Sección de Obras de Ciencia y Tecnología FUNDAMENTOS DE CONSERVACIÓN BIOLÓGICA Perspectivas latinoamericanas
Agradeceremos sus comentarios y sugerencias al correo electrónico
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Richard Primack • Ricardo Rozzi • Peter Feinsinger Rodolfo Dirzo • Francisca Massardo y 117 autores de recuadros
Fundamentos de conservación biológica Perspectivas latinoamericanas
Fondo de Cultura Económica MÉXICO
Primera edición, 2001
Esta edición es una adaptación de la obra Essentials of Conservation Biology de Richard Primack Copyright © 1998 Sinauer Associates, Inc. ISBN 0-87893-721-8
Se prohíbe la reproducción total o parcial de esta obra —incluido el diseño tipográfico y de portada—, sea cual fuere el medio, electrónico o mecánico, sin el consentimiento por escrito de los editores.
D.R. ©, 2001, Fondo de Cultura Económica Carretera Picacho-Ajusco 227, 14200 México, D.F. ISBN 968-16-6428-0 Impreso en México
A los jóvenes latinoamericanos que aman esta fuerte nervadura de la vida, a la gente del campo, las ciudades y las etnias amerindias, a los diversos seres vivos que habitan en los desiertos, las selvas, los mares, los suelos, los ríos, las rocas y las alturas del Nuevo Mundo.
Prólogo
E
n las alturas de los Andes, en tiempos ancestrales Viracocha emergió del Lago Titicaca y creó el sol con su luz, la lluvia y el agua con sus lágrimas, y dio origen al cielo, las estrellas, los seres humanos y los otros seres vivos que pueblan la región. En la Puerta del Sol, en Tiahuanaco, permanece hoy en silencio, mirando hacia la salida del sol, la figura de Viracocha esculpida en piedra hace unos 2 200 años. Esta representación de Viracocha está rodeada por 48 figuras aladas, 32 de ellas poseen rostros humanos y 16 tienen rostros de cóndor. Esta figura nos recuerda cuán ligadas están las naturalezas humanas con aquellas de las aves, como el cóndor; con los ecosistemas y sus lluvias, ríos y lagunas; con el sol, la luna, las estrellas y el conjunto de seres que habitan los cielos, las aguas y los suelos. Para la cultura mapuche el cóndor o mañke es el rey de las aves que simboliza también a la Cordillera de los Andes puesto que, además de su gran tamaño, lleva el color blanco de la nieve y el negro de las rocas y minerales. Este rey de las aves vuela a gran altura y reúne las virtudes fundamentales. Mañke es, a la vez, kimche o persona sabia, norche o persona que ama la justicia, kümeche o persona bondadosa y newenche o persona poderosa o gobernante*. El rey de las aves es también el ave nacional de Colombia, Ecuador, Bolivia y Chile y hasta hace poco sobrevolaba toda la Cordillera de los Andes, desde Santa Marta en Colombia hasta el Cabo de Hornos en el extremo austral de Sudamérica. Abundaba también en los terrenos ocupados hoy por centros urbanos como Bogotá, Quito, La Paz o Santiago, donde el cerro Manquehue en la capital de Chile significa lugar de cóndores (mañke = cóndor; hue = lugar). Paradójicamente, el cóndor se encuentra hoy amenazado de extinción y junto con el ave se extinguirían también los valores culturales de los incas, que veneraban a Viracocha, y de los mapuches, que admiraban *Véase Aillapán y Rozzi (2001).
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a mañke. Así, con la extinción de mañke en los centros urbanos neotropicales, desaparecen también las virtudes fundamentales de la sabiduría (kim), la justicia (nor), la bondad (küm) y la disciplina (newen) cultivadas por este rey de las aves neotropicales. El cóndor en la portada de este libro nos invita a recordar que: 1) los problemas de la conservación biológica atañen tanto a los seres humanos como a los otros seres vivos, 2) la diversidad biológica y cultural están indisolublemente integradas, y 3) el bienestar social y la conservación biocultural vuelan juntos.
Ricardo Rozzi Parque Etnobotánico Omora, Puerto Williams, Chile, Mayo 25, 2001
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Prefacio
L
a idea central de este libro es que el bienestar de las comunidades humanas y el de las demás especies biológicas son complementarios y no opuestos. Para el desarrollo de este argumento, que identifica la conservación de la biodiversidad con la calidad de vida de las comunidades humanas, hemos organizado la estructura del libro en seis partes. La primera comienza con los fundamentos de la transdisciplina de la conservación biológica y desarrolla las nociones ecológicas, evolutivas y biogeográficas de la biodiversidad. La segunda parte presenta evidencias evolutivas, ecológicas y sociales de la actual crisis ambiental. Considera los patrones y procesos de la pérdida de la diversidad biológica desde el nivel genético hasta la escala de paisajes. Analiza las causas y consecuencias sociales y biológicas de la pérdida de biodiversidad y la degradación ambiental asociadas a la crisis ecosocial que actualmente enfrenta Latinoamérica. En la tercera parte se discuten las razones por las cuales deben conservarse los ecosistemas y las especies biológicas. Desde el punto de vista de la economía ecológica, parece más seguro y menos costoso conservar la biodiversidad. Ésta provee a las sociedades humanas una infinidad de bienes, tales como alimentos (frutos, peces, hongos), fibras vegetales o animales para tejidos, y otros materiales para la construcción de embarcaciones, viviendas y otros utensilios. Además, la biodiversidad sustenta “servicios ecosistémicos” básicos, como la regulación del clima, la calidad de las aguas y los flujos hídricos, previniendo o mitigando inundaciones en las épocas de lluvia y sequía en las épocas secas. La conservación de la biodiversidad es clave para la generación de suelos fértiles y de aire limpio, para la descomposición de basura y desechos industriales, así como para la continuidad de múltiples procesos ecológicos de los cuales dependen la vida humana y la de otras especies biológicas. La economía ecológica ha comenzado a determinar altos valores monetarios para estos bienes y servicios de los ecosistemas y ha fomentado el análisis de costo-beneficio de variables ambientales y sociales en activi-
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dades económicas no tradicionales como el ecoturismo. Tales estimaciones sorprenden al mostrar que en muchos casos la conservación de los ecosistemas genera mayores ingresos económicos que su rápida sustitución por actividades intensivas. Por ejemplo, los monocultivos de especies exóticas degradan severamente la biodiversidad y, en consecuencia, los servicios ecosistémicos a la vez que impiden formas tradicionales de subsistencia y limitan el acceso de las comunidades locales a sus ecosistemas regionales, debido a la concentración de la propiedad de la tierra para actividades económica centradas en un único o unos pocos productos. En la tercera parte se contextualiza también, histórica y multiculturalmente, el momento de la actual crisis ecosocial que afecta a Latinoamérica y el proceso de globalización del modelo económico de libre mercado, que demuestra que el Nuevo Mundo ha sido y podrá ser diferente. En este sentido las guías éticas y el conocimiento ecológico tradicional albergado por las etnias amerindias pueden ser muy valiosos. Las culturas indígenas de América no sólo ofrecen una variedad de sofisticadas prácticas ambientales, sino también complejas regulaciones sociales y cosmogonías que involucran un respeto por todos los seres vivos. Las ciencias contemporáneas, así como, numerosas culturas indígenas, comparten nociones cognitiva y éticamente fundamentales, como aquellas de un origen evolutico común y de una naturaleza biológica compartida por los seres humanos con el conjunto de los seres vivos. Se establece así una relación de parentesco que promueve —o debería promover— el respeto y el amor por la biodiversidad. La ética ambiental se nutre también de las profundas interconexiones ecológicas desentrañadas por las ciencias y las cosmovisiones indígenas que enfatizan que la existencia de los seres humanos y los demás seres transcurren juntas. Las partes IV, V y VI desarrollan principios biológicos para la conservación de las poblaciones, especies y ecosistemas. Luego se discuten formas de integración entre comunidades locales e internacionales en los esfuerzos para la conservación. Las prácticas de la conservación biológica ocurren a distintas escalas espaciales, tales como pequeños sitios dentro de los ecosistemas originarios o espacios artificiales como zoológicos o jardines botánicos, o grandes áreas como cuencas hidrográficas y ecorregiones. La investigación básica y aplicada en la conservación biológica abarca desde niveles genéticos, poblacionales y de especies, hasta la protección de hábitats, regiones y la biosfera. En las últimas décadas se ha enfatizado que los seres humanos somos componentes esenciales de los ecosistemas. Por lo tanto, urge explorar e implementar mejores formas de integración entre las comunidades humanas y sus ecosistemas dentro y fuera de las áreas protegidas. Las prácticas de conservación atañen a todo el rango de intervención humana, desde áreas remotas a centros urbanos. En Latinoamérica, el biólogo de la conservación debe estar preparado para trabajar en favor del bienestar de las diversas sociedades humanas y comunidades biológicas. Ambas han cohabitado en los paisajes americanos desde hace unos 50 000 años. La conservación biológica es, por lo tanto, enormemente compleja debido a la interacción de dimensiones ecológicas, sociales y culturales.
Esto exige a los biólogos un gran esfuerzo por alcanzar una visión integradora y colaborar con personas de otras disciplinas, como antropólogos, abogados, economistas, sociólogos, filósofos y geógrafos. Además, las experiencias de la conservación biológica y las actuales teorías del conocimiento nos invitan a escuchar con atención a las formas de conocimiento tradicional indígena y de comunidades rurales de pescadores o campesinos. El capítulo xxii sintetiza la multiplicidad de dimensiones culturales y biológicas involucradas en las decisiones políticas, productivas y éticas que afectan al medio ambiente y sus habitantes. Se propone una integración de las dimensiones ecológicas y sociales en el análisis de las causas y el diseño de alternativas para los graves problemas ecosociales que afectan actualmente a Latinoamérica. Ojalá que este texto amplíe el espectro de perspectivas para observar, analizar y comprender las situaciones que los biólogos de la conservación y otras personas de esta región deben enfrentar en sus vidas cotidianas. Que fomente, a la vez, una responsabilidad social y ética que permita la continuidad de la diversidad cultural y biológica de Latinoamérica. Nuestra intención es proveer métodos que contribuyan a: 1) integrar visiones de diversas disciplinas y oficios; 2) mantener la rigurosidad de los métodos que cada uno aprende o ha aprendido en sus disciplinas u oficios particulares; 3) articular las miradas de diversas culturas y grupos sociales que habitan en Latinoamérica; 4) conjugar lo intelectual y lo afectivo en el esfuerzo por conservar la diversidad biológica y cultural; 5) cultivar actitudes que permitan el florecimiento de la diversidad biocultural; 6) integrar el trabajo de las ciencias descriptivas y aplicadas. No basta con investigar, describir y entender los maravillosos sistemas ecológicos y culturales que se despliegan en América Latina. Es necesario y urgente contribuir también con espacios intelectuales y físicos que inspiren a las diversas personas de nuestras sociedades a participar en la conservación biocultural y posibilitar así la continuidad del devenir de las multifacéticas historias de vida de los seres humanos y otras especies biológicas que habitan en el Continente Americano y el planeta.
Ricardo Rozzi, Francisca Massardo, Peter Feinsinger, Rodolfo Dirzo y Richard Primack
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Semblanza de los coordinadores
Richard Primack Richard Primack es profesor del Departamento de Biología de la Universidad de Boston y Bullard Fellow de la Universidad de Harvard (1999-2000), en donde recibió su B.A. en 1972. En 1976 se doctoró en Duke University y realizó estudios de postdoctorado en las Universidades de Canterbury y Harvard. Su libro Essentials in Conservation Biology (primera edición, 1993, y segunda edición, 1998) ha sido traducido al chino y alemán mientras que Primer of Conservation Biology, (primera edición 1995), ha sido traducido al japonés, indonesio, vietnamita, coreano y portugués. Otros libros que ha publicado son A Field Guide to Poisonous Plants and Mushrooms of North America (con Charles K. Levy); A Forester´s Guide to the Moraceae of Sarawak; Ecology, Conservation and Management of Southeast Asian Rainforests, (con Thomas Lovejoy) y Timber, Tourists, and Temples: Conservation and Development in the Maya Forest of Belize, Guatemala, and Mexico (con David Bray, Hugo Galletti e Ismael Ponciano). La investigación del Dr. Primack incluye la conservación y restauración de especies de plantas raras, la ecología, conservación y manejo de los bosques tropicales del sudeste de Asia y América Central, la educación ambiental y la historia natural de las orquídeas. Entre 1993 y 1999 fue el editor de la sección de revisión de libros en la publicación periódica Conservation Biology.
Ricardo Rozzi Ricardo Rozzi es ecólogo (M.S. Universidad de Chile, Ph.D., Universidad de Connecticut) y filósofo (M.A. Universidad de Connecticut y Centro de Filosofía Ambiental, Universidad de North Texas). Su investigación combina ambas disciplinas a través del estudio de las interrelaciones entre los modos de conocer y habitar el mundo
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natural. Con el afán de incorporar la ética ambiental en las prácticas de conservación y educación ha colaborado con el Ministerio de Educación de Chile desde 1994 y ha participado en la creación de la Estación Biológica Senda Darwin y el Parque Etnobotánico Omora. Estos dos centros ensayan diversas prácticas de conservación en los bosques del sur de Chile. Desde 1998 es representante para Sudamérica de la Sociedad Internacional de Ética Ambiental y actualmente trabaja en la Creación del Centro de Etnoecología y Ética Ambiental Omora cuyo objetivo es integrar la conservación biocultural y el bienestar social en el extremo austral de América.
Peter Feinsinger Desde 1971, Peter Feinsinger trabaja en la ecología de comunidades, la ecología de las interacciones planta-animal y la conservación biológica de los hábitats tropicales, subtropicales y, en el Cono Sur, en hábitats templados. En 1974 recibió su doctorado de Cornell University (Estados Unidos). Luego fue Profesor de Zoología y Profesor de Cortesía de Estudios Latinoamericanos en la Universidad de Florida (Estados Unidos). En 1992 se retiró de la Universidad de Florida con el fin de trabajar más directamente con los latinoamericanos en sus propios entornos. Actualmente es profesor adjunto de Biología de la Universidad del Norte de Arizona, (Estados Unidos) y “Conservation Fellow” de la Wildlife Conservation Society (wcs). Se dedica a proyectos locales de la conservación biológica en casi todos los países sudamericanos y otros países latinoamericanos, principalmente por medio de la capacitación a varios niveles: estudiantes y profesionales en la conservación biológica, docentes del colegio primario, guardaparques y otro personal de las áreas protegidas y, a veces, pobladores locales.
Rodolfo Dirzo Rodolfo Dirzo se graduó de biólogo por la Universidad de Morelos, México. Su maestría y doctorado en Ecología los llevó a cabo en la Universidad de Gales, Gran Bretaña. Ha sido investigador en el Instituto de Biología y de la Estación Biológica de Los Tuxtlas, Universidad Nacional Autónoma de México (unam), cual también fue director. Actualmente es investigador titular en el Instituto de Ecología de la unam. Ha sido profesor en la unam, varias universidades de Latinoamérica y la Universidad del Norte de Arizona. Ha publicado 51 artículos internacionales, 36 capítulos de libros, 20 artículos de divulgación y es autor de 7 libros. Sus actuales líneas de investigación son: la ecología y evolución de plantas y animales tropicales, la interacción planta-animal en los trópicos y la conservación biológica.
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Francisca Massardo Francisca Massardo es ingeniera agrónoma y fisióloga vegetal (M.S., Ph.D. Universidad de Chile). Entre 1989 y 1997 trabajó como investigadora y profesora de Fisiología Vegetal en la Universidad de Santiago de Chile. Con el fin de integrar la investigación básica con aspectos de conservación, desde 1998 realiza investigación como posdoctorante en el Departamento de Ecología y Biología Evolutiva de la Universidad de Connecticut, combinando los estudios de biología reproductiva de plantas con aplicaciones en reintroducción de especies y etnobotánica en el Parque Etnobotánico Omora en la Región del Cabo de Hornos, Chile. La Doctora Massardo ha colaborado también con la Unidad de Medicina Tradicional del Ministerio de Salud de Chile y ha investigado el conocimiento botánico tradicional de culturas amerindias de Norteamérica y el sur de Chile.
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Agradecimientos
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ste libro expresa el trabajo colectivo de muchas personas que con sus acciones o escritura anhelan el florecimiento de la vida en su diversas manifestaciones. A su vez, este texto surgió del interés de uno de los autores por escribir una revisión de la segunda edición del texto Essentials of Conservation Biology de Richard Primack (Sinauer Associates, 1998). Al conocer esta intención de Ricardo Rozzi, Richard Primack sugirió la posible traducción al español de su texto inglés. Entusiasmado por la perspectiva general de la conservación biológica, presentada en forma clara y comprensible para un amplio grupo de lectores que ofrecía el texto en inglés, pero consciente que las condiciones de Latinoamérica son muy diferentes de las norteamericanas y requieren, por lo tanto, perspectivas y propuestas vinculadas a sus realidades particulares, Ricardo Rozzi conversó con Peter Feinsinger, Rodolfo Dirzo y Francisca Massardo acerca de la posibilidad de trabajar en una edición latinoamericana de Essentials of Conservation Biology. Así, motivados por la urgente necesidad de contar con un texto básico en castellano de la nueva transdisciplina de la conservación biológica en el contexto de Latinoamérica, decidimos emprender este proyecto usando un lenguaje claro (evitando o explicando los términos especializados o técnicos) que permita una aproximación interdisciplinaria útil para diferentes individuos y grupos que trabajan o se interesan por la conservación en Latinoamérica. Hemos tenido en mente a los siguientes lectores y usuarios potenciales del libro: estudiantes de diversas carreras técnicas y profesionales relativas al medio ambiente, tales como ingeniería forestal, agronomía, manejo de recursos marinos y de vida silvestre, ingeniería ambiental y biología; trabajadores artesanales o industriales ligados al medio ambiente, tales como pescadores, mineros, forestales; personas de comunidades indígenas y de ongs dedicadas a la problemática ambiental o la conservación biocultural misma; personas que trabajan en instituciones gubernamentales, direcciones de parques nacionales y áreas protegidas privadas; y el público general interesado en la materia.
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Nuestros objetivos son ofrecer a esta audiencia un libro que presente una síntesis equilibrada entre los principios teóricos y prácticos generales, a la vez que exponer el estudio de casos y perspectivas que describan la diversidad biológica y las aproximaciones para la conservación desarrolladas en Latinoamérica. Para satisfacer el primer objetivo reescribimos sustancialmente el cuerpo del texto original, reorientándolo hacia la realidad biológica, ecopolítica y social de Latinoamérica. Para el segundo objetivo pensamos que la mejor aproximación consiste en la inclusión de una diversidad de “recuadros” o ensayos breves escritos por personas o grupos de trabajo cercanos al tema, estudios de caso o aproximaciones descritas. Así fue que, con el impulso de Peter Feinsinger, conocimos a más de un centenar de personas que trabajan en diversas facetas de la conservación biológica en diferentes regiones de Latinoamérica. De esta manera, esta versión reúne a 122 autores de recuadros que constituyen una materia prima esencial del texto. Estos recuadros ilustran tanto las diferencias como los elementos comunes involucrados en los desafíos para la conservación biológica en América Latina y otras regiones. El trabajo editorial del libro fue coordinado por Francisca Massardo, quien articuló los recuadros con el texto, diseñó o codiseñó con los diversos autores numerosas figuras de los recuadros y de los capítulos y, junto a Ricardo Rozzi y Peter Feinsinger, revisó los contenidos y los aspectos técnicos de los recuadros y el libro en general. Los recuadros permitirán que los estudiantes y lectores conozcan a las personas, las instituciones o los grupos de trabajo que estudian la biodiversidad y participan en numerosos y sofisticados proyectos de conservación a lo largo de Latinoamérica. Este aspecto favorece el trabajo en red a través de la región. Por otro lado, la escritura de los recuadros por tan diversos autores permite exponer en forma explícita y directa la capacidad y riqueza de las perspectivas desarrolladas por personas que han elaborado y están experimentado una multiplicidad de aproximaciones para la conservación en América del Sur y Central y México. En este contexto regional, este libro ha sido posible gracias a la colaboración de numerosas instituciones y personas que han aportado trabajo, infraestructura y financiamiento para cubrir gastos básicos. Agradecemos la generosidad y colaboración de la Editorial Sinauer de Estados Unidos a través de su director Andrew Sinauer y de su directora técnica Marie Scavotto; el apoyo académico y estímulo para completar este trabajo brindado por el Center for Conservation and Biodiversity asociado al Department of Ecology and Evolutionary Biology de la Universidad de Connecticut, en particular a John Silander y a Gregory Anderson; en forma especial damos las gracias al trabajo y dedicación del equipo de la Subgerencia de Proyectos Especiales de la editorial Fondo de Cultura Económica, a la señora María del Carmen Farías, subgerente de esta Unidad, a Axel Retif, coordinador editorial, a Sara Flores, promotora comercial, a Roberto Campos, diseñador gráfico, y a Dulce María Luna, correctora del manuscrito final. Por la cuidadosa revisión técnica y lingüística del material expuesto en este libro agradecemos a Gabriel Bernardello (capítulo IV), Andrea
Caselli (capítulos VIII y IX), Rafael González del Solar (capítulos VIII y IX), Alejandro Grajal (capítulos I y XIV-XVIII y XXI), Eduardo Gudynas (capítulos XV-XVII), Silvia Iriarte (capítulo VI), Gustavo Kattan (capítulos VI y XVIII), Jorge de León (capítulos VI y XV-XXII), Marta Lizarralde (capítulo VII), Luis Marone (capítulos I, VIII, IX, XI y XIII), Rodrigo Medellín (capítulo XIII), Fernando Milano (capítulos VIII y IX), Luis Gonzalo Morales (capítulos III-VII y XI-XVII), Carolina Murcia (capítulos VI y XVIII), Juan Núñez-Farfán (capítulo XI), Fausto Sarmiento (capítulo III) y Guadalupe Williams-Linera (capítulo XIX). Por sus valiosos comentarios y sugerencias bibliográficas agradecemos a James Affolter, Zoe Cardon, Robin Chazdon, Juan Dupuy, Alejandro Grajal, Eduardo Gudynas, Jorge de León, Luis Marone, Eduardo Morales, Luis Gonzalo Morales, Eduardo F. Pavez, Juan Salguero y Fausto Sarmiento. Durante el desarrollo de este trabajo agradecemos el generoso y valioso trabajo de producción de Ezio M. Firmani y la colaboración de Lorenzo Aillapán, Christopher Anderson, Janine Caira, Archie Carr, Bryan Connolly, Steve Dauer, Phillip Fearnside, Luci Latina-Fernandes, Livia Firmani, Sara Flores, Kirsten Jensen, Kurt Heidinger, Alicia Lavanchy, Rebecca Lehmann, Andrés Marín, Héctor Massardo, Florencia Murillo, Claudio Valladares-Padua, Eric Schulz, Arturo Silva, Víctor Toledo y David Wagner. Por su significativo apoyo agradecemos a las siguientes instituciones: Universidad de Boston, Instituto de Ecología de la Universidad Nacional Autónoma de México (en especial a Raúl Iván Martínez), Universidad de Northern Arizona, Universidad de Magallanes (particularmente a Orlando Dollenz, Sylvia Oyarzún y Mariela Torres), Red Latinoamericana de Botánica (de manera singular a su coordinadora Susana Maldonado), Red Latinoamericana de Jardines Etnobotánicos Hermanos (en especial al clacs de la Universidad de Georgia) y al Programa para América Latina y el Caribe de la National Audobon Society. Expresamos nuestra gratitud a la Comunidad Indígena Yagán de Bahía Mejillones, la Municipalidad de Cabo de Hornos y la Gobernación de la Provincia Antártica Chilena por la cálida acogida y el estímulo para completar este libro en una búsqueda conjunta de sustentabilidad en el lugar más austral del continente americano. Por las donaciones de fotos o figuras agradecemos a , invemar, Fundación Senda Darwin, Parque Etnobotánico Omora, ecociencia, The Nobel Foundation, Instituto Rigoberta Menchú, Unión Ornitológica de Chile, Delegación de Parques Nacionales de Nahuel Huapi, Universidad de los Andes, Mérida, Mangrove Action Project, Underground Project, U.S. National Park Service y a las publicaciones periódicas Ambiente y Desarrollo, Ecology y Journal of Mammalogy. Las siguientes personas aportaron generosamente fotografías o figuras: Anthony Anderson, Christopher Anderson, Juan Carlos Aravena, Wesley Bocxe, Robin Chazdon, Marty Crump, Jorge de León, Ezio M. Firmani, Alexander Flecker, Mario García, Martin Gardner, Bernard Goffinet, Alejandro Grajal, Alex Ibañez, Charles Janson, Livia Marin-
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Firmani, Mary Kalin-Arroyo, Raúl Iván Martínez, Steve Morello, Vince Murphy, Piotr Naskrecki, Eduardo Pavez, Becky Pierce, Alfredo Quarto, Arturo Silva, Peter Singer, Doris Soto, Jean-Phillipe Soulé, Donald Taphorn, Teresa Tarifa, Gaines Tyler, Pablo Villarroel, Oliver Vogel y David Wagner. Apreciamos el apoyo de la InterAmerican Foundation por su beca postdoctoral a Francisca Massardo, del Center for Conservation and Biodiversity de la Universidad de Connecticut por las becas para Ricardo Rozzi y de la Universidad de Boston por su apoyo para los gastos editoriales básicos. Por último, los autores Eduardo Morales y Francis Trainor agradecen el apoyo técnico prestado por el Laboratorio de Microscopía Electrónica y el Centro de Recursos del Facultativo de la Universidad de Connecticut; Fernando Milano agradece el apoyo de la Maestría en Manejo de Vida Silvestre de la Universidad Nacional de Córdoba, Argentina; Juan Armesto y Cecilia Smith-Ramírez agradecen el apoyo de Cátedra presidencial en Ciencias (J. J. A.) y Proyecto SUCRE (European Union); Luis Marone, Javier López de Casenave y Víctor R. Cueto hacen la Contribución número 14 de Ecodes y agradecen los valiosos comentarios de R. González del Solar y R. Rozzi para su recuadro.
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Índice de siglas adn: avp: ap: bdm: bid: ci: cites:
d.c.: fao: fmam: fmi: fmn: fna: gef: ibes: ifc: iib: isis: iucn: mab: nafta: ong: pib: pnb: pnuma: sig: uicn: unced: undp: unesco: unep: wcmc: wcs: wri: wwf:
Ácido desoxirribonucleico Análisis de Viabilidad Poblacional Antes del presente Banca para el Desarrollo Multilateral Banco Interamericano del Desarrollo Conservation International (Conservación Internacional) Convention of International Trade in Endangered Species of Wild Fauna and Flora (Convención sobre el Comercio Internacional de Especies Amenazadas de Fauna y Flora Silvestres) después de Cristo Food and Agricultural Organization of the United Nations (Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación) Fondo para el Medio Ambiente Mundial, en inglés GEF Fondo Monetario Internacional Fondo Mundial para la Naturaleza, en inglés WWF Fondos Nacionales del Ambiente Global Environmental Facility Índice de Bienestar Económico Sustentable International Finance Corporation (Corporación Financiera Internacional) Índice de Integridad Biótica International Species Inventory System International Union for the Conservation of Nature and Natural Resources Man and the Biosphere Program North American Free Trade Agreement Organización No Gubernamental Producto Interno Bruto Producto Nacional Bruto Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente, en inglés UNEP Sistemas de Información Geográfica Unión Mundial para la Naturaleza, en inglés IUCN United Nations Conference on Environment and Development (Conferencia de las Naciones Unidas Sobre Medio Ambiente y Desarrollo) United Nations Development Programme United Nations Educational, Scientific and Cultural Organization (Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura) United Nations Environment Programme World Conservation Monitoring Centre Wildlife Conservation Society World Resources Institute World Wildlife Fund for Nature
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Índice general
Dedicatoria. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 7 Prólogo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 9 Prefacio . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 11 Semblanza de los coordinadores . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
. 15
Agradecimientos. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 19 Índice de siglas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 23
PRIMERA PARTE: Fundamentos de la conservación biológica I. ¿Qué es la biología de la conservación?, por R. Rozzi, R. Primack, P. Feinsinger, R. Dirzo y F. Massardo . . . Orígenes de la biología de la conservación . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Crisis ambiental y crisis social . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Resumen . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Para discutir. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Lecturas sugeridas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . RECUADRO I.1 Conservación de los guacamayos en Perú, por R. Primack. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . RECUADRO I.2 Conservación de mamíferos marinos, por C. Campagna y R. Primack . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
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35 45 53 56 57 57 41 43
II. ¿Qué es la diversidad biológica?, por R. Rozzi, P. Feinsinger, F. Massardo y R. Primack . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Diversidad genética . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Especies biológicas y biodiversidad. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Diversidad de comunidades . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Principios de organización de las comunidades . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Diversidad de ecosistemas y ecorregiones en Latinoamérica . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Resumen . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Para discutir. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Lecturas sugeridas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . RECUADRO II.1 Nominación y clasificación de los seres vivos, por F. Massardo y G. Anderson . . . . . . . . . . . . . . . . RECUADRO II.2 Las algas: conceptos críticos en la evaluación de su diversidad, por E. A. Morales y F. R. Trainor . . .
59 72 74 82 84 89 94 95 96 69 77
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III. ¿Dónde se encuentra la diversidad biológica?, por R. Primack, R. Rozzi, R. Dirzo y P. Feinsinger. . . . . . . . . . ¿Por qué existen tantas especies en los trópicos? . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Ecosistemas con alta biodiversidad . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . ¿Cuántas especies existen en el mundo? . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Comunidades recientemente descubiertas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . La necesidad de formar más taxónomos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Resumen . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Para discutir. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Lecturas sugeridas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . RECUADRO III.1 Selvas tropicales secas de México: un ecosistema de importancia planetaria, por R. Dirzo e I. Trejo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . RECUADRO III.2 Biodiversidad en los paisajes culturales de la ecorregión Tropandina, por F. O. Sarmiento . . . . RECUADRO III.3 Arrecifes coralinos de Colombia, por N. E. Ardila y J. O. Reyes . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . RECUADRO III.4a. La biodiversidad de países extratropicales: el caso de Chile, por J. A. Simonetti. . . . . . . . . . . . RECUADRO III.4b. Los artrópodos: protagonistas en la estimación y conservación de la biodiversidad tropical, por R. Colwell , J. T. Longino, D. Brenes, N. Oconitrillo, M. Paniagua y R. Vargas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . RECUADRO III.5. Los macroinvertebrados de agua dulce de los Andes tropicales, por G. Roldán Pérez . . . . . . . . RECUADRO III.6. Conservación del mundo desconocido de las profundidades marinas, por R. Primack . . . . . . .
. . . 99 . . 102 . . 104 . . 111 . . 120 . . 121 . . 127 . . 127 . . 128 . . 106 . . 108 . . 109 . . 115 . . 116 . . 122 . . 125
SEGUNDA PARTE: Amenazas para la diversidad biológica
26
IV. Extinciones, por R. Primack, R. Rozzi, R. Dirzo y F. Massardo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Tasas de extinción en el pasado . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Extinciones provocadas por los seres humanos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Tasas de extinción natural . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Especies endémicas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Tasas de extinción en islas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Biogeografía de islas y tasas de extinción actuales . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Efectos ecosistémicos de las extinciones de especies . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Resumen . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Para discutir. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Lecturas sugeridas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . RECUADRO IV.1. Extinción de peces de agua dulce en Sudamérica, por J. S. Usma Oviedo . . . . . . . . . . . . . . . . . RECUADRO IV.2 Especies introducidas y extinciones de especies endémicas en islas oceánicas, por G. Bernardello y G. J. Anderson. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . RECUADRO IV.3 Madagascar: un laboratorio evolutivo en extinción, por J. A. Silander y J. Ratsirarson . . . . . . . . RECUADRO IV.4 Extinciones de proocesos ecológicos: las interacciones entre plantas y mamíferos tropicales, por R. Dirzo y E. Mendoza . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
. . 133 . . 135 . . 136 . . 139 . . 140 . . 142 . . 144 . . 152 . . 157 . . 158 . . 158 . . 145
V. Vulnerabilidad a la extinción, por R. Primack, F. Massardo, R. Rozzi y R. Dirzo. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . ¿Cuáles son las especies o grupos de especies más vulnerables a la extinción frente a los cambios ambientales causados por la sociedad contemporánea?. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Categorías de conservación . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Resumen . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Para discutir. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Lecturas sugeridas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . RECUADRO V.1 Los anfibios están desapareciendo de América Latina, por M. L. Crump y L. O. Rodríguez . . . . .
. . 161 . . 162 . . 173 . . 179 . . 179 . . 180 . . 170
VI. Destrucción y degradación del Hábitat, por R. Primack, R. Rozzi, F. Massardo y P. Feinsinger. . . . . . . . . . . . Destrucción del hábitat . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Bosques tropicales lluviosos amenazados . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Procesos de destrucción y degradación del hábitat . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Resumen . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
. . 183 . . 185 . . 186 . . 194 . . 221
. . 147 . . 149 . . 153
Para discutir. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Lecturas sugeridas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . RECUADRO VI.1 El bosque atlántico brasileño está amenazado de extinción, por P. C. Morellato . . . . . . . . . . . . RECUADRO VI.2 Producción de camarones y destrucción de manglares en Ecuador, por L. Suárez y D. Ortíz . . . RECUADRO VI.3. Fragmentación del bosque templado y las aves del sur de Chile, por M. F. Willson e I. Díaz . . RECUADRO VI.4 Extinción de especies y fragmentación del hábitat en el Neotrópico, por G. H. Kattan . . . . . . . RECUADRO VI.5 Agricultura y conservación: el aguilucho langostero de Argentina, por M. E. Zaccagnini . . . . . .
. . 222 . . 223 . . 189 . . 195 . . 202 . . 205 . . 212
VII. Especies exóticas, enfermedades y sobreexplotación, por R. Primack, R. Rozzi, P. Feinsinger y F. Massardo . . Enfermedades . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Sobreexplotación . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Sociedades tradicionales y contemporáneas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Resumen . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Para discutir. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Lecturas sugeridas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . RECUADRO VII.1. Las truchas: agresivas extranjeras en las aguas andinas, por A. S. Flecker y C. Carrera. . . . . . . . RECUADRO VII.2a El castor: un ingeniero exótico en las tierras más australes del planeta, por M. S. Lizarralde y C. Venegas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . RECUADRO VII.2b Los castores como ingenieros de ecosistemas en sus hábitats nativos, por T. G. Whitham. . . . RECUADRO VII.3a Historia ecológica de la Región Maya, por M. Brenner, B. W. Leyden, M. W. Binford y D. A. Hodell . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . RECUADRO VII.3b La Isla de Pascua o el microcosmo de un mundo aislado, por F. di Castri . . . . . . . . . . . . . . .
. . 225 . . 236 . . 239 . . 243 . . 251 . . 251 . . 252 . . 229 . . 231 . . 233 . . 245 . . 248
TERCERA PARTE: El valor de la diversidad biológica VIII. Valoración de la biodiversidad, por R. Rozzi, R. Primack y F. Massardo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Causas humanas del deterioro ambiental . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . La economía ecológica . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Resumen . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Para discutir. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Lecturas sugeridas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . RECUADRO VIII.1 Las granjas de mariposas: un colorido ejemplo de manejo sustentable, por D. Wagner . . . . . . RECUADRO VIII.2. El valor de las palmeras en la Amazonía. por K. Silvius . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . RECUADRO VIII.3 El Proyecto Aguaratimi: desarrollo alternativo y derechos intelectuales, por I. Combes, J. Yandura y N. Justiniano . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . RECUADRO VIII.4 La conchuela de la yuca: una historia exitosa de control biológico, por R. Primack . . . . . . . . . RECUADRO VIII.5 Etnobotánica cuantitativa en bosques secundarios de Costa Rica, por R. L. Chazdon y F. G. Coe . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
. . 255 . . 256 . . 261 . . 287 . . 288 . . 289 . . 267 . . 270
IX. Valoración económica indirecta, por R. Primack, R. Rozzi y F. Massardo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Valor de uso indirecto . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Protección de los recursos suelo y agua. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Tratamiento de los desechos y retención de nutrientes . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Valor educativo y científico . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Valor de opción . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Valor de existencia . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Resumen . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Para discutir. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Lecturas sugeridas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . RECUADRO IX.1 Servicios ecosistémicos de los bosques nativos, por D. Soto y A. Lara. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . RECUADRO IX.2 Ecoturismo en el Cono Austral de América, por F. Massardo, O. Dollenz y R. Rozzi . . . . . . . . .
. . 291 . . 292 . . 293 . . 299 . . 302 . . 306 . . 307 . . 308 . . 309 . . 310 . . 295 . . 303
. . 278 . . 283 . . 285
27
X. Ética ambiental: raíces y ramas latinoamericanas, por R. Rozzi . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Ética ambiental comparada . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . El “efecto sombra” de la cultura dominante . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Metáforas como puentes interculturales e interdisciplinarios . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Análisis histórico para fomentar la tolerancia y la diversificación ética . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Éticas ambientales y arte en América Latina . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Interrelaciones entre ciencia y ética . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Resumen . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Para discutir. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Lecturas sugeridas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . RECUADRO X.1. Similitudes y diferencias interculturales en las éticas ambientales, por R. Rozzi y F. Massardo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . RECUADRO X.2. Éticas ambientales y conservación en los extremos de América, por N. J. Turner, F. Massardo, D. Deur y R. Rozzi . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . RECUADRO X.3. Cultura y naturaleza en la civilización occidental, por T. Kwiatkowska . . . . . . . . . . . . . . . . . . . RECUADRO X.4. Derechos humanos y medio ambiente, por H. Neira. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . RECUADRO X.5. Cuando la admiración salva vidas: ¿cuál es el valor estético de un animal silvestre?, por F. Milano. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . RECUADRO X.6 Diversos paradigmas científicos para los biólogos de la conservación, por R. Rozzi . . . . . . . . . . . RECUADRO X.7. Tres primatólogas que llegaron a ser activistas, por R. Primack . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
. . 311 . . 315 . . 325 . . 326 . . 330 . . 342 . . 345 . . 356 . . 357 . . 359 . . 319 . . 321 . . 333 . . 338 . . 347 . . 350 . . 353
CUARTA PARTE: Conservación a nivel poblacional y específico
28
XI. Problemas de las poblaciones pequeñas, por R. Primack . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Tamaño mínimo viable . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Pérdida de variabilidad genética . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Tamaño poblacional efectivo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Variación demográfica . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Variación ambiental y catástrofe . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Vórtices de extinción . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Resumen . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Para discutir. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Lecturas sugeridas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
. . 363 . . 365 . . 366 . . 372 . . 377 . . 378 . . 379 . . 381 . . 381 . . 382
XII. Aplicaciones de la biología de poblaciones, por R. Primack . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Recolección de información ecológica . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Monitoreo de poblaciones . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Análisis de viabilidad poblacional. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Metapoblaciones . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Monitoreo de especies y ecosistemas en el largo plazo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Resumen . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Para discutir. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Lecturas sugeridas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . RECUADRO XII.1. Restablecimiento del mono tití-león-negro en Brasil, por C. Valladares-Padua, S. Machado Padua, A. C. S. Martins y L. Cullen Jr. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
. . 385 . . 386 . . 388 . . 394 . . 396 . . 400 . . 402 . . 403 . . 403 . . 398
XIII. Establecimiento de nuevas poblaciones, por R. Primack. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Comportamiento de los animales liberados . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Consideraciones para el logro de programas exitosos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Establecimiento de nuevas poblaciones de plantas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Legislación ambiental y programas de restablecimiento . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Resumen . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Para discutir. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
. . 405 . . 407 . . 408 . . 414 . . 417 . . 418 . . 419
Lecturas sugeridas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 420 RECUADRO XIII.1. El cóndor andino: conservación y nuevas fuentes de alimentación, por E. F. Pavez . . . . . . . . . . . 409 XIV. Estrategias de conservación ex situ, por R. Primack y F. Massardo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Zoológicos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Acuarios. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Jardines botánicos y arboretos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Bancos de semillas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Resumen . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Para discutir. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Lecturas sugeridas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . RECUADRO XIV.1. El panda necesita mucho más que el cariño del público para sobrevivir, por R. Primack. . . . . RECUADRO XIV.2. Integración de la conservación in situ y ex situ en los jardines botánicos de Latinoamérica, por F. Massardo, D. Rae, M. Lagrotteria, J. Affolter y R. Rozzi . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
. . 421 . . 425 . . 430 . . 432 . . 437 . . 444 . . 445 . . 445 . . 423 . . 433
QUINTA PARTE: Aplicaciones prácticas XV. Establecimiento de áreas protegidas, por R. Primack, R. Rozzi y P. Feinsinger. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . El sistema IUCN de clasificación . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Áreas protegidas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Establecimiento de prioridades. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Centros de diversidad. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Prioridades nacionales . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Resumen . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Para discutir. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Lecturas sugeridas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . RECUADRO XV.1. Importancia de la distribución de las áreas protegidas: el caso del bosque chileno, por J. J. Armesto y C. Smith-Ramírez . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . RECUADRO XV.2. Conservación de depredadores: áreas extensas y bosques antiguos, por K. Omland, D. Martínez, D. Gaillard, R. Rozzi y S. Pickett . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . RECUADRO XV.3. Migraciones altitudinales e interconexión de hábitats en bosques tropicales, por G. V. N. Powell y R. Bjork. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
. . 449 . . 450 . . 452 . . 457 . . 471 . . 472 . . 473 . . 474 . . 475
XVI. Diseño de áreas protegidas, por R. Primack, R. Rozzi y P. Feinsinger . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Consideraciones biológicas para el diseño de las reservas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Tamaño de las reservas. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Preservación efectiva de especies. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Unión de las reservas mediante corredores de hábitat . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Ecología del paisaje y diseño de parques. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Resumen . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Para discutir. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Lecturas sugeridas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . RECUADRO XVI.1. Áreas protegidas con límites cambiantes en Ecuador, por L. Suárez e I. Araya . . . . . . . . . . . .
. . 477 . . 480 . . 480 . . 484 . . 488 . . 491 . . 494 . . 495 . . 495 . . 478
XVII. Manejo de áreas protegidas, por R. Primack, R. Rozzi, P. Feinsinger y F. Massardo. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Identificación y manejo de las amenazas en las áreas protegidas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . El manejo de parques y la población . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Manejo de recursos de los parques . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Resumen . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Para discutir. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Lecturas sugeridas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . RECUADRO XVII.1 Integración social en los parques nacionales andino-patagónicos, por J. Salguero. . . . . . . . . . RECUADRO XVII.2 Las múltiples caras de la participación social en las áreas protegidas, por J. Czerwenka y E. Gudynas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
. . 497 . . 502 . . 506 . . 515 . . 517 . . 517 . . 518 . . 499
. . 454 . . 459 . . 465
. . 509
29
RECUADRO XVII.3 Los borregos cimarrones de la Isla Tiburón: conservación y desarrollo sustentable, por R. A. Medellín y F. Colchero . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 510 XVIII. Conservación fuera de las áreas protegidas, por R. Primack, R. Rozzi, P. Feinsinger y F. Massardo . . . . . . . . . Valor del hábitat conservado fuera de las áreas protegidas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Manejo sustentable de poblaciones de fauna nativa: diversificación de la economía . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Manejo de ecosistemas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Resumen . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Para discutir. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Lecturas sugeridas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . RECUADRO XVIII.1 Indagación ecológica en el patio de la escuela, por L. Margutti, R. D. Oviedo, M. Herbel y P. Feinsinger . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . RECUADRO XVIII.2 La Red de Reservas Naturales Campesinas de La Cocha, Colombia, por E. Constantino . . . . . RECUADRO XVIII.3 Una iniciativa vecinal para la conservación de una laguna urbana, por E. Tarifeño, M. Rojas, E. Hidalgo y M. Santelices . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . RECUADRO XVIII.4 Cambios en el método de cultivo del café y sus efectos sobre la biodiversidad, por C. Murcia . . RECUADRO XVIII.5. Recuperación y manejo de la vicuña, por T. Tarifa . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . RECUADRO XVIII.6 La conservación del ñandú, por F. Milano y A. Caselli. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . RECUADRO XVIII.7 Manejo sustentable de poblaciones de caimanes y cocodrilos, por J. Thorbjarnarson . . . . . . . RECUADRO XVIII.8 ¿Es posible la conservación en fincas ganaderas privadas de Los Llanos de Venezuela?, por A. Grajal . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
. . 521 . . 522 . . 534 . . 547 . . 555 . . 556 . . 557
XIX. Restauración ecológica, por R. Primack y F. Massardo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Fases de la restauración ecológica . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Restauración del hábitat para la conservación de especies amenazadas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Restauración en sistemas urbanos. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Restauración de praderas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Restauración de ecosistemas acuáticos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Restauración de bosques tropicales secos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Algunas precauciones con la ecología de la restauración . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Resumen . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Para discutir. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Lecturas sugeridas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . RECUADRO XIX.1 Restauración del bosque de montaña en Xalapa, Veracruz, por G. Williams-Linera. . . . . . . . . RECUADRO XIX.2 Las micorrizas y la restauración de ecosistemas tropicales, por G. Cuenca . . . . . . . . . . . . . . . . RECUADRO XIX.3 Restauración y conservación de la cotorra cubana, por X. Gálvez Aguilera, V. Berovides Alvarez y J. W. Wiley. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . RECUADRO XIX.4 Restauración y manejo sustentable del Gran Chaco, por E. H. Bucher y C. J. Saravia Toledo. .
. . 559 . . 562 . . 566 . . 567 . . 572 . . 573 . . 575 . . 578 . . 581 . . 581 . . 582 . . 563 . . 568
. . 526 . . 528 . . 530 . . 532 . . 536 . . 539 . . 541 . . 543
. . 570 . . 579
SEXTA PARTE: Conservación y sociedades humanas
30
XX. Conservación y desarrollo sustentable a niveles local y nacional, por R. Primack, R. Rozzi, F. Massardo y P. Feinsinger . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Sociedades tradicionales y diversidad biológica. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Conservación local en la sociedad occidental . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Tierras para la conservación o land trusts . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Legislación nacional . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Políticas nacionales y regulaciones internacionales . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Resumen . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Para discutir. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Lecturas sugeridas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . RECUADRO XX.1 Pueblos indígenas y conservación en México: manejo comunitario de los recursos naturales, por V. M. Toledo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
. . 585 . . 586 . . 604 . . 608 . . 609 . . 614 . . 615 . . 615 . . 616 . . 590
RECUADRO RECUADRO RECUADRO RECUADRO
XX.2
Selvas antropogénicas mayas, por A. Gómez-Pompa . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Manejo local por los embera del Chocó colombiano, por C. Campos, H. Rubio y A. Ulloa. . . . XX.4 Conservación en el lago Titicaca, por S. Sánchez Huamán y A. M. Trelancia Amico . . . . . . . . XX.5 Legislación sobre protección ambiental y cultural en Colombia, por N. Arango y M. E. Chaves . .
. . 593 . . 599 . . 606 . . 611
XXI. Conservación y desarrollo sustentable a nivel internacional, por R. Primack, R. Rozzi, P. Feinsinger y F. Massardo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Acuerdos para la protección de especies . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Acuerdos para la protección del hábitat . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Cumbre de la Tierra de 1992. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Financiamiento . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Cambio en el proceso de financiamiento . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Acuerdos biorregionales de colaboración ambiental entre países . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Resumen . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Para discutir. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Lecturas sugeridas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . RECUADRO XXI.1 Cooperación internacional para la conservación del oso andino, por J. P. Jorgenson . . . . . . . . RECUADRO XXI.2. La guerra por los elefantes: ¿se acabó el armisticio?, por R. Primack . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . RECUADRO XXI.3a El Banco Mundial y la conservación de la biodiversidad, por G. Castro . . . . . . . . . . . . . . . . RECUADRO XXI.3b. El Fondo para el Medio Ambiente Mundial y la biodiversidad, por M. A. Ramos. . . . . . . . . RECUADRO XXI.4. Educación y capacitación para la conservación en Venezuela, por L. G. Morales e I. Novo . . RECUADRO XXI.5 La represa Balbina: un daño ambiental y social irreparable, por P. M. Fearnside . . . . . . . . . . . RECUADRO XXI.6. Una nueva estrategia de conservación en México, por R. González Montagut . . . . . . . . . . . . . RECUADRO XXI.7. Conservación en el Mediterráneo o el cruce de los caminos evolutivos, por F. di Castri.. . . . . RECUADRO XXI.8 El Paseo Pantera: un corredor hacia la esperanza, por A. Carr, III . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
. . 619 . . 620 . . 627 . . 630 . . 636 . . 645 . . 648 . . 658 . . 658 . . 659 . . 621 . . 625 . . 633 . . 634 . . 640 . . 642 . . 650 . . 652 . . 656
XX.3
XXII. Desafíos para la conservación biológica en Latinoamérica, por R. Rozzi y P. Feinsinger . . . . . . . . . . . . . . . . . Interdisciplinariedad y multidimensionalidad ecológica . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Perspectivas locales y globalización. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Resumen . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Para discutir . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Lecturas sugeridas y material básico clave . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . RECUADRO XXII.1. Los delicados equilibrios de la conservación en América Latina, por E. Gudynas . . . . . . . . . . RECUADRO XXII.2. Historia natural local y ciencia ecológica universal: los sistemas semillas-granívoros en desiertos de Sudamérica y Norteamérica, por L. Marone, J. López de Casenave y V. R. Cueto . . . . . . . . . . . . . RECUADRO XXII.3. La promoción de perspectivas locales e iniciativas autónomas: una urgencia para el futuro de la conservación biológica en América Latina, por P. Feinsinger y R. Rozzi . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
. . 661 . . 673 . . 676 . . 685 . . 687 . . 687 . . 663 . . 678 . . 682
Bibliografía. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 689 Relación de autores . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 771 Índice de términos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 783
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II. ¿Qué es la diversidad biológica? Ricardo Rozzi Peter Feinsinger Francisca Massardo Richard Primack
l contacto con la biodiversidad y su reconocimiento es una de las experiencias más emocionantes de la existencia humana; a la vez, la diversidad biológica es tan vasta, que parece inaprensible (¡incluso para los biólogos!). Las siguientes imágenes ejemplifican algunos de los múltiples niveles biológicos, temporales y espaciales de la biodiversidad: dentro de un grupo de monos, el comportamiento de un macho dominante es distinto al de un macho juvenil; a lo largo del ciclo de vida de una mariposa, su forma corporal y sus interacciones ecológicas cambian drásticamente desde sus estados larvarios hasta su fase adulta; en un bosque de neblina, los sectores que crecen sobre colinas expuestas al viento tienen árboles más bajos o achaparrados que los sectores ubicados en las profundidades de una quebrada; los paisajes dominados por cactáceas en un desierto como el de Sonora (en el norte de México) contrastan con los paisajes más áridos y pedregosos de otro desierto como el de Atacama (en el norte de Chile). Esta enorme y compleja diversidad biológica puede ser descrita y analizada dentro de un esquema jerárquico de niveles de organización biológica que va desde genes hasta paisajes, distinguiendo tres atributos: composición, estructura y función (Noss, 1990; Figura II.1). La composición de la biodiversidad incluye los componentes físicos de los sistemas biológicos en sus distintos niveles de organización: genes, poblaciones, especies, comunidades, ecosistemas y paisajes (Figura II.1). Éste es el atributo más reconocido de la biodiversidad, y ha motivado la confección de bancos de germoplasma e inventarios de especies y la identificación de comunidades y ecosistemas en estado precario de conservación. La diversidad estructural considera la disposición u ordenamiento físico de los componentes en cada nivel de organización. Por ejemplo, a nivel poblacional puede referirse a la distribución agregada o uniforme de los individuos de una cactácea en una región desértica; a nivel ecosistémico, puede considerar la cantidad de niveles del dosel, de troncos, rocas, cascadas y pozas en un estero en una cuenca forestal; o a escala del paisaje, la estructura de un desierto puede incluir la cantidad
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Fundamentos de laconservación biológica
Figura II.1 Atributos de la biodiversidad —composición, estructura y función— considerando cuatro niveles de organización biológica: (1) genes; (2) especies y poblaciones; (3) comunidades y ecosistemas, y (4) paisajes. (Según Noss, 1990).
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de oasis, sus formas y las distancias entre ellos. La diversidad funcional se refiere a la variedad de procesos e interacciones que ocurren entre los componentes biológicos. Estos procesos pueden ser ecológicos (por ejemplo, las interacciones entre larvas herbívoras y el follaje de ciertos arbustos), biogeoquímicos (por ejemplo, los procesos de fijación de nitrógeno llevados a cabo por asociaciones de bacterias con raíces de plantas leguminosas) o evolutivos (por ejemplo, la coevolución entre plantas con flores tubulares y colibríes) (Figura II.2). Es fundamental comprender que cuando se extingue un componente en cualquiera de los niveles de organización biológica, no sólo se pierde el componente en sí, sino también sus relaciones estructurales y sus interacciones funcionales con los demás componentes del sistema biológico considerado. Por ejemplo, si en una región árida de México se elimina una población de mezquite (Prosopis sp.), también desaparecen estructuras del ecosistema (tales como el dosel que provee un microhábitat y que sirve como fuente de alimento y refugio para otras especies) y se alteran funciones del ecosistema (tales como la estabilización del suelo o la fijación de nitrógeno realizada por bacterias simbiontes con las leguminosas). Si en el sotobosque de una selva seca de Paraguay se extingue una especie de bromelia cuyas plantas acumulan agua de lluvia en su interior, el ecosistema pierde no sólo la especie de bromelia sino también una importante estructura que provee hábitat a numerosas especies de anfibios e invertebrados (véase Mereles, 1998) y que cumple una función esencial en los flujos hídricos y de nutrientes. Para evaluar el estado de conservación de la biodiversidad se requiere, por lo tanto, mucho más que los inventarios o seguimientos de algunos grupos de especies. Por esta razón se han definido indicadores para establecer criterios y programas de seguimiento del estado de conservación de la biodiversidad en sus múltiples atributos y niveles de organización biológica (Noss, 1990; Cuadro II.1). La diversidad de componentes, estructuras y procesos biológicos no constituye un mosaico estático, sino que va cambiando como resultado de procesos evolutivos y ecológicos que se manifiestan en los distintos niveles y atributos descritos para la biodiversidad, y en múltiples escalas temporales y espaciales. La evolución y la ecología destacan una propiedad crucial para la biología de la conservación: los sistemas biológicos son dinámicos (Solbrig, 1991). La composición genética de las poblaciones, especies y comunidades biológicas, como también los tipos de ecosistema, varían a distintas tasas en el curso de la evolución.
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Figura II.2 La diversidad biológica puede caracterizarse en cuatro niveles de organización: (A) Dentro de una población de una especie se encuentra variación fenotípica (apariencia de los individuos) que puede incluir dimorfismo sexual (los machos y las hembras tienen distinta apariencia), como en los colibríes ilustrados en la primera fila. Entre los individuos de una misma población suelen encontrarse variaciones genéticas. En la pareja de la derecha se destaca una hembra homocigota (en el par los dos cromosomas son idénticos) y un macho que presenta una trisomía (un brazo de cromosoma extra), que puede constituir la base de procesos evolutivos. (B) En el segundo nivel se presenta una diversidad de especies biológicas, considerando algunos representantes de la fauna de invertebrados y vertebrados del bosque tropical.
El esquema presenta una colección de especies sin ilustrar las interacciones para denotar las limitaciones que tienen los análisis de biodiversidad basados únicamente en listas de especies. (C) El tercer nivel presenta la comunidad biológica y el ecosistema con interacciones entre especies, tales como el colibrí polinizando una flor en el margen del bosque, una larva de insecto alimentándose de hojas y los nódulos de bacterias asociadas a la raíz de un árbol donde ocurre la fijación del nitrógeno atmosférico. La gráfica de la izquierda ilustra la estructura del bosque donde se distinguen árboles emergentes, un dosel dominante, un sotobosque multiestraficado y una capa de hierbas y plantas rastreras en el suelo. También existen troncos caídos que proveen microhábitats y liberan nutrientes al ecosistema.
Así, la colección de especies se muestra en este nivel organizada en una estructura y desempeñando diversas funciones ecológicas. (D) A la escala del paisaje las interacciones entre los distintos tipos de bosque y los cursos de agua es fundamental para el movimiento de organismos y para los flujos de nutrientes en los ecosistemas tropicales. (El colibrí representado corresponde a Topaza pella; la fauna y el bosque corresponden a un bosque tropical lluvioso de la Amazonía y la gráfica está basada en datos de Terborgh y Petren [1991]; el paisaje está basado en el diagrama de Morán [1993] para un sector de la Amazonía venezolana representando los bosques de terra firme, bosques más secos, bosques inundables y manglares, que se asocian a distintos tipos de suelos y regímenes hídricos).
La tectónica de placas, por ejemplo, es fundamental para entender algunos cambios geológicos, climáticos y bióticos que han dado forma a la biodiversidad del Continente Americano. Hace unos 200 millones de años las masas terrestres formaban un único continente, Pangea, que más tarde se desmembró en dos grandes continentes: Laurasia y Gondwana (Figura II.3A). Luego, Laurasia se dividió en las masas continentales de Norteamérica y Eurasia, y Gondwana se disgregó en los continentes de Sudamérica, África, Antártica, India y Oceanía (Australia, Nueva Zelanda, Nueva Guinea, Nueva Caledonia y Tasmania) (Figura II.3B). Estos movimientos continentales, en combinación con la historia evolutiva, explican los patrones de distribución actual de ciertos grupos de organismos. Por ejemplo, las Cicadales son plantas que se caracterizan por crecer y reproducirse muy lentamente y que fueron muy abundantes durante la época de los dinosaurios. A medida que el clima cálido del Mesozoico se fue enfriando y aparecieron las plantas con flores, las cicadáceas quedaron confinadas a regiones tropicales que hoy conservan un clima parecido al de la época de los dinosaurios (Cox y Moore, 2000) (Figura II.4). Dentro de las plantas con flores que aparecieron más recientemente, muchas surgieron evolutivamente en la región tropical de Sudamérica, cuando ésta ya se encontraba separada de África, y todavía se distribuyen exclusivamente en la región neotropical. Por ejemplo, el género Crinodendron se distribuye en regiones del sur de Brasil, las Yungas de Bolivia y el sur de Chile, que habrían estado conectadas hasta hace unos cinco millones de años, antes que ocurriera el mayor levantamiento de la Cordillera de los Andes (Hinojosa y Villagrán 1997; Villagrán e Hinojosa, 1997). Este tipo de procesos han llevado a definir grandes
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Fundamentos de laconservación biológica
A
B
Figura II.3. (A) Hace unos 140 millones de años las masas continentales del mundo se dividían en dos continentes: Laurasia al norte y Gondwana al sur. (B) Hace unos 90 millones de años África y Sudamérica se habían separado, pero ésta última seguía unida a la Antártica y a través de ella mantenía la conexión con Australia. (Modificado de Cox y Moore, 2000).
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regiones biogeográficas florísticas y faunísticas que representan la escala geográfica más amplia para el análisis de la biodiversidad (Figura II.4). Obsérvese cómo la Región Neotropical (“trópico del Nuevo Mundo”) corresponde casi exactamente con el territorio de Latinoamérica, extendiéndose desde el Desierto de Sonora, en el límite entre Estados Unidos y México, hasta el extremo sur de Sudamérica (sólo quedaría afuera una estrecha franja en el extremo sudoeste de Sudamérica, que pertenece a la Región Sub-Antártica, (Villagrán e Hinojosa, 1997). La secuencia de fragmentación de Gondwana permite apreciar cómo durante los últimos 100 millones de años la biota tropical de Sudamérica ha evolucionado con un grado de aislamiento respecto a otras biotas continentales. Esto explica parte de la gran singularidad de la biota neotropical (Hernández et al., 1992). La conexión entre las Américas del Sur y del Norte se produjo hace sólo unos tres millones de años, cuando se completó la formación del Istmo de Panamá que generó el Gran Intercambio Biótico Americano (Marshall et al., 1982). Desde Sudamérica migraron hacia el norte mamíferos tales como armadillos y marsupiales; a la vez, desde Norteamérica migraron hacia el sur grandes carnívoros y
II. ¿Qué es la diversidad biológica?
camélidos (Figura II.5). En la fauna actual de Latinoamérica observamos la mezcla derivada de ese intercambio. Por ejemplo, la llama es un símbolo de las culturas de los Andes peruanos donde fue domesticada hace unos 7 000 años AP; sin embargo, el mayor de los camélidos sudamericanos había arribado al altiplano desde el Hemisferio Norte hacía sólo unos dos millones de años (Wheeler et al., 1992; Wheeler, 1998). El Gran Intercambio Faunístico condujo también a importantes cambios ecológicos junto con procesos de extinción y especiación en las diversas regiones de América. El conocimiento de estos continuos cambios que transcurren en múltiples escalas geológicas, biogeográficas, ecológicas y evolutivas no sólo ayuda a comprender los patrones de diversidad y distribución de los grupos de organismos, sino que, a la vez, resalta el carácter dinámico de las comunidades biológicas que nos esforzamos por conservar. La vida en la Tierra habría surgido hace unos 3 500 millones de años, y a partir de ese momento se habría diversificado, dando origen a la multiplicidad de especies que habitan hoy el planeta. La formación de nuevas especies o especiación involucra variados y complejos mecanismos evolutivos (Núñez-Farfán y Eguiarte, 1999), pero generalmente es lento y requiere centenares o miles de generaciones. La evolución de nuevos géneros y familias es aún más lenta y puede tardar miles o millones de años. En algunos casos, sin embargo, las especies pueden originarse en sólo una generación, a través de mecanismos tales como mutaciones, reordenaciones cromosómicas o divisiones desiguales de cromosomas que generan una progenie con cromosomas extras o poliploides (Soltis y Soltis, 1999). No obstante la diversidad de mecanismos evolutivos, en la actualidad la tasa de especiación es probablemente unas mil veces menor que la tasa de extinción, y este desequilibrio podría acentuarse aún más en el futuro (Capítulo IV). La tasa de especiación estaría disminuyendo debido a la destrucción y homogeneización de los hábitats que ocurre actualmente en todo el planeta (Capítulos VI y VII). En la medida que los hábitats disminuyen, existen menos poblaciones de cada especie y, por lo tanto, menos oportunidades para la evolución. Además, muchas de las especies
Figura II.4. Los movimientos de las masas continentales generados por la tectónica de placas, en combinación con la historia evolutiva, explican los patrones de distribución actual de ciertos grupos de organismos. Las plantas Cicadales (en gris) fueron muy abundantes durante el Mesozoico (la época de los dinosaurios) y a medida que el clima cálido de esa época se fue enfriando, las cicadáceas quedaron confinadas a regiones tropicales de diversas regiones continentales que antes estaban conectadas en un sólo continente, Pangea. En contraste, las especies de Crinodendron(en negro), un género neotropical de plantas con flores que apareció más recientemente en la historia evolutiva, cuando los continentes ya se encontraban separados, presenta una distribución restringida a los bosques del sur de Brasil, las Yungas de Bolivia y el sur de Chile, que habrían estado conectadas hasta hace unos cinco millones de años, antes que ocurriera el mayor levantamiento de la Cordillera de los Andes. A partir de los patrones de distribución florística y faunística, los biogeógrafos han definido grandes regiones florísticas —Neotropical, Antártica, Australiana, Africana y Holártica— y zoogeográficas: Neotropical, Australiana, Africana, Oriental, Paleártica y Neártica. (Distribución de Cicadales basada en Cox et al., 1976; distribución de Crinodendron basada en Villagrán e Hinojosa, 1997; las regiones florísticas están tomadas de Takthajan, 1969, y las regiones zoogeográficas se definen según Cox y Moore, 2000).
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Fundamentos de laconservación biológica
Figura II.5. El Gran Intercambio Biótico Americanose produjo hace unos tres millones de años, cuando se completó la formación del Istmo de Panamá que conectó América del Sur y del Norte, provocando migraciones de mamíferos y otros organismos en ambas direcciones. Así, las comunidades biológicas de América son muy diferentes antes y después del surgimiento del istmo. (Figura modificadaa de Wilson, 1999).
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amenazadas de extinción constituyen los únicos representantes vivos de su género o familia. Por ejemplo, especies como el celacanto (Latimeria chalumnae, un primitivo pez encontrado en el Océano Índico), el oso panda gigante (Ailuropoda melanoleuca, que habita en los bosques de China) o el monito del monte (Dromiciops australis, única especie viviente de la primitiva familia marsupiales Microbiotheria, que hoy habita en los bosques templados de Argentina y Chile) son los únicos representantes vivos de linajes evolutivamente antiguos y, en consecuencia, su extinción significaría la pérdida de una rama mayor en el árbol filogenético. La diversidad biológica resultante de los procesos evolutivos puede describirse a distintos niveles taxonómicos. En la base de la filogenia pueden distinguirse los dominios Archaea y Bacteria (que están incluidos dentro de los procariontes u organismos constituidos por células carentes de núcleo y organelos) y el dominio Eukaria. Este último abarca cuatro reinos de eucariontes u organismos constituidos por células con núcleo y organelos con doble membrana: los protistas (protozoos, algas uni y multicelulares), los hongos, las plantas y los animales (Raven et al., 1999). A niveles taxonómicos cada vez más específicos dentro de algún reino, por ejemplo las plantas, se pueden analizar los patrones de diversidad a nivel de divisiones (o filos), clases, órdenes, familias, géneros, especies y variedades (Recuadro II.1). Este último nivel incluye la diversidad genética que ocurre entre poblaciones (de una misma especie) con distintos gra-
dos de aislamiento y entre individuos (de una misma población). Un tipo de diversidad genética especialmente relevante para la comprensión de las diversificadas y sofisticadas formas de interrelación entre las sociedades humanas y la diversidad biológica en Latinoamérica corresponde a las innumerables variedades de especies de plantas cultivadas a lo largo de la región neotropical. Los pueblos precolombinos ostentan una larga historia de prácticas y conocimientos botánicos. La agricultura se habría iniciado en el Continente Americano hace unos 9 000 años AP, e incluso en el sitio arqueológico de Monteverde en el sur de Chile, que data de al menos 14 000 años AP, se han encontrado restos de más de una docena de plantas medicinales y comestibles (Dillehay, 1997). Esta larga historia de interacciones entre sociedades humanas y especies de plantas en la región neotropical ha dado origen a centenares de variedades domesticadas que presentan alto rendimiento, resistencia a enfermedades, aclimatación a condiciones ambientales locales y/o períodos de cosecha en distintos momentos. Por ejemplo, muchas variedades de papa fueron cultivadas por las culturas del altiplano y del sur de Chile (Re c ua d ro I I . 1) y numerosímas variedades de ají, maíz y tomate fueron seleccionadas y aclimatadas a una gama de condiciones ambientales en las regiones habitadas por las culturas meso y sudamericanas (Pearsall, 1992) (Figura II.6). Las sociedades humanas del Nuevo Mundo no sólo han incidido sobre la diversidad de variedades, sino también sobre la composición de especies en ciertos ecosistemas, tales como la selva maya (Recuadro XX.2) y los palmares amazónicos (Recuadro VIII.2). También crearon
II. ¿Qué es la diversidad biológica?
Figura II.6. Remanentes vegetales encontrados en sitios arqueológicos de la costa peruana que datan de 2 500 AP. Gran parte de las especies cultivadas o recolectadas por los pueblos precolombinos eran leguminosas como el frijol o solanáceas como la papa, cuyo cultivo ha dado origen a un gran número de v a riedades. (Dibujos adaptados y modoficados de Wilson, 1999).
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Fundamentos de laconservación biológica
Figura II.7. Las chinampas constituyen policultivos que combinan la acuicultura, la horticultura y la silvicultura en la meseta central de México e ilustran la influencia que tienen las culturas en la configuración del paisaje y la diversidad de especies. (Fotografía de Michael Calderwood).
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sistemas de policultivos que conforman ecosistemas complejos y ricos en especies, como las chinampas, que combinan acuicultura, horticultura y silvicultura en la meseta central de México (Figura II.7). Así, la diversidad cultural en el Continente Americano ha evolucionado embebida en una intrincada red de interacciones con la biodiversidad, y uno de los desafíos para los biólogos de la conservación que trabajamos en esta región es desentrañar mejor esa compleja y delicada red. En síntesis, la concepción geológica, climática, biogeográfica, evolutiva y ecológicamente dinámica de la biodiversidad subraya que más que la preservación de las especies o las comunidades en forma aislada, el objetivo central de la conservación biológica es posibilitar la continuidad de los procesos evolutivos y ecológicos (Pickett y Rozzi, 2000; Feinsinger, 2001). Si pensamos metafóricamente que la vida es como la música y anhelamos que la música siga vibrando, entonces no pretenderemos guardar los instrumentos musicales en vitrinas y evitar que sean tocados por los seres humanos, sino que pondremos la atención en que los músicos puedan pulsar delicadamente las cuerdas del cuatro, percutir los tambores y respirar con las zampoñas, manteniendo el movimiento musical que deviene en el tiempo. Con esta perspectiva se tratará la biodiversidad a nivel de genes, poblaciones, especies, comunidades biológicas, ecosistemas y regiones.
Recuadro II.1. Nominación y clasificación de los seres vivos Francisca Massardo Gregory Anderson
La taxonomía (taxis = arreglo, nomos = ley) es el arte o la ciencia de identificar, nominar y clasificar a los seres vivos. La taxonomía científica tiene por objeto crear un sistema de clasificación que refleje la evolución de los diferentes grupos. Para los biólogos de la conservación este sistema contribuye a identificar especies o grupos de especies que son únicos y cuya protección es imperativa, o a detectar áreas de alta riqueza de especies. Los nombres científicos de las especies biológicas comprenden dos términos en latín: el primero es un sustantivo (en mayúscula) que nomina al género y el segundo un adjetivo (en minúscula) que distingue a la especie. Esta nominación binomial fue introducida por Carlos Linneo en el siglo XVIII, guiado a su vez por la lógica y el sistema de clasificación de géneros y especies elaborado por Aristóteles en la antigua Grecia. Este sistema establece ramificaciones dicotómicas agrupando jerárquicamente categorías particulares en categorías generales. Así, un grupo de especies similares se agrupa dentro de un mismo género; géneros similares, dentro de una familia; familias similares se incluyen en órdenes; órdenes similares, en clases, y estas clases se agrupan en las ramas principales del conjunto de los seres vivos: las divisiones (plantas) o phyla o filos (animales), que designan los grupos de clases dentro de los reinos. La clasificación biológica o evolutiva de las especies es un sistema utilizado por los científicos en nuestra civilización occidental, la cual integra la tradición aristotélica, el trabajo botánico de Linneo, métodos de sistemática molecular y el análisis cladístico contemporáneo. Sin embargo, a través de diferentes culturas podemos encontrar diversos y sofisticados sistemas de clasificación de plantas y animales, los que a veces coinciden notablemente con la taxonomía científica. Los criterios para clasificar las plantas usados por algunas culturas indíge-
nas americanas consideran su origen, formas de vida, nominaciones, relaciones con los animales, contexto de vida y otros (Berlin, 1992). Por ejemplo, en el sur de Chile la cultura mapuche nomina las plantas del bosque considerando caracteres florales, hábitat, interacciones con animales o usos para medicina, fibra o alimento (Villagrán, 1998). Entre las plantas comestibles cultivadas utilizadas por el pueblo mapuche, la clasificación botánica de la papa cultivada (Solanum tuberosum) constituye un caso notable dentro de la flora nativa de Sudamérica. La subespecie S. tuberosum andigena tuvo su origen en los Andes peruanos y evolucionó paralalemente a la subespecie S. tuberosum tuberosum del sur de Chile. Esta última era cultivada por los huilliches (un grupo de los mapuches) en la Isla de Chiloé desde antes de la llegada de los españoles. Hoy en día los huilliches distinguen la papa silvestre (malla) de la asilvestrada (vucheñ) y de la cultivada (poñü). Entre las papas cultivadas existen más de 100 variedades nativas, cada una aclimatada a condiciones ecológicas particulares y con usos diversos (alimentación humana, forrajera, medicinal). Las variedades de poñü también difieren en características como tamaño y forma del tubérculo, color de la cáscara y de la pulpa, sabor, textura, época de siembra, suelo y caracteres de tolerancia ambiental. Las nominaciones huilliche describen características de cada variedad. Así, Huicaña nomina a una variedad de papa con tubérculos de cáscara violácea y pulpa blanca; Mahuinahue identifica a una variedad de papa de cáscara gris que tolera el suelo húmedo; la variedad Nothra es tardía; Memichun es una papa forrajera. El léxico huilliche relativo a la papa involucra labores de cultivo (daipín = hojas de papa para abono, iñal = siembra tardía, quecha = aporca), formas de preparación (anquentu = papas secadas con humo, buña = papas ablandadas con agua), elementos de cocina
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La papa (Solanum tuberosum)está relacionada con otras especies de plantas y otros seres vivos a diversos niveles de organización taxonómica, desde reinos hasta especies. (Según Cronquist, 1981, Hawkes 1990 y Raven et al., 1999).
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(queldo = paleta para sacar papas cocidas, chafalote = cuchillo para pelar papas), modos de cocinarla (cuhen = papas cocinadas en ceniza), productos (chuañe = pan de papa, erengo = harina de papa, lío = fécula), rituales (regalo de variedades en el matrimonio), relaciones sociales (aíto = regalo de papas escogidas) y mitología (coñipoñi = gusano del papal que tranquiliza a los niños). En la actualidad las variedades tradicionales están siendo rápidamente desplazadas por unas pocas variedades comerciales. El desafío para los biólogos de la conservación es doble: (1) mantener la diversidad genética de las variedades tradicionales y (2) permitir la continuidad de la diversidad cultural ligada a los cultivos tradicionales. A fines del siglo XVI la papa fue exportada a Europa, y desde ahí hacia todo el mundo, ocupando actualmente el cuarto lugar en la producción mundial de especies cultivadas, a partir del desarrollo de muchas de las variedades comerciales. La papa pertenece a una familia de plantas representativa de Sudamérica: la familia Solanaceae. Además de la
papa, esta familia incluye otras especies americanas domesticadas que transformaron la dieta de los conquistadores europeos y que todavía son relevantes para la alimentación humana, tales como el tomate (Solanum esculentum), el tomate de árbol (Solanum betaceum), el pepino dulce (Solanum muricatum) y el ají (Capsicum annum y C. frutescens). Todas estas especies están estrechamente emparentadas en su evolución. Otras Solanáceas americanas son importantes debido a su alto contenido de alcaloides con efecto narcótico, tales como el tabaco (Nicotiana tabacum), o alucinógeno como el palo de brujo (Latua pubiflora). En total, la familia Solanaceae incluye 84 géneros, 59 de los cuales son nativos de Sudamérica, donde proveen alimento y medicina. Las especies más tóxicas y narcóticas todavía son utilizadas por diferentes culturas indígenas en magia y religión. En conclusión, la clasificación de los seres vivos incluye a los organismos silvestres y domesticados e integra elementos de la diversidad biológica y cultural.
El cladograma representa la clasificación taxonómica de algunas especies de plantas fundamentales para las culturas americanas e ilustra las relaciones evolutivas entre las especies. De izquierda a derecha: una monocotiledónea de la familia Poaceae, el maíz (Zea mays, originario de América Central) relacionada lejanamente (rama cortada) con las dicotiledóneas de la familia Solanaceae: pimiento y ají (Capsicum annum, originario de América Central), pepino dulce (Solanum muricatum, originario de América Central y Sur) y diversas variedades de tomate (Solanum esculentum,originario de América Central) y papa (Solanum tuberosum,originario de América del Sur). (Cladograma construido de acuerdo a Spooner et al., 1993). (Fotografía de Bryan Connolly).
Fundamentos de laconservación biológica
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Diversidad genética Los biólogos de la conservación deben estudiar los mecanismos que mantienen o afectan la diversidad desde los niveles básicos de la diversidad biológica: los genes, los individuos y las poblaciones. Por lo general, entre los individuos de una población ocurren leves diferencias en los genes, segmentos de ADN en los cromosomas que codifican proteínas específicas. Las diferentes formas de un gen se conocen como alelos, que se generan a través de mutaciones, poliplodía u otros mecanismos (Soltis y Soltis, 1999). Por ejemplo, el colibrí del extremo derecho en la Figura II.2a presenta una trisomía en uno de los cromosomas esquematizados que, de ser viable, podría generar variaciones genéticas importantes. La poliploidía es especialmente importante para la diferenciación genética de variedades y especies de plantas (Soltis y Soltis, 1999). La reproducción sexual incrementa la variabilidad genética en la descendencia, a través de la recombinación de genes y cromosomas de los progenitores. Los diversos alelos de un gen pueden determinar diferencias en el desarrollo, la fisiología y/o la morfología de los individuos. Los horticultores y los criadores de animales aprovechan esta variabilidad genética para producir variedades o razas de una especie con alto rendimiento y resistencia a enfermedades en plantas (como el maíz o la papa) o en animales (como la llama o los bovinos). Las combinaciones de alelos en un individuo constituyen su genotipo, mientras que el conjunto de genes y alelos dentro de una población constituyen su acervo genético o pool genético. Una población es un grupo de individuos que se entrecruzan y producen descendencia fértil. Una especie puede incluir una o más poblaciones separadas y cada población puede incluir unos pocos o millones de individuos capaces de reproducirse. Un solo individuo de una especie sexuada o un grupo de individuos incapaces de reproducirse, por ejemplo, un grupo de diez machos de guacamayo (Ara militaris), no constituyen una población verdadera. El fenotipo de un individuo representa las características morfológicas, fisiológicas, anatómicas y bioquímicas que resultan de la expresión de su genotipo bajo condiciones ambientales particulares. Algunas características, como el tamaño corporal de los mamíferos, dependen en gran medida de la dieta (factores ambientales); en cambio, otras características, como el tipo sanguíneo o la estructura primaria de las enzimas, son determinadas por el genotipo. La cantidad de variabilidad genética en una población está determinada por el número de genes con más de un alelo (genes polimórficos) y por el número de alelos para cada gen polimórfico. La existencia de un gen polimórfico permite a algunos individuos de una población ser heterocigotos para ese gen, esto es, reciben un alelo diferente del gen desde cada uno de sus padres. Esta variación genética es esencial para enfrentar los cambios temporales y espaciales que ocurren en el ambiente. Para una gran variedad de poblaciones vegetales y animales se ha encontrado que los individuos heterocigotos tienen mayor adecuación
biológica que aquellos homocigotos, esto es, los heterocigotos tienen mayor crecimiento, supervivencia y tasas de reproducción (Allendorf y Leary 1986). Este fenómeno, denominado vigor híbrido, es ampliamente conocido para las plantas y los animales domésticos, y se debería a dos razones básicas: (1) disponer de dos formas diferentes de una enzima otorga al individuo mayor flexibilidad frente a los cambios ambientales y variaciones en las etapas del desarrollo, y (2) los alelos no funcionales o deletéreos recibidos desde uno de los progenitores quedan enmascarados por los alelos funcionales provenientes del otro progenitor. Entre las poblaciones de una misma especie pueden ocurrir importantes diferencias en las frecuencias relativas de alelos e incluso en los tipos de alelos. Estas variaciones genéticas pueden resultar de la adaptación de cada población a su ambiente local o por azar. Las poblaciones que se encuentran en los extremos de los ámbitos de distribución de su especie constituyen valiosos componentes de la diversidad biológica y deben protegerse. Aunque la mayoría de los cruzamientos ocurre entre individuos de una misma población, ocasionalmente algunos individuos se mueven desde una población a otra, permitiendo la transferencia de nuevos alelos y combinaciones genéticas entre poblaciones. Esta transferencia genética se conoce como flujo de genes, y a veces se interrumpe debido a las actividades humanas que transforman el hábitat y separan las poblaciones, empobreciendo así el acervo genético en cada una de ellas. También ocurre variación genética dentro de las plantas y animales domesticados. Como se señaló antes, diversas culturas americanas seleccionaron variedades vegetales de acuerdo con sus propósitos productivos y las condiciones ambientales locales. Estas prácticas de selección artificial no se interrumpieron con el arribo de los conquistadores europeos, sino que comenzaron a ejercerse sobre los nuevos animales y plantas traídos desde el Viejo Mundo. Un caso interesante corresponde al de las razas bovinas criollas americanas, originadas a partir de unos 300 vacunos que llegaron a América en 1493, cuando Cristóbal Colón desembarcó en su segundo viaje en la Isla Española (actualmente Haití y República Dominicana). Desde entonces las razas criollas se han desarrollado mediante un manejo de rodeos que incluye la selección “semi-natural” a través de la cría en condiciones semisalvajes (Bouzat et al., 1998). En la ganadería y en la agricultura modernas, el proceso de selección artificial de razas animales o variedades vegetales comerciales manipula de manera cada vez más precisa la variabilidad genética y utiliza técnicas de ingenería genética que permiten la transferencia de genes (desde otros organismos) que confieren algún carácter deseable (por ejemplo, en el caso de las plantas, la resistencia a plagas y enfermedades). La selección artificial comercial y biotecnológica reducen, sin embargo, la diversidad de variedades en vez de aumentarla, como ocurre con las prácticas tradicionales. Sólo unas pocas variedades comerciales se imponen en el mercado global y propenden cada vez más hacia patrones culturales y biológicos únicos; en cambio, las prácticas tradicionales incluyen un mosaico de variedades y de condiciones ambientales locales. Por ejemplo,
II. ¿Qué es la diversidad biológica?
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en el sur de Chile se cultivaban unas 146 variedades nativas de papa, cada una adaptada a condiciones ecológicas propias y con usos y prácticas culturales diversas (Recuadro II.1). El énfasis en los cultivos comerciales ha determinado que la mayoría de los agricultores abandonara sus variedades nativas en favor de unas pocas comerciales, como Desirée, Industrie, Condor y Ginecke, que paradójicamente fueron generadas con germoplasma de la papa chilota que ahora se les vende a los habitantes locales (Altieri y Montecinos, 1993). La erosión genética causada por la sustitución de los centenares de variedades locales por unas pocas variedades comerciales representa una pérdida de biodiversidad muy importante en Latinoamérica (Altieri, 1998). La fuerza homogeneizadora de la agricultura comercial ha intensificado y universalizado el denominado “síndrome de domesticación” (Thorpe y Smartt, 1995), donde se induce en las plantas un grupo de caracteres deseables comercialmente: — gigantismo de la parte utilizada de la planta (fruto, semilla, tubérculo), — supresión de los mecanismos de dispersión (retención del órgano deseado), — supresión de la reproducción sexual (en especies con tubérculos), — alteración de la arquitectura de la planta, — cambio de la forma del ciclo de vida (hacia anual o bianual), — desarrollo de la autopolinización (aumenta la independencia del clima), — pérdida de la latencia de la semilla (sincroniza la germinación y la hace predecible), — cambios bioquímicos (pérdida de compuestos tóxicos), — aumento de la ploidía, y — cambios fisiológicos (neutralización de la respuesta a la luminosidad). Estos cambios involucran a la vez una creciente dependencia tecnológica. Por lo tanto, la proliferación de modos de agricultura industrial no sólo conlleva una pérdida de variedades y cultivares, sino también la pérdida de tradiciones culturales y autonomía de las comunidades locales, que pasan a depender del mercado industrial para su abastecimiento de semillas, fertilizantes, herbicidas y otros insumos. El uso de herbicidas e insecticidas reduce también la diversidad de especies, puesto que esta práctica agrícola involucra la eliminación sistemática de las especies “no deseables” o malezas dentro de una área. De manera que no sólo se disminuye la diversidad de variedades de cada especie cultivada, sino también la diversidad de especies dentro de un micrositio dado. En suma, la agricultura comercial, cuyo epítome es la clonación de individuos idénticos, reduce drásticamente la variabilidad genética, la diversidad de especies y la diversidad cultural de comunidades indígenas o rurales, que además pierden su autonomía (Rozzi y Massardo, 2000).
Especies biológicas y biodiversidad
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Los biólogos de la conservación necesitan reconocer y clasificar las especies, ¿pero cómo es posible distinguir cada una de las especies dentro
del conjunto de seres vivos? Existen múltiples definiciones de especie, basadas en conceptos evolutivos (la especie es un linaje único de poblaciones de organismos descendientes de un ancestro común y que mantienen su identidad evolutiva a través del devenir histórico), filogenéticos (las especies son distinguidas por medio de métodos cladísticos que infieren las relaciones evolutivas entre los linajes), ecológicos (las especies constituyen linajes o conjunto de linajes de organismos que habitan espacios definidos por variables ambientales bióticas y abióticas) y de cohesión (las especies corresponden a grupos de individuos que conservan su similitud morfológica, ecológica, genética, del comportamiento y las historias de vida a través del flujo génico que ocurre entre ellos y que no existe con otros grupos de organismos) (véase la revisión de Aguilera y Silva, 1997). En medio de la multiplicidad de definiciones de especie han prevalecido dos tipos fundamentales: la definición morfológica o fenotípica de especie que ha sido tradicionalmente utilizada por los taxónomos para clasificar las especies y que considera como tal al conjunto de individuos morfológica, anatómica, fisiológica y/o bioquímicamente similares entre sí (Recuadro II.1); la definición biológica que distingue como especie al conjunto de poblaciones cuyos individuos se entrecruzan actual o potencialmente dando origen a descendencia fértil, y que están reproductivamente aislados de otros grupos. La definición biológica de especie es comúnmente usada por los biólogos evolutivos, debido a que enfatiza las relaciones genéticas por sobre las características físicas que pueden ser afectadas por el ambiente. En la práctica, sin embargo, la definición biológica de especie es difícil de usar porque requiere conocer cuáles individuos tienen el potencial de reproducirse entre sí, información raramente disponible. Como resultado, los biólogos de campo suelen distinguir y nominar las especies por su aspecto y se refirien a ellas como morfo-especies u otros apelativos, hasta que los taxónomos provean los nombres científicos definitivos (Oliver y Beattie, 1996). Los problemas para distinguir e identificar especies basándose en la morfología son más comunes de lo que se supone (Rojas, 1992; Standley, 1992). Existen numerosos casos de especies crípticas que son morfológica y/o fisiológicamente similares, pero corresponden a especies distintas. La incorporación de métodos de análisis molecular en la taxonomía ha demostrado que muchos casos de supuesta variabilidad “intraespecífica” corresponden a especies crípticas que no habían sido distinguidas como tales. Muchos invertebrados marinos presentan problemas particularmente difíciles para la distinción de especies, puesto que en sus estados adultos carecen de caracteres morfológicos útiles para la distinción de especies. Los análisis moleculares de muchas especies de estrellas de mar, esponjas, nemertinos o briozoos que se describían como cosmopolitas, han mostrado que las poblaciones de lugares distantes (por ejemplo, las costas del Mediterráneo y las costas atlánticas de Brasil) corresponden no sólo a especies distintas, sino incluso a géneros y familias diferentes (Thorpe y Sole-Cava, 1994). Estos hallazgos podrían conducir a aumentar el número de especies marinas y critican el supuesto
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Figura II.8. Las hojas de la especie Ranunculus aquatis adoptan formas muy distintas si las plantas crecen expuestas al aire, sumergidas en el agua o en la interfase aire-agua. Este caso de plasticidad fenotípica ilustra el rango de variabilidad morfológica presentado por miembros de una misma especie bajo diversas condiciones ambientales. (Figura modificada a partir de Cook, 1968).
