Introducción, por Anthony Antho ny Giddens Giddens y Jonathan H. Turner.
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La centralidad de los clásicos, por Jeffrey C.Alexander.... C.Alexander....
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El conductismo y después del conductismo, por George C. H o m a n s..................... s............................. ............... .............. ............... ............... ............... ............... .............. .......... ...
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Interaccionismo simbólico, por Hans Joas .........................
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Teoría parsoniana actual: en busca de una nueva síntesis, por po r Richa Ric hard rd M ü n ch ............... ...................... .............. ............... ............... ............... ............... .......... ...
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Teorizar analítico, por Jonathan H. Turner ......................
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El estructuralismo, el post-estructuralismo y la producción de la cultura, por Anthony Giddens.............................
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Etnometodología, por John C. Heritage .............................
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Teoría de la estructuración y Praxis social, por Ira J. Cohén Cohé n
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Análisis de los sistemas mundiales, por Immanuel Wallerstein ............................................................................................
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La teoría social, hoy
Análisis de clases, porRalph porRalphMiliband......................................... Miliband.........................................
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Teoría crítica, por AxelHonneth................................................... Axel Honneth...................................................
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La sociología y el método matemático, por Thomas P. Wils o n ....................... ................................... ........................ ........................ ........................ ........................ ........................ ........................ ................. .....
Indice Indi ce an alíti al ítico co....... ............... ............... .............. ............... ............... ............... ............... .............. ............... ............... .......... ...
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INTRODUCCION Anthony Giddens y Jonathan H. Turner
Este libro ofrece una guía sistemática de las tradiciones y ten dencias más importantes en historia social. No consideramos que la teoría social sea propiedad de una disciplina concreta, pues las cues tiones relativas a la vida social y a los productos culturales de la acción social se extienden a todas las disciplinas científicas y huma nísticas. Entre otros problemas, los teóricos de la sociedad abordan los siguientes temas: el status de las ciencias sociales, especialmente en relación a la lógica de las ciencias naturales; la naturaleza de las leyes y generalizaciones que pueden establecerse; la interpretación de la agencia humana y el modo de distinguirla de los objetos y acontecimientos naturales; y el carácter o forma de las instituciones humanas. Naturalmente, un bosquejo tan escueto encubre multitud de problemas y temas más específicos; toda definición de la teoría social está abocada a suscitar controversias. Por tanto, el lector que busque un consenso acerca de las metas de la teoría social se sentirá decepcionado. Pues esta falta de consenso, como implican muchas de las contribuciones a este libro, puede ser inherente a la naturaleza de la ciencia social. En último extremo, la cuestión de si puede haber un marco unificado para la teoría social, o siquiera un acuerdo sobre sus intereses básicos, está ella misma sujeta a discusión. Uno de los motivos que nos han llevado a publicar este volumen es que cada vez somos más conscientes de los importantes cambios que se han venido produciendo en la teoría social en años recientes.
El análisis teórico en las ciencias sociales siempre ha sido una em presa diversificada, pero en un determinado momento posterior a la II Guerra Mundial cierto conjunto de puntos de vista tendieron a prevalecer sobre el resto, imponiendo cierto grado de aceptación general. Estos puntos de vista generalmente estaban influidos por el empirismo lógico-filosófico. Diversos autores a los que suele asociar se con esta perspectiva desarrollaron determinadas interpretaciones del carácter de la ciencia que, a pesar de la imprecisión de esa eti queta, tenían algunos elementos comunes: todos ellos sospechaban de la metafísica, deseaban definir con nitidez qué era lo que había que considerar científico, insistían en la verificabilidad de los con ceptos y proposiciones, y tenían cierta inclinación a construir teorías de corte hipotético-deductivo. Formaba parte esencial de esta perspectiva la idea de lo que Neurath denominaba «ciencia unificada»; de acuerdo con dicha idea, no había diferencias lógicas fundamentales entre las ciencias naturales y las ciencias sociales. Este punto de vista contribuyó a fomentar cierta falta de disposición a observar de forma directa la lógica de las pro pias ciencias sociales. Pues si la ciencia en general se guía por un único cuerpo de principios, los científicos sociales no tienen más que examinar los fundamentos lógicos de la ciencia natural para explicar la naturaleza de su propia empresa. Considerándolo así, no es sor prendente que muchos de quienes trabajaban en las ciencias sociales adoptaran acríticamente la filosofía de la ciencia natural relacionada con el empirismo lógico para clarificar sus propias tareas. Por lo general, el empirismo lógico no era considerado una particular filo sofía de la ciencia con hipótesis potencialmente cuestionables, sino un modelo incontrovertible de la ciencia. Las cuestiones relativas a la «interpretación» se reprimieron en dos aspectos. Por un lado, la ciencia natural no se consideraba una empresa interpretativa en nin gún sentido fundamental, pues se suponía que su objetivo primordial era la formulación de leyes o sistemas de leyes; por otro, el signifi cado de las teorías y conceptos se consideraba directamente vincu lado a las observaciones empíricas. Desde este punto de vista las ciencias sociales eran esencialmente no interpretativas, incluso aunque su objeto gire en torno a procesos interpretativos de la cultura y la comunicación. En consecuencia, la noción de Versteken -com pre nsión nsió n del significado— recibió escas escasaa atención, atención, tanto tanto por parte de autores que escribían con una inspiración claramente filosófica como parte de la mayoría de los científicos sociales. En los casos en que se consideraba relevante el Verstehen, sólo lo era en la medida en que se utilizaba para generar teorías o hipótesis contrastables. La comprensión empática de los puntos de vista o sentimientos de los demás, se pensaba, puede ayudar al
observador sociológico a explicar sus conductas, pero estas explica ciones siempre tenían que formularse en términos «operacionales», o al menos en términos de descripciones de rasgos observables de conductas contrastables. El Verstehen se entendía simplemente como un fenómeno «psicológico» que depende de una compren sión necesariamente intuitiva y no fiable de la conciencia de los demás. Sin embargo, a lo largo de las últimas dos décadas ha tenido lugar un cambio espectacular. Dentro de la filosofía de la ciencia natural, el dominio del empirismo lógico ha declinado ante los ataques de escritores tales como Kuhn, Toulmin, Lakatos y Hesse. En su lugar ha surgido una «nueva filosofía de la ciencia» que desecha muchos supuestos de los puntos de vista precedentes. Resumiendo decidida mente esta nueva concepción, en ella se rechaza la idea de que puede haber observaciones teóricamente neutrales; ya no se canonizan como ideal supremo de la investigación científica los sistemas de leyes co nectadas de forma deductiva: pero lo más importante es que la cien cia se considera una empresa interpretativa, de modo que los pro blemas de significado, comunicación y traducción adquieren una re levancia inmediata para las teorías científicas. Estos desarrollos de la filosofía de la ciencia natural han influido inevitablemente en el pen samiento de la ciencia social, al tiempo que han acentuado el cre ciente desencanto respecto a las teorías dominantes en la «corriente principal» de la ciencia social. El resultado de tales cambios ha sido la proliferación de enfoques del pensamiento teórico. Tradiciones de pensamiento anteriormente ignoradas o mal conocidas han adquirido mucha mayor importancia: la fenomenología, en particular la relacionada con los escritos de Alfred Schutz; la hermenéutica, tal como se ha desarrollado en la obra de autores como Gadamer y Ricoeur; y la teoría crítica, repre sentada recientemente por las obras de Habermas. Además, se han revitalizado y examinado con renovado interés tradiciones de pen samiento anteriores, como el interaccionismo simbólico en los Esta dos Unidos y el estructuralismo o post-estructuralismo en Europa. A estas hay que añadir tipos de pensamiento de desarrollo más re ciente, entre los que se cuentan la etnometodología, la teoría de la estructuración y la «teoría de la praxis», relacionada, sobre todo, con Bordicu. Aunque esta diversidad de tradiciones y escuelas de pen samiento surgida en la teoría social parezca asombrosa, sigue habien do algo semejante a una «corriente principal», aunque’ya no sea tan pujante. El funcionalismo estructural parsoniano, por ejemplo, con tinúa ejerciendo un poderoso atractivo y, de hecho, ha recibido re cientemente un considerable relanzamiento en los escritos de Luhmann, Münch, Alexander, Hayes y otros. Vemos, pues, que la teoría
social ha llegado a comprender una gama de enfoques variada y, con frecuencia, confusa. Han sido diversas las respuestas a esta variedad de enfoques. En un extremo, para muchos de quienes están fundamentalmente inte resados en la investigación empírica, el espectro de escuelas y tradi ciones en disputa representa una confirmación de lo que siempre habían creído: los debates teóricos son de escaso interés o relevancia para los que realizan un trabajo empírico. Si los teóricos sociales no ueden ponerse de acuerdo entre sí acerca de las cuestiones más ásicas, ¿qué relevancia pueden tener las cuestiones referentes a la teoría social para quienes se ocupan sobre todo de la investigación empírica? En consecuencia, se ha originado una división bastante considerable entre «investigadores», que a menudo continúan con siderándose «positivistas», y teóricos, que ahora se consideran de formas muy diversas. El desaliento de los investigadores, sin embar go, no es compartido por todos. En el otro extremo, muchos han acogido con entusiasmo la diversificación de la teoría social, en la opinión de que la competencia entre tradiciones de pensamiento es sumamente deseable. Desde este punto de vista, en ocasiones influi do por la filosofía de la ciencia natural de Feyerabend, la prolifera ción de tradiciones teóricas es una forma de evitar el dogmatismo fomentado por el compromiso dominante con un solo marco de pensamiento. A veces se señala también que el estudio de la con ducta humana es necesariamente un asunto controvertido; solo den tro de una sociedad totalitaria existiría un único marco incuestiona ble para el análisis de la conducta social humana. Es probable que sea cierto que la mayoría de quienes trabajan en las ciencias sociales se encuentran en algún punto situado entre am bos extremos. Como mínimo, la mayoría afirmaría que la elección entre las diversas propuestas hechas por diversas tradiciones teóricas no es en modo alguno una actividad estéril; tal es sin duda la posi ción de los editores de este volumen, incluso aunque sus opiniones difieren respecto a cuál es el mejor modo de llevar a cabo una ten tativa semejante. Señalaríamos también que la aparente explosión de versiones rivales de la teoría social oculta una mayor coherencia e integración entre esos puntos de vista divergentes de lo que puede parccer a primera primera vista. vista. Consideramos Conside ramos necesario aclarar este este extremo. extrem o. En primer lugar, puede haber un mayor solapamiento entre mé todos diferentes de lo que se suele pensar. El desarrollo de la etno metodología nos proporciona un buen ejemplo. En las primeras fa ses de su formación, detractores y críticos de la etnometodología consideraban que esta discrepaba de forma radical de otros paradig mas de pensamiento de la ciencia social, y hasta hace poco no se ha puesto de manifiesto que los escritos de los partidarios de la etno-
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metodología tienen algo que aportar a problemas que ocupan prác ticamente a todos los que trabajan en la teoría social. También se ha evidenciado que hay afinidades estrechas entre los problemas con que se enfrenta la etnometodología y los que examinan otras tradi ciones teóricas. Así, por ejemplo, el énfasis en la naturaleza «meto dológica» del uso del lenguaje en el contexto de la vida social puede muy bien considerarse relevante con respecto a cuestiones que tienen un amplio alcance en la teoría social. En segundo lugar, se han destacado a lo largo de las últimas décadas ciertas líneas de desarrollo comunes compartidas por un amplio conjunto de enfoques teóricos. Ha existido ía preocupación, pongamos por caso, por reconceptualizar la naturaleza de la acción. En efecto, numerosos enfoques han mostrado tal inclinación a con centrarse en esta cuestión que en cierto momento parecía que una oleada de subjetivismo estaba a punto de anegar las ciencias sociales. Sin embargo, ahora podemos ver que una reelaboración de cuestio nes relativas a la acción humana no tiene necesariamente que llevar nos a enfatizar de forma exagerada la subjetividad, sino que, al con trario, puede vincular una elaborada «teoría del sujeto» a análisis de tipo más «institucional». En tercer lugar, sería difícil negar que ha existido algún tipo de progreso en la resolución de cuestiones que previamente parecían inabordables o se analizaban de forma directa. Así, durante largo tiempo existió una división entre los métodos naturalistas y aquellos que destacaban la importancia del Verstehen, no obstante el predo minio que los primeros tenían sobre estos últimos. Como conse cuencia de desarrollos convergentes en un conjunto de tradiciones de pensamiento, se ha evidenciado que la división entre Erkldren (o explicación en función de leyes causales) y Verstehen respondía a un planteamient planteamientoo erróneo. E l Verstehen no es primariamente, como sub rayan los empiristas lógicos, una cuestión «psicológica»; antes bien, el Verstehen forma parte constitutiva de todas las cuestiones relativas a la interpretación del significado, y está implicado en todas ellas. En la literatura reciente estas cuestiones se han investigado con am plitud, tanto en el ámbito de la ciencia natural como en el de la ciencia social; como consecuencia, se han clarificado de forma defi nitiva problemas que antes eran bastante oscuros. En este libro hemos tratado de abarcar una gran variedad de planteamientos, aunque no se han podido evitar algunas omisiones. No obstante, creemos que el presente volumen trata más o menos sistemáticamente la mayoría de las tradiciones influyentes de la teo ría social actual. En una breve introducción sería imposible analizar con detalle los puntos fuertes o las debilidades de todos los enfo ques. En lugar de esto, señalaremos algunos de los temas y preten 110
siones más destacados de varios autores para dar una idea de la diversidad y vitalidad de la teoría social. ¿Cuál es la naturaleza de la ciencia social?
La práctica totalidad de los capítulos que siguen abordan esta cuestión. Como se pondrá de manifiesto, hay un extendido desa cuerdo acerca de qué clase de ciencia, si es que lo es, es y puede ser la ciencia social. El examen de «El conductismo y después del con ductismo», de George Homans, el enfoque de Jonathan Turner en «Teorizar analítico» y, siquiera de forma implícita, el análisis de «Teoría parsoniana actual», de Richard Münch, defienden en un sen tido u otro el «positivismo lógico». Como Homans ha mantenido elocuente y vigorosamente durante más de dos décadas, la sociología puede ser una ciencia comprometida con la elaboración de «leyes de subsunción» y sistemas axiomáticos deductivos. Turner comparte esta visión de la sociología como conjunto de «leyes de subsunción», pero rechaza la posibilidad de que exista una teoría verdaderamente axiomática. En lugar de esto, la sociología debería elaborar leyes abstractas y usarlas en esquemas deductivos laxos. Además, en la concepción de Turner es necesario complementar las leyes abstractas con modelos analíticos que especifiquen de forma detallada los pro cesos causales que conectan las variables de una ley abstracta. Münch sostiene que la teoría de la acción parsoniana puede usarse para ge nerar un «marco general de referencia» capaz de organizar una va riedad de enfoques teóricos y metodológicos. Desde el punto de vista de la metodología, Münch considera que los tipos ideales, la idiografía, las hipótesis nomológicas y los modelos constructivistas pueden ser entendidos y quizá reconciliados entre sí dentro de un marco de referencia relativo a un tipo de acción más general. De modo similar, el marco de referencia de la accción puede servir para ordenar modos diferentes de explicar los fenómenos: teleonómicos, causales, normativos y racionales. Así, Münch propugna el eclecti cismo, pero un eclecticismo que, según parece, está comprometido con una visión positivista de la sociología: se trata de generar y contrastar teorías de forma sistemática. Por otro lado, tenemos una serie de argumentos que, en su ma yor parte, giran en torno al supuesto de que el objeto de la ciencia social impide adoptar una orientación típica de la ciencia natural. Pero incluso aquí se mantiene una cierta ambivalencia. Por ejemplo, destaca a este respecto la revisión que lleva a cabo Hans Joas de las raíces pragmáticas del interaccionismo y de la elaboración del inte raccionismo por parte de la «Escuela de Chicago». Por un lado, la
naturaleza pragmática, situacional y construida de la interacción (y, por tanto, de la organización social) haría imposibles las «leyes» y «generalizaciones» atemporales del positivismo. Por otra parte, sin embargo, muchos interaccionistas —entre los que quizá podríamos contar al propio Mead— han tratado de descubrir las propiedades básicas de la interacción y de desarrollar leyes universales acerca de su forma de operar. En su lúcido análisis de Garfinkel y la etnometodología, John Heritage procura evitar la cuestión de la «ciencia» en la ciencia so cial. Pues si la acción es indéxica, contextual y reflexiva, ¿puede la etnometodología desarrollar leyes y generalizaciones acerca de ella? La etnometodología no responde a esa pregunta de forma unánime; y, en efecto, los autores relacionados con dicha corriente no se ocu pan de esas materias tan explícitamente como la mayoría de los que trabajan en otras tradiciones. Los etnometodólogos, por lo general, son partidarios de describir en detalle los procesos empíricos, dejan do a un lado aquello que, en apariencia, constituiría la «explicación»; y también evitan la cuestión de la «cientificidad» de las descripciones. Mucho menos ambivalentes respecto a la cuestión de si puede haber o no una ciencia natural de la sociedad son Thomas Wilson, Ira Cohén, Jeffrey Alexander y Anthony Giddens. Con diferencias entre ellos, todos estos autores mantienen que la ciencia social es fundamentalmente diferente de la ciencia natural. Alexander no re chaza de plano la idea de que puedan descubrirse leyes de la vida social, pero afirma categóricamente que nunca podrá alcanzarse un consenso acerca de estas leyes, y que la naturaleza de los datos de la ciencia natural no puede nunca conferirles carácter definitivo. El análisis social, sostiene, siempre conllevará discursos y debates acer ca de los supuestos de las teorías y de la relevancia de los datos para contrastar estas teorías. Wilson formula un argumento ontológico todavía más fuerte. Dado que la ciencia social tiene que tratar de las emociones, propó sitos, actitudes y disposiciones subjetivas de los actores, los enun ciados teóricos y empíricos serán «intensionales», y los analistas so ciales se verán obligados a realizar interpretaciones del significado. Es posible elaborar proyectos teóricos basados en los métodos «extensionales» de las ciencias naturales, pero ha de admitirse que solo tienen una utilidad heurística. En el mejor de los casos, el uso de las matemáticas puede «ordenar las relaciones de nuestros datos y clarificar nuestras ideas acerca de cómo una teoría se relaciona con otra en un caso particular». Giddens y Cohén defienden una tesis similar en sus respectivas descripciones del «estructuralismo» y de la «teoría de la estructuración». Giddens declara «muertos» el es tructuralismo y el post-estructuralismo, aduciendo que su fracaso
para tratar la «agencia» humana y el proceso mediante el cual dicha «agencia» actúa para producir, reproducir y cambiar estructuras re presenta una deficiencia fundamental del análisis estructural; pues en la noción de agencia reside la capacidad para cambiar el universo social, obviando en consecuencia las leyes científicas que describen ese universo. Al presentar una descripción detallada de la teoría de la estruc turación de Giddens, especialmente de su noción de Praxis, Cohén extrae todas las implicaciones de la (loción de «agencia». En el mejor de los casos, la teoría solo puede destacar las «potencialidades cons titutivas de la vida social» que los actores utilizan para producir y reproducir modelos sociales. Estas potencialidades se utilizan de modo contextual e histórico, lo que determina que las leyes y gene ralizaciones sean transformables mediante los actos de los agentes. Por tanto, no es posible que la ciencia social sea como las ciencias naturales, ya que sus agentes pueden cambiar la misma naturaleza de su objeto: las pautas de organización social. Los capítulos redactados por Immanucl Wallerstein y Ralph Miliband parecen, a primera vista, simpatizar con esta concepción de la agencia. En efecto, la confrontación con las formas de dominación a través de la Praxis es, por supuesto, el núcleo de la tradición marxista. Pero en su «Análisis de los sistemas mundiales», Wallerstein afirma que ya se ha malgastado bastante energía debatiendo si la teoría social ha de tener un carácter particularista o universalista. Wallerstein considera tales debates «ampulosos»; como alternativa, propone que la teoría social utilice «marcos de referencia» como los del análisis de los sistemas mundiales, marcos que abarquen el tiem po y espacio suficientes para observar las lógicas o dinámicas básicas de los procesos sociales. Estas lógicas no deben considerarse eternas, puesto que la naturaleza de la organización social cambia a largo plazo. La posición de Miliband es menos clara en lo que toca a la cuestión de la ciencia. Por una parte, considera los procesos de do minación como una propiedad invariante de la organización social que es objeto del «análisis de clases» pero, por otra, da a entender que esta propiedad puede ser suprimida, lo que alteraría por tanto el mismo análisis de clases empleado para examinarla. Tal es el espectro de opiniones. Está claro que el rechazo crítico del «positivismo lógico» ha llegado a predominar en la teoría social — a pesar de las protestas de uno de los editores de este volumen— . Aunque la concepción de la sociología como «ciencia natural» tiene todavía muchos defensores, en la actualidad constituyen una minoría en la teoría social en sentido amplio, tal como la entendemos en este volumen. Sin embargo, el debate no ha concluido, como puede verse en la diversidad de posiciones defendidas en los capítulos que siguen.
Los desacuerdos acerca de lo que es y puede ser la teoría social se reflejan en las disputas sobre su objeto básico, sea cual sea la forma en que se conciba. El punto central de los debates se refiere a varias cuestiones interrelacionadas: ¿Qué ocurre en el universo social? ¿Cuáles son las propiedades fundamentales del mundo? ¿Qué tipo de análisis de estas propiedades es posible y/o apropiado? Al plantear estas preguntas resurgen antiguas cuestiones filosóficas, ta les como el rcduccionismo, el realismo y el nominalismo. Si acepta mos la opinión de Jeffrey Alexander, esto ocurrirá siempre que va rios autores invoquen el apoyo de los «clásicos» para defender su propio punto de vista. En los demás capítulos de este volumen se puede encontrar una amplia gama de opiniones acerca de cuáles deberían ser las preocu paciones primordiales de la teoría social. Algunos sostienen que debe consistir en un microanálisis del comportamiento y de la interacción en contextos situados, mientras que otros se pronuncian por méto dos más comprehensivos que se ocupen de estructuras emergentes; están quienes defienden la reconciliación del microanálisis y el ma croanálisis, mientras que, en opinión de otros, tales síntesis son con traproducentes y, en el mejor de los casos, prematuras. Repasemos brevemente este espectro de opiniones. Homans defiende el rcduccionismo en la que tal vez sea la de claración más enérgica que ha formulado hasta el momento. Las instituciones sociales «pueden reducirse, sin residuo, a las conductas de los individuos». Hace algún tiempo era posible interpretar seme jante declaración de Homans como un simple planteamiento estra tégico: las leyes de la estructura e instituciones de la sociedad se deducirán, en un sistema axiomático, de las de la psicología. Pero ahora parece haber una mayor carga metafísica en el planteamiento de Homans: en último término, toda realidad social es conducta; las instituciones no son más que la suma de estas conductas constitutivas. Como pone de relieve el capítulo sobre el «interaccionismo sim bólico» de Joas, hay una considerable diversidad de opiniones dentro de esta tradición intelectual por lo que se refiere a la cuestión de qué es lo fundamental en el mundo social. Las raíces pragmáticas del interaccionismo simbólico afirman la importancia de la agencia humana cuando los actores construyen modos de conducta en situa ciones concretas, pero la cuestión de qué es lo «construido» sigue siendo problemática. G. H. Mead enfatizaba la reproducción de es tructuras sociales a través de las facultades conductuales de la mente, del «yo» [self] y de la adopción de roles, pero los interaccionistas modernos se encuentran polarizados en torno a la cuestión de si
debe concederse la prioridad teórica a la «estructura» per se o a los procesos que producen y reproducen tal estructura. Pues si bien Mead consideraba que estas eran la dos caras de la misma moneda conceptual, los teóricos contemporáneos están divididos sobre la cuestión de hasta qué punto la estructura limita la acción y viceversa. Como pone de manifiesto el examen de la «Etnometodología», de Heritage, en esa corriente tal ambivalencia aparece por doquier. Heritage y los partidarios de la etnometodología no formularían el asunto en estos términos, pero el mensaje de la etnometodología es claro: hay que estudiar aquellos procesos interactivos, en especial los que giran en torno al habla y la conversación, mediante los cuales los actores elaboran explicaciones y construyen el sentido del mundo externo, fáctico. La realidad social por excelencia — creen algunos— es la interpretación contextual e indéxica de los signos y símbolos entre actores situados. El desarrollo del funcionalismo parsoniano de Münch contrasta con este énfasis. Pues a pesar de que términos como «significado» y «acción» ocupan un lugar destacado, el auténtico objeto de la teoría funcional son los sistemas complejos de acciones interrelacionadas. Para Münch y otros parsonianos la realidad existe en diferentes ni veles sistemáticos que abarcan virtualmente todas las etapas de la realidad; sin embargo, en última instancia el análisis teórico de la acción casi siempre se centra en la estructura y funciones de los sistemas y subsistemas, en su uso de diversos medios simbólicos, en sus modos de integración y en sus medios de adaptación a entornos diversos. La conducta que llevan a cabo los individuos en situaciones concretas está subordinada a una concepción de un majestuoso uni verso social de cuatro sistemas de acción integrados en un universo orgánico, télico y físico-químico. La descripción que hace Cohén de la teoría de la estructuración de Giddens intenta mediar entre visiones tan dispares del universo social. Giddens postula una «dualidad de estructura» en la que la estructura proporciona las normas y recursos implicados en la agen cia, que a su vez reproduce las propiedades estructurales de las ins tituciones sociales. La estructura es a la vez el medio y el resultado de la conducta cotidiana que desarrollan los actores. Para la teoría de la estructuración, por lo tanto, los agentes, la acción y la inte racción se encuentran limitados por la dimensión estructural de la realidad social, pero son aquellos mismos agentes quienes la generan. El capítulo «Teorizar analítico» de Jonathan Turner es algo me nos optimista respecto a las posibilidades de integrar conceptualmen te los análisis institucionales e interpersonales. En lugar de esto, propone un análisis ecléctico de la microdinámica, análisis que in corpora puntos de vista del interaccionismo simbólico, la etnome-
todología, el conductivismo y otras perspectivas, pero al mismo tiem po defiende la conceptualización independiente de macroprocesos que no sólo sinteticen las concepciones de la teoría funcional, sino también las de otros enfoques estructurales. En opinión de Turner, los intentos de superar la escisión que media entre la interacción individual y las estructuras emergentes son prematuros. Ambos ni veles son igualmente «reales» pero, de momento, cada uno de ellos requiere sus propios conceptos, proposiciones y modelos. Otros teóricos con una orientación más crítica asisten a muchos de estos debates con impaciencia o, quizá, con sospechas. Para estos autores, la realidad más importante es la que limita las opciones y potencialidades humanas mediante la dominación y la opresión. En este sentido, Miiiband insiste en que la dominación de clase y la lucha de clases generan la dinámica central de la organización hu mana. Por tal motivo, la principal preocupación de la teoría social tiene que ver con el análisis de la capacidad de controlar los medios de producción, administración, comunicación y coerción en una so ciedad. El enfoque de los sistemas mundiales de Wallerstein defiende una idea similar, pero, a diferencia del planteamiento del análisis de clases de Miiiband, las formaciones sociales y el estado no son las unidades de análisis más importantes. Antes bien, el objeto central de los análisis de la teoría social serían los «sistemas históricos», que se extienden en el tiempo y en el espacio adoptando formas diversas, desde los mini-sistemas a los imperios y economías mundiales. Para Walletstein, el poder de los imperios y sistemas económicos mun diales para constreñir y dominar la acción de los individuos, corpo raciones y «mini-sistemas» es la realidad por excelencia del universo social. El desarrollo ulterior de la teoría social
Los caminos y procedimientos para desarrollar la teoría social se siguen en gran medida del compromiso con un particular objeto de estudio y con una filosofía concreta de la ciencia social. Es posible observar todo un espectro de trayectorias de desarrollo convergentes y divergentes a este respecto. Por ejemplo, aunque la teoría de la estructuración de Giddens y la versión de la teoría de la acción parsoniana de Münch parecen tener poco en común, ambas defien den implícitamente una estrategia de elaboración teórica similar: am bos construyen un marco conceptual que puede emplearse para in terpretar casos empíricos específicos. Sus marcos interpretativos di fieren en lo tocante a las propiedades sustantivas del mundo al que se refieren, y respecto al tipo de explicación que cada uno de ellos
cree posible. Sin embargo, ambos están interesados en elaborar una «teoría basada en una ontología», citando la descripción que propo ne Cohén del enfoque de Giddens. Para ellos, la teoría sirve para captar los rasgos primordiales de la agencia humana y de los mode los institucionales. Wallerstein parece defender el mismo método, aunque referido a un objeto de estudio diferente. Si bien rechaza la distinción nomotético-idiográfico, sostiene básicamente que la «ciencia histórica tiene que partir de lo abstracto y dirigirse a lo concreto». Como en el caso de Giddens y Münch, se trata de usar un marco amplio y abstracto para interpretar sucesos históricos y empíricos concretos. Wilson consideraría que tales marcos interpretativos, incluso los expresados en términos matemáticos, son, como mucho, recursos heurísticos. Además, nunca podrán constituir un sistema a partir del cual se formulen deducciones de sucesos empíricos, funaamentalmente porque tales deducciones estarían llenas de contenido inter pretativo. Sin embargo, como todos los teóricos, Wilson reconoce que no puede abandonarse enteramente la metáfora de construcción de modelos de la ciencia natural, siempre que se reconozcan las limitaciones de esa metáfora. Alexander añadiría que el uso de tales marcos interpretativos y modelos heurísticos estará inevitablemente sometido a debate y con troversia. Además, siempre estarán subdeterminados por los datos. Por tanto, la teoría se construirá a partir del diálogo, recurriendo de forma característica a los clásicos en busca de inspiración y legiti mación. Por consiguiente, la teoría se desarrollará más en el plano del discurso que en el plano de la confirmación empírica. El capítulo de Joas sobre el «Interaccionismo simbólico» y la descripción de la «Etnometodología» de Heritage son los más cer canos al inductivismo, incluso aunque teóricos pertenecientes a estas tradiciones puedan rechazar descripción tan categórica. Pero, en lo esencial, sostienen que la teoría debe desarrollarse a partir de las observaciones de la interacción de las personas en los contextos de la vida real. Sea cual sea la naturaleza de ia teoría que se desarrolle a partir de esas observaciones, tiene que denotar lo que las personas hacen realmente en contextos situados. Es decir, conceptos, genera lizaciones y marcos de referencia han de estar empíricamente fun dados en procesos observables de individuos en interacción. Turner y Homans comparten una perspectiva común en ciertos aspectos. Homans insiste en que la teoría ha de referirse a la con ducta observable y no a entidades reificadas, tales como la estructu ra, pero semejante teoría tiene que ser formal y deductiva. Sea me diante inducción, deducción, abducción o inspiración divina, su fi nalidad es desarrollar axiomas abstractos que puedan servir como
leyes subsuntivas de un espectro de sucesos empíricos tan amplio como sea posible. Estas leyes no deben ser vagos marcos de refe rencia, sino proposiciones específicas sobre relaciones entre varia bles. Turner comparte esta posición, pero admite la posibilidad de ue no exista una teoría científica axiomática plenamente desarrollaa, dado que es imposible imponer controles experimentales. Sin embargo, está de acuerdo con Homans en que los marcos de refe rencia amplios son demasiado imprecisos y poco rigurosos para cons tituir la finalidad de la actividad teórica. Propone una interacción creativa entre leyes abstractas y modelos analíticos que representan esquemáticamente complejos de relaciones causales entre clases ge néricas de variables. Se trata de traducir los modelos analíticos en proposiciones abstractas susceptibles de ser contrastadas, rechazadas o revisadas a la luz de pruebas sistemáticas.
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Conclusión
La teoría social es una empresa sumamente variada. Existen de sacuerdos acerca de algunas de sus cuestiones más básicas: acerca de qué tipo de ciencia social es posible, acerca de cuál debería ser su objeto, y acerca de qué métodos debe sancionar. En los capítulos que siguen podrá encontrarse una panorámica representativa de las posiciones acerca de estos problemas. liemos seleccionado cuidado samente autores y temas para ofrecer una guía sistemática, tanto de las tradiciones de pensamiento más destacadas de la teoría social como de los cambios que se han producido durante las dos últimas décadas. La teoría social se encuentra en estado de fermentación intelectual. Algunos consideran que esto no es sorprendente, ni si quiera objetable, mientras que otros opinan que engendra confusión y estancamiento. Como editores, sin embargo, nuestra finalidad ha sido la de representar la diversidad de puntos de vista existentes, y proporcionar un foro en el que algunos de sus representantes más destacados puedan explicar sus ideas. Confiamos en que el lector encueíntre en La teoría social, hoy una guía y una obra de referencia útil para orientarse en la situación actual de la ciencia social.
LA CENTRALIDAD DE LOS CLASICOS Jeffrey C. Alexander
La relación entre la ciencia social y los clásicos es una cuestión que plantea los problemas más profundos, no solo en la teoría social, sino en los estudios culturales en general. En el ensayo que sigue sostengo que los clásicos ocupan un lugar central en la ciencia social contemporánea. Esta posición es discutida desde lo que, a primera vista, parecen dos campos enteramente diferentes. Entre los cientí ficos sociales, por supuesto, siempre ha existido escepticismo hacia «los clásicos». En efecto, para los partidarios del positivismo la cues tión misma de la relación entre la ciencia social y los clásicos lleva de inmediato a otra, a saber, la de si debe existir alguna relación en absoluto. ¿Por qué habrían de recurrir a textos de autores muertos hace tiempo disciplinas que afirman estar orientadas hacia el mundo empírico y hacia ía acumulación de conocimiento objetivo acerca ese mundo empírico? Según los cánones del empirismo, cualquier aspec to científicamente relevante de dichos textos debería estar verificado e incorporado a la teoría contemporánea o falsado y arrojado al cubo de basura de la historia. Sin embargo, no son solo los positivistas «duros» quienes argu mentan en contra de la interrelación entre la interpretación de los clásicos y la ciencia social contemporánea; también se oponen a ella los humanistas. Recientemente se ha planteado un poderoso argu mento en contra de la introducción de problemas contemporáneos en la consideración de los textos clásicos. Los textos clásicos, se
afirma (p. ej., Skinner: 1969), han de considerarse enteramente desde un punto de vista histórico. Esta posición historicista respecto a los clásicos converge con la empirista en la medida en que ambas se oponen a que los problemas de la ciencia social contemporánea se mezclen con la discusión de los textos históricos. Por tanto, para responder a las preguntas que conciernen a la relación entre la ciencia social y los clásicos debemos considerar cuál es exactamente la naturaleza de la ciencia social empírica y qué re lación guarda con las ciencias naturales. Debemos considerar así mis mo qué significa analizar los clásicos, y qué relación puede tener esta actividad, supuestamente histórica, con los intereses del conocimien to científico contemporáneo. Pero antes de continuar con estas cuestiones quiero proponer una definición clara de lo que es un clásico. Los clásicos son pro ductos de la investigación a los que se les concede un rango privi legiado frente a las investigaciones contemporáneas del mismo cam po. El concepto de rango privilegiado significa que los científicos contemporáneos dedicados a esa disciplina creen que entendiendo dichas obras anteriores pueden aprender de su campo de investiga ción tanto como puedan aprender de la obra de sus propios con temporáneos. La atribución de semejante rango privilegiado implica, además, que en el trabajo cotidiano del científico medio esta distin ción se concede sin demostración previa; se da por supuesto que, en calidad de clásica, tal obra establece criterios fundamentales en ese campo particular. Es por razón de esta posición privilegiada por lo que la exégesis y reinterprctación de los clásicos — dentro o fuera de un contexto histórico— llega a constituir corrientes destacadas en varias disciplinas, pues lo que se considera el «verdadero significado» de una obra clásica tiene una amplia influencia. Los teólogos occi dentales han tomado la Biblia como texto clásico, como lo han he cho quienes ejercen las disciplinas religiosas judeo-cristianas. Para los estudiosos de la literatura inglesa, Shakespeare es indudablemente el autor cuya obra encarna los cánones de su campo. Durante qui nientos años, a Platón y Aristóteles se les otorgó el rango de clásicos de la teoría política. La crítica empirista a la centralidad de los clásicos
Las razones por las que la ciencia social rechaza la centralidad de los clásicos son evidentes. Tal como he definido el término, en las ciencias naturales no existen en la actualidad «clásicos». Whitehead (1974, p. 115), sin duda uno de los más sutiles filósofos de la ciencia de este siglo, escribió que «una ciencia que vacila en olvidar
a sus fundadores está perdida». Esta afirmación parece innegable mente cierta, al menos en la medida en que ciencia se toma en su sentido anglo-americano, como equivalente de Naturwissenschaft. Un historiador de la ciencia observó que «cualquier estudiante univer sitario de primer año sabe más física que Galileo, a quien corres ponde en mayor grado el honor de haber fundado la ciencia moder na, y más también de la que sabía Newton, la mente más poderosa de todas cuantas se han aplicado al estudio de la naturaleza» (Gillispie: 1960, p. 8). El hecho es innegable. El problema es: ¿qué significa este hecho? Para los partidarios de la tendencia positivista, significa que, a largo plazo, también la ciencia social deberá prescindir de los clásicos; a corto plazo, tendrá que limitar muy estrictamente la atención que se les preste. Solo habrá de recurrirse a ellos en busca de información empírica. La exégesis y el comentario — que son características dis tintivas de este status privilegiado— no tienen lugar en las ciencias sociales. Estas conclusiones se basan en dos supuestos. El primero es que la ausencia de textos clásicos en la ciencia natural indica el status puramente empírico de estas; el segundo es que la ciencia natura] y la ciencia social son básicamente idénticas. Más adelante sostendré que ninguno de estos supuestos es cierto. Pero antes de hacerlo examinaré de forma más sistemática el argumento empirista inspirado en ellos. En un influyente ensayo que se publicó por vez primera hace cuarenta años, Merton (1947, reimpreso en 1967, pp. 1-38) criticaba lo que llamaba la mezcla de historia y sistemática de la teoría socio lógica. Su modelo de teoría sistemática eran las ciencias naturales, y consistía, según parece, en codificar el conocimiento empírico y cons truir leyes de subsunción. La teoría científica es sistemática porque contrasta leyes de subsunción mediante procedimientos experimen tales, acumulando continuamente de esta forma conocimiento ver dadero. En la medida en que se dé esta acumulación no hay necesi dad de textos clásicos. «La prueba más convincente de! conocimien to verdaderamente acumulativo», afirma Merton, «es que inteligen cias del montón pueden resolver hoy problemas que, tiempo atrás, grandes inteligencias no podían siquiera comenzar a resolver». En una verdadera ciencia, por tanto, «la conmemoración de los que en el pasado hicieron grandes aportaciones está esencialmente reservada a la historia de la disciplina» (Merton: 1967a, pp. 27-8). La investi gación sobre figuras anteriores es una actividad que nada tiene que ver con el trabajo científico. Tal investigación es tarea de historia dores, no de científicos sociales. Merton contrasta vividamente esta distinción radical entre ciencia e historia con la situación que reina en las humanidades, donde «en contraste manifiesto, toda obra clá
sica — todo poema, drama, novela, ensayo u obra histórica— suele seguir formando parte de la experiencia de generaciones subsiguien tes» (p. 28). Aunque Merton reconoce que los sociólogos «están en una si tuación intermedia entre los físicos y biólogos y los humanistas», recomienda con toda claridad un mayor acercamiento a las ciencias naturales. Invoca la confiada afirmación de Weber de que «en la ciencia, todos nosotros sabemos que nuestros logros quedarán anti cuados en diez, veinte, cincuenta años», y su insistencia en que «toda [contribución] científica invita a que se la “supere” y deje anticuada» (Merton: 1967a, pp. 28-9). Que cincuenta años después de la muerte de Weber ni sus teorías sociológicas ni sus afirmaciones sobre la ciencia hayan sido en realidad superadas es una ironía que Merton parece pasar por alto; al contrario, insiste en que si bien es posible que la sociología ocupé de hecho una situación intermedia entre las ciencias y las humanidades, esta situación no debe considerarse nor mativa. «Los intentos de mantener una posición intermedia entre orientaciones humanistas y científicas suelen tener como resultado la fusión de la sistemática de la teoría sociológica con su historia», una mezcla que, para Merton, equivale a hacer imposible la acumu lación de conocimiento empírico. Desde el punto de vista de Mer ton, el problema es que los sociólogos están sometidos a presiones opuestas, una posición estructural que suele producir una desviación de las líneas de conducta legítimas. La mayoría de los sociólogos sucumben a estas presiones y desarrollan líneas de conducta desvia das. «Oscilan» entre la ciencia social y las humanidades; solo unos pocos pueden «adaptarse a estas presiones desarrollando una línea de conducta enteramente científica» (Merton: 1967a, p. 29). Es esta desviación (el término es mío, no de Merton) de la línea de conducta científica lo que produce lo que Merton denomina «ten dencias intelectualmente degenerativas», tendencias que mezclan la vertiente sistemática con la histórica. El intento de elaborar lo que podría llamarse «sistemática histórica» es degenerativo porque pri vilegia —precisamente en el sentido que he definido un «clásico»— las obras anteriores. Encontramos «reverencia» por «ilustres antece sores» y un énfasis en la «exégesis» (1967a, p. 30). Pero lo peor es que se da preferencia a la «erudición frente a la originalidad», ya que aquella es importante para comprender el significado de obras ante riores, con frecuencia difíciles. Merton no caracteriza como inter pretación la investigación erudita de los textos clásicos. Hacerlo su pondría, pienso, que tal investigación contiene un elemento teórico «creativo» (en oposición a «degenerativo») en el sentido científico contemporáneo. La «generatividad» contradiría esa actitud servil ha cia obras anteriores que Merton cree inherente a la investigación
histórica de los textos clásicos, pues piensa que en estas actitudes se da una «reverencia acrítica» y no simple reverencia !. La interpreta ción y creatividad que implica contradirían también la epistemología mecanicista en que se basan sus argumentos. Para Merton, lo único que hace la sistemática histórica es ofrecer a los contemporáneos espejos en los que se reflejan los textos anteriores. Estos son «resú menes críticos», «mero comentario», «exégesis totalmente estériles», «conjunto[s] de sinopsis críticas de doctrinas cronológicamente or denada^]» (1967a, pp. 2, 4, 30, 35; cfr. p. 9). Merton insiste en que los textos anteriores no deberían ser con siderados de esta forma tan «deplorablemente inútil». Ofrece dos alternativas, una desde la perspectiva sistemática, otra desde el punto de vista de la historia. Afirma que, desde la perspectiva de la ciencia social, los textos anteriores no deben tratarse como clásicos, sino atendiendo a su utilidad. Es cierto que la situación actual no es la ideal: no se ha dado el tipo de acumulación empírica que cabía es perar en la ciencia social. Sin embargo, en vez de estancarse en esta situación, lo que hay que hacer es convertir los nuevos textos clási cos en simples fuentes de datos y/o teorías no constrastadas, es de cir, hacer de ellos vehículos de ulterior acumulación. Debemos tra tarlos como fuentes de «información todavía no recuperada» que puede ser «provechosamente empleada como nuevo punto de parti da». De este modo se puede lograr que los clásicos apunten hacia el futuro científico y no nacía el pasado humanístico; es así como pue de convertirse en científico el estudio de los textos anteriores. «Si guiendo y desarrollando modelos teóricos», este estudio puede de dicarse a «recuperar conocimiento acumulativo relevante... y a in corporarlo a subsiguientes formulaciones» (1967a, pp. 30, 35). Desde el punto de vista de la historia, la alternativa a la mezcla no es, de hecho, muy diferente. En lugar de utilizar los textos an teriores como fuentes de información no recuperada, estos pueden ser estudiados como documentos históricos en sí mismos. Una vez más, la cuestión es evitar la exégesis textual. «Una genuina historia de la teoría sociológica», escribe Merton, «tiene que ocuparse de la interacción entre la teoría y cuestiones como los orígenes sociales y 1 Debe distinguirse tajantemente este tipo de actitud hacia los autores clásicos, tan servil y degradante —la cita completa reza así: «una reverencia acrítica hacia casi cualquier afirmación de antecesores ilustres» (M erto n: 1% 7, p. 30)— de la deferencia y del status privilegiado que corresponde a los clásicos según la definición que he ofrecido arriba. Más adelante sostendré que, si bien la deferencia define la actitud formal, la crítica continua y la reconstrucción constituyen la auténtica esencia de la «sistemática histórica». El extremismo de Merton a este respecto es típico de quienes niegan la relevancia de la investigación de los clásicos en la ciencia social, pues pre senta estas investigaciones a una luz anticientífica, acrítica.
la posición social de Sus partidarios, la cambiante organización social de la sociología, las transformaciones que sufren las ideas con su difusión, y sus relaciones con la estructura social y cultural del en torno» (p. 35). Es el entorno de las ideas y no las propias ideas lo que debe estudiar un buen historiador de la ciencia social. Se supone que los objetivos del historiador son tan plenamente empíricos como los del sociólogo, quien estudia los mismos textos con el fin de obtener conocimiento acumulativo. Por consiguiente, el hecho de que Merton rechace la fusión de ciencia e historia no se debe úni camente a su exigencia de una sociología empírica, sino también a su exigencia de una historia científica. He mencionado antes dos supuestos de los que depende la crítica empirista a la centralidad de los clásicos. El primero es que la au sencia de clásicos en la ciencia natural se deriva de su naturaleza empírica y acumulativa; el segundo es que las ciencias naturales y las ciencias sociales son básicamente idénticas a estos efectos. En el ensayo en que Merton (1967a) se manifiesta en contra de la fusión de historia y sistemática, la concepción empirista de la ciencia natu ral es un supuesto innato que se acepta tácitamente. Su idea de la ciencia natural es puramente progresiva. En vez de aplicar un trata miento relativista e histórico a los textos científicos anteriores (tra tamiento que, de acuerdo con el espíritu de la sensibilidad post-kuhniana, subrayaría el poder formativo de los paradigmas supracientíficos culturales e intelectuales), Merton considera esas obras como una serie de «anticipaciones», «prefiguraciones» y «predescubrimientos» de los conocimientos actuales (1967a, pp. 8-7). Sabemos ade más, gracias a sus protocolos sistemáticos para la sociología de la ciencia, que esta impresión no es errónea. Para Merton, los compro misos disciplinarios y metodológicos son los únicos factores no em píricos que afectan al trabajo científico, y no cree que ninguno de estos pueda influir de forma directa en el conocimiento científico del mundo objetivo. El otro supuesto fundamental sobre el que descansa el argumento de Merton es que la ciencia natural se asemeja a la ciencia natural en su referente fundamentalmente empírico. Sin embargo, Merton tiene mayores dificultades para establecer este punto. Sabemos por su ensayo sobre la teoría de alcance medio (Merton: 1967b), inme diatamente posterior — y no por casualidad a su artículo acerca de la fusión de la historia y la sistemática en su colección de ensayos Social Theory and Social Structure , que Merton no considera que la ciencia social dependa de paradigmas tal como los entiende Kuhn. Debido a que se orienta en función de problemas y no en función de paradigmas, la ciencia social se organiza por especialidades em píricas más que por escuelas o tradiciones. Pero, ¿por qué si los
sociólogos no son empiristas ocupan una posición intermedia entre la ciencia y las humanidades? ¿Por qué, además, mezclan la historia la sistemática si no pretenden formar y mantener escuelas? Como e sugerido anteriormente, aunque Merton admite estos hechos in negables, insiste en que son anomalías, no tendencias inherentes, subrayando que la «sociología adopta la orientación y la praxis de las ciencias físicas», y afirma que la «investigación [de la ciencia social] avanza a partir de las fronteras alcanzadas por el trabajo acu mulativo de generaciones anteriores» (Merton, 1967a, pp. 29-31). En efecto; a pesar de la tendencia degenerativa a incurrir en lo que he llamado sistemática histórica, ¡Merton cree que nuestro co nocimiento acerca de cómo estudiar la historia del pensamiento cien tífico es él mismo científico y acumulativo! Merton emplea la ter minología de la ciencia progresiva — esbozo, predescubrimiento, an ticipación— para defender el tipo adecuado de historia científica pro gresiva. Criticando las historias progresivas que se basan únicamente en las descripciones del trabajo científico ya publicadas, Merton su giere (pp. 4-6) que tales visiones se fundamentan en una concepción de la historia que está «extraordinariamente retrasada con respecto a realidades admitidas hace tiempo». Bacon fue el primero en «ob servar» que el proceso del descubrimiento objetivo es más creativo e intuitivo de lo que sugiere la lógica formal de la contrastación científica. Según Merton, el que se haya llegado a este descubrimien to por caminos independientes tiene que confirmarlo: «mentes re ceptivas han llegado repetidas veces y, al parecer, independientemen te, al mismo tipo de observación». La teoría científica que subsume o explica estas observaciones empíricas se ha desarrollado a su de bido tiempo: pensadores posteriores «han generalizado esta obser vación». Como esta lógica empírica ha mostrado su validez, Merton confía en que la historia de la ciencia ha de progresar de forma inevitable, pues «el fracaso de la sociología para distinguir entre la historia y la sistemática de la teoría será finalmente corregido» (Mer ton: 1967a, pp. 4-6). Estos son los supuestos básicos del argumento (¡ahora clásico!) de Merton en contra de la centralidad de los clási cos. No obstante, parece que existe un tercer supuesto auxiliar, un supuesto que no tiene entidad propia pero que viene implicado por los dos supuestos centrales: la idea de que el significado de los textos anteriores relevantes es obvio. He mostrado cómo al condenar la «sistemática histórica» Merton afirmaba que sus únicos resultados eran la producción de sinopsis meramente recapitulativas. Lie de mostrado también que la historia sociológica que Merton defiende se centraría en el entorno de las teorías científicas más que en la naturaleza de las propias ideas. Esta es también, dicho sea de paso, la tendencia de las críticas a la centralidad de los clásicos desde el
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iunto de vista humanista, tendencia que examinaré más adelante. En a sección inmediata, sin embargo, discutiré las críticas empiristas del carácter central de los clásicos y los dos supuestos básicos sobre los que descansa. La visión post-positivista de la ciencia
-^ L a tesis contraria a la centralidad de los clásicos da por supuesto que una ciencia es acumulativa en tanto que es empírica, y que en tanto que es acumulativa no creará clásicos. Sostendré, por el con trario, que el hecho de que una disciplina posea clásicos no depende de su empirismo sino del consenso que exista dentro de esa disci plina acerca de cuestiones no empíricas. En Tbeorical Logic in Sociology (Alexander: 1982a, pp. 5-15) su gería que la corriente positivista de las ciencias sociales se basa en cuatro postulados fundamentales. El primero es que existe una rup tura epistemológica radical entre las observaciones empíricas, que se consideran específicas y concretas, y las proposiciones no empíricas, ue se consideran generales y abstractas. El segundo postulado pue3 e sostenerse solo porque se da por sentado que existe esta ruptura: las cuestiones más generales y abstractas — filosóficas o metafísicas— no tienen una importancia fundamental para la práctica de una dis ciplina de orientación empírica. En tercer lugar, las cuestiones de índole general, abstracta y teorética solo pueden ser evaluadas en relación con observaciones empíricas. Esto Índica que, siempre que sea posible, la teoría ha de ser formulada de forma proposicional y que, además, los conflictos teóricos se deciden a través de contras tado nes empíricas y experimentos cruciales. Finalmente, como estos tres primeros postulados no constituyen una base para el debate científico estructurado, el cuarto señala que el desarrollo científico es «progresivo», es decir, lineal y acumulativo. Se supone, por tanto, que la diferenciación de un campo científico es el producto de la especialización en diferentes dominios científicos y no el resultado de un debate no empírico generalizado acerca de cómo explicar el mismo dominio empírico. Si bien estos cuatro postulados todavía reflejan con exactitud la opinión común de la mayoría de los científicos sociales — especial mente en Norteamérica— , la nueva tendencia de la filosofía, historia y sociología post-positivista de la ciencia natural surgida a lo largo de las dos últimas décadas los ha criticado abiertamente (Alexander: 1982a, pp. 18-33). Mientras que los postulados de la corriente po sitivista reducen la teoría a los hechos, los de la corriente post positivista rehabilitan los aspectos teóricos.
1) Los datos empíricos de la ciencia están inspirados por la teo ría. La distinción teoría/hechos no es epistemológica ni ontológica, es decir, no es una distinción entre naturaleza y pen samiento. Es una distinción analítica. Como escribió Lakatos (por ejemplo, 1969, p. 156), describir ciertas proposiciones como observaciones es una forma de hablar, no una referencia ontológica. La distinción analítica se refiere a observaciones inspiradas por aquellas teorías que consideramos que poseen mayor certeza. 2) Los compromisos científicos no se basan únicamente en la evidencia empírica. Como demuestra de forma convincente Polanyi (p. ej., 1958, p. 92), el rechazar por principio la evi dencia es el fundamento en el que descansa la continuidad de la ciencia. 3) La elaboración general, teórica, es normalmente horizontal y dogmática y no escéptica y progresiva. Cuanto más general es la proposición menos se cumple el teorema de la falsación popperiano. La formulación teórica no sigue, como pretende Popper, la ley de la «más encarnizada lucha por la supervi vencia» (1959, p. 42). Al contrario: cuando una posición teó rica general se confronta con pruebas empíricas contradicto rias que no pueden ignorarse, procede a desarrollar hipótesis ad hoc y categorías residuales (Lakatos: 1969, pp. 168-76). De esta manera, es posible «explicar» nuevos fenómenos sin re nunciar a las formulaciones generales. 4) Sólo se dan cambios fundamentales en las creencias científicas cuando los cambios empíricos van acompañados de la dispo nibilidad de alternativas teóricas convincentes. Como estos cambios teóricos con frecuencia son cambios de fondo, no son tan visibles para quienes están inmersos en el trabajo científi co. Esto explica por qué parece que los datos empíricos se obtienen por inducción, en vez de ser construidos analítica mente. Pero como observa Holton, el enfrentamiento entre compromisos teóricos generales «es uno de los más poderosos catalizadores de la investigación empírica», y debe considerar se que este es uno de los «componentes esenciales de las trans formaciones fundamentales de las ciencias naturales» (1973, pp. 26, 190). El primer supuesto de Merton (el relativo al carácter de la ciencia natural) es insostenible si las consideraciones no empíricas generales desempeñan un papel tan decisivo. Tampoco creo que se sostenga el segundo, pues en ciertos aspectos'cruciales la praxis de la ciencia natural y la de la ciencia social no se parecen gran cosa. Esta con
clusión puede sorprender. Una vez establecida la dimensión no em pírica de la ciencia natural, podría parecer que el status de las obras clásicas quedaría a salvo. Hemos de admitir, sin embargo, que la ciencia natural no recurre a los clásicos. Se trata ahora de explicar este hecho desde una perspectiva no empirista. Por qué no hay clásicos en la ciencia natural: una visión post-positivista
La epistemología de la ciencia no determina los temas particula res a los que se aplica la actividad científica de una disciplina-cien tífica dada 2. Sin embargo, es precisamente la aplicación de esta ac tividad lo que determina la relativa «sensibilidad» empírica de cual quier disciplina. Así, incluso antiempiristas declarados han recono cido que lo que distingue a las ciencias naturales de las ciencias humanas es que aquellas centran explícitamente su atención en pro blemas empíricos. Por ejemplo, a pesar de que Holton ha demos trado concienzudamente que la física moderna está constituida por «tesis» supraempíricas, arbitrarias, él mismo insiste en que nunca ha sido su intención defender la introducción de «discusiones temáti cas... en la praxis misma de la ciencia». Manifiesta, en efecto, que «la ciencia comenzó a crecer con rapidez solo cuando se excluyeron de los laboratorios tales cuestiones» (Holton: 1973, pp. 330-1, el subrayado es nuestro). Incluso un filósofo tan claramente idealista como Collingwood, quien destaca que la práctica científica descansa 2 Mi distinción entre ciencia natural y ciencia social solo puede tener, obviamente, un carácter típico-ideal. Mi propósito es articular condiciones generales, no explicar situaciones disciplinarias particulares. En general, no cabe duda de que es acertado afirmar que las condiciones en pro y en contra de la existencia de los clásicos en una disciplina se corresponden en un sentido amplio con la división entre las ciencias de la naturaleza y las ciencias que se ocupan de las acciones de los seres humanos. El análisis específico de cualquier disciplina particular requeriría que se especificaran las condiciones generales de cada caso. Así, la ciencia natural se encuentra característi camente desdoblada en ciencias físicas y ciencias biológicas. Las últimas están menos sujetas a matematización, menos consensuadas, y es más frecuente que sean sometidas a debate extraempírico explícito. En ciertos casos esto puede llegar al punto de que el debate sobre los clásicos desempeñe un papel permanente en la ciencia, como en el debate sobre Darwin de la biología evolutiva. Así misino, en los estudios sobre el hombre las disciplinas no manifiestan en el mismo grado las condiciones que expon dré en este artículo. En los Estados Unidos, por ejemplo, la economía se encuentra menos vinculada a los clásicos que la sociología y la antropología, y la relación de la historia con los clásicos parece fluctuar continuamente. La variación en estos casos empíricos puede explicarse en función de las condiciones teóricas que expongo más adelante.
en supuestos metafísicos, admite que «el asunto del científico no es proponerlos, sino solo presuponerlos» (Collingwood: 1940, p. 33). La actividad científica se aplica a lo que quienes se dedican a la ciencia consideran científicamente problemático. Como en la moder nidad suele existir un acuerdo entre los científicos naturales sobre los problemas generales propios de su gremio, su atención explícita se ha centrado normalmente en cuestiones de tipo empírico. Esto es, por supuesto, lo que le permite a la «ciencia normal», en palabras de Kulin (1970), dedicarse a la resolución de rompecabezas y a so lucionar problemas específicos. Utilizando la ciencia normal como referencia para caracterizar la ciencia natural como tal, también Habermas ha señalado que el consenso es aquello que diferencia la actividad «científica» de la «no científica». Denominamos científica a una información si y solo si puede obtenerse un consenso espontáneo y permanente respecto a su validez... Iil verdadero logro de la ciencia moderna no consiste, fundamentalmente, en la produc ción de verdad, es decir, de proposiciones correctas y convincentes acerca de lo que llamamos realidad. La ciencia moderna se distingue de las cate gorías tradicionales de conocimiento por un método para llegar a un con senso espontáneo y permanente acerca de nuestros puntos de vista. (Habermas: 1972, p. 91).
Sólo si existe desacuerdo acerca de los supuestos de fondo de una ciencia se discutirán de forma explícita estas cuestiones no em píricas. Kuhn llama a esto crisis del paradigma, y afirma que es en tales crisis cuando se «recurre a la filosofía y al debate de funda mentos» (Kuhn: 1970). En la ciencia natural no hay clásicos porque la atención, normal mente, se centra en sus dimensiones empíricas. Las dimensiones no empíricas están enmascaradas, y parece que las hipótesis especulati vas pueden decidirse por referencia a datos sensibles relativamente accesibles o por referencia a teorías cuya especificidad evidencia de modo inmediato su relevancia con respecto a tales datos. Pero la existencia de clásicos implica que teorías anteriores disfrutan de una posición privilegiada. En tal caso se considera que tienen rango ex plicativo teorías anteriores, no solo las contemporáneas; además, es frecuente creer que los textos clásicos también pueden ofrecer datos relevantes. Lo que yo sostengo es que la ciencia natural no es menos apriorística que la ciencia social. Una postura no apriorística, pura _ mente empírica, no explica la «ausencia de clásicos» en la ciencia natural. La explicación hay que buscarla en la forma que adquiere la fusión de conocimiento apriorístico y contingente. Así, en vez de clásicos, la ciencia natural tiene lo que Kuhn llamaba modelos ejemplares. Con este término, Kuhn (1970, p. 182)
se refiere a ejemplos concretos de trabajo empírico exitoso: ejemplos de la capacidad para resolver problemas que define los campos paudigmáticos. Si bien los modelos ejemplares incorporan compromi sos metafísicos y no empíricos de varios tipos, son en sí mismos una pauta para la explicación específica del universo. Incluyen necesaria mente definiciones y conceptos, pero orientan hacia cuestiones de operacionalización y técnica a quienes los estudian. Sin embargo, a pesar de su especificidad, los mismos modelos ejemplares funcionan .ipriorísticamente. Se aprenden en los libros de textos y en los labo ratorios antes de que los neófitos sean capaces de examinar por sí mismos si son o no realmente verdaderos. En otras palabras, son interiorizados por razón de su posición de privilegio en el proceso de socialización más que en virtud de su validez científica. Los proi esos de aprendizaje son idénticos en la ciencia social; la diferencia estriba en que los científicos sociales interiorizan clásicos además de modelos ejemplares. l.a defensa post-positivista de los clásicos
La proporción entre modelos y clásicos es tan diferente en la ciencia social porque la aplicación de la ciencia a la sociedad engen dra un desacuerdo mucho mayor. A causa de la existencia de un desacuerdo persistente y extendido, los supuestos de fondo más ge nerales que quedan implícitos y relativamente invisibles en la ciencia natural entran activamente en juego en la ciencia social3. Las con diciones en que, de acuerdo con Kuhn, se produce la crisis de pa radigmas en las ciencias naturales son habituales en las ciencias so ciales. No estoy sugiriendo que no exista el conocimiento «objetivo» en las ciencias sociales, ni que no haya posibilidad de formular con 1 Mannheim expresa bien esta distinción: «nadie niega la posibilidad de la inves tigación empírica, ni nadie mantiene que los hechos no existan... nosotros también nos remitimos a los «hechos» para nuestra demostración, pero la cuestión de la na turaleza de los hechos es en sí misma un problema considerable. Estos siempre existen para la mente en un contexto intelectual y social. El hecho de que puedan ser enten didos y formulados implica ya la existencia de un aparato conceptual. Y si este apa rato conceptual es el mismo para todos los miembros de un grupo, las presuposicio nes (es decir, los posibles valores sociales e intelectuales) que subyacen i ios conceptos individuales nunca se hacen perceptibles. ... Sin embargo, una vez que se rompe la unanimidad, las categorías establecidas que se usaban para dar a la experiencia su Habilidad y coherencia sufren una inevitable desintegración. Surgen entonces modelos de pensamiento divergentes y en conflicto que (sin que lo sepa el sujeto pensante) ordenan los mismos hechos de la experiencia en sistemas de pensamiento diferentes y hacen que tales hechos sean percibidos a través de categorías lógicas diferentes» (Mannheim: 1936, pp. 102-3).
éxito predicciones o leyes de subsunción. Según creo, es posible obtener auténtico conocimiento acumulativo acerca del mundo des de el interior de puntos de vista diferentes y rivales, e incluso sos tener leyes de subsunción relativamente predictivas desde el interior de orientaciones generales que difieren en aspectos sustanciales. Lo que estoy sugiriendo, sin embargo, es que las condiciones de la cien cia social hacen altamente improbable el acuerdo consistente acerca de la naturaleza exacta del conocimiento, y, con mayor motivo, el acuerdo sobre leyes subsuntivas explicativas. En la ciencia social, por consiguiente, los debates sobre la verdad científica no se refieren únicamente al nivel empírico. Estos debates están presentes en toda la gama de compromisos no empíricos que mantienen puntos de vista rivales. Existen razones cognoscitivas y valorativas que explican las gran des diferencias en el grado de consenso. Aquí mencionaré únicamen te las más fundamentales. 1. En la medida en que los objetos de una ciencia se encuentran situados en un mundo físico externo a la mente humana, sus referentes empíricos pueden, en principio, ser verificados con mayor facilidad mediante la comunicación interpersonal. En la ciencia social, donde los objetos son estados mentales o condiciones en las que se incluyen estados mentales, la posi bilidad de confundir los estados mentales del observador cien tífico con los estados mentales de los sujetos observados es endémica. 2. Las dificultades para alcanzar un simple acuerdo respecto a los referentes empíricos también se deben a la naturaleza valorativa característica de la ciencia social. Existe una relación simbiótica entre descripción y valoración. Los descubrimien tos de la ciencia social a menudo conllevan implicaciones im portantes respecto al tipo de organización y reorganización deseables de la vida social. Por el contrario, en la ciencia na tural los «cambios en el contenido de la ciencia generalmente no implican cambios en las estructuras sociales» (Hagstrom: 1965, p. 285). Las implicaciones ideológicas de la ciencia social redundan en las mismas descripciones de los propios objetos de investigación. La misma caracterización de estados menta les o instituciones — por ejemplo, el que la sociedad sea lla mada «capitalista» o «industrial», el que haya habido «proletarización», «individualización» o «atomización»— refleja una estimación de las consecuencias que la explicación de un fe nómeno que aún no ha ocurrido tiene para los valores políti cos. Aunque Mannheim sobreestimara los supuestos valorad-
vos frente a los supuestos cognoscitivos, no cabe duda de que planteó este punto con acierto. Toda definición, escribió, «de pende necesariamente de la perspectiva de cada uno, es decir, contiene en sí misma todo el sistema de pensamiento que re presenta la posición del pensador en cuestión y, especialmen te, las valoraciones políticas que subyacen a su sistema de pensamiento». Su conclusión a este respecto parece exacta: «La misma forma en que un concepto es definido y el matiz con que se emplea ya prejuzgan hasta cierto punto el resulta do de la cadena de ideas construida sobre él» (Mannheim: 1936, pp. 196-7). 3. No hace falta decir que cuanto más difícil sea, por razones cognoscitivas y valorativas, obtener un consenso acerca de los meros referentes empíricos de la ciencia social, tanto más di fícil será alcanzar ese consenso respecto a las abstracciones que se basan en tales referentes empíricos y que constituyen la esencia de la teoría social. Hagstrom sugiere (1965, pp. 256-8) que las posibilidades de que exista consenso científico dependen en grado significativo del nivel de cuantificación que admitan los objetivos de la disciplina científica. En tanto que los referentes empíricos no estén claros y las abstracciones estén sometidas a debate continuo, los esfuerzos por matematizar la ciencia social solo podrán ser esfuerzos por encubrir o defender puntos de vista concretos. 4. Mientras que no se produzca un acuerdo ni sobre los referen tes empíricos ni sobre las leyes subsuntivas, todos los elemen tos no empíricos añadidos a la percepción empírica serán ob jeto de debate. Además, la ciencia social se encontrará inva riablemente dividida en tradiciones (Shils: 1970) y escuelas (Tiryakian: 1979) a causa de este desacuerdo endémico. Para la mayoría de los miembros de la comunidad de científicos sociales es evidente que tales fenómenos culturales e institu cionales «extra-científicos» no son meras manifestaciones de desacuerdo, sino las bases desde las que se promueven y sos tienen los desacuerdos científicos. La comprensión de este he cho, además, sensibiliza a los científicos sociales respecto a las dimensiones no empíricas de su campo. Por todas estas razones, el discurso —>yno la.jnera..exp]icación— se convierte en una -característica' esencial dé la cienria"social. Por discurso e&tiendo-formas -de-dcbate~que-,isó'n-más--especulativas y están más consistentemente generalizadas quelas discusiones cientí ficas ordinarias. Estas últimas se centran, más disciplinadamente, en evidencias empíricas específicas, en la lógica inductiva y deductiva,
en la explicación mediante leyes subsuntivas y en los métodos que permiten verificar o falsar estas leyes. El discurso, por el contrario, es argumentativo. Se centra en el proceso de razonamiento más que en los resultados de la experiencia inmediata, y se hace relevante cuando no existe una verdad manifiesta y evidente. El discurso trata de persuadir mediante argumentos y no mediante predicciones. La capacidad de persuasión del discurso se basa en cualidades tales corno su coherencia lógica, amplitud de visión, perspicacia interpretativa, relevancia valorativa, fuerza retórica, belleza y consistencia argumen tativa. Foucault (1973) define las praxis intelectuales, científicas y polí ticas como «discursos» a fin de negar su status meramente empírico, inductivo. De este modo, insiste en que las actividades prácticas se han constituido históricamente y están configuradas por ideas me tafísicas que pueden definir una época entera. La sociología también es un ámbito discursivo. Sin embargo, no se encuentra en ella la homogeneidad que Foucault atribuye a tales ámbitos; en la ciencia social hay discursos, no un único discurso. Estos discursos tampoco están estrechamente ligados a la legitimación del poder, como Fou cault defendía cada vez más claramente en sus últimas obras. Los discursos de la ciencia social tienen como objetivo la verdad, y siem pre están sujetos a estipulaciones racionales acerca de cómo debe llegarse a la verdad y en qué debe consistir esta. A quí recurro, a Habermas (p. ej. 1984), que entiende el discurso como parte del esfuerzo que hacen los interlocutores para lograr una comunicación no distorsionada. Aunque Habermas subestima las cualidades irra cionales de la comunicación, y no digamos de la acción, no cabe duda de que ofrece una forma de conceptualizar sus aspiraciones racionales. Sus intentos sistemáticos por identificar tipos de argu mentos y criterios para alcanzar una justificación mediante la per suasión muestran cómo pueden combinase los compromisos racio nales y el reconocimiento de argumentos supraempíricos. El ámbito discursivo de la ciencia social actual se encuentra en una difícil po sición: entre el discurso racionalizante de Habermas y el discurso arbitrario de Foucault. —éEste carácter central del discurso es la causa de que la teoría de las ciencias sociales sea tan polivalente, y tan desacertados los es fuerzos compulsivos (por ejemplo, Wallace 1971) por seguir la lógica de las ciencias naturales. Los partidarios del positivismo perciben la tensión entre esta concepción tan polivalente y su punto de vista empirista. Para resolverla tratan de privilegiar a la «teoría» frente a la «metateoria», sin duda para suprimir la teoría en favor de la «ex plicación» concebida de forma restringida. Así, lamentando que «una parte excesiva de la teoría social consiste en historia de las ideas y
en el culto generalizado a figuras como las de Marx, Weber [y] Durkheim», Turner defiende la idea de «trabajar en la teoría en tanto que actividad opuesta al... ofrecer un análisis metateórico más de los maestros teóricos anteriores» 4 (Turner: 1986, p. 974). Y Stinchcombe describe a Marx, Durkheim y Weber como «aquellos grandes analistas empíricos... que no trabajaron principalmente en lo que hoy denominamos teoría». Stinchcombe insiste en que estos «elaboraron explicaciones del crecimiento del capitalismo, o del conflicto de cla ses, o de la religión primitiva.» En vez de ocuparse de la teoría discursiva, cree que «emplearon una gran variedad de métodos teó ricos» (Stinchcombe: 1968, p. 3, el subrayado es nuestro). Estas distinciones, sin embargo, parecen tentativas «utópicas» de escapar de la ciencia social más que verdaderos intentos de enten derla. El discurso general es esencial y la teoría es inherentemente polivalente. En efecto, el carácter central del dicurso y las condicio nes que lo producen contribuyen a la subdeterminación por los he chos. Dado que no hay ninguna referencia clara e indiscutible para los elementos que constituyen la ciencia social, tampoco hay una traducibilidad definida entre los distintos niveles de generalidad. Las formulaciones de un nivel no se ramifican en vías claramente mar cadas para los otros niveles del trabajo científico. Por ejemplo, aun que en ocasiones pueden establecerse medidas empíricas exactas de dos correlaciones variables, raras veces es posible que tal correlación confirme o niegue una proposición referente a esta interrelación que se formule en términos más generales. La razón de este hecho es que la existencia de un desacuerdo empírico e ideológico permite que los científicos sociales operacionaliccn las proposiciones de varios mo dos distintos. Consideremos brevemente, por ejemplo, dos de los mejores in tentos recientes por construir una teoría más general partiendo de los hechos. Cuando Blau intenta contrastar su teoría estructural re cientemente desarrollada, comienza con una proposición que deno mina el «teorema del volumen»: la idea consiste en que una variable 4 Esta carac terización peyorativa de la metateoría com o culto a las grandes figuras recuerda a la acusación de «reverencia acrítica» de Merton (1967a, p. 30) discutida en la nota 1. El servilismo es, por supuesto, el reverso del escepticismo científico, y el fin último de estas acusaciones es negar el papel científico de las investigaciones sobre los clásicos. Por el contrario, parece obvio tjue lo que antes denominé «siste mática histórica» consiste en la reconstrucción crítica de las teorías clásicas. Irónica mente, los empiristas como Turner y Merton pueden legitimar en cierto modo sus acusaciones porque, de hecho, tales reconstrucciones muchas veces se hacen dentro de un marco que niega explícitamente cualquier pretensión crítica. En la sección siguiente trataré de examinar esta «actitud ingenua» de algunos de quienes toman parte en el debate sobre los clásicos.
estrictamente ecológica, el volumen del grupo, determina las relacio nes extragrupales (Blau, Blum y Schwartz: 1982, p. 46). Partiendo de un conjunto de datos que establecen no solo el volumen de un grupo sino también su proporción de endogamia, sostiene que una relación entre la tasa de endogamia y el volumen del grupo verifica el teorema del volumen. ¿Por qué? Porque los datos demuestran que «el volumen del grupo y la proporción de exogamia están inversa mente relacionadas» (p. 47). Sin embargo, la exogamia es un dato que, de hecho, no operacionaliza «relaciones extragrupales». Es un tipo de relación extragrupal entre muchos otros, y como el mismo Blau reconoce en cierto punto, es un tipo de relación en la que intervienen factores ajenos al volumen del grupo. En otras palabras, el concepto de relación extragrupal no tiene un referente definido. Por esta razón, la correlación entre el volumen del grupo y lo que se considera su indicador no puede verificar la proposición general acerca de la relación entre el volumen del grupo y las relaciones extragrupales. Los datos empíricos de Blau, por tanto, no están ar ticulados con su teoría a pesar de su intento por vertebrarlos de modo teóricamente decisivo. En el ambicioso estudio de Lieberson (1980) sobre los inmigran tes blancos y negros desde 1880 se plantean problemas similares. Lieberson comienza con la proposición, formulada informalmente, de que «la herencia de la esclavitud» es la causa de los diferentes niveles alcanzados por los inmigrantes negros y europeos. Lieberson da dos pasos para operacionalizar esta proposición. En primer lugar, no define esa herencia en función de factores culturales, sino en función de la «falta de oportunidades» para los antiguos esclavos. En segundo lugar, define las oportunidades en función de los datos que ha desarrollado acerca de las proporciones variables de educa ción y segregación residencial. Ambas operaciones, sin embargo, son sumamente discutibles. No solo es posible que otros científicos so ciales definan la «herencia de la esclavitud» en términos muy dife rentes, sino que también podemos concebir las oportunidades en función de factores distintos a la educación y residencia. Como tam poco aquí existe una relación necesaria entre las proporciones defi nidas por Lieberson y las diferencias de oportunidades, no puede haber certeza acerca de la proposición que relaciona el nivel alcan zado y la «herencia de la esclavitud». Si bien las correlaciones me didas son independientes y constituyen una contribución empírica importante, no pueden probar las teorías para las que se han ideado. Es mucho más fácil encontrar ejemplos del problema contrario, la sobredeterminación teórica de los «hechos» empíricos. Práctica mente en todo estudio amplio de corte teórico la selección de datos empíricos está sujeta a discusión. En La ética protestante y el espíritu
del capitalismo la identificación del espíritu del capitalismo con los
empresarios ingleses de los siglos X V I I y X V I I I ha sido m u y discutida (Weber: 1958). Si se considera que los capitalistas italianos de las primitivas ciudades estado modernas manifestaban el espíritu del ca pitalismo (p. ej. Trevor-Roper: 1965), la correlación entre capitalis tas y puritanos de Weber está basada en una muestra restringida y no puede justificar su teoría. Si esto es cierto, los datos empíricos de Weber fueron sobre-seleccionados por su referencia teórica a la ética protestante. En Social Change in the Industrial Revolution (1959), el célebre estudio de Smelser, puede encontrarse una distancia semejante entre la teoría general y el indicador empírico. La teoría de Smelser sos tiene que los cambios en la división de papeles en la familia, y no los transtornos industriales per se, fueron la causa de las actividades de protesta radical que los trabajadores ingleses desarrollaron duran te la segunda década del siglo XIX. En su exposición histórico-cronológica Smelser describe los cambios fundamentales de la estructura familiar como si hubieran ocurrido en la secuencia que sugiere. Su presentación de los datos de archivo propiamente dicha (Smelser: 1959, pp. 188-89) parece indicar, sin embargo, que estas perturba ciones de la familia no se desarrollaron hasta una o dos décadas después. La atención teórica que Smelser presta a la familia sobredetermina la presentación de su historia cronológica (y los datos de archivo, a su vez, subdeterminan su teoría)5. En el reciente intento de Skocpol (1979) por documentar su teo ría histórica y comparativa, una teoría muy distinta produce el mis mo tipo de sobredeterminación. Skocpol (p. 18) propone adoptar un «punto de vista impersonal y no subjetivo» para el estudio de las revoluciones, según el cual solo serían causalmente relevantes «las situaciones y relaciones entre grupos determinadas por las institu ciones». Skocpol indaga los datos empíricos de la revolución, y el único elemento apriorístico que admite es su adhesión al método comparativo (pp. 33-40). Sin embargo, cuando Skocpol reconoce que las tradiciones y derechos locales sí desempeñan un papel (por ejem plo, pp. 62, 138), y que deben explicarse (aunque brevemente) el liderazgo e ideología políticos (pp. 161-63), la sobredeterminación teórica de sus datos se hace evidente. Sus preocupaciones estructu 5
I.a escrupulosidad de Smelser com o investigador histórico queda demostrada por el hecho de que él mismo aportó datos que, por así decirlo, desbordaban su propia teoría (a este respecto, vid. Wallby: 1986). Esto no es lo que sucede normal mente, pues la sobredeterminación de los datos por la teoría suele tener como con secuencia que los científicos sociales, y muchas veces también sus críticos, sean in capaces de percibir los datos adversos.
rales la han llevado a ignorar todo el contexto intelectual y cultural de la revolución 6. La subdeterminación empírica y la sobredeterminación teórica van unidas. Desde las proposiciones más específicamente fácticas has ta las generalizaciones más abstractas la ciencia social es esencialmen te discutible. Toda conclusión está abierta al debate por referencia a consideraciones supraempíricas. Esta es la versión de la tematización específica de la ciencia social, tematización que, como Habermas (1984) ha mostrado, subyace a todo intento de discusión racional. Toda proposición de la ciencia social está sujeta a la exigencia de justificación por referencia a principios generales. En otras palabras, no es necesario —y la comunidad de científicos sociales se niega a hacerlo— que al formular una tesis opuesta a la de Blau me limite a demostrar empíricamente que los aspectos estructurales son solo unos pocos de los numerosos factores que determinan la exogamia; puedo, en lugar de esto, demostrar que al manejar este tipo de cau sación estructural Blau se basa en supuestos acerca de la acción que tienen un carácter excesivamente racionalista. De modo similar, al considerar la obra de Liebcrson puedo dejar a un lado la cuestión empírica de la relación entre la educación y las oportunidades obje tivas, y utilizar un argumento discursivo para indicar que, al cen trarse de modo exclusivo en la influencia de la esclavitud, Lieberson refleja consideraciones ideológicas y un compromiso previo con mo delos generados por la teoría del conflicto. De la misma manera, la obra de Smelser puede criticarse desde el punto de vista de su ade cuación lógica, pero también demostrando que su modelo funcionalista primitivo adolece de un énfasis excesivo en la socialización. Y podemos valorar negativamente el argumento de Skocpol sin ningu na referencia al material empírico por considerar muy poco plausible la limitación de las «teorías intencionales» que él defiende al modelo instrumental de racionalidad intencional que implica su teoría. Elaborar tales argumentos —y el hecho mismo de iniciar el tipo de discusión que acabo de comenzar— es entrar en el ámbito del discurso, no en el de la explicación. Como Seidman (1986) ha su brayado, el discurso no implica el abandono de las pretensiones de verdad. Después de todo, las pretensiones de verdad no tienen por qué limitarse al criterio de validez empírica contrastable (Habermas: 1984). Todo plano del discurso supraempírico incorpora criterios distintivos de verdad. Estos criterios van más allá de la adecuación empírica, y se refieren también a pretensiones relativas a la natura leza y consecuencias de las presuposiciones, a la estipulación y ade 6 Scwell (1985) ha demostrado convincentemente esta laguna en los datos de Sko c pol en lo que se refiere al caso de Francia.
cuación de los modelos, a las consecuencias de las ideologías, las metaimplicaciones de los modelos y las connotaciones de las defini ciones. En una palabra, en la medida en que se hagan explícitos son esfuerzos por racionalizar y sistematizar las complejidades del aná lisis social y de la vida social captadas intuitivamente. Los debates actuales entre las metodologías interpretativas y causales, las concep ciones de la acción utilitaristas y normativas, los modelos de socie dad basados en el equilibrio y los basados en el conflicto de las sociedades, las teorías radicales y conservadoras del cambio... repre sentan más que debates empíricos. Reflejan los esfuerzos de los so ciólogos por articular criterios para evaluar la «verdad» de diferentes dominios no empíricos. No es sorprendente que la respuesta de la disciplina a obras im portantes guarde tan poca semejanza con las respuestas definidas y delimitadas que proponen los partidarios de la «lógica de la ciencia». La obra States and Social Revolutions de Skocpol, por ejemplo, ha sido evaluada en todos y cada uno de los niveles del continuum sociológico. Los supuestos del libro, su ideología, modelo, método, definiciones, conceptos, e incluso sus hechos han sido sucesivamente clarificados, debatidos y elogiados. Se discuten los criterios de ver dad que Skocpol ha empleado para justificar sus posiciones en cada uno de estos niveles. Muy pocas de las respuestas de la disciplina a su obra han conllevado la contrastación controlada de sus hipótesis o un nuevo análisis de sus datos. Las decisiones acerca de la validez del método estructural empleado por Scokpol para abordar el estu dio de la revolución no se tomarán, ciertamente, en virtud de estas razones 7. 7
En esta sección he ilustrado la sobredeterminación de la ciencia social por ia teoría y su subdeterminación por los hechos discutiendo algunas obras importantes. También podrían ilustrarse examinando subeampos «empíricos» específicos. En la ciencia social, incluso los subeampos empíricos más estrictamente definidos están sujetos a un tremendo debate discursivo. La reciente discusión en un simposio na cional sobre el estado de la investigación de catástrofes (Simposium on Social Structure and Disaster: Conception and Mcasurement, College of William and Mary, Williamsburg, Virginia, mayo de 1986), por ejemplo, revela que en este campo tan concreto existe un vasto desacuerdo que afecta incluso al mero objeto de estudio. Los investigadores más destacados del campo discuten y debaten la pregunta «¿Que es una catástrofe?». Algunos defienden un criterio definido en función de hechos obje tivos y calculables, pero se muestran en desacuerdo acerca de si los costes deben ponerse en relación con la exten sión geográfica del suceso, el número- de personas afectadas o los costes financieros de la reconstrucción. Otros defienden criterios más subjetivos, pero difieren acerca de si lo decisivo es que exista un amplio consenso en la sociedad sobre si se ha producido o no un problema social o si lo decisivo es que así lo consideren las propias víctimas. Dada la amplitud de un conflicto que, como este, tiene como objeto el mero referente empírico del campo, no es de extrañar que existan enconados debates discursivos en toaos y cada uno de los niveles del conti-
Al empezar esta sección sugería que la proporción entre autores clásicos y contemporáneos es mucho mayor en la ciencia social que en la ciencia natural debido a que el desacuerdo endémico hace más explícitos los supuestos de fondo de la ciencia social. Esta caracte rística evidente ae los supuestos de fondo es la que, a su vez, hace del discurso una cualidad tan esencial del debate ae la ciencia social. Tenemos que explicar ahora por qué esta forma discursiva de argu mentación recurre tan a menudo a los «clásicos». La existencia de un desacuerdo no empírico generalizado no implica lógicamente que las obras anteriores adquieran una posición privilegiada. Las mismas condiciones que otorgan tal relevancia al discurso no tienen por qué conferir una posición central a los clásicos; esta centralidad se debe a dos razones: la una funcional, la otra intelectual o científica. El desacuerdo generalizado dentro de la teoría social provoca serios problemas de comprensión mutua. Sin embargo, la comuni cación es imposible sin una base de entendimiento mínima. Para que sea posible un desacuerdo coherente y consistente, y para que este desacuerdo no interrumpa la marcha de la ciencia, es necesario que exista cierta base para una relación cultural, que solo se da si los que articipan en un debate tienen una idea aproximada de qué es aqueo de lo que habla el otro. Es aquí donde intervienen en el debate los clásicos. La necesidad funcional de los clásicos se origina en la necesidad de integrar el campo del discurso teórico. Por integración no entiendo coopera ción y equilibrio, sino el mantener una delimitación, que es lo que permite la existencia de sistemas (Luhmann: 1984). Es esta exigencia funcional lo que explica que con frecuencia se fijen los límites entre disciplinas de un modo que, considerado desde una perspectiva in telectual, muchas veces parece arbitrario. Estas disciplinas de la cien cia social, y las escuelas y tradiciones que las constituyen, son las que poseen clásicos. El hecho de que las diversas partes reconozcan un clásico supone fijar un punto de referencia común a todas ellas. Un clásico reduce la complejidad (vid. Luhmann: 1979). Es un símbolo que condensa — «representa»— diversas tradiciones generales. Creo que la conden sación tiene al menos cuatro ventajas funcionales.
