EL BAUTISMO Anselm Grun
INTRODUCCIÓN LA NUEVA IDENTIDAD El bautismo en la Iglesia primitiva era un rito que dejaba una impronta profunda tanto en los que se bautizaban como en todos los que participaban en su celebración. El bautismo estaba precedido por una preparación que duraba algunos años. En ella los que se iban a bautizar eran introducidos en el misterio de la vida cristiana. Evidentemente, la Iglesia de los primeros siglos sabía suscitar en las personas un gran entusiasmo por una vida con Cristo y en Cristo. En esta nueva vida, en efecto, las personas experimentaban una alternativa a ese trajinar carente de sentido y de Dios que caracterizaba el final del mundo antiguo. En el bautismo, los que se bautizaban cortaban con lo que había sido su vida hasta ese momento. Optaban por una vida que no sólo se orientaba por las palabras de jesús, sino que también estaba alimentada por otra fuente, una fuente divina. Tenían la sensación de que sólo a través del bautismo llegaban verdaderamente a la vida. Todo lo que había sucedido hasta ese momento —como dice la primera Carta de Pedro— era mátaios, es decir, sin sentido y vacío, mera ilusión y «apariencia de vida». En el bautismo abandonaban su vieja identidad para encontrar una nueva identidad en Jesucristo. La vida de la antigüedad tardía estaba caracterizada por pedir panem et circenses, pan y juegos. Era un mundo decadente. El sentido de la vida se había perdido y todo giraba en torno a la curiosidad y a las sensaciones, a los placeres y a las diversiones. Los que se bautizaban se sustraían a este trajín vacío para encontrar en Cristo una nueva identidad. La ruptura con su vieja identidad se expresaba de modo impresionante en la celebración del bautismo, que tenía lugar durante una vigilia nocturna. Los que se iban a bautizar descendían desnudos a la fuente bautismal y se les vertía tres veces agua sobre las cabezas. Renunciaban al mal y a la insensatez de una vida alejada de Dios y se decidían a morir a este mundo y a no definirse ya a sí mismos por el éxito o sus dotes personales, por los placeres y los excesos, sino exclusivamente desde Cristo.
NUEVO NACIMIENTO Los que se iban a bautizar experimentaban el bautismo como un nuevo nacimiento. En Cristo habían recibido una nueva existencia. La nueva existencia se caracterizaba por la experiencia de una gran libertad. Se definen ahora desde Dios; ahora son personas libres. Ya no tienen ningún rey por encima de ellos. Ya no están condenados a llevar a cabo las expectativas de los demás. Son verdaderamente
libres y pueden recorrer el camino que les lleva a la vida verdadera. El bautismo les hacía partícipes de la experiencia de una nueva cercanía de Dios y de un amor en el que se sabían amados incondicionalmente. El bautismo era para ellos la iniciación en el misterio de una vida redimida y liberada y en el misterio de un Dios que les acogía en la corriente de su amor divino. Cuando los que se bautizaban salían desnudos de la piscina bautismal y luego eran ungidos con aceite perfumado por el obispo (las mujeres, por una mujer), se percibían realmente como hombres nuevos, es decir, como hombres total y verdaderamente envueltos en el amor de Dios. Y al mismo tiempo constataban que encontraban en la Iglesia nuevos hermanos y hermanas, una comunidad en la que eran acogidos sin prejuicios y que, sin embargo, les impulsaba a vivir una vida plena y llena de sentido.
PARTÍCIPES DE DIOS El anhelo de una vida plena, libre de las expectativas y de las pretensiones de este mundo, ciertamente también mueve hoy día a muchos hombres. Sin embargo, muchos se preguntan qué tiene que ver con Cristo este anhelo y por qué, precisamente, la unión con Jesucristo debería otorgarles la libertad y la vida en plenitud. Se podría recorrer cualquier otro itinerario espiritual y tener éxito también sin Jesús. Sin duda se requeriría una obra aparte para describir el papel de Jesús en nuestro camino para hacernos hombres. Para los primeros cristianos, el encuentro con Cristo era tan fascinante que aceptaban correr el peligro de la persecución para experimentar personalmente esta nueva cualidad de vida que Jesús les regalaba. Pero, ¿qué admiraban sobre todo las personas en Jesús y qué les impulsaba a poner en juego su vida? La segunda carta del apóstol Pedro, que traduce el mensaje de Jesús a la situación del ambiente helenístico, veía que el atractivo de Jesús se basaba en el hecho de que él nos da todo lo que es bueno para nosotros y para nuestra vida. En Jesús resplandece la gloria de Dios: «Con esto [todo lo necesario para la vida...] nos ha dado los bienes grandísimos y preciosos que habían sido prometidos para que escapáramos al deseo de las cosas corruptibles que dominan el mundo a causa de la concupiscencia y llegáramos a ser partícipes de la naturaleza divina» (2Pe 1,4). El bautismo nos libera del sendero que no reporta nada y conduce a la perdición, y nos concede tener parte en la naturaleza divina. En la antigüedad clásica ser partícipes de la naturaleza misma de Dios era el deseo supremo de los hombres que estaban en camino de búsqueda. Sólo si el ser humano participa de la naturaleza de Dios llega a ser verdaderamente hombre. Así se pensaba en la antigüedad tardía. Así lo experimentó también Alfred Delp, en una cárcel de la Gestapo, poco antes de su muerte: «El ser humano sólo es hombre
cuando está unido a Dios». La ideología del nacionalsocialismo, que profesaba un profundo desprecio hacia la persona, le había enseñado que el ser humano, para llegar a serlo, tiene necesidad de la naturaleza divina. En el bautismo se nos hace participar en la vida divina. La tarea de la Iglesia debería ser celebrar hoy el bautismo de tal modo que, mediante él, los hombres barrunten el secreto de su vida y sepan quiénes son verdaderamente.
EL SIGNIFICADO DEL BAUTISMO Cuando el bautismo de los niños se hizo cada vez más corriente, se perdió gran parte de la eficacia existencial del bautismo. Todavía hoy sentimos un cierto malestar si se nos pregunta qué significado tiene la celebración del bautismo de los niños, dado que el niño no comprende absolutamente nada de ello. En el pasado se dieron explicaciones que han hecho todavía más difícil la comprensión del bautismo de los niños. Por ejemplo, se decía que el niño era liberado del pecado original y que, de pagano, se convertía en hijo de Dios; o que mediante el bautismo era incorporado a la Iglesia. La primera de estas explicaciones suena un poco mágica y pesimista: como si el niño sin el bautismo no fuera hijo de Dios ni pudiera ir al cielo. Si el bautismo es explicado de modo unilateral como incorporación a la Iglesia, adquiere en cierta forma el sabor de un ingreso. Entonces la Iglesia es entendida como una especie de asociación que quiere vincular a sus miembros consigo lo más rápidamente posible. La pregunta es cómo podemos entender nosotros hoy el bautismo. ¿Cómo podemos celebrar el bautismo, de tal modo que las personas permanezcan fascinadas ante el misterio de la vida y puedan gozar del don de un hijo que Dios les ha destinado? El bautismo es algo genuinamente cristiano. A pesar de todas las analogías que tiene con las abluciones judías, como las que eran usuales en Qumrán, ciertamente tiene algo específico. Por otro lado, en todas las religiones hay ritos que tienen como objeto el nacimiento de un niño. Evidentemente todos los pueblos y todas las culturas tienen la necesidad de expresar mediante ritos el misterio del nacimiento y el regalo divino de un niño. A menudo estos ritos giran en torno al tema del agua o de la ablución. Se limpia al niño de todo lo que esconde su verdadera esencia y se le pone en contacto con la verdadera fuente de la vida. En este libro no quiero desarrollar una teología completa del bautismo, sino mostrar con un lenguaje rico en imágenes simbólicas (como hacían los Padres de la Iglesia) qué significado puede tener para nosotros el bautismo (y sin duda, también el de los niños), cómo lo celebramos y cómo podemos vivir como personas libres y amadas incondicionalmente a partir de la realidad de nuestro bautismo.
El bautismo es un sacramento. Sin embargo, a muchas personas este concepto hoy no les dice mucho. Sacramento significa un «acto de consagración con una obligación derivada del juramento». Sacramentum era la jura de bandera del soldado romano. El que se bautiza se vincula con Cristo en el sacramento del bautismo y con ello expresa que quiere conformar su vida con Cristo. Pero el término sacramento significa también otra cosa. Es la traducción del término griego mysterion. Mysterium significa la iniciación del creyente en el misterio de la vida y en el misterio de la muerte y resurrección de Jesucristo. La cuestión es: ¿Cómo estos dos conceptos pueden ayudarnos a comprender el bautismo de un niño?
