JJO HN M ASON H ART OHN MASON HART
EEL L MÉ MÉ ÉX XI XIICO CO R REVOLUCIONARIO EVOLUCIONARIO
CARLOS FUENTES: PRÓLOGO Historia extraída del caos La revolución mexicana de 1910-1921 consistió, por lo menos, en tres revoluciones. La revolución número 1 que quedó fija para siempre en la iconografía pop fue la agraria, la del movimiento de los pequeños pueblos encabezado por jefes como Pancho Villa y Emillano Zapata. Este movimiento fue una revuelta local que intentó la restauración de los derechos de las comunidades sobre sus tierras, bosques y aguas. Su proyecto favorecía una democracia comunitaria descentralizada y autónoma, inspirada en las tradiciones compartidas. En muchos aspectos fue una revolución conservadora. La revolución número 2, menos nítida en los íconos de la memoria, fue la revolución nacional, centralizadora y modernizante srcinalmente encabezada por Francisco Madero, y después, cuando éste fue asesinado en 1913, por Venustiano Carranza, y que finalmente se consolidó en el poder con los dos estadistas más poderosos del México de los años veinte: Álvaro Obregón y Plutarco Elías Calles. Su propósito era el de crear un Estado nacional moderno, capaz de fijarse metas de beneficio colectivo mientras promovía la prosperidad privada. Entre las dos, en alguna parte, y definitivamente imperceptible en la memoria colectiva, tuvo lugar una incipiente revolución proletaria, que reflejó el desplazamiento del artesanado tradicional mexicano por métodos industriales modernos. Radicalizada por dirigentes y teorías anarcosindicalistas, la naciente clase trabajadora llevó a cabo los dos más grandes desafíos contra la dictadura de Porfirio Díaz: la huelga de los trabajadores textiles de Río Blanco en 1906 y, pocos meses después, la huelga de los mineros de Cananea. Durante la revolución los obreros se agruparon en los llamados batallones rojos y apoyaron a Carranza, pero retuvieron su autonomía bajo la organización llamada Casa del Obrero Mundial, una alianza de sindicatos autónomos. En general los trabajadores consideraban a los campesinos como gente primitiva y reaccionaria y miraban más allá del caudillaje de la clase media y su respeto por la propiedad privada, su meta era el control de las fábricas y la expulsión de los JohnMasonHart, El Méxicorevolucionario Pág ina 1de63
capitalistas nacionales y extranjeros. La revolución número 2 triunfó finalmente sobre las revoluciones 1 y 3, y estableció, entre 1920 y 1940, las instituciones del México moderno. Cómo sucedió esto y de qué profundidades sociales e históricas emergió el México moderno, es el tema del apasionante e indagatorio estudio de John Mason Hart sobre “el México revolucionario”. John Mason Hart, profesor de historia en la Universidad de Houston, ha publicado su libro en un momento oportuno. La relación de los Estados Unidos con México es, quizá, la segunda en importancia después de su relación con Moscú, sin embargo, la disparidad entre la atención concedida a la Unión Soviética y la que se le dispensa a México (y, por extensión, a Latinoamérica) es flagrante. Mientras el poder de los Estados Unidos y la Unión Soviética disminuye y surge un mundo multipolar posterior a Yalta, México y Latinoamérica cada vez son menos dependientes de cualquiera de los grandes poderes, es más cercana su alianza con Europa Occidental y los países de la cuenca del Pacífico y es mayor la unión entre ellos como comunidad iberoamericana. Las relaciones entre los países de Latinoamérica serán ampliamente reestructuradas en la próxima década, y nada se ganará con la mutua ignorancia. El libro de Hart hace una importante contribución a la erradicación de los mitos y a la clarificación del proceso de la historia de México. La historia de México se presenta algunas veces como un pastel en capas: se le puede rebanar con suavidad en pedazos muy bien cortados. A la conquista del mundo indígena por los españoles en 1521 siguieron tres siglos de dominio colonial. La independencia política se logró entre 1810 y 1821 y le sucedieron la dictadura, la anarquía y la pérdida de la mitad del territorio en 1847 a manos de los Estados Unidos. La reforma liberal dirigida por Benito Juárez en los años cincuenta del siglo XIX fue el primer intento de modernización, pero quedó interrumpido por la reacción conservadora, la intervención francesa y el breve imperio de Maximiliano. La modernización sin democracia caracterizó a la larga dictadura de Porfirio Díaz que se inició en 1876 y que fue derrocada finalmente por la revolución de 1910. La revolución pasó por una etapa armada hasta el año de 1920, luego vino un período que se extendió hasta el año de 1940 y que se conoce como la etapa de la construcción. Después pareció haberse logrado una etapa de crecimiento y equilibrio que alteró la crisis de los años ochenta y que reavivó el debate sobre la historia de México y su orientación. Sin embargo, como en toda la pastelería en capas, bajo el betún se halla lo sustancioso: pastas, vetas de chocolate a lo largo de todo el pastel. El libro de Hart no es sobre el betún o los pedazos de pastel sino sobre la forma en que está relleno. De inmediato se perciben varias tensiones. Una es la continuidad de la lucha social en México: la revolución mexicana, puede uno argumentar al leer a Hart, en realidad comenzó un día después de la caída de los aztecas ante el conquistador Hernán Cortés. La segunda es la JohnMasonHart, El Méxicorevolucionario Pá gn ia 2 e d63
tensión, dentro de esa continuidad, entre el dinamismo de la modernización y los valores de la tradición. Esto implica, en cada etapa de la historia de México un ajuste entre el pasado y el presente cuyo rasgo más srcinal es la admisión de la presencia del pasado. Nada parece estar totalmente cancelado por el futuro en la experiencia mexicana: formas de vida y reclamos legales que datan de la época de los aztecas o de los siglos coloniales son aún relevantes en nuestros tiempos. Uno de los puntos fuertes del libro de Hart consiste en que éste no sólo entiende la presencia del pasado en México, sino que organiza con gran claridad la mutua respuesta del tradicionalismo y la modernización. Procede así distinguiendo, más allá del nítido corte cronológico, el melodrama maniqueísta (México como la historia de héroes y villanos), las personalidades histriónicas (México como la historia de personalidades poderosas) e incluso los cambios de administraciones políticas, una continuidad del agrupamiento social cuyos intereses, a veces concurrentes, a veces hostiles, explican verdaderamente la dinámica del México revolucionario. Espero que no esté simplificando demasiado al separar los cuatro grupos que Hart somete a un estudio intenso: campesinos, trabajadores urbanos, clase media o pequeña burguesía y élites rurales. Revoloteando sobre ellos, a veces distante y desinteresado, a veces entrometido y con frecuencia represivo, se halla el Estado central bajo todas sus máscaras: imperio indígena autocrático, monarquía española en sus dos fases (Habsburgos, de 1521 a 1700, paternalistas, volubles, pero extremadamente astutos para socavar a las élites coloniales, y Borbones, de 1700 a 1821, intervencionistas, modernizadores entrometidos, convencidos de que el papel del Estado era la promoción del desarrollo). Esta triple tradición azteca, Habsburgo y Borbón se perdió con la independencia de la república al lanzarnos, junto con el resto de la América española, a la imitación extralógica de las leyes y las instituciones de Gran Bretaña, Francia y los Estados Unidos. En cierta forma, la revolución mexicana puede ser vista (en este y muchos aspectos culturales) como un regreso a las fuentes. El moderno Estado autoritario paternalista, teleológicamente orientado hacia el logro del bien común y por lo tanto más interesado en la unidad que en el pluralismo está más cerca de Santo Tomás de Aquino que de Montesquieu. Hart se concentra más en los movimientos sociales y económicos de la historia de México que en el desarrollo del Estado nacional, y está en lo correcto al proceder así, ya que su método permite al lector entender un proceso rara vez comprendido. El campesinado de México, por ejemplo, está visto como una clase tradicionalista, interesada en restaurar los derechos comunitarios sobre la producción y la tenencia de la tierra, derivados de la época precolonial y confirmados más tarde por la visión legal de la monarquía sobre el JohnMasonHart, El Méxicorevolucionario Pá gn i a3 de63
dominio eminente. El relativo equilibrio de la época colonial, tan opresivo y tan protector como llegó a ser, fue radicalmente destruido por el activismo liberal del siglo XIX. Las leyes liberales que hicieron ilegal la propiedad comunal condujeron a la masiva apropiación de tierras y a que las élites terratenientes locales dispusieran de las tierras de los pueblos; de aquí surgió con el tiempo el sistema latifundista del régimen de Porfirio Díaz, que benefició enormemente a la oligarquía mexicana y a los terratenientes norteamericanos, principalmente. El México revolucionario investiga minuciosamente un área poco conocida: la de la
propiedad de la tierra en manos de los norteamericanos en México durante la dictadura de Díaz. En 1910 ésta ascendía a 100 millones de acres que incluían valiosas minas, tierras agrícolas y bosques, y que representaban el 22 por ciento de la superficie del país. Sólo el complejo propiedad de William Randolph Hearst se extendía a casi ocho millones de acres. Sin embargo, en 1910 el 90 por ciento de los campesinos carecía de tierra. El régimen de Díaz comenzó, en 1876, como un gobierno dinámico y modernizador. Hart lo describe como un régimen que se asentaba ampliamente en un país de 9.5 millones de habitantes (México tiene en la actualidad una población diez veces mayor) y que gozó del apoyo general de la clase media y de las élites rurales hasta las postrimerías del siglo XIX. Pero mientras el Porfiriato permitía que el desarrollo de México fuera detenido cada vez más desde el extranjero, los grupos de clase media veían cómo se les marginaba, pues los mayores beneficios iban a las compañías extranjeras. Las compañías extranjeras tenían gran interés en promover las exportaciones, pero se mostraban muy poco interesadas en la expansión del mercado interno. Este esquema, impuesto sobre una sociedad básicamente agraria con una fuerte clase terrateniente, desembocó en una burguesía débil, en la represión de los movimientos laborales y agrarios y, finalmente, en un fracaso para incorporar a los nuevos grupos hombres de negocios, profesionistas, administradores, rancheros que el régimen mismo había fomentado. El gobierno de Díaz transformó a miles de campesinos tradicionales y artesanos en trabajadores agrícolas e industriales. Pero tenía también que establecer fuerzas de seguridad poderosas que vigilaran que los trabajadores estuvieran desunidos, que las huelgas fueran disueltas y que la fuerza de trabajo siguiera siendo barata. La represión, la falta de oportunidades, los sentimientos nacionalistas, las susceptibilidades ante las contracciones económicas externas, las demandas de tierra y los nuevos reclamos de poder, finalmente llevaron a la revolución a campesinos, obreros, clase media y a las élites rurales. Como sucede con frecuencia, la sociedad había sobrepasado al Estado y éste lo ignoraba. JohnMasonHart, El Méxicorevolucionario Pá gn i a4 de 63
El autor escribe con esmero sobre la respuesta oficial de los Estados unidos a la dinámica social y política de México, y mientras que muchos de los datos son nuevos, sorprendentes y bien investigados, no pienso que éstos se sumen a su lapidaria declaración de que “el significado más profundo de la revolución mexicana” consistió en ser “una guerra de liberación nacional contra los Estados Unidos”. Tal afirmación nos distrae del abrumador hecho de considerar a México como un país en busca de sí mismo a través de las contradicciones y revelaciones del levantamiento revolucionario. La revolución como autoconocimiento, la revolución como un suceso natural, es el legado más perdurable de lo que sucedió entre 1910 y 1940, y este suceso hubiera sucedido con o sin los Estados Unidos. Y continúa nutriendo a las artes, la literatura, la psique colectiva y la identidad nacional de México más que ningún otro factor de la revolución. Sin embargo, cualquier otro factor incluye la percepción cultural del yo, que remonta su búsqueda hasta los tiempos precoloniales. Pero Hart está en lo correcto al decir que el recurso de México a la revolución está justificado por la transformación de la propiedad que tuvo lugar, del ausentista al control local, de la propiedad nacional a la extranjera. La historia de las transformaciones políticas y económicas de las instituciones está descrita simultáneamente en los planes nacionales e internacionales. Lo que la clase media y las élites rurales, comprometidas con la revolución, tuvieron que enfrentar al final fue una revolución dirigida por campesinos y obreros que pudo establecer un Estado radical basado en el poder popular. Los obreros de la Casa del Obrero Mundial, con casi 100 mil miembros, desafiaron en 1916 al gobierno que había triunfado en los campos de batalla con la huelga general de mayor duración en la historia de México. Su propósito era el de establecer un gobierno autónomo de los trabajadores, un programa que continúa dando escalofrío lo mismo a los capitalistas que a los totalitarios, pues prescinde de ambos. Villa y Zapata fueron firmes en sus demandas de redistribución total de tierra y de autogobierno para las comunidades agrarias. Como lo describe Hart, “con el despertar de los villistas, docenas de pueblos se apoderaron de las propiedades vecinas y establecieron comunidades”. Villa emancipó a los campesinos y promulgó la distribución de la tierra; en su nombre, miles de rebeldes de la clase baja asaltaron a los Estados Unidos y a las haciendas de los mexicanos.
El zapatismo mostró ser incorruptible e invencible y demostró constantemente su “capacidad para reemplazar al Estado con un autogobierno descentralizado” mediante una federación de municipios libres. Tanto los líderes de la clase media modernizadora y centralizadora (Madero, Carranza, Obregón) como los Estados Unidos vieron en esos movimientos la amenaza final a sus propios intereses. Tácitamente se agruparon en contra JohnMasonHart, El Méxicorevolucionario Pá gn i a5 de 63
de ellos, pero naturalmente sus opciones fueron diferentes. Para el gobierno de Wilson, la revolución mexicana vino a representar una indeseable elección entre dos extremos. 0 aceptaba Washington el triunfo al sur de su frontera de una revolución de obreros y campesinos colectivista, antinorteamericana, radical y experimental, pero al mismo tiempo confusamente tradicionalista, o accedía a las demandas de poderosos intereses norteamericanos que exigían que la respuesta oficial de Washington a la revolución fuera la intervención e incluso la anexión del territorio mexicano. Tal actitud no era una baladronada. Entre marzo y septiembre de 1913, los Estados Unidos hicieron enormes envíos de armas al dictador Victoriano Huerta, con la esperanza de que liquidara las revueltas de Carranza, Villa y Zapata y darle así a Huerta la oportunidad de restablecer esos dos fetiches gringos que son el orden y la estabilidad. El gobierno de Wilson, señala Hart, repetidamente hizo excepciones al embargo de armas a México decretado previamente por el presidente Taft y sólo admitió la prohibición cuando llegó a ser obvio que Huerta, un tirano sangriento e incompetente, era incapaz de restaurar el orden. Se abrió entonces la frontera para la compra de armas por parte de los rebeldes, y tal flujo aseguró que los revolucionarios recobraran la parte central de México y derrocaran así a Huerta. Simultáneamente a este hecho, el gobierno de Wilson ocupó el puerto de Veracruz en1913 y acumuló ahí un enorme arsenal. Pero mientras se las tenía que ver con una revolución popular que ni entendía ni controlaba, Wilson tuvo también que hacer frente a las presiones de los intereses norteamericanos afectados por la revolución y que estaban impacientes por intervenir. Entre los más sobresalientes se contaban el ya mencionado Hearst, William F. Buckley padre, de la Texas Oil Company, y el senador Albert B. Fall, quien exigía la intervención y la anexión de México. Esos extremos contemplaban su propia catástrofe imaginable –no sólo el temor de una colectivización de la clase baja sino una intuición preVietnam de una guerra sin fin, barruntada ya en 1847 por los generales Zachary Taylor y Winfield Scott, cuando tuvieron que retirarse de las zonas ampliamente pobladas de la parte central de México y que habían conquistado, en contra del consejo de esos dos notables intervencionistas, Marx y Engels, quienes pensaban, como Buckley y Fall, que el único México bueno era el México gobernado por los Estados Unidos.