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generalizado acerca de los amplios ámbitos de distribución de las especies en ambientes marinos. Los análisis moleculares también han descubierto especies crípticas entre vertebrados. Por ejemplo, el reciente análisis genético de un reptil único de Nueva Zelandia, el tuatara (Sphenodon punctatus), reveló que en realidad existen dos especies distintas de tuatara, y ambas requieren protección para su conservación (Daughtery et al., 1990). En el caso del elefante africano, los científicos aún discuten si corresponde a una sola especie o si en realidad son tres especies separadas: una de sabana, una de bosque y una de desierto. También ocurre el caso inverso, donde individuos morfológicamente muy distintos pero pertenecientes a una misma especie son clasificados como especies diferentes. Por ejemplo, en el caso del picaflor de Juan Fernández (Sephanoides fernandenzis), que presenta un marcado dimorfismo sexual, la hembra y el macho fueron inicialmente clasificados como especies distintas (Colwell, 1989). Las diferencias morfológicas, pueden ser aún más marcadas en especies de plantas, tales como el ranúnculo acuático, que presentan una gran plasticidad fenotípica; esto es, un mismo genotipo expresa distintos fenotipos en diversas condiciones ambientales (Figura II.8). La distinción de especies llega a grados extremos de dificultad en grupos de organismos como las microalgas, las cuales son diminutas, tienen ciclos de vida que incluyen varios estados con distinta morfología y presentan plasticidad fenotípica (Recuadro II.2). La incapacidad para distinguir claramente las especies dificulta la implementación de algunos programas de conservación y la formulación de leyes precisas y efectivas para la protección de éstas. Los taxónomos han descrito sólo entre el 10 y el 30% de las especies existentes y probablemente numerosas especies se extingan sin llegar a ser descritas. Una clave para resolver este problema corresponde al entrenamiento de más taxónomos que trabajen en la identificación y clasificación de especies, primordialmente en regiones ricas en especies, tales como los trópicos (Raven y Wilson, 1992) y en grupos taxonómicos poco estudiados, tales como las algas dulceacuícolas (Recuadro II.2).
Recuadro II.2. Las algas: conceptos críticos en la evaluación de su diversidad Eduardo A. Morales Francis R. Trainor A pesar de la reconocida importancia del grupo de algas como productores primarios dentro de las cadenas alimenticias acuáticas, la mayor parte de las prácticas conservacionistas se ha concentrado en los productores secundarios (protozoos, rotíferos, copépodos y otros pequeños crustáceos) y particularmente sobre los consumidores que constituyen los últimos eslabones de la cadena, como peces, aves, anfibios, reptiles, mamíferos terrestres y otros. Sin embargo, cualquier esfuerzo de conservación en el largo plazo debe considerar la protección del hábitat y de las especies que, además de las plantas vasculares, sirven de alimento en la base de la pirámide alimenticia. Las algas microscópicas y macroscópicas constituyen la base sobre la cual se desarrollan múltiples procesos ecológicos en ambientes marinos, lacustres y ribereños. Tales procesos comprenden, por ejemplo, la descomposición y reciclaje de la materia algal muerta por parte de los descomponedores (hongos, bacterias y algunos protozoos) y la producción de la materia orgánica que constituye el sustento para el resto de la biota acuática. Además, las comunidades macroalgales del litoral representan un refugio para una gran diversidad de especies animales. Cualquier alteración de estas comunidades relacionada con las actividades humanas se asemeja a los efectos producidos por la deforestación, donde la extinción de una especie o de un gremio de especies esenciales desencadena la extinción de las especies asociadas a ella. A pesar de este papel preponderante de las algas en el mantenimiento del equilibrio ecológico de los medios acuáticos y sus cuencas, hasta la fecha no existen proyectos serios para su protección y conservación, aun cuando las algas han formado parte del desarrollo de varias culturas en América como fuentes de alimento, medicina y materias primas para la artesanía e industria.
Las algas son un grupo heterogéneo de organismos no relacionados taxonómicamente entre ellos. Por ejemplo, las algas verde azules o cianobacterias poseen una estructura celular procariota, mientras que los grupos restantes son eucariotas. Dentro de las algas eucariotas existe una gran diversidad de formas y hábitos; los grupos más relevantes son las algas verdes, euglenofíceas, diatomeas, crisofíceas, dinoflagelados, algas pardas y algas rojas, todas ellas con representantes marinos y de agua dulce. Los primeros cinco grupos son microscópicos, mientras que las algas pardas y rojas —junto con algunas algas verdes— son en su mayoría macroscópicas alcanzando en algunos más de un metro de longitud. La distribución geográfica de las algas está estrechamente relacionada con las condiciones físicas (luz, temperatura, transparencia) y químicas (concentración de nutrientes como fósforo, nitrógeno, azufre, elementos traza y vitaminas) del agua. Es así que el éxito ecológico de un determinado grupo algal se halla ligado al estado trófico (calidad del agua) de un ecosistema. Esta relación ha sido utilizada por los limnólogos y oceanólogos (ecólogos que estudian ecosistemas dulceacuícolas y marinos, respectivamente) para que al analizar el tipo de comunidad algal que se desarrolla en un ecosistema se pueda inferir la calidad del agua y así determinar su uso como fuente de agua potable, de riego, de uso industrial, etc. La utilización de las algas como bioindicadores se hace también extensiva a la inferencia de los cambios en las condiciones medioambientales desde el origen mismo del ecosistema hasta su situación actual, empleando fósiles de algas microscópicas, principalmente diatomeas y crisofíceas. La ciencia que se encarga de este tipo de estudios históricos se denomina Paleolimnología, y se ha aplicado ya en numerosos ecosistemas latinoamericanos, principalmente en México y varios países andinos.
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Una gran proporción de los estudios ficológicos en América Latina están restringidos a México, Brasil, Argentina y Chile (por ejemplo, Bicudo y Bicudo, 1970; Caballero-Miranda, 1996; Rivera, 1974; Tell y Conforti, 1986), pero no reflejan la diversidad algal ni siquiera en estos países. La zona montañosa andina cobija una gran cantidad de especies, como fue demostrado por estudios de Aldave (1989), Cadima y Morales (1992) y Morales y Trainor (1996), entre otros. Pero tales estudios se hallan restringidos a las zonas de Perú, Bolivia, Chile y Argentina. Se conoce muy poco acerca de los lagos y ríos de altura de Ecuador, Colombia y Venezuela; la situación es mucho más precaria en los países centroamericanos, las Guayanas, Paraguay y Uruguay. Los países caribeños han recibido mayor atención en lo que se refiere al estudio de macroalgas marinas y, con la excepción de algunos grupos de algas verde azules, verdes y diatomeas marinas (Gonzales, 1996; Navarro, 1981; Paulmier, 1993), las algas microscópicas han sido prácticamente ignoradas. La gran diversidad topográfica latinoamericana determina la existencia de una gran variedad de ecosistemas acuáticos continentales. En algunos casos, como ocurre en la zona andina, estos ecosistemas han tenido distintos orígenes a lo largo de la historia geológica del Continente Sudamericano. Como resultado, los procesos que condujeron a la consolidación de la biodiversidad actual (inmigración desde zonas aledañas u otros continentes, especiación in situ, hibridación, etc.) son difíciles de determinar. En este sentido, existen varios estudios sobre la flora y fauna terrestres (por ejemplo, Simpson, 1971), pero que no incorporan las algas. En líneas muy generales y tomando en cuenta los escasos estudios florísticos disponibles, podemos indicar que los sistemas acuáticos de las zonas templadas (zona andina, sur de Chile y Argentina) tienden a tener una mayor diversidad algal. En estas zonas los lagos de aguas ácidas (pH menor a 7) mantienen poblaciones bien desarrolladas de desmidiáceas (algas verdes), diatomeas y crisofíceas, mientras que los lagos de aguas neutras o básicas (pH igual o mayor a 7) tienden a sostener una gran diversidad de algas verde azules, verdes, dinoflagelados y otras especies de diatomeas y crisofíceas. La presencia de una u otra especie perteneciente a un determinado
grupo algal dependerá de las concentraciones de nutrientes y las condiciones físicas del medio acuático. La parte tropical de América —especialmente la zona baja— ha sido menos estudiada y, por ende, la literatura tiende a indicar una menor diversidad algal. Visitas esporádicas de investigadores europeos y norteamericanos resultan frecuentemente en la descripción de nuevas especies (por ejemplo, Theriot et al., 1985). En general sin embargo, muchos de los ecosistemas tropicales tienden a tener aguas con alto contenido en sedimentos, lo cual impide la penetración de la luz aun en la porción más superficial de la columna de agua. Esto actúa en detrimento de la comunidad algal, ya que las cadenas alimenticias son mucho más reducidas. Muchos lagos y lagunas tropicales tienden a acumular grandes cantidades de material orgánico proveniente de la vegetación circundante, favoreciendo el crecimiento de algunas especies de euglenoides, algas verdes y algunas cianobacterias, principalmente. Los ambientes costeros marinos varían enormemente en su composición florística, dependiendo de su ubicación geográfica. Existe una gran diferencia, por ejemplo, entre la zona tropical y templada y entre los oceános Pacífico y Atlántico. De una manera muy general, las comunidades algales y animales que viven en la costa se dividen en tres zonas: (1) la zona supramareal, más expuesta a la atmósfera, en la que se desarrollan organismos que pueden resistir alternancias entre intervalos de sequía y humedad; estas comunidades se hallan compuestas principalmente por animales y líquenes. (2) La zona intermareal, cubierta por agua con mayor frecuencia y dominada por algas rojas. (3) Finalmente, la zona inframareal, que se halla siempre sumergida y dominada por algas pardas. Aun dentro de ambientes tropicales o templados existe una gran variación en la composición de las comunidades algales, determinada por aspectos físicos y químicos del agua, así como también por procesos de competencia entre los organismos que cohabitan un determinada región. Por ejemplo, las costas chilenas, en su mayoría templadas, albergan comunidades que, dependiendo de la latitud están conformadas en su zona intermareal por Chaetomorpha, Codium (ambas algas verdes) Gigartina, Rhodymenia (ambas algas rojas), etc., mientras que la zona inframareal está
dominada por algas pardas como Lessonia, Durvillaea y Macrocystis (Santelices, 1990; Stephenson y Stephenson, 1972). Uno de los problemas más grandes en la conservación algal es la carencia de estimaciones sobre el número de especies actuales (Norton et al., 1996). Por ejemplo, la carencia de información sobre biodiversidad algal en sistemas tropicales mencionada anteriormente impide el establecimiento de planes inmediatos de conservación en América Central y gran parte de Sudamérica. El panorama se torna aún más grave cuando sabemos que la deforestación en dichas regiones avanza a pasos agigantados e ignoramos completamente cuales son sus impactos sobre los ecosistemas acuáticos. Procesos similares de deforestación ocurren en el bosque templado en el sur y centro de Chile, y aun cuando existen varios estudios detallados sobre diatomeas —por ejemplo— (Rivera, 1974, entre otros), no se sabe a cabalidad si estos organismos son afectados en la misma proporción que las especies animales y vegetales asociadas al bosque. Se conoce muy poco acerca de la diversidad genética total de las algas, pero se sabe que a pequeña escala es severamente impactada por la disminución de la calidad del agua. Estudios realizados durante las últimas décadas han demostrado que la eutroficación cultural (incremento de nutrientes en el agua ocasionado por actividades agrícolas e industriales), la contaminación (vertido de desechos tóxicos) y la lluvia ácida (depositación de compuestos nitrogenados y sulfatados liberados a la atmósfera por las industrias) reducen dramáticamente la diversidad de estos organismos, al punto de favorecer el florecimiento de una sola especie. Si bien la recolonización de los habitats afectados es usualmente rápida, los cambios físico-químicos en el agua son tan drásticos que impiden los procesos de repoblamiento (véase Julius et al., 1998 para el caso norteamericano). El estudio de la diversidad algal se hace mucho más difícil cuando, además de los obstáculos impuestos por el tamaño de los organismos, las investigaciones sobre polimorfismo, plasticidad
fenotípica y evolución convergente ponen en evidencia patrones insospechados. La taxonomía algal a nivel de especies considera que la morfología es en gran medida la base más confiable para la construcción de sistemas de clasificación. El polimorfismo, referido a la diversidad genética dentro de una especie, ha sido poco estudiado en las algas. Mediante esta propiedad intrínseca de las poblaciones que se reproducen sexualmente, diferentes genotipos dentro de la misma especie producen morfologías también diferentes. Tales variantes morfológicas han sido en algunos casos consideradas como especies distintas, dando una noción falsa de diversidad (Sheath y Burkholder, 1983). La plasticidad fenotípica, es decir, la capacidad de un genotipo para producir varios fenotipos a raíz de cambios ambientales, actúa también reduciendo la diversidad en forma substancial. En este caso algunas variedades, especies y géneros simplemente corresponden a la expresión genética de un único genotipo y por ende pertenecen a la misma especie (Trainor, 1998). La evolución convergente, referida a la producción de fenotipos similares por parte de dos o más especies distintas, es otro proceso muy poco estudiado dentro las algas. No sabemos el efecto que la convergencia pueda tener en los sistemas de clasificación actuales, pero sí sabemos que varias especies que comparten las mismas distribuciones eco-geográficas producen morfologías similares. La falta de consideración de la convergencia podría reducir la diversidad en aquellos casos en que dos especies genéticamente distintas hayan sido incluidas dentro el mismo taxón. Está claro que los conceptos presentados aquí deben ser tomados en cuenta a fin de establecer prácticas conservacionistas más efectivas. Los ecosistemas latinoamericanos son muy diversos y cada uno de ellos se caracteriza por una ecología y biodiversidad propias; es por ello que cada uno de estos ecosistemas requiere de un método de conservación específico. Esfuerzos inmediatos a nivel de campo y laboratorio deben ser aplicados a la evaluación de la biodiversidad algal. Sin duda alguna el conocimiento adecuado de los organismos resultará en procesos de conservación más apropiados.
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(a,b) Algunos ejemplos de algas comunmente encontradas en ecosistemas marinos y de agua dulce de Latinoamérica. (c,d) Las cianófitas Synechocystis(colonial) y Arthrospira (filamentosa). (e) Las algas verdes Chlamidomonas(unicelular, con un cisto —estadío de resistencia— en la parte superior de la microfotografía) y Spirogyra (filamentosa). (f) Trachelomonas,una euglenófita unicelular que posee una cubierta de carbonato de calcio. (g) Gymnodinium,un dinoflagelado cuya pared celular está constituida por placas de carbonato de calcio dispuestas a manera de un piso de mosaico.
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(h) Synura, una crisofícea colonial, donde cada una de las células está protegida por varias escamas de sílice dispuestas a manera de un tejado. (i) La diatomea céntrica Aulacoseira, cuya pared celular se compone de sílice. (j) La diatomea pennada Fragilaria, también con una pared celular silicificada. La macroalga roja Rhodymenia, común en costas marítimas chilenas. k. Porphyridium, uno de los escasos representates unicelulares y dulceacuícolas dentro de las algas rojas. (Fotografías de Eduardo Morales y Francis Trainor).
No obstante las dificultades anteriores, la diversidad se define frecuentemente en función del número de especies encontrado en una comunidad, una medida llamada riqueza de especies. Varios índices matemáticos han sido desarrollados para connotar la diversidad de especies en tres escalas geográficas diferentes. El número de especies en una comunidad o sitio determinado se describe como la diversidad alfa. La diversidad alfa es cercana al concepto de riqueza de especies y puede usarse para comparar el número de especies en sitios particulares o tipos de ecosistemas, como lagos o bosques. Por ejemplo, la diversidad alfa del bosque lluvioso del Amazonas es superior a la de un bosque templado, porque una parcela de 10 ha en el primero contiene diez veces más especies de árboles que una parcela de 10 ha en un bosque templado (Latham y Ricklefs, 1993).
La diversidad gamma se aplica a escalas geográficas mayores. Se refiere al número de especies en una región más grande o en un continente. La diversidad γ permite comparar grandes extensiones que mantienen diversas comunidades biológicas en un área geográfica amplia que incluye varios hábitats. Por ejemplo, en Nicaragua habitan unas 200 especies de mamíferos y tiene, por lo tanto, una diversidad γ cuatro veces mayor que Gran Bretaña donde habitan sólo 50 especies (datos de World Conservation Monitoring Centre,1994). La diversidad γ de un paisaje resulta de la diversidad alfa de sus comunidades y del grado de diferenciación o diversidad beta entre ellas (Whittaker, 1972). La diversidad beta (β) es una medida del grado de partición del ambiente en parches o mosaicos biológicos. Este componente de la diversidad es particularmente importante a escala del paisaje, donde cuantifica el grado de recambio de especies a lo largo de gradientes geográficos o ambientales (Halffter, 1998). La diversidad beta permite evaluar también la heterogeneidad espacial en los policultivos y sistemas agroforestales de uso múltiple (Halffter y Escurra, 1992). Podemos ilustrar los tres tipos de diversidad con un ejemplo teórico en tres sectores montañosos (Figura II.9). La región 1 tiene la mayor diversidad alfa, con más especies promedio por montaña (seis especies) que las otras dos regiones. La región 2 tiene la mayor diversidad gamma, con un total de diez especies. La región 3 tiene una mayor diversidad beta (3.0) que la región 2 (2.5) o que la región 1 (1.2) porque todas sus especies se encuentran en sólo una montaña cada una. Nótese que la región 1 es la más rica en especies, pero como éstas son casi las mismas en todas las montañas, su diversidad beta es más baja que en la región 3. Un ejemplo de esta situación se encuentra al comparar la selva valdiviana y el desierto de Atacama en Chile. Aunque el número de especies de plantas por hectárea es mucho mayor en la selva valdiviana que en el desierto de Atacama, este último puede presentar una variación de especies entre sitios mucho más alta, particularmente en sectores del desierto expuestos a la neblina costera (Rundel et al., 1991). Por lo tanto, la diversidad alfa
II. ¿Qué es la diversidad biológica?
Figura II.9. Índices de biodiversidad para tres regiones, cada una con tres montañas. Cada letra representa una población de una especie. Algunas especies están solamente en un montaña mientras que otras están en dos o tres montañas. Se muestran los valores para las diversidades alfa, beta y gamma. Si hubiera fondos disponibles para proteger sólo una de las regiones, debería seleccionarse la región 2 porque presenta la mayor diversidad gamma (total). Sin embargo, si sólo una de las montañas puede ser protegida, debiera seleccionarse una de la región 1 debido a su mayor diversidad alfa (local). Las montañas de la región 3 tienen mayor diversidad beta. De todas las regiones, la 3 debiera tener menor prioridad de conservación.
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Fundamentos de laconservación biológica
es más alta en la selva valdiviana, pero la diversidad beta es mayor en las lomas costeras del desierto de Atacama. Una situación similar ocurre con la elevada diversidad beta y los altos grados de endemismo en los desiertos de México (Sonora, Chihuaha o el Valle de Tehuacán-Cuicatlán), característica que se refleja también en el alto grado de endemismo de las cactáceas, que alcanza un 72% a nivel de especies (Rzedowski, 1992a,b; Cuadro IV.3). Una diversidad beta alta puede ocurrir también a escalas espaciales pequeñas, por ejemplo, las especies de insectos que viven en el follaje pueden variar casi completamente de un árbol a otro en las selvas tropicales de Panamá (Erwin, 1982; Capítulo III). Recientemente la diversidad beta ha adquirido mayor relevancia para la estimación y evaluación de la biodiversidad (Feinsinger, 2001). Otro aspecto importante en la estimación de la diversidad de especies es la consideración no sólo de la riqueza de especies, sino también de la abundancia relativa de cada una de ellas (Capítulo V).
Diversidad de comunidades
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Una comunidad biológica está constituida por el conjunto de diversas especies que habitan en una localidad particular, incluyendo sus complejas interacciones bióticas. Las comunidades biológicas están organizadas en niveles tróficos que representan las formas en las cuales se obtiene la energía del ambiente (Figura II.10). Las especies fotosintéticas (también conocidas como productores primarios) obtienen su energía directamente del sol. En ambientes terrestres las plantas son las responsables de la mayor parte de la fotosíntesis, mientras que en los ambientes acuáticos los fotosintetizadores más importantes son las algas uni y multicelulares y las cianobacterias (algas verde-azuladas). Todas estas especies utilizan la energía solar para producir moléculas orgánicas básicas que necesitamos para vivir y crecer. Los herbívoros (también conocidos como consumidores primarios) comen especies fotosintéticas. Por ejemplo, en ambientes terrestres los mamíferos (como la capibara) o insectos (como las langostas o saltamontes) comen hierbas, mientras que en los ambientes acuáticos los peces y especies del zooplancton (como los crustáceos) comen algas. Debido a que gran parte del material vegetal no es digerible para muchas especies o simplemente no es comido, como la celulosa y la lignina, sólo un pequeño porcentaje de la energía capturada por las especies que fotosintetizan se transfiere al nivel de los herbívoros. Los carnívoros (también conocidos como consumidores secundarios o depredadores) comen otros animales. Los carnívoros primarios (como el jaguar) comen herbívoros (como la capibara), mientras que los carnívoros secundarios (como el salmón) comen otros carnívoros (como un sapo). Ya que los carnívoros no comen toda su presa porque muchas partes de su cuerpo no son digeribles, nuevamente un pequeño porcentaje de la energía del nivel trófico herbívoro se transfiere al nivel carnívoro. Los carnívoros por lo general son depredadores, aunque
II. ¿Qué es la diversidad biológica?
algunos combinan la depredación directa con el comportamiento carroñero. Otros carnívoros, como el coatí, son omnívoros porque incluyen una porción sustancial de vegetales en su dieta. En general, los depredadores son más grandes y más fuertes que sus presas, pero se encuentran en menores densidades poblacionales. Los parásitos, plagas y organismos causantes de enfermedades forman una importante subclase de depredadores. Los parásitos de animales, incluyendo mosquitos, garrapatas, gusanos intestinales, protozoos y bacterias son pequeños en tamaño y no matan a su presa inmediatamente. Las plantas también pueden ser atacadas por parásitos que incluyen hongos, bacterias, virus, otras plantas e insectos. Los efectos de los parásitos van desde el debilitamiento imperceptible de la presa hasta un debilita-
Figura II.10. Modelo de un ecosistema que muestra los niveles tróficos y vías de energía simplificadas.
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Fundamentos de laconservación biológica
Figura II.11. Los organismos detritívoroso descomponedoresse alimentan de detritos(restos de materia orgánica), degradando los tejidos complejos a moléculas simples. En este proceso liberan minerales, tales como nitratos y fosfatos, que son tomados de nuevo por las plantas y las algas. Las bacterias y los hongos (como el hongo ostra que en la fotografía se observa creciendo sobre un tronco caído) son detritívoros esenciales puesto que tienen la capacidad de degradar y reciclar grandes cantidades de moléculas resistentes como la celulosa y la lignina, que no pueden ser digeridas por invertebrados y otros componentes de la biota. Si los hongos, las bacterias y otros detritívoros no estuvieran presentes para degradar la materia orgánica y liberar los nutrientes, el crecimiento de las plantas disminuiría enormemente y “estaríamos enterrados en una capa de basura”. (Fotografía de Ricardo Rozzi, Archivo Parque Etnobotánico Omora, Isla Navarino, Chile).
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miento total o incluso la muerte de la presa. Los parásitos son a menudo importantes en el control de la especie presa. Cuando la densidad de la especie presa es baja, los parásitos son menos capaces de moverse desde un hospedero a otro y sus efectos sobre la población de la presa son bajos. Cuando la población de la presa tiene alta densidad, los parásitos se expanden rápidamente desde un individuo a otro, causando intensas infestaciones locales del parásito, con la disminución subsiguiente en la densidad de la presa. En zoológicos y pequeñas reservas naturales pueden ocurrir altas densidades de poblaciones presa, de manera que esos lugares pueden ser peligrosos para muchas especies amenazadas. Los detritívoros (también conocidos como descomponedores) son especies que se alimentan de detritos, es decir restos de materia orgánica, tales como tejidos muertos de plantas y animales y desperdicios, degradando los tejidos complejos y las moléculas orgánicas. Los d e t r i t í vo ros liberan minerales tales como nitratos y fosfatos hacia el ambiente, desde donde pueden ser tomados de nuevo por plantas y algas. Los detritívoros más importantes son las bacterias y los hongos (Figura II.11). Sin embargo, en los procesos de degradación de la materia orgánica interviene un amplio rango de especies, que incluye por ejemplo buitres y otros carroñeros que se alimentan de animales muertos, lombrices que degradan hojas caídas y otra materia orgánica e insectos como los escarabajos peloteros que se alimentan y entierran estiércol animal (Figura IV.10). Si los detritívoros no estuvieran presentes para degradar la materia orgánica y liberar los nutrientes, el crecimiento de las plantas disminuiría enormemente.
Principios de organización de las comunidades Como una consecuencia de la menor transferencia de energía a cada nivel trófico sucesivo en las comunidades biológicas, la mayor biomasa (peso vivo) en un ecosistema terrestre corresponde a los productores primarios. En las comunidades terrestres existe una tendencia a tener más
individuos herbívoros que carnívoros primarios y más carnívoros primarios que secundarios (Price, 1992). Por ejemplo, una comunidad de bosque generalmente contiene más insectos y biomasa de insectos que aves insectívoras, y más aves insectívoras que aves rapaces (como los halcones, que se alimentan de otras aves). Aunque las especies pueden organizarse dentro de estos niveles tróficos generales, el espectro de alimentos de cada especie puede ser bastante especializado (Freeland y Boulton, 1992). Por ejemplo, una determinada especie de áfido puede alimentarse sólo de un tipo de planta, y una cierta chinita (Coccinelidae) puede alimentarse de sólo un tipo de áfido. Estas relaciones específicas de alimentación se llaman cadenas tróficas. La situación más común en muchas comunidades biológicas es, sin embargo, que una especie se alimente de varias especies de un nivel trófico inferior y, a la vez, sea presa de varias especies del nivel trófico superior. Por lo tanto, una descripción más exacta de la organización de las comunidades biológicas corresponde a la de red trófica, en la cual las especies están ligadas a través de complejas relaciones de alimentación (Figura II.12). Las especies del mismo nivel trófico que usan aproximadamente los mismos recursos ambientales se consideran como un gremio de especies. La especificidad de los requerimientos de cada especie constituye un factor importante porque previene el aumento excesivo de las poblaciones de muchas especies dentro de una comunidad. Por ejemplo, las dietas de muchos insectos herbívoros están restringidas a sólo unas pocas especies de plantas, y muchos insectos pueden comer sólo ciertas partes de la planta (Ehrlich y Raven, 1964). Esta especialización trófica radica en la forma de su aparato bucal y de su cuerpo que son adecuados para un cierto comportamiento de alimentación. Todavía más especializados son sus sistemas digestivos, los cuales son sorprendentemente limitados en su capacidad para extraer nutrientes y tolerar los compuestos tóxicos
II. ¿Qué es la diversidad biológica?
Figura II.12. Diagrama de una cadena trófica real estudiada en el lago Gatún en Panamá. El fitoplancton (microalgas fotosintéticas) es el productor primario y la base de la cadena alimenticia. El zooplancton está compuesto por animales flotantes pequeños, por lo general microscópicos, que conforman los consumidores primarios que forman, junto con los insectos, las fuentes de alimentación básicas para los peces que son consumidores secundarios. (Cortesía de G. H. Orians).
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Fundamentos de laconservación biológica
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defensivos producidos por muchas plantas. Así, aunque un bosque pueda estar lleno de plantas verdes creciendo vigorosamente, algunas especies de insectos que se alimentan de especies de plantas raras pueden ser incapaces de completar su desarrollo y de reproducirse, porque no pueden obtener el alimento específico que requieren. Por lo tanto, para la evaluación de las reservas naturales no sólo importa su tamaño, sino también su gama de hábitats y recursos. Los hábitats particulares pueden contener recursos clave críticos, a menudo físicos o estructurales, que ocupan sólo un área restringida del hábitat y que son cruciales para muchas especies en la comunidad. Por ejemplo, las láminas salinas y los afloramientos minerales constituyen una fuente de minerales esenciales para la vida silvestre, y su distribución puede determinar la abundancia y distribución de los vertebrados, particularmente en áreas tierra adentro con lluvias intensas. Las pozas profundas en esteros y vertientes pueden ser el único refugio para peces y otras especies acuáticas durante la estación seca, cuando el nivel del agua baja. Para los animales terrestres, estas fuentes de agua pueden proveer la única fuente de agua fresca disponible dentro de un radio considerable. Los troncos ahuecados proveen sitios de nidificación para muchas especies de aves o madrigueras para mamíferos. Este tipo de recursos clave puede ocupar sólo una pequeña porción de un área protegida, pero tiene una importancia crucial para la conservación de muchas poblaciones animales. La pérdida de un recurso clave podría significar la rápida pérdida de una especie animal. Cuando una población o especie se extingue, pueden ocurrir extinciones en cascada de plantas que dependen de aquellos animales para su polinización y dispersión de semillas. Aquellas especies que tienen efectos desproporcionadamente altos sobre la estructura comunitaria se denominan especies clave. Estas especies incluyen organismos tales como hongos que movilizan fósforo, bacterias que fijan nitrógeno, depredadores que permiten la coexistencia de varias especies de presas o especies de detritívoros que previenen la acumulación de materia orgánica muerta. Un caso notable dentro de este último grupo corresponde al pez detritívoro Prochilodus mariae que habita en la Cuenca del Orinoco. Hacia fines de la estación lluviosa las poblaciones de esta especie realizan migraciones masivas hacia las laderas andinas y van retirando los sedimentos desde las piedras del fondo de los ríos, de manera que modifican notablemente el hábitat acuático, creando heterogeneidad de microhábitats y superficies “limpias” en rocas que permiten el establecimiento de otros organismos de las comunidades acuáticas (Flecker, 1996, Figura II.13). Este caso permite ilustrar cómo la construcción de una represa que impide las migraciones de especies de peces como el P. mariae alterará también la estructura comunitaria y el funcionamiento de los ecosistemas acuáticos. Uno de los ejemplos clásicos de una especie de depredador clave es la estrella de mar, Pisaster sp., que se alimenta de 15 especies de moluscos adheridos a la roca del ecosistema intermareal (Paine, 1966). La estrella de mar come suficientes individuos de las diversas especies de moluscos
II. ¿Qué es la diversidad biológica?
(A)
(B)
Figura II.13. Aquellas especies que se denominan especies clavetienen un gran efecto sobre la estructura de las comunidades biológicas de las que forman parte. (A) Por ejemplo, el pacu (Prochilodus mariae) es un pez detritívoro que habita en la cuenca del Orinoco donde retira los sedimentos de las piedras del fondo de los ríos; de esta manera modifica notablemente el hábitat acuático durante sus migraciones masivas hacia las laderas andinas. En (B) se observan las superficies de las rocas que ha “limpiado” el pacu y que permiten el establecimiento de otros organismos de las comunidades acuáticas, en contraste con (C), donde se aprecia la acumulación de sedimentos sobre las rocas en el sector donde se ha excluido el pez por medio de mallas. (Fotografías de Alexander Flecker, reproducido con permiso de Ecology).
(C)
como para que ninguna llegue a acaparar todo el espacio y excluya a otras especies, permitiendo la coexistencia de las 15 especies en las rocas del intermareal. Cuando se remueve la estrella de mar, las poblaciones de moluscos aumentan a tal grado que sólo algunas de las 15 especies originales logran persistir, e incluso algunas rocas son colonizadas sólo por una especie. Análogamente, en las comunidades de praderas la diversidad de especies de plantas es a menudo superior cuando se encuentran herbívoros que pastorean en ellas (Harper, 1977).
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Fundamentos de laconservación biológica
Figura II.14. Interacciones mutualistas entre hormigas y plantas. (A) La Myrmecodiade Borneo es una epífita (planta que crece sobre la superficie de otra planta) que produce un tubérculo lleno de cámaras huecas en su base. (B) Las cámaras son ocupadas por colonias de hormigas que usan algunas cámaras como sectores de oviposición y otras como depósito de hormigas muertas. La planta absorbe los nutrientes minerales que necesita para su crecimiento desde estos depósitos, a la vez que las hormigas obtienen un sitio seguro para establecer sus colonias. (Fotografias de Richard Primack).
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Un grupo de especies clave fundamental para el funcionamiento de los ecosistemas terrestres es el de las bacterias del género Rhizobium. Estas bacterias establecen interacciones mutualistas con especies de leguminosas y estas interacciones son esenciales para la disponibilidad de uno de los nutriente más importante para las plantas, el nitrógeno. En las relaciones mutualistas ambas especies (o grupos de especies) interactuantes se benefician. En este caso, las bacterias penetran los pelos radiculares de la planta de la que obtienen hidratos de carbono como fuente de energía. A su vez, las bacterias transforman el nitrógeno atmosférico (N2, que no es asimilable por la planta) en NH3,que reacciona con agua formando NH4+, el cual es incorporado en los aminoácidos de la planta (Figura II.2C). Este proceso de fijación biológica del nitrógeno constituye el mayor aporte de este macronutriente en los ecosistemas terrestres, incluyendo los sistemas agrícolas de los cuales depende la alimentación humana (Lynch y Hobbie, 1998). Las interacciones mutualistas son mucho más comunes de lo que se supuso en el pasado. Los mutualismos abarcan una amplia gama de interacciones entre especies, que son clave no sólo para la supervivencia de las especies involucradas directamente en la interacción, sino también para el funcionamiento de los ecosistemas. En los ambientes marinos, los arrecifes de coral constituyen uno de los ecosistemas más diversos y su subsistencia depende de la interacción mutualista entre algas fotosintéticas y celenterados (Recuadro III.3). En los ambientes terrestres, una relación mutualista muy generalizada corresponde a las micorrizas generadas por las interacciones entre ciertos hongos y la mayoría de las plantas vasculares (Recuadro XIX.2). En los ecosistemas tropicales ocurren frecuentes asociaciones mutualistas entre especies de plantas y de hormigas (Figura II.14). Por ejemplo, los árboles de Acacia producen secreciones ricas en azúcares (cuerpos de Beltian) de las cuales se alimentan las hormigas, que además encuentran en los árboles una estructura para establecer sus colonias. A su vez, las hormigas eliminan a los insectos herbívoros que de otro modo devorarían el follaje de las acacias (Cronin, 1998; Janzen, 1966, 1969). Otros géneros de árboles tropicales como las cecropias producen secreciones ricas en lípidos y proteínas (cuerpos de Mueller), de las que se alimentan las hormigas Azteca, que también defienden a estos árboles de los insectos herbívoros (Agrawal, 1998; Janzen, 1973). Las hormigas azteca constituyen especies clave porque sin su presencia las cecropias no sobrevivirían, dado que serían rápidamente defoliadas y no podrían
(A)
(B)
fotosintetizar. A su vez, la pérdida de las cecropias afectaría a numerosas aves, murciélagos y mamíferos que se alimentan de sus frutos y dispersan sus semillas, regenerando la comunidad. En realidad, en las intrincadas redes de interacciones ecológicas, todas las especies podrían llegar a ser especies clave (Feinsinger, 2001). Esta propiedad no sólo depende de las especies mismas y sus interacciones, sino también de cuánto se conozca la biología de la especie y cuánto se haya estudiado su ecología. Por ejemplo, las lombrices llegan a construir redes de galerías subterráneas de hasta 8 900 km/ha, que airean el suelo y proveen canales, los cuales son seguidos por las raíces de las plantas, que van así extrayendo los minerales de nuevos sectores del suelo (Lavelle et al., 1995). Mientras van creando galerías, las lombrices ingieren materia orgánica en descomposición y suelo mineral, evitando así la acumulación de detrito y facilitando la liberación de minerales y nutrientes esenciales, como el fósforo y el nitrógeno, que quedan disponibles para el crecimiento de las plantas (Rose, 1997). De esta manera, las lombrices constituyen especies clave que interconectan los flujos de nutrientes entre el mundo biótico y el mundo físico, al liberar nutrientes y modificar la estructura física del suelo. Este ejemplo muestra además cómo las especies biológicas no sólo interactúan entre sí, sino también con el ambiente abiótico y organizan así los ecosistemas que engloban tanto los sistemas físicos (agua, suelo, rocas, aire) como las comunidades biológicas descritas arriba.
II. ¿Qué es la diversidad biológica?
Diversidad de ecosistemas y ecorregiones en Latinoamérica La perspectiva de los ecólogos de ecosistemas ha sido descrita como de “cajas negras” porque la atención principal está en los flujos de energía y materia a través de los ecosistemas, y no tanto en las poblaciones o especies biológicas. Así, por ejemplo, se mide la cantidad de nitrógeno que ingresa a una cuenca en el punto del nacimiento de los arroyos y luego se compara con los niveles de este nutriente en los puntos en que los cursos de agua dejan las cuencas (véase Hedin et al., 1995). Respecto a la transferencia de energía, las preguntas se dirigen hacia cuánta materia orgánica (y la energía contenida en ella) generada por los productores primarios (por ejemplo, fitoplancton) es absorbida por los herbívoros o consumidores primarios (por ejemplo, dafnias del zooplancton), por los depredadores de herbívoros o consumidores secundarios (por ejemplo, peces zooplanctónicos), por los depredadores de los depredadores de herbívoros o consumidores terciarios (por ejemplo, las carpas que se alimentan de peces) y así sucesivamente a través de las redes tróficas (Lindeman, 1942; Wiegert y Owen, 1971). El énfasis en estos estudios radica en los “eslabones tróficos” y en las transferencias de energía y materia entre ellos, más que en las especies contenidas en tales “eslabones” o “cajas negras”. La síntesis entre las aproximaciones de los ecólogos de ecosistemas y aquellas de los ecólogos de poblaciones y comunidades se ha comenzado
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Fundamentos de laconservación biológica
Figura II.15. Distribución de los mayores biomas terrestres en relación con la precipitación y temperatura media anual. Dentro de los sectores delimitados por líneas discontinuas el tipo de bioma es muy dependiente de factores como la estacionalidad de las sequías, la frecuencia de fuegos y la intensidad del pastoreo. (Según Whittaker, 1970).
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a gestar durante las últimas dos décadas, y representa una integración muy fértil para la investigación ecológica y para la conservación biológica (Pickett et al., 1992; Rozzi y Cardon, en preparación). La perspectiva de comunidades se enriquece al considerar los flujos de materia y energía que ocurren a través de los componentes bióticos y abióticos de los ecosistemas. A la vez, la perspectiva ecosistémica se enriquece al “mirar dentro de las cajas negras” y distinguir interacciones ecológicas e historias de vida de las especies que componen las comunidades. Además, las influencias entre los sistemas físicos y bióticos es recíproca y el papel de la diversidad biológica es vital para el funcionamiento de los ecosistemas (Mooney et al., 1995). La cobertura y estructura de la vegetación modifican sustancialmente características físicas, tales como la velocidad del viento, la humedad y la temperatura (Capítulo VI). Las comunidades de macroalgas en el intermareal rocoso disminuyen las variaciones de humedad y temperatura y atenúan el impacto de las olas que afecta a numerosos invertebrados (Cancino y Santelices, 1981). Los arrecifes de coral constituyen estructuras construidas por comunidades de animales y algas que modifican la topografía y propiedades físicas del fondo marino, proveyendo un hábitat que alberga una de las mayores diversidades de organismos del planeta (Recuadro III.3). Los ciclos anuales de temperatura y precipitación y las características de la superficie del suelo afectan, a su vez, la estructura y las características de una comunidad biológica y favorecen la formación de bosques, praderas, desiertos o humedales. Esta perspectiva llevó a Whittaker (1970) a ubicar a los mayores biomas terrestres del planeta dentro de zonas de gradientes de precipitación y temperatura, que en cierta medida se relacionan con gradientes latitudinales y altitudinales (Figura II.15). En Latinoamérica las formaciones “árticas-alpinas” son en realidad “antártico-andinas” y se las encuentra las latitudes australes y en las zonas altas de la Cordillera de los Andes. En los ecosistemas de altura, que incluyen los páramo y la Puna, se encuentran variadas formas de vida como las plantas en cojín, que toleran grandes fluctuaciones térmicas y de humedad (Figura II.16). En regiones donde la temperatura es alta y la precipitación es escasa se encuentran las formaciones de desierto, como el de Atacama, que se prolonga por Perú hacia el norte, o el de Chihuahua que, como otros desiertos mexicanos, alberga un alto número de especies endémicas (Cuadro IV.3; Figura XV.4). En las zonas cálidas con mayor precipitación se encuentran los bosques tropicales secos, como los del Chaco (Recuadro XIX.4) o el sur de México
II. ¿Qué es la diversidad biológica?
(A)
(B)
(Recuadro III.1), y lluviosos, como el Bosque Atlántico de Brasil (Recuadro VI.1). En las regiones neotropicales no sólo existe una rica diversidad terrestre, sino que también sus sistemas dulceacuícolas, compuestos por una multitud de cuencas pequeñas y aisladas y de grandes ríos, contribuyen a que Sudamérica posea la fauna de peces de agua dulce más diversa del mundo: se han descrito más de 3 000 especies pese a que se ha explorado la ictiofauna de menos del 25% del territorio (Figura II.17, Recuadro IV.1). En las regiones lluviosas más frías se encuentran los bosques templados que albergan algunas de las especies más longevas del planeta, como el alerce (Fitzroya cupressoides), que puede alcanzar más de 3 600 años de edad (Figura IX.6a, Lara y Villalba, 1993). En las regiones de precipitación y temperatura intermedias se encuentran formaciones de praderas, como las pampas del centro de Argentina, y sabanas, como la Gran Sabana y los Llanos del Orinoco en Venezuela (Recuadro XVIII.8). Para el trabajo en conservación biológica es fundamental tener siempre presente una perspectiva jerárquica de distintas escalas temporales, espaciales y niveles de organización en los que se describe y analiza la biodiversidad. Las categorías generales de Whittaker adquieren características muy particulares en diversas situaciones geográficas, estados sucesionales y grados de aislamiento. La clasificación de unidades regionales de hábitat para Latinoamérica y el Caribe permite tener una visión un poco más cercana del mosaico de comunidades biológicas y ecosistemas
Figura II.16. (A) En la Puna crecen formas de vida muy singulares como las plantas en cojín (B), que toleran las grandes fluctuaciones térmicas y de humedad (Fotografías [A] de Christopher Anderson y [B] de Teresa Tarifa).
Fundamentos de laconservación biológica
(A)
de
Figura II.17. (A) En la multitud de cursos de aguas en cuencas pequeñas y aisladas de la Amazonía se encuentra la fauna de peces de agua dulce más diversa del mundo. (B) Los bagres, como la Pseudoplatystoma sp. constituyen uno de los grupos más diversos entre las 3 000 especies descritas para los ecosistemas de agua dulce de Sudamérica. (Fotografías (A) de Ezio M. Firmani y (B) de Donald Taphorn).
(B)
esta región (Figura II.18). Es fundamental, sin embargo, considerar siempre que al refinar la resolución en cada una de estas unidades aparecen ecorregiones muy diversas. Por ejemplo, dentro de los bosques templados australes (7.1 en el mapa, Figura II.18) se encuentran tipos forestales tan diversos como el parque de araucaria (Figura I.1A), la selva valdiviana (Figura I.3A), el bosque mixto de alerce y coigüe (Figura IX.6A) y los bosques del extremo austral en la zona del Cabo de Hornos (Figura X.7C). En los capítulos siguientes se analizarán los patrones de distribución de la diversidad biológica, su grado de conocimiento y las amenazas a que están sujetas las distintas regiones del Neotrópico o América Latina, que a nivel planetario constituye la zona más rica en especies vegetales, grupos de animales (como las aves y los peces) y donde la mayor parte de la biota de invertebrados, hongos y otros grupos menos estudiados todavía está aún por descubrirse, a la espera de ir dilucidando este interminable tejido de la biodiversidad.
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Figura II.18. Unidades regionales de hábitat de Latinoamérica y el Caribe. (Según el Biodiversity Suport Program y la WWF, 1995).
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Fundamentos de laconservación biológica
Resumen 1. El contacto con la biodiversidad y su reconocimiento es una experiencia que enriquece nuestra comprensión acerca del mundo natural y de nuestra posición en él. A la vez, la diversidad biológica es tan vasta que parece inaprensible, incluso para los biólogos. Una forma de describir la enorme y compleja diversidad biológica se basa en un esquema jerárquico de niveles de organización biológica que analiza la diversidad de genes, poblaciones, especies, comunidades biológicas, ecosistemas, paisajes y biomas, distinguiendo en cada nivel tres atributos: composición, estructura y función. 2. El conocimiento de los múltiples cambios geológicos, biogeográficos, ecológicos y evolutivos ayuda a comprender los patrones de diversidad y distribución actual de los grupos de organismos, a la vez que resalta el carácter dinámico de las comunidades biológicas que nos esforzamos por conservar. La concepción evolutiva y ecológicamente dinámica de la biodiversidad subraya que, más que la preservación de las especies o las comunidades en forma aislada, el objetivo central de la conservación biológica es posibilitar la continuidad de los procesos evolutivos y ecológicos. 3. La diversidad cultural en el Continente Americano ha evolucionado embebida en una intrincada red de interacciones con la biodiversidad. Las culturas americanas han desarrollado un gran número de variedades de papa, maíz y otros cultivos. A la vez, las prácticas de policultivos como las chinampas, o de recolección y plantación de especies en selvas como las de los mayas o la de algunos pueblos amazónicos, han influido sobre la composición de especies y la fisionomía del paisaje. Estas prácticas tradicionales tienden a aumentar la diversidad de variedades al incluir un mosaico de ellas y de condiciones ambientales locales. Esta situación contrasta con la agricultura comercial, la cual se basa en unas pocas variedades y propende cada vez más hacia patrones culturales y biológicos únicos y, por lo tanto, reduce la variabilidad genética, la diversidad de especies y la diversidad cultural.
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4. Existe una multiplicidad de definiciones de especies, pero son dos los tipos fundamentales que han prevalecido: (1) la definición morfológica o fenotípica de especie (tradicionalmente utilizada por los taxónomos), que distingue y clasifica a las especies en base a un conjunto de características morfológicas, anatómicas, fisiológicas y/o bioquímicas, y (2) la definición biológica, que define como especie al conjunto de poblaciones cuyos individuos se entrecruzan actual o potencialmente dando origen a descendencia fértil. Ambas definiciones presentan limitaciones, debido a que no todas las especies tienen reproducción sexual o porque es muy difícil determinar si las poblaciones dan origen a descendencia fértil. Por otro lado, las especies pueden presentar formas muy diferentes debido a la plasticidad fenotípica, dimorfismo sexual y cambios durante las etapas
del desarrollo. A la inversa, poblaciones morfológicamente muy similares pueden corresponder a especies distintas. Con técnicas moleculares se han detectado numerosos casos de estas “especies crípticas”.
II. ¿Qué es la diversidad biológica?
5. En ecología la diversidad de especies se caracteriza por numerosos índices. El más simple se refiere a la riqueza de especies a escalas geográficas diferentes. La diversidad alfa corresponde al número de especies en una comunidad o sitio determinado. La diversidad gamma se refiere al número de especies en una región extensa. La diversidad beta estima el grado de recambio de especies de un sitio a otro 6. En las comunidades biológicas algunos recursos como láminas salinas o afloramientos minerales, pozas profundas en esteros y troncos ahuecados pueden ser claves para la sobrevivencia y éxito reproductivo de muchas especies. Algunas especies, como bacterias fijadoras de nitrógeno, lombrices que socavan el suelo, peces que remueven el detrito, hormigas que previenen las defoliación de algunos árboles, etc. pueden tener un impacto muy alto sobre la estructura comunitaria y se denominan, por lo tanto, especies clave. 7. La biodiversidad tiene un papel muy importante en el funcionamiento de los ecosistemas. La integración de las perspectivas de ecosistemas, centradas en los flujos de energía y materia, y la de los ecólogos de poblaciones y comunidades, centradas en las interacciones entre especies o poblaciones, es muy valiosa para la investigación y la aplicación en la biología de la conservación. 8. Las influencias entre los sistemas físicos y bióticos de los ecosistemas son recíprocas: los organismos modifican su ambiente y el ambiente influye sobre ellos. Factores climáticos, como los ciclos anuales de temperatura y precipitación favorecen la formación de determinados tipos de biomas, bosques, praderas, desiertos o humedales. Latinoamérica no sólo tiene la más alta diversidad de especies vegetales, de aves, de peces y otros grupos de organismos, sino también incluye una enorme diversidad de tipos de hábitats, como los desiertos secos y cálidos, las selvas lluviosas y frías, los arrecifes de coral, las pequeños esteros tropicales, los lagos del altiplano y las mayores zonas de bosque tropical y humedal del planeta.
Para discutir 1. ¿Cuántas especies de aves, plantas, insectos, mamíferos y hongos puede identificar en su vecindario o en un ecosistema de su región? ¿Entre las especies identificadas, cuáles grupos taxonómicos (vertebrados, invertebrados, plantas, algas, hongos) y ecológicos (descomponedores, productores primarios, herbívoros, depredadores) son más comunes? ¿Cómo podría aprender a identificar las especies menos notorias? ¿Cuán generalistas o especialistas son las especies identificadas? ¿Cómo podría
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Fundamentos de laconservación biológica
organizar las redes de interacciones ecológicas entre ellas? ¿Puede distinguir algunas especies clave? 2. ¿Qué esfuerzos de conservación se desarrollan actualmente en su región y en qué nivel biológico se centran: la variación genética, la diversidad de especies, las comunidades biológicas y los ecosistemas? ¿Cuáles son los atributos más considerados por tales proyectos: la composición de la biodiversidad, sus funciones o la estructura de las comunidades, paisajes o poblaciones? ¿Cree usted que otros componentes de los ecosistemas naturales necesiten ser protegidos? 3. ¿Cuál ha sido el efecto sobre la biodiversidad de comunidades indígenas y cómo se compara al efecto que tiene la sociedad actual sobre ella? ¿Qué variedades de cultivos se han desarrollado en su región y cuáles siguen plantándose y consumiéndose? ¿Cuántos tipos de frutos y “sabores” distingue usted en el supermercado y cuántos en los mercados rurales? 4. ¿Cómo ha cambiado el paisaje en su localidad durante los últimos 1 000, 500, 100 y 10 años? ¿Qué conclusiones y recomendaciones puede ofrecer para la conservación biológica y cultural en su región? 5. ¿Qué tipos de hábitat o ecosistemas componen su región? ¿Cómo se distribuyen, a lo largo de algún gradiente climático, de altitud, de humedad, de distancia al mar, de salinidad o de tipo de suelo? ¿Cómo interactúan estos ecosistemas entre sí, en términos de grupos de especies compartidas o distintas, flujos de nutrientes o agua que fluye de uno a otro y de diseños para la conservación? ¿Cómo manejaría usted el mosaico de ecosistemas en el paisaje de su región con el fin de conservar o restaurar los niveles y atributos de la diversidad biológica?
Lecturas sugeridas
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Aguilera, M., y J. Silva (1997), “Especies y biodiversidad”, Interciencia 22:299-305. Una sucinta e interesante revisión del concepto de especies y sus implicaciones para la conservación biológica y el concepto de biodiversidad. Bouzat, J. L., G. Giovambattista, C. D. Golijow, M. M. Lojoe y I. F. Dulout (1998), “Genética de la conservación de razas autóctonas: el ganado criollo argentino”, Interciencia 23:151-157. Flecker, A. S. (1996), “Ecosystem engineering by a dominant detritivore in a diverse tropical stream”, Ecology 77:1845-1854. Un interesante caso de una especie clave. Hernández, J., T. Walschburger, R. Ortiz y A. Hurtado (1992), “Origen y distribución de la biota suramericana y colombiana”, en Halffter, G., (comp.), La Diversidad Biológica de Iberoamérica I. volumen especial, Acta Zoológica Mexicana, nueva serie, Instituto de Ecología, A.C., Xalapa, México, pp. 55-104. Un muy buen ensayo
acerca de las interrelaciones entre la historia biogeográfica y los patrones de diversidad actual. Lavelle, P., Lattaud C., Trigo. D. y I. Barois, (1995), “Mutualism and biodiversity in soils.” Plant and Soil, 170: 23-33. Las comunidades del suelo cumplen un papel extraordinariamente importante en el funcionamiento de los ecosistemas y la conservación de la biodiversidad. Noss, R. F. (1990), “Indicators for monitoring biodiversity: a hierarchical approach”, Conservation Biology 4:355-364. Piperno, D. R., y D. M. Pearsall (1998), The Origins of Agriculture in the Lowland Neotropics, Academic Press, California. La diversidad biológica y cultural están estrechamente imbricadas en Latinoamérica. Villagrán, C., y L. F. Hinojosa (1997), “Historia de los bosques del sur de Sudamérica, I: análisis fitogeográfico”, Revista Chilena de Historia Natural 70:241-267. Un artículo ilustrativo acerca de los cambios de la flora en el tiempo y su relación con cambios climáticos y geológicos. Wiegert, R. G., y Owen D. F. (1971), “Trophic structure, available resources and population density in terrestrial vs. aquatic ecosystems”. J. Theoretical Biology 30:69-81. Una aguda comparación entre la estructura de las comunidades terrestres y acuáticas.
II. ¿Qué es la diversidad biológica?
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VI. Destrucción y degradación del hábitat Richard Primack Ricardo Rozzi Peter Feinsinger
L
a pérdida del hábitat provocada por las actividades humanas es la causa principal de la disminución de la biodiversidad. La pérdida del hábitat puede ser total, como en el caso de la inundación de bosques al construir una represa hidroeléctrica. En tal caso se habla de destrucción del hábitat. En otras situaciones el daño del hábitat puede ser parcial, como en el caso de la contaminación atmosférica y la lluvia ácida en que se pierden algunas especies ( p o r ejemplo, algunas especies de líquenes), interacciones ecológicas (por ejemplo, hongos sensibles a la lluvia ácida) y procesos ecosistémicos (por ejemplo, en algunos ciclos de nutrientes como el del azufre, la entrada de los minerales aumenta por las fuentes industriales de emisión). En los casos de daño parcial se trata de una degradación del hábitat. Entre los dos extremos; degradación y pérdida del hábitat; existe una gama de intensidades que van desde la pérdida de algunas especies, estructuras y funciones de los ecosistemas (como en el caso de la tala selectiva) hasta la transformación completa del hábitat (como la construcción de una ciudad sobre un área originalmente boscosa). En este capítulo se considerará primero la destrucción de hábitats, ejemplificada con algunos que se encuentran más amenazados: bosques tropicales, praderas, humedales, manglares y arrecifes de coral. Los cambios en el uso de la tierra, en los ciclos de nutrientes de los ecosistemas y el cambio climático global generados por la sociedad contemporánea ocurren a tal velocidad y extensión, que las especies no son capaces de adaptarse genéticamente o de dispersarse hacia sitios adecuados. En consecuencia, se generan pérdidas de biodiversidad sin precedentes (Capítulo IV). En la segunda parte del capítulo se analizarán los procesos de degradación del hábitat que más comúnmente conducen a las extinciones de poblaciones, especies o comunidades: la desertificación, la fragmentación del hábitat, la contaminación del agua, aire y suelos y el cambio climático global. En el capítulo siguiente se analizarán otros procesos de destrucción y degradación del hábitat: la sobreexplotación de poblaciones o especies, la mayor diseminación de enfermedades o pestes y la
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Amenazas para la diversidad biológica
introducción de especies exóticas que llegan a constituir especies invasoras. La mayoría de las especies con problemas de conservación enfrentan dos o más de estas amenazas, lo que acelera su camino hacia la extinción y dificulta los esfuerzos para protegerlas.
Destrucción del hábitat La pérdida de hábitat es la amenaza principal para la mayoría de las especies de vertebrados (Cuadro VI.1), invertebrados, plantas y hongos (Heywood, 1995). En muchos países, particularmente en islas o localidades con alta densidad poblacional humana, la mayoría de los hábitats originales han sido degradados. En 49 de los 61 países tropicales del Viejo Mundo, más del 50% de los hábitats de vida silvestre ha sido destruido (IUCN/UNEP 1986a,b). En Asia tropical se ha perdido el 65% del bosque primario, con tasas de destrucción particularmente altas para Bangladesh (96%), Sri Lanka (86%), Vietnam (76%) y la India (>80%). Por fortuna los dos países asiáticos biológicamente más ricos, Malasia e Indonesia, todavía conservan cerca de la mitad de sus bosques primarios y están en proceso de establecimiento de áreas protegidas extensas. El sub-Sahara africano ha perdido el 65% de sus bosques, con las pérdidas más severas en Ruanda (80%), Gambia (89%) y Ghana (82%). Las tasas actuales de deforestación varían considerablemente entre países, con tasas anuales superiores al 2% en varios países latinoamericanos (Figura VI.1). En Paraguay y Costa Rica se ha eliminado un cuarto de la superficie forestal durante la última década. El caso de Costa Rica es especialmente paradójico, puesto que posee a la vez la CUADRO VI.1. Factores responsables de algunas extinciones y amenazas de extinción. Porcentaje debido a cada causaa Pérdida de hábitat
Sobreexplotaciónb
Introducción de especies
Depredadores
Otros
Desconocido
Extinciones Mamíferos Aves Reptiles Peces
19 20 5 35
23 11 32 4
20 22 42 30
1 0 0 0
1 2 0 4
36 37 21 48
Amenaza de Extinciónc Mamíferos Aves Reptiles Anfibios Peces
68 58 53 77 78
54 30 63 29 12
6 28 17 14 28
8 1 3 -
12 1 6 3 2
-
Grupo
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Fuente: Según Reid y Miller, (1989b), basado en datos de varias fuentes. a Estos valores representan el porcentaje de especies afectadas por el factor mencionado. Algunas especies pueden ser afectadas por más de un factor; así, algunas filas pueden exceder el 100%. b La sobreexplotación incluye la caza comercial, deportiva y de susbsistencia como también la captura de animales vivos para otros propósitos. c Las especies y subespecies amenazadas incluyen aquellas en las categorías IUCN en peligro crítico, en peligro y vulnerable.
VI. Destrucción y degradación del Hábitat
Figura VI.1. Grandes cantidades de hábitat se pierden cada año en la medida que se talan los bosques. Algunos países latinoamericanos como Costa Rica y Paraguay han perdido más de un cuarto de su superficie forestal durante la última década. Las tasas de deforestación se han estimado como el porcentaje de disminución anual de la cubierta forestal en el período 1980-1990. (Datos de WRI, 1999).
mayor proporción de área protegida (23.7%) y la mayor tasa de deforestación anual en Latinoamérica (2.6%) (WCMC, 1997). Otros tipos de hábitats también han sido drásticamente destruidos o degradados. La región mediterránea ha estado densamente poblada durante miles de años y sólo mantiene el 10% de su cubierta forestal original (Recuadro XXI.7). El curso de numerosos ríos ha sido interrumpido por la construcción de represas, alterando los ciclos hídricos y de nutrientes e impidiendo que las especies de peces migratorios completen sus ciclos de vida (Recuadro XXI.5). Además, muchos ríos, como el Tiete que alimenta la gran ciudad de San Pablo (18 millones de habitantes), han recibido las descargas de contaminantes industriales, incluyendo cianuros y fluoruros, que han eliminado la biota acuática y las condiciones sanitarias mínimas para la población paulista (Buarque y de Sousa, 1995). Otra megápolis latinoamericana, la ciudad de México (con más de 20 millones de habitantes), está seriamente afectada por el deterioro de los sistemas acuáticos. Aproximadamente el 72% del abastecimiento de agua proviene de aguas subterráneas, cuyo nivel está bajando un m cada año y que además se están contaminado. La ciudad de México confronta uno de los desafíos más importante para el siglo XXI: el abastecimiento de agua fresca. Los ecosistemas marinos, especialmente los costeros, constituyen otro conjunto de ecosistemas severamente dañados por la contaminación industrial, urbana y minera, que además de eliminar la rica biota marina afecta la salud humana indirecta o directamente, como en el caso de la introducción del cólera en Perú a través de desechos de barcos en 1991 (Gonzales de Olarte, 1995).
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Amenazas para la diversidad biológica
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Bosques tropicales lluviosos amenazados La destrucción de los bosques tropicales lluviosos ha llegado a ser sinónimo de la pérdida de especies, puesto que, aun cuando ocupan sólo el 7% de la superficie del planeta, se ha estimado que contendrían más del 50% de las especies que habitan la Tierra (Myers, 1986). Estos bosques siempreverdes o parcialmente siempreverdes ocupan áreas libres de heladas bajo los 1 800 m de altitud, con precipitaciones mensuales superiores a los 100 mm. Con base en patrones actuales de precipitación y temperatura, se ha estimado que la extensión original de los bosques lluviosos tropicales era de unos 16 millones de km2 (Myers, 1984, 1986, 1991b; Sayer y Whitmore, 1991). Una combinación de análisis terrestres, fotos aéreas y datos de sensores remotos, demostró que en 1982 sólo quedaban 9.5 millones de km2 de bosque tropical lluvioso. En 1991 esta superficie disminuyó a 6.4 millones de km2, esto es, menos de la mitad del hábitat original. Actualmente se están perdiendo 140 000 km2 de bosque lluvioso al año, un área superior a la de Guatemala. Gran parte del hábitat es completamente destruido y otra parte está siendo degradada drásticamente, alterando la composición de especies y procesos ecológicos a nivel de comunidades y ecosistemas (Figura III.6). Los suelos frágiles, a menudo poco profundos y pobres en nutrientes que predominan en los ecosistemas de bosque tropical, son fácilmente degradados y se erosionan bajo las abundantes precipitaciones. Existe una considerable discusión científica acerca de la extensión original y área actual de los bosques tropicales, como también sobre sus tasas de deforestación. A pesar de la dificultad de obtener cifras precisas, existe consenso general respecto a que las tasas de deforestación del bosque tropical son alarmantemente altas y que continúan aumentando (Figura VI.1). Según Myers (1991b), a nivel mundial las pérdidas anuales de 140 000 2 km de bosque tropical lluvioso derivan principalmente de la conversión de hábitat para cultivos a pequeña escala (86 000 km2 anuales, 61%). Parte de esta tierra es convertida a plantaciones agrícolas y praderas permanentes, pero gran parte del área pasa a ser bosque secundario luego del cultivo temporal. Se incluye aquí el sector degradado cada año para producción de leña. Más de dos mil millones de personas cocinan su alimento con leña, de tal manera que su impacto es significativo. Otros 29 000 km2 (21%) se destruyen anualmente debido a la tala comercial selectiva. Se tumban alrededor de 15 000 km2 de bosque al año para establecer explotaciones ganaderas (Figura VI.2). La limpieza para plantaciones comerciales (palma de aceite, cacao, caucho, etc.), construcción de caminos, minería y otras actividades dan cuenta de 10 000 km2 al año (7%). Sin embargo, la importancia relativa de estos factores varía con la región geográfica y el momento histórico (Kummer y Turner, 1994; Rudel y Roper, 1996; Bawa y Dayanandan, 1997). En Bolivia, la degradación de los bosques se ha debido principalmente a las grandes empresas madereras, y desde la década de los noventa los grandes agricultores son los mayores responsables de la deforestación (Pacheco, 1998).
Una causa importante de la destrucción del bosque lluvioso tropical es la demanda de los países industrializados de madera o productos madereros y agrícolas de bajo costo, tales como el caucho, cacao, banano, aceite de palma y carne de vacuno. Durante los años ochenta Costa Rica experimentó una de las mayores tasas de deforestación del mundo como resultado de la conversión del bosque tropical lluvioso, seco y semiseco en ranchos ganaderos (Downing et al., 1992). La carne producida en estos ranchos se exportaba principalmente a Estados Unidos para producir hamburguesas baratas. La publicidad contra esta “conexión hamburguesa” fue seguida por un boicot de los consumidores, que provocó una marcada disminución en la compra de carne tropical por parte de las cadenas de restaurantes. Aun cuando la alta tasa de deforestación continúa en Latinoamérica, el boicot fue importante para la toma de conciencia de la población respecto a las conexiones internacionales que promueven la deforestación. Sin embargo, de acuerdo con las proyecciones, si se mantiene la tasa actual de pérdida, no quedará bosque tropical después del año 2040, excepto en las áreas protegidas. Las historias de tres regiones neotropicales ilustran cuan rápida puede ser la destrucción del bosque lluvioso.
Rondonia. Este estado amazónico abarca un área total de 243 000 km2 que hasta 1975 estaba casi completamente cubierto por bosques tropicales primarios: sólo 1 200 km2 estaban deforesta(A) dos (Myers, 1986; Fearnside, 1990, 1996). En los años setenta, el gobierno brasileño construyó parte de la carretera Trans-Amazónica a través de Rondonia, que incluyó una red de caminos laterales que se internaban en el bosque. Al mismo tiempo, el gobierno proveyó subsidios que permitieron a las corporaciones establecer explotaciones ganaderas en la región, estimulando a la gente pobre y sin tierras a emigrar a Rondonia, que ofrecía tierras gratis. Estos incentivos fueron necesarios porque los suelos de la región del Amazonas son pobres (C)
VI. Destrucción y degradación del Hábitat
Figura VI.2. Conversión de bosque tropical lluvioso en terrenos agrícolas. (A) Agricultura tradicional en el noreste de la Amazonía donde se limpian pequeños campos con técnicas de tumba y quema. Los pueblos indígenas han utilizado esta práctica durante cientos de años; sin embargo, mantenían poblaciones humanas bajas. Cuando un alto número de personas realiza esta práctica de subsistencia el daño es extenso. (Fotografía de Paul Patmore). (B) Los campos de arroz sustituyen vastas áreas de bosque lluvioso en el sudoeste de la India. (Fotografía de Richard Primack). (C) Grandes terrenos forestales en la amazonía quema para abrir praderas para el ganado. (Fotografía de The Woods Hole Research Center).
(B)
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Amenazas para la diversidad biológica
Figura VI.3. (A) Foto satelital de una nueva carretera a través del bosque lluvioso del Amazonas en Rondonia. El área mostrada cubre cerca de 24 500 km2. Note los caminos laterales que permiten ingreso al bosque (B) Con acceso al interior de país y lucrativos subsidios gubernamentales, la “quimera de la tierra” de Rondonia produjo la deforestación masiva de 16.000 km2 que fueron talados en unos pocos años en la década de los ochenta. (Fotografías de The Woods Hole Research Center).
en nutrientes minerales, de manera que los pastizales y tierras agrícolas generadas son improductivos y no reportan ganancias financieras. Durante esta “quimera de la tierra”, 10 000 km2 de bosque se habían tumbado en 1982, con 6 000 km2 adicionales en 1985 (Figura VI.3). A fines de los ochenta, la población del estado crecía 15.8% al año y la deforestación aumentaba anualmente en un 37%. Estas tasas de crecimiento poblacional y de deforestación son extraordinariamente altas comparadas con otras partes del mundo. Las protestas en contra de este daño ambiental condujeron al gobierno a reducir los subsidios a la industria ganadera, disminuyendo la tasa de deforestación a comienzos de los noventa. Sin embargo, el daño masivo ya está hecho y la tasa de deforestación ha comenzado a crecer nuevamente como resultado de los años secos en 1997 y 1998, que han facilitado las labores de tumba y quema de bosque. Costa atlántica de Brasil. En las últimas décadas la costa atlántica de Brasil ha sido casi completamente talada y el bosque remanente está dividido en fragmentos aislados, incapaces de mantener poblaciones viables de muchas especies en el largo plazo (Recuadro VI.1). El fragmento de mayor tamaño tiene sólo 7 000 km2 y está rodeado por hábitats muy perturbados, de manera que muchas de sus especies están en alto riesgo de extinción (Brooks y Balmford, 1996). Esta región posee una biodiversidad profusa y riquísima en endemismos de flora y fauna, incluyendo varias especies de monos, tales como los monos tití león dorado (Leontopithecus rosalia) y tití león negro (L. chrysopygus) (Recuadro XII.1). Costa de Ecuador.
(A)
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(B)
La región costera de Ecuador originalmente estaba cubierta por un exuberante bosque, rico en especies endémicas. Esta región había sido mínimamente perturbada por la actividad humana hasta 1960, momento en que comenzaron a construirse caminos y los bosques se destruyeron para asentamientos humanos y plantaciones de palma aceitera. El último fragmento sobreviviente del bosque húmedo piemontano de esta región occidental del Ecuador central es la Reserva de la Ciencia Río Palenque, con 1.7 km2. Esta pequeña área de conservación contiene 1 025 especies de plantas, entre ellas 253 especies que no se conocen en ningún otro lugar, y 100 son nuevas para la ciencia. Para muchas de estas especies sólo se conoce un individuo único y están, por lo tanto, destinadas a la extinción. Centinela, una ladera aislada al este del Río Palenque, estaba cubierta por bosque de neblina y a pesar de su escasa superficie (20 km de largo por un km de ancho) al menos 90 especies de
Recuadro VI.1. El bosque atlántico brasileño está amenazado de extinción Patricia C. Morellato
El bosque atlántico brasileño es un sistema único, caracterizado por una elevada diversidad de especies y alto grado de endemismo asociados a un paisaje complejo y de belleza espectacular. El dominio tropical atlántico, en Brasil, se compone de dos tipos principales de vegetación: el bosque atlántico de la costa o bosque lluvioso atlántico y el bosque semideciduo o bosque atlántico estacional. El bosque lluvioso atlántico cubre principalmente la ladera este de la cadena montañosa costera en dirección norte-sur, mientras que el bosque semideciduo cubre el plano interior, al sudeste y centro del país. Este complejo sistema forestal atlántico presenta una diversidad aún más alta que aquella de los bosques amazónicos, pero hoy está entre los sistemas naturales más amenazados del mundo. Respecto de su cobertura original, sólo queda un 12% (área estimada en 1990), y la mayoría de los remanentes forestales son fragmentos, quedando unas pocas áreas boscosas extensas y bien preservadas. Esta reducción es el resultado de 500 años de destrucción sistemática iniciada con el descubrimiento del Brasil y que se ha intensificado en los últimos 200 años (Morellato y Hadad, 2000), con la industrialización, urbanización y la agricultura de la caña de azúcar, café y cacao (Buarque y Aguiar de Sousa, 1995). El bosque atlántico cubría originalmente un área de aproximadamente 1 205 780 km2, quedando a la fecha apenas 146 000 km2 de bosques distribuidos principalmente en las regiones sur y sudeste del país (Brown y Brown, 1992). De esta área, sólo 31 000 km2 (2,5% de la superficie original) están protegidos en forma de parques, reservas, estaciones ecológicas y otras áreas de conservación. El bosque semideciduo es el sistema más amenazado: está completamente fragmentado y quedan pocas áreas extensas. El bosque lluvioso atlántico, ahora frag-
mentado, presenta algunas áreas extensas de bosque primario bien preservadas, especialmente al sur del estado de San Pablo. A pesar de estar tan reducido, pocas especies animales o vegetales han sido declaradas extintas del bosque, pero muchas están clasificadas como amenazadas de extinción. Una razón para la persistencia de las especies en este ambiente tan fragmentado está relacionada con el alto número de especies y el alto endemismo encontrado en esta vegetación (Brown y Brown, 1992): la topografía tan compleja de toda la región atlántica genera pequeños hábitats fragmentados dispersos a través del paisaje. Esto implica que muchas especies han sobrevivido como poblaciones muy pequeñas en microambientes con condiciones bastante imprevisibles derivadas del alto grado de perturbaciones naturales, topografía accidentada, lluvias intensas e inestabilidad climática. Sin embargo, una plasticidad apreciable de la mayoría de las especies de plantas y animales ha permitido de alguna manera adaptaciones rápidas a los cambios ambientales. La conservación de la selva atlántica es, por lo tanto, uno de los desafíos actuales más importantes para los conservacionistas, investigadores y el gobierno. La designación del bosque atlántico como Reserva de la Biósfera y la creación de parques y reservas estatales y federales han contribuido a su conservación. Para la preservación efectiva del bosque remanente es necesario concentrar esfuerzos en: (1) proteger las áreas de reserva actualmente establecidas; (2) incentivar la formación de otras áreas protegidas, públicas o particulares, e impedir la destrucción del bosque existente; (3) educar e informar a la población local respecto a la importancia de la conservación de este ecosistema, y (4) proveer opciones económicas, especialmente el turismo ecológico, que permitan la conservación del
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bosque en cuanto beneficien a los propietarios y a la población local. Estas metas sólo podrán lograrse a través del esfuerzo conjunto del gobierno, los investigadores, las organizaciones no gubernamentales y la población general en la generación de políticas públicas que conduzcan a una efectiva divulgación e implementación de la legislación de uso y protección del bosque, y en la elaboración de planes de gestión ambi-
ental regional y local. Desafortunadamente, la actual coyuntura económica, social y política de países como Brasil hacen que la problemática ambiental, ahora urgente, sea una preocupación secundaria para la población, puesto que su prioridad inmediata es la supervivencia, la alimentación y el empleo, y las medidas urgentes para resolver estos problemas carecen de interrelación con el problema ambiental.
El Bosque Atlántico de Brasil contiene un altísimo número de especies endémicas; por ejemplo, 168 especies de anfibios, 40 especies de mamíferos (incluyendo varios primates) y alrededor de 5 000 especies de plantas vasculares. Las vistas corresponden al Parque Estatal Serra do Mar, San Pablo. (Fotografías de Patricia Morellato).
plantas con flores eran endémicas a esta ladera. Cuando el bosque se destruyó, esta comunidad de especies únicas fue aniquilada. Otros hábitats amenazados La situación de los bosques tropicales lluviosos representa el caso más difundido de destrucción del hábitat, pero otros hábitats también están severamente amenazados. Bosques tropicales secos.
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La región ocupada por los bosques tropicales secos es más adecuada para la agricultura y la ganadería que aquella ocupada por los bosques lluviosos tropicales, y por esto han sido seriamente degradados (Recuadro III.1). Las lluvias moderadas, entre 250 y 2 000 mm anuales, permiten la retención de los nutrientes minerales en el suelo desde donde pueden ser absorbidos por las plantas. Por esto la población humana es cinco veces mayor en las áreas de bosques secos de América Central que en los bosques lluviosos adyacentes. En este momento la costa del Pacífico de América
Central conserva menos del 2% de su bosque seco original (Janzen, 1988a).
VI. Destrucción y degradación del Hábitat
Praderas. Las praderas templadas constituyen otro tipo de hábitat que ha sido casi completamente destruido por la actividad humana. Es relativamente fácil convertir grandes áreas de praderas en tierras de cultivo y ranchos ganaderos (Figura VI.4). Por ejemplo, la vasta región pampeana argentina (300 000 km2) fue la primera frontera de pastizales encontrada por los conquistadores europeos en el siglo XVI (Ghersa, 2001). En ella ha- bitaban venados, guanacos, armadillos y ñandúes (Recuadro XVIII.6), los cuales fueron rápidamente desplazados por la introducción del caballo, cuyas manadas alcanzaban los 100 mil individuos a fines del siglo XVI. Luego el ganado bovino y ovino aumentó a tal grado, que en el siglo
(A)
(B)
(C)
Figura VI.4. Las praderas templadas son extremadamente valiosas para la protección de la diversidad biológica y para propósitos agrícolas. (A) Una pradera natural con numerosas especies nativas en el estado de Montana, Estados Unidos. (B) Pastoreo de vacunos en una pradera natural. (C) Una pradera sobrepastoreada tiene el aspecto de un desierto, el ganado es famélico y las especies nativas son eliminadas. (Fotografías cortesía del U.S. Fish and Wildlife Service y del U.S. Forest Service).
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Amenazas para la diversidad biológica
XVII el rey de España Felipe III solicitó evitar el daño “del ganado silvestre y cimarrón que en tropas de grandes cantidades corren la tierra por tan largos espacios que la maltratan y esterilizan” (Ghersa, 2001). En el siglo XIX la agricultura extensiva, principalmente de cereales, transformó profundamente la región, y en el presente complejos de autopistas, vías ferroviarias, embalses, núcleos urbanos, redes de líneas eléctricas, basurales e industrias han terminado por fragmentar severamente los pastizales pampeanos. Este proceso explicaría en parte la baja riqueza de especies que se encuentra actualmente en la región (Rapoport, 1996). Humedales y hábitats acuáticos. Los humedales constituyen hábitats críticos para aves, peces, invertebrados, algas y plantas acuáticas. Además, estos hábitats son claves para el control de inundaciones, la provisión de agua potable y la producción de energía (Mitchell, 1992; Moyle y Leidy, 1992; Dugan, 1993). En Uruguay la mayor biodiversidad se encuentra en los humedales que están siendo drenados y transformados para la actividad ganadera y la creciente producción de arroz (Figura VI.5, Gudynas, 1996). Uruguay destina anualmente 140 000 ha al cultivo del arroz, su tercer producto agrícola, requiriendo el drenaje de hábitats de humedal y el uso de sus aguas para el riego. Los humedales constituyen el hábitat para el 50% de las especies de vertebrados de Uruguay, mantienen los últimos bosques samófilos y representan un hábitat crítico para varias especies de aves migratorias que paran aquí durante sus migraciones estacionales entre los extremos norte y sur del Continente Americano. Este problema de conservación adquiere así una dimensión internacional. En 1984 Uruguay firmó la Convención de RAMSAR para la protección de los humedales, comprometiéndose a la protección de estos hábitats. La mayor región neotropical de humedales es el Pantanal, que con 20
Figura VI.5. Los humedales constituyen uno de los tipos de hábitats sujetos a mayor presión, debido al drenaje para su urbanización o a la conversión en tierras de cultivo o ganaderas. En Uruguay el mayor número de especies del país se encuentra en los humedales de la costa este, que están siendo rápidamente drenados y transformados en tierras de cultivo para la creciente producción de arroz y para la actividad ganadera. (Fotografía de Jorge de León).
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millones de ha constituye también la planicie de inundación continua más extensa del planeta. Esta región representa un mosaico de ecosistemas terrestres y acuáticos con transiciones de la selva amazónica, los cerrados, llanuras inundables y altiplanos. Estos ecosistemas reciben grandes cantidades de nutrientes durante las inundaciones en la estación de lluvias y representan uno de los ecosistemas más productivos del mundo. En estos ecosistemas habita una riquísima fauna acuática, terrestre y anfibia, que incluye la nutria gigante, jaguares y al menos 260 especies de peces y 650 especies de aves (Alho y Lacher, 1991). El Pantanal alberga también una riquísima diversidad cultural, constituida por un conjunto de tribus guaraníes. Este paisaje de humedal cultural y biológicamente único está siendo crecientemente amenazado por el rápido proceso de ocupación humana durante las últimas décadas, que ha facilitado el tráfico ilegal de pieles (por ejemplo, en 1981 se confiscaron 435 pieles de jaguar), así como por la minería de diamantes y oro que contamina las aguas con mercurio (Eckstrom, 1996). Pero los mayores impactos para la biota, los ecosistemas y las comunidades indígenas de Pantanal podrían derivar del megaproyecto de construcción de la hidrovía comercial Paraguay-Paraná de 3 500 km de largo (véase el Capítulo XXI; Balcom et al., 1996).
VI. Destrucción y degradación del Hábitat
Manglares. El 60% de los bosques de manglares del mundo se encuentra en Sudamérica. Este es uno de los ecosistemas más importantes de las regiones tropicales, puesto que desempeña un papel fundamental en la retención y reciclaje de nutrientes. Además, constituye un hábitat clave para el apareamiento y alimentación de peces y camarones. Las especies vegetales del manglar están entre las pocas plantas leñosas que toleran el agua salina y ocupan las áreas costeras donde típicamente existen fondos fangosos. A pesar de su gran valor económico, los manglares se tumban frecuentemente para el cultivo del arroz y para el cultivo y viverización del camarón comercial (Recuadro VI.2).
Arrecifes de coral. Se ha estimado que un tercio de las especies de peces del océano habita en sólo 0.2% de su área: aquella ocupada por los arrecifes de coral (Figura III.5; Recuadro III.3). Hasta el momento el 10% de todos los arrecifes de coral ha sido destruido y más del 30% podría perderse en las próximas décadas (Birkeland, 1997). La destrucción más severa está ocurriendo en Filipinas, donde el 90% de los arrecifes está muerto o muriendo debido a: (1) la contaminación que mata al coral directamente o permite el crecimiento excesivo de las poblaciones de algas; (2) la sedimentación derivada de la tala del bosque; (3) la sobrecosecha de peces, b i va l vos y otros animales y ( 4 ) la explotación con dinamita y la l i beración de cianuro para colectar las pocas criaturas vivientes rema-
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Amenazas para la diversidad biológica
nentes. En el Caribe la combinación de sobrepesca, daño por huracanes, contaminación y enfermedades es responsable de la disminución dramática de una gran cantidad de arrecifes de coral y de su reemplazo por macroalgas carnosas (Hughes, 1994; Recuadro III.3).
Procesos de destrucción y degradación del hábitat Desertificación
Figura VI.6. Las zonas áridas del mundo están experimentando una creciente desertificación. Este aumento de la aridez está provocando una expansión de los desiertos. Las regiones sombreadas en negro son hiperáridas, con cantidades mínimas de precipitación. La sombra gris cubre áreas que están en riesgo de transformarse en desiertos en las próximas décadas. (Según Allan y Warren, 1993).
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Muchas comunidades biológicas son degradadas hasta ser convertidas en desiertos por las actividades humanas, un proceso conocido como desertificación (Breman, 1992; Allan y Warren, 1993). Estas comunidades incluyen praderas tropicales, chaparrales, bosques deciduos, como también matorrales templados, tales como aquellos que se encuentran en la región del Mediterráneo, sudoeste de Australia, Sudáfrica, Chile y el sur de California. Aunque estas áreas pueden tolerar inicialmente la agricultura, el cultivo repetido, especialmente durante años secos y ventosos, conduce a la erosión y pérdida de la capacidad de retención del agua del suelo (Figura VI.6). El sobrepastoreo por ganado doméstico (vacas, ovejas o cabras) y la sobrecosecha de plantas leñosas para combustible (Fleischner, 1994; Milton et al., 1994) contribuyen a una degradación progresiva e irreversible de la comunidad biológica y a la pérdida de la cubierta del suelo. Por último, la región toma la apariencia de un desierto que no funciona como un ecosistema desértico natural, puesto que carece de la flora y fauna características. El alto grado de degradación impide también su uso por el hombre. Más de nueve millones de km2 de tierras áridas han sido convertidas a desiertos por el hombre (Dregne, 1983). Uno de los casos más dramáticos de desertificación en Latinoamérica
Recuadro VI.2. Producción de camarones y destrucción de manglares en Ecuador Luis Suárez Doris Ortiz
El cultivo comercial de los camarones (Penaeus stylirostris y P. vannamei), famosos en la cocina internacional, se inició en 1968 en las costas de Ecuador. Extensas áreas de manglar, lagunas costeras y salitrales comenzaron a transformarse en piscinas camaroneras. En 1983 Ecuador llegó a ser el principal productor de camarón del mundo, alcanzando una producción anual de 35 600 ton. Luego, en 1984 y 1985 la producción declinó debido a la escasez de postlarvas silvestres para la “siembra” en las piscinas relacionada con las condiciones ambientales posteriores al evento de El Niño de 19821983. Sin embargo, en 1987 la producción se recuperó exportándose 48 912 ton, lo cual ubicó al camarón como el segundo producto de exportación del país, superado únicamente por el petróleo (Olsen y Arriaga, 1989). En la actualidad, el camarón constituye el tercer producto de exportación del Ecuador, después del petróleo y el banano.
El Centro de Levantamientos Integrados de Recursos Naturales por Sensores Remotos (CLIRSEN) ha evaluado los cambios en la superficie cubierta por manglares, áreas salinas y piscinas camaroneras durante las últimas tres décadas. La gráfica muestra un continuo incremento de las áreas de producción del camarón a expensas de una disminución de la superficie cubierta por manglares y áreas salinas. Estas últimas se redujeron en 1995 a un 10% de la superficie que tenían en 1969. Durante el mismo período, un 26.6% de las áreas de manglar ha sido deforestado para construir piscinas camaroneras. Debido a la menor productividad de las camaroneras del Golfo de Guayaquil, al parecer provocada por la contaminación del agua con plaguicidas utilizados por la industria bananera, desde 1992 la industria camaronera se ha expandido hacia los manglares del norte del país, en la Provincia de Esmeraldas. Por ejemplo, en la zona de El Porvenir se construyeron 921 ha de piscinas camaroneras mediante la conversión de 553 ha de manglares, 235 ha de bosques húmedos tropicales y más de 100 ha de tierras agrícolas (CLIRSEN, 1996). La conversión de los manglares a piscinas camaroneras provoca graves impactos ambientales, especialmente sobre las poblaciones de peces, crustáceos y moluscos que dependen del manglar durante Cambios en la superficie cubierta por manglares, áreas salinas y piscinas camaroneras desde 1969 a 1995 a lo largo de la costa del Ecuador continental. (CLIRSEN, 1991, 1996).
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períodos cruciales de sus ciclos de vida. Además, las camaroneras descargan las aguas contaminadas en los esteros y desvían los cursos naturales de los ríos y esteros, provocando cambios en los patrones de sedimentación, inundación e intercambio de mareas. La industria camaronera también genera graves impactos sociales relacionados con el acceso a los recursos naturales, distribución de ingresos y seguridad alimentaria de las comunidades que habitan en la región costera. Los derechos de las comunidades locales sobre las áreas costeras y sus recursos son ignorados o violados para favorecer a los camaroneros, quienes a través de concesiones estatales limitan o prohíben el acceso a los usuarios tradicionales del manglar. La conversión de los manglares y la contaminación de los estuarios reduce la calidad de vida de los pescadores y de otros usuarios que dependen directa o indirectamente del manglar para satisfacer sus necesidades, mediante la captura, recolección y comercio de una diversidad de recursos biológicos, tales como conchas (Anadara similis, A. tuberculosa), ostras (Crassotraea columbiensis), almejas (Mytella guayanensis) y cangrejos (Ucides occidentalis y Goniopsis pulchra) (Mera, 1999). Paradójicamente, la destrucción de los manglares impide también el desarrollo de una maricultura sustentable, puesto que una parte
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Los manglares son ecosistemas propios de las costas protegidas tropicales y subtropicales. Estas formaciones vegetales cumplen una función ecológica fundamental, puesto que las raíces ayudan a detener los sedimentos acarreados por las corrientes fluviales, enriqueciendo el suelo donde crecen almejas, cangrejos y otras especies. El manglar también constituye una barrera natural contra las corrientes estuarinas y costeras, protege los suelos agrícolas aledaños de los vientos costeros cargados de sal, y la descomposición de la hojarasca producida por el manglar y el flujo y reflujo de las mareas permite la continua fertilización de las aguas estuarinas y costeras, aumentando su productividad como criaderos de muchas especies de peces y mariscos de alto valor comercial. En estos ecosistemas, caracterizados por una alta productividad interactúan el mar, la tierra, la atmósfera y las aguas epicontinentales. (Fotografía de Luis Suárez).
importante de la producción camaronera depende de las poblaciones silvestres de postlarvas para el cultivo o de hembras grávidas para la producción de postlarvas en laboratorio. Los manglares constituyen un hábitat crítico para el ciclo de vida del camarón, especialmente en los estadíos de postlarva y juvenil (Saenger et al., 1983). Por lo tanto, su destrucción podría agravar los problemas de escasez de postlarvas, que constituye la principal restricción para la producción de camarón en Ecuador. Aunque el gobierno ecuatoriano ha creado normas que protegen al manglar y prohíben su conversión, no existe la capacidad institucional ni la voluntad política para la aplicación de las disposiciones legales. El modelo de desarrollo económico orientado hacia la exportación, las fuertes presiones económicas y políticas, la inseguridad de la tenencia de la tierra y el crecimiento de la demanda de camarón han permitido la expansión de las camaroneras a costa de los manglares y otras áreas boscosas o agrícolas en la región. La falta de coordinación inter-institucional y de una clara definición de las competencias y responsabilidades de las instituciones públicas con relación a los manglares también ha contribuido a su destrucción. Pese a estas dificultades, las comunidades locales han comenzado a organizarse para defender sus bosques de manglar y denunciar a los invasores. En respuesta a estas demandas locales, en 1995 el gobierno estableció la Reserva Ecológica Manglares Cayapas-Mataje (51 300 ha) con el objeto de prote-
ger el área de manglar más importante del norte del país (Provincia de Esmeraldas). En esta reserva se permiten sólo los usos tradicionales del manglar por parte de las comunidades locales, prohibiéndose la construcción de nuevas piscinas camaroneras. Más recientemente, en 1999, un decreto presidencial mantiene indefinidamente la prohibición de la tala de manglares en todo el territorio nacional y autoriza
la firma de acuerdos entre el Estado y las comunidades locales para el uso sustentable y custodia de los manglares. Estas nuevas políticas, orientadas al manejo participativo del manglar, deberán evaluarse en un futuro, respecto a su impacto sobre la conservación de la diversidad biológica y la calidad de vida de las poblaciones costeras.
