dijo: “Arrodíllate”. Yo le dije: “No “N o he sido bautiz ba utizad ado” o”114. Él dijo: “Cae de d e rodillas rodil las an te este lugar con amor, como ante el lugar donde existe la verd ve rdad ad”” . Yo obed ob edec ecí» í»115. El estudio de los gestos de la oración de Etty Hillesum no sería completo si omitiera los que dicta el el amor am or al pró jim ji m o , «oración elemental», y el hecho de vivir muy senci llamente, pero con grandes dificultades -en Amsterdam, Etty Hillesum es durante m ucho tiempo una suicida (buli(bulimia, alcohol, tentación de libertinaje, deseo de autodestrucción...); trucción...); a lo que hay que añadir las terribles terribles condicio co ndicio nes, las medidas antisemitas... El colmo para la joven fue el hecho de ver sufrir a sus padres, lo que despierta en ella ideas de suicidio que combate-, según Dt 30,19 («Te pon go delante vida o muerte, bendición o maldición. Escoge 14.. En masculino 14 mascu lino en el texto. Simone Simo ne Weil solía hablar de sí misma mism a en masculino: véase Sylvie Co u r t i n e -D e n a m y , Trois femmes dans de sombres temps: Edith Stein, Hannah Arendt, Simone Weil, Albin Michel, París 1997, pp. 53-55 (trad. cast.: Tres mujeres en tiempos sombríos. Edaf, Madrid 2003). 15. Simone W e il , La connaissance connaissa nce surnaturelle, p. 9. O también: «En 1937 pasé dos días maravillosos en Asís. Allí, sola en la capillita ro mánica del siglo xn de Santa María de los Ángeles, incomparable ma ravilla de pureza, pureza, donde d onde san Francisco oraba con frecuencia, frecuencia, algo más fuerte que yo me obligó, por primera vez en mi vida, a ponerme de ro dillas» (Simone W e i l , «Autobiographie spirituelle»: en Atiente Atie nte de Dieu, Dieu, Fayard, París 1966, p. 43 [trad. cast.: A la espera de Dios, Trotta, Madrid 1996]).
la vida») y Ez 16,6 («Yo pasé junto a ti y te vi agitándote en tu sangre. Y te dije, cuando estabas en tu sangre: “Vive”»), que Etty Hillesum no cita. Entonces el ser misino se hace oración. La autora formula pocas peticiones para sí misma. Yo no he constatado más que dos, un «hazme escribir» y «la transacción» por una curación rápida que le permitiera volver a Westerbork (el objeto de la petición no es, pues, la curación, sino la posib ilidad de volver al campo). L a jo ven se explica sobre esta escasez de peticiones: «Orar «Orar p a ra pedir algo para uno mismo me parece tan pueril...». Verdad es que es constante esta tercera petición para sí misma, de manera explícita o tácita: la petición de formación (y puede considerarse que la paz, la confianza, el amor al prójimo y la fuerza form an parte de ella, tanto más cuanto que la oración es para ella toma toma de decisión), pero es algo distinto, en mi opinión, de lo que se entiende generalmente neralmente por «oración de petición». Etty Hillesum intercede mucho por los demás a partir de! 3 de julio de 1942, y esta forma de oración va a am plifica plif icarse rse,, conv co nvirt irtién iéndo dose se,, al parec pa recer, er, en la part pa rtee prin pr inci cipa pall de sus días y sus noches: por Spier, pero también «por to la noche a la depordos los demás», por los que parten en la tación, tación, por los judío s de R otterdam el miércoles 29 de ju lio de 1942, «por ese soldado alemán», alemán», por los que sufren sufren ;i ambos lados de la frontera, «por miles de personas», por «los hombres», «por todos». Invoca sobre los demás la bend be ndici ición ón y la prot pr otec ecció ción n (se (s e trata tra ta de depo de porta rtacio cione nes: s: .< Ahor Ah ora a es el tu m o de Rotte Ro tterd rdam am.. Proté Pr otégel gelos, os, D ios io s mío, protege pro tege a los jud ju d ío s de R otter ot terda dam m »). ») . Revisa, sin embargo, esta petición de protección, rectificándola: «Encuentro no menos pueril orar por otro pidiendo que todo le vaya bien: bien: lo má s que puede pedirs e es que tenga tenga fue rzas rz as para 59
soportar las pruebas». Ahora bien, esta petición es deci didamente difícil: «Voy p o r m al camino con mis plegarias. A l orar p o r los demás, lo sé, puede pedirse que encuentren la fuerza para atravesar victoriosamente las pruebas. Pero siempre es la misma oración la que asciende a mis labios: “Señor, abrevia sus sufrimientos ”». Se da también la oración de alabanza, tan asombrosa en ese contexto histórico. Etty Hillesum es una verdadera judía, en el sentido etimológico del térm ino -« Judá», Yehuda-, que está, según Gn 29,35, en relación con la pa labra «alabanza»: «Yo me empeño en alabar tu creación, Dios mío, a pesar de todo». De hecho, la única vez que, en el texto de que disponemos, dice una palabra hebrea con cerniente a su propia oración, es un aleluya lo que pro nuncia. Esta alabanza nace de la gratitud y se prolong a en numerosas y regulares oraciones de agradecimiento, in cluso en Westerbork. Pasajes como éste, por ejemplo, se cuentan entre las páginas sobrecogedoras de los escritos de Etty Hillesum: «Soy una mujer dichosa y canto las ala banzas de esta vida, sí, ha leído bien, en el año de gracia de 1942, enésimo año de guerra». Dichos pasajes señalan esa «felicidad» («Siento en m í una felicid ad tan completa y perfecta, Dios mío...») que, según los supervivientes de Westerbork, Etty Hillesum irradiaba16; esa felicidad inclu so en la desgracia que Edith Stein en el mism o lu gar17 y Maximiliano Kolbe en Auschwitz vivieron igualmente:
16. J.G. G a a r l a n d t , «Préface à l’édition originale néerlandaise d ’Une vie bouleversée», cit., p. IV. 17. «El Carmelo recibió también de Westerbork una breve carta que conte nía la conocida frase: “Hasta ahora he podido orar magníficamente”», Wolfram K r u s e n o t t o , «Westerbork» en Manfred M o n z e l , Edith Stein, Gedenksatten, Edith-Stein-Gesellschaft Deutschland, Speyer 1997, p. 28.
' Te doy las gracias, Dios mío, por hacerme la vida tan hermosa en cualquier lugar en que me encuentre». El lec tor sabrá valorar el camino recorrido por la joven suicida. La forma de oración más frecuente en Etty H illesum es el «diálogo extravagante, infantil» -no pueril, «infantil»«o terriblemente grave», la «conversación» con Dios con vertida en su vida: «Mi vida no es más que un largo diá logo contigo». La joven vive el asombro, tan judío, ante el nombre «Dios», la alegría de la confidencia y la gravedad del asentimiento. Aquí la oración ya no es petición, sino don: ayudar a Dios, proporcionarle un abrigo, ofrecerle una flor o una nube 18. Algunas oraciones de Etty Hillesum coinciden en su formulación con la oración de otras personas. Lee los sal mos, habla como Salomón: «Señor, dame sabiduría» (2 Cro 1,10), repite casi las palabras de Cristo (Mt 26,39 y paralelos, a menos que se trate de la tercera petición del «Padrenuestro», Mt 6,10, amplificada): «Que se haga tu voluntad, no la mía». Cuando, una mañana, dice: «Dios mío, te agradezco que me hayas hecho como soy», está re tomando en cierto modo la oración matinal de la mujer ju día: «Bendito seas, Eterno, Dios nuestro, Rey del Univer so, que me has hecho según tu voluntad», y quizá un eco invertido de la del hombre judío: «Bendito seas, Eterno, Dios nuestro, Rey del Universo, que no me has hecho mu jer». Las «conversaciones» del Diario recuerdan las Con fe siones de san Agustín. Esta frase podría ser de Teresa de Lisieux: «Hazme cumplir las mil pequ eñas tareas cotidia nas con amor, haz brotar el más mínimo acto de un gran foco central de disponibilida d y amor»; esta otra, en una
18. Véanse más adelante los capítulos sobre el cielo y las flores.
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cama de hospital, podría pertenecer a Marthe Robín: «Me esforzaré p or perm anecer tendida y no ser sino oración». Pero las oraciones de Etty Hillesum son, sobre todo, eso: oraciones de Etty Hillesum, con su acento propio - ¡ afor tunadamente!-, y ello debido a lo que la oración represen ta para ella. Es ante todo, es decir, cronológicamente hablando y fundamentalmente, «entrar en s í misma», según la expre sión de Le 15,17, que la joven no menciona. Spier habla ba de «recogerse en sí m ism o»; ella dirá también «tornar me hacia el interior» y, con algunas reticencias, «medi tar». En la parábola llamada «del hijo pródigo», todo, efectivamente, comienza ahí. Orar es entonces, para Etty Hillesum, ante todo, atreverse a encontrarse y hacer de un «erial» interior un «reino», palabra que expresa la con quista de la soberanía. Otra imagen recurrente expresa la misma idea: la de la llanura, que permite la extensión de la mirada y la libertad de caminar. Orar es también par a la joven escucharse, «dejarse guiar [...] p or una urgencia in terior» y, finalmente, unificarse: «sujetarme [...] reunirme e [...] impedir que mis fue rza s se pulvericen hasta el infi nito», en particular en las horas de angustia en las que el ser se dispersa de manera natural. Así, contempla la acti tud siguiente en el caso de que llegue la carta de su requi sitoria para ser deportada a Alemania: «Com enzarépor no decir nada a nadie, me retiraré al rincón más silencioso de esta casa, entraré en m í misma y congregaré mis fu e r zas llamándolas desde los cuatro puntos cardinales de mi cuerpo y de mi alma». La oración aparece, pues, como el espacio en el que adviene el «yo» y se construyen la con fianza personal, valerosa, y el amor a sí misma, gran con quista. Orar equivale a habitarse y saborear cuanto llega de bueno.
I ,a oración así vivida permite a Etty Hillesum no verse til »andonada al curso de los acontecimientos, como una i aseara de nuez en una comente de agua. De no hacer estc trabajo, no llegaría nada, porque nunca estaría para rei ibirlo. No podría dar nada tampoco, porque no habría na1ie* para hacerlo. Es el entrar en sí mism a lo que la consti tuye en autora de su existencia. Entonces únicamente ella podrá decir, como Cristo: «Mi vida no me la quita nadie, sino que yo mismo la doy» (Jn 10,18)19, tanto en la vida cotidiana como en las horas extremas, lo que anuncia muy discretamente este comentario: «El hombre forja su desti no en su interior, he aquí una afirmación bien temeraria. En cambio, el hombre es libre de elegir la acogida que ha rá en sí mismo a ese destino»; y confirma esta asevera ción: «He partido mi cuerpo como pan y lo he repartido entre los hombres. ¿ Y p o r qué no?». Entrando en sí misma, Etty Hillesum encuentra a Dios, porque él es lo más íntimo en lo más profundo de sí mis ma. El trabajo de recogimiento mencionado anteriormen te se convierte por ello, en menos de dos meses, en un su mergirse en sí misma y trabajar para desatascar los pozos de su propio ser, en el fondo del cual está Dios (primera concepción de la oración como entrada en sí misma, el 8 de junio de 1941; segunda concepción de la oración como encontrar a Dios en el fondo de sí misma, el 26 de agosto de 1941). En el Prim er Testamento, tal es la obra de Isaac (Gn 26,18). Ahora bien, Dios es «la fuente original [...], la vida misma». Orar es entonces, física y psíquicamente, rehacer la propia vitalidad en contacto con él. Muy a me 1
19. Traducción Ecuménica de la Biblia.
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nudo, la joven va a la oración «agotada» para recuperar ju nto a Dios su paz, el reposo que repara sus fuerzas para nuevos combates. Sin embargo, aunque para Etty Hillesum Dios está en el fondo de sí misma, está también fuera de ella. La oración, pues, es igualm ente permitirle entrar en ella: desbrozar la llanura interior de su corazón permitirá hacerle sitio en ella, darle su lugar -y el lector puede pen sar aquí en el maestro Eckhart comentando el pasaje de los evangelios en el que Jesús expulsa a los mercaderes del Templo20- . Se trata a continuación de dar a Dios «un cer cado», «un abrigo», por lo tanto, una protección, y ello pa ra siempre, sin «expulsarle» nunca; se trata, asimismo, de «defender hasta el fin a l la morada que le alberga en noso tros», de «portarle contigo intacto y preservado allá don de vayas». Etty Hillesum, deportada, que siempre estuvo obsesionada por tener una casa propia, sabe de lo que ha bla. La última cita bíblica de sus escritos, que encuentra por casualidad en el vagón que la lleva a Auschwitz, pare ce haberle dicho que se aprox imaba ya la hora en que aquel a quien ella había albergado se convertiría él mismo en su morada: «El Señor es mi alta morada». La oración de Etty Elillesum se torna ensegu ida diálo go con el huésped interior, la intensidad de cuya presen cia expresa ella con un a metáfora recurrente: estar en los brazos de Dios, un Dios paternal, un Dios quizá también esposo. Aquí la oración, que hasta ahora podría parecer aisla miento por excelencia, se abre al otro. Por una parte, esta vivencia dichosa, que Etty Hillesum protege con sumo
i niciado, la protege a ella misma del odio a sus verdugos: « Y lo más extraño es que no me siento en sus garras. [...] me siento únicamente en los brazos de Dios [...]. Quizá puedan quebrarme físicamente, pe ro eso es todo». «Nunca está uno en las garras de nadie mientras está en tus bra zos». Hace pensar en Mt 10,28 y Le 12,4. Por otra parte, debido precisamente a esa «felicidad tan completa y per fecta», la joven se vuelve hacia los demás. De ahí esta pelición: «Tú que me has enriquecido, Dios mío, permíteme también dar a manos llenas» (18 de agosto de 1943, Westerbork). Porque para Etty Hillesum el amor al próji mo se alimenta de una fuen te interior, no exterior a ella. La autora disocia el amor al prójimo y la oportunidad que ese prójimo pu ed a dar de ser amado; esto me parece la co nd i ción sine qua non de la puesta en práctica de Mt 5,43-44 y Le 6,27-28: «Amad a vuestros enemigos». Cuando ora por el otro, Etty Hillesum se arriesga a cre er que el otro experimenta más felicidad, no sólo de parte de Dios, sino también de la persona que ha orado por él: «Se le transmite un poco de la propia fuerza», dice. Esta fe en la oración aparece igualmente en estas palabras, in teriormente dirigidas a Hertha, la joven de Londres unida a Spier: «Quizá llegue el día en que ore por ti, liberada por fin de mis segundas intenciones y mis celos. Esa no che te sentirás de pronto muy bien, reconciliada con la vi da po r primera vez desde hace mucho, sin c omprender el origen de ese bienestar». Hay, sin embargo, obstáculos a la oración. Entre todas las amenazas exteriores e interiores, la que más problemas causa a Etty Hillesum no es «el gran sufrimiento», sino «las mil pequeñas preocupaciones cotidianas». Esa «in quietud por nimiedades», Tzvetan Todorov la interpreta como «la preocupación», «destino tradicional de la mu 65
je r»21 del que Etty Hillesum querría liberarse por feminis mo. Las comparaciones que utiliza al respecto {«maleza», «parásitos hirientes»), el verbo «asediar» y el hecho de ponerlo en la misma perspectiva que «el gran sufrimiento» me hacen pensar en pensamientos, en sí mismos no obse sivos, que se vuelven tales debido a las proporciones que adquieren, eventualmente con razón. Con esto quiero de cir que el no poder hacer la colada, ejemplo que pone la propia Etty Hillesum, no es en sí mismo algo vital, pero sí va a serlo a la larga, y la colada va a convertirse en una o b sesión, porque tener que llevar ropa sucia va a conllevar, finalmente, no poder soportarse a sí misma y, por tanto, derrumbarse. Problema de proporciones. Para Etty Hillesum, el «remedio» para este obstáculo a la oración es también la oración. Con Mt 6,34 -que cita presente en su mente («No os preocupéis del mañana; el mañana se preocupará de sí mismo. Cada día trae su afán»), «deposita» «cada día» sus preocupaciones «a los pie s de Dios». Y le hace también esta petición: «Haz que cada uno de mis días sea más y mejor que la suma de las preocupaciones de la existencia cotidiana». *
*
*
Por miedo a incurrir en vanidad y egoísmo, los cristianos suelen desconfiar del amor a sí mismos. Sin embargo, el texto bíblico es bien claro: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo» (Lv 19,18a; Mt 22,39). El amor a uno mismo -sin duda alguna recibido antes de otro- sirve de medida. En este sentido, es primero.
21. Tzvetan T o d o r o v , F a c e
á V e x t r e m e op. cit., p. 88. ,
lili y Hillesum comienza justam ente por sí misma. Se t mira en su propio ombligo22, pero no por ello se cree el ombligo del mundo. En su primera gran oración expresa ii deseo de plenitud: «Quiero, simplemente, intentar ser que ya está en m í pero que sigue buscando su plena ir ¡dilación». Es claramente una oración de discípula que
esa
i*| Maestro solicita así: «Vosotros, pues, sed perfectos23co mo es perfecto vuestro Padre celestial» (Mt 5,48). El análisis de las etapas de la oración de Etty Hillesum muestra que, desde ella, se une a los demás, y en unas cireunstancias extremas. La última frase de su Diario es: •>Querría ser un bálsamo vertido sobre tanta llaga». ( ¡aarland habla a este respecto de «altruismo absoluto»24. Metodológicamente, por lo general, no se gana nada o| »uniéndose. El amor a uno mismo no se opone al amor al prójimo. Cuando un ser ha aprendido a amarse y ha en contrado a Dios, en un momento o en otro opta por el amor al prójimo y se sume en la dinámica inherente a su evolución.
22 . «¡Socorro, soy desdichada! Estallo [...]. Pues bien, me he sentado en
el suelo en el rincón más escondido de mi habitáculo, encajada entre las dos paredes, con la cabeza inclinada hacia el suelo. Me he queda do así. Completamente inmóvil, centrada, por así decirlo, en mi om bligo, esperando recogidamente que nuevas jue rza s quieran aflorar en mí» (Etty H il l e s u m , Une vie bouleversée. Journal 1941-1943; Lettres de Westerbork, cit., p. 55).
23. Perfecto, es decir, «completamente acabado», «que ha alcanzado su pleno desarrollo». 24. J.G. G a a r l a n d . «Préface à l’édition originale néerlandaise d ’Une vie bouleversée», cit.
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El cielo, para permanecer en la realidad
Los escritos de Etty Hillesum manifiestan una gran sensi bilidad a propósito del cielo. El término sigue conservan do en ellos su sentido primero de firmamento; sin embar go, se yuxtapone y se articula en el discurso tan regular mente con otras realidades, concretas o abstractas, que es igualmente símbolo de éstas. De hecho, en hebreo «cielo» es dual, cosa que la joven no ignoraba. Su obra es, por tanto, rica en cielos diversos: cielos so leados y estrellados, cielos «bajos y amenazadores», «cam biantes», «atravesados por poderosas nubes azul oscuro repletas de lluvia», cielos a la Ruysdael, cielos «holande ses» que el llano paisaje hace resaltar. El cielo es, por así decirlo, la faz visible de un cielo in visible que la joven lleva en sí y al que la contemplación del firmamento le hace estar atenta: «En mí, los cielos se despliegan tan vastos como el firmam ento». ¿Se trata del espíritu y -asoc iad a a las imágenes del erial, la planicie, el llano paisaje y las altas mesetas interiores- del alma? Si Etty Hillesum utiliza aquí una metáfora, es para descartar tales conceptualizaciones y definiciones. Significativa-
mi-nte, para ella el cielo no tiene nombre. La metáfora del i ido interior hace simplemente referencia a la parte ina lienable de ella. Ahora bien, el cielo que está sobre nu estra cabeza y los cielos interiores están ligados a Dios en el Diario y en las ( 'arlas. Por ello, la joven exclama a veces «¡Dios del cie lo!». No cita el primer versículo del Génesis: «En el prin>ipió creó D ios el cielo y la tierra», pero lo da por sobre entendido: el uno y la otra fueron creados por él, y siguen siendo suyos. Los hombres tienen poder sobre la tierra, pero no sobre el cielo, que es dominio del Viviente1. El tema del cielo, rico por esta vasta semántica, lo es Inmbién porque en él coinciden muchas otras temáticas importantes en el pensamiento, la imaginación y la fe de Ltty Hillesum: la Escritura, la oración y el amor a la vida. Pilo me parece indicio de una vivencia que en este mo mento es determinante. Etty Hillesum, efectivamente, reíiere al principio de su diario algo fundamental de lo que se hizo consciente con relación al cielo. Desde entonces, el cielo la acompañará como leitmotiv hasta su muerte. *
*
*
I ,a primera aparición del cielo en el Diario, tal como no sotros ha llegado a nosotros, el domingo 16 de marzo de I‘>41, corresponde a una etapa decisiva de la conversión de
En las Cartas de Etty Hillesum hay también acepciones humorísticas de la palabra «cielo» para afrontar la situación: «Hay barro, tanto ba rro que hay que tener un sol interior pegado al costado si se quiere evi tar ser psicológicamente víctima de él» (Etty H il l e s u m , Une vie bouleversée. Journal 1941-1943; Lettres de Westerbork, cit., p. 258); cie lo bajo de la colada tendida sobre los camastros (p. 268); «tercer cie lo» sobre el suelo, a saber, su propio camastro (p. 280).
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la joven. No se trata aún ni de la lectura de la Escritura (que no aparece hasta el de mayo de 1941) ni de la ora ción (proyecto que no nace exp lícitamente hasta el de ju nio de 1941), pero se ha dado un paso decisivo. La joven no tiene una palabra pa ra nombrarlo. Sólo puede decir que hay un «antes» y «la otra tarde»; puede también explicar lo que había: «una especie de onanismo, en el fond o», que ya no hay: «ello no me incitaba ya al onanismo», formu lación que no sustituye el nombre de una realidad antigua po r otra denom inación com pletam ente nueva, sino que reitera la antigua expresión negándola. Yo tengo la sensa ción de que aquel día, a la manera de Jn 3,3, Etty Hillesum (re)nació de lo alto, y ello, coincidencia sorprendente, an te un hermoso cielo. «Era el crepúsculo, los tiernos colores del cielo, la misteriosa silueta de las casas, los árboles bien vivos, con la red transparente de sus ramas; todo era admirable. [...] Paisaje lleno de misterio, inmovilizado en el crepúsculo». Esto en cuanto al contexto, expuesto muy sobriamente. Tres elementos componen el paisaje: el cielo, las casas y los árboles. El mundo es aquí belleza («admirable»), ple nitud -la vitalidad («colores», «bien vivos») juntándose con la ternura («tiernos»)-, presencia densa -la precisión («inmovilizado», «la red transparente de sus ramas») combinándose con el misterio («crepúsculo» dos veces, «silueta», «misteriosa», «misterio»)-. En este pasaje, la autora no describe, sino que sugiere, y ello prepara el pa i saje para convertirse, unas cuantas líneas después, «en una especie de decorado del alma», comparación utilizada con una distancia que subraya el paréntesis irónico: «(por em plear una “herm osa” imagen)». Ahora bien, cuando Etty Hillesum se arriesga con toda seriedad a dar un paso deci sivo, a continuación, por lo general, se da la media vuelta 8
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n'c. Su humor entonces no anula, sino que, por el conmino. contribuye a establecer el nuevo hecho con toda la solidez de la Gelassenheit (calma, impasibilidad, sosiego...), que excluye las racionalizaciones, tan frágiles en su i igidez. La joven toma conciencia de la transformación que se opera en ella ante ese paisaje posteriormente, no la tarde misma, sino a la mañana siguiente, gracias a una percepción {«el cambio está ahí») que analiza cuidadosamente mediante un doble trabajo: por una parte, consistente en rememorar el instante; por otra, en establecer una comparición entre el pasado y la víspera. Deja sin tocar la cuestión del cómo, la cuestión de los orígenes de alguna manera: «Ignoro p or qué vías interiores». Hay, pues, por una parte, un «antes» y, por otra parte, un «de repente», asociado al pretérito indefinido y al pretérito perfecto y que expresa la irrupción del cambio {«la otra tarde» en dos ocasiones, «reaccioné de manera com pletam ente distinta», «todo ha cambiado»), un cambio radical (repetición de «todo»). Es el paso de un mundo a otro. En cada ocasión, el encuentro con la «belleza» en gendra «gozo», pero en el primer caso ese gozo se muda en tortura {«dolor», «me hacía sufrir», «como un alma en pena»)\ dicho de otro modo, el bien parece convertirse en mal, mientras que en el segundo caso ese gozo desemboca en «alegría», de manera que el bien permanece. ¿Qué es lo que desactiva, pues, el mecanismo? Una actitud interior distinta: en el primer caso, la joven intenta «hacer» algo con esa belleza; en ei segundo, se limita a «acogerla» («gozo, [...] po r así decirlo, “ob jetiva do”»). En ambas ocasiones, ello tiene consecuencias. En el primer caso, el paisaje no se da. Esto hace daño y pone a la joven casi en peligro, porque se ve afectado el V
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centro simbólico de la vida en ella: «hasta el punto de ex perim entar dolor en el corazón». Para remediar ese dolor y esa amenaza, Etty Hillesum intenta captar el paisaje más aún. ¿No sería el dominarlo tanto como suprimir el sufri miento? Tal captación ado pta tres formas: «escribir», «es trechar contra el corazón» y «comer». Esta relación frus trante con lo bello, de tipo oral («Cuando encontraba her mosa una flor, me habría gustado [...] comérmela»; «Me atiborraba literalmente de la belleza del paisaje»), la re fiere igualmente Simone de Beauvoir, en términos análo gos, en las Mém oires d ’une jeune filie rangée2. El carácter compulsivo de los gestos de defensa se marca en la redacción mediante la repetición («Necesitaba escribir, escribir»), la elección de la palabra «atiborrarse», que expresa un desorden en la alimentación que Etty Hillesum, por entonces bulímica, conocía, y el reforza miento del verbo «atiborrarse», ya fuerte de por sí, con el adverbio «literalmente». El frenesí se explica por la vo luntad de hacer frente a la rápida de saparición del paisaje, la intensidad del dolor vivido, apelando a un remedio de urgencia, y el pánico ante los fracasos sucesivos de esos remedios y, por tanto, ante su impotencia personal. De ahí los nuevos esfuerzos, idénticos, en vano. En el segundo caso, la constancia de la alegría hace in necesario cualquier gesto de defensa. Se hace la economía del «gasto de una energía infinita» que conduce al agota miento («me agotaba»). Ahora bien -p ara do ja-, el paisaje se da -duraderamente, lo que es más-, y con él el mundo
2.