EL MISTERIO DEL NIÑO En el bautismo celebramos el misterio del niño. ¿Qué constituye su esencia? ¿Quién es este niño en su realidad más profunda? Si relacionamos la vida de este niño con el destino de Jesucristo, debe aparecemos claro quién es verdaderamente este niño, lo que significa su vida y cómo podemos verlo con los ojos de la fe. A la luz del destino de Jesús se debe desplegar ante nosotros
el misterio del niño y hemos de reconocer que no sólo posee una vida terrena, sino también una vida divina, que la muerte ya no tiene ningún poder sobre él, porque ya es partícipe de la resurrección de Jesús. Pero, ¿qué efecto debe tener el rito del bautismo sobre el que se bautiza y sobre las personas que participan en la celebración? El rito nos abre los ojos para que podamos ver al niño no sólo como hijo de sus padres y de la gran familia humana, sino como hijo de Dios, en el que Dios pone un nuevo inicio y en el que resplandece algo único y particular sobre este mundo. Pero el rito realiza algo más. En el rito Jesucristo mismo entra en contacto con el niño, derrama en él su vida divina y su amor incondicional, lo toca, le proporciona la protección de Dios y le manifiesta su belleza. No hablamos sólo del niño. Celebramos su misterio, poniéndolo ante el misterio de Dios que se nos ha manifestado del modo más luminoso en Jesucristo. Sin embargo, en un rito no sólo sucede algo con la persona en la que se realiza el rito, sino que siempre sucede también algo en los que toman parte en él. En el mismo niño pequeño, puesto que apenas es consciente de lo que le sucede, el efecto del rito será limitado. Pero celebramos el bautismo también para nosotros mismos, para mirar al niño con ojos nuevos y para ejercitarnos en nuevos comportamientos y en nuevos modelos de relación mediante rituales establecidos.
El niño no sólo es hijo de sus padres. Es hijo de Dios. Tiene una dignidad divina. Es libre. No pertenece a los padres, sino a Dios. Recorrerá su propio camino. A su lado tiene un ángel que lo acompañará y guiará con pie seguro, también a través de los peligros de la vida y las heridas de una educación incluso llena de buenas intenciones. De este modo, el bautismo libera a los padres, quienes frecuentemente están sometidos a la presión de tener que hacer todo correctamente en la educación, pues los errores de la educación podrían tener consecuencias irreparables y dañar al niño de manera permanente. El bautismo nos hace ver que Dios tiene su mano sobre el niño para protegerlo, que la fuerza salvadora de Cristo es más poderosa que los mecanismos lesivos de nuestra psique neurótica y que el niño tiene su ángel que vela sobre él.
EL AGUA Las características que posee la vida y que celebramos en el bautismo se pueden explicar con algunos símbolos presentes en los ritos bautismales. El símbolo central del bautismo es, sin duda alguna, el agua. Para los primeros cristianos, que se sumergían desnudos en la fuente bautismal, este símbolo debía tener un significado más impactante que para nosotros hoy día, pues nos limitamos a verter unas gotas de agua sobre la cabeza del niño. El agua es el origen de cualquier tipo de vida. Toda vida tiene su origen en el agua. En las fábulas se habla del agua de la vida que sana las heridas y hace vivir para siempre. También existe la imagen de la fuente de la juventud. Quien bebe de esta fuente permanece siempre joven. Fuentes y pozos son lugares sagrados en todas las culturas. Las personas se encuentran en el pozo. Los hombres van a él para buscar una posible esposa, como hicieron Moisés o Isaac. El pozo tiene una dimensión erótica. Es el lugar en el que Dios se manifiesta. Agar, la esclava expulsada por Abrahán, reencuentra el coraje para vivir junto a un pozo. Junto a un pozo, Jesús encuentra a la mujer samaritana y le habla del agua que él mismo dará. Quien beba de esa agua «ya nunca tendrá sed; el agua que yo le daré se convertirá en él en fuente de agua que salta hasta la vida eterna» (Jn 4,14). Por tanto, la fuente bautismal es algo análogo a estos pozos, en los que nosotros sacamos agua, que se convertirá en nosotros mismos en una fuente que nunca se seca. En la fuente bautismal se hace también visible la dimensión amorosa de las fuentes y de los pozos. Al fin y al cabo, es el amor de Dios que se derrama sobre nosotros y que, en nosotros, se transforma en una fuente inagotable. Nuestra sed más profunda es sed de amor, de un amor que no se agota nunca porque es alimentado por la fuente que no se seca nunca. Este amor divino se nos regala en el agua de la fuente del bautismo. Siempre podemos
beber de esta agua cuando nuestro amor humano se hace frágil, cuando se nos escapa de las manos.
EL AGUA DE LA PURIFICACIÓN En todas las religiones y culturas el agua posee una fuerza purificadora y renovadora. El agua del bautismo nos purifica de los errores del pasado y nos renueva para que vivamos como personas nuevas. Esto es más comprensible para un adulto asperjado por el agua que para un niño. ¿De qué debe ser purificado el niño? El todavía no ha pecado. Si la Iglesia medieval sostenía que el niño era lavado del pecado original, nosotros podríamos traducirlo en nuestro lenguaje del modo siguiente: se quita al niño del contexto en el que su destino lo ha colocado. Todo lo que pesa sobre el niño, comenzando por los factores hereditarios y terminando por la situación psíquica de la familia, que a su vez está condicionada por las experiencias infantiles de los padres, los abuelos y los bisabuelos, es lavado en el bautismo. Naturalmente, esto no sucede de manera mágica. Sin duda, no se puede decir que todas las complicaciones psíquicas sean simplemente liberadas mediante el baño bautismal. Sin embargo, podemos imaginar que, vertida el agua sobre la cabeza del niño, este no está condenado a repetir el destino de sus padres y de sus abuelos; no es simplemente el resultado del árbol genealógico, sino que puede comenzar desde el principio. Es un nacimiento espiritual lo que celebramos en el bautismo. El niño no está determinado por el pasado, sino que se abre a la novedad que Dios desea obrar en él. Ya no serán los misterios oscuros de familia los que dejen una impronta sobre él, sino el ángel de Dios que lo guiará hacia la libertad y la vida, a pesar de todos los vínculos con la situación familiar heredada. También se puede imaginar que el agua lava todas las turbaciones que nosotros causamos al niño y que nacen de nuestras proyecciones, distorsionando y amenazando su ser. El agua del bautismo quiere purificar al niño de todo lo que puede ofuscar la irrepetible imagen de Dios que se manifiesta en él.
FECUNDIDAD ESPIRITUAL El agua es además un símbolo de fecundidad espiritual. Hay personas que se petrifican en la rutina cotidiana, personas de las cuales ya no sale nada porque todo se ha desertizado y fosilizado. El bautismo nos recuerda que en nosotros brota continuamente una fuente que no permite que nos sequemos. Es la fuente del Espíritu Santo, a la cual siempre podemos acudir, pues
nos inspirará nuevas ideas al ponernos en contacto con la creatividad divina. El que trabaja partiendo de esta fuente, nunca se sentirá extenuado. El trabajo
fluirá de sus manos. Experimentará placer en ello y se alegrará por la vida que florece en él. Cada uno de nosotros vive también con el miedo de que sus fuerzas puedan decaer, de no encontrar ya nuevas ideas, de convertirse en aburrido y vacío. El bautismo nos promete que la fuente que hay en nosotros es inagotable porque es divina. Nos mantendrá siempre frescos y vivos y fecundará la semilla que quiere nacer en nosotros. El aspecto creativo del agua bautismal aparece claramente en el relato del bautismo del centurión pagano Cornelio. Cornelio había tenido en sueños la sugerencia de pedir a Pedro que fuera a su casa. Mientras Pedro está predicando ante él y ante su familia, todos se llenan del Espíritu Santo. Comienzan a hablar en lenguas diversas y a alabar a Dios. Todos los judíos se admiran de que el Espíritu Santo venga también sobre los paganos, pero Pedro dice: «¿Se puede prohibir quizá que sean bautizados con agua los que han recibido el Espíritu Santo al mismo tiempo que nosotros? Y mandó que fueran bautizados en el nombre de Jesucristo» (He 10,47s). El bautismo con agua tiene que ver con el envío del Espíritu. La Iglesia primitiva creía que el agua del bautismo estaba llena de la fuerza santificadora y vivificante del Espíritu Santo. Por eso el agua bautismal fecunda a la persona, la santifica y la renueva.
SEPULTAR LO QUE ESTORBA EN LA VIDA El agua puede tener también una fuerza destructora. Los antiguos temían los peligros del mar. Todavía hoy comprobamos la fuerza destructora del agua en las numerosas catástrofes causadas por las inundaciones. En los sueños, el aluvión significa que somos inundados por el inconsciente, que ya no somos nosotros los que vivimos, sino que nos mueven algunas fuerzas que provienen del inconsciente. Pablo tiene presente esta fuerza portadora de muerte que puede tener el agua, cuando escribe que en el bautismo somos bautizados en la muerte de Cristo y que, como Cristo, Dios nos resucitará de entre los muertos (cf Rom 6,3ss). Nos sumergimos en el bautismo como si descendiéramos a la tumba de Cristo y allí sepultamos todo lo que es obstáculo para nuestra vida. Sepultamos nuestra vieja identidad, que tendía posiblemente sólo a la adquisición de dinero, de fuerza y de consideración, que giraba exclusivamente en torno a sí misma hasta convertirse en su prisionera. Sepultamos también nuestro pasado, que nos ha condicionado hasta aquel momento. Sepultamos las ofensas y las heridas. No queremos continuar haciendo uso de ellas para atribuir a otros la culpa de nuestra situación actual. Morimos a este mundo para vivir como personas nuevas. Ya no nos definimos según el éxito o los resultados, el reconocimiento y la atención por parte de otros,
sino solamente a partir de Dios. Este es el significado de la verdadera libertad. El bautismo de los niños nos muestra que tiene lugar un cambio de identidad. El niño es puesto en contacto con su verdadera esencia, liberada de cualquier dependencia de este mundo. Pero en el bautismo también nosotros nos ejercitamos en relacionarnos con el niño de modo nuevo. No queremos condicionarlo a que viva una existencia que dependa del reconocimiento de los demás o del éxito. Queremos ver en él el misterio de Dios, el misterio de la libertad y de la unicidad, el misterio de la dignidad divina.