Pese a su gran importancia ecológica, los manglares están siendo eliminados para crear piscinas camaroneras, cuya superficie en las costas de Ecuador ha llegado a superar a la de los manglares. (Fotografía de Mario García).
se encuentra en el nordeste de Brasil, en la Catinga que cubre unos 750 000 km2. La vegetación natural de esta zona árida dominada por cactáceas, euforbiáceaes y leguminosas, ha sido afectada por las actividades agropastoriles debido a que: (1) los hábitats más favorables o húmedos han sido “limpiados” para establecer monocultivos de maíz, algodón, frejoles (frijoles o porotos) o mandioca (yuca), que tienen productividades relativamente bajas; (2) porciones de hábitats más áridos han sido convertidos en praderas de pastos introducidos, y (3) la mayor proporción del terreno ha sido utilizada para el ganado bovino y caprino, que alcanza más de 25 millones de cabezas sujetas a severos problemas de alimentación durante la estación seca (Sampaio, 1995). Estos factores, junto al acrecentado uso de leña se han intensificado a tal grado que en la década de los ochenta se perdió un 30% de la vegetación en esta zona árida (Buarque y Aguiar de Sousa, 1995). La expansión de la agricultura en regiones semiáridas conlleva otros problemas: la salinización de los suelos y el agotamiento de las napas freáticas. En la región de Copiapó, en el norte de Chile, el 65% de la tierra cultivable presenta actualmente algún grado de salinización (Altieri
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Amenazas para la diversidad biológica
y Rojas 1995). El riego por aspersión y los grandes volúmenes de agua evaporada dejan en el suelo altas concentraciones de cloruro de sodio y otras sales que alcanzan niveles tóxicos. Así, la productividad de los viñedos ha disminuido en un 50% en esa región. Un proceso similar ha ocurrido en la pampa argentina y en algunos sectores de la Patagonia argentina. Fragmentación del hábitat Los hábitats que antiguamente ocupaban grandes áreas continuas están siendo rápidamente divididos por caminos, campos de cultivo, ciudades y/o una amplia gama de otras actividades humanas. Se denomina fragmentación del hábitat al proceso en el cual una área extensa y continua de hábitat es reducida y dividida en dos o más fragmentos (Wilcove et al., 1986; Schonewald-Cox y Buechner, 1992; Reed et al., 1996). La fragmentación del hábitat constituye una de las formas más comunes de degradación del hábitat forestal en Latinoamérica. Aunada a la disminución de la superficie forestal, la fragmentación provoca un aislamiento progresivo entre los parches de bosque, tal como se observa en la evolución del paisaje de Costa Rica durante la segunda mitad del siglo XX (Figura VI.7). A menudo los fragmentos de bosque quedan aislados entre sí por un paisaje muy modificado o degradado (Figura VI.8). La fragmentación implica generalmente una reducción severa del hábitat, pero esto también puede generarse destruyendo una pequeña fracción del hábitat original si éste se divide por
Figura VI.7. La cubierta boscosa de Costa Rica ha sido drásticamente deforestada y fragmentada durante la segunda mitad del siglo XX. Durante la década 1977-1987, Costa Rica perdió más de 310 000 ha forestales debido principalmente a la conversión de bosques en praderas ganaderas (Según el ministerio de Recursos Naturales de Costa rica, 1988).
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VI. Destrucción y degradación del Hábitat
caminos, líneas ferroviarias, canales, líneas de energía, cercas, líneas de petróleo, líneas cortafuegos u otras barreras al movimiento libre de especies. El modelo de biogeografía de islas (Capítulo IV) permite analizar los fragmentos como islas en medio de una matriz de hábitat degradado. Los fragmentos difieren del hábitat original en dos importantes aspectos: (1) los fragmentos tienen una mayor cantidad de borde que área de hábitat y (2) el centro de cada fragmento está cercano a un borde. Considere, por ejemplo, un cuadrado de una reserva biológica de 1 000 m (1 km) por lado (Figura VI.9). El área total del parque es un km2 (100 ha) y su perímetro (o borde) tiene en total 4 000 m. El punto central de la reserva está a 500 m del perímetro más cercano. Si los gatos domésticos y las ratas introducidas se alimentan a 100 m dentro del perímetro de la reserva y evitan que las aves del bosque se reproduzcan exitosamente, entonces sólo 64 ha en el interior de la reserva están disponibles para la reproducción de las aves. El borde que no es apropiado para la crianza ocupa 36 ha. Imagine este parque dividido en cuatro cuartos iguales por una carretera norte-sur de 10 m de ancho y por una vía del ferrocarril este-oeste, también de diez m de ancho. Las vías ocupan un total de 2 x 1 000 x 10 m (dos ha) de área del parque. Debido a que sólo el 2% del parque se está eliminando por concepto de vías caminera y ferroviaria, los planifi-
Figura VI.8. En la Amazonía brasileña se han investigado experimentalmente los efectos de la fragmentación del bosque sobre las comunidades de plantas y animales, utilizando fragmentos de bosque de tamaños específicos generados por la conversión de bosque en pradera comercial. El cuadrado de bosque en el extremo inferior izquierdo tiene un área de 10 ha (316 x 316 m) y está rodeado por tres lados por una banda de pasto de 100 m de ancho. El pequeño fragmento cuadrado en el centro tiene 1 ha. Una gran área de bosque circundante absorbió las aves desplazadas por la tala. (Fotografía de R. Bierregaard).
Figura VI.9. Este ejemplo hipotético muestra cómo el área de hábitat adecuado es severamente reducida por la fragmentación y los efectos de borde. (A) Área protegida de 1 km2. Suponiendo efectos de borde (sombreado) que penetran 100 m en la reserva, aproximadamente 64 ha quedan disponibles como hábitat útil para sitios de nidificación para aves. (B) La división de la reserva por un camino y una vía de ferrocarril ocupa escasa área real, pero al extender los efectos de borde se destruye la mitad del hábitat reproductivo.
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Amenazas para la diversidad biológica
cadores del gobierno pueden considerar que los efectos sobre el parque son mínimos. Sin embargo, la reserva se ha dividido ahora en cuatro fragmentos, cada uno de los cuales tiene 495 x 495 m de área. La distancia desde el centro de cada fragmento hasta el punto más cercano del perímetro ha sido reducida a 247 m, lo cual es menos de la mitad de la distancia inicial. Como los gatos y ratas pueden alimentarse ahora dentro del bosque a lo largo del camino y de los rieles, las aves pueden reproducirse exitosamente sólo en las áreas más internas de cada uno de los cuatro fragmentos. Cada una de estas áreas internas tiene ahora 8.7 ha de un total de 34.8 ha. Aunque ambas vías ocuparon sólo el 2% del área de la reserva, éstas redujeron a la mitad el hábitat disponible para las aves. La forma de los fragmentos remanentes y la distancias entre ellos también afectan significativamente los procesos ecológicos. El ejemplo anterior con los cuadrados es una simplificación extrema, puesto que el avance de la frontera agrícola no genera necesariamente fragmentos aislados y cuadrados del hábitat original. Por ejemplo, la forma de los fragmentos remanentes podría ser larga y angosta, sinuosa o recta. La forma particular de cada fragmento y su distancia al próximo afectan significativamente los procesos ecológicos. Además, los remanentes de hábitat original no constituyen siempre fragmentos aislados, sino que en muchos paisajes de América Latina se encuentran penínsulas (tiras o jirones) estrechas del hábitat original, que permanecen conectadas con extensiones grandes de dicho hábitat, pero “penetran” en terrenos circundantes que han sido transformados, a veces hasta por varios kilómetros. Los procesos ecológicos dentro de tales “tiras” y la naturaleza de sus interacciones con los campos agrícolas (por ejemplo, el intercambio de organismos y procesos ecológicos entre las tiras y los cultivos), podrían ser muy distintos de los que ocurren dentro de los fragmentos “tradicionales”. No obstante, a pesar de la alta frecuencia de hábitats que muestran esta forma de conversión —diversa de los “fragmentos clásicos”— hasta ahora existen muy pocos estudios sobre el fenómeno de la creación de “tiras” de hábitat original y sus implicancias para la conservación (Feinsinger, 1997).
Fragmentación del hábitat y movilidad de especies.
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Además de una reducción del área de hábitat original, una mayor proporción de borde y menor distancia al borde más cercano, la fragmentación del hábitat amenaza la persistencia de las especies en otras formas menos evidentes. Primero, la fragmentación del hábitat crea barreras para los procesos de dispersión y colonización de las poblaciones. En un ambiente no perturbado las semillas, esporas y animales se mueven pasiva y activamente a través del paisaje. Cuando llegan a un lugar apropiado, se comienzan a desarrollar nuevas poblaciones, que pueden establecerse o extinguirse a una escala local debido a que la especie migra hacia otro sitio o porque la comunidad biológica experimenta una sucesión ecológica. A escala de
paisaje, una serie de poblaciones que exhibe este patrón de extinción y recolonización se le conoce como una metapoblación (Capítulo XII). Cuando un hábitat se fragmenta, muchas especies de anfibios, reptiles, aves, mamíferos e insectos del interior del bosque no cruzarán distancias, aunque cortas, en áreas abiertas (Recuadro VI.3; Bierregaard et al., 1992; Laurance y Bierregaard, 1997). Atravesar los bordes hacia las áreas abiertas los expone a depredadores tales como halcones, lechuzas, aves insectívoras y gatos. Los campos agrícolas de 100 m de ancho pueden representar una barrera insuperable para la dispersión de muchas especies de vertebrados. Cuando la movilidad de los mamíferos y aves se reduce por la fragmentación del hábitat, también se afecta la dispersión de las especies de plantas con frutos carnosos consumidos por vertebrados o semillas que se adhieren a ellos (Santos y Telleria, 1994). En la medida que las especies se extinguen dentro de los fragmentos individuales a través de los procesos de sucesión natural y metapoblación, nuevas poblaciones de tales especies serán incapaces de inmigrar debido a las barreras para la colonización y, por lo tanto, el número de las especies presentes en el fragmento diminuirá con el tiempo. Las especies capaces de moverse a través de hábitats perturbados aumentarán en abundancia en los fragmentos aislados y pequeños de hábitat no perturbado. La mayoría de los parques nacionales y reservas de la naturaleza son demasiado pequeños para mantener poblaciones de especies con capacidad de dispersión restringida (Figura VI.10). Segundo, la fragmentación del hábitat reduce la capacidad de los animales para buscar alimento. Muchas especies animales requieren moverse a través del paisaje para alimentarse. Un recurso dado puede necesitarse sólo durante unas pocas semanas al año, incluso sólo una vez en varios años. Cuando el hábitat se fragmenta, las especies confinadas en un único fragmento son incapaces de migrar en búsqueda de esos recursos escasos en su ámbito normal de hábitat. Por ejemplo, durante los episodios de escasez de frutos, muchos primates frugívoros buscan activamente aquellos pocos árboles dispersos que poseen frutos abundantes. La destrucción del bosque para la construcción de caminos puede evitar que estos monos alcancen los árboles con frutos, porque
VI. Destrucción y degradación del Hábitat
Figura VI.10. Casi la mitad de los parques nacionales y áreas protegidas del mundo tiene menos de 100 km2 y un 98% de los parques tiene menos de 10 000 km2. (Datos de IUCN, 1985).
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Amenazas para la diversidad biológica
interrumpe la unidad del dosel del bosque, y muchos primates son incapaces o no están dispuestos a descender al suelo y cruzar el paisaje abierto intervenido. Otro grupo de mamíferos severamente afectado por la fragmentación es el de los grandes herbívoros, cuyas migraciones son impedidas por las cercas. Forzados a sobrepastorear un hábitat inapropiado, se producen hambrunas de los animales y degradación del hábitat.
Recuadro VI.3. Fragmentación del bosque templado y las aves del sur de Chile Mary F. Willson Iván Díaz
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Los extensos bosques templados lluviosos siempreverdes del sur de Chile están siendo rápidamente fragmentados para habilitar campos agrícolas y de pastoreo o para producir madera, leña y astillas. En todo el mundo, la fragmentación del bosque tiene efectos dramáticos sobre algunas especies tales como las aves, especialmente aquellas del sotobosque (Willson et al., 1994). Este problema es particularmente grave en el sur de Chile, debido a que la fragmentación será total en menos de 20 años, y en estos ecosistemas f o restales un alto porcentaje de aves lo constituyen especies terrestres y endémicas (Fjeldså y Krabbe, 1990). La fragmentación afecta el número de individuos, su éxito reproductivo y su capacidad de dispersión hacia nuevas áreas. La densidad poblacional depende de la calidad del hábitat, de la capacidad de las aves para llegar al fragmento y de su éxito reproductivo. A su vez, el éxito reproductivo depende de la capacidad de los adultos para encontrar pareja, evitar que sus nidos sean destruidos o depredados y de la supervivencia de los juveniles. Si la capacidad de las aves de moverse entre fragmentos para encontrar espacios en los cuales establecer sus propios territorios es mayor, los adultos tienen mayores probabilidades de encontrar pareja. Además, la dispersión aumenta del flujo génico, incrementando la variabilidad genética y disminuyendo la posible endogamia. La capacidad de dispersión depende de la movili-
dad de las aves y de la presencia de corredores de hábitat que faciliten su movimiento entre los fragmentos de bosque. Estos tres factores pueden ser examinados para algunas aves del bosque templado del sur de Chile:
Densidad poblacional: El carpintero negro patagónico (Campephilus magellanicus) requiere árboles emergentes para anidar y alimentarse (Willson et al., 1996). Esta especie puede usar fragmentos pequeños, pero se necesitan varios fragmentos cercanos para mantener una sola familia. Dos especies endémicas de aves terrestres pertenecientes a la familia Rhynocriptidae, el chucao (Scelorchilus rubecula) y el huet-huet (Pteroptochos tarnii), son afectadas de manera distinta por la fragmentación. Los chucaos pueden habitar tanto grandes bosques continuos como bosques fragmentados, pero su densidad es dependiente de la presencia de quebradas con cursos de agua cubiertos de vegetación densa. El huet-huet, en cambio, es de mayor tamaño y posee grandes áreas de actividad, no encontrándose por lo tanto en fragmentos pequeños. Otra especie endémica del sotobosque, el colilarga (Sylviorthorhynchus desmursii) habita en claros o márgenes de bosque cubiertos por bambú (Chusquea quila). También se le encuentra en matorrales de los bordes de fragmen-
tos y en campos abandonados dominados por arbustos con ramaje denso, especialmente en los primeros 1-2 metros sobre el suelo (Díaz, 1999). Un pequeño tiránido endémico, la viudita ( C o lorhampus parvirostris), está presente sólo en bosques continuos o en fragmentos de mediano tamaño con estructura y composición vegetal similar a la del bosque original. En contraste, un tiránido migratorio, el fío-fío (Elaenia albiceps) y otros frugívoros del dosel, como el zorzal (Turdus falklandii), se encuentran ampliamente distribuidos no sólo en bosques continuos, sino también en pequeños fragmentos, cortavientos y huertos, y su densidad no decrece con la fragmentación.
Éxito reproductivo: Aquellas especies que construyen nidos con forma de taza, como los zorzales (Turdus falklandii), fíofíos (Elaenia albiceps) y picaflores (Sephanoides galeritus), sufren altos niveles de depredación de nidos (a menudo >75%) particularmente en los bordes de los fragmentos (Willson, manuscrito en preparación). Parece dudoso que estas poblaciones puedan mantenerse por sí mismas en bosques fragmentados (tal vez podrían ser mantenidas vía inmigración desde bosques continuos cercanos). En cambio, otras especies que anidan en cavidades o que construyen nidos cerrados, tales como los chucaos, huet-huets y colilargas, presentan un éxito reproductivo mayor (comúnmente sobre un 80%) y pueden mantener poblaciones viables en los fragmentos.
Éxito de dispersión: Las especies migratorias —como la viudita y el fío fío— y las especies generalistas de hábitat —como el picaflor, el zorzal y el fío fío— no tienen dificultades para moverse entre los fragmentos. Sin embargo, para muchas aves del sotobosque la dispersión de un fragmento a otro puede ser un serio problema. Chucaos, huet-huets, colilargas y otras aves del sotobosque no cruzan campos abiertos o praderas (Sieving et al., 1996), pero pueden movilizarse a través de corredores con vegetación densa, con un ancho mayor a los 10 m (Sieving et al., en prensa). Para el colilarga se ha encontrado que su éxito reproductivo depende de la probabilidad que tengan los machos de encontrar pareja. Este evento está directamente relacionado con la presencia de corredores de hábitat que permitan el movimiento de los colilargas entre los fragmentos de bosque (Díaz, 1999). La fragmentación afecta de manera diferente a las diversas especies aves del bosque en el sur de Sudamérica. Sin embargo, se pueden ofrecer algunas recomendaciones para el diseño del paisaje, que incluyen: (1) la conservación de cursos de agua cubiertos por vegetación en el mosaico de terrenos agrícolas; (2) el mantenimiento y restauración de cortavientos de plantas nativas (>10 m de ancho), y (3) la realización de talas que mantengan fragmentos de bosque intacto (>5-6 ha) conectados con otros fragmentos por medio de corredores de vegetación
En los bosques templados lluviosos del sur de Sudamérica habitan varias especies de aves terrestres, pertenecientes a la familia Rhynocriptidae. Estas especies no sólo se alimentan en el suelo del bosque, sino que también anidan entre los troncos y otras cavidades, como el chucao (Scelorchilus rubecula) en la fotografía. (Fotografía de Steve Morello).
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Porcentaje de individuos que se mueven entre hábitats boscosos y no-boscosos con distintas coberturas de vegetación (terreno abierto, vegetación dispersa o vegetación densa) en respuesta a reproducción (“playback”) de cantos en cinta grabadora. Las cuatro especies de rinocríptidos —chucao (Scelorchilus rubecula),huet-huet (Pteroptochos tarnii), churrín de la Mocha ( E u g r a lla paradoxa) y churrín ( S c ytalopus magellanicus)— y una especie de furnárido, el colilarga (Sylviorthorhynchus desmursii) habitan en el suelo y/o el sotobosque bajo (<2 m) de los bosques del sur de Sudamérica. (Datos de Sieving et al., 1996).
Las barreras a la dispersión pueden restringir además la capacidad para encontrar pareja, conduciendo a muchas especies animales a una pérdida de potencial reproductivo. Las plantas también pueden disminuir la producción de semillas si las mariposas y abejas son menos capaces de migrar entre los fragmentos de hábitat para polinizar las flores. Por ejemplo, en el Chaco argentino se ha encontrado que la fragmentación disminuye las visitas de insectos polinizadores nativos, mientras que aumenta la frecuencia de visitas por abejas introducidas (Apis melifera) (Aizen y Feinsinger, 1994a). En la mayoría de las especies del bosque chaqueño estudiado, el número de granos de polen por estigma y la producción de semillas por flor fue menor en los fragmentos pequeños (<1 ha) que en los fragmentos grandes (>2 ha) y el bosque continuo (Aizen y Feinsinger, 1994b). Tercero, la fragmentación del hábitat puede acelerar la reducción de la población y provocar su extinción al dividir una población extensa en dos o más subpoblaciones dentro de un área restringida. Estas poblaciones más pequeñas quedan más vulnerables a la depresión endogámica, deriva genética y otros problemas ecológicos (véase el Capítulo XI). Aunque un área grande permita mantener una población numerosa única, es posible que ninguna de las subpoblaciones más pequeñas pueda persistir por un período prolongado.
Efectos de borde.
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La fragmentación del hábitat aumenta la proporción de área de borde y modifica el microambiente. Algunos de los efectos de borde más importantes incluyen cambios microclimáticos de luminosidad, temperatura, viento, humedad e incidencia de incendios (Murcia, 1995; Schelhas y
Greenberg, 1996; Laurance y Bierregaard, 1997). Cada uno de estos efectos de borde puede tener un impacto significativo sobre la vitalidad y composición de las especies del fragmento.
VI. Destrucción y degradación del Hábitat
Cambios microclimáticos. La luz del sol es absorbida y reflejada por las capas de hojas, particularmente en las comunidades boscosas. En general, menos del 1% de la energía luminosa alcanza el piso del bosque. El dosel del bosque amortigua el microclima del piso del bosque, manteniéndolo relativamente frío, húmedo, sombreado durante el día, reduciendo el movimiento del aire y atrapando el calor durante la noche. Cuando el bosque se corta, estos efectos desaparecen. En la medida que el piso del bosque queda expuesto a la radiación solar directa, el suelo llega a calentarse mucho más durante el día y, careciendo del dosel que reduce las pérdidas de calor y humedad, durante la noche es también mucho más frío y menos húmedo. En estudios de fragmentos de bosque del Amazonas, los efectos microclimáticos se hicieron evidentes a más de 100 m al interior del bosque. Las flores silvestres tolerantes a la sombra del bosque templado, las especies de árboles de sucesión tardía en el bosque tropical y los animales sensibles a la humedad, como algunos anfibios, son rápidamente eliminados por la fragmentación del hábitat que altera las condiciones microclimáticas, generando así un cambio en la composición de especies de la comunidad (Recuadro VI.4)
Recuadro VI.4 Extinción de especies y fragmentación del hábitat en el Neotrópico Gustavo H. Kattan
Una de las primeras evidencias de extinción local de especies debida al aislamiento de un fragmento de bosque en el Neotrópico proviene de la avifauna de Barro Colorado en Panamá. Barro Colorado era un pequeño cerro en Panamá central, cuyos bosques fueron escasamente intervenidos hasta el siglo diecinueve, cuando una mitad de la colina fue convertida a terrenos agrícolas. A comienzos del siglo XX, como resultado de la construcción del canal de Panamá, se inundaron los terrenos que rodeaban al cerro y Barro Colorado
quedó convertido en una isla de 1 500 ha que mantiene un fragmento aislado del bosque original. En 1923, diez años después de construido el canal, la isla de Barro Colorado fue decretada reserva biológica. Desde entonces se ha documentado la extinción local de más de 50 especies de aves y la disminución poblacional de otras especies de aves, principalmente del sotobosque (Sieving y Karr, 1997; Robinson, 1999). En varias localidades del Neotrópico la existencia de inventarios de especies previos a la frag-
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mentación ha permitido documentar la extinción de aves en relación con los procesos de fragmentación de bosques. Por ejemplo, los inventarios de aves realizados por una expedición del Museo Americano de Historia Natural en 1911 en dos localidades de bosques húmedos de montaña en los Andes de Colombia han permitido demostrar la extinción local del 30% de las aves del bosque original, asociada a la fragmentación del bosque durante el siglo XX (Kattan et al., 1994, Renjifo, 1999). La documentación más dramática y directa de los efectos de la fragmentación se ha obtenido en el proyecto “Dinámica Biológica de los Fragmentos de Bosque” en la región amazónica en las cercanías de Manaos. En este proyecto se fragmentó el bosque en un diseño experimental que dejó fragmentos de 1, 10 y 100 ha en una matriz de pastizales. Varios grupos de organismos fueron monitoreados antes, durante y después de la fragmentación, lo que permitió constatar la desaparición local de aves, abejas euglosinas y otros organismos en el curso de los años siguientes al aislamiento de los fragmentos (Lovejoy et al., 1986). En ausencia de inventarios pre-fragmentación, los efectos de la fragmentación se han estudiado comparando la composición de especies en parches de bosque de diferentes tamaños. De acuerdo con la relación especies-área de la teoría de biogeografía de islas, puede esperarse que el número de especies disminuya con el tamaño del fragmento. Willis (1979) fue uno de los primeros en utilizar esta aproximación, estudiando en el sudeste brasileño tres remanentes de bosque de distinto tamaño: 1 400, 250 y 21 ha. Los fragmentos contenían respectivamente 202, 146 y 93 especies de aves y las especies de los fragmentos pequeños eran subconjuntos de los conjuntos de especies encontradas en los fragmentos más grandes. Este patrón de “subconjuntos anidados” sugiere que las extinciones no son aleatorias, sino que siguen un cierto orden (e. g., Blake, 1991). Los estudios sobre los efectos de la fragmentación han identificado grupos de especies o gremios ecológicos especialmente vulnerables. Así por ejemplo entre las aves, los frugívoros grandes del dosel, los insectívoros del sotobosque y las
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rapaces son especialmente afectados por la fragmentación (Turner, 1996). Otros grupos taxonómicos son, en cambio, más resistentes. Por ejemplo, en los fragmentos de bosque amazónico en la región de Manaos la diversidad de mamíferos pequeños y de ranas no ha disminuido en los fragmentos pequeños, comparados con el bosque continuo (Malcolm, 1997). En el caso de las ranas, la respuesta de las especies a la fragmentación depende más de la presencia de microhábitats de reproducción en los fragmentos, que del área del fragmento en sí. Además de los efectos directos sobre los organismos, la fragmentación puede tener efectos indirectos a través de cascadas de interacciones interespecíficas. La ausencia de aves frugívoras en los fragmentos podría alterar los patrones de diseminación de semillas, lo que se traduciría en cambios en la estructura de la vegetación. La ausencia de mamíferos y aves grandes puede disminuir la diversidad de escarabajos estercoleros, lo cual altera los patrones de reciclaje de nutrientes en los fragmentos (Klein, 1989). Para poder predecir la respuesta de los organismos a la fragmentación es necesario comprender los mecanismos de extinción, es decir, cuáles son los factores ecológicos que causan la extinción de especies. Turner (1996) identificó seis mecanismos de extinción en bosques tropicales fragmentados: (1) eliminación total de ciertos hábitats en un paisaje; (2) restricción del tamaño de las poblaciones; (3) prevención o reducción de la inmigración (es decir, aislamiento de la población); (4) efectos de borde; (5) efectos de orden superior (es decir, cascadas de interacciones interespecíficas), y (6) inmigración de especies exóticas. En la región neotropical se han realizado escasos estudios que evalúen rigurosamente estos u otros mecanismos de extinción. Estudios cuidadosamente diseñados permitirían comprender la dinámica de extinción, predecir e idealmente mitigar los efectos de la fragmentación, y evaluar el valor de los fragmentos de bosques remanentes como refugios de diversidad biológica en paisajes antropogénicos.
El borde del hábitat es generalmente la región más fluctuante del fragmento (Figura VI.11). Los bordes pueden alcanzar temperaturas diurnas muy altas, cuando el ángulo del sol es bajo, y temperaturas nocturnas muy bajas debido a la ausencia de amortiguación por la vegetación. Sin embargo, un tejido denso de enredaderas y de especies pioneras de rápido crecimiento en el borde del fragmento a menudo crea una barrera que reduce los efectos de la perturbación ambiental en el interior del fragmento. El borde del bosque juega un papel en cierto grado análogo al de una membrana biológica fundamental en la preservación de la composición del fragmento forestal (Williams-Linera, 1990, 1993). Los cambios en el viento pueden tener un efecto significativo en los hábitats forestales fragmentados. En un bosque intacto, la velocidad del viento se reduce sustancialmente por el efecto del dosel de árboles. El viento se mueve con mucha fuerza sobre el bosque pero se reduce a una brisa suave en el interior. Cuando un hábitat se fragmenta, el viento es capaz de penetrar a través del bosque y, aunque su impacto es mayor en el borde expuesto a la fuerza total del viento, los movimientos del aire pueden tener efectos a una considerable distancia desde el borde, particularmente en un terreno plano. La mayor fuerza del viento y la turbulencia del aire dañan directamente la vegetación en el borde, donde pueden encontrarse numerosos árboles muertos, aunque incluso los árboles que han crecido protegidos en el interior pueden sufrir defoliación y quiebre de ramas o incluso ser derribados (A) (Laurance, 1991b, 1994; Essen, 1994). Pese a que tales efectos son más evidentes dentro de los 200 m desde el borde, se ha notado daño a más 500 m del borde en los bosques lluviosos de Australia. El aumento del impacto del viento conduce también a una mayor sequedad del suelo, menor humedad del aire y mayor pérdida de agua desde la superficie de las hojas. Este déficit hídrico puede afectar a muchas especies de plantas del interior del bosque.
VI. Destrucción y degradación del Hábitat
Figura VI.11. (A) La tala del bosque para generar praderas en Brasil produce bordes abruptos que modifican el microclima del bosque lluvioso. (Fotografía de R. Bierregaard).
Mayor incidencia de incendios. El mayor impacto del viento, la menor humedad y las temperaturas más elevadas aumentan los riesgos de incendio. El fuego puede expandirse hacia el interior de los fragmentos desde los campos agrícolas cercanos que son regularmente quemados. Los fragmentos de bosque pueden ser particularmente susceptibles al daño por fuego cuando se ha acumulado madera en el borde debido a la muerte de los arboles o a su derribamiento provocado por el viento. En Borneo, Indonesia, varios millones de ha de bosques húmedos tropicales fueron quemados durante un período inusualmente seco en 1982 y 1983, y los bosques se quemaron de nuevo
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Amenazas para la diversidad biológica
(B) Figura VI.11. (B) Diversos efectos de la fragmentación del hábitat, medidos desde el borde hacia el interior de un fragmento de bosque lluvioso del Amazonas. Por ejemplo, las mariposas adaptadas a la perturbación migran 250 m dentro del bosque y la humedad relativa del aire se reduce dentro de los 100 m del borde del bosque. (Según Laurance y Bierregaard, 1997)
en 1997 y 1998. La combinación de fragmentación, acumulación de leña provocada por la tala selectiva y fuego en campos agrícolas contribuyeron a la expansión de este desastre ambiental (Leighton y Wirawan, 1986).
Interacción interespecífica. La fragmentación del hábitat aumenta la vulnerabilidad del fragmento a la invasión por especies de plagas exóticas y nativas. El borde del bosque representa un ambiente perturbado, con alta fotosíntesis y rico en nutrientes, donde muchas especies de plagas de plantas y animales aumentan y se dispersan hacia el interior del fragmento (Janzen, 1983; Paton, 1994). Por ejemplo, las semillas de plantas dispersadas por el viento pueden ser llevadas a grandes distancias hacia el interior del fragmento, donde pueden colonizar áreas soleadas en los claros abiertos por árboles y arbustos que han muerto recientemente, ya sea por causas naturales o antrópicas. La ausencia de especies de aves y mamíferos puede tener múltiples efectos en “cascadas de interacciones interespecíficas” (Recuadro VI.4).
Potencial para enfermedades.
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La fragmentación del hábitat aumenta el contacto entre las poblaciones de animales silvestres y domésticos. Las enfermedades de los animales domésticos pueden así expandirse más fácilmente a las especies silvestres, las que a menudo carecen de inmunidad contra ellas. Una vez que el nivel de con-
tacto aumenta, es posible que las enfermedades de las especies silvestres se diseminen hacia plantas y animales domésticos e incluso a los humanos.
VI. Destrucción y degradación del Hábitat
Contaminación Aún cuando un hábitat no sea afectado por destrucción o fragmentación evidentes, sus comunidades y especies pueden estar profundamente afectadas por actividades humanas que no cambian la estructura de las especies dominantes de la comunidad, de tal manera que el daño no es evidente inmediatamente. Por ejemplo, la presencia de cargas excesivas de bovinos en las comunidades de pradera cambia gradualmente la comunidad biológica, eliminando especies nativas y favoreciendo a las especies exóticas que pueden tolerar el pastoreo. El tránsito frecuente de botes y el buceo en los arrecifes de coral degrada a la comunidad en la medida que las especies frágiles son aplastadas por las tablas de buceo, el casco de los botes y las anclas. La forma más intensa de degradación ambiental es la contaminación, comúnmente causada por plaguicidas, aguas servidas, fertilizantes derivados de la agricultura, desechos químicos e industriales, emisiones de industrias y automóviles y depósitos de sedimentos derivados de la erosión. Los efectos de la contaminación sobre la calidad del agua, del aire e incluso el clima global, son motivo de gran preocupación por las amenazas que representan para la diversidad biológica y la salud humana.
Contaminación por plaguicidas. Los peligros de los plaguicidas fueron denunciados en 1962 por Rachel Carson, quien en su influyente libro Primavera Silenciosa describió un proceso conocido como biomagnificación, a través del cual el DDT (dicloro-difeniltricloroetano) y otros plaguicidas organoclorados se concentraban en la medida que ascendían por la cadena alimenticia. Estos compuestos, que se utilizaban en los cultivos para eliminar insectos y se asperjaban sobre masas de agua para matar larvas de mosquito, dañaron a las poblaciones silvestres, especialmente roedores y aves insectívoras, peces u otros animales expuestos al DDT y sus derivados. Las aves con altos niveles de DDT concentrados en sus tejidos, particularmente rapaces tales como halcones y águilas, se debilitaron y tendieron a producir huevos con la cáscara anormalmente delgada que se quebraba durante la incubación. Como resultado de la falla en la generación de juveniles y la muerte instantánea de adultos, las poblaciones de estas aves mostraron reducciones dramáticas en todo el mundo. En lagos y estuarios el DDT y otros plaguicidas se concentraron en peces depredadores y en mamíferos marinos; en las áreas agrícolas numerosas especies de insectos beneficiosos fueron eliminadas junto con las plagas. Al mismo tiempo, los mosquitos y otras especies consideradas dañinas desarrollaron resistencia, de tal manera que se hicieron necesarias dosis crecientes de
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Amenazas para la diversidad biológica
DDT para suprimirlas. El reconocimiento de esta situación en los años setenta motivó la prohibición del uso de DDT y otros plaguicidas estables en la mayoría de los países industrializados. Esta prohibición permitió la recuperación parcial de las poblaciones de varias especies de aves, tales como el halcón peregrino (Cade et al., 1998; Porteous, 1992). Sin embargo, las industrias químicas continuaron exportando esta clase de productos a otros países donde su uso no está prohibido (Recuadro VI.5). Esto es motivo de preocupación no sólo por sus efectos sobre la biodiversidad, sino también sobre la salud de las personas. En Latinoamérica los trabajadores del campo en el sector exportador de frutas, principalmente mujeres con bajos salarios, han presentado signos de envenenamiento por plaguicidas altamente tóxicos como Parathion, Azinphos, Captan y Paraquat (Altieri y Rojas, 1999). Durante los años noventa el uso de insecticidas y herbicidas en la agricultura chilena ha aumentado en un 64% y un 220%, respectivamente (Altieri y Rojas, 1999). Estos productos químicos persisten en el ambiente y se dispersan ampliamente en el aire y el agua, dañando plantas, animales y personas que viven lejos de los puntos de aplicación (McLachlan y Arnold, 1996).
Contaminación del agua.
Figura VI.12. Los desechos industriales son la fuente más importante de contaminación del agua. Productos químicos y otros desechos de una procesadora de celulosa se vierten sin el adecuado tratamiento de las aguas. (Fotografía de J. N. A. Lott, McMaster U./Biological Photo Service).
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La contaminación del agua tiene serias consecuencias para las poblaciones humanas: destruye importantes fuentes de alimentación y contamina el agua potable con productos químicos dañinos para la salud humana. En un sentido amplio, la contaminación del agua daña severamente las comunidades acuáticas (Moyle y Leidy, 1992; Recuadro III.5). Los ríos, lagos y océanos son usados como alcantarillas abiertas para los desechos industriales y las aguas servidas residenciales. Los plaguicidas derivados del petróleo, metales pesados (tales como mercurio, plomo y zinc), detergentes y desechos industriales matan directamente a los organismos o degradan severamente los ambientes acuáticos (Figura VI.12). En contraste con una descarga en el ambiente terrestre que tiene primariamente efectos locales, los desechos tóxicos en los ambientes acuáticos se difunden en áreas amplias. Los productos químicos tóxicos, aun a muy bajos niveles, pueden concentrarse a niveles letales en los organismos acuáticos. Debido a que muchos ambientes acuáticos son naturalmente pobres en minerales esenciales, especialmente fosfatos, las especies acuáticas han desarrollado una capacidad para procesar grandes volúmenes de agua y concentrar estos minerales. Cuando estas especies procesan aguas contaminadas concen-
tran, junto con los minerales esenciales, compuestos tóxicos que envenenan al mismo individuo o a otros individuos y especies que se alimentan de las especies acuáticas cargadas de compuestos químicos tóxicos. Los minerales esenciales que son beneficiosos para la vida animal y vegetal también pueden llegar a ser contaminantes dañinos en concentraciones elevadas. Los desechos humanos, fertilizantes agrícolas, detergentes y procesos industriales liberan a menudo grandes cantidades de nitratos y fosfatos hacia los sistemas acuáticos, iniciando el proceso de eutroficación cultural. Aunque pequeñas cantidades de esos nutrientes pueden estimular el crecimiento de plantas y animales, las altas concentraciones resultan frecuentemente en gran crecimiento de algas sobre las superficies de lagunas y lagos. Este crecimiento excesivo de algas puede ser tan denso que impide el paso de la luz, sombreando a las especies que habitan en el fondo y eliminando especies del plancton. En la medida que el crecimiento de algas forma capas más gruesas, los estratos inferiores mueren. Las bacterias y hongos que descomponen las algas muertas crecen en respuesta a este sustrato adicional y, en consecuencia, absorben todo el oxígeno del agua. Sin oxígeno, mucha de la vida animal remanente muere, algunas veces visiblemente en la forma de masas de peces muertos que quedan flotando sobre la superficie del agua. El resultado es una comunidad enormemente empobrecida, compuesta sólo por aquellas especies que toleran el agua contaminada y niveles bajos de oxígeno. Este proceso de eutroficación afecta no sólo a los sistemas de agua dulce sino también a los sistemas marinos, particularmente en las áreas costeras y de arrecifes de coral próximas a los asentamientos humanos. Los mares del Caribe y del Mediterráneo son dos ejemplos de aguas marinas enfrentadas a severos problemas de contaminación debido a la enorme descarga de nutrientes en un área cerrada. En muchos casos la eutroficación favorece a las algas que crecen cubriendo los arrecifes de coral y altera completamente una comunidad biológica (Figura VI.13).
VI. Destrucción y degradación del Hábitat
Figura VI.13. En la década de los setenta los corales dominaban los ecosistemas de arrecife en Jamaica. Veinte años más tarde la contaminación del agua y la sobrecosecha de los peces que se alimentan de algas provocaron la proliferación de las algas en esta región. (Según Hughes, 1994).
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Recuadro VI.5. Agricultura y conservación: el aguilucho langostero de Argentina. María Elena Zaccagnini
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La noticia del envenenamiento masivo de poblaciones del aguilucho langostero (Buteo swainsoni) ocurrido en 1996 en su área de distribución estival en el Hemisferio Sur conmovió a la opinión pública, a la comunidad científica y a las organizaciones de conservación internacional (Di Silvestro, 1996; Line, 1996). El problema ya había ocurrido antes (Woodbridge et.al., 1995) y en todos los casos la causa había sido el uso de un peligroso plaguicida, el Monocrotophos (Azodrin). Aproximadamente 20 000 aguiluchos murieron por intoxicación (ingestión, contacto e inhalación), según se comprobó mediante los análisis diagnósticos de muestras de tejido nervioso, plumas y contenido gastrointestinal de los animales colectados (Goldstein et al., 1996). El producto, aunque descontinuado en Estados Unidos desde 1988, siguió siendo ampliamente usado en Argentina y otros países latinoamericanos para el control de plagas de insectos y ácaros en praderas y cultivos, principalmente alfalfa, soya y maíz. Hasta 1996 el impacto de los plaguicidas sobre la vida silvestre no era un problema importante para las instituciones argentinas, incluyendo a las organizaciones agropecuarias gubernamentales y privadas y a las organizaciones conservacionistas. El caso aguilucho marcó un comienzo, ya que el gobierno emprendió un operativo de emergencia para diagnosticar la situación en terreno. En pocas semanas se documentaron 18 casos de mortalidad en la región central de la pampa húmeda, poniendo en evidencia que la agricultura pampeana estaba causando un daño importante sobre el aguilucho y, probablemente bajo su “paraguas ecológico”, otras especies de la fauna nativa podrían estar sufriendo impactos negativos similares. Testimonios de más de 300 productores y aplicadores consultados en el primer estudio contabilizaron más de 20 especies de aves y mamíferos silvestres que reiteradamente
aparecían muertos en el campo o bien tenían una notoria disminución poblacional (Canavelli y Zaccagnini, 1996). Esta situación impulsó una estrategia de conservación para el aguilucho, que no sólo pretendía analizar el impacto de los plaguicidas sobre esta especie, sino también evaluar la prácticas agrícolas sobre la biodiversidad de los ecosistemas. Se integraron medidas y actividades que permitieran revertir efectivamente y en el largo plazo las limitantes para la conservación de la fauna silvestre en el contexto agropecuario. La puesta en marcha de este programa incluyó la participación de diversos sectores gubernamentales, no gubernamentales, educacionales, científicos, agrícolas y de la industria agroquímica, pertenecientes tanto a la comunidad nacional como internacional. El plan de acción promovió la articulación inter-institucional (nacional e internacional) e inter-disciplinaria de diversos componentes: (1) regulación y ajuste de las normas sobre registro de plaguicidas; (2) ajustes de la comercialización y uso de Monocrotophos en la región pampeana; (3) investigación básica y aplicada sobre la ecología del aguilucho y su relación con el uso de agroquímicos; (4) extensión y comunicación sobre la base de talleres realizados con productores agropecuarios, asesores agrícolas, aplicadores de agroquímicos y escuelas agrotécnicas, incluyendo transferencia tecnológica sobre control no contaminante de plagas agrícolas y criterios de manejo integrado de plagas, junto con la difusión de los beneficios de la fauna, especialmente las aves rapaces, para la agricultura, y (5) desarrollo de capacitación, entrenamiento, elaboración de procedimientos operativos estandarizados de campo y laboratorio, con el objeto de establecer un programa nacional de vigilancia y monitoreo cuyos resultados se incorporarán en la toma de decisiones, según las misiones y funciones de cada una
de las instituciones participantes. Además, la participación activa y comprometida de las principales compañías fabricantes del principio activo permitió limitar la disponibilidad del químico en la región de distribución del aguilucho y una multinacional descontinuó su comercialización nacional e internacional. Tres años de aplicación del programa permitieron un cambio sustancial: (1) prohibición total de uso de Monocrotophos en Argentina; (2) un mejor conocimiento del uso de los insecticidas en el control de plagas en la región pampeana, que resultó en disminución del uso de pesticidas, y (3) avances en el conocimiento de la ecología de aguilucho y la reducción significativa de los incidentes de mortalidad del aguilucho. También se documentó una variedad de impactos sobre otras especies de la fauna nativa. Un aspecto crucial en este proceso ha sido la toma de conciencia de la población e instituciones sobre los riesgos ambientales de la agricultura y de las necesidad de alianzas para revertirlos en el corto plazo. Ahora el panorama es más optimista frente a
estos desafíos. El programa cuenta con un Manual de Procedimientos Operativos Estandarizados (Uhart y Zaccagnini, 2000), basado en las normativas nacionales y en las capacidades propias del país. Estas normas, junto con un programa de vigilancia activa y monitoreo ecotoxicológico de campo (por los organismos de control y en cooperación con organizaciones de voluntarios), permitirán evaluar los éxitos logrados y conocer el estado de conservación de la fauna en los ecosistemas agrícolas. Así se podrá detectar y actuar a frente a eventuales impactos en el futuro. El programa de conservación del aguilucho langostero requiere el afianzamiento de alianzas interinstitucionales y estrategias cooperativas, ya que la resolución de los problemas dependerá de la coordinación de acciones entre los distintos responsables (productor, profesional asesor y aplicadores, organismos de registro y control, de manejo y conservación, investigadores, ambientalistas, educadores y extensionistas). La experiencia de este programa muestra que se puede revertir una causal de peligro, no sólo para una especie, sino en beneficio del conjunto de especies de la vida silvestre que convive con el ambiente agropecuario. Mortandad masiva del aguilucho langostero (Buteo swainsoni) después de aplicaciones del plaguicida Monocrotophos para el control de insectos y ácaros en diversos cultivos (derecha). (Fotografía de María Elena Zaccagnini).
El aguilucho (Buteo swainsoni)es una especie migratoria distribuida a lo largo del Continente Americano. Durante el invierno austral se reproduce en Norteamérica y entre octubre y noviembre la población mundial (aproximadamente 450 000 individuos) migra hacia la región pampeana en Argentina, donde permanecen hasta marzo-abril, para volver al Hemisferio Norte. En ambos extremos de su distribución esta especie se asocia con agroecosistemas, ya que su alimentación se basa mayoritariamente en roedores, saltamontes (o langostas) y orugas. Este comportamiento alimentario transforma al aguilucho en verdadero aliado del productor agropecuario, pero al mismo tiempo lo pone en alto riesgo de envenenamiento por plaguicidas utilizados en el control de las plagas agrícolas (izquierda). (Fotografía de María Elena Zaccagnini).
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Amenazas para la diversidad biológica
Los sedimentos de erosión derivados de la tala de los bosques o de terrenos agrícolas también pueden dañar los sistemas acuáticos. Los sedimentos cubren las hojas de las plantas sumergidas y otras superficies verdes con una película de fango que reduce la disponibilidad de luz y disminuye las tasas fotosintéticas. El aumento de la turbidez del agua disminuye la profundidad a la cual puede ocurrir la fotosíntesis y afecta la visibilidad de los animales que se alimentan y habitan en el agua. Las cargas de sedimento son particularmente dañinas para muchas especies de coral que requieren aguas claras y cristalinas para sobrevivir. Los corales tienen filtros delicados que cuelan pequeñas partículas de alimento desde el agua clara. Cuando el agua tiene una elevada densidad de partículas de suelo, los filtros se obstruyen y los animales no pueden alimentarse. Muchos animales del coral se asocian con algas simbióticas que les proveen hidratos de carbono fotosintéticos, pero cuando el agua tiene partículas de suelo, existe muy poca luz para que las algas fotosinteticen, y entonces los corales pierden su fuente de energía.
Contaminación del aire. En el pasado la gente supuso que la atmósfera era tan extensa que los materiales que se liberaran hacia el aire serían ampliamente dispersados y sus efectos serían mínimos. Pero en la actualidad varios tipos de contaminantes del aire están tan ampliamente extendidos, que han comenzado a dañar ecosistemas completos y a cambiar el clima global del planeta.
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Lluvia ácida. Las industrias tales como las fundiciones y las plantas de energía que funcionan con petróleo y carbón liberan al aire enormes cantidades de nitratos y sulfatos, los cuales se combinan con la humedad atmosférica para producir ácidos nítrico y sulfúrico. Estos ácidos se incorporan a las nubes y bajan el pH (la medida estándar de la acidez) del agua de lluvia. A su vez, la lluvia ácida reduce el pH del agua del suelo y de los cuerpos de agua, tales como lagos y lagunas. A medida que la acidez de los cuerpos de agua aumenta, muchas especies de peces mueren inmediatamente o tienen problemas durante el desove. Muchas lagunas y lagos en países industrializados han perdido gran parte de sus comunidades animales como resultado de la lluvia ácida. Estos cuerpos de agua dañados se encuentran a menudo en áreas supuestamente prístinas, a cientos de kilómetros de las fuentes más importantes de contaminación urbana e industrial; por ejemplo, la acidificación es evidente en el 39% de los lagos de Suecia y en el 34% de los lagos de Noruega (Moiseenko, 1994). La mayor acidez y la contaminación del agua son los dos factores probablemente responsables de la dramática reducción de las poblaciones de anfibios en todo el mundo (Recuadro V.1). La mayoría de las especies de anfibios depende de los cuerpos de agua durante al menos una parte de su ciclo de vida, y una reducción en el pH del agua provoca aumento de la mortalidad de huevos y juveniles (Beebee et al., 1990; Blaustein y Wake, 1995). La acidez también inhibe los procesos
microbianos de descomposición de la materia orgánica en el suelo de los ecosistemas terrestres, reduciendo la tasa del reciclaje mineral y la productividad. Los efectos de la contaminación del aire sobre las comunidades forestales han sido intensamente estudiados debido al enorme valor económico de los bosques en términos de producción de madera, manejo de cuencas y recreación. La lluvia ácida daña y debilita muchas especies de árboles y los hace más susceptibles al daño por insectos, hongos y enfermedades (Figura VI.14). En grandes áreas de Europa y el noreste de América del Norte la muerte masiva de árboles del bosque se ha atribuido a la lluvia ácida y otros componentes de la contaminación del aire (Edwards, 1994). Cuando los árboles mueren, otras especies del bosque también se extinguen localmente, especialmente aquellas más susceptibles a la contaminación. Los líquenes —organismos simbióticos compuestos de hongos y algas— pueden sobrevivir en algunos de los más severos ambientes naturales, pero son particularmente susceptibles a la contaminación del aire. Debido a que cada especie de liquen tiene distintos niveles de tolerancia a la contaminación aérea, los líquenes se han utilizado como indicadores biológicos del nivel de contaminación del aire. Producción de ozono y depósitos de nitrógeno. Los automóviles, plantas productoras de energía y otras actividades industriales liberan hidrocarburos y óxidos de nitrógeno como productos de desecho. En presencia de la luz solar, estos productos químicos reaccionan con la atmósfera para producir ozono y otros productos secundarios colectivamente llamados smog fotoquímico. Aunque el ozono en la capa superior de la atmósfera es importante en la filtración de la radiación ultravioleta, altas concentraciones de este compuesto a nivel del suelo dañan los tejidos vegetales, afectando a su vez a las comunidades biológicas y reduciendo la productividad agrícola. El ozono y el smog son perjudiciales para la gente y los animales cuando se inhalan, de tal manera que el control de la contaminación del aire beneficia a las personas y a la diversidad biológica. Metales tóxicos. Otro componente de la contaminación aérea son los metales tóxicos como el zinc, cobre o plomo. Este último metal, altamente tóxico para la salud humana, especialmente de los niños, alcanzó concentraciones de 25 µg/l en la lluvia y nieve del noreste de Estados Unidos en 1975 (Likens, 1991a). La gasolina con aditivos de plomo era responsable en un 90% de estas altas concentraciones. En consecuencia, en 1977 se prohibió el uso del plomo en la gasolina, disminuyendo su concentración en más de diez veces en 1989. Sin embargo, Estados Unidos continúa exportando aditivos plomados para la gasolina a países
VI. Destrucción y degradación del Hábitat
Figura VI.14. Los bosques de todo el mundo, especialmente en las regiones templadas del Hemisferio Norte, están experimentando los efectos de la lluvia ácida, depósitos de nitrógeno, daño por ozono, ataque de insectos y enfermedades. Estos árboles muertos fueron fotografiados en 1988 en Carolina del Norte, Estados Unidos. (Fotografía de Jim MacKenzie, WRI).
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Amenazas para la diversidad biológica
del tercer mundo, incluyendo la mayoría de los países latinoamericanos (Likens, 1991b). El aumento de la contaminación del aire es particularmente severo en muchas de las grandes capitales o ciudades de Latinoamérica (por ejemplo, la ciudad de México, San Pablo, Santiago) con poblaciones humanas densas y en aumento, industrialización creciente y rápido crecimiento del número de propietarios de automóviles. Algunas alternativas para el control de la contaminación del aire incluyen procesos de filtración más eficientes de los gases industriales, construcción de vehículos motorizados con menos emisiones de contaminantes, mejores sistemas de transporte público y reducción del uso total de energía a través de medidas de conservación y eficiencia. La minería y las operaciones de fundición, junto con otras actividades industriales, también liberan grandes cantidades de metales tóxicos a la atmósfera, afectando no sólo la salud de los mineros y poblaciones vecinas, sino también las biotas regionales. Los efectos de estos metales tóxicos son particularmente evidentes en las áreas alrededor de las grandes fundiciones, donde la vida ha sido destruida en un radio de kilómetros. Un tipo de contaminación particular proviene de los aerosoles y otros gases industriales que contienen clorofluorocarbonos (CFC). Los CFC suben a la estratósfera a unos 20 km de altitud y, por la intensa radiación ultravioleta (UV), liberan su átomo de cloro, el cual cataliza la reducción del o zono (O 3 ) a oxígeno molecular (O 2). El ozono de la estratósfera (a diferencia del ozono que se acumula cerca del nivel suelo) es benéfico porque filtra la radiación UV y, por lo tanto, su pérdida incrementa los niveles de radiación, afectando la salud humana y provoca alteraciones en el plancton y las comunidades terrestres (Firor, 1990). Los patrones de circulación del aire y los cristales de hielo en la estratósfera sobre la Antártica acumulan cloro durante el largo invierno polar, que se libera a la llegada de la primavera, lo que ha producido desde la década de los setenta un “hoyo en la capa de ozono” que se ha ido agrandando progresivamente sobre la región.
Cambio climático global.
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El dióxido de carbono (CO 2), el metano y otros gases traza en la atmósfera son transparentes a la luz solar, permitiendo que la energía luminosa atraviese y caliente la superficie de la Tierra. Estos gases y el vapor de agua (en la forma de nubes) atrapan la energía que irradia desde la Tierra como calor, disminuyendo la tasa a la cual el calor abandona la superficie terrestre. Estos gases han sido llamados de invernadero debido a que funcionan como el vidrio en un invernadero: son transparentes a la luz del sol pero atrapan la energía dentro del invernadero una vez que se transforma en calor (Figura VI.15). El efecto invernadero permite que la vida florezca sobre la Tierra; sin él la temperatura de la superficie del planeta bajaría dramáticamente. Sin embargo, como resultado de la actividad humana en la sociedad contemporánea, la concentración de los gases de
invernadero está incrementando a un grado tal que podría conducir a un episodio de calentamiento global. Durante los últimos 100 años los niveles globales de CO2, metano y otros gases traza han aumentado continuamente como resultado del uso de combustible fósil (carbón, petróleo y gas natural) (Gates, 1993; IPCC, 1996). La quema de leña para calefac-
ción y para cocinar también contribuye a este proceso. La deforestación puede ser crucial, puesto que si se disminuye la superficie fotosintética, se reduce la fijación del CO2 atmosférico. En los últimos 100 años la concentración de CO2 en la atmósfera ha aumentado en un 20%, desde 290 partes por millón (ppm) a 350 ppm (Figura VI.16), y se proyecta que se duplicará a mediados del siglo XXI. Incluso si los planes acordados en la conferencia de Kioto en 1997 para reducir la producción de CO2 fueran instantáneamente implementados, la reducción inmediata del nivel del CO2 atmosférico actual sería mínima, debido a que la molécula de CO 2 reside en la atmósfera durante un promedio de 100 años antes de ser fijada por las plantas y los procesos geoquímicos naturales. Este retardo implica que los niveles de CO 2 atmosférico continuarán aumentando en el corto plazo. Otro gas de invernadero significativo es el metano, que ha aumentado desde 0.9 a 1.7 ppm en los últimos 100 años como resultado del cultivo del arroz, la ganadería, la actividad microbiana en basurales, la liberación durante la producción de combustible fósil y la quema de bosques tropicales y praderas. El metano es mucho más eficiente en la absorción de calor que el CO2, de manera que incluso a bajas concentraciones contribuye significativamente al efecto invernadero. Las reducciones en los niveles de metano son difíciles de lograr debido a que su producción está estrechamente asociada con la actividad agropecuaria. Muchos científicos creen que estos mayores niveles de gases de invernadero ya han afectado el clima del planeta y que sus efectos aumentarán en el futuro. Existe evidencia confiable que sugiere que el clima global se ha calentado entre 0.3 y 0.6°C durante el último siglo (IPCC, 1996). La predicción de los patrones climáticos futuros es extremadamente com-
VI. Destrucción y degradación del Hábitat
Figura VI.15. En el efecto invernadero los gases y el vapor de agua forman una capa alrededor del planeta que actúa como el techo de vidrio de un invernadero, permitiendo la entrada de la energía solar (ondas cortas) y atrapando el calor (ondas largas) generado en la superficie de la Tierra. (Según Gates, 1993).
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Amenazas para la diversidad biológica
Figura VI.16. Durante los últimos 130 años las concentraciones de CO2 (línea negra) y otros gases de invernadero en la atmósfera inferior han aumentando constantemente como resultado de las actividades humanas. Existe también evidencia de un aumento global en las temperaturas del aire (línea gris). La mayoría de los científicos cree que los aumentos de temperatura observados están siendo provocados por las mayores concentraciones de gases de invernadero. (Según Schneider, 1989).
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pleja y difícil; sin embargo, el consenso entre los meteorólogos es que el clima del mundo aumentará su temperatura entre 1 y 3.5°C en el próximo siglo, como resultado de los mayores niveles de dióxido de carbono y otros gases. El aumento podría ser aún mayor si el dióxido de carbono aumenta más rápido de lo predicho, o podría ser levemente menor si todos los países acordaran reducir sus emisiones de gases de invernadero. El incremento de la temperatura será mayor en las latitudes altas y sobre las grandes masas continentales (Figura VI.17) (Myneni et al., 1997). Muchos científicos han predicho un aumento en la frecuencia de las catástrofes climáticas, tales como huracanes, inundaciones y sequías regionales asociadas con este calentamiento (Schneider, 1998). Los modelos sobre patrones climáticos futuros son aproximados debido a la incerteza en relación con la capacidad del océano para absorber CO2, con las respuestas de las comunidades vegetales a mayores niveles de CO2, temperatura y aerosoles, así como el efecto de la cubierta de nubes en la reflexión de la luz solar. El calentamiento global no es un fenómeno nuevo. Durante los últimos dos millones de años han existido al menos diez ciclos de calentamiento y enfriamiento globales. Durante los períodos cálidos el hielo polar se fundió, el nivel de los océanos se elevó a un nivel superior al actual y las especies expandieron sus distribuciones más cerca de los polos y emigraron a mayores altitudes. Durante los períodos fríos los hielos polares se extendieron, el nivel de los mares descendió y las especies se distribuyeron más cerca del Ecuador y a menores elevaciones. Mientras que muchas especies indudablemente se extinguieron durante estos episodios repetidos de cambios de ámbito, las especies que tenemos hoy
son supervivientes del cambio climático global. Si las especies se ajustaron al clima global en el pasado, ¿serán capaces de ajustarse a los cambios previstos en el clima global causado por la alteración humana de la atmósfera?.
Es probable que muchas especies no sobrevivan al calentamiento provocado por los humanos, debido a que éste ocurrirá mucho más rápidamente y en un paisaje antrópico que presenta mayores barreras para la migración, comparado con los períodos de calentamiento que sucedieron a las glaciaciones durante el Pleistoceno. Para los bosques deciduos del noreste de América del Norte, las especies de plantas tendrán que migrar entre 500 y 1 000 km hacia el norte para seguir la onda de aumento térmico, entre 1 y 3.5°C, durante el próximo siglo (Davis y Zabinski, 1992). En cambio, después de la última glaciación pleistocénica las especies de árboles migraron hacia América del Norte a una tasa de 10 a 40 km por siglo, esto es, a tasas entre 50 y 100 veces más lentas que las requeridas por el cambio climático actual. Además, la urbanización, el deterioro ambiental y la fragmentación del hábitat provocada por las actividades humanas dificultarán o impedirán la migración de muchas especies. Muchas especies con distribución limitada y/o baja capacidad de dispersión se extinguirán, favoreciendo a las especies más ampliamente distribuidas y/o dispersadas en las nuevas comunidades. Se espera que los efectos del cambio climático global sobre la temperatura y la precipitación sean menos dramáticos en los trópicos que en las zonas templadas (IPCC, 1996; Bawa y Markham, 1995). Sin embargo, cambios pequeños en la cantidad y oportunidad de la lluvia podrían tener grandes efectos sobre la composición de especies, ciclos reproductivos de las plantas y susceptibilidad a los incendios. El impacto de tales cambios sobre las poblaciones de aves migratorias podría ser bastante
VI. Destrucción y degradación del Hábitat
Figura VI.17. Los modelos de simulación de clima global predicen que el nivel de CO2 se duplicará a mediados del siglo XXI y las temperaturas aumentarán significativamente. Se pronostican temperaturas superiores en los continentes y latitudes elevadas, esto es, más cercanas a los polos. (Según IPPC, 1996).
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Amenazas para la diversidad biológica
dramático. Algunos modelos sugieren que los huracanes serán más severos y frecuentes en las áreas tropicales, afectando la estructura de los bosques.
Aumentos del nivel del mar. Las temperaturas más cálidas en los próximos 50 o 100 años podrían derretir glaciares y hielos polares, elevando los niveles del mar entre 0.2 y 1.5 m. Las comunidades costeras de baja altitud —como los humedales— se inundarían y no podrían desplazarse tierra adentro debido a la presencia de caminos, barreras para el control de inundaciones y asentamientos humanos, eliminando el hábitat de muchas especies de aves, invertebrados, peces y plantas propias de esos ecosistemas. En las áreas tropicales los manglares serán severamente afectados por el aumento del nivel del mar, cuya profundidad impedirá el establecimiento de nuevas generaciones de plantas. Regiones, países y ciudades a baja altitud como Buenos Aires, Bangladesh o Venecia podrían quedar bajo el agua dentro de unos 100 años. Existe evidencia que este proceso ya ha comenzado, puesto que en los últimos 100 años el nivel de los mares ha aumentado entre 10 y 25 cm, debido probablemente a un aumento de la temperatura global (IPCC, 1996). El aumento de los niveles del mar es potencialmente perjudicial para muchas especies del arrecife de coral que crecen a una profundidad precisa, con una determinada combinación de luz y movimiento del agua. Una tasa de aumento del nivel del mar de un metro por siglo requeriría un incremento de 10 mm al año, una tasa alcanzada sólo por los corales de más rapido crecimiento (Grigg y Epp, 1989). La mayoría de las especies de los arrecifes de coral tienen crecimientos más lentos y, por lo tanto, serán incapaces de compensar el aumento del nivel del mar y morirán al quedar gradualmente sumergidos. Los arrecifes de coral son afectados también por el aumento de las temperaturas marinas. Las temperaturas del agua del Océano Pacífico anormalmente altas durante 1982 y 1983 condujeron a la muerte de algas simbióticas asociadas con los corales. En consecuencia, el coral “blanqueado” careció de hidratos de carbono esenciales, provocando la muerte masiva del 70 al 95% del área a 18 m de profundidad (Brown y Ogden, 1993).
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Plantas y cambio climático. Algunas especies de plantas serán capaces de utilizar los mayores niveles de CO2 y temperaturas más elevadas para aumentar sus tasas de crecimiento, mientras que otras especies no lo harán y disminuirán en abundancia (Bazzaz y Fajer, 1992; Harte y Shaw, 1995). Un aumento sustancial del crecimiento vegetal ya ha sido detectado en grandes áreas en las latitudes altas del norte usando datos satelitales (Myneni et al., 1997). Los cambios en las poblaciones de las especies de insectos herbívoros pueden ser más pronunciados en la medida que sus recursos vegetales cambian. Las fluctuaciones impredecibles de las poblaciones de especies de plantas e insectos podrían conducir a la extinción de especies raras y aumentos de otras especies.
Efectos del calentamiento global. El cambio climático global podría reestructurar radicalmente las comunidades biológicas y alterar los rangos de distribución de muchas especies. Se han informado cambios en la distribución de aves y plantas y procesos reproductivos prematuros en la primavera (Grabherr et al., 1994; BirdLife International, 1997). Debido a que las implicancias del cambio climático global son de largo alcance, las comunidades biológicas, las funciones ecosistémicas y el clima necesitan ser cuidadosamente monitoreados en las décadas venideras. A medida que ocurra el cambio climático, muchas reservas biológicas no podrán continuar protegiendo a sus especies raras, por lo que deberán desplazarse a nuevas áreas de conservación. Por lo tanto, deben identificarse y establecerse nuevas rutas para potenciales migraciones futuras, tales como valles de ríos norte-sur y corredores verticales desde la base hacia la cumbre de las montañas. Algunos individuos de especies amenazadas deberán manejarse en cautiverio, para reestablecerlos luego en nuevas áreas protegidas. La preocupación respecto al cambio climático global no debiera, sin embargo, desviar nuestra atención de la destrucción masiva del hábitat, principal causa de la extinción de especies y de los daños ecológicos y sociales asociados (Vitousek, 1994). La preservación de comunidades intactas y la restauración de comunidades degradadas son las prioridades más importantes e inmediatas de la conservación.
VI. Destrucción y degradación del Hábitat
Resumen 1. La amenaza más importante para la diversidad biológica es la pérdida del hábitat; por lo tanto, para proteger la diversidad biológica debemos preservar el hábitat. Más del 50% del hábitat de la vida silvestre ha sido destruido en 49 de los 61 países tropicales del Viejo Mundo. Muchas especies únicas y amenazadas han perdido gran parte de su hábitat y están protegidas en sólo un pequeño porcentaje de su rango original. Los bosques lluviosos tropicales están actualmente siendo destruidos a una tasa muy alta. Otros hábitats amenazados incluyen los manglares, bosques tropicales secos, humedales y arrecifes de coral. 2. La fragmentación del hábitat es el proceso por el cual un área continua de hábitat se divide en dos o más fragmentos. Estos fragmentos están a menudo aislados entre sí por hábitats modificados o degradados. La fragmentación del hábitat conduce a la pérdida de especies debido a que crea barreras para los procesos normales de dispersión, colonización y alimentación. Los fragmentos individuales pueden carecer del tipo de alimentos y otros recursos necesarios para sustentar las poblaciones permanentes de ciertas especies, o pueden tener condiciones ambientales físicas y bióticas inadecuadas para las especies originales. 3. La contaminación ambiental afecta tanto a la salud humana como a las demás especies biológicas. Los pesticidas, asperjados para controlar
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Amenazas para la diversidad biológica
plagas de insectos, se concentran en los tejidos de las aves, particularmente en las rapaces, conduciendo a una reducción de sus poblaciones. La contaminación del agua por productos derivados del petróleo, desechos industriales, exceso de nutrientes derivados de los fertilizantes, residuos tóxicos de pesticidas y herbicidas, aguas servidas y sedimentos derivados de la erosión del suelo es particularmente dañina para algunas comunidades acuáticas y pueden cambiar drásticamente su composición de especies. La lluvia ácida, los altos niveles de ozono a nivel del suelo y los metales tóxicos suspendidos en el aire afectan particularmente la salud de los niños y grupos de organismos como los líquenes. Los aerosoles afectan la capa de ozono de la estratósfera, provocando un aumento de la radiación ultravioleta dañina para la salud humana. Se han implementado convenios y regulaciones respecto al uso y comercialización de muchos de estos productos contaminantes, pero desgraciadamente éstos han continuado exportándose hacia los países latinoamericanos y otras regiones del llamado Tercer Mundo. 4. Los patrones de clima global podrían cambiar dentro del próximo siglo debido a las grandes cantidades de CO2 y otros gases de invernadero producidos por las actividades humanas. El aumento de las temperaturas podría ocurrir tan rápidamente durante el siglo XXI que muchas especies serán incapaces de modificar su distribución y se extinguirán. Los biólogos de la conservación necesitan monitorear estos cambios y actuar cuando las especies no puedan adaptarse al cambio climático.
Para discutir 1. Examine mapas de parques y reservas de la naturaleza. ¿Han sido estas áreas fragmentadas por caminos, líneas de energía y otras actividades humanas? ¿Cómo ha afectado la fragmentación el tamaño promedio del fragmento, el área del hábitat interior y la longitud total del borde? Analice los efectos de la adición de nuevos caminos o la eliminación de los caminos existentes y del desarrollo del parque y considere sus implicancias biológicas, legales, políticas y económicas. 2. ¿Qué consecuencias tendrían los procesos de fragmentación analizados por usted en el punto anterior para distintos grupos de organismos, tales como aves terrestres, aves voladoras, insectos, etc.? ¿Qué evidencia tiene respecto a los requerimientos de hábitat y movilidad de los distintos grupos de organismos que habitan en ellos? ¿Cómo serían afectados algunos procesos ecológicos tales como la polinización o la herbivoría por tales procesos de fragmentación?
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3. ¿Cuáles hábitats son los más afectados en su región? ¿Qué grupos de personas son las más afectadas por la contaminación? ¿Cuáles son las mayores fuentes de contaminación del agua, los suelos y el aire? ¿Qué
iniciativas a nivel personal o colectivo le permitirían una participación activa para revertir la degradación ambiental y social?
VI. Destrucción y degradación del Hábitat
4. Compare el estado de conservación de los distintos ecosistemas de su región. ¿Por qué algunos se han preservado y otros se han degradado? Utilizando los recuadros de este capítulo y otras fuentes bibliográficas, realice una comparación similar entre distintas regiones de Latinoamérica y del mundo. ¿Qué tipos de hábitats y qué regiones aparecen más seriamente deteriorados? ¿Cuáles son los grupos de organismos más perjudicados? ¿Cuáles son las poblaciones humanas más afectadas por esa degradación del hábitat?
Lecturas sugeridas Aizen, M., y P. Feinsinger (1994a, b), “Forest fragmentation, pollination, and plant reproduction in a Chaco dry forest, Argentina”, Ecology 75:330-351. Un meticuloso trabajo pionero en el análisis de los efectos de fragmentos multiformes sobre procesos ecológicos. Bierregaard, R. O., T. E. Lovejoy, V. Kapos, A. A. Dos Santos y R. W. Hutchings (1992), “The biological dynamics of tropical rainforest fragments”, BioScience 42:859-866. Un buen resumen del experimento de fragmentación a gran escala en Brasil, incluido en un número dedicado a artículos de conservación y ecología de comunidades. Hajek, E. (comp.) (1995), Pobreza y Medio Ambiente en América Latina, CIEDLA, Buenos Aires, Argentina. Un análisis de casos sobre las complejas interrelaciones entre pobreza y la degradación del medio ambiente en diversas regiones de Argentina, Bolivia, Brasil, Chile, Costa Rica, Perú y Venezuela. Firor, J. (1990), The Changing At m o s p h e re. A Global Challenge, Yale University Press, New Haven, Estados Unidos. El reconocido científico John Firor describe y discute en términos sencillos los distintos componentes del cambio climático global. Laurance, W. F., y R. 0. Bierregaard, Jr. comps. (1997), Tropical Forest Remnants: Ecolog y, Management y Conservation of Fragmented Communities, The University of Chicago Press, Chicago, Estados Unidos. Un amplio texto sobre la fragmentación del hábitat. Meyer, W. B. (1996), Human Impact on the Earth, Cambridge University Press, Cambridge. Una clara y sintética descripción de los cambios ambientales generados por la actividad humana. Murcia, C. (1995), “Edge effects in fragmented forests: Implications for conservation”, Trends in Ecology and Evolution 10:58-62. Sieving, K. E., M. F. Willson y T. L. de Santo (2000), “Defining corridor functions for endemic birds in fragmented south-temperate rainforest”, Conservation Biology 14:1120-1132. La efectividad de los corredores depende del diseño de éstos y del grupo de organismos de interés.
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Williams-Linera, G. (1993), “Bordes de bosque nublado en el Parque Ecológico Clavijero, Xalapa, Veracruz, México”, Revista de Biología Tropical 41:107-117.
X. Ética ambiental: raíces y ramas latinoamericanas Ricardo Rozzi
L
a ética ambiental representa una dimensión crucial de la conservación biológica, puesto que los orígenes de la crisis ambiental actual radican en el modo de relación establecido por la sociedad industrial con el mundo natural (White, 1967; Bormann y Kellert, 1991; Rozzi, 1999; Davidson, 2000). Por lo tanto, la ética ambiental concierne tanto a las sociedades humanas como a la naturaleza y procura el bienestar de ambas. La teoría de la evolución propone que los seres humanos poseen un origen común con todas las especies biológicas. La ecología reconoce que los seres humanos establecen interacciones ecológicas con una multitud de especies biológicas y procesos ecosistémicos. Variadas culturas indígenas americanas conciben a los seres humanos como “hijos y habitantes” de la Tierra. En consecuencia, para la ética ambiental la Tierra y los seres humanos no constituyen dos esferas separadas. Más aún, los tipos de relaciones que establecemos con la naturaleza se parecen a aquellas que establecemos entre los seres humanos. Si los humanos nos explotamos los unos a los otros entonces muy probablemente haremos lo mismo con los demás seres vivos. En cambio, si aprendemos a respetarnos y a ser solidarios en nuestras relaciones con las diversas personas y culturas de América y del mundo, entonces podremos construir una base sólida para establecer relaciones respetuosas y solidarias con el conjunto de los seres vivos. Por esta razón la ética ambiental no es una postura ambientalista o conservacionista que trate disociadamente del “medio ambiente sano” o de los derechos animales, sino que analiza críticamente las relaciones de los seres humanos con el ambiente del que forman parte y cuestiona los modos de vida y de desarrollo en cuanto inciden en tales relaciones (Naess, 1973; Sosa, 1990). Como disciplina académica, la ética ambiental se instauró en las universidades sólo a mediados de los setenta (Callicott, 1989; Rolston, 2000). Sin embargo, las tradiciones culturales de innumerables etnias albergan una antigua y vasta diversidad de éticas en los modos de valorar y relacionarse con el mundo natural, que hoy es desentrañada por estuRozzi R. 2001. Éticas ambientales latinoamericanas: raíces y ramas. En “Fundamentos de Conservación Biológica: Perspectivas Latinoamericanas”, Primack, R., R. Rozzi, P. Feinsinger, R. Dirzo & F. Massardo , pp. 311-362. Fondo de Cultura Económica, México.
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(A)
Figura X.1 (A) Los biólogos de la conservación se interesan hoy por conocer y comprender las éticas ambientales involucradas en refinadas prácticas, tales como la recolección de juncos que sustenta (B) la cestería de las mujeres yaganes en los delicados ecosistemas del extremo sur de América. (Fotografías de Ricardo Rozzi, Archivo Parque Etnobotánico Omora Isla Navarino, Chile).
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(B) dios antropológicos, históricos, ecológicos, filosóficos y por la ética ambiental comparada (Figura X.1; Callicott, 1994). La constatación de esta diversidad cultural amplía enormemente el horizonte de aproximaciones para los biólogos de la conservación, puesto que no toda la especie humana está en conflicto con la biodiversidad; sino que sólo algunas actitudes generan problemas ambientales. Más aún, estas actitudes y sus prácticas asociadas pueden ser modificadas y corregidas. Así, la ética ambiental nos da una esperanza para superar la crisis ambiental y nos sugiere que para dar ese paso debemos indagar en la diversidad valórica y cultural de los seres humanos. Por esto la primera parte de este capítulo se dedica a la ética ambiental comparada. Una segunda constatación importante para una ética ambiental latinoamericana es que la mayor parte de la biodiversidad actual se encuentra en los territorios indígenas y no en las regiones más desarrolladas (Alcorn, 1994). No obstante, la capacidad de los habitantes indígenas para conservar sus recursos naturales se subestima frecuentemente calificándola como primitiva, pobre o perteneciente al “Tercer Mundo”. Desde un punto de vista ético, tal descalificación constituye una discriminación injustificada que promueve la exclusión de las poblaciones locales y la toma de control de los recursos naturales por parte de elites políticas o económicas. La descalificación de la cultura local y la
Rozzi R. 2001. Éticas ambientales latinoamericanas: raíces y ramas. En “Fundamentos de Conservación Biológica: Perspectivas Latinoamericanas”, Primack, R., R. Rozzi, P. Feinsinger, R. Dirzo & F. Massardo , pp. 311-362. Fondo de Cultura Económica, México.
admiración por la ciencia y tecnología extranjeras pueden permearse también —consciente o inconscientemente— en el trabajo de los biólogos de la conservación, quienes debemos, por lo tanto, esforzarnos por debatirlas explícita y críticamente. La segunda parte de este capítulo, titulada metafóricamente “el efecto sombra de la cultura dominante”, trata precisamente de las dificultades de expresión de los valores y los saberes indígenas, rurales o de comunidades marginales, que pueden ofrecer valiosos elementos para abordar los problemas ecológicos y sociales que preocupan a los biólogos de la conservación (Figura X.2). La constatación de las relaciones de poder exige una gran responsabilidad científica y ética a los biólogos de la conservación. Responsabilidad científica, porque las respuestas a estas preguntas son complejas y requieren innovaciones metodológicas y modos de interpretación que provienen tanto de las ciencias naturales y sociales como de las humanidades (Oelschlaeger, 1991). Responsabilidad ética, porque es más fácil adherir a los modos de vida y competir por tener éxito dentro de los parámetros de evaluación técnico-profesionales y socio-económicos imperantes, que decidir innovar nuestro modo de vivir y practicar la conservación biológica. Este enorme desafío no puede abordarse individualmente y debemos aprender, por lo tanto, a trabajar en equipo estableciendo una ética grupal de colaboración. En los trabajos inter-disciplinarios, inter-institucionales o inter-personales cada uno aporta un hilo de conocimiento y de acción que participa constructivamente en el complejo tejido de hebras ecológicas, sociales y políticas de la conservación biológica y el bienestar social. La reflexión ética debe considerar con especial atención las relaciones de poder y sus consecuencias para la exclusión, marginación e incluso muerte de grandes números de personas humanas y de otros seres (Rebellato, 1995; Rozzi, 2001). Estas dolorosas marginaciones u opresiones han sido frecuentemente captadas y expresadas por artistas, quienes son importantes portavoces de las éticas ambientales latinoamericanas. La tercera sección de este capítulo analiza las interrelaciones entre el arte y la ética ambiental, como una expresión que integra los derechos humanos de las diversas culturas y los derechos de los otros seres vivos y componentes de los ecosistemas regionales. La crisis ambiental, descrita en los capítulos anteriores de este libro, surge en gran medida porque supuestos, tales como “es posible controlar la naturaleza”, “los recursos naturales son infinitos” o “más dinero conlleva una mejor calidad de vida”, no son tan simples o lineales como se pensaba (Ehrenfeld, 1991; Milton, 1992). En el plano de la ecología, los científicos constatan reiteradamente que no conocemos ni comprendemos los sistemas naturales tan bien como creían la ciencia y la tecnología modernas. En consecuencia, la ética ambiental propone el “principio de precaución” que afirma que ¡debemos ser moderados y cautos en nuestras relaciones con los demás seres vivos y los ecosistemas! (Oelschlaeger y Rozzi, 1998). En el plano social, la economía y la política advierten que la “mano invisible del mercado” parece insuficiente para
Ética ambiental: raíces y ramas latinoamericanas
Figura X.2 Rigoberta Menchú Tum es descendiente de la antigua cultura maya-quiché y de niña ayudó a su familia en los trabajos del campo en las grandes plantaciones de café donde niñas y adultos realizan la recolección. La injusticia, la discriminación y la miseria que afligen a los indígenas de Guatemala que luego terminó de conocer como empleada doméstica en la ciudad, la llevaron a involucrarse en acciones de reforma social y defensa de derechos de la mujer. Su padre y hermano murieron después de ser encarcelados y torturados; su madre también murió después de ser arrestada, torturada y violada; pero Rigoberta continuó trabajando por la defensa y promoción de los derechos y los valores de los pueblos indígenas de América y logró superar el “efecto sombra de la cultura dominante”. En 1992 llegó a recibir el reconocimiento de la “cultura dominante” pasando a ser la primera mujer de raza indígena que recibe un Premio Nobel. Más aún, las Naciones Unidas la nombraron Embajadora de Buena Voluntad en el Año Internacional de los Pueblos Indígenas (1993), y es asesora personal del Director General de la UNESCO y presidenta de la Iniciativa Indígena para la Paz, donde Rigoberta aboga por la reconciliación etno-cultural y los derechos indígenas. (Fotografía cortesía de The Nobel Foundation).
Rozzi R. 2001. Éticas ambientales latinoamericanas: raíces y ramas. En “Fundamentos de Conservación Biológica: Perspectivas Latinoamericanas”, Primack, R., R. Rozzi, P. Feinsinger, R. Dirzo & F. Massardo , pp. 311-362. Fondo de Cultura Económica, México.
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El valor de la diversidad biológica
Figura X.3 Indígenas tarahumara del Ejido de Pino Gordo, en las montañas de Sierra Madre en el Estado de Chihuahua en el norte de México, marchan por las calles de Guadalajara en una protesta pacífica demandando que se detenga la tala ilegal en sus territorios. Esta fotografía apareció en un reportaje del periódico estadounidense New York Times(28 de abril, 1999) y contribuyó a la presión internacional que obligó al gobierno federal a adoptar medidas legales para detener las explotaciones ilegales. (Fotografía cortesía de Wesley Boxley).
regular todas nuestras actividades y que una vida plena requiere tanto de un bienestar material como de un sentido de solidaridad con otros seres humanos y especies biológicas (Rebellato, 1998). Por lo tanto, la ética ambiental plantea que la crisis ambiental demanda un cuestionamiento acerca de los modos en que habitamos y conocemos el mundo (Rozzi et al., 1998). Por esta razón, la última sección de este capítulo trata de las interrelaciones entre ciencia y ética para proponer la necesidad de explorar nuevos valores sociales y formas de hacer ciencia que superen las “modernas” nociones de progreso y desarrollo económico y nos permitan abordar apropiadamente preguntas y situaciones actuales, tales como: — ¿Por qué las comunidades indígenas de Chihuahua deben marchar hasta Guadalajara para que se adopten medidas contra la corta ilegal de árboles en sus ejidos? Más aún, ¿por qué tales medidas se implementan sólo después que su denuncia haya aparecido en el periódico The New York Times? (Figura X.3) — ¿Cuáles han sido los procesos de cambio en los paisajes ecológicos y etnográficos del Altiplano boliviano que determinan que hoy una mujer aymara con su hija se vean obligadas a pedir limosna a los conductores en la ciudad de La Paz? — ¿Cuál es la ética de la Tierra que permite que en los semáforos de grandes ciudades de Latinoamérica, como Bogotá o Ciudad de México, corran niños de múltiples etnias a limpiar los vidrios de los vehículos en cada luz roja ?
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— ¿Cuáles son los conocimientos científicos, los criterios técnicos y los valores éticos que imperan en proyectos tales como la construcción de grandes centrales hidroeléctricas? Por ejemplo, ¿por qué en Urra (Colombia) o Ralco (Chile) se inundan ecosistemas forestales tropicales o templados, respectivamente, a pesar de que se alteran los flujos de Rozzi R. 2001. Éticas ambientales latinoamericanas: raíces y ramas. En “Fundamentos de Conservación Biológica: Perspectivas Latinoamericanas”, Primack, R., R. Rozzi, P. Feinsinger, R. Dirzo & F. Massardo , pp. 311-362. Fondo de Cultura Económica, México.
nutrientes y se desplaza violentamente a las comunidades indígenas, como los embera o pehuenche, desconociendo sus demandas?
Ética ambiental: raíces y ramas latinoamericanas
— ¿Qué ética impera en una empresa como la petrolera Oxy que toma posesión del territorio de los uwa en Colombia y procede con sus obras, pese a que los uwa han manifestado que cometerán suicidio colectivo si se desarrolla tal proyecto? (Figura X.4) — ¿Quiénes son los principales agentes de la deforestación de la Amazonía? ¿Cómo se benefician o perjudican las comunidades indígenas y biológicas de estos ecosistemas tropicales? ¿Cuáles son los valores que imperan y cuán semejantes o diferentes son de mis propios valores? Los ejemplos anteriores nos indican cómo la ética ambiental latinoamericana emana desde situaciones donde se entrecruzan dimensiones ecológicas, antropológicas, históricas, políticas y culturales. Para nuestra ética ambiental regional es imprescindible, entonces, considerar en conjunto las necesidades de las especies biológicas, los ecosistemas y los seres humanos. El análisis ético de las diversas actitudes positivas y negativas respecto al medio ambiente que albergan sociedades indígenas, campesinas y urbanas que habitan en nuestro continente, favorece la comprensión de las interconexiones entre el bienestar social y la conservación de la diversidad biológica y cultural. Esta comprensión promueve, a su vez, la expresión de variadas prácticas y valores ambientales que son esenciales para mantener viva la diversidad biocultural de Latinoamérica. Para ello es urgente diversificar los criterios que guían la toma de decisiones político-ambientales, puesto que las imperantes ecuaciones de costo-beneficio contemplan sólo unas pocas variables económicas. La ética ambiental comparada promueve la inclusión de una pluralidad de valores y la diversificación de criterios para el diseño y toma de decisiones político-ambientales. Esta diversificación de criterios es fundamental para contrapesar los procesos de globalización y de homogeneización biológica y cultural. Esta pluralidad ofrece también alternativas a los gobernantes, quienes frecuentemente adoptan modelos económicos y de desarrollo importados sin considerar alternativas que provienen de valores y modos de vida locales que albergan una prolongada historia de interacciones con los ecosistemas regionales.
Ética ambiental comparada
Figura X.4 ¿Qué ética impera en una empresa como la petrolera Oxy, que toma posesión del territorio de los uwa en Colombia y procede con sus obras pese a que los uwas han manifestado que cometerán suicidio colectivo si tal proyecto se desarrolla? En medio de estas tensiones, un niño uwa sostiene en sus manos una concha sagrada, evocando en la concepción de su cultura: “el territorio U'wa es el corazón del mundo, por él corren las venas que alimentan el universo; si éste se destruye, entonces se desangra el mundo”. (Fotografía de Terry Freitas, cortesía de Underground Project, www.moles.org)
La ética ambiental comparada estudia la vasta diversidad de modos de conocer y habitar en ecosistemas y climas muy contrastantes que encontramos a través de la geografía del planeta y a través de la historia Rozzi R. 2001. Éticas ambientales latinoamericanas: raíces y ramas. En “Fundamentos de Conservación Biológica: Perspectivas Latinoamericanas”, Primack, R., R. Rozzi, P. Feinsinger, R. Dirzo & F. Massardo , pp. 311-362. Fondo de Cultura Económica, México.