Simone de B e a u v o i r , Mémoires d ’une jeune fille rangée, Gallimard, Paris 1972, pp. 11-12 (trad. cast.: Memorias de una joven formai,
culero: «En adelante todo me pertenece, y mi riqueza in terior es inmensa». El primer sistema era una esclavitud; el poseedor, de hecho, no poseía nunca; era él mismo po seído, porque corría perpetuamente tras la posesión. La segunda situación es libertad {«Mil lazos que me oprim ían se han roto»), sentida incluso en su cuerpo: «Respiro li bremente». La fuerza de la joven se ve incluso incremén tela: «He regresado a casa reconfortada y me he vuelto a poner al trabajo». Este paso de una relación con el mun do de tipo «nostálgico» a otra de tipo pascual -«N o me relengas», dice Cristo a María Magdalena en Jn 20,17, lo cual le permitirá vivir su presencia en ella- libera en Etty I lillesum un modo de empleo de la creación y, al hacerlo, la pone definitivamente en el mundo. Hay, con razón, algo de innato en su júbilo: «Me siento fuer te y dirijo a todas ¡as cosas una mirada radiante». Esta experiencia, nunca puesta en cuestión en lo suce sivo, se enriquece ulteriormente con otras dos tomas de conciencia relacionadas, una ligada al tiempo y la otra al espacio: la joven descubre que todo lo que ha vivido y to dos los lugares que ha amado no pueden serle arrebatados, porque habitan ya en el fondo de sí misma. S i el cielo es de suma im portancia para Etty Hillesum, es por la belleza del mismo, que ella vive como un regalo («El sol nos ofrece, tarde tras tarde, el espectáculo de un ocaso inédito») del orden de la gracia en todos los senti dos del término. Lo mismo puede decirse de los árboles y las flores. La proximidad de esos dos motivos del cielo y el elemento vegetal (árbol, jazmín, ciclamen, lupinos vio leta), unidos en la temática del sabor de la vida y el deseo de vivir, es una constante en sus escritos. No es ni inge nuidad ni una forma de evasión. Significativamente, esos motivos están muy próximos a la evocación de las angus73
tías cotidianas. La joven io explica: practica en ese terre no una ascesis de la mirada para permanecer en la reali dad. Mirar la belleza deí cíelo y de las flores es para ella una contribución a la lucidez, a la salud mental: «¿No hay más realidad que la que nos proporcionan el periódico y las conversaciones irreflexivas y exaltadas de las perso nas horrorizadas? Está también la realidad de ese pe qu e ño ciclamen rosa, y también la del vasto horizonte». Para perm anecer en contacto con la realidad, Etty Hillesum vi ve así su vida co tidiana en Amsterdam: «Todos los días es toy jun to a los hambrientos, los persegu idos y los mori bundos, pero estoy también jun to al jazm ín y a ese pedazo de cielo azul que hay detrás de m i ventana. En la vida hay sitio par a todo: par a la fe en Dios y para una muerte la mentable». En el campo de Westerbork, invadido de feal dad, odio y sufrimiento, mirar el cielo -las flores desapa recen entonces de los escritos de Etty Hillesum, excepto los lupinos de la tanda en junio , por razones eviden tes- es para ella la única vía de acceso a la vida en su totalidad, y por eso mismo la única barrera protectora. Curiosa lec ción: el realismo no será -como nosotros podríamos sen tir la tentación de hacer que fuera- mantener los ojos fijos en la angustia; será m antener ante la vista la angu stia y el ,í? cielo. El adjetivo que Etty Hillesum utiliza con mayor fre cuencia para calificar el cíelo es «vasto».) La imagen del ave recorriendo esa extensión le resulta elocuente desde antes de su deportación, pero en Westerbork se carga de mayor intensidad aún. A la joven le gusta hacer eso mis mo mediante la mirada, una escapada de la que nadie pue de privarla, po r una parte porque el cielo está siempre ahí, por otra porque ver de él tan sólo una parte es, por conti güidad, disponer de él «por entero». Volviendo de un pa-
en bicicleta el sábado 20 de jimio de 1942, constata: ■ l ’or todas partes pancartas prohibiendo a los judíos los senderos que llevan a la naturaleza»; y añade: «Pero eni ima de ese trozo de camino que sigue abierto para noso tros, el cielo se despliega por completo». Eso es lo que la ayuda a soportal' la prohibición de la landa: «Sí, vamos a estar mucho tiempo sin ver la landa; de vez en cuando siento esa imposibilidad como una privación agobiante y Il ustrante, pero casi siempre tengo esta certeza: aunque no se nos deje recorrer más que una exigua callejuela, so bre ella estará siempre el cielo todo». Esta búsqueda de una libertad del orden de la esperanza, una libertad intei lor, la Libertad con mayúscula en el encierro mismo, dii ia yo -como Maurice Belleí habla de «la Salud con ma yúscula» en el interior de la en fermedad3- , no im pide a Iúty Hillesum vivir también la esperanza de la libertad: se estremece como los demás deportados de Westerbork cuando los aviones sobrevuelan el campo, sobre todo cuando se aproximan los bombardeos: «¿Y po r qué no po dría verse afectada una vía férrea que impidiera al tren salir? No ha sucedido nunca, pero con cada convoy rena ce la esperanza, con un optimismo inextirpable» (carta del 2 4 de agosto de 1943). Esperanza decepcionada. La inmensidad del cielo no es únicamente libertad, es igualmente restauración o mantenimiento de las justas proporciones en la existencia, porque ante ella las «meznc o
3.
Maurice B e l l e t dice: «Y la enfermedad revela algo de una verdad esencial. Revela, creo yo, lo que es la salud, la Salud con mayúsculas, la auténticamente esencia!. Esta salud auténticamente esencial es la que no se ve afectada por la enfermedad. Es la verdadera salud del al ma, que sigue presente incluso en la derrota del cuerpo» ( L'épreuve , Desclée de Brouwer, París 1988, p. 37 [trad. cast.: La prueba, Comer cial Editora de Publicaciones, Valencia 1990]).
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quindades» son aún más evidentes. El cielo sirve, por tan to, de revelador. La carta de diciembre de 1942 lo men ciona dos veces como el telón de fondo sobre el cual des taca implacablemente la vileza de lo humano convertido en inhumano. La descripción es rápida y neutra cuando se trata del enemigo en la torre de observación: «Un hombre con casco y armado con un fu sil m onta guardia en ella, y su silueta se recorta contra el cambiante cielo». La ira y la piedad se transparentan cuando se trata de sus compa ñeros -reacc ión com parable a la de Moisés en Ex 2,13—, en el pasado «personas destacadas de la vida política y cultural de las grandes ciudades»: «Caminan a lo largo de las fin as alambradas, y sus vulnerables siluetas se re cortan a su verdadero tamaño sobre la inmensa llanura del cielo. Hay que haberles visto andar así... La sólida ar madura que les había sido forjad a po r su posición social, su notorieda d y su fortun a se ha venido abajo hecha añ i cos, dejándoles por toda vestimenta la tenue camisa de su humanidad. Se encuentran en un espacio vacío, delimita do únicamente por el cielo y la tierra, y que tendrán que amueblar con sus propios recursos interiores; no les que da nada más». Se opera una doble inversión -única, de hecho-: me diante una metáfora, el cielo se convierte en llanura para esos hombres; en otro tiempo «estrellas» en su cénit, se ven ahora despojados de todo su relumbrón, del orden de la figuración, y aparecen, por tanto, como lo que son y han sido siempre: no hijos de los hombres, po r retomar una ex presión bíblica, sino hijos de Adán, de los seres que aún no han alcanzado su identidad de hijos del hombre, por ha
i i.i la precariedad de nuestra condición humana, que pue de ser llevada con dignidad o con negligencia. Es la ma nera de portar la vestimenta lo que les da su aspecto4. Análogamente, el término «vulnerable» no tiene nada de peyorativo, sin duda, sino que se lim ita a traducir un esta do de hecho. La decadencia de esos seres la subraya Etty IIdlesum mediante la sucinta mención de su caminar («a lo largo»), la reduc ción de la perso na a una silueta5, el am biguo em pleo de la expresión «verdadero tam año», que se convierte casi en una antífrasis, y sobre todo el elocuente silencio de los tres puntos suspensivos. La autora introdu ce aquí la noción de Juicio: «Sí, es verdad, somo s juzga tíos en fun ció n de nuestros valores h umanos últimos», alu sión a Mt 7,2 y paralelos (Me 4,24 y Le 6,38): «Porque con el juicio con que juzguéis seréis juzgados, y con la medida con que midáis seréis medidos». El versículo transcrito al presente adquiere un sentido puramente des criptivo para sugerir que el castigo no resulta de una inter vención exterior del Juez, sino que constituye la secuencia lógica de nuestra opción; que es totalmente intrínseco a nuestros comportamientos. El cielo, como expresa la etimología de la palabra «fir mamento», permanece. Está siempre ahí, con una cons- I I
Esa camisa, aunque la imagen corresponda a otro esquema, no deja de recordar la que lleva puesta Cristo para expresar su asunción de la con dición humana en las representaciones medievales denominadas «Procesión en el Paraíso», que representan la decisión trinitaria de encarnación. .V La etimología de la palabra francesa es muy elocuente: «Sacada de la locución “à la silhouette”, creada en 1759 como burla empleando el nombre del controlador general E. de Silhouette, cuya llegada a los asuntos públicos (el 4 de marzo de 1759) había causado sensación, pe ro que se hizo rápidamente impopular (cayó el 21 de noviembre de 1759)»: Oscar Bl o c h y Walther von Wa r t b u r g , Dictionnaire étymo logique de la lange française, p. 592.
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tancia que para Etty Hillesum es casi del orden de lo eter no. Comprendemos la importancia de este principio de es tabilidad en situación de deportación. Desde el punto de vista espacial, el cielo constituye para la joven el único as pecto del paisaje idéntico en Amsterdam, Westerbork, Alemania, Polonia o cualquier otro lugar6. Por eso se con vierte en su verdadera patria, tanto más cuanto que, me diante la mirada, puede ir y venir por él libremente, sin verse despojada de sus derechos, como hemos visto ante riormente: «Jopie estaba sentado en la landa, bajo el gran cielo estrellado, y hablábam os de la nostalgia: “Yo no siento ninguna nostalgia -me dijo-, porque estoy en mi casa”. Aquello constituyó para mí una revelación. Esta mos en nuestra casa. Cualquier lugar sobre el cual se ex tienda el cielo es nuestra casa» (sin embargo, más tarde, hace también este comentario: «Cien mil de nuestros her manos de raza han dejado ya Holanda y malviven bajo cielos desconocidos o reposan en tierra ignorada»). El cielo llega a ser el único bien del que no pueden d espojar la: cuando todo le haya sido quitado, todo, cuando se tra te de «saber vivir [...] sin nada», «un pequeño trozo de cielo, sin duda, seguirá siempre visible». También en este sentido, el cielo protege del proceso de alienación, uno de cuyos aspectos consiste en privar al ser humano de todo objeto personal. La fe de Etty Hillesum se manifiesta por entero en esta confianza en que, a la hora de la despose sión absoluta, el cielo seguirá presente, y ella podrá vol-
6.
Jorge Se m pr u n nos dice, sin embargo, que el cielo sobre los campos de concentración era distinto, estaba perpetuamente velado por el humo de los hornos crematorios, con olor a carne quemada, y estaba falto de toda clase de aves ( L ’écriture ou la vie, Gallimard, París 1994, p. 15 [trad. cast.: La escritura o la vida, Tusquets, Barcelona 1997]).
wrsi*. hacia él: «Dame cada día una pequeña línea de poesía, Dios mío, y si algún día no pud iera escribirla, por ii < i tener ni pa pe l ni luz, se la murm uraré po r la tarde a tu vasto cielo». El firmamento aparece aquí como otro diai a*. Ahora bien, el Diario es para ella el lugar de un diálof n con aquel que, más que ningún otro ser, se ha convertiilu en su confidente: Dios. La estabilidad del cielo es de .urna importancia, finalmente, pa ra Etty Hillesum desde el Iiimto de vista de la ley. Los nazis la someten a una arbilim iedad implacable y enloquecedora. Pero el curso de los ii,si ros y las evoluciones de las gaviotas «sugieren la existencía de leyes, leyes eternas de un orden distinto del de los leyes que nosotros, los hombres, producimos», que permiten no «perder el norte», testimonian que la rectitud es posible y apuntan simbólicamente hacia la justicia. El i ielo, por tanto, ayuda a la joven a conservar la confianza. Mi 6,26 le resulta sumamente expresivo: «Enriquecimienit>de los últimos días: los pájaros del cielo y los lirios del campo» (nueva asociación del cielo y lo vegetal). El cielo aparece, pues, en los textos de Etty Hillesum como un elemento tranquilizador, lo cual pudo nacer en su ielación con Spier, porque la joven escribe: «En mi vida, ni te lias convertido ya en un trozo del cielo que se curva por encima de mí, y yo no tengo más que alzar los ojos al cu lo para estar cerca de .ti»; la imagen de la cúpula tra duce bien la sensación de seguridad. Sin embargo, tam bién se da el caso de que el cielo sea inquietante en los es critos de la joven: «De pronto he tenido la impresión de que un gran cielo se desplegaba por encima de nosotros como en una tragedia griega» ( 6 de julio de 1942). «Las calles po r las que pasamos en bicicleta ya no parecen en te/ámente las mismas, cielos bajos y amenazadores pesan sobre ellas y parecen siempre presagiar tormentas, inclu 79
so con un sol radiante» (7 de julio de 1942), « Y los cielos son tan bajos, tan amenazadores...» (3 de julio de 1943), «Hay momentos, es verdad, en los que se pie nsa que no se puede seguir: [...] un cielo bajo y pesa do está sobre ti, tu sentimiento de la vida se ve trastornado, y tienes de re pente el corazón totalmente gris y envejecido en mil años» (3 de julio de 1943). Pasar del cielo griego al cielo bíbli co, del cielo de la tragedia al de Mt 6,26, del estoicismo a la confianza, y hacerlo con un fondo de nubes de humo (las de la locomotora de Westerbork), las fechas de las ci tas anteriores nos lo indican, fue un combate decisivo en ju lio de 1942; un combate que siempre hay que reanudar, el combate de la oración, de creer este comentario: «No podría enseñarles [ a la gente] que puede uno obligarse a arrodillarse en el rincón más remoto y más apacible del yo pro fundo y persistir hasta sentir aclararse el cielo so bre uno, ni más ni menos» (30 de septiembre de 1942). «Sentir aclararse el cielo». La expresión sorprende. El cielo, en efecto, está tan elevado por encima de nosotros que parece en las antípodas de lo sensible y raya con la abstracción. Aquí la relación con el cielo es física y tiene sabor a felicidad. La joven queda «subyugada p or el vas to horizonte». Mirar el cielo hace nacer en ella la alegría, y ésta, inversamente, suscita en ella la imagen del cielo, menos debido a la simbólica cargada de este elemento en todas las religiones que debido a su propia vivencia y a una temática que le es muy querida («Miraba por la ven tana, y era como recorrer el paisaje de mi alma». Paisaje del alma. Tengo a menudo esta impresión: el paisaje exte rior es reflejo del paisaje interior»). El cielo se transforma en metáfora de la sensación de felicidad cuando escri-
peale a un claro y me tiendo en el suelo a co ntem plar el \ usto cielo». Ahora bien, al igual que en los evangelios, la
-msfiguración, es decir, el gozo del Hijo en su Padre, ha■• posible atravesar la Pasión, también aquí el gozo del ■icio -que en Etty Hillesum no tiene nada que ver con el mas allá y el consuelo ultraterreno, al menos explícitamcnte, sino que concierne siempre al aquí y ahora- hace posible atravesar Westerbork. La felicidad es un viático I mi a la joven, del que saca la fuerza para p asar de la noche a la mañana y de la m añana a la noche, y ello día tras día. I". particularmente claro en esta anécdota: «Esta mañana 11
un arco iris sobre el campo, y el sol brillaba en los i barcos. Cuando entré en el barracón hospital, unas mu irías me dijeron: “¿Tienes buenas noticias? Tienes un as pecto radiante...”. E inventé una pequ eña historia, [...] ¿no podía servirles a ellas mi arco iris, aunque fuer a la única causa de mi felicidad ?» (carta del 7 de agosto de había
l‘)43). Sí, la felicidad construye al ser humano y le hace Inerte. Después de haber contemplado el cielo, Etty Hille,um escribe, «en el año de gracia de 1942, enésimo año tic guerra», este «credo»: «Encuentro la vida bella y me m i t o libre [...]. Creo en Dios y creo en el hombre, me atrevo a decirlo sin falsa vergüenza». Las circunstancias
de este acto de fe y las reflexiones de la joven en las que >■ inserta excluyen cualquier posibilidad de ceguera inge nua por su parte. Dado que el cielo representa tanto para ella, en partit ular porque le sirve de mediación entre ella mism a y Dios <>, más precisamente, porque es para ella el rostro visible de un símbolo que hace presentir a Alguien, Dios, Etty I lillesum cuida siempre de mantener contacto con él. De ahí dos temas recurrentes en sus escritos: el de tenderse bajo el cielo y el de la ventana. El primero manifiesta la 81
expectativa de felicidad contemplativa. En su análisis per sonal, la joven percibe esta actitud como característica d< su persona. La metáfora se convierte en una clave de ¡n terpretación de sus comportamientos: «Soy probablemen te de los que prefieren seguir dejándose llevar, tendidos boca arriba, con los ojos puestos en el cielo, y que, con un gesto resignado y piadoso, terminan dejando de lucha i No puedo hacer otra cosa» (14 de julio de 1942) (el con texto es el de la toma de conciencia del carácter inducía ble de lo que va a advenir en un «destino de masas»). 11 segundo tema traduce la negativa -compatible con esl;i prim era actitu d- a resignarse, a dejarse absorber por la si tuación en la que se encuentra: m irar por la ventana es lan zarse al espacio libre donde cada cual es reconocido como persona inalienable, según unas leyes queridas desde siempre po r el Viviente. Etty H illesum m enciona la venta na del tren de Deventer, en Amsterdam la de su habitación (duerme con la ventana de su habitación abierta, y desdi su cama ve el exterior), en Westerbork la de M echanicus y la de su propio barracón (desde su litera mira «a las ga viotas evolucionar en un cielo uniformemente gris»). Pre vé el momento en que estará tras los barrotes de una cel da. Recurrir así al cielo no constituye una huida, porque la mirada al firmamento conlleva otras dos miradas: una a si misma, y otra al mundo. Es más que una mera cronología significativamente, esas miradas son simultáneas. Y es más que m era compatibilidad facultativa: mientras está en la ventana y por el hecho de estar en la ventana -actitud hecha simbólica-, Etty Hillesum puede mantenerse junto a «los hambrientos, los perseguidos y los moribundos», no sólo soportando hacerlo como hemos visto anteriormente,
Iliiinbres (por ejemplo en Gn 28,12; Sal 19 [18],2; Sal 78 l | ’ I; Me 1,10-11), permite aquí a Etty Hillesum dar su i'i i qM.i presencia. El cielo como fundam ento de la ética; la mi ,ii» a como substrato de la acción. François Varillen dim "l Ina mano sobre la belleza del mundo. Una mano so!m ( | sufrimiento de los hombres. Y ambos pies en el deiIr I momento presente»7. El médico que examina a la |mwii en septiembre de 1942 dista mucho de presentir esi' modo relacional: «El médico decía ayer que llevo una 4
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vhla interior demasiado intensa, que vivo demasiado poi a cu la tierra, casi en los límites del cielo, y que mi cuerC‘■ ni no puede soportar todo esto».
l ia contacto con el cielo, Etty Hillesum renuncia a un antiguo proyecto: «poner el cielo en la cabeza». Se limita •i poner la cabeza en el cielo». Le habla, y ello desde anii'N de su conversión: «Me he arrastrado como un borra•ho alrededor de la Patinoire. He lanzado extravagantes discursos a la luna eterna» -escribe en su angustia-. Ora mi él, diciéndole a Dios: «Estoy [...] con los pies bien i'"estos sobre tu tierra y los ojos alzados a tu cielo», y es 1
..... nomento de intensa y física alegría para ella. Por lo ge ni tal, le pide muy poco al Viviente. Conviene, pues, que muido lo haga estemos especialmente atentos. Tenemos la oración, ya citada en este capítulo, en la que el cielo, co mo en el Diario, desempeña un papel de confidente. En ese diálogo, la joven parece recibir del cielo. Obtiene de id. para tener algo que dar, porque se encuentra con las immos vacías, despojada por los hombres: «Encerrada en 1
una reducida celda, al ver pa sa r una nube tras mis barro- l
l 'rançois Va r
il l o n , Beauté du monde et souffrance des hommes.
Cn/retiens avec Charles Ehlinger, Le C enturion, Paris 1980, p. 389.
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tes, te daría esta nube, Dios mío, si al menos tuviera fuer zas p ara hacerlo». La relación es simple, como al princi pió del mundo: el hom bre ofrece a Dios lo que Dios le po ne en las manos8. El cielo tiene aquí sabor a paraíso, aun que Etty Hillesum nunca establece esta relación. La reflexión del médico consultado en septiembre de 1942 le hace tomar más claramente conciencia de la inte riorización de su relación con el cielo, emprendida en ju nio del mismo año, bajo la presión de las medidas contra los judíos que reducían su espacio, e incluso antes, en di ciembre de 1941, mediante el rodeo de la metáfora de los paisajes del alma: «El médico decía ayer [...] que vivo [.../ casi en los límites del cielo. [...] Pero, de hecho, es más bien a la inversa: es el cielo el que vive en mí». Unos tres cientos años antes, en Holanda, otro médico comprendió eso mismo: el último místico renano, Angelus Silesias, que en El peregrino querúbico dice: «Deténte, ¿adonde corres? El cielo está en ti»9 y «Tú debes ser el cielo. No irás al cielo (¿por qué tanta agitación?) / antes de ser tu mismo un cielo viviente»10. Etty Hillesum, por asociación de ideas, define así su interiorización d e su relación con el cielo: «Esto me hace pensar en una expresión de un por ma de Rilke: universo interior». Lo que confirma mi lectura, según la cual, para resistir en un universo inmundo -immundus-, la joven se construye un mundus o, mejor, 8.
Comentario al sacrificio de Abel del poeta Pierre E m m a n u e l : «Lo que Abel recibía era el ser y la vida Tras haberlos recibido, los ofrecía para dar gracias Al no poder dar nada que Dios no le hubiera dado Dichoso de que Dios le hubiera puesto en las manos su ofrenda
sitio en su persona, al abrigo de sí misma, a un muntlus, un mundo en el sentido etimológico del término, es píelo neto, lim pio, donde es posible la vida y que se man tiene indemne. Pero entonces ya no se trata en absoluto de lii tentación de apoderarse del cielo, de meterlo en su calie/a, sino de la acogida del cielo en su corazón, «el coraIü u t
Iin esta apertura de sí misma al cielo, Etty H illesum I»iirece pasar por dos transformaciones progresivas. Ineluso cuando la enfermedad la deja inmovilizada en la i nina, reduciendo considerablemente su universo, vive un ilesarrollo de su ser que canta la metáfora de las dimen siones cósmicas: «Tengo todo el espacio que quiero. Llevo ni mí la tierra y llevo el cielo». Experimenta también una depuración interior. En julio de 1942, la joven decía que tenemos en nosotros «A Dios, el cielo, el infierno, la tieini, la vida, la muerte y la eternidad». Ahora bien, en oc tubre de 1942 el infierno ya no forma parte de su invénta la ». Lo explica: «Que el infierno es una invención de los hambres, me parece del todo evidente. Ya no volveré a vii n mi infierno pers onal (lo he vivido suficientemente en el pasatío, he tenido bastante para toda mi vida), pero sí puedo vivir m uy intensamente el infierno ajeno».
15s una relación con el cielo que Etty Hillesum no ha buscado, sino que le ha sido impuesta. Es lo más verosím il i|iie su muerte en Auschw itz se produjera en un hom o cre matorio. Frases relativas al cielo desde esta perspectiva ja lonan sus escritos y, a posteriori, resultan sobrecogedoras. Oué sabía ella? leñemos este impresionante sum ario11 de la relación i'ttlre el cielo y la muerte, «una muerte lamentable». Tam-I I I «Todos los días estoy jun to a los hambrientos, los perseguidos y los
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bién la curiosa mención de este viaje futuro: «Surcare et mundo con frenesí, porque no estaré aún enteramente di suelta en el cosmos y seguiré siendo siempre, de una mu ñera o de otra, una “mujercita”»* 12. Tenemos este comen tario de 1942 hecho en tono ligero: «Esta mañana, borde ando en bicicleta el Stadionkade, me subyugaba el vasto horizonte que se descubre en los linderos de la ciudad ) respiraba el aire fresco, que aún no nos han racionado • También su sensibilidad en esta expresión: «mantenei nuestra alma perfumada», que después de las relecturas ju días de la Shoah, en especial la de Claude Vigée13, recoi dando el midrás de la ceniza/perfume de Isaac, no puede
disociarse del holocausto. Tenemos, a continuación del co mentario de su médico, esta reacción de la joven: «¿Que me impide vivir también en el cielo? El cielo existe, ¿poi qué no habría de vivir en él?». La última cita bíblica de
moribundos, pero estoy también junto al jazmín y a ese trozo de cielo azul que está detrás de mi ventana. En la vida hay sitio para todo, para la fe en Dios y para una muerte lamentable» (Etty H il l e s u m , Une vie bouleversée. Journal 1941-1943; Lettres de Westerbork, cil
p. 142). 12. Véase también Etty
H il l e s u m , Une vie bouleversée. Journal 1941 1943; Lettres de Westerbork, cit., p. 54: «Me sentía como un viejo ju dio envuelto en una nube. Debe de existir en alguna parte de la mito logia un ju dío que se desplaza envuelto en una. nube». Hace recordar g
Elias, en tomo al cual se han tramado numerosos cuentos y leyenda,', en el mundo judío. Pero cabe también pensar en el pueblo de Israel en su caminar por el desierto, cuando la columna de nube lo envolvía (Ex 13,21-22). 13. Claude V i g é e , Le parfum et la cendre, Grasset, París 1984, p. 378 «Porque el ascenso al calvario de Isaac por el monte Moría es también la procesión de Israel asesinado hacia Auschwitz». Y Claude Vigée
i lis I Iillesum en la traducción francesa de sus escritos reiii na como un eco de ello: «El Señor es mi alta morada»14. ¿|)e qué versículo se trata? Es difícil saberlo. Eíty I Iillesum no menciona la referencia. ¿Se trata del Sai 11 1 1 0 ), I: «En Yahvé me cobijo»15 , «Es en el Eterno en quien I h i n c o refugio»16, «El Eterno es mi abrigo»17? El salmo menciona carbones ardientes para los impíos: «Lluevan noliie el malvado brasas y azufre, y un viento abrasador como porción de su copa»18. ¿Es el Sal 91'(90),9: «Yahvé es mi refugio»19, «Porque tú eres mi refugio, oh Eterno»20, I I eterno es mi refugio»21? Este último es el salmo que promete protección bajo las alas del Todopoderoso, por Imito, en la Shekiná, y atestigua: «Aunque caigan m il a tu Indo y diez mil a tu derecha, a ti no te alcanzará»22. Dios dice en él: «Puesto que me ama, lo salvaré, lo protegeré, pues me reconoce. Me llamará y le responderé, estaré a su Indo en la desgracia»23. En este caso, Etty Hillesum habría leído el salmo que en el mundo judío se recita en los eniierros, situación que sería similar a la que ella evoca -con un buen conocimiento del judaismo- unas páginas antes: « Veo llevar en una camilla a un anciano en el último es tadio de su enfermedad que va diciendo sus propias schei14. P. 344. Recordemos que en los Salmos, el cielo es llamado alta mora da de Dios: «Riegas los montes desde tu alta morada» (Sal 104 1103],13; traducción de la Biblia de Jerusalén). 13. Traducción de la Biblia de Jerusalén. Ií>. Traducción de Segond (conocida traducción de la Biblia al francés re alizada por Louis Segond en 1910 [N. de las T.]). 17. Traducción de! rabinato francés. 18. V. 6. 19. Traducción de la Biblia de Jerusalén. 20. Traducción de Segond. 2 1. Traducción del rabinato francés. 22. Traducción de la Biblia de Jerusalén, v. 7. 23. Ibid., vv. 14-15.