S
nuum científico. F.xisten desacuerdos fundamentales en la cuestión de si el análisis
debe centrarse en el nivel individual o en el nivel social, o en el problema de aspectos económicos o interpretativos; existen enfrentamientos ideológicos acerca de si la in vestigación de los desastres debe ser guiada por las responsabilidades con respecto a la comunidad o por intereses profesionales más restringidos; existen numerosos de bates sobre definiciones, referentes, por ejemplo, a qué es una «organización», y discusiones sobre el valor de cuestionar definiciones y taxonomías. Vid. ejn Drabek 1986 y su libro de próxima aparición un buen resumen de estas discusiones.
lin primer lugar, por supuesto, simplifica y por tanto facilita la discusión teórica. Simplifica al permitir que un número muy redu ndo de obras sustituyan —es decir, representen mediante un proce so de estereotipación o estandarización— la miríada de formulacio nes matizadas que se producen en el curso de la vida intelectual contingente. Cuando discutimos por referencia a los clásicos las cuesiiones centrales que afectan a la ciencia social estamos sacrificando la capacidad de abarcar esta especificidad matizada. A cambio con seguimos algo muy importante. Al hablar en los términos de los clásicos podemos albergar una relativa confianza en que nuestros interlocutores sabrán al menos de qué estamos hablando, incluso aunque no reconozcan en nuestra discusión su propia posición par ticular y única. A esto se debe el hecho de que si pretendemos hacer mi análisis crítico del capitalismo es más que probable que recurra mos a la obra de Marx. De forma parecida, si deseamos valorar los diversos análisis críticos del capitalismo existentes en la actualidad probablemente los tipificaremos comparándolos con la obra de Marx. Solo así estaremos más o menos seguros de que otros pueden seguir nuestros juicios ideológicos y cognoscitivos, y quizá consigamos per suadirles. La segunda ventaja funcional consiste en que los clásicos hacen posible sostener compromisos generales sin que sea necesario explicitar los criterios de adhesión a esos compromisos. Puesto que es muy difícil formular tales criterios, y virtualmente imposible obtener un acuerdo sobre ellos, es muy importante esta función de concretización. Es esto lo que nos permite discutir sobre Parsons, sobre la «funcionalidad» relativa de sus primeras y últimas obras, y sobre si su teoría (sea lo que sea en concreto) puede explicar de verdad el conflicto en el mundo real, sin que sea preciso definir el equilibrio y la naturaleza de los sistemas. O, en lugar de examinar explícita mente las ventajas de una concepción afectiva o normativa de la acción humana, se puede sostener que, de hecho, esta fue la pers pectiva que Durkheim adoptó en sus obras más importantes. La tercera ventaja funcional tiene un carácter irónico. Como se da por supuesta la existencia de un instrumento de comunicación «clásico», es posible no reconocer en absoluto la existencia de un discurso general. Así, como se reconoce sin discusión la importancia de los clásicos, al científico social le resulta posible comenzar un estudio empírico — en sociología industrial, por ejemplo— discutien do el tratamiento del trabajo en los primeros escritos de Marx. Si bien sería ilegítimo que dicho científico sugiriera que consideracio nes no empíricas sobre la naturaleza humana, y no digamos especu laciones utópicas sobre las posibilidades humanas, constituyen el punto de referencia de la sociología industrial, es precisamente eso
lo que reconoce de forma implícita al referirse a la obra de Marx. Finalmente, la concretización que proporcionan los clásicos les otor ga potencialidades tan privilegiadas que el tomarles como punto de referencia adquiere importancia por razones puramente estratégicas e instrumentales. Cualquier científico social ambicioso y cualquier escuela en ascenso tiene un interés inmediato en legitimarse vis-a-vis de los fundadores clásicos. Y aun en el caso de que no exista un interés genuino por los clásicos, estos tienen que ser criticados, re leídos o redescubiertos si se vuelven a poner en cuestión los criterios normativos de valoración de la disciplina. Estas son las razones funcionales o extrínsecas del status privile giado que la ciencia social otorga a un grupo reducido y selecto de obras anteriores. Pero en mi opinión existen también razones intrín secas, genuinamente intelectuales. Por razones intelectuales entiendo que a ciertas obras se les concede el rango de clásicas porque hacen úna contribución singular y permanente a la ciencia de la sociedad. Parto de la tesis de que cuanto más general es una discusión cientí fica menos acumulativa puede ser. ¿Por que? Porque si bien los compromisos generales están sujetos a criterios de verdad, es impo sible establecer estos criterios de forma inequívoca. Las valoraciones generales no se basan tanto en cualidades del mundo objetivo —so bre el que con frecuencia es posible alcanzar un acuerdo mínimo-— como en gustos y preferencias relativos de una comunidad cultural concreta. El discurso general, por tanto, descansa en cualidades pro pias de la sensibilidad personal que no son progresivas: cualidades estéticas, interpretativas, filosóficas. En este sentido las variaciones de la ciencia social no reflejan una acumulación lineal —una cuestión susceptible de ser calculada temporalmente— , sino la distribución de la capacidad humana, esencialmente aleatoria. La producción de «gran» ciencia social es un don que, como la capacidad de crear «gran» arte (cfr. Nisbet: 1976), varía transhistóricamente entre so ciedades diferentes y seres humanos diferentes 8. 8 La razón que suele aducirse para explicar la centralidad de los clásicos en las artes es, como es bien sabido, la idiosincrasia de la capacidad creativa. Sin embargo, en su escrito sobre la formación de obras literarias canónicas, Kerinode (1985) ha mostrado que esta concepción atribuye demasiada importancia a la información exacta sobre una obra y demasiado poca a la opinión no informada de un grupo y a los criterios valorativos «irracionales». Por ejemplo, la eminencia artística efe Botticelli se restableció en círculos de finales del siglo XIX por motivos que posteriormente se han mostrado sumamente espúreos. Sus defensores empleaban argumentos cuya vaguedad y confusión no podían haber justificado estéticamente su arte. En este sentido, Kermode sostiene que las obras «canónicas» lo son por razones funcionales. Según este autor, «es difícil que las instituciones culturales... puedan funcionar normalmente sin ellas» (1985: p. 78). Al mismo tiempo, Kermode insiste en que sí hay alguna dimen sión intrínseca que justifique esa canonización. Así, aunque admite que «todas las
Dillhcy escribió que la «vida humana como punto de partida y i nnioxto duradero proporciona el primer rasgo estructural básico de luí estudios humanísticos; pues estos se basan en la experiencia, i iimprcnsión y conocim iento de la vida» (1976, p.186). En otras palabras, la ciencia social no puede aprenderse mediante la mera Ululación de una forma de resolver problemas empíricos. Dado que lime por objeto la vida, la ciencia social depende de la capacidad ili l propio científico para entender la vida; depende de las capacidaili". idiosincrásicas para experimentar, comprender y conocer. En mi opinión, este conocimiento individual tiene al menos tres caracterísiii .is distintivas: I
l a interpretación de estados mentales
Toda generalización sobre la estructura o causas de un fenómeno Mii ial —una institución, un movimiento religioso o un suceso poll ino depende de alguna concepción de los motivos implicados. I'oro la exacta comprensión de los motivos requiere, sin embargo, unas capacidades de empatia, perspicacia e interpretación muy desai rolladas. A igualdad de los demás factores, las obras de científicos Mídales que manifiestan tales capacidades en grado sumo se convier ten en clásicos a los que tienen que referirse quienes disponen de i opacidades más mediocres para comprender las inclinaciones subletivas de la humanidad. El vigor de la «sociología de la religión» de las últimas obras de Durkheim se debe en gran medida a su notable rapacidad para intuir el significado cultural y la importancia psico lógica del comportamiento ritual entre los aborígenes australianos. I )e modo similar, no es la herencia interaccionista de Goffman o sus métodos empíricos los que han convertido su teoría en un paradigma para el microanálisis del compartimiento social, sino su extraordinalia sensibilidad respecto a los matices del comportamiento humano. I’ocos autores contemporáneos podrán alcanzar jamás el nivel de perspicacia de Goffman. Sus obras son clásicas porque es preciso recurrir a ellas para experimentar y comprender cuál es la verdadera naturaleza de la motivación interaccional. interpretaciones son erróneas», sostiene que «no obstante, algunas de ellas son buenas en relación con su fin último» (1985: p.91). ¿Por que? «Una interpretación suficien temente buena es la que estimula o posibilita determinadas formas necesarias de aten ción. Lo que importa... es que esas maneras de inducir dichas formas de atención deben seguir existiendo, incluso si en último término todas ellas dependen de la opinión». La noción de «suficientemente buena» será historiografiada en mi posterior discusión de los debates sociológicos sobre los clásicos.
2. La reconstrucción del mundo empírico Como el desacuerdo sobre cuestiones de fondo abre a la duda incluso los propios referentes empíricos objetivos de la ciencia so cial, no es posible reducir en ella la complejidad del mundo objetivo aplicando la matriz de controles disciplinarios consensúales. La ca pacidad de cada científico para la selección y la reconstrucción ad quiere una importancia acorde con este hecho. Una vez más encon tramos el mismo tipo de capacidad creativa e idiosincrásica para la representación normalmente asociada al arte. Como escribe Dawe re firiéndose a los clásicos, «mediante el poder creativo de su pensa miento.... manifiestan la continuidad histórica y humana que hace su experiencia representativa de la nuestra» (1978, p. 366). La capacidad de representación depende no sólo de la perspicacia sino también de ese algo evanescente llamado «capacidad intelec tual». De este modo, los contemporáneos pueden enumerar las cua lidades típicas-ideales de la vida urbana, pero pocos de ellos podrán comprender o representarse el anonimato y sus implicaciones con la riqueza o vivacidad del propio Simmel. ¿Ha conseguido algún marxista desde Marx escribir una historia político-económica que posea la sutileza, complejidad y aparente integración conceptual de El 18 Brumario de Luis Bonaparte ? ¿Ha sido algún científico social capaz de expresar la naturaleza de las «mercancías» tan bien como el mis mo Marx en el primer capítulo de El Capital ? ¿Cuántos análisis contemporáneos de la sociedad feudal se acercan a la compleja y sistemática descripción de interrelaciones económicas, religiosas y políticas que elabora Weber en los capítulos sobre patrimonialismo y feudalismo en Economía y sociedad ? Esto no quiere decir que en aspectos importantes nuestro conocimiento de estos fenómenos no haya superado el de Marx y Durkheim; pero sí que, en ciertos as jectos decisivos, no lo ha conseguido. En efecto, las ideas particuares que acabo de citar fueron tan inusuales que los contemporáneos de Marx y Weber no consiguieron entenderlas, y mucho menos va lorarlas o asimilarlas críticamente. Han sido necesarias generaciones para reaprender poco a poco la estructura de sus argumentos, con sus implicaciones pretendidas y no pretendidas. Exactamente lo mis mo puede decirse de las obras estéticas más importantes.
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3. La formulación de valoraciones morales e ideológicas Cuanto más general sea una proposición de la ciencia social tanto más tendrá que mover a reflexión sobre el significado de la vida social. Esta es su función ideológica .en el más'amplio sentido de la
l>il.ihra. Aun en el caso de que esta referencia ideológica fuera in.Ir'.cable —cosa que en mi opinión no es—, ni siquiera la praxis i n ulifica más escrupulosa podría librarse de sus efectos. Una ideoInflín eficaz, además (Geertz: 1964), no depende sólo de una sutil «fusibilidad social, sino también de una capacidad estética para con densar y articular la «realidad ideológica» mediante figuras retóricas i|nopiadas. Las proposiciones ideológicas, en otras palabras, tamliicn pueden alcanzar el rango «clásico». Las páginas finales de La i iii it protestante no reflejan el carácter de la modernidad racionalia 1a y carente de alma: lo crean. Para entender la modernidad rai ninaíizada no podemos limitarnos a observarla: tenemos que releer cMa obra temprana de Weber para volver a apreciarla y experimeniai la. De modo similar, puede que nunca se capte con mayor fuerza i|iie en El hombre unidimensional de Marcuse el carácter opresivo y sofocante de la modernidad. listas consideraciones funcionales e intelectuales otorgan a los clásicos —no solo al discurso general per se— una importancia cen ital para la praxis de la ciencia social. Estas consideraciones deter minan que a estas obras antiguas se les otorgue un status privilegiado V se las venere de tal modo que el significado que se les atribuye a menudo se considera equivalente al propio conocimiento científico contemporáneo. El discurso sobre una de estas obras privilegiadas se convierte en una forma legítima de debate científico racional; la investigación del «nuevo significado» de tales textos se convierte en una forma legítima de reorientar el trabajo científico. Lo que es tanto como decir que una vez que determinada obra adquiere el rango de clásica su interpretación se convierte en una clave del de bate científico. Y como los clásicos son esenciales para la ciencia social, la interpretación ha de considerarse una de las formas de debate teórico más importantes. Merton tenía razón al afirmar que los científicos sociales tienden a mezclar la historia y la sistemática en la teoría social. También estaba enteramente justificado al atribuir esta mezcla a los «esfuerzos por armonizar orientaciones científicas y humanistas» (Merton: 1967a, p. 29). Sin embargo, estaba equivocado al afirmar que es patológica esa mezcla o el solapamiento causante de dicha mezcla. I;.l propio Merton no fue lo suficientemente empírico en este aspec to. Desde el origen del estudio sistemático de la sociedad en la an tigua Grecia, la mezcla v el solapamiento han sido endémicas en la praxis de la ciencia social. El interpretar esta situación como anormal refleja prejuicios especulativos injustificados, no hechos empíricos. Él primero de estos prejuicios injustificados es que la ciencia social constituye una empresa joven e inmadura en comparación con la ciencia natural; al madurar, se irá asimilando progresivamente a 1
las ciencias naturales. Yo sostengo, por el contrario, que hay razones endémicas insoslayables para que exista una divergencia entre la cien cia natural y la ciencia social; además, la «madurez» de esta última, según creo, se ha alcanzado hace ya bastante tiempo. Un segundo prejuicio es que la ciencia social —una vez más, supuestamente idén tica a la ciencia natural— es una disciplina puramente empírica que puede desprenderse de su forma discursiva y general. Mantengo, pór el contrario, que nada indica que se vaya a alcanzar jamás esta con dición prístina. Sostengo que fa propia ciencia natural que se utiliza como paradigma de tales esperanzas está inevitablemente ligada a compromisos tan generales como los de la ciencia social, aunque tales compromisos queden disimulados en su caso. Merton lamenta que «casi todos los sociólogos se consideran cua lificados para enseñar y para escribir la ‘historia’ de la teoría socio lógica, pues al fin y al cabo están familiarizados con los escritos clásicos de épocas anteriores» (1967, p. 2). En mi opinión, este hecho es enteramente positivo. Si los sociólogos no se consideran cualifi cados en esc aspecto, no solo daría fin un tipo de historia de la sociología «vulgarizada», sino la misma práctica de la sociología 9. Ingenuidad fenomenológica: por qué deben deconstruirse los debates clásicos
En las secciones precedentes he argumentado teóricamente que no puede existir escisión entre historia y sistemática. En la sección que sigue pretendo mostrar empíricamente que no existe. Antes de hacerlo, sin embargo, tengo que reconocer que, después de todo, hay un lugar en el que esa escisión es muy real. Dicho lugar es la 9 Deb o admitir también que existen importantes ambigüedades en el ensayo de Merton, ambigüedades que hacen posible interpretar su tesis de maneras significati vamente distintas. (Lo que, según creo, podría decirse también de su trabajo sobre la teoría de rango medio: vid. Alcxander: 1982a, pp. 11-14). Por ejemplo, en la penúl tima página de su ensayo (1967a, p. 37) indica que los clásicos pueden tener la si guiente «función» sistemática: «los cambios en el conocimiento sociológico actual y en los problemas y los centros de interés de la sociología nos permiten encontrar nuevas ideas en una obra que ya habíamos leído». Reconoce, además, que estos cambios pueden originarse en «desarrollos recientes de nuestra propia vida intelec tual». Esto puede interpretarse como reconocimiento de la necesidad sistemática de ue la sociología actual haga referencia a los clásicos, es decir, como reconocimiento e ese tipo de «sistemática histórica» en contra del cual Merton escribió la parte principal de su ensayo. Quizá por tal razón Merton matiza inmediatamente esta afirmación con una nueva versión de su tesis empirista y acumulacionista. La causa de que «en muchas obras anteriores se manifiesten cosas ‘nuevas’» es que «cada nueva generación acumula su propio repertorio de conocimientos».
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mente de los propios científicos sociales. Dedicare la presente sec ción a esta paradoja. Aunque continuamente hacen de la obra de los clásicos el tema de su discurso, los científicos sociales — en conjunto— no reconocen que proceden así para elaborar argumentos científicos, ni tampoco que efectúen actos de interpretación como parte de ese discurso. Rara vez se aborda la cuestión de por qué están discutiendo los clásicos. En lugar de esto se da por supuesto que la discusión es el tipo más normal de actividad profesionalmente sancionada. Es in frecuente que se piense en la posibilidad de que esta actividad tenga carácter teórico o interpretativo. Por lo que concierne a los partici pantes en el debate, simplemente intentan ver a los clásicos como son «en realidad». Esta falta de conciencia de la propia actividad no es el reflejo de un ingenuidad teórica. Al contrario, caracteriza alguna de las discu siones interpretativas más elaboradas que ha producido la ciencia social. El ejemplo más célebre es la presentación que hace Parsons de su tesis de la convergencia en The Structure of Social Action (1937). Esta obra, un tour de forcé interpretativo, sostiene que todas las principales teorías científicas del período finisecular subrayaban el papel de los valores sociales en la integración de la sociedad. Parsons defiende esta lectura mediante una conceptualización creativa y nu merosas citas, pero es sorprendente que no reconozca en absoluto que se trata de una interpretación. Insiste en que ha llevado a cabo una investigación empírica que es «una cuestión de hecho como otra cualquiera» (Parsons: 1937, p. 697). En efecto, el nuevo análisis parsoniano de las obras de los clásicos es el resultado de cambios en el mundo objetivo más que la consecuencia de nuevas cuestiones plan teadas por el propio Parsons. Los clásicos descubrieron valores, y' este descubrimiento es el nuevo dato empírico para la obra científica de Parsons. Su análisis, por consiguiente, «se ha seguido [en gran parte] de sus nuevos descubrimientos empíricos» (Parsons: 1937, p. 721). La misma disyunción de intención teórica y praxis interpreta tiva puede observarse en las tesis contrarias a la posición de Parsons. En el prefacio a Capitalism and Modern Social Theory (1972), Gid dens sostiene que su tesis neomarxista responde a desarrollos empí ricos tales como «los resultados recientes de la investigación» y al descubrimiento de nuevos textos marxistas. Roth (1978, pp. XXXIIIXC) sostiene que su lectura antiparsoniana de Weber resulta del acceso a secciones de la obra de Weber Economía y sociedad que no se habían traducido hasta hace poco, y Mitzman (1970) afirma que su interpretación marcusiana de Weber procede del descubrimiento de nuevo material biográfico.
Por supuesto, a la luz de mi argumentación anterior está claro que tales «autointerpretaciones» empíricas sirven para encubrir el relativismo que implica la misma centralidad de los clásicos. Querría indicar, sin embargo, que el papel funcional de esta autointerpretación consiste precisamente en proporcionar ese encubrimiento. Si los que participan en debates clásicos supieran que sus investigaciones —sean «interpretativas» o «históricas»— son en realidad debates teó ricos con otro nombre, tales debates no conseguirían reducir la com plejidad. Se sentirían obligados a justificar sus posiciones mediante un discurso directo y sistemático. Lo mismo puede decirse, por su puesto, de las autointerpretaciones empiristas en general. Si quienes practican la ciencia fueran conscientes de hasta qué punto su trabajo está guiado por presuposiciones y por la necesidad de consolidar escuelas teóricas, sería más difícil dedicarse al trabajo teórico fruc tífero a largo plazo. En otras palabras, los científicos sociales tienen, por definición, ^ae adoptar respecto a sus clásicos lo que Husserl (p. ej., 1977) denominaba «actitud ingenua». Inmersos en fórmulas clásicas y dis ciplinados por lo que ellos consideran su herencia intelectual, los científicos sociales no pueden entender que son ellos mismos, a tra vés de sus intereses e intenciones teóricos, quienes convierten los textos en clásicos y otorgan a cada texto clásico su significado con temporáneo,. Al lamentar que el «concepto de historia de la teoría» qüeTmpfégna la ciencia social «no es, de hecho, ni historia ni siste mática, sino un híbrido escasamente elaborado», Merton, él mismo empirista, no ha sido — una vez más— lo suficientemente empírico. Este híbrido, que durante tanto tiempo le ha resultado esencial a la ciencia social, tiene por fuerza que estar escasamente elaborado. He afirmado que los científicos sociales necesitan clásicos porque estos expresan sus ambiciones sistemáticas mediante esas discusiones históricas. Es esta «intención» científica , en el estricto sentido fenomenológico, la que crea la realidad de los clásicos para la vida de la ciencia social. Husserl mostró que la objetividad de la vida social —su «realidad» vis-d-vis el actor— se basa en la capacidad del actor para suspender, hacer invisible su propia conciencia, su creación in tencional de la objetividad. De modo similar, en la discusión de los clásicos la intencionalidad de los científicos sociales se haya oculta, no solo a las personas ajenas a la ciencia, sino, normalmente, incluso a los mismos actores. Las intenciones que convierten a los clásicos en lo que son — intereses teóricos y praxis interpretativas— están fenomenológicamente aisladas. De aquí se sigue que investigar estos intereses teóricos y estas praxis interpretativas supone ejercer lo que Husserl llamaba «reducción fenomenoiógica». En vez de acceder a la praxis ordinaria y aislar la intención subjetiva, tenemos que adop-
i ii l,i práctica científica de aislar la «objetividad» de los mismos 1 in us. l isto supone una reducción porque trata de demostrar que, ■n i u.ilquicr momento dado, los «clásicos» pueden ser entendidos 1
......ni proyecciones de los intereses teóricos e interpretativos de los n imi's implicados. La escisión entre la historia y la sistemática no i mi,le porque pueden ser sometidas a esta reducción. I nlie otros autores que parten de Husserl, Derrida ha sugerido ■tur lodo texto es una construcción intencional, no el reflejo de una •11 n i minada realidad. La teoría del reflejo está fundada en la noción ■li presencia, en la idea de que un texto dado puede contener —pueili lui'cr presentes— en sí mismo los elementos esenciales de la realid id .1 la que se refiere, en la idea de que hay una realidad que es •II.i misma últimamente presente. Pero si se reconoce la intencionalid.ul, la ausencia determina la naturaleza de un texto dado tanto lo que esta historia ha podido ocultar o prohibir, constituyéndose i lia misma en historia a través de esta represión en la que está inteii".,ida» (Derrida: 1981, pp. 6-7, traducción no literal). Para demostrar el carácter central de los clásicos es necesario deconstruir las discusiones de la ciencia social sobre los clásicos. Solo si se entiende la sutil interacción entre ausencia y presencia podrá apreciarse la función teórica de los clásicos, aunque es más difícil apreciar la praxis interpretativa mediante la cual actúa este teorizar. I.a interpretación de los clásicos como argumento teórico: Talcott Parsons y su crítica del período de postguerra
Es posible entender la teoría sociológica del período que se ex tiende aproximadamente desde la Segunda Guerra Mundial hasta co mienzos de la década de los ochenta como una disciplina con una lorma relativamente coherente (Alexander: 1986). El inicio de este período estuvo marcado por la aparición de la teoría estructural-fun-
cionalista, y al menos hasta finales de los años sesenta este enfoque tuvo una relativa predominancia en el campo científico. Sin embar go, ya a finales de los años cincuenta y principios de los sesenta se desarrollaron importantes críticas a la teoría funcionalista. Hacia me diados de los setenta la importancia del funcionalismo había dismi nuido, y se habían convertido en tendencias dominantes las corrien tes que anteriormente lo criticaban. A comienzos de la década de los ochenta estas orientaciones establecidas empezaron a ser revisa das. En la actualidad es muy posible que esté surgiendo un campo teórico enteramente nuevo; puede sin duda afirmarse que se está viniendo abajo la antigua «forma coherente» de los últimos cuarenta años. Aunque no voy a tratar de demostrar aquí (vid., p. ej., Alexander 1987a [en preparación]) ese supuesto, todo lo que sigue se basa en la idea de que este movimiento teórico proporciona el marco con ceptual en el que se ha desarrollado la ciencia social empírica «nor mal». Lo que quiero indicar es que este movimiento teórico siste mático ha inspirado y ha sido a su vez inspirado por debates de gran alcance sobre la naturaleza y el significado de obras clásicas de la so ciología. F.s sabido que a lo largo del periodo de la Primera Guerra Mun dial la teoría europea desempeñó un papel dominante. En el periodo de entreguerras diversas razones motivaron que el centro de la so ciología comenzara a desplazarse desde Europa a los Estados Uni dos. Antes de la Segunda Guerra Mundial, la Escuela de Chicago y las teorías institucionalistas cuasi-marxistas eran' las tendencias más destacadas en los Estados Unidos. Estas teorías se centraban princi palmente en la interacción individual, en el conflicto de grupos y en el entorno ecológico-material, y los clásicos en que se inspiraban eran pragmáticos como Cooley y Mead, institucionalistas como Veblen y europeos como Simmel. El funcionalismo estructural surgió como reacción a estas tradiciones. Este no se basaba solo en Tos escritos de Parsons, sino también en las obras de un número elevado de investigadores con talento cuya obra ya había comenzado a ejer cer influencia en los años treinta. Sin embargo, en las páginas que siguen voy a centrarme en Parsons como líder de esta tradición. Naturalmente, es cierto que razones sociales, extracientíficas, Con tribuyeron a la buena recepción de la obra funcionalista. Sin embar go, en primer termino esta obra se valoró y acogió por lo que se consideraban motivos científicos. Como sostendría la perspectiva em pirista, entre estos motivos se contaba la visión teórica y el poder explicativo de la obra de Parsons. Pero no se limitaban únicamente a esto, pues Parsons no solo fundaba su aspiración a una posición científica dominante en su obra sistemática, sino también en la au
toridad de los textos clásicos. Parsons sostenía que los textos clásicos orientaban la actividad científica hacia el tipo de teoría sistemática que él había concebido. Cuando Parsons comenzó su carrera teórica en los años veinte, el mismo estaba vinculado a Ja mixtura de pragmatismo, evolucio nismo e institucionalismo que caracterizaba la tradición americana (Wearne: 1985). Sin embargo, en la obra que marcó el inicio del ascenso de la teoría funcionalista era notoria la ausencia de los clá sicos relacionados con esa tradición. En The Structure of Social Ac tion (1937), Parsons pretendía definir los resultados más importantes alcanzados por la anterior generación de teóricos de la sociología. Pero no sólo estaban ausentes de ella los pragmatistas e institucionalistas americanos, sino también Simmel y Marx; y hasta muchos años después seguirían ausentes de la teoría sociológica sistemática. Las «presencias» en la reconstrucción de Parsons eran Marshall, Pareto, Durkheim y Weber. Parsons sostenía que fueron ellos —y sobre todo Durkneim y Weber-— quienes formaron la tradición clá sica de la que debía partir toda sociología futura. Esta selección de obras anteriores no fue la única razón por la que la obra de Parsons del año 1937 adquirió tal importancia; tam bién se debió a su interpretación de los textos elegidos. Parsons sostenía, sin duda con cierta ambigüedad (Alexander: 1983), que estos sociólogos enfatizaron los valores culturales y la integración social. La agudeza de su intuición conceptual y la densidad de su argumentación textual le permitieron a Parsons defender esta inter pretación de forma extremadamente convincente. En otras palabras: el éxito de su tesis sobre los clásicos se debió a su praxis interpre tativa, y no — como el propio Parsons ha sugerido (vid. supra)— a la naturaleza empírica de su descubrimiento. Esta interpretación, a su vez, estaba inspirada por intereses teóricos. Solo retrospectiva mente ha comprendido la comunidad sociológica qué incompleta era la lectura de Parsons, y cómo su interpretación de esos autores clá sicos estaba concebida de forma tal que apoyara la tesis teórica sis temática que Parsons pretendió justificar posteriormente mediante estos textos. En su crucial discusión de la primera gran obra de Durkhcim, por ejemplo, Parsons interpretaba el capítulo quinto del libro pri mero de La división social del trabajo —la discusión, ahora célebre, sobre los elementos no contractuales del contrato— como un argu mento en favor del control normativo y cultural en la vida econó mica. Pero puede defenderse, por el contario, (Alexander: 1982b, pp. 124-40), que la intención de Durkheim en este capítulo era subrayar la necesidad de un estado relativamente autónomo y regulador. Ade más, Parsons ignoró por completo el libro segundo de La división
social del trabajo , en el que Durkheim presentaba un análisis ecoló
gico, incluso materialista, de las causas del cambio social. Parsons sugería así mismo que la última obra de Durkheim, Las formas ele mentales de la vida religiosa, representaba una desviación idealista del tratamiento pluridimensional de la solidaridad que había formu lado en su escrito precedente. Sin embargo, Parsons difícilmente es taba en condiciones de extraer esta conclusión, dado que en realidad pasó por alto partes importantes de su anterior escrito. Parece mu cho más probable que los últimos escritos de Durkheim fueran co herentes entre sí. En caso de que sea así, ese idealismo que a Parsons le parecía una desviación sería una característica de la obra más ma dura de Durkheim. La precipitada lectura parsoniana de Durkheim tuvo como consecuencia que su insistencia unilateral en la normatividad de los últimos veinte años de Durkheim quedara, en buena medida, a salvo de críticas. La interpretación parsoniana de Durkheim —no a pesar de su brillantez, sino a causa de esta— estaba, pues, inspirada en los inte reses teóricos que en el período posterior a la publicación de La estructura de la acción social sirvieron para establecer las líneas maes tras de la obra funcionalista; cosa que, con mayor motivo, cabe afirmar de su análisis de Weber. En primer lugar, Parsons ignoró la tensión irresuelta entre la teoría normativa e instrumental que im pregna incluso la misma sociología de la religión de Weber. Sin em bargo, es todavía más significativo que ni siquiera tuviera en cuenta la sociología política sustantiva que Weber desarrolló en Economía y sociedad: las discusiones históricas de la transición desde la eco nomía doméstica patriarcal a los sistemas feudales y patrimoniales, discusiones que giran casi exclusivamente en torno a consideraciones antinormativas. Parsons pudo defender una interpretación de Weber basada en la idea de que la sociología política de dicho autor estaba centrada en el problema de la legitimidad moral y política solo por que ignoró esta parte esencial de la obra weberiana. En los años que siguieron a la Segunda Guerra Mundial la se lección e interpretación parsoniana de los clásicos llegó a ser amplia mente aceptada. Su veneración hacia estos autores clásicos era per sonal y manifiesta, y contribuyó eficazmente a que sus contempo ráneos sintieran del mismo modo. En cada nuevo paso de su poste rior desarrollo teórico insitía en que la teoría funcionalista era una continuación lógica del camino que habían abierto estos antecesores. Y, en efecto, en cada nueva fase de su actividad teórica posterior Parsons «retornaba» a Weber y a Durkheim, y cada relectura le permitía comprender las promesas y los problemas de sus obras desde la perspectiva del nuevo paradigma funcional que estaba gestan do.
En su larga introducción a la traducción colectiva de la obra de Weber Theory of Social and Economic Organization, Parsons (1947) consideraba que Weber había subrayado con acierto el contexto valorativo de los mercados y el transfondo cultural de la autoridad, pero afirmaba que su teoría de la burocracia insistía excesivamente ni el papel de la jerarquía porque descuidaba la socialización y las normas profesionales. Es sabido que ambas cuestiones constituyeron i'l tema de The Social System (Parsons: 1951), que apareció cuatro años después. De modo similar, Parsons investigó el tratamiento de la integración social en Durkheim en el seno de su propio análisis de la diferenciación interna de los sistemas sociales (Parsons: 1967). Encontró que Durkheim se había ocupado de la diferenciación de objetivos, normas y valores mucho más de lo que él mismo había pensado en su interpretación de hacía treinta años. Y cuando Par sons emprendió el trabajo de conceptualizar una teoría evolutiva del cambio social, demostró en una extensa investigación de la teoría de la religión de Weber que este también tenía un enfoque evolutivo, cosa que Bellah (1959), uno de los discípulos más cualificados de Weber, se había encargado de demostrar respecto a Durkheim varios años antes. Finalmente, tenemos el caso de un teórico cuyo status clásico Parsons solo reconoció posteriormente, y cuya anterior ausencia, por tanto, trató de corregir con urgencia. En la teoría funcionalista madura de Parsons, que se presentó por primera vez en 1951 con la publicación de The Social System, la socialización desempeña un pa pel principal, y el fenómeno se abordaba desde un punto de vista psiconalítico. En su prefacio a ediciones posteriores de The Structure of Social Action , Parsons lamentaba no haber incluido a Freud en aquella selección de autores clásicos. Ciertamente, el no hacerlo se había convertido en los años cincuenta en algo peligrosamente anó malo. Dada la centralidad de los clásicos, el hecho de que Parsons omitiera una discusión autorizada de Freud dejó expuesto su fun cionalismo psicoanalítico a serias críticas. Los freudianos antifuncionalistas podían aducir que la teoría psicoanalítica no tenía nada que ver con la socialización; que, al contrario, ponía de relieve la desor ganización de la personalidad y su rebelión frente a la civilización. A partir de 1952 Parsons (1964a; 1964b; 1955) dedicó una serie de ensayos a demostrar que P’reud veía en la introyección objetiva la base del desarrollo de la personalidad; la introyección objetiva, por supuesto, no era más que la interiorización de los valores con otro nombre. Cuando a finales de los- años cincuenta surgió una corriente teó rica y empírica opuesta al funcionalismo, la interpretación parsonia na de los clásicos se convirtió en uno de sus temas principales. Tam
poco estas críticas constituían un intento consciente de deconstruc ción, es decir, no se trataba de un movimiento que desvelaba los intereses teóricos subyacentes a la argumentación clásica en cuanto tal. Más bien se trataba, sobre todo, de «poner en orden los hechos históricos». Además, se atribuían exclusivamente al propio Parsons los intereses teóricos y estrategias interpretativas, si es que llegaba a admitirse su existencia: por lo que se refiere a sus propias investi gaciones, los críticos de Parsons tenían, necesariamente, que conser var intacta su actitud ingenua. Da testimonio del poder de Parsons el hecho de que en las pri meras etapas de este proceso las ausencias más sorprendentes de su interpretación de los clásicos fueran las que menos atención atraje ron. Hinklc (1963; 198C) defendía la legitimidad de la teoría ameri cana anterior, tanto en su vertiente institucional como en su vertien te pragmática, sugiriendo que podía considerarse por derecho propio como un cuerpo de teoría elaborada. Sin embargo, es posible ver que, en realidad, su tesis defiende la construcción teórica de Parsons apuntalando su propia concepción de la historia, como indica el título del temprano artículo de Hinkle «Antecedents of the Action Orientation in American Sociology before 1935». En su tesis doc toral sobre la teoría de conflictos en la sociología americana anterior, Coser atacaba con mucha mayor agresividad la selección de Parsons, criticando la orientación de sus problemas y apoyándose en la teoría institucionalista. Sin embargo, solo se llegó a imprimir un breve resumen de la tesis de Coser (Coser: 1956, pp. 15-31). Levin comparaba a Simmel y Parsons en su tesis doctoral de 1957, sugiriendo que, como mínimo, existía cierto paralelismo entre Parsons y un importante autor anterior que había ignorado comple tamente. Sin embargo, tampoco esta tesis se publicó hasta pasados más de veinte años. Cuando finalmente salió a la luz — en una serie impresa en offset dedicada a la edición de libros agotados o de tesis doctorales no publicadas— Levine (1980) hizo más críticas y explí citas las implicaciones de su introducción de Simmel. En una nueva introducción recalcó la decisión de Parsons de eliminar del manus crito definitivo de The Structure o f Social Action el capítulo que había redactado sobre Simmel. Esto demostraba, en opinión de Le vine, que Parsons había efectuado su selección de los clásicos para apoyar su «sesgado» interés teórico apriorístico. Parsons excluyó a Simmel porque incluirlo hubiera supuesto extender una influencia antifuncionalista. Aunque no cabe duda de que esa crítica de la au sencia está justificada, no lo está la interpretación de Levine. Su tesis de que el mero hecho de incluir a Simmel hubiera significado pre sentar una visión antifuncionalista se basa en el supuesto empirista de que la obra de Simmel tiene un significado inequívoco.
Sin embargo, la más conspicua de las ausencias en la interpreta ción de Parsons, la figura de Karl Marx, no recibió una atención generalizada en esta primera fase. Más adelante sugeriré que Marx empezó a discutirse por primera vez solo a través del debate origi nado en el seno de la escuela parsoniana y bajo el aspecto de la «teoría del conflicto». Solo una vez que los funcionalistas habían sido sucedidos por sus críticos se elevó a Marx a la categoría de clásico de forma explícita. Cuando en 1968 Zeitlin desbarató la in terpretación de Parsons afirmando que los clásicos parsonianos eran conservadores cuya obra solo podía entenderse como reacción a Marx, su tesis todavía despertó una atención relativamente escasa 10. De hecho, se convirtieron en el centro del incipiente movimiento antifuncionalista ausencias más sutiles en la interpretación parsonia na de Durkheim, Weber y Freud. El interés teórico principal con sistía en la restauración de una teoría sociológica más orientada al estudio del poder, más centrada en la economía; existía un interés secundario por recuperar la importancia de la acción contingente frente a lo que se consideraba la insistencia parsoniana en el orden colectivo como tal. Así, a mediados de los años cincuenta Gouldner editó la primera traducción inglesa de Socialism and Saint-Simon, de Durkheim; una obra de su etapa media a la que Parsons nunca se había referido. Gouldner sostenía que esta obra demostraba la exis tencia de un Durkheim materialista y radical enteramente opuesto al de la doctrina funcionalista. El que la praxis interpretativa de Gould ner fuera grosera y mal fundamentada en comparación con la de Parsons explica,- sin duda, el éxito relativamente escaso del libro, pero lo que importa son los intereses teóricos que subyacen a la tesis de Gouldner. Giddens (1972) sostuvo la misma idea en un período mucho más turbulento y mediante una interpretación mucho más elaborada. Su tesis de que Durkheim, lejos de divergir de Marx a este respecto, coincidía con él en su interés prioritario por las cues tiones económicas e institucionales —llegando a afirmar que Durk heim jamás se ocupó del «problema del orden» parsoniano— de sempeñó un importante papel en el rechazo de la teoría funcionalista en aquel periodo posterior. De hecho, en el proceso de elaboración del enfoque neo-marxista del análisis estructural en el que se encon traba trabajando, Giddens rechazó tajantemente la concepción evo lucionista parsoniana de la obra de Durkheim; inviniendo el análisis de Parsons, degradó Las formas elementales de la vida religiosa y 10 ¿Nece sito subrayar que esto y hablando únicam ente de la discusión en la dis ciplina sociológica definida en sentido estricto? En Francia y en Alemania, por su puesto, Marx siempre ha sido el centro de un amplio debate intelectual. Piénsese en S.trtre y en la Escuela de Frankfurt.
afirmó que La división del trabajo social constituía la obra más im portante de Durkheim. Martindale (1960) y Bendix (1971) atacaron de forma distinta la interpretación voluntarista de Parsons. Como weberianos interesados principalmente en las cuestiones del poder, de los movimientos políticos y de la contingencia, insistieron en que el planteamiento de Durkheim era en realidad organicista y antiin dividualista. Como es sabido, Bendix se dedicó a demostrar que el «auténti co» Weber no tenía prácticamente nada en común con el retrato normativo que puede encontrarse en la obra de Parsons. Bendix sostenía que el Weber de Parsons se basaba en traducciones idealistas erróneas de términos clave, como la caracterización parsoniana de Herrschaft como «coordinación imperativa» y no como «domina ción», que es lo que correspondería a una traducción más literal del alemán. Bendix también afirmaba que la interpretación de Parsons suavizaba injustificadamente la sociología política de Weber y sus escritos sobre el control patrimonial. Para Bendix, esta forma de entender a Weber era simplemente la otra cara de su intento por construir una sociología histórica comparada (p. ej., Bendix: 1978). Guenther Roth, discípulo de Bendix, ha trabajado durante toda su vida en demostrar este Weber alternativo de forma más documenta da y detallada. El énfasis que pone Roth en la orientación de la obra de Weber hacia el estudio del conflicto de grupos en su larga intro ducción a Economía y sociedad demuestra que hay una clara ambi ción teórica detrás de su documentada reconstrucción de esta obra. Aproximadamente al mismo tiempo, un discípulo de Coser — Arthur Mitzman (1970)— sugería que, lejos de encontrarse orientada hacia los valores y la integración, había que considerar la obra de Weber como una lucha nietzschiana en contra de la dominación de los va lores racionales. Anteriormente Wrong (1961) había hecho una re visión mucho más explícita del Freud parsoniano. Este autor sostuvo que Parsons subestimaba excesivamente el énfasis en la represión de la concepción freudiana del super-ego y la capacidad autónoma de rebelión antisocial que Freud atribuyó al id. Pero el esfuerzo de base por acabar con la hegemonía de la teoría funcionalista no consistió solo en encontrar nuevas formas de inter pretar los clásicos y en proponer nuevos clásicos. También consistía en desarrollar nuevas escuelas teóricas capaces de ofrecer una alter nativa sistemática a lo que se consideraban los énfasis característicos del funcionalismo. De este modo surgieron la teoría de conflictos, la teoría del intercambio, el interaccionismo simbólico, la etnometodología, y una forma específicamente sociológica de la teoría social humanista o radical. Estas escuelas tenían que definir sus propios clásicos, y lo hicieron; no solo en oposición a las interpretaciones
ile Parsons, sino también en oposición al propio Parsons. Pues en el transcurso del período de postguerra que marcó la ascensión de Parsons, su propia obra se había convertido en un clásico contem poráneo: hasta tal punto se había envuelto en un carisma numinoso que las afirmaciones de Parsons llegaron a ser veneradas por sí mis mas, a ser aceptadas no por su solidez teórica, sino porque eran suyas y solo suyas. En consecuencia, la interpretación de la obra de Parsons pasó a ser una tarea secundaria (vid. Alexander: 1983), pues probar que Parsons dijo o no dijo algo se convirtió en lo mismo que formular una tesis teórica per se. Por consiguiente, las escuelas que se desarrollaron a remolque de las críticas antifuncionalistas tenían una doble tarea interpretativa. Por una parte tenían que encontrar nuevos clásicos; por otra, tenían que desembarazarse de ese contemporáneo recientemente elevado a la categoría de clásico. Podemos observar este doble aspecto en la fundación de toda escuela teórica nueva. Era preciso distinguir a Parsons de los clásicos más antiguos. Esta tarca se cumplió en dos pasos: en primer lugar, sosteniendo que los clásicos no eran lo que Parsons afirmaba que eran; en segundo lugar, sosteniendo que Parsons no era lo que se había pretendido que era. Esta doble interpre tación se manifiesta con toda claridad en una serie de ensayos muy discutidos en los que Pope (1973) y sus colegas (Cohén, Hazelrigg y Pope: 1975) propugnaban la «deparsonificación» de los clá sicos. Consideremos, por ejemplo, la aparición de la teoría del conflic to. Los-textos clave de este movimiento fueron la obra de Rex Key Problems in Sociological Theory (1961), la de Dahrendorf Class and Class Conflict in Industrial Sociology (1959), y la de Coser The Funclions of Social Conflict (1965). Para defender la idea de que la teoría sociológica sistemática debía centrarse en el conflicto, era preciso sostener que la teoría funcionalista se centraba en la estabilidad. Y en vez de limitarse a argumentar estas ideas en el nivel de la teoría sistemática o en el trabajo empírico, todos ellos lo hicieron interpre tando el «significado» de la obra de Parsons. Por un lado, los inte reses teóricos que aportaron a esta tarea pusieron de manifiesto im portantes debilidades de la obra de Parsons; por otro, tales intereses teóricos se limitaron a producir un nuevo campo scmiótico de au sencias que vino a reemplazar al de Parsons. Las lecturas de Parsons desde la teoría del conflicto ignoraron, ñor ejemplo, toda la serie de ensayos «funcionalistas» que este pu blicó entre 1938 y 1950, y — lo que quizá sea más significativo— el hecho de que su teoría abordó directamente el problema del cambio desde la publicación de The Social System en 1951. Esta destrucción de Parsons estaba simbólicamente vinculada a la interpretación de
Weber y Marx. Rex saludó a Marx como teórico del conflicto antisuperestructuralista; Dahrendorf presentó un Weber exclusivamente interesado en una teoría del poder coercitivo. La interpretación de los clásicos de Coser difería, porque afirmaba que los maestros teó ricos del conflicto y el cambio eran Simmel y Marx. Un año antes de la publicación del libro de Coser, Bendix, el crítico de Parsons desde el campo weberiano, había sentado las bases de esta tesis en el mundo angioparlante: en 1955 había publicado una traducción del trabajo de Simmel Conflict and the Web of Group Affiliations. El teórico sistemático más importante de la escuela del conflicto, Co llins (p. cj., 1968; 1975; 1986) ha continuado criticando la elevación de Parsons a la categoría de clásico y reestructurando la antigua tradición clásica de modo muy similar. La teoría del intercambio hizo su primera aparición con la~contribución de Homans (1958) al número del American Journ al o f Sociology que conmemoraba el nacimiento de Simmel. Después de que Homans elaborara los aspectos sistemáticos de esa teoría en Social Behavior (1961), defendió su legitimidad reinterpretando el clásico contemporáneo predominante en el discurso que pronunció como presidente de la Asociación Americana de Sociología tres años después. Este discurso, «Bringing Men Back In» (Homans: 1964), presentaba una lectura de Parsons como «acción antihumana», y de uno de los mejores discípulos de Parsons, Smelser, como secreta mente antiparsoniano. Esta lectura se convirtió en la justificación polémica más importante de la teoría individualista durante los años siguientes. Hasta pasados unos años no se llevó a cabo una fundamentación teórica más positiva de la teoría del intercambio (p. ej., Lindenberg: 1983) en favor de la centralidad de la economía política de Adam Smith. Al principio, la situación interpretativa de la etnometodología fue bastante diferente. Garfinkel (1963) intentó introducir en un primer momento la obra de Schütz entre los clásicos, al lado de la de Weber y la de Parsons, tanto porque los axiomas básicos de Garfinkel eran meras paráfrasis resumidas de obras fenomenológicas anteriores — cosa que durante muchos años él mismo fue el primero en admi tir— como porque su ambición teórica todavía no estaba lo suficien temente desarrollada en esa primera época. Sin embargo, cuando Garfinkel hizo explícita su intención de crear la escuela etnometodológica, su relación con los clásicos se hizo mucho más compleja. Ya no bastaba con hacer una lectura individualista de Schütz, lectura que encubría la simpatía de Schütz por el énfasis de Weber en los valores sociales. Las referencias a la obra de Schütz per se se hicieron escasas y espaciadas, pues ia etnometodología (Garfinkel: 1984) es taba en trance de presentarse como corriente surgida únicamente de
estudios empíricos. Al mismo tiempo, se invirtió la interpretación de Parsons por parte de Garfinkel. Garfinkel necesitaba atacar el status clásico de Parsons para sustentar una alternativa a la teoría parsoniana. De todos modos, se vio obligado a actuar así, pues sus distintos intereses teóricos le hicieron contemplar a Parsons de for ma diferente. Ahora Garfinkel insistía en que para Parsons los ac tores eran «idiotas culturales» que se conformaban a las normas irre flexiva y acríticamente. Por tanto, quienes valoraban los elementos creativos y rebeldes de la acción humana se verían forzados a ela borar trabajos fenomenológicos de corte «antiparsoniano». La apenas velada polémica de Blumer (1969) contra la teoría de Parsons, polémica que contribuyó recuperar a Mead como «patrón» del interaccionismo simbólico (cfr. Strauss: 1964), tuvo el mismo efecto. Casi al mismo tiempo, otros interaccionistas (Stone y Farberman: 1967) afirmaban que la obra tardía de Durkheim, lejos de cons tituir una legitimación del orden moral, en realidad constituía un acercamiento a los objetivos individualistas del pensamiento pragmá tico. La sociología radical ganó terreno de forma muy similar, parti cularmente en los Estados Unidos. Los libros esenciales de esta co rriente, ambos publicados en 1970, fueron A Sociology o f Sociology, de Friedrich, y The Corning Crisis o f Western Sociology, de Gouídner. Trabajando desde dentro del contexto liberal americano, ningu no de estos dos autores defendió directamente la centralidad del teórico clásico que Parsons había excluido, a saber, Marx. En lugar de esto, ambos discutieron la vigencia ideológica de Parsons. Si po día demostrarse que Parsons estaba de parte del Establishment po lítico, con ello quedarían legitimadas las posibilidades de una socio logía alternativa y radical. Así, mientras que teóricos anteriores (p. ej., Hacker: 1961) habían señalado la tensión entre las teorías su puestamente organicistas de Parsons y sus ideales liberales, reformis tas, Friedrich trató de interpretar a Parsons como ideólogo del es tado burocrático-tecnocrático, y Gouldner lo alineó con el capita lismo individualista pre-burocrático. La reinterpretación preparó el camino para diez años de trabajo sistemático empírico e historiográfico de izquierdas, gran parte del cual apareció en las páginas de la revista de Gouldner Theory and Society, que trataba de «renovar» la sociología partiendo de los clásicos de la teoría del conflicto, la etnometodología y la teoría crítica de Gouldner. Hasta finales de este período, Gouldner (1980) no realizó ningún intento ambicioso de situar a Marx entre los clásicos. Constituye un fenómeno reve lador de la íntima relación entre la historia y la sistemática el hecho de que en la época en que compuso esta última obra — una época en la que sus intereses teóricos e ideológicos habían tomado clara
mente un cariz antiestalinista— Gouldner había comenzado a inter pretar las implicaciones de la obra de Parsons con respecto a la jolítica contemporánea mostrando mayores simpatías por el liberaismo (Gouldner: 1979; 1980, pp. 355-73). Parece coherente con este proceso el hecho de que en la fase final de la demolición de la interpretación parsoniana de los clásicos se produzca un ataque historicista a los fundamentos fácticos de la obra publicada por Parsons en 1937. Se sostuvo que Parsons había dis torsionado los clásicos al seguir un método «presentista», es decir, se le acusaba de que sus interpretaciones de textos anteriores estaban «sesgadas» porque no dejaban a un lado los problemas teóricos con temporáneos en favor de una descripción verdaderamente histórica. Jones (1977) sostenía que Parsons ignoraba el ambiente intelectual de Durkheim, y sugería que la imagen que mostraba el conocimiento de ese ambiente no era la de un teórico interesado en cuestiones teóricas generales, sino en los detalles de la vida religiosa de los aborígenes. Camic (1979) y Levine (1980) apuntaron más directa mente al corazón teórico de La estructura de la acción social. Un examen del utilitarismo históricamente riguroso, afirmaban, revelaría que este no podía ser la teoría individualista e irracionalista que, como señalaba Parsons, atacaban con acierto las teorías valorativas de la sociología clásica. Dichos autores sostenían que el propio uti litarismo había sido una teoría de orientación moral, y que por tal razón toda la reinterpretación parsoniana de los «progresos» de la tradición sociológica clásica era fundamentalmente errónea. Su críti ca se desataba, típicamente, bajo la bandera de la objetividad histó rica, y presentaban sus conclusiones como simples exposiciones ca rentes de presuposiciones teóricas. Como ya había demostrado la influyente historia del pensamiento de Hirschman (1977, pp. 108-10), es perfectamente posible que un observador igual de «objetivo» lea incluso la obra de Adam Smith sobre los sentimientos morales como precursora del individualismo racionalista del pensamiento utilitaris ta. Igual que ocurría con los intentos más sistemáticos precedentes, estas tesis historicistas dependían de los intereses teóricos que subyacían a la interpretación, no de una lectura neutral de la misma literatura histórica. Hacia mediados de los años setenta las nuevas escuelas teóricas llegaron a controlar el discurso sociológico general con ayuda de su interpretación de los clásicos. Las reinterpretaciones de Parsons no eran ya hegemónicas. Los clásicos ausentes de la obra parsoniana reaparecieron, y los presentes se «re-presentaron» en aspectos signi ficativos. En 1972 Lukes publicó una biografía intelectual de Durk heim que fue acogida como la obra interpretativa más importante de los últimos tiempos. En su examen aparentemente minucioso de las
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disputas sobre la obra de Durkheim, Lukes omitió sin más la inter pretación de Parsons. Sólo ahora, cuando casi se había acabado por completo con la hegemonía de Parsons, apareció finalmente Marx como clásico por derecho propio. Para los teóricos europeos y para los jóvenes teólicos americanos, Marx parecía el único clásico al que tenía que recurrir la ciencia social. El juego de la ausencia y la presencia en las interpretaciones de Marx llegó a tener una importancia funda mental. Humanistas como Avineri (1969) y lukacksianos como Ollman (1971) se mostraron partidarios del joven Marx, pero acabó adquiriendo una amplia aceptación la interpretación de Althusser, mucho más sistemática y exigente (Althusser: 1969; Althusser y Balibar: 1970), en la que se defendía la centralidad de la obra posterior de Marx. Obras como los Grundrisse, el esbozo primitivo de El capital, fueron traducidas e inmediatamente debatidas —p. ej., com párese Nicolaus (1973) con M cClellan (1976) 11— a la luz de sus implicaciones para esta discusión interpretativa. La cuestión de si la preeminencia correspondía a la obra del primer Marx o a la del Marx maduro desempeñó un papel crucial para determinar el punto de referencia empírico — formación de las clases o superestructuras ideacionales, procesos económicos o alienación, clases trabajadoras nue vas o antiguas— de una amplia variedad de investigaciones. En Inglaterra, por ejemplo, surigió una importante corriente de trabajo empírico denominada «estudios culturales» (p. ej., Bennet et til.: 1981; Clark et al.: 1979; Hall et al.: 1980). Centrándose en el estudio de los símbolos y su relación con los conflictos de clase y los conflictos sociales, este movimiento se inspiró (vid. Cohén: 1980; 1Iall: 1981) casi exclusivamente en autores pertenecientes a la tradi ción marxista, desde la versión de Williams, característicamente bri tánica, hasta la más ortodoxa teoría althusseriana de los aparatos ideológicos del estado. Ni Durkheim, que en la interpretación de 11 En 1971 Ma cClellan, que defendía un Marx más feno me noló gico y sostenía (|iic existía una continuidad entre sus primeros y sus últimos escritos, publicó una traducción de aproximadamente cien de las más de ochocientas páginas efe los Grun drisse. En su introducción (1971, p. 12) manifiesta la relevancia teórica del texto prologado: «la continuidad entre los Manuscritos [es decir, los Manuscritos económi cos y filosóficos de 1844, característicos del «joven» Marx] y los Grundrisse es evi dente... un aspecto en particular subraya esta continuidad: los Grundrisse son tan hegelianos como los Manuscritos de París [de 1844].» Aunque la traducción de Ni colaus apareció dos años después, tenía la evidente virtud académica de ser una edi ción anotada y completa. No obstante, es manifiesto desde la primera de las sesenta páginas de su prefacio que este estudio es un instrumento para demostrar su oposición teórica a los escritos tempranos de Marx. En la primera página anuncia que el ma nuscrito que se presenta a continuación «muestra las claves... de la demolición de la filosofía hegeliana por parte de Marx» (Nicolaus: 1973, p. 1).
Parsons era el padre de la teoría simbólica, ni Weber, ni ciertamente el propio Parsons, tenían un status ejemplar en opinión de estos investigadores británicos. Puede encontrarse un contraste alecciona dor en el movimiento americano de análisis cultural, que había cris talizado anteriormente en torno al análisis de la religión civil de Bellah (p. ej., Bellah y Hammond: 1980). Como había sido derivado de Durkheim y Parsons, difería de la tradición británica en aspectos empíricos, ideológicos y teóricos fundamentales. Pocos contrastes ofrecen una prueba tan concluyente de la importancia determinante de las obras clásicas. No sólo se habían rechazado las interpretaciones de Parsons, sino que cada vez eran menos quienes le consideraban un clásico. En la microsociología, los debates sobre Homans, Blumer, Goffman y Garfinkel reemplazaron a los debates sobre Parsons; las discusio nes sobre el significado de la obra de estos autores eran las que ahora se consideraban equivalentes a la teoría sistemática. En la macrosociología, Parsons había sido tan abrumadoramente desplazado por una amalgama de la teoría del conflicto y de la teoría crítica que los nuevos métodos «estructurales» pndieron negar los fundamentos no empíricos y clásicos (p. ej., Lieberson: 1980; Skocpol: 1979; Trciman: 1977). Se alcanzó un hito en esta negación de su rango clásico con la publicación en 1976 de New Rules of Sociological Method, de Giddens, quien no solo manifestaba que las ideas de Parsons eran perjudiciales para una buena teoría, sino, además, que los clásicos de Parsons —Durkheim y Weber— eran los mayores obstáculos al futuro progreso teórico. Giddens (1979; 1981) comenzó a desarrollar un elenco de clásicos enteramente diferente, en el que tampoco in cluyó a Marx. En esta fase, sin embargo, parece que el esfuerzo por superar la interpretación de Parsons debería considerarse un movimiento pen dular más que una sucesión progresiva. Los primeros escritos que intentaron «detener la avalancha» desde la tradición parsoniana —Eisenstdat (1968) sobre Weber, Smelser (1973) sobre Marx, Bellah (1973) sobre Durkheim— fueron un fracaso. Sin embargo, intentos más recientes de mantener no solo la centralidad de los clásicos de Parsons, sino también su característico interés por ls dimensiones culturales de las teorías de estos autores clásicos han tenido un éxito mayor (Alexandcr: 1982b; Habermas: 1984; Schlüchter: 1981; Seidman: 1983a; Traugott: 1985; Whimpster y Lash: 1986; Wiley: 1987). La descripción de la teoría americana como una alternativa indivi dualista al colectivismo de los clásicos europeos también ha empe zado a ponerse en tela de juicio (cfr. en especial Lewis y Smith (1980), pero también Joas (1985)). Cierta corriente trata incluso de restablecer el status clásico del propio Parsons. En un notable cam
bio de posición, Habermas ha afirmado que «en la actualidad, no es posible tomar en serio ninguna teoría social que, como mínimo, no clarifique su relación con Parsons» (1981, p. 297). Mi propia obra (1983; 1985) sostiene puntos de vista muy parecidos, y sugiero que todavía es posible una tradición «neofuncionalista» basada en una reconstrucción de Parsons y en los fundamentos clásicos de este autor. Finalmente, se están explicando y criticando (Alexander: 1984; Sewell: 1985) las presuposiciones del «nuevo estructuralismo»; cier tos teóricos (por ejemplo, Alexander: [en preparación], 1987b; Thompson: 1985) han comenzado a mantener que las ideas de Durklieim sobre la estructura desempeñan todavía un papel significativo, tesis que también comparten importantes analistas empíricos de esta tradición (p. ej., Fenton: 1984; Hu nt: [en preparación], 1987; O ’Connor: 1980; Traugott: 1984). Este examen del debate sobre los clásicos en el periodo de post guerra ha sido necesariamente parcial. Si el espacio lo permitiera, se hubiera investigado, por ejemplo, la forma en que las discusiones sobre los clásicos ayudaron a estructurar los subeampos empíricos de la sociología n . Incluso dentro de los límites de mi discusión, tampoco he tenido la oportunidad de mostrar detalladamente cómo toda discusión participa de la actividad teórica sistemática, por no hablar del trabajo empírico. A pesar de estas limitaciones, sin em bargo, creo que el punto central de mi análisis ha quedado sustan cialmente documentado: en la discusión teórica «sistemática» más importante del periodo de postguerra, la discusión «histórica» sobre el significado de las obras clásicas desempeñó una función decisiva. Al establecer un nuevo elenco de autores clásicos para la discusión teórica de postguerra, la investigación parsoniana tenía motivaciones intelectuales y estratégicas. Adentrándose en los escritos de Durk heim, Pareto y Weber, Parsons obtuvo intuiciones genuinamente nuevas de la estructura y los procesos del mundo social. Al afirmar que estos autores fueron los únicos fundadores auténticos de la so ciología, además, pudo socavar las bases de teorías que él conside raba enteramente equivocadas. Su pretensión de haber «descubierto» los clásicos estaba motivada por intereses teóricos; al mismo tiempo, y dadas las necesarias condiciones generales, su praxis interpretativa era lo suficientemente sólida como para convencer a la comunidad Véase a este respecto la prometed ora obra de Tho mp son . En «Rereading the ('lassics: The Case o f D urk heim » (1985; cfr. Thompson: [en preparación] Thompson demuestra, cómo en el desarrollo de la sociología industrial las interpretaciones diver gentes de «La división social dei trabajo» de Durkheim han desempeñado un papel esencial en debates específicamente empíricos. Estoy en deuda con la discusión teórica de la centralidad de los clásicos de Thompson (1985), que en parte respondía a una versión anterior del presente ensayo. 12
de científicos sociales de que las posiciones de esos clásicos prefigu raban su propia posición. El nexo entre la sistemática histórica y contemporánea era tan fuerte que la hegemonía teórica de Parsons solo podía ponerse en cuestión si también se atacaba su versión de la historia clásica. La formulación de una versión alternativa se llevó a cabo tanto releyen do los clásicos de Parsons como creando nuevos clásicos. Las razo nes intelectuales son bastante claras: las teorías poderosas admiten un amplio margen interpretativo. Pero la aceptación de clásicos co munes también fue eficaz desde el punto de vista funcional, pues permitió que los teóricos post-parsonianos elaboraran sus tesis en términos más o menos ampliamente entendidos. Irónicamente, el que la obra de Parsons fuera elevada a la categoría de clásica hizo más fácil acabar con su teoría, pues creó un medio más o menos compartido a través del cual podían discutirse los méritos de las ideas funcionalistas. Además, como la teoría post-parsoniana se ha construido en parte sobre Parsons, los intentos recientes de superarla han vuelto no solo a los textos clásicos anteriores, sino también a la obra de Parsons; y esto se debe tanto a razones intelectuales como a razones estratégicas. Humanismo y clásicos: por qué es errónea la crítica historicista
Defender enérgicamente la centralidad de los clásicos supone mantener que existe una relación inextricable entre los intereses teó ricos contemporáneos y las investigaciones sobre el significado de los textos históricos. En la primera parte de este ensayo he defen dido esta posición en la esfera de la teoría soeiotégica. En la sección precedente he intentado justificar esa afirmación examinando cómo se desarrollan realmente las discusiones sociológicas sobre los clási cos. Concluyendo, intentaré justificar esta afirmación frente las crí ticas a la centralidad de los clásicos surgidas desde las propias dis ciplinas humanísticas. Este es el enfoque historicista de la historia intelectual relacionado con la obra de Quentin Skinner, al que se deben —a menudo en combinación con sedicentes historias kuhnianas de la ciencia— importantes incursiones en la discusión socioló gica (p. ej., Jones: 1979; Peel: 1971; Stocking: 1965). La particular importancia de esta crítica se debe al hecho de que la crítica al reduccionismo empirista contemporáneo de la ciencia social generalmente se ha originado en las humanidades. Por lo que se refiere a los clásicos, tal como el propio Merton formuló la di cotomía, han sido las disciplinas humanísticas quienes tradicional mente han defendido el carácter único y la importancia permanente
de las contribuciones de los clásicos. Las humanidades están más relacionadas con la interpretación que con la explicación; después de lodo, esta misma distinción se formalizó y planteó por vez. primera desde las humanidades. Además, es en las disciplinas humanísticas desde los estudios históricos decimonónicos sobre la religión hasta la teoría literaria contemporánea— donde se ha insistido en la me todología de la interpretación y de la investigación y reinvestigación del significado de los textos clásicos. Finalmente, la negación de la relevancia de la interpretación textual para las ciencias sociales no subyace solo a la condena empirista de los clásicos, sino que es uno de los supuestos comúnmente compartidos en las discusiones sobre estos. Mientras que la condena de Merton a la mezcla de historia y sistemática trata de liberar a la sistemática de su carga histórica, la teoría de Skinner critica esa mezcla con la finalidad de purificar la historia de la contaminación de la sistemática. Se trata de transfor mar la discusión de los textos anteriores en investigaciones libres de supuestos, puramente históricas, investigaciones que, irónicamente, tendrían una forma más explicativa que interpretativa. Aunque Skiner plantea el problema desde el ángulo opuesto, su tesis tendría idéntico efecto. Si la historia puede ser ateórica, la teoría puede ser ahistórica. Si los clásicos pueden estudiarse prescindiendo de la in terpretación, entonces no hay razón para mezclar la interpretación en la praxis de una ciencia social libre de clásicos. Skinner ofrece el tipo de historia intelectual que Merton necesitaba pero no pudo encontrar ’3. Me parece, sin embargo, que su teoría histórica adolece del mismo carácter abstracto y antiempírico que la de Merton: no puede dar cuenta del papel central del debate interpretativo en los estudios culturales actuales. Y esto se debe al mismo motivo: cae en un empirismo que niega que las presuposiciones tienen un papel central en el estudio de la vida social. Su teoría sostiene este punto ile vista en nombre de la defensa de la razón frente al relativismo. 11
13 Nó tese bien que tanto Skinner com o Me rton condenan po r igual la tradicional «historia de las ideas» . Ambos, y no es extraño, critican que dicha historia es exce sivamente «presentista». En la primera sección de este ensayo afirmaba que la pro puesta de Merton para un enfoque alternativo de la historia intelectual era prckuhniana. Una vez más, Skinner ofrecería precisamente la alternativa a la sistemática histórica que Merton no consiguió desarrollar adecuadamente. Lo que uno podría llamar su particular «historia cíe las ideas» — en contraste con la «historia de las ideas »— se ajusta perfectamente al estereotipo que tienen los científicos sociales empiristas de la investigación de los clásicos, a la que consideran un tipo de investigación puramente histórico y por lo mismo irrelevante para los intereses teóricos contem poráneos. Ya nos hemos referido a un ensayo de Turner en el que se critica la «metateoría»; en dicho ensayo, Turner contrasta la «actividad teórica» con «la inves tigación de la historia de las ideas» (1986, p. 974).
En mi opinión, sin embargo, la razón solo puede poner en su sitio los intereses apriorísticos reconociendo su existencia. •El historicismo detesta que se introduzcan de forma anacrónica problemas contemporáneos en la comprensión de los textos anterio res. Skinner lamenta que esta «prioridad de los paradigmas» solo puede producir «mitologías», pero no dar lugar al descubrimientode los propios textos (Skinner: 1969, pp. 6-7). Es claro que seme jante afirmación se basa en el supuesto implícito de que el círculo hermenéutico puede romperse. Lo que sostiene al historicismo es la creencia de que el mundo verdadero, en su prístina y original gloria, puede revelársele al investigador sólo con que este sepa dónde y cómo mirar. El historicismo proporciona este conocimiento median te su énfasis en el contexto y en la intención. Los dos supuestos más importantes del historicismo son la idea de que el contexto intelec tual y la intención del autor son inmediatamente accesibles a los estudios culturales. De estos se sigue un tercer supuesto, que, en tanto que implícito, bien podría ser el más importante de todos: la idea de que es posible leer y comprender sin especiales problemas textos motivados e históricamente situados. Recordemos que este era precisamente el supuesto latente del ataque de Merton a los clásicos en la ciencia social. Defender la «dificultad» de los textos clásicos y su «autonomía relativa» frente a la intención y el contexto supone, por consiguiente, defender la propia praxis de la interpretación. En último término, es preciso fundir historia y sistemática precisamente a causa de la importancia esencial de la interpretación. Criticaré se guidamente los supuestos en los que se basa el historicismo. 1.
Contexto singular versus contexto infinito
El historicismo afirma que las convenciones lingüísticas de un periodo dado revelan el universo intelectual de cualquier obra his tórica determinada. «Se sigue de esto», afirma Skinner, «que la me todología apropiada para la historia de las ideas debe ocuparse, en primer lugar, ele definir todo lo que haya podido comunicar convencionalmentc lo dicho en una ocasión determinada» (Skinner: 1969, p. 49; cfr. Jones: 1986, p. 14; Pcel: 1971, p. 264; Stocking: 1965, p. 8). No se manifiesta ninguna reserva con respecto a la posibilidad de recuperar esc contexto. Por ejemplo, Jones afirma sin ningún reparo que es posible lograr «una comprensión de todo el contexto sociohistórico del que han surgido las teorías sociológicas» (1977, p. 355). Creo, sin embargo, que debe cuestionarse esta capacidad de la historia para reflejar la sociedad. Si mantenemos el nominalismo de Skinner, tendría que registrarse y analizarse toda proposición signi-
I¡cativa de un periodo histórico, una tarea cuya imposibilidad es manifiesta. El contexto sociohistórico total es una quimera. Si adop tamos una posición más realista hemos de reconocer que las gene ralizaciones son necesariamente selectivas. La selección, por supues to, siempre implica una comparación con respecto a un estándar ..interior. En una observación anómala contenida en un escrito más reciente, Skinner parece reconocer que la necesidad de seleccionar refuta la posición contextualista que él mismo ha tratado de funda mentar: Antes de poder identificar el contexto que ayuda a esclarecer el significado de una obra dada ya hemos de haber alcanzado una interpretación que indique qué contextos es más útil investigar como ulteriores puntos de apo yo para la interpretación. La relación entre un texto y su contexto adecuado es, dicho en pocas palabras, un caso de círculo hermenéutico. (Skinnner: 1976, p. 227).
2.
Intención transparente versus intención opaca
El historicismo, sin embargo, no es una forma de determinismo social; trata de tomar en consideración la intención del autor. El contexto únicamente sitúa el texto; solo las propias intenciones del autor pueden revelar las convenciones que trata de apoyar y superar con él. Pero esta pretensión también se basa en una creencia empirista en la transparencia del universo social. Se considera que las intenciones son tan recuperables como los contextos. A Skinner no le preocupa el problema de descubrir la intención; simplemente hay que observar «lo que el propio autor trataba de decir» (1969, p. 22). El contraargumento de que «en realidad, es imposible recuperar los motivos e intenciones de un autor» es, insiste Skinner, «enteramente falso» (1972, p. 400). Para encontrar intenciones y motivos no hay más que recurrir a «hechos comunes pero [hasta ahora] sorprenden temente elusivos de la actividad de pensar» (Skinner: 1969, p. 30). Sin embargo, es esta naturaleza común del pensar lo que se ha sometido a un cuestionamiento radical a lo largo de la mayor parte del siglo XX. El psicoanálisis ha demostrado que ni siquiera los mis mos agentes conocen todo el alcance de sus propias intenciones; para qué hablar de terceras personas que no les conocen bien. La mente rechaza el malestar emocional elaborando mecanismos de defensa que limitan drásticamente la comprensión consciente del agente (Freud: 1950). Si bien las pretensiones pseudocientíficas del psicoa nálisis han sido criticadas con agudeza, su escepticismo hacia la autocomprensión racional ha marcado la opinión intelectual por lo que se refiere a la interpretación y al método literario. Por ejemplo, las ideas psicoanalíticas inspiraron en buena medida el ataque de la «nue
va crítica» a la interpretación contextual e intencionalista. Como el origen de las obras imaginativas más poderosas es profundamente ambiguo, sostiene Empson (1930), los textos están llenos de contra dicciones irresueltas y los lectores se ven obligados a inventar inter pretaciones sobre el significado y la intención del autor. Todo esto apunta inevitablemente hacia la autonomía del texto, pues pone de manifiesto que ni siquiera el propio autor lo controla de forma cons ciente. Mi obra acerca del carácter contradictorio de las grandes teo rías sociales (Alexander: 1982b, pp. 301-6, 330-43) sugiere que el «engaño inconsciente» es endémico en tales teorías; a la luz de esto, buscar el significado de una teoría a través de la intención consciente del autor es, seguramente, un intento del todo inútil. Inspirados no solo en el psicoanálisis, sino también en la teoría cultural, el estructuraJismo y la semiótica han manifestado el mismo punto de vista. Criticando el intencionalismo de Sartre, Lévi-Strauss insiste en que la lingüística estructural demuestra la existencia de una «entidad totalizante» que está «fuera (o por debajo) de la conciencia y de la voluntad», y que tales formaciones lingüísticas son arquetípicas para todo texto cultural (Lévi-Strauss: 1966, p. 252). Ricoeur sostiene un punto de vista similar. El discurso escrito solo es posible, dice, porque disponemos de recursos simbólicos que trascienden la especifidad situacional y la intención inmediata. Mal pueden conocer la intención inmediata de la composición del texto aquellos que se enfrentan a los textos escritos ya redactados: «La trayectoria de un texto escapa al horizonte finito que vivió su autor. Lo que el texto dice ahora importa más que lo que el autor quiso decir» (Ricoeur: 1971, p. 534). La filosofía hermenéutica defiende esta conclusión desde el punto de vista del propio método histórico. Gadamer afir ma que es irrelevante el hecho de que la intención del autor y el significado textual coincidan o no, dado que es imposible que el historiador pueda recuperar la intención. Haciendo virtud de la ne cesidad, expone una perspectiva dialógica según la cual los textos solo puedan revelarse mediante la interlocución en un contexto his tórico: «el verdadero significado de un texto cuando este le habla al intérprete no depende de la contingencia ni de quién fue su destina tario original. El significado del texto está parcialmente determinado por la situación histórica del intérprete y, por tanto, por la totalidad del curso objetivo de la historia» (Gadamer: 1975, p. 264). 3.
Textos explícitos versus textos multivalentes
La concentración exclusiva del historicismo en el contexto y en la intención está motivada por el supuesto de que es innecesario
estudiar el sentido de un texto en sí mismo, es decir, concentrarse en el texto qua texto. Subyace a este supuesto una teoría del signi ficado pragmática, anti-semiótica. Los historicistas afirman que el uso de un texto cualquiera en una ocasión dada determina y agota .su significado. La praxis, no el significado textual, deviene objeto de investigación; en palabras de Skinner, «el viso de la proposición re levante por un agente concreto en una ocasión concreta y con una intención concreta (su intención) para hacer una afirmación concre ta» (1969, p. 50). Invirtiendo el punto de vista de Ricoeur, Skinner insiste en que «sería ingenuo intentar trascender la especificidad [del texto] con respecto a su situación». Los textos son instrumentos para la acción intelectual; investigarlos supone averiguar «lo que pensaron los agentes históricos genuinos» (Skinner: 1969, p. 29). Pero si el contexto no es en modo alguno definido, y si es im posible concretar la intención, es preciso admitir que los textos tie nen una autonomía relativa. Deben ser estudiados como vehículos intelectuales por derecho propio. Esto no significa negar la intención del autor, pero sí afirmar que la intención solo puede descubrirse en el texto mismó^ Como observa Hirsch, «existe una diferencia entre el significado y la conciencia del significado» (1967, p. 22). Los ar gumentos en favor de la autonomía del texto derivan de estas creen cias sobre la naturaleza compleja y oculta de la intención del autor, pues las intenciones del autor inconsciente solo pueden desvelarse mediante un examen independiente del propio texto. Para Ricoeur (1971) los textos tienen un «superávit de significado». Freud (1913) insiste en la «sobredeterminación» del simbolismo onírico. Foucault (1970) sostiene que discursos ocultos estructuran los documentos escritos de la historia. Un texto dado adquiere este significado «ex tra» a causa de los principios organizativos inherentes a esa forma cultural particular. Ricoeur considera que ese superávit se debe al mito y a la metáfora. Freud piensa que la sobredeterminación se encuentra en recursos de la construcción onírica, tales como el des plazamiento y la condensación. Los discursos de Foucault se basan en las modalidades que establece la arqueología del conocimiento. Un texto es un sistema de símbolos que determina el significado de un autor en la misma medida en que el autor le dota de signifi cado. Por tanto, para estudiar los significados de un texto particular debemos estudiar las reglas particulares de ese sistema. El investiga dor debe conocer las reglas que gobiernan ese tipo peculiar de acti vidad imaginativa: cómo operan en los sueños el desplazamiento y la condensación, cómo la forma narrativa apoya la lógica estructural (Barthes: 1977). Estas reglas, que los teóricos de la literatura deno minan «reglas del género» (p. ej., Hirsch: 1967, pp. 74, 80), forman parte de la conciencia de los autores, pero rara vez son inventadas
por estos; los textos permiten la comunicación interpersonal porque son reglas socialmente constituidas y transmitidas. «4>La finalidad del debate crítico es explicitar estas reglas y mostrar cómo son estas presuposiciones y no otras las que producen el sig nificado de los textos. Si el razonamiento cultural está abocado a ser relativo, el intento de Skinner para defender la razón mediante su subterfurgio empirista está condenado al fracaso desde el principio M. Solo puede preservarse la razón explicitando los presupuestos y so metiéndolos a debate disciplinado. Los cánones valorativos se pro ponen, no se descubren; solo la persuasión puede llevar a los parti cipantes en el discurso a aceptar la validez de tales cánones._P acesia, razón, la interpretación y el debate teórico van unidos^ «Admitir la im pos ibilidaa de demostrar un sistema de axiomas» escribió „Raymond Áaron en cierta ocasión, «no es un fracaso de la inteligencia, sino uñ~recordatórió ~¿T
14 Precisamente el hecho de que el empirismo esté cond enado al fracaso explica la serie de declaraciones (a las que solo cabe calificar de retractaciones) con las que Skinner y sus partidarios responden al debate crítico sobre su obra. Skinner (1972), por ejemplo, ha tratado de separar motivo e intención, sosteniendo que si bien no es posible conocer el motivo, sí es posible conocer la intención. Esto manifestaba un reconocimiento implícito de la autonomía de los textos, pues ahora Skinner afirmaba que solo podía desvelarse la intención comprendiendo la verdadera naturaleza de la escritura. Pero también esta observación se ha matizado de modo ambiguo. Skinner (1972, p. 405) afirma que él «solo se ha preocupado de que... con independencia de qué sea lo que un escritor haga al escribir, lo que escribe ha de ser relevante para la interpretación»; no se trata de que la intención del escritor tenga que ser la base de la interpretación per se. Skinner limita su pretensión a la idea de que «entre las tareas del intérprete ha de encontrarse la recuperación de las intenciones del escritor al escribir lo que escribe», pero indica que también puede prcscindirse de la intención. Aunque «siempre será peligroso... para un crítico ignorar las manifestaciones explí citas del propio autor acerca de qué es lo que estaba haciendo en una obra dada», reconoce que «el propio escritor pudo haberse equivocado al reconocer sus intencio nes, o haberlas formulado de forma incompetente». La obra reciente de Jones, el más importante seguidor de Skinner en la sociología, también está marcada por equívocos y retractaciones decisivas. Por ejemplo, este autor afirma ahora (Jones: 1986, p. 17), que «la disponibilidad (o no disponibilidad) contcxtual de los términos descriptivos o clasificativos no es c i criterio que determina que nuestras afirmaciones sobre u h agente histórico sean anacrónicas o no». Y parece accptar el inevitable presentismo de la investigación textual: «La praxis de la propia ciencia social (incluida la historia) no solo se beneficia, sino que muchas veces requiere que apliquemos conceptos y categorías que les eran totalmente ajenos a los agentes cuyas creencias y conducta deseamos entender». Aunque Jones y Skinner siguen defendiendo la posición historicista, si estas concesiones se tomaran en cuenta se resentiría la validez de la posición historicista como tal. A este respecto estoy en deuda con la obra de Seidinan (1983b; [en preparaciónja; [en preparaciónjb); en general, mi deuda con este autor se extiende al esclarecimiento de muchos problemas considerados en este ensayo.