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humana (Callicott, 1994). En el Altiplano, la Tierra o Pacha Mama es para los quichua una deidad, un ser vivo y dinámico a quien se le hacen ofrendas y se le respeta en las prácticas agrícolas y en las fechas de cosecha para mantener su fertilidad. Para los tukano, que habitan los ecosistemas fluviales inundables de la Amazonía colombiana (Figura XX.1), el creador del universo es el Sol, quien creó sólo un número limitado de plantas y animales. La energía del “padre-sol” es limitada y permite el crecimiento de un número finito de plantas y sus frutos, como también la reproducción de los animales en cantidad acotada. Para habitar este universo de recursos finitos, los tukano poseen numerosas regulaciones. Por ejemplo, los ríos pertenecen a los peces y toda tala en los bosques ribereños está prohibida. Esta creencia adquiere sentido ecológico, puesto que en estos sistemas de inundaciones periódicas los nutrientes provienen de la hojarasca y alimentan a los peces detritívoros que constituyen la principal fuente alimenticia de los tukano (ReichelDolmatoff, 1976). En otros continentes, como Asia, filosofías tradicionales como el taoísmo enseñan nociones tales como el wu-wei, que invita a fluir con la tierra y a cultivarla siguiendo las fuerzas naturales (Callicott y Ames, 1989). En la India, el hinduísmo alberga uno de los movimientos ambientalistas más carismáticos, el Movimiento Chipko de las regiones forestales de los Himalayas. Chipko en hindi significa “abrazar” y abrazando los árboles los miembros de este grupo han logrado una moratoria firmada por la primera ministra Indira Gandhi en 1981, que posterga la tala en la región de los bosques himalayos (Shiva, 1988). En Tailandia, el budismo inspira actualmente iniciativas de protección y restauración de ecosistemas forestales nativos (Alcorn, 1991; Figura XX.3). Este tipo de ejemplos ilustra cómo la ética ambiental comparada puede contribuir a la conservación de la diversidad biológica y cultural mediante el respeto, el esfuerzo por comprender y articular las variadas concepciones y prácticas ambientales que han sobrevivido hasta nuestros días. La ética ambiental comparada ha permitido detectar no sólo diferencias sino también similitudes entre las diversas culturas (Recuadro X.1). La ciencia contemporánea y numerosas culturas indígenas comparten notables similitudes; una noción central para la biología y la ética ambiental actual: es que ¡todas las especies biológicas, incluyendo los seres humanos, poseen un origen evolutivo común!. Las cosmogonías indígenas expresan esta relación de parentesco entre los humanos y las demás especies de maneras muy variadas, y abarcan incluso una identificación con las plantas. El texto maya del Popol Vuh (véase edición 1939) relata cómo los dioses crearon a los seres humanos con masa de maíz para hacerlos más perfectos. Otras cosmogonías indígenas tienen una llamativa similitud con la escala o filogenia evolutiva científica. Por ejemplo, el canto kumulipo de los hawaianos explica el origen de todas las especies a partir de un pólipo de coral, y luego la genealogía kumulipo asciende desde los invertebrados hasta los vertebrados de manera similar a la filogenia científica actual (Callicott, 1994). Más allá de la exactitud en el grado de correspondencia entre las cos-
Rozzi R. 2001. Éticas ambientales latinoamericanas: raíces y ramas. En “Fundamentos de Conservación Biológica: Perspectivas Latinoamericanas”, Primack, R., R. Rozzi, P. Feinsinger, R. Dirzo & F. Massardo , pp. 311-362. Fondo de Cultura Económica, México.
mogonías del Popol Vuh o del canto kumulipo con la teoría evolutiva, ellas comparten la noción de un origen común para los seres humanos y el conjunto de los seres vivos. Se establece así un sentido de parentesco que promueve —o debería promover— un respeto ético por la biodiversidad (Recuadro X.1). Como señalara Aldo Leopold (1949) en su conocido libro Sand County Almanac:
Ética ambiental: raíces y ramas latinoamericanas
Hace más de un siglo que Darwin proveyó una mejor comprensión sobre el origen de las especies. Ahora sabemos algo que era desconocido para las numerosas generaciones anteriores: los humanos son sólo compañeros de viaje con otras especies biológicas en esta “odisea de la evolución”. Tal conocimiento debiera habernos inculcado ya un sentido de parentesco con otros seres vivos, un deseo de vivir y dejar vivir, un respeto ético por nuestros parientes cercanos y lejanos.
Este sentido ético, basado en una noción de parentesco, se encuentra en numerosas cosmogonías indígenas americanas con prolongada antelación a la formulación de Darwin y Leopold (Rozzi y Massardo, 1999b). Poetas mapuches como Lorenzo Aillapán y Leonel Lienlaf expresan hoy la ancestral identificación que su pueblo mantiene con la tierra (mapu=tierra, che=gente) en poesías bilingües (mapudungun y español) (Figura X.5). Estas poesías mantienen vivas las profundas interconexiones entre su cultura y los ecosistemas del sur de Chile, donde habitan. Por ejemplo, Lienlaf (1989) establece una continua comunicación entre su lengua y las flores (copihue), la tierra y las aves (chucao) que dialogan con la gente mapuche en fragmentos como el siguiente: Pin dungu
Palabras dichas
Kaley mi pin kochkÜlla dunguenew, mapu dunguenew. Epe ngümafun. Chukao dunguenew mi külleñu müley mi eluafiel rayen.
“Es otra tu palabra” me habló el copihue, me habló la tierra. Casi lloré. “Tus lágrimas debes dárselas a las flores” me habló el pájaro chucao.
En el poema de Lienlaf, el chucao, un ave terrestre (Recuadro VI.3), nos indica una guía ética que nos conecta íntimamente con el mundo vegetal. La capacidad de escuchar a “la tierra que nos habla” se expresa no sólo en poemas sino también en refinadas prácticas ambientales de los mapuche y otros pueblos de las regiones de bosques templados de América (Recuadro X.2), que resuenan con las prácticas y actitudes descritas
Figura X.5 Biólogos de la conservación graban en los bosques subantárticos del Parque Etnobotánico Omora poesías bilingües (mapudungun y castellano) del poeta Lorenzo Aillapán, el Hombre Pájaro Mapuche.Estas poesías expresan una íntima identificación de las personas de su pueblo con las aves e integran una rica tradición oral con el conocimiento ecológico tradicional y la observancia de la historia natural de los mapuche (Fotografía de Oliver Vogel, Archivo Parque Etnobotánico Omora, Isla Navarino, Chile).
Rozzi R. 2001. Éticas ambientales latinoamericanas: raíces y ramas. En “Fundamentos de Conservación Biológica: Perspectivas Latinoamericanas”, Primack, R., R. Rozzi, P. Feinsinger, R. Dirzo & F. Massardo , pp. 311-362. Fondo de Cultura Económica, México.
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El valor de la diversidad biológica
para otras culturas americanas en este libro. Por ejemplo, en los bosques tropicales del Chocó, los embera albergan la noción de wuandra o madre de las plantas y animales (Recuadro XX.3); en la Amazonía los okaracibiteri —gente de la tierra con mucha palma inaja— habitan cerca de palmares de donde obtienen palmitos, jugo de la pulpa de frutos nuevos, semillas y larvas de escarabajo de los frutos caídos (Recuadro VIII.2); en el lago Titicaca del altiplano, los uros han desarrollado una cultura sustentada en los juncos, e incluso habitan en “balsas de totora” (Recuadro XX.4). Las narrativas y las filosofías ambientales de los pueblos indígenas de Latinoamérica entretejen un conocimiento ecológico que es a la vez práctico y teórico. No se trata de “supersticiones” o “leyendas” disociadas de la realidad material o de un saber menor. Entre los yaganes, por ejemplo, un tabú prohibía usar árboles donde anidara un pájaro carpintero para construir canoas (Recuadro X.2). Desde el punto de vista científico, esta medida tiene mucho sentido puesto que tales árboles suelen estar horadados por larvas. Para un yagán es tan importante saber elegir el árbol adecuado para su canoa, como para un oficial de marina es crucial conocer el uso del radar de su barco. En ambos casos una equivocación puede costar la vida de los navegantes. Se trata de distintos modos de conocer y coordinarse con el mundo físico o natural y no de “mitos” o “leyendas” (Rozzi, en preparación). Una prueba del valor práctico del conocimiento ecológico tradicional orientado por éticas ambientales, radica en que éstos han permitido la subsistencia de una gran diversidad de comunidades indígenas durante centurias o milenios. A la vez, es muy importante considerar que —tal como la ciencia y tecnología occidentales— el conocimiento y las prácticas indígenas cambian a través del tiempo y no siempre son exitosas, pudiendo ocurrir también la degradación de hábitats y aún la desaparición de pueblos indígenas y culturas tradicionales (véanse los Capítulos VII y VIII). Desde el punto de vista ético, también se pueden inferir perspectivas y actitudes análogas entre el conocimiento ecológico tradicional o indígena y las concepciones científicas. Por ejemplo, el ecólogo Paul Shepard (1969) ha expresado —de una manera poética semejante a la concepción mapuche y de otras etnias americanas— la conexión ecológica entre los diversos componentes de los ecosistemas que disuelve los límites entre la naturaleza humana y no-humana: ...en un aspecto el yo es una colección de órganos, sensaciones y pensamientos — un yo rodeado por una cubierta corporal dura: la piel, ropa y hábitos insulares— La alternativa es un yo concebido como un centro de organización, que es constantemente influido por e influye sobre su entorno… El pensamiento ecológico… requiere un tipo de visión a través de los límites. La epidermis de la piel es ecológicamente como la superficie de una charca o del suelo de un bosque, no tanto una capa aislante como una delicada interpenetración. Se revela así un yo ennoblecido y extendido… como parte del paisaje y el ecosistema.
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Recuadro X.1. Similitudes y diferencias interculturales en las éticas ambientales Ricardo Rozzi Francisca Massardo
El Continente Americano alberga una reticulada constelación de visiones de la naturaleza que nos señalan cuán variadas pueden ser nuestras relaciones con el mundo animal, vegetal y físico. Tal constelación cultural representa uno de los panoramas más fértiles para visualizar un tejido de rutas alternativas y complementarias a los patrones valóricos y modos de relación con el mundo natural, promovidos por la arrolladora ola de globalización que homogeniza la cultura y los paisajes ecológicos. Adelantándose a esta ola, en los años sesenta el antropólogo francés Claude Lévi-Strauss planteaba desde el Viejo Mundo la defensa de la refinada red de cosmologías indígenas que habita en el Nuevo Mundo, señalando que: La mitología latinoamericana pertenece al patrimonio cultural de la humanidad a la par con la mitología de la Antigua Grecia y Roma y aquella del Cercano y Lejano Oriente.
Estas palabras abren el prólogo de la colección “Folk Literature of South American Indians” editada por Johannes Wilbert entre 1970 y 1990 (UCLA Latin American Center Publications). Las narrativas de culturas que habitan ecosistemas tropicales (como los warao o los tukano), andinos (como los quechua o los aymara) o subantárticos (como los yamana o los selknam) son textos acerca del medio ambiente y de las relaciones que con éste pueden establecer las sociedades americanas. Tales narrativas han brotado de largas historias de interacciones con los ecosistemas y dan cuenta de “detalles” que escapan a los modelos elaborados por ecólogos que tienen una experiencia de campo comparativamente ínfima con aquellos ecosistemas. A su vez, los científicos aportan aproximaciones críticas para articular la diversidad biocultural en el contexto del
mundo que inicia el tercer milenio. En consecuencia, los biólogos de la conservación latinoamericanos deberíamos estudiar con la misma seriedad las narrativas indígenas y los textos de ecología científica. Para conservar y articular la riquísima variedad de miradas y modos de habitar sobre el mundo natural es indispensable: Primero, reconocer que existe tal diversidad; por lo tanto, los problemas ambientales no ocurren entre la humanidad y el medio ambiente, sino que surgen entre modos de mirar y habitar que son específicos para sociedades y ecosistemas particulares. Segundo, estudiar cada una de las narrativas, incluida la científica, desde el punto de vista de la ecología humana y de la conservación biológica. Tercero, complementar y coordinar las diversas miradas en el contexto de las realidades sociales y políticas actuales procurando mantener los procesos evolutivos e históricos que son constitutivos de la diversidad biológica y cultural. La articulación de la diversidad biocultural presenta un desafío conceptual enorme que se debate entre dos polos: similitud y diferencia. La similitud corresponde a una visión que enfatiza estructuras universales en la naturaleza humana y el universo. Bajo esta concepción, la racionalidad de todos los seres humanos compartiría estructuras fundamentales (por ejemplo, la filosofía de Kant o la antropología de Lévi-Strauss) o sería posible descubrir leyes científicas que den cuenta de una multiplicidad de procesos que se desenvuelven en diversas situaciones ambientales (por ejemplo, las leyes de gravitación universal de Newton o de selección natural de Darwin). La diferencia, en cambio, dirige su atención hacia aquellos aspectos de un fenómeno natural o visión de mundo que no pueden ser asimi-
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lados por otras. Por lo tanto, tales fenómenos son incomparables y tales visiones son inconmensurables, en el mismo sentido que pueden serlo dos concepciones científicas (Kuhn, 1962). Frente a su vivencia de las grandes diferencias de cosmovisiones, el antropólogo Richard Nelson (1982) se pregunta luego de pasar varios años viviendo con los koyukon en Alaska: ¿Qué es el cuervo para mí? ¿Un ave del género Corvus, como dicen los científicos, o una persona, una deidad, como narran los ancianos koyukon? ¿Cómo convivir entre estos mundos contrastantes?
Si queremos contribuir a la continuidad de los cursos históricos y evolutivos de los diversas culturas y ecosistemas que mantienen el mosaico de paisajes ecoculturales, entonces debemos hacernos cargo de la encrucijada planteada por Nelson. A la vez, debemos esforzarnos por encontrar puentes de comunicación intercultural que permitan la necesaria comprensión y respeto mutuo para la con-
vivencia en el marco de la sociedad contemporánea globalizada. Ensayemos la similitud o analogía entre la teoría de ecosistemas y una cosmología indígena americana basada en una profunda conexión “ecosistémica”. En el sur de Chile un grupo de los mapuches o gente de la tierra (mapu=tierra, che= gente) habita en las montañas donde crecen las araucarias o pehuenes. Este grupo se denomina pehuenche (pehuen= araucaria; che=gente) y su subsistencia depende en los frutos de este árbol. Los clanes pehuenches se identifican con grupos de araucarias que son vistos como familias. Desafortunadamente hoy este pueblo confronta uno de los conflictos ambientales más álgidos de Sudamérica: su territorio está siendo inundado por una serie de represas que además cortan el flujo del río más grande de Chile, el Bío-Bío. La noción de pertenencia a la tierra albergada por los pehuenches es ignorada por los programas de biología o es considerada como una “curiosidad” que poco tiene que ver con la
El ciclo del azufre devela notables “puntos de encuentro” entre la cosmovisión del pueblo pehuenche y la ciencia de ecosistemas. Ambas visiones critican hoy con argumentos complementarios la construcción de represas sobre el mayor río de Chile, que alterarán los ciclos de nutrientes e inundarán parte del territorio pehuenche.
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ecología. Sin embargo, los argumentos de los pehuenches y de ecólogos de ecosistemas para solicitar la suspensión de los trabajos construcción de la represa pueden presentar notables similitudes. Para los pehuenches los seres humanos y otros seres vivos descienden de aquellos que sobrevivieron en una cumbre volcánica, salvándose de una gran inundación. La noción de ser gente de la tierra los liga también a los volcanes bajo la conciencia que en los frutos del pehuén, uno come también los minerales del volcán. Un análisis químico muestra que las emisiones de los volcanes son ricas en azufre, un componente de dos aminoácidos esenciales: la cisteína y la metionina. Estos aminoácidos no pueden ser sintetizados por el organismo humano y deben por lo tanto ingerirse en la dieta. Precisamente los frutos del pehuén contienen estos aminoácidos y si parte
del azufre contenido en su estructura proviniera de las emisiones volcánicas, entonces la ciencia descubriría un vínculo nutricional entre el volcán, las araucarias y la gente similar a la concepción pehuenche. Desde el punto de vista ecosistémico está claro que las represas alteran los flujos de nutrientes como el azufre o el fósforo, y que podrían afectar el crecimiento de las algas río abajo y en las bahías marinas donde éstos desembocan. De esta manera se alteraría el crecimiento de las algas y se afectarían las cadenas tróficas y la abundancia de peces, importantes tanto para la dieta de los pehuenches como para la pesca comercial en la Bahía Talcahuano donde desemboca el Bío-Bío. De esta manera, tanto las narrativas indígenas ancestrales como las explicaciones científicas contemporáneas denotan conexiones ecológicas entre los mundos vegetales, la tierra y los seres humanos.
Recuadro X.2. Éticas ambientales y conservación en los extremos de América Nancy J. Turner Francisca Massardo Douglas Deur Ricardo Rozzi Los pueblos indígenas comparten una característica que afecta profundamente sus modos de relación con la biodiversidad y la tierra: ellos han habitado y subsistido en los ecosistemas nativos por un número de generaciones muy superior al de los conquistadores o colonos europeos. Mientras que la historia de interacciones de los pueblos indígenas con sus ambientes naturales ha transcurrido durante varios siglos o incluso milenios, la historia de los colonos de la civilización moderna e industrial lleva sólo decenas de años en algunos parajes del “Nuevo Mundo”. La prolongada historia y las formas de vida en contacto con su ambiente han dado origen a sofisticados modos de conocimiento arraigados en la experiencia directa de los pueblos indígenas. Tal modo de conocimiento, denominado hoy
“conocimiento ecológico tradicional” difiere del modo prevaleciente en la tecnología y ciencia occidental, es que descansa fuertemente en la investigación de algunas variables seleccionadas y su análisis por medio de cuerpos teóricos fundados en las matemáticas y la lógica (Rozzi y Massardo 1999a). En consecuencia, el conocimiento indígena contrasta con el “occidental”, en que el primero es más inmediato y sensorial y está embebido en sus filosofías, la percepción de las otras especies, sus historias, ceremonias, normas sociales, valores y lenguaje. En cambio, el conocimiento de la sociedad urbana e industrial es más mediatizado, sobre todo hoy cuando los ciudadanos observan la naturaleza por televisión o en Internet con mucho mayor frecuencia que su contacto directo con los ecosistemas y las comunidades biológicas (Rozzi 2001).
Rozzi R. 2001. Éticas ambientales latinoamericanas: raíces y ramas. En “Fundamentos de Conservación Biológica: Perspectivas Latinoamericanas”, Primack, R., R. Rozzi, P. Feinsinger, R. Dirzo & F. Massardo , pp. 311-362. Fondo de Cultura Económica, México.
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Aun en regiones de climas tan rigurosos como los extremos latitudinales del Continente Americano, han habitado etnias que se han desenvuelto en medio de los densos bosques que cubren las costas y de los ambientes marinos y estuarinos que reticulan el paisaje de fiordos y canales. En estas dos regiones extremas —la austral de Chile y Argentina, y la boreal de Estados Unidos y Canadá— las poblaciones nativas han desarrollado estrategias y modos de vida que han conservado los ecosistemas y mantenido sus recursos, una noción que los kwakwaka’wakw (grupo indígena de la costa noroeste) llaman “conservándolos vivos” (Turner y Deur, 1999). En el extremo austral, al sur del Canal de Beagle, los yamana (o yaganes) cosechaban su “pan” de los hongos del género Cyttaria que crecen sobre los árboles de la especie Nothofagus (coigües y lengas), colectaban bayas de chaura (Pernettya mucronata) y calafate (Berberis buxifolia), obtenían la carne mediante la caza de lobos marinos y aves, peces, de la recolección de centollas y mariscos y de las ballenas que ocasionalmente varaban en la playa; el aceite, esencial para la alimentación y para proteger sus desnudos cuerpos en las heladas latitudes, lo
obtenían también de los lobos marinos. Construían sus canoas con corteza de ciprés y vivían en tiendas de cuero y ramas de lenga, y todavía fabrican hermosos cestos de junquillo (Marsippospermum grandiflorum). En el extremo norte, las culturas nativas de la costa noroeste utilizaron centenares de especies de plantas en su vida diaria que expresan la filosofía de “conservándolos vivos”. Las plantas tuvieron un papel muy importante en la dieta de estos pueblos, complementando su alimentación rica en animales marinos como el salmón, mariscos, lobos marinos, focas y ballenas. La localización geográfica del recurso, particularmente del salmón, indujo la emergencia de poblados que a su vez parecen haber aumentado las demandas por recursos vegetales en las vecindades de estos asentamientos. El cedro rojo (Thuja plicata), considerada a menudo como “la piedra angular” de la tecnología de la costa noroeste, era sujeto de reverencia y de múltiples aplicaciones culturales: su madera servía para fabricar canoas, casas, tótems, cajas y muchos otros productos; su interior fibroso se empleaba para la confección de vestimentas, canastos, cuerdas y elementos ceremoniales; sus ramas y raíces eran utilizadas para la cestería. Además, el cedro rojo era
Los esfuerzos de conservación pueden orientarse hacia la autonomía de las comunidades indígenas y su acceso a los ecosistemas, permitiendo la continuidad de sus prácticas culturales y de subsistencia. La libertad individual y colectiva, la oportunidad de practicar medicinas y tradiciones de educación propias favorecen al mismo tiempo la conservación de los valores ambientales y de la biodiversidad. En la fotografía Viviana Zárraga, miembro de la Comunidad Indígena Yagán de Bahía Mejillones, que habita la región más austral del mundo, muestra los hongos que crecen sobre un tronco de coigüe (Nothofagus betuloides)y que han constituido una base de alimentación tan importante que se conoce como el “pan del indio”. (Fotografía Ricardo Rozzi; Archivo del Parque Etnobotánico Omora, Isla Navarino, Chile).
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considerado un árbol sagrado —como otras especies de árboles y plantas—del que se creía tenía un espíritu que al ser tratado sin respeto podía causar daño a las personas. La corteza del cedro y otros árboles era arrancada en largas tiras y los cosechadores han aprendido desde pequeños a no cosechar demasiado para evitar la muerte del árbol. En el pasado también se cosechaban de esta manera tablones sin dañar al árbol y se podaban ramas y raíces, sólo unas pocas de cada individuo de manera de no comprometer la vida del árbol. Hoy encontramos todavía estos “árboles culturalmente modificados”, cuyas tiras de corteza o tablones removidos nos expresan una filosofía general de no ocasionar la muerte o daño innecesario a los árboles u otras formas de vida (Deur y Turner 1999). También pueden encontrarse árboles de otras especies cuya corteza fue parcialmente cosechada para medicina, tintura, o árboles cuya corteza interna fue cosechada como alimento, aunque dejando suficiente para mantener el árbol vivo. Otras especies —tales como el trébol costero de primavera (Trifolium wormskioldii) y el cinquefoil (Potentilla anserina ssp. pacifica)— eran cosechadas
por los indígenas de la costa noroeste para consumo inmediato o almacenados para el invierno. Estas plantas crecen en ecosistemas estuarinos, marismas y planicies intermareales junto con otras especies de raíces comestibles (Turner 1995). Recuerdos de ancianos como los del Jefe Hereditario Adam Dick, kwakwaka’wakw, describen que el trébol costero de primavera era tradicionalmente cultivado en hábitats intermareales, los cuales eran expandidos a través de prácticas de relleno de suelo y labranza de la tierra, cosecha selectiva y replante de fragmentos de rizomas, construcción de camas de siembra, desmalezamiento, transplantes y marcado de parcelas manejadas por clanes o grupos familiares definidos (Deur, 2000; Deur y Turner, en preparación). En las vegas húmedas crecen también los bulbos del camas (Camassia quamash y C. leichtlinii) que ofrecieron una importante fuente de hidratos de carbono a los primeros habitantes desde el sur de la isla de Vancouver (Canadá) hasta California (Estados Unidos) y el este de las Montañas Rocallosas. Los nativos mantuvieron estos hábitats que también producían una variedad de otras plantas comestibles y especies útiles mediante prácticas de fuego controlado, desmalezadura, cosecha selectiva y re-siembra. Estos hábitats han sido muy restringidos debido a la urbanización, a especies invasoras (Dactylis glomerata, Cytisus scoparius) y por la eliminación obligatoria del fuego desde la época colonial hasta el presente. El fuego se utilizaba también para mantener áreas abiertas y bordes de bosque donde los salal crecen mejor y las parcelas de salal manejadas de este modo también pertenecían a clanes o individuos. El salal (Gaultheria shallon) es un arbusto siempreverde que produce bayas que son cosechadas en grandes cantidades y deshidratadas para su consumo durante el invierno y constituyen un componente importante de la dieta en la costa noroeste.
La filosofía que los kwakw’ala (grupo indígena de la Costa Noroeste de Canadá) llaman “conservándolos vivos” se expresa aquí en un cedro rojo (Thuja plicata) que ha sido sólo parcialmente descortezado, permitiendo que el árbol continúe vivo y se presente ahora ante nosotros como un “árbol culturalmente modificado”. (Fotografía de Nancy Turner). Rozzi R. 2001. Éticas ambientales latinoamericanas: raíces y ramas. En “Fundamentos de Conservación Biológica: Perspectivas Latinoamericanas”, Primack, R., R. Rozzi, P. Feinsinger, R. Dirzo & F. Massardo , pp. 311-362. Fondo de Cultura Económica, México.
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Sus ramas y hojas otorgaban sabor y conservaban la humedad de comidas cocinadas en hoyos tapados en el suelo. Aun cuando el salal crece en bosques templados costeros lluviosos, en algunos sitios los arbustos eran quemados individualmente para incrementar su productividad. Para recuperar el control de sus sitios con manejo tradicional, los pueblos indígenas de la costa noroeste intentan de negociaciones de reclamación de tierras con las autoridades provinciales y federales, a través de procesos legales. Estos modos de habitar embebidos en el ambiente natural, aún en las condiciones extremas y frágiles de los extremos de América, contrasta con el modo de vida urbano donde el ciudadano recibe los productos naturales y sus derivados en supermercados. En tales tiendas, los frutos son desprovistos de
su contexto biológico y cultural; los ecosistemas y las prácticas de cosecha desde donde proceden la carne y los frutos están ausentes de las vitrinas y son desconocidos para la mayoría de los consumidores. Estos contrastes expresan cómo los saberes teóricos, los hábitos y los valores de vida repercuten en nuestro impacto sobre el medio ambiente y la diversidad biológica y cultural que en ellos se despliega. Esta clarificación sugiere que importantes esfuerzos de conservación pueden orientarse hacia favorecer la autonomía de las comunidades indígenas y su acceso a los ecosistemas, permitiendo la continuidad de prácticas culturales y de subsistencia; atenuando de esta manera la creciente espiral de dependencia, aculturación, transformación de los valores y actitudes ambientales vinculados a un acelerado deterioro ambiental.
Como eco a este fragmento del ecólogo Shepard, resuena el poema mapuche de Lienlaf (1989) que evoca una genealogía común y una existencia humana cuyos flujos de energía y materia se conectan con los ecosistemas:
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Mañkean ñi dungu
El sueño de Mañkean
Umagtuken lafken pewmamu ina nepeken challwa nepenmu. Ayeken kümemew, Ngümaken mawünmew feley ta ñi mongen, feley ta ñi nütram, fewla umagtuan.
Mi risa es el sol del mediodía, mis lágrimas las vertientes, mi dormir es el descanso del amor y mi despertar la vida de los peces. Es así mi existir, es así mi palabra y las aguas me continúan cantando.
La conciencia de la interconexión ecológica, expresada por Shepard y Lienlaf, enfatiza que la existencia de los seres humanos y los demás seres transcurren juntas; el dolor de uno es el dolor del otro, el agua de las vertientes es el agua de las lágrimas, la diversidad biológica y la diversidad cultural danzan juntas, el bienestar de los seres humanos y de los demás seres vivos y entes del mundo natural van de la mano. Sin embargo, para “que las aguas continúen cantando”, como en el poema de Lienlaf, los biólogos de la conservación debemos esforzarnos por comprender interconexiones entre la existencia humana y las demás especies cuyas dimensiones trascienden a la especialidad biológica. Tal como en el caso de la economía ecológica, la ética ambiental requiere una aproximación esencialmente interdisciplinaria que integre múltiples dimensiones e Rozzi R. 2001. Éticas ambientales latinoamericanas: raíces y ramas. En “Fundamentos de Conservación Biológica: Perspectivas Latinoamericanas”, Primack, R., R. Rozzi, P. Feinsinger, R. Dirzo & F. Massardo , pp. 311-362. Fondo de Cultura Económica, México.
interrelaciones culturales, sociales y ecológicas, y fomente la expresión y preservación tanto de la diversidad biológica como cultural.
Ética ambiental: raíces y ramas latinoamericanas
El “efecto sombra” de la cultura dominante El aporte de la filosofía ambiental comparada se manifiesta claramente al contrastar la multiplicidad de perspectivas culturales con la unidimensionalidad prevaleciente en las perspectivas de análisis en la economía de mercado que se presenta hoy como “el paradigma” que rige la toma de decisiones, como un modelo casi inevitable o inescapable. Los esfuerzos se concentran hoy en no quedarse atrás en la carrera del mercado. Paradójicamente, un análisis histórico de sólo unas pocas generaciones demuestra que el modelo económico de libre mercado no ha traído consigo las bonanzas que prometía: hoy alcanzamos el mayor número histórico de personas que viven bajo condiciones de extrema pobreza (más de dos billones de pobres) y los problemas ecológicos se han agudizado y diversificado (Brown, 2000). Además, la aparición de este modelo económico es muy reciente en comparación con la larga prehistoria e historia humana en el Continente Americano. Por lo tanto, no existe necesidad ni justificación histórica y/o social para asumir que debemos articular los diseños de la biología de la conservación y la toma de decisiones ambientales dentro de la lógica del mercado. Esta lógica nos parece difícil de superar, sin embargo, su prevalencia constituye sólo una contingencia histórica. Las alternativas actuales e históricas al modelo de libre mercado laten en múltiples rincones del planeta e indican direcciones para diversificar el modelo político-económico que hoy se globaliza aceleradamente. Proyectos como la Red de Reservas Campesinas de La Cocha en los Andes del sur de Colombia, ofrecen una aproximación ética basada en un modelo de integración social y ecológico alternativo (Recuadro XVIII.2). En 1980 un grupo de familias campesinas decidió comprometerse a destinar parte de sus tierras a reservas y en sólo 20 años han creado 38 reservas, que cubren unas 3 000 hectáreas de páramos, humedales, juncales, bosques secundarios y bosques primarios. La conservación es vista como un componente necesario para una economía campesina que busca recuperar formas de vida comunitarias y autónomas basadas en prácticas ambientalmente apropiadas. Este tipo de iniciativas conlleva una ética ambiental y una opción de vida que favorece la conservación biológica y el bienestar social, pero está sujeta a amenazas que provienen frecuentemente de presiones político-económicas externas. Por ejemplo, el proyecto de la Laguna la Cocha y sus reservas se encuentra actualmente amenazado por la construcción de una central hidroeléctrica en el río Guamués que inundará el área y obligará a desalojar a sus 4 000 personas (Leal, 2000). El líder y co-fundador del proyecto La Cocha, don Eusberto Jojoa, fue asesinado por desconocidos en enero del 2000. Durante su funeral fue despedido por sus compañeros de comunidad con las siguientes palabras: Rozzi R. 2001. Éticas ambientales latinoamericanas: raíces y ramas. En “Fundamentos de Conservación Biológica: Perspectivas Latinoamericanas”, Primack, R., R. Rozzi, P. Feinsinger, R. Dirzo & F. Massardo , pp. 311-362. Fondo de Cultura Económica, México.
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El valor de la diversidad biológica
Don Eusberto transmitía su testimonio de vida con su sonrisa perpetua y con su calidez humana, que en el viento del páramo atraía y protegía como un fogón. Con su manera divertida e inverosímil de bailar y de hacer volar, al ritmo de la guaneña y del miranchurito, sus botas pantaneras y su ruana, con pericia de patinador. Con la sabiduría silenciosa, pero benévola y gentil de quien habla el lenguaje del agua, de las nubes, de los musgos y del frailejón.
El proyecto La Cocha muestra cómo en Latinoamérica la conservación biológica y la ética ambiental no se pueden separar de la justicia social. Las tradiciones y los anhelos de conservación están presentes en numerosas comunidades y personas como don Eusberto Jojoa, quién, como el poeta mapuche “habla el lenguaje del agua”. Una ética de la vida, requiere superar la exclusión y la absolutización del mercado para reconstruir una sociedad solidaria entre los seres humanos y con los seres vivos en general (Rebellato, 1995). Una ética ambiental demanda también transformar los sistemas educacionales adoptando aproximaciones interculturales con participación de comunidades indígenas y campesinas, trabajadores urbanos y rurales, donde los estudiantes sean educados para ser ciudadanos y no meramente consumidores (Rozzi, 1997b).
Metáforas como puentes interculturales e interdisciplinarios
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Para comprender y articular la diversidad de modos de pensar, valorar e interactuar con el medio ambiente debemos superar las barreras disciplinarias en los programas de biología de la conservación y en la educación tradicional (Oelschaleger y Rozzi, 1998; Toledo, 1999b). En las escuelas y universidades hemos sido —y todavía somos— “educados” al margen de otras racionalidades (formas de pensar) diferentes de la ciencia o la filosofía occidental. Esto limita seriamente nuestra capacidad de comprender las propuestas y actuar frente a las demandas de nuestros compatriotas indígenas, mestizos, rurales o urbanos, cuyas lógicas suelen diferir de aquellas que hemos aprendido en las universidades. En este contexto, las metáforas representan figuras del lenguaje que pueden actuar como puentes de comunicación entre concepciones formuladas en distintos lenguajes y permiten alcanzar articulaciones interculturales, transformaciones educacionales e integraciones interdisciplinarias (Beck, 1978; Oelschlaeger y Rozzi, 1998). La comunicación de nociones científicas al público general (en libros, artículos de prensa, filmaciones) o en clases escolares por medio de metáforas es comprensible y estimula un pensamiento analógico sofisticado respecto a conceptos complejos. La teoría evolutiva constituye una noción central para los biólogos de la conservación, y Darwin mismo utilizó abundantes metáforas para comunicar sus nociones evolutivas. La trascendencia alcanzada por su libro El Origen de las Especies se debería en parte a su lenguaje literario, elegante y comprensible (Rozzi et al., 1998). Darwin (1859) concluye su capítulo sobre selección natural señalando que: Rozzi R. 2001. Éticas ambientales latinoamericanas: raíces y ramas. En “Fundamentos de Conservación Biológica: Perspectivas Latinoamericanas”, Primack, R., R. Rozzi, P. Feinsinger, R. Dirzo & F. Massardo , pp. 311-362. Fondo de Cultura Económica, México.
Las afinidades entre todos los seres vivos pueden ser representadas de alguna manera por un gran árbol. Estoy convencido que esta analogía es verdadera. Las ramas verdes, sus hojas y yemas verdes pueden representar las especies existentes; aquellas producidas en años anteriores podrían representar las especies extintas... Las numerosas ramas que han caído desde los inicios del crecimiento del árbol, podrían representar los casos de órdenes, familias y géneros completos que carecen de representantes vivos y que son conocidos sólo a través del registro fósil... En la medida que las yemas continúan brotando se van generando nuevas hojas que extienden el follaje del Gran Árbol de la Vida. Así ha sido por generaciones, mientras las ramas muertas y quebradas cubren la superficie de la corteza terrestres, los nuevos brotes y hojas van generando las continuas ramificaciones de este hermoso árbol.
Ética ambiental: raíces y ramas latinoamericanas
Estas líneas metafóricas comunican elegante y sintéticamente complejas nociones evolutivas y ecológicas: — todos los seres vivos comparten un origen común; — ocurre un proceso evolutivo de diversificación donde algunos grupos de organismos se transforman o desaparecen; — el mundo biótico interactúa con los componentes físicos, por ejemplo, contribuyendo a la formación del suelo con la materia orgánica que se deposita y descompone. Esta metáfora del árbol de la vida sirve entonces a la comunicación interdisciplinaria, puesto que un humanista —por ejemplo, un filósofo— podría entender claramente el mensaje de este biólogo. A su vez, a partir de esta comprensión un filósofo ambiental podría derivar las siguientes implicancias éticas de esta metáfora: si todos compartimos un origen común, entonces todos somos parientes en un cierto grado, por remoto que éste sea, y en cuanto parientes nos debemos un respeto mutuo y compartimos el derecho a la vida. La metáfora del árbol de la vida también tiene un gran potencial para la comunicación intercultural. Obsérvese la Figura X.6 que compara el dibujo realizado por el biólogo alemán Ernst Haeckel, quien se inspirara en Darwin en el siglo XIX, con la pintura mural realizada por los olmeca tardíos en Cacaxtla, México, alrededor del año 800 d.c. bajo influencia maya y teotihuacana. Llama inmediatamente la atención que estas dos culturas, una del Nuevo Mundo y la otra del Viejo Mundo, utilizan una planta para simbolizar el origen común de los seres humanos con el resto de los seres vivos. Así detectamos un importante elemento común entre la ilustración de una cosmogonía indígena inspirada en el texto maya del Popul Vuh que relata cómo los seres humanos fueron creados con masa de maíz —la principal fuente de alimento para los maya y teotihuacanos— y la ilustración de una visión evolutiva científica basada en la metáfora darwiniana. Ambas figuras expresan también un sentido de parentesco entre los diversos seres vivos. Respecto a estas nociones evolutivas y éticas fundamentales, detectamos también que aunque para Darwin constituyeron un descubrimiento que promovió una revolución cultural para la sociedad victoriana, estas nociones representan, en cam Rozzi R. 2001. Éticas ambientales latinoamericanas: raíces y ramas. En “Fundamentos de Conservación Biológica: Perspectivas Latinoamericanas”, Primack, R., R. Rozzi, P. Feinsinger, R. Dirzo & F. Massardo , pp. 311-362. Fondo de Cultura Económica, México.
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bio, conceptos y valores arraigados con mucha antelación en los maya y otras etnias precolombinas (Recuadros X.1 y X.2). Además de los importantes elementos comunes entre la cosmogonía (concepciones y relatos acerca del origen del cosmos) ilustrada por culturas indígenas mesoamericanas y la concepción evolutiva científica dibujada por el biólogo alemán Haeckel, podemos encontrar también contrastes muy relevantes para una ética ambiental:
(B)
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Figura X.6 (A) El “árbol de la vida” dibujado por el biólogo alemán Ernst Haeckel, quien quedara profundamente impresionado por la obra de Darwin “El Origen de las Especies”y se convirtiera luego en el “apóstol del darwinismo alemán”. Nótese la estructura jerárquica de su lámina que dibuja una noción de progreso lineal desde las bacterias hasta el hombre. (B) Pintura mural en la zona arqueológica mesoamericana de Cacaxtla, México, que sugiere una fuerte influencia de la cosmogonía maya del Popol Vuh,el cual relata cómo los seres humanos fueron creados con masa de maíz. Nótese la falta de jerarquía entre los hombres y la “planta de la vida” en la concepción precolombina. (Fotografía de Patricio Robles Gil).
(A) 1. en el árbol de Haeckel el hombre está en la cúspide e ilustra un progreso evolutivo lineal definido en cuatro estados jerárquicos (dibujados al lado derecho de su lámina): protozoos, invertebrados, vertebrados y mamíferos que culminan con el hombre blanco europeo (véase Gould, 1989); en cambio, en la pintura mural precolombina la planta de maíz tiene las cabezas humanas como sus mazorcas y, por lo tanto, están al mismo nivel jerárquico que el maíz; 2. el árbol de Haeckel representa la genealogía de los animales exclusivamente; en cambio, en el mural mesoamericano la relación ocurre entre los humanos y las plantas. La identificación de los seres humanos con el mundo vegetal se encuentra en numerosas culturas americanas e intentaremos desarrollar aquí una “metáfora vegetal”desde el punto de vista científico. Esta metáfora nos permitirá analizar la unidimensionalidad actual del pensamiento forestal que promueve la expansión de plantaciones monoespecíficas de árboles de rápido crecimiento, cuando el interés por los bosques se reduce a la producción de madera (Figura X.7a). La unidimensionalidad de este esquema mental se traduce en plantaciones donde los árboles
Rozzi R. 2001. Éticas ambientales latinoamericanas: raíces y ramas. En “Fundamentos de Conservación Biológica: Perspectivas Latinoamericanas”, Primack, R., R. Rozzi, P. Feinsinger, R. Dirzo & F. Massardo , pp. 311-362. Fondo de Cultura Económica, México.
Ética ambiental: raíces y ramas latinoamericanas
(A)
Figura X.7 Contraste entre plantaciones forestales y bosques nativos en el sur de Chile. (A) Plantación de Pinus radiata donde todos los individuos tienen la misma edad, están equidistantes y la flora leñosa nativa ha sido eliminada. (B) Sotobosque de un ecosistema forestal vecino a la plantación de pino en A. (C) Bosque de lenga (Nothofagus pumilio) que muestra su estructura compleja con troncos caídos y otros elementos que proveen microhábitat para insectos y otros organismos terrestres y acuáticos. (Fotografías A y B de Ricardo Rozzi y C de Francisca Massardo, Archivo Parque Etnobotánico Omora,Isla Navarino, Chile).
(B)
(C) de una sola especie, la mayoría de las veces exótica, están “ordenados” a distancias equidistantes, presentan una edad uniforme y las especies distintas son eliminadas mediante desmalezamiento y la aplicación de herbicidas. El modelo de la producción en serie de las fábrica reemplaza así a los diversos bosques nativos, reduciéndolos a “monocultivos uniformes” (Shiva, 1998). La fisionomía de las plantaciones contrasta marcadamente Rozzi R. 2001. Éticas ambientales latinoamericanas: raíces y ramas. En “Fundamentos de Conservación Biológica: Perspectivas Latinoamericanas”, Primack, R., R. Rozzi, P. Feinsinger, R. Dirzo & F. Massardo , pp. 311-362. Fondo de Cultura Económica, México.
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El valor de la diversidad biológica
con aquella de los ecosistemas forestales, donde el sotobosque presenta una rica diversidad de especies y una alta complejidad estructural (Figura X.7b y c). Tal riqueza de especies y estructuras parece un “abandono” y un “desorden” a quienes promueven la uniformidad y la unidimensionalidad en las plantaciones (Capítulo XXII). La nueva ecología forestal (Capítulo XVIII) ha encontrado, sin embargo, cada vez mayor evidencia acerca de la importancia que tiene el “desorden de los bosques” para las interacciones bióticas, de hábitats para peces y microhábitats para hongos, bacterias, líquenes e insectos, y para procesos ecosistémicos como los flujos hídricos y de nutrientes (Capítulo II). Este cuadro de complejas y múltiples interacciones ecológicas nos estimula a derivar la siguiente metáfora para superar la unidimensionalidad de los monocultivos de la mente y del paisaje: Tal como la caída de árboles y las aperturas del dosel permiten que la luz llegue a los estratos más bajos de los bosques y estimulen el crecimiento de una diversidad de plantas y otros organismos, en Latinoamérica es urgente crear aperturas culturales en los modelos económicos y políticos dominantes que estimulen el crecimiento y la expresión de un sinnúmero de valores y prácticas culturales silenciadas. Tal como bajo el dosel emergente habita la mayor diversidad biológica de los ecosistemas forestales, bajo los discursos dominantes borbotean las “éticas ambientales silenciadas” de la mayoría de las personas que habitan en nuestros países. La superación del encierro generado por la omnipresencia de sistemas políticos o económicos, dogmas científicos o religiosos, flexibiliza la búsqueda de alternativas ecológicas y culturales. Además abre criterios para una mayor comprensión y revaloración de otros modos existentes para conocer y habitar el mundo natural. Más urgente que inventar soluciones para los problemas de conservación parece necesario detenerse a escuchar y ponderar alternativas que ya existen, pero que no pueden expresarse. La “apertura de claros culturales” permite superar la negación que ejerce la cultura dominante sobre de la diversidad de perspectivas valóricas, económicas y éticas. Para que germinen proyectos como el de la Laguna la Cocha, se requiere una ética ambiental asociada a un sentido de justicia social y a una legislación que regule proyectos económicos, tales como la construcción de centrales hidroeléctricas. Es necesario superar el “efecto sombra” de los modelos políticos y económicos dominantes y “abrir claros” que permitan la expresión de la “mega-diversidad” de valores y anhelos de vida latentes en América Latina y el mundo.
Análisis histórico para fomentar la tolerancia y la diversificación ética
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El florecimiento de la diversidad biocultural que todavía late en numerosos terruños es inhibido porque la mayoría de las voces disidentes del modelo económico y político globalizado son silenciadas. Rozzi R. 2001. Éticas ambientales latinoamericanas: raíces y ramas. En “Fundamentos de Conservación Biológica: Perspectivas Latinoamericanas”, Primack, R., R. Rozzi, P. Feinsinger, R. Dirzo & F. Massardo , pp. 311-362. Fondo de Cultura Económica, México.
Al acallar estas voces, no sólo se pierde un acervo de conocimiento tradicional (Alcorn, 1994), sino también prácticas y éticas que podrían favorecer la conservación y una convivencia más solidaria con el mundo natural y con la diversidad de personas y etnias. En este contexto, las expresiones indígenas deben irrumpir a veces violentamente para lograr cruzar los límites regionales y llegar al mundo entero para expresar su sentir, su decir y su pensar, como ocurrió con los tzeltales, tzotziles, choles y tojolabales de Chiapas en 1994. En términos de un maestro de primaria de la comunidad tzeltal de Chiapas:
Ética ambiental: raíces y ramas latinoamericanas
Despertamos en armas, pero no en una guerra, es una manifestación para que nos respeten. Aquí en Chiapas tenemos la inteligencia que nos quitaron... Porque nuestra inteligencia nos la golpearon. Tanto nos golpearon la cabeza con fierros y palos, con marginación, con ignorancia, con látigos y mentiras nos golpearon, que nos dejaron como burros. Como bolo [ebrio] que estoy desde que llegó Colón en 1492. Pero como dice la leyenda [la llegada del sexto sol] , las premoniciones de nuestros ancestros nos aseguran que en este año va a cambiar todo, que veremos una nueva etapa en nuestra historia” (Elías, 1994).
Estas situaciones nos presentan un desafío ético puesto que como biólogos de la conservación debemos ser responsables frente a las expresiones que surgen desde las comunidades que habitan los paisajes eco-culturales del Continente Americano, por extrañas que éstas nos parezcan. Desde el punto de vista de una ética ambiental equitativa y solidaria deberíamos, en principio, poner el mismo esfuerzo para conocer, comprender y preservar una plantita tan peculiar como la Lacandonia uniflora (Figura V.2) que el que destinamos para conocer, comprender y preservar la cultura del singular pueblo de los lacandones. Como científicos responsables no debiéramos idealizar ni tampoco descartar acríticamente las propuestas indígenas o rurales. El rigor ético y científico debiera conducirnos a examinar las necesidades de las diversas especies biológicas y culturas tan cuidadosamente como las necesidades de nuestra propia especie y cultura. La ética ambiental comparada resalta la diversidad sincrónica que todavía existe en los contrastantes ecosistemas y culturas del mundo. Desde el extremo sur y al extremo norte de América existen culturas tan refinadas como los yaganes y los kawakw’ala (Recuadro X.2). En un eje temporal, las crónicas, las pinturas, la arqueología y otras “huellas humanas” en el paisaje muestran cuán distinto ha sido el mundo en el pasado. La ética ambiental comparada examina esta diversidad diacrónica y los procesos históricos que se despliegan en tales cambios para confrontarnos con la máxima kantiana: ¡el mundo es una tarea por hacer! (Kant, 1787). Como eco a esta máxima ética, el escritor argentino Ernesto Sábato inicia su libro Resistencia diciendo que “a veces me levanto con una esperanza demencial de que un mundo más humano está al alcance de nuestras manos, hoy es un día de ellos”. Esta constatación nos libera del encierro de la cultura dominante y fundamenta el proyecto de la conservación biológica, puesto que los mundos naturales y culturales (y sus interrelaciones) han sido distintas en el pasado y podrán ser diferRozzi R. 2001. Éticas ambientales latinoamericanas: raíces y ramas. En “Fundamentos de Conservación Biológica: Perspectivas Latinoamericanas”, Primack, R., R. Rozzi, P. Feinsinger, R. Dirzo & F. Massardo , pp. 311-362. Fondo de Cultura Económica, México.
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entes en el futuro. De nosotros depende este cambio, pero éste no puede ser arbitrario porque los sistemas ecológicos y sociales tienen propiedades y límites que deben ser considerados cuidadosamente. En este contexto, el análisis ético e histórico provee una plataforma para pensar hacia donde seguir.
Éticas ambientales durante la conquista de América
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Para identificar y analizar críticamente las raíces ideológicas de la actual crisis ambiental en Latinoamérica, conviene comenzar por las concepciones de la naturaleza y la relación entre los seres humanos y la naturaleza que comienza a establecerse con la llegada de los conquistadores europeos. Durante el proceso de colonización y conquista europea ha existido poca sensibilidad, conocimiento y disposición para reconocer la rica diversidad biológica y cultural del Nuevo Mundo (Rozzi et al., 2000). Al arribar al Nuevo Mundo los descubridores y conquistadores europeos encontraron una flora y fauna que les resultaba muy ajena y amedrentadora. Por ejemplo, al ver las iguanas, Américo Vespucio evocaba horrorizado la leyenda de la serpiente voladora y escribía que “la apariencia de estos reptiles era tan repugnante que seguramente eran venenosos y era mejor no acercarse a ellos” (en Crosby, 1972). Los ríos de Centroamérica contenían tantos tipos de peces como jamás se habían visto en el Guadalquivir; la selva del Amazonas estaba habitada por anacondas que superaban varias veces en tamaño a toda serpiente europea (Gil, 1989). El terror a esta biota extraña y diversa, junto al ánimo de conquista y la prevalencia de una religión y cultura que enfatizaba la separación entre los humanos y la naturaleza (Recuadro X.3), generaron rápidas transformaciones ecológicas y culturales que se extendieron por los paisajes americanos durante los siglos XVI, XVII y XVIII. El contacto inicial con los conquistadores españoles provocó fuertes epidemias que aniquilaron gran parte de la población indígena del Nuevo Mundo, que carecía de resistencia para los microbios euroasiáticos (Diamond, 1997). Otra parte de la población aborigen sufrió el embate de las guerras de la conquista y de la destrucción de sus hábitats. El establecimiento de ciudades y haciendas bajo el modelo europeo motivó la quema de vastas extensiones de bosque para abrir terrenos destinados a la agricultura y la ganadería (Bakewell, 1997; Rozzi et al., 2000). Se introdujeron nuevos animales domésticos (principalmente aves de corral, cabras, ovejas, cerdos, burros, vacas y caballos), iniciándose rápidamente la transformación de praderas (que no habían sido pastoreadas con tal intensidad previamente) a través de procesos de sobrepastoreo, erosión y perturbación de los ecosistemas forestales que han dejado sus huellas evidentes hasta nuestros días (Recuadro XIX.4). Las acciones anteriores, como también el papel que tuvo la Iglesia Católica, fueron criticados a menudo por los liberales, quienes lucharon por la independencia de las nuevas naciones del reino de España. Sin Continúa página Rozzi R. 2001. Éticas ambientales latinoamericanas: raíces y ramas. En “Fundamentos de Conservación Biológica: Perspectivas Latinoamericanas”, Primack, R., R. Rozzi, P. Feinsinger, R. Dirzo & F. Massardo , pp. 311-362. Fondo de Cultura Económica, México.
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Recuadro X.3. Cultura y naturaleza en la civilización occidental Teresa Kwiatkowska
En la tradición filosófica de la civilización occidental la naturaleza y la cultura constituyen dos mundos distintos, separados, incluso disociados. La naturaleza es meramente un sujeto del conocimiento y el objeto de la explotación. La moralidad es básicamente cultural, y lo cultural es básicamente opuesto a lo natural. Esta confusa separación metafísica entre naturaleza y cultura, subyace frecuentemente a las propuestas de la ética ambiental (véase Kwiatkowska e Issa, 1998) y distorsiona el concepto de conservación biológica. La naturaleza que debiera ser preservada es concebida como un ente estático cuya pureza natural sólo puede existir —en su estado de perfección— en ausencia de la actividad humana. Sin embargo, las evidencias ecológicas y evolutivas muestran que los ecosistemas no son fijos, sino que varían; las especies también desaparecen en ausencia de la acción humana; toda especie está destinada a la extinción de manera natural, incluso la especie humana. Hace millones de años los humanos constituíamos un elemento natural dentro de los ecosistemas. Con la invención de las tecnologías, en particular de la agricultura hace diez mil años, nuestra incidencia sobre el ambiente terrestre abandonó gradualmente su carácter natural destinado a la autosubsistencia, para volverse cultural. Hoy habitamos un mundo que hemos transformado totalmente, donde los sistemas naturales “puros” representan abstracciones inadecuadas tanto para la teoría como para la práctica de la conservación y restauración ecológica. Habría que sugerir entonces políticas de conservación que involucren el trueque entre múltiples valores, mezclando estas dos nociones en prácticas que combinen ambas dinámicas: la evolución biológica y la evolución cultural. Como señalara Federico Schiller: “el hombre culto deberá reencontrarse armónicamente con la naturaleza”.
El concepto de naturaleza (del griego physis y del latín natura) conlleva múltiples significados y en su extensión incluye al conjunto de los organismos vivos, los ecosistemas y las sociedades humanas, los cuerpos celestes y el mundo físico en su conjunto. Aunque la ciencia moderna occidental ha concebido al mundo natural en su existencia autónoma e independiente obedeciendo a las regularidades conocidas y verbalizadas dentro de un sistema lógico, en otras manifestaciones de la cultura occidental la naturaleza es vista como representación, sentimiento, modelo a imitar, metáfora o creencia racional e irracional. Las representaciones e interpretaciones se expresan en numerosas proyecciones antropomórficas, en los ámbitos ético-político y jurídico, en las artes, en las religiones, en los sistemas filosóficos. La cultura no se encuentra, en su definición, restringida únicamente a conjuntos racionales de creencias más o menos justificadas, o a creencias no justificadas racionalmente, sino que incluye también a la cultura material y a las organizaciones sociales y culturales con sus correspondientes impactos bióticos. Es decir, “cultura” son también los artefactos materiales, así como los artefactos sociales de la interacción social, económica y política (lo que se entiende usualmente por “sociedad”), así como las prácticas y realizaciones humanas relativas al medio natural. La presencia humana puede contribuir al desarrollo del potencial de la naturaleza misma, porque con ella se enriquecen la complejidad natural y la multiplicidad de las funciones de los seres vivos, pero también puede constituir un fenómeno patológico que daña todo el organismo natural. La degradación del ambiente, la acción destructora que el hombre ejerce sobre el planeta, conlleva una profunda alteración del curso de la evolución biológica, donde “la inteligencia
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técnica, producto de la naturaleza, se convierte a la vez en instrumento de la autodestrucción de ésta” (Kolakowski, 1970). Para superar la dicotomía cultura-naturaleza y el efecto degradante de la primera sobre la segunda es necesario entonces incluir en la caracterización de los ecosistemas no sólo las variables biológicas, físico-químicas, termodinámicas, sino también los bioentornos formados por sistemas culturales —que están configurados por sus correspondientes entornos materiales, interpretativos, valorativos y biotécnicos—. El ambiente es más que un espacio físico: es una fusión de nuestra conciencia y sus significados con las condiciones climáticas, geológicas, geográficas y físicas. El ambiente es un constructo cultural que al mismo tiempo se halla determinado por imperativos independientes de las actividades humanas, sean éstas intencionales o no. No podemos entender el mundo y la vida sino desde una perspectiva específicamente cultural. Aquello que para nosotros constituye “la realidad” se halla sujeto a nuestras propias interpretaciones; es decir, está condenado a ser “humanizado”. El mundo natural deviene, así, un mundo cultural. Más aún, es un mundo que existe única y exclusivamente como objeto de transformaciones —ya sea tecnológicas, ya sea artísticas—. Somos los seres humanos quienes adscribimos un fin o un valor a una cosa o a un ser viviente; quienes establecemos derechos y obligaciones. Sin embargo, debe decirse que la imposibilidad (lógica y metafísica) de abandonar un punto de vista específicamente humano no debe ser un impedimento absoluto para considerar en nuestras deliberaciones y decisiones los intereses vitales de otros seres —de igual manera como la imposibilidad de abdicar de nuestra perspectiva individual no nos incapacita para actuar teniendo en cuenta los fines de otras personas e incluso ser solidarios y hasta altruistas con el prójimo—. Que la perspectiva antropocéntrica nos resulte inescapable no significa que todas nuestras elecciones prácticas —como individuos y como especie— deban promover exclusivamente nuestro placer o nuestra conveniencia.
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Sin embargo, debido a que entre nuestros congéneres prevalece una indiferencia hacia aquello que no les afecta directamente, y la compasión hacia otras especies biológicas de animales (para no hablar de las plantas) es inusitada, las posturas y argumentos antropocéntricos parecen ser más promisorios para la conservación biológica, en cuanto ofrecen sugerencias prácticas más realistas (realizables). Éstas pueden incorporarse sin dificultad (junto con la relación toda entre el ser humano y naturaleza) dentro de lo que Hume llamó “las medidas comunes del deber”. Por lo tanto, es necesario conciliar diversas teorías éticas, las utilitaristas del tipo Pinchot, las deontológicas de tipo kantiano, las posturas que adscriben derechos a los individuos, especies o ecosistemas, y aún las que defienden perspectivas estrictamente antropocéntricas. Si no somos capaces de encontrar puntos de acuerdo sobre objetivos y tácticas comunes, arriesgamos paralizarnos en una discusión teórica, y los problemas de la conservación y la restauración del ambiente se agudizarán. El nivel de las alteraciones globales del ambiente y el abandono del concepto de ecosistema (y de sociedad humana) estable, objetivo cuyas leyes metahistóricas pueden reconstruirse siguiendo el procedimiento riguroso del método científico, puso
“Hemos sido naturaleza(…) y nuestra cultura debe devolvernos, por el camino de la razón y de la libertad, a la naturaleza.” (Friedrich Schiller, 1759-1805). Rozzi R. 2001. Éticas ambientales latinoamericanas: raíces y ramas. En “Fundamentos de Conservación Biológica: Perspectivas Latinoamericanas”, Primack, R., R. Rozzi, P. Feinsinger, R. Dirzo & F. Massardo , pp. 311-362. Fondo de Cultura Económica, México.
en entredicho la imagen tradicional del nexo naturaleza-cultura, en donde la Humanidad aparece como el agente exógeno que interviene en la naturaleza con intereses explotadores conducentes a la degradación de los ecosistemas. Dichos intereses, centrados en el ser humano junto con sus correspondientes sistemas de valores, se presentan como pre-
siones culturales que alteran los ecosistemas. En consecuencia, se establece la clara división entre los ecosistemas naturales y la cultura constituida por los intereses y valores humanos, para pedir finalmente un cambio cultural a favor de valores centrados en el bien propio del ecosistema y de los organismos que lo componen.
embargo, después que obtuvieron su independencia de la Monarquía Española, muchos países latinoamericanos promovieron una mayor inmigración de europeos (a quienes se les ofrecía ayuda financiera para su transporte y establecimiento) para “elevar el nivel cultural” y las fuerzas productivas de las jóvenes naciones (Bakewell, 1997). Así, paradójicamente el eurocentrismo fue reforzado por la independencia y a mediados del siglo XIX comenzó a gestarse una nueva ola de transformación ecológica y cultural aún más intensa que la ocurrida durante la monarquía (Rozzi, et al., 2000). Europa fue percibida más que nunca como el hogar de la “verdadera civilización” y la inmigración europea constituía el camino obvio para lograr una rápida modernización y “desarrollo”. A través del continente americano, los grupos aborígenes (muchos de ellos nómades o seminómades) fueron reclutados en pequeñas reservas ubicadas en terrenos marginales, mientras las tierras más productivas se destinaron a colonos nacionales o extranjeros, principalmente inmigrantes europeos (Bakewell, 1997; Rozzi, 2001). Durante el período que comienza con la llegada de los conquistadores europeos al “Nuevo Mundo” podemos distinguir cinco actitudes éticas básicas respecto al modo de relacionarse con la naturaleza y sus recursos naturales: (1) la etapa del laissez-faire (dejar hacer lo que se quiera), (2) la conservación o manejo racional de los recursos, (3) la preservación de la naturaleza, (4) una ética ecocéntrica, en que los seres humanos son considerados como componentes de los ecosistemas y (5) una ética ecosocial que integra el bienestar social con la conservación de la diversidad biológica y cultural. Aunque estas éticas ambientales presentan una cierta secuencia histórica, ellas coexisten todavía ampliamente. La actitud del LAISSEZ-FAIRE. Se caracteriza por formas de explotación de la naturaleza basadas en una concepción de recursos naturales ilimitados que están para servir a los seres humanos, quienes compiten por su extracción. Esta aproximación, promovida por los conquistadores o colonos europeos, se ha fortalecido con el establecimiento de la propiedad privada que privilegia el interés Rozzi R. 2001. Éticas ambientales latinoamericanas: raíces y ramas. En “Fundamentos de Conservación Biológica: Perspectivas Latinoamericanas”, Primack, R., R. Rozzi, P. Feinsinger, R. Dirzo & F. Massardo , pp. 311-362. Fondo de Cultura Económica, México.
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individual por sobre el interés colectivo (Merchant, 1997). El laissezfaire prevaleció ampliamente hasta fines del siglo XIX pero todavía continúa, sobre todo en regiones remotas de Latinoamérica donde los recursos parecen inagotables o donde no existe capacidad de fiscalización (Fuentes, 1994). Conservación o manejo racional de los recursos. La forma de explotación anterior generó un rápido y extenso deterioro ambiental y el laissez-faire fue reemplazado por una forma racional de manejo de los recursos que define el uso apropiado de los recursos naturales como aquel que promueve “el mayor beneficio para el mayor número de personas durante el mayor tiempo posible” (Callicott, 1989, 1999; Norton, 1991). Esta ética deriva del utilitarismo de los filósofos ingleses Jeremy Bentham y John Stuart Mill, quienes evalúan las acciones humanas y los recursos naturales de acuerdo a su utilidad. La naturaleza es vista como un depósito de recursos al servicio del hombre. El valor de la biodiversidad es fundamentalmente instrumental, es decir, su valor no radica en sí mismo sino en la utilidad que posee como medio para alcanzar otros fines (Norton, 1991). Por ejemplo, se valora un volcán porque sus rocas liberarán minerales ricos en fósforo que fluirán por el río hasta la bahía, ahí servirán de fertilizante para las algas que constituyen el alimento del zooplancton, que a su vez servirá de alimento para la anchoveta que genera trabajo y alimento a numerosos pescadores (Recuadro X.1). En este caso, la biodiversidad es valorada y protegida por su utilidad para los seres humanos. Debido a que el valor de la biodiversidad y los esfuerzos de conservación están motivados por su beneficio para los seres humanos, esta actitud o perspectiva se denomina antropocéntrica (Norton, 1991). La ética de la conservación o manejo racional de los recursos promovida por Gifford Pinchot en los Estados Unidos desde fines del siglo XIX se expresa hoy en la noción del desarrollo sustentable, definida como “el desarrollo que satisface las necesidades del presente sin comprometer la capacidad de las generaciones futuras para satisfacer sus propias necesidades” (Brundtland, 1988). Las falencias de esta doctrina derivan de su limitada concepción de la vida humana y de sus modos de relación con el ambiente. La filosofía ambiental comparada ha mostrado claramente que —bajo la perspectiva de numerosas culturas y pensadores disidentes dentro de la civilización occidental— la “naturaleza” no corresponde puramente a un depósito de “recursos naturales”, que los seres humanos no somos puramente consumidores de recursos, que el bienestar no se reduce al placer y que el valor de las múltiples especies biológicas no se limita a su utilidad para la especie humana (Hargrove, 1989; Rozzi, 1997a, b).
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La preservación de la naturaleza.
Ética ambiental: raíces y ramas latinoamericanas
Como consecuencia del utilitarismo y la unidimensionalidad de la ética anterior, naturalistas y filósofos criticaron tempranamente el trato hacia las colonias (Capítulo I). En el siglo XVIII, el filósofo alemán Herder criticaba el trato de las colonias como meros proveedores de recursos naturales al servicio del optimismo y la euforia de la Ilustración Europea y exigía, en cambio, reconocer la diversidad cultural. Criticaba la visión de la Ilustración como un grado superior de civilización, cuestionaba la noción de progreso que implicaba avanzar hacia una única “Cultura Universal” inspirada por la sociedad europea moderna y recomendaba hablar de “culturas” en plural. Demandaba un respeto por la diversidad de culturas que requería entender a cada cultura en sus propios términos y frente a los optimistas de la modernización y la sociedad industrial, Herder criticaba: ¿Podrían ustedes nombrar algún lugar donde los europeos hayan llegado sin una codicia ilimitada, palabras con doble intención, formas violentas de opresión, enfermedades y regalos fatales? Europa no debiera connotarse como la más sabia región de la tierra, sino como la más arrogante, agresiva y orientada hacia el dinero: lo que ha entregado a los pueblos de otras regiones no es civilización sino la destrucción de sus propias culturas (Herder, 1793 en Gare, 1998).
La perspectiva multicultural de Herder expresa cómo los seres humanos no somos todos codiciosos, arrogantes, agresivos u orientados hacia el dinero. Tales características son propias sólo de un momento histórico y de un modelo social muy particular de la modernidad europea. Herder denuncia que sólo algunos seres humanos son codiciosos, egoístas y arrogantes. Esta afirmación posee un valor enorme puesto que nos libera de un fatalismo o una desesperanza que considera a los seres humanos como intrínsicamente dañinos para la diversidad biológica y cultural. Tal clarificación recupera la riquísima diversidad cultural y de valores que también existe dentro de la civilización occidental, donde frailes como Bartolomé de las Casas defendieron las causas indígenas en América (Recuadro X.4) o filósofos europeos como Giordano Bruno, que amaron la identificación con la naturaleza hasta el punto de ser quemados en la hoguera debido a su disidencia con las estructuras de pensamiento y poder dominantes. En Norteamérica, los pensadores trascendentalistas Ralph Waldo Emerson (1803-1882) o Henry David Thoreau (1817-1862), iniciaron el movimiento de preservación de la naturaleza apelando a su valor intrínseco más que a sus beneficios económicos (Sagoff, 1995). Frente al derroche de los colonos norteamericanos, Thoreau sostuvo tenazmente que es posible vivir con muchas menos posesiones que aquellas a las que aspiraba la emergente sociedad industrial materialista del Nuevo Mundo. Más tarde, John Muir (1838-1914) condenaría a los “d e s t ru c t o re s de templos, devotos de la codicia y el saqueo comercial, quienes en vez de alzar sus ojos al Dios de las Montañas, los alzan al Dólar Rozzi R. 2001. Éticas ambientales latinoamericanas: raíces y ramas. En “Fundamentos de Conservación Biológica: Perspectivas Latinoamericanas”, Primack, R., R. Rozzi, P. Feinsinger, R. Dirzo & F. Massardo , pp. 311-362. Fondo de Cultura Económica, México.
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Todopoderoso”. Muir rechazaba, a la vez, la concepción que el hombre debía dominar la naturaleza porque “ella tiene valor en sí misma y no sólo para servir a los seres humanos”; esto es, la biodiversidad posee un valor intrínseco (en Norton, 1991). La perspectiva de Muir es problemática porque ha originado una aproximación denominada preservacionista que, al igual que la posición antropocéntrica, establece una dicotomía entre los seres humanos y el resto de la naturaleza, sólo que en este caso se privilegia al resto de las especies biológicas. Por tal razón esta aproximación se denomina como biocéntrica. Una de las consecuencias negativas de esta polarización es que ha motivado la exclusión de los seres humanos de muchas áreas protegidas. Tal exclusión es problemática en ecosistemas que tienen una historia de interacciones con poblaciones humanas (Callicott y Nelson, 1998), a la vez que deteriora el bienestar social de aquellas poblaciones e impide que éstas mantengan sus formas tradicionales de subsistencia (Toledo y Castillo, 1999).
Recuadro X.4. Derechos humanos y medio ambiente Hernán Neira
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Los argumentos legales y morales son dinámicos, y nuevas conceptualizaciones pueden ofrecer sólidos fundamentos para la protección del medio ambiente. En este recuadro se describirá brevemente el desarrollo histórico de la noción de derechos humanos, que en sus expresiones más recientes incorporan el derecho a un medio ambiente ecológicamente íntegro, no sólo para los seres humanos, sino también para todos los seres vivos. En la Antigüedad Clásica no hubo declaraciones universales de derechos humanos, sino que estos derechos existieron de modo distinto al actual y sin declaraciones que los definieran. Se considera habitualmente que la Carta Magna firmada por el rey de Inglaterra Juan Sin Tierra en 1215 constituye la primera declaración de derechos humanos moderna. En ella la nobleza y el clero obtienen de Juan Sin Tierra un compromiso de respeto para una serie de garantías individuales y materiales. Posteriormente, la conquista de América puso en contacto a
pueblos de muy distinto tipo, produciéndose un vínculo que tardó mucho en ser comprendido y normado. Los conquistadores europeos definieron ciertos derechos para los indígenas, los que no fueron necesariamente respetados. Durante el primer tercio del siglo XVI religiosos y filósofos, como los sacerdotes Bartolomé de las Casas o Francisco de Vitoria, fundándose en una concepción del derecho natural de inspiración católica, declaraban el derecho a la libertad de los indígenas y el derecho a resistir guerras injustas, como las que frecuentemente hacían los españoles a los antiguos habitantes americanos. Tanto la Carta Magna como algunas declaraciones relativas a los derechos de los indígenas americanos pueden ser clasificadas dentro de la llamada “primera generación” de derechos humanos, que está constituida por los derechos civiles y políticos, tales como el derecho a la vida, a la libertad y a la asociación. Su formulación más coherente ocurrió
Rozzi R. 2001. Éticas ambientales latinoamericanas: raíces y ramas. En “Fundamentos de Conservación Biológica: Perspectivas Latinoamericanas”, Primack, R., R. Rozzi, P. Feinsinger, R. Dirzo & F. Massardo , pp. 311-362. Fondo de Cultura Económica, México.
entre los siglos XVI y XVIII, y en su fundamentación filosófica se pueden distinguir dos tendencias. Por una parte, la representada por el filósofo inglés John Locke (1632-1704), quien sostiene que la sociedad debe garantizar los derechos individuales, pues éstos se originan en el estado de naturaleza —por lo tanto, al Estado sólo le corresponde reconocerlos y promoverlos— (véase el Tratado sobre el Gobierno Civil, 1690). Por otra parte, el filósofo francés Jean Jacques Rousseau (1712-1778), sostiene que en el estado de naturaleza el hombre perecería si no cambiara su forma de ser. Por lo tanto, todos los derechos ciudadanos se deben al contrato social y se subordinan a éste (véase El Contrato Social, 1762). La primera generación de derechos humanos está recogida en la Declaración de Derechos del Hombre y del Ciudadano de 1789 y en la Declaración de Universal de Derechos Humanos de 1948. Cabe destacar que ya durante la Revolución Francesa hubo quejas en el sentido de que se hablaba de derechos del “hombre” (droits de l´homme) y no del hombre y de la mujer. Para evitar una posible fuente de discriminación, hoy se prefiere el término “derechos humanos”, válido para cualquier sexo. La “segunda generación” de derechos humanos la constituyen los derechos sociales y económicos. Algunos autores estiman que estos derechos no tienen un fundamento natural, puesto que no son inalienables y tienen un carácter derivado; esto es, no pertenecen a cada hombre independientemente de su voluntad, sino que derivan de decisiones vitales tales como el tipo y cantidad de trabajo que cada cual quiera realizar, de modo que la sociedad no tiene la obligación de garantizarle un mínimo de bienestar. Esos derechos han sido recogidos en declaraciones recientes, como el Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales, propuesto por las Naciones Unidas en 1966 y que entró en vigencia en 1976. En esta declaración los Estados firmantes se obligan a garantizar, entre otras cosas, “un salario equitativo e igual por trabajo de igual valor, sin distinciones”, “la higiene y la seguridad en el trabajo” y el “derecho de toda persona a fundar sindicatos”. Algunos de los derechos de segunda generación, como la abolición de la esclavitud, son corolario de otros de la primera generación, aunque referidos al ámbito más directamente ligado al tra-
bajo, de ahí que pueda discutirse si propiamente son derechos aparte o un capítulo de otros más relevantes. Sin embargo, algunos movimientos sociales, especialmente de izquierda, consideran que sin los derechos de segunda generación, los de primera son abstractos e inútiles. En esa perspectiva fue enunciada, en 1947, la Carta Internacional Americana de Garantías Sociales, que enumera los derechos del trabajador. Una situación paradójica se produce con la “tercera generación” de derechos humanos (véase Haarscher, 1993). Éstos están referidos al medio ambiente, y pueden abarcar desde el derecho a vivir en un ambiente libre de contaminación (véase, por ejemplo, la Constitución de la República de Chile), hasta el supuesto que todos los seres vivos, y no sólo los humanos, poseen derechos. Esta terc e r a g e neración es la más polémica de todas, pues se le critica que carece de sujeto nítido que reivindique su derecho y al mismo tiempo no existe un objeto claro sobre el cual reivindicarlo. ¿A qué sujeto individual, colectivo o político le corresponde reclamar, por ejemplo, por la destrucción de la capa de ozono? ¿A quién hacerle la exigencia? ¿Qué autoridad se pronuncia sobre la validez del reclamo? ¿Dónde comienza y dónde concluye el objeto “capa de ozono” y en qué umbral se fija su carácter de “destruida por la contaminación”? Los especialistas coinciden en que sin un sujeto de derecho, sin un objeto de derecho y sin una autoridad que castigue la transgresión, no existe propiamente un derecho, sino sólo una convención moral. Con todo, cada día se tiende a flexibilizar más los conceptos jurídicos para acoger en ellos los problemas ambientales. Caso especial es el relativo a si los animales no-humanos son sujetos de derecho y dignos de consideración moral, como proclaman las corrientes filósoficas de Liberación Animal y Derechos Animales (véase Kwiatkowska e Issa, 1998). Esta postura es resistida por la conciencia jurídica tradicional, de modo que los derechos de los animales podrían ser clasificados en una cuarta generación de derechos, ya no humanos, sino general de los seres vivos. Podemos concluir que el concepto de derechos humanos se ha ido constituyendo poco a poco y que sus características, aun cuando se les declare inalienables, se han ido fijando y completando con
Rozzi R. 2001. Éticas ambientales latinoamericanas: raíces y ramas. En “Fundamentos de Conservación Biológica: Perspectivas Latinoamericanas”, Primack, R., R. Rozzi, P. Feinsinger, R. Dirzo & F. Massardo , pp. 311-362. Fondo de Cultura Económica, México.
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el paso del tiempo. Los cambios culturales y sociales, aunque lentos, imponen exigencias a juristas, filósofos y políticos. Eso sucedió con algunos derechos hoy considerados evidentes, como la libertad y la vida, que parecían absurdos cuando en numerosos países aún estaba vigente la esclavitud. Por ello, cabe pensar que, tal vez con modificaciones, los derechos de segunda y tercera generación se irán asentando en la conciencia jurídica, cultural y política de la humanidad, siendo probable que en algunas décadas se les pueda considerar como algo evidente.
Frailes como Francisco de Vitoria, Bernardino Sahagún, Bartolomé de Las Casas y Domingo de Santo Tomás reaccionaron inmediatamente a comienzos del siglo XVI contra el trato brutal hacia los indígenas americanos, logrando que Carlos V condenara las encomiendasen 1520. El reconocimiento de los indígenas como seres humanos racionales y libres representa una primera superación del eurocentrismo, al extender los derechos humanos básicos más allá de los conquistadores.
Ética ecocéntrica. Como reacción a la perspectiva antagónica entre seres humanos y naturaleza surgió la ética ecocéntrica, que considera a los seres humanos como componentes de los ecosistemas. Esta ética promueve una consideración moral por todas las especies que constituyen las comunidades biológicas, incluyendo entre ellas al Homo sapiens (Callicott, 1989). Esta visión prevalece en las culturas indígenas americanas y en las ciencias ecológicas fue cobrando fuerza desde mediados del siglo veinte con la Ética de la Tierra formulada por Aldo Leopold (1949). Leopold propuso a los “conquistadores europeos en América” un cambio fundamental en su actitud con la naturaleza: dejar de ver a la Tierra como un bien que nos pertenece y considerar, en cambio, a la Tierra como una comunidad a la que pertenecemos. Esto estimula un giro ético “desde conquistadores de la naturaleza hacia miembros de la comunidad de seres vivos”. Así, Leopold invita a establecer una nueva forma de relación con la naturaleza que se parece más a la establecida por las culturas indígenas y que puede ser interpretada también como el resultado de un proceso evolutivo:
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La primera ética trató de la relación entre individuos..., más tarde se incorporó la relación entre los individuos y la sociedad...; actualmente, no existe todavía una ética que trate de la relación entre el hombre y la tierra, los animales, y las plantas que crecen en ella .... La extensión de la ética a este tercer elemento en el ambiente humano es una posibilidad evolutiva y una necesidad ecológica. Rozzi R. 2001. Éticas ambientales latinoamericanas: raíces y ramas. En “Fundamentos de Conservación Biológica: Perspectivas Latinoamericanas”, Primack, R., R. Rozzi, P. Feinsinger, R. Dirzo & F. Massardo , pp. 311-362. Fondo de Cultura Económica, México.
En Noviembre de 1992, después de un amplio debate, la Sociedad Norteamericana de Ingenieros Forestales introdujo en su código de ética profesional un artículo conocido como “ética de la Tierra”. Este artículo se ha constituido en el primero del código y establece que los miembros de esta sociedad deben abogar por prácticas de manejo forestal consistentes con principios ecológicos y de conservación.
Ética ambiental: raíces y ramas latinoamericanas
Hacia una ética que integre el bienestar social y la conservación biocultural. La ética de la Tierra integra a los seres humanos y la naturaleza. De esta manera, por una vertiente científica Leopold arriba a una noción ética similar a la albergada por etnias amerindias como los quechuas o los mapuche, para quienes la Madre Tierra (Pacha Mama o Ñuke Mapu, respectivamente) expresa que la tierra no es un bien que nos pertenezca, sino que nosotros pertenecemos a ella tanto como el agua, el suelo, el aire, las plantas, los animales y todos los seres que en ella habitamos. Estas nociones resuenan, a su vez, con algunas raíces de la filosofía y la religión occidental, donde encontramos en la Teogonía de Hesíodo una genealogía en que toda la naturaleza, incluidos los seres humanos, descendemos del Padre Cielo y la Madre Tierra. Para los filósofos presocráticos —tal como para los quechuas o los mapuches— los elementos esenciales eran el agua, el aire, el fuego y la tierra. Este último, la tierra, es también el elemento del cual el primer hombre y la primera mujer son creados en el Génesis bíblico y todos los seres vivos son igualmente creaciones de Dios. La variedad de concepciones análogas acerca de la naturaleza que aparecen, desaparecen y reaparecen a través de la historia y la geografía humana sugieren que el progreso en los modos de conocer y de habitar el planeta no es un proceso lineal. Tal como sugieren los términos “ricerca” (en italiano) o “research” (en inglés), la indagación científica parece ser un constante “re-buscar”, un proceso circular de ir observando desde distintos puntos de vista a la naturaleza y a nosotros mismos dentro de ella (Rozzi, 2002b). Análogamente, nuestros hábitos de vida y nuestras éticas ambientales van variando en este círculo. La concepción de círculos culturales dinámicos con variadas ciencias y éticas ambientales, contrasta con el afán de progreso y “modernización” que se impone hoy en nuestros países latinoamericanos bajo la unidimensional mirada centrada en el crecimiento económico (Rozzi, 1998). Confrontados con la globalización económica debemos considerar los procesos políticos y las relaciones de poder entre etnias, culturas, grupos socio-económicos y naciones que continúan eliminado o negando la riquísima diversidad cultural y sus modos de relación con el medio ambiente. La extensión ética de Leopold es, por lo tanto, insuficiente respecto al reconocimiento y análisis de las causas de la erradicación de la diversidad cultural. Para satisfacer las demandas éticas, ecológicassociales y se requiere para un giro ético de respeto intercultural. Rozzi R. 2001. Éticas ambientales latinoamericanas: raíces y ramas. En “Fundamentos de Conservación Biológica: Perspectivas Latinoamericanas”, Primack, R., R. Rozzi, P. Feinsinger, R. Dirzo & F. Massardo , pp. 311-362. Fondo de Cultura Económica, México.
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El valor de la diversidad biológica
En suma, la noción de pertenencia a una comunidad biótica es necesaria pero no suficiente para una ética ambiental latinoamericana. Como expresa el poeta mapuche Lorenzo Aillapán (2001), Leftraru o Lautaro era el descendiente de la veloz ave “traro”, a la vez que el veloz guerrero que ha impedido la sumisión del pueblo mapuche a los conquistadores españoles. En esta visión, los mundos bióticos y culturales están indisolublemente integrados. Los biólogos de la conservación debemos abogar por la apertura de espacios conceptuales y físicos donde puedan expresarse los diversos conocimientos y éticas ambientales. La esencial interrelación entre los problemas sociales y ecológicos (Capítulo XXII) demanda incorporar en la ética ambiental latinoamericana una ética de la justicia social y priorizar los valores de la solidaridad y la equidad. Es indispensable integrar los derechos humanos con los de medio ambiente (Recuadro X.4). No basta con una aproximación naturalista como la ética de la Tierra norteamericana, sino que debemos considerar tanto los referentes culturales y políticos como los referentes naturales para indagar, juzgar y construir nuestras éticas ambientales. La ecología social postula que las formas de dominio o explotación de la naturaleza reproducen formas de explotación del hombre por el hombre (Bookchin, 1990). Los pensadores ecofeministas interpretan el abuso de la naturaleza como una proyección de la forma de relación establecida entre el hombre y la mujer en nuestra sociedad patriarcal (Merchant, 1989; Warren, 1999). En síntesis, nuestras formas de relaciones sociales están íntimamente emparentadas con las formas de relación que establecemos con la naturaleza.
Éticas ambientales y arte en América Latina
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La mirada artística ha sabido integrar las dimensiones ecológicas, sociales e históricas de los problemas y los valores del Nuevo Mundo. El mundo precolombino y los posteriores cambios históricos en las relaciones con el ambiente han motivado la búsqueda plástica de numerosos muralistas, pintores, escultores, como también músicos y escritores latinoamericanos (Figura X.8). A comienzos del siglo XX, el escritor guatemalteco Miguel Ángel Asturias denunciaba cómo el proceso de destrucción de la tierra hiere el profundo nexo entre los hombres y el maíz, entre la cultura y su tierra. Luego de traducir el Popol Vuh (1939), Asturias (1953) se inspiró en este relato maya para escribir la novela Hombres de Maíz, donde conecta las creencias maya a los sucesos modernos de su país. En Chile, a mediados del siglo XX, el poeta Pablo Neruda cantaba a los paisajes y hombres americanos, criticando el proceso histórico iniciado por los conquistadores españoles e invitando a establecer formas de relación más sensibles a la rica naturaleza ecocultural del Nuevo Mundo. Su Canto General (1950) se inicia con los versos de una desolada imagen que recorre la historia y geografía de América: Rozzi R. 2001. Éticas ambientales latinoamericanas: raíces y ramas. En “Fundamentos de Conservación Biológica: Perspectivas Latinoamericanas”, Primack, R., R. Rozzi, P. Feinsinger, R. Dirzo & F. Massardo , pp. 311-362. Fondo de Cultura Económica, México.
Ética ambiental: raíces y ramas latinoamericanas
Figura X.8 El arte constituye una de las expresiones culturales que integra las dimensiones ecológicas y sociales en su trabajo. Oscar Concha trabaja con leña y otros fragmentos en la composición de sus esculturas. (Fotografía de Livia Marin-Firmani, Archivo Parque Etnobotánico Omora Isla Navarino, Chile).
Antes de la peluca y la casaca fueron los ríos, ríos arteriales; fueron las cordilleras, en cuya onda raída el cóndor o la nieve parecían inmóviles; fue la humedad y la espesura, el trueno sin nombre todavía, las pampas planetarias. El hombre tierra fue, vasija, párpado del barro trémulo, forma de la arcilla, fue cántaro caribe, chibcha, copa imperial o sílice araucana... Nadie pudo recordarlas después: el viento las olvidó, el lenguaje del agua fue enterrado... Desde la paz del búfalo hasta las azotadas arenas de la tierra final, en las espumas acumuladas de la luz antártica... Tierra mía sin nombre, sin América, estambre equinoccial, lanza púrpura, tu aroma me trepó por las raíces hasta la copa que bebí hasta la más delgada palabra aún no nacida. Neruda abre su canto con “el hombre de tierra, barro trémulo o arcilla”, “el olvidado lenguaje de los ríos arteriales y las aguas” y un “aroma que trepa desde las raíces de su árbol” para mirar integradamente la naturaleza y los pueblos americanos desde la nórdica tierra de los búfalos hasta el marino extremo antártico. En este capítulo podemos apreciar cómo algunas metáforas tales como “de arcilla, del agua y del árbol” se cantan reiteradamente en los Rozzi R. 2001. Éticas ambientales latinoamericanas: raíces y ramas. En “Fundamentos de Conservación Biológica: Perspectivas Latinoamericanas”, Primack, R., R. Rozzi, P. Feinsinger, R. Dirzo & F. Massardo , pp. 311-362. Fondo de Cultura Económica, México.
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lenguajes poéticos indígenas y castellanos, en religiones y filosofías de distintas regiones, como también en las ciencias ecológicas y evolutivas. Así podemos intentar la comunicación entre las ramas de un árbol de diversos lenguajes, cuyos cantos anhelan, sin embargo, nociones éticas y cognitivas comunes a las distintas disciplinas y culturas. Recientemente los científicos han comenzado a interesarse por la indagación de los valores estéticos de la diversidad biológica (Recuadro X.5). Sin embargo, la aproximación científica es todavía muy incipiente puesto que el análisis estético se basa fundamentalmente en aproximaciones de la economía de mercado donde la valoración de las especies depende del “gusto” de las personas encuestadas. Tal como se advierte en las poesías de Neruda o Lienlaf, el sentido estético no se reduce a la “belleza” o “fealdad” de las especies, medida por el gusto de ciertos grupos de personas en determinados momentos históricos, sino que la búsqueda artística apunta hacia una comprensión de las especies inmersas en sus interacciones ecológicas para construir una apreciación estética de las estructuras y procesos ecosistémicos de los que formamos parte. Esta percepción estética se despliega dentro de un sistema de nociones y búsquedas de sentido plástico, filosófico e histórico donde las especies participan de múltiples relaciones ecológicas, sociales y culturales. “La sabiduría silenciosa de quien habla el lenguaje del agua” como señalaba el poeta Lienlaf, se expresa cuando se logran las condiciones de autonomía, equidad y subsistencia. Por lo tanto, para una genuina ética ambiental latinoamericana es indispensable integrar las dimensiones ecológicas, culturales y sociales, tal como canta el poeta Esteban Gumucio (1978): Me gustan las flores, las que florecen en todos los caminos, pequeñas flores sin destino. Me gustan las simples cosas de siempre, los días y las noches que nacen y se mueren. Me encantan los pequeños gestos humanos, el hombre y la mujer tomados de la mano, el niño y la niña, y la mañana y el sol que se cuela por la ventana… Me gustan los desiertos y las selvas, las playas soleadas, las fuertes marejadas y la altura. Y me gusta esta fuerte nervadura de la vida, el campo, las ciudades, las moradas compartidas y la gente, sus dolores y alegría, su palabra y la lucha sostenida codo a codo por un mundo más humano para todos.
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En términos poéticos, los artistas latinoamericanos contribuyen a la apreciación ética de la diversidad biológica y cultural, luchando además Rozzi R. 2001. Éticas ambientales latinoamericanas: raíces y ramas. En “Fundamentos de Conservación Biológica: Perspectivas Latinoamericanas”, Primack, R., R. Rozzi, P. Feinsinger, R. Dirzo & F. Massardo , pp. 311-362. Fondo de Cultura Económica, México.