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mes... “Dec ir scheim es” es decir una oración po r un mo ribundo». ¿O bien la cita de la joven remite al Sal 94(93),22: «Pero Yahvé es mi baluarte»24, «Pero el Eterno es m i asilo»25, «El E terno es para m í una fortaleza»26? I traducción «alta morada» apunta, como ya hemos visto en el capítulo sobre la Escritura, a una d imensión a la vez en carística y nupcial. La cita bíblica «El Señor es mi alta morada», que Eli y Hillesum se encuentra al abrir la Biblia «al azar», la ano ta en el «abarrotado vagón de mercancías» que la contlu ce a Auschwitz. ¿Cómo no pensar en la terrible interpret;i ción de otra muerte en Auschwitz que Elie Wiesel aventn ra en Le chant des morís: «Hoy sé lo que entonces ignora ba: que al final de un largo viaje que iba a durar cuatro días y tres noches, se bajó en una estación pequeña, cerca de una tranquila aldea en algún lugar de Silesia, donde le esperaba ya su carro de fuego para llevarlo al cielo»27. Si, Elias. El cristiano piensa también en esos abundantes pasajes del Segundo Testamento que sugieren que la Resurrección se lea como una Ascensión (Le 24 situando ambos acón tecimientos el mismo día; Hch 2,32-33; 2,36; 5,30-31; Flp 2,9; 1 Ts 1,10; 1 P 3,21-22). «Ha resucitado» podría, poi tanto, expresarse como «Ha ascendido al cielo». Y teñe mos en la memoria la interpretación de Juan: la elevación de Cristo en la cruz es su exaltación, su glorificación (Jn 3,21; 8,28; 12,32-33; 17,5). El evangelista se atreve, como Elie Wiesel, a tomar la materialidad de un hecho inscrito .1
24. Traducción de la Biblia de Jerusalén. 25. Traducción de Segond. 26. Traducción del rabinato francés.
^ii mi contexto como signo. Aquí, una joven se identifica • mi ( ’listo: «Que se haga tu voluntad, no la mía»; «He l>iiilitio mi cuerpo como pan y lo he repartido entre los hombres»; «El Señor es mi alta morada». Y, de hecho, su unidle, en su horrible materialidad, es muy posiblemente una exaltación, un ascenso al cielo. Yo, sin embargo, no sacaré conclusión alguna de todo i >
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4 El árbol y la flor
Etty Hillesum dedica gran atención a los vegetales que la rodean, estableciendo incluso con ellos, y desde muy prou to, unas relaciones muy estrechas: «Recuerdo el haya roja de mi adolescencia. Tenía una relación muy especial con ese árbol. Algunas noches, presa de un repentino deseo di verlo, verlo, hacía media hora ho ra de bicicleta para pa ra ir a visitarlo y gi raba a su alrededor, hipnotizada por su aspecto rojo san gre». Le gustan árboles y flores, y se queda deliberada mente a su lado unos instantes antes de lanzarse a sus acti vidades, los contempla y se deja observar por ellos, les ha ce preguntas y se identifica con ellos. Po r ejemplo, turbad turbadaa po p o r la m uert ue rtee de Spier, Spie r, escri es cribe: be: «Está siempre ahí ese ai bol que podría pod ría escribir mi biografía. biografía. Sin embargo, embargo, ya no c\ c\ el mismo, ¿o soy yo quien qu ien ya no soy la misma mism a ?» (15 de sep tiembre de 1942); y después: «Este despacho ha vuelto a resultarme familiar, y el árbol que está delante de mi ven tana ya no tiene vértigo» (17 de septiembre de 1942). Y di rá también: también: «¿Fías seguido mucho tiempo haciendo gran des gestos de despedida desped ida a mis dos capullos de rosa?» rosa?» (caí ta a Han Wegerif W egerif y otros, Westerbork, 7 de jun io de 1943) No se pu p u e de com co m p ren re n der de r a Ett E tty y H ille il lesu sum m sin el árbol y la flor, por lo que representan para ella y por lo que hace con ellos y por ellos.
I.i', vegetales están en la vida de Etty Hillesum antes que Npiei: los trigo tri goss de su infan inf ancia cia,, que qu e desp de sper erta taba ban n en ella el la el mullido de lo divino; el haya roja de su adolescencia; el mmo de margaritas de junio de 1941 en su habitación al ■omienzo del Diario. Diar io. I’ero es verdad que Spier contribuye a reforzar la iml'ortancia de dichos vegetales en la vida de la joven, que licué con él recuerdos ligados a árboles y le asimila al ár bol: bol: «Y esas es as dos manos me acompañan acompañan,, con sus sus dedos ex presivos pres ivos que qu e son so n como com o vigoro vig orosas sas ramas ram as jóven jóv enes es.. A m enu en u do esas esas manos se extenderán sobre m í en la oración en un gesto gesto prot protect ector, or, y y a no me abandonarán hasta el e l final».
i o asocia a las las flores, cuy a evocación conllevará por lo ge neral la de Spier. De hecho, hay en él profusión de flores, como esa tarde de marzo de 1942: «Al entrar, veo su cama abierta, que perfumaba un gran ramo de orquídeas encima ile las sábanas. Y en la mesilla de noche, al lado de la al mohada, narcisos completamente amarillos, asombrosa mente mente amarillos y frescos». El desayuno en su casa, «con mi mesita redonda, al lado del geranio que día tras día si gne ensangrentando el decorado» (julio de 1942), corres
ponde pond e a una un a imag im agen en em blem bl emáti ática ca de la felicid fel icidad ad.. E n casa ca sa de Spier, Etty Hillesum duerme bajo una manta de flores. I il le ofrece ofrec e campan cam panillas illas amarillas, a marillas, tulipanes tulipan es rojos rojo s y blan bla n cos y cinco pequeños capullos de rosa. Pasean juntos «por esas esas calles tan familiares del sur de Amsterdam para ir a admirar sus flores». Cuando piensa en él ya muerto, la jo [...]enterrado bajo las flores». ven se dice que «yace [...]enterrado
Etty Hillesum no suele mencionar el bosque; y cuando lo hace, es una imagen para expresar un estado de ánimo. Hilo se debe a que le gusta mucho la ciudad, a que tiene pref pr efer eren encia cia p o r la l a land la nda, a, dond do ndee la m irad ir adaa vaga va ga libre lib reme ment nte, e, a que Holanda no es un país de bosques y, sobre todo, a que 91
desde la primavera de 1942 le están prohibidos, como clin misma explica («El más mínimo grupo de dos o tres árbo les ha sido rebautizado como “bosq ue” y lleva el letrero “Prohibido a los ju d ío s”. Se ve flore cer por todos lados esas pancartas»), porque en junio se ve forzada a residir m Amsterdam. Quedan, pues, los árboles de los bordes de l.i calles o de los canales. Los que se alzan ante su venían.i son muy importantes para ella: «La sombría red de ramas a la luz diáfana, ligera, de la primavera. Esta mañana al despertar he encontrado las copas de los árboles ante mi ventana. Esta tarde, un piso más abajo, eran los troncos los que se mostraban ante los amplios ventanales». Etty Hillesum tiene flores desde que está en Amslu dam. La lectura de su mención al hilo de las estacione, constituye un verdadero jardín: tulipanes de diciembre a marzo-abril -estam os en H olan da-; iridáceas y campa m lias de nombre desconocido en marzo-abril; anémonas en abril; margaritas, geranios y lirios de Japón en junio; mu chas rosas1, entre ellas rosas de té, de junio a julio; viole tas en julio; un ciclamen en septiembre; heliantos, entre ellos girasoles, no para ella, sino para regalar, en octubre crisantemos en noviembre-diciembre. A veces nombra ai bustos decorativos: un jazm ín en flor en julio detrás de su casa y el «querido espino», respecto del cual no se trata de floración en octubre, sino de frutos rojos. En el marco de Westerbork menciona algunos árboles, pero en ese lugar hay sobre todo arbustos. En junio-julio habla de ramos de flores en la mesa y en los antepechos delas ventanas del barracón donde vive provisionalmenle,
i láveles silvestres en la landa y, muy a menudo, campos . i. lupinos. Pero a medida que aumenta la población de deIloriados y se construyen barracones suplementarios, esos Imgmentos de naturaleza se reducen considerablemente: i a 1943 ya no hay lupinos amarillos, que se extendían hasta el barracón de despiojamiento», entre la cantina y ■I barracón de desinfección, en medio del campo, durante I verano anterior. En Westerbork, árboles y flores se han convertido en un más allá: «Miro por la ventana, veo nu bes holandesas totalmente grises de lluvia, campos de pa ilitas, y allá, en la lejanía, dos árboles holandeses»; «De l t a s de las alambradas, una línea ondulante de arbustos ba jos, cabría d ecir que de peq ueños abetos»; «Por la tar de vemos, detrás de las alambradas, cómo el sol se aden tra en los lupinos violeta». El lector sólo calibrará verda-
ilera mente ese «detrás de las alambradas» si recu erda las ivI lexiones de Etty Hillesum a propósito de ellas en su carla de diciembre de 1942. El árbol es para Etty Hillesum principio de estabilidad: lista mañana, al despertar, he encontrado las copas de las árboles»; «Ese árbol está siempre ahí»; «El árbol f a miliar se alzaba». Esta estabilidad y la pureza de líneas en
I ilespoj amiento del invierno y de la primavera las pone la joven en relación con la noción de ascesis: «Los troncos despojados que se alzan ante mi ventana se cubren ahora de frescas hojas verdes, vellón rizoso sobre sus cuerpos de ascetas desnudos y recios» (mayo de 1942). La personifi
cación deja aquí entrever un ideal masculino constituido de belleza corporal y dominio de sí, como rasgo primero de la virilidad -esta m os próximos a la etimología de la pa labra «virtud»2- , ternura también, sin embargo, y capaci«Virilidad» y «virtud» tienen la misma etimología: vir, «varón». La
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dad de resistir, que tiene por corolario la memoria*3: «Este árbol [...] podría escribir mi biografía». Por tanto, es con lo masculino con lo que se puede contar, correspondicn dose en el mundo judío con la hesed4. La consecuencia directa de esta evocación del árbol -e l 30 de mayo de 1 942 - en el Diario de Etty H illesum es la siguiente (no cito más que las primeras líneas): «Imprc siones de ayer p or la tarde en mi reducida habitación. Me había acostado pronto y, desde la cama, miraba afuera por la ventana abierta. Podría decir una vez más que hi vida con todos sus secretos estaba muy cerca de mí, que podía tocarla. Tenía la impresión de reposar contra el pe cho desnudo de la vida y de oír el dulce latido regular de su corazón. Estaba tendida entre los brazos desnudos di la vida y estaba a salvo, a cubierto». La manera de ver los árboles ha creado esta «imprc sión» que, sin embargo, tiene una condición: la confían/,a. aun cuando la joven está en el contexto histórico de terroi que acaba de mencionar («Cuando dejo de estar en guar dia para abandonarme a m í misma, heme a quí reposando contra el pecho desnudo de la vida»). La «impresión» se convierte, «de una vez por todas, en mi sentimiento de la vida», acompañándose el término «vida» de una constela ción de adjetivos calificativos {«protector», «fiel», «fuer te», «bueno», «misericordioso») que son otros tantos atri
antropología subyacente concibe la virtud como la fuerza viril por excelencia. 3. Ahora bien, «en hebreo, las palabras memoria (zekher ) y varón ( zakhar ) tienen raíces idénticas», nos recuerda Claude V ig Ée en Le parfum et la cendre, cit., pp. 113-114. 4. Se trata del hecho de ser verdadero, fiel a la palabra dada, cualidad ntra en Dios (por ejemplo, Ex 36,4 o Salmo 136 [1351
Imlos, generalmente de Dios, aquí aún no nombrado: «Y brazos que me enlazan son tan dulces y protectores, y • I latido de su corazón ni siquiera sabría describirlo: tan h uto, tan regular, tan dulce, c asi ahogado, pero tan fie l, lo bastante fuer te para no cesar nunca y, al mismo tiempo, huí bueno, tan misericordioso...». vím
I ,a misma metáfora reaparece en dos ocasiones en el I ha rio. La primera vez el término impersonal «vida» es ubslituido por el nombre «Dios»: «Y lo más extraño es iiie no me siento en sus garras, y a me quede aqu í o sea deportada». Es el 11 de julio de 1942. La expresión y el
i.ensarmentó de Etty H illesum han evolucionado con rela' ion al pasaje del 7 de julio en que escribe: «Una vez me tengan en sus garras, a m í y mis conocimientos lingü ísti cos», gracias a la vivencia de los árboles el 29 de mayo de 1942, que le permite proseguir así: «No me siento en las ■ iirras de nadie, me siento únicamente en los brazos de I has, p or decirlo con un po co de énfasis». La segunda vez
i |iie Etty Hillesum utiliza esta metáfora, el proceso va más lejos aún por el paso del pronombre «él», que manifiesta exierioridad, al «tú», pronombre de la relación dialogal: Hay persona s [...] que preten den proteger su prop io cuerpo, que, sin embargo, no es más que receptáculo de miles de angustias y odios. D icen: “¡Yo no caeré en sus garras!”, olvidando que no se está nunca en las garras de nadie en tanto se está en tus brazos».
Quien esté familiarizado con la Escritura relacionará ■•ese sentimiento» de Etty Hillesum con Le 12,4: «No te máis a los que matan el cuerpo, y después de esto no pue den hacer más» (paralelo: Mt 10,28) o Rm 8,35 y 38: «¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿La tribula ción?, ¿la angustia?, ¿la persecución?, ¿el hambre?, ¿la desnudez?, ¿los peligros?, ¿la espada? [...] Estoy seguro 95
de que ni la muerte ni la vida ni los ángeles ni los prjm i pados ni lo presente ni lo futuro ni las potestades ni la al tura ni la profundidad ni otra criatura alguna podrá sepa ramos del amor de Dios». Aquella tarde del 29 de mayo de 1942, la joven para i haber vivido, contemplando desde su cama por la ventana abierta los árboles con cuerpo de ascetas, la felicidad di quien «mora a la sombra de Shaddai», es decir, del «Todo poderoso», tan poderoso que es siempre dueño de su poda según la tradición judía5; la felicidad de aquel a quien el Viviente «cubre con sus alas» y, por lo tanto, toma bajo su Shekiná según el Salmo 91 (90), 1 y 4, con el que quizá tro pezara por casualidad abriendo su Biblia en el tren que la conducía a Auschwitz. Podía también hacer suyo el Salmo 63 (62), 7 y 9: «Si acostado me vienes a la mente, [...] exul to a la sombra de tus alas; mi ser se aprieta contra ti». Esta vivencia tan subjetiva, Etty Hillesum se atrevió n creerla fundada en la realidad y a tomarla como funda mentó de toda su existencia posterior, tratando menos de repetirla, para verificarla y asegurarse, por ejemplo6, que de conservarla como recuerdo vivo. Pues esta única con ciencia de estar en los brazos de Dios es la que a lo largo de toda su historia la preserva del envilecimiento y la de sesperación con que pretenden quebrantarla. Es imposibleafectarla; se sustrae a todo ello. A partir de entonces, la enseñanza de los árboles pue de proseguirse en su vida, invitándola a resistir como ellos hacen. Sin duda podemos, a pesar de su edad, contarla en-
5. 6.
Shadai significa
«que tiene la posibilidad de decir “basta”». Conver sación con el rabino A. Weil. En sus escritos no cuenta ninguna otra experiencia análoga, el aconte cimiento parece único.
Iir los «viejos, los más viejos» del campo, que «siguen eniiii lindóse en un suelo [...] firm e y aceptan1su suerte con dignidad y estoicismo». Su amor por las flores se inscribe en un amor más genual por la belleza, que se encuentra en su amor por los ni boles, del que ya hemos hablado, así como por el cielo, la virilidad, la gracia femenina hasta avanzada edad l Siempre he admirado la gracia principesca con que re Ilosaba* en su mísero je rgón ») y por su propia belleza. ¿Cómo llamarse Esther y no ser sensible a ella? La Escritura nos dice de la reina así llamada: «La joven tenía un cuer po espléndido y era agradable de ver» (Est 2,7)7 9. Después 8 •le esto, nada de ser vulgar y corriente. Etty Hillesum desea efectivamente ser bella. La única vez en que su texto está incompleto, en la traducción francesa de que disponemos, es cuando menciona el momento en que «los rasgos de [su] cara han sido afeados y devastados por el excesi vo sufrimiento». Que falte una palab ra en el m anuscrito10 indica el problema. Nada que ver con la coquetería: la belleza es grave, emocionante por su gravedad; es un canto a la vida sobre un fondo de muerte. De modo que a Etty Hillesum le gustan las flores por su belleza. Abundan en su obra, tanto más cuanto que es-
7.
Sobre esta «aceptación» o, mejor, el hecho de constatar, véase más adelante el capítulo 6: «Elementos de una sabiduría para ser más feliz». 8. Se trata de una dama que había superado ampliamente los ochenta años. 9. Traducción Ecuménica de la Biblia (To b ). 10. «Y cuando los rasgos de mi cara hayan sido afeados y devastados po r el excesivo sufrimiento y un trabajo demasiado duro, toda la vida de mi alma podrá refluir a mis ojos, y todos [...] se centrarán en mis ojos». El traductor incluye una nota acerca de los corchetes: «Falta una palabra en el manuscrito del Diario» (Etty H il l e s u m , Une vie bouleversée. Journal 1941-1943; Lettres de Westerbork, cit., p. 171).
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tamos en Holanda, el país de las flores, que son perfume- v color que llena el texto. Pasteles: rosa, amarillo rosáceo (rosas de té), malva... Colorido intenso: rosa fucsia, rojo, violeta y, sobre todo, amarillo. El blanco contrasta con un fondo sombrío. Estos tintes estallan como himnos, aunque «a veces la visión de los campos de batalla de un verde ve nenoso se impone» a la joven aún en Amsterdam, y aun que «los Verdes» de «jeta obtusa, despectiva, donde se in tenía en vano descub rir un último vestigio de human i dad», aterrorizan en el campo de Westerbork. Las sensa clones visuales no son en Etty Hillesum únicamente colo rido, sino en gran medida efectos luminosos; de ahí su sensibilidad al material del jarrón, estaño o cristal. En las flores se manifiesta toda la sensualidad de la joven, que gusta de los jabones perfumados y siente las cosas muy iu tensamente: «Esa cama abierta, esas orquídeas, esos nar cisos: no hay necesidad de te nd em os uno al lado del otro, en pie en la penumbra de esta, habitación, tengo la impre sión de levantarme de una noche de amor». Muchos de los adjetivos que califican a las flores su gieren el secreto de la vida aún replegada sobre sí misma («cerrados», «impenetrables»), que comienza humilde mente («pequeño», «recurrente»), en la ternura («tierno»). Otros expresan vitalidad («radiante», «deslumbrante», «exuberante»). Los verbos expresan igualmente una vida intensa, por silenciosa y suave que sea, eventualmente do lorosa: «alzarse», «abrirse», «florecer po co a poco», «san grar», «ensangrentar», «tener aspecto agotado» por «ha ber vivido demasiado». En la escritura se percibe su aten ción y solicitud por todo cuanto vive, y muy especialmen te en su manera de tratar a las flores: la joven las deja ver daderamente vivir todo el ciclo de su floración, muerte in cluida: «Ese pequeño capullo rojo y ese minúsculo capu
h> blanco, cerrados, impenetrables y, sin embargo, tan ni a n todo res»; «Mis cinco capullos de rosa»; «Una de i# rosas amarillas se ha abierto del todo y me mira con u gran ojo»; «Los pétalos de rosa llenan mis libros»; I hfuntas rosas de té». I ,os árboles en su ventana y esas flores en su despacho mi para Etty Hillesum su naturaleza, puesto que las me dias antisemitas la privan de todo contacto con el caminI.11, «Considera -dic e a una amiga desanimada- que puriimos una pena de prisión que puede durar unos años, procura vivir con los tres árboles que están frente a 1como si fueran un bosque». Siempre el príncipe de iropotkin: partir de lo que aún es posible para desarrollar idas sus dimensiones. En ese trozo de naturaleza, como n el cielo, está la creación que encuentra Etty Hillesum, más allá de ella el Creador. Cielo, árboles y flores testimiiian para ella la existencia de otro orden de cosas, done vivir es ciertamente difícil, pero posible, y sin odios, i a rores ni angustias. D onde no se conoce la hipertrofia de is mayúsculas: «la Humanidad», «la Historia del Munb», «el Sufrimiento». Perm anecer en contacto con las flot*s permite a Etty H illesum vivir en un mundo de coninnza, de sencillez, donde todo guarda sus justas proporiones, en su lugar debido, relativo, es decir, «puesto en dación» con el Viviente: «Me siento muy simple, perfecnnente simple y perfectamente bien, liberada de todos
I. Rosa Luxemburgo, en sus Cartas desde la cárcel, se sitúa de manera análoga ante cada brizna de hierba percibida. Un estudio comparativo de estas dos mujeres, Rosa Luxemburgo y Etty Hillesum, resultaría ciertamente interesante. Tienen muchos rasgos comunes, como, por ejemplo, su sensibilidad al cielo, su hambre de poesía, su opción por la vida y la alegría y su postura poética (muy distinta en la una y en la otra, sin duda).
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esos pensamientos profundos y atormentadores, de todt esos sentimientos difíciles de llevar, simple pero llena di vida y con una profundidad que siento también como a!y,o simple», dice después de haber mencionado unos tulipa nes amarillos y tres piñas de la landa. Para Etty Hillesum, la realidad es a la vez ese orden di cosas y la guerra. Todo ello. Para ella no se trata aquí de un acto de fe, sino de una constatación: todo ello. Ha decidí do levantar acta de ello e integrarlo. De ahí esta enumera ción, en la que figuran los soldados y las flores: «He cami nado a lo largo del andén, con un viento tibio y refrescan te al mismo tiempo. Hemos pasado delante de los lilos, d< pequeñas rosas y de los centinelas alemanes». De ahí tañí bién esos numerosos pasajes yuxtaponiendo e incluso en tremezclando descripciones de árboles o flores y evocacio nes de sufrimientos en las calles y en los campos de con centración. Por ejemplo, en su carta desde Westerbork de S de junio de 1943 figuran repetitivamente menciones con secutivas de los lupinos y de la locomotora de las deporla ciones: «Un guardia con aspecto de estar encantado re coge lupinos violeta, y su fusil le golpea en la espalda Volviendo la cabeza a la izquierda, veo elevarse una co lumna de humo blanco y oigo el jade o de una locomotora La gente ya está hacinada. [...] El guardia enamorado di la naturaleza ha terminado su ramo violeta, quizá va a cortejar a una jov en campesina de los alrededores. La lo comotora lanza un grito horrible, el campo entero contic ne la respiración, tres mil judíos nos dejan. Allá abajo, en los vagones de mercancías, hay varios bebés». El asínde ton asume aquí estilísticamente la realidad del «todo ello
«ubre lodo en la conservación de la conciencia de la belle/ ii - Mis rosas rojas y am arillas se han abierto. Mientras i<’ estaba allá, en el infierno, han seguido floreciendo len tamente»; «He vuelto a mi casa con un gran ramo de ro sas. Y ah í están. No son menos reales que toda la angu s tia de que soy testigo en una jorna da» ; «Está también la te al idad de este pequeño ciclamen rosa fucsia». Las fór mulas verbales «están» y «está» tienen aquí un fuerte seni ido. V isiblemente, las flores, como el cielo, desem peñan pura Etty Hillesuin la función de barrera protectora12. Iisla constatación del «todo ello incluido» hecha e inicj’i ada deja en pie todo el misterio de esa coexistencia de las llores y las atrocidades: «Extraño, este jazmín tan tier no y tan radiante en medio de toda esta grisalla y esta fa n gosa penumbra. No comprendo nada de este jazm ín. Pero tampoco hay nada que comprender. En este siglo veinte se quede perfectamente creer aún en milagros. Y yo creo en I ños, aunque dentro de poco, en Polonia, vaya a ser de \orada po r los piojos»; «El cielo está lleno de pájaros, los lupinos violeta se despliegan con una calma principesca, dos viejecitas han venido a sentarse sobre la caja para i hurlar, el sol me inunda el rostro, y ante nuestros ojos se t vniete una masacre. Todo es tan incomprensible...». Ante el cielo, los árboles y las flores, Etty Hillesum se arriesga a creer que el «todo ello incluido» comporta un sentido, un sentido que se le escapa, sin duda, y que, sin embargo, entrevé: «La vida y la muerte, el sufrimiento y la alegría, las ampollas de los pies magullados, el jazm ín de detrás de la casa, las persecuciones, las innumerables atrocidades; todo, todo está en m í y for m a un poderoso I
I2. Véase el capítulo 3: «El cielo para permanecer en la realidad». 101
conjunto, yo lo acepto como una totalidad indivisible y empiezo a comprender cada vez mejor -para mi propio uso, sin poder aún explicárselo a los demás- la lógica de esta totalidad». De ahí deriva, en mi opinión, todo el uso que la joven hace de las flores, en especial después de la lección de Spier en junio de 1942, que yo resitúo aquí: «He dicho únicamente: “Quizá es el miedo a no po de r soportar la prueba ”. Y él, con tono muy grave y emoción contenida: “Esa prueba nos llegará a todos nosotros”. Entonces compró cinco pequeños capullos de rosa y me los puso en las manos diciendo: “Nunca esperas nada del mundo ex terior, por eso siempre recibes algo”». La flor es aquí pa labra en acción. Anteriormen te, Etty Hillesum vivía la flor con más ligereza. P or ejemplo, los crisantem os blancos en sus manos, cuando caminaba con Spier, despertaban en ella el sueño de la joven casa da (nov iembre-diciembre de 1941) . Conservaba como un tesoro, seca, una anémona ro ja que había llevado el 24 de abril de 1942, cuando Spier cumplió cincuenta y cinco años, anémona que la mostra ba como «una Carmen rusa». Era inocente. Pero era po sible ir más lejos hacia su sentido. Etty Hillesum lo hace en adelante13, en particular con el jazm ín de detrás de sn casa (julio de 1942), con un ram o de rosas que se compra el 22 de julio de 1942, poco antes de ser convocada para Westerbork, con el ciclamen rosa fucsia (septiembre de 1942) y con los lupinos de Westerbork (verano de 1942, verano de 1943).