Engels, en un articulo de La gaceta alemana de Bruselas de 1848, celebró “con la debida satisfacción, la derrota de México ante los Estados Unidos. Eso también representa el progreso. Porque cuando un país enredado perpetuamente en sus propios conflictos, desgarrado permanentemente por guerras civiles y sin solución para su desarrollo... debe ser arrastrado forzosamente a su progreso histórico, no tenemos otra alternativa sino JohnMasonHart, El Méxicorevolucionario Pá gn ia 6 e d63
considerar lo anterior como un paso hacia adelante. En interés de su propio desarrollo, era conveniente que México quedara bajo la tutela de los Estados Unidos. La evolución de todo el continente americano nada perderá con esto”. El derecho a la intervención que las dos superpotencias se han arrogado en nuestro tiempo (las llamadas doctrinas Brezhnev y Reagan) tiene sus raíces profundas en el siglo XX. Atrapado entre las presiones, Wilson escogió el mal menor: las clases medias y las élites rurales dirigidas por Carranza. El arsenal de Veracruz (artillería, carabinas, bayonetas, ametralladoras, rifles, pistolas, cartuchos, granadas, alambre de púas, gas venenoso y dinamita) fue entregado por los marines a Carranza. Los barcos norteamericanos que apoyaban a la facción carrancista atracaron en los puertos de Mazatlán, Manzanillo, Acapulco, Salina Cruz y Guaymas, asegurando un flujo constante de abastecimiento. Villa y Zapata fueron así derrotados. Lo mismo que, como se desprende de la lectura de Hart, el mito de una inmaculada revolución mexicana que nunca recibió apoyo armado del extranjero. Pero si Wilson tenía un problema, también lo tenían los líderes de la clase media de la segunda revolución. Éstos enfrentaban la doble amenaza de un movimiento autónomo y radical de la clase baja que luchaba por el poder y, si se prestaba oídos a Buckley, Hearst y Fall, la participación, la anexión o al menos la creación de un protectorado norteamericano sobre México. Los líderes de la clase media tenían que reformular, en términos contemporáneos, todavía otra hebra que corría a través del pastel mexicano como jarabe de chocolate por un pastel Sacher. Este problema era el del nacionalismo, e incluso Díaz, que tanto había dado a los norteamericanos, sintió hacia el final de su régimen que tenía que hacer algunos arreglos. Se desvió de su camino para ayudar al presidente nacionalista nicaragüense, José Santos Zelaya, en contra del intervencionismo de Taft, y con gran pesar para la Standard Oil, Texaco y para los intereses de los Harriman y Stillman, dio a los ingleses preferencia en lo que hasta 1907 había sido coto reservado de los Estados Unidos en la economía mexicana: el petróleo y los ferrocarriles. El presidente Taft no estaba contento. Los Estados Unidos apoyaron entonces a Madero en contra de Díaz. Pero como Madero tenía que afirmar su propia legitimidad nacionalista, los Estados Unidos, como ya se mencionó, dieron su apoyo a Huerta y luego a Carranza en contra de las revoluciones de Villa y Zapata. Pero Carranza, que fue forzado a admitir la expedición punitiva del general John J. (Black Jack) Pershing en contra de Villa, en 1917, tuvo que contrarrestar ese hecho con el bochornoso coqueteo al Kaiser Guillermo y con la negativa a asegurar a los intereses norteamericanos en la banca, la minería y el petróleo concesiones ininterrumpidas en el futuro. Una vez más el senador Fall (que debió JohnMasonHart, El Méxicorevolucionario Pá gn i a7 d e63
renunciar como secretario del Interior del presidente Harding durante el escándalo del Teapot Dome) estaba a disgusto. El gobierno de Obregón, aunque ideológicamente más radical que el de Carranza, aseguró a las compañías norteamericanas su presencia en México. Los llamados acuerdos de Bucareli de 1923 fueron tan lejos como el garantizar a los Estados Unidos que México no aplicaría retroactivamente su Constitución en asuntos concernientes a la propiedad del subsuelo. Sin embargo, en 1938 el presidente Lázaro Cárdenas restauró totalmente el mandato constitucional y procedió a nacionalizar todas las propiedades petroleras de srcen extranjero. Los conflictos de interés de las clases sociales que la revolución mexicana puso a descubierto no se acabaron con la derrota de Villa y Zapata ni con la asimilación de los liderazgos que sobrevivieron como el de los sindicatos de la Casa del Obrero Mundial en la segunda revolución. La Constitución de 1917 fue en realidad, como lo indica Hart, el resultado de la solidaridad entre las élites rurales y la clase media en ascenso. Sin embargo ese documento tuvo que hacer concesiones a todas las clases sociales. La revolución mexicana prosiguió entonces hasta consolidarse a sí misma como gobierno o, según lo señaló un famoso general revolucionario de esa época, “esta revolución ha degenerado ahora en gobierno”. Debido a la necesidad o por un genio político único, el presidente Obregón a principio de los veinte dio a la triunfante élite la oportunidad de probarse a sí misma como constructora de un Estado creando instituciones políticas que incorporarían a los derrotados obreros y campesinos con la victoriosa clase media. El nuevo gobierno necesitaba continuar su alianza con los campesinos y los obreros porque seguía enfrentando retos a diestra y siniestra, de los intranquilos campesinos, de la Iglesia, de los disidentes del ejército, de los Estados Unidos y de las compañías extranjeras. A lo largo de los gobiernos de Plutarco Elías Calles y Lázaro Cárdenas, entre 1925 y 1940, el ejército y la Iglesia fueron puestos bajo control, el gobierno central hizo valer su autoridad sobre los jefes militares rebeldes, se hicieron enormes avances en salud, educación y comunicaciones, se logró un modus vivendi con los Estados Unidos durante el gobierno de Roosvelt y se les dio participación a los líderes villistas, zapatistas y de la Casa del Obrero en una organización corporativa que sobrevive hasta nuestros días con su actual nombre del PRI: Partido Revolucionario Institucional. ¿Qué hubiera sucedido en México si Villa y Zapata hubieran ganado? ¿Y si los obreros de la Casa hubieran alcanzado sus metas? ¿Qué hubiera sucedido si México hubiera sido abandonado a la marea de su propia evolución? ¿Y qué tal si los Estados Unidos hubieran seguido siendo colonia británica en el siglo veinte o que Rusia hubiera JohnMasonHart, El Méxicorevolucionario Pá gn ia 8 e d63
evolucionado bajo el régimen de los zares? Las preguntas son abrumadoras pero finalmente inútiles. Como lo señala Hart, “a través de la revolución las masas lograron impresionantes beneficios, eliminando la mayoría de los vestigios de casta y de las arcaicas relaciones sociales que aún son una plaga en la mayor parte de Latinoamérica, y abrieron la sociedad a la educación pública y a la movilidad social”. Casi setenta años después de la muerte de Zapata, México enfrenta de nuevo una crisis y la necesidad de un cambio. Un enorme desarrollo ha tenido lugar simultáneamente con una gran injusticia. Otra vez México debe buscar las soluciones a su modernización económica en su modernización política. La sociedad, como en 1910, ha rebasado a las instituciones. Pero, una vez más, la modernización no puede alcanzarse a costa de las pequeñas comunidades agrarias, el mundo olvidado de Villa y Zapata. El México revolucionario es un recordatorio a tiempo de que si México ha de lograr un crecimiento constante, debe, al menos, permitir que el poderoso Estado central entienda el pacífico desafío de autogobierno que se plantea desde abajo. El aspecto cultural se convierte una vez más en relevante, ya que la continuidad de la historia de México implica un esfuerzo para admitir la presencia del pasado, uniendo la tradición con el desarrollo. Carlos Fuentes
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JOHN MASON HART INTRODUCCIÓN
El viejo velador recorre las calles entre las 11 de la noche y las cuatro de la madrugada, en uno de los barrios más antiguos y peligrosos de Uruapan. Es una zona que se encuentra bajo el control de pandillas de porros, jóvenes antisociales que hacen presa de los viandantes en la obscuridad. Sin embargo, en todos los años de las solitarias rondas del sereno, esas bandas nunca lo han importunado. Es una representación viva del persistente legado cultural de Uruapan. El pueblo mexicano, y a su manera los porros, muestran un respeto general por sus tradiciones culturales precolombinas e hispánicas. La defensa de la soberanía y la economía de los regímenes sociales, estatales y locales de México fue la esencia de la revolución social de 1910 y de los levantamientos provincianos del siglo XIX que la precedieron. Este estudio es un análisis tanto del desarrollo de esas fuerzas, cuya incidencia acarreó la Revolución Mexicana, como del proceder de los revolucionarios para satisfacer sus respectivos intereses durante el conflicto. Se examina cada grupo social de importancia trabajadores industriales y urbanos, campesinos, pequeños propietarios agrarios, pequeña burguesía y élites provincianas, en el contexto de su desarrollo prerrevolucionario y su papel en el despliegue del proceso revolucionario, hasta la resolución social fundamental que se alcanza en 1924. La comprensión de la Revolución Mexicana requiere el análisis de por qué tanto las élites conservadoras como los grupos inferiores descontentos optaron por derrocar al gobierno. Mediante este análisis, los conflictos sociales y la economía nacional de México se verán en un contexto a largo y corto plazos y en su ambiente general. Con tales dimensiones se miden necesariamente los efectos sociopolíticos del desarrollo económico nacional generado por los extranjeros entre 1867 y 1910 y se puede aquilatar la importancia de la cada vez mayor deuda externa y la dependencia de la inversión extranjera durante la crisis económica de 1900 y 1910. JohnMasonHart, El Méxicorevolucionario Pá gn i a10 de 63
La revolución en sí se examinará en el contexto de las fuerzas contendientes, que buscaban enseñorearse de la sociedad mexicana entre 1910 y 1917. Cuatro grupos sociales de importancia en México el campesinado, los obreros industriales y urbanos, la pequeña burguesía y las élites provincianas manifestaron objetivos revolucionarios diferentes durante la lucha; sus perspectivas suponían metas violentamente contradictorias, a la vez que reconciliables. De esta manera, la interacción de los revolucionarios con elementos del ancien régime y con los intereses y gobiernos extranjeros, proporcionan la dimensión esencial para comprender el resultado definitivo del proceso revolucionario.
El trasfondo Durante el último decenio del ancien régime, los persistentes conflictos sociales, económicos, políticos y culturales, exacerbados por una crisis económica internacional, se intensificaron hasta el grado de un levantamiento nacional. A largo plazo, el movimiento revolucionario mexicano surgió de tensiones internas arraigadas en desigualdades tipo semicasta, que fueron implantadas en el siglo XVI durante la conquista española. La base de tales conflictos, sin embargo, se fue ahondando durante los últimos 100 años de la Colonia española y el primer medio siglo de independencia política. Luego, entre 1876 y 1910,se dejó notar más el efecto de la economía mundial sobre la trama social del país. Durante los últimos 10 años de régimen porfirista la sociedad entró en profunda crisis. Tras recurrentes contracciones económicas y financieras del exterior, entre 1899 y 1910, quedó minado seriamente el bienestar de México, en especial a partir de 1907. Los campesinos dislocados y los trabajadores desempleados enfrentaron privaciones, mientras que la pequeña burguesía nacionalista y las élites provincianas advertían que sus oportunidades económicas se iban reduciendo y sus principios federalistas y democráticos eran hollados por un gobierno incapaz o renuente a detener la competencia del exterior. El desarrollo a largo plazo del conflicto social mexicano comenzó a finales del siglo XVII, cuando grupos agrícolas e industriales controlados tanto desde dentro como desde fuera del país fueron entrometiéndose más y más en los pueblos semindependientes y en las sociedades locales, desestabilizándolas. La resultante competencia por los derechos de las tierras y el riego condujo a revueltas campesinas. En múltiples casos, antes del quebrantamiento de su vida cultural, política y económica por obra de gente ajena, el pueblo indígena había experimentado prolongados periodos de aislamiento relativamente autónomo y estabilidad social. Durante gran parte de la época colonial, la coparticipación en los beneficios generó intereses comunes entre las élites provincianas y las metropolitanas, en contraste con las JohnMasonHart, El Méxicorevolucionario Pá gn i a 1de 1 63
clases obreras indígenas y mestizas. A resultas de ello, no fueron los terratenientes provinciales ni los aspirantes al poder quienes llevaron la voz cantante en los levantamientos de cada lugar, sino las élites locales y pueblerinas, constituidas por elementos indígenas sin oportunidades. A finales del siglo XVIII, empero, al desarrollarse la agricultura y la minería comerciales dirigidas desde las metrópolis, y al incrementarse el poder del Estado, se fue gestando intranquilidad entre las cúpulas provinciales y de cada lugar. Estos poderosos grupos demostraron sus capacidades políticas al conjuntar a las clases y castas subyugadas los campesinos y artesanos de los pueblos, los indios, los negros y los mestizos.1 Entre 1810 y 1876, las élites regionales y locales echaron mano a menudo de las milicias de sus respectivos territorios para salvaguardar sus privilegios económicos y políticos frente a los extraños. Los propietarios ausentes, que residían en la ciudad de México o en las capitales de las provincias, trataron de lucrar mediante la agricultura de exportación, tanto en el centro como en el sur y hasta en la parte más al norte del país. La expansión de sus empresas e injerencia de sus supervisores fueron acompañadas del desarrollo de negocios a pequeña escala en los pueblos. Ese cambio económico y cultural del medio, a menudo se contrapuso a las prerrogativas de los comuneros pueblerinos y de las autoridades tradicionales de cada lugar. En el ínterin, la participación de México en la creciente economía mundial significó mayor competencia de fuera por adueñarse de la industria nacional. La apertura gradual del comercio y el influjo de artículos de alta tecnología fueron desgastando la artesanía local. Esa traslocación agrícola e industrial creó intranquilidad pública generalizada, dando a las élites regionales y a la ciudadanía de cada lugar Ia base popular que requerían para llevar a cabo las incontables insurrecciones y logradas revoluciones políticas de 18531854 y 1876. El proceso de la intromisión económica con las resultantes rebeliones de castas y de las distintas clases de cada región, que caracterizaron a la revolución de 1910, afloró por primera vez cuando la agricultura comercial de las haciendas hizo rápidos avances en la región de Chiapas y del istmo de Tehuantepec a finales del siglo XVII. Los terratenientes 1
Pequeños propietarios, parvifundistas, labriegos son, para los propósitos de este libro, aquellos propietarios rurales que, orientados hacia la autosuficiencia, tienen el poder de escoger el producto que cultivan en parcelas de tierra relativamente pequeñas. Campesino es un término más genérico, que se aplica en México tanto a los trabajadores del campo como a los pequeños propietarios. La pequeña burguesía se refiere a los propietarios de ranchos fincas son tamaño medio y orientación que pueden también granjas; pero pequeña cuyas burguesía hacedereferencia, asimismo, a las comercial, figuras familiares delserOccidente industrializado, los pequeños empresarios, tenderos, libreros, técnicos y educadores, de ciudades grandes y pequeñas, asi como los empleados de nivel medio de las grandes compañías y del gobierno. Las élites regionales o provincianas de que nos ocupamos son aquella gente cuyo poder económico y alto nivel social hicieron que aspiraran a gobernar en la periferia, en especial en los estados geográficamente más apartados del centro de la nación, donde por luenga practica estaban acostumbrados a un poder semiautónorno.
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ausentes, que residían en la ciudad de México, crearon y dirigieron nuevos complejos de agricultura de exportación con producción de tabaco, algodón, azúcar, henequén y cacao. La principal finca en este sentido. la enorme y cada vez más extendida hacienda Marquesana, fue otrota parte de los latifundios que poseían los herederos de Cortés por su título de marqués. Los disturbios se iniciaron cuando los hacendados se apoderaron de tierras de los pueblos zapotecas de la región del istmo. Algunos grupos locales, proveedores, compradores, personaI administrativo, funcionarios y caciques se beneficiaban del desarrollo de haciendas grandes orientadas al comercio en gran escala y de exportación, pero no todos salían ganando. De ahí que resultara una alteración en el equilibrio del poder entre las jerarquías políticas y económicas de esos lugares. El conflicto se suscitó entre los beneficiados con el nuevo orden y los pertenecientes a la sociedad zapoteca indígena aún intacta. A partir de 1707, la región de Chiapas y del istmo de Tehuantepec habían sufrido 10 años de violencia consistente en levantamientos pueblerinos debido a profundas disputas políticas, económicas y culturales. Las orilIladas y amenazadas élites locales, los mestizos vecinos de las villas, los campesinos y los peones, constituyeron el núcleo de los alborotos. En 1780 nueva violencia había estallado cerca de la ciudad de Izúcar, en la parte suroccidental de la actual Puebla. La reciente producción comercial a gran escala de azúcar había transformado la tenencia de la tierra por aquellos lugares. Aunque los terratenientes residían en la ciudad de México, sus representantes en cada lugar erosionaban la jerarquía política tradicional, las tradiciones indígenas y la economía campesina de cada región. El choque entre los terratenientes dedicados al comercio y los ex comuneros fue resultado de la conformación de un capitalismo inicial, aislado pero importante, que conllevaba que los comuneros se quejaran de “salarios raquíticos”. La rebelión de Izúcar comprendió una alianza de rebeldes de diferentes castas y clases que pugnaron por instaurar autonomías pueblerinas, la autoridad política regional y las tierras usurpadas pertenecientes al pueblo, a la par que obtener mejores salarios para peones y trabajadores temporales. De manera semejante, la revolución de la Independencia, de 1810, en la región del Bajío, resultó de la desestabilización social acarreada por incrementos considerables seguidos por contracciones erráticas en la minería y la agricultura durante el siglo XVIII. El auge minero fomentó el desarrollo de la agricultura a gran escala en esa región. Concluía una centuria de prosperidad minera, sin embargo, con una grave contracción que tuvo lugar entre 1800 y 1810. Esta crisis, que se caracterizó por despidos y reducción en la producción de plata, exacerbó los problemas crónicos de la región que consistían en desplazamientos campesinos y hambrunas endémicas. La alianza revolucionaria acogió a burócratas, JohnMasonHart, El Méxicorevolucionario Pá gn i a 31 de 63
propietarios de fábricas, tenderos, curas, campesinos, mineros desempleados y “pueblerinos” de las rancherías, que reclaman la tierra usurpada para la creación de extensas fincas.2
La élite criolla encabezó las principales fuerzas revolucionarias; los grupos menores constaban de mulatos, mestizos, indios y pequeños propietarios agrícolas. A medida que la revolución se fue propagando hacia el Sur, por los actuales estados de Michoacán, Guerrero y Morelos, fue adoptando aspectos contrastantes. En los años siguientes, una clase profesional la pequeña burguesía y los dirigentes de los dueños de rancherías (fincas medias) constituyeron las principales fuerzas. Empero, en el campo la población de pueblos y los peones llevaron a cabo un ataque generalizado contra la agricultura comercial controlada desde afuera y la injerencia política. Entre 1832 y 1854 continuó el desasosiego rural con tres levantamientos de importancia que abarcaron un área de 100 kilómetros cuadrados, comprendidos entre la muy comercializada región de Tehuantepec, en el sur del país, y las nuevas zonas productoras de cítricos de la cuenca del río Balsas en Michoacán y los centros azucareros de Morelos e Izúcar (Puebla) más hacia el Norte. La tercera revuelta, la de 18531854, adoptó un sesgo nacional y condujo al derrocamiento del presidente Antonio López de Santa Anna, quien fue reemplazado por Juan Álvarez, caudillo provinciano del Suroeste. La agricultura comercial se desarrolló con rapidez durante el siglo XVIII y el suroeste fue uno de los principales focos de ese auge. El desplazamiento campesino vinculado con el desarrollo de grandes fincas avanzó rápidamente en las zonas con más actividad comercial. La hacienda Marquesana, en el istmo de Tehuantepec, y la de San Marcos, entre Acapulco y Oaxaca, eran las más extensas de toda esa región. Esta última tenía una extensión de 200.000 hectáreas. Durante las ofensivas campesinas por la Independencia, entre 1810 y 1821, las grandes posesiones del Suroeste sufrieron graves pérdidas, pero tras la guerra con España volvieron a resurgir. Los terratenientes ausentes, que residían en la lejana ciudad de México, continuaron ejerciendo considerable poder y su injerencia constituía una amenaza para el papel preponderante al que aspiraban las élites criollas de las provincias, así como para las fincas reclamadas por el campesinado pueblerino. La crónica intranquilidad de las clases 2
Una ranchería es una concentración rural pequeña de trabajadores agrícolas que de ordinario se encuentra en una hacienda y que carece de derechos jurídicos a tierra, aguas, autoadministración y gobierno autónomo de jure, como los pueblos, las ciudades y las villas.
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bajas fue aprovechada finalmente por el caudillo Juan Álvarez y sus aliados de las élites provincianas del Suroeste, quienes las emplearon en su favor durante la toma del poder político en 1854.