“codo a codo” con todos los involucrados en la práctica de la conservación biológica, cuyo afán es un bienestar equitativo para todas las personas y todos los seres que participan en “esta fuerte nervadura de la vida”. El trabajo artístico agudiza la percepción requerida para detectar y valorar la diversidad biocultural. Así ofrece miradas que inspiran éticas y modos de conocer que diversifican y transforman unidimensionalidad cultural imperante en políticas que se globalizan hoy aceleradamente. Tal unidimensionalidad prevalece incluso en ciertas perspectivas éticas (cuando se reducen a una aplicación simplista, científicas orientadas por criterios tecnológicos carentes de cuestionamiento) y artísticas (cuando se basan en moldes fijos de producción en serie). Para la superación de este “efecto sombra” provocado por la unidimensionalidad de los discursos dominantes, las laboriosas búsquedas artísticas y sus variadas expresiones ofrecen “claros culturales y sociales” necesarios para la germinación de las éticas ambientales que laten en “las ciudades y el campo, los desiertos y las selvas, las alturas y los mares” a lo largo del continente americano.
Ética ambiental: raíces y ramas latinoamericanas
Interrelaciones entre ciencia y ética Pedro Feinsinger (2001) define la biología de la conservación como “el campo de estudio y de acción para un manejo del paisaje que atenúe los impactos humanos negativos durante el breve paso de nuestra especie por el planeta”. Esta definición trae consigo un giro fundamental para la práctica de la ecología: ¡no basta con describir los ecosistemas (labor científica), sino que los ecólogos deben promover además su conservación (afán ético)! Este giro conlleva una integración entre la ecología básica y aplicada. Este giro demanda también recuperar el vínculo entre ciencia y ética. Recuperar, porque la disociación entre los modos de conocer (ciencia) y de vivir (inspirados y modulados por éticas), ocurrió sólo recientemente en nuestra cultura occidental. La separación entre hechos y valores, la distinción entre “conocimiento objetivo” y “moral subjetiva” se instalaron como paradigma dominante entre los científicos durante el siglo pasado, como expresión de la prevalencia del empiricismo (Recuadro X.6). Las relaciones recíprocas entre los modos científicos de comprender y las actitudes éticas en nuestro trato con la naturaleza y sus diversos seres vivos determinan un vínculo ético esencial entre las ciencias ecológicas-evolutivas y la práctica de la biología de la conservación. Estas relaciones son recíprocas puesto que los diversos conceptos culturales y sus prácticas éticas influyen, a su vez, en los modos en que observamos e interpretamos el mundo natural bajo diversos lentes (Rozzi, 1999). Esta profunda unidad entre la ciencia y la ética, aquella entre los modos de conocer y de habitar en el mundo natural, se manifiesta en múltiples cambios de paradigmas en las ciencias occidentales. Por ejemplo, la concepción dualista de René descartes matemático y filósofo fundador de la ciencia moderna distingue Rozzi R. 2001. Éticas ambientales latinoamericanas: raíces y ramas. En “Fundamentos de Conservación Biológica: Perspectivas Latinoamericanas”, Primack, R., R. Rozzi, P. Feinsinger, R. Dirzo & F. Massardo , pp. 311-362. Fondo de Cultura Económica, México.
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entre espíritu y materia, proveyendo de espíritu sólo a los “hombres”. En los inicios de la modernidad, los seguidores de Descartes estaban convencidos a tal punto de sus ideas mecanicistas, que en la calle pateaban perros y otros animales como evidencia de que éstos constituirían máquinas vivientes –meros autómatas- con respuestas completamente predecibles (Rozzi, 2002). Esta concepción científica ha estimulado un abismo ético entre los humanos y las demás especies que ha justificado hasta nuestros días insensibles experimentos con animales, tales como los conejillos de Indias o los monos utilizados para pruebas de vacunas. Actualmente, con una concepción cartesiana, los pollos y otros animales son “producidos” en la industria agropecuaria en jaulas que impiden su movimiento para que no pierdan peso y alimentados con hormonas que aceleran su crecimiento (Figura X.9).
FIGURA X.9 En la actualidad 13 000 millones de pollos viven enjaulados e inmovilizados mientras son alimentados con hormonas y antibióticos (FAO, 2000). En la década de los setenta el movimiento de Liberación Animal remeció a la opinión pública llamando la atención acerca del tratamiento que se da a los vertebrados domésticos como cerdos, vacunos o pollos, que son capaces de sentir dolor y placer, pero que son manipulados sin ninguna consideración ética en los criaderos (véase Singer, 1975). Desde entonces, los biólogos de la conservación debemos formular y discutir preguntas tales como: ¿es éticamente justo trasladar nuestro modelo de la fábrica a seres vivos sensibles, que como nosotros tienen ojos, cerebro y corazón? (A) Jaulas en un criadero de pollos, (B) pollos vivos antes de la matanza. (Fotografías cortesía de Peter Singer).
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(A)
(B) Continúa página 322
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Recuadro X.5. Cuando la admiración salva vidas: ¿cuál es el valor estético de un animal silvestre? Fernando Milano
Reiteradas veces surgía la pregunta: ¿cuánto vale un jaguar, un pecarí, un zorrino o un flamenco? Un trabajo realizado en Córdoba, Argentina, fue el marco para desarrollar esta inquietud. Debido a la dificultad de responder la pregunta en términos económicos (Hastings, 1986; Hammit et al., 1993), realicé una evaluación del valor estético que la fauna silvestre tiene para los visitantes a la Laguna Mar Chiquita en la provincia de Córdoba (Milano, 1996). Esta es un área protegida, declarada Sitio Hemisférico de la Red Hemisférica de Reservas para Aves Playeras (1994), que combina la avifauna acuática con la fauna típica del Chaco semiárido. En el Centro de Visitantes se consultó sobre las características y preferencias de la fauna a cuatro tipos de visitantes: grupos escolares (nueve a once años), veraneantes, visitantes al centro de interpretación del área protegida y ecoturistas. Las preguntas se presentaron como un cuestionario autoadministrado, indagando sobre el gusto por observar diferentes especies silvestres a lo largo de una excursión. Las opciones de respuesta tenían un valor de cero a cinco: no la conozco (0); no me gusta (1); me gusta un poco (2); me gusta bastante (3); me gusta mucho (4); me gusta muchísimo (5). En todos los grupos encuestados el flamenco fue la especie predilecta. También conocidos como parinas, los flamencos incluyen cinco especies, tres de ellas están en la Laguna Mar Chiquita: el flamenco chileno (Phoenicopterus chilensis), la parina grande (P. andinus) y la parina chica (P. jamesi), siendo el primero el más abundante. Los flamencos eran una de las especies estéticamente (y también culinariamente) predilectas en la antigua Roma. Como puede verse, el flamenco constituye una especie idiosincrática de Sudamérica, a la vez que una especie carismática en la cultura occidental.
Las especies de amplia distribución mundial que son consideradas tradicionalmente bellas o atractivas por nuestra cultura de fuerte influencia europea —flamencos, mariposas, patos, liebre, tortugas, águilas y garzas— tuvieron los puntajes más altos para los escolares (entre 4.33 y 3.92). Los carnívoros (zorro, puma, gato montés) y dos roedores sudamericanos (cuis y carpincho, este último el roedor de mayor tamaño en el mundo), constituyeron el segundo grupo en puntaje de preferencias (entre 3.76 y 3.45). Un tercer grupo (entre 3.25 y 2.87) correspondió a especies peligrosas o frecuentemente consideradas desagradables (víboras, quirquincho, insectos, comadreja, zorrino, lagartos y sapos). En último lugar (entre 2.27 y 1.21), se ubicaron especies autóctonas poco conocidas u observadas (corzuela, jaguar, pecarí, chorlos, hurón), que el 40% de los encuestados desconocía. En los otros grupos sólo debían contestar esta pregunta aquellas personas particularmente interesadas en conocer la naturaleza: 50, 70 y 100% de los veraneantes, visitantes al centro y ecoturistas, respectivamente. Los veraneantes mostraron mucho desconocimiento o baja valoración de especies regionales típicas (chorlos, pecarí), denotando escaso contacto con la reserva, pero destacaron especies tradicionalmente consideradas bellas (por ejemplo, garzas, flamencos y mariposas). Los ecoturistas valoraron también estas últimas; sin embargo, mostraron aprecio por especies típicamente regionales. Entre ellas el zorrino, el carpincho, la corzuela, el gato montés, los chorlos, la tortuga, los lagartos y el pecarí, como también por aquellas que generan sensaciones de movimiento y emoción, como el águila, el puma, el jaguar y el zorro (Rolston III, 1987). Los visitantes al centro aparecieron como una transición entre ambos grupos.
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Los flamencos, el coypo y el ñandú merecieron algunas consideraciones adicionales: las dos primeras son emblemáticas del lugar, la primera por su abundancia y colonias de nidificación y la segunda por la cantidad de criaderos y la industria peletera derivada que hay en la zona. El ñandú tuvo un alto puntaje en los cuatro grupos, probablemente debido a su fisonomía y protagonismo histórico. Los tres grupos encuestados mostraron también gran afinidad por las aves poco frecuentes y de difícil observación, remarcando la gran motivación que genera la rareza. En cambio, algunas especies caracterizadas como temibles o desagradables —serpientes, comadreja, anfibios— tuvieron bajos puntajes para los tres grupos. Este trabajo permitió dar una serie de recomendaciones a través de las cuales el valor estético se presentó como una herramienta que permite: — Incorporar en proyectos de educación formal y no formal la importancia ecológica de especies poco valorizadas o desconocidas, así como la difusión de estas últimas, resaltando su valor estético y promoviendo su uso apreciativo. — Evaluar cuantitativamente la evolución de estos proyectos educativos luego del diagnóstico inicial, ya que las valoraciones poseen un puntaje. — Utilizar las especies más valoradas como forma
de promoción de áreas naturales y como vía de sensibilización del público contra la caza furtiva, el comercio ilegal o la destrucción de hábitats. — Promover la difusión de las especies más apreciadas a través de la venta de recuerdos y souvenirs (vestimenta, pósters, etc.), mecanismo que genera ingresos y hace partícipe al visitante. — Valorar los hábitats a través de las especies que los habitan. En un trabajo sobre los valores de la biodiversidad, Paul y Anne Ehrlich (1992) consideran cuatro valores fundamentales: éticos, estéticos, económicos directos y económicos indirectos. La belleza natural genera, sin duda, un nivel de satisfacción espiritual más allá del marco en el que se experimente. En el contexto recreativo y turístico los valores estéticos pueden convertirse en económicos, lo cual es de particular importancia para especies que no pueden ser utilizadas de manera extractiva. En 1991 los estadounidenses gastaron más de 18 000 millones de dólares para observar, fotografiar y alimentar fauna silvestre. Si logramos abrir caminos para que la belleza natural sea descubierta, habremos podido fundir los valores estéticos, éticos y económicos en una combinación vital para muchas especies para las cuales, probablemente, no haya otra salida.
El flamenco fue la especie predilecta de escolares y turistas que visitan la Laguna Chiquita en Córdoba, Argentina. Entre las tres especies de flamencos que llegan a la Laguna Mar Chiquita, la más abundante es el flamenco chileno (Phoenicopterus chilensis),fotografiado aquí en la Bahía de Samborombón, Provincia de Buenos Aires. (Fotografía de Alfredo Balcarce).
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Preferencias estéticas por especies o grupos de especies silvestres para los veraneantes, visitantes al centro, ecoturistas y escolares (orden decreciente según medias del grupo “veraneantes”) GRUPOS ENCUESTADOS Veraneantes
ESPECIES Flamencos Mariposas Garzas Ñandú Coypo Águilas Quirquincho Corzuela Tortuga Patos Puma Zorro Liebre Jaguar Gato montés Carpincho Cuis Insectos Pecarí Lagartos Chimango Chorlos Víbora no venenosa Hurón Zorrino Comadreja Sapos y ranas Víbora venenosa
Puntaje 4.30 3.78 3.76 3.70 3.66 3.51 3.46 3.39 3.33 3.33 3.32 3.22 3.18 3.18 3.13 3.06 2.95 2.72 2.71 2.66 2.63 2.62 2.53
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Visitantes al Centro Puntaje Ranking 4.45 1 4.03 8 4.21 2 4.08 6 3.72 11 4.11 4 4.11 4 3.67 13 3.64 14 3.71 12 3.60 15 3.44 19 3.44 19 3.53 16 3.73 10 3.50 17 3.15 24 3.43 21 2.86 30 2.89 29 2,94 28 3.21 23 2.54 31 3.12 3.06 3.03 2.53 2.03
25 26 27 32 33
Ecoturistas
Escolares
Puntaje 4.89 3.89 4.53 4.66 4.16 4.89 4.47 4.47 4.32 4.38 4.71 4.68 3.79 4.66 4.42 4.50 3.92 3.13 4.24 4.29 3.68 4.42 3.7
Ranking 1 25 10 5 22 1 12 12 18 17 3 4 27 5 15 11 24 33 20 19 30 15 29
Puntaje 4.30 4.19 3.92 4.07 3.20 3.95 3.12 2.27 4.02 4.10 3.71 3.76 4.06 2.25 3.56 3.45 3.45 3.10 2.04 2.95 1.98 1.63 3.25
Ranking 1 2 8 4 15 7 16 22 6 3 10 9 5 23 11 12 13 17 24 20 25 26 14
3.79 4.55 3.84 3.68 3.58
27 9 26 30 32
1.21 2.98 3.00 2.87 S/dato
27 19 18 21 -
Nombres científicos: ñandú (Rhea americana); coypo (Myocastor coypus); quriquincho ( Chaetophractus vellerosus); corzuela (Mazama gouazoubira); liebre (Lepus capensis), gato montés (Felis geoffroy); carpincho (Hydrochoreis hydrochaeris), cuis (Microcavia australis), chimango (Milvago chimango - Falconidae); hurón (Galictis cuja); comadreja (Didelphis alviventris).
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Recuadro X.6 Diversos paradigmas científicos para los biólogos de la conservación Ricardo Rozzi
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Una de las mayores dificultades para abordar en nuestras academias -en particular en la enseñanza de las ciencias biológicas- los complejos problemas ecosociales que afectan a Latinoamérica radica en la disociación entre ciencia y ética, entre los modos de vivir y los modos de conocer el mundo. Para un antropólogo o un psicólogo las interconexiones entre las esferas cognitivas y prácticas pueden ser obvias. En cambio, en la enseñanza y práctica de los biólogos estos vínculos rara vez se tratan, y generan la ilusión de estar tomando datos y describiendo fenómenos que están más allá del investigador. De esta manera se disocian las esferas de la vida profesional y de la vida personal. El trabajo pasa frecuentemente a ser concebido como una tarea puramente técnica. Para facilitar la comprensión de las dimensiones que son omitidas con esta “aproximación técnica” y analizar las influencias recíprocas entre la cultura y las ciencias ecológicas y evolutivas, ilustraré cómo varía el estudio de las interacciones de un colibrí y sus flores desde distintas perspectivas científicas que han adquirido preponderancia en distintas épocas históricas (aunque en realidad siempre han coexistido). Hacia fines de la Edad Media el redescubrimento y la traducción de los trabajos de Aristóteles y otros pensadores de la antigua Grecia sobre historia natural, motivó a los monjes a no restringirse a los textos teológicos y salir a explorar fuera de los monasterios en la búsqueda de respuestas a sus indagaciones sobre los fenómenos naturales (Bowler, 1993). La mirada de los monjes se dirigió entonces con interés hacia la elaboración de cuidadosas descripciones de especímenes vegetales, animales, minerales y se escribieron obras tan importantes como De Vegetabilibus et Plantis y De Animalibus de Alberto Magno (1200-1280). Esta salida de los monasterios para investigar las
propiedades materiales de los seres vivos y entes físicos, gestó una revolución científica que posicionó a los objetos de estudio y a quienes los investigaban fuera del marco puramente teológico y condujo al establecimiento de las universidades y de la ciencia moderna. El nuevo empiricismo centró su atención en la descripción de los objetos materiales y postergó la mirada o la reflexión de los investigadores sobre sí mismos. Por ejemplo, el estudio en las interacciones entre los colibríes y las flores se habría dirigido hacia estos objetos “en sí mismos”, y las estructuras racionales desde las cuales los científicos observaban las aves y las plantas habrían sido omitidas del análisis. La omisión anterior estimuló una segunda revolución científica liderada por filósofos modernos en los siglos XVI y XVII, quienes propusieron que el estudio de los objetos naturales debía incluir tanto a los objetos estudiados (por ejemplo, plantas y aves) como a las estructuras mentales y supuestos cognitivos de quien las estudiaba. Para estos pensadores el contraste entre los astrónomos Tolomeo y Copérnico representaba un caso ejemplar. Tolomeo había concluido que la Tierra era el centro del universo basándose en sus observaciones empíricas al ver girar el sol en torno a la Tierra. Copérnico, en cambio, centró su atención sobre sus reflexiones lógicas y matemáticas para proponer -en contra del sentido común, de los aparentes datos empíricos y de la institucionalidad- que la Tierra giraba en torno al sol. Los científicos modernos copernicanos dirigieron su atención tanto a las estructuras mentales o cognitivas como a los objetos estudiados. Bajo esta concepción, el estudio de los colibríes y las flores ya no trataría de estas aves y plantas en sí mismas sino de los fenómenos que nos representamos de ellos en nuestras mentes.
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Los encuentros que naturalistas de los siglos XVIII y XIX comenzaron a tener en sus exploraciones a través del mundo con culturas contrastantes entre sí y muy diversas de la nuestra, reforzaron la concepción de que nuestras estructuras mentales no dependen sólo de nuestra biología, sino también de nuestra cultura y lenguaje. Se debilitaba así el supuesto moderno de una razón universal para dar paso a una pluralidad posmoderna. Para comprender la paradoja moderna de que “un mismo fenómeno natural” es visto o explicado de manera diferente por distintos culturas o científicos, la perspectiva posmoderna señala que es necesario considerar los contextos culturales y ambientales de cada investigador. Así el estudio de las interacciones entre el colibrí y sus flores incluiría también un concienzudo análisis de los lenguajes con que este fenómeno es observado y descrito. Metáforas evolutivas contrastantes, como por ejemplo la “selección natural” y la “deriva natural”, conllevan mundos culturales distintos y conducen a distintas formas de entender las interacciones entre plantas y animales (Rozzi et al., 1998). Para la biología de la conservación latinoamericana contemporánea, la individualización y caracterización de las sociedades y/o personas que for-
mulan las descripciones y explicaciones de los fenómenos naturales, debiera fortalecer nuestro trabajo en al menos cinco aspectos: (1) una mejor comprensión de las interrelaciones entre los sistemas culturales y ecológicos que subyacen a los diversos modos de conocer y de relacionarse con los ecosistemas regionales; (2) una mejor preparación de los biólogos de la conservación para comprender los diversos conocimientos etnoecológicos y, en consecuencia, para respetar y relacionarse con culturas distintas; (3) una mayor conciencia de los límites de validez de la ciencia occidental contribuiría a prevenir una arrogancia científica frente a formas de conocimiento ecológico tradicional; (4) a nivel personal habría un mayor interés por examinar los vínculos entre nuestro trabajo científico y nuestro modo de vivir, y por contextualizar nuestras aproximaciones científicas con nuestros contextos culturales; (5) una mayor comprensión de que los modos de explicar el mundo natural y habitar en él están esencialmente conectados y que la ciencia occidental —funcional a la sociedad industrial y tecnológica— constituye sólo uno de los sistemas cognitivos y éticos que se despliegan dentro la inaprensible diversidad de modos de mirar y habitar los intrincados paisajes bioculturales de Latinoamérica.
Tres perspectivas científicas que han adquirido preponderancia en distintos momentos en la historia de la ciencia occidental. Pre-Moderna, representa el énfasis en la observación del mundo natural iniciado a fines de la Edad Media. Moderna, incluye al científico quien ya no percibe ni explica seres o procesos naturales en sí mismos sino fenómenos representados en su mente, que pueden o no corresponderse con el mundo material “externo”. PostModerna, enfatiza las influencias de los contextos sociales y culturales sobre las observaciones y explicaciones del científico. Las flechas destacan el carácter bi-direccional de estas relaciones, en que el científico afecta a la vez su medio cultural. El lenguaje y sus metáforas, como selección natural y deriva natural, son elementos claves en estas influencias recíprocas entre los científicos, su sociedad y cultura.
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El valor de la diversidad biológica
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Una alternativa a la filosofía cartesiana emana de la filosofía de David Hume y de la concepción evolutiva de Charles Darwin. El filósofo y el biólogo británicos recuperaron para la cultura occidental una cosmovisión en que el hombre y todos los seres vivos comparten un origen común (Rozzi, 2002). Este sentido de parentesco con todos los seres vivientes estimula un respeto ético que trasciende a las personas humanas para considerar y proteger a las diversas manifestaciones de vida. Inspiradas en esta visión evolutiva y ecológica, en la década de los sesenta, tres valerosas mujeres primatólogas demostraron con su entrega cómo la ciencia y la filosofía ambiental pueden motivar cambios en la percepción y en la acción por la conservación. Jane Goodall, Dian Fossey y Birute Galdikas, dedicaron su vida al estudio a largo plazo de grupos de chimpancés, gorilas y orangutanes, respectivamente. A diferencia de la ciencia cartesiana basada en números, ellas distinguieron individuos entre sus monos. Los observaron y convivieron con ellos por varios años y su investigación arrojó un conocimiento tan refinado acerca de la conducta de nuestros parientes biológicos más cercanos, que rápidamente motivó un compromiso ético en estas tres mujeres. Además de sus estudios primatológicos, ellas comenzaron a dedicar gran parte de su tiempo a la educación y a la política de la conservación. Dian Fossey se involucró a tal punto en la defensa de los gorilas y la destrucción de su hábitat que murió defendiendo a sus monos contra la caza furtiva (Recuadro X.7). Las tres primatólogas nos muestran cómo las personas transforman sus actitudes éticas cuando las ideas acerca de ellas mismas, acerca del mundo y de su relación con él se modifican profundamente (Callicott, 1999). Recientemente, en la década de los noventa la gran difusión científica acerca de la belleza e importancia de los polinizadores ha estimulado el interés por estos organismos y hoy se llevan a cabo proyectos para la conservación de colibríes, palomas, murciélagos y mariposas polinizadoras (Buchmann y Nabhan, 1996). Así, los cambios en la comprensión y percepción de los otros seres vivos y sistemas ecológicos influyen sobre nuestras actitudes éticas hacia ellos y generan también cambios en las políticas ambientales y prácticas productivas. Biólogos latinoamericanos tan notables como Osvaldo Reig, Leon Croizat y Nelson Papavero no sólo han contribuido al conocimiento científico, sino que también han contribuido a forjar la visión que tenemos del mundo y del respeto ético que le debemos. La filosofía ambiental y las ciencias ecológicas proveen de esta manera modelos cognitivos acerca del mundo natural y de nuestra relación con él, contribuyendo a forjar valores y normas morales. A su vez, las transformaciones en los modos de concebir el mundo podrían conllevar sustanciales transformaciones éticas en los modos de una relacionarnos con el mundo, incluyendo las relaciones de los seres humanos entre sí. Por esta razón, a partir de la interrelación entre los modos de conocer y de habitar nuestras realidades individuales, sociales y ecológicas, la filosofía ambiental propone una mayor integración entre las éticas y las ciencias ecológicas y evolutivas (Rozzi, 1999). La ética ambiental permite incorporar en la conservación biológica, cursos y programas de
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investigación acerca de las responsabilidades éticas de los seres humanos con la naturaleza (Goulet, 1996), puesto que ésta constituye el fundamento para el sustento de la vida, incluida la humana. Una aproximación científica que vincula explícitamente a la teoría con la práctica con la vida personal y con la ética, demanda, sin embargo, nuevos modos de hacer ciencia y concebir el conocimiento científico congruentes con los rápidos cambios de paradigmas y teorías que experimentan las ciencias entrado el siglo XXI (Recuadro X.6). La ética ambiental no es simplemente un cuerpo normativo que los biólogos de la conservación deban obedecer como un mandato externo o adoptar como un aditamento profesional. Las teorías científicas y el trabajo de los biólogos de la conservación junto a filósofos, ecólogos, antropólogos, gobernantes, artistas, pescadores y los diversos miembros de la sociedad, van construyendo guías éticas enraizadas en aproximaciones cognitivas para reconocer, analizar y diseñar los múltiples modos. —existentes o posibles— de habitar y valorar los paisajes ecológicos y culturales de cada región en Latinoamérica y el planeta.
Ética ambiental: raíces y ramas latinoamericanas
Recuadro X.7. Tres primatólogas que llegaron a ser activistas Richard Primack
Los seres humanos son los parientes vivientes más cercanos de los grandes monos: chimpancés, gorilas y orangutanes. A pesar de la fascinación ejercida durante siglos, la mayor parte de lo que sabemos de los grandes monos la hemos aprendido en los últimos 35 años. Nuestro conocimiento descansa en gran medida sobre el trabajo pionero de tres primatólogas: Jane Goodall, Dian Fossey y Birute Galdikas. Estas mujeres fueron pioneras en los estudios a largo plazo en sus respectivos temas y eventualmente dedicaron más de su tiempo a los esfuerzos de conservación que sólo al propósito de lograr conocimiento científico. Jane Goodall comenzó su estudio de los chimpancés en 1960 en Gombe, Tanzania. Su trabajo de campo fue rápidamente recompensado. Durante los primeros tres meses ya había sido testigo de actividades que ningún investigador había observado, incluyendo chimpancés comiendo carne que ellos
mismos habían cazado y extrayendo termitas de sus nidos usando hojas de pasto arrancado. Este último hallazgo causó sensación: fue el primer ejemplo de un animal distinto al humano utilizando herramientas (Morell, 1993). El método de Jane Goodall de nominar (más que numerar) animales individuales y enfocarse sobre las características únicas de cada individuo para explicar la dinámica de grupo fue criticado por algunos primatólogos. Con el tiempo, sin embargo, llegó a ser estándar. Por el seguimiento paciente de los grupos de chimpancés a lo largo de las generaciones obtuvo nueva información acerca de su estructura social. En su segunda década de investigación, Jane Goodall y sus asociados hicieron descubrimientos más extraordinarios, incluyendo canibalismo dentro de los grupos y guerra elaborada y premeditada entre grupos. El trabajo en Gombe está entre los estudios de campo continuos sobre el comportamiento animal más prolongados jamás realizado.
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Dian Fossey comenzó estudiando gorilas de montaña en 1966 en Zaire, pero dentro de un año fue desalojada de su sitio original de estudio por la guerra civil. Se trasladó al borde del Parc Nacional des Volcans de Ruanda, y durante los siguientes 18 años éste fue su sitio de investigación y su hogar. De acuerdo a su obituario, publicada en la revista American Anthropologist en 1986, los escritos científicos de Dian Fossey “proveyeron a los antropólogos y zoólogos con la primera información precisa sobre desarrollo del comportamiento y la organización social de los gorilas en la naturaleza” (Hausfater y Kennedy, 1986). Por ejemplo, ella fue la primera investigadora en notar que las hembras se transfieren entre grupos y en documentar que los machos matan a los gorilas infantes para inducir el estro en las hembras: dos claves importantes en la dinámica social del gorila. Lo mismo que Jane Goodall en Gombe, Dian Fossey desarrolló en su sitio de estudio, Karisoke, el centro para investigación de campo en su área. Birute Galdikas se embarcó en su trabajo pionero entre los orangutanes en Borneo en 1971. Birute Galdikas tuvo un objeto de estudio más difícil. A diferencia de los chimpancés y los gorilas, los orangutanes son mayoritariamente solitarios, lo cual dificulta el estudio de sus interacciones sociales o habituarlos a la presencia de observadores humanos. Son, además, los únicos monos arbóreos grandes y a menudo viven en bosques pantanosos, y esto hace que su búsqueda y seguimiento sean extremadamente dificiles. Sin embargo, con años de paciente estudio, Birute Galdikas descubrió información básica sobre la dieta de los orangutanes, mapeó sus ámbitos de hogar y catalogó sus variadas vocalizaciones. Ella agregó mucho a lo poco que se conocía acerca de la vida social de este mono, documentando los algunas veces prolongados cortejos entre machos y hembras, cuidado maternal y bandas juveniles errantes. El trabajo de Birute Galdikas condujo a la creación de un centro de estudio que ha apoyado el trabajo de nuevas generaciones de científicos. El éxito científico de estas primatólogas descansó en parte sobre los nuevos métodos de estudio que desarrollaron, que permiten a los investigadores estudiar los efectos de las diferencias individuales sobre la dinámica social de grupo. Estos métodos
incluyeron observaciones a largo plazo, seguimiento de años de los mismos individuos, el acostumbramiento de grupos de primates a la presencia de humanos, observaciones mucho más cercanas que las realizadas previamente y una apreciación por la individualidad de los animales estudiados. Tales métodos, que permitieron a los investigadores desarrollar una empatía con los monos, desafiaron la actitud prevaleciente, que valoraba la objetividad y el desapego emocional como elementos esenciales de la “buena ciencia”. En estos casos, sin embargo, la relación con los animales de estudio no fue una barrera, sino un paso esencial para un conocimiento científico profundo. La empatía condujo a las tres primatólogas a luchar por la conservación de las especies de grandes monos, todas en peligro por la caza furtiva, destrucción del hábitat y crecimiento de la población humana. Mientras que sus escritos y glamorosa carrera ayudaron a aumentar el conocimiento popular acerca de la naturaleza y el apoyo a su conser vación, Jane Goodall estuvo satisfecha con concentrarse en la investigación y dejar el trabajo de conservación directo a otros. Eventualmente su actitud cambió como resultado de la amenaza directa a los chimpancés alrededor de su sitio de estudio. Ella notó que “todavía era el mejor lugar en el mundo para mí. Pero comprendí que los chimpancés me necesitaban de otra forma…y supe que tenía que usar el conocimiento que los chimpancés me dieron para luchar por salvarlos” (Miller, 1995). En la actualidad, Jane dedica mucho de su tiempo a la educación y a la política de conservación, criticando la destrucción del hábitat, el comercio ilegal de chimpancés y el abuso de los chimpancés en la investigación médica. Birute Galdikas también ha estado activamente involucrada en la conservación. Desde sus primeros años en Borneo ayudó a la rehabilitación de orangutanes que estaban en cautiverio para que se liberaran y los acompañó durante años en su reintroducción en los ecosistemas de origen. Con el tiempo su labor de conservación se enfocó más hacia la preservación del hábitat, la clave para la preservación de los orangutanes en el medio silvestre, y fue clave para frenar la tala de bosques en su área de estudio, la reserva de caza Tanjung Puting. Galdikas también ha trabajado para educar a los residentes
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locales, especialmente a los niños, acerca de los orangutanes y la necesidad de protegerlos, recurriendo a las tradiciones locales de respeto por esta “gente del bosque” (el significado de la palabra orangután en Indonesia). Dian Fossey no se dio el lujo de esperar para transformarse en conservacionista. Como muchos otros científicos de campo, vio cómo su objeto de estudio era destruido frente a sus ojos. En este caso, los gorilas de montaña estaban siendo asesinados para capturar infantes para los zoológicos europeos y para colectar trofeos de cabezas y manos. También los gorilas estaban muriendo accidentalmente en las trampas de los habitantes locales para cazar antílopes, a la vez que los granjeros y su ganado estaban reduciendo y degradando permanentemente su hábitat dentro y fuera del parque. Con alrededor de sólo 600 gorilas de montaña remanentes en dos poblaciones aisladas, esta subespecie de gorila es la más amenazada de los grandes monos. Dian Fossey publicitó el destino de sus gorilas en presentaciones públicas alrededor del mundo y pidió al gobierno de Ruanda y a organismos internacionales colaborar en su protección. Pero, frente a la relajada aplicación de las reglas del parque, ella también practicó lo que llamó “conservación activa”: destruir las trampas de los cazadores furtivos, balear al ganado que pastaba dentro de
parque liderando patrullas armadas contra los cazadores furtivos. Su asesinato en 1985 fue motivado probablemente por sus actividades anti-caza furtiva. En 1985 Dian Fossey había abandonado la colección de datos y se había dedicado tiempo completo a la conservación activa. Sus métodos y su renuncia a la ciencia fueron criticados por algunos, pero otros vieron sus esfuerzos como esenciales, incluso heroicos, para salvar a una población al borde de la extinción. Dian Fossey tuvo sus prioridades en orden: “cuando trabajas con cualquier tipo de especie rara, la primera prioridad es trabajar por su protección. La ciencia es necesaria sólo secundariamente” (Morell, 1986). Las contribuciones de estas tres científicas son, en realidad, triples. Primero, ellas han creado un impresionante cuerpo de conocimiento sobre las especies que constituyen nuestros parientes biológicos más cercanos. Segundo, lograron que la comunidad internacional tomara conciencia acerca de la condición de amenaza para estas especies y asumieron una posición eminentemente activa y de sacrificio en nombre de los monos. Por último, ellas proveen un modelo para la mujeres jóvenes, científicas y estudiantes a través del mundo, inspirándolas para enriquecer el mundo científico y la conservación de la biodiversidad con sus propias contribuciones.
Las primatólogas Dian Fossey (izquierda), Jane Goodall (centro) y Birute Galdikas (derecha) comenzaron estudiando el comportamiento animal, pero luego se dedicaron a la conservación activa. (Fotografía cortesía de The Leakey Foundation).
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El valor de la diversidad biológica
Resumen 1. Los orígenes de la crisis ambiental actual radican en el modo de relación dominante que la sociedad industrial ha establecido con el mundo natural. Por lo tanto, para superar esta crisis no basta con más tecnología y más ciencia, sino que también es necesario repensar y modificar nuestra relación con la naturaleza. Ésta constituye la tarea que se ha propuesto la nueva disciplina de la ética ambiental, y afortunadamente este no es un afán puramente académico sino que muchas etnias, organizaciones sociales y personas de las ciudades y del campo aman y conocen profundamente la naturaleza y se preocupan por su bienestar, como también de los diversos seres humanos. Para los estudiantes y biólogos de la conservación la ética ambiental constituye esencialmente una invitación a integrar fluidamente nuestras vidas personales y profesionales, superando así una postura “técnica” que disocia los ámbitos privados de los profesionales. En suma, el cerebro y el corazón van juntos para la mayoría de la gente y en la mayoría de nuestras situaciones importantes en la vida cotidiana; la ética ambiental nos invita a practicar esta integración en la conservación biológica. 2. No es el ser humano en general —tampoco toda la cultura occidental— quien está en conflicto con la naturaleza y la biodiversidad, sino que los problemas derivan de algunas actitudes y prácticas particulares que es necesario identificar. La ética ambiental comparada estudia la vasta diversidad de modos de valorar y relacionarse con el mundo natural expresado por etnias de distintas regiones del planeta y en distintos momentos históricos, como también por diversos grupos sociales, personas y pensadores dentro de la sociedad industrial. Así, la ética ambiental contribuye a los propósitos de la conservación biológica a través de la distinción, análisis y ponderación de elementos negativos y positivos en las prácticas y actitudes ambientales albergadas por diversas personas, comunidades o culturas.
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3. La ética ambiental latinoamericana emana de situaciones donde se entrecruzan dimensiones ecológicas, antropológicas, históricas, políticas y culturales. Por esta razón, deben considerarse las necesidades del conjunto de las especies biológicas, como aquellas específicas de los seres humanos, incorporando elementos de la justicia social. Desde la Conquista de América han prevalecido modos de explotación de la naturaleza que han desconocido o subvalorado los refinados conocimientos tradicionales y las culturas ambientales de la pluralidad de sociedades indígenas. Durante este período podemos distinguir cinco actitudes básicas, que aunque presentan una cierta secuencia histórica todavía coexisten ampliamente: (1) la etapa del laissez-faire (dejar hacer lo que se quiera), (2) el manejo racional de los recursos, (3) la preservación de la naturaleza, (4) una ética ecocéntrica, en que los seres humanos son considerados como componentes de los ecosistemas, y (5) una ética ecosocial que integra el bienestar social con la conservación de la diversidad biológica y cultural. Rozzi R. 2001. Éticas ambientales latinoamericanas: raíces y ramas. En “Fundamentos de Conservación Biológica: Perspectivas Latinoamericanas”, Primack, R., R. Rozzi, P. Feinsinger, R. Dirzo & F. Massardo , pp. 311-362. Fondo de Cultura Económica, México.
4. Los muralistas mexicanos, la prosa de Asturias o la poesía de Neruda o Aillapán junto a una gran variedad de trabajos de artísticos a lo largo del continente americano, integran en su trabajo perspectivas de la ética ambiental y la justicia social. Estos artistas latinoamericanos expresan de este modo una apreciación ética de ambas: la diversidad biológica y cultural. Así ellos contribuyen al afán de la conservación biológica por integrar un bienestar humano equitativo para todas las personas y el conjunto de los seres vivos. Estas expresiones artísticas han valorado las culturas precolombinas y fomentan junto a los filósofos ambientales y biólogos de la conservación un respeto intercultural. A la vez, sus trabajos artísticos vinculan los cambios ecológicos y sociales en la historia del Nuevo Mundo y sugieren nuevos modos para estas interrelaciones ecoculturales en el futuro. En síntesis, el trabajo artístico agudiza la percepción requerida para detectar y valorar la diversidad biocultural, y ofrece miradas que inspiran éticas y modos de conocer alternativos a los promovidos por la unidimensionalidad cultural imperante en políticas que se globalizan hoy aceleradamente.
Ética ambiental: raíces y ramas latinoamericanas
5. La práctica esencial de la ética ambiental es estimular nuestra creatividad para reconocer e inventar otros modos de vivir (diversos de aquellos a que estamos acostumbrados) y a través de la multiplicidad de relaciones existentes o posibles de ensayar con otros seres vivos y otras personas recuperar los valores de la equidad y la solidaridad.
Para discutir 1. ¿Quiénes son, por un lado, las personas más afectadas y, por otro lado, quiénes son los principales agentes de los cambios ambientales que ocurren en su pueblo o región? ¿Qué nociones éticas podrían atenuar tales problemas y conducir hacia un mundo más equitativo para los diversos seres humanos y las demás especies biológicas? 2. ¿Qué significa para usted el concepto de solidaridad? ¿En quienes piensa usted cuando evoca el valor ético de la solidaridad? ¿Cómo piensa usted que este concepto contribuye a una vida más integral para usted, para las demás personas y para el conjunto de seres vivos? ¿Cómo podría extender su concepto de solidaridad hacia los diversos grupos sociales, etnias y especies biológicas de su región o país? 3. ¿De qué manera considera usted que se expresan distintos conceptos y valores de vida cuando los bosques nativos son convertidos en plantaciones monoespecíficas? ¿Qué le parece la noción de progreso involucrada en estas iniciativas? ¿Qué connotación adquieren para usted las nociones de valor instrumental y valor intrínseco de la naturaleza en estas situaciones? ¿Qué argumentos podría elaborar usted para juzgar éticamente la conversión de comunidades biológicas diversas (que cumplen múltiples funciones ecológicas y dan sustento a numerosas personas) en monocultivos Rozzi R. 2001. Éticas ambientales latinoamericanas: raíces y ramas. En “Fundamentos de Conservación Biológica: Perspectivas Latinoamericanas”, Primack, R., R. Rozzi, P. Feinsinger, R. Dirzo & F. Massardo , pp. 311-362. Fondo de Cultura Económica, México.
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El valor de la diversidad biológica
(que eliminan la biodiversidad, interrumpen las funciones ecosistémicas y concentran los beneficios económicos en unas pocas personas)? 4. Considerando los cinco tipos de éticas ambientales descritas para el período que se inicia con la conquista europea de América: ¿Qué elementos de cada uno de estos tipos de éticas ambientales reconoce usted en su persona, en su familia, en sus amigos y en otras personas o grupos de su país? ¿Se expresan y valoran todas estas éticas por igual a nivel público? ¿Qué aspectos de la situación ambiental de su país empeorarían y cuáles mejorarían si se expresara en mayor grado esta diversidad de éticas ambientales? 5. El desafío de integración de las ciencias ecológicas y la ética ambiental puede parecer abrumador para los biólogos de la conservación, pero esta integración puede simplificarse por medio de preguntas directas. Si usted tuviera que enseñar ética ambiental a los niños de la escuela de su barrio ¿qué le parecería trabajar preguntas de indagación científica y ética con los niños tomando un organismo en sus manos, por ejemplo, una planta común e importante como el maíz? Para examinar esta proposición sostengan una mazorca de maíz y formulen preguntas acerca de cómo cada uno conoce y cuida a la planta. Comente los siguientes ejemplos de preguntas y discuta para qué edad y tipo de estudiantes sería apropiada cada una de ellas: ¿cuáles son las facultades que utilizamos para examinar esta planta (tacto, olfato, vista, imaginación)? ¿Qué historias conocemos acerca de esta planta? ¿Cómo describiría un botánico esta planta? ¿Cuántas variedades de maíz conocemos? ¿Cómo y cuándo se originaron esas variedades? ¿Qué relación tienen las palomitas de maíz con las plantas de maíz? ¿Será bueno manipular genéticamente todas las variedades de maíz para que sólo sirvieran para producir palomitas de maíz y así poder ir al cine y comer grandes cantidades de ellas? ¿Nos parece justo que los países latinoamericanos, donde se originó el maíz, deban pagar hoy a compañías europeas o norteamericanas grandes sumas de dinero para poder sembrar variedades de maíz especializadas para producir palomitas de maíz? ¿Qué podemos hacer para conservar la diversidad biológica y cultural asociada al maíz: debemos dejar de comer palomitas de maíz o se nos ocurren otras soluciones justas para todas las personas y las plantas de maíz? ¿Qué consecuencias éticas y ecológicas tiene para la conservación biocultural este afán por las palomitas de maíz, las hamburguesas los pollos y otros “productos” animales y vegetales fabricados masivamente en serie?
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6. A partir de las preguntas formuladas en el punto anterior, mientras el alumno sostiene la mazorca de maíz, podemos ensayar preguntas que extienden su radio de incidencia, tales como: ¿Por qué vivo como vivo? ¿Cómo me gustaría interactuar con las demás personas, las plantas, los insectos, los peces y otros seres vivos o las rocas y el agua? ¿Por qué no me había preocupado antes acerca de lo que le ocurría a otras personas y a otros seres vivos cuando yo comía palomitas de maíz, salmones, Rozzi R. 2001. Éticas ambientales latinoamericanas: raíces y ramas. En “Fundamentos de Conservación Biológica: Perspectivas Latinoamericanas”, Primack, R., R. Rozzi, P. Feinsinger, R. Dirzo & F. Massardo , pp. 311-362. Fondo de Cultura Económica, México.
camarones o hamburguesas? ¿Qué pasaría si las palomitas de maíz las preparáramos artesanalmente en mi barrio o en mi pueblo ocupando distintas variedades de maíz? ¿Haría esto más felices a los cocineros de mi barrio porque podrían demostrar sus destrezas, tener trabajo y permitir que sigan creciendo muchas variedades de maíz y no sólo aquellas que sirven para las palomitas de maíz que llegan envasadas sin conocer quién las preparó? La formulación de este tipo de preguntas constituye una genuina práctica de la ética ambiental y permite la reflexión sobre nosotros mismos como personas que habitamos en medio de relaciones sociales y ecológicas.
Ética ambiental: raíces y ramas latinoamericanas
7. Ensaye otros ejemplos, adecuando sus preguntas a estudiantes o personas de distintas edades, o procedentes de diferentes regiones geográficas y/o culturales de su país. La invitación es a poner en movimiento una ética ambiental en las escuelas, cuyo afán sea entender y decidir de mejor manera cómo deseamos vivir, fomentando la conciencia de que nuestras vidas son influidas por otros seres a quienes a su vez afectamos.
Lecturas sugeridas Bormann, F. H, y S. R. Kellert, comps. (1991), Ecology, Economics, Ethics: The Broken Circle, Yale University Press, New Haven. Una valiosa colección de ensayos interdisciplinarios que integran aspectos éticos, ecológicos y económicos de la conservación biológica. Callicott, B. (1986), “The metaphysical implications of ecology”, Environmental Ethics 8: 301-316. Excelente artículo que relaciona entre sí diversas concepciones filosóficas y ecológicas. Esta revista, Environmental Ethics, es una muy buena publicación de la disciplina. Callicott, B. (1994), “Earth’s Insights: A Survey of Ecological Ethics from the Mediterranean Basin to the Australian Outback”, University of California Press, Berkeley, California. Una narrativa sobre éticas ambientales de los cinco continentes que son contrastadas con perspectivas de la ecología. Kwiatkowska, T., y J. Issa, comps. (1998), Los Caminos de la Etica Ambiental: Una Antología con Textos Contemporáneos, Editorial Plaza y Valdés, México. Una buena colección de ensayos de ética ambiental. Kw i a t k owska, T., y R. López Wilchis, comps (2000) Ingeniería Genética y Ambiental Editorial Plaza y Valdés. Problemas Filosóficos y Sociales de la biotecnología, México. Colección de ensayos sobre problemas de la ética ambiental contemporánea. Rozzi, R. 1999. The reciprocal links between evolutionary-ecological sciences and environmental ethics. BioScience 49 (11): 791-201. Un argumento acerca de las influencias recíprocas entre las explicaciones acerca científicas del mundo natural y los modos de vivir en él. Sosa, J. (1993) Ética Ecológica, Aires, Barcelona. Un buen libro que integra las dimensiones ecológicas y sociales de la ética ambiental. Rozzi R. 2001. Éticas ambientales latinoamericanas: raíces y ramas. En “Fundamentos de Conservación Biológica: Perspectivas Latinoamericanas”, Primack, R., R. Rozzi, P. Feinsinger, R. Dirzo & F. Massardo , pp. 311-362. Fondo de Cultura Económica, México.
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XXII. Desafíos para la conservación biológica en Latinoamérica Ricardo Rozzi Peter Feinsinger
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a conservación biológica y el bienestar social son complementarios, no opciones contrapuestas, como generalmente se presentan. Numerosos casos expuestos en los capítulos anteriores sustentan esta noción que modifica la perspectiva de una supuesta disyuntiva entre desarrollo y conservación. Este libro demuestra que confrontamos una gran crisis, tanto ecológica como social. Las causas de esta crisis ecosocial parecen derivar precisamente de la disociación entre los sistemas sociales y ecológicos y, por lo tanto, las soluciones podrían surgir de la reconexión de estos sistemas. La valoración múltiple de los ecosistemas y las aproximaciones interdisciplinarias de la conservación biológica permiten considerar los vínculos entre la diversidad biocultural y las complejidades socio-políticas involucradas en los problemas sociales y ecológicos de Latinoamérica. En este capítulo examinaremos diversos casos y perspectivas ofrecidas en los capítulos anteriores, con el fin de integrar y proponer aproximaciones que den cuenta de las interrelaciones entre los problemas sociales y ecológicos y que, a su vez, procuren establecer programas de conservación que atiendan tanto al bienestar humano como al de otros seres vivos.
Bienestar social y conservación biológica La conservación biológica en Latinoamérica dista mucho de aquella caricatura que considera al ecologismo como un lujo “de quienes, teniendo de todo, se preocupan por las plantas y los animales en peligro de extinción”; en contraste, el “ecologismo de los pobres” brota de quienes dependen directamente de los recursos naturales para vivir (MartínezAlier, 1998). La consideración de la interdependencia entre los sistemas sociales y los ecológicos refuerza la sustentabilidad de las propuestas para superar los problemas ecosociales y permite superar la equívoca disyuntiva entre desarrollo y conservación. Cada vez que en una gran ciudad
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Conservación y sociedades humanas
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sudamericana, como San Pablo (Brasil), un río como el Tietê recibe las descargas de contaminantes industriales que incluyen compuestos altamente tóxicos, no sólo se elimina la biota acuática, sino que también se degradan severamente las condiciones sanitarias de las poblaciones humanas que habitan la megápolis, principalmente de aquellas que habitan en los sectores marginales (i.e., favelas). En contraste, cada vez que se conservan los ecosistemas de una cuenca hidrográfica, por ejemplo en la Amazonía —la mayor extensión de bosque tropical del mundo— no sólo se conserva la vida de miríadas de invertebrados, plantas acuáticas, algas, peces y aves, sino que también se permite la continuidad del suministro de agua limpia, comida y albergue que ha permitido la subsistencia de poblaciones humanas por siglos o milenios, como en el caso de los indios amazónicos ka´apor. El vínculo entre la conservación de la diversidad biológica y el bienestar humano es aparentemente obvio. Sin embargo, en las esferas públicas y políticas se generan grandes tensiones y conflictos: aunque la pobreza es apropiadamente presentada como el problema más urgente que afecta a Latinoamérica, la protección ambiental es equivocadamente presentada como un lujo —incluso un impedimento— para la solución de los problemas de la pobreza (Recuadro XXII.1). Muchos gobiernos latinoamericanos han justificado sus políticas de desarrollo como una acción necesaria para superar la pobreza; sin embargo, la proporción y el número de personas que viven en condiciones de extrema pobreza ha aumentado durante las últimas décadas en esta región (Hajek, 1995). La ineficacia de los modelos de desarrollo definidos por estrechos parámetros tecnológicos y de mercado deriva de la omisión de importantes variables ambientales y sociales. Estas omisiones conllevan impactos como la sustitución de ecosistemas diversos y complejos por monocultivos o sistemas artificiales simples, la expropiación de la tierra y la concentración de la propiedad privada (Capítulos I, VIII y X). Cuando se interrumpe el acceso de las poblaciones indígenas o rurales a sus ecosistemas terrestres o marinos —debido a que estos ecosistemas han sido eliminados o privatizados— tales poblaciones son forzadas a migrar a los centros urbanos con drástico deterioro de su calidad de vida. Aun en los casos donde los nuevos propietarios de la tierra —compañías o personas— ofrecen trabajo a los antiguos habitantes, el nivel de autonomía decae y sus modos de vida tradicional se alteran profundamente. Otro factor negativo de los actuales modelos de desarrollo deriva de la falta de participación de la mayoría de los latinoamericanos en los sistemas político-económicos nacionales o globales. Las poblaciones rurales, indígenas o urbanas que viven en condiciones de pobreza (equivalente a 2/3 de la población latinoamericana) han sido postergadas en la toma de decisiones y diseños de políticas económicas. En consecuencia, estos modelos de desarrollo han causado no sólo severas pérdidas de biodiversidad, sino que también han deteriorado la vida espiritual y material de las poblaciones indígenas, rurales y de los pobres en general (Rebellato, 1995).
Recuadro XXII.1. Los delicados equilibrios de la conservación en América Latina Eduardo Gudynas
¿Cuáles son los desafíos de la conservación en América Latina para el siglo XXI? Podría dudarse que la pregunta sea válida preguntándose si existe una agenda regional y si presenta particularidades propias. La respuesta es afirmativa: el continente presenta atributos ecológicos propios que requieren acciones de conservación específicas. Esas particularidades no se limitan a los muy promocionados ambientes tropicales, puesto que también existen los ambientes marinos, las zonas áridas, los bosques y las estepas templadas y frías australes o las áreas montañosas, así como muchos otros ecosistemas. En esta compleja asociación de ecosistemas se encuentran naciones que los están usando bajo estrategias productivas que también poseen una identidad propia. Sea por los atributos ecológicos como por los políticos y sociales, es ineludible discutir los desafíos de la conservación en el continente. Estos desafíos se mueven en un campo de tensiones entre diversas perspectivas que es necesario reconocer. En un primer plano se observan en las tensiones entre la conservación y el desarrollo. Muchos sectores latinoamericanos siguen viendo a las consideraciones ambientales como una restricción al desarrollo y un impedimento a los procesos productivos. Considerando la extensión de la pobreza en América Latina, la desigualdad social, los atrasos en educación o salud y los problemas de empleo, las demandas del desarrollo son enormes. Por lo tanto, las presiones en este nivel son muy fuertes y oscilan entre la prédica por medidas ambientales que enfatizan las prohibiciones (de donde su efectividad es baja) al extremo donde todo vale (continuándose con los estilos de desarrollo tradicional y dejando a la conservación como un mero enunciado de aspiraciones). El desafío para los biólogos de la con-
servación consiste en articular esos dos campos, ofreciendo medidas de protección que se complementen con las estrategias de desarrollo, por ejemplo, integrando la preservación de la biodiversidad en un estilo de desarrollo sustentable. Se necesitará mejorar la sensibilidad social, entender las demandas de los campesinos y empresarios, fortalecer el sentido ciudadano en la búsqueda del bien común y potenciar los campos políticos democráticos, donde la sociedad discuta y analice cómo manejar y distribuir sus recursos naturales. Un segundo plano de tensiones se centra entre la tarea del científico y el compromiso del militante conservacionista. Muchas veces al amparo de la neutralidad científica se ha abusado de estudios como listas de fauna y flora, contribuyéndose muy poco a las medidas de conservación para preservar esas especies. La biología de la conservación enfrenta decididamente esta cuestión, vinculando las investigaciones con las actividades necesarias para la conservación. Esa militancia podrá ser de muy distinto tipo, desde artículos de divulgación en la prensa hasta la palestra de un discurso público. La acumulación de información científica es indispensable para la conservación y es urgente en América Latina, dados sus déficits, pero por sí sola no genera estrategias de conservación. En este caso el biólogo de la conservación latinoamericano deberá buscar sus equilibrios entre los requerimientos de conocimientos originales y las acciones urgentes de conservación. Un tercer nivel de tensiones más interno se encuentra dentro de las propias disciplinas científicas envueltas en la conservación. Éstas incluyen concepciones y modelos que pueden estar en pugna, tal como en el caso de la consideración de las comunidades como entidades reales que poseen una evolución sucesional determinada o como sim-
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ples agregados de especies individuales. Las implicaciones de seguir una u otra concepción en la conservación pueden ser muy distintas; por ejemplo, una interpretación de la sucesión ecológica como un proceso lineal determinado motivaría prácticas de restauración entendidas como la recuperación de estadios perdidos en la marcha de la comunidad. La experiencia demuestra que estas concepciones revisten un carácter provisorio: es el mejor conocimiento con el que se dispone en un momento dado. El peligro reside en confundirse y creer que el modelo de moda es la verdad. El biólogo de la conservación en América Latina debe estar muy atento a ello, en especial cuando esos modelos son desarrollados en gran medida en otros países, para otros tipos de ecosistemas. El desafío consiste en moverse en un campo donde se enfrentarán distintos grados de incertidumbres, con los que habrá que convivir. También exige atender a otros conocimientos, como los saberes locales indígenas o campesinos que ofrecen una valiosa información encerrada en
tradiciones milenarias que pueden complementar la aproximación científica. En cualquier caso, permanece la certeza que no se puede permitir la extinción de una especie y que ésta constituye un fin último de un biólogo de la conservación. Los desafíos que nos aguardan son inmensos, y los equilibrios para avanzar en ellos son delicados. Ni más ni menos que en otros órdenes de la vida. La biología de la conservación es ciencia y debe mantener esa base científica con la mayor rigurosidad posible. Pero es más que ello. Requiere también: (1) humildad para entender las propias limitaciones de esa ciencia y escuchar respetuosamente otras formas de conocimiento, como las que ofrecen las comunidades locales; (2) osadía, para defender esas ideas ante la opinión pública y las reparticiones gubernamentales; y sobre todo, (3) una obstinada perseverancia en el trabajo y continuidad en los proyectos en el largo plazo para lograr la conservación de la riqueza biológica del continente.
Las políticas ambientales afectan múltiples esferas sociales, económicas y valóricas y generan posiciones encontradas donde se debaten los delicados equilibrios y tensiones de la conservación biológica. (Fotografía de Pablo Villarroel).
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La conservación biológica podría desempeñar un papel crucial para atenuar la pobreza en Latinoamérica al clarificar los vínculos entre la integridad de los ecosistemas regionales y el bienestar de las poblaciones humanas. Diversas especies y productos biológicos —tales como hongos, frutos, larvas, mariscos, carne, fibras— y estructuras y funciones ecosistémicas —tales como agua limpia, abrigo, migraciones estacionales— han desempeñado un papel central para numerosas poblaciones indígenas y rurales durante siglos (Figura XXII.1). La protección de estos patrones ecosistémicos, donde los seres humanos son componentes integrales, constituye uno de los desafíos fundamentales para la conservación biológica en Latinoamérica, cuyo objetivo central es promover aproxi-
XXII. Desafíos para la conservación biológica en Latinoamérica
Figura XXII.1 Una mujer chachi del noroeste del Ecuador teje una canasta de hojas de “rampira” o “paja toquilla”, Carludovica palmata (Cyclanthaceae). (Foto de Marty Crump).
maciones teóricas y prácticas que satisfagan las necesidades de ambos: los seres humanos y los sistemas ecológicos donde habitamos. Para una biología de la conservación latinoamericana la equidad, la justicia social y la solidaridad debieran ser tan importantes como la protección de los ecosistemas (por ejemplo, los bosques tropicales secos, Recuadros III.1 y XIX.4) o de poblaciones de especies (por ejemplo, de artrópodos, Recuadros III.4 y VIII.1). ¿Cómo podemos los biólogos de la conservación abogar por las miríadas de seres vivos que cohabitan en nuestras regiones y que no tienen voz para manifestar sus necesidades frente a las personas e instituciones que toman las decisiones de desarrollo? ¿Cómo podemos los biólogos de la conservación contribuir a que tales organismos, como también las multitudes de comunidades indígenas, rurales y poblaciones marginales de pobres en Latinoamérica, tengan una voz en estas decisiones y sus necesidades sean integradas en procesos más participativos y diversos? ¿Cómo podemos dar cuenta de las presiones económicas y políticas externas, nacionales e internacionales, sobre nuestros ecosistemas regionales y sus poblaciones humanas? ¿Cómo podemos poner en práctica los complejos modelos y explicaciones que elaboremos en torno a estas problemáticas? Estas preguntas parecen extremadamente complejas porque exceden y desafían a las aproximaciones disciplinarias de los especialistas que dominan la academia y otras instituciones. Sus respuestas no sólo exigen una integración entre las múltiples áreas del saber, sino que demandan también una colaboración entre diversas instituciones gubernamentales (por ejemplo, el municipio o el gobierno provincial), comunales (por ejemplo, las juntas de vecinos), no gubernamentales (por ejemplo, los consejos indígenas o los sindicatos de pescadores artesanales), de seguridad (por ejemplo, el cuartel de policía local o las fuerzas armadas) o de educación (por ejemplo, la escuela local o la universidad regional). La participación inter-institucional e inter-disciplinaria permite que los aportes de los biólogos de la conservación no permanezcan cautivos en el interior de la academia o de las publicaciones científicas, sino que sean
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incorporados por los diversos actores que participan en la toma de decisiones, cuyos criterios son esencialmente políticos, económicos y administrativos. En este escenario, cada estudiante de biología, naturalista o científico puede hacer aportes muy valiosos por medio de acciones tan sencillas como por ejemplo, mostrar y comunicar la belleza e importancia de organismos poco conocidos como los líquenes, musgos u hongos (Figura XXII.2). Para facilitar el análisis de las interacciones entre las diversas variables ecológicas y sociales, consideraremos un caso específico: la industria camaronera ecuatoriana (Recuadro VI.2).
Figura XXII.2 Un ecólogo explica al Presidente de la República de Chile, al Gobernador de la Provincia Antártica Chilena y el Alcalde de la Comuna de Cabo de Hornos la importancia que tienen los líquenes para la formación del suelo en los ecosistemas del extremo austral de América. (Fotografía de Alex Ibañez, Archivo Parque Etnobotánico Omora Isla Navarino, Chile).
El caso de las empresas camaroneras de Ecuador
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El Recuadro VI.2 presenta un caso que ilustra notablemente cómo las políticas nacionales e internacionales y los indicadores macroeconómicos pueden pasar por alto profundos problemas ecológicos y sociales involucrados en ciertos modos de explotación de los recursos naturales. El cultivo comercial de los camarones ecuatorianos, hoy famosos en la cocina internacional, comenzó en 1968 y en sólo 15 años (en 1983) Ecuador llegó a ser el principal exportador mundial de este producto. Este crecimiento explosivo de la empresa camaronera es generalmente visto como un logro político y económico. Sin embargo, su impacto ambiental y social ha sido tal, que hoy el área cubierta por piscinas camaroneras sobrepasa al área de manglares en la costa ecuatoriana (Figura en Recuadro VI.2) y numerosas comunidades humanas de las costas ecuatorianas fueron forzadas a emigrar. En las regiones tropicales los manglares actúan como “membranas” entre los ecosistemas terrestres y marinos, puesto que reciclan los nutrientes y regulan los flujos hidrológicos y de sedimentos. Los manglares actúan además como defensas costeras contra el aumento del nivel de las aguas marinas, proveen hábitat reproductivo para numerosas especies de
invertebrados y vertebrados, constituyen reservas de biodiversidad (incluyendo especies resistentes a la salinidad) y representan también una reserva de carbono (Martínez-Alier, en preparación). Su conversión masiva a piscinas camaroneras ha aumentado dramáticamente los niveles de sedimentación y pérdida de nutrientes en los suelos tropicales. Estos procesos han afectado drásticamente las poblaciones de especies de algas, peces, crustáceos y moluscos, cuyo ciclo de vida depende de los manglares. Las industrias camaroneras también desvían el curso de los ríos y contaminan las aguas con plaguicidas (por ejemplo, Malathion, Parathion, Azodrín, Paraquat, Endosulfán y Butachlor), que son mezclados con antibióticos (por ejem- plo, terramicina, eritromicina y oxitetraciclina) utilizados para prevenir enfermedades de los camarones, pero cuyos efectos sobre la salud humana aún no han sido evaluados (Hagler, 1997). La industria camaronera genera además serios problemas sociales al impedir el acceso de las comunidades locales a los manglares, puesto que éstos han sido eliminados o privatizados. La tala o la privatización se realiza generalmente de manera ilegal debido a dos razones: (1) las áreas costeras son de propiedad estatal y su acceso es, por lo tanto, público; (2) los manglares constituyen ecosistemas protegidos por leyes nacionales e internacionales (Martínez-Alier, en preparación). Las diferencias económicas entre ricos y pobres aumentan, puesto que unas pocas personas se enriquecen con la conversión o la privatización de los manglares, mientras que una multitud de personas se empobrece con la desaparición o la restricción del acceso a estos ecosistemas. Las mujeres de las comunidades costeras suelen recolectar entre uno y dos centenares de bivalvos diariamente, los cuales utilizan para su consumo familiar y para la venta (Figura XXII.3). Las concheras de Ecuador y Centroamérica han intentado evitar la deforestación de los manglares exponiendo sus vidas al tenderse delante de los “bulldozers” y máquinas excavadoras (Hagler, 1997). Ellas perciben claramente cómo los derechos de las comunidades locales han sido violados para favorecer a las industrias por medio de concesiones gubernamentales. También han constatado cómo ha decaído la calidad de vida en sus comunidades de pescadores al disminuir la diversidad y abundancia de mariscos, peces, algas, ostras y centollas. Consciente de cómo el crecimiento explosivo de la exportación camaronera conlleva una contrastante miseria para los habitantes de la región costera de Ecuador, una mujer conchera escribió el 11 de marzo de 1999: Ellos nos quieren humillar porque somos negras, porque somos pobres, pero una no elige la raza en que nace, tampoco elegimos el no tener nada para comer. Pero yo estoy orgullosa de ser una conchera, porque mi raza me da fuerzas para combatir en defensa de lo que era de mis padres y heredarán mis hijos. Estoy orgullosa porque nunca he robado ni le he sacado la comida de la boca a otra persona para llenar la mía… Ahora estamos peleando por algo que nos pertenece, son nuestros ecosistemas, pero no
XXII. Desafíos para la conservación biológica en Latinoamérica
Figura XXII.3 Una mujer conchera recolecta cholgas en un manglar cerca de Muisne, Ecuador. (Fotografía de Alfredo Quarto, Mangrove Action Project, Muisne, Ecuador).
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Conservación y sociedades humanas
peleamos porque seamos ecólogos profesionales sino porque deseamos continuar viviendo; si los manglares desaparecen, toda nuestra gente desaparecerá… Si los manglares desaparecen deberemos comer basura en los cordones marginales de Esmeraldas o Guayaquil, donde deberemos ser prostitutas… ¿Qué ocurrirá cuando los camaroneros erijan sus letreros “propiedad privada” y nos disparen cuando intentemos cruzar y seamos asesinados con la bendición del Presidente? (Falla, 2000).
Una semana después de la carta de la conchera, el 18 de marzo de 1999, la ONG ecuatoriana Fundecol y el presidente de Greenpeace, Michael Hagler, escribían una carta al presidente de Ecuador argumentando en términos económicos que “si se ha estimado un valor medio anual de 13 000 dólares/ha por los bienes y servicios provistos por los manglares no nos es posible comprender la justificación económica para sacrificar los beneficios económicos en el largo plazo por un pago de sólo 60 millones de dólares en el corto plazo”. El caso anterior clarifica algunas de las causas y de los síntomas de la rápida degradación ambiental que está ocurriendo en el Neotrópico, la región con la mayor biodiversidad del planeta. Al mismo tiempo, genera alguna esperanza para una mejor integración entre las políticas ambientales y sociales al mostrar que numerosos asentamientos humanos regionales están conscientes de la interdependencia entre la calidad de sus vidas y la preservación de la diversidad biológica. Esta conciencia de las comunidades locales desafía, a su vez, el concepto de buena vida promovido por la globalización de la economía de mercado. Para analizar algunas de las falencias en las propuestas que han promovido proyectos tales como las camaroneras ecuatorianas y para proponer la incorporación de variables ecológicas y sociales en futuros proyectos de desarrollo, discutiremos siete puntos desde la perspectiva de varias disciplinas que forman parte de la conservación biológica:
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1. Se señala que el crecimiento económico generalmente ayuda a la gente pobre. Sin embargo, megaproyectos tales como las camaroneras ecuatorianos e innumerables empresas análogas en Latinoamérica (por ejemplo, las compañías petroleras en las selvas amazónicas (Recuadro XVI.1) o las grandes represas en Brasil (Recuadro XXI.5) son frecuentemente resistidas por las comunidades locales cuyas vidas se ven negativamente afectadas. Tomando un ejemplo que se debate actualmente, como la construcción de la gran hidrovía en la Región de Pantanal, que cavaría un canal a lo largo del río Paraguay-Paraná, que permitiría la navegación de cargueros desde la costa argentina de Buenos Aires hasta lugares situados a 3 000 km al norte, a través de Bolivia, Paraguay y Brasil (véanse los Capítulos VI y XXI), los biólogos de la conservación debiéramos preguntarnos: ¿a quiénes serviría este proyecto? Es necesario identificar a los beneficiarios, caracterizar la distribución de los beneficios, los costos sociales, las amenazas para la biodiversidad e incorporar en el análisis los múltiples bienes y servicios ecosistémicos que se verán alterados. Estas variables son subestimadas u omitidas en la mayoría de los modelos económicos, análisis sociales y proyectos políticos. Por ejemplo, si
quienes toman las decisiones sobre el destino de los bosques amazónicos valoran estos ecosistemas exclusivamente en función de la madera extraida y vendida, tales ecosistemas forestales continuarán siendo consumidos para la obtención de un solo producto y para solo un grupo de beneficiarios, que además habita mayoritariamente lejos de tales regiones. Además, muchos políticos y otras personas que toman decisiones ambientales en Brasil conocen las consecuencias ecológicas, sociales y económicas negativas de las actuales prácticas de deforestación. No se trata, por lo tanto, de un problema que derive solamente de la falta de conocimiento, sino también de una voluntad política para superar las presiones de grupos de poder y para reorientar los criterios en que se basan las aspiraciones para la reelección o una nueva designación (Viederman et al., 1997).
XXII. Desafíos para la conservación biológica en Latinoamérica
2. Algunos indicadores macroeconómicos —tales como el Producto Nacional Bruto y el Ingreso per capita— pueden conducir a interpretaciones erradas debido a la concentración de los ingresos en sectores minoritarios de la población. Con humor negro el escritor Jorge Luis Borges ha dicho que él no cree en las estadísticas económicas, puesto que tales índices señalan que en Argentina las familias consumen un pollo a la semana, cuando él sabe muy bien que algunas familias comen un pollo diario, mientras que otras comen medio pollo al mes. En algunos países latinoamericanos el 10% de la población más rica recibe más del 75% del ingreso nacional (Quiroga, 1994). En proyectos que han tenido un crecimiento explosivo, tales como las camaroneras ecuatorianas o las salmoneras del sur de Chile, los costos ambientales no son cubiertos por las empresas y los beneficios económicos ni siquiera se traspasan equitativamente a los trabajadores. Por ejemplo, en el período 1990-1993 el valor de las ventas de salmones aumentó en más de un 30%, mientras que los aumentos de sueldo fueron inferiores al 20% (Claude et al., 2000). 3. En los países latinoamericanos existe una marcada diferencia entre la legislación ambiental y las prácticas ambientales. Tal como la instalación de piscinas camaroneras es ilegal debido a que los manglares constituyen ecosistemas protegidos y se ubican en áreas costeras públicas, muchas irregularidades ocurren debido a la baja capacidad de control y fiscalización o a que priman relaciones de poder, criterios económicos y políticos. Por ejemplo, pese a que la captura de nutrias y delfines ha estado prohibida en Chile por leyes nacionales e internacionales desde mediados del siglo XX, su caza para el comercio de piel continúa (Figura XXII.4; Rozzi y Torres-Mura, 1990; Manzur y Canto, 1997). Las medidas legales son insuficientes para la conservación si no van acompañadas de un estricto control, programas de educación ambiental y alternativas económicas para quienes abandonan estas actividades. La legislación ambiental debe cautelar también el cumplimiento de normas internacionales. Por ejemplo, el caso del gavilán Swainson (Recuadro VI.5) muestra cómo plaguicidas prohibidos en países del Hemisferio Norte son vendidos en el Hemisferio Sur, donde continúan utilizándose, ame-
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Conservación y sociedades humanas
(A)
Figura XXII.4. (A) Delfines en los canales de los archipiélagos del sur de Chile. (B) Pese a que su caza está prohibida, la captura de delfines continúa para utilizarlos como carnada en la pesca de la centolla. (Fotografías (A) de Ricardo Rozzi Archivo Parque Etnobotánico Omora, Isla Navarino, Chile y (B) de María Isabel Manzur, reproducido con la autorización de Ambiente y Desarrollo).
(B) nazando la vida silvestre y la salud humana. Es urgente mejorar la legislación acerca del uso de productos químicos, tales como antibióticos en la acuicultura, hormonas en la crianza de pollos o plaguicidas en la agricultura (Capítulo VI), los derechos del subsuelo que permiten extraer agua, petróleo, minerales y explotar cualquier recurso que exista bajo el suelo sin considerar sus impactos sociales y las “cicatrices ecológicas” dejadas por los pozos, las minas y el agotamiento de recursos tan imprescindibles como las aguas subterráneas. En la mayoría de los países y regiones de Latinoamérica los costos sociales y ambientales —tales como daños a la salud humana, pérdidas de biodiversidad y contaminación de los cursos de aguas y las napas subterráneas— no están claramente incorporados en las normativas ambientales.
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4. Existe una carencia de información y de debate público de los problemas ambientales. La prensa y otros medios de comunicación de Latinoamérica, como en otras regiones del mundo, suelen estar controlados por grupos económicos que simplifican las posiciones conservacionistas como pertenecientes a ambientalistas románticos o grupos indígenas anacrónicos que se resisten a los proyectos de progreso para el país. El sesgo periodístico y la censura impuesta a los medios de comunicación evitan la discusión pública informada acerca de los complejos problemas sociales y ambientales (véase Claude, 1997). Otra dificultad es el financiamiento de la publicidad. Por ejemplo, en 1993 el New York Times publicó suplementos especiales en apoyo del TLC o NAFTA (North American Free
Trade Agreement), cuyos costos están fuera del alcance de organizaciones no gubernamentales que hubieran deseado exponer sus argumentos para oponerse al NAFTA (Viederman et al., 1997). A mayor escala ocurre algo análogo con la publicidad a favor de la Organización Mundial de Libre Comercio. Imaginemos que la prensa comunicara los aspectos ambientales de proyectos como las piscinas camaroneras. ¿Qué ocurriría con la opción de los consumidores al ser informados acerca de la cantidad y diversidad de organismos que son destruidos y de las comunidades rurales que son desplazadas? Tal situación podría emular al “efecto hamburguesa”, cuando millones de consumidores dejaron de comer hamburguesas al enterarse de los efectos de la defo- restación involucrados en su producción (Capítulo VI). Un tercer obstáculo para la comunicación de los problemas ecológicos surge del desinterés y la dificultad que generalmente tienen los científicos para explicar sus resultados y perspectivas a la ciudadanía y a los periodistas. Es necesario que los biólogos de la conservación se esfuercen por comunicar sus hallazgos y sus pro- puestas de una manera tal que sea a la vez rigurosa y comprensible para el público general. La educación ecológica y su difusión constituye un desafío clave para los jóvenes biólogos de la conservación quienes pueden, por ejemplo, poner en práctica y transmitir el mensaje de las “Cuatro Cs” del programa “Enseñanza de la Ecología en el Patio de la Escuela”: para Conservar es necesario Conocer, Comprender y Cuestionar (Figura XXII.5, Feinsinger, 2001). Finalmente, la colaboración de los biólogos de la conservación con los medios de comunicación debiera promover una mayor tribuna para las visiones de las comunidades indígenas, las organizaciones de base y la sociedad civil en general, cuya subsistencia, salud, derechos civiles, trabajos, autonomía y otros aspectos de sus vidas es afectada directamente por las políticas y decisiones ambientales (Bryant, 1995). 5. Los modelos de explotación de los recursos naturales a gran escala satisfacen generalmente las necesidades de las sociedades de consumo en puntos distantes y no de las poblaciones locales. Más del 90% de los camarones producidos y exportados por las empresas ecuatorianas son consumidos por sólo unos pocos países: Estados Unidos (600 000 ton), Japón (318 000 ton) y países de la Comunidad Europea (200 000 ton) (Hagler, 1997). Similarmente, el destino de más del 90% de los salmones exportados por Chile se concentra en Japón (59%), Estados Unidos (29%) y la Comunidad Europea (5%) (Claude, 2000). El 93% de las astillas producidas en los bosques del sur de Chile tiene como destino final la producción de papel en Japón (Claude, 1997). Este último caso representa una paradoja no sólo respecto al punto de consumo (ubicado en el extremo opuesto del planeta) sino tam-
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Figura XXII.5 Alumnos de la Universidad de Azuay (Cuenca, Ecuador) elaborando perspectivas innovadoras sobre la conservación biológica del paisaje local. (Fotografía de Peter Feinsinger).
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bién respecto al despilfarro de valiosas maderas, la ausencia de valor agregado y el deterioro social y ecológico en la región de los bosques chilenos (Rozzi et al., 2000). 6. Los principales agentes de la degradación ambiental y de la pérdida de biodiversidad pueden ser unas pocas personas o compañías —por ejemplo, grandes haciendas, empresas mineras o pesqueras— y no necesariamente “masas de pobres incultos”. El caso de las astillas producidas a partir del bosque nativo de Chile muestra también cómo a veces unas pocas personas o empresas son responsables de extensos impactos ambientales. Sólo dos consorcios, Mitsubishi-Daio Paper-Marubeni y Citibank-Scott Paper-Shell, controlan la producción de astillas en esta región (Rozzi et al., 2000). Más hacia el sur, las regiones de Aysén y Magallanes presentan una de las menores densidades poblacionales a nivel mundial (<1 habitante/km2). No obstante, el área de bosques alterados, talados o quemados alcanza casi los dos millones de ha, correspondientes al 33% de la superficie forestal de la región (CONAF-CONAMA-BIRF, 1997). En el Capítulo I se señalaba cómo en la selva amazónica la mayor área de dominio (175 000 km 2) pertenece al consorcio Royal Dutch Shell, que ha tenido un grave impacto de deforestación y contaminación minera, violando abierta y sistemáticamente las leyes ambientales brasileñas (Ceccon y Miramontes, 1999). 7. Estos patrones de impactos sociales y ambientales negativos han ocurrido reiteradamente en la historia de las diversas regiones del Continente Americano. Por ejemplo, la fiebre del oro y la plata ha irrumpido tanto en la región austral de la Patagonia, como en la andina de Potosí (Bolivia), la tropical de Ouro Prêto (Brasil), la región mesoamericana de los Zacatecas (México), y en regiones del oeste norteamericano, como California (Estados Unidos). La ganadería ovina o bovina a gran escala también ha cruzado el Continente Americano, desde Tierra del Fuego hasta Norteamérica; las plantaciones extensivas de caña de azúcar, banana y algodón se expandieron tanto en América del Sur y Central como del Norte (véase Bakewell, 1997). Los ejemplos no se limitan al pasado. Hoy en Sudamérica las extensas plantaciones monoespecíficas de especies de Eucalyptus sustituyen bosques nativos de México, Colombia, el sur de Brasil y Chile (Carrere, 1998; Ceccon y Martínez-Ramos, 1999) la masificación de monocultivos de soya transgénica transforman y destruyen extensos hábitats en el norte de Argentina (Rozzi y Massardo, 2000); la contaminación de mercurio causada por procesos de amalgama de oro en regiones tropicales está afectando la salud de los invertebrados acuáticos, peces y poblaciones humanas que viven río abajo en regiones de la Amazonía boliviana, brasileña, ecuatoriana y peruana (Guimaraes et al., 1999). El análisis histórico muestra que una y otra vez éstas y otras situaciones similares han constituido casos efímeros de bonanza económica y han dejado tras de sí una secuela de deterioro ambiental y social a través de toda Latinoamérica.
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Los puntos anteriores indican que los problemas que confronta la conservación biológica abarcan una multiplicidad de dimensiones sociales, culturales y biológicas. Es necesario, por lo tanto, hacerse cargo de esta complejidad y multidimensionalidad a través de aproximaciones interdisciplinarias.
XXII. Desafíos para la conservación biológica en Latinoamérica
Interdisciplinariedad y multidimensionalidad ecológica La ecología nos devela un mundo compuesto esencialmente de interrelaciones (Callicott, 1986). La vida de cada de ser transcurre en una red de interacciones con el medio abiótico, con otros seres vivos y, para al menos los seres humanos, abarca también los contextos culturales, sociales, políticos y afectivos (Bateson, 1979). La ecología humana muestra que los cursos de nuestras vidas y las decisiones que tomamos, no constituyen acontecimientos determinados por nuestras individualidades aisladamente, sino que dependen de e influyen sobre las relaciones afectivas cercanas, las relaciones sociales y las relaciones con el medio ambiente. Bajo esta perspectiva ecológica la separación entre las dimensiones sociales y las dimensiones medio ambientales parece distorsionada. Es necesario superar aquellas dicotomías donde las ciencias de la naturaleza no tienen conciencia de su inscripción en una cultura, una sociedad, una historia y, a su vez, las humanidades no tienen conciencia del carácter físico y biológico de los fenómenos humanos (Morin, 1984). Pareciera haber consenso respecto a que ciertas aproximaciones y conceptos de la conservación biológica, tales como el manejo de ecosistemas o el desarrollo sustentable, suponen esta interfase entre ciencias naturales, sociales y humanidades (Leff, 1994). Sin embargo, los programas de ecología y ciencias biológicas carecen casi por completo de cursos de antropología, filosofía, economía, sociología o política (Grez et al., 1995, Saberwahl y Kothari, 1996). Incluso los departamentos de biología han sido subdivididos en departamentos de zoología, botánica, ecología, evolución, taxonomía y sistemática, microbiología, fisiología vegetal, fi- siología animal, genética, biología molecular, etc. La extrema separación disciplinaria, expresada en una multitud de departamentos de áreas del conocimiento biológico, dificulta y reduce la comunicación entre especialistas y el espectro de variables abordadas en el análisis de los problemas ambientales. Tal segregación limita la comprensión de los sistemas biológicos en que estamos inmersos. Pensemos, por ejemplo, en la presencia de un elemento tan vital como el oxígeno en la atmósfera de la Tierra. Un cambio molecular a nivel de proteínas y de genes originó el proceso de la fotosíntesis, el que a su vez permitió la diversificación de los organismos aeróbicos, incluyendo las plantas y los animales (Firor, 1990). Hoy los ecosistemas, la biosfera y la vida en nuestro planeta dependen de este elemento: el oxígeno (Figura XXII.6). Este ejemplo ilustra la interdependencia entre los niveles genéticos, moleculares, celulares, organísmicos, ecosistémicos y biosféricos de los fenómenos biológicos. Tal interdependencia parece obvia; sin embargo, se
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Figura XXII.6. Los sistemas físicos y vivos que componen los ecosistemas y la biósfera no constituyen compartimientos separados. Por ejemplo, la atmósfera terrestre es una “creación” de los seres vivos. Su composición difiere marcadamente de la atmósfera de los planetas vecinos Venus y Marte debido a que en un momento de la evolución ocurrió un cambio molecular a nivel de proteínas y de genes que originó el proceso de la fotosíntesis, lo cual determinó la presencia de un elemento tan vital como el oxígeno. La interdependencia entre los niveles genéticos, moleculares, celulares, organísmicos, ecosistémicos y biosféricos parece aquí obvia. Sin embargo, aunque sabemos que un cambio a nivel genético puede conducir a un cambio a nivel planetario —y viceversa— la especia- lización académica ha conducido a que en la práctica cada nivel de organización sea investigado por distintos biólogos que trabajan en diferentes departamentos universitarios, pertenecen a diferentes sociedades científicas y publican en revistas científicas leídas casi exclusivamente por colegas de su especialidad. Esta segregación disciplinaria se acentúa a medida que el espectro de las ciencias biológicas se amplía a las ciencias físicas y sociales, las artes y las humanidades, la política y la educación. La falta de comunicación entre especialistas involucrados en un mismo fenómeno, como la composición de la atmósfera terrestre respirada por todos sus seres vivos, ilustra cómo la segregación académica puede limitar seriamente el análisis de los problemas ambientales y las variables abordadas. (Figura modificada de Rozzi y Massardo, 2000).
implementa precariamente en los proyectos agronómicos, forestales, médicos y de ingeniería genética, los cuales se centran en sólo uno de los niveles biológicos (Rozzi y Massardo, 2000). Por ejemplo, en 1999, durante las Negociaciones de Bioseguridad de las Naciones Unidas, profesionales y representantes de Monsanto —la mayor compañía de semillas a nivel mundial— argumentaron extensamente que las “malezas roban la luz solar a las plantas útiles” (Shiva, 2000). Esta visión contrasta marcadamente con la perspectiva de la ecología y de las sociedades indígenas o rurales, donde la totalidad o casi la totalidad de las especies y variedades son importantes para el funcionamiento de los ecosistemas, tienen uso medicinal o alimentario y tienen además derecho a existir. A los esfuerzos biotecnológicos por producir variedades resistentes a herbicidas y enfermedades, o que sean resistentes a la sali- nidad o que fijen nitrógeno, habría que contestar que tales variedades y especies existen ya en los cultivos tradicionales (por ejemplo, se conocen más de 3 000 variedades de papa en la región andina (véase el Capítulo II) o en la inabarcable y todavía desconocida diversidad de los ecosistemas latinoamericanos (Rozzi y Massardo, 2000). Los monocultivos, tales como las extensas plantaciones monoespecí-
ficas de eucaliptos o de trigo, las piscinas camaroneras o las jaulas de salmonicultura (Figura XXII.7), representan prácticas extremas en cuanto a su unidimensionalidad: ¡se eliminan todas las especies excepto aquellas cultivadas! Este libro ha enfatizado cuánto desconocemos de la diversidad de invertebrados terrestres y marinos. Para muchas regiones de Latinoamérica es necesario entonces realizar estudios básicos de ta- xonomía que consideren la genética y los ciclos de vida de estos taxa, puesto que los caracteres de algunas especies e incluso géneros se expresan sólo en los estados larvarios y no adultos (Capítulo II). La conciencia de estas carencias en el conocimiento debería indicarnos que sería arrogante pretender controlar completamente o sustituir estos sistemas ecológicos. En consecuencia, antes de masificar prácticas basadas en sólo una especie (por ejemplo, la acuicultura del salmón del pacífico), se deberían evaluar sus múltiples consecuencias ecológicas y sociales. Es mejor actuar con cautela, que luego invertir grandes esfuerzos en reparar. El daño de la reducción de los complejos sistemas ecológicos y sociales a una sola dimensión (la madera, la harina, los camarones o los salmones y el dinero obtenido de la venta) queda bien ilustrado por el caso de las salmoneras del sur de Chile. En términos económicos, resulta inacep- table que los costos de las pérdidas de biodiversidad, la eutroficación, las altas concentraciones de químicos, antibióticos y desechos (véanse los Recuadros VII.1 y IX.1) no sean asumidos por las empresas, sino que deban ser pagados por toda la sociedad. En términos sociales y culturales, aquellas comunidades tradicionalmente dedicadas a la recolección, la pesca y/o la agricultura en pequeña escala han debido emigrar o pasar de una situación en que eran dueñas de su propia subsistencia a una dependencia de terceros (Claude et al., 2000). La autonomía, dignidad y riqueza cultural de vastas regiones latinoamericanas se va degradando. También se amenaza la seguridad alimentaria y la supervivencia de la sociedad humana, puesto que para producir un kilo de salmón en Chile se requieren entre 2.5 y 5 kilos de pescado como alimento, administrado en forma de concentrado a base de harina de pescado (Claude et al., 2000). Resulta evidente que “deberíamos comer directamente peces silvestres”, y la iniciativa del Programa Chile Costa, que apoya la pesca artesanal y la organización de sus agrupaciones, provee una alternativa ejemplar (Moscoso, 2000; Pavez y Vial, 2000). Además, las condiciones de vida de los salmones aglomerados en jaulas (Figura XXII.7) son tanto o más deplorables que aquellas en los criaderos de pollos, de manera que también desde el punto de vista ético el consumo de peces silvestres parece mejor que el de “peces enjaulados”. Es entonces imprescindible adoptar aproximaciones y programas interdisciplinarios que incorporen disciplinas híbridas como la ética ambiental, el derecho ecológico, la economía ecológica, la antropología ecológica, la ecología política, la historia ambiental, el periodismo
XXII. Desafíos para la conservación biológica en Latinoamérica
Figura XXII.7. Las condiciones de vida de los salmones aglomerados en jaulas y bajo altas dosis de antibióticos pueden ser aún peores que las de los pollos en criaderos, donde pasan su vida en pequeñas jaulas y con fuertes dosis de hormonas. Este tipo de trato hacia animales ha motivado un incremento de las personas vegetarianas que por razones éticas abandonan el consumo de carne. (Fotografía de Doris Soto).
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ecológico y la ecología humana (Capítulo I. Figura I.1; Toledo, 1999a). Cada una de estas disciplinas cuenta ya con libros temáticos y publicaciones periódicas, como por ejemplo, Environmental Ehtics, Environmental Values, Ecological Economics, Environmental History, Etnoecología, Ethnobiology, Ecología Política o Human Ecology. Es fundamental también salvar las distancias entre las humanidades y las ciencias. Como ha señalado el biólogo argentino Marcelino Cerejido (1996): Los pensadores, escritores y artistas de Latinoamérica hacen un esfuerzo admirable por analizar y reflejar en sus obras el sufrimiento y la injusticia que se padece en Latinoamérica. Con todo, hay una falta de comunicación casi insalvable entre ellos y los investigadores, que hace que rara vez los relacionen con el conocimiento. Por eso es que mientras no logremos atraer también a nuestros creadores, y ellos sigan creyendo que la ciencia y la tecnología son meros proveedores de datos estrafalarios y artefactos computarizados, o que la única relación entre ellos y nosotros se da en el terreno de la ciencia-ficción, no lograremos difundir esa visión de mundo del que depende nuestro “polo científico”.