13. El límite no es tan claro. Las palabras de las páginas 117-118 (Etly H il l e s u m , Une vie bouleversée. Journal 1941-1943; Lettres de Westerbork, cit.) en el marco de «una habitación [...] florida» son tes
Ahora, para ella, tener flores o, si no las tiene -como en Westerbork-, ir a verlas (lupinos), es realizar un acto de fe: la vida merece la pena ser vivida, la creación es buena, la belleza y la ternura tendrán la última palabra, yo creo en Dios. Ahora bien, esta obstinación en la esperanza contra toda esperanza es la del judío encendiendo su candelabro de ocho brazos en sentido ascensional en las noches más profundas del año, con motivo de la festividad de la Hanuká. Porque encender una vela de la hanukia es afir mar el mismo credo. Etty Hillesum no tiene candelabro, no enciende velas, pero compra flores. Lo hace como un acto visiblemente consciente e intencionado, bien fechado (el 22 de julio de 1942), sobre un fondo de «infierno», cuando su convocatoria para Westerbork puede llegar de un momento a otro (la recibirá a prim eros de agosto14) y «muchos [le] dicen: ¿cómo puedes seguir pensando en flores?». Para obtenerlas se tomará muchas molestias. Es el final de la tarde de una jornada de trabajo en el Consejo Judío: «Después de una larga caminata bajo ¡a lluvia [re cordemos que la bicicleta, el autobús y el tranvía les esta ban prohibidos], y a pesa r de las ampollas que tengo en los pies, he hecho un último y peque ño desvío en busca de un puesto de flores». Su deseo de acabar el día con una oración nombrando la belleza por encima de los sufri mientos soportados participa, a mi parecer, de la misma actitud espiritual. Se trata de que la vida, la confianza y la ternura tengan la última palabra: «Dios mío, [...] he ex pulsado la angustia. [...] El día ha sido verdaderamente duro, he logrado asumirlo, y ahora querría dec ir algo her moso, no sé por qué, a propósito de estas rosas o de mi 14. J.G. G a a r l a n d t , «Prólogo a la edición original neerlandesa de Une
vie bouleversée», cit., p. vi.
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am or p or él. Voy a leer de nuevo algunos “cantos ” de Rilke». Esta opción por la vida, la ternura y la gracia pue-
de adoptar una forma en apariencia más resignada: morir con grandeza. En efecto, la joven escribe: « “Se ’’quiere nuestro total exterminio. [...] Si tenemos que morir, que al menos sea con gracia»; «Por supuesto, es el exterminio completo. Pero sufrámoslo al menos con gracia». Com-
prar rosas en julio de 1942, tener un ciclamen al lado en septiembre de 1942, es eso para Etty Hillesum. Mediante las flores, opta por lo que ella llama «la vida interior», fruto de un trabajo que ella en buena parte ha realizado en su despacho: «Estaba sentada en mi despa cho y no sabía cómo enfocar la vida. Era porque aún no había accedido a la vida que había en mí. Es en este des pacho donde he aprendido a encontrar la vida que lleva ba en mí». Esto lo hace con libros de pensadores y poetas, con el Diario, por tanto, con la oración y con flores. Éstas
no están dispuestas sobre el escritorio por casualidad o por mera decoración. Tal idea hace sobresaltarse a la joven, igual que la indigna la de la lectura como un lujo: «Me imagino aproximadamente lo que debe de ser la vida inte rior de todas esas personas», comenta a propósito de sus
compañeros de desgracia, sin ingenuidad alguna, porque ya tiene la experiencia de la muerte de Spier y del campo de Westerbork, es cierto que aún en sus comienzos, ese 29 de septiembre de 1942. «Pobre vida desnuda. A sí es como se llega a decir, como he oído con tanta frecuencia: “Ya no soy capaz de leer un libro, ya no puedo concentrarme En el pasado, mi casa estaba siempre llena de flores, pe-1 5
>< >hoy no, verdaderamente ya no me apetece ”. Una vida empobrecida, indigente. [...] ¿No se podría enseñar a la gente que es posible “traba jar” su vida interior?». Las l lores de Etty Hillesum están en su escritorio porque par ticipan de ese trabajo en favor de una espiritualidad. De hecho, muchos pasajes del Diario mencionan en una mis ma unidad de sentido el escritorio de la tranquila habita ción, los libros, las flores y a Dios: «Etty Hillesum, una alumna aplicada, en una habitación alegre, con libros y un jar rón de margaritas»; «Buenos días, escritorio mío en desorden. El trapo del polv o se enrolla en curvas indolen tes en torno a mis cinco capullos de rosa, y el Uber Gott de Rilke está medio aplastado bajo el Russe commercial» (una de las obras que lee se titula Jardín de la philosophie). Ahora bien, el trabajo realizado en el despacho con los libros, las flores y Dios es firme: «En este despacho, en medio de m is escritores, mis poetas y mis flores, he amado tanto la vida... Y allá, en medio de los barracones atestados de personas acosadas y perseguidas, he encon trado la confirmación de mi am or a esta vida». Si la joven puede entonces hablar de «gran continuidad de sentido», es sin duda -el la misma lo dice-po rque, p or una parte, no se ha quedado «aquí, en una habitación tranquila y alegre, atiborrandojse] de poetas y pensadores y alabando a Dios» y, por otra, porque no se ha dejado absorber por los acontecimientos ni se ha dejado impreg nar por ellos como una esponja, y ello gracias al despacho, las flores (y el cie lo), los libros y la oración: «Todos los días estoy junto a los hambrientos, los perseguidos y los moribundos, pero estoy también jun to al jazm ín y a ese pedazo de cielo azul que está detrás de mi ventana». ¿Cuál es la lección de las flores? Son varias. Ante el jazm ín de ju lio de 1942, Etty Hillesum redescubre, quizá 105
sin saberlo, el tiempo «perfecto» de su mundo semita, y ello será para la jov en un viático. Así, el 1 de julio se ma ravilla ante esa floración, se queda junto a ella para vivir la de alguna manera, se deja acompañar por ella. Pero una decena de días más tarde escribe: «Detrás de la casa, la lluvia y la tormenta de los últimos días han destrozado el jazmín, y sus flores blancas flotan dispersas por los negros charcos del techo plano del garaje». Según nuestra men talidad occidental, todo ha acabado, es decir, todo ha sido destruido. «¡Ay!», diría Ro nsard 16, que tanto ha marcado nuestros años escolares. Pero Etty Hillesum reacciona de otro modo: «Pero en alguna parte de mí, ese jazmín sigue floreciendo tan exuberante y tan tierno como en el pasa do». Lo que ha tenido luga r verdaderamente, lo que es per fecto, no puede dejar de existir. Es definitivamente. A la mem oria del hom bre le toca recordarlo de manera viva en la medida de lo posible. El texto bíblico añadirá que Dios recuerda siempre (Le 10,20). Con este jazmín, Etty Hillesum, que ante un hermoso cielo de marzo de 1941 aprendió a acoger la belleza de es te mundo, en lugar de tratar de apoderarse de ella, da un paso más. Ese ja zm ín al que am a y en adelante lleva en sí, se lo ofrece a Dios, lo que, paradójicamente, no la despo seerá. Calibre el lector el camino recorrido de la compul sión a la ofrenda: «Cuando encontraba bella una flor, ha bría querido estrecharla contra mi corazón o comérme la»; «Te doy un jazmín perfumado. Y te daría todas lasflo res que encontrase en mi camino; y son legión, créeme». Finalmente, las flores despertaron en la autora el deseo de ser como ellas. Ese deseo tenía antiguas raíces: la con-
lemplación de los campos de trigo de su infancia en De venter seguía siendo un recuerdo inolvidable para Etty Hillesum. Portaba en sí la memoria de lo que entonces había experimentado: el presentimiento de la divinidad y un in menso bienestar. Tomando ejem plo de esos trigales, prade ras, árboles y flores, la joven conserva la sencillez («Que rría ser totalmente sencilla [...], como una pradera»), que le gusta espontáneamente, que vincula a la estética de las estampas japonesas, y aprecia la ascesis, sintiendo que la belleza excluye la afectación y el recargamiento, lo que el Evangelio le confirma en uno de sus pasajes preferidos: «Observad los lirios del campo, cómo crecen; [...] ni Sa lomón en toda su gloria se vistió como uno de ellos» (Mt 6,28-29). La joven aprende también, de los trigales, las praderas y las flores, la humildad, sin la cual no hay feli cidad posible y que consiste en no hacerse ni percibirse nunca ni más alto ni más bajo de lo que se es, en ocupar el lugar debido, que nunca es ni indigno ni desmesurado, en encontrar verdadero bienestar en lo que constituye el fun damento, y en vivir disponible para la vida y el Viviente, como el humus lo está para la lluvia y el sol, para las he ladas y los vientos, y para la semilla. Es esta humildad lo que permite a Etty Hillesum decir un día, respecto de sus proyectos de escritura, que acepta «estar de vez en cuan do en barbecho y en expectativa». Esta paciencia valía la pena, porque puede constatar un poco más adelante que el barbecho se ha convertido en campo fecundo: «Mis peores momentos de tristeza, de desesperación incluso, dejan en m í surcos fértiles». Otras lecciones de los vegetales: la in movilidad del árbol, el silencio de los trigales, la ausencia de porqué del jazmín..., esto con la conciencia de tener que ser, más que hacer. Cabe creerse aquí, como en el ca pítulo sobre el cielo, en la obra de Silesius. Misma temá 107
tica, mismos acentos, a veces incluso mismo ritmo: «Hay que olvidar palabras como “D io s”, “M ue rte ”, “Sufri m iento”, “Eter nid ad ”. Hay que hacerse tan sencillo y tan mudo como el trigo que crece o la lluvia que cae. Hay que contentarse con ser», escribe la joven. «La rosa carece de porqué; florece porque florece», «Ser activo es bueno; orar, mucho mejor. / Mejor aún estar en presencia de Dios mudo e inmóvil», dice el místico17. Tal actitud se basa en la confianza. Etty Hillesum lo sabe bien; ella, en la angustia, mira la naturaleza y a partir de ese ejemplo pide la paz: «Empiezo a sufrir insomnios, ¡y no debo! Al comienzo de la aurora he saltado de la cama y me he arrodillado ante la ventana. El árbo l fam ilia r se alzaba inmóvil en el grisá ceo y pe trificad o inicio de la mañana. He orado: “Dios mío, concédeme esa paz profunda y poderosa que se ex tiende por tu naturaleza [...]”». De ahí la importancia en los escritos de Etty Hillesum de los lirios del campo de Mt 6,28 y Le 12,2718, única figura bíblica con la que ella se identifica. Trabaja día tras día, incluso hora tras hora, viviendo confiada como ellos. Lee su extrema situación de despojo como la crisis terrible, mala en sí misma, que la inteligencia de la fe puede transfigurar en ocasión de vivir en Dios de la mejor manera posible, es decir, como los lirios del campo: «Si se comprendiera bien esta época, podría enseñarnos a vivir como los lirios del campo». Dicho de otro modo, los lirios del campo le dan una clave de lectura de su vida, confieren sentido a la arbitrariedad y al odioso absurdo que el nazismo le impone, y al hacerlo le permiten vivir su tiempo con su generación, a pesar de todo.
17. Angelus Sil e s iu s , Le pèlerin chérubinique, cit., I, 289 y II, 19. 18. Véase el capítulo sobre la Escritura.
La autora vive su existencia como un crecimiento vegetal, algo que las parábolas bíblicas alientan. Para la joven se trata de discernir en sí lo que es bueno. Por ejem plo, la idea que ella tiene de que el alem án justo debe ser respetado es un «pensamiento liberador que se ha alzado como una jov en brizna de hierba aún vacilante en medio de una jun gla de grama». Como los siervos de la parábola del trigo y la cizaña (Mt 13,28), Etty Hillesum quiere intervenir rápidamente cara a la «maleza solapada», con lo que designa esencialmente el odio y las preocupaciones. Como el dueño de la cosecha en la misma parábola (Mt 13,29), conserva la paciencia si es cuestión de seres humanos: «Hay personas que llevo en mí como capullos de flor y que dejo eclosionar en mí. A otras las llevo en m í co mo úlceras, hasta que revientan o supuran». La joven ve de manera idéntica, y sin embargo distinta, la vida ajena: «Observo a los seres como se pasa revis ta a lo que se ha plantado, y constato hasta dónde se alza en ellos la hierba de la humanidad». Son las mismas imágenes del crecimiento vegetal, con el crecimiento humano asimilado una vez más al de la hierba, y con mirada aparentemente inquisitorial. Sin embargo, no hay vigilancia de la cizaña, que no es nombrada: «No juzguéis» (Mt 7,1). Lo humano en la persona comienza diminutamente, como un germen, y es importante protegerlo, favorecerlo en el tiempo mediante la fidelidad a sí mismo y desarrollarlo en una espera activa, uniendo la iniciativa y la ausencia de intervención: «Debo tener la paciencia de dejar crecer en mí lo que tendría que decir. Pero debo contribuir a este crecimiento, ir a su encuentro, no esperarlo pasiva mente». Alcanzar la plena realización, madurar, tiene una finalidad, la misma de nuestro estar en el mundo: «¿No se rá nuestra fina lidad dar frut os y flores en cada faneg a de 109
tierra que haya sido plantada?; ¿y no debemos contribuir a la propia realización?». A menos que esta fecundidad no sea «mantener nuestra alma perfumada», frase de mu cho sentido para Etty Hillesum, no sólo debido a su amor por los perfum es, sino porque tiene conciencia de las con diciones de vida que la esperan: «Encerrados varios en una pequeña celda. Pero ¿no es justa mente nuestra misión en medio de las exhalaciones fétida s de nuestros cuer pos?». De hecho, el lector sabe que el gran problema de Westerbork es la higiene (además de la tensión creada por la partida de los trenes) y conoce las condiciones del trans porte a Auschwitz: «Vagones desnudos con un tonel en medio y setenta personas de pie en un furgón cerrado»; «tres días de viaje» en un «vagón de mercancías abarro tado, donde se amontonan hombres, mujeres, niños, lac tantes, con sus equipajes, y por todo mobiliario un tonel en medio». «¡El hombre! Como la hierba es su vida, como la flor del campo, así florece; lo azota el viento, y ya no existe, ni el lugar en que estuvo lo reconoce», dice el S alm o19. Etty Hillesum y su amigo Mechanicus son enteramente cons cientes de ello, y las palabras de éste, a punto de ser de portado -d e hecho, fue una falsa alarm a-, son una especie de eco del salmo, del que habría sacado una conclusión para su propia vida: «Este campo me ha hecho más indul gente, todos los hombres se han vuelto iguales a mis ojos, todos son briznas de hierba que ceden ante la tormenta, que se inclinan ante el huracán». Incluso cuando estaba aún en Amsterdam, la joven vive esta fragilidad humana de manera aguda: « Y a veces me parece que, ante mis pro
pío s ojos, mi rostro se marchita y se consume, y que mis rasgos desdibujados son la línea de los siglos que se pre cipitan; todo se disgrega, pues, ante mis ojos, y mi cora zón se desprende de todo».
*** «Mi rostro se marchita y se consume». Es
verdad que los lirios del campo del evangelio son arrojados al fuego. Muy probablemente, ésta fue también la suerte de la joven. «Mi rostro se marchita y se consume»: una vez más, una de esas extrañas frases del Diario. Ello no impide que los lirios del campo llevaran a Etty Hillesum a sí misma. En efecto, ella no parece recordarlo, pero su nombre, «Esther», en hebreo es Hadasá, es decir, «mirto» (Est 2,7)20. Toda la enseñanza de las flores y los árboles la concernía, por tanto. Los lirios del campo no dejan de recordar al lirio de Cantar de los Cantares, la amada, introducida en los apar tamentos del rey (Ct 1,1-2.4). Pues bien, los escritos de Etty Hillesum en la edición francesa actual tienen como última cita bíblica, mientras la llevan a la muerte: «El Señor es mi alta morada». ¿No viene a decir: «La idea de perderme en otro se r ha desaparecido de mi vida, puede que no quede más que el deseo de “darm e ” a Dios, o a u n poe ma» y «A decir verdad, no debería escribir cartas de amor más que a Dios»!
Las hojas y los frutos del mirto se utilizan en farmaco logía por su acción «curativa, cicatrizante, astringente, an 20. «Esther: en acadio, Ishtar; en persa, Stareh, “Estrella”, según la tradi ción rabínica “La Oculta” [...] = Hadasá. Est 2,7»: Olivier O d e l a i n y Rémond SÉGUINEAU, Dictionnaire des noms propres de la Bible, Cerf/ Desclée de Brouwer, Paris 1978, p. 133. 111
tiséptica y hemostática»21. «Querría ser un bálsamo verti do sobre tanta llaga», dice la última frase del Diario. En la Escritura, el bálsamo por excelencia es, literalmente, Cristo. En otras palabras, se trata de ser Cristo22. En cuanto a los trigales de la infancia de Etty Hillesum, han dado su fruto: «He partido m i cuerpo como pan y lo he repartido entre los hombres». ¿ Y p o r qué no? Estaban hambrientos y salían de largas privaciones».
21. Francesco B i a n c h i n i y Francesco C o r b e t t a , Atlas des plantes médi cinales, Fernand Nathan, Paris 1976, p. 220. 22. Etty Hillesum no lo dice explícitamente, pero su texto permite legítimamente tal interpretación, bajo la responsabilidad del lector.
5
El mundo y una casa rb 00^
El nombre «Esther» (en hebreo Hadassa, «mirto») parece situar a Etty Hillesum en una relación con el mundo de ab soluta precariedad y, sin embargo, de enorme fuerza, por que el mirto se cuenta entre las plantas utilizadas para la preparación de la suká, según Ne 8,15, que es signo de fra gilidad: es una cabaña, por lo tanto, un habitáculo ele mental y provisional construido en memoria del Éxodo, vivido para huir de un genocidio. Pero la suká recuerda también que en la prueba del desierto Dios mismo se hizo casa y techo para Israel, seguridad indefectible. Por eso la fiesta de Sukot -la fiesta de las cabañas, de las tiendas- se inscribe, para Israel, en el ciclo litúrgico de la alegría. Tal es la relación de Etty Hillesum con el mundo y con la casa, en esos años cuarenta en que su derecho a la exis tencia es negado radicalmente, pero en los que ella se re cibe día tras día de su Dios con gozo en el corazón mismo de la angustia. *
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Antes de los años de la guerra, su inscripción en el mundo es compleja, porque participa de tres culturas: judía, ho landesa y rusa. v — 113
Sus padres son judíos, y su abuelo es gran rabino de tres provincias del norte1(Holanda tiene once provincias). La propia Etíy H illesum aprendió el hebreo y participó de muy joven en un movimiento sionista1 2. Philippe Noble la sitúa así: «La familia Hillesum no practicaba en absoluto su religión de manera ortodoxa, pero tampoco había cor tado los puentes con la tradición, menos sin duda po r con vicción que p or manten er su identidad cultural»3. A través de su padre, doctor en letras clásicas4-lo que quizá deje entrever la asimilación-, está arraigada en Ho landa. Su familia vive en dicho país desde hace trescientos años. L a joven, que nació en Hilversum5y pasó su infancia en Deventer, en 1941 reside en Amsterdam. Muchos nom bres de calles y de paseos junto a los canales de esta ciu dad, recorridos en bicicleta, en tranvía o a pie, figuran en su Diario y en sus Car-tas, música de fondo -p ara el lector de la edición francesa- de la lengua holandesa: plaza Adama van Scheltema, Apollolaan, Van Baerlesstraat (muy cerca de su casa), Courbetstraat (Spier vive en el número 27), Govert Flinckstraat, Herengracht, Lairessestraat, Langebrugsteg, Lijnbaansgracht, Michelangelostraat, Stadionkade, Wandelweg, Zuidelijke Wandelweg. A la jo ven le gustan especialmente los paseos junto al agua y los canales. El último trazo escrito que tenemos de ella en francés referido a Amsterdam, en el fragmento no fechado que la edición francesa sitúa al comienzo de las Cartas, lo evoca así: «Me despido minuto a minuto. [...] Estoy senta
1.
J.G. G a a r l a n d t , «Préface de ¡'édition originale:, néerlandaise à’Une vie bouleversée», cit., p. v.
da al borde de un canal apacible, mis piernas cuelgan a lo largo del muro de piedra, y me pregunto si algún día mi corazón no estará demasiado cansado y demasiado usado para seguir volando a su capricho con la libertad de un pajaro». ¡No ver más el agua! No siempre caemos en la cuenta de lo que esto significa para una holandesa de Amslerdam: «Estos canales que bordeo en cada trayecto los grabo cada vez más profundam ente en mí, a fin de no pe r derlos nunca», dice Etty Hillesum. Hay también nombres de edificios o de sitios: las estaciones, por supuesto (la eslación de Amstel, la estación central), la Patinoire, el Rijksmuseum, el teatro holandés, el cementerio de Zorgvlied. La landa (la de Laren) y los po lder s (sus praderas) dé la ron en Etty Hillesum imágenes lo bastante imponentes, aunque no las describe, para que su espíritu pueda nutrir se de ellas6. Posteriormente, en el campo de Westerbork, es toda la I lolanda por la que ya no pue de ir y venir la que enconIramos, conce ntrada en ese lugar debido a las deportacio nes: Amersfoort, Amsterdam, Assen, Bemeveld, Beilen, 1ieventer, Ellecom, Emden, La Haya (su propia orden de deportación procede de allí), Glimmen, Haarlem, Heerlen, Maastricht, Rotterdam, Utrecht, Vught, Wageningen. Apa rece a menudo el nombre de Drenthe, provincia con el te rreno más pobre de los Países Bajos, conocida por sus dól menes, en la que se encuentra Westerbork. Holanda es, finalmente, todo un imaginario del que en contramos en Etty Hillesum algunos rasgos típicos: las re llanadas de pan, el cacao Van Houten, las fresas; las flores;
6.
Véase anteriormente el capítulo sobre los árboles y las flores.
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el aire marino (la brisa de la primavera, el viento ligero, «tibio y refrescante al mismo tiempo», la tormenta), la hn medad (niebla, llovizna glacial, lluvia, trombas de agua, nieve), los cielos, en las ventanas «pálidas» el día «grisú ceo y silencioso» que tarda en amanecer en invierno; las arenas movedizas y los pantanos, las vastas extensiones que la vista no ab arca (imagen constante); la isla y el agua, siempre el agua. Con ella está la lucha, una lucha perpetua, y lo que la joven holandesa ve hacer concretamente en su país le proporcion a material para expresar los combates de su vida. La tarea es de conquista: «El océano [se trata de su imaginación] es un elemento grandioso, pero lo im portante son esos pequeños fragm ento s de tierra que sa bes arrancarle»; «tendrás aún que disputar mucha tierra firm e al furor de las olas, tendrás que introducir mucho orden en el caos». Se trata de resistir contra las dificultades, la adversidad y la desgracia: «A veces me siento como un poste clavado al borde del mar embravecido, batido por todos lados por las olas. Pero perm anezco erguida, afronto la erosión de los años»; «Sí, Dios mío, te soy muy fie l contra viento y marea, no me dejaré aniquilar». Unas veces la oleada será dominada por canales («canalizar»), por diques que siempre amenazan con ceder («He sentido que la emoción rompía los diques y me sumergía»; «Quizá me entregara demasiado imprudentemente a una vida in terior que rompía todos los diques»), por exclusas («Mi corazón es un exclusa presionada por oleadas de sufri miento constantemente renovadas»)', otras veces no intervendrá, para dejar la energía intacta: «Toda mi ternura, la intensidad de mis emociones, la marejada de este lago, de
temos más adelante7, y el pecio son muy im portantes para la |oven. El haberse criado en un país siempre en lucha contra los elementos, atravesado por un río como el Rhin, icnipre en actividad, en una zona de Europa económica mente muy activa, explica parcialmente, en mi opinión, el .mlor de Etty Hillesu m en sus búsquedas: sabe que vivir es mi esfuerzo interminable. I .a Holanda que ella habita vive la guerra y el nazis mo". Los escritos de Etty Hillesum dejan entrever el sufri miento del país, mencionan la capitulación, se estremecen i on la desaparición de los intelectuales y las crueles reInesalias contra la recalcitrante población. Sus textos dan le de las medidas que se van adoptando progresivamente contra los judíos; posteriormente, de los horrores cotidia nos: «detenciones, terror, campos de concentración, pa dres, hermanas, hermanos... arrancados arbitrariamente de sus familias»; y, finalmente, de las vivencias en el cam
po de Westerbork, «antecámara del Holocausto», según expresión de Philippe Noble9. Y lo hace con una gran so la ¡edad, sin ninguna amplificación lírica. Percibim os a través de Etty Hillesum, que deseaba ser testigo gracias a l,i escritura, los interrogantes de unos y de otros en rela ción con la huida (diálogo con Bonger, importante para la joven) a Inglaterra y con los medios de hacer frente a la si tuación; percibimos también sus esperanzas con respecto ala ayuda exterior, el eco de las noticias de la radio ingle sa y los rumores relativos a los gases asfixiantes en Alemania.