Muchos de los partidarios liberales de Álvarez mostraban en común el deseo de emular el éxito político y económico de Estados Unidos. Anhelaban el capital y la tecnología de la potencia del Norte para sacudirse el sentimiento derrotista engendrado por más de 40 años de caos, a partir de 1810. Algunos llevaban su visión al extremo de querer formar parte de la creciente república del Norte; otros buscaban la cooperación económica entre ambas naciones. La estrecha pero desigual relación económica formada por inversionistas estadunidenses y mexicanos se convirtió en elemento crítico en la futura revolución de 1910. Durante la segunda mitad del siglo XIX, las rebeliones campesinas y provincianas se desplazaron hacia el Norte, en conjunción con las inversiones ferrocarrileras, agrícolas, madereras y mineras. Los principales levantamientos campesinos en esas regiones tuvieron lugar entre 1868 y 1883. En el último decenio del siglo pasado estos perfiles de injerencia y revuelta habían alcanzado los hasta ahora remotos estados de Chihuahua y Coahuila. Las ciudades mestizas semiautónomas y autocráticas de los primeros tiempos, que hacían las veces de colonias en tierra de nadie, en una frontera por donde merodeaban los indios, pasaron de la casi independencia a convertirse en lugares poblados por aparceros y peones. Mientras duró la prosperidad económica, que fue hasta 1899, las élites de esas regiones sólo tomaron parte en algunas de las luchas. En 1876, Porfirio Díaz, otrora rebelde caudillo provincial del estado suroccidental de Oaxaca, había conjuntado a las minorías provincianas en el Plan de Tuxtepec. Este levantamiento, así llamado por la pequeña ciudad de Puebla, comenzó con virulencia en enero de 1876 desde la sede de Díaz en Brownsville, Texas. A todas vistas apoyado con dinero y armas de importantes capitalistas y militares estadounidenses, así como de grandes terratenientes texanos, Díaz pudo mantener su revolución durante seis meses a lo largo del río Bravo, entre Laredo y Nuevo Laredo por un extremo, y Brownsville y Matamoros por el otro. Para junio, los gobernadores de los estados y los jefes de las guarniciones provincianas se habían unido al movimiento para derrocar al desestabilizado y antiestadunidense gobierno del presidente Sebastián Lerdo de Tejada. Durante los primeros años de gobierno, el régimen de Díaz creó una amplia base de apoyo de las élites. Entre sus partidarios había representantes de las oligarquías de los estados, como Evaristo Madero, de Coahuila. Participaron en una expansión económica dominada por capitalistas estadunidenses y europeos. Ahora bien, con su contacto directo JohnMasonHart, El Méxicorevolucionario Pá gn i a 51 de 63
con los mercados del exterior, gracias a la expansión del ferrocarril y de las industrias de extracción, los oligarcas norteños perdieron su autonomía política; pero les llegó nueva riqueza. En su mayor parte, las luchas que tuvieron lugar durante el Porfiriato enfrentaron al ejército con los labriegos que sufrían de encerramiento de sus tierras, que quedaban aisladas frente a los estratos superiores de la sociedad provinciana. En 1900 la situación cambiaba. El gobierno nacional había centralizado la autoridad política hasta un extremo nunca visto, mientras que los crecientes nexos entre el régimen y el capital extranjero condujeron a una afluencia de colonos estadunidenses que aspiraban a la posesión de tierras y recursos en México. Esa situación atemorizaba a las etites provincianas del Norte, que ya habían presenciado antes la pérdida de Texas a favor de los colonos estadunidenses, quienes posteriormente se adueñaron de territorios que más tarde formarían parte del suroeste de Estados Unidos. Esas preocupaciones, conjuntadas a Ia crisis fiscal que restringió la capacidad del gobierno para proporcionar sinecuras a través de contratos de obras públicas, condujo a las élites provincianas a sentir que se les había negado la oportunidad de participar en el desarrollo económico del país. Después de 1900, la injerencia comercial extranjera patrocinada por el gobierno alcanzó una magnitud sin precedentes, sobre todo en la región norteña, a menudo en competencia con los terratenientes locales, los comerciantes y los artesanos. Para 1910, Ias posesiones de fincas de estadunidenses alcanzaba más de 40.000.000 de hectáreas y abarcaban gran parte de las propiedades más valiosas del país en minería, agricultura y madera. Debido a que el financiamiento del desarrollo capitalista del Porfiriato era extranjero y no se había producido por un proceso interno de dinamismo productivo, un número creciente de centros comerciales de carácter agrícola e industrial se había ido superponiendo a una población por lo demás campesina. La resultante fue todo un centón multicolor de sociedades contrastantes en un México rural. En cinco regiones las fuerzas de la influencia económica y las de la sociedad tradicional eran especialmente vigorosas: Morelos y parte de Guerrero y Puebla, en el centro y sur del país; la costa del Pacífico, desde Sonora hasta Chispas; Tamaulipas, Veracruz, Tabasco y Campeche, en la costa del Golfo; el istmo de Tehuantepec; los estados fronterizos del Norte: Coahuila, Chihuahua y Sonora. Estos fueron los puntos de arranque de la Revolución Mexicana. Dos de ellos Centro sur y el lejano Norte fueron los focos de una actividad revolucionaria fomentada por las clases desposeídas. A diferencia del Norte, de la costa del Golfo y de las regiones más prósperas, en Morelos existía una cohesión indígena. Más del 20 % de Ia población rural, en 1910, hablaba sólo náhuatl y muchos más eran bilingües. En contraposición a la población JohnMasonHart, El Méxicorevolucionario Pá gn i a 61 de 63
campesina, que en eI resto de la nación se encuentra tenuemente distribuida, Morelos era la zona rural más densamente poblada de México, y su vigorosa sociedad de indios y mestizos habitantes de pueblos, se concentraba en una de las zonas agrícolas más intensamente comercializadas. Un legendario grupo de 38 familias controlaba los ingenios azucareros del estado y las plantaciones cañeras. Muchos de los patrones ausentes, algunos de ellos extranjeros, residían en la ciudad de México. La competencia entre fincas y pueblos para hacerse de hectáreas de tierras durante los años ochenta y noventa del siglo pasado representó ganancias para los grandes terratenientes. Para 1910, casi poseían el 98 % de las tierras labrantías. Muchas poblaciones estaban a punto de quedar extintas. Para aumentar las ganancias y la producción de azúcar se habían construido dos líneas de ferrocarril que conectaban el estado con la metrópoli de la ciudad de México y los centros de exportación de Veracruz y Acapulco. Las aspiraciones comerciales habían creado, asimismo, el mejor sistema de carreteras rurales. El estado se hallaba cruzado de caminos vecinales que permitían el rápido contacto entre poblados remotos y dispersos. Cualquier noticia viajaba rápido en Morelos, y lo mismo los ejércitos de guerrilleros campesinos. Situado a solamente 80 kilómetros de la ciudad de México, el campesinado de Morelos sufría los embates no ya de los capitalistas de la ciudad de México y extranjeros, sino también la difusión de ideas radicales de Europa. El nacionalismo, el anarquismo, el liberalismo encontraron tierra fértil en esos lugares. Zapata reconoció su deuda con esas ideas en múltiples proclamas “al pueblo mexicano”, mientras aceptaba consejeros anarquistas de la organización revolucionaria de trabajadores llamada la Casa del Obrero Mundial. El estado de Morelos, circundado por escabrosas e impenetrables sierras, que acogían feraces campos en las tierras bajas, se convirtió en lugar ideal de una guerra campesina de larga duración. Su accidentada topografía contrastaba agudamente con la zona tan accesible de la costa del Golfo y del istmo de Tehuantepec, Tamaulipas, Veracruz, Tabasco, sur de Oaxaca y Campeche. A lo largo de las costas del Golfo y del Pacífico, así como en el istmo de Tehuantepec, entre 1910 y 1911 se gestó una revolución igualmente amplia entre los trabajadores de las grandes haciendas, la cual salió de todo cauce entre 1912 y 1916. Siglos antes había tenido lugar una considerable comercialización y lo que quedaba de régimen comunal pueblerino era endeble. Sólo un residuo de élites locales, de pequeños terratenientes mexicanos, podían brindar un liderazgo cohesivo a la insurgencia. En las costas, la escasa población y la falta de jerarquías pueblerinas intactas proporcionaron al conflicto una base de sustentación. Las planas y fácilmente atravesables zonas costeras brindaban óptimas oportunidades a los ejércitos tradicionales y volvían más difíciles, si no incluso imposibles, las acciones guerrilleras. Las repetidas rebeliones en las costas del JohnMasonHart, El Méxicorevolucionario Pá gn i a 71 de 63
Golfo y del Pacífico fueron sofocadas por las fuerzas del gobierno tanto en 1913 como en 1914 y 1915, y de nuevo entre 1919 y 1920. En el istmo de Tehuantepec, los rebeldes fragmentados, alejados del centro metropolitano del país, lograron sus metas al expulsar a centenares de terratenientes y compañías estadunidenses. Sin nadie que se les opusiera satisficieron sus metas revolucionarias campesinas reimplantando gran parte del sistema de tierras anterior a don Porfirio. En Morelos, la densa infraestructura de los pueblos, con su legado cultural precortesiano parcialmente intacto, sus estructuras sociales y autoridad propias, entró en conflicto con la injerencia insistente y fuertemente económica de extranjeros, muchos de los cuales se concentraban en la cercana ciudad de México, creándose así una situación volátil. El accidentado terreno del estado y el sistema de transporte y comunicaciones se combinaron con su amplio contacto con las ideas revolucionarias del exterior, que versaban sobre la liberación de los pueblos oprimidos; de donde se generó un foco de intranquilidad guerrillera de base campesina incontrolable. En el Norte, las élites provincianas dedicadas al comercio entraron en actividad política de oposición por la amenaza política y económica que suponía la concentración del poder en el gobierno nacional y el predominio estadunidense. Para 1902 más de 23 % de las inversiones estadunidenses en México se concentraban en esos tres estados rurales (Coahuila, Chihuahua y Sonora), cuya población constituía sólo el 1.5% de los habitantes del país. A escala nacional, estadunidenses y otros extranjeros dominaban la industria, el transporte, la minería y la producción maderera, y al tener en sus manos más de 48.000.000 de hectáreas en alto grado capitalizadas constituían una amenaza para la posesión de tierras de parte de los mexicanos. Los estadunidenses eran un bloque importante entre los ganaderos y la nueva élite agrícola comerciante. A pesar de sus estrechos vínculos con empresarios estadunidenses de allende la frontera, las élites nacionalistas del Norte se percataban muy bien de que la hegemonía comercial y terrateniente de Estados Unidos en sus regiones había precedido antaño a la pérdida de Texas y, en 1848, a la del extenso territorio que ahora era parte del suroeste de Estados Unidos. Las sofisticadas y politizadas élites del Norte habían ejercido un control semiautónomo en sus provincias desde tiempos coloniales y disfrutado de su lejanía geográfica respecto del gobierno nacional, hasta que el ferrocarril y el telégrafo del Porfiriato las colocaron bajo la férula de los burócratas de la ciudad de México. En el ínterin, un alud de nuevo capital estadunidense se adueñó del control de la mayor parte de los recursos económicos del Norte, orientando la producción hacia la exportación. Esto ocurrió a expensas de los comerciantes locales, al tiempo que se creaban industrias de apoyo propiedad de los mexicanos. Las protestas de las élites regionales frente al incremento de JohnMasonHart, El Méxicorevolucionario Pá gn i a 81 de 63
las propiedades estadunidenses por todo el país estallaron en la revolución cuando las contracciones financieras de Estados Unidos conllevaron una profunda depresión en el norte de México después de 1907.
Durante la segunda mitad del siglo XIX la revolución industrial produjo una clase obrera industrial con arrestos para volverse poderosa. El desasosiego obrero arraigado en la indigencia de la era colonial, así como las dirigencias artesanales encontraron una solución en el anarcosindicalismo. Las huelgas y levantamientos de los obreros industriales acosaron a México a partir de 1900. Dirigida contra franceses, estadunidenses y mexicanos propietarios, la violencia de los trabajadores contribuyó a socavar la legitimidad política del régimen. Durante la mayor parte del siglo XIX preexistieron, aunque en menor escala y a nivel regional, los factores que acarrearon la revolución de 1910, y entre los que se pueden contar los siguientes: -la incapacidad del gobierno nacional para satisfacer la demanda nacionalista del pueblo de hacer frente al abrumador empuje de la penetración extranjera en lo político, lo cultural y lo económico, -la competencia entre las élites de cada región frente a un gobierno central y una clase rectora metropolitana que buscaba el control de los recursos de cada lugar; -el acceso cada vez más limitado a contratos y políticas de obras públicas; -el resentimiento de los aliados extranjeros del gobierno en lo empresarial; -las crisis fiscales del gobierno nacional acarreadas por los crecientes intereses sobre las deudas y la necesidad del desarrollo de infraestructuras; -la desilusión de la pequeña burguesía frente a la dictadura y el mandato personalista; -las ideologías revolucionarias de la clase obrera importadas; -el desplazamiento del campesinado por la expansión de la agricultura de exportación muy por encima de la capacidad de absorber a ese campesinado mediante nuevos empleos, a pesar de la tecnología moderna y el desarrollo industrial. Entre 1907 y 1910 el foco del conflicto político, económico y cultural -con excepción de Sonora y Yucatán, donde la lucha fue casi continua- tomó un perfil general de movimiento de Sur a Norte. Ocurrió así por la rapidez del cambio y trastrueque social del campo, que comenzó con inversiones de la metrópoli en la agricultura comercial de exportación y concluyó con la subsunción estadunidense de esas actividades comerciales. Durante todo este proceso, los puntos de intranquilidad corrieron parejos con el desarrollo de la agricultura comercial de exportación, la minería, los ferrocarriles y la maderería, hasta JohnMasonHart, El Méxicorevolucionario Pá gn i a 91 de 63
los inicios de la revolución. Los continuos grandes trastornos de los siglos XVIII y XIX anticipaban la esencia de gran parte de la gran conflagración de 1910. A corto plazo, en los 10 críticos primeros años del nuevo siglo, las clases obreras agrarias e industriales que históricamente tanto habían soportado, tuvieron que hacer frente a la escasez alimentaría, alzas y creciente desempleo, lo que contribuyó a empeorar sus condiciones de vida. Los trabajadores experimentaron una mayor cantidad de arrinconamiento por cuanto que 15.000 colonos estadunidenses, provistos de títulos de propiedad y rifles, ocuparon grandes áreas de Coahuila, Chiapas, Chihuahua, Puebla, Sonora, Sinaloa, San Luis Potosí, Tamaulipas, Veracruz y el istmo de Tehuantepec. Además de esos colonos, las corporaciones estadunidenses contaron con grandes extensiones en el Norte, Campeche, Colima, Chiapas, Durango, Tabasco, Veracruz y Zacatecas. Al mismo tiempo, la pequeña burguesía mexicana así como las èlites provincianas y locales, contemplaban frustradas como su posición social se iba socavando y el gobierno nacional era aniquilado por la invasión económica del exterior, que hacía mofa de sus principios federalistas-democráticos con la resultante dictadura y gobierno autocrático; las oportunidades de éxito social y económico eran cada vez más menguadas por los bajones erráticos, endémicos, de la economía y por la nueva competencia extranjera que a menudo operaba de consuno con el gobierno nacional. La posición vulnerable y dependiente de México en la economía mundial causó un tipo de desarrollo económico controlado por extranjeros, en exceso estrecho y desequilibrado, en provecho de la prosperidad estadunidense, británica, belga, francesa y alemana, bajo la protección de guardas rurales armados, todo ello yuxtapuesto a una indigencia de los nativos cada vez mayor y a menudo relacionada con esa prosperidad. La revolución comercial e industrial del Porfiriato transformó a los campesinos y artesanos tradicionales, convirtiéndolos en obreros agrarios e industriales. Forjó un ejército de tecnócratas y administradores, mientras iban proliferando los pequeños hombres de negocios. Las élites de cada región se hicieron de una riqueza nunca antes vista debido a la agricultura y a la minería. Sin embargo, a medida que pasaba el tiempo la inversión extranjera y el gobierno nacional cada vez más sólido constituyeron una cortapisa para la autonomía provinciana y en cada lugar compitieron contra ella en la búsqueda de oportunidades. En los primeros 10 años del actual siglo, cada una de las cuatro clasescampesinos, trabajadores industriales, pequeña burguesía y élites provincianas- fueron sorbiendo, según les convenía, las doctrinas revolucionarias del anarquismo, liberalismo o democracia. En un ambiente de continuo predominio extranjero en lo político, económico y JohnMasonHart, El Méxicorevolucionario Pá gn ia 20 e63 d
cultural, y asimismo una crisis cada vez más honda, los cuatro elementos pudieron conjuntarse -como de hecho lo hicieron- en el nacionalismo. A corto y largo plazo, las causas de la Revolución Mexicana de 1910, se pueden comparar con las que engendraron los trastornos multiclasistas de aquella sazón de las sociedades en transición de China, Irán y Rusia. Las élites provincianas nacionalistas y de mentalidad autonómica, así como sus aliados de la pequeña burguesía, y de sus congéneres de China, Irán y Rusia, se pusieron al frente de los trabajadores y campesinos en demanda de una representación cada vez más efectiva de sus intereses en el gobierno nacional, en los tratos de éste con los extranjeros. Como esas expectativas rodaron por el suelo ante la abrumadora injerencia económica y política del exterior, la cual se entreveraba con la política de los respectivos gobiernos nacionales, esas elites provincianas y pequeña burguesía, al encontrarse excluidas, no hallaron otro medio pacífico de penetrar al coso político nacional. En los cuatro países, esa restringida base política de los gobiernos nacionales perdió vigencia a medida que el desarrollo económico fue creando nuevos grupos sociales económica y tecnológicamente importantes, aunque estaban excluidos en lo político. Como eran sociedades en transición, tanto China como Irán, Rusia o México compartieron una dependencia común de apoyo financiero exterior en su búsqueda de la industrialización. Poco antes de los trastornos que esas naciones experimentaron a comienzos del siglo xx, habían sufrido un profundo trauma socioeconómico y político cuando sus fuentes de apoyo financiero de Europa occidental y Estados Unidos quedaron agotadas por crisis bancarias acaecidas entre 1899 y 1904, así como entre 1907 y 1908. En medio de una inestabilidad socioeconómica generalizada, de una creciente influencia extranjera, disensiones políticas y crisis fiscal, el gobierno porfirista fue perdiendo gradualmente su capacidad de gobernar. El creciente poderío de las compañías extranjeras, conjuntado al costo de la deuda pública, dictó la incapacidad del régimen para dar respuesta a los complejos problemas económicos y políticos que se suscitaron en los primeros 10 años del siglo XX. La relación subordinada y dependiente del régimen frente al capital extranjero precipitó la confrontación entre las élites metropolitanas y las provincianas, dirigidas por Francisco I. Madero; confrontación que versó sobre temas de gobierno nacional, un sistema político más abierto y la apertura de oportunidades económicas en cada lugar. Para recabar el apoyo de las clases inferiores en pro de su causa insurgente, Madero brindó a los trabajadores industriales el derecho a organizarse libremente y a los campesinos la oportunidad de reclamar las tierras que trabajaban. JohnMasonHart, El Méxicorevolucionario Pá gn i a21de63
A consecuencia de la crisis de las élites, el Estado, semiparalizado, no pudo activar los mecanismos tradicionales de control social con la debida eficiencia, por lo que estalló la conflagración a nivel nacional. Las ideologías revolucionarias del exterior -nacionalismo, liberalismo, anarquismo y socialismo- brindaron a los grupos enajenados tanto explicaciones como soluciones a sus problemas. Entre 1910 y 1920, las clases rivales chocaron en una serie de luchas que sacudieron al país, amenazaron los intereses de las compañías y gobiernos extranjeros, y provocaron la intervención extranjera y el reacomodo de la sociedad y el Estado. Este estudio es un análisis tanto del desarrollo de esas fuerzas, cuya intervención generó la Revolución Mexicana, como de la búsqueda de los intereses de los revolucionarios durante el conflicto. Se examina cada grupo social importante -trabajadores industriales, labriegos y campesinos, pequeña burguesía y élites provincianas- dentro del contexto de su desarrollo prerrevolucionario y su papel en el despliegue del proceso revolucionario mismo, hasta la solución social fundamental que se conformó entre 1916 y 1924.
La lucha La Revolución Mexicana comprendió las mismas fuerzas y grupos sociales que llevaron adelante los primeros levantamientos populares de masas del siglo xx (entre 1905 y 1911) en Irán, Rusia y China. Campesinos, trabajadores industriales, pequeña burguesía y élites provincianas se movilizaron retando al gobierno, a la vez que hicieron frente a las amenazas presentadas por los extranjeros y a las surgidas entre ellos. En cuatro de esas revoluciones nacionales de principios del siglo XX, los partidos políticos formalmente constituidos poseyeron poco de la fuerza y unidad organizativas de campesinos y trabajadores industriales, que caracterizaron las luchas posteriores de Rusia y China. En México, si bien el anarcosindicalismo era vigoroso entre los trabajadores revolucionarios industriales e influyó en los zapatistas y villistas, no hubo cuadros marxistas leninistas. A resultas de ello, la fuerza y recursos organizativos de la pequeña burguesía de las élites provincianas y sus patrocinadores extranjeros, reforzados por la proximidad geográfica de estos últimos, resultaron decisivos.
Surgió una mixtura de fuerzas contendientes, cada una con sus demandas y maneras de verse arraigadas en su desarrollo histórico. Los campesinos, los trabajadores industriales, la pequeña burguesía, las éliles regionales, los capitalistas extranjeros y la oligarquía porfiriana se comportaron de acuerdo con patrones e intereses implantados JohnMasonHart, El Méxicorevolucionario Pá gn i a22 e d63
anteriormente. Su experiencia y conducta antes de la iniciación de la crisis nacional es dimensión fundamental de este estudio y es indispensable para entender la revolución. Los papeles e importancia de los diversos grupos que intervinieron en la Revolución Mexicana se pueden catalogar en tres fases ocurridas durante la lucha misma. La primera fase, la de la crisis de las élites y de la movilización de las masas, comenzó con la formación del Partido Liberal Mexicano, que alcanzó su apogeo en 1910 en la revuelta del terrateniente y hombre de negocios Francisco I. Madero, que duró hasta 1914. Comportó una rivalidad destructiva recíproca entre la élite gobernante y las provincianas por ganar el control del gobierno de la ciudad de México. En el vacío creado por la lucha, los campesinos tanto tiempo reprimidos, y al fin rebeldes del Centro y del Sur, pudieron organizar una formidable fuerza armada, la de los zapatistas, que también desafiaron al gobierno. En 1911 la caída de la lejana y fronteriza Ciudad Juárez desencadenó disturbios en la ciudad de México. Mientras, incontables levantamientos rurales contra los propietarios extranjeros y los dedicados al comercio, fueron llevados a cabo por todo el país por los campesinos, los trabajadores agrícolas y los mineros; asimismo, la movilización de las tropas estadunidenses por toda la frontera apresuró el exilio del asendereado presidente, sin que se disparara un tiro. Madero, incapaz de controlar las acciones y demandas de campesinos y obreros revolucionarios, no se granjeó tampoco para su gobierno advenedizo la voluntad de la oligarquía y de los extranjeros resentidos. Durante 15 meses trató de gobernar en medio de los embates de una creciente ola de revueltas en el campo y violentas acciones de obreros organizados en las áreas urbanas. El otoño de 1912 trajo una ola general de levantamientos campesinos contra las propiedades de extranjeros, que alcanzó su cima en 1914. Esos ataques a menudo eran conducidos por pequeños propietarios locales y gente de nota que de ordinario se llamaban villistas y zapatistas, pero que en realidad estaban fuera de cualquier gobierno organizado. Frente al creciente descontento, el general Victoriano Huerta derrocó a Madero en febrero de 1913. El nuevo régimen respaldado por la oligarquía y los extranjeros (entre ellos los estadunidenses, que proporcionaron a Huerta ayuda armada en gran escala) se enfrentó a una nueva insurrección conducida por las élites del Norte, de Sonora y Coahuila, y de los líderes de las clases bajas de Chihuahua.