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El CONDUCTISMO Y DESPUES DEL CONDUCTISMO George C. Homans
I
Hubo un tiempo en el que el conductismo, tal como lo formulara por vez primera J. B. Watson y desarrollara con mayor rigor B. F. Skinner, fue tratado como el paria de la psicología y el resto de las ciencias sociales. Sigue siendo un paria en la medida en que Skinner lia continuado manifestando pretensiones exageradas sobre las posi bilidades que ofrece el conductismo para crear una cultura mejor (Skinner: 1971). Pero la verdad de una ciencia y su aplicabilidad son dos cosas distintas; como verdad aceptada, el conductismo ha dejado de ser un paria: por el contrario, ahora forma parte de la corriente central de la psicología y, por consiguiente, me referiré a él como «psicología'conductista». Por otra parte, toda la psicología conductista moderna deriva directamente de Skinner; pienso, en parti cular, en las importantes contribuciones de Albert Bandura (1969; 1973). La intuición fundamental del conductismo fue de tipo estratégi co: en lugar de tratar de analizar la conciencia y los estados menta les, los investigadores podrían hacer mayores progresos en psicolo gía atendiendo a las acciones de hombres y mujeres y a los estados observables de los individuos y su entorno que es posible relacionar legalmente con tales acciones; este principio no solo es aplicable a hombres y mujeres, pues las proposiciones de la psicología conduc110
tista se experimentaron primero con otros animales superiores. Los conductistas confiaban en que los neurólogos y otros especialistas llegarían a descubrir las propiedades del sistema nervioso central que ciaban validez a las proposiciones conductistas. A veces se establece una distinción entre la psicología conductista y la psicología cognitiva, que se ocupa del pensamiento y la percepción. No puede tra zarse entre ambas una línea de distinción tajante, puesto que acción y percepción son inseparables. En efecto, la percepción es una ac ción. Pero aquí me centraré en el extremo del espectro que se refiere a la conducta. El presente ensayo se ocupa de los aplicaciones de la psicología conductista a la sociología. Pero muchos sociólogos, incluyendo a aquellos que la rechazan sin más, aun no comprenden cuáles son los principios fundamentales de esta corriente. No dispongo aquí de espacio para escribir un tratado de psicología. Debo simplificar gro seramente, y remitir a quienes deseen profundizar a un buen trata do En primer lugar, he de hacer una distinción útil, aunque no ab soluta, entre conducta respóndeme (refleja) y lo que Skinner fue el primero en denominar conducta operante. La conducta respondente puede producirse automáticamente aplicando un estímulo al sujeto. Ejemplos de este tipo de conducta son el conocido reflejo rotular y la salivación de los perros de Pavlov al percibir la comida. El origen de esta conducta es genético, resultado de la selección natural, aun que, por supuesto, puede ser condicionada a un estímulo anteriormente neutro, como mostró Pavlov. Es obvio que la conducta res póndeme tiene la mayor importancia. Un esfuerzo atlético eficaz, por ejemplo, sería imposible sin ella. Pero para la sociología tiene menos interés que la conducta operante, si exceptuamos el caso mixlo de conducta emocional. lin la conducta operante un estímulo no produce inmediatamente un tipo específico de acción. Los animales superiores, hombre ini luido, se encuentran dominados por impulsos [drives] que les im pelen a obtener agua o alimentos de diversas clases (apetitos), im pulsos sexuales, impulsos que les empujan a huir de o a evitar ciri niiM,meias que puedan dañarles, y muchos otros tipos de impulsos: di hecho, no sabemos cuántos. La fuerza de los impulsos difiere de especies a otras, de un individuo a otro y, en un individuo, de i i i i .i situación a otra. Mientras que uno de sus impulsos no haya sido s.uíslei'ho, el animal mostrará en primer lugar un gran aumento de ni ,n lividad; lo que se manifestará en idas y venidas, en la explorai mu e investigación de su entorno. La propia actividad puede ser un 1 Mor ejemplo, Rachlin (1976) o Reynolds (1968).
impulso. Igual que las conductas de respuesta, los impulsos tienen un origen genético, y por lo general, aunque no siempre (pensemos en el tabaco), son producto de una selección que le ayuda al animal a vivir y a reproducirse. En condiciones naturales, y con algo de suerte, este aumento de la actividad le ayudará al animal a dar con alguna acción que será seguida de una reducción del impulso. Dicho en el lenguaje de Skinner, esta acción ha sido reforzada. Tal acción es lo que se llama acción operante. En condiciones no naturales, tales como una jaula de laboratorio, un animal hambriento pero sin adiestramiento pre vio, como una paloma, explorará su jaula y antes o después dará con el pico en el resorte que el psicólogo ha dispuesto de modo tal que deje caer una bolita de comida con el picotazo. En este punto debo formular la primera proposición de la psicología conductista, llama da por su descubridor científico, E. L. Thorndike, «ley del efecto». Intuitivamente, la humanidad la ha conocido durante toda su histo ria. Se enuncia así: si Ja acción de un animal (o de una persona) es seguida de un refuerzo, es probable que el sujeto repita esa acción u otra similar. El efecto del refuerzo, impulsar a la persona a repetir la acción, nos autoriza a afirmar que la acción ha sido reforzada. Como, en cierto sentido, la persona ha aprendido la acción, a me nudo se llama a la psicología conductista teoría del aprendizaje. De hecho, esto no solo se aplica al aprendizaje, pues el reforzamiento tiende a mantener una conducta largo tiempo después de que se haya aprendido. Nótese que es probable que la persona repita cualquier acción que vaya seguida del refuerzo, incluso si el nexo entre ambas es puramente fortuito, lo que deja un amplio margen a la conducta supersticiosa. Ciertos animales pueden aprender también por imita ción. Si uno de estos observa que otro emprende una acción me diante la que obtiene algo que él cree reforzante, es probable que este emprenda a su vez la acción. Naturalmente, no seguirá hacién dolo así si, en su caso, la acción no va seguida del refuerzo. Nótese que a todo esto subyace un supuesto fundamental de la psicología conductista: las acciones presentes producen un efecto de «retroalimentación» y afectan a las acciones futuras. La psicología conduc tista es una ciencia fundamentalmente histórica. Esta «retroalimentación» a menudo les produce a los observadores la impresión de que los animales y los seres humanos tienen propósitos. Y, sin duda, los tienen. Nada importa que empleemos esta palabra, toda vez que reconozcamos que «propósito» en este sentido es una cuestión de teleología sino de cibernética. La mayor parte de la investigación en este campo se ha llevado a cabo con refuerzos fungibles, como comida, pero no debemos olvidar cuántos refuerzos que no se consumen son, por así decirlo, 110
reforzantes por sí mismos. El sexo es un buen ejemplo. Los psicó logos también hablan de refuerzos negativos. Muchas acciones no van seguidas de refuerzos sino de castigos. En estos casos, cualquier acción que le permita al animal escapar o evitar el castigo se con vierte en un refuerzo. Por otra parte, suprimir un refuerzo es puni tivo, o, en la jerga de Skinner, aversivo. Introduciré a continuación lo que por conveniencia considero la segunda proposición general de la psicología conductista. Sí se repi ten circunstancias similares a las que acompañaron a la acción pre viamente reforzada, es probable que quien la llevó a cabo repita dicha acción. A estas circunstancias concurrentes generalmente se les denomina estímulos. Los factores que determinan la eficacia de un estímulo son diversos. Algunos pueden ser innatos, es decir, formar parte de la herencia genética de la persona. La eficacia de otros puede depender de la capacidad de la persona para reconocer los estímulos o la conexión entre el estímulo y el refuerzo: el estímulo influirá mejor a la persona cuanto menor sea el intervalo temporal entre este y el refuerzo. A menudo se le denomina al propio refuer zo «estímulo reforzante». Por último, los refuerzos pueden ser adquiridos, no nativos. Un estímulo que ha acompañado repetidamente a una acción reforzada puede convertirse él mismo en un refuerzo y tener el mismo tipo de efecto que el refuerzo orginal. De esta forma, un animal puede aprender a menudo una larga serie de acciones que le conduzcan a un refuerzo final. Parece que los seres humanos pueden retener ca denas de este tipo más largas que las de otros animales. Algunos científicos sociales parecen creer que la psicología con ductista terminó con Skinner; sin embargo, como todas las ciencias que marchan bien, ha estado progresando a rachas, y algunos de sus desarrollos le han ido dando una mayor relevancia para la compren sión de la conducta humana. Mencionaremos aquí uno de estos de sarrollos, bastante reciente. En la jaula experimental de Skinner las palomas solo podían accionar un único resorte, y el investigador variaba la frecuencia de los refuerzos que se seguían de accionarlo y los intervalos o proporciones aleatorias en que las palomas obtenían el refuerzo. Skinner observó entonces los efectos de estas variables en la proporción de respuesta (picotazos) de las palomas. No trató de controlar su conducta mientras no estaban picoteando: las palo mas podían pasearse por la jaula, arreglarse las plumas, etc. Richard Herrnstein, un discípulo de Skinner, introdujo una variante crucial. Puso en la jaula no uno, sino al menos dos resortes, que reforzaban según promedios diferentes, pero de forma aleatoria. Es decir, los resortes estaban programados para soltar un promedio diferente de bolitas de comida por unidad de tiempo. Hcrrstein descubrió que,
aunque necesitaron algún tiempo para alcanzar un equilibrio estable, las palomas se acostumbraban a dedicar a cada resorte un número de picotazos proporcional al refuerzo relativo que proporcionaba (Herrstein: 1971). En palabras de Hcrrstein: «Si [la paloma] recibe el 20% de sus refuerzos del disco (resorte) izquierdo, dará allí el 20% de los picotazos. Si recibe el 50%, también dará allí la mitad de los picotazos» (Brown y Hcrrstein: 1975, p. 80). Herrstein mos tró que la proporción se mantenía con más de dos resortes. Y, lo que es más importante para mis propósitos, también se ha demos trado que se cumple con seres humanos, quienes, naturalmente, em plean acciones distintas a los picotazos. Herrstein denomina a este fenómeno «ley de proporciones» [matching law], y ahora, en vez de hablar de la «ley del efecto», habla de la «ley del efecto relativo». Esta ley es de la mayor importancia para la comprensión de la con ducta humana, dado que muchas ciencias, de forma destacada la economía, se ocupan de elecciones entre acciones alternativas y sus refuerzos. Las elecciones no tienen por qué ser conscientes. La ley de proporciones tiene interés no solo por sí misma, sino también porque me permite introducir una nueva variable crucial. Hasta el momento me he ocupado del grado de éxito que alcanza un animal al obtener un refuerzo, midiendo el éxito por la frecuencia con que se refuerza una acción repetida. He mencionado también algunos de los diversos tipos de refuerzos, pero no los diferentes grados de reforzamiento que proporciona una unidad determinada. Doy a esta variable el nombre de valor. En los experimentos origi nales que condujeron al descubrimiento de la ley de proporciones, todas las condiciones se mantenían idénticas, a excepción de las di ferentes proporciones en que los dos resortes reforzaban la acción. Consideremos ahora un experimento con ratas que accionan una palanca para obtener comida. Ambas palancas refuerzan la acción en proporción diferente, pero en este caso a las ratas les resulta más fácil accionar una de las dos palancas, pues el experimentador ha hecho más pesada la otra. Las ratas presionan la palanca más ligera con mayor frecuencia de lo que la ley de proporciones hubiera pre visto en otras circunstancias. Sin embargo, puede encontrarse un factor correctivo que vuelva a dar validez a la ley de proporciones. Nótese que el presionar la palanca más pesada representa para las ratas un estímulo comparativamente aversivo, y que el evitar un factor aversivo es reforzante. En suma, el factor correctivo permite medir el valor que tiene evitar la aversión. El mismo descubrimiento es válido para dos palancas que ofrecen tipos de refuerzos diferentes, como dosis de agua o bolitas de comida. También aquí puede en contrarse un coeficiente que mantiene la validez de la ley de pro porciones (Brown y Herrstein: 1975, pp. 81-3).
Estos resultados significan que, prescindiendo de los estímulos, existen dos tipos de factores que determinan con qué frecuencia un animal efectuará una acción y no otra al elegir entre alternativas. El primero es la frecuencia relativa con que las alternativas son refor zadas. Esto, en el supuesto de que el refuerzo sea mayor que cero, es lo que llamaré principio del éxito. El segundo es el valor relativo de un refuerzo en comparación con otro. Las diferencias de valor dependen del estado del animal; por ejemplo, de que tenga más hambre o más sed. Considerando un período largo, los valores pue den tener un origen genético; también pueden ser aprendidos por un individuo mediante su experiencia personal, o le pueden ser en señados por otros miembros de su sociedad. En ocasiones, una acción va seguida tanto de un refuerzo como de un castigo, lo que me hace volver al ejemplo de las ratas que eligen entre la palanca más pesada y la menos pesada. Estos animales tienden a pulsar la palanca más pesada con menor frecuencia de lo que supondría la ley de proporciones. Pero, ¿por qué la pulsan? La pulsan porque, después de todo, obtienen comida de esa forma. Pero esto les causa fatiga, y la fatiga es aversiva. Al presionar la palanca más pesada renuncian al refuerzo de evitar la fatiga. Utilizando el argot económico, denominaré coste al refuerzo al que se ha renun ciado y diré que la probabilidad de que un animal (personas inclui das) emprenda una acción varía en proporción al refuerzo neto que obtenga: el refuerzo positivo menos el coste (refuerzo al que se ha renunciado). Obsérvese cuánto se parece lo que llevo dicho a lo que los teóricos del cálculo de decisiones humano han llamado principio de elección racional: al elegir entre acciones alternativas una persona tenderá a elegir aquella en la que pcrcibe que es mayor la probabi lidad de obtener un refuerzo determinado, multiplicado por el valor de la unidad de refuerzo. (Sin embargo, no estoy seguro de que ni en el caso de las ratas ni en el de los seres humanos la proposición conserve su validez en los valores extremos de las variables). La percepción de una persona depende de sus experiencias pasadas de las acciones y de las circunstancias concurrentes presentes y pasadas. Volveré más tarde sobre este principio de elección racional, pero creo que denominarlo «racional» no añade nada a su significado, en el supuesto de que nos ocupemos únicamente de cómo se comportan de hecho las personas. «Racional» es un termino normativo, usado para persuadir a la gente de que se comporte de cierta manera.
II Considero que los tres principios anteriormente denominados «principio del éxito», «principio del estímulo» y «principio del va lor» son las proposiciones principales de la psicología conductista. Existen numerosas matizaciones de las proposiciones principales y, sin duda, quedan otros principios por descubrir. En este momento introduciré únicamente dos principios secundarios; principios que un sociólogo deberá situar junto a los otros tres en su instrumental conceptual si quiere entender la conducta humana. Los denomino secundarios porque ambos ejercen su influencia más sobre el factor «valor» que sobre el factor «éxito» de la conducta. Ya me he referido implícitamente al primero. Lo denominaré principio de privación/saciedad. Si la acción de una persona es re forzada en una proporción mayor que cierta proporción umbral, decrecerá el valor reforzante de la acción, y por tanto, en virtud del principio del valor, es probable que decrezca la frecuencia con que ejecuta la acción, y que aumente la frecuencia con que ejecuta una acción alternativa. De este modo, no es probable que una persona alimentada hasta el hartazgo emprenda durante algún tiempo ningu na acción para obtener comida. Igualmente, si una persona ha reci bido un refuerzo inferior a cierta proporción umbral, es probable que aumente la frecuencia de la acción que le pueda procurar ese refuerzo. Obsérvese que los psicólogos que experimentan con ani males tratan de controlar esta variable y mantienen a los animales permanentemente motivados reforzando siempre la conducta en una proporción tal que no produzca saciedad. En efecto, los animales siempre están hambrientos — como se desprende de la medición de su peso— o privados de otros refuerzos. Puede que el principio de privación/saciedad no se cumpla en el caso de lo que se llama re fuerzos generales, es decir, refuerzos aprendidos que pueden a su vez emplearse para obtener una amplia variedad de refuerzos más específicos. El dinero es un buen ejemplo. Para la mayoría de no sotros es. difícil quedar saciados de dinero a no ser que primero nos hayamos saciado de todas las cosas que pueden comprarse con él. El segundo principio general suele llamarse principio de frustra ción-agresión. Describe una de las formas de conducta emocional; por razones que veremos posteriormente, no examinaré ahora con detalle este tipo de conducta, aunque tiene la mayor importancia con respecto a Ja conducta social humana. Si un animal, incluido el hom bre, recibe un castigo que no esperaba o no recibe un refuerzo es perado, puede desarrollar lo que en términos antropomórficos se denomina ira y mostrar una conducta agresiva, definida por Brown y Herrstein como «cualquier conducta que pueda causar daño o
dolor físico o psicológico» (Brown y Herrstein: 1975, p. 202). Aque llo que «espera» el animal está al menos parcialmente determinado por su experiencia pasada, pero también parcialmente determinado por su historia genética: así, la mayoría de las hembras están prepa radas para defender a sus crías. La agresión suele dirigirse hacia lo que haya causado la frustración, como al dar una patada a la puerta que no se abre cuando tendría que hacerlo; pero ante un pellizco casi cualquier persona o animal reaccionará con una conducta agre siva. Es peligroso atacar muchos de los objetos de agresión poten ciales porque pueden responder con una contraagresión que produz ca aún más daño. En tal caso, una persona puede, como suele de cirse, «desahogarse» con un objeto algo menos amenazante, es decir, «desplazar» su agresión. El valor de los resultados de la conducta agresiva puede medirse por el grado en que el agresor está dispuesto a sufrir algún daño a condición de poder perjudicar a su objetivo; el grado hasta el cual, para usar de nuevo una expresión coloquial, está dispuesto a «dar coces contra el aguijón». En mi opinión, la conducta emocional, como la agresión, participa de las características de la conducta de respuesta y de la conducta operante. Por una parte, puede ser automáticamente desencadenado por una situación de frustración; por otra, una persona puede aprender a usar una acción agresiva como cualquier otra acción operante que es seguida de un refuerzo. El refuerzo puede ser dinero, rango o cualquier otra cosa. Puede existir también una conducta exactamente opuesta a la agresión, producida cuando una persona obtiene un refuerzo que no esperaba o no recibe el castigo esperado. Estas cinco proposiciones, que no son, lo admito, más que apro ximadas, deben considerarse como sistema de ecuaciones simultá neas, cada una de las cuales modifica los efectos de las demás de acuerdo con las circunstancias. III
Otros desarrollos han modificado posteriormente la posición de Skinner en la psicología conductista. Con frecuencia, dichos desa rrollos han renovado el interés por las relaciones entre la cojiducta genéticamente determinada que ha evolucionado mediante la selec ción natural y la conducta adquirida, es decir, la conducta operante y su condicionamiento. Naturalmente, las características del sistema nervioso de los animales que posibilitan el condicionamiento ope rante de estos evolucionaron a través de la selección natural. Pero las cuestiones a estudiar son más específicas. Estudiando unos pocos impulsos característicos, con los que fue posible relacionar, utilizan-
ilo el condicionamiento, un gran número de conductas operantes específicas, Skinner dio inconscientemente la impresión de que esta lla defendiendo un punto de vista sobre la conducta que más tarde se lia denominado «conducta como tabula rasa». Según esta metá fora, el psiquismo de un animal es una pizarra en blanco ( tabula rasa) en la cual el condicionamiento puede grabar con casi idéntica facilidad cualquier tipo de conducta. Y, ciertamente, los animales pueden aprender algunas acciones sorprendentes que no ha ejecuta do anteriormente ningún otro miembro de su especie. Sin embargo, las cosas ahora no parecen tan simples como pretendía la perspectiva de la tabula rasa. La primera gran obra de Skinner, The Behavior of Organisms (1938) fue seguida mucho después por un artículo de los Breland humorísticamente titulado «The Misbehavior of Organisms» (1961). Los Breland, discípulos de Skinner, se convirtieron en adiestradores profesionales de animales, y descubrieron que el condicionamiento operante no siempre actuaba como Skinner afir maba que tenía que hacerlo. Por ejemplo, descubrieron que «cuando se reforzaba con comida la conducta de recoger monedas» de los mapaches, animales sumamente inteligentes, estos «parecían deter minados a lavar estas, cosa que, como no disponían de agua, carecía de sentido» (Herrstein: 1977, p. 599). De acuerdo con la hipótesis de la tabula rasa, los mapaches no hubieran perdido el tiempo la vando monedas antes de cambiarlas por comida. Pero obsérvese que los mapaches en libertad suelen lavar sus comidas predilectas, como los peces. Parece que el lavar la comida es un impulso específica mente genético, impulso que a su vez puede reforzarse, como tam bién puede reforzarse algún impulso similar. La investigación ha revelado algunos otros impulsos más específicos de lo que, según suponían los psicólogos, implicaba la posición de Skinner. Digo «su ponían» porque no he sido capaz de encontrar dónde formuló Skinner explícitamente una posición semejante. Estos descubrimientos no han socavado los principios generales del conductismo, pero han complicado la tarea de utilizarlos para explicar la conducta. Queda abierta la cuestión de si esa diversidad y especificidad de los impulsos que se ha puesto de manifiesto es también característica del hombre. Herrstein se pregunta, por ejemplo, si el concepto de «camaradería masculina» de Lionel Tiger (1969) puede constituir un ejemplo de tales impulsos. Tiger «atribuye el elemento genético a fuerzas evolutivas que favorecieron la asociación masculina para fi nes de agresión colectiva frente a los intrusos, la caza, y otros as pectos de la organización social que llegaron a depender principal mente de los machos de la especie» (Hcrrstein: 1977, p. 597). Estoy dispuesto a admitir esa posibilidad, pero no veo forma de demostrar la verdad de tal hipótesis. Unicamente puedo tener certeza de que
los seres humanos han de tener un impulso de tipo general — gené ticamente determinado pero cuya fuerza difiere de individuo a indi viduo— que les predispone a ser reforzados en condiciones ordina rias por su interacción con otros seres humanos. Si no existiera se mejante impulso, sería difícil entender cómo puede adquirirse o man tenerse la conducta «social». Sin duda, desde hace muchísimo tiempo el hombre ha sido un animal «social» que, en este sentido, es más similar a los lobos que a los chacales, entre los cánidos. Una vez más, en cierto conflicto con la hipótesis de la tabula rasa, se ha puesto de manifiesto que los animales, incluyendo a los humanos, pueden aprender muchos tipos de conducta pero no todos ellos con igual facilidad; y que las diferencias en la facilidad para el aprendizaje pueden tener un origen genético. Es posible que muchos de estos descubrimientos no sean tan recientes; es posible que los psicólogos fueran conscientes de ellos pero que los relegaran a un segundo plano en su interés por obtener otros descubrimientos. Su trabajo ha sido muy estimulado por el de biólogos como E. O. "Wilson, expuesto en obras como Sociobiology (1975) y On Human Nature (1978). Tiene especial importancia el énfasis de Wilson en la idea de que la antigua distinción entre naturaleza (genética) y edu cación (aprendizaje) como explicación de la conducta es una falsa dicotomía. Lo que importa es la forma en que interaccionan la na turaleza y la educación. Algunos sociólogos se han mostrado muy críticos hacia la sociobiología, igual que hacia el conductismo, por temor a que estas disciplinas quitaran a la sociología parte de su objeto de estudio. Si los sociólogos siguen rechazando los descubri mientos llevados a cabo en estos campos producirán el resultado que desean evitar. Los científicos de otras disciplinas se apropiarán de su material, y los sociólogos perderán mucho de lo que les ayudaría a entender la conducta humana. Están defendiendo una causa perdida.
IV He creído necesario exponer, aunque groseramente, los supues tos y principios de la psicología conductista. Sin embargo, muchos científicos sociales que emplean el conductismo no se dan cuenta de que lo hacen. Lo llaman utilitarismo o teoría de la elección racional. Ya he tratado de mostrar cómo la teoría de la elección racional —y creo que puede hacer lo mismo con la teoría utilitarista— usa de hecho las proposiciones de la psicología conductista. Tales científi cos sociales son como el monsieur Jourdain de Moliere, quien des
cubrió que llevaba cuarenta años hablando en prosa 2. Las teorías utilitaristas o de la elección racional pueden usarse para explicar buena parte de la conducta humana, pero dejan fuera mucho de lo que abarca el conductismo. De acuerdo con esa idea, me referiré a ellas como versiones «incompletas» del conductismo. A menudo dan por supuestos los valores (propósitos) de una persona, lo que no importa cuando los valores en cuestión se hayan muy extendidos. Pero cuando estos valores son, al menos, inusuales, no se preguntan cómo los ha adquirido esa persona, si genéticamente, mediante apren dizaje, o mediante una combinación de ambos factores. Los valores les caen del cielo a los seres humanos. Dichas teorías tampoco toman del todo en consideración la retroalimentación que los resul tados de las acciones de una persona ejercen sobre su conducta fu tura: no captan el decisivo carácter histórico de la conducta humana; histórica tanto si se trata de individuos como de grupos. Finalmente, ni la teoría utilitarista ni la teoría de la elección racional prestan mucha atención a la conducta emocional, como la agresión. Los intentos de explicar la acción humana no pueden permitirse ignorar tales cuestiones. Y, lo que en ciertos aspectos es peor, muchos científicos sociales consideran que el conductismo es «mero sentido común». Es cieno que una persona normal no expresa una gran sorpresa cuando oye que alguien cuya acción ha sido reforzada está dispuesta a repetirla en circunstancias similares. Ni tendría por qué estarlo, pues los seres humanos están familiarizados con su propia conducta, que se ha estudiado durante milenios; algo tendrán que saber sobre ella. Grosso modo , las características generales de su propia conducta son lo que mejor conocen, a diferencia de lo que ocurre con las caracterís ticas de las ciencias físicas, que conocen peor. O, más bien, sí están familiarizados con algunas de las aplicaciones comunes de las cien cias físicas, como la palanca, aunque no con sus principios generales. Sólo cuando se sobrepasa el mero sentido común, especialmente me diante métodos experimentales, se manifiestan las verdaderas com plejidades de la conducta. Además, lo que es «mero sentido común» puede ser verdadero c importante. La gravedad de dar por supuesto lo que es de sentido común se hace particularmente evidente cuando el científico social no formula sus propias proposiciones generales. En este caso, sus explicaciones se convierten en lo que los lógicos llaman entíntenlas: no se formulan las premisas mayores. En estas condiciones, no se reconocen las verdaderas similitudes de tipos de explicación aparentemente diferentes. 110
¿ Moliere, E l Hitrgeois gentilho mm e, acto II, escena 5.
V AI explicar la conducta individual o social, la psicología conduc tista o sus «versiones incompletas» suelen estar apoyadas y creo que deben estarlo, por otras dos doctrinas; una es la que en ocasiones se llama «individualismo metodológico» 3, y la otra es la denomina da teoría de la «ley de subsunción». Considerémoslas en este orden. Los principios de la psicología conductista se refieren a lo que tienen en común las conductas de los miembros individuales de una espe cie; en el caso del homo sapiens, son proposiciones relativas a la naturaleza humana. Esto no significa que la conducta de un indivi duo sea idéntica a la de cualquier otro. Debido a su herencia genética o a sus diversas experiencias pasadas — cuyos efectos pueden a me nudo explicarse psicológicamente— , las personas se conforman en distinto grado a los principios generales. En el lenguaje de las ma temáticas, diríamos que las ecuaciones siguen siendo las mismas, aun que hay ciertas diferencias en los parámetros. Además, y esto es lo más importante para mis propósitos actuales, los principios conductuales permanecen invariables, sean reforzadas o castigadas las accio nes de una persona por el entorno natural o por alguna o algunas personas. Naturalmente, aparecen nuevos fenómenos cuando una persona interactúa con otra en lugar de actuar aisladamente, pero no se requieren principios nuevos para dar cuenta de tales fenómenos, a excepción, es obvio, de la nueva condición introducida: que el comportamiento es social. Lo social no es «más que la suma» de sus partes individuales— si es que esta famosa expresión tiene algún sentido. Es cierto que la palabra «suma» es confundente. Como he tenido ocasión de experimentar, a muchos de mis colegas no hay principio que les moleste más que este. Pero antes o después tendrán que aprender a vivir con él. Dicho principio no implica que en otras ciencias no puedan darse auténticos fenómenos emergentes, sino que no existen en la ciencia social. La proposición no sólo es válida para la interacción entre dos personas, sino también en caso de grupos numerosos. Aunque sin duda no le liayan dado ese nombre, creo que la posición del «individualismo metodológico» es la que han sostenido durante siglos la mayor parte de quienes han pensado sobre esta cuestión. John Stuart Mili, en su A System o f Logic , ofrece una bue na formulación, clara y bastante temprana de esta perspectiva:
3 Vid. en especial Watkins: 1959.
Las leyes de los fenómenos sociales no son ni pueden ser otra cosa que las leyes de las acciones y pasiones de los seres humanos unidos en el estado social. Los hombres siguen siendo hombres en un estado de sociedad; sus acciones y pasiones obedecen a las leyes de la naturaleza humana individual. Cuando se reúnen, los hombres no se convierten en otro tipo de substancia con propiedades diferentes, igual que el oxígeno y el hidrógeno son dife rentes del agua... Los seres humanos en sociedad no tienen más propiedades que las derivadas de (y reductíbles a) las leyes de la naturaleza del hombre individual. En los fenómenos sociales la Composición de las Causas es la ley universal. (Mili, A System of Logic) Con «Composición de las Causas» Mili se refería al hecho de que los fenómenos sociales son el producto resultante — no la mera adición— , complejo y a menudo no deseado, de las acciones de muchos individuos, cuya conducta frecuentemente se debe a una confluencia de propósitos. Nótese que la formulación de Mili es simplemente programática, pues no intentó formular «las leyes de la naturaleza humana individual». Yo pienso que son las leyes de la psicología, pero en la época de Mili la psicología aun no se había convertido en una ciencia observacional y experimenta). El principal oponente del individualismo metodológico era, al menos en uno de sus aspectos, el gran sociólogo francés Emile Durkheim, quien sos tenía que los fenómenos sociales eran sui generis, irreductibles a la psicología (Durkheim: 1927, p. 12). Hubo un tiempo en el que su doctrina tuvo una validez casi universal en la sociología. Algunos sociólogos comienzan ahora a apartarse de ella, incluso sociólogos franceses, que tan a menudo conservan una fidelidad desmedida ha cia sus grandes hombres. Por ejemplo, Raymond Boudon escribe en su obra La Place du désordre: «un principio fundamental de las sociologías de la acción es que el cambio social debe ser analizado como el resultado de una combinación [ensemblej de acciones indi viduales» (Boudon: 1984, p. 12). Esta norma no se aplica sólo al cambio social. Si la conducta de los seres humanos, su historia y sus institucio nes pueden ser analizadas sin residuo en las acciones de los indivi duos, debería parecer obvio, como le parecía a Mili, que los princi pios que explican sus acciones han de referirse a la naturaleza hu mana individual, es decir, han de ser principios psicológicos. (Per mítaseme que admita ahora que, si bien el análisis podría en princi pio llevarse a cabo, rara vez ocurre así en la práctica, y cuando ocurre es solo de manera muy aproximada.) Pero existen sociólogos c incluso filósofos que aceptan el individualismo metodológico, aun que niegan que implique lo que ellos llaman psicologismo. Para Karl
Poppcr, por ejemplo, la psicología se limitaría a las consecuencias deseadas de las acciones humanas. Poppcr ofrece el siguiente ejem plo: «aunque algunos pretendan que el gusto por las montañas y la soledad puede ser explicado psicológicamente, el hecho de que si a demasiada gente le gustan las montañas no puedan disfrutar allí de la soledad no es un hecho psicológico; este tipo de problema toca el núcleo de la teoría social» (Popper: 1964, p. 158). No veo razón >or la que el disfrute o la falta de disfrute no sea un hecho psicoE ógico, pero estoy de acuerdo en que este tipo de problema toca el núcleo de la teoría social. Veamos cómo ha de explicarse el fenómeno. De acuerdo con los principios conductistas del éxito y del estí mulo, dos o más personas pueden emprender acciones cuyos resul tados esperan encontrar reforzantes. En este caso, tales personas en cuentran reforzante la soledad, y esperan encontrarla en las monta ñas: por consiguiente, van allí. Es obvio que Popper da por supuesto que ellos actúan así al mismo tiempo y sin conocer las acciones de los demás. Por tanto, todos ellos llegan juntos a las montañas; por definición, no pueden encontrar allí la soledad. Por tanto, todos ellos resultan castigados, no reforzados, y ninguno de ellos deseaba que fuera ese el resultado. Este ejemplo de las consecuencias no deseadas de la acción humana ha sido explicado por un argumento que usa principios psicológicos como premisas mayores. Así, la tesis popperiana de que la psicología está limitada a la explicación de las consecuencias deseadas de la acción es, sin más, errónea. W. G. Runciman propone un débil compromiso al afirmar que la sociología no es reductible a la psicología pero «depende» de ella (Runciman: 1983, p. 29). Por desgracia, no ofrece una clara distin ción entre dependencia y reductibilidad. Como ya he señalado, hay quien evita el problema hablando simplemente de utilitarismo o elec' ción racional en vez de usar la palabra «psicología». Pero de hecho no dejan de usar la psicología. VI El conductismo tal como se aplica en sociología está estrecha mente relacionado con una particular visión de la naturaleza de la «teoría». En la sociología no hay palabra que se emplee más que esta, en parte porque la teoría, comparada con el «mero registro de datos», proporciona un gran prestigio. Por consiguiente, es tanto más sorprendente que pocos sociólogos hayan dedicado algún tiem po a definir qué es una teoría. Es cierto que «teoría» no es más que una palabra, y un investigador puede definirla como desee con tal de que se mantenga fiel a la definición elegida. Pero pocos sociólo-
l'os llegan siquiera a eso. La mayoría parece usarla aproximadamente el sentido de «generalización» pero, como quiera que sea defini da, tiene que ser más que eso. La concepción de teoría adoptada aquí parece corresponder con la que es aceptada en las ciencias físiras clásicas, lo que no quiere decir que el contenido de una teoría, la medida en que difiera de la forma, sea el mismo en la ciencia física y en la nuestra. La concepción adoptada suele conocerse como teoría de la «ley de subsunción», aunque más bien debería enunciarse en plural, como «leyes de subsunción» 4. Una teoría acerca de un fenómeno es una explicación de este, pero «explicación» tampoco es más que una palabra. La explicación de un fenómeno consiste en un sistema de ductivo. Este sistema es un conjunto de proposiciones que constatan una relación entre dos o más variables. No se afirma que exista una relación sino, al menos en una primera aproximación, cuál es la naturaleza de la relación: por ejemplo, x es una función positiva de y. En ocasiones, ninguna de las variables puede tomar más de dds valores: presente o ausente. Por ejemplo, si x está presente también lo está y . Al menos una de las proposiciones es la proposición que lia de explicarse, el explicandu-m. Otras proposiciones pueden tener un carácter más general, y en la cumbre del sistema hay proposicio nes que por el momento, aunque este momento puede durar largo tiempo, son las más generales de todas; «más generales» significa simplemente que no pueden derivarse del conjunto. Estas son las proposiciones que le valen a esta concepción de ia teoría su nombre de «sistema de leyes de subsunción». Otras proposiciones formulan, como en el sistema euclídeo, las condiciones dadas (condiciones lí mite, parámetros) a las que han de aplicarse las proposiciones gene rales. A su vez, a menudo es posible explicar estas condiciones da das. Se dice que las proposiciones de rango más bajo, o explicanda, quedan explicadas cuando puede mostrarse que se siguen lógicamen te de las otras proposiciones del conjunto. Las proposiciones de las matemáticas, que proceden de teorías no contingentes, pueden uti lizarse para efectuar las deducciones, pero ninguna teoría científica puede componerse exclusivamente de proposiciones no contingen tes. Una proposición contingente es aquella para cuya aceptación son relevantes los datos, los hechos, las pruebas, etc. La mayor parte de las teorías no tienen un único explicandum sino muchos explicanda a deducir de las leyes de subsunción bajo diferentes condiciones dadas. Hablando llanamente, juzgamos que una teoría es poderosa cuando un gran número de proposiciones 011
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4 Vid. en especial Braithwaite: 1953; Hempel: 1965; Nagel: 1961.
empíricas puede explicarse a partir de unas pocas leyes subsuntivas, Quede claro que lo anterior es una descripción del aspecto que de bería tener una teoría una vez acabada; y ninguna teoría está nunca más que provisionalmente acabada. No se trata de una descripción de cómo se construye una teoría, cosa que puede hacerse por mu chos procedimientos distintos y en la que no voy a entrar ahora 5. Mis propios esfuerzos por explicar los descubrimientos que he hecho al leer e investigar acerca de la conducta en pequeños grupos me han llevado a la conclusión de que las leyes de subsunción más útiles son las de la psicología conductista. A diferencia de los gran des científicos, yo no he tenido que inventar mis propias leyes de subsunción: puedo tomarlas de las obras de los demás. Además, no creo que mi conclusión se limite a la sociología. Las leyes de sub sunción de todas las ciencias sociales son las de la psicología con ductista. Es fácil, por ejemplo, derivar de ellas las sedicentes leyes económicas de la oferta y la demanda. Mi tesis no implica en abso luto que la sociología vaya a diluirse en una ciencia social indiferenciada, aunque sin duda existirán solapamientos. Algunas ciencias so ciales aplicarán la psicología conductista a condiciones diferentes de las condiciones a las que la aplicarán otras. Por ejemplo, las condi ciones que se supone que existen en el mercado clásico — en el que ningún participante está obligado a tener relaciones regulares con ningún otro participante— son obviamente diferentes de las que exis ten en un grupo de trabajo industrial, donde, al menos durante cier to tiempo, lo normal será que exista una interacción regular entre sus miembros. Por consiguiente, los tipos de proposiciones empíri cas que puede explicar la microcconomía serán algo diferentes a los de la microsociología. Cuando puede mostrarse que las proposiciones de cierta ciencia se siguen en determinadas condiciones de las proposiciones de otra se dice que las primeras han sido reducidas a las de la segunda. Por tanto, el programa conductista en tanto que aplicado a la sociología se denomina frecuentemente reduccionismo psicológico, y con ese nombre provoca las iras de numerosos sociólogos. Una vez más, su preocupación es preservar su identidad. Sin embargo, otras ciencias han sido sometidas a reducción sin que parezcan haber sufrido per juicio alguno. Supongo que buena parte de la química puede hoy reducirse a la física, y sin embargo aquella es una ciencia vigorosa. A menudo son problemas de tipo práctico los que evitan que la reducción produzca una fusión de ciencias. Por ejemplo, la termo dinámica puede reducirse a la mecánica estadística, pero seguimos 5 No obstante, vid. Holton: 1973.
usando la termodinámica para diseñar motores térmicos. Y conti nuamos enviando cohetes a la Luna usando la mecánica de Newton, supuestamente superada. Los cálculos son más simples que los rcueridos en la teoría de la relatividad, y, en cualquier caso, dentro el inevitable margen de error el resultado es satisfactorio. El programa del conductismo aplicado a la sociología consiste, por tanto, en tres sistemas de ideas relacionados entre sí: los prin cipios de la propia psicología conductista, la doctrina del individua lismo metodológico y la concepción de ia teoría como sistema de leyes subsuntivas. Es un program a y — que no se asuste nadie— el programa nunca puede llevarse plenamente a término; habrá muchos fenómenos que nunca podrá explicar, pero tampoco los explicará ningún programa alternativo.
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VII Consideremos ahora las dificultades con que tropieza el progra ma, qué estrategias de investigación sugiere, cuáles son sus logros y qué ventajas ulteriores ofrecerá si se adopta más plenamente. Trataré primero una ambigüedad menor que elimina de la socio logía la adopción de la perspectiva presentada aquí, si bien admito que se trata de un mero cambio terminológico. Hubo una época en la que se afirmaba que la posición teórica dominante en la sociología era el funcionalismo. Aunque rara vez se dieran cuenta de ello los funcionalistas, siempre existieron dos tipos principales de funciona lismo, a los que denominaré funcionalismo social y funcionalismo individualista. El funcionalismo social trataba de explicar las insti tuciones sociales por las contribuciones que hacen a la supervivencia o al equilibrio del sistema social del cual forman parte. En otro lugar he diagnosticado la debilidad de esta teoría6; no volveré sobre esto aquí, y me limitaré al funcionalismo individualista. El funcionalismo individualista explicaba muchos tipos de conductas institucionales y otras clases de conductas por referencia a las funciones que desem peñaban para los individuos; a menudo para muchos individuos, pero siempre tomados como tales individuos. La explicación de la confianza que proporcionaba la magia es un ejemplo. La teoría im plicaba que lo que era funcional para alguien es lo que era «bueno» para él. Un examen más detenido mostraba que ciertas cosas que él creía que eran «buenas» para él no lo eran de hecho: por ejemplo, el tabaco y otras drogas. Si no eran funcionales en el sentido de que 6 Por ejemplo, vid. las referencias a «función» en el índice de Homans: 1984.
eran buenas, lo eran, sin duda, en el sentido de que eran reforzantes: la acción mediante la que se obtenían probablemente se repetiría. Brevemente, para el funcionalismo individualista la palabra «función» podía sustituirse por la palabra «refuerzo» sin pérdida alguna de significado. Con este cambio terminológico muchas de las explica ciones funcionalistas se convertirían inmediatamente en explicacio nes individualistas y psicológicas. Un ejemplo es el célebre «para digma funcional» de Robert Merton, que mostraba, entre otras co sas, cómo a finales del siglo XIX y principios del XX el sistema que unía a los inmigrantes urbanos y a los jefes de distrito electoral [ivard-bosses], a los políticos y a los hombres de negocios que tra taban de obtener favores deJ gobierno se mantuvo porque todas las partes implicadas obtenían refuerzos de sus conductas. La explica ción no es especialmente «funcionalista», sino claramente conductista (Merton: 1968, pp. 104-36). En mi opinión, la mejor forma, por el momento, de aplicar la psicología conductista a la sociología es la de explicar características de la estructura social que aparecen repetidamente en grupos peque ños de todo el mundo, características que pueden observarse direc tamente cuando se hacen estudios de campo de nuevos grupos: nor mas, cohesión, competición, status, poder, liderazgo, justicia distri butiva y el desarrollo de canales de comunicación regulares. El mero número de tales grupos le obliga al investigador a centrar su atención en características comunes que, por tanto, son las que más urge explicar. Creo que en mi libro Social Behavior: Its Elementary Forms (1961) he mostrado, al menos grosso modo, cómo podemos explicar estas características según los principios conductistas. Los diversos grupos poseen en grado diferente tales características, pero todos, incluso los mayores, las poseen. Por lo general, los descubrimientos que tratamos de explicar solo son estadísticamente verdaderos, de bido a qüe no conocemos lo suficiente las características de los miem bros individuales. Podemos explicar, por ejemplo, por qué han de surgir líderes, pero no sabemos por qué han de serlo determinados individuos. Cuando sí lo sabemos tomamos en consideración estos datos, por supuesto. Yo suscribo esta estrategia no porque haya calculado en abstracto que sea buena, sino porque tengo mucha ex periencia, directa e indirecta, con grupos pequeños. Como sociólo;os haríamos bien en limitarnos al estudio de estas características de os grupos pequeños antes de ocuparnos de las características únicas de las grandes sociedades. Tal es mi esperanza, pero no creo en absoluto que vaya a cumplirse, pues los científicos continuarán ocu pándose de lo que les interesa, incluso en detrimento de una buena estrategia. Y no estoy seguro de que no hagan bien, pues lo que pierden en estrategia lo ganan en motivación.
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En el nivel de lo que llamo conducta social elemental, la deduc ción de las proposiciones empíricas a partir de los principios gene rales de la psicología conductista (o, si se prefiere, la reducción de las primeras a las últimas) es a menudo directa. Hace mucho tiempo Festinger, Schachter y Back, estudiando grupos que vivían en vivien das similares contrastaron la proposición de que cuanto más cohe sivo era un grupo, más probable era que sus miembros se confor maran a sus normas, fuesen las que fuesen ÍFestinger, Schachter y Back: 1950, pp. 61-150). Se midió cada variable con un sencillo cues tionario. La cohesión fue definida como la proporción de oportuni dades de entablar amistad que los miembros de un grupo ofrecían a otros miembros del grupo con prefencia a personas ajenas a este, y la conformidad como el número de miembros del grupo que expre saba su acuerdo con normas importantes. El resultado podía expli carse por el hecho de que la gente a menudo encuentra reforzante el acuerdo con sus propias opiniones, y que el refuerzo a menudo produce sentimientos favorables entre los que son reforzados y los que refuerzan. O, formulando lo que quizá no sea una explicación diferente, sino simplemente la otra cara de la primera, para mucha gente es reforzante la amistad y punitiva la pérdida de esa amistad. El primer castigo que los miembros de un grupo imponen a quienes violan sus normas es el retirarles su amistad. Pero en grupos cohe sivos hay más amistad que perder que en los menos cohesivos, y por tanto es posible que haya menos disconformidad en los primeros. En esta explicación he usado tácitamente el «principio del valor» y el «principio de frustración-agresión». Los autores de este estudio, aunque eran todos psicólogos sociales, no mencionaban el hecho de que estuvieran aplicando la psicología conductista a su explicación. Suponían que estaban usando el sentido común. Desearía que los investigadores reconocieran más a menudo que el sentido común es, con frecuencia, buena psicología conductista, aunque algunas de las implicaciones de la psicología conductista van mucho más allá del sentido común.
VIII
Ya en la explicación de las características de los grupos pequeños aparece un problema que tiene consecuencias mucho más amplias. Cuando hablo de estructuras sociales me refiero a cualesquiera ca racterísticas de los grupos que persisten durante cierto periodo de tiempo, aunque es posible que el periodo no sea largo. No voy a intentar, ni necesito hacerlo, proponer una definición más elaborada.
Una vez que la estructura de un grupo se ha formado y se mantiene por las acciones de sus miembros, esa misma estructura ofrece po sibilidades para que sus miembros desarrollen su conducta, que pue de consolidar la estructura existente o dar origen a una nueva. Por ejemplo, una vez que un grupo ha establecido y mantiene un sistema jerárquico, un miembro individual que se encuentra en el extremo inferior del sistema no puede caer más bajo. Su «caída» en el pasado fue generalmente causada por su «mala conducta», mala no en un sentido absoluto, quizá, sino según las normas del grupo. Pero si ya se encuentra en lo más bajo, la mala conducta no le origina coste alguno — no tiene nada más que perder— , y se inclinará a llevar a cabo una conducta que puede ser reforzante pero que no tiene nin gún coste. Sin embargo, si lleva a cabo esta conducta, consolida su posición en lo más bajo del grupo. Este tipo de fenómeno puede explicar la aparición de una clase deprimida o LumpenproletariaL. El problema da origen a una obvia e importante diferencia entre los sociólogos, diferencia que está bien estudiada, además de otras cuestiones, en Die zwei Soziologien (1975), de Viktor Vanberg. Hay sociólogos que, como yo mismo, están más interesados en el pro blema de cómo crean los individuos las estructuras sociales, estruc turas entre las que se cuentan (por citar las más elaboradas) las ins tituciones de una sociedad en su totalidad, como los sistemas legales y políticos; y hay sociólogos que se preguntan cómo afectan esas instituciones a la conducta de los individuos o de los grupos. Los estructuralistas siempre me indican que los pequeños grupos que estudio son generalmente partes de estructuras mayores, y las carac terísticas de la unidad más pequeña están parcialmente determinadas por las características de la unidad mayor. Qué duda cabe de que es así. Pero las explicaciones de ambas sociologías, la que estudia la influencia de los individuos en la creación de estructuras, y la que se ocupa de la influencia de las estructuras en la conducta de los individuos, requieren los mismos principios de la psicología conduc tista. Confieso que debido a la falta de la información necesaria puede ser difícil explicar la creación de instituciones, que con fre cuencia tienen un largo pasado. No obstante, cuando se puede ob servar cómo se produce la historia siempre es posible ver que actúan los principios conductistas. Sin duda, es evidente que la psicología trabaja más frecuentemente en esta dirección que en la otra. Es fácil observar cómo los seres humanos crean estructuras en el nivel de los grupos pequeños y, frecuentemente, también en el de los grupos más grandes. Pero muchas veces no es tan fácil observar cómo las estructuras afectan la conducta de los individuos, ya que el proceso a menudo parece automático, y no lo es. Cuando se enciende una luz roja en un cruce detenemos el coche; no nos paramos a pensar
que nuestra conducta es el resultado de principios psicológicos. La luz roja es una estructura social. El no comprender esto ^s otro de los errores que comete Karl Popper cuando sostiene que el individualismo metodológico no im plica psicologismo. Popper escribe: «En efecto, la psicología no pue de constituir la base de la ciencia social. En primer lugar porque ella misma es una de las ciencias sociales: la «naturaleza numana« varía considerablemente con las instituciones sociales, y su comprensión presupone por tanto la comprensión de estas instituciones» (Popper: 1964, p. 158). Me he tomado algún trabajo para refutar el primer argumento. La psicología no es simplemente una de las ciencias so ciales: es aquella a partir de cuyos principios generales pueden de rivarse las proposiciones empíricas de las otras. Por lo que respecta a la tesis institucional, yo le daría la vuelta. La comprensión de las instituciones presupone la comprensión de la naturaleza humana, es decir, de los principios de la psicología, aunque las instituciones, una vez creadas, actúan a su vez sobre la conducta humana. Pero la propia actuación de las instituciones se produce de acuerdo con las características de la naturaleza humana.
IX Una de las dificultades principales de la aplicación de las doctri nas de la psicología conductista a la explicación de la conducta social es que es una ciencia histórica: la conducta de una persona está determinada por sus pasadas experiencias en interacción con sus cir cunstancias presentes. Con frecuencia conocemos bastante bien estas últimas, pero nuestro conocimiento del pasado de un individuo raras veces alcanza más que para explicar muy groseramente sus acciones presentes. En ocasiones tenemos suficiente información para hacer alguna valoración, sobre todo en el caso de individuos históricamen te relevantes, cuyas vidas suelen ser registradas. Al explicar por qué Guillermo el Conquistador invadió Inglaterra enfrentándose a for midables dificultades, seguramente es importante saber que durante varias décadas había tenido éxitos en la guerra. De acuerdo con el principio del éxito, tuvo que ser fuerte su convicción de que era probable que volviera a conocer el éxito. Sin embargo, dudo de que alguna vez podamos explicar de forma convincente por qué invadió Inglaterra y por qué ganó la batalla de Hastings. Este tipo de dificultad es más relevante para las predicciones que las «postdicciones», aunque incluso en el caso estas plantea multitud de problemas. Generalmente nos resulta más fácil explicar lo que ha sucedido o lo que está sucediendo que predecir lo que sucederá. Los
sociólogos, en lucha con nuestros sentimientos de inferioridad, ol vidamos que ciencias más respetables que la nuestra tropiezan con las mismas dificultades: la geología, por ejemplo, o la teoría de la evolución darwiniana. No creo que el darwinismo pueda predecir cuándo va a aparecer una nueva especie, pero estoy seguro de que cuando surge una podrá explicar por qué ha ocurrido. Ciertos cien tíficos solían afirmar que una ciencia incapaz de hacer predicciones no era una verdadera ciencia. Pero, ¿quién discutiría el carácter cien tífico del darwinismo? No podemos descartar una ciencia porque no pueda predecir con exactitud, ni siquiera porque no pueda predecir en absoluto. Bastante hará si puede explicar. En ocasiones, esto produce la impresión de que aplicar riguro samente la psicología conductista a la explicación supone que es preciso conocer la historia pasada de cada individuo en cuestión. Sin embargo, la psicología también puede aplicarse cuando hay que ocu parse de un número relativamente grande de individuos, quienes, ara los propósitos de la explicación, podemos considerar que alE ergan valores más o menos similares. Pongamos otro ejemplo his tórico. Si deseo explicar el florecimiento de la industria textil de la lana en la Inglaterra del siglo XIV, mencionaré en primer lugar la necesidad del gobierno inglés, a cuya cabeza se encontraba Eduardo I, de recaudar más dinero de sus súbditos. Esta parece una necesidad universal de los gobiernos, y se manifestó con especial agudeza a finales del siglo XTII a causa de la inflación; por otro lado, Eduardo albergaba propósitos bélicos, es decir, costosos. En época de Eduardo la más importante de las exportaciones inglesas, tanto en volumen como en valor, era la lana virgen, que en su mayor parte tenía como destino Flandes, donde se transformaba en tejidos. Hasta entonces no estaba sometida a impuestos. Persua dido por sus consejeros, Eduardo impuso un tributo (unos derechos de aduana) sobre la exportación de lana, y nombró funcionarios para que recaudaran dicho tributo. El impuesto sobre la lana tenía pro babilidades de obtener éxito como medio para recaudar dinero, pues las balas de lana son voluminosas con relación a su valor y no es fácil pasarlas de contrabando. El impuesto elevó los costes de la manufactura textil de Flandes, dado que los mercaderes flamencos no pudieron encontrar un ade cuado abastecimiento alternativo de lana. La principal posibilidad era la lana española, pero los costes del transporte hasta Flandes eran elevados y el abastecimiento quizá no fuera suficiente. Inglaterra tenía una pequeña industria textil propia para cubrir las necesidades locales. El aumento de los costes de las manufacturas de Flandes redujo los costes relativos de las manufacturas inglesas. No hacen falta grandes conocim ientos de economía — que es una rama de la
teoría de la utilidad— para explicar lo que ocurrió, y afortunada mente tenemos suficientes registros aduaneros del siglo XIV para do cumentarlo. La manufactura textil inglesa creció respecto a la fla menca hasta que Inglaterra se convirtió en un exportador neto de tejidos, y no de lana. No hay razón alguna para pensar que Eduardo I deseaba que su impuesto tuviera ese efecto: únicamente pretendía recaudar más dinero y encontró en la lana una fuente de impuestos fácil de explotar. La explicación depende de que yo suponga que existía cierto número de mercaderes, flamencos, ingleses, y otros, que se ocupa ban del comercio de los tejidos de lana y que, fueran cuales fueran •sus diferencias en otros aspectos, compartían esencialmente el mismo tipo de valores o al menos muchos de ellos lo hacían; de tal modo, aunque la teoría es individualista, no preciso tomar en consideración cada individuo por separado. No he expuesto la explicación en todos sus detalles, pero cierta mente he supuesto tácitamente que los actores, del rey para abajo, se comportaban de acuerdo con lo que ellos percibían que podía tener éxito para aumentar sus refuerzos. Esta cuestión es de tipo económico; pero el florecimiento de la industria textil de la lana inglesa tuvo amplísimas repercusiones sociales y políticas. Sentó las bases del liderazgo británico durante la revolución industrial. He de decir que en modo alguno pretendo que esta explicación de cuenta por sí sola de la manufactura de la lana inglesa. Nótese que, para llevar a cabo la explicación, los principios generales tácitos del re forzamiento y del éxito han de aplicarse a condiciones inciales dadas: que Inglaterra era al principio un gran exportador de lana; que In glaterra poseía una institución, la monarquía, con el poder efectivo de imponer tributos; etc. Estas condiciones iniciales pueden a su vez someterse a una prolongada explicación, pero alguna vez, por falta de información, o simplemente por conveniencia, debe detenerse la regresión en el universo. La explicación de los resultados de la conducta de Eduardo I y los comerciantes de lana es relativamete directa, incluso aunque sea grande el número de mercaderes. Es igual de directa que la explica ción de algunas de las características comunes de los grupos peque ños. Por este motivo, dudo si procede trazar una distinción nítida basada en el volumen de población entre la microsociología y la macrosociología. Prefiero usar el criterio de complejidad explicativa. Mucho más complejo que los ejemplos previos es un estudio como el expuesto por Raymond Boudon en su libro Effets pervers ct ordre social (1977, pp. 17-130). En esta obra se incluye un estudio de las relaciones entre un nuevo orden institucional, las elecciones resultantes hechas a lo largo del tiempo por un número muy grande
de individuos y grupos familiares sin comunicación sistemática entre ellos (menos, probablemente, que la existente entre los mercaderes de Eduardo I), y los efectos globales de estas elecciones. El nuevo orden institucional era la organización de una educación superior ;ratuita para todos los ciudadanos y ciudadanas franceses aptos. En ugar de tener el efecto deseado, la disminución del grado de estra tificación social, tuvo el efecto opuesto — en términos de Boudon, un efecto perverso. La explicación de este resultado requiere un do minio mucho mayor de métodos estadísticos complejos que el que precisa la del efecto del impuesto sobre la lana establecido por Eduar do I, o la de la relación entre cohesión y conformidad en grupos pequeños. Pero no es preciso introducir nuevos principios conductistas. El explicandum sigue siendo un agregado de conductas indi viduales. Sospecho que un número cada vez mayor de investigacio nes sociológicas serán de este tipo. Es todavía más difícil explicar detalladamente las proposiciones acerca de las relaciones entre instituciones, como la afirmación, que yo creo verdadera, de que las naciones con instituciones democráti cas y representativas también poseen un poder judicial relativamente independiente. La explicación tendría que ser de tipo histórico, abar caría quizá varios siglos, y requeriría un estudio de cada una de las dos instituciones y de las relaciones cambiantes entre estas. Reducir explícitamente la explicación a los principios conductistas precisaría una continuada reiteración de estos en las diferentes fases del pro ceso histórico, lo que sería monótono y aburrido, y ya aburrimos bastante. Nadie va a emprender este tipo de explicación. Utilizare mos, como ya lo hemos hecho en el pasado, todo tipo de atajos. Sin embargo, incluso en este caso creo que sería útil formular los prin cipios conductistas al menos una vez. Estos principios indicarían las hipótesis, a menudo tácitas, que guían la explicación. Nos recorda rían que el cambio histórico no es el resultado de fuerzas «imper sonales», tales como el «progreso», la «diferenciación creciente», o «el desarrollo de las fuerzas productivas». Son las personas quienes llevan a cabo los cambios, aunque con frecuencia puedan resumirse los agregados de sus elecciones en frases como esas. Naturalmente, las personas en cuestión pueden ver limitadas sus posibilidades de acción por condiciones que no son en modo alguno «sociales», sino características físicas del entorno. Piénsese en la importancia que ha tenido en la historia de Inglaterra el hecho de que sea una isla. Toda la tesis expuesta aquí viene a significar que no existen leyes generales per se para la historia, aunque muchos historiadores las hayan buscado. Existen numerosas generalizaciones históricas, a me nudo muy importantes, que son válidas dentro de determinadas con diciones, aunque solo dentro de estas, y no de forma universal. Las
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únicas proposiciones históricas plenamente generales son las relativas íl la conducta de los seres humanos en cuanto miembros de una especie. Para una buena discusión de este extremo véase el libro de Kaymond Boudon, La Place du désordre (1984), y anteriormente, Die Probleme der Geschichtsphilosophie (1907), de Simmel, aunque este autor se encontraba en situación de desventaja al no disponer de una psicología adecuada. Creo a veces que la psicología conductista manifiesta su utilidad tanto como modelo general de la natura leza explicativa de las ciencias sociales como proporcionando las pre misas mayores explícitas de la explicación propiamente dicha. X
El punto de vista y la praxis aquí expuestos tienen una impor tancia creciente, como se muestra en el número cada vez mayor de investigadores que los adoptan. Es cierto que pocos utilizan todo el instrumental de la psicología conductista, pero sí su «versión incom pleta», que a menudo no reconocen como tal y a la que con fre cuencia denominan utilitarismo o teoría de la elección racional. De todos modos, quienes así actúan admiten al menos que utilizan una metodología individualista, lo que hubiera sido impensable incluso hace pocos años. Para hablar únicamente por el momento de los sociólogos nor teamericanos, llamaré la atención sobre las siguientes obras: gran parte de la obra de Robert Hamblin 7 y John H. Kunkel s, el libro de John F. Scott, The Internalizacion of Norms (1971), que no ha recibido la atención que merece, la colección de artículos Bebavioral Theory in Sociology (Hamblin y Kunkel: 1977) y, más recientemen te, el libro editado por Michael Hechter, The Microfoundations of Macrosociology (1983). Aunque en ocasiones le encuentro confuso, creo que Arthur Stinchcombe llega al fondo del asunto. Al menos en su Theoretical Methods in Social History está dispuesto a afirmar: «Las fuerzas causales que producen el cambio social sistemático son las personas que se plantean qué es lo que hay que hacer» (Stinch combe: 1978, p. 36). Estoy seguro de que el difunto Richard Emer son era uno de los nuestros, aunque no empleara nuestro lenguaje 9. En Inglaterra, como ya he dicho, W. G. Runciman (1983) admite que la sociología «depende» de la psicología. Yo recomendaría, aun que no siempre esté de acuerdo con él, la obra de Anthony Heath 7 Por ejemplo, Hamblin et ai.: 1971. B Por ejemplo, Kunkel: 1975. 9 Vid. en especial Emerson: 1962.
Rational Choice and Social F.xchange (1976). Sin duda muchos de
estos hombres han sabido desde siempre lo que ahora están dispues tos a reconocer abiertamente. En el pasado puede que les disuadiera el temor a decir cosas «de puro sentido común». En la actualidad, el sentido común aplicado a la conducta humana se ha convertido en una ciencia sumamente desarrollada, en la corriente más impor tante de la psicología, que tiene en su haber mucho trabajo experi mental cuidadoso realizado sobre seres humanos y animales. El sen tido común se ha hecho más sostenible cuando ha llegado a ser mucho más que mero sentido común. Por razones que no me resultan del todo claras, el programa esbozado arriba ha sido adoptado hasta cierto punto por más soció logos europeos que americanos. Creo que el primero en hacerlo fue mi querido amigo Andrzej Malcwski con su libro Verhalten und Interaktion (1967). Por desgracia, Malewski se suicidó, creo que de sesperado por el futuro de su país, Polonia. Los alemanes occiden tales han contribuido más que otros americanos o europeos. En pri mer lugar situaría al Dr. Karl-Dietcr Opp, profesor de sociología en la Universidad de Hamburgo, por toda una serie de libros que, al gunos de forma más directa que otros, están relacionados con el programa (Opp: 1970; 1972; 1976; 1978; 1979; 1983; Opp y Humell: 1973). Añadiría a la obra de Opp la de Enno Schwanenberg: Sociales Handcl (1970), la de Werner Raub y Thomas Voss: Indi viduales Handcl und gesellschaftliche Folgen (1981), la de Werner Raub: Rationale Aleteare, institutionelle Regclungen und Interdependenzen (1984), y varios artículos de Siegwart Lindenberg 10. En otra categoría, aunque importante, situaría la ya citada Die Zwei Soziologien (1975), de Viktor Vanberg, obra que me puso en claro sobre las relaciones entre la sociología individualista y lo que puede lla marse sociología colectiva; en realidad, las relaciones entre el indi vidualismo y el estructuralismo. La contribución de los sociólogos franceses es menos voluminosa pero de idéntica calidad. La figura preeminente, .a quien ya he citado anteriormente, es Raymond Boudon, en especial sus dos obras Ej fets pervers et ordre social (1977) y La Place du désordre: critiques des théories de cbangement social (1984). Como la mayor parte de los sociólogos americanos (igual que la mayoría de los americanos) no han aprendido a leer idiomas extranjeros con fluidez —sufren uno de los grandes defectos de la educación americana— general mente desconocen estas obras, para desgracia suya. Hasta el momento he hablado de sociólogos, tanto americanos como extranjeros. Pero en los últimos años científicos sociales ajenos 10 Debidamente citados en la bibliografía de Raub (1984).
a la sociología han comenzado a usar modelos de elección racional en la economía y en la ciencia política para explicar fenómenos que no suelen abordarse en sus disciplinas. (Naturalmente, la misma eco nomía clásica emplea un modelo de elección racional). Pienso sobre todo en libros como los que ahora cito, y en su influencia potencial en la sociología: A. Downns, An Economic Theory o f Democracy (1957), Mancur Olson, The Logic of Collective Action (1965), H. Eylau, Micro-Macro Political Analysis (1969), A. O. Hirschman, Exit, Voice and Loyalty (1970), B. Barry, Sociologists, Economists and Bureaucracy (1970), T. Schelling, Micromotives and Macrobehavior (1978), y H. Leibenstein, Beyond Economic Man: a New Foundations for Microeconomics (1976). Este último no llega a ser lo que pretende ser, pues sigue aplicando una teoría de la elección racional, cosa que siempre hizo la microeconomía. Pero investiga ciertos tipos de influencias que afectan la elección económica y que el análisis económico corriente no siempre toma en consideración. Si los so ciólogos no prestan atención a estos nuevos desarrollos y al tipo de teoría que se emplea en ellos, correrán el riesgo de ceder algunas de las áreas de su campo con mayor interés potencial a otras disciplinas de la ciencia social. Creo que este riesgo — si es que se trata de un riesgo— es mayor que el peligro que amenaza desde la psicología, mucho más ampliamente reconocido. Por mi parte, no creo que lo último constituya en absoluto un peligro. XI
Terminaré refiriéndome al estado interno de la sociología en la actualidad. Desafortunadamente, se encuentra dividida en cierto nú mero de escuelas diferentes: interaccionismo simbólico, estructuralismo, etnometodología, teoría del conflicto, dramaturgia (Goffmann) y muchas otras, cada una de las cuales afirma enfáticamente su ori ginalidad y su independencia respecto al resto. Todas ellas cuentan en su haber con cierto número de hallazgos empíricos valiosos. Pero aunque no haya palabra que usen más a menudo que «teoría», son teóricamente débiles; ninguna, con la posible excepción de mi propia perspectiva, nos dice qué es una teoría. Al no poseer una doctrina sobre lo que es una teoría no expiieitan sus leyes de subsunción, lo que hace difícil determinar si las escuelas son tan distintas unas de otras como pretenden serlo. Mi opinión es que no son ni mucho menos tan distintas. Consideremos la descripción de Mitchell del método de Goffman: «un actor eficaz, por tanto, no es solo aquél que es recompensado por sus buenas actuaciones mediante la acep tación de su audiencia, sino también aquél que llega a ver una con
tinuidad de esencias en sus actuaciones y se considera más que una mera apariencia» (Mitchell: 1978, p. 112). Esta explicación de lo que hace un buen actor incorpora una premisa mayor no formulada, y esa premisa es una de las proposiciones generales de la psicología conductista: la de que una persona que emprende una acción seguida de un refuerzo probablemente repetirá dicha acción. Tomemos otro ejemplo, la descripción de Mitchell de la obra de Harold Garfinkel: «Los problemas de la etnometodología son los problemas de la in teracción comunicativa en la medida en que la investigación etnometodológica se refiere a los procesos comunicativos que producen el sentimiento de entendimiento común entre la gente» (Mitchell: 1978, p. 148). Pero, como he señalado en otro sitio, «el entendi miento común refuerza a la gente: la vida social es imposible sin él» (Homans: 1982, p. 290). Por consiguiente, la etnometodología tam bién incorpora en sus premisas mayores tácitas el principio del éxito y el principio del valor de la psicología conductista. Y así podría seguir con las restantes escuelas. Una ventaja que obtendríamos todos si aceptáramos la concep ción de la teoría como sistema de leyes subsuntivas y actuáramos de acuerdo con ella es que las diferentes escuelas tendrían que pregun tarse qué leyes subsuntivas utilizarían en caso de que formalizaran sus teorías. No pretendo que hagan esto cada vez que tratan de explicar algo; como he dicho, esto sería repetitivo y aburrido. Pero sí pretendo que lo hagan al menos una vez. Pienso que todas las escuelas descubrirían que aplican los principios de la psicología con ductista, bien en lo que he llamado su «versión incompleta», bien en una forma que integra más plenamente los hallazgos experimen tales que continúan desarrollándose. Sería posible reconocer las afi nidades de las teorías por sus leyes de subsunción. La búsqueda de las leyes subsuntivas que tienen en común no impediría en lo más mínimo que las diversas escuelas se dedicaran a diferentes áreas de la investigación empírica. Y es concebible que la investigación pudiera ayudar a restablecer una unidad intelectual — o, mejor, a crearla, pues no creo que haya existido nunca— en nuestra ciencia, c impulsarnos a hacer realidad la tantas veces expresada es peranza de que nuestros hallazgos sean acumulativos. A excepción de este único aspecto, no creo que mi programa requiera que los sociólogos hagan algo que no estén haciendo ya. Y he dicho que es concebible porque, por el momento, los miembros de las diferentes escuelas parece que han puesto en distinguirse unos de otros un amor propio al que son incapaces de renunciar.
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INTERACCIONISMO SIMBOLICO 1 Hans Joas
Cuando la sociología americana inició su marcha triunfal por el mundo una vez finalizada la Segunda Guerra Mundial, no hacía mu cho tiempo que ella misma había pasado su propio punto de infle xión histórico. La «combinación de Lazarsfeld y Merton», como se denominó al método sociológico después de ese punto de inflexión (Shils: 1970), combinaba una sofisticada investigación social empírica de orientación cuantitativa con una teoría estructural-funcionalista desvinculada de su contexto y orígenes histórico-filosóficos y redu cida a una aplicación de «alcance medio». Esta combinación se pre sentaba como el epítome de todo cuanto tenía de valioso la herencia de los sociólogos europeos clásicos, y como el modo de integrar esta herencia en el acervo teórico y en un método de adquisición de conocimiento acumulativo y profesionalmente respaldado. Es indu dable que para mantener la identidad de la disciplina fue necesario pagar el elevado precio de suprimir aquellas tradiciones que difícil mente podían integrarse en la nueva imagen de la sociología. En este sentido, es sorprendente que a pesar de que Parsons luchara con la interpretación de Durkheim, Weber y Pareto durante cientos de pá ginas en su primera gran obra, The Structure o f Social Action (1968a), en aquella discusión no solo presentó una descripción completamen 1 lo.
Quisiera agradecerle a Anselm Strauss sus valiosos comentarios sobre este artícu
te inadecuada del idealismo alemán y del marxismo, sino que con sideraba incluso que las tradiciones americanas de teoría social ape nas eran dignas de mención. Literalmente, no dedicó una sola pala bra a los logros de la filosofía social pragmática de John Dewey y George Herbert Mead, ni tampoco a los hallazgos metodológicos pioneros de la escuela sociológica de Chicago y las implicaciones teóricas de sus investigaciones empíricas a gran escala. Las ¡deas e investigación americanas, que no se juzgaban dignas de interés en su país de origen, difícilmente podían esperar encontrar mejor trata miento fuera de los Estados Unidos, dado el generalizado escepti cismo eurooéntrico o de izquierdas respecto al pensamiento america no. Esto no quiere decir que dicha tradición se haya extinguido por completo. En numerosos subcampos de la sociología, desde la in vestigación de la socialización hasta la sociología criminal y urbana y la sociología ocupacional, las obras de la tradición de Chicago desempeñan un importante papel y han contribuido a la fecundidad de las investigaciones llevadas a cabo en estas áreas. Fragmentos dispersos de esta tradición, tales como las ideas de Mead sobre el yo y sobre la adopción de papeles, el «teorema de Thomas» sobre el carácter efectivo de todos los componentes de una situación que se consideran reales, y el concepto fundamental del método biográfico pertenecen al acervo estándar del conocimiento sociológico. Cierta mente, muchos representantes de esta tradición se encontraron en relativa soledad o tuvieron que adoptar el papel de una «oposición» más o menos «leal» frente a la corriente sociológica principal. En los años sesenta casi puede decirse que esta tradición estuvo de moda, especialmente en la formulación que le dió Herbert Blumer (1969). Pero se puso de moda en forma de confusa amalgama teórica con enfoques fenomenológicos y otros tipos de planteamientos que des plazaron al denominado enfoque interpretativo (Wilson: 1970). En el pasado más reciente, ha habido cada vez más intentos por superar la anterior tendencia de esta tradición a concentrarse en fenómenos microsociológicos y por lograr una autocomprensión a la luz de su historia. Estos intentos han adoptado dos formas claramente distintas. Por una parte, el movimiento orientado hacia la teoría de la ciencia neopositivista y la psicología conductista promete corregir el «sesgo aestructural» de la tradición simbólico-interaccionista 2. Desde el punto de vista de la historia de la teoría sociológica, esta línea de pensa
2
Pueden encontrarse exposiciones ejemplares de esta posición en McPhail y Rexroat (1979) y en Strvker (1980). Para una discusión del libro de Stryker vid. Review Symposium, Symbolic Interaction, 5, 1982: 141-72.
miento trata de legitimarse intentando hacer del conflicto metateó rico entre nominalistas y realistas el hilo conductor que distinga la rama de la tradición que se origina con Peirce y Mead de aquella que lleva desde Jam es a Blumer pasando por Dewey 3. Por otra parte, están los intentos de descubrir y extraer los supuestos macroteóricos que siempre han estado implícitos en la investigación con creta llevada a cabo en esta tradición e integrarlos en un todo cohe rente, una teoría del «orden negociado». En los escritos más recien tes de los interaccionistas simbólicos también es posible encontrar indicios de que esta corriente se ocupa ahora de las ideas del estructuralismo y del post-estructuralismo (Perinbanayagam: 1985). Con independencia de cómo se valoren estas diferentes escuelas, todas ellas indican que se está intentando introducir en la discusión teórica general la herencia de la tradición sociológica que tiene sus raíces en la escuela de Chicago. Esto no es, en modo alguno, carac terístico de dicha escuela. Durante muchas décadas la tradición de la escuela de Chicago se mantuvo no tanto mediante la elaboración de una teoría sistemática y su fundamcntación teórica como median te la investigación ejemplar y la transmisión oral. Este hecho pudo convertirse en un punto de referencia para la autointerpretación de los interaccionitas simbólicos y para una exposición de la historia de esta escuela de pensamiento (Rock: 1979). El silencio de Parsons, por así decirlo, le fue pagado con su misma moneda. Es difícil saber si este autoaislamicnto teórico se debía a una justificada desconfianza hacia la construcción analítica de la teoría, en contraste con el propio programa del interaccionismo simbólico, consistente en formular una teoría empíricamente fundamentada (Glaser y Strauss: 1967), o sim plemente a la incapacidad de los teóricos de Chicago de oponer algo de un alcance siquiera aproximadamente equivalente a enfoques teó rica e históricamente comprehensivos como los de Parsons o los del marxismo y la teoría crítica. Las dificultades para revisar el interaccionismo simbólico se plan tean desde esta perspectiva. En un primer nivel, definiremos el in teraccionismo simbólico tal como generalmente se entiende. El nom bre de esta línea de investigación sociológica y sociopsicológica fue acuñado en 1938 por Herbert Blumer (1938). Su principal objeto de estudio son los procesos de interacción — acción social que se ca racteriza por una orientación inmediatamente recíproca— , y las in vestigaciones de estos procesos se basan en un particular concepto 1
Vid. negativos de pragmatismo son y Picou:
Lcwis y Smith: 1980. Han aparecido varios comentarios casi enteramente este libro que contienen importantes tesis sobre la relación entre el y la sociología. Algunos de estos comentarios son: Blumer: 1983; John 1985; Miller: 1982; Rochberg-Halton: 1983.
de interacción que subraya el carácter simbólico de la acción social. El caso prototípico es el de las relaciones sociales en las que la acción no adopta la forma de mera traducción de reglas fijas en acciones, sino en el caso en que las definiciones de las relaciones son propues tas y establecidas colectiva y recíprocamente. Por tanto, se considera que las relaciones sociales no quedan establecidas de una vez por todas, sino abiertas y sometidas al continuo reconocimiento por par te de los miembros de la comunidad. Ahora bien, sería totalmente inadecuado limitar un esbozo del interaccionismo simbólico a su idea central y a las preferencias teó ricas y metodológicas que surgen de ella. Las numerosas críticas al interaccionismo simbólico son por sí solas razón suficiente para que sea preciso ir más allá de este primer nivel de presentación. Tales críticas suelen acusar al interaccionismo simbólico de limitarse a los fenómenos de la inmediatez interpersonal. Sin embargo, también se le critica el que ignore las cuestiones relativas al poder y a la domi nación, y se le imputa que ve el complejo de las relaciones macrosociales como el simple horizonte de la socialidad del universo vital, así como una completa ignorancia de la dominación de la naturaleza por la sociedad o del hecho de que las condiciones sociales pueden llegar a ser autónomas con relación a las acciones y orientaciones de los que participan en las acciones sociales. Si bien es cierto que muchas de estas críticas pueden aplicarse, al menos de forma parcial, al programa de Herbert Blumer y a los sociólogos que siguen ese programa, es sin embargo dudoso que estén justificadas cuando se considera el conjunto de la obra teórica y empírica producida por esta línea de investigación. La verdadera importancia del interaccionismo simbólico y su po tencial fecundidad teórica solo puede entenderse cuando se contrasta con la vieja escuela de Chicago, escuela a la que continúa, si bien eliminando ciertos aspectos de su pensamiento. Esta forma de con siderar el interaccionismo simbólico, por tanto, constituye otro de los aspectos que tratará la presente exposición de aquella tradición. El interaccionismo simbólico se considera la continuación de ciertas partes del pensamiento y la obra del heterogéneo grupo interdisciplinar de teóricos, investigadores sociales y reformadores sociales de la Universidad de Chicago que ejercieron una influencia determinan te en la sociología americana entre Í89C y 1940, la fase de institucionalización de' la disciplina. No cabe duda de que esta escuela no tenía un teórico inequívocamente decisivo ni un programa de inves tigación claramente definido; la escuela de Chicago consistía más bien en un complejo entramado de pensadores e investigadores más o menos importantes cuyas influencias mutuas es difícil reconstruir ahora.
Por consiguiente, una exposición de esta escuela interesada en sus aspectos teórico-sistemáticos tiene que tratar de desvelar y extraer la estructura subyacente de los supuestos compartidos por sus miem bros en este segundo nivel de análisis, y debe hacerlo sin crear la falsa impresión de que hubo una homogeneidad absoluta o una es tabilidad temporal en dicha escuela. Sin embargo, no es esta la difi cultad principal. Esta reside en el hecho de que la escuela de Chicago (que podría describirse como la combinación de una filosofía prag mática, de un intento de dar una orientación política reformista a las posibilidades de la democracia en condiciones de rápida indus trialización y urbanización, y de los esfuerzos por convertir la so ciología en una ciencia empírica concediendo una gran importancia a las fuentes precientíficas del conocimiento empírico) no era nada más que una realización parcial — desde el punto de vista teórico— de las posibilidades inherentes a la filosofía social del pragmatismo. De aquí se deriva la necesidad de considerar nuestro asunto en un tercer nivel de estudio, en el que trataremos de reconstruir el pragmatismo como fuente filosófica de la escuela de Chicago y del interaccionismo simbólico. Esto no significa, por supuesto, que haya que atribuir una mayor importancia o una vigencia más duradera a la elaboración de conceptos filosóficos en cuanto tal. Lo que quere mos decir es que en la filosofía pragmática pueden encontrarse ideas fundamentales sobre las teorías de la acción y el orden social suma mente relevantes para las tareas teóricas de la sociología actual. En la sociología no han sido debidamente integrados estos fundamentos de una teoría de la acción y del orden social. La escuela de Chicago y la tradición crucial del interaccionismo simbólico deben gran parte de su importancia a la transformación de estas ideas fundamentales en una teoría concreta de la ciencia social y en investigación empí rica. No obstante, es posible demostrar que esta transformación solo se llevó a cabo de forma fragmentaria, y que algunos de los proble mas no resueltos de esta tradición pueden resolverse reconsiderando su punto de partida. El siguiente ensayo comienza, por tanto, con un análisis de la importancia del pragmatismo para la teoría social. Este análisis va seguido de un examen de las fases más importantes del desarrollo del pragmatismo en su versión sociológica, represen tadas por la obra de W. I. Thomas, Robert Park, Herbert Blumer y Everett Hughes, y de la situación en el momento presente. Un análisis de los resultados teóricos de esta tradición para la construc ción de la teoría actual cierra nuestro examen de esta escuela.
I.
El pra gm atism o com o la principal fuente filosófica de la escuela de Chicago
El pragmatismo es una filosofía de la acción. Sin embargo, no desarrolló su modelo de acción como lo hizo Parsons y, al menos según la interpretación parsoniana de estos, como lo hicieron los pensadores sociológicos clásicos, es decir, planteando y respondien do esta pregunta: ¿qué dimensiones deben añadirse a la noción uti litarista de actor solitario que persigue racionalmente sus fines si se uiere aprehender teóricamente el innegable aunque —en el marco el utilitarismo— inexplicable hecho de la existencia del orden so cial? El pragmatismo no es, sin duda, menos crítico respecto al uti litarismo de lo que lo fueron los teóricos clásicos de la sociología. Sin embargo, el pragmatismo no ataca al utilitarismo en el problema de la acción y el orden social, sino en el de la acción y la conciencia. El pragmatismo desarrolló el concepto de acción a fin de superar los dualismos cartesianos. Partiendo de esta iniciativa se elaboró un con cepto de la intencionalidad y el orden social que difería radicalmente del utilitarista. El concepto de racionalidad y el ideal normativo de este tipo de pensamiento se expresan teóricamente en la idea de acción autorregulada. La teoría pragmática del orden social, por lo tanto, está guiada por una concepción del control social en el sentido de autorregulación colectiva y resolución colectiva de problemas. Esta concepción del orden social está inspirada en ideas acerca de la democracia y la estructura de la comunicación en las comunidades científicas. El problema de determinar la importancia empírica de este tipo de orden social en las sociedades modernas es uno de los temas centrales de la filosofía política pragmática y de la sociología basada en esa filosofía. Consideremos ahora estas cuestiones en deta!le. La emancipación del individuo de la legitimidad y autoridad autoevidentes de las instituciones e ideas tradicionales que tuvo lugar a principios de la modernidad es la expresión más extrema y radical del pensamiento de Rene Descartes. Descartes convirtió el derecho individual a dudar en el firme fundamento de una filosofía basada en la certeza de sí del yo pensante y dubitante. Naturalmente, esto acabó con la incuestionada evidencia de la existencia de un mundo externo a las conciencias individuales, del cuerpo del yo pensante en tanto que componente de este mundo, y de los demás sujetos pen santes del mundo. Por tanto, una filosofía de orientación epistemo lógica pudo justificar sus pretcnsiones fundacionales frente a las cien cias. Sin embargo, al mismo tiempo se crearon los difíciles — o im posibles— problemas de constituir sobre la base del yo pensante el mundo, el cuerpo, y el «tú», el sujeto opuesto al yo. La idea central
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del pragmatismo iba dirigida contra todo este programa. Lo que el pragmático pone en duda es que la duda cartesiana tenga sentido. No podemos partir de la duda absoluta. Tenemos que comenzar con todos los prejuicios que ya tenía cuando empezamos a estudiar filosofía. Una máxima no puede desvanecer estos prejuicios, pues son cosas que no se nos ocurre que puedan ponerse en cuestión. De ahí que este escepticismo inicial será un mero autoengaño, y no una duda verdadera; y nadie que siga el método cartesiano estará enteramente satisfecho hasta que haya recuperado formalmente todas aquellas creencias que había adoptado formalmente [...] Es cierto que una persona puede, en el curso de sus estudios, encontrar razones para poner en duda lo que había comenzado creyendo; pero en tal caso duda porque tiene una razón positiva para hacerlo, y no por causa de la máxima cartesiana. (Peirce: 1934, pp. 156 y siguientes.)
