SEMIÓTICA DE LAS PASIONES De los estados de cosas a los estados de ánimo
p or
ALGIRDAS JULIEN GREIMAS y
JACQUES FONTANILLE
'M ______________________________ sigloo veintiuno sigl veinti uno editores, edit ores, s.a. s.a. de c.v. c.v. CERRO DEL AGUA 248, DELEGACIÓN COYOACÁN, 0431 0, MEXICO, D.F.
siglo xxi editores argentina, s.a. LA VALLE 1634 PISO 11-A C-1048AA N, BUENOS AIRES, ARGENTINA
pori ada de ge mí an inomal vo pri mera edici ón en español , 1991 segunda edición en español. 2002 © siglo xxi editores, s.a. de c.v. isba 96S-21M925-0 en coedición con la bene méri ta unive rsi dad aut óno ma de puebla pri mera edici ón en francés, ¡991 © éditions du senil, parís título original: séniioÍKjue des passions. des ¿tais de dioses au x elats
ÍNDICE
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INTRODUCCIÓN El mundo como discontinuo, 9; La existencia semiótica, 10; El mundo como con tinuo, 14
1. LA EPISTEMOLOGÍA EPISTE MOLOGÍA DE LAS PASIONES DEL SENTIR AL CONOCER
21 21
El aroma, 21; La vida, 22; El horizonte tensivo, 22; Las precondiciones (de la significación), 24; 24; Las valencia s, 25; 25; Ine stab ilidad y regresión, 28 (La estesis, 28; La ine sta bil ida d actancia l, 29); El devenir y las premisas de la modalización, 31 (Protensividacl y devenir, 31; Las modulaciones del devenir, 33; Mo dul aci one s, mo dal iza cio nes y asp ect ua liz aci on es, 34); Por un mundo cognoscible, 36 (El discernimiento, 36; La categorización, 38) LA SINTAXIS NARRATIVA DE SUPERFICIE; LOS INSTRUMENTOS DE UNA SEMIÓTICA DE LAS PASIONES
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Las estructuras modales, 39; El sujeto, el objeto y la junción, 41; De la valencia al valor, 42; Las estructuras actanciales, 43; Los sujetos modales, 47 (La pasión y el hacer, 48; El ser del hacer, hacer, 48; Modos de existencia y simulacros existendales, 50; Sujetos modales y simulacros existenciales, 52); Los simulacros, 53 (Los simulacros modales, 54; Los simulacros pasionales, 55); Los actantes na rrativos y las pasiones, 57 DISPOSITIVOS MODALES; DEL DISPOSITIVO A LA DISPOSICIÓN
58
El ordenamiento modal del estar-ser, 58 (El excedente pasional, 59; Las para dojas de la “obstin ación”, ación”, 60); 60); Descripción del dispositivo modal, 61 (Otra vez la obstinación, 62; Las contradicciones internas del sujeto, 64); Del dispo disp osición ción como “estilo estil o serniótico”, serniótico” , 67; La di s sitivo a la disposición, 65 (La disposi posició n como pr ogram ación disc ursiv a, 68; La disposi ción como aspectualízaclón, 68); La sintaxis intermodal, 70
72
METODOLOGÍA DE LAS PASIONES La terminología, 72; Las taxonomías pasionales connotativas, 75 (La praxis enunciativa y los primitivos, 75; Especies y niveles de la taxonomía, 77; La [5]
6
ÍNDICE
nomenclatura pasional, 79); El universo pasional sociolectal, 83 (La humi llación didáctica, 83; Teoría de las pasiones y teoría del valor, 84); El univer so pasional idiolectal, 86 ( Una desesperación optimista, 86; Un querer pesi mista, 87); Filosofía y semiótica de las pasiones, 89 (La taxonomía cartesiana, 89; Algori tmos y sint axis en Spino za, 91)
2. A PROPÓSIT PROP ÓSITO O DE LA AVARICIA AVARICIA
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LA CONFIGURACIÓN LÉXICO-SEMÁNTICA
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La performance: la acumulación y la retención, 97 (La competencia pasional, 99; Una modulación comunitaria, 101); Los parasinónimos, 101 (La avidez, cicatería, la tacañería, 103; El ahorfO'y la economía, economía, 105); Los antóni 101; La cicatería, mos, 107 (La disipación, 107; La prod igalidad, 108; La generosidad, el desin terés terés y la largueza, 110)
11 1133
CONSTRUCCIÓN DEL MODELO El microsistema y su sintaxis, 113; La doble modalización, 115; Los niveles del objeto, 117; Los simulacros existenciales del sujeto, 120; Simulacros y modos de existencia, 123; “La lechera y el cántaro de leche”: ¿vertimiento o disipación?, 125 (Pasión y veridicción, 128; El reembrague sobre el sujeto ten sivo, 129)
13 1311
DOS GESTOS CULTURALES: LA SENSIBILIZACIÓN Y LA MORALIZACIÓN La sensibilización, 131 (Variaciones culturales, 131; La sens ibili zaci ón en acto, 132; El cuerpo sensible, 134; La cons titución pasiona l, 136; Esbozo de un recorrido patémico, 137); La moralización, 138 (De la ética a la estética, 138; Pasiones socializadas, 139; La estra tifica ción del discur so moral, 140; La moralización del comportamiento observable, 142; El esbozo del esqu ema patém ico [continuación], 144); Observaciones finales, 145
14 1466
OBSERVACIONES SOBRE LA PUESTA EN DISCURSO DE LA AVARICIA La prax is enu nciativa, 14 147; 7; La actorialización: actorialización: roles roles temáticos y roles patémicos, 148; La aspectualización, 152 (La escansión, 153; La pulsación, 154; La int ensi dad, 155)
3. LOS CELOS CELO S LA CONFIGURACIÓN CONFIGURACIÓN
159 1 60
Apego y rivalidad, 160; Primera configuración genérica: la rivalidad, 161 (Rivalidad, antagonismo y competencia, 161; La emulación, 162; La envidia, recelo a los celos, celos, 164; Punto de vista y sensibilización, sensibilización, 165; El celoso celoso 163; Del recelo
ÍNDICE
/
en el espectáculo, 167); Segunda configuración genérica: el apego, 168 (El apego intenso, 168; El celo, celo, 170; La posesión y el gozo, 171; La exclusividad,
173); Los celos en la intersección de dos configuraciones, 175 LA CONSTRUCCIÓN SINTÁCTICA DE LOS CELOS
177 177
Los constituyentes sintácticos de los celos, 177 (La inquietud, 178; ¿Des confianza o difidencia?, 180; Esbozo del modelo de los celos, celos, 183; Roles y dis posi tivos paté micos, 184) LOS CELOS, PASION INTERSUBJETIVA
18 1866
El simulacro del objeto-sujeto amado: de la estética a la ética, 188 (Un resto de esperanza, 188; Universalidad y exclusividad, 189); La conversión del actante; 191; Los simulacros de los rivales y la identificación, 192 (El mérito del rival, 192; De la em ula ció n al odio, 193; La pr esu nci ón del celoso, 194); Ma nipulaciones pasionales, 197 (Solicitud y confesión de dependencia, 197; La escena y la imagen, 199; Contramanipulación: fingir no creer más, 201); La -^loralización, 202 (¿Desprecio o sobreestima?, 202; Honor y vergüen za del celoso-, 204; La presión de la totalidad social, 205; La moral de la firmeza, 206); Dispositivos actanciales y modales de los celos, 209 (Dispositivos actanciales, 209; La si nt ax is mo da l, 210; Macro secuen cia y mic rose cuen cia, 213; La macrosecuencia, 214; La microsecuen microsecuencia, cia, 215; Los simulacros existendale s, 219) LA PUESTA EN DISCURSO: LOS CELOS EN LOS TEXTOS
22 2211
Aspectualización: el componente sintáctico, 222; Los esquemas discursivos pasion pas ionale ales: s: form as canónica can ónica s, 223 (La macrosecuencia, 223; La microsecuen cia, 224); Los esquemas pasionales: realizaciones concretas, 226 (Los amores fiduc iario s de Roxane, 226; Los vestigios del esquema n arrati vo en La celosía, 228; Disem inaci ón y agitación en Un amor de Swann, 231; Perturbaciones y salidas prematuras, 235); Formas realizadas de la microsecuencia, 237 (La inquietud de Swann, 237; Las sospechas de Otelo, Otelo, 240; Swann y la pasión pasión por por la verdad, 243; La pru eba : Otelo en el la be ri nt o; 247; Un averiguador lobotomizado, 250; Una aspectualización sensible, 251; La ventana ilu mi na da: simulacros fig urativos y aspectualización aspectualización espacial, espacial, 252; De la escena escena como trampa, 253); La celosía: Ego ha desaparecido, 256); Los celos puestos en dis curso: el componente semántico, 258 (El pequeño detalle concreto, 258; El mineral y lo vital, 259; El po der isotopa nte del sufrimien to: idiolectos y sociosocioledos, 262); Nota sobre la cuantificación, 268 A MANERA DE CONCLUSION
27 2722
ÍNDICE ANALÍTICO
27 2755
INTRODUCCIÓN
Una teoría semiótica concebida como un recorrido -es decir, como una dis posición jerarquizada de modelos que se implican unos a otros y que son implicados por otros- debe interrogarse constantemente acerca de ese recorrido, el cual considerará como una actividad de construcción. Cap tada en su “historicidad”, esta actividad de construcción se ve replanteada como un “recorrido generativo”, en el que, en cada nivel, el sujeto cons tructor debe volverse competente para producir el siguiente. En esas con diciones, una teoría que pretenda ser científica está permanentemente al acecho de sus propias lagunas y fallas, para colmar las unas y rectificar las otras. Por ello, el edificio teórico no puede ser construido con un gesto fun dador, al cual acompañaría una serie de deducciones teoremáticas: un des■ cubrimiento localizado en la superficie del texto y el hallazgo de una incon sistencia no dejan de repercutir profundamente en la teoría y de provocar perturbaciones capaces de poner en tela de juicio la economía del recorrido generativo en su conjunto. Es decir, que aunque deductivo en cuanto a la forma en que despliega su recorrido, el procedimiento semiótico es “induc tivo” en el momento de explorar su instancia ad quem e “hipotético” en sus formulaciones epistemológicas ab quo. Considerada como un discurso genético y generador, la construcción de la teoría busca avanzar “retroce diendo”, para superarse al convertirse en un discurso generativo -es decir, coherente, exhaustivo y simple, respetuoso del principio de empirismo. No es sorprendente, por ello, que la parte mejor explorada del recorri do generativo -y quizá la más eficaz- se encuentre precisamente en el espacio intermedio, situado entre sus componentes discursivo y epistemo lógico: se tr at a principalmente de la modelización1de la narratividad y de su organización actancial. La concepción de un actante despojado de su envoltura psicológica y definido únicamente por su hacer es la condición sine qua non para el desarrollo de la semiótica de la acción.
EL MUNDO COMO DISCONTINUO
Construida progresivamente a partir de generalizaciones y de la exhaus1 Traducción literal de modélisation. Dada la importancia del concepto es preferible usar este neologismo a emplear una perífrasis. Los traductores agradecen al doctor Raúl Dorra su entusiasta colaboración sin la cual esta publicación no hubiera llegado a feliz término [T.]. raí
INTRODUCCIÓN
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tividad postulada de las formas narrativas -consideradas más allá de las variaciones culturales-, una semiótica como ésta implica una interro gación sobre su racionalidad y, en particular, sobre la coherencia de los conceptos que la fundan “hacia arriba”, para que las consecuencias que sean extraídas deductivamente autoricen un hacer semiótico analítico “hacia abajo”. El hacer del sujeto narrativo se ve así reducido, en un nivel más pro fundo, al concepto de transformación, es decir, a una suerte de puntua lidad abstracta, vacía de sentido, que produce una ruptura entre dos esta dos. El desarrollo narrativo puede ser explicado entonces como una seg mentación de estados que se definen únicamente por su “transformabilidad”. El horizonte de sentido que se perfila detrás de una interpretación como ésta es el de un mundo concebido como discontinuo, lo cual, por lo demás, corresponde, en el nivel epistemológico, a la instauración del con cepto indefinido de “articulación”, primera condición para poder hablar del sentido en cuanto significación. A partir de ese momento, la posibilidad de una sintaxis narrativa, concebida como un conjunto de operaciones que afectan a unidades discre tas, exige la presencia de una epistemología que represente las primeras articulaciones de la significación -como es el cuadrado semiótico- en forma de términos que no sean más que meras posiciones manipuladas por un sujeto de discernimiento.2 En resumidas cuentas, se trata de un modelo epistemológico clásico que pone en relación a un sujeto cognoscente, como operador, frente a las estructuras elementales como espec táculo del mundo cognoscible. En un caso así, el sujeto de la actividad de construcción teórica no es competente más que para conocer y categorizar a costa de una discretización3 del horizonte del sentido.
LA EXISTENCIA SEMIÓTICA
Sin embargo, la transformación como ruptura puntual, constitutiva de lo discontinuo analizable, requiere otras condiciones y abre nuevas interro gantes: la transformación, operación abstracta, pero formulada en un nivel más superficial como un hacer del sujeto, obliga a imaginar condicio nes previas a ese hacer, a imaginar una competencia modal del sujeto na rrativo que permita su realización. Surgen entonces dos preguntas. Pri mero, uno se ve obligado a preguntarse en qué consiste aquello llamado lo “modal” y, en especial, si cae dentro de lo discontinuo cognoscible; acto 2 El término francés es el de sommcttion, que no tiene equivalente exacto en español [T.]. 3 Cf. la nota anterior [T.].
INTRODUCCIÓN
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seguido, no se puede evitar la pregunta en torno al “modo de existencia” de una competencia modal, fuente de toda operatividad. Más precisamente, y apoyándose en la distinción saussuriana entre lengua y habla, la tradición lingüística nos ha familiarizado con la oposi ción entre virtual y actual (o actualizado y realizado), términos utilizados por lo general como conceptos instrum entales sin que, hasta donde sabe mos, se haya dado un debate de fondo por parte de los mismos lingüistas. La semiótica no puede contentarse con ello. Mientras simplemente se opuso el habla “fonéticamente” realizada a una lengua considerada como sistema virtual, se pudo en todo caso remitirla a un allende extralingüísti co: ya sea refiriéndose a una “lógica del lenguaje” -a la lengua como “hecho social” o como manifestación del “espíritu humano”-, era impor tante sobre todo mantener su estatuto de “objeto científico autónomo”. En el presente caso, el del estatuto del sujeto de hacer, es forzoso distinguir dos modos de existencia en el espacio del habla saussuriana; es decir, en el discurso o -lo que es casi lo mismo- en la vida captada y escenificada como discurso. Considerada como una condición previa, como una poten cialidad del hacer, la competencia existe primero como un estado del suje to; ese estado es una forma de su “estar-ser”,4 forma actualizada anterior a la realización. Más aún, la misma problemática surge si se examinan en el nivel epistemológico las condiciones bajo las cuales la significación puede apa recer en forma de unidades discretas (el cuadrado semiótico entre otras): uno se ve obligado a preguntarse, ingenuamente y como por proyección, cuál sería el modo de existencia de un sujeto operador anterior a sus pri meros discernimientos. Como sujeto epistemológico, también él debería pa sar por una existencia virtual, ante s de actualizarse en tanto sujeto cognoscente mediante la discretización de la significación. No puede cau sar sorpresa el parecido entre el recorrido del sujeto epistemológico y el que ha sido reconocido en el sujeto narrativo (virtualización, actualiza ción, realización): la contaminación de la descripción por parte del objeto descrito es un fenómeno bien conocido, al menos en las ciencias humanas. Poco importan las denominaciones que recibirán esos sucesivos modos de existencia: al igual que para Saussure en otra época, cuando postulaba la autonomía del objeto científico “lengua”, algo que parece estar en juego
4 La lengua francesa no hace la distinción, como la española, entre los verbos “ser” y “estar”. Por lo tanto, se empleará la fórmula descriptivamente más precisa, “estar-ser”, con lo cual debe entenderse que el sujeto adquiere su identidad modal a partir de sus estados, es decir, de su “estar”. Sólo en los casos en que el contexto lo permita se utilizará únicamente el verbo “ser”. Por otra parte, el verbo “ser” también se empleará cuando se hag a referencia a la instancia epistemológica, o al “ser” como constitutivo de la dimensión veridictoria de los dis cursos (opuesto a “parecer”) [T.].
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INTRODUCCIÓN
actualmente para la semiótica es el reconocimiento de una dimensión au tónoma y homogénea, de un modo de existencia semiótico, dimensión so bre la cual se sitúan las formas semióticas, que después es posible je ra r quizar distinguiendo diferentes estasis: el “potencial”, el “virtual”, el “ac tual”, el “realizado”; los que, por su orden y su interdefinición, consti tuirán las condiciones necesarias para la semiosis. Para la semiótica, lo que está en juego consiste, pues, en afirmar esa praesentia in absentia que es la existencia semiótica, como objeto de su discurso y como condi ción de su actividad de construcción teórica, manteniendo sin embargo la distancia necesaria con respecto a los compromisos ontológicos. Para la semiótica, sostener un discurso sobre el “horizonte óntico” equivale a interrogar a un conjunto de condiciones y precondiciones, a esbozar una imagen del sentido a la vez anterior y necesaria para su discretización, y no a buscar que sean reconocidos sus fundamentos ontológicos. Unica mente a este costo puede justificar la teoría semiótica su propia actividad, sin llegar por ello a transformarse en una filosofía, cosa que no podría ser. Así, reconocer la homogeneidad fundamental del modo de existencia de las formas semióticas permite desplegar un espacio propio donde se ejerce el hacer semiótico; un espacio al mismo tiempo autónomo con respecto a los dos topes límite que son las instancias ab quo y ad quem , más allá de los cuales se perfila el horizonte óntico. Esto quiere decir que el objeto de la semiótica es fenoménico y, al mismo tiempo, paradójica mente “real”: desde el punto de vista de la instancia ab quo, la existencia semiótica de las formas es del orden de lo “manifiesto”, donde la manifes tante es el “ser” del cual se sospecha la existencia y el cual es inaccesible; desde el punto de vista de la instancia ad quem, las formas semióticas son inmanentes, susceptibles de ser manifestadas durante la semiosis. Por lo tanto, el discurso semiótico será la descripción de las estructuras inma nentes y la construcción de los simulacros destinados a dar cuenta de las condiciones y precondiciones de la manifestación del sentido y, en cierta medida, del “ser”. Concebir, entonces, la teoría semiótica bajo la forma de un recorrido consiste, desde luego, en imaginarla como un camino marcado por hitos pero, sobre todo, como un flujo coag ulante del sentido, como su espe samiento continuo, a partir de la confusión original y “potencial”, para lle gar, por medio de su “virtualización” y “actualización”, al estadio de la “realización”, pasando así de las precondiciones epistemológicas a las manifestaciones discursivas. Entre la instancia epistemológica, nivel profundo de la teorización, y la instancia de discurso, la enunciación constituye un lugar de mediación en el que -gracias esencialmente a las diferentes formas del desem brague/embragu.e, así como de la modalización- se lleva a cabo la convo cación de los universales semióticos utilizados en el discurso. La “puesta
INTRODUCCION
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en discurso” es la realización misma de esta convocación enunciativa, pero también más que eso. En efecto, ella no se limita a explotar en un solo sentido los componentes de la dimensión epistemológica, sino que tam bién engendra por sí misma -por que es una práctica histórica y cultural, es decir, sociolectal (y en cierta medida, individual-idiolectalj- las formas que se fijan y se transforman en estereotipos y que son devueltas hacia “arriba” para ser, en cierto modo, integradas en la “lengua”. Así forma un repertorio de estructuras generalizabas -que podrían ser designadas co cino “primitivos” en oposición a los “universales”- que funcionan dentro de las culturas y de los universos individuales y que la enunciación puede convocar, a su vez, en los discursos realizados. Por ello, la instancia de la enunciación es una verdadera praxis, un espacio en el que se produce un vaivén entre las estructuras susceptibles de ser convocadas y las estructuras capaces de ser integradas; es una instancia que conciba dialécticamente la generación -al convocar los uni versales s emióticos- y la génesis -al integrar los productos de la historiaLas configuraciones pasionales, por no hablar más que de ellas, se sitúan en la intersección de todas esas instancias, ya que, para su manifestación, requieren ciertas condiciones y precondiciones específicas de orden episte mológico, ciertas operaciones propias de la enunciación y, por último, cier tas “rejillas” culturales que se presentan, o bien ya integradas como pri mitivos, o bien en curso de integración en un sociolecto o idiolecto. Quizá sea más fácil comprender el modo de existencia semiótico, a la vez “real” e “imaginario”, en otro nivel, con otro acercamiento que sugiera cómo es que, a partir de las lenguas naturales, se puede considerar su homogeneidad interna. Se ha observado que los rasgos, las figuras, los objetos del mundo natural, que constituyen por así decir el “significante”, se ven transformados por efecto de la percepción en rasgos, figuras y obje tos del “significado” de la lengua, al ser sustituido el primer significante por uno nuevo, de carácter fonético. Es por la mediación del cuerpo perci biente que el mundo se trans form a en sentido -e n lengua-, que las figu ras exteroceptivas se interiorizan y que, finalmente, resulta posible con siderar la figuratividad como un modo de pensamiento del sujeto. La mediación del cuerpo, cuya propiedad y eficacia es el sentir, está lejos de ser inocente: durante la homogeneización de la existencia semióti ca, esta mediación añade categorías propioceptivas que constituyen en cierto modo su “perfume” túnico y, en ciertos lugares, incluso sensibiliza -m ás adelante se dirá que “patem iza”- el universo de formas cognosciti vas que ahí se delinean. Ya que no hay razón para pensar que el proceso de homogeneización mediante el cuerpo -con sus consecuencias rímicas y sensibles- afecta únicamente a las lenguas naturales, es posible conside rar a título de hipótesis que ese proceso no perdona a ningún universo semiótico, cualquiera que sea su modo de manifestación. De esta manera,
la homogeneización de la dimensión semiótica de la existencia se logra tanto por la suspensión del lazo que conjunta las figuras del mundo con su “significado” extrasemiótico -es decir, entre otros, con las “leyes de la na turaleza”, inmanentes al mundo-, como por su puesta en relación en cuanto significados con diversos modos de articulación y de represen tación semióticas. Para el caso, lo que de manera más notoria les sucede es que las figuras del mundo no pueden “hacer sentido” más que a costa de la sensibilización que les impone la mediación del cuerpo. Por ello, el sujeto epistemológico de la construcción teórica no puede presentarse como un sujeto puramente cognoscitivo “racional”. En efecto, durante el recorrido que lo lleva al advenimiento de la significación y a su mani festación discursiva, encuentra obligatoriamente una fase de “sensibi lización” túnica.
EL MUNDO COMO CONTINUO
Postular la homogeneidad del universo de las formas semióticas permite regresar a los problemas concretos que plantea el despliegue discursivo y a los instrumentos metodológicos requeridos en ese nivel para el análisis. Ya se vio que, al atribuir un estatuto formal a los conceptos de actante y de transformación -condición para la instauración de su sintaxis-, la semiótica de la acción no hizo más que desplazar la problemática de los contenidos semánticos, descargándose de ellos y remitiéndolos a la noción de estado. Ahora bien, desde la perspectiva del sujeto actuante, el estado es, o bien el resultado final de la acción, o bien su punto de partida; habría, pues, “estados” y “estados”, lo que hace resurgir las mismas dificultades. En primer lugar, el estado es un “estado de cosas”, del mundo que se ve transformado por el sujeto, pero también es el “estado de ánimo” del suje to competente para la acción y la competencia modal misma, la cual simultáneamente sufre transformaciones. So capa de estas dos concep ciones de “estado”, resurge el dualismo sujeto/mundo. Sólo la afirmación de una existencia semiótica homogénea -convertida en tal por la media ción del “cuerpo sintien te”- perm ite enfren tar esta aporía: merced a esta transformación, el mundo en cuanto “estado de cosas” se vuelca sobre el “estado del sujeto”; es decir, se reintegra en el espacio interior y uniforme del sujeto. En otras palabras, la homogeneización de lo interoceptivo y de lo exteroceptivo gracias a la mediación de lo propioceptivo instituye una equivalencia form al entre los “estados de cosas”y los “estados de ánimo” del sujeto. No está de más insistir aquí en el hecho de que, si las dos con cepciones del estado -estado de cosas, transformado o transformable, y estado de ánimo del sujeto, como competencia requerida por la transfor-
INTRODUCCIÓN
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marión y producto de ella- se reconcilian en una dimensión semiótica de la existencia homogénea, es a costa de una mediación somática y “sensibi lizante”. En tal caso, en lo que se refiere a la instauración y al funcionamiento del discurso epistemológico, el sentir sería lo mínimo requerido para poder resolver la aporía que amenaza. En algunos de sus desarrollos que interesan a la semiótica, la lingüís tica frástica o frasal ha señalado el hecho de que el predicado era suscep tible de ser sobredeterminado -modificado y perturbado a la vez- de dos maneras distintas: por medio de la modalización y por medio de la aspectualización. La modalización -al menos, tal como ha sido desarrollada por la semiótica en el marco de las modalidades de la competencia- podría eventualmente dar cuenta de la articulación discontinua de la narratividad. Sin embargo, la introducción en la teoría semiótica del concepto de “estado modal” -pero sobre todo un examen más minucioso del discursodaba la imagen de una “ondulación” continua, asible entre otras formas como variaciones de intensidad y como una imbricación de procesos que podría ser conside rad a como su “aspe ctu aliz ación”. Frente a la seg mentación discreta de los estados, las imbricaciones de los procesos y sus variaciones de intensidad tornan imprecisas las fronteras entre los esta dos y enturbian frecuentemente el efecto de discontinuidad. Ahora bien: este enturbiamiento y esta ondulación no pueden explicarse -sería de masiado fácil- por la complejidad que los discursos analizados presentan en su superficie, y tampoco pueden ser representados sin más como sim ples “efectos de sentido”. En consecuencia, las consideraciones en torno a la naturaleza de los estados y, más precisamente, en torno a su inestabili dad, aunadas a una reflexión más general sobre el estado del mundo, con ducen a interrogarse acerca de la concepción de conjunto del nivel episte mológico de la teoría y a preguntarse, más allá de la aprehensión cognos citiva de la significación que la discretiza y la vuelve “comprensible”, si no hay razón para instaurar un horizonte de tensiones apenas delineadas que, situándose en un más “acá” del sentido del “ser”, permitiera sin embargo dar cuenta de las insólitas manifestaciones “ondulatorias” que se reconocen en el discurso. La solución aparentemente más simple consistiría, desde luego, en considerar esas tensiones subyacentes como propiedades de la misma puesta en discurso. Pero resulta que ellas también permiten dar cuenta de la categorización y de la modalización narrativas. En efecto, es precisa mente sobre este horizonte de tensiones inarticuladas donde se ejercen los primeros discernimientos del sujeto operador, discretizando y haciendo aparecer las primeras unidades significativas. Dicho en otras palabras, al confrontarse con las dificultades metodológicas que surgen en el análisis discursivo de superficie, la teoría semiótica se obliga a hacerlas repercutir
en el nivel epistemológico profundo y a tratar de resolverlas ahí. Este retorno crítico es característico de la semiótica en cuanto "proyecto cientí fico”: pa ra d ar cuen ta de las dificu ltades que ‘hace surg ir el análisis a ras del discurso -inducción y después generalización-, la semiótica se obliga a suponer otro modo hipotético de funcionamiento, llegando en caso necesa rio hasta las premisas, con el fin de proceder enseguida a instalar los pro cedimientos hipotético-deductivos. No se puede considerar tal manera de proceder má s que en un marco epistemológico en el que la coherencia es el valor científico por excelencia. Por el contrario, al aceptar cierta indepen dencia de las problemáticas de unas con respecto a las otras, en peijuicio de la coherencia, una epistemología “modular” como la que parece perfi larse en las ciencias cognoscitivas se eximiría a sí misma, en gtan parte y por lo mismo, de efectuar el retorn o crítico que, p ar a cada nuevo avance teórico, obliga a medir y repercutir las consecuencias en la totalidad de la construcción teórica. La instalación de un sujeto operador, capaz de producir las primeras articulaciones de la significación, es un paso inicial para establecer la teoría de la significación como una economía que administra las condi ciones de producción y de aprehensión de la significación. Se trata ahora de concebir y de instalar un esbozo de las preco ndicion es previas al surgimiento de las condiciones propiamente dichas. El “ser” del mundo y del sujeto no compete a la semiótica, sino a la ontología: para emplear otra jerga, es la “manife stant e” de una “manife stada” que entrevemos. Por su pa rte, la semiótica está obligada a hacerse cargo del “parecer” y a darse un discurso epistemológico que formule tales precondiciones, como otros tantos simulacros explicativos, en particular en lo que se refiere a las difi cultades y a las aporías detectadas durante el análisis discursivo. Evi dentemente, este discurso hipotético, que captaría entre líneas el “parecer del ser” no es apropiado para aca rrea r certezas; pero, en cierta medida, se trata de un discurso del mismo tipo que el de la epistemología de las cien cias de la naturaleza, cuando habla, por ejemplo, del universo y sus orí genes, del azar y la necesidad. Sin duda se trata de algo propio de cual quier proyecto científico, el cual, al darse un mínimo epistemológico -en este caso, el imperativo fenomenológico-, al mismo tiempo crea para sí un espacio teórico “imaginario” e incluso mítico, un poco a la manera de aquellos ángeles newtonianos, conductores de la atracción universal. Es evidente que este “imaginario de la teoría”, que estas escasas lí neas trazadas sobre el fondo del horizonte óntico, que estos conceptos ape nas esbozados no deben ser del orden de lo arbitrario; su razón de ser des cansa en las coerciones epistemológicas reconocidas anteriormente y en las exigencias metodológicas que las suscitan y se les resisten. Se trata, por supuesto, de un “parecer del ser”, pero fundado en la práctic a operato ria y que aspira a la eficacia. En la búsqueda de materiales que permitan
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reconstituir imaginariamente el nivel epistemológico, nos parece que dos conceptos -los de tensividad y de fo ria- poseen un rendimiento excep cional. En un primer momento, la tensividad -fenómeno amplia y debida mente observado, característica inseparable de todo desarrollo procesual frástico o discursivo- parecía poder ser dominada mediante la proyección de las estructuras de lo discontinuo, aunque con ello se aplazara la cons trucción de una gramática aspectual que diera cuenta a la vez de las ondulaciones temporales y de las sinuosidades espaciales. Sin embargo, la .prgencia de completar la teoría de las modalidades, buscando equilibrar las modalidades -ya operatorias- del hacer mediante una articulación paralela de las modalidades de estado, así como la insistencia en in terro gar a la naturaleza de los estados, dinámicos e inquietos, obligaban a enfrentar directamente la problemática de las pasiones. Ahora bien, de inmediato surgió un hecho inquietante: no solamente el sujeto del discur so es capaz de transformarse en un sujeto apasionado, perturbando con ello su decir programado cognoscitiva y pragmáticamente, sino que el su jeto de lo “dicho” discursivo ta mbién es capaz de in terr umpir y de desviar su propia racionalidad narrativa para iniciar un recorrido pasional o, incluso, para acompañar al primer recorrido, perturbándolo con sus pul saciones discordantes. El hecho es notable, no tanto porque revela nuevas formas de malfuncionamiento narrativo, sino porque muestra una relati va autonomía de las secuencias pasionales del discurso, una especie de autodinámica de las tensiones visible por medio de sus efectos, y sobre todo porque nos invita a situ ar el espacio tensivo en un más “acá” del sujeto enunciante y no únicamente como el principio regulador a posteriori de una sintaxis aspectual. Dicho lo anterior, el concepto de tensividad se vuelve capaz de trascender la instancia de la enunciación discursiva pro piamente dicha y puede ser incorporado al imaginario epistemológico, espacio en el que se une a otras formulaciones filosóficas o científicas ya co nocidas. Por ello, se nos puede aparecer como un “simulacro tensivo”, como uno de los postulados que dan origen al recorrido generativo del sentido. Tratándose de la concepción del universo, no hay nada incómodo en que la tensividad se encuentre con el significado “científico” del mundo natural, formulado, por ejemplo, en términos de leyes de atracción: para el mundo humano , la tensividad no es más que una de las propiedades fundamentales de ese espacio interior que hemos reconocido y definido co mo el vertimiento del mundo natural en el sujeto, con vistas a la constitu ción del modo propio de la existencia semiótica. Aunque es una precondición necesaria, no es sin embargo suficiente para dar cuen ta de nuestro imaginario óntico y, en primer término, del hecho pasional. Primeramente, el análisis de algunas “pasiones de papel” ha mostrado aquello que ningún antropólogo atento al relativismo cultu-
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ral puede ignorar, a saber: que la idea que nos hacemos de lo que es una “pasión” cambia de un lugar a otro, de una época a otra, y que la articu lación del universo pasional define incluso, hasta cierto punto, algunas de las especificidades culturales. Un hecho aparentemente más sorprendente pa ra el semiotista es que él mismo haya podido comprobar que, a pesar de que un fragmento de discurso (o de vida) posee una organización actancial, modal y aspectual idéntica, puede ser tomada en cuenta, de acuerdo a los casos, como una pasión, o bien como un simple ordenamiento de la competencia semántica (social, económica, etc.). Lo anterior equivale a reconocer que, en igualdad de circunstancias, existe un “excedente” patémico, y que un fragmento de discurso (o de vida) sólo se vuelve pasional mediante una sensibilización particular. En ese caso, independientemente de la tensividad que también ahí se encuentra, habría que tomar en cuen ta otro factor: el de la “sensibilidad”. Si, en lugar de considerar las formas cotidianas del discurso pasional en las que la sensibilización ondulante es a veces difícil de distinguir de la tensividad siempre presente en el desarrollo discursivo, nos volviéramos hacia los casos extremos, hacia pasiones “violentas” como la cólera, la desesperación, el deslumbramiento o el terror, veríamos aparecer la sensi bilización, en su puntualidad incoativa, como una fractura del discurso, como un factor de heterogeneidad; diríamos que como una especie de trance incipiente del sujeto que lo transporta hacia un más allá del sujeto y lo transforma en un sujeto otro. Ahí, la pasión aparece al descubierto, como la negación de lo racional y de lo cognoscitivo, y el “sentir” desborda al “percibir”. Todo sucede como si otra voz súbitamente se elevara para decir su propia verdad, pa ra decir las cosas de otra manera. Mientras que, en la percepción, el cuerpo humano tenía el papel de instancia de mediación -es decir, era un lugar de transacción entre lo extero y lo interoceptivo e instauraba un espacio semiótico tensivo pero homogéneo-, ahora es la carne viva, la propioceptividad “salvaje” la que se manifiesta y reclama sus derechos en tanto “sentir” global. Ya no es más el mundo natural el que adviene al sujeto, sino el sujeto quien se proclama dueño y señor del mundo, su significado, y lo reorganiza figurativamente a su manera. En tonces, el llamado mundo natural, el del sentido común, se convierte en un mundo para el hombre, en un mundo que puede ser llamado humano. Evidentemente, este “entusiasmo” que, según Diderot, sube caliente de las entrañas para ahogarse en la garganta es un caso extremo pero nece sario para dar cuenta, entre otras cosas, de la creación artística, así como de todos los excesos semióticos de la cólera y de la desesperación. Además, también explica, moderato cantahile, el despliegue de la figuratividad, el carácter “representacional” de toda manifestación pasional, en la cual, merced a su poder figurativo, el cuerpo afectado se vuelve el centro de re
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ferencia de la escenificación pasional entera. Es este “más acá” del sujeto de la enunciación, este doblez perturbante, que nosotros designamos con el nombre d eforia. Cuando, después de una serie de tanteos, el proceder semiótico inten ta construir un modelo, puede tomar dos vías distintas. Se puede tratar de imaginar el estado de cosas más simple posible -como es la estructura elemental de la significación- y conferir al modelo una vocación de com plejización. Pero tamb ién uno se puede encontrar frente a una situación confusa y tratar de ver más claramente llevándola hacia sus extremos: así, por ejemplo, Hegel produce la estructura binaria a partir de la polari zación excesiva y tensa del uno. Al intentar hacer pensable la foria -en el marco semiótico, evidentemente-, nos ha parecido difícil introducirla como un suave acompañamiento de la narratividad ejecutado por una música de fondo patémica. Sólo las situaciones extremas y paradójicas están en condiciones de poner en evidencia la especificidad y la irreductibilidad del fenómeno, aunque después se deba contemplar la posibili dad de disminuir las distancias que existen entre lo que hay de tenso y de fórico en la ondulación del discurso. Esta especie de desdoblamiento del sujeto en sujeto percibiente y suje to sintiente - qu izá algo “gráfica”- nos ha parecido, sin embargo, necesaria para ju stificar los malfuncionamientos del discurso, los trances del sujeto que se apropia del mundo y lo metaforiza, pero también para justificar la existencia de un hilo tenue, la fiducia intersubjetiva, que sostiene a la veridicción discursiva. Este paso obligado por la instancia de enunciación permite operar la tr ansf erencia de la problemática, del nivel epistemológi co profundo al nivel que podrá ser inscrito en el horizonte óntico como un “simulacro fórico” que rige el recorrido generativo. Sin temor a confun dirnos con ellas, así es como nos encontramos, en este punto, con las dife rentes formulaciones filosóficas del “vitalismo” y de la “energética”, inclu so del “impulso vital” bergsoniano, encontrando de nuevo las interpreta ciones consideradas científicas acerca de la concepción del universo, en las cuales la “necesidad”, especie de deber-ser encaminado hacia la unidad, se ve confrontada con el “azar”, esa fractura primera, el accidente episte mológico-que condiciona la aparición del sentido... Esto permite limitar el espacio teórico de la semiótica a dos precondiciones, modelándolas bajo la forma de dos simulacros, tensivo y fórico, y concebir el velo del “ser” como una tensiuidad fórica. Sin embargo, lo anterior no quiere decir que, llegados a este punto, la teoría semiótica debiera unirse a una de esas filosofías: su justificación propia es la coherencia de su discurso, llamado a sosten er su práctica, a integrar en su seno observaciones insólitas y perturbantes, a descifrar numerosas cajas negras en todas las etapas de su recorrido. Desde este punto de v ista, es instruc tiva la historia de la lingüística del siglo XIX: a
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pes ar de las racionalizaciones org anicistas y fisicalistas de los teóricos que se sucedieron y se opusieron de una generación a otra, la lingüística no dejó de construirse. Tomar en cuenta el componente pasional del discurso conduce a tales ajustes, los cuales repercuten hasta en los niveles más profundos de la teoría semiótica. A partir de ahí, se trata de subir progresivamente hacia la superficie, al tiempo que se verifica la validez de las premisas y de los instrumentos metodológicos.
1. LA EPISTEMOLOGÍA DE LAS PASIONES
DEL SENTIR AL CONOCER
El aroma
Las pasiones aparecen en el discurso como portadoras de efectos de sentido muy peculiares; despiden un aroma equívoco, difícil de determinar. La interpretación que la semiótica ha retenido es que ese aroma específico emana de la organización discursiva de las estructuras modales. Pasando de una metáfora a otra, se podría decir que este efecto de sentido proviene de una cierta combinación molecular: al no ser propiedad de ninguna molécula en particular, es el resultado de su disposición de conjunto. Una primera observación se impone: la sensibilización pasional del discurso y su modalización narrativa son concurrentes, no se entienden una sin otra y, sin embargo, son autónomas, probablemente regidas, al menos en parte, por lógicas diferentes. En segundo lugar, captar globalmente los efectos de sentido como un “aroma” de los dispositivos semionarrativos puestos en discurso es, en cierto modo, reconocer que las pasiones no son propiedades exclusivas de los sujetos (o del sujeto), sino propiedades del discurso entero, y que emanan de las estructuras discursivas como consecuencia de un “estilo semiótico” que puede proyectarse, ya sea sobre los sujetos, ya sea sobre los objetos o sobre su junción. Si nos situamos ahora en el otro extremo del recorrido generativo, ahí donde acabamos de colocar, en el horizonte del sentido, una primera proyección del mundo como tensividad fórica, nos vemos obligados a decir que esta masa fórica móvil puede tomar dos vías distintas para emerger progresivamente hacia la superficie de las cosas: mientras que la modalización obedece a una organización categorial y produce estructuras modales discretas, las modulaciones pasionales, tal como se manifestan por medio de efectos de sentido, parecen provenir de ordenaciones estructurales de otro tipo, de dispositivos patémicos1 que rebasan las simples combinaciones de los contenidos modales que estos dispositivos conjugan y que escapan, en un grado que es preciso determinar, a la categoría cognoscitiva. Poder hablar de la pasión es, pues, intentar reducir la distancia entre el “conocer” y el “sentir”. Si, en un primer momento, la semiótica se dedicó a tornar evidente el papel de las articulaciones 1 Con este neologismo traducimos el neologismo francés pathé miqu e [T.|.
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modales moleculares, es tiempo ahora de que busque dar cuenta de los aromas pasionales producidos por sus combinaciones.
La vida
El sentir se da de entrada como un modo de ser que existe de suyo, con anterioridad a toda impresión o gracias a la eliminación de toda racionali dad; para algunos, se identifica con el principio de la vida misma. Situar a la pasión en un más allá del surgimiento de la significación, anterior a toda articulación semiótica, bajo la forma de un puro “sentir”, sería como captar el grado cero de lo vital, captar el “parecer” mínimo del “ser” que constituye su velo óntico. Sin embargo, la homogeneidad del sentir difícil mente escapa al reconocimiento, igualmente ingenuo, de su polarización: el primer grito del recién nacido, ¿es un grito de alegría liberadora o el sofoco del pez que ha sido sacado del agua, el primer aprendizaje del Weltschmerz?2 ¿Es posible reiterar sin consideración alguna la concepción se gún la cual el ser vivo es una estructura de atracciones y repulsiones? ¿Es posible pensar la foria antes de su división en euforia y disforia? La aporía que nos vemos obligados a evocar se presenta bajo un doble aspecto. En primer lugar, se trata de pronunciarse acerca de la prioridad de derecho de lo “sensitivo” con respecto a lo “cognoscitivo” o a la inversa. ¿Se encuentra el universo regido por una metalógica de las “fuerzas” (por ejemplo, a la manera de la física ondulatoria) o de las “posiciones” (según la interpretación corpuscular)? Como diría Hjelmslev, he ahí dos conceptos “indefinibles”. Pero paralelamente surge otra interrogante, igualmente fundamental, que recupera las inquietudes del pensamiento presocrático: ¿el mundo es uno, desbordante en su plenitud, una estructura de lo mixto lista para estallar, o bien una mezcla caótica tendiente a la unidad? Dicho de otro modo, en términos brDndalianos: ¿la estructura elemental del “estar-ser” -o, más bien, del simulacro formal que podemos darnos de él procede de un término complejo susceptible de polarización, o de un tér mino neutro, lugar de un encuentro binario irreconciliable? ¿Es posible formular y representar en términos de precondiciones una cohabitación de estas dos lógicas y visiones?
El horizonte tensivo
Regresemos un momento a la superficie léxica, a un acercamiento más empírico de las cosas. Observamos que algunas pasiones, la admiración, 2 Pesim ismo melancólico [T.].
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por ejemplo - al menos en la acepción del francés clásico-, al igual que el “asombro” [l’étonnement] o el “estupor” [la stupeur ] sugieren ya la posibili dad de un horizonte tensivo todavía sin polarizar. El asombro y el estupor se presentan como dos formas aspectuales diferentes, una incoativa y la otra durativa, de un mismo sentir no polarizado. No faltan incluso recorri dos pasionales textualizados que se inician con tales configuraciones: es así como, en La princesse de Cléves, antes de amar a Mlle. de Chartres, el principe de Cléves, al enco ntrarla en u na joyería, no deja de “asom brarse” (siempre en el sentido clásico del término) por todo lo que se refiere a ella; es decir, se ve puesto en tensión y en condición de amar (cuatro aparicio nes en una misma página). Igualmente, los celos y el amor de Swann no comienzan sino con el “gran torbellino de agitación” que le hace recorrer París en todos sentidos para encontrar a Odette de Crécy, agitación que se presenta como otra modulación de la misma tensión sin polarizar. La polarización en euforia/disforia puede, pues, en el nivel mismo de la m ani festación léxica, ser neutralizada y aun ser considerada como no aconteci da. La neutralización, en el sentido gramatical del término, remite a un sincretismo que es, por derecho, jerárquicamente superior a la oposición binaria. He aquí una de las paradojas de la semiótica en el nivel episte mológico: está obligada a dar cuenta al mismo tiempo de la “nada”, del “vacío” y del “todo”, de la plenitud de las tensiones fóricas. Según la lógica de las “fuerzas”, al máximo de tensión le correspondería -fe.: daría cuen ta de o se explicaría mediante- la ausencia total de articulaciones. Por el contrario, la aparición de las “posiciones” características de las articula ciones del contenido requeriría una redistribución y una división de las “fuerzas”; dicho de otro modo, el “vacío de contenido”, caracterizado por la ausencia de articulaciones, no puede ser llenado más que por el quebran tamiento de la plenitud tensiva. La cohabitación de dos exigencias inver sas, ligadas respectivamente a las “fuerzas” y a las “posiciones”, permite comprender que, antes de toda categorización, el sentir, tironeado por dos tendencias, no puede engendrar más que inestabilidad. Sin embargo, en cuanto tal, el sentir es directamente manifestable, como lo atestiguan las, figuras del “estupor” y del “asombro”. Al respecto, es preciso señalar que la neutralización, tal como la formulamos aquí, se encuentra en función de la intensidad del sentir. Particularmente inten sa, la admiración “clásica” es indiferente a la polarización, a la positividad o a la negatividad del objeto. Pareciera que es el reconocimiento del valor en cuanto tal el que pone en la sombra al objeto y vuelve inoperante la po larización; podría señalarse que el sujeto que admira se desinteresa del valor vertido en un objeto, para mejor asir, antes que al valor mismo, el “valor del valor”. En cambio, en su acepción moderna, la admiración, aun cuando requiere la positividad del objeto, se ve acompañada por un debili tamiento notable. Todo sucede como si la intensidad pasional -noción por
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definir- neutralizara al sujeto y lo sumergiera en una capa más profunda del recorrido generativo, o como si el retorno hacia el valor del valor, a pa rtir del objeto de valor propiamente dicho, fuera acompañado de u na in timidad más estrecha con una zona “energética” de la que nacería la pa sión. Sucede lo mismo con el “estupor”, el cual sufre una condensación comparable que inmoviliza al sujeto en un puro sentir, ha sta que anula al sentir mismo: ¿no es la “estupidez” una regresión a un estado de tensividad de antes de la vida, un punto límite entre lo vivo y no vivo?
Las precondiciones (de la significación)
Para tender el velo de Isis sobre la faz del “ser”, hemos propuesto ante riormente presentar las formulaciones de su parecer bajo la forma de si mulacros, imaginando con ello al mundo humano en su estado ab quo como una “tensividad fórica” y conjugando de esta manera al universo -que sólo se justifica por la necesidad te nsiva- con la foria introducida por el accidente, la fractura, la intrusión insólita de lo viviente. Somos cons cientes de que se trata de una representación casi trivial y de que, en la medida en que sus articulaciones no rompan la coherencia teórica y sean resistentes a los “hechos”, permaneciendo conformes a ella hasta las ma nifestaciones de superficie, su valor no puede ser medido más que a partir de sus consecuencias; es decir, a partir de la modelación progresiva de la “masa tímica” congruente, que es al mismo tiempo tensión y foria. Basta con que la tensividad originaria se rompa -tensió n hacia lo uno y desbordamiento del exceso- para que la “puesta en posición”, la polari zación de aquello que deja por un instante de ser uno, se plantee como un prim er acontecimiento decisivo. Sin embargo, la polarización acum ulativa de las energías todavía no es una “toma de posición” y no implica la discretización dé los polos, la cual no puede derivar más que de la proyección cognoscitiva de lo discontinuo. En esas condiciones, aún no es posible hablar de las “posiciones actanciales”, sino solamente de prototipos de actantes, de cuasi sujetos y de cuasi objetos, de la protensi'vidad del suje to, para emplear el término de Husserl, y de la potencialidad del objeto. Antes de “situar” a un sujeto tensivo frente a valores vertidos en objetos (o en el mundo como valor), conviene imaginar un nivel de “presentimiento” en el que se encontrarían, íntimamente ligados uno a otro, el sujeto para el mundo y el mundo para el sujeto. Ya anteriormente nos hemos visto obligados a reconocer una situación comparable, cuando se trató de dis tribuir, con vistas a la modalización, al conjunto de la masa tímica en los términos constitutivos del enunciado elemental: si la carga modal sobre determina primero al predicado en su función ligante (como sucede, por ejemplo, con las modalizaciones aléticas reconocidas en lógica), entonces
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es susceptible de distribuirse por separado, ocupando cada una de las po siciones actanciales. Si bien el vertimiento del sujeto de hacer no plantea dificultades particulares (cf. las modalidades deónticas, por ejemplo), no sucede lo mismo con el del sujeto de estado, ya que nos damos cuenta de que el sujeto como estar no puede verse modalmente afectado sino por medio del vertimiento del objeto, cuya carga modal a su vez modaliza al sujeto, a condición de que sea puesto en relación de junción con él. Dicho de otro modo, la modalización del estado del sujeto -y de eso se trata cuando se quiere hablar de las pasiones- no es concebible más que al pa sa r por la del objeto, la cual, cuando se convierte en un “valor”, se impone al sujeto. Es preciso imaginar una situación comparable, pero anterior a la puesta en posición actancial: imaginar un sujeto protensivo indisolublemente ligado a una “sombra de valor”, que de esta manera se perfile sobre el fondo de la “tensividad fórica”.
Las valencias
En esta etapa de la investigación, la protensividad del sujeto, identificada un poco apresuradamente con la intencionalidad -que a su vez se inter preta algu nas veces como un “metaqu erer” o como un “meta saber”- no exige justificaciones complementarias. No sucede lo mismo con ese pro totipo de objeto que acabamos de designar como una “sombra de valor”. Conviene, pues, retornar una vez más a la superficie, a la manifestación discursiva, con el fin de volver más perceptible ese simulacro y justificar la pertinencia de nues tras palabras. Se tiene la impresión de que la forma más común que adopta esta “sombra” es cierto presentimiento del valor. Así, la lectura de Capitale de la douleur [Capital del dolor ] de Eluard ofrece un buen ejemplo de una primera articulación proyectada por la pro tensividad. Un examen más minucioso permite darnos cuenta en esa re copilación de que el contenido de los valores importa poco. Cierto, los suje tos semióticos conocen el amor, la naturaleza, la labor, el pensamiento y la vida bajo todas sus formas, pero, sea cual sea el contenido semántico de los objetos buscados, lo que hace de ellos un valor siempre es de otro or den: el amor no es aceptable más que en sus inicios; la mirada, cuando los párpados se abren duran te el despertar; el día, en el instante en que se despoja de las tinieblas; la vida humana, en su infancia. Todo sucede como si el aspecto incoativo tuviera preeminencia sobre todos los con tenidos semánticos vertidos en los objetos y en los haceres, como si única mente importara el objetivo incidente y no el objeto buscado. La aspectualidad parece estar situada, aquí, por encima del valor pro piam ente dicho y antes que él; se trata de un cierto “valor” del valor y, en ese sentido, se le podría llamar “valencia ”, en la acepción química del tér
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mino -es decir, para designar la cantidad de “moléculas” asociadas en la composición de un cuerpo. Esto sucede, por ejemplo, durante el intercam bio, cuando dos valores semánticamente diferentes son juzgados compara bles e intercambiables a partir de su (equi)valencia; se puede suponer, entonces, que hay algo constante que se intercambia, que no tiene gran cosa que ver con los objetos semántica y diferentemente cargados que son transferidos de un sujeto a otro. Por otra parte, ya se ha hecho notar que, en el discurso, la aspectualización constituye una dimensión jerárquica mente superior a la temporalización, pero también a la espacialización e incluso a la actorialización: el “amor” en Eluard es captado en su eje tem poral, los “párpados al des per tar” están situados en la espacialidad, la “vida humana” es captada como crecimiento del actor, todo ello dominado por el.aspecto incoativo. Pero hay algo más en esta valorización de la incoatividad, y nos vemos obligados a tomar en cuenta la segunda defini ción - “psicológica”- de la valencia, considerada como una potencialidad de atracciones y de repulsiones asociadas a un objeto: desde este punto de vista, la valencia sería el presentimiento que tiene el sujeto protensivo de esta sombra de valor, que a consecuencia de la escisión fórica, lo envuelve como en un capullo para que se manifieste más tarde bajo la forma más articulada de la incoatividad. En suma, la aspectualidad manifestaría la valencia de la misma manera en que las figuras-objeto manifiestan a los objetos de valor. No es, pues, sorprendente si los juicios éticos y estéticos, implícitos o explícitos en la recopilación de Eluard, se fundan en el carácter incoativo de los gestos y de las figuras, ya que éste restablece la disociación original en el nivel discursivo que le es propio, antes de toda polarización y de todo vertimiento semántico de los objetos. En Eluard, la valencia seleccionada prov iene de una “aper tu ra ” de la protensividad; pero también podría provenir, por ejemplo, de su “cierre”, que se tra duc iría en el nivel del dis curso mediante un aspecto terminativo y, eventualmente, daría lugar a una ética del desencanto, a una estética de la evanescencia, que apro vechara las figuras del deterioro, de la delicuescencia o de la desaparición de todas las cosas. Por .su parte, Camus en La chute [La caída] intentó ilustrar un mundo sin valores en el que la confianza estaría excluida; su descripción del Zuiderzee procede de hecho mediante la dilución de las valencias:
Voilá, n’est-ce pas, le plus beau des paysages négatifs! Voyez á notre gauche ce tas de cendres grises qu’on appelle ici une dune, la digue grise á notre droite, la gréve livide á nos pieds et, devant nous, la mer couleur de lessive faible, le vaste ciel oú se reflétent les eaux blémes. Un enfer mou, vraiment! [...] N’est-ce pas reffacement universel, le néant sensible aux yeux?3 3 París, Le livre de poche, p. 79.
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[¿No es éste el más hermoso de los paisajes negativos? Mire a nuestra izquierda, ese montón de ceniza que aquí llaman una duna, el dique gris a nuestra derecha, la arena pálida a nuestros pies y, frente a nosotros, el mar color de jabonadura desleída, y el vasto cielo, en el que se reflejan las aguas descoloridas. ¡Un infierno blando, verdaderamente! [...] ¿No es éste el borrarse universal, la nada sensible a los ojos?] Llanura indefinida, lejanías perdidas, ausencia de toda referencia topográfica y temporal, desaparición de todas las diferencias figurativas, todo se pierde en una duración estancada: he ahí el fin de toda valencia y a fortiori de los sistemas de valor articulados que podrían emerger. Todo sucede como si, para ofrecerse a la lectura de una manera clara y con alguna fuerza icónica, los componentes figurativos de la puesta en discur so presupusieran precisamente.ese nivel en el que la protensividad enfrenta las valencias en el momento de la escisión actancial. En Camus, por el contrario, campea una protensividad “blanda”, captada antes de su prim era articulación; esto permite entender, como por reducción al absur do, por qué, al separar al cuasi sujeto del cuasi objeto, la primera articu lación de la foria engendra la fiducia: en La chute, retornar al caos blando de las tensiones no articuladas es, literalmente, ya no creer en nada y, sobre todo, ya no creer en el creer. En efecto, la fe en tal o cual valor par ticular presupone siempre un “metacreer”, que no es sino la fiducia gene ralizada (no específica) propia del espacio de la foria, la precondición de toda creencia particular. Por eso, el “juez-p enitente” de Camus, actante sincrético por excelencia, practica, como los cínicos de la Antigüedad, el denigramiento sistemático y la provocación sarcástica. En este ejemplo parece claro que las valencias, que en conjunto constituyen lo que hemos llamado la fiducia, proporcionan al mundo de los objetos su armazón, sin la cual no pueden recibir un valor. Es preciso mencionar también, de modo breve, el papel del “accidente” en el relato de Camus. El Zuiderzee no da pie a la actividad interpretativa del observador, ya que, cierto, no presenta ninguna diferencia sensible, ninguna referencia, pero también porque, antes de cualquier articulación, no presenta ningún “accidente” figurativo, lo que podría ser entendido como la imagen de un mundo en el que el azar no hace mella. A la inver sa, es una vez más un “accidente” lo que produce un vuelco de la situación del “juez :pen itente”: es el azar el que puso en su camino a una de sespera da que se arrojó al Sena y que él no socorrió. Lo que el azar permite cons truir, el azar puede destruirlo: el accidente que desencadena la caída del mundo de valores es sólo la imagen virtual e invertida del accidente que pone en marcha a la necesidad óntica, par a hacer advenir en un primer tiempo la valencia, y el valor en un segundo tiempo.
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Inestabilidad, y regresión
Al atender a Camus, se llega a la conclusión de que el sustrato fórico de toda significación no es estable y de que lo que el azar construye, también lo puede destruir. Por una parte, la puesta en marcha inicial del sentido no es aún suficiente para engendrar la significación; por otra parte, la es cisión debida a la intervención del azar sobre la necesidad se ve amenaza da por la pregnancia de la necesidad misma. Lo “doble” tiende hacia lo “uno”, con riesgo de que se produzca una recuperación de la necesidad so bre el aza r de la escisión. En otro orden de ideas, al estu diar los objetos y los movimientos “difusos” del mundo natural, los matemáticos (en parti cular, B. Mandelbrot) han puesto a punto la teoría de la fractalización, la que, entre otras cosas, muestra de qué manera lo indiferenciado reapa rece por la influencia del azar y de la recursividad; en efecto, los llamados objetos “fractales” son engendrados a la vez por el azar (los procesos estocásticos) y por la recursividad (la aplicación ilimitada de procesos estocásticos a los productos de operaciones anteriores). Ahora bien: si nada detie ne u orienta la recursividad, la fractalización llega a un objeto que, aun que esté regido por un principio de homotecia interna, se vuelve insignifi cante, de una singularidad irreductible. De la misma manera, si la escisión se aplica “estocástica” y “recursivamente” a la vez, reproduce las condiciones de la “fusión” y de la plenitud tensiva o, lo que es lo mismo, de la dispersión máxima. • La estesis Esta tensión hacia la unidad es propia de la estesis, que aparece como el movimiento inverso de aquel que resuelve los sincretismos. En su nueva relación con el mundo, el sujeto experimenta el valor en la primera diso ciación por la cual él mismo es engendrado; la emoción estética podría ser interpretada como un “volver a sentir” esa escisión, como la nostalgia de la “tensividad fórica” indiferenciada. Esto permitiría dar cuenta del hecho de que las manifestaciones de la estesis son acompañadas, la mayoría de las veces, por un intercambio de roles sintácticos: reinmerso en la foria, el sujeto estético vuelve a encontrar el momento en que su configuración prototípica hubie ra podido i ns tau rarse lo mismo como objeto que como sujeto. Por ello, en las representaciones figurativas algunas veces se ve al objeto estético transformarse en sujeto de un hacer estético, del que el sujeto mismo de la emoción podría torn arse a su vez en objeto. Por otra parte, frecuentemente se observa en el discurso que, cuando se trata de decidir sobre tal o cual valencia y no se puede acceder a un sis tema axiológico constituido o bien se le rechaza en principio, el sujeto opta por u n discurso estético. Para un sujeto que no reconoce los valores i nsti
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tuidos, que menosprecia los que son generalmente aceptados, el mal se vuelve fealdad, el bien se vuelve belleza; es así como el cínico, pero tam bién el socialista revolucionario o el anarquista del siglo pasado son sensi bles al éxito estético de una conducta moral (o inmoral), del mismo modo en que, mediante una escenificación caricaturesca, también buscan ex hibir la fealdad de una conducta inmoral (o moral). La tensión hacia lo uno, esta amenaza -o esperanza- de retorno al estado fusional, abre dos posibilidades que merecen ser señaladas. En prim er lugar, la concepción de la estesis como un “volver a sentir” el esta do límite y como espera de un retorno a la fusión, que descansa en la fiducia, permite prever, en el nivel discursivo, la existencia de una dimensión estética. La dimensión pasional, construida a partir de la foria como su precondición y que busca su manifestación, tend ría como contraparti da la dimensión estética que, por su parte, descansaría sobre la eventualidad -esperanza o nostalgia- de un retorno a la protensividad fórica, un re torno al universo indiferenciado postulado como precondición de toda sig nificación. ®La inestab ilidad actancial Por otro lado, la inestabilidad de la escisión y la intercambiabilidad de los roles de sujeto y de objeto, observada en la manifestación discursiva, hace pen sa r que, en el intervalo que sepa ra al esta do fusional del estado escindido, la aparición de lo “doble” puede interpretarse como una prefigu ración de la intersubjetividad, lo mismo que como la de la relación sujeto/ objeto. Volviendo al modo en que la emergencia del sujeto protensivo ha sido contemplada, se puede decir que éste se ve atraído por dos fuerzas congruentes pero casi contradictorias: por un lado, la protensividad, en virtud de la cual el sujeto se diferencia del objeto y le procura una imagen de su “ipseidad”, y por el otro, la fiducia, esa manera de ser del “sujeto pa ra el mundo”, que en la medida en que suspende esta diferenciación, le prese nta una especie de “alteridad”. Basta con que prevalezca u na u otra, la protensividad o la fiducia, para que la escisión de lo “uno” en lo “doble” conduzca, ya sea a un reforzamiento de las posiciones específicas del suje to protensivo y de las “sombras de valor”, ya sea a la aparición de dos “intersujetos”, y las respectivas posiciones, al no estar todavía fijadas, serían intercambiables en razón misma de su imprecisión. Así pues, dentro de la foria aparecen, en un juego de intercambios ten sivos, ya sea proyecciones de intersujetos, ya sea de los roles de sujeto y de objeto, a veces como dobles idénticos, a veces como dobles diferentes gra cias a los cuales se construyen alternativa y congruentemente el sujeto pa ra sí y la intersubjetiv idad. Este juego de alternancias perm itiría com pren der cómo es que, al reanudar lazos con el estado fusional, el sujeto
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estético gua rda c ierta imagen de alteridad, y por qué la manifestación dis cursiva ancla la emoción estética en la intersubjetividad. El conjunto de esas formas protoactanciales parece provenir de una misma instancia: la tensividad fórica. Ahora bien, en el análisis de discursos concretos, en especial de aquellos que despliegan recorridos de sujetos apasionados, se encuentra frecuentemente una inestabilidad y una intercambiabilidad comparables de los roles actanciales; más sorprendentemente aún, el imaginario del sujeto apasionado parece contener a veces toda una población actancial cuyos papeles se intercambian y se cruzan. En el ir y venir indispensable entre la conceptuación del nivel profundo y la mani festación discursiva, uno se ve obligado de hecho a suponer la existencia de un eco entre, por una parte, el funcionamiento protoactancial carac terístico de la tensividad fórica y, por otra parte, el funcionamiento actan cial del imaginario del sujeto apasionado. Lejos de aparecer como un sim ple actor que manifestaría sim ultá nea mente en cuanto tal varios roles actanciales, este último adopta la forma de un verdadero sujeto discursivo que hubiera “interiorizado” (o “internalizado”) todo un juego actancial mediante el cual la pasión sería escenificada; mucho mejor que un sin cretismo ordinario, ese sujeto a fin de cuentas se definiría principalmente por esta capacidad de s uscita r toda la panoplia de roles actanciales nece sarios para la escenificación discursiva de la pasión. Esta propiedad no es pensable -e n el marco de la semiótica, por sup ues to- sino a condición de instalar previamente en el espacio tensivo la posibilidad de una frag mentación de lo “uno” en varios “protoactantes”. Es fácil imaginar que, en el seno de la tensividad fórica -hecha de tensiones de lo “uno” hacia lo “doble” por influencia del aza r sobre la nece sidad y de tensiones de lo “doble” hacia lo “uno” gracias a una recupera ción de la necesidad por encima del azar-, la masa fórica tiende a polari zarse: todavía no se está frente a una verdadera polarización en euforia/ disforia, sino frente a la sola oscilación entre “atracción” y “repulsión”, ya que la polarización propiamente dicha no ocurrirá más que en el momento de la categorización. La imagen de la puesta en marcha del sentido nos parece aquí apropiada: todo sucede como si el sentir mínimo confirmara o invalidara al mismo tiempo la primera inflexión de la foria, como si oscila ra entre la fusión, la escisión y la reunión. Una configuración pasional, la de la “inquietud”, permite reconocer en el nivel del discurso una manifes tación de esta inestabilidad constitutiva, en la medida en que es una agi tación anterior a la euforia y a la disforia, que en cierto modo suspende la polarización. Al respecto, cabría señalar que la inq uie tud impide toda evolución de las tensiones de la foria y que, en consecuencia, obstaculiza la formación de las “valencias” y toda firme orientación de la protensividad. Esta es la razón por la que el sujeto discursivo inquieto no tiene otra expectativa más que la de controlar la oscilación que lo arrastra; en fin, es
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la razón por la que la inquietud se presenta frecuentemente como una emergencia de la insignificancia en el nivel de la manifestación discursiva.
El devenir y las premisas de la modalización
El reconocimiento de la tensión propia de la foria permite considerar una prim era represen tació n del engendramiento de las modalidades, desti nadas a convertirse, en el nivel de la sintaxis narrativa, en las modalizaciones del hacer y del estar-ser. La dificultad reside en que esas modali dades, tal como las concebimos -el querer, el deber, el poder y el saber-, son dependientes de la categorización racional, mientras que desde otro punto de vista, al considerar los efectos de sentido pasionales, parecen obedecer a otros modos de organización, más “configuracionales” que propiam ente estructu rales. Aquí se quisiera mostrar que, ya desde el nivel de las precondiciones de la significación, la evolución de la pretensividad delinea, entre otras cosas, prefiguraciones tensivas de las cuatro modalidades, y que éstas -que serían guardadas en memoria para decirlo así por el universo modal una vez categorizado- repercuten en el fun cionamiento pasional de las modalidades. ®Protensividad y devenir La escisión del protoactante indiferenciado no puede resistirse al retomo a la fusión original más que a condición de que la tome a su cargo una “orientación” que se encuentra ya presente en el protoespacio-tiempo en el que se delinea el horizonte óntico. Tomando una cierta distancia, se puede considerar que, del conjunto de tensiones que animan la foria, las que son propicias a la escisión y las que buscan la fusión pueden o equilibrarse o prevalecer unas sobre otras; en caso de equilibrio, continúa la oscilación; si, por el contrario, las tensiones favorables a la fusión prevalecen, la ne cesidad recupera sus derechos y la significación no puede advenir. Por lo que se ve, para que la significación pueda desprenderse de la tensividad fórica, se requiere que predominen las tensiones favorables a la escisión: sólo en ese caso puede delinearse la protensividad como una orientación. Por otro lado, una orientación como tal es la condición necesaria para que la foria pueda prefigurar la sintaxis, ya que únicamente este tipo de dese quilibrio parece propicio al surgimiento del “cuasi sujeto” y de las valen cias. Se podría llamar devenir al desequilibrio “positivo” que es favorable a la escisión de la masa fórica. Para tratar de entender cómo es posible reconocer en la foria un esbo zo de sintaxis, nos parece útil convocar ahora esta noción de devenir, poco utilizada en semiótica, que presentaría la ventaja de hacer repercutir, en
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el nivel epistemológico, las manifestaciones de lo continuo observadas en la sintaxis discursiva. En su definición común, como “paso de un estado a otro” o como “serie de cambios de estado”, el devenir no toma en cuenta la distinción entre estar y hacer, y subsume estados y transformaciones. E n otras definiciones, más filosóficas o casi semióticas, en un nivel de análisis en el que el cambio “humano” no se distingue todavía del cambio “natu ral”, el devenir es presentado como el principio de un cambio continuo, una pura dirección evolutiva: algo llega a ser, algo deviene, podría decirse. Con respecto a las dos magnitudes discontinuas que son el estar y el hacer, el devenir sería, en cierto modo, una precondición y un sincretismo susceptible de ser resuelto; entre el “cuasi sujeto” y las “sombras de va lor”, no es cuestión de una junción, ni de estados y transformaciones, sino de una tensión fiduciaria, dinamizada por las oscilaciones de la atracción y de la repulsión y desequilibrada en favor de la escisión. Si se entiende la protensividad como el efecto modal arcaico de la escisión en el espacio de la foria, el devenir sería la versión “positiva” propicia a la aparición de la significación. De hecho, poca distancia separa a esas nociones: “protensividad”, “orientación” y “devenir” designan, aproximadamente y con enfoques di ferentes, la misma cosa; la protensividad es el primer efecto modal de la escisión, la orientación es su propiedad figural, el devenir es el producto de un desequilibrio de las tensiones que confirma la escisión. Además de ser intuitivamente más manejable que el de “protensividad”, el término “devenir” ofrece una doble ventaja. Por una parte, en tanto precondición perteneciente al nivel epistemológico, invita a afinar el análisis de la pro tensividad; en efecto, obliga a pensarla simultáneamente como orien tación y evolución, es decir, como portadora de una historicidad. En ese sentido, el devenir es compatible con las hipótesis referentes a la evolu ción antropológica y biológica. Por supuesto, lo anterior no significa que constituye una “cabeza de puente” para una eventual invasión teórica sino, de manera más prudente, que en ese nivel de la construcción teórica -el de las precondiciones de la significación- es posible una discusión respecto de tales hipótesis. Por otra parte, con respecto a la manifestación discursiva, donde el término conserva alguna pertinencia, designa el despliegue y desarrollo espacio-temporal; sin embargo, en ese nivel, en el que una aspectualización concebida como la gestión del continuum discur sivo es suficiente para dar cuenta de tales efectos de superficie, parece re dundante el uso de ese término. En cambio, en el nivel de las precondicio nes, al seleccionar un principio de orientación u nila teral y de evolución de entre todas las tensiones fóricas, crea el efecto de “apuntar hacia un objeti vo" [visée] en virtud del cual resulta pensable una sintaxis, en particular si se piensa que es posible descomponer el efecto de apuntar en un efecto origen (el sujeto) y un efecto fin (el objeto).
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Las modulaciones del devenir
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La resolución de ese sincretismo tomará sucesivamente dos vías: primero, la de la modulación y, después, la de la discretización que engendrará las modalizaciones. La primera constituiría una prefiguración de la aspectualización discursiva. La segunda, al reelaborar los resultados de la modu lación, establecería, por una parte, el vínculo entre las variaciones de la tensión en el espacio de la foria y, por la otra, la categorización modal pues ta en actividad en el nivel narrativo. El trata mie nto aplicado al de venir obedece a los dos grandes procedimientos utilizados hasta hoy en día en materia de tratamiento de lo continuo: una demarcación de las variacio nes tensivas, que revela las modulaciones, y una segmentación, que hace aparecer las unidades discretas. Por el momento nos interesa más la de marcación, que obedece a una lógica de las aproximaciones y procede por traslapos y rupturas de tensiones, dando así lugar a fases de aceleración o de desaceleración, a orígenes y fines, a aperturas y cierres, a suspensiones o demoras. Estas variaciones, propiedades intrínsecas del devenir, se en cuentran inscritas en su definición misma; en efecto, puesto que el devenir no es más que un “desequilibrio favorable”, las tensiones en favor de la escisión no prevalecen sino globalmente para un “observador” situado a cierta distancia, mientras que, de cerca, para un “observador” próximo, los retornos, los desequilibrios inversos arriesgan localmente la continuidad de la evolución. De algún modo, es posible concebir las modulaciones del devenir como cierta manera de manejar simultáneamente la heterogenei dad de las tensiones y la homogeneidad global de la orientación. Por ejemplo, el prototipo del querer podría provenir de una “apertura” que actualizara el efecto de “apuntar hacia un objetivo” y sería reconocible en ese nivel tensivo merced a una aceleración del devenir; cada nueva aparición del querer, cualquiera que fuera su posición, provocaría una nueva apertura o una nueva aceleración. En cambio, el prototipo del saber cerraría el devenir y actualizaría un efecto de “prensión”, inverso al efecto de “apuntar hacia un objetivo”; detendría el curso del devenir para medir su evolución. Como se verá más adelante, la extensión de esta mo dulación a la totalidad del espacio de la foria, mediante la estabilización de las tensiones, abrirá la posibilidad de una racionalización cognoscitiva del universo de sentido. En cuanto al prototipo del poder, éste se encuentra encargado de “mantener el curso” del devenir, de acompañar a sus fluctua ciones para conservar el desequilibrio favorable a la escisión. Además, las tres modulaciones - ’abrien te”, “claus urant e” y “cursiva”- prefiguran lo que, en el nivel del discurso, se convertirá en la triada aspectual “incoativo/durativo/terminativo”; aunque es preciso notar que, en tanto forma dis cursiva del proceso, la triada aspectual tiene poco que ver con las tres modalizaciones aquí evocadas: por supuesto, ambas triadas tienen el mis
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mo fundamento, pero se obtienen mediante dos procedimientos totalmente diferentes. En efecto, si se aplica la categorización a partir de las tres mo dulaciones del devenir, se les hace seguir el recorrido generativo y se con vierten en modalizaciones en el universo semionarrativo; en cambio, si se convoca a esas mismas modulaciones para discursivizar los procesos, en tonces reaparecen en el nivel de la manifestación como “aspectos”. Esta presentación ofrece la ventaja de u na economía de medios (un único con cepto y dos procedimientos muy generales), al tiempo que distingue entre la conversión, reservada al recorrido generativo, y la convocación enuncia tiva, reservada a la discursivización, tanto de las variaciones de la tensividad fórica como de los productos del recorrido generativo propio del nivel semionarrativo. Sin embargo, es preciso señalar que ella supone una re presentación de la economía general de la teo ría emtres “módulos” ligados mediante operaciones: el de las precondiciones, el de lo semionarrativo y el del discurso. Regresaremos a este tema más adelante. En cuanto al prototipo del deber, éste se presentaría como una sus pensión del devenir, en el sentido de que lo transforma en otra necesidad; en lugar de la fusión de lo “uno”, propone la coherencia del “todo”, ya que una vez establecido el principio de la escisión, otro peligro amenaza: el de la dispersión. En efecto, si nada se opone a las fuerzas dispersivas puestas en marcha por el primer estremecimiento del sentido, después de la insignificancia de lo “uno” se instalará otra insignificancia, la del caos, es decir, la de la escisión indefinida, uno de cuyos efectos lo hemos encontra do en la agitación desordenada y estéril que caracteriza a la inquietud. El prototipo del deber se opone a este peligro como u na fuerza cohesiva que busca constituir una totalidad de tensiones; en la práctica, esto equivale a adoptar, con respecto al devenir, el punto de vista del observador distan te que, como se ha visto, homogeneiza los avatares de la foria y desdeña las variaciones y las fases. En resumen, el prototipo del deber procedería mediante la “puntualización” de la modulación, neutralizando con ello los efectos “abrientes”, “clausurantes” y “cursivos”. Tal hipótesis permitiría dar cuenta del funcionamiento muy peculiar de la modalización resultante. ®Modulaciones, modalizaciones y aspectualizaciones La preeminencia del incoativo en Capitale de la douleur, que hemos interpretado como la manifestación de una valencia, tomaría aquí todo su sentido: señalaría el dominio de un prototipo del querer, la modu lación “abriente” y su efecto de “apuntar hacia un objetivo”, que en esa recopilación aparece muy explícitamente como una resistencia a la ne. cesidad. De manera más general, al entrar en el texto por vía de sus va riaciones o de sus elecciones aspectuales, es posible reconocer formas dominantes de la tensividad; en la medida en que esas elecciones defi-
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nen un cierto modo de acceder a la significación para el sujeto episte mológico y al valor para los sujetos narrativos -como sucede con el incoa tivo en Eluard-, es posible considerar que manifiestan los que podrían ser llamados “estilos semióticos”: la agitación del inquieto, la vacilación del veleidoso, el estilo “agresivo” del voluntarista, son otras tantas ma nifestaciones aspectuales de la manera en que la significación y el valor advienen en diferentes tipos de discursos o para cada uno de los sujetos así caracterizados. Desde otro punto de vista, en ausencia de una mani festación directa o indirecta de las modalizaciones, el examen de la se lección de los aspectos dominantes permite plantear la existencia de tal o cual modulación dominante en el nivel profundo, que habría sido con vocada pri oritariam ente por l a pue sta en discurso. Al suponer que esta modulación es predominante, resulta posible sospechar y prever que la organización modal, en caso de que exista en inmanencia, deberá ser afectada u orientada en consecuencia. De esta manera, la vacilación, que remitiría a una modulación a la vez abriente y suspensiva, permiti ría prever una definición compleja del querer (querer y no querer) e inci taría a buscar en la manifestación discursiva sus eventuales huellas específicas. Igualmente, la agitación, como forma aspectual superficial, revela una forma peculiar de modulación suspensiva: la que la pura oscilación de las tensiones produce, el equilibrio imposible entre la fu sión y la escisión. Es posible interpretar este equilibrio inestable como la coexistencia'de dos modulaciones cuyos efectos se anulan: por ejem plo, un a modulación abriente y una modulación clausurante o, tam bién, una modulación cursiva y una modulación puntualizante; en esa circuns tancia, uno se vería incitado a plantear la hipótesis de la existencia, en el nivel narrativo, de una confrontación modal, ya sea entre querer y saber, ya sea entre poder y deber; en uno y otro caso, se delinearían los contornos de la inquietud o de la angustia. Por otro lado, parece ser que este procedimiento de descubrimiento es el mismo que utilizan, intuiti vamente o con otros instrumentos de investigación, los psiquiatras, cuando infieren una disposición psíquica de tipo modal o pasional (cf. la angustia o el componente ansioso de la depresión) a partir de la forma aspectual o superficial de un comportamiento (cf. la agitación). Las tres instancias: modulación, modalización y aspectualización, distribuidas respectivamente en la tensividad fórica, el nivel semionarrativo y la ma nifestación discursiva propiamente dicha, constituyen en cierto modo el triángulo teórico cuyo valor heurístico nos esforzamos por demostrar. Regresando a la tensividad fórica, el número de modulaciones posi bles p ara el devenir es actualmente indefinido; probablemente lo es por definición: por una parte, las escasas formas que hemos sugerido y par cialmente ilustrado no agotan los posibles casos de figura, y por la otra, ya que permanecemos en un modo continuo, la lógica de las aproximaciones
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y los traslapos que rige en ese nivel acepta tantos tipos mixtos o interme dios como se quieran imaginar. Está claro que, si hemos identificado prio ritariamente las modulaciones abriente, clausurante, cursiva y puntuali zante, es a causa de la categorización modal que los seleccionará, de acuerdo con un principio que examinaremos pronto, para integrarlos en el nivel semionarrativo.
Por un mundo cognoscible
®El discernimiento El sujeto modalizado por la fiducia en el estrato fórico, cuyos rasgos prin cipales acabamos de delinear, y asociado a las “sombras de valor” merced a la protensividad, aún no es capaz de conocer el valor, únicamente puede sentir la valencia, en particular bajo el modo de la apreciación estética. Para conocer, es preciso primero negar. Cierto es que las “proformas” de objetos ya se le presentan, que las modulaciones del devenir introducen ya una especie de “respiración” -¿un ritmo?, ¿un tempo?- en la protensivi dad, pero nada se encuentra categorizado todavía, nada presenta con tornos discretos. La negación es la primera operación por medio de la cual el sujeto se funda a sí mismo como sujeto operador y funda al mundo como cognoscible. En cierta manera, se trata de una especie de disjunción: la primera era la disjunción con respecto a la necesidad óntica como efecto del azar; la segunda es una disjunción con respecto a la modulación con tinua de las tensiones y a un mundo de valores no cognoscible. Esta negación se analiza en dos tiempos. El primer gesto es un acto puro, el acto por excelencia: un discerni miento. El sujeto operador discierne una posición que delimita la zona de una categoría a partir de una sombra de valor; este discernimiento es él mismo una negación, o más bien una aprehensión, una incautación, una interrupción de las fluctuaciones de la tensión. En efecto, el mundo como valor se ofrecería todo entero al sentir del sujeto tensivo; pero, para cono cerlo, es necesario detener el flujo continuo, es decir, generalizar la “clau sura” -se trata, pues, del origen de la primera negación-, delimitar una zona, discernir un lugar, es decir, negar lo que no es ese lugar.4 Así, en Proust, antes de escuchar la frase de Vinteuil, Swann es un individuo 4 Esta concepción del advenimiento de la significación, en cierta forma, es un eco de la que ha sido desarrollada por R. Girard en Des choses cachées depuis la f ondati on da monde (Grasset, 1978); a partir de la indiferenciación natural y de la propagación de la violencia social, la cultura y la significación emergen merced a la elección de un chivo expiatorio. Ahí también se trata de un discernimiento-negación que, según Girard, erige al primer signifi cante cultural.
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común, sin ideal ni proyecto, que subsiste intelectual y afectivamente de pequeñas cosas, que vag a en un mundo insignificante; la frase de Vinteuil es la figura de ese sujeto operador liminar, ya que efectivamente ella va a determinar un lugar, a delinear en su espíritu la zona en la cual, como escribe Proust, el nombre de Odette se inscribirá:
De sorte que ces parties de l’áme de Swann oü la petite phrase avait effacé le souci des intéréts matériels, les considérations humaines et valables pour tous, elle les avait laissées vacantes et en blanc, et il était libre d’y inseriré le nom d’Odette.5 [De modo que aquellas partes del alma de Swann en las que la ífasecita había bo rrado la preocupación por los intereses materiales, por las consideraciones humanas y corrientes, ella las había dejado vacías, en blanco, y Swann podía inscribir ahí el nombre de Odette.] El secundo gesto, que sólo es la otra faz del primero, es una contradic ción, la negación en sentido categorial. El discernimiento-negación aplica do a una sombra de valor no puede instalar más que a no-S^ primer tér mino del cuadrado semiótico. En efecto, el sujeto tensivo, transformado en sujeto operador mediante esta disjunción, no puede discretizar sino som bras de valor, de las que se encuentra separado merced a la escisión: no tiene otra cosa que “discernir” más que la ausencia. Dicho en otros térmi nos, para hacer advenir la significación y estabilizar la tensividad, el suje to operador no tiene otra solución que categorizar la pérdida del objeto, y ésta es la razón por la que la primera operación discreta es una negación; no es sino bajo esta condición que, en virtud de la introducción de lo dis continuo en lo continuo, el sujeto podrá conocer el objeto detrás de las sombras de valor. Sin la contradicción, el discernimiento no determinaría más que una pura singularidad en el continuo tensivo y fracasaría en su intento de hacer advenir la significación; es así como, después de haber aparecido como “singular” e irreductiblemente individual, la frase de Vinteuil se delinea como una red de contrastes, de negaciones internas -para ser conocida y reconocida-, y terminará por ser el signo de una ausencia, una ausencia de cuya existencia Swann no tenía idea anterior mente y a partir de la cual su vida volverá a tomar sentido. De hecho, es fácil justificar el discernimiento, si se piensa en lo que puede sucederles al sujeto tensivo y a sus valencias: u na vez confirmada y sostenida como devenir, la escisión actancial y la distribución de las ten siones se equilibran globalmente. Así, se llega a una fase de equilibrio en la que la dinámica interna de la foria choca contra la estabilización del devenir. En ese momento, se presenta una alternativa: o bien la fiducia 5 Á la recherche da temps perd u, t. I, Du cóté de chez Swann , París, Gallirnard, Bibliothéque de la Pléiade (Un amour de Swann, p. 237).
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triunfa y, con ella, la tendencia a retornar a la fusión, o bien la protensividad del sujeto se convierte en acto y ese sujeto deviene sujeto operador; una evolución como ésta se inscribe en la definición misma del devenir, ya que la conservación de un desequilibrio “positivo” no puede llevar más que a su acentuación y, en último término, a una estabilización. En última instancia, la confirmación de la escisión de alguna manera adopta la forma de un reconocimiento -que funda lo cognoscitivo- de la separación entre el mundo y el sujeto. ®La categorización En consecuencia, el cuadrado semiótico, o cualquier otro modelo que ocupe su lugar en el recorrido generativo, instala una racionalidad signifi cante en el lugar en que se suponía la existencia, como “horizonte del ser”, de una simple necesidad. Por el contrario, a manera de ejemplo, la emo ción estética parece difícilmente discretizable: o el mundo se encuentra “marcado” estéticamente o no lo está; puede estar más o menos estetizado bajo u n modo continuo, pero entonces escapa al juego de las diferencias semióticas categoriales. En cambio, la protensividad “blanda” de La chute se ve acompañada por una suspensión universal de las diferencias: somos todos iguales, todos culpables, no hay valor en sentido axiológico ni valor en sentido estructu ral. Esta manera de engendrar las estructuras elementales de la signifi cación permite entender al mismo tiempo su papel estabilizador. Median te el discernimiento-negación, el sujeto operador suscita una nueva mag nitud: la categoría, que es como una respuesta a la solicitud de unidad que proviene de la necesidad originaria. Pero ahora esta unidad es una red de relaciones estables en la que la composición de las contradicciones, de las contrariedades y de las implicaciones, al tiempo que fragmenta la categoría en varios términos, les proporciona una imagen totalizante y, sin embargo, en devenir. Las estructuras elementales de la significación logran reconciliar un principio de evolución por medio de una sintaxis dialectizante y una forma categorial de la totalidad. De esta manera, mediante la instalación de relaciones dialécticas y discontinuas entre la categoría y sus términos, se ve resuelta la tensión entre lo “uno” y lo “múltiple”. Por otra parte, la discretización transforma el devenir en un sucesión de disjunciones y de conjunciones discontinuas. El primer discernimiento, seguido por las operaciones constitutivas de la estructura elemental, transmuta las modulaciones en una sucesión de “antes” y “después”, en una sucesión de fases y de umbrales de fases. Desde esta perspectiva, los estados y las transformaciones serán definidos respectivamente en este nivel como las zonas aisladas por el discernimiento en el desarrollo orien
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tado del devenir y como los caminos que llevan de un estado a otro. De acuerdo con lo anterior, la sintaxis elemental no se añade ulteriormente a las estructuras elementales de la significación, sino que proviene de la resolución misma del sincretismo; en especial, es posible notar que, si la estructura elemental proviene de un discernimiento de las “sombras de valor”, es decir, de las valencias que se dibujan sobre el fondo de la fiducia, la sintaxis elemental de los estados y de las transformaciones provie ne, ella, de un discernimiento de las fases de la protensividad. Este mismo procedimiento, esta “aprehensión-interrupción” que hemos identificado como el primer acto negador y fundador, es susceptible de engendrar si multáneamente, con una simple variación de su alcance, la categoría y su sintaxis: una aprehensión de alcance local en el primer caso, una apre hensión del efecto'dinámico global en el segundo.
LA SINTAXIS NARRATIVA DE SUPERFICIE: LOS INSTRUMENTOS DE UNA SEMIÓTICA DE LAS PASIONES
Una vez llegados a este nivel de la sintaxis narrativa propiamente dicha, estamos en posibilidad de definir los instrumentos conceptuales que son utilizables directamente en el análisis de las pasiones. Las es tructuras modales
Puesto que la discretización interviene en la modulación de las tensio nes en devenir después de que ésta ha operado, en consecuencia, es posi ble aplicarla a los resultados de esa modulación. Este procedimiento con vierte, en especial, las modulaciones obtenidas por la “demarcación” (abriente, clausurante, cursiva y puntualizante) en categorías modales.6 Si se acepta que el discernimiento debe confirmar y estabilizar la 6 C. Zilberberg intenta conciliar la tensividad y la categorización al reunir en un mismo cuadrado semiótico cuatro formas tensivas que se parecen en mucho a las modulaciones del devenir:
(= clausurante)
(= abriente)
Seductora en muchos sentidos, esta opinión sin embargo no es compatible con nuestra descripción del nivel profundo: si las formas tensivas son categorizables es porque están estabilizadas y, en consecuencia, ya no son tensivas; quizá no sea más que una cuestión de formulación.