Por fin victoriosa, la facción constitucionalista, conducida por el gran terrateniente y gobernador de Coahuila, Venustiano Carranza, y respaldada en parte por la élite estatal sonorense, declaró la guerra civil contra Huerta. Como resultado del control incompleto de la élite norteña, decenas de miles de civiles, campesinos y obreros se movilizaron en Chihuahua entre 1913 y 1914, bajo el liderazgo de Francisco Villa. Docenas de grupos que JohnMasonHart, El Méxicorevolucionario Pá gn i a23de63
se llamaban zapatistas y villistas efectuaron correrías por el campo. Forajidos zapatistas aparecieron en Tamaulipas, Sinaloa y Sonora; gavillas que se llamaban villistas operaban incluso en Chiapas, Oaxaca y Campeche. Invariablemente estaban constituidas por campesinos, mineros, artesanos y rancheros. Algunos operaban al estilo de los bandidos; otros se apoderaban de tierras y las ocupaban o destruían la propiedad minera, ranchera o labrantía de los extranjeros, en especial si eran estadounidenses. Aliados temporalmente bajo la jefatura titular de Carranza, los grupos revolucionarios del Norte, más numerosos pero dispares, lograron la neutralidad estadunidense -algo fundamental- en el verano de 1913 y su apoyo abierto en el invierno de 1914. La fase inicial de crisis de las élites y de movilización de las masas de la revolución, concluyó a principios del verano de 1914, con la derrota de Huerta. En ese momento, decenas de millares de combatientes se agruparon en dos facciones hostiles heterogéneas, mientras que otros grupos independientes seguían merodeando por la campiña. La segunda fase crítica de la revolución, la de la confrontación de las clases, la intervención estadunidense y la derrota de los obreros comenzó con una lucha que afloró a mediados de 1914 y que enfrentó a las victoriosas fuerzas de las élites provincianas y la pequeña burguesía alineadas con Carranza, contra las bandas rurales populistas de Villa en el Norte, con sus jefes de srcen ranchero, artesanal y rural. Los seguidores básicamente campesinos de Zapata y la mayor parte de los líderes reformistas agrarios más radicales, como Eulalio Gutiérrez, de San Luis Potosí, se aliaron pronto con Villa. Durante la guerra civil consiguiente, los obreros urbanos organizados, la pequeña burguesía y el conjunto de los intelectuales, y de una manera sutil las compañías estadunidenses y el gobierno, dieron apoyo al llamado reformista de amplia base de Álvaro Obregón Salido, jefe militar de las fuerzas constitucionalistas, y de Venustiano Carranza. La intervención estadunidense en Veracruz, en abril de 1914, constituyó el punto focal del intento del gobierno de Estados Unidos por controlar la situación en México. Se inició con la tentativa de derrocar a Huerta, pero pronto se transformó en un medio de recabar concesiones de Carranza. Los estadunidenses tenían en su poder en Veracruz un inmenso arsenal. Había más de 4.500 cajas de municiones y tres grandes almacenes a rebosar, cada uno de los cuales medía 58 metros de largo y de ancho y más de 6 metros de alto. Entre las armas había ametralladoras y piezas de artillería colocadas en depósitos protegidos, entre ellos el fuerte Santiago, el faro Benito Juárez y la fortaleza de San Juan de Ulúa. En el ínterin, buques estadunidenses proporcionaron sigiloso apoyo a las acosadas fuerzas constitucionalistas, entrando en los puertos de Mazatlán, Manzanillo, Acapulco, JohnMasonHart, El Méxicorevolucionario Pá gn i a24 e d63
Salina Cruz y Guaymas, y manteniendo el flujo de parque, aunque sin participar directamente en las hostilidades. Las autoridades estadunidenses de Veracruz, dirigidas por el enviado presidencial, John Lind, y el general estadunidense Frederick Funston, contribuyeron asimismo al mantenimiento del orden en Campeche y Tabasco, enviando armas tanto a la policía como a los plantadores. Sólo en Campeche había cuatro compañías estadunidenses propietarias de más de 1.000.000 de hectáreas de selva y plantaciones de henequén y caucho. Otra compañía poseía más de 1.5 millones de hectáreas de concesiones madereras en Quintana Roo y Yucatán. Las propiedades estadunidenses se extendían sin solución de continuidad desde el norte de la frontera guatemalteca hasta Ciudad del Carmen en el Golfo de México, por un lado, y hasta la capital del estado, por el otro. A partir de agosto de 1914, la iniciación de la Primera Guerra Mundial convirtió el suministro de hule de Campeche, ya de por sí un material estratégico, en algo mucho más indispensable para el gobierno estadunidense. Estados Unidos era el principal consumidor de caucho del mundo y México era un productor importante. La alianza de las élites provincianas, la pequeña burguesía constitucionalista y los trabajadores industriales recibió fundamental apoyo de la importación libre de municiones estadunidenses y la inmensa Cantidad de armas almacenadas en Veracruz. Equipados con moderna artillería, ametralladoras, alambre de púas, camiones, transmisores de radio y rifles, lograron derrotar prestamente a las principales fuerzas villistas y zapatistas, más numerosas pero peor equipadas, que a la vez estaban dirigidas en su mayoría por lideres rurales de clase trabajadora. Lograron el dominio estratégico de los villistas y zapatistas a mediados de 1915, aunque la lucha continuó cinco años más. La segunda etapa de la revolución continuaba mientras que la clase obrera urbana y la burguesía se volvían una contra otra a mediados de1915, tras el colapso militar de los villistas en El Bajío, y en el centro norte de México. El gobierno constitucionalista, apoyado por las compañías extranjeras y los principales industriales de la ciudad de México, se opuso violentamente a los planes de la principal organización laboral, la Casa del Obrero Mundial. La Casa había planeado apoderarse a la postre de las empresas Privadas de México y reorganizarlas sobre una base anarcosindicalista. El gobierno rechazó las demandas de los obreros urbanos de incrementos salariales, la eliminación del dinero escrito de las compañías privadas, el control de precios para detener la inflación y la solución del desempleo generalizado. Las continuas huelgas de militantes a gran escala, las manifestaciones y la violencia callejera continuaron durante 15 meses. Las fábricas cerraron JohnMasonHart, El Méxicorevolucionario Pá gn ia 25 e63 d
mientras que los obreros armados levantaban barricadas y las turbas furiosas se lanzaban a la calle. Estos alborotos concluyeron a finales de agosto de 1916, cuando las tropas rompieron la segunda huelga general del año, destruyendo diversos centros de la Casa del Obrero Mundial distribuidos por diversas ciudades del país y con ello el poder del movimiento revolucionario obrero citadino. Durante la fase final de la revolución, la de la síntesis de las élites y la reorganización sociopolítica, entre 1916 y 1924, el derramamiento de sangre que caracterizó la lucha por el poder menguó. El ejército, dirigido en lo fundamental por la pequeña burguesía y la oligarquía sonorense, apoyó a Álvaro Obregón Salido y a Plutarco Elías Calles, en su enfrentamiento con la estrecha alianza de Venustiano Carranza con las élites norteñas y coahuilenses, los burócratas y los industriales. La síntesis resultante en el gobierno predecía cambios violentos en el poder. El proceso se inició con la derrota del obrerismo en agosto de1916, que se caracterizó por la promulgación de una constitución corporativista y nacionalista en 1917, la pacificación de la mayor parte de la miríada de insurgencias campesinas y concluyó con el exitoso golpe de estado bonapartista llevado a cabo por Obregón en 1920. El presidente Carranza fue asesinado por la soldadesca en su huida de la capital con dirección a Veracruz. Durante el periodo de 1916 a 1924 la violencia se fue abatiendo, a medida que la sociedad pasaba por fases de reestructuración política y las élites se reorganizaban. Los elementos desmoralizados de los movimientos derrotados villista, zapatista y de los obreros industriales urbanos se unieron a los grupos pacificados del régimen porfirista en un nuevo orden dominado por una jefatura militar victoriosa. Los jefes comenzaron a transferir su poder militar al dominio civil y económico. Mientras que los hombres de negocios estadunidenses y el gobierno, en una posición titubeante veían el curso de los acontecimientos y se preparaban para negociar, los vencedores de la pequeña burguesía conformaron una nueva y complicada base de control social plasmada en su Constitución de 1917, liberal, nacionalista y unificadora. A través de ese instrumento y la voluntad de los vencedores, las masas obtuvieron sorprendentes ganancias, se eliminó la mayor parte de los vestigios de las relaciones de casta y sociales arcaicas que todavía siguen en pie en gran parte de Latinoamérica, y se permitió la educación pública y la movilidad individual. La estructura organizativa y los métodos de operación que se fueron conformando entre 1916 y 1924 implantaron un orden bien tramado que constituyó la base del gobierno en los siguientes sesenta años. En los años veinte y treinta, el gobierno logró aislar y cooptar a los grupos disidentes violentos, procedieran del campo, del obrerismo, de los militares, del mundo de los negocios JohnMasonHart, El Méxicorevolucionario Pá gn i a26 e d63
o de la Iglesia. Una vez suprimidas sus tendencias disidentes o revolucionarias, esos grupos vencidos se unieron a la nueva jerarquía como partes subordinadas. En el ínterin, el Estado logró una serie de componendas con las compañías y el gobierno estadunidense. El resultado de este modus operandi, durante los últimos 40 años, ha sido un orden sociopolítico de amplia base sólidamente arraigado. El nuevo régimen, de consuno con un rápido incremento de la economía capitalista, ha dado impulso a una burguesía resurgente, pero ha dejado a las clases obreras mexicanas en condiciones económicas deplorables
Recuento Los hondos conflictos entre Estados Unidos y México, así como entre los grupos sociales rivales, antes y durante la Revolución Mexicana, han adolecido de inveterada mala comprensión. Los intelectuales mexicanos, con su actitud elitista tradicional, retrataron a las clases obreras, en novelas y ensayos históricos, como pasivas, fatalistas e inconscientes. Se ha dado incluso un enfoque ahistórico que ha descuidado, si no negado, la larga experiencia revolucionaria del campesinado mexicano y de las clases obreras industriales, así como el caos resultante de los incontables ataques contra las propiedades rurales comerciales de parte de pequeños grupos obreros y campesinos entre 1911 y 1920. También se ha pasado completamente por alto la magnitud de las propiedades estadunidenses y el ataque a ellas de parte del país. Ha habido tendencia a subrayar la generalizada pasividad de la mayoría de la población durante la revolución. Sin embargo, el examen de las acciones revolucionarias de miles de campesinos y trabajadores rurales, que operaban fuera de toda autoridad de las jefaturas constituidas de Villa, Zapata y los constitucionalistas, revela que las masas campesinas participaron activamente en la revolución. Otro tema mal orientado es la insistencia en el apoyo interclasista de que disfrutaron los constitucionalistas, para así explicar su éxito definitivo. Este enfoque deja en la sombra los divergentes intereses que manifestaron los participantes durante el transcurso de la lucha. Esas alianzas multiclases con facciones elitistas han tenido lugar en todas las revoluciones. Ese fenómeno común no lo conduce a la victoria, a la par que silencia las evidentes dicotomías clasistas. Con recalcar meramente la participación interclasista no se intuyen mejor los procesos de la Revolución Mexicana. Por el contrario, el análisis de las rivalidades más generalizadas, basadas en la posición social y en los intereses de las jefaturas faccionarias y locales y sus diversos propósitos, rinde sorprendentes resultados. La comprensión de la Revolución Mexicana se ha visto obnubilada en el pasado por el éxito de los esfuerzos de los gobiernos constitucionalistas y posrevolucionarios por JohnMasonHart, El Méxicorevolucionario Pá gn ia7 2 de63
legitimar su mandato. Esta búsqueda de legitimidad ha conducido a la formulación de una ideología “revolucionaria” unificadora que explica acontecimientos y alianzas con el régimen de grupos antes antagonistas y que fueron derrotados durante la lucha. En la búsqueda de la estabilidad posrevolucionaria, el nuevo gobierno celebró las derrotas de los zapatistas agrarios, de los villistas provincianos de clase baja y de los obreros industriales y urbanos de la Casa del Obrero Mundial, con la formación del Partido Agrarista pro gubernamental para los campesinos y una igualmente leal Confederación Regional del Obrero Mexicano (CROM) y su corolario político, el Partido Laborista para la clase industrial. Estas organizaciones semigubernamentales de primera generación, y las que siguieron, han proclamado su legitimidad a través de sus nexos con el régimen como participantes “revolucionarios” y representantes de las masas. Son pintadas por el régimen y hasta por los entendidos como “instituciones revolucionarias”. Más bien han sido empleadas por las élites como herramientas ideológicas, con gran éxito, desde 1920. Las reformas agrarias y el fortalecimiento de las estructuras del gobierno durante la era del presidente Lázaro Cárdenas (1934 1940) también se han pintado similarmente como revolucionarias. Además de sembrar la confusión entre los entendidos, que hablan de “revolución continuada”, “revolución pacífica” y “revolución institucionalizada”, su papel más significativo en el desarrollo del México posrevolucionario ha sido lograr los mecanismos de control social de parte de una élite sobre segmentos revolucionarios e históricamente inquietos de la sociedad. La Revolución Mexicana no fue ninguna anomalía. Las causas de la intranquilidad y su trayectoria aunque fueran ahora en una escala mayor, se encuentran arraigadas en los tipos de injerencia económica y desplazamiento social propios de la era colonial y del siglo XIX que ya habían ocasionado otros levantamientos anteriores. En parte representaba el primer levantamiento del Tercer Mundo contra la penetración y el control económico de Estados Unidos. Se espera que este estudio demuestre estos patrones clásicos y universales, a la vez que únicos, de disentimiento y lucha que tuvieron lugar antes y durante el proceso de la Revolución Mexicana.
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CONCLUSIÓN: LA CRISIS REVOLUCIONARIA
La Revolución Mexicana surgió como parte de una ola de intranquilidad política nacionalista vinculada con la crisis socioeconómica que se cernió sobre el mundo a principios del siglo XX. La pequeña burguesía, las élites provincianas y locales, los obreros urbanos e industriales, así como los campesinos, que se sentían económica y políticamente enajenados, conjuntaron fuerzas en un levantamiento nacionalista. Si las élites provincianas y la pequeña burguesía participaron en ese levantamiento fue para derrocar a la camarilla dictatorial; los obreros urbanos e industriales, por otro lado, lucharon para dar al traste con un sistema productivo que reprimía a la mano de obra, los campesinos, por fin, se rebelaron para recabar autonomía municipal, recobrar las propiedades perdidas y sus medios de producción. Toda esta sección sagital de la sociedad se unificó en torno al nacionalismo para rescatar el control de los recursos básicos del país y de la infraestructura económica del mismo, frente al dominio extranjero. Se conjuntaron en torno a los líderes de las élites provincianas, Madero y Carranza, hasta que los antagonismos mutuos se hicieron demasiado evidentes y condujeron a la guerra civil. En 1876, los alzados de Tuxtepec obtuvieron grandes beneficios del apoyo financiero estadunidense que les permitió continuar la lucha hasta que el gobierno de Sebastián Lerdo de Tejada fue desestabilizado. El nuevo gobierno fomentó una economía expansiva, al insistir en el uso del capital externo para el desarrollo de la minería de exportación y la agroindustria, también de exportación. Los extranjeros, además controlaban la banca, el transporte y la infraestructura de las comunicaciones. Al igual que tantos otros Estados de economías en vías de industrialización derrocados en el siglo XX, el gobierno porfirista permitió un grado políticamente intolerable de dominio extranjero en las nuevas empresas. No supo implantar controles sobre los extranjeros que fueran adecuados para satisfacer las crecientes ambiciones de la ciudadanía. Denegaba la expresión política y fue incapaz de proporcionar estabilidad económica a los hombres de negocios de nuevo cuño, a los JohnMasonHart, El Méxicorevolucionario Pá gn ia 29 e63 d
intelectuales, profesionales, así como a los obreros industriales, o bien otras oportunidades a los campesinos desheredados. Durante los años ochenta y noventa, este régimen expansivo se entrometió en el régimen semiautónomo de las élites provincianas. A partir de 1900, sin embargo, el flujo cada vez más errático del capital extranjero, el cierre de plantas productivas, los despidos y el estancamiento económico, menguaron el bienestar general. La pérdida de la prosperidad económica sustrajo la única fuente de satisfacción a que podían aspirar las élites provincianas y locales, política y socialmente preteridas. Además del rencor sentido por las clases superiores, la crisis económica redujo las oportunidades de empleo y los salarios reales. Dicha situación, junto con la rivalidad arraigada de los obreros industriales contra el capital, desencadenó un movimiento obrero cada vez más tumultuoso. La crisis económica y la devaluación del peso intensificaron una revolución dominada por los estadunidenses en lo que respecta a la tenencia de la tierra y que incluso condujo a la colonización. A partir de 1900, el realce alcanzado por los cultivos para lucro, como el tabaco, el henequén y el azúcar, así como la llegada de los ferrocarriles y de la industria minera, pusieron coto a los recursos disponibles para la producción de bienes nacionales. Esta orientación de la tierra, de la mano de obra y del capital en otro sentido, junto con sequías y pestes en el campo, redujeron el consumo de cereales de los mexicanos. La falta de mano de obra en el campo, a resultas de los salarios en extremo bajos pagados a los campesinos, redujo la producción en algunas regiones hasta en 50%. Los nuevos proyectos agrícolas fracasaron porque el gobierno sintió pánico ante la crisis de inversión causada por un programa demasiado extenso de desarrollo de la infraestructura, el creciente interés sobre la deuda externa ante los bancos internacionales y la repatriación de las utilidades de las compañías extranjeras hacia sus países de srcen. Resultaron de ahí carestías y precios más altos de la canasta básica que acicatearon la intranquilidad política. En 1908, la carencia nutritiva del público había alcanzado proporciones catastróficas. La economía política porfirista, al igual que la de Irán, Rusia y China, fracasó por su dependencia de las economías de las potencias industriales del norte del Atlántico, las cuales entraron en un periodo de crisis financiera a principios del siglo XX. Mediante la desindicalización, incentivos fiscales, concesiones de tierra y estabilidad política, el gobierno porfirista había abierto México y atraído a las expansivas economías del norte del Atlántico. Recabó inversiones extranjeras y expertos financieros, administrativos y técnicos no mexicanos. En el centro minero de Guanajuato, en donde el coronel House tenía una gran inversión, el elitismo extranjero estaba tan generalizado que un investigador no encontró a un solo empleado mexicano en puestos administrativos en las minas de propiedad extranjera. En la costa del Golfo, el capital extranjero obligaba al trabajo forzoso y JohnMasonHart, El Méxicorevolucionario Pá gn i a30 e d63
creaba desequilibrio en la riqueza. El régimen fomentaba el mercado abierto y la centralización política mediante la abolición de los impuestos estatales, que protegían a industrias nativas de cada lugar y el desarrollo del sistema ferroviario y telegráfico.
Entre 1906 y 1907, cuando los obreros industriales iniciaron la violencia en las plantas de Cananea, propiedad estadunidense, y Río Blanco, propiedad francesa, las 12 principales industrias del país eran extranjeras. Esa misma condición se aplicaba a más de 130 de las 170 compañías principales del país o 77 % del total. La inversión extranjera constituía el 88 % de la capitalización de esas 170 empresas. Luego de 25 años de desarrollo económico, la inversión extranjera, de haber seguido el patrón de la Revolución Industrial de Europa occidental, debería haber pasado a una tecnología mexicana cada vez más avanzada y a la postre autosuficiente. Pero esta segunda etapa del proceso de industrialización europeo y estadunidense nunca se alcanzó en México. En vez de abrir centros manufactureros cada vez mayores, basados en tecnología avanzada siempre más orientada a las necesidades de un mercado nacional en desarrollo, los inversionistas extranjeros se abstuvieron. A pesar de que el capital extranjero, ahora sobre todo estadunidense, había entrado en el país entre 1900 y 1910, a un paso tres veces más rápido que entre 1876 y 1900, continuaba concentrándose en hacer la competencia a las empresas mexicanas en formación, y a luchar contra los terratenientes en la explotación de las materias primas. Los extranjeros buscaban la tenencia de la tierra para la agroindustria de exportación, encareciendo el precio de los terrenos hasta 10 veces en algunos lugares, mientras que la moneda de sus rivales mexicanos se devaluaba hasta en 50 % en determinada ocasión. Los extranjeros se apoderaron del transporte y de las comunicaciones, de la banca y de las industrias básicas. El desarrollo de la tecnología mexicana no fue la razón de que los extranjeros se abstuvieran de tomar riesgos. Todo cuanto el desarrollo industrial mexicano podría haber significado para ellos, habría sido costos más altos en la mano de obra y un mercado nacional más amplio en una economía insignificante. A resultas de ello, los extranjeros se dedicaron a competir con las élites locales, a las que rápidamente abrumaron en la carrera por explotar los recursos naturales del país. En vez de estimular un desarrollo económico e industrial de vanguardia, con una clase obrera cada vez más próspera y un efecto de dominio enriquecedor por la aparición de nuevas industrias y la prosperidad de los industriales nacionales, el capital extranjero (especialmente estadunidense) llevó al retortero a la competencia nativa.