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Véase el capítulo anterior, sobre «El árbol y la flor». Véase el capítulo «Une époque atroce», en Pascal D r e y e r , Etty Hillesum. Une voix bouleversante, cit., pp. 9-29. 9. Philippe No b l e, op. cit., p. xi. K,
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Los escritos de Etty Hillesum son propios de una ho landesa jud ía en 1941-1943. Pero la joven tiene también la zos con Rusia a través de su madre, llegada a Amsterdam en 1907, «a los veintiséis años de edad, huyendo de los p o groms»'0', y es bien sabida la importancia que tiene para los judíos la filiación materna. De hecho, Etty Hillesum tenía aspecto de «tártara», de «una Carmen rusa». Se siente ru sa porque, hablando de sí misma, se designa con las expre siones «La secretaria rusa» y la joven «kirguise». Cultiva los lazos con Rusia dando, como su madre, clases particu lares de ruso y trabajando constantemente el idioma y los autores rusos. Cita a Lermontov, Pushkin, Tolstoy, Guerra y paz, Relatos populares y, sobre todo, a Dostoievski, Los hermanos Karamazov y El Idiota (recuérdese que quería terminar urgentemente de leer esta obra antes de ser con vocada y, si era posible, llevársela consigo). Dice (¿espe ra?) que quizá la deportación la lleve a Rusia, si sus cono cimientos lingüísticos son explotados. Un rasgo la sitúa muy particularmente en el mundo eslavo: su gran capaci dad de compasión, de simpatía, en el sentido etimológico del término. Sí, Etty Hillesum es hija de Holanda y de Rusia. Esta doble pertenencia, sin ninguna tensión, sin ningún males tar al parecer, se traduce en su obra en la imagen del «gran despliegue» de la mano: «Tengo la impresión de que me basta con desplegar los dedos de la mano para poder abarcar de una vez Europa y Rusia. Tantas tierras que me son ya conocidas, familiares, ¡cabrían en el hueco de mi mano!».
10. Ibid p. ii.
En lo que respecta a su casa, la inscripción de Etty I lillcsum en el mundo no es únicam ente compleja, sino diIicil. Tiene que m archarse de casa de sus padres, po rque es adulta. Pero siempre esa casa ha sido un lugar donde le lian sido transmitidas conjuntamente la vida y la imposi bilidad de vivir. Siente la influencia de esa casa como tó xica para ella. A las dificultades relaciónales entre ella y sus padres se añade el problema, gravoso, doloroso y an gustioso, de su hermano Mischa. Yo me pregunto si no es esta, en buena parte, la explicación del bloqueo de la es critura de Etty Hillesum, que a menudo dice sufrir por ello, lo que le impide elaborar un poema o redactar una novela, cuando ése es su deseo. El padre y la madre de Etty Hillesum animan a Mischa al disparate. De hecho, la muerte para la familia vendrá también de ahí: «Se habían realizado ya diversas gestiones con respecto a las autori dades alem anas para permitir a M ischa escapar a 1a. de portación. [...] Sin embargo, ninguna de esas tentativas tu vo éxito, en la medida en que Mischa exigía que sus pa dres pudieran beneficiarse de la misma protección que él. I .as cosas quedaron así hasta septiembre de 1943, cuando su madre, la señora Hillesum, tuvo la funesta idea de es cribir personalmente a H.A. Rauter, comandante en jefe de la policía y de las SS de los Países Bajos. Al parecer, esa carta desencadenó el furor de aquel alto dignatario nazi, que el 6 de septiembre dio orden de deportar inmediata mente a Mischa “con toda su familia”», según cuenta Philippe Noble11. Mientras escribe el Diario que ha llegado hasta noso tros, Etty Hillesum vive en Amsterdam, en Gabriel
11. Philippe N o b l e , op. cit., p. x.
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Metsustraat 6, en casa de Han Wegerif, un viudo de la generación de su padre12. A Etty Hillesum le gusta esa casa, en particular su despacho, que en Westerbork seguirá en su memoria: «el mejor rincón de la tierra». Siente una gran gratitud por poder vivir allí, y ello mucho antes de las medidas antisemitas, que harán de ella entonces una clandestina, con acuerdo pleno de Han Wegerif. Dejar ese lugar será duro: «Quiero confesártelo en un momento de debili dad: me sentiré desesperada al tener que dejar esta casa». Sin embargo, no es propiamente su casa, debido a la am bigüedad de su status de gobernanta y amante de Han Wegerif. Etty Hillesum tiene, pues, la sensación de tener que construir ella misma su casa, con sus propias manos. Y la casa es símbolo de seguridad, una seguridad de base, esa seguridad inicial sin la que no es posible vivir; lo cual parece significar que la joven cree tener que procurarse por sí misma la seguridad: «Estoy en búsqueda de un abrigo para mí, y la casa me lo proporcionará; tendré que cons truirla yo misma, piedra a piedra»; «Certeza cada vez más firm e de no deber esperar de los demás ni ayuda ni apoyo nunca. Los demás son tan inestables, tan débiles, tan carentes como uno mismo». De ahí su concepción de la escritura en aquel momento: «A veces querría refugiar** me con todo lo que vive en mí en algunas palabras, en contrar para todo un abrigo en algunas palabras. Pero aún no he encontrado las palabras que quieran alojar me». Formulada así, esta concepción de sí misma y de su vida me parece peligrosa: esta autonomía es la del subma-
la libertad del sujeto, que habita en sí, por haberse así re cibido del otro. Según esta antropología, el sujeto no dirá, como hace Etty Hillesum: «Debo superar las prueb as pe r maneciendo serena y con la cabeza fría. Y sola», sino «Debo superar las pruebas permaneciendo serena y con la cabeza fría. Siendo yo misma». Sin formularlo nunca ex plícitam ente, es cierto, Etty Hillesum lo logrará unos seis o siete meses más tarde, cuando se descubra mirando los árboles que hay delante de su ventana. De su disposición primera, que es una disyuntiva, buscar en sí misma y no en i-l ('tro su estabilidad, podrá conservar el primer término: buscar en sí mism a, que se asociará a «y en el otro» (pero ¡no en cualquiera!). Y ello se convertirá en buscar en sí misma su estabilidad recibiéndose del Viviente (y de sus ángeles, añadiría yo). Conjunción. Esta compleja e incluso frágil inscripción en el m undo es fuertemente cuestionada y hasta negada; casi todo pa rece decirle a Etty Hillesum: «No hay sitio para ti en el mundo». Ella lo ha pensado, porqu e el suicidio la ha tentado con fuerza y sigue tentándola alguna que otra vez durante la redacción de su Diario en 1941l3: «Ayer, volviendo a casa en bicicleta, llena de una indecible tristeza, aplastada por una capa de plomo, oí aviones pa sar sobre mi cabeza, y la idea súbita de que una bomba pudiera pon er fin a mis días me llenó de una sensación de liberación. Suele ocurrirme en estos últimos tiempos que encuentre más fá ci l
13. Más adelante, cuando vuelve la idea del suicidio (Etty H il l e s u m , Une vie bouleversée. Journal 1941-1943; Lettres de Westerbork, cit., p.
291, por ejemplo), ya no se trata de que ponga en cuestión la vida ni el sentido de su existencia personal, sino de no poder ya soportar ver su frir a los demás. 121
morir que vivir». Entonces se siente «a veces como un cu bo de basura», por lo tanto, como un desecho qu e hay que eliminar. Está aún sometida a crisis de bulimia. La bebida y el libertinaje la tientan; no obstante, no da el paso (¿no vuelve a darlo?) de caer en ello. En cuanto a la cuestión del aborto, ¿qué representa pa ra ella? La joven tiene esta primera reacción: «Durante cin co minu tos, pasé po r todas las angustias de las jóv enes que de pronto descubren con espanto que esperan un hijo no deseado». Se dice también: «Rondan demasiados gérme nes mórbidos en la herencia que porta esta familia, mi f a milia. Recientemente, cuando ha habido que llevar a la fu erza a Mischa en plena crisis'4y he visto con mis propios ojos todo el jaleo, me he jurado a m í misma que no dejaré - jam ás salir de mis entrañas a un ser tan desgraciado». Su propia experiencia de la desgracia, ligada a una angustia afectiva y psíquica que la empuja a considerar a veces el -- suicidio, debe igualmente aplicarse al niño aquí por nacer. De manera más general, ¿se pronuncia contra la materni dad cuando escribe: «He prestado a la humanidad algunos servicios inmortales: no he escrito nunca un mal libro ni tengo sobre mi conciencia el haber traído al mundo a un desgraciado más»? ¿Sí? ¿No? ¿Sí y no? Yo creo que la obra de Etty Hillesum de que disponemos actualmente no permite saber cómo se sitúa frente a la maternidad. Los nazis, que tienen Holanda en su poder, han decidi do que para Etty Hillesum, como para los demás judíos, no hay lugar en el mundo. Ello comienza con un censo y unas medidas discriminatorias co ntra ellos y continúa con1 4
la progresiva reducción de su universo: prohibición de determinados espacios, como la landa; asignación de residencia en la ciudad de Amsterdam; exclusión en Amsterdam de muchos lugares, entre ellos la casa de Han, no judío; deportación a Westerbork, que, poco a poco, se cierra totalmente al exterior de Holanda, «una de las peores ca tástrofes [...] que soportar». Allí el proceso prosigue con la retirada de los carnés de identidad: «En adelante sere mos residentes». Dicho de otro modo, la autora ya no puede poner los pies en suelo holandés si no es objeto de una especial tolerancia. La joven es lanzada al vagabundeo, con su dinám ica de pauperización general hecha ineluctab le por el proc edimiento de las redadas (« person as en zapatillas y ropa in terior») y las condiciones de la detención en Westerbork (posibilidad de llevar muy pocos efectos personales, ningún mueble para co locar las cosas, la ropa debajo de la cama o de la almohada, condiciones higiénicas envilecedoras, nada de papel higiénico, pulgas, piojos, «como ratas en una alcantarilla»). Etty Hillesum no tiene barracón fi jo: «Y quizá tengamos que trasladarnos de un momento a otro; [...] estas cosas se deciden aquí en cinco minutos». El catre debe hacer las veces de casa. La autora nos pro porciona algunas descripciones terribles. Como ejemplo, este emocionante comentario, con el que, por una vez, la joven form ula un deseo muy modesto y que no tendrá futuro: «Más adelante, cuando haya dejado de tener por do micilio un catre de hierro sobre un trozo de tierra cercado por alambradas, tendré una lámpara sobre la cama pa ra estar rodeada de luz15en ple na noche siempre que quiera».
15. Luz que no es para disipar el miedo, sino para poder escribir.
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Llega un mom ento en que la joven es asignada a un barra cón en el que no hay cama para ella. Durante el día, busca continuamente un lugar donde tener intimidad para escri bir sus cartas. Balance: «Una vez, en plena noche, una ga ta vagabunda entró donde vivíamos, y la instalamos en los cuartos de baño, en una sombrerera, y allí tuvo sus gatitos. A veces me siento como una gata vagabunda sin som brerera». La imagen deja entrever el status de Etty Hillesum, menos acogida en la existencia que un animal. El vagabundeo consiste finalmente en una marcha sin fin a partir de julio de 194216en Westerbork, en medio del ba rro17 o de tormentas de arena y polvo. «De hecho, se ca mina el día entero», dice la joven. La marcha, con o sin mochila, es en los escritos de Etty Hillesum una realidad y un tema que merecería la pena estudiar. Adopta su for ma extrema en la partida para los campos de concentra ción, porque enterarse de que uno forma parte del convoy del martes se denomina «recibir la orden de marcha». «Así -concluye Etty Hillesum- somos perseguidos a muerte de un extremo a otro de Europa». Ella es «arrojada» a la inmundicia: despersonaliza ción, juego de arbitrariedades, tensión ejercida mediante el proceso del terror anulado pero reintroducido, en vileci miento, crueldad... Llega el día en que parte para Auschwitz. Lo cual, en Westerbork, conlleva su eliminación «deificherò “a la voz de ya ”». ¿Y después? «Esta mañana [...] respiraba yo el aire fresco, que aún no se nos ha racionado», decía un año antes. Utilizaba
también la expresión «todavía no disuelta del todo en el cosmos». Los nazis habían decidido que no había lugar para ella en el mundo. Ella lo había comprendido enseguida y había escri to: «Para nosotros, creo yo, no se trata ya de vivir, sino más bien de la actitud a adop tar fre nte a nuestro aniquilamiento». Durante los años de guerra, Etty Hillesum prosiguió, sin dejarse frena r por el curso de la historia, un trabajo in terior que la condujo a adoptar en 1942-1943 una posición completamente distinta de la de 1941 frente a las proble máticas existenciales del mundo y de la casa. Había pensado en el suicidio, oscilaba entre el sí y el no a la vida. Ahora no es más que sí. Se afirma y se des pliega en ella un sentido del imperativo de vivir, ya pre sente en 1941, pero de manera incoativa: «No puedo evi tar vivir. Tengo el deber de abrir los ojos. [...] Quiero se guir viviendo plenamente», decía utilizando la metáfora del poste sólido clavado en un mar embravecido. En julio de 1942, esto se convierte en «me siento depositaría de un precioso fragm en to de vida, con todas las responsabilida des que ello implica. Me siento responsable del senti miento grande y hermoso que la vida me inspira, y tengo el deber de intentar transmitirlo intacto a través de esta época para llegar a días mejores. Es la única cosa que im porta. Soy constantemente consciente de ello. A veces me parece que voy a terminar po r resignarme, por sucumbir bajo el peso de la tarea, pero mi sentido de la responsabi lidad viene siempre a reanimar la vida que llevo en mí». Indudablemente, es el lenguaje de una hija de Israel. Nos viene al pensamiento una vez más Dt 30,19: «Escoge la vida, para que vivas tú y tu descendencia», fundamental 125
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para el pueblo ju dío , como nos recu erda Eliane Amado Lévy-Valensi en sus Lettres de Jérusalem: «La próxima semana será la Parashá Nitsavim, que será la última del año y es quizá “la más jud ía” de todas, porque contiene, en Deuteronom io 30, el famoso versículo que presenta “el or den de vida”, Tsav lehaim: “Elegirás la vida, a fin de que vivas”»18. ¿Cómo llega Etty Hillesum a esa convicción?; ¿cómo pu ede reconocer que el deseo de vivir que lleva en sí es un tesoro y no algo doloroso, como decía en el pasado: «Considero la vida un largo Vía Cruéis [también hablaba de «valle de lágrimas »], y a los hombres unos seres bien miserables »? Ella misma lo explica: «Estaba sentada en mi despa cho y no sabía cómo enfocar la vida. Era porque aún no había accedido a la vida que había en mí. Fue en ese des pacho donde aprendí a llegar a la vida que llevaba en mí». Pues bien, en ese despacho redactaba Etty Hillesum su Diario. Escribir le permitió llegar a la vida que había en ella y bendecirla, no maldecirla. A la escritura, sin em bar go, fue lanzada y apoyada por una persona, Spier, que, al darle el mínimo de seguridad afectiva que un ser humano necesita para vivir, le dio acceso a sí misma y a Dios en ella. A partir de ahí, acoger el mundo, el cielo, el árbol, la
18. í
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Eliane Amado L é v y -Va l e n s i , Lettres de Jérusalem, C versitaire de Recherches sur Israel / Louis Musin, Charleroi/Bruxelles 1983, p. 363. Yo creo que podrían establecerse relaciones entre este au tor y Etty Hillesum por su común amor a la Escritura, su inscripción en el judaismo y su buen conocimiento del cristianismo -aunque no deja de ser cierto que sus posiciones difieren: Eliane Amado LévyValensi habla de «la tentación cristiana» en La racine y la source, Zikarone, París 1968, pp. 101-133-, su amor por el pensamiento y lo concreto, el árbol, la flor, su interés por el psicoanálisis y el trabajo so
los rostros... se hacía posible, como también se hacía i ■ 1«I. constituirse en sujeto. Etty Hillesum tiene con. n.i.i de ser recibida de alguien cuando escribe a la mui iie de Spier: «Seguiré viviendo con esa parte del mu ilo que tiene vida eterna», lo cual no excluye que, de ili'iiii.i manera, la vida, antes de conocer a Spier, fuera en ii leiargica, por estar herida, y sin embargo obstinada, |n ii que impulsaba a la joven a hacer todo lo posible por sa ín del caos. rn la vida que ha descubierto en sí misma, Etty i lillt mu ha reconocido al Viviente. A partir de entonces, .1.. nlir vivir y ser fiel a Dios son para ella sino una misma mui .i cosa; y por haber percibido a ese Dios como orin de la vida (porque Spier perfora en el hombre para lii i a la íuente, pero no es la fuente), elige recibirse de él i i encima de Spier: «Eres tú quien ha liberado en mí .M fuerzas de las que dispongo. Tú me has enseña do a H. h
1
.1
•io i i iniciar sin vergüenza el nombre de Dios. Tú has ser bio ile mediador entre Dios y yo, pero ahora tú, el me tí odor, te has retirado, y mi camino lleva en adela nte di■ lamente a Dios; siento que así es». La noción de elec-
i>ai. percibida como una capacidad que asumir, con todo i" que ello supone de gravoso, ocupa entonces para ella, m mímente agradecida, el lugar que en verdad le corresi" 'iide. Aquí nos encontramos de nuevo en el corazón misiii" del judaismo. I ‘i i »yectada a la inmundicia -l a imagen de sí misma en ..... ubo de basura, como Diógenes en su tonel, es de lo "i i elocue nte-, protege en sí un mundo en el sentido etiiiii ilógico del término, un espacio santo, es decir, protegi•l" de toda contaminación a causa de la muerte -d e la que i "ima parte el odio-; un espacio en el que es posible una ida sana: el cielo, los árboles, las flores, los poetas, la 127
oración..., porque «cuando no se posee una fue rza enor me, para la que el mundo exterior no es más que una se rie de incidentes pintorescos incapaces de rivalizar con el gran esplendor (no encuentro otra palabra) que es nues tro inagotable tesoro interior, entonces todo tiene motivos para hundirse en la desesperación». Por tanto, Etty Hillesum tiene su patria en sí misma. Sin embargo, no c onside ra este modo de funcionamiento una medida extrema. Para ella, vivir a un lado o al otro de las alambradas requiere siempre una «vida interior» de tal naturaleza que permita vivir a ambos lados de la misma manera. La joven lo de cía antes de Westerbork; y lo confirma allí, cinco días an tes de partir para Auschwitz; por lo tanto, después de una larga experiencia del campo, lo cual hace pensar. ¿Qué supone la casa en este contexto? Etty Hillesum utiliza la imagen del barco -una verdadera constante en el imaginario holandés-, identificándose con «un navio len to y majestuoso» a punto de partir. Desarrolla la metáfora de marzo de 1942 hasta su partidajde^Amsterdam. Predo minan los motivos de los bienes izados,"'generalmente te soros («izar a bordo todos mis tesoros de manera que no quede nada detrás cuando leve anclas»; «embarcar un cargamento precioso; [...] tener a bordo lo que hay de más precioso»; «cargados de dinero»; «tesoros»; «todo lo que creo necesitar para emprender el viaje»), y. amarras ) rotas por sí mismas («romper una a una»; «largar ama rras libre de toda atadura»). Todo expresa esfuerzo, a veces violento, y determinación, porque al hacer esto Etty Hillesum transforma la orden de partir en una deci sión personal. Se asegura una relativa invulnerabilidad guardando todos sus bienes en ella mediante la interiori
trar en sí misma», ha venido preparando desde mucho liempo atrás. Que esa casa sea barco hace de Westerbork un océano y, por lo tanto, metamorfosea la adversidad en copartícipe. Y, en mi opinión, se trata de algo distinto de la magia de la escritura. L a joven habla de «navio» y de «ga leones», no de submarino. De hecho, su independencia no es autosuficiente, porque ella lo sabe: «Si las cosas empe oran verdaderamente para nosotros, la energía espiritual no bastará». Sigue recibiéndose del Viviente: «Estoy [...] refugiada en Ti, Dios mío». Claude Vigée diría que la ca sa de Etty Hillesum es Betel (Gn 28,20-19), esa «casa de lilohim» ( Beth-El ) que no tiene otra materialidad que el hecho de haber escuchado, por haber estado atenta y por gracia: «Estaré co ntigo»19. Esto tuvo lu gar por primera vez, a mi parecer, en «la experiencia de los árboles», nun ca puesta en cuestión posteriormente. Es ese «Betel» invi sible en el que ella reposa el que hace posible a Etty ilillesum habitarse: «¿Y sabes, Ru?: tengo todavía otro rasgo pueril que me hace encontrar siempre la vida bella y quizá me ayuda a soportar todo tan bien. [...] ¿Ves?, yo creo en Dios». .............. ..................... .... ...... ¿Cuáles son esos tesoros izados a bordo', es decir, al fondo de sí misma? incorpora los canales {«Estos canales que bordeo en cada trayecto los grabo cada vez más pro fundamente en mí, a fin de no perderlos nunca»), su des pacho, sus lecturas (de ahí su voluntad de concluir sin fal la algunas de ellas antes de la deportación: El idiota, todo kilke, incluidas sus cartas...), sus encuentros human os, los dos últimos años de su vida («Aunque muchas imágenes estén destinadas al olvido, estos dos últimos años brillá .
is . Claude V i g é e , Dans le silence de l ’Aleph, Albín Michel, París 1992,
rán siempre en el horizonte de mi recuerdo como un país maravilloso que no habrá sido mi patria más que por un momento, pero siempre seguirá perteneciéndome»). Este trabajo de la memoria viva'-que nos concierne a todos, ya se trate de nuestra juventud ya finalizada, de los recuerdos amorosos dichosos, de nuestra vida a la sombra de la en fermedad, de la vejez o de la muerte- no me parece que fuera posible en Etty Hillesum más que por tres razones. Para empezar, ella no cultiva el pesar que la sumiría en la desolación por no haber, en definitiva, vivido verdadera mente más que dos años; ese rencor impediría que esos dos años ocuparan su lugar en ella, porque tal lugar esta ría ya ocupado por la amargura. Etty Hillesum vive con agradecimiento esos dos mínimos años; que de ese modo alcanzan su dimensión exacta e invaden su vida; «Los re cuerdos me han asaltado po r millares. ¡Qué año de rique za extraordinaria! ¡Y cuántas nuevas riquezas apo rta ca da día! Gracias por haberme dado suficiente espacio in terior para albergarlas todas». Finalmente, Etty Hillesum redescubre el tiempo «perfecto», bíblico, semítico, que perm ite que el p asado esté para siem pre presente, disponi ble; por lo tanto, al margen de una nostalgia dolorosa, re curso en la inmundicia: «Aquí veo mucha gente que dice: no queremos nada que nos recuerde el “antes”, porque la vida en el campo nos resultaría imposible. Y yo vivo jus tamente tan bien aquí porque no olvido nada de ese “an tes” (que ni siquiera lo es para mí), sino que sigo adelan te gracias a su impulso». Ese tiempo perfecto permite a Etty Hillesum instaurar un sistema espacial asombroso, «ubicuo»; «Camino por el barro entre barracones de ma dera, pero al mismo tiempo recorro los pasillos de esa ca sa que me albergó durante seis años; estoy instalada en este preciso instante en una mesa abarrotada de un cuar-
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Sin embargo, el tesoro por excelencia que Etty' I lillesum lleva en sí es Dios: <
En su descubrimiento de la oración, la joven había com prendido que se trataba de entrar en sí misma, de quitar to do cuanto la estorbaba y «hacer entrar un poco de “D io s” en uno, como hay un poco de “D io s” en la Novena de Heethoven». Después percibió que «en alguna parte de m í |estaba] Dios». A partir de entonces, orar equivale a tener «conversaciones » con Dios permitiéndole permanecer en ella: «impidiéndote as í escapar de mí». La problemática de la casa, pues, ha evolucionado. Al sentir la proximidad de la deportación, Etty Hillesum se preocupa menos por tener una casa que por ser una casa para sí mism a y, más aún, para Dios. De ahí la oración del domingo 12 de julio de 1942, en la que se compromete a no dejarlo nunca a la puerta de ella misma: «Yo no te echa re de mi peq ueñ o dominio», porque -dice la jov en - «tú ya no puedas ayudamos; [...] es a nosotros a quienes toca ayudarte y de fender contra viento y marea el lugar que te alberga en nosotros». Como Etty Hillesum no concibe una
casa sin flores, ofrece a Dios en ella el jazmín en flor de detrás de la casa, que puede efectivamente entregarle, por que lo ha interiorizado entre sus tesoros. El proceso es el mismo que el de David, pero a la inversa. El soberano de Israel, efectivamente, se preocupaba también por albergar a Dios en una casa, pero, contrariamente a Etty Hillesum, el tenía una, o al menos creía tener finalmente una: «Cuan do el rey se estableció en su casa y Yahvé le concedió paz de lodos sus enemigos de alrededor, dijo el rey al profeta Natán: “Mira, yo habito en una casa de cedro, mientras 131
que el arca de Dios habita en una tienda de lona”» (2 S 7,1-2). El Templo es interiorizado según 1 Co 3,16: «Vo sotros sois el templo de Dios». Esta manera de vivir la casa no es el repliegue de una ^persona aurista, porque la joven saca de ella misma la energía necesaria para hacer de cualquier lugar en que se encuentre una casa pa ra sí y para los demás. Na da que ver con el espíritu de «mujer de su casa», como ella comenta con humor. Trata de humanizar d espacio común según un viejo proyecto para el que ahora tiene la fuerza necesaria, que obtiene de Dios. Y esto es lo que llega a decir: «He aprendido a amar Westerbork y tengo nostalgia de él». Transfigura también el vagabundeo. En adelante, recorrer el campo embarrado es partir en busca de nuevas habita ciones para Dios en las personas encontradas, para que és tas puedan salir de su «angustia interior». Hace de ello un compromiso: «Te lo prometo, te lo prometo, Dios mío, te buscaré un alojamiento y un techo en el mayor número de casas posible». «El celo por tu Casa me devora» (Sal 69 [68], 10, retomado en Jn 2,17), p odría decir. Ahora bien, por su compromiso, la obligación se ve anulada: elige par tir. Ya no hay vagabundeo: va hacia un objetivo. El absur do ha adquirido sentido. La condena al envilecimiento queda revocada, porque va hacia el Templo en el otro; por lo tanto, hacia el esplendor. Escribe: «Es una imagen di vertida: me po ng o en camino para buscarte techo». El lec tor, una vez más, se queda pensativo: «una imagen diver tida» de su deportación, y sin humor negro ni ingenuidad, porque un pasaje del Diario posterior a una primera expe riencia del campo confirma estas palabras: «¡Y cómo me movía, Dios mío, cómo me movía...! Yo misma estaba
iliulo,se contra mi inexperta espalda». El campo de Wc'slerbork se convierte en «el desierto», con todo lo que • lio representa para Israel. Aun cuando es el encierro, "liecc la apertura: «Unas puertas de salida eran de rel'ciite abiertas para mí hacia el mundo, al que nunca habia creído tener acceso». Y llega finalmente -para nosoiion es «finalmente», porqu e los trazos escritos se detienen 'i" la march a de la entrada de Etty Hillesum en su l'asión: «Hemos dejado este campo cantando». Como la Inven había orado «que se haga tu voluntad, no la mía», y '? nn poco después había dicho: «He partido mi cuerpo co mo pan y lo he repartido entre los hombres. ¿ Y p o r qué no?». Hace pensar en el gran Hallel del final de la cena pascual, ju sto antes de «salir» para ir al Monte de los Olivos (Me 14,26; Mt 26,30). Iis entonces cuando se reproduce para la joven lo que le ocurrió a David cuando quería construir una casa para Dios. Etty Hillesum da casualmente con el versículo bí blico: «El Se ñor es mi alta morada». Al rey se le dijo: Yahvé te anuncia que Yahvé te edificará una casa» (2 S /. I I), donde «casa» tiene un sentido muy físico, como •alta morada». Etty Hillesum se pregunta alguna que otra vez si el inundo y la casa son compatibles en su vida: «Sé que ten dré que elegir. Una elección muy difícil». Contrariamente a lo que piensan sus amigos, no vive lucra del mundo. Ha com prendido que su sitio está allí, no en un retiro monacal. Acepta el mundo porque tiene una Weltanschauung (cosmovisión) que articula lo que a pri mera vista se excluye {«Hay sitio para sueños hermosos al lado de la realidad más cruel») y porque parte de la reali dad presente para sacarle el máximo partido, en lugar de desolarse por todo lo que no es posible, incluso en caso de 133
injusticia (la lección de Kropotkin le dice que se trata de saber maniobrar). Aprende también, poco a poco, el uso del mundo. Y además, más que nunca en ese momento de la historia, la joven quiere estar allí. Los campos los concibe como «campos de batalla». Para ella ir a Westerbork y más allá es partir «al frente». Analiza la situación consigo misma a este respecto: «No quiero en absoluto estar a salvo, quiero estar en el teatro de operaciones». Esta voluntad de comprometerse la empuja incluso a querer estar «en todos los frentes», «en todos los campos de los que Europa está sembrada». En este aspecto, Etty Hillesum se asemeja a Simone Weil tomando la decisión de ir a la fá brica20, im plicándose en el frente en España21, proyectando marchar a Indochina y Albania22, yéndose a Londres23. Pero el tipo de acción considerada es distinto: para Etty Hillesum «ya no es tiempo de mantenerse a toda costa al margen de una situación dada». Ella constata que los trenes de deportación deben partir con un cierto número de judíos y que, si ella no parte, otro ju dío deberá hacerlo en su lugar. La problemática es sem ejante a la de un M aximiliano Kolbe, por cuestiones no de condición judía, sino de codetención y celibato. De ahí esta reflexión: «No es una especie de masoquismo lo que me empujaría a querer par tir a toda costa, a d esear ser arrancada de los fund am en tos de mi existencia, sino si me sentiría yo verdaderamen te contenta de poder sustraerme a la suerte impuesta a tantos otros». Estas palabras manifiestan una clarísima so-
20. Sylvie C o u r t i n e -D e n a m y , Trois femmes dans les sombres temps, cit., p. 83 21. Ibid., p. 107. 22. Ibid., p. 119. 23. Ibid., pp. 168 y 203.