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escisión, resistir a la necesidad óntica y proceder por negación, entonces la primer a operación modalizante consiste en una negación del deber por el querer. Acto seguido la categoría modal se despliega como un cuadrado semiótico.
(cf. claus urante)
(cf. abriente)
De este modo se obtienen dos ejes modales: el de las modalizaciones exógenas, modalizaciones del sujeto heterónomo (deber us poder) y el de las modalizaciones endógenas, modalizaciones del sujeto autónomo (saber vs querer). También aparecen dos esquemas modales: el de las modaliza ciones virtualizantes, modalizaciones del sujeto virtualizado (deber vs querer) y el de las modalizaciones actualizantes, modalizaciones del sujeto actualizado (saber vs poder). En consecuencia, las dos deixis aparecen respectivamente como las modalizaciones “estabilizantes” (deber vs saber) y las modalizaciones “movilizantes” (poder vs querer). Sin embargo, no está de más recordar el sustrato tensivo de las organi zaciones modales y la modulación que se halla en su origen. En primer lu gar, la idea misma de hacer surgir las cuatro modalizaciones a partir de una misma categoría modal no tiene sentido si esta categoría no ofrece un contenido homogéneo -que en semántica estructural era llamado un “eje semántico”. Ahora bien, este contenido no es otro que el resultado de un discernimiento que opera sobre la masa túnica; en otras palabras, y sin en trar en el detalle de la construcción teórica de las precondiciones epistemo lógicas, se podría decir que la masa tímica sobre la que se erige el sistema modal encarna el contenido de la categoría modal. En segundo lugar, para establecer la sintaxis modal de las configuraciones pasionales, será posible eventualmente apoyarse en la modulación tensiva y en la interpretación homogénea del conjunto de modalizaciones que tal modulación autoriza.
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El sujeto, el objeto y la jun ción
En las formulaciones anteriores, los diferentes términos y las diferentes relaciones reveladas en el seno de la categoría modal se refieren esencial mente al sujeto y no al objeto o a la junción; esto no significa que la modalización no ataña al objeto y a la junción. Más bien, es todo lo contrario, ya que, en el momento en que la categoría se discretiza, los sujetos y los obje tos sintácticos de la junción aún no han sido constituidos. El único ver dadero sujeto del que disponemos hasta entonces es el sujeto operador (el del discernimiento); pero el único “objeto” que le puede ser atribuido es aquel que él se da por medio del discernimiento; es decir, un conjunto de relaciones en el seno de una categoría -el cuadrado semiótico como objeto cognoscitivo formal-. Por lo demás, nos hemos enfrentado únicamente a “cuasisujetos” y a “sombras de valor”. Tradicionalmente, el sujeto y el ob jeto son considerados como indefinibles, como los término s finales de la relación predicativa, concebida como “orientación” o “mira”. En este punto podría recordarse que la “mira” ya h a sido definida aquí como un “efecto” producto del carác ter unilate ral y tensivo de la orientación y que, a ese respecto, el sujeto y el objeto pueden ser considerados, en el espacio de la foria, como efectos de segundo grado (efecto origen y efecto fin). El sujeto operador, constituido como tal mediante un discernimiento, evacúa las modulaciones susceptibles de delinear las sombras de valor (las valencias) y las remplaza por las estructuras elementales de la significación. A par tir de ese momento, al tratar los diferentes términos discretos (S1; NO-S^ S9, NO-S2) como distintas formas de la junción (conjunción, no-conjunción, disjunción, no-disjunción), ese sujeto es capaz de recorrer de manera dis continua, en el seno de la categoría discernida, las estructuras elementa les de la significación; esta descripción se conforma con el procedimiento de discretización del devenir que hemos propuesto antes. Pero, en tal ca so, el objeto no será sino una forma sintáctica que se ofrece como diferen tes posiciones propuestas al sujeto en el seno de la categoría y, en conse cuencia, se definirá en ese nivel como un conjunto de propiedades sintácti cas que aparecerán como simples coerciones impuestas al recorrido del sujeto. El carácter “participativo” de un objeto sintáctico sería, por ejem plo, una de estas propiedades, ya que determin a un tipo de junción. Habría, pues, que suponer que, después del primer discernimiento, por el ímpetu de una dinám ica anterior, el nuevo sujeto operador pro sigue un itinerario cuyo fin todavía no conoce: se puede admitir aquí que la protensividad es recursiva y que, si bien el discernimiento detiene y convierte las modulaciones, no por ello afecta a la orientación dinámica. Los dos actantes sintácticos sujeto y objeto serían instalados a partir de esta orientación dinámica recursiva: el primero como operador de las fuerzas de transformación de una posición a otra, y el segundo como
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conjunto de propiedades (las reglas del juego, de alguna manera) pro pias de cada una de las posiciones sucesivamen te adoptad as. A pa rtir de ese momento, la modalización, surgida de las modulaciones del devenir, se aplica prioritariamente a esas “reglas del juego” o a esas “propieda des” características de cada lugar ocupado por el sujeto, y no al sujeto mismo. En efecto, al liberarse de las fluctuaciones de la foria en virtud del primer discernimiento, el sujeto operador ya no se ve animado más que por la “orientación dinámica” que se mantiene en ese nivel; en cam bio, como se mo strará sin dificultad en el transcu rso del anális is de la avaricia y de los celos, las modulaciones subyacentes (por ejemplo, la modulación “retensiva” en el caso del avaro) se vuelven a encontrar bajo la forma de propiedades sintácticas que sobredeterminan tal o cual posi ción de la junción (una conjunción acumulativa con objetos indestruc tibles o una no-disjunción con objetos destinados a circular). En conse cuencia, las valencias se ven parcialmente convertidas en propiedades de los objetos sintácticos.
De la valencia al valor
La pregunta que aún subsiste es la de la formación de los objetos de valor. En efecto, “valor” se emplea en semiótica con dos acepciones diferentes:7 el “valor” que subyace a un proyecto de vida y el “valor” en sentido estruc tural, tal como lo concibe Saussure. Conciliar esas dos acepciones permite forjar el concepto de objeto de valor: un objeto que da un “sentido” (una orientación axiológica) a un proyecto de vida y un objeto que encuentra su significación en la diferencia, por oposición a otros objetos. De hecho, la aparición del objeto de valor depende de lo que le suceda a las valencias. La valencia es una “sombra” que suscita el “presentimiento” del valor; el objeto sintáctico es una forma, un “contorno” de objeto comparable al que proyecta frente a él el sujeto durante la percepción de la Gestalt y que es codefinitorio del sujeto; el objeto de valor es un objeto sintáctico cargado se mánticamente; pero -y he ahí la clave- la carga semántica descansa en una categorización surgida de la valencia misma. Está claro, por ejemplo, que la frase de Vinteuil no propone, propiamente hablando, un objeto de valor: primero designa una valencia, por discernimiento, y después, a par
7 Cf. J. Petitot, “Les deux indicibles, ou la sémio tique face á l’imagin aire comme c hair”, en Parret y Ruprecht (comps.), Exigences et p erspectiues de la sémiotiq ue, Amsterdam, Béñjamins, 1985. Si nos atenemos, como Petitot, únicamente a la confrontación entre esas dos acepciones de ‘Valor”, efectivamente existe una “aporía”; pero ello equivale a olvidar la valencia, el “valor de los valores” que rige so capa simultáneamente el engendramiento del valor en el seno de la categoría y el del valor en el objeto al cual apunta el sujeto.
l a e pi s t e m o l o g í a d e l a s pa s i o n e s
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tir de esa valencia, un tipo de objeto sintáctico se delinea como ‘Válido para el sujeto”, sin que se pu eda saber todavía cuál es su vertimiento semántico. Swann trouvait en lui, dans le souvenir de la phrase qu’il avait entendue,[...] la présence d’une de ces réalités invisibles auxquelles il avait cessé de croire et auxquelles, comme.si la musique avait eu sur la sécheresse morale dont il souffrait une sorte d’influence élective, il se sentait de nouveau le désir et presque la forcé de consacrer sa vie.8 [Swann encontró en él, en el recuerdo de la frase escuchada, [...] la presencia de una de esas realidades invisibles en las que había dejado de creer y, como si la música hubiera tenido una especie de influencia electiva sobre su resequedad moral, sentía de nuevo el deseo y casi las fuerzas de consagrar a ellas su vida.]
Una vez instaladas esas determinaciones, cualquier contenido semán tico puede ocupar el lugar así definido, con tal de que sea conforme a la valencia; para Swann será el amor, y ese amor satisfará las condiciones plan tead as por la frase de Vinteuil. Si, s emánticamente hablando, el suje to sintáctico puede ser definido por el valor al que apunta, es porque ese valor obedece a los criterios impuestos por la valencia, que -como ya se vio- también controla las propiedades sintácticas de las posiciones ocu padas por el sujeto. Respecto de esta cuestión, de algún modo sería posible decir que el sujeto y el objeto se seleccionan recíprocamente: el sujeto, porque impon e proten siv amente prop iedades sintácticas selectivas al objeto, y el objeto, porque semantiza al sujeto, siendo la valencia el crite rio regulador de este encuentro. El vertimiento semántico reconocido como conforme a la valencia re cibe entonces recursivamente las “atracciones/repulsiones” propias de la foria, las que, polarizadas esta vez, constituyen una axiología.
Las estructuras actanciales
En el momento en que el nivel narrativo toma a su cargo a los actantes sujeto y objeto obtenidos en la etapa anterior, éstos se convierten en “protoactantes” susceptibles de ser proyectados a su vez en el cuadrado semiótico y de ser tratados como categorías. El principio de esta categorización del protoactante es bien conocido y permite obtener cuatro posi ciones principales:
O p . c i t . , p.
211.
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De este modo es posible engendrar los modelos actanciales que sirven pa ra esc enif icar las estructuras polémico-contractuales. Su aparición responde, en cierta manera, a la primera “puesta en marcha del sentido”, ya que la separación entre el “cuasisujeto” y la “sombra de valor”, que es interpretada como la emergencia de la fiducia y la protensividad, podría perfectamente ser atrib uida a la intervención de un a forma de adversidad -aún no es posible hablar de antisujeto en ese nivel. En la medida en que hemos detectado tendencias cohesivas y tendencias dispersivas que pue den ser consideradas favorables o desfavorables al advenimiento de la sig nificación, el principio mismo de una cohabitación indecisa de las estruc turas contractuales y de las estructuras polémicas estaría ya en marcha en el seno de la foria. En el nivel de las estructuras semio-narrativas, el principio polémico adoptará dos facetas dife rentes: o bie n los sujetos apuntan al mismo objeto de valor y -en la medida en que comparten el mismo sistema de valores- se encuentran en competencia; o bien, en sus program as narra tivos se encuentran incorporados sistem as de valor dife rentes y, por ello, en conflicto. Además, J. Petitot ha sugerido, apoyándose en los diferentes estratos de la catástrofe de conflicto, que la contrariedad entre dos términos de una categoría puede funcionar como relación po lémica entre sujeto y antisujeto o como diferencia entre dos objetos. Es preciso distinguir dos problemas diferentes. El primero es el de la aparición, en el recorrido generativo, de las relaciones polémico-contrac tuales en cuanto tales; el espacio fiduciario evocado anteriormente propor ciona un punto de partida adecuado a la comunicación contractual de los objetos. Para explicar la aparición de las relaciones polémicas, sería con veniente una modulación del devenir que afectara a la fiducia, en especial si se admite que la escisión de lo “uno” puede engendrar tanto la pareja “sujeto/objeto” como una pareja de “intersujetos” en la que el juego de las atracciones/repulsiones prefiguraría las estructuras polémico-contrac tuales. Esta hipótesis es interesante en más de un sentido. En primer lugar, esclarece un fenómeno frecuentemente descrito pero rara vez expli cado que se refiere a la transformación de los objetos en sujetos: el objeto
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se transforma en sujeto porque resiste, se sustrae, rechaza al sujeto de la búsqueda, mediante una especie de proyección sobre el objeto de los “obs táculos” que el sujeto encuentra: el antisujeto de algún modo reside en la figura-objeto, especialmente para un sujeto apasionado. Si la conversión objeto-^sujeto se ve acompañada por un efecto polémico, se debe apa rentemente al retorno a la escisión tensiva y al estado de “intersujetos” que este retorno supone. Acto seguido, esto permite dar cuenta de uno de los aspectos del segundo problema que evocábamos poco antes. El segundo problema es aquel del cual tratábamos aquí mismo, a saber: la categorización de los protoactantes y, como consecuencia, la categorización de las estructuras polémico-contractuales. Por el momento, esta últim a categorización se erige de la siguiente manera: COLUSION
CONTRATO
ANTAGONISMO
POLÉMICA
La cohabitación de las estructuras contractuales y de las estructuras polémicas es constante y a veces determinante, entre otras partes, en el universo pasional; en efecto, muchas pasiones aparecerán como la habili tación de una zona contractual en un universo polémico: por ejemplo, la “emulación”, que se presenta como un paréntesis contractual y un fai r pla y 9 acompañado eventualmente por una recompensa, dentro de un campo de rivalidades; otras pasiones, por el contrario, confirman la irrup ción de la polémica en un universo contractual: esto sucede con la cólera, que suscita una frustración a partir de un horizonte contractual y pacífi co. Engarces como éstos, entre lo polémico y lo contractual, que de alguna manera hacen la vida soportable, entre una paz sin peripecias y un des garramiento incontrolable, podrían ser descritos como el resultado de una aspectualización producto de la discursivización, pero no es posible expli carlos sin volver a examinar algunas modulaciones de la tensividad fórica. En efecto, si se acepta que las estructuras polémico-contractuales son prefiguradas durante la escisión y la primera puesta en marcha del senti do, entonces es posible comprender que obedecen a la lógica de las aproxi maciones y de los traslapos. Fácilmente se puede mostrar que una pasión como es el “conservadurismo” de las novelas del siglo XEX, en particular las de Balzac y Stendhal -y no únicamente en las novelas-, al oponer resis 9 En inglés en el original [T.].
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tencia (una “desaceleración”) al flujo del devenir político e histórico, susci ta una zona conflictiva a partir de esta modulación retensiva de la que nacerán todos los antagonismos políticos y sociales. Esta visión de las cosas, que toma indirectamente de Brondal la idea del término complejo, supondría, en el seno mismo de las estructuras polémico-contractuales, una forma mixta que obedece a dominancias variables; en la medida en que las variaciones de la dominancia se llevan a cabo obligatoriamente de modo continuo, merced a un incremento de influencia de un término que es correlativo a la disminución de la influencia de otro término, estas variaciones confirman su anclaje en las modulaciones tensivas de la foria. A la luz de estas observaciones, el sistema (categorial) de lo polémico-contractual podría ser pensado de nuevo como una serie de desigualdades en la que cada posición sería entendida como un nuevo equilibrio en las variaciones de dominancia; en consecuencia, el recorrido en el cuadrado sería concebido como una sucesión de inversiones de dominancia entre las formas polémicas y las formas contractuales. En lo que se refiere al protoactante objeto, éste refleja la categorización de los sistemas de valor: después de la binarización de la foria, las “sombras de valor” marcadas por la euforia y la disforia son proyec tadas en el cuadrado semiótico. En la relación entre el sujeto tensivo y las valencias no tenía sentido disti nguir “antiobjetos” y “no objetos”, en la me dida en que en ese nivel el objeto no era más que un contorno vago; pero, después de la categorización, la multivalencia de los objetos se revela y hace aparecer “buenos” y “malos” objetos; éstos reciben por ese hecho una polarización independiente de la atracción y de la repulsión característi cas del sentir que el sujeto proyecta delante de sí merced a la protensividad. Sin esta objetivación de las valencias producto de la euforia y la dis foria, el sujeto sólo conocería, a lo largo de su recorrido narrativo, zonas valorizadas por él y para él, zonas sentidas como atrayentes o repulsivas pero incapaces de acceder al esta tuto de una axiología autónoma. Muchas historias pasionales se limitan a un recorrido de los avatares del objeto: así, cuando el narrador de Á la recherche du ternps pe rdu se plantea desposarla, Albertina se transforma en un “no objeto”, fuente de aburri miento y hastío que se piensa abandonar; después, a raíz de la revelación de las relaciones entre Mlle. de Vinteuil y su amiga, se convierte en un. “antiobjeto” del que no es posible separarse más: un sufrimiento -leemos en ese momento- bastó para acercarla al narrador, más bien, para “fundirlo” con ella. En ese caso, la categorización tímica parece ser inde pend iente tanto de la junció n como de la atracción/repulsión . Efectiva mente, aun cuando es explícitamente disfórico, este antiobjeto -la amiga de las lesbianas- es atrayente y reanima la protensividad del sujeto: es la paradoja del amor que renace. En otros términos, la independencia ad quirida de las axiologías permite varios niveles de modalización, con ríes-
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go de que el sujeto se encuentre frente a dilemas insolubles: en nuestro ejemplo, la junción sigue obedeciendo a una modalización del objeto sin táctico a la que una “valencia” sirve de base (es decir, un “hay algo que vale la pena de...”), mientras que la axiología modaliza el objeto de valor como disfórico. Todo sucede como si el recorrido generativo de la significación obe deciera a la vez a reglas acumulativas y mnésicas; en efecto, cuando sobreviene el siguiente nivel, el procedimiento generativo no “olvida” las propiedades del nivel anterior, así como tampoco las propiedades del nivel recientemente alcanzado anulan las propiedades del nivel anterior. La categorización del objeto de valor no impide que las lógicas de las aproxi maciones y de los traslapos preexistentes continúen haciendo sentir sus efectos; de esta manera, muchos objetos de valor categorizados bajo cier tas condiciones guardan cierto grado de ambivalencia. Por ejemplo, en el discurso de los médicos generales con respecto a la diabetes, el “azúcar” puede perfectamente aparecer en un programa de nutrición como un obje to positivo, eufórico, y como un objeto negativo, verdadero veneno -origen de la diabetes-, en un antiprograma de “desnutrición”. Ya que, para el caso, en el nivel del discurso todo es cuestión de medida (para el objeto positivo) y de exceso (para el negativo), el cambio de estatuto es gradual y continuo; pero el exceso y la mesura no son propiedades intrínsecas del objeto, puesto que el efecto positivo o negativo del objeto está de hecho en función de la sensibilidad (fisiológica) de los sujetos. Estaríamos tentados de acercar este funcionamiento al de algunos brebajes mágicos que lo mismo pueden decuplicar las facultades del héroe que los absorbe que destruir a aquellos que no son dignos o que no son los destinatarios pre destinados. El objeto, eufórico en cuanto tal, es sin embargo nefasto para el sujeto: la ambivalencia no proviene aquí del término complejo, ya que las dos modalizaciones no pertenecen al mismo nivel; una afecta al objeto mismo y la otra a la junción con el sujeto. No es posible dar cuenta de esta ambivalencia sin suponer que, por una parte, el discurso manifiesta a la vez los resultados de la categorización y de la objetivación de los sistemas de valor y, por otra parte, las valencias que definen el valor del “mundo par a el sujeto”.
Los sujetos modales
En el proceso de complejización progresiva en que ahora estamos involu crados, la recursividad de las operaciones es determinante: cada nueva conversión (discernimiento, discretización, categorización, etc.) se aplica a los resultados anteriores y de este modo multiplica las categorías o magni tudes subyacentes; por eso las modalizaciones afectan a los actantes, en
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particular al sujeto, mediante las modalizaciones del objeto y de la junción. Para empezar, se distinguirá un sujeto propio para cada tipo de enunciado narrativo: un sujeto de estado y un sujeto de hacer, según si las junciones son consideradas como resultado o como operación, como “fase” o como “ca mino”. Desde ahora se planteará como principio, a modo de hipótesis de trabajo, que las pasiones atañen, en la organización de conjunto de la teo ría, al “estar-ser” del sujeto y no a su “hacer”, lo que por supuesto no sig nifica que las pasiones no tengan nada que ver con el hacer y con el sujeto de hacer, aunque sólo sea porque también este último conlleva un “estarser” que es su competencia. El sujeto afectado por la pasión será, pues, siempre, en última instancia, un sujeto modalizado según el “estar-ser”, es decir, un sujeto considerado como sujeto de estado aun si por otro lado es responsable de un hacer: la cuestión ya había sido planteada y la habíamos remitido a la distinción entre estados de cosas y estados de ánimo y había mos propuesto reconocer un procedimiento de homogeneización, que fun da la pasión y descansa en la mediación del cuerpo sintiente-percibiente. 8 La pasión y el hacer No por ello se olvidará que la pasión del sujeto puede ser resultado de un hacer, ya sea del mismo sujeto -como en el “remordimiento”-, ya sea de otro sujeto -como en el “furor”-, y que también puede desembocar en un hacer, que los psiquiatras llaman “paso al acto”: es así como, por ejemplo, el “entusiasmo” o la “desesperación” programan en la dimensión patémica un sujeto de hacer potencial, sea para crear o para destruir. La pasión misma, en tanto aparece como un discurso en segundo grado incluido en el discurso, puede ser considerada por sí misma como un acto, en el sentido en que se habla de un “acto de lenguaje”: el hacer del sujeto apasionado no deja de recordar el del sujeto discursivo, al que dado el caso puede susti tuir; es entonces cuando el discurso pasional, encadenamiento de actos patémicos, interfiere con el discurso que lo acoge -l a vida en cuanto tal, de alguna manera-, lo perturba e influye. Además, la pasión misma se revela en el análisis como constituida sintácticamente por. un encadenamiento de haceres: manipulaciones, seducciones, torturas, búsquedas, escenifica ciones, etc. Desde este punto de vista y en este nivel de análisis, la sintaxis pas ional no se comporta en modo distinto a la sin tax is pragmática o cognoscitiva; toma la forma de programas narrativos, en los que un opera dor patémico transforma estados patémicos. Las dificultades comienzan cuando se examinan las interferencias entre las diferentes dimensiones. 0 El ser del hacer Regresando a las modalizaciones propiamente dichas y a los sujetos de
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estado susceptibles de ser afectados por la pasión, se distinguirán dos clases de ellas. Algunos sujetos son modalizados en función de los valores modales vertidos en los objetos, de acuerdo con un procedimiento que ya hemos evocado; otros más serán modalizados con vistas al hacer, a título de competencia. Esta distinción ya ha sido identificada hace tiempo merced a la oposición terminológica entre competencia modal y existencia mo dal. Está claro, por ejemplo, que el sujeto de la “envidia” es un puro sujeto de estado que no se transforma en sujeto modal más que por medio del querer-estar-ser vehiculado por el mismo objeto de valor o incluso, eventualmente, por intermedio de un rival; para comprender la “envidia” no es necesario apoyarse en una competencia stricto sensu. En cambio, la descripción de la “emulación” no puede prescindir de alguna representación del hacer y de las modalidades necesarias para llevarlo a cabo: el émulo no es un sujeto modal más que en razón del programa particular en el que interviene y es puesta en duda su competencia. Sin embargo, en virtud del procedimiento de homogeneización ya contemplado, siempre es posible trad uc ir las modalizaciones del segundo tipo en térm inos del primero; en efecto, la “emulación” instala un querer-hacer-lí igual o mejor que el otro”; pero este querer-hacer proviene de un querer-ser-1aquél o como aquel que hace”, es decir, proviene de una identificación con cierto estado modal ajeno; en otros términos, la emulación no tiene como finalidad la reproducción de un programa del otro, sino la reproducción de la “imagen” modal que proporciona el otro al cumplir con su programa, cualquiera que éste sea: de este modo, un “estado de cosas”, la competencia del otro, se ve convertido en un “estado de ánimo”, la imagen modal a la que en sí misma apunta el sujeto de la emulación. En el marco de la semiótica de las pasiones, nos vemos pues invitados a considerar, al lado de la modalización del sujeto por intermedio del objeto o de la junción, la modalización del sujeto por intermedio del programa de hacer en el que se involucra. La pasión atañe, pues, cualquiera que sea el sujeto de primer rango involucrado, sea sujeto de estado o sujeto de hacer, a un sujeto de segundo rango, el sujeto modal que de ella deriva. Tanto en un caso como en otro, la carga modal evoluciona, ya sea en función de los avatares sucesivos de la junción, ya sea en función del grado de avance en el programa; de hecho, el sujeto modal aparece como una serie de identidades modales diferentes; de este modo, el sujeto cambiará de equipamiento modal y recorrerá una serie de identidades modales transi torias, de acuerdo a si el objeto es modalizado como “deseable”, “útil” o “necesario”. Es posible representar esta serie de la siguiente manera:
donde “1, 2, 3, ... n ” representan las sucesivas cargas modales. Estos suje-
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tos modales son necesarios para establecer las transformaciones modales que nos veremos obligados a postular dentro de las configuraciones pasionales. • Modos de existencia y simulacros existenciales Por otro lado, en semiótica narrativa se reconoce una serie repertoriada de roles del sujeto que caracterizan a los diferentes modos de existencia del actante narrativo en el transcurso de las transformaciones. En su empleo más común, esta serie se limita a tres roles, fundados cada uno en un tipo de junción: sujeto virtualizado (no conjunto) i sujeto actualizado (disjunto) i
sujeto realizado (conjunto) Sin embargo, si se toman en cuenta los diferentes términos suscepti bles de ser construidos a partir de la categoría de la junción, se reconoce la existencia de una cuarta posición que no aparece en el inventario de los modos de existencia:
Como los modos de existencia del sujeto de la sintaxis superficial se definen en función de su posición en el seno de la categoría de la junción, es posible considerar que también la “no disjunción” define una posición y un modo de existencia del sujeto no señalados hasta ahora. En la medida en que es producto de la negación de un sujeto actualizado y en que el sujeto realizado lo presupone, se propone denominar a ese rol “sujeto potenciado”. Al respecto, se plantean dos preguntas. La primera nos obliga a efectuar un retorno: se refiere al uso que es posible hacer de este término así como de la noción que abarca en la economía general de la teoría. En efecto, desde la perspectiva de una teoría semiótica considerada como un recorrido de construcción de la existencia
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semiótica, los modos de existencia caracterizan a las diferentes etapas de esta construcción y señalan los hitos en el recorrido del sujeto epistemoló gico, desde el nivel profundo hasta la manifestación discursiva. Bajo esta perspectiva epistemológica, el sujeto del discurso puede ser llamado “rea lizado”, aun si el sujeto narrativo todavía se encuentra “actualizado” y el sujeto operador de las estructuras elementales de la significación se en cuentra “virtualizado”. Como consecuencia de las tentativas de instalar y conceptuar un nivel anterior al de las estructuras elementales de la sig nificación, es tentador reservar el rol de “sujeto potencializado” al sujeto tensivo que aparece en el espacio de la foria. Este “casi sujeto” es cierta mente del orden de lo potencial, susceptible de ser convertido en sujeto virtualizado/actualizado mediante una doble negación-discernimiento y, simultáneamente, de ser convocado directamente durante la discursivización para realizar al sujeto discursivo apasionado. Pero esta afectación no deja de plantear problemas ya que, al situarse entre el sujeto actuali zado y el sujeto realizado en la sintaxis establecida a partir de la cate goría de la junción, el sujeto potencializado tomaría su lugar al inicio del recorrido, antes que el sujeto virtualizado. Regresaremos a esta dificultad más adelante. La segunda pregunta se refiere a la relación con los sujetos modales anteriormente definidos. Está claro que los modos de existencia del sujeto de la sintaxis narrativa de superficie no se confunden con los roles modales evocados anteriormente, ni tampoco coinciden necesariamente con ellos en el plano sintáctico. Se sabe, por ejemplo, que, en el momento de convertir la sintaxis en sintaxis narrativa antropomorfa y en el mo mento de adquirir las competencias, el querer y el deber determinan al sujeto narrativo 'Virtualizado” mientras que el saber y el poder determi nan al sujeto “actualizado”; es preciso esperar la performance para verlo “realizarse”. Por falta de análisis concretos, no se ve claramente qué lugar es posible asignar en ese recorrido al sujeto potencializado. Provisional mente, se podría pensar que, antes de recibir el querer y el deber, el suje to de la búsqueda es instaurado en el momento en que descubre la exis tencia de un sistema de valores, y que esta instauración previa haría de él un sujeto potencializado. Pero, sea cual sea la solución adoptada, perma necería el hecho de que, a lo largo de ese recorrido, solamente dos modos de existencia corresponderían a las modalizaciones “clásicas”. Los otros dos, el “sujeto potencializado” y el “sujeto realizado”, parecen escapar a la serie canónica de las cuatro modalidades. En consecuencia, sería posible señalar que la instauración, que restablece el vínculo con el “presen timiento del valor”, no es sin embargo extraña a la modalización, aunque no fuera más que la de la fiducia, en cuyo caso nos encontramos frente al creer. De igual manera, la performance no carece de efecto modal, ya que el hacer puede ser captado en segundo grado como ser del hacer .; intuitiva
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mente, ésta sería toda la diferencia entre un sujeto “actuante”, sujeto de hacer captado en primer grado, y un sujeto “activo”, sujeto del ser del hacer, captado en segundo grado; en otros términos, el sujeto llamado “activo” es caracterizado en su estar-ser por la realización de la perfor mance misma, caracterización que no conlleva ninguna consideración en cuanto a la “competencia modal” propiam ente dicha. Estas breves observaciones permiten pensar que los sujetos pasio nales no pueden ser definidos únicamente mediante las cuatro modalizaciones generalmente reconocidas, en especial en el marco de la competen cia con vistas al hacer. Por ejemplo, se hablará de “hiperactividad” para designar un estado modalizado que no debe nada específico al querer, al saber, al poder, al deber o al creer, pero que no por ello deja de estar sen sibilizado y de ser convocado, por ejemplo, como criterio de identificación de una cierta forma de ansiedad. Independientemente de las cargas modales definidas en términos de las categorías modales (querer, poder, etc.), el sujeto apasionado es de hecho susceptible de ser “modalizado” por los modos de existencia, lo que equivale a decir que la junción en cuanto tal es una primera modalización. Captado independientemente de toda configuración pasional, el modo de existencia no hace sino traducir cierta etapa del recorrido de las transfor maciones narrativas; pero, dentro de las configuraciones pasionales, se vuelve modalizante para el sujeto. Examinemos brevemente, a manera de ejemplo, la “humildad”: ¿será considerado el “humilde” no competente, po bre o tonto por el hecho de juzgarse de buena gana “insuficien te”?10 Sin tomar partido en la discusión de ética religiosa, es posible señalar que la humildad no reside en un modo de existencia característico de un estado de cosas, sino en un modo de existencia característico de un estado de ánimo; en otras palabras, para el humilde, sea pobre o rico, disjunto o con junto, lo que importa es la disjunción en la que se representa y hacia la que tiende. Para distinguir entre los dos tipos de funcionamiento, convendría in dudablemente designarlos de dos maneras distintas: reservando la expre sión “modos de existencia” para lo que ha servido en semiótica hasta el presente, llamaremos “simulacros existenciales” a las proyecciones del sujeto en un imaginario pasional. 9 Sujetos modales y simulacros existenciales
La relativa independencia de los simulacros existenciales y de las cargas modales específicas no debe hacer olvidar el hecho de que es por medio de las cargas modales que tales simulacros pueden constituirse. Por ejemplo, 10 El entrecomillado es nuestro [T.].
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fuera de toda configuración pasional, un sujeto actualizado es un sujeto disjunto, y esta disjunción se comprueba no solamente desde su punto de vista, sino en el discurso-enunciado entero; pero, por ejemplo, en la “aprensión”, que conlleva un querer-no-estar , si el sujeto puede proyec tarse como “actualizado” y disjunto, no es en función de un estado de cosas, sino por la mediación de la carga modal del “querer”', del mismo modo, si en la “avidez” el sujeto puede ser representado como “realizado” y conjunto, cualquiera que sea su ubicación en el estado de cosas y, por lo tanto, cualquiera que sea el modo de existencia efectivo que lo afecta, es también por efecto de la carga modal. El examen de los simulacros existenciales modales nos conduce, pues, a otorgar un papel fundamental a las cargas modales en la constitución de los imaginarios pasionales: al insertarse entre el enunciado narrativo y su ejecución en el discurso, la carga modal abre un espacio semiótico imaginario en el que puede desple garse el discurso pasional. Bajo tal perspectiva, lejos de nacer de una eventual psique de los sujetos individuales, los “imaginarios pasionales” son el resultado de las propiedades del nivel semionarrativo, reconocido generalmente como la forma semiótica del imaginario humano, en un sen tido antropológico y no psicológico. Por esta razón, uno de los procedimientos para el análisis de las pasiones será la confrontación entre las dos series, la de las identidades modales transitorias y la de los simulacros existenciales. De hecho, la carga modal principal que caracteriza a un sujeto apasionado no propor ciona forzosa y directamente todos los simulacros existenciales que requiere la interpretación de su recorrido; por ejemplo, un sujeto “aterra do” se caracteriza por un querer-no-estar, pero su recorrido imaginario queda fundado en una conjunción (temida) con un anti-objeto, es decir, en la imagen disfórica de un sujeto realizado; en el espacio imaginario abier to por la carga modal del querer, el estado virtualizado presupone un estado realizado; por su parte, este último se encuentra sobredeterminado por un creer prospectivo, una espera disfórica que lo modaliza, y así suce sivamente. Además, la superposición de las dos series tendría una virtud heurística.
Los simulacros
El surgimiento de un “imaginario modal” obliga a interrogarse en torno al estatuto de la dimensión pasional del discurso. En efecto, en el seno del discurso de acogida la pasión hace presentes un conjunto de datos, tensi vos y figurativos a la vez, como lo hace por ejemplo la nostalgia en una situación que fue o que hubiera podido ser, o los celos en una situación estereotipada, objeto de una fuerte aprensión, en la que se reúnen el obje
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to amado y el rival. En numerosos casos, es forzoso reconocer que la pa sión es indiferente al modo de existencia efectivo que se asigna al sujete en el estado de cosas, en el momento de referencia en el discurso. La nos talgia y la añoranza de tiempos pasados que conlleva bien pueden invadñ a un sujeto perfectamente feliz. ®Los simulacros modales Es por ello que, en el marco de la semiótica de las pasiones, la instalación de los sujetos modales debe ser acompañada por una teoría de los simu lacros modales. Esta teoría puede darse perfectamente como punto de partid a de un a observación más general, que consistiría en tomar nota de la muy grande inestabilidad de los roles actanciales en las configura ciones pasionales. Por ejemplo, en la pasión amorosa se ve al objeto ama do transformarse en sujeto, lo cual es más notorio en el caso en que ese objeto no es un ser animado, como en el relato fantástico o, más trivial mente, en las conductas fetichistas. También la curiosidad tiende a tr ans formar su objeto en sujeto, incluso en antisujeto que se resiste, huye, se esconde, etc. Tampoco faltan avaros que tratan a su “alcancía” como a un sujeto, verdadero alter ego. En fin, en la pasión el objeto tendería a trans formarse en comparsa-sujeto del sujeto apasionado. De ahí la hipótesis de que, pa ra describir la pasión, la única estr uctura generalizable sería la de la intersubjetividad o, más precisamente, una estructura en la que toda relación objetal abarcase una intersubjetividad potencial, una especie de interactancialidad de contornos vagos. Con respecto a la avaricia, la cual, se presenta obstinadamente como una pasión de objeto, como el prototipo de la pasión solitaria, se intentará mostrar que, en realidad, comprende una (des)regulación intersubjetiva y que lo que podría pasar como pro piedades de los objetos no es más que un conjunto de reglas que funcionan en el seno de una comunidad de sujetos. La inestabilidad de los roles revela la disociación que existe entre dos universos semióticos: el del discurso que acoge a la pasión y el de la pa sión misma; para el avaro, su alcancía es “objeto” con respecto al primero de ellos, y en el segundo se convierte en sujeto. Al ser proyectado en una representación de segundo grado, el mismo sujeto apasionado puede verse desdoblado en sujeto “efectivo” -manifestado como tal en el discurso de acogida- y en sujeto de estado “simulado” en la configuración pasional. Esta partición del sujeto en dos instancias es particularmente clara, entre otras pasiones, en la “obstinación”; en ella, un observador exterior com par a a un sujeto de estado efectivamente disjunto, con un sujeto pasional cuyo simulacro es el de un sujeto realizado, y llega a la conclusión de que existe heterogeneidad entre las dos instancias; sin embargo ello no impide que, para el obstinado, la conjunción siga siendo un proyecto vigente, aun
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cuando ésta parezca poco probable en el discurso de acogida. De una ma nera u otra, la semiótica de las pasiones debe dar cuenta de ese des doblamiento imaginario. Está claro que el encajonamiento discursivo evo cado aquí, aun si está acompañado por operaciones de desembrague y de embrague, es una facilidad de presentación, ya que no se trata de una de legación enunciativa como otras, sino de un desdoblamiento específico.11 La concepción de los sujetos modales como resultado, a la vez, de las modalizaciones adquiridas a lo largo del recorrido generativo de la signifi cación y de las modulaciones de la tensividad ofrece un principio de solu ción. De hecho, resulta que los efectos de la masa túnica en cuanto tal, al tiempo que sufren una conversión categorial, continúan coexistiendo en el discurso con el producto de esa conversión, en particular con la modalización propiamente dicha. Una de las consecuencias de este remanente tensivo es que conserva en el sujeto -el cual primero ha sido transformado en sujeto operador y luego en sujeto sintáctico, sujeto de búsqueda y suje to del discurso- la posibilidad de proyectar representaciones actanciales y modales complejas -es decir, conserva, una vez más, la posibilidad de re pre sentarse como una e stru ctur a de lo mixto. Esta posibilidad se manifiesta en el discurso por medio de una doble convocatoria: por una parte, la convocatoria de las formas semionarrativas de la subjetividad y, por otra parte, la de las formas tensivas de la actancialidad. De ahí el efecto que la metapsicología llama “de internalización”, el cual permite proyectar, a partir de un sujeto apasionado aparentemente único y homogéneo, verdaderas “escenificaciones” pasio nales que comprenden varios roles actanciales y varios sujetos modales en interacción. A pesar de encontrarse determinados por las modalizaciones de los sujetos de hacer y de los sujetos de estado, los sujetos modales autónomos, tal como han sido definidos aquí, son los instrumentos del desdoblamiento pasional. ° Los simulacros pasionales Una concepción como ésta no deja de tener consecuencias en la teoría de la comunicación y de la interacción en su conjunto. Una vez reconocida la existencia de los “simulacros”, es posible optar por dos extensiones de ellos. En una versión restringida, la que hasta ahora hemos evocado aquí,1 1 11 Se podría apelar aquí a una teoría de los mundos posibles en la que, para el obstina do, la conjunción siguiera siendo concebible incluso si ya no lo es en el mundo actual; pero esto no nos dice nada de un mundo posible específicamente pasional. Tal desdoblamiento evoca también al self (en inglés en el original], esa relación consigo mismo que la metapsi cología considera determinante en los fenómenos pasionales; falta teorizar en términos semióticos esta relación de sí consigo, ya que una importación conceptual no es fecunda sino, pre cis am ent e, a condición de que deje de ser una importa ción.
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se considera que el simulacro es una configuración que resulta única mente de la apertura de un espacio imaginario como consecuencia de las cargas modales que afectan al sujeto: los simulacros existenciales y los cambios “imaginarios” de roles actanciales -es decir, todo lo que afecta a la represen tación sintáctica de los enunciados de junc ión- constituyen las principales propiedades de estos simulacros en sentido restringido. Estos simulacros aparecen en el discurso como producto de desembragues locali zados, con los que el sujeto apasionado inserta escenas de su “imaginario” en la cadena discursiva; la confrontación de los enunciados desembraga dos y de los enunciados embragados puede dar pie a juicios de tipo veridictorio y epistémico. Pero, en ese caso, nos limitaríamos a dar una inter pretación en términos de veridicción discursiva. Con una versión más radical, que tendría el mérito de extraer todas las consecuencias de las peculiaridades destacadas por el análisis de las pasiones, podría ser puesto en tela de juicio el estatuto de los interlocu tores o de los interactantes en la comunicación en general. Este cuestionamiento se plantea ya en parte cuando, en psicolingüística o en sociolingüística, se afirma que cada locutor construye su discurso e incluso adapta su origen en función tanto de las “imágenes” que su interlocutor le devuelve como de las que tiene de sí mismo. Extraer todas las conse cuencias del análisis de las pasiones consiste en postular que toda comu nicación es comunicación (e interacción) entre simulacros modales y pasio nales : cada quien dirige su simulacro hacia el simulacro de otro, simulacros que todos los interactantes y las culturas a las que pertene cen han contribuido a construir. Una posición como ésta no hace sino concretar las sugerencias hechas desde el nivel epistemológico, a propósi to de la manera de concebir la intersubjetividad en el momento en que el sujeto tensivo sé desdobla en un “otro” e interioriza, sobre el fondo de la fiducia, el cuerpo otro como “intersujeto”. Los simulacros de los actores en interacción son esencialmente dis posiciones de sujetos modales figurativizados y sensibilizados. Dos conse cuencias vienen a la mente: en primer lugar, lejos de ser un dispositivo descriptivo ad hoc, el funcionamiento característico del universo pasional, que consiste en proyecciones imaginarias de sujetos modales sensibiliza dos, no es sino un caso particular de la interacción en general; en segundo lugar, toda comunicación sería virtu almente pasional, aunque no fuera si no porque basta con que uno de los simulacros modales utilizados durante la interacción sea sensibilizado en la cultura de al menos uno de los inter locutores, para que la totalidad de la interacción se vea afectada. Esta versión extensa de los simulacros, designados en consecuencia como “si mulacros pasionales”, integra la totalidad del equipamiento modal de los sujetos; en la versión restringida, la carga modal (exterior al simulacro mismo) es la que abre el espacio imaginario del sujeto apasionado; en la
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versión extensa, es la comunicación entera la que descansa en la circu lación de los simulacros.
Los actantes narrativos y las pasiones
No hemos evocado, sino incidental e indirectam ente, las estru ctur as actanciales antropomorfas que, al lado del objeto de valor y del sujeto de búsqueda, sitúan sobre el eje de la comunicación de los valores al Desti nador y al Destinatario. Estos dos roles nos serán de poca utilidad aquí: en efecto, aun si el Destinatario se encuentra directamente concernido por las pasiones, la mayoría de las veces basta con la instalación del o de los sujeto(s) de estado para dar cuenta económicamente de las configura ciones pasionales. En cuanto al Destinador, su rol se ve considerable mente reducido por la pasión; no importa que el Destinador se encuentre o no al principio del programa, basta la pasión del sujeto para desarrollar dicho programa, a tal punto que éste parece autónomo con respecto a un eventual Mandador o Manipulador. Lo anterior no quiere decir que el Destinador no pueda instalar las pasiones en el sujeto, sólo significa que, como el monstruo que escapa del doctor Frankenstein, el sujeto apasiona do escapa al control de su Destinador cuando una disposición pasional sustituye al hacer hacer del Destinador. Es fácil comprender un funcionamiento como éste una vez que se ad mite la diferencia entre espacio fórico y sistema de valores o entre valen cia y objeto de valor: para el sujeto apasionado el objeto se encuentra siem pre bajo el régimen de la valencia y la fiducia se confunde con los primeros esbozos del objeto; dicho con otras palabras, todavía funciona grosso modo como una proyección de la protensividad del sujeto. En cambio, desde una perspectiva n arrativa no pasional, la institución de un objeto de valor en el seno de un sistema de valores proviene de una objetivación que de alguna manera delinea el lugar de un Destinador. Cierto que es posible combinar los dos funcionamientos, pero la tendencia del sujeto apasionado siempre será la de expulsar la referencia al Destinador. Esta expulsión, que no puede ser más que u na suspensión provisional, es u na de las condiciones par a que la sintaxis pasional pueda desarrollarse de manera autónoma. Sin embargo, el análisis discursivo hace aparecer grandes clases de pasiones fundadas en la tipología de a ctantes narrativos y en los diversos roles que asumen al seguir las distintas etapas del esquema narrativo canónico. Sería posible examinar, por ejemplo, las pasiones del sujeto de búsqueda, ya sea en el momento del contrato, como sucede con el “entu siasmo”, o bien durante la performance, como con la “tenacidad”. También habría pasiones de la sanción: desde la perspectiva de un Destinador, como en la “estima” y el “desprecio” o incluso el “furor”, en su acepción
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consagrada, o desde la perspectiva de un Destinatario, como en la “deses peración”. Sin embargo, una clasificación como ésta sigue siendo insatis factoria: en el mejor de los casos, permite situar tal o cual pasión dentro de una problemática más general; pero el análisis de discursos concretos muestra que cualquier actante se encuentra a disposición del conjunto de configuraciones pasionales -es decir, por ejemplo, que también un sujeto de búsqueda es susceptible de conocer el furor o el desprecio. Lo anterior tiende a probar que el sujeto apasionado efectivamente remite a un “protoactante” que habría “interiorizado” todos los roles actanciales y que, por lo tanto, estaría en capacidad de adoptarlos bajo la influencia de la pasión; esto, independientemente del rol actancial que efectivamente le fuera atribuido en la dimensión pragmática o cognoscitiva. Por otra parte, lo que tradicionalmente llamamos las “estructuras na rrativas” pertenece a dos niveles diferentes: en cuanto universales sintácti cos, los actantes narrativos, al'igual que sus modalizaciones, forman parte del nivel semionarrativo, mientras que, por su parte, el esquema narrativo canónico no es más que una estructura generalizable, sin duda específica de ciertas áreas culturales particulares, pero que, por efecto de la praxis enunciativa, es remitida a título de primitivo al nivel semionarrativo. En lo que se refiere a las pasiones mismas, la cuestión narrativa también se plantea en dos niveles: por una parte se buscará instalar, al lado de la di mensión pragmática y de la dimensión cognoscitiva, una dimensión tímica autónoma, intentando con ello aislar un funcionamiento propiamente pasional de los actantes y de las modalizaciones del nivel semionarrativo; por otra parte, se plantea la cuestión de saber si es posible concebir y cons truir un esquema patémico canónico como una estructura generalizable. En efecto, si en el nivel semionarrativo se logra mostrar la autonomía de las pasiones sobre las que se despliegan las transformaciones pasionales, es legítimo esperar que, durante el análisis de los textos, se delinee progre sivamente un esquema discursivo de una generalidad suficiente como para que sea susceptible de tomar a su cargo las diferentes etapas de la pasión y organizarías en un “relato”. Pero antes de contemplar tales generaliza ciones, que requieren numerosos análisis concretos, es posible comenzar con la discursivización de las modalizaciones y de los dispositivos modales.
DISPOSITIVOS MODALES: DEL DISPOSITIVO A LA DISPOSICIÓN
El ordenamiento modal del estar-ser
La mayoría de las configuraciones pasionales se encuentran definidas en los diccionarios de lengua como “disposición para”, “sentimiento que lleva
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a”, “estado interior del que se inclina hacia” y, por su lado, la descripción de la “disposición” o de la “inclinación” se hace en términos de comporta miento o de acción. Si la disposición o la inclinación desembocan en el “ha cer”, podemos suponer que comprenden cierto ordenamiento del “estarser” con vistas al “hacer”. Pero plantear en estos términos la cuestión de la eficacia de la pasión equivaldría a considerarla como una simple com petencia, cuyas modalizaciones producirían ipso fado un efecto de sentido pasional. ®El excedente pasional Si nos contentáramos con ello, el universo pasional sería coextensivo del universo modal y no habría razón para distinguirlos y, a fortiori, para intentar dilucidar los principios de la articulación entre ambos. Ahora bien: incluso cuando la pasión es parcialm ente traducible como un a “com petencia para hacer”, ésta no agota y jam ás explica por sí sola el efecto pasional. Por ejemplo, la “impulsividad” puede ser tradu cida como una cierta asociación entre querer-hacer y poder-hacer y será descrita como una “manera de hacer”, pero una pasión como ésta presenta un “exce dente” modal que aparece en la superficie bajo la forma del “intensivo” y del “incoativo”; lo que caracteriza al impulsivo es, más bien, una manera de ser o estar al hacer, una manera de estar-ser (Le. “intensivo + incoati vo”) que descansa en la asociación querer-hacer + poder hacer. En este caso volvemos a encontrar el gran principio de homogeneización evocado al inicio, en la medida en que aquí se trata como un estado a la competen cia para hacer. Sin embargo, este “excedente” modal cumple aquí un papel que hace de él mucho más que u n simple suplemento de sentido. En efecto, si se considera únicamente una “conducta” impulsiva, el doble rasgo “intensivo + incoativo” se presenta como una simple sobredetermi nación accidental de la competencia modal de base; pero si, por otra parte, se caracteriza al sujeto como “impulsivo”, entonces se considera que esta sobredeterminación rige y patemiza a la competencia modal y asegura su actualización en cualquier circunstancia. De manera más precisa, todo sucede como si, en ese caso, el excedente modal permitiera prever la aparición concomitante del querer y del poder y garantizara de alguna manera el paso al acto. En la medida en que sea posible generalizar la advertencia anterior, la configuración pasional comprenderá un principio rector, parcialmente independiente de las modalizaciones propiamente dichas, en especial de las modalizaciones del hacer. Este principio, al menos en el ejemplo elegi do, se manifestaría bajo la forma de una aspectualización y remitiría, en el nivel de las modulaciones tensivas, a un “estilo semiótico” específico. Por esta razón, parece necesario apelar en todos los casos a un orde
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namiento modal del estar-ser, autónomo y no deducible directamente a pa rtir de la performance, y considerar este ordenamiento como el disposi tivo modal característico y definitorio de cada pasión-efecto de sentido. ©Las paradojas de la “obstinación” Otro ejemplo permitirá ilustrar y precisar esta posición. Definida en lengua como una “disposición a proseguir en la ruta trazada de antemano, sin dejarse vencer por los obstáculos”,12 la “obstinación” presenta la pecu liaridad de mantener al sujeto en estado de continuar haciendo, aun si el éxito de la empresa se encuentra comprometido. La “disposición” de ma rras pone al sujeto en estado de “hacer a pesar de x”, incluso cuando x sea una previsión en cuanto a la imposibilidad del hacer; para ello, el sujeto deberá contar con las siguientes modalizaciones: - un saber-no-estar (el sujeto sabe que se encuentra disjunto de su objeto); - un poder-no-estar o un no-poder-estar (el éxito de la empresa se encuentra comprometido); - un querer-estar (el sujeto insiste, sin embargo, en estar conjunto y hará todo para eso). Aunque el conjunto de la definición esté orientado por un proyecto de hacer, el dispositivo modal característico de la pasión “obstinación” está constituido por las modalizaciones del estar-ser; en efecto, para explicar la prosecución indefectible del hacer, no basta con un simple querer-hacer, ya que se pueden encontrar tantos casos como se quiera en los que, a pesar de la presencia de un querer-hacer presupuesto por el hacer, el suje to abandona su programa y renuncia frente al obstáculo. Es, por lo tanto, el “excedente modal” rector el que garantiza la prosecución de la perfor mance a pesar del obstáculo y el que caracteriza específicamente a la obstinación; y es, también, la presencia de este excedente lo que obliga a formular el dispositivo pasional en términos de “ordenamiento modal del estar-ser”, y no en términos de “competencia con vistas al hacer”. Esta pasión es particularmente interesante, ya que acumula las paradojas: un querer-hacer que sobrevive al no-poder-hacer y que incluso se refuerza; un hacer que no cesa mientras que todo se decide en un cierto ordenamiento modal del estar-ser. En este punto, habría que suponer que los dos segmentos sintácticos -uno que forma parte de la sintaxis modal del hacer y el otro de la sintaxis modal pasional- son autónomos y a la vez se articulan uno con respecto al otro. Esta articulación se manifiesta ahí 12 Ya que el anális is se refiere a la definición del térm ino en lengu a francesa , indic are mos aquí esa definición. Obstination: “disposition á poursuivre dans une voie tracée á l'avance, sans se laisser décourager par les obstacles” [T.].
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también como una forma aspectual - “continuar”, “resistir”- y asimismo traduce un “estilo semiótico” merced al cual el devenir permanece abierto. Además, está claro ahora que las modalizaciones del estar-ser propias de la configuración pasional no son directamente modalizaciones de la com petencia par a hacer sino que, más bien, constituyen un a “representación”, una “imagen virtual”, es decir, un simulacro; en eso que llamamos simu lacro pasional de la obstinación, el obstinado “quiere ser el que hace”, lo que no equivale a “él quiere hacer”. Inmediatamente surgen dos problemas, que es preciso evocar aquí brevemente: por una parte, hab ría que pre guntarse cómo es que un inven tario modal como el anterior se organiza en un “dispositivo”; por otra parte, hab ría que trat ar de delimitar el es tatuto de la “disposición”, como “potencialidad” de comportamientos o de programas. Uno de los corolarios de estas dos cuestiones consiste también en pre guntarse si la descripción del dispositivo, de ese ordenamiento del estarser que suponemos detrás de cada pasión, agota la de la disposición y bas ta pa ra cara cterizar al sujeto apasionado, o si, eventualmente, esta última añade algo esencial al funcionamiento pasional. La presencia in sistente de formas aspectuales y de “estilos semióticos” incita a mirar más de cerca. Superficialmente, las “disposiciones” se presentan como especies de pro gram aciones discursivas que, como se verá, pueden conmutar con papeles temáticos, aunque, en la medida en que el fenómeno que intenta mos circunscribir -entre modalización del estar-ser y modalización del hacer- parece no pertenecer todavía al nivel semionarrativo, tal seña lamiento no constituye una respu esta a la pr egunta planteada.
Descripción del dispositivo modal
La modalización subyacente a las pasiones no se organiza como una estructura modal. Por un lado, la competencia se constituye progresiva mente de manera que desemboca en el hacer; cada modalización que afec ta al hacer constituye un predicado modal (querer-hacer, por ejemplo), el cual, por otra parte, puede ser tratado como una categoría modal y ser proyectado en el cuadrado semiótico. De algún modo, la es truc tura modal es una forma de describir las maneras de ser de una modalidad, que son el resultado de proyectar esa modalidad en las estructuras elementales de la significación, así como de distinguir entre estar-ser y hacer, de acuerdo con un procedimiento que ya ha sido descrito. Es así como la “deseabilidad”, proyectada en el cuadrado, engendra las variedades del quererestar-ser. Por otro lado, un dispositivo modal es, por definición, un conjunto he-
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terótopo, sobre el cual es imposible, en el nivel de las modalizaciones pro piam ente dichas, proyectar un modelo categorizante como el cuadrado semiótico. El dispositivo no es una estructura, sino la intersección de varias estructuras, algunos de cuyos términos se ordenan de acuerdo con un principio que queda por descubrir. Lo mismo sucede con la competencia del sujeto pragmático del hacer, ya que, si bien sabemos cómo describir cada modalización por separado, no sabemos todavía cómo describir el recorrido de un sujeto cuando pasa de una modalización a otra, es decir, no sabemos la manera en que la competencia se constituye progresivamente para desembocar en el hacer. La propuesta de J.C. Coquet, que comprende series modales ordenadas por medio de la presuposición y la determinación, constituye un primer paso para la solución de este problema; pero falta examinar cómo es que las modalidades se transforman unas en otras dentro de esas series. Si sólo se toma en cuenta el caso del sujeto heterónomo, que se encuentra bajo la dependencia de un Destinador, la solución debe buscarse en el recorrido propio del Destinador, quien, al acompañar al sujeto durante la adquisición de la competencia, desempeña el rol de “adjudicador” y le transmite los objetos modales requeridos. Pero, cuando se trata de un sujeto autónomo, aun si lo es provisionalmente, el encadenamiento de las modalidades ya no puede ser explicado por una intervención externa y no puede sino resultar de una dinámica intrínseca. 0 Otra vez la obstinación Para mostrar la dificultad, regresemos a la obstinación: el dispositivo modal se obtiene con la intersección de las tres estructuras modales del saber-estar-ser , del poder-estar-ser y del querer-estar-ser. Pero la reunión de las categorías modales sólo se convierte en un dispositivo con la condición de que entren enjuego dos tipos de relación: primeramente, como términos que se encuentran inmersos en una estructura, una vez confrontadas, las modalizaciones se encontrarán en relación de contrariedad, de contradicción, de presuposición o de conformidad. Así, en la obstinación, el querer-estar-ser contradice al poder-no-estar-ser o contraría al no poder-estar-ser, mientras que el saber-no-estar-ser presupone al no-poderestar-ser o se conforma al poder-no-estar-ser. Luego, como conjunto de términos susceptible de ser linealizado, el dispositivo debe ordenarse de acuerdo con un principio de presuposición. En el ejemplo, el saber-no-es tar-ser presupone al poder-no-estar-ser y, paradójicamente, el quererestar-ser presupone a los otros dos. En este caso, la paradoja es consecuencia de la proyección de las relaciones de no conformidad sobre el eje sintagmático (regido por la presuposición). El dispositivo así linealizado se pre senta entonces como una serie modal:
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/poder-no-estar-ser, saber-no-estar-ser, querer-estar-ser/ La primera dificultad reside en la existencia de una “presuposición paradójica”; en semiótica, e sta expresión es un verdadero oxímoron. En su acepción lógica más general, una presuposición es una relación que une dos proposiciones, de modo tal que la negación o la falsación de la presuponente no ponga en duda la proposición presupuesta. Esta definición por vía negativa es remp lazada en semiótica mediante la noción de ne cesidad, particularmente en el caso de las presuposiciones sintácticas: el enunciado presupuesto es necesario para el enunciado presuponente; por esta razón, es en cierto modo paradójico el hecho de que un enunciado sea necesario para su propia negación, sea por contrariedad o por contradic ción. Entre la gran variedad de presuposiciones que U. Eco y P. Violi han identificado,13 proponen algunas que son paradójicas en ese sentido: por ejemplo, en “forgive”, el presupuesto, fundado en el deber-ser (“S2 should be punished”), es negado por el presuponente (“Sj not punish S2”), el cual conlleva cuando menos un no-querer-castigar o un no-querer-ser-el-quecastiga. Para estos autores, la transformación simplemente se correla ciona con un cambio temporal ([t1 -> t0]). El principio mismo de la trans formación modal -es decir, el cambio en el contenido modal (deber -4 querer) y la negación (deber -> no querer)- no está en contradicción con el hecho de que el presupuesto no es puesto en duda -efectivamente, el hecho de que S1no quiera ser el que castiga, no pone en dada el hecho de que S2 deba ser castigado-, pero si se consideran las cosas desde la pers pectiva de la necesidad, tal necesidad es por lo menos s orprendente: ¿có mo puede ser que el hecho de que S1deba ser castigado sea una necesidad para el hecho de que S2 no quiera castigarlo? ¡Sin duda porque si no debiera serlo, S2no tendría necesidad de no querer que lo sea! La “presu posición paradójica” pone, pues, en relieve las sobredeterminaciones entre modalidades: el querer-perdonar presupone el deber-castigar en la medi da en que es un querer que resiste, un querer por medio del cual el sujeto individual afirma su autonomía frente a la regla colectiva. En el ejemplo propuesto, la obstinación -y sin duda con mayor razón en su versión moralizada, el “empecinamiento”-, el efecto de sentido pasional es in dudablemente producido por la confrontación entre un saber que se refiere a una imposibilidad y un querer indefectible: el obstinado quiere a pesar de que sabe, a menos que no quiera porque sabe. No es posible reso lver la dificultad alegando la existencia de un observador externo que reconocería la inutilidad provisional de los esfuerzos del obstinado; ese observador se encuentra ciertamente presente en el juicio de valor que conlleva precisamente la denominación francesa “obstina13 “ínstruct iona l se mantic s íor presuppositions”, Semiótica, 64, 1987, 1/2.
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tion”', pero el sujeto apasionado también debe saber, él mismo, que su objeto se le escapa, de otra manera ya no sería obstinado sino “inconsciente” o “inconsecuente”.
®Las contradicciones internas del sujeto Existiría otra solución que consistiría en detenerse en la sola confrontación modal y en considerarla como una explicación suficiente. Pero la comparación con otra configuración pasional, la de la “desesperación”, ba stará para mostrar que el fenómeno quedaría de hecho inexplicado. En efecto, si se compara la obstinación y la desesperación, las diferencias modales son mínimas. El desesperado se encuentra modalizado por el deber-estar-ser y el querer-estar-ser y, además, no-puede-estar-ser y sabeno-estar-ser. 14 En los dos casos, l a modalidad rectora es el querer-estarser, que puede desembocar, por un lado, tanto en una revolución o en una depresión, como, por el otro, en un empecinado hacer. La única diferencia notable reside en la organización sintáctica del dispositivo. Concedamos que las confrontaciones entre modalizaciones puedan hacer aparecer incompatibilidades en los dispositivos: éstas traducen las contradicciones internas del sujeto. Ahora bien, esas contradicciones internas pueden ser de dos clases: o bien la modalidad rectora es afectada por otras, o bien no lo es. En el primer caso, el dispositivo modal será “ paradójico”: a causa de la presencia en el dispositivo de la imposibilidad, el querer del obstinado se convierte en un querer “resistente”. En el segundo caso, el dispositivo modal será simplemente “c o n f l i c t i v oel querer del desesperado no cam bia en nad a con la conciencia de la imposibilidad. En el caso de la deses peración, la cohesión modal del sujeto se ve amenazada hasta llegar a la fractura; en el caso de la obstinación, la cohesión modal del sujeto se ve confirmada. La desesperación conlleva un dispositivo modal de tipo conflictivo: el querer-estar-ser, por una parte, y el saber-no-estar-ser y el no-poder-estarser, por la otra, coexisten sin modificarse recíprocamente, se contradicen y se contrarían hasta provocar la fractura interna del sujeto. Por ello, en este caso, el querer-estar-ser no presupone las otras modalizaciones: la desesperación está constituida verdaderamente por dos universos modales incompatibles; el saber sobre el fracaso y el fracaso mismo no son necesarios para la aparición del querer, ni tampoco a la inversa. En cierto modo, el desesperado dispone de dos identidades modales independientes: por un lado, la del fracaso y la frustración y, por el otro, la de la confianza y la espera: la fractura es un efecto de su independencia y de su incompatibilidad. En consecuencia, aquí sólo es necesario el procedimiento de la 14 Sabe-no-estar-serlo sería quizá la expresión más adecuada y evitaría la ambigüedad del saber-estar-ser [T.].
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confrontación modal para dar cuenta del efecto de sentido pasional ligado a este tipo de dispositivo modal. Por el contrario, ciertamente el querer-estar-ser del obstinado presu pone sintácticamente su saber: no sólo es a la vez empecinado y lúcido, si no que es empecinado porque es lúcido. Es por eso que nos encontramos frente a un dispositivo modal paradójico, en el que la confrontación modal que se produce entre dos modalizaciones de una misma serie no es sufi ciente para explicar el efecto de sentido pasional. De hecho, en lugar de llegar a la fractura del dispositivo, la contradicción o la contrariedad entre las modalizaciones destacan la fuerza de cohesión que, más allá de los diversos roles modales que desempeña el sujeto, le hace conservar una misma orientación y perseverar en su estar-ser. Tanto en un caso como en el otro, los sujetos modales se encuentran en conflicto; pero, para la desesperación, el conflicto es irresoluble y no puede conducir más que a la aniquilación del esta r-ser o, al menos, a una interrupción en el estar-ser del sujeto; mientras que, para la obstinación, el conflicto se resuelve, con la victoria del sujeto volitivo, lo que supone una modificación y una adaptación recíproca de las modalidades en pre sencia. En resumen, a pesar del conflicto, todo sucede como si, para el obstinado, el conocimiento del obstáculo suscitara el querer, como si las dos modalizaciones presupuestas produjeran o alimentaran la modalización presuponente. No está de más señalar que el efecto de sentido “re sistencia” presente en la obstinación es de naturaleza aspectual y remite a un “estilo semiótico” favorable al despliegue del devenir, lo cual no su cede en la desesperación. Esto tendería a probar que los efectos de sentido pasionales no pueden encontrar una explicación suficiente únicamente en el seno del nivel semionarrativo. Los dispositivos modales pertenecen por derecho al nivel semionarrativo, son “realizables” del esquema semiótico, pero las pasiones que de ahí se alimentan se constituyen de hecho en el seno del nivel discursivo.
Del dispositivo a la disposición
En este punto nos encontramos en el centro de la dificultad, ya que se trata de saber bajo qué condición (o condiciones) los dispositivos modales pueden producir efectos de sentido pasionales. Al abordar la “disposición” pasional, dejamos el dominio estric tam ente semionarrativ o y nos pre param os para entrar en el dominio discursivo. En ese nivel es posible con vocar tanto los resultados de la modulación tensiva como los del recorrido generativo categorizante, es decir, tanto las magnitudes del orden de lo continuo, surgidas de las precondiciones de la significación, como las mag nitudes del orden de lo discontinuo, surgidas del nivel semionarrativo
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propiamente dicho. Es así como, en el nivel de las estructuras discursivas, gracias a las variaciones aspectuales propiamente dichas, los procesos se presen tan modulados de un modo continuo y simultáneamente, merced a la concatenación de las etapas, de las pruebas y de las secuencias, seg mentados en un modo discontinuo. La representación en tres módulos de la economía general de la teoría ha aparecido en varias ocasiones en nues tra exposición y podría dar pie a una representación como ésta: nivel de las precondiciones (tensividad fórica) - sujeto tensivo y protensividad - valencias y fiducia
I discretización
L convocación
nivel del discurso (instancia de la enunciación, operaciones de la puesta en discurso)
U
nivel semionarrativo (categorización) - estructuras elementales
I
conversión - estructuras narrativas
En lo que se refiere a nuestro tema inmediato, a las relaciones en tre los dispositivos y las disposiciones, se obtendría la representación siguiente:
MODULACIONES
discretización
convocación
ASPECTOALIZACIONES
T MODALIZACIONES
Sería posible preguntarse por qué la representación adoptada es t ria n gular y no lineal; la razón es sencilla, una representación lineal supone
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una homogeneidad mínima de las operaciones que asegure el paso de un nivel a otro. Ahora bien, pareciera cada vez más que si las conversiones propiamente dichas se definen como incremento y coagulación del sentido, éstas operan como tales sólo en el conjunto de niveles en los que reinan exclusivamente la categorización y la discretización; es decir, en el seno de lo que se ha convenido en llamar lo “semionarrativo”. En cambio, el paso al nivel discursivo, debido esencialmente al vaivén que le es característico -punto sobre el que volveremos-, ya no puede ser tratado como conver sión, sino únicamente como convocación; el ideal (teórico) sería proceder de manera que el discurso no inventara nada nuevo, que no hiciera más que “convocar”, mediante las operaciones específicas de la puesta en dis curso, lo que las otras dos instancias hubieran engendrado; sin embargo, queda el hecho de que todavía “inventaría”, aunque no fuera más que los “primitivos” que envía a la “lengua” bajo la forma de estereotipos producto del uso. De igual manera, no es posible tratar como “incremento y coagu lación” del sentido la evolución de las tensiones en el nivel de las precon diciones, ni tampoco el paso de las precondiciones a las estructuras ele mentales de la significación, puesto que la evolución de las tensiones no compete aún a la significación y puesto que el primer gesto de la categori zación y de la discretización es una operación epistemológica que, aunque sea una conversión, es, empero, diferente de todas las subsiguientes. o La disposición como “estilo semiótico” Desde esta perspectiva, los dispositivos modales, que pertenecen al nivel semionarrativo, se encuentran con las modulaciones contenidas en el devenir a las que hemos ubicado en el nivel de las precondiciones. En tal caso, los dispositivos modales se convertirían en disposiciones merced a su aspectualización. En efecto, la dinámica interna que caracteriza a las dis posiciones pasionales también parece dar pie a una serie de traslapos y aproximaciones y opera por deslizamientos progresivos y por síncopes, sin dejar, al mismo tiempo, de obedecer a un principio de organización tensi va que, de alguna manera, vuelve homogénea una forma superficial del “devenir” del sujeto. Se ha comprobado, por ejemplo, que si el conocimien to del fracaso o del obstáculo puede suscitar o reafirmar el querer del obs tinado, esto no es posible más que en virtud de un estilo semiótico “resis tente” y “durativo” (un “continuar a pesar de X”) que, por una suerte de traslapo entre modalidades, tiene como efecto modificar el querer en fun ción del no poder. Dicho en otras palabras, si las transformaciones entre modalizaciones incompatibles no aparecen como verdaderas fracturas in ternas, sino como simples transiciones paradójicas, es porque se encuen tran condicionadas y controladas por una protomodalización, tensiva y homogeneizante, que ya hemos identificado intuitivamente como un
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“excedente modal rector” y que no es más que el efecto de la convocación en el discurso de las modulaciones del devenir. « La disposición como programación discursiva A final de cuentas, esta propiedad de las disposiciones pasionales explica muchas cosas. Para empezar, la existencia de un principio rector que emana de la protensividad permite definir las disposiciones como “programaciones discursivas” y explicar cómo es posible que aparezcan, en el nivel del discurso, como potencialidades de hacer o como series de estados ordenados (lo que comúnmente llamamos “actitudes”). A ese respecto, el sujeto apasionado funciona como ciertas memorias de respaldo en informática: por una parte, los archivos son guardados de manera compacta, ilegibles e inutilizables en ese estado; por la otra, existe un comando que los restaura y los vuelve accesibles para el usuario. El dispositivo modal sería similar a esta versión “comprimida” y no accesible, el principio protensivo y rector sería el comando de restauración, y la disposición sería el resultado legible y accesible y, en consecuencia, operativo del conjunto del procedimiento. ®La disposición como aspectualización Por otro lado, la sintaxis aspectual que preside la instalación de las dis posiciones se traduc e más superficialmente como una aspectualización temporal, que es uno de los rasgos más evidentes y más reconocibles del universo pasional, especialmente en las definiciones de los diferentes sentimientos o pasiones que proponen los diccionarios de lengua. El “rencor” [rancune] es un “resentimiento durable”, la “paciencia” \patience] es una “capacidad de soportar”, la “esperanza” [espoir], el hecho “de esperar algo con confianza”; de un colérico [coléreux] se dice que está “presto a entrar en cólera”. Nos parece que todo el problema consiste en saber si las formas aspectuales se limitan a sobredeterminar a posteriori las estructuras modales o si son uno de sus componentes intrínsecos. Entre los casos evocados aquí mismo, existen algunos de los que se puede afirmar sin vacilación que la aspectualización es una sobredeterminación: por ejemplo, la cólera del “colérico” es una variante incoativa e intensa de la cólera en general. En cambio, otros casos parecen contener una aspectualidad intrínseca: la esperanza, que consiste en esperar confiadamente, se funda en un deber-estar-ser y un creer-estar-ser , cuya interpretación es cuasi temporal. En la versión aspectualizada aquí propuesta, el deber-estar-ser podría estar basado en la modulación del devenir que, como ya se ha visto, opera por medio de una suspensión puntualizante; el deber-estar-ser funda la es pera en la medida en que asegura la identidad de todos los instantes con
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respecto al devenir: en ese caso, la duración se limita a ser un plazo, los diferentes insta ntes que la componen ya no conllevan ninguna potenciali dad de cambio, puesto que esas “micropotencialidades” han sido neutrali zadas por la modulación. Este rápido examen muestra, en el dispositivo modal transformado en disposición, una aspectualidad específica del efecto pasional que eventual mente será temporalizada durante la puesta en discurso y que puede ser captada desde dos puntos de vista complementarios. En primer lugar, con respecto al recorrido generativo en su conjunto y con respecto a las condi ciones y a las precondiciones de la significación, la aspectualidad proyec tada sobre el dispositivo modal es, como ya se sugirió, el resultado de con vocar las modulaciones del devenir; la aspectualidad como “forma” no puede manifestarse sino después de haber informado, ya sea el tiempo, el espacio o el actor; en suma, se trata de la forma primera del discurso, de su ritmo, de su dinámica, y, como tal, encarna en el discurso las tensiones que se delinean en el horizonte óntico. Al haber construido y definido el devenir en el espacio teórico del sentir mínimo, su encarnación discursiva es totalmente apropiada para la transformación de las series modales en disposiciones pasionales, en la medida en que esta encarnación implica al mismo tiempo una suspensión de la pura racionalidad narrativa y cog noscitiva. Desde el punto de vista del sujeto discursivo y en el marco de las operaciones de puesta en discurso, el resurgimiento del sentir mínimo se presenta como un reembrague15 con el sujeto tensivo. En segundo lugar, con respecto al dispositivo modal mismo, la aspectualización transforma una secuencia discontinua en un proceso homogé neo, en “programación discursiva”. Sin embargo, de la misma manera en que un proceso narrativo clásico no remite únicamente a una serie de esta dos narrativos, sino también a las transformaciones entre los estados, al proceso pasional no le es posible basarse solamente en las series modales, pues por lo común éstas son empleadas únicamente como series de estados modales. Nos vemos, pues, obligados a suponer que, antes de su convoca ción como disposición en el discurso, los dispositivos modales se organizan en una sintaxis completa que comprende estados modales y transforma ciones modales, la cual llamaremos sintaxis intermodal para distinguirla de la sintaxis que hace cambiar de “posición” a tal o cual modalización den tro de un sistema modal isótopo. A continuación es posible contemplar, como hipótesis de trabajo y pa ralelamente a la serie de conversiones que conducen de la sintaxis funda mental a la figuratividad narrativa, una serie de etapas que, en el recorri 15 En sem iótica, las operaciones de desembrague y embrague son procedimientos por medio de los cuales el enunciado corta o restablece sus relaciones con la instancia de enun ciación o con sus representantes en el discurso [T.].
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do del sujeto epistemológico, serían particularmente requeridas por la teo ría de las pasiones: en el nivel de la tensividad fórica, el sentir y el deve nir ; en el nivel semionarrativo, los dispositivos modales y la sintaxis in termodal que las torna dinámicas; en el nivel discursivo, las disposicionei y la aspectualización que, las más de las veces, las rige de manera tempo ral, aunque no exclusivamente; en cuanto a la enunciación, ésta opera poi reembrague con el sujeto tensivo y, de esta manera, delimita en el discur so los simulacros pasionales. La sintaxis intermodal
Aparentemente, la sintaxis intermodal supone un postulado del que todavía se miden mal las consecuencias y según el cual existiría una sin taxis que no descansaría en la sintaxis elemental derivada del modelo constitucional. Queda todavía una cuestión por resolver y que ya no puede ser eludida: ¿cómo afirmar teóricamente la transformación de una modali dad en otra que puede ser contraria o contradictoria con respecto a la pri mera y que además es heterótopa por necesidad? Se han descrito con am plitud las condiciones de la respuesta, pero la respuesta misma está aún por formular. Por ejemplo, para que un saber se transforme en querer sería nece sario suponer, por una parte, dentro de una semiótica que no conociera más que lo discontinuo y lo categórico, una categoría común que se llama ra fMJ y, por otra parte, rasgos distintivos que fueran objeto de la trans-, formación y que se llamaran /ma/ y /mb/; la categoría ÍMJ garantizaría la homogeneidad de la transformación /ma -> mb/, lo que equivaldría a intro ducir una coerción isotópica ahí donde, como consecuencia de la discretización, habitualmente se postula la heterotopía modal. La existencia de categorías comunes a las modalidades no resolvería nada, ya que a fin de cuentas equivaldría a hacer recaer la dificultad en los “rasgos modales distintivos”. De hecho, nosotros ya disponemos de una “base modal” locali zada, delimitada y descrita en numerosas ocasiones y que, por efecto de la recursividad, torna perennes las modulaciones del devenir en el recorrido generativo: se trat a de la tensividad fórica. A,partir de esa base modal, se comprueba, por ejemplo, que el saber no puede transformarse en poder si la modulación “clausurante” que subtiende al primero no es neutralizada (después de la “detención”, la “detención de la detención”, como diría C. Zilberberg), o que el deber no puede sustituir al querer más que a costa de una suspensión del devenir y, por lo tanto, de una anulación de la modu lación “abriente” que caracteriza al querer. La base tensiva de la sintaxis intermodal podría, pues, ser la modulación del devenir, la cual adquiere (o pierde) progresivamente su autonomía con respecto a la necesidad. Por
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ello, las posiciones modales sucesivas aparecen como diferentes formas de “sumisión”, de “desprendimiento”, de “tergiversación” con respecto a una necesidad que reclama sin cesar sus derechos. De este modo, querer, sa ber, poder, etc., remiten siempre a diferentes “estilos semióticos”, a diferentes estilos de aprehensión de la escisión fórica. La existencia de tales “estilos semióticos”, ya sugerida a propósito del devenir, es patente en las transformaciones intermodales de las pasiones; por ejemplo, en la obstinación, el poder-no-estar-ser o el no-poder-estar-ser descansan en un estilo semiótico “cursivo”, en el que el sujeto modal se limita a acompañar el despliegue de acontecimientos; con el saber-no-estar-ser, el sujeto modal detiene el curso de los acontecimientos; es en ese momento cuando interviene otro estilo, el del querer, con el que el sujeto'modal despliega de nuevo el acontecimiento como devenir. Hablando epistemológicamente, la base modal común, cualquiera que sea el nombre que le demos, fundamento de la sintaxis intermodal, se origina en la resistencia a la fusión, en el juego de fuerzas cohesivas y dispersivas que permiten al sujeto tensivo escapar a la necesidad óntica. Sin embargo, ante la ausencia de articulaciones propiamente dichas y hablando teóricamente, es difícil atribuir a la tensividad fórica la propiedad de engendrar por sí misma y en ella misma los “estilos semióticos” distintos e identificables, a pesar de las precauciones que se tomen durante su formulación. En consecuencia: ¿cuál sería el estatuto de esos “estilos semióticos” que parecen determinantes para la sintaxis intermodal? El análisis de la obstinación, cuyo querer, como ya vimos, produce, por traslapo y retroacción sobre el no-poder, un efecto de sentido pasional específico, nos permite vislumbrar una posible respuesta. En efecto, es de notar, por ejemplo, que, en la medida en que al querer del impulsivo le sigue inmediatamente la aparición de un poder que parece desprendérsele naturalmente, ese querer no produce el mismo efecto de sentido que el del obstinado, el cual sigue a un no poder que, paradójicamente, parece nutrirlo y reforzarlo. En el nivel del discurso, esos diferentes efectos de sentido se traducen como aspectualizaciones distintas, pero también remiten, por presuposición, a diferentes maneras de modular el devenir en él nivel del continuo tensivo. Plantearemos, pues, la hipótesis siguiente en cinco proposiciones: 1. Los dispositivos modales son convocados en el discurso y sometidos a una aspectualización que resulta de convocar las modulaciones tensivas y que los transforma en disposiciones pasionales. 2. Como resultado del uso (sociolectal o idiolectal), esos dispositivos se inmovilizan y se estereotipan para entrar después en las taxonomías pasionales connotativas. 3. Una vez estereotipados son enviados al nivel semionarrativo, donde pueden ser convocados como tales.
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4. En el seno de las secuencias modales estereotipadas, la sintaxis modal es la forma fijada, también estereotipada por el uso, de la aspectualización mencionada en el punto 2, y por lo tanto también de ciertas modulaciones tensivas; por ello, los efectos de sentido producto de la inserción de una modalidad dada en un dispositivo fijado resultan de la codificación por el uso de las disposiciones en el nivel discursivo. 5. Al convocar en el discurso los dispositivos estereotipados, también se convocan esas codificaciones de las disposiciones y, en conse cuencia, las formas fijadas de la modulación tensiva. En esta perspectiva, los “estilos semióticos” serían el resultado de mo dulaciones tensivas estereotipadas, captadas e inmovilizadas por el uso al mismo tiempo que los dispositivos modales seleccionados por las taxo nomías pasionales. Así como las pasiones no pueden ser pensadas sin la praxis enunciativa que las forja, tampoco los “estilos semióticos” (los “am bientes”, como diría P.A. Brandt) pueden aparecer en las modulaciones tensivas sin la mediación del uso.
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La terminología
Una mirada rápida sobre el conjunto teórico que acabamos de recorrer pone de relieve varias nociones que, cualquiera que sea el grado de adhe sión que puedan suscitar las sugerencias y propuestas téoricas anteriores, son indispensables para una semiótica de las pasiones. Así, pues, parece útil hacer un pequeño balance terminológico, el balance de los instrumen tos necesarios para describir el universo pasional. La tensividad fórica designa al conjunto de precondiciones de la sig nificación, entre las que hemos identificado, por una parte, la protensivida d , que define a un sujeto tensivo o cuasisujeto y que, bajo el efecto de las tensiones favorables a la escisión, engendra al devenir, por otra parte, la fid ucia, sobre la que se delinean las “sombras de valor” destinadas a engendrar las valencias. Al abandonar el modo continuo propio de las precondiciones, ensegui da nos encontramos en el nivel semionarrativo con la discretización de las modulaciones del devenir, la cual engendra las modalizaciones. Esas modalizaciones son de dos clases: en sentido restringido, abarcan únicamen te lo que se ha llamado tradícionalmente modalidades ; en sentido amplio, abarcan también los simulacros existenciales, es decir, las junciones pro yectadas por el sujeto en el espacio imaginario, abierto por las modalida
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des. Captadas en el nivel de las estructuras narrativas de superficie, las modalizaciones que afectan a las dos dimensiones ya conocidas, la dimen sión pragmática y la dimensión cognoscitiva, pueden funcionar bajo cier tas condiciones como dispositivos modales, especies de simulacros en los que los sujetos modales reciben identidades transitorias a lo largo de todo el despliegue sintáctico de los dispositivos. La especificidad de ese fun cionamiento sintáctico y, en particular, de lo que llamamos la sintaxis in termodal, garantiza la autonomía de la dimensión tímica, tercera dimen sión (en el orden deductivo de la construcción teórica) de la sintaxis narra tiva de superficie. Las oscilaciones entre “euforia” y “disforia” forman par te de las tres dimensiones, pero en la dimensión tímica funcionan más precisamente como objetos tímicos, manifestados entre otras por las figu ras del “sufrimiento” o del “placer”, consecuencias de las transformaciones túnicas. Puede ser instructivo comparar la historia teórica de esta dimensión con la de la dimensión cognoscitiva. Esta última fue reconocida como parte constitutiva de la dimensión pragmática, en particular en el contra to y la sanción; después adquirió su autonomía, una vez que se reconoció que las diferencias de saber, los avalares de la circulación de la informa ción, lo mismo que numerosas variaciones modales propias de lo cognosci tivo, podían funcionar sin referencia y sin relación necesaria con las transformaciones de la dimensión pragmática. Después de haber sido con cebida como un camino sintáctico trazado transversalmente por medio del conjunto de los efectos cognoscitivos producidos por la sintaxis narrativa pragmática, la dimensión cognoscitiva se convirtió en una dimensión na rrativa plena. Del mismo modo, en un primer momento, el dominio tímico se constituyó progresivamente como parte constitutiva de las otras dos di mensiones, como un resultado de los efectos “pasionales” de las series mo dales que acompañan a los programas pragmáticos y cognoscitivos, así co mo por la alternancia de la euforia y de la disforia que se desprende de la inscripción de los objetos de valor en las axiologías. En un segundo tiem po, sucede también que las coerciones modales y los efectos de euforia/disforia de las dimensiones pragmática y cognoscitiva no bastan para expli car los efectos de sentido pasionales. Es por ello que, para dar cuenta de recorridos pasionales que no le deben nada a la sintaxis narrativa prag mática y cognoscitiva, la dimensión tímica es instituida como una dimen sión autónoma de la sintaxis narrativa de superficie. Como ya se sugirió, la relación entre el nivel de las precondiciones, que depende de lo continuo, y el nivel semionarrativo, que depende de lo discontinuo, no puede ser una simple relación de conversión. Efectiva mente, si se toman en cuenta los dos posibles tipos de conversión -conver sión “horizontal” o “transformación” y conversión “vertical”-, se constata que éstas no operan sino entre magnitudes discontinuas; lo mismo sucede
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con el concepto de “integración” de Benveniste, mediante el cual única mente se pueden “integrar” las unidades discretas de un nivel dado en unidades discretas del nivel siguiente. Parece que en este caso es más conveniente la discretización, con sus dos subcomponentes, el discerni miento y la categorización. En cambio, para pasar a las estructuras discursivas, hacemos uso de la convocación, conjunto de procedimientos encargado de manifestar en el discurso las magnitudes manifestables del nivel epistemológico o del ni vel semionarrativo; esas magnitudes son continuas en lo que se refiere a la tensividad fórica, y discontinuas en lo que se refiere a lo semionarrati vo. A manera de ejemplo, la convocación de las modulaciones del devenir se manifiesta como aspectualización, y la convocación de la dimensión trafica se hace bajo la forma de una dimensión patémica del discurso, que abarca el conjunto de las propiedades manifestables del universo pasio nal. Asimismo, los paternas se definen como el conjunto de condiciones discursivas necesarias para la manifestación de una pasión-efecto de sen tido. Al respecto, se distinguirán los paternas-pro paternas-proceso ceso y los roles patémicos, en función de si se desea captar los sintagmas pasionales o las iden tidades transitorias del sujeto discursivo dentro de esos sintagmas. Si se toma como ejemplo la “susceptibilidad”, se ve claramente que el patema proceso despliega desp liega el conjunto de la secuencia, la cual incluye la recepción, la interpretación de la herida en el amor propio y, después, la reacción y el comportamiento que de ahí deriva; en cambio, el rol patémico, suscep tible de ser identificado gracias a la recurrencia de un mismo proceso de ese tipo en un mismo sujeto, puede caracterizar al sujeto, entre otras eta pas, lo mismo en la de la interpret inter pretació aciónn de la herid he ridaa del amor am or propio que en la del comportamiento “herido”. Además, en caso de que sea posible reconocer una forma generalizable de los patemas-proceso a partir del análisis concreto de los discursos, ésta llevará el nombre de esquema patémico canónico canónico..
Por otra parte, la noción de “rol patémico” se traslapa con la de “dis posición” posición”,, ya que ambas caracteriza carac terizann a un unaa “programación discursiva” del sujeto apasionado. De hecho, si la misma propiedad discursiva del sujeto apasionado puede recibir dos nombres diferentes, es como producto de una diferencia de procedimiento. Si se reconstruyen por presuposición las propiedades del sujeto apasionado, sobre la base de una un a iteración funcional y por medio de un cálculo cognoscitivo basado en los resultados de un pro ceso -es decir, en las magnitudes discontinuas-, se los identificará y desig nará como roles patémicos; en cambio, si se trata de captar las mismas propiedades como como un unaa m anera ane ra de sentir, como como una programación que deri d eri va de una forma aspectual, nos vemos obligados a aplicarle una lógica de las motivaciones y, en consecuencia, se los tratará como disposiciones. En suma, la disposición conlleva un componente aspectual porque el procedi
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miento con el que se construye la disposición sigue siendo conforme al basamento tensivo del universo pasional; en camb cambio, io, el rol temático no lo conlleva, en la medida en que es resultado de un procedimiento de recons trucción cognoscitiva de las clases de comportamientos pasionales.