QUITAR EL PODER A LA MUERTE Si estamos muertos al mundo, si este ya no tiene ningún poder sobre nosotros, esto significa también que nosotros vivimos más allá del umbral tras el cual la muerte ya no nos puede tocar. En cada nacimiento se mezclan siempre la alegría por la vida joven y el miedo por lo que vivirá el pequeño que acaba de nacer. En el bautismo expresamos nuestra fe, que nos dice que este niño nunca morirá. Aunque la muerte física le azote en algún momento, el «yo» de este niño, su núcleo personal, nunca perecerá. Esto quiere decir que nuestra relación con este niño nunca podrá ser destruida. El amor de Dios, del que participa el pequeño y que pasa a través de nosotros, nos vinculará también con él más allá de la muerte. Esta certeza de fe nos quita el temor de que el niño pueda sernos arrebatado por la muerte, y la libertad de un temor semejante nos preservará de aferramos a él a toda costa, de quererlo retener junto a nosotros.
EL CIELO ABIERTO Cuando contemplamos el bautismo de Jesús, se presentan tam-bien ante nuestros ojos otros aspectos del agua y del bautismo. Marcos describe así el bautismo de Jesús: «En aquellos días vino Jesús desde Nazaret de Galilea, y fue bautizado por Juan en el Jordán. Y, saliendo del agua, vio abrirse los cielos y al Espíritu descender sobre él en forma de paloma. Se oyó una voz desde el cielo: "Tú eres mi hijo predilecto; en ti me he complacido"» (Me 1,941). El sumergirse de Jesús en el agua simboliza que penetra en las profundidades de la tierra. En psicología el agua es símbolo del inconsciente. En el bautismo descendemos a las profundidades del inconsciente, a los abismos de nuestra alma, al reino de las sombras en los que se ha amontonado todo lo que hemos excluido de la vida. Y precisamente cuando descendemos a nuestra propia oscuridad, se abre el cielo. ¡Es una bella imagen simbólica para el misterio del cristiano!
Tenemos la valentía de aceptar nuestra condición personal de seres humanos, con sus cimas y sus abismos, y también con la tiniebla que ha anidado en nuestro inconsciente. Nosotros no removemos nada. Pero, precisamente cuando tenemos la valentía de descender a nuestra profundidad, el cielo se abre sobre nosotros. El cielo abierto nos revela el horizonte en el que vivimos como cristianos. Es el horizonte abierto de Dios. Nuestra alma participa de la amplitud del cielo, del resplandor
del cielo estrellado, del colorido esplendor del cielo estival y de la tenue luz del cielo otoñal. Deberíamos estimamos bastante más. Sobre nosotros se abre el cielo. Nuestra vida llega hasta Dios.
imagen del nuevo nacimiento ilustra un aspecto esencial del bautismo. En el evangelio de Juan, Jesús dice a Nicodemo: «Si uno no nace de nuevo no puede ver el Reino de los cielos» (Jn 3,3). Como Nicodemo no entiende, Jesús le explica el misterio del nuevo nacimiento: «Si uno no nace del agua y del Espíritu no puede entrar en el Reino de Dios. El que nace de la carne es carne; lo que nace del Espíritu es espíritu» (Jn 3,5s). El nuevo nacimiento significa que el bautizado recibe una nueva identidad. Su vieja identidad biológica estaba condicionada por factores naturales. El nuevo nacimiento del Espíritu te regala la libertad. En el bautismo el niño renace a la vida eterna y, por tanto, es divinizado. Ya no es carne, ya no es frágil y débil, sino que es espíritu, es decir, participa de la inmortalidad y de la eternidad de Dios. Sumergido en la imperecedera vida divina, se convierte
ADOPCIÓN INCONDICIONAL Desde el cielo Dios nos dirige la palabra y nos dice que somos aceptados incondicionalmente y que tenemos el derecho a vivir. Karl Frielingsdorf ha escrito en su libro De sobrevivir a vivir que muchos niños se sienten con el derecho de existir sólo condicionalmente. Experimentan que sólo son aceptados si cumplen determinadas condiciones, si tienen éxito, si logran algo importante, si no dan quebraderos de cabeza a los padres, si no tienen necesidad de demasiados cuidados y se adaptan. Si un niño se siente aceptado sólo de modo condicional, entonces desarrolla estrategias para sobrevivir. Para ser amado reprime siempre su propia opinión, aparta toda tristeza y todo enojo para no dar preocupaciones a sus padres. Para llegar a ser reconocido se porta cada vez mejor, se da totalmente, pero nunca experimentará la confirmación que ansia. De este modo no vive nunca realmente. Está como arrancado de la vida. Frielingsdorf llama «supervivencia» a esta vida reducida. Para que el hijo pueda sobrevivir necesita estas estrategias de comportamiento y de adaptación. El niño sólo puede vivir si percibe un derecho incondicionado para existir. En el bautismo oímos la voz de Dios: «Tú eres mi hijo predilecto, tú eres mi hija predilecta. En ti me he complacido». Te quiero mucho, no por lo que haces, sino porque está bien tal como eres. De este modo eres bienvenido, aceptado, amado en todo y por todo. Este derecho absoluto a la existencia, que experimentamos en el bautismo, es la premisa para poder no sólo sobrevivir, sino para vivir realmente.
NUEVO NACIMIENTO El agua del bautismo, fecundada por el Espíritu Santo, se entiende también como seno sagrado desde el cual son regeneradas las personas. La
en una persona nueva. Esta vida divina no se puede ver, sólo se puede creer en ella. Pero si creemos en el nuevo nacimiento del bautizado según el Espíritu, entonces miramos al niño con otros ojos porque descubrimos en él la belleza divina, algo de imperecedero y eterno que toca ya ahora la eternidad de Dios. En el rostro del niño encontramos el cielo ya aquí sobre la.tierra y se nos despliega en la persona humana el misterio de Dios.
LA UNCIÓN Otro símbolo del bautismo es el de la unción. En el bautismo el que va a ser bautizado es ungido dos veces: una con el óleo de los catecúmenos y, luego, con el crisma. El óleo de los catecúmenos es el óleo de la curación. La unción con el óleo de los catecúmenos expresa que la fuerza sanante, que proviene de Jesucristo, es más fuerte que las heridas que el niño sufrirá a lo largo de su vida. Por mucho que los padres lo traten con todos los cuidados y las atenciones posibles, todo niño será herido. Ninguno de nosotros puede afrontar las heridas que nos depara la vida. Sin embargo, es decisivo el modo como tratamos las heridas de nuestra historia personal. El aceite de los catecúmenos quiere hacernos entender concretamente que no se nos deja solos con nuestras heridas. En el rito de la unción expresamos que el amor de Cristo se vuelca en nuestras heridas, que Cristo mismo las toca con ternura. El óleo siempre significa ternura, amor, atención, caricia amorosa. Cristo nos acaricia con amor precisamente donde estamos heridos, y su roce puede sanar nuestras heridas exactamente igual que cuando en un tiempo Jesús tocaba a los enfermos y los curaba.
En la unción con el óleo de los catecúmenos debe quedar claro, además, que Cristo hoy desea curar a través de nosotros- Debemos ser para el niño como el aceite de la unción. Debemos rodearlo con nuestro amor para que las heridas, en nuestro entorno, puedan curar. Debemos ejercer un influjo salvífico sobre el niño. Pero esto sólo será posible si nosotros, como Jesús, tocamos con ternura a las personas donde tienen sus puntos sensibles, si las enderezamos y animamos a que se atrevan a vivir su propia vida.
EL CRISMA El crisma es el aceite para la unción real. En el judaismo los reyes y profetas eran ungidos con aceite para indicar que la bendición de Dios estaba sobre ellos y que habían recibido de Dios una nueva autoridad. El crisma es un aceite mezclado con bálsamo y especias que exhala un perfume particularmente agradable. Con la unción se expresa que somos personas regias, proféticas y sacerdotales, que la bendición de Dios reposa sobre nosotros y que nuestra vida difunde un perfume bueno y vivificante y no el olor de la muerte, que uno siente cuando está con una persona desgarrada. Mediante el bautismo nos hemos convertido en personas regias, personas dueñas de sí mismas y no dominadas por nadie; personas que viven en primera persona en lugar de dejarse arrastrar; personas que están en paz consigo mismas y que a su vez irradian paz. Somos personas con una dignidad inviolable, con una dignidad y una belleza divinas. Profeta es el que habla abiertamente y de manera vinculante,
Entonces vemos propiamente la realidad. La leyenda de santa Otilia lo ha hecho suyo. La mujer, ciega de nacimiento, adquirió la vista en el bautismo. El bautismo ilumina nuestros ojos para que reconozcamos la luz de Dios en nosotros.