Esta crítica de la duda cartesiana es cualquier cosa menos una defensa de autoridades incuestionables frente a la pretensión emancipatoria del yo pensante; es, sin embargo, un alegato en favor de la duda auténtica, es decir, en favor de sujetar el conocimiento a situaciones que presenten problemas reales. Se sustituye el concepto rector del cartesianismo, el del yo que duda en solitario, por la idea de una búsqueda cooperativa de la verdad a fin de enfrentarse con problemas reales que surgen en el curso de la acción. Uno estaría tentado de atribuir a esta transformación la misma importancia his tórica que se concede a la filosofía de Descartes. Al menos, las consecuencias de esta transformación de la idea rectora de la reflexión filosófica tienen un alcance extraordinaria mente amplio. En efecto, queda transformada toda la relación entre conocimiento y realidad. Él concepto de verdad ya no expresa una correcta representación cognoscitiva de la realidad (idea que cabría concebir metafóricamente como «representación» [ Abbildung]), sino un aumento del poder para actuar en relación con un entorno. Es necesario replantear ahora todos los niveles del conoci miento, desde la percepción sensorial hasta la autorreflexión, pasan do por la deducción lógica de conclusiones. Charles Peirce comenzó a desarrollar este programa. William James lo aplicó a un gran nú mero de problemas, principalmente de naturaleza religiosa o existencial. Llevado quizá de su deseo de demostrar la imposibilidad de encontrar soluciones umversalmente válidas a estos problemas, Ja mes limitó de forma decisiva, y por consiguiente debilitó, la idea básica del pragmatismo. A diferencia de Peirce, formuló el criterio de verdad en función de los resultados fácticos de la acción y no en función de los resultados que, en general, cabría esperar que ocu rrieran. En la psicología de James se tomaba como punto de partida la pura corriente de experiencia consciente, no la acción. Sin embar
go, desarrolló análisis extraordinariamente penetrantes que mostra ban el carácter selectivo de la percepción y la distribución de la atención como función de los fines del sujeto. Peirce apenas ejerció influencia en los sociólogos; los escritos de James sí, aunque de forma muy difusa, y se manifestó, sobre todo, en una sensibilización respecto a las sutilezas de las experiencias subjetivas. La influencia decisiva del pragmatismo en la sociología solo tuvo lugar a través de John Dew ey y George Herbert Mead. Estos dos hombres, que al principio siguieron un programa liegeliano «naturalizado», y quie nes, como Feuerbach 4, se sentían por tanto por encima de las res tricciones cartesianas del pensamiento, se dieron cuenta de la impor tancia crucial de refundar el pragmatismo sobre la base de las cien cias biológicas y sociales. Esta «refundación» del pragmatismo adoptó al principio la forma de una psicología funcionalista. Dicha psicología trataba de interpre tar todas las operaciones y procesos psíquicos —y no solamente los cognitivos— desde el punto de vista de su funcionalidad con respec to a la solución de los problemas que los sujetos encuentran en el curso de su conducta. Tal empresa suponía el rechazo de los méto dos epistemológicos tradicionales para la interpretación de los fenó menos psíquicos, así como una crítica de todas las psicologías que en mayor o menor medida incorporaban estas posiciones filosóficas obsoletas. El testimonio más célebre del nuevo método es el artículo pionero de John Dewey, «The Ileflex Are Concept in Psychology», publicado en 1896 (Dewey: 1972); su elaboración más acabada, sin embargo, puede encontrarse en «The definition of the Psychical» (19C3), minucioso estudio de George Herbert Mead que todavía per manece casi totalmente ignorado. Dewey critica una psicología que cree haber encontrado su ob jeto en la formulación de relaciones causales de carácter legal entre los estímulos ambientales y las reacciones del organismo. Dewey niega que sea legítimo concebir las acciones como la adición de tres fases: estimulación externa, procesamiento interno del estímulo, y reacción externa. A este «modelo del arco reflejo» opone la totalidad de la acción: es la acción lo que determina qué estímulos son rele vantes dentro del contexto definido por la acción. Los elementos de una acción, que la teoría del arco reflejo considera discretos, son, afirma Dewey, distinciones funcionales dentro de la acción; cuando se interrumpe la ejecución de una acción la unidad de esta se des compone, y se manifiesta la funcionalidad de esas distinciones. El sujeto es consciente de la sensación como estímulo externo cuando 4 Sobre I'euerbach, vid. Honneth y Joas: 1980.
su naturaleza es desconocida; y nos damos cuenta de la necesidad de una reacción como tal cuando no sabemos cómo debemos reaccio nar. De acuerdo con esto, Mead definió lo psíquico como «aquella fase de la experiencia en la que somos inmediatamente conscientes de impulsos en conflicto que despojan al objeto de su caracter de objeto-estímulo, dejándonos en esa medida en una actitud de sub jetividad; pero durante la cual un nuevo objeto-estímulo aparece por razón de la actividad reconstructiva que se identifica con el sujeto “yo” [/] en cuanto distinto del objeto “mí”» [me] (Mead: 1903, p. 109). Es cierto que la crítica de Dewey y Mead, al menos tal como la hemos presentado, se refiere a teorías que reducen la acción a una conducta determinada por el ambiente. Sin embargo, el modelo de acción empleado en esta crítica también muestra la modificación del significado de la intencionalidad en comparación con aquellas teorías que consideran que la acción es la realización de fines ya estableci dos. En el pragmatismo, precisamente porque este considera todas las operaciones psíquicas a la luz de su funcionalidad con respecto a la acción, no es posible sostener la idea de que determinar un fin es un acto de conciencia per se que transcurre fuera de contextos de acción. Antes bien, el determinar un fin solo puede ser el resultado de la reflexión acerca de las resistencias que encuentra la conducta orientada en diversas direcciones. Si se evidencia la imposibilidad de seguir simultáneamente todos los diversos impulsos rectores o com pulsiones de la acción, puede tener lugar la selección de un motivo dominante, que entonces, en cuanto fin, domina el resto de los mo tivos o solo permite que se realicen de modo subordinado. Sin embargo, lo normal no es que se de tan clara orientación respecto a un fin. Por naturaleza, la acción solo es difusamente teleológica. Incluso nuestra percepción está configurada por nuestras capacidades y posibilidades de acción. El actor solo limitará la va riedad de sus impulsos y sensibilidad a una línea de acción definida orientada a un único fin si se ve forzado por sí mismo o por otro. El interés de Dewey y Mead por el juego infantil no se debía úni camente a su deseo de llevar a cabo una reforma en la educación, sino también a que dicho juego les servía como modelo de acción en la que la presión orientada a la consecución de fines inequívocos era muy escasa. En sus análisis de la experimentación desarrollaron una definición de la inteligencia creativa como superación de los problemas de la acción a través de la invención de nuevas posibili dades de acción; esta capacidad para la invención o creatividad, sin embargo, presupone la manipulación consciente de la forma de ac ción denominada juego, el «jugar con» distintas alternativas de ac ción. En este punto del desarrollo del pensamiento de Dewey y
Mead es claro que, en contraste con el planteamiento utilitarista, la teoría pragmática de la acción abre nuevos ámbitos de fenómenos al tiempo que exigen la reinterpretación de los ya conocidos, y lo hace de forma que no encuentra parangón en la crítica del utilitarismo llevada a cabo por los clásicos de la sociología. Consideremos ahora brevemente tres posibles objeciones al mo delo pragmático de la acción. La crítica de que este modelo limita el concepto de acción de modo instrumentalista o activista tiene que haber perdido plausibilidad al haber indicado arriba la importancia que el juego y la creatividad tienen para el pragmatismo. La refuta ción más enérgica de esta crítica puede encontrarse en los escritos de Dewey sobre estética (Dewey: 1934), en los que se demuestra precisamente la disposición pasiva del sujeto a la experimentación y perfeccionamiento de la experiencia en relación con el presente. Para Dewey, el pragmatismo era nada menos que un medio de criticar aquellos aspectos de la vida americana «que hacen de la acción un fin en sí misma y que conciben los fines de modo demasiado estre cho y demasiado “ práctico” » (Dew ey: 1931, p. 16). Por tanto, la elección de la acción como el punto de partida de la reflexión filo sófica no quiere decir que el mundo se degrade a la categoría de mero material a disposición de las intenciones de los actores; esta objeción se basa aun en la dicotomía cartesiana, cuya superación es justamente lo que está en cuestión. Solo en la acción se nos revela la inmediatez cualitativa del mundo y de nosotros mismos. Otra posible objeción es que en el modelo de acción pragmático la conciencia se encuentra orientada al momento presente. Esta acu sación puede rebatirse señalando la importancia central que tienen los «hábitos» en este modelo. Los actores no almacenan en su con ciencia las soluciones a los problemas de la acción, sino que las aplican a nuevas acciones, las cuales, como rutinas, siguen su curso ajenas a la conciencia de los actores. Unicamente un nuevo problema que plantee la acción hace ineficaces las rutinas y los «hábitos» y requiere nuevo aprendizaje. Un tercer problema, el más difícil para la filosofía social prag mática, es que el modelo de acción descrito es tan general que ni siquiera distingue la relación del actor con los objetos de su entorno de la relación del actor con sus semejantes. La transformación del yo cartesiano en una comunidad constituida por la solución colectiva a los problemas no pasó de ser una simple declaración. No cabe duda de que Peirce logró vincular inmanentemente su idea de la comunidad crítica de científicos con su modelo teórico de acción al sostener que todo conocimiento es mediado por los signos. Su teoría de los signos contiene, además del objeto significado y la peculiari dad cualitativa del significante, una conciencia interpretativa perte-
acción colectiva como su punto de partida. Esta acción encuentra problemas y lleva a consecuencias no deseadas o imprevistas que la colectividad que actúa debe asimilar reflexivamente. Dentro del mar co de las normas de la comunidad, las consecuencias de la acción se perciben, interpretan, evalúan y se tienen en cuenta para la prepara ción de futuras acciones; y no solo actúan de este modo las institu ciones a las que se han asignado específicamente estas tareas, sino todos los individuos y colectividades afectados por las consecuen cias. En este proceso de interpretar y evaluar las consecuencias de la acción colectiva la comunicación entre todos los afectados desem peña un papel esencial; todos los interesados están motivados para participar en esa comunicación, para manifestar que se encuentran afectados por las consecuencias. Por tanto, la filosofía política de Dewey no toma como punto de partida un antagonismo entre los individuos y el estado, sino los problemas internos de la acción del grupo. Tanto el estado independiente como el individuo autónomo se constituyen en el público (en cuanto comunidad de comunicación integrada por todos los afectados por las consecuencias de tal acción) fundado en la comunidad de acción. En este modelo teórico, la comunicación dirigida a la resolución de problemas de interés colectivo se convierte en una condición esen cial del orden social. Así entendido, el orden social no requiere la «unanimidad» de los miembros de la sociedad; la comunicación hu mana vincula la unicidad individual y el reconocimiento y uso com partido o universal de los sistemas simbólicos. La filosofía política de Dewey también critica la tradición de pensamiento hobbesiana, que interpreta la acción social como impuesta únicamente por me diación de autoridades externas. Por último, el programa de Dewey, igual que las anteriores re flexiones de Cooley, se oponen explícitamente a una «naturaliza ción» del mercado y a los intentos de presentarlo como mecanismo autorregulador capaz de resolver los problemas. Son precisamente las consecuencias de la interconexión de acciones con finalidad eco nómica las que requieren una interpretación y valoración colectiva. En la forma específica en que la noción de «control social» fue usada por este grupo de pensadores, tal noción no se refería a una garantía de la conformidad social sino a la autorregulación consciente, a la idea de autogobierno llevado a cabo mediante la comunicación y entendido como resolución de problemas colectivos. Así, este con cepto de «control social» fue, en la teoría del orden social, el equiaplicar el pragmatismo a las ciencias sociales, llamo aquí la atención sobre Rucker (1969) y White (1957).
valente del concepto de «autocontrol» en la teoría de la acción ,0. Ninguno de estos conceptos estaba pensado para aplicarlos a des cripciones no valorativas. Al contrario, ambos contenían criterios inmanentes para juzgar la racionalidad de las acciones o de los ór denes sociales. Pero esto tampoco quiere decir que no fueran más que conceptos valorativos. Precisamente, tenían que demostrar su alcance explicativo en el análisis de las acciones y sociedades huma nas. Por una parte, la filosofía social del pragmatismo proponía de este modo un conjunto de conceptos fundamentales para la investi gación de la ciencia social y para la construcción de teorías; por otra, otorgaba a estas mismas ciencias sociales una enorme importancia moral y política, pues se suponía que debían ayudar a las comuni dades humanas a mejorar su capacidad para la acción colectiva y, en un mundo que había perdido toda certeza metafísica, hacer una con tribución decisiva a la promoción de la solidaridad de una comuni dad humana universal que reconoce, discute y resuelve colectiva mente los problemas de la humanidad. II.
El desarrollo de la escuela de C hica go
Quienes investigan el contenido teórico del pensamiento y la obra de la antigua escuela de Chicago deben comenzar por liberarse de numerosos y extendidos errores en torno a dicha escuela para poder valorar los auténticos logros de este grupo de investigadores y pensadores 11. El primero de estos errores es el de que la escuela tenía una orientación exclusivamente empírica, y que no solo no consiguió sistematizar teóricamente los resultados de sus investigaciones, sino que consideraba que dimanaban de los objetos de investigación. Esta crítica es exacta en la medida en que esta escuela, fiel al espíritu del pragmatismo, concedía gran valor a la investigación empírica. En la historia de la ciencia social, la escuela de Chicago se sitúa en un punto intermedio entre la filosofía social evolucionista especulativa de los primeros años de la sociología y la moderna ciencia social empírica. Es también cierto que, según se observará retrospectiva mente, la escuela produjo un mosaico de estudios cuasi etnográficos más que tratados teóricos de valor permanente. Pero esto no debe producir la errónea impresión de que las obras de los miembros de la escuela no compartían un marco teórico al menos implícitamente. 10 Sobre este punto vid. el excelente artículo de Janowitz (1957-6). 11 Sobre la sociolog ía americana temprana vid. H inkle : 1963; 1980. Sobre la in dependencia de la sociología americana respecto a los teóricos sociales europeos clá sicos, vid. Sutherland: 1978.
Aunque no es idéntico para cada estudio, es sin embargo posible descubrir este marco teórico general implícito de carácter pragmático —al cual, sin embargo, no se le dio una fundamentación metateórica — en los teoremas individuales sustantivos de la escuela de Tan errónea como esta crítica es la idea de que la escuela de Chicago estaba únicamente interesada en llevar a cabo reformas so ciales, o la creencia de que la naturaleza específica de esta escuela consistía en un reformismo social protestante más o menos secula rizado *2. También en este aspecto podría hablarse de una situación intermedia en la historia de la ciencia social: una posición entre la nula profesionalización de las ciencias sociales y su total profesio nalización. Todas las figuras esenciales de la escuela de Chicago se oponían a una investigación social desprovista de criterios profesio nales y cuyo único objetivo fuera el de crear conciencia pública de la existencia y gravedad de los problemas sociales. Además, eran claramente conscientes de que aunque la profesionalización de las ciencias sociales tenía que basarse en métodos de investigación más exactos y en un marco de referencia universalista —-en oposición al mero reformismo— tampoco debería renunciar consistir a todos los imperativos extracientíficos. Finalmente, y por lo que respecta al carácter cristiano de la escuela de Chicago, es evidente que tal ca rácter está ausente del pensamiento y escritos de figuras tan impor tantes como Thomas y Mead. Tampoco es razonable hablar de una mera forma de cristianismo secularizado a la vista del extremado antipuritanismo de muchos de los miembros de la escuela. Un tercer malentendido considera que la escuela de Chicago es el resultado epigonal del estudio de los escritos de pensadores euro peos y de la apropiación de sus ideas. Es sin duda cierto que, sobre todo el pensamiento alemán — tal como se manifestó en la transición del historicismo a la sociología (representada por Dilthey, Windelband, Rickert, Tónnies y Simmel)— y la etnología y psicología ét nica (Vólkerpsychologie) alemanas —que trataban de explicar la vida cultural de naciones o pueblos— influyeron en la formación de mu chas figuras importantes de la escuela. Se prestó gran atención a las teorías sociológicas de Durkheim, Tónnies y Simmel. Existían, en particular, afinidades entre miembros de esta escuela y Simmel, tanto más considerando que Simmel trataba de encontrar un concepto de sociedad que no la redujera a una mera agregación de individuos ni la reificara en una entidad enteramente transcendente a estos u . Sin 12 In cluso en los escritos m uy recientes de autores de primera fila pueden encon trarse malas interpretaciones de este tipo: vid. Tenbruk: 1985; Vidich y Lyman: 1985. 13 Sobre la recepción de Simmel en los Estados Unidos, vid. el amplio estudio de Lcvine et al. (1975-6).
embargo, es del todo erróneo considerar que las ideas de la escuela de Chicago derivan del pensamiento de Simmel, o suponer siquiera una superioridad general del pensamiento sociológico europeo en aquella época. Si es correcta la tesis de que el marco teórico de la escuela de Chicago tiene su origen en la filosofía social del pragma tismo, se habrá mostrado al mismo tiempo que esta se originó en una escuela de pensamiento auténticamente americana, y no en la filosofía europea. Ni siquiera hace justicia a la escuela de Chicago el que Parsons admitiera posteriormente que Cooley, Thomas y, sobre todo, Mead desarrollaron una teoría socio-psicológica de la interiorización que constituía un avance importante respecto a los teóricos sociales europeos clásicos l4, pues aisla este logro de las condiciones en que se alcanzó y de las consecuencias que resultaron de él. Es decir, no se reconoció todo el alcance de la crítica prag mática del invidualismo racionalista. Este hecho tiene su expresión tnás sorprendente en el mito del iredominio del individualismo utilitario de Herbert Spencer sobre E a sociología americana preparsoniana. Por lo que se refiere al pe riodo anterior a la escuela de Chicago y a los sociólogos especula tivos ajenos a ella, es sin duda cierto que se trabajó mucho en una modificación teórica de las tesis de Spencer. Sin embargo, la verdad es que para todos los teóricos sociales del periodo cuyas obras to davía se leen —Peirce, James, Baldwin, Mead, Dewey, Cooley, Veblen, Thomas y Park— Spencer era una figura totalmente acceso ria 15. El primer libro de texto importante de la sociología america na, el Source Book for Social Origins (1907), puede en gran medida entenderse como una polémica contra Spencer. Desde el final de la Guerra de Secesión, muchos pensadores americanos han rechazado el individualismo atomista y nan buscado nuevos modelos teóricos y prácticos de formación de la comunidad. Sus soluciones al proble ma de encontrar una nueva base para la comunidad adoptaron for mas extremadamente diversas, que van desde un retomo a los ideales comunitarios del temprano puritanismo, pasando por el misticismo de la naturaleza, la atracción por el catolicismo, planes y experimen tos utópicos, hasta la glorificación del pasado colonial de América o de la anterior situación de los estados del Sur. En la mayoría de los casos se intentó introducir los postulados morales del individua lismo en estos modelos de comunidad. Naturalmente, el modo en que el pragmatismo se transformó en sociología estuvo determinado de forma decisiva por las condiciones 14 El texto más importante de Parsons sobre estos temas es su estudio sobre Cooley (Parsons: 1968b). 15 El defensor más firme de esta tesis es Wjlson (1968).
de la sociedad americana, de la Universidad de Chicago y de hi vinculación política de la sociología americana temprana a su socio dad durante el periodo en que se originó, es decir, a comienzos lio los noventa y en los años posteriores. Kn este periodo los Estado» Unidos atravesaban una fase de rápida industrialización y urbaniza ción 16. La afluencia de inmigrantes era enorme; en su mayor parto provenían de tradiciones culturales muy distintas a la protestante, La disolución de la estructura de los Estados Unidos, sumamente descentralizada política y económicamente, junto con los simultá neos cambios económicos per se sentaron las bases de una profunda modificación de la estructura de clases de la sociedad americana. Un aspecto de este cambio que requiere especial mención es el surgi miento de una nueva clase media «profesional». Políticamente, estos cambios fueron acompañados de numerosos intentos por lograr re formas sociales, intentos que le valieron a esta época el nombre de «era progresiva». Un objetivo común a dichos intentos de reforma fue el de conservar los ideales democráticos de autonomía política de las comunidades locales bajo las nuevas condiciones de hegemo nía de las grandes empresas y del gobierno federal central en la sociedad americana; esto se consiguió dando a los ideales de las pequeñas comunidades locales una forma apropiada a las nuevas co munidades urbanas. Chicago fue uno de los centros de estas empre sas reformistas. Los intelectuales de la escuela de Chicago tenían una estrecha relación personal con muchos de estos intentos, y en gran medida la conservaron incluso durante el periodo conservador de los años veinte. Por consiguiente, los temas principales de la escuela de Chicago eran los problemas de ciudad moderna, especialmente del propio Chicago. Estos intereses explican casi siempre la elección de los temas de sus estudios sociológicos. Las condiciones institucionales de la Universidad de Chicago, recientemente fundada, favorecieron la orientación hacia la investi gación y la interdisciplinaridad. En esta universidad, la formación de los estudiantes graduados se centraba en la investigación, y la in fraestructura estaba pensada para una investigación cooperativa. La fundación de una revista científica, el American Journ al o f Sociology, en 1895, y la publicación de los libros de texto de Thomas, Park y Burgess apoyaron el trabajo de los sociólogos de la Universidad de Chicago. En esta universidad la sociología no se vio en la necesidad de luchar por su existencia contra el poder de las disciplinas más antiguas, en especial la economía política, sino que, en condiciones mucho más favorables que en ningún otro lugar, pudo centrar pie16 La m ejor exposición histórica del trasfondo socio hisló rico de los desarrollos aquí mencionados es la de Wiebe (1967).
aamente su atención intelectual en ellas, y dedicarse a demarcarse con respecto a estas 17. Estaba estrechamente relacionada con la et nología, la filosofía y la teoría de la educación (en las personas y pensamiento de Mead y Dewey), y con la economía institucionalista y antimarginaiista de Thorstein Veblen. Los fundadores de la Universidad de Chicago en sentido estricto, a excepción de Albion Small, han quedado hoy olvidados, y su im portancia teórica es nula. Podemos definir a Small como una com binación de «sociólogo de sistemas» especulativo c iniciador admi nistrativo de la investigación sociológica empírica. Su propia posi ción teórica, que según parece no llegó a convertirse en el hilo con ductor de la investigación sociológica empírica de la Universidad de Chicago, puede denominarse «utilitarismo colectivo», es decir, era una teoría que explicaba la vida social mediante los procesos engen drados por el conflicto entre grupos de intereses. De todos modos, enfrentado a la fuerza de las ideas pragmáticas, este enfoque tenía pocas posibilidades de imponerse. En la obra de William Isaac Tilo mas, uno de los primeros graduados de la universidad de Chicago, que más tarde ingresó en su facultad, se forjó el primer nexo im portante entre el pragmatismo y la investigación sociológica. Las raíces intelectuales de Thomas se encuentran en la etnografía y en la psicología étnica 18. Estos dos campos de investigación re cogían e investigaban de forma holista y (en comparación con la psicología introspectiva) «objetiva» materiales pertenecientes a la di versidad cultural de pueblos y épocas. Metodológicamente, Thomas permaneció fiel a un procedimiento etnográfico, pero aplicado a ob jetos no «exóticos»; teóricamente, con relación a los debates en tor no a la elaboración de una psicología social, estaba interesado en un modelo teórico que prestara cuidadosa atención a la influencia de la cultura en la conducta individual y colectiva. En sus primeros escri tos se fue distanciando gradualmente de la idea contemporánea de la determinación biológica de las diferencias raciales y sexuales. Los elementos básicos de su propio modelo teórico, sin embargo, son 17 Vid. Diner: 1975 sobre este tema. Las exposiciones más importantes de la escuela de Chicago son las de Blumer (1984), Carey (1975), Faris (1967) y Fishcr y Strauss (1978). Quienes tengan interés en estudiar con más detalle ese tema encon trarán de utilidad la amplia bibliografía de Kurtz (1984). Una exposición breve de un único, aunque importante aspecto de la tradición de Chicago es la de Farberman (1979). lS En Janowitz (1966, pp. 307-10) puede encontrarse una bibliografía de las pu blicaciones de Thomas. No existe una biografía amplia sobre Thomas. Podemos re comendar algunas exposiciones breves de su vida, como la introducción de Janowitz a la mencionada edición de los escritos de Thomas (Janowitz: 1966, pp. VII-LVIII), el estudio de Coser sobre Thomas y Znaniecki (Coser: 1977, pp. 511-59), Deegan y Burger (1981) y Zaretsky (1984).
pragmáticos. En la introducción a su Source Book for Social Origins (1909), se concedió, ya una posición teórica central al modelo de acción de los «hábitos». Cuando, enfrentados a un estímulo desa costumbrado, los hábitos se rompen, solo puede superarse el estado de cosas que constituye una crisis mediante una operación conscien te («atención») por parte del sujeto, operación que origina nuevos hábitos de conducta. Así mismo, opone el concepto de control a todos los demás conceptos fundamentales entonces en uso, tales como imitación, conflicto, coerción, contrato y «conciencia de tipo» [ con-
ciousness of kind],
Thomas subrayaba, más claramente que los filósofos pragmáti cos, el carácter cultural de los hábitos de conducta y la integración en una colectividad de las iniciativas individuales: «el nivel cultural del grupo limita la capacidad intelectual de enfrentamiento y adap tación a las crisis» (Thomas: 1909, p. 20). La cultura, tal como Tho mas la entendía, abarca los más variados recursos materiales, técnicos y cognoscitivos de una comunidad. Metodológicamente, esta orien tación lleva a buscar procedimientos que hagan posible reconstruir la dinámica del tratamiento subjetivo de los problemas de la acción. Pero para Thomas esto no significa la observación participativa o el análisis del proceso de interacción, sino la recopilación e interpreta ción de materiales significativos para las perspectivas subjetivas de los actores. En contraste con la máxima formulada por Durkheim en Las reglas del método sociológico , los hechos sociales no han de explicarse únicamente mediante otros hechos sociales. De este modo, no se aplican fundamentalmente procedimientos de análisis estadís tico; en vez de esto, ha de admitirse que las percepciones individua les y las nuevas creaciones de los individuos son el nexo que media entre los hechos sociales. Por consiguiente, en los estudios socioló gicos se hará uso de materiales cercanos al ideal de auto-presentación autobiográfica y, por tanto, próximos a la unidad narrativa de la existencia humana. Por estas razones, para Thomas y para toda la escuela de Chicago, la demarcación de su pensamiento e investiga ción respecto de la psicología no desempeñaba un papel tan impor tante como el que tenía para Durkheim. El modelo teórico de la psicología social evitaba la identificación de la psicología con el in dividualismo atomista que estaban combatiendo. La respuesta subjetiva a la transformación de una sociedad «tra dicional» en una sociedad moderna fue el tema de investigación en el que más avanzaron las reflexiones de Tilomas, en una combina ción de teoría e investigación científica que muchas veces, como se sabe, no era consistente. En los inicios de su carrera Thomas comen zó a interesarse por los problemas de los negros americanos, de los judíos socialistas y de los inmigrantes de diversas nacionalidades en
los Estados Unidos (Bressler: 1952). Su estudio más extenso trata de los inmigrantes polacos (Thomas y Znaniecki: 1956), y fue recono cido como una de las obras paradigmáticas de la escuela de Chicago. A este estudio siguieron otros que trataban de los problemas que afectaban a los inmigrantes y otras obras sobre temas relacionados con la adaptación social, entre las que se cuenta un estudio sobre la restitución juvenil (Park y Miller: 1921 l9; Thomas: 1923); sin emargo, no hizo progresos teóricos verdaderamente significativos. El modelo teórico de Thomas, tal como fue presentado princi palmente en las observaciones metodológicas preliminares a The Polish Peasant (1926) y en otras partes de ese estudio, amplía el modelo de acción pragmático en dos aspectos: en primer lugar, el modelo se hace más concreto desde un punto sociológico; en segundo lugar, se amplía para incluir la acción colectiva. Se hace concreto en tanto que la operación subjetiva de definir una situación se estudia con mayor exactitud. Las orientaciones de conducta aceptadas se consi deran el resultado de definiciones de situaciones que previamente han tenido éxito. Con el concepto de «actitud», estas definiciones se formulan por referencia a la acción y se distinguen de la psicología de la conciencia. Se presta atención a la función social de quien define las situaciones. Es claro que estas definiciones siempre con tienen un elemento de riesgo. No tienen necesariamente que con formar un sistema unitario y coherente, o que cubrir con la misma exactitud todas las situaciones. Surgen continuamente situaciones para las que no bastan las definiciones de situaciones ya establecidas. Thomas afirma que es posible dividir los motivos de la acción en cuatro clases. Estas son: el deseo de nuevas experiencias, el deseo de dominar una situación, el deseo de reconocimiento social y el deseo de tener certeza de la identidad. Este esbozo de una teoría de la motivación muestra que Thomas había superado las nociones de la psicología del instinto sin aceptar las explicaciones propuestas por los psicoanalistas, explicaciones que consideraba monocausales. Su teoría incluye motivos que están más allá de la autoconservación material o la persecución egoísta de in tereses individuales, y es sumamente similar a la psicología «huma nista» desarrollada posteriormente. Contribuyó a la teoría de la per sonalidad con su concepto de «organización de la vida», o confor mación subjetiva del curso de la vida. Aplicando esta categoría dis tinguió tres tipos de personalidad: el «filisteo», con una rígida orien tación de su vida; el «bohemio», que no tiene una estructura de carácter coherente; y, finalmente, con una clara valoración positiva,
E
19 Es bien sabida que esta obra fue prácticamente escrita por Thomas.
la personalidad creativa, que es capa7. de guiar sistemáticamente su propio desarrollo.
La ampliación del modelo de acción pragmático para incluir la acción colectiva cambia la concepción de la desintegración de las orientaciones o sociedades «tradicionales». Desde esta nueva pers pectiva, la desorganización y la crisis presentan siempre una opor tunidad para la reorganización creativa. Thomas no era un pesimista cultural que no veía en la era moderna nada más que la desintegra ción de la «comunidad». No creía en la oposición rígida entre ins tituciones fuertes y pérdida anómica de la orientación; más bien, su interés se centraba en los procesos colectivos que producen la for mación de nuevas instituciones. Para él, «la estabilidad de las insti tuciones del grupo no es, por tanto, un simple equilibrio dinámico de procesos ele desorganización y reorganización» (Thomas y Znaniccki: 1926, p. 1130). Esta concepción de la sociedad y la historia hizo depassé las ca tegorías históricas bipolares que habían ejercido tama influencia en los comienzos de la sociología. Ya no se oponía la comunidad a la sociedad, la solidaridad mecánica a la orgánica; estas oposiciones se reemplazaron por procesos continuos de desintegración institucio nal, de formación exitosa o fallida de nuevas instituciones. Ya no era necesario negar la importancia para las sociedades modernas de com ponentes cruciales de sociedades anteriores, como la familia y la pertenencia a grupos étnicos. Qué duda cabe de que estos elementos han cambiado, pero su importancia no tiene por qué haber dismi nuido. La relación entre acción individual y colectiva o entre desor ganización y reorganización individual y colectiva no se trataba in tencionadamente ue forma funcionalista; es decir, en condiciones de desorganización social también existen oportunidades para la reor ganización individual. En su investigación empírica sobre los inmi grantes polacos, Thomas se dedicó a investigar las diferentes fases del crítico proceso de adaptación sufrido por estos inmigrantes uti lizando materiales empíricos adecuados a cada una de las fases (Madge: 1962, pp. 52-87). Trazó una descripción de la sociedad campesina polaca basándose en cartas, descripción que mostraba esa sociedad desde aspectos extraordinariamente diversos. La desintegración de esta sociedad con la extensión del capitalismo industrial y los pri meros esfuerzos por reorganizarse se documentaron con artículos tomados de los periódicos polacos. La desorganización personal de los inmigrantes se presentó con ayuda de un amplio material auto biográfico. La información sobre la desorganización social de la cul tura de los inmigrantes en los Estados Unidos se recogió de informes de tribunales y parroquias. De este modo, a pesar de todos los pro blemas de la relación entre la teoría y la investigación empírica, se
escribió una impresionante obra sociológica pionera a la que aún hoy se debe considerar un clásico. Durante algún tiempo William Thomas fue el sociólogo más im portante de la escuela de Chicago. Cuando en 1918 fue expulsado de su Universidad a causa de una conspiración motivada por su inconformismo político y moral, fue sucedido como líder oficioso de la escuela por un hombre al que el propio Thomas había traído a Chicago unos pocos años antes y que, antes incluso de que se conocieran, había desarrollado una fuerte afinidad con las orienta ciones de Thomas, y con los temas de su pensamiento e investiga ción: Roben Park. Hasta mediados de los años treinta Park fue la figura más influyente de la escuela. Su importancia es mayor incluso que la de Thomas, tanto más cuanto que se ejerció a través de sus numerosos estudiantes y de la realización de proyectos de investi gación, y no solo mediante sus propios estudios. A la luz de los numerosos giros de su vida, que no le llevaron a la cátedra hasta pasados los cincuenta años de edad, casi parece como si hubiera sido predestinado al papel que desempeñó en la Univer sidad de Chicago 20. Siendo estudiante estuvo bajo la decisiva in fluencia de John Dcwey; trabajó durante muchos años como repor tero, y se doctoró en Alemania con una crítica, influida por Simmel, de la psicología de masas contemporánea, publicando su disertación en alemán. Además, habiendo sido durante años un estrecho cola borador del reformador negro Booker T. Washington, conocía los problemas de los negros de los Estados Unidos mejor que ningún otro blanco de aquel periodo. Estas diversas actividades en modo alguno eran tan inconexas como puede parecer a primera vista. Al menos, la personalidad creativa de Park consiguió integrarlas. De la filosofía de Dewey, Park había tomado en particular el interés por la democracia como orden social y por la comunicación pública como prerequisito de la democracia. Su actividad periodística concordaba plenamente con estos intereses; más adelante, Park definiría «noti cia» como información que interesa a todos porque a todos concier ne, pero cuya interpretación, sin embargo, está todavía abierta (Park: 1972). Park estaba más interesado que Dewey en la realidad empírica de los procesos de formación de la opinión pública, y de la dinámica de los procesos de discusión que frecuentemente llevan a resultados no consensúales. Su pasión por ofrecer informes de primera mano
20 La mayo r parte de los artículos importantes de Park se han publicado en la edición en tres volúmenes de sus Collected Papen (1950-5). Existe una excelente literatura secundaria sobre Park. Destaca el estudio de Matthews (1977); vid. también Coser (1977: pp. 357-84) y Turner (1967).
y su compromiso con los negros americanos estaban animados por una profunda avidez de experiencias que trascendían los estrechos límites culturales y morales del parroquial entorno protestante de America. Mientras que entre la mayoría de los intelectuales progre sistas de aquel periodo apenas puede encontrarse conciencia de la terrible condición de los negros en los Estados Unidos, Park obser vó que la la existencia de una población de raza negra requería una reflexión sobre la posibilidad del «control social» y la democracia en condiciones de heterogeneidad cultural, reflexión prioritaria fren te a la cuestión de la integración de los nuevos inmigrantes en la sociedad americana. Finalmente, en su tesis alemana Park había apli cado el concepto de democracia de Dewey como concepto formal en el sentido de Simmel. Con esto, Park consiguió dos cosas. Desde el punto de vista de la teoría de la acción, se evidenció que el pro blema de alcanzar un consenso creativo tenía una importancia fun damental, y se mostró, en contra de las pretensiones de los psicó logos de masas europeos, que existe una posible racionalidad en los procesos de toma de decisión colectivos. Pero el uso que hizo Park del concepto de Dewey ofreció además una alternativa a la teoría bipolar de la transformación histórica con sus categorías opuestas de «comunidad» y «sociedad». Esta alternativa era la transformación de las comunidades tradicionales o bien en sociedades de masas o bien en sociedades democráticamente integradas. Park tenía un intenso interés por las posibilidades creativas de las masas y de la discusión pública. Esto hace comprensible que para él la conducta colectiva de la que surgen y que transforma estas instituciones se convirtiera en el verdadero objeto de la sociología. En el gran manual introductorio escrito por Park y Burgess (1921) —la «biblia verde» de los soció logos americanos del período de entreguerras— la sociología se de finía como la ciencia de la conducta colectiva. Esto no quiere decir, por supuesto, que la acción individual deba ignorarse o excluirse del ámbito de la sociología, sino que ha de entenderse que su orienta ción se constituye colectivamente. Para Park la sociedad no se enfrenta al individuo como un mero agente de represión, coerción u obligación. También se experimenta como fuente de inspiración, de expansión del yo y de liberación y fortalecimiento de energías personales ocultas. La condición para la acción colectiva es la existencia de «representaciones colectivas», que se constituyen en la comunicación. Tal enfoque tiene que centrarse, por consiguiente, en las diferentes formas de constitución de estas representaciones colectivas, que van desde los sistemas de símbolos religiosos hasta la opinión pública, y entre las que también se cuen tan fenómenos como la moda.
Esta idea no nos aleja del ámbito familiar a la filosofía social pragmática. Es evidente que el lenguaje en el que Park y Burgess expresan estas ideas en su libro de texto está influido por Durkheim 21. Sin embargo, ellos insisten con mayor energía que el teórico francés en las formas modernas y cotidianas de la aparición de las representaciones colectivas. Podríamos concluir fácilmente que esto es poco más que la simple formulación de ideas fundamentales archiconocidas en un estilo durkheimiano más próximo a la realidad empírica. Pero esta impresión se desvanece, no obstante, cuando se observa que para Park esa concepción de la sociedad solo capta uno de los dos tipos de orden social: el tipo del «orden moral», de la acción colectiva que se regula por referencia a valores y significados. Sin embargo, a este tipo se opone otro, que Park denomina orden «biótico» o «ecológico» 22. La razón para introducir ese segundo tipo de orden social era, evidentemente, la dificultad de entender — partiendo de su modelo característico de orden social— las des viaciones sistemáticas de los resultados de la acción colectiva respec to a las intenciones colectivas, o de comprender los resultados sis temáticos de la acción no coordinada. Park tomó el arquetipo de esta teoría «ecológica humana» de la ecología de las plantas, que, a su vez, había sido parcialmente influida por la economía de mercado. Estos modelos le parecieron adecuados para representar científica mente procesos de competencia por recursos escasos y las adapta ciones recíprocas y distribuciones espaciales y temporales resultantes. La teoría de Park fue fructífera en la medida en que consideró seriamente la relación de los procesos sociales con su entorno físico. Esta teoría fue el punto de partida de muchas iniciativas, por ejem plo, la investigación del origen y transformación de la función de los barrios, y la investigación acerca de la difusión regional de fe nómenos sociales. Sin embargo, los modelos empleados en estos es tudios corrían constantemente el riesgo de «naturalizar» los fenóme nos sociales, y de darles por tanto una interpretación determinista. Ralph Tu rner señaló esta deficiencia crucial . La distinción de los dos tipos de orden social no se refiere a esferas sociales diferentes, sino al carácter intencional o no intencional de los resultados de la acción social. Este hecho, empero, dio lugar al problema de la aplicación de estos modelos de orden social y, sobre todo, al problema de inte 21 Una com paración tendría que recurrir a las lecciones so bre el pragmatismo de Durklieim y a su sociología de .la religión (D urkh eim : 1955). E n Joa s (1 985b) y en Stone y Farberman (1967) se proponen interpretaciones de estas lecciones. 22 Vid. un resumen en Park: 1936. 23 Vid. las exclcntes observaciones críticas de Turner (1967, p. XXIX).
grarlos para producir una teoría coherente y unificada de la socie dad. La falta de claridad teórica de Park produjo aquí la mera com binación de una macrosociología de orientación democrática con hi pótesis subyacentes relativas a la competencia y a la lucha por la existencia, que se consideran naturales. No se logró una teoría que reconciliara economía y sociedad. La escisión entre las dos vertientes de la teoría de Park se superó con hipótesis evolucionistas sobre la transformación gradual del ámbito de la sociedad no planificado y competitivo en el sector democráticamente autodeterminado: «la evo lución de la sociedad ha consistido en la progresiva extensión del control sobre la naturaleza y en la substitución del orden natural por un orden moral» (Park y Burgess: 1921, p. 511). Esta concep ción implícita también distorsiona la idea de la «historia natural» y, en particular, influye en el famoso «modelo de fases» del desarrollo de las relaciones entre razas, desarrollo que va desde la «competen cia», pasando por el «conflicto», a la «acomodación» mutua y, fi nalmente, a la «asimilación». Park y sus discípulos no aplicaron estas ideas como un «tipo ideal» de proceso, sino como un modelo de terminista. Es evidente que como tal modelo es fácilmente criticable, bien sea indicando los elementos etnocéntricos del modo en que se consideran determinados fenómenos de urbanización, bien sea seña lando aquellos casos en los que el curso de desarrollo de las rela ciones entre razas tiene un resultado enteramente distinto al de la asimilación 24. Park, sin embargo, utilizaba el carácter determinista de sus modelos con motivo de una polémica contra la rebelión de los negros americanos y contra los intelectuales reformistas que ac tuaban por cuenta de otros. Es obvio, por tanto, que no puede pretenderse que Park y sus discípulos consiguieran transformar el pragmatismo en una teoría satisfactoria de la sociedad. Poco era lo que tenía que decir su en foque sobre cuestiones fundamentales que una teoría ha de contestar en el siglo XX, tales como el desarrollo de las relaciones entre clases, la burocracia o las relaciones internacionales. Sin embargo, sí con siguieron elaborar un flexible marco de referencia de orientación teórica y macrosociológica para los múltiples estudios empíricos de los fenómenos de la vida cotidiana en la gran ciudad moderna (ame ricana). Durante los años veinte y treinta se llevó a cabo una canti dad tal de estudios de este tipo que todavía hoy resulta impresio nante. Algunos de ellos se hicieron célebres por sus métodos y des cubrimientos, como por ejemplo el estudio de Neis Anderson The 24 Para una crítica del ciclo de las relacion es entre razas, vid. en Cahnman (1978) la breve exposición de los últimos años de la vida de Park después de que abandonara Chicago.
Hobo (1923), la investigación de Frederick Trasher sobre las bandas
de delincuentes juveniles (1927) o la biografía de un delincuente juvenil juve nil de C liffo lif ford rd Sliaw (193 (1 930) 0).. L o s prim pr imero eross estudios estu dios socio so cioló lógi gico coss sobre los problemas de los negros americanos llevados a cabo por sociólogos negros tienen su origen en la escuela de Park. En todos estos casos es sorprendente la enorme diferencia que había entre su percepción de los fenómenos sociales y el punto de vista de la clase media me dia — fuese fuese moralista m oralista o reformista— . Park y sus estudiantes estudiantes pro pro dujeron un mosaico de estudios de la vida metropolitana repleto de descripciones de primera mano de calidad casi literaria; pero esto no era, ciertamente, una ciencia social que progresara metódicamente mediante la contrastación de hipótesis o la generalización teórica. Aunque no es posible discutir aquí en detalle la obra de otros pensadores importantes de este período de la escuela de Chicago, debemos mencionar al menos algunos de ellos. El más importante es el amigo y colaborador de Park Emest Burgess, cuya sociología urbana tendía, sin duda, a un determinismo aun mayor que el de Park. Burgess subsumió inequívocamente la esfera económica en el modelo ecológico, y fue uno de quienes propusieron la famosa teoría de círculos concéntricos de desarrollo urbano, teoría basada en el caso de Chicago. Este autor hizo una importante contribución a la sociología de la familia, en la que introdujo la concepción de la familia como unidad procesual de personalidades en interacción; sin embargo, los intrumentos metodológicos no correspondían a este programa, y se daba por supuesta la existencia de un desarrollo evo lutivo unilineal de la familia «desde la institución al compañerismo» (Bogue: 1974). Ellsworth Faris (1937), defendió ideas esenciales de la filosofía social pragmática en numerosos artículos breves y en su influyente magisterio; además, aplicó estas ideas de forma muy ori ginal a la crítica del reduccionismo conductista y de las pretensiones de la psicología de los instintos. Louis Wirth 25, autor influyente a finales de los años treinta y en los cuarenta, estudió el ghetto judío siguiendo en todo los métodos defendidos por Park; por otra parte, sin embargo, propuso una teoría de la gran ciudad que, de forma de! todo opuesta al enfoque característico de la escuela de Park, interpretaba la vida en la gran ciudad de acuerdo con el modelo de la sustitución de los lazos comunitarios por las relaciones sociales. No es este el lugar indicado para especular sobre las razones del tan debatido colapso de la escuela de Chicago en la década de los
25 Vid. Wirth (1964 ; 196 9); el volumen anterio r incluye el célebre y controvertido ensayo «Lírbanism as a Way of Life» (1964, pp. 60-83), publicado por vez primera en 1938 (Wirth: 1938).
treinta 26. En el contexto del presente artículo no nos interesan los detalles de la historia de la sociología, sino las vicisitudes posteriores de la teoría pragmática: ¿cómo aborda esta teoría los nuevos pro blemas, y cómo trata los antiguos e irresueltos? ¿Qué ocurrió con ella después del reflujo del optimismo progresista de los fundadores de la teoría respecto a las posiblidades de reforma? ¿Qué pasó con el dualismo del orden moral/orden biótico? Se acostumbra a ver la principal continuación de esta tradición en los escritos programáticos sobre psicología social de Herbert Blu mer. Por importantes que estos sean, constituyen sin embargo una base excesivamente restringida para examinar la continuación de esta tradición. Por tal motivo, aquí concederemos igual importancia a la inspiradora obra de Everett Hughes. En los escritos de estos dos autores podemos estudiar dos formas de tratar los problemas que se habían planteado. La obra de Herbert Blumer, con sus méritos y deficiencias, ha tenido una importancia decisiva para la autocomprensión de las pos teriores generaciones de representantes del interaccionismo simbóli co. Después de escribir una tesis en la que examinaba los métodos de la psicología social, Blumer se dio a conocer en la década de los treinta por dos obras en particular (Blumer: 1928; 1939). Examinó de forma extremadamente crítica la relación entre teoría e investiga ción empírica en el estudio de los campesinos polacos de Thomas y Znaniecki; y en un artículo para un manual en el que sistematizaba las premisas de la tradición de la escuela de Chicago inventó el nom bre de «interaccionismo simbólico». Blumer estuvo durante toda su vida interesado por la relación entre teoría e investigación empírica en las ciencias sociales. En oposición a la investigación mediante encuestas y al análisis de datos profesionalizado que estaba comen zando a imponerse en las ciencias sociales, desarrolló progresivamen te la tesis de que se precisa una íntima relación del científico social con el objeto de sus investigaciones. Para todos los sociólogos que tendían a emplear métodos interpretativos, a incluir en la investiga ción empírica experiencias subjetivas, y a usar conceptos teóricos que aumentaban su sensibilidad respecto a la realidad empírica, sus protestas y programas metodológicos se convirtieron en un punto de referencia sumamente importante. Más aun que Mead y el resto de los pensadores sociológicos de los que había aprendido, Blumer convirtió en un dogma metodológico el carácter procesual de toda acción, Los modelos de acción de fases solo podían ser aproxima damente correctos si la continua readaptación a condiciones ambien1,1 Vid. Kuklick (1973) y Lengermann (1979) además de los estudios de tipo ge ni'iiil nolnc Iti escuda de Chicago.
tales nuevas o cambiantes era precisamente lo característico de la acción. Su sistematización presentaba así mismo una explicación de las premisas esenciales del pensamiento pragmático más distante de la filosofía y más aplicable a los fines del investigador sociológico. En sus estudios sustantivos sobre cuestiones étnicas y sobre la conducta colectiva, Blumer intentó ir más allá de las explicaciones psicologistas y funcionalistas, y trató incluso de reemplazarlas; ade más, en contraste con Park, sus escritos no están guiados por ideas evolucionistas. De todos modos, si se mide la obra de Blumer por referencia a las cuestiones abordadas por la teoría social contempo ránea, se pone de manifiesto que sus escritos no proponen ninguna solución a muchas de estas. El problema implícito en el dualismo entre el orden «moral» y el orden «biótico» no se toca en ningún momento. En su versión del interaccionismo simbólico, Blumer se limita a plantear problemas que caen dentro del marco conceptual del «orden moral», evitando los problemas que parezca imposible o intuitivamente difícil tratar dentro de ese marco. De este modo fue posible consolidar un paradigma fructífero sin progresar demasiado en la confrontación con otras teorías. No puede dccirsc esto de Everett Hughes, el sociólogo del tra bajo y de la ocupación más destacado en la tradición de la escuela de Chicago 27. En su obra se mantiene el dualismo de Park, aunque modificado. La distinción entre una zona de la sociedad normativa o comunicativamente integrado y un ámbito de la sociedad regulado por los procesos de mercado o las interconexiones no planificadas entre los resultados de acciones se transforma de tal manera que, si bien se sigue analizando toda organización o institución aplicando el modelo de integración normativa, las relaciones entre estas insti tuciones u organizaciones se presentan como relaciones de compe tencia entre actores colectivos —de forma muy similar al «utilitaris mo colectivo» que podemos encontrar, pongamos por caso, en la teoría de Albion Small en los inicios de la escuela de Chicago. Hug hes considera que toda institución forma parte de un sistema orgá nico que no especifica, sistema para el que esta institución tiene determinadas funciones que cumplir pero que, en su conjunto, no manifiesta ningún sistema de valores integrativo. El concepto de con ciencia colectiva no se refiere ya a la sociedad como totalidad, sino que se aplica solamente a los actores individuales macroscópicos. En esta perspectiva subyacen, ciertamente, unas innegables posibilidades 17 Los escritos breves de Everett Hughes se han reunido en The Soa ologiail Eye: Selected Papers (1971). Dos interpretaciones importantes de esta obra son las de Faught
(I9K0) y Simpson (1972).
para el análisis fructífero de la realidad empírica, posibilidades que se desarrollaron ulteriormente, tanto dentro del paradigma del iriteraccionismo simbólico como fuera de este, en la teoría de los grupos de referencia. Al mismo tiempo, sin embargo, esta aplicación res trictiva del concepto de conciencia colectiva también supone la pér dida del concepto de sociedad como orden social y político unitario. Como la de Park, la obra de Hughes contiene un gran número de trabajos breves y solo unos pocos estudios extensos. Su impor tancia estriba en su capacidad para mantener un punto de vista con sistente al tiempo que permanece fiel a la realidad empírica, y en conseguir que sus discípulos apliquen eficazmente en sus investiga ciones esa perspectiva. También fueron significativos sus esfuerzos por interesar a otros investigadores en el estudio de las instituciones como totalidades vivas y en el estudio de la competencia entre gru pos étnicos. Sin embargo, lo más importante son sus estudios sobre sociología ocupacional. No es sorprendente que la sociología ocu>acional atrajera la atención de los continuadores de la tradición de f a escuela de Chicago, que estaban interesados en emplear de forma fructífera en la investigación empírica sus ideas sobre la estructura del orden social; pues las ocupaciones son modelos de actividades especializadas de acuerdo con una división del trabajo en la que se manifiesta con particular claridad la mediación por parte de intereses diversos, correlaciones de fuerzas y procesos de negociación de una estructura que sólo en apariencia se deriva de imposiciones objetivas. Hughes centró su atención en las profesiones liberales, aquellas ocupaciones que requieren formación universitaria, pues el mayor margen que ofrecen para que los individuos configuren su propio trabajo evidencia el rasgo esencial de la división del trabajo predicho por la teoría, a saber, que no está determinada ni tecnológica, ni ecológica, ni normativamente, y que solo puede entenderse por re ferencia a la acción de los individuos o grupos ocupacionales perti nentes. Como Hughes no se planteaba la cuestión de una comunidad macrosocial institucionalizada, no tuvo dificultad en hacer de las profesiones el objeto de su reflexión e investigación sin albergar creencia alguna respecto a su autojustificación. Examinó críticamente las ideologías de diferentes tipos de profesiones como medios de liberarse del control y alcanzar un status elevado. Estaba interesado en las técnicas y tácticas empleadas para evitar tareas no deseables y para ocultar los errores a subordinados y clientes. Por consiguiente, el hecho de que centrara su atención en profesiones en las que las rígidas pautas normativas externas tienen escasa importancia, y en las que quienes las ejercen se ven obligados a «crear» sus propios roles, no se debe de ninguna manera a una actitud acrítica hacia la ideología de estas profesiones. En el transcurso de la investigación
de Hughes también se efectuaron estudios de centros de trabajo industrial. En estas investigaciones el punto crucial era que, incluso bajo las condiciones más restrictivas, la actividad ocupacional no podía entenderse sin tomar en consideración las definiciones que los propios trabajadores hacían de su situación y su lucha por la autono mía. A comienzos de los años cincuenta la escuela de Chicago,, cuya predominancia había terminado a finales de la década de los treinta, perdió sus representantes más importantes en la propia Universidad de Chicago: Ernest Burgess se jubiló, Louis Wirtn murió, y Herbert Blumer se trasladó a California. El fin de la escuela de Chicago en el sentido más estricto y definido del término ha de situarse en esa época. La herencia intelectual de la escuela, que no se había elabo rado uniformemente en todos los aspectos, recorrió los caminos más diversos. La aplicación más célebre de esta herencia es la elaboración de la psicología social interaccionista por parte de Tamotsu Shibutani (1961), Anselm Strauss (1959) y Norman Denzin (1977a) 28, así como la de una teoría de los roles y una sociología familiar llevada a cabo, entre otros, por Ralph Turner (1970). La obra de Hughes también se continuó en los excelentes estudios sociológicos de las profesiones (en especial de la medicina) realizados por Eliot Freidson (1970), Howard Becker (Becker ct al.: 1961) y Ansehn Strauss. Además, se debe en gran medida a Becker la apertura de un nuevo campo de investigación con un influyente estudio, emprendido si guiendo en todo el espíritu de la tradición de Chicago, sobre los «marginados» y la génesis de la conducta desviada (Becker: 1963). Gregory Stone y muchos otros autores han contribuido a la com prensión y explicación sociológica de numerosos fenómenos de la vida cotidiana (Stone y Farberman: 1970). Al margen de esta escuela se encuentra la genial obra de Ervin Goffman 29, autor sumamente independiente y original. Si tomamos en su conjunto todos estos temas e investigadores, la imagen que obtenemos es, sin ninguna duda, la de una corriente de investigación viva y viable. Sin embargo, de estos caminos de investigación sólo uno parece conducir a la superación del aislamiento teórico de la escuela. Este es el que se ha desarrollado a partir de los fundamentos asentados principalmente por los estudios de Anselm Strauss y que en los escritos de soció logos más jóvenes se presenta como «enfoque del orden negociado». La elaboración de este enfoque también se llevó a cabo siguiendo 28 La de I.auer y Handel (1977) es una buena panorámica. 29 Co m o la obra de Goffm an no puede explicarse explicarse mediante las premisas premisas del prag prag matismo, aquí me limitaré a mencionarla.
totalmente el estilo empírico de la tradición de Chicago: en conjunto se desarrolló por medio de estudios de casos específicos temática mente limitados más que mediante la mera elaboración de conceptos. El origen de este enfoque puede situarse en el punto en el que la investigación de las profesiones (fundamentalmente los estudios de hospitales) realizada por miembros de la escuela condujo a una pers pectiva original de la sociología socio logía de las organizacion organ izaciones es . Dich Di chaa pers pectiva fue inicialmente la reacción a un proceso de cambio: el in cremento de los tipos de profesionales que ejercen sus actividades profesionales en organizaciones complejas desvió el interés desde las «profesiones» hacia las «organizaciones profesionales». En el análisis del «hospital» como ejemplo típico de esta clase de organización se mostraron inadecuados los modelos de los tipos racionalista-buro crático y funcionalista de la sociología de las organizaciones. Desde el principio, las estructuras de división del trabajo en los hospitales demostraron ser bastante indefinidas, sus objetivos inespecíficos, y sus normas equívocas. El funcionamiento de una organización se mejante sólo es posible gracias a un proceso continuo de acuerdos tácitos, disposiciones oficiosas y decisiones oficiales respecto a la estrategia de la organización en su conjunto y la forma de división del trabajo, proceso en el que participan los diversos grupos profe sionales afectados, los sectores de los grupos profesionales y los individuos. De aquí se dedujo el principio general postulado por esta sociología de las organizaciones: las organizaciones han de entender se como «sistemas de negociación continua». Según esta teoría, las organizaciones no son formaciones estruc turadas por reglas normativas unívocas; las acciones ejecutadas en ellas no están determinadas por la simple aplicación de prescripcio nes o principios sin ninguna intervención por parte del yo [sel}] del actor. La reflexión y el diálogo son precisos no solo para la trans formación de las reglas y normas, sino también para su manteni miento y reproducción. La existencia de las organizaciones depende de su continua reconstitución en la acción; se reproducen en las acciones y por medio de ellas. Los objetivos y estrategias de las organizaciones están sujetos a controversia; el acuerdo puede adop tar formas muy diversas, incluso la del entrecruzamiento de objeti vos intencional o tolerado conscientemente y la de la pluralidad de objetivos. Todo acuerdo tiene un carácter condicional y transitorio. Los propios actores tienen teorías, tomadas de su experiencia coti diana, acerca de la naturaleza, el alcance y el resultado probable de
10 Strauss et al. (1963) y Buchcr y Stelling (1969) son ejemplos de ese tipo de investigación.
los procesos de negociación. Si esto puede afirmarse incluso de or ganizaciones relativamente formales, tanto más puede aplicarse al caso de formaciones sociales con una organización menos rígida. Por consiguiente, no es la investigación de las estructuras estáticas, sino la reconstrucción de los procesos recíprocos de definición que se extienden a lo largo del tiempo y del espacio lo que se convierte en el tema cental de una sociología de la organización que trata de ser compatible con las premisas del interaccionismo simbólico respecto a la psicología social y a la teoría de la personalidad, y que intenta recuperar de este modo la posibilidad de alcanzar un objetivo más amplio: la transformación del pragmatismo dentro de la sociología. Esta sociología de las organizaciones no es, indudablemente, mas que un primer paso en esa dirección. No se trata solo de que se afirme la importancia de los procesos de negociación en las organi zaciones formales frente a una comprensión incorrecta de su forma social; mucho mayor alcance tiene la tesis de que casi todos los tipos de orden social son mal interpretados si no se tiene en cuenta la función de los procesos de negociación. Tales procesos pueden en contrarse siempre que no prevalezcan ni el consenso absoluto ni la mera fuerza, y el consenso perfecto y la pura fuerza son casos límites de la vida social, no prototipos de esta (vid. Maines y Charlton: 1985, p. 295). La aplicación de esta idea, sin embargo, puede tomar direcciones diferentes. Por ejemplo, podemos tratar de distinguir las diferentes dimensiones de los procesos de negociación para aumentar la sensi bilidad hacia ellos en estudios empíricos. En su libro Negotiatiom (1979), Anselm Strauss ha intentado elaborar un esquema conceptual de este tipo, aunque en muchos aspectos sea todavía muy prelimi nar 31. Las dimensiones que enumera incluyen el número de parti cipantes, su experiencia relevante, y si están hablando solo por ellos mismos o en representación de colectividades. Señala a continuación que las negociaciones pueden ser recurrentes o no recurrentes, y que pueden repetirse a intervales regulares o estar ordenadas en secuen cias determinadas. Además, la diferencia de poder entre los actores participantes es significativa. Otras dimensiones son la importancia que tiene la negociación para los participantes, y si tiene o no la misma importancia para todos ellos; el que la negociación sea ob servada por terceros; el número y complejidad de los objetos de la negociación; y las alternativas que los participantes en la negociación tienen aparte de la imposición de decisiones consensuadas, es decir, en caso de que la negociación se rompa. 11 Vid. además Maines Maine s y Ch arlton (19 85 ); vid. vid. expo siciones sicion es de tipo general en Fine (1984) y Maines (1977).
Esta enumeración hace evidente que este enfoque no trata de afirmar la existencia de una conscnsualidad ideal respecto a las re gulaciones sociales, consensualidad en la que el poder, el conflicto y las imposiciones estructurales no desempeñan ninguna función. Esto sería una mala interpretación muy grave. Se trata más bien de demostrar cómo el propio actor debe tomar en consideración los resultados de acciones anteriores, tanto individual como colectiva mente, tanto desde la perspectiva del consenso como desde el punto de vista del conflicto, y que esta asimilación y valoración tiene lugar en condiciones estructurales que, a su vez, pueden remontarse a procesos de negociación anteriores y a resultados deseados o no deseados de las acciones. En principio, el estudio de las dimensiones de los procesos de negociación es neutro con respecto a la esfera social en la que se dan estos procesos, así como en relación a la cuestión del significado de estas dimensiones para el funcionamiento de las sociedades. La in clusión de otros objetos de investigación (además de la «organiza ción profesional») y la subsiguiente ampliación gradual de la capa cidad de análisis macrosociológico del enfoque del «orden negocia do» sería, pues, la segunda dirección en que se ha desarrollado este enfoque. Este objetivo es compartido por estudios de orientación muy distinta. El curso de la toma de decisiones políticas, por ejemplo, ofrece claramente un ámbito para este tipo de investigación (Hall: 1972). Eliot Freidson (1975-6) no estudia únicamente la determina ción formal y sustantiva de las relaciones entre grupos profesionales en las instituciones existentes, sino también la constitución de la estructura de las profesiones y del sistema social de división del trabajo en general. Algunos investigadores, por ejemplo Harvey Farberman (1975) y Norman Denzin (1977b), han centrado su atención en determinados fenómenos del mercado, y han mostrado que estos son incomprensibles sin la mediación de procesos de negociación. Gary Alan Fine y Sherryl Kleinman (1983) han ampliado el campo de atención del interaccionismo simbólico más allá de los grupos y organizaciones pequeñas hasta abarcar redes personales, a cuya in vestigación han hecho una aportación original. Una característica común a todas estas empresas dispersas es que han producido estudios macrosociológicos o contribuciones teóricas fragmentarias sin caer en la naturalización de los procesos investi gados en un «orden biótico». Insisten, más que la teoría democrática de la filosofía pragmática, no solo en el alcance normativo, sino también en la enorme capacidad empírica de una investigación de los rasgos de la vida social manifestados en condiciones de democracia. Sin embargo, en su mayor parte estos estudios no son todavía más
que miniaturas, no grandes descripciones del período actual que tra ten cuestiones políticas e históricas de importancia. No obstante, se ha traspasado el umbral que conduce hacia una teoría de la sociedad en su conjunto y a la comprensión de formas de integración social tales como el mercado, en el que se institucionaliza la independencia de las decisiones colectivas. Sin embargo, no es posible seguir pro gresando en esta dirección sin que sea libre una confrontación con las grandes escuelas teóricas en estos temas. Pero es justamente a estas escuelas a quienes proponen un reto teórico los fundamentos filosóficos establecidos por el pragmatismo, su elaborada psicología social y sofisticada microsociología, asi como los principios básicos del enfoque del «orden negociado». III. III.
U na valoración
No podemos formular una valoración sucinta de los frutos teó ricos de la escuela sociológica que deriva del pragmatismo, ni una contrastación de esta escuela con el resto de las corrientes socioló gicas actuales más importantes, sin limitar a unas pocas cuestiones fundamentales los múltiples problemas abordados por las teorías y la investigación del resto de las escuelas rivales. A este respecto, la propuesta más convincente la encontramos en la tradición parsoniana. De acuerdo con ella, las cuestiones que constituyen los proble mas metateóricos centrales e inevitables de la sociología son las re lativas a la acción y al orden social como serie ordenada de accio nes 32. Estos problemas son metateóricos porque no se refieren al desarrollo de teorías especiales empíricamente demostrables relativas a ciertos dominios de fenómenos, sino a cuestiones referentes a la definición y descripción conceptual del dominio de la sociología o de las ciencias sociales en general. Puede decirse que estas cuestiones son inevitables porque, aunque no toda teoría sociológica se ocupa explícitamente de ellas, ninguna puede trabajar sin sostener al menos implícitamente hipótesis relativas a la naturaleza de la acción y del orden social. En este sentido, la reflexión metateórica evidencia de forma más o menos clara estas hipótesis implícitas y exige su fundamentación. Si se acepta esta definición de status lógico ele la teoría de la acción y del orden social, podemos servirnos de estos dos planos para comparar la realidad del pragmatismo y sus posibilida des inherentes con escuelas de pensamiento rivales o complementa rias. 32 En Alexander Alexande r (1982) (1982 ) puede enco ntrarse la descripción desc ripción más clara de esta esta posición. po sición.
Como hemos expuesto, la teoría pragmática de la acción es ra dicalmente diferente de los modelos del utilitarismo sociológico. Al reconocer de forma exclusiva la acción racional, estos modelos no pueden dar cuenta de las actividades que se desvían de este modelo de racionalidad más que presentándolas como modos de acción equi vocados. Producen una categoría residual de «acción no racional» que no permite la reconstrucción de la diversidad fenoménica de la acción. La superación de esta posición utilitarista, que es constitutiva de la sociología socio logía — de forma form a implícita en las obras de los teóricos te óricos sociales clásicos (Weber, Durkheim y Pareto) y explícita en los es critos de Parsons— ha seguido estando determinada por la polémica con la que comenzó: se caracteriza por una concentración en las dimensiones normativas, lo que sin duda representa un progreso respecto al utilitarismo, pero corre el riesgo de malinterpretar la función de las normas en la dinámica de la acción real. Por contraste, el interaccionismo simbólico no da por supuesta ni la consistencia ni e! carácter determinista de las normas interiorizadas. La gran tra dición opuesta a la sociología académica, el marxismo, es incom prensible, al menos en su origen, sin su fundamentación en su propia teoría de la acción, en el concepto «expresionista» 33 de trabajo se gún el cual este incorpora la fuerza de trabajo y la cualificación del obrero al producto de su trabajo. Sin embargo, muchos de los que han contribuido al desarrollo de esta tradición en cuanto teoría de la sociedad y de la historia no prestaron atención a este fundamento del marxismo. Apenas se han elaborado las ideas de « Praxis», «ac tividad» o «trabajo», ni tampoco se han puesto en relación con los problemas que aborda la teoría sociológica de la acción. Incluso el más creativo de los nuevos enfoques de la teoría so ciológica de la acción, enfoque que supera el utilitarismo, la crítica normativista del utilitarismo y marxismo tradicional, esto es, la teo ría de la acción comunicativa de Jürgen Habermas (1981), no logra una revisión comprehensiva de la teoría sociológica de la acción. La oposición de un concepto comunicativo de racionalidad a las defi ciencias de la comprensión instrumentalista de la racionalidad tiene como consecuencia la exclusión de múltiples dimensiones de la ac ción presentes prese ntes en la histor his toria ia del pensa p ensamie miento nto soc s ocio iológ lógico ico ■>4. En este sentido, el problema no resuelto es el de cómo puede combinarse la teoría sociológica de la acción con la fecundidad teórica del pragma Sobre esta tradición «expresionista» cfr. Berlín (1980) y Taylor (1975). 34 Para un examen crític o de esta teoría de ia acción vid. vid. Jo as : 1986. En la actua lidad, ios otros dos enfoques más importantes en esta teoría de la acción son, en mi opinión, Casloriadis (1987) y Giddens (1984). Sobre Giddens vid. Joas: [en prepara ción].
tismo y las tradiciones de la filosofía de la Praxis y con el concepto expresionista de trabajo 35. El pragmatismo sigue teniendo una im portancia fundamental para la solución de este problema; pues esta corriente no se ha limitado a preparar el camino para tomar como modelo de la teoría sociológica de la acción el individuo que actúa intencionalmente, que controla su propio cuerpo y que es autónomo en relación a otros seres humanos y al entorno, sino que también ha abierto vías para explicar las condiciones de posibilidad de este tipo de «actor» [Handelnder], La literatura del interaccionismo sim bólico ofrece abundante material a este respecto. Puesto que el prag matismo introdujo el concepto de acción como medio de obtener una nueva concepción de la relación entre acción y conciencia, es decir, como un medio para superar la filosofía de la conciencia, pue de también resistir la ofensiva del estructuralismo y del post-estructuralismo — aunque admita que sus argumentos son convincentes hasta cierto punto— , y salvaguardar la dimensión de la acción huma na 36. En el plano de la teoría del orden social, la tradición de la teoría de la acción del pragmatismo, o interaccionismo simbólico, impone una relativización de los modelos utilitaristas y funcionalistas. Uni camente una relativización, pues no se discute la utilidad pragmática y el valor explicativo que estos modelos tienen en ciertos casos; lo que se niega es la validez sociológica general del modelo. La única teoría que podrá evitar caer en el funcionalismo es aquella cuya teoría del orden social tome como punto de partida la acción colec tiva y desarrolle una tipología comprehensiva de sus formas, desde el ritual totémico hasta el autogobierno democrático exitoso y el discurso ideal. Por consiguiente, el análisis sociológico se centra en las formas de procesamiento colectivo de los resultados intencionales y no intencionales de las acciones, en la constitución colectiva de reglamentos normativos y de procedimientos colectivos para tratar conflictos normativos. También en este aspecto la tradición del in teraccionismo simbólico puede ofrecer un importante material en las
35 Bernstcin (1971) sigue siendo el mejor estudio de las diferentes tradiciones filosóficas que han elaborado el concepto de acción. 36 Refiriéndose a los paralelismos entre James y Nictzsche, Richard Rorty ha afirmado lo siguiente: «James y Nictzsche criticaron de forma paralela el pensamiento del siglo XIX. La versión de James es preferible, pues evita los elementos “ metafísicos” de Niet/.sche que critica Heidegger, y los elementos “metafísicos” de Heideggcr que critica Derrida. Desde mi punto de vista, James y Dewey no solo aguardaban al final del camino dialéctico que recorría la filosofía analítica, sino que también aguardan al final del camino que recorren ahora, por ejemplo, Foucault y Deleuze» (Rorty: 1982, p. XVIII).
categorías de la conducta colectiva y el movimiento social, de la determinación de las estructuras mediante la negociación, y de la democracia como tipo de orden social. Sin embargo, frecuentemente se han elaborado estas cuestiones en forma de «empirismo cualita tivo» en la investigación de objetos de escasa relevancia macrosociológica. La riqueza analítica del interaccionismo simbólico, por tanto, no ha sido todavía utilizada para efectuar un diagnóstico político de la época actual, un diagnóstico que tome en consideración el desa rrollo y contexto históricos de la época. Esto debe cambiar si la tradición del interaccionismo simbólico desea volver a desempeñar el papel que tuvo en sus comienzos la filosofía social del pragmatis m o‘con relación a su propio presente.
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TEORIA PARSONIANA ACTUAL: EN BUSCA DE UNA NUEVA SINTESIS 1 Richard Münch
Introducción En el momento presente la tradición teórica parsoniana está su friendo una considerable renovación. Aunque muchos sociólogos de clararon muerta esta tradición durante los años setenta, en los ochen ta se han elaborado, para sorpresa de algunos, numerosos enfoques nuevos que se basan en la teoría parsoniana y la llevan a un nuevo nivel de desarrollo. Debemos señalar, no obstante, que ese desarrollo tiene sus orígenes en la década de los sesenta. Esta fue una década en la que se dió un curioso paralelismo entre el supuesto declive del parsonianismo y el incremento simultáneo del número de contribu ciones que trataban la obra de Talcott Parsons, publicadas por au tores que, en su mayoría, se contaban entre los miembros más jó venes del mundo académico. Los enfoques desarollados durante este periodo han puesto de manifiesto que una nueva generación de so ciólogos han retomado otra vez la tradición teórica parsoniana, pero de una forma nueva y con una actitud crítica y constructiva. Por tanto, no es tan sorprendente como pudiera parecer a pri mera vista la espectacular renovación de la tradición teórica parso niana durante los años ochenta. El acontecimiento que desencadenó este resurgimiento fue la publicación de la colección de estudios en ' Le agradezco a N cil Johns on la traducción de este artículo del original alemán.
homenaje a Parsons que editaron Jan J. Loubser, Rainer C. Baum, Andrcrw Effrat y Victor M. I-idz en 1976 ( Explorations in General Theory in Social Science), publicación que documenta de forma im presionante la vitalidad de la teoría parsoniana (Loubser et al., 1976) 2. Entre los numerosísimos tratados posteriores a este, y que también ofrecen una sólida base para la renovación de la teoría, destaca en particular la obra de Jeffrey C. Alexander, especialmente los cuatro volúmenes de su Theoretical Logic in Sociology, que apa recieron en 1982 y 1983 3. En Europa también se han forjado nuevos vínculos con la obra de Talcott Parsons. Niklas Luhmann, por ejem plo, ha desarrollado con resultados extraordinarios una nueva con cepción de la teoría de sistemas (Luhmann: 1974; 1977; 1978; 1980; 1984). Jürgen Habermas ha construido un paradigma comprensivo para el análisis de la sociedad moderna reflexionando críticamente sobre la teoría de sistemas de Parsons (Habermas: 1981a; 1981b). Wolfgang Schluchter ha incorporado elementos cruciales de la obra de Parsons en su renovación de la sociología weberiana (Schluchter: 1979; 1980). El autor del presente ensayo ha tratado de dar una nueva interpretación de la teoría de Parsons desde una perspectiva kantiana y de reformular dicha teoría (Münch: 1980; 1981a; 1981b; 1982b; 1982c; 1983a; 1983b; 1984; 1986; vid. también Alexander: 1984). Todos estos intentos tienen en común su referencia al estado actual del desarrollo teórico tratando de lograr una nueva síntesis, tal como pretendiera hacer Parsons en 1937 con la primera de sus grandes obras, La estructura de la acción social (1968), en la que integraba y superaba el positivismo y el idealismo en una teoría voluntarista de la acción. En el actual estadio de desarrollo de la teoría en general esto requiere aplicar todas las críticas al enfoque de Parsons y todos los enfoques teóricos alternativos formulados desde finales de los años cincuenta a la superación de los desequili brios de la teoría parsoniana; al mismo tiempo, los aciertos recono cidos de tal teoría han de emplearse como marco de referencia para determinar el alcance y los límites de los nuevos enfoques. De este modo la teoría de Parsons podrá acometer una fructífera interrelaVid., para contribuciones importantes anteriores a esta colección de estudios, Bershady: 1973; Black: 1961; Inkcles y Barbcr: 1973; Mitchcll: 1967; Rochcr: 1974; Schwanenberg: 1970; 1971; Turner: 1974; 1978; Turner y Beeghlcy: 1974. Vid., en relación con literatura importante referente i la colec ción de artículos y al torrente de trabajos que le siguieron, Adriaansens: 1980; Alexander: 1985; Almaraz: 1981; Bourricaud: 1976; Bergcr: 1977; Buxton: 1982; Genov: 1982; I.oh: 1980; Menxies: 1977; Miebach: 1984; Proctor: 1980; Saurwein: 1984; Savage: 1981; Sciulli: 1984; Sciulliy Gcrstein: 1985; Stichweh: 1980; Tiryakian: 1979-80; Turner y Beeghley: 1981. 3 Vid. también Alexander: 1978; 1982-3.
ción con los enfoques teóricos rivales, interrelación que le permitará generar nuevas formulaciones teóricas. La finalidad del presente ensayo es indicar programáticamente el nuevo camino a seguir en el desarrollo de la tradición parsoniana, que se abre, por un lado, en la penetración mutua al remontar la teoría parsoniana hasta sus fundamentos abstractos y, por otro, al aplicar enfoques teóricos rivales en la formulación de la teoría a niveles más especializados. Al denominar este enfoque «teoría voluntarista de la acción» vuelvo al punto de partida del propio Parsons en La estructura, de la acción social. Para ilustrar mi enfoque, tomaré como ejemplo el análisis teórico de las instituciones moder nas. Entre las instituciones a las que nos referiremos se cuentan la economía, la política (con sus instituciones específicas: la constitu ción, el sistema legal, el poder ejecutivo, la burocracia y el mercado político), la moderna comunidad social que tiene su base en los de rechos civiles, y las instituciones culturales, como las de la ciencia, las profesiones y las instituciones que participan en la formación del consenso público y en el discurso intelectual. La cuestión que abor damos en cada caso es la de qué tipo de enfoque teórico debe uti lizarse para investigar las mencionadas instituciones. Al someter las instituciones modernas al análisis teórico es pre ciso disponer de una amplia teoría de la acción capaz de incorporar las dos corrientes fundamentales del pensamiento occidental, el po sitivismo y el idealismo. Podemos diferenciar tal teoría, en cuanto teoría voluntarista de la acción, de las teorías de la acción positivistas o idealistas. Es preciso superar tanto en el nivel metateórico como en los niveles teórico-objetuales los aspectos parciales del positivis mo y del idealismo (Münch: 1982b; cf. Alexander: 1982; Miebach: 1984; Parsons: 1968, pp. 757-75; Parsons y Platt: 1973, pp. 7-102). En el nivel metateórico voy a tratar de integrar inicialmentc los en foques metodológicos idiográficos, típico-ideales, nomológicos y constructivistas. Es posible considerar una variante idealista y una variante positivista de cada uno de estos tipos metodológicos. El próximo paso será establecer una conexión entre los métodos posi tivistas de explicación causal y teleonómica y los métodos idealistas ue se ocupan de la interpretación racional, del ámbito normativo y el mundo vital. En el nivel teórico-objetual se trata de integrar el utilitarismo y la teoría del conflicto — variantes del positivismo— con la sociología normativa del mundo vital y con la teoría raciona lista de la cultura, en tanto variantes del idealismo. Finalmente, ha brá que lograr una integración entre las teorías de la estabilidad social y las del cambio social, la microsociología y la macrosociología, el individualismo y el colectivismo, la teoría de la acción y la teoría de sistemas.
3
A fin de desarrollar un paradigma comprehensivo capaz de inte grar los diferentes enfoques metateóricos y teórico-objetuales, co menzaré construyendo un espacio de acción abstracto dentro de cu yos límites pueda caber todo tipo de acción. El segundo paso con sistirá en determinar un procedimiento metateórico acorde con las dimensiones del espacio de acción: es decir, en determinar los mé todos y explicaciones. En el tercer paso construiremos un marco de referencia tcórico-objetual para la acción, un modelo de los factores que controlan la acción en las áreas que puedan distinguirse dentro del espacio de acción. En el cuarto, será preciso determinar los sub sistemas de acción por medio de la teoría de sistemas. En el quinto se trata de explicitar las diversas aplicaciones metodológicas del mar co de referencia teórico-objetual. Una vez introducido formalmente el paradigma de la teoría voluntarista de la acción podemos dar el sexto paso, indicando las limitaciones de cada uno de los enfoques metateóricos y teórico-objetuales, así como la forma de integrarlos. I.
Elem entos básicos del marco de referencia teórico
Todo estudio científico trata de averiguar el modo de organiza ción del mundo. Esto no es menos cierto en el caso del estudio científico de la acción humana (Bershady: 1973; Kant: 1956; Miinch: 1982b, pp. 17-58; 1982c, pp. 709-39; Parsons: 1954; Whitehead: 1956). Este problema analítico del orden del mundo ha de deslin darse rigurosamente del problema empírico de la estabilidad o el cambio en sociedades concretas. Igualmente, el interés por aumentar el conocimiento del orden analítico del mundo (de la acción) no tiene nada que ver con el interés por la estabilidad de sociedades concretas 4. La confusión de estos niveles cuando debería existir una distinción fundamental entre el orden analítico y la estabilidad em pírica es un fenómeno muy corriente que lleva a dicotomías erró neas, tales como teoría del cambio versus teoría de la estabilidad, teoría del conflicto versus teoría del orden o de la integración, in dividualismo versus colectivismo, o teoría de la acción versus teoría de sistemas. Los fenómenos de la realidad, y por ende los de la acción, oscilan entre la total impredictibilidad (ordenación) y la total predictibilidad (determinación). Basamos la predicción de los acontecimientos en antecedentes de los que esperamos que se deriven ciertas consecuen cias. El número de antecedentes implicados puede variar entre la complejidad máxima (multiplicidad de fenómenos con numerosas * Esto se muestra en Alexander: 1982, pp. 90-4.
interdependencias) y la simplicidad máxima (un solo antecedente), y las consecuencias pueden también oscilar entre la máxima contin gencia y mínima predictibilidad (un número infinito de cosecuencias) y la mínima contingencia y máxima predictibilidad (una sola consecuencia posible). Partiendo de esta base podemos construir un sistema de coordenadas en el que el eje vertical (ordenadas) repre senta la complejidad de los antecedentes y el eje horizontal (abeisas) representa la contingencia de las consecuencias. En los cuatro extre mos de este sistema se encuentran los puntos que determinan los cuatro campos en que se ordenan los acontecimientos (M ünch: 1982b, pp. 98-109, 224-6, 242-52): 1. máxima complejidad de los antecedentes y máxima cia de las consecuencias; 2. máxima complejidad de los antecedentes y mínima cia de las consecuencias; 3. mínima complejidad de los antecedentes y máxima cia de las consecuencias; 4. mínima complejidad de los antecedentes y mínima cia de las consecuencias.
contingen contingen contingen contingen
Si deseamos aplicar este sistema de coordenadas a la acción hu mana debemos comenzar con la primera característica definitoria que distingue la accción humana de la mera reacción a impulsos causales o respuesta instintiva a estímulos; esto es, hemos de empezar con el sentido. En el nivel del sentido la acción humana es guiada por símbolos cuyo significado es interpretado por los actores. En este caso, por tanto, las relaciones entre los antecedentes y las consecuen cias son las relaciones entre los símbolos y las acciones que pueden subsumirse bajo ellos. Podemos igualmente considerar que las diver sas interpretaciones que admiten los símbolos integran la categoría de acciones. También en este caso es posible construir un sistema de coordenadas para definir este espacio de acción. Las ordenadas re presentan entonces la complejidad simbólica, y las abeisas la contin gencia de la acción. El espacio de acción es delimitado por cuatro puntos extremos que definen sus campos respectivos de acción: 1. máxima complejidad simbólica y máxima contingencia de la acción; 2. máxima complejidad simbólica y mínima contingencia de la acción; 3. mínima complejidad simbólica y máxima contingencia de la acción; 4. mínima complejidad simbólica y mínima contingencia de la acción.
II.
Métodos y explicaciones
Con este sistema de coordenadas es posible explicar adecuada mente, y considerando en primer término el nivel metateórico, cua tro métodos diversos y cuatro explicaciones diversas; naturalmente, es posible que entre ellos existan combinaciones menos extremas. Cabe distinguir los cuatro procedimientos metodológicos siguien tes (vid. fig. 1). FIGURA I .—Procedimientos
metodológicos.
tipo idaal
hipótesis nomológica
¡diografía
modelo constructivista
S
E
3¡ ■
■O £ 'JT a E
------------------------mayor
menor
contingencia de la acción
1. F.l método nomológico trata de formular leyes científicas in dependientemente de la complejidad simbólica y de la contin gencia de la acción. Proporciona las leyes en contextos de acción que, en cuanto tales, están totalmente abiertos. 2. El método típico ideal procede de forma selectiva. Ante la complejidad de los símbolos que guían la acción en diferentes direcciones, escoge una interpretación selectiva muy concreta de los símbolos que ejercen un control relativamente inequí voco sobre la acción. 3. La formación de modelos constructivistas reduce la compleji dad del mundo simbólico a un conjunto simplificado de sím bolos abstractos que guían la acción en general, pero en un nivel concreto implican que la acción es sumamente contin gente y mínimamente predecible. 4. El método idiográfico describe la acción en contextos sociales cerrados, en los que tanto la complejidad simbólica como la contingencia de la acción están reducidas por un mundo vital autoevidente pero particularista.
Por lo que que respecta a la explicación, cabe distinguir estos cuatro tipos (vid. fig. 2). F i g u r a 2 . — Explicaciones.
1 2
S
explicación teleonómica
explicación causal
interpretación normativa
interpretación racional
E
-O T<|0 Ea £ mayor
contingencia de la acción
1. La explicación causal utiliza en la explicación de la acción leyes causales latentes, independientemente de la complejidad del mundo simbólico y de la contingencia de la acción. 2. La explicación teJeónima intenta, prescindiendo de la comple jidad del mundo simbólico, explicar una tendencia latente de la acción, y por tanto una contingencia limitada. 3. La interpretación racional interpreta la acción como una de ducción según principios simples y generales a partir de un conjunto de premisas y condiciones iniciales de estas premi sas. Los principios generales (baja complejidad simbólica) ad miten una multiplicidad de acciones (alta contingencia de la acción) que dependerán de las circunstancias concretas. 4. La interpretación normativa entiende la acción como una rea lización de una pauta simbólica normativa establecida. El co nocimiento de un mundo vital particularista (baja complejidad simbólica) hace posible predecir inequívocamente la acción (baja contingencia de la acción). III.
Supuestos básicos de la teo ría de la acción
En el nivel teórico-objetual podemos formular un marco de re ferencia partiendo de los factores que guían la acción en los cuatro campos de acción discretos (Münch: 1982b, pp. 234-52; Parsons: 1968 pp. 43-86) (vid. fig. 3).
FIGURA 3 .—El marco de referencia de la acción.
menor
orientación
adaptabilidad
principio de realización
principio de optimización
fines
medios
normas principio de conformidad
marca de referencia simbólico principio de consistencia
estructuración
identidad
mayor
contingencia de la acción
1. Los medios incrementan la variabilidad y adaptabilidad de la acción y permiten la combinación de una complejidad simbó lica máxima con la máxima contingencia de la acción. En este ámbito la acción es adaptativa y es gobernada por el principio de la optimización de los fines. 2. Los fines confieren orientación a la acción, restringiendo de esta forma la contingencia de la acción a pesar de las alterna tivas simbólicas concebibles. En este ámbito la acción posee orientación y se produce de acuerdo con el principio de rea lización y maximización de los fines. 3. Los marcos de referencia sim bólicos dan a la acción su iden tidad. El mundo simbólico es simplificado mediante la abs tracción, pero permanece alta la contingencia de la acción que puede subsumirse bajo ella. Este es el ámbito de la identidad de la acción y se produce según el principio de consistencia respecto de un marco de referencia. 4. Las normas producen la regularidad de pauta en la acción. En este caso el mundo simbólico se simplifica normativamente y, al mismo tiempo, se ve inequívocamente determinada la ac ción que se ajusta a las normas. Este es el ámbito de la es tructuración de la acción y obedece al principio de conformi dad con las normas.
IV.
Supuestos básicos de la teo ría de sistemas
Podemos ampliar la teoría de la acción en términos de la teoría de sistemas si, practicando subdivisiones, establecemos ordenada mente en el espacio de la acción con arreglo a los campos de la acción subsistemas y sus correspondientes ambientes. Los subsisteFlGURA 4. —La condición humana. A Adaptación
G Consecución de metas especificación
sistema orgánico
apertura
sistema tísico-químico
I '2
n.
E
sistema de sistema de la personalidad conducta sistema télico
sistema de acción sistema
sistema PO ít'CÜ economiro
sistema, social sistema
sistema cultural
sistema
comuni
socio-
tario
culi.ira'
generalización
clausura
I Integración
L Mantenimiento de pautas latentes
menor
mayor
contingencia de la acción
mas se caracterizan por funciones particulares y por procesos y es tructuras relacionados con ellas, así como por medios generales que controlan esos procesos. Dependiendo del nivel implicado, y actuan do en sentido descendente desde los niveles más altos, los medios generales están orientados, respectivamente, según las categorías de orientación y los estándares evaluativos que les son aplicados, es decir, pautas y criterios evaluativos, o principios evaluativos y es tándares de coordinación (Münch: 1982 d , pp. 123-67). El plano más abstracto del análisis se refiere al nivel antropoló gico de la condición humana. En este nivel pueden distinguirse los siguientes subsistemas (Parsons: 1978) (vid. rig. 4). 1. El sistema físico-químico está constituido por procesos físicoquímicos controlados por medio del orden empírico. Cumple la función de adaptación y apertura combinando una comple jidad máxima y una contingencia máxima (A). La categoría de orientación es la causalidad, y el estándar de valoración es la adecuación de las explicaciones causales. 2. El sistema orgánico está basado en procesos orgánicos con trolados por el medio de la salud. Cumple la función de la consecución y especificación de metas combinando una com plejidad máxima y una contingencia mínima (G). La categoría de orientación es la teleonomía, y el estándar de valoración es la diagnosis. 3. El sistema télico está constituido por las condiciones trascen dentales de la existencia humana con sentido, las cuales son controladas por la ordenación trascendental como medio. Cumple la función del mantenimiento y generalización de pau tas latentes combinando una complejidad mínima y una con tingencia máxima (L). la categoría de orientación es la trascendentalidad, y el estándar de valoración es la argumentación trascendental. 4. El sistema de la acción se basa en la acción, controlada por el significado. Cumple 1a función de integración y clausura com binando una complejidad mínima y una contingencia mínima (I). La categoría cíe orientación es la generatividad, y el están dar de valoración es la comprensión ( Verstehen). El segundo nivel de sistemas es el sistema general de la acción, que también puede dividirse internamente según los cuatro campos cíe acción (Loubser et al.: 1976, vol. 1; Parsons: 1951; 1959; 1964; Parsons y Bates: 1956; Parsons y Platt: 1973, pp. 7-102; Parsons y Shils: 1951; Almaraz: 1981).