Las taxonomías t axonomías pasionales pasionale s connotativas
El balance terminológico en cierto modo constituye la contribución de la reflexión epistemológica a la metodología; pero la construcción de los uni versos pasionales a partir de las pasiones-efectos de sentido, sin importar la teoría adoptada, enfrenta una dificultad considerable que ni la episte mología ni la terminología pueden resolver: se trata de la cortina que, pa ra el analista, sea semiotista, filósofo o lexicólogo, forman las variaciones culturales presentes en el corazón mismo de los efectos de sentido pasio nales. Es fácil entender que si, desde el punto de vista teórico, el análisis de las pasiones no puede prescindir de la praxis enunciativa y de la pues ta en discurso, desde el punto de vista metodológico se encontrará con idiolectos y sociolectos pasionales. o La praxis enunciativa y los primitivos La lingüística distingue entre el lenguaje como hecho humano universal que, en cuanto tal, es susceptible de incluir los “universales lingüísticos”, y las lenguas, sistemas propios de las áreas culturales que completan y reinterpretan los universales. Ahora bien, tanto el uno como las otras, el lenguaje y las lenguas, pertenecen a lo virtual o a lo actualizado y dan lu gar, para su realización, al discurso. En términos de semiótica general y no de lingüística en sentido restringido, el nivel semionarrativo, ordena do como un recorrido generativo, debería incluir, por una parte, magni tudes universales que son características de la significación concebida como un hecho humano universal y, por otra parte, magnitudes generali zadles dentro de una cultura dada que son características de la signifi cación como hecho cultural. Estos dos tipos de magnitudes, que siguen perteneciendo perteneciend o al nivel semio narrativo narrati vo y que también tam bién se distribuye distr ibuyen n en el conjunto del recorrido generativo, pertenecen, tanto unas como otras, a lo virtual y a lo actualizado. Las “culturas”, entendidas como sistemas de selección, de orientación o de complemento que se aplican a los univer sales de la significación, serían, con respecto a éstos, lo que las lenguas al lenguaje. Sabemos, por ejemplo, que si bien las estructuras elementales de la significación, por una parte, y, por la otra, el sistema de elementos naturales -que subyace en las axiologías figurativas más extendidas pueden figurar figu rar en la l a teorí t eoríaa como como universales , no sucede lo mismo con con las
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axiologías figurativas propiamente dichas, en las que los cuatro elemen tos se distribuyen, de acuerdo con los autores y con las culturas, de ma nera variable y específica. Existe un modo relativamente simple de abordar estas magnitudes culturales y de distinguirlas de los universales, que consiste en tratarlas como “taxonomías connotativas”; en efecto, a veces es grande la tentación de considerar las “selecciones”, “orientaciones” y “complementos”, cuyos universales son afectados por las culturas individuales y colectivas, como operaciones aisladas que dependen únicamente de la iniciativa del sujeto de la enunciación, enunciación, así como como también de hacer un u n inventario de ellas y atri buirlo a las la s operaciones enunciativa enunc iativas. s. Ahora bien, resu re sulta lta que, aun aunque que no fuera más m ás que por incluir la “lengu “lengua”, a”, el conjunto conjunto de esas particula ridades constituye un sistema que, una vez establecido, tiene derecho a un modo de existencia independiente de la enunciación: son realizables -virtualizadas o actualiz adasadas - y no realizadas. realizadas. Corresponde a la praxis enunciativa realizar ese cambio de estatuto; en efecto, los particularismos culturales se integran en el nivel semionarrativo mediante el uso: el discurso social se constituye no únicamente por la convocación de los universales, sino también mediante una especie de retorno del discurso a sí mismo, que produce configuraciones ya prestas, estereotipadas, y los estereotipos así obtenidos son remitidos al nivel semionarrativo para que figuren como primitivos, primitivo s, tan organizados y siste máticos como los universales. La praxis enunciativa es este ir y venir entre el nivel discursivo y los otros niveles que permite constituir semióticamente las culturas. La mayoría de las veces, aunque no exclusivamente, los “primitivos” así obtenidos se presentan como taxonomías que subyacen en las configuraciones convocadas en el discurso y que funcionan de alguna manera como connotaciones, distintas de las denotaciones que son el resul tado de la convocación de los universales. En ese sentido, la praxis enun ciativa conciba un proceso generativo con un proceso genético y asocia en el discurso los productos de una articulación intemporal de la significación con los de la historia. Las pasiones ofrecen un terreno notablemente fértil para tales taxono mías connotativas; en ellas el analista reconoce de antemano un campo privilegiado par p araa el estudio de esas “rejillas” culturales cu lturales,, sociales sociales o indivi duales, que se proyectan en los universales. En efecto, al ser el “dispositi vo” modal la magnitud en la que desemboca el recorrido generativo de las pasiones, su pue puesta sta en discurso produce “disposiciones” “disposiciones”,, de acuerdo con el procedimiento de la con convoc vocació ación; n; pero, en principio, la con convoc vocació aciónn es sus sus ceptible de ser aplicada al conjunto de las combinaciones modales lógica mente posibles; de hecho, esto no sucede así y se observa que cada cultura selecciona únicamente una parte de ellas para manifestarlas como pasio nes-efectos de sentido o como pasiones-lexema. Por definición, una vez
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afianzada en la sintaxis intermodal y en la protensividad, la disposición es más o menos previsible; cierto, es un factor de previsibilidad del comporta miento del sujeto, pero siempre conlleva cierta indeterminación e “inven ción”; en cambio el “rol patémico”, construido por presuposición y sobre la base de una iteración, es muy m uy previsible previsible y tiende a imp i mplanta lantarse rse en el dis curso como un estereotipo. De alguna manera es el “uso” como disposición de algún dispositivo modal, en un área discursiva o cultural dada, el que lo prim itivo pasional pasio nal ; vuelve un estereotipo y, más tarde, por retroacción, un primitivo sólo entonces, en una cultura dada, aquellos dispositivos modales que hayan seguido ese tratamiento serán objeto de una convocación discursiva dentro de las configuraciones pasionales. Si únicamente fuera cuestión de estructuras o de categorías modales, la influencia de las “rejillas” cultura les sería limitada; pero, en la medida en que se trata de “dispositivos”, es decir, de intersecciones entre estructuras y de combinaciones potenciales entre categorías, sólo es posible que las pasiones aparezcan como tales en el discurso a condición de que una instancia rija y actualice esas combina ciones potenciales; esta instancia es la praxis enunciativa, que crea las ta xonomías pasionales con el fin de recoger los primitivos producidos por el uso. ®Especies y niveles de la taxonomía En la medida en que conceptúa al mundo natural, la lengua misma proce de clasificando. En cuanto a las culturas, éstas se dividen en etnotaxonomías, que caracterizan a un área o a una época entera, y en sociotaxonornías, que especifican las diferentes capas taxonómicas de un área o de una época dada. Estas últimas podrán ser socioculturales, socioeconómicas, sociogeográficas, en función del criterio adoptado: pasiones del norte, pasio nes meridionales, pasiones corsas (Mérimée) o normandas (Maupassant), pasiones aristocráticas aristoc ráticas,, burguesas o populares. Desde otro punto de vista, algunas taxonomías pueden aparecer como siendo inmanentes a una cul tura dada, mientras que otras, aun cuando sean constitutivas de una cul tura, en la medida en que pertenezcan a un sistema más general, aparece rán como construcciones: es así como las teorías de las pasiones aparecen dentro de sistemas ideológicos, filosóficos, incluso con vocación científica, como en biología y aun en... semiótica. Por último, la diferencia entre sociolectos e idiolectos también será pertinente en el caso de las pasiones. Se po dría decir, por ejemplo, que la teoría de las pasiones de Descartes depende, por un lado, de una taxonomía sociole sociolectal ctal inmanente, inmanente , en la medida en que descansa en una tradición sociocultural y en que se encuentra influida por la ideología aristocrática; por otro lado, en la medida en que forma parte de un sistema siste ma filos filosóf ófico ico,, depende de una taxonomía idiolectal idiolectal construida. Un ejemplo ejemplo viene viene a la mente, que ilustra concretamente la relatividad
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de las taxonomías connotativas: la “ambición”, la “envidia” y la “emu lación” comparten una misma configuración pasional, pero de manera variable, en función de las culturas y de las épocas. Esas variaciones obe decen especialmente a la naturaleza de las distinciones socioeconómicas: la emulación se circunscribe dentro de cada clase o grupo social, la ambi ción y la envidia franquean los límites; por otra parte, la ambición y la emulación son “ascendentes”, “ascendentes”, mientras mientr as que la envidia supone un principio principio de igualdad. Por esta razón, lo que aparece como ambición en una socie dad fuertemente diferenciada, con numerosas capas sociales con fronteras bien definidas, definida s, será ser á visto como como emulación em ulación en un unaa sociedad con con pocas ca pas sociales y con fronteras frontera s difusas. Además, por poco poco que la norma n orma social busque busq ue ma ntene nte nerr a cada ca da uno en su clase de origen, la emulación se tran tr an s formará en ambición, y la ambición misma, en envidia; en L ’enfer des choses, Dupuy y Dumouchel trataron de mostrar, siguiendo las teorías de R. Girard, G irard, que las relaciones intersubjetivas intersubjetiva s y sociales sociales son organizadas en ese caso por una estrategia cuyo fin principal es canalizar el deseo mimético. Si se acepta, como hemos sugerido indirectamente con la noción de “intersujeto”, que un fenómeno como el deseo mimético es anterior a la existencia misma de los objetos de valor, nos vemos llevados a constatar que la selección operada por las taxonomías connotativas obra ya desde las precondiciones de la significación y que, sin ser todavía sistemas axiológicos -lo cual sería incompatible con su estatuto de precondiciones-, contienen normas y principios reguladores que definen el modo de fun cionamiento del sujeto colectivo. Pareciera que el sujeto de enunciación comunitario inscribe como primitivos, dentro del propio continuo tensivo, sus propios mecanismos de regulación interna. Las sugerencias hechas antes con respecto a los “estilos semióticos” obedecen a ese mismo sentido. Se conocen varias teorías que, por ejemplo, para el nivel que llama mos de las estructuras elementales, proponen organizar los sistemas pa sionales, o en general la afectividad, de acuerdo con los grandes tipos de axiologías reconocidos como dominantes por el estudio del discurso: la axiología abstracta, vida/muerte, que el psicoanálisis usa desigualmente, ya sea al oponer las pulsiones de vida a las pulsiones de muerte (S. Freud), ya sea los “buenos objetos” a los “malos objetos” a la vez devorantes y atrayentes (M. Klein), pero también la axiología figurativa, agua/ aire/tierra/fuego, que funda la teoría de los humores y, más particular mente, las taxonomías pasionales medievales. En lo que se refiere particularmente a las modalizaciones, las taxo nomías connotativas operan en gran escala en el nivel semionarrativo, ya que autorizan o prohíben la manifestación como pasión de cada uno de los dispositivos modales lógicamente posibles. Así, en los siglos xvn y xvill y, en cierta medida en el XIX, son excluidos del dominio pasional todo un con junto junt o de comportamien compo rtamientos tos referent refe rentes es al honor, mien mi entras tras que, hoy en día,
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éstos serían considerados como “susceptibilidad”, “irritabilidad”, “carácter difícil” o violencia colérica. Mientras estos comportamientos estén socialmente normados, codificados como roles temáticos en la competencia de los sujetos, se permanecerá en el marco de un contrato colectivo y de una competencia modal común; pero una vez que esta codificación y la norma que la acompaña caigan en desuso, los mismos comportamientos dejarán de remitir a una estructura modal isótopa, como la del deber-es-tar-ser o deber-hacer, y remitirán ahora a un dispositivo modal complejo que ningún contrato rige, que posee su propia autonomía sintáctica y que no es posible interpretar, en la nueva cultura en la que se manifiesta, sino como una “disposición” pasional. Igualmente, las actitudes de preparación para el desafío y pa ra el respeto de la posición social de los demás, que P. Bourdieu describió con respecto a los Cabiles, son estrictamente funcionales y se regulan como poderes-hacer y como saberes-estar-ser, pero se ven frecuentemente recategorizados, por otros que no son sociólogos, como paternas: “desdén”, “arrogancia”, “orgullo”, etcétera.16 ®La nomenclatura pasional La lengua propone su propia conceptualización del universo pasional, cuya primera formulación se encuentra en un campo léxico específico, el de la “nomenclatura pasional”, que revela las grandes articulaciones de una taxonomía coextensiva a una cultura entera. Como es natural, estudiaremos la no menclatura francesa. Las definiciones de las pasiones en el diccionario conllevan una serie de denominaciones taxonómicas que constituyen algo así como grandes clases de la vida afectiva; se han detectado en el francés los siguientes tipos: “pasión”, “sentimiento”, “inclinación”, “propensión”, “actitud”, “tem peramento”, “cará cter”, completados por frases adjetivas como “inclinado a”, “susceptible de”.17 16 Esto s ejemplos mu es tra n cla ram ente que un a serie modal que no es convocada como “disposición” durante la puesta en discurso, no aparece de hecho como un “dispositivo”; se comprueba con ello que, en cuanto intersección de categorías modales, el dispositivo permanece virtual y que sólo el efecto retroactivo de la praxis enunciativa puede actualizarlo y tornarlo manifestadle y sensible para el enunciatario. Más concretamente, corresponde a la existencia de una dinámica intern a del dispositivo, bajo la forma de una sintaxis intermodal, mostrarlo al analista como un dispositivo. Con ello se concluirá, pero se requiere una verificación, que la presencia en las series modales de una sintaxis intermo dal es también producto retroactiv o de la praxis en unci ativ a y de la aplicación de las taxonom ías pasionales. 17 N.B. Par a no in ter feri r con el me talen guaj e que hemos ido adop tando poco a poco, de jar em os de lado el térm ino “pasi ón”, qu e hemos rese rvad o ar bi tra ria m en te pa ra nom bra r el término genérico del universo estudiado y el término “disposición”, al que se le acaba de dar una definición específica, también de manera arbitraria con respecto al léxico natural. (Los términos en francés son los siguientes: passion, sentiment, inclination, pcnchant, émotion, humeur, disposition, attitude, tempérament, caractére, enclin á, susceptible de. T.]
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Antes del recorte del universo pasional que realizan los lexemas que designan pasiones-efectos de sentido, habría otra red cultural, más abs tracta, que revelaría una teoría inmanente de las pasiones en el seno mis mo de las culturas. Ya que esta clasificación es una primera organización etnocultural del universo pasional, a la vez que se presenta como una teorización implícita de ese mismo universo, merece ser examinada en sí misma para despejar los principales parámetros que utiliza. En efecto, las teorías psicológicas y filosóficas de las pasiones recuperan, las más de las veces sin mayor trámite, la nomenclatura de la lengua que utilizan y, sobre esa base bien relativa, se esfuerzan por justificarla dentro de su pro pio sistema. Al respecto, es posible mostrar fácilmente que, a pesar de este intento de dar una motivación a las definiciones, el fundamento del sis tema sigue siendo relativo a una cultura dada. Con respecto al sentimiento, se retendrá que es presentado como un estado afectivo complejo, estable y durable, ligado a representaciones. En cuanto a la emoción, se trataría de una reacción afectiva, general mente intensa, que se manifiesta mediante trastornos, sobre todo de ca rácter neurovegetativo. El psicólogo Théodule Ribot insiste en su carácter momentáneo. La inclinación, que remite directamente a la “propensión” y a la “dis posición”, se define como un deseo, como un querer constante y caracterís tico del individuo; quien se “inclina a” es “llevado por una propensión na tural y permanente”. Definida tautológicamente como “tendencia natural” e “inclinación”, la propensión \penchant] supone de hecho el reconocimiento por parte de un observador externo de una especialización de la vida afectiva del suje to, ya sea en cuanto a los objetos, ya sea en cuanto a las modalizaciones; a veces esta especialización es evaluada peyorativamente, lo que no sucede con la “inclinación”. En cambio, quien es susceptible de puede sentir, presentar y recibir un sentimiento, una impresión; en suma, es quien posee una capacidad latente, que utiliza de acuerdo con las circunstancias. El temperamento es definido inicialmente como “equilibrio de una mezcla”, lo que permite entender el uso de este término en el campo de la afectividad a partir de la definición hipocrática de los humores. Hoy en día, el término designa a un conjunto de características innatas, un com plejo psicoíisiológico que determina el comportamiento. El carácter también es un conjunto, aunque mucho más homogéneo que el temperamento, que reúne las maneras habituales de sentir y de reaccionar que son susceptibles de distinguir a un individuo de entre sus semejantes. Aquí, el conjunto ya no se define por el equilibrio de los com ponentes, sino por la dominancia. Finalmente, el humor que caracteriza al individuo es pasajero: define
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un momento de la ex istencia afectiva de ese individuo. Las variables utilizadas en esta clasificación son las siguientes: - La aspectualización, que retorna sin cesar, se refiere ya sea al impulso afectivo mismo, el cual puede ser permanente (inclinación, tem pe ram en to, ca rácter, sus cep tible de), du rab le (sen tim ien to) o pas ajero (humor, emoción), ya sea a las manifestaciones pasionales, los compor tamientos y los actos que le siguen; estos últimos pueden ser continuos (temperamento, carácter, inclinación), episódicos (susceptible de, humor) o aislados (sentimiento, emoción). Inmediatamente se aprecia que, incluso con una base tipológica tan estrecha, la nomenclatura (francesa) no cubre más que una parte de las posibilidades: ¿cómo llamar, por ejemplo, a un impulso afectivo durable con manifestación episódica? ¿Un “sentimiento episódico”? - La modalización dominante también cambia en función de los tipos: el sentimiento pone en juego al saber, por sus consecuencias y manifesta ciones, la emoción afecta al poder, la inclinación y la propensión involu cran más bien al querer. E n el temperamento y el carácter parecen entra r en juego todas las modalizaciones, pero bajo la forma de una interacción cuyas instancias serían los sujetos modales definidos aquí mismo y que lo gran llegar, ya sea a un equilibrio individual y explicativo, en el que domi na el poder (el temperamento), ya sea a dominancias distintivas que po seen un efecto individualizante o que, a fin de cuentas, se traducen como variantes del querer (el carácter). Todas esas clases pasionales se presentan más o menos como va riedades de la competencia en sentido amplio; queda, sin embargo, el hecho de que ofrecen imágenes muy distintas de esta competencia. En las definiciones del carácter o del temperamento, la competencia, como “estarser del sujeto”, es reconocida por un observador externo, capaz de identi ficar la dosis modal que la caracteriza. En la inclinación y la propensión, la competencia es presupuesta y reconstruida por un observador que será capaz de prever los comportamientos y las actitudes. En cambio, en la de finición de la emoción, es con siderada como débil o, incluso, suspendid a. La nomenclatura pasional del francés se construye, en lo esencial, a pa rtir de tres variable s, en las que la aspect ualida d desem peña el papel central; la taxonomía connotativa que resulta aparece en la tabla si guiente:
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A pesar de este esfuerzo de esclarecimiento y de sistematización, la nomenclatura pasional sigue siendo un conjunto difuso, en el que única-, mente se puede indicar cuáles son las variables subyacentes, pero en el cual no se puede definir unívocamente los términos. Esta nomenclatura se muestra como la cobertura lexemática incompleta, mal delimitada, de un macrosistema clasificatorio; como sistema, le falta ser jerarquizado y es prácticamente imposible determinar entre la aspectualización, la modalización y la competencialización, cuáles son los presuponentes y los presupuestos; por otra parte, este sistema no es generalizable, ya que es producto de una selección cultural que se realiza de entre todos los posi bles casos de figura. En efecto, la selección cultural interviene en dos oca siones: una primera vez'para elegir únicamente tres ejes de variación de entre todos los casos posibles -reconozcamos que, sin embargo, son los que se encuentran en el corazón de la problemática teórica-, y una segun da vez para quedarse sólo con algunas de las variedades de entre todas las que son contemplables. En cierto modo, la nomenclatura representa un primer esbozo, intuitivo y producto de la historia, de una teoría de las pasiones elaborada dentro de una cultura. Al ser uno de los componentes del sistema lingüístico propiamente dicho -es decir, uno de los productos de la praxis enunciativa-, esta teoría nos invita a examinarla más de
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cerca para intentar comprender, por una parte, cómo es que la lengua, en tanto sistema relativo a una cultura particular, procede para engendrar los efectos de sentido pasionales a partir de universales modales y, por otra parte, cuáles son las propiedades de esas “teorías intuitivas de las pasiones”, como son en general las taxonomías connotativas.
El universo pasional sociolectal
Para empezar, es posible distinguir el universo pasional de una cultura entera, traducido en parte en el léxico de la lengua que domina en esa cultura, de los microuniversos sociolectales que caracterizan a los discursos sociales. En ocasiones, estos últimos ofrecen una relectura sorprendente de tal o cual pasión, es decir, una recategorización. ®La humillación didáctica Así sucede, por ejemplo, en el discurso didáctico, al menos en el que se practica y codifica habitu almente: éste se encuentra fundado en la negación de un saber del “enseñado” y en una afirmación del saber del “enseñante”; a ese respecto, toda estrategia pedagógica que consista en valorar el saber del alumno no es sino una maña que permite precisamente com pensar los efectos pasionales “parásitos” de la negación del saber de origen. Esta negación es necesaria para la buena transmisión y construcción del saber y para la constitución del actante colectivo, ya que el grupo en formación, cualquiera que éste sea, es agrupado a partir de una evaluación que puede ser, o arbitraria, como la edad, o motivada, como un examen de ingreso, pero que en todos los casos mide siempre lo que sabe o no sabe quien es enseñado, lo cual siempre equivale a definir lo que le falta por aprender. Por otra parte, con el pretexto de medir el saber adquirido, se multiplican las evaluaciones “de diagnóstico” o “de pronóstico”, aunque en la estrategia didáctica propiamente dicha siempre se considere la extensión de la ignorancia, lo mismo que la relativa heterogeneidad del gru po en formación que de ahí deriva; esto es con el fin de programar posteriormente los aprendizajes destinados a remediar a la vez el déficit y la heterogeneidad. Ahora bien, al menos en su principio modal, esta negación de la com petencia es portadora de una “humillación”, es decir, de un a manipulación patémica que busca insta lar en el enseñado cierto segmento modal estereotipado en el que la conciencia (saberj de la incompetencia debe llevar a una aceptación (querer) de los aprendizajes propuestos: el saber-no-estarser se transforma en no-querer-estar-ser. Freud, por ejemplo, en su introducción a la Introducción al psicoanális is, apela insistentemente a ese rol
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patémico; al dirigirse a sus estudiantes, afirma explícitamente que, para venir a oír, es necesario admitir previamente que no se sabe nada, que se está en el mismo nivel de ignorancia de aquel que jamás ha estudiado medicina; no vacila en precisar que los que aún creen saber algo no deben asistir a la segunda sesión. Finalmente, a los que bajo esas condiciones aceptan permanecer, y únicamente a ellos, aconseja escucharle. He ahí, pues, un microuniverso sociolectal en el que una pasión con siderada generalmente nefasta y negativa es aprovechada “positiva mente” de un modo que goza de tanto consenso que en general ni los maes tros (tal vez con excepción de Freud, entre otros), ni los alumnos la reconocen como tal. En otras palabras, dentro de esta taxonomía pasional no se encuentra repertoriada como una “humillación”; pero basta con que en los bordes de este microuniverso sociolectal se produzcan traslapos con otros discursos sociales, culturales o ideológicos o con universos individua les no integrados para que el efecto de sentido “humillación” reaparezca y para que surjan conflictos de interpretación en torno al dispositivo modal: muchos debates pedagógicos resultan de ello. Por otro lado, una forma discursiva como ésta se encuentra sin duda ligada a un área cultural limitada en el tiempo y en el espacio: ¿qué sucedería con ella, por ejemplo, en la antigua India, en la que, como señala Dumézil, el maestro y el discípulo se “engullen” y “vomitan” recí procamente? ®Teoría de las pasiones y teoría del valor Si se levanta la vista para mirar los universos pasionales que organizan a las culturas enteras, más allá de la lengua, se percibe que las taxonomías connotativas afectan a más cosas que la delimitación de los dispositivos modales y su interpretación pasional. Se observa, por ejemplo, que la teoría de las pasiones de la revolución individualista del siglo xvill fue remplazada por la teoría del valor y por la dinámica del interés. Las varia ciones paradigmáticas de la historia consistieron en remplazar una focalización en el sujeto por una focalización en el objeto y, paralelamente, en modificar el equilibrio y las relaciones entre el querer y el deber. Dentro de los sistemas filosóficos, pero también, de manera más gene ral, dentro de la episteme, la economía política ocupa el lugar de las teorías de las pasiones, que periclitan, y la teoría de las necesidades suplanta a la de los deseos; esto se traduce en particular en un [besoins]18 cambio en la modalización de los objetos de valor: de ser deseables se con vierten en necesarios o indispensables. En las teorías de las pasiones, la 18 “El fra nc és nécessité supone una necesidad más grave y urgente que el simple besoin”, R. García-Pelayo y Gross y J. Testas, üictionnaire moderne frangais-espagnol, Larousse [T.].
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dimensión pragmática afecta al cuerpo, el cual por su parte afecta al alma, y suscita por ejemplo el querer, en la teoría de las necesidades, la dimen sión pragmática determina al cuerpo, el cual a su vez determina al es píritu, con un saber reflexivo que sirve de intermediario y que consiste en la toma de conciencia de sus intereses por parte de los sujetos. Aparentemente, la diferencia entre las dos teorías reside en poca cosa: podría resumirse en la oposición entre “afectar” y “determ inar” -e l cuerpo afecta o determina al espíritu. En la teoría de las pasiones, lo tímico y lo cognoscitivo no son articulados por lo pragmático en cuanto tal, sino por sus disfunciones: por ejemplo, en Spinoza, esas disfunciones no engendran más que “ideas inadecuadas”, que a su vez son reinterpretadas como pasiones; en cambio, en la teoría de las necesidades, lo cognoscitivo y lo tímico son articulados totalmente por lo pragmático en cuanto tal. A ese respecto, las teorías de las pasiones serían teorías de la disfunción narra tiva, teorías aptas para captar los “restos” pasionales de la narratividad. Por el contrario, las teorías de las necesidades suponen y utilizan una narratividad totalmente determinada que, en la búsqueda de valores descriptivos, anula y absorbe los efectos pasionales al agotar totalmente los valores modales. En consecuencia, con el auge de la teoría de las necesidades y de la economía política, se asiste a una vasta empresa ideo lógica (y epistemológica) que busca reducir este “excedente modal” en el que moran las pasiones y se busca proceder de tal manera que el conjunto de los efectos modales quede, directa o indirectamente, bajo la dependen cia de la dimensión pragmática o cognoscitiva. La semiótica de las pasiones debe tomar partido en cuanto a ese pun to; ya no se trata de tomar partido entre deseos y necesidades, entre pa siones e intereses -planteado así, se trata de un debate entre dos cultu ras-, sino de definir el mínimo epistemológico sin el cual la autonomía de la dimensión tímica no puede ser garantizada. El mínimo epistemológico que se requiere parece residir en el hecho de que los dispositivos modales pueden ser más que la simple condición de la performance. Es claro que, si detrás de toda taxonomía connotativa de las pasiones se encuentra operando una teoría, implícita o explícita, entonces los cambios culturales son susceptibles de influir en el modo en que se representan intelectual mente las pasiones; una trivialidad que es preciso recordar es el hecho de que todo proyecto científico se inscribe en una cultura y en una episteme y que, en consecuencia, la semiótica de las pasiones no escapa a tales deter minaciones. Elaborar una semiótica de las pasiones consiste, pues, en tomar partido por una representación de la dimensión narrativa de los discursos que no se reduzca a una especie de lógica de la acción y a una concepción del sujeto que se encuentre totalmente determinada por su hacer y por las condiciones necesarias para realizarlo.
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El universo pasional idiolectal
El universo pasional de un escritor participa en la constitución del “texto global” de su obra. Los trabajos de Ch. Mauron, que enfocan el “mito per sonal” de una obra, ofrecen una muestra de la construcción de universos pasionales idiolectales. El mito personal, que se pre sen ta como una con figuración que asocia temas y figuras pasionales, puede ser interpretado como la permanencia de uno o más dispositivos modales cuyas manifesta ciones figurativas recurrentes se diseminan a lo largo de las situaciones narrativas o dramáticas, al igual que en las figuras retóricas. Por otra parte, el análisis de textos de Mau pass ant, Bernanos o Aragón ha m ostr a do el modo en que las axiologías figurativas (agua, aire, tierra, fuego), aso ciadas a las axiologías abstractas (vida, muerte) y polarizadas por la euforia/disforia, constituyen las formas idiolectales que son susceptibles de desplegarse en la dimensión tímica del relato. La “especificidad” del idiolecto pasional se traducirá más precisa mente en: 1] la sobrearticulación de algunas pasiones, como se puede cons tatar en el spleen de Baudelaire; 2] el dominio isotópico o funcional de alguna modalización, como lo mostró J.C. Coquet con respecto a La ville de Claudel; 3] las orientaciones axiológicas, la valorización o desvalo rización de algunas pasiones, como sucede con la generosidad en Corneille; 4] la recategorización de pasiones que son tomadas de los universos sociolectales y que, en el idiolecto, dejan de corresponder a la definición “en la lengua”. El conjunto de estos factores contribuye a dar una nueva orientación general a la demarcación y funcionamiento de las pasiones, y a delinear una taxonomía pasional idiolectal. ®Una desesperación optimista La Sema ine S ain t e de Aragón ofrece un ejemplo notable de recatego rización pasional. En esa novela ha sido posible observar que la desespe ración es una pasión positiva, valorizada, fuente de provecho simbólico, pero a condición de que se trate de una'desesperació n histórica y política. El que perdidamente enamorado se suicida es un desesperado trivial que no tiene derecho a los honores de la historia. En cambio, los soldados de la Casa Real, desesperados por el abandono del rey y de los príncipes que in terpretan como una traición, son sujetos desesperados “positivos”. En .efecto, su desesperación, que se transformará en revuelta, al igual que el discurso que la expresa, muestra que después de todo no eran tan fútiles como parecían, que eran fieles y, en el movimiento que los sume en el de samparo y el temor, ellos reafirman los valores en los que se fundaba su compromiso; de alguna manera, toda la competencia y el compromiso axiológico del sujeto se ven así reactualizados con la desesperación.
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Sin embargo, no se trata de un simple cambio en la polarización, ni tampoco del dominio isotópico de una modalidad; si se compara, por ejem plo, la desesperación en Aragón con la desesperación en Kierkegaard, se observa que, en Kierkegaard, la especificidad de la desesperación provie ne de un dominio modal, mientras que en Aragón nace de una verdadera recategorización.' En efecto, en el Tratado de la desesperación, la deses peración es una forma y un producto de la conciencia, que tiene como motor una discordancia entre el yo y la desesperación misma o, dicho en términos de Kierkegaard, “la discordancia interna de una síntesis, cuya relación se refiere a sí misma” (i, 2).19 La desesperación del inventor de la angustia existencial se ve, pues, especificada por el dominio isotópico y funcional de un saber-estar-ser reflexivo: funcional, porque rige el encade namiento modal de la desesperación misma; isotópica, porque interviene tanto en la “enfermedad” -el término es de Kierkegaard- como en su cu ra; porque, a fin de cuentas, es lo propio del hombre. Por el contrario, en Aragón la desesperación está recategorizada en la medida en que ya no aparece como una pasión del destinatario frustrado, sino como una pasión de la asunción de los valores, por intermedio del contrato fiduciario y de la creencia. Desde este punto de vista, el estado respectivo de las creencias en Bernard, el enamorado desesperado, y en los “hijos de buena familia”, los desesperados políticos, es un indicio significativo. De hecho, poco antes de suicidarse, Bernard no deja de repetir que “todo es mentira” y se com po rta ve rd ad era m en te como si todas las cosas fueran iguales en su insignificancia; en cambio, los hijos de buena familia distinguen cuida dosamente la ruptura del contrato fiduciario que los une a los valores mo nárquicos: ya no creen en su Destinador, pero en contrapartida creen aún más firmemente en el sistema de valores que los ha hecho comprometerse con él. Cuando la desesperación no es sino la prueba del compromiso y de las razones que lo fundan, dista mucho de afectar tan profundamente al sujeto semiótico como cuando es el resultado de la caída generalizada de los valores. Aunque lleven el mismo nombre y obedezcan a la misma sin taxis modal, se trata de dos pasiones asaz diferentes: una llega a afectar hasta la valencia y al sujeto tensivo; la otra afecta solamente a la identi dad del Destinador. o Un querer pesimista Como se aprecia, la recategorización atañe al conjunto de la configu ración: a la jerarquía de las modalizaciones, a sus manifestaciones, al hacer que de ahí deriva, pero, sobre todo, a su repercusión en las cate 19 Sore n Kie rkeg aar d, Tratado de la desesperación, traducción de Carlos Liacho, Buenos Aires, En rique S antiago Rue da Editor, s.f., p. 24.
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gorías profundas. Otro ejemplo viene a la mente, en el que la modalización misma es recategorízada: se trata del amor y del deseo en Mau passant. De las enseñanzas de Schopenhauer, Maupassant retuvo que el querer era la fuente de la desgracia humana, tanto si engendraba un de seo insatisfecho, productor de hastío y aversión, cuanto por efecto de la frustración, fuente de sufrimiento. El querer en Maupassant se encuentra frecuentemente asociado con la insignificancia, el absurdo, la incoheren cia. En el sociolecto, la misma modalización produce la búsqueda, da sen tido a los proyectos de vida en la medida en que permite asumir los va lores; en cambio, en el idiolecto desorganiza el hacer humano y no suscita más que pasiones bestiales, brutales o nefastas. La recategorización toma aquí otra vía distinta de la de Aragón, ya que es la modalización misma, como fundadora de las pasiones, la que se ve recategorízada, y todas las pasiones que la incluyen en su dispositivo se ven afectadas. Si nos rem iti mos a las modulaciones del devenir, es posible percibir que la “apertura” que engendrará al querer no es sino falta de serenidad o irrupción intem pestiva. En suma, las fuerzas dispersantes efectúan un retorno destruc tor: se podría decir que el idiolecto de Maupassant elige un estilo semiótico que especifica la modalidad del querer. Generalizando: si la recategorización puede pasar superficialmente por un simple cambio de isotopía tem ática -la asunción de los valores en lugar de la frustración, el absurdo y la bestialidad en lugar del “sentido de la vida”-, ella descansa más profundamente en un reordenamiento del dispositivo modal y, eventualmente, en nuevas modulaciones tensivas. Más que frente a la “especificidad” de un idiolecto, sin duda estamos fren te a la “originalidad”: las formas patémicas se reorganizan de tal modo que, entonces, el conjunto del universo pasional sufre una deformación coherente. Por otro lado, tanto en el caso de Aragón como en el de Mau passant, la recategorización no es totalmente obra de ellos: Aragón em plea en la desesperación un sistema de pensamiento más general que no es el único en poseer; Maupassant toma mucho de Schopenhauer, pero pertenece a una generación de escritores que sufrieron la misma influen cia. Por una parte, una sociotaxonomía construida, la ideología de una comente de pensamiento, se transforma en taxonomía idiolectal inma nente; por otra parte, una taxonomía idiolectal construida, un sistema filosófico, se transforma en sociotaxonomía inmanente. Estas mutaciones permiten entrever un posible método para el estudio de las relaciones en tre texto, cotexto y contexto: una vez localizadas las constantes y los pará metros sobre los que operan las taxonomías connotativas, habiendo dis tinguido las diferentes especies y los diferentes niveles en que operan, se ría posible considerar bajo esta perspectiva el estudio “genético” de los textos por medio de las transformaciones entre los distintos tipos de taxo nomías.
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filosofía y semiótica de las pasiones
Existe una variedad de taxonomías connotativas que merece ser exam inada aparte, puesto que presenta una sistematicidad y un carácter explícito próximos al procedimiento semiótico: se t ra ta de las taxonomías que pro ponen los filósofos. Los tra tad os sobre las pasiones pre sentan la peculiaridad de que vacilan entre la clasificación de pasiones que seleccionan dentro de una cultura dada, y una taxonomía deductiva independiente de cualquier cultura en particular. No se trata de presentar aquí tal o cual sistema filosófico, sino de mostrar rápidamente en qué ellos no pueden escapar a tal alternativa y cómo es que procede el hacer taxonómico. o La taxonomía cartesiana En Las pasiones del alma, Descartes procede únicamente por clasificación: comienza haciendo el recuento de las pasiones por medio de una deducción progresiva, y después prosigue con el estudio de seis pasiones llamadas “primitivas”, para terminar con las pasiones “particulares”. El recuento de las pasiones, así como su descripción, consiste en plantear variables, en desplegar las variedades, en proporcionar, a continuación, una descripción de las manifestaciones concebidas como síntomas y, por último, en contem plar las causas fisiológicas. Las definiciones juegan con un cierto número de parámetros que de alguna manera justifican, una vez elaborada, la re presentación de las pasiones que Descartes toma de su s antecesores y de sus contemporáneos. Estos parámetros son, entre otros, los actantes involucrados, la modalización, la axiologización, la aspectualización temporal. Es así como el “arrepentimiento” descansa en un sincretismo entre el sujeto de hacer, el observador y el sujeto apasionado; el querer y el poderhacer se encuentran implicados en las pasiones que afectan a la “potencia de actuar”, como sucede con la “indecisión” [irrésolution]; por último, el “hastío” [ennui] y la “repugnancia” [degoüt] serían pasiones “durativas”. Además, la moralización es omnipresente, la mayoría de las veces redundante con respecto a la polarización axiológica de los objetos, y viene a superponer una nueva taxonomía a la primera. El principio es, pues, el de una vasta combinación, que se considera exhaustiva en lo que se refiere a las seis pasiones primitivas y exploratoria para las restantes, cuyo número es “indefinido”; como se ve, la combinación se funda en un pequeño número de categorías que serían aproximadamente las que tendría que manipular una semiótica de las pasiones de carácter taxonómico.20 20 Al respecto hab ría que señ ala r que el análisi s semiótico de esta combinatoria permitiría hacer aparecer el principio en el que descansa la distinción entre las “primitivas” y las otras; en Descartes, la distinción es evidente: “Se puede señalar fácilmente que no hay más
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Por otra parte, la combinatoria no obedece a una sola taxonomía sino a dos, que se entremezclan. La primera es una etnotaxonomía inmanente, en la medida en que Descartes reordena a posteriori el universo pasional de una cultura, que es más o menos fielmente transmitido por la lengua; la segunda es una taxonomía idiolectal construida, aunque sólo sea por la insistente presencia de la mecánica fisiológica cartesiana, pero también a causa de los juicios morales que acompañan y determinan a cada definición. Ahora bien, esas taxonomías operan a veces de manera contradictoria y, en ese caso, las dudas en la denominación revelan la indecisión del filósofo. Por una parte, a manera de ejemplo, ciñéndose a su propio sistema, Descartes trata como pasiones a la estima y al desprecio, que en el siglo XVII eran consideradas “opiniones”; así, también, al hacer aparecer las posiciones sin denominación en la lengua natural, les asigna arbitrariamente un nombre prestado: es así como, para hacer juego con “pesar” [regret], que es una “tristeza ligada a un bien pasado”, el “júbilo” [allégresse ] es el nombre dado a “una alegría ligada a un mal pasado”. Pero, por otro lado, para nombrar la pasión de quien constata que un objeto positivo es de quien lo merece, renuncia a encontrar una denominación específica y toma el nombre genérico más cercano, el de “alegría” [joie]. De lo cual se ve que lo arbitrario de la denominación, que señala la preponderancia de la taxonomía idiolectal construida, cede a veces su lugar al afán por justificar las delimitaciones lexicalizadas propias de una cultura. Por otra parte, quien, desde una perspectiva semiótica, quisiera aprovechar un procedimiento de este tipo, encontraría rápidamente un obstáculo insuperable: aparentemente, la combinatoria no tiene límites, pero tampoco un principio rector unívoco. El procedimiento taxonómico se encuentra falseado desde su origen por el hecho de que toda taxonomía de las pasiones es relativa a una cultura dada. Esto no le quita mérito filosófico, pero no permite que el semiotista lo utilice: así, entre otros aspectos, el método semiótico consiste en prever, y no en hacer el inventario de la combinatoria; prever por un lado las posiciones posibles de la combinatoria, pero en ese caso es necesario conocer el principio rector; prever por otro lado las apariciones de las pasiones en el discurso, pero entonces es necesario conocer su sintaxis. Las más de las veces, en los filósofos las transformaciones pasionales ya no pertenecen al campo pasional: en Descartes, por ejemplo, forman parte de la fisiologa y de la mecánica cor poral, y las pasiones en cuanto tales parecen ser meramente estáticas. que seis que sean tales”, dice a propósito de las primitivas. Ahora bien, rápidamente se puede perc ibir que las pasiones llam adas “prim itivas” son aquella s en las que no se encue ntra sin cretismo actancial alguno y cuyas definiciones no conllevan más que dos actantes, el sujeto y su objeto. Esta observación no sería por otra parte suficiente, ya que el criterio no se aplica más q ue parcialme nte a la lista proporcionada por Descartes.
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o Algoritmos y sintaxis en Spinoza Si consideramos ahora a Spinoza, encontramos en cambio, en la Ética, al gunos elementos de sintaxis pasional. En este caso, la teoría de las pasio nes se presenta como una concatenación de proposiciones; por ejemplo, el odio es “una tristeza acompañada de la idea de una causa exterior”; el lec tor es remitido a la tristeza, pasión “con la que el espíritu pasa a una per fección menor”, y este último proceso es explicado de la siguiente manera: Si algo aumenta o disminuye, favorece o limita la potencia de actuar de nuestro cuerpo, la idea de esa misma cosa aumenta o disminuye, favorece o limita la potencia de pensar de nu estra men te.21
De acuerdo a Spinoza, la pasión nace de cierta articulación de la dimensión pragmática, sobre todo del campo somático, con la dimensión cognoscitiva: la competencia del sujeto pragmático es un espectáculo para el sujeto cognoscitivo, y es este espectáculo, organizado como “pasión”, el que entonces afecta a la competencia del sujeto cognoscitivo mismo. Por un lado, un funcionamiento como éste se encuentra fundado en el principio pasional más universal que existe, aquel que postula la unidad del sujeto humano, la interdependencia de las diferentes instancias que lo componen; además, el mismo mecanismo de engendramiento de las pasiones -y en consecuencia, los algoritmos deductivos que las cons truyen- tiene su origen en el proceso que, de acuerdo a nosotros, .homogeneiza lo exteroceptivo y lo interoceptivo por la mediación de lo proprioceptivo, proceso creador de la existencia semiótica misma: por ello, lo que afecta al espíritu puede afectar al cuerpo, y la afectación del cuerpo puede convertirse en un espectáculo pasional para el espíritu. Pero, por otro lado, el carácter idiolectal y restrictivo de esta teoría de las pasiones se transparenta aquí al menos de dos maneras. En primer lugar, es evidente que la articulación pasional de lo cognoscitivo sobre lo pragmático es considerada como perturbadora, ya que la modificación de las facultades del espíritu deriva explícitamente de ideas llamadas “inadecuadas”; ahora bien, por definición, las ideas inadecuadas son aque llas que llegan al espíritu bajo la influencia de las afecciones del cuerpo y que, por ello, al dirigirse a la parte “pasiva” de nuestro espíritu pueden estar “mutiladas y confusas”; este dispositivo filosófico supone, pues, la dualidad del alma y del cuerpo, representados aquí como dos espacios cognoscitivos entre los que existe una frontera modal que perturba (muti la y disminuye) la circulación del saber. Además de la moralización gene ralmente negativa que inspira a tal concepción, es claro que, en tales Etica, cap. “Del origen y de la naturaleza de los afectos”, proposición XI, traducción 21 , 1983. al español de José Gaos, México, u n a m
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condiciones, es imposible pensar la autonomía de la dimensión patémica, puesto que la teoría de las pasiones se encuentra limitada al tratam iento de los efectos de una dimensión cognoscitiva perturbada por la dimensión pragmática. Por otra parte, únicamente la modalidad del poder parece estar involucrada: la “potencia para actuar de nuestro cuerpo” (poder-hacer) y la “potencia para pensar de nuestro espíritu” ( poder-saber ) son las únicas afectadas en este caso; de hecho, esto podría significar, ya sea que únicamente el poder y sus variedades engendran las pasiones, o que las otras modalizaciones, al venir a interferirlo indebidamente, producen efectos secundarios. Sea lo que fuere, esta modalidad aparece rigiendo al conjunto del sistema. Además, en la medida en que sus efectos son tratados a continuación como un espectáculo, por un entendimiento que ya no produce más que ideas inadecuadas, la modalidad del saber interviene en segundo lugar, como el filtro y el interpretante de todas las pasiones. En consecuencia, las modalidades aléticas, tomadas a su cargo por las modalidades epistémicas, constituirán la armazón de la teoría de las pasiones en Spinoza. De manera que el “temor” [crainte] será la “idea de una cosa futura o pasada cuyo resultado [modalización alética]22 nos parece en cierta medida dudoso [modalización epistémica]”. A esta sintaxis del procedimiento de definición habría que añadir una sintaxis intrínseca al funcionamiento pasional. La originalidad de la teoría de las pasiones de Spinoza reside en parte en el hecho de que algunas pasiones pueden transformarse en otras; por ejemplo, el “contentamiento” [contentement] es una alegría producto de lo que ocurre contra toda esperanza; igualmente, la “decepción” es una tristeza producto de lo que ocurre contra toda esperanza. Tales definiciones implican una verdadera secuencia modal, en la que, por ejemplo, la duda se transforma en certeza: la satisfacción presupone sintácticamente la ausencia de esperanza, y quizá también el temor, y la decepción presupone sintácticamente la esperanza. Nosotros llamaríamos más bien “espera” [atiente] a lo que Spinoza llama “esperanza” [espoir], pero no hay duda de que, aquí, el sujeto apasionado está constituido por una serie de sujetos modales, en parte independientes los unos de los otros, y que algunas pasiones nacen de una transformación modal. Ahora bien, la sintaxis pasional es por sí misma un factor ilimitante de la teoría; efectivamente, las combinaciones que ofrece una taxonomía, aun cuando sean numerosas, por principio son finitas, pero en la medida en que no se impone ningún límite a la cantidad de transformaciones para cada secuencia, los sintagmas pasionales son, en principio, de número ilimitado. No obstante, la Ética jamás nos da la im presión de abrir tal ilimitación. La razón es que la taxonomía connotativa 22 En corchetes en el original.
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prevalece por encima de la sintaxis y que, por no haber garantizado la autonomía del principio sintáctico que a veces utiliza el filósofo, no puede producir más que u na teoría idiolectal. En efecto, la aparente exhaustividad de la combinatoria, a la vez que está limitada por las premisas adoptadas -las cuales sólo toman como pasiones lo que, proveniente del cuerpo, altera el buen funcionamiento del espíritu, con lo que Spinoza se somete tanto a su tiempo como a la tradi ción filosófica-, también lo está por el principio de los algoritmos deduc tivos que rigen al idiolecto. Hacia arriba, como ha sido señalado, es la selección de una isotopía modal lo que condiciona al sistema; hacia abajo, lo que lo condiciona es la selección de un cierto número de combinaciones entre el conjunto de posibilidades. El filósofo hace notar de paso la exis tencia de pasiones sin nombre, indicando con ello la autonomía de su cons trucción con respecto a las delimitaciones culturales que transmite la lengua; sin embargo, entre todas las combinaciones y todas las secuencias modales posibles, sólo son tomadas en cuenta las que autoriza el camino deductivo adoptado. La mejor prueba es que, a pesar del potencial de ilimi tación que representa, la sintaxis modal no logra exceder la taxonomía y queda sometida al procedimiento deductivo combinatorio. La admirable coherencia de la Etica no es cuestionada, ni la pertinencia de las defini ciones propuestas; por el contrario, en este ejemplo, en el que el principio combinatorio es llevado al límite, se puede entender por qué, particular mente con respecto a las pasiones, un método taxonómico y estrictamente deductivo no puede sino justificar a posteriori las delimitaciones impues tas por cada cultura, y superponerles los a priori de un sistema idiolectal. Recorrer rápidamente dos teorías filosóficas de las pasiones no basta para dar cuenta del tratamiento filosófico de la pasión; de hecho, no es ése nuestro objetivo aquí. En cambio, ellas sacan a la luz los efectos connotativos de ciertas elecciones metodológicas: en la medida en que son taxo nómicas, se organizan en oposiciones binarias y, por ello, difícilmente pueden escapar a un modo de pensamiento discontinuo y categórico que nos parece poco apto para tratar el universo pasional tal como se mani fiesta en el discur so; en la medida en que son deductivas y que se subordi nan a un sistema filosófico particular, producen taxonomías idiolectales; en la medida en que generalmente obedecen a un principio lexemático, que lleva a asociar sistemáticamente una denominación motivada a cada definición, confirman las taxonomías sociolectales inmanentes. Por supuesto, estas diferentes categorías merecen ser matizadas y ubi cadas en la historia de la filosofía. Pareciera, por ejemplo, que después de un largo periodo en que pulularon los tratados taxonómicos, el arribo de la teoría de las necesidades y del interés detuvo la producción de ese tipo de tratados. Durante este eclipse de las taxonomías pasionales, se preparaba una concepción de la pasión que sólo se afirmaría con el romanticismo: la
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pasión como tal, remitida al sentir, la pasión como principio de vida, indi visible, que no deja lugar a una taxonomía. En cierto modo, la gran p ertur bación producida por Nietzsche y Freud confirma esta evolución, al situar la pasión, con un gesto antropológico esencial, en el origen de lo “humano” y de la cultura, como motor de la historia colectiva y de la historia indivi dual. Es claro que no toda teoría filosófica de las pasiones es taxonómica y deductiva, pero parece que difícilmente se puede escapar a esta alternati va: o bien es el sistema filosófico en su conjunto el que descansa en un principio pasional -y en consecuencia éste aparece prácticamente como uno de sus incognoscibles-, o bien es una taxonomía regida por el sistema filosófico la que produce la teoría de las pasiones. Precisamente, nuestro afán es promover una semiótica de las pasio nes que, por un lado, asegure a la dimensión patémica su autonomía den tro de la teoría de la significación y, por otro lado, que no se confunda con la teoría semiótica entera, conservando al mismo tiempo su independen cia con respecto a las variaciones culturales que las taxonomías connotativas traducen. La importancia epistemológica y metodológica acordada a la sintaxis pasional parece poder protegernos tanto de Caribdis -la taxo nomía- como de Escila -la pasión como fundamento de toda significación: ahí reside el mínimo epistemológico que requerimos. Sin embargo, no por ello escapamos al hecho de que, en el momento en que se inicia el análisis, las pasiones no son cognoscibles más que por medio del uso que les da forma y las integra en los primitivos semionarrativos; hablando semióticamente, ignoramos (casi) todo sobre las pasiones o, cuando menos, aten diendo a lo dicho hasta ahora, debemos aparentar que así es. Ya que ahora está claro que nadie puede escapar a las orientaciones y a las elec ciones de origen cultural, continuar en la vía de la construcción teórica que parte de los fundamentos hace, a la larga, correr el riesgo de producir una taxonomía connotativa más entre tantas. En cambio, los productos de uso deben ser tomados en serio ahora y ser utilizados de manera crítica; por eso empezaremos a exam inar las pasiones en los discursos realizados: discurso del diccionario, de los moralistas, discurso literario, entre otros, los que nos permitirán sacar a la luz detalladamente el modo en que los sociolectos y los idiolectos trabajan. El corpus lexicográfico y el corpus lite rario constituyen un punto de partida para producir eventuales genera lizaciones y para suscitar nuevas interrogantes que progresivamente se integren en las primeras hipótesis teóricas. Entre dos caminos -el que consistiría, por ejemplo, en “bricolar ”23 dentro de una lengua natural para construir ahí un sistema pasional que la haría estallar, y el camino que consistiría en construir, independiente 23 intrad ucib ie ai español; mante nem os el galicismo par a significar “un traba jo cuya téc nica es improvisada y que se adap ta a los materiales y a las circunstancias” {Petit Robert).
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mente de toda lengua natural, un sistema arbitrario cuyo aprovechamien to concreto sería siempre problemático-, nosotros adoptamos un camino crítico en el que las virtualidades de la lengua serán reconocidas, en el que las elecciones culturales serán teorizadas y en el que, en resumen, será posible reconocer a ‘cada q uien lo suyo.
2. A PROPÓSITO DE LA AVARICIA
Como las pasiones sólo tienen existencia discursiva gracias al uso, comu nitario o individual, su estudio no puede restringirse a las generalidades y a los “noemas” semánticos y sintácticos que las constituyen; a ese respec to, la lengua natural es algo así como el testigo de lo que la historia de una cultura ha retenido en tanto pasiones entre todas las combinaciones modales posibles. Así, comenzaremos interrogando al diccionario, conside rado aquí en cuanto un discurso sobre el uso de una cultura dada, para reunir las primeras informaciones de la forma como funcionan las pa siones. El estudio de los lexemas pasionales exige primeramente la susti tución de una definición por su denominación; después, una reformulación sintáctica de la definición misma. Se trata, en suma, de transformar los roles patémicos, cuyos “nombres-lexemas” constatan la existencia dentro de un uso dado, en pate mas-p roces os , y de poner en claro, gracias al análisis y a la catálisis conjugados, las organizaciones modales subyacen tes, así como las operaciones que las predisponen a participar en las con figuraciones pasionales. Ese procedimiento, ya probado en varias ocasio nes, se funda en la comprobación de las propiedades de condensación y de expansión del discurso, que autorizan a desplegar, a partir de un solo lexema, el conjunto de una organización sintáctica. Eso no significa, sin embargo, que el modelo sintáctico de cada pasión esté contenido, hasta cierto punto de manera natural, en su ocurrencia lingüística. La lexicalización es un fenómeno secundario de la estructura semántica; opera sobre los productos del uso, es decir, sobre las selec ciones y los ordenamientos que uno observa en discurso y cuya praxis enunciativa es la responsable. Es por eso que el establecimiento del mode lo no comienza sino después del análisis pragmático de las definiciones, las cuales sólo sirven para prevenirnos contra nuestras propias inclina ciones idiolectales -incluso, para compensar nue stra ignorancia-, y en el transcurso del cual uno habría podido separar los constituyentes sintácti cos generalizables de aquellos que no lo son. El método preconizado, que consiste a la vez en darse una base deductiva y en explorar después los discursos y los usos manifestados por éstos para establecer los modelos sintácticos, demuestra que el objetivo es siempre compensar las debili dades de la deducción por la inducción; en una empresa que se presenta globalmente como hipotético-deductiva, las hipótesis no proceden nece sariamente de la especulación axiomatizante: la parte de la inducción es a menudo dominante. [96]
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A PROPÓSITO DE LA AVARICIA
El examen del lexema “avaricia” y de su semantismo nos permitirá ilustrar y precisar nuestro acercamiento.
LA CONFIGURACIÓN LÉXICO-SEMÁNTICA
La p e r f o r m
a n c e : la a c u m u la c ió n y
la r e te n c ió n
El P e t i t R o b e r t que consultamos presenta la avaricia bajo la forma de tres segmentos defmicionales: 1] el apego excesivo al dinero, 2] la pasión de acumular y 3] la pasión de retener riquezas. El primero de esos segmen tos supone como conocida la definición, de un lado, del “apego” y, del otro, del “exceso”. El apego, a su vez, es definido como un “sentimiento que nos une a las personas y a las cosas por las cuales sentimos afecto”. O sea: - Sentimiento - que nos une - a las personas y a las cosas por las cuales sentimos afecto
r e fe r e n c i a a l a n o m e n c l a t u r a p a s i o n a l m o d o d e c o n j u n c ió n o b j e t o s d e v a l o r d e t ip o determ inado s po r un
“d e s e a b l e s ”,
“q u e r e r - s e r ”
N.B. “Deseable” no es más que una aproximación para dar cuenta de la “afec
ción” y del “apego”. Se reconoce ahí intuitivamente un efecto aspectual, la duración o la repetición, y un componente fiduciario, la confianza en el valor del objeto. Regresaremos a ello.
En cuanto al exceso, representa aquí una intensidad del sentimiento, acompañada de un juicio moral peyorativo. La pasión se mide entonces en una escala en la que la moral instituye u m b r a l e s de apreciación: el apego al dinero puede ser más o menos vivo; no obstante, habiendo alcanzado el umbral moral, se convierte en la avaricia. El umbral no es, empero, una frontera entre una no pasión y una pasión, sino entre dos formas pasiona les que el diccionario, en su propia nomenclatura, llamaría respectiva mente un “sentimiento” y una “pasión”. Por otra parte, esa escala de intensidad y ese umbral moral, si aparecen en superficie como un medio de normalización de la pasión, presuponen también una aspectualización del proceso designado como “afectar”; de hecho, si el juicio ético consiste en proyectar umbrales, eso no significa sin embargo que la propiedad sobre la cual se expresa el juicio (aquí el “exceso”) sea de la misma natu raleza: el umbral normativo no es sino el medio superficial que la ética se da para manifestar la propiedad que evalúa. No obstante, como el enuncia do del umbral normativo es el único indicio directamente observable de la presencia inmanente de un a propiedad tal, nos encontramos fortalecidos en nuestra decisión táctica de comenzar el examen aprovechando los pro ductos del uso, cuya moralización es aquí un ejemplo.
A P R O P Ó S I T O D E L A A V A R I C IA
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Para resumir, la traducción sintáctica de la definición dada por el diccionario se presenta así: un enunciado de conjunción es sobredeterminado por una modalización, seguida de una aspectualización, ambas sobredeterminadas por un juicio de intensidad, y ese ordenamiento sintáctico está clasificado en la nomeclatura pasional. El segundo segmento definitorio, “pasión de acumular riquezas”, en lo que a él se refiere, opera directamente la clasificación dentro de la nomenclatura; el término “pasión”, glosado como “viva inclinación por un objeto que se persigue, al cual uno se apega con todas sus fuerzas”,, aparece como un condensado de la expresión “apego excesivo”. “Acumular” es un hacer que se ejerce en provecho de un beneficiario: un querer-estar-ser , el del beneficiario en relación con el objeto, tiene aquí por condición un quererhacer , el del sujeto “acumulador”; se trata, además, de un proceso recurrente, en el que el valor del objeto comporta una cláusula cuantitativa. En suma, la “intensidad”, ya reconocida en el primer segmento, retorna aquí en dos momentos: una primera vez, como aspectualización del proceso, bajo la forma de recurrencia, y una segunda vez, como evaluación cuantitativa del objeto, revelando así una aspectualización del objeto. Continuando ahora el examen del primer segmento, esta observación muestra que la intensidad del sentimiento, lejos de ser la última palabra del exceso, cuestiona la naturaleza misma de la intensidad: siendo concomitantes la aspectualización del proceso y la del objeto, ella nos permitiría interpretar la intensidad pasional como la manifestación de la modulación de lo continuo, susceptible de distribuirse, en el momento de su convocación en discurso, a la vez sobre el proceso y sobre el objeto, llegando así a ser definitoria de la pasión del sujeto. El tercer segmento propuesto por el diccionario, “pasión de retener riquezas”, modifica sólo la naturaleza del hacer. “Retener” es un programa narrativo de no disjunción, que se opone a acumular, programa de conjunción. Se recordará que T. Ribot, dividiendo las pasiones en “estáticas” y “dinámicas”, clasificaba la avaricia entre las pasiones llamadas “estáticas”; vemos que de hecho la avaricia comporta a la vez una forma dinámica (de conjunción) y una forma aparentemente estática (de no disjunción). Esas dos formas toman su lugar en el cuadrado de la junción: avaricia
1
avaricia
2
AVARICIA
CONJUNCIÓN
DISJUNCIÓN
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Por otro lado, la diferencia entre las dos formas de la avaricia puede ser interpretada como la de puntos de vista, es decir, como una diferencia estrictamente discursiva. En efecto, si se supone que la avaricia es una sola pasión, independientemente de sus variaciones discursivas, la oposi ción entre “acumular” y “retener” puede comprenderse como la oposición e n t r e la avaricia que se ejerce antes de la conjunción, teniendo como pers pectiva la conjunción misma, y la avaricia después de la conjunción. La aspectualización difiere entonces según si tiene que ver con el proceso per fectivo de conjunción o con el proceso imperfectivo de no disjunción: itera tiva (Le. durativa discontinua) en un caso, se convierte en continuativa (Le. durativa continua) en el otro; “perfectiva” no significa aquí otra cosa que “dirigida hacia la conjunción”, e “imperfectiva”, simplemente el hecho de que la conjunción ya se cumplió. Esa doble puesta en perspectiva de un proceso pasional único alienta a buscar, en el momento de la construcción del modelo, un principio sintáctico único que permita dar cuenta de la ava ricia. 8 La competencia pasional Los tres segmentos definitorios de la avaricia invitan al comentario. Pri meramente, si el programa narrativo de acumulación o de retención pare ce administrado por la pasión, ésta puede ser considerada como compe tencia: se presenta como el equivalente de un “querer”, querer-estar-ser o querer-hacer, encontrándose así, en el esquema narrativo, en la fase del establecimiento del contrato entre el sujeto y el Destinador. Pero, de he cho, el avaro puede acumular o retener sin contrato y sin Destinador; po dríamos decir también que la acumulación y la retención son sólo “avari ciosas” cuando derogan el contrato e ignoran al Destinador, y la pasión funciona como un sustituto reflexivo de la manipulación, de la persuasión y del contrato. No obstante, lo contrario es también posible: lo es, por ejemplo, con la avaricia, considerada como característica de todo un grupo social, o con el odio declarado por todos los individuos de un grupo huma no al enemigo hereditario. La presencia o la ausencia del Destinador no es entonces un criterio pertinente para la comprensión de la avaricia. Sea lo que sea, parece que se podrían reconocer dos características in dependientemente del Destinador, que las mismas permitirían distinguir dos formas de competencia, una de las cuales es específicamente pasional. En principio, la competencia propia de la pasión implica una progra mación del sujeto, independientemente de los programas mismos y dotada de formas aspectuales específicas, al grado que uno puede preguntarse si no es la aspectualización de un comportamiento asegurando una compe tencia -su repetición, su duración, su intensidad- lo que procura a la com petencia su perfume pasional. Mejor aún, todo transcurre como si la efica
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A PROPÓSITO DE LA AVARICÍA
cia de la competencia pasional dependiera de su aspectualización: la pa sión del avaro, en realidad, no se ejerce y no es reconocible sino en razón del carácter iterativo de la conjunción y del carácter continuativo de la no disjunción. Otro rasgo distintivo: la competencia pasional puede ser interpretada como un simulacro reflexivo; de modo contrario a la competencia “nor mal”, que sólo podemos aprehender por su reconstrucción a partir de la performance, la competencia pasional no depende de la performance; todo lo contrario, es ella quien la rige: por un lado, sobrepasa siempre el hacer que parece resultar de ahí -en efecto, incluso si el avaro experimenta una satisfacción al acumular riquezas, no deja por eso de acum ularlas- y, por otra parte, aparece como la imagen fin para el sujeto, instituyendo así la orientación del objeto para sí mismo y neutralizando el sistema de valores en curso. Se podría decir, entonces, que el foco de atención del avaro ya no lo son las riquezas que acumula, sino esa imagen fin erigida en simulacro potencial en la que él se “sueña” rodeado de riquezas. Por su forma aspectual -repetitiva, durativa, intensa-, la competencia de tipo pasional plantea un problema más general, el de la adquisición de las competencias: ¿cómo la repetición de un hacer, por ejemplo, puede te ner como resultado un “estar-ser”, es decir, una competencia inscrita en el estar-ser del sujeto? La interrogante se extiende al problema de la adqui sición de los roles en general; la adquisición de la competencia transforma da en un rol, gracias a la aspectualización del hacer, supone un saber que se construye progresivamente, saber que se remite a las disposiciones de los programas de base y de los programas de uso y que, por eso, no puede ser sino discursivo; es decir, situado en un nivel más superficial que el de los mismos programas. En el caso de la pasión, el saber mencionado es un “saber figurativo” o, más bien, un “creer figurativo” cuyo contenido es la imagen fin, el simulacro ideal que postulamos, mientras que la competen cia “normal” no requiere una reestructuración semejante. La competencia pasional constituye, pues, una especie de “imaginario modal” del sujeto, ya que la imagen fin está compuesta, de acuerdo con la definición que propusimos para los simulacros pasionales, por modalizaciones que caracterizan al estar-ser del sujeto, retomadas después de una transferencia cognoscitiva y fiduciaria (un desembrague). Como simulacro, la imagen fin sería entonces el “parecer” del ser del sujeto, parecer de uso interno y reflexivo, que regiría, al menos en parte -bajo la forma de pro gramaciones discursivas-, los comportamientos ulteriores de ese sujeto. En ese sentido, la noción de imagen fin permitiría reconciliar la lógica de las previsiones y la lógica de las presuposiciones; la imagen fin es el medio por el cual el sujeto anticipa la realización de un programa y el advenimiento de un estado, lo cual le permite, por presuposición, establecer su competen cia; la combinación de una previsión , fundada en la fiducia, y de una presu
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posición, fundada en la necesidad sintáctica, engendra el efecto de sentido motivación. El avaro que se sueña rodeado de riquezas, reconstruye por
presuposición un programa de acumulación/retención, el cual aparece entonces en la configuración pasional como una motivación orientada por la imagen fin. La articulación del “imaginario modal” sobre la sintaxis narrativa no podría comprenderse sin sus idas y vueltas sobre el eje del parecer. o Una modulación comunitaria Por lo demás, la avaricia sólo puede concebirse si las riquezas son consideradas como objetos en circulación dentro de una sociedad; el exceso de acumulación, como el de retención, sólo puede ser interpretado en relación con una norma que regula los intercambios entre los sujetos dentro de una comunidad. La retención, por ejemplo, y en particular el juicio peyorativo que la acompaña, sólo puede comprenderse si uno supone una dis posición general para la redistribución. Igualmente, la acumulación aparece en el examen como una superposición entre dos procesos: adquirir nuevos objetos y, al mismo tiempo, retener los adquiridos. La avaricia no es pues la pasión del que posee o busca poseer, sino la pasión del que obs taculiza la circulación y la redistribución de los bienes en una comunidad dada. Ello corresponde a un hecho de uso por medio del cual una praxis
enunciativa, propia de una comunidad, transforma en pasión un determinado dispositivo sintáctico producido en el nivel semionarrativo. Si la avaricia como pasión sólo se define indirectamente por la junción y esencialmente por las variaciones en la circulación de los valores, su criterio definitorio ya no corresponde, en ese nivel comunitario, al orden de lo discontinuo categorial, sino al de lo continuo tensivo: la retención aparece entonces como una especie de modulación del devenir social, cosa nada sorprendente puesto que lo esencial del efecto pasional descansa sobre formas aspectuales que la puesta en discurso pasa por medio de una distribución temporal de los procesos: adquirir; después, retener, y continuar adquiriendo al mismo tiempo que se retiene. Regresaremos más extensamente sobre esta propiedad, constatando simplemente, en esta etapa del análisis, que parece coincidir con una definición única de la pasión de avaricia más acá de las variaciones discursivas de perspectiva, más acá incluso de los avatares de la junción.
Los parasinónimos
®La avidez Ser “ávido” es tener un “deseo inmoderado”, “desear inmoderadamente” el
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alimento, los bienes o, incluso, el conocimiento. “Glotón”, “goloso”, “voraz”, “codicioso”, “rapaz”, “curioso”, son también los principales correlatos. Lo primero que salta a la vista es que dos grandes tipos de objetos se encuen tra n concernidos -unos, de tipo pragmático, consumibles o atesorables; otros, de tipo cognoscitivo-, los cuales proporcionan un criterio de clasifi cación para esos correlatos; el alimento para el “goloso”, “glotón” y “voraz”, los bienes y las riquezas para el “codicioso” y “rapaz”, el conocimiento para el “curioso”. Entre todos esos objetos, sólo los bienes atesorables y no con sumibles (riqueza, dinero) convienen a una “avidez” que sería sinónimo de “avaricia”; los otros caracterizarían a otro semema de “avidez” que ya na da tendría que ver con la avaricia: la avidez de alimento o la de conoci mientos no pueden ser tachadas de avaricia. “Atesorables” y “no consumibles” sólo caracterizan a las propiedades sintácticas de los objetos y no a su contenido semántico; más precisa mente, se trataría de modalizaciones proyectadas sobre la junción e im puestas por la forma sintáctica de los objetos: “atesorable” se glosaría en tonces como “poder estar conjunto con un mismo sujeto en varios ejempla res”; “no consumible”, como “no poder ser destruido por la conjunción con un sujeto” -es decir, más explícitamente, “poder estar conjunto a un n su jeto después de haber estado conjunto a un (n-1) sujeto”. Ese tipo de mo dalizaciones llevan -lo vemos- explícitamente a la junción y a un compo nente cuantitativo que encontramos, por ejemplo, en las nociones de “par ticipación” y de “exclusión”, a las cuales tendremos que regresar. Sea lo que sea, la especificidad de la avaricia no se apoya, desde ese punto de vista, en el semantismo de los objetos, sino en sus propiedades sintácticas. Siendo indiferente la investidura semántica de los objetos de valor, uno ya no puede considerar que el valor semántico incorporado, objeto de una orientación axiológica, tenga algún poder de atracción para el avaro: lo que hace al avaro no es el dinero, las tierras, los bienes, sino la forma modalizada de la junción y la form a sintáctica del objeto de valor. No obstante, un análisis de este tipo deja escapar otras acepciones, en especial “metafóricas” -pero se sabe hasta qué punto las expresiones es tereotipadas producidas por el uso son reveladoras de lo que los guillaumianos llaman los “significados de potencia”-, como “avaro” o “ávido” de elogios, “avaro” o “ávido” de ternura, “avaro” de expresiones, etc. ¿Por qué la lengua pondría en el mismo plano la reticencia a hacer elogios, a expre sar ternura y a acumular y retener riquezas, si el principio pasional subya cente no fuera idéntico? Parece que los elogios, las expresiones y la ternu ra, así como los bienes atesorables y no consumibles, son considerados aquí como objetos en circulación, considerados en un intercambio generali zado, social o interindividual. La avaricia se reconoce, en todos los casos, por el hecho de que la circulación es interrumpida y la redistribución tra bada; así, la avidez de conocimientos no puede ser tac hada de avaricia
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porque el curioso no priva a nadie, no interrum pe de ninguna manera el intercambio generalizado de conocimientos; en cambio, la retención de sa ber, incluso si en lengua no es posible denominarla “avaricia”, está sin embargo muy cercana; por otro lado, la glotonería y la voracidad no tienen nada que ver con la avaricia en la medida en que no habría forma de vol ver a poner en circulación los alimentos una vez que se han conjuntado con un sujeto cualquiera, al menos en una cultura que rechaza todo valor simbólico a las deyecciones corporales.1 Resulta que, en ese caso, las propiedades sintácticas del objeto dejan de ser pertinentes: el carácter atesorable y no consumible sólo es tomado en cuenta porque autoriza la redistribución y la circulación; pero no es específico si se tiene en cuenta el hecho de que otras figuras, las expre siones, los conocimientos, la ternura y los elogios, que no son atesorables, pueden ser el objeto de una retención y entrar por ese hecho en la configu ración de la avaricia. En cambio, la propiedad que se presenta como pro pia de los objetos de la avaricia parece ser esa facultad de participar en el intercambio generalizado, de entrar en circulación, pero también de ser retenidos, acumulados. El objeto no tiene ya ni investidura semántica ni forma sintáctica semionarrativa, no es más que un efecto de las modula ciones de la circulación en el seno de la comunidad. Como encontramos, por otro lado, que la interpretación cuantitativa de los fenómenos remite, en última instancia, a la comunidad misma, concebida como un colectivo protoactancial, el análisis de la avaricia se encuentra trasladado al nivel de las precondiciones tensivas de la significación. « La cicatería, la tacañería La cicatería es una “avaricia sórdida”; el cicatero es “bajamente, ver gonzosamente interesado”, de una “mezquindad innoble”: el juicio peyora tivo domina la configuración, se despliega en especificaciones perte necientes a varios parámetros éticos (vergonzoso, bajo, mezquino, inno ble). El exceso pasional se sitúa aquí del lado del juicio moral asumido por el discurso lexicográfico: aquí el punto de vista del observador social, responsable de la norma comunitaria, es apasionado, desdoblando así el efecto de sentido pasional que comprende el lexema. La tacañería es una “avaricia mezquina”. La recurrencia de la “mez quindad” en la configuración invita a hacer un rodeo para su redefinición: la definición de un término que forma parte de una primera definición no 1 Véase a ese propósito, en las Mythologiq ues y La poitiére ja louse de Lévi-Strauss, ejemplos de culturas en las que los excrementos y el vómito participan en los sistemas semisimbólicos transmitidos por los mitos. Los trabajos de Helkin sobre los totemismos austra lianos hacen aparecer también, bajo ciertas condiciones, una valorización de las deyecciones humanas.
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puede más que refinar nuestro saber. Mezquino es quien “está ligado a lo que es pequeño, mediocre”, “quien carece de generosidad”, “quien da muestras de avaricia, de espíritu retacero”. La carencia de generosidad nos remitiría simplemente a rech azar la redistribución, a hacer circular el objeto de valor; en cambio, el retaceo nos conduce a las “pequeñas cosas”, a las economías de cabos de vela y a hace r aflorar otra vertiente del código moral. En efecto, no se puede reprochar a un tacaño retirar de la circu lación los objetos a los que se les niega además el valor. El exceso de que rer-estar-ser sólo tiene sentido aquí por contraste con la insuficiencia de valor. Eso no impide que tacañería y cicatería, avaricias mezquinas, sean de cualquier manera dos formas de la avaricia y que la negación del valor en el objeto buscado haga surgir aquí un problema. La primera observa ción por hacer se refiere al alcance de esa negación: se recusa el hecho de que el objeto retenido tenga un valor, cuando visiblemente tiene uno para el sujeto apasionado; en otros términos, cicatería y tacañería se fundan en una mala evaluación del valor, es decir, en un desacuerdo entre el sujeto individual y el sujeto social que soporta a la valencia. Las nociones de imagen fin y de simulacro ayudarán a aclarar ese de sacuerdo: en el caso que nos ocupa, es “pasión” para el observador exte rior, lo que implica una imagen fin ilusoria (parecer+no ser), lo que des cansa en el enceguecimiento axiológico del sujeto y, especialmente, en el desconocimiento de la valencia. Situados dentro de la configuración de la avaricia, el cicatero y el tacaño acumulan y retienen objetos de valor no apropiados para el intercambio, haciendo aparecer, en el seno de la circu lación, objetos señuelos, falsos objetos (como, por ejemplo, el cordel de maese Hauchecorne en Maupassant). El principio general de la circula ción comunitaria es aquí burlado dos veces: una primera vez, por el obs táculo que lo interrumpe, y una segunda vez, por la introducción en el in tercambio de “no valores” que de ninguna manera podrían tener desti natarios en esa comunidad y que, por consiguiente, desvían el intercambio. Otra precisión proveniente de esa redefinición parece también suges tiva: “sórdido” puede significar “bajamente interesado”. Estar interesado es al mismo tiempo “tener interés por...” y, sobre todo, confesar ostensible mente su interés, hacer alarde: cuanto más abiertamente interesado apa rece, tanto más el juego es insignificante. Por otra parte, lo peyorativo lle va, en lo esencial, a esa confesión. Se ve aquí que el avaro, reteniendo y acumulando -es decir, obstaculizando el libre movimiento de los bienesactualiza una proforma de valor y designa su ubicación: se trata por con siguiente de la manifestación discursiva de una valencia, de esa “sombra de valor” que se dibuja en el espacio de la tensividad fórica. Además, con fesándose “interesado”, el avaro se plantea explícitamente como un actor sincrético acumulando el sujeto apasionado, el sujeto de hacer y el sujeto beneficiario, lo que tiene por efecto impedir al observador, quien juzga
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peyorativamente un comportamiento semejante, el plantearse a sí mismo como Destinatario. El observador social que fija en el uso tal configu ración con un estatuto pasional opera siempre por una puesta en perspec tiva subjetivante. Planteada la regla general de la circulación de bienes, cuya aplicación controla al colocarse a sí mismo como destinatario poten cial de los objetos, constata en el caso de la tacañería que, por dos razones combinadas -la retención y la no valencia-, le está prohibido el rol de Destinatario; entonces, da término a la pasión del otro y lo manifiesta en su discurso bajo la form a de “intens ida d”, de “exceso” o de “insuficie ncia ”.
• El ahorro y la economía El juicio moral se atenúa en el caso del ahorro y de la economía, al punto de desaparecer, a menos que no se invierta para convertirse en positivo. De hecho, el ahorro y la economía no son, para el diccionario, verdaderas “pasiones”; una es simplemente “la acción de administrar, de utilizar una cosa con moderación”, y la otra caracteriza a quien “gasta con medida, a quien sabe evitar todo gasto inútil”. La moralización valoriza aquí la “me sura” oponiéndola al exceso de los lexemas precedentes, indicando que, en la medida en que la escala graduada de los comportamientos económicos se halla dotada de un umbral, éste aquí no es traspasado. De cualquier forma, el examen de la avaricia y de la tacañería nos ha enseñado a des confiar de la aparente simplicidad del dispositivo del exceso y de la mesu ra, de esas “escalas argumentativas” que abarcan de hecho las tensiones comunitarias. Hay que señalar también que la definición del diccionario utiliza, en relación con la nomenclatura, el término genérico aparentemen te antinómico, el de “acción”: la economía y el ahorro aparecen como haceres. Esto no significa, por lo tanto, que el economizador y el ahorrador no estén dotados de competencia: uno y otro disponen al menos de un “saberhacer”, la habilidad de gastar con entero conocimiento, de consumir justo lo necesario; dentro de la serie modal que constituye esa competencia, el saber rige al querer, mientras que, en los casos precedentes, lo contrario resulta verdadero. Pero lo esencial no está ahí. La competencia del economizador y del ahorrador es parecida a la historia de las gentes felices: no hay nada que decir al respecto, la competencia es presupuesta estrictamente por la per formance, no excede en nada a la realización del programa económico. Ese saber hacer no engendra el “excedente modal” que hemos ya reconocido como el indicio habitual de la pasión-efecto de sentido. Desde entonces, basta por sí misma la definición del hacer. De cualquier forma, como rol económico, “economizador” y “ahorra dor” pertenecen a la clase de roles temáticos : la repetición de un mismo hacer instala en el estar-ser del sujeto una competencia fijada, un saber-
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hacer que la moralización reconoce como un estereotipo social. El disposi tivo modal subyacente es registrado pues como un producto del uso, pero no es considerado como una “disposición pasional”. Se podría observar aquí que la repetición afecta al conjunto del programa y no constituye de ningún modo una aspectualización específica del dispositivo modal mismo: este último necesita la dinámica interna de la sintaxis intermodal, a falta de lo cual no está en la mejor situación para aparecer como una disposición. Por otro lado, cuando se trata de “evitar todo gasto inútil”, estamos frente a un program a de no disjunción, y cuando conviene “gastar con mo deración”, se delinea un programa de disjunción. Pero en ningún caso esas dos opciones se excluyen mutuamente: hay que gastar, sin gastar demasiado, y no gastar, gastando un poco; la economía y el ahorro descan san entonces sobre un equilibrio entre los contradictorios, sobre una alter nativa siempre resoluble entre la disjunción y la no disjunción. La de cisión está aquí regulada por la modalidad del deber-estar-ser (la utili dad). El deber-estar-ser se presenta al sujeto como una necesidad, por oposición al querer-estar-ser del avaro, que se traduce en el deseo; pero la avaricia comporta también su deber-estar-ser, bajo la figura del apego: ¡sorprendente sinonimia de la economía y de la avaricia, de dos deberestar-ser que producen efectos tan diferentes como lo son la utilidad y el apego! Pero subrayamos sin dificultad que esos dos deber-estar-ser se dis tinguen por sus propiedades sintácticas. Primeramente, la del apego se transforma en un querer-estar-ser, que sólo se manifiesta directamente, y dicha transformación caracteriza a la dinámica de las disposiciones pa sionales; por otro lado, la modalización no tiene la misma incidencia sin táctica: el deber-estar-ser de la utilidad modaliza al objeto de valor incor porado semánticamente, y sólo lo modaliza a él, lo que se traduce superfi cialmente como una “ventaja”; en cambio, el deber-estar-ser del apego mo daliza a la junción misma y dibuja el lugar de un objeto que puede no ser incorporado, pero que, puesto que lo será, proyectará su incorporación so bre el sujeto: en ese momento el sujeto “apegado” es enteram ente definido (de ahí el efecto de enajenación del sujeto a su objeto), semántica y sintác ticamente, por la junción modalizada. Sólo nos queda comprender por qué, enla atmósfera cultural que se dibuja detrás de nuestra configuración, la economía y el ahorro no están “sensibilizados”, no son reconocidos como pasiones. Los dos se presentan también como dispositivos modales susceptibles de funcionar en calidad de competencias, están integrados en el nivel semionarrativo por el uso, pero no se les reconoce la dinámica sintáctica interna que los convertiría en pasiones. Es necesario, para ir más lejos, regresar sobre el equilibrio entre la disjunción y la no disjunción: encubierto por la moderación, el economizador es también alguien que gasta y que por consiguiente no opone
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ninguna resistencia a la circulación de los bienes dentro de la comunidad; ni retarda ni acelera el intercambio: lo acompaña, a su propio ritmo. Los roles de “economizador” y de “ahorrador” no manifiestan en suma nada más que la adaptación del ritmo individual de tal o cual sujeto al del inter cambio generalizado que descubrimos detrás de la configuración. Un rodeo por los antónimos se impone antes de ir más lejos en ese sentido. Desde el punto de vista del método, el análisis de los segmentos definitorios de la avaricia y de los parasinónimos -que depende de la semántica lexical- ha puesto de relieve un conjunto de juicios morales dependiendo de axiologías sociales que están sobreañadidas a lo patémico, pero que revelan ciertos aspectos esenciales, en particular al englobar la pasión, comprendida la individual, en un vasto campo intersubjetivo, cuya regu lación está asegurada por las normas impuestas a la circulación de los valores. Por otro lado, ha hecho aparecer programas y roles temáticos, presentados como comportamientos estereotipados fuertem ente previsi bles. Definir el nivel patémico, asegurar la autonomía de la dimensión patémica, es primero que nada extraerla de esas sobredeterminaciones que, permitiendo la manifestación de las pasiones y haciendo aflorar algunos de sus basamentos más profundos, enmascaran en parte el fun cionamiento. La moralización invasora oblitera frecuentemente el meca nismo pasional y la tematización fija la manifestación en “bloques” este reotipados más fáciles de identificar dentro de una cultura. Se ha cons tatado, por ejemplo, que el “exceso” y la “insuficiencia”, que se dan en las definiciones y, más generalmente, en los análisis lingüísticos como crite rios de identificación de la pasión, deben ser tomados en cuenta con cir cunspección, ya que no hacen más que trasponer las axiologías y los códi gos entremezclados al funcionamiento pasional propiamente dicho. Los antónimos
8 La disipación La disipación es “la acción de disipar gastando con prodigalidad”. Disipar es “gastar locamente”, hablando de un bien. Se confirma aquí que el “exce so”, presentado como criterio de la pasión por medio del adverbio “loca mente”, resulta de una moralización peyorativa. Se podría decir que el exceso, característico y definitorio de la pasión, es el rasgo puesto en la mira por la peyoración; los análisis precedentes prueban que lo contrario es lo verdadero: el acto peyorativo proyecta el exceso sobre el dispositivo pasional, cuyo criterio entonces hay que buscarlo en otra parte. La defini ción, partiendo de la acción, transforma la disipación en rol temático que aprehendemos -como para el ahorro- a partir de la performance; pero, al
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mismo tiempo, ella juega la carta de la pasión. Esa supuesta pasión crea entonces problemas ya que resulta del reencuentro de un rol temático económico con un rol patémico, todo moralizado peyorativamente; se mide en ese caso el parentesco que une al rol temático y al rol patémico, puesto que basta con hacer variar la iluminación para hacer aparecer ora a uno ora al otro en la definición. Además, se puede constatar aquí -lo que no aparecía ni en el caso de la avaricia ni en el de la economía- que los dos tipos de roles son compatibles y no se excluyen de ningún modo; como resultan los dos de la praxis enunciativa, obligan a imaginar dos procedi mientos independientes y compatibles a la vez, uno integra los roles fijados por la repetición después de haberlos inscrito en una isotopía temática, el otro integra los roles sobre la base de la relativa autonomía sintáctica del dispositivo modal que los subtiende después de haberlos inscrito en una taxonomía pasional. La disipación ocupa en el cuadrado de la junción el polo de la disjun ción, pero con una propiedad que conviene resaltar desde ahora; en efecto, “disipar” es también “aniquilar por dispersión”, borrar sin dejar huella de una magnitud cualquiera. El núcleo sémico, independientemente de la configuración específica de la avaricia, es pues el de la destrucción del ob jeto; el disipador gasta, cierto, pero sin que nadie se pueda beneficiar de los bienes así destruidos; la imagen de la dispersión, si se la interpreta como una operación cuantitativa, es bastante clara a ese respecto: hay para todo el mundo, es decir que no hay para nadie. ©La prodigalidad Una persona pródiga es una persona que realiza “gastos excesivos”, que “dilapida su bien”. Los correlatos “desinteresado” y “generoso” se oponen término a término, al “cicatero” y al “tacaño”. Por otra parte, en sentido “fi gurado”, siempre también revelador, los objetos de valor, como sucede con la avaricia, son sustituibles dentro de la misma clase: se puede ser pródigo en elogios, en buenas palabras, en ternura, etc. La prodigalidad sería en tonces un antónimo de la avaricia para el conjunto de sus acepciones. La configuración se organiza ahora como una microestructura semán tica; primeramente, cada enunciado de junción engendra programas, los cuales pueden ser traducidos bajo la forma de procesos prototipos: CONJUNCIÓN
adquirir NO DISJUNCIÓN
no gastar
DISJUNCIÓN
gastar NO CONJUNCIÓN
no adquirir
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Los procesos prototipos podrían ser reformulados más generalmente como archipredicados del enunciado elemental, en el que cada uno es ca racterístico de una de las formas de la junción: ADQUIRIR
GASTAR
tomar
dar
NO ADQUIRIR
NO GASTAR
dejar
guardar
Los diferentes roles, temáticos y patémicos, descubiertos en la confi guración, se definen cada uno en relación con uno de esos archipredicados, al cual es aplicado previamente un juicio de exceso o de mesura. Se obtiene así el microsistema semántico de la configuración considerada: avaricia 1 avidez
? ? .....
disipación exceso
exceso
TOMAR
DAR
prodigalidad
mesura
mesura
exceso
exceso
??
mesura
mesura
??
economía 2
avaricia 2 tacañería cicatería economía 1 ahorro
Como en toda construcción, desde el momento en que se abandona la observación empírica y el levantamiento de los parámetros con vistas al establecimiento del modelo, se dibujan posiciones que no tienen equiva lente en el léxico; definidas en el sistema, son entonces previsibles en los discursos en los que la configuración aparece: se trata en nuestro caso de la conjunción moderada -el sujeto toma lo que le corresponde y se con tenta con su parte- y de la no conjunción excesiva, una forma de desin terés ascético, la cual cuestionaría el principio mismo de la circulación de los valores. Observando más de cerca a los dos antónimos, “prodigalidad” y “disi pación”, comprendiendo allí su sentido “figurado”, ellos trans gred en tam bién las regla s del intercambio generalizado. Esas reglas, que uno recons truye siempre por presuposición, estipulan que la cantidad global de los bienes es limitada y que la parte de cada uno lo es también, por lo que re
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sulta el valor de los bienes en la comunidad de esa rareza relativa. Ser pródigo, en suma, es hacer como si la parte de cada uno, y la suya para comenzar, no estuviera limitada, lo que por un lado compromete el equi librio del intercambio y por el otro cuestiona el valor del valor; es decir, la valencia. Lo cual, por otra parte, es confirmado por el hecho de que los dos antónimos conciernen exclusivamente a los bienes que, justamente, po drían ser considerados como la “parte” fija atribuida a cada uno: se dilapi da un patrimonio, una herencia, una fortuna -es decir, bienes no renova bles-, pero no se dilapida un salario, una utilidad- renovables. Asimismo, vimos que la disipación destruía el objeto: literalmente, la parte desa parece como parte, sin poder ser transm itida a quienquiera que sea. Lo cual conduce a interrogarse retroactivamente sobre la avaricia. Aquel que pone la mira en la obtención de grandes beneficios o en un salario más importante será eventualmente considerado como “ambicioso”, pero no co mo “avaro”; la “pasión de acumular” concierne entonces a los bienes no re novables, que son objeto de un reparto fijo entre los miembros de una co munidad. Aunque contrarios, la avaricia y la prodigalidad transgreden la misma regla: el avaro es quien usurpa la parte de los otros y el pródigo es el que destruye su parte; en cambio, el “economizador” y el “ahorrador” saben administrar su parte. Una vez más, en la configuración pasional que exploramos, el ver timiento semántico de los objetos es de poca importancia; en cambio, sus propiedades sintácticas, definiéndolas y modalizándolas con vistas a la junción con el sujeto, son determinantes; lo mismo ocurre con los rasgos “no renovable” y “partitivo”. Pero, por otro lado, la aparición en la configu ración de objetos que no obedecen usualmente a esas propiedades sintácti cas, como los elogios y la ternura, muestra que tales propiedades modalizan la junción y no los objetos mismos: ¿para quién puede la ternura pre sentarse como una parte, sino para los sujetos que sólo consideran como valor lo que les corresponde por derecho en el intercambio y en el reparto intersubjetivo? Tocamos aquí a la valencia, al criterio que decide sobre el valor. Es entonces cuando uno comprende que, en ese nivel, la disipación y la prodigalidad manifiestan otra modulación de las tensiones comuni tarias y de la circulación de los valores: una aceleración, un enloqueci miento (de ahí la expresión “gastar locamente”) que dispersa y perturba el intercambio. Queda por definir la noción de “parte” en el marco de ese in tercambio y dé la circulación de los valores. Regresaremos a ello. ®La generosidad, el desinterés y la largueza La generosidad es una “disposición a dar más de lo debido”. La intensidad no es interpretada aquí como un exceso y la moralización es positiva. No se traspasa el umbral de la disipación porque, sin duda, el observador
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social tiene aquí la posibilidad de plantearse como beneficiario potencial del don; como la “largueza” y la “liberalidad”, la generosidad se define des de el punto de vista de la atribución, es decir, de un eventual sujeto conjun to, en un programa de transferencia de objeto. Ese observador social que se plantea como destinatario potencial, ya presente en la avaricia, virtualizado en el caso de la disipación y de la prodigalidad, es pues asociado al con junto de la configuración como delegado de una praxis enunciativa, como testigo de lo que el uso clasifica como “pasión”, “disposición” o “acción”; es el delegado de una enunciación colectiva en la medida en que es él quien opera las puestas en perspectiva y quien sirve de referente para saber si algún otro beneficiario, ap arte del sujeto apasionado, es concebible. Pero, en este caso, para comprender el rol de ese observador social, no basta con constatar el cambio de punto de vista. Si él no puede recono cerse en el eventual destinatario de la prodigalidad es porque no existe ningún destinatario de los objetos destruidos; si se reconoce en el desti natario de la generosidad es porque el sujeto generoso, aumentando la parte de otro, implica al mismo tiempo un destinatario, incluso si no des truye por eso su propia parte. Contrariamente a toda previsión, y estruc turalmente hablando, se emplea al generoso en el mismo sentido que al economizador: su gasto es regulado, su parte salvaguardada, la parte de otro respetada. Esa sinonimia inesperada se explica sin duda por la su perposición, como saldos del uso, de dos momentos diferentes de la demar cación cultural del universo pasional; las connotaciones obsoletas ligadas a ciertas acepciones de la “generosidad” y a la “liberalidad” y la “largueza” irían en el mismo sentido: en otra época, a ciertas capas sociales les esta ba reservado el papel de facilitar la circulación de los bienes y de los valo res; más recientem ente, a otras capas sociales, el de contenerla y frenarla. Ahí tampoco entra en consideración el vertimiento semántico de los objetos del don: sólo cuentan el respeto de las partes, en el nivel sintácti co, y la modulación puesta en marcha, en el nivel de las valencias. Si la economía y el ahorro son valorizados a pesar de su tendencia “demorado ra”, es sin duda porque se les atribuye un papel regulador en un medio “acelerado”; asimismo, si se evalúa positivamente la generosidad, a pesar de su tendencia a la “aceleración”, es gracias a su papel regulador en un medio “demorado”. Las modulaciones subyacentes en cada figura de la configuración correspoftden por consiguiente a cierto estado de cosas, a un estado dado de tensiones en la configuración entera. Los “estilos semióticos” del avaro, del generoso o del pródigo resultarían entonces de la selec ción -por el uso- de las inflexiones que aportan a la modulación domi nante en el estado de cosas, las cuales son convocadas por medio de su hacer modalizado y estereotipado. Por otra parte, la generosidad presupone el “desinterés”, otro antóni mo de la avaricia. Este se define por un “desapego de todo interés perso
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nal”. El sujeto desinteresado sería al sujeto generoso lo que el sujeto “ape gado” es al sujeto avaro, homología fundada sobre una misma relación de presuposición; esa misma relación podría en su momento ser homologada, grosso modo, con la relación entre la competencia y la performance: el desapego y el apego, por el hecho de su carácter virtual, no concernirían más que a la competencia y, más particularmente, volitiva y deóntica, sin perspectiva de paso al acto, mientras que la generosidad y la avaricia, por el hecho del carácter actual de la competencia inducida y de la previsibili dad de su hace r (dar, acumular, retener), comprenderán ya sea a la per formance ya sea a la competencia, aprehendida en la perspectiva del paso al acto. Se observará, por ejemplo, que si la generosidad es definida como “disposición a dar más de lo que se debe”, la liberalidad -otra versión del desinterés-, es una “disposición a dar generosamente”, es decir, en suma, una “disposición de disposición”. Las variaciones de la demarcación lexical que sobresalen al examinar las definiciones de la generosidad, del desinterés y de la liberalidad son de naturaleza estrictamente sintáctica, en la medida en que al parecer se procede por la toma de muestras aparentemente aleatorias, dentro de la cadena de las presuposiciones que ordena la competencia pasional. Pero, a pesar de esos imprevistos, dichas variaciones revelan con todo la existen cia de una secuencia modal. La primera etapa de la secuencia, definida como “apego” o “desapego”, lleva a la relación de los valores, un modo de relación lo suficientemente general como para que llegue a ser defmitorio, para el sujeto, de una ma nera de ser en el mundo (cf. “apegado” vs “desapegado”): desde el punto de vista del recorrido generativo, esa primera etapa se encarga de la valen cia; desde el punto de vista del recorrido sintáctico, traduce la modalización de la junción, independientem ente de los objetos. La segunda etapa se presenta como un verdadero sustituto de competencia, lo que hasta ahora hemos llamado una “disposición”, y la última etapa abarca las for mas del paso al acto, identificadas como “actitud” o como “conducta”. O sea: apego/desapego -> disposición —»actitud/conducta Sin que nada nos autorice a generalizarla, esa secuencia aclara, sin embargo, un proceso de construcción del actor apasionado. Tiene uno la impresión de que la acumulación de rasgos que lo caracterizan a lo largo del discurso no surgen del azar; serían los mismos roles pasionales (de sapego, desinterés, generosidad) que -desde el fondo de la sintaxis modalse ordenarían y se pondrían en proceso. El recorrido pasional soportaría en ese caso una aspectualización del actor, que sería la forma discursiva de su “vida interior”.