LA VESTIDURA BLANCA Con la vestidura blanca dada al neobautizado, el bautismo expresa lo que es un cristiano. Los primeros cristianos bajaban desnudos a la fuente bautismal y luego se ponían vestiduras blancas. Realizaban lo que Pablo escribe en la Carta a los gálatas: «Todos los que habéis sido bautizados en Cristo os habéis revestido en Cristo» (Gal 3,27). Pablo retoma en este punto la imagen de la vestidura celestial preparada para nosotros en el cielo. Mediante el bautismo nos hemos hecho una sola cosa con Cristo; nos hemos hecho, en cierto modo, personas celestiales que reflejan ahora en esta tierra la belleza del cielo. Imponer la vestidura no es sólo algo exterior, sino más bien algo que transforma toda la persona, incluso su corazón. Por el bautismo nos hemos convertido en otras personas. Hemos adquirido una nueva existencia. Estamos Henos del espíritu de Jesús, que quiere hacer resplandecer también nuestro cuerpo, como manifiestan continuamente los Padres de la Iglesia. Con la entrega de la vestidura blanca llevamos a cabo un rito en el que experimentamos nuevos modos de comportamiento en relación con el niño. Una vez me dijo mi hermana a propósito de un hombre: «Ese le mira a una como si quisiera desnudarla». Por el contrario, debo relacionarme con este niño de tal modo que se sienta vestido con una vestidura blanca, que se sienta rodeado de amor, que pueda gozar de su dignidad. Mi mirada le debe cubrir en vez de desnudarlo. El rito significa también ponerse siempre en juego, experimentando nuevos modos de comportamiento que hagan más justicia a la persona humana que nuestros viejos juegos y patrones de comportamiento.
TRANSFORMACIÓN Todos los símbolos y ritos que hemos tomado en consideración hasta ahora nos dicen algo sobre el misterio del individuo.
Muchos de los que mantienen todavía los principios de la antigua teología del bautismo se preguntan qué es lo que cambia mediante el bautismo respecto del pasado y qué es lo que tiene que ver con la Iglesia, en la que el individuo es indudablemente acogido. Ahora bien, el bautismo no muestra sólo lo que es la persona humana, sino que también opera una transformación. Un sacramento —así lo dice la antigua doctrina católica— consiste en expresar algo invisible por medio de algo visible y entregarlo al hombre. Mediante ritos exteriores se dona al bautizado la gracia de Dios. No hacemos una especie de representación ni realizamos prácticas mágicas, más bien mostramos lo que Dios mismo obra en esta persona. Los Padres de la Iglesia creían que es Jesús mismo quien toca al niño y obra en él a través de las manos del sacerdote o del cristiano. Lo que Jesús realizó en las personas hace dos mil años lo realiza también en nosotros. Nos alivia, nos acaricia, cura nuestras heridas, nos anima con sus palabras, nos da su Espíritu, que ha derramado sobre nosotros con su muerte. Y nos acoge en su camino, que conduce, a través de la cruz, a la resurrección, a la vida verdadera y eterna. En la Iglesia primitiva el rito del bautismo constituía para los neófitos un gran acontecimiento. Experimentaban que algo distinto les había sucedido, y que allí había habido una transformación. Los niños, naturalmente, sólo sienten lo que les sucede a nivel instintivo. No podemos imaginarnos que la experiencia del bautismo tenga para ellos efectos ulteriores. Pero por lo menos algo sucede en la comunidad que celebra el bautismo. Recibe una nueva sensibilidad en relación con el misterio del niño. En consecuencia, su relación con el niño será diferente. Y mediante este nuevo modo de relacionarse también cambiará algo en el niño. El bautismo crea entre los hombres un espacio en el que el niño puede recorrer el camino de su propia realización. De ahí que también es legítimo celebrar el bautismo en pequeño grupo familiar, porque también allí hay una comunidad eclesial, la Iglesia doméstica, en donde crecerá el bautizado. Incorporación significa algo más que una vinculación jurídica a la parroquia. El cristiano vive siempre en relación. Aprende la fe por medio de los demás. Experimenta en la comunidad de los creyentes lo que es el misterio de su vida. La incorporación en la comunidad de la Iglesia tiene sentido, por tanto, solamente si a través del bautismo sucede también algo en la comunidad que lo celebra, si mediante los ritos bautismales se implica en el misterio del niño y en el misterio de salvación y liberación de Jesucristo. La misión de los padrinos quiere indicar que, con el bautismo, se debe romper el círculo estrecho de la
familia y que el niño crece en un círculo de personas más amplio que le ofrece una atmósfera saludable que refuerza su fe.
INCORPORACIÓN Después del concilio Vaticano II el bautismo se entendió sobre todo como inserción en la comunidad de la Iglesia. Por eso muchas comunidades cristianas prefieren bautizar a varios niños durante las misas dominicales para que toda la comunidad pueda participar en él. Teológicamente está pensado correctamente. Sin embargo, con frecuencia no refleja la realidad, ya que, ¿son realmente las comunidades el lugar donde los niños se sienten como en su casa y donde las familias jóvenes saben que son aceptadas y sostenidas?
Las reflexiones sobre el rito del bautismo deben ayudar a los padres a preparar y estructurar personal y conscientemente la celebración del bautismo de su hijo. No basta que el sacerdote Heve a cabo todos los ritos que hemos descrito anteriormente. Los ritos existen para que podamos manifestar los sentimientos que no podemos expresar de otro modo. Los ritos pueden vincular a las personas entre sí de manera más profunda que las palabras. Abren a Dios nuestro estar juntos. En los ritos irrumpe en nuestra vida otra dimensión: la dimensión del cielo que entra en contacto con la tierra. Los ritos hacen visibles en medio de nosotros la figura de Jesucristo. En los ritos bautismales no se trata sólo de los sentimientos y de la fe del sacerdote, sino también de los de todos los presentes, sobre todo de los de ios padres y padrinos. Por tanto, es aconsejable ocuparse de los ritos previamente y reflexionar sobre el modo de entenderlos y celebrarlos o -si es el caso-modificarlos oportunamente para que lleguen a ser una verdadera celebración comunitaria.
LA CELEBRACIÓN DEL BAUTISMO Cada uno de los asistentes al bautismo es invitado también a contribuir personalmente a la celebración. "Se pide una cierta inventiva a los padrinos, pero creo que es conveniente que los invitados no sean simples espectadores pasivos, sino que se impliquen en los ritos que han preparado los padres, los padrinos y el sacerdote y que aporten eventualmente propuestas sobre cómo querrían participar.
LOS ESCRUTINIOS El bautismo comienza con las preguntas a los padres y a los padrinos. Creo que conviene que no se adopten simplemente las fórmulas previstas por el rito, sino que se pregunte personalmente a los padres por qué motivos quieren bautizar a su hijo, qué entienden por bautismo y por qué han elegido precisamente ese nombre para el pequeño. Ya en la preparación del bautismo se deben entregar a los padres estas preguntas para que reflexionen sobre ellas. Representa un estímulo para que piensen lo que es importante para ellos en el bautismo. Anteriormente se les llamará para que cuenten ante la comunidad sus reflexiones y expresen su fe. Una vez, una señora que se había alejado de la Iglesia rompió a llorar cuando explicó ante sus familiares por qué deseaba que su hijo fuera bautizado. Para ella la fe se había convertido en una patria y no quería que su hijo viviera sin raíces en este mundo caracterizado por la ausencia de obligaciones y la pluralidad. Según ella, el bautismo abría al niño un espacio en el que se sentía seguro y protegido.
EL NOMBRE
Pero los padres tal vez tengan que hacer algo más con el nombre que han dado al niño. El nombre no deja de tener importancia. A veces el nombre, desde su etimología, es un programa para la persona. Una vez un caballero, llamado Donato, me contó lo poco que le gustaba de niño su nombre, y, en cambio, lo agradecido que estaba ahora a quien se lo había puesto. En efecto, había ido creciendo con este nombre. Ahora se entendía como «donado», es decir, como regalo de Dios. Con el nombre se escoge también un patrono, un santo que podría representar un modelo o un programa de vida. El nombre puede hacer crecer. No es algo que carezca de importancia. Si reflexiono sobre mi santo patrono, descubriré en mí mismo posibilidades que de otro modo habría dejado de aprovechar. Yo soy llamado por mi nombre. Esto crea mi especificidad. Reflexionando sobre mi nombre creceré interiormente cada vez más en el misterio de mi unicidad. Dejaré gustosamente que me llamen por mi nombre y después me identificaré con el nombre que me dieron mis padres.
EL OFICIO DEL PADRINO También suelo preguntar personalmente a los padrinos cómo entienden su función. Algunos dicen que quieren acompañar al niño a conciencia, que quieren ser para él un apoyo y un interlocutor al que siempre se pueda dírigit Ven su función como un compromiso de crecimiento personal en la fe y como una renovada confrontación con ella. Los padrinos dicen que quieren ser una presencia para el niño, cuando los padres se enfrentan con sus límites personales en la educación del hijo para poderlo animar. Y precisamente cuando, quizá en la pubertad, el niño tenga dificultades con los padres, ellos sostienen que es conveniente contar fuera de la familia con un tercero al que poder dirigirse. A veces los padrinos llevan consigo un texto que les abre al misterio del bautismo. La simple búsqueda de tal texto suscita en los padres y en los padrinos algo más profundo que si uno pretendiera que fueran a misa todos los domingos para poder dar ejemplo al niño.