Con una perspectiva diferente, el etnoecólogo mexicano Víctor Toledo ha enfatizado que: En una región, donde a diferencia de los países donde se originó la ecología científica, las culturas originales o autóctonas no sólo no fueron aniquiladas o suprimidas por completo, sino que hoy viven un renacimiento no solamente demográfico, sino socio-cultural y político, resulta impropio realizar investigación científica sin tomar en cuenta los aportes de las “otras ecologías”... Es imposible diseñar modelos sustentables ...sin revisar antes la experiencia ganada por estas culturas locales durante siglos de interacción con los ecosistemas terrestres y acuáticos (Toledo y Castillo, 1999).
La aproximación transdisciplinaria no supone la abolición de las disciplinas, sino su integración dentro de enfoques holísticos o sistémicos donde el biólogo de la conservación no sólo debe observar y desentrañar patrones, sino también implementar e involucrarse en la acción.
Perspectivas locales y globalización
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El llamado de Víctor Toledo hacia reconocer y valorar la multiplicidad de visiones y prácticas indígenas apunta hacia el reconocimiento de una de las causas más graves de la actual crisis ecosocial en Latinoamérica, a la vez que abre perspectivas para su solución. En el Capítulo X la metáfora del “efecto sombra” subraya la existencia de una multitud de valores, actitudes y prácticas que propenden hacia la conservación y podrían ser sustentables. Esta enorme diversidad de perspectivas locales es desconocida y aun eliminada por ciertas prácticas de la actual globalización económica, que es también política y cultural. El mercado global reemplaza los mercados locales, los pequeños agricultores y ganaderos son desplazados por grandes compañías que establecen extensos monocultivos. Actualmente sólo diez compañías controlan más de un tercio del
mercado de semillas comerciales y el 100% de las semillas genéticamente modificadas (Shiva, 2000). La tendencia hacia el cultivo de variedades alteradas genéticamente conlleva una dramática reducción en la diversidad genética de las especies en nuestra alimentación. En vez de las innumerables variedades de maíz de Centroamérica, en México se están expandiendo las variedades genéticamente modificadas que, además, deben ser compradas a las compañías (Kwiatkowska y López, 2000). Las variedades genéticamente modificadas son resistentes a herbicidas y plaguicidas que eliminan el resto de las especies, reduciendo drásticamente la diversidad biológica en los campos de cultivo. Además, cuando los agricultores adoptan estas semillas, y la batería química asociada, su dependencia de los mercados internacionales aumenta y, por lo tanto, su autonomía y tradiciones culturales desaparecen a la par con la diversidad biológica de sus ecosistemas regionales (Rozzi y Massardo, 2000). Frente a esta ola de globalización y homogeneización, es imprescindible poner en relieve la diversidad ecológica y cultural de los paisajes latinoamericanos. Es necesario reconocer que algunas explicaciones o teorías ecológicas desarrolladas en el Hemisferio Norte pueden no ser aplicables a situaciones del hemisferio sur. Por ejemplo, la dificultad que tuvieron los ecólogos para detectar la dispersión de semillas por hormigas en sistemas áridos de Argentina ocurrió en gran medida porque los ecólogos argentinos fueron entrenados en Estados Unidos, donde los mecanismos de dispersión de semillas en ecosistemas áridos son diferentes (Recuadro XXII.2) Es necesario distinguir y recalcar las particularidades de cada sistema antes de explicarlo o transformarlo con modelos científicos o tecnológicos importados (Feinsinger, 2001). El estudio de la historia natural de los organismos, sus interacciones ecológicas y su papel en el funcionamiento de los ecosistemas representan una posibilidad al “alcance de la mano” para las escuelas, las universidades, los grupos de defensa de la naturaleza y las comunidades indígenas a lo largo de Latinoamérica (Figura XXII.8).
XXII. Desafíos para la conservación biológica en Latinoamérica
Figura XXII.8 .Miembros de una comunidad de los Izuceños,del Gran Chaco de Bolivia, comentan sus inquietudes sobre la conservación y el manejo de su paisaje. Para ello formulan preguntas arraigadas en su tradición cultural y con elementos de la ciencia ecológica que no requieren un costoso equipamiento para conducir la investigación y proponer medidas para lograrlo. (Fotografía de Peter Feinsinger).
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Recuadro XXII.2. Historia natural LOCAL y ciencia ecológica UNIVERSAL: los sistemas semillas-granívoros en desiertos de Sudamérica y Norteamérica Luis Marone Javier López de Casenave Víctor R. Cueto
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El ecólogo, como cualquier ser humano, tiene una percepción de la naturaleza con ineludibles componentes subjetivos. Las consecuencias de esta subjetividad en el estudio de los ecosistemas merecen un atento análisis epistemológico. La observación científica debe ser intersubjetiva, es decir, todo dato debería poder ser registrado por más de un observador (Pickett et al., 1994). Así, la comunidad científica reduce los sesgos individuales de sus miembros, evaluando la calidad de sus enunciados observacionales y eliminando los que están equivocados (tales como aquellos que no expresan una correspondencia con los hechos). Sin embargo, aunque establecer hechos en la naturaleza requiere observaciones detalladas, a veces esas observaciones se suponen correctas sin suficiente corroboración o evaluación crítica. Si esas distorsiones se introducen en cadenas inferenciales (por ejemplo, un experimento) el error original se propaga irremediablemente. Tales distorsiones pueden ser introducidas por preconcepciones teóricas, muchas veces importadas de otros sistemas y, por lo tanto, insuficientemente evaluadas frente a la nueva situación empírica. Un ejemplo de esto queda ilustrado por la confusión entre granívoros predispersivos (que consumen semillas sobre las plantas) y posdispersivos (que consumen semillas en el suelo). Esta confusión surge, en ciertos casos, simplemente porque el comportamiento de alimentación de los animales se supone, sin más, a partir de su estado taxonómico (por ejemplo, todas las aves de la familia Emberizidae o las hormigas del género Pogonomyrmex son granívoras terrícolas). Hemos estudiado el posible impacto de las aves granívoras sobre las reservas de semillas en el Desierto del Monte, una región que corre al pie de la Cordillera de los Andes, desde el extremo noroeste de Argentina hasta la Patagonia
oriental. La monterita de collar (Poospiza torquata), emberízido común en el Monte central, consume fundamentalmente semillas en otoño-invierno, al igual que otras especies de esa familia. Pero, a diferencia de otros emberízidos del área que comen semillas del suelo, la monterita es un granívoro predispersivo que come sobre las panojas de gramíneas. Por lo tanto, si P. torquata fuera considerada granívora terrícola, el consumo de semillas sobre el suelo por el conjunto de las especies de aves granívoras sería sobrestimado. Usando cálculos bioenergéticos (López de Casenave, 1999) la sobrestimación promedio para diez inviernos habría sido de un 32%, superando el 100% en algunos de ellos (en 1988 y 1997). El análisis de la historia natural de las aves del Monte permite, en cambio, postular una relación realista entre la abundancia de semillas y consumidores, ya sea eliminando a P. torquata de las estimaciones de impacto sobre el banco de suelo (Marone et al., 1998) o sugiriendo un mejor estimador de disponibilidad de semillas para la P. torquata (tal como sólo semillas en pie). Las hormigas granívoras del género Pogonomyrmex, comunes en desiertos americanos, ofrecen otro ejemplo de cómo las observaciones erróneas de la historia natural pueden afectar la interpretación de los experimentos. La tasa de remoción de semillas por hormigas ha sido estimada en varios desiertos del mundo usando un experimento clásico, aunque importado, donde se ofrecen semillas en cebaderos ubicados sobre el suelo. Un supuesto restrictivo de estos experimentos es que la tasa de remoción en cebaderos simula la tasa natural de consumo. Cuando realizamos un experimento de esas características en el Monte, nos sorprendió la baja frecuencia de individuos de Pogonomyrmex en los cebaderos. Seguramente influenciados por preconcepciones teóricas importadas, esperábamos
que estas hormigas iban a ser muy frecuentes, dado que son granívoros estrictos que remueven muchas semillas en los experimentos de Norteamérica. El resultado obtenido nos indujo a estudiar mejor el comportamiento alimentario de las Pogonomyrmex: observaciones preliminares sugieren que cosechan una importante proporción de semillas sobre las plantas de gramíneas en el Monte. Debimos entonces desprendernos de aquellas preconcepciones y estudiar la historia natural de las hormigas para poder interpretar mejor nuestros experimentos. Esta experiencia deja también enseñanzas sobre la importancia del análisis metodológico para integrar el conocimiento ecológico (véase Pickett et al., 1994). Las tasas experimentales de remoción de semillas en desiertos con diferentes proporciones de hormigas que se alimentan sobre las plantas y sobre el suelo podrían variar no sólo porque las hormigas difieren en su importancia como granívoros entre desiertos, sino también como consecuencia de sutiles diferencias en la historia natural de los ensambles.
Un ejemplo un tanto diferente acerca del efecto de las observaciones imprecisas sobre las cadenas de razonamientos lo brindan los estudios sobre dieta de aves. En el Monte, algunas especies como Elaenia albiceps (Tyrannidae) suelen tener grandes cantidades de semillas en sus tractos digestivos (por ejemplo, del género Lycium). Pero estas semillas no son consumidas per se sobre las plantas o el suelo, sino que son incorporadas al consumir frutos carnosos enteros. Confundir frugivoría con granivoría conduce a conformar equivocadamente el conjunto de especies granívoras y, como se vio en el caso de la P. torquata, este error se propaga a lo largo de las cadenas inferenciales. Los ecólogos y biólogos de la conservación aumentaremos la probabilidad de alcanzar resultados significativos si somos capaces de evaluar críticamente nuestros enunciados observacionales, combinando experimentos cuidadosamente diseñados con largos períodos de observación de la historia natural de las especies en los sistemas que estudiamos y procuramos conservar (W. Resetarits, en Roush, 1995).
Consumo de semillas por aves granívoras —como la monterita de collar (Poospiza torquata), especie de emberízido común en el Monte central de Argentina— durante diez inviernos en el Monte central, estimado a partir de cálculos bioenergéticos (López de Casenave, 1999). Las cruces indican el consumo estimado del conjunto total de especies de aves granívoras, mientras que los círculos indican el consumo de todas las especies, excepto Poospiza torquata.
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En la escuela resulta sencillo salir de la sala de clases para observar el vecindario donde pueden realizarse actividades de dibujo, descripción, formulación de preguntas o reflexiones acerca de las casas, plazas, jardines, árboles en las avenidas, líquenes que crecen sobre los troncos de los árboles, arroyuelos donde se pueden también tomar muestras de agua para observar bajo la lupa los diversos protozoos, algas o invertebrados. El conocimiento que emana de estas actividades simples y la sensibilización frente a la belleza y diversidad del mundo natural –donde los seres humanos somo sólo una especie entre millones—constituye una experiencia crucial para una conservación biológica perdurable. En la universidad pueden realizarse, con bajo costo, excursiones para reconocer y describir las especies, hábitats, comunidades biológicas, ecosistemas y hábitos de vida de las poblaciones humanas regionales. Este tipo de observación directa del entorno biótico, cultural y social es tan estimulante y esencial a nivel universitario para la sensibilización, comprensión y cuestionamiento científico, como lo es la exploración a nivel escolar. Además, las organizaciones naturalistas, las comunidades indígenas y otras personas interesadas en la conservación pueden sumarse a estas experiencias. La participación de académicos y estudiantes con la comunidad posibilita la experiencia de desentrañar ciclos de vida, diversidad de formas de vida y de interacciones entre ellas en su conjunto. Esta experiencia participativa puede inspirar el accionar político, social, económico, antropológico, legal o filosófico con mayor arraigo en las refinadas y múltiples tramas de la diversidad biológica y cultural (Rozzi, 2000). Es necesario integrar también la diversidad del paisaje, considerando en los esfuerzos de la conservación biológica tanto los “ecosistemas prístinos” como los “ecosistemas antrópicos”. Robin Chazdon (1998) ha enfatizado la importancia que tienen los bosques secundarios para la conservación de los bosques tropicales. Bosques primarios y secundarios se complementan en la actual matriz del paisaje latinoamericano y deben complementarse también en los esfuerzos de conservación en esta región (Figura XXII.9) Es necesario comprender también la íntima conexión entre los ecosistemas y los conocimientos locales. Tal como en los pueblos recolectores del Chocó (Recuadro XX.3) o los extremos latitudinales de América (Recuadro X.2), el conocimiento acerca de las plantas está ligado al momento y lugar donde se colectan los frutos, el conocimiento científico está también indisolublemente ligado a los ecosistemas y los contextos culturales donde se ha generado (Rozzi, 1999). Las particularidades de las situaciones locales pueden permanecer ocultas cuando son analizadas con la mirada de modelos o métodos que se presentan como universales, pero que en realidad también están circunscritos a sus lugares natales. ¿Qué hubiera ocurrido sin en vez de masificar el ganado bovino, éste se hubiera combinado con el manejo de las poblaciones de ñandú y de camélidos en las pampas argentinas? ¿Qué ocurriría si en vez de instalar las plantaciones monoespecíficas de eucalipto se manejaran los bosques nativos del sur de Brasil? ¿Qué ocurriría si además de aprender los méto-
XXII. Desafíos para la conservación biológica en Latinoamérica
(A)
(B)
Figura XXII.9. (A) Tanto los bosques primarios, como (B), los fragmentos de bosques secundarios son elementos constituyentes del paisaje de Centroamérica que deben ser integrados complementariamente en el trabajo de conservación biológica. (Fotografías de Robin Chazdon).
dos y las teorías científicas desarrolladas en el Hemisferio Norte pusiéramos atención a las tradiciones culturales de nuestras regiones? Es necesario reconocer la gran influencia que tienen los modelos de los países del Hemisferio Norte sobre nuestros programas académicos y en el desarrollo y aplicaciones tecnológicas en nuestras regiones. Como señala Cerejido (1996), hoy tenemos suficientes indicios que hemos logrado el objetivo de formar investigadores. Los investigadores latinoamericanos publican en las mejores revistas del mundo, figuran en los planteles de Harvard y del Max Planck; ahora es necesario enfatizar la incorporación de nuestras propias realidades ecológicas, sociales y culturales. Es imprescindible definir con claridad la naturaleza de los problemas de conservación en nuestras regiones y proponer soluciones simples, tecnológica y económicamente viables y respetuosas de los contextos socio-ecológicos donde se implementan (Recuadro XXII.3). Esta constituye otra buena razón para enfatizar el trabajo de campo en la enseñanza de la ecología y los programas de biología de la conservación. Debemos esforzarnos por salir a explorar los ecosistemas, a la vez que conversar con la gente de nuestras localidades y generar perspectivas que permitan expresar las propiedades y especificidades ecológicas y culturales latentes en nuestras regiones.
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Recuadro XXII.3. La promoción de perspectivas locales e iniciativas autónomas: una urgencia para el futuro de la conservación biológica en América Latina Peter Feinsinger Ricardo Rozzi
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La ciencia y la sociedad son dinámicas, pero el cambio histórico no niega la responsabilidad presente. Así, laboriosamente y con decisión, nos empeñamos en integrar práctica y teoría en la biología de la conservación. Abiertos a una permanente revisión crítica del conocimiento y rediseño de los programas de investigación, educación, legislación, protección y manejo de ecosistemas, hemos expuesto aquí lo que percibimos sinceramente como algunos de los problemas más urgentes que confrontan los paisajes biológicos y culturales. Exploramos a la vez posibles respuestas a tales desafíos y las acciones que pudieran implementar tales respuestas en el diversificado mosaico del Continente Americano. En este esfuerzo nos parece imprescindible rescatar, respetar y enfatizar el valor de los “puntos de vista” locales, en regiones rurales, áreas protegidas, comunidades indígenas y también en las comunidades multiculturales de los centros de investigación y de toma de decisiones políticas en la urbe. En primer lugar, debemos reconocer que muchos de los conceptos, aproximaciones, prácticas y políticas de la biología de la conservación contemporánea han sido planteados en los países industrializados de las regiones templadas del Hemisferio Norte y Australia. Tales países presentan una historia más larga en este campo y ofrecen mayores oportunidades de empleo como biólogo de la conservación y para la publicación de estudios o teorías; además, existe una mayor cantidad de personas trabajando en esta área, gran número de programas académicos, políticas y ministerios involucrados en la conservación y un apoyo financiero que lo permite. Muchos profesionales de la conservación biológica en América Latina han realizado estudios en centros académicos de Europa o Norteamérica, o han basado sus cursos en textos preparados en tales
centros. Estas ideas y aproximaciones “importadas” a los países latinoamericanos pueden ser muy útiles, motivadoras y beneficiosas. Sin embargo, no siempre es así. Cada país, provincia, ciudad o zona rural de América Latina presenta circunstancias únicas y muy distintas a aquellas de los países mencionados arriba con respecto a la política, la sociedad, la historia, la biología y otros aspectos de la historia natural y la manera de percibir e interactuar con el medio ambiente. Se deduce que ustedes, los lectores de este texto, no deben seguir acríticamente la sabiduría convencional, los modelos “universales” del campo de la biología de la conservación. Es imprescindible, en cambio, desarrollar cuidadosamente perspectivas y acercamientos a la biología de la conservación arraigados en los contextos ecológicos y culturales locales, donde los ojos, los oídos y los cerebros están familiarizados con estas realidades. En este sentido, la habilidad de observar y pensar facultan para proponer soluciones o caminos de manera independiente o conjuntamente con otros colegas latinoamericanos y extranjeros. Seleccionen lo más apropiado de la gran cantidad de acercamientos a la biología de la conservación y modifíquenlo según las particularidades locales, o según éstas planteen acercamientos innovadores. En los otros recuadros ya han encontrado a muchos profesionales latinoamericanos que lo han hecho. La aproximación planteada en el Recuadro XVIII.1 está dirigida a la indagación de los entornos locales y regionales. ¿Qué deseamos conservar?: los paisajes, los seres vivos que habitan en ellos y sus interacciones. ¿Quiénes son las personas más familiarizadas con estos entornos y que, por lo tanto, podrían percibir los problemas de conservación con una mayor agudeza enraizada en las historias de convivencia con aquellos paisajes?: ciertamente los miembros de las comunidades locales,
quienes en su gran mayoría no son biólogos de la conservación certificados. En este escenario, el ciclo de indagación planteado en el recuadro XVIII.1 permitiría una integración entre las preguntas y formas de exploración traidas desde fuera por los biólogos de la conservación y aquellas preguntas y conocimiento tradicional cultivado por las comunidades locales (Feinsinger, 2001). Este tipo de indagación conjunta debiera conducir a nuevas formas de exploración, nuevos ensayos, nuevos modos de relación. Esto exige que los biólogos de la conservación aprendamos a escuchar, a abrir primero los oídos a las preguntas y conocimientos locales y evitar actitudes de arrogancia académica. A través de la indagación realmente participativa podrán formularse preguntas contestables sobre el terreno acerca de la diversidad biológica, procesos ecológicos y modos de relación de las poblaciones humanas con los ecosistemas. Se podrán ensayar preguntas en escalas históricas de las tradiciones orales y registros complementarios acerca de cambios en el paisaje. A través de una práctica conjunta del Ciclo de Indagación u otros métodos
que enfatizan el sentido común y la habilidad de pensar, las inquietudes de los lugareños conducirán a preguntas, indagaciones y aplicaciones más adecuadas a dicho paisaje. Nosotros, los biólogos de la conservación, no tenemos todas las respuestas; ni siquiera tenemos todas las preguntas. La biología de la conservación, como toda ciencia, es social. Su historia ha influido sobre, a la vez que ha sido influida por, cambios en las perspectivas sociales y políticas. Aquello que observamos hoy ha sido estructurado por aquella azarosa deriva histórica, por nuestros peculiares modos de entrenamiento académico y por las sociedades en que nos ha tocado vivir. En este libro hemos enfatizado temas que han parecido relevantes a los autores y editores, a colegas de la biología de la conservación en América Latina y otras regiones, y esperamos que también a los diversos lectores de este texto. Si este libro hubiera sido escrito hace 50, o aún hace diez años atrás, habría enfatizado temáticas muy distintas, y estamos seguros que dentro de cinco décadas los futuros lectores se reirán al mirar la tabla de contenidos y muchos de los enfoques.
Figura. Taller de reconocimiento de aves de los bosques del sur de Chile y Argentina con guardaparques, profesores y biólogos de los dos países, realizado en el Parque Nacional Chiloé en noviembre de 1995. (Fotografía de Ricardo Rozzi).
En la actual época de globalización, es necesario distinguir los lugares de origen de los problemas ambientales y los lugares donde éstos se expresan. Por ejemplo, el deterioro de la capa de ozono en la estratósfera deriva principalmente de las emisiones químicas en los países industrializados; sin embargo, afecta con mayor intensidad a las poblaciones humanas y de otros seres vivos en el extremo sur de América (Figura XXII.10). El desafío es ahora incorporar los principios de la biología de la conservación en nuestros modos de vidas a nivel individual, comuni-
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Figura XXII.10. El cambio global demuestra cómo las actividades de los países industriales afectan áreas tan remotas como la región más austral del Continente Americano, ubicada debajo de la mayor apertura del agujero de la capa de ozono y sometida a intensa radiación ultravioleta en los meses de primavera (octubre-diciembre). (Fotografía de Ricardo Rozzi, Archivo del Parque Etnobotánico Omora, Isla Navarino, Chile).
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tario, nacional y global. La conservación biológica es saber teórico y práctico a la vez. La primera resistencia para este paso viene de la ciencia misma, que durante la segunda mitad del siglo XX ha separado las esferas del conocimiento con aquella de los valores y de la ética. Bajo tal perspectiva, una tarea corresponde a la investigación y explicación de procesos físico-químicos, como los que generan el adelgazamiento de la capa de ozono, y otra tarea corresponde a la implementación de políticas necesarias para evitar su deterioro. Hoy en cambio, los biólogos de la conservación latinoamericanos debemos asumir ambas responsabilidades: (1) describir y comprender los procesos que afectan la biodiversidad y (2) adoptar cambios en nuestros estilos de vida, y fomentarlos en las políticas nacionales e internacionales. Esta tarea requiere generar espacios donde los variados sectores de la sociedad y sus diversas personas puedan participar en la tarea de la conservación biocultural (Figura XXII.8). Sin esta cooperación entre los científicos y los ciudadanos las polarizaciones e incomprensiones entre “científicos bien informados” y “ciudadanos o políticos desinformados” continuarán, dificultando la solución de nuestros problemas contingentes. Tal tarea demanda, entre otras cosas, una transformación cultural. La ecología nos muestra que los seres vivos y los sistemas de interacciones que ellos constituyen son dinámicos. Las relaciones, los procesos y las estructuras ecológicas varían en el tiempo y así también pueden variar las relaciones establecidas por los seres humanos entre sí y con el medio ambiente. Las perspectivas ofrecidas en este libro probablemente se transformarán rápidamente, pero en este momento en que confrontamos una profunda crisis ecosocial en Latinoamérica hemos considerado oportuno enfatizar que la conservación de la biodiversidad y el bienestar social no son antagónicos, sino que se complementan. Que los programas de desarrollo basados esencialmente en el crecimiento económico no implican necesariamente una satisfacción de las necesidades básicas para la mayoría de la gente, sino que frecuentemente conllevan una acumu-
lación de la riqueza y del poder político en un pequeño sector. Que la degradación ambiental afecta primordialmente a grupos marginados de las decisiones políticas, pero que constituyen la mayoría de la población latinoamericana. Que existen opciones depositadas en el saber tradicional (como el manejo de los palmares de inaja practicado por los okaracibiteri, Recuadro VIII.2) o en alternativas innovadoras (como las granjas de mariposas donde cada vez que el cielo es cruzado por el vuelo azul de una mariposa Morpho, ésta nos recuerda que el bienestar de los seres humanos y de los demás seres vivos pueden ir juntos, Figura XXII.11). Que el respeto por la diversidad biológica y cultural significa a la vez un respeto por nosotros mismos, por nuestra supervivencia, la de nuestros descendientes y por la expresión de la más hermosa de las virtudes humanas: el amor por la vida.
XXII. Desafíos para la conservación biológica en Latinoamérica
Figura XXII.11. Cada vez que el cielo es cruzado por el vuelo azul de una mariposa Morpho,en los campos de una granjas de mariposas, ésta nos recuerda que el bienestar de los seres humanos y de los demás seres vivos pueden ir juntos. (Fotografía de Fulvio Eccardi).
Resumen 1. La conservación biológica y el bienestar social son complementarios y no son opciones contrapuestas, como generalmente se presentan. Confrontamos una gran crisis, tanto ecológica como social. Tanto el diagnóstico de sus causas como el diseño de sus soluciones demandan una integración entre los sistemas sociales y ecológicos. Esta reconexión requiere de aproximaciones interdisciplinarias y de la valoración múltiple de los ecosistemas.
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2. Con una aproximación interdisciplinaria es necesario: (1) analizar afirmaciones problemáticas, tales como “el crecimiento económico generalmente ayuda a la gente pobre”; (2) diversificar los indicadores de bienestar social; (3) mejorar la formulación y el cumplimiento de las legislaciones ambientales (interrelacionando dimensiones ecológicas y sociales); (4) escuchar a los diversos involucrados y afectados por los proyectos de desarrollo; promover la discusión pública e informar a la ciudadanía respecto a los problemas ecosociales; (5) precisar quiénes son los beneficiarios y los afectados por los proyectos de extracción de recursos naturales; (6) definir cualitativa y cuantitativamente el impacto ambiental de diversas personas, comunidades o empresas, y (7) revisar la historia ambiental de cada región para comprender mejor los procesos de transformación ecológica y cultural y evitar errores cometidos en el pasado. 3. La extrema segregación disciplinaria limita la comprensión de los sistemas biológicos. Aunque la interdependencia entre los niveles de organización biológica (niveles genéticos, moleculares, celulares, organísmicos, ecosistémicos y biosféricos) y sus interacciones con los sistemas sociales pudieran parecer obvias al sentido común, ésta no es considerada por la mayoría de los grandes proyectos agronómicos, forestales, médicos y de ingeniería genética. Un ejemplo extremo de ésto es la proliferación de monocultivos bajo cuya perspectiva todas las demás especies son “malezas o competidores”. 4. Antes de masificar prácticas de monocultivo y la introducción de variedades genéticamente modificadas, se deberían evaluar sus múltiples consecuencias ecológicas y sociales. Es mejor actuar con cautela que luego invertir grandes esfuerzos en reparar.
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5. Frente a la ola actual de globalización y homogeneización, es imprescindible: poner en relieve la diversidad ecológica y cultural de los paisajes latinoamericanos; desarrollar explicaciones y prácticas inmersas en estos paisajes; evaluar críticamente las teorías y modelos desarrollados en otras regiones; integrar la diversidad del paisaje, considerando tanto ecosistemas “pristinos” como “antrópicos”; revalorar los conocimientos locales y comprender sus conexiones con los ecosistemas regionales; definir con claridad la naturaleza de los problemas de conservación en nuestras regiones y proponer soluciones simples, tecnológica y económicamente viables y respetuosas de los contextos socio-ecológicos donde se implementan; enfatizar en la enseñanza de la ecología y los programas de biología de la conservación el trabajo de campo; y asumir nuestra responsabilidad como biólogos de la conservación, no sólo para describir y comprender los procesos que afectan la biodiversidad, sino también para participar en los cambios en nuestros estilos de vida y las políticas nacionales e internacionales, promoviendo una transformación cultural que conduzca a relaciones más solidarias entre nuestras diversas sociedades, y entre ellas y nuestros preciosos ecosistemas y sus miríadas de seres vivos.
Para discutir
XXII. Desafíos para la conservación biológica en Latinoamérica
1. Después de leer este texto, ¿cree usted que es necesario integrar los conceptos biológicos con las humanidades (como la filosofía), las artes (como la pintura) y las ciencias sociales (como la antropología, la economía, la historia, las ciencias políticas)? ¿Por qué sí o por qué no? ¿Cómo podría realizar usted esta integración? 2. ¿Qué problemas detecta usted en su región que requieran la concurrencia de disciplinas de las áreas sociales y de las áreas biológicas? ¿Cómo puede cada una de las disciplinas contribuir a la solución de tales problemas? 3. ¿Qué dificultades experimenta usted en su escuela, universidad o institución para integrar aspectos sociales y ecológicos en los problemas de conservación que le interesan? ¿Qué podría hacer usted para mejorar la colaboración interdisciplinaria en el interior de su institución e incrementar la cooperación entre instituciones vinculadas a problemáticas de la conservación biológica en su región? 4. Como resultado del estudio de la biología de la conservación biológica, ¿ha decidido algún cambio en su estilo de vida o en su nivel de actividad política? ¿Cree que puede hacer alguna contribución? ¿En qué forma? 5. Elija un concepto, caso o perspectiva que le haya resultado interesante o estimulante a lo largo de este texto. ¿Cómo podría presentárselo a los estudiantes de su escuela local? ¿Cómo se los explicaría a alguna de las autoridades de su comuna o provincia? ¿Qué actividad o programa propondría usted para dar a conocer este concepto o práctica a la comunidad de su región? 6. Discuta las nociones y prácticas que le parezcan más relevantes para la biología de la conservación en Latinoamérica. ¿Qué habría que corregir respecto a las aproximaciones actuales y cuáles serían las innovaciones más urgentes? ¿Cómo podría implementarlas? ¿Qué secciones nuevas desearía escribir usted para un texto de conservación biológica para su región?
Lecturas sugeridas y material básico clave Cerejido, M. (1996), “En América Latina ya podemos investigar, el próximo paso es tratar de hacer ciencia”, Interciencia 21:64-70. Los investigadores latinoamericanos deben pasar de una fase en que se han esforzado por imitar el modo de hacer ciencia de los países industrializados a una fase en que la investigación se inserte en las problemáticas sociales y ecológicas de sus regiones y países. Conservation Biology. Publicación periódica de la Sociedad de Biología de la Conservación, cuyos artículos junto con los de revistas como
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Conservación y sociedades humanas
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Ambio, BioScience, Biological Conservation, Ecología Política, Ecological Applications, Ecological Economics Environmental Conservation, Environmental Ehtics, Environmental History, Environmental Values y Ethnobiology, o Human Ecology, conviene revisar periódicamente. de la Madrid, M., comp. (1998), La América que Queremos, Fondo de Cultura Económica, México. Ensayos por destacados pensadores latinoamericanos que integran las dimensiones sociales y ambientales de los problemas y de los sueños que se encuentran en las diversas regiones del continente. Feinsinger, P. (2001), Scientific Inquiry as a Tool in Protected Area Management in Latin America and Elsewhere, Island Press, Covelo, California, en prensa. Un texto que enfatiza la historia natural y entrega conceptos y aproximaciones científicas de una manera sencilla que recuerda las aproximaciones de Paulo Freire. Jacobson, S. K., E. Vaughan y S. W. Miller (1995), “New directions in conservation biology: Graduate programs”, Conservation Biology 9:517. Descripciones de 51 programas de posgrado con las listas de los profesores respectivos. Meffe, G. K. y C. R. Carroll (1997), Principles of Conservation Biology, Sinauer Associates, Sunderland, Massachusetts, Estados Unidos. Excelente texto para alumnos de postgrado. Oelschlaeger, M., y R. Rozzi, (1998), “El nudo gordiano interdisciplinario: un desafío para la sustentabilidad”, Ambiente y Desarrollo XIV(3):71-81. Un argumento para la necesidad de enfoques interdisciplinarios. Saberwal, V. K., y A. Kothari (1996), “The human dimension in conservation biology curricula in developing countries”, Conservation Biology 10:1328-1331. En los países latinoamericanos y otros continentes del Hemisferio Sur las ciencias sociales y las humanidades están ausentes de la mayoría de los programas de biología de la conservación o de manejo de vida silvestre. Toledo, V. M., y A. Castillo (1999), “La ecología en Latinoamérica: siete tesis para una ciencia pertinente en una región en crisis”, Interciencia 24:157-168. Un excelente artículo que propone orientar la investigación hacia la solución de problemas regionales, considerar las culturas indígenas y adoptar aproximaciones interdisciplinarias.
Sección V
Aplicaciones prácticas
XV. Establecimiento de áreas protegidas Richard Primack Ricardo Rozzi Peter Feinsinger
L
a protección de hábitats es la manera más efectiva para preservar la diversidad biológica. Un paso crítico para la conservación de las comunidades biológicas es el establecimiento de áreas protegidas legalmente, gobernadas por leyes y reglamentos que permitan diferentes grados de uso tradicional y/o comercial por la comunidad local, uso recreativo, investigación científica y preservación del hábitat. Para asegurar que una vez establecidas las áreas protegidas alcancen su propósito, es necesario generar poder político y recursos financieros considerables. La mayor parte de las primeras áreas protegidas se establecieron para proteger cuencas hidrográficas que aseguraban la provisión de agua para la agricultura y los asentamientos humanos, o como lugares escénicamente atractivos (Figura XV.1). El énfasis en el papel de las reservas en la conservación de la biodiversidad es reciente. Las áreas protegidas pueden establecerse de diversas formas, pero los mecanismos más comunes son la acción del gobierno (a menudo a nivel nacional, pero también a niveles internacional, regional y local) y la adquisición de terrenos por organizaciones de conservación o por particulares. Si bien la legislación y la compra del terreno no aseguran su preservación, constituyen un fundamento para lograrlo. Las áreas protegidas también se han establecido por iniciativa de sociedades tradicionales que desean mantener sus modos de vida o preservar sus tierras. En países tales como Colombia, Bolivia, Estados Unidos, Canadá y Malasia los gobiernos nacionales han comenzado a reconocer los derechos de las sociedades tradicionales. Tal reconocimiento ha ocurrido frecuentemente después de conflictos legales seguidos por la prensa. En muchos casos la lucha por de los derechos locales ha provocado violentas confrontaciones (a veces con pérdida de vidas) con las autoridades de gobierno que pretenden imponer proyectos de desarrollo (Gadgil y Guha, 1992; Western et al., 1994).
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Aplicaciones prácticas
Figura XV. 1. Actualmente existe consenso en Centroamérica acerca de la necesidad de proteger los bosques de las laderas y las cuencas hidrográficas para prevenir las sequías e inundaciones y mitigar los efectos de erosión provocado por los huracanes. (Fotografía de Vince Murphy).
El sistema IUCN de clasificación
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El grado de la influencia humana sobre las comunidades biológicas es variable: es menor en las regiones más remotas, tales como el bosque lluvioso amazónico, y mayor en cultivos agrícolas intensivos, ciudades y lagos artificiales. Incluso en las regiones más remotas del mundo la contaminación del aire, el aumento de los niveles de CO2 y el calentamiento global afectan la biota. Por otro lado, dentro de los sistemas artificiales intensamente modificados es posible que los remanentes de la biota original puedan permanecer y prosperar. Los hábitats con niveles intermedios de perturbación y que cubren grandes áreas geográficas presentan algunos de los desafíos y oportunidades más importantes para la biología de la conservación. Los bosques tropicales secundarios talados selectivamente pueden permitir la continuidad de las interacciones ecológicas y la permanencia de una considerable diversidad biológica (Western, 1989; Redford, 1992; Chazdon, 1998). Cuando se establece un área de conservación debe hacerse un compromiso entre la protección de la diversidad biológica y el funcionamiento del ecosistema, satisfaciendo las necesidades inmediatas y en el largo plazo del gobierno y de la comunidad humana local. Cuando se está planificando la protección de un área, las decisiones deben tomarse de acuerdo a la intensidad de la perturbación humana potencialmente permitida. Un área protegida existente puede requerir protección adicional si las actividades humanas actuales están dañando aspectos importantes de la diversidad biológica; por otro lado, la mayor actividad humana puede ser apropiada e inofensiva. En general, cuando se permite una gran cantidad de alteración humana se conserva un rango de biodiversidad más estrecho. El IUCN ha desarrollado el siguiente sistema de clasificación para áreas protegidas, que considera desde un uso humano bajo del hábitat hasta usos intensivos (IUCN, 1994b):
1. Reservas naturales estrictas y áreas silvestres. Protegen organismos naturales y procesos naturales en ausencia de actividad humana con el objeto de mantener ejemplos representativos de la diversidad biológica para el estudio científico, educación, monitoreo ambiental y mantenimiento de la variabilidad genética. Incluye dos subcategorías: (Ia) reservas naturales establecidas para la investigación científica y el monitoreo; (Ib) áreas silvestres mantenidas para actividades de subsistencia y recreación, para proteger hábitats y procesos ecosistémicos (por ejemplo, una cuenca hidrográfica).
XV. Establecimiento de áreas protegidas
2. Parques nacionales. Grandes áreas de belleza natural y escénica de importancia nacional o internacional, mantenidas para uso científico, educacional y recreativo. Generalmente no se usan para la extracción comercial de recursos. 3. Monumentos nacionales. Áreas más pequeñas designadas para preservar áreas naturales únicas o de interés histórico-ecológico especial. 4. Santuarios de vida silvestre manejados y reservas naturales. Similares a las reservas naturales estrictas, pero que pueden requerir de alguna manipulación humana para mantener las características de la comunidad ecológica. En ellas se permite alguna cosecha. 5. Áreas protegidas y paisajes marinos. Áreas que incorporan la interacción de la gente y el ambiente a través del uso tradicional no destructivo de los recursos naturales. Estas áreas incluyen áreas de pastoreo, huertos frutales o aldeas de pescadores. A la vez brindan oportunidades para el turismo y la recreación. 6. Áreas protegidas con manejo de recursos. Permiten la producción sustentable de recursos naturales, incluyendo agua, vida silvestre, pastos para el ganado, madera, turismo y pesca, de una forma tal que asegure la preservación de la diversidad biológica. Son áreas a menudo grandes y pueden incluir usos modernos y tradicionales de los recursos naturales. De estas categorías, las cinco primeras suelen definirse como verdaderas áreas protegidas, debido a que sus hábitats son manejados fundamentalmente para la conservación de la diversidad biológica. Una definición más estricta incluye sólo las primeras cuatro categorías. Las áreas en la última categoría no son manejadas para la conservación de la diversidad biológica en primera instancia, sino que éste es un objetivo secundario del manejo. Las áreas manejadas pueden ser particularmente significativas, puesto que son generalmente mucho más grandes en superficie que las áreas protegidas y contienen además muchas o la mayoría de las especies originales. En efecto, el trabajo de la conservación en la matriz fuera de las áreas protegidas es clave para la preservación de la biodiversidad en el largo plazo y para la reconciliación entre ésta y el bienestar humano (Capítulos XVIII, XIX y XX).
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Aplicaciones prácticas
Áreas protegidas En 1994 habían sido creadas, al menos en al papel, cerca de 8 600 áreas protegidas en todo el mundo, cubriendo alrededor de ocho millones de km2 (Cuadro XV.1) (IUCN, 1994b; WRI, 1994). Aunque ocho millones de km2 puede parecer una cifra impresionante, representa sólo cerca del 6% de la superficie total del planeta. El parque más grande del mundo está en Groenlandia, y cubre 972 000 km2, el 12% del total del área protegida. Sólo el 3% de la superficie de la Tierra está estrictamente protegido en reservas científicas y parques nacionales. La designación de un área protegida como tal en diversos países y continentes es sólo una CUADRO XV.1. Áreas protegidas y manejadas en diversas regiones geográficas del mundo. REGIÓN
ÁREAS PROTEGIDAS (Categoría IUCN I-V) Número Tamaño (Km2) de áreas
África Asiaa Norte y Centroamérica Sudamérica Europa Ex-U.S.S.R. Oceaníab Total
ÁREAS MANEJADAS (Categoría IUCN VI)
Porcentaje del total
Número de áreas
Tamaño (Km2)
Porcentaje del total
704 2 181 1 752
1 388 930 1 211 610 2 632 500
4.6% 4.4% 11.7%
1 562 1 149 243
746 360 306 290 161 470
2.5% 1.1% 0.7%
667 2 177 218 920 8 619
1 145 960 455 330 243 300 845 040 7 922 660
6.4% 9.3% 1.1% 9.9% 5.9%
679 143 1 91 3 868
2 279 350 40 350 4 000 50 000 3 588 480
12.7% 0.8% 0% 0.6% 2.7%
Fuente: WRI, 1994. aNo incluye la antigua U.S.S.R. bAustralia, Nueva Zelanda y las Islas del Pacífico. cIncluye sólo la tierra protegida por los gobiernos nacionales. No incluye sitios protegidos privados o locales y tampoco considera la Antártica.
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aproximación, debido a que algunas veces las leyes que protegen los parques nacionales y los santuarios de la naturaleza no se aplican en la realidad; por el contrario, algunas secciones de áreas manejadas que no están técnicamente protegidas, están cuidadosamente protegidas en la práctica. Así, la incerteza acerca del número y tamaño de las áreas protegidas proviene de los diferentes estándares usados y del grado de protección real sobre un área designada. La cobertura de las áreas protegidas varía ampliamente entre países. Por ejemplo, dentro de Latinoamérica los porcentajes de área protegida varían entre un 27% en Costa Rica, 18% en Chile, 8% en México y un 0.24% en El Salvador. El establecimiento de áreas protegidas ha aumentado en este siglo y alcanzó su máximo en los años setenta y principios de los ochenta (Figura XV.2). La disminución durante los ochenta refleja la disminución de la voluntad política de los ciudadanos y gobiernos para designar más áreas protegidas, junto a la noción que ya se habían creado suficientes.
XV. Establecimiento de áreas protegidas
Las áreas protegidas no podrían llegar a cubrir un gran porcentaje de la superficie terrestre, (quizás sólo entre el 7 y el 10%), debido a que otras necesidades de la sociedad humana exigen usos intensivos de la tierra. Muchas áreas protegidas se ubican en terrenos considerados de escaso valor económico, como laderas volcánicas, cumbres montañosas, desiertos o glaciares (Recuadro XV.1). La conservación marina ha quedado muy postergada respecto a la terrestre (Agardy, 1997). La determinación de provincias biogeográficas para el ambiente marino es mucho más difícil que para el terrestre, debido a que es menos conocido, los límites son menos definidos y la dispersión de larvas y adultos es más amplia (Grassle, 1991). Los científicos han descrito 40 provincias marinas, utilizando una combinación de la distribución de animales marinos relacionados (costa, bancos de arena, océano) y de las propiedades físicas que afectan su ecología y distribución (corrientes, temperatura) (Hayden et al., 1984). Se están realizando esfuerzos internacionales urgentes para proteger la diversidad biológica marina en cada una de estas provincias biogeográficas, estableciendo parques marinos comparables a los parques terrestres (Kenchington y Agardy, 1990), tales como la Reserva Marina Hol Chan en Belice, valiosa para la creciente industria del ecoturismo. Se han creado más de 1 300 áreas protegidas marinas y costeras en el mundo, que cubren en total cerca de 800 000 km2 (Agardy, 1997). La mitad de esta superficie corresponde a las tres áreas protegidas marinas: el Parque Marino de la Gran Barrera de Arrecifes en Australia, el Parque Marino de Galápagos y la Reserva del Mar del Norte de Holanda. Cerca del 25% de las 300 reservas de la biósfera internacionalmente reconocidas incluyen hábitats costeros o estuarinos (Ray y Gregg, 1991). La protección de los viveros de especies de invertebrados y peces comerciales y el mantenimiento de áreas para recreación y pesca están entre las principales razones
Figura XV.2. Número (línea) y área (barras) incorporada en nuevas áreas protegidas creadas en intervalos de cinco años. (Según McNeeley et al., 1994).
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Aplicaciones prácticas
económicas para el establecimiento de estas reservas. Desafortunadamente, muchas de ellas sólo existen en el papel y reciben poca protección contra la sobreexplotación y la contaminación. La regulación de la cosecha de peces que migran en aguas internacionales es compleja y la contaminación del agua puede dañar áreas costeras extensas y mares cerrados (Norse, 1993).
Recuadro XV.1. Importancia de la distribución de las áreas protegidas: el caso del bosque chileno Juan J. Armesto Cecilia Smith-Ramírez
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Una pregunta antigua en el ámbito de la biología de la conservación es: ¿cuánta área es necesario proteger para salvaguardar en forma efectiva el patrimonio biológico de una región o un país? Ha habido muchos intentos de responder esta pregunta de manera general, usando como herramienta los preceptos de la teoría de biogeografía de islas (Harris, 1984). De acuerdo con esta relación teórica entre el número de especies y el área en una región, al menos un 10% de la extensión original de hábitat natural debería mantenerse para conservar el 50% de las especies presentes originalmente en ese hábitat (Soulé y Sanjayan, 1998). Existen, sin embargo, numerosas complicaciones con este guarismo. Por un lado, este 10% de hábitat silvestre puede estar repartido de muchas maneras: una sola área continua, varias áreas pequeñas discontinuas, dos grandes bloques conectados, etc. La distribución espacial, fragmentación y forma de las áreas protegidas determinan su utilidad con fines de conservación. Si se quiere conservar especies que habitan grandes territorios, una gran cantidad de áreas pequeñas pueden ser insuficientes para prevenir su extinción. Por otro lado, si muchas especies tienen ámbitos de hogar circunscritos, numerosas áreas protegidas pequeñas deberían encontrarse conectadas por corredores de hábitat para servir a su propósito. Otros problemas relevantes incluyen la pérdida de hábitats interiores en pequeñas reservas y la sobre-representación de
las zonas de borde con otros ambientes no protegidos. Mientras más pequeñas y aisladas sean las reservas, serán más afectadas por flujos ecológicos que provienen de la matriz no conservada (por ejemplo, invasión de especies exóticas, contaminantes químicos, acceso de cazadores furtivos, incendios, etc.). La alternativa más favorable al objetivo de conservar la biodiversidad (tal como una gran reserva continua) es a menudo impracticable porque los territorios más ricos están ocupados por ciudades o caminos, o son utilizados con fines productivos desde hace mucho tiempo. En consecuencia, es necesario conocer en detalle la distribución de las áreas protegidas en la región, su geometría e interconexión mediante corredores de hábitat. Asimismo, a medida que mejores datos de inventarios biológicos están disponibles, la ubicación de las áreas protegidas (en especial aquellas con mayor concentración de diversidad biológica, con mayor representación de tipos de comunidades, especies endémicas y en estado de conservación crítico) condiciona la efectividad del sistema de reservas. El sistema de áreas silvestres protegidas de Chile es citado como un ejemplo de conservación en Sudamérica, considerando la gran proporción de su territorio destinada a parques y reservas: cerca de un 20%. Como referencia, Costa Rica, protege un 12% de su territorio, y el promedio de protección
Regiones Administrativas de Chile en el ámbito regional de los bosques templados, su latitud media en la costa oeste de Sudamérica, la superficie cubierta por plantaciones comerciales (Pinus radiata y Eucalyptus spp.) como indicador de intensidad de uso actual, el número de géneros leñosos totales y endémicos como un índice de la distribución de biodiversidad, y la proporción del área total regional protegida en Parques y Reservas (PR) correspondiente a cada latitud. Región
Maule (VII) Bío-Bío (VIII) Araucanía (IX) Los Lagos (X) Aisén (XI) Magallanes (XII)
Latitud Sur
35.6° 37.0° 38.5° 41.3° 46.2° 52.3°
Plantaciones forestales* Géneros leñosos Géneros % del área total (ha x103) endémicos en PR 413.2 939.7 359.7 196.4 7.1 0
67 68 56 56 24 11
20 24 25 26 16 8
0.0 0.8 2.9 4.5 38.9 52.9
* Fuente: INFOR (1997) Estadísticas Forestales, Boletín Estadístico No 50, Santiago.
en países latinoamericanos es inferior al 5%. Es posible evaluar la efectividad del sistema de áreas protegidas de Chile tomando en consideración el conocimiento actual sobre la distribución de la riqueza y endemismo florístico de los bosques templados, al sur de los 35° (Armesto et al., 1992; Arroyo et al., 1996). En esta región existen 59 parques y reservas que totalizan aproximadamente 13 millones de hectáreas protegidas, lo que representa un 32% del territorio sobre 35°S de latitud. Sin embargo, es notorio que la repartición de los parques y reservas en el ámbito regional está sesgada hacia latitudes altas (sobre 43°), donde encontramos un 90% del total de territorio protegido. La proporción de área regional protegida está inversamente relacionada con la riqueza florística y endemismo genérico de la flora leñosa de los bosques templados, que se concentra entre las latitudes 36 y 40° S (Armesto et al., 1998). Esto no es sorprendente. Por un lado, los parques y reservas han sido ubicados en áreas de escasa productividad o mayor estrés ambiental, seleccionadas por su belleza escénica (por ejemplo cumbres de volcanes), y en territorios remotos o inaccesibles (por ejemplo los campos de hielo patagónicos). Por otro lado, las reconstrucciones del paleoclima y la vegetación durante el último período glacial (18-20 mil años AP) sugieren que los bosques templados fueron empujados por el avance de los hielos hacia
latitudes más septentrionales y hábitats más estables, ubicados en la Cordillera de la Costa, particularmente entre 36-40°S (Villagrán, 1995). Muchas especies endémicas cuya distribución no se extiende más de un grado de latitud sobreviven en la zona costera entre 38-39° S (tales como Gomortega keule, Nothofagus alessandrii, Pitavia punctata). Las zonas biológicamente más ricas del bosque templado austral están en gran medida fuera del extenso sistema chileno de parques y reservas, coincidentes con áreas de intenso uso agro-forestal, así como con mayor concentración urbana (Armesto et al., 1998). Las perspectivas de aumentar la representación de bosques en parques y reservas son limitadas debido a la creciente demanda por uso de bosques, suelos y agua, la tenencia privada de la tierra y la gran superficie en parques y reservas estatales. En consecuencia, áreas de alto endemismo y riqueza florística seguirán críticamente amenazadas por las actuales tendencias de degradación y sustitución de bosques. El manejo de los ecosistemas fuera de los parques y reservas será crítico para la sobrevivencia de muchas especies únicas y de distribución restringida. Es erróneo, entonces, suponer que los problemas de conservación de la biodiversidad se resuelven con un extenso sistema de parques y reservas. Para resolver esta incongruencia se requiere impulsar la protección de tierras que mantienen
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remanentes de vegetación nativa en áreas sometidas a manejo, a la vez que promover esfuerzos de restauración para conectar estas, a veces diminutas, áreas. El uso mixto de los paisajes con fines de producción y conservación debe ser una meta en la planificación del uso de recursos naturales. En tierras indígenas, donde no es ético comprar o enajenar tierras para la preservación, una estrategia mixta de
uso y conservación, similar al modelo de reservas extractivas aplicado en Brasil y Bolivia, puede sustentar gran parte de la biodiversidad (Smith-Ramírez, 1999). El apoyo a programas que refuercen el vínculo entre la investigación científica y la educación ambiental (Armesto et al., 1996) es una tarea urgente para que la conservación de la biodiversidad se extienda mas allá de las áreas protegidas.
Los ecosistemas forestales del sur de Chile se encuentran sujetos a múltiples presiones antrópicas —como la tala ilegal— incluso cuando están protegidos dentro de reservas o parques nacionales y perturbaciones naturales, tales como el volcanismo. (Fotografía de Gerónimo Marin/Ricardo Rozzi).
Efectividad de las áreas protegidas
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Si las áreas protegidas cubren sólo un pequeño porcentaje del área total del mundo, ¿cuán efectivamente pueden preservar las especies? Las concentraciones de especies ocurren en lugares particulares en el paisaje: a lo largo de gradientes altitudinales, yuxtaposiciones de diferentes formaciones geológicas, zonas geológicamente antiguas y en lugares que tienen abundancia de recursos naturales críticos, tales como corrientes y ojos de agua en hábitats áridos, cavernas y árboles huecos que pueden ser usados para anidar por algunas especies de aves, murciélagos y otros animales, o afloramientos salinos que proveen nutrientes minerales esenciales (Carroll, 1992; Recuadro XV.1). A menudo el paisaje contiene grandes extensiones de tipos de hábitat uniforme y sólo pequeñas áreas de tipos de hábitats raros. En este caso, la protección de la diversidad biológica probablemente no dependerá tanto de la preservación de grandes áreas del tipo común de hábitat, sino de la inclusión de áreas representativas de todos los tipos de hábitat en un sistema de áreas protegidas. Los recientes planes de manejo de conservación para Sarawak, en la costa noroeste de Borneo, han enfatizado la necesidad de distribuir nuevos parques nacionales con el objeto de cubrir los tipos más importantes de vegetación y comunidades biológicas (Kavanaugh et al., 1989). Los siguientes ejemplos ilustran la efectividad
potencial de las áreas protegidas de extensión limitada:
XV. Establecimiento de áreas protegidas
— Una ilustración dramática de la importancia de las áreas protegidas pequeñas está representada por el Parque Santa Rosa en el noroeste de Costa Rica. Este parque cubre sólo el 0.2% del área de Costa Rica, pero contiene poblaciones reproductivas del 55% de las 135 especies de mariposas nocturnas de la familia Sphingidae del país. El Parque Santa Rosa está incluido dentro de las 82 500 ha del Parque Nacional Guanacaste, que supuestamente alberga poblaciones de casi todas las especies de mariposas (Janzen, 1988b). — Los parques y santuarios de vida silvestre cubren sólo cerca del 8% de Tailandia, pero incluyen el 88% de las especies de aves residentes del bosque (Rand, 1985 citado en Reid y Miller, 1989b). — El gobierno de Indonesia planea proteger poblaciones de todas las especies de aves nativas y primates dentro de su sistema nacional de parques y reservas. Este objetivo se está cumpliendo al diseñar el 10% de Indonesia como área protegida. — En muchos de los grandes países tropicales africanos la mayoría de las especies de aves nativas tiene poblaciones dentro de las áreas protegidas. Por ejemplo, Zaire tiene más de 1 000 especies de aves y el 89% de ellas se encuentra en el 3.9% del área bajo protección. Del mismo modo, el 85% de las aves de Kenia está protegida en sólo el 5.4% del área incluida en los parques (Sayer y Stuart, 1988). Estos ejemplos muestran que las áreas protegidas bien seleccionadas pueden incluir muchas de las especies de un país. Sin embargo, el futuro a largo plazo de muchas de las especies incluidas en estas reservas es dudoso. Las poblaciones de muchas de ellas pueden estar tan reducidas en tamaño, que su destino eventual es la extinción. Del mismo modo, los eventos catastróficos tales como incendios, brotes de enfermedades y episodios de caza furtiva pueden eliminar rápidamente algunas especies, particularmente en las reservas aisladas. Las especies que se encuentran en reservas aisladas puedan ser incapaces de migrar en respuesta a pequeños cambios climáticos. Por lo tanto, aunque el número de especies existentes en un parque es un indicador importante de su potencial, el valor real del parque radica en su capacidad para mantener poblaciones de especies viables en el largo plazo; así, el tamaño del parque y su manejo son aspectos críticos.
Establecimiento de prioridades En un mundo superpoblado, con recursos naturales y financieros limitados, deben establecerse prioridades para lograr la conservación de la diversidad biológica. Aunque se podría argumentar que ninguna especie o comunidad biológica debiera perderse, la realidad es que se están perdiendo todos los días y que no existen suficientes recursos disponibles para salvarlas a todas. El desafío real radica en encontrar formas de mini-
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Aplicaciones prácticas
mizar las pérdidas en un ambiente contando con recursos financieros y humanos limitados. Los planificadores de la conservación deben considerar tres preguntas interrelacionadas: ¿cuáles especies, comunidades o hábitats deben protegerse?; ¿dónde debieran protegerse?, y ¿cómo debieran protegerse? Pueden usarse los siguientes tres criterios para establecer las prioridades de conservación: Especies únicas. Una comunidad biológica compuesta fundamentalmente por especies endémicas raras tiene mayor prioridad de conservación que una dominada por especies de amplia distribución (Recuadro VI.1). Las especies taxonómicamente únicas, que constituyen los únicos representantes de su género o familia, tienen mayor valor de conservación que aquellas especies que pertenecen a géneros o familias que incluyen numerosas especies (Faith, 1994; Vane-Wright et al., 1994). La población única de una especie que tiene características genéticas inusuales que la distinguen de otras poblaciones de la misma especie tendrá mayor prioridad para la conservación que una población más típica.
Figura XV.3. El búho moteado del norte (Strix occidentalis caurina) ha sido una especie carismática que ha contribuido a proteger los bosques antiguos de la Costa del Pacífico de Norteaméri ca. (Fotografía de Jon Mark Steward/Biological Photo Service).
Grado de amenaza. Las especies en peligro de extinción y las comunidades biológicas amenazadas con la destrucción inminente también tienen prioridad. Por ejemplo, sólo sobreviven unos pocos individuos de las especie de mono tití-león-negro (Leontopithecus chrysopygus) que se encuentra en uno de los ecosistemas más diversos y amenazados del planeta: el bosque atlántico de Brasil (Recuadros VI.1 y XII.1). Utilidad. Las especies con valor actual o potencial para los humanos tienen mayor valor de conservación que las especies que no tienen uso evidente para las personas. Por ejemplo, los parientes silvestres del maíz son potencialmente útiles para el desarrollo de nuevas variedades mejoradas para el cultivo. Comunidades biológicas tales como los manglares y bosques en laderas montañosas proveen servicios ecosistémicos críticos y pueden tener mayor prioridad de protección. La tortuga gigante de Galápagos es un ejemplo de una especie que podría reunir los tres criterios de prioridad de conservación: es la especie de tortuga más grande del mundo (especie única), se encuentra amenazada y es una importante atracción turística que también tiene interés científico (utilidad). Enfoque sobre las especies
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Los esfuerzos de conservación pueden dirigirse hacia las especies carismáticas, tales como los guacamayos, el búho moteado del norte o el jaguar (Figura XV.3; Recuadro XV.2). Muchos parques nacionales han sido creados para proteger este tipo de megafauna carismática que atrae la atención del público, tiene valor simbólico y es crucial para el ecoturismo. A menudo estas especies carismáticas sirven como “paraguas” para proteger miles de otras especies que constituyen las comunidades y mantienen los procesos ecosistémicos.
Recuadro 15.2. Conservación de depredadores: áreas extensas y bosques antiguos Kristian Omland David Martínez David Gaillard Ricardo Rozzi Steward Pickett Las mayores extensiones de bosques lluviosos templados del mundo se encuentran en el sur de Chile y en la costa noroeste del Pacífico, en Estados Unidos (Alaback, 1991). Ambos ecosistemas comparten historias geológicas y climas similares, al extremo que tales factores han influenciado el desarrollo de sus respectivas faunas (Meserve y Jaksic, 1991). En ambas regiones la colonización humana ha estado asociada con extensos incendios producidos para habilitar terrenos agrícolas, con desarrollo urbano intensivo, incendios y tormentas de viento y, en décadas recientes, por la actividad forestal, originando con esto una dramática reducción de las áreas boscosas (Veblen y Ashton, 1978; Thomas et al., 1990). Esta destrucción acelerada de los ecosistemas de bosque ha repercutido fuertemente sobre un grupo particularmente importante de los bosques antiguos: los depredadores, los cuales cumplen un papel fundamental puesto que mantienen el equilibrio de las poblaciones de herbívoros y por lo tanto la salud del ecosistema. Los grandes depredadores despiertan sentimien-
tos encontrados en estas regiones: el lobo (Canis lupus) en el Hemisferio Norte y el puma (Felis concolor araucana) en el Hemisferio Sur (Figura V.1) han sido considerados animales peligrosos, temidos y admirados. Tanto el lobo como el puma siguen siendo perseguidos y cazados, pese a estar clasificados como especies amenazadas (IUCN). Además, pocas áreas protegidas satisfacen los requerimientos de grandes territorios para la supervivencia de estas especies (Mella y Simonetti, 1994). La conservación del puma y el lobo demandan, por lo tanto, esfuerzos fuera de las áreas protegidas, aun cuando experiencias recientes demuestran el papel fundamental de estos depredadores como especies clave en el mantenimiento de la estructura y composición de las comunidades dentro de las áreas protegidas. El lobo fue completamente extirpado en muchas regiones de Estados Unidos a principios del siglo XX y, recientemente, gracias a un programa de reintroducción de grandes carnívoros, unas 30 manadas de lobos vuelven a recorrer las Montañas Rocallosas. Una nueva comprensión ecológica de la
El lobo fue completamente extirpado en muchas regiones de Estados Unidos a principios del siglo XX, provocando un crecimiento descontrolado de las poblaciones de herbívoros. Una mejor comprensión acerca de su papel ecológico ha contribuido a la revaloración de esta especie y a iniciar un programa de reintroducción, que ha generado un álgido debate público. (Fotografía del US National Park Service).
429
función esencial que desempeñan los depredadores dentro de las comunidades biológicas ha conducido a su revaloración (Pickett y Rozzi, 2000). Donde los lobos fueron eliminados, las poblaciones de ciervos y otros ungulados aumentaron a tal punto que impedían la regeneración de la vegetación, alterando profundamente la fisionomía del ecosistema de bosque; en vez de un bosque estructuralmente complejo, con árboles y plántulas, arbustos y herbáceas, existía un ecosistema simplificado con sólo árboles viejos y pasto (Coughenoury Singer, 1996). Afortunadamente, algunas poblaciones de lobos han persistido en Canadá y Alaska, como también en Asia y Europa. En los años ochenta algunos lobos alcanzaron el norte de los Estados Unidos y en 1986 se registró la primera reproducción de lobos en Montana. Ésta fue celebrada por los conservacionistas como un augurio de recuperación de las poblaciones. Pero una recolonización natural habría tardado muchos años y la reintroducción de los lobos en los ecosistemas era urgente. Así, en 1995 el Departamento de Vida Silvestre de Estados Unidos liberó en las montañas de Yellowstone e Idaho 66 lobos que fueron capturados en Canadá. Pese a su importancia en las interacciones ecológicas, su reintroducción no ha sido bien recibida por todos los ciudadanos, en particular por los ganaderos, quienes temen por la vida de su ganado. El debate público generado al respecto ha puesto en evidencia la fragilidad de la perspectiva conservacionista frente al poder de los grandes rancheros. Otros depredadores, aunque más pequeños que los grandes carnívoros, también tienen requerimientos especiales para su conservación: la presencia de hábitats específicos. El búho moteado, por ejemplo, representa un caso emblemático para la conservación de los bosques antiguos. No obstante las
Los búhos moteados se han constituido en especies emblemáticas para la conservación de los bosques antiguos de los cuales depende su existencia. Tanto los bosques templados de la vertiente del Pacífico de Norteamérica, como Sudamérica están habitadas por especies de este búho. En la fotografía un juvenil de Strix rufipes,el concón o búho moteado del Hemisferio Sur. (Fotografía de David Martínez).
430
diferencias de flora y fauna entre los bosques templados del sur de Chile y de la costa noroeste de Estados Unidos, ambas regiones están habitadas por especies de búhos moteados congenéricos: Strix occidentalis en el Hemisferio Norte y Strix rufipes o concón en el Hemisferio Sur. La distribución, abundancia y viabilidad de los búhos moteados están ineludiblemente ligadas a la existencia de bosques maduros, de antiguo crecimiento y ambas especies, S. occidentalis y S. rufipes, presentan notables similitudes respecto a las características estructurales del hábitat utilizado, tamaño del ámbito de hogar y uso de presas (Thomas et al., 1990, Martínez, 1993, 1996; Martínez y Jaksic, 1996). La edad del bosque y la incidencia de ocupación por búhos están fuertemente correlacionadas. En Oregon (en la costa noroeste del Pacífico) más del 93% de los sitios con presencia de búhos moteados corresponde a rodales de más de 100 años de edad. El tamaño mínimo de los ámbitos de hogar de las parejas de búhos moteados oscila entre 320 a 800 ha (Doak, 1989), depredando selectivamente sobre mamíferos arborícolas (ardillas, Glaucomys sabrinus) y trepadores (ratas
de bosque, Neotoma spp.). En Chile los búhos de bosque no habitan rodales con edades inferiores a los 100 años. Sus ámbitos de hogar oscilan entre 180 a 1 200 ha, variación que dependerá de si se trata de bosque continuo o fragmentado. Estas aves depredan selectivamente sobre roedores y marsupiales arborícolas (Irenomys tarsalis, Dromiciops gliroides) y roedores trepadores (Olygorizomys longicaudatus). La edad promedio de los árboles dominantes en rodales de crecimiento secundario es de 129 años, mientras que en bosques de antiguo crecimiento es 230 años. Un modelo general de la estructura del hábitat utilizado por búhos de bosque, con independencia del estado sucesional y de la composición de especies arbóreas, incluye los siguientes elementos: bosques multiestratificados, edad del rodal
superior a 100 años, cobertura del dosel superior a 70%, árboles dominantes con diámetros superiores a 28 cm, más de cinco tocones/ha que posean al menos 20 cm de diámetro, signos de decadencia tales como detritos leñosos en el suelo y árboles emergentes con ramas rotas o pudrición central. Ambos búhos son similares respecto a sus requerimientos de hábitat y también en cuanto a que confrontan la acelerada pérdida de los bosques lluviosos templados, hecho que está reduciendo sus probabilidades de supervivencia (Martínez y Jaksic, 1997). Junto al puma y al lobo, ilustran algunos de los complejos problemas para el establecimiento de áreas protegidas adecuadas para la conservación de estas especies clave.
La identificación de áreas de alta prioridad de conservación es el primer paso en el desarrollo de planes de supervivencia para especies individuales. En el Continente Americano los Programas de Patrimonio Natural (Natural Heritage Programs) y los Centros de Datos de Conservación (Conservation Data Centers) están conectando datos sobre especies raras y en peligro de 13 países latinoamericanos, los 50 estados de Estados Unidos y tres provincias de Canadá (Jenkins, 1996). Esta información se está utilizando para establecer nuevas localidades-blanco para la conservación, es decir, donde exista concentración de especies en peligro o las últimas poblaciones de una especie en disminución. Otros programas importantes son los de Planes de Acción de la Comisión para la Supervivencia de Especies del IUCN. Aproximadamente 2 000 científicos están organizados en 80 grupos especialistas para entregar evaluaciones y recomendaciones sobre mamíferos, aves, invertebrados, reptiles, peces y plantas (Stuart, 1987; Species Survival Commission, 1990). Enfoque sobre los ecosistemas y comunidades Un grupo de conservacionistas ha argumentado que las comunidades y ecosistemas debieran ser el blanco principal de la conservación, por sobre las especies individuales (Reid, 1992; Grumbine, 1994b). El gasto de un millón de dólares en la protección de una zona de hábitat amenazado preserva más especies en el tiempo que el gasto de la misma cantidad de dinero en un esfuerzo intensivo para salvar sólo una especie conspicua. Los ecosistemas benefician a la gente en términos de control de inundaciones, energía hidroeléctrica, forraje para animales domésticos, producción de madera, caza y pesca y recreación. La conservación del ecosistema no sólo protege especies, sino que a menudo tiene una base económica fácilmente comprensible.
431
Las áreas protegidas nuevas debieran tratar de proteger tantos sitios representativos de la mayor cantidad de comunidades biológicas como sea posible. La determinación de cuáles son las áreas del mundo más adecuadas para la conservación y cuáles necesitan urgentemente protección adicional es crítica. Un análisis de los 14 tipos de biomas terrestres más importantes —tipos de ecosistemas relacionados por la estructura y características de su vegetación, cada uno de los cuales mantiene comunidades biológicas únicas— muestra que la cantidad de área protegida y el porcentaje de área protegida varía considerablemente (Cuadro XV.2). Considerando esta información, probablemente la mayor prioridad para la conservación debiera ser el incremento del área de protección de las praderas templadas y sistemas lacustres, debido a que estas comunidades están limitadas en superficie y sólo un pequeño porcentaje de su área está protegido. En la actualidad un total de 124 países mantiene áreas protegidas. Aunque se podría argumentar que todos los países debieran tener al menos un parque nacional, los países más grandes, con biotas más ricas y con una serie de tipos de ecosistemas debieran beneficiarse de la mantención de muchas áreas protegidas.
Aplicaciones prácticas
CUADRO XV.2. Protección relativa de 14 grandes biomas terrestres.
432
BIOMA
ÁREA TOTAL (km2)
NÚMERO DE ÁREAS PROTEGIDAS
Bosques tropicales lluviosos Bosques tropicales secos Praderas y sabanas tropicales Subtropical Bosques templados deciduos Bosques templados de coníferas Praderas templadas Desiertos y semidesiertos cálidos Desiertos fríos Bosques boreales Tundra (praderas ártica y alpina) Sistemas de islas (Hawai, Galápagos y otros) Sistemas de lagos (Grandes Lagos de Norteamérica, lagos africanos) Sistemas montañosos (Los Andes, Himalayas)
10 513 210
506
538 334
5.1%
17 312 538 4 264 833
799 59
817 551 235 128
4.7% 5.5%
3 930 979 11 216 660
899 1 507
366 297 358 240
9.3% 3.2%
3 757 144
776
177 584
4.7%
8 976 591 24 279 842
194 300
99 982 984 007
0.8% 4.1%
9 250 252 15 682 817 22 017 390
136 429 78
364 720 487 227 1 645 043
3.9% 3.1% 7.5%
3 252 270
530
322 769
9.9%
517 694
17
6 635
1.3%
10 633 145
1277
852 494
8.0%
Fuente: IUCN (1994b).
ÁREA PORCENTAJE DE PROTEGIDA (km2) ÁREA PROTEGIDA
El Plan de Acción de 1982 del IUCN en Bali reconoce la necesidad de conservar ecosistemas con el objeto de establecer una amplia red de parques nacionales y áreas protegidas que cubran todas las regiones ecológicas terrestres. Así, se están evaluando regiones de todo el mundo para analizar el porcentaje actual de áreas bajo protección, amenaza, importancia de conservación y necesidad de acción. Los revisores han finalizado el estudio de la Región Indomalaya (MacKinnon y MacKinnon, 1986a; WCMC 1992), la Región Afrotropical (MacKinnon y MacKinnon, 1986b) y Oceanía (Dahl, 1986). Esta información se está utilizando para clasificar a los países de acuerdo con sus necesidades de conservación (Dingwall et al., 1994). Una nueva iniciativa de conservación es coordinada por la WWF, la cual utilizó los criterios de riqueza de especies, niveles de endemismo, peculiaridad taxonómica, procesos ecológicos o evolutivos únicos y la rareza del tipo de hábitat para identificar 233 ecorregiones (136 terrestres, 36 de agua dulce y 61 marinas) de primera prioridad para la conservación. Estas ecorregiones son conocidas como Global 200, y buscan la protección equilibrada entre los ecosistemas tropicales y los otros tipos de hábitats distribuidos en las diversas regiones biogeográficas del planeta (por ejemplo, mares antárticos o bosques templados) que albergan biotas únicas y diversas pero han sido menos considerados en los esfuerzos de conservación (Olson y Dinerstein, 1998) (Figura XV.4). Análisis gap o de vacíos Una manera de evaluar la efectividad de los programas de conservación de ecosistemas y comunidades es contrastar las prioridades de biodiversidad con las áreas protegidas existentes y propuestas (Church et al., 1996; Scott y Csuti, 1996; Woinarski y Price, 1996). Este contraste permite identificar gaps o vacíos en la preservación de la biodiversidad que necesitan designarse como nuevas áreas protegidas. A escala internacional, el objetivo es proteger ejemplos representativos de todas las comunidades biológicas del mundo, tal como la aproximación de Global 200. A nivel nacional o regional, la diversidad biológica es protegida más eficientemente cuando los tipos de ecosistemas más importantes están incluidos en un sistema de áreas protegidas. La Amazonía brasileña ya ha perdido cerca del 10% de su cobertura forestal original y continúa perdiendo más cada año (Fearnside y Ferraz, 1995). El establecimiento de nuevas áreas protegidas es una prioridad urgente, debido a que sólo un
XV. Establecimiento de áreas protegidas
Figura XV.4. Los ecosistemas de desierto han recibido menos atención para la conservación que los bosques tropicales. Estas comunidades albergan, sin embargo, una biota ecológica y evolutivamente única, y en el caso de los desiertos de México las especies de plantas alcanzan un endemismo tan alto como el 62%. Por estas razones el desierto de Chihuahua es una de las ecorregiones incluidas en la iniciativa del Global 200. (Fotografía de Arturo Silva).
433
Aplicaciones prácticas
Figura xv.5. Los sistemas de información geográfica (SIG) ofrecen un método para integrar un amplio espectro de datos para su análisis y presentación en mapas de fácil comprensión. Por ejemplo, la superposición de los mapas de distribución de tipos de vegetación, de tres especies de animales amenazadas y de las áreas protegidas permite identificar aquellos sitios que requieren ser protegidos. La especie A se encuentra bastante protegida en una reserva, la especie B está protegida en un pequeño sector de la otra reserva y la especie C se encuentra completamente fuera de las áreas protegidas. (Según Scott et al., 1991).
434
2.7% del Amazonas (13 millones de ha) está actualmente incluido en reservas, y los planes futuros son aumentarlas a sólo un 3.3%. Un análisis gap del Amazonas revela que 10 de los 38 tipos únicos de vegetación de la región no están representados en las áreas protegidas. El primer objetivo debiera ser la creación de un sistema de reservas que proteja muestras de cada tipo de vegetación en cada uno de los estados brasileños. De las 111 zonas vegetacionales del Amazonas brasileño, sólo 37% están actualmente protegidas. Esta necesidad es particularmente evidente en el estado de Maranhao, donde ya se ha perdido el 60% del bosque y sólo está protegido un tipo de vegetación. Se ha propuesto crear una serie de reservas lo suficientemente grandes como para proteger ejemplos de cada tipo vegetacional y mantener poblaciones viables de virtualmente todas las especies. Los estudios de especies migratorias son especialmente relevantes para detectar deficiencias en los sistemas de áreas protegidas (Recuadro XV.3). Los movimientos y distribución de las especies, los patrones geográficos de los tipos de vegetación, clima, suelos, topografía, geología e hidrología pueden ser analizados integralmente a través de los sistemas de información geográfica (SIG), que proveen una herramienta tecnológica reciente para el análisis gap (Figura XV.5; Sample, 1994; Wright et al., 1994). El análisis SIG facilita la detección de áreas críticas que debieran ser incluidas dentro del sistema de parques nacionales. Las fotografías aéreas e imágenes satelitales son fuentes de datos básicas para el análisis SIG. En particular, una serie de imágenes en el tiempo puede revelar patrones de fragmentación y destrucción del hábitat que
requieren atención urgente e ilustran políticas gubernamentales que no funcionan en el terreno y deben modificarse; también detectan correlaciones entre los elementos abióticos y bióticos del paisaje y ayudan a la planificación de parques a que incluyan diversidad de los ecosistemas, sugiriendo sitios de búsqueda de especies raras.
XV. Establecimiento de áreas protegidas
Recuadro XV.3. Migraciones altitudinales e interconexión de hábitats en bosques tropicales George V. N. Powell Robin Bjork
Muchos de los animales tropicales migran altitudinalmente; sin embargo, los detalles de estas migraciones son poco conocidos (Loiselle y Blake, 1991; Stiles, 1985). Las migraciones estacionales son muy importantes ecológicamente, puesto que generan interrelaciones entre las diversas comunidades de los ecosistemas montanos neotropicales. Así, la movilidad estacional debe constituir una consideración fundamental para la conservación de los paisajes. El quetzal, Pharomachris mocinno, es una de las grandes aves frugívoras que realiza migraciones altitudinales. Considerando los movimientos estacionales del quetzal, hemos evaluado el diseño de una red de áreas protegidas de Costa Rica respecto a su capacidad para proteger a los migrantes estacionales (Wheelwright, 1983). Para identificar los hábitats forestales necesarios para la supervivencia del quetzal, se rastrearon aves con radiotelemetría para determinar su ciclo anual en las montañas Tilarán de Costa Rica. Se instalaron radiotrasmisores a los quetzales dentro de sus áreas reproductivas en la Reserva de Bosque de Neblina de Monteverde y se monitorearon sus movimientos diariamente. Las localizaciones se graficaron sobre un mapa, registrando también su comportamiento y fuentes de alimentación. Se marcaron y monitorearon 26 individuos (incluyendo ocho recapturas) durante un período de tres años. Las aves marcadas migraron cada año desde sus áreas de nidificación (sobre 1 500 m de
altitud) —en la mayoría de los casos en dos migraciones separadas— hacia dos localidades de hábitats de bosque de menor altitud en las pendientes del Pacífico y del Atlántico de las montañas Tilarán. Primero se movieron hacia abajo de la pendiente del Pacífico entre 1 000 y 1 400 m, donde permanecieron durante tres o cuatro meses en fragmentos de bosque sin protección. Luego retrocedieron a través de su área reproductiva hacia las localidades en la pendiente del Atlántico (entre 500 y 1 000 m), donde permanecieron durante dos o tres meses. Posteriormente volvieron a su área de nidificación para una nueva temporada de reproducción. Existen 11 zonas de vida (incluyendo los tres cinturones de transición) en Costa Rica sobre los 500 m, que constituye el límite de la distribución del quetzal (Holdridge, 1967). La población del quetzal se reproduce fundamentalmente en la zona vital del bosque lluvioso montano bajo. Esta zona vital está bien representada en la Reserva de Monteverde (57 km2) y en otras zonas de Costa Rica (1 578 km2, 46% del total de Costa Rica). La zona vital del bosque lluvioso premontano en la pendiente del Atlántico, ocupada por los quetzales durante la segunda parte de su migración anual, también está representada en la Reserva Monteverde (173 km2) y en Costa Rica (1 038 km2, 23%). En contraste, las zonas de vida utilizadas por los quetzales en la pendiente del Pacífico
435
durante su primera migración —el bosque montano húmedo bajo y el bosque húmedo premontano— están muy pobremente representadas en la Reserva Monteverde (9 km2) y a través de Costa Rica (92 km2, 5%). Los datos colectados sobre el uso de hábitat en este estudio demostraron interconexiones biológicas entre varios de los hábitats más importantes de Mesoamérica. La actual falta de protección de los hábitats de la pendiente del Pacífico provoca que los quetzales y otros migrantes altitudinales se reduzcan en número y eventualmente se extingan a medida que los hábitats naturales remanentes de la pendiente del Pacífico sean eliminados. Deben hacerse esfuerzos para expandir la protección a estos hábitats, a través de su inclusión en áreas protegidas o mediante programas cooperativos de conser-
Distribución del quetzal durante su migración desde el área reproductiva en la ladera occidental (triángulos) y, cerca de tres meses más tarde, hacia la ladera oriental (círculos) de las montañas Tilarán de Costa Rica.
436
vación de bosque con los propietarios de las tierras. Debido a que los hábitats de la pendiente del Pacífico están dedicados a la agricultura intensiva, proponemos que la opción más viable para proteger suficiente hábitat dentro de estas zonas de vida es el estable- cimiento de una red de corredores alrededor de los fragmentos remanentes de bosque. Estos fragmentos podría proveer áreas críticas de alimentación. Al mismo tiempo, la integración de los fragmentos en una matriz de corredores facilitará la participación de los propietarios en actividades que promuevan la cooperación a través de sus tierras, debido a que, más que acciones aisladas de conservación, es imprescindible realizar un esfuerzo de grupo para expandir el hábitat existente para la conservación de estas especies.
Representatividad (km2) de las zonas de vida montanas (>500 m.s.n.m.) en la Reserva Monteverde y en las zonas protegidas de Costa Rica.
Zona de Vida Montano bajo superhúmedo Montano bajo perhúmedo Montano bajo perhúmedo de transición a húmedo Montano bajo húmedo Premontano superhúmedo Premontano perhúmedo Premontano perhúmedo de transición a superhúmedo
Área Total en Costa Rica
Montañas Tilarán
Área Protegida Total en Costa Rica
3.399 1.109 14
57 3 0
1.578 41 0
(%) 46 4 0
106 4.493 4.05 662
0 173 6 4
0 1.038 51 13
0 23 1 2
Aproximaciones internacionales Para ayudar a establecer prioridades de conservación, el IUCN, el World Conservation Monitoring Centre, Birdlife International y otros organismos han intentado identificar áreas clave para la preservación: con gran diversidad biológica, altos niveles de endemismo y que están bajo la amenaza inmediata de extinción de especies y destrucción del hábitat (Figura XV.6; Cuadro XV.3). Utilizando estos criterios para las especies de plantas leñosas de los bosques tropicales lluviosos, Myers (1988a) identificó doce regiones clave, que en conjunto incluyen el 14% de las especies de plantas del mundo en sólo el 0.2% de la superficie total de la Tierra. Este análisis se extendió más tarde para incluir ocho hábitats no forestales, cuatro en los trópicos y cuatro en climas de tipo mediterráneo. Un área notable es el sur de África, incluyendo Sudáfrica, con 23 200 especies de plantas, 80% de las cuales son endémicas de la región. Otra aproximación valiosa ha sido identificar doce países con megadiversidad, que en conjunto contienen entre el 60 y el 70% de la diversidad biológica del mundo: México, Colombia, Brasil, Perú, Ecuador, República Democrática del Congo, Madagascar, Indonesia, Malasia, India, China y Australia (Cuadro XV.4). Los esfuerzos de conservación en estos países son prioritarios (Mittermeier, 1988; Mittermeier y Werner, 1990). Las prioridades internacionales y las regiones clave globales se sobreponen considerablemente. Existe acuerdo general sobre la necesidad de incrementar los esfuerzos de conservación y establecimiento de áreas protegidas adicionales en las siguientes regiones: América Latina: Los bosques costeros de Ecuador; los bosques tropicales secos de Centroamérica, Venezuela y Colombia; los bosques nublados; el bosque costero atlántico de Brasil y el bosque samófilo del extremo sur de Brasil y Uruguay.
437
Aplicaciones prácticas
438
Figura XV.6. (A) Quince puntos críticos (hotspots)de bosque tropical lluvioso con alto endemismo y amenazados con extinción inminente. Los números sobre Latinoamérica corresponden al porcentaje de área protegida. Las áreas dentro de los círculos corresponden a puntos críticos de islas: el Caribe, Madagascar y las islas del océano Índico y las regiones del Archipiélago Mayo y Wallacea. La región Polinesia/Micronesia abarca un gran número de islas oceánicas, incluyendo el Archipiélago de Hawai, Fiji, Samoa, la Polinesia Francesa y las Marianas. Las letras indican los tres únicos remanentes de bosque tropical lluvioso sin ocupación humana. S = Sudamérica, C = la Cuenca del Congo y N = Nueva Guinea. (B) Diez puntos críticos en otros ecosistemas. El área dentro del círculo corresponde a la cuenca del Mediterráneo. (Según Mittermeier et al., 1999).
CUADRO XV.3. Número de especies endémicas en algunas áreas críticas (hot spots). REGIÓN
Amazonía occidental Bosque atlántico brasileño Oeste de Ecuador Cocó colombiano Filipinas Norte de Borneo Malasia peninsular Suroeste de Australia Oeste de la India Madagascar Región del Cabo (Sudáfrica) Zona mediterránea de California Chile Central Nueva Caledonia Himalayas Orientales
ÁREA (km2)
PLANTAS VASCULARES
MAMÍFEROS
REPTILES
ANFIBIOS
100 000 1 000 000
5 000 5 000
40
92
ca. 70 168
27 000 100 000 250 000 190 000 120 000 113 000 50 000 62 000 134 000
2 500 2 500 3 700 3 500 2 400 2 830 1 600 4 900 6 000
9 8 98 42 4 10 7 86 16
137 120 69 25 25 91 234 43
111 41 47 7 22 84 142 23
324 000
2 140
15
25
7
140 000 15 000 340 000
1 450 1 400 3 500
2 -
21 20
0 25
Fuente: Myers, 1988a; World Conservation and Monitoring Centre, 1992. Nota: El área original del bosque lluvioso considera sólo las regiones tropicales.
CUADRO XV.4. Países con la mayor cantidad de especies en los seis grupos de organismos mejor conocidos. Número
Mamíferos
Aves
Anfibios
Reptiles
Mariposas
Angiospermasa
1
Indonesia 515 México 449 Brasil 428 Zaire 409 China 394 Perú 361 Colombia 359 India 350 Uganda 311 Tanzania
Colombia 1 721 Perú 1 701 Brasil 1 622 Indonesia 1 519 Ecuador 1 447 Venezuela 1 275 Bolivia ca. 1 250 India 1 200 Malasia 311 China
Brasil 55 000 Colombia 45 000 China 27 000 México 25 000 Australia 23 000 Sudáfrica 21 000 Indonesia 20 000 Venezuela 20 000 Perú 20 000 Ex-U.S.S.R.
1 195
México 717 Australia 686 Indonesia ca. 600 Brasil 467 India 453 Colombia 383 Ecuador 345 Perú 297 Malasia 294 Tailandia/Papúa/ Nueva Guinea 282
Indonesia 121 China 99-104 India 77 Brasil 74 Myanmar 68 Ecuador 64 Colombia 59 Perú 58 Malasia 55 México
310
Brasil 516 Colombia 407 Ecuador 358 México 282 Indonesia 270 China 265 Perú 251 Zaire 216 Estados Unidos 205 Venezuela/ Australia 197
52
20.000
2 3 4 5 6 7 8 9 10
Fuente: Conservation International. Los datos para mariposas son de Collins y Morris (1985) y para las angiospermas son de Davis et al., (1986). aLos números de especies de plantas corresponden a estimaciones.
439
Aplicaciones prácticas
Africa: Los bosques montanos de Tanzania y Kenia, los grandes lagos y la isla de Madagascar. Asia: El sudoeste de Sri Lanka, los Himalayas del este, Indochina (Myanmar, Tailandia, Camboya, Laos, Vietnam y el sudeste de China) y Filipinas. Oceanía: Nueva Caledonia. Las prioridades adicionales de conservación incluyen el este y el sur de la Amazonía brasileña, las tierras altas de la Amazonía occidental, Colombia, Camerún, el oeste de África ecuatorial, la zona de Sudán, Borneo, Sulawesi, Malasia peninsular, Bangladesh/Bután, el este de Nepal y Hawai. La aproximación de las regiones clave se ha refinando y expandido en la iniciativa del Global 200 (Olson y Dinerstein, 1998). Áreas silvestres Existen áreas extensas que han sido menos afectadas por la actividad humana, tienen baja densidad poblacional y es poco probable que sean desarrolladas en el futuro cercano. Éstos podrían ser los únicos lugares sobre la Tierra donde los grandes mamíferos podrán sobrevivir en la naturaleza. Estas áreas silvestres pueden mantenerse como controles para estudiar las comunidades naturales con mínima influencia humana. En el trópico se han identificado tres extensas áreas silvestres que se consideran como prioritarias para la conservación (Figura XV.6) (Conservation International, 1990; Bryant et al., 1997): Sudamérica. El semicírculo de bosques lluviosos, sabana y montañas con escasa población a través del sur de Guyana, sur de Venezuela y las zonas amazónicas del norte y oeste de Brasil, Colombia, Ecuador, Perú y Bolivia. África. Una extensa área de África ecuatorial centrada en Zaire tiene baja densidad poblacional y hábitat no perturbado, e incluye grandes sectores de Gabón, República del Congo y Zaire. La guerra y la carencia de control gubernamental previene la efectividad de las actividades de conservación en partes de la región.
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Asia. La Isla de Nueva Guinea posee la mayor área de bosque no perturbado en la región asiática del Pacífico, a pesar de los impactos de la tala, la minería y de los programas de transmigración. La mitad este de la isla es la nación independiente de Papúa Nueva Guinea, con 3.9 millones de personas en 462 840 km2. La mitad oeste de la isla, Irian Jaya, es un estado de Indonesia, y tiene sólo 1.4 millones de habitantes en 345 670 km2. Existen también grandes sectores de bosque en la isla de Borneo, pero la tala, la agricultura y la población humana en expansión, junto con una red de transporte en desarrollo, están reduciendo rápidamente el área de bosque no perturbado.
Centros de diversidad Algunos organismos se usan como indicadores de diversidad biológica cuando no existe disponibilidad de datos específicos acerca de una comunidad completa. Por ejemplo, la diversidad de aves puede utilizarse como un buen indicador de la diversidad de una comunidad. Aunque algunas veces los diversos grupos de organismos no coinciden en sus patrones geográficos de diversidad, se han identificado áreas de Colombia y Ecuador con las mayores concentraciones de especies de aves y se ha propuesto la protección de estos sitios (Terborgh y Winter, 1983). El análisis de las bases de datos existentes en Estados Unidos reveló que la protección de sitios con plantas en peligro también protegería muchas especies de animales en peligro en una pequeña porción del área total del país (Dobson et al., 1997a). Esta aproximación se está expandiendo en forma sistemática. El IUCN está identificando y documentando cerca de 250 centros globales de diversidad vegetal con grandes concentraciones de especies (WWF/IUCN, 1997). Bird Life International (anteriormente llamado The International Council for Bird Protection ICBP) está identificando localidades con concentraciones de aves con rangos restringidos, llamados Endemic Bird Areas (EBAS) (Stattersfield et al., 1998). A la fecha se han identificado 218 localidades que contienen 2 451 especies de aves de distribución restringida (Figura XV.7). Muchos de estos sitios son islas en zonas montañosas aisladas que también tienen numerosas especies endémicas de lagartijas, mariposas y plantas, y así son prioritarias para la conservación. Los análisis posteriores han hecho evidente que muchos de los EBAS no contienen áreas protegidas y requieren medidas urgentes de conservación. Una aproximación novedosa usa los detallados registros de los censos británicos de aves para identificar sitios potenciales para nuevas reservas naturales (Williams et al., 1996). Utilizando 170 098 registros docu-
XV. Establecimiento de áreas protegidas
Figura XV.7. Dos proyectos internacionales, uno basado en las áreas de endemismo de aves (EBA) y otro basado la diversidad de especies de plantas leñosas (CPD), han identificado sitios prioritarios para la conservación. Nótese que existe una considerable superposición entre los sitios identificados para las aves y las plantas, con una concentración en las regiones tropicales y en islas. (Según Stattersfield et al., 1998).
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Aplicaciones prácticas
mentados sobre la reproducción de 218 especies dentro de 2 827 parcelas de 10 x 10 km que cubren toda Gran Bretaña, se analizaron tres posibles sistemas de reservas, considerando su capacidad para proteger sitios reproductivos de las aves, incluyendo sólo el 5% de las celdas. Estos tres sistemas se crearon para proteger: (1) áreas que contienen la mayoría de las especies, (2) especies raras (con distribución geográfica restringida) y (3) una serie de áreas complementarias seleccionadas por la mayor combinación de número de especies. Los resultados del análisis muestran que, aunque la selección de áreas clave para las especies incluye un mayor número de especies de aves por celda, se pierde el 11% de las especies de aves raras. En contraste, seleccionando las áreas complementarias se logra la protección de todas las especies de aves y se obtiene, probablemente, la estrategia más efectiva de conservación. Las áreas complementarias pueden seleccionarse de acuerdo con especies adicionales o hábitats representativos que no están protegidos. La ventaja de este enfoque es que cada área protegida adicional se agrega al conjunto de la diversidad biológica protegida. Establecimiento de áreas protegidas con información limitada En muchos países las bases de datos necesarias para la identificación de centros de diversidad todavía no están organizadas. Los grupos de biólogos pueden reunir el conocimiento colectivo identificando localidades que debieran protegerse (Hawksworth et al., 1997). También pueden reunirse en talleres para discutir y proponer los sitios prioritarios para la conservación, los cuales se pueden presentar luego en la forma de libros rojos (véase, por ejemplo, el Libro Rojo de los Sitios Prioritarios de Chile, Muñoz et al., 1996). Para las áreas escasamente conocidas será necesario enviar grupos de biólogos para realizar inventarios de especies. Cuando las decisiones de los límites de un parque tienen que ser tomadas rápidamente, los biólogos están siendo entrenados para realizar “evaluaciones rápidas de biodiversidad”, lo cual involucra hacer listas de especies, comprobar la presencia de especies de preocupación especial, estimar el número total de especies y buscar nuevas especies y características de interés especial (Oliver y Beattie, 1993). En general, las nuevas áreas protegidas debieran abarcar comunidades biológicas ricas en especies endémicas poco representadas en otras áreas protegidas, que contengan especies amenazadas y que posean recursos de uso potencial para la gente, tales como aquellas de uso potencial agrícola o medicinal.
Prioridades nacionales
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La comunidad internacional de conservación puede ayudar a establecer pautas y a encontrar oportunidades para proteger la diversidad biológica, pero finalmente son los gobiernos nacionales y locales quienes deben
determinar sus propias prioridades. Muchos países están en proceso o han preparado recientemente planes de acción ambiental nacional, planes de acción de biodiversidad o planes de acción de bosques tropicales. El gobierno de Indonesia ha considerado recientemente la necesidad de balancear la protección del 15 al 20% de las especies del mundo contra los requerimientos de su población creciente de 185 millones personas. El Plan de Acción de Biodiversidad de Indonesia propone la expansión de su sistema de parques para incluir el 10% del área del país, con el fin de proteger a todas las especies silvestres. Las prioridades adicionales incluyen el fortalecimiento del manejo de parques, apoyo a las comunidades locales para la conservación de los parques, asegurar el financiamiento estable para los parques y desarrollar infraestructura para un nuevo zoológico y jardín botánico. Como corresponde a una nación que tiene 17 000 islas, se incluyen planes que aumentan en gran medida la protección de las aguas marinas y costeras, particularmente los manglares. Una vez establecidas las prioridades de conservación, los recursos y el personal pueden ser dirigidos efectivamente hacia los problemas mundiales más críticos. La priorización debiera reducir la tendencia de las agencias financieras, de científicos tropicales y de agencias de desarrollo a agrupar los proyectos de alto perfil en unos pocos países accesibles y políticamente estables. La decisión de la Fundación MacArthur (una de las más grandes fuentes privadas de fondos para las actividades de conservación) de concentrarse en diferentes áreas del mundo por varios años a la vez, (método del foco o spotlight móvil) es un contrapunto valioso a la tendencia de concentrar todos los recursos en unos pocos lugares bien conocidos, tales como Costa Rica, Kenia y Brasil. Los biólogos de la conservación pueden tener un papel valioso si utilizan su experiencia de campo para identificar y recomendar áreas adecuadas para la preservación. Además, para asegurar que las áreas protegidas cumplan realmente sus objetivos y no constituyan sólo “parques de papel” que se destruyen o degradan rápidamente, es necesario considerar el diseño y el manejo de las áreas protegidas.
XV. Establecimiento de áreas protegidas
Resumen 1. La protección del hábitat es el método más efectivo para la preservación de la diversidad biológica. Los terrenos puede ser adquiridos por organizaciones gubernamentales, privadas o por ciudadanos particulares. El grado del impacto humano sobre los hábitats protegidos varía enormemente, y existe un compromiso entre la protección de la diversidad biológica y la satisfacción de las necesidades humanas. Las áreas protegidas incluyen reservas naturales, parques nacionales, santuarios de vida silvestre, monumentos nacionales y paisajes terrestres y marinos protegidos. Una considerable diversidad biológica puede existir en áreas no protegidas con manejo de uso múltiple.
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Aplicaciones prácticas
2. Alrededor del 6% de la superficie terrestre está incluida en unas 8 600 áreas protegidas, pero los porcentajes de área protegida varían enormemente entre los países (Costa Rica tiene un 27%, mientras que las áreas protegidas de El Salvador constituyen sólo el 0.24% de su territorio). A nivel mundial, el área protegida probablemente no podrá exceder el 10%, debido a las necesidades de la sociedad humana por el uso de recursos naturales. Sin embargo, en numerosos países, el 10 o 20% de la tierra está manejada para la producción de recursos de uso múltiple. 3. Las áreas protegidas bien seleccionadas pueden proteger inicialmente un gran número de especies. Sin embargo, el futuro de muchas de estas especies es dudoso debido a los tamaños poblacionales pequeños y a la incapacidad de las áreas protegidas para satisfacer todos los requerimientos de las especies. La conducta migratoria de muchas especies las expone a las amenazas del ambiente externo al área protegida. Para preservar efectivamente la diversidad biológica, las áreas protegidas deben ser grandes, integrarse en sistemas de reservas, estar bien manejadas e incluir muestras de todas las comunidades biológicas. 4. Las agencias del gobierno y organizaciones de conservación nacionales e internacionales están definiendo prioridades para el establecimiento de nuevas áreas protegidas basados en los criterios de riqueza de especies, niveles de endemismo, peculiaridad taxonómica, procesos ecológicos o evolutivos únicos y rareza. El programa Global 200 es una nueva iniciativa de conservación a nivel internacional que ya ha identificado 233 ecorregiones prioritarias (136 terrestres, 36 de agua dulce y 61 marinas).
Para discutir 1. Consiga un mapa de su región o país que muestre las áreas protegidas (tales como reservas naturales y parques) y áreas manejadas de uso múltiple. ¿Quién es responsable del manejo de cada parcela de tierra y cuál es su propósito en el manejo? Considere hábitats acuáticos en esta región (lagunas, pantanos, humedales, arroyos, ríos, lagos, estuarios, etc.). ¿Quién es responsable por el manejo de estos ambientes y cómo balancea la necesidad de protección de la diversidad biológica con las necesidades de la sociedad por recursos naturales? Si usted pudiera agregar áreas protegidas a esta región ¿dónde las ubicaría y por qué? Señale su localización exacta, tamaño y forma, justificando su elección.
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2. Imagine que una única población de una especie de flamenco rara y en disminución vive a lo largo de la playa de un lago aislado. Este lago tiene numerosas especies únicas de algas, peces, crustáceos e insectos. El lago y su playa son propiedad de una compañía maderera que está planificando construir una industria de celulosa en la playa donde anidan los flamencos. Esta planta de celulosa contaminará seriamente el lago y destruirá el alimento de los flamencos. Usted ha recibido una donación
de un millón de dólares para proteger a los flamencos. Un programa de conservación efectivo de los flamencos involucra reproducción en cautiverio, liberación de individuos en la población, mejoramiento de hábitat y estudios de historia natural con un costo total de 750 000 dólares. Otra alternativa es comprar esta área que la compañía está dispuesta a vender por un millón. ¿Es mejor comprar la tierra y no dedicar los recursos específicamente a la recuperación del flamenco, o sería mejor cuidar a los flamencos y permitir que el lago sea destruido? ¿Puede sugerir otras alternativas o posibilidades?
XV. Establecimiento de áreas protegidas
Lecturas sugeridas Dingwall, P., J. Harrison y J. A. McNeely, comps., (1994), Protecting Nature: Regional Reviews of Protected Areas, IUCN, Gland, Suiza. Un informe autorizado sobre el estado actual de las áreas protegidas en el mundo. International Union for the Conservation of Nature, (1994b), Guidelines for Protected Area Management Categories, IUCN, Gland, Suiza. Descripción de los tipos de áreas protegidas. Myers, N. (1991a), “The biodiversity challenge: Expanded “hot spots” analysis”, Environmentalist 10:243-256. Presentación condensada de los centros de biodiversidad. Oliver, I., y A. J. Beattie (1993), “A possible method for the rapid assessment of biodiversity”, Conservation Biology 7:562-568. Métodos para estimaciones rápidas y gruesas de la biodiversidad en terreno. Olson, D. M., y E. Dinerstein (1998), “The Global 200: A representation approach to conserving the Earth’s most biologically valuable ecoregions”, Conservation Biology 12:502-515. Stattersfield, A. J., M. J. Crosby, A. J. Long y D. C. Wege (1998), Endemic Bird Areas of the World: Priorities for Biodiversity Conservation, Birdlife International, Cambridge, Gran Bretaña. Sitios prioritarios para la conservación de las aves. World Resources Institute, (1994), World Resources 1994-95, Oxford University Press, Nueva York. Un resumen de las áreas protegidas del mundo, con análisis estadísticos e información adicional.
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XVIII. Conservación fuera de las áreas protegidas Richard Primack Ricardo Rozzi Peter Feinsinger Francisca Massardo
E
s imprescindible complementar los esfuerzos de conservación que se llevan a cabo dentro de las áreas protegidas con iniciativas de conservación fuera de ellas (Gradwohl y Greenberg, 1988; Western y Pearl, 1989). Como señalara Western (1989): “si no podemos salvar las áreas naturales fuera de las áreas protegidas, no será mucho lo que sobrevivirá dentro de ellas”. Más del 90% del planeta permanece y permanecerá fuera de las áreas protegidas; por lo tanto, numerosas especies raras quedarán inevitablemente fuera de las zonas bajo protección. Al mismo tiempo, la mayoría de estas tierras sin protección no son intensivamente usadas por los humanos, y conservan en algún grado su biota original. Por último, una confianza desmedida en el papel de los parques y reservas para la protección de la biodiversidad puede llevar a una contraproducente “mentalidad de asedio” que considera que “como dentro de los parques las especies están bien protegidas, entonces las especies fuera de ellos pueden ser rápidamente explotadas”. Como unidades legalmente establecidas para manejo de tierras, los parques nacionales tienen límites (McNeely, 1989). Pero la naturaleza no conoce límites, y los avances recientes de la biología de la conservación están demostrando que los parques nacionales son por lo general demasiado pequeños para conservar efectivamente los grandes mamíferos o árboles que se intentan preservar. La estrategia de establecer nuevos parques nacionales de gran tamaño para proteger la diversidad biológica y reservas de la biósfera para proteger a las sociedades tradicionales ha sido retóricamente adoptada por países como Brasil y Malasia, en respuesta a las críticas internacionales sobre sus intensas políticas de desarrollo. Sin embargo, si se degradan las áreas que circundan los parques, la diversidad biológica dentro de las áreas protegidas disminuirá debido a que muchas especies migran a través de los límites del parque para acceder a los recursos que éste no puede proveer, al menos en algunas épocas del año. En general, mientras más pequeña sea un área protegida, mayor será su dependencia de los terrenos aledaños para la persistencia de la diversi-
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Aplicaciones prácticas
dad biológica en el largo plazo. Además, el número de individuos de una especie dentro de los límites del parque puede ser menor que el tamaño poblacional mínimo requerido para su viabilidad. Por ejemplo, la pantera de Florida (Felis concolor coryi) es una subespecie del puma que habita exclusivamente en el sur de Florida, donde actualmente sobreviven menos de 50 individuos (Maehr, 1990). Esta pantera en peligro de extinción fue adoptada como animal emblemático del estado de Florida en 1982 y desde entonces ha recibido atención por parte del gobierno y de los investigadores. La mitad del ámbito de distribución geográfico actual de la pantera está en tierras privadas, y todos los animales rastreados con radiotelemetría pasan al menos una temporada en tales terrenos, que poseen los mejores suelos y un mayor número y abundancia de especies de presa (Figura XVIII.1). En consecuencia, éstos son los terrenos preferidos por las panteras. La adquisición de las 400 000 ha de terreno privado ocupado por esta especie es financiera y políticamente muy difícil. Tampoco parece posible evitar los proyectos de desarrollo en estos sectores. En este escenario se ha propuesto que lo mejor para conservar a la pantera es educar a los propietarios acerca de su valor ecológico y estético, como también de su derecho a seguir existiendo. A la vez, se ha considerado financiamiento para aquellos que adopten prácticas de manejo de hábitat que permitirían la supervivencia de la pantera, tales como minimizar la fragmentación del hábitat y mantener bosques pantanosos (Maehr y Cox, 1995).
Valor del hábitat conservado fuera de las áreas protegidas Las estrategias que consideran la educación de los propietarios privados respecto de la necesidad de proteger especies y comunidades biológicas Figura XVIII.1. La pantera de Florida (Felis concolor coryi)se encuentra en terrenos públicos y privados de la región sur de Florida. La línea punteada encierra las áreas donde la pantera pasa algún tiempo, de acuerdo a los datos de radiotelemetría. Los puntos negros representan registros de panteras sin seguimiento. La sombra representa el terreno fiscal. (Según Maehr, 1990).
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raras son la clave para la supervivencia de muchas especies en el largo plazo. Las actividades de educación para la conservación abarcan una amplia gama de edades, grupos sociales y aproximaciones. Por ejemplo, la iniciativa de Árboles para la Vida realiza siembras de especies arbóreas nativas con niñas y niños, quienes podrán tener la experiencia de ver crecer estos árboles durante sus vidas (Rovira, 1998). En el otro extremo generacional, se imparten talleres para personas de la “tercera edad” quienes pueden transmitir sus conocimientos a los más jóvenes. Una experiencia que ha sido muy fértil en va- rios países de Sudamérica es la “indagación ecológica en el patio de la escuela” (Recuadro XVIII.1). Esa innovadora y sencilla aproximación ha sido incorporada por el Ministerio de Educación de Chile en los talleres para profesores que exploran una educación más conectada con los entornos cotidianos, ecológicos y sociales, dentro del programa Mejoramiento de la Equidad y Calidad de la Educación (véase Rozzi et al., 1997b). Otros programas de gobierno de numerosos países informan a los constructores de caminos y viviendas acerca de la ubicación de especies raras o amenazadas y los asesoran para modificar sus planes, evitando el daño a esos sitios. En las regiones desérticas las especies corren menos riesgos que otras comunidades no protegidas, porque se consi- deran marginales para el uso y la habitación humanas. Del mismo modo, las áreas montañosas son por lo general demasiado escarpadas e inaccesibles para el desarrollo, pero son frecuentemente manejadas por los gobiernos como cursos de agua valiosos que producen un suministro de agua estable y previenen las inundaciones. Estas áreas son también importantes refugios de las comunidades naturales. No obstante, en la actualidad las presiones demográficas conducen a poblar todos los rincones del planeta, incluso las regiones de montaña. En los Andes del sur de Colombia, por ejemplo, una región de exuberante biodiversidad a casi 3 000 m de altitud comenzó a sufrir desastrosos efectos derivados de su poblamiento a mediados del siglo XX. Sin embargo, recientemente la naturaleza del impacto humano adquirió una dimensión positiva a través de una iniciativa campesina basada en actividades productivas sustentables, educación y mejoramiento del hogar (Recuadro XVIII.2). No sólo en áreas remotas, sino también en sectores urbanos puede favorecerse la vida silvestre mediante acciones tales como el cultivo de plantas en los balcones de edificios centrales, mantenimiento de jardines en el patio de las casas y el cuidado de parques urbanos (Rapoport, 1993). Los programas de conservación deberían poner mayor énfasis en la ecología urbana, puesto que más del 70% de la población latinoamericana vive en ciudades (Figura XVIII.2) —porcentaje que ha aumentado rápidamente en las últimas décadas, desde un 57% en 1970, al 65% en 1980 y al 73% en 1995 (CEPAL, 1999)—. Además, los programas y espacios para la educación ecológica en centros urbanos son cruciales porque aumentan la conciencia del impacto de los niveles de consumo, la producción de basura y otras acciones de la ciudadanía sobre el ambiente. Por otra parte, es en los bancos, la bolsa de comercio, las empresas públicas y privadas ubicadas en los centros urbanos, donde se toman las
XVIII. Conservación fuera de las áreas protegidas
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Aplicaciones prácticas
Figura XVIII.2. Proporción de la población urbana y rural en Latinoamérica. (Datos tomados de la CEPAL, 1999).
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decisiones que afectan el destino de los ecosistemas y la vida silvestre en áreas remotas. En una ciudad del sur de Chile se inició un proyecto de conservación de una laguna urbana que sobresale por los múltiples niveles de participación ciudadana, la integración de la ecología terrestre y acuática, la diversidad biológica y cultural y por la valoración múltiple del parque como lugar de educación, recreación y conservación (Recuadro XVIII.3). Las especies nativas pueden continuar viviendo en áreas que, aunque sujetas a actividades productivas, mantienen las estructuras y funciones básicas de sus ecosistemas. Por ejemplo, los bosques talados selectivamente en ciclos largos, o cultivados con técnicas tradicionales por comunidades agrícolas, suelen contener un porcentaje considerable de la biota original (Poore y Sayer, 1991; Thiollay, 1992). La mayoría de las especies de aves de los bosques tropicales lluviosos de Malasia habita en bosques que fueron talados selectivamente hace 25 años, y que se encuentran en la cercanía de otros bosques no perturbados que actúan como fuente de colonización (Johns, 1996). En Latinoamérica, un caso ejemplar co- rresponde a los sistemas agroforestales tradicionales de los mayas y otras culturas de la región tropical (véase el Recuadro XX.2). Por ejemplo, las
plantaciones tradicionales de café (café sombreado) han permitido el mantenimiento de una alta diversidad faunística de invertebrados y vertebrados debido a que la planta de café crece bajo el dosel de una amplia variedad de árboles de sombra de casi 40 especies por granja (Perfecto et al., 1996). En el sur y centro de México los cafetales cubren más de 850 000 ha correspondientes a unos 200 000 productores, quienes practican unas cinco formas de cultivo: dos tradicionales, donde el café se produce bajo la sombra de la vegetación original; una intermedia, donde la sombra proviene de árboles exóticos, y dos formas recientes de monocultivo (con y sin sombra) (Figura XVIII.3; Moguel y Toledo, 1999). Las formas tradicionales de cultivo del café se encuentran ampliamente distribuidas en el trópico americano, pese a ser una planta exótica, y han conciliado la conservación de la biodiversidad con las necesidades de subsistencia desde su introducción a principios del siglo XVIII. Desgraciadamente los cafetales de sombra están siendo rápidamente sustituidos por los monocultivos soleados, que parecen dar una mayor rentabilidad a corto plazo, pero que conllevan un serio deterioro ambiental (Recuadro XVIII.4).
XVIII. Conservación fuera de las áreas protegidas
Figura XVIII.3. Cinco sistemas de producción de café en México. Se aprecia que la complejidad estructural, altura del dosel y diversidad de la composición de especies disminuye drásticamente con las prácticas modernas, en comparación con las prácticas tradicionales. (Según Moguel y Toledo, 1999).
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Recuadro XVIII.1. Indagación ecológica en el patio de la escuela Laura Margutti Ramona D. Oviedo Margarita Herbel Peter Feinsinger
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Una conservación biológica perdurable sólo será posible cuando los adultos estén familiarizados con su ambiente y conscientes de los efectos de las decisiones que se tomen con respecto al mismo. Los niños de hoy son los adultos del mañana. A través de sus experiencias y contexto social particular desarrollarán actitudes propias sobre la naturaleza que los rodea y sobre las formas de habitarla y conservarla. Dichas actitudes, junto con el conocimiento directo del entorno y la manera de pensar, van a incidir profundamente a la hora de tomar decisiones relacionadas con el ambiente y los seres vivos. Por ello es básico que despleguemos todos los esfuerzos para que los niños no pierdan contacto con la tierra y adquieran una comprensión profunda y vital de la naturaleza y sus interacciones. Los niños comprenden y recuerdan mejor los conceptos cuando los aprenden por experiencia directa y personal. Sin embargo, en la dinámica escolar que prevalece hoy en día se prefieren actividades rápidas que contengan mucha información o que pretendan imponer las actitudes “correctas”, evitando que los alumnos realicen sus propios descubrimientos. Las clases de ciencias naturales y educación ambiental más protagónicas para los niños se reducen a esporádicas salidas de “campo” y sesiones puntuales de laboratorio. Proponemos una manera alternativa en la que el niño puede aprender activamente sobre los componentes y procesos naturales. Esta alternativa presenta un marco basado en las ciencias naturales, en la historia natural local y en las interacciones entre los seres humanos y el resto del entorno natural. Destaca la experiencia de primera mano en el entorno cotidiano del niño y sus maestros: el patio de la escuela. Nuestra primera impresión suele ser que el patio es un lugar desolado, con demasiado “cemento” y poca “naturaleza”. Sin embargo, aun los patios
de escuelas urbanas contienen rincones con posibilidades para investigar las ciencias ecológicas y sus aplicaciones. Allí podemos encontrar malezas y pastos, musgos, líquenes, arañas, hormigas. La mayoría de los patios tienen además árboles, arbustos, herbáceas, aves y numerosos organismos pequeños, incluidos los del suelo. En cualquier patio es posible investigar una gama de procesos ecológicos: interacciones entre especies y con los factores físicos, distribución espacial, microambientes, diversidad de especies, descomposición, disturbios, alternativas de manejo del micropaisaje y más. Desde el año 1994 hemos promovido la “enseñanza de la ecología en el patio de la escuela”, realizando talleres para educadores y biólogos en los que se propone el Ciclo de Indagación como acercamiento pedagógico. Los docentes y luego los alumnos aprenden sobre la manera de observar la naturaleza y plantear preguntas, diseñar y realizar las indagaciones para responderlas y reflexionar sobre los resultados obtenidos (Feinsinger et al., 1997). Cada indagación en el patio escolar pasa por las tres etapas del ciclo. En particular, ponemos énfasis en la siguiente reflexión: ¿cómo se podrían extrapolar los resultados a ámbitos más amplios? Luego de realizar varios talleres comprendimos que para sostener un programa local era necesario formar equipos estables de docentes y biólogos que contaran con el indispensable apoyo institucional. Así nació el proyecto de innovación educativa “Ecología en el patio escolar en la Patagonia Argentina”, del Centro Regional Universitario Bariloche, Universidad Nacional del Comahue. El mismo se lleva a cabo desde julio de 1998 con el apoyo financiero de la Fundación Kellogg. Trabajamos en siete escuelas de Bariloche con 20 docentes involucrados, ocho biólogos y/o profesores de biología y aproximadamente 500 alumnos de primaria y secundaria
Los resultados logrados hasta el momento son muy satisfactorios. Además de desarrollar los temas conceptuales del curriculum de ciencias naturales, a través del ciclo de indagación los docentes están adquiriendo: mayor confianza para salir y llevar adelante actividades en el patio escolar, flexibilidad para retomar las inquietudes de los alumnos y transformarlas en objetivos de actividades de habilidad para hacer de la reflexión una práctica cotidiana y mayor confianza para poder cumplir con las nuevas pautas del contenido curricular vigente. En Argentina la ley Federal de Educación número 24.195 incluye, en todos los ciclos del curriculum de la Educación General Básica, conceptos sobre la conservación de la diversidad biológica, el mantenimiento de los procesos ecológicos esenciales y el aprovechamiento de las especies y de los ecosistemas con criterios de desarrollo sustentable. Los mismos pueden ser planteados como contenidos transversales, entendidos como temas interdisciplinarios.
El Ciclo de Indagaciónconstituye una versión directa y sencilla del esquema de la investigación científica. El proceso incluye tres fases: plantear la pregunta, responderla según la experiencia de primera mano y reflexionar sobre los resultados de la segunda fase y sus implicaciones para la primera. Esta reflexión debería considerar no solamente la construcción original de la pregunta, sino también la manera de tomar los datos y el significado que los resultados obtenidos de la indagación de primera mano tendrían para ámbitos más amplios. Este proceso reflexivo podrá conducir a otra fase más: la aplicación.
Por otro lado, los alumnos están desarrollando una mayor capacidad de observación, integrada a un mayor conocimiento de la historia natural del paisaje cotidiano, los procesos biológicos y los efectos de las perturbaciones sobre los seres vivos, una mayor habilidad y desenvoltura en la práctica de reflexionar sobre lo aprendido y capacidad para relacionarlo con sucesos y patrones del mundo externo al patio. Se han iniciado programas de “enseñanza de la ecología en el patio de la escuela” en otros paisajes argentinos y de Belice, Bolivia, Colombia, Chile, Ecuador, Guayana, México, Perú y Venezuela. Creemos que estas propuestas, que dependen más del entusiasmo de las personas involucradas y menos del presupuesto, constituyen rutas sólidas y viables hacia la conservación biológica en el futuro. En el patio escolar: el aprendizaje de primera mano, un taller de capacitación de docentes y biólogos trabajando con los niños. (Fotografía de Laura Margutti).
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Recuadro XVIII.2. La Red de Reservas Naturales Campesinas de La Cocha, Colombia. Emilio Constantino
Las aguas de la Laguna del Guamues o La Cocha, ubicada en la zona andina del sur de Colombia (2 760 de altitud), fluyen por las laderas orientales de los Andes para luego formar el gran río Putumayo, importante afluente del Amazonas. Es una región muy húmeda y cubierta de selvas y páramos, con un gradiente altitudinal que va desde los 4 200 hasta los 250 msnm, donde entra en contacto con las selvas de la Amazonía. En esta zona se encuentra una de las mayores concentraciones de flora y fauna del planeta. La cuenca del Alto Putumayo-Guamues es extremadamente rica en especies de insectos (más de 850 especies de mariposas diurnas) mamíferos, aves (más de 860 especies), anfibios, y plantas (más de 16 especies de palmeras). Pese a esta exuberante diversidad de especies y su alto grado de endemismo (un 45% de las especies de mariposas y orquídeas), la biota —y más aún la ecología— de esta región es todavía muy poco conocida. La Cocha es una de las pocas grandes lagunas alto-andinas al norte de la línea ecuatorial, y está rodeada de inmensas montañas, conos volcánicos, páramos y selvas todavía poco fragmentadas por la actividad antrópica. Hace aproximadamente 40 años se inició una fuerte actividad colonizadora por parte de campesinos sin tierra que buscaban mejores oportunidades de vida. Al llegar a la laguna se dedicaron a la tala y extracción de maderas finas, producción de carbón vegetal y conversión de los terrenos abiertos en potreros y cultivos de papa. Luego de 30 años de dedicarse a estas actividades, Vista de la laguna La Cocha. (Fotografía de Emilio Constantino).
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comenzaron a notar cómo los recursos naturales, otrora abundantes y generosos, empezaban a escasear: las maderas finas se agotaron, la presas de caza no se encontraban, la pesca disminuía y las fuentes naturales de sustento eran cada vez más difíciles de conseguir. La actividad principal de los campesinos era la producción de carbón vegetal a partir de las selvas maduras de mate, una especie de Clusia de alta montaña. Los hombres de la familia se dedicaban a la dura tarea de talar, cortar y quemar, para luego acarrear y comercializar el carbón, mientras que las mujeres dedicaban su tiempo a las labores del hogar y la crianza de los hijos. En el Departamento de Nariño se había formado en los años ochenta la Asociación Para el Desarrollo Campesino (ADC), una ONG que buscaba trabajar con campesinos y agricultores apoyándolos en aspectos como organización, comercialización, sistemas productivos sustentables, educación ambiental y mejoramiento del hogar. Al llegar a La Cocha, la ADC también detectó aquello que los campesinos habían notado: el impacto de sus actividades estaba empobreciendo los ecosistemas y al mismo tiempo a la comunidad residente. Fue entonces cuando los líderes comunitarios y fun-
cionarios de la ADC se plantearon la búsqueda de alternativas productivas para contrarrestar la situación. Una de las alternativas discutidas fue la cría y producción semi-comercial del cuy (Cavia porcellus), o conejillo de Indias, que asado constituye el plato predilecto del sur de Colombia, donde se cría artesanalmente en las zonas rurales. Esta tan apetecida especie es también una de las carnes más costosas del país, por lo que se pensó que este pequeño animal sería una fuente alternativa de ingresos familiares, que podría ocupar a mujeres y niños cerca de la casa. El éxito que tuvo la cría tecnificada del cuy y su gran aceptación en el mercado hizo que esta actividad pecuaria fuera creciendo y requiriera de mano de obra adicional. Las mujeres entonces contrataron a sus maridos e hijos mayores —hasta ese momento dedicados a la fabricación de carbón— para que realizaran trabajos como producción y acarreo de forraje, mantenimiento y limpieza de los galpones de cría y otras actividades relacionadas con la cría de los cuyes. Esta nueva actividad resultó ser
más rentable y menos esforzada para los hombres, quienes decidieron seguir apoyando a sus mujeres y dejar de lado la explotación del carbón vegetal. Este cambio viene ocurriendo desde 1990 y cada vez abarca a más carboneros y familias campesinas. Mediante el trabajo de educación ambiental que paralelamente desarrollaba la ADC se logró que por iniciativa propia los campesinos decidieran mantener sus bosques como reserva para el futuro de sus hijos. Actualmente la Red de Reservas Naturales “José Gabriel Villota” de La Cocha cuenta con más de 38 reservas afi- liadas, cubriendo unas 1 600 ha. Se ha convertido en un modelo de conservación para la sociedad civil, tanto de Colombia como de los países vecinos. Muchas organizaciones de agricultores y campesinos de otras regiones de Colombia están visitando La Cocha para aprender y compartir vivencias con sus compañeros, ahora maestros en producción y desarrollo sustentable. Conceptos como inventarios de fauna y flora, restauración de ecosistemas, creación de corredores biológicos entre fragmentos y reservas, zonificación, planes de manejo y sistemas sustentables de producción agropecuaria, son actualmente de uso diario en la región. Algo más importante aún, son términos llevados a la práctica por los propios miembros de la comunidad de La Cocha, quienes se pueden considerar con orgullo como los gestores de uno de los movimientos conservacionistas más importantes y de mayor perspectiva para el futuro de la conservación de la biodiversidad de los Andes colombianos. Familia Cuaran-Muyuy, partícipe en el proyecto La Cocha para la crianza del cuy (arriba). Infraestructura para la producción del cuy, un roedor apreciado por su carne. La crianza de esta especie constituye una actividad promisoria para las comunidades rurales porque requiere escasa inversión inicial, infraestructura y labor, y provee carne de alta calidad en el corto plazo (abajo). El cuy (Cavia porcellus) es una especie nativa de América que ha sido domesticada y criada para alimentación en la región alto-andina de Sudamérica desde tiempos precolombinos (inserto). (Fotografías de Emilio Constantino).
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Recuadro XVIII.3. Una iniciativa vecinal para la conservación de una laguna urbana Eduardo Tarifeño Mónica Rojas Eduardo Hidalgo Mónica Santelices
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En el área metropolitana de Concepción, en el sur de Chile, existen siete lagunas dentro del perímetro urbano. Pese a que a estas lagunas constituyen un valiosos patrimonio ambiental y cultural, han sufrido impactos contaminantes por descarga de aguas servidas y erosión de sus orillas. Además, se encuentran sometidas a las presiones de una creciente expansión urbana —con alta demanda de terrenos para construcción de complejos habitacionales— que carece de criterios de conservación ambiental. La Laguna Grande de San Pedro de la Paz, con una superficie de 155 ha, es la mayor de estas lagunas urbanas. Actualmente, casi todo su perímetro está dentro de propiedad privada. En 1991 el Servicio de Vivienda y Urbanismo (SERVIU) —dependencia ministerial que tiene por misión fomentar el desarrollo de complejos habitacionales— inició los estudios para licitar a empresas inmobiliarias las únicas 23 ha de uso público ubicadas en la ribera de la laguna. La venta de estos terrenos a particulares significaba que toda la orilla de la Laguna Grande de San Pedro quedaría marginada del acceso público. Esta situación que restringe el acceso a la ciudadanía pública a lagunas, parques y otras áreas naturales se repite cada vez con mayor frecuencia en Chile y en Latinoamérica. Por esto, la comunidad vecinal organizada a través del Comité Ecológico de la Junta de Vecinos, inició una campaña para evitar la venta de estas 23 ha a particulares y solicitó que fueran destinadas a esparcimiento y recreación pública, tal como estaba indicado en el Plan Regulador Metropolitano vigente. Para reforzar este planteamiento de la comunidad y aunar esfuerzos con organizaciones vecinales y deportivas que centraban su actividad en la Laguna, se creó la Corporación Pro-Recuperación de la Laguna Grande de San Pedro, conocida también como Corporación
Wallmapu (vocablo que en mapudungún, la lengua indígena regional, significa “entorno de la Tierra”). Desde 1993 esta corporación coordina las acciones de defensa de estos terrenos como “bienes de uso público”. Debido el serio daño ambiental diagnosticado para la Laguna Grande por estudios científicos (Parra, 1989; Cisternas et al., 1997a,b), Wallmapu ha contribuido al establecimiento de medidas de protección ecológica destinadas a evitar el vertimiento de aguas servidas, disminuir la llegada de sedimentos y extraer plantas acuáticas invasoras. Además, en las 23 ha fiscales de la laguna la comunidad organizada propuso y ha promovido el establecimiento de un parque público que tuviera por finalidad la recreación, la educación ambiental y la difusión de la cosmovisión de la relación seres humanos-naturaleza que tiene la cultura mapuche, etnia aborígen que había ocupado esta zona en épocas prehispánicas. Así, se propuso el Parque Wallmapu con objetivos educacionales, de recreación y etnográficos (Tarifeño et al., 1999). La originalidad de esta propuesta de la comunidad, no sólo por su trilogía de objetivos, sino también por plantear la defensa vecinal de un patrimonio natural, recibió el apoyo entusiasta de los vecinos, los científicos de la Universidad de Concepción y las autoridades comunales y regionales, iniciándose así las acciones para diseñar el parque por parte del SERVIU. Desde marzo de 1997 la gestión del desarrollo de este parque está en manos de la Municipalidad, representante gubernamental local. Pese a este entusiasmo y apoyo colectivo, la concreción del Parque Wallmapu ha sido dificultada y retrasada por problemas ajenos a la gestión de la comunidad. Por una parte, los proyectos urbanísticos elaborados para este parque han contemplado
costos muy elevados y difíciles de incluir dentro de los presupuestos fiscales a nivel comunal y ministerial. Por otra parte, el proyecto municipal del Parque Wallmapu se ha alejado notablemente de la propuesta original de la comunidad. Los diseñadores municipales han privilegiado el aspecto recreativo por sobre los componentes ecológico y etnográfico. Así, los tres objetivos —educacionales, de recreación y etnográficos— se han reducido a un “parque de diversiones”, ajeno a la integración con su entorno ecológico-cultural. En lugar de privilegiar el entorno natural existente de bosques, senderos a orillas de la laguna, suaves colinas, escenarios de gran valor paisajístico, vegetación y fauna autóctona, la atención se ha dirigido a la inclusión de infraestructuras “duras” tales como piscinas, restaurantes, gimnasios y comercio menor. Esta situación ha incrementado los costos de establecimiento del parque. Sin embargo, cabe destacar que la Municipalidad de San Pedro de la Paz, con el apoyo del sector empresarial local, ha ejecutado
operaciones de limpieza del lugar, especialmente las orillas de la laguna, iniciado la construcción de jardines y la reforestación con árboles nativos e instalado luminarias. Dentro de este complejo de intereses, se espera lograr un acuerdo de consenso con el SERVIU sobre el diseño definitivo que tendrá el parque y posteriormente hacer las inversiones necesarias, en las cuales la Corporación Wallmapu ha comprometido su contribución. Luego de una década de trabajo en este proyecto, podemos extraer algunas conclusiones y experiencias valiosas. Primero, la comunidad tiene el derecho y el deber de defender en forma organizada y representativa el interés común por sus áreas naturales. Para ello, sus argumentos y planteamientos deben estar respaldados por antecedentes técnicos que aporten a la clarificación de la discusión. Segundo, es importante que las autoridades locales, comunales y regionales entiendan que son mandatarios de una voluntad popular y, como tales, deben velar por satisfacer las aspiraciones sociales, culturales y económicas de la comunidad y no imponer sus puntos de vista o intereses personales. Por último, en una gestión ambiental inspirada por el concepto de desarrollo sustentable corresponde dar una real participación a la comunidad organizada, incluyendo a los sectores público y privado, las comunidades académicas y las autoridades locales.
Torneo de vela menor en la Laguna Grande de San Pedro, definida por la Gobernación Marítima como lugar de deportes náuticos para vela menor, boga y windsurf, prohibiéndose, a petición de la Corporación Wallmapu, el uso de lanchas motorizadas y motos acuáticas (arriba). Área deforestada donde se han plantado renovales de especies nativas que crecerán en el parque Wallmapu. En contraste, los árboles que se observan en torno al parque corresponden a especies exóticas, principalmente Eucalyptus sp. (abajo). (Fotografias de Eduardo Tarifeño).
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Recuadro XVIII.4 Cambios en el método de cultivo del café y sus efectos sobre la biodiversidad Carolina Murcia
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La presión para aumentar la productividad de los sistemas agrícolas en el corto plazo ha promovido su conversión en sistemas ecológicamente simples y altamente tecnificados. Los cultivadores de café (Coffea arabica) no han sido ajenos a estas tendencias y han cambiado la forma tradicional de cultivo, como un manejo agroforestal, por un monocultivo expuesto al sol. El café cultivado tradicionalmente es un arbusto mediano que crece bien en las condiciones de penumbra del sotobosque. Los cultivadores lo siembran a la sombra de árboles remanentes del bosque original, o junto con otros árboles sembrados por su valor como fuente de alimento o madera y lo entremezclan con una variedad de otras especies herbáceas cultivadas (Perfecto et al., 1996). Aunque las especies acompañantes del café varían de un país a otro, la fisionomía de los cafetales tradicionales es la misma en la América tropical, esto es, un agroecosistema complejo en su composición de especies y estructura. En las tres últimas décadas, los cafetales han sido transformados, en mayor o menor grado, en ecosistemas simples, dominados por una sola especie o variante (algunos usan híbridos interespecíficos). En el extremo de simplificación del ecosistema están los cafés de sol (sun coffee), que consisten en arbustos chaparros, sembrados a pleno sol y sin acompañamiento de otras especies, excepto por algunas plantas bajas sembradas para controlar la erosión del suelo en las pendientes fuertes o para el control de malezas. En la literatura científica y conservacionista por lo general se hace el contraste entre el “café de sombra” y el “café de sol”, pero en realidad existe un continuo entre estos dos extremos, con distintos grados de sombra, dependiendo del tipo de cobertura del dosel, y con distintos grados de diversidad de especies (Greenberg, 1993;
Perfecto y Snelling, 1995). La transformación de un sistema de cafetal de sombra a uno de sol va acompañada por un cambio en los sistemas de producción de las fincas (Perfecto et al., 1996). Aunque la eliminación del dosel y otras especies representa una pérdida en la variedad de productos alternativos al café que obtiene el caficultor, la mayor exposición al sol representa un aumento en productividad gracias a la mayor disponibilidad de luz. Hipotéticamente, las ganancias generadas por la mayor productividad del café permitirían al caficultor obtener en el mercado los productos agrícolas que su finca deja de producir con el nuevo sistema. Sin embargo, el cambio en la forma de producción tiene otra serie de costos tanto de producción como biológicos (Perfecto et al., 1996). Con el fin de sostener una alta productividad, el caficultor debe suplir las demandas sobre el suelo con un aumento en insumos agrícolas y técnicas intensas de manejo. Esto representa no sólo un costo monetario significativo —que aparentemente no es compensado por las ganancias de la mayor productividad (Perfecto et al., 1996)— sino que tiene también un costo ambiental sobre suelos y aguas. Otros costos ambientales, como la pérdida de diversidad de especies, son más complejos de medir y valorar. En la última década los ecólogos han comenzado a evaluar el valor de los cafetales tradicionales como parte del paisaje y el impacto que tienen los cambios del método de cultivo sobre la diversidad biológica. Los primeros estudios consideraron la avifauna, particularmente las aves migratorias (Greenberg, 1993; Wunderle y Latta, 1994), pero más recientemente se han incluido otros grupos de organismos. Debido a su complejidad estructural, los cafetales tradicionales pueden mantener un alto por-
centaje de la flora y fauna originales de la región. En Colombia, un cafetal tradicional puede contener hasta el 77% de la avifauna presente en un bosque aledaño (Corredor, 1989). Del mismo modo, el 65% de las hormigas presentes en un bosque de Puerto Rico están también presentes en un cafetal aledaño (Torres, 1984). En contraste, los cafetales de sol son particularmente pobres en especies (Perfecto et al., 1996). Esta diferencia radica en las características de la vegetación acompañante, la cual ofrece recursos alimenticios, condiciones microclimáticas favorables, sitios de nidificación y refugio para la fauna local (Corredor, 1989, Perfecto y Snelling, 1995). Por ejemplo, la reducción de la complejidad estructural de los cafetales está asociada con una disminución en riqueza y diversidad de las hormigas del suelo (Perfecto y Snelling, 1995). Aquellas especies asociadas directamente con el follaje del café, sin embargo, aparentemente no son afectadas por el cambio en complejidad. Los efectos del cambio en el sistema de cultivo se manifiestan no sólo a nivel del parche de cafetal,
sino que también a nivel del paisaje. Debido a que la vegetación acompañante del café varía de acuerdo con la composición original del bosque (en los casos en que se dejan árboles remanentes), o de acuerdo con las preferencias del caficultor respecto al tipo de cultivos que siembre para sombrío, los cafetales tradicionales pueden generar una increíble diversidad espacial en composición de especies vegetales y fauna asociada a nivel del paisaje. La transformación de estos cafetales tradicionales en versiones uniformes y tecnificadas puede generar pérdidas de diversidad a gran escala, proporcionales a la extensión del área afectada. Como los cafetales tecnificados tienen mayor productividad y aparente rentabilidad neta, contrarrestar la actual tendencia de conversión requiere de argumentos tanto biológicos como económicos. La demanda incipiente pero aparentemente creciente de los países desarrollados por café producido en condiciones ambientalmente favorables ofrece una posibilidad real para la reversión de estas tendencias en la producción.
Características de los cafetales cultivados con dos técnicas contrastantes (modificado de Perfecto et al., 1996). CARACTERÍSTICA Variedad de café Altura de la planta Cobertura del dosel Altura del dosel Vegetación acompañante
TRADICIONAL
Densidad de siembra Edad para la primera cosecha Duración de la planta Insumos utilizados
Arábigo, Borbón, Maragopipe 3-5 m 60-90% 15-25 m Árboles remanentes del bosque (diversas especies), leguminosas (Inga, Erythina), frutales, bananos y plátanos, árboles maderables 1.000-2.000/ha 4-6 años 30 o más años Bajo o nada
Requerimiento de mano de obra
Estacional para cosecha y poda esporádica
Erosión del suelo
Baja o ninguna
TECNIFICADO Caturra, Catuai, Colombia, Catimor 1-2 m 0-50% 5-8 m Leguminosas, banano, usualmente en monocultivo
3.000-10.000/ha 3-4 años 12-15 años Fertilizantes, herbicidas, fungicidas y nematicidas Todo el año para la aplicación de insumos y estacional (más prolongada) para la cosecha Alta, principalmente en las laderas.
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Manejo sustentable de poblaciones de fauna nativa: diversificación de la economía
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La conservación de la biodiversidad dentro y fuera de las áreas protegidas puede promoverse mediante el manejo de poblaciones de fauna nativa. Al igual que los sistemas agroforestales, estas prácticas están profundamente arraigadas en los sistemas tradicionales del Continente Americano. El caso más notable corresponde a la domesticación y manejo de especies de camélidos que hicieron las culturas del Altiplano de Sudamérica. Hoy, la revaloración de estas prácticas tradicionales contribuye a la conservación de la diversidad cultural y favorece la conservación de especies animales que de otro modo estarían amenazadas o extintas. Complementariamente, los ecosistemas y comunidades biológicas se benefician al mantener la fauna que ha formado parte de su historia evolutiva. Además, en el contexto de la economía contemporánea emerge la posibilidad de ofrecer productos novedosos obtenidos de la fauna nativa, que estarán sujetos a una menor competencia de otros productos y que contribuyen a diversificar la economía de los países latinoamericanos. Un caso que combina estas múltiples dimensiones es la vicuña, que estuvo a punto de extinguirse hacia fines de la década de los sesenta y que hoy, gracias a programas de conservación y manejo sustentable, vuelve a correr por la Puna y a proporcionarnos su fina lana (Recuadro XVIII.5). El manejo de fauna incluye también especies de aves, reptiles, anfibios, peces e invertebrados. Entre las primeras, el ave americana de mayor tamaño, el ñandú, es pródiga en huevos, plumas y carne. Era un ave predilecta de los extintos tehuelches, que la cazaban con boleadoras en la Patagonia, en sur de Sudamérica. A fines del siglo XX comenzaron a ensayarse innovadores planes de manejo comercial del ñandú en esa región (Recuadro XVIII.6). Entre los reptiles, se han manejado sustentablemente poblaciones de cocodrilos y caimanes para la producción de finos cueros y carne en las regiones tropicales de América. El manejo de fauna nativa —como el caimán— ha favorecido la supervivencia de estas especies y de las comunidades biológicas de las que forman parte. Sin embargo, en términos económicos y pese a su enorme potencial y originalidad, estos productos han estado expuestos a oscilaciones en la demanda y en los precios, lo cual dificulta la continuidad de los programas de manejo (Recuadro XVIII.7). Una alternativa para disminuir los riesgos económicos asociados al manejo de fauna nativa en terrenos privados es la diversificación de las actividades económicas involucradas en la empresa. Como en el caso de la vicuña, los caimanes y ñandúes son atractivos para aquellas personas que anhelan admirar la belleza de los animales y su comportamiento en sus hábitats nativos, conservados en predios dedicados al manejo de estas especies. Además, se pueden combinar los ensayos con fauna nativa con actividades económicas más típicas, tales como la ganadería. El conjunto de estas innovaciones y diversificaciones tal vez sea una vía realista para conciliar las necesidades de la conservación biológica con aquellas necesi-
dades económicas y de subsistencia, cada vez más apremiantes en nuestro continente y otras regiones del planeta. En la región de Los Llanos de Venezuela, por ejemplo, algunas fincas privadas intentan combinar la habitual actividad ganadera con otras que incluyen la fauna nativa (Recuadro XVIII.8). Un antecedente alentador para intentos como los de Venezuela, que compatibilizan la producción de ganado vacuno y la fauna nativa, proviene de países de África del este, famosos por su megafauna. Alrededor de las tres cuartas partes de los dos millones de animales grandes que constituyen la base de la valiosa industria de ecoturismo en Kenia habitan en pastizales ubicados fuera de los límites de los parques nacionales (Western, 1989). Las praderas de Kenia ocupan 700 000 km2 (cerca del 40% de la superficie del país), y el 89% de las jirafas, el 72% de los impalas, el 99% de las cebra Grevy, el 73% de los el oryx y el 92% de las avestruces se encuentran predominantemente fuera de los parques. Sólo los rinocerontes, elefantes y grandes carnívoros se encuentran mayoritariamente dentro de los parques. Los rinocerontes y elefantes están concentrados en los parques porque los cazadores furtivos han virtualmente eliminado las poblaciones externas de estos animales en busca de marfil, cuernos y pieles (Recuadro XXI.2). Los grandes herbívoros que habitan dentro de los parques a menudo pastorean estacionalmente fuera de ellos. Las áreas que rodean los parques nacionales se utilizan frecuentemente como praderas para el ganado doméstico. Podría suponerse que el ganado compite por espacio, agua y ve- getación; sin embargo, los estudios han demostrado que el principal factor que determina el número de especies de vida silvestre en Kenia no es la competencia con el ganado, sino la cantidad de precipitaciones (Figura XVIII.4).
XVIII. Conservación fuera de las áreas protegidas
Figura XVIII.4. El número de especies de mamíferos grandes en los ecosistemas del este de África está aparentemente determinado por la precipitación anual, con la mayor abundancia de especies en las regiones con precipitaciones intermedias. Los ecosistemas dominados por el ganado (círculos abiertos) mantienen prácticamente las mismas especies que los parques nacionales, donde la entrada de ganado doméstico está prohibida. (Según Western, 1989)
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Recuadro XVIII.5. Recuperación y manejo de la vicuña Teresa Tarifa
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La vicuña (Vicugna vicugna) es un camélido sudamericano de singular belleza y de gran importancia ecológica y económica que habita en las regiones alto andina y puneña de los Andes de Argentina, Chile, Perú, Ecuador y Bolivia, entre los 3 000 a 5 000 m de altitud y entre los paralelos 9º30’y 29º00’ de latitud sur. Sólo recientemente esta especie se ha recuperado del peligro de extinción a la que había sido llevada por la cacería indiscriminada motivada por su valiosa lana. En los últimos años se ha reiniciado un programa de manejo sustentable en todos los países de su área de distribución, exceptuando Ecuador, que beneficia a las comunidades locales. La vicuña es especialmente apropiada para un plan de manejo y una alternativa para la economía de las comunidades locales puesto que: (1) a partir de su lana es posible elaborar telas de alta calidad y alto valor económico; (2) por sus características biológicas es capaz de sobrevivir exitosamente en áreas sobreexplotadas no apropiadas para la agricultura y la ganadería doméstica y así incrementa la producción secundaria de esas tierras (Hofmann et al., 1983), y (3) las grandes poblaciones tienen también un atractivo turístico que puede ser aprovechado (Jungius, 1971). El aprecio por la lana de vicuña es milenario. En escenas pictóricas del periodo Arcaico Tardío de la cultura andina (3 500 a 1 000 a.c.) (Hurtado de Mendoza, 1987) y en crónicas sobre el Imperio Incaico se ilustra la técnica de su aprovechamiento, conocida como chaku o chaco. En esta forma de manejo ancestral, 20 000 a 30 000 hombres formaban un círculo de hasta 150 km de circunferencia, en el interior del cual quedaban atrapadas miles de vicuñas y otros camélidos. El círculo se iba cerrando y los animales eran así obligados a entrar en corrales construidos con piedra o con estacas unidas con
cuerdas (Torres, 1992). Con esta práctica era posible capturar entre 20 000 a 40 000 animales; muchos eran cazados, pero la mayoría de los guanacos y vicuñas se esquilaba y luego se liberaba. Los chaku se hacían cada cuatro a cinco años y se consideraba un privilegio real, celebrándose con grandes fiestas (Cabrera y Yepes, 1940). Este procedimiento favorecía la conservación y uso sustentable de los recursos que proporcionaba la vicuña. Con la lana se confeccionaban prendas de vestir usadas por los nobles locales e imperiales y por los caciques (Hurtado de Mendoza, 1987). Después de la conquista del Imperio Incaico por los españoles, la vicuña fue cazada irracionalmente y sus poblaciones comenzaron a disminuir, situación que se mantuvo durante la Colonia y la República, pese a la prohibición de su caza y de los chakus (Hofmann et al., 1983). Los gobiernos de cada país continuaron dictando leyes y decretos prohibiendo la caza, transporte y comercialización. Pero estas medidas fueron insuficientes para normar la utilización de la vicuña, llevándola en los años sesenta a la extinción en Ecuador, y al borde de la extinción en los otros países. En el período incaico había entre 1 000 000 a 1 500 000 vicuñas en todo su rango de distribución; en los años cincuenta quedaban cerca de 400 000 animales, pero la intensificación de la presión de caza, la demanda comercial y el incremento del ganado doméstico provocaron que en 1965 quedaran tan sólo 6 000 individuos (Nowak, 1999). Esta dramática situación condujo en 1969 a que los países con poblaciones de vicuña y la comunidad internacional tomaran medidas más radicales para protegerla. Perú y Bolivia suscribieron el Tratado de La Paz, comprometiéndose a impedir la caza y comercialización de vicuñas y sus productos (Cardozo, 1994). Se adhirieron a este Tratado Argentina
en 1971 y Chile en 1972. Más adelante, en 1979, se evaluaron los resultados obtenidos por el Tratado, y todos los países, incluido Ecuador, firmaron el Convenio de la Vicuña, que en 1989 fue renovado indefinidamente (Cardozo, 1994). La Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN) declaró a la vicuña como especie rara y en peligro y se prohibieron el comercio local e internacional de sus productos mediante su inclusión, en 1970, en el Acta de Especies en Peligro de Estados Unidos, y en 1975, en el Apéndice I de la Convención sobre el Comercio Internacional de Especies Amenazadas de Fauna y Flora Silvestres (CITES). Los convenios binacionales y multinacionales permitieron una lucha más efectiva contra los contrabandistas, se disminuyó el impacto del tráfico y se desarrollaron investigaciones conjuntas y campañas de difusión (Hofmann et al., 1983). Estas acciones desempeñaron un papel importante en la recuperación de la vicuña, evitando su extinción. No obstante, la conservación de la especie en el largo plazo sólo será posible si las comunidades locales en cuyas tierras se encuentra la vicuña reciben beneficios tangibles. Esto porque el incremento de sus poblaciones ha causado competencia por pastos con las llamas, alpacas y ovejas, animales de los que depende la sustentación económica de los campesinos locales (Torres, 1992). La recuperación de las poblaciones permitió que en 1987 se reabriera el comercio internacional de telas y otros productos obtenidos de la lana de vicuñas vivas trasquiladas, mediante la transferencia de algunas poblaciones de Perú y Chile al Apéndice
II de CITES (Torres, 1992; Wheeler y Hoces, 1997). El resto de las poblaciones de Perú se transfirieron en 1995, y ciertas poblaciones en Argentina y Bolivia, en 1997. Estos países están solicitando la reclasificación de la vicuña de “especie en peligro” a la categoría de “amenazada” en el Acta de Especies en Peligro de Estados Unidos, con fin de abrir el comercio con este país (Federal Register, 1999). Las experiencias de manejo están en concordancia con la realidad de cada país. Pero en todos los casos en que los campesinos son propietarios de las tierras, ellos se constituyen en los responsables de la conservación y el manejo sustentable de la vicuña como recurso, y son los receptores de los beneficios económicos provenientes de su aprovechamiento. La forma de manejo es regulada por la legislación de cada país. El manejo incluye la captura (y la utilización de los materiales para ello), la esquila, la clasificación de la fibra de acuerdo con la parte del animal de la cual proviene, el pesado, embalado, marcado, sellado, registro y almacenaje de ésta en un lugar seguro, hasta que se completen las autorizaciones para su comercialización (Federal Register, 1999). En Argentina la utilización de la vicuña se basa en el uso sustentable de las poblaciones silvestres en la provincia de Jujuy, y también se trata de desarrollar poblaciones en semicautiverio en áreas cercadas en las provincias de Catamarca, Jujuy, La Rioja, Salta y San Juan, donde las tierras que constituyen el hábitat de la vicuña son propiedad de rancheros que han sido entrenados para su manejo (Federal Register, 1999). La producción de lana bajo estas últimas condiciones ha crecido en popularidad entre los rancheros, quienes consideran que apoyar este tipo de programa incrementa su status (Federal Register, 1999).
Un ejemplar de vicuña (Vicugna vicugna) en la Estación Experimental de Patacamaya, Departamento La Paz, Bolivia. (Fotografía de Eric Yensen).
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Poblaciones de vicuña en los países de su ámbito de distribución, comparando datos de seis años reportados por diferentes autores. POBLACIÓN ESTIMADA DE INDIVIDUOS PAÍS Argentina Bolivia Chile Ecuador Perú Total
1953a
1969b
1979d
1981f
1992g
1998-1999f
20.000 50.000 ? ? 1.000.000 ?
100 1.097. 100 0c 5.000 6.279
1.070 3.384 4.087 0 55.500 64.041
8.155 4.493 7.990 0 61.896 82.534
23.000 12.047 27.927 0 97.670 160.644
33.414 45.162 19.848 712h 103.161 202.297
aHofmann
et al., (1983), bCardozo (1994), cConsiderada extinta para 1971 (Jungius, 1971), dInformación oficial, producto de los primeros censos (Cardozo, 1994), fDGB (1999), gTorres (1992), hReintroducidas a partir de poblaciones provenientes de otros países de la región.
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En Chile las poblaciones manejadas en su hábitat natural son las que se encuentran en la Reserva Nacional Las Vicuñas y en el poblado de Caquena, donde se encuentra la mayor densidad de vicuñas. Actualmente existen planes de conservación y manejo, medidas legales para proteger la especie y adecuada protección; sin embargo, se están elaborando los mecanismos para la cosecha y comercialización (Federal Register, 1999). Perú es el país que más ha avanzado en el manejo de la vicuña. En 1991 se otorgó a las comunidades campesinas su custodia legal junto con el derecho de usar la lana obtenida de la esquila. En 1992 se establecieron Comités Regionales para el Manejo de la Vicuña en 259 comunidades, que aumentaron a 320 en 1997, y con un potencial total de 700 comunidades (Wheeler y Hoces, 1997). El éxito de las técnicas de trasquilado y los métodos de captura, basados en el chaku tradicional, permitieron que en 1994 se vendieran 2 000 kg de lana cruda en 1.3 millones de dólares. Este dinero fue dividido entre las 35 comunidades campesinas que habían producido la lana y destinado a obras públicas (70%) e infraestructura para la conservación y el uso de la vicuña (30%) (Wheeler y Hoces, 1997). El manejo de la vicuña ha generado trabajo de tiempo completo para varios miembros de la comunidad indígena Lucanas, en la construcción de cercas, obtención y limpieza de la lana, protección de los animales e instrucción a otras comunidades interesadas (Federal Register, 1999). En Bolivia el Programa Nacional para la Conservación de la Vicuña es incipiente. La política del
Programa es fomentar el aprovechamiento de la fibra de vicuña mediante la esquila de animales vivos. En 1997 se otorgó la custodia de las vicuñas a las comunidades campesinas en tres centros piloto, con fines de protección y recuperación. A la fecha se han organizado y registrado seis asociaciones regionales de manejadores de vicuña, que incluyen a 189 comunidades campesinas. Bolivia está actualmente solicitando a CITES el levantamiento del cupo cero para la comercialización de tela de vicuña para las poblaciones en el Apéndice II y la transferencia de todas las poblaciones al Apéndice II, con el propósito de incluir a todas las comunidades campesinas en el manejo de la especie. La recuperación de la vicuña y los avances de su manejo sustentable en beneficio de las comunidades locales constituyen un gran logro. Sin embargo, quedan muchos problemas a los cuales es necesario enfrentarse. La cacería ilegal es uno de ellos. Entre 1991 y 1994 esta actividad ha ocasionado en Perú la disminución de la población en 100 000 animales (Wheeler y Hoces, 1997). Otros problemas se relacionan con: falta de claridad y precisión de la legislación; incumplimiento de la misma; competencia de la vicuña con las alpacas, llamas, ovejas y vacas; desplazamiento de la vicuña a áreas marginales; deterioro del hábitat por sobreexplotación; falta de investigación sobre las consecuencias genéticas en las poblaciones en semicautiverio; carencia de recursos para programas de conservación y manejo; falta de estudios sobre la lana y, por último, se hacen necesarios estudios de mercado.
Recuadro XVIII.6. La conservación del ñandú Fernando Milano Andrea Caselli
Las especies de aves de mayor tamaño en América son los dos avestruces americanos o ñandúes. El más grande, Rhea americana, habita las sabanas y pampas de Brasil, desde el Marañón y Mato Grosso hasta Rio Grande do Sul, Paraguay, Uruguay y el Chaco boliviano; también es abundante en las llanuras centrales de Argentina. Este ave corredora alcanza pesos de hasta 40 kg, y sus nidos pueden contener de 12 a 40 huevos. La otra especie, Pterocnemia pennata, presenta una distribución disyunta, con poblaciones en la Puna Altiplánica de Chile, Bolivia, Perú y el noroeste argentino (suri). Hay otro grupo de poblaciones en las tierras patagónicas australes, desde Neuquén hasta Magallanes (choique o ñandú petizo), y recientemente ha sido introducida en Tierra del Fuego. Esta especie alcanza un peso de 35 kg y pone entre 12 y 25 huevos por nidada. Por su gran tamaño, los ñandúes fueron muy apreciados por su carne, huevos, plumas, cuero, grasa y huesos por múltiples culturas indígenas (véase el Capítulo X), por los gauchos y continúan teniendo, ética y estéticamente, valor para nuestra sociedad. En la pampa argentina, hasta hace poco era común el desplume de este animal (con su posterior liberación) para la comercialización de las plumas, utilizadas en la fabricación de artículos de limpieza y vestimenta. El cuero también tuvo demanda: entre 1950 y 1985 se exportaron entre 10 000 y 20 000 unidades anuales, principalmente a Japón, Estados Unidos, Italia y Francia. Sin embargo, el valor de la especie se subestimó al irse desarrollando gradualmente el notable gran potencial agropecuario de muchos de los territorios que ocupaba, así como por la ausencia de mercados importantes. Como consecuencia, los agricultores los exterminaron o los desplazaron, alegando daños agrícolas, y muchos ganaderos los rechazaron, suponiendo competencia
por alimento con el ganado o transmisión de enfermedades parasitarias. Estos factores, sumados a la caza, generaron una disminución poblacional del ñandúl que determinó, en 1986, la prohibición de la comercia- lización de productos y subproductos de ejemplares silvestres, quedando autorizada solamente la originada a partir de ejemplares de criadero. No obstante, los cazadores furtivos continúan diezmando las poblaciones silvestres en busca del cuero y plumas, que venden ilegalmente a valores de entre 8 y 10 dólares por individuo. Aunque la carne de ñandú ha sido consumida tradicionalmente en el ambiente rural, actualmente no tiene mercado en Argentina y es desechada por los cazadores. Otros países como Uruguay, Canadá, Estados Unidos e Inglaterra, en cambio, han comenzado a valorar comercialmente la carne y la grasa de este animal, aunque todavía a baja escala. A pesar de la baja valoración que sufre esta especie en Argentina, algunos ganaderos protegen al ñandú por su valor estético y cultural, así como por su potencial productivo. La protección constituye una de las claves para su conservación. Muchas poblaciones han desaparecido, particularmente en las zonas agrícolas de la región pampeana, y la mayoría de los núcleos remanentes oscilan entre 20 y 100 animales. En general, se considera que un municipio ganadero de la Pampa Húmeda, de aproximadamente 500 000 ha, podría albergar entre 400 y 1 600 individuos. La recuperación poblacional a partir de estos núcleos podría ser rápida con un manejo apropiado. Desde la década del ochenta, la comercialización internacional de las grandes aves corredoras (avestruz, emú y ñandú) ha aumentado significativamente. Esto, sumado a los riesgos de la agricultura, la inestabilidad en el mercado de granos y la baja rentabilidad ganadera, ha provocado que algunos
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productores consideren al ñandú como un recurso productivo alternativo. Los escasos intentos de producción comercial del ñandú se han orientado hacia el manejo intensivo (alto número de animales/ha), con sumi- nistro de alimento, medicamentos y refugio. Paralelamente la Pampa Deprimida, área de la Provincia de Buenos Aires de nueve millones de hectáreas, atraviesa una crisis económica debido a la baja rentabilidad de la producción de ganado bovino, su principal actividad. Como los suelos de esta región son limitantes para la agricultura, el 75% de la superficie corresponde a pastizales naturales, los cuales conservan en buena medida la biodiversidad de la Pampa Húmeda. Los sistemas productivos en esta región son de baja rentabilidad pero muy eficientes en términos de energía fósil (energía producida/energía fósil consumida), aspecto fundamental en el marco de la sustentabilidad, ya que no requieren gran cantidad de insumos (Cahuepé et al., 1982). La producción bovina en un establecimiento tipo de 600 ha con manejo tradicional mejorado (110 kg carne/ha/año con una carga animal de 0.75 equivalente vaca/ ha), permitiría apenas cubrir los gastos de la familia propietaria, ya que generaría un ingreso neto anual de 15 000 dólares.. En este escenario, la incorporación de criaderos extensivos de ñandú (bajo número de animales en grandes superficies de terreno), permitiría aumentar la productividad por ha con bajos subsidios energéticos indivi- duales (alimento, medicación, calefacción). Por otra parte, la dieta de los ñandúes está compuesta por un alto porcentaje de plantas dicotiledóneas, poco consumidas por los bovinos en áreas de vegetación na- tural y presentes en condiciones de sobrepastoreo (Somlo et al., 1994). Además, el ñandú es fácil de arrear, incapaz de saltar alambrados para bovinos y se encuentra en poblaciones silvestres en la región, todo lo cual perEl ñandú (Rhea americana) es el ave nativa de mayor tamaño en el Continente Americano. Sus grandes y numerosos huevos, sus plumas, su cuero y su carne, junto con su papel ecológico en las sabanas y pampas del sur de Sudamérica, la convierten en una especie ideal para programas de manejo sustentable, como en este criadero extensivo en la Pampa Húmeda. (Fotografía de Fernando Milano).
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mitiría desarrollar un sistema productivo mixto, reforzando la producción de bovinos y contribuyendo a conservar la biodiversidad del pastizal. La producción intensiva podría, a su vez, complementar los criaderos extensivos con fines específicos, como el abastecimiento de ciertas demandas del mercado, no obstante la necesidad de subsidios para la producción y la carencia de intera- cción con sus hábitats originales. En los últimos años tanto Brasil (Dani, 1993) como Argentina han promovido la utilización del ñandú, investigando su comportamiento, dinámica poblacional (Navarro et al., 1998), alimentación (Milano et al., 2000), tecnología de carnes, etc. Por su parte el INTA Bariloche y la Universidad Nacional de Córdoba en Argentina realizan este esfuerzo con el choique o ñandú petizo, contribuyendo a la diversificación productiva de la Patagonia, región sometida a importantes niveles de desertificación. De este análisis se desprenden tres puntos importantes: (1) la conveniencia de priorizar al ñandú frente a la introducción de especies exóticas productivas como el búfalo o el avestruz africano; (2) la necesidad de generar un mayor valor económico para la especie y su ecosistema original. Esto
puede representar un potencial económico, ya que su carne y el sistema productivo propuesto se enmarcan en las reglamentaciones de productos orgánicos, lo cual podría significar un sobreprecio respecto a las carnes no orgánicas; (3) el gran riesgo del recrudecimiento de la caza furtiva que puede generarse con la apertura del mercado y la necesidad de proteger a la especie del consiguiente colapso,
garantizando tanto la vigencia de la legislación adecuada como su estricto cumplimiento. La reflexión final pone en evidencia nuestra cultura de insumos y descubre, en la antigua historia natural, posibles respuestas para el futuro del desarrollo agropecuario y de la conservación de la biodiversidad.
Recuadro XVIII.7. Manejo sustentable de poblaciones de caimanes y cocodrilos John Thorbjarnarson
En el planeta existen 23 especies de caimanes y cocodrilos, y diez de ellas son propias de Latinoamérica: seis caimanes y cuatro cocodrilos. Estos reptiles habitan en prácticamente todos los ecosistemas acuáticos de tierras bajas, incluyendo ríos, arroyos, lagos, pantanos, marismas y muchas aguas costeras salinas, desde el norte de Argentina hasta México y las Antillas. Por más de un siglo las pieles de cocodrilo han sido utilizadas para la manufactura de productos exóticos de cuero. La caza comercial asociada con la extracción de las pieles condujo a una drástica disminución de las poblaciones y determinó la clasificación de la mayoría de los cocodrilos como especies en peligro. La cacería de cocodrilos en Latinoamérica comenzó en México y parte de América Central a fines del siglo XIX y, en el sector norte de Sudamérica, en 1930. Las primeras especies cazadas fueron los grandes cocodrilos (Crocodylus spp.), y cuando estas especies comenzaron a escasear a mediados de siglo, los cazadores dirigieron su atención hacia el caimán negro del Amazonas (Melanosuchus niger), y en la década de los sesenta a los caimanes más pequeños, la baba y el yacaré (Caiman crocodylus y C. yacare). La alta demanda por pieles de baba y yacaré, la falta de control legal, los bajos precios de las pieles obtenidas ilegalmente y la incapacidad de los países para regular adecuadamente las exportaciones e
importaciones dio origen a una red de tráfico ilegal de pieles de Caiman (Gaski y Hemley 1988). Antes de 1984 las estadísticas de exportación de CITES mostraban que más del 80% de las pieles de caimán comercializadas que eran declaradas se obtenían ilegalmente, y este porcentaje crecía considerablemente al incluir las pieles no declaradas. Pese a que tanto la baba como el yacaré poseen distribuciones amplias y se adaptan a condiciones ecológicas diversas, cuando los niveles de exportación de pieles excedieron el millón anual hubo preocupación al considerar los efectos de la cosecha no manejada sobre las poblaciones silvestres y subrayó la necesidad de desarrollar programas para una cosecha manejada. Desde mediados de los sesenta hasta principios de los setenta algunos países como Estados Unidos, Papúa, Nueva Guinea y Zimbawe buscaron desarrollar planes de manejo que incluyeran la cosecha de las poblaciones de cocodrilo. Desde ese entonces los programas de uso sustentable de cocodrilos han llegado a ser un negocio lucrativo de la vida silvestre en todo el mundo para una serie de negociantes, desde cazadores, peleteros, propietarios y rancheros, hasta comerciantes de pieles, curtidores y fabricantes en cueros. En América Latina, Venezuela fue el primer país que inició un programa de cosecha legal a gran escala para el caimán. Después, los pro-
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gramas de cosecha manejada en Honduras, Nicaragua, Guyana, Paraguay y Colombia iniciaron la producción de pieles con programas de reproducción en cautiverio en ranchos. A diferencia de los patrones históricos de caza comercial, donde el lucro en el corto plazo era el objetivo fundamental, las cosechas manejadas hoy en día están basadas sobre una comprensión de la biología de poblaciones de las especies involucradas, teniendo la sustentabilidad de la cosecha como el objetivo fundamental. El monitoreo de las poblaciones cosechadas tiene la primera prioridad en los programas de uso sustentable de cocodrilos, y la evidencia sugiere que los niveles de caza han estado dentro de los niveles sustentables (Ross, 1998). Sin embargo, existen límites en el uso de la explotación comercial como una aproximación para la conservación de estas especies (Thorbjarnarson, 1999). En la medida que el número de programas de cosecha de cocodrilo proliferó, el suministro de pieles legales aumentó. A mediados de los noventa el comercio de pieles de cocodrilo y lagarto (Alligator mississippiensis) tuvo la enorme cifra histórica de 500 000 pieles al año, y el comercio del caimán produjo algo más de un millón de pieles al año. Al mismo tiempo, el mercado para los productos de cuero de reptil se ha mantenido relativamente estable y está enfrentando la competencia creciente con otras pieles exóticas, como la de avestruz. En muchos mercados los precios de la piel de El cocodrilo del Orinoco (Crocodylus intermedius)es el cocodrilo más grande del norte de Sudamérica. Esta especie, endémica de la cuenca del río Orinoco en Venezuela y Colombia, fue cazada casi hasta la extinción en la mitad del siglo XX y todavía es el más amenazado de los cocodrilos sudamericanos (arriba). La baba (Caiman crocodylus)es una especie que ha estado sometida a programas de cosecha manejada en Venezuela desde 1983. Las pieles se almacenan en un centro de acopio antes de su transferencia a las curtidurías. En la fotos se exhiben dos pieles en salazón. Note las etiquetas plásticas sujetas a la cola que identifican a este producto como pieles legalmente producidas (abajo). (Fotografías de John Thorbjarnarson).
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cocodrilo aumentaron en los ochenta, pero cayeron abruptamente en 1991-1992. La caída en los precios de las pieles fue un hecho mundial para todas las especies de cocodrilos comercializados, resultando en la reducción significativa de las compras de pieles, con importantes repercusiones para los programas de manejo de cocodrilos basados en el uso comercial. Los niveles de cosecha en Venezuela fueron drásticamente restringidos (Thorbjarnarson y Velasco, 1999), y en Brasil quebró un gran número de ranchos para caimán. Los precios repuntaron a mediados de los noventa pero volvieron a caer bruscamente, fundamentalmente como resultado de la crisis económica en Asia. La historia de los programas de manejo de cosecha de cocodrilos muestra las ventajas y desventajas de una aproximación de conservación basada sobre la cosecha sustentable. La demanda por los productos de cuero de cocodrilo transformó el manejo comercial del caimán en una alternativa atractiva para negociantes y autoridades nacionales
de manejo de vida silvestre. En los últimos 20 años el éxito de estas aproximaciones puede evaluarse a través del número de países que comenzó las cosechas manejadas, el cambio radical desde la obtención de pieles en forma fundamentalmente ilegal a una legal, la cantidad de investigación y monitoreo de poblaciones de las especies manejadas comercialmente, y la recuperación de las poblaciones de una serie de especies de cocodrilo (Messel, 1991). Las limitaciones de una aproximación de uso sustentable para el manejo de poblaciones de cocodrilos son evidentes, principalmente respecto a su efectividad con especies en peligro, tales como el cocodrilo del Orinoco. Los intentos para establecer
programas de conservación de cocodrilos basados completamente en su uso sustentable muestran claramente que la “sustentabilidad” de esta aproximación depende de los caprichos del mercado del cuero de reptiles exóticos, un mercado que parece ser cíclico y no únicamente relacionado con la producción de pieles. Esto significa que las autoridades de vida silvestre deben ser críticas con aquellos programas dirigidos solamente hacia la piel. Debieran examinar formas de diversificación hacia la producción local de carne u otros productos, en particular aquellos que agreguen valor local a la cosecha, dejando áreas y poblaciones protegidas que aseguren la supervivencia de la especie.
Recuadro XVIII.8. ¿Es posible la conservación en fincas ganaderas privadas de Los Llanos de Venezuela? Alejandro Grajal
La región de Los Llanos corresponde a una extensa provincia biogeográfica que cubre sabanas y bosques deciduos en gran parte del norte y oeste de la cuenca hidrográfica del río Orinoco, en Venezuela y Colombia. En Venezuela, Los Llanos cubren aproximadamente 253 000 km2, con sólo dos parques nacionales y dos refugios de fauna que suman 1 196 km2. La mayoría de Los Llanos está en propiedades privadas o fincas ganaderas, tradicionalmente llamadas hatos o fundos, algunos con más de 80 mil ha. La ganadería extensiva de bovinos ha sido la actividad comercial tradicional de Los Llanos desde la Conquista. Varias fincas en Los Llanos de Venezuela, tales como Masaguaral, El Frío, Piñero y El Cedral, son reconocidas internacionalmente por sus actividades de conservación e investigación biológica. Otras fincas también realizan excelentes programas de conservación, pero son menos conocidas. La mayor parte de estos programas ha sido iniciada y mantenida gracias al interés personal, financiamiento y dedicación de los dueños de las fincas.
Desde comienzos de la década de los setenta muchas fincas han trabajado con el aprovechamiento legal del chigüire o capibara (Hydrochaeris hydrochaeris) y de la baba (Caiman crocodylus). Estos programas de cosecha fueron establecidos por la Dirección de Aprovechamiento y Conservación de la Fauna del Ministerio del Ambiente MARNRPROFAUNA. Aunque la cosecha comercial ha tenido altibajos (Thorbjarnarson y Velasco, 1998, 1999), el marco legal permitió el manejo diversificado de los recursos biológicos de las fincas involucradas, que incluso han establecido programas de ecoturismo, incrementando así la entrada de divisas durante los períodos de devaluación y estancamiento económico de Venezuela. La diversificación económica puede ser potencialmente lucrativa. Por ejemplo, el ingreso estimado para tres grandes fincas por concepto de ganado vacuno oscila entre 7 y 23 dólares/ha, más siete dólares/ha y cuatro dólares/ha por la cosecha del chirigue y baba, respectivamente (Hoogesteijn y Chapman, 1997). Los ingresos por ecoturismo son difíciles de cuan-
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tificar, pero una de las fincas estudiadas tuvo un ingreso anual bruto de 350 000 dólares (equivalente a 4-21 dólares/ha). A pesar de los beneficios económicos potenciales, la explotación ganadera compatibilizada con la conservación no se ha extendido masivamente. Por el contrario, Los Llanos de Venezuela han experimentado una de las mayores tasas de destrucción de hábitat en los últimos 20 años, incluyendo el drenaje y destrucción de los humedales y la pérdida de más del 60% de los bosques. En el cuadro se resumen algunos de los complejos y múltiples factores que han llevado a numerosas fincas medianas y pequeñas a la agricultura intensiva de maíz, sorgo y arroz, o bien a la ganadería con pastos exóticos manejados. El desarrollo agropecuario ha conducido a la destrucción de los otrora imponentes bosques del piedemonte andino y de los bosques de galería de los grandes ríos llaneros, alteración de humedales y contaminación masiva del ambiente con agroquímicos. En el cuadro se contrastan los factores económicos y sociales limitantes con aque- llos que permiten compatibilizar la conservación y las actividades productivas. Después de describir el panorama que presenta Venezuela, cabe preguntarse: ¿son compatibles la conservación y las actividades agropecuarias en Los Llanos? Sí, son compatibles, puesto que las grandes extensiones de tierras en esta región podrían orientarse hacia actividades que pueden maximizar el retorno económico, generando
La baba (Caiman crocodylus)es una de las especies nativas manejada comercialmente en Los Llanos; además es un atractivo para las actividades de ecoturismo en las fincas (arriba), diversificando así la ganadería, que constituye la actividad comercial regional (abajo). (Fotografías de Alejandro Grajal).
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empleos y manteniendo niveles aceptables de conservación de fauna y hábitat. Sin embargo, para producir este cambio es necesario que el Estado fomente enfoques productivos sustentables, otorgándoles el reconocimiento que se merecen y estableciendo programas de incentivos fiscales y de capacitación, permitiendo el acceso a capital operativo. Si el Estado no apoya el cambio, la conservación sustentable continuará dependiendo de la iniciativa privada de unos pocos dueños de fincas. Las fincas son manejadas bajo la tutela personal de sus dueños, y aun cuando algunas de ellas han establecido mecanismos sucesorios de manejo, un gran reto será establecer mecanismos que permitan y regulen la continuidad de los planes de manejo mixtos, que integren la producción agropecuaria y la conservación en el largo plazo de la flora y fauna de Los Llanos de Venezuela.
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Aplicaciones prácticas
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La productividad de las praderas, medida como peso animal/km2 al año, varía con la cantidad de lluvias, siendo superior el número de especies en las zonas con cantidades intermedias de precipitación. La presencia de ganado fuera de los parques no afecta al número de especies silvestres presentes, aunque reduce levemente la productividad. Pareciera que el pastoreo limitado del ganado puede ser compatible con la conservación de la vida silvestre en algunas circunstancias, y que el espacio comercial puede aumentar el área efectiva de las reservas de vida silvestre. Incluso en áreas donde existe ganadería comercial parece existir un cambio mínimo en los tipos de especies silvestres presentes. Para apoyar este punto, Western (1989) ha señalado que el pastoralismo humano, como el de los masai en Tanzania, ha existido en África del este por más de 3 000 años, sin que se halla extinguido uno sólo de los grandes herbívoros. Una serie de factores ayuda a la persistencia de la vida silvestre en las áreas sin protección del este de África, las cuales sustentan una considerable población rural (Western, 1989). Muchas especies silvestres son valoradas por su carne, y por lo tanto se estimula su presencia en las praderas. La ganadería privada, en la cual las especies silvestres y el ganado se manejan en conjunto, resulta más beneficiosa que el manejo de ganado doméstico únicamente. Otras especies silvestres pueden encontrarse en bajas densidades o son esquivas e ignoradas por los ganaderos. Algunas áreas contienen vida silvestre que no es utilizada por la gente debido al suministro inadecuado de agua, guerras, enfermedades o inaccesibilidad del terreno. Aquí la vida silvestre puede desarrollarse sin interferencias. Algunas especies, como el elefante, son toleradas porque abren la vegetación leñosa para el establecimiento de praderas y mejoran el hábitat para el ganado. Por último, aunque algunas especies están protegidas por leyes contra la caza y el comercio, muchas otras especies persisten simplemente porque la gente disfruta con su presencia. En Kenia y países vecinos existe actualmente un movimiento para crear nuevas políticas de gobierno que permitan a las comunidades rurales y propietarios beneficiarse directamente de la presencia de grandes animales de caza (Baskin, 1994). Con la asistencia de agencias donantes internacionales se están creando empresas de ecoturismo local que ofrecen caminatas, fotografía, canoas y safari a caballo. Cuando el terreno está adecuadamente provisto de animales, se permite la caza de trofeos, con altos precios adicionales por la carne y las pieles. La continuidad de la existencia de las especies silvestres en áreas sin protección en África depende de una estructura social estable y de la segura tenencia de la tierra de la población. Estas características se encuentran en las sociedades tradicionales de África, donde el control de los recursos está estrictamente regulado por una autoridad reconocida y las necesidades actuales pueden ser pospuestas para lograr el mejoramiento de la producción futura de los recursos. Pero aquellos países que hoy presentan propiedad inestable de los recursos y quiebres de autoridad, altas migraciones y pobreza, probablemente van a experimentar mayor deterioro ambiental y destrucción de las comunidades biológicas, debido a que en estas circunstancias la gente debe centrarse en satis-
facer sus necesidades inmediatas, con poca preocupación por el valor futuro de los recursos. En los países con inestabilidad política ocurre una proliferación incontrolable de armas de fuego en las áreas rurales y una incapacidad para controlar la caza furtiva. En un estudio sobre los factores que afectan el nivel poblacional del elefante africano, los más importantes fueron la cantidad de desórdenes civiles y, en menor grado, el nivel socioeconómico de la población (Burrill et al., 1986). Las poblaciones de elefantes en países políticamente estables aumentaron un 2.5% al año, mientras que en aquellos inestables están disminuyendo en un 16% anual. La alfabetización de la población, el incremento del ingreso anual y las medidas de conservación también contribuyen al aumento de las poblaciones de elefantes.
XVIII. Conservación fuera de las áreas protegidas
Manejo de ecosistemas Así como existen programas de manejo para poblaciones de fauna nativa y policultivos nativos o mixtos, también se han abordado planes de manejo que consideran el ecosistema o incluso los ecosistemas que conforman unidades del paisaje regional. El diseño e implementación del manejo ecosistémico introduce complejidades adicionales propias de este nivel de organización biológica y de la incorporación de factores sociales en las políticas y diseño del manejo. Tal complejidad se refleja en las variadas definiciones que existen sobre esta noción. Así, el manejo de ecosistemas ha sido definido como: — El conjunto de estrategias que permite mantener el rango completo de valores y funciones a nivel del paisaje. El manejo coordinado a nivel del paisaje, trascendiendo los límites de la propiedad privada, es un componente esencial (Society of American Foresters, 1993). — La aplicación cuidadosa y hábil de principios ecológicos, económicos, sociales y administrativos para producir, restaurar o conservar la integridad ecosistémica y las condiciones deseadas de usos, productos, valores y servicios en el largo plazo (Overbay, 1992). — Cualquier sistema de manejo de tierras que intente proteger poblaciones viables de todas las especies nativas, perpetuar los regímenes de perturbación a una escala regional, adoptar una planificación temporal a la escala de siglos y que permita niveles de uso humano que no causen degradación ecológica irreparable (Noss y Cooperider, 1994). — El manejo que integra el conocimiento científico de las relaciones ecológicas dentro de un complejo marco sociopolítico y de valores, con el objetivo general de proteger la integridad del ecosistema nativo a largo plazo (Grumbine, 1994a). Más allá de las divergencias en las definiciones anteriores, resulta innovador en todas ellas que: (1) ocurre una integración de las esferas ecológica y social; (2) se cambia la aproximación de especialistas por una aproximación interdisciplinaria; (3) se transforma la concepción de los recur-
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Aplicaciones prácticas
sos naturales como objetos externos o ajenos a los seres humanos, que sólo tienen valor de uso, por una concepción que considera que los seres humanos estamos inmersos en los ecosistemas, comunidades o paisajes manejados, y (4) se amplía el enfoque sobre las utilidades de un sólo recurso en el corto plazo, para que pueda incluir múltiples escalas temporales, geográficas y funcionales, así como estructuras y procesos ecológicos y sociales dinámicos e inciertos. Las tareas y objetivos de la conservación biológica y el manejo ecosistémico se despliegan dentro de una delicada y tensa trama de variables ecológicas y sociales que exigen, por lo tanto, una sólida formación científica y humanista (Rozzi, 2001). Lamentablemente, las ciencias sociales y las humanidades están ausentes en la mayoría de los cursos de conservación biológica y manejo de vida silvestre en los países latinoamericanos y otras regiones del mundo (Saberwal y Kothari, 1996). Esto representa una fuerte limitación, debido a las fuertes interdependencias entre las sociedades humanas y las estructuras, patrones y procesos ecosistémicos. Un último elemento del manejo ecosistémico que debe ser subrayado, especialmente con una perspectiva latinoamericana, es la aproximación participativa. Esto es: el diseño y desarrollo de programas de manejo con los pobladores locales y no a pesar de ellos. En términos éticos, esta aproximación contribuye al respeto por los diversos grupos sociales y previene la imposición de modelos foráneos y una homogeneización cultural. En términos prácticos, la participación de los pobladores locales es clave para la efectividad de los programas de conservación y manejo, sobre todo fuera de las áreas protegidas. Incluso las propuestas basadas en el mejor conocimiento científico y habilidad técnica podrían desaparecer o ser rechazadas si no son comprendidas y apoyadas por la comunidad local. Por estas razones, el manejo de ecosistemas debe ser un proceso de aprendizaje mutuo, participativo, colaborativo, flexible y dinámico (Rozzi et al., 2000). Edward Grumbine (1994a, 1997) ha identificado diez componentes esenciales que caracterizan las múltiples dimensiones del manejo de ecosistemas: 1. Contexto jerárquico. Las interconexiones entre los múltiples niveles de la jerarquía biológica (desde genes hasta paisajes) deben ser investigadas y entendidas por los encargados del manejo. Ningún nivel puede ser manejado sin afectar los otros niveles. 2. Límites ecológicos. Es necesario traspasar los límites políticos y administrativos, para centrarse en los límites ecológicos. 3. Integridad ecológica. Es necesario conservar poblaciones viables de todas las especies pertenecientes a todas las comunidades biológicas y estados sucesionales de la unidad de manejo, junto con los patrones y procesos ecológicos que generan y mantienen la diversidad de genes, poblaciones, especies, comunidades y ecosistemas en tal unidad.
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4. Decisiones informadas. Una aproximación ecosistémica requiere el
mayor conocimiento ecológico, social y económico y el mejor uso de los datos disponibles para efectuar decisiones informadas.
XVIII. Conservación fuera de las áreas protegidas
5. Monitoreo. El monitoreo es un componente crítico en el ciclo de retroalimentación del manejo adaptativo, en cuanto permite la evaluación de los resultados de las acciones del manejo y el ajuste o modificación de tales acciones. El monitoreo debe estar apoyado en indicadores elegidos cuidadosamente para que reflejen los objetivos del manejo; por ejemplo, número de especies significativas, cobertura vegetal y calidad del agua. 6. Manejo adaptativo. Los resultados deben utilizarse para ajustar el manejo en una forma adaptativa. El manejo debe concebirse como un experimento, puesto que nuestro conocimiento es limitado y las dinámicas de los ecosistemas son complejas. La flexibilidad y la adaptabilidad son elementos críticos para enfrentar la incerteza y propiciar un proceso de continuo aprendizaje respecto a las mejores formas de manejo. 7. Cooperación inter-institucional. El trabajo ecológico requiere de la colaboración entre instituciones muy diversas, públicas y privadas. Ninguna entidad debería realizar todo el trabajo y la toma de decisiones por sí sola. Es necesario cambiar la frecuente competencia entre las instituciones por relaciones de cooperación con agencias que trabajan a nivel local, regional, nacional o internacional. 8. Cambios de organización. Las instituciones involucradas deben ser capaces de modificar sus estructuras y métodos de operación para ajustarse al curso del manejo ecosistémico. Las políticas y prácticas rígidas, habituales en las agencias, dificultan la realización de un manejo ecosistémico adaptativo. 9. Los seres humanos están inmersos en la naturaleza. Las personas son componentes esenciales de la naturaleza: influyen sobre los patrones y procesos ecológicos y a la vez son influidas por ellos. Las personas, sus necesidades y aspiraciones, deben ser consideradas desde el comienzo y a lo largo de todo el manejo ecosistémico. 10. Valores. Los valores humanos siempre motivarán y permearán los objetivos de manejo. Los postulados anteriores podrían parecer simples e incluso obvios; sin embargo, desafían las rígidas estructuras institucionales, los enfoques reduccionistas y los intereses egoístas. En efecto, muchos de los proyectos de manejo ecosistémico que se llevan a cabo fuera de las áreas protegidas han experimentado serias dificultades. Por ejemplo, un análisis de los 90 proyectos de manejo ecosistémico más importantes de Estados Unidos reveló que sus objetivos eran frecuentemente amenazados por decisiones económicas o políticas que permitían alteraciones hidrológicas (cambios en el suministro de agua), conversión a uso urbano e intro-
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Aplicaciones prácticas
Figura XVIII.5. El Malpai Borderlands Group fomenta el manejo de ecosistemas de 400 000 ha de desierto y montañas en el sur de Arizona y Nuevo México, en Estados Unidos. Muchas especies raras y en peligro, incluyendo el jaguar mexicano (Panthera onca) son protegidas en el proceso de manejo. (Fotografía de Warner Glenn de Eyes of Fire: Encounter with a Borderland Jaguar).
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ducción de especies exóticas (Yafee et al., 1996). Afortunadamente también se encuentran casos alentadores, como el de una cooperativa de rancheros y propietarios locales que promueve la colaboración entre propietarios privados, agencias de gobierno y organizaciones de conservación en una región de montaña y desierto de Arizona y Nuevo México, característica por sus montañas aisladas o “islas del cielo”. Esta región, habitada por el jaguar mexicano, 265 especies de aves y 90 especies de mamíferos —varias de ellas amenazadas— es una de las áreas biológicamente más ricas de Estados Unidos (Figura XVIII.5, Glenn, 1997). El manejo incluye la reintroducción de pastos nativos, novedosas aproximaciones al pastoreo de bovinos basadas en la investigación científica, prevención de la fragmentación del hábitat a través de regulaciones para el desarrollo residencial y el uso de fuego controlado. Esta última es una práctica habitual en los programas de manejo en Norteamérica debido a que el fuego es un elemento de la dinámica ecológica regional, y la quema de praderas y bosques era realizada periódicamente por una serie de grupos indígenas (Pyne y Cronon, 1997; Boyd, 1999). El objetivo es “crear un paisaje saludable y no fragmentado que pueda mantener una comunidad de vida humana, de plantas y animales diversa y próspera en esta región” (Yaffee et al., 1996). En América Latina se encuentran interesantes experiencias de manejo en ecosistemas forestales tropicales, templados y mixtos. El manejo forestal sustentable es un imperativo para la conservación, puesto que más del 80% de las grandes áreas boscosas que aún quedan en países como Brasil (5 611 070 km2 ), Perú (679 060 km2 ) o Venezuela (456 900 km2 ) (WRI, 1995) se encuentra fuera de las áreas protegidas. Una de las características ecológicas de los bosques tropicales que ha inspirado algunas formas de silvicultura sustentable es el carácter dinámico de las per-
turbaciones y la regeneración de estos bosques. En muchos bosques la caída de uno o unos pocos árboles abre claros que constituyen focos de regeneración, especialmente de especies intolerantes a la sombra (Hartshorn, 1978). Los claros contienen también las mayores abundancias de algunos grupos de insectos (Braker, 1991) y de aves, como los picaflores que visitan las flores con néctar que frecuentemente se concentran en los bordes y claros. Por lo tanto, los bosques primarios o antiguos presentan una alta heterogeneidad espacial derivada de esta dinámica. En los bosques tropicales de Surinam se ha implementado un sistema de tala selectiva y pequeñas talas con una frecuencia de 20 a 25 años que emulan la formación de claros en el bosque. Las talas en forma de claros evitan la erosión del suelo y el lavado de nutrientes que se producen con las talas a gran escala. La protección del suelo considera también la remoción de los troncos con el máximo de cuidado por sendas definidas. Las empresas forestales de Surinam explotan un máximo de 50 especies arbóreas, que representan sólo entre el 10 y el 20% de las especies. El proyecto de tala selectiva CELOS ha promovido el uso de un mayor número de especies, y con el fin de favorecer el crecimiento de tales especies, algunos de los árboles no comerciales son estrangulados, pero sus troncos son dejados en el sitio, para su descomposición y reciclaje de nutrientes. Estas medidas favorecen el crecimiento de las especies comerciales a la vez que mantienen el hábitat forestal con una diversidad florística y faunística, permiten la cosecha de productos no maderables, mantienen los nutrientes y protegen las cuencas hidrográficas (Gradwohl y Greenberg, 1988). En Costa Rica el Centro Agronómico Tropical de Investigación y Enseñanza (CATIE) ha ensayado prácticas de tala selectiva que también se basan en la creación de espacios con mayor radiación luminosa que estimulan procesos de liberación o crecimiento de árboles de alto y mediano valor comercial (Finegan, 1997). En la primera etapa se corta el dosel de árboles que cubre a los individuos de especies de interés comercial. Esta tala cumple un doble propósito: (1) genera ingresos provenientes de la madera aserrable y de la leña que se obtiene del dosel al inicio del tratamiento y (2) aumenta la llegada de luz al follaje de las especies de interés. En la segunda etapa se ubica cada árbol valioso y de buena calidad y se completa el proceso de su liberación mediante la tala de cada árbol vecino que pueda significar competencia por la luz y/o otros recursos. Bajo este tratamiento las tasas de crecimiento volumétrico de los árboles comerciales duplican a aquellas registradas en las parcelas sin tratamiento. Junto con formas de manejo centradas en las especies maderables, en muchos bosques tropicales se llevan a cabo prácticas que consideran productos no maderables. En los bosques amazónicos se están ensayando formas de manejo mixtas que incluyen la recolección de productos no maderables, la plantación de especies de especial interés por sus productos maderables y la siembra de especies de interés agrícola (Capítulo VIII, Clüsener-Godt y Sachs, 1995). Dentro del área del bosque manejado, las actividades de cosecha se realizarían en el cinturón externo, dejan-
XVIII. Conservación fuera de las áreas protegidas
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Aplicaciones prácticas
do hacia el centro del área las prácticas agrarias o silvícolas más intensas (Anderson, 1990). Esta aproximación mixta refuerza la economía del modelo de las reservas extractivas (Capítulo XX). Los bosques templados también han sido manejados para una serie de productos no maderables y servicios ecosistémicos, aunque desde el arribo de los colonos europeos la producción de madera ha sido el objetivo más importante (Hansen et al., 1991, 1995; Halpern y Spies, 1995). Sin embargo, recientemente en la región de los bosques de coníferas del noroeste de Estados Unidos se ha generado un intenso debate entre ambientalistas y la industria maderera acerca de las opciones de producción de madera versus la conservación de la única especie de lechuza moteada del norte (Strix occidentalis caurina). Esta polémica ha promovido una intensa investigación y ensayo de prácticas de manejo que sugieren posibles soluciones de compromiso. Después de incendios, tormentas de viento y otras perturbaciones, los bosques de la costa del noroeste tienen cuatro distintos estados sucesionales: — El estado sucesional temprano (0-20 años), dominado por hierbas y arbustos. — Bosque joven (20-80 años), caracterizado por árboles en crecimiento vigoroso. — Bosque maduro (80-200 años), con tasas de crecimiento en disminución y dosel cerrado. — Bosque antiguo (más de 200 años), donde las coníferas tolerantes a la sombra reemplazan a los árboles pioneros muertos o moribundos.
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Los bosques antiguos son dañados periódicamente por el fuego y tormentas de viento, y los sectores quemados vuelven al estado sucesional temprano. A pesar de la gran diferencia en la estructura vegetacional de los cuatro estados sucesionales, los estudios taxonómicos han demostrado que existe relativamente poca diferencia en composición y número de especies entre ellos. No obstante, varias especies de murciélagos y aves que anidan en las cavidades de los árboles —como la lechuza moteada del norte— están confinadas a los bosques antiguos. La razón para esta similitud es que todos estos tipos forestales tienen al menos unos pocos árboles viejos vivos, algunos árboles muertos en pie y árboles caídos después de incendios y tormentas. Ciertos insectos, anfibios, hongos y musgos también pueden requerir las condiciones húmedas y sombreadas y la profunda capa de hojarasca que sólo se encuentra en los bosques antiguos. Estos recursos son suficientes para sustentar una compleja comunidad de plantas y animales. Sin embargo, las prácticas de la actividad forestal comercial actual remueven los árboles vivos y muertos de todas las edades para maximizar la producción de madera, lo cual reduce la complejidad estructural del bosque en el ciclo siguiente. En los bosques manejados del noroeste de Estados Unidos la práctica de la tala rasa para madera en parches que alternan con fragmentos de bosques no talados generan un paisaje caracterizado por un mosaico de fragmentos
de bosque, con árboles de diferentes edades a través de los fragmentos, y edades uniformes dentro de ellos (Figura XVIII.6). La investigación actual indica que los bosques manejados contienen considerable diversidad biológica, y a la vez sugiere formas específicas de manejo de los bosques de coníferas para la producción de madera y conservación de un mayor número de especies. Estas lecciones se están incorporando en la “nueva ingeniería forestal”, “ingeniería forestal ecológica” o “forestería ecológica”, propugnada por la región de la costa noroeste de Estados Unidos (Hansen et al., 1995; Kohm y Franklin, 1997). Este nuevo método involucra esencialmente la tala rasa pero mantiene una densidad baja de grandes árboles vivos, árboles muertos en pie y algunos árboles caídos, los cuales proveen complejidad estructural y hábitat para las especies animales en el próximo ciclo del bosque (Figura XVIII.7). La fragmentación también podría reducirse con un tipo de cosecha que utilice patrones que mantengan grandes áreas de bosque. Estos métodos alternativos de cosecha tienen consecuencias políticas y económicas. Si el bosque puede ser cosechado en una forma que permita la retención de las especies originales, entonces esto representa un mejoramiento de las actuales prácticas de tala, al menos desde la perspectiva de la biología de la conservación. Sin embargo, la ingeniería forestal ecoló- gica requiere de una cosecha reducida de madera en el momento de la tala y un ciclo de corte más largo, resultando en menores beneficios para la industria maderera. La ingeniería forestal ecológica también falla en satisfacer a los ambientalistas estrictos que desean establecer grandes áreas de bosque antiguo como áreas de vida silvestre, argumentando que las últimas regiones de “grandes árboles” no debieran cortarse por razones económicas, incluso si esto pudiera realizarse sin provocar la extinción de especies. A pesar de las discusiones acerca de la viabilidad ecológica y económica del método de tala con retención variable de elementos estructurales desarrollado en América del Norte, éste ha sido recomendado para los bosques templados del extremo sur del continente (Franklin y Armesto, 1996). Más aún, en el extremo austral también se ha generado un intenso debate acerca de un megaproyecto de manejo forestal de bosques maduros de Nothofagus spp. en Tierra del Fuego (Villarroel y Torres, 1996). Los aspectos positivos de este proyecto son múltiples. En primer
XVIII. Conservación fuera de las áreas protegidas
Figura XVIII.6. La cosecha alternada de árboles en bosques manejados del noroeste de Estados Unidos produce un mosaico de fragmentos forestales. Dentro de cada parche, la vegetación se encuentra en el mismo estado sucesional. (Fotografía de A. Levno).
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Aplicaciones prácticas
Figura XVIII.7. (A) La tala convencional implica la remoción de árboles de un área en ciclos de 70 años, reduciendo la diversidad estructural del bosque. (B) Las nuevas prácticas propuestas mantendrían la diversidad estructural al dejar algunos árboles viejos, árboles muertos en pie y troncos caídos. (Según Hansen et al., 1991).
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lugar, ha motivado la participación de más de cien científicos de distintas disciplinas en su diseño. Esto representa un gran aporte respecto a la “mentalidad minera” que impera en los bosques australes, que consiste en extraer sin límites ni cuidado toda madera valiosa (Donoso y Lara, 1996, 1998). También permite la conservación de una mayor diversidad biológica que la práctica dominante en la silvicultura en la región de los bosques templados de Sudamérica: la sustitución de bosque nativo por monocultivos coetáneos de especies exóticas (véase el Recuadro IX.1). El manejo policíclico en parcelas multietáneas de bosque nativo permite conservar la estructura vertical y una heterogeneidad espacial y temporal de plantas con frutos carnosos, esenciales para la conservación de la diversidad de aves en estos bosques (Willson et al., 1994, 1996; Rozzi et al., 1996a, b). Además, la persistencia de árboles vivos, muertos en pie, tocones y troncos caídos en las parcelas manejadas, incluyendo los cursos de agua, repara la nociva práctica de “limpiar el bosque” que elimina microhábitats claves (por ejemplo, sitios para la nidificación de aves) y provoca la pérdida de nutrientes, hongos y otros descomponedores y erosión del suelo (Armesto y Smith, 1994). El Proyecto Río Cóndor en Tierra del Fuego se lleva a cabo sobre una vasta área de 258 000 ha, lo que ha permitido el diseño de un mosaico a escala del paisaje que combina las áreas de manejo con reservas biológicas (área total de reservas = 63 613 ha) y elementos facilitadores en la matriz manejada (Figura XVIII.8a, Arroyo et al., 1996a). Este diseño permite la evaluación de las práctica de cosecha y su interacción con procesos ecológicos a distintas
escalas (Figura XVIII.8b). Los aspectos criticables del proyecto anterior se arraigan en una actitud de precaución. ¿Habrá sido suficiente un estudio de línea de base desarrollado durante sólo una estación reproductiva, sobre todo considerando la lenta dinámica ecológica de estos bosques poco productivos y frágiles? ¿No deberían estas “catedrales verdes” que crecen en condiciones de clima ri- guroso en el confín del mundo permanecer intocadas o buscar la sustentabilidad económica a través del ecoturismo? (Gligo, 1996). ¿Serán las instituciones chilenas —con escaso personal y equipamiento— capaces de controlar las prácticas de una empresa de tal envergadura? ¿Será posible establecer programas confiables para la certificación de la madera producida en ecosistemas tan remotos? A pesar de estas interrogantes, una contribución indiscutible de este proyecto ha sido la ge- neración de un debate que ha permitido la participación de científicos y de la ciudadanía, promoviendo una mayor conciencia pública acerca de la importancia de la conservación en los proyectos económicos y la búsqueda de la mejor opción para los bosques y los habitantes del sur de Sudamérica. Éste constituye un paso fundamental para ejercer la práctica del manejo sustentable de ecosistemas en Sudamérica.
(A)
(B)
Resumen 1. Más del 90% del planeta permanece y permanecerá fuera de las áreas protegidas; por lo tanto, es fundamental trabajar por la conservación fuera de ellas. Las especies animales que viven en las áreas protegidas a menudo se alimentan o migran hacia las tierras sin protección, donde quedan expuestas a la caza, la pérdida del hábitat y otras amenazas. En áreas remotas no protegidas, y en hábitats manejados con sistemas tradicionales o con criterios ecológicos, existe una considerable diversidad biológica. Tales hábitats no protegidos son vitales para la conservación.
XVIII. Conservación fuera de las áreas protegidas
Figura XVIII.8. (A) Modelo del diseño de paisaje para el área de manejo forestal del proyecto Río Cóndor, que incluye áreas manejadas de bosque, retención de componentes estructurales que corresponden a elementos de una matriz facilitadora (FM) y áreas de reserva, concebidas como áreas centrales de preservación expandida (ECPA). (B) El proyecto ha propuesto una aproximación a múltiples escalas (individuos, parcelas, cuencas, región, planeta) que conllevan complejos efectos teóricos de la cosecha forestal dentro de un sistema de interacciones. 1. La cosecha podría afectar a los diferentes grupos de organismos. 2. La cosecha podría afectar directamente procesos como el reciclaje de nutrientes. 3. Cambios en los ciclos de nutrientes podrían afectar otros grupos de organismos en el bosque. 4. La pérdida de biodiversidad a su vez podría afectar procesos ecosistémicos tales como los ciclos de nutrientes. Los efectos directos (5) e indirectos (6, 7) de la cosecha podrían tener impactos sobre el paisaje. 8. Los efectos a nivel del paisaje podrían redundar en cambios regionales. 9. El efecto acumulativo de cambios a nivel regional podrían redundar en efectos globales. (Según Arroyo et al., 1996b).
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Aplicaciones prácticas
2. Las agencias de gobierno, organizaciones privadas de conservación, empresas y propietarios privados han comenzado (o deberían comenzar) a colaborar para lograr los objetivos de conservación a través de programas educativos, manejo de poblaciones de fauna nativa (lo que permite diversificar las economías de los países), prácticas agroforestales de policultivos, hábitats de uso múltiple y planes de manejo ecosistémico que permitan la utilización de recursos naturales en forma sustentable. 3. En los ecosistemas de bosque tropical y templado se han establecido programas de manejo de bosque nativo que emulan procesos ecológicos propios de la dinámica de ese bosque o que retienen elementos estructurales y funcionales de éstos. Estas formas de manejo constituyen una valiosa alternativa frente a los modelos forestales dominantes, basados en la conversión de bosques nativos en plantaciones coetáneas y monoespecíficas (principalmente de especies exóticas), la tala rasa o la tala selectiva indiscriminada. La conservación de la diversidad biológica se favorece si disminuye la conversión de bosques nativos en otros tipos de hábitat (monocultivos, praderas, urbanización), o si en las superficies de bosque nativo manejado se minimiza la fragmentación y se mantienen algunos componentes sucesionales tardíos, incluyendo árboles vivos, árboles muertos en pie y árboles caídos. Estos árboles constituyen microhábitats claves para numerosas especies de hongos, briófitas, invertebrados y vertebrados, especialmente para las aves que anidan en cavidades de troncos. 4. El manejo de ecosistemas y la conservación fuera de las áreas protegidas requiere de una profunda integración entre disciplinas de las ciencias naturales y disciplinas de las ciencias sociales o humanistas. Lamentablemente éstas últimas están ausentes o muy poco representadas en los programas de estudio de las universidades latinoamericanas. Esta situación debe ser rápidamente modificada, puesto que los problemas de conservación surgen de la interrelación entre la sociedad y el medio ambiente y, por lo tanto, ambos componentes deben considerarse.
Para discutir 1. Considere un bosque nacional que ha sido usado durante décadas para obtener madera, caza y productos mineros. Si en este bosque se descubren especies en peligro, ¿debieran frenarse estas actividades? ¿Pueden la tala, la caza y la minería coexistir con las especies en peligro? Si la tala tiene que ser frenada, ¿merecen las compañías o sus empleados alguna compensación?
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2. Identifique un área boscosa de alto endemismo habitada por comunidades indígenas o rurales, cuya subsistencia depende de los ecosistemas forestales. Imagine que el gobierno de su país propone establecer un gran proyecto forestal esa área. ¿Qué variables incluiría necesariamente usted
en la evaluación de tal proyecto? ¿Qué medidas podría proponer para el manejo sustentable de tal área?
XVIII. Conservación fuera de las áreas protegidas
3. Si su comuna le encargara realizar un taller de educación ecológica y conservación con un financiamiento muy limitado (como suele ocurrir en nuestro continente), ¿dónde desearía realizar tal taller? ¿En un área cercana o una remota? ¿En un sector urbano, rural o un ecosistema poco perturbado? Si sólo pudieran asistir 30 personas, ¿a quién dirigiría el taller? ¿A maestras o maestros de escuela, guardaparques, alumnos, personas de la junta de vecinos, al alcalde? Justifique cada una de sus opciones y discútalas con sus compañeros.
Lecturas sugeridas Arroyo, M. T. K., C. Donoso, E. Pisano, I. Serey, R. Schlatter y R. Murúa (1996), Hacia un Proyecto Forestal Ecológicamente Sustentable. Conceptos, Análisis y Recomendaciones. Protegiendo la Biodiversidad y los Procesos Ecosistémicos en el Proyecto Río Cóndor Tierra del Fuego, Universidad de Chile, DID, Santiago, Chile. Clüsener-Godt, M., e I. Sachs, comps. (1995), Extractivismo en la Amazonia Brasileña: perspectivas de desarrollo regional, Compendios MAB 18, UNESCO, Montevideo, Uruguay. Franklin, W. L. (1982), “Biology, ecology, and relationship to man of the South American camelids”, en M. Mares y H. Genoways, comps., Mammalian Biology in South America, Special Publication Series Vol. 6, Pymatuning Laboratory of Ecology, University of Pittsburgh, Estados Unidos, pp. 457-489. Gradwohl, J., y R. Greenberg (1988), Saving the Tropical Fo re s t , EARTHSCAN Ltd., Londres, Inglaterra. Una perspectiva innovadora para la protección de la biodiversidad tropical. Grumbine, R. E. (1994a), “What is ecosystem management?”, Conservation Biology 8:27-38. Una nueva filosofía para el manejo de tierras de una manera más integradora. Hansen, A. J., T. A. Spies, F. J. Swanson y J. L. Ohmann (1991), “Conserving biodiversity in managed forests”, BioScience 41:382-392. Nuevas técnicas de explotación del bosque que pueden minimizar el daño a la biodiversidad. Kohm, K., y J. E Franklin, comps. (1997), Creating a Forestry for the 21st Century: The Science of Ecosystem Management, Island Press, Washington, D.C. Estados Unidos. Los ingenieros forestales están tomando una actitud más abierta y reflexiva del manejo del bosque que incluye su biodiversidad.
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Aplicaciones prácticas
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XXII. Desafíos para la conservación biológica en Latinoamérica Ricardo Rozzi Peter Feinsinger
L
a conservación biológica y el bienestar social son complementarios, no opciones contrapuestas, como generalmente se presentan. Numerosos casos expuestos en los capítulos anteriores sustentan esta noción que modifica la perspectiva de una supuesta disyuntiva entre desarrollo y conservación. Este libro demuestra que confrontamos una gran crisis, tanto ecológica como social. Las causas de esta crisis ecosocial parecen derivar precisamente de la disociación entre los sistemas sociales y ecológicos y, por lo tanto, las soluciones podrían surgir de la reconexión de estos sistemas. La valoración múltiple de los ecosistemas y las aproximaciones interdisciplinarias de la conservación biológica permiten considerar los vínculos entre la diversidad biocultural y las complejidades socio-políticas involucradas en los problemas sociales y ecológicos de Latinoamérica. En este capítulo examinaremos diversos casos y perspectivas ofrecidas en los capítulos anteriores, con el fin de integrar y proponer aproximaciones que den cuenta de las interrelaciones entre los problemas sociales y ecológicos y que, a su vez, procuren establecer programas de conservación que atiendan tanto al bienestar humano como al de otros seres vivos.
Bienestar social y conservación biológica La conservación biológica en Latinoamérica dista mucho de aquella caricatura que considera al ecologismo como un lujo “de quienes, teniendo de todo, se preocupan por las plantas y los animales en peligro de extinción”; en contraste, el “ecologismo de los pobres” brota de quienes dependen directamente de los recursos naturales para vivir (MartínezAlier, 1998). La consideración de la interdependencia entre los sistemas sociales y los ecológicos refuerza la sustentabilidad de las propuestas para superar los problemas ecosociales y permite superar la equívoca disyuntiva entre desarrollo y conservación. Cada vez que en una gran ciudad Rozzi R. & P. Feinsinger. 2001. Desafíos para la conservación biológica en Latinoamérica. En “Fundamentos de Conservación Biológica: Perspectivas Latinoamericanas” Primack, R., R. Rozzi, P. Feinsinger, R. Dirzo, F. Massardo y colaboradores, pp. 661-688. Fondo de Cultura Económica, México.
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Conservación y sociedades humanas
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sudamericana, como San Pablo (Brasil), un río como el Tietê recibe las descargas de contaminantes industriales que incluyen compuestos altamente tóxicos, no sólo se elimina la biota acuática, sino que también se degradan severamente las condiciones sanitarias de las poblaciones humanas que habitan la megápolis, principalmente de aquellas que habitan en los sectores marginales (i.e., favelas). En contraste, cada vez que se conservan los ecosistemas de una cuenca hidrográfica, por ejemplo en la Amazonía —la mayor extensión de bosque tropical del mundo— no sólo se conserva la vida de miríadas de invertebrados, plantas acuáticas, algas, peces y aves, sino que también se permite la continuidad del suministro de agua limpia, comida y albergue que ha permitido la subsistencia de poblaciones humanas por siglos o milenios, como en el caso de los indios amazónicos ka´apor. El vínculo entre la conservación de la diversidad biológica y el bienestar humano es aparentemente obvio. Sin embargo, en las esferas públicas y políticas se generan grandes tensiones y conflictos: aunque la pobreza es apropiadamente presentada como el problema más urgente que afecta a Latinoamérica, la protección ambiental es equivocadamente presentada como un lujo —incluso un impedimento— para la solución de los problemas de la pobreza (Recuadro XXII.1). Muchos gobiernos latinoamericanos han justificado sus políticas de desarrollo como una acción necesaria para superar la pobreza; sin embargo, la proporción y el número de personas que viven en condiciones de extrema pobreza ha aumentado durante las últimas décadas en esta región (Hajek, 1995). La ineficacia de los modelos de desarrollo definidos por estrechos parámetros tecnológicos y de mercado deriva de la omisión de importantes variables ambientales y sociales. Estas omisiones conllevan impactos como la sustitución de ecosistemas diversos y complejos por monocultivos o sistemas artificiales simples, la expropiación de la tierra y la concentración de la propiedad privada (Capítulos I, VIII y X). Cuando se interrumpe el acceso de las poblaciones indígenas o rurales a sus ecosistemas terrestres o marinos —debido a que estos ecosistemas han sido eliminados o privatizados— tales poblaciones son forzadas a migrar a los centros urbanos con drástico deterioro de su calidad de vida. Aun en los casos donde los nuevos propietarios de la tierra —compañías o personas— ofrecen trabajo a los antiguos habitantes, el nivel de autonomía decae y sus modos de vida tradicional se alteran profundamente. Otro factor negativo de los actuales modelos de desarrollo deriva de la falta de participación de la mayoría de los latinoamericanos en los sistemas político-económicos nacionales o globales. Las poblaciones rurales, indígenas o urbanas que viven en condiciones de pobreza (equivalente a 2/3 de la población latinoamericana) han sido postergadas en la toma de decisiones y diseños de políticas económicas. En consecuencia, estos modelos de desarrollo han causado no sólo severas pérdidas de biodiversidad, sino que también han deteriorado la vida espiritual y material de las poblaciones indígenas, rurales y de los pobres en general (Rebellato, 1995).
Rozzi R. & P. Feinsinger. 2001. Desafíos para la conservación biológica en Latinoamérica. En “Fundamentos de Conservación Biológica: Perspectivas Latinoamericanas” Primack, R., R. Rozzi, P. Feinsinger, R. Dirzo, F. Massardo y colaboradores, pp. 661-688. Fondo de Cultura Económica, México.
Recuadro XXII.1. Los delicados equilibrios de la conservación en América Latina Eduardo Gudynas
¿Cuáles son los desafíos de la conservación en América Latina para el siglo XXI? Podría dudarse que la pregunta sea válida preguntándose si existe una agenda regional y si presenta particularidades propias. La respuesta es afirmativa: el continente presenta atributos ecológicos propios que requieren acciones de conservación específicas. Esas particularidades no se limitan a los muy promocionados ambientes tropicales, puesto que también existen los ambientes marinos, las zonas áridas, los bosques y las estepas templadas y frías australes o las áreas montañosas, así como muchos otros ecosistemas. En esta compleja asociación de ecosistemas se encuentran naciones que los están usando bajo estrategias productivas que también poseen una identidad propia. Sea por los atributos ecológicos como por los políticos y sociales, es ineludible discutir los desafíos de la conservación en el continente. Estos desafíos se mueven en un campo de tensiones entre diversas perspectivas que es necesario reconocer. En un primer plano se observan en las tensiones entre la conservación y el desarrollo. Muchos sectores latinoamericanos siguen viendo a las consideraciones ambientales como una restricción al desarrollo y un impedimento a los procesos productivos. Considerando la extensión de la pobreza en América Latina, la desigualdad social, los atrasos en educación o salud y los problemas de empleo, las demandas del desarrollo son enormes. Por lo tanto, las presiones en este nivel son muy fuertes y oscilan entre la prédica por medidas ambientales que enfatizan las prohibiciones (de donde su efectividad es baja) al extremo donde todo vale (continuándose con los estilos de desarrollo tradicional y dejando a la conservación como un mero enunciado de aspiraciones). El desafío para los biólogos de la con-
servación consiste en articular esos dos campos, ofreciendo medidas de protección que se complementen con las estrategias de desarrollo, por ejemplo, integrando la preservación de la biodiversidad en un estilo de desarrollo sustentable. Se necesitará mejorar la sensibilidad social, entender las demandas de los campesinos y empresarios, fortalecer el sentido ciudadano en la búsqueda del bien común y potenciar los campos políticos democráticos, donde la sociedad discuta y analice cómo manejar y distribuir sus recursos naturales. Un segundo plano de tensiones se centra entre la tarea del científico y el compromiso del militante conservacionista. Muchas veces al amparo de la neutralidad científica se ha abusado de estudios como listas de fauna y flora, contribuyéndose muy poco a las medidas de conservación para preservar esas especies. La biología de la conservación enfrenta decididamente esta cuestión, vinculando las investigaciones con las actividades necesarias para la conservación. Esa militancia podrá ser de muy distinto tipo, desde artículos de divulgación en la prensa hasta la palestra de un discurso público. La acumulación de información científica es indispensable para la conservación y es urgente en América Latina, dados sus déficits, pero por sí sola no genera estrategias de conservación. En este caso el biólogo de la conservación latinoamericano deberá buscar sus equilibrios entre los requerimientos de conocimientos originales y las acciones urgentes de conservación. Un tercer nivel de tensiones más interno se encuentra dentro de las propias disciplinas científicas envueltas en la conservación. Éstas incluyen concepciones y modelos que pueden estar en pugna, tal como en el caso de la consideración de las comunidades como entidades reales que poseen una evolución sucesional determinada o como sim-
Rozzi R. & P. Feinsinger. 2001. Desafíos para la conservación biológica en Latinoamérica. En “Fundamentos de Conservación Biológica: Perspectivas Latinoamericanas” Primack, R., R. Rozzi, P. Feinsinger, R. Dirzo, F. Massardo y colaboradores, pp. 661-688. Fondo de Cultura Económica, México.
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ples agregados de especies individuales. Las implicaciones de seguir una u otra concepción en la conservación pueden ser muy distintas; por ejemplo, una interpretación de la sucesión ecológica como un proceso lineal determinado motivaría prácticas de restauración entendidas como la recuperación de estadios perdidos en la marcha de la comunidad. La experiencia demuestra que estas concepciones revisten un carácter provisorio: es el mejor conocimiento con el que se dispone en un momento dado. El peligro reside en confundirse y creer que el modelo de moda es la verdad. El biólogo de la conservación en América Latina debe estar muy atento a ello, en especial cuando esos modelos son desarrollados en gran medida en otros países, para otros tipos de ecosistemas. El desafío consiste en moverse en un campo donde se enfrentarán distintos grados de incertidumbres, con los que habrá que convivir. También exige atender a otros conocimientos, como los saberes locales indígenas o campesinos que ofrecen una valiosa información encerrada en
tradiciones milenarias que pueden complementar la aproximación científica. En cualquier caso, permanece la certeza que no se puede permitir la extinción de una especie y que ésta constituye un fin último de un biólogo de la conservación. Los desafíos que nos aguardan son inmensos, y los equilibrios para avanzar en ellos son delicados. Ni más ni menos que en otros órdenes de la vida. La biología de la conservación es ciencia y debe mantener esa base científica con la mayor rigurosidad posible. Pero es más que ello. Requiere también: (1) humildad para entender las propias limitaciones de esa ciencia y escuchar respetuosamente otras formas de conocimiento, como las que ofrecen las comunidades locales; (2) osadía, para defender esas ideas ante la opinión pública y las reparticiones gubernamentales; y sobre todo, (3) una obstinada perseverancia en el trabajo y continuidad en los proyectos en el largo plazo para lograr la conservación de la riqueza biológica del continente.
Las políticas ambientales afectan múltiples esferas sociales, económicas y valóricas y generan posiciones encontradas donde se debaten los delicados equilibrios y tensiones de la conservación biológica. (Fotografía de Pablo Villarroel).
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La conservación biológica podría desempeñar un papel crucial para atenuar la pobreza en Latinoamérica al clarificar los vínculos entre la integridad de los ecosistemas regionales y el bienestar de las poblaciones humanas. Diversas especies y productos biológicos —tales como hongos, frutos, larvas, mariscos, carne, fibras— y estructuras y funciones ecosistémicas —tales como agua limpia, abrigo, migraciones estacionales— han desempeñado un papel central para numerosas poblaciones indígenas y rurales durante siglos (Figura XXII.1). La protección de estos patrones ecosistémicos, donde los seres humanos son componentes integrales, constituye uno de los desafíos fundamentales para la conservación biológica en Latinoamérica, cuyo objetivo central es promover aproxiRozzi R. & P. Feinsinger. 2001. Desafíos para la conservación biológica en Latinoamérica. En “Fundamentos de Conservación Biológica: Perspectivas Latinoamericanas” Primack, R., R. Rozzi, P. Feinsinger, R. Dirzo, F. Massardo y colaboradores, pp. 661-688. Fondo de Cultura Económica, México.
XXII. Desafíos para la conservación biológica en Latinoamérica
Figura XXII.1 Una mujer chachi del noroeste del Ecuador teje una canasta de hojas de “rampira” o “paja toquilla”, Carludovica palmata (Cyclanthaceae). (Foto de Marty Crump).
maciones teóricas y prácticas que satisfagan las necesidades de ambos: los seres humanos y los sistemas ecológicos donde habitamos. Para una biología de la conservación latinoamericana la equidad, la justicia social y la solidaridad debieran ser tan importantes como la protección de los ecosistemas (por ejemplo, los bosques tropicales secos, Recuadros III.1 y XIX.4) o de poblaciones de especies (por ejemplo, de artrópodos, Recuadros III.4 y VIII.1). ¿Cómo podemos los biólogos de la conservación abogar por las miríadas de seres vivos que cohabitan en nuestras regiones y que no tienen voz para manifestar sus necesidades frente a las personas e instituciones que toman las decisiones de desarrollo? ¿Cómo podemos los biólogos de la conservación contribuir a que tales organismos, como también las multitudes de comunidades indígenas, rurales y poblaciones marginales de pobres en Latinoamérica, tengan una voz en estas decisiones y sus necesidades sean integradas en procesos más participativos y diversos? ¿Cómo podemos dar cuenta de las presiones económicas y políticas externas, nacionales e internacionales, sobre nuestros ecosistemas regionales y sus poblaciones humanas? ¿Cómo podemos poner en práctica los complejos modelos y explicaciones que elaboremos en torno a estas problemáticas? Estas preguntas parecen extremadamente complejas porque exceden y desafían a las aproximaciones disciplinarias de los especialistas que dominan la academia y otras instituciones. Sus respuestas no sólo exigen una integración entre las múltiples áreas del saber, sino que demandan también una colaboración entre diversas instituciones gubernamentales (por ejemplo, el municipio o el gobierno provincial), comunales (por ejemplo, las juntas de vecinos), no gubernamentales (por ejemplo, los consejos indígenas o los sindicatos de pescadores artesanales), de seguridad (por ejemplo, el cuartel de policía local o las fuerzas armadas) o de educación (por ejemplo, la escuela local o la universidad regional). La participación inter-institucional e inter-disciplinaria permite que los aportes de los biólogos de la conservación no permanezcan cautivos en el interior de la academia o de las publicaciones científicas, sino que sean Rozzi R. & P. Feinsinger. 2001. Desafíos para la conservación biológica en Latinoamérica. En “Fundamentos de Conservación Biológica: Perspectivas Latinoamericanas” Primack, R., R. Rozzi, P. Feinsinger, R. Dirzo, F. Massardo y colaboradores, pp. 661-688. Fondo de Cultura Económica, México.
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Conservación y sociedades humanas
incorporados por los diversos actores que participan en la toma de decisiones, cuyos criterios son esencialmente políticos, económicos y administrativos. En este escenario, cada estudiante de biología, naturalista o científico puede hacer aportes muy valiosos por medio de acciones tan sencillas como por ejemplo, mostrar y comunicar la belleza e importancia de organismos poco conocidos como los líquenes, musgos u hongos (Figura XXII.2). Para facilitar el análisis de las interacciones entre las diversas variables ecológicas y sociales, consideraremos un caso específico: la industria camaronera ecuatoriana (Recuadro VI.2).
Figura XXII.2 Un ecólogo explica al Presidente de la República de Chile, al Gobernador de la Provincia Antártica Chilena y el Alcalde de la Comuna de Cabo de Hornos la importancia que tienen los líquenes para la formación del suelo en los ecosistemas del extremo austral de América. (Fotografía de Alex Ibañez, Archivo Parque Etnobotánico Omora Isla Navarino, Chile).
El caso de las empresas camaroneras de Ecuador
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El Recuadro VI.2 presenta un caso que ilustra notablemente cómo las políticas nacionales e internacionales y los indicadores macroeconómicos pueden pasar por alto profundos problemas ecológicos y sociales involucrados en ciertos modos de explotación de los recursos naturales. El cultivo comercial de los camarones ecuatorianos, hoy famosos en la cocina internacional, comenzó en 1968 y en sólo 15 años (en 1983) Ecuador llegó a ser el principal exportador mundial de este producto. Este crecimiento explosivo de la empresa camaronera es generalmente visto como un logro político y económico. Sin embargo, su impacto ambiental y social ha sido tal, que hoy el área cubierta por piscinas camaroneras sobrepasa al área de manglares en la costa ecuatoriana (Figura en Recuadro VI.2) y numerosas comunidades humanas de las costas ecuatorianas fueron forzadas a emigrar. En las regiones tropicales los manglares actúan como “membranas” entre los ecosistemas terrestres y marinos, puesto que reciclan los nutrientes y regulan los flujos hidrológicos y de sedimentos. Los manglares actúan además como defensas costeras contra el aumento del nivel de las aguas marinas, proveen hábitat reproductivo para numerosas especies de Rozzi R. & P. Feinsinger. 2001. Desafíos para la conservación biológica en Latinoamérica. En “Fundamentos de Conservación Biológica: Perspectivas Latinoamericanas” Primack, R., R. Rozzi, P. Feinsinger, R. Dirzo, F. Massardo y colaboradores, pp. 661-688. Fondo de Cultura Económica, México.
invertebrados y vertebrados, constituyen reservas de biodiversidad (incluyendo especies resistentes a la salinidad) y representan también una reserva de carbono (Martínez-Alier, en preparación). Su conversión masiva a piscinas camaroneras ha aumentado dramáticamente los niveles de sedimentación y pérdida de nutrientes en los suelos tropicales. Estos procesos han afectado drásticamente las poblaciones de especies de algas, peces, crustáceos y moluscos, cuyo ciclo de vida depende de los manglares. Las industrias camaroneras también desvían el curso de los ríos y contaminan las aguas con plaguicidas (por ejemplo, Malathion, Parathion, Azodrín, Paraquat, Endosulfán y Butachlor), que son mezclados con antibióticos (por ejem- plo, terramicina, eritromicina y oxitetraciclina) utilizados para prevenir enfermedades de los camarones, pero cuyos efectos sobre la salud humana aún no han sido evaluados (Hagler, 1997). La industria camaronera genera además serios problemas sociales al impedir el acceso de las comunidades locales a los manglares, puesto que éstos han sido eliminados o privatizados. La tala o la privatización se realiza generalmente de manera ilegal debido a dos razones: (1) las áreas costeras son de propiedad estatal y su acceso es, por lo tanto, público; (2) los manglares constituyen ecosistemas protegidos por leyes nacionales e internacionales (Martínez-Alier, en preparación). Las diferencias económicas entre ricos y pobres aumentan, puesto que unas pocas personas se enriquecen con la conversión o la privatización de los manglares, mientras que una multitud de personas se empobrece con la desaparición o la restricción del acceso a estos ecosistemas. Las mujeres de las comunidades costeras suelen recolectar entre uno y dos centenares de bivalvos diariamente, los cuales utilizan para su consumo familiar y para la venta (Figura XXII.3). Las concheras de Ecuador y Centroamérica han intentado evitar la deforestación de los manglares exponiendo sus vidas al tenderse delante de los “bulldozers” y máquinas excavadoras (Hagler, 1997). Ellas perciben claramente cómo los derechos de las comunidades locales han sido violados para favorecer a las industrias por medio de concesiones gubernamentales. También han constatado cómo ha decaído la calidad de vida en sus comunidades de pescadores al disminuir la diversidad y abundancia de mariscos, peces, algas, ostras y centollas. Consciente de cómo el crecimiento explosivo de la exportación camaronera conlleva una contrastante miseria para los habitantes de la región costera de Ecuador, una mujer conchera escribió el 11 de marzo de 1999:
XXII. Desafíos para la conservación biológica en Latinoamérica
Figura XXII.3 Una mujer conchera recolecta cholgas en un manglar cerca de Muisne, Ecuador. (Fotografía de Alfredo Quarto, Mangrove Action Project, Muisne, Ecuador).
Ellos nos quieren humillar porque somos negras, porque somos pobres, pero una no elige la raza en que nace, tampoco elegimos el no tener nada para comer. Pero yo estoy orgullosa de ser una conchera, porque mi raza me da fuerzas para combatir en defensa de lo que era de mis padres y heredarán mis hijos. Estoy orgullosa porque nunca he robado ni le he sacado la comida de la boca a otra persona para llenar la mía… Ahora estamos peleando por algo que nos pertenece, son nuestros ecosistemas, pero no Rozzi R. & P. Feinsinger. 2001. Desafíos para la conservación biológica en Latinoamérica. En “Fundamentos de Conservación Biológica: Perspectivas Latinoamericanas” Primack, R., R. Rozzi, P. Feinsinger, R. Dirzo, F. Massardo y colaboradores, pp. 661-688. Fondo de Cultura Económica, México.
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peleamos porque seamos ecólogos profesionales sino porque deseamos continuar viviendo; si los manglares desaparecen, toda nuestra gente desaparecerá… Si los manglares desaparecen deberemos comer basura en los cordones marginales de Esmeraldas o Guayaquil, donde deberemos ser prostitutas… ¿Qué ocurrirá cuando los camaroneros erijan sus letreros “propiedad privada” y nos disparen cuando intentemos cruzar y seamos asesinados con la bendición del Presidente? (Falla, 2000).
Una semana después de la carta de la conchera, el 18 de marzo de 1999, la ONG ecuatoriana Fundecol y el presidente de Greenpeace, Michael Hagler, escribían una carta al presidente de Ecuador argumentando en términos económicos que “si se ha estimado un valor medio anual de 13 000 dólares/ha por los bienes y servicios provistos por los manglares no nos es posible comprender la justificación económica para sacrificar los beneficios económicos en el largo plazo por un pago de sólo 60 millones de dólares en el corto plazo”. El caso anterior clarifica algunas de las causas y de los síntomas de la rápida degradación ambiental que está ocurriendo en el Neotrópico, la región con la mayor biodiversidad del planeta. Al mismo tiempo, genera alguna esperanza para una mejor integración entre las políticas ambientales y sociales al mostrar que numerosos asentamientos humanos regionales están conscientes de la interdependencia entre la calidad de sus vidas y la preservación de la diversidad biológica. Esta conciencia de las comunidades locales desafía, a su vez, el concepto de buena vida promovido por la globalización de la economía de mercado. Para analizar algunas de las falencias en las propuestas que han promovido proyectos tales como las camaroneras ecuatorianas y para proponer la incorporación de variables ecológicas y sociales en futuros proyectos de desarrollo, discutiremos siete puntos desde la perspectiva de varias disciplinas que forman parte de la conservación biológica:
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1. Se señala que el crecimiento económico generalmente ayuda a la gente pobre. Sin embargo, megaproyectos tales como las camaroneras ecuatorianos e innumerables empresas análogas en Latinoamérica (por ejemplo, las compañías petroleras en las selvas amazónicas (Recuadro XVI.1) o las grandes represas en Brasil (Recuadro XXI.5) son frecuentemente resistidas por las comunidades locales cuyas vidas se ven negativamente afectadas. Tomando un ejemplo que se debate actualmente, como la construcción de la gran hidrovía en la Región de Pantanal, que cavaría un canal a lo largo del río Paraguay-Paraná, que permitiría la navegación de cargueros desde la costa argentina de Buenos Aires hasta lugares situados a 3 000 km al norte, a través de Bolivia, Paraguay y Brasil (véanse los Capítulos VI y XXI), los biólogos de la conservación debiéramos preguntarnos: ¿a quiénes serviría este proyecto? Es necesario identificar a los beneficiarios, caracterizar la distribución de los beneficios, los costos sociales, las amenazas para la biodiversidad e incorporar en el análisis los múltiples bienes y servicios ecosistémicos que se verán alterados. Estas variables son subestimadas u omitidas en la mayoría de los modelos económicos, análisis sociales y proyectos políticos. Por ejemplo, si Rozzi R. & P. Feinsinger. 2001. Desafíos para la conservación biológica en Latinoamérica. En “Fundamentos de Conservación Biológica: Perspectivas Latinoamericanas” Primack, R., R. Rozzi, P. Feinsinger, R. Dirzo, F. Massardo y colaboradores, pp. 661-688. Fondo de Cultura Económica, México.
quienes toman las decisiones sobre el destino de los bosques amazónicos valoran estos ecosistemas exclusivamente en función de la madera extraida y vendida, tales ecosistemas forestales continuarán siendo consumidos para la obtención de un solo producto y para solo un grupo de beneficiarios, que además habita mayoritariamente lejos de tales regiones. Además, muchos políticos y otras personas que toman decisiones ambientales en Brasil conocen las consecuencias ecológicas, sociales y económicas negativas de las actuales prácticas de deforestación. No se trata, por lo tanto, de un problema que derive solamente de la falta de conocimiento, sino también de una voluntad política para superar las presiones de grupos de poder y para reorientar los criterios en que se basan las aspiraciones para la reelección o una nueva designación (Viederman et al., 1997).
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2. Algunos indicadores macroeconómicos —tales como el Producto Nacional Bruto y el Ingreso per capita— pueden conducir a interpretaciones erradas debido a la concentración de los ingresos en sectores minoritarios de la población. Con humor negro el escritor Jorge Luis Borges ha dicho que él no cree en las estadísticas económicas, puesto que tales índices señalan que en Argentina las familias consumen un pollo a la semana, cuando él sabe muy bien que algunas familias comen un pollo diario, mientras que otras comen medio pollo al mes. En algunos países latinoamericanos el 10% de la población más rica recibe más del 75% del ingreso nacional (Quiroga, 1994). En proyectos que han tenido un crecimiento explosivo, tales como las camaroneras ecuatorianas o las salmoneras del sur de Chile, los costos ambientales no son cubiertos por las empresas y los beneficios económicos ni siquiera se traspasan equitativamente a los trabajadores. Por ejemplo, en el período 1990-1993 el valor de las ventas de salmones aumentó en más de un 30%, mientras que los aumentos de sueldo fueron inferiores al 20% (Claude et al., 2000). 3. En los países latinoamericanos existe una marcada diferencia entre la legislación ambiental y las prácticas ambientales. Tal como la instalación de piscinas camaroneras es ilegal debido a que los manglares constituyen ecosistemas protegidos y se ubican en áreas costeras públicas, muchas irregularidades ocurren debido a la baja capacidad de control y fiscalización o a que priman relaciones de poder, criterios económicos y políticos. Por ejemplo, pese a que la captura de nutrias y delfines ha estado prohibida en Chile por leyes nacionales e internacionales desde mediados del siglo XX, su caza para el comercio de piel continúa (Figura XXII.4; Rozzi y Torres-Mura, 1990; Manzur y Canto, 1997). Las medidas legales son insuficientes para la conservación si no van acompañadas de un estricto control, programas de educación ambiental y alternativas económicas para quienes abandonan estas actividades. La legislación ambiental debe cautelar también el cumplimiento de normas internacionales. Por ejemplo, el caso del gavilán Swainson (Recuadro VI.5) muestra cómo plaguicidas prohibidos en países del Hemisferio Norte son vendidos en el Hemisferio Sur, donde continúan utilizándose, ameRozzi R. & P. Feinsinger. 2001. Desafíos para la conservación biológica en Latinoamérica. En “Fundamentos de Conservación Biológica: Perspectivas Latinoamericanas” Primack, R., R. Rozzi, P. Feinsinger, R. Dirzo, F. Massardo y colaboradores, pp. 661-688. Fondo de Cultura Económica, México.
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(A)
Figura XXII.4. (A) Delfines en los canales de los archipiélagos del sur de Chile. (B) Pese a que su caza está prohibida, la captura de delfines continúa para utilizarlos como carnada en la pesca de la centolla. (Fotografías (A) de Ricardo Rozzi Archivo Parque Etnobotánico Omora, Isla Navarino, Chile y (B) de María Isabel Manzur, reproducido con la autorización de Ambiente y Desarrollo).
(B) nazando la vida silvestre y la salud humana. Es urgente mejorar la legislación acerca del uso de productos químicos, tales como antibióticos en la acuicultura, hormonas en la crianza de pollos o plaguicidas en la agricultura (Capítulo VI), los derechos del subsuelo que permiten extraer agua, petróleo, minerales y explotar cualquier recurso que exista bajo el suelo sin considerar sus impactos sociales y las “cicatrices ecológicas” dejadas por los pozos, las minas y el agotamiento de recursos tan imprescindibles como las aguas subterráneas. En la mayoría de los países y regiones de Latinoamérica los costos sociales y ambientales —tales como daños a la salud humana, pérdidas de biodiversidad y contaminación de los cursos de aguas y las napas subterráneas— no están claramente incorporados en las normativas ambientales.
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4. Existe una carencia de información y de debate público de los problemas ambientales. La prensa y otros medios de comunicación de Latinoamérica, como en otras regiones del mundo, suelen estar controlados por grupos económicos que simplifican las posiciones conservacionistas como pertenecientes a ambientalistas románticos o grupos indígenas anacrónicos que se resisten a los proyectos de progreso para el país. El sesgo periodístico y la censura impuesta a los medios de comunicación evitan la discusión pública informada acerca de los complejos problemas sociales y ambientales (véase Claude, 1997). Otra dificultad es el financiamiento de la publicidad. Por ejemplo, en 1993 el New York Times publicó suplementos especiales en apoyo del TLC o NAFTA (North American Free Rozzi R. & P. Feinsinger. 2001. Desafíos para la conservación biológica en Latinoamérica. En “Fundamentos de Conservación Biológica: Perspectivas Latinoamericanas” Primack, R., R. Rozzi, P. Feinsinger, R. Dirzo, F. Massardo y colaboradores, pp. 661-688. Fondo de Cultura Económica, México.
Trade Agreement), cuyos costos están fuera del alcance de organizaciones no gubernamentales que hubieran deseado exponer sus argumentos para oponerse al NAFTA (Viederman et al., 1997). A mayor escala ocurre algo análogo con la publicidad a favor de la Organización Mundial de Libre Comercio. Imaginemos que la prensa comunicara los aspectos ambientales de proyectos como las piscinas camaroneras. ¿Qué ocurriría con la opción de los consumidores al ser informados acerca de la cantidad y diversidad de organismos que son destruidos y de las comunidades rurales que son desplazadas? Tal situación podría emular al “efecto hamburguesa”, cuando millones de consumidores dejaron de comer hamburguesas al enterarse de los efectos de la defo- restación involucrados en su producción (Capítulo VI). Un tercer obstáculo para la comunicación de los problemas ecológicos surge del desinterés y la dificultad que generalmente tienen los científicos para explicar sus resultados y perspectivas a la ciudadanía y a los periodistas. Es necesario que los biólogos de la conservación se esfuercen por comunicar sus hallazgos y sus pro- puestas de una manera tal que sea a la vez rigurosa y comprensible para el público general. La educación ecológica y su difusión constituye un desafío clave para los jóvenes biólogos de la conservación quienes pueden, por ejemplo, poner en práctica y transmitir el mensaje de las “Cuatro Cs” del programa “Enseñanza de la Ecología en el Patio de la Escuela”: para Conservar es necesario Conocer, Comprender y Cuestionar (Figura XXII.5, Feinsinger, 2001). Finalmente, la colaboración de los biólogos de la conservación con los medios de comunicación debiera promover una mayor tribuna para las visiones de las comunidades indígenas, las organizaciones de base y la sociedad civil en general, cuya subsistencia, salud, derechos civiles, trabajos, autonomía y otros aspectos de sus vidas es afectada directamente por las políticas y decisiones ambientales (Bryant, 1995). 5. Los modelos de explotación de los recursos naturales a gran escala satisfacen generalmente las necesidades de las sociedades de consumo en puntos distantes y no de las poblaciones locales. Más del 90% de los camarones producidos y exportados por las empresas ecuatorianas son consumidos por sólo unos pocos países: Estados Unidos (600 000 ton), Japón (318 000 ton) y países de la Comunidad Europea (200 000 ton) (Hagler, 1997). Similarmente, el destino de más del 90% de los salmones exportados por Chile se concentra en Japón (59%), Estados Unidos (29%) y la Comunidad Europea (5%) (Claude, 2000). El 93% de las astillas producidas en los bosques del sur de Chile tiene como destino final la producción de papel en Japón (Claude, 1997). Este último caso representa una paradoja no sólo respecto al punto de consumo (ubicado en el extremo opuesto del planeta) sino tam-
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Figura XXII.5 Alumnos de la Universidad de Azuay (Cuenca, Ecuador) elaborando perspectivas innovadoras sobre la conservación biológica del paisaje local. (Fotografía de Peter Feinsinger).
Rozzi R. & P. Feinsinger. 2001. Desafíos para la conservación biológica en Latinoamérica. En “Fundamentos de Conservación Biológica: Perspectivas Latinoamericanas” Primack, R., R. Rozzi, P. Feinsinger, R. Dirzo, F. Massardo y colaboradores, pp. 661-688. Fondo de Cultura Económica, México.
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bién respecto al despilfarro de valiosas maderas, la ausencia de valor agregado y el deterioro social y ecológico en la región de los bosques chilenos (Rozzi et al., 2000). 6. Los principales agentes de la degradación ambiental y de la pérdida de biodiversidad pueden ser unas pocas personas o compañías —por ejemplo, grandes haciendas, empresas mineras o pesqueras— y no necesariamente “masas de pobres incultos”. El caso de las astillas producidas a partir del bosque nativo de Chile muestra también cómo a veces unas pocas personas o empresas son responsables de extensos impactos ambientales. Sólo dos consorcios, Mitsubishi-Daio Paper-Marubeni y Citibank-Scott Paper-Shell, controlan la producción de astillas en esta región (Rozzi et al., 2000). Más hacia el sur, las regiones de Aysén y Magallanes presentan una de las menores densidades poblacionales a nivel mundial (<1 habitante/km2). No obstante, el área de bosques alterados, talados o quemados alcanza casi los dos millones de ha, correspondientes al 33% de la superficie forestal de la región (CONAF-CONAMA-BIRF, 1997). En el Capítulo I se señalaba cómo en la selva amazónica la mayor área de dominio (175 000 km 2) pertenece al consorcio Royal Dutch Shell, que ha tenido un grave impacto de deforestación y contaminación minera, violando abierta y sistemáticamente las leyes ambientales brasileñas (Ceccon y Miramontes, 1999). 7. Estos patrones de impactos sociales y ambientales negativos han ocurrido reiteradamente en la historia de las diversas regiones del Continente Americano. Por ejemplo, la fiebre del oro y la plata ha irrumpido tanto en la región austral de la Patagonia, como en la andina de Potosí (Bolivia), la tropical de Ouro Prêto (Brasil), la región mesoamericana de los Zacatecas (México), y en regiones del oeste norteamericano, como California (Estados Unidos). La ganadería ovina o bovina a gran escala también ha cruzado el Continente Americano, desde Tierra del Fuego hasta Norteamérica; las plantaciones extensivas de caña de azúcar, banana y algodón se expandieron tanto en América del Sur y Central como del Norte (véase Bakewell, 1997). Los ejemplos no se limitan al pasado. Hoy en Sudamérica las extensas plantaciones monoespecíficas de especies de Eucalyptus sustituyen bosques nativos de México, Colombia, el sur de Brasil y Chile (Carrere, 1998; Ceccon y Martínez-Ramos, 1999) la masificación de monocultivos de soya transgénica transforman y destruyen extensos hábitats en el norte de Argentina (Rozzi y Massardo, 2000); la contaminación de mercurio causada por procesos de amalgama de oro en regiones tropicales está afectando la salud de los invertebrados acuáticos, peces y poblaciones humanas que viven río abajo en regiones de la Amazonía boliviana, brasileña, ecuatoriana y peruana (Guimaraes et al., 1999). El análisis histórico muestra que una y otra vez éstas y otras situaciones similares han constituido casos efímeros de bonanza económica y han dejado tras de sí una secuela de deterioro ambiental y social a través de toda Latinoamérica.
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Los puntos anteriores indican que los problemas que confronta la conservación biológica abarcan una multiplicidad de dimensiones sociales, culturales y biológicas. Es necesario, por lo tanto, hacerse cargo de esta complejidad y multidimensionalidad a través de aproximaciones interdisciplinarias.
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Interdisciplinariedad y multidimensionalidad ecológica La ecología nos devela un mundo compuesto esencialmente de interrelaciones (Callicott, 1986). La vida de cada de ser transcurre en una red de interacciones con el medio abiótico, con otros seres vivos y, para al menos los seres humanos, abarca también los contextos culturales, sociales, políticos y afectivos (Bateson, 1979). La ecología humana muestra que los cursos de nuestras vidas y las decisiones que tomamos, no constituyen acontecimientos determinados por nuestras individualidades aisladamente, sino que dependen de e influyen sobre las relaciones afectivas cercanas, las relaciones sociales y las relaciones con el medio ambiente. Bajo esta perspectiva ecológica la separación entre las dimensiones sociales y las dimensiones medio ambientales parece distorsionada. Es necesario superar aquellas dicotomías donde las ciencias de la naturaleza no tienen conciencia de su inscripción en una cultura, una sociedad, una historia y, a su vez, las humanidades no tienen conciencia del carácter físico y biológico de los fenómenos humanos (Morin, 1984). Pareciera haber consenso respecto a que ciertas aproximaciones y conceptos de la conservación biológica, tales como el manejo de ecosistemas o el desarrollo sustentable, suponen esta interfase entre ciencias naturales, sociales y humanidades (Leff, 1994). Sin embargo, los programas de ecología y ciencias biológicas carecen casi por completo de cursos de antropología, filosofía, economía, sociología o política (Grez et al., 1995, Saberwahl y Kothari, 1996). Incluso los departamentos de biología han sido subdivididos en departamentos de zoología, botánica, ecología, evolución, taxonomía y sistemática, microbiología, fisiología vegetal, fi- siología animal, genética, biología molecular, etc. La extrema separación disciplinaria, expresada en una multitud de departamentos de áreas del conocimiento biológico, dificulta y reduce la comunicación entre especialistas y el espectro de variables abordadas en el análisis de los problemas ambientales. Tal segregación limita la comprensión de los sistemas biológicos en que estamos inmersos. Pensemos, por ejemplo, en la presencia de un elemento tan vital como el oxígeno en la atmósfera de la Tierra. Un cambio molecular a nivel de proteínas y de genes originó el proceso de la fotosíntesis, el que a su vez permitió la diversificación de los organismos aeróbicos, incluyendo las plantas y los animales (Firor, 1990). Hoy los ecosistemas, la biosfera y la vida en nuestro planeta dependen de este elemento: el oxígeno (Figura XXII.6). Este ejemplo ilustra la interdependencia entre los niveles genéticos, moleculares, celulares, organísmicos, ecosistémicos y biosféricos de los fenómenos biológicos. Tal interdependencia parece obvia; sin embargo, se Rozzi R. & P. Feinsinger. 2001. Desafíos para la conservación biológica en Latinoamérica. En “Fundamentos de Conservación Biológica: Perspectivas Latinoamericanas” Primack, R., R. Rozzi, P. Feinsinger, R. Dirzo, F. Massardo y colaboradores, pp. 661-688. Fondo de Cultura Económica, México.
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Figura XXII.6. Los sistemas físicos y vivos que componen los ecosistemas y la biósfera no constituyen compartimientos separados. Por ejemplo, la atmósfera terrestre es una “creación” de los seres vivos. Su composición difiere marcadamente de la atmósfera de los planetas vecinos Venus y Marte debido a que en un momento de la evolución ocurrió un cambio molecular a nivel de proteínas y de genes que originó el proceso de la fotosíntesis, lo cual determinó la presencia de un elemento tan vital como el oxígeno. La interdependencia entre los niveles genéticos, moleculares, celulares, organísmicos, ecosistémicos y biosféricos parece aquí obvia. Sin embargo, aunque sabemos que un cambio a nivel genético puede conducir a un cambio a nivel planetario —y viceversa— la especia- lización académica ha conducido a que en la práctica cada nivel de organización sea investigado por distintos biólogos que trabajan en diferentes departamentos universitarios, pertenecen a diferentes sociedades científicas y publican en revistas científicas leídas casi exclusivamente por colegas de su especialidad. Esta segregación disciplinaria se acentúa a medida que el espectro de las ciencias biológicas se amplía a las ciencias físicas y sociales, las artes y las humanidades, la política y la educación. La falta de comunicación entre especialistas involucrados en un mismo fenómeno, como la composición de la atmósfera terrestre respirada por todos sus seres vivos, ilustra cómo la segregación académica puede limitar seriamente el análisis de los problemas ambientales y las variables abordadas. (Figura modificada de Rozzi y Massardo, 2000).
implementa precariamente en los proyectos agronómicos, forestales, médicos y de ingeniería genética, los cuales se centran en sólo uno de los niveles biológicos (Rozzi y Massardo, 2000). Por ejemplo, en 1999, durante las Negociaciones de Bioseguridad de las Naciones Unidas, profesionales y representantes de Monsanto —la mayor compañía de semillas a nivel mundial— argumentaron extensamente que las “malezas roban la luz solar a las plantas útiles” (Shiva, 2000). Esta visión contrasta marcadamente con la perspectiva de la ecología y de las sociedades indígenas o rurales, donde la totalidad o casi la totalidad de las especies y variedades son importantes para el funcionamiento de los ecosistemas, tienen uso medicinal o alimentario y tienen además derecho a existir. A los esfuerzos biotecnológicos por producir variedades resistentes a herbicidas y enfermedades, o que sean resistentes a la sali- nidad o que fijen nitrógeno, habría que contestar que tales variedades y especies existen ya en los cultivos tradicionales (por ejemplo, se conocen más de 3 000 variedades de papa en la región andina (véase el Capítulo II) o en la inabarcable y todavía desconocida diversidad de los ecosistemas latinoamericanos (Rozzi y Massardo, 2000). Los monocultivos, tales como las extensas plantaciones monoespecí-
Rozzi R. & P. Feinsinger. 2001. Desafíos para la conservación biológica en Latinoamérica. En “Fundamentos de Conservación Biológica: Perspectivas Latinoamericanas” Primack, R., R. Rozzi, P. Feinsinger, R. Dirzo, F. Massardo y colaboradores, pp. 661-688. Fondo de Cultura Económica, México.
ficas de eucaliptos o de trigo, las piscinas camaroneras o las jaulas de salmonicultura (Figura XXII.7), representan prácticas extremas en cuanto a su unidimensionalidad: ¡se eliminan todas las especies excepto aquellas cultivadas! Este libro ha enfatizado cuánto desconocemos de la diversidad de invertebrados terrestres y marinos. Para muchas regiones de Latinoamérica es necesario entonces realizar estudios básicos de ta- xonomía que consideren la genética y los ciclos de vida de estos taxa, puesto que los caracteres de algunas especies e incluso géneros se expresan sólo en los estados larvarios y no adultos (Capítulo II). La conciencia de estas carencias en el conocimiento debería indicarnos que sería arrogante pretender controlar completamente o sustituir estos sistemas ecológicos. En consecuencia, antes de masificar prácticas basadas en sólo una especie (por ejemplo, la acuicultura del salmón del pacífico), se deberían evaluar sus múltiples consecuencias ecológicas y sociales. Es mejor actuar con cautela, que luego invertir grandes esfuerzos en reparar. El daño de la reducción de los complejos sistemas ecológicos y sociales a una sola dimensión (la madera, la harina, los camarones o los salmones y el dinero obtenido de la venta) queda bien ilustrado por el caso de las salmoneras del sur de Chile. En términos económicos, resulta inacep- table que los costos de las pérdidas de biodiversidad, la eutroficación, las altas concentraciones de químicos, antibióticos y desechos (véanse los Recuadros VII.1 y IX.1) no sean asumidos por las empresas, sino que deban ser pagados por toda la sociedad. En términos sociales y culturales, aquellas comunidades tradicionalmente dedicadas a la recolección, la pesca y/o la agricultura en pequeña escala han debido emigrar o pasar de una situación en que eran dueñas de su propia subsistencia a una dependencia de terceros (Claude et al., 2000). La autonomía, dignidad y riqueza cultural de vastas regiones latinoamericanas se va degradando. También se amenaza la seguridad alimentaria y la supervivencia de la sociedad humana, puesto que para producir un kilo de salmón en Chile se requieren entre 2.5 y 5 kilos de pescado como alimento, administrado en forma de concentrado a base de harina de pescado (Claude et al., 2000). Resulta evidente que “deberíamos comer directamente peces silvestres”, y la iniciativa del Programa Chile Costa, que apoya la pesca artesanal y la organización de sus agrupaciones, provee una alternativa ejemplar (Moscoso, 2000; Pavez y Vial, 2000). Además, las condiciones de vida de los salmones aglomerados en jaulas (Figura XXII.7) son tanto o más deplorables que aquellas en los criaderos de pollos, de manera que también desde el punto de vista ético el consumo de peces silvestres parece mejor que el de “peces enjaulados”. Es entonces imprescindible adoptar aproximaciones y programas interdisciplinarios que incorporen disciplinas híbridas como la ética ambiental, el derecho ecológico, la economía ecológica, la antropología ecológica, la ecología política, la historia ambiental, el periodismo
XXII. Desafíos para la conservación biológica en Latinoamérica
Figura XXII.7. Las condiciones de vida de los salmones aglomerados en jaulas y bajo altas dosis de antibióticos pueden ser aún peores que las de los pollos en criaderos, donde pasan su vida en pequeñas jaulas y con fuertes dosis de hormonas. Este tipo de trato hacia animales ha motivado un incremento de las personas vegetarianas que por razones éticas abandonan el consumo de carne. (Fotografía de Doris Soto).
Rozzi R. & P. Feinsinger. 2001. Desafíos para la conservación biológica en Latinoamérica. En “Fundamentos de Conservación Biológica: Perspectivas Latinoamericanas” Primack, R., R. Rozzi, P. Feinsinger, R. Dirzo, F. Massardo y colaboradores, pp. 661-688. Fondo de Cultura Económica, México.
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Conservación y sociedades humanas
ecológico y la ecología humana (Capítulo I. Figura I.1; Toledo, 1999a). Cada una de estas disciplinas cuenta ya con libros temáticos y publicaciones periódicas, como por ejemplo, Environmental Ehtics, Environmental Values, Ecological Economics, Environmental History, Etnoecología, Ethnobiology, Ecología Política o Human Ecology. Es fundamental también salvar las distancias entre las humanidades y las ciencias. Como ha señalado el biólogo argentino Marcelino Cerejido (1996): Los pensadores, escritores y artistas de Latinoamérica hacen un esfuerzo admirable por analizar y reflejar en sus obras el sufrimiento y la injusticia que se padece en Latinoamérica. Con todo, hay una falta de comunicación casi insalvable entre ellos y los investigadores, que hace que rara vez los relacionen con el conocimiento. Por eso es que mientras no logremos atraer también a nuestros creadores, y ellos sigan creyendo que la ciencia y la tecnología son meros proveedores de datos estrafalarios y artefactos computarizados, o que la única relación entre ellos y nosotros se da en el terreno de la ciencia-ficción, no lograremos difundir esa visión de mundo del que depende nuestro “polo científico”.
Con una perspectiva diferente, el etnoecólogo mexicano Víctor Toledo ha enfatizado que: En una región, donde a diferencia de los países donde se originó la ecología científica, las culturas originales o autóctonas no sólo no fueron aniquiladas o suprimidas por completo, sino que hoy viven un renacimiento no solamente demográfico, sino socio-cultural y político, resulta impropio realizar investigación científica sin tomar en cuenta los aportes de las “otras ecologías”... Es imposible diseñar modelos sustentables ...sin revisar antes la experiencia ganada por estas culturas locales durante siglos de interacción con los ecosistemas terrestres y acuáticos (Toledo y Castillo, 1999).
La aproximación transdisciplinaria no supone la abolición de las disciplinas, sino su integración dentro de enfoques holísticos o sistémicos donde el biólogo de la conservación no sólo debe observar y desentrañar patrones, sino también implementar e involucrarse en la acción.
Perspectivas locales y globalización
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El llamado de Víctor Toledo hacia reconocer y valorar la multiplicidad de visiones y prácticas indígenas apunta hacia el reconocimiento de una de las causas más graves de la actual crisis ecosocial en Latinoamérica, a la vez que abre perspectivas para su solución. En el Capítulo X la metáfora del “efecto sombra” subraya la existencia de una multitud de valores, actitudes y prácticas que propenden hacia la conservación y podrían ser sustentables. Esta enorme diversidad de perspectivas locales es desconocida y aun eliminada por ciertas prácticas de la actual globalización económica, que es también política y cultural. El mercado global reemplaza los mercados locales, los pequeños agricultores y ganaderos son desplazados por grandes compañías que establecen extensos monocultivos. Actualmente sólo diez compañías controlan más de un tercio del Rozzi R. & P. Feinsinger. 2001. Desafíos para la conservación biológica en Latinoamérica. En “Fundamentos de Conservación Biológica: Perspectivas Latinoamericanas” Primack, R., R. Rozzi, P. Feinsinger, R. Dirzo, F. Massardo y colaboradores, pp. 661-688. Fondo de Cultura Económica, México.
mercado de semillas comerciales y el 100% de las semillas genéticamente modificadas (Shiva, 2000). La tendencia hacia el cultivo de variedades alteradas genéticamente conlleva una dramática reducción en la diversidad genética de las especies en nuestra alimentación. En vez de las innumerables variedades de maíz de Centroamérica, en México se están expandiendo las variedades genéticamente modificadas que, además, deben ser compradas a las compañías (Kwiatkowska y López, 2000). Las variedades genéticamente modificadas son resistentes a herbicidas y plaguicidas que eliminan el resto de las especies, reduciendo drásticamente la diversidad biológica en los campos de cultivo. Además, cuando los agricultores adoptan estas semillas, y la batería química asociada, su dependencia de los mercados internacionales aumenta y, por lo tanto, su autonomía y tradiciones culturales desaparecen a la par con la diversidad biológica de sus ecosistemas regionales (Rozzi y Massardo, 2000). Frente a esta ola de globalización y homogeneización, es imprescindible poner en relieve la diversidad ecológica y cultural de los paisajes latinoamericanos. Es necesario reconocer que algunas explicaciones o teorías ecológicas desarrolladas en el Hemisferio Norte pueden no ser aplicables a situaciones del hemisferio sur. Por ejemplo, la dificultad que tuvieron los ecólogos para detectar la dispersión de semillas por hormigas en sistemas áridos de Argentina ocurrió en gran medida porque los ecólogos argentinos fueron entrenados en Estados Unidos, donde los mecanismos de dispersión de semillas en ecosistemas áridos son diferentes (Recuadro XXII.2) Es necesario distinguir y recalcar las particularidades de cada sistema antes de explicarlo o transformarlo con modelos científicos o tecnológicos importados (Feinsinger, 2001). El estudio de la historia natural de los organismos, sus interacciones ecológicas y su papel en el funcionamiento de los ecosistemas representan una posibilidad al “alcance de la mano” para las escuelas, las universidades, los grupos de defensa de la naturaleza y las comunidades indígenas a lo largo de Latinoamérica (Figura XXII.8).
XXII. Desafíos para la conservación biológica en Latinoamérica
Figura XXII.8 .Miembros de una comunidad de los Izuceños,del Gran Chaco de Bolivia, comentan sus inquietudes sobre la conservación y el manejo de su paisaje. Para ello formulan preguntas arraigadas en su tradición cultural y con elementos de la ciencia ecológica que no requieren un costoso equipamiento para conducir la investigación y proponer medidas para lograrlo. (Fotografía de Peter Feinsinger).
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Recuadro XXII.2. Historia natural LOCAL y ciencia ecológica UNIVERSAL: los sistemas semillas-granívoros en desiertos de Sudamérica y Norteamérica Luis Marone Javier López de Casenave Víctor R. Cueto
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El ecólogo, como cualquier ser humano, tiene una percepción de la naturaleza con ineludibles componentes subjetivos. Las consecuencias de esta subjetividad en el estudio de los ecosistemas merecen un atento análisis epistemológico. La observación científica debe ser intersubjetiva, es decir, todo dato debería poder ser registrado por más de un observador (Pickett et al., 1994). Así, la comunidad científica reduce los sesgos individuales de sus miembros, evaluando la calidad de sus enunciados observacionales y eliminando los que están equivocados (tales como aquellos que no expresan una correspondencia con los hechos). Sin embargo, aunque establecer hechos en la naturaleza requiere observaciones detalladas, a veces esas observaciones se suponen correctas sin suficiente corroboración o evaluación crítica. Si esas distorsiones se introducen en cadenas inferenciales (por ejemplo, un experimento) el error original se propaga irremediablemente. Tales distorsiones pueden ser introducidas por preconcepciones teóricas, muchas veces importadas de otros sistemas y, por lo tanto, insuficientemente evaluadas frente a la nueva situación empírica. Un ejemplo de esto queda ilustrado por la confusión entre granívoros predispersivos (que consumen semillas sobre las plantas) y posdispersivos (que consumen semillas en el suelo). Esta confusión surge, en ciertos casos, simplemente porque el comportamiento de alimentación de los animales se supone, sin más, a partir de su estado taxonómico (por ejemplo, todas las aves de la familia Emberizidae o las hormigas del género Pogonomyrmex son granívoras terrícolas). Hemos estudiado el posible impacto de las aves granívoras sobre las reservas de semillas en el Desierto del Monte, una región que corre al pie de la Cordillera de los Andes, desde el extremo noroeste de Argentina hasta la Patagonia
oriental. La monterita de collar (Poospiza torquata), emberízido común en el Monte central, consume fundamentalmente semillas en otoño-invierno, al igual que otras especies de esa familia. Pero, a diferencia de otros emberízidos del área que comen semillas del suelo, la monterita es un granívoro predispersivo que come sobre las panojas de gramíneas. Por lo tanto, si P. torquata fuera considerada granívora terrícola, el consumo de semillas sobre el suelo por el conjunto de las especies de aves granívoras sería sobrestimado. Usando cálculos bioenergéticos (López de Casenave, 1999) la sobrestimación promedio para diez inviernos habría sido de un 32%, superando el 100% en algunos de ellos (en 1988 y 1997). El análisis de la historia natural de las aves del Monte permite, en cambio, postular una relación realista entre la abundancia de semillas y consumidores, ya sea eliminando a P. torquata de las estimaciones de impacto sobre el banco de suelo (Marone et al., 1998) o sugiriendo un mejor estimador de disponibilidad de semillas para la P. torquata (tal como sólo semillas en pie). Las hormigas granívoras del género Pogonomyrmex, comunes en desiertos americanos, ofrecen otro ejemplo de cómo las observaciones erróneas de la historia natural pueden afectar la interpretación de los experimentos. La tasa de remoción de semillas por hormigas ha sido estimada en varios desiertos del mundo usando un experimento clásico, aunque importado, donde se ofrecen semillas en cebaderos ubicados sobre el suelo. Un supuesto restrictivo de estos experimentos es que la tasa de remoción en cebaderos simula la tasa natural de consumo. Cuando realizamos un experimento de esas características en el Monte, nos sorprendió la baja frecuencia de individuos de Pogonomyrmex en los cebaderos. Seguramente influenciados por preconcepciones teóricas importadas, esperábamos
Rozzi R. & P. Feinsinger. 2001. Desafíos para la conservación biológica en Latinoamérica. En “Fundamentos de Conservación Biológica: Perspectivas Latinoamericanas” Primack, R., R. Rozzi, P. Feinsinger, R. Dirzo, F. Massardo y colaboradores, pp. 661-688. Fondo de Cultura Económica, México.
que estas hormigas iban a ser muy frecuentes, dado que son granívoros estrictos que remueven muchas semillas en los experimentos de Norteamérica. El resultado obtenido nos indujo a estudiar mejor el comportamiento alimentario de las Pogonomyrmex: observaciones preliminares sugieren que cosechan una importante proporción de semillas sobre las plantas de gramíneas en el Monte. Debimos entonces desprendernos de aquellas preconcepciones y estudiar la historia natural de las hormigas para poder interpretar mejor nuestros experimentos. Esta experiencia deja también enseñanzas sobre la importancia del análisis metodológico para integrar el conocimiento ecológico (véase Pickett et al., 1994). Las tasas experimentales de remoción de semillas en desiertos con diferentes proporciones de hormigas que se alimentan sobre las plantas y sobre el suelo podrían variar no sólo porque las hormigas difieren en su importancia como granívoros entre desiertos, sino también como consecuencia de sutiles diferencias en la historia natural de los ensambles.
Un ejemplo un tanto diferente acerca del efecto de las observaciones imprecisas sobre las cadenas de razonamientos lo brindan los estudios sobre dieta de aves. En el Monte, algunas especies como Elaenia albiceps (Tyrannidae) suelen tener grandes cantidades de semillas en sus tractos digestivos (por ejemplo, del género Lycium). Pero estas semillas no son consumidas per se sobre las plantas o el suelo, sino que son incorporadas al consumir frutos carnosos enteros. Confundir frugivoría con granivoría conduce a conformar equivocadamente el conjunto de especies granívoras y, como se vio en el caso de la P. torquata, este error se propaga a lo largo de las cadenas inferenciales. Los ecólogos y biólogos de la conservación aumentaremos la probabilidad de alcanzar resultados significativos si somos capaces de evaluar críticamente nuestros enunciados observacionales, combinando experimentos cuidadosamente diseñados con largos períodos de observación de la historia natural de las especies en los sistemas que estudiamos y procuramos conservar (W. Resetarits, en Roush, 1995).
Consumo de semillas por aves granívoras —como la monterita de collar (Poospiza torquata), especie de emberízido común en el Monte central de Argentina— durante diez inviernos en el Monte central, estimado a partir de cálculos bioenergéticos (López de Casenave, 1999). Las cruces indican el consumo estimado del conjunto total de especies de aves granívoras, mientras que los círculos indican el consumo de todas las especies, excepto Poospiza torquata.
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En la escuela resulta sencillo salir de la sala de clases para observar el vecindario donde pueden realizarse actividades de dibujo, descripción, formulación de preguntas o reflexiones acerca de las casas, plazas, jardines, árboles en las avenidas, líquenes que crecen sobre los troncos de los árboles, arroyuelos donde se pueden también tomar muestras de agua para observar bajo la lupa los diversos protozoos, algas o invertebrados. El conocimiento que emana de estas actividades simples y la sensibilización frente a la belleza y diversidad del mundo natural –donde los seres humanos somo sólo una especie entre millones—constituye una experiencia crucial para una conservación biológica perdurable. En la universidad pueden realizarse, con bajo costo, excursiones para reconocer y describir las especies, hábitats, comunidades biológicas, ecosistemas y hábitos de vida de las poblaciones humanas regionales. Este tipo de observación directa del entorno biótico, cultural y social es tan estimulante y esencial a nivel universitario para la sensibilización, comprensión y cuestionamiento científico, como lo es la exploración a nivel escolar. Además, las organizaciones naturalistas, las comunidades indígenas y otras personas interesadas en la conservación pueden sumarse a estas experiencias. La participación de académicos y estudiantes con la comunidad posibilita la experiencia de desentrañar ciclos de vida, diversidad de formas de vida y de interacciones entre ellas en su conjunto. Esta experiencia participativa puede inspirar el accionar político, social, económico, antropológico, legal o filosófico con mayor arraigo en las refinadas y múltiples tramas de la diversidad biológica y cultural (Rozzi, 2000). Es necesario integrar también la diversidad del paisaje, considerando en los esfuerzos de la conservación biológica tanto los “ecosistemas prístinos” como los “ecosistemas antrópicos”. Robin Chazdon (1998) ha enfatizado la importancia que tienen los bosques secundarios para la conservación de los bosques tropicales. Bosques primarios y secundarios se complementan en la actual matriz del paisaje latinoamericano y deben complementarse también en los esfuerzos de conservación en esta región (Figura XXII.9) Es necesario comprender también la íntima conexión entre los ecosistemas y los conocimientos locales. Tal como en los pueblos recolectores del Chocó (Recuadro XX.3) o los extremos latitudinales de América (Recuadro X.2), el conocimiento acerca de las plantas está ligado al momento y lugar donde se colectan los frutos, el conocimiento científico está también indisolublemente ligado a los ecosistemas y los contextos culturales donde se ha generado (Rozzi, 1999). Las particularidades de las situaciones locales pueden permanecer ocultas cuando son analizadas con la mirada de modelos o métodos que se presentan como universales, pero que en realidad también están circunscritos a sus lugares natales. ¿Qué hubiera ocurrido sin en vez de masificar el ganado bovino, éste se hubiera combinado con el manejo de las poblaciones de ñandú y de camélidos en las pampas argentinas? ¿Qué ocurriría si en vez de instalar las plantaciones monoespecíficas de eucalipto se manejaran los bosques nativos del sur de Brasil? ¿Qué ocurriría si además de aprender los méto-
Rozzi R. & P. Feinsinger. 2001. Desafíos para la conservación biológica en Latinoamérica. En “Fundamentos de Conservación Biológica: Perspectivas Latinoamericanas” Primack, R., R. Rozzi, P. Feinsinger, R. Dirzo, F. Massardo y colaboradores, pp. 661-688. Fondo de Cultura Económica, México.
XXII. Desafíos para la conservación biológica en Latinoamérica
(A)
Figura XXII.9. (A) Tanto los bosques primarios, como (B), los fragmentos de bosques secundarios son elementos constituyentes del paisaje de Centroamérica que deben ser integrados complementariamente en el trabajo de conservación biológica. (Fotografías de Robin Chazdon).
(B) dos y las teorías científicas desarrolladas en el Hemisferio Norte pusiéramos atención a las tradiciones culturales de nuestras regiones? Es necesario reconocer la gran influencia que tienen los modelos de los países del Hemisferio Norte sobre nuestros programas académicos y en el desarrollo y aplicaciones tecnológicas en nuestras regiones. Como señala Cerejido (1996), hoy tenemos suficientes indicios que hemos logrado el objetivo de formar investigadores. Los investigadores latinoamericanos publican en las mejores revistas del mundo, figuran en los planteles de Harvard y del Max Planck; ahora es necesario enfatizar la incorporación de nuestras propias realidades ecológicas, sociales y culturales. Es imprescindible definir con claridad la naturaleza de los problemas de conservación en nuestras regiones y proponer soluciones simples, tecnológica y económicamente viables y respetuosas de los contextos socio-ecológicos donde se implementan (Recuadro XXII.3). Esta constituye otra buena razón para enfatizar el trabajo de campo en la enseñanza de la ecología y los programas de biología de la conservación. Debemos esforzarnos por salir a explorar los ecosistemas, a la vez que conversar con la gente de nuestras localidades y generar perspectivas que permitan expresar las propiedades y especificidades ecológicas y culturales latentes en nuestras regiones.
Rozzi R. & P. Feinsinger. 2001. Desafíos para la conservación biológica en Latinoamérica.Continúa página