hilaridad -que ciertamente podría ejercerse también de olí a m anera- con el ser humano, sea o no judío. Dicha so lidaridad con todos los hombres incluye una solidaridad ■\ plícita con el pueblo judío, reconocido como suyo (uti lización recurrente del «nosotros»; expresión «nuestros lu nnanos de raza»; consciencia y voluntad de tomar par le en un Massenschicksal, «destino colectivo»), sobre to do a partir del momento de la persecución. Por lo tanto, lili y Hillesum concibe el compromiso para ella -n o preIcnde establecer una ley universal-, en ese momento de la historia, como la necesidad de soportar, como judía con los judíos, la suerte de los campos de exterminio. ¿Se pue do en este aspecto establecer una relación con Edith Stein ni el momento de su detención: «En marcha por nuestro pueblo»24? Sí en lo que respecta al hecho de la solidaridad y de asumir lo inevitable; pero Edith Stein no es quizá tan radical como Etty Hillesum, porque anteriormente intenta huir de Colonia a Echt, en Holanda, y consideraba la poibilidad de irse a Suiza; y todo ello en relación explícita ion Mt 10,23: «Cuando os persigan en una ciudad, huid a oirá»25. Es verdad, sin embargo, que previamente había de clinado la propuesta de un trabajo en Sudamérica que ha la ia podido proporcionarle seguridad26. Sobre el frente de los campos, Etty Hillesum opta por una acción que será propia de ella, que sin duda habría he rí io suya igualmente en un contexto distinto del de la gue rra, y que no deja de recordar lo que ocurrió en el bunker
M Bernard M o l t e r , Regards sur Edith Stein, Éditions Eglise de Metz, Metz 1991, p. 32. V Sylvie Co u r t in e -D e n a m y , Trois fem mes dans les sombres temps, cit., p. 204. Ibid., p. 73.
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de Maximiliano Kolbe: limitarse a estar allí y, con su pre sencia, contribuir a tranquilizar. Lo entrevemos así en su trabajo: «Cada vez que una mujer o un niño hambriento estallaba en sollozos ante una de nuestras oficinas de re gistro, yo me acercaba y me quedaba a su lado, protecto ra, con los brazos cruzados, sonriente. [...] A veces me sentaba jun to a alguno y le pasaba el brazo p o r los hom bros, no hablaba mucho». El proyecto de este tipo de ac ción debió de nacer en ella a comienzos de julio de 1942, cuando escribía: «Se envía a los campos de trabajo inclu so a niñas de dieciséis años. Nosotros, sus mayores, debe mos tomar bajo nuestra protección a las hijas de Holanda cuando les llegue el turno». En aquel momento de la historia, para Etty Hillesum ello consistió en estar, porque había considerado que tal era su camino: «Lo que sea justo que yo haga, lo haré». «Jus to» tiene tres sentidos: «conforme a la justicia», «conforme a lo procedente» y «conforme al ideal bíblico del Tsadik “que se conduce según la voluntad de Dios”, mostrándonos él mismo el camino, porque “es fiel a sus promesas y cum ple todo lo que ha decidido”27». Huir o quedarse, tomar las armas al lado de los liberadores o acompañar a las vícti mas: para cada una de ellas (Etty Hillesum, Edith Stein, Simone Weil, H annah Arendt) fue así en cada ocasión: «Lo que sea justo que yo haga, lo haré». Sin embargo, Etty Hillesum sabe también retirarse del mundo, y lo hace para construirse, para leer, encontrarse y orar, para tener vida interior, escribir y, dado el caso, sa nar. De ahí, mientras sigue aún en Amsterdam, sus refle xiones sobre la vida monástica, la importancia de su des-
27. Bemard G il
l ié r o n
, Dictionnaire biblique, cit., p. 114.
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pucho y la organización de sus días tratando de procurar< un tiempo de soledad cotidiana; de ahí también su tra bajo para aprender a concentrarse, es decir, a retirarse en i misma en medio de los demás. En Westerbork, retirarse resulta casi imposible. La autora, sin embargo, desea se guir haciéndolo: «Hablo mucho, mucho a la gente en es tos últimos tiempos. [...] No debería dispersarme tanto, I I debería retirarme en m í misma»; «tengo que pe rm a necer fi e l a mi misión, dejar de dispersarme como arena ni viento. Yo me divido y me ofrezco repartida a la multi tud de simpatías, impresiones, seres y emociones que se apoyan en mí».
La tensión es máxima en relación con la escritura. Lo i|iie ayuda a la autora es haber comprendido que se trata de retirarse, no contra el mundo, sino por él. Esto va más allá de su descubrimiento inicial: «retirarme de una pequeña comunidad para poder dirigirme a otra más amplia»; se traía de escribir para la comunidad grande y para la pe queña, de transmitir, por ser «depositaría», lo que el «co razón pensante» del barracón, incluso de todo el campo, puede y debe hacer llegar (pero sólo esto; otros tendrán que transmitir los demás aspectos de los campos), más allá de las alambradas, a las generaciones contemporáneas y Iuluras. El sentido de la casa está bien claro: permitir a su ha bitante existir, es decir, literalmente, mantenerse en pie en rl umbral, lo cual articula la interioridad y la exterioridad: " (i la vez inmersa en la comunidad y atrincherada en mí misma». * * *
La inscripción de Etty Hillesum en el mundo pasaba mucho por la escritura, que ella concebía como una casa para los lectores, sobre todo cuando se ven atrapados en una tormenta, como un lugar donde poder «reanimarse», «en contrar un refugio totalmente dispuesto para los desaso siegos y las cuestiones que no saben ni expresar ni resol ver por sí mismos, porque las angustias de cada día re quieren todas sus energías». A la joven le habría gustado ser poeta, y piensa en cartas como las de Rilke o en «aforismos». El género novelístico también la atraía, «pequeñas historias [...] como delicados toques de pincel sobre un gran fon do de silen cio que apuntaría a Dios, la Vida, la Muerte, el Sufri miento y la Eternidad». Contemplaba la posibilidad de escribir algún día «la crónica de nuestras tribulaciones», de «nuestro destino y [...] un episodio de la historia que no ha tenido parangón». La forma aún no estaba establecida {«¿Qué escribiré exactamente?»), pero la intención era,, clara: «describir», dar el «necesario testimonio», «hacer ^ sentir a los demás que la vida es bella, que merece ser vi vida y que es justa..., sí, justa». •No era un capricho, sino un deseo profundo, una voluntad obstinada, del tipo de las que el poeta Pierre Emmanuel afirmaba: «Hacer lo que se quiere, y hacerlo p o r fin , después de largo tiempo de espera, deseo y meditación, quizá sea hac er lo que Dios quiere, realizar una de esas grandes cosas “inútiles” que cambian el sentido de la vida, preludian una conversión, reabren el acceso al ser, establecen un hito más, ¿por qué no?, en el camino del hombre humano»28.
Pues bien, a pesar de la adversidad, la obra ha nacido. 1,1 Diario y las Cartas, aunque no tengan la prestigiosa Iorina con que soñab a su autora, están aquí, hablando me dio siglo después a las generaciones futuras, confortándo las e incitándolas a encontrar a su vez su propia inscripi ion en lo humano.
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Elementos de una sabiduría para ser más feliz
«Aunque haya que pa sar po r una m uerte terrible, la fue rza esencial consiste en sentir hasta el fina l, en el fon do de uno mismo, que la vida tiene sentido, que es bella y que ha he cho realidad todas sus virtualidades en el curso de una existencia que ha sido buena».
Al tiempo que trabajaba sobre las anteriores temáticas, leía y volvía a leer los textos de Etty Hillesum, tomaba notas y elaboraba fichas de lectura, entre las cuales deslicé un día una hoja para inscribir, paralelamente, un comentario de la jove n sin relación alguna con mi tema, po rque me decía a mí misma: «Si hago esto en mi vida, seré más feliz». Esta reacción se reprodujo varias veces, hasta el punto de que la hoja anexa se convirtió en la ficha de lectura suplementaria que está en el origen de este capítulo, el cual retoma, con el fin de hacer una síntesis, elementos ya enunciados en los capítulos precedentes. Pero la perspectiva es distinta: ya no se trata de un estudio de temáticas, sino del aprendizaje del arte de la felicidad. Este capítulo com porta a la vez elementos que ya eran míos antes de mi encuentro con los textos de Etty Hillesum, elementos que he transcrito con la alegría de verlos
volver a mí a través de ella, y otros aspectos de los que he lomado claramente conciencia gracias a ella y he anotado pura aprender. Me atengo a datos que me parecen transpombles a la vida cotidiana muy concretamente, para obte ner mayor felicidad al hilo de los días. Por tanto, más que nunca en la elaboración de esta obra, aquí he escrito para mí. É sa es la perspectiva de este capítulo, que no pretende en modo alguno echar un ser món a nadie: quien quiere ser rey de su vida está suficien- temente ocupado por los trabajos en el interior de su pro pio reino, de su existencia personal, como para contemplar la posibilidad de regentar la ajena. He sido sensible a los aspectos desarrollados más ade la ule, pero también pueden haberse puesto de relieve otras lineas de fuerza. No he pretendido ser exhaustiva: mis pa labras no son «la sabiduría de Etty Hillesum». Tzvetan Todorov considera que la joven, sin saberlo, saca sus convicciones más del estoicismo que del cristia nismo1. Por mi parte, aunque la cuestión no carezca de in terés, no deseo orientarme en este trabajo hacia la búsque da de las fuentes de la autora -¿judaism o, cristianismo, es toicismo, budismo, la obra de Jung...?-, porque el «cómo» suele distraer -n o siempre, como es obvio- de lo esencial, y al hacerlo retrasa el momento en que uno se aventura en su propia vida. A veces me limitaré a recordar consonan cias bíblicas, no para indicar el origen, sino para amplifi car un eco. * * *
I. «Etty Hillesum recurre aquí a una argumentación que ella cree sacar de la tradición cristiana, pero que sería más justo emparentar con el es toicismo, el quietismo o, en la tradición oriental (a îa que ella se refie re igualmente), con el taoísmo», Tzvetan T o d o r o v , Face à l ’extrême, cit., p. 239.
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La joven considera la felicidad como un regalo por el que da gracias a Dios: «Te doy las gracias, Dios mío, por ha cerme la vida tan hermosa en cualquier lugar en que me encuentre, que cada lugar que dejo me llene de nostal gia», escribe Etty Hillesum. Esta oración atestigua que no piensa en procurarse la felicidad ella mism a, sino que tie ne conciencia de recibirla gratuitamente'. Sin embargo, cree necesario disponerse para ella me diante un trabajo sobre sí: «No se podría enseñar a la gen te que es posible “trabajar” la vida interior, la reconquis ta de la paz personal. Seguir teniendo una vida interior prod uctiva y confiada suficiente p or encima -m e atrevo a decirlo- de las angustias y los rumores que os asaltan». La pregunta -q u e no es tal, porque no hay signos'de inte rrogación- data del 29 de septiembre de 1942 y tiene Westerbork como telón de fondo. ¿Qué presupone ese trabajo sobre sí -E tty Hillesum no habla explícitamente al respec to-: la voluntad de ser feliz? «¿Quieres sanar?», pregunta efectivamente Cristo a un in dividuo que lleva treinta y ocho años enfermo (Jn 5,6), porque no es algo que caiga de su peso. «¿Quieres ser fe liz?». El trabajo sobre sí supone activar esa voluntad día tras día. Nosotros somos testigos de ello, por ejemplo, en el Diario de Etty Hillesum. Ese trabajo es, al parecer, función de la tarea que cada uno de nosotros tiene que realizar en la existencia, aunque cronológicamente la disposición de todo ello no se desa rrolle con tal claridad. Para Etty Hillesum, sin embargo, no somos llamad os a la existencia para hacer, sino simple mente para ser. Dios -dic e, de hecho, el libro de la Sabidu ría - «lo ha creado todo para ser» (Sb 1,14)2. Ya desde sep2.
Traducción de la Biblia de Jerusalén, nota a.
Mt'inbre de 1941, Etty Hillesum ve esto con toda claridad nni respecto a sí misma, porque siente en su deseo de esi ubir un riesgo de confusión entre el acto y su persona: •Pero ¿por qué tengo yo que realizar algo? Tengo, sim plemente, que ser, vivir, intentar alcanzar una cierta hu manidad». En la nieta del gran rabino resuena, sea ella i (insciente o no, el imperativo que fundamenta para el ju dio lodos los demás mandamientos, reconocido como la enseñanza que indica la dirección d ebida y como las palabus de ternura por excelencia que Dios dirige a sus hijos: •discoge la vida» (Dt 30,19), «Vive» (Ez 16,6). La tarea, pues, consiste sencillamente en vivir y proteger la vida en df. «Me siento depositaría de un precioso frag mento de vi lla» -dice la joven maravillada-. «Me siento responsable del sentimiento grande y hermoso que la vida me inspira, v tengo el deber de intentar transmitirlo intacto a través de esta época para ¡legar a días mejores. Es lo único que importa. Soy constantemente consciente de ello». Este vi va aspira, conforme a las leyes de la vida (Gn 1,28), a transmitirse: «Dios mío, estos días son demasiado duros pian los seres frágiles como yo. Pero sé que habrán de ve an otros días mucho más humanos. ¡Me gustaría tanto so brevivir para transmitir a esa nueva época toda la huma nidad que he preservado en mí, a pesar de los hechos de que soy testigo cada día...!». «Ser», «vivir», «preservar la humanidad en sí» o, como decía anteriormente, «intentar alcanzar una cierta humanidad»... son sinónimos. La joven dice explícitamente que toda su vida se basa en Gn 1,273. Ser, vivir, es, pues, ser hijo de los hombres, lo que constiluye a la vez algo adquirido y en evolución. Pablo habla-
Véase el capítulo sobre la Escritura.
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ría de «pasar del estado de hijo de Adán», que no es sino incoativo, al de hijo del hombre (Rm 5-6). Participa de este proyecto -« M i “ha ce r” consistirá en “ser”», lo que «se aprend e»- el deseo de «ser un ferm en to de paz en esta casa de locos», porque quien vive plena mente irradia paz. En el campo de Westerbork, ésta era la tarea que se asignaba Etty Hillesum: estar ella en paz pa ra pacificar todo lo posible. Actuaba así, quizá sin saberlo, como enviada del Mesías, según Lucas 10 en particular: «Id; mirad que os envío como corderos en medio de lobos. No llevéis bolsa, ni alforja, ni sandalias. [...] En la casa en la que entréis, decid primero: “Paz a esta casa”» (Le 10,35). En este pasaje bíblico, el equipamiento da a conocer la identidad. Ir sin bolsa ni alforja es no ser ni mendicante ni comerciante; presentarse sin sandalias es ser incapaz de huir; ir sin bastón, como decía anteriormente Lucas (Le 9,3; pero también M t 10,10), por lo tanto, sin la espada del pobre, es renunciar a cualquier pretensión de impresionar. Así se presenta el mensajero de paz. El m ensaje que trans mite explícitamente, «Paz a esta casa», no es más que la verbalización de lo que todo su equipamiento, que fue el de Etty Hillesum, anuncia ya tácitamente. Esta m anera de ser recuerda también, un a vez más4, a los monjes, más concretamente a los eremitas, porque aquí no se trata de vida com unitaria, a menos que se tome la pa labra «monje» en su acepción etimológica. Para evangeli zar, es decir, para llevar la buena, la hermosa nueva, no se ponen a convencer. La misión, en el sentido habitual del término, no es asunto suyo. Van a un lugar hostil que na die codicia y se instalan en él, desbrozan su tierra y lo ha-
4.
Véase el capítulo sobre la oración.
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lili.iii en paz consigo mismos. Y se produce una irradiai"ii sus vecinos, a los que acogen amablemente, acuden i ' líos, se interesan por sus técnicas y su modo de vida... \ \r convierten. La misión se realiza, pero no es sino otra ....... . de ser. Y Etty Hillesum se comporta así: «No tengo .///< estar haciendo continuamente; tan sólo quiero eshii ■■ Elige como tierra su vida -¿quién, en los comienzos di su vida espiritual, desea tener como lugar su propia i islencia?-, desbroza su alma e intenta habitarse con bondad hacia sí misma. Considera que cambiar el mundo, *invertirlo a la justicia y al amor, comienza por un traba|i i sobre sí: «Si la pa z llega a instalarse algún día, sólo no /unluí ser auténtica si cada individuo establece antes la paz. en sí mismo, extirpa todo sentimiento de odio hacia la raza o el pu eb lo que sea, o bien domina ese odio y lo transforma en otra cosa, quizá incluso, a la larga, en amor. ¿Es demasiado pedir? Sin embargo, es la única so lución». La joven reformula esto posteriormente en un dialogo: «Es la única solución, verdaderamente la única, binas; no veo más salida sino que cada uno de nosotros ve vuelva sobre s í mismo y extirpe y aniquile en sí todo lo que cree deber aniquilar en los demás. Y convenzámonos bien de que el más mínimo átomo de odio que añadamos >i este mundo nos lo hace m ás inhóspito de lo que ya es».
I so podría constituir un comentario de Mt 7,3-5 (la viga y la paja), y yo comprendo la reacción de Klaas: «Pero..., pero ¡eso sería volver al cristia nism o!».
Las dos últimas citas apuntan al primer trabajo de des broce que quiso emprender Etty Hillesum en sus tierras: la V V
Es verdad que existe otra vertiente más activa de su trabajo de «evangelización»: buscar una casa para Dios en el corazón del otro (cf. p. 208).
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palabra «extirpar» aparece dos veces en el contexto del odio. El saneamiento del terreno consiste también en la exclusión de la mentirá La joven quiere siempre recono cer las cosas. Escribe, por ejemplo: « “S e ” quiere nuestro total exterminio, hay que aceptar esta verdad, y las cosas irán ya mejor»; o también: «No deseo ser su mujer. Constatémoslo con toda la imparcialidad y la objetividad que son imperativas: la diferencia de edad es demasiado grande»; o: «Tengo un fue rte temperamento erótico y una gran necesidad de caricias y de ternura». Para reconocer las cosas, intenta estar a la escucha de sí misma, en parti cular de la «señal, un acceso de mal humor», que le «ad vierte siempre» cuando va por «mal camino», y obligarse a ir hasta el fondo de la cuestión. Esta es una de las fun ciones de su cuaderno: «Debo esforzarme por no perder contacto con mi cuaderno, es decir, conm igo misma; si no, tendré problemas». Pero Etty Hillesum no se queda en la constatación, no deja que las cosas sigan su curso. Cuando toma conciencia de que se plantea una cuestión, la trata enseguida, como esa noche de julio en que escribe: «Hoy he sentido por primera vez un inmenso desaliento, y debo acab ar con él». De manera más general, quiere estar cons tantemente dispuesta a revisar la orientación de su exis tencia: «En cada instante de la vida hay que estar dis puesto a una revisión desgarradora y a pa rtir de nuevo en un marco enteramente distinto». Esta disciplina le permi te saber siempre dónde está y no extraviarse cuando las contradicciones, ambivalencias y ambigüedades persona les, por una parte, y la complejidad de las situaciones, por otra, borran el rastro: por lo menos, ella no ha mentido, y le queda ese punto de referencia. Además, mediante este método, puede avanzar muy deprisa, porque cada paso es seguro. Finalmente, evita así arrastrar problemas no re-
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Mellos, reprimidos y recubiertos de historias complicadas, luí.ices, que un día u otro le estallarían en la cara como •i i ;is lanías minas. Y ello reduce proporcionalmente el don mimo de las «bestias» (diría yo con un vocabulario imagiutii io) que, después del odio y la mentira, constituyen pai i l l(y Hillesum el tercer enem igo interior que hay que i ilujar para poder habitarse verdaderamente. Se trata de un sufrimiento -que la joven parece consi■ii rar más terrible que «el gran sufrimien to»- causado por I r preocupaciones, no las concernientes al destino, frente i las cuales se siente fuerte, sino las que afectan a lo coti■liaiio. Etty Hillesum las com para con los «perniciosos vaItares que despide un pantano», con la «maleza», con las / >ii I gas» y con los «parásitos», y yo creo que, cuando es tibe: «Mis combates se desarrollan en una palestra inte' tai y contra mis demonios personales», sigue haciendo ilusión a ese sufrimiento, que siente como una agresión: las preocupaciones «nos asaltan». Para expresar la intenulad y la amplitud del fenómeno la autora utiliza el eo lia livo («parásitos», «oleada de preocupaciones», «maleii ') o el plural (vapores, demonios, mil preocupaciones), ■pie compensa ampliamente el tam año de las preocupacio nes calificadas de «pequeñas». Este gran número y este pequeño tamaño, unidos al hecho de que el ataque viene de todas partes» y adopta la forma de una invasión («ha impezad o a apoderarse de mí») casi organizada («las prei upaciones querían asaltarme»), suscitan la metáfora de lus parásitos mencionada anteriormente y que será desairollada cuando sea retomada ulteriormente en el Diario para expresar el resultado de tal calamidad: «os carcome hasta los huesos, no dejando nada de vosotros». Esto ■oincide con la experiencia de los Padres de la Iglesia, en particular de Antonio, confrontado a las temibles «bes147
tías» del inconsciente6. Son momentos de «agitación» e incluso de «pánico», que anonadan la voluntad, po r lo que la joven no logra ya estar inmersa en lo que ha emprendi do, tiene tendencia a anular lo comenzado, por no sentirse ya presente, e intenta hacer lo que puede lanzándose en cuerpo y alma a una acción distinta; pero sigue estando atormentada por la angustia. La autora describe en dos ocasiones estas crisis, agotadoras para el psiquismo y de salentadoras para el alma, porque únicamente conducen a constatar la impotencia y la derrota: «De nuevo todo va mal. [...] Una vez más, me encuentro enredada en la ma leza. Todo empezó ayer por la tarde. La agitación comen zó a apoderarse de m í por todas partes, como los perni ciosos vapores que despide un pantano. Yo quería hacer un poco de filosofía, pero luego..., no, será preferible to ma r este ensayo sobre Guerra y paz, o mejor no: estoy más bien de hum or para leer a Alfre d Adler. Y terminé por to mar esta historia de amor hindú»; análogamente: «Pien so, pienso, cavilo». Esto sobreviene de improviso, en la calle, en su casa, en cualquier sitio. Etty Hillesum habla esporádicamente de ello a lo largo de todo su Diario, es decir, de marzo de 1941 a septiembre de 1942. Calibra el peligro: esas preocupaciones socavan la felicidad; «corro en nuestros mejores esfuerzos creadores»; contribuyen a la desorganización del mundo, porque, inversamente, «cuanta más pa z haya en los seres, mayor paz habrá tam bién en este mundo en ebullición»; nos acaparan y, al ha6.
«Fue como si las paredes de la casa se rompieran y los demonios hi cieran irrupción, metamorfoseados en bestias y reptiles; el lugar ente ro se llenó de espectros, leones, osos, leopardos, toros, serpientes, ás pides, escorpiones y lobos. Cada bestia se comportaba según su natu raleza»: At a n a s i o , Vie et conduite de notre saint père Antoine, 1,9, en A. H a m m a n , Vie des Pères du désert, cit., p. 31.
i *tío, nos separan de Dios, para quien no podemos ya esi ii disponibles: «Todas nuestras inquietudes a propósito •le la alimentación, el vestido, el frío, nuestra salud... ¿no •
ello emplea varios medios. Para empezar, vigila el equiliImo de su alimentación y de sus noches, obligándose a ni oslarse pronto, a tener en la medida de lo posible el desi miso necesario7. Aleja de sí o se aparta de las preocupai Iones, por ejemplo, levantándose cuando la asaltan tem|uano en la cama u optando por pensar en lugar de rumiar: ■ No rumiar las angustias, sino pensar clara y tranquilami'a le». Por desgracia, a menudo las preocupaciones la
i Hi siguen. Entonces ella continúa luchando. Como siente • ii la inquietud procede del legítimo deseo de esca par a desgracia, en lugar de anticiparla creando paliativos hi!miel icos, «por si acaso», decide «aceptarlo todo» por adelantado. No es resignación, sino decirse, con palabras mías: «De todas maneras, si lo que temo llega, lo afrónta le y sabré, con el Viviente, afrontar la desgracia lo mejor liosible». «Este pensamiento -constata Etty Hillesumi'ioporciona una gran calma interior». La joven pide ayu a Dios contra las preocupaciones: «Dios mío, aléjalas ■/. mí», o también: «Dame pa z y confianza. H az que cada 11
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uno de mis días sea más y mejor que la suma de las preo-1
1¡s verdaderamente recurrente : habla de ello una docena de veces en el lexto de que disponemos.