LAS LECTURAS DEL BAUTISMO Después de las preguntas a los padres sigue un texto tomado de la Biblia. A este propósito es oportuno que los padres busquen el texto bíblico que mejor exprese para ellos el misterio del bautismo. El Ritual del bautismo ofrece una rica selección de pasajes bíblicos posibles. Algunos escogen un texto que no habla necesariamente sólo del bautismo, sino que podría ser más bien una imagen o un programa para la vida del niño. Una vez una pareja de padres escogió el texto de la tempestad sobre el lago e hizo girar toda la celebración del bautismo en torno a esta imagen utilizada como fondo. Con cascaras de nuez, hicieron velitas que luego resplandeciesen sobre el océano de la vida. Otros padres leyeron el Salmo 139, en el que se habla de la mano de Dios que nos rodea por todas partes. Para ellos era importante la imagen de la mano buena de Dios que protege al niño. Cada niño no sólo cuenta con las manos del padre y de la madre que le acarician, sino también con un ángel que apoya su mano llena de ternura sobre él para protegerlo de los peligros y hacerle sentir el inagotable amor de Dios cuando falla el amor de los padres.
LA SEÑAL DE LA CRUZ Después de una breve homilía, durante la cual el sacerdote explica principalmente las reflexiones e imágenes que se han creído importantes en la preparación que han hecho juntos, comienza propia-
mente el rito con la señal de la cruz sobre la frente del niño, que no sólo lo realiza el sacerdote, sino también los padres y los padrinos y, si es posible, todos los presentes. Con esta señal de la cruz expresamos que el niño pertenece a Dios y no al estado ni a ningún emperador o rey. Existe no para satisfacer las exigencias de los demás, sino para recorrer con libertad su propio camino. La cruz es también símbolo de la unidad de todos los contrarios. Para Juan es el signo del amor con el que Cristo nos ha amado hasta el final. Con la señal de la cruz decimos al niño: «Es bueno que tú existas. Todo es bueno en ti. Las contradicciones no te deben herir. Estás en armonía contigo mismo porque te has hecho uno con el amor de Cristo. Eres aceptado y amado en todo y por todo. En ti no existe nada que no haya sido tocado por el amor de Dios». Y en la señal de la cruz hacemos explícita la promesa de Dios: «Estaré contigo dondequiera que vayas. Estoy junto a ti. Contigo recorro todos tus caminos, incluso el camino de la cruz, ios caminos equivocados y los más largos».
LA LETANÍA DE LOS SANTOS Después de la señal de la cruz se invoca a los santos y se recita la oración de los fieles por el niño. Los padres y familiares pueden preparar esta parte de la liturgia de manera muy personal. Una posibilidad podría ser que cada uno reflexionara sobre el santo cuyo nombre lleva y desee al niño lo que el santo ha realizado en su comportamiento. Así, una madre de nombre María deseará que el niño esté preparado para abandonarse en Dios, como la Virgen María. O, si se llama Mónica, podrá desearle que no se rinda nunca, aunque las situaciones vistas desde fuera parezca que no tienen salida o todo parezca inútil visto de tejas abajo. Un padre puede desear a su hijo que sepa combatir como san Jorge. Para mí san Anselmo es tan fascinante porque fue considerado uno de los hombres más amables de su tiempo. Por eso deseo al niño que posea algo de esa amabilidad que tuvo Anselmo. O si los padres ya se han ocupado antes del bautismo del nombre del santo protector del niño, llegados a este momento de la celebración pueden relatar algo de la vida de este santo y desear a su retoño que sea lo que este santo representa. Los niños que participan en la celebración del bautismo pueden preparar ya antes dibujos en los que expresen lo que desean al bautizando. Esta preparación al bautismo sería sobre todo buena para los hermanos y hermanas del bautizando. Algunos trasladan las oraciones pensadas para el niño al momento en que se entrega a los padres la
vela bautismal encendida. En ese momento se invita a todos los presentes a que enciendan sus velas en el cirio pascual para expresar al bautizando los deseos que surgen espontáneamente en ellos o que ya se han escrito antes.
LA IMPOSICIÓN DE LAS MANOS El rito prevé después la imposición de las manos y la oración que invoca la protección sobre el niño. Tiene un significado denso si no sólo el sacerdote, sino también los padres, imponen sus manos sobre la cabeza o sobre los hombros del niño. De este modo el significado de la oración se hace tangible: que Dios mantenga siempre su mano protectora y bondadosa sobre el niño preservándolo del mal y le proteja en el peligro. Para reforzar este gesto protector el niño es ungido luego con el óleo de los catecúmenos, el óleo de curación, para que la fuerza santificadora de Cristo transforme todas sus heridas en perlas. Aunque los padres estén animados de las mejores intenciones, a pesar de ello, no dejarán de herir al niño. La unción con el aceite de salvación quita a los padres el miedo de sus propios errores y refuerza su confianza en que, mediante la fuerza santificadora de Cristo, las heridas se transformarán en algo precioso, en un tesoro que hace al niño capaz de estar abierto a los hombres y a Dios.
LA BENDICIÓN DEL AGUA BAUTISMAL Luego se bendice el agua del bautismo. En esta oración de bendición se mencionan todos los efectos vivificadores, purificadores, refrescantes y renovadores del agua tal como se narran en la historia de Dios con su pueblo Israel y en el tiempo de Jesús. La oración evoca la imagen arquetípica del bautismo, el paso de los hebreos a través del mar Rojo, donde murieron todos los enemigos egipcios. Habla de la sangre y el agua que brotaron del costado traspasado de Cristo. En el bautismo brota del corazón de Jesús el amor de Dios hecho hombre para crear de nuevo al niño. Para meditar sobre el misterio del agua del bautismo se podría, en este momento, dar una vuelta alrededor de la pila bautismal. En esta especie de danza nos movemos en torno a la fuente bautismal para que el agua empiece a fluir también en nosotros.
LA RENUNCIA AL MAL
Después de la bendición del agua está prevista la renuncia al mal. Este rito era muy importante en la Iglesia primitiva porque los bautizandos renunciaban conscientemente a la vida carente de sentido y privada de Dios que captaban en su entorno y escogían una vida con Cristo y en Cristo. Cuando se bautiza a un adulto este rito tiene ciertamente su significado. El rito demuestra los peligros de la vida. No hay que dar por hecho que en la vida se tenga éxito. También la vida es combate. La pregunta es cómo podemos realizar nosotros actualmente nuestra renuncia al mal de un modo conforme a nuestra experiencia. El mal se nos manifiesta hoy en tendencias de nuestra sociedad que pisotean la dignidad de la persona, en la insensibilidad y la dureza, en estructuras injustas, en condiciones de vida que llevan a la enfermedad, en la violencia, en el terror. Para que el niño no se contamine con el mal ni se vea obstaculizado en la vida, los padres y familiares declaran su rechazo del mal y expresan su disponibilidad para combatir contra las tendencias que en nuestra sociedad dificultan la vida y para oponer resistencia allá donde la dignidad del hombre es herida y donde las fuerzas enemigas de la vida triunfan. Sin embargo, para algunos es diñcü conseguir que comprendan estas formulaciones negativas. Una señora que participó en un bautismo, sólo supo decir que se había hablado continuamente del diablo y que le había provocado temor. Se podría presentar de otro modo el rito de la renuncia al mal. Los padres y padrinos podrían expresar con sus propias palabras dónde ponen el límite que los separa de las tendencias negativas de nuestro tiempo y cómo querrían oponerse a ellas. O también podrían manifestar con símbolos las resistencias que hay que poner a las fuerzas destructoras; por ejemplo, con una imagen, con un gesto que delimite el círculo protector interior de la fe de las amenazas que provienen del exterior. Luego los participantes podrían formar un círculo protector en torno a la madre y al niño y recitar todos juntos una oración o cantar un canto (como Ubi caritas et amor), ya que el significado de este rito no es sólo la opción por Cristo, sino también vivir la experiencia de una comunidad que protege al niño del mal. El niño es dado a luz en un mundo en el que desde el comienzo encuentra también el mal. Pero donde las personas creyentes rodeen al niño, experimentará el espacio salvífico y protector de la Iglesia, en la que el maligno no tiene ningún poder. Ciertamente sería demasiado reductivo saltarse por las buenas este rito de renuncia al mal, porque precisamente lo que tiene de embarazoso representa un reto para que los padres reflexionen sobre cómo querrían llenar de sentido esta antigua praxis de modo armónico para ellos mismos y para su hijo. Con ocasión de un bautizo invité a todos los niños presentes a que se colocaran en torno a la madre y al bautizando. Si querían, los niños podían extender
sobre él sus manos como signo de protección. Mientras, nosotros cantábamos siempre el mismo estribillo: «Eres bendito, eres una bendición». Los niños. fascinados al bautizando y él se sentía perfectamente en su salsa en medio de ellos. Se creó una atmósfera muy intensa, un espacio de protección, de seguridad y de amor en el que el niño se sentía defendido de las fuerzas enemigas y desestabilizantes. De repente todos entendieron el verdadero significado de la renuncia al mal. La cualidad de esta renuncia y este espacio protector de amor y de confianza se percibía en el ambiente.
SUMERGIDO EN EL AMOR Tras la renuncia al mal y el credo siguen propiamente los ritos bautismales: la infusión del agua y la unción con el crisma. Durante la infusión del agua los niños deberían estar lo más cerca posible del bautizando. Los niños quieren ver y vivir las situaciones. Siempre les fascina ver el agua que por tres veces se derrama sobre la cabeza del niño. Durante la infusión el sacerdote dice: «N., yo te bautizo en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo». El niño es acogido en la comunión del Dios trinitario y es sumergido en el amor entre el Padre y el Hijo, amor que es derramado por la fuerza del Espíritu Santo en los corazones de los hombres. Si se considera oportuno, se puede asperjar con el agua del bautismo también a los presentes para que todos experimenten de alguna manera la fuerza vivificante y revitalizadora del agua y participen en la comunión del Dios trinitario.