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CONSTRUCCIÓN DEL MODELO
El m icrosistema y su sin taxis
A continuación del análisis de semántica lexical que acabamos de rea lizar, todas las posiciones del cuadrado de la junción se encuentran ahora ocupadas y la configuración de la avaricia se encuentra reducida a un mi crosistema: el desinterés está del lado de la no conjunción y la generosi dad -según las definiciones del diccionario-, y ocupa, o bien la posición de la disjunción, o bien la de la no conjunción. Además, la relación de contra dicción entre la avaricia acumulativa y el desinterés está confirmada por la contradicción existente entre el apego y el desapego que los caracteri zan. La distribución obtenida se presenta entonces como: avaricia 1 avidez
disipación
DAR
pr od ig a li da d
??? (mesura)
economía 2 generosidad 1
avaricia 2
??? (exceso) generosidad 2 desinterés liberalidad
cicatería tacañería ahoiTO
DEJAR
economía 1
N.B. Las figu ras del exceso e stá n en i tál ica s y las figu ras de la me su ra en redon das.
Las cuatro grandes posiciones así obtenidas definen cuatro actitudes fundamentales del hombre frente a los objetos de valor, alrededor de las cuales se organizan cuatro grandes tipos de imágenes fines, las cuales, en su oportunidad, van a inscribirse como proyectos en programas eventuales. La organización lógico-semántica del modelo obtenido (cf. supra) aclara singularmente los encadenamientos sintácticos señalados intuitivamente antes: se ha visto que la avaricia acumulativa presupone a la avaricia re tensiva; igualmente, la generosidad según el don presupone a la generosi dad según el desinterés. Los antecedentes y subsecuentes de las varie dades pasionales y modales se explican aquí por las relaciones y las trans formaciones identificables en el microsistema: así, la cicatería se transfor ma en avaricia acumulativa por implicación, lo que Balzac traduce a su manera al afirmar que “la avaricia comienza cuando termina la pobreza”. Apoyándose en la interdefinición que caracteriza a tal microsistema semántico, se podrían reconstituir las posiciones no lexicalizadas. La no
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conjunción excesiva sería un presupuesto de la prodigalidad, es decir, un desprecio exhibido por todos los bienes, que constituiría en sí mismo una transgresión de la axiología colectiva y supondría la ausencia de toda va lencia: en suma, una forma de nihilismo y, desde el punto de vista del ob servador social, otro enceguecimiento, lo contrario de aquel que consiste en buscar “pequeñas cosas”; además, ese desprecio de los valores, porque está “exhibido”, forma pareja con “la confesión del interés”, lo que permite considerar la “no conjunción excesiva” como un contrario de la cicatería. En cuanto a la “conjunción mesurada”, sería otra forma del desin terés, una forma de adquisición que consistiría solamente en satisfacer las necesidades. En efecto, un desinterés que no tolerara la satisfacción de las necesidades admitidas por todos sería considerado como excesivo y nos llevaría al caso precedente; el desinterés es mesurado , justamente, dado que deja lugar para las adquisiciones indispensables. El equilibrio que consideramos aquí es el mismo que ha sido reconocido ya para la econo mía: evitar el gasto sin dar lugar a los gastos indispensables es demostrar avaricia; evitar los gastos inútiles es ser economizador. Las definiciones del diccionario no hacen el paralelo entre la economía y el desinterés, pero vemos que eso se deduce sin mucho trabajo dentro del microsistema. Aparece, a la luz de lo que precede, que las variedades mesuradas y las variedades excesivas de la configuración constituyen, en el microsis tema, dos subconjuntos casi estancos, al grado que podrían ser fácilmente separados uno del otro. El principio de interdefinición continuaría siendo respetado. Todas las relaciones, efectivamente, se establecen de modo ex clusivo entre las variedades de un mismo subconjunto: entre el ahorro, la economía, la generosidad, el desinterés y la adquisición mesurada, de un lado; entre la avaricia, la cicatería, la tacañería, la disipación, la prodiga lidad y el desinterés excesivo, del otro. Una vez separados, esos dos microuniversos revelan sus particularidades: el exceso y la mesura, así como las formas socioeconómicas que traducen, pueden ser interpretados en el nivel de las estructuras elementales como dos tipos de distribución taxo nómica y dos tipos de funcionamiento sintáctico diferentes. Se observará que, desde el punto de vista taxonómico, en el subsis tema de la mesura los parasinónimos están curiosamente situados a uno y otro lado de los esquemas de contradicción: la economía 1 y la economía 2 para uno, el desinterés y la adquisición mesurada para el otro. Ya que la mesura consiste, justamente, en el reparto entre las cosas necesarias y las cosas inútiles o superfluas, en mantener un equilibrio entre gastar y no gastar, adquirir y no adquirir, el estallido de la categoría que se supone producen las contradicciones permanece relativo, gradual, y se presenta aquí como una alternativa de extensión variable. En cambio, en el subsis tema del exceso, los parasinónimos están situados sobre la deixis, en relación de presuposición (avaricia 1 y 2, prodigalidad y desprecio de los
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bienes): más allá, las oposiciones son fuertes e irreductibles. Desde el punto de vista sintáctico, la diferencia es todavía más sor prendente; en el microsistema de la mesura, atra viesa uno los esquemas y las deixis sin interrupción, el recorrido sintáctico es continuo y parece obe decer más a las fluctuaciones de una demanda exterior que a los impera tivos de una axiología; en efecto, para pasar del ahorro a la generosidad, no es necesario cambiar de sistema de valores, basta, después de un cam bio de punto de vista, pasar de la posición del beneficiario a la del dona dor. En el subsistema del exceso, por el contrario, no es posible traspasar los esquemas sin el trastorno total del sistema de valores, ya que sólo las presuposiciones son practicables sin daño; en cambio, para transformar a un avaro retensivo en pródigo o a un avaro acumulativo en desinteresado excesivo se necesita una conversión importante, pero de modo distinto al del subsistema precedente. Añadamos, además, que parece casi imposible transformar a un avaro en generoso, es decir, pasar del subsistema del exceso al de la mesura. Parecería que el microsistema de la avaricia comporta al menos tres capas antonímicas diferentes: oposiciones débiles, alternativas equili bradas de la me sura; oposiciones fuertes, inversiones de tendencia del exceso; oposiciones absolutas, entre el subsistema del exceso y el de la mesura. Se comprende que, cuando todos los tipos de oposiciones son com binadas (de la avaricia a la generosidad, por ejemplo), se obtiene un efecto máximo de antonimia. Esas diferentes formas de antonimia remiten, lo hemos visto, a niveles semióticos diferentes. La doble modalización
Remontando el hilo del análisis, nos damos cuenta de que la avaricia pone enjuego dos tipos distintos de modalización. Del apego, primeramente, no se retiene más que el apego a las cosas, la junción con el objeto; pero nota mos también que el sujeto puede sentir afecto tanto por los objetos deseables (el dinero, la vida) como por los objetos no deseables (la muerte, la soledad). El querer, entre otras modalidades, opera aquí en dos regis tros diferentes: por un lado, como modalización del objeto de vdlor, plan teado como deseable o no deseable y, por el otro, como modalización de la junción, reconocida a su vez como deseable o no deseable. El desinterés, por ejemplo, comporta necesariamente esos dos efectos modales: de un lado, los objetos son clasificados como deseables en el sistema de valores colectivo -ya que no habría forma de considerar como desinteresado a al guien que estuviera separado de objetos sin valor- y, del otro, la junción con esos mismos objetos es considerada como no deseable por el sujeto individual. El potlatch, por ejemplo, versión codificada de la disipación,
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podría comprenderse como una pasión de destrucción aplicada a los obje tos considerados como deseables. La doble modalización tiene como efecto garantizar la libertad de elec ción del sujeto individual en el “infierno de cosas” que la colectividad codi fica y le propone. El efecto pasional no resulta sólo de la modalización que concierne directamente al sujeto apasionado, sino de su confrontación; la disipación, así como el desinterés, no pueden ser considerados como pasiones si los objetos involucrados no son, en sí mismos y para la colec tividad, deseables. En el caso de la tacañería, el querer-estar-ser aplicado a la junción se opone a la modalización de los objetos, considerados como no deseables: el efecto de sentido pasional y, sobre todo, la codificación, por el uso, de esos dispositivos como pasiones, se explicarían en parte en esos casos por la oposición entre las dos modalizaciones. Pero las dos modalizaciones no difieren únicamente por la instancia sintáctica -objeto o junción- que afectan, ni por su exponente, positivo o negativo, sino también por su grado de intensidad. Es así como la avaricia, por ejemplo, se caracteriza por un querer-estar-conjunto de una intensidad mayor que la deseabilidad de los objetos ambicionados. Podríamos enton ces imaginar un eje graduable de las dos modalizaciones que se despliega entre los dos polos extremos de la deseabilidad positiva y negativa. Así, la tacañería confrontaría una deseabilidad positiva máxima de la junción con una deseabilidad negativa de los objetos; o aun, la generosidad podría componer, junto con la deseabilidad positiva máxima de los objetos, la deseabílidad negativa de la junción. Una graduación semejante de los ejes de las modalizaciones no deja de dar problemas; en efecto, si bastara con atribuirla a la instancia de la puesta en discurso, su carácter graduable sería un simple epifenómeno re sultante de la aspectualización. Y sin embargo, esas confrontaciones gra duales cuestionan la axiología en cuanto tal y la definición misma de los valores. Es necesario que nos refiramos una vez más a un sistema de re gulación social de los deseos y de la circulación de los bienes. La modali zación tiene por función regular, entre otras, la relación de los sujetos in dividuales con la axiología colectiva. Ésta se encuentra presente bajo dos formas diferentes: de un lado como sistema de valores objetuales, proyec tando quereres y deberes sobre los objetos; y del otro, como una red de có digos de buena conducta y de buen uso que permiten saber bajo qué condi ciones la junción de un objeto con un sujeto dado no traba la circulación en el conjunto de la comunidad. Se comprende mejor entonces la sobremoralización que contiene la définición de la cicatería y de la tacañería en los diccionarios. Ella se apoya a la vez en las dos modalizaciones: en la transgresión de las reglas del buen uso, que se aplican a las modalizaciones de la junción, y en la transgresión de los sistemas de valores que rigen la modalización de los
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objetos. Se comprende también por qué la avaricia y la economía, aunque fundadas ambas sobre un deber-estar-ser -el del apego en un caso y el de la utilidad en el otro-, son opuestas sin embargo a causa de la morali zación: en el caso de la “avaricia-apego5’, el deber-estar-ser es una modalización de la junción, imputable al sujeto individual; en el caso de la “eco nomía-utilidad”, el deber-estar-ser es una modalización del objeto, impu table a la colectividad en la cual el sujeto se reconoce. Por consiguiente, la falsa sinonimia de los dos roles, así como la de los dos deber-estar-ser que los subtienden, sólo puede ser aclarada teniendo en cuenta las dos instan cias de la modalización y reconociendo que la evaluación moral y la pro yección de los códigos de buen uso son susceptibles de afectar sea a una sea a la otra. El análisis del campo de la avaricia nos conduce a conside rar la modalización del objeto como dependiendo de la ideología -colectiva en el caso de la configuración retenida- y la modalización de la junción como nutriendo a las pasiones propiamente dichas.
Los niveles del objeto
La distinción entre los dos tipos de modalización, si bien aporta alguna claridad, no hace más que extender la problemática. En efecto, tal distin ción nos ha conducido a reconocer nuevas formas de variaciones conti nuas, administradas por axiologías que conducen al buen uso de la jun ción, y no ya únicamente a las investiduras de los objetos. Por eso parece necesario regresar a los diferentes modos de existencia del objeto, ya que su pertinencia dentro del campo pasional no está tampoco asegurada. Primeramente, podemos considerar como un hecho que el contenido semántico de los objetos, el vertimiento que los hace participar en los sis temas de valores, no es pertinente para el análisis de las pasiones: los objetos considerados por la avaricia, la avidez y la generosidad varían libremente, sin que la pasión en sí misma sea afectada. En cambio, ciertas propiedades sintácticas, de orden más general y más abstracto que los vertimientos semánticos, nos han procurado una base taxonómica para la descripción. Así, el rasgo /atesorable, no consu mible/, al igual que la noción de “parte” fija de cada uno, que comprende el rasgo /partitivo/, nos han permitido entender ciertos aspectos específicos de los objetos puestos en circulación dentro de la configuración. Esos ras gos que hemos designado como sintácticos son independientes de las cla ses semánticas a las cuales los objetos de valor pueden pertenecer. De ma nera general, parece que esas propiedades sintácticas sirven de relevo a una interpretación cuantitativa y, no obstante, tensiva de la modulación de lo continuo. Así, la noción de “parte” remite al rasgo /partitivo/; como el principio del intercambio generalizado impone a la vez una libre circula
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ción de los objetos y una permanencia de la distribución de las partes, po demos concluir que se trata de mantener dentro de la totalidad social el carácter “partitivo” de los objetos, de hacer de tal manera que cada uno conserve su parte sin que se convierta en una unidad “integral”. Desde ese momento, el avaro puede ser considerado como un sujeto que usurpa la parte de otro, pero que, sobre todo, transforma su parte, limitada y constreñida a la circulación -es decir partitiva-, en una unidad integral, extensible y excluida de la circulación -es decir, exclusiva. La avidez consiste solamente en querer más que su parte y, entonces, en con siderarla (ilegítimamente) como extensible. El economizador y el aho rrador saben proteger su parte, en un medio que la amenaza, pero sin cer carla: permanece, entonces, partitiva. El pródigo y el disipador destruyen la unidad partitiva misma. El generoso disminuye su parte, por una aper tura que no la cuestiona: es, entonces, reafirmada como partitiva. Nuestras reflexiones tradicionales sobre la sintaxis nos han habitua do a considerar el objeto sintáctico como un puro objetivo del sujeto, como un blanco cuya trayectoria está regida por la protensividad. La inscrip ción del objeto entre otros objetos, de una “cosa” dentro del mundo de las “cosas”, no omite plantear, como en semiótica pictórica, por ejemplo, la pregunta situada en el nivel de las precondiciones epistemológicas sobre las fronteras demarcativas, los registros y los márgenes de los objetos. La solución puede buscarse en la aplicación de la categoría de “totalidad” a la masa tímica, considerada como un “pastel” cuyas partes serían dis tribuidas según las exigencias de los sujetos. La recursividad de esa cate goría que reaparece en el recorrido patémico, al superponer en el recorri do generativo la construcción racional de los objetos, permite dar cuenta de una sintaxis circulatoria subyacente en un microuniverso pasional. Por otro lado, el examen de las definiciones del diccionario mostró que las modalizaciones eran de intensidad variable y demandaban por ese hecho un tratamiento de tipo continuo. Las propiedades del objeto com portan en sí mismas variaciones casi aspectuales: así, la unidad partitiva puede ser “abierta” por la generosidad o “cerrada” por la economía. La oposición misma entre partitivo e integral conoce grados y umbrales: la constitución de una unidad integral aparece, en el caso de la avaricia, como el resultado de un “cierre” y como efecto de una resistencia a la libre circulación de los bienes; una doble modulación está en marcha, a la vez acumulativa y retensiva. Además, aun cuando se pueda imaginar - “por metáfora”- lo que sería la “parte” de saber, de ternu ra o de elogios debida a cada uno, la definición sintáctica del objeto considerado como una mag nitud discontinua es poco satisfactoria. Esas particularidades del universo pasional examinado nos invitan a invocar una representación de tipo continuo y tensivo. En la medida en que en el nivel discursivo las normas sociales se aplican a un proceso de
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circulación, es lícito suponer que, más profundamente, el devenir de la co
lectividad exige que las tensiones por las que pasa sean reguladas. Parece que, en la configuración que examinamos, fuerzas dispersoras y fuerzas cohesivas interactúan y que el devenir mismo de la colectividad depende de una relación de fuerzas favorable a las segundas. En ese nivel de abs tracción, se puede uno representar el intercambio generalizado -la circu lación de bienes, entre otros- como un aspecto del devenir social, un flujo en el que las modulaciones tenderían a estabilizar o a desestabilizar al protoactante colectivo. Dos “lógicas” están en marcha en ese devenir social: una lógica de las fuerzas, las del cambio (cohesivas y dispersoras), y una lógica de los lugares, las de las unidades y de la totalidad que se dibujan sobre el fondo de una interactancialiciad. Las diferentes pasiones encontradas hasta ahora intervienen con respecto a ese “flujo”, sea en el sentido de la cohe sión, sea en el de la dispersión. La avaricia, por ejemplo, dibuja un islote de desaceleramiento y de resistencia y provoca por ese hecho la aparición de un “lugar” que desvía el flujo y cuyas fronteras se opacan y devienen impenetrables al cambio: uno reconoce ahí algo así como un eco de lo que dice la economía política sobre el atesoramiento y la acumulación de las ganancias. El ahorro, en cambio, nace de una modulación retardatoria que modera un cambio demasiado rápido y dibuja un lugar individual transparente y penetrable; el generoso, lo hemos visto, actúa en sentido inverso, en beneficio del cambio. Por el contrario, la disipación y la prodi galidad suponen una aceleración dispersora, que amenaza el flujo de otra manera, e impide la formación de todo lugar: el flujo no tiene nada más que atravesar, se enloquece y se anula. El devenir cohesivo estaría enton ces amenazado de dos maneras: o por desaceleración o por aceleración; además, dos umbrales aparecen: el umbral de creación de una unidad integral, por un lado; y el umbral de desaparición de una unidad partiti va, por el otro: el paso del uno o del otro de los dos umbrales pondría en duda a la totalidad partitiva. Son valencias el devenir social dibujándose sobre el fondo de la tensividad fórica, los “lugares” que aparecen y desaparecen al ritmo de las modulaciones que se le apliquen. Desde entonces, lo que permite a no im porta qué objeto del mundo -cualesquiera que sean por otra parte sus pro piedades sintácticas y s emánticas- tomar un lugar en la configuración es el estilo de la modulación que lo acoge. Desde el punto de vista del obser vador social, los únicos objetos evaluados positivamente son aquellos que participa n en un estilo “cursivo”, favorable a las fuerzas cohesivas; desde el punto de vista del avaro, es el estilo “suspensivo”, de tipo acumulativo y retensivo, lo que caracteriza a los objetos dignos de ser buscados. Los “estilos semióticos” prefiguran por consiguiente la modalización, tal como la trabajan las pasiones.
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En efecto, cada uno de esos “estilos” es, de un lado, convertido e inte grado a la sintaxis modal, en el seno de la cual suscita efectos de sentido específicos y, del otro, convocado como aspectualización durante la puesta en discurso. Por ejemplo, el “mantenimiento” del devenir, la modulación cursiva del flujo, prefigura el poder susceptible de modalizar al sujeto so cial y a los objetos que éste entrevé. Los islotes de resistencia y de desace leramiento prefiguran el querer y el no querer del avaro. La desviación del flujo sobre las “no valencias” es una primera modulación de lo que apare cerá en los dispositivos modales como el querer y el no saber del tacaño.
Los simulacros existenciales del sujeto
Regresando ahora al microsistema que nos ha permitido establecer una tipología local de las formas pasionales, podemos constatar que cada uno de los grupos de antónimos y de parasinónimos puede ser -en partedefinido en función de las variedades de la junción, con la condición de interpretar los enunciados de junción, comprendidos por los archipredicados “tomar”, “dejar” y “guardar”, como objetivos del sujeto, y no como enun ciados efectivamente constatados en el enunciado. Por eso, como la expre sión “modos de existencia del sujeto” ha sido puesta ya en uso para desig nar los diferentes estatutos del sujeto de estado en el recorrido narrativo racional, hemos propuesto denominar simulacros a las diferentes posi ciones que el sujeto se da en su propio imaginario pasional. Propusimos el modelo de base siguiente, susceptible de recibir la sintaxis elemental del cuadrado semiótico: REALIZACIÓN sujeto realizado
POTENCIALIZACIÓN sujeto potencializado
ACTUALIZACIÓN sujeto actualizado
VIRTUALIZACIÓN sujeto virtualizado
El recorrido de los simulacros existenciales constituirá uno de los ba samentos sintácticos de los dispositivos modales dinamizados y de la pa sión. Así, el avaro retensivo es un sujeto potencializado (no disjunto) que se transforma convirtiéndose en un avaro acumulativo, en sujeto realiza do (conjunto); de igual forma, el desinteresado es un sujeto virtualizado (no conjunto) que se actualiza (disjunto) cuando se muestra generoso. Las modalizaciones que sobredeterminan el recorrido no son obligato riamente isótopas: la transformación de un a modalidad en otra m odalidad es un problema distinto, que tratamos anteriormente en su principio y del cual evocaremos la puesta en marcha concreta más adelante. El recorrido
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de los simulacros existenciales abarca de hecho las posiciones sucesivas del parecer del ser. Así, el sujeto potencializado de la avaricia, aquel que “no quiere gastar”, se caracteriza, con relación al apego que lo liga a los objetos, por un deber-no-estar-disjunto y, con respecto al deseo de acumu larlos, por un querer-estar-conjunto. Las modalizaciones del avaro acumu lativo se obtienen entonces gracias a una doble transformación: 1. no estar disjunto -> estar conjunto 2. deber - » querer Por la intermediación de la carga modal que lo afecta, el sujeto apa sionado construye, gracias a la primera transformación, un escenario imaginario en el que ocupa sucesivamente las posiciones de sujeto poten cializado y de sujeto realizado. La sintaxis intermodal daría cuenta de la segunda transformación, sobre el fondo de las modulaciones del devenir. El recorrido de los simulacros permite dar cuenta de las trayectorias específicas de cada sujeto apasionado, en particular de la manera en que el imaginario pasional pone en perspectiva las variedades de la junción. En efecto, la mira del sujeto apasionado está puesta en la imagen fin que cons tituye el último simulacro del recorrido. Es así como el pródigo no puede ser, para comenzar, más que un poseedor consciente del estar-ser, según el saber-estar-ser , ya que la disipación a la cual se libra es sólo considera da si es libre de deshacerse de sus bienes, según el poder-no-estar-ser. Su recorrido existencial será el siguiente: realizado - virtualizado -» actualizado (conjunto) (no conjunto) (disjunto) a
La serie de estos roles está presentada desde la perspectiva de la dis junción, pero ella presupone en ese caso tanto a la no conjunción como a la conjunción. Nombraremos trayectoria existencial al recorrido finalizado, construido por presuposición, de los simulacros que el sujeto apasionado se da a sí mismo. Por otra parte, el recorrido de los roles modales administra las transformaciones entre los contenidos de modalización, como: saber —> poder -> querer (saber-estar-ser) (poder-no-estar-ser) (querer-no-estar-ser) La diferencia entre los dos recorridos puede ser interpretada como un doble proceso imaginario. De un lado, sobre su trayectoria existencial, el sujeto apasionado pone en perspectiva las diferentes eventualidades de su relación con los objetos de valor, pudiendo regir toda la cadena una de las posiciones eventuales: así, la avaricia está bajo la dependencia de la no
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disjunción, es decir, de la potencialización: el avaro sólo acumula para retener. Por otro lado, gracias a la sintaxis intermodal, el sujeto modifica su modo de acceso a los objetos de valor; el conjunto se presenta desde la perspectiva de una sola modalidad, considerada como regente: el avaro es así un sujeto apasionado del querer, el cual rige a la vez el saber y el poder.
La diferencia podría ser precisada: soñándose potencializado, el avaro construye su imagen fin; en cambio, el encadenamiento de las modali dades que se transforman las unas en las otras define su disposición. La superposición de las dos -la trayectoria existencial que se organiza en imagen fin y la sintaxis intermodal que engendra una disposición- consti tuye la base sintáctica de las configuraciones pasionales. En la medida que la trayectoria existencial es imaginaria únicamente en razón de la carga modal que afecta a la junción y suspende la realización narrativa, se puede considerar que las transformaciones de esa carga modal tra ducen las fluctuaciones de la relación imaginaria que el sujeto guarda con su propio simulacro. No es corriente en semiótica trata r separadamente, en un enunciado modalizado, el predicado y su modalización. Desde el punto de vista sin táctico y en el universo pasional, constatamos sin embargo que su auto nomía respectiva es considerable. El ejemplo de la avaricia es bastante claro en ese punto, ya que los simulacros existenciales son suficientes por sí mismos, independientemente de las modalizaciones asociadas, para di ferenciar sintácticamente las grandes posiciones pasionales del sistema. Por lo demás, si suscribimos la hipótesis según la cual la sintax is intermo dal resulta, de un lado, de las modulaciones de la tensión y, del otro, de la aspectualización gracias a la praxis enunciativa, dicha sintaxis no puede confundirse con una trayectoria existencial, la cual resulta de transforma ciones entre posiciones discontinuas del estar-ser, obtenidas por proyec ción de la categoría de la junción en el cuadrado semiótico. Entonces se pla ntea realm ente la cuestión de su superposición. La diferencia de funcionamiento puede ser aclarada por un examen de lo que comprende el concepto de “transformación” en un caso y en el otro. En la trayectoria existencial, los cambios de estado están ordenados según un principio lógico-semántico discreto, regido por un operador, el, sujeto apasionado, quien fija uno de ellos como término resultante del re corrido; es, pues, a partir de ese estado final, clave de la imagen fin, que toda la cadena puede ser reconstituida por presuposición: también el gene roso debe ser realizado, después virtualizado, a ntes de ser actualizado. En cambio, las cosas no se desarrollan exactamente así en la sintaxis intermodal: las modalidades se encabalgan, se acumulan, se transforman por transición o síncopa, obedeciendo en eso al principio tensivo que las nutre. Además, nada impide que la modalidad regente pueda estar en la
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mitad de la cadena, al principio o al final: la sintaxis intermodal no puede ser reconstituida por presuposición, ya que gracias al uso resulta de la asociación estereotipada de una aspectualización y de una serie modal, fijadas juntas a título de primitivo pasional. La avaricia comienza por un apego, una forma de necesidad que liga al sujeto y al objeto -es decir, un deber-, continúa con un deseo que se puede identificar como un efecto del querer, y para terminar, no hay que olvidar otra habilidad, ya que el avaro no es solamente aquel que quiere acumular y retener, pues sabe también cómo manejarse -es decir, dispone de un saber. El querer rige el conjunto, ya que, por una parte, transforma el deber del apego en deberquerer del apego posesivo y, del otro, hace del saber de la habilidad una especie de saber-querer : de la misma manera como el ánimo llega a las muchachas enamoradas, la astucia llega a los avaros. La sintaxis inter modal no es pues ni discreta, ni lineal: el deber engendra el querer, el cual, a su vez, lo modifica retroactivamente; el querer se acompaña de un saber, modificándose los dos recíprocamente. Resumamos: 1] en el nivel semionarrativo, se constituyen series de predicados modalizados; 2] su sensibilización les permite ser convocados por el discurso; 3] cuando ocurre la puesta en discurso, la serie de las posi ciones del estar-ser se orienta en la perspectiva de sólo una de entre ellas que se convierte en la imagen objetivo, y la serie de cargas modales es aspectualizada dado que una de ellas modifica los efectos de sentido de todas las otras; 4] la doble serie que compone el dispositivo modal, una vez estereotipada por el uso e integrada en una taxonomía connotativa, conserva las dos disposiciones sintácticas: una “sintaxis” intermodal que se sustenta en una trayectoria existencial. Simulacros y modos de existencia
Si examinamos ahora los modos de existencia del sujeto sintáctico ordina rio, volvemos a encontrar las mismas posiciones, pero ellas designan las posiciones del sujeto en el recorrido narrativo fuera del simulacro pasio nal. La pregunta que se plantea es la de la articulación de los enunciados de junción simulados pertenecientes al imaginario pasional y que había mos denominado “simulacros existenciales” con los enunciados de junción efectivos, aquellos que certifica el enunciado, ya que, incluso si nuestro sujeto se encuentra en posibilidad de proyectar transformaciones imagi narias, no queda más que la continuación de sus “aventuras”, paralela mente a lo que imagina. Se trata de saber lo que acontece cuando pasa de un estrato a otro. Los modos de existencia, concebidos como estados, presuponen haceres que los producen: la virtualización , operada por un mandador o un
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manipulador, produce un sujeto virtualizado; la actualización, operada por u n conjuntor, que otorga el saber y el poder, produce un sujeto actua lizado; la realización, por último, es el efecto de la performance principal y produce el sujeto realizado. Queda la potencialización, la cual, en la medi da en que el sistema de los modos de existencia obedece a las reglas de la sintaxis elemental, debería ubicarse entre la actualización y la realiza ción; en efecto, el modelo que hemos propuesto se presenta así: sujeto actualizado (u)
sujeto virtualizado (no n)
sujeto realizado (n)
sujeto potencializado (no u)
La secuencia de los modos de existencia se ordenaría como sigue: virtualización —» actualización -> potencialización
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realización
De los cuatro modos de existencia del sujeto sintáctico, sólo la posición “sujeto potencializado” no ha recibido hasta ahora ninguna interpretación narrativa; introducida de manera puramente deductiva, se presenta en el seno de un recorrido narrativo establecido a partir del análisis concreto de los relatos, como una síncopa en el encadenamiento de las presuposi ciones, una caja negra cuya misma existencia no habría parecido nece saria hasta entonces para la comprensión de la narratividad. Todo sucede como si, desde el punto de vista de la semiótica de la acción, la poten ciali zación no fuera pertinente al reconstruirse por presuposición las posi ciones previas a la realización del hacer. Una de las explicaciones que de ben considerarse consistiría en concebir esa posición como una pu erta abierta sobre el imaginario y el universo pasional, en el seno del recorrido narrativo. Sólo la potencialización sería susceptible de soportar el desplie gue pasional, por varias razones. En primer término, la disposición pasional no puede remplazar a una competencia si no se inserta entre la competencia de tipo clásico y la per formance: antes de la performance, porque es en un sentido presupuesta por ella, y después de la competencia ordinaria, que se integra y se funda de alguna manera en ella; de hecho, curiosamente, el avaro sabe y puede economizar de entrada; el sádico, hacer sufrir, y el desesperado, lamentar se: es como si la disposición, insertada en el recorrido narrativo “efectivo”, ahorrara un aprendizaje. De hecho, una vez establecida como competen cia con vistas al hacer, la secuencia modal puede ser interpretada como el “ser del hacer”, un estado del sujeto susceptible de ser sensibilizado. Enseguida, la potencialización, que sería algo así como una suspensión
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obligada del programa narrativo entre la adquisición de la competencia y la performance, podría ser definida como la operación por la cual el sujeto, calificado para la acción, deviene capaz de representarse tratando de hacer -es decir, de proyectar en un simulacro toda la escena actancial y modal que caracteriza a la pasión-; estando todas las modalizaciones en su sitio, el camino imaginario que abren se dibuja bajo la forma de la trayectoria existencial. Eso permite comprender, entre otras cosas, que la pasión aparezca frecuentemente en el despliegue narrativo como una escapada delante de la performance : una vez manipulado, o persuadido, o vuelto apto, el sujeto apasionado se refugia o se encuentra arrastrado por su imaginario, antes de renunciar a la acción o de precipitarse en ella. Así, por ejemplo, funciona el miedo o, como se verá luego, los celos. Insertada en ese sitio dentro del recorrido narrativo, la imagen fin es al hacer lo que la receta de cocina es a la preparación de la comida: en la representación que el sujeto se da de su hacer, todo está en su sitio, todo está presentificado, y puede por consiguiente ser puesto en discurso tal cual. El paralelo no se detiene ahí, ya que, como el gastrónomo puede permanecer en la con templación discursiva de su receta, el sujeto apasionado puede, sin pasar al acto, saborear la puesta en escena pasional que se da a sí mismo. “La lechera y el cánt aro de leche”: ¿vertimiento o disipación?
El sujeto sintáctico, habiendo llegado a esa fase en la que es posible repre sentarse el hacer y el recorrido en su conjunto, es capaz de proyectar una trayectoria imaginaria bajo la forma de simulacros. Es toda la historia de Perrette, la lechera de La Fontaine,2 quien a punto de llegar a la ciudad Fables, lib. VH, fábula 10, “La laitiére et le pot au lait”: Perrette, sur sa tete ayant un 2 pot au la it / Bien posé su r un cou ssin et, / Pré te nd ait ar riv er sans encombre á la ville. / Légére et court vétue, elle allait á grand pas, / Ayant mis ce jour-lá, pour étre plus agüe, / Cotillón simple et souliers plats. / Notre laitiére ainsi troussée / Comptait déjá dans sa pensée / Tout le prix de son lait, en employait l’argent; / Achetait un cent d’oeufs, faisait triple couvée: / La chose allait á bien par son soin diligent. / “II m'est, disait-elle, facile / D’élever des poulets autour de ma maison;/ Le renard sera bien habile / S’il ne m’en laisse assez pour avoir un cochon, / Le porc á s’engraisser coütera peu de son; / II était, quand je l’eus, de grosseur raisonnable: / J ’aurai, le revendant, de l’arge ntbe l etb on.” / [...] [Perrette, con un cántaro de leche eri su cabeza / Bien puesto sobre un cojinete, / Pre tendía llegar a la ciudad sin ningún contratiempo. / Ligera y vestida cómodamente, alargaba el paso, / Habiéndose puesto ese día, para estar más ágil, / Faldón sencillo y zapatos bajos. / Así ataviada nuestra lechera, / Contaba ya en su pensamiento / Con la ganancia de su leche, el dinero invertía; / Compraba un centenar de huevos, hacía triple pollada: / La cosa marcha ba bien por su dilige nte esme ro. / “Me es fácil, decía, / C riar polluelos alrede dor de mi c asa; / El zorro será muy hábil / Si no me deja lo suficiente para tener un cochino, / Engordar al puerco co sta rá poco salvado; / Estab a, cuando lo tuve , de tam añ o raz onable: / Te ndré, revendiéndolo, dinero contante y sonante”.]
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donde va a poder vender su leche, se pone a soñar con antelación el uso que le podría dar a su dinero y despliega en cadena toda una serie de simu lacros existenciales y de predicados asociados -vender, ganar, comprar, ceder, ganar, etc - con el resultado que sabemos cuando la realidad la des pierta: un movimiento demasiado brusco basta pa ra hacer caer el cántaro y, al derramarse la leche, el sueño se evapora. El texto de La Fontaine es claro en lo concerniente a la competencia: Perrette es un sujeto actualiza do, competente en todos los sentidos para llegar a la ciudad y realizar la transacción que previo (“un pot au lait bien posé sur un coussinet”, “légére et court vetue” [“un cántaro de leche bien puesto sobre un cojinete”, “lige ra y vestida cómodamente”] ). Sin embargo, ella no es un sujeto realizado y el fabulista la toma justo en esa fase intermedia, la potencialización, que se presta a todas las fantasías; en el ejemplo, esas fantasías la con ducen a representarse el hacer y a construir una trayectoria existencial de “especulación apasionada”. El recorrido de Perrette sería el siguiente: virtua lizac ión -> actualización -> potencialización (-* realización) [mand ato del marido] [precauciones] A ESPECULACIÓN IMAGINARIA ->
FRACASO DE LA PERFORMANCE
En el nivel discursivo, el cambio de registro es operado por desem brague: la fan tasía especulativa de Perrette se presenta como un “relato de pensamientos” que comienza como un discurso indirecto condensado: Notre laitiére ainsi troussée Comptait déjá dans sa pensée Tout le prix de son lait, en employait l’argent...” [Así ataviada nuestra lechera, contaba ya en su pensamiento con la ganancia de su leche, el dinero invertía ...
y continúa como un discurso directo: “II m’est, disait-elle, facile D elever des poulets autour de ma m aison”... [“Me es fácil, decía, criar polluelos alrededor de mi casa...”]
A partir de la serie de los modos de existencia narrativos, el desem brague es el que permite pasar al de los simulacros; la mayoría de las ve
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ces no está tan claramente marcado como en la fábula de La Fontaine y para identificarlo hay que contentarse con los desplazamientos veridictorios que lo acompañan. En efecto, desde el punto de vista del discurso de llegada a partir del cual es operado el desembrague, el imaginario del su jeto apasionado está situado en el eje del parecer con relación a los enun ciados de junción efectivamente verificados, situados sobre el eje del ser; inversamente, desde el punto de vista del sujeto apasionado, la trayecto ria existencial que proyecta surge del ser y los enunciados del discurso de llegada se presentan para él sobre el modo del parecer. Cualquiera que sea la perspectiva adoptada, el sujeto apasionado está sometido en el ni vel discursivo a pruebas veridictorias que son a menudo el único indicio observable de un funcionamiento pasional; es así como el tacaño sólo pa rece un economizador desde su propio punto de vista, pero la prueba veridictoria a la cual lo somete el observador social, anclada en el discurso de acogida, denuncia su carácter apasionado. Igualmente, el sueño de Per rette podría pasar hoy como un simple “proyecto de inversión (para obte ner ganancias)”, pero el comentario del moralista subraya el carácter apa sionado: la veridicción alimenta a la moralización y detrás de la morali zación se asoma la sensibilización: Chacun songe en veillant; il n’est rien de plus doux: Une flatteuse erreur emporte alors nos ámes. [Cada uno sueña despierto; nada es más dulce: un error lisonjero arrastra entonces a nuestras almas.]
Pero habiendo sido destruido el objeto de valor, Perrette no se reen cuentra como lo estaba “antes de sufrir la desilusión”, como lo afirma el fabulista, y el “error lisonjero” es una verdadera disipación,3
3 Un examen atento del discurso interior de Perr ette revelaría otros signos del carácter apasionado y “disipador” de su soñar despierta; se observará, por ejemplo, que la leche pierde su estatuto de objeto de valor descriptivo para convertirse en un simple objeto modal, una especie de poder hacer que autoriza una especulación en cadena, ya que cada nueva adquisi ción (huevos, pollos, cochinos, etc.) sufre la misma mutación; además, el encadenamiento de los predicados (vender, ganar, comprar, ceder, etc.) parece obedecer a una ley de circulación de los bienes cursiva y acelerada. Esto explica aquello: en el simulacro pasional proyectado por Pe rre tte , los objetos de v alor ha n desapare cido como tales, ya que el enloquecimie nto de la circulación, propio de la disipación, suspende incluso a las valencias mismas. En fin, la manifestación somática que interrumpe el sueño, al intervenir aquí como un reembrague sobre el cuerpo sintiente del sujeto tensivo, subraya de otra manera el carácter “sensible” y apasionado del proceso de disipación.
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0 Pasión y veridicción Encontramos en Baizac -incomparable experto en avaricias burguesas, campesinas o incluso aristocráticas- pruebas veridictorias comparables. En las Illusions perdue s [Ilusiones perd idas ], Mme. de Bargeton deja Angouléme y se va a París; basta con eso para que se opere en ella una mutación singular: Les moeurs de la province avaient fini par réagir sur elle, elle était devenue méticul euse d ans ses comptes; elle a vait tan t d’ordre qu’á Paris elle alla it passer pour avare.4 [Las costumbres de la provincia habían terminado influyendo en ella, llegó a ser meticulosa en sus cuentas; era tan ordenada que en París la iban a considerar una avara.]
La transformación es explícitamente formulada como una transfor mación veridictoria, entre “llegar a ser meticulosa” y “pasar por avara” (“étre devenue méticuleux” y “pas ser po ur avare”). En el contexto discursi vo llamado “provincial”, su ser se transforma (“deviene”) bajo el efecto de la costumbre; una simple competencia económica sostenida por una axiología colectiva es transformada en rol temático, que define en suma, el ser modal de la dama, fijado por la repetición e identificado como un rol socio económico en la taxonomía “provincial”. Pero, en el contexto discursivo parisiense, el mismo ser está dotado de un parecer pasional, lo que su pone que el observador social adopte otra taxonomía y haga variar, en consecuencia, los efectos pasionales. Dentro de un mismo universo discur sivo, un mismo hacer al presuponer una misma competencia puede ser referido a dos instancias culturales diferentes y ser interpretado, o bien como rol socioeconómico, o bien como rol patémico; el cambio de estatuto es acompañado entonces por una transformación veridictoria. En el caso de Mme. de Bargeton, tres instancias son de hecho necesarias: de un lado, la instancia de referencia, el sujeto de enunciación que certifica lo que hace efectivamente Mme. de Bargeton (gastar moderadamente, como todos los nobles de provincia) y, del otro, dos instancias de evaluación: una provincial y la otra parisina. Las pruebas veridictorias que permiten articular discursivamente las dos series de enunciados de estado (los modos de existencia y los simu lacros existenciales) determinan de alguna m anera las ent radas y las sali das de la configuración pasional y, en los casos más simples, facilitan la segmentación de unidades discursivas en las que la dimensión pasional lleva ventaja sobre las otras. Así sucede con el discurso interior de Perrette, en La Fontaine; se desarrolla completamente en el modo de la ilu4 París, Garnier-F lamm arion, pp. 174-175.
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sión (parecer + no ser), entre el desembrague que permite entrar en el simulacro y el reembrague correspondiente a la caída del cántaro y de la leche. En el texto narrativo las pruebas veridictorias son acompañadas a menudo por delegaciones enunciativas, lo que permite textualizar los si mulacros pasionales bajo la forma de “relatos de pensamiento”, discursos apasionados insertados en el discurso de acogida. a El reem brague sobre el sujeto tensivo Perrette “transportada” por su propio sueño salta al mismo tiempo que el becerro que imagina poder comprar e introduce en la configuración un elemento que las definiciones del diccionario han olvidado: el cuerpo, el cuerpo sintiente del sujeto apasionado. La descripción modal o incluso la veridictoria del simulacro pasional no basta para explicar la irrupción del cuerpo en la configuración de la avaricia y de la disipación. Para eso hay que regresar a los modos de existencia. Sólo hemos con siderado la interpretación narrativa: proyectada sobre el recorrido del sujeto narrativo, la serie de los modos de existencia organiza las dife rentes transformaciones de la junción. Pero la misma serie puede también ser proyectada sobre el recorrido de construcción teórica, desde las pre condiciones de la significación hasta la manifestación discursiva. En efec to, la noción misma de “modo de existencia” resulta de la distinción entre la instancia ab quo y la instancia ad quem, distinción operatoria abstracta que describe a la vez el recorrido narrativo y el recorrido de construcción teórica. De cualquier forma, en el caso del recorrido teórico, los modos de existencia ya no son los del sujeto narrativo, sino los del sujeto episte mológico.
Al preguntarnos sobre los antecedentes de una semiótica de las pa siones, hemos tenido que reconocer, anteriormente al recorrido del sujeto epistemológico propiamente dicho, una fase tensiva en la que es prefigu rado por un “casi sujeto ”, un sujeto sintiente; interviene enseguida una fa se de discretización y de categorización en la que llega a ser un sujeto co nocedor:;la ubicación de la sintaxis narrativa de superficie lo convierte en sujeto de búsqueda; en fin, durante la puesta en discurso, puede ser asimi lado al sujeto discurrente. Siendo el sujeto discurrente el sujeto de la instancia ad quem, es lla mado realizado, al haber completado la totalidad del recorrido hasta la performance discursiva, conforme con la cadena de presuposiciones que rige el recorrido de los modos de existencia. El sujeto de búsqueda es lla mado actualizado al estar situado en el nivel de las estructuras semionarrativas de superficie; éste presupone al sujeto conocedor, quien instala las “estructuras elementales”, término ab quo del recorrido generativo y que podemos considerar por eso como uirtualizado. ¿Qué hacer con el
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sujeto potencializado en ese caso? Este último, recordémoslo, está situado deductivamente entre el sujeto actualizado y el sujeto realizado: ¿a qué instancia correspondería un sujeto epistemológico situado entre las estruc turas semionarrativas de superficie y las estructuras discursivas? La única respuesta plausible -y coherente con nuestras proposiciones iniciales- se ría la siguiente: el sujeto potencializado es el de la praxis enunciativa, in s tancia de mediación dialéctica entre la instancia semionarrativa y la instancia discursiva. Como el sujeto narrativo potencializado, es suscepti ble de explotar la competencia adquirida con vistas a la performance, con otros fines en especial imaginarios. Ahora bien, si el imaginario del sujeto narrativo consiste en simulacros, el imaginario del sujeto epistemológico, imaginario de la teoría misma, no puede ser más que el espacio tensivo de la foria, aquél en el que esbozamos un “casi sujeto”, un sujeto sintiente. En la economía general de la teoría, la potencialización sería, en tonces, esa praxis mediadora que, conjugando los productos del recorrido generativo y aquéllos de la tensividad fórica, los fijaría, los almacenaría como “potencialidades” del uso, al lado de las “virtualidades” del esquema. Desde ese momento y en el recorrido de la construcción teórica, el suje to potencializado representaría la única instancia en la que el cuerpo ten dría todos sus privilegios, como constitutivo de los efectos de sentido. Al re sultar la existencia semiótica de una mutación interna de los productos de la percepción -lo exteroceptivo engendra lo interoceptivo por medio de lo propioceptivo-, guarda la memoria del propio cuerpo. Una vez discretizado y categorizado, sólo guarda huellas de lo propioceptivo en la polarización de la masa rímica en euforia/disforia. Por la potencialización del uso, sólo la enunciación podrá de nuevo solicitar al “sentir” y al cuerpo como tales. Un reembrague sobre el sujeto sintiente también es necesario para convocar en el discurso los efectos somáticos de la pasión. La “perturba ción” que afecta a Perrette la disipadora es la manifestación lexical, en francés clásico, de ese reembrague. Uno de los indicios más significativos de ese regreso del sujeto tensivo en el discurso tiene que ver con la apa rente incapacidad del sujeto discurrente para dominar los encadenamien tos sintácticos; las trayectorias se pierden, la sintaxis parece sumisa a la influencia de las oscilaciones y de los cambios de equilibrio de la tensivi dad. Es como si la aspectualización, en lugar de manifestar transformacio nes programadas, rigiera el encadenamiento de los predicados: el estilo semiótico rebasaría entonces a la lógica de la acción. Es así como Perrette, sujeto discurrente apasionado, parece no dominar más el relato de sus •futuras transacciones: oscila entre la venta y la compra, especula indefini damente y parece no poder terminar, dejando por así decir la última pala bra a una “perturbación” somática. El “estilo”, en suma, es el sujeto sin tiente que reclama sus derechos por medio de una modulación tensiva fija da y potencializada.
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DOS GESTOS CULTURALES! LA SENSIBILIZACIÓN Y LA MORALIZACIÓN
La sensibilización es la operación por la cual una cultura interpreta una parte de los dispositivos modales, considerados deductivamente como efec tos de sentido pasionales. En la lengua, la sensibilización se manifiesta, o bien en condensación -gracias a la lexicalización de los efectos de sentido-, o bien en expansión -bajo la forma de sintagmas que comprenden uno de los términos genéricos de la nomeclatura y una serie .que enuncia un com portamiento, una actitud o un hacer. En el discurso, es reconocida concre tamente, entre otras cosas, o bien gracias al distanciamiento entre los roles temáticos y los roles patémicos propiamente dichos, o bien merced a la im posibilidad de. reducir una disposición a un a simple competencia, en la medida que el paso al acto no agote ahí los efectos. La moralización es la operación por la cual una cultura remite un dis positivo modal sensibilizado a una norma, concebida principalmente para regular la comunicación pasional en una comunidad dada. Sea de origen individual o colectivo, la moralización señala, entonces, la inserción de una configuración pasional en un espacio comunitario. Ella se manifiesta en lengua por la presencia de la peyoración o del mejoramiento, en gene ral por medio de juicios de exceso, de insuficiencia o de mesura, ya sea la condensación en los lexemas que nombran la pasión, o bien en expansión en las glosas que las definen. En discurso, la moralización se reconoce por el hecho de que un observador social está encargado de evaluar el efecto de sentido y es susceptible, con el fin de producir tales juicios, de atri buirse un rol actancial en la configuración. La sensibilización
« Variaciones culturales Las diferentes culturas, áreas o épocas tratan de manera variable los mis mos dispositivos modales, como lo testimonia la configuración de la avari cia. La generosidad, por ejemplo, ha conocido tales avalares. Para comen zar, ha cambiado la modalización regente que define la isotopía modal: del poder , que subtendía la generosidad ligada a la “grandeza”, al “coraje” y, más generalmente, a todas las acepciones que invocan los “grandes recur sos” del sujeto, se ha pasado al querer , en el sentido de que el generoso es aquel que “da más de lo que debe”, y aquí el “más” es la manifestación de una motivación endógena, independiente de las obligaciones. Enseguida, el querer-(estar-)ser mismo ha sido tratado sucesivamente como “cualidad” (“cualidad de un alma orgullosa, bien nacida”), como “sentimiento” (“sen timiento de humanidad que lleva a mostrarse benévolo, caritativo, a per
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donar, a aceptar a un enemigo”), y, en fin, como “disposición” (disposición a dar más de lo que uno debe). La sensibilización del dispositivo modal de la generosidad es muy su perior en la época clásica y se acompaña además de una moralización po sitiva extrema, ya que esa “cualidad” es el criterio de un nacimiento no ble, que define el ser “hereditario” del sujeto. La sensibilización disminuye gradualmente, ya que en la generosidad clasificada como “disposición” se reconoce, en todo caso, una competencia inscrita como “tendencia” del sujeto, pero no un “sentimiento” o una “pasión”. Sin embargo la disposición, en la última acepción, en el sentido que le dimos en el metalenguaje, realiza su función: se presenta como una pro gramación del sujeto discursivo, instalado permanentemente en el estarser del sujeto, sin especificación de la isotopía que lo debe incorporar (¿económica?, ¿social?, ¿guerrera?, o ¿afectiva?...). El dispositivo modal subyacente está, pues, dotado de una sintaxis y las transformaciones entre modalidades -de l saber-estar-ser al querer-no-estar-ser-, son conside rables, de manera tal que el comportamiento del generoso sea previsible en todas las circunstancias. Dicho de otra forma, todo está en orden para que el efecto de sentido pasional surja en el discurso; sin embargo, ése no es el caso en el discurso lexicográfico contemporáneo, ya que esa disposi ción no es considerada por la cultura que representa como una pasión. La instalación de una sintaxis intermodal en el nivel semionarrativo y su convocación en discurso bajo la forma de una disposición aspectualizada no es pues suficiente para producir un efecto de sentido pasional: es únicamente la condición necesaria y la sensibilización debe hacer el resto. Por ejemplo, lo que sobresaldría de la imagen fin del generoso -es decir, la puesta en perspectiva de toda la trayectoria existencial alrededor de la disjunción- es susceptible de no producir, en tanto efecto de sentido, sino una actitud moral, despojada de todo componente afectivo, si la sensibi lización no entra enjuego. La sensibilización es pues la primera fase realizante de la puesta en discurso de las pasiones; la praxis enunciativa seleccionó, después potencializó segmentos modales fundándose en su sensibilización en un uso anterior; pero es necesario, en- cada nuevo caso discursivo, que dichos seg mentos sean de nuevo sensibilizados para ser realizados en el discurso como pasiones: la recategorización es así siempre posible. 0 La sensibilización en acto Sin embargo, la sensibilización así definida es sólo comprendida en sus efectos, una vez que, habiendo hecho su parte la praxis enunciativa, el efecto de sentido pasional se convierte en un estereotipo, y el estereotipo, en un primitivo pasional dentro de un uso dado. Esos efectos suponen un
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proceso, es decir, operaciones que pertenecen a la puesta en discurso. ¿Qué pasa con la sensibilización “en acto”? Para responder a esa pregun ta, se puede regresar a las aventuras de Mme. de Bargeton en París: Au moment oü [Lucien] sortit de chez madame de Bargeton, le barón Chátelet y arriva, revenant de chez le Ministre des Affaires Etrangéres, dans la splendeur d’une mise de bal. II venait rendre compte de toutes les conventions qu’il avait faites pour madame de Bargeton. Louise était in q u ié te , ce luxe l ’é p o u v a n t a i t . Les moeurs de la province avaient fini par réagir sur elle, elle était devenue méticuleuse dans ses comptes; elle avait tant d’ordre, qu’á Paris, elle allait passer pour avare. Elle avait emporté prés de vingt mille francs en un bon du ReceveurGénéral, en destin ánt ce tte somme á couvrir l’excédent de ses dépense s pendant quatre années; elle c r a ig n a i t déjá de ne pas avoir assez et de faire des dettes.5 [Cuando [Lucien] salió de la casa de la señora de Bargeton, el barón Chátelet, que había estado en la casa del ministro de Asuntos Extranjeros, llegó en el esplendor de los preparativos para un baile. Venía a dar cuenta de todos los arreglos que había hecho para la señora de Bargeton. Louise estaba i n q u i e t a , ese lujo la e s p a n ta b a . Las costumbres de la provincia habían terminado influyendo en ella, llegó a ser metic ulosa en sus c uentas; era tan ordenada que en París la iban a considerar una avara. Tenía en un bono del receptor general alrededor de veinte mil francos, suma que destinó para cubrir el excedente de sus gastos durante cua tro años. T e m í a ya no tener bastante y contraer deudas.]
Mme. de Bargeton se convierte en avara a los ojos de un observador parisiense: ése sería el resultado de una sensibilización que procedería únicamente por reclasificación de los dispositivos modales y que sólo ten dría efecto en los paradigmas pasionales. Pero encontramos que Mme. de Bargeton es verdaderamente afectada por el contraste entre sus hábitos económicos y el tren de vida parisiense; su nuevo estatuto pasional no es pues solamente el efecto de una prueba veridictoria y de una evaluación exterior. Ese estatuto nuevo resulta de una operación discursiva que transforma su ser, produciendo efectos patémicos en su recorrido sintác tico y no solamente en el juicio de un observador. El comentario de Balzac atrapa entonces la sensibilización a punto de realizarse y pone en evidencia la manera en que el rol socioeconómico es sensibilizado en la misma cadena discursiva; un rol temático brutalmente cambiado de con texto discursivo se transforma en inquietud, espanto y temor; es decir, que la sensibilización no es solamente una operación abstracta necesaria para la teoría de las pasiones, sino que además es observable en los dis cursos concretos, bajo el mismo tenor que otras operaciones de la sintaxis discursiva. La sensibilizacón tiene, así, como explicación, su lugar dentro de la 5 Op. cit.., pp. 174-175. Cursivas nuestras.
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economía general de la teoría, y, a la vez, como descripción dentro del re corrido discursivo de construcción del sujeto apasionado: de alguna mane ra, verticalmente, construye las taxonomías culturales que filtran los dis positivos modales para manifestarlos como pasiones en el discurso y, hori zontalmente, toma su lugar en la sintaxis discursiva de la pasión, como un proceso en toda la extensión de la palabra. Por eso, Mme. de Bargeton es clasificada como una avara en la cultura parisina, lo cual permite una nueva interpretación discursiva de su competencia, pero también es transformada, de manera que ciertos acontecimientos patémicos aparecen en su recorrido. Por esa razón podemos convenir en denominar patemi zación a la sensibilización concebida como una operación perteneciente a la sintaxis discursiva. De hecho, desde un punto de vista genético, la patemización precedería a la sensibilización concebida como una instancia cul tural; ella puede no ser más que un caso aislado, pero puede también en trar en el uso; desde ese momento, las secuencias modales que afecta son identificadas como pasiones en ese uso y la praxis enunciativa realiza su obra. La sensibilización como operación enunciativa es, pues, secundaria. ®El cuerpo sensible Más allá de las preguntas de método que están asociadas a todo relativis mo cultural, tiene uno el derecho de preguntarse si a la semiótica in cumbe el interrogarse sobre las razones y la naturaleza de ese gesto cul tural. En efecto, las respuestas, ¿pueden no ser ontológicas, incluso metafísicas? El mínimo epistemológico que nos sirve de parapeto parece tambalearse. La vocación de una semiótica de las pasiones es la de des cribir y también de explicar los efectos discursivos de la sensibilización, pero no ciertamente la de tom ar para sí y sin más ni más lo que otras dis ciplinas dicen al respecto. De ello no se colige, empero, que esté prohibido interrogarlas para, eventualmente, sacar provecho de ellas. En el afán de las explicaciones extrasemióticas o parasemióticas, se podría, por ejemplo, imaginar que la sensibilización es una operación de origen psicosomático y que ciertos dispositivos modales actuarían sobre el soma como “en terreno favorable”. De todas maneras, esa hipótesis plantea más problemas de los que resuelve, ya que habría entonces que demostrar cómo las culturas pueden determinar los “terrenos favorables” que les serían específicos. En el caso de las “pasiones del asma”, por ejem plo, una hipótesis como ésa sería, ciertamente, tentadora pues haría que el análisis semiótico fuera compatible con la explicación alérgica y genéti ca de esa perturbación; pero el examen de los discursos concretos no resiste tal hipótesis, discursos en los que los familiares y los amigos del asmático adoptan el mismo dispositivo modal sensibilizado que el del
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enfermo, sin compartir no obstante el “terreno favorable”.6 El relativismo cultural obliga también a descartar la solución que consistiría en invocar directamente las pregnancias biológicas, ya que caracterizan a la especie como tal y no a la cultura. El concepto de habitus social propuesto por P. Bourdieu,7 en la medi da que articula formalmente el cuerpo, las imágenes del cuerpo y las determinaciones socioculturales, parecería en cambio más apropiado. P. Encrevé, en su introducción a la traducción francesa de Sociolingiiística de W. Labov,8 demostró todo el provecho que se podía sacar: la “postura articulatoria” propia de un grupo social que lo hace, por ejemplo, pronun ciar tal diptongo de manera “tensa” o “relajada”, se explica por una cierta respuesta del tono muscular a un “esquema de postura”. El esquema de postura en cuestión se presentaría como una especie de imagen del mismo cuerpo modelado por el habitus social. En ese sentido, el “esquema de pos tura” sería un esquema motor fijado por el uso y característico de una sociotaxonomía. Esas nociones sociológicas dejan, no obstante, la parte del león a lo “adquirido”; ahora bien, nada permite afirmar que la sensibilización cul tural pasa más bien por lo adquirido que por lo innato. De hecho, en la medida que la sensibilización sobredetermina el proceso por el cual los se mas exteroceptivos e interoceptivos son homogeneizados por lo propioceptivo, trasciende la oposición entre lo innato y lo adquirido. Pero, lamen tablemente, carecemos de informaciones sobre la manera como el propio cuerpo puede intervenir en el proceso. A la vista de las axiologías y de la oposición entre la euforia y la disforia, nos hemos contentado con imagi nar que la propioceptividad actuaba únicamente por atracciones y repul siones. Pero nada dice que el cuerpo no sea capaz de producir simboliza ciones elementales más complejas, las cuales, sin suscribirse aún a un funcionamiento semiótico, prepararían la sensibilización de las formas significantes. El seguimiento de las investigaciones en el dominio de la antropología y de la semiótica médica podría aportar elementos de res pue sta en ese terreno. Falta que la noción misma de “esquema sensible”, e incluso aquélla, más trivial, de “terreno favorable”, interrogue a la semiótica de las pasio nes. En el nivel del discurso y en el recorrido de construcción del sujeto apasionado, la sensibilización no sería, en suma, ni la última ni la prime ra palabra de la pasión. Desde un punto de vista epistemológico, si el rela tivismo cultural de la aprehensión patémica de los significados del mundo 6 Cf. J. Fontanille, “Les passions de l'asthme”, Nouuea ux Actes Sémioíi ques. Limoges, Trames-Pulim, 6, 1989. 7 Esquís.se d ’une théorie de la prati que, Genova, Droz, 1972. 8 Sociolinguistique, presentación de P. Encrevé, París, Ed. de Minuit, 1976.
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natural pudiera explicarse por la presencia de “esquemas sensibles” en el imaginario humano, resultaría que la existencia semiótica misma sería afectada. Si desde un punto de vista sintáctico se puede postular un “te rreno favorable” para la manifestación de las pasiones, se debe a que el recorrido del sujeto apasionado no comienza con la sensibilización. ®La constitución pasional Podríamos pensar aquí en el concepto griego de hexis , que significa a la vez la “manera de (estar-)ser”, la “constitución” -en el sentido médico, por ejemplo- o el “hábito”, ya sea del cuerpo, o del espíritu.9 Benveniste hace notar que el verbo correspondiente, “ekhó”, que significa primero “tener” y “poseer”, es un “(estar-)ser a” invertido, lo que explica que el verbo mismo en sus empleos intransitivos, y sobre todo en su derivado nominal, pueda designar formas de estar-ser tanto adquiridas (cf. “háb itos”) como innatas (cf. “constitución”). A manera de hipótesis de trabajo, se podría entonces considerar a la hexis sensible como una sobredeterminación cultural de las pregnancias biológicas, que se traduciría por una articulación específica de la zona pro pioceptiva y que proyectaría “esquemas sensibles” sobre la existencia semiótica. Las disposiciones y las imágenes finales convocadas en los dis cursos realizados encontrarían o no encontrarían un eco en esos esquemas sensibles y, por ese hecho, producirían o no producirían efectos de sentido pasionales. La sensibilización presupondría en ese caso, en el nivel de las precondiciones de la significación, una “constitución” del sujeto sintiente. Por otro lado, si se admite que la sensibilización puede ser aprehendi da a la vez por sus efectos en la praxis enunciativa y como operación dis cursiva, puede uno preguntarse si la “constitución” del sujeto apasionado no podría también ser considerada desde dos puntos de vista diferentes. A manera de hipótesis difícilmente verificable en la actualidad, hasta ahora sólo hemos examinado la eventualidad de una “predisposición” del sujeto sintiente en el recorrido de la construcción teórica, partiendo de la idea de que la propioceptividad podría ser constitutiva ya del sujeto apasionado. Se puede uno preguntar aquí cuál sería la forma discursiva de una consti tución “en acto”, es decir, cómo se instala el terreno favorable para la eclo sión pasional en el recorrido sintáctico del sujeto. En la configuración de la avaricia encontramos en varias ocasiones fi guras que, sin ser ellas mismas pasiones, aparecen como condiciones pre supuestas, como el terreno sobre el cual justamente la sensibilización va a poder operar; así, la sensibilización del dispositivo modal de la avaricia sólo se puede tomar en consideración si cierto “apego” liga el sujeto a los 9 Trascendería en eso tanto la oposición innato/adquirido como la dualidad cuerpo/espíritu.
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objetos; igualmente, la generosidad presupone una forma de desapego. El apego y el desapego intervienen incluso si el dispositivo modal no está ubicado y, a fortiori, todavía cuando no está sensibilizado. Ambos caracterizan a la relación entre el sujeto y el mundo, independientemente de todo objeto de valor o aun de sistemas de valores particulares. Para un sujeto que no conoce todavía los objetos de valor, el apego y el desapego definirían de algún modo dos maneras diferentes de entrar, una vez interiorizados, en relación con los significantes del mundo natural. En ausencia de objetos de valor y de sistemas de valores, el sujeto sólo tendría que ver con las “som bras de valor” que le propone la fiducia , y el apego o el desapego serían dos posiciones extremas sobre la graduación continua de la fiducia. Pero en la configuración que nos interesa más particularmente, el apego como el desapego ocupan una posición en el recorrido sintáctico del sujeto y no solamente en la construcción teórica; en efecto, ambos son presupuestos por las figuras propiamente pasionales y pueden ser manifestados en el discurso con el mismo criterio que la sensibilización. Mme. de Bargeton no se hubiera vuelto avara y no estaría espantada por el tren de vida parisiense si antes no hubiera estado preparada. Ya que, si el cambio de contexto basta para transformarla en avara desde el punto de vista del observador social, eso no puede explicar por sí solo la aparición de nuevas pasiones (inquietud, espanto, temor) en su propio recorrido discursivo; en otros términos, la sensibilización que se observa no hace más que actualizar en el discurso una propiedad del sujeto, anterior a este último y de la misma naturaleza que el “apego” o el “desapego”. Observando más de cerca, se encuentra el rasgo de una propiedad: “las costumbres de la provincia habían terminado influyendo en ella”; la explicación dada por Balzac no se puede reducir al emplazamiento de un rol temático gracias a la repetición; en efecto, las “costumbres” son “hábitos” codificados e integrados en una cultura y no se confunden con la repetición. Es un hecho que el rol temático del “cazador” se construye por aprendizaje y repetición; sin embargo, no induce ipso facto un “hábito” y “costumbres”. Volvemos a encontrar aquí la hexis, lo que permite decir que Mme. de Bargeton está “constituida” para ser avara antes incluso de llegar a serlo y que la sensibilización propiamente dicha, provocada por el cambio de contexto discursivo, tiene su raíz en ese estado previo. El hábito no es, por supuesto, sino una de las formas posibles (adquirida, en el ejemplo) de la constitución del sujeto apasionado. 3 Esbozo de un recorrido patémico Independientemente de su carácter “adquirido” o “innato”, la constitución se presenta como una predisposición general del sujeto discursivo para los
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recorridos pasionales que le esperan, definiendo su modo de acceso al mundo de los valores y seleccionando de antemano ciertas pasiones antes que otras. Así, remontando el curso de la sintaxis discursiva a partir de la manifestación pasional, encontramos sucesivamente: la sensibilización, que se aplica a una disposición, que prolonga ella misma una constitu ción. En el otro sentido, no se puede razonar más que en términos de pro babilidades: Mme. de Bargeton habría podido sufrir la influencia de las costumbres y de los hábitos provinciales, sin por lo mismo, adquirir una verdadera disposición a la avaricia; esa disposición jamás habría podido ser sensibilizada si el cambio de contexto no hubiera intervenido. De ahí que la sintaxis discursiva del sujeto apasionado se establezca provisional mente así: CONSTITUCIÓN
DISPOSICIÓN -> SENSIBILIZACIÓN
La moralización
®De la ética a la estética Numerosos juicios éticos señalan la actividad de un actante evaluador en la configuración de la avaricia. Esos juicios moralizan comportamientos que, en sí mismos, serían neutros; el economizador es un rol no morali zado -o evaluado positivamente- y el avaro es evaluado negativamente; el comportamiento llamado “interesado” es evaluado negativamente en la configuración estudiada, mientras que en economía política es evaluado positivamente, a p artir de A. Smith, entre otros, pero también en pedago gía, en la que es considerado una llave del éxito. La moralización puede tomar otras vías aparte de las de la ética o de la justicia. El dandismo reorganiza el universo pasional alrededor de un saber-estar-ser,10 oponiéndolo a los valores económicos burgueses organi zados esencialmente en torno a la utilidad; en ese sentido, todas las pasio nes son juzgadas entonces en función de la “actitud” o del “obrar” que per miten controlar las manifestaciones, y la evaluación del saber-ser se apoya por lo tanto en una estética de la vida cotidiana. Con otras referencias, 10 Tendrem os cuidado de distin guir un saber-estar-ser que se glosaría como “saber con duciendo al contenido del estar-ser”, de un saber-estar-ser que se glosaría como “saber orga nizar y presentar el estar-ser”; ésa sería, en suma, la diferencia entre el conocimiento y el obrar. Comparada con las modalizaciones del hacer, la primera versión del saber-estar-ser correspondería a un “saber dirigido al contenido del hacer”, y la segunda versión, al saberhacer definido como habilidad. El saber-estar-ser que nos interesa aquí, el de la segunda acepción, es un a forma de la inteligencia sintagmática , en la m isma forma que el saber-hacer en su acepción más común.
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pero de la mism a manera, el “hombre honorable” debe, en la Francia de la época clásica, dar muestras de una calidad que, a falta de disponer del lexema adecuado, se designa por una perífrasis: “El hombre honorable no se inmuta por nada.” Se trataría en ese caso de un saber-no-estar-ser eva luado positivamente, que permite no expresar pasiones, y que participa también en un proyecto estético aplicado a la vida interior. De hecho, la moralización introduce en el universo pasional un rela tivismo más general que causa problemas. En las definiciones de los dic cionarios, los juicios morales establecen umbrales en una escala de intensi dad, una escala orientada que permite concluir en el exceso o en la insufi ciencia, según si se coloca uno más allá o más acá del umbral; así, el deseo, el apego, el sentimiento o la inclinación son calificados, en la configuración que examinamos, de “vivos”, “excesivos”, “bajos”, etc. Pero llegamos muy pronto a un callejón sin salida, ya que, para esos mismos diccionarios, la “pasión” ya se' ha definido en cuanto tal por un exceso: moralizar en fun ción del exceso o de la insuficiencia sería simplemente reconocer que tal o cual dispositivo modal pertenece o no pertenece al registro pasional, lo que conllevaría un doble empleo con la sensibilización. Desde el punto de vista del observador social, la moralización presupone y comprende a la sensibi lización; pero ésa no es una razón para confundirlas. 0 Pasiones socializadas Para comprender mejor la moralización, podemos por lo pronto interro garnos sobre quién es el responsable. Cuando se encuentra en semiótica una evaluación sobre el hacer o el estar-ser de un sujeto, ordinariamente se buscan las huellas de un Destinador-juez y se considera que su hacer judicativo pertenece a la etapa terminal del esquema narrativo canónico. Pero no se trata aquí del esquema narrativo canónico y el recorrido del su jeto apasionado se encuentra atrapado en un simulacro que no permite tratarlo como un recorrido narrativo clásico. Además, el juicio puede ejer cerse sobre las formas pasionales de la competencia, sobre la disposición misma, antes de pasar al acto: se hablará de “sentimiento malo”, de “incli nación mezquina”. Si el hacer del. economizador sólo es juzgado como hacer desde el punto de vista de su eficacia o de su oportunidad, no sucede lo mismo con el avaro; este último será juzgado sobre la existencia, en su competencia, de una disposición pasional excedente: así, Mme. de Bargeton, antes incluso de haber tenido el tiempo de gastar o de economizar tan siquiera un franco en París, será juzgada por la única aprehensión que manifiesta, es decir, por su facultad de representarse a punto de gas tar o de economizar. No son ya el hacer o el estar-ser los juzgados, sino una manera de hacer o una manera de estar-ser; en la práctica, el matiz es a veces fino, pero constituye toda la diferencia: se refiere a cierto orde
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namiento modal y a una manera de manifestarlo. En consecuencia, en sentido estricto, el responsable del juicio no pue de ser un Destinador-juez que no tendría que juzgar más que el éxito o la conformidad del hacer. Se ha visto al actante evaluador confundirse con un Destinatario frustrado (la cicatería, la disipación) o un Destinatario satisfecho (la generosidad). Tales observaciones incitan a pensar que el actante evaluador puede ser cualquiera de los compañeros potenciales del sujeto apasionado en la configuración; pero eso quiere decir que no hay pasión solitaria, ya que en principio toda pasión es evaluable y moraliza ble y el evaluador pertenece a la configuración con el mismo derecho que el sujeto apasionado. Toda configuración pasional sería intersubjetiva, comprendiendo al menos dos sujetos: el sujeto apasionado y el sujeto que asume la moralización. El carácter.intersubjetivo de las pasiones -o, más generalmente, interactancial- no está limitado a la puesta en discurso y a la intervención del observador social. El análisis de las modulaciones subyacentes en la configuración de la avaricia ha puesto en evidencia la existencia de fuer zas cohesivas y de fuerzas dispersivas, entre las cuales los equilibrios y los desequilibrios inestables dibujaban el lugar de los valores colectivos e individuales. La escisión del protoactante del espacio tensivo libera así fuerzas adversativas, que se pueden interpretar como la prefiguración de los actantes: en ese caso podemos hablar de interactantes. Si la configuración está organizada exclusivamente desde el punto de vista del sujeto apasionado, durante la convocación en discurso sólo la sensibilización es manifestada; y si la configuración está organizada des de el punto de vista del observador social, la moralización aparece, pre suponiendo y ocultando a la vez a la sensibilización. ®La estratificación del discurso moral Además, después de haber constatado la inestabilidad del actante obser vador, se podría uno preguntar si esa inestabilidad no resulta de la natu raleza de las evaluaciones mismas. De hecho, esa inestabilidad se explica en gran parte por la presuposición de los criterios de evaluación. En las definiciones del diccionario, por ejemplo, se subraya que tal pasión puede ser evaluada negativamente porque descansa en una opinión errónea -co mo la vanidad o la pretensión- o porque es simplemente excesiva -como el orgullo-; o tal otra pasión es evaluada positivamente porque está fun dada en una opinión justa (la estima). De un caso al otro, el evaluador es tablece su juicio a partir de consideraciones veridictorias (lo falso para la vanidad, pero también para la tacañería, el secreto para la hipocresía), epistémicas (para la pedantería o la presunción), aspectuales (el exceso), etc. Pero, cualquiera que sea la categoría modal en nombre de la cual el
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juicio es enunciado, el motivo que parece suscitar el juicio mismo es siem pre del orden de lo “demasiado” o de lo “demasiado poco”. El avaro y el ávido desean demasiado fuerte, el disipador gasta demasiado; el tacaño economiza de más en pequeñas cosas; el cicatero hace demasiado alarde de su tacañería; el vanidoso y el orgulloso tienen una opinión demasiado buena de sí mismos; el fatuo y el pres untuoso la anuncian demasiado ostensiblemente. Es como si el basamento tensivo de un universo pasional restaurara la superficie tomando la apariencia de una categoría modal y/o aspectual; los juicios éticos se toman de las modalizaciones (veridictorias, epistémicas, volitivas, deónticas, etc.) y de las aspectualizaciones para proyectar allí escalas de intensidad dotadas de umbrales, como para reactualizar las modulaciones tensivas. El observador social no tiene entonces directamente acceso más que a los roles éticos, los cuales comprenden, según el caso, roles epistémicos, roles veridictorios, roles deónticos, reformulados las más de las veces como roles patémicos. No obstante, parecería que de este lado de todos esos roles, se interesa más particularmente en el sentido de la mesura. De ahí que la evaluación de las pasiones ponga al descubierto un criterio sub yacente a todas las axiologías superpuestas y que remita, como ya se ha sugerido, a una regulación del devenir. Una vez reconocidas la diversidad y la estratificación de los sistemas de referencia de la moralización, se comprende mejor también el rol del observador: su “inestabilidad” es en sí misma funcional. En efecto, gracias a la variación de los puntos de vista adoptados, y a la de los sincretismos en los cuales el evaluador puede entrar con los actantes de una configu ración pasional dada, el sujeto de enunciación hace variar la iluminación de una pasión a la otra, explora la combinatoria y la taxonomía para hacer aparecer los ordenamientos modales reconocidos en una cultura dada y para poder agregarle, en vistas de la moralización, las axiologías propias de tal o cual acompañante del sujeto apasionado. La inestabilidad de la evaluación y la superposición aparentemente aleatoria de las axiologías de referencia no deben sin embargo disuadirnos de considerar a la moralización como una dimensión autónoma del discur so, ya que, a pesar de las apariencias, están reunidas las condiciones de esa autonomía. En efecto, la moralización está asegurada por un actante que, perteneciendo a la configuración pasional, no es menos independien te del sujeto apasionado. Además, no debe nada a la orientación de las trayectorias existenciales o a la polarización túnica. De un lado, la avidez (realización) como la disipación (actualización) están igualmente conde nadas; del otro, el ahorro (potencialización) como el desinterés (virtualización) están igualmente valorizados. La tristeza puede ser muy moral -cuando testimonia, por ejemplo, algún duelo sincero-, y la ausencia de
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reacción, la atimia, puede ser también reprochada violentamente a Meursault en L ’étranger [El extranjero], como vivamente aconsejada al hombre honesto del clasicismo francés. Los roles éticos entonces serían igualmente independientes de los roles modales, de los roles patémicos y de los roles temáticos, y esa inde pendencia traduciría la existencia de una isotopía que les sería propia y común: la isotopía de la mesura. Los roles éticos serían, en una cultura dada, los términos de una taxonomía connotativa coextensiva a la de la sensibilización, pero que presentaría una fragmentación diferente. La sobredeterminación moral de los dispositivos modales pasionales “per vierte” de alguna manera la taxonomía de los roles patémicos al redis tribuirlos en vicios y en virtudes, ya sea explícitamente -y el rol es en tonces considerado como una “cualidad” o un “defecto” en el discurso-, o bien implícitamente, gracias a la proyección de los semas “mejorable” o “peyorativo”. El conjunto de esas distorsiones, en un texto o en un corpus de texto, aparecerá como una deformación coherente del universo pasio nal, pudiendo ser construida en el análisis como una isotopía moral, la recurrencia de los mismos criterios de juicio (i.e. de un mismo tipo de es cala de intensidad, de una misma posición actancial de evaluación) garan tiza entonces una lectura homogénea del universo moral del sujeto de enunciación. En el marco de los lenguajes de connotación, el desdoblamiento del dominio analizado permite considerar el estudio del discurso moral. Un discurso que se apoya en la mesura y en el exceso, en la lucidez y en la ilusión, en la discreción y en la indiscreción de las manifestaciones pasio nales y, más generalmente, en el respeto de las reglas y códigos implícitos y vigentes en una cultura dada. El estudio del discurso moral, paralela mente al del discurso pasional, desemboca en una clasificación de las cul turas en la medida en que, permaneciendo constantes los dispositivos mo dales, la sensibilización y la moralización que los afectan constituyen dos clases de variables por las cuales las culturas -las áreas y las épocas- se distinguen. . 0 La moralización del comportamiento observable Respecto al recorrido de la construcción teórica, la moralización parece así descansar en una regulación del devenir social, en axiologías modales superpuestas (en el nivel semionarrativo) y en el sentido de la mesura (en el nivel discursivo). A semejanza de la sensibilización, puede ser también considerada como una operación discursiva. Para asir el rol del sujeto apasionado en el recorrido discursivo, se puede ahora partir de algunas pasiones moralizadas de manera partic ularmente vigorosa, como la ci catería -e n la configuración de la avaricia-, y la vanidad -en la de la esti-
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nía. Ambas son evaluadas por medio de manifestaciones paralelas en el recorrido pasional principal. A la retención de bienes, nudo modal y aspec tual de la pasión, se agregan manifestaciones “sórdidas”; es decir, una manera de ser avaro, calificada de “bajamente interesada”. A la opinión desproporcionada de su propio valor, el vanidoso agrega manifestaciones “exageradas”: no sólo está ilegítimamente satisfecho de sí mismo, lo que constituye el nudo modal de la pasión, sino, además, “ostenta” esa mani festación; en eco a la “confesión del interés”, es la confesión ostensible de la satisfacción por sí misma la que traduce específicamente los parasinó nimos: fatuidad, pedantería, pretensión. Moralizando la pasión, se evalúa no sólo una cierta manera de hacer o de estar-ser, sino también una cierta manera de estar-ser apasionado, ya que en la.vanidad, por ejemplo, un primer rol ético es definido a partir de una evaluación veridictoria (la opinión desproporcionada), en cierta forma independientemente de la manifestación pasional, y un segundo a partir de la manifestación pasional misma (el exceso). La moralización según el sentido de la mesura supone entonces que el recorrido discursivo del suje to apasionado esté acabado, que las consecuencias sean manifestadas y observables bajo la forma de figuras ele comportamiento. En nuestros dos ejemplos, la cicatería y la vanidad, la reprobación apunta más directa mente a la ostentación de esas figuras de comportamiento; la ostentación podría ser interpretada como la confrontación (intersubjetiva) entre el querer-hacer-saber (en el caso de la vanidad) o el no-poder-no-hacer-saber (en el caso del cicatero) del sujeto apasionado, por una parte, y el no-que rer-saber del evaluador, o al menos del interactante de quien toma el lugar, por la otra. La moralización afectaría aquí todavía a las modalizaciones, pero solamente a aquellas que conciernen a las propiedades infor mativas del comportamiento pasional; se trata, de hecho, de las modalizaciones interactivas de la pareja informador/observador. Mme. de Bargeton no escapa a la regla: después de la sensibilización que le procura una gran variedad de pasiones secundarias injertadas en la avaricia manifiesta, a pesar de ella misma, la repugnancia que le inspi ran los grandes gastos: ...elle craignait déjá de ne pas avoir assez et de faire des dettes. Chátelet lui apprit que son appartement ne lui coütait que six cents franes par mois. -Une misére, dit-il en voyant le h a u t- le - c o r p s que fit Nais. Vous avez á vos ordres une voiture pour cinq cents franes par mois, ce qui fait en tout cinquante louis. Vous n’aurez plus qu’á penser á votre toilette. Une femme qui voit le grand monde ne saurait s’arranger autrement [...] Ici Ton ne donne qu’aux riches.11 [...temía ya no tener suficiente y contraer deudas. Chátelet le informó que su
11 Op. cit., p. 175. Cursivas nuestras.
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apartamento sólo le costaba seiscientos francos por mes. -Una miseria, dijo, viendo el s o b r e s a l t o de Nais. Por quinientos francos al mes tiene usted a sus órdenes un coche, lo que hace un total de cincuenta luises. Sólo tendrá usted que pensar en su vestuario. Una mujer que aspira al gran mundo no podría establecerse de otra manera [...] Aquí uno no le da más que a los rícos.l
El comportamiento observable, un “sobresalto”, es una ocasión soñada por el observador, Chátelet, quien se lanza en una especie de lección de moral social a la parisiense. Comprendemos entonces retrospectivamente que el juicio de avaricia, repercutido por el sujeto de enunciación, es de hecho llevado por el mismo Chátelet en la interacción enunciada; el observador social entra en ese caso en sincretismo con uno de los acompañantes del sujeto apasionado, no en la configuración de la avaricia, sino en la de la seducción, que se encuentra aquí implicada en la precedente, El sobresalto es el mensaje final que emana del recorrido pasional de Mme. de Bargeton, mensaje puesto en circulación en la interacción y susceptible como aquí de dar motivo a la estrategia manipuladora de los acompañantes. La naturaleza de la respuesta de Chátelet, la lección de moral económica, inscribe explícitamente ese “sobresalto” en una isotopía moral. El ejemplo elegido se compone de dos segmentos: el comportamiento manifestado y la moralización que le sigue; el comportamiento manifiesta la conjunción del sujeto apasionado con el objeto túnico (la disforia, en ese caso), y la moralización viene a sancionar esa conjunción. El comportamiento pasional pertenece a la clase de las manifestaciones somáticas de la pasión: rubor, palidez, angustia, sobresalto, crispación, temblor, etc. Podemos convenir en denominar emociones a tales manifestaciones. El efecto de “irrupción” de lo somático en la superficie del discurso, que caracteriza muy frecuentemente a la emoción, resulta del reembrague sobre el sujeto tensivo que hemos postulado para justificar la instalación del simulacro pasional en el discurso: al convocar en la cadena discursiva las modulaciones del sentir y del devenir, el reembrague prepara la irrupción somática de la emoción; en efecto, es en ese preciso momento del recorrido pasional que el sujeto sintiente se acuerda de que tiene un cuerpo. 9 El
esbozo del esquema patémico (continuación)
Estamos ahora en condiciones de considerar en su conjunto, como hipótesis de trabajo, el esquema patémico que permite reconstituir el estudio de la avaricia y del cual se sospecha que es capaz de organizar la sintaxis pasional discursiva en general. La moralización interviene al final de la secuencia y afecta a su con-
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junto, pero más particularmente al comportamiento observable. Presu pone entonces la manifestación patémica, denominada emoción, cuya apa rición en el discurso señala que la junción tímica se ha cumplido, dando la palabra al propio cuerpo. La sensibilización es presupuesta por la emo ción: es la transformación tímica por excelencia, la operación por la cual el sujeto discursivo es transformado en sujeto sufriente, sintiente, reaccio nante, conmovido. Ella misma presupone esa programación discursiva que hemos denominado disposición, y que resulta de la convocación de los dispositivos modales dinamizados y seleccionados por el uso; pone en mar cha una aspectualización de la cadena modal y un “estilo semiótico” carac terístico del hacer patémico. A la cabeza de la secuencia, la constitución determina, en fin, el estar-ser del sujeto, con el fin de que esté en posibili dades de acoger a la sensibilización; esa etapa obliga a postular en el nivel del discurso una determinación del sujeto discursivo anterior a toda com petencia y a toda disposición: un determinismo -social, psicológico, here ditario, metafísico, cualquiera que éste sea- preside entonces a la instau ración del sujeto apasionado. El simulacro pasional, que es por definición reflexivo, no abarca, por ese hecho, la totalidad de la secuencia, puesto que el sujeto proyecta ahí su propia trayectoria existencial y su disposición modal: se entra en el simulacro con la disposición y se sale con la emoción; la constitución, por que supone una especie de necesidad externa sobre la cual el sujeto apa sionado no tiene ningún control, y la moralización, porque pone en mar cha una evaluación externa, son etapas transitivas de la secuencia y no pertenecen al simulacro pasional propiamente dicho. Todas esas proposi ciones deben ser, por supuesto, precisadas y validadas ulteriormente en vista de su eventual generalización.
Observaciones finales
Desde el punto de vista de la teoría como desde el punto de vista del méto do, el estudio de la moralización presupone el de la sensibilización. En efecto, en la medida que se admite que la moralización interviene al final de recorrido, señala la terminación. Si nos colocamos desde una perspecti va de construcción del actor, la moralización constituye la fase final: todo juicio ético presupone -con razón o sin ella, poco importa-, que el actor haya “probado” y haya mostrado de lo que era capaz; la moralización com porta entonces en sí misma el rasgo terminativo y el rasgo cumplido. Es como si, en el momento en que interviene el juicio ético, el actor fuera de tenido en su desarrollo, fijado en la última imagen que el juicio selecciona para hacer un rol ético. Por otro lado, el juicio moral inscrito en las figuras de comportamiento
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presupone una disposición del sujeto, sin la cual las figuras en cuestión po drían pasar como accidentales y sin relación con el estar-ser del sujeto. La moralización no puede aprehenderse sino por los comportamientos obser vables que presuponen una disposición; para eso es necesario que sea re conocida previamente una intencionalidad de la pasión, bajo la forma de una imagen fin y de un dispositivo modal sensibilizado. Por todas esas ra zones, la moralización presupone a la sensibilización, y por eso el estudio del discurso moral descansa en el conocimiento de los universos pasio nales. Como procedimientos constitutivos de las taxonomías culturales, la sensibilización y la moralización desempeñan también un papel en la re gulación de la.intersubjetividad. En efecto, clasificando a los actores en función de los roles patémicos y de los roles éticos que están en posibilida des de desempeñar en la escena de la comunicación, esos dos procedi mientos permiten prever el comportamiento de los individuos. En las rela ciones sociales o interindividuales, el conocimiento de las taxonomías pasionales y morales permite a cada uno anticipar las conductas de los otros y adaptar las suyas: el sujeto identificado como “colérico”, “avaro”, “pródigo” o “crédulo” ofrece un motivo a la manipulación en la medida en que, conociendo con anterioridad la sintaxis de su recorrido, las estrate gias y contraestrategias pueden ser programadas en gran medida desde el principio de la interacción. Los roles patémicos y los roles éticos, al no poder ser reconstruidos por presuposición a partir de las performance, sino solamente conservados “en bloque” en la memoria de una cultura, anuncian de entrada el “modo de empleo” del sujeto, y el observador-ma nipulador dotado de la rejilla cultural adecuada puede desempeñarse entonces con la clave modal más apropiada. La sensibilización y la morali zación no son pues solamente procedimientos de descripción; son ver daderas operaciones disponibles por los actantes del enunciado y de la enunciación; también las taxonomías culturales que contribuyen a edifi car son una de las posturas de las estrategias de comunicación: ellas pre siden en gran parte el intercambio de los simulacros, y aquel que domine las taxonomías pasionales en una interacción puede actuar con ventaja en ese intercambio.
OBSERVACIONES SOBRE LA PUESTA EN DISCURSO DE LA AVARICIA
Al construir la configuración de la avaricia, se edifica al mismo tiempo el basam ento semionarrativo de un universo pasional y se dispone lo que concierne a la puesta en discurso. Habiendo constatado que la mayoría de las teorías de las pasiones permanecían deudoras de universos discursivos
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particulares, pare cía poco razonable producir una teoría que, con tintes de trascendencia y de deducción, habría, como las otras, racionalizado y sis tematizado una taxonomía ligada a una cultura particular. Pero el precio que hay que pagar, en lo que al método concierne, no es despreciable: a partir de man ifestacione s discursivas , y sobre el fondo de un pequeño número de hipótesis teóricas, es necesario separar progresivamente lo que pertenece (a título de hipótesis) a los univers ales y lo que pertenece a la puesta en discurso. No es éste el lugar para rehac er la teoría del discurso, pero sí para comprender cómo se articulan las diversas instancias que han aparecido en el estudio de la avaricia y de su configuración. Primeramente, en el ni vel de la tensividad fórica, u n pequeño número de modulaciones determina los “estilos semióticos” en el marco de un principio general de circulación del valor. Enseguida, en el nivel semionarrativo, los recorridos existenciales, así como los dispositivos modales sensibilizados, fijados y almacenados como “primitivos”, constituyen la base sintáctica de los efectos de sentido pasionales. Por último, en el nivel discursivo, la convocación de las magn i tudes precedentes suscita las imágenes fin y las disposiciones que se reú nen para formar los simulacros pasionales.
La praxis enunciativa
La dificultad principal, en el tratamiento de los universos pasionales, tie ne que ver con el regreso obstinado de la instancia cultural, que intervie ne en diferentes lugares y en todos los niveles. La hemos encontrado en el nivel discursivo con las dos operaciones de sensibilización y de morali zación, características de la praxis enunciativa en el dominio estudiado, pero tambié n en el nivel semionarrativo, por la selección que opera, de re torno, entre todos los dispositivos modales considerados. Pero -lo que era menos esperado- parece que ella se manifiesta también en el nivel de las precondiciones tensivas ; las modulaciones característ icas de la configu ración estudiada parecen, en efecto, inseparables de un componente cuan titativo, de manera que el compromiso de las tensiones entre las fuerzas cohesivas y las fuerzas dispersivas reside en la estabilización de un actante colectivo; además, el devenir es aquí el objeto de una interpre tación restrictiva, que lo reduce a un principio de circulación de un flujo de valores en el seno de la comunidad. Por otra parte, ni la sensibilización ni la moralización reciben una explicación satisfactoria sin referencia a tal o cual fenómeno propio en el nivel epistemológico, como, entre otros, la “hexis sensib le”. Hemos considerado hasta ahora, a manera de hipótesis de trabajo, que la praxis enunciativa podía resolver todas esas dificultades; en efecto,
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gracias al ir y venir entre lo semionarrativo y lo discursivo, basta con ex plicar cómo las taxonomías connotativas, elaboradas primero por el uso, se integran enseguida a la “lengua” instalando allí los primitivos. Pero parecería que la cultura interviene también de otra manera: si se admite que la existencia semiótica se constituye gracias a la homogeneización de lo interoceptivo y de lo exteroceptivo gracias a lo propioceptivo, se plantea al mismo tiempo la existencia de macrosemióticas del mundo natural, que aguardan de alguna manera al sujeto de la percepción para llegar a ser significantes. Ahora bien, las “morfologías” del mundo natural no son únicamente físicas o biológicas; son también, entre otras, sociológicas y económicas; es decir, en un sentido, específicas de las áreas culturales y de las épocas históricas. En otros términos, los significantes del mundo que son integrados a la existencia semiótica por la percepción no serían todos “naturales”, y el horizonte del ser que se dibuja detrás de la tensividad fórica estaría determinado culturalmente en parte, incluso económicamente, como en el caso que nos ocupa. Así, parecería que en la configuración de la avaricia las tensiones estuvieran ya, antes incluso de la categorización y de la formación de los actantes sintácticos, desviadas en parte por lo que hemos denominado el “flujo circulante del valor”, que sería algo así como la huella dejada sobre el horizonte óntico por las determinaciones socioeconómicas. Nada impide, por otra parte, pensar que esa desviación resulta también del uso y de la praxis enunciativa; efectivamente, ésta no puede actuar sobre la presencia de los primitivos culturales en el nivel semionarrativo si no es estereotipando los productos de la convocación en discurso: las magnitudes convocadas son seleccionadas, modeladas por el uso y devueltas a la memoria semionarrativa; uno se podría imaginar que sucede lo mismo con el nivel tensivo, puesto que es también objeto de “convocaciones” en el discurso: así es como hemos concebido los estilos semióticos. Si regresamos ahora a la puesta en discurso propiamente dicha, distinguiremos dos órdenes de fenómenos: por un lado, un conjunto de fenómenos relativamente bien conocidos en semiótica, como la actorialización o la aspectualización, sobre los cuales el estudio de la avaricia y de su configuración difunde una nueva luz; por otro lado, un conjunto distinto de fenómenos poco o mal conocidos, como el esquema patémico canónico o los simulacros pasionales, sobre los cuales parece prudente antes de tomar alguna posición recabar más información, especialmente gracias al estudio de los celos. Para los primeros, se puede considerar desde ahora un balance provisional. La actorialización: roles temáticos y roles patémicos
La actorialización es un procedimiento que consiste en proyectar por
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desembrague a los actores que tienen el estatuto del “no Yo” y que re cibirán vertimientos sintácticos, bajo la forma de roles actanciales y modales, así como vertimientos semánticos, bajo la forma de roles temáti cos. Dentro de ese procedimiento muy general conviene interpretar la aparición de los roles patémicos y de los roles éticos. Con respecto a los roles actanciales, cuyo encadenamiento obedece a la sucesión de las pruebas y de las modalizaciones, el rol patémico aparece globalmente como un segmento del recorrido actancial, segmento dinamizado por la sintaxis intermodal; para la puesta en discurso, la enunciación podrá recurrir a esos segmentos acabados, estereotipados, a fin de manifestar las zonas sensibilizadas del recorrido actancial. En lo concerniente a los roles temáticos, que se pueden encatalizar sobre el fondo de un recorrido temático a partir de la diseminación de los contenidos semánticos, el rol patémico será un segmento sensibilizado del recorrido temático, que es ya en sí mismo un estereotipo. En los dos casos, el actor es investido con segmentos de roles sensibilizados y moralizados. No obstante, la distinción entre roles temáticos y roles patémicos presenta a veces cierta dificultad y merece un examen más atento. A la vista de los análisis que preceden, se puede señalar una primera diferencia relacionada con la orientación de los procedimientos de cons trucción. Entre el avaro y el economizador, no hay diferencia de compe tencia si únicamente se examina el contenido de las modalidades en cues tión, pero aparece una cuando se toma en cuenta el procedimiento. De he cho, para el analista, la competencia del economizador es exclusivamente retrospectiva: el economizador es alguien del que se sabe solamente des pués, a la vista de los resultados obtenidos, que es capaz de moderar sus gastos; en cambio, la del avaro parece prospectiva, en la medida en que el avaro es alguien del que se puede prever, antes de todo resultado, que no va a gastar. Pero las cosas son más complejas, puesto que el rol temático comporta también una programación discursiva del actor y, en consecuencia, un fac tor de previsión. La diferencia, un poco sutil para ser operatoria, tiene que ver con el hecho de que el rol patémico es prospectivo antes incluso de su construcción, mientras que el rol temático llega a serlo después de su cons trucción. Uno podría, al parecer con más fortuna, interrogarse sobre la aspectualización de cada tipo de roles. La competencia del economizador sólo se manifiesta si la situación se presta a ello -es decir, cuando se presenta la ocasión de economizar-; la competencia del avaro es siempre manifestable, independientemente de la situación narrativa -po r ejemplo, en una fisonomía, en una mímica o en una gestualidad- ya que el papel patémico afecta al actor en su totalidad. El rol temático es iterativo y el rol patémi co permanente; por eso se buscará, en la descripción del avaro, localizar
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en su rostro, en sus miradas, manifestaciones de la pasión, mientras que a nadie se le ocurriría la idea de escudriñar en la fisonomía de un economizador para descubrir rasgos de sus capacidades. La explicación es relativamente simple: la manifestación del rol te mático obedece estrictamente a la diseminación del tema en el discurso, mientras que la del rol patémico obedece a la lógica de los simulacros pa sionales, a una diseminación imaginaria independiente del tema. Una distinción así debería permitir no sólo diferenciar los dos tipos de roles, sino también localizar en el discurso el paso de lo temático a lo pa témico: cuando la recurrencia del rol parece anárquica -es decir, cuando ya no obedece a la diseminación del tema-, se puede considerar que se trata de un rol patémico; el economizador llega a ser avaro cuando la resistencia a la circulación de los valores interviene en el discurso “a despropósito”, ahí cuando no se la esperaba. Esa particularidad aspectual tiene que ver tanto con la permanencia que caracteriza a toda disposición cuanto con la forma obsesiva que puede tomar una pasión como la avaricia.12 Como en el aprendizaje, la recurrencia del hacer y la recurrencia modal son constitutivas del rol temático: por la repetición, el control y el espaciamiento de los hacer, el economista aprende su rol. N.B.
Habría que distinguir aquí la “recurrencia” del aspecto “iterativ o”. El avaro es un rol “permanente”, mientras que el colérico es un rol “iterativo”: se trata en ese caso de la aspectualización interna del rol, y la oposición “permanente/iterativo” tiene un valor distintivo entre las dos figuras. Pero, como estereotipos, el avaro y el colérico presentan ambos una recurrencia funcional que permite identificar el rol como una c l a s e d e c o m p o r t a m i e n t o s . De esta forma, la recurrencia funcional asegura la previsibilidad del com portamiento. De alguna manera y sobre otra dimensión, las clases de com portamiento, temáticos o pasionales, son homólogos de las clases fun cionales de Propp.
12 Es perfectamente observable, por ejemplo, que un rol como el de la “madre” pueda aparecer como una pasión cuando la interacción del hacer “maternal” es diseminado “a despropósito”. Mme. Bridau, en La rabouilleuse de Balzac, es el prototipo perfecto de una madre apasionada. Por un lado, con respecto a Joseph, su hijo menor, es simplemente madre tematizada: lo ayuda, lo cuida, le prepara su comida, etc.; por otro lado, con respecto a su pri mogénito Philippe, el sujeto malo, es una madre apasionada, es decir, sobre todo cuando las situaciones narrativas no se prestan a ello: en el caso de diversas malversaciones, endeu damiento, expoliaciones, de las que es culpable su hijo Philippe. Incapaz de reconocer en los comportamientos de su hijo aquellos que implican el tema “filial-maternal”, perdona todo, olvida todo, se deja arruinar, después rechazar; es mucho más significativo que ese rol patém ico, ese nci alm ent e localizable por su rec urren cia ap ar en tem en te anárq uic a, sea, por otra parte, el objeto de un juicio irremediablemente moral, en el momento de una confesión que precede justo a la mue rte de la culpable.
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La recurrencia productora de estereotipos permitiría tam bién redefinir ciertos términos de la nomenclatura pasional de las lenguas naturales, como, por ejemplo, el “carácter” y el “temperamento”. El “carácter” deriva directamente de la recurrencia funcional: se define siempre como clase, como permanencia de un mismo tipo de respuestas temáticas y pasionales ante situaciones que varían, y en ese sentido, el carácter como estereotipo reduce el equipamiento modal y temático del actor a un pequeño número de isotopías y de roles. En cambio, el “temperamento” que se funda en los equilibrios y en las jerarquías entre varios roles y varias isotopías modales podría definirse como la dominación de un rol patémico sobre los otros. De la misma forma como se encuentran en un dispositivo modal modalizaciones regentes, en el conjunto de los roles recorridos por un mismo actor se encontraría un segmento modal que sería un segmento regente en relación con la totalidad del recorrido. No se trata de buscar alguna vía para salvar los términos de la nomenclatura pasional, sino de señalar en esta ocasión que, acumulando los actores en el transcurso del discurso los dispositivos modales y varios tipos de roles, uno puede ser llevado a consi derar “macrodispositivos”, dentro de los cuales pueden aparecer los fenó menos de rección. Por otra parte, roles temáticos y roles patémicos guardan relaciones jerárquicas fundadas esencialmente en la presuposición. Cuando desde el punto de vista semántico un rol patémico presupone un rol temático, la recurrencia es coherente -es decir, isótopa-, y el segmento modal estereotipado y sensibilizado sustituye al segmento modal solamente estereotipado. Además, el rol patémico ve sus virtualidades semánticas reducidas por el rol patémico: así, decir de alguien que está “ávido de honores” conduce a restringir el rol patémico del avaro al agregarle una temática social. Cuando un rol patémico no presupone un rol temático, desde el punto de vista semántico la recurrencia es en gran parte aleato ria, es decir, anisótopa; todas las virtualidades semánticas del rol pueden entonces ser actualizadas. Otras asociaciones más complejas, pero también más reveladoras, son previsibles. Por ejemplo, el maquiavelismo supone, por un lado, una se cuencia de comportamientos y de estrategias fijadas en competencia sobre la isotopía política y, por otro, una disposición pasional. La secuencia temática es cierta forma sofisticada, pero estereotipada, de saber-hacer y de poder-hacer -el primero rige en este caso al segundo-; la disposición es la que da la desconfianza. En lugar de sustituir a la totalidad del segmento modal tematizado, como el avaro sustituye al economizador, la disposición pasional del sujeto maquiavélico se inserta en el recorrido temático y sólo ocupa allí una parte. Los recorridos temáticos de tipo político comportan una etapa en la que se decide la naturaleza contractual y/o polémica del hacer, en la que el sujeto es susceptible de ser modalizado por el creer; en
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el caso del maquiavelismo, la desconfianza ocupa el lugar de la creencia. Este ejemplo no es aislado: la mayor parte de las configuraciones encon tradas en los discursos concretos ofrecen roles mixtos e imbricaciones de ese tipo. En última instancia, la diferencia con el avaro es quizás pura mente lexical: en las inserciones de roles y de recorridos que, en los discur sos realizados, serían tan complejos en un caso como en el otro, la lexicalización retiene únicamente, de un lado, el segmento sensibilizado (el ava ro) y, del otro, la totalidad del recorrido (el maquiavélico). Por lo tanto, a este respecto se plantea una cuestión de fondo: en ese conglomerado de roles (modales, patémicos, temáticos) articulados entre ellos, ¿en qué se convierte el sujeto? El actor que comprende varios de esos roles ¿tiene todavía la posibilidad de producir un “efecto de sujeto”? Si nos atuviéramos a las asociaciones de roles, todos los actores-sujetos serían esquizofrénicos en potencia, pero la aspectualización restablece cierta coherencia. Gracias al desembrague, la puesta en discurso permite el despliegue de un universo discursivo autónomo; pero ese desembrague es pluralizante y es necesaria la intervención del embrague para restablecer cierta homogeneidad. Recursivamente, el discurso es presa también de las fuerzas cohesivas y dispersivas, como las modulaciones del devenir. En el ejemplo, la fuerza cohesiva que permite al actor reen contrar a pesar de todo su homogeneidad es la aspectualización. Efecti vamente, más allá de la aglomeración más o menos regulada de los roles, se dibuja un proceso de construcción del actor que podría tomar la forma de la secuencia pasional, esbozo de esquema patémico canónico que hemos creído reconocer: la constitución, la disposición, la sensibilización, la emoción y la moralización serían entonces interpretables como la aper tura, el detonador, el desarrollo y la instalación de los roles patémicos, y consecuentemente integrarían los conglomerados de roles subyacentes. Regresaremos a ello. La aspectualización
En general, distinguimos dos procedimientos aspectualizantes: la demar cación, que establece los umbrales y los límites en un modo continuo (cf. perfectivo/imperfectivo), y la segmentación, que tiende a fijar las etapas en un modo discontinuo (cf. incoativo/durativo/perfectivo). Pero para la puesta en discurso las cosas son sin duda un poco más complejas cuando se convoca a la vez magnitudes continuas y moduladas y magnitudes dis continuas y modalizadas. El esquema patémico, por-ejemplo, aspectualiza el proceso en un modo discontinuo; pero, por otra parte, como acabamos precisamente de sugerirlo, reintroduce continuidad y homogeneidad ahí donde las diferentes etapas de la modalización, tanto en el recorrido gene
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rativo como en el desembrague, habían engendrado a fin de cuentas una pulverización de los roles. De hecho, la aspectualización de las pasiones reviste varias formas. Sin buscar aquí tratar in extenso toda la cuestión, quisiéramos sacar solamente algunas de las enseñanzas que nos sugiere el estudio de la avaricia y de su configuración. Hemos encontrado ya al menos cuatro niveles diferentes de la aspectualización; primeramente, la recurrencia funcional de los roles temáticos y patémicos, que está excluida de entrada, al pertenecer no a los sememas analizados, sino al procedimiento que los ha construido; enseguida, hemos señalado una aspectualización que procede por segmentación de las etapas de la pasión, pero que aún no está suficientemente apuntalada; queda, de un lado, la aspectualización de las ocurrencias de la pasión, que está encargada de alguna manera de administrar lo continuo y lo discontinuo de las manifestaciones pasionales en el discurso, y, de otro lado, la aspectualización interna de cada ocurrencia, que sería de alguna manera constitutiva de la pasión en cuanto tal, independientemente de sus ocurrencias en discurso. ®La escansión La aspectualización de las ocurrencias del comportamiento apasionado escande la manifestación: se distinguirán así pasiones escandidas (la del colérico, por ejemplo) y pasiones no escandidas (la del avaro). En el caso de las figuras no escandidas, basta con el reconocimiento de la pasión para prevenir el comportamiento: reconocer a un avaro procura un poder de previsión máximo; en el caso de las figuras escandidas, se distinguirán las pasiones previsibles de las que no lo son: algunas serán frecuentativas, y el conocimiento de su periodo de manifestación permitirá prever el com portamiento; otras serán puntu ale s , es decir, no previsibles.13 Un mismo dispositivo modal sensibilizado puede recibir cada una de esas formas aspectuales; así, el de la cólera aparecerá, ya sea como durativo y no escandido (i.e. irritable), como frecuentativo {Le. colérico) o como puntual 13 Théodule Ribot utiliza esas categorías, en otras denominaciones, para distinguir los sentimientos (no escandidos), las pasiones (frecuentativas) y las emociones (puntuales). Las mismas distinciones se encuentran también en el discurso de los médicos generales que, frente a un síntoma, en particular en el dominio de los padecimientos inmunitarios, están obligados a apoyarse en categorías aspectuales para hacer un diagnóstico: por ejemplo, frente a un padecimiento que se repite pero en el que no reconocen ninguna regularidad y ningún factor de previsión, concluyen en la puntualidad y establecen el tratamiento según ese diagnóstico. La analogía tiene su fundamento, ya que en el caso de los padecimientos inmunitarios, como en el de la semiótica de las pasiones, el procedimiento de análisis debe hacer aparecer hasta qué punto el estar-ser del sujeto está implicado en las manifestaciones concretas observadas.
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(Le. furioso);
en principio, no importa qué rol patémico pueda recibir toda la panoplia de las formas de la escansión, pero de hecho el léxico sólo se lo concede a algunos de ellos. La categoría de la escansión pasional desempeña un papel esencial en la regulación interindividual y social, en la medida en que pone las ocu rrencias del comportamiento pasional bajo el control de un observador que aspectualiza. En efecto, más allá de su papel descriptivo y distintivo en el análisis, necesitamos ver bien que, una vez que ella está integrada en una taxonomía cultural como uno de los rasgos definitorios de los roles patémicos, permite a un acompañante eventual del sujeto apasionado prever los accesos, las crisis y los éxtasis afectivos en el recorrido de este último. ®La pulsación La aspectualización interna de cada ocurrencia procura a la manifes tación pasional una pulsación que regula las tensiones y las distensiones del proceso pasional propiamente dicho. La pulsación comprende, entre otras, la triada clásica “incoativo/durativo/terminativo”. En un sentido, la pulsación no es otra cosa que la forma discursiva que toma la sintaxis in termodal y que permite explicar cómo los dispositivos modales pueden lle gar a ser las disposiciones en discurso. Pero, en otro sentido, puede haber sufrido desviaciones y esas varia ciones desempeñan entonces un papel distintivo entre las pasiones. Así, entre las variantes del “miedo” se señalan, como rasgos aspectuales dis tintivos, la anterioridad en la “aprensión”, la incoatividad en el “pavor”, la duratividad en el “terror”. De hecho, en la serie “aprensión-pavor-terror” la aspectualización de la pasión es inseparable del recorrido del antisujeto mismo, ya que el sujeto apasionado es él también, en este caso, el obser vador que aspectualiza gracias a una puesta en perspectiva: según si to ma la amenaza anteriormente, incoativamente o en coincidencia, experi menta una u otra de esas pasiones. Eso no tiene nada de sorprendente, en la medida en que la mayor parte del tiempo la aspectualización de los pro gramas pragmáticos en sí mismos es función de las peripecias y de la in teracción entre el sujeto y el antisujeto. Esa sería, por otra parte, una pro piedad que merecería ser examinada más ampliamente y, dado el caso, generalizada: las variaciones de tensión que se observan en el compo nente aspectual del discurso se explican frecuentemente por variaciones de equilibrio entre fuerzas antagónicas. Las variaciones de tensión y de distensión que regula la pulsación pa j sional son inhe rentes también a la trayectoria existencial que se da el su jeto apasionado; el avaro, por ejemplo, conoce la tensión en “no conjun ción”, una tensión superior en “disjunción”, una tensión máxima en “no disjunción” (él retiene), después la distensión en “conjunción” (él acumu
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la). Variaciones como ésas repercuten de manera general en las modula ciones tensivas del devenir. De hecho, parece cada vez más difícil mantener la aspectualización en un nivel determinado del recorrido de la construcción teórica. Un gran nú mero de investigaciones sugieren casi unánimemente que se trata de una determinación semiótica de gran generalidad, equivalente quizás a la del cuadrado semiótico. Como para el modelo constitucional, situado en las estructuras profundas y que no cesa en la práctica de escapar de ese lu gar, la aspectualización parece abarcar las propiedades que escapan tam bién a toda asignación de ese tipo. Es por eso que hemos previsto, en el nivel de las precondiciones de la significación, un conjunto de modula ciones tensivas que prefiguran ya la aspectualización discursiva propia mente dicha. La intensidad
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El análisis concreto de una configuración pasional como la avaricia hace resaltar la categoría de la intensidad en todos los contornos de la estruc tura. Esta pertenece a los procedimientos de la aspectualización: por una parte, es una de las formas de la distribución de las tensiones y de las dis tensiones en el desarrollo del proceso; por la otra, implica un actante observador capaz de comparar las intensidades, de orientar las escalas graduadas por una puesta en perspectiva y de establecer los umbrales. Basta, además, con reencontrar en la escala de intensidad de la pasión, de un lado, el exceso; y del otro, la insuficiencia para comprender que la demarcación cumplió su tarea. Ya se ha señalado en el campo de la avaricia que la intensidad del de seo remitía siempre a una cierta representación del reparto y de la circu lación de los bienes en la comunidad y a ciertas modulaciones del flujo social. Es decir, que la intensidad es una forma discursiva que manifiesta magnitudes semionarrativas o tensivas que, en sí mismas, nada tienen de “intenso”. El hecho es patente también en otras configuraciones como aquélla, por ejemplo, de la “estima-admiración-veneración”. La estima es definida como un “sentimiento nacido de la buena opinión que se tiene del mérito, del valor de alguien”; la admiración es “un sentimiento de gozo o de rego cijo frente a lo que se juzga superiormente bello o grande”; la veneración es “un gran respeto hecho de admiración y de afecto”, que toma a menudo una acepción religiosa, en la que la admiración se mezcla con el temor. Para el enunciatario de un discurso en el que aparecen sucesivamente esas tres pasiones, el efecto producido es el de una intensidad creciente. Pero un examen más profundo revela que la intensidad comprende aquí cambios estructurales. En cuanto a la estima, procede por comparación
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con otros individuos (supuestos o reales) para concluir en el mérito o en el valor; la admiración compara al individuo con la totalidad de los indivi duos pertenecientes a la misma categoría: del superlativo relativo se pasa al superlativo absoluto; por último, en el caso de la veneración, es el ob servador-evaluador en sí mismo, respetuoso y temeroso y por lo tanto do minado, quien se hace humilde comparando al que es mesurado con el comparado. La aparente graduación de la evaluación descansa entonces de hecho en una serie de variaciones discontinuas del término de referen cia, y las variaciones de intensidad abarcan sucesivamente: un superlati vo relativo transitivo (para la estima), un superlativo absoluto transitivo (para la admiración) y un superlativo absoluto transitivo y reflexivo a la vez (para la veneración). Para eso, la intensidad sería un efecto de sentido de variaciones cuantitativas en la estructura actancial y modal de la con figuración. Ello no quiere decir que no los traduzca en discurso en un mo do continuo y tensivo. Haría falta, sin duda, distinguir entre la función distintiva de la in tensidad y su función constitutiva. Es distintiva cuando permite diferen ciar superficialmente, por ejemplo, la estima y la admiración; en ese sen tido, la intensidad es una información que los acompañantes del sujeto apasionado pueden aprovechar para identificar inmediatamente el rol patémico que ten drán que tomar en cuenta en la interacción. Merced a la intensidad, el sujeto apasionado deviene informador para su acom pañ ante observador; por lo demás, ese seña lamiento vale para toda intensidad, puesto que un azul intenso es, entre otros, un azul que atrae la mirada, como una “pena violenta” es, para comenzar, una pena que se impone al observador más desatento. En ese momento, la intensidad aparece como la manifestación sensible de un hacer-saber que se supone debe alertar a los acompañantes del sujeto apasionado. Pero esa función distintiva superficial actúa sobre las variaciones de la intensidad constitutiva de la pasión, intensidad que permite establecer la diferencia entre lo que es pasión y lo que no lo es; en ese sentido, la intensidad m anifiesta la sensibilización del dispositivo modal. Para comprender cómo los fenómenos discontinuos, los cambios de posición del observador -como en la avaricia, la generosidad o la disi pación- y los cambios de referencia -como en la estima, la admiración y la veneración- pueden ser manifestados de manera continua y tensiva, es necesario sin duda volver a las modulaciones del devenir. Ya hemos suge rido que la intensidad del deseo del avaro podía ser interpretada como un desequilibrio entre las fuerzas de cohesión y las fuerzas de dispersión colectivas e individuales: la constitución de un lugar individual y exclusi vo en detrimento de la cohesión del colectivo está en ese caso en el origen del efecto de intensidad. Esa sugerencia podría ser generalizada, tomando las precauciones
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que se imponen. En la serie “estima-admiración-veneración”, los lugares respectivos del objeto-sujeto evaluado y del observador apasionado evolu cionan en sentido contrario: a medida que se afirma y se impone el lugar ¿el otro, el del observador se atenúa; sin que eso se traduzca explícita y categorialmente por las variaciones modales, se comprende que la rela ción de fuerzas se invierte y que esa inversión podría ser explicitada, eventualmente, gracias a las transferencias de poder o de saber. El fenó meno que tratamos de comprender estaría, por consiguiente, situado más acá de la modalización y de la categorización. Es como si en la intersubje tividad tividad toda emergencia emergenc ia pasional pudiera poner en duda el lugar de cada uno de los interactantes, como si la pasión los volviera a sumergir en un estrato presemiótico en el que la identidad de cada uno es todavía ines table y depende de la identidad de otro; una identidad interactancial se compartiría y cada identidad individual se establecería a expensas de los otros. Surge otra vez la idea de que la intensidad, como toda aspectualización, descansa en las variaciones de equilibrio entre la cohesión y la dis persión, cuy cuyoo desafío es la estabilización estabilizac ión de los los lugares lugar es actanciales. actancia les. Ésa sería por el momento la única explicación plausible de la cual podríamos disponer para intentar conciliar una cuantificación que se expresa por variaciones de equilibrio entre fuerzas adversas y variaciones de intensi dad que manifiestan cambios discontinuos. Tal hipótesis abre nuevas pers pectivas para pa ra comprend com prender er cómo cómo se esbozan en un u n espacio presemiótico las la s regulaciones, las axiologías arcaicas. Retornemos al exceso, definido como una “cantidad demasiado gran de, un propasarse de la mesura y de los límites”; la intensidad está aquí dotada de un umbral, de una frontera más allá de la cual algo ha cambia do. En el campo de la avaricia, el exceso aparece como un desequilibrio destructor: el exceso de la retención pone en peligro la circulación en la co munidad, el exceso exceso del gasto pon ponee en peligro los los “luga “lugares” res” individuales, y la insuficiencia de los objetos deseados hace aparecer trampas en las que se pierde el flujo flujo social; igualmen igu almente, te, la veneración filial filial o amorosa puede ser considerada como excesiva cuando pone en peligro la identidad misma del sujeto apasionado. Lo mismo se podría decir del exceso de desesperación o de autoridad. Cada vez que un dispositivo interactancial ha alcanzado cier to grado de estabilidad, toda figura pasional que pueda hacerle retroceder a un estado anterior menos estable será considerada como excesiva. El juicio ético que aparece entonces en discurso no hace más que reformular la regresión que amenaza al devenir interactancial. Se obser va a menudo que el exceso señala un cambio de isotopía en el nivel discur sivo, lo que no es en general el caso de la intensidad. Así, entre una pena ordinaria y una pena “intensa” o, incluso, “violenta”, sólo es modificado el equilibrio entre la euforia y la disforia; pero, un límite es traspasado con
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una pena “excesiva” que nos nos hace pasa p asarr a otra isotopía isotopía:: aquélla, por ejem plo, plo, de la afectación o de la patología. Cualqui Cua lquiera era que sea finalm ente ls interpretación aceptada, no está por demás anotar que comenzará siem pre por volver a cuestiona cues tionarr el estat es tatuto uto del sujeto: ya sea su estat es tatuto uto veriveridictorio (hace demasiado), o bien su estatuto mismo de sujeto semióticc (hay una falla en algún lado); el cambio de isotopía que se observa en superficie, el paso de una frontera, remite siempre a una desestabilización de los dispositivos interactanciales. De un lado, el de la intensidad, se trata de un devenir en vías de evo lución, de los dispositivos protoactanciales que buscan estabilizarse y en los que la sensibilización se incorpora literalmente. De otro lado, el del ex ceso, se trata de un devenir ya evolucionado, pero que amenaza con retro ceder hacia los dispositivos protoactanciales deséstabilizados; el obser vador social, al tomar partido contra esa regresión que amenaza, moraliza la manifestación pasional para reafirmar un estado de cosas a expensas de un estado de ánimo.
3. LOS CELOS
El primer objetivo de un estudio consagrado a los celos era el de disponer, junto jun to con una un a pasión que en un prim er acercamiento podía pas ar corn corno o una “pasión de objeto” -la avaricia-, de una pasión intersubjetiva que contuviera, por lo menos potencialmente, tres actores: el celoso, el objeto, el rival. Ciertamente, la avaricia se reveló intersubjetiva, al menos implí citamente, y sobre todo en el momento de la moralización. Pero los celos ofrecen la ventaja de hacer explícita una escena pasional con varios roles, un entrelazamiento de estrategias, una verdadera interacción dotada de una historia y de un devenir, desde la manifestación lexical de la configu ración, y a fortiori en el discurso. Por cierto, en el recorrido discursivo del avaro, las relaciones intersub jetiva s sólo sólo aparecen apare cen en el momento de la evaluación; evaluación; desde luego que en profundidad profun didad son el resorte reso rte del “fluj “flujo o circulante del del valor” valor ”, pero en el nivel discursivo tienden a borrarse en provecho de las relaciones de objeto; es pues solamente solam ente a la luz de la moralización como como nos nos damos cuenta de que las riquezas acumuladas y retenidas lo son a expensas de otro. En cambio, ios celos aparecen de entrada sobre el fondo de una relación intersubjetiva compleja y variable, presente por definición a todo lo largo del recorrido pasional: el tem or de perder p erder el objeto objeto no se comprende comprende aquí más que pol pol la presencia de un rival potencial o imaginario, y el temor del rival nace de la presencia del objeto de valor que tiene la función de desafío. Señalamos desde ahora que el recorrido pasional es aquí función de relaciones duales entre tres actantes y el conjunto está orientado por la persp ectiva adoptada adop tada por el celo celoso so;; los los celos celos,, en ese sentido, pueden sertanto un desamparo y un sufrimiento como un temor y una angustia, según si el acontecimiento decisivo es anterior o posterior a la crisis pa sional. Si el acontecimiento -la junción del rival con el objeto- es tomado antes de su advenimiento, la relación de rivalidad - S ,/ ^ - pasa pasa al prim primer er plano y s uscita el temor: se t ra ta entonces de vigilar al otro, de d esb aratar arat ar sus acercamientos, de desviarlo del objeto, de acaparar a este último para excluir al rival. Si el acontecimiento es tomado una vez realizado, es evi dente que para el celoso, a menos que busque vengarse, no hay mucho que hacer con el rival; en cambio, la relación de apego -Sj/O.S^- pasa al pri mer plano. El celoso se vuelve entonces hacia el objeto, sobre el cual se pregu pr egu nta a quién ama verd aderame ader amente nte y h as ta qué punto puede confiar en él. Es sólo entonces cuando el sufrimiento se nutre de variaciones fidu ciarias y epistémicas. [159]
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Pero ésa no es más que una variación de perspectiva, en el eje de la anterioridad y de la posterioridad, que presupone un dispositivo actancial único y que depende de la puesta en discurso; de un lado, focaliza los efec tos de una sintaxis, ya que las formas de los celos evolucionan al mismo tiempo que las de la junción; del otro, otro, presupone la constancia de un a con figuración. La descripción de la pasión como tal comienza por la de las constantes subyacentes a la puesta en discurso y a sus variaciones. Por otra parte, el análisis lexical, habiendo revelado sus límites y sus presup pre supues uestos, tos, será se rá aho ahora ra estric est rictam tam ente en te ancilar anc ilar y la construcción de los celos se sustentará, en lo esencial, en el aporte de los moralistas, de los dramaturgos y de los novelistas. De hecho, merced a un estudio “en expansión” de la pasión, y con base en datos textuales más numerosos y más variados, entrevemos ahora la posibilidad de enriquecer los modelos sintácticos y de ap render rend er la organización organización completa de una configurac configuración. ión.
LA CONFIGURACIÓN
Apego y rivalid riv alid ad
Un primer acercamiento, inspirado por la semántica lexical, consistirá en dejarse guiar un momento por las definiciones del diccionario. Para tener una primera idea de lo que son los celos, parecería útil saber a qué confi guraciones más extensas pertenecen. A la vista de las definiciones, de los correlatos, de los sinónimos y de los antónimos, parece que los celos se ubican en la intersección de la configuración del apego y la de la rivali dad, que corresponden respectivamente a la relación entre el celoso y su objet objetoo -Sj/OjSg- y a la relación entre el cel celos osoo y su rival - S j ^ . Todas las definiciones de los celos dan cuenta, directa o indirecta mente, de un antisujeto que amenaza con hacer estragos o que ya los ha hecho. Por ejemplo, un antónimo como “bonachón” se glosa, entre otros, por “complaciente”, “complaciente ”, “inofensivo” “inofensivo”,, “pacífic “pacífico” o”,, lo que lleva a confirmar confirm ar el ca rácter “combativo” y “ofensivo” del celoso y, por lo tanto, la presencia al menos potencial de un rival en su territorio. Además, el celoso es ante to do -y por su misma etimología- alguien “particularmente apegado a...”, que “depende absolutamente de...”, y es por eso que los celos remiten tam bién al deseo, al celo celo y a la envidia. El apego está también tam bién presen pre sente te en los los antónimos, en negativo esta vez: “indiferente” se glosa como “insensible” o “apartado”, por ejemplo. Pero hay que ver bien que esas dos configuraciones están, si no muy próximas próxim as entre en tre sí, por p or lo menos cuidadosam cuidad osamente ente artic uladas ula das en los celos. celos. En una especie de presuposición alternada, el apego se refuerza con la
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rivalidad y la rivalidad se agudiza con el apego que la motiva. La conse cuencia de esa articulación de dos configuraciones en gran parte autóno mas no es nada despreciable; por una parte, la rivalidad nunca será, para el celoso, alegre y conquistadora, sino que aparecerá más bien como dolorosa y amarga, teniendo como perspectiva la pérdida del objeto; por la otra, el apego será profundamente inquieto y preocupado, ya que la ame naza del rival está latente: por ejemplo, puesto que lo único que cuenta es la relación con el ser amado, una inquietud guarda la huella de la activi dad amenazadora y más o menos imaginaria de un antisujeto. Por eso es que Proust hace observar, a propósito del amor que Swan confiesa a Odette de Crécy, que el amante al esforzarse sin cesar por conservar a su amante para él solo, en lo único que sueña es en deleitarse con lo que, al principio, ha cía sus delicias. La L a intersección inte rsección ent re las dos configuraciones no es una simple acumulación semántica o una conexión de isotopías: cada una es modificada considerablemente por influencia de la otra, como si cada modalidad fuera modificada en sus efectos de sentido por la in fluencia de las otras, dentro de un dispositivo modal fijado. Una de las explicaciones posibles se puede encontrar sin duda en el dispositivo actancial que postulamos desde el inicio: el triángulo Sj/S^O-Sg no es la suma aritmética de dos relaciones duales, sino una interacción. Asimismo, el celoso es un sujeto acosado entre dos relaciones que lo solici tan cada una por completo, pero a las cuales jamás puede consagrarse ex clusivamente: preocupado por su apego cuando lucha, está, a la inversa, obsesionado por la rivalidad cuando ama.
Primera configuración genérica: la rivalidad
®Rivalidad, antagonismo y competencia La “rivalidad” sería, según el diccionario Petit Robert , la “situación de dos o más personas que se disputan algo” (especialmente, el primer lugar, el prim er puesto). “Situación” Situaci ón” remite remi te a un dispositivo actancial y narra tivo, independientemente de toda manifestación pasional; ése sería el núcleo sintáctico de toda la configuración. Se notará la existencia de una relación polémica arquetípica, arqu etípica, eventu eve ntualm almente ente organizad orga nizad a alrededor alreded or de un objeto (el “algo”), pero más a menudo en torno a una calificación de los sujetos (la superioridad), que podría ser interpretada como el resultado de una com paració n en tre competencias modales. El “antagonismo”, “rivalidad entre varias personas o varias fuerzas que persiguen un mismo objetivo”, especifica la rivalidad al atribuir a los antagonistas un mismo enfoque de objeto y programas narrativos parale los. En la rivalidad, el objeto no es más que un lugar vacío, un “algo” que
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la interacción entre los dos rivales parece plantear como objetivo; la iden tidad de ese objeto se precisa sólo en los correlatos -aún muy alusiva mente- como “resultado” o “ventaja”. Lo mismo sucede con la “competen cia”, que agrega una “búsqueda simultánea” a la especificación prece dente, es decir, un recorrido discursivo temporalizado y aspectualizado. La categoría de la junción y la estru ctura polémica presentan aquí una articulación muy particular: la primera no sería más que una variante de la segunda, mientras que el “objeto” no es otra cosa que la identidad de en foque de los rivales. En otros términos, ese lugar vacío al que apuntan los rivales, lo crean al apuntarlo, y la convergencia de sus esfuerzos diseña un objeto. Eso es también lo que traduce la simultaneidad de los recorridos, realzada a propósito de la competencia: la superposición aspectual no es un accidente discursivo, es el signo de la identidad de los enfoques. ®La emulación La “emulación”, “sentimiento que lleva a imitar o a superar a alguien en mérito, en saber, en trabajo”, es un antiguo sinónimo de “rivalidad” y de “celos”. La emulación aporta a la rivalidad una nueva especificación. Lejos de proseguir el mismo camino que el antagonismo y la competencia, en las que veíamos dibujarse un objeto, la emulación se focaliza en la compara ción entre las competencias de Sj y S2; esa competencia puede ser apre hendida tal cual, como saber-hacer o poder-hacer, o por medio del juicio ético que la transforma en “mérito”. Ya que es un objeto modal el objeto que emerge de la rivalidad, el antagonismo toma aquí por objetivo al ser mismo de los sujetos. En la lengua contemporánea, el “mérito” ha llegado a ser, no obstante, el “mérito de algo”, mérito que se mide con referencia a un objeto de valor adquirido o esperado. La focalización del objeto es entonces restablecida, pero es s ometida a una condición de competencia y de reconocimiento. De hecho, el mérito de un sujeto es apreciado por el conjunto de su recorrido y no solamente por el resultado obtenido: se evalúa su manera de hacer, su manera de ser, su conducta en el curso de las peripecias y su actitud frente a los obstáculos encontrados. El mérito así definido parece descansar sobre los mismos efectos modales que la pasión: es una forma de la competencia que no se agota en la realización de la performance, que no es reconstruido por presuposición a parti r de la competencia, sino que aparece como un “excedente modal”, caracterizador del ser del sujeto más acá o más allá de la competencia requer ida p ara la realización del programa. Además, la emulación por medio del mérito separa radicalmente el hacer polémico asociado a las pruebas calificantes y decisivas de la atribu ción del objeto, asociado a la prueba glorificante. Es sólo en el momento del reconocimiento, bajo la responsabilidad de un Destinador, cuando el
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sujeto recibe la recompensa que merece. Esa distribución en dos etapas confirma la doble interpretación que pueden recibir las modalizaciones de la competencia: por un lado, en términos de eficacia y de necesidad -es así como aparecen por presuposición a partir del éxito o del fracaso-, por otro, en términos de manera de hacer o de estar-ser del sujeto -así aparecen por medio del juicio ético. En fin, la emulación aporta una última especificación nada desprecia ble a la configuración de la rivalidad: definida como un “sentimiento que lleva a...”, en ese conjunto es la primera figura que accede al rango de pasión. Cuando el mérito del émulo parece apoyarse ya en un “excedente modal” semejante al de los efectos pasionales, la nomenclatura se consti tuye como un rol patémico incluye una competencia sensibilizada, lo que nos incitaría a seguir persistiendo en la idea de que lo ético, como la pasión, aparece en el discurso cuando los efectos modales del e star-ser pa recen desolidarizarse de la competencia con vistas al hacer. Por otra parte, el dispositivo modal y actancial de la rivalidad se encuentra sensibilizado justo cuando el conjunto es puesto en la perspectiva de un solo sujeto. La rivalidad, el antagonismo y la competencia, que no presentan ninguna pues ta en perspectiva particu lar, no son tratadas como roles patémicos s i no como “situaciones”. Para que exista la emulación, es necesario que S2 haya hecho sus pruebas; luego, que Sj iguale o supere a S2, lo que hace de S1 el “émulo” y de S2 el modelo, el sujeto de referencia; la rivalidad o la competencia no son ya simétricas: no estamos más ante una pareja de pro cesos aspectualizados en simultaneidad, sino frente a un proceso no termi nado, el de Sj_, en relación con otro, el de S2, tratado como concluido, y que indica a S1un límite, un umbral de competencia que hay que alcanzar. En ese momento, la emulación sólo tiene sentido si la rivalidad es tomada en la perspectiva de S1, y es así como llega a ser una pasión. 9 La envidia
En las definiciones del diccionario encontramos dos formas de “envidia”: por un lado, es un “sentimiento de tristeza, de irritació n o de odio que nos anima contra quien posee un bien que nosotros no tenemos” y, por otra, puede tam bién entenderse como el “deseo de gozar de una ventaja, de un placer similar al del otro”. La configuración de la rivalidad parece deber ahora escoger entre la relación polémica y la relación de objeto. La parti cularidad de la envidia radica en no poder manifestar a la vez sino una so la de las dos relaciones; hay que precisar a ese respecto que la selección es únicamente necesaria en razón de la actualización cada vez más clara del objeto (un bien, una ventaja, un placer). La figura comprende entonces dos sememas que eran complementarios en las figuras precedentes y que den tro de ésta parecen convertirse en excluyentes uno del otro.
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Sin embargo, en cada uno de los dos sememas el tercer actante no ha “desaparecido” ni tampoco ha sido ocultado; ha sido más bien relegado a un segundo plano como mediador de la relación focalizada. En la envidia del tipo S/Sg, el actante objeto O mediatiza la envidia de Sxcon respecto a S2; en la envidia Sj/O, el actante S2 mediatiza el deseo de Sr En el ejemplo, el rol de mediador podría ser interpretado a partir de la intención del sujeto Sp por medio de O, S1 mira a S2 y, por medio de S2, S1 mira a O.1 Estos tipos de mediaciones sólo son pensables si no se ha estabilizado aún el dis positivo actancial; parecería que en la intención protensiva del sujeto apa sionado el interactante pudiera todavía dudar entre el estatuto de objeto y el estatuto de sujeto, de manera que más acá del rival se dibuja para Sxel lugar del objeto, y más acá del objeto se dibuja el lugar del rival. La mediación supone entonces como condición que el sujeto S2sea susceptible de representarse una escena actancial “internalizada”, en la que el conjun to de los roles actanciales puedan todavía intercambiarse. En discurso, la mediación interactancial se manifestará en dos direc ciones complementarias: por una parte, en la primera puesta en perspec tiva que localizamos a propósito de la emulación, y que sensibiliza el con junto del dispositivo -la orientación en la perspectiva de Sj-, se agrega otra perspectiva, siempre desde el punto de vista de S1; que focaliza o bien al rival o bien al objeto; por otra parte, la relegación del otro actante en posición de med iado r se tradu ce por una in te nsidad supe rio r de la relación focalizada: la mediación por el objeto intensifica la rivalidad y la mediación por el rival intensifica el deseo de objeto. Una vez más, en dis curso, la intensidad es sólo la manifestación de la inestabilidad del dispo sitivo actancial subyacente. ° Del recelo a los celos El “recelo” es un “sentimiento de desconfianza”, un “temor a ser eclipsado, hundido en la penumbra por alguien”. La particularidad del recelo salta a la vista cuando se le compara con la envidia y la emulación. De la envidia queda muy poco, ya que el objeto pasa a un segundo plano y el deseo ya no es manifestado. Sobre la emulación, al parecer, el recelo invierte la estruc tura: en lugar de tratar de rebasar, eclipsar a otro, el sujeto teme esta vez ser rebasado o eclipsado; la emulación presupone la superioridad del rival, el recelo la aprehende. El dispositivo de base es siempre el mismo: la con figuración de la rivalidad, sin objeto definido, pero aprehendida desde la perspectiva de uno solo de los sujetos. Únicamente ha cambiado la forma 1 R. Girard utiliza la noción de mediación para describir el funcionamiento del deseo mi-, mético en sus diversas variantes; el mimetismo, tanto en el ejemplo, como en su versión psicoanalítica, la identificación, remiten a un estadio arcaico de la cultura o de la psique.
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discursiva: por un lado, mientras que la emulación toma como referencia la competencia de S2, el recelo toma como referencia la competencia de Sp podríamos imagina r por otra par te una situación única que induciría el recelo hacia el sujeto de referencia y la emulación hacia el otro. Nos encon tramos pues con otra variación de perspectiva en la que la emulación se construye en la perspectiva de aquel que trata de rebasar al otro y el recelo se construye en la perspectiva de aquel que es susceptible de ser rebasado. Dentro de esa configuración, los “celos” se dan como un resultado de la serie de especificaciones y de articulaciones ya señaladas en las figuras precedentes: desde luego, es la más compleja de todas las que hemos con siderado hasta ahora. Se apoya en el dispositivo actancial S^Sg/O^; está fundada también sobre la perspectiva de un solo sujeto, Sp puede focalizar, ya sea en la relación de la rivalidad, especializándose así en prospección como un “temor”, o bien en la relación de objeto, especializán dose entonces en retrospección como un “sufrimiento”. Además, se empa rentará más bien con el recelo que con la emulación, ya que la perspectiva será siempre la de aquel que teme ser rebasado o que sufre por haberlo sido; dicho de otra forma, la competencia de referencia es la del celoso y, desde que el sistema se invierte, al convertirse la competencia del rival en referencia, se sale de los celos para entrar en la emulación. o Punto de vista y sensibilización En la configuración de la avaricia, las variaciones del punto de vista eran atribuidas solamente a la moralización; en efecto, puesto que se podía oponer las dos variantes morales de la disjunción, la prodigalidad y la generosidad, partiendo sólo del cambio de punto de vista (no destinatario/ destinatario), ocurría que los juicios éticos se apoyaban en las transforma ciones discursivas del observador. Tanto más si la diferencia entre un rol temático no sensibilizado como el ahorro y un rol patémico sensibilizado como la avaricia no debía nada a los cambios de punto de vista. En cambio, en la configuración de la rivalidad a la cual pertenecen los celos, la sensibilización descansa sobre las variaciones del punto de vista; en el ejemplo se trata tanto de los angostamientos de la focalización como de los cambios de punto de vista stricto sensu. Los angostamientos y cam bios de punto de vista actúan en varios niveles de la configuración, como una serie de pues tas en perspectiva que se sobredeterminan unas y otras. La primera puesta en perspectiva es la que reorganiza el triángulo actancial Sj/Sg/OjSg sólo desde el punto de vista de Sx, produciendo así la serie “emulación-envidia-celos”, que de esa manera se encuentra separada de la serie de las no pasiones. El umbral así cruzado es el de la sensibi lización propiamente dicha, gracias a la orientación del dispositivo en la perspectiva de uno solo de los acta ntes. Los dispositivos sensibles son
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reconocidos merced a esa orientación. La segunda puesta en perspectiva es la que, en el punto de vista de S1} coloca en primer plano, ya sea a la relación S^O, o bien a la relación S^Sg. En la emulación, la relación Sj/S2 se destaca, gracias a una focalización/ocultación del esquema narrativo subyacente; efectivamente, la re lación polémica y la atribución del objeto están disociadas sintácticamen te, una precede a la otra, y la segunda es ocultada por el despliegue de la rivalidad y aca ntonada en el rol de recompensa eventual p ara aquel de los rivales que se distingue. A esa puesta en perspectiva de los despliegues sintagmáticos de la narratividad se opone la perspectiva paradigmática que permite distinguir también dos envidias y dos celos diferentes: en ese caso, la relación ocultada no es relegada a otro segmento narrativo dife rente del que nos ocupa,'sino mantenida en un segundo plano de la relación focalizada. Debido a que la puesta en perspectiva participa aquí de la sensibi lización de los dispositivos actanciales y modales, puede ser tratada a la vez como una operación discursiva que interviene en el recorrido del suje to apasionado y como un procedimiento explicativo en el recorrido de la construcción teórica. Por un lado, como operación discursiva, la puesta en perspectiva parece ser una transformación patémica, tanto más intens a cuanto que la perspectiva es compleja, y por eso pasa por las operaciones clásicas de la construcción de los puntos de vista. Por otro lado, como pro cedimiento de construcción teórica, desempeñará su papel en la praxis enunciativa y remitirá, si es necesario, al análisis tensivo de una interactancialidad mal estabilizada. La mediación que identificamos en la envi dia y en los celos actúa en los dos tableros: como un dispositivo figurativo y actorial y como una manifestación de la inestabilidad tensiva del interactante; de hecho, la relación ocultada continúa manifestándose a la vez co mo “mediatizante” e “intensifican te” con respecto a la relación focalizada.2 El procedimiento de escisión del protoactante que habíamos imagina do, una vez bajo la responsabilidad concreta de un encajamiento de pues tas en perspectiva, a título de precondición tensiva, se precisa: después de haber librado a un interactante que le permite representarse frente a “otro” (es el nacimiento del “sí par a sí”), orientando la protensividaa, bus cará suscitar por detrás de ese interactante, séa un objeto, sea un sujeto. La realización en discurso de tales variaciones de tensión, y sobre todo su manifestación como efectos de sentido distintos, requieren un observador susceptible de convocarlos en forma de variaciones de la perspectiva; el su 2 Partiend o de la catástrofe llamada “mariposa”, J. Petito t ha demostrado que para co menzar encontramos ahí un estrato de puro conflicto; después, estratos mediatizados por el objeto, valorizándose así, siguiendo la sugerencia del autor, dos formas diferentes de la in tencionalidad, comparables a las dos formas de la envidia y de los celos, S->0 y S1->S2 (•Morphogenése du sens, París, p u f , 1986).
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jeto apasionado, envidioso o celoso, es ese sujeto discursivo “focalizando”,3 El celoso en el espectáculo
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Se puede hacer observar a ese respecto que los celos especifican al actante observador encargado de orientar el dispositivo actancial. El celoso sufre por “ver a otro gozar” o “teme perder”; en un caso, S9 es focalizado, en el otro, es 0,S3; pero la particularidad de los celos radica en apuntar siem pre ha cia la relación Sg/C^Sg poniendo en un primer plano, o bien a un ac tante, o bien al otro; por eso, cualquiera que sea la perspectiva adoptada, el espectáculo que se ofrece a S l es siempre el de la junción entre el rival y el objeto. Que algún otro goce de O o que O pueda ser perdido en provecho de otro, la misma escena engendra siempre la misma pasión más allá de la variación de perspectiva. Los celos obedecerán a la misma distinción que la envidia, pero desde el fondo de una especificación propia. Si el espectáculo fundamental de los celos es el de la junción modalizada del rival y del objetó, el celoso como observador es excluido de la re lación de junción. El envidioso podía escoger entre dos perspectivas, en las que siempre era el polo principal: o bien S 1 /S2, o bien S J 0,S3; por su par te, en última instancia, el celoso sólo puede escoger entre dos perspectivas sobre Sg/OjSg, por lo que se encuentra siempre a sí mismo en un segundo plano: sea (S^ S J 0 sea (S^ S^0,S3. Por esa razón, el sujeto celoso se en cuentra en la imposibilidad de segmentar el dispositivo actancial de ma nera distinta y la escena detestada o temida se le impone; con respecto a su propio simulacro pasional, él mismo se presenta como un sujeto virtualizado, un sujeto sin cuerpo que no puede acceder a la escena. Esa posición muy particular en el dispositivo actancial va a traducirse en el nivel discursivo por la atribución de una posición de observación es3 Por cierto, no hay que conceder ni mucho ni muy poco a las est ruc tura s discursiva s. Si se considera, por ejemplo, la noción de punto de vista, conviene distinguir entre el punto de vista como configuración discursiva y el punto de vista como herramienta metodológica de la descripción. El primero caracteriza al tratamiento del saber durante la puesta en discurso; el segundo apunta, entre las virtualidades de las estructuras semióticas, a los dispositivos par ticulares que pueden presentar. Se sabe, por ejemplo, que los enunciados complejos con dos sujetos y un objeto comprenden virtualme nte a la vez el punto de vista de la renuncia y el de la atribución, entre otros; pero sin embargo no se trata de una estructura discursiva. La estructura actancial permite prever los dispositivos actanciales, las combinaciones que son comparables con las combinaciones que se obtienen por cruce de las estructuras modales y que hemos llamado “dispositivos modales”. La enunciación estará encargada de seleccionar algunos de esos dispositivos con vistas a la linearización de los programas. En ese momento, habiéndose hecho la selección entre las combinaciones posibles, se puede considerar una ubi cación discursiva del punto de vista, a partir de un observador y de sus hacer cognoscitivos. No es pue s so rp re nd en te que los me ca nism os de la se nsi bili zac ión se ma nif ies ten , como mecanismos de clasificación y de selección, en cuanto puntos de vista discursivos, pero como tales son no obstante independientes de las estructuras discursivas que los manifiestan.
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pecífica: el observador de los celos será de hecho un “espectador”, es decir, un observador cuyas coordenadas espacio-temporales se refieren a las del espectáculo que le es dado, pero que en ningún caso puede figurar como actor en esa misma escena. En efecto, como se verá pronto, cualqu iera que sea la posición espacial o temporal del celoso con relación a la escena en la que el rival y el objeto se conjuntan, esta última está siempre “presente” en su imaginación -es la obra de sus determinaciones espacio-tempo rales-, pero siempre es excluido.
Segunda configuración genérica: el apego
©El apego intenso Nos lim itaremos aquí al examen del “apego” propiamente dicho y luego de los correlatos “posesión” y “exclusividad”. En la definición misma de los celos, el apego está asociado, por un lado, con la intensidad, ya que es “vivo”, y, por el otro, con el “deseo de posesión exclusiva”. La intensidad del apego sobredeterminaría la junción, puesto que el diccionario precisa que es “un sentimiento que nos une...”. En la medida en que el apego aparece como la constante subyacente a todas las even tualidades de la relación entre el sujeto y el objeto, puede ser interpretado como una necesidad que las variaciones de esa relación no afectan, de la misma forma que en lingüística un presupuesto es considerado como ne cesario en la medida en que no está interesado por las variaciones (nega ción, interrogación, etc.) que afectan a lo planteado. El apego descansaría en un deber-estar-ser que modalizaría no al objeto sino a la junción, cual quiera que ésta sea. Un deber-estar-ser que compromete en alguna medi da la existencia semiótica del sujeto; sucede en efecto como si, estando roto el apego, el sujeto debiera regresar a un estadio presemiótico en el que nada ten dría ya ningún valor para él. No se ve cómo la in tensidad podría afectar direc tame nte a es a modali dad, ya que es categorial: ¿cómo una necesidad que se respete puede ser más o menos fuerte que otra necesidad? Las únicas respuestas que vienen a la mente son de tipo discursivo o tensivo: se puede admitir que ciertas necesidades sean jerárquicamente superiores a otras, que algunas sean más urgentes, prioritarias. La necesidad, en suma, no conocería otras gra daciones ni otras diferencias de intensidad que las que obligan a distri buir tem poral y espacialm ente los programas con vi stas a su linearización, durante la puesta en discurso: la intensidad del apego se reconocería especialmente, ya sea en la anterioridad de los programas o de los com por tamient os corres pondientes al objeto, o bien por su ubicación en pri mer plano en la representación figurativa que el sujeto da de su hacer.
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Pero uno difícilmente puede admitir que esa traducción figurativa de la intensidad no esté más o menos prefigurada en inmanencia; en calidad de manifestada, presupone un manifestante. Quizá la solución se encuen tra en las modulaciones tensivas que prefiguran las modalidades. En ese nivel, el deber es prefigurado por una modulación puntualizante que sus pende el devenir, lo transform a en una simple dilación p untal y neutrali za todas las potencialidades de cambio. Para el sujeto tensivo, eso signifi ca que las zonas de valencias están todas unificadas: el conjunto de las modulaciones de su devenir se reunifica alrededor de una sola valencia, la del objeto del apego. En el espacio tensivo de la foria, la intensidad del de ber-estar-ser es entonces pensable, ya que el efecto de la modulación pun tualizante puede ser más o menos extenso. Hablando figurativamente, mientras más fuerte es el apego, más tendencia tiene el sujeto apasionado a confundirse con su objeto de valor: lo que en términos tensivos se puede traducir por el hecho de que una intensidad superior manifiesta un volver a poner en duda la diferenciación actancial. Si consideramos ahora a los actantes narrativos y a las junciones po demos constatar, para comenzar, que la intensidad del apego se traduce por el grado de incorporación del sujeto por su objeto. Ese “grado” abarca de hecho dos fenómenos; por un lado, la incorporación del sujeto por el objeto es más o menos fuerte según si puede todavía acoger o no a otros objetos; así como hay objetos “exclusivos” o “participativos” que pueden entrar en junción con un solo sujeto o con varios sujetos a la vez, habría sujetos “ex clusivos” o “no exclusivos” que podrían admitir a un solo objeto o a varios. Volvemos a encontrar aquí el componente cuantitativo que habíamos encontrado ya en el caso de la avaricia, así como sus efectos cohesivos y dispersivos. A ese respecto, un sujeto “apegado” a un objeto sería un suje to cuya totalidad integral estaría consagrada a ese objeto. Por otra parte, el sujeto permanece apegado al objeto, ya sea que esté disjunto o que esté conjunto; comúnmente, se considera que el objeto es semantizado por el objeto de valor en la junción; por su parte, el sujeto apegado es semantiza do por su objeto, sin importar el modo de junción, de alguna manera antes que la junción sea categorizada como disjunción/conjunción, es decir, cuando todavía no es más que fiducia. Entre otras cosas, eso significa que se puede medir la intensidad del apego (y entonces del deber-estar-ser) con la importancia de las eventualidades narrativas que el sujeto atra viesa; según esto, la intensidad sería también un efecto de sentido de la resistencia del apego a las eventualidades de la junción: resistencia a la pérdida, a la ausencia, al abandono, así como también al goce y a la sa ciedad. El apego que resiste a la destrucción del objeto, el apego más allá de la muerte, revela claramente el principio de la intensidad: manifiesta una cierta manera de estar-ser del sujeto fiduciario, independientemente del objeto de valor que lo ocupa.
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Habría de hecho dos tipos de relaciones posibles entre el sujeto y el objeto de valor. En efecto, no significaría gran cosa el decir que el deber estar-ser modaliza la junción con el objeto si todas las variedades de la junción estu vieran implicadas; en cambio, si se considera que l a modalización abre un simulacro, se puede entonces concebir que el deber-estarser modaliza un simulacro de realización. El simulacro es inicialmente de sembragado, para disociarlo de los enunciados de junción demostrados en otra parte, después reembragado sobre el sujeto tensivo, para poder con vocar directamente la modulación que prefigura el deber-estar-ser y ac tuar sobre su extensión: la resistencia del nuevo simulacro a un eventual regreso al discurso de llegada es función de la amplitud de la modulación. El desembrague y el reembrague permiten comprender por qué el apego puede perm anec er intangible a pesar de la evolución efectiva de las rela ciones entre el sujeto y el objeto: el sujeto puede así continuar soñándose conjunto a su objeto de valor, más allá incluso de la muerte o de la de saparición de este último. 9 El celo
El celo intensifica y moraliza a la vez el apego. Es, se dice, “un vivo ardor por serv ir a una persona o a un a causa, a la cual se está sinceramente consagrado”. La intensidad se manifiesta aquí como “calor”, el sentimien to se ha convertido en una disposición a hacer (a servir), y el apego es sólo presupuesto; además, el apego es reformulado como “abnegación”, lo que, si se pone entre paréntesis el hecho de que la relación sea en ese caso intersubjetiva y jerarquizada, viene a señalar el investimiento exclusivo del sujeto por su objeto: está “consagrado”, incluso “sacrificado” a su obje to, y los correlatos “fidelidad”, “lealtad”, confirman la independencia del deber-estar-ser con respecto a las peripecias narrativas, una vez que ha sido suspendida la moralización que los sobredetermina.4 Por lo demás, 4 En L'ho mme qui rit [El hombre que ríe] (libro I, cap. i), V. Hugo traza un retrato parti cularmente detallado de la fidelidad y de sus consecuencias narrativa s. Lord Clancharlie, con temporáneo de Cromwell, es un par de Inglaterra que ha sido seducido por los principios republicanos y les ha sido fiel bajo la Restauración, cuando reinaban Carlos II y luego Jacobo II. En una extensión de diez páginas que ilustra magistralmente la independencia del apego con respecto a las transformaciones narrativas, Víctor Hugo evoca paralela y simultánea mente, por un lado, la evolución histórica de Inglaterra y las adaptaciones sucesivas a las cuales son obligados aquellos que se someten a las transformaciones propias del contexto y, por otr a, el inm ovi lism o del rep ubl ica no fiel. De ah í que lord Cla nc ha rli e, liga do por su “apego” a una idea históricamente “rebasada”, sólo puede aparecer ante los ojos de aquellos que se han adaptado a la nueva distribución política como un sujeto encerrado en un simu lacro pasional, un sujeto que ha escogido vivir en su imaginario antes que en la realidad polít ica; por ese hecho, no es sorprendente que le sean atribuidos roles patémicos, que apa recen como florecimientos pasionales del “apego”: locura, orgullo, “obstinación pueril”, “obs-
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pres uponiendo la confianza , esos dos últimos correlatos nos recuerdan que, de este lado de la moralización, el deber-estar-ser engendra la espera o que, más profundamente, la modulación que lo prefigura se dibuja sobre el fondo de la fiducia. Se puede uno preguntar por qué, a partir de un semema común, el del “apego intenso”, se obtiene, por un lado, una pasión moralizada positiva mente, así como todos sus correlatos (el celo) y, por el otro, una pasión mo ralizada negativamente (los celos). La cuestión es tanto más sorprendente porque, en varias lenguas europeas, todas esas figuras pasionales están perfectamente unificad as alrededor del étimo zélos del que derivan, a la vez, el “celo” y los “celos”; notemos también que zélósis, el derivado del ver bo zéló, agrupaba sin distinguirlos los significados “emulación, rivalidad, celos”. Surge así una hipótesis que permitiría comprender lo que sucedió en parte: a medida que el apego y el celo se desolidarizan de la rivalidad, las formas mixtas como los celos (y, en menor medida, la envidia) son mo ralizadas negativamente, y las formas “puras”, como la emulación de un lado y el celo del otro, son moralizadas positivamente: es una prueba suple mentaria de la preeminencia de la moralización en las redistribuciones cul turales de las taxonomías pasionales. Mientras los griegos aceptaban que el celo por el objeto y la rivalidad se mezclan, e incluso derivaban uno del otro, parece que hoy nosotros valorizamos su distinción. La posesión y el gozo
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La posesión exclusiva que reclama el celoso abre dos vías de investigación paralelas: un a relativa a la posesión, y la otra, a la exclusividad. Enten demos a veces por “actitud posesiva” una actitud exclusiva, pero esa con taminación de un término por el otro no es más que un efecto de sus fre cuentes asociaciones. La “posesión” sería la “facultad de hacer uso de un bien del que se dispone” y remitiría así a “detentar”, “servirse de”, “poder gozar de”. El sujeto de la posesión no es un sujeto de hacer que apunte a la conjunción, sino un sujeto ya conjunto que apunta al goce de su objeto. Se observa también un sujeto de hacer que da placer al sujeto de estado, pero estaría situado en la dimensión rímica y no en la dimensión pragmática que ha llevado a la conjunción con el objeto: se escoge y compra una casa (dimentinación senil”, etc. Además, el desembrague y el reembrague pasionales reciben aquí una representación espacial y temática: lord Clancharlie se exilió a las orillas del lago de Gine bra, lejos del te at ro del cambi o político, y el de sem bra gue pas ion al apa rec e ha st a en su act i tud: “... on apercevait ce veillard vétu des mémes habits que le peuple, pal e,clistrait, [...] á peine a tt en ti fk la tem péte et á l'hiver, marchant cornrne au hasard" [“... uno veía a ese viejo vestido como el pueblo, pálido, distraído, [...] apenas atento a la tempestad y al invierno, caminando como sin r umb o”] ( L'ho mme qui rit, París, Garnier-Flammarion, vol. 1, p. 247).
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sión pragmática) y se goza de ella una vez que se la tiene (dimensión túni ca). El objeto pierde de alguna manera su estatuto pragmático y se trans forma en objeto túnico una vez conjunto al sujeto, objeto de gozo que es fuente de euforia (o de disforia: la casa puede ser cómoda o incómoda). Lo más importante en el ejemplo se refiere al hecho de que, habiendo ad quirido la conjunción pragmática y no siendo cuestionada, continúa pa sando algo; para que la historia no se detenga ahí, es necesario entonces que aparezca un sujeto operador competente. “Disponer” de algo sería, entre otras cosas, “servirse de” o “hacer de eso lo que se quiere”. El sujeto de la posesión sería entonces antes que nada, ya que se presupone que debe disponer del objeto, un sujeto volitivo que, una vez conjunto, desplegaría toda la extensión dé su querer sobre el obje to. El estudio de la posesión parece aclarar de otra manera el excedente modal que encontramos sin cesar en el universo de las pasiones: la búsque da del objeto, un a vez realizada, no ha agotado el “querer-estar(-ser)-con junto ”, y otra forma toma el relevo, la mism a sin duda que hace que el avaro quiera gozar de sus tesoros y que no le baste con acumularlos. Más precisamente, “hacer lo que se quiere” es siempre hacer, pero en la dimensión rímica. No obstante, el cambio de dimensión es acompañado por la emergencia discreta de una cláusula cua ntita tiva: “hac er lo que se quiere” equivale también a dominar la totalidad integral del objeto; la fi gura objeto se ha transformado en imagen del querer del sujeto, no es nin guna otra cosa que ese querer. De hecho, no se trataría tampoco de otro querer, de un “querer-gozar” por ejemplo, sino, a la inversa, de un gozo que nace del hecho de que el querer-estar-ser es coextensivo al objeto, que el objeto de valor descriptivo, susceptible de pertenecer a cualquier otro sujeto, ha llegado a ser ahora el objeto modal característico de un sujeto en particular. Por otra parte, la posesión permite asir en su inicio un proceso que encontraremos frecuentemente, aquél, en apariencia, de la transforma ción del objeto en sujeto. En efecto, si el gozo es la acción de sacar de una cosa “todas las satisfacciones que es capaz de procurar”, el objeto es to davía considerado como un objeto modal, es decir, un poder-hacer ; el gozo resultaría de alguna manera de cierta adecuación entre el querer proyec tado por el sujeto y el poder que parece emanar del objeto (la cosa poseída es “capaz”, “susceptible” de dar satisfacciones). Hay que tomar en serio las metáforas del habla cotidiana y los sentidos “figurados” como los más sig nificativos. Por un lado, el sujeto poseedor, queriendo extender su querer a la totalidad integra l del objeto, a ctúa como si la menor fragmentación de ese objeto constituyera una resistencia; en ese momento, el poseedor, al modalizar una versión cuantificada de su objeto, proyecta en ella una competencia susceptible de transformarlo en sujeto: la “parte” más pe queña del objeto que se le escapara haría de él un sujeto resistente. Por
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otro lado, el reparto de las modalizaciones entre los dos actantes supone que es el poseedor quien dispone del querer y lo poseído del poder. El microanálisis modal muestra que, habiendo pasado el discurso por la dimen sión tímica, las modalizaciones proyectadas por el sujeto apasionado sobre el objeto de valor suscitan un sujeto competente: así, la figura objeto con tiene a la vez un objeto de valor pragmático y un sujeto operador tímico. s La exclusividad La “exclusividad”, así como el adjetivo “exclusivo” y el verbo “excluir”, comportan a la vez una modalización, según el deber-no-estar-ser , y una cuantiñcación. Toda exclusión supone una totalidad y una parte de esa totalidad con siderada como una unidad; lo que en realidad delimita a la exclusión es una unidad salida de la totalidad, individuo, grupo o fracción; se puede extraer esa unidad, ya sea de manera transitiva -un partido excluye de sus filas a uno de sus miembros-, o bien de manera reflexiva -un grupo o un individuo afirma sus derechos exclusivos a tal o cual privilegio. Por otra parte, ser exclusivo equivale a “rechazar compartir, rechazar toda participación”, de maner a que la exclusión puede también tener que ver con la distribución de los objetos de valor en una sociedad dada. Habría entonces dos maneras de compartir (o de rechazar compartir) los objetos de valor en una comunidad: sea en el eje diacrónico -ca da uno espera tener su parte de un momento a otro, con la condición de que la circulación de los bienes no sea obstaculizada-, sea en el eje sincrónico -en que cada uno puede participar simultáneamente en el gozo de los bienes disponibles. Si la avaricia y sus antónimos perturbaban la circu lación de los bienes en el eje diacrónico, la exclusividad es un obstáculo para la participación en el eje sincrónico. La circulación de los bienes se basa en la noción de “par te”, correspondiente al “partitivo definido” de la gramática; la participación supondría, en cambio, una indiferenciación de las partes, correspondiente a los “indefinidos” gramaticales, ya que los objetos permanecen en todo momento libres de acceso para todos los suje tos; la exclusividad determina una unidad singular, ausente de la partici pación, que correspondería al “definido sing ular” de la gramática. Dos asuntos permanecen en suspenso: el estatuto de la unidad en el seno de la totalidad y el estatuto de los objetos frente a los sujetos exclusi vos. Los sujetos exclusivos interrumpen o cuestionan el proceso de consti tución del actante colectivo. Al principio se puede suponer a los individuos tratados como unidades integrales, en el sentido de que, como unidades, comprenden rasgos de individualización; la colección de rasgos que les son comunes los transforma en unidades partitivas; el discernimiento de esas unidades partitivas constituye entonces una totalidad partitiva que, al
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presentar como totali dad esos rasgos de individualización, directamente salidos de los rasgos comunes que han sido recolectados en el recorrido, puede llega r a ser u na totalid ad integral. La exclusividad concierne a las “unidades sujetos” que se individuali zan en detrimento de la colectividad y que afirman rasgos diferenciadores contra los rasgos comunes constitutivos de esa totalidad: esto se puede in terpretar como lina resistencia a la constitución de una totalidad partiti va. El razonamiento referido a la distribución de los objetos de valor en la comunidad implicaría que la unidad partiti va y posteriormente la totali dad partitiva sean definidas a partir de los objetos de valor que les sirven de rasgo común; en ese momento, el sujeto exclusivo obstaculizaría la operación afirmando unilateralmente la originalidad de un objeto de va lor. Ya habíamos encontrado ese fenómeno en la avaricia, y su recurrencia en el universo pasional es por lo menos curiosa; sin embargo, para el ava ro, se trataba sobre todo de moderar o de detener el flujo de una circu lación, y por esa demora transformaba su parte (unidad partitiva) en unidad integral; como lo habíamos sugerido, el sujeto exclusivo inventa su parte y se la apropia inmed iatamente: dos operaciones son pues necesa rias, primeramente la creación de una unidad partitiva, después su tr an s formación en unidad integral; ni los celos ni la exclusividad presuponen cualquier tipo de circulación, ya que las partes no están aún instaladas en la comunidad contemplada. Si se considera ahora el estatuto de los objetos, no se resuelve nada declarándolos “participativos” o “no participativos”; anotamos ya que el carácter participativo no era propio de los objetos de valor como tales: por un lado, las tierras pueden ser repartidas o hacerse comunitarias; por otro, el saber puede ser celosamente conservado. El carácter participativo de los objetos no es otra cosa que el efecto de sentido del consenso de los sujetos, con vistas a la constitución de la totalidad partitiva: basta con que uno de los sujetos no dé su aprobación (rechace el reparto) para que su objeto sea considerado como “no partitivo”, y él, como “exclusivo”. Los individuos son capaces de estatuir en ese dominio: uno puede estar celoso de su mujer, de su prestigio o de sus descubrimientos; pero también las culturas, que decretan que los bienes o las mujeres son comunitarios, o que el saber es propiedad de los clérigos o de los brujos. La exclusividad descansa, por lo demás, en un deber-no-estar-ser, ya sea cognitiva o lógica -dos proposiciones irreconciliables son declaradas excluyentes la una de la otra-, epistémica -es “excluido” lo que es recono cido imposible- o jurídica -es declarado “exclusivo” un privilegio o un derecho reservado a una persona o a un grupo designado-, la extracción de una unidad integral fuera de la totalidad partitiva es regulada por el deber-no-estar-ser, y ello en dos planos: primeramente, es la relación del sujeto colectivo con el objeto de valor escogido la que debe no estar-ser ; en
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segundo lugar, es la relación entre el sujeto único y la colectividad la que igualmente debe no ser . En suma, la exclusividad prepara el terreno de la rivalidad. También en el apego de alguna manera la colectividad se intro duce en forma negativa como una presencia actancial con la cual el sujeto guarda relaciones polémicas por presuposición. El rival emergerá desde el fondo de esa ruptura de consenso, de ese rechazo de la totalidad partitiva. En ese sentido, el rival no es otra cosa que la concreción (la actorialización) de esa presencia rechazada y postulada a la vez por la exclusividad. El acercamiento con la rivalidad saca a luz una simetría sorpren dente. En la perspectiva de la rivalidad, en el conflicto entre los antago nistas presentado primero como una búsqueda de la superioridad, podía darse enseguida un objeto, cuya aparición era de alguna manera suscita da por el antagonismo mismo. Por el contrario, en la perspectiva del apego la decisión de retirar el objeto de la comunidad, de afirmar la “origi nalidad para sí” del objeto y de rechazar el reconocimiento del rasgo parti tivo que funda al actante colectivo suscita la sombra de un rival, dibuja el espacio en el que el antagonista vendrá a instalarse. En la precaución de escapar a las taxonomías culturales, debemos evi tar escoger entre esas dos soluciones: o bien el conflicto engendra el obje to, o bien el objeto engendra el conflicto. Pero las dos alternativas presu ponen igualmente una ausencia de consenso en la comunidad o, más ge neralmente, una dificultad en la constitución del actante colectivo. A ese respecto, ni el objeto ni la rivalidad son pertinentes: en el seno de una constelación actancial dislocada, trabajan fuerzas cohesivas por la reunión en un actante colectivo, y fuerzas dispersivas vienen a oponérse les. Los rasgos “participativo” y “exclusivo” son, por ese hecho, propie dades interactanciales adecuadas para la elaboración de lo colectivo, pro piedades inte racta nciales que para manifestarse tom arán prestada ulte riormente ya sea la mediación del objeto o la del rival. Se confirma aquí una cierta imagen del universo pasional que no es ni específica ni, sin duda, universal, sino solamente generalizable: las pasio nes que examinamos aparecen como configuraciones que administran las relaciones entre el individuo o el grupo y la colectividad, cuyas dinámicas convocan con obstinación la constitución (en curso) del actante colectivo. Al parecer, es la única explicación para la recurrencia de los fenómenos cuantitativos; y es a partir del fondo de los equilibrios y los desequilibrios así creados como se perfilan tanto la sombra del rival como la sombra del objeto.