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cupaciones de la existencia cotidiana». Ora mucho, tic manera que el terreno está ocupado por la relación dialo gal con Dios cuando las «bestias» quieren sitiarlo. Intenta vivir de la confianza en él. Ahora bien, Etty Hillesum, que vive una gran paz en Dios hasta en el infierno del campo, se desliza a veces por la pendiente de una teología bastan te inquietante: Dios estaría en el origen del tormento de las «bestias» («Si quieres hacerme sufrir, inflígeme un gran sufrimiento de esos que lo invaden todo, pero no estas mil pequeñas preocupaciones que corroen hasta los huesos») y, cuando el hombre no logra confiar, lo castiga: «¿Y no nos envías tú un castigo inmediato en for m a de insomnio o vaciando nuestra vida de todo contenido?». Aquí, a mi parecer, Etty Hillesum se equivoca de adversario. Dios no torturaría psíquicamente en ningún caso. ¿No dice, al con trario, en J1 2,20, «Alejaré de vosotros ese azote que viene del norte»?; ¿no llega incluso a prometer «os compen saré de los años en que os devoraron la langosta y el pul gón, el saltamontes y la oruga» (J1 2,25)8? Finalmente, es té presente o no el mordiente de las preocupaciones, Etty Hillesum hace lo que tiene que hacer imperturbablemente. ¿Resultado? L a jove n no dice nunca que el azote termina rá definitivamente algún día, pero sí parece al menos ha berlo llevado a bien, según su fórmula: «Una vida ínterim productiva y confiada, po r encima de las angustias y ru mores que nos asaltan», con momentos de total libertad. Mientras a lo largo de todos sus escritos Etty Hillesum lucha, según parece, por erradicar el sufrimiento psíquico
8.
Es verdad que Dios añade en el mismo versículo: «el gran ejército que envié contra vosotros»; pero, al igual que en Ex 4,21 («...endureceré el corazón del faraón»), se trata de un razonamiento producto de la his toria del pensamiento humano.
tii las preocupaciones, reacciona de manera totalm ente tllNlinla ante los demás sufrimientos a los que se ve conmiada: primeras medidas co ntra los judíos, deportación, condiciones de vida en el campo, enfermedad, muerte de n amado... ¿Por qué? Porque el sufrimiento psíquico de la preocupaciones le parece eliminable, y el otro no. En ii ultimo caso habla mucho de «aceptar» el sufrimien to, expresión enormemente ambigua que puede dar a enlelíder que se resigna o incluso que establece y mantiene ana cierta com plicidad co n la desgracia9. Este m alentendi da empuja a Tzvetan Todorov a adoptar una gran distancia irspecto de ella: «A pesa r de su indudable nobleza, yo me iiliNtendría de recomendarla a todos los oprimidos de la Horra»"1. Sí, la expresión «aceptar el sufrimiento» me pa iree problemática. Yo preferiría la fórmula «constatar lo inevitable», que manifiesta claramente que no se admite el ii íri miento, pero que tampoco se lucha contra él, porque oría una pérdida inútil de energías y, paradójicamente, mil concesión que tal vez le perm itiría triunfar plenamenie, en la medida en que todas nuestras fuerzas se verían de glutidas por él. Constatar el sufrimiento inevitable signifion negarse hasta el final a ver en él un bien, no aceptarlo nunca; pero, dada su evidencia, y aun reconociendo que nos limita, no permitirle que lo invada todo ni concederle nada: ni nuestro acuerdo ni nuestra rebeldía frente a él. Tal 111
Iisto es lo que sospecha Tzvetan T o d o r o v : «Tanta felicidad termina por hacer que Etty Hillesum nos resulte extraña, aunque cabe com prender su exaltación ante las dificultades que tiene que vencer; es co mo si aspirase a que la desgracia que hay a su alrededor se acrecenta se para facilitar su desarrollo personal. [...] Se empieza a desear que se pa también sufrir el sufrimiento, no. sólo transmutarlo en belleza o en fuente de felicidad»: Face á Vextreme, cit., p. 242. III. Ibid., p. 243.
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vez Etty Hillesum pudiera suscribir esto, porque escribió: «No es verdad que yo quiera ir al encuentro de mi aniqui lación con una sonrisa de sumisión en los labios. [...] Es la sensación de lo inevitable»; «Siempre habrá situado nes buenas o malas que aceptar como un hecho consuma do, lo cual no impide a nadie consagrar su vida a mejorai las malas»; «Ignoro la resignación». Sin embargo, hay también pasajes como los siguientes: «El occidental no acepta el sufrimiento com o algo inherente a esta vida. Por eso es siempre incapaz de sa car fuerz as positivas del su frim iento»; «El sufrimiento [...] es fecundo», que me pa recen una concesión que, al igual que Todorov, tampoco yo puedo suscribir. Para mí el sufrimiento es un mal, y el mal no puede engendrar el bien. Si un ser no es destroza do por el sufrimiento, sino que sale fortalecido de la prue ba, yo creo que es porque ha sacado de sí y recibido defuera, gracias a una intervención exterior del Viviente y délos ángeles, la vitalidad y la dulzura que le han permitido salir airoso de dicha prueba. El sufrimiento no h a produci do vitalidad y dulzura, sino que éstas se han manifestado a pesar de él”.1 1
11. En este punto estoy en desacuerdo con Sylvie G e r m a i n . Si bien coni parto su análisis del esfuerzo de «transmutación» del mal por Etty Hillesum, no puedo ver en el mal una posible fuente de bien, como aparece en el pasaje siguiente: «Etty llegó muy lejos, además, en'el proceso de transmutación de la violencia y del mal: no sólo los trans formó en sufrimiento, según la expresión de Simone Weil, sino que además convirtió ese sufrimiento en conocimiento, en conocimiento infuso de los abismos y confines del corazón humano, de las tinieblas y las brechas de luz que lo atraviesan. Ella ensanchó hasta el infinito este conocimiento, llegando a deslumbrantes intuiciones en relación con los misterios de la vida, de la muerte y de Dios. Y en esas intui ciones encontró su vocación: amar, amar sin cálculos, condiciones ni concesiones de ningún tipo. Finalmente, de esta vocación dedujo su misión. [...] Lo transformó todo de arriba abajo, transmutando el sufrí
Iíl luíndicap forma parte del sufrimiento inevitable. Por ■mi Llty Hillesum adopta con respecto a él la actitud comnilada anteriormente: intenta «integrarlo», es decir, lo "lisíala y maniobra con él; de ese modo, evita perder *Hipo y energías, así como incrementar su sufrimiento ulu lándose y luchando inútilmente contra él: «Yo creo .///<■ desde ahora debo esforzarme por integrar en mí este 11
luíndicap físic o, a fi n de no vivirlo cada vez que se maniliesta como un problema exterior imprevisto que me para liza»; por ello, «no requerirá ninguna atención especial»
a largo plazo. La joven descubre los frutos de esta acepta■ion -yo diría: del hecho de constatarlo y mantener su i " til ¡miento y su confianza en Dios incluso en la prueba-: siempre, desde el momento en que he estado dispuesta ,i afrontar las pruebas, se han tornado en belleza». 1
I isla relación con el sufrimiento, a la vez flexible y riI'ii rosa, se acompaña de un cierto número de medidas bien n llexionadas y sutiles. Al ser consciente de que el enga ñarse no contribuye más que a acrecentar la angustia, pori|no en realidad uno no se engaña, Etty Hillesum prefiere mirar cara a cara lo que ocurre: « “S e ” quiere nuestro to tal exterminio, hay que aceptar esta verdad, y las cosas n,m ya mejor». Quiere prepararse para ese sufrimiento
que se le viene encima. Pero evita, siguiendo Mt 6,34, to la representación, que aterroriza (prem atura e incluso inú(iluiente, porque no estamos en situación, no estamos ac ulando sobre la realidad) y, por lo tanto, debilita y hace sur más aún en vano: «Porque el gran obstáculo es siem111
iniento en alegría, transfigurando el mal en bondad, en amor, en espe ranza», Etty Hillesum, Pygmalion/Gérard Watelet, Paris 199, pp. 149150 (trad. cast.: Etty Hillesum: una vida, Editorial Sal Terrae, Santan der 2004, p. 5).
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pre la representación, no la realidad. Uno se hace cargo de la realidad con todo el sufrimiento y todas las dificul tades que lleva aparejados; uno se hace cargo de ella, la alza sobre sus hombros, [recuerde el lector Mt 16,24 y pa ralelos], y es portándola como aumenta su resistencia. Pe ro hay que acabar [...] con la representación del sufri miento». Etty Hillesum permanece vigilante frente a cual quier tentación de «pacto» con la muerte, según la expresión de Sb 1,16, puesto que expresa y mantiene un no radical a «la amargura», «el pesar», «la desesperación» y «el suicidio», porque «tenemos derecho a sufrir, pero no a sucumbir al sufrimiento». En cualquier caso, para poner límite al poder del sufrimiento, se atreve a vivenciar juntos el dolor y la alegría12; para llegar a la felicidad no es pera a que la sombra haya desaparecido, sino que se esfuerza por saborear lo que es posible ya aquí y ahora, aunque al mismo tiempo le resulte difícil. Etty Hillesum aprende a situarse de la misma manera con relación a la muerte. No aparta esta realidad del cam po de su conciencia; al contrario, la mantiene casi constantemente presente. Trabaja por tomar de alguna manera partido por ella, pero para sí mism a, nunca para los demás. Por tanto, al fundam entar el valor de la existencia en la calidad de las horas vividas, se atreve a decir: «¿Acaso no vi vimos cada día una vida entera?; así pues, ¿importa ver daderamente que vivamos unos días más o menos?». La misma opción por lo «esencial», término que le gusta mucho, le permite comprender que una relación hum ana fuerte se da siempre que los obstáculos que hay que remover no son consecuencia de infidelidad alguna por ninguna de
Ins partes. Obligada a renunciar a un encuentro que la alel'iaba mucho, escribe: «No seamos demasiado materialis tas: unos días más o menos, el que hayamos o no hayamos tenido tiempo para vemos, es una pena, pero en el fond o no cambia nada entre nosotros, ¿verdad?». Este tipo de reflexión, sin embargo, únicamente me parece posible a partir de un trabajo anterior, efectuado en su mom ento: «A i oda instante aflojo un poco más nuestros lazos exteriores para concentrarme más intensamente [...] en la persisteni ia de una unión interior, a pesar de la peor de las sepa raciones». Todo esto no es teórico, puesto que Etty I lillesum conoce bien la angustia de la separación {«Hoy, angustia súbita de perderlo brutalmente»). Su experiencia di- la bulimia le enseña, sin embargo, que «el miedo a no tenerlo todo en la vida es justamente lo que hace que fal te lodo». Salva, pues, mediante la calma, todo lo que sigue .iendo posible. Y porque eso «posible» es lo esencial, có n ica te. Tran spone al tiempo la lección relativa al espacio .iprendida del anarquista Kropotkin, encarcelado durante largos años en una celda: «Diez pasos de un extremo a otro de mi celda ya representan algo; repetidos cincuenta veces, esos diez pasos hacen una versta. Yo me proponía recorrer cada día siete verstas». E tty H illesum permanece, I'lies, muy atenta a lo que aún puede vivir y se esfuerza en saborearlo para d ejar que se desarrolle en plenitud, dicién dose, por ejemplo, en julio de 1942: «Mañana por la noi he dormiré en la cama de Dicky; S. duerme en el piso de itbajo y me despertará por la mañana. Todo esto es aún posible». Eso «posible» lo protege celosamente Etty Hille.iim en el sentido bíblico del término: contra las lamenta ciones, contra la tendencia general a discutir de la situa ción, lo que no la haría avanzar ni estaría a la altura de los .icontecimientos e impediría desarrollarse una vivencia 155
más dichosa durante el tiempo de esa discusión (dice, poi ejemplo: «He empezado el día tontamente hablando de la “situación ”, ¡como si se pudieran encontrar palabras pa ra describirla...! No debo malgastar el precioso regalo de este día de descanso hablando de ella y entristeciendo a mi entorno»)-, protege también ese «posible» de las preo cupaciones y del mal humor y la añoranza, porque hay ho ras en nuestra vida en que todo va bien, horas que nadie tiene derecho a perder desconsideradamente. En los dos últimos casos, mal humor y añoranza, que no tienen nada que ver con la rebelión y el desaliento, sino que dependen del capricho y del inconsciente, no es cuestión de malo o bueno, de patología o salud, ni siquiera de dignidad o ri dículo, sino que es cuestión de sabiduría o locura, como diría la Biblia; es cuestión, por tanto, de vida malgastada o de plenitud. Finalm ente, cuando lo posible llega a su tér mino, Etty Hillesum renuncia a ello por sí misma -«[Mi vida] nadie me la quita; yo la doy voluntariamente» (Jn 10,18)- y sigue siendo para ella una manera de proteger eso «posible»: «Siento miles de fibr as atándome aún a to do lo que hay aquí. Debería cortarlas una a una, izar a bordo todos mis tesoros sin dejar nada detrás de m í cuan do leve anclas». Renuncia a lo que era posible mediante gestos simbólicos, que son otros tantos puntos críticos que la ayudan a integrar psíquicamente su andadura al objeti varla: «Me haría mucho mejor a la idea de mi partida si concretase ese adiós en una serie de pequeños actos, de manera que no recibiera el “vencimiento fa tíd ic o ” como un golpe mortal: eliminar cartas, papeles, todo el revolti jo de mi escritorio»; «Si tuviera en el bolsillo mi orden de envío a Alemania, [...] me cortaría el pe lo a lo chico [el 2 de septiembre de 1943, Etty Hillesum va a la peluquería,
cesa; la joven no sabe aún que el de septiembre el co mandante en jefe de la policía y de las SS en los Países Bajos dará la orden de deportarla13, ni que el 7 d e sep tiembre estará en el tren. Curiosa casualidad] y tiraría mi barra de labios. [...] Con el retal de tela que me queda me lili ría un pa nta lón y una chaqueta corta». Finalmente, Etty Hillesum se esfuerza por vivir el tiempo según una concepción para la que nuestra lectura ile Ronsard y de Baudelaire no nos han preparado del toilo; una concepción semita que ella recupera, consciente o inconscientemente, según la cual lo que ha ocurrido, por Imito, ya ha pasado; no es abolido, sino perfeccionado: acabado completamente, consumado; por tanto, en ade lante resulta imposible impedirlo o suprimirlo, porque es definitivo. Esto explica la fórmula citada anteriormente: b ar a bordo todos mis tesoros». Vivir bien ahora prepain, por tanto, el mañana de manera distinta y mejor que la n-presentación. Etty Hillesum pone en ello todo su corami: «Utiliza juiciosamente cada minuto de este día, haz de él una jorn ad a fructífera, una piedra sólida en los ci mientos, en la que se basarán los días ele desgracia y an gustia que nos esperan». Como tiene la memoria de una hija de Israel y, sobre todo, la voluntad de memoria que caracteriza a dicho pueblo, esas horas de plenitud no quieic olvidarlas nunca, para poder volver sobre ellas en cual quier momento en esa patria que, en adelante, se encueniia en el fondo de su corazón, y allí reconstituirse: «Cada minuto de este día ha sido almacenado en mí en un abrir v cerrar de ojos, la jorn ada se conserva en m í como una totalidad perfecta, como un recuerdo reconfortante al quel 6
l i l’hilippe N o b l e , «Avant-propos», c it p. x. .,
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recurriré algún día, como una realidad que po rta ré en mí constantemente presente». Lo mismo ocurre con las per sonas: «No me llevaré fo to s de los seres queridos; prefie ro tapizar mis grandes paredes interiores con rostros y gestos que he reunido en mi numerosa colección y que me acompañarán siempre». Felicidad como provisión para el camino, como viático, con la condición, sin embargo, de proteger su recuerdo o, mejor, su mem oria viva. Y de la mem oria vive como lo que libera de la nostalgia (que sim boliza la foto en la cita anterior), siempre infeliz, y como lo que hace entrar en el proceso pascual (representado pol los rostros en el fondo de sí), promesa de felicidad. En ju lio de 1942, Etty Hillesum se arriesgaba a tener que ba sarse en ello, cuando estaba aún en Amsterdam: «Estos dieciocho m eses [...] han acumulado en m í provisiones su ficie ntes para pasar toda una vida sin conoce r el ham bre». Una carta de Westerbork, de mediados de junio de 1943, hace ver que así fue, siempre al precio de un traba jo de la mem oria, que se atrevió a em prender sin duda por encima del dolor y de la tentación de nostalgia: «Aq uí veo mucha gente que dice: no queremos nada que nos recuer de el “antes”, porque la vida en el campo nos resultaría imposible. Y yo vivo justamente tan bien aquí porque no olvido nada de ese “antes” (que ni siquiera lo es para mí)». A esta percepción del tiempo se incorpora la con ciencia, muy fuerte en Etty Hillesum, de vivir y tener que portar «sin sucumbir, este fragm ento de historia», aunque sea un «tiempo de horror». Otros elementos de la sabiduría de Etty Hillesum que contribuyen a su felicidad conciernen a su manera de aco ger la vida, puesto que intenta siempre mantener el senti do de las proporciones, centrarse en lo esencial y contri buir a que la vida, que Dios ha hecho bella, siga siendo hu-
l ina para todos. El profeta M iqueas diría: «Respetar el ■ii lecho, amar la lealtad y proced er humildemente con tu i nos» (Mi , ). A la joven le gustan las bromas, y ríe con ponas deliberadamente -h asta en medio del sufrim iento-, Ih i o se niega a caer en el hum or negro. Quiere mantener i i niido de la realidad hecho de horrores y belleza14, lleiiido incluso a decir de las comodidades: «Los beneficios ,/< lo civilización, [...] aunque muy pronto yo no disfruta11
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ilc (dios, no dejaré de saber que existen y que pueden embellecer la vida, y los alabaré como uno de sus aspec tos buenos, aunque yo no pueda beneficiarme de ellos. One yo me beneficie o no, en cualquier caso, no es lo imi ■.'i tonte». El lector, aunque no esté en la misma situación,
i. ( onocerá que la lógica es inatacable. L a autora pretende no encerrar la vida en una visión preestablecida, a fin de permitir que transcurra con toda su sorprendente riqueza: l a mayor parte de la gente tiene una visión convencio nal de la vida; pues bien, es preciso liberarlos interiormrnte de todo: de todas las representaciones establecidas, di- todos los eslóganes, de todas las ideas tranquilizado<•i\; hay que ten er el valor de desprenderse de todo, de to ,la norma y de todo criterio convencional». Sobrecogedoin a posteriori para los que entrevemos su muerte en \nschwitz, la frase continúa así: «Hay que atreverse a dar , / gran salto al cosmos, porque entonces la vida se hace infinitamente rica, d esborda dones, incluso en el fo ndo de angustia». Etty Hillesum acoge su vida, por tanto, hu 1 , 1
mildemente, reconociendo en ella toda un a parte descono• ida cuyo timón no está en sus manos. Si el psicoanálisis, poniendo con toda justicia el acento en el sujeto, suele in-I
I I Véanse los capítulos sobre el cielo y las flores.
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currir equivocadamente en el subjetivismo, la joven es más prudente: «Que el hombre fo rja su destino en su inte rior es una afirmación muy temeraria. En cambio, el hom bre es libre de elegir la acogida que dará en sí a ese des tino». Esta actitud humilde y realista la protege de la te» > ría de la culpabilidad de la víctima sistemáticamente -n o ocasionalmente- en el origen de su propia infelicidad poi haberla deseado y puesto en práctica de manera incoas ciente. Finalmente, la mayor parte del sabor de su vida s< lo debe Etty Hillesum a esta línea de conducta que ha lu cho suya con absoluta determinación: renunciar a las re i vindicaciones en su existencia para entrar en el reconocí miento, que sólo permite el asombro15: «Si la vida se han• más dura y amenazadora, es también más rica en la me dida en que se renuncia a las exigencias y se acoge con gratitud y como un don del cielo todo lo bueno»; «Esos momentos privilegiados de gratitud po r la vida que hay en mí, y por mi capacidad de comprender las cosas, aunque sea a mi manera, me hacen la vida preciosa y son una es p e d e de pilares que sostienen toda mi existencia»; «He decidido considerar el breve periodo que me queda poi pasar aquí como un regalo inesperado, un momento de vacaciones». De ahí el placer, más aún, «la fiesta», de «la habitación acogedora» después de las marchas extenúan tes, del «buen almuerzo», del cesto de cerezas, de ponerse una «camisa limpia», del «aseo con jabón perfumado en el cuarto de baño, que te corresponde durante media ho ra», y de la lectura. De ahí también esto: «Hace unos días aún escribía: querría estar en mi despacho y estudiar pa
15. Aquí Etty Hillesum se siente en sintonía con Paula Modersohn Becker, citada en las pp. 311 y 316 (cf. p. 358, nota 75): Etty H il l e s u m Une
in mi (calibre el lector lo que está en juego para Etty
Ihllcsum: el estudio es para ella el camino que lleva dii .miente al objetivo [de nuevo un rasgo muy judío] de Idic id ad16). Esto no es posible. Es decir, po dría aún pro1 11
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ilm use, pero hay que abandonar esta exigencia». Más allá de todos estos elementos de una Weltanslinining que predispone a la alegría, fundamentando todo
lii demás está para ella, sin embargo, su fe en Dios, que, ■unió ella misma dice, «me hace considerar siempre que la vida es bella y quizá me ayuda a soportarlo todo tan bien». Iai medio de este trabajo, primero de «desbroce» y luer" de colocación de las «piedras angulares» y los «pila-
n \ de su vida, Etty Hillesum trabaja también por cons..... mejor su identidad. Busca su propio camino y, para " l' iii ¡licarlo, se fía de su conciencia. Presiente que para lo'i arlo el «yo» debe atreverse a decidir. Expresa, por tanto, i i i i ;i serie de «noes» muy claros: «Poder decir con gran meza: éste no es mi camino». En particular, se propone mi actuar por «oposición», «miedo» o «falta de confianza . n si misma», para tomar la decisión ella misma, no los de m á s controlando su persona en esa oposición, ese miedo o a falta de confianza en sí. Tampoco quiere adaptarse a I". designios de su entorno. Tiene, por tanto, clara conicncia de la frontera entre ella y los demás -de hecho, en I plano físico tenemos la piel, que materializa esa frontei .i , permitiendo el contacto, pero marcando también la alI I¡dad que, precisamente, permite el con tacto-; una fronii’ia que eventualmente debe proteger. Etty Hillesum conipna la lección de Kropotkin: «No me dejaré minar po r lo .
l' * Véase el capítulo sobre la Escritura.
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que me rodea». Y se esfuerza por lograrlo sin olvidar l.i vertiente simétrica, que y a ha form ulado anteriormente ilr manera impersonal, recurriendo al pronombre indefinido «No se tiene derecho a contaminarse mutuamente por el abatimiento», y que repite más adelante, de manera muy personal esta vez, utilizando la primera persona del singa lar, con toda su fuerza comprometedora: «No impondré a los demás mi angustia»11. Su relación con Philip Mecha nicus en Westerbork nos proporciona un ejemplo conciv to, vivido en la reciprocidad. Esto se aprende, piensa Eliv Hillesum. Entre los «noes» que pronuncia la joven está el no a dar un paso, por loable que sea, antes de poder ver daderamente darlo (por ejemplo, la lectura de la Biblia o el arrodillarse). Este rigor le permite no formular más que asentimientos sólidos sobre los cuales poder verdadera mente apoyarse. Porque sus numerosos «noes» preparan el «sí», una de cuyas formas principales es aquí el valor y la confianza en sí misma. Etty Hillesum, efectivamente, trabaja largo y tendido cada día para lograr creer en sí misma. Ello empieza poi «tomarse en serio» a sí misma, proyecto formulado más tímidam ente en agosto de 1941: «Tomarte un po co más en serio» (el «un poco más» reduce la ambición), y reiterado en junio de 1942, es decir, alrededor de un año después, de nuevo en forma de imperativo personal: «Hay que empe zar por “tomar en serio la propia serie dad”». Puede que el cumplimiento de este proyecto se manifieste, un mes después, en esta audaz fórmula en primera persona: «Sin embargo, yo soy una de tus elegidas, Dios m ío»1*. La jo-1 1 8 7
ven encuentra aquí la expresión por excelencia ligada al pueblo de Israel, con todo el peso que conlleva esta vocai ion, puesto que se trata de cargar con un destino, y con huía la noción de responsabilidad vinculada a esta distini ion. Pero, al mismo tiempo que vive la solidaridad con su pueblo, Etty Hillesum da un acento más personal al tem a ile la elección, porque el criterio parece ser menos la perlenencia a un pueblo concreto que la capacidad de cargar r o n un destino. Otro signo de que se toma en serio a sí misma es, a mi parecer, la formulación «el corazón pen sante del barracón», del 15 de septiembre de 1942, que únicamente se comprende en relación con sus reflexiones li¡inscritas ulteriormente: «A menudo, paseando por el campo entre gritos y disputas, [...] pensaba: dejadme ser un trocito de vuestra alma. Querría ser el barracón-refu ijo de la m ejor pa rte de vosotros, de esa p ar te ciertamen te presente en cada uno de vosotros»; «Por la noche, tum bada en mi catre, en medio de otras mujeres y chicas jótenes que roncaban suavemente, so ñaban en voz alta, Ro taban bajito y se agitaban, [...] solía verme presa de una ternura injinita y permanecía despierta [...] diciéndome: ¡Ojalá pud iera ser yo el corazón pensante de este barra, un!”». Esta formulación no es sólo un signo de valerosa confianza en sí misma, sino también un sí a su propio ser, porque en la confianza en sí mism a que manifiesta la for bo comentario de marzo de 1941...: «No sobreestimes esas orgías de la vida interior, no vayas a considerarte por ellas entre el número de los “elegidos ” y superior a las personas “normales ”, cuya vida inte rior te es, después de todo, totalmente desconocida» (Etty H il l e s u m , Une vie bouleversée. Journal 1941-1943; Lettres de Westerbork, cit., p. 16), aunque estas palabras al principio del Diario constituyen u na etapa necesaria de su andadura y, en cierta manera, deben incluso per manecer articuladas para siempre a su toma de conciencia: «Soy una de tus elegidas, Dios mío».