1. El sistema de la conducta está compuesto por nexos de estí mulo-respuesta y por esquemas cognitivos controlados la in teligencia como medio. Cumple la función de adaptación jun to con la de apertura del ámbito de la acción combinando una complejidad simbólica máxima con una contingencia de ac ción máxima (A). La pauta de significado a la que se refiere la inteligencia está constituida por las razones de la validez y significación cognitivas, y el estánUar valorativo es la raciona lidad cognitiva. 2. El sistema de personalidad abarca las disposiciones personales controladas por la capacidad personal de acción. Cumple la función de consecución de metas y de especificación del ám bito de la acción combinando una complejidad simbólica má xima con una contingencia de acción mínima (G). La pauta de significado es la intemalización de significado relevante por parte de la personalidad, y el estándar valorativo es la racio nalidad con arreglo a fines de la acción. 3. El sistema cultural está constituido por símbolos controlados por definiciones de la situación. Cumple la función de man tenimiento de las pautas latentes y de generalización del ám bito de la acción combinando una complejidad simbólica mí nima y una contingencia de la acción máxima (L). La pauta de significado está configurada por los elementos constitutivos del significado, peculiares de la condición humana, y el están dar valorativo es la significatividad de la acción en un marco de referencia cultural. 4. El sistema social está definido por la acción social, controlada por la vinculación afectiva. Cumple la función de integración y de clausura del ámbito de la acción combinando una com plejidad simbólica mínima y una contingencia mínima de la acción (I). La pauta de significado relevante es la institucionalización del significado en los sistemas sociales, y el están dar valorativo es la unidad de significado de las identidades de los actores sociales. La estructura interna del sistema social puede, a su vez, diferen ciarse en cuatro subsistemas de acuerdo con los campos en que se divide el espacio de acción. Estos se distinguen según la estructura de la interacción social y de los medios generalizados correspondien tes que controlan la acción social. En un caso ideal, el uso de los medios generalizados está regulado por un orden normativo especial. Los subsistemas sociales y los medios generalizados correspondien tes están relacionados con principios valorativos generales y con es
tándares de coordinación con arreglo a los cuales se evalúa la reali zación de estos principios (Loubser et al.: 1976, vol. 2; Parsons: 1961, 1967, 1977; Parsons y Smelser: 1956) 5. 1. El sistema económico está determinado por actos de compe tencia e intercambio en un mercado; la acción económica está controlada por el dinero, en tanto regulado por un régimen de propiedad. Cumple la función de asignar recursos y pre ferencias, y como tal es una concretización de la función de adaptación y apertura del campo de la acción combinando una complejidad simbólica máxima y una contingencia de la ac ción máxima. El principio de valor que se aplica al dinero es la utilidad, y el estándar de coordinación es la solvencia de las empresas económicas. 2. El sistema político se fundamenta en la autoridad. La acción política está controlada por el poder político en tanto que regulado por un régimen político. Cumple la función de toma colectiva de decisiones y es una concretización de la función de consecución de metas y de la especificación del ámbito de acción combinando ia máxima complejidad simbólica pósible con la mínima contingencia de acción (G). El principio de valor para el poder político es la eficacia política en cuanto expresada en la capacidad de tomar decisiones, y el criterio de coordinación es la aceptación y observancia de decisiones. 3. El sistema sociocultural surge y se compone de discursos in tegrados por argumentos (compromisos de valor) regulados por un orden o régimen discursivo. Cumple la función de construir símbolos de forma socialmente obligatoria y es una concretización de la función de mantenimiento de pautas la tentes y de generalización del ámbito de la acción combinando una complejidad simbólica mínima y una contingencia máxi ma de la acción (L). El principio de valor que rige para los argumentos (compromisos de valor) es la integridad de las pautas simbólicas, y el criterio de coordinación es la consis tencia de los sistemas de símbolos. 4. El sistema comunitario se basa en la vinculación mutua, que es controlada por la influencia y que consiste en el compro miso con una comunidad y sus normas en tanto que reguladas por un orden comunitario. Cumple la función del manteni 5 Vid. también los ensayos de l’arsons, «On the Con cept of Political Power» y «On the Concept of Valué Commitments» (1969, pp. 352-404, 405-48, 439-72).
miento de la solidaridad y es una concreción de la función de integración y de clausura del ámbito de la acción combinando la mínima complejidad simbólica con la mínima contingencia de la acción (I). El principio de valor que rige para los com promisos que sirven de base a la influencia, es la solidaridad de los miembros de la comunidad, y el estándar de coordina ción es el consenso social. Todos los subsistemas son sistemas funcionalmente especializa dos que requieren estructuras adecuadas para el cumplimiento de sus funciones; además, no son autosuficientes, sino que dependen de las producciones de los demás subsistemas. Para ello se requiere que el intercambio de producciones se realice con la ayuda de medios ge neralizados, y que se desarrollen subsistemas de mediación en las zonas de interpenetración de los sistemas. Una sociedad representa un sistema social concreto y relativamente autosuficiente. Para man tener su unidad tiene que existir una interpenetración interna entre sus subsistemas, y debe «adaptarse» a su entorno, es decir, tiene que existir además una interpenetración externa. El entorno de la socie dad puede subdividirse de acuerdo con las dimensiones del espacio de acción de la manera siguiente: A, articulación de intereses, apren dizaje, procesos físico-químicos; G, fines establecidos por grupos e individuos, disposiciones personales de los individuos, estructuras orgánicas; L, discursos socioculturales, símbolos culturales, condi ciones trascendentales; I, comunidades particularizadas. Las relaciones entre los subsistemas de la acción y entre la so ciedad y su entorno varían en función del grado de coherencia de los sistemas y del tipo de orden inherente a estos, así como del nivel de desarrollo y tipo de orden de los sistemas de mediación. (a)
(b)
(c)
Un mayor desarrollo de los subsistemas adaptativos tiene un efecto dinamizador sobre los otros subsistemas, lo que tiene como consecuencia que estos se acomoden a los sub sistemas adaptativos; es decir, las normas, los valores y los fines se acomodan a los intereses y/o medios. Un mayor desarrollo de los subsistemas orientados hacia fines tiene un efecto selectivo sobre los otros subsistemas, lo que tiene como consecuencia que estos queden compul sivamente dominados; es decir, los valores, normas e inte reses/medios quedan dominados en gran medida por los fines y el poder que los sostiene. Un mayor desarrollo de los subsistemas integrativos tiene un efecto limitador sobre los otros sistemas, lo que tiene como consecuencia que estos queden encadenados; es decir.
(d)
los valores, metas e intereses/medios se encadenan mediante normas. Un mayor desarrollo de los subsistemas que mantienen la estructura tiene un efecto generalizador sobre los otros sub sistemas, de manera que todos ellos quedan definidos de forma general sin una configuración concreta; es decir, las normas, fines e intereses/medios quedan subsumidos bajo generales.
El grado en que ciertos subsistemas dominen (y las implicaciones que esto conlleve con respecto a los otros subsistemas) depende del desarrollo relativo de los propios subsistemas y de los sistemas de mediación. Pueden imaginarse las siguientes constelaciones: (a) (b)
(c) (d)
(c)
(f)
Todos los subsistemas y sistemas de mediación se encuen tran débilmente desarrollados: el resultado es un sistema de acción subdesarrollado y poco integrado. Todos los subsistemas tienen un desarrollo escaso, pero los sistemas de mediación están mejor desarrollados: el resul tado es un sistema de acción subdesarrollado, pero integra do. Los subsistemas están altamente desarrollados, pero los sis temas de mediación están escasamente desarrollados: el re sultado es el conflicto. Un subsistema está altamente desarrollado, pero los demás subsistemas y los sistemas de mediación están escasamente desarrollados: el resultado es la dominancia de ese único subsistema sobre los demás. Un subsistema está altamente desarrollado, y los otros no lo están tanto, pero los sistemas de mediación están muy desarrollados: el resultado es que el sistema desarrollado determina en exceso a los demás. Todos los subsistemas y sistemas de mediación están alta mente desarrollados: el resultado es un sistema de acción altamente desarrollado, diferenciado e integrado.
A su vez, el tipo de integración del sistema de acción es un resultado de la estructura de los sistemas de mediación. (a) (b) (c)
El intercambio produce una integración abierta e inestable. La autoridad produce una integración impuesta compulsiva mente. La asociación comunitaria produce una integración confor mista e inmovilista.
(d) (c)
V.
El discurso implica una integración de efectos reconciliado res. La combinación de intercambio, la autoridad, la asociación comunitaria y el discurso con arreglo a su orden analítico en los sistemas de mediación es el prerrequisito esencial para la interpenetración de los subsistemas altamente desa rrollados. Estos últimos son, a su vez, una condición nece saria para la interpenetración tal como la llevan a cabo los sistemas de mediación.
Fo rm as de aplicación del m arc o de referencia teórico
Con la ayuda de este amplio paradigma podemos proceder de forma constructivista, típico-ideal, nomológica e idiográfica. 1. Disponemos de un modelo constructivista si consideramos todo el marco de referencia. En términos de la teoría de la acción, representa un modelo cerrado de factores interdependientes que conducen la acción a campos determinados del espacio de acción en cualquier situación dada . En términos de la teoría de sistemas, el marco de referencia es un modelo cerrado de subsistemas interdependientes en un entorno defi nido, conforme a las dimensiones del espacio de acción. Aquí se pone el énfasis en abstracción (L). 2. Los tipos ideales se construyen seleccionando determinados campos y factores de acción, o determinados subsistemas y funciones, de suerte que la naturaleza selectiva de este proce dimiento se haga inmediatamente evidente desde el punto de vista del marco de referencia, y que pueda demostrarse la in terdependencia de las estructuras y procesos típico-ideales res pecto a los otros factores de acción y subsistemas. Los tipos de acción de Max Weber sirven como ejemplo: estos tipos definen de forma selectiva factores bastante específicos que controlan la acción, aunque no han sido organizados en un modelo capaz de arrojar luz sobre sus características especiales y relaciones mutuas. Weber distingue entre acción racional con arreglo a fines (relación de medios a fines), racional con arreglo a valores, afectiva y tradicional. Sus características dis tintivas y su interdependencia se manifiestan con mayor cla ridad que en Weber si se interpretan en el sentido de que * "presentan campos de acción diferentes en el espacio de ac ción. La acción racional con arreglo a fines pertenece al campo de la adaptabilidad, la acción racional con arreglo a valores al
de la identidad, la acción afectiva al de la orientación y la acción tradicional al de la estructuración. Los tipos ideales son especificaciones del marco de referencia general (G). 3. Las hipótesis nomológicas expresan relaciones estructurales. Dentro de nuestro marco de referencia pueden formularse es tas cuatro hipótesis básicas acerca del efecto de diversas es tructuras sobre órdenes institucionales: (i)
(ii)
(iii)
(iv)
Cuanto más controlada esté la acción por el intercambio, la orientación utilitarista, el dinero, el aprendizaje, la in teligencia y los procesos físico-químicos, mayor será la frecuencia y rapidez del cambio de un orden institucional, y menor será el grado en el que un orden se impondrá, en que mantendrá algún tipo de continuidad o implicará regularidad o carácter normado. Cuanto más controlada esté la acción por la autoridad, por la orientación respecto a fines, por el poder, por las disposiciones personales, por la capacidad de ejecución y por los procesos orgánicos, tanto más so impondrá el or den institucional frente a otras alternativas, y tanto menos cambiará situacionalmente, mantendrá algún tipo de con tinuidad o implicará regularidad. Cuanto más controlada esté la acción por el discurso, la orientación respecto a principios universales, los argumen tos, símbolos, definiciones de la situación y condiciones trascendentales, tanto más mantendrá su continuidad un orden institucional, y menos cambiará situacionalmente, se concretizará, impondrá, o implicará regularidad. Cuanto más controlada esté la acción por la asociación comunitaria, la orientación respecto a normas, la influen cia basada en compromisos, la compenetración solidaria y la vinculación afectiva, tanto más regularidad poseerá un orden institucional, y menos cambiará según las situacio nes, se impondrá efectivamente frente a sus alternativas o mantendrá su continuidad. Las hipótesis nomológicas se refieren al campo de aper tura en el espacio de acción (A).
4. En las explicaciones idiográficas empleamos el lenguaje del paradigma. Más específicamente, podemos indicar con ayuda del marco de referencia qué factores de la acción, subsistemas, estructuras y funciones tienen una importancia especial y do minan con relación a los demás en determinadas sociedades, qué fricciones existen entre los subsistemas, y qué lagunas
existen en el orden institucional. Las descripciones idiográficas corresponden al campo de clausura del ámbito de la acción
(I). VI.
Alcance y límites de los enfoques específicos en la metateoría y en la teoría objetual
Hasta este momento hemos realizado una presentación formal del paradigma de una teoría voluntarista de la acción. Ahora adop taremos esta perspectiva en un examen detallado del alcance y los límites de enfoques metateóricos y teórico-sustantivos más específi cos, y de su integración en el paradigma voluntarista. En el plano metateórico se discutirán las siguientes formas de explicación y en foques: (a) método idiográfico, típico-ideal, nomológico y constructivista; (b) explicación causal, teleonómica, normativo-comprensiva y racional-comprensiva. En el plano teórico-sustantivo, nos ocupa remos del alcance, límites e integración de los siguientes enfoques: (c) utilitarismo y teoría del conflicto com o variantes del positivismo, y normativismo y racionalismo cultural como variantes del idealis mo; (d) la explicación de la estabilidad y del cambio de las institu ciones; (e) la microsociología y la macrosociología; (f) el individua lismo y el colectivismo; (g) la teoría de la acción y la teoría de sistemas. Finalmente, (h), discutiremos el surgimiento del derecho moderno como ejemplo de análisis de sistemas basado en la teoría de la acción.
(a)
Métodos idiográficos, típico-ideales, nomológicos y constructivistas
Si examinamos las instituciones modernas usando el marco de referencia de la teoría voluntarista de la acción trascendemos la mera descripción y explicación idiográfica de las instituciones. Este mé todo tendría que llevar a cabo una explicación interpretativa de la singularidad de una institución dentro de una sociedad concreta en un punto concreto del tiempo desde la perspectiva del contexto del universo vital de esa sociedad concreta (Collingwood: 1946 Dilthey: 1970; Husserl: 1928; Schütz: 1962; Schütz y Luckmann: 1979). Aquí solo cabe hacer casuística histórica y no tenemos ninguna posibilidad de apoyar en un conocimiento universalmente verificable las interrelaciones que se afirma, ni tampoco de señalar deficiencias, procedi mientos alternativos y ulteriores desarrollos desde el marco de un modelo que trascienda el caso individual que se está estudiando. El
empirismo positivista difiere de esta variante idealista del empirismo en el sentido de que ofrece un explicación histórica recopilando da tos históricos cuantificablcs (Best y Mann: 1977; Clubb y Scheuch: 1980; Flora: 1974; Imhof: 1980). Sin embargo, cuando tales recopi laciones de datos históricos se usan como base metodológica tínica el problema es el mismo: nada puede afirmarse aún con respecto a las relaciones funcionales, deficiencias, procedimientos alternativos o desarrollos ulteriores. Nuestra forma de proceder tampoco debe basarse solamente en la construcción deliberadamente selectiva de tipos ideales positivistas o idealistas al estilo de Max W eber6. Tampoco es posible establecer con carácter general en este caso relaciones funcionales, deficiencias, procedimientos alternativos o realizar desarrollos ulteriores. Un tipo ideal es, en último termino, una selección arbitraria de las caracte rísticas de un fenómeno, selección hecha de entre la multiplicidad de cualidades presentes en la realidad; no se hace ningún esfuerzo por situarlo en una contexto superior. Esto puede conducir fácil mente a distorsiones y conclusiones precipitadas que no es posible corregir si se carece de un conocimiento más universal, incluso aunque las distorsiones se den en el transcurso de un proceso «cons ciente». No hay un orden analítico superior. Otro método que resulta inadecuado si se aplica de forma aislada es la explicación histórica mediante hipótesis nomológicas en cual quiera de sus dos versiones: la positivista, centrada en las leyes na turales, o la idealista, centrada en los aspectos normativos (Dray: 1957; Goldstcin: 1972; Hempel: 1965a; 1966; Nagel: 1960; Schmid: 1979). La primera de estas variantes no accede a ios aspectos signi ficativos de la acción ni dispone de un orden analítico superior, y la segunda carece de un orden de validez universal. En general, en los enfoques utilitaristas y en los de la teoría del conflicto se buscan explicaciones positivistas. Esto significa que se elimina completamen te o se reducen a constelaciones de intereses o de poder el contexto normativo, del universo vital y el contexto cultural en los que están implicados los órdenes institucionales. En este este caso se pierde la cualidad sustantiva de los órdenes institucionales. Además, al faltar cualquier tipo de orden analítico superior no es posible situar en un marco más ampliamente estructurado las formas especiales de actua ción de los factores ni las relaciones mutuas entre las diferentes hi pótesis nomológicas. La cuestión de qué hipótesis han de aplicarse a qué problema es sumamente amplia: existe una auténtica maraña de hipótesis rivales. 6 Vid. al respecto Burge r: 1976; Hc nrich : 1952; Parsons: 1968, pp. 579 -639 ; Prewo: 1979; Schclting: 1934, pp. 325-43, 354 61; Tenbruck: 1959; Watkins: 1952; We ber: 1973; Weiss: 1975.
Finalmente, el constructivismo positivista o idealista es un méto do que, por relevante que sea para nosotros, no debe sin embargo convertirse en un fin en sí mismo (Kambartel: 1976; Lorenzen: 1974). Se limita unilateralmente a la construcción de modelos abstractos que se contrastan aplicando exclusivamente el criterio de consisten cia interna. Evidentemente, en tales circunstancias es fácil que ca rezca de concreción histórica y de aplicación a la realidad. Si se persigue como fin en sí mismo, el constructivismo conduce en últi mo término al «neoplatonismo» (Albert: 1956). Podemos encontrar ejemplos en las construcciones de la lógica evolucionista en sus va riantes idealistas, materialistas y dialécticas. La teoría de la raciona lización tal como se emplea para explicar la formación de las insti tuciones modernas muestra sin duda alguna este tipo de lógica evolu cionista. Si deseamos evitar las distorsiones que originan estos métodos diversos, es preciso que elijamos un procedimiento que los integre en un marco de referencia más comprehensivo. Es preciso trabajar de modo constructivista, típico-ideal, nomológico e idiográfico al mismo tiempo. Esto no descarta la posiblidad de otorgar prioridad a un método en particular (dependiendo del tipo de conocimiento que tratemos de ampliar), complementándolo mediante la aplicación de, al menos, algunos de los otros. Por ejemplo, cuando se lleva a cabo una investigación histórica de un caso intfividual se suele tender al método idiográfico. Pero también aquí si la investigación no está orientada por un marco de referencia constituido por el constructi vismo, los tipos ideales y las hipótesis nomológicas, estaremos lle vando a cabo un trabajo empírico ciego y carente de orden. La investigación sociológica se distingue del tratamiento histórico por que busca alcanzar un mayor orden del conocimiento a expensas de la variedad de casos individuales. Por esta razón tiene aquí especial importancia un marco de referencia constructivo, aunque deba com plementarse con tipos ideales, hipótesis nomológicas y explicaciones empírico-idiográficas. Al investigar las instituciones modernas es preciso adoptar un enfoque sociológico, y por tanto nuestra primera necesidad es dis poner de un marco de referencia lo más amplio posible. En este caso tiene una importancia primordial el método constructivista, que ana liza las pautas generales propias de las instituciones modernas. Em pleamos este método convencidos de que el conocimiento socioló gico permanecerá inevitablemente ciego si no se logra esa ordena ción. Así como la intuición y la observación empírica son ciegas sin conceptos y sin un marco de referencia teórico, del mismo modo los conceptos y el marco teórico de referencia son vacíos sin la intuición y la observación empírica (Kant: 1956, pp. 294-349). Sien
do fieles a esta máxima kantiana, el método constructivista es tan indispensable para el estudio de las instituciones modernas como en cualquier otro ámbito. Sin embargo, repitámoslo otra vez, el cons tructivismo no debe convertirse en un fin en sí mismo. Es forzoso que trabaje junto con el método empírico/idiográfico, a cuyo caigo queda la contrastación empírica, con el método típico-ideal que per mita la especificación a campos concretos de la realidad, y con el método nomológico para la explicación de los fenómenos observados.
(b) Explicación causal, teleonómica, interpretativo normativa y racional interpretativa Otra de las cuestiones que se plantean en el plano metateórico es la controversia entre la comprensión como método idealista (Verstehen) y la explicación como método positivista (Parsons: 1968, pp. 579-639; Weber: 1973). Tampoco en este caso tenemos que elegir entre uno y otro método, sino que hemos de encontrar una forma de proceder que integre a ambos. Las instituciones consisten en una pauta de normas. El análisis de sus relaciones de significado — bien sea internamente, bien sea externamente, es decir, con relación a otras instituciones, a la cultura en general y al universo vital de las comunidades— requiere la interpretación mediante el Vcrstehen. Igualmente, su encuadramiento en una pauta más universal es facti ble mediante esta forma de interpretación. La interpretación com prensiva es también fundamental para la explicación de las acciones de individuos y colectividades en una situación dada. Toda acción intencional de un actor debe interpretarse como derivada de una elección efectuada de acuerdo con un cierto principio en condiciones iniciales dadas, consistentes en medios, condiciones (situación), fi nes, normas y un marco de referencia. Los principios básicos que puede seguir el actor son la optimización de fines, la maximización y consecución de un fin, la conformidad con las normas o consis tencia dentro de un marco de referencia o, una vez más, una pauta ordenada que incorpore todos estos principios. El nexo entre las condiciones iniciales y la intención implícita en la acción es una relación de significado que puede apreciarse mediante la interpreta ción comprensiva, y no una relación causal; el único aspecto que tiene una naturaleza causal o cuasi causal es la influencia directa que tienen las condiciones sobre la acción llevada a cabo. Cuanto mayor sea la determinación del objeto de investigación por niveles de acción alejados de las estructuras simbólicas (cultura y universo vital) revisten el carácter de condiciones que el actor no puede cambiar discursivamente, tanto mayor será la determinación
causal o cuasi causal de la acción, que habrá de ser explicada por esa vía. Esto se aplica también a la relación entre estructuras de interac ción o estructuras institucionales relativamente consolidadas, por un lado, y frecuencias particulares de ciertos tipos de acción, por otro. Las relaciones entre las características de la estructura social y las tasas de suicidio que investigó Emile Durkheim (1973) son ejemplos clásicos de relaciones cuasi causales. Un ejemplo de éstas lo consti tuye también la demostración de Max Weber de la relación entre el desarrollo del protestantismo ascético y la existencia del capitalismo racional como forma de capitalismo sujeta a un orden normativo (Weber: 1973). Sin embargo, no se trata de leyes causales que sigan un curso predecible sin ningún tipo de reflexión humana, sino de regularidades que tienen únicamente un carácter cuasi causal. Ade más de establecer correlaciones estadísticamente significativas y de considerar comparativamente factores determinantes, Weber y Durk heim dedicaron considerables esfuerzos a descubrir la relación de significado entre los elementos simbólicos de la estructura social en cuestión y las intenciones de los actores a fin de comprobar la ade cuación causal. Max Weber insistió en la relación de significado en tre la ética protestante y las normas del orden capitalista para com probar la adecuación de la relación propuesta como hipótesis en el plano del significado. Emile Durkheim analizó el suicidio como una acción dotada de sentido y comprensible en condiciones de carencia de orden en el sistema de la personalidad (sucidio anémico), aisla miento social y búsqueda individual de sentido (suicidio egoísta), y responsabilidad comunitaria (suicidio altruista). El hecho de que existan estructuras de significado accesibles a la reflexión humana que subyacen a lo que a primera vista parecen leyes inexorables significa que también estas leyes pueden ser que brantadas y modificadas por los seres humanos. Esta es la razón por la que semejantes relaciones han de ser calificadas como cuasi cau sales. Por ejemplo, el nexo de significado entre la ética protestante y el capitalismo puede problematizarse discursivamente de suerte que de ello se siga un cambio en la justificabiüdad de las estructuras económicas. Las constelaciones de intereses y las estructuras de po der se aproximan mucho a las relaciones cuasi-causalcs en lo que concierne a su influencia sobre la frecuencia de las acciones y sobre las características de formaciones sociales. En este caso los actores actúan estratégicamente y, en cualquier caso, de forma comunicativa, pero en un plano superior, de suerte su acción se ve determinada en gran parte por condiciones externas. La frecuencia con que los ac tores generan efectos externos negativos para los otros actores cuan do actúan por propio interés o hacen uso del poder en grandes círculos de interacción interdependientes es una consecuencia nece
saria que los actores únicamente pueden superar si pasan de la acción estratégica a la acción comunicativa. La investigación de las instituciones modernas no debe quedar limitada al plano de las estructuras de significado, ni al nivel de las estructuras de interés y poder, ni tampoco al de la acción individual; si las instituciones se consideran estructuras de significado que no sólo están interrelacíonadas con otras estructuras de significado sino también con estructuras de interés y poder, un enfoque comprensivo exige la formulación de hipótesis cuasi nomológicas evaluables por referencia al criterio de la adecuación causal de las proposiciones sobre las relaciones y aplicables mediante un tipo de explicación cuasi-causal. No obstante, la investigación requiere así mismo inter pretaciones (por medio del Verstehen) de relaciones de significados y formas de actuación orientadas según el criterio de la adecuación de significado de las aserciones que se refieren a las relaciones. Cabe emplear otro método de explicación, en particular cuando estamos investigando sistemas de acción claramente delimitados a los que podemos atribuir una finalidad básica inequívoca, como en el caso de las organizaciones. Aquí precisamos un modelo que abarque las funciones que tales sistemas tienen que cumplir para alcanzar sus fines en su entorno. En tal caso es posible dar una explicación fun cional de las relaciones existentes entre la consecución de fines y el cumplimiento de las funciones necesarias dentro de un sistema. Si el sistema consigue alcanzar sus fines de forma continuada podemos deducir funcionalistamente la existencia de las estructuras que se re quieren a este efecto. Si, frente a los inputs del entorno, dispone de controles para el mantenimiento constante de la consecución de me tas, en tal caso es posible explicar teleonómicamente determinados procesos en cuanto responsables del restablecimiento de la capacidad de consecución de metas siempre que se produzcan disrupciones debidas al entorno (Hempel: 1965b; Münch: 1976, pp. 111-59; Nagel: 1956). De estas tres variantes explicativas, la explicación funcio nal es la más adecuada para el análisis de las instituciones. En tal caso consideramos una institución como la pauta normativa de un sistema concreto de interacciones encaminadas a un fin particular (función), e indicar qué estructuras, es decir, pautas de interacción, han de desarrollarse para alcanzar el fin (cumplir la función) en cues tión; el grado de consecución de fines (cumplimiento de funciones) de un sistema puede determinarse midiendo el nivel de realización de las pautas de interacción requeridas.
(c) Utilitarismo, teoría del conflicto, normativismo y racionalismo cultural Vuelvo ahora a la teoría objetual o sustantiva. Es preciso superar en este punto las limitaciones de las dos variantes del positivismo, el utilitarismo y la teoría del conflicto, y las deficiencias de las dos versiones idealistas, la sociología normativa del universo vital y la teoría racionalista de la cultura. Un punto de vista utilitarista tendría que atribuir la formación de las intituciones modernas a ios cálculos de utilidad de los actores implicados 7. Esta, qué duda cabe, es una empresa difícil. Todos los intentos realizados hasta el momento en este sentido se han limitado invariabJemente a la mera cuestión de si la existencia del orden social o de las leyes de propiedad es beneficiosa en comparación con la posibilidad de su no existencia. Sin embargo, incluso en círculos de interacción amplios no es posible resolver esta cuestión partiendo de la base de consideraciones de utilidad individual, pues los actores que se encuentran en esta situación caen en el dilema del prisionero. Este enfoque no permite afirmar mínimamente algo acerca de las instituciones modernas o de la importancia que las tradiciones cul turales y la discusión discursiva tienen para su estabilidad y desarro llo. Según este enfoque, las instituciones se encuentran situadas en un vacío cultural y comunitario. Problemas similares presenta la explicación de las instituciones modernas mediante la teoría del conflicto (Bendix: 1964; 1978; Collins: 1968; 1975; Coser: 1956; 1967; Dahrendorf: 1959; 1961). La cuestión de cómo se originan estas instituciones se reduce, en la versión autoritaria de dicha teoría, a la del tamaño y fuerza de los batallones que pueden movilizarse en su apoyo; en su versión libe ral, a la existencia de un equilibrio de poder precario y transitorio entre grupos sociales. Esto plantea el problema de cómo debe con siderarse desde esta perspectiva la continuidad de instituciones po líticas tales como las de Gran Bretaña y Estados Unidos, que no fueron sostenidas ni por una estructura de poder enteramente estable ni por ningún equilibrio continuado de poder. Los teóricos partida rios de este enfoque tienden frecuentemente a olvidar los fundamen tos del conflicto regulado que no contienen en sí mismos ningún elemento de conflicto (es decir, los fundamentos culturales y comu nitarios), del mismo modo que los utilitaristas no tienen en cuenta los fundamentos no contractuales (esto es, culturales y comunitarios) 7
Vid., entre otros, Becker: 1976; Buchanan: 1975; North y Thomas: 1973; Vid. una crítica de estos en Münch: 1983b, pp. 45- 76.
subyacentes a la concertación de contratos en interés propio. En la teoría del conflicto quedan excluidas las proposiciones relativas a las características sustantivas de las instituciones, a no ser que estemos dispuestos a considerar las tradiciones culturales de quienes las sus tentan. Sin embargo, esto ya supone exceder los límites de la teoría del conflicto en dirección a una sociología de la cultura y del uni verso vital. Desde la perspectiva de una sociología normativista del universo vital, las instituciones modernas se presentan como una expresión del universo vital particular de sociedades específicas y, como tales, normativamente cerradas (Berger y Luckman: 1966; Collingwood: 1946; Schütz y Luckmann: 1979) . Cada institución ha de ser en tendida desde su propio contexto vital. Desde el punto de vista del significado, su formación y estructura ha de entroncarse en la es tructura del universo vital de una sociedad concreta. Hay que obje tar a este enfoque que no proporciona explicación alguna sobre el desarrollo de pautas institucionales universales. Las instituciones no pasan de ser conjuntos vitales particulares cerrados en sí mismos. Es igualmente imposible proponer una crítica de las instituciones desde la perspectiva de pautas normativas con validez más general. Otros factores que no es posible aprehender dentro del marco de referencia normativista son los que producen el cambio en las instituciones, tales como los procesos de aprendizaje y la conducta económica. Lo mismo puede decirse de los factores que permiten que normas ins titucionales concretas se impongan aunque no formen parte integran te de ninguna tradición existente, o de los factores que pueden pro ducir la ruptura de la tradición, tales como la movilización de poder y el carisma. La teoría racionalista de la cultura considera que las instituciones modernas son el producto de un proceso cultural de racionalización que a su vez se convierte en un proceso de racionalización social de las instituciones (Habcrmas: 1981a; Tenbruck: 1975; Schluchter: 1979). i.a racionalización de la economía, de la política y de las relaciones de comunidad han de interpretarse como especificaciones de una pauta cultural general de racionalidad. Por racionalización se entiende aquí la tendencia de la cultura a intelectualizarse, de la economía y las empresas a racionalizarse económicamente, de la po lítica a burocratizarse y politizarse y de las relaciones de la comu nidad a formalizarse y objetivarse. Muchas veces no queda claro si se trata de un proceso de penetración y configuración de las insti* Cfr. Hafe rkam p: 198 0; 1981 para una com binació n de los enfoques de la teoría normativa del universo vital y de la teoría del conflicto.
tuciones por la racionalización cultural o de un impulso cultural de los ámbitos institucionales, hacia la racionalización siguiendo sus pro pias leyes. En el marco de referencia de este enfoque no es posible captar los particularismos institucionales que resultan de la tradición del universo vital de cualquier sociedad dada. La teoría racionalista de la cultura tampoco está en condiciones de explicar los cambios no dirigidos, situacionales y abiertos a los que están sometidas las instituciones por la articulación de intereses, por los procesos de aprendizaje y por las relaciones de intercambio, y tampoco explica los casos en que se imponen normas institucionales sin legitimación cultural general y antes de que se elaboren justificaciones racionales. En lugar de los limitados puntos de vista de los enfoques socio lógicos descritos necesitamos un paradigma comprehensivo con un marco de referencia que combine los supuestos correctos de todos estos enfoques, pero que al mismo tiempo tenga en cuenta sus limi taciones. Es preciso un paradigma que abarque los diversos campos institucionales en los que los enfoques individuales sí proponen ex plicaciones satisfactorias. Podemos distinguir los siguientes campos (vid. fig. 5). FIGURA 5 .—Paradigmas teóricos y aspectos de los órdenes institucionales.
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teoría de conflictos
teoría económica
imposición
cambio situacional
regularidad
continuidad
normativa
teoría racionalista de la cultura
mayor
contingencia de la acción
1. El cambio situacional de las normas institucionales específicas se produce como resultado de los procesos de aprendizaje, del intercambio de intereses, y de las orientaciones utilitarias. Este es el dominio del positivismo utilitarista. 2. La imposición de normas institucionales específicas a pesar de la resistencia depende de la movilización de poder, de la au
toridad, y del carisma. Este es el ámbito de la versión del positivismo representada por la teoría del poder y la teoría del conflicto. 3. El carácter regulado en la acción institucional y la obligato riedad social de las normas institucionales están en estrecha relación con su entronque en la tradición del universo vital de una comunidad. Este es el campo del idealismo normativista, 4. La continuidad de las instituciones proviene de la generaliza ción de sus normas en procedimientos discursivos de argu mentación. En esta esfera el idealismo racionalista posee ca pacidad explicativa.
(d) La explicación de la estabilidad y el cambio en las instituciones Con un paradigma adecuado que integre los enfoques específicos en un marco de referencia de validez general será posible explicar no sólo el cambio de las instituciones, sino también su estabilidad y consolidación (Alexander: 1981; Eisenstadt: 1973; Parsons: 1961, pp. 70-9; Smelser: 1963). «Cambio» no significa mero caos; el cambio supone la transformación de una pauta institucional desde un punto temporal ti, a otro punto, í2. Esta transformación repercute en to dos los campos de acción que hemos mencionado. En ti una pauta institucional está inicialmente basada en la tradición de la comuni dad. Dicha pauta está sujeta a dos tipos de presiones que la empujan a cambiar: presiones no dirigidas que se derivan de los procesos de aprendizaje, de la articulación de intereses y de las orientaciones utilitarias, y presiones dirigidas derivadas de la discusión discursiva que cuestiona la validez de las pautas institucionales. Ambos proce sos tienen como resultado el debilitamiento de la tradición en cues tión. Si es posible aplicar procedimientos regulados, la pauta insti tucional podrá modificarse gradualmente mediante la apertura y la generalización discursiva. En ausencia de tales procedimientos, será necesaria una ruptura con la tradición, ruptura que tendrá que apo yarse en la movilización de poder y en el carisma (Eisenstadt: 1968; Shils: 1975, pp. 127 34, 256-75; Weber: 1976, pp. 140-8, 654-87). Sin embargo, para que de aquí resulte una nueva pauta institucional es necesario que los procesos de tradicionalización y consolidación de la comunidad produzcan la capacidad de vinculación social pre cisa cuando los cambios graduales tengan lugar. En caso de ruptura en la tradición vuelve a ser necesario un nuevo proceso de tradicio nalización para asegurar la fuerza de cohesión social; además, se requieren justificaciones discursivas que garanticen la continuidad de
la nueva pauta. En este sentido, todo cambio en una institución de ti a í2 (siempre que dicho cambio no suponga un mero caos) se apoya invariablemente en procesos mediante los que las instituciones son abiertas, generalizadas, impuestas y nuevamente consolidadas. En consecuencia, se requiere una teoría que pueda captar estos di ferentes procesos y la naturaleza de sus repercusiones en la acción dentro de un paradigma integrado. Una forma de cambio particular es la evolución de pautas socioculturales (Giesen: 1980; Parsons: 1966; 1971a; Giesen: 1982; Schmid: 1982) 9. A estos efectos podemos considerar que las pautas culturales son un código genético que durante el proceso de evolu ción sociocultural obedece, internamente, a una lógica de argumen tación racional y que, determinado exclusivamente por esta lógica, se va convirtiendo en una pauta cultural de creciente universalidad. Externamente, esta pauta cultural ha de realizarse en pautas institu cionales concretas mediante procedimientos interpretativos. En este sentido, las pautas institucionales representan genotipos de la pauta cultural configurados mediante construcción genética. La transmi sión de la tradición y la socialización aseguran la reproducción de la pauta institucional, mientras que las innovaciones introducen va riaciones, facilitando así el cambio. Las pautas institucionales obte nidas mediante interpretación son especificadas ulteriormente en nor mas institucionales. Estas son las instituciones concretas, que pueden describirse como fenotipos; como tales, están expuestas al proceso de selección externo efectuado por su ambiente. Podemos considerar que una instimeión es una pauta normativa especificada cuya «supervivencia exitosa» está determinada por el arraigo que tenga en la tradición del universo vital de una comuni dad, por su imposición mediante la movilización de poder y el carisma, y por su adaptación a experiencias de aprendizaje, intereses y cálculos de utilidad situacionalmente cambiantes. Las instituciones que se han estabilizado socioculturalmente de esta manera determi nan a su vez la constitución de la pauta cultural, es decir: esta pauta no evoluciona tan solo de acuerdo con una lógica interna de racio nalización cultural, sino que también está sometida a procesos selec tivos externos. La importancia relativa de los diversos factores en el desenvolvimiento de la evolución depende del grado en que estén configurados por estructuras apropiadas, y depende también de las relaciones recíprocas entre ellos, relaciones que pueden ir desde la dominancia y la acomodación hasta la interpenetración, pasando por el aislamiento mutuo y la reconciliación. 9 Vid. Tam bién los ensayos de Parsons «Evo lutionary Universals in Society» (196 7, pp. 490-520) y «Comparative Studies and Evolutionary Change» (1977, pp. 279-320).
La perspectiva evolutiva es relevante respecto al estudio de las instituciones modernas en la medida en que estas instituciones po seen una pauta cultural específica que representa una interpretación de la pauta cultural general de occidente (racionalidad, activismo, libertad, igualdad). Esta pauta institucional se especifica en normas institucionales sometidas al proceso de selección mediante el arraigo en la tradición, mediante la movilización de poder y el carisma, así como mediante los procesos de aprendizaje y los cálculos de utilidad.
(c) Aiicrosociología y macrosociología Además de los efectos integradores que ya hemos tratado, un paradigma comprehensivo tiene también que permitir considerar microniveles y macroniveles de forma integrada 10. La distinción de estos niveles puede tener un carácter meramente relativo, dependien do del tamaño de las unidades que se investiguen. En el plano de la acción social podemos considerar que la interacción situacional entre dos actores es un microfenómeno. Por ejemplo, la interacción que se da en una situación concreta entre el vendedor y el comprador de cierta mercancía es un microfenómeno si nos atenemos exclusi vamente a la propia mercancía y a las orientaciones mutuas de las partes que realizan el intercambio. Sin embargo, tan pronto como tengamos en cuenta también las posibles repercusiones de esta inte racción sobre terceros, sus reacciones, y la forma en que las partes que realizan el intercambio orientan su actuación de acuerdo con esta reacción, ya hemos comenzado a investigar una unidad social mayor; en este caso, dicha unidad aparece, en términos relativos, como macrofenómeno. De forma similar, el hecho de que al efectuar el intercambio las dos partes sigan una pauta normativa que ambas comparten con una comunidad mayor ae mercado, o que observen reglas aplicables a todos los actos de intercambio impuestas por una instancia de orden superior es un macrofenómeno que trasciende la diada interactiva inmediata. En última instancia, esto mismo puede decirse también del lenguaje con el que se comunican, a menos de que se trate de un lenguaje privado entre las dos partes y no de un lenguaje hablado por una comunidad más amplia. Basándonos en esto podemos observar que, en general, cualquier acción concreta implica un complejo entrecruzamiento de microinteracciones y macrorelaciones, efe modo que es necesario incluir en 10 Vid. al respecto Blau: 1975; Brod beck: 1958 ; Collins: 1981: Hom ans: 1961; Lindenberg: 197 7; O ’Neill: 1973; Parsons: 1971b; Sztompka: 1979, pp. 83-128, 287-323; 'lurk y Simpson: 1971; Wippler: 1978.
el análisis ambas perspectivas. En la medida en que las instituciones son pautas de interacción válidas para un círculo amplio de personas deben tratarse como macrofenómenos. Por otra parte, son microfenómenos en cuanto especificaciones de un modelo cultural más vas to. A su vez, la acción de dos partes en interacción orientadas por las instituciones incluye elementos puramente situacionales en rela ción con el macronivel de las instituciones definen el micronivel de la acción institucionalmente orientada. Una institución particular, como por ejemplo una democracia moderna, es un microfenómeno en relación con el sistema social de la sociedad en su conjunto. Por tanto, depende de la perspectiva aplicada qué tipo de análisis, el micro o el macroanálisis, ha de llevarse a cabo. En cualquier caso, la investigación concreta de una institución debe abarcar desde el estudio de la microinteracción hasta el estudio de la interdependen cia en niveles sociales y culturales globales. Lo mismo puede decirse del análisis de las instituciones modernas. Se precisa un modelo en el que se construyan sistemáticamente unidades más vastas a partir de la combinación de unidades menores.
(f) Individualismo y colectivismo La dicotomía teórica entre individualismo y colectivismo tam bién es inapropiada aquí (Alexander: 1982, pp. 90-112; Parsons: 1968, pp. 43-125). Las instituciones deben interpretarse como pautas de orden colectivo, es decir: consideradas desde el punto de vista de su regularidad consolidada, consisten en normas comúnmente compar tidas por una colectividad (una comunidad) y se mantienen por vin culación solidaria mutua. 'Tanto quienes violan las normas como quie nes resulten perjudicados por ello pueden confiar en que los miem bros de la comunidad mantendrán la solidaridad, garantizando que el poder cohesivo de las normas queda intacto. Quien las viole debe contar con ser sometido a sanciones, mientras que la parte perjudi cada puede esperar ayuda mediante la solidaridad. La base principal de la validez colectiva de las normas no son las sanciones aplicadas cuando estas se quebrantan, sino la vinculación solidaria mutua in herente al hecho de que las normas son compartidas en común, de donde se deriva en primer lugar el caráceter equitativo de las san ciones de las violaciones de las normas. De otro modo, toda sanción puede ser anulada con sanciones opuestas. En este sentido, las ins tituciones tienen en su regularidad una base colectiva. En contraste con la asociación solidaria comunitaria, otros fac tores no tienen el puro efecto de la consolidación de las normas. La discusión discursiva tiende a producir la universalización y, por tan
to, la alteración de las normas particulares de un universo vital. La articulación espontánea de intereses y orientaciones utilitarias de ac tores individuales puede crear órdenes fortuitos, pero estos depen den de la situación y son efímeros; a largo plazo, tales factores tie nen como efecto la disolución del orden. El uso del poder facilita la imposición de normas sólo si existe un claro gradiente de poder, pero éstas pueden ser anuladas por la anormatividad de quien osten ta el poder, o por la modificación del gradiente de poder. El equi librio de poder es un estado extremadamente precario, y como tal, es tan inestable como la complementariedad circunstancial de inte reses. Es cierto que las instituciones, en lo que repecta a sus pautas regulares consolidadas, no pueden basarse en factores como estos; pero esto no quiere decir que pueda prescindirse de ellos, pues las instituciones no se agotan en las pautas regulares consolidadas. En la medida en que sufran cualquier proceso de universalización de penden de procedimientos discursivos; su capacidad para cambiar depende del efecto de apertura de las orientaciones de intereses y utilidad y su imposición depende del poder y del carisma. No cabe duda de que el aspecto de la consolidación de las pautas regulares de las instituciones descansa en el hecho de que las normas se comparten y mantienen colectivamente. Pero esto no significa que el actor individual no tenga lugar en el paradigma en que se basa nuestro análisis. Lo que queremos decir es que la orientación utili taria individual de una multitud de actores no puede producir en la acción social más que un orden circunstancial e inestable. Al mismo tiempo, sin embargo, se amplía el concepto de actor individual. To dos los enfoques estrictamente individualistas sitúan sin excepción las raíces de los motivos que impulsan a los individuos a acatar normas colectivas en los propios individuos, y no en ningún tipo de vinculación comunitaria o socialización. De este modo, la versión radical del utilitarismo reduce la posibilidad de orden colectivo a la complementariedad circunstancial de intereses (Buchanan: 1975; Locke: 1963, en especial libro II, parágrafos 95-122; Smith: 1937). La versión no radical generalmente postula que todo individuo tiene una simpatía social natural (Hume: 1966; Smith: 1966). Las versio nes individualistas del pragmatismo y del interaccionismo simbólico también postulan, al menos desde un punto de vista evolutivo, que existe en los individuos una solidaridad que precede a la vinculación y socialización comunitarias (Joas: 1980; Lewis y Smith: 1980: Mead: 1972; Peirce: 1958; 1960). La solución colectivista al problema del orden considera que el surgimiento del orden moral colectivo es únicamente el resultado de la vinculación comunitaria y de la socia lización del individuo dentro de la comunidad. Sólo entonces, y como parte del mismo proceso, se desarrolla una personalidad indi
vidual que trasciende la estructura de los impulsos orgánicos, y sólo entonces se desarrolla una identidad cultural y una autonomía que trascienden los límites de los grupos particularistas (Münch: 1981a, pp. 311-54; 1982b, pp. 364-426). El individuo concreto integra todos estos aspectos: estructura de necesidades, personalidad, membrecía en una colectividad e identi dad cultural. En este caso un orden colectivo se fundamenta natu ralmente en la unificación de los individuos, cuya asociación comu nitaria confiere a sus propias estructuras de necesidades, a su libre desarrollo personal y a su identidad personal una impronta conso lidada por normas, impronta que todos ellos comparten, al tiempo ue no comparten las estructuras de necesidades y las personalidaes, y su identidad cultural trasciende los límites impuestos por las normas de la comunidad, por lo que pueden someter tales normas a la reflexión crítica. El orden colectivo descansa en la capacidad de los individuos de superar los límites de sus necesidades orgánicas y disposiciones personales para adoptar la perspectiva de la solidaridad colectiva, más amplia. Un paradigma comprehensivo no puede ser ni puramente indi vidualista ni puramente colectivista; tiene que integrar ia tensión entre estos dos componentes. Esta tensión se expresa fundamental mente en el concepto de orden voluntarista. Tal orden depende de la interpenetración de la estructura orgánica de necesidades, las dis posiciones personales, la vinculación colectiva y la identidad cultu ral. En estos cuatro aspectos cabe hablar de las orientaciones indi viduales de acción. En este sentido amplio, adopto una perspectiva individualista. Sin embargo, la naturaleza ordenada de las acciones no puede reducirse a la complemcntariedad circunstancial de nece sidades y disposiciones, sino que deriva de la asociación comunitaria. En este sentido adopto una perspectiva colectivista. Llegados a este punto, será útil trazar una distinción entre el individuo en tanto actor concreto que actúa intencionalmente, combinando todas las orientaciones de la acción de forma específica en una situación con creta, y la personalidad individual, el organismo individual y el sis tema de sistema de conducta individual, en tanto meros aspectos analíticos del individuo. De igual manera, un actor colectivo que actúa de forma intencional, como por ejemplo un grupo, una em presa comercial, un club, asociación, o sociedad, deben distinguirse de la asociación colectiva comunitaria, que es un aspecto analítica mente definible de los sistemas sociales (Parsons: 1968, p. 337).
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Avanzaríamos un paso más en el análisis del entorno de los sis temas si el significado de la «pervivencia» de la estructura normativa de un sistema — las normas de los procedimientos de adopción de decisiones políticas, por ejemplo— se interpretara como adaptación del sistema a su entorno (cfr. Buckley: 1967; Luhmann: 1970; Sztompka: 1974). Sin embargo, tampoco puede hacerse una inter pretación naturalista de este tipo de perspectiva en el plano de la acción significativa. Ni la estructura del sistema — las interacciones significativas— ni su entorno se fundamentan exclusivamente sobre fenómenos no significativos. Tomemos de nuevo el sistema político como ejemplo. Su entorno inmediato está constituido por articula ciones de intereses orientadas por la utilidad, por discusiones socioculturales y por comunidades. Aplicada a estas dimensiones, la «adap tación» al entorno significa el desarrollo de subsistemas que abren los procedimientos de adopción de decisiones a articulaciones de intereses utilitarias (el mercado político), los subsumen bajo valores y normas de validez general (la constitución) y los vinculan al uni verso vital de las comunidades (el sistema legal); subsistemas que también pueden ejecutar decisiones aunque exista una amplia varie dad de preferencias (la administración). Al menos por lo que se refiere a la cultura y a las comunidades, la «adaptación» en esta situación sólo es posible por medio del discurso y la comunicación. Lo mismo puede decirse de la «adaptación» de la sociedad, que podemos entender como un sistema social concreto no especializado en cumplir ninguna función social particular y, en este sentido, re lativamente autosuficicnte en términos sociales 12. El entorno de una sociedad solo está parcialmente constituido por recursos y exigencias materiales; por otra parte, esta dimensión es la única en que esa adaptación de la sociedad a su entorno tiene carácter naturalista, a causa del desarrollo de la tecnología y la distribución de recursos y prioridades económicas. Pues la sociedad también está situada en un entorno de comunidades sociales que ésta precisa integrar en ella mediante la asociación comunitaria societal. Solo la comunicación entre los grupos implicados y entre los representantes del centro de adopción de decisiones societales y esos grupos puede hacer posible la adaptación. Otro entorno que ha de tenerse en cuenta es el ámbito cultural al que pertenece la sociedad. En este caso, es imperativo fundamentar discursivamente la cultura societal por relación al en torno cultural más amplio. Finalmente, los fines establecidos por grupos societales y extrasocietales también representan un entorno en relación al cual la sociedad tiene que demostrar su capacidad para 12 Vid. al respecto el ensayo de Parsons «Social Systems» (1977, pp. 177-203), en particular pp. 182-3.
desarrollar y afirmar fines colectivos. A este respecto los procedi mientos de adopción de decisiones políticas son un requisito esencial. Si las exigencias formuladas por estos entornos tan distintos au mentan, la «adaptación» de la sociedad a estos requiere la formación de subsistemas apropiados, «funcionalmente» especializados en tra tar exigencias específicas del entorno. Estos constituyen entonces zonas de interpenetración entre la sociedad y el entorno. Sin embar go, al estar funcionalmente especializados, los subsistemas dependen del intercambio de factores y productos; no solo por lo que se re fiere al cumplimiento de sus propias funciones, sino también para poder mantener la existencia ae la sociedad como unidad concreta. A su vez, este intercambio de factores y productos tiene que ser mediado por otros subsistemas en las zonas de interpenetración in ternas, societales. Estos proliferan cuanto mejor se «adaptan» los sistemas funcionalmente especializados a su entorno social interno. En todos estos casos, la relación entre sistemas y entorno solo tiene un carácter naturalista en lo tocante a la adaptación del sistema a las condiciones materiales y orgánicas. Incluso las relaciones con las articulaciones de intereses y los fines establecidos son, como mucho, cuasi naturalistas, y también en ellas influyen los procesos de comu nicación. Las relaciones de las dimensiones comunitarias y culturales son inconcebibles sin la comunicación. Así es como debemos con siderar las relaciones de intercambio entre los subsistemas sociales que componen un paradigma de intercambio (Baum: 1976a; 1976b; Gould: 1976; Johnson: 1973; Münch: 1982c, en especial pp. 796-806) 13.
(h) Un ejemplo de análisis de sistemas basado en la teoría de la acción: el surgimiento del derecho moderno No se ha conseguido, ni mucho menos, explicar el desarrollo del derecho moderno exclusivamente como consecuencia de la necesidad de mantener los sistemas cuando su entorno adquiere una comple jidad creciente H. El problema empieza con la explicación habitual de la creciente complejidad del entorno, es decir, la diferenciación de los sistemas. ¿Puede entenderse el desarrollo del derecho moder no como un proceso de diferenciación que permite que el propio 13 Vid. también los ensayos de Parsons: «On the Concept of Political Power», «On the Conccpt of Influence», «On the Concept of Valué Commitemcnts» y «Social Structure and the Symbolic Media of Interchange» (1977, pp. 204-28). 14 Vid. Teubner y Willkie: 1984, en especial pp. 9-13, 15-16, 19-24; vid. también Luhmann: 1972; 1984.
derecho alcance un grado de autonomía sin precedentes, siguiendo únicamente sus propias leyes internas? Los sociólogos emplean esta fórmula con tan engañosa facilidad que ya han dejado de pensar qué es lo que significa en realidad. Sería preciso aclararar el trasfondo de este desarrollo, es decir, la predominancia del derecho consuetudi nario, que da expresión a principios que una comunidad acepta sin poner en duda. El derecho consuetudinario obedece la lógica de la asociación comunitaria y está por tanto vinculado al compromiso respecto de la comunidad y a los límites de esa misma comunidad. El aumento de la complejidad del entorno es un hecho excesiva mente general para poder explicar con precisión la diferenciación del derecho con respecto a la acción de la comunidad. Aunque la «com plejidad» de la sociedad sin duda aumentó cuando volvieron a flo recer las ciudades en la Edad Media, tal fenómeno se ha dado repe tidas veces como consecuencia de una actividad comercial más am plia en India y en China, sin tener como resultado ninguna racio nalización comparable del derecho. Max Weber ya señaló este hecho con toda claridad. Sin embargo, Weber indica que fueron tres los factores fundamentales para el desarrollo del moderno derecho ra cional: una profesión de juristas y abogados independiente y guiada exclusivamente por su propia lógica, partidos de orientación capita lista deseosos de evaluar sus posibilidades de beneficio, y monarcas y príncipes que trataron de obtener un control unificado de sus dominios en oposición a las diversas haciendas existentes (Weber: 1972, pp. 437-8; 1976: pp. 398-9, 401, 416-22, 487-8, 490-1, 502, 506). Es decir, los juristas sometieron el derecho a un proceso de racionalización (abstracción, claridad analítica de los conceptos, ca rencia de contradicción, formalismo). Considerando que la función del derecho es regular la interacción social por medio de normas, la racionalización generaliza de tal modo dicha regulación que se hace aplicable a contextos de interacción considerablemente más extensos que la mera acción de la comunidad. Esta es la explicación de la aplicabilidad universal del derecho moderno. Sin embargo, el derecho también lia sufrido la influencia de in tereses utilitaristas deseosos de racionalizar las relaciones comerciales para aumentar sus oportunidades de obtener ganancia. El derecho, por tanto, está sometido a un continuo proceso de transformación en la medida en que nuevas situaciones e intereses ejercen una in fluencia en favor de nuevas regulaciones. Esto explica por qué la rapidez de sus transformaciones es tina característica del derecho moderno. Finalmente, las instituciones que poseen autoridad política (monarcas, príncipes, gobernantes, parlamentos, burocracias) tratan de someter sus respectivos dominios a un control uniforme, y de anular las pretensiones particularistas de autoridad o las fuentes de
resistencia: por tanto, representan una fuerza que actúa en dirección de la unificación sistemática del derecho y que favorece su imposi ción uniforme, aunque se enfrente con resistencias (Münch: 1984, pp . 380-446). La generalización, la dependencia de intereses y la sistematiza ción e imposición uniformes, fenómenos que sobrepasan el contexto de la acción puramente comunitaria, son tres características del de recho moderno que lo distinguen del derecho consuetudinario, y en este sentido conllevan un proceso de diferenciación a partir del de recho consuetudinario original, rígido, particularista, y de limitada eficacia. Sin embargo, este proceso discurre en tres direcciones to talmente distintas, ninguna de las cuales produce, en modo alguno, una lógica interna unidimensional del desarrollo legal. Además, aun que es verdad que la tradición del derecho consuetudinario pierde cierta importancia, no por ello se hace del todo irrelevante, y mucho menos en el ámbito legal anglosajón. La tradición legal, característica del derecho consuetudinario, sigue siendo la fuente de la indiscutida obligatoriedad del derecho. Si no está arraigado de este modo en las convicciones legales colectivas de la comunidad legal — cuya estruc tura puede admitir diversos grados de pluralismo— el derecho esta blecido políticamente carecerá de cualquier tipo de poder vinculante sentido obligatorio. La diferenciación del derecho, tal como surge del puro derecho consuetudinario, hace accesible este desarrollo a la lógica de las reglas de pensamiento, al pluralismo de los intereses económicos, y al establecimiento de fines y a la unificación relacio nada con el proceso político legislativo central. Parte de la acción de la comunidad y se acerca a los ámbitos del pensamiento científico y cultural, del intercambio económico y del ejercicio del poder polí tico; como tal, ocupa una nueva posición en tanto que zona de interpenetración entre estos campos de acción extremos. Comparado con el derecho consuetudinario, el derecho moderno está determinado por un número mayor de factores diferentes, y representa el espacio en el que estos chocan y libran una continua lucha por la supremacía. Para observar las diferencias fundamentales en el curso real del proceso de diferenciación, no tenemos más que contemplar el desarrollo del derecho europeo en contraste con el desarrollo del derecho anglosajón. En Europa, la formulación del derecho siempre ha estado en manos de teóricos del derecho formados en las universidades. Ha sido sometido a una intensa racionalización que ha producido una ruptura radical con el particularismo que acompaña al derecho con suetudinario. Los juristas con formación universitaria trabajaron principalmente como funcionarios, lo que significa que el estado estaba en condiciones de imponer un control intencional y uniforme
sobre su esfera de actividad. Los grandes pasos hacia la codificación del derecho partieron de esta unión entre estado y burocracia, dando lugar a que la generalización y la imposición intencional y uniforme se convirtieran en características derinitorias del derecho moderno. En comparación, los intereses económicos desempeñaron una fun ción secundaria, aunque no pueden ignorarse del todo. En el curso de su desarrollo al derecho codificado se le acusó continuamente de que carecía de contacto con la realidad. El racionalismo jurídico y los legisladores políticos suplantaron continuamente la tradición del derecho consuetudinario. En el ámbito legal anglosajón las cosas son distintas. El derecho consuetudinario sigue siendo allí un elemento esencial del sistema legal, incluso en la actualidad. El derecho anglosajón está arraigado en las convicciones jurídicas colectivas de la comunidad legal, aun que deja de ser autoevidente siempre que aparecen nuevos grupos sociales con intereses y convicciones que todavía no han llegado a formar parte del consenso legal de la comunidad. En estas circuns tancias el sentido común es sólo un consenso dominante, pero un consenso amenazado. Los juristas han sometido a una racionalización comparativamen te reducida al derecho anglosajón, que ha ido siendo configurado por profesionales del derecho en interacción directa con sus clientes movidos éstos por una motivación económica. En consecuencia, el derecho se ha adaptado con mayor rapidez a las constelaciones cam biantes de intereses económicos, y representa una conjunción de la obligatoriedad del derecho consuetudinario y la adaptación situacional a nuevos intereses. Sin embargo, está mucho menos acusada que en Europa la unificación destinada a servir a los intereses de los cuerpos políticos. Dado que aquí no existe ninguna alianza compa rable entre teóricos del derecho y legislatura política, el derecho carece de un grado de codificación equivalente para formar un sis tema unificado, a pesar de que, sin duda, hay una tendencia — algo más débil— en esta dirección. Por tanto, el derecho moderno ha sufrido una evolución que, aunque ciertamente lo diferencia del derecho consuetudinario, de ninguna manera lo ha convertido en un sistema unidimensional con su lógica propia. Antes bien, representa una zona de interpenetra ción entre el pensamiento racional, la formulación de estatutos po líticos, la articulación de intereses económicos, y las convicciones colectivas de la comunidad legal— sea cual sea su grado de pluralis mo. Así, aunque varíe su influencia individual, el derecho moderno combina características tan diferentes entre sí como la racionalidad, la autoridad colectiva vinculante, la imposición uniforme y el cambio determinado por las diferentes constelaciones de intereses. No puede
captarse la naturaleza y alcance de esta evolución considerando que estas características están exclusivamente sujetas a un proceso cuasi naturalista y completamente inespecificado, según el cual la comple jidad propia del derecho moderno responde a un aumento en la complejidad del entorno. Este enfoque no se fundamenta en la teoría de la acción, por lo que es incapaz de captar las diferencias culturales en la evolución del derecho. Adoptar una orientación basada en la teoría de la acción supondría entender la evolución de ciertas características del derecho FIGURA 6 .—El desarrollo del derecho moderno en su entorno social.
G
A
(racionalidad, autoridad vinculante, imposición uniforme, cambio en función de los intereses) como consecuencias del modo en que cier tos actores llevan a cabo sus acciones de acuerdo con ciertos prin cipios, influyendo de esta manera en la configuración del derecho (vid. fig. 6). Los órganos del derecho orientan sus acciones de acuer do con leyes racionales de pensamiento (principio de consistencia), los cuerpos políticos orientan las suyas hacia el control instrumental de su dominio (principio de realización), los intereses económicos actúan de acuerdo con la maximización del beneficio (principio de optimización), y en la medida en que nos sintamos miembros de una comunidad legal seguimos las normas que se han aplicado siempre a la interacción social (principio de conformidad). En la perspectiva adoptada por la teoría de sistemas, todas estas especificaciones del desarrollo concreto del derecho se suprimen, hasta el punto de que la lógica del desarrollo de sistemas es incapaz de reconocerlas. Conclusión
He tratado de mostrar programáticamente como la fertilización de la teoría parsoniana con los enfoques teóricos rivales puede per mitirnos progresar hacia una nueva síntesis. Lo que ahora importa es que se dé una actitud favorable a proseguir por este camino me diante una crítica mutua dispuesta a apreciar los puntos de vista alternativos, y a aplicarlos a la investigación práctica concreta. Nues tro objetivo no es la mera incorporación de los enfoques teóricos rivales al paradigma de la teoría parsoniana existente, sino alcanzar una nueva síntesis que supere las actuales posiciones del parsonianismo y sus rivales.
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T E O R IZ A R A N A L IT IC O Jonathan F. Turner
Aunque el término «analítico» es vago, aquí voy a utilizarlo para describir una serie de métodos teóricos basados en los siguientes supuestos: 1) hay «ahí fuera» un universo externo que existe inde pendientemente ae cómo lo conccptualicemos; 2) dicho universo ma nifiesta ciertas propiedades atemporales, universales e invariables; 3) la finalidad de la teoría sociológica es aislar estas propiedades gené ricas y entender el modo en que funcionan. Me temo que estas afirmaciones atraigan una avalancha de críticas y sumerjan la activi dad teórica en un debate teórico irresoluble por naturaleza. Los teó ricos sociales han pasado demasiado tiempo defendiendo o atacando la posición de la teoría analítica, y en consecuencia han descuidado la tarea principal do toda teoría: entender cómo funciona el mundo social. No deseo ser otro Brer Rabbit * arrastrado a este cenagal filosófico, pero permítaseme al menos esbozar, a grandes rasgos, algunos de los problemas filosóficos implicados.
El debate filosófico La teoría analítica postula que es posible una «ciencia natural de la sociedad» (Radcliffe-Brown: 1948), expresándolo con palabras de * Personaje que aparece en los libros de J. C. Harris.
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TEORIZAR ANALITICO Jon.u lian I . Turner
Aunque el término «analítico* es vago, aquí voy a utilizarlo para describir una serie de métodos teóricos basados en los siguiente* supuestos: 1| luy «ahí fuera» un universo externo que existe inde pendientemente de cóm o lo toiKcp tualicem tks 2) dich o universo manifievta ciertas propiedades atcmporalc*, universales e invariables; 3} la finalidad de a teoría sociológica es aislar esta* propiedades gené ricas y entender d m odo en que funcionan. Me temo nue estas afirmaciones atracan una avalancha de críticas y sumerjin la acüvi dad teórica en nn debate teórico irresoluble por naturaleza. Los teó ricos sociales han pasado demasiado tiempo defend iendo o atacando la posición de la teoría analítica, y en consecuencia han descuidado la taren principal de toda teoría: entender cómo funciona el mundo social. No deseo ser o í t o Hrer Kabbit" arrastrado a este cenagal filosófico, pero permítaseme al menos esbozar, a grandes raigo*, alguno* de los problemas filosóficos implicados. El debate filosófico
La teoría analítica postula que es posible una «ciencia natural de la seriedad” íKadcliffe Brown: 1948), expresándolo con palabra* de * P c r s o n i K que Jfu rc o e en k>» kbr<** A t J C . Hirril
los científicos han de trabajar en sistemas empíricos naturales la pre dicción es difícil, puc» nu pueden controlarse los efectos de lat va fiables extrañas. listas fuerzas extrañas pueden ser desconocidas o inconmensurables pan las metodologías al uso, pero aun siendo co nocidas y mensurables puede haber raones morales y políticas que impidan ejercer un control sobre ella*. F.sta situación no sólo se fes lantca a los científicos sociales, sino a todos los científicos natura •s. Al reconocer la dificultades de la predicción no propongo, sin embargo, que abandonemos los esfuerzos por convenirnos en una ciencia natural, del mismo modo que la geología o la biología no ponen en tila de juicio su valor científico porque no puedan predecir los ten ciiiotos o la form ación de nuevas especies. En segundo lugar, el rechazo de la causalidad es una gran debi lidad de algunas formas de positivismo, sea en la versión comtiana o en Jas versiones de algunos filósofos más moderno*. Til rechazo es aceptable cuando puede usar j e com o criterio de ex plica ción la deducción lógica de Us conclusiones a partir de Us premisas, pero la teoría analítica también debe ocuparse de los procesos que conec tan los fenómenos. Es decir, es importante saber por qué y cómo funcionan la* propiedades invariables del universo. Esta* cuestiones reauerirían el análisis de los procesos sociales subyacentes e, inva riablemente. el de la cau saliuid El teó rico puede o n o incluir la causalidad en las leyes formales, pero lio puede ignorarla (Keat v U n y : 1975). Fn tercer lugar, el positivismo lógico postula que los cálculos mediante Jos que se «deducen» las conclusiones de lis premisas o el «expUctindum* del «.explúnans* .son claros y carecen de ambigüedad. Pcio el hecho es que no lo son. Gran paite de lo que constituye un «sistema deductivo, en toda teoría científica es sentido común, y .sumamente discursivo. Por ejemplo, la teoría sintética de la evolu ción es discursiva, ainoue algunas partes de la misma (tales corno la genética) puedan form ularse con cierto g rado de precisión. Pero cuan do se empica esta teoría para explicar fenómenos no se aplica ajus tándola rígidamente a un cikulo, sirio a lo que le «parece id/.onablca una comunidad de investigadores. Al afirmar esto no d efiendo, sin embargo, que retrocedamos a una versión de la hermenéutica o re lativismo, ahora de moda. Estas consideraciones muestran ia necesidad de que la teoría so ciológica modere las exigencias del positivismo lógico. Debemos se uir considerando nuestro objetivo el aislamiento y la comprensión c las características invariables, fundamentales y básicas del univer so social, p er o no debem os ejercer un fascismo intelectual a este respecto. Además, la teoría analítica no debe ocuparse de generali dades y tr >e, sino del «porqué» y el «cómo» de las regularidades
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invariables. Por tamo, mi concepción de* la teoría, compartida por la mayoría tic los analistas teórico*, es la siguiente: podemos desa rrollar leves abstracta* de las propiedades invariable dd universo, pero tales leyes tendrían o u c completarse con guiones (m od elo s d csi_npcior.es. analogías) de los procesos básicos de estas propiedades. Aacmás. en la mayoría de los casos la explicación no implicar* pre dicciones y deducciones precisa** m primer lugar porou e no es po sible efectuar controles experimentales pan contrastar la mayor par te de las teorías. La explicación consistirá, por unto, en un uso mis discursivo de proposiciones y modelos abstractos para entender los fenómenos específicos. La deducción será poco estricta, incluso metaíóiica y , naturalmente, o ta rá sometida a controversia y debate. Sin embargo, la sociología no es única a este respecto; la mayoría de las ciencias actúan de esta manera. F.l análisis de Thomas Kuhn, suma mente discutible, enfati/a el carácter tociopolítico de la* teorías (Kuh n: 1970) Pero tam poco p or di o tenemos que abandonar nues tra búsqueda de propiedades invariables, como tampoco lo hace la física aonouc admita que muchas proposiciones se formulan (al me nos micialmcntc) de forma un tamo vaga y están sujetas a negocia ción política dentro de uiu comúnidaii científica. Ce rraré esta sección sobre d debate filosófico con un breve co mentario sobre las críticas al positivismo, y añadiré una descripción no demasiado estricta de sus principios. Una de las críricai ex que la» prooosicion es teóricas no son tanto descripciones o análisis de una realidad independiente y externa como creaciones y construc ciones del científico. La teoría no se ocupa de una realidad •exrcr ni*, sino cjue es más b:cn producto de los intereses del científico o de su sentido de la estética. Una variante de esta crítica es que las teorías nunci se contrastan con los «hechos» de un mundo exterior porque los propios «hechos* también son relativos a los intereses de ios científicos y a ¡os protocolos de investigación políticamente acep tables para una comunidad científica. E s m is : lo s hechos han de interpretarse, o ignorarse, a la lu/- de Iw intereses de loa científicos. El resultado global, sostienen los crítico», es que el supuesto proceso d* ¿utocorrecc.ón de la contratación de teorías r ñipólesis en I) ciencia es ilusorio. Creo cjue esta crítica es acertada en aspectos importantes, peni creo tamhi¿n que exagera desmedidamente. Por supuesto, todos los conceptos son de un modo u otro rdficactones; todos los «hechos» se encuentran deformados por nuestros métodos y, en cicru medida, todos ios hechos se interpretan. Pero se ha conseguido acumular conocimiento sobre el universo a pesar de esos problemas. Ksie co nocim iento no puede estar enteram ente seagado ni ser entei ámente subjetivo: si así fuera, las arma.» nucleares no explotarían, los termo-
metros no funcionarían, los aviones no volarían, ctc. Si emprende mos seriamente la formación de teorías sociológicas, acumularemos conocimientos sobre el universo ¿ocia!, aunque a través del confuso camino cuc ha ce recorrer en las «ciencias duras». Por tanto, el mundo externo se impone a la larga com o co rrector del cono cimien to teórico. Una segunda serie general de críticas al método analítico que defiendo se centra más específicamente en las ciencias sociales, y se infiere a la naturaleza sustantiva del universo social. Existen nume rosas variantes de csia tesis, pero su argumento central es el siguien te: la misma naturaleza del universo j>uede ser alterada en virtud de la cap¿cidad de pensamiento, reflexión y acción de los seres huma nos, hn la ciencia social* Ixs leyes relativas a un mundo mvaiiablc son irrelevantes, o al menos tienen una validez temporalmente limi tada, pues el universo sodal ve reestructura continuamente mediante los acto s reflexivos de loa seres humanos. Además, estos pueden usar las teoría* de la ciencia social para reestructurar el universo de tal forma que esxt leyes quedan desbordadas (vid., por ejemplo. Ciddons 1984 ). F.n el mejor de los casos, por consiguiente» las leyes y otros instrumentos teóricos ules como la construcción de modelos son temporales y válidas en un período histórico determinado; en el peor, nunca son útiles, dado que la naturaleza básica del mundo social se transforma constantemente.
Muchos de los que han formulado esta objeción —desde Mane a Giddcnv— la han pasado por alto en su propia obra. Por e¿e*Nplot no tendría mucho sentido estudiar detenidamente a Marx, cosa que están dispuestos a hacer mucho» teóricos contemporáneos, ¿ no ser q^uc creamos que este descifró la dinámica básica, genérica e invariable del poder. ; Y pi>r qu é habría de mo lestarse (¿iddcn * (1 9 8 1 ; I9S4) en desarrollar una 'teoría de la estructuración * que postula relaciones entre propiedades invariables del universo si no pensara qu e había llegado al núcleo de b acción, interacción y orga nización :iumanw trascendiendo la superficie de los cambios histó ricos. Muchos de los que formulan esta actuación confunden las leyes y las generalizaciones empíricas. Qué duda cabe de que los sistemas sociales cambian, igual que cambiar] en el universo empírico el sis tema solar o los sistemas biológicos, ecológicos y químico». Pero estos cambios no alteran laj leves de la gravedad, d e la formación de especies, de la entrop ía, de la relación difusión/fuerva n de a tabla periódica. I.O* seres humanos siempre har. actuado, interactua do, diferenciado y coordinado sus relaciones «sociales; estas son al lomas de las propiedades invariables de la organización humana, y de ellas deben ocuparse nuestras leyes más abstractas. El capitalismo,
la famiiia nuclear, los sistemas de casta», la urbanización y otros fenómenos h istóricos son. por supu esto, variable*, pero no son estos el objeto de la teoría, como algunos sostendrían. Si bien la estructura del universo social cambia continuamente, 110 k» líate la tluilmica fundAnvrnul subyacente a csu estructura. Una tercera serie de críticas a la teoría analítica procede de la teoría crítica (vid., pnr ejemplo, Hahermas: 1972), la cual sostiene que rl poritivivivio identifica Lis condiciones existentes con lo que el universo social d e b e ser y, en consecuencia, no puede proponer al ternativas al siadt qi4o existente. I n su preocupación por la* regu laridades propias del modo actual de estructuración del universo, los positivistas mantienen ideológicamente las condiciones existentes de dominación humana. De este modo, la ciencia no valoraiiva se con viene en un instrumento al servicio de los intereses de quienes más se benefician de la si.uaJón social establecida. fcsta critica tiene algunos aciertos, pero la alternativa de los teó ricos críticos al positivismo es generar formulaciones que muchav vece» tienen poco que ver con la dinámica funcional del universo. Gran parte ce la teoría critica, por ejemplo, consiste en una crítica pesimista y/o en la con strucción de u topias irremediablemente inge nuas (vid., por ejemplo, Haliermas: 1981). Pienso, adetniv, que esta critica se basa en una concepción defi ciente ¿el positivismo, l^a teoría no debería limitarse a describir las estructura* existentes, sino que tendría que revelar la dinámica sub yacente a esas estructuras. N ecesitamos, m il qu e teorías sob re el capitalismo, la burocraoa, la urbanización y otros fenómenos empí r ic o s teoría.' sub ie la pro du cción , la organización del ti abajo, la destrucción del espacio y otr os procesos de índole general Lo s caso* histórico* y las manifestaciones empírica* no son el objeto de la« leyes; son el lugar en e qu e co ntras tar la olausíbilidad de las leye$. Por ejemplo, las descripciones de las regularidades de la economía capitalista son los datos (no la teoría) para contrastar las implicacio nes de las leyes abstractas de la producción. Puede aducirse, por supuesto, que tales «leyes de b producción> aceptan acráticamente el ttutu q * o s pero yo replicaría due los mode los de organización humana icquieren que se sostenga la producción y que, por lo tanto, rcpreseuian una propiedad genérica de la oiga nización humana mí* que una ciega afirmación del statu quo. Gran parte de la teoría crítica no reconoce que existen propiedades inva riables que los teóricos no pueden «eliminar» con su* utopías. KaH \'arx cometió este error en 1848 al suponer que el poder concen trado -se disipan en sistemas diferenciado* (Marx y lindéis: 1971); más recientemente, Jareen Habermas (1970; 19S1) ha propuesto una concepción utópica de a acción comunicativa que subestima el fcra-
do en ei que toda interacción se distorsiona Je forma ineludible en
s is m a s complejos.
Yo contestaría dos cosas. 1.a primera es que si buscamos propie dades invariables, seremos menos propensos a formular afirmaciones que apoyen el tfar# quo. La segunda, que .suponer c|uc no existen propiedades invariables induce a Jas teorías a percer de vista pxogresivamcu'.c el hecho de que c! mundo no se somete fácilmente, y en algunas casos no podrá pama* someterse, a los caprichos y fantasías ideológicas de los teóricos No considero apropiado continuar profundizando en estas cues tiones filosóficas. La postura d e la teoría anilítica con respecto a estas cuestiones es elara. Fl verdadero debate ¿entro de la teoría analítica se libra sobre la cues:ión de cuál es la mejor estrategia para desarrollar proposiciones teóricas sobre las propiedades básicas del universo social. Las estrategias divergentes de la teoría analítica
En n i o pinió n, existen cuatro enfoques básicos con respecto a la construc ción de la teoría sociológica : programas m ctatcóricos; programas analíticos; programas prop or cion ales ; programas de cons tracción de modelos. Hay, sin cmt>argp, variantes contradictorias dentro de estas enfoques, de forma que en la práctica el número es considerablemente mayor. Sin embargo, examinaremos las variantes ba;o estos epígrafes generales.
M ctalcoria En li sociología exilien numerosos partidarios de la idea de que para que la sociología sea productiva es esencial definir ios «presu puestos* básicos oue han de guiar la actividad teórica. Es decir, antes de que pueda elaborarse una teoría adecuada es necesario plantear ciertas cuestiones fundamentales: ¿dial es la nstvrakr/a de U activi dad humana, de la interacción humana, de Ja organización humana? ¿Ciúai es el con jun to de proced imientos m is apropiado pa ra desa rrollar li teoría, v que clase de teoría es posible? ¿Cúales son las cuestiones centrales o los problemas críticos en que debe concen trarle la teoría sociológica?... etc. Tale* cuestiones y los extensos tratados (p. cj., Alexander: 1982-3) a que dan lugar conducen la 1 V il Turner ( i W b ; IVK6. cap. 1) para un análisis m is deu|Ij*J.i.
teoríaa los viejos c irresolubles debates filosóficos: idealismo verru* materialismo, inducción versus d edu cción, subjetivismo venus obje tivismo, y o tro s semejantes. Lo que da a estos tratado* el calificativo de «m eta * — es decir, lo que «viene después* i> «sigue a», según iníuuiia el diccionario^ es que esus c u o i í o o q filosóficas se originan en el contexto de un nuevo análisis de los agrandes teóricos*, en particular de KarI Marx, Max W cl w , Hmik Durkheim y , mis jccienremente, Talcott Par50115. Aunque estas obras siempre «on eruditas, llenas de largas notas a pie de nabina y de uta* relevantes, creo que muchas veces sofocan la actividad teórica. Envuelven la teoría en cuestiones filosófica* irre solubles. y se convierten con facilidad en tratados escolásticos que pierden de vista el objetivo de toda teoría: explicar el funcionamien to dd universo social. Por tanto, la rnetateoría constituye una inte resante actividad filosófica y, a veces, una fascinante historia de las ideas, pero no es teoría y no puede utilizarse fácilmente el teoriza] analítico. Pro^ramai analíticos
Oran parte de las teorías sociológicas implican la construcción de sistemas ae categorías que, presumiblemente, denotan propiedades claves del universo y relaciones cruciales entre estas propiedades. En esencia, tales programas son tipología? que estructurar, las principa les propied ades dinámicas del universo. Los co n ccp :os abstractos analizan de forma minuciosa las piopiedades básicas del universo y ordenan posteriormente ditas propiedades de un modo uuc, según se supone, ofrece una visión de la estiuctuta y dinámica del univrr$o. Se logra explicar los fenómenos específicos cuando el programa puede usarse para interpretar ciertos procesos empíricos específicos. Tales interpretaciones son. básicamente, de de» tipos: I) la que con sidera que al encontrar d lugar o la casilla de un teriómeito empírico en el sistema catcgorial dicho fenómeno aueda explicado 2; 2) la que declara explicados tales fenóm enos cuand o puede emplearse d pro grama para daborar una descripción de cómo v por qué han ocurrido los fenómenos de una situación empírica . F,sta> dos concepciones diferentes de la explicación mediante p r o gramas analíticos reflejan dos enfoques contradictorios: el de tos •>program as analíticos naturalistas» y el de los -program as analíticos interpretativos». El primero posttila qur la ordenación de c o n c e p t a s • Vi4.
en el programa representa una «acentuación analítica» de la ordena ción del universo (Parsons: 1937); como consecuencia de este úomnrfísmo, generalmente se considera que la explicación consiste en descubrir que lu^ax ocupa un fenómeno empírico en el programa. E ! secundo m étod o suele Techa*, aí tamo el positivismo com o el na turalismo, y sostiene que d sistema de conce ptos solo es provisional e «interpretativo» (Blumer: 1%9; Giddens: I9fc4). Como el universo se tranform ará, los programas conceptuales tienen también q ue cam biar; en el mejor de lew casos, pueden ofrecer una fonna útil de interpretar los fenómenos empíricos en un determinado momento. l)c ¿cuerdo con esto, 1.1 variante naturalista y la metatcoría a menudo ai^umentan de forma similar; el programa analítico es un prerrequisito necesario de otros tipos de actividad teórica (cfr., por ejemplo, M üncli; 19 82 ). Pues si no se dispone de un programa que formula y ordena en un nivel analítico las propiedades del univeno, es difícil saber sobre que va a versar la ceor/a. De mudo que, para algunos;, los programas analíticos naturaliatas son un preliminar ne cesario para desarrollar la teoría sociológica de acuerdo con el enfo que d e construcción de modelos y el enfogue preposicional. Por el contrario, quienes emplean programas analíticos interpretativos vue len rechazar ia búsqueda de leyes universales considerándola estéril, dado que estas leyes quedarían obviadas al transformarse la naturaleva fundamental del mundo (Giddens: 1977; 1984).
Programas p ropo* ido n ales Los. programas proposieionale-s giran en torno a aserciones que relacionan unas variables con otras. Lí decir, las proposiciones for mulan la forma relación «•ntre dos o m is propiedades variables del universo social. Los programas proporcionales son de tipo muy diverso, y podemos agruparlos en tres tipos generales; «programas axiomáticos», «programas formales» v «programas empíricos*. La teoría axiomática implica la deducción en virtud de un cáiculo preciso del fenómeno empírico a partir de axiomas abstractos que contienen conceptos claramente definidos referentes a un fenómeno empírico. La explicación consiste en determinar que un fenóttieuo empírico cae bajo uno o varios axiomas. Sin embargo, rara* veces es posible la teoría axiomática en aquellas ciencias que no pueden efec tuar controles de laboratorio, que no pueden definir los conceptos en términos de *clases exactas» y que no pueden usar un cálculo formal como la lógica o U matemática (Frecse: 1980). Aunque los sociólogos (p. ej. Emerson: 1972; Homans: 1984] empleen con fre cuencia el vocabulario de la teoría axiom ática — axiomas, teoremas,
corolarios— raras reces están en condiciones de cumplir los requi sitos de la auténtica teoría axiomática. Li> que en realidad hacen es teoría formal (Freese: 1V8C). La teoría formal teoría axiomática «rebajada*. Se articulan le yes abstractas y se -deducen» fenómenos empíricos de forma vaga y discursiva. I a explicación con siste en interpretar un fenóm eno empírico como un caso o manifestación de una ley más abstracta. Por consiguiente, !a finalidad de U teoría consiste en desarrollar leyes o principios elementales acerca de las propiedades básicas del universo. El tercer tipo de programa proposicional, el empírico, no es en rcilidad una teoría. Sin embargo, vanos teóricos e investigadores consideran que lo ex, por lo que menciooajé este tipo de actividad. En efecto, varios críticos del teorizar analítico emplean ejemplos del piograma empírico proposicional para atacar ¿I positivismo. Ya me he referido a la tendencia de los críticos del pmciuvismo a confundir una ley abstracta referente a un fenómeno general eon una genera lización referente a un conjunto de fenómenos empíricos. La afir mación de que las generalizaciones empíricas son leves se emplea posteriormente para eiaborar una refutación del positivismo: no exis ten leyes atcmporalcs poique los fenómenos empíricos cambian siem pre. semejante confusión h* basa en la incapacidad d e tos críticos >ara reconocer la diferencia entre una generalización empírica y una cy abstracta. Pero incluso entre los partidarios del positivismo se tiende a confundir lo que lia de explicarse (la generalización cmj>i rica) con lo que ha de explicar (la ley abstracta). Esta confusión adopta varias formas. Una consiste en elevar la humilde generalización empírica al ran go de «ley», tal como ocurre con la -ley de Golden*, que única mente constata que existe una correlación positiva entre industriali zación y alfabetización. Otra consiste en seguir la célebre defensa que haca Mcnon de las ♦teoría» de alcance medio», cuya finalidad era desarrollar ciertas generalizaciones relativas a un área determina da, como la urbanización, el control organizativo, la desviación, la socialización y algunos OCIOS temas de esta índole (M erton : l% 8) . De hecho, tales teorías son goacralizaviocies empíricas cuyas regula ridades requieren una formulación aiáí abstracta que la* expli que. Sin embargo, numerosos sociólogos creen que otas proposi ciones -de alcance m ed io- son teorías, a pesar de su carácter empí rico. Por tanto* muchos de los trabajos desarrollados en el programa proposicional carecerán de utilidad para la formación de teorías. Las condiciones que requiere la teoría axiomática raras veces pueden cu m plirse, y las proposiciones empíricas no son, por su natuialczi, tan
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abstracta* como para ser teóricas. De los diversos fntnques proposiciojale*, tico que el Je la teoría formal es el m is úlíI para el desarrollo Je la teoría analítica.