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La primera crisis de la economía mexicana tuvo lugar por su relación con los inversionistas europeos. Europa entró en un periodo de contracciones financieras entre 1899 y 1904, así como entre 1906 y 1907,causando una tajante disminución en las inversiones de capital francés en la industria textil extranjera. Dicha industria era el sector manufacturero mayor en la economía mexicana. Varios años de cierres, despidos y reducciones salariales contribuyeron a intranquilidades laborales en las fábricas de Puebla, Tlaxcala y la zona circundante de la ciudad de México. Un flujo abrumador de capital estadunidense penetró en la economía mexicana, compitiendo con los mexicanos. Las subsiguientes relaciones laborales discriminadoras y las evacuaciones de sus tierras provocaron la reacción nacionalista de parte de las èlites provincianas, de la pequeña burguesía, de los obreros industriales y del campesinado. La devaluación de 1905 debilitó sobremanera a los capitalistas mexicanos frente a los extranjeros. Algunas confrontaciones acicatearon la actividad revolucionaria de las élites. En primer lugar, en la minería las logradas licitaciones de Guggenheim- ASARCO en favor de concesiones mineras y ferrocarrileras, frente a la oposición de la familia Arriaga en San Luis Potosí, y las concesiones a la Guggenheim en Nuevo León frente a los intereses de los Garza, Sada y Madero, pusieron entre la espada y la pared a las élites provincianas y locales mexicanas. En segundo lugar, el gobierno le quitó al Banco Madero el ser depositario federal. En tercer lugar, luego de ofrecer multiplicado el precio de la tierra, superando la producción mexicana y elevando el precio del producto hasta en dos tercios, la Continental Rubber Company intentó imponer un boicot estadunidense a la empresa de guayule de Madero de Torreón. En cuarto lugar, el desviamiento de aguas del río Nazas de las propiedades de Madero y de rancheros de La Laguna, cerca de Torreón, continuó durante muchos años, a pesar de los fallos de los tribunales y de las garantías del gobierno de dar apoyo a los litigantes mexicanos. En quinto lugar, el gobierno perjudicó los intereses de Maytorena en Sonora, desplazando a la familia del cacicazgo del Estado y suprimiendo su fuerza de trabajo, los indios yaquis. En sexto lugar, los yaquis y mayos se oponían a las injerencias en sus tierras de inversionistas estadunidenses, como los Richardson, Huntington, Harriman, Stillman, Wheeler-Hyer, Burns, Marshall, United Sugar Company y Los Angeles Times, unidos con sus socios mexicanos en Sonora y Sinaloa. En el cercano Durango, la intranquilidad de obreros y campesinos también amenazó esas inversiones. En séptimo lugar, en Chihuahua, la reorganización de tierras para ranchos a favor de las élites estatales y de compañías madereras, ganaderas y mineras estadunidenses, como los Cargill, Palmer, Fred Pearson, Edwin Morgan, Marshall, Hearst y Peirce, se conjuntaron con una economía en estancamiento a partir de 1902, provocando rebeliones rurales y urbanas encabezadas por élites locales rancheras de las distintas clases. En octavo lugar, una inflación general, causada por la falta de alimentos y textiles, erosionó los salarios reales y el JohnMasonHart, El Méxicorevolucionario Pá gn i a32 e63 d
bienestar de los trabajadores, que presenciaron el control extranjero descarado de la producción, de la oferta y de los precios. En noveno lugar, a partir de finales de los años noventa del siglo pasado, más de 7.000 colonos estadunidenses compraron pequeñas hazas de tierra a las grandes compañías fraccionadoras de control estadunidense, cercaron esas tierras y sacaron al campesinado mexicano, que carecía de títulos, de tierras que habían ocupado desde hacía mucho tiempo. En los años subsiguientes, al disminuir más aún el comercio y consumo nacionales, se llegó directamente a la reducción de nuevas inversiones y a menor producción en la industria textil controlada por los franceses. El éxito de la anarquista familia Serdán, al encabezar la formación de más de 300 clubes del PLM en Puebla y Tlaxcala, cuyo tamaño iba de 25 miembros en los pueblos menores a 300 en algunas fábricas textiles, fue resultado de los efectos de la crisis económica engendrada por los extranjeros de toda esa zona. Las empresas extranjeras de orientación a la exportación ahondaron la necesidad de apoyo del gobierno en infraestructura, calles, carreteras y puertos. El creciente costo de la deuda pública, sin embargo, recortó seriamente la capacidad del régimen para mantener esos servicios. Los inevitables incrementos fiscales cayeron sobre los hombres de negocios del país, los trabajadores industriales y los campesinos; las compañías extranjeras estaban exentas. En marzo de 1905, el gobierno redujo los impuestos a las minas de propiedad extranjera en más del 40%: de un total de 9.5 millones de dólares a 5.5 millones de dólares al año. El alivio fiscal de que disfrutaban las empresas extranjeras, junto con mayores gravámenes a los mexicanos, condujo a la indignación generalizada entre las clases de México. Como la mayor parte del capital provenía de Estados Unidos, la economía de México estaba más estrechamente vinculada con el mercado estadunidense y ciclo comercial. El cese de adquisición de plata de parte de los estadunidenses en 1902, y la recesión de 1907, pusieron al descubierto esta sensible vulnerabilidad. Durante los 10 años anteriores a la revolución, los intelectuales tanto en la prensa, en las novelas, como en las caricaturas políticas, protestaban cada vez más contra la hegemonía extranjera. Esas protestas reflejaban el nuevo consenso moral del país. La litografía de Guadalupe Posada retrataba a un gobierno en la liga con los extranjeros, oprimiendo a un pueblo agónico. El Hijo del Ahuizote, publicado por el intelectual Daniel Cabrera, acentuó la oposición al régimen. En cada edición, en primera plana, aparecía el lema, causa radical de la oposición al régimen: “México para los mexicanos”. Los trabajadores industriales, los tenderos y las élites provincianas compartían la frustración del intelectual y adoptaron su punto de vista sobre los acontecimientos. Los lemas y definiciones sobre las diversas cuestiones que se emplearon en la revolución estaban en boga varios años antes de que surgiera la oposición política de las élites locales y provincianas. Entre JohnMasonHart, El Méxicorevolucionario Pá gn ia3 3 de 63
1906 y 1910, los trabajadores de Cananea, Río Blanco y de las fábricas textiles del centro de México, manifestaron una nueva mancomunidad moral cuando militaron contra la propiedad extranjera de la producción y la discriminación ética.
El régimen porfirista, fundado en 1876, se cimentaba en la estructura política del pasado. Actuando de conformidad con los precedentes del gobierno mexicano del siglo XIX de otorgar concesiones especiales, enclaves de privilegio y monopolios a los bienes nacidos, el régimen no logró ajustarse cuando las condiciones comenzaron a cambiar desde sus primeros años. Empezó estableciendo con dinamismo una amplia base de apoyo entre la pequeña burguesía local. El derrocamiento de las élites pro lerdistas y pro iglesistas estatales luego de la revolución de Tuxtepec, les permitió a los funcionarios pro porfiristas y a las élites locales la oportunidad de sustituirlos. El nuevo régimen creó una movilidad ascendente estrecha y temporal y perdurables lealtades. A continuación estableció un impresionante historial de longevidad en los cargos, para los miembros, desde el presidente, secretarios del gabinete y gobernadores, hasta los funcionarios burocráticos y los jefes políticos de cada lugar. Para 1910, la mayor parte de los miembros del gabinete tenían más de 70 años y habían permanecido en el cargo durante muchos lustros. Los aliados locales del gobierno nacional parecían anclados en sus cargos, mientras que a los rivales más jóvenes se les negaba toda oportunidad de avance politice. En una sola generación, el régimen pasó de una juventud flexible y expansiva a la rigidez propia de unancien régime. Esa menguada movilidad política en sentido vertical, corría parejo con el problema de la creciente centralización y falta de elasticidad en lo económico. El gobierno nacional y metropolitano de la ciudad de México insistía en el control de las principales concesiones para el desarrollo de los recursos de materias primas del país y de su mano de obra. Enormes compañías trasnacionales se unieron a otras empresas extranjeras y acabaron por dominar el capitalismo mexicano. Llamaron a altos funcionarios del gobierno como socios jóvenes; con ello, la competencia de las élites provincianas no tuvo oportunidad. La necesidad de una guía efectiva de la naciente economía y mercado se conjuntaron con el viejo estarcido de control económico externo, creando centralismo. El punto focal nacional de ese nexo de poder y riqueza era una conclusión económica y política que se da por sentada: la ciudad de México. El centro del poder extranjero en México era igualmente previsible: la ciudad de Nueva York. La persistente expansión económica de Estados Unidos entró cada vez en mayor conflicto con las hegemonías de las élites locales y provincianas mexicanas, cortando el paso a las aspiraciones de la ambiciosa pequeña burguesía. Al continuar la penetración económica JohnMasonHart, El Méxicorevolucionario Pá gn i a34de63
extranjera en los enclaves de orientación hacia las exportaciones de la provincia, se ahondo la crisis de parálisis de las élites entre el centro y la periferia de México. Un gobierno que insistía en la descentralización y los derechos de los estados cuando llego al poder, impuso su control desde la capital. Los miembros de las élites provincianas semiautónomas, la pequeña burguesía y los artesanos se mostraron molestos durante los años ochenta y noventa del siglo pasado. Protestaban contra la preponderancia de la ciudad de México y los éxitos de aquellos elementos financieros privilegiados que estaba más cercanos al régimen, pero se aplacaron por el desarrollo económico que parecía no tener límites. Algunos quedaron afuera, pero el éxito se veía por doquier. Durante la prosperidad, los elementos descontentos de las clases superiores quedaron relativamente aislados entre los de su propio género. Tal situación comenzó a cambiar a finales de los años noventa del siglo pasado, cuando despidos generalizados de obreros dieron la señal de una disminución en el crecimiento y a competencia económica cada vez mayor de los extranjeros frente a las èlites provincianas desgajó a las clases superiores. El tambaleo de la economía a partir de 1900, causado por la misma crisis financiero mundial que desencadenó los disturbios de Irán, China y Rusia, consolidaron las tensiones políticas entre la estructura abiertamente centralizada y demasiado estrecha del poder de las èlites gubernamentales y èlites estatales y locales de la periferia hechas a un lado. Aquellos agricultores comerciales y hombres de negocios bien colocados de la provincia que habían resentido el poder de los extranjeros y el carácter cerrado del gobierno cuando eran tiempos de prosperidad, ahora hacían frente a una época dura. Aislados de los contratos de obras públicas por el favoritismo, vieron que a su aislamiento se unían hombres de negocios recién llegados, intelectuales, profesionales y obreros industriales con sus expectativas frustradas. Estos poderosos grupos no tenían medio pacífico de expresar sus necesidades. Paulatinamente, las élites periféricas se vieron forzadas a demandar participación política. Sus demandas de autonomía local y elecciones libres se hicieron aún más urgentes a medida que empeoraba la situación económica. Los rebeldes renuentes, las èlites provincianas y sus aliados pequeño burgueses, forjaron alianzas políticas que presentaron candidatos locales contra los promovidos por el gobierno nacional. Nuevos grupos de obreros y campesinos los apoyaron. Al exigir una sociedad más abierta, los distintos grupos actuaban por interés de su propia clase. Como al anciano presidente y a su régimen cada vez les quedaba menos tiempo, estalló la lucha por la sucesión presidencial. Madero forjó un movimiento político por todo el país y a continuación un partido. Toda una gama de la sociedad, salvo la èlite porfirista metropolitana, dio apoyo a este reto electoral de finiquitar la dictadura. Cuando el gobierno JohnMasonHart, El Méxicorevolucionario Pá gn i a35de63
fraudulentamente puso fin a ese intento con la detención de Madero y elecciones no libres, la dirigencia disidente se volcó a la revolución política más que a la social. Con el propósito de lograr mayor atractivo revolucionario, Madero fue ahondando en sus ofrecimientos. Sirviéndose de los principios populistas del plan político del PLM de 1906, Madero buscó el respaldo de obreros y campesinos mediante promesas de reforma. Obtuvo su apoyo pero con la creencia, sostenida por muchos de sus partidarios radicales y de clase baja, de que las controversias sobre tenencia de tierra y obreras se resolverían en favor de las clases trabajadoras. En su llamado a las armas, los hacendados, rancheros y hombres de negocios de las provincias opuestos al régimen buscaron aliados -como lo habían hecho Miguel Negrete y Trinidad García de la Cadena, sus predecesores de finales del siglo XIX- entre los obreros industriales y el campesinado, mientras que su retórica nacionalista sembraba la consternación entre los gobiernos y las compañías extranjeras.
Los obreros industriales y la pequeña burguesía Durante la revolución, los jacobinos de la pequeña burguesía como Baca Calderón y el Dr. Atl, dieron en el clavo cuando llamaron a poner fin a la dictadura, reclamaron el derecho al voto personal, la igualdad salarial con los extranjeros, ingresos suficientes para una vida decente, los derechos de las mujeres, más libertades civiles, educación secular, oportunidades para todos y, en el caso de Dr. Atl, el control obrero sobre los medios de producción. Los obreros industriales mexicanos habían luchado en pro de esos ideales desde la fundación del movimiento obrero casi medio siglo antes. Su impulso democrático hizo que los obreros mexicanos dieran apoyo a las demandas de mayor libertad política postuladas por el liberalismo del siglo XIX y los subsiguientes movimientos antidictatoriales progresistas, como los del PLM y Madero. En el siglo XIX, dos tendencias rivales dominaron el movimiento obrero; ambas se mostraron adeptas del revolucionismo de Madero. En los años sesenta y setenta del siglo pasado, surgió entre los artesanos un movimiento izquierdista opuesto a la organización elitista limitada a gremios y negocios artesanales. Combatía la estructura jerárquica de la industria artesanal y el liderazgo que ejercían los oficiales maestros. Se oponía asimismo a quienes pretendían cooperar estrechamente y subordinarse a los sucesivos gobiernos liberales bajo Juárez, Lerdo de Tejada y Díaz. La tradición obrera de donde provenían los partidarios de Madero era anarquista, fourierista, nacionalista y antigubernamental. Respaldaba el sindicalismo independiente en el control de la producción. Organizó a los obreros industriales en los años sesenta y setenta del siglo pasado, a pesar de la oposición del gobierno. En los años ochenta, el Congreso JohnMasonHart, El Méxicorevolucionario Pá gn i a36 e63 d
Mexicano de los Trabajadores se unió a la internacional “Negra” con sede en Amsterdam. También esto se llevó a cabo con la acalorada oposición de quienes buscaban un sindicalismo conservador o enfoques mutualistas.
El gobierno de Díaz los destruyó como fuerza organizada a principios de los años ochenta. La falta de sindicalismo creó un clima más favorable a las inversiones de capitales extranjeros y nacionales. El gobierno mexicano competía con el este de Europa y las colonias africanas, asiáticas y aun americanas de las potencias del norte del Atlántico en la consecución de inversiones de Occidente. Durante los 20 años previos a la revolución, los grupos de obreros de las fábricas textiles y de los centros mineros fueron aceptando diversas ideologías anarquistas y socialistas, comulgando en una hostilidad común contra el régimen. El anarquismo revolucionario permaneció como una fuerte corriente en el obrerismo, volvió a levantar cabeza durante los tumultos de 1906y 1907 y contribuyó al apoyo público de Madero. En los años precedentes a la revolución había dos tendencias principales del anarquismo que consolidaron la causa maderista. Una era el “liberalismo” comunista, anarquista, antigobiernista e igualitario del PLM. El PLM había entablado nexos con los obreros industriales del centro de México a través de un entramado constituido por grupos de protesta anarquistas y de otros trabajadores, intelectuales y hasta de evangelistas protestantes. Flores Magón y otros miembros de la junta del PLM eran miembros de esta sociedad secreta en los años noventa del siglo pasado. En 1910, el PLM tenía planes revolucionarios propios y se opuso a Madero. Muchos ex líderes del PLM, sin embargo, como Aquiles Serdán, con su enorme organización de 300 clubes de Puebla y Tlaxcala, se unió a Flores Magón porque sus oportunidades de éxito contra el régimen eran mayores. La otra tendencia dentro de la fuerza obrera organizada, que en un principio se puso al servicio de la causa maderista, el anarcosindicalismo, provenía de los obreros industriales y de la pequeña burguesía del centro de México. Antes de Madero habían dado respaldo a los críticos del gobierno, como Filomeno Mata, el editor tan a menudo encarcelado de El Hijo del Ahuizote. Su periódico atacaba repetidamente los abusos del gobierno, de los extranjeros y del gran capital. Flores Magón era un héroe popular entre los anarcosindicalistas y apreciaban a Madero como idealista que podía traer la democracia y mayor libertad. Al capturar Ciudad Juárez las fuerzas de Madero, multitudes de obreros llenaron las calles de la ciudad de México y rodearon el Palacio Nacional, pidieron la dimisión del presidente y se alzaron. Disturbios semejantes en las capitales de las provincias obligaron a la imposición de la ley marcial. Para impedir que ese desasosiego se JohnMasonHart, El Méxicorevolucionario Pá gn i a37de63
generalizara, el presidente renunció y abandonó el país; las autoridades estadunidenses dieron a Madero un trato cortés en Texas y continuaron suprimiendo al PLM. Los obreros radicales identificaron el espiritualismo inconforme de Madero como un elemento de progreso. Además de las demandas por una mejor vida económica, la autoadministración obrera, la libertad de prensa, los derechos de las mujeres, el sufragio universal y las libertades individuales del obrerismo organizado, éste era desde hacía tiempo centro de activismo protestante contra la ortodoxia religiosa y contra el poder y riqueza de la Iglesia. Tabernáculos y templos protestantes pululaban en los centros industriales prerrevolucionarios como Río Blanco, Orizaba, San Ángel, ciudad de México, Querétaro, Guadalajara, Veracruz y los campos mineros (como Cananea. Servían de lugares de congregación para los trabajadores y la comunidad, mientras el gobierno hacía las paces con una Iglesia monopólica, jerárquica y conservadora. Al final de los años noventa, ese creciente desasosiego obrero condujo a huelgas cada vez más frecuentes, a menudo vinculadas con el protestantismo radical. La violencia de 1906-1907, de Cananea y Río Blanco, comenzó con un humanismo secular protestante y anticatólico, junto con el anarquismo del PLM, en los mismos lugares de reunión. El club liberal humanista de Cananea y el tabernáculo evangélico de Río Blanco fueron partes esenciales en la preparación de los levantamientos que hundían sus raíces en las desgracias económicas de los trabajadores. Las alucinaciones visionarias de Madero eran estimadas entre ciertos obreros progresistas dado que algunos de ellos eran milenaristas que compartían la capacidad de Madero de ver pasado y futuro
Las clases rurales Las élites rebeldes de la periferia, a la par que convocaban a la clase obrera industrial, recurrieron al campesinado, tan largamente oprimido, del país. Esas élites se encontraban en todas las zonas del campo, merced al Plan de San Luis Potosí, y bullían de radicales jacobinos y rancheros locales en lo que a menudo constituía una “movilización controlada”. Pero pronto centenares de pequeñas bandas se salieron de cauce y a partir de finales de 1912, empezaron a ocurrir ataques contra las propiedades estadunidenses, que continuaron durante años. Los líderes de las élites locales de la insurrección trataron de controlar la situación, exigiendo la devolución de las tierras usurpadas, el control local de los bancos, la autonomía municipal y la abolición de los jefes políticos. En su llamado revolucionario, la periferia rebelde y las élites locales, los jefes de los pueblos y los rancheros, llegaban a un campesinado que se había sublevado regionalmente JohnMasonHart, El Méxicorevolucionario Pá gn i a38 e d63