Los celos en la intersección de dos configuraciones
Si ahora se consideran los celos en la intersección de la rivalidad y del
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apego, se presentan varías tareas. Primeramente, los celos como figura mixta podrían ser el objeto de un estudio que se sujetaría a las varia ciones de equilibrio entre la rivalidad y el apego, a partir del mismo prin cipio de las variaciones de dominio dentro del término complejo; se tra taría entonces de un estudio intercultural en el que los cambios en la re presentación cultural de los celos, entre las áreas tanto como e ntre las épocas, serían función del respectivo peso de cada una de las dos configu raciones; por medio de una breve alusión a los celos “griegos”, ya hemos subrayado el interés de un estudio así, pero ése no es nuestro propósito. La intersección entre las dos configuraciones no consiste en una simple yuxtaposición, pero engendra, como lo habíamos sugerido, múltiples interacciones. A ese respecto convendría, por un lado, examinar los efectos del apego sobre la rivalidad y los de la rivalidad sobre el apego, y, por otro, en una perspectiva sintáctica, estudiar la distribución de los compo nentes respectivos de las dos configuraciones alrededor de los celos pro piam ente dichos. Consultando de nuevo las definiciones del diccionario, notamos que distinguen cuatro sememas, caracterizados cada uno por un término genérico. Se encuentra así un apego: “apego vivo y receloso”; un mal sen timiento: “mal sentimiento que se experimenta viendo a otro gozar...”; una inquietud : “inquietud que inspira el temor de compartir...”; y por último, un sentimiento doloroso: “sentimiento doloroso que hace nacer, en el que lo experimenta, las exigencias de un amor inquieto, el deseo de posesión exclusiva de la persona amada, la sospecha o la certidumbre de su infide lidad”. Hemos visto que la diferencia entre el “mal sentimiento” y “la inquie tud” se refiere en gran parte a una variación de perspectiva que jerar quiza de manera diferente la relación con el objeto y la relación con el ri val. El prim er semem a -con el “apego”- implanta explícitamente los celos en la relación con el objeto, reservando a la rivalidad el papel de sobrede terminación superficial (el recelo); el cuarto adopta la misma jerarquía, centrando el conjunto del dispositivo pasional en el “amor”, forma específi ca del apego, luego lo sobredetermina gracias a los efectos de la rivalidad (inquietud, sospecha, etc.). En el conjunto, las dos opciones se encuentran entonces realizadas: el primero y el cuarto semema acuerdan la preemi nencia al apego, el segundo y el tercero, a la rivalidad, todo lo cual per mite observar más precisamente los efectos de la “intersección” sobre cada una de las configuraciones. Paralelamente a la aparición del “recelo”, notamos la recurrencia de la “inquietu d”; puesto que por otra p arte el recelo comporta también, en al menos una de sus acepciones, la indicación de inquietud, uno puede suponer que esa última figura es una de las innovaciones importantes de los celos en relación con el apego: el enamorado celoso sería primero un
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inquieto. Si creemos en las definiciones de la inquietud, el celoso conocería la “agitación”, la insatisfacción perpetua y la “preocupación”. Esa ausen cia de descanso, ese trasto rno que impide gozar apaciblemente el objeto deseado, se fundan esencialmente en una oscilación entre la euforia y la disforia, de tal manera que el celoso no está ni verdaderamente eufórico ni verdaderamente disfórico. El principio mismo de una oscilación semejante habría que encontrarlo en una dificultad para polarizar los términos de la foria: la conjunción con el objeto amado tampoco es suficiente para hacer al sujeto eufórico. Por supuesto, lo que impide al sujeto gozar de su objeto es la rivalidad: es ella la que al contacto con el apego toma la forma patémica de la inquietud y del recelo, puesto que la rivalidad, al sobredetermi nar al apego, sufre su influencia y ofrece así un ejemplo de las mutaciones que se operan dentro de los macrodispositivos pasionales. En el otro extremo, vemos desarrollarse la desconfianza, la sospecha y el temor: tenemos ahí a un valeroso combatiente o a un émulo que busca un mérito, el mismo que cuando tiene un bien celosamente amado que de fender es capturado por la aprensión; en efecto, además de preservar su propia integridad o demo strar su superioridad, le hace falta también preo cuparse por el objeto que conserva exclusivamente para sí. La desconfianza, la sospecha y el temor descansan todos sobre una perturbación fidu ciaria que modifica los datos originales del apego. De hecho, este último presupone un deber-ser que funda la confianza, no una confianza intersubjetiva, ya que uno se puede apegar también a un objeto, sino una confianza generalizada, la posibilidad para el sujeto de dar un sentido a su vida. La emergencia de la rivalidad en el horizonte del apego cuestiona esa confianza, hasta tal punto que la relación con el objeto ama do puede ser afectada: bajo la influencia de la rivalidad, el apego se trans forma entonces en desconfianza. Incapaz de gozar serenamente del objeto, trabado en sus combates con tra el rival, el celoso se agita en lugar de actuar y desconfía en lugar de confiar. Las distorsiones aportadas a cada una de las dos configuraciones por aquella que la sobredetermin a engendran figuras específicas de su in tersección, es decir, las figuras mismas de los celos. La construcción de los celos pasará entonces por el estudio de esas figuras de sobredeterminación.
LA CONSTRUCCION SINTACTICA DE LOS CELOS
Los constituyentes sintácticos de los celos
Los celos se organizan alrededor de un acontecimiento disfórico que puede estar situado, sea en prospectiva, sea en retrospectiva, transformando así
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al celoso en un sujeto temeroso o en un sujeto sufriente. Además, según ese acontecimiento escenifique en primer plano al rival gozando de su objeto, o a su objeto escapándosele, será receloso o desconfiado. Esas variaciones de los roles patémicos desplegados en la puesta en discurso no afectan a los “celos en sí”, que ahora se trata de construir a partir de los datos recogidos en los discursos realizados. Por otra parte, el simulacro pasion al de los celos en el discurso mismo, y en p articular la escena que el celoso se da, no es afectado por las variaciones de perspectiva. Si nos interesamos una última vez por las diversas variedades de los celos, constatamos en efecto una extraña y paradójica indiferencia de la pasión hac ia la junción; ciertamente, el sujeto celoso, en sus diversos roles patémicos, no es por supuesto indiferente al hecho de e star conjunto o no con el objeto y al hecho de que su rival posea o no al objeto; pero la pasión permanece idéntica a sí misma cualesquiera que sean los enunciados con vocados. Todas las combinaciones convienen en que: - S¡ conjunto!S2 conjunto (ver a otro gozar de una venta ja que se desearía poseer exclusivamente); - S} conjunto!S2 disjunto (el temor de compartir o de perder); - S 1 disjun to/S2 conjunto (ver a otro gozar de una ventaja que uno no posee); - S 1disjunto ! S 2 disjunto (el temor de que otro obtenga lo que uno no posee, pero que se desea poseer). Sin embargo, los celos sólo son indiferentes a las variedades de la jun ción que conoce el sujeto cuando está celoso, puesto que los celos admiten como constante un dispositivo sintáctico, aquél en el que el rival posee el objeto mientras el sujeto se encuentra privado de él. Pero ese dispositivo es actualizado por la pasión misma, independientemente de la situación nar rati va en la que se encu entran los tres acta ntes, y aparece como el con tenido “existencial” del simulacro. Las variaciones de perspectiva inhe rentes a la puesta en discurso son entonces, en parte, el efecto de los distanciamientos entre esos dos tipos de junción, las junciones efectivas y las junciones simu ladas , y la construcción de los celos como tales no puede ser más que la construcción del dispositivo propio del simulacro, la única cons tante discursiva en este caso. ®La inquietu d La inquietud parece ser más general que el temor o el recelo, razón por la cual será considerada como uno de los constituyentes .sintácticos funda mentales de los celos. El temor solo no supone más que un saber y un creer, una espera, modalizada a la vez conflictivamente por el poder-estarser (la eventualidad) y por el querer-no-estar-ser (el rechazo). Por el con trario, la inquietud introduce, con la permanencia y la iteración, un rol
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patémico este reo tipa do, un a con stante de la competencia pasional del sujeto. Circunscritos al temor, los celos no serían más que un sentimiento pun tual, incidental, ya que el temor no tiene otra razón que u n aconteci miento por venir, que aquí cumple la función de objeto de saber y que mo viliza la espera; eso sería, de alguna manera, unos celos dictados por las circunstancias. En cambio, con la inquietud que por definición no tiene objeto preciso, los celos llegan a ser una propiedad del sujeto mismo, ins crita no en la circunstancia, sino en la competencia, como una manera de estar-ser del celoso. Comparada con el recelo, la inquietud conserva también una posición genérica, puesto que el recelo no es más que una fase efímera de los celos o de la inquietud, aquella en la que se perfila la sombra del rival. Por con siguiente, desde el punto de vista de la sintaxis la inquietud rige toda la cadena y se traduce pasajeramente, ya sea por el recelo, cuando el rival se manifiesta, o bien por el temor, cuando el evento disfórico es esperado. La inquietud puede injertarse particularmente, tanto en la espera del acontecimiento como en la espera del sufrimiento propiamente dicho. En ese sentido, hace revivir al sujeto apasionado el estremecimiento fórico fundamental, aquel que engendra el “sentir” mínimo. Además, si la agi tación entre euforia y disforia impide al sujeto inquieto la polarización que lo haría un verdadero sujeto de búsqueda, por una regresión en el re corrido generativo lo hace volver a la tensividad fórica, anterior a la categorización. La oscilación, en efecto, no puede ser interpre tada como un re corrido entre dos posiciones extremas: el inquieto no es un ciclotímico; es más bien una indecisión perp etua dentro de una figura mixta que no llega a fijar sus términos. Por eso el inquieto puede ser comprendido como un sujeto sumergido en las modulaciones tensivas. El sujeto inquieto podría pasar por el prototipo del sujeto apasionado, ya que, a falta de poder recorrer posiciones discontinuas dentro de las cate gorías modales -en el seno de las cuales no puede más que “oscilar”-, el único recorrido que se le ofrece es un recorrido de una modalización a la otra, es decir, por el interior de los dispositivos modales. La inquietud, al impedir al sujeto las transformaciones discontinuas que ofrecen las cate gorías modales, lo predispone para plegarse a la sintaxis intermodal den tro de los dispositivos pasionales. El inquieto sería también un prototipo del sujeto apasionado en otro sentido, complementario del precedente. En efecto, si se trata de identificar su dispositivo modal específico o su reco rrido existencial, no se llega a él: el querer, el saber, el poder y el deber pueden igualmente fundar la inquietu d; los sujetos realizados, virtualizados, actualizados y potencializados son todos susceptibles de estar-ser inquietos por razones diferentes. La inquietud no es otra cosa que esa oscilación que instala un simu lacro disponible para alguna otra pasión, que opera el reembrague sobre
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el sujeto tensivo con vista a efectuar recorridos más específicos. En cierto modo, la inquietud prepara el terreno para otras pasiones: define una cierta constitución del sujeto; sólo se particulariza en función de las pa siones que luego van a incorporar el simulacro y darle un armazón modal. Así, si la inquietud afecta a un apego, llega a ser la inquietud de alguien que tiene algo que perder, la inquietud de un sujeto realizado, y también una inquietud que turba a un deber-estar-ser. En ese caso se podrá ha blar de una “preocupación”. La preocupación es por lo tanto una figura híbrida que resulta del encuentro entre el apego y la inquietud; el término mismo puede designar en lengua tanto al objeto que absorbe y preocupa al sujeto como a la preocupación misma, incluso al sufrimiento moral que de ello puede resultar. Toma prestado, entonces, de un lado el apego -es la absorción del sujeto por el objeto, ese vertimiento integral y enajenante del sujeto- y del otro a la inquietud -es la sumisión a las os cilaciones de la foria. La preocupación se presenta entonces como una inquietud que habría recibido el armazón modal del apego. ®¿Desconfianza o difidencia? La desconfianza y la difidencia son componentes tanto del recelo y de la sospecha como del temor, pues explotan el componente fiduciario subya cente al apego. A ese respecto habría que distinguir dos ocurrencias dis tintas de la difidencia en la configuración: de un lado, hay una difidencia presupuesta por los celos y que tiene su fuente en la rivalidad, es la difi dencia con respecto al adversario, que le es necesaria pero no es específica de los celos en absoluto. Enseguida, hay la difidencia suscitada por los celos, difidencia con respecto del ser amado del cual se sospecha la infide lidad, por ejemplo. Ella resulta, entonces, más precisamente de una per turbación de la confianza propia al apego; esa difidencia implicada no es necesaria a los celos, es solamente una de las variantes ocasionales, que puede ser suspendida, por ejemplo, en el caso en que el celoso accede de entrada a la certidumbre y se contenta, si se puede decir, con sufrir la traición. Examinemos por el momento la difidencia presupuesta e inhe rente a la rivalidad. Para comenzar, hay que ver que la dimensión fiduciaria está inscrita a la vez en la definición modal del apego y en la de la exclusividad: el deber-estar-ser determina una espera fiduciaria que restringe el horizonte del sujeto a un solo objeto; luego, el deber-no-estar-ser determina otra forma de espera fiduciaria -negativa esta vez- merced a la cual el sujeto protege su territorio. Pero, por otro lado, la confianza y la difidencia emer gen de la fíducia, ese conjunto de modulaciones tensivas en el que se dibu ja n las valencias; una vez term inada la discretización y la categorización de las modalidades, la fiducia es convertida en dimensión fiduciaria. Sin
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embargo, esta última y en particular la confianza y la difidencia no se pued en derivar directamen te sólo a p artir de las modalidades. Después de una primera etapa, las modalizaciones aléticas -ya se expresen bajo la forma de deber-estar-ser o bajo la forma de poder-estarser- permiten al sujeto cognoscitivo emitir juicios de adecuación, que en su momento proyectan las modalizaciones llamadas epistémicas sobre las juncio nes convertidas en objetos de saber; el paso de un poder-estar-ser a un no-poder-no-estar-ser, por ejemplo, será reformulado en ese nivel supe rior de articulación como un paso de lo “probable” a lo “cierto”. Las moda lizaciones epistémicas son después moralizadas para engendrar la cate goría fiduciaria. El juicio ético que interviene entonces sobredeterminará cada modalización epistémica en función de una taxonomía preestableci da: la certidumbre aparecerá, por ejemplo, según el caso, ya sea como “confianza” o como “credulidad”. En cierto modo el conjunto de esos es tratos del proceder generativo da cuenta de la forma como el creer se cons tituye, desde la fiducia generalizada y privada de articulaciones hasta las finas estructuraciones de la dimensión epistémica y de su moralización. En el caso de los celos, la “certidumbre” será siempre valorizada, ya sea positiva o negativa; certidumbre positiva antes de la crisis pasional, certidumbre negativa durante la crisis misma. La certidumbre positiva, nacida del apego, se manifestará como una “confianza” (y no como una “credulidad”); la certidumbre negativa, nacida de la exclusividad, se mani festará como difidencia generalizada, una especie de pesimismo intrínseco a los celos; el celoso, en efecto, dice que prefiere siempre “saber” sin importar el precio, lo que visto desde el exterior del simulacro pasional es en general interpretado como una gran aptitud para creer. Una vez proyectada sobre el cuadrado semiótico, la dimensión fiducia ria se organiza de la manera siguiente: DIFIDENCIA
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Regresando a los celos, uno se da cuenta de que la difidencia, fundada en una certidumbre negativa, sólo puede intervenir después de la “prue ba” -r ea l o ima gin aria- del triunfo del rival; lo cual ser á entonces una cul minación del recorrido fiduciario, en el caso en que es todavía esperado el acontecimiento cuando se manifiestan los celos, y un punto de partida del recorrido, en el caso en que el acontecimiento ha sido ya cumplido. En lo concerniente al recelo, por el cual el celoso percibe al menos la
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“sombra” de un rival eventual, provoca simplemente la suspensión de la confianza, es decir, la desconfianza (Sx cesó de ser confiado). Es ta últim a se depliega en “sospechas”, por las cuales, incluso si el sujeto no sabe ver daderamente a qué atenerse ya que no tiene aún ninguna prueba, supone que hay algo escondido. La suspensión de la confianza no procede pues de una adquisición de saber, sino de la adquisición de un metasaber, un saber dirigido a la presencia de los objetos de saber. El recelo es un rol patémico del celoso, inducido por u n h acer del rival; ahora bien, ese hacer desempeña de hecho un rol informativo, dado que transmite un metasaber. En los celos, la relación polémica es primero una hipótesis de Sx que le sugieren los presupuestos asociados a la exclusividad y que re fuerza la inquietud. Se podría considerar que en esas condiciones la confianza es particu larmente frágil; ciertamente es requerida por el apego, ya que el sujeto debe creer en el valor de su objeto para creer en su propia identidad, pero es al mismo tiempo minada por el rechazo de la participación, que en el caso de los celos es coextensiva del apego mismo. Desde la formulación modal de esos roles patémicos, era patente que un conflicto entre el su jeto del deber-estar-ser y el del deber-no-estar-ser era previsible, ya que esas dos modalizaciones, al fundar dos roles del mismo sujeto, apegado y exclusivo, lo ponen en contradicción consigo mismo. La contradicción tiene que ver aquí con el hecho de que, para tener una garantía contra toda pér dida, el celoso debe ser difidente, mientras que para perennizar su apego, debe permanecer confiado. A partir de la hipótesis según la cual un rival se perfila en los alrede dores, el sujeto celoso proyecta escenarios probables para todo lo concer niente a su apego que lo van a instalar en la desconfianza; esos escenarios constituyen la p uesta en escena figurativa de la relación S2/0,S 3. Pa ra transformar uno de esos escenarios probables en certidumbre, hará falta enseguida una prueba. El recorrido del celoso comporta por consiguiente dos transformaciones fiduciarias: una para pasar de la confianza a la des confianza, la otra para pasar de la desconfianza a la difidencia. Habiendo sido establecida la situación conflictiva desde el origen, antes incluso de la crisis de celos, la primera se cumple en la menor ocasión: el más pequeño detalle, el menor signo, comprometerá el equilibrio inestable del apego ex clusivo, dando así la preeminencia a la v ertiente negativa de la contradic ción interna. En esa etapa, el celoso es un puro receptor de indicios y de signos; luego, la suspensión de la confianza desencadena una búsqueda cognoscitiva que hace posible el metasaber. La segunda transformación deberá provocar una selección entre las hipótesis; esa selección pertenece exclusivamente a la secuencia de los celos y tendremos oportunidad de regresar a ella más extensamente, apoyándonos en otros textos. El con jun to del recorrido se presen ta así:
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CONFIANZA
DIFIDENCIA Á'
\.(indicios)
(prueba)
(signos) DESCONFIANZA
Sin embargo, un sujeto inquieto cuya identidad está asegnrada por reembrague sobre el sujeto tensivo no puede esperar un recorrido tan cla' ro. Aunque desconfiado y sospechoso con respecto a las sombras rivales que se agitan alrededor de él, permanece confiado con respecto al objeto amado hasta el término del recorrido y a veces más allá. Por cierto, todos los casos de figura son considerables, entre la confianza ligada al apego y la difidencia ligada a la estructura polémica; pero el celoso estará siempre dividido entre dos roles fiduciarios, ya que dentro del simulacro pasional no podría comprenderse su difidencia sin su apego y por consiguiente con tinúa presuponiéndolo. Por eso, por ejemplo, cuando de un lado es confia do y del otro desconfiado, el estado en el cual se encuentra no se podrá describir jamás como “término complejo”: será una oscilación, una aser ción y una negación simultáneas que repercutiendo en la sacudida fórica de la inquietud sólo podrán amplificarla. Las modulaciones tensivas sacu den la masa fórica y la dimensión fiduciaria agrega la inestabilidad de una aserción/negación simultánea de los contrarios: he ahí la primera figura del autoengendramiento, de la autoamplificación, que encon traremos frecuentemente en ios discursos realizados y que parece carac terizar a la pasión celosa. 9 Esbozo del modelo de los celos En su versión más compleja, los celos explotan una estructura actancial compuesta de tres actantes, S L, S2 y 0,S3, que es convertida en dispositivo sensible por tres puestas en perspectiva sucesivas: la estructura es puesta en la perspectiva de Sp dos puestas en perspectiva secundarias son en seguida propuestas paralelamente: Sj/Sg, por una parte, y Sj/0,S3, por la otra; y una última puesta en perspectiva -que consiste en los dos casos en reconstituir la pareja S9/0,S3 bajo la forma de una escena de la que S1 está excluido- es aplicada a los resultados de las dos precedentes. A manera de balance provisional, se podría considerar que las rela ciones de junción entre esos actantes son modalizadas como sigue: SpD-So es modalizada por el deber-estar-ser (apego) y el querer-estar-ser (pose sión); Sj/S2 es modalizada por el deber-no-estar-ser (la exclusión en
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relación con la comunidad); S^OjSg es modalizada por el deber-no-estarser y el querer-no-estar-ser (exclusividad). Todas esas modalizaciones son proyectadas por su pues to desde el punto de vista de S 1? quien procurando una primera orientación al dispositivo sensibilizó las modalidades. Por otra parte, la inquietud y la preocupación, definidas como “oscilación” y “absorción”, sólo pueden recibir interpretación como modulaciones en el nivel tensivo. En suma, los “celos en sí” convocarían para su definición: 1) la conversión de las estructuras actanciales en dispositivos perspectivos; 2] las modalizaciones sensibilizadas que se afirman en las modulaciones tensivas; y 3) las modulaciones tensivas directamente convocadas en el simulacro. Dos de los elementos de construcción parecen disputarse el estatuto de presupuesto: el apego y la inquietud; su rol sintáctico es sin embargo muy diferente. El primero da al conjunto de los celos -en cuanto confi guración y recorrido- una rección modal que incluso si descansa sobre un fenómeno tensivo se encuentra expresada como la categoría del deber en un momento dado del recorrido generativo; la segunda, en cambio, no puede recibir formulación modal específica, pero procura, sin embargo, a la vez un motivo de desencadenamiento y un estilo semiótico al conjunto del recorrido sintáctico que, superficialmente, podrá aparecer como aspec tual; por el “desencadenamiento” comprende el reembrague sobre el suje to tensivo, y por el “estilo semiótico” asegura las transiciones entre las di ferentes etapas de la crisis de celos y mantiene una homogeneidad más allá de las transformaciones modales y de los cambios de roles patémicos. El apego sería entonces el presupuesto modal de los celos, mientras que la inquietud sería ahí el presupuesto fórico. ®Roles y dispositivos patémicos Podemos ahora considerar que los celos se presentan bajo dos formas: una vasta configuración en la que no son más que una de las eventualidades pasion ales que ha y que considerar y un acontecimiento pasional específico, que hasta el momento hemos designado intuitivamente como “crisis pa sional” o “crisis de celos”. La crisis pasional propiamente dicha comprende ría lo siguiente: la sospecha, que es una forma de saber cuyo objeto perma nece secreto -un .metasaber-, la administración de la prueba y la puesta en escena decisiva, que inducen a la adquisición de una certidumbre de la cual nacerá la difidencia, después el sufrimiento, que podrá ser, según el caso, o bien una aflicción (retrospectivo), o bien un temor (prospectivo). Por otra parte, dada la complejidad de su organización, los celos no perte necen a un a configuración y a u n microsis tema patémico, sino a va rios: el del apego, el de la exclusividad, el de las estructuras polémico-contractuales y el de las pasiones fiduciarias, entre otros. Los celos no sola
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mente no son una pasión aislada porque pertenecen a microsistemas en los que sólo son una posición entre otras, sino, además, porque participan en varias constelaciones patémicas. El juego de las intersecciones y las confrontaciones, que ha permitido pasar de las categorías modales a los dispositivos modales, se reproduce aquí y nos hace pasar de las estruc turas patémicas -como la de la avaricia- a los dispositivos patémicos -como el de los celos. Así como la intersección de varias estructuras modales engendra un dispositivo modal y, en consecuencia, un rol patémico, la intersección de varios roles patémicos engendra un dispositivo patémico. A la manera de las modalidades dentro de un dispositivo modal, los roles patémicos se encadenan y se transforman los unos en los otros dentro de un dispositivo patémico, definiendo así un grado suplementario de articulación sintácti ca del universo pasional. Una pasión como la envidia, por ejemplo, hubiera podido ser enteramente circunscrita dentro de la configuración de la rivalidad y en el microsistema de las estructuras polémico-contractuales; la cólera, en cambio, participa de varios microsistemas como los celos. Se podrían oponer así las pasiones “simples” y las pasiones “com pu es tas”; pa ra ev ita r recae r en las taxonom ías y en el estudio de las pasiones aislad as, parece preferible por lo tanto rete ner la expresión “dis positivo patémico”. La construcción de los celos previamente requiere, pues, el estableci miento de los microsistemas patémicos sobre el fondo de los cuales se dibuja su dispositivo específico. Por ejemplo, el microsistema del apego regulado por la estructura modal del deber se pre sentaría así: APEGO
(deber-estar-ser)
¿TOLERANCIA?
(no-deber-no-estar-ser)
FOBIA
(deber-no-estar-ser)
DESAPEGO
(no-deber-estar-ser)
El microsistema de las estructuras polémico-contractuales aplicadas al apego haría aparecer, junto a los celos -que es una pasión del antagonis mo- pasiones de la discordia -como la “exigencia”, la “dureza”-, pasiones de la conciliación -como la “indiferencia”- y, por último, pasiones de la colusión -como la “complacencia”, a menos que no encontremos en esa posición a la “abnegación” en una versión moralizada de manera diferente. Si se considera ahora al sistema del actante colectivo e individual que funda la exclusividad, los celos ocuparían esta vez un lugar en un micro-
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sistema en el que la distribución se basaría en el estallido de la categoría cuantitativa, es decir, en las unidades partitiva (Up) e integral (Ui) y en las totalidades partitiva (Tp) e integral (Ti): ( u p )
SIMPÁTICAS
(TÍ) PASIONES IDENTIFICADORAS
PASIONES (Ui) EXCLUSIVAS
(Tp) PASIONES COMUNITARIAS
p a s i o n e s
El metatérmino constituido por la reunión de las pasiones simpáticas y exclusivas define el conjunto de las pasiones individualizan tes ; el otro metatérmino, constituido por la reunión de las pasiones identificadoras y comunitarias, define el conjunto de las pasiones colectivizantes. Los celos pertenecen por derecho a las pasiones individ ualizantes exclusivas; la “compasión” sería una pasión individualizante simpática que caracteriza al sujeto individual partitivo, puesto que comparte, por la pasión, un ras go común con sus semejantes. La “convivialidad” sería una pasión colec tivizante comunitaria; y, si se acepta hacer de la “opinión pública” un te ma apasionado, puede serlo en el marco de las pasiones colectivizantes, ya sean comunitarias o identificadoras. Por último, las pasiones del sujeto colectivo integral son aquellas por las cuales todo un grupo determina su identidad: la “conciencia de clase” sería una, pero también todas esas pa siones nacionales que, según sean aprehendidas desde el exterior o desde dentro, pueden pasar, ora por estereotipos desgastados, ora por fermentos de identidad colectiva. Este rápido recorrido por algunos de los microsistemas a los que per tenecen los celos no pretende ser exhaustivo -la exhaustividad no tendría aquí ningún sentido-, pero permite de alguna forma comprender por qué es un “dispositivo de dispositivos”; las pasiones que ocupan las diferentes posiciones en cada microsistema descansan en efecto sobre dispositivos sensibilizados; en la medida en que los celos participan de todos esos mi crosistemas, articulan las pasiones particulares que reúnen en un macrodispositivo. En esas articulaciones fijaremos ahora nuestra atención.
LOS CELOS, PASIÓN INTERSUBJETIVA
Una vez perfilado el triángulo S^Sy'Sg, los celos aparecen como un vasto campo de maniobras y de acontecimientos pasionales, en los que se puede
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prever desde ahor a algunos desarrollos. La intersubjetividad se analizará en cinco tipos de interacciones: a ] S^OjSgi las vicisitudes de la relación amorosa, b] Sj/Sg: las variaciones sobre la rivalidad, c] la conjunción temida, d] Sj/Sg + S3,0: el celoso y su espectáculo, e] S-j/Sp el celoso es su propio juez.
Todas esas interacciones implican confrontaciones, dominaciones, manipulaciones y contramanipulaciones en las cuales no entraremos sis temáticamente en detalle; en el marco de los celos, algunas son más rentables que otras; para explorarlas nos ayudaremos con-el-discurso de los moralistas y las dificultades que presenta su análisis. Así, encon traremos en el camino a Barthes, Beaumarchais, La Bruyére, La Chaussée, La Rochefoucault, Racine, Stendhal. En relación con los enunciados de junción constatados en el discurso de acogida, tres actantes han sido definidos previamente dentro de la configuración. Lo propio de las interacciones pasionales es suscitar den tro de la configuración una comunicación en la que los objetos-mensajes intercambiados son exclusivamente o ante todo objetos modales; efectiva mente operan dentro de un simulacro que resulta del desembrague pa sional e incluso la “infidelidad” que, desde otro punto de vista, puede pa sar por un a tran sforma ción eminentem ente prag mática, funcionará dentro de la configuración pasional como un objeto modal. La primera consecuencia es que los “actantes” del triángulo inicial van todos a escindirse en sujetos modales y en diversos roles que no coinciden ya obligatoriamente con la segmentación inicial. La segunda consecuencia que resulta de la primera se refiere al estatuto de esos sujetos modales en relación con los actantes narrativos que son el “celoso”, el “rival” y el “objeto-sujeto amado”; en la medida en que lo que se intercambia en la comunicación celosa es exclusivamente modal, la sensibilización que obra en el conjunto de la configuración opera sobre los dispositivos modales pue stos en circulación: dentro del macrosimula cro aparecen entonces roles patémicos que son otros tantos simulacros que intercambian los coparticipantes. N.B. Apelamos aquí a dos especies de simulacros: por un lado, la pasión se
inscribe enteramente en un simulacro; por el otro, los participantes intercam bian simulacros que son dispositivos modales sensibilizados. De hecho, la sig nificación es la misma, sólo cambia la extensión, puesto que los celos se pre sentan como un macrodispositivo patémico -el primer tipo de simulacro- que comprende numerosos roles patémicos -el segundo tipo de simulacro.
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El estatuto del rival en los celos es de por sí incierto; para comenzar, el hecho de que sea constatado o de que no lo sea, de que sea un actante narrativo del discuro de acogida o que sea solamente una construcción del imaginario del celoso, no le quita nada de su eficacia pasional; enseguida, basta con que Sj rechace entra r en la totalidad partitiva p ara que por pre suposición se instale un an tisujeto virt ual y p ara que, desde ese momento, la menor “sombra” que se extienda sobre el objeto amado dé cuerpo a ese antisujeto. Que S2 sea un actante comprobado o una creación de S1; el resultado es siempre el mismo, ya que el “rival”, efectivo o soñado, no desempeña otro rol en la configuración que aquel que le atribuye el celoso, y el “rival” no es otra cosa que el simulacro que S1proyecta a partir de las modalizaciones del apego, de la posesión y de la exclusividad. Hemos constatado ya hasta qué punto el estatuto del objeto-sujeto amado era profundamente modificado por las modalizaciones proyectadas por Sp el querer del poseedor lo convierte en objeto tímico y modal. De hecho, a los celos les basta con un deseo de posesión exclusiva y con una conjunción simplemente deseada; en ese sentido, el objeto mismo no tiene otros roles en la configuración que los que proyecta el celoso, bajo la forma de un simulacro por medio del cual persigue su propio sueño de posesión exclusiva. Se mostrará por último que la identidad misma del sujeto apasionado está enteramente modelada por la interacción, en particular por los dis positivos modales que a hí nacen, circulan y se intercamb ian. El estudio que sigue es entonces el de los simulacros puestos en mar cha en la comunicación celosa y el de las transformaciones que sufren por efecto de las diversas estrategias y manipulaciones en las que el motivo es la pasión celosa.
El simulacro del objeto-sujeto amado: de la estética a la ética
®Un resto de esperanza On arrive au comble des tourments, c’est-á-dire á l’extréme malheur empoisonné d’un reste d’espérance.5 [Se llega al colmo de los tormentos, es decir, a la desgracia extrema de un resto de esperanza.]
La única salida para el celoso infeliz sería la de no amar más, de rom per el apego, pues to que la confianza intrínseca al apego perm anece inde pendiente de las desconfianzas y de las difidencias n acidas de la actividad 5 Stendhal, De l’amou r [Del amor}, Garnier-Flammarion, XXXV, pp . 122-123.
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del rival; la confianza sirve de basamento a todas las transformaciones fiduciarias propias de los celos, pero no será afectada mientras la identi dad de Sx no sea cuestionada; especialmente, el hundim iento fiduciario que provoca la intervención de S2 en el debate, incluso las preferencias marca das de S3 por S2, no puede afectar al creer fundamental por el cual el sujeto asume su incorporación semántica. El “resto de esperanza” man tiene entonces el sufrimiento, puesto que perenniza el presupuesto último de los celos. Pero queda claro que si todo comienza y perdura con ese creer presu puesto, todo puede también term inar con él. Se ha demostrado en varias ocasiones que la negación de un pre supuesto sintáctico es un volver a cuestionar el universo de discurso que funda (cf. Eco y Violi 87).6 Ahora bien, el apego es el presupuesto funda dor del universo de discurso que constituye el macrosimulacro pasional, esto es, el que implica y contiene a la vez a todos los demás. El creer que acompaña al apego no puede desaparecer sin que el universo pasional en tero sea arruinado. También la disociación entre el creer fundamental -es e “resto de esp eran za”- y las diversas confianzas y difidencias ligadas a los imprevistos de la estructura polémico-contractual implica una es tratificación del macrosimulacro en subespacios pasionales que estarían dotados de una autonomía relativa; el rol del celoso comprendería ya dos sujetos “fiduciarios” distintos: el del apego y el de la posesión exclusiva; la perennid ad del primero y la resistencia a los avatares del segundo son la condición para que la pasión dure y, con ella, el sufrimiento. ®Universalidad y exclusividad Chaqué perfection que vous ajoutez á la couronne de l’objet que vous aimez, loin de vous procurer une jouissance celeste, vous retourne un poignard dans le coeur. Une voix vous crie: Ce plaisir si charmant, c’est ton rival qui en jouira.7 (Cada perfección que usted añade a la corona del objeto que ama, lejos de procu rarle un goce celestial, le devuelve una puñalada en el corazón. Una voz le grita: tu rival gozará de ese placer tan encantador.]
El hacer cognoscitivo por el cual el sujeto reconoce su objeto de valor es aquí el programa de uso de un hacer tímico; en efecto, el sujeto “posee dor” tortura al sujeto de estado “gozoso” por medio de la contemplación del objeto. Stendhal encuentra aquí las operaciones propiamente cognoscitivo-tímicas asociadas al ejercicio de la “posesión”. Se reconoce así la ope ración por la cual el objeto amado es transformado en objeto modal: la proyección del “querer-esta r-se r” por el poseedor; pero, por efecto de la ex clusividad, esa proyección modal suscita al mismo tiempo el simulacro de 6 Op. cit., pp. 11-14. 7 Sten dhal, De l’amour, op. cit., xxxv, p. 122.
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otro poseedor virtual, aquel que reclamaría los derechos de la totalidad partitiv a. Desplazando el alcance de la modaliza ción de la junción sobre el objeto, crea su propia desgracia; de hecho, al “objetivar” la espera de gozo -es decir, situándola en el objeto-, el celoso le confiere una autonomía que la hace accesible al rival. En la construcción del simulacro del objeto amado, lo que se halla directamente en el centro de la discusión es su universalidad. Una con tradicción insoslayable aparece entre un objeto sintáctico que no se puede compartir y un valor reconocido como universal o, por lo menos, general. Aquí se nos lleva a considerar al celoso a la vez como un sujeto individual y como un sujeto social: al constituir su objeto como “amable”, el sujeto so cial como objeto modal inscrito en un sistema de valores provoca la des gracia del sujeto individual exclusivo. La contradicción residiría finalmen te en la oposición entre la universalidad y la exclusividad. La universali dad se reanuda con la totalidad partitiva o, al menos, le da garantías, puesto que las “perfecciones” que crean la espera de un “gozo celestial” obedecen a criterios axiológicos que son comunes a todos los sujetos del actante colectivo, mientras que la exclusividad permanece fundada sobre una unidad integral. La contradicción entre universalidad y exclusividad haría entonces de los celos una pasión que sería a la vez, paradójicamente, comunitaria y exclusiva: fijando su deseo de reservarse el objeto de valor, el celoso pre supone que podría interesar a mucha gente. Se podría también hacer no ta r que la contradicción toma la forma de un conflicto de simulacros: el si mulacro del objeto, modalizado de manera independiente y que participa en la consolidación del actante colectivo, y el simulacro del sujeto, que comprende una especie de objeto interno, modalizado diferentemente. En última instancia, en el momento del vertimiento semántico el sujeto inscribe el “objeto interno” en un sistema de valores al cual se suscribe, pero que d esgr acia dam ente no le es específico. La estetización del objeto es una indicación preciosa sobre el proceso de construcción del simulacro de 0,S3. Visto más de cerca el objeto amado, se constata que no es considerado aquí solamente como un objeto particu-, lar, lleno de los valores semánticos característicos de una axiología. También es presentado como una potencialidad de objeto en la cual pueden ve rte rse tod a un a serie de contenidos. Al hacer alusi ón direc ta mente a cánones de belleza que suponen un vertimiento semántico, el tér mino mismo de “perfección” es a ese respecto significativo. Por cierto, él remite a un hacer creador, a un “obrero divino” cuya criatura particular mente acabada daría testimonio de talento; pero esa reconstrucción per manece insatisfactoria, ya que no es más que una extrapolación mecánica, un a ca tálisis que aprovechan, por ejemplo, los blasones del cuerpo femeni no. Sin que sea necesario extrapolar, lo que en cambio nos da a entender
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el aforismo de Stendhal es una aspectualización del objeto estético; la “perfección” asumida o no por un saber-hacer, es una figura estetizada de la terminatividad. Si el lector se acuerda de la incoatividad característica de los objetos de valor en Capitale de la douleur (cf. supra, capítulo pri mero), deducirá fácilmente por sí mismo que la “perfección” evocada por Stendhal manifiesta una valencia. Lo anterior siguificaría que guacias al apego el celoso encuentra la estesis original; como es reembragado sobre el sujeto tensivo, está en posi bilidad de re-sentir la escisión tensiva que hemos interpretado como el primer estremecimiento del sentido. El conflicto en tre los dos simulacros no puede sin embargo explicarse por un conflicto entre una valencia ex clusiva y una valencia “perfectiva”, ya que no vemos lo que podría oponer los. Pero, de otro lado, la valencia “perfectiva” prosigue su camino en el recorrido generativo: esa valencia es convertida en objeto de valor sintác tico, después en objeto modalizado y, por último, en objeto de valor ins crito en una axiología colectiva. La valencia “exclusiva” permanece en cambio como valencia y será directamente convocada durante la puesta en discurso para cuantificar los recorridos de los actores en presencia. La contradicción nacería por consiguiente de la diferencia de procedimiento: la exclusividad define un objeto “interno” propio del sujeto individual, en la medida en que continúa atándose directamente a una valencia sólo accesible al sujeto tensivo; la universalidad define un objeto que, aunque salido también de una valencia, ha sido “externalizado”, semantizado, axiologizado y estetizado a todo lo largo del recorrido generativo. La oposición entre la universalidad del valor y la exclusividad de la valencia confiere al celoso dos roles distintos: un sujeto cognoscitivo que toma a su cargo la estetización del objeto y que la reclama de la totalidad pa rti tiv a, y un sujeto tímico que hace suy a la posesión exclusiva. El primero tor tura al segundo haciéndole saber que su gozo celestial no es exclusivo. Por oposición a la tortura física, la “tortura” moral se definiría entonces como una transformación tímica negativa cuyos medios serían cognoscitivos; además, como proceso, se presenta bajo el aspecto iterativo y durativo. El paso en la dimensión tímica es aquí aprehendido desde el punto de vis ta del sujeto exclusivo, el que sufre; a pesar suyo, este último lleva consigo en cierta forma al sujeto cognoscitivo que decreta la univer salidad del objeto, confirmando así en el seno de la interacción el carácter “contagioso” de los efectos pasionales.
La conversión del ciclante La jalou sie a beau s ’imputer á l’amour, c’est toujours un manque d’estim e.8 8 P.C.N. de La Chaussée, Le retoar ¿rnpréuu, acto II, escena 8.
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[Es muy fácil culpar al amor de los celos, pero ellos son en realidad siempre una falta de estima.]
¿Contradicción? ¿Cómo puede uno a la vez reconocer y desconocer? De hecho, se ha cambiado de dimensión: con La Chaussée se ha pasado de la estética amorosa a la ética amorosa. La estética trataba al ser amado como objeto, la ética lo trata como sujeto: por esa razón, el reconocimiento estéti co y doloroso concierne al actante O, y la falta de estima concierne al actante S3. El recurrir a la estesis permite explicar esa transformación: el reem brag ue sobre el sujeto tensivo actu aliza ese estrato presemiótico y casi fusional en el que los estatutos de objeto y de sujeto son aún apenas decidi bles y donde la única diferencia tiene que ver con un re part o desigual de la intencionalidad (bajo su forma protensiva). Entre los múltiples escenarios probables que el celoso proyecta a parti r de la prim era sospecha, en al gunos que el ser amado se muestra como sujeto competente, capaz de aliarse con S2. La “falta de estima” se afirma en uno de esos escenarios. Por otra parte, en el nivel pasional propiamente dicho, la falta de esti ma resulta de la generalización de los simulacros y de una sensibilización que se difunde en toda la interacción. Cuando ocurre la crisis celosa se podría uno repres entar el macrosimulacro pasional como un espacio interactancial integralmente ocupado por las modalizaciones sensibilizadas susceptibles de afectar a cualquiera de los interactantes; un actante obje to también puede captar las modalizaciones que le son necesarias para adoptar un rol patémico en el simulacro. La formulación misma de La Chaussée que sitúa la modalización y la moralización de 0, S3 en la pers pectiva de Sj_ (la falta de estima) , pres upone y confirma que el rol de “infiel” es un simulacro proyectado por
Los simula cros de los rivales y la identifi cación
0 El mérito del rival La jalousie est comme un aveu contraint du mérite.9 [Los celos son algo así como una confesión forzada del mérito.]
El envidioso es evaluado como un sujeto merecedor, tanto o más me recedor que el celoso. Pero en ese caso, al contrario de la emulación -en la que S2 es de entrada pla nteado como referencia de S1} el rival es en cierta forma la figura del Destinador delegado (quien designa por su solo ejem9 J. de La Bruyére, Les caracteres [Los caracteres), capítulo
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pío el resultado que hay que esperar) y el recorrido que se seguirá para llegar al fin propuesto- y los celos implican una “confesión forzada”, modalizada por un no-poder-no-hacer. Como en el “recelo”, la comparación de las competencias toma en ese caso por referencia, no la competencia del rival, sino la del celoso. El “forzamiento” en cuestión podría no ser más que una presuposi ción: temiendo que el rival lo venza y gane su objeto, el celoso presupone que es capaz o, en el sentido de la lengua clásica, que lo merece. En ese sentido, la manifestación pasional funcionaría como un hacer-saber, pro poniendo como men saje explícito el “temor de per der ” y como mensaje implícito presupuesto la “confesión del mérito”. Pero, en otro sentido, la confesión es obligada porque va contra los intereses del celoso: para este último, reconocer el mérito del rival es aumentar a la vez las posibilidades del otro -al reconocerle el derecho al objeto de valor- y sus propias ra zones para temer. En fin, hay “confesión” -es decir, reconocimiento de un error o de una falta-, en la medida en que, en última instancia, es su pro pia inferioridad la que el celoso presupone. Una gran parte de la inte rac ción se decide ciertamente en el peso respectivo de los méritos y de las competencias de S l y S2. 0 De la emulación al odio La jalousie des personnes supérieures devient de l’émulation, celle des petits esprits de la h aine .10 [Los celos de los seres superiores provienen de la emulación; los de los espíritus mediocres, del odio.]
El reconocimiento de la super ioridad de S2 hace las veces de contrato par a un even tual program a de a delantamiento (la emulación) e introduce en la rivalidad un componente moral positivo; pero puede también virar al puro conflicto y la rivalidad es entonces moralizada negativamente. Te nemos aquí un equilibrio inestable que puede inclinarse tanto en un sen tido como en otro: Balzac atribuye el desequilibrio positivo a la superiori dad moral del celoso y el desequilibrio negativo a su “espíritu mediocre”. Se trata evidentemente de una competencia cuyo contenido hay que de terminar; se sabe sin embargo que es esa competencia la que ubica el si mulacro del rival, ya sea como referencia y ejemplo que se seguirá por identificación positiva y atractiva, o como enemigo odiado por identifica ción negativa y repulsiva. Al parecer, esa competencia creadora de simu lacros está construida por dos tipos de contenidos. Primeramente, un contenido axiológico. En efecto, la moralización que 10 H. de Balzac, Le contrat d e ma riage.
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acompaña a las dos pasiones subsecuentes de los celos, la emulación y el odio, indica por presuposición que el celoso hubiera debido respetar un código compartido por todos. Respecto al otro contenido, es modal y rige el proceso de identificación. Se puede supo ner que la superioridad del rival, al ser evaluada con relación al celoso, reclama previamente un cierto nivel de competencia en este último; en otros términos, cuando el celoso elabora el simulacro de su rival, es él mismo y para sí mismo un simulacro. De ahí que el proceso de identificación pase por la comparación entre dos imá genes modales: la del envidioso con respecto a la del celoso. La evaluación de su propia competencia por el celoso mismo, implícita y presupuesta desde que se compromete en el proceso comparativo que pone en marcha los celos, como lo vamos a ver, puede ser cuestionada de manera hiriente por el encelado mismo, por poco que no aprecie en nada ser tratado, so pretexto de celos, igual que el primer advenedizo; el ataque es de Racine, en el prefacio que escribió para Bérénice. ®La presunción del celoso Toutes ces critiques sont le partage de quatre ou cinq petits auteurs infortunés, qui n’ont jamais pu par eux-mémes exciter la curiosité du public. lis attendent toujours l’occasion de quelque ouvrage qui réussisse, pour l’attaquer, n o n p o i n t p a r j a l o u s i e , c a r s u r q u e l s f o n d e m e n t s s e r a i e n t - i l s j a l o u x ? mais dans l’espérance qu’on se donne la peine de repondré, et qu’on les tirera de l’oubli oü leurs propres ouvrages les auraient laissés toute leur vie.11 [Todas esas críticas son la ración de cuatro o cinco desafortunados autorcitos que no han podido nunca suscitar la curiosidad del público por su propia capacidad. Ellos esperan siempre el momento en que alguna obra tenga éxito para atacarla, n o p o r c e l o s , p u e s , ¿ c u á l e s s e r í a n s u s r a z o n e s p a r a e s t a r c e lo s o s?, sino porque esperan que uno se dé el trabajo de responderles y que así se les saque del olvido en que sus propias obras los habrían dejado toda la vida.j
Si los críticos no pueden ser celosos es porque son muy inferiores, por que no tienen ninguna competencia: ningún poder hacer, ningún saber hacer, y la sanción del público es suficientemente clara al respecto. El ra zonamiento por presuposición permite definir las modalidades de la com petencia partiendo del objeto considerado y los valores modales deben ser adaptados a los objetos de valor buscados; puesto que la gloria literaria (vs la “oscuridad”) es el objeto de valor que los críticos se afanan en dis pu tar a Racine, queda claro que ellos carecen de la competencia r equeri da. La ausencia de competencia de los sujetos de hacer conlleva la disjun ción irremediable de los sujetos de estado; hasta el momento de la enun ciación de ese prefacio, los críticos no han podido conocer la gloria; re chazando citar sus nombres y responderles personalmente -es decir, de 11 J . Rac ine , Bérénice, prefacio. Las cursivas son nuestras.
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conjuntarlos con el objeto de valor “gloria”-, Racine los modaliza según el deber-no-estar-ser. Y la falta de competencia, causa ya de la disjunción, les impide ser celosos por añadidura. Pa ra que Sx pueda ser celoso, hace falta que presente las mismas modalidades de S2, y la diferencia entre las dos competencias debe ser solamente gradual. Para ser comparados, los dos simulacros de los rivales deben ser comparables: tautología, por cierto, pero que no deja de resistir se al análisis. La dificultad radica en el hecho de que S1 y S9 deben estar igualmente modalizados (para ser comparables), y sin embargo diferentes (para que la superioridad de uno de ellos pueda ser pronunciada). La diferencia sería entonces gradual, incluso aspectual; la regla subyacente podría ser definida como “principio de identidad aproximada”. Puede, sin embargo, ser considerada una interpretación no gradual y categorial. La identidad y la alteridad pertenecen por cierto a un mismo microsistema, en el cual puede aparecer un recorrido discontinuo: OTRO
MISMO
IDÉNTICO
DIFERENTE
El principio de identidad aproximada se interpreta, entonces, a partir de un recorrido que llevaría del “otro” al “mismo”, como una captura del proceso de identificación en la etapa de la contradicción, es decir, en la po sición “idéntico”. El rival no puede ser ni el “mismo” ni el “otro”; la comparabilidad de los rivales se interpreta así como presuposición sobre el cuadrado, y la comparación entre ellos, como implicación de lo “idéntico” hacia lo “mismo”. Se comprende entonces por qué el celoso que respeta los códigos éticos opera él mismo la implicación, al igualar su modelo por emulación, mientras que el celoso odioso tenderá a retornar, regresiva mente, a la posición “otro”. La hipótesis según la cual las competencias sólo deberían diferir por grado sigue siendo aceptable con la condición de aspectualizar el proceso de identificación antes descrito; se representarían así los dos recorridos posibles: MISMO
OTRO
A
identidad aproximada
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La identificación del celoso con el rival debe entonces ser interpretada como un proceso discursivo: durante la construcción de los simulacros, el celoso intenta captar la identidad modal del otro, apropiársela; si lo con sigue, se convierte en émulo; si se aproxima, es un celoso aceptable; si no lo consigue, no puede incluso pretender el título de celoso. Comparando ahora el mérito de S -según La Bruyére- y las compe tencias necesarias para los celos -según Racine-, se hace aparecer un “derecho” en los sujetos. Por su mérito, recordémoslo, que es una evalua ción moral de la competencia que acarrea una recompensa, S2 tiene de recho al objeto; en otros términos, una vez reconocido su mérito, su re lación con el objeto es modalizada por el deber-estar-ser . S 1 por su parte sólo tiene derecho a ser celoso si es comparable a S2; es decir, si su com petenc ia puede ser reconocida como suficiente: henos ahí de vu elta otra vez, pero implícitamente, al mérito; es decir, al derecho a la recompensa conquistada durante las pruebas calificantes. Pero entonces, si el acceso al objeto es regulado por el mérito de cada uno, no hay ninguna exclu sividad: el objeto de valor vuelve a todos aquellos que hayan demostrado la calificación adecuada y la totalidad partitiva vuelve a encontrar sus derechos. Ahora comprendemos por qué la confesión del mérito es “forzada”: introduce en los celos un sistema de valores que le es contrario, un uni verso regulado por contrato que comporta un Destinador que reconoce méritos y otorga recompensas y en el que la polémica debe obedecer a las reglas de una competición perfectamente determinada. En cambio, la exclusividad es una estrategia que recusa todo contrato y por la cual el sujeto individual se retira de la comunidad. Una vez más, el universo de valores opuesto al del celoso no cesa de irrumpir en su imaginario pa ra torturarlo: hace poco, en Stendhal, por medio del simulacro del objeto -su universalidad-; ahora, en La Chaussée y en Racine, por medio de los simulacros del rival y del celoso -los rivales casi idénticos por el mérito. Para terminar este punto, la expresión confesión obligada exige ima ginar una manipulación: he ahí al celoso manipulado por medio de los si mulacros que construye, en particular el que se da del rival; un no-poderno-hacer le es transm itido, sin que podamos decir quién lo ha trans mitido: en este caso, la pasión parece figurar aquí, indirectamente, como “mani pula dor”, aunqu e sólo sea porque dispone del sujeto apasionado para es tallar en varios roles patémicos independientes, susceptibles de mani pulars e unos a otros. 2
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Manipulaciones pasionales
®Solicitud y confesión de dependencia La jalousie peut plaire aux femmes qui ont de la fierté, comme une maniere nouvelle de leur montrer leur pouvoir.12 [Los celos pueden gustar a las mujeres altivas, como una nueva manera de demostrarles su poder.]
Por la pasión misma, el celoso demuestra su “apego”. Desde el punto de vista metodológico, es verdad que la pasión dificulta la reconstitución de los presupuestos, ya que “dispone” al sujeto gracias a una orientación prospectiva; pero como pasión, y una vez reconocida, como tal dentro de una taxonomía cultural, presenta en sí misma cierto número de presu posiciones modales que un coparticipante del sujeto apasionado está en condiciones de reconstituir. El hecho de que uno pueda reconocer el apego a los signos de los celos prueba de alguna manera que la pasión es de na turaleza sintáctica, ya que las manifestaciones odiosas, agresivas y los diversos sufrimientos de los celos no pueden presuponer el apego como segundo plano paradigmático; sólo puede tratarse de una presuposición de antecedentes sintácticos. En este caso, las manifestaciones de los celos, hasta las agresivas o disfóricas, reactualizan como presuponientes el apego que es el presupuesto. Pero en el enunciado citado, el apego de S 1 a 0,S 3 reaparece después por presuposición en la interacción pasional, llega a ser el soporte de una estrategia y aparece por ese hecho como una solicitud de dependencia, por un lado, y una confesión de dependencia, por el otro. En efecto, una vez que el deber-estar-ser es puesto en circulación en el simulacro -como todas las modalizaciones que se encuentran en ese caso-, es susceptible de ser aprovechado en el intercambio entre los interactantes. Proyectado sobre la relación que se colocó entr e los simulacros de S x y S3, el deberestar-ser introduce ahí una relación jerárquica que induce una manipu lación: tal sería S3, que manipularía a Sj para obtener esa “confesión de dependencia” que son los celos. Al parecer estamos frente a un fenómeno semejante a la atracción. En efecto, la atracción de un sujeto por un objeto supone que una fuerza cohe siva, exterior al propio sujeto, lo atrae hacia el objeto; en el marco de lo que hemos llamado el sentir mínimo, la fuerza tensiva es primero y susci ta los “efectos” fuente y meta, sujeto y objeto, pero en el nivel discursivo el sujeto deberá suponer que otro sujeto es responsable de racionalizar esa fuerza, en el ejemplo, su “objeto”, que llega a ser competente para atraer. 12 Stendhal, De l'amour, op. cit., p. 128.
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Asimismo, el sujeto que resulta afectado por la modalización que engendra el apego supondrá que viene de otro sujeto, en el ejemplo, el “ob jeto” del apego. Por consiguiente, una vez que la modalización es in trod u cida en el simulacro pasional, cada uno de los copartícipes puede ser lleva do, desde su punto de vista, a atribuir la responsabilidad al otro; también S 1 puede imaginar que S 3 le pide que manifieste los efectos de la atracción que resiente, y S 3 creer que atrae a Sr Por eso, S3 pasa por ser un sujeto manipulador que habría modalizado merced al deber-estar-ser la relación entre Sj y su objeto. La reconstrucción a la cual se entrega el sujeto apasionado dentro del simulacro no es pues la misma que aquella que podemos establecer desde el exterior con los recursos del análisis. En el simulacro, el apego receloso del celoso sería en cier ta forma un amor que gu arda ría la memoria de una derrota, ya que el apego es reinterpretado como una enajenación, la cual sólo podría resultar de un enfrentamiento. Habría entonces que suponer aquí una prueba anterior al propio apego, la cual, en el transcurso del na cimiento del amor, terminaría con la dominación de S 3 sobre SLy que, en el momento mismo de los celos, se saldaría por una reafirmación de la do minación. Por lo tanto, el celoso está bien definido como exclusivo, posesi vo, captatorio; hay que suponer entonces que el gesto de posesión por me dio del cual acapara al ser amado hace posible una dominación inversa. Es una banalidad decir que uno llega a ser dependiente de los objetos que posee Cuando se está apasio nadamente ligado a ellos; la cosa se aclar a si uno se acuerda de que el celoso ha puesto todo su estar-ser -sintáctico y semántico- en la junción con un objeto de valor exclusivo y que ese objeto es susceptible de dejar su lugar a un sujeto competente e independiente. Es verdad que por la conquista y la apropiación en la dimensión prag mática Sxsomete a O a su poder y a su querer; pero en la dimensión tímica del gozo posesivo, es Sj quien está a merced de 0 ,S3. El recorrido figurativo del amor, al comprender el reencuentro, la seducción recíproca y la confesión del amor, es el objeto de una relectura dentro del simulacro, bajo la doble influencia de la modalización del deberestar-ser y de las nuevas interacciones que se establecen bajo la égida de los celos; esa relectura reorganiza el recorrido en prueba, comportando las tres etapas canónicas: confrontación-dominación-apropiación. El fenómeno más interesante aquí es sin duda el de la diseminación de las modalizaciones sensibilizadas en el simulacro y en los copartícipes de la interacción. Parecería que esas modalizaciones una vez asumidas por el simulacro, pued en ser cap turadas por cua lquiera de los interactantes para enriquecer la comunicación pasional con un nuevo recorrido figurativo. Por eso, desde el punto de vista del celoso, lo que se lee como un “apego exclusivo” llega a ser, desde el punto de vista de las mujeres que aman los celos, una “dependencia” lisonjera. Esencialmente, diferen
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cia de sincretismo, porque cada uno de los dos copartícipes se da a sí mismo o atribuye al otro, según el caso, el rol del operador modal que proyecta el deber-estar-ser sobre la relación S^O. Otro hecho relevante: una vez desencadenada la interacción pasional por uno de los copartícipes, una vez diseminados los dispositivos modales en el simulacro, se fijan sobre tal o cual interactante -a merced de las estrategias y de ios cambios de punto de -vista- y lo patemizan. La compe tencia del sujeto manipulador S 3 es aquí tan pasional como la del celoso manipulado, puesto que los celos de uno encuentran respuesta en el arro jo del otro; en efecto, Stendhal precisa que las mujeres capaces de re inter pretar los celos como confesión de dependencia son “mujeres que tienen arrojo”. Ellas, entonces, están- “dispuestas” a una interpretación que les da la posición dominante, y los celos no hacen otra cosa que reactualizar esa disposición ofreciéndole el dispositivo modal adecuado y ya sensibi lizado. La comunicación dentro del simulacro pasional toma así la forma de una interacción entre las “disposiciones” pasionales de cada uno, que se reactivan recíprocamente gracias al poder de transmisión de las modalizaciones sensibilizadas que circulan entre los copartícipes. Es característica de la manipulación pasional la sustitución de los roles patémicos por las competencias ordinarias del manipulador y del manipulado; al “hacer-hacer” se opondrá entonces el “hacer-padecer” y el “hacer-gozar”. En lugar de incitar al sujeto manipulado a realizar un pro grama pragmático, el manipulador lo “apas iona” para hacerlo realizar un program a túnico. En el dispositivo modal que nos ocupa, el poder de S 3 se tran sfo rma en deber de y el hacer padecer consiste en proyectar la disforia sobre la modalización de De esa forma, el apego se convierte en enajenación dolorosa; el hacer gozar, inversamente, consistiría en trans formar el deber de S l en poder de S3 y en proyectar la euforia sobre la mo dalización de este último; es así como Stendhal sostiene que los celos gus tan a las damas. ®La escena y la imagen ...Dans le champ amoureux, les blessures les plus vives viennent davantage de ce qu’on voit que de ce qu’on sait. [...] Voici done, enfin, la définition de i’image, de toute image: fimage, c’est ce dont je suis exclu [...], je ne suis pas dans la scéne.13 [En el campo amoroso, las más vivas heridas provienen más de lo que se ve que de lo que se sabe [...] He aquí, pues, la definición de la imagen, de toda imagen: la imagen es aquello de lo que estoy excluido [...], yo no estoy en la escena.]
13 R. Ba rtn es , Fragm ents d ’un cliscours amoureux, París, Ed. du Seuil, “Tel Quel”, p. 157. [Ed. esp.: Fragmentos de un discurso amoroso, México, Siglo XXI, 1982, p. 154.]
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La transformación pasional central de los celos es presentada por Barthes como un “espectáculo” de la relación entre el rival y el objeto, da do a ver al celoso; es lo que permite desplegar figurativamente los fines y los medios de la tortura infligida al sujeto de estado por el sujeto cognosci tivo. El celoso es aquí un espectador , es decir, un observador cuyas coorde nadas espacio-temporales están fijadas respecto a la escena, pero que no puede en trar como actor en la escena misma. En el caso particu lar de los celos, esa posición específica resulta de la exclusividad instalada por el mismo celoso; de ahí que, una vez cumplida la exclusión, S3,0 sólo puede estar en conjunción con un solo sujeto a la vez y la conjunción de los otros es modalizada por el deber-no-estar-ser, en el dispositivo presupuesto por los celos, el sujeto conjunto es Slf y el sujeto excluido, S2. Pero en la medi da en que las modalizaciones sensibilizadas son diseminadas en la inter acción, es suficiente con que, en uno de los escenarios suscitados por las sospechas de S se encuentre en relación con el objeto, para que la ex clusión sea aplicada al mismo celoso, que se convierte entonces en el im portu no surgido de la totalidad par titiva. De hecho, el principio de la dise minación de la modalización sensibilizada dentro del simulacro se vuelve de nuevo contra aquel que lo introdujo, y, por la tercera vez, el sufrimien to que de ahí resulta tiene por origen un hacer cognoscitivo del celoso mismo. La “imagen” o la “escena” designan aquí el simulacro pasional figurativizado; es decir, espacializado, temporalizado, actorializado y semantizado.'El hecho de que las coordenadas espacio-temporales del espectador puedan coincidir con las de la escena -y eso, cualquiera que sea la posi ción espacial y temporal de la pareja Sg/Sg respecto al celoso como actorconstituye una de las explicaciones del efecto de “presentificación” que procura el simulacro pasional, ya que cualquiera que sea el lug ar o época en que esté el celoso como actor, el celoso en cuanto espectador estará pr e sente en la escena. Pero, desde otro punto de vista, ese embrague espaciotemporal es sólo la manifestación figurativa del reembrague sobre el suje to tensivo. De ahí resulta que el simulacro se encuentra en un presente eterno respecto al discurso de acogida, lo que explica su indiferencia hacia la perspectiva adoptada; que la infidelidad sea realizada, esperada o in cluso a punto de cumplirse, es de todas maneras presentificada en el cur so de la crisis celosa. Por lo tanto, no habrá mejor director de escena que el celoso: incluso en relación con la escena actual, que eventualmente se desarrolla ante sus ojos, los actores sólo son para él simulacros que proyecta y de los que dispone a su agrado. En cierta forma, el celoso es susceptible de intervenir en la temible escena, pero solamente como “director de actores” que reali za in vivo los simulacros que lo obsesionan. Un dispositivo de ese tipo ofrece un gran número de posibilidades pa 2
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ra recorridos cognoscitivos ocasionales; efectivamente, si Sxes espectador, la pareja S2 /S 3 es informador; como todo objeto cognoscitivo, y a fortiori en una interacción pasional en la que las modalizaciones están diseminadas, es susceptible de transformarse en sujeto cognoscitivo que “sabe que tiene algo que hacer saber” y que disimular eventualmente. Pueden entonces florecer las estrategias veridictorias y epistémicas, así como las varia ciones polémico-contractuales del intercambio de informaciones. Contramanipulación: fingir no creer más
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Comme on n’a de pouvoir sur vous qu’en vous ótant ou en vous faisant espérer des choses dont la seul passion fait tout le prix, si vous parvenez á vous faire croire indifférent, tout á coup vos adversaires n’ont plus d’armes.14 [Como sólo se tiene poder sobre vosotras despojándoos o haciéndoos esperar cosas a las que únicamente la pasión pone precio, si vosotras llegáis a haceros creer indiferentes, de golpe vuestros adversarios quedarán desarmados.!
Si un creer puede desencadenar todo, el fin del creer puede también detenerlo todo. Pero no se trata aquí de no creer más, sino de hacer creer que no se cree más. La estrategia está enteramente fundada en el simu lacro de S1? ya que el celoso no sólo construye el simulacro de sus copartí cipes en los celos, sino también el suyo propio, sobre el cual se fundan las manipulaciones de las que es objeto. Modificando su propio simulacro, pue de interrumpir el curso de la manipulación o modificarlo: las “armas” de que disponen los sujetos en la polémica amorosa son armas modales. Pa sando del apego a la indiferencia sobre el modo del parecer, el celoso rem plaza un deber-estar-ser por un no-deber-estar-ser, y las diversas estrate gias de dominación y de crueldad de las cuales es víctima pierden momen táneamente su soporte modal hasta la próxima contramanipulación. En ese tipo de manipulación pasional, la apuesta no es la búsqueda directa de un objeto efectivamente demostrado en el enunciado -es verdad que puede concurrir, pero indirectamente-, sino el control de una repre sentación, el dominio de los simulacros. Ese control se obtiene por las intervenciones en los dispositivos modales que son diseminados en la interacción, gracias especialmente a las transformaciones veridictorias que permiten a cada uno de los copartícipes presentar al otro sólo las mutaciones modales que concibió para su uso.
14 Ste ndh al, De l’arnour, op. cit., p. 124.
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La moralización • ¿Desprecio o sobreestima? Vous étes réduit á vous mépriser comme aimable: ce qui rend la douleur de la jalo usie si aig ué, c’es t que la va nité ne peut aider á la supporter.15 Suzanne: Pourquoi tant de jaolusie? La comtesse: Comme tous les maris, ma chére, uniquement par orgueil.16 [Vosotras os reducís a despreciaros como amable: lo que hace tan agudo el dolor de los celos es que la vanidad no puede ayudar a soportarlos.! [Susana: ¿Por qué tantos celos? La condesa: Como todos los maridos, querida, sólo por orgullo.l
El celoso, que apareció a la vez como un sujeto de estado y como un sujeto cognoscitivo evaluador de los méritos, se toma aquí como sujeto de evaluación y moraliza su propio dispositivo modal. Stendhal concluye con su indignidad; en Beaumarchais, el celoso se sobreestima; la contradicción es sólo aparente. “Amable” -literalmente: “que puede ser amado”- comprende la modali dad poder-(estar-)ser ; esa modalización del (estar-)ser es luego moralizada, sobredeterminada por un juicio ético que permite concluir que (estar-)ser amable es estimable, y no (estar-)serlo, despreciable. La expresión “despre ciaros como amable” presupone ciertamente que el celoso se haya reco nocido ante todo como no siendo amado, y después solamente como no sien do amable; vemos aquí, en detalle, cómo las modalizaciones se desplazan en el simulacro, puesto que el celoso plantea para comenzar que el objeto puede no estar conjunto con él y deducir -de ahí, para ter minar- que él mismo no puede estar conjunto con ningún objeto de la misma naturaleza. El “orgullo” se basa en una sobrevaluación de su propia competencia, la cual, si no formula directamente un deber-estar-ser, prepara, sin em bargo, l a actualización. En efecto, se tra ta aquí de un saber que tiene por objeto el “valor” del sujeto, que este último adquiere al atribuirse el rol de Destinador encargado de sopesar los méritos y de distribuir proporcional mente las recompensas: la conjunción se convierte entonces en un derecho. Se nos ocurren dos explicaciones para esa divergencia entre Stendhal y Beaumarchais. Primeramente, no adoptan la misma perspectiva. El menosprecio se construye en un primer punto de vista, el de S3, cuya falta de afecto es imputada a una falta de estima; después, un segundo punto 15 Ibid., p.123. 16 P.A.C. de Beaumarchais, Le mariage de Fígaro, acto ll, escena 1.
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de vista, el de S1, permite confirmar el primer juicio y moralizarlo. La sobreestima es edificada a partir de un primer punto de vista, el de S v que se evalúa positivamente; enseguida, un segundo, el de S3, que afirma el primer juicio, lo encuentra erróneo y moraliza ese error. En los dos casos, los mismos dos puntos de vista son solicitados e intercalados uno dentro del otro, pero con una inversión jerárquica tal que según el caso la moralización es la obra, en última instancia, de S o de S3. Por otra parte, Stendhal y Beaumarchais no hablan exactamente de la misma cosa. Stendhal define el menosprecio a partir del no-poder(estar-)ser-amado, es decir, a partir de un dispositivo modal instalado por los celos y en el que el ser amado se ha convertido en un sujeto autónomo a los ojos del celoso. Beaumarchais convoca en cambio el sentido de la dig nidad y de la superioridad por derecho; el orgullo del celoso, al basarse en cierta forma en el sentimiento de “lo que le es debido”, depende entonces de un deber-estar-ser, y no de un poder-estar-ser-, hace, pues, referencia a las modalizaciones que presuponen los celos y no a las que implican e instalan. Ese deber-estar-ser es homologable al del apego, no obstante que en el texto de Beaumarchais se regulan los derechos del marido y no el apego de un sujeto apasionado. La configuración pasional recibe aquí, pues, un bloque modal estereotipado que define el rol temático del marido en lugar de un rol patémico; pero una vez sumergido en la configuración y reactivado por la interacción pasional, el bloque modal temático es sensi bilizado y se man ifies ta también como un rol patémico, el del orgullo. La diferencia es más bien aquí de procedimiento, ya que por un lado el deberestar-ser tiene por efecto el apego, si es directamente presupuesto a partir de los celos, y por el otro lado el orgullo, si es convocado a partir del rol temático. Según que reactive un deber-estar-ser presupuesto o que constate un no-poder-estar-ser que le toca dentro de la interacción, el celoso será en tonces, o bien tachado de orgulloso -en el estilo “receloso”-, o bien “reduci do a despreciarse a sí mismo”: el cambio de evaluación no descansa enton ces en una contradicción interna de tipo paradigmático, sino en una t ran s formación modal, entre una modalización presupuesta y una modalización implicada. De todos modos, ahí tenemos como resultado una con tradicción interna, pero de tipo sintagmático, que define un dispositivo paradójico resultante del encabalgamiento de las dos modalizaciones; es gracias a la reactivación de todos los presupuestos dentro del simulacro que los celos provocan la confrontación de las dos modalizaciones y de las dos evaluaciones que se derivan de allí. La confrontación es un desga rramiento, puesto que la última modalización cuestiona la primera; pero, por otro lado, confirma la coherencia modal del sujeto, ya que si la pri mera modalización fuese anulada efectivamente por la segunda, no ha bría confrontación posible; el orgullo aparece enton ces como la mani 1
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festación de un sujeto que no ha renunciado a su identidad, a pesar de los imprevistos encontrados. Por ese hecho se comprende por qué uno de los efectos de sentido de ese dispositivo paradójico, al basarse en la presentificación global de las modalizaciones, puede ser un efecto de dignidad recu perada. Honor y vergüenza del celoso
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On a honte d’avouer qu’on a de la jalousie, et on se fait un honneur d’en avoir eu et d’étre capable d’en avoir.17 [Se tiene vergüenza de declarar que se es celoso, pero se considera honorable haberlo sido o tener la capacidad de serlo.]
En su autoevaluación, Sj distinguiría la manifestación momentánea y localizada de la pasión - “tener celos”- y la capacidad - “ser capaz de tener los”-, eventualm ente confirmada por los antecedentes - “haberlos tenido”. Esa distinción comprende, de hecho, varios, de diferentes órdenes. Ante todo, una distinción temporal: aquí y ahora, los celos serían ver gonzosos; entonces o ulteriormente, ya no lo serían, y uno podría incluso ufanarse de ellos. El sujeto de enunciación -la confesión es, entre otras cosas, una enunciación- no puede confesar más que unos celos que él no experimenta -es decir, desembragados-; puede tener en ese caso un dis curso pasional -i.e. que habla de sus pasiones-, y no un discurso apasio nado -Le. en el que su pasión se expresa directamente. La moralización positiva de un desembra gue no está hech a para sorpren der, ya que en suma conduce a la “buena d istancia”, y porque ese criterio está bas tante difundido en los juicios éticos. Pero en el caso de los celos -y sin duda en la mayoría de las pasiones-, la moralización positiva descubre un código de honor particular que merece examinarse. Si el sujeto no confiesa sin vergüenza los celos que experimenta -en un discurso apasionado y embragado en el que ellos se expresen directa mente-, es, para comenzar, en nombre del “dominio de sí mismo”, lo que sería de alguna manera la versión pasional del código más general de la “buena distancia”. Pero, por otra parte, si confesar sus celos es enunciar la confesión, implica un enunciatario que se va a encontrar atrapado en el simulacro pasional: enunciando su pasión, el sujeto pone en circulación un dispositivo modal sensibilizado con los efectos de “contagio” que conoce mos. Otro código, pues, que proviene del pudor y de una forma de cortesía que quiere que no se implique muy profundamente al enunciatario en los efectos en espiral de la sensibilización. Por lo demás, la pasión aprehendida aquí y ahora es un sentimiento 17 F. de La Rochefoucauld, Máximes.
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que se expresa, una transformación tímica que se manifiesta, un placer o un sufrimiento ostensibles, mientras que la pasión aprehendida como capacidad, potencial o ya probada, es una competencia pasional, una dispo sición implícita que caracteriza al estar-ser del sujeto. La disposición indi cada reagrupa, en este caso, lo esencial de los presupuestos: apego, pose sión exclusiva y desconfianza, entre otros. Si seguimos a La Rochefoucault en sus juicios éticos, la vergüenza se dirigiría a la transformación pasional manifestada aquí y ahora como un sufrimiento que reclama venganza y que los diccionarios estigmatizan siempre como “sentimiento malo”; en cambio, el honor se dirigiría a los presupuestos, permitiendo al sujeto ufa narse solamente de lo que permite estar-ser celoso, de lo que la transfor mación tímica presupone y reactiva como identidad modal. La presión de la totalidad social
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Importa sobre todo localizar en qué estriban los juicios éticos y en nombre de qué. Se señalará, para comenzar, que el reparto hecho aquí es homólo go del que nos ha permitido articular el orgullo y el menosprecio de sí: modalización presupuesta por un lado, modalización implicada e instala da por el simulacro por el otro. Las moralizaciones que hemos señalado hasta aquí permiten avanzar al menos sobre tres puntos, sin que se pueda saber aún cómo se organizan las axiologías subyacentes. En primer lugar, parecería que falta distinguir claramente los pre supuestos de los celos y la transformación tímica propiamente dicha, además de su entorno modal específico; esa autonomía relativa de las dos secuencias modales había aparecido ya a propósito de la distinción entre la desconfianza que suscita el recelo del rival y la difidencia que se trasla da luego al ser amado. Los presupuestos tienen el estatuto de modalizaciones siempre aprobadas aun si los celos no estallan, mientras que las modalizaciones propias de la crisis pasional tienen el estatuto de enuncia dos ficticios que pertenecen a un simulacro de segundo grado, proyectado a partir del aquí/ahora del espectador celoso. En segundo lugar, el observador evaluador -aun en los casos en que ese rol se confunde con el del celoso-, es un observador social que introduce en la configuración pasional sistemas de valor que le son ajenos o contra rios: las evaluaciones del mérito, por ejemplo, constituyen en cierta forma un desquite del sujeto colectivo sobre el sujeto individual exclusivo, al igual que la universalidad del objeto de valor. Para el celoso, la dificultad reside en no poder resistir en todos los frentes la presión de la totalidad social: toda evaluación del objeto, como de los sujetos, es una brecha de la que esa presión se aprovecha, ya que las evaluaciones se basan en códigos comunes compartidos y son subtendidos por las fuerzas cohesivas de lo colectivo. A ese respecto, aunque los celos descansan en fenómenos tensivos y cuantita
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tivos de la misma naturaleza que los que han sido propuestos para la avaricia, se distinguen por otro tipo de desequilibrio: en la avaricia ob servábamos la aparición de un lug ar individual que desviaba una pa rte del flujo circulante del valor y lo retenía; en los celos, al estar constituido ese lugar, somos llevados a constatar los efectos de la presión colectiva sobre ese lugar; por un lado, las fuerzas cohesivas ceden ante la fuerza de añadi dura de un lugar individual; por el otro lado, la fuerza cohesiva de un lugar individual -dispersivo con respecto a lo colectivo- es atacada por la atrac ción más fuerte ejercida por lo colectivo. Por último, h ay que seguir p reguntánd ose por qué el juicio ético valo riza las posiciones presupuestas y desvaloriza las posiciones implicadas en el simulacro. A manera de hipótesis, podría uno pensar que el juicio mejoratiuo18 sanciona la actitud de un sujeto que defiende o que está lis to para defender su apego contra la adversidad, mientras que el juicio negativo sanciona la actitud de aquel que no participa en el juego de la concurrencia hasta el fin y que huye de alguna manera de la adversidad, refugiándose en una crisis fiduciaria y pasional. Es como si los celos sustituyeran a la secuencia de resistencia pragmática del rival, cosa que se podría esperar en vista de los antecedentes polémicos del celoso, por una secuencia túnica que se desarrolla dentro del simulacro; esa sustitu ción es la que sería condenada. Pero lo uno no impide lo otro, ya que no falta un celoso que esté en condiciones de acumular a la vez la actitud “honorable” y la actitud “vergonzosa”. ®La moral de la firmeza Todas esas observaciones tenderían a probar que varios códigos éticos entrecruzan sus efectos en la configuración. El hecho de que los presu puestos -comprendidas la exclusividad y la difidencia- sean valorizados o al menos bien tolerados y que una ética del mérito venga a inmiscuirse en los asuntos amorosos tendería a probar que un sistema de valores colectivo regula las relaciones conflictivas en la colectividad y provee una especie de código del buen uso de la polémica. Esa sería una especie de concepción del honor, según la cual las rivalidades deben resolverse “por las bu enas ” y con referencia a los juicios de un Destinador que estatuye sobre el valor respec tivo de los adversarios, sin atascarse en las interacciones tortuosas del simulacro pasional. Otro código ético, esta vez de tipo individual, moralizaría el apego, así como las dichas y las desdichas que lo acompañan: muchos celosos consi deran de hecho que la exclusividad del apego responde a una exigencia moral, y no desde el punto de vista del ser amado, lo que resultaría en mo 18 Neologismo, por oposición a “peyorativo” [T.J.
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ralizar la fidelidad de otro, aunque desde el punto de vista del celoso, todo lo cual resulta en moralizar la fidelidad a sí mismo; es decir, la permanen cia de una constitución pasional. En otro sentido, el celoso moraliza positi vamente la posesión exclusiva, ya que representa lo que se debe a sí mismo; es decir, una selección drástica de las junciones dignas de él. Pa recería que en ese caso lo que aprehendimos intuitivamente como aquello que es “digno de...” abarca un criterio del valor; es decir, una valencia. Al moralizar el apego exclusivo desde el punto de vista individual del celoso, se reconoce que la propiedad de “exclusividad” es el criterio mismo de todo valor en la configuración. Notaremos por último la intervención de un tercer tipo de código ético que no tendría nada de específico para los celos, puesto que ya lo hemos encontrado a propósito de la avaricia. Lo que da vergüenza es la transfor mación rímica misma, embragada en un discurso apasionado que, porque es una confesión, sólo puede manifestarla directa y ostensiblemente. Ese sería uno de los últimos avatares de la ética clásica, para la cual la vida afectiva debe permanecer secreta; en ese sentido, la moralización de los ce los llevará a los comportamientos o a las actitudes observables, aun osten sibles, porque eso precisamente es lo que se considera como vergonzoso. La falt a de reserva, la indiscreción de la pasión remite, al parecer, a un no-saber-no-estar-ser ; la “reserva” es una actitud observable y es considera da en los diccionarios de lengua como una “cualidad” -y su contrario, como un “defecto”-, cualidad que consiste en “no darse indiscretamente, en no comprometerse imprudentemente”. Como lo hace notar Stendhal: “Las mujeres altivas disimulan sus celos por orgullo.” El sistema del saber-es tar-ser podría ser interpretado en ese caso como el sistema de saberes que organizan el estar-ser de un sujeto. Igual que los saber-hacer pueden aparecer como saberes que organizan el hacer, bajo la forma de una inte ligencia sintagmática, habría una organización del estar-ser que demostra ría una “inteligencia del corazón”. De hecho, la sintaxis intermodal puede ser objeto de una regulación y de una optimización, de la misma forma que la sintaxis narrativa. Esa regulación y esa optimización pueden a veces ser objeto de juicios estéticos -como en el caso del honorable caballero de la época clásica o del dandy posromántico-, pero serán más frecuentemente evaluados en la dimensión ética, definiendo una moral de la firmeza. Para dar cuenta de la “firmeza” se puede proponer el modelo siguiente: RESERVA (saber-no-estar-ser)
FIRMEZA (saber-estar-ser)
\ AUSENCIA DE RESERVA (no-saber-no-estar-ser)
/
/ X \
AUSENCIA DE FIRMEZA (no-saber-estar-ser)
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El sujeto apasionado moralizado es un sujeto que sabe comportarse o que no sabe comportarse -encontrándose entonces “desafirmado”, a me nos que no “salga de su reserva”. En cuanto a nuestro celoso, tendería más bien a salir de su reserva. Hay que señalar que la moralización del sistema mismo puede ser obtenida a partir de un código que anule los efectos del primero y que dé testimonio de otra cultu ra patémica: SEGURIDAD
(firmeza)
ESPONTANEIDAD
(ausencia de reserva)
DISTANCIA
(reserva)
TIMIDEZ
(ausencia de firmeza)
La diferencia entre los dos tipos de moralización podría explicarse gracias al cambio de apreciación concerniente a las manifestaciones de la vida afectiva; en un caso son privilegiados la retención y la filtración de la información; en el otro, el criterio positivo retenido es la transparencia afectiva, el libre acceso a la vida interior de otro. Todo depende finalmente de la manera como cada cultura se represente la regulación de las rela ciones interindividuales. El saber-estar-ser está acompañado de un hacersaber que supone, en el informador (el sujeto apasionado) y en el obser vador social a la vez, un a competencia completa y en par ticula r los querer que presiden la emisión y la recepción de la información. El querer de uno y el del otro entran en confrontación y determinan así un conjunto de regímenes intersubjetivos que no hay lugar para desarrollar aquí, pero que se comprende que pueden ser moralizados en función, por una parte, de la “firmeza” adoptada por el sujeto apasionado y, por la otra, de la espera propia del observador social. Por eso, la “falta de reserva”, aun si es involuntaria (no querer no informar), aun si es irreprimible (no poder no informar), encontrará un observador que podrá tanto querer como no querer asistir a las manifestaciones pasionales. En un caso, se considerará que la falta de reserva es un factor de regulación interindividual, ya que la manifestación de la pasión permite reconocerla, prever sus desarrollos y adoptar una actitud adecuada como respuesta; será entonces denominada “espontaneidad”. En el otro caso, se podrá considerar, inversamente, que la falta de reserva es un factor de desregulación en la colectividad; por ejem plo, si reafirma la presencia de un objeto de valor por sus manifestacio nes pasionales al expresar su deseo y su apego, tendrá por efecto, estando el deseo de cada uno mediatizado por el otro, reactivar o mediatizar el deseo de S2, intensificar la concurrencia, y así sucesivamente...
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La moralización negativa haría aquí eco a una necesidad social: para que la circulación de los roles patémicos en la colectividad permanezca controlable, cada quien debe demostrar modestia y discreción. He ahí dos versiones posibles de la ética social según el saber-estar-ser : una que valoriza la espontaneidad, y la otra, la reserva. Si reconciliamos ahora ese balance con los resultados obtenidos a propósito de la avaricia, se observará que están en marcha dos grandes tipos de moralización, y cada uno de ellos es más especialmente aprovechado en una o en otra de las configuraciones: por una parte, una ética de la circulación de los objetos de valor y, por la otra , un a ética del intercambio de los simulacros modales en la comunicación, la primera tiene que ver esencialmente con los valores descriptivos, la segunda, con los valores modales sensibilizados. En el nivel semionarrativo y en la medida en que el universo de las pasiones descansa enteramente sobre los dispositivos modales sensibilizados, se puede considerar que los códigos que regulan la circulación de esos dispositivos en la interacción son específicamente y por definición códigos de la ética pasio nal.
Dispositivos actanciales y modales de los celos
®Dispositivos actanciales Una vez comprometidos en el simulacro pasional de los actantes S2, S2, 0 ,S3, se encuentran de alguna manera desmultiplicados en un conjunto de roles, necesarios para la puesta en escena de los celos. Tres tipos de roles han aparecido h asta ahora: roles actanciales, roles patémicos y roles temáticos. Los actantes de base corresponden frecuentemente a tres actores: el celoso, el rival y el ser amado; pero ese dispositivo estereotipado sería de alguna manera la versión “fácil” del sistema. En las versiones teatrales más sofisticadas, intervienen otros actores para desempeñar tal o cual papel aislado: en Shakespeare, Yago, por ejemplo, que es a la vez el investigador y el director de escena de Otelo, o en Racine, Enona, que contribuye a hacer nacer la sospecha y la desconfianza de Fedra. Lo cual significa que la pasión no está limitada al mundo interior de un actor, sino que también puede ser socializada y distribuida entre varios actores, en especial en lo concerniente a los roles cognoscitivos y a los operadores de la transformación tímica. En otra parte encontramos tres tipos de roles actanciales: primeramente, dos sujetos de estado concurrentes (S^S^, entre los cuales circula el objeto de valor; enseguida, sujetos manipuladores (S2 y S3 con respecto a Sj, y Sj con respecto a S 2 y S3); por último, sujetos cognoscitivos que evalúan, averiguan y recorren las diversas posiciones fiduciarias.
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Conviene distinguir también dos tipos de roles patémicos: los de S l9 quien aparece sucesivamente como posesivo; receloso, orgulloso, celoso..., y los de S2 y S3 que, siendo aquí completamente accesorios, no interactúan menos con los primeros; la crueldad, la coquetería, la falta de delicadeza de los dos copartícipes de St intervienen, lo hemos visto, en la evolución de los celos. Finalmente, los roles temáticos pueden sobredeterminar tal o cual rol pasional o su stitu irlo, sin que uno pueda preverlos en la configuración de los celos; eso pasa con el “marido”, que instala en el lugar del apego un cleber-ser institucional y estereotipado. La aparición de esos roles temáti cos depende de hecho de los vertimientos semánticos particulares -en Le mariage de Fígaro, se trat a del “casamiento”- que puede recibir el objeto de valor, vertimientos frente a los cuales los celos propiamente dichos per manecen indiferentes. Sea lo que sea, para insertarse en el dispositivo general de la pasión, esos bloques modales estereotipados deben ser los mismos, salvo la sensibilización, que aquellos a los que remplazan. ®La sintaxis modal En la intersubjetividad y en el transcurso de las diferentes fases de la interacción, todos esos roles constituyen arreglos variables, que se desha cen y se rehacen sin cesar. El análisis del discurso de los moralistas ha permitido apr ehe nde r algunos; varios más podrían considerarse. A res er va de sacrificar momentáneamente la variedad discursiva de sus evolu ciones, falta ahora establecer los grandes principios de su encadenamien to y de las transformaciones modales que los subtienden. Si se quiere permancer en la isotopía amorosa para caracterizar a la totalidad del recorrido modal del celoso, se puede comenzar por observar la transformación que se opera: el amor cambia de naturaleza y deviene agresivo, exclusivo, sospechoso. Esa modificación es por cierto discutible; a propósito de Swann y de Odette, en Un amour de Swann (Proust), Merleau-Ponty (Phénoménologie. de la perception ) rechaza la idea de una transformación de ese tipo. En una primera lectura, como nos lo hace ver el mismo Swann al final del relato, podría parecer en efecto que la preocu pación por no dejar a Odette con ningún otro priva a Swann del tiempo li bre que ser ía necesario para contem plarla y ama rla como al principio; el filósofo propone por el contrario considerar que, desde el principio, el amor de Swann era tal; era una forma de amar en que se revela y, al mis mo tiempo, se lee “todo el destino de ese amor”. Swann se inclina por Odette, ciertamente, pero, prosigue Merleau-Ponty, ¿qué es “inclinarse por algu ien”? Proust responde en otra parte: es sentirse excluido de esa vida, querer entrar allí y ocuparla enteramente. El amor de Swann no provoca los celos; es ya, desde el principio, enter ame nte celos; el placer de
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contemplar a Odette era el placer de estar solo para contemplarla. Y Merleau-Ponty agrega que habría ahí como una “estructura de existencia” que caracteriza ría al mismo Swann en persona. El dispositivo modal sensibilizado sería, para retomar una expresión del filósofo, un “proyecto global de personalidad”, es decir, atemporal en cuanto tal. Estaríamos gustosamente de acuerdo con Merleau-Ponty para decir que los celos como tal escapan a la duración, así como a las leyes que rigen los acontecimientos de tipo narrativo. Pero eso no significa que no cuente con una sintaxis y que no sufra transformaciones, aun si esas transformaciones son atemporales. Para empezar bien, comencemos por el final. El celoso es en cierta forma “reactivado” en su amor, pero mucho menos para contemplar (cf. Proust) -lo que provoca en ese momento más sufrimiento que placer (cf. Stendhal)- que para defender su bien. Esa reactivación se manifiesta en dos direcciones: por un lado, el deseo se hace más fuerte, al grado de que se podría tener a veces la impresión de que los celos hacen nacer el amor (cf. Proust, a propósito de Albertine), aun cuando no es más que el reve lador; por el otro lado, aparece un comportamiento posesivo ostensible. En ese estadio, pues, querer-estar-ser y querer-hacer están asociados. El querer sería entonces aquí el punto final de la secuencia modal: modaliza la relación entre el sujeto de estado Sxy su objeto y modaliza a SLcomo sujeto de hacer “posesivo” o “exclusivo”. Ese querer presupone los celos en sentido restringido; es decir, como crisis pasional y transforma ción túnica. Más precisamente, presupone paradójicamente un creer-noestar-ser, la certidumbre de la infidelidad o del fracaso, el cual se basa en un no-pocler-estar-ser que define la exclusión del celoso de la “escena”. Las modalizaciones propias de la crisis celosa presuponen por sí mis mas la desconfianza y el recelo, nacidos a la vez de un entorno hostil y de la actitud exclusiva; la desconfianza descansa sobre un no-creer-estar-ser. Por último, como lo hemos visto, la desconfianza y el recelo sólo se com prend en si se presu pone un apego confiado, es decir, a la vez un deberestar-ser y un creer-estar-ser. Paralelamente, el simulacro del rival se ve constituido y evoluciona él también en función de las modalizaciones de la relación Sg/Sg, y en corres pondencia con las cuatro grandes etapas de la secuencia modal del celoso. Precisamente, puesto que los celos suponen la puesta en perspectiva del conjunto de la configuración a partir del punto de vista de esas moda lizaciones son las que el celoso proyecta sobre el rival. Al final del recorri do, Sx quiere quitar le definitivamente S 3 a su rival {querer-no-estar-ser), lo que presupone que él cree en su éxito ante S 3 (creer-estar-ser ): en efecto, en la “escena”, S2 y S3 están reunidos; creer en el éxito del rival es postu lar la posibilidad misma de su intervención {poder-estar-ser) y suscitar así la “sombra” del rival. Hay, por último, que remontarse hasta la decisión
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de exclusividad para encontrar un deber-no-estar-ser que impide a S2, en principio, todo acceso al objeto. Se obtienen así dos secuencias modales asociadas que se presuponen recíprocamente: (Si) deber-estar-ser creer-estar-ser X no-creer-estar-ser I no-poder-estar-ser creer-no-estar-ser X querer-estar-ser querer-hacer
(S2) deber-no-estar-ser i poder-estar-ser X creer-estar-ser X querer-no-estar-ser
El no-creer-estar-ser de Sj y el poder-estar-ser de S2 se presuponen en la medida que la irrupción del rival en el territorio del celoso lo hace perder la confianza, a menos que no sea un a falta de confianza lo que s us cita la sombra del rival; sucede lo mismo con las dos creencias de los celos: creencia de Sj en su exclusión y creencia de Sj en el éxito de S2. En la medida en que el examen de las series modales se limita a aquellas que sobresalen sólo desde el punto de vista del sujeto celoso, las presuposicio nes que los unen proceden directamente del principio de exclusividad: con algunos matices, cada modalización de Sxpresupone la modalización con tra ria en S2, y recíprocamente. Aun que hayamo s optado por limit arno s al punto de vista de S1; puesto que nuestro propósito sólo ra dic a en la construcción de los celos y de ningún modo en las diversas eflorescencias pasionales que se pueden injertar, no ha y que olvidar que los dispositivos modales que cir culan en la interacción pueden descomponerse y recomponerse según si el punto de vista adoptado es el de S2, el de S 3 o el de Sr Si no hay pa siones solitarias, no puede haber pasiones aisladas, ni desde el punto de vista taxonómico (cf. la avaricia) ni, como aquí, desde el punto de vista sintáctico. El conjunto de la secuencia modal se presenta entonces como una reorganización regulada e interactiva de varias series modales. En esas reorganizaciones del equipo modal de los sujetos en interacción se dibuja un recorrido sintáctico canónico e isótopo, el del creer-ser , que articula confianza, desconfianza y difidencia, y en el que se podría ver la modali zación que rige el conjunto del dispositivo; pero no se puede extraer ese recorrido del conjunto, so pena de destruir el efecto de sentido pasional
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específico de los celos. Cada uno de esos arreglos sucesivos de la modalización corresponde a un rol patémico, por lo que ocupa aquí una posición definida en la secuencia pasional: (Sx)
(S2)
deber-estar-ser creer-estar-ser
deber-no-estar-ser
i
i pod er -n o- es tar-se r no-creer-estar-ser
pode r- es tar- se r
-i no-poder-estar-ser creer-n o-estar-ser
DESCONFIANZA RECELOSA
i creer-estar-ser
i querer-estar-ser querer-hacer
ROL PATÉMICO APEGO EXCLUSIVO
CRISIS CELOSA
1
querer-no-estar-ser
a mo r / o d io
REACTIVADOS
El conjunto se lee en dos dimensiones: cada rol comporta su propio dispositivo modal, sus confrontaciones y sus transformaciones internas; los dispositivos mismos se transforman unos en otros, en particular bajo el efecto de los recorridos del creer y del poder, que modifican el equilibrio específico y que convierten así cada rol patémico en otro. Esa doble lec tura permite distinguir, para los celos, dos secuencias interpuestas una en la otra: la microsecuencia y la macrosecuencia. Macrosecuencia y microsecuencia
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Se puede considerar la sintaxis de los celos de dos maneras complemen tarias: ya sea por medio de la macrosecuencia pasional, característica de la configuración entera, englobando entonces los presupuestos (o antecedentes) y los implicados (o subsecuentes) de la pasión, subsumiendo las transformaciones entre los dispositivos; o bien por medio de la microsecuencia pasional, que toma a su cargo uno solo de esos disposi tivos, aquél en el que se produce la transformación pasional específica de los celos. Pero es necesario observar que la microsecuencia es la de los celos sólo en la medida en que se inserta en la macrosecuencia, al igual que la macrosecuencia es dada como la de los celos en la medida en que com prende la microsecuencia. En suma, macrosecuencia y microsecuencia se interdefinen, ya que todo dispositivo patémico es un ordenamiento de los roles patémicos, es decir, un dispositivo de dispositivos, en el cual se encuentra el rol característico de la configuración. Esa proposición puede
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ser representada como una sintaxis en dos niveles, que tendría la si guiente forma : 19
pí 2 P - * P i , P 2>P 3 > " "P¿
p í 3
,....Pn
P'4 Pi'1
®La macrosecuencia El estudio de la macrosecuencia concierne siempre al nivel semionarrativo: se trata ahora de examinar en qué condiciones las categorías modales consideradas se organizan en un dispositivo. El conjunto puede también leerse de manera retrospectiva, por presuposición, como lo hemos hecho al construirlo, así como de manera prospectiva, siguiendo las transforma ciones intermodales; en ese segundo caso, el apego se transforma en apego receloso, que a su vez se transforma en celos, los cuales para terminar reactivan el apego en forma de deseo posesivo y aun de odio destructor. Una lectura como ésta impone algunas dificultades de detalle: la rup tura del contrato fiduciario se comprende aquí sólo en relación con el ape go o con un sustituto estereotipado y tematizado como el rol del “marido”, puesto que previamente hace falta una confianza y no un simple deseo. Además, la ruptura del contrato fiduciario se comprende sólo si la sombra de un rival (su poder-estar-ser) ha sido señalada: sin la rivalidad, ese acci dente del amor únicamente puede concluir en el “despecho” o en la “pena”, pero no en los celos; por otra parte, el recelo, que sería de alguna manera una toma de conciencia de la rivalidad, sólo tiene sentido aquí si está lógicamente precedido por el apego; de otro modo se sale del cuadro estricto de los celos, para volver a encontrar una forma de “antagonismo” o de “emulación”. Por último, el hecho de que los celos puedan ser provo cados por el ser amado con el fin de obtener la “confesión de dependencia” o un amor más notorio, muestra que la pasión del “amor” es, en esa es trategia, a la vez un antecedente de los celos, bajo la forma del apego, y un subsecuente, bajo la forma del “deseo reactivado”; el apego amoroso puede 19 Ese modelo general ya ha sido abordado emp íricam ente e ilust rado en al guna s mono grafías: a propósito de la cólera, en particular (A.J. Greimas, “De la colére”, Acfes sémiotiques, Documents, París, c n r s , ii f , 1981, 27; versión española, A.J. Greimas, Del sentido !I, Madrid, Editorial Gredos, S.A., 1989, pp. 255-280) y de la desesperanza (J. Fontanille, “Le désespoir”, ibid., 1980, 16); su construcción ha sido esbozada y ha recibido una primera for mulación teórica en “Le tumulte modal” (J. Fontanille, Actes sérniotiques, Bulletin, París, c n r s , XI, 1987, 39).
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perm ancer subyacente, secreto o disimulado por pudor, y su carácter in trínsecamente posesivo y exclusivo es entonces la “palanca” modal en la cual se apoya S 3 para obligar a Sxa manifestar la totalidad del dispositivo subyacente. Es como si, a partir del “apego exclusivo”, una de entre las numerosas variaciones posibles fuera más particularmente sensible y pro vocara el sufrimiento y la confesión de Sp la estrategia de S 3 consistiría entonces en buscar esa variante que es más sensible que las otras y hacer la aparecer en la interacción; globalmente, dentro de la secuencia pasio nal, la manipulación se presenta como un “hacer-parecer” que consistiría en hacer pasar el apego del estatuto de presupuesto implícito (el antece dente) al de comportamiento observable (el subsecuente), Todas esas dificultades, que pueden ser abordadas tanto en el nivel de los efectos de sentidos pasionales como en el nivel de las modalizaciones, garantizan la homogeneidad de los celos como macrosecuencia, ya que ca da modalización produce un efecto de sentido particular que depende a la vez de su contenido modal propio y de su inserción en un lugar determina do del dispositivo global. De hecho, en última instancia, la especificidad de esos efectos de sentido se explica en todos los casos por la presencia de modalizaciones regentes, las del apego y la rivalidad. El principio de “todo se sostiene” que subtiende este análisis sintáctico del dispositivo pasional puede ser formulado de dos maneras: el efecto de sentido del dispositivo resulta de la asociación de los componentes y el efecto de sentido de cada componente resulta de su lugar en el dispositivo de conjunto. Esa coerción recíproca se aplica especialmente a las relaciones entre la rnicrosecuencia y la macrosecuencia. La rnicrosecuencia
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Cada constituyente de la macrosecuencia es él mismo un dispositivo mo dal. En tre los cua tro retenidos para la macrosecuencia, sólo estudiaremos el de los celos en sentido restringido; es decir, situado en el momento de la crisis pasional. La rnicrosecuencia -a la vez presuponente respecto de los antecedentes y presupuesta respecto de los subsecuentes- será llamada “constitutiva” de la pasión estudiada, en la medida en que contiene la transformación túnica específica identificada hasta ahora como “crisis pasio nal”. La reactivación, complejo de amor y de odio que se puede traducir también, por .ejemplo, tanto por una adoración incondicional como por un secuestro o una venganza (cf. La prisonniére [La prisionera ] de Proust), presup one en gener al todos los celos, pero, más particular, e inm edia ta mente, un comportamiento o una actitud observables, por los cuales el ce loso se manifiesta ostensiblemente como tal. En efecto, los querer (estarser y hacer) que surgen en esta última etapa de la macrosecuencia presu
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ponen un a movilización global del sujeto apasionado: todos los roles que puede abarcar el actor - túnico s, cognoscitivos, pragm ático s- son afectados en bloque, lo que se traduce entre otros por el carácter figurativo mixto de la “actitud” o del “comportamiento” en cuestión, a la vez somático y físico. Ya habíamos observado el “sobresalto” de avaricia de Mme. de Bargeton; Alejandro Dumas nos ofrece, en El conde de Montecristo, una muestra de movilización pasional, pero más inquietante, en un celoso italiano: De son cote, Luigi sentait naítre en lui un sentiment inconnu: c’était une douleur sourde qui le m ordait au coeur d’abord, et la, toute fr émiss ante, c ourait par ses vaines et s ’emparait de tout son corps; il suivit des yeux les moindres mouvements de Teresa et de son cavalier; lorsque leurs mains se touchaient il ressentait des éblouissem ents, s es arter es battaient avec violence, et Ton eüt dit que le son d’une cloche vibrait á ses oreilles. Lorsqu’ils se parlaient, quoique Teresa écoutát, timide et les yeux baissés, les discours de son cavalier, comme Luigi lisait dans les yeux ardents du beau jeune homme que ces discours étaient des louanges, il lui semblait que la terre tournait sous lui et que toutes les voix de l’enfer lui soufflaient des idées de meurtre et d’assassinat. Alors, craignant de se laisser emporter á sa folie, il se cramponnait d’une main á la charmille contre laquelle il était debout, et de l’autre il serrait d’un mouvement convulsif le poignard au manche sculpté qui était passé dans sa ceinture et que, sans s’en apercevoir, il tirait quelquefois presque entier du fourreau. Luigi était jaloux! il sentait qu’emportée par sa nature coquette et orgueilleuse, Teresa pouvait lui échapper.20 [Por su parte, Luigi sentía nacer en él un sentimiento desconocido: era un dolor sordo que le mordía primero el corazón, y ahí, estremeciéndose, corría por sus venas y se apoderaba de todo su cuerpo; seguía con los ojos los menores movimien tos de Tere sa y de su acompañante; cuando sus manos se tocaban, experimentaba un deslumbramiento, sus arterias latían con violencia y uno hubiera dicho que el sonido de una campana vibraba en sus oídos. Cuando se hablaban, aunque Teresa escuchaba, tímida y con los ojos bajos, el discurso de su acompañante, como Luigi leía en los ojos ardientes del hermoso joven que sus discursos eran lisonjas, le parecía que la tierra giraba bajo sus pies y que todas las voces del infierno le soplaban palabras de muerte y de asesinato. Entonces, temiendo dejarse arrastrar por su locura, se agarraba con una mano a la bóveda contra la cual estaba parado, y con la otra oprimía con movimiento convulsivo el puñal de mango esculpido que estaba atado a su cinturón y que, sin darse cuenta, sacaba algunas veces casi enteramente de la vaina. ¡Luigi estaba celoso! Sentía que por su naturaleza coqueta y orgullosa, Teresa podía escapársele.]
Encontramos en esa reproducción de los celos “italianos” todos los ele20 Le Com te de Mo nte -Cr ist o, cap. xxxm, “Bandits romains”, París, Gallimard, Bibliothéque de la Pléiade, 1981, pp. 386-387.
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mentos del dispositivo, en particular los de la microsecuencia pasional: el espectáculo ofrecido a S l5 el sufrimiento, el poder-no-estar-ser (“ella podía escapársele”) y la exclusión del espectador: Teresa completó una cuadrilla en la que no había ya luga r pa ra nin gún muchacho, y el texto, jugando así figurativamente con la cifra impar, traduce superficialmente la posición de la unidad integral respecto a la totalidad partitiva. Pero retendremos aquí sobre todo el hecho de que, por medio de las figuras que describen la manifestación celosa, un entremezclamiento de lo somático, de lo cognos citivo, de lo fiduciario y de lo pasional se impone a la primera lectura: bru talmente, el dolor opera una conexión; después, una ruptura de isotopía en favor de lo somático, lo que remite a la imagen del propio cuerpo como un posible arquetipo del sujeto de estado. Además, en ese fragmento, el paso al acto, inm inente pero retenido, y sobre todo el querer-hacer que su pondría, está explícitamente presentado aquí como un efecto inmediato de la movilización global de los roles comprendidos por el actor; enamorado, receloso, violento, bandido, impulsivo, cruel: Luigi es todo eso sucesiva mente, en función de las situaciones narrativas que se presentan, pero lo es todo a la vez en esa etapa precisa de los celos que sigue al sufrimiento y que precede el paso al acto. Tampoco és solamente un sujeto del quererhacer, ya que la movilización global de los roles que son suyos inserta aquí otras disposiciones aparte de la de los celos; es así, por ejemplo, en la irre sistible tensión incoativa hacia el hacer que debe ser tan vigorosamente combatida y que res ulta de la “impulsividad”. Siguiendo hacia atrás el itinerario modal del celoso, en la cadena de las presuposiciones encontraríamos entonces, antes de un eventual paso al acto, la moralización (que retiene o anima a la mano armada con el pu ñal...); ésta recae sobre un comportamiento observable que es -lo vemos en el texto de Dumas- el recorrido figurativo asociado con la última modalización de la cadena. El comportamiento observable es una emoción, que se define aquí a la vez como una movilización de todos los roles y como apoyada en un no poder-no hacer, esa modalización da cuenta tanto de la agitación irreprimible, exterior e interior, que afecta al celoso, como de la manipulación túnica (y en parte reflexiva) por la cual el sujeto es completamente movilizado; en la dimensión cognoscitiva, tal modalización caracteriza además el hacer-saber incontrolable por el cual se traiciona ante los ojos de un observador y que podrá ser, al final del recorrido, el objeto de una evaluación ética. La emoción es aquí disfórica, puesto que es un sufrimiento resultado de una transformación túnica; en la secuencia modal, el sufrimiento corres ponde a la adquisición del creer-no-estar-ser que da al celoso la certidum bre de su despojo o de su fracaso; llegado a ese punto, este último alcanzó la fase terminativa del recorrido fiduciario. Resumamos: en una misma etapa encontramos un estado tímico que
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resulta de una transformación (en el nivel semionarrativo), una emoción (en el nivel discursivo) y un comportamiento (el recorrido figurativo). En esa etapa se superponen dos modalizaciones, una modalización del estarser (creer-no-estar-ser ) y una modalización del hacer ( no-poder-hacer ); pero esta última parece específica del ejemplo examinado y r esu lta de la inserción, dentro del recorrido propio de los celos, de un bloque modal es pecífico del actor Luigi, la “impulsiv idad”. En cuanto a los celos propia mente dichos, el sufrimiento, la emoción y el comportamiento descansan únicamente sobre el creer-no-estar-ser. El sufrimiento y la emoción presuponen ellos mismos la operación que los suscita, el “hacer-sufrir”. Ahora bien, en el caso de los celos la transfor mación tímica es de naturaleza esencialmente cognoscitiva; está en efecto mediatizada por un “espectáculo”, el de la “imagen” según Barthes, que traduce figurativamente el no-poder-estar-ser que resulta de la exclusión. Literalmente, la exclusión es puesta en escena figurativamente bajo la forma de un espectáculo ofrecido al celoso, y ese espectáculo que funciona a la vez como objeto de saber y como sujeto del hacer-creer, persuade a S de su infortunio y provoca la transformación disfórica; en Dumas se ha visto que el carácter exclusivo de la escena era traducido por la figura cerrada de la cuadrilla. La “puesta en escena”, el “espectáculo”, la “imagen” com prend en entonces una es trategia cognoscitiva cuya consecuencia es tímica. Si nos representamos la transformación tímica como un hacer, ella comporta un estado resultante (el sufrimiento), una operación (el espec táculo exclusivo), unos operadores (los actores de la escena) y un sujeto de estado (el celoso sufriente); el celoso puede desempeñar varios roles y ser a la vez, del lado del operador, director de escena y, del lado del sujeto de estado, sujeto sufriente. El espectáculo mismo cristaliza la “prueba” esperada y requiere para eso una competencia cognoscitiva; puesto que la transformación tímica adopta, esencialmente, un programa de uso cognoscitivo, hay que prever para este último u na etapa de adquisición de las competencias cognosciti vas. Dados los lazos estrechos que unen lo cognoscitivo y lo tímico, el saber-hacer-sufrir consistirá entonces frecuentemente en un querer-obser var y en un saber-indagar. El conjunto de la competencia cognoscitiva del celoso se reduce a veces al sentimiento de qué “hay algo que saber”, ese metasaber que hemos reconocido en la “sospecha”. La ruptura del contra to fiduciario -susceptible de algunos otros desarrollos en la fase previa a la crisis celosa- prepara sin embargo la aparición de un nuevo tipo de su jeto: un sujeto cognoscitivo “suspicaz”, verdadero Sherlock Holmes des gra ciado. Quiere decir que la sintaxis pasional comporta una “memoria” y que, a pesar de las transformaciones modales que uno observa, cada posi ción encontrada en el recorrido no cesa de producir sus efectos aun cuando está rebasada. 1
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En todo caso, la sospecha y la competencia cognoscitiva que condensa no se bas tan con una desconfianza anterior, y la rup tura del contrato fidu ciario sólo explica parcialmente el desencadenamiento de la búsqueda cognoscitiva. Es, por cierto, necesario saber que hay “algo que saber”, pero hace falta todavía que ese “algo” no sea “casi nada”; la sospecha no desem boca en una indagación si el “algo que saber”coincide con una valencia, es decir, con una sombra de valor que, por definición, no puede ser conocida por un sujeto cognoscitivo, sino solamente captad a por un sujeto tensivo; nuestro Sherlock Holmes celoso no está animado por la curiosidad, sino por el sentimiento de que el dispositivo de exclusión que ha instalad o está amenazado. Faltaría entonces suponer -para explicar que la sospecha ce losa selecciona por así decir una categoría potencial de objetos- que en la microsecuencia él mismo presupone una posición modal indeterminada que señalaría el reembrague sobre el sujeto tensivo; esa posición será identificada aquí como una inquietud. La inquietud es al hacer túnico lo que la emoción es al hacer somático: una movilización del sujeto túnico, obtenida por reembrague. Tuvimos la ocasión de anotar que el celoso estaba “agitado”, “preocupado”, “inquieto”, es decir, enteramente absorbido por la oscilación fórica que engendra la ten sión entre el apego y la rivalidad, tensión insoluble que subtiende el conjun to de la configuración. Para que el conjunto de la configuración pueda ser puesto en discurso como un simulacro, un desembrague debe asegur ai' la disjunción con el discurso de acogida y un reembrague sobre el sujeto tensi vo desencadenar la crisis pasional propiamente dicha. Por eso la inquietud, que apareció ya como uno de los presupuestos de la crisis celosa, nos parece especialmente designada para ocupar esa posición presupuesta por la sospecha. También la “movilización rímica” es aquí tensiva: los presu puestos de los celos, el apego y la rivalidad, son condensados y convertidos en inquietud por el reembrague; la desconfianza es convertida en sospecha, y, en cierta forma, el metasaber del cual procede opera como un “discerni miento” sobre una valencia cognoscitiva en las oscilaciones de la foria, dis cernimiento que va a permitir después conocer y no solamente sentir. Lo que hemos llamado intuitivamente la “crisis pasional” abarca de hecho dos operaciones decisivas que permitirían definir la microsecuencia constitutiva y distinguirla de los otros componentes de la macrosecuencia: ellos son el reembrague sobre el sujeto tensivo y la transformación túnica. Al final de la “crisis”, un desembrague interviene gracias a la emoción que autoriza eventualmente el paso al acto, pero que puede desembocar tam bién en una nueva pasión. ®Los simulacros existenciales La hipótesis de partida era que dentro del simulacro pasional una trayec-
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toria existencial venía a superponerse a la sintaxis intermodal y le aportaba una armadura sintáctica previsible. La hipótesis se verifica aquí, puesto que se puede mostrar sin dificultad que la microsecuencia se desarrolla desde el fondo de una t rayectoria existencial canónica. La inquietud, esa preocupación del sujeto absorbido por un apego amenazado, resulta de una posición de conjunción al menos imaginaria -esa especie de conjunción simulada que resiste a todos los azares de las junciones efectivas. El sujeto inquieto sería entonces un sujeto que tiene algo que p erder, u n sujeto realizado. La sospecha y el querer-saber que de ahí resulta disocian al celoso de su objeto: la conjunción no está más en un segundo plano, en la medida en que por la sospecha el celoso es desviado del objeto de valor y parte en busca del saber sobre sus copartícipes a pa rtir del simple discernimiento de un a valencia: se ha convertido, pues, en un sujeto virtualizado. La exclusión puesta en escena por el espectáculo dado por S 2 /S3 pone al sujeto frente a su objeto, pero en el modo de la disyunción; frente al espectáculo que se le ofrece, Sj mide la distancia que lo separa de S3; por ese hecho llega a s er u n sujeto actualizado. Por último, la emoción en cuanto tal produce para el celoso un com por tamiento observable, al menos interiorm ente , hace de nuevo salir al celoso del área de la junción: la relación con el objeto de valor importa me nos en esa etapa que la relación de sí consigo o la relación de sí con los otros. La figuras ulteriores del dominio de sí, de la moralización de las manifestaciones pasionales, dan testimonio de ese cambio. Además, por la movilización de todos los papeles que lo constituyen, el celoso reafirma su identidad de sujeto discursivo y prepara también una eventual reafirmación de sus derechos y de sus deseos. La emoción acaba entonces el reco rrido instalando al celoso en la posición del sujeto potencializado. Los dos recorridos están entonces en fase, sea como “imagen objetivo” común -la de un celoso en el que el apego posesivo y exclusivo es reactiva do-, sea como un querer bajo la forma de deseos de venganza, de posesión o de secuestro. El conjunto puede ser resumido así:
SUJETO REALIZADO
SUJETO ACTUALIZADO
moralización/inquietud
visión exclusiva
A
A
emoción
sospecha
S U J E T O P O T E N C IA L IZ A D O
SUJETO VIRTUALIZADO
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A pesar de su aparente complejidad, la organización general de la dis posición y de la trayecto ria existencial se basa en una transformación global muy simple: un dispositivo modal fundado en “deberes” engendra un dispositivo modal fundado en “quereres”; la casi totalidad de los cam bios observados en la macrosecuencia como en la microsecuencia convergen en esa modificación progresiva del equipo modal del celoso. Ésa sería de alguna manera la historia de un sujeto inquieto que la adversidad “fija” y orienta, incluso convierte en una monomanía, pero también la de un sujeto que en su relación con los objetos de valor aprende a no contar más pasivamente con cierto “estado de cosas”, en un orden del mundo en el que él tendría su sitio, y que, por el contrario, se pone a quererlo intensamente e incluso, eventualmente, a hacer como que lo obtiene.
LA PUESTA EN DISCURSO: LOS CELOS EN LOS TEXTOS
Dado que era observada esencialmente a partir de un corpus lexicográfico, la puesta en discurso de la avaricia ponía al descubierto las dos operaciones fundamentales de la convocación colectiva o individual de las estructuras semionarrativas, la sensibilización y la moralización, y, en menor grado, la aspectualización de la pasión. La puesta en discurso de los celos será observada en los textos literarios y esa elección permitirá explorar más adelante la aspectualización bajo todas sus formas. En efecto, durante la puesta en discurso en los textos, el procedimiento de expansión obliga a emplear en gran escala las reglas del despliegue sintáctico de la pasión, así como sus transgresiones. Vemos cómo, por ejemplo, los cinco componentes de la microsecuencia, la inquietud, la sospecha, el espectáculo, el sufrimiento y la emoción moralizada son atemporales tal y como la presuposición los h a construido: pueden perfectamente invertirse, manifestarse simultáneamente o sucederse en el orden canónico. Falta entonces examinar, entre otras, las condiciones en las cuales esas disposiciones pueden ser espacializadas, temporalizadas y, para comenzar, desplegadas en un esquema patémico canónico. Además, el modelo construido es puesto a prueba frente a los textos. Si el modelo es adecuado, su aplicación debe corresponder a la intuición de un lector cultivado; si es heurístico, debe hacer aparecer en el texto articulaciones del contenido que una lectura intuitiva no habría notado; si es ex plicativo, debe permitir d ar cuenta de las manifestaciones que desvían y de las incompletas. El texto aparece desde ese punto de vista como un laboratorio en el que son estudiados experimentalmente los casos límite, en el que la pertinencia es provocada en sus últimos baluartes; si el modelo permite responder a la pregunta ¿por qué fulano o perengano es celoso?, debe
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permitir tamb ién decir por qué algún otro no lo es. Con el estudio de los celos en los textos de Otelo,, de Shakespeare, Un amor de Swann y La pri sionera, de Proust, La celosía, de Robbe-Grillet, así como de algunas esce nas de Racine, pasamos entonces en cierto modo a los ejercicios prácticos. Dos componentes deja puesta en discurso serán distinguidos a con tinuación: el componente sintáctico, por un lado, que comprende la aspectualización del proceso y sus diferentes figuras espaciales, temporales y actoriales y, por el otro, el componente semántico, que comprende los ver timientos semánticos y las manifestaciones figurativas de las diferentes modalizaciones.
Aspectualización: el componente sintáctico
La convocación de las transformaciones en discurso, que las convierte en proceso, implica sacar partido del cambio. Lo que puede ser aprehendido como una transformación entre dos enunciados de estado asegurada por un hacer en el nivel semionarrativo, aparecerá en el nivel discursivo como un encadenamiento de etapas, de pruebas y de actos. .El “sacar partido” de la transformación consiste en desplegar durante la manifestación los cons tituyentes discursivos de lo que, en inmanencia, podía ser pensado como una operación narrativa única, conjunción o disjunción. De ahí que pos tulemos un desembrague que pluraliza la transformación para hacer un proceso, pa rale lam ente a la convocación discursiva. Pero la transformación semionarrativa no es la única en ser convoca da en discurso para constituir el proceso: las modulaciones del devenir, el cambio tensivo y continuo, también lo son; por esa razón, la aspectuali zación del proceso produce a la vez efectos continuos y efectos discontinuos. También va a vacilar esa aspectualización, según si el punto de vista adoptado se decide por las primeras o las segundas, entre la demarcación y la segmentación. La cohabitación de esos dos tipos de propiedades en el discurso es sin duda el precio que se debe pagar para que, más allá de la fragmentación que engendra el desembrague, el proceso comprenda una homogeneidad que, no obstante, manifiesta la unicidad de la transforma ción; se podría entonces considerar que la intervención de la tensividad en el proceso se acompaña de un reembrague homogeneizante en respuesta al desembrague pluralizador. Puede entonces concebirse a la aspectualización como la gestión dis cursiva de la pluralidad obtenida por el desembrague fundador. Para comenzar, más acá incluso de la manifestación figurativa, se distinguirán dos grandes formas que sólo intervienen en última instancia. Una pri mera forma que engendra esquemas discursivos canónicos consiste en proyectar una organización lógica que transfo rma la plur alidad en con
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catenación ordenada. El esquema narrativo canónico, reconstruido por presuposición y que define las etapas lógicas del proceso,21 es el ejemplo más conocido de ese tipo de aspectualización. El responsable de esa pro yección es lo que tradic iona lme nte deno minam os “narrado r”, quien ten dría en cierta forma “almace nado ” todo el saber hacer narrativo elaborado por la cultura en la cual es realizado el discurso. En cambio, el otro tipo de aspectualización hace intervenir un “obser vador”, dotado con una competencia cognoscitiva variable y susceptible de ser desembragada en el enunciado. Ese observador pone en perspectiva las diferentes etapas del proceso, establece las demarcaciones y produce por ejemplo la serie “incoativo, durativo, terminativo”, así como..las dife rentes formas de la duratividad - “puntualidad, itera tivid ad ...”- a pro pósito de las cuales habíamos ya notado que suponían una variación de la competencia de observación, especialmente en lo que concierne a la capa cidad de prever y de identificar las diferentes ocurrencias.
Los esquemas discursivos pasionales: formas canónicas 3 La macrosecue ncia A partir de los segmentos intuitivamente reconocidos y de los lazos de presuposición que unen a ios diversos avatares del dispositivo modal de los celos, hemos podido establecer un vasto sintagma modal que combina una macrosecuencia englobante y una microsecuencia constitutiva. La macrosecuencia es una especie de dispositivo patémico, mientras que la microsecuencia da cuenta más particularmente de los encadenamientos modales propios de la crisis pasional. Su encajamiento da el resultado del esquema de la siguiente página: La macrosecuencia adopta aquí globalmente el desarrollo de una secuencia polémica, testimoniando el rol rector de la rivalidad en la con-
21 El esquem a narr ativ o canónico es frecuente e impropia men te considerado como per ten eci ent e de m an er a leg ítim a al nivel sem iona rrat ivo; de hecho, no tie ne na da de u n un i versal, porque se presenta como una construcción ideológica propia para dar cuenta de la mane ra como, superficialmente, el sujeto narrativo organiza su recorrido para ciar un sentido a su proyecto de vida y porque funciona como una rejilla de lectura cultural -Paul Ricoeur diría que nuestra comprehensióri del relato pasa por una primera aprehensión en que las herramientas son proporcionadas por la cultura a la cual pertenecemos. En ese sentido, el esquema narrativo canónico sería a lo más un prim itivo instalado en el nivel semionarrativo por el proce dimi ento retr oac tiv o que hem os consi derado pa ra las disposic iones pasi onal es: el uso colectivo da origen a un estereotipo cultural, que figura después en el almacén disponible pa ra un a nue va convocación en discurs o.
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APEGO -* EXCLUSIVO
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DESCONFIANZA -> RECELOSA
inquietud sospecha vis ión exc lusiv a emoción
-»
AMOR ODIO
moralización
figuración. La confrontación es implicada a la vez por el apego exclusivo y por el recelo, concebido como u na toma de conciencia de la rivalidad y de la amenaza. La desconfianza se presenta como una forma de la domi nación al desencadenar la crisis fiduciaria; en efecto, en esa etapa el ce loso puede reconocer los méritos de su rival y su “derecho al objeto”, inclu so se devalúa a sí mismo, lo que es otra manera de considerar que el rival lo va a superar. En el modo del simulacro, la crisis celosa misma ocupa el lugar de la apropiación y del desposeimiento, porque da a S el espectácu lo de la conjunción entre S y 0,S3. Para terminar, se puede identificar por u na y otra par te de la prueba un equiv alente del contrato previo en el apego inicial, y un a con traprueba en la reactivación final, gracias a la cual el celoso retoma la iniciativa. Se podría adelantar aquí, por generalización, a título de hipótesis, que la macrosecuencia de un dispositivo patémico obedece a la lógica aspectual del esquema narrativo canónico. Durante la puesta en discurso, las presu posiciones entre los dispositivos modales específicos de cada rol patémico de base son reinterpretadas desde el punto de vista de la lógica sintáctica discursiva, de manera que la secuencia modal aparece, entonces, como un encadenamiento de etapas generalizable que rige la competencia discursi va de un narrador. 1
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®La microsecuencia Por el contrario, la microsecuencia parece obedecer a una lógica estricta mente patémica. La aspectualización de la secuencia modal constitutiva produce ciertamente un esquema en el que se ha reconocido progresiva mente las etapas sucesivas a propósito de la avaricia y luego de los celos. La inquietud constituye al sujeto apasionado, puesto que comporta un reembrague sobre el sujeto tensivo; independientemente del apego mismo, ella determina en efecto una cierta “propensión” a la crisis pasional, cual quiera que ésta sea. La inquietud pone en movimiento la dinámica modal y desemboca en la crisis de celos si el reembrague opera en el campo de un apego exclusivo. La pregunta que se plantea es: ¿dónde comienza el proceso pasional propiamente dicho? De ahí la segunda cuestión: ¿en la cadena discursiva, dónde comienza la tensión patémica específica de la pasión estud iada? Se denominará constitución a la etapa que corresponde
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al reembrague en que previamente es definido el estilo tensivo del sujeto apasionado, que en el caso de los celos toma la forma de una oscilación tímica que no llega a polarizarse. Según las épocas, las culturas y los auto res, la constitución será interpretada como un “temperamento” (en Stendhal o en Proust), como un “destino” (en Racine) o incluso como el surgimiento del caos vital (en Shakespeare). La constitución del sujeto apasionado es, pues, la fase que procura al conjunto del proceso su estilo semiótico. N.B. Está por realizarse el estudio de los estilos semióticos, a partir de las
modulaciones de la tensión; se trata, para la semiótica por venir, de un impor tante dominio de investigación que tendría como objetivo a la vez una teoría de la aspectualización y una exploración de las manifestaciones pasionales. Las evasivas de la veleidad, la languidez del aburrimiento, junto a la agitación de la inquietud, serían algunas de la formas por elucidar.
La sospecha y la búsqueda que de ahí resultan procuran luego al celoso las calificaciones requeridas para la visión exclusiva, como en una bús qued a de las modalizaciones neces arias para la performance túnica. Además, el que conduce la búsqueda no es forzosamente el celoso: Swann comparte las dificultades con sus amigos o incluso con profesionales. Desde ese punto de vista, los estereotipos sociales de los celos casi han entrado en las instituciones, puesto que una gran parte de la actividad de los detectives privados está tradicionalmente consagrada a ese género de búsq ueda. Otelo, por su parte, no se reba ja al punto de con tratar a un investigador, pero solicita después de todo a Yago el “hacerle ver” la cosa. La sospecha y la búsqueda, en la medida en que concurren para instalar en el celoso un dispositivo modal sensibilizado, corresponden a la disposi ción. Se notará a ese respecto que, aun si el hacer cognoscitivo es delegado a otros actores, el celoso continúa siendo el sujeto de estado (sospechoso, difidente) que recibe las modalizaciones sensibles. La visión exclusiva y la adquisición de la certidumbre que abarcan la transformación túnica principal podrían ser generalizadas y denominadas patemización. El resultado de la patemización será una emoción, definida como un estado patémico que afecta y moviliza todos los roles del sujeto apasionado. En fin, la emoción se manifiesta por medio de un compor tamiento observable, que es el objeto principal de las evaluaciones éticas y estéticas que hemos convenido en llama r moralización. Si la crisis celosa es “narrable”, se debe a que obedece a una lógica discursiva proyectada por aspectualización en las presuposiciones moda les y porque se organiza en un esquema patémico canónico que tendría la forma siguiente:
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CONSTITUCION
SENSIBILIZACIÓN
MORALIZACION
r
DISPOSICIÓN
PATEMIZACIÓN
EMOCIÓN
La constitución, la sensibilización y la moralización han sido reconocidas como los tres grandes modos de construcción de los universos pasionales connotativos que controlan las culturas individuales y colectivas.22 Por esa razón, esos tres segmentos comportan, en el esquema patémico canónico, referencias a las axiólogías pasionales y, más particularmente, a aquellas que aseguran la regulación de las relaciones sociales e interindividuales; para eso, convocan rejillas ideolectales y sociolectales de representación de la pasión, de sus causas, de sus efectos, de sus criterios de identificación y de evaluación. Finalmente, la disposición, la patemización y la emoción son las etapas sucesivas del proceso pasional propiamente dicho, por el cual el sujeto se encuentra conjunto con el objeto tímico. Los esquemas pasiona les: realizaciones concretas
®Los amores fiduciarios de Roxane La sintaxis general de los celos procura unidades discursivas y no unidades textuales; tampoco la ubicación de una forma aspectual del proceso permite prever el orden de aparición lineal de las etapas de la pasión durante la manifestación. El examen de algunas realizaciones concretas de bería permitir esbozar un principio de variación textual. Por ejemplo, se puede buscar la confirmación y la verificación en Ráeme. Alrededor del personaje de Roxane, Bajazet ofrece una realización casi íntegra y particularmente detallada de la macrosecuencia. El apego es, para comenzar, cuidadosamente justificado, sobre el modo del deber^estar-ser: ...méme témérité, périls et crainte commune coeurs et leurs fortunes.23
L i é r e n t p o u r j a m a i s leurs
[.. .la misma, temeridad, peligro y temor comunes u n i r á n p a r a s i e m p r e sus corazones y sus fortunas.]
Cf. sup ra, “A propósito de la a varicia”, “La sensibilización ”. 23 Acto i, esc ena 1. Cu rsiva s nu es tras .
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La confianza es también solicitada, pero ahora como el negativo de la desconfianza: Je veux que devant moi, sa bouche ¿t son visage Me découvrent son coeur s a n s m e l a i s s e r d ’o m b r a g e ,24 [Quiero que en mi presencia, su boca y su rostro me revelen su corazón s i n d e j a r m e r e c e lo s o ]
Puede uno obtenerla también gracias a un primer “don de la fe”, que repercute la “confesión de dependencia”: Justiñez la foi queje vous ai donné...25 [Justificad la fe que os he dado...]
El acto II está enteramente consagrado a la proposición y a la aceptación del contrato fiduciario; el otorgamiento del contrato se sitúa entre los actos II y III y sólo es evocado por presuposición al inicio del acto ni; aparecen muy rápido el recelo y el estremecimiento fiduciario. Los actos III y IV son, para Roxane, los de la crisis celosa; para comenzar, encontramos la inquietud: Ce jour me jette dans quelque inquiétude.26 [Este día me infunde alguna inquietud.]
Sigue la difidencia, después la visión exclusiva suscitada por la misma Roxane (S1), bajo la forma de una trampa tendida a Bajazet y Atalide, es decir, a S 3 y S2, respectivamente. El aspecto “espectacular” de la visión exclusiva no procede solamente de las exigencias de la representación teatral, es dictado aquí por el esquema patémico de los celos: al lado de las transformaciones epistémicas y veridictorias que revelan a Roxane la indiferencia de Bajazet para con ella y su amor por Atalide, transformaciones suficientes en una lógica que sólo sería cognoscitiva, hay que tener en cuenta la transformación túnica que únicamente puede acaecer por la puesta en escena del simulacro figurativo de la conjunción entre S 2 y S3. En ese momento de la secuencia pasional, S 1 (Roxane) y S3 (Bajazet) no tienen otra cosa para intercambiar que manifestaciones de crueldad y de indiferencia, así como manipulaciones túnicas. Por lo demás, la realización canónica de la macrosecuencia es cuida24 Acto i, escena 3. Cursivas nuestras. 25 Acto ií, escena 1. 26 Acto III, escena 6.
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dosamente articulada en el recorrido de las transformaciones fiduciarias. Cada puesto de ese recorrido procura una forma particular al apego de Roxane; sucesivamente: el apego confiado, el apego desconfiado y receloso, el apego difidente. Pero Bajazet ofrece además una realización del cuarto puesto, anterior al apego confiante mismo que correspondería a un apego por “abandono de difidencia”, bajo la forma ya encontrad a del “don de la fe”. El don de la fe se describe más específicamente como una renuncia (una negación) por la cual S se rinde a S3, por la cual la amante se pone a la merced del amado; lo que permite comprender retrospectivamente por qué, en Stendhal, los celos gustan a las mujeres, quienes los suscitan como para obtener un reconocimiento de su poder. El encadenamiento de las diversas formas del apego se basa, por con siguiente, en una estrategia amorosa compleja, en la que la confianza y la difidencia suponen un a reciprocidad entre S x y S3. Se trat a de un inte r cambio de beneficios tímicos en un caso e intercambio de malos procede res en el otro, y en el que la desconfianza y la ausencia de difidencia supo nen en cambio la ausencia de reciprocidad, una actitud amorosa unilate ral en la que Sj_ se compromete o se libera según el caso, pero siempre sin contraparte. En suma, el recorrido de las transformaciones fiduciarias revela un recorrido figurativo en el amor que tendría la siguiente forma: 1
reciprocidad prueba amorosa
reserva amorosa
unilateralidad Este tipo de recorrido explica en parte la recurrencia de la secuencia pasion al: los celos, aunque globalmente organizados en el principio del esquema discursivo, pueden recorrer varias veces la secuencia, pero guardando en cada intervalo el “recuerdo” de las traiciones, de las defec ciones y de las re nuncia s anteriores. ®Los vestigios del esquema narrativo en La celosía Si nos volvemos ahora hacia las realizaciones no canónicas, como la nove la de Robbe-Grillet La celosía, se descubre una opción muy diferente: la
L,U 3
sintaxis de los celos es respetada globalmente, pero de manera paradójica la dimensión tímica está ausente de la novela. También la confianza, la difidencia, el sufrimiento y sus equivalentes están excluidos de la manifestación. En cambio, en cada una de las etapas de la secuencia pasional, todo lo que toca a lo pragmático y a lo cognoscitivo está cuidadosamente restituido. El apego se deja ver, pero únicamente como contemplación de la belleza sensual del personaje denominado A... (Le.: S3) y sin que uno pued a ver dad eramente diferenciarlo de la contemplación del ciempiés o de la de los plátanos también tan frecuentes, si no es que más. Igualmente, el recelo está ahí, pero sin que se manifieste ninguna desconfianza; uno nota a lo más comentarios sobre la indiscreción de S2, y una serie de observaciones prácticas que señalan la presencia invasora de un tercer personaje masculino en la pareja: Bien qu’il ne se livre á aucun geste excessif, bien qu’il tienne sa cuillére de fagon convenable et avale le liquide sans faire de bruit, il semble mettre en oeuvre, pour cette modeste besogne, une énergie et un entrain démesurés. [...] il manque de discrétion.27 [Aunque no se abandona a ningún gesto excesivo, aunque sujeta su cuchara co rrectamente y traga el líquido sin hacer ruido, para esa modesta tarea parece aplicar una energía y una pujanza desmesuradas. [...] carece de discreción.1 Franck raconte une histoire de voiture en panne, riant et faisant des gestes avec une énergie et un entrain démesurés.28 [Riendo y haciendo gestos con una energía y una pujanza desmesuradas, Franck cuenta una historia de un auto descompuesto.]
El texto es explícito al menos en un punto: el carácter invasor del personaje no se debe a un comportamiento objetivamente excesivo o impropio (“aunque no se abandona a ningún gesto excesivo”); lo que él intenta im plícitam ente apr ehe nde r por medio de la manifestación de una energía extraña en el campo exclusivo de S 1 es la emergencia de la sombra de un rival, de un sitio hostil que se dibuja en el territorio visual de Sr La “discreción”, en este caso, sería la transposición cognoscitiva del respeto de la unidad exclusiva que S 1 ha creado, y la falta de discreción la de una usurpación cualquiera en esa unidad exclusiva; reprochar a S 3 su falta de discreción es pues presuponer la existencia de la exclusividad. La ruptura del contrato fiduciario y la desconfianza son patentes, pero únicamente por presuposición y catálisis: a partir de posiciones de ob27 París, Ed. de Minuit, 1957, p. 23. 2&Ibid„ p. 110.
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servaciones incómodas, por ejemplo, el narrador emite discretamente con clusiones clusiones que presupo nen su desconfianza respecto a S o a S3: 2
.. .impossible de [.. .imposible
. . ” c o n t r ó l e r ..
-
c o n t r o l a r ...]
...le visage de Franck, presque á contre-jour, [...casi a contraluz, el rostro de Franck
n e l i v r e p a s la
n o r e v e l a la
“...les traits de A..., de trois quarts arriére,
moindre impression.
menor impresión.]
n e l a i s s e n t r í e n apercevoir.
[...los rasgos de A ..., de tres cuartos por atrás,
n a d a d e j a n distinguir.]
La ausencia de saber, constatada incidentemente en el transcurso de la descripción, es atribuida no a una incapacidad intrínseca del obser vador, sino a un ocultamiento del informador, quien no “deja” ver que no “da” nada; ciertamente, se trata de una estrategia de descripción bastante trivial, consistente en proyectar sobre el objeto las coerciones impuestas por la focalización focalización y en atrib uirles uir les un a pre tendid ten didaa intención; sin s in embargo, esa trivialidad comprende una conversión actancial que está lejos de ser trivial en sí misma (la conversión de un objeto en sujeto): es una de las fluctuaciones posibles de los dispositivos actanciales en el interior de los simulacros suscitados por los celos. Además, esa desconfianza nacida del no saber de presupone al menos un metasab er, que se apoya apoya en el he cho de que habría algo que ver (en el rostro de A... o en el de Franck); es así como nace la sospecha. Ya no encontramos la emoción entre las etapas de la microsecuencia, puesto que es exclusivamente exclusiv amente tímica y está e stá fun dada dad a en el sufrimiento; en cambio, queda algo de la inquietud en la medida en que puede manifes tarse como una simple oscilación, sin otra precisión que tenga que ver con la euforia y con la disforia; también toma aquí la vía de alternativas cog noscitivas no decidibles, que surgen a cada instante: A... ¿comió o no (p. 24)? A... ¿regresará antes del anochecer o no (pp. 122-130)? Por otra par te, se reconoce sin dificultad la búsqueda celosa, ya que es esencialmente cognoscitiva; se asiste a la compilación de índices, a la constitución de una red cognoscitiva. Pero falta siempre la prueba y la certidumbre; compa rando esa ausencia con la de toda manifestación tímica, somos llevados a pen sar que la segu nda explica la primera: prim era: la pru eba y la certidumbre certidu mbre sólo sólo ocurrirían en los celos, llamadas por una espera inquieta, a la cual esta rían en posibilidades de aportar un alivio de naturaleza tímica y ya no cognoscitiva. También el pesquisidor de Robbe-Grillet se queda en los ires y venires entre los indicios, en la repetición de las mismas figuras y de las mismas escenas sin que ninguna parezca decisiva: la contracción textual de lo tímico impide toda manifestación del creer.
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Para terminar, constatemos en esa novela la omnipresencia de la visión exclusiva; S 2 y S3 están en sus sillones, Sj está en un sillón aparta do; S2 y S3 son de la misma opinión, Sj tiene otra opinión; S 9 y S3 han leído la misma novela, que Sj no conoce, y así sucesivamente. La repre sentación de la pareja S 2/S 3 está en el centro de los motivos narrativos: la comida, el aperitivo, la salida, el regreso, la lectura; la descripción invade el texto porque el relato no es otra cosa que la yuxtaposición de las “esce nas” ofrecidas a Sj por S 2/S 3 . Así es como la técnica propia de la Nueva Novela (Nouueau Román) se encuentra resemantizada, remotivada den tro de la configuración de los celos. Con la ausencia de la dimensión tímica, el texto de Robbe-Grillet sólo guardó la huella de la sintaxis pasional: como algunas rocas duras resis tentes a la erosión, uno sólo encuentra las modificaciones y modalizaciones proyectadas por el recorrido pasional en las dimensiones pragmática y cognoscitiva, pero sin que este último esté directamente textualizado. La huella como procedimiento de textualización encuentra un eco metadiscursivo explícito en las “huellas”, figuras del mundo natural, descritas en la misma novela: huella del ciempiés aplastado sobre el muro o huella de pal p al ab ra s y de le tr a s sob re la ca rp et a de un escri es crito torio rio . Los lím ite s impuestos al saber del narrador no son suficientes para dar cuenta de ese procedimiento, puesto que no se tr at a solamente solamen te de focaliza focalización ción;; el efecto de “huella” resulta de una verdadera erosión discursiva, una forma de textualización que rebasa la cuestión del modo narrativo. En esa novela la configuración pasional es tratada como un marco de reglas discursivas implícitas, que no aparecen como tales pero que determinan el texto por completo. Esa tentativa literaria prueba a la vez la dependencia y la au tonomía de la dimensión tímica con respecto a las otras dos: dependencia, porque el efecto de sentido s entido pasional pasion al no es tá menos presen pr esente te en las modamodalizaciones de las otras dos dimensiones; autonomía, porque puede estar totalmente implícita sin que eso afecte a la inteligibilidad del texto. ®Diseminación y agitación en Un amor de Swann En Proust, por el contrario, es el conjunto de las presuposiciones y de los encadenamientos sintácticos el que se encuentra cuestionado. Por una parte pa rte , el principio es reafirmad reaf irmad o, porque la presuposición sin táctica táct ica es una de las herramientas explicativas más poderosas del análisis psicológi co proustiano; por la otra, ese principio es sin cesar trastornado por la permanen perm anencia cia y la l a recurrenc recur rencia ia de las mismas mism as crisis o disposiciones disposiciones pasio nales a lo largo de toda la novela. Nos enteram os así de que un amor puede nacer sin el deseo deseo inicial, como una historia puede comenzar in medias res:
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En reconnaissant un de ses [de l’amour] symptómes, nous nous rappelons, nous faisons renaítre les autres. Comme nous possédons sa chanson, gravee en nous tout entiére, nous n’avons pas besoin qu’une femme nous en dise le début [...] pour en trouver la suite.29 [Al reconocer uno de sus síntomas [del amor], nos acordamos, hacemos renacer a los otros. Como poseemos su canción, grabada toda entera en nosotros, no necesi tamos que una mujer nos diga el principio [...] para encontrar la continuación.]
Pero hay que observar inmediatamente que el enamorado que se mu estr a capaz de ese tipo de presuposici presuposiciones ones es un hombre de experiencia que “ha sido varias veces tocado por el amor”, y ya que dispone del metasaber necesario puede comportarse como el narrador de su propio reco rrido pasional; en ese sentido, la pasión llega a ser una cadena de sucesos inscrita en competencia, que uno puede sin perjuicio tomar por la mitad; todo el resto se reconstituye por presuposición. En cierta forma, Proust subraya así el estatuto de estereotipo cultural de esos esquemas discursi vos: habiendo “grabado en nosotros” toda la secuencia, la experiencia o la memoria resurgirá siempre en un solo bloque. Otra manifestación de la competencia discursiva del sujeto apasiona do: por un simple recuerdo uno puede sufrir durante mucho tiempo de la misma manera y con la misma intensidad: La souffrance ancienne le refaisait tel qu’il était avant qu’Odette ne parlát: ignorant, confiant; sa cruelle jalousie le replagait, pour le faire frapper par l’aveu d’Odette, dans la position de quelqu’un qui ne sait pas encore.30 [El antiguo sufrimiento lo colocaba de nuevo en el estado que estaba antes de que hablara Odette: ignorante, confiado; sus crueles celos, para hacerlo temblar por la confesión confesión de Odette, lo volvían a poner en la posición del que todavía no sabe...]
La capacidad para operar presuposiciones aparece aquí todavía como una propiedad del sujeto apasionado, como un componente de su compe tencia tímica; aquí mismo el sufrimiento resucita el apego confiado inicial, com como si merced a la presuposición presuposición el celo celoso so estuviera programado par a r e vivir, en cada ocurrencia, todas las etapas de su pasión: ilustración es plendorosa plendoros a de la preem inencia de la sintaxis sint axis en el mecanismo pasional, pasional , puesto que el sufrim s ufrimiento iento de los celos celos sólo sólo puede pu ede serlo a condición condición de que el sujeto reconstruya y recorra en cada momento todas las etapas anterio res, regresando al principio mismo, y que vuelva a conocer de nuevo todos los imprevistos modales. No ob stante, stan te, eso no impide impid e que la sintaxis sint axis canónica sea pe rtu rbad rb ad a y complicada por la recurrenci recurr enciaa de las crisis celosas. Es com como o si, si, en cada 29 A la recherche du temps perdu, op. cit., t. I, pp. 196-197. 30A la recherche da temps perdu, op. cit., 1.1, p. 368.
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una un a de las etap as de la macrosecuencia -apeg o exclusivo, exclusivo, recelo y descon descon fianza...- el sujeto apasionado desempeñara ya la escena crucial de los ce los propiamente dichos. Por ejemplo, un esbozo de microsecuencia celosa aparece desde la ubicación del apego exclusivo: De tous les modes de production de l’amour, de tous les agents de dissémination du mal sacré, il est bien fun des plus efficaces, ce grand souflle d'agitation qui passe parfois sur nous. Alors l’étre avec qui nous plaisons á ce moment-lá, le sort en est jeté, c’est lui que nous aimerons. [...] Ce qu’il fallait, c’est que notre goüt pour lui devint exclusif.31 [De [De todos los modos de producción producción del del amor, amor, de todos los age ntes de disem inación del mal sagrado, ese gran soplo de agitación que pasa a veces sobre nosotros es uno de los más eficaces. Entonces la suerte está echada, el ser con quien coqueteamos en ese momento será a quien amemos [...] Sólo haría falta que se convirtiese en exclusivo nuestro gusto por él.]
Antes de experimentar ese gusto exclusivo por Odette, Swann sólo la había notado como objeto estético (un Botticelli). Esa tarde, cuando la bus ca en Pa rís , la agitació agit ació n que lo atra at ra pa tra ns form fo rm a en inq uie tud y sufrimiento la certidumbre tranquila que tenía de encontrarla en la casa de los Verdurin; ese sufrimiento transforma el deber-estar-ser de la pri mera confianza en querer-estar-ser y y querer-hacer, que Proust traduce co mo “la insensata y dolorosa necesidad de poseerla” (p. 231), de la misma forma que el sufrimiento de la crisis celosa propiamente dicha conlleva una reactivación del amor. Lo que hace decir a varios comentaristas que el amor nace aquí de los celos. Es verdad que, al leer Un amor de Swann, podría uno estar tentado de pensar que los celos están presentes por entero en cada una de las eta pas que los constituyen. co nstituyen. Así, Prou Pr oust st puede afirmar: ...ce que nous croyons notre amour, notre jalousie, riest pas une méme passion continué, indivisible. lis se composent d’une infinité d’amours successifs, de jal ou sie s dif fér en tes et qui son t éphé mé res, ma is par leur mu ltit ude inin ter rompue donnent l’impression de la continuité, l’illusion de l’unité.32
31 Ibid., pp. 230-231. 32 Habría mucho que decir sobre esa dialéctica de lo continuo y de lo discontinuo. Proust tomaría aquí el partido de considerar lo discontinuo como primero y lo continuo como segundo, resultando éste de alguna manera de la infinitización del primero: cuando la segmentación de un proceso es llevada a los límites, aparece como continuo. Es nece sario ver que todo depende de la capacidad de acomodación del observador o de la distan cia desde la que observa. Esa presentación es característica de la teoría del conocimiento que está en la base de toda En bus ca..., según la cual el saber sólo se construye en la dialéctica entre la pluralización y la homogeneización de las figuras, gracias a un ir y venir entre las posiciones de observación.
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[...lo que creemos nuestro amor, nuestros celos, no es una misma pasión continua, indivisible. Se compone de una infinidad de amores sucesivos, de celos diferentes que son efímeros, pero dan la impresión por su multitud ininterrumpida de la con tinuidad, la ilusión de la unidad.]
De hecho, la dispersión, de la crisis celosa en todas las etapas de la macrosecuencia se explica de dos maneras. Primeramente, como cada rol pertenece perten ece al dispositivo patémico, es susceptible de ser también tambié n trata do como una microsecuencia específica, y el apego exclusivo, por ejemplo, pued e ser se r analizado analiz ado como como “inqu ietud -sufrimi -suf rimiento ento-nec -necesid esidad ad de poseer”; pose er”; como, por otra parte, cada rol patémico recibe todo su sentido del conjunto al cual pertenece, cada uno de ellos presenta fuertes semejanzas con el rol específico, aquél, aquí, de los celos, en el nivel del efecto de sentido, que es en el que se coloca el novelista. Además, la dispersión de las crisis celosas es un efecto de la aspectualización temporal y de la posición del observador: para un observador que hiciera la síntesis de manera retrospectiva, la pasión se presentaría como única y continua, susceptible de ser contada como un proceso homogéneo; para pa ra un observador que pract pr actica icara ra el análisis, situán dose en coincidenci coincidenciaa con cada manifestación, la pasión no sería más que una sucesión de crisis distintas. Ello confirmaría la utilidad de la oposición entre la aspectualización “segmentativa”, creadora de los esquemas discursivos, y la aspectualización “demarcativa”, creadora de los efectos de continuidad y de dis continuidad en los discursos. Porque, de hecho, la temporalización discontinua y aparentemente re currente de la macrosecuencia no impide a la pasión desarrollarse según el esquema canónico que hemos establecido: el sufrimiento, por ejemplo, está presente sin cesar, pero el sufrimiento nacido de la incertidumbre (la desconfianza recelosa) es diferente del nacido de la certidumbre (la visión exclusiva); cuando Odette confiesa sus relaciones homosexuales -una de sus raras confesiones-, el narrador constata: Cette souífrance qu’il ressentait ne ressemblait á ríen de ce qu’il avait cru [...] parce que, méme quand il imaginait cette chose, elle restait vague, incertaine, dénuée de cette horreur particuliére qui s’était échappée des mots “peut-étre deux ou trois fois”, dépourvue de cette cruauté spécifique aussi différente de tout ce qu’il avait connu qu’une maladie dont on est atteint pour la premiére fois.33 [Ese sufrimiento que resentía no se parecía a nada de lo que él había creído [...] porque, incluso cuando imaginaba esa cosa, permanecía vaga, incierta, privada de ese horror particular que se había escapado de las palabras “dos o tres veces quizás”, desprovista de esa específica crueldad tan distinta de todo lo que había conocido como una enfermedad que se padece por vez primera.] 33 ú la recherche du temps perdu, op. cit., t. I, p. 363.
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Aun si hay recurrencia del sufrimiento en la historia de los celos de Swann, de la misma manera cada sufrimiento permanece sin embargo específico del rol patémico del que nace; en el ejemplo precedente, Odette acaba de dar un ejemplo concreto de un encuentro homosexual, cuyas cir cunstancias son conocidas por Swann; todas las condiciones están pues reunidas para que esa confesión se transforme para él en visión exclusiva, en “escena” de la conjunción Sg/S^ Ce second coup porté á Swann était plus atroce encore que le premier. [...] Odette, sans étre intelligente, avait le eharme du naturel. Elle avait raconté, elle auait mimé cette scéne avec tant de simplicité que Swann, haletant, uoyait tout: le báillement d’Odette, le petit rocher. 11 Ventendait répondre -gaíment, helas!-: “Cette blangue!”34 [Para Swann ese segundo golpe fue aun más cruel que el primero [...] Odette, sin ser inteligente, tenía el encanto de la naturalidad. Ella contó, ella imitó esa escena con tanta sencillez que Swann, anhelante, veía todo : el bostezo de Odette, el peñasco pequeño. L a oía contestar-alegremente, ¡ay!-: “¡Esa charlatanería!”!
Todas las etapas de la macrosecuencia comportan su parte de sufri miento, pero sólo esta ú ltim a es carac terística de la certidumbre del celoso y presupone a todas las otras. Reconocemos ahí inmediatamente a un es pectador “que percibe todo”, pero excluido de la escena, y al ser amado que, literalmente, como un buen actor, desempeña su papel en la escena pa ra la edificación del celoso: el hacer cognoscitivo del que Sx es el desti natario, para ser eficaz y fundar su creencia, debe entonces desplegar con cretam ente los recorridos figurativos esperados; desde otro punto de vista, si uno buscara criterios distintivos para identificar superficialmente los procesos pasionales, la eficacia figurativ a podría ser uno de esos criterios, en la medida en que requieren un recorrido figurativo susceptible de soli citar una actividad perceptiva en el sujeto. ®Perturbaciones y salidas prematu ras En lo esencial, la canonicidad de la macrosecuencia depende del buen fun cionamiento de las presuposiciones. Desde que un presupuesto hace falta, la secuencia pasional se desvía, se interrumpe, desemboca en pasiones que no pertenecen más a la configuración de los celos; de manera que tal o cual, que podría ser celoso -ateniéndose estrictamente a la situación amorosa aprendida in medias res-, sin embargo no lo es. El teatro de Racine, en el que los celos son un resorte dramático omnipresente, ofrece va rios ejemplos de ese desvío pasional. Si los celos de Teseo (Fedra) se transforman sin más desde la descon34 Ibicl., p. 366. Cursivas nuestras.
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fianza y viran hacia el furor vengativo, es porque falta aquí el presu puesto de “riva lida d” y sobre todo el de la comparabilidad de los rivales: Teseo está en posición de Destinador en relación con Hipólito y dispone de una competencia -en particular, del orden del poder-hacer- que falta a su hijo. Si los celos de Antioco ( Berenice) se deslizan indefinidamente en la etapa de la inquietud y se reducen al suplicio infligido por la oscilación in definida entre las fases de esperanza y las fases de desesperanza, se debe a que le falta desde el inicio el deber-estar-ser y el creer; tampoco los puede pres upon er su sufrimiento. Antioco es u n enamorad o transido, cuyo apego es unilateral (sobre el modo del “don de la fe”), y que no puede ser celoso al no haber adquirido jamá s el derecho de esperar. Basándose en la variación de los presupuestos, ser ía importan te calcu lar las derivaciones posibles a partir de la macrosecuencia; aquí esbozare mos sólo las grandes líneas de ese cálculo. Para comenzar, como lo hemos hecho al entrar en el tema, habría que distinguir entre los dos grandes ti pos de p uesta en perspectiva: o bien la conjunción entre S 2 y S3 es anterior, y los celos son entonces un temor -un sufrimiento prospectivo-, o bien esa conjunción está por venir, y los celos son entonces un pesar -un sufrimien to retrospectivo-, reflejando así la dicotomía entre las dos grandes tenden cias del imaginario humano, repre sentadas por un lado por las pasiones de la espera y por el otro por las de la nostalgia. Cualquiera que sea la puesta en perspectiva, como en Proust, la inquietud del celoso recae siempre sobre un acontecimiento presente en el simulacro pasional. Pero el cálculo de las derivaciones debe tener en cuenta ese desdoblamiento que reencuentra sus derechos desde que el presunto celoso sale del recorrido canónico: en cada salida, dos vías se le presentan a este último. Así, para un “celoso temero so”, la salida en la etapa del apego confiado será una forma de “esperanza”, mientras que para un “celoso apesadumbrado” será una “seguridad” o un “alivio” (Le. el rival ya no está allí). La derivación a partir del recelo dará una “aprehensión” para el “celoso temeroso” y un “resentimiento” para el “celoso apesadumbrado”, y así sucesivamente. No estando ya solidarizadas por una sinta xis coherente, las pasiones derivadas retoman su autonomía y ya no es posible entonces considerar que, por ejemplo, cada una de las parejas “esperanza/alivio” o “aprehensión/resentimiento” constituyan una sola pasión susceptible de variar en función de un cambio de perspectiva: se tra ta de pasiones diferentes. El conjunto de las derivaciones pasionales insertadas en la macrose cuencia constituye u na configuración patémica en la que se despliegan las potencialid ades sintácticas de los celos: en cada etap a -po rqu e uno de los presupuestos está ausente o mal ase gur ado - se esbozan escap atoria s que son aprovechables en el momento de la textualización, ya sea en conden sación o bien en expansión, hasta el punto de hacer cambiar bruscamente el desarrollo de la rama principal.
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Formas realizadas de la microsecuencia
El desencadenamiento de la crisis pasional requiere dos operaciones dis cursivas: por una parte, el reembrague sobre el sujeto tensivo y, por la otra, la inscripción del dispositivo sensibilizado en el eje del parecer. Esas dos operaciones tienen como efecto de sentido la “entrada” en el simulacro pasional. La inquietud de Swann
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La etapa inicial de la microsecuencia, alrededor de la inquietud y de sus variantes figurativas, ofrece en Proust numerosas manifestaciones de las propiedades tensivas de la foria. El más bello ejemplo de la desemantización del objeto de valor, reducido a ser únicamente una valencia, es sin duda la asociación de Odette con la pequeña frase de Vinteuil. Detrás de la descripción figurativa y sensorial de la frase musical, se dibuja una ar madura sintáctica fundada enteramente en las disposiciones aspectuales: retardos, dilaciones, esperas, sorpresas, incidencias y decadencias. Esas figuras aspectuales están explícitamente asociadas a Odette de Crécy, el objeto de valor; en una época en que cada audición de la frase evoca la imagen de Odette, Proust cuenta: C’est que le violon était monté á des notes hautes oü il restait comme pour une attente, une attente qui se prolongerait sans qu’il cessát de les teñir, dans l’exaltation oú il était d’apercevoir déjá l’objet de son attente qui s’approchait, et avec un effort désespéré pour tácher de durer jusqu’á son arrivée, de l’accueillir avant d’expirer, de lui maintenir encore un moment de toutes ses derniéres forces le chemin ouvert pour qu’il püt passer, comme on soutient une porte qui sans cela retomberait.30 [El violín permanecía en las notas altas a las que había subido como en espera de algo, una espera que se prolongaría sin que él cesara de sostenerlas, exaltado como estaba de ver ya aproximarse al objeto de su espera y esforzándose desespe radamente para tratar de durar hasta que llegara, para acogerlo antes de expirar, para todavía mantenerle por un momento con sus últimas fuerzas el camino abierto para que pudiera pasar, de la misma forma como se sostiene una puerta que sin eso caería.]
La metáfora musical no es inocente: permite reducir la totalidad del recorrido pasional -espera, exaltación, desesperación- a esa disposición as pectual que proponen los verbos “prolongar”, “cesar de”, “aproximar”, “du rar”, “tratar de”, “expirar”, “sostener”. Por eso, el objeto en cuestión no es ya hablando con propiedad un objeto de valor, puesto que no es más que un 35 IbicL., p. 345.
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operador de retardo o de avance, de incidencia o de decadencia aspectual; lo que resulta en extravasarlo como objeto de valor, en reducirlo a propie dades de tipo tensivo: el “objeto” de la pasión sería de hecho una valencia. También el gozo (antes de la decepción) experimentado por Swann es u n ...jouissance qui elle non plus ne correspondait á aucun objet extérieur et qui pourtant, au lieu d’étre purement individuelle comme celle de l’amour, s’imposait á Swann comme une réalité supérieur aux choses concretes.36 [...gozo que ella tampoco relacionaba con ningún objeto exterior y que, no obstante, en vez de ser puramente individual como el del amor, se imponía a Swann como una realidad superior a la de las cosas concretas.)
El “ella tampoco” hace referencia a una im presión parecida procurada por la asociación de Odette con otra forma estética. El objeto de Swa nn es una “sombra de valor”; por otra parte, como valencia, está explícitamente man ifestad a en este comentario: De sorte que ces parties de l’áme de Swann oü la petite phrase avait effacé le souci des intéréts matériels, les considérations humaines et valables pour tous, elle les avait laisséss v a c a n t e s e t e n b l a n c , et il éta it libre d’y i n s e r ir é l e n o m d ’O d e t t e . ^ 1 [De modo que esas partes del alma de Swann en las que la frasecita había borrado la preocupación por los intereses materiales, las consideraciones humanas y váli das para todos, ella las había dejado v a c a n t e s y e n b l a n c o y él era libre de i n s c r i b i r e n e l la s e l n o m b r e d e O d e t t e .]
Las modulaciones de la tensión, cuidadosamente traducidas aquí bajo la forma de variaciones en el continuo de la frase musical, dibujan en cier to modo el lugar de un objeto cualquiera, pero que deberá todo su valor -ulteriormente definido- a la “proforma” en la cual se inserta; y por eso no importa qué nombre de objeto aceptable puede inscribirse allí. Por cierto, el sujeto se vuelve a ligar aquí con el sentir mínimo: no es más que percepción fundida en su objeto, y se encuentra consecuente mente alejada de la comunidad hum ana :' Grand repos, mystérieuse rénovation pour Swann [...] de se sentir transformé en une créature étrangére á l’humanité, aveugle, dépourvue de facultés logiques, presque une fantastique licorne, une créature chimérique ne percevant le monde que par Tome.38 [Gran descanso, misteriosa renovación para Swann [...] al sentirse transformado ¿6Ibid., pp. 236-237. ' 37 Ibid ., p. 237. Cursivas nuestras. 38 I b i d . , p. 237.
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en una criatura extraña a la humanidad, ciega, desprovista de facultades lógicas, casi un fantástico unicornio, una criatura quimérica que sólo percibe el mundo por el oído.]
Las propiedades que habíamos prestado a la tensividad fórica nos hacen poner atención especial a los comentarios que acompañan a esa estesia; notamos, por ejemplo, que la percepción auditiva está asociada con el sentir, mientras que la percepción visual participa en la elaboración cognoscitiva de la significación; la visión es en efecto incapaz de operar esa regresión más acá de lo cognoscitivo, a diferencia del oído que permite ...entrer en contact avec un monde pour lequel nous ne sommes pas faits, qui nous semble sans forme parce que nos yeux ne le pergoivent pas, sans signiíication p a rc e qu’il échappe á notre intelligence...39 [...entrar en contacto con un mundo para el cual no estamos hechos, que nos parece sin forma porque nuestros ojos no lo perciben, sin significación porque ésta escapa a nue stra inteligencia.]
La visión comportaría un discernimiento de tipo gestaltista, por ejem plo, y acarrear ía la categorización del mundo percibido, mientras que el oí do se reservaría la aprehensión de modulaciones infracognoscitivas (Proust habla en otra parte de “un mundo ultravioleta”) que “no tendrían forma” por definición. Se podría pensar también que P roust considera la identifi cación de las “sombras de valor” como si se produjeran en el horizonte óntico, representado como un incognoscible manifestado cuya valencia sería la manifestante; pero se contenta con tocar apenas esa idea: Peut-étre est-ce le néant qui est le vrai et tout notre reve est-il inexistant, mais alors nous sentons qu’il faudra que ces phrases musicales, ces notions qui existent par rapport á lui, ne soient ríen non plus.40 [Quizás la nada es la verdad y todo nuestro sueño inexis tente , pero entonces sen timos que esas frases musicales, esas nociones que en relación con ella existen, tampoco sean nada.]
El motivo de la pequeña frase de Vinteuil nos lleva, por consiguiente -siguiendo en eso toda la evolución del espacio tensivo-, de la pantalla óntica que está solamente presupuesta por las modulaciones tensivas de la melodía hasta el discernimiento de un lugar que es el primer acto necesa rio para entrar en el dominio cognoscitivo en el que se elabora la signifi cación. ™ Ib id . l,,0Ib ic L , p.
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Al instalar al celoso en la dimensión tímica, la fase de agitación inquie ta acaba el reembrague tensivo y la entrada en el simulacro pasional en el que como sujeto apasionado constituido será susceptible de sufrir y de gozar. Literalmente, la inquietud hace de Swann un ser nuevo, y el na rrador describe la “esquicio,” que se produce entre el sujeto narrativo y el sujeto apasionado, como una enajenación y un desdoblamiento de perso nalidad bajo el efecto del reembrague tensivo: II fut bien obligó de constater que dans cette méme voiture qui feinmenait chez Prévost il n’était plus le méme, et qu’il n’était plus seul, qu’un étre nouveau était la avec lui, adhérent, amalgamé á lui, duquel il ne pourrait peut-étre pas se débarrasser, avec qui il allait étre obligó d’user de ménagements comme avec un maitre ou avec une maladie.41 [Se vio en la necesidad de comprobar que en ese mismo coche que lo llevaba con Prevost él ya no era el mismo, y que ya no estaba solo, que un nuevo ser estaba ahí con él, adherido, amalgamado a él, del cual no podría quizás deshacerse, con quien iba a tener que ser cuidadoso como si se tratara de un amo o de un enfermo.]
El desdoblamiento del actor en un sujeto narrativo ordinario que se desplaza en auto y busca a una mujer joven y a un sujeto apasionado “en trado en simulacro” comienza ya -recordémoslo-, con el “unicornio”, esa “criatura quimérica” suscitada por la percepción auditiva, esa forma cerca na del sentir mínimo; porque la inquietu d es “agitación”, no hace más que confirmar o amplificar la rareza de ese nuevo tipo de sujeto. Luego de esa disociación del universo pragmático y cognoscitivo en la que ha permaneci do, el primer Swann puede a la vez favorecer los designios del sujeto apa sionado (llevándolo al lado de su amada, por ejemplo), pero también cum plir el rol de un observador exterior. Así, toda la historia del amor de Swann está hecha de alternancias de agitación y de calma, de inquietud y de serenidad reencontrad a; cada fase de inquietud inaugura un esbozo de crisis celosa, una microsecuencia en la que el desarrollo textual más o menos importante depende de la so lidez de la sospecha y de la competencia patémica -la capacidad de sufrir, entre otras- de la cual el celoso dispone entonces. Las sospechas de Otelo
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Distinguiremos tres fases modales en la sospecha: primeramente, la especificación y la amplificación cognoscitiva de la inquietud; enseguida, la modalización epistémica de las fases de la búsqueda, y para terminar, la modalización veridictoria y la pasión por la verdad. 41 Ibid., p. 228.
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En Swann, la sospecha nace de una contradicción en los comporta mientos o en las palabras de Odette; en eso, él procede de un metasaber, puesto que es necesario que el sujeto cognoscitivo pase a un nivel superior para comp arar dos saberes y par a concluir en una contradicción. En Otelo, también, pero con la particularidad de que el metasaber se pre senta aquí como un saber que tiene por objeto la pasión misma. Por ejemplo, recordando que Desdémona pasó por encima de la hostilidad declarada por su padre con respecto a Otelo y que ella incluso ha escarnecido públicamente, el moro sabrá reconocer en ella una disposición pa ra vivir las pasiones intensas y pa ra someters e .4 2 El saber sobre la pasión, y más precisamente el conocimiento de los roles patémicos ajenos, tiene sin embargo por lo común un papel regulador que permite prevenir los comportamientos y las estrategias en la intersubjetividad; pero, al con trario, en el caso de los celos todo saber sobre la pasión -y para eso basta con que el celoso se examine a sí mismo o examine al ser amado- es desregulador y alimenta a la pasión misma. En efecto, el celoso puede decidir unilateralmente sobre la exclusividad del objeto de valor, pero no tiene ese poder sobre los simulacros pasionales y los dispositivos sensibilizados, que continúan circulando e intercambián dose. El saber sobre la pasión y especialmente sobre las pasiones del rival y del amado(a) es, pues, para un celoso preocupado por la exclusividad, un saber que recae sobre el carácter en gran parte imprevisible e incontro lable de la circulación de los roles patémicos; un saber como ése no puede sino aumentar la inquietud, puesto que el celoso descubre por esa vía una brecha en su sistem a de exclu sivida d. De ahí la metáfo ra recu rrente en Shakespeare, del “monstruo que se nutre de sí mismo”, metáfora que en cierto sentido traduce la propiedad de propagarse en la intersubjetividad que habíamos reconocido a los dispositivos sensibilizados. En cuanto a la amplificación cognoscitiva de la inquietud, está particu larmente bien expuesta en Otelo: Je crois que ma femme est honnéte et crois qu’elle ne Test pas; je crois que tu [lago] est probe et crois que tu ne l’es pas; je veu x avoir quelque pr euve.43 [Creo que mi esposa es honrada y creo que no lo es; creo que tú [Yago] eres justo y creo que no lo eres. Quiero tener al guna prueba.]
42 W. Shakespeare, Othello, Gallimard, “Bibliothéque de la Pléiade”, acto m, escena 3, p. 829. Las cit as en i nglé s son tom ad as de la edici ón d e K. M uir, New Pen guin . 43/ó¿<¿., acto lt!, escena 3, p. 833. Edición in gle sa, p. 119, w . 380-382: “By the world, I think my wife be honest, and th ink s he is not; I think that thout art just, and think thou art not.”
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El sufrimiento, que no es todavía aquí precisamente el de los celos, es provocado por la inestabilidad fiduciaria; como sufrimiento, como junción disfórica, es un pedido de estabilización, es decir, en este caso, una espera del otro sufrimiento, aquel que procuran la certidumbre y la visión exclu siva. La inquietud no es pues solamente “incoativa” porque se sitúa al ini cio de la crisis, sino sobre todo porque reclama una estabilización ulterior; la falta de estabilidad fórica es pues más fuerte que el temor a la verdad, ya que mantiene al sujeto en el universo insignificante de las tensiones no articulada s y no polarizadas; aho ra bien, uno sólo puede salir de esa ines tabilidad “abriendo” una fase del devenir, lo que se traduce por una modalización de tipo volitivo (el querer-saber ) y por una aspectualización de ti po incoativo (el desencad enamiento de la búsqueda). La sospecha es la figura cognoscitiva que asume esa modulación, amplificando la inestabili dad túnica hasta hacerla intolerable e instaurando el querer-saber. El futuro celoso puede no tener, como Otelo, ninguna disposición ante rior a los celos -es decir, aquí, ni inquietud ni sospecha-; el héroe de Shakespeare es de hecho sereno, seguro de sí mismo, moderadamente apegado a Desdémona. Por lo tanto, para conocer los celos y para adquirir en particular la competencia patémica requerida, debe ser manipulado; otro actor, Yago, también celoso y fino conocedor de los mecanismos de la pasión, va a va lerse de ello para vengars e. Semiotista intuitivo, comienza entonces por procurar a Otelo el metasaber de la sospecha y por poner en movimiento la inquietud: no dice nada consistente, no sabe nada sobre seguro, pero lo dice; expresa vagas dudas, las rechaza, pero las deja en suspenso (acto III, escena 3, principio de la escena ).44 Después da un con tenido a ese metasaber: él mismo, gracias a una verdadera estrategia di dáctica, enseña a su amo el mínimo necesario sobre los mecanismos de la pasión. La inqu ietud suscita entonces, retroactivamente y por presuposi ción, los primeros componentes de la macrosecuencia, el apego exclusivo y el recelo, desencadenando enseguida el proceso pasional de la microsecuencia. En Otelo, como en Swann, es como si la agitación inquieta una vez puesta en movimiento actualizara una competencia ya adquirida, que permite al sujeto apasionado a la vez reconstituir todos los presu puestos faltantes y encadenarlos en la continuación del proceso. La posibilidad de considerar, como aquí, la ubicación de una disposi ción pasional por manipulación de muest ra claramente que la competencia 44 Por ejempl o y entre otr as (p. 104, w . 35-36): lago: Ha! I like not that. Otelo: What dost thou say? lago: Nothing, my lord; or if -I know not what. [Yago: ¡Ah! No rae agrada esto. Otelo: ¿Qué dices? Yago: Nada, señor; o si... no sé qué.]
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pasio nal no surge de nn a “psicología indi vidual”. Dos actores son aquí con vocados para hacer un sujeto apasionado y hacen prorrumpir los sincre tismos acostumbrados.45 El reparto de los roles modales y de las etapas de la microsecuencia permite afirmar que Yago es aquí el sujeto cognosci tivo, sujeto operador del hacer tímico, mientras que Otelo es el sujeto de estado tímico (y cognoscitivo) conjunto con los resultados disfóricos del hacer de Yago; no se convertirá en sujeto de hacer hasta el momento de la reactivación, que en él toma la forma de un odio mortífero. La distribución de los roles pone aquí en claro el funcionamiento canónico de los celos que la mayoría de las veces disimulan los sincretismos: un sujeto de hacer tímico-cognoscitivo tortura a un sujeto de estado tímico. Además, se verifi ca aquí que los dispositivos modales sensibilizados no son propiedades intrínsecas de los sujetos individuales, sino simulacros que se intercam bian den tro de verd aderos sintagmas intersubjetivos. ° Swann y la pasión por la verdad El metasaber propio de la sospecha es un elemento de competencia en dos sentidos. Por una parte, como lo hemos visto, instala la disposición del sujeto celoso amplificando las oscilaciones de la inquietud; por la otra, como sospecha, instala el querer-hacer de un sujeto de búsqueda cognosci tiva. Esa búsqueda va a desarrollarse en dos planos distintos: de un lado, en el de las transformaciones epistémicas, que determinan la transforma ción fiduciaria y rímica, y, del otro, en el de las transformaciones veridictorias, aprehendidas desde el punto de vista del sujeto celoso o desde el punto de vista de un observador exterior. Desde luego, hay que tener en cuenta los dos sistemas de referencia, ya que engendran dos tipos de efectos de sentido diferentes. En primer tér mino, globalmente, concierne a la veridicción la inscripción del simulacro pasional en el eje del parecer; enseguid a, en esa misma eta pa de la búsque da, ella es solicitada por la emergencia en el celoso de una verdadera pa sión por la verdad. Ese encajamiento confirma el estatuto veridictorio fun damental de las articulaciones semióticas del imaginario: interpretables por completo en el modo del parecer, son p uramen te fenomenales, y el ser -lo “noumen al”- sólo sería, para la semiótica, un presupuesto conjetural, no obstante hecho sensible en el discurso pasional por los efectos de senti do del reembrague en el espacio de la tensividad. Se ha observado ya que la inquietud creaba dos roles distintos a par tir del personaje de Swann; el nacimiento de un nuevo Swann, según el 45 Tambié n aquí habría que recordar que un buen número de teorías psicológicas y metapsicológicas de hoy son interactivas y requieren un sistema de varios actores. En ge neral, son más bien todavía hoy las teorías filosóficas de las pasiones las que se fundan en un sujeto único, egopático, única sede considerable de la pasión.
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parecer, que se compromete con la pasión, hace por contraste del antiguo Swann un sujeto según el estar-ser. Todo un universo de discurso se instala alrededor del nuevo Swann, comportando otra forma de espacio, otra percepción del tiempo, otros sistemas de referencia, merced a la gene ralización del simulacro y a la propagación del dispositivo sensibilizado sobre todos los actores, lugares o momentos: Les étres nous sont d’habitude si indifférents que, quand nous avons mis dans l’un d’eux de t elles possibiiités de souffrance et de joie pour nous, ib nous semble appartenir á un autre univers, il s’entoure de poésie, il fait de notre vie comme u n e é t e n d u e é m o u v a n t e o ü i l s e r a p l u s o u m o i n s r a p p r o c h é d e n o u s . 4Q
[Los seres por lo regular nos son tan indiferentes que, cuando hemos depositado en alguno de ellos grandes posibilidades de sufrimiento y de gozo para nosotros, se nos figura que pertenece a otro universo, se envuelve en poesía, hace de nuestra vida u n a c o n m o v e d o r a e x t e n s i ó n e n l a q u e e s t a r á m á s o m e n o s j u n t o a n o s o t r o s ]
Es de notar que la expresión “se envuelve en poesía” evoca a la vez la propagación de la sensibilización y el vehículo de esa propagación: el un i verso figurativo; en efecto, la vida sólo se convierte en “una conmovedora extensión” en la que se difunde el dispositivo modal sensibilizado en la medida en que la poetización de las figuras del mundo se encarga de esa difusión. Un poco más adelante examinaremos despacio el principio de ese “vehículo” figurativo de la sensibilización. Visto desde dentro del simulacro y por el nuevo Swann, esa extensión conmovedora parece poética; pero, vista desde el exterior y por el antiguo Swann, parece totalmente ficticia. Swann-observador constata, por ejem plo, que el nuevo Swann cambia de tono cuando evoca a los actores de su universo pasional; denuncia que ...ton un peu factice qu’il avait pris jusqu’ici quand il détaillait les charmes du petit noyau et exaltait la magnanimíté des Verdurin.4 4 67 [.. .tono un tanto artificial que hasta entonces había adoptado cuando detallaba los encantos del pequeño grupo y exaltaba la magnanimidad de los Verdurin.l
Se trata de una verdadera prueba veridictoria en la que se confrontan dos puntos de vista: el primero, instalando la ilusión (parecer y no-ser), y el segundo, falsificando esa ilusión; la facticidad sería por ese hecho una especie de falsedad obtenida por la denuncia de una ilusión, luego mora lizada, 46 A la recherche du temps perdu, op. cit., 1.1, pp. 235-236. Cursivas nuestras. 47Ibid., p. 286.
Desde el fondo de una primera ilusión fundadora, van a desarrollarse las transformaciones veridictorias propias de los celos. Aunque pertenez can en principio a dos niveles diferentes de modalización, esos dos tipos de transformación son presentados en el texto proustiano como manifesta ciones complementarias de una misma facticidad de las relaciones socia les e interindividuales. Además, desde el punto de vista de Swann, quien con respecto al simulacro abriga dos roles -uno interno; el otro, externo-, se trata siempre de los mismos juegos de sombra que acompañan el reco rrido pasional; de manera que, para él, descubrir la verdad es a la vez sa tisfacer las exigencias de sus celos y probar que tiene razón. Es como si, al estar sincretizados el rol del sujeto apasionado y el del sujeto observador, la única forma de hacer detonar la verdad en el simulacro pasional fuera salir, paradójicamente, del simulacro. Sucede también que, dentro de ese simulacro, las posiciones veridicto rias son igualmente afectadas por la sensibilización y tratadas como dis posiciones. Cuando, por ejemplo, Swann busca comprender por qué Odette le miente, se plantea la pregunta de saber si esas mentiras son accidenta les o si manifiestan un rol patémico, una disposición permanente. En cier to sentido uno podría atreverse a responder positivamente: Swann ob serva en ella un verdadero saber-hacer veridictorio, que consiste en intro ducir una parcela de verdad en cada mentira con el fin de autentificarla (p. 278). Pero el artificio es evidente para un celoso dotado del rnetasaber: Swann reconnut tout de suite dans ce dire un de ces fragments d’un fait exact que les menteurs pris de court se consolent de faire entrer dans la composition du fait faux qu’ils inventent.48 [Swann reconoció inmediatamente en esas palabras uno de esos fragmentos de un hecho exacto que los embusteros, en un aprieto, se consuelan agregando en la composición del hecho falso que inventan.l
Esa competencia veridictoria -el arte de autentificar la mentira- está explícitamente presentada como una disposición, dotada de su propia dinámica sintáctica y engend radora de una microsecuencia pasional. P ara comenzar, uno observa en Odette manifestaciones de la constitución y de la disposición del sujeto apasionado: ...des qu’elle se trouvait en présence de celui á qui elle voulait mentir, ses idées s ’e f f o n d r a i e n t .. . 49
u n tr o u b le
l a p r e n a i t , toutes
[...cuando ella se veía delante de la persona a quien quería mentir, todas sus ideas s e d e r r u m b a b a n ...] 48Ibid„ p. 278. 49/6id. Cursivas nues tras.