Program as d t construcción d r m odelos Fl uso dd término «modelo» en Ias ciencias sociales es suma mente ambiguo. En las ciencias más maduras, un modelo es una forma de representar visualmcnce un fenómeno de tal modo que le pongan J e manifiesto sus propiedades .subyacentes y la\ intercone xiones entre esus. En la teoría social la construcción de modebs comprende diversas actividades, dc^de la construcción de ecuaciones formales y simulaciones informáticas a rcojcseutacioucs £j¿ftca* Je relacionen fntre fenómenos. RcAtrirgiré eí uao que voy a hacer del termino a las teorías en las que los conceptos y sus relaciones se rrpresenT.in como una representación visual que muestra las propie dades del universo social y sus interrdaconcs. Un modelo, por tanto, es una representación diagramática Je fenómenos que consu de io s siguientes elementos: unos conceptos que denotan y destacan ciertas características del universo; la disp;» oc:ón de estos conceptos en un espacio visual de manera
utilidad mucho menor para la construcción de teoría* que los mo delos analíticos. Comí) su correlato dentro del enfoque proposicional, los modelos causales representan regularidades de los Iic c Ik »* que requieren una teoría más abstracta que las esplique. Con esto termino mi cxjmcn de lav diversas estrategias para la construcción de la teoría .sociológica. Comi> u¿ evidente, considero que solo alguna» de estas son ap ro pi ad a para 1a teoría analítica y para ia teo ría en grnrral Com ple taré este examen co n un análisis más explícito de los mantos relativos de los distintos enfoques
M érito>rela tiv os d e L a d ite n a s estrategias teóricas Desde un punto de vista analítico, la icoria debería ser, en primer lugar, abstracta, y no tendría que estar vinculada a la* pauivuuiidades de un caso histórico/empírico. Por consiguiente» Ij construcción empírica de modelos y el programa proporcional empírico no son teoría; manifiestan ciertas regularidad#* J e los da tos y requieren una teoría que las explique. Son un explicandum en busca de un expíartjtn Pn segund o lugar. el teo rizar analítico subraya que las teorias deben contrastarse con los hechos, con .o que las estrategias meta* teóricas y las elaboradas estrategias analíticas no son auténtica teoría. Mientras que la metateoría es sumamente filosótica e imposible de contrasur, las estrategias analíticas interpretativas pueden ser em pleadas como puntos de partida para la construcción de una tctvría contrastable. Si pueden ignorar*c los dogmas ant»po$itiv»*ta* de sus par lid a: ios, los mciKionados programas analítico» interpretativos ofrecen una buena base para empezmr a OOnceptualizar lax claics fundaméntale* de rar.abies que pueden incorporarse a proposiciones y modelov contrastables. Esto también puede hacerse con los pro gramas analítico* naturalistas, pero es mas difícil: les importa dema siado su propia majestuosidad arquitectónica. Hnalmente, a diferen cia de algunos analistas teóricos, yo creo que la teoría no debe limi tarse a la ccntrastac.ón abstracta de regularidades: !a teoría debe ocuparse del problema de la causalidad, aunque no de la >¿im»lc causalidad de los- anídelos empíricos. F n mi opinión, los modelos analíticos ofrecen un importante complemento a las proposiciones abstractas porqu e representan los complejos nexos causales efectos directos c indirectos, bucles de real imantación, efecto* recípro cos, et c,— entre los concep tos de la proposiciones. Sin tale* modelos es difícil conocer qué procesos y mecanismos están implicados en la creación de bs relaciones que se especifican en una proposición. Por tanto, a la lu/ de csus consideraciont*, I) la teoría analítica tiene que *cr abstracta; 2) debe referirse a propiedades generales de.
universo; 3) debe ser contrastahle o sj,sccpiib.e de generar proposi ciones contestables; 4) no puede ignorar la causalidad ni los meca nismos procouales y operativos. Por consiguiente, el mejor modo de abordai la construccióu de teorías sociológicas es una combina ción del programa analítico interpretativo, de las proposiciones fór male* abstractas y de los modelos analíticos (T um er: 1986) Ifstc es el tipo de sinergia mas creativo; y si hien distintos analistas teóricos tienden a insistir en unos componentes más que en otros, es el uso á m u h á n c o de estos tres enfoques el que ofrece las mayores posibi lidades de desarrollar una -ciencia natural de ia sociedad». La fig. I representa en forma un taino idealizada mi tesis4. FIGURA I .—RcUavncs cnt*x iw vnfoqnct (tórtev j y sm pottnoatuiAcUi p¿r*
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Como es evidente, puede comenzarse la elaboración de la teoría construyendo programas interpretativos analítico* cjue definan de modo provisional propiedades clave del universo social. Por sí sola, n i actividad imp roductiva, pues este programa nn puede contras tarse. Solo puede utili¿arse para •iiueipreur* fenómenos. En mi 4 Vid. Tumer 0 ‘W5b; 19H6) jura una deir.fipei/in in¿* iU**llada de Jm elemcrcot de Ja h*. t.
opinión, esto es insuficiente: citubiCn o necesario generar proposi ciones abstractas y co ntr ola ble s i partir del program a, y, al mismo tiempo, establecer un modelo de Ion proceros que intervienen para conectar los: conceptos ¿c las proposiciones. Esto ejercicio puede imponer la revisión del programa interpretativo; la construcción de un modelo analítico tambiín puede inducir al rephnteamiento de una proposición. Lo decisivo €$ que estas ires ictividades se refuer zan mutuamente: esto ex lo que yo entiendo por «sinergia creativa*. Por contraste, los programas naturalistas analíticos y la metateo lia suelen ser excesivamente filosóficos y estar demasiado desligados de las verdaderas ureas oue impone la realidad. Se rcifican desme didamente y se ocupan de fu propia arquitectura o se obsesionan con su capacidad escolástica para -resolver* problema filosóficos. Sin embaído, no considero que rales activiJadcs sean irrelevantes; creo que son útiles, pero solo d a p u c s de que hayamos desarrollado leyes v modelos fiaolex. Una v e/ hecho esto es útil proseguir la discusión filosóík-a, que puede imponer ei reexamen de leves y proiosiciones. Pe ro sin esta* leyes y proposicion es los programas a m ílicos y la metateoría se convierten en tratados filosóficos autosuficientcv. El programa analítico interpretativo es el instrumento oue conecta las proposiciones y modelos con la metateoria y con los programas analíticos, más formales. Esios programas interpretativo*, empicados para estimular la formación de proposiciones y reexami nados a ¡a 111 / de la c o n tratació n de las pio posiciones, pueden otn :ecr presuposiciones con contenido empírico para la metateoria y para programas naturalista» más complejos. A ¡cu ve», cuando la snetateoría y ov program as se ln n elaborado a partir de una base prepo sicional, pueden o frecer intu iciones útiles que impongan el exa men c e Lis proposicion es y m odelos existentes Sin em ba rco, sin esta conexión con una teoría contrnstable, los programas analíticos y la metateoría se mueven en el mundo retinado y rarificado de la especulación y el debate filosófico*. Por lo que se refiere al aspecto más empírico de la construcción de teorías, la s propostciunw de alcance medio (que, en lo esencial, ton generalizaciones empírica* de toda un área sustantiva) pueden ser útiles como una tic loo formas de contrastar teoría* mis abstrac ta*. Tales «teorías- de alcance medio ordenan los hallazgos de la investigación dr elasrc enteras ik fenómenos empíricos, y ofrecen ñor tinto un conjunto sólido de datos que pueden arrojar lu/ M)brc leyes y modelos empíricos. Los modelos empírico-causales pueden explicar lo* procesos temporales que conectan variables en teorías de alcance medio o en una simple gcncrali/ación empírica. Como tale¿, pueden ayudar a evaluar la plausbilidad de los modelos analíticos y de las proposiciones abstractas Pe ro sin las leyes y mod elos abstrae-
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tas estos enfoques de cariacr mis empíreo no avudar.in a construir una teo ría; pues si n o cscán inspirado* en leve* abstracta* y modelos formales, bs teorías de alcance medio, los modelos caudales y las generalizaciones empíricas se constru yen a¿ hoc> sin que importe *i ilustran o no una dinámica básica del universo. Es infrecuente rea lizar inducciones y elaborar teorías partiendo de esto# planteamien tos empíricos, dado que las teorías se construyen en realidad de forma opuesta: primero la teoría, después su evaluación mediante los dalos. Naturalmenie, la teoría se examina a la luz de los datos considerados de esta forma, pero cuando se empieza por los casos particulares raras vcccs llegamos a elevamos por encima de ellos. Tal es mi posición y la de la mayor parte cíe los analistas teóricos. Ha de comenzarse con programa* interpretativos, proposiciones y modelo*; la recopilación forma) de datos, la metateoría v la consrrneesón dr programas vienen más tarde. Aunque la mayoría de los teóricos analíticos estarían de acuerdo con este tipo de formulación estratégica, existe un considerable desacuerdo sobre el contenido de la teoría analítica.
lil debate sobre el contenido de la teoría analítica ¿Cuál Jebe ser el objeto Je la teoría analítica? ¿Cuáles son las propiedades m ás importantes del universo social / ¿C uá l de estas debe estudiante en primer lugar, o es ma s fundamental? {C ó m o pueden conciliarse lo* micro^roeesot de la acción y d? la interacción con la maerodinámica de diferenciación e i m ir a c ió n de poblaciones? Kstc tipo de cuestiones agotan la teoría analítica, y aunque es obvio que son importantes, los teóricos de la sociología han pasado demasiado tiempo debatiéndolas. Por fortuna, también ha habido esfuerzos más creativos encaminados a elaborar teorías, es decir, intentos por de terminar cuáles son las cualidades importantes del universo social, por desarrollar un programa analítico interpretativo para enfocar las cuestiones relevantes, po r desarrollar con cep tos y proposiciones abs tractos y por construir modelos analíticos para definir los mecanis mos funcionales y los procesos inherentes a estas propiedades. X o puedo examinar todos estos intentos teórico», por lo que presentaré mis puntos de vista sobre las propiedades básicas del uni verso c ilustraré el tipo de teoría analítica oue croo más productiva. Al hacerlo resumiré la mayor parte del trabajo teórico de la :eoria anlítica, pues mi enf
Teorizar analkiCC
tengo reoaros en umur ideu de quicucs qu;zá no se consideren a ji mismos teóricos analíticos; de hecho, puede que se consideren ene migo* del tipo de teoría que yo defiendo. Hechas estas puntualiza c ¡ w « , sigamos adelante.
Un program a interpretativo [rara ti ax á lifis d e la or^ an bación humana Como se mencionó anuriorincr.ee, la mayoría de los programas analíticos naturalistas son excesivamente como Icios. Adema», al in corpoiarse nuevas dimensiones de la realidaa al siempre creciente sistema de categorías y al reconciliarse los elemento* nuevo* del programa cor. los antiguos, estro programas tienden a hacerse cada vez más sofisticados. Ix» programas analíticos interpretativo* cam bien adolecen de esta tendencia a complicarse progresivamente, aña diendo nuevos conceptos y especificando nuevos nexos analíticos. Kn mi op inión, cuanto más se complican estos program as analíticos, menor es su utilidad. Pienso que Jebe tratarse la complejidad en el nivel de las proposiciones y los modelos, no en el marco conceptual global. F 0 1 tanto, un programa analítico interpretativo únicamente debería definir dasts genética* de variables, las proposiciones espe cíficas y los modelos tendrían que ocuparse de lo* detalle*. Por con siguiente, el programa interpretativo propuesto en la fij;. 2 es mucho más sencillo que los existentes, aunque se complica cuando cada uno de sus elemento* ci analizado con mayor detalle. Una de las razones de la complejidad de Ion programas existentes c* que intentan ab arcar demasiado. Son proclives a intenta r dar cucn ta de «codas las cosa s al misino tiempo» (Tu rner: 1984, cap I). Sin embargo, las ciencias no han progresado mucho en sus etapas tcm pru nas tratando de alcan/.ar una comprchensividad prematura. Fsta tendencia a la compreitensividad se refleja en el infere» que vuelve a despertar últimamente la cuestión del «nexo» (o , co m o también suele denominarse, la cuestión de la «escisión-) entre la microteoría y la mccroteoría (Alexander et at.: 1986; Knorr-C!etina y Cicourel: 19S1; T urn er: 1983). Lo s teóricos desean ahora explicarlo codo — la micrudinámica y la macrodinémica— de una vez, a pesar de que ai los microprocesos de la interacción cutre individuos en situaciones ca das ni la macrodinámica de las poblaciones se han concepiuali/ado adecuadamente. En mi opinión, el intento de entender la microbase de los m acron rocesos, y viceversa, es prem aturo L* fig. I propone mantener la división entre la macrosccialogta y la microsociología, al mino* po r el mom ento. Por unto, existe una -escisión- entre los microprocesixv y los tnacroprocc*os, y yo no me propongo superar la, a no ser de forma puramente metafórica.
IIGLRA 2.— Un progrémd interpreta?ti* pira la (tena analntca.
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C«X#ÍO» 04
r.tt^raoón
i Por lo que respecta a los microproccaos, considero que hay tres elases d e dinámica* decisiva* c-n la recría Analítica: las que «empujan» a los individuos a ir.teractuar (obsérvele que no digo -actuar*, con cepto que ha recibido un excesivo énfasis conceptual en la sociolo gía) (Turner: 1985a); los que operan sobre los individuos cuando adaptan entre sí su s conductas; y los que estructuran cadena de interacción a trav¿$ de. tiempo y del espacio. Como indican las He chas, estos microprocesos están ínterretacionailos, y caca uno actúa como paiámcuo de kw otros. Por lo que respecta a los macroprocesos, creo que hay tres tipos de dinámicas que tienen una jnportanda central para la teoría analítica; pioccso* de asociación que detcffminan el número de actores (individuos o colectividades) y »u distribución en el tiempo y en el espacio; procesos de diferenciación de actores en el tiempo y en H espacio: y procesos de integración cnic coordinan las interacciones de los actores a través del tiempo y del espacio.
M icrodinám ica G i m o he sugerido, la complejidad analítica debería añadirse en
el nivel de la construcción de modelos, y algunas veces en el nivel proposicional, pues este es el -.mico punto en el que l.xs ideas teórica.' pueden contrastan^ con los hecho* (una vez debidamente conside rados y rechazado s — al menos en su forma extrem a e intelectualmente enervante— todos lo$ problemas expuestos p or !os críticos del positivismo). Por consiguiente, la urea del microanílisis es es pecificar la dinám ica de las tres clases de variables — ir.otivacionalcs, mtcraccionalcs y estructurales— en modelos abstractos y proposi ciones. Comencemos con los procesos de morivación.
Proctfos J e m otivación Las conceptual i/acio nes explícitas de los «m otiv os» han caído en desudo en la teoría a causa de todos los problemas aue implica ana lizar y medir qué es *lo que impulsa a la gente* y fo au e *les lleva a hacer ca ías ». En ve?, de « t o , o s sociólogos han hablado de con ducid, acción e interacción de una manera que disimula has:» qué punto cuán abordando el problema de la motivación. Al actuar así nan encubierto el análisis de la motivación y de la interacción, lis más útil separarlas analíticamente, presentando un modelo simple de lo que «empuja», «impulsa», «motiva» y cllcva* las persona» a ¡nteractuar entre sí de un modo determinado. Es cierto que cs:os terminw son vagos, pero 3 un a.'í purdrn dar una idea de mis pro pósitos generales. Existen cuatro procesos de motivación en tollas las situaciones de interacción: '.os procesos relacionado* con el mantenimiento de la ^seguridad ontoógica* (Giddens: 1984), o necesidad implícita de reducir la ansiedad y lograr una sensación de confianza respecto a los demás; los procesos que eiran en torno al mantenimiento de lo que algunos interacciónistas denominan autoconccpcíón «íntima», o reifírmación de la definición básica de uno mismo como determi nado tijjo de ente; lo* relativos a lo que los teóricos de la economía utilitarista y los teóricos Ucl intercambio conduciista consideran es fuerzos de los individuos por «obtener un beneficio- o incrementar sus recursos materiales, simbólicos, políticos o psíquicos en deter minadas situaciones (Homans: 1974); y aquellos que se refieren a lo uc la iinometodo lotna llama en ocasione* «fact icidad*, el supuesto e que ti mundo tiene un carácter y un orden persistente o láctico (Garfinkel: 1984). Estos cuatros procesos corresponden, respectiva mente, a las diversas concepciones de la motivación en las tradicio a
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nes psicoanalítica (Erikson: 195C), ínteraccionma simbólica {Kuhn y McPartlaml: I954J, utilitarista'conductiva (Homans: 1974) y cluo metodológica (Garíinkcl: 1984). Fstos enfoques se han considerado antagonistas, con ciertas excepciones notables (p. e¡., Collins: 1975; Giddens: 1984 ¿ Slnbiiu ni: 1968). En ii fig. 3, ic p resenta un modelo analítico que bosqueja las intcrrclaciones principales entre cato* cua tro procesos. En el lado der«*ho de la fig. 3 subrayo que toda interacción se haya motivada por considera*.iones relativas a! intercambio. Lo* in dividuos quieren sentir que han aumentado sus recursos a cambio del gasto de energía c inversión de recursos. Evidentemente, la na turalcza de los recursos puede sanar, pero las teorías ar.aiiticas de) intercambio consideran que lo* recursos de índole mas ^ cn m l son el poder, el prestigio, la aprobación y, alguna* veces, la prosperidad material. Así. desde el pumo de vista de la mayor paite de las con cepciones actuales del intercambio, los individuos se ven «impulsa d os* a perseguir alp in beneficio relacionado co n alguno de essos tipos de recurvo*, por lo que la interacción, en buena medida, im plica la negociación del poder, rl prestigio y la aprobación (y. en ocasione*, «le los beneficios económicos). No voy a desarrollar aquí las tesis de la teoría del intercambio, puc> son bien conocidas, pero, en mi opinión, los principios básicos de la :coría dd intercambio son un buen resumen de un proceso de motivación. Hay otro proceso dr motivación que forma parte de los inter cambios interp crsonalcs: el hablar y el conversar. C ri o que Collins ( J 98 6) tiene razón al pensar que cstixs recurso s tienen gran im por tancia en la interacción, y nu *on simple* instrumentos o medios. Kt decir* las persona? «gastan* palabra con la esperanza de obtener no solo poder (deferencia), prestigio, o aprobación, sino también gratificando «a conversación p er se. Fn efecto, las personas negocian sobre los recursos conversacionales tan acuvainente como negocian sobre los demás. A partir de tales conversaciones desarrollan una «sensación» o -sentimiento* de satisfacción, o lo que Collins ha denominado «emoción*. Es decir, la gente gasta e incrementa su «capital em ocional» en sus intercambios de conversación. Po r tanto, el hablar no es únicamente un medio de transmitir poder, prestigio y aprobación; es umbitu un recurso en sí mismo. Sin embargo, las negpdadonc* sobre los recursos conversaciona les no solo implican intercambio. También se intenta «completar» e «interpretar** lo que ocurre en un proceso de interacción. Una situa ción no se «entiende bien» sin la posibilidad de usar palabras, gestos no verbales, elementos contcxruafes y otras indicaciones para «com* prender» me?or *dc qué se trata» y «qu¿ ocurre». Como manifestó Garfinkel {I98-4) por vez primera, mucho de lo que ocurre en un
proccso para lograr la srns.ició»i de que comparten un inundo táctico semejante y consiguen actuar de acuerdo con ese supuesto. Por tanto, la necesidad de «íacncidad» es una poderosa fuer7.a motivacional en ia interacción humana, como se indica en los procesos descritos en la pane inferior de la fi*: } Volviendo a la pane superior de la fig. 3, existe otra tuerza mo* tivacional en la interacción: el esfuerzo por concebirse a uno mismo como un determinado tipo d e peraona. F-s*o .se logra fundamemalmente mediante relaciones de intercambio que giran en tumo al po der. prestigio, o aprobación» v. en ocasiones, la prosperidad material, asi como alrededor de las relaciones de intercambio que se refieren a Li recepción de capital emocional en las conversaciones Por tanto, si la gente siente que recibe .un «beneficio psíq uico- en sus inter cambios, también mantendrá m i autoestima; esto es lo que yo conx i d t T U el mecanismo principal de mediación entre su *yo íntimo» \core id f] (Kuhn y Hickman: I9S6) y los resultados del intercambio. Como indican las flecha* discontinuas, la dinámica que conduce al sentimiento de fací¡cid ad es un pro ceso secundario en ¡a obtención de un -ben eficio». En la medida en que la con secu ción J e la tac ticidad es problemática, los individuos no sentirán que *se lian bene ficiador* de una interacción, y por tanto tendrán dificultades para mintrncr su autoestima y su autoooncepción en dicha situación. Ll fracaso en la afirmación del yo [ telj] —bien provenga de esta fuente secundaria, bien se deba simplemente a la incapacidad de aumentar el capital emocional o de obtener aprobación, deferencia o prestí-
. l a n o n r p r r t . r ¡ n o á a w t o m U e d
a c i m á n i d í j . /
— . > a * U . k F
gio — croa ansiedad, lo que a su \xz quebranta la conlian/a (en uno mismo), tan esencial para la seguridad oncológica. N o podemos examinar aquí lo* detalles de este modelo, míe trata de aunar diversas tradiciones analíticas en una concepción de la di námica motivacional mis sintética. Para terminar, ilustrare mi estra tegia teó rica global usando este m odelo para desarrollar varias «leves de la motivación- abstractas. I. lil giado de energía motivacional de los individuos en un proceso de interneción está en relación inversa al grado en él que los indivisos no consiguen (a) obtener un sentimiento dt seguridad ontológica. (b) desarrollar una presunción de fac ticidad, (c) afirmar su yo :ntimo, (d) lograr la sensación de que se incrementan so* recursos. II. I.a form a, final idad e intensidad d e la interacción en u n ; si tuación estarán en relación directa a la preeminencia relativa de (a), (b)> (c) y (d), así como a los valores absolutos de esas mismas variable*. Estos dos principio* formulan, en un nivel abstracto, el modo general en que los indivuiduos son «impulsados» a interactuai. Ob viamente, la¿ proposiciones no especifican los procesos di motiva ción, como lo hace el múdelo dt la líg. 3. Por ranto> creo que el modelo analítico proporciona detalle* necesarios sobre los mecanis mos {e* decir, ansiedad, autoestima, beneficio, consenso respecto al contexto, interpretación documenta! v negociación), Naturalmente, yo incluiría c*ü>s entre las proposiciones, pero en tal caso la* leyes perderían la simplicidad y economía tan deseables para muchos pro pósitos (ules como su uso en un cálculo deductivo). Por tanto, exis te, c o j t . o he indicado anteriormente, una interacción creativa entre la> leyes abstractas y los modelos analíticos. Ambos son necesarios: el modelo es demasiado com plejo para con trastarlo globalmcnic (por lo que su conversión en leyes simples es esencial), pero las simple» ley ir* n«» muestran los com plejos mecanismos y proceso s causales que subyacen a las relaciones especificadas en li lev (de ahí la ne cesidad de modelos analíticos abstractos que complemen ten lis leyes).
Procesos Je motivación El p róxim o dem ento del paradigma interpretativo presen tado en la fij;. 2 es el propio proceso dt interacción. I a cuestión clave es la siguiente: {Q u é ocurre cu ando los individuos emiten señales e in terpretan sus gestos? La fig. 4 describe los procesos decisivos: el uso
de repertorios de conocimientos ÍT)plícixos (Schütz: 1967), lo que yo denomino «aplicación de repertorios*, en procesos auc consisten fundamentalmente en la escenificación (Go flm an: 10 59 ;, h creación de m ío {T urn er: 1% 2 ), el planteamiento de pretensiones de valide/ (H a b e rm e : 19 81), y la explicación (Garfinkel: 1984); y la «disposi ción Je repertorios*, procesos auc se refieren en particular a la «in terpretación dr explicaciones- (Garfinkel: 1984), la «interpretación de las pretensiones de valide/.- (HaSermss: 1981), la «adopción de roles» (M ead: 1934). y la «tipificación* (Sch íítz: 1% 7) . N o puedo hacer una descripción más detallada de estos procesos» etpcdalnK*nte si consideramos que el modelo Je la fi*. 4 adopta elementos de tradiciones teórica* muy diversa*; lo que si liaré, sin embargo, es enum erar los procesos presentados m el gráfico. Georee Mead fue eJ primero en /econoccr explícitamente que la interacción es una «conversación de gcsro$». Los individuos señali zan su» respectiva» líneas de acción (consciente e inconscientemente) emitiendo gestos ; al mi « n o tiempo, interpretan los gestos de los demás. Los individuos adaptan sus líneas de conducta respectivas en función de « t e proceso simultáneo de señalización e incetpretación, y los miníelos de tal adaptación constituyen una función de los pro ceso* de motivación discutidos arriba. Para señalizar r interpretar, los actores recurren a lo guc Alfred Schütz denominó «conocimientos disponibles», o y.^rifkados, concepciones, procedimientos, nor mas, actitudes y entendimientos implícitos y explícitos que los indi viduos adquieren mientras viven, crecen y particioan en la> relacio ne» MK-ialea existentes. Pura señalizar, los iixlividuos aplicar, estos repertorios de conocimientos a fin de construir una linca de con ducta para ellos mismos. Y , a la inversa, a fin de interp retar los gestos de otros, recurren u ¿ux conocimientos para «encender» las señales de los demis. Este proceso simultáneo de aplicación de re pertorios do conocimiento para señalizar e interpretar es con fre cuencia implícito c inconsciente. Sin embargo, cuando los demás no reconocen las señales, cuando tales señales no pueden entenderse fácilmente, o cuando no se cumplen las exigencias de seguridad ontológica, autoafirmación, incremento de recursos v facticidad (vid. proposición íl) estos procesos se hacen mucho más explícito*. L is secciones intermedias del modelo de la fifc. 4 tratan de re conciliar las tem pranas ¡n tuclones de Mead y Schütz con tradiciones que en ocasiones se consideran antagonista* y que, sin embaígo, no lo son; cada una de ellas tiene algo que aportar a una concepción sintética de la interacción Mostraré esta compatibilidad discutiendo cada uno de los elememos bosquejados en las secciones intermedias de l¿ fifc. 4. G otím an fue d primero en señalar y Giddens (19 84 ) ha vuelto
n o i x i u r e t ú U r J t c i m U m D . 4 A R U C «
a indicar recien temen te que la interacción siempre implica -e ven i fieación». Los individuos piwtecn un conocimiento -escenográfico* porque «conocen» (aunque sea de forma implícíra) cosa* sobre cues tione* ule * to m o las posiciones relativas de los actores, r movi miento desde y hacia las regiones anterior y posterior del escenario y otros aspectos referentes* a la demografía del espacio. Los indivi duos señalan a Jos otros sus intenciones y expectativas adoptando una posición o moviéndose en el espacio. La interacción seria difícil sin esta capacidad paia recurrir a conocimientos aplicados a la crea ción de una «presencia escenográfica-, pues los individuos no po drían usar sus posiciones y movimientos espaciales respectivos para informar a los demás sobre sus accionen. I\n buena medida, la manipulación de este ubicarse en el capado está destinada a facilitar lo que Ralph Ttimer ha denominado crea ción de roles, u orquestación de gestos tjue señalizan el rol que se intenta representar en una determinada situación. En estai activida des de creación de roles los seres humanas no dependen únicamente de su capacidad escenográfica, pues poseen repertorios de «concep ciones de roles» que denotan combinaciones de perros y secuencias de comportamiento asociadas a una línea de conducía particular. Rutas concepcion es de r o lo pueden llegar a estar muy finamente matizadas; por ejemplo, podemoi^ distinguir no solo a quien desem peña el *101 de estudiante», sino también q u é r i fo de rol de estu diante desempeña (serio, estudioso, atlético, social, etc.). Por tanto, la gente posee un vasto repertorio de concepciones de roles a partir del cual tratan de const ruirse un rol para %í mism os orquestando los gestos que emiten. Como es evidente, los toles que elaboran para ellos mismos no solo están circunscritos por la estructura existente (los estudiantes no pueden ser profesores, por ejemplo), sino tam bién por sus repcrtoiios de autopercepciones y definiciones. Ue este modo, los seres humanos seleccionan de su repertorio de roles aque llos que son coherentes con sus autopercepciones y definiciones. Algunas de estas autopercepciones se siguen de autoconccpcioues íntima* que motivan la interacción, pero los seres humanos ptncen también un repertorio de imágenes más periféricas y siwacionales de dios mismos. Por ejemplo, una persona puede reconcvcr, sin que esto pertudiqiK: demasiado su autoestima ni degrade su yo íntimo (core se//], que no destaca en las actividades deportivas; en conse cuencia, esta person* elaborará un rol que corresponda a una imagen de escasa habilidad en -situaciones de juego*. Sin esta capacidad para crear roles la interacción produciría una tensión y una pérdida de tiempo excesivas, pues los individuos no podrían actuar según el supuesto de que su orquestación de gestos comunica a los demás una línea de conducta particular. Sin embargo, con concepciones
compirudas de diversos tipos de roles, Jos individuos pueden co municar sus ¡menciones y confiar en aue otros las reconocerán sin tener que reseñalizar continuamente la linca de conducta que se pro ponen seguir. Aunque creo que buena parte del «proyecto crítico» de Jürgen H aberroas es excesivamente ideológico, idealista v, en ocasiones, so ciológicamente ingenuo, su discusión del «acto ¿ c habla ideal*» y de la «acción com unicativ a* (H aberm as: 1981 j ha desvelado, « n e m baído, una dinámica básica ce la interacción humana: el planteamien to Je «.pretensiones de validez». Cuando los individuos interactúan pueden plantear «pretcnsiones de validez** que los demás pueden aceptar o rechazar. Tiles pretensiones implican afirmaciones, nor malmente implícitas perú en ocasiones explícitas, relativas a la au tenticidad y saiccfidíid de los gestos eu cuanto manifestaciones de experiencias subjetivas, afirmaciones relativas a la eficacia y efectivi dad de los gestos en cuanto indicadores de los medios cor. que se persigue un fin, y afirmaciones relacionadas con la rectitud de l.u acciones desde el punto de vista de las normas relevantes. Nu com parto la opinión ideológica de Haber-mas, según la cual este plantea miento de pretcnsiones de validez (y el reen&o y discurso a que puede din ¿ugar) constituye la esencia de la liberación humana de tas formas de dominación» pero si croo que en la interacción se da un proceso sutil, generalmente implícito, en el que cada pirte *afirma* su sinceridad, eficiencia y rectitud. Tales pretensiones están re lacionadas con los csfucr/os de construcción de roles, pero también recurren a un repertorio de conocimientos compartidos acerca de las normas que establecen qué conducta ex sincera y cuil es la relación entre medios y fines culturalmente aceptable. El último proceso de señalización tiene cierta relación con el planteamiento de pretensiones de validez, pero se refiere más dilec tamente al repertorio de métodos «etbno ♦ tales como el «principio etcétera», las secuencias conversacionales, las forma s nórm alas y otras prácticas comunes (Cicourel: 1973, Herítage: 1984) que emplean los individuos para crcar el sentido de orden social. Así, la señalización implica siempre un proceso de explicación, en el que los individuos usan implícitamente métodos o proccdimicnTos corrientes para con vencer a otros de que comparten un mundo factual común. Los innovadores experimentos dr ruptura de Garfinkel (1963; 1994) y otros análisis de conversaciones indican que- tales procedimientos son cruciales para que la interacción discurra sin tropiezos; cuando m> se usan estos m étodo s •, o cuando no se entienden o Vid. un* cxjrovwiún in Hm iix e; 1 W .
aceptan. la interacción se lute problemática. Asi, gran parte dd pío ceso d e señalización m utua implica d o fueiz o po r explicar lo que c< real 7 fictico en una situación. Con simultaneidad a estos cuatro proceros de señalización (es cenificación, creación de rules, planteamiento de pretensiones de va lide/. y explicación) hay procesos recíprocos ik* interpretación de las señales emitidas por los demás. Ademas* los seres humanos inter pretan hasta cierto p u n to sus propias señales, co n lo que la interac ción implica la vigilancia reflexiva unto de los propios gestos como de los gratos de los demás. I a explicación está estrechamente ligada a la interpretación de fas explicaciones, proceso en el cual Us señales de los otros y las de uno mismo (rn especial aqurllas que pertenecen a los repertorio* de co nocimiento interpretativos) se usan para desairollar un conjunto de supue.vtos implícito acerca tic los hechos básicos de una situación interaccional. Fs decir, los actores interpretan ciertas clases de seña les (p. ej., métodos fo ¡k ) para «com pletái s y para «dar sentido» a !a$ acciones de los demis, así corno pira crearse ¡a sensadón. quizá un tanto ilusoria, de que ellos y los demás comparten un universo común. I a inic rorc ucK m de las pretensiones de validez de Hab erm as, la otra cara dd planteamiento de es¿s pretensiones, está en relación con estos -procedimientos etnometodoló£¡ujs*. Fs decir: las «pretensio nes de valide?'* dr los demás (y de uno mismo) respecto a la since ridad, rectitud y eficacia en la relación de medios a fines se inter«retan a la luz de los repertorios de entendimientos normativos, de *s fórmula* de !a relación entre medios y fines y del genero dr autenticidad. Tal interpreta»:ión puede llevar a una aceptación de estas pretcnsiones, o puede implicar el -rechazo* de cualmiicn de los tres tipus de pretensiones de valide/. Si ocurre cstn ultimo, w señalizará un contra-planteamiento de pretensiones de valide/, y la interacción girará en torno a procesos de planteamiento de preten siones dr validez c interpretación ríe tales prehensiones hasta que todas las parres rec on ozcan esas pie tensiones de va lide/ (o> simple mente. se imponga «obre las demis una ser* de pretensiones me diante la capacidad de coerción o el control de los recursos). Fl tercei proce so interpretativo es el que Mead concep tualiró por ve z primera com o «adopción de risles* y -ado pció n ilrl rol del otr o» , o lo que Scliüt/. denominó «reciprocidad de perspectivas». Lo* ges tos o señales de los demás se emplean para ponerse en el lujar de otro o para asumir su perspectiva. Tal adopción de roles se da en distinto* niveles. Uno es el inverso de la creación de roles: los re penónos de concepciones de roles se emplean para determinar cuál es rl rol que están representando los demás. F.n otro nivel, nús
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profundo, el conocimiento coropanido acerca de cono sude actuar la gente en un determinado tipo de situaciones se emplea para en tender por q u é una persona se comporta de cierta manera. La aplica ción conjunta de estos d o s niv elo de «adopddn de ru lci* puede permi rirlcs a los individuos prever cómo podrán comportarse los demás. Kn ocasiones, la interacción implica lo que Schut* denominó •ti pificación^ o interacción en función de •tipos ideales*, pues en mu chos tipos de interacción se sitúa a los demás en categorías estereo tipadas. v se interacción* con ellos como no-personas o entidades ideales. l)c esta forma, la adopción de roles puede convertirse en -tipificación» cuando una situación no exige interpretaciones sutiles o muy marradas de los moriros, sentimientos y actitudes de los demás. Cuando .ve produce la upiftcación disminuye la importancia del rr.no de loa procesos interpretativo* (adopción de roles, inter pretación de los pretcnsiones efe valide* e interpretación de las ex plicaeiones; porque, en esencia, están «prepro^ramadox» en los re pertorios de roles y Categorías rvtctrotipados que se utilizan para tipificar. Fn resumen, por tanto, considero la interacción un procedo dual y simultáneo de señalización e interpretación que recurre a repenor.os de conocimientos adquiridos por los individuos. Los diversos enfoques teórico* han enfatizado ifisrinios aspectos de este proccso básico, pero ninguno capta poi sí solo toda la dinamita de la inte racción. El miníelo de la fi>;. 4 trata de couibinai estos diversos enfoques en un enfoque más unificado que ínter relaciona los procrlos de interpretación y señalización. Para completar esta síntesis de enfoques diversos di* li interacción <*n la teoría analítica voy a re formulir los elementos clave del modelo en unas pocas «leyes de la interacción». III. El g r a d o d e i n t e r a c c i ó n e n t r e i n d i v i d u o s e n una s i t u a c i ó n es u n a f u n c i ó n p o s i t i v a y c o m b . n a d a d e SUS n iv e l es re s p e c t iv o s de (4 ) H-ñaliración y [b) i n t e r p r e t a c i ó n .
(a)
t i grado de señalización es una función positiva y co m binada del grado de escenificación, creación de rolo, planteamiento de pretensiones de validez y explicación. (/>) E l jurado de interpretación es una función positiva y combinada del grado de interpretación de las explica ciones. interpretación de las pretensiones de valide», adopción de roles y tipificación. IV. El grado de acomodación y cooperación mutuas entre los individuos en una situación de interacción es una funciór positiva del grado en el ijuc comparten repertorios de cono ci miento comunes y emplean estos para señalizar e interpr'ear.
P rocn os d e estructuración La mayor pane de la interacción se produce dentro de una cstrucnira e x i g e n t e que se Ha generado y mantenido mediante inte racciones previas. Hay que considerar tale* estructura* parámetio* constrictivos (B lau: 197 7), pu es delimitan las actividades de esceni ficación de los individuos situándolas den tro de espacio* físico*; res tringen los posibles tipos de pro cesos de validación — es decir, el planteamiento y el recha zo de las pretcnsiones d e validez— ; propor cionan la base comexiual para las actividades de explicación que les permiten a los individuos crear una sensación de realidad; determi nan -us tipos de crestón de* roles posible*; proporcionan las cla ves de la naturaleza de la adopción de roles; y organizan a las per sonas y sus actividades de formas que propician o no la tipificación mutua. Sin embargo, dado que ios individuos muestran diversos perfile!» motivadonales, y dado que las estructuras existentes se limitan a proporcionar parámetros para todos e^os procesos, siempre existen ciertas posibilidades de reestructurar las situaciones. Los procesos básicos implicados en dicha reestructuración von, sin embargo, los miamos que se emplean para mantener una estructura existente, de modo i|ut podemos emplear los mismos modelos y proposiciones tanto para entender la estructuración como para entender ia rees maturación. F.n la fig. 5 presento mi concepción de la dinámica de estos proceso*. Comenzaré definiendo
y catcgorizar sus acciones en común. Analizaré ahora con mayor detalle estos cinco procesos do la sección derecha de la fig. 5. Cuando los individuos escenifican, negocian sobre la utilización del espacio. Deciden cuestiones tales como quien ocupa qué territo rio, quien, con qaé frecuencia, y hacia dónde va a poder moverse, quién puede ir y veiur, y otras cuestiones similares de demografía y ecología interactiva. Si los actores pueden ponerse de ¿ciKido res pecto a tales problemas, regionalizan su interacción al someter a ciertas pautas *u distribución del espacio y su movilidad. Natural mente, las negociaciones «obre el espacio se ven facilitadas cuando existen elementos físicos tales como calles, palillos, edificios, habi taciones y departamentos que limitan las negociaciones. Sin embfli' >, son igualmente importantes lew acuerdos normativos relativos a que «significan» par¿ los individuos estos elementos y las seniles interpersonales. Es decir, la rcgionalizacióu implica normas, acuer dos y entendimientos que detexminan quien es el auc puede ocupar ué espacto, quien puede poseer el espacio «deseable», y quien puee moverse en el espacio (de ahí la flecha desde «nonnati&ar» a «regionali/ar» en la tig. 5). Ij* -rutinarización* es otra fuerza im portante; está relacionad* ton la normalización pero también cons tituye un factor independiente por derecho propio. La racionaliza ción de la* actividades se ve facilitada en gran medida cuando la.s acciones cu común se hacen rutinarias, es decir, cuando los indivi dúos hacen apioximadamantc las mismas cosas (se mueven, hacen gestos, hablan) al mismo tiempo y en el mismo espacio. Inversamente, la rutini/acióa y la normatirizadón son facilitadas por ia regionalización. F.viste, por lo tamo, una relación de realimentación entre estos pro cesas . I ;iv rutinas facilitan el ordenam iento del espacio, pero una vez ordenado éste es fácü mantener las rutinas (naruialmeute, si se litera el orden espacial también se alteran las futirías). I j s normas posibilitan la interpretación de Us distribucio nes espaciales al guiar las actividades en común de los individuos que ocupan distintos puntos dd espacio; pero una vez. que las inte racciones se regionali/an, te propicia el mantenimiento del sistema normativo (y, a la inversa, si el orden espacial se altera, también resultará alterada la estructura normativa). En la íig. 5 es evidente que la creación de normas, o lo que denomino «normativización», tiene una importancia decisiva en el proceso de estructuración. Por desgndA, el concepto de «norma» no está en boga en la teoría sociológica, principalmente a causa de su asociación al funcionalismo. P ropo ngo que m antengamos este con cepto, pero que al emplearlo no lo limitemos a los simples supuestos de que «cada status ricne normas que le *on propias», o que -los ro'es son realizaciones «le expectativas normativas-. Ambos supucs-
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IOS son a veces ciertos» pero constituyen. má* que la norma, un caso espacial de interacción normativa. Como pone de manifiesto la fifc. 5. comidero que las normas sun un proceso ouc £ira en lomo a la validación. ..i explicación y la adopción de roles. Cuando los indi viduos nc^coan sobre lo que es adecuado, auténtico y eficaz (vali dación), cuando negocian sobre los procedimientos interpretativos adecuadas o métodos «ethno» para crear un sentimiento de realidad compartida (explicación), y cuando tratan di ponerse en d lugar de los demás y aiíoptar su perspectiva (adopción de roles), desarrollan acuerdos implícitos y provisionalmente vinculantes respecto a. modo en que lian de interaccuar y ajustar suv conductas. Si k>$ seres liu manos no pudieran hacer esto» la interneción seria demasiado labo riosa. ya qi^e tendrían que estar negociando constante e incesante mente la conducta adecuada. El desarrollo de estos acuerdos irr.plicitos se ve facilitado por )a regionalización, rutinizadón y ritualización (este último concepto se refiere a secuencias estereotipias de gestos entre quienes participan en la interacción) Tales normas se convierten en pane de los repertorios de conocimientos de los indi viduos y $e emplean en contextos apropiados. En efecto, fcran parte de las actividades de adopción de roles, de explicación y de valida ción £Íra en torno a los esfuerzos de la gente por interpretar a qué normal de los repertorios de conocimiento se rrcurre en una situa ción determinada La» lutinas constituyen un proceso importante de la estructura ción. La organización de la interacción se facilita mucho .si los gru pos de actores realizan las mismas secuencias de conducta a lo lir^o del tiempo y el espacio. A su vez, las rutinas están influidas por los demás proceso* estructurantes: regionalización, normativización, n tualización v categorización. Ls m¿\s fácil establecer nitinis cuando las actividades estar, ordenadas cspacialmcntc. Si existen acuerdos sobre normas se favorece la creación de rutinas. S¡ la interacción también puede ser ritual i/.ida de tal manera r u é kw encuentren entre individuos impliquen iccuencús estereotipadas de gestos, entonces lis rutinas pueden mantenerse sin demasiado * trabajo interpersonal* (es decir, señalización c interpretación activas y conscientes}; y cuan do los actores pueden categori?ar$e mutuamente como no-personas, y por tanto interactúan sin demasiado esfuerzo de señalización, es más sencillo establecer y mantener las rutinas. Los rituales son otro elemento decisivo de la estructuración. Pues cuando los actores pueden comenzar, mantener y concluir interac ciones en situaciones con conversaciones y gestos estereotipado*, b interacción discurre con menos tropiezo» y se ordena con mayor facilidad. Los rituales que hay que llevar a cabo, la forma un la que hay que llevarlos a cabo y cuándo hay que hacerlo son cuestiones
que se determinan normativamente. Pero lo $ rituaJes son también t i resoltado de la ni im an tac ión y ca tcgo rizac ión . Si l«>\ actores pueden encuadrarse mutuamente en categorías simple* su mteración se ritualizari, lo oue significa que existirán gestos predecibles que la ini cien y la concluyan, así como formas de conversación y geniculación típica* que medien entre los rituales de apertura y de cierre. De modo ¿imitar, la* actividades rutinaria? favorecen lo» rituales, pues cuando los individuos tratan de *ost«*n**r sus rutinas establecida? in tentar rituslizar la interacció n para evitar qu e esta interfiera (obiij»ándoles a realizar trabajo «intrrjMrrsonal*) en sus rutinas. Pero qui zá !o más importante es que los rituales se refieren a los mdiviJuoa que crean roles y que negocian sobre sus roles respectivos, y si pueden negociar role* complementarios, pueden ritualizar en gran parte su interacción. Uso es especialmente probable mando los roles .'»n desiguales en relación con el poder. (Collins: 1V75). F.I último proceso básico de cstructuradón es la cateterización, ue surge a partir de la* negociaciones entie los individuos acerca e cómo tipificarse a si mismos y cómo tipificar su interacción, liste roceso de categori?ación de sí mismos y de su» relacione* se ve editado por la creación exitosa de roles y por la ruünifcación, a« como por la ritualizactón de las relaciones. La catcgoriiaáón les permite a los individuos tratara como no-perdonas y ahorrarse el tiempo y la energía aue exige uní señalización y una interpreta ción suri1 } matfcada. f>c este modo, su iaténcOÓQ puede discu rrir sin problemas a través dd tiempo (en repetidos encuentros) v en el espacio (sin tener cue renegociar quien debe estar en qué lugir). N o puedo investigar aquí toda» la» .sutilezas de estos cinco pro cesos, p tr o las 41er has de la tifc. 5 muestran cóm o enfocaría un aná lisis más detallado (Turner: [en preparación: al). Cuando los indivi duos señalan e interpretan están llevando a caro un proceso de es cenificación. validación, explicación, adopción y creación de roles y tipificación, lo que implica ncgcnriiciones sobre el espacio, las pre tensiones di valuio7, los procedimientos interpretativos, la recipro cidad de perspectivas, los roles respectivos y las tipificaciones mu tuas A partir de estos procesos se forman los procesos estructuran tes de regionahzaciún, rutinización, normatívizacion. ritualizacjón y categoriz ación que organizan la iuteiacción a través del tiempo y en el «pació. A su ve/., los procesos de estructuración sirven como parámetros estructurales que limitan y circunscriben los pioccsos interactivos de escenificación, validación, explicación, asunción de roles, creación de roles y tipificación. Tal es, en términos generales, mi concepción de los procesos de estructuración, que incorpora gran parte del trabajo que se ha realizado en la teoría analítica sobre las
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interpretaciones microinteractivav de la «estnicuir* u>cjal-- Tcrmi naré mi exposición proponiendo u n » -leyes de la estructuración*. V. E l grado de estructuración de la interacción « una función positiva y aditiva del grado en el que la interacción puede ver \a) regionalizada, (b) rutinizada, (c) normativizada, (d ) rituali/id.i y (e¡ cate^orizada. (a ) El Rrado de regionalización de ia interacción es una fun ción posttixa y aditiva del grado en que lo« individuos pueden negociar con éxito el uso del espacio, asi como lutni/ar y noriratrrízar su* actividades en vomún. (b) El grado de nitin ari/oció n de la interacción en una (un ción }H>Mtr. j y aditiva del forado cu que lo* individuos pueden aoim ativ iza r, regional ¡zar, ricualizar y catego riz¿ir *11* actividades un coaivn. (c) El grado de norm alizació n de la interacción es una fun ción positiva y aditiva del grado en que los individuos pueden negociar con éxito sobre* pretcnsiones de validez, procedimiento interpretativos y reciprocidad de pers pectiva*, y rcgionalizar, mr.narizar y ritualizar sus acti vidades en común. id t i grado de ntuali/.ación de la interacción o una función positiva y aditiva del prado :n que los individuos pueden negociar con éxito sobre reciprocidad de perspectivas y complem entan edad de roles, asi co m o nom tativizar, rutinixar y cateponV.ar *us actividades en común. (e) El grado de catcg orízación de la interacció n es una (un don paiiliva y aditiva dfl prado en que los individuos pueden nego ciar con éxito sobre tipificaciones mu tuas y co m pla nen tariedad de roles, asi como ri tu alizar y rutinizar sus ae th’idade$ en común. Ksto completa mi exposición del trabajo teórico sobre micnxlirtámica llevado a cabo rn la teoría analítica. Es obvio que he tomado ideas de autora que no admitirían ^cr considerados teóricos analí ticos, pcio p o r lo que se refiere a la cuestión de los; microproicsos dentro de la teoría analítica, las figura* 3. 4 y así co m o las pr o posiciones I V captan la tendencia de esta teoría. Con ciertas exeep ciones notables (por ejemplo, Collins: 1975; 1986; Giddens: 1984; Tnrn er: I9JÍ0), la teoria analítica se ha conce ntrad o en la macrodinimici, tomando la interacción como ¿Igo •dado», como «procesos aleatoria*» (por ejemplo, Mayhew y Leringen: 1976) o como un ^promedio» (Man: 19/7). Pasemos ahora a ocupamos de estos en foques ^aerod inám icos.
Macrodüuimica l!n Ja (corla sociológica no existe uji consenso claro acerca de que es lo i^uc constituye la «macroreilidad». Algunos nucrosociólogcw la consideran el análisis de propiedades estructurales, indepen dientes dr los p ro ceso s que ocurren cnirc individuos (por ejemplo, Blau : 1977 ; M ayhew : 1981). O tro s piensan que la mac rosccio lott a consiste en el análisis de los di venta* mod os en que se a^n gan las microunidadcs para formar pnxesos organizativos y sociales a gran escala (p or ejemplo. Collins: 197 5; 19S4). I os critico» suelen ver rodo tipo de macroanálisis como mficación e hipóttasis (Knoir-Cetina y Cico urel : 1981). Pero a pesar de estas críticas, y de la aparente confusión conceptual respecto a la iriicroba.se de l.i estructura social, jigüe si ende» difícil negar un hecho sim ple de la vida social: las po blación^ humana* crecen y se agregan en grandes números, y crean formas sociales compleja* que se extienden a lo largo de vastas re giones geográficas y a través de consideiablcs períodos de tiempo. Afirmar, co m o hacen algun os, que tales Jornias pueden ser ¿nal iza das exclusivamente en fondón dr los acto* constitutivo* y de la interacción de individuo* es erróneo. Tale* enfoques reduccionistas crean una aoaxnuíi conceptual, pues no permiten «ver cf bosque por culpa de los árboles•; ni ¿¡quiera dejan ver los árboles a travos ¿e lis ramas. No cabe duda, naturalmente, de que los macroprocesos implican interacciones entre individuos, pero muchas veces es mejor excluir a estos ultimo* del analitis. Pues igual que en ¡a mayoría de Us ocasiones es útil a efectos analíticos ignorar la fisiología resprratoria y circulatoria de la anatomía humana a! estudia! numerosas propio dides de la interacción, pata muchos fines es también razonable ignorar los individuos, los actos individuales y laa interacciones in dividuales. Naturalmente, saber qué es lo que hacen loa individuo# cuando regionalizan, rutinizan, nomutivhan, ritualizan y categor*y.an sus interacciones (vid. fij>. 5» puede ser un l o w p l o n c n t o útil para el macroanálisis, pero este tipo de investigación no puede sustituir aj macroanálisis que se ocupa cíe ios procesos en que se hallan aso ciado?, diferenciados c integrados un gran número de individuos (sid. fig. 2). Tal es mi posición y la de !a mayoría de los teóricos analíticos fTurner: 1983). l*n la ritf. 6 esbozo mi concepción de los procesos macrodinamicos más básicos y fundamentales de ia organización humana. He agrupado estas dinámica*, como en la figura 2, bajo tres procesos constitutivos: la auxiiiaón* o unión de individuos y de sus capaci dades pioductivas en el espacio; la dífertnouatm, o número de *ubunidades o símbolos culturales diferentes entre los miembros de una
población asociada; y la integración, o grado en que las rediciones entre la? subunidades de uní población asomada se encuentran coor dinad a s . A diferencia de mi anáJisis d? los mkroprocesos, sin em bargo* no he oiaiuádu ato» priKaos en tre* modelos independiente*; he elaborado un modelo sintético que podría articularle ion mi» detalle vi se analizara. Tenjj¡o la intención de emprender semejante análisis en un fnniro próximo (Turner: [en preparación: h]). pero para mis pro pó sitos actuales presentará el m odelo en su form a simpli ficada.
P roc ao s s materiales, or^anír.jtivoa y tecnológicos son altos; li agregación está relacionada con el enrcirnicnto del volumen y con los niveles de pioducción; \ aunque existe cierta retlimentación entre c*ua tuer/as, es secundaria ) no está indicada en esta versión ‘imphticada del modelo Podría elaborarse un modelo mí* detallado de estos procesos específicos de interconexión, pero no voy a hacerlo aquí. A su vez, cada uno de istos tres procesos se encuentra relacio nado con otras fuereas, indicadas en e! extremo izquierdo de la f¡*. 6. La agregación está en delación con e* espacio disponible y con w forma en que tal espacio esta or^ani/^lo (asi como con las pautas de oigíiiiizaiión xoetal de los sub^rupos: obsérvele la ílccha en la parte superior de la íig. 6). El crecimiento del volumen está lelacio nado con la taw neta de emigración a una población, li tasa de incremento de la población indígena (reproducción) y U incorpoiación exrema (es decir, hisioncc, conquisas, alian/as. etc). La produción está relacx>nada con el nivel dt recursos relevante*. principalmerite recursos materiales, organizativos. tecnológicos y políticos (obsérvese la doble flecha en la parte inferior de la fig. 6). Propongo Jas siguientes -leyes de h asociación- para resumir estos piocesos en un conjunto simple de leyes:
VI. El nivel de a s o c i a c i ó n de u n a p o b l a c i ó n e s una f u n c i ó n m u l t ip l i c a ti v a d e {<*) s u v o l u m e n y ta> a J e c r e c i m i e n t o , {b) su grado dr concentración ecológica y (c) su nivel de produc c i ó n ( u n a c la r a t a u t o l o g í a , o b v i a d a m á s a h a j o ) .
(a) El volumen y la tasa de crecimiento de una población
{b
(c)
us una función aditiva y positiva de la afluencia externa, el iaciememo interno, la incorporación externa y el ni vel de producción. lil ^rado de agregación de una población es una función positiva y aditiva de su volumen y usa de crecimiento, nivel de producción, capacidad para o rganizar el espacio y el níurjcio y diversidad de sus sub^rupos, y uiu /un ción in%*crsa del espacio disponible. t i n i v e l d e p r o d u c c i ó n de u n a p o b l a c i ó n ca u n a f u n c i ó n positiva y multiplicativa de su volumen y tasa de crecí m i e n t o , n i v e l de r e c u r s o s m a t e r i a le s , o r g a n Í 7 a r i v o s y t e c n o l ó g i c o s . v d e su c a p a c id a d p a r a m o v i li z a r p o d e r .
FA pro cesa d e diferen ciación Los incrementos en La agregación, el volumen y la tasa de creci miento y c i i la producción aumentan ci nivtl de competencia por los recursos entre las unidades sociales. Dicha competencia, c o m o subrayaron Spcncer y Durkhcim, pone en marcha el proceso de diferenciación entre individuos y sublimidades de organización en una población. Esta población cu el resultado de dos ciclos oue se putenaan mutuamente: uno que gira en tono a los proce*:>s de com petencia, especialivación, intercambio y desarrollo de atributos dis tintivos, o lo que yo denom ino *at n Ultimación-, y el otr o en to m o a la competencia, el intercambio, el poder y el control de las recur sos. A 5u vc7, estos dos ciclos producen tres lormas de diferencia ción intcrrctacionadas: subgrupos o heterogeneidad, subculturas o diversidad simbólica, y jerarquías o desigualdades (Blau: 1V77). Sin embargo, ames de analizar catas forma» básicas de diferenciación volvere a los ciclos que se potencian mutuamente y que las producen. l*a competencia y el intercambio están reciprocamente relaciona dos. Con el tiempo, la competencia producirá relaciones de inter cambio entre actores diferenciados y. a la inversa, las relaciones de intercambio incrementarán, aJ menos inicialmentc. el nivel de co m petencia (BIau: 1966). Hl intercambio y la competencia producen la cspecialización de actividades (Durkhcim: 1935; Spcnccr: 1905), por oto algunos pueden -superar a otros compiuemio>, y empuja a la diferenciación de actividades, porque las relaciones de. intercambio
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fuerzan a los acunes a especializarse en la provisión de recursos diferentes (Em erso n: 1972). Iji competencia, d intercambio y la espccíaltzacion contribu yen a crear atributos distintivos - nivelen de recu rsos, actividades, símbolo* y otros parámetros entre los act o res (Blau: 1977), Además, los proceros asociativo* de afluencia e incorporación externa también pueden tener como reMiltado Ij dis tinción entre individuos, pues los nuevos micmbio> de una pobla ción pueden provenir de sistemas diversos (obsérvese la (lecha en la parte superior de la lig. (t). A su vez, esta distinción fomenta el iatercambio d e recursos diferentes, la competencia y la especñdización. b l e ciclo es fomentado e intensificado por los efectos mutua mente potenciantes de la coirpetencia, el intercambio, la moviliza ción de poder y el control de tos recursos. La competencia y el intercambio siempre implican esfuerzos por movilizar poder (Blau: IVM»); y ral movilización incrementa, al menos durante un tiempo, l.i movilización y el intercam bio. A partir de este sistema de real imentación positiva ciertos actores
De esto* dos ciclen se derivan tres formas básicas de difcrenciadón: la formación de sub^rupos cuyo nivel Je (olufaridad interna es elevado y cuya estructura es sólida en comparación con la de otros subgnipos; la formación de subculturas distintas cuyos cono cimientos y repertorios de símbolo* difieren y cuva distinción es tanto uní causa como un efecto de la fonnación del suberupo; y la formación de jerarquías que varían por lo que respecta a las propor ciones relativas d e recursos marenalcs, político» y culturales que po seen los diversos actores y el grado en que las correlaciones en la distribución de los recursos están «impuestas desde arriba* (l)ahrcndorf: 1958; 1959), «correlacionadas* il.cnski: 1966) o •consolida das- (Blau: 1977). Poi tanto, el grado de diferenciación de una po blación ve define en función del número de subgrupos, subculturas v jerarquías, y c uanto m ay or es la diferenciación tanro m ayores sun los problemas de coordinación o de integración de una población. Antes de que pasemos a este tercer macroproceso* sin embarco, reformularé este aní Iíms en términos de unas pocas «leyes de diferencia ción». VII. F1 grado de diferenciación de una población es una función positiva \ multiplicativa del numero de {a ) sub^ru pos, (b ) >ubculturas y (c) jerarquías evidente en dicha población (una tautología manifiesta, obviada mis ¿bapol. {l de los recursos, y una fun ción positiva de la form ació n de súb er uj>os y jerarquías (c) El núm ero de jerarquías de uru población e< una fun ción inversa de la movilización de poder y control de recursos y una función positiva de la comparencia, el intercambio y la formación d e sube alturas, y d j;rado de consolidación de las jerarquías es una función po sitiva de la movilización de poilir y el control de recu rto s y una función negativa de la comp etencia y el intercambio.
ProctiO i d r integración Como $e sabe, el concepto de «integración* es vago, cuando no valorativo (es decir, la integración se considera -buena» y la rx> inaeración -maJa-)> p ero sigue siendo útil para etiquetar varios proccsos inicrrcUcionados. Para mi, la integración es un concepto que varía a traté» d e t r o dimensiones independientes: el grado de co or dinación entre unidades sociales; el grado Je unificación simbólica entre unidades sociales; y el gn.de de oposición y co nflicto entre unidades sociales. Si planteamos el problema en e s t o termino*, la cuestión teórica decisiva es esta: ¿qué condiciones potencian o dificultan la coordi nación, li unificación simbólica, y la oposición y el conflicto? En tc m ró o s generales, la existencia p er se c c subgrupos, mbcultnras y jerarquías incrementa, respectivamente, los problemas de* la coordi nación estructural, la unificación simbóbea y la oposición conflicti va. Por tamo, !os pr obla n as de integración entre unidades diversa mente diferenciadas son inherentes ai proceso de diferenciación. Ls tos problemas ponen en m.ircha -presiones selectivas» para solucio nar talev problemas; pero la historia de toda sociedad, comunidad u otra macrounulad muestra que la existencia Je esas presiones no garantiza la selección de procesos inregrndores. Fn efecto, tod.« la* pautas de organización se desintegran a a larga. Sin embargo, casi roda la teoría macroanalitica insiste en la selección de formas estruc turales y culturales que resuelvan, en ¿rado diverso, los problemas de la coordinación estructural, la unificación simbólica y la oposi ción conflictiva. Ln el lado derecho de la f¡£. 6 he bosquejado los procesos dcci tiro* de la integración. La formación de sub&rupos y (as subculturas crean problemas de coordinación que, a su vez, generan presiones en favor de la inclusión estructural (integración de *ul>unidades en unidades progresivamente inclusivas ) <%y tn favor de la úitcrdcpcn dencia estructural (pertenencia simultánea a varias ¿ubunidades, así como dependencias funcionales). Como puso de manifiesto Hurleheim, la formación de subculturas y subgrupos tan-.bién plantea el problema de unificar una población con una ^conciencia común- y una -concien cia colectiv a- o , en general, con símbolos comu nes {len guaje, valores, creencias, normas, conocimientos, etc). La creación de jerarquías intensifica estos problemas1. A la inversa, u le s proble ma.-1 dz unificación pueden aumentar las presiones selectivas para la creación de estructuras que resuelvan los problemas de coordinación y oposición relacionados con las jerarquías y subgmpos. ' Vid. V a l ace [ 1VS3; para *n
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El efecto final de estos problemas ¿ c unificación simbólica es generar presiones selectivas en favor
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cHemeyer: 1977). En efecto, la existencia de la inclusión y la inter dependencia r los timbólos generales potencian la ccnn ali/.ación polítxa. Como destaca la flecha de realimentación Je l¿ paite superior de la fig. 6, Ij inclusión regulada políticamente y ¡a interdependencia facilitan el desarrollo de la especiali?ación de actividades. Este au mentó cié Ja especialización pone en funcionamiento aquellas diná micas que crean m ayores problemas de unificación simbólica y coo r dinació n; dinámicas que producen una ma yo r centralización política que, .1 largo plazo, genera oposición (como subraya la flecha de reg im en tad ón de la parte interior de la fiR. 6 ) 1 Por tanto, existen fuerzas inherente* a la dinamica de integración que incrementan la diferenciación #■ Jos problemas de integración, r.n cieno momento de U historia ác todos los sistemas, tales pro blemas alcanzan un punto en el que se colapsa el orden social, aun que solo para ver rcorgani/sdo. Fscas m m la» principales implicacio nes dt los efectos causales, ciclos y bucles de realimentación esbo •/ados en la fie. 6. Terminare esta exposición de las secciones de la parte derecha de la figura 6 propon iendo unas pocas - leves de integra ciófl». VIII. Cu anto m ay or es el £r¿do de diferenciación de una pobla ción en subgrupos, subcultura* y jerarquías consolidada*, tanto mayores «on los problemas de coordinación estruc tural, unificación simbólica y oposición conflictiva en di cha población. IX. Cuanto mayoro son los problema* de coordinación, uni ficación y oposición en una población, mayores son la» presiones selectivas tendentes a la inclusión/interdependen cia estructural, generalización simbólica y centralización política en dicha población. X. Cuanto mis integrada se halla una población mediante la centralización po lítica, los símbolos generalizados y las pau tas de ¡nterdcpcndcncia/íiiclusmn, tanio más probable es que dwrhi población ¿tímente su jurado de diferenciación y, por lo tanto, momifique su.*: problema* de coordinación, unificación y oposición.
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prcccvM.
y análisis empinen J. cito*
F.l tcori/ar analítico: problemas y perspectiva* El problema principal de la teoría analítica e* que se encuerara en un ambiente intelectual hostil. La mayor parte de los teóricos sociales, com o evidencian lo* ensayo* de ente volumen, ik i j c c p u t ú i i los supuci((M manifestados en la pruncia página de este capítulo. La mayoría de los teóricos (ocíales *e mostrarían en desacuerdo con la afirmación de que i**i«ten propiedades genérica*, ¿temporales y uni versales de la oifan i?ació n social: v b m ayor p ane de ellos no con sideraría que la finalidad de la teoría es aislar estas propiedades y desarrollar leves abstractas y mc*deIos relativos a su forma de acruar. Kn mi opinión, existe un exceso de escepticismo, hisuiriasmo, rela tivismo y solipsismo en la teoría social y, en consecuencia, la teoría suele coo sistir en discusiones acerca de temas y person as, y no en la discusión iic la dinámica operativa del universo social. Mi propósito en este ensayo es volver a la concepción original de Augusto Comee d< la sociología como ciencia. Kn mi defensa de esta concepción he definido una estrategia general: la construcción de programas analíticos interpretativos» leyes abstractas y modelos analíticos abstractos; el u so de cada una de estas tres estrategia analítica? como correctivo de las otras dos; por último, la contrastación de ks proposiciones abstractas para evaluar *u plausibilídad. He ¡lustrado esta e>trategia presentando mis propias puntos de vista sobre los prtKi*s08 niicroim eracuvo sy m acroestructuraks. Tales pun tos de vista son únicamente provisionales y preliminares, y solo se llan expuesto en lomia de olxi/.o. Incluso asi, mi cnfcouc es ecléc tico c incorpora la obia de diversos autores, por lo que los modelos y proposiciones expuestos en este capítulo representan un resumen enquemitico do la teoría analítica en la sociología contemporánea. I as mejores perspectivas para la soriolopa estriban en el desarrollo de los esfuerzos por elaborar este tipo de tcoiía analítica.
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EL ESTRUCTURAIISMO. EL POST-ESTRUCTURALISMO Y LA PRODUCCION DE LA CULTURA Anthony Giddens
El cstructuralismo y el post-eamicruralismo son tradiciones de pettJam icnto muertas. A pesar de la prom esa que contenían en la tlor de su juventud, en último término no han conseguido producir la revolución de la comprensión filosófica y de ia teoría s o c í j I a la uc cu otn» tiempo $e obligaron. En esta discusión no tratare tanto 3 c escribii 5u esquela como líe indicar que panes de su legado in tcWctual pueden se: aun aprovechables. Fucs aunque no transformaron nuestro universo imetcau¿] del modo en que a menudo Se pre tendió. llamaron nuestra arrnción sobre problemas de considerable y perdurable importancia. Como >e sabe* muchos dudan de que haya existido nunca un cucrpj de pensamiento lo suficientemente coherente como para «?r denominado «estructuralismo», y no digamos •post-cstructuralísim»*, nombre todavía más vago (vid. Runciman: 1V70). Después de :odo, la mayor pane de Us figuras destacadas que suelen encuadrarse' bajo csus etiquetan h.m negado que tuviera algún sentido aplicar estos t¿miino> .1 sus propios intentos. Saussurc, a quien suele con siderarse e! fundidor de la lingüística estruccurairtta, apenas emplea siquiera el term ino •>estructura» en su propia obra (Saussurc: 1974). H ub o una época en la que Lev v--Strauss p romovió activamente la causa de la «antropología evrrucuira]- y, mas en general, del -estrveturalismo-, pero a lo largo de In última parte de vu carrera se hi hecho mis prudente al caracterizar su enfoque de esta forma. Quizá
£ estnicrcralifroo, <\ p(m-esinKiur*iijnK> y la pcuJutuióa Je la cultura
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Darihes estuviera fueitemente influido en sus primeros escritos pui Lévy-Strauss, piro iná* tarde se alejó bastante de el. Foucault, Lacan, Ahhusser ) Don ida divergen radicalm ente tan to de tas ideas principales de áaussure y Lévy-Strauss como entre si. Parece que ral:a casi por completo la homogeneidad precisa para hablar de una tradición d e pensamiento definida. Pe ro a pesar de su diversidad, existe cierto nu m ero de temas que afloran en las obras de todos estos autores. Acemas, a excepción de Saussure, todos son franceses y han estado situados en una red de inluencias y contactos mutuos. Ai usar en lo que sigue los términos «cjtructuralismo* y «post-estructuralismo*, considero que Saussure y Lévy-Sirau» pcticneccii a la primera categoría, y lo» demás a U segunda. Es sabido que 1a de *post-esL-ucturalisnio* es uiu categoría considerablemente lava
u de la esfera de lo contingente y lontcxtual. hn tanto c u c fom u estructural global. la lengua se separa Je los múltiples usos a los que pueden aplicarte lo* actos Je habla particulares. La p a ro le es lo que Saussure denomina ^aspecto ejecutivo «irl lenguaje», mientra* que la Ltngur e* -un sistema Je signos en el que lo único ciencia! es la unión Je significados e imágenes acústicas* fSaussure: 1974). La Icn gua es por tanto un sistema idealizado, deducido Je los uto* partí calares del kabln pero independiente Je estos. Los contenido* acús ticos reales de! Icnguaie son, en cierto modo, irrclcvaniw pan el análisis de la Lvtfittt, pues se trata de estudiar las relaciones formales entre vonidas, o signos escritos, uo su propia sustancia. Aunque en Siuvsurc persisten un cierto nunralismo y uiu cierta dependencia de Ia psicología, en principio la lingüistica se desliga claramente dd resto de las disciplinas que se ocupan del estudio de la actividaJ humana. También la toiiemáiica se diferencia con claridad Je la fo nética, que t:ene una importancia relativamente marginal respecto al núcleo central del añiláis lingüístico E xú te una inconsistencia en el co ra /ó n de 1a concepción xaussuriana de Ia Amgife. Por una parte, se considera que la ¡ a n g u e es en úJumo tcnnino un fenómeno psicológico, organizado en función dr propiedades mentales. Po r otra - co m o indicaría la aparente influen cia de Durkhcim en Saussurc— la lengua es un producto colectivo» un sistema de representaciones sociales. (Jomo los críticos han se ñalado, si la lengua es esencialmente una realidad psicológica, los signos no son arbitrarios. Como :¿is relaciones que constituyen la lengua citarían estructurado* en función de características mentales, tendrían una dctcrminaJa forma regida por procesos mentales. Por tanto, si la lengua w com ide ra una real* Jad menta!, el signo no puede de ninguna minera ser arbitrario, y su significado no puede cr. modo alguno definirse por sus relaciones con los elementos san crónico* de la lengua (Clarkc: 198!, p. 123). Hablando en un sentido amplio, la mayoría de las formas dr lingüística estructurahsu han optado por la versión «psicológica» de la Itn^uc más que por la versión «souai». Adoptando este enlcuiue, Cbcimsky pudo efectuar una fusión de las ideas tomada* de la lin güistica europea con el •estructuralismo conductista- de Bloomiidd, Harris y otros lingüistas estadounidenses. Bloornfirld y Mariis tra taron de separar por completo l.i lingüística de cualquier otro tipo de mentalismo o psicología (Bloorofidd: 1957; Harria; 1951). Pira ellos, el objetivo de la lingüística consiste en anali/ar el lenguaje, hasta donde sea piwible, exclusivamente como secuencias de sonidos regulares. No debe centrarse la atención en las relaciones interpre tativas de los hablantes con el uso del lenguaje. Si bien en un primer mom ento este pun to de vista parece sustancial menee distinto de !a
lingüística sauauriana, y *i bien es cierto que su* defensores más conspicuo» rechazaban la diferenciación entre Unguc y parole* no •abe duda de que existen ciertac afinidades suhvacentr.s que Chom sky ^«insiguió poner de manihot*» Ki-drlmiendo L distin ción entre h n y,HC y p arole como distinción entre competencia y actuación, y ¿par lándose radicalmente tic! conduaismo de Bloomfield y Hairis* Chomsky pudo reconstruir un elaborado modelo de lingüistica fortiul sobre una base mrntaJista. Dada la diferenciación que se esta blece entre competencia y actuación, la lingiiisuca chcmskiana con cede necesariamente una importancia central a la sintaxis (vid., por ejemplo» Choimky: 1968). Su objetivo 110 & explicar lodos los actos lingüísticos de los hablantes de una determinada comunidad lingüís tica, sino únicamente la* estructura) sintácticas de un hablante ideal de dicha lenguj. La teoría de Ch om sky rcint reduce la interpreta •■ion. pile* la definición de la corrección lingüística depende de lo que los hablantes consideren aceptable. También otorga una cieña ptiorídad i los componentes creativos del lenguaje, en el sentido de que el hablante competente puede generar un Corpus indefinido de frases sintácticamente aceptames. Es posible mantener que la distin ción entre competencia y actuación c* en algunos aspectos .superior .i la diferenciación entre ¡angue y p aróle > pues Chomsky al menos p tésenla iit i mo delo de agente lingüístico. Cu ino Cljouisks sédala 4 nticanJo a Sacmure, cate últiiiKi consideraba la langsic, fundamen talmente, como un depósito de- «elementos semejantes a palabras- y •*1rafes hechas•, al que oponía el carácter má> flexible de la p arole. Se carece de una explicación del «término mediador» entre Ltngue y paróte. Según Ch om sky , es en d agente donde se produce lo que él considera la «creatividad ¿obernida por normas* ciel lenguaje como sistema (Ch om sky : l% 4, p. 23). La gramática transformativa de Chomsky es uno de los enfoques inlluidos por algunas ideas centrales de Sauxsure; otro es la lingüis tica de la escuela de Pra$a que, a traves de Jakobson, fue la comente q u e más influyó sob re’ I.evy-Strau.ss. F.n un sen tido am plio cabe afirmar que el ¿tupo cfc P i o ^ a s i^ u e la c o n c e p c i ó n - S o c i a l » de L fa n g *e mái que la concepción -^psicológica*. Mientras que la lingüis tica de Chomsky se centra en la competencia del hablante individua], li lingüística de la escuela de Praga se concentra fundamentalmente en el lenguaje como medio de comunicación. Por tal motivo, la se mántica no se separa completamente de la sintaxis, y se considera que la naturaleza de la lan^ut expresa relaciones de dignificado. C om o afirma Ttubet?koy, la lingüística debería investigar -cuales son las diferencias fonéticas q ue se encuentran vinculadas, en d lenguaje que consideramos» a diferencias de significado, cómo se relacionan unos cotí otros estos elementos d iferenc adores o rasaos distintivos, y de
acuerdo con que normas se combinan para formar palabra) y frases» (T nib etz koy : 1969, p. 12). Pod ría pare cer que la insistencia sobre el significado y sobre el uso del lenguaje en tanto que meció de co municación comprometería el carácter autónomo de U lingüística tal como fuera definido por Saussurc (y Chomsky). Pues en tal caso sería precisa analizar el lenguaje en las instituciones de la vida social. Y , tn efecto, los lingüistas de Priga rechazaron la distinción infle xible entre Ungue y p a ro le establecida por Saussure, así como Ja división entre sincronía y diacronfa, relacionada coa dicha distin ción. N o obstante, el grupo de Praga tendía a centrar su trabajo en la fonología, donde puede estudiarse el sistema acústico de un len guaje sin atender a Jai connotaciones externa» del significado. En particular, en la obra temprana de Jakobsor. se sostenía la idea de
iiiiótxos. Esta kle.i fue esbozada po: Saussure y dcsarioliada con vierto detalle por lakubson y oíros. Por razón de Us relaciones entre la lingüistica cstructuralista y el estnicturalismo en genera), a menudo se afirma que el esmzcmraIí s j i i ü participó en el «giro lingüístico» general característico d e la filosofía v teoría social modernas. Sin embargo, por motivo* que alto n indicaré, esta es una conclusión especi osa Por un lado, hoy parece evidente que las esperanzas de cuc la lingüística proporcio nara procedim iento s generales susceptibles de una aplicación m uy amplia estaban fuera iic lugar P o r o tro , el «giro lingüístico», al me nos en sus forma* más valiosas, no implica una extensión de las ideas tomadas del estudio del lenguaje a otros aspectos de b actividad humana, sino qtit* explora la intersección entre el lenguaje y la cons titución de ]¿s praxis sociales. Se trata aaui> pues, de una crític a de la lingüistica estructural como enfoque del análisis del propio len gvaje, v de una valoración critica uc la importación oe nociones tomadas de esta versión de la lingüística a otra* área» d e la explica ción del comportamiento humano. Us Lien sabido que &c han hecho numerosa* crítica * de la con cepción *au « M i r ia m de li lingüística o. al meno s, de la versión de esta lingüística que ha llegado hasta nosotros por intermedio de sus discípub *— , incluidas las que tan convincentemente ha expuesto Ch om sky. N o has ra^ón alguna pa ra repetirlas aquí en detalle. L o mis importante, con vistas a las lincas de argumentación que desa rrollaremos más adelante a i esta discusión son las deficiencias que muestran prácticamente todas lajs formas de lingüistica estructura), incluyendo l¿ de Chomsky. listas se refieren fundamentalmente al aislamiento del lenguaje (o de ciertos rasco* que se consideran fun daméntale* nata la estructura y propiedades del lenguaje) del entor ih» social del uso lingüístico. Por tanto, aunque Chomsky reconoce, c incluso subraya, la* facultades creativas de los seres humanos, esta creatividad se atribuye a características de la mente humana, no a agentes conscientes que realizan sus actividades cotidianas en el co n texto de instituciones sociales. Como señala un observador, *U ca pacicad creativa del sujeto ha de descarara t.in pronto como se ha reconocido y atribuido a un mecanismo inscrito en la constitución biológica de la mente- (Clarkc: 1V#0, p. 171). Aunque en muchos aspectos es la forma de lingüística estructural más desarrollada v elaborada, la teoría del lenguaje de Chocuaky se ha mostrado esen cialmente deficiente respecto a la comprensión dr rasgos del lenguaje bastante elementales. Estos defectos no se refiere» tanto a lo insa tisfactorio de la división entre sintaxis y semántica como a la iden tificación de lo* rssgos esenciales de la competencia lingüistica. En opinión de Chotmky, el hablante ideal puede captar inconsciente
mente las rc-glas que hacen posible U producción v comprensión de alguna* o unías las frases gramaticales de un lenguaje. Sin embarco, este no es un modelo i k competencia apreciado. Quien en cualquiu contexto dado pronunciara uní frase cualquiera, por más que esta fueia siutic ticamente o i r r a o j , seria sin duda considerado anormal. 1.a competencia lingüística no consiste solo en dominar sintáctica mente la* frases, sino cambien en dominar las circunstancias rn las que ion apropiados determ inados tipos de frases. Kn palabras de Hymes: «la competencia idmiindi s? refiere a cuándo hay que ha blar y cuándo no. asi como de que hablar con quién, cuando, dónde y ilc qué nuncra> (Hymes: 19?2, p. 277). Jtn otras palabras, el do minio del lenguaje es inseparable del dominio de la variedad ce con textos rn los oue se usa c\ lenguaje. Las obras de autores tan diterentes como Wjttgenvtein y Garfinkel t í o s han hecho conscientes de las implicaciones que esto conlleva para la comprensión de la naturaleza del lenguaje y la captación dd carácter de la vida social. Covuxrcr un lenguaje supone, ciertamente, co noc er *u«¡ reglas sintácticas pero, y esto es igualmente importante, conocer un lenguaje es adquirir una srrie de instrumentos metodo lógicos que se aplican tanto a la construcción de frates como a la constitución y reconstitución de la vida .social en los contexto* co tidiano* de la actividad social (Gidd cn*: I9 M , cap. 1). N o quiere esto decir que conocer ur. lenj^iaje supou&a conocer un* forma de vida o, más bien, una multiplicidad de formas de vida que se catretejen: conocer una forma de vida significa poder desplegar ciertas estrategias metodológicas en conexión con cualidades indíxica» de los contentos en los que se llevan a cabo la> prácticas sociales. £n eíU concepción del lenguaje la lingüística no tiene el giado de aucnftuficimcui que Saussurc, la escuela de Praga, Chomsky v otros pretendían, ni tampoco tiene mucho temido sostener, como ha afir mado en ocasiones Lcvy-Strauss, cine la vida social es «como un lenguaje». La lingüística no puede oliecer un moddo pan rl análisis de :.i agencia [ageney] social o de las instituciones sociales, pues en un aspecto básico la ingúística solo puede explicarse mediante ev:as. t i «giro lingüístico* puede interpretarse com o un distancianiento de la lingüistica concebida como una disciplina independiente, un giro hacia d examen de la coordinación m utua entre lenguaje y Praxis. La naturaleza rclacional de la» totalidades En la doctrina de Saussure el carácter relaciona! de la ¡ jh ^h c tsu estrechamente ligado a la tesis del carácter arbitrario del signo y a su insistencia en la impurtancia de los significante* en comparación
con la más tradicional preocupación por los significados. A menudo se ha señalado que la diferenciación enire iangue v p arole de Saussure, que atribuía prioridad a la primera respecto a la sc^undi, rcílcja la afirmación de i)urkhcim de que las cualidades de las totalidades sociales son más auc la suma de sus panes, Pero es muy probable que esta afirmación sea errónea, y subtstirm la sutür/.i con que Saussurc caracteriza ),i form a ^ te m á ti ca de la iangHc. Al explicar la Unvuc como sistema de diferencias, Saussurc rcfoimula la naturaleza de lo que eoTvstituye la «totalidad- y de lo que xon j.u< •parres indicando que lo uno se define únicamente ei\ función de lo otro. Decir que .*1 lenguaje es un sistema sin términos positivos, es decir, que está formado mediante las diferencia* entre sonido* o signos escritos cuya existencia se reconoce, muestra que las Kpanes® sólo lo son en virtud de la* mismas características que componen el «todo». Esta idea es fundamental en la medida en que demuestra que la totalidad lingüística no «existe* en los contextos del uso del lenguaje. La totalidad no está -p resente- en las cjcmplificacioncv que son vestigios de ella. Es fácil definir el nexo cntr¿ o t a concep ción y la noción tiel carácter arbitrario del signo. La afirmación d e la naturaleza arbitraria del sipno lingüístico puede inierpnxaric como una crítica a las Mo rías oojetivas del significado y a las teorías de la referencia ostensiva. Pero esta crítica no se deriva del upo de demostración que Vitt^enstein, Quine y otros filósofos posteriores hicieron de ia imposi bilidad de que el uso de unidades léxicas «corresponda» a objetos o sucesos del mundo. La crítica de Sausiurc se basa enteramente en la idea de la constitución de la languc mediante la diferencia. Como una palabra deriva su significado únicamente de las diferencia* que te establecen entre ella y otra* palabras, las palabras no pueden «sig niñear» sus objetos. FJ lenguaje es forma, no sustancia, y solo puede generar significado mediante el juego de diferencias internos. Por tanto, esto ocurre tanto en el caso de la relación entre las palabras — o frases— y los ¿«íadnct mentales que puedan acompañarían com o en el caso de la relación entre las palabras y ¡os objetos y sucesos externos. Puede parecer que el énfasis en Ij constitución de la totalidad mediante diferencias nos aleja de los significante* en vez de condu cim os hacia ellos; pues b au c im porta no es lo que se emplee para significar, sino únicamente las diferencia* que crean la «ordenación espacial» [sjpocmg] de los significante*. Sin embargo, los pumos de vista de Saussure tienden a centrar el ínteres en las propiedades de lo* significantes, debido a que se rechaza la existencia de una entidad «subyacente» al lenguaje que explica su carácter (aparte de la vaga suposición de al^iin tipo de cualidades mentales innatas). Aunque
care/ca de importancia «jue sustancia constituye realmente los rignifícames, no podría existir ningún upo de dignificado sin las diferen cias que crean los sonidos, (os signos escritos u otros elementos distintivos materiales. De aquí que en la formulación saussuriana el programa ¿c la semiótica m» %ea un mero accesorio de la lingüística, sino que csy necesariamente, cocxtensivo con el estudio de la propia
ljn%KC. F.I carácter relaciona! de li* totalidades, la naturalcr/a arbitraria de ios signos y la noción de diferencia son conceptos presentes en el con junto de las perspectivas estrvcturalistas y po.%i-e* trucuiralistas. Al mismo tiempo» son el origen de las divergencias principales entre los autores curucturalistas y sus sucesores post-cstructuralis•was. Jak obson y Lévy-Strauss ofrecen dos casos claros d e la utiliza ción de ¿a idea saussuriana del carácter relaciona] de las totalidades. Paia el primero, el estructuralismo se define en función del estudio de fenómeno* «con* idejados no co m o aglomeraciones mecánicas, fino como un todo estructural- (Jakobson: 1971, p. 711). LévyStrauss c* tínía vía m is onfálico al afirma r: *cl autentico estructuralismo trata... por encima de rodo de captar las eualidadr* intrínsecas de determinados tipos de orden. Estas propiedades no expresan nada que sea externo a ellas* (Lévy-Strauss: 1971, pp. 561-2). Sin embar go, las críticas del propio Jakobson a Saussure evidencian que el principio de identificación de relaciones mediante la diferencia car independiente de la afirmación de que la L n g u c es un todo clara mente definible. Ks extremadamente difícil trazar los límites de la «totalidad» que constituye U ¿s*t£*?de Saussure, o de la «totalidad* que constituye el corpus lingüístico conocido por el hablante com petente de Chomsky. Por consiguiente, puede afirmarse que mis importante que el principio de establecer la coherencia de la totali dad es el esfuerzo por examinar la naturaleza de Ja propia diferencia. Jako bson inició en la lingüística « i o s esfuerzos al intentar centrarse en las piopiedadcs estructurantes básicas de los códigos más que en los parámetros de los mismos códigos. U filosofía de D en ida radicaliza esto m ucho más. Su ro cha /o de la «metafísica de la presencia- deriva directamente de su tiau miento de l¿ idea de diferencia como elemento constitutivo, no solo de Jos cnodu.s de significación, sino de la existencia en general (Derridi: 1976; 1978). Dcrrida no tratará de buscar propiedades men tales universales, ni hará ningún intento de construir una filosofía sistemática. F.n su discusión «le Lévy-Strauss y del cMructuralismo en las ciencias sociales, Hórrida subraya la irrealizabtkdad del pro grama de Lcvv-Strauss, irrcalirabilidací que deduce de contradiccio nes supuestamente implícitas en los propios textos de Lévy-Strauss. El estudio de culturas orales emprendido por Lévv-Strauss es él
El estrucfuralilftio, d pojt-cfwcturalijma y la prcduccicn d? la cultora
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mismo, paradójicamente, una forma de «losocentrismo» occidental. La crítica de la metafísica de la presencia Je Dcrrida deriva más o menos directamente de! estudio de las implicaciones de la icea de diferencia tal como la fonnuló Saussure por ve* primera, idea con cretada con las nociones de negación contenidas en la obra de Hegel, Freud y otro s. G racias a w distinción entre ¡angue y pa w lt Sauaxure pudo tratar la idea de diferencia como relacionada coa un ^sistema virtual» cxtrntem poral. transmutación de la versión saossuriana de diferencia en la différance de Dcrrida se lleva a cabo introduciendo el elemento temporal. Diferir de algo es también di ferir algo. Si esto es así, pregunta Dcrrida, ¿cómo puede algo* como Ia,s formas de significación, consideran* presencia? Los escritos de Saussure ya contenían la noción de «totalidad ausente- cue es el lenguaje. Sin embargo, cu esta idea de toralidaé queda toáaviu, en opinión de Dcrrida, una persistente nnvtalgia por la presencia. Toda significación opera a través de huellas: huellas mnemicas en el cere bro, el desvanecerse de los sonidos una ve/, pronunciados, los trazos que deja la escritura. La inversión derridiana de la prioridad que .vuele otorgarse al lenguaje hablado con respecto a la escritura manifiesta una intensa preocupación por los significantes a expensas de lo significado. Tam bién deriva, en cierto m od o, de una crítxra inmanente a Saussure E! habla, sostiene Dcrrida, parece representar un momento en el que la forma y el significado se encuentran simultáneamente presentes. Sin embaído, una ver. que liemos» visto, como demuestra el propio Saussure, que esto no ouede ser así, nos vemtxs llevados a cuestionar el supuesto de que d habb es la forma mis elemental del lenguaje Cuando nu- oigo hablar parece como si las palabra* expresadas fut ran simplemente vehículo de mis pensamientos, como si la concien cia se revistiera con el lenguaje y encontrara expresión a través de este. Se considera que el acceso a los contenidos íntimos de la con ciencia es la base real de Jos significados inherentes al lenguaje* algo que ia escritura sólo puede esperar reaprehender indirectamente. Sin embargo, en momentos cruciales de sus argumentos sobre la esuucturación del lenguaje mediante la diferencia, Sauvstire jbandona las unidades acústicas en favor de ejemplos toma do* de la escritura. Así, por ejemplo. Saussure señala que cualquier letra del alfabeto purde escribirse de diferentes formas; lo que importa es que sea distinta de todas lae demás letras que podrian confundirse potei:ci¿Imcncc con ella. 1-3 escritura aparece como la mejor ilustración de la diferencia. lx>s nueos de ausencia y carácter diferido implicados en la natura leza de los textos escritos indican las condiciones de significación en genual. FJ liabla ♦personaliza» el lenguaje vinculándolo con los pen samientos del hablante. De hecho, el lenguaje es esencialmente ano-
mino, nunca constituye Ij propiedad de hablantes individuales, y su forma dcpcr.dc de .sus propiedades recurrentes. Corno e» natural, Derrida no intenta con esto conceder la primacía a la genuina cSviitura trente a kw cmok de habla, lo que carecería de mentido, aunque no sea m¿< que por la rayón de que la escritura es. históricamente, un cesar rt»)]«i relativamente reciente en com paración ro n el predo minio de las cultura orales. Mis bien se trata de que el lenguaje « una «proto-rscrítura* (arebt- ¿criinre), un proceso de ordenación temporal y repetición de fenómenos significante*. La proto-escr¡tu ra, afirma Dernda, «es invocada p or cl ie m a de la arbitrariedad del signo y por el tema de Ij diferencia», pero «nunca ve reconocerá como el objeto dt !a ü tw w » \ Es decir, no será el objeto de in vestigación de cierto tipo de lingüística no logocentrica. I a noción de! carácter arbitrario del signo lingüística e> respon sable no sólo de algunos de los puntos fuertes, sino también de laj persistentes debilidades pre*cnrt*t a lo largo de I j s tradiciones de pensamiento estructura listas y post-csirucniralivtas. Tal co m o fue formulada por Saiavsurt’, la doctrina oel carácter arbitrario del si^no tiene rila misma cierto aspecto arbitraría FJ término «arbitrario» no es una denominación particularmente tcliz para c : Itn óm m o en cues tión. Como el propio Sau.ssur¿ reconocía plenamente, no cabe duda de que las convenciones implicadas en el uso dd lenguaje no son arbitrar;^ en el sentido deque quien emplea el lenguaje sea libre de elegir entre la* realizaciones que prefiera. Por el contrario, el uso aceptado tiene una gran fuer/a vinculante. Pero impotta que la tesis de la naturaleza arbitraria del si^no c\, en último término, oscura, especialmente en unto míe se refiere a la naturale/a del significado más que a la naturaleza uel .significante. Si Saussure únicamente pre tendía afirmar que las nalabras tienen tan solo un nexo convencional con ¡os objetos auc desígnanos o a los que nos refiramos a! em plearlas, esto es novio hasta el extre m o de resultar rm'ta) Si -c o m o muchas veces parece ser el caso en la tesis de *Sau\sure— por «naturalc/.a arbitraria del signo* entendemos que el lenguaje esta cons tituido mediante ia diferencia, es cierto que esto tiene implicaciones relativas a la naturaleza Jel significado, r»erv> estas implicaciones no
Incluso aunque Sauvture dijera que !* idea de * heriráni» no rirne relación con el ñfciúhcamc s-o r h m r l el pem.'b». nada menm. en la rtuLiud tk L Tívdón. Cuando Hablaba de (a diferencia entre h-o-f p>ocuf] y o-k-s (ox, bueyj, w estaba refriendo, a pe*ar de «i mt, ll hecho de que cko* da» icrnunas i< aplican a La mima rrraliJjJ. Por v0fx*i$uicacc, Ia ;o m , espeesamente excluida en vin principio d«r la definición de signo, se detlira afcoro en tia dd irlición d&ndu wi rodeo. (Bcnrenine: 1971. p. 44). Los escritos de Saussure propiciaion una «retirada al código** que desde entunees l u sido característica de los am orre cxtnictu ralistas y post-esiructuralistas. Es decir, el descubrimiento de que tas ele mento* constitutivo* de L L/iguc solo tenían ideQtidad mediante .su diferenciación en el conjunto del sistema .sirve para aparur al leu píaje de cualquier tipo de nexo referencia! que pueda tener con el mundo objetivo. N i el pensamiento estructuñlicta ni el pm t-cstrucrtiralisra har conseguido generar una explicación de la referencia, y seguramente no es una casualidad que estas tradiciones de pensa miento hayan concentrado tanto su atención en la organizacx>n in terna de los texto», en ios que el juego de los significantes puede ser analizado como un «unto interno (vid. Giddens: 1979, capitulo* I y *s.). Ks importante observar que, si bien los énfasis samsurianoi potenciaron la ♦retirada al código», las modificaciones y adaptacio nes que introdujciou en ellos autores posteriores impidieron que esta «retirada- se argumentara filosóficamente. Se derivó de la asi milación de h doctrin a de la naturaleza arbitraria del signo y de b del papel desempeñado por la diferencia. hn ciertos aspccros, los escrito* de Den ida son el produ cto más elaborado de li transición del estructuralismo al post-estnicttinlisroo. Aunque las obras de Dcrrida parecen en un primer contacto bastante extrañas a una mentalidad anglosajona, existen ciertas afi nidades bastante estrechas entre esta< y las concepciones expresadas por el último Wittgcnstcin. El rechazo de’ la -metafísica de la pre sencia» por parte de Derrida no es en modo alguno enteramente ajeno ai en sus objetivas ni en su» métodos al intento de Wm^ens tein por icabai con los aspiraciones de la metafísica en sus Phdosolabial Invcstigstiont (1953). Para nnbm autores, los objetivos de la metafmca no pueden ser simplemente reexaminados o puestos al din; t»c'nen que ser «decomtniidos* mis que «rccon*iruidos», porque se basan en premisas erróneas. Ambos subieren que esto se Jebe a una aprehensión equivocada de la naturaleza de la realidad. No existen esencias aprehcnsibles mediante íormuLiciones lingüisticas apropiacbs. Wiugenstein sostiene, con jgual firme/a que Dcrrida, que m lis palabras ni las frases implican ningún tipo de imágenes mentales correspondientes que les confieran signifreado. como tampoco los objetos o sucesos del mundo externo a los que las palabits pueden
referirse. Aunque no cabe duda de que Wittgenstcin rechazaría la ambiciosa extensión del concepto de escritura de Derrida, se mos traría de acuerdo con este autor en que el lenguaje no puede inter pretarse en función de los dignificados subjetivos de los agentes in dividúalo. El rechazo por parte de Wíttgenstcin del argumento ¿el «lenguaje privado- no es, obviamente, una analogía inmediata de la adopción de la ¡dea de escritura de Derrida, pero en ambos cajos el lenguaje e* necesariamente un producto «anónimo» y que por tanto, en un sentido importante, «carece de sujeto-. Es discutible, como mínimo, oue Wittgenstcin hubiera tenido en gran estima la idea de diferencia. §in embarco, en su elaboración del concepto de juegos de lenguaje la «ordenación espacial» de propo siciones y actividades tiene, evidentemente, una importancia central. Se insiste en el carácter recunivo y relaciona! del lenguaje. Sin em barco, parece indiscutible que las líneas maestras del desarrollo de ia filosofía de Wittgenuein son mis defendibles que las del poat estcucturaiismo. Más que defender ana -retirada al código», Wittgens reir trata de entender el carácter relaciona! de la significación en el contexto de las praxis sociales. Su decidida preocupación poi el len guaje ordinario üende a inhibir la atención prestada a la poesía, el irte o la literatura Pero no parece uue existan barreras lógicas claran que impidan extender las ideas de Wittgenstew a estas dominios, y la explicación del lenguaje y del lignificado que puede genctarsc de la filosofía de Wittgenstein (o al menos de ciertos conceptos básicos contenidos en ella) es más elaborada que las ofrecidas por el estructuralismo y el post-estructuralismo (extremo que desarrollaré más adelante). L o insatisfactorio de la tesis dt la arbitrariedad del signo, tal como se difundió entre las tradiciones estructuradla* y post-estnictur.ilistas, ha empobrecido radicalmente las explicaciones del signifi cado que han propuesto estas tradiciones. La preocupación por los significante* a expensa* de los significados e*, en gran parte, un ¿nUvi< impuesto por esta circunstancia. Para Wittgenstein, el signifi cado de las unidadtx léxicas se encuentra en la integración de len guaje y praxis dentro del complejo de juegos de lenguaje implicados en las formas de vida. Aunque es cierto que esta concepción, tal como fue formulada por el propio Wútgenstein, deja a un lado cier tos aspecto* fundamentales de! significado — en particular, el pro blema de en qué sentido la comprensión del significado implica (si es ü u c efectivamente implica) una captación de las condiciones de vrrdad de ciertas clases de aborciones— , sin duda es una perspectiva de considerable fertilidad.