durante los siglos XVIII y XIX contra las tomas de propiedades de los pueblos. Los pueblos que tenían tierras y sus anhelantes émulos, las rancherías y cuadrillas fueron fuente de descontento campesino antes y durante la revolución. Las raíces de su animadversión venían de lejos. Cédulas reales del tiempo de la Colonia concedían a los pueblos la posesión de la tierra a perpetuidad. Durante tres centurias de régimen español, el único medio viable de enajenar esas posesiones era mediante denuncia de propiedad sin título o de tierras baldías. Este procedimiento fue desarrollándose a resultas del despoblamiento del campo durante los siglos XVI y XVII. Si bien en el siglo XVIII el proceso continuó, fue debido a la creciente agricultura comercializada y a las migraciones localizadas, porque la población campesina empezó a aumentar. Durante el siglo XVIII se fraguó el patrón de las disputas por tierras de tiempos posteriores. El pulso comercial y económico de México se aceleró. En el Sur se fueron formando fincas de agroindustrias para exportación, mientras que la minería obtuvo un auge durante la Colonia. Muchos pueblos fracasaron y sus tierras fueron vendidas a precios nominales a todos aquellos que podían demostrar su capacidad de volverlas productivas agrícolamente. Esa práctica proporcionó amplia oportunidad a hacendados y especuladores de bienes raíces que deseaban propiedades cerca de las ciudades y de las carreteras, de cohechar a los funcionarios de la Corona y del país. A menudo obtenían testimonios perjuros sobre la legalidad de las propiedades deseadas. El desarrollo económico y comercial que iba teniendo lugar imprimió urgencia a ese proceso, provocando levantamientos indígenas en Tehuantepec, Puebla y Sonora. Las propiedades de los jesuitas fueron también usurpadas por el gobierno y adquiridas por empresarios comerciales. Los “tribunales indios” de la Corona y la política gubernamental oficial, sin embargo, que en un principio había otorgado a los pueblos títulos sobre tierras con el fin de granjearse la lealtad de los indígenas, mitigaban gran parte de los abusos más excesivos. El gobierno meramente entregaba las tierras al por menor a los nuevos aspirantes que ambicionaban poseerlas. Con la Independencia de 1821, llego al poder un nuevo régimen controlado por clases elitistas, que durante largo tiempo habían sido cohibidas por la política indigenista española. Durante los años veinte y cincuenta del siglo pasado, el gobierno nacional recurrió a nuevos impuestos a cultivos y cabezas, al tiempo que decretaba nuevas ordenanzas sobre la comercialización en todo lo posible de los productos de los pueblos. Se aprobaron leyes en los Estados que facilitaron la denuncia de terrenos baldíos. El resultado fue la ocupación de tierras disputadas por los dueños de las fincas. Los hacendados a menudo controlaban a los tribunales que tenían jurisdicción en las disputas. Para los años cuarenta del siglo pasado, los pueblos del sur de México habían perdido la mayor parte de sus terrenos de cultivo, pagaban rentas a los hacendados y debían trabajar para ellos parte del tiempo. JohnMasonHart, El Méxicorevolucionario Pá gn ia9 3 de 63
Para 1856, la Ley Lerdo, ley de tierras constitucionalizada al año siguiente, ordenaba la reorganización de todas las propiedades de los pueblos. Debían ser divididas en parcelas individuales. De no proceder así, las tierras quedaban sometidas a denuncia y a apropiación por todo aquel que pudiera probar que no se cumplía con la ley y que demostraba su capacidad para volver productiva la tierra. Los propósitos del edicto eran dos: en primer lugar, lograr una agricultura comercial fuerte, con el fin de obtener divisas con las exportaciones y superávit indispensables para la industrialización; en segundo lugar, facilitar el traslado del campesinado de la campiña a las ciudades y centros urbanos textiles, donde se necesitaba urgentemente de obreros industriales. Las élites terratenientes liberales de la provincia fueron las beneficiarias directas de este edicto de encierro de tierras y del proceso que siguió hasta la última década del siglo pasado. Los resultados fueron múltiples. La densidad de la población rural en el centro y sur de México era demasiado grande para permitir la autosubsistencia en las pequeñas parcelas que resultaron. A consecuencia de ello, los parvifundistas recién creados en esos pueblos que acataron la ley, o bien vendieron o bien arrendaron sus propiedades. A menudo los pueblos se rehusaban a obedecer el decreto y trataban de evadir sus efectos mediante un cumplimiento sólo pro forma. En tales casos, tras denuncia foránea el embargo se llevaba a cabo por orden judicial e intervención de la policía. Muchos pueblos perdieron su carácter legal junto con sus tierras. Se redujeron a rancherías y cuadrillas, lugares establecidos en las grandes haciendas, pero sin el derecho legal a elegir a sus propios funcionarios municipales o a litigar como unidad. Los pueblos y quienes habían perdido recientemente su carácter legal se unieron a localidades extralegales más antiguas, formando la base de la resistencia a la expansión de la agricultura capitalista y al poder de los propietarios privados. Por la aplicación de la Ley Lerdo, los hacendados y rancheros salieron enriquecidos. La generalización de la propiedad privada de lo que habían sido propiedades de los pueblos se fue extendiendo hacia el Norte desde el centro de México, a partir de finales de los años sesenta del siglo pasado, cuando los liberales reocuparon la sede del poder luego de Maximiliano y los franceses. Entre 1877 y 1910, el número de haciendas aumentó de 5.869 a 8.341; y los ranchos, de 11.000 a 45.000. Los hacendados se hicieron con fincas que encerraban a pueblos antes semiautónomos, convirtiendo a sus habitantes en peones, de tiempo completo o parcial, de las haciendas. Los propietarios de los latifundios mayores solían vivir en la ciudad de México y tenían entregadas las faenas ordinarias de la hacienda a administradores profesionales. Muchos de esos hacendados se consideraban como patriarcas tanto de la familia como de la finca. Para ello, sus peones eran vasallos y domésticos. Los hacendados solían JohnMasonHart, El Méxicorevolucionario Pá gn ia 40 e63 d
considerarse también como europeos y se referían a sus súbditos como “morenos” y “gente sin razón”. Los propietarios de ranchos constituían un incremento cuantitativo y cualitativo dentro de la jerarquía campirana local. En su mayoría mestizos, compartían las pretensiones y valores de los hacendados, pero no solían ser tan ricos ni bien instruidos como los hacendados. Muchos de ellos provenían de ciudades pequeñas, cuyas propiedades comunales habían sido desbaratadas. Valiéndose de su ingenio, de su nivel local y medios personales, habían comprado e incluso procedido contra sus vecinos insolventes pertenecientes a ciudades mestizas e indígenas, recabando propiedades que les resultaban redituables. Estos rancheros contribuían sobremanera a la actividad agrícola comercial; constituían una pequeña burguesía rural. Los rancheros solían vivir en sus poblados de srcen. En tiempos difíciles, estos propietarios de modestos fundos solían andar a la greña tanto con los hacendados como con el gobierno. A menudo perdían propiedades, derechos de paso y de aguas en los litigios con los hacendados más ricos. A diferencia de los hacendados, los rancheros vivían con sus empleados, hablaban los mismos dialectos y llevaban la misma indumentaria. Las hegemonías rancheras mantenían un control social más efectivo que los propietarios ausentes de los latifundios, con sus trabajadores ajenos a ellos. Cuando los rancheros mantenían buenas relaciones con sus propios pueblos o los pueblos vecinos, se transformaban en fuerzas políticas nada despreciables en sus localidades. Durante el siglo XIX y la revolución, los propietarios de ranchos fueron quienes proporcionaron la jefatura insurgente. Trataban de defender sus intereses contra el zapatismo y el villismo y a menudo trabajaron en favor de Obregón Salido contra Carranza. Durante todo el siglo XIX, los pueblos se opusieron violentamente a las consolidaciones de tierras que se estaban efectuando. Entre 1832 y 1833, y 1842 y 1845, los pueblos del Suroeste, desde Tehuantepec hasta Michoacán, se levantaron y pelearon acérrimas batallas contra las tomas de tierras que llevaban a cabo las grandes haciendas de La Marquesana en Tehuantepec y San Marcos en Guerrero. Lucharon contra las nuevas fincas cafetaleras de Oaxaca y las plantaciones azucareras del suroeste de Puebla y el sur de Morelos. Se opusieron a las crecientes ligas de los propietarios (que vivían en la ciudad de México) de las minas de Sultepec (entre Morelos y Michoacán) y contra los cultivadores del limón de la cuenca del Balsas (entre Guerrero y Michoacán). En 1856, la lucha se generalizó por todo el centro de México a medida que el desarrollo de la agricultura de exportación comercial se dirigía hacia el Norte. Los pueblos JohnMasonHart, El Méxicorevolucionario Pá gn i a41de63
campesinos aprovecharon las crisis de las élites, tanto a nivel estatal como nacional e incluso la coincidencia de la guerra social, para procurar el cumplimiento de sus demandas. Cada vez, la dirigencia ranchera fue fundamental en organizar y mantener la lucha. El gobierno solía explotar a la jefatura ranchera mediante negociaciones que resultaron en pérdida de tierras comunales y en la supervivencia de pequeñas propiedades privadas. En 1848-1849, 1868-1869, 1878-1883, 1892, 1896 y 1906, tuvieron lugar insurrecciones de pueblos y campesinos en el Centro y en el lejano norte de la nación, al tiempo que ocurrían continuas revueltas menores, que se extendían desde Yucatán hasta la frontera estadunidense. La tenencia campesina se veía perturbada por el mismo tipo de comercialización de la tierra que había ocurrido en el Sur durante el anterior siglo y medio. Los estimulantes fueron la agricultura, la ganadería, la maderería, las minas y los ferrocarriles. Las últimas tres rebeliones -Tomóchic (Chihuahua) en 1892, y Papantla (Veracruz) en 1896 y 1906- se relacionaron con un entrometimiento inmediato de agrimensores, ferrocarrileros y especuladores de tierras, que precipitaron un desbarajuste en el valor de las propiedades, con las resultantes denuncias y expolios. La rebelión en Tomóchic resultó también de la aplicación de gravosos impuestos. Las crisis locales alcanzaron niveles de rebelión porque entraron en juego rivalidades macropolíticas. Así, en Tomóchic, la contraposición de élites dentro del propio estado trató de explotar la tensión mediante armas y ayuda financiera, mientras que en Papantla el PLM intervino para convertir el levantamiento en parte de un desafío a nivel nacional contra el régimen de Díaz. Al llegar Porfirio Díaz a la presidencia, el proceso de agrandamiento de tierras y expolio de poblados había llegado hasta el Norte. Las expropiaciones de tierras, que llegaron a un total de 50.844.729 hectáreas (entre 1876 y 1910), demuestran una aplicación despiadada de la Ley Lerdo, con sus concomitantes judiciales. Esas denuncias, sin embargo, sólo reflejaban parte de la consolidación de la tenencia de la tierra. Los capitalistas extranjeros más poderosos compraban las tierras de las élites provincianas, cada vez más oprimidas en lo económico, así como las tierras de los pueblos. La mayor parte de las tomas de tierras tuvieron lugar en la región norteña cercana a la frontera, donde el acceso a los mercados estadunidenses proporcionaba los incentivos. Los especuladores de tierras se encontraron en el Norte con una población comunal que difería de las del sur y centro del país. Los poblados mestizos de la frontera norte habían sido establecidos por la Corona española y los subsiguientes gobiernos mexicanos como un aislante o tapón contra las incursiones de los indios comanches, apaches y otros. Esas concesiones de tierras fomentaron la emigración hacia los puestos remotos de la frontera desde zonas asentadas de México. Los pueblos se parecían a los del sur y centro del país por cuanto que disfrutaban de derechos autónomos para litigar como entidades municipales y elegir sus JohnMasonHart, El Méxicorevolucionario Pá gn i a42 e d63
propios gobiernos. Sólo en las estepas y en los valles de las montañas alcanzaron solidaridad interna. Pero por otros aspectos importantes diferían de los pueblos del Sur. Sin embargo no constituían distritos de Estado-Iglesia, como los pueblos indígenas sedentarios del Sur y del Centro. Estaban bien armados, eran experimentados en autodefensa militar y estaban pertrechados de caballos, además de ser en alto grado móviles. Finalmente, muchos vendían y compraban propiedades con toda libertad. Eran mucho más funcionales en el ámbito de la economía comercial exterior que los poblados campesinos del Sur. En los 25 años previos a la revolución, los estados de Sonora, Chihuahua y Coahuila sufrieron una transformación comercial. Las compañías ferrocarrileras, madereras, mineras, ganaderas y agrícolas, en su mayoría estadunidenses, convirtieron la remota frontera en una región fronteriza indivisiblemente vinculada, desde el punto de vista económico, con Estados Unidos. Para 1902, más del 23% del capital estadunidense que había en México estaba invertido en esos tres estados. Las comunidades mestizas del Norte habían perdido sus tierras y su autonomía municipal, como les había ocurrido antes a las comunidades del Sur. Dejados ante sus adversarios más poderosos por lo que respecta a la base individual, sus ciudadanos, dueños de propiedades privadas en las comunidades del Norte, salieron perdiendo. Y quienes más perdieron fueron los que tenían tierras próximas a los pasos del ferrocarril o en zonas de riego. En Chihuahua, las masivas adquisiciones de propiedades de parte de las empresas extranjeras Booker, Cargill, Hearst, Marshall, Morgan Peirce, Northwestern Railroad, PineKing Lumber y Riverside Ranch, dejaron a los pueblos y parvifundistas sin tierras. En Sonora, el gobierno mexicano evacuó a los indios yaquis y mayos de sus enclaves agrícolas de las vegas del río y de los pueblos con derechos de uso de tierra y disposiciones protectoras semejantes a las de los pueblos del sur y centro de México. Las élites locales contemplaron cómo la Compañía Constructora Richardson adquiría 397.460 hectáreas, que corrían 128 kilómetros México adentro. Las propiedades de la compañía al sur del río Yaqui se extendían hasta el río Mayo. Las propiedades ferrocarrileras de E. H. Harriman y su socio Stillman y William Rockefeller, dueños del Southern Pacific Railroad, se extendían todo a lo largo del estado. En las regiones madereras y mineras de la Sierra Madre ocurría el mismo proceso, aunque los afectados fueron menos. En el interior de Sonora, la Wheeler Land Company, propiedad de capitalistas de Chicago, era dueña de 580.000 hectáreas, que se extendían desde las propiedades de la Richardson al Este, a las de Hearst y otros, en Chihuahua.
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En Tamaulipas, la Texas Company era dueña de 1.800.000 hectáreas y pensaba regar 320.000 de ellas. El National Railroad poseía 327.600 hectáreas entre Matamoros y Monterrey. La Compañía Rascón, propiedad de los inversionistas de Galveston y Nueva Orleáns, tenía 540.000 hectáreas en Tamaulipas y San Luis Potosí. En Coahuila, William Jennings y John Blocker eran propietarios de más de 494.800 hectáreas y el Chase Manhattan Bank poseía 32.000. La Continental Rubbery, el International Railroad, propiedad del Southern Pacific Railroad- a partir de 1903, también eran propietarios de vastas extensiones. En Durango y Sonora, más de un tercio de las tierras estaban en manos de las compañías estadunidenses. En el Norte, más de una docena de colonias de estadunidenses que se llamaban “pioneros” ocupaban 200.000 hectáreas y expulsaron a los ocupantes mexicanos, a veces ofreciéndoles luego empleo. Esta imagen que se daban de “pioneros”, alarmaba a las élites mexicanas que recordaban la pérdida de Texas en 1836 y el suroeste de Estados Unidos en 1848. En 1900, México tenía la mitad de todas las inversiones de estadunidenses en el exterior. La Revolución Mexicana constituyó el primer gran levantamiento tercermundista contra la expansión económica, cultural y política de Estados Unidos. Antes de 1900, los pueblos del Norte estaban solos en su violenta oposición al régimen. Los salarios reales para mineros, madereros y trabajadores ferroviarios se elevaron por toda la economía norteña, causando carestía de mano de obra agrícola. A lo largo de los grandes gigantes de propiedad extranjera, fueron surgiendo pequeños negocios de apoyo, propiedad de mexicanos. Los ferrocarriles permitían acceso a los mercados estadunidenses para los propietarios de las élites provincianas. Luego, tras 1900, los reveses económicos de Estados Unidos hicieron que millares de trabajadores mexicanos, que habían quedado sin empleo, regresaran a su patria, invadiendo el mercado laboral del Norte. La mayoría de éstos rechazaban el trabajo agrícola y se apiñaron en las ciudades norteñas en busca de trabajo. Al disminuir las compras de plata de Estados Unidos, la industria minera de ese metal quedó devastada. Las inversiones norteamericanas continuaron fluyendo hacia la extracción de materias primas, en vez de fomentar el avance de la industrialización; con lo que los precios de tierras y minas se elevaron mientras que se reducían los valores del mercado para las exportaciones de materias primas. Estaban compitiendo con el capital nativo pero sofocándolo. El desempleo industrial negaba oportunidad a los campesinos desalojados de sus lugares. Los cierres arbitrarios y los recortes reprimieron las economías locales, haciendo quebrar a los hombres de negocios de las industrias de apoyo y a los tenderos; y también los artesanos resultaron empobrecidos. Los maquinistas, ingenieros mineros, agricultores, JohnMasonHart, El Méxicorevolucionario Pá gn ia 44 e63 d
administradores y madereros estadunidenses calificados impedían la contratación y el mejoramiento del personal industrial mexicano en medio de un desempleo creciente. Los pequeños negocios estadounidenses solían desplazar a los empresarios mexicanos.
Al cabo de unos cuantos años, los enfurecidos campesinos del norte tenían aliados y una nueva dirigencia. Los rancheros y artesanos encabezaron bandas revolucionarias en los ataques contra las propiedades de estadunidenses en los estados del Norte. Las luchas a menudo comportaban escaramuzas a través de la frontera La violen amenazó la parte baja del valle del Bravo y las propiedades circundantes de una cantidad impresionante de capitalistas y políticos estadunidenses, y de millares de colonos “pioneros".
La revolución A través del Norte, excepto en Chihuahua, la crisis económica constituía un impulso unificador que conjunto a las elites de los estados. Se les unieron la pequeña burguesía, los rancheros, los mineros y hasta los indígenas. La gente de las ciudades medias, los campesinos y mineros de Sonora, Chihuahua y Coahuila se congregaron al llamado de Madero En Chihuahua, la familia Terrazas dominaba y disfrutaba de la estrecha relación práctica con el gobierno nacional. Compartía la riqueza del estado con los empresarios de las compañías estadounidenses. Como el clan oligárquico de los Terrazas apoyaba a Díaz, la jefatura revolucionaria de Chihuahua cayó en manos de los líderes obreros Orozco, Silva Y Villa, creando la base del futuro conflicto entre ellos y las elites provinciales de otros estados. En Sonora el reclutamiento de indios yaquis y mineros, bajo la jefatura de las familias rivales Pesqueira y Maytorena, creó ejércitos con autoridad jerárquica que reflejaban la sociedad en general. Los líderes pequeño burgueses Alvarado y Hill, y los miembros marginados de la oligarquía, Obregón Salido y Elías Calles encabezaron activamente esos ejércitos. Una alianza de elites provincianas y locales mantuvo las riendas de los acontecimientos, cosa similar ocurría en Coahuila. En Morelos, donde una sociedad más densa y campesina coexistía codo a codo con haciendas propiedad de dueños ausentes, se generó una pugna por la posesión de la tierra. Los terratenientes de las èlites metropolitanas hicieron a un lado en ese estado a las èlites provincianas de inclinación reformista. La èlite de Morelos se encontraba demasiado cerca de la metrópoli para disfrutar de la tradición de las èlites norteñas de semiautonomía derivada de su alejamiento. Al igual que en Chihuahua, los funcionarios reformistas de la èlite estatal que no se avinieron al golpe de Estado huertista, fueron eliminados. Huerta JohnMasonHart, El Méxicorevolucionario Pá gn i a45 e d63
trasladó la administración política de Morelos a la ciudad de México para garantizar la alianza política de dicho estado. Esa acción dejó la jefatura revolucionaria en manos de las élites pueblerinas y clases operarias.
Los campesinos forjaron su propia jefatura para hacer frente a los latifundistas, y con el apoyo ideológico de anarquistas de la Casa del Obrero Mundial y de maestros de escuelas rurales radicales formularon su programa. Los campesinos desheredados, provenientes de pueblos prácticamente sin tierras, los obreros con poco trabajo desplazados de los ingenios, los habitantes pobres de las ciudades y un grupo de líderes campesinos ligeramente más prósperos pero que a duras penas se les podría llamar clase “media”, constituyeron los zapatistas y su jefatura. Al prender tan rápidamente la insurrección, se creó una mezcla casi caótica de levantamientos locales y ocupaciones de tierras, sobre las que e alto mando zapatista carecía de control. La composición de los demás movimientos campesinos del Sur, como en Guerrero, Oaxaca, Puebla y Tlaxcala, se parecía al de los zapatistas. Entre los grupos rebeldes rivales de la región predominaban rancheros, artesanos y hasta èlites de los estados. Las influencias que recibieron los zapatistas del exterior en principio provinieron de maestros rurales y de intelectuales radicales como Manuel Palafox y Otilio Magaña, así como de Huitrón y Díaz Soto y Gama, de la Casa, que trataron de imponer una estructura organizada a los comuneros pueblerinos. El movimiento sureño era incompatible con la revolución política de Madero. El régimen de Díaz había perdido el control del campo y sus fuerzas regresaron a las capitales de los estados antes de que Madero y el gobierno llegaran a una tregua. El fracaso de Madero en dar satisfacción a los zapatistas o conceder garantías al presidente interino De la Barra y a los funcionarios porfiristas, antes de tomar la presidencia, presagió que iba a resultar imposible reconciliar las metas de sus partidarios con los intereses de las élites del ancien régime. Ya en todo el país habían venido ocurriendo ocupaciones de tierras de parte de los campesinos. Por su parte, él se rehusó a llevar a cabo reformas agrarias, pero además excluyó a sus partidarios de la clase baja del poder, como Orozco y Villa en Chihuahua. En Durango, Morelos, Puebla y Tlaxcala, los funcionarios designados por Madero no participaron en la lucha armada y hasta habían sido partidarios activos del ancien régime. En Puebla y Tlaxcala suprimieron las huelgas industriales llevadas a cabo por trabajadores del ex PLM y pro maderistas. Los maderistas más radicales fueron los primeros en abandonarlo, pero ya para 1913 el presidente estaba solo. JohnMasonHart, El Méxicorevolucionario Pá gn i a46 e d63
A pesar de sus esfuerzos por aplacar a la derecha, Madero permitió que el movimiento obrero del centro de México se desarrollara, en especial en el valle del Anáhuac, incluso cuando cayó en manos de dirigentes anarcosindicalistas. Las incertidumbres causadas por la organización del obrerismo, por las huelgas, la inflación, el desempleo y una reducción generalizada de la actividad comercial, alarmaron a los extranjeros y dueños de propiedades. Se generalizó un ataque masivo contra las propiedades de estadunidenses a todo lo largo de las costas del Golfo y del Pacífico, desde Campeche a Tamaulipas, y desde Chiapas a Sonora, poniendo en peligro las propiedades huleras, petroleras, madereras y azucareras, mientras que los labriegos devastaban las huertas de Tehuantepec, Chiapas y Oaxaca. En la costa del Pacífico, los levantamientos eran tan generalizados que el gobierno de Estados Unidos despachó un buque desde San Diego para recoger a los refugiados estadunidenses de Sinaloa, Colima y Oaxaca-Chiapas. El emisario presidencial a bordo consideró como el más serio el desorden de Colima, porque las élites locales y provincianas habían manifestado públicamente su hostilidad contra las propiedades estadunidenses. El carácter antiamericano de la revuelta orozquista en el Norte, el desorden zapatista, los levantamientos mayas de Quintana Roo y Yucatán, los crecientes tumultos de Puebla y Tlaxcala y la militancia obrera en la región circundante a la ciudad de México, dieron a los elementos del ancien régime una oportunidad de derrocar a Madero. El general Huerta fue respaldado por el presidente Wilson con pertrechos militares ilimitados hasta mediados de septiembre de 1913. Los estadunidenses abandonaron a Huerta sólo después de que demostrara su incapacidad de mantener el orden. Con armas y suministros estadounidenses, los norteños marcharon hacia el Sur en el invierno de 1914, mientras que el movimiento comunero zapatista continuaba creciendo y radicalizándose en el Sur y el Centro. En ese punto, fueron señalándose las diferencias respecto a poder, clase y casta, entre las fuerzas villistas y las carrancistas. Las diferencias entre ambos grupos se debían al hecho de que la revolución de Chihuahua carecía del apoyo de los líderes de clase alta. En un principio, los villistas no tenían hacendados entre sus jefes. La oligarquía del estado había sido pro Díaz, con lo que quedó eliminada de la transición al régimen maderista. Luego, a diferencia de cuanto ocurría en Sonora y Coahuila, las tropas de Huerta mataron al gobernador maderista Abraham González. Esto permitió el desarrollo de la subsiguiente insurrección en el estado, sin dirigencia desde arriba. Surgió un movimiento populista, encabezado por elementos dinámicos de entre los rancheros, desalojados pero aún intactos, trabajadores del campo, tenderos y artesanos. Los campesinos desalojados escogieron las enormes haciendas de JohnMasonHart, El Méxicorevolucionario Pá gn ia7 4 de63
propiedad estadunidense para invadirlas y ocuparlas. Los huelguistas y ex mineros atacaron las propiedades mineras, en gran parte estadunidenses. Un elemento notable en la División del Norte en formación, en Chihuahua, eran los campesinos y peones de los ranchos marginados y desalojados, a los que sus rivales de la clase alta denominaban “bandidos”. A diferencia de Chihuahua, las transiciones en Sonora y Coahuila de la política porfirista a la maderista habían sido mejor controladas. Las élites regionales y locales excluidas por Díaz del poder político desde hacía tiempo, ocuparon los puestos políticos. El nuevo gobernador de Coahuila, Carranza, había sido senador porfirista antes de unirse a los revolucionarios de la èlìte del estado que respaldaban a Madero. En Sonora, Maytorena fue gobernador mientras que Obregón Salido, que se rehusó a romper con la familia Pesqueira, la élite porfirista y el general Torres para dar apoyo a Madero durante la revolución, se hizo hacendado y alcalde de Huatabampo, apoyado por los hombres de negocios, al sur del estado. La elite sonorense quedó dividida entre dos familias reformistas igualmente conservadoras y antiagrarias que compartían el poder luego del éxito de Madero, entre las que el grupo de Maytorena disfrutó de una breve ventaja sobre la familia Pesqueira. Cuando Huerta usurpó el gobierno, Carranza pudo llamar a toda una gama de partidarios de Coahuila, como maderistas de la élite, mineros que se habían armado durante la lucha de 1911 y que ahora constituían una “milicia” rudimentaria y policía. El gobernador Maytorena, de Sonora, se unió a Carranza en la revuelta, pero se ausentó, permitiendo que el clan Pesqueira y sus secuaces se hicieran con el control de los militares. Durante la guerra civil de 1913 a 1914, contra Huerta, los sonorenses evitaron la lucha abierta en su casa, pero cuando estuvo garantizada la victoria en el centro de México, los dos grupos dirigidos por la élite se volvieron el uno contra el otro. Entender la base de la lucha de Sonora y el papel de los estadunidenses en ella proporciona una panorámica de las fuerzas contendientes de la revolución. Durante la última parte de 1914 y 1915, la facción maytorenista luchó como aliada de Villa contra las fuerzas de la familia Pesqueira, que había tomado la jefatura militar del ejército de Carranza en la persona de Obregón Salido. Durante todo ese tiempo, el gobierno de Estados Unidos apoyó subrepticiamente a las fuerzas de la familia Pesqueira, sobre todo las de Elías Calles, otorgándole armas durante meses, mientras que mantenía una fachada de neutralidad y hasta de simpatía para con Villa. Durante todo ese tiempo, Villa cortejó asiduamente al gobierno estadunidense, sin percatarse del todo del profundo desprecio del presidente Wilson o de la hostilidad del gabinete norteamericano contra él, por considerarlo un bandido.
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En diciembre de 1913, el gobierno de ese país, bajo la presión política enorme de los propietarios estadunidenses, incluidos muchos de los más importantes demócratas de la administración, comenzó secretamente a planear la intervención en México. La ocupación de Veracruz ofrecía varias ventajas sobre otras opciones. En primer lugar, permitía la captura de los arsenales de Huerta que había en el puerto, aunque el Ypiranga escapó y alijó el cargamento en Puerto México. En segundo lugar, aislaba el puerto más importante de Huerta, alargando sus líneas de abastecimiento y forzando a nuevas maniobras de tropas, que ahora tenían que atravesar varios trechos de terreno que estaba en manos de guerrilleros entre Puerto México y el centro del país. En tercer lugar, les permitía a los estadunidenses una ruta rápida de invasión hasta la ciudad de México si, como se temía, el ataque zapatista sobre la capital desencadenaba un levantamiento urbano popular dentro de la ciudad. En cuarto lugar, la ciudad portuaria estaba óptimamente acondicionada para el almacenamiento de armas y su distribución a los revolucionarios cuyo buen éxito quisieran los estadounidenses. La intervención fue clave para el resultado de la revolución. Desgastó hasta lo más hondo los recursos militares de Huerta. Las armas que recibieron las tropas carrancistas en retirada al ocupar Veracruz le permitieron a Obregón Salido reclutar, entrenar y equipar a nuevas fuerzas con las que contraatacó a villistas y zapatistas. Los vencedores regresaron al centro y norte de México y derrotaron estratégicamente a Villa y Zapata a finales de 1915. A continuación se dispusieron a la ardua tarea de restablecer el orden en el campo, alta prioridad desde el punto de vista de los estadunidenses. El apoyo a nivel del gabinete norteamericano en favor de Carranza se consolidó luego de la intervención de éste, en agosto de 1913, para suprimir el movimiento de Lucio Blanco, que pretendía distribuir las tierras de propiedad estadunidense en el sur y poniente de Matamoros. Los principales jefes de las fuerzas armadas constitucionalistas eran miembros de la pequeña burguesía sonorense, vinculados con la familia Pesqueira y las compañías estadunidenses que había en el estado. Obregón Salido, Hill, Alvarado y Elías Calles desempeñaron papeles clave en la creación del nuevo régimen. Entre 1913 y 1920, Obregón Salido fue ascendiendo de coronel de la milicia sonorense a comandante de las fuerzas que derrotaron a la División del Norte y luego a líder de una amalgama política de élites provincianas y pequeña burguesía, con formaciones subordinadas de trabajadores y campesinos, que depusieron al conservador pero insistentemente nacionalista presidente Carranza. A partir de 1912, Obregón Salido, luego de rehusarse a participar en la revolución contra Díaz, entró en la política y obtuvo el puesto de alcalde de Huatabampo, con apoyo de JohnMasonHart, El Méxicorevolucionario Pá gn ia 49 e63 d
hacendados y hombres de negocios, en contra de la oposición de los sindicalistas locales. Ese mismo año, posteriormente, se ganó la admiración del gobernador Maytorena y de los hombres de negocios estadunidenses del estado, al ponerse al frente de su propia unidad de milicias y ganar a las fuerzas orozquistas antiestadunidenses en el sur de Sonora. Debido a ese éxito y a la impopularidad de sus socios, se convirtió en líder de las fuerzas armadas sonorenses que lucharon contra Huerta. La popularidad de Alvarado quedó limitada porque suprimió a los indios mayos y yaquis, que fueron luego reclutados para el ejército revolucionario. Elías Calles, ex jefe de la policía de la ciudad fronteriza de Agua Prieta, ya tenía reputación de corrupto cuando se unió a Hill en la represión contra los trabajadores de Cananea y el encarcelamiento de los funcionarios elegidos en Cananea y Naco. Hill, Elías Calles y Alvarado repitieron sus funciones locales anteriores en Sonora, pero a nivel nacional más adelante durante la revolución. Hill encabezó la represión militar de los obreros urbanos durante la huelga general de julio y agosto de 1916 en la ciudad de México. Como comandante militar del Distrito Federal estableció la ley y el orden en favor del gobierno y de los industriales sobre los trabajadores de gran parte de la zona más industrializada del país. La campaña de Alvarado contra los indios insurgentes del sur de Sonora presagió la supresión de los mayas rebeldes, que efectuaría él mismo, y la reorganización llevada a cabo por los constitucionalistas en Yucatán. Elías Calles prosiguió la campaña norteña contra Villa, que incluía la imposición de ofíciales militares constitucionalistas, en lugar de los oficiales pro villistas elegidos, a los que metía en la cárcel. Luego, como secretario de Guerra y presidente, encabezó la lucha para separar a la Iglesia de la educación y el servicio público. Como presidente y hombre fuerte encabezó un régimen que se distinguió por la corrupción y la dictadura. Obregón Salido demostró ser el magistral político sonorense de cuyos éxitos dependían los demás. Escapó de la incriminación pública por la derrota de la Casa, dado que se mantuvo alejado a pesar de las anteriores promesas de apoyo. Esa táctica le pagó dividendos una vez más, cuando se hizo a un lado mientras los ejércitos de Carranza devastaban a los zapatistas. Cuando Obregón Salido marchó desde Cuernavaca a la ciudad de México para tomar posesión de la presidencia lo hizo llevando a su lado al futuro burócrata Gildardo Magaña, uno de los veteranos de Zapata, con el que había llegado a una componenda. En 1912, al comienzo de su carrera, gozó del apoyo de 250 compañías estadunidenses de Sonora. Eran “benefactor” en un tiempo de violencia de las clases bajas y de insurgencia india. Fueron esas compañías las que apelaron en su favor ante el presidente Wilson y del que recibieron exenciones con el fin de exportar pertrechos militares a Sonora durante la revuelta orozquista, a pesar del embargo estadounidense. JohnMasonHart, El Méxicorevolucionario Pá gn ia 50 e63 d
En el comienzo de la lucha, Obregón Salido protegió las propiedades de la PhelpsDodge en Nacozari, propiedad de Cleveland-Dodge, el “caro amigo” del presidente Wilson de sus tiempos de Princeton. Entre 1917 y 1919, el victorioso soldado trabó vínculos comerciales con la empresa W. R. Grate and Company en Sonora, lo que le causó una enorme deuda. Pero al propio tiempo estableció la base para uno de los conjuntos latifundistas mayores que sobrevivirían a la Revolución Mexicana y a las reformas de Lázaro Cárdenas en los años treinta. Muchas de las propiedades eran terrenos que habían pertenecido a los indios yaquis. Las propiedades de su familia sobrevivieron más recientemente a la oposición del gobierno de Echeverría durante 1970 y 1976. La derrota que Obregón Salido infligió a Villa y la llegada de aquél al poder coincide con la victoria de los intereses de la pequeña burguesía, de las compañías estadunidenses y de una élite formadora del Estado, sobre las tendencias del populacho hacia un localismo igualitario, como ocurría con villistas, zapatistas y la Casa. La victoria de Obregón Salido preservó las relaciones de propiedad capitalistas frente a los extremismos del obrerismo, con sus ataques violentos a la propiedad extranjera, el anarcosindicalismo y el comunerismo pueblerino. Las demandas de mayor participación económica y política, de parte de la pequeña burguesía, fueron zapando una estructura social tipo casta, pero salvaguardaron los intereses extranjeros de los extremismos del nacionalismo del estamento inferior. Las inversiones extranjeras quedaron separadas de la explotación de las materias primas cuando competían con los capitalistas mexicanos, pero se comentó la participación extranjera en negocios conjuntos con la élite mexicana en tecnología de vanguardia, en avance industrial y en la obtención de beneficios rápidos por turismo. La subida al poder de Obregón Salido se vinculó inextricablemente con la proximidad geográfica de México respecto de Estados Unidos. Esa yuxtaposición había determinado el hecho de que los estadunidenses controlaran, a finales del siglo XIX, el crecimiento económico y el desarrollo de los ferrocarriles. La resultante inestabilidad política condujo a una revolución que se decidió mediante una componenda entre el nacionalismo mexicano y la intervención de Estados Unidos. El gobierno de ese país se opuso en un principio a la revolución por su actitud en contra de la propiedad privada, que manifestaban floresmagonistas y zapatistas, así como por el antiamericanismo espontáneo de la clase obrera, que se transparentaba en los rebeldes deshererados del Norte, como los partidarios de Orozco. La incapacidad de controlar los acontecimientos, del régimen huertista, y el hecho de que este régimen continuara con las simpatías por Europa manifestadas por Díaz en los últimos años, enajenó a la administración Wilson. El gobierno de Estados Unidos concedió entonces su apoyo a los revolucionarios de la élite, más capaces de finiquitar las reyertas y que servían mejor a los “intereses norteamericanos”. JohnMasonHart, El Méxicorevolucionario Pá gn i a51de63
Cuando Obregón Salido llegó al poder en 1920, tanto el presidente como el gobierno mexicano llegaron a un acercamiento con los intereses de Estados Unidos. Obregón Salido redujo su deuda personal con la compañía W. R. Grate, de 1.800.000 dólares a 40.0000 en solo tres años, y a continuación cumplió el resto de su adeudo transfiriendo una gran porción de tierras del valle del río Yaqui a la firma estadunidense. El gobierno de Obregón Salido negoció exitosamente un acuerdo con los bancos norteamericanos en 1922, mediante un plan de un plazo de 40 años para el pago de la deuda de México. En 1923, el gobierno obregonista firmaba los Acuerdos de Bucareli, en que aceptaba no aplicar retroactivamente la Constitución de 1917 contra las compañías petroleras extranjeras; a cambio, el gobierno de Estados Unidos reconocía al gobierno mexicano.
El régimen posrevolucionario El régimen mexicano que surgió al cabo de 10 años de lucha era de amplia base y viable. Llegó al poder por una fuerza de las armas encabezada por élites provincianas y con jefes en el campo de batalla pertenecientes a la pequeña burguesía. La exclusivista oligarquía porfirista, las èlites provincianas rivales, los obreros industriales y urbanos y los campesinos, quedaron todos derrotados en diversos momentos de la lucha y fueron reincorporados al nuevo régimen a través de organizaciones subordinadas que reconocían la supremacía del nuevo Estado. Incluso los estadunidenses se vieron forzados a negociar. Cada grupo derrotado -campesinos, obreros industriales y capitalistas, y luego la Iglesia- renegoció su carácter desde una posición desventajosa, viéndose obligado a rendir el poder definitivo a la élite formadora del Estado. Incluso los capitalistas extranjeros cedieron el derecho a los recursos del subsuelo al Estado. A cambio, tales grupos obtuvieron una gama de concesiones continuamente revisadas. Para los industriales porfiristas y los extranjeros, a partir del gobierno carrancista de 1915 a 1920, el reconocimiento de la autoridad del nuevo régimen significaba protección frente a los obreros de la Casa y participación en la economía capitalista posrevolucionaria. Esa participación se extendió posteriormente al politiqueo, demostrado por la prominencia de las familias Rabasa y López Portillo en los últimos tiempos y el maridaje entre las élites pre y posrevolucionarias. Las élites provincianas y los elementos porfiristas que se agruparon en torno a Carranza, se rindieron ante Obregón Salido pero luego se juntaron al politiqueo abierto, que equilibra cargos políticos, poder y quejas con mucha mayor lucidez que cuanto lo hiciera el anacronismo porfirista.