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tu rb a b a ,
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las cuales son seguidas por la patemización y la emoción: ... l’air douloureux qu’elle contin uait d’avoir finít par l’étonner. [...] II lui a vait deja vue une fois une telle tristesse [...] quand Odette avait menti en parlant á Mme Verdurin [...] Quel mensonge déprimant était-elle en train de faire á Swann pour qu’elle eüt ce regard douloureux, cette voix plaintive qui semblaient fléchir sous reffort qu’elle s’imposait, et de mander gráce?50 [...acabó por sorprenderle aquel aire doloroso. [...] Ya alguna vez había visto una tristeza semejante [...] cuando Odette mintió al hablar con la señora Verdurin [...] ¿Qué mentira deprimente estaba a punto de decirle a Swann como para que pusiera esa mirada de dolor, esa voz quejumbrosa que parecía rendirse ante el esfuerzo que se imponía y demandar gracia?!
De conformidad con el esquema canónico, la emoción es aquí seguida de la vergüenza y de la molestia experimentadas con respecto a la víctima de la mentira, es decir, de la moralización. La existencia de una microsecuencia completa señala, para el obser vador perspicaz que es Swann, la presencia eficaz de un rol patémico, de una dinámica modal sensibilizada y estereotipada, luego moralizada. De cualquier forma, el rol no puede sin embargo ser elevado al rango de “rasgo de carácter”, puesto que Swann se da cuenta de que para Odette no se trata de un sistema general, sino de “un expediente de orden particu lar ”5 1 (p. 291). En Swann, en cambio, la verdad es una pasión susceptible de afectar duraderamente al carácter y es comparada con la que puede experimentar un sabio en su investigación. Encontramos también en su caso los princi pales constituyentes de la microsecuencia; entre otros, la moralización: Et tout ce dont il aurait eu h o n t e jusqu’ici, espionner devant une fenétre, quit sait? demain peut-étre, faire parler habilement les indifférents, soudoyer les domes tiques, écouter aux portes, ne lui semblait plus, aussi bien que le déchiffrement des textes, la comparaison des témoignages et l’interprétation des monuments, q u e d e s m é t h o d e s d ’í n v e s t i g a t i o n s c i e n t if i q u e d ’u n e v é r i ta b l e u a l e u r i n i e ll e c tu e l l e et appropriées á la recherche de la vérité.52
50 Ibid., pp. 280-281. ' 51 Ese matiz proustiano permitiría quizá afinar la diferencia entre un “rol patémico” y un “rol temático”. El rol patémico se reconoce en el nivel de la manifestación discursiva por la canonicidad de la microsecuencia que engendra; en cambio, el rol temático se reconoce en la recurrencia sistemática de la misma competencia y del mismo comportamiento en una cir cunstancia dada. La particularidad de las mentiras de Odette radica justamente en que no son sistemáticas, ya que, si puede elegir entre la verdad y la mentira, prefiere siempre la verdad. Ella no es una “mentirosa” (rol temático) es simplemente llevada pasionalmente a la mentira (rol patémico) cuando la sensibilización de la interacción por el hecho de su intensi dad se presta a ello. 52Á la recherche da temps perdu, op. cit., 1.1, p. 274. Cursivas nuestras.
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[Y todo aquello que hasta entonces lo había a v e r g o n z a d o , espiar al pie de una ven tana, ¿quién sabe?, mañana quizás, hacer hablar hábilmente a los indiferentes, sobornar a los criados, escuchar detrás de las puertas, ya no sólo le parecían, al igual que el desciframiento de textos, la comparación de los testimonios y la inter pretación de los monumentos, más que m é t o d o s d e i n v e s t ig a c i ó n c i e n t í fi c a d e u n v e r d a d e r o v a l o r i n t e l e c t u a l y apropiados para la búsqueda de la verdad.]
Curiosamente, la pasión por la verdad parece desensibilizar la bús queda; eso sólo puede comprenderse si uno recuerda que Swann está do tado también con el rol temático del “intelectual” y que, por consiguiente, su pasión por la verdad puede ser asumida en una isotopía temática de ti po cognoscitivo, sensibilizada y moralizada con toda autonomía. Además, la búsqueda de la verdad comprometida en el simulacro para satisfacer los celos puede desembocar, si persiste más allá de la simple adquisición de una certeza negativa, en una salida del simulacro de los celos, prueba veridictoria final; el celoso escapa entonces al sufrimiento, al fundirse de nuevo con el antiguo Swann, capaz de juzgar sanamente cualquier cosa. Por eso, asistimos aquí a una verdadera recategorización de la “difidencia/desconfianza” celosas, que transforman al desdichado Sherlock Holmes en una especie de arqueólogo de la vida de Odette, gracias a un desembrague que clausura el simulacro de los celos, a reserva de abrir otro, el de la curiosidad científica. ®La prueba: Otelo en el laberinto En este caso, al parecer lo más característico de los celos es que nuestro detective/arqueólogo no respeta completamente las reglas ordinarias dé la constitución de la prueba. Así lo hace resa lta r Yago en Shakespeare: Des habióles légéres comme l’air sont pour les jaloux des confirmations aussi fortes que des preuves de l’Ecriture sainte.53 [Bagatelas tan ligeras como el aire son para los celosos pruebas tan poderosas como las afirmaciones de la Sagrada Escritura.]
El hacer cognoscitivo es aquí sobredeterminado por una espera, por esa tensión hacia la estabilidad que hemos identificado en la inquietud y en la sospecha. De esta manera, la prueba no responde a una exigencia estrictamente cognoscitiva, sino a una demanda túnica: que cese al fin la oscilación fórica, a un si la disforia debe asumirla; y es sin dud a esa espera 53 Othello, op. cit., acto IH, escena 3, p. 382. Edición ingl esa, p. 116, w . 319-321: “Trifiles light as air Are for the jealous confirmations strong As prooís oí’holy writ.”
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de estabilización tímica la que permite explicar por qué la búsqueda de la verdad se transforma en Swann al punto de llegar a ser una “pasión” por la verdad. Nuestro desdichado Sherlock Holmes es en suma un mal detec tive y un sabio poco escrupuloso, ya que él sabe con anterioridad lo que va a encontrar y sólo adopta las formas superficiales de la búsqueda para probarse a sí mismo que tenía razón. Para ello, bastará con dar consistencia a la sospecha, con dar cuerpo a los hechos dispersos. Como en el diagnóstico médico, en el que el estable cimiento del cuadro sintomático completo de la enfermedad puede rem pla zar, bajo ciertas condiciones, el conocimiento directo del “se r” de la enfermedad, mientras que los síntomas aislados no son más que el “pare cer”, la búsqueda del celoso debe producir el marco completo de la traición: Fais-moi voir la chose, ou du moins prouve-la-moi si bien que la preuve ne porte ni charniére ni tenon auquel puisse s’accrocher un doute.54 [Házmelo ver, o, al menos, pruébalo de tal suerte, que la prueba no deje ni gozne ni perno de que pueda colgarse una duda.]
La metáfora traduce aquí la clausura del cuadro esperado. La gestión adoptada evoca la abducción. En un estudio consagrado a ese procedi miento, P. Boudon observa que el hacer cognoscitivo del investigador surge de la abducción, ya que consiste, para comenzar, en reunir los indicios que deben formar una red ; 55 pero la lógica laberíntica de la red conduce a la prueba sólo por medio de u na operación que podríamos denom inar por me táfora una precipitación: “eco múltiple” entre los indicios, “hapax colectivo” del que resulta la totalización. Pero en el caso de los celos, la estabilización cognoscitiva no explica todo; el proceso de totalización cognoscitiva está de hecho sobredeterminado por la espera fiduciaria, que hace al sujeto pasio nalmente competente para anticiparse a la prueba en sentido estricto y a la conclusión del proceso cognoscitivo propiamente dicho. El efecto figurati vo de integridad, producido por “la más pequeña fruslería”, será suficiente para precipita r la red de indicios en u n cuadro totalizado. P or eso la abduc ción no es aquí un proceso de orden “lógico” y obedece, en lo esencial, a difi cultades fiduciarias; desde un punto de vista semiótico, la cuantificación, en este caso, descansa siempre sobre los fenómenos tensivos.
54 Ibid ., acto III, esce na 3, p. 833. Edici ón ingle sa, p. 118, w . 361-363: Make me to see’t: or, at least, so prove it That the probation bear no hinge ñor loop To hang a doubt on... 55 P. Boudon, “L'abduction et le champ sémiotique”, Actes sérniotiq ues, Documents, op. cit., VIH, 1985, 36.
LUS UÜLUS
Z4y
Entendamos “cuadro” como inventario jerárquico y ordenado y como repre sentación irónica, porque la prueba que da consistencia a la red debe ser f i g u r a t i v a y debe suscitar de entrada el e s p e c tá c u l o , al menos imaginario, de la con junción S3. Un a vez más, la eficacia pasional es figurativa ya que sólo el celoso, o cualquier otro sujeto apasionado, aceptaría por prueba un pequeño hecho concreto aislado. N .B .
Las metáforas y figuras que describen la transformación de los indicios en cuadro concluyente, tanto en los discursos literarios como en un análisis intuitivo, manifiestan todas la detención, la fijación, la conclusión: “consis tencia”, “dar cuerpo ”,56 “precipitar”, “espiga”, “bisagra”. Reconoceremos ahí dos componentes: un componente aspectual y un componente figurativo. Desde el punto de vista aspectual, el acceso a la prueba supone un saberterminar muy particular, que permite acelerar un proceso para hacerlo lle gar a su término más pronto de lo que su curso estrictamente cognoscitivo autorizaría: en suma, una especie de accidente aspectual. Desde el punto de vista figurativo, la prueba debe producir un efecto de “solidez” (cf. la “congruencia”, P. Boudon, ibid.); reconocer la solidez y la congruencia de una red de indicios es poder asociar con certeza una mani festación figurativa a las posiciones modales, a los roles actanciales y temáticos, a los valores abstractos. Además, el efecto de “solidez” se sus tenta en la modalidad poder y, más precisamente, en una resistencia a toda prueba; ahora bien, imaginar una resistencia del objeto cognoscitivo es prestarle una competencia y transformarlo en sujeto. En pocas pa labras, el averiguador celoso no está satisfecho sino hasta que triunfa para transf orm ar el objeto de su bús queda en sujeto que resiste a sus dudas. Más generalmente, la “precipitación” de la prueba autoriza una infe rencia que, a partir de un parecer manifiesto, reconstituye un ser inma nente. Aun el pañuelo -dado no hace mucho a Desdémona- entre las ma nos de Cassio equivale para Otelo a hacer una inferencia por medio del recorrido generativo, que podría descomponerse así: a] reconstituir el itinerario de ese pañuelo (recorrido figurativo); b] imaginar el encuentro entre S 2 y S3 (dispositivo actancial); cj adquirir la certeza, a partir de un no-poder-no-estar-ser (modalización epistémica y fiduciaria); d] suponer, para terminar, en Desdémona, el abandono de todos los valores sobre los cuales descansaba su amor: pureza, nitidez, entre otros. 56 W. Shakespeare, Othelío, op. cit., p. 120, v. 426-428: “And this may help to thicken other proofs Than do demónstrate thinly.” [“Y esto puede ayudar a justificar otras pruebas que parecen demasiado menu das.”]
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La precipitación es, en resumen, el ñnal, por una especie de travesía catalítica por todos esos niveles del proceso cognoscitivo; y la prueba aparece entonces como el elemento figurativo decisivo que despeja toda duda del conjunto de las conversiones inmanentes del recorrido generativo. No obstante , el aspecto prop iamente cognoscitivo del fenómeno no debe ocultar el rol acelerador de la espera, ya que es ella, por su poder sensibi lizante, lo que alienta a prestar al objeto el rol de sujeto resistente. ®Un averiguador lobotomizado La novela de Robbe-Grillet ofrece la contraprueba que de alguna manera confirma una proposición como ésa. Por una parte, la búsqueda resbala, hasta el punto de no parecerse a una búsqueda, puesto que se queda en el establecimiento de la red de indicios; por la otra, como lo hemos observado ya, la dimensión tímica está ausente y el tomar partido novelesco sólo ma nifiesta los efectos indirectos sobre las dimensiones pragmática y cognos citiva. ¿Qué le hace falta a la red de índices para “precipitar”? Al parecer, el creer : la desaparición de toda huella fiduciaria o tímica impide la desa parición de la prueba y el proceso cognoscitivo no hace más que r epe tir el inventario de los índices y de las correlaciones. Se puede por el contrario imaginar lo que pasaría si uno de esos índices figurativos fuera elevado al rango de prueba: por presuposición, uno sería llevado a reconstituir una espera, un pedido de estabilización y, por consiguiente, una dimensión fiduciaria. Se comprende ahora por qué la búsqueda no puede ser contada, ya que no tiene ni principio ni fin ni demarcación aspectual, al igual, por ejemplo, que la melopea emblemática cantada por un empleado de la plantación. El narrador vagabundea en el laberinto de sus indicios, vuelve a pasar en varias ocasiones por cada uno de ellos, extrae nuevas figuras de descon fianza, pero embrolla así toda lectura cronológica, puesto que la temporalización de un proceso presupone su aspectualización por derecho. Lo textualizado aquí no es la historia de una infidelidad y de unos celos -que cada quien está obligado a reconstituir por catálisis y a partir de lo que uno sabe, por otra fuente, de la organización sintáctica de la pasión-, sino la vagancia de un narrador lobotomizado, es decir, atímico .5 7 Confrontando el ejemplo y el contraejemplo, las condiciones de apari 57 La “desap aric ión de lo túni co” en La celosía de Robbe-Grillet podría ser comparada con la “desaparición de la e” en La desaparición de Perec. Tanto en un ca.so como en el otro, al parec er a los lectores y críticos les ha tomado cierto tiempo darse c uenta del procedimiento pues to en ma rch a por el no veli sta; vemos muy bien cuá les pued en ser los efectos y los lím ite s de ese tipo de operación sobre el significante, pero sucede todo lo contrario cuando afecta al significado: se trata entonces de una verdadera experimentación de la puesta en discurso y de la textualización.
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ción del creer en el celoso se dibujan ahora más netamente por deducción. La certidumbre de la traición presupone de entrada: 1] un recorrido en todos los sentidos de los índices que los transforma en una red, concebida como una totalidad partitiva; luego, ] una anticipación tímica sobre el resultado del hacer interpretativo, asiendo el menor pretexto “icónico” para detener el recorrido, y por último, 3] la clausura de la red, que constituye una totalidad integral y congruente. El objeto cognoscitivo y fiduciario es tratado como un actante colectivo, cuya transformación en totalidad integral haría de él un sujeto resistente. 2
®Una aspectualización sensible De la inquietud a la adquisición de la certidumbre gracias a la prueba se despliega un recorrido aspectual que acompaña a la segmentación canónica de la microsecuencia: incoativo
durativo, iterativo
terminativo
“inquietud” y “sospecha”
“búsqueda” y “abducción”
“precipitado de la prueba” y “certidumbre”
(puesta en movimiento)
(aumento de las tensiones)
(alivio)
El sufrimiento es casi permanente a todo lo largo del recorrido del celoso, pero al mismo tiempo es siempre renovado: su origen, su intensid ad y sus consecuencias cambian ciertamente en cada etapa. Siguiendo paso a paso a Swann y a Otelo, se puede incluso distinguir, en la crisis de celos, dos sufrimientos de naturaleza diferente: la inquietud y la inestabilidad fiduciaria provocan un sufrimiento “arcaico”, el mismo de las tensiones originales de la insignificancia; la certidumbre negativa y la “escena” provocan el sufrimiento específico de los celos. La segunda es el precio que se paga por el relajamiento de la primera. Tendríamos que suponer aquí que la sensibilización opera en dos niveles distintos: además de la sensibilización de los dispositivos modales propiamente dichos, que uno reconoce en el segundo caso, habría una sensibilización de las formas aspectuales que hace intolerable lo incoativo y que el celoso pueda estar relajado justo cuando la conjunción Sg/Sg lo tortura. La independencia de esos dos niveles de sensibilización y de los dos recorridos túnicos que de allí resultan se reconoce también por el hecho de que, incluso tranquilizado sobre la fidelidad de S3, el celoso queda “trastornado” por el primer sufrimiento; es así como Swann, luego del episodio
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de la ventana iluminada -que resulta después no ser la de Odette- conti núa padeciendo por el incidente y permanece listo para recibir nuevas sospechas. La existencia de esos dos niveles de sensibilización -uno que afecta a las modalidades y el otro a las aspectualidades- tendería a confir mar el hecho de que la sensibilización afecta también a las modulaciones tensivas, produciendo, como lo habíamos sugerido, estilos semióticos que el uso fija y que pueden ser en su momento convocados durante la puesta en discurso, al mismo tiempo que los bloques modales estereotipados a los cuales es tán asociados. ®La ventana iluminada: simulacros figurativos y aspectualización espacial En la “escena”, el simulacro recibe un vertimiento figurativo completo: el rival toma forma, si no es que ya lo hizo; según el principio de exclusión, las relaciones de conjunción y de disjunción se espacializaíi; el conjunto es presentificado, cualq uiera que sea la época efectiva de la conjunción Sg/Sg en el relato. En Proust, la independencia de la escena de exclusión con respecto a los actores y a la época revela la pregnancia de la aspectualización espa cial. Así, cuando la madre recibe en Combray, la exclusión del niño es identificada con la exclusión del amante cuando la mujer amada está sola en un a fiesta; poco importan los actores y la época, se tra ta siempre de ...c ett e an gois se qu’il y a á sentir l ’étre qu’on aime da ns un lieu de pla isir oú l’on ríest pas, oü Fon ne peut pas le rejoindre.58 [...esa angustia que surge por sentir al ser que uno ama en un lugar de diversión donde uno no está, donde uno no puede unírsele.]
La constante es, en este caso, un dispositivo modal (un querer-estarser contradicho por un no-poder-estar-ser) y su manifestación espacial, la cual parece ser emblemática de las relaciones abstractas de exclusión; en este caso, el tipo pasional dominante es una variable: esa “angustia”, se gún Proust, puede ser espacializada a la vez por los actores que están pre sentes y por las épocas de la vida; esa espacialización es una tematización, puesto que la angustia en cuestión puede llegar a ser, según el caso, “celos de niño” (con respecto a la madre), “celos de amigo” (con respecto al amigo), “celos de enamorado” (con respecto a la amante). Parecería pues que la espacialización estuviera encargada aquí de manifestar la cons tante modal y pasional, de naturaleza estrictamente sintáctica, mientras que la actorialización y la temporalización estarían encargadas de los diversos ver timientos semántico-temáticos. 58 A la recherche du temps perdu, op. cit., t, I, p. 41.
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De ahí que todos los espacios de exclusión celosa se parezcan: un e n g l o b a m i e n t o determina las fronteras del lugar prohibido al celoso; una d i r e c c i ó n indica la zona posible por donde cruzar esa frontera. Las únicas operaciones posibles sobre ese tipo de dispositivo son: ] paso -entradas o salidas-, es decir, movimientos direccionales a las fronteras del englo bamiento, y ] rodeos del englobamiento, movimientos “peritópicos” para el celoso, que no puede cruzar la frontera, y movimientos “paratópicos” para los otros dos que permanecen confinados en el espacio englobado. Esa disposición espacial define también el d i s p o s i t i v o e s p e c t a c u l a r , el cual instala un enunciatario delegado en un espacio disjunto de aquel en el que los actores de la enunciación hablan y actúan. Para Swann como para el público de un espectáculo, el espacio englobado y prohibido es una escena, que esconde los bastidores, y ese espacio es a la vez expuesto en la dimensión cognoscitiva según el modo del n o - p o d e r - n o - v e r , y rechazado en la dimensión pragmática según el modo del n o - p o d e r - a c c e d e r . La escena de la ventana iluminada, en U n a m o r d e S w a n n , es ejem plar a ese respecto: un espacio englobado, la recámara, que se supone con tiene la escena de conjunción entre S y S3, comporta una abertura, la ventana iluminada; con respecto a ese espacio, Swann sólo puede efectuar movimientos peritópicos, los cuales manifiestan entre otros la inquietud y la agitación. No es sino hasta el final de una larga deliberación que se arriesga a ser “visto tratando de ver” y toca (las tres llamadas para levan tar el telón) a la ventana. El texto es claro en ese punto: la sensibilización lleva a un dispositivo espacial que manifiesta un dispositivo modal; por eso la ventana iluminada, que señala a la vez la presencia de los actores en el interior y la posibilidad de un acceso visual a partir del exterior, es el instrum ento espacial y modal de la tortura : 1
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...la lamiere [...] qui maintenant le torturad en lui disant: “elle est la avec celui qu’elle attendait...” (...] l’autre vie d’Odette [...], il la tenait la, éclairée en plein par la lampe, prisonniére sans le savoir dans cette chambre oü, quancl il le voudrait, il entrerait la surprendre et la ca ptur en..59 [...la luz [...] que ahora lo torturaba al decirle: “allí está ella con quien espera ba...” [...] la otra vida de Odette [...], estaba allí, iluminada de lleno por la lám para, prisionera sin saberlo en esa habitación donde él podía entrar cuando quisiera sorprenderla y capturarla...]
« De la escena como trampa Pero, como lo demuestra la última frase, el dispositivo espacial es ambi guo: la escena de exclusión que tortura a S se convierte en trampa para 1
59/6 íc ¿., p. 273.
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Sg/Sg; puede incluso ser concebida para eso desde el inicio por el mismc celoso. Así, este último, en particular en Racine y Shakespeare, es siempre más o menos el director de escena de la visión exclusiva; puesta en escena que permite condensar en un solo lugar y en un solo momento dos etapas de los celos: la adquisición de la certidumbre negativa y la venganza, Trátese de Otelo relegado a los bastidores en la escena montada por Yago, de Nerón escondido en la antecámara de la escena que preparó él mismo ( Bri tannicu s) o Roxane mantenida aparte por las reglas del serrallo (Ba jazet), todos son a la vez, de un modo u otro, observadores presentes en la escena por la mirada, el oído o un comparsa, y actores excluidos como tales, pero que han manipulado a los otros y han dirigido la puesta en escena. Roxane suscitó el encuentro entre Atalide y Bajazet; Nerón indicó a Junie el papel que desempeñaría delante de Britannicus; casi literalmente, Otelo ordenó a Yago montarle un espectáculo convincente. La manipulación de la representación confiere al sujeto apasionado una propiedad ya sugerida: es un enunciador de segundo grado, por lo cual también es excluido de la escena, ya que el reembrague sobre su pro pio “discurso enunciado” le es tá prohibido, so pena de volver a cuestionar la puesta en discurso misma. El celoso no puede entonces entrar en la escena sin destruirla como escena: en cierta forma, el celoso sería un enunciador muy rudo o no muy perverso para inscribirse gracias a un reembrague parcial en la escena que él mismo ha suscitado. Como enunciador delegado, tiene el poder de hacer variar la perspectiva y de cambiar la orientación del espacio modalizado, sin tocar los dis positivos modales como tales; así, el no-poder-entrar llega a ser un no poder-salir, y la mirada cautivada se convierte en mirada cautivante. Es como si la adquisición de la certidumbre debilitara el poder de captación de S3 con respecto a Sj e, inversamente, restaurara el poder de captura de S 1 respecto a S3. Reconoceremos ahí sin dificultad a la vez el poder de un narrador convertido en omnisciente, capaz de derivar y de interpretar los efectos modales secundarios del dispositivo espacial que ha contribuido a colocar, y la competencia de un sujeto discursivo que ha “internalizado” una escena actancial y puede, por ese hecho, hacer variar las posiciones y las polaridades. Es en ese momento que se da cuenta de que la sensibilización de la clausura del lugar está en función del punto de vista adoptado: exclusión y sufrimiento, desde el punto de vista del sujeto disjunto, trampa y amenaza de represalia, desde el punto de vista de los sujetos conjuntos; como enunciador pasional, le basta pues con adoptar el segundo punto de vista para invertir los signos de la sensibilización y de la orientación del espa cio. La homologación entre el funcionamiento pasional y la puesta en discurso (puesta en escena, variaciones de la perspectiva) confirma en cierto
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sentido que todo simulacro pasional se presenta en el discurso como otro discurso intercalado. La vuelta del espacio de exclusión entrampado repercute en la ambivalencia de la exclusividad misma. Swann, por ejemplo, termina por com prender que si él es el único en estar excluido de los lugares donde Odette hace la fiesta, es porque él es su amante exclusivo (p. 349); los otros, que no tienen ese privilegio, no sufren tampoco las consecuencias. Esa primera vuelta, previsible a partir del análisis de la exclusividad (cf. supra), puede entonces ser seguida de una segunda vuelta, transformando la visión exclusiva en captura. La sucesión de esas vueltas lleva a interrogarse sobre el funcionamiento sintáctico de la exclusividad: en un primer tiempo, el de la posesión exclusiva, S 2 captura a S3 y excluye a S2; en un segundo tiempo, el de la visión exclusiva, S2 captura a S3 y excluye a Sp en un tercer tiempo, verdadera superación dialéctica de los dos primeros, captura a S2 y a S3, sorprendidos en su complicidad (¡la nota del hecho policial!); ese tercer tiempo prepara una renovación de la posesión exclusiva, la cual podría ser entonces un verdadero secuestro que tendría en cuenta la experiencia adquirida. Falta, sin embargo, una etapa; para invertir la exclusividad, es necesario previamente que la posesión de S3 por S 1 haya sido cuestionada: el recelo y la inquietud de Sj son testigos de ese suceso. La sintaxis de la exclusividad podría entonces ser representada así: POSESIÓN EXCLUSIVA
VISIÓN EXCLUSIVA
(S1 captura a S3 y excluye a S2)
(S9 captura a S3 y excluye a
TRAMPA DEL CELOSO
RECELO DEL CELOSO
(Sj^ captura a S9 y a S3 juntos)
(S3 escapa de Sxy S9 reaparece)
A cada nuevo paso en la posición “posesión exclusiva”, las estrategias se complican o se endurecen: las transformaciones de la exclusividad conservan el recuerdo de las posiciones anteriores, dramatizando de alguna manera el recorrido pasional. Universo pasional de vueltas y de ambivalencias, los celos son por excelencia el campo de maniobras en el que se propagan los dispositivos sen-
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sibilizados; la existencia de una sintaxis de la exclusividad que articula el conjunto del recorrido pasional prueba al menos dos cosas. La primera: que, cualesquiera que sean las posiciones respectivas de los copartícipes, el dispositivo modal característico de la pasión -aquí, el de la exclusivi dad- es una constante atemporal que rige la interacción pasional en su conjunto. La segunda: que la variación de esas posiciones es regulada, ordenada y relatable. Podríamos también pensar que esa sintaxis perte nece a la competencia pasional del celoso, bajo la forma de una “inteligen cia patémica”; en efecto, cuando él programa la puesta en escena de la visión exclusiva, puede ya saber que funcionará como trampa para el ser amado y el rival; además, hemos visto que decretando la exclusión de S2, prep pr epara ara ba la suya propia. La sinta xis de la exclusividad funciona de al gún modo como una “disposición”, es decir, como una programación dis cursiva que está dotada de su propia dinámica y que se despliega por sí misma si nada la detiene en su camino. ® La
celosía celosía:: Ego
ha desaparecido desaparecido
celosía es todavía el laboratorio en A propósito de la visión exclusiva, La celosía el que son probadas nuestras hipótesis y donde son dibujados los límites de su validez. El texto está por entero circunscrito al simulacro; su enun ciación no es otra cosa que la enunciación pasional, paradójicamente atímica, cierto, pero que no da cabida a'la enunciación primera; el espacio enunciado es por completo el espacio englobado en el que el celoso es ex cluido cluido,, u n espacio aprehendido por un espectador que e stá pre sente en las escenas que cuenta, pero en las que no participa como actor. El discurso enunciado de acogida desapareció, la historia está fuera de campo y sólo el trabajo paciente del lector podrá reconstituir algunos fragmentos. Esa constatación es suficiente para explicar varias particularidades del texto; por ejemplo, la dislocación dislocación temporal temp oral y aspectual: ya no hay observador ex terior que disponga de una distancia aceptable para ordenar y delimitar los procesos. Además, puesto que en su enunciación el texto mismo es la verbalización del simulacro pasional, y porque el celoso no puede ser un protago nista de ese simulacro, el sujeto del discurso, que se confunde aquí con el celoso, ha desaparecido. Otra desaparición, pues: la del Yo; en efecto, el sujeto del discurso está presente como actante, pero ausente como actor de la escena y de su escritura a la vez. Por eso, pudiendo ser perfecta mente superpuestos el sujeto del discurso y el celoso, la exclusión del celoso se traduce por la exclusión lingüística del Yo: imposible para Ego decirse Ego, porque sería hacer aparecer a Sx(Yo) en la escena de la escri tura. Así, el sujeto del discurso no es más que un lugar vacío, reconstitui r é sólo sólo por deducci deducción ón a p arti r de observaciones observaciones com como éstas:
£dU i
Pour se rendre á l’office, le plus simple est de traverser la maison [...] L e s s u r e s l é g é r e s á s e m e l le l e s d e c a o u t c h o u c n e f o n t a u c u n b r u i t...60 [Para llegar a la .oficina, lo más sencillo es atravesar la casa [...]
chaus-
L o s z a p a t o s c o n
s u e l a s d e h u l e n o h a c e n n i n g ú n r u i d o . . .] .]
Pour plus de süreté encore, i l s u f f i t d e l u i d e m a n d e r si elle ne trouve pas que le cuisinier sale trop la soupe. “Mais non, répond-elle, il faut manger du sel pour ne pas transpiren61* transpiren61* [Para estar todavía más seguro, b a s t a r á c o n p r e g u n t a r l e si no le parece que el cocinero le echa mucha sal a la sopa. “De ningún modo, responde, hay que comer sal para no transpirar.”! Franck sourit á son tour, mais il ne répond ríen, comme s’il était géné par le ton que prend leur dialogue - d e u a n t u n t i e r s L 2 [Franck también sonríe, pero nada responde, como si estuviera molesto por el tono que toma su diálogo diálogo - f r e n t e a u n te r c e r o .]
celosía, a falta de poder enumerar todas las transformaciones En La celosía, lingüísticas que tienen por objetivo hacer implícito el caso Agente o Dativo cuando no podría ser denominado de otra forma que por “Yo” o “me”, destaquemos algunos tipos representativos en los enunciados citados: transformaciones impersonales (“basta con”), paso a la tercera persona por perífra per ífrasis sis (“un (“un tercero”) terce ro”),, transf ormacione orma cioness infinitivas infini tivas y generalizaciones generalizacio nes (“para llegar a”), o aun, elevación del caso Instrumento a la posición de sujeto ffástico o frásico (“los zapatos”) en el lugar del Agente. El lector debe entonces hacer la comparación entre las manifestaciones indirectas de un tercer actor y las modalizaciones que, remitiendo a la subjetividad del na rrador implícito, deben ser atribuidas a ese mismo tercero; es el caso de la cuestión narrativizada y modalizada “bastará con preguntarle”, cuya respuesta está en discurso directo. La modalización concierne al tercero indirecto (“basta con”), pero estando la respuesta en discurso directo, uno supone que el interlocutor inter locutor se confunde con con el tercero modalizado. modalizado. Ejercicio de virtuosismo que sólo adquiere todo su sentido si se inte gra a la sintaxis de los celos. Muy frecuentemente, la deducción que per mite encontrar el lugar vacío del sujeto del discurso es simplemente arit mética: hay cuatro asientos sobre la terraza, uno está desocupado, dos es tán ocupados por S y S3, el siguiente está ocupado por un tercero quien no puede se r otro que S1? S1? el narrador-observador; efectivamente efectivamente,, p ara se 2
60 A. Robbe-Grillet, La jalousie, op. op. cit., p. 48. Cursivas nuestras. 61 Ibid ., p, 24. Cursivas nuestras. G2Ibid., p. 194. Cursivas nuestras.
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ñalar que el asiento está ocupado, se nos explica largamente que su posi ción es incómoda, a un lado, al sesgo, lo que impide ver bien a S2 y a S3. El lugar vacío del sujeto del discurso es pues textualizado como posición y competencia de observación, y eso por medio de los límites impuestos a esa competencia en el espacio descrito. Una de las consecuencias de esa estrategia de discurso, consistente en hacerse cargo del simulacro del celoso con la exclusión de cualquier otro, es la de implicar al enunciatario en ese simulacro: este último es sin cesar solicitado por ese lugar vacío, conducido a realizar inferencias, obligado a ocupar mentalmente ese lugar para comprender las posiciones de cada uno y la organización de las escenas descritas. Estrategia semiótica y her menéutica a la vez que transforma al lector en sujeto discursivo celoso: ¿los celos serían la pasión prototípica de los enunciatarios?
Los ce celos los puestos puesto s en discurso: el componente semántico
®El pequeño detalle concreto El celoso es un maniaco del detalle, un fetichista indefectible. El sufri miento propio de los celos está intrínsecamente ligado a lo “concreto”, es decir, a la vez a los “efectos de realidad” y a las axiologías figurativas. Ha sta el punto de que en en la interacción interacción,, pa ra hacer sufrir a S 1? es sufi ciente con “dar detalles”; Odette, por ejemplo, no falta allí bajo la presión de Swann. Pero, por otro lado, ya que lo abstrac to y lo concreto concreto son gradúa bles, el celoso celoso puede pued e en pa rte controlar control ar la inte nsida ns ida d de su sufrimiento haciendo variar el grado de abstracción o de figuratividad de la represen tación que se da a sí mismo: II se rendait compte que toufce la période de la vie d’Odette écoulée avant qu’elle ne le rencontrát, période qu’il n’avait jamais cherché á se représenter, nétait pas l’étendue abstraite qu’il voyait vaguement, mais avait été faite d’années particuliéres, remplies d’incidents concrets. Mais en les apprenant, il craignait que ce passé incolore, fiuide et suportable, ne prit un corps tangible et immonde, un visage individuel et diabolique. Et il continuait á ne pas chercher á le concevoir, non plus par paresse de penser, mais par peur de souffrir.63 [Se daba cuenta de que todo el periodo de la vida de Odette transcurrido antes de que la encontrara, periodo que nunca había intentado representarse, no era la abstracta extensión que vagamente entreveía, sino una trama de años particu lares, llena de incidentes concretos. Pero temía que al conocerlos aquel pasado incoloro, fluido y soportable tomara un cuerpo tangible e inmundo, un rostro indi63A la recherche du temps perdu, op. cit ,, 1.1, p. 368.
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vidual y diabólico. Y no hacía ningún intento para concebirlo, no por pereza de pensar, sino por miedo de sufrir.}
El carácter “concreto” del simulacro no compromete sólo a la figurativización sintáctica -actorial, temporal, espacial-, sino también al conjun to de las isotopías semánticas convocadas por la representación de la pasión, cuyo cuyo poder de figuración es, lo hemos visto, visto, una un a de las claves claves del sufrimiento. En ese sentido, las metáforas de Proust podrían constituir una vía de exploración, puesto que consideran la invasión de la repre sentación por lo concreto como un remontarse del cuerpo en el discurso, “un cuerpo tangible e inmundo, un rostro individual y diabólico”. Por otro lado, la invasión de lo concreto se basa en una competencia del celoso, competencia para enunciar figurativamente y para elaborar una representación discursiva del simulacro: un saber-relatar o saber-re presentar, presenta r, lo cual demuestra que para ser celoso no basta con ser exclusi vo: falta todavía un mínimo de imaginación. Esa competencia no es obli gatoriamente la del actor apasionado; el saber-representar y la imagina ción pueden muy bien pertenecer a otro actor: Odette estará en el lugar de Swann y Yago en el lugar de Otelo. La concreción de la escena remite pues a dos componentes: por un la do, al principio mismo de la figurativización (opuesto a la abstracción) y, por el otro, a la competencia necesaria para par a la enunciación enunciación pasional. Por eso, en el discurso celoso, la preocupación por el detalle concreto es la mar ca distintiva de un tipo de escritura figurativa y representativa regulada por figuras isotopantes isotopan tes y por las leyes leyes de un “género”: género”: Yago Yago es dramaturgodirector de escena, Odette es narradora, llena de encanto, de naturalidad, dotada para las imitaciones, y el celoso de Robbe-Grillet es un descriptor obsesivo que de alguna manera habría reinventado la Nueva Novela. En el simulacro pasional, hemos evocado en varias ocasiones la “presentificación” de un enunciado, de un acontecimiento, de una situación; otro aspecto de ese efecto de sentido aparece aquí. Una simulación, una reproducción iconizada, que obedece a las leyes discursivas de la repre sentación propias de cada cultura y de cada género en cada cultura, asu men el simulacro; al desembrague y al embrague que instalan a este últi mo convendría pues agregar una operación de textualización. De esa for ma, la nostalgia se prestaría más bien a la poesía como escritura figurati va, al menos en una cultura romántica, mientras que los celos, lo vemos, vacilan entre la escena dramática y la pausa descriptiva novelesca según sean abordados clásica o modernamente. ®El mineral minera l y lo vital vita l . El afecto puro, el estado tímico en bruto no se dice más; a menos de repe
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tir los elementos de un campo léxico rápidamente agotado: sufrir, dolor, etc., la descripción del estado disfórico no puede ser sino lacónica. Sin embargo, abundan los textos sobre ese tema, gracias a los procedimientos simbólicos o semisimbólicos que asume la manifestación del estado dis fórico: ciertas isotopías figurativas se especializan entonces en esa tarea. En Otelo, rete ndremos de maner a partic ular el ‘Vene ‘Veneno”: no”: Je supgonne fort le More lascif [c’est lago qui parle] d’avoir sailli á ma place. Cette pensée, comme un poison minéral, me ronge intérieurment.64 intérieurment.64 [Tengo la sospecha de que el lascivo moro [habla Yago] ha tomado sitio en mi lugar. Pensam iento que, como un veneno mineral, me roe las entrañas.) ...des idees funestes sont, par nature, des poisons qui font d’abord sentir leur mauvais goüt, mais qui, des qu’ils commencent á agir sur le sang, brülent comme des mines de souífe...65 [...las ideas funestas son, por su naturaleza, venenos que en principio hacen sen tir su mal gusto; pero, desde que comienzan a obrar sobre la sangre, queman como minas de azufre...]
En esas metáforas, el mineral destruye al animal, ataca el principio vital mismo. Tales figuras, que tienen la ventaja de despsicologizar la pa sión, separando explícitamente el sujeto y el antisujeto, recuerdan oportu namente que la prueba tímica y su consecuencia, el sufrimiento, obedecen al reembrague sobre el sujeto tensivo y amenazan a la vida misma o, al menos, a s u simulacro. En la enunciación enunciación verbal, el estado disfó disfóric rico o se traduce en Otelo, en el momento de la crisis, por un aniquilamiento del sujeto del discurso: excla maciones, desorden de la sintaxis, síncopas y parataxis terminan en la abolición de la palabra y en el desvanecimiento del actor. En Proust, también el sufrimiento del celoso es “como un veneno que uno absorbiera” (p. 428), y el amor celoso sólo produce “frutos envenena dos” (p. (p. 429); de nuevo, el veneno se opone a la an imalidad imal idad y más preci sa mente al principio vital, porque el celoso que sufre de un simple recuerdo es como 64 Othello, op. cit., acto n, escena 1, p. 813. 813. Edición ingle sa, p. 87, w . 286-288: I do suspect the lusty Moor Hath leaped into my seat, the thought whereof Doth, like a poisonous mineral, gnaw my inwards... 65 Ibicl., p. 832. 832. Edición ingl esa, p. 116, w . 323-326: Ibicl., acto ni, esce na 3, p. Dangerous conceits conceits are in the ir na tures poisons, poisons, Whitch a t the first are scarce found found to ditaste, But, with a little a ct upon the blood, blood, Burn like the mines of sulphur.
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'¿'61
...u n anim al expir ant qu’agite de nouveau le sur saut d’une convulsión qui semblait fm ie 66 [...un animal expirando que se agita.de nuevo en el sobresalto de una convulsión que parecía terminada.]
Lo que obliga al celoso (y al analista) a interrogarse sobre la ambivalencia de S3: objeto de valor bajo ciertas condiciones, antiobjeto de valor bajo otras condiciones, S3 fluctúa a merced de las etap as de los celos. La sintaxis pasional le procura también un recorrido ordenado porque, des pués de h aber figurado como “veneno”, tiene también vocación de convertirse en un “calmante” o en un “antiveneno”. Ello equivale a decir que en la perspectiva del sujeto apasionado, S3 no es más que una valencia no polarizada y sólo recibe la categorización y la polarización por medio de los simulacros sensibilizados que sucesivamente proyecta Sr Proust no escapa tampoco a la metáfora del mineral que ataca lo vital, esta vez bajo la forma de la herida: II se répétait ces mots qu’elle avait dits: [...] “Deux ou trois fois”, “Cette blague!”, mais ils ne reparaissaient pas désarmés dans la mémoire de Swann, chacun d’eux tenait son couteau et lui en portait un nouveau coup.67 [Se repetía las palabras que ella había dicho: [...] “Dos o tres veces”, “¡Esas habladurías!”, pero esas palabras al reaparecer en la memoria de Swann no iban desarmadas, cada una de ellas llevaba su cuchillo y le asestaban una nueva puñalada.]
Sucede como si la expresión literaria de los celos, y del sufrimiento que ahí nace, obedeciera aquí a un vertimiento semántico estereotipado, que remitiría al estatuto del sujeto apasionado como cuerpo sintiente y al de la crisis pasional como puesta en discurso del sentir mínimo. El instrumento del sufrimiento (el antisujeto tímico) debe ser representado como un no viviente, y la crisis, como un conflicto de lo viviente y de lo no vi viente; el cuerpo del celoso, que en el plano sintáctico era excluido de la escena, reclam a aho ra sus derechos a la s emántica del padecer. En la medida en que S3 no aparece polarizado en sí y fuera de los simulacros proyectados por Sx, y puesto que como veneno o antiveneno debe ser “absorbido” por S1? se nos lleva a pen sar que toda la red figurativa construida alrededor del conflicto del viviente y del no viviente manifiesta directamente la prehistoria del protoactante: regreso a la fusión, pero regreso destructor que sólo se resuelve por un aniquilamiento en la insignificancia. 66 A la recherche da temps perdu, op. cit., t. !, p. 429. 67 Ibid ., p. 367.
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®El poder isotopante del sufrimiento: idiolectos y sociolectos No nos sorprende rá no encontrar nada de esto en Robbe-Grillet, puesto que ha sido suspendida la dimensión tímica: el cuerpo del celoso se tiene que callar y tomar prestadas otras vías diferentes de las del conflicto del viviente y del no viviente para manifestar, calladamente, su sufrimiento. De hecho, en la medida en que la escritura misma llegó a ser aquí la ins tancia pasional propiamente dicha, las figuras de la descripción van a en cargarse de manifestar indirectamente el semantismo de los celos, tanto en el nivel de la expresión como en el nivel del contenido. La isotopía de la cuantificación es ejemplar a ese respecto. Como tal, prim eramen te, invad e la descripción: lo múltiple, lo fragmentado, se re en cuentran en algunas figuras que retornan sin cesar: las balaustradas, las celosías (de las ventanas), la cabellera de'A..., los crujidos y el canto de los grillos, los platanales en las plantaciones y sobre todo el ciempiés apa churrado sobre el muro. La descripción de este último indica claramente el alcance y el funcionamiento de esa isotopía invasora: L’image du mille-pattes éerasé se dessine alors, non pas de f r a g m e n t s assez précis p o u r n e l a i s s e r a u c u n d o u t e ,68
i n t é g r a l e , mais
composée
[Se dibuja entonces la imagen del ciempiés aplastado, no de manera í n t e g r a , sino compuesta d e f r a g m e n t o s bastante precisos c o m o p a r a n o d e j a r n i n g u n a d u d a ]
En lugar de la figura del mundo natural, aparece su huella enunciada, el grafismo de una forma de la cual se precisa que no tiene ya ningún espe sor, que es como la tinta: un simulacro detenido en el tiempo. Por otro lado, el ciempiés, aunque identificable, resiste la totalización y la integración; pa ra poder identificarlo, la única certidumbre es propo rcionada por el reconocimiento de algunos fragmentos típicos, es decir, de unidades en las que podemos hacer sobresalir ciertos rasgos característicos: reconocimien to, pues, de unidades partitiva s, en detrimento de la totalidad integral. Ahora bien, la cuestión de lo integral y de lo partitivo ha retornado en dos ocasiones en el estudio de los celos: para la definición de la exclusivi dad y para la descripción de la abducción; la recurrencia del motivo remi te a la omnipresencia de la cuantificación y de la constitución del actante colectivo en la configuración de los celos. En un sentido, la isotopía de lo fragmentado concebido como “múltiple no integrable” manifiesta figurati vamente la abducción abortada, el imposible precipitado de la prueba en esa novela; en otro sentido, lo fragmentado, como colección de unidades partitivas -colección fascinante, obsesiva, sensibilizada por lo ta nto-, ma68 Laj alo usi e, op. cit., p. 56. Cursivas nuestras.
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nifiesta el conflicto de lo participativo y de lo exclusivo, de lo partitivo y de lo integral, que está en el centro del apego celoso. El conflicto gira aquí en favor de lo partitivo y en perjuicio del celoso, campeón de las unidades in tegrales. En la misma isotopía genérica de la cuantificación, el apego celoso recibe una segunda manifestación: la exclusividad se expresa en esa no vela bajo la forma de una verdadera aritmética de los celos. La categoría “par vs impar” provee el argumento principal. Para comenzar, en el enun ciado se observa un conjunto de manipulaciones aritméticas frecuente mente orquestadas por A... y que apuntan a establecer la recurrencia de la cifra 3, ya sea por adición (2+1), o bien por sustracción (4-1): entre otros tres sillones, uno de los cuales está apartado, cuatro cubiertos, uno de ellos está retirado. Pero la categoría “par vs impar” tiene un uso mucho más general: los plata nales están dispuestos en tresbolillo (4+1) y en líneas cuyo recuento irregular -el descriptor se entretiene en ese recuento- obedece también siempre al principio de la adición y de la sustracción de una unidad. Esa categoría manifiesta, pues, al mismo tiempo la exclusividad y la exclu sión: la exclusividad porque el recuento, esa aritmética celosa, impone siempre la aprehensión de las unidades partitivas en detrimento de la to talidad; la exclusión, porque, para el juego de las adiciones y de las sus tracciones así como de los dispositivos proxémicos, en el número concurre siempre un individuo excluido. La contaminación semántica de las figuras del texto por el dispositivo de los celos no es pues el resultado de una simple metáfora: sólo habría metáfora si ese dispositivo estuviera explícito en el texto, lo que no sucede aquí, y tanto más porque no es un dato textual sino el resultado de una reconstrucción por catálisis. Es necesario convenir aquí que la prolife ración de las dos categorías de la cuantificación: vs impar par y fragmentado vs integrado,
funciona como un rasgo de competencia enunciativa, como una forma del no-poder-no-decir que equivale, en un texto cuya sintaxis pasional se refu gia en la escritura, al no-poder-no-hacer-saber que caracteriza habitual mente al comportamiento ostensible del celoso. Ese rasgo de competencia referido a la microsecuencia de los celos, correspondería así al comportamiento observable y moralizable. No es por azar que varios de los comentadores han interpretado la repetición, la recurrencia de las mismas imágenes y la invasión del texto por la cuan tificación como una obsesión que expresaría el sufrimiento del celoso. La recurrencia de las mismas categorías semánticas en el discurso se expli-
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caria entonces por el poder isotopante del sufrimiento; resulta de ahí que la intensidad de la emoción puede medirse con la expansión de las iso topías figurativas que asumen la manifestación. Esa expansión determina a un sujeto enunciativo según el poder (no-poder-no-decir ), mientras que el pequeño detalle concreto, fundamento de la simulación de la represen tación, determinaba un sujeto enunciativo según el saber (saber decir). En cierta forma, según un modelo muy extendido en la literatura moderna y contemporánea de Marivaux a Proust, entre otros, La celosía nos cuenta las circunstancias en las cuales un observador ha adquirido la competen cia para describir las cosas tal y como nos son presentadas de hecho en el discurso. La existencia en Robbe-Grillet de una isotopía de lo fragmentado y de una isotopía de lo impar, en ausencia de toda isotopía que asumiera direc tamente la manifestación del sufrimiento, lleva a interrogarse sobre la naturaleza de los vertimientos semánticos figurativos de la pasión. Por un lado, se ha resaltado la existencia de vertimientos sociolectales, que se re conocen por su aspecto estereotipado, encargados de una manifestación del sufrimiento que sólo pasa por directa y evidente en razón de su carác ter estereotipado en una cultura dada: la motivación de las figuras está pues ligada, en este caso, a su pertenencia a un a taxonomía connotativa. Por otro lado, La celosía ofrece un ejemplo de vertimiento idiolectal, que únicamente pasa por indirecto e implícito en razón de su carácter no este reotipado. Todo discurso apasionado es pues susceptible de asociar los dos tipos de vertimiento semántico; se nos hace entonces suponer que en Proust o en Shakespeare la pasión recibe también vertimientos figurativos idiolectales, que pueden estar disimulados por los estereotipos del veneno, de la herida, de lo viviente y de lo no viviente. De hecho, en Proust, por ejemplo, encontramos una isotopía figurati va que correspondería a esa definición: el aliento. El “gran aliento de la agitación” aparecido con la inquietud recibe por repercusión la imagen de un Sw ann “jad ea nt e” en el momento del sufrimiento , cuando Odette acaba de confesarle sus amores homosexuales. Como puede preverse, par a el celoso, calm arse, recu pe rar la confianza, es “rec obrar su re s piración” (p. 429). Esa isotopía es, por otra parte, dem ostrada en la novela entera por medio de las figuras contrarias de lo “aireado” y de lo “confina do” -puestas en evidencia hace tiempo por J.P. Richard-69 y que en todas sus ocurrencias son la manifestación de la sensibilización de los disposi tivos modales, incluso acompañadas de anotaciones explícitamente eufóri cas o disfóricas. Shakespeare, en cambio, se contenta con volver a dar vida al estereo 69 Proust et le monde sensible, Pa rís, Ed. d u Seuil, 1974, p. 44 ss.
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tipo, desarrollándolo, apropiándoselo, y en particular combinando la ani malidad y la anormalidad: tales son las figuras del “monstruo” y del furi bundo: Quelque monstre trop hideux peut étre mis au jour ...70 [Algún monstruo demasiado horrible para mostrarse...] C’est le monstre aux yeux verts qui produit Faliment dont il se nourrit.71 [Es el monstruo de ojos verdes el que produce el alimento del que se nutre.] Morbleu, de la patience! ou je dirai que vous étes décidément un frénétique et non plus un homme.727 3 [¡Caramba!, paciencia, o diré que sois entera y absolutamente un frenético y no ya un hombre.]
El celoso “frenético”, “monstruoso”, pierde en Otelo una parte de su humanidad. La “humanidad” se caracteriza en este caso por la sociabili dad y el dominio, es decir, esencialmente por la regulación de las mani festaciones pasionales; lo que más choca a los venecianos del Moro es la pérdida de la compostura en público, la pér dida del saber-estar-ser social y el desencadenamiento de los instintos. Por otra parte , Otelo, hablando de Desdémona, hab ía predicho: Excedente créature! que la perdition s’empare de mon áme si je ne t’aime pas! Va! quand je ne t’aimerai plus, ce sera le r e to u r d u c h a o s . 13 [¡Excelente criatura! ¡Que la perdición se apodere de mi alma si no te quiero! ¡Y cuando ya no te quiera, será de n u e v o e l caos!]
Había entonces en Otelo una especie de apego regido por el deberestar-ser, pero ese deber-estar-ser no tiene nada de subjetivo; aquí, el 70 Othello, op. cit., acto III, escena 3, p. 827. Edición inglesa, p. 108, w . 106-107: ...some mons ter in his thought Too hideous to be shown. 7lIbid., p. 828. Edición ing lesa , p. 110, w . 164-165: It is the green-eyed monster, which doth mock The meat il feeds on. 72 Ibid., acto rv, escena 1, p. 843. Edición in glesa , p. 135, w . 87-88: Marry, patience! Or I shall say you’re all in all in spleen And nothing of a man. 73 Ibid., acto III, escena 3, p. 826. Cursivas n uest ras. Edición ingle sa, p. 107, w. 90-92: Excellent wretch! Perdition catch my soul But I do love thee! And when I love thee not, Chaos is comme again.
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apego amoroso inspira la confianza en un orden humano, y en la contin gencia su debilitamiento sólo puede traer de nuevo el caos animal, antes de aniquilarse en el conflicto con lo no viviente. Los órdenes de la natura leza: lo humano (saber y deber-estar-ser), lo animal (no-saber y no-deberestar-ser) y lo mineral (no-estar-ser ) son en Shakespeare instancias mo dales jerarquizadas y ordenadas en un vasto recorrido epistemológico y pasional que el celoso sigue regresivamente has ta la insignificancia. El vertimiento figurativo del sufrimiento presenta en los tres textos examinados una excepcional coherencia semántica, la cual estimula a in vestigar la organización sintáctica. El vertimiento idiolectal provee pri meramente la isotopía para la constitución del sujeto apasionado: la agitación es un aliento que, en Proust, devora la respiración del sujeto; es un subir cuesta arrib a del caos anterior al deber-estar-ser en Shakespeare; en Robbe-Grillet, lo que cumple ese papel es la fragmentación de las figu ras del mundo natural. Encontramos el mismo vertimiento figurativo para manifestar la con secuencia tímica, es decir, el sufrimiento y la emoción por los cuales se agota el principio vital puesto en movimiento precedentemente, ya sea por un paro -el aliento es bloqueado-, o bien por un gasto excesivo -el caos lleva a la autodestrucción. En el momento de la moralización, puede servir también de referente para ev alua r el com portam iento pasio nal y en pa rticular el grado de dominio (del aliento, de los instintos y de sus desbordamientos) que revela. Por último, en el caso en que el sujeto apasionado se convertirá en su jeto de hacer, el vertimiento figurativo procurará la isotopía en la cual se inscribirá el hacer. Con la muerte de Desdémona, Otelo espera borrar la mancha animal por la cual la acusa, pero al mismo tiempo se va a conducir como un “frenético” y adoptará una conducta caótica, más destructora aún que la pasión. Swann no actúa más, salvo como sujeto cognoscitivo, pero ulteriormente el narrador, en La prisionera, pasará al acto y en cierto senti do “confinará” a Albertine en el campo cerrado y sofocante de los celos. La isotopía figurativa del aliento es en efecto retenida también para manifestar los imprevistos tímicos del joven Marcel. Para comenzar, en una forma de razonamiento por analogía esos imprevistos son compara dos con los del asma: ...la jalousie est de ces maladies intermittentes dont la cause est capricieuse [...] II y a des asthmatiques qui ne calment leur crise qu’en ouvrant les fenétres, en respirant le grand vent, un air pur sur des hauteurs, d’autres en se réfugiant au cen tre de la ville, dans une chambre enfumée. II n’est guére de jaloux dont la jalousie n’admette ce rtaines dérogations. Tel consent [...], tel aut re...74
74 M. Proust, Á la recherche du temps perdu, op. cit., t. III, La prisonniére, p. 29.
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[...los celos son una de esas enfermedades intermitentes cuya causa es caprichosa [...] Hay asmáticos que sólo calman sus crisis abriendo las ventanas, respirando aire libre, un aire puro de las alturas, mientras que otros se refugian en el centro de la ciudad, en un cuarto lleno de humo. Apenas existen celosos cuyos celos no admiten ciertas derogaciones. Uno consiente [...] otro...]
También la inquietud es un confinamiento, y el alivio, una llegada de aire fresco. Al menor signo tranquilizador: ...l’atmosphére de la maison devenait respirable. Je sentáis qu’au lieu d’un air raréfié, le bonheur la re mplissa it.75 [...la atmósferá de la casa se hacía respirable. Sentía que en lugar de un aire enrarecido la llenaba la felicidad.]
Un verdadero sistema semisimbólico ancla la isotopía del aliento en la dimensión tímica: aireación : confinamiento :: felicidad : desdicha, de tal manera que, por metáfora, la felicidad puede remplazar a un aire enrarecido en el espacio de la casa. Por consiguiente, todo está en su lugar para que el paso al acto, para terminar, tome también pres tada su expresión a la isotopía del aliento: de hecho, la posesión amorosa de Albertine prisionera se cumple como una aspiración del aliento; después de una larga ensoñación sobre el aliento de la durmiente, el narrador constata: Sa vie m’était soumise, exha lait vers moi son léger souffle. J’écoutais cette mur mu rante émanation mystérieuse, douce comme un zéphir marin, féerique comme un clair de lune, qu’étai t son somm eil. [...] j’avais son souffle prés de ma joue, dans ma bouche que j’entr’ouvrais sur la sienne , oü contre ma langue passait sa vie .76 [Su vida me estaba sometida, exhalaba hacia mí su tenue aliento. Escuchaba aque lla murmurante emanación misteriosa, dulce como un céfiro marino, mágica como un claro de luna, que era su sueño [...] tenía su aliento junto a mi mejilla, en mi boca que yo entreabría sobre la suya y a la que por mi lengua pasaba su vida.]
Si la asociación del aliento y de los celos fuera una simple analogía, no hubiéramos dejado el campo de la comparación entre el asma y la pasión, ya que el asma es para el narrador el prototipo de todo sufrimiento; pero la asociación se prolonga en el hacer amoroso, fuera del sufrimiento. 70 Ibid., p. 57. 7eIbid., pp. 70-74.
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Metáfora hilada, cierto, pero no sin razón: el vertimiento figurativo debe aparecer en todas las etapas de la microsecuencia pasional, la cual procura en cambio su armazón modal y sintáctica a la isotopía solicitada. Debemos entonces reconocer al sujeto apasionado en general y al celoso en partic ular, jun to con la competencia modal con stituida por dispositivos modales sensibilizados y reunidos en u na disposición, una competen cia semántica constituida por isotopías figurativas sensibilizadas que selecciona, ya sea como sujeto social o bien como sujeto individual, para re presentar específicamente los recorridos pasionales. La figuratividad sirve en suma a la pasión, desplegando motivos (el veneno, el ciempiés, la herida) e isotopías en la sintaxis pasional propiamente dicha. Excluidos los objetos de valor pasionales a causa de la preeminencia de la sintaxis modal, los contenidos semánticos figurativos hacen aquí un regreso discreto a los sistemas semisimbólicos que asocian las diferentes etapas de la secuencia a las figuras patemi zada s.
Nota sobre la cuantiftcación
A lo largo de nuestros análisis de las configuraciones patémicas, se ha podido constatar que hemos tenido que r ecu rrir a tal o cual aspecto de la cuantificación de los fenómenos considerados; las isotopías figurativas patemizad as en sí mismas, al entra r en relación semisimbólica con las categorías pasionales, explotan las figuras cuantificables: el fragmento y el ciempiés en uno, las espigas y las muescas en el otro, que remiten de algún modo a la dialéctica del todo y de sus p artes, de lo uno y de lo múltiple. Así, el avaro apareció como moralmente condenable, ya que parecía pe rtu rbar cierto orden de las cosas al tr ata r de acumular o rech azando compartir, es decir, afirmando la exclusividad de sus relaciones con los objetos de valor. Esa perturbación sin embargo sólo podía comprenderse si uno admitía por presuposición una “no exclusividad” en la circulación de los valores. Por poco que se considere cada universo axiológico como una totalidad cerrada y fragmentada en partes que corresponden a cada uno, los objetos de valor adquieren un estatuto de unidades partitivas, propias de los sujetos pero no exclusivas. La intrusión del avaro consiste entonces en una transformación de unidad partitiva en unidad integral o, mejor, en la adquisición de un doble estatuto para esa unidad como pa rte de un todo y al mismo tiem po como integralid ad, es decir, un a magnitud autónoma. Lo que para el sujeto era un modo de participación en la totalidad de los valores se convierte ahora en una forma de su autonomización, ya que esa transformación comprende de alguna manera la transformación de un sujeto sumergido en los sistemas de valores de su cultura en un sujeto apasionado.
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Por la misma acción encontramos así el modelo bien conocido pro puesto por Lévi-S trauss, según el cual la circulación de los objetos -o su comunicación- es fundadora de las estructuras sociales -la de los bienes, de las mujeres y de las comunicaciones-, dando lugar a las tres dimen siones fun damen tales de toda sociedad. Pero h aría falta entonces conside rar la distinción entre dos niveles diferentes del intercambio generalizado: por un lado, los objetos discretos, que uno puede acumular, dividir, dis tribuir e intercambiar con base en equivalencias discontinuas; por el otro, los objetos patémicos, que participan también en el intercambio, pero de modo continuo y adoptando las formas de la diseminación, de la fluc tuación y del contagio. Y, al igual que en los xnicrouniversos pasionales el flujo circulante puede dispararse o bloquearse, en la evolución de las sociedades se puede concebir tanto un proceso destructor que por una aceleración no regulada de los intercambios (potlatch o dumping) ponga en peligro a la colectivi dad, como un proceso de disminución exagerada en el que la apropiación individual (atesoramiento o acaparamiento) se haga en detrimento de la cohesión social. Por eso, no es sorprendente que las mutaciones o los acci dentes socioeconómicos -el nacimiento de la propiedad privada, el aca paramiento especulativ o, la colectivización, los cracs bursátiles...- sean también acontecimientos patémicos. Vemos entonces con qué facilidad es posible deslizarse, ayudándose de los celos, hacia la exclusividad proclamada de las mujeres, garantizada por las estructuras del parentesco que permiten cierta libertad de circulación al mismo tiempo que la apropiación individual. La elección de los celos es, a ese respecto, ejemplar; hemos anotado que éstos no se interpretan única mente en el marco del intercambio generalizado, en el que sustituyen ven tajosamente a los rigores del matrimonio que han llegado a ser insoporta bles , sino que hacen in terv en ir dos veces la exclusión, como proceso cognoscitivo e imaginario, apuntando, ya sea para preservar la exclusivi dad del objeto cuando se encuentra en peligro, o bien para excluirse de la escena en trío reconociendo -de hecho, si no de derecho- la exclusividad de la cual se beneficia el rival. Más interesante en ese último caso es que no opera solamente circunscribiendo el objeto de valor que es el ser amado en beneficio del sujeto, sino que el velo de exclusividad abarca el conjunto de la intersubjetividad -la pareja o el doble, poco importa-, estableciendo una línea de demarcación entre la totalidad y una nueva “unidad partitiva” y apoyando el problema de la anterioridad del uno o del doble. El último ejemplo de la exclusión en marcha, por así decir, se manifies ta en la manera de conducir las operaciones cognoscitivas durante la búsqueda de la prueba. El sujeto celoso, al mismo tiempo que desea ver daderamente conocer la verdad, rechaza sin embargo todo saber parcial, y así aparece aquí la exclusividad en la manipulación de las modalidades
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epistémicas, como la supresión de los términos intermedios entre la cer tidumbre y la exclusión por el rechazo de la duda o de la probabilidad. La búsqued a de la certid um bre a cualq uier precio puede interpreta rse en tonces como una sed de la totalidad que uno teme perder, como una preci pitación de la unid ad p artitiv a ansiosa de reencontrar su integralidad. Las formas de la cuantificación que encontramos aquí se encuentran en las gramáticas tradicionales -y menos tradicionales- bajo la etiqueta de “indefinidos”, que hemos propuesto en otra ocasión considerar como “cuantitativos indefinidos”. Ese raro conjunto de magnitudes insólitas -pronombres, adjetivos, adverbios o artículos-, desde hace mucho rom pecabezas de los ling üis tas más avisados como Brondal o Guillaume, por mencionar algunos, ha llegado a ser desde hace algún tiempo uno de los problem as arduos de la filosofía. Así, cuando Paul Pucoeur, al p lan tear la cuestión de la identidad del sujeto y más precisamente del “sujeto narrati vo”, para evitar una confusión previa nos invita a distinguir entre los con ceptos de mismidad y de ipseidad, encontramos ahí semejanzas sorpren dentes con la definición del unus de Brondal -término complejo de domi nación variable, compuesto del elemento discreto (es decir, la “mis mi da d”) y del elemento integral (es decir, la “ipseidad”)-, en que el primero per mite distinguirlo del “otro” y el segundo asegura allí la consistencia, el todo oponiéndose al concepto de totalidad. Desde otro punto de vista, si se interroga el devenir , especialmente el de las comunidades, se presenta, decíamos, como una variación continua de los equilibrios y los desequilibrios entre fuerzas cohesivas y dispersi vas, cuyo antagonismo tiene como propósito la emergencia de la signifi cación misma y también, m ás específicamente, de la interactancialidad. Por un lado, los sujetos patémicos, ya sean colectivos o individuales en la descripción de las configuraciones pasionales, parecían frecuentados por toda un a cohorte de sujetos modales, cuya puesta en fase pla ntea problemas. En efecto, es e sujeto plur imodalizado, como el atleta en el estadio, puede desunirse o reunirse, congregar o dejar dispersarse las car gas modales que lo determinan. Por eso ha sido necesario hacer un llama do a los “estilos semióticos” y a los estilos aspectuales que los manifiestan en discurso, concebidos como equilibrios/desequilibrios entre fuerzas antagonistas, p ara p rocu rar en la mira del sujeto tensivo formas relativa mente estables, que puedan perdurar a pesar de los imprevistos modales. Por otro lado, los diversos aspectos cuantificables de los objetos pare cen distribuirse en tres estratos principales: las figuras-objeto iconizadas se constituyen primero en clases, establecidas sobre la base de propie dades modales y sintácticas que permiten hablar de los objetos de valor. Son esas clases de figuras iconizadas las que reciben las determinaciones gramaticales de la cuantificación (indefinidos, partitivos, integrales, defi nidos, etc.); que abarcan a la vez la cuantificación de los sujetos y la de los
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objetos. Se puede considerar a ese respecto que es la junción en sí misma la que se encuentra entonces cuantificada: un solo sujeto para n objetos, un solo objeto para n sujetos, un sólo sujeto para un sólo objeto, etc., dis tinciones que permiten fundar y diferenciar por ejemplo el atesoramiento, el consumismo, la distribución, el compartir... Se plantea entonces la cuestión del criterio que permite decidir sobre los valores: ¿por qué tal o cual clase, definida cuantitativamente, puede representar un valor para tal o cual sujeto? Son las v a l e n c i a s las que pro veen el criterio, con lo que permiten constituir las c l a s e s d e o b j e t o s d e v a l o r , a partir, entre otras, de sus propiedades participativas o exclusivas. En fin, más acá de las valencias, se dibujan para el sujeto tensivo “som bras de valor” en las fluctuaciones de una interactanc iaiidad en devenir, en los combates con las fuerzas cohesivas y dispersivas. El caso del “objeto” en la configuración de la avaricia es ejemplar a ese respecto. Se presenta de entrada como un i s lo t e d e r e s i s t e n c i a en la circu lación generalizada, como una zona de aflojamiento, hasta de bloqueo, del flujo comunitario: es la “sombra de valor”. La discretización del flujo y su reformulación en términos de intercambio hacen de esa “sombra” una va lencia, bajo la forma de la e x c l u s i v i d a d . Como objeto de valor, en fin, el ob jeto del avaro subsu mirá toda s las figuras iconizadas obedeciendo a la definición de una u n i d a d i n t e g r a l . Cualesquiera que sean las interpretaciones y las soluciones adop tadas, ellas justifican nuestra preocupación por situar -como lo habíamos hecho- los problemas de la cuantificación y de las primeras articulaciones del concepto indefinido de m a g n i t u d en el centro mismo de la epistemo logía que trata de enunciar las precondiciones de la aparición del sentido. Nu estra evocación del pensamiento presocrático, preocupado por el pro blema de lo uno y de su detonación, de las tensiones que apuntan hacia la reconstitución de la totalidad, pudo parecer un poco desplazada. Nuestra referencia a una necesaria cohabitación, si no a una conciliación, de la do ble concepción del universo considerado ora como discontinuo ora como continuo, parece justificarse ahora cuando vemos en diversos niveles del recorrido generativo la necesidad de recurrir por intermitencia, o a la vez, a los cuantitativos definidos y discretos y a los cuantitativos indefinidos que, después de la repartición de la totalidad, son susceptibles de acceder al estatuto de integrales, lo cual permite comprender, entre otras cosas, cómo la e x c l u s i ó n puede ser un concepto lógico y una actitud pasional.
A MANERA DE CONCLUSIÓN
Es curioso constatar que el problema de la cuantificación que acabamos de retomar haya podido plantearse de modo tan insistente cuando se ha tratado de introducir en la teoría semiótica su componente pasional. Eso se comprende en parte si se tiene en cuenta el hecho de que la cuestión del estatuto de las magnitudes -sujetos u objetos de valor- sólo podía rea parecer necesariam ente cuando la tensividad de fluctuaciones y contornos vagos era postula da en el horizonte de las cosas. La concepción del univer so, doble y complementario, continuo y discontinuo, debía entonces acoger la comprensión de la totalidad como portadora de un doble devenir, el de la división y el de la diseminación. Todo eso tenía que repercutir enseguida en el nivel de la instancia de enunciación, dando cuenta de la existencia, al lado de las estructuras ar ticuladas con discreción, de las comunidades integradas y de las institu ciones socioculturales, de las culturas y de los sociolectos. Podemos ahora comprender el juego incesante que asocia, por un lado, a unidades partiti vas e integrales que dan lugar a individuos participativos y sin embargo integrados y, por el otro, a sujetos integrados y discretos, dotados de la “¿pseidad” y de la “mismi da d”. En esa perspectiva, la historia aparece co mo un devenir perpetuo en el que se forman, se deforman y se reforman personas y culturas. Así, las sociedades comerciales pueden ser constituidas como totali dades vivientes, a partir de individuos discretamente articulados, al igual que las sociedades denominadas arcaicas pueden engendrar personas ínte gras e incluso dotadas del sentido de la propiedad. Asimismo, nos parece posible considerar que ciertas herram ientas cu an titativ as de esa na turaleza puedan servir de marco para definir el “proyecto global de perso nalidad” que no se reduzca a la simple “identificación”, sino también para abordar una tipología de los humores y de la constitución de las personas. Puesto que -se tiende muy frecuentemente a olvidarlo- la semiótica es y debe permanecer, para no perder su espíritu, como un proyecto científico situado a “escala humana”: si el mundo de los olores nos es accesible como un conjunto de efectos de sentido, existe un más allá molecular, nuclear, etc., que surge de una forma que no es ya semiótica, sino científica stricto sensu. Dentro mismo de la aprehensión semiótica, de algún modo y hacien do variar la distancia epistemológica para acomodar la mirada, a partir de los mismos fenómenos se puede obtener imágenes diferentes: modula ciones y fluctuaciones a gran distancia, categorización y modalización a [272]
A MANERA DE CONCLUSION
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corta distancia; pero para la mirada semiótica queda un horizonte infran queable: el que se para el “mundo del sentido” del “mundo del estar-ser”. Las confusiones, es verdad, son a veces difíciles de evitar; sólo nos queda insistir en la percepción como interacción del hombre y de su entor no que es la piedra de toque en nuestros esfuerzos para comprender el mundo del sentido común, donde es el propio cuerpo el que permite a ese mundo el acceso al universo del sentido. Cuerpo sintiente, percibiente, reaccionante; cuerpo que moviliza todos los roles dispersos del sujeto en una tirantez, un sobresalto, un arrebato. Cuerpo como barrera y suspen sión que conduce a la somatización dolorosa o dichosa del sujeto, pero también lugar de tránsito y de patemización que administra la apertura sobre los modos de existencia semiótica. Si todavía creeemos en el viejo adagio según el cual es el punto de vis ta sólidamente mantenido el que constituye un dominio cualquiera en “disciplina” y le confiere el estatuto de objeto de investigación, es ese espa cio semiótico poblado de formas cognoscitivas patem izadas -donde lo ra cional y lo irracional se han fusionado en racionalidades diversas y en configuraciones patémicas múltiples- el lugar homogéneo de nuestras ex ploraciones. Homogeneidad del lugar, pertinencia de la mirada: la coherencia en las cosas y en los espíritus es lo único que nos queda como fundamento de nuestro quehacer cuando los otros criterios de verdad han llegado a ser obsoletos. “Com-prender” -es decir, asir los fenómenos a la vez- es la pro longación esperada del “todo se sostiene” saussuriano, en el que la bús queda del sentido para el mundo se reúne con la intención del sujeto que se interroga sobre su propio recorrido. Comprender el mundo es oponerse a parcelarlo en modelos locales, postular su coherencia, único medio para abordar las “complejidades” que dan miedo o que parecen muy costosas: al integrar nuestras reflexiones sobre las pasiones se ha buscado satisfacer esa condición, cuyo éxito se juzgará a posteriori en la teoría semiótica de conjunto. Habiendo sido llevados a interrogarnos sobre la manera de estar-ser de los valores y sus organizaciones, quisiéramos inscribir ahí en un buen lugar la cuestión que nos ha guiado a lo largo de este trabajo. Ya sea que la cues tión del objeto propio del quehacer semiótico se plantee en el nivel de las precondiciones, en el nivel del discurso o en los niveles intermedios, las di ferentes soluciones deben suscribir la exigencia de coherencia: fuerzas cohe sivas en el universo tensivo, modelo constitucional y dialéctica sintáctica en el nivel semionarrativo, isotopía y aspectualización en el nivel discursivo. La coherencia nos parece s er esa “sombra de valor” que refleja la aspiración del universo a la unidad, pero también la valencia que comprende los va lores a todo lo largo del recorrido epistemológico: esperanza del Yo inencontrable del sujeto, sostén del investigador en búsqueda de eficacia.
ÍNDICE ANALÍTICO
abducción: 248, 251, 262 apego: 97, 98, 106, 112, 113, 115, 117, 123, 136, 137, 139, 160, 161, 168171, 175-177, 180-185, 188, 189, 191, 197-199, 201, 203, 205-208, 210, 211, 214, 215, 219, 220, 224, 226, 228, 229, 232-234, 236, 242, 263, 265, 266 aspectualidad: 25, 26, 68, 69, 81, 252 aspectualización: 15, 23, 30, 31, 33, 34, 36, 38, 42, 43, 45-47, 67, 83, 129, 148, 157, 179, 180, 239, 247, 261, 272 categorización: 15, 23, 30, 31, 33, 34, 36, 38, 42, 43, 45-47, 67, 83, 129, 148, 157, 179, 180, 239, 247, 261, 272 competencia: 10, 11,14, 15, 18, 44, 48, 49, 51, 52, 59-62, 79, 81-83, 86, 91, 99, 100, 105, 106, 112, 124-126, 128, 130-132, 134, 139, 145, 149, 151, 161-163, 165, 172, 179, 193196, 199, 202, 205, 208, 218, 219, 223, 224, 232, 236, 240, 242, 243, 245, 249, 254, 256, 258, 259, 263, 264 competencia pasional: 99, 100, 112, 179, 205, 242, 256 confianza: 26, 64, 68, 177, 180-183, 188, 189, 212, 214, 227-229, 233, 264, 266 configuración: 28, 30, 52-54, 56, 59, 61, 64, 78, 86, 87, 101, 103-111, 113, 114, 117, 119, 128, 129, 131, 136-142, 144, 146-148, 153, 155, 156, 159-161, 163-165, 180, 184, 187, 188, 203, 205-207, 210, 211, 213, 219, 223, 231, 235, 236, 262, 271 constitución: 17, 53, 83, 86, 118, 136-
138, 145, 152, 156, 173, 175, 197, 207, 225, 226, 230, 247, 262, 271, 272 continuo: 12, 32, 33, 37, 65, 71-73, 78, 98, 101, 115, 117, 118, 152, 153, 156, 157, 222, 238, 269, 271, 272 conversión: 45, 47, 55, 67, 73, 115, 184,230 convocación: 12, 13, 67, 68, 74, 76, 77, 98, 132, 140, 145, 147, 148, 221, 222
crisis pasional: 181, 205, 211, 215, 219, 223, 224, 237, 261 cuerpo sensible: 134 desconfianza: 151, 152, 164, 177, 180, 182, 188, 205, 209, 211, 212, 219, 224, 227-230, 233-235, 247 devenir: 31-39, 41, 42, 44, 46, 61, 65, 67-72, 74, 88, 101, 119-121, 141, 142, 144, 147, 152, 155-159, 169, 222, 242, 271, 272 difidencia: 180-184, 188, 189, 205, 206, 212, 227-229, 247 dimensión estética: 29 dimensión tímica: 58, 73, 74, 86, 171173, 191, 198, 229, 231, 240, 250, 262, 266 discernimiento: 10,173, 219, 220, 239 discontinuo: 10, 17, 24, 37, 65, 66, 70, 73, 93, 101, 152, 153, 156, 157, 195, 222, 271, 272 disposición: 9, 21, 35, 57-61, 65, 67-69, 74, 75, 77, 79, 80, 101, 106, 110112, 122, 124, 131, 132, 136-139, 145, 146, 151, 152, 170, 199, 205, 221, 226, 237, 241, 242, 245, 253, 256, 268 dispositivo : 21, 56, 58, 60-62, 64-69, 71-73, 76-79, 84-86, 88, 91, 101, 105-108, 123, 131, 132, 134, 136, [275]
276 137, 139, 146, 151, 153, 156, 157, 160-162, 164-167, 176, 178, 179, 183-186, 198-200, 202-204, 209211, 213, 215, 219, 221, 223-225, 234, 237, 244, 249, 252-254, 256, 263 dispositivo actancial: 160, 161, 164, 165,167, 249 dispositivo modal: 60-62, 64, 65, 68, 69, 77, 79, 84, 88, 106, 108, 123, 131, 132, 134, 136, 137, 139, 146, 151, 153, 156, 161, 163, 179, 185, 199, 202-204, 211, 213, 221, 223, 225, 244, 252, 253, 256 dispositivo patémico: 185, 223, 224, 234 emoción: 28, 30, 38, 81, 144, 145, 152, 217-221, 225, 226, 230, 246, 264 escena: 56, 125, 146, 159, 164, 167, 168, 178, 182-184, 199, 200, 209, 211, 218, 220, 222, 227, 230, 231, 233, 235, 242, 251-254, 256, 258, 259, 269 esquema patémico: 144, 148, 152, 225-227 estilo semiótico: 21, 59, 61, 65, 67, 71, 88, 145, 184, 225 estructura modal: 61, 79, 185 ético: 26, 97, 103, 138, 141, 142, 145, 146, 149, 157, 162, 163, 165, 181, 195, 202, 204-207 etnotaxonomía: 77, 90 exclusión: 102, 173, 183, 200, 211, 212, 217-220, 252-256, 258, 263, 269, 270 exclusividad: 168, 171, 173-175, 180182, 184, 185, 188-191, 196, 200, 206, 207, 212, 229, 241, 255, 256, 262, 263, 268, 269 existencia semiótica: 12-14, 17, 50-51, 91, 130, 136, 148, 168, 273 fiducia: 19, 27, 29, 32, 36, 37, 39, 44, 51, 56, 57, 87, 100, 137, 159, 169, 171, 180-184, 189, 206, 209, 214, 217-219, 224, 226-229, 242, 243, 248-251 firmeza: 206-208
Í N D I C E A N A L Í T IC O
foria: 19, 22, 24, 27-34, 37, 41-44, 46, 51, 130, 169, 177, 180, 219, 237 horizonte óntico: 12, 16, 19, 31, 69, 148, 239 identificación: 49, 52, 107, 193-196, 226, 239, 272 idiolectal: 13, 71, 77, 86, 88, 90, 91, 93, 96, 264, 266 inquietud: 30, 31, 34, 35, 133, 137, 161, 176-180, 182-184, 218-221, 224, 227, 230, 233, 234, 236, 237, 240-243, 247, 251, 253, 255, 264, 267 intensidad: 15, 23, 97-99, 105, 110, 116, 118, 139, 141, 142, 155-158, 164,168-170, 232, 251, 258, 264 interactancialidad: 54, 166, 270, 271 intersubjetividad: 29, 30, 54, 56, 146, 157, 187, 210, 241, 269 intersubjetivo: 110, 140, 208, 243 lógica de las fuerzas: 22, 23, 29, 34, 41, 71, 88, 97, 118, 119, 140, 147, 152, 154, 156, 157, 161, 175, 205, 206, 270, 271 lógica de posiciones: 22, 32, 35, 45, 46, 74, 85, 100, 118, 130,149 macrosecuencia: 213-215, 219, 221, 223, 224, 226, 227, 233-236, 242 mediación: 12-15, 18, 47, 72, 91, 130, 164,166, 175 mediador: 164 microsecuencia: 213, 215, 217, 219221, 223, 224, 230, 233, 234, 237, 240, 242, 243, 245, 246, 251, 263, 268 microsistema: 109, 113-115, 120, 184186, 195 modalización: 9, 21, 24, 25, 34, 35, 42, 46, 47, 49, 51, 52, 61, 62, 69, 82, 84, 86, 88, 89, 92, 98, 106, 112, 115-117, 119, 121, 122, 131, 152, 157, 173, 179, 181, 190, 192, 198200, 202, 203, 205, 212, 213, 215, 217, 218, 240, 245, 257, 272 modo de existencia: 11-13, 50, 52-54, 76,129 modulación: 23, 33-36, 39, 40, 42, 44,
HNUlOIb riUNAJUJ.HUU
46, 65, 68-70, 72, 101, 110, 111, 117-120, 130, 169-171, 242 modulación comunitaria: 101 moralización: 89, 91, 97, 105-107, 110, 116, 127, 131, 132, 138-146, 152, 159, 165, 170, 171, 181, 192, 193, 203, 204, 207-209, 217, 220, 221, 226 motivación: 80, 101, 131, 264 negación: 18, 36-38, 40, 50, 51, 63, 83, 104, 168, 183, 189, 228 nomenclatura: 79-82, 97, 98, 105, 151, 163 objeto: 11-13, 21, 23-29, 32, 36, 37, 4149, 53, 54, 57, 60, 62, 64, 73, 78, 80, 84, 89, 90, 98, 100-106, 108, 110-113, 115-123, 127, 137, 144, 147, 148, 157, 159-184, 187-198, 200-202, 205, 207-212, 217-221, 224-226, 230, 233, 237, 238, 241, 249-251, 261, 268-273 objeto de valor: 24, 42, 44, 47, 49, 57, 104, 106, 127, 136, 159, 162, 169, 170, 172-174, 189-191, 194-196, 198, 205, 208-210, 220, 237, 238, 241, 261, 269, 271 orientación: 30-33, 40-42, 64, 75, 86, 100, 102, 141, 149, 164-166, 184, 197,254 parte: 91, 110, 111, 117, 118, 172-174 participativo: 41, 169, 174, 175, 263, 272 partitivo: 110, 117, 118, 173-175, 186, 262, 263, 270 paterna: 74, 79 patemas-proceso: 74 posesión: 168, 171, 172, 176, 188, 189, 191, 198, 205-207, 220, 255, 267 potencialización: 122, 124, 126, 130, 141 potencializado: 51, 120-122, 124, 130, 179, 220 praxis enunciativa: 58, 72, 75-77, 82, 96, 101, 108, 111, 122, 130, 132, 134, 136, 147, 148, 166 precondición: 17, 27, 29, 32, 166 primitivo: 13, 58, 67, 75-78, 94, 123,
ZV7
132,147, 148 protensividad: 25-27, 29-32, 36, 38, 39,41, 44, 46, 57, 68, 77,118,166 recorrido generativo: 9, 17, 19, 21, 24, 34, 38, 44, 47, 55, 65, 69, 70, 75, 76, 112, 118, 129, 130, 184, 191, 249, 250, 271 recorrido patémico: 118, 137 reembrague: 70, 129, 130, 144, 170, 179, 183, 184, 192, 200, 219, 222, 224, 225, 237, 240, 243, 254, 260 reserva: 207-209 secuencia modal: 92, 124, 211, 212, 217, 224 sensibilización: 14, 18, 21, 123, 127, 132-137, 139, 140, 142, 143, 145147, 152, 156, 158, 165, 166, 187, 192, 204, 210, 221, 226, 244, 245, 251-254, 264 sentir: 13, 18, 21-24, 28-30, 36, 46, 69, 74, 80, 94, 130, 144, 179, 197, 238240, 261 simulacro: 17, 19, 22, 25, 54, 56, 61, 100, 104, 121, 123, 125, 129, 139, 144, 145, 167, 170, 178-181, 183, 187-190, 192, 194, 196-201, 203206, 209, 211, 219, 227, 236, 237, 240, 243-245, 247, 252, 255, 256, 258, 259, 262 simulacro existencial: 50, 52, 53, 55, 120123, 126, 128, 219 simulacro modal: 54, 56 simulacro pasional: 61, 129, 144, 145, 167, 178, 181, 183, 189, 192, 198200, 204, 206, 209, 219, 236, 237, 240, 243, 245, 255, 256, 259 simulacro pasional figurativizado: 200 sintaxis intermodal: 70, 71, 77, 106, 121123, 132, 149, 179, 207, 220 sintaxis modal: 40, 60, 72, 87, 93, 112, 120, 210, 268 sociolectal: 13, 71, 77, 83, 84, 86, 93, 226, 264 sociotaxonomía: 88, 135 sombra de valor: 25, 26, 36, 37, 44, 104, 219, 238, 271, 273 taxonomía connotativa: 81, 85, 92, 94,
278
123,142,264 taxonomía pasional: 84, 86, 108 tensividad: 17, 18, 21, 24, 25, 28, 30, 31, 34, 35, 37, 45, 55, 70, 71, 74, 104, 119, 130, 147, 148, 179, 222, 239, 243, 272 tensividad fórica: 21, 24, 28, 30, 31, 34, 35,45, 70, 71, 74,148,179, 239 totalidad partitiva: 119, 173-175, 188, 190, 191,196, 200, 217, 251 transformación patémica: 166 transformación tímica: 145, 191, 205, 207, 209, 211, 215, 217, 218, 225, 227 unidad integral: 118, 119, 174/190, 217, 268
Í N D I C E A N A L Í T I CO
unidad partitiva: 118, 119, 174, 268270 valencia: 26-28, 30, 31, 34, 36, 37, 39, 41-43, 46, 47, 57, 87, 104,105, 110112, 119, 120, 169, 180, 191, 207, 219, 220, 237-239, 255, 261, 271, 273 valor: 16, 23-29, 34-39, 41-44, 46, 47, 49, 51, 57, 63, 72, 73, 78, 84-88, 98, 100, 102-104,106-110, 112-117, 121, 122, 127, 137, 138, 140, 142, 147, 148, 150, 155, 156, 159, 162, 168-170 , 172-174, 182, 189-191, 194-196, 198, 202, 205-210, 218, 220, 221, 237, 239, 241, 249, 261, 268, 269, 271-273