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mulación está presente una aceptación de sí que la fórmu la sella: la joven sueña con ser el corazón pensante del barracón, se atreve a creer que lo es, se atreve a tomarse por él y, por lo tanto, se compromete a serlo, a ser ella misma al serlo. Etty Hillesum quiere mantener este asentimiento por fidelidad a sí misma y por coherencia. Se trata de resistir: «Voy imperturbablemente por mi camino », dice la joven, haciéndose quizá eco de Le 4,30: «...pero él, pasan do por en medio de ellos, siguió su camino»19. Consciente de que «cada cual debe cargar con el destino que le co rresponde: eso es todo», aprende a amar el suyo: «Ese destino, con sus amenazas, sus incertidumbres, su fe y su amor, se replegaba sobre m í y me iba como un guante». El núcleo de su identidad es su vida interior: «enorme fu erza» en sí, «gran esplendor [...] que es nuestro inago table tesoro interior». La joven la protege en sí, preocupada por su evolución y por la integración de nuevos elementos de sabiduría. Por eso, «cuando se tiene una certe za nueva en la vida, hay que proporcionarle un abrigo, en contrarle un lugar». Etty Hillesum «alimenta» su vida interior con lecturas, con la elección de las palabras que pronuncia, con su esfuerzo por dirigir su mirada a la belleza (el cielo, las flores, la poesía) al menos una vez al día y con su esfuerzo por nombrar esa belleza {«El día ha sido verdaderamente muy duro; he logrado asumirlo, y ahora me gustaría decir algo muy hermoso»); alimenta asimismo su vida interior con la oración e incluso con la organización de su jom ada, en la medida en que puede hacerlo, lo que sí es posible en Amsterdam, pero no en Wesíerbork.
19 Traducción Ecuménica de la Biblia.
Por eso se levanta temprano, p ara poder disponer de un liempo personal antes de lanzarse a las actividades coti dianas. No inicia, pues, el día de cualqu ier manera, aunque r ii ocasiones le resulte difícil: «A veces tengo que hacer lautos esfuerzos para tejer la trama de la jorna da -le va n tarme, lavarme, hacer gimnasia, ponerme las medias no agujereadas, po ne r la mesa; en suma, orientarme ha cia la rutina cot idiana- que apenas me queda energía suficiente gara realizar otras tareas». La autora estructura el día, y sobre todo se dispone para él, con su estado de ánimo. La joven es consciente de que ese tiem po se despliega ya da do ante ella: «Tengo ante m í una jornada grande y larga». I ,a saborea. Sin embargo, el levantarse no era algo que hu biera que dar por supuesto sin más: «Cuando me levanto a mi hora, como cualquier ciudadano, siento tanto orgullo como si hubiera hecho maravillas». Ve la luz de la maña na y se asombra. Se emociona ante el misterio de los co mienzos: «Hemos vivido juntos el comienzo de uno. jo rn a da, y ha sido muy hermoso». Este enfoque progresivo de la mañana quizá se lo deba a la oración judía del desperlar, que divide m ucho el tiempo20, a no ser que lo descu briera por sí misma, una vez más en sim biosis con su pue blo, más allá de la asimilación. Es verdad que el asombro se abre camino en medio de la angustia, porque hay ma ñanas difíciles. Sea como sea, Etty Hillesum mantiene su rumbo: practica media hora de gimnasia, se lava con agua Iría y reza media hora en el cuarto de baño. Abo rda en 20. El Talmud de Babilonia describe minuciosamente los diversos mo mentos que marcan el paso del sueño al estado de vigilia: 1) despertar; 2) escuchar el canto del gallo; 3) abrir los ojos; 4) sentarse en la cama. [...] Cada una de estas acciones va acompañada de una bendición es pecial»; Carmine D; Sa n t é , La prière d ’Israël. Aux sources de la li turgie chrétienne, Desclée/Bellarmin, Paris 1986, p. 139.
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tonces la cotidianidad con la mayor calma posible: «Voy a deslizarme en ella muy poco a poco, sin crispación, sin prisas». La expresión se hace aquí insistente: verbo «des lizarse», expresión adverbial «poco a poco», repetición do palabras que expresan totalidad: «muy», «sin». Etty Hille sum se esfuerza por mantener esa calma a lo largo de todo el día, a pesar o más allá de los instantes de pánico. Se pro pone acoger el día tal como venga: «Voy a dejar que la ca dena de esta jorna da se desarrolle eslabón a eslabón; no intervendré, sino que tendré confianza». La confianza de la que se trata aquí está en relación con Dios: «No me en trometeré en tus decretos, Dios mío». En otras palabras, Etty Hillesum dice sí a Dios por hoy, consiente por este día. Ahora bien, después rehace esto un día tras otro. No es un cuestionamiento cotidiano del asentimiento prestado de una vez por todas21, sino su reactualización día tras día a escala humana. Por lo tanto, el día de Etty Hillesum se rá a imagen de su vida, y su vida será a imagen de una de sus jomadas. De hecho, la línea de conducta que adopta para el día - a saber, no seleccionar entre lo que le apetece y lo que no le apetece hacer- quiere mantenerla para toda su existencia: «Desde el momento en que nos negamos o queremos eliminar determinados elementos, desde el mo mento en que nos atenemos a lo que nos place y a nuestro capricho para admitir un aspecto de la vida y rechazar otro, la vida se vuelve absurda; en el momento en que se pierde de vista el conjunto, todo se vuelve arbitrario». El no intervenir presenta, sin embargo, un riesgo: los aconte cimientos no limitados a lo que en conciencia estimamos
i|iic es su lugar invadirán nuestro día y nuestra existencia, apartándonos, en esa extensión exagerada, de lo que más específicamente teníamos que hacer y ser. En Etty llillesum se da este dilema: permanecer en medio de los demás y/o retirarse a escribir. Durante el día mantiene el equilibrio permaneciendo atenta a su ritmo personal y pro curando -mien tras e stá aún en Amsterdam, donde le es posible aislarse- tener siempre una hora para ella, en su des pacho, al parecer22. En este punto no transige, porque sabe que es cuestión de vida o muerte espiritual. El tono del día así empezado nos lo da sin duda este comentario: «Vivo constantemente en familiaridad con Dios». Por la noche, la joven deposita sus preocupacione s en el Viviente. H»
Iiste capítulo, que presta atención a los elementos de la sa biduría presente en Etty Hillesum , no toma en considera ción la evolución de la autora, porque no es mi propósito aquí, donde se trata simplemente de recoger los frutos. Habrá quien considere que estos frutos parecen tales debido simplemente a la magia de la escritura, que suele metamorfosear lo vivido, haciendo que la autora se ilusio ne o que equivoque a los demás. He decidido permanecer a distancia de esa sospecha en cuanto a Etty Hillesum, de ludo al tono de sus escritos. La oigo, por tanto, afirmar que, aunque bella, «la vida es difícil». Le estoy agradecida por dejar entrever clara mente -ell a que puede atestigu arlo- que, si bien hay lucha
22. Esa hora se añade a la media hora de gimnasia y a la media hora de oración mencionadas anteriormente.
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en el horror de los campos, también la hay a veces en el espanto de la cotidianidad. La oigo decir que se trata de trabajar, y de trabajar mucho, para ser feliz. La oigo testimoniar que el trabajo so bre sí, proseguido día tras día, no es en vano: «En este des pacho, en medio de mis escritores, mis poetas y m is flores, he amado tanto la vida... Y allá, en medio de los barraco nes atestados de personas acosadas y perseguidas, he en contrado la confirmación de mi amor a esta vida». La oigo reconocer que, «si las cosas empeoran verda deramente para nosotros, la energía espiritual no basta rá». Dice esto «frente a lo extremo» de los campos de concentración; creo que no es traicionar su pensamiento el transponerlo a lo extremo en el corazón de lo cotidiano. La oigo añadir, dirigiéndose al Viviente: «Olvidan que no se está nunca en las garras de nadie [sin duda, Etty Hillesum estaría de acuerdo en inc luir aquí a las “bestias”] en tanto se está en tus brazos».
Conclusión
Permanecer un tiempo con Etty H illesum para aprender es algo legítimo y, como hemos visto, fecundo. Este «estar con» exige, sin embargo, que Etty Hillesum siga mante niendo para nosotros su alteridad, por muy cercanos a ella que podamos espontáneamente sentirnos. Mantiene su alteridad con los hitos principales de su evolución propios de su persona, en un tiempo único de la historia de Europa. En Etty Hillesum, un itinerario espiritual, Paul Lebeau' indica las etapas de esta andadura. En el Diario de Etty I lillesum, que lee en su integridad en holandés, encuentra, sin forzar el texto, el proceso de los Ejercicios Espirituales ile Ignacio de Loyola: acompañamiento espiritual, imporlancia de la decisión, consolaciones y desolaciones, prácti ca de la oración alimentada por la Escritura, distancia res pecto del acompañante y descubrimiento de la propia voca ción. El estudio de Paul Lebe au m e parece imprescindible. No obstante, también pueden señalarse ¡otras líneas de tuerza. El punto de partida es, indiscutiblemente, un re chazo radical del «todo vale» y la firme voluntad de ponerI.
I.
Editorial Sal Terrae, Santander 2000.
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en orden su vida, y ello desde la primera página del Dia rio, el 9 de marzo de 1941: «Sin embargo, si quiero a la larga hacer algo con mi vida, tendré que darle un curso razonable y satisfactorio Etty Hillesum no renunciara nunca a este deseo de .coherencia. Enseguida se articula con él el hecho de com prender que n ecesita una «discipli na exterior, en tanto no haya adquirido una disciplina in terior» (20 de octubre de 1941). A lo largo de todo él Diario somos testigos de la ascesis así practicada. Si antes de la redacción de su Diario Etty Hillesum acudió a un psicoanalista, fue porque había ya percibido oscuramente la necesidad de un trabajo sobre sí misma que, en junio de 1942, concibe explícitamente como la única manera de ayudar al prójimo. La joven ha com prendido, por tanto, que el amor a uno mismo y el amor al pró jim o no se oponen; que el primero no sirve para aislarlo a uno, sino para unirse a los demás. Su primera conquista en el trabajo sobre sí misma mencionado en el Diario me parece relativa al odio en su propio corazón, diagnosticado, analizado y rechazado desde el 15 de marzo de 1941. Comienza casi simultáneamente una relación distinta con quien ella ama, ya se trate del mundo o de otra persona, con la toma de conciencia sobre el trasfondo del cielo relatada el domingo 16 de marzo de 1941: dejar de apoderarse para contemplar y acoger. Para Etty Hillesum es un renacimiento; nace entonces de lo alto, decíamos en el capítulo 3. Entre septiembre y diciembre de 1941, va progresivamen te encontrando la salida de la tragedia. Es la inmovilidad, que se convertirá en oración y, por tanto, en apertura al Otro, mientras que paralelamente efectúa el descubrimiento de la Escritura.
I ,a joven form ula noes que permitirán el asentimiento: M- aparta de los convencionalismos que la entorpecían a peii de sus pretensiones de mujer liberada, «cambia su idea de sí misma»2y adquiere autonomía con respecto a Spier, lo que le permitirá ser sujeto frente a él. Todo ello ocurre di prisa: el soberano «éste no es mi camino», que puede al luí formular a finales de noviembre o en diciembre de 1941, viene preparándose desde octubre del mismo año. Ahora puede madurar el sí, que no aparece de una sol.i vez; y cuando Etty Hillesum lo verbaliza en julio de 1942 («Esta vez iban en ello mi vida y mi destino, estaba dispuesta a afrontarlos, y ese destino, con sus amenazas, -.us incertidumbres, su fe y su amor, se replegaba sobre mí v me iba como un guante»), ya se ha expresado más o me nos explícitamente y se expresará después en formas nue vas para afirmarse, precisarse y concretarse. En mi opi nión, sus contornos definitivos se encuentran entre julio y oi iubre de 1942, es decir, en el periodo de la historia de I lolanda en que se desarrollan los hechos que nos recu er
2. I.
Expresión de Pierre E m m a n u e l en Jacob, Seuil, Paris 1970, p. 34. Pascal D r e y e r , Etty Hillesum. Une voix bouleversante, cit., pp. 25-26.
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que no puede comprenderse el s í de Etty Hillesum si no se pone en relación con estos acontecimientos. Es este con texto el que perm ite percibir que no hay en él fatalismo al guno, sino una respu esta lo más ajustada posible a una si tuación muy compleja en la que la joven no quiere que otro sufra en su lugar. ¿Qué forma adopta ese sí! Etty Hillesum vivirá lo que le toca vivir por su condi ción y el lugar y el tiempo en que ha nacido. Permanecerá, por tanto, célibe y, como ju día holandesa de mediados del siglo xx, tendrá su lugar de judía en las deportaciones: «Es un número elevado, muy elevado incluso, el que debe par tir», dice la joven. Philippe Noble explícita sus palabras en una nota: «Los alemanes habían establecido un número de personas que deportar, y habían de alcanzarlo a toda cos ta; quienes escaparan a ellos serían automáticamente re emplazados por otros». La joven asumirá su parte en lo que ella llama ein Massenschicksal (un destino colectivo) que analiza lúcidamente el 3 de julio de 1942. Una vez deportada, piensa menos en tener que hacer que en ser (16 de septiembre de 1942), y ello de dos ma neras: por una parte, estar con - y desde julio de 1942 pien sa más concretamente en las chicas de dieciséis años en viadas a los campos de trabajo-, para consolar con su so la sonrisa -lo que nos hace pensar en Pablo: «[Dios] nos consuela en toda tribulación nuestra para poder nosotros consolar a los que están en toda tribulación, mediante el consuelo con que nosotros somos consolados por Dios» (2 Co 1,4)-; por otra parte, escribir para las generaciones fu
En relación con la escritura es donde la joven vacila mas a la hora de formular su asentimiento. Renunciar a su imagen como poeta para convertirse en la escritora Etty i lillesum debió de resultarle verdaderamente difícil. El di urno fragmento del Diario que poseemos -extraído del Diario desaparecido-, inserto en la carta del 18 de agosto de 1943, da a entende r que en esa fech a la joven casi ha puesto fin al duelo po r ese sueño, que era legítimo, pero que no se había hecho realidad: «Puede que no llegue nun ca a ser la gran artista que yo querría ser». La fórmula • puede que» es evasiva e impersonal y al menos deja la otra eventualidad abierta; no aparece el imperfecto que c a bría esperar: «la gran artista que yo quería ser». Pero hay que tener en cuenta que quizá el duelo concierne menos a la escritura poética que a la relación con su hermano Mischa. Etty Hillesum, en efecto, utiliza aquí el término artista», según la traducción de Philippe Noble, palabra que no me parece acorde con el deseo de la joven; yo ha bría esperado «poeta». Al decir sí, Etty Hillesum encontró su lugar en la exis tencia. Siempre ocurre esto con el asentimiento, y, sin em bargo, siempre es imprevisible, del orden del regalo, de la rada, lo que no se ve sino a posteríori. El sí, formulado a partir de noes bien pensados, desplegó igualmente ante la joven una gran y paradójica libertad, que ella expresa mediante la imagen de la marcha con el saco de deportada a la espalda. Esta capacidad de ir y venir y, por tanto, de ocupar el propio lugar, no habría sido posible, en mi opinión, sin ese descubrimiento, cuya fecha exacta no conocemos, formu lado el 11 de julio de 1942, cuando se construye el asenti miento, por lo tanto: «Y esas dos manos me acompañan, con sus dedos expresivos que son como vigorosas ramas -
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jóven es. A menudo esas manos se extenderán sobre m í en la oración en un gesto protector, y ya no me abandonarán hasta el final». Traducimos, porque leer es interpretar: Etty Hillesum ha comprendido que en la oración se encuentra siempre bajo la bendición de Spier. Dicho de otro modo, cuando ora, está siempre presente la ternura de Spier, no porque Spier sea Dios, sino porque, en D ios, ella y Spier siempre se unirán. Etty Hillesum tiene a su favor E f 1,10, donde Pablo dice que en Cristo recapitula Dios todas las cosas. Sí, cada vez que nos sumimos en Dios, nos encontramos envueltos en la ternura de las personas a las que queremos, que él nos ha enviado como otros tantos ángeles para expresarnos su propio amor. Quien permanece refugiado en el Altísimo vive en la dulzura de los suyos, estén cerca o lejos, muertos o vivos. La clave de la libertad de Etty Hillesum radica en ello, sin duda. La última etapa de la andadu ra de la joven de la que tenemos conocimiento, por la carta del 18 de agosto de 1943, es el «diálogo ininterrumpido» con Dios, a quien tutea; diálogo contemplativo en el que la hija de Israel se maravilla ante el Nombre, hasta el punto de no poder ya decir palabra: «La primera palabra que me viene a la ca beza, siempre la misma, es “Dios ”, y lo contiene todo, ha ciendo inútil todo lo demás». HaShem de alguna manera, primera y últim a palabra de Etty Hillesum. Después ya no sabemos nada, y es importante, si no queremos distorsionar la figura de Etty Hillesum, ser conscientes de que no sabemos más. Jorge Semprún, superviviente de Buchenwald, nos ad-
tención que tengan»4. «Nadie puede pone rse en tu lugar, pensaba yo, tu enraizam iento en la nada, tu mortaja en el cielo, tu singularidad mortífera»5. De la m isma manera que es importante, por respeto, no invadir el espacio de los campos de concen tración con sig nos, cristianos o no, también me parece importante no lle nar el tiempo de Etty Hillesum, del 7 de septiembre de 1943 al 30 de noviembre del mismo año, con la imagin a ción, porque está el secreto de la «alta morada». Lo único que podemos hacer es seguirla un poco más en su itinerario «objetivo» hasta las puertas de Auschwitz, con la ayuda de testimonios como el de Robert Weil, que también fue deportado a ese campo. Su relato, sumamen te sobrio, prolonga de manera natural el de Etty Hillesum: «En el andén de Birkenau, campo que formaba parte del de Auschwitz, los vagones fueron vaciados, de manera particularmente, grosera por equipos de internos o de miembros de las SS armados de látigos o porras. »Para nuestro asombro, nos prohibieron llevar el equi paje que nos hab ía sido autorizado [en Drancy]. Después los hombres fueron separados de las mujeres, y se formaion tres columnas: una de hombres jóvenes, otra de muje res jóvenes sin hijos y, finalmente, una tercera donde se mezclaban madres jóvenes con sus hijos, personas mayo res, enfermos y minusválidos. [...] »De esta tercera columna de m ujeres con hijos, ancia nos y min usválidos no volvimos nunca a ver a nadie»6.
4. Jorge S e mpr t j n , L ’écriture ou la vie, cit., p. 20. 5. Ibid., p. 240. (>. Robert W e il , Témoignage, Imprimerie Fort-Moselle, Metz 1990, pp. 10-11.
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«El nombre “Auschw itz” no designaba un campo úm co, sino una serie de campos que dependían administrad vamente del central de Auschwitz i. [...] »La población media del Lagerbereich Auschw itz era. según he sabido posteriormente, de unas ciento cincuenta mil almas. No hay que pensar en Auschwitz como un cam po de presos ordinario. Auschwitz era una em presa gigan tesca que comprendía instalaciones industriales, fábricas minas, explotaciones agrícolas, empresas de construcción de carreteras, de electrificación y de canalización, con un centro de análisis e investigación científica, hospitales, cuarteles, silos...; además, los campos propiamente dichos alojaban a los internos, y finalmente, en el centro de todo ello, la célebre instalación de las cámaras de gas y los hor nos crematorios»7. Más allá, sólo hay silencio... Si bien esta obra expresa el deseo de estar con Etty Hillesum, habrá quien se sienta tentado por la actitud con traria: apoderarse de Etty Hillesum. ¿Podrían hacerlo los cristianos sin desnaturalizar el pensam iento de la autora? Una parte de su imaginario está marcada p or el catoli cismo, porque la joven alimenta un cierto ideal monástico; reconoce com o segunda madre a una cristiana (Käthe); lee a autores cristianos de los que se apropia; se nutre del Segundo Testamento y se identifica con Cristo, en particular en el gesto eucarístico; y no rechaza el cristianismo en una conversación con un amigo: «¿Cristianismo?, desde luego que sí; ¿por qué no?».
Con el mismo derecho que Abraham, Isaac, David o I lias, Etty Hillesum form a efectivamente parte de la Igleia, en el sentido etimoló gico del término, «los que han si do llamados al margen de»: al margen de convencionalis mos, al margen del odio, al margen de extravíos, al mar gen del miedo... Pero, si bien forma parte de la nueva .lerusalén, no es como cristiana, sino, en mi opinión, como hi ja de Israel entre las naciones, según la visión de Is 2. Etty Hillesum no es explícita en cuanto a Cristo, no pi de el bautismo. «Simpatizante» sería el término que la caracterizaría mejor, creo yo, en sus relacion es con el cristianismo8. Sin tratar en modo alguno de de distorsionar la figura de Etty Hillesum, puede que los cristianos se entusiasmen demasiado apresuradamente con ella al ver en su persona un modelo de «encuentro personal con Dios, con ese Amor que no es ni “Eros” (pulsión), ni “Philía” (amislad), sino “A ga pe ” (puro y gratuito don de sí al otro)», en palabras de Benoît Lobet9. Esta es la dirección que toma la joven, como muchos cristianos. Pero esta interpretación de eros, philía y agape ¿se corresponde verdaderamente con la vía del am or cristiano? Me temo que el malestar en cuanto a la vida del cuerpo, que en Etty Hillesum se tra ducía en trastornos alimentarios y en una cierta permisivi dad sexual antes de su conversión, no impregna aún su re lación con el amor según esta interpretación. Los católicos serán muy sensibles a la preeminencia de la oración, que en Etty Hillesum desbanca al estudio, tra
Paul L e b e a u habla de su «simpatía» por él: Etty Hillesum. Un itiné raire spirituel, cit, p. 209. 9. Benoît L o b e t , «Etty Hillesum ou le cœur pensant»: Le Monde des Livres (30 de julio de 1999) 29. 8.
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dicionalm ente primero en el judaismo, aunque la Escritura alimente el diálogo de la joven con Dios. Los protestantes se sentirán en arm onía con la ausencia manifiesta, tanto cu el Diario com o en las Cartas, de cualquier expectativa con respecto a las instituciones. El principal riesgo de apropiarse del pensamiento de Etty Hillesum se sitúa, a mi parecer, en otros terrenos dis tintos del cristiano: en los terrenos de la New Age. Es ver dad que las cartas de la autora se prestan a ello si no se ha ce una lectura sumamente cuidadosa. El sentido de la armonía y de la belleza en Etty Hille sum puede dar lugar a una cierta connivencia con la New Age, porque, desgraciadamente, los cristianos solemos abandonar ese terreno confundiendo la simplicidad evan gélica con la fealdad y considerando la atención a la esté tica como una fútil preocupación por las apariencias. La tenacidad con que la joven busca su propio camino no tardará en relacionarse con la motivación que Paulo Coelho formula a sí en E l alquimista'0: «Cumplir con su le yenda personal», tanto más cuanto que Etty H illesum rea liza una búsqueda espiritual bastante solitaria y cree fuer temente en un Dios en el fondo de sí al que ayudar. La au tora podrá, en efecto, ser arrastrada en esa dirección, con la condición de ocultar una parte importante de su pensa miento, porque para encontrar su camino, si bien Etty Hillesum escucha su propio ser en profundidad, también considera que debe responder a una llamada proveniente del exterior, realizada por un Dios personal al que tutea e interroga: «Se me ocurre preguntarte qué quieres hacer de mí, Dios mío».
El incansable trabajo sobre sí misma, con mención de la inmovilidad en posición de Buda, podría orientar hacia la meditación trascendental, tanto más cuanto que muchos ignoran que existe, al margen del trabajo psicoanalítico, una forma de trabajo sobre uno mismo de orden espiritual. Para Etty Hillesum, éste es insoslayable. No es, sin em bargo, la clave de la felicidad, porque la plenitud sigue siendo del orden del regalo, por el cual da gracias a Dios. Esto sitúa a Etty Hillesum completamente fuera de la corriente gnóstica contemporánea. En cuanto a su deseo de liberarse del cuerpo, me parece dictado menos por una filosofía cuanto enraizado, por una parte, en una antigua patología, mencionada anteriormente, y fundado, por otra, en un análisis riguroso de la situación histórica. Se trata, en efecto, de un entrenamiento para la situación de los cam pos que otros también practicaron para incrementar sus posibilidades de supervivencia. Quedan algunas expresiones ambiguas. Cuando Etty Hillesum habla de «gran todo» o «gran vía espiritual», cuando evoca la presencia de Spier difunto que «inexpli cablemente [...] planea sobre la landa», ¿qué entiende por ello? En la lectura de estos términos me parece importante dar oportunidades al juego de la metáfora. Es verdad, sin embargo, que no hago de ella la única respuesta a la cuestión que, a mis ojos, sigue abierta en el estado actual de nuestros conocimientos del texto. Finalmente, cabe preguntarse si los judíos seguirán reconociendo a Etty Hillesum. Los nazis no tuvieron ni un momento de duda: para ellos era judía. Ella misma se sabe tal, dice «nosotros», «nuestros hermanos de raza», hablando de los judíos, y es deportada, por así decirlo, en solidaridad con ellos, con los suyos. 179
Etty Hillesum manifestó su pertenencia de palabra y de obra. Si los judíos siguen considerando a la joven una de los suyos, a pesar de las consonancias de su obra con el cris tianismo, la actitud de las editoriales judías -que le abran o no sus colecciones publicando estudios sobre ella- lo di rá en el futuro. Pero en el presente, en un artículo de Inform ation juive, Josy Eisenberg la acoge bien, a pesar de algunas reservas, considerando que «nos encontramos [...] en la frontera entre el judaismo y el cristianismo». Y con cluye así: «Éstas no son más que unas cuantas perlas de un testimonio excepcional que cada judío debería leer y me ditar, con orgullo por contar con Etty Hillesum entre nues tras hermanas y con humildad por el camino que hay que recorrer para ser digno de ella»". No cabe ser más claro. Me alegra este reconocimiento, y espero que sea reite rado por otros judíos. Sin embargo, seamos judíos o cristianos, respetar a Etty Hillesum es sin duda, más radicalmente aún, entender su deseo de no pertenecer más que al Viviente. Lo que protegerá a Etty Hillesum de cualquier distor sión es su obra. Porque, si bien cualquier texto exige in terpretación, a posteriori es el texto el que juzga ésta. La hermenéutica como forma de respeto hacia las personas. 1