El dcscentramiento d d sujeto Aunque U expresión •>dcsccmramien:o del sujeto* ha llegido a asociante al otnicturalismo y al post-cstructuralismo de modo pe culiar, las idea* relacionada* con ella derivan de muchas fuentes». C om o los p ropios autores estru ctural istos y pose-estructura listas gus tan de señalar, el psicoanálisis ya habta mostrado <]ue el yo no era el dueño en su propia casa, y que sus características solo se revelan dando un rodeo a través dd inconsciente. Aunque esta no era la interpretación de Sartre, puede considerarse que Jos escritos de Heidcjjgcr desde Ser y tiempo en adelante afirman la primacía del ¿er sobre la conciencia (Hcidecgcr: 197S;. Además, existe una nexo bas tante claro entre Frcud, HcidcgRcr y Nietzsche. En efecto, los es critos de todos estos autores suelen figurar de forrm prominente en la obra de los autores relacionados con el pos;-cstructuraJismo. Di cho esto, n evidente que podem os distinguir los orígenes del co n cepto de «sujeto descentrado- en Saussure. !>f acuerdo con Samsure, el lenguaje es un sistema de signos, constituido por diferencias, con una rotación arbitraria con loe ohjetos. Si esto se refiere a los objetos dd mundo externo, debe tam bién referirse a las características del prod uctor d d lenguaje, el ha blante. Igual que el significado de -árbo l* n o es el objeto árbol, tampoco los rcrmtnos que se refieren a la subjetividad humana, y muy en p articu hr d *vo» del silicio pensante o de! xujeto agente, puidcn ser ciados de conciencia ce aquel sujeto. Como cualquici otio termino de un lenguaje, -yo* m >Iu ve constituye como ul aigno en virtud de sus diíerencias respecto a «tú*, «nosotros», -ellos*, etc. (lo m o d -y o * solo tiene sentido en virtud de que es un elemento de una totalidad -anónima-, no tiene sentido atribuirle ningún pri vilegio filosófico distintivo Fn Saussurr esta idea no se desanrolla directam ente; además» las propias con cepciones de Saussurc son algo confutas, debido a la persistencia de un cierto mentalismo en sus escritos. Por unto, quedó para otros la tarca de ilesa?rollar lo que Saussure dejaba implícito, y estos no dudaron en llevarla a termino: probablemente no haya tema alguno que aparcrca de forma más persistente en la literatura estructuralista y post-csuucturaliiu. Lcvy-Strauss ha escrito menos explícitamente acerca del dc3ccuuamiento del sujeto que la mayoría de sus sucesores. Sin embargo, •o cicrte>? aspectos sus escritos nan sido la mediación principal entre Sauvsure y las críticas al «humanismo» de la filosofía posr-eitructuralsta. Refiriéndose a su análisis de lo* mitos, Lévy-Strauss observa en una fra.se célebre que no pretende mostrar *cómo piensan los hombres en los mitos, sino cómo los mitos actúan en la mente de los hombres sin que estos sean conscientes de ello-; o, en o:ra oca-
«ion, «los mitos significan la mente que loa desarrolla empleando el mundo dd cual 4*lla misma forma parte* (Lévy-Scrauss; 1969b, j»p. 12, 341). No hay un «yo p ienso* en esta caracterización de la mente humana. Las categorías inconsciente* de la mente *on el telón de foudo con stitutivo frente a! que existen los sentimientos de m im e dad [setfbood). La conciencia se hace posible por medio de estruc turas mentales a las que no tiene acceso directo. FJ dcscentramiento del sujeto sur^e bajo diversos aspectos en la hteiatuia post-iseructuralista. hn la discusión de l oucault del prin cipio y el fin de la «edad del hombre- es sobre todo un conjunto de observaciones históricas solm el desarrollo de la filosofía occi dental y de la cultura occidental en su totalidad. E n D a tl io , una serie de afirmaciones sobre la naturaleza de los autores en relación a sus textos. Fn Lacan forma parte de un intento de redaborar los conceptos principales del psicoanálisis, prestando. naturalmente, una especial atención a la idea de que lo inconsciente ejemplifica cieñas características del lenguaje. Todos ellos comparten uiu clara actitud critica Hacia el cartesianismo y hacia roda filosofía (como cieñas versiones de b fenomenología) que trate la conciencia co m o un dato sobre el que purde csubleceT.cc el fundamento de las pretensioso de conocimiento. Fl «picoso, luego existo» se descalifica por vanas ra?ones. El *yo- no es inmediatamente -^cesible para sí mismo, puesto que deriva su identidad de su inserción en un sistema de significaciones. El «yo» no es la expresión de na cierto núcleo de mismidad continua que constituye vii base. El -ser» sugerido en el «existo» no se da mediante la facultad drl sujeto para usar el con ccpto «yo». Se considera oue lo que Lacan llama «el discurso del O t r o - CS el origen tanto de la facultad de) sujeto para emplear el •VO* como de la afirmación de existencia del «yo existo-. Como observa Lacan: «el Otro e¿, par consiguiente, el lugar en el que se constituye el “ y o " que habla con el “e l" que escucha, eso que es dicho p o r el que es y a la réplica, decidiendo el O t r o escucharlo haya hablado o no- (Lacan: 1977, p. 453). To dos estos autores concu erdan en la ir relevancia del autor para la interpretación de los textos. El escritor no es una presencia que de al^ún modo hay que descubrir tras el texto. Igual que la preemi nencia atribuida al autor es una expresión histórica del individual!*» mo de la Edad del Hombre, el «yo* del autor es una forma grama* ucal m á s que un agente de carne y hueso. Como d texto se organiza en función del juego interno de significantes, aquello que quien o quienes b originaron trataron de poner en él es m is o menos irrc levante para nuestra comprensión del texto. Los autores se encuen tran en todos los lugares de sus textos, y por tanto en ninguno: como señala Barthes, «un texto ea... un espacio rnultidimension.il en
el que se fundan v chocan diverws escritura», ninguna de las caales original* (Barthci: 1977, p. 146). Tampoco ca esta, naturaliiiciitc, una conclusión enteramente peculiar al catruituralismo o poft-ci tructuralismo. La concepción de la -autonomía» de los texto* a la que Uega Gadamcr, oaien se bava principalmente en HciJegger, es en muchos aspectos claramente comparable con ta que se ¿lean/ó en l.n tradiciones de pensamiento francesas (Gadamer: 1975Í. En nin guno de ambos casos se piensa que el .nitor tiene ningún tipa de relación privilegiada con su te xt o. P o r consiguiente'* el análisi* de los textos y la crítica literaria han de romper decididamente con las concepciones -intencionalistas*. Fl dtl desccniraniienio del sujeto e*, un duda, un terna ¿ consi derar scnaincnte por cualquiera ^ue tenga ínteres por la filosofía o la teoría social modernas. Pero si bien probablemente ha de acep tarse -a perspectiva básica, la elaboración concreta de este rema en el esrnieturammo v en rl post-cstructur.ilismo es deficiente. Recha zar la idea de que ía conciencia sea la conciencia de sí o el registro sensorial del m undo externo— puede olnsc rr un fundamenración al conocimiento significa participar en una
la escritura, mientras oue en el primero apenas se da la preocupación or el significado de la e*critur.a. La preocupación ilc Dcrrida pur E ; eteritura t t d estrechamente ligada con su recliaxo de la iiKY.iti.vica de Li presencia. I'n palabras de Derrida: N in g ú n e le m en to p u e d e funcionar com o signo . ' i r estar e n r e la c i ó n c o n o t r o e le m e n t o q u e i*> q i i s im p l e m e n t e p r e se n te . Este nexo dignifica que todo • e le m e n t o » — ¿ « n em a o g r a i c tm — v c cM S d tu v « « o n r e fe re n c ia al t r a z a q u e d e j a n e n él lo* restantes etcnuntos de la cecu+ncia... Nada, ni en lo* ele m e n t a s n i en e l m t c m a , es :¿ i a u t i j p r e v e r te o á m e n t e s in m á s . ( T V v rid i:
W*U p. 92)
Po r tanto, en opinión de D crrida es erróneo s w o n cr que la es critura es un modo particular de dar expresión al habla. La escritura — en d sentido ampliado que Derrida le atribuye— expresa con más claridad que el habla la naturaleza relaciona] de La ngni libación en cuanto constituida en el espacio y en el tiempo. Podríamos referir nos hablando con mayor exactitud, a ia «ordenación temporil y espacial» [fúnúig and ipaatift] de la significación, mas que a su -ocu rrencia* en un contexto dado. Existen similitudes con lo qu< Witt ;cn.uein dina en este punto co n resp ecto a la «d eco nstrucció n* de f as cuestiones metafísicas relativas al tiempo y al espido y con res pecto a su sugerencia de que el espacio-tiempo es constitutivo de la identidad de los objetos y sucesos. Comentando críticamente las reflexiones de San Agu»cín sobre la naturaleza del tiempo, Witcgenstein afirma que los entonas con que lucha Sin Agustín están vacio* cíe contenido, núes se basan en la errónea atribución de una esencia a la temporalidad. Lo que de verdad es preciso elucidar es la -gramát.ca» del tiempo. Fl tiempo no tiene esencia, y por consiguiente lio existe una formulación abstracta que pueda expresar .su natura leza. Solo podemos experimentar y observar la temporalidad en d desarrollo de los sucesos. Puede aducirse que Wittecnstcin no dio de hecho el ¿¡guíeme paso, r que no trató, como Derrida (y antes a u e él I leidegger) el tiempo como constitutivo de sucesos v objetos. Pero pienso que uo existe mi\ turma de entendei la Íiíosofía de Wittgenstein que suponer que esta idea es intrínseca al análisis que desarrolla. Las luchas de WirTgcnrden de sts ¡nvettigacionet filosóficas— guardan una clara afinidad con e¿ uso que luc e IVrrida dr varios üpos de innovaciones gráficas; pues ambos escrirores de sean expresar concepciones refractarias a la -descripción*. lx»s dtw afirman que no es la presencia de algún tipo de realidad, física o mental, lo que sirve p r a fund am entarlos componentes significativos de los sistemas de significación.
Pueden entenderse las limitaciones de la concepción de in escri tura de Dcrrida cuando consideramos las implicaciones de su «or denación temporal v espacial». La concepción de la escritura de Detrida es un dcsarroflo oirecto de Ja separación «arnsurtana del signi ficante de un mundo externo de objeto* y sucesos. Derrida participa en la «retirada al texto», al universo de significantes, característica tic Us tradiciones de pcimmiento esiructuraüsu* y posi-cítiucturaLítas en $u conjunto. Su «texto» es el del juego de diferencias ir.trímcca* a la dignificación tn cuanto tal. Aur.quc el concepto de tlifffranct le permite a Derrida comprender la temporalidad, su tra tamiento del espacio es puramente nominal. O , dicho de otro m odo, aunque habla de «ordenación temporal y espacial-, a todos los efec tos ambas cosas son idénticas. La -extensión* de la escritura esta implicada en la ordenación de los sonidos o los signos escritos, pero este es un fenómeno exactamente idéntico a su diferenciación tem poral. I.a descripción del carácter relaciona! de la significación de U'iugefKtein ul como se expresa en la organización de prácticas toe ule s, mn em ba rco, nu implica que el tiempo se eolapse en el espacio. F.l espacio -tiempo no entra en la estructuración de la signi ficación a través de la dimensión « h o r ¡ 7 o n t a U de la eteritura —conecptu ali/id* incluso com o proto-cscritura— . sino a través de !a contextualidad de .a propia praxis social. Durante mucho tiemp*», In idea tie que el significado de las palabras o proposiciones consiste en mi uso confundió a los filósofos influidos por Witteenstein; pues podría parecer que de esto se sigue que lo único que nacemos es ausutuir «uso* por los objetos a los que, según las anteriores teorías del significado» corresponden las palabras. Pero lo que está e n cuestión 1:0 e s e l « u m » , sino el protfMl de w>ar las palibias y fiases en c o n t e x t o s de conducta social El M e l if ic a d o no e s construido por el juego d e los significantes, »ino |Hir la intersección d e la producción ilc Minificantes con objetos y sucesos del mundo, enfocada y organr/ada por el individuo que actúa. Si csra concepción es básicamente correcta, hemos de cuestionar la prioridad que Derrida confiere a la escritura so bre el habla. Pues el habla —o , m is bien, la conversación informal— recupera la pnmiJad sobre otros medios de significación. I a conversación informal que se lleva a cabo en los contextos coti dianos de actividad e$ el principal «vehículo* de significación, por que actúa en contextos conductuales y conceptuales saturados. La rteritura (en u i i sentido convencional más restringido) tiene ciertas propiedades distintivas que solo pueden sei explicadas con precisión contrastándolas con el carácter do U conversación cotidiana, bs más: L constitución del significado en este tino de conversación es la condición de las propiedades significantes de la escritura y los textos.
lil énfasis de D crrid a en la cscritu ri inspira toda una filosofía P e/o hay otr os t í o sentidos, de menor importancia, en los que la< tradiciones
Imtona escrita Aquellos que, de ordinario, no son registrados en ella. Un segundo sentido en el que el tena de la escritura es retu i rente c.i d estruc turd ism o y el post estrocturaliím o es com o simple fascinación por los textos en general. Al bosquejar un programa %c:ntolÓ£Íco, Saussure introdujo la posibilidad de estudiar sisteman do signos más allá de lo* materiales tcxtuale*. N o se ignoró esta invitación a un desarrollo de la semiología, y muchas obras subsi guientes desarrollaron I; idea de que toda diferencia cultural nuale suministrar un medie» de .significación. Pero aunque la idei de una dnciplina semioló^ica unificada, o semiótica» tiene sus defensores, hemos de decir que, en conjunto, el estudio de los signo* culturales sigue siendo una empresa escasamente desarrollada Quienes se en cuentran bajo U influencia del e-stniauralisrno > del |>osi-e%iruciurabsmo siguen volviendo al texto couio su principal preocupación. Seguramente no es una casualidad que estas tradiciones de pensa miento hayan tenido mavor influencia en el campo de la literatura que en ningún otro ámbito. I a atención cxduycfttc que se prestí a los textos simboliza algiinus de ios puntos más fuertes. ¿1 tiempo que mis débiles, de las tradiciones eitruccuralistas y past-eMiucturalistas. Por un lado, ha permitido a autores pertenecientes a dichas tradiciones desarrollar atiilitis sin parangón en la filosofía anglosajona. I a teoría del testo se hace esencial para ciertas cuestione* filosóficas elementales y se elucida mediante Ja consideración de estas cuestiones. Dejando apar te a quienes p ertenecen ;il cam po i dativ am ente especializado de la crítica literaria, los filóvjfos y teóricos sociales inglófonos han he cho una contribución muy o c a s a a tal discusión, r o r otra parte, la preocupación absorbente por los textos refleja limitaciones en las teorías de la naturaleza de li significación, deficiencias que se re montan a Saussure. La tesis de la arbitrariedad del si*no, tal como la desairo lló Saussure, tiende a elidir la diferencia en in textos <;ue pretenden proponer algún tino de descripción verídica del mundo y los textos de ficción. FJ vaJor positivo de tal elisión se demuestra fácilmente, por ejemplo, en lo* sutile* tratamientos del uso de me canismos figurativos en textos científicos. Sus debilidades son mani fiestas por ¡o que respecta al problema básico que ha obsesionado a extas tradiciones: cómo volver a relacionar el texto con el mundo exterior. Lar. tradiciones estructu ralm a* y po8t-c*m>cturo listas no «>lo no han logrado generar explicaciones satisfactorias de la reír rencu. explicaciones capaces de nacer comprensibles los logros cien tíficos. sino uuc han dejado a un lado de forma más o menos letal el estudio de la conversación ordinaria. La conversación ordinaria es precisamente aquel • instrumento para vivir en el mu ndo* en el que engarzan la referencia y el significado. Creo que es esto, como mi-
nimo, lo que ocurre, y pienso que el ahondar en esta cuestión puede permitimos abordar alguna* de las deficiencias mis profundas del estructuralismo y del post-estructural:smo. El cercer sentido en que estas tradiciones de pensamiento tienden a producir un interés poi la escritura se refiere a la escritura como proceso activo. El termino «escritura* es ambiguo, pues puede re ferirse a lo que se registra en un medio dado o al propio proceso de elaborar tal registro. Con respecto al segundo de estos significa do s, el término •esentura» ha venido a ¿doprar el Minificado paiticular de redacción de libros de imaginación o invención. En U cul tura moderna existe a inclinación a otorgar una estima especial al «cicritor», o autor literario. Al fijar su atención en el tema dd «au tor», los estructuralistas han podido hacer contribuciones esenciales a nuestra comprensión de la producción cultural. En este punto es evidente que existe un solapamiento muy importante con el tema mi* general del dcsccntranucnto del uijeto. No se descubrirá en el indiv>duo u individuos que los escribieron la fuente dé la creatividad que *e manif.esta en lo* textos. El texto genera su propio y libic juego de significados, constantemente abierto * la apropiación y reapropiación por diferentes generaciones de lectores. También aquí existen nexo* interesantes entre el estructuralismo, el pcut-e*erucuiralismo y los recientes desarrollos de la hermeneutiaL En la obra de Gadamer y otros autores, como ya he mencionado anteriormente, encontramos también una afirmación d e la autonomía del texto con respecto a su autor y un énfasis en la multiplicidad de lecturas que puede generar un texto. Los procesos de escritura y lectura se en tretejen últimam ente, >• la lectuia se con sidera la estabilización tem poral del espectro indefinido de significados generado por los pro cesos de escritura. Pero una ve/, má* encontramos debilidades carj¿temticas. A veces se describe la escritura como *i los textos se es cribieran a sí mismos; el relegar al autor al papel de un oscuro ayudante de la escritura es manifiestamente insatisfactorio Podem os aceptar la importancia del tema dd dcscentromicnto dd sujeto, y por u n to la necesidad de elaborar una idea de lo que es un « au tor* . Pero no captaremos adecuadamente el proceso de escritura a menos que podamos recom binar los elementos «d escentrados*. En mi opinión, el estmc turalismo y d post-e uructu ralism o lun sido incapaces de d¿botar explicaciones satisfactoria* de la agencia humana, en gran parte a causa de las deficiencias que ya se han mencionado, y esta debilidad reaparece en forma de l.i tendencia a equiparar l.i produc ción de textos a su «productividad* interna.
11 rotrvctunüitxs <1 pon « u v a uniónxi y la pnxluxtóci de L cultura
27b
I Itsioria y temporalidad Podría parecer que el terna de la temporalidad se encuentra To talmente icprin.ido en los escritos de Saussure. Después de todo, h m ayor innovación de Saussuic co nsistió er* ti atar la UngMC co m o s: tuviera una existencia extratemporal Mientra»* que las lir.gÜLttxrat .interiores se habían centrado en seguir lo* cambios en el uso de lo* componentes de la leneua, Saussure situó el lenguaje en cuanto sis tema en prim en línea uel análisis lingüístico. I .a lauque no existe en un contexto espacio-tempuial: se construye infiriéndola de la praxis real de kw hablantes de un lenguaje. Naiuraimentc, Saussure reco noció li diferencia entre el estudio sincrónico propio del análisis de la ¡ang*e y el estudio diacrónico propio del seguimiento de los cam bios reales del uso inguistico. Pretendiera o n o Saussure otorgar piioridid a la suicroria sobre la diacroim, lo cieno es que gran porte de Li atracción que mis tarde despertaron m i s escritos concierne al análisis de Us piopiedades de la u n g u c . Resulta paradójico que sea este énfasis lo que ha estimulado una preocupacicín recurrente ñor la temporalidad en el pensamiento cs tm ctu nli sta y post-estructuralistfl. Algunas de las cuestiones aquí implicadas se manifiestan coa bas tante claridad en la ot>ra de Lévy-Strauss. La represión metodológica del tiempo que conlleva el concepto de Lmgue de Siussurc es tra ducida por Lévv -Strauss & la represión sustantiva d d tiempo que implican los códigos organizados mediante el mito. Los mitos, más que despojar la vida social de su temporalidad, lo que hacen es procurat una determinada movilización del tiempo, separándolo de lo que más tarde *c entiende por •historia*. La idea de táctnpo rever sible de Lévy-Strauss se contrasta deliberadamente con el movimien to del tiempo en In h ist or a, entendiendo «historia» com o esquema lineal del cambio soc.al (L¿vy-Strauss: 1966). Como Lévy-Strauss ha subrayado en su debate con Sartre, la preocupación por la historia no c* necesariamente lo mismo que la preocupación por el tiempo. La máxima marxista de que «los seres humanos hacen la historia», mis que representar una Jcscnpciór. de li existencia pasada de la humanidad considerada en su conjunto, expresa en realidad la diná mica de una cultura particular. Ljls culturas «caliento» existen en uiteicambio dinámico con su entorno, y se movilizan internamente en I j persecución de la transformación social. La cultura moderna «celera de forma esencial este dinamismo. Por tanto, la historia se convierte para nosotros en el desarrollo lineal de la* fechas en las que se desarrolUn ciertas formas de cambio. l.as culturas orales son genuinamente «prehistóricas» compaiadas con este dinamismo. Para ellas el tiempo no se moviliza como historia. De este modo, la es
entura de la historia csti en velación con esa misma historicidad que separa las cultura* «calientes» de sus precursoras orales. Aunque con frecuencia
icüvidad humana esta configurada en y por los precesos de desarrolio histórico. La historia continúa depende de l.i c c rt o za d e q u e d t ie m p o j i o d i s p e rs a r á n a d a
•¡4 lusiónca rolveri a apropiarse de, a tomar de nuevo baiu tu dominio fodi* aquellas cosas oue se mantienen distanciadas mediante Li diferencia, y « encontrar en clin lo que podríamos Uamar su murada. (l\>iKauit; 197>, p. 12)
El estilo de historia oue escribe Foucault no discunc, por unto, en concordancia con el tiempo cronológico. No depende de la des cripción narrativa de una secuencia de acontecimientos. La lectura de Foucault no e* una experiencia agradable para quienes están acos tumbrados a formas mis ortodoxas de escribir historia. los urnas un se discuten en orden temporal, y hay cortes en la descripción «u¿:ndo el lector espera continuidad. Hay muy pocas indicaciones obre la» influencias caúsale# que pueden actuar en las tnmsfocnu•iones o cambios que analiza Foucault. Por oscuras que puedan ser en tantas ocasiones; sus reflexiones epistemológicas, Foucault maniicau con suficiente claridad que su estilo histórico se deriva de una particular concepción del tiempo v de la naturaleza histórica de la escritura que tiene jnir objeto la nistoria. Ll pasado no es un área de estudio formada por la secreción de tiempo. Si puede dtcir.se que el transcurrir del tiempo pasado tiene algún j forma, dicha forma es .i del enuctiuzamiento de estrato* de organización epistémica, es tratos oue deben ponerse al descubierto por medio de la •arqueolo gía*. Hay algo más que j i i eco de Lcvy Straut* en la idea foucaultiana de que la historia es tina forma de conocimiento entre otras -y. por supuesto, como otras formas de conocimiento, un modo de movilizar poder. F.l haber separado el tiempo de la historia, el haber m ostrado que existen propiedades de los sistemas de significación que existen in dependientemente del espacio y del tiempo, y el haber relacionado ••sus propiedades con una revisión de la naturaleza del sujeto hu mano constituyen los logros principales del estructuralumo y posii’Mruauraligmo. Pero en estos aspectos, igual que en los que se han discutido previamente, los resultados no son del todo latisfactorios. I a forma de escribir historia de Foucault tiene, sin duda, gran valor revulsivo. Pero a pesar de sus elaboradas discusiones metodológicas, «•1 modo en que practica la historia no deja de ser sumamente idio incTÁsico. No se consigue una unificación veidadera entre la diag nosis de epistemes en tanto que existentes -cxtratemporalmcnte- y el proceso generativo implicado en la organización y el cambio his tóricos. Una vez descentrado el sujeto, Poucault n o es mas capa/, de
desarrollar una explicación convincente de !a agencia humana que otros auum-v pertenecientes a las tradiciones estructuralivta y posccstnicturalista. Puede aceptarse sin dificultad que la «historia nu tic nc sujeto». Pero U historia de Foucault tiende a no tener ningún sujeto activo en ab soluto. E s historia desprovista de agencia. I x»s individuos que aparecen en los análisis de Foucault se muestran im potentes para determinar sus propios destino? Adem ás, esa apropia ción reflexiva de la historia, esencial para la historia en la cultura moderna, no aparece en el nivel de los propios agentes. Fl historia dor es un $er reflexivo, consciente de la inilucncia de la escritura de la histona sobre la determinación dd presente. Pero esta cualidad de uitocompremión no parece extenderse a los propios agente* históri cos. S i g n if ic a c ió n , p ro d u c c ió n c u l tu r a l y « e n t u r a
No puede desarrollar*: unj troría satisfactoria de li producción cultural a menos que dispongamos de una explicación adecuada de la naturaleza de los agentes humanos. AI exigir una «teoría del su jeto** en lugar de la hipótesis de que la subjetividad e* el fundamento inmediato de la experiencia, el estructuralismo y poerar en términos de un constiavtr entre lo consciente y lo inconsciente. Para LcwStrauss y Lacan, el inconsciente es la «otra cara» del lenguaje. El inconsciente e s lo que no puede decirse con palabras pero posibilita esc 'decir*. Alioia bien, podemos aceptar que el concepto del inconsciente es necesario para lograr una ex pir ació n comprehensiva de las razones por las que ios agentes humanos actúan como lo hacen. Podemos aceptar tim bien que la relación entre lo que se puede v lo que no se puede expresar cor. palabra; tiene una importancia fundamental par.' la ac tividad humana. Sin embargo, si, a diferencia del estructuralismo y del pOtt-estructuralúmo, traramo* de captar la vida humana de*tíc marcos de acción práctica, alcanzamos una visión que difiere de la que es característica de estas escuelas de pensamiento. Como pro pone Wittgcnstein, lo que no puede decirse es lo que ha de hacerse.
La acción humana no se desarrolla com o resultado de impulsos pro gramados. Al contrario, forma pane intrínseca de la actividad de k* seres humanos el contro l de esa misma actividad. De ord inario, « t e control no se expresa discursivamente; se ejerce en el nivel de la conciencia práctica. Sin embargo, es extraordinariamente elaborado, y constituye una característica constante de las actividades humanas, incluso de L» más triviales. Al hablar de la contextualidad de h acción trato de rcclaborar la distinción entre presencia y ausencia. La vida social humana puede entenderse en fundón de las relacione* mutuas entre individuos que -se mueven» a través del espado y del tiempo, que vinculan la ac ción y el con texto y diferenciar, los co ntextos. L os con textos co n forman las «situaciones* de la acción, situaciones a cuyas cualidades recurren continuamente los agentes al orientar recíprocamente lo que hacen v dicen. (Gid dens: ¡V84, capítulo 1). La conciencia común de estas situaciones de acción constituye un elemento de afian7.imii.nto en el * conocim iento mu tuo» m ediante d oue los agentes hacen in teligible lo que los demís dicen y hacen. El contexto no ha de con fundirse con los rasgas que constituyen li idiosincrasia de un ám bito determinado de la acción. l a s situaciones de la acción y de la interacción, repartidas lo largo ¿e l tiemp o v del espacio y repro ducidas en el «tiempo reversible- de las actividades cotidianas, son esenciales para la estructuración qu e poseen tanto la vida sod al com o el lenguaje. E n esta con cepción se supone que la significación o t a saturada en las situaciones de acción práctica. Los significados generados en el lenguaje no existirían de no ser por la naturaleza situada, aunque reproducida, de las praxis sociales. La ordenación espacial y tempo ral tienen una importancia básica para la generación y el manteni miento del significado, tanto por lo que se refiere a la ordenación de l.i* situaciones como il uso reflexivo de estas situaciones parí formular el intercambio verbal. Fn vez de referirnos al •habla*, con sus connotaciones formales, hablaremos de la «conversación infor mal*. La conversación informa], d intercambio casual de conversa ción en las situaciones de la vida sociil cotidiana, es Ja base de toda» los aspectos mis elaborados y fomialr/.ados de! uso dd lenguaje; esta es, al menos, la oosición que quiero deíendcT aquí. La conversación informal, como na mostrado mejor que nadie Gaifinkd, actúa me diante la indcxicalidad d d co nte xto r los «recurso* m etódicas» qi*? utilizan los agente* para crear un mundo social -con sentido» (Gar finkel: 1984). \ro debe identificarse la indexicalidad con la depen dencia del contexto. Tal identificación fue uno de los principales problemas con que tropezaron las primeras elaboración» de los es tudios ernomctodulóg icos. I.a index icaJkiad se refiere tan to al uso de
la ñtuación para crear una independencia respecto al contexto como al uso de elemento* específicos de un tiempo y un lugar determina dos para generar el significado. El hecho de que <1 significado ve crea r mantiene mediante c! uso de rccuisos metód icos es funda menta) nara corregir los errores del ouucturalismo y del post-cstructuralismo F.i r.gnificadü no está incorp orad o a los cód igos o senes de diferencia» relacionados con la h n g n t . El uso dt cláusulas «etcetera», de la formulación y d e otros recurso* m etódicos organiza el significado contcxtualmente. Un hablante competente no tolo do mina series de normas sintácticas y semánticas, sino también b gama de convenciones relativas a lo que «ocurre» en los contextos coti dianos de h actividad tociaL El auilbis cultura) se corara en la relación entre el discurso y lo que a partir de ahora voy a denominar «objetos culturales». Por o b j e t o » c u l t u r a l e s entiendo artefactos que uimícuIco los contextos d e nresencia/estado pero que son distintos de los objetos en general en la medida en que incorporan formas de significación «ampliadas». D e acuerdo con esta definición, lo* trato s son d tipo d e objeta* Culturales por excelencia; sin embargo, en la modernidad h e m o s de contar entre estos objetos culturales los medios de comunicación electrónica. En ciertos aspeaos los objetos culturales se diferencian claramente de la «transmisión» del lengua^ en cuanto conversación informal. Podemos «.numerar estas características de la siguiente ma nera: I Los objetos culturales implican un discancianiicnto entre el •productor- y el «consumidor». Dichos objetos comparten esra cualidad con rodos los artefactos materiales. Todos los artefactos, no solo los objetos cultúrale*, implican un proceso de •interpretación» distinto en parre del control de la conver lición informal en contextos de co-presencia. Hn la con versación informal ordinaria los individuos empican conti nuamente diversos aspeaos de la situación para entender a los demás y pira «adaptar» lo que dicen a dicho proce so de entendimiento. La interpretación de los objetos cultu rales se verifica en ausencia Je determinados elementos del conocimiento mutuo que *e dan en la co presencia dentro dr una situación, y sin el concrol coordinado que los indi viduos presantes ejercen como ^irte de la conversación infor mal. • 2. Como consecuencia de esto, el «^consumidor» o receptor ad quiere mayor importancia que el productor en el proceso in terpretativo. Hn los contextos de co-prcscncia la producción e interpretación de los actos de habla tienden a tener una
I I c « r u c u n l u T x > . el p o n - o i r \ i c t u i ¿ l i r r o y U prud»K4 ion ¿ * U culi tira
2bl
relación estrecha, como partes de la naturaleza secuencia! > arúcipaiiva de Ij conversación. os objetos Culturales, en tanto que diferentes de los aitefac los en general, tienen la& *iguicntc-¿ ciracteríiticas:
f
(a)
Un medio duradero dt trammnián j trazas de I o í con textos. Debe entenderse que «medio» se refiere unto a la
sustancia física del objeto cultvral como a los modos a través de los cuales se difunde en distintos contextos. (b) Un medio $trumcnto-> mecánicos mii lo* cualc* e> impmihle acceder al material codificado. I.a naturale7.i de los objetos culturales únicamente puede enten derse con relación a la conversación. Todos admitimos que existe una relación estrecha entre cultura, lenguaje y comunicación. l)c acuerdo con las observaciones precedentes, esta relación debería en 101 der.se en función del papel básico que la conversación desempeña en la generación y mantenimiento del significado en contextos de acción práctica y de co-prcscncia. El lenguaje es un medio de co municación, pero la comunicación no es e! «objetivo- de L conver s i ó n . Antea bien, la conversación expresa y ac expresa cu las múl tiple* y variadas actividades que irupira. La importancia de los ob jeto* culturales n informativo* comiste en que introducen mediacio nes nuevas entre la cultura, el lenguaje y la com unicación Fn la 1 <»nversación, el agente y la situación son los medios por los cuales l.i cultura se vincula a la comunicación. Kn los contextos de acción práctica, la comunicación mediante ¡a conversación siempre tiene que icr «elaborada* por los interlocutores, aunque la mayor parte de tal «elaboración» se lleva a calx> rutinariamente co m o parte del
procedo de control reflexivo en el control práctico. Los objetos cul turales rompen esta simetría. Como el lenguaje en cuanto «transmi tido* por los objetos culturales ya no es conversación, pierde la saturación de las propiedades reíercncialos que posee el uso cel len guaje tn .os contextos de la acción cotidiana. Como huella visible o recuperable, aislado de la inmediatez de los contextos de conversa ción, el significante adquiere una importancia peculiar. La preocu pación del estnictunlismo v el post-estructuratamo por la escritura y el significante a expensas de lo significado seguramente tiene aauí su origen . Al m ismo tiem po, la dite rena ació r. del ugn ificante de ios contextos práctico* de acción da un nuevo valor a la comunicación, debido al mayor esfuerzo ¡ntcrpre:aiivo necesario. La comunicación Je ja de ser algo que se da m i» o menos por supu esto com o co nse cuencia de los procesos metodológicos implicados en el manteni miento de las conversaciones*. Para forja r el nex o comu nicativo entre el objeto cultura! y su intérprete es preciso llevar a cabo tarea* her mcneuticas mis deftmdss y explícitas. Admitido esto, no es sorpren dente que com o disciplina ta m u l la hermenéutica surgiera a partir de las dificultades que conlleva la interpretación de textos. Si en el estructuralismo o post-csuu cturalism o nunca iia sido pardculainn.il te destacado el elemento hermenéutico, esto se debe a que la signi ficación se lu tratado sobre todo en función de la organización in terna de código», o como juego de significantes, más que como -re cuperación del significado». «Qué es la escritura y en que medida contribuye la propia escri tura a la autonomía de los rextos? ¿Que dación tienen, si es que tienen alguna, las intenciones del autor al esenhir los textos con la interpretación que posteriormente se hacc de ellos? ¿Debe una ♦teo ría del texto* ser esencialmente una teoría de la lectura? Estas pre guntas deben afrontarse a raíz dd impacto del otructjralismo y pust-cstraccuralismo. que, como miiumo, nos han obligado a consi derarlas de un modo nuevo. Li mejor forma de explicar qué es el lenguaje o la significación n o es la escritura. D erru ía %e equivoca en est o. Debem os afirmar, no la prioridad del habla, sino la Je U conversación sobre la escri tura Pero esto no debe hacem os supon er que la escritura es sim plemente una «representación* de h conversación. No puede serlo por las razones ya mencionadas. Igual que la invención de la eacriuira intiodujo un elemento nuevo en la historia, la producción de textos posee cualidades distintas a las de la conversación cotidiana. No cabe duda de oue los orígenes de la escritura son relevantes para captar su significado genérico. La escritura no surge en un principio como medio de describir los objetos o sucesos del mundo. La es critura fue originalmente un simple modo de registro; almacenamien
to en forma pura. En los primeros estados ¿erarios la escritura era un instrumento administrativo que posibilitaba la coordinación e encuentra en la conversación. Seguramente esto es más mportantc que el mero hecho de que la escritura sea simal y la conversación acústica. La conversación (en contra de la opinión de Saussure) es secucncial y ¿erial, no lineal. La escritura no tiene diícrenciadón temporal a pesar de que, obviamente, tal diferenciación os inherente a todo proceso de leciura de un texto. Por otra parte, el orden espacial de la escritura, a; ser «extratemporaK no le impone al lector los m ismo* limites de sccuen ciación propios d e la con ver«ación. Es decir, el lector no tiene por qué seguir un texto paso a paso, pues puede leer el tin.il antes que el principio, etc. Una vez que trasdende el mero listado, la escritura se abre al •arte», cosa que no ocurre del mismo modo con la conversación. Incluso las formas más triviales de convcisación cotidiana implican una gran técnica y presuponen un intenso aprendizaje. La convcr >.ic;óü puede convenirse en arte en el s c i ii h I o de que pueden em plearse formas pariieulaies de convención o invención para lograr denos fines expresivos o comunicativos. La narración de historias, la conversación ingeniosa, la retórica y el drama existen en todos los tipos de sociedad. Ll «éxito» de estas forma* verbales, sin embargo, depende directamente de su representación en contextos de co-pretencia. 1-a escritura como arte, concebxta como proccso de prouución más que como forma dada, tiene características considerable* uienie distintas. La escritura no es una representación ante una au diencia. Las facultades de un escritor no dependen de su capacidad para emplear las cualidades disponibles en los contextos de co pre scncia con el fin de influir en los demis de la forma deseada. Ade más, la conversación es, necesariamente y de una forma en que no lo es la escritura, una pioducción individualizada. El habla tiene carácter secuencia) porque solo un hablante puede hablar en un mo mento determinado en un contexto de co-presencia dado. En el caso
de ]a escritura no suele importar a efectos de juzgar el *cxiu» de un texto el que hiera un individuo o varios quienes lo produjeron. Los textos, sea cual sea su longitud, han de producirle a lo largo de determinados periodos de tiem po, peí iodos que pueden ver muy largos». Aunque incluso en la conver&aeíón iná* caAual se «elabóra la construcción del significado, los textos tienden a ser una «obra» en un sentido m i; am plio; e* un «trabajo» en el oue pueden confluir disciplina y originalidad en la conformación de la ordenación espa cial de Ja escritura. El lenguaje ordinario está «abierto- en un sentido importante. 1.a mayoría de las palabras r frases usadas en la conversación coti diana no tienen definiciones léxica* precisas. Pero, como mostró U'ittgenstew. el lenguaje ordiuano no es por ello necesariamente vago o indefinido. Lo que confiere precisión al lenguaje ordinario a su uso en un contexto. Los interlocutores usan la .situación umvcrs.uion.il para definir la naturaleza de lo dicho. El tipo de apettuxa de la escritura e» bastante diferente, cosa que puede quedar oculta por el hecho de que tanto en ia comunicación como en la escritura pueden usarse formas lingüísticas similares, rales como la metáfora y la metonimia. La apertura de la escritura deriva de su «suspensión» de li referencia. Debemos definir cuidadosamente qué significa esto. La* propiedades rcferenculcs de la escritura no dependen de las cua lidades reverenciales de la conversación, aunque siempre son parasi tarias i especio d e ella*. Por lo general, eJ significado y ia referencia están estrechamente combinados en la conversación, peí o no porque la conversación este en modo alguno orientada principalmente hacia k descripción, Jino po ique se lleva a cabo v se organiza en contextos prácticos de acción. Es decir, el significado ie sustenta mediante la vinculación constante de la conversación a las modalidades de la experiencia cotidian a. I as propiedades refercnciales de la escritura no pueden c^ar vinculadas a las situaciones del mismo modo. Por consiguiente, incluso la proposición más directa y neutramente refcrcncial puede interpretarse en sentido retórico y figurativo, y a la inversa. Como demuestran ejemplos tomados del baila* japones, fi es que este precisa demostración, una lista muy bien puede leerse como i i futí a un poem a. Todas estas consideraciones son «elevantes para la cuestión de 1 1 a u L o n omía tic los textos. El tradicional problema de en qué medida puede entenderse un te xto sin referencia a las intencione* de su autor puede abordarse a la luz de estas consideraciones y de la teoría de la agencia antes mencionada. Los agentes, como señala Schür/, tie nen proyectos plobales con arreglo a los cuales se organiza la inten cionalidad de sus actividades (Schüt/.: 1972;. La escritura de un texto puede implicar dicho o dichos proyectos. Es decir, un autor puede
pensar er. determinado* objetivos al crear un texto dado. Sin embar^■o, es improbable que C$105 sean tan relevantes para !a comprensión del texto como para el proceso ilc l o i i irol reflexivo que conlleva el trabajo de construcción del texto. Un texto es, repitámoslo, una -obra- en e! mentido de que conlleva un proceso crónico de produc ción «controlada*. Un •autor* no es por tanto ni una amalgama dr intencione* ni una serie do depósitos o huella* que han quedado en el texto. Fl amor es más bien un productor que trabaja en situacio nes específicas de acción práctica. Esto no resuelve el problema que fca Polarizado la difusión de la raturalea/a de los textos, la cuestión de hasta que punto nuedt establecerse una interpretación «correcta® de un texto coa relación a las intenciones de su autor. Kn contra del «relativismo textual*. Hir^ch y otros han sostenido que la intención deI autor ofrece una base para la recuperación det significado oiifciiul de un texto. Aiiora bien, aguí solo puede entenderse «intención-.* como «proyecto- en el sentido de ScJvátz. Pero c< fícil ver que, probablemente, los pro yectos que llevan a un autor a producir un texto solo tienen una importancia marginal para quien lo lee. I x » au tores pueden decidirse a escribir un texto dado por diversos mouvos particulares: para adquinr fama, consceuir dinero, para su propia satisfacción, etc. Ade mis, no tiene mueno sentido preguntar oue es lo que «significa- un texto en su conjun to. Es mu cho más proDab> que preguntemos qué quiso decir un autor, o qué argumentos se hilvanan en un texto, que preguntemos qué es lo que uu texto quiere decir en su conjunto; lo que está en consonancia ion la forma en que ufamos la frase «¿Ou¿ querías decir?*- rn la conversación cotidiana. Cuando dirigimos a los textos i*tc tipo de pregunta es evidentr que nn estamos planteando ninguna cuestión refiéreme al pmductor concreto del texto. Si se pregunta: *; Q u ¿ quiso decir M arx con tal sección de FJ azpiu(}>% es improbable qu? al responder se haga referencia a las características Je M arx co m u individuo. En la mayoría de los casos podríam os reemplazar esta pregunta por !a más anónima de: «¿Que quivo decir el autor?- En la conversación ordinaria, al preguntar: - u otros al reco nocer esros que esa era su inten ción - (G u ce : 1^57; vid también (írice: 1982). Aquí, «significado» equivale a intención comunicativa, . puede mostrarse que t il intención solo puede discernirse cuando os participantes en un contexto intciaccional d.ido comparten for
mas de conocuntcnto mutuo. En la conversación ordinaria es posibie averiguar la intención si se plantean preguntas directas y si el ha blante original refórmela lo dicho. N o parece que haya razón alguna para negar que podemos interrogar a un texto de forma idéntica. Es decir, podemos preguntar cuál era la intención comunicativa ele una determinada sección de un texto. Cuando no sea posible dii.girse a un íutor podemos tratar de responder ul pregunta investigando las formas de conocimiento mu!no implicadas en aquello que escribió el autor. Esto supone, a su ve/, que existen criterios pan determinar la exactitud de las interpretaciones. Pero estos criterios y los tipos de materiales que es necesario conoce i para confirm arlos son comp licado s. E n lo esencial, conlle van la investigación de la .situación en que se produjo el texto en cuanto que obra. Implican también un buen conocimiento dd mudo en que el autoi comcn/.ó a producir el texto y los recursos intelec tuales empleados cr. dicha producción, l’cru también implican un conocimiento del público al que el texto se dirigió originalmente. Skinncr y otros han señalado con razón la importancia de este últi mo punto, que en modo alguno niega la autonomía inherente a los textos (Skinner: l% 9 ). Lo s te xtos se escriben atendiendo a diversas convenciones de forma, estilo y público. Al producir el texto, el auior «elabora* el «cómo* ha de entenderlo el lector. Las discusiones estrucuiralistas y pose-estructural estas de la «de saparición del auior- lian sido valiosa» en diversos aspecto*. Nos hemos visto obligados a reconocer que muchos textos no tienen •autores- cu el sentido en que lo tienen la mayoría de las obras discutida? en la moderna crítica literaria. Esto no solo se aplica a los textos escritos en el periodo premoderno: textos bíblicos, sagas, ar chivos, etc. También se aplica a ¡a inmensa mayoría de los textos que circulan er las sociedades modernas. Registro*, archivos, histo riales, facturas: textos que, de forma característica, carecen de amo res en el sentido de que no son atribuidos a un individuo, y pueden en efecto ser el producto de muchas manos, sin que por lo general nadie crea que merece la pena investigar que individuos específico* los produjeron, fcs obvio que las condiciones de su producción en cuanto textos han de entenderse en relación a las características que comparten con los a:te:actos en general y en función de los rasgos de la escritura previamente discutidos. Todos los artefactos de ca rácter duradero pueden llegar a separarse de forma mis o menos completa del contexto en el que inieialmentc se produjeron y de los proyectos de quienes los crearon. IX» modo similar, todo artefacto puede aplicarse a propósitos (o incluso «interpretarse») de formas que sus productores puede que jamás soñaran. En los textos no es posible clausurar y fijar el carácter abierto del lenguaje del mismo
modo que en la conversación. F$ probable que el giado en el que un texto esrd abiertu a múltiples interpretaciones tenga muy poco que ver con la naturaleza intrínseca ¿el propio i c x t o , En este punto o necesario que nos ocupemos de las lecturas que los textos pueden ayudar * peñerar. También se aplican a la lectura la mayor parte de nuestras observaciones sobre la comprensión de la producción de toctos con relación al control reflexivo de la acción. No hay texto t|uc se lea aisladamente; tods lectura se da en el marco de una «in tcrtextualidad* v en situaciones que implican el recurso al conoci miento m utu o. Existen muchos enfoques recientes prom etedores -y que soío derivan parcialmente del estiucturalisrao y el post-estnictu ra jsm o, si es que puede decirse que deriven de clkxv— para d desarrollo de teorías explicativas de la lectura. Un ejemplo e> la •tttédc* de la recepción» de Jau.** (lauss; 1974). En esta concepción, el lector aborda un texto con un «nori?ontc de perspectivas- sin el que ci texto no sería inteligible. Según Jaust, entender la relación entre las obras y wuv lectores implica responder diversa* preguntas. Debemos saber qué es lo que los lectores entienden del género par ticular ?n el que se encuadra la obra. Tenemos que conocer que sabe el lector de textos previos semejantes al texto en cuestión. Y tenemos que poder percibir la diferencia entre la conversación práctica y el lenguaje poético, diferencia que probablemente no será la misma en los Jivcisos lugares y situaciones culturales. Como todo autor es t.imbién, presumiblemente, lector, dicha discusión ha de estar inte grada cii la explicación de I.» producción de textos Conclusión En este análisis no he prciendido abarcar todos los temas impor tantes suscitados por las uadicioncs del estrticruralismo y del post estructuralismO. Existen numeróos divergencias entre las ideas de los autores mencionados, divergencias que he ignoradD o pisado por A to sin más. He tratado de describir g r o s s o m o d o las aportaciones
B1BLI0GRAMA
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ETN OM ETOD OLO G1A 1 Jo hn C . I leritage
C on la pr uñera edición cii I% 7 de los Studics tn r th ’iow ciod o /offv (19S4) de H aroldG arfi nkel, se presento al dominio publico un enfoque nuevo y distintivo Je análisis sociológico. La nueva pers pectiva panó partidarios eon rapidtv y estimuló una línea de trabajo empírico chU v ez mis diferenciada e influyente. Sin embarco, a pesar de que íc reconoció inmed afamante li importancia de los ci entos de G a rf in k e ll a etnometodología no encontró una acepta ción fácil o carente de reservas en l i comunidad sociológica. Puede decirse que a las ideas de GaHinkd. como le ocurriera a Durkheim untes que a el, s e les ha rendido «el uibutn de la crítica implaca ble* \ U j primeras respuestas a Ja ctnometodologia le formulaban ' 4 ¿¿ndcccilr a T o r o VíImo »u> vaüotDi convf>tinos x»br« un v
La importarla oe StmMej n? E : b n x u n t ,UÍ> reooaocirf i \) asteártele uní r acm cii un* p*ftcv en la Antrican ¿ntiolcgioJ Re?iírar (vid. Swan-
*on, W i IIm c y Colcraam 1V6¿; * La fratr c* •!? 'kc'cn Lu kn de Mfi|o lukrt: l*/3. pp. 2-3, *97 «.). .1
nultipltr* objeciones» muchas de las cualc* eran totalmente incom.itililcs entre »í, y esto uivo como multado un período en el que i*, discusiones de la nueva perspectiva producían mucho ruido y «mas nueces. Diversos factores contribuyeron a producir este resultado. Los untos de Garfinkel son sumamente densos y, en ocasiones, opacos \ crípticos. Aunque subvacen a ellos marcadas continuidades tcóii\\ estas no se articulan sistemáticamente en función de los puntos le referencia de la sociolo gía clásica. H a tenido lugar una conside rable confusión y mala comprensión canto entre los parudanos como ntre los detractores de la empresa. Además, los Sm dics m Ethno•ruloJolog) aparecieron durante una ¿noca de caóticos trastornos en las ciencias sociales, en las que el paradigma funcionaiistn estructural parsoniano anteriormente dominante había pasado a la historia de la \octologia. Como los complejo* exentos de Garfinkel se hicieron del dominio pú bli co en aquella época de cambio teó rico rápido y conI i i m >. n u fecunda actividad teórica y sus extraordinarias investigacio nes empíricas fueron, con frecuencia, mal expuestas v rrivializadas \ La desgraciada consecuencia fue que h ctnometodologia llegó a ser interpretada como «»un método sin sustancia* (Coser: 19/3) o, aun peor, como vehículo para la negación de la propia organización so. ial, una especie de sociología dd *unlo vale-, ül resultado inevita ble fue que las investigaciones de Garfinkel, cuyo impulso inicial derivaba ele una critica al corpus parson iano emprendida muc ho tiem po antes de que lac tornas ie volvieran en contra del funcionalismo estructura], se perdición en la confusión de argumentos y contraargumentos. Por tanto, no es ex ti año que Garfinkel, que desdeñó intervenir en la polémica, declarara tempranamente que el mismo termino «etnometodologfa» se había convertid o eo una coasigna con vida propia (Garfinkel: 1974, p. 18) ' i o* c&mo i ¡ 1979, |9W;> Un «ido una r*cicr*1ui» (vid. I'evrot: 19S2; ZininuTruinr 19^6, pan uiu 4.’.aíi dic:usióo cifdci •U rata iurrite). tn d cikivo de At tw tll ctblun plísente* mui I m Jr kw nilfnienditic* .jue mis urde reaparecen:*!, enirc otros, «n los articulo) Je Coser (19?$5, M«>rl ,1973), McSwrenev ¡1973;, McnntU (1976) * Jtullip» (,197$). H.'KÍa el fina) de lu> Hik*> w m u ci iliiru de incompicn* on *c haba un dciuu ^uc interven • ' imj d>l«rMli)( «nn*t I*, dr O ’K w fí (19?M. i%o ennúfuieron dcspewr fl am biente Enirc Uw ctfuerros de clatiíicación utiki llevados 2 cabo por practicantes dr la cmcmeiodología c*he tuar las de Coulter (1971; 1973; 1974J, Miv uud y Vikon 11933.', PV) y Ximnu-nran |19?6. 1V7$V Entre los estodio» «cúndanos Monográficos sobre la ctnomctodcilogía mc cuentan lo» ¿t Bíti>u:i • Hu$>.is (1913;, Handcl (19121, Her.tapc (19V*a;, Jxitcr 1 I9W), Metua y Wood (1V7>) y Shnrnvk y Aftdmoti ( I W .
Los esíucr/os teóricos que Garfinkcl realizó a lo largo de toda w vida so centraban en una serie de problema* conceptuales nc*onoa» en relación con U orga* m.Mi ión *ic U \kI¿ cotiduaa. Además, un actor puede exur ccmeimremenie oiietv ud»» respecto * u» fcm:mcni> t;n h t «apaz de fuimulu el chfcto ¿c. orkutatubi vcrbalrocmc. G¿rfinUct cmnlca U c*pre^ii>n -*er afvro reparar en clk>» [
•.« V, en un sentido aun rr.a*. amplio, se hizo posible alcanzar un.1 ■un va forma de entender v traiar la adscripción de l»>* sujetas a las «lidade* socialmente explicables en lasq u e están inmersos. así como ii iprehentiór. d e esa* realidades. 1o s temas m encionados han constituido parte evenci ti del trabajo llevada a cabo por Gafíinkel y m ií colaboradores. Los tesultados de < .le trabajo constituy en ¡a má* profunda y provocad ora reorienta.ion de estos aspectos fundamentales de la teoría sociológica, reoi tentación que. ademas, ha tom ad o cu erpo en un sólido programa ile ¡nvcsr.gación empírica. La finalidad de este . ipítulo es situar las investigaciones teóricas de Garfinkcl mediante icfcrcnciaj al contex to de la teoría .social en el que se originaron, discutir en que sentidos m i pensamiento lu llevado a una reconccptualtxación de la naturales de la acción social y li organización social, y presentar algunos de lu* principales tipos de investigación empírica i que han dado lugar mis iniciativas.
Re-pensar la teoría de la acción Enere WG V P>52 Garfinkcl se formó como sociólogo bajo la •lirección de Talcott Patsons. En IW » Parsons lubía asumido la dirección del Departamento de Relacionen Sociales de la Universidad de Harvard, recientemente constituido, y su dirección estimuló un esfuerzo concertado por pro^fpiir el desairollo de la teoría socioló gica sistemática, fie trataha de unir las disciplims J e la psicología, la vocioln^ía v la aiuropalogía dentro de un único paradigma tcorico integrador que había sido esbozado en The Structure afKocuú Aclmi Parsons: 1937) como -teoría voluntan sta de la acción». rcsullados de este esfuerzo habrían de ser sumamente influyentes. A pe sar de algunas crítica) aisladas al edificio teórico parsoniano, éste vino a dominar la teoría sociológica anglo^una a lo largo de la* dos décadas posteriores a la Secunda Guerra Mundial. F.n esta tensa at mósfera :eórica Gaifinke! desarrolló una crítica del nuevo paradigma teórico en el mismo momento en que este sutgía del departamento de Harvard. 1 a cride* afectaba i los supuestos mis profundos ¿el •orpus parsomano y ha tardado casi treinta años en emerger en las discusiones contemporáneas de U teoría social. I teoría de la acción parsoniana que Garíinkel encontró durante 'Us años en Harvard era esencialmente una ceoría de la motivación de !a acción, y cataba dominada por dos intereses fundamentales. La primera es que la vida humana no lu de entenderse simplemente como una mera adaptación pasiva a las presiones ambientales. Por el contrario, una de lis características centrales de la sociedad y la
historia humana* es que hombres y mujeres corrientes emprenden costosos esfuerzos para realizar filies — a menudo finev no materia les arrostrando obstáculo* poderosos. liste primer inrerés -la .m etatisica volunurista* de Parsons (Proctor: 1978; Scott: 1963V— enfair/a la dirección subjeiiva del escuerzo por alcin7ar fines valorados normativamente. El segundo interés de Parsons derivaba de la fa mosa discusión hobhesiana del cao> en el «estado de naturaleza*. I>e ¿cucnlo con Parsons, este «problema del orden* Itobbesiano consis tía en ¡a cuestión d e có m o es posible reconciliar entre sí los esfuerzos activos de los actores sociales de inodo que la* relaciones sociales no se vean dominadas por el ejercicio de la fuerza y el fraude (Par sons: 1937, p. 92). Desde un punto de vi*ti teórico, por tanto, la cuestión motivacional que domina la teoría parsoniana de la acción es cómo dai cuenta de los Actores sovialcx que persiguen activamente una serie de fines a! tiempo que se establece un mecanismo que evite el problema dd orden planteado por Hobbes. Como es bien xabido, la solución de Parsoas aunque se expresara como resultado de la célebre «convergencia o entre 1íys teóricos sociales europeos, en lo esencial .ve derivaba de Dtirkheim. Parsoas formutó U propuesta de que los valores nioiaics que se interiorizan durante el curso de la socialización pueden ejercer un.» poderosa influencia tanto en los fines di la acción c o o j o en los medios con cjuc dichos fines je per siguen. En la medida en que estos vaiores se institucionalicen dentro de una sociedad -en ultimo términ o, en forma de un sistema central de valores— se producirá la cohesión social com o participación en las objetaos y expectativas comunes que, por tanto, constituirán pautas de actividad coordinada \ Estas propuestas se estructuraron en posteriores publicaciones de! departamento de Harvard I) en la división analítica tripartita de la organización social en sistemas culturales, ¿ocíales y de persona lidad, que ahora nos resulta tan familiar; 2) en la concepción de las exigencias institucionales de roles definidos en función de «varia bles— pa uta s-; 3) en la idea de la interiorización de los valores com o las «disposiciones de necesidad» motivadora* del .m4viiu de perso nalidad; y 4) en la famosa discusión de la * doble contin gencia» de la interacción social con sus -procesos vinculantes dobles» 7.
*
Como Parsoiu y Siiút chservj-nn en IS51, -li pfópji tnaituc*>n«2ízacic>n ¿che consideran* d n c o n im io integrxior fundamental de lo* mjcálle* Un ^atem i de i rr.tracción «oeu! ptifd* r*túbiÜxu>c ¿h k íi s i I.) m oco de DMÓHos comu b k de oñ en taa óa vjíot ttíva » Parsiwts y S h ib : 1*>5I. j>. ISO) -ü n!c£t.ukin dr u n confu so Je jmvi 7 Pary>3> rtvjine asi su propuoo u» val«»miv¿5 omunc» cm Ijl etfructiiri totenoraadi de «f¿*f>oúcii>ncí de ncce.SidLnt de la* |HTK>calid*dc*
Aunque los críticos hayan manifestado de formas diversas sociedades (Dahrendorf: 1958; (louldncr: 1970), que la integración social no Jebe c o n f u n d a # : con .i integración en el sistema (Lockwood; 1964) y que debería atri buirse un mayor peso a otros factores ir-otivacionale* en el análisis de la acción social (Wrone: 1%1), es sorprendente que pricticamenle no se haya criticado el énfasis básico de la teoría parwniana en los a f e c to s m otivad o nales de la acción *. Sin embargo» Parsons ha insistido en los problemas morivacionalct hasta el punto de excluir viituaJnWnte cualquier preocupación por el entendimiento en fun»ion del cual los actores sociales coordinan sus acciones» y que les guía en el transcurso de estas, fcn este punto decisivo Parsons no consiguió cosrruir una teoría de la acción; se limitó a construir una teoría de las disposiciones a actuar. I.a comprensión del conocimien to mediante él que los actores controlan sus circunstancias es fun damental para cualquier análisis genuino de la acción social 9. Pan lograr cato» es necesario responder cuestiones relativas a la natura liza y propiedades del conocimiento que ha de imbuirse a los ac tores sociales, a có m o utilizan ese conocimien to r a có m o debe tra•irve analíticamente dentro de la teoría de b acción. V fue en estas cuestiones cruciales en las que Garfinkel se apartó fundamentalmen te dd punto de vista parsoniano durante los primeros 3ños de la postguerra. Kn los escritos de Parsons no suele atribuirte mucha importancia al problema del conocimiento de los actores sociales; sin embarco, esta cuestión ejerce una profunda influencia subyacente en tu teoría .i uavés de su discu sión de la racionalidad IC. Para Parsons» la racio nalidad del actor se determina evaluando en que medida sus acciones se basan en 1¿ aplicación de un conocimiento básico compatible con el conocimiento científico (Parsons: 1937, p. 58'. Si se ca ul com patibilidad, la acción se juzgará «intrínsecamente racional- y, puesto que es consistente con la explicación científica de dicha acción, es tenu s l'w cx dcwrsr ^ue el teorema dirJ-nu.» iuadam cnuJ ik U *Ov*>)of.ia i*s que ’a e u ib iL ia J de tva .juirr *iftc n a, excepco d p r o c e s o J e i ru r n c c k i n m ás evanescente, depende c:i alguna mrdaiá de niq?*d6r>- {Ptrnoit»: 1951, p. 42; ' fiut •|i.r la toará integraba alffmM tic lis corriente» m.U nii,xiitantei de las tcfiuencias de b icoria locio lóp ca y psacolópea qi>c fi*cron dicdi«nirante* kista rnuv av^ur>Jo el periodo de pirtiwcrrá. Kn cÍcíio, Panun-n \.bs> m x a r m u J m t v e c e* e n d e t e m * 1¡ .u% iíiinkKtorM Is er^vcrflcacii de IXirkhetm y I reud en el lerámcnO de ¿ tiitenurizackin
" Recientemente, ninlxcn Giddens ha «Menilido con entrjjía cua poócwn (Vid.
p . e | . G s dd ert* ! I W , p p . 2 5 3 - 4 ' . ,c Cfr. Gx/úiUfl {tW , pp. 91
ii ni ¿¿tensión dr e y * froMenra.
y ít.i IWMh) } Hcritage (1984a. pp. 22-33) par?
preciso considerar científicamente adecuada la explicación de la ac ción por parte dd actor. Sin embargo, en la mayoría de los casos las explicaciones que dan los actores de sus acciones no coincidirán con las del científico. En estos casos, propone Patsojis, debe rcvha/Afsc la explicación de lo.v actorev. Cuando esto ocurrí se formulará una explicación c*en tífica de las acciones de lew actores en función del pape* motivador di* tas normas y valores interiorizados. Se crea así una escisión ra dical entre lis accione* racionales, con sus rizones autosuficientes, y acciones no factoriales, en las que ¿e prescinde del razonamiento de los actores en favor cle explicaciones normativo-cau&ile* de su conducta, lista escisión se agrava con la idea, untas veces manit e s tada por Parsons (por ejemplo, Parsons: 1937, pp. 403-5: iV51, p. 37), de oue si los valores morales han de prevenir eficazmente el caos b u b n esianu, los miembros de un orden social no podrán tc/.e: una orientación instrumental con respecto a los elementos normati vos aue han interiorizado. Pues tal orientación daría or¡£Ci: a un cálculo maquiavélico que, t*n caso d r gera-ral»z.iri<% «o cava ría la co ns titución moral de la sociedad y liaría dependa eJ orden social de inestables coaliciones de intereses. Fl efecto acumulativo de todos estos aspectos de la teoría parsoniana fue marginar el problema del conocim iento de los actores sociales, y que los actores se trauuon. en expresión memorable de Garfinkel, como «idiotas que juzgan* (Garfinkel: IVS4, p. 6Si cuya comprensión y razonamiento en sitúa dones de acción concretas son imlevances para el enfoque analítico de la acción social 11. Al desarrollar una alternativa al análisis parsoniano de la acción
1 i.a cibica de Garíir.kel •l**52l «uparadigma pananiaoc» originó en b icuría dtí coao:in\ien:o :• y ><.! basado cr. el supuemi de e¿uc el coro amiento exacto dd maneo externo se lo^ra apocando ios cánones Inbco-vxiptrícc» ec li ¡nvcatiigacsfa cicntiíka a travos d ; ua j*rooc«o de ¿f ccotimAcrtr soc&ita. üfta to<»ria implica • f>or unto ob't¿a ; *ui cficworr* a explica» I: percoetteia ckl conorinvicnto inadccuatki y «i: la acción no rocino il rfi un r»ur>Ho
tflfca SC OAW: •.‘■«III i*l ;•;i.. i. ;«o li,. - i. iii ü: . .- .« .! . 1.. 1 . ,1 »|>* ¡i. 1 d¿ 6V*1llJlíf*
el vonuciirJcnto v lo» ’uuriuí tí* lus »:tum y, m >r/;undi> lo^ar. la> peufiniade» intrínsecas de Ioj jvktos -no recioiutin de lo# ae;orw pucoer. ignora**; en Mv..r sK 101 intento* de dar cfipftcaeimus caúsale» de pur qué u- Ilesa:: a uln* de forma pcrwstcme ule* acdom-k -no raciunale»» a pesar de au* liciicieBciu.
tocia!, Ciarfin kel utilizó extensamente la obra de Alfred Schutx, quien en una larga serie de escritos teóricos había defendido de forma inapelable ü necesidad de tratar el con ocim iento del aci o r en la tcola de la acción. Desde sus primeros escritos, Scliuu había insistido rn que el mundo social se imerpa-ta en función de categorías y umsuuccioucs propia dei sentido común cuyo origen es, cu gr* 11 parte, social. F*tas construcciones son los recursos con que los ac tores &ocialcs interpretan sus situaciones de acción, captan lav inten . ione* y motivaciones de los demás, adquieren un entendimiento iiitrtMibjctivo. acuían coordinadamente y, rn general, se Mueven en •! universo sociai. Es evidente que su ccmenido y propiedades re quieren ana investigación sistemática tanto en rl nivel teórico coir.o en el nivel empírico. En efecto, Schütz afirmaba que no puede pres . indin e del contenido y propiedades de estas con struccione s sin per* Jei el fundam ento básico Ue la teoría social: su referencia al universo tocia! de la vida y experiencia* cotidianas, que constituye la garantía ultima de que «d mundo de U realidad social no será rccmpU^do |»«»r un inexistente mundo de ficción creado po r d observador cienlííico •(Schutz: 1964a, p. 8}. Schutz había expuesto en el plano teórico algunas importantes propiedades del conocimiento y la cognición propios del sentido ninún. En primer Iu¿ar. el mundo de la vida cotidiana está impreg nado de lo que Schuu denomina la '>epoc¡yé de la actitud natura!» Sviiutz: 1962c, p. 229). Hn la vida ordinaria cx;stc una íxspcnsión ic la duda: no se pone en cuestión que las cosa< quiz¿ no sean lo pie parecen o que la experiencia pasada tal ve/ no .vea una guía fiable ¡•.na el presente. La objetividad y tipicidad de los objetos y sucesos •idmanoá se dan por »upucsuvs. Fu secundo lugar* Schut¿ propone que los objetos de acuerdo con ios que ae orienta el actor se com muyen activamente en la corriente de experiencia mediante una serie le operaciones subjetivas. En este contexto tiene una importancia maular la idea de que la construcción (o constitución) de los objetos murales y sociales necesariamente tiene que actualizarse de forma •i tinua mediante una -síntesis de identificación- incesantemente •tovada. Lo a objeto* .ve estabilizan como objetos «idénticos a sí •ursinos* de esta nunera, a pesar de Jos cambios en las perspectivas iisicas desde lxs que se observan y. en el caso de objetos animados, i •sar de sus formas cambiantes y divci>i* manifestaciones conduc-
•ii.iles. Imi tercer lu^ar, Schutz. sostenía que todos los objetos del inundo •nial están constituido s dentro d e un marco de «familiaridad y pre'hocimiemo* (Schuf?: 1962a, p. 7\ proporcionado por un «reper•»in» de conocim ientos disponibles* cu yo origen es fundamental •iim ie social. En cu arto lugar, este repertorio ile con struccion es so
ciales se mantiene de forma tipificada ( 1 962a. p. 7). El conocimiento tipificado sc£Ún ci cual lo* actores analizan d mundo social es apro ximado y revisable, pero dentro de U actitud de la vida cotidiana en li que las construcciones sirven como recursos pragmáticos para la organización de la acción, toda duda de tipo general respecto a su validez \ utilidad queda suspendida. Finalmente, Schut*/ propuso uc el entendimiento intersubjetivo entre los actores se alcanza me 3 lante un proceso activo en el que los participantes animen -la tesis general de reciprocidad de perspectivas* (1962a. pp. 11-13). c* decir: n pesar de las diferentes perspectivas» biografías y motivaciones a las que .se debe que 1c ys actores no posean idénticas experiencias del mundo, tienen sin embargp que tratar sus experiencias como «idén ticas a tedas los efectos prácticos*». A su explicación de las propiedades del conocimiento de sentido común Schutz anadió el importante corolario de que este tipo de conocimiento está organizado come» un mosaico de retazos suma* mente desiguales en el que las experiencias «claras y distintas se entremezclan con vagas conjeturas; suposiciones y prejuicios se en treveran con evidencias bien probadas; motivos, medios y fines, así como causas y efectos, se engarzan sin una clara comprensión de sus conexiones reales*, y afirmó que -no tenemos ninguna garantía de la fiabilidad de todos esos supuestos que nos gobiernan» (Schutz: 1964b. pp. 72-3). las características del conocimiento científico y del conocimiento de sentido común son difícilmente comparables, sostiene Schtitz, v las acciones idealmente racionales no han de bus carse en el mundo del sentido común, en el cual -las acciones son. en el mejor de los casos, parcialmente racionales, y esa racionalidad tiene grados diversos» (19 62 a, p. )) . Desarrolland o explíc iuniente este análisis, Garfinkel mantuvo que si las aficione* ¿ocialeu ordinaria* tuvieran como premisa los rasaos característicos de la racionalidad científica, el rebultado no vería una actividad exitosa, sino la inactividad, la desorganización y la anomia (Garfinkel: 1952: 1984. pp. 27C-I). Por consiguiente, una orienta ción científicamente adecuada co n i elación a los sucesos del m undo social está lejos de constituir una estrategia ideal para tratar el curso de los acontecimientos ordinarbs. Por tanto, es algo totalmente gra tuito imponer el conocimiento científico como estándar con el que evaluar los juicios de los actores, lo que, como subrayó Garfinkel, es tan innecesario como obstaculizador para ei análisis de las pro piedades de la acción práctica (Garfinkel: 19$4, pp. 280-1). Además, s: se dejan a un lado las concepciones ideales de la acción racional, cueda abierto el camino para iniciar investigaciones basadas en las propiedades del conocimiento que el actor anlua realmente al efec tuar elecciones razonables entre alternativas de acción, es decir: -las
I i.'iuíl.curiolrt&ii operaciones de juzgar, elegir, valorar resultólos, etc., que emplea Je hecho* {Garfinkel: !952, p. 117). Con esta última propuesta Gartinkel abrió un nuevo terreno al ui.ilim soc ioló gico : d estudio de las propiedades del ran m im irn co práctico piopio d ¿ sentido com ún e r las situaciones de acción o r dinarias. Además, la propuesta conllevaba un rechazo al uso de la racionalidad científica como punto de referencia para ct anilisis del razonamiento ordinario. Pero no era en modo a.'guno evidente qué programa de estudio tenia que originarse de esta propuesta- Desde rl militarismo» los anteriores modelos de acción social habían em pleado rutinariamente !a\ propiedades del conocimiento y li actirid.id científicos como base desde la cual se establecía en que medida podían w .1 parraba la vida cotidiana de esa* propiedades. ¿C óm o analizar las propiedades del conocimiento y la acción propias del sentido común si se carecía de tal criterio comparativo? Garfinkel abordó el problema con uní variante del procedimien to de «.suspensión* fenom cnológica (cfr. Psatfcas 198 0: Schutz: l%2h). Fn lugar de tomar como punto de partida una versión privilegiada de la estructura social que supuestamente sirve de pumo de referencia de acuerdo con d cual se orientan (con diversos grados de crroi) los participantes, e*tc procedimiento exige que el analista suspenda enteramente cualquier cla»c de compromiso con versiones privilegiada» de la estructura social (incluidas unto L* versiones del inalista como las de los participantes), y <;ue estudie c ó m o crean, organizan, producen y reproducen las estructuras sociales de acuer do con las cuales se orientan los participantes. Esta es la celebre política de «indiferencia etnometodológica» (Garfinkel y Sacks: 1970), que tantos malentendidos v disputas ha originado. hn el fon do, se trata simplemente de estudiar las propiedades sistemáticas de la ra/ón y la acción prácticas evitando emitir inicios que las sancio nen o rep rochen . Las actividades prácticas y sus propiedades, estu cada» desde o t a «suspensión*, se examinan con el m enor número 1»' presuposiciones y J e la forma mis desapasionada posible 12. 1 -ov investigaciones con cretas expuesta* en SinJit* o f Ethno netboJoíogy (19S4), que aplican ecu *u*pen¿ión, muestran dos víss principales de acceso al estudio del razonamiento y la acción prá: * S¿ biv u r»u 0 1 u u ^ 4v»nvu.uyc l i c la ra cxpusicita J e un bo«r> p raced im in iio M liliCD , aut/4 no sea tan llevada » eiteu \K*tAr w r d ifíc il w i w v í f L iiui; I K iü e m i a t r a i t e 1 lis crecerías y pr«upo«ic>i>nr* de tem ido com ún que loi uu liua * • in pa /tc n n c c cs a n am c t it e co n o ti o n in te g ra nt e* d e a t o c i c d a J . W a m * > * y ¡ u * 1 u z p r U% c t n u i u s oc ú lc k l« j / . u í u I . J i c d e lo s ti h o i j e 1 *1 ct *oc U le» . A «ten 1 l x i -* * !t iirx n u t teóricos cuvo t léfmino s inoocpCJr.in ¡fitnmream cnte ule» cre em ú i y ¡ J i ms. V es Cn este último ccnteito en eJ que %e manifiesta r! i.MÍ»;nli*niv dd n>jt*A¿o
!» (rirfmkrl
ricos. En primer lugar, con lo* «experimentos de ruptura» ¡bre*i chm? cxptrimcfUs} Garfinkel desarrolló Ja propuesta de Sdiutz sr^ún !a cual loa actores jocialc* har de asumir la •tesis general de la reciprocidad de perspectivas» en una serie de investigaciones sobre cómo se logra y mantiene la inteligibilidad muiu.» de la ¿envidad ordinaria. En segundo lugar, ideó una serie de demostraciones del papel tjuc desempeña el conocimiento de sentido común en la com prensión ordinaria de acciones, succao* y n td a a o s . Sr m ostró que este conocim iento era sumamente complejo» que u tili/a recursos con textúales que mantienen relacione* muy variadas con la-» importantes cuestiones que esclarecen, que es un recurso con el que inevitable men te se cuenta y en el que, com o tal. se «confia* m alto ^rado Por consiguiente, lo que Garfinkel cuestiona empíricamente rs el hecho de que los actores saben de algún m ade que es lo que hacen, v comparten ese conocimiento. Las investigaciones de Garfinkel so lúe las propiedades de las acciones cotidianas y b com prensión o r dinaria partieron por tanto del mismo núcleo de la acción. Si se da por supuesta la existencia de un oído: de v u c c m k , se trata de saber - cómo los hombres, aislados pero al mismo tiempo en una extraña comunión, acometen la empresa de construir, probar, mantener, al terar, legitimar, cuestio nar, definir un orden junto<* (Garfinkel: 1952, p. 114). Este nuevo ^probierrut cognilivo ¿ e l orden» , interpretado como r*\go constitutivo del análisis de la acción social, inició la investigación de Garfinkel, y es fundamental para el origen de la etnomctodologta. Investigaciones sobre la» propiedades de las acciones práctica*: los experimentos de ruptura. Al comenzar on ¡mitigaciones sobre las propiedades dd cono cimiento y la acción de sentido común. Garfinlcel sostenía que el actor social responde «no solo a b conducta, sentimientos, motiven y relaciones percibidos v a otro s elementos socialm eotc on^xnizidos de la vida in torno a el-, sino también a la «normalidad percibida de estos acontecimientos» (Garfinkel: 1963, p, 1S8) *\ Sin embargo, 1 Gorfrtkc! definí* h ~normal J. * J percibid*» Je ios accirtciiniicr.tc* p .* n*kk tenientes efrmeotoi: lo» cienvnto* fxrrmiJcí ptrariJfu qu? fes acoctco* micncot dr! enmrro tienen f^ri quien iM p r to lv tomo c*o% de una *U\c Je JCOftirciuiiencos. es «lcvir\ ttf*:jiLLtdi íus •pQsíiliiUdM* dr octr» * mu ¿*. n dcc*.i. pi w hhdid\ su cvmpjtáMüJtJ Jt-ir, c ja ij I: m» luMr rn un »'«* *»atix> Je r
.u forma de abordar el estudio de « t e último fenómeno no parte iL* un intento Je caracien¿ar los puntos de vista subjetivos de los ictores sociales w. Por el contrario, Gartinkel emper/ó suponiendo i|.a#la «normalidad percibida» de los acontecimientos sociales puede ii vestigarse desde el «exterior- manipulindo cxpcrimcntalmente se cuencias de acciones. K% posible utili/ai estas manipulaciones pan dctcrmin.ii la* condiciones en que puede considerarse que los acon tecimientos *e perciben como normales, y pira encontrar procedí •»lentos que les permiten a los actores sociales intentar «normalizar* las discrepancias rnrrr Im acontecimientos esperados y Iq$ que \c dan de hccho. En la practica, esto significaba comenzar con un con texto d? interacción establecido y observar qué puede hacerse pan disrrumpirlo M is tarde afirmaría Garfinkel, resumiendo la lógica de ote procedimiento: la* operaciones que habrán de llevarse * c Uh j p*ra multiplicar rasgo» ..Itturao* dd entumo percibido» para MoJutir y roan.cncf cxtrañcza. cons (emoción y confesión, para producir los sent imientos socialmente estmetu• idos de ansiedad, vergüenza, culpa e indignación tendrían qur mostramos algo acerca de cómo s* producen y mantienen ordinaria y rutinariamente lai estructuras de las actisidadcs cotidianu. ¡Gartinkd: 1984b, pp. 37-8) tste enfoque tuvo como resultado una larra serie de ingenioso» y variadas experimenrov de ruptura (Garfinkel: I9S2; 1963; 1984b) En los estudios publicados. Garfinkel comenzó considerando el caso de los juegos. Los juegos, observó, tienen un conjunto de realas básicas que definen la serie de lances legalmente posibles. Un con junto de realas es constitutivo dd juego en la medida en que las unificaciones de ese conjunto modifican la identidad del juego aue u está desarrollando. F J con ocim iento de las reglas y la presunción de .su carácter rcctprocamcmc vinculante permiten que cada jugador use las realas «como un esquema para reconocer e interpretar la» manifestaciones conductiialc* de los otros jugadores y las suyas propus como sucesos propios de la conducta del juego** (Garfinkel: 1*163, p 190). P or consiguiente, en un cont ext o de «co nfi an/a», en el que l:>s jugadores dan por supuesto que las reglas básicas del juego constituyen una definición de la situación y de su relación con los oíros jugadores {1963, pp. 193-4),
t4 Como observa GartinLH. •Si^uie^do iirj prr*rrr-K« levVrica. ihmwf* que k*
jw n u c im ici.u i sisn ttic aiivt» >on
entorto condtKYcj! de 'a persona .