REY, SACERDOTE Y PROFETA La unción con el crisma se experimenta realmente sólo cuando el aceite difunde un perfume agradable. Yo unjo con el crisma no sólo al niño, sino también a los padres y padrinos. También ellos son personas reales, proféticas y sacerdotales que en el bautismo llevan a cabo su tarea sacerdotal. Durante la unción explico con mis propias palabras el significado de la fórmula prescrita, más o menos así: «Cristo te ha regalado una nueva vida que proviene del agua y del Espíritu Santo. Que él te unja como sacerdote, para que te dejes penetrar por el amor de Dios; como rey, para que vivas como persona libre en la conciencia de tu dignidad divina; y como profeta, para que anuncies la Palabra que Dios quiere hacer resonar en este mundo precisamente por medio de ti». Durante la unción dirijo otras palabras a padres y padrinos. Unjo a la madre como sacerdotisa, reina y profetisa y al padre como sacerdote, de manera que pueda descubrir las huellas de Dios en la vida del niño; como rey, para que viva en primera persona en vez de dejarse llevar, y como profeta, para que consiga expresar a Dios en el modo debido.
IMAGEN DE DIOS Luego se viste al niño con una vestidura blanca. El rito comenta también este acto con la referencia a Gal 3,27, explicando que el niño se reviste de Cristo mismo y con él de la belleza de Dios. La vestidura blanca es símbolo de pureza y de autenticidad. Expresa que el niño es totalmente permeable a Cristo y a su señorío. En el niño resplandece para nosotros el amor de Cristo sin intereses y egoísmos que lo oscurezcan. Al poner al niño la vestidura blanca le deseamos que sea auténtica e irrepetiblemente imagen de Dios y que viva de manera límpida y pura sin dejarse arrugar por los peligros y las contestaciones.
LA LUZ DE LA RESURRECCIÓN Encender la vela bautismal es siempre para todos un momento impactante. Cuando la enciendo en el cirio pascual, pido que la luz de la resurrección que ilumina la noche de la muerte ilumine todas las noches de este niño. Manteniendo la vela encendida junto al niño, le deseo que lleve luz en la oscuridad del mundo y calor donde hay frío y los sentimientos amenazan con congelarse. Luego los niños encienden en la vela del bautizado las velas que han traído
y lo mismo los adultos. La vela bautismal proyecta mucha luz en la Iglesia. Muchos rostros se iluminan y se crea una atmósfera de calor y de seguridad. Entonces resulta claro que, a través de este niño, el mundo se ha hecho más luminoso y más caliente. Si en él resplandece la luz de Cristo, muchas personas, al mirar a este niño, pueden experimentar con gozo que regresan a casa consoladas e iluminadas. La mayoría de las veces todos los presentes, con su vela en la mano, forman un círculo, A veces los padres han preparado algo. Han comprado velitas que flotan en el agua y que los niños pueden poner luego en la fuente bautismal, O han tapizado el suelo con arena y paños para significar un mar en el que los niños ponen sus velitas para que den luz como un faro a quienes emprenden un viaje por el mar de su vida. Los niños se colocan gustosamente en torno a este mar de luces y lo miran encantados. Entonces un rayo de luz del bautismo resplandece también en sus corazones.
EL RITO DEL EFFETA El último rito del bautismo es el llamado rito del Effetá. Jesús devolvió al sordomudo la palabra y el oído. Bautismo significa que el hombre debe escuchar rectamente la palabra de Dios y anunciarla también con su boca. El sordomudo estaba incapacitado para comunicarse. No podía relacionarse realmente con los hombres. Muchas personas sufren en nuestros días por una carencia de relaciones. Nosotros establecemos nuestras relaciones mediante los sentidos: con el oído, la vista, el gusto, el tacto y el olfato, con nuestras manos y pies. Por eso amplío el rito del Effetá a la apertura de todos los sentidos. En el bautismo se debe representar precisamente el misterio de la vida humana. Su vida debe estar llena de sentido y de sentidos. A estos últimos pertenece esencialmente nuestra capacidad de relación. Sólo si el ser humano vive con todos sus sentidos puede tener una buena relación con Dios, con las personas, con las cosas y consigo mismo. Comienzo el rito poniendo mi mano en la boca del niño y deseándole que pueda decir palabras que despierten la vida y lleven paz, que consuelen a los demás y les alienten, que irradien amor, que curen las heridas y consuelen en la tristeza. Luego el padre y la madre ponen su mano en los oídos y en los ojos del niño y formulan su. deseo. De este modo el rito se convierte en una posibilidad de expresar sentimientos y deseos que, quizá de otro modo, nunca se manifiesta.
En efecto, es muy importante el modo en que el niño utiliza sus ojos: si los cierra frente a la realidad o si contempla y admira la belleza de este mundo; si ve lo bueno en cada persona; si irradian calor y vitalidad o si despiden sólo depresión. Con los oídos el niño debe escuchar lo que Dios le quiere decir, cuál es el verdadero mensaje de las palabras que escucha de los demás hombres. Debe saber captar los tonos intermedios y los tonos suaves para poder hacer justicia a los hombres; asimismo debe aprender a escuchar como Momo (N.d.t.: el protagonista del relato homónimo de M. Ende), de modo que los demás acudan gustosamente a él para abrirle su corazón. Los padrinos tocan, bendiciendo, las manos y los pies del niño y le desean que sus manos trabajen donde hay necesidad, que sean tiernas, que den y reciban, que se abran y acojan, que tomen la vida y disfruten al forjarla y darle forma. También desean al niño que sus pies recorran el camino recto, avancen en su camino interior, encuentre la apertura hacia los demás y crezca continuamente en el camino de la vida hasta alcanzar la meta de su transformación. Una vez, durante el bautizo, un chavalillo de seis años quería a toda costa también abrir a su hermanito la nariz: le puso sobre la nariz su dedito y le deseó que tuviera siempre algo bueno para oler y también un buen sentido del gusto. Mediante ritos semejantes resulta claro a los padres, a los padrinos, los hermanos y las hermanas lo que significa la vida en realidad: que el bautizado pueda vivir la vida en plenitud tal como Dios la ha pensado para él con todas las posibilidades que están encerradas precisamente en los sentidos. Mediante los sentidos percibimos en verdad la realidad y nos relacionamos con ella. Los sentidos son también el lugar de la experiencia de Dios. A través de ellos nuestra vida se hace más rica y más fecunda.
LA BENDICIÓN Después de estos ritos, que pueden ser también continuamente interrumpidos con cantos, toda la comunidad reza en nombre del niño el «Padrenuestro». Sería bonito que en este momento los presentes se dieran la mano y formaran uno o dos círculos. Así se manifestaría que Dios es el verdadero padre y la verdadera madre de este niño y de todos nosotros y que sólo Dios puede regalar la verdadera seguridad y una patria. En la oración el Espíritu de Jesús puede fluir a través de nuestras manos y unirnos así en Dios los unos con los otros. Luego son bendecidos el padre y la madre. La forma de bendición originaria era la imposición de las
manos. En la bendición, formulada con mis propias palabras, deseo a la madre que sea para su hijo seguridad y patria, confianza originaria y asentimiento a la vida; que no agote sus fuerzas en el amor hacia el niño, sino que sepa saciarlo siempre en la fuente del amor divino; que contemple siempre agradecidamente el misterio del hijo y se alegre de su írrepetibilidad. Al bendecir al padre, le deseo que pueda participar de la paternidad de Dios, que sea capaz de reforzar la capacidad de resistencia del niño y le dé la valentía y la audacia. Igualmente le deseo que pueda estar siempre presente cuando el hijo o la hija le necesiten, que se puedan apoyar en él y participen de su fuerza; que les pueda acompañar en todos los caminos, dondequiera que les conduzca el camino de la vida. Luego se bendice a todos los presentes. Recito siempre la bendición junto con los padres, que frecuentemente han buscado o formulado por su cuenta una oración de bendición. Cuando los padres bendicen a todos los presentes, se manifiesta claramente su tarea sacerdotal. Han dado la vida al niño porque Dios les ha capacitado para ello. Ahora con la bendición quieren dispensar algo de esa plenitud de vida que Dios tiene preparada para todos nosotros. La bendición de los padres podría sonar así: «Que el Dios bueno y misericordioso os bendiga, extienda sobre vosotros su mano bondadosa, sea luz en vuestro camino, os fortalezca con su fuerza, sea para vosotros una fuente en la que siempre podáis beber, os envíe en toda ocasión el ángel que necesitáis, os enderece cuando la vida os doblegue, os ilumine cuando se vuelvan a abrir las viejas heridas, os acompañe en todos los caminos de vuestra vida, os envuelva con su cercanía salvífica y amorosa, os haga a vosotros mismos fuente de bendición para vuestros hermanos y hermanas, os bendiga el Dios bueno y misericordioso, Padre, Hijo y Espíritu Santo».
LA ESENCIA DEL BAUTISMO Si los padres y padrinos quieren estructurar con el sacerdote ios ritos propios del bautismo deben hablar de ello con el celebrante. No sólo es una cues-
tión estética. En la preparación del rito bautismal se evidencia cómo entienden los padres el
bautismo. Con ello se adentran cada vez más profundamente en la esencia del mismo. El rito mostrará su eficacia. Si está bien preparado, topará con preguntas centrales como: ¿Qué es el hombre? ¿Qué es la vida? ¿Qué significa propiamente ser cristiano? ¿'Qué significa ahora realmente el bautismo? ¿Cuál es el misterio de la vida cristiana? ¿Qué significa decidirse por Cristo y recorrer con él su camino? ¿Qué efectos tienen los ritos? ¿Son sólo un bello espectáculo o creemos en lo que hacemos en ellos? ¿Está Dios cercano de nosotros? ¿Cuánto se acerca a nosotros este Jesús de Nazaret en el bautismo y de qué modo marca nuestra vida? ¿Estructuraría yo del mismo modo mi vida sin Cristo o tiene este Jesús un influjo sobre mi modo de vivir, de pensar y de comportarme? Si los padres, junto con el sacerdote, preparan bien el rito del bautismo, es mejor que si el sacerdote les habla en tono moralizante sobre la importancia de educar cristianamente al niño. A través de la confrontación con los ritos muchos padres vuelven a descubrir sus raíces cristianas. Al hablar con ellos no quiero transmitirles ningún sentido de culpa, recordando que deberían volver a vivir de forma cristiana. Mediante la conversación sobre los ritos se despierta mucho más su gusto para que ellos mismos reflexionen sobre cómo quieren entender y vivir su vida como cristianos. Y de repente descubren que la fe cristiana no está lejos del mundo, sino que les permite llevar una vida marcada desde la libertad y la dignidad, desde el amor y la seguridad, desde la fuerza y la estabilidad; experimentan que es verdaderamente una ayuda para vivir y que
confiere a la vida su verdadera cualidad. desde el bautismo
RENOVACIÓN DEL BAUTISMO Tanto en la fiesta del bautismo de Jesús como durante la Vigilia Pascual, la Iglesia invita a todos los creyentes a que renueven su bautismo. Espera de ello que ios cristianos vivan de un modo nuevo desde el misterio de su bautismo. Sin embargo, puesto que la mayoría han sido bautizados de niños, es poco lo que provoca el recuerdo del propio bautismo. Por tanto, no se puede exigir demasiado pidiéndoles que vivan desde su realidad bautismal. La mayor parte de ellos no sabe absolutamente nada de lo que significa. En cambio, quien ha sido bautizado de adulto se podrá acordar una y otra vez de lo que sucedió en él. Al pensar en su bautismo podrá renovar y confirmar su renuncia ai mal y su opción por Cristo, como hacían los primeros cristianos. Pero ¿qué significa para nosotros, que fuimos bautizados de pequeños, vivir desde la realidad del bautismo? Para mí la vida desde el bautismo significa vivir de modo más consciente y auténtico, vivir desde de otra dimensión, desde la dimensión de la gracia y no del cumplimiento, ser libre frente a las expectativas del mundo, obrar recurriendo al manantial interior y no sólo desde mis fuerzas. El hecho de que esté bautizado me plantea continuamente la pregunta: ¿Qué significa ser una persona humana? ¿Quién soy verdaderamente? ¿De dónde vengo? ¿Hacia dónde voy? ¿Qué
quiero hacer de mi vida? ¿Cuál es el misterio de mi vida? ¿Qué significa ser cristiano? ¿Cómo entiende Jesucristo mi vida? ¿Qué me quiere decir él hoy? ¿Qué posibilidades existen hoy para vivir en comunión con Jesucristo? ¿Cómo me distingo de los que no han sido bautizados?
ESTOY BAUTIZADO Se dice que Martín Lutero había grabado en su escribanía la frase: «Baptizatus sum = estoy bautizado». Cada vez que algo le iba mal, atormentado por dudas o por sentimientos de inferioridad, miraba esa frase y se la repetía varias veces. «He sido bautizado» significaba para él: no depende de mi cumplimiento si todo lo que hago es justo o si vivo rectamente ante Dios. Lo decisivo es que Dios me
ha aceptado incondicionalmente, me ama sin prejuicios, me justifica; que mi justicia viene de Dios y no de mi cumplimiento. Para nosotros el recuerdo del bautismo podría significar tener la certeza de que somos hijos e hijas amados de Dios. Todo ser humano desea profundamente, en su interior, ser amado y poder amar. El bautismo nos dice que somos amados de modo absoluto y que en nosotros no hay nada que sea excluido de este amor de Dios. El amor es el dato fundamental sobre el que podemos construir nuestra vida. El amor de Dios no es frágil como el amor que nosotros experimentamos de los hombres. No es ambivalente como el amor de los padres, que muy a menudo vinculan su afecto a la pretensión de agradecimiento o quieren retenernos con su amor. Cada vez que dudamos de nosotros mismos o experimentamos sentimientos de inferioridad, cuando no nos^gg^tamos, el recuerdo del bautismo -como aceptación incondicional por parte de Dios- debería ayudarnos a aceptarnos y amamos a nosotros mismos.
LA FUENTE DE LA VIDA El recuerdo del bautismo no pretende en primer lugar exigirnos que cumplamos los mandamientos y obremos rectamente. Más bien trata de decirnos quiénes somos verdaderamente. Sólo si somos continuamente conscientes de quiénes somos, podemos vivir de manera recta. El bautismo nos dice que no sólo somos hijos de nuestros padres, sino también hijos de Dios. No solamente poseemos las características que hemos heredado de nuestros padres, sino que en nosotros fluye también la vida divina. No debemos contentarnos exclusivamente con la fuerza que hemos recibido en el cuerpo y en el alma. En nosotros brota la fuente del Espíritu Santo, que no se agota nunca. De ella podemos beber continuamente, incluso cuando nuestras fuerzas nos abandonan. En ese momento participamos de la fuerza ilimitada de Dios que fluye hacia nosotros desde esta fuente. El recuerdo de nuestro bautismo nos alivia de la presión del deber, de que debemos hacer todo solos, de que debemos mostrar nuestro valor; nos libera del temor de que las fuerzas puedan abandonarnos. Quizá experimentamos que todo en nosotros se bloquea; nos sentimos petrificados, el trabajo nos ha endurecido. Nos hemos construido en derredor una coraza para poder combatir con éxito en la vida, pero esta armadura nos ha hecho insensibles y nos ha apartado del flujo de la vida. Ya nada fluye en nosotros. Todo es mera rutina. Cuando nos sucede esto, el recuerdo del bautismo podría poner de nuevo en movimiento nuestra vida íntima. Podríamos entrar en contacto nuevamente con la
fuente interior. La vida quiere fluir. El entumecimiento en la rutina significa la muerte de la vida. El bautismo quiere preservarnos de la fosilización; quiere desbloquearnos, para que la vida pueda empezar a fluir de nuevo.
EN COMUNIDAD Para mí estar bautizado no sólo significa vivir de la fuente divina, sino también vivir en comunión con Jesucristo. Si miro dentro de mí, no sólo me topo con mi historia personal, sino también con Jesucristo, como realidad íntima. En el bautismo he crecido junto a él. ¿De qué manera marca este hecho mi vida, la percepción de mí mismo? Meditar sobre mí bautismo significa, para mí, que nunca me siento solo. Sentado ahora en mi escritorio, escribiendo este libro, no debo estrujarme los sesos. Conmigo y dentro de mí está Jesucristo. No debo pensar a toda costa siempre en él ni tengo que leer sin parar la Biblia para ponerme en contacto con él. El está en mi interior. Si soy consciente de ello, me siento aliviado de la presión de tener que afrontar mí vida por mí mismo. Me siento en relación con él. Pensar en Jesús que está presente en mí, hace que el amor corra a través de mi cuerpo. No estoy aislado, sino inmerso en un amor dirigido personalmente a mí, que quiere continuar corriendo en el mundo a través de mí. Haber crecido con Jesús significa para mí no estar nunca solo y saber que esta relación existe también en la soledad; no estar nunca perplejo, sin ayuda, sin amor y sin protección.
ficado de mi pasado y de mi culpa. Las manchas que se han grabado a lo largo de la historia de mi vida desaparecen. En este momento estoy ante Dios libre de todo aquello que me había manchado y contaminado. En el agua santa está encerrada la promesa de que puedo comenzar otra vez mi vida desde el principio, que cada día puede ser un nuevo inicio y que no estoy condicionado por el pasado, por las heridas de mi vida, por mis culpas y por mis fracasos. Me signo con la cruz en la frente, en el pecho, en el hombro izquierdo y en el derecho, reconociendo con este gesto que la vida y el amor de Dios discurren en mis pensamientos, en mi vitalidad y en mi sexualidad, en el nivel inconsciente y en el consciente y que todo lo que hay en mí ha sido aceptado y amado incondicionalmente. Todo, también lo que me gustaría excluir de mí mismo. Mientras me signo con el agua entro en contacto con la fuente que brota en mí y que apaga mi sed. Me siento inmerso en la vida y en el amor de Dios. El agua bendita me recuerda también que con el bautismo he muerto para este mundo. El mundo con sus criterios ya no tiene ningún poder sobre mí. Lo que el mundo piense de mí ya no tiene importancia. No dependo de las confirmaciones de mi entorno. Vivo en este mundo, pero no soy de este mundo. Esto me da una sensación de libertad. Cada mañana, cuando voy a la iglesia a las cinco y me signo con agua bendita, tomo conciencia y digo: «Hoy no tienes que demostrarte nada. No eres del mundo. Los criterios de este mundo, como el éxito y los reconocimientos, la benevolencia y la instrumentalización, no son válidos para ti. ¡Vive de tu realidad más íntima/ ¿Vive de Jesucristo!». Cuando me humedezco atentamente con agua bendita aflora en mí la sensación de lo que significa ser cristiano: ser libre, ser amado, vivir de la realidad de Dios y poseer una realidad inviolable.
EL AGUA BENDITA El bautismo se administra en el marco de un conjunto de ritos. Hay rituales cotidianos que me recuerdan la realidad del bautismo. Por ejemplo, el rito de tomar el agua bendita. Cogemos agua bendita cuando entramos en la iglesia. Algunas personas tienen también en casa una pila de agua bendita. Comienzan el día signándose con agua bendita. El agua bendita quiere mantenernos despierta la experiencia de que en nosotros corre la fuente del Espíritu Santo, que no nos hemos secado ni quemado, sino que en nosotros corre continuamente el agua vivificante de Dios que nos refresca y renueva. El agua bendita es también un símbolo de que en el bautismo hemos sido totalmente lavados y purificados. Cuando me signo con el agua bendita vislumbro lo que significa estar totalmente puro, permeable a Dios, crecer libre de toda perturbación que falsea la imagen originaria de Dios en mí, puri-
REVESTIRSE DE CRISTO En el bautismo nos hemos revestido de Cristo. Esto suena a menudo como una frase devota, pero que no afecta a mi vida. En la tradición religiosa era costumbre que el sacerdote, al revestirse sus ornamentos sagrados, recitase respectivamente la siguiente oración: «Me he revestido con las vestiduras de la salvación». Al ponerse la estola decía: «Me visto con el vestido de la inmortalidad». En nuestra tradición monástica es costumbre vestir el hábito o la cogulla recitando oraciones personales. Cuando por la mañana me visto el hábito monástico con un gesto consciente, me digo: «No me pertenezco a mí mismo, sino a Dios. Estoy a su servicio y no a mi propio servicio». Puedo
imaginarme que Cristo me rodea con la vestidura que llevo. Junto con él camino durante todo el día. Para la oración en el coro nos ponemos encima del hábito la cogulla que la tradición religiosa ha visto como indumentaria penitencial. Si no me la pongo a toda prisa, sino que lo hago atentamente, barrunto lo que significa: crecer junto con Cristo, revestirme de Cristo, participar de su persona y ser revestido con su Espíritu.
LA REALEZA DEL HOMBRE Puedo recordar también mi bautismo mientras voy consciente-mente erguido en la vida, mientras me siento como rey o reina. De esta manera experimento mi dignidad. Vislumbro qué aspecto tendría si viviera verdaderamente en primera persona, en lugar de dejarme arrastrar; si fuera dueño de mí mismo, en lugar de estar determinado por los demás; si estuviera en paz conmigo mismo. Teniendo presente ante los ojos la imagen del rey, del profeta y del sacerdote, me viviría a mí mismo de modo diverso. Si me siento de otro modo, pensaré y actuaré también de manera diferente. Mí pensamiento ya no estará marcado por la comparación con los demás, por abrigar resentimientos contra otros o provocar sentimientos de irritación contra ellos. Como persona regia cuidaré también su dignidad porque ya no tendré necesidad de ocuparme permanentemente de ellos para mínusvalorarlos o herirlos con el fin de sentirme mejor. Si estoy en armonía conmigo mismo, daré espacio también a los demás para que puedan vivir su dignidad.
DECISIÓN PARA LA VIDA En el bautismo hemos renunciado conscientemente al mal. Acordarse del bautismo significa también optar una y otra vez por Dios y por la vida. Encuentro constantemente personas que siempre están hundiéndose en la autocompasión. Por la mañana dudan en levantarse de la cama porque siempre se encuentran mal. Tienen lástima de sí mismos continuamente y giran sólo en torno a sus sentimientos depresivos. No me canso de decirles: «Debes optar por la vida. Cuando te levantas de la cama, sumérgete en la vida y no en tu depresión». Cuando me sorprendo a mí mismo en esta situación en la que comienzo a quejarme de lo difícil que es todo, entonces me ayuda el recuerdo del bautismo. Me digo a mí mismo: «Quiero vivir en lugar de quejarme. Quiero gobernar yo mismo mi vida, en lugar de abandonarme en la negatividad de los demás». Opto por la vida.
A lo largo del año litúrgico hay dos festividades que nos recuerdan sobre todo nuestro bautismo: la fiesta del bautismo del Señor, el primer domingo después de la Epifanía, y la noche de Pascua. El sacerdote, en la fiesta del bautismo de Jesús, al inicio de la eucaristía, rocía a todos los fieles con agua bendita al tiempo que toda la asamblea canta el antiguo himno Asperges me: «Rocíame con el hisopo, Señor, y quedaré limpio. Lávame, y quedaré más blanco que la nieve». En la noche pascual el sacerdote bendice el agua bautismal. Introduce tres veces el cirio pascual en el agua, diciendo: «Te pedimos, Señor, por tu querido Hijo, que descienda sobre esta agua la fuerza del Espíritu Santo, para que todos los que han sido sepultados con Cristo en su muerte, mediante el bautismo resuciten con él a la vida eterna». iglesia hay un gran cuenco lleno de agua bendita ^ "Tit después de la Vigilia Pascual, puedan llevar 1,313 q la e agua bendecida. Les debe recordar durante todo de Pina que han resucitado con Cristo, ,ue en ellos la vida ha vencido también a la muerte. La reflexión sobre el bautismo y sobre sus ritos maravillosos no sólo quiere ser una ayuda para los padres en la preparación del bautismo de sus hijos. Las reflexiones recogidas en este libro deben estimular a todos los bautizados a que reflexionen sobre el misterio de su bautismo y a que verifiquen continuamente la identidad que han adquirido en él. La simbología del bautismo quiere recordar a cada creyente lo que significa ser cristiano, cuál es el misterio del ser humano, qué significa ser amado por Dios de manera total, participar de la naturaleza divina y haber crecido en unión con Cristo. Para los primeros cristianos el bautismo era un acontecimiento tan impresionante que recordarlo les ponía constantemente ante los ojos el origen de su vida. Para nosotros, que hemos sido bautizados de pequeños, puede servirnos de ayuda, al participar en la celebración de un bautismo, que tomemos conciencia del hecho de que todos esos ritos fueron también realizados sobre nosotros. Podemos meditar entonces sobre esos ritos e imaginar lo que comporta para nosotros haber sido ungidos como sacerdotes, reyes y profetas, haber sido bautizados en el agua y en el Espíritu Santo, y el hecho de que se nos hayan abierto los sentidos. Podemos intuir entonces quiénes somos verdaderamente, cuál es el misterio de nuestra vida y cuál es el misterio de Jesucristo, con el que hemos crecido en el bautismo.
Recordar nuestro bautismo podría ayudarnos a tomar conciencia de nuestra identidad cristiana. Demasiado fácilmente corremos el peligro de adaptarnos a este mundo. A veces ya no sabemos en
absoluto por qué somos cristianos ni qué nos /Prenda de los que buscan su salvación en el supermercado senderos espirituales. Hoy necesitamos ayuda para onscientemente como cristianos, no tanto erigiendo barricadas contra el mundo cuanto viviendo en él perfectamente conscientes de que estamos en el mundo, pero no somos del mundo. Necesitamos itinerarios para poner en práctica como verdaderos cristianos nuestra libertad y nuestra dignidad. Necesitamos ayudas para vivir nuestra vida hoy, amenazada por tantas tendencias hostiles, de modo que verdaderamente merezca la pena dicho nombre. Se trata de ejercitarnos para la vida eterna, para una vida que ya ahora tienda hacia la vida de Dios y que esté entretejida de su vida inmortal. Recordar el propio bautismo puede ser un modo concreto para acceder a la esencia de nuestra fe y de nuestra vida cada día de modo nuevo y vivir así más consciente y auténticamente como cristianos.
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ÍNDICE Introducción La nueva identidad Nuevo nacimiento Partícipes de Dios El significado del bautismo
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El sacramento del bautismo El misterio del niño El agua El agua de la purificación Fecundidad espiritual Sepultar lo que estorba en la vida Quitar el poder a la muerte El cielo abierto Adopción incondicional Nuevo nacimiento ^A 77 La unción n 23 bl crisma Acceso a Dios La vela bautismal ^5 La vestidura blanca 26 Transformación ^7 Incorporación 28 La celebración del bautismo 3* Los escrutinios
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17
^0
30
32 El nombre 32 El oficio del padrino Las lecturas del bautismo La señal de la cruz La letanía de los santos La imposición de las manos La bendición del agua bautismal 37 La renuncia al mal Sumergido en el amor 39 Rey, sacerdote y profeta Imagen de Dios 40 La luz de la resurrección Ei rito del Efletá 42 La bendición 44 47 47 48 49 50 51 52 53 54 56 59 La esencia del bautismo La vida desde el bautismo Renovación del bautismo... Estoy bautizado La fuente de la vida En comunidad El agua bendita Revestirse de Cristo La realeza del hombre Decisión para la vida Resumen Bibliografía
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36 36
40 41
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