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Al ganar la guerra, la pequeña burguesía mantuvo su individualismo económico y social y conformó un plan de industrialización, organizado jerárquicamente y dirigido por el Estado, fomentó la expansión comercial e impuso una creciente burocracia, para resolver problemas, compuesta por sus miembros. Según estimaciones, el gobierno en la actualidad controla un 70% de la economía nacional. Pero sea cual sea su participación en la economía, el papel del gobierno en la misma continúa creciendo. Mediante conciertos con el mundo de los negocios, los profesionales y tecnócratas de instituciones como Nacional Financiera y del sistema bancario nacionalizado han proporcionado capital, asesoría, estabilidad y hasta seguro contra la quiebra a los hombres de negocios. Algunas de las mayores cadenas hoteleras son propiedad del gobierno y se alquilan a consorcios administrativos de compañías multinacionales y a ricos socios mexicanos. La empresa Petróleos Mexicanos, propiedad del gobierno, proporciona productos refinados, además de crudo, a una industria petroquímica que sigue en gran parte en manos de extranjeros, para la fabricación de plásticos y otros artículos, amén de proporcionar energía a la industria nacional. Pemex trata de desarrollar su propio complejo petroquímico avanzado. La expansión de las operaciones de Pemex ha contribuido en gran medida al enorme endeudamiento, que oficialmente se considera de 107.000millones de dólares, aunque estimaciones no oficiales, donde se computa también la deuda privada, disparan esa cifra a los 140.000 millones de dólares. El dilema de dar servicio a una cuantiosa deuda con una plusvalía que el país requiere para sí, ilustra los problemas inherentes al desarrollo de las economías tercermundistas, incluso cuando parece asequible una riqueza adecuada. Los planes de austeridad y el alza en los precios de la gasolina y de los productos de consumo han colocado la carga de la deuda mexicana, sin más, sobre los hombros de la pequeña burguesía y de las clases operarias. Mientras, las élites económicas nativas y las compañías trasnacionales disfrutan de la estabilidad que les brinda la participación del gobierno en sus industrias, aunque se oponen resueltamente a toda nueva reglamentación. La creciente participación gubernamental en la economía va limitando paulatinamente la capacidad de la burocracia del PRI para “resolver la crisis” mediante su intervención tradicional en los sectores culpables de la economía en tiempos de premuras nacionales. Cuanto más controla el gobierno, mayor es la probabilidad de que el público lo vea como el problema y no como la solución. La hostilidad y cooperación mutuas entre las élites económicas y los funcionarios pequeño burgueses que ahora dirigen las instituciones del gobierno, si bien es algo normal en todos los países industrializados de Occidente, en el caso de México hunde sus raíces históricas en las divisiones que surgieron durante la revolución. JohnMasonHart, El Méxicorevolucionario Pá gn i a53de63
El gobierno y los inversionistas de Estados Unidos se esforzaron con ahínco por mantener la estabilidad y, por tanto, el control sobre México durante las primeras fases de la revolución. Al fracasar, se vieron forzados a escoger entre los revolucionarios desharrapados y el nacionalismo carrancista. Optaron por Carranza como el menor de dos males, debido al respeto de éste por la propiedad privada. Sus relaciones con el actual régimen se basan en el papel que tienen los estadunidenses en los sectores de alto rendimiento de tecnología avanzada, y en la aceptación, de parte del gobierno mexicano, de un lugar dentro de los “intereses de seguridad” de Estados Unidos en la hegemonía mundial. Como dijera el coronel House: “Nuestra bandera será la bandera de ustedes.” El peso de las inversiones estadunidenses se asienta sobre todo en la punta de lanza del adelanto industrial. Eso de que las utilidades se repatrian es letra muerta, por las lucrativas oportunidades que existen en el mercado mexicano. El actual acuerdo de mitad y mitad por lo que se refiere a la propiedad de compañías, utilidades y oportunidad, en el caso de las empresas extranjeras, satisfaría tanto a los porfiristas como a los críticos nacionalistas revolucionarios. Han sido los obreros industriales y urbanos, amén de los campesinos, quienes menos ventajas han recabado en el México posrevolucionario. Desde los años treinta, las huelgas y los sindicatos han quedado rigurosamente regulados y se ha encargado a las organizaciones obreras mantener un equilibrio entre la necesidad de control social y los márgenes de utilidades más altos posibles. En los últimos 30 años los salarios reales no han aumentado y el nivel de vida es el promedio de los trabajadores de los países más grandes de Latinoamérica, ninguno de los cuales ha pasado por una revolución. El desempleo se encuentra en un 40 por ciento. La revolución, es cierto, dio al traste con la mayoría de las barreras de casta que todavía asenderean a gran parte del campo latinoamericano. A la mayoría de la población campesina, sin embargo, le ha ido incluso peor que a los obreros urbanos e industriales. La sobreabundancia de habitantes urbanos económicamente no asimilados es resultado del atraso en la tecnología rural, del encauzamiento de los servicios del gobierno hacia el sector urbano y del desequilibrio del poder en el mercado, que adjudica mayor valor a los productos industriales que a los agrícolas. Esos factores producen penuria rural, migración del campo a la ciudad y altos índices de natalidad rural. En los años treinta, un programa de reforma agraria alivió el creciente descontento social. La mayor parte de los campesinos del país recibió tierra antes de 1940. Sin embargo, por duplicarse la población rural entre los cuarenta y los sesenta, la mayor parte de los campesinos quedaba sin tierra en los setenta, a pesar de otro intento de reforma agraria JohnMasonHart, El Méxicorevolucionario Pá gn ia 54 e63 d
entre 1958 y 1964. En la actualidad, quienes tienen tierras comprenden un campesinado medio, compuesto de miembros de cooperativas ejidales y “parvifundistas ” dedicados a la agricultura comercial. La lealtad al régimen de todos aquellos que han recibido tierras parece ilimitada. Los jornaleros o trabajadores por día, que cultivan el campo pero sin tener tierra y que son los que producen los víveres del país, constituyen el grupo más pobre. Todos los estratos sociales del campo están “representados” en organizaciones oficiales y extraoficiales vinculadas con el gobierno. Uno de los principales grupos que representa a los campesinos medios es la Confederación Nacional de la Pequeña Propiedad, que trabaja duramente en oponerse a ulteriores distribuciones de tierras. La Confederación Nacional Campesina (CNC) está compuesta tanto por ejidatarios como por jornaleros. Labora para que se concedan más dotaciones a los ejidos, pero a menudo se opone a concesiones a los trabajadores sin tierra si no tienen ciudadanía en determinado pueblo. La CNC apoya la ley srcinal de reparto de tierras propuestas por Carranza en enero de 1915 e insiste en que todas las disputas por tierras se manejen a través de canales administrativos de la Secretaría de la Reforma Agraria. Tal enfoque ha dejado a muchos campesinos y asentamientos rurales en litigio perpetuo desde los años veinte. Campesinos y jornaleros carentes de todo se ven vinculados con el gobierno a través de la Secretaría de la Reforma Agraria, de comités agrarios locales de la CNC, de abogados burócratas y de administradores locales. Todas las organizaciones agrarias tienen una dirigencia pequeño burguesa y burocrática en su cima y se oponen a cualquier acción extralegal de parte de los campesinos y a la formación de sindicatos campesinos independientes. Tales instituciones funcionan como mecanismos de control social. La Revolución Mexicana fue parte de la primera ola de trastornos políticos y sociales a nivel mundial que han hecho del siglo XX una era de revoluciones. Los procesos que conducen al conflicto social y la competencia entre los grupos que participaron en ellos, entre 1910 y 1920, son complicados pero clásicos. Las fuerzas que operaban en México eran notablemente congruentes con las revoluciones contemporáneas y aquellos trastornos del Tercer Mundo que les han seguido. Las partes definibles del proceso estuvieron constituidas por las clases sociales, por la crisis económica mundial, por la intervención e ideologías extranjeras, por acontecimientos sueltos y la búsqueda del interés personal, junto con la situación geográfica. La Revolución Mexicana es una de las primeras grandes guerras de liberación nacional del Tercer Mundo de las ocurridas en el siglo xx. Debido a que las formaciones campesinas y obreras quedaron derrotadas, sus demandas genuinas de control autónomo de la clase obrera sobre la producción y el gobierno no se han realizado. El país, sin JohnMasonHart, El Méxicorevolucionario Pá gn i a55 e d63
embargo, retomó la propiedad de sus tierras y recursos naturales frente a los intrusos del exterior. La mayor porción de los 60.000.000 de hectáreas que han sido expropiadas y redistribuidas fue devuelta al grupo social que causó la mayor parte de los trastornos, el campesinado. La pequeña burguesía fue el principal vencedor militar, y el logro de sus metas cambió radicalmente a México, de manera que benefició y perjudicó a la par los intereses de sus rivales. México cambió de ser una sociedad encerrada en castas, a ser una sociedad abierta donde se fomenta la emulación individual y la movilidad social. Pasó de una economía casi por completo controlada desde afuera y en manos de tenedores privados, a una economía mixta donde un elemento extranjero, aún poderoso, prospera mediante una estructura financiera global y el compromiso de usar tecnología avanzada, papel que los nacionalistas de la pequeña burguesía han considerado apropiado para los extranjeros desde los años noventa del siglo pasado. Los obregonistas victoriosos lograron sus metas. El resultado ha sido la aparición de un grupo de élite nuevo y experimentado, compuesto de una mezcla de los revolucionarios más atinados de la pequeña burguesía y las élites provincianas y porfiristas más sagaces, creándose así una auténtica burguesía nacional. La síntesis de élites de amplia base que forjó la nueva burguesía se encuentra prácticamente en toda comunidad. Ha demostrado una astuta sensibilidad ante el desasosiego popular, en una economía perpetuamente acosada, y ha procedido a resolver las contradicciones sociopolíticas, con una mezcla de violencia y de concesiones cooptadoras a campesinos, obreros, capital extranjero, la Iglesia y los intelectuales. Dirige una economía capitalista de Estado avanzada y creciente, del todo incorporada al mundo industrializado a través de sus corporaciones trasnacionales, dentro de un bastidor aptamente denominado “desarrollo dependiente”. En 1910, los capitalistas extranjeros tenían un 77.7% de participación en las 170 compañías mayores de México. En 1970, los inversionistas extranjeros tenían 24.1% de las participaciones de capital en las 500 compañías mayores del país. Los totales, 170 compañías en 1910 y 500 en 1970, representan las principales instituciones comerciales del país de esos respectivos años. Los porcentajes de propiedad nacional y extranjera en las empresas capitalistas mayores del país reflejan tanto el exitoso avance de los intereses económicos de la burguesía nacional mexicana y su continuada relación con el capital exterior. Hasta ahora el nuevo régimen ha concedido suficiente oportunidad y recompensas a la pequeña burguesía, de dinámicas aspiraciones, al menos en comparación de la escasa JohnMasonHart, El Méxicorevolucionario Pá gn i a56 e d63
cantidad de movilidad social vertical de las economías capitalistas más poderosas del mundo industrializado. La piedra angular de este estado de cosas es el impresionante sistema de educación superior apoyado por el Estado, que beneficia a más de 1.000.000 de estudiantes, a los que les concede experiencia universitaria. Por desgracia, la gran mayoría de los jóvenes no llega a esas instituciones. La enorme brecha entre ricos y pobres aumentó entre 1950 y 1970, y lo sigue haciendo ahora a pasos sin precedente. 80% de los asalariados mexicanos recibe menos de nueve dólares al día y 95 % recibe menos de 18 dólares por día. En realidad no existe“clase media” de asalariados. La sociedad mexicana contemporánea, característica de los regímenes burgueses nacionales, a través del desarrollo industrial y una variedad de planes sociales, como la educación rural donde se da impulso al lenguaje y cultura europeos, es en alto grado integradora. El desarrollo y servicios humanos supracentralizados continúan el proceso de urbanización arracimando las masas de migrantes rurales sin preparación alguna en las periferias de las pocas grandes ciudades, donde se dedican a realizar tareas marginales mal pagadas. El gobierno mexicano, luego de 450 años de pruebas, finalmente ha sido capaz de absorber a la cultura indígena en la cultura hispánica dominante, mientras rinde vacuos homenajes a la herencia indígena.
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EPÍLOGO
Hasta mediados de los años noventa del siglo pasado [el XIX], México había logrado una estabilidad política única en la América Latina contemporánea. Esto se había conseguido manteniendo un índice siempre creciente de producción per capita y un desarrollo a largo plazo de la compleja matriz de controles sociales. El ejército y la policía mexicanos han actuado con enérgica violencia contra la disensión. El gobierno es uno de los sistemas políticos más complicados del mundo, que llega a toda localidad a través de una red de funcionarios y empresas semioficiales, así como de jerarquías campesinas y obreras organizadas. Hoy ese gobierno clientelista y su partido oficial, el PRI dominan la designación de puestos y las oportunidades, manteniendo la estabilidad política frente a la creciente desigualdad socioeconómica y la masiva explotación de las clases obreras. El proceso de consolidación que siguió a la revolución dio vida a una nueva síntesis de élites rectoras, las cuales incorporaron a los elementos derrotados, como son la Iglesia, los grandes empresarios, los agraristas y los trabajadores industriales y urbanos, en unidades subordinadas del nuevo régimen. Desde un comienzo, la invicta pequeña burguesía vinculó sus éxitos políticos con la oportunidad económica. Las viejas élites económicas que sobrevivieron aceptaron a los nuevos dirigentes políticos, por lo demás poderosos, en una nueva relación simbiótica de empresas privadas y estatales conjuntas. Los partidos agrarios y obreros de principios de los años veinte se sujetaron a las reglas establecidas por la Constitución. El gobierno se ha encargado de interpretar esas reglas, salvaguardándolas del dominio de movimientos políticos populares desde hace 60 años. Los líderes de los grupos agrarios y obreros del último día, la CNC y la CTM, formados durante el gobierno reformista de Lázaro Cárdenas (1934-1940), han incorporado a millones de miembros y están estrechamente vinculados con su rector, el PRI.
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Esta participación política de amplia base es el cimiento del régimen moderno. Las reformas de la era cardenista proporcionan ahora el cimiento ideológico de un nacionalismo “revolucionario”. Dichas reformas, además de crear las nuevas organizaciones obreras urbanas y otorgar muchas concesiones de tierras al campesinado, supusieron la compra, de parte del gobierno, de una porción de los ferrocarriles nacionales aún en manos extranjeras, la expropiación de miles de millones de hectáreas de tierras propiedad de estadunidenses y la nacionalización de la industria petrolera. México recabó el control de sus recursos e infraestructura durante los años treinta del presente siglo. A pesar de esos esfuerzos, las corporaciones trasnacionales de base extranjera y los inversionistas del exterior seguían controlando el 70% de las industrias sintéticas modernas derivadas del petróleo a finales de los años setenta. En la actualidad, los pagos de intereses de la deuda del país, superior a los 107.000 millones de dólares, trasvasan las utilidades obtenidas por la exportación de petróleo a los bancos estadunidenses. Éstos adquieren la mayor parte del petróleo que se exporta. La estructura financiera internacional ha vuelto a crear el flujo hacia el exterior (tipo colonial) de los recursos y utilidades, condición que predominó respecto de la plata durante la era española y durante el Porfiriato. Las corporaciones trasnacionales y los bancos de srcen estadunidense se centran cada vez mas en la tecnología de vanguardia y los sectores de alto lucro de la economía. Las inversiones estadunidenses en alta tecnología en México se suponen superiores a los 5.000 millones de dólares. A pesar de la poderosa presencia extranjera, la élite empresarial nacional y el gobierno continúan la defensa nacionalista de sus intereses económicos. Desde la revolución, la participación mexicana en las empresas más capitalizadas ha aumentado de 10% a un estimado 70%. El capital estatal es un factor principal de la participación mexicana. El equilibrio entre las empresas privadas mexicanas, propiedad del Estado, y las empresas extranjeras proporciona un cuadro claro de los resultados, luego de 50 años de transformación económica y de ideología nacionalista. Ninguna de las 10 principales corporaciones del país es propiedad extranjera, y solo dos, Celanese Mexicana y Fertilizantes Fosfatados, están dominadas por los extranjeros. El gobierno mexicano, principalmente a través de su entidad de desarrollo económico, Nacional Financiera, mantiene el control de 70 de las 500 compañías principales, mientras que el capital mexicano privado controla o es fuerte en 282. El capital extranjero directo controla o es fuerte en sólo 174. A pesar del control nacional sobre los sectores acerero y petrolero, sin embargo, cuando se desglosa la industria mexicana en categorías precisas, el control extranjero resalta en algunas de las más importantes. JohnMasonHart, El Méxicorevolucionario Pá gn ia 59 e63 d
Dos de las empresas automotrices mayores son la Ford y la Chrysler. Esta última se supone que es 40 % propiedad estadounidense y tiene una activa dirección extranjera. El principal fabricante de maquinaria y equipo es la John Deere Company, de srcen estadunidense; la Olivetti Underwood, de control italiano, encabeza la industria de equipos de oficinas y computadoras. B. F. Goodrich es el principal productor de hule y neumáticos para automóvil y es de completa propiedad extranjera. Syntex S. A., controlada por Ogden, Abott y Lilly, ocupa el primer lugar entre las empresas químicas y farmacéuticas. Brown y Williamson son propietarios, sin más, del principal consorcio productor de cigarrillos de México: la Compañía Cigarrera La Moderna. Unilever, de Gran Bretaña, es propietaria total de Lever de México, S. A., principal productor de artículos domésticos. Anaconda sigue campeando en la industria minera. Es propietaria parcial de Cananea, donde llevo a cabo grandes operaciones antes de la revolución, contribuyendo a las premuras tanto de las élites locales como de los obreros de aquella época. Anaconda de México -controlada y poseída por los estadunidenses-, es una subsidiaria de su compañía matriz de Estados Unidos. ASARCO, se dice, es 49 % propiedad estadunidense, con una activa administración de “expertos” de ese país. La compañía matriz estadunidense de Sears & Roebuck de México posee totalmente y controla la principal cadena de tiendas departamentales de propiedad privada. Anderson Clayton es el principal productor y distribuidor de alimentos. A pesar de las generalizadas nacionalizaciones de propiedades agrarias estadunidenses durante la era de Cárdenas, la producción agrícola propiedad extranjera era el 37% del valor total de la producción agrícola mexicana en 1978. A pesar de que frecuentemente la participación extranjera en determinada empresa en teoría se limita a 49%, la práctica de usar prestanombres de nacionalidad mexicana continúa el control extranacional de muchas empresas. Las tendencias nacionalistas de las clases obreras urbanas y de la pequeña burguesía quedan mejor satisfechas con la propiedad mexicana generalizada de las empresas menos capitalizadas. Además, los tres productores principales de material de construcción son propiedad mexicana. Esta condición marca un mejoramiento frente al dominio y monopolio extranjero de tales industrias durante el Porfiriato. Similarmente al monopolio petrolero y al principal productor acerero, la empresa de distribución de víveres más importantes, CONASUPO, es propiedad del gobierno y es un recordatorio constante de que este régimen está activo lo mismo en los servicios públicos que en el mercado. El gobierno nacionalizó los bancos en 1982 durante la difícil crisis financiera y escándalos de corrupción de ese año, que salpicaron al presidente José López Portillo, que ahora vive en JohnMasonHart, El Méxicorevolucionario Pá gn ia 60 e63 d
elegante exilio, mientras que el director de Petróleos Mexicanos y otros funcionarios de esa empresa fueron encarcelados. El éxito político moderno del régimen mexicano se basa en una combinación de cuatro factores: 1) una participación política pública de amplia base, que proporciona el control social sobre èlites antes renuentes y grupos obreros revolucionarios a través de las organizaciones paraestatales; 2) un desarrollo económico continuado a través de la inversión extranjera y la cooperación del gobierno con los inversionistas; 3) una ideología revolucionaria nacionalista, que une a todas las clases y que aboga por los intereses de la pequeña burguesía, de las clases elitistas empresariales y la burocracia estatal, y 4) la ilusión de esperanzas y oportunidades que brinda el desarrollo económico a las masas de obreros desempleados y campesinos sin tierra, de los cuales sólo un pequeño porcentaje puede ser atendido. Desde casi cualquier punto de vista humano, el México de 1987 constituye un desastre económico y social, caracterizado por un desempleo masivo y déficit en el intercambio de divisas, un peso cada vez más débil, continuos elevados índices de inflación y declinantes salarios reales. La deuda oficialmente informada ha alcanzado los 107.000 millones de dólares. Expertos financieros, en lo particular, conceden otros 30.000 millones de dólares en una deuda privada no computada. Los pagos por los solos intereses superan todos los ingresos del país por exportaciones y divisas. Los prestamistas internacionales que dominan México acusan a la “corrupción” mexicana de la incapacidad de pago del país. Pero exigen pagos y “planes de austeridad” (lo que supone que el gobierno recorte los subsidios a los víveres como carne, huevos, maíz y frijol), en un país donde un estimado 70% de los niños padece desnutrición. La “corrupción” tiene múltiples facetas. Debido al crecimiento de la población y a la mala distribución de los recursos, hay más gente analfabeta y desnutrida actualmente que antes de la revolución. El gobierno ha entrado ahora en el GATT (General Agreement onTariffs and Trade; Acuerdo General sobre Aranceles y Comercio), que permitirá reducir drásticamente los aranceles a las importaciones y exportaciones. Luego de más de 60 años de intentos de crear una planta industrial vital, dominada desde el país, el gobierno se ha visto forzado a reconocer que la economía se encuentra entrampada por la crisis financiera y petrolera. Mediante la entrada en el GATT ha puesto la carga más pesada sobre la pequeña burguesía y las clases obreras, de acuerdo con las directrices de los consorcios bancarios internacionales como el Fondo Monetario Internacional y los viejos adversarios City Bank, Morgan y Chase. JohnMasonHart, El Méxicorevolucionario Pá gn i a61de63
La falta de servicios públicos en medio de una explosión demográfica ha asestado un golpe devastador al nivel de vida que experimenta la mayoría. Las aguas de desecho no tratadas, el agua potable, los alimentos contaminados y las moscas causan aproximadamente 90% de las enfermedades contagiosas del país. Las bacterias fecales de aguas negras saturan el aire, el agua potable y los alimentos, causando muchas enfermedades, falta de productividad y miseria. La Organización Mundial de la Salud estima que 107.000 niños mexicanos murieron en1983 de tres enfermedades sólo, para las que existen inmunización: tétanos neonatal (31.000), sarampión (57.000), tos ferina (19.000).3 Las devaluaciones de la moneda de los años ochenta son prácticamente idénticas en sus causas y más extremas en sus efectos que la reducción de 50 % del valor del peso de 1905. En 1986 más de 80 % de los asalariados de México ganaba menos de nueve dólares al día. Las devaluaciones de 1905 y las de 1980 fueron provocadas por una reducción en las inversiones extranjeras, un mercado de divisas desfavorable, deuda pública y crisis fiscal. Las consecuencias de la crisis social y económica del país tardarán años en quedar en claro y serán extremas y sin precedente desde 1920. A pesar del carácter de amplia base del régimen, es difícil imaginar que el efecto de esas consecuencias demore más de una década, a pesar de las maniobras tradicionales del gobierno. Ningún sistema político, ni siquiera el articulado PRI, puede resistir los reveses de los últimos años sin graves repercusiones.
Las contradicciones sin resolver And the raven, never flitting, still is sitting, still is sitting On the pallid bust of Pallas just above my chamber door; And his eyes have all the seeming of a demon that is dreaming, And the lamplight o’er him streaming throws his shadow on the floor. Y el cuervo, jamás volvió a emprender el vuelo y está posado todavía, todavía está posado en el pálido busto de Atenea sobre el dintel de mi alcoba; Y sus ojos tienen toda la pinta de un demonio que estuviera soñando; 3
La Organización Mundial de la Salud, citada en The New York Times, 20 de diciembre de 1984. Para la mejor defensa de la política económica posrevolucionaria, ver James Wilkie, The Mexican Revolution: Federal Expenditure and Social Change Since 1910 (Berkeley y Los Ángeles: University of California Press, 1967).
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y la luz de la lámpara que sobre él se desparrama arroja su sombra por el suelo .
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