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tamo mi luy n?ón ilgcru pan inirur debaju iW crino.*», pues nada de MtCf¿> »e «ocultará ¿ll¿. a rxee peyón drl cerebro Sf dei^vj •uracta V p K l* «Je li perdona. La* presumas w brollarán > Ja» ojvmcior.e» que pueden ciifiiiavse en Montecratcaco* pcrwnecHfiw» *1 tniorrui de U pitwru- [C«ÍÍAkii 1963, p. I90l.
las realas kistes proporcionan un stnriiio de la conducta como acción. Ñon Um termino* en los que un jueador decide si ha identificado correctamente o no «lo ncjrrdo> liI •significado subjetivo» se vviiKula- a una conducía en íiiiuk'i» de €*ia * rcgliS (GarfíiikcJ: 1963, p. 1J5) Dadas esta* características» es relativamente fácil disxurnpir un juego, y Garlinkel describe un ejercicio en el que el juego de las «tres en raya* era disrrumpido por los experimentadores, quienes pedían al sujeto oue hiciera el primer movimiento y colocaban la ticha en otra casilla, realizando entonces su primer movimiento sin indicar en modo alguno que se había hecho alpo desacostumbrado. Efectuadas más de 230 pruebas* el 95 por ciento de los sujetos de experimentación manifestaron algún tipo de reacción frente a esie comportamiento, v mis de un 75 por ciento lo «>bjat> o exigió que se ¡es explicara. El experimento m ost ró de fu m a terminante que las conductas discrepante* motivaban intentos inmediatos de normalizar U situi ción Y lo m í* importante c* que también mostraba que cjuienes trataban de n orm alizar la discrepancia modificando el paradigma con arreglo al cual se entendían los sucesos (por ejemplo, suponien do que el experimento era una broma o que daba comiendo a un juc£o nuevo) eran los que se mostraban menos alterados. A diferen cia de estos, quienes trataban de normalizar el suceso manteniendo las reglas originales del juego co m o orden constitutivo de los sucesos eran los que parecían mis alterados. Por lo tanto, los paradigmas interpretativos que .om« i!<| |\k c o y li s de 3* «vida r
ccdimiento fueron cspectacularc», y ahora se conocen t¿n amplia mente que un único protocolo servirá para ilustrar el tipo de resal lado* que arrojó: Id sujeto le estaba wonu'id*: u\experimentador, quúti haHitualmcmc viajaba con ella al trabajo, que rl din anterior habla tenido un pincha/u camino dei trabajo. S: *Sc me pinchó una rueda.l\; «¿Que quiere decir que SC te pinchó una rueda?» Durarte un momento quecó atónita. Al cabo contentó, irritada; «¿Que ca eso de “que quiere decir*'? Una rueda pinchada e« una rueda pinchada EíO «s 1» que quicru decir Naca en especial. íQuc pregunta má* tonta!» {Garimkel: J9S4l>, p. 42) En muchos otros caso* los sujetos respondían a lt>.< actos de ruptura con este tipo de irritac ión, o . alternativamente, pidiéndole al experimentador que explicara su conducta, con intentos de ínter pretar los actoN de ruptura como bromas y, en uno de los protocolos reproducidos, con pasividad. Tanto en los experimentos con juegos como los llevados a cabo id situaciones reales» la «normalidad percibida» de los acontecimien tos se hacia seriamente problemática y, en ambo» casos esto >c cdisivuta .socavando «*un conjunto de presupoiicioncs ‘mis fundamenu b 1 en función de la* cuales loa actores tratan lo? caso» de conducta como ejemplos de acciones intencionales que un miembro del grupo .ivume co m o ‘evidentes'* (Garfinke l: l % 3 , p 198). Por tanto. :a.s nlwervaciones sobre los juegos pueden generalizarse en un grado *«KKsidcrable:
i tando comenzar™xs a trabajar con los joegos, dunns por ¿upucsto
la •imnirrclcvancU de la tey'wlación normativa era un ra¿£o pcvulur Je los Itie^su... Sin cmbac^o, cuando aplicamos loa procedimientos de indneesón dr irwofi^rucniij a la* úraaciooM <1.- Ix 'vioa reil\ fue desalentador de.tcuItur la variedad de acontecimientos, aparentemente infinita, que se prestan .1 puJueir sorpresas en verdad detagradable*. Kstos acontecí miento* \an dnde aquellos que. Je acuerdo coa d srnttdo común sociologtvo, serian . fideos-, tomo e*tai nniV cerca de una persona cuando se tuanuene una . ••i%criación anodina por L> demás, huta IOS que de acuerdo con el sentido •oíiiiin yxioló|tico serian •rririalej*. como decir -hoja», ai final de una cofl«mac&óc... ConjeTUramos por eoii>Í£u.cn;c que todas las acciones en tanto que suceso* percibidos pueden poseer una estructura constitutiva, y aue qiu/á la variable decisiva pora causar la indignación es la amenaza al orden normativo de loa acontecimientos en cuanto tal. (Carfinltcl: 1%3. p. 19#) Las implicaciones de estas observaciones son enormes. Si todas las acciones pueden analizarse en función de sus estructuras comti1 itivas v c-sta> últimas so n visibles incluso aunque «sean si.stas sin
que se repare en ellas*— en la organización de la propia acción, entonces queda abierto el camino al análisis estructura] detallado de esa organización . Y este análisis no ** centra rá en las motivaciones de las accione* sociales sino en los principios metódico* \prupuc>uxi familiares y biográficos de acuerdo con los que «arle describirse a los miembros de b familia y sus actividades. En consecuencia, casi todos los estudiantes «conductuali/aron» sus descripciones de las situaciones familiares Practicando esta nueva form a de observa ción se hicieron incómodamente conscientes de los detalles precisos dr comportamiento y también de los -altercados, disputas y moti yaciones hostiles- que, como solían afirmar, no representaban uru imagen -autentica- de su familia. Muchos de las estudiantes maniIotaron que sintieron alivio al volver a interpretar los acontccimirn"* D rvle o ír pjnt.» dr vitta 1« •.muicúSn- Je í k(«>r puede ¿oniid«nr<« »cap». ¡Jai! J r itlfcli: biícrefHÚ» ivorJinahí b¿>idu en una apriUciisiíVi »lrl iVuKe umJuaujt v el uaitondu contextos!. Es ótstt. qu< kw ck u Jíu u o icnd .an a cwcJcik- en »u :aic.\ rluriii indo . *|irk Iim Je su eoncomicnto Je senuilo común rriiuvo a 1* emirtura* w**il**s y no %o\o ¡w Jctali.^ bk•vriiyois fimitiues.
los tildándolos en d contexto n o r m A l tic mutua inteligencia (Garftnkcl: 1984l\ pp. 44 y). En este caso , la supresión J e un conjunco ilc supuestos contextúales alteró radicalmente la forma en que *e |>ercibian y describían los sucesos. En oirá* situaciones, la importancia del «conocimiento de fondoera igual de decisiva al interpretar la naturaleza de Im sucesos v las acciones. Hn un estudio basado en informes clínicos especiales idea dos con el fin de desarrollar un modelo de procedimiento para el tratamiento de los pacientes externos de una clínica psiquiátrica, G arlinkel descubrió que los codificadores de los datos asumían un co nocixnientO co n textual de los procedimien tos de la clínica con el ?in de facilitar el proceso de codificación ; en este caso, el -conocim iento contextual» al que se recurría incluía supuestos sobre los piocedímicntos de la clínica: el mismo fenómeno que pretendía determinar el estadio. Como subraya Garfinkel* no *c recurría a cf\ o* supuestos para resolver ambigüedades «le los datos, vino que este coaocinúprtto presupuesto parecía necesario, y se recurría a ti con la miyor deliberación siempre nue, por cualquier razón, lo* codilkadocc» ne cesitaran cmveucersc de que habían codificado -lo que de urdid ocurrió*. fcfto w cedu a a con m tU ptndw oA d e *1 hsbUti tnvjntr¿iio p n<\ A tíat h i g u w . (Gaií ukfl. 1984a, p. 20) Fn estav v en otras investigaciones que describe Garfinkel In contextualidad Ac las acciones y sucesos es siempre una eontextualidad imputada, y esta imputación es, a su vez, un elemento clave para la comprensión de las acciones, es decir, un elemento clave de su ex plicaoilidaJ. Pero si el recurso a elementos contextuares es, inevitahk-mente, parte fundamental de la intelección de los acontccímien tos, ¿cómo se aplican esos elementos contextúales? Fn su ensayo «Cuwwjmrwf K n o v le d g c o f S ocutí Structurri (Gaifinkel: lV84c) Gaifinkel expuso un importante profeso que. según afirma, determina muchos aspecto* de la interpretación de tn acción. Siguiendo a Mannheim (1952), denominó este proceso «metodo de documental interpretación», y observó que «•I ? n ér o d o c o n v i s te e n t r a ta r u n f e n ó m e n o r ea l c o m o « d o c u m e n t o d e * , c o m o si « a p u n t a r a a * , c o m o .si « e s t u v i e r a e n lu p , u d e * u n u io d ek > s u b y a c e n t e p r e s u p u e s to . D i c fc o n v . n id o s u b y a c e n t e n o s o l o ve d e r iv a d e s u s p ru e ba » d o c u m e n t a l e s i n d i v i d u a l e s , a m o q o e c u a s , a s u v e x , * * i n t e r p r e t a n ve>:vin *L» q * e ve sa b e - d e l m o d e l o s u b y a c e n te . C a d a uno e s u s a d o p a r a d a b o r a r e l
otro. (Garfinke l: 19$4e, p 78)
Este proceso, cuyo modo ¿e funcionamiento se ev*denc«, por ejem plo, en la interpretación de las figura* gestákica*, también %e da.
observa Garfinkel, en «el reconocimiento de acontecimientos y ob jetos tan comun es com o cartero*, gestos amables v promesas» ( 98 4c, P* 7#>- . t t Garfinkel desarrolló su discusión del método documental en el contexto de un estudio que habí* sido ideado para exagenu sus ca racterísticas. Se invitó a los estudiantes a que participaran en una nueva forma de tutoría, en la que el estudiante y su tutor quedaban separados en habitaciones adyacentes conectadas por un sistema de intercomunicación Se le pedia al estudiante que expresara a grandes rasgos los antecedentes del problema paja el que buscaba consejo, y que planteara a continuación una serie de de preguntas que pudieran responderse con «sí» o *no*. lia el intervalo entre preguntas se le pedía al estudiante que desconectar* el sistema de intercomunicación y que graban en un magnetófono sus reflexiones sobre la respuesta míe s •Uitores> se determinaban por una tabla de números elegidos al azar, y que el experimento había sido pensado pa ra ob servar cóm o habían entendido respuestas que, como es obvio, eran puramente aleato rias *\ Fn su discusión de los resultados del estudio, Garfinkel subraya d grado hasta el cual 1c» estudiantes eran capaces de com pletar el intercambio y resumir y evaluar el «consejo que se les había dado» (Garfinkel: 1984c, pp. 89-94). A pesar dd carácter casual de las res puestas de los consejeros, los estudiantes no las trataban como alea torias. En lugar de ello, consideraron que la* respuestas estaban mo tivad» por la* cuestiones, y pensaron que podían entender «que era lo que quería decir rl consejero».. lx>$ sujetos situaron rl contenido del «consejo» que recibían examinando aspectos concretos dr sus propias preguntas, y elaborando otos aspectos a lo largo de una serie de intercambios, como si quisieran asegurar y mantener, en la medida de k> posible, un modelo consistente de «consejo». Interpre taron el sentido del •consejo» por referencia a su propio conoci miento de sentido común de diversos aspectos normativamente va lorados de la pertenencia a La colectividad, conocimiento que, según presuponían, compartían con el con\cjero. Además, juzgaban el con sejo * razo nable - o -irrazonable'* siguiendo el procedim iento de asig nar «valore* que se percibían como normales» (vid. nota 13) a lxs propuestas de ios concejeros. Sobre todo, los .sujetos dedicaron considerable* esfuerzo* a man,v Vid. GjfHiAcI il'JM c. pi>
de las tesuitatfot Je en e t tt c t w m i a
MvHuph
p jrj protocolo* ¿««'I mIo »
imer un tipo de interacción basadi en un modelo de ••tutoría*. Con •vtc fin, acomodaban repetidamente a cada respuesta dada el «modelo de cornejo» y c! «problema subyacente al que se dirigía ese «onsejo® como «para mantener el curio ¿e) consejo, para elabóra lo cjuc realmente se había aconsejado previamente, y para motivar Ias nuevas posibilidades como elementos emergentes del gobierna* (IVMe, pp. 89-9*1). Al enfrentarse con respuestas incornpk.L**, ina propiadas o contradictoria-s, los suj etos frecuentemente decidían esivrar pan ver s\ poneriores respuestas clarificaban la situación, o » encontraban una razón- que -diera sentido» a la respuesta, o conluían que el concejero había -camb ado de opinión** o «aprendido algo nuevo* entre respuesta y respuesta, o que no otaba suficiente* i icnte familiarizado con los detalles del problema, o que la pregunta '■*taba mal planteada, ctc. En resumen» )o$ sujetos empleaban ad hoz nulos los medios a su disposición de* manera que pudieran mantener vi compromiso con la interacción en tanto que proceso de tutoría ni el que toman pane con$ejerr*s dignos de confianza y debidamente notivados. Decsur estudio pueden sacarse con faedidad varias conclusiones. I.a primera es simplemente el reconocimiento de la enorme variedad dr presuposiciones, elementos del conocimiento, inferencias y rasgos Mintextuales que se emplearon como recursos para mantenet la coI ir renda de los mi cesas centrales de la interacción. Aunque el ter mino •método documental de interpretación* xe refiere a un proceso di comp rensión general, es conveniente recon ocer que existe un nú mero indefinidamente elevado de elementos aue son agua para su molino procesnal hn relación co n esto, es claro que en todas las i ims del experim ento los sujetos tenían uní com prensión provisional dr lo que estaba ocurriendo, uní comprensión «vasa» y sujeta a visión. Aunque estaban basadas tanto en la aplicación de un co nocimiento detallado como en el uso de inferencias i^ue operan «en •Ictcllc» «>bre loa aspectos particulares de las interacciones, las infen, ia»; de los sujetos no pueden interpretarse co m o prod uctos de u glas claras o de algoritmos aplicados mu ambigüedad. Garfinkel ha mostrado en repetidas ocasiones que la aplicación de reglan implica nnaiiablemente el uso de recursos ad bou, tales como las cláusulas i menos que», «etcétera* y «dejémoslo asi»» ,9. No cabe duda de •pie- estos recursos se utilizaron en la interpretación que los sujetos 1 1»ieron de *us .sesiones de «tutoría* Finalmente, tenemos que obi*ivar una vez más hasta qué punto se les concedía repetida y ex u n amente el beneficio de la duda a estos -m od elos subyacentes» Vid , irtur ah j , (Juinkíl (l‘*$4a. pp. 2-4. 18-24) y Garímkel (IVWc.
presupuestos (es decir: la interacción implicaba una «relación de tu torí a- inteligible com o tal) a pesar de que existían indicios que apun taban ci¡ sentido contrario. De acuerdo con la descripción de Scntitz de la «actidud namraU, los participantes en el experimento &uspcn dieron efectivamente durante tanto tiempo como tu c posible cual quier duda que pudieran haber comenzado a albergar sobre el ca rácter tic l.i interacción. Hechas estas observaciones, sin embargo, he Je observar que en un importante aspecto los resultados del experimento de «tutoríasé encuentran rn un relación sorprendentemente paradójica con los resultados de los v experim entos de ruptura* discutidos en la sección a n t c f x i r . los sujetos viei esnerimento de ♦tutoría* persistían en la creencia de que se encontraban en una verdadera situación de «tu toría-, y se mostraron cxcepeionalmente ingeniosos recurriendo a consideraciones j J h o c paja mantener cvte sentido de los aconteci mientos. Por ei contrarío, los sujetos de los experimentos de ruptura abandonaban con suma rapidez, cualquier intento de comprender lo que evt.iba ocu rrien do , respondiendo inmediatamente con iir iución y Hostilidad a Ia * acciones de los experimentadores. Parece que la clave de esus dos respuestas alternativa* rcride en el gratín en q u e los sujeto* del experimento podían interpretar la conducta del experimentador como inteligible y razonable. F.n la medida en que los experimentadores mostraran formas de compor tamiento q u e pudieran ser m elód icam en te \proceduraUy\ ajustadas íl contexto en e! que se producían, los sujeto* estaban dispuestos a responder sobre la base d e la «contianTa*, 7 a aplicar una interpre tación que «hiciera inteligibles* los acontecimientos. Sin embargo, cuando los experimentadores mostraban una conducta que no pu diera ajuvurce de esa manera, Jicho comportamiento era inmediata m e n t e sancionado. A pesar de que los sujetos a menudo quedaban desconcertados v extrañados durante estos experimentos, es significativo que «o ana lizaran la conducta de los experimentadores «dismiptivos* como melodía» O S t r u - j «Jim- «Por lo u rcücrc ¿ su icmducia en lov MuntO* cü tlar, por supuesto ro,;!i*: en ¿na palftóro. o>mo racional. Ver <1 «sentido-* de i»> u%ic *c «lícc e\ atribuir un carácter -noemal* j Jo «jue te dice. «/•/ •¿cuerdo coirtfujUáo* o- u-/Á*r.‘ a Jtvcno, métodos sen iles p jr j log w que lo< recoivo/c*» //.vr atyo te dijo -de .Ukcráo con 5«5f*rvfj:>»ts. i'cr c«hi*na rnirrfw- r no .r fu concardinau »icrextUrAbit 1 .i' G a r i in k e l s u b r a y a q u e n >d o c f i y x i m i c i i t o t »e ne u n a b i * e
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«’.iunic ilt? sentido» casual o inmotivada. Los experimentos de dis nupdón de Garfinkel estaban originalmente ideados, en efecto» para paralizar el método documental de interpretación y crear situaciones •le total pasividad y anotnia. Lo cierro es . sin em barg o, que rara vez ocurrió esto. Fl «melado documental- continuó funcionando, y los n¿ctos fueron capaces de reaccionar a lo que le* estaba sucediendo. I n efecto, el hecno de que un sujeto respondiera de forma predo minantemente Imjsu I mostraba que su análisis de la conducta de los •xperimcmadores le indicaba que lis motivaciones de u l condu cta, . H i n q u e de momento eran desconocidas, probablemente eran hovtile*2'. Por ramo, es esencia! par* la aiuli/.abilid¿d de I 2 acción el fenó meno de la confianza m etódica ¡prccedural trust] Lo s participantes abordan cualquier situación con un conjunto de procedimientos ¡n'«ipretativos que usarán, en gran parte inconcientemente, para de terminar el sentido específico de las acciones sociales concietas, si1 nada*. lVn> cuando no puede definirse ese sentido , los participantes ih» tienen que abandonar necesariamente Ion métodos que sirven de lfc.tv« a su comprensión. Más bien usarán cmjs mismos métodos b.v . »■>* como fundamento para juzgar las acciones sociales como des . taitones de la conducta -normal v razonable-, como negativamente* •1 lotivadas y moralm ente reprobables TV esrr mod o, lo* método s mediante los que se interpreta l.i acción son do blem en te constitutivos S¡$iiíúativxinentr. !i cura ti a .
drí ex pe tinr ludo*
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•• «U ofplk * iüii en hincnVii dé mocívc* e ¡moiciooff Giifinlfl rd|. Gaitñkr ¡ntcrcanho las piernones de do* pie/» idétmas — p r , do* ni*. y.i ^|M M *úi CMll ti . •. • . | 1 rxi raa nt e, •hv»l*l>A»i de In nÚKrrioK) de m:% nn (¡v m > (Girtiakel: l % * . I »• . : ’ ¡ h e p ar tid a. Ce^purt de m udlM A: lo* cxpcriiDeniof de v rKtirj ••i» i-ijt sa ;í t w como r«pcvimtttt ído i« enccntrabin df icak ad f* par* vnlvrt * u i .’ u j t
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i 1 i.cRcd di h pfXK'li (vid. GarlinkeJ: 1984b, pr» 4.VV, 52-Ji Curjumrabui premaidole ai e*p?r.n:cmaJc»r *us imtivivi, .1 tremida »|uciando«: «Muy bien, ia< expíiCJCfOOC* qor se les • n i. v * t j c de se ara n al c a n a f t c lm i ó ó * i rá » , ju r o u e r o t u p ie ra n m u v bk w i esa qtu I. o debería con ns ur - (198 4b . pp 72-3;. (3 Tam bién en e( experimento d i la •'•» 14 tía itin k cl obse rvó q u ; lo» Ckiudiáo to no ¿».»dwn dei-v de txi* ¿tr un.i motiva • • .|i r explicara el comportamiento Je ! experimentador -I n i e m ttnian xiu* •* •.i!i;de s para captar h i ásaplícactoi:^ pn p ia i tíel carác ter eatual de i* res• . Oym ídrraban que u m rcipocsia pred ecrm inuJa era \na er^arVi, n«» una r« * • Ji v id n la de j«ium*n«> c iixIepeiuÜenic ere '.»» pvsisnuk ^ i»*.iéfeie> ir 1 «meso •I .. p. ^1 f.l t*aUfniento (dib or ativ o Kcu nd uio clri n'-mp ortamicnto des vad o .fii| rum iento C02 tvmtivOS o p c c i a f c * n u i t x i o r c e ^ lr al m v n . v t M iuer»*
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tic lis actividades que organizan. Por un lado, hacen inteligible 1 1 conducta que se percibe como normal; por otro, ponen en evidencia la con du cta que se tlesvu de esta. Lo s m étodos interpretativo* tienen por tanto cierta* propiedades sorprendentes. No solo es posible apli carlos de forma flexible, de modo que permitan que conductas di* verías puedan asimilar*# a un modelo subyacente dado» sino que uinbicn pueden emplearle para evidenciar la motivación o «delibe ración- (y por tanto el significado) de ¡a* acciones que se desvían de los dictados de ese modelo. Lsto significa o xu vez que el conjunto de métodos interpretati vos mediante los que se hace intrligible una acción tienen la notable propiedad di «cubrir» totalmente el campo de acción. N o hay, poi consiguiente, ninguna acción no categonzibfe; incluso aunque, en lo* límites de la discusión, algunas de las desviaciones mis; drástica* de 2a conducta -percibida como normal» se sinian eu la categoría residual de conductas «insanas». I-a doble constitución característica de lo* procedimientos interpretanvos tiene una importancia inmensa para el análisis de la acción social ordinaria, que trataremos a conti nuación. Normas y acción: determinación normativa v e n u s cxplicabilidad moral Entre las principales perspectivas sociológicas que «e ocupan del análisis de la acción social, ha sido tradicional considerar que las acciones ordinarias e*un ^obernauas por regias (>X'ikon: 1971) o determinadas por noimas morales y, de este modo, especificar el meconismo fundamental mediante el cual las colectividades configu ran y limitan !«is actividades de sus miembros En la influyente explicación parsoniani de este proccMj, las normas morales se imeriori 7.1n para constituir las disposiciones de necesidad de lo s indivi duos en un proceso de socialización que. en lo esencial, ctjnsisce en un condicionamiento mediante la administración »fr premios v cas tigos. En este análisis se omite cualquier estudio fundamentado del razonamiento que llevan a cabo los actores ordinarios en situaciones de acción. Se trata al actor social como a un -idxita que ju 2 ga», es decii, como al:
* Como Vilicm (1971, p. lia obscrTjdo. unto > a \ tccnis del con* ,t%ic
*l;umbic-dc-la-xoc>ed*l-del-soci¿Iogo»' que produce las características esnbles de la sociedad actuando de contorrrjdsd cun ia§ alternativas Je acción preestablecidas y legítima*. Y por tanto, «I u* i que hacen las pcrs:>ni.s del conocimiento «le sentido ojoiún de tai «m i unturas sociales a lo largo de ia "svcesión- trmporai de situación** con ectas se trata como epiicnoméuko. (Garfinkel: 19S4t>, p. 6#)
En esta formulación del «idiota que juzga- no hay una concepvion del actor social que usa sus recursos interpretativos para enten der el carácter de la* circunstancias en las que se encuentra y que, como pane de rete proceso, determina que posibles alternativas se evaluarán con relación ¿I orden normativo de los acontecimientos en que se halla envuelto. No hay, en suma, un análisis de la acción social construido en función ¿ e lo ouc es esencial para los partici pantes en esa acción: la inteligibilidad mutua y la cxplicabilidad mo ral de la acción. Tal tratamiento implica una rcconceptualización fundamental de las concepciones tradicionales de la función de las normas en la actividad social. Sin embargo, una vez que estos ele mentos ve s túan en el centro del análisis, aparece un método pan el análisis de la acción radicalmente distinto, aunque teóricamente coherente y empíricamente fructífero.
I.
La siumeiún de la acción
Una recoitccptualizAción inicial de li teoría de la acción que n e ne exigida por los resultado* de las investigaciones de Garfinkel se refiere a ia misma situación de la acción. E n e análisis parsoniano V. en general, en el «paradigma norm ativo* (W fls cn : 1971 % Jas nor mas compartidas funcionan como nexos estables entre las situaciones y las acciones que determinada* condiciones situacioaales dadas ex ij*cn. laindamentalmcntc, se considera que as «situaciones dadas* -que en principio son reconocidas por los participante* con inde pendencia de consideraciones norm ativas evocan expectativas y disposiciones mumativas específicas que *c manifiestan en una de terminada conducta. Por tanto, el modelo normativo de acción con certada no solo requiero que los actores hayan tenido una formación normativa similar, sino también que compartan percepciones comu nes de las situaciones empíricas en que se encuentran. Si se cumple i wa última cond ición , puede considerarse qu e los actores están si tuados en contextos que, mediante normas apropiadas, determinan
s\x%acciones conjunta*. F.n este análisis, cada situación se trata como dúcreu y anterior .1 k acción , v se considera que determina la acción en una relación del tipo «continente-contenido» ;1. Fn este paradig ma se ignora la función constitutiva del tiempo en U organÍ7ación de la activid-id como secuencia temporal. Aquí no existe ninguna posibilidad de que -a* perspectiva temporalea retrospectivo-prospec tivas desempeñen .su función interpretativa; función que, como inucs tra Garfinkel, es esencial para comprender incluso una conversación elemental ((¡arlinkcl 1984b, pp. 38 -4 2) . Y , en general, la teoría tiendc a tratar la relación temporal entre una situación y Us acciones que genera como al^o que ocurre dentro de las límites de un único y brrve moiiicnüi (Garfinkel: IV32, p . 147). Pero esta concepción de U relación entre una acción y su con texto no es cómanteme con loa descubrimientos de Garfinkel acerca del modo d e operar del método documental de inicipretacióo en situaciones ordinarias de acción. C o m o recordarem os, Garfinkel des cubrió que el contexto de la acción no solo influye en lo que *c piensa q jc constituye la acción, sino que las acciones com ponentes tambicn contribuyen a que la situación de la acción adquiera pro gresivamente un sentido . La «acci ón- y el •co ntexto * stm elemen tos que se elaboran y determinan mutuamente en una ecuación si multánea que los actores están continuamente resolviendo y volvien do j resolver para determinar la naturaleza de los acontecimientos en los que están situados. Por tanto, no es correcto afumar que Us •circunstancias- de una acción son simplemente anteriores* un con fiinto subsiguiente d e acciones que ellas «envuelven*. Como presu puestos (no inalterables) de la acción y de la interpictación de U acción, b s ‘ circunstancias, han de interpretarse como los produvus en evolución y modificabas de las acciones que Us constituyen
2. El nexo entre norma y situación Al análisis de la acción se le plantea un problema conexo al con viderar U relación Ci.tre Us nomia* mediante la< cuales se «dctcmiinan* Us acciones y las situaciones a las que se apLcan esa' normas. Fl problema central es que toda situación Je acción difiere —en m ayo r o menor medida— de cualquier otra, y que en principio, por consiguiente, el mundo social consiste en número ¡ndcfuudamcnTc F u i « n af tc * * t h * u>roa3c. J e Ikirk e «IVIV» 4 Vid. en |Urtuuf.ir las ¿ra l: ¿i* »i- (r jr fi n ú ! iW proce»*> mml m u d vu i! *r entiende un í sanóle r o f t v c n a o ó * (Giifrake!: IVMb. pp. 33-42) y J r Ui < a r M tf íitii « ik lo s p*oc«%o% «le cu m p trm iú n en el eqxrifTH'Vico «ae tutor ía (1 9W c, W*.
amplio de situaciones de ic d ó n diferencubles J\ P ero aunque el Paradigma normativa parte del supuesto de que eróte un doiiiiaio de situaciones discretas a partir J e las cuales ac generaran las accio nes mediante la intervención Je las normas. el nxxielo se encuentra .araciia/.ado por la perspectiva de una serie indeí¡nielámente larfca de con texto s de acción único* ?A. Es ta claro que no ex úten prescript io nes normativas para cada situación de acción; *x existieran, cada pies cripción quedaría fuera de uso después de una *ola aplicación. Tal resultado, si fuera concebible, socavaría el mismo concepto de nor ma de conducta, v haría inimaginable que pudieran compartirse tales ••
las nonuas o r e g l a s interiorizadas han de determinai la acción a través de situaooncx diverjas será necesario aue el método que permita identificar el dominio al que son aplicables oas ícelas íorrae pane in icia nte de La teoría rioi mativisU. Sin embargo, en la filosofía de la acción post wiugensteiriímA es un lugar común la idea de que los límite* de tales categorías son negociable* y revisadles a través cir los unos de los actores, cuyo carácter es a .su vez negociable y no determinista . Un resumen, como ha obsirvado el teórico del derecho H. L. A. Hart, «las situaciones de hecho concretas no nos sa en al paso va diferenciadas unís de otras y etiquetadas como casos de una regla general cuya aplicación es lo que está e.i cuestión: ni la misma regla puede tampoco adelantarse a exigir sus pn>pú>s casos» (Han: 1%1, p. 123). Los participantes deciden en qué casos deben aplicarse* las reglas a la lu/ de los detalles de la situación en que se encuentran. Además, dado que las situaciones en que ouede aplicarse una regla variarin en los detalle* específicos, el s o n i d o característico de la aplicación de la regla también diferirá en cada conjunto de circunstaneiac Garfinkel ce refiere a este problema, inter alta, cuan do recomienda !a táctica de rechazar Pi to
si
el coraoiicrai seriamente la idea predominante ik* que... las propiedades racumaks de las actividades practicas se evalúan, reconocen, cateporiran y describe* emple ando una noona l» jn tsúiuUi obrenidof fuera de las pro pus limaciones en las que paiticipanre* en «lieha situación reconocen. •Kan, producen y conimtan las mencionada^ priedades. ;Gariinkci: 1951a, P- 331
Oh* M nli*erT*d» S«ck> ltfj.roen 1••■ripiWe
ntwíúa Ji itciiV» e* Mka f
Para i* |-.w¿diurna soroativo» la pn>b!cmáiic.2 rdicii'm entre r.'Xncu morales v.;iicralc» v ¿n . tinto diverso ¿c utuiaonet di atuOu ú»i* i\ »c nuniticíu como uta virj.YiK «jks pr*K^#ma J e lo* u ii v e r d n .
Kjrr * * 1VS44. I9s-íl» pjra uní iii*¿UM>Alucda Je jI*¿i no de Ik poMe mas implado* r
Y xl .
Por unto, en estas dos ¿reas de problema* —el dominio de ac ciones al que se aplican las normas dadas y la aplicación concreta de normas a contextos situacionales específicos— hay deficiencias Jo bastante importantes para desacredita! irremediablemente el modelo de acción del detcrminjsmo normativo. Eato no quiere dcv.it que lus expectativa* normativas sean irrelev antea en la or£3nÍ7ación de la acción Lo que indica es aue ha de reconsiderarse su función. A diferencia del modelo de acción normar!vo-d¿rterminista des crito arriba, las investigaciones de Garfinkel sugieren un análisis nor mativo fundado en la noción de cxplicabilidad normativa de la ac ción. De acuerdo con este pun to de vista, las expectativas normativas de los actores no se tratan co m o reguladoras o determinante* de las acciones que pueden reconocerse con independencia de las normas, sino como dementes que desempeñan una función constitutiva en el proceso mediante el cual los actores reconocen en qué comiste una acción. Así, las sucesiones temporales ce accioDc?» se captan y describen como mutuamente relacionadas por referencia, sobre todo» a conjuntos; de rxprcrariv.is normativas. Es asi como una idcrar cualquier acción social como auto-organilativa con respecto al ca rácter inteligible de mis propias apariencias» (1984a, p. 35). Además, cada acción constitutiva ha de ser analizada como determinación, ajuste, restauración, alteración o ruptur* del «contexto de la clase»,
v ve h¿llari üuc a>¿ se ha and¡ 7jilo en y por su propia producción •*, com o señila Garfinkel, •reflexivam ente- o * inherentemente» m s.:rn¿ttty] De esto se sigue que, incluso en uiu situación como una clase, en la que la función reguladora de nonnas o principios »le conducta pueda parecer obvia, existe una función conunutivx mucho mis importante de las normas de la actividad propia de la ilase. Esti función constitutiva es particularmente obvia cuando se infringen la* normas; y de dos maneras. 1. Es evidente qu e las norm as J e la conducta en la clase M»n constitutivas (mediante la propiedad de .doble constitución-*) de l.i conciencia que tienen los actores de las actividades que >e desvían de ellas. Las normas de conducta en la clase son por tan to, inevitablemente, los vehículos mediante los que pue de oroducirse ur.a conducta que, por ejemplo, desafíe, desa credite o ponga ui ridiculo el papel del profesor. Tal conducta es manifiesta para todos quienes .vean conscientes de las nor mas, y sus autores pueden considerarse mora luiente respon .sables de ella er. la medida en que sean conscientes de las normas 2. F.l carácte r pre ciso de tales desviaciones de la norm a puede emendóse en detalle partiendo de un análisis de su? contex tos, que necesariamente constituirán su sentido en cuanto ac ciono*. Y nediante este análisis detallado pueden explicarse las desviación*** co m o voluntarias o involuntarias, co m o constru c tivas o «anciorubles. etc.
). E l ciirdctrr Vinculante J e h * norm ss Uno de los dogmas fundamentales del análisis parsoniano de las ««impulsiones normativas es que seria difícil o imposible para los a tores sociales actua r de forma calculadora con respecto a las nor mas que han interiorizado. Una vez interiorizadas, las normas u* convierten en disposidonea necesarias de la personalidad que con ducen la acción de manera (en gran medida) irracional y prescrita. » in e*to lo que establece su car ácter %¡m ulante. JVu tie n iflo , ih> |.nie«le lim irsc • ¡A so k n tv b r t ty u e t u a la pregunta Je un r •.•l.-vi • in e s ; w m fcrt. ' Peter Frenen l a ¿lustrólo elrftMtcnKnu: n u |h*»»u s ce»n U sicuacu* ub^r» **
• ■•i acerca ór um cüjc inbnt¿ I ¡ profesor le pr^MMÓ a un niño oue a*at\» m* i nxk» por un rn tioicopco c«»¿ c ía lo que veú. Lwinundn li túta. el riño rvplicri: Mira*. Frencfc Ki/.o nour que kxIo* l**> ráto* *»xcn J.ef.H» a evitar re«|K>c»u* «crac¡amo ci»L U'tcc/i ienuna
Para Ca ríiukcl, poi el w m trano , la* convenciones normativas han de entenderse fundamentalmente como recursos para establecer \ mantener la inielipibiiidad J e un cam po ele* acción. Com o mostraron Im experimentos de ruptura. con independencia de <|ur accione* ten gan lugar los actores tratarán de entenderlas por referencia a la* normas; v en aquellos casos en lo* que no pueda considerarse que la axiiin obedezca a una convención noimatjva, será tratada como una desviación de esa convención. Fs posible dar a su vez fratamien ios «elaboramos secundarios» a estas desviaciones, tutamiemo* en los que puede apelarse a motivos (a menudo negativos) e intenciones con creta s para rntespretaxlas Además. las conven ciones norm ati vas pueden, en taso de ruptura, constituir recursos pa/a transformar situaciones de acción. rcdefinicmlo U* identidades ¿ocíales en ¡uc,;o. etc. listas interpretaciones, sin embarco, ipncralmcnre dan por su puesto que (contri Parsons) las convenciones normativas aplicables a uru situación de acción son cognoscitivamente accesibles a todos los implicados» y que por consiguiente A «desviado* es por lo ge neral alguien que «dibn habérselo pensado mejor* o que «podía haber ¿.tuadu de otra manera». Las nociones convencionales de la responsabilidad de una acción (V de la sancionabilidad de una ac ción! descaman cu este >ui>ue\u>. Todas estas interpretaciones deoenden de la capacidad del actor para adoptar j i u orientación re flexiva (y en ocasiones calculadora) con respecto a convenciones n or mativas. Por consiguiente, en la explicación de Garfinkel, que no otorga una particular importancia a In historia de premios y castigos como garantía de que ¡os integrantes de la sociedad verán guiados por convenciones normativas, es posible admitir que la anticipación refleaiva de la analizabilidad r cxpHcabilidad mi>ral de la desviación de las normas es ta que inhibe la prod ucción de u les desv lactoncv (Garfinkel: 19 84 c, pp. Fn los análisis cogno scitivos de no r mas desarrollados por Garfinkel (normas que consisten en marcos de rcfcrcncia públicos para el anaüsis de la conducta] ocurre lo con trario de lo que afirmaba Parsons: el hecho de que el actor anticipe las posibles interpretaciones de ¿u conducta desviada no debilitará suc disposición a obedecer las normas. sino que puede darle «buenas rapiñes» para llevar una conducta normativamente apropiada M. Vi«í. iv.u : i \ ík r b p . iwa.1, j«p llJclO, 2C9-I' H f c l tu .n ki e n «ju e d a c t o r ü i t k i j t r U ¡ M f r p c t k i « » . i t j i * s e i l j i j a s « o o n d a c u €*> u n j im p * n ii i( ( «jor m l'u v t m v j c Ic c c m m i J r «t i r m i t iv M J e a esu So t n ía iJea se rcvnocita al etrucu o tu Jio o r C . VTñ&fci M ills .iit ic n s m t I *u jl + ia ñ o o f ( M i lh : W C ) G a riin k e! J o c r i U *>• e l p r u M m i t u b r a t o u e m su i « i » d e s t e ñ í : g ra n p ro ble m a a n i s s : lo s k W K í se c n u e n J r a u r o s i o r r * *
4.
L i m antenimiento J e m an os
Finalmente, otro *\c Ios ámbitos principales en los que la pers pectiva de Garfinkel implica una revisión dd enfoque normativo-deteiminista de la teoría de la acción aparece a! considerar la reoto Jucció n o persistencia de expectativas norm ativas. A pesar de la tuer/a de la discusión rarsoniana de la -doble contingencia» de la interacción y de la •hlc vinculación* de las expectativas normati vas, existen lagunas sorprendente en su explicación de h peralten lia de las normas en unto uue fuentes de conducta. Pues las normas representan estándares ideales de conducta» y es natural que los ac lotes pueden desviarse de ellas o no estar a su altura. I.a teoría de P-usons supone que la interiorización y un incesante proceso de xanción w n la base en que w sustentan las norm as, pero no men ciona ningún otro pnxrcso elemental aue pueda asegurar la persis tencia de las normas. Esta es una debilidad importante, nuca dado el carácter ideal de las normas y las taculíadcs J e racionalización de los actores sociales, las desviaciones y negligencias con frecuencia pueden quedar sin sanción por parte de la propia conciencia o de las reacciones de los demás. Y si esto o cu rre co n frecuencia, cabe iipcrar que las expectativas normativas sufran un proceso de deee iteración entrópica. En suma, se plantea la cuestión de corro los principio* normativos se mantienen como tales principios en circuns iartesas en la« que p odrían ser infringidos con relativa frecuencia y
•in sanción.
H análisis de la acción basado en la explicahilidad normativa ofrece una solución económica a esta cuestión. Va se ha mencionado .ulteriormente que, gracias a su propiedad de «doble constitución», m recurre a las norm as i>ara recon ocer tan to las acciones que se •informan a ellas como fas que se desvían de ellas. Se hi/.o notar, ideinás, que para los actores sociales las acciones que se ajustan a L norma rara vez se Lacen objeto de explicación adicional, aunque las .111 iones desviadas suelen aclararse mediante diverjas ex piracion es - eLtboiativas secundarias» que hacen referencia a las circunstancias •le la acción o al carácter y motivos o intenciones del que las lu llevado a cabo. Por tanto, en el caso de las expectativas normativas .«•lo hay «lo* posibilidades. O se ob cdcce la norma, o li desviación icspecto a eila desencadena y exiee una explicación en función de \¿ún motivo u contexto »espcciale.$*. En el primer caso la norma • rvee una explicación suficiente de la acción F.n el vegundo, la tirdws z* qu e »i * « n ú f n d f n s a o s a o tr o * v q u e atieren entervime entre ». pfto <1 problema e* qu: »c ttrxrémn ln^^<^end»c^LlCl»XTñl, Je olm a dtkenan *er i i « t i i lw * i (% u f i o k d : 19 52 , p . . W ) , II
norma motiva U búsqueda de las condiciono especiales que pueden explicar por que no se cumplió. En ambos casos, ¡a norma se man
tiene co gn ou itk am cn te como la ba»e interpretativa prim lu tengan en cuenta, el hecho de que mediante e*tas mismas íccioiies las personas descubren, crean y mantienen esta ivtaruknracion. ((>arfnikeJ: 1984b, p. 67) Por el contrario, la situación de la acción se considera un contexto de actividad esencialmente transformable que, de íor mi inevitable, se mantiene, altera o restaura en v mediante lis acciones que, por convención, afirmamos que ocurren -dentro de él», pero que, con mayor exactitud, podríamos decir que lo constituyen y reconstituyen en un continuo proceso de renovación. c Este probxtna rs escocia! pan el aoatists
¿ í as norm as que permiten reco nocer la* situaciones y las ac ciones i^uc las componen no *e entienden como un patrón n£ ¡do , suio co m o recursos clásticos y revmbles que se ajustan y alteran mientras se aplican a contextos concretos. En esce sentido, el cará cter específico de las acciones ordinarias se cap ta mediante un «trabajo de acomodación» (Garfinkel: 1% 3, p. 1^7), y, como en otro momento señala Garfinkel, siempre se reconoce «de nuevo por vez primera» (19S4a, p 9). 3. Garfinkel no trata las conven ciones norma tiva* com o guias de 1j conducta, sino como una de las fuentes esenciales de los recursos cognoscitivos mediante los cualet se hacen inteligi bles y moralmencc explicables los contextos de acción, tu particular, ponen en evidencia U conducta apropiada y la con ducta desviada; lucen posible la anaJizabilidad secundaria de la conducía desviada en (unción del dignificado y los motivos; y la conciencia reflexiva de la posible interpretación de la co n ducta desviada puede mo tivar una cond ucta normativa mente correcta. Cuando los miembros ce la sociedad consideran la condu cta inteligible y moral men te explicable sin tener en cuen ta si dicha conducta se ajusta o se desvía de Us normas, se supone que existe una conciencia cognoscitiva de los marcos de referencia normativos. La analrzabilidad secundaria de las desviaciones con respecto a las convenciones normativas p u e de que, sin embargo, tienda en general a motivar una conducta ajustada a esas convenciones. •1. Se considera qu e ias conven cion es normativas constituyen una presuposición de los ámbitos de acción que hacen inteligibles y explicables. El qur se mantengan es, a ti ve?, la presuposi* ción, el p roceso y d pro du cto de su uso para interpretar las situaciones ordinarias de actividad social (ctr. Pollnen 1974a). liste status es e) que les otorga una inmensa estabilidad en cuanto fundamentos institucionales de la acción. Como tales fundamentos institucionales, tienen un carácter, sinuikineamente, cognitivo y moral. Kn conjunto, estas conridcraciona representan una reorientación . uncial de la concepción parsoniana de la acción, concepción pre dominante a lo largo de! período de la postguerra. El nuevo carácter . ntral oto rgado a lo* fundamentos melódicos de la acción , al modo rn que los actores captan las circunstancias en las que están situados, v a las propiedades reflexivas de la acción ha suscitado una gran i.ntidad de trabajo experimental que se ha empicado para arrojar nueva luz sobre problemas antiguos. Quizá lo mas importante sea que li concepción de la explicabilidad normativa de la acción huma
na ha dem ostrado ser una fuente ¿ h u t a v fructífera para la acumu lación de conocimiento sobre La naturaleza de la organización social, lía sido esencial para las nueva» formas de cntcr.dci I» fuiivión del lenguaje cu la acción social» la naturalczfi de la intersubjerividad en la conducta humana, los fundamento* institucionales Je la genera cíón y aplicación dd conocimiento; además, se ha convertido en una explicación cada vez más detalla*!* de la naturaleza de la interacción social. Nos ocuparemos a continuación de estos temas Lenguaje y explicabilidad La propuesta de Garfinkel según la cual «las actividades medíame las
»ti los úuc se dan. Tal noción de la descripción es explícita en teosía* •i.ic enfatizan la función representativa del lenguaje y las correrpon«l/nuns entre la* palabras y Lis costo, c implícita ?n formas de in vestigación sociológica práctica que tratan las descripciones de lo* ...lores sociales comn datos que apuntan apfoblenáticamente a la* icalidades sociales subyacentes. Fn con tra de est.ts do s posiciones, G arfinkel pone de relieve hasti qué punto las explicaciones ordinarias se ajustan «laxamente* a Ia v circunstancias que describen. 1.a naturalc/a del ajuste entre ex plicaciones y tu s circunstancias se establece mediante un trabajo in trrprctaiivo atuvo. Los elementos racionales de las explicaciones» .1I11 ma. *con>i
I
pp. 14 2- 57 ; Schcgloff : 1984}. l a s propiedades indéxica* de las expli caríoncs son, por tamo, un recurso mi* que ur; obstáculo para el entendimiento en los contextos sociales ordinario*. L is propiedades indcxicas de la* explicaciones se derivan, úl timo término, de su carácter ce acciones. Lis explicaciones se bollan inextricablemente libadas a as ocasionen de su uso, afirma Garfinkel, porque las explicaciones son «elementos de sus ocasiones de uso socialmentc organizadas» (Garfinkel: 1984a, pp. 4-7). P or consiguien te, las explicaciones ordinarias no son algo ♦aparte» de las accbncs. N o existen m om entos en los que la acción se detiene y el con entariu de la acción toma su lugar. Y ¡as explicaciones tampoco son sucesos desencantados que se exKuentran fuera de las actividades en las que se hallan temporalmente inscritas. Antes bien, son acciones por de recho propio; como otras accione*, contribuvcn inevitablemente ti la situación de la que forman parte y, también como otras acciones, son interpretada*: y entendidas metódicamente. Además, las explica ciones se interpretan contextualmente mediante ios; procedimientm elaborativos reflexivos del método documental de interpretación. Garfinkel y Sacks resumen así esta posición: «una descripción, poi ejemplo, en el modo en que puede ser una parte constituyeme de las circunstancias que describe, es decir, de innumerables formas c inevitablemente, elabora esas circunstancias y es elaborada por ellas(Garfinkel y Sacks: 1970, p. 338). Las explicaciones, por tanto, están sujetas a la* rnismstt contingencias circunstanciales e interpretativa* que las acciones con respecto a las cuales se orientan. Pues, repitá moslo, las explicaciones son acciones, y !u importante es que ve emplean de maneras enormemente variadas para organizar situacio nes de actividad cotidianas. Las explicaciones, por consiguiente, no representan el término de la investigación sociológica, sir.o que son un punto de partida. De este modo, la concepción d e í lenguaje y de las relaciones soc¡3ks de Garfinkel abre campos de investigación enteramente nue vo* a la vez que suscita profundas y compícjas cuestiones relativas a la naturaleza del discurso, de la conversación y de otras formas de comunicación. Fa inevitable que c.\te tratamiento genere m á s p m b ic mas ¿e los que resuelve, cosa que es totalmente positiva. Las con ccpcionts .interiore* del ler.guaje lo presentaban como una entidad transparente c ininvestigable. Las observaciones de Garfinkel «natu ralizan** el lenguaje y sitúan el análisis d e las explicaciones y prácti cas explicativas al mismo nivel que el análisis de otras forma* de acción práctica. Garfinkel entiende el lenguaje como un recurso me diante el que los integrantes de la sociedad intervienen en situaciones de acción, pero los «marcos de referencia» y «mecanismos» mediante U>\ que las paiahrai se estructuran en explicaciones y estas se «vin-
•ulan* ji las situaciones reales ouedan abierto» al estudio empírico. i«>ecdimientos y consideraciones concretos que reculan la asimila •i
derable, y no en último term ino 3 causa del impórtame solapamiento sustantivo entre los dos enfoques. Sin embargo, ambas perspectiva* difciían en dos cuestiones relacionadas y decisivas. hn primei lugar, los estudios etnonietodológkos evitaban la premisa nominalista sos tenida por li ^teoría del etiquetado», según la cual la dcsviac:ón cataba constituida por reaccionas sociales loui cottr: (cfr. Pollnci; !974b); en segundo lugar, tacharon de excesivamente simplista la concentración de los teóricos del etiquetado en 1 1 distinción entre lo correcta y lo incorrectamente etiquetado. i*n lugar de esto, lo* es tudios etnomctodológicos se centraron de forma directa en las prác ticas organizativas y en las contingencias del procejo de definición: ace pta ron, además, que ias expectativas nonnali'z adoras eran un elementó inevitable del funcionamiento de dicho proceso 3\ Un ejemplo remprano de este método es el celebre estudio de David Sudnow «N on rul Crim ea* (I En esta obra* Sudnow mos tró con considerable detalle que la* concepciones de semidu común sobre los delincuente# típico* y los modelos de delitos que tenían los abobados públicos caltformanos confirmaban el modo en que planteaban la negociación para reducir la pena del reo a cambio de que este se declarara culpable, y por unto áspenos sustanciales de la administración
Vid. lv»ll*ír (l?74bj P»r.i vin criik * ct<»d
Ciófi.
u Vid, .MnyiTjinl |vra nn n lio w irMuilio de toi dt^illn cirl propio prooruj de ncjocíición ¿c fcasentencia.
u J cocnu se usan en m li d id , la* categorías delictivas . son . los términos J e referencia simplificado* dt: esc co nocimiento de la estructura social y de Hm cjs w d d ic tm * que *e preno tan en día , cnnneamsento en d que se lusa la Tarca de nr^oni/uu prácticamente I*» labo r de -representación♦. Estv CO linimiento ¡neluve, ineoiporado a lo que en r tjIid itJ ligNtfica allanamiento de morada, hurto, infracciones .t la lev de natctkxos, abusos dejhoncitos cun niños, etc., el conocimiento de los modos uoló&ka* y sociales de lo» delincuentes, his lorias y pcrcpccttvj* de e * 0*. (Sudnow: 196>. p. 275)
Mediarte c! uso Je este conocimiento, con su rutinari/.adói: y tipificación de Jos «crímenes normales*, sostenía Sudnow, la admi nistración cíe justicia *c ha visto sometida a un proceso de burocrati/.ación informal que no estaba descrito en el código penal california no. Paralelamente al estudio de Sudnow, un número sustancial de invcMigackmcs etnomctodológkii* llevadas a cabo durante los años sesenta mostró que podía rccurrirse a una gran (y anteriormente insospechada) variedad de consideraciones circunstancíale* al adoptar o modificar la* acciones o decisiones burocrática.* nórmale*. Ksirvchamente ligado a esto estaba el reconocimiento de que lo$ miem bros de las burocracias no solo pueden, sino que están positivamente obligado* a aplicar e interpretar las normas y procedimientos buio11 áticos de modo una importante ltiente de poder discrecional. L?. necesidad de establecer interpreta•iones m í hoc incluso en el caso de reglas de procedimiento muy •Iiras fue elegantemente demostrada poi Zimmcrmm (19íV>a) en un evtudio de las actividades de los recepción isu s en una oficina de vjM cncia social l>o* rcccpcio nU taj, <¿ue utilizaban tin pnscedimu-nto sumamente especifico para regular la afluencia de peticionarios a lo* asistentes sociales, en determinados casos se veían obligados a desviarse del reglamento. En tales casos, Ixs nociones de los rcocj>. kmlistas podían defenderse y se defendían aduciendo que ios obje taos del reglamento se cumplían de forma mis efectiva apartándose .1 él que siguiéndolo. Co m o observa Zimm erman, «la noción de '.i.cíón de acuerdo con una norma' no es cuestión de que la norma *.« cumpla o no per sct sino de las distintas formas en aue las per sona* se 70, p. 23). I n otxos ensayos relacionados con este y que surgieron del mis mo proyecto de investigación, Zimmerman moMrú de diversas for man que las demandas escrita* y las explicaciones verbales se ínter incu ba n mediante procedim ien:os m uy parecidos a los de los cod i
ficadores de Garfinkel (vid. p. 236). Igual que los codificadores, los asistentes sociales generalmente podían -hacerse una idea- echando un vistazo a los docum entos que constituían la base de las demandas. Cuando los documentos parecían problemáticos, determinadas ideas acerca d d «m odo en que pudieron elaborarse los docum entos* (Zíttimcrnian; 1969a) proveían de un conjunto abierto de recunoi que le$ permitían a los asistentes llegar a decisiones definidas y justifica bles. O tro s estudios dem ostraron hasta qué punto el -procesam iento de la» personas* está sujeto a prácticas interpretativas en las que la aplicación discrecional de elementos contextúales puede desempeñar una función crucial. En d cam po de la educación, el csrodio del traba;*) de conse jeros escolares (Cicou rel y K itsuse: 1963) y de la aplicación de tests y otros sistemas de tratamiento (Cicourel ce al.: 1974; Leiter: 1976) han documentado estos procesos de torma sus tancial* y la obra de Uittner (vid. en especial Bittner: 1967a) ilustra proceso* paralelo* en el trabajo práctico de la policía **. Mientras (|uc lo» estudios a r rib a i iK U t io i u d u x muestran h a s t a q u e punto y de qué diversas maneras la información contextúa! se suele incorporar a la toma de decisiones burocráticas ordinarias, el famoso estudio de Garfinkel «’ G oo d’ Organizational Reasons for 'Bad* Clinic Records»* (I984f) lleva el razonamiento un paso más allá. F.l punto de partida de este estudio fue el hecho d e que una investiga ción preliminar de los iriormes médicos de una clínica psiquiátrica mostró que, si bien los datos se habían recogido de fomia correcta, no eran Jo suficientemente detallados ni siquiera a efectos de aplica ciones sociológicas bastante elementales. F.sto motivó li pregunta Je por qué era necesario conservar informes un incompletos, vagos y elípticos. I .i conclusión de Garfinkel fue que si los informes ac con servaban, era porque podían utilizarse como recurso pata describir las relaciones entre los pacientes y el personal de la clínica como debido cumplimiento de un --contrato terapéutico»*. La ausencia de detalles, propuso, funcionaba como recurso defensivo, pues garanti zaba que solo el personal autorizado podría leerlos conpetcntcmcnte, personal que los interpretaría desde su propio conocimiento de lo$ procedimientos clínicos típico*. Los informes consistían en «un único campo libre de elementos* cuya inevitable contextualizacion por referencia a :os aspectos típicos de la praxis clínica tenía que *' Lo demo«n*:¿ón de procedo* afine* en iodo tipo Hi* procedimiento* «ncíMAgp* coi l u *ido un proyeito a largo pl*/.o de loa e.*rto* de Cicosird Je*de su pobttcar.ot) dr 1^64 rn adelmic Com» liandd (vid 1982. pa. 112 y ss.) ha observado, esce proyecto se expresa en e# líobJe coctkter dr gran pane ilr l¿»«4* a antpíiict de Cicourel que. $¡mtil’*ncun>?ncf. « i x u j k de q N n o n o svstórotvw j del njamuauenú) • bg cense i lis coecitmone* suswniim dr U cienci;. *xinl po»:i*a
servir necesariamente para justificar las prácticas y procedimientos llevados a cabo (Garfinkel: 1984Í, p . 20 1) . P or canto, la información contcxlual «normalizada» no es solo un rasgo constitutivo de la toma ce decisiones burocrática, sino que, así mismo, la* burocracias pue ¿en defenderse de diversas dificultades futuras desconocidas produ ciendo informes que, casi inevitablemente, serán explotados con fi nes defensivos por ese mismo hecho. Qui¿á los más famosos de todos los estudios etnometodológicos que se ocupan de los procesos organizativos sean aquellos que ponen en tela de juic¿o el valor de las estadística* oficiales como guia de la investigación sociológica. Lo¿ más destacados entre estos son el es tudio de Cicourel (1V6S) sobre el procesamiento de delincuentes ju veniles y la obra de Douglas (1967) y Atkinson (1978) sobre U in vestigación de] suicidio. Ésto s autores pu ¿¡c: on de m anifiesto hasta qu¿ punto el conocimiento contextúa! forma parte de les juicios que constituyen las estadísticas: oficiales, y sos'.uvo que era probable que estos estudio* bagados en estadísticas oficiales recogieran los suputó los que las instituciones legales habían incorporado al proceso de definición, pero que era improbable que recogieran factores causales que no hubieran guiado activa o pasivamente a las propias institucio nes. En su famoso estudio sobre U administración de justicia para .a juventud, Cicourel mostró que los funcionarios relacionaban la de lincuencia juvenil con el fracaso matrimonial en el hogar de los de lincuentes. Se suponía que era probable que Jos delincuentes proce dentes de matrimonios divorciados, faltos de guía y corrección pa ternas, cometieran delitos mis graves en el futuro. De acuerdo con este supuesto los delitos juveniles cometidos por los hijo* de estos matrimonios
bien un dudoso valor sociológico. Habiendo estudiado los procedi mientos mediante los de normalización y tipificación característicos de la ac tividad organizativa en roda su variedad. A pesar de que los estudios
mencionado* en último termino están sujetos a controversia, sería equivocado con cluir, com o han hecho algunos, que lo* trabajo* aquí descutos solo tienen relevancia metodológica, y ele carácte r negativo. Los trabajos sobre la normalización se emprendieron a raíz de la afirmación dr Garfinkel de que li «normalidad percibida- de lo* sucesos sociales es prod ucto de una labor activa, b aplicación de esta idea i los prosiesos organizativos no sulo lia confirmado la intuición original; también ha dado origen a nueva* planos de comprensión que han inspirado positivamente una gran variedad de investigacio nes sociológicas, entre las que *e cuentan alguna? que no son etnometodológicas. Por otra parte, los estudios de los procesos organi zativo? deicritos han mostrado hasta imí punto los procedimientos de normalización están integrados en lo que podríamos denominar -exigencias organizativas». Los estudio* muestran una y otra vez conexiones sumamente precisas entre las actividades nurmalizadoras rutinarias que constituyen la actividad diaria de las organizaciones, de un lado, y las disposiciones sociales de las organizaciones, con sus obligaciones y «consideraciones», de otro. Los estudios mues tran basta qué punto las actividades normativas se encuentran liga das a los temónos de empleo, lis diversa' cadiius internas y externas de infor mación, supervisión y revisión, r a diversas «relevancias prioritarus* orga nizativas con respecto a la evaluación dr lo que •realista», «práctica*, o * razonablemente» liabú de hacerse o podía lutenc, ton que rapidez, con que recursos, hiendo a quién, Hablando de qu¿, durante cuánto tiempo, etc (Garfinkel: I9£4j. p 1)) A lo largo de este proccso, estos estudios lian comenzado a es tablecer una nueva sociología del conocimiento libre de las trabas de la racionalidad prescriptiva y en ia que se les da todo su peso en cuanto fenómenos sociológicos a lo** vínculos reflexivos cr.trc la cons titución social del conocimiento y los contexto» institucionales en los uuc se genera y mantiene ese conocimiento. 2. A nálisis de ¿ i conversación Ll análisis de la conversación 36 es un aspecto vigoroso y distin tivo de la ctnoimtodobgía desarrollado a lo largo de los últimos Prtferiraot el itnmoo •milis»» A- la coivcmdón* al de «laiGú omiriM< *oIMÜ «O «nc «ampo. M*•» <* chirlo df li ir»r%t)i J b n ^ p c n Kieu'tfi rJ análisis de ll conven ¡k x x i *e ntdó a finales de los» años *cx*iua c o a b
quince años. Durante este tiempo, esa perspectiva ha originado uní literatura de investigación muy importante, sorprendentemente acu mulativa y trabada. De toda> Us líneas de investigación etnometodológicas. el análisis de la conversación es quizá la que más se ocupi dd análisis directo de la acción social. Este enfoque ha sido clara mente empírico desde el principio. En lugar de especular acerca de característica* idealizada* de la acción social, los analistas de li conversación han dirigido sus investigaciones teóricas hacia «acciones socialer reátese particulares y secuencias organÍ7.adas de estas accio nes*» (Scliegloff: 19£Dr 151). F.I resultado ha sid o notable. Se ha desarrollado una fcran literatura que contiene multados de gran al tante v poder acumulativo, y que ha tenido una considerable in fluencia en Us disciplinas afines de la psicología social, la lingüística y la ciencia del conocimiento. La postura básica de U investigación del análisis de Ja conversadon se ha desarrollado en una serie di* ensayos producto de la co laboraron Je Sacks, Schegloff y Jefferson. Su* análisis i^ual que otros estudios ctnometodidógicos, se centraban en los métodos o procedimientos mediante los cuales los miembros ordinarios de una sociedad conducen sus asuntos interacción ales To da prueba de que los individuos emplean estos procedimiento* o *e orientan de acuerdo con ellos tenía que derivarse exclusivamente de! comporta miento d e esos individuos en las circunstancias o rdinarias de su vida. Schcgloff y Sacks resumen así esta orientación: liem os partido de la hipóte*, s de que el orden que mostraban los mate riales con que hemos trabajado no era un carácter que sr no* mostraba únicamente a nosotros, m «wjuicra en pnmer término a noaotros, sino a quienes los habían producido. Si los materiales tenían tal carácter... era po r que í4r habían producido Je forma metódica p j i umw miembros de la so cirdad para otr o* (Schegelofí y Sacks: 1973, p. 293;.
pubbc.xxjn de Vchcglotí (1968) y li aaiplÍA circulación D rrw (1 *7 9 , pp 34 81). H eiitac r «; 19S-«i. cp. 233*92.'. I .c v m s o n ( 1 9 8 3 . p p . 2 1 4 - 3 7 0 ) y W e s t y Z d i m r r n u » (1 9 1 2 ) . E n t r e l a * c OJÍ c o j o c s di e««ui1kn puMiuda* mcYiunn;irnnm j » «k- A tkia soa y H rritage 19X4; P uc ha s; 19/9; SdiM ^üin: 19 7Í; !‘V7.t; Zíniuyiman y W « tt 19W. V ¡J. H crili£< <19£5i para u im extra s* hdiliozr^M
v Sack* r Srhr¿U»í lucieron estudios de pust^raduaiíofl ccft Goffman, y m enuc Jcl e>n»ui
b
ccovcrackml.
lista postura implica, & evidente, el uso de métodos de estudio naturalistas, pero en un principia la elección del objeto de estudio no estaba particularmente preestablecida. C om o recuerda Sacks, la motivación iiucial para estudiar la conversación ordinaria íue de tipo metodológico» y reflejaba el deseo de observar si los detalle* orga nizativos de la interacción natural podían someterse k descripción lorm.il (Sacks: 1984a, p. 26). lil éxito de cuta empresa aumentó el Ínteres por los detalles de la interacción. A pesar de que Sacks y sus colaboradores comcrzaron estudian do la conversación ordinaria casi accidentalmente, los analistas de la conversación han concentrado su investigación en la interacción or dinaria y cotidiana más que, par ejemplo, en la interacción •institu cionalizada* de k>s tribunales o la organización empresarial. Existen buenas razones en favor de este enfogue. La ♦conversación ordina ria» no c» .solo el medio de interacción predominante en el mundo *xia!, sino <^ue es también, con las simplificaciones que se quiera, 5.i forma de interacción primaria a la que el niño es expuesto por primera vez y mediante la que actúa la socialización. Existen por tanto muchas razones para suponer que las formas básicas de ronversación cotidiana constituyen una especie de pumo de referencia que sirve para reconocer y experimentar otros tipo* de interacción más formales o «institucionales*. Y* en efecto, estudios más recientes «le la interacción *institucional* muestran variaciones y restricciones istemáticas en form as de acción relativas a la conversación ordinaria tsiJ., por ejemplo, Aúinson: 1982; Atkinson y Drew: Í9?9; Drew: 1984; llcfíiage: 19tf4b; Maynard: 198-f; Mehan; 1979). Por tanto, la •onversación ordinaria representa un amplio v flexible d om in é de prácticas interactivas primarias. Al abordarlo, los analistas de la con versación se han centrado, cuando ha sido posible, en la interacción «•ntre iguales con una estratega de investigación implícita consistente •n descubrir los aspectos sistemáticos de la interacción social en el «spectro mis amplio de contextos de interacción «no marcados»*. A ui ve?, este enfoque otrece las mejores perspectivas para determinar los rasgos distintivos de las interacciones en las que se dan. por •jempio, las características especíale* de la escuela o el hospital o lis ••.nucirías de lango, sexo, etnicidad, etc. Como ya liemos mencionadla el análisis de la conversación se desarrolló como un programa Je investigación naturalista. A. perse guir sus objetivos no omite esfuerzo para centrar el ciUidio en casos •\p«x-¿>tcas de interacción natural e incontaminada por la intervenVíd.. p«>r i-iemp la en B m ne f (I W í) , O ck% i Sctiietfeln (197 9) y «» S y i|,i«v»n (1 977) descripciones de algunos aspectos de b? am plificaciones que icuaimu <1 lcik.;ii¿je de k s madre* tu aiuk ) htliUu niño*
ción del investigador *'*. Esta estrategia de invesTÍgación se mantiene con firmeza, y está relacionada con la idea (vid. pp. 241-2) de oue a s acciones sociales y Us situaciones sociales respecto a las cuaks ^U4i J.m ó u u una relación reflexiva se establecen en y mediante los detalles tf: 1986). F.n secundo lugar, se su pone que Us participaciones en la interacción 1} están configuradas ir el contexto, en tanto que no pueden entenderse adecuadamente E s acciones sin referencia al contexto de acciones precedente* al cual generalmente se entiende que responden y 2) renuevan el contexto, en la medida en que toda acción en curso propondrá una definición circunstancial de la situación con respecto i la cual se orientará la conversación subsiguiente. Finalmente, como hrmos observado arri ba, se supone que la* acciones sociak\s operan en detalle y, por tanto, que no pueden ignorarse sin más los detalles específicos de la interacción, con*idcri n dolo* insignificantes, sin que disminuyan lis posibilidades de llevar a cab o un análoi* coheren te r efectivo. Hn sus inicios, el análisis de la convenación se desarrolló en dos dimensiones principales. En p rimer l u p r, partiendo de la preocupa ción de Garfinkd y Sacks por la explicación descriptiva (Garfinkel: 1984; Garfinkel y Sacks: 1970; Saeta: 1963), fueron publicados cier to número de estudios sobre formulaciones léxicas particulares y expresiones rciercncialcs (p. cj. Sacks: 1973 ; 1975 ; Sacks v Schegloff: ’* Tur k» torno. lix ífivcstipaditfa ciet análisis de li conservación «viian k>* í ; Íükntts poxvdifnkcios, que implican uní mjMstífúaJa dovucic*n dd uso áe ios aios n*(Uf*k?: Ij experimento* eri Jo s 4io ¿e : a : r p o o en lis erabaoo.se*; 3) el li o de l« cntreviítu «n suftttuuAn de ix observación naturil; y *) la creación Je dato» m e d u m e «siíjnet«4* inuntuiu ó niii);iiMdi>. ° (lomo tt\ Altxx ártu ¿e x etnnmetnfnio de tf<**ies (« in ¿*s pot un conjunto coroín dp método* o urxicciiimimuu. Como tnula (>ai(uiMl: -»l.n Miv id jilm roixl.nntr In «jut* lit inii’m >ji¡ liv j:o í »i t ui;a sociedac producen y ordeitin stiu&ioaet cotidiana* m itnu s en virtud de las ctule* luc en explicable» esi5 situaciones» (1?8 4* . p Ij.
197 9; S ch cg bf f: 1972 ), de lew cuales los más influyentes derivaban de la investigación de Sacks sobre comunicaciones .1 un centro de prevención cid suicidio y de su obra sobre los instrumento* de catcgpri/.ación de la pertenencia a un grupo (Sacks: 1972a; 1972b). La secunda dimensión c r a invcMÍgacion del análisis de la con versa ción, que .surgió simultáneamente, se centraba cn ia organización sccuencial de u interacción, y fue esta segunda dimensión h que vino a adquirir una creciente predominancia en las publicaciones relativas al análisis d e la conversación posteriores a 1972. La? más famosas de estas últimas publicaciones se centraban en la organiza ción de las intervenciones en la conversación (Sacks, Schegloff y Jeffcrso n: 1974 ) y en problem as atines: así, Scheglofí (1968) estudia ba cómo ve logra que lo* participantes en la conversación accedan a ella de modo coordinado, Schegloff y Sack $ (1973) cómo se aban dona la conversación, y Sack* (1974) la suspensión de los procedí miento* mcciiantc los cue se interviene en la conversación. Estos estudios fueron los prim ero* en mostrar un conjunto detallado y sistemático d e procedimientos pira organizar los turnos do interven ción en las conversaciones coherente con unn gran viricdad de heelios básicos de la interacción. Establecieron de este modo estándares enteramente nuevos de rigor y comprehensividad en el estudio de la interacción social y, en consecuencia, alcanzaron una gran influencia. Además, estos csiudios introdujeron n uevos conce ptos analíticos para el esrudio de la interacción, conceptos cuya importancia no se limi taba únicamente al estudio de la organización de la intervención en l,i conversación ptrr se. El más importante de esto» concepto* cía el de pi\t J e udyatert1ia : ciertos tipos de actividades (tales como fórmulas de «aludo y despedida, preguntas y respuestas, ele.) se organizan tonvencionafmente como pares tales que la producción de un primer miembro del par anticipa y exige que se produzca -a continuación- una se gunda acción complem entaria po r parte del receptor. Dicho con cep to resolvió determinadevs aspectos d e los métod os di razonamiento .iplicxidos a li interacción, y señalaba de qué manera los miembros de la sociedad pueden considerar que las acciones que se esperan «a continuación» se encuentran ausentes de forma perceptible o no tri vial (Sacks: 1972b; Schegloff: 1972). También indicaba cómo podían interpretarse como fuera de lugar o equivovada* la¿ segundas accio no oue no guardaban relación con una primera Acción. Y (quizá sea »%to lo más imp oftante) mostraba que los interlo cutores que inier unían en segundo lugar podían considerarse normativamente res ponsables de omisiones de respuesta, respuestas deficientes y Otras anomalías' de la interacción; indicando de esta forma una motivación inherente de la realización competente de la conversación (vid. tam
bién Sacks >rih!c reconoce* diversas situaciones de error, intentar llevara cabo apreciaciones y
correcciones, etc.
En suma, la eiaboración del concepto de par de adyacencia de sarrolló y con cretó considerablemente cierto s elementos importantes de lo que (íarfmkcl había denominado la «cxplicabilidad inherente» de la acción. El modelo general de razonamiento analítico esbozado en c m o s estudios se lia aplicado posteriormente a un número cada vez mayor de actividades interactivas. Entre estas se cuenta la con ducta no verbal, como la organización de una serie de característica» de la mirada > del movimiento corporal (Goodwin: 1981; Hcati 1986), b organización ««preferencia!» cíe alternativas de con du cta (Davidson: 1984; Pomcrantz: 1978; 1984; Schegloff. Jcfferson y Sacks: 1977), y una amplia gama de áreas temáticas más concretas (vid. detalle* en Heritagc: 1985). En los últimos cinco años, aproximadamente, el análisis de Ja conversación ha comenzado a ramificarse a nartir de su «línea cen tral», el estud io de la actividad conv ersacional ordinaria, dando lugar a estudios de la interacción en una serie J e situaciones mitiiu cbn alcs cu la* que se dan roles sociales claramente definidos, situaciones tales como aulas, tribunales, en:rev¡stas periodísticas, consultas médicas j Oirás formas dr interacción ¡nstitucionalmrmc reguladas 41. Estos Vid. M c lf ial ( W í ) y Mckin «1979) *»hre la mtei.Kcícn en !a^ jii;I.\s, Alkimun y Dre* (197>\ Drtw (19*4) y Porntranr* y AikíitMn <19M) ¡un tnttfnientos dr los d«05 de tribunales; Mavnird (I9É4) pira erodios
KtwxiKfodologü trabajos manifiestan ciertas diferencias con respecto ^ los trabajos fundacionales originales sobre la conversación. Si bien se ha mostra do que !a interacción conversacional «pura* está organi?ada en fun ción de principios formales que permiten efectuar descubrimientos .acumulativo* de considerable abstracción y alcance, lus estudios de la interacción en ento rnos ¡na’.itucionales muestran por el mom ento »m aspecto más «fragmentario*. Como hemos indicado, la interac ción institucional parece implicar limitaciones específicas y re-d e: iniciones de la pama de opciones que se dan en la interacción con versacional. Y lu o se da del mismo modo en li s prácticas co n ver sa zónales ordinarias. En relación con esta* convenciones hay nurcos •le participación discrim inatorios (C of ím an : 1981 •, con ¿us derechos y obligaciones asociados, distintas posiciones relativas y modelos de oportunidad y poder diferenciales. El examen comparativo de distintos sistemas de intervención en l.iconversación (Sacks, Scbegloff, y Jc ffcrson: 197 4: pp. 729-3 0) es •I punto de partida de algunos de los estudios más recientes sobre la interacción institucional. Desde entonces, los análisis de McHoul •1978), Mohán (1979), Atkinson y Drew (1979) y Greatbatch (1985) lian detallado las formas de intervención en la conversación caíacto* i ¿«ticas de las interacciones desarrolladas en las aulas, en los tribu nales y en las entrevistas periodística*. Estos estudios coinciden en señalar que los modelos de conducta relativamente restriñidos ca Kterbucos de citas situaciones son el resultado de 1 1 preordenactón •leí sistema de intervención (Atkinson y Drew: 1979), y 7odd Lo» i •• -opeo* del aniüiB de la conversación re lian extendido umb)in íl afittinr ¿c xk .li ui>o* políticos; cfr., por ejemplo, Altasen <1973) y H < t i c a > c y Gfca&aich (1956).
de situaciones 42 y de establecer un modelo de lo* desequilibrios de podei cii la conducta interactiva Dado que la iutci^cción institucional \c ha convencionalizado y es culturalmcnte variable, los estudios que tráUn de ella csián menas imerrelacio.nados que las investigaciones que se ocupan del análisis de la conversación .pura*, dr las que derivan. Sin embargo, existe una coherencia subyacente denrm de esta perspectiva, coherencia que ve debe tanto a los punios de vtsu etnocnccodolágicoc como al modo en que se concreta dicho punto de vista mediante el u so de la* técnicas de análisis de la conversación. Ba por le» que respecta al análisis de la acción y al desarrollo ce nuevas técnicas metodológicas, sino también al aumento del nivel encral de sensibilidad sociológica y a la toma de conciencia de la ctallada organización de la conducta social. Existen fundadas razo nes para suponer que su crecimiento y desarrollo continuaran en los anos venidero».
S 3.
Estudios sobre e l traba jo
En la secctón final de este ensayo consideraremos brevemente una fase reciente de la investigación de Garfinkel y sus colaborado res que se denomina genéricamente «estudios sobre el trabaio». Aun que en un principio el tétmino se acuñó para referirse a la £jma de actividades ordinarias naturalmente organizadas en su sentido más amplio, los estudios que se han publicado xe ocupan sobre todo del «trabajo» en el sentido más restringido de actividad ocupacional. F.n particular, estos estudios se han centrado en las actividades de los lisíeos y matemático* (p. ej., Garfinkel. Lynch y [.¡vineaton: 1981; Livingston: 1986; Lynch: I9S2; 19S5a; 19tSb; Lynch, Livingston y Garfinkel: 1983), aunque está previsto publicar en breve investiga*’ ViJ. «lctlMc* en Mc-.ugr (19ÍS/ Vid., en pankuhr, lo» trabajos de Ven v Zittimrvnan (V cit: 1979: W at ▼ ?cnmcfmJrt: 1977; IW3; Zi/r.inmiian r Wc5t 19J0).
cioaes sobre un sene más ampliado actividades laborales {Garfinkel: fen preparación]). rrcltgunados por ínvesiigacionc* cinofiictodológjcss de activida des laborales en un* serie ue contextos concretos (p. cj. Garfinkel: 1%7: Wicder: 1974; Zimrocrman: 1%9*s 1969b), los nuevos coni dios sobre el trabajo se apartan di* 2-3). Con ello llamaba la atención sob re el hecho de que, a pesar de que numeroso* estudios sobre las ocupa ciones tienen mucho que decir sobre características social-* socioló ;ieamentc formuladas (tale» com o los ingresos, etnicidad, dase, rc aesones entre los oróles*, etc.) de quienes toman parte en esas ocu paciones esos estudios no informaban acerca de las actividades fun damentales que dan sentido en primer temiino a las ocupaciones. Kn las ocupaciones se crean diversos productos valiosos; frecuentemente requiren una gran cuaüfícación, y muchas veces es necesario aplicar complejos cuerpos de conocimiento: sin embargo* es poco lo que se vahe íccrca de lo que ocurre en ella». Por tanto, en el programa de los -estu dios sobre el trabajo>• se recon oce la existencia de un vacío descriptivo en el núcleo Je los análisis sociológicos de Uf ocupado ne*. Garfinkel suele citar una discusión entre Fred Strndtbeck y Kdward Shils para poner de manifiesto este problema. Strodibeck de seaba utilizar el «cAnálisis del Proccso de Interacción- de Bales para estudiar las deliberaciones de los jurados, pero Shils objeto que si bien el análisis serviría para entender cómo funcionaba un jurado en cuanto grupo pequeño, no pinina emplearse pan entender cómo funcionaba el jurado en cuanto jurado (Garfinkel tt .a/.: 1981, p. 135). I.a observación
Í
gun-ts de otas tendrían un marcado componente «deconstructivo»: no hay razón alguna para esperar aue ni las aíirmaaones de quienes practican li ocupación ni Us filosofas normativas de las ocupaciones proporcionen lo? recursos x partir de los cuales se pueda configurar un análisis adecuado a su objeto, pues u le¿ descripciones habitual mente encubren u ocultan la labor práctica propia del cumplimiento de los objetivos ocupacionales o cien tíficos44. Al mismo tiempo, d «trabajo* de las: ocupaciones (y* sin duiía. de otra¿ actividadet so ciales) incorpora inherentemente conceptualizadones de «considera ciones relevantes* re la tiv a al *trabajo* en cuestión, consideraciones intrínseca? a Jas prácticas concretas y reales de quienes practican e a actividad. Por tanto, en última instancia solo es posible abordar este objeto de estudio — que incluye el análisis de prácticas laborales sometidas naturalmente a consideración teórica v procesos de orga nización— mediante análisú basados en m ateriales empíricos. l a t¿rea de análisis je inicia definiendo qué es lo que qmenes pra ctican una ocu pación entienden que pertenece al dominio de ac tividades y competencias laborales. F.stas actividades se tratan exa minando rasgos con creto s de las prácticas o cup ad o nales, norm al mente utilizando grabadones o informes documentales. Por tanto» las competencias se tratan exclusivamente desde dentro , es decir, en tanto que los ¡replicados las reconocen y operan con ellas en las situaciones ordinarias de la actividad labora]. Dentro de este para digma. como LynJi a aL señalan, el análisis se centra en ei modo en que e! carácter lógico y razonado ce ¡as acciones ocupacionalcs se hace públicamente aeerible mediante los órdenes de derjlta intcnubjctivamente explicable!; el orden de expre siones dichas por lo« diferentes particípame* en una conversación, el crden de composiciúu de los materiales manipulado* en el banco de labocatorio, o el orden rmtiaiüvo de los nuterulcs escritos en
La compleja interconexión de la organización temporal en las prácticas sustantivas de lo* miembros competentes de una ocupación ha constituido una vía de acceso al estudio de sus propiedades par ticularmente valiosa. Se trata aquí de una desviación sustancial respecto a la praxi* sociológica existente, mucho más compleja de lo que pudiera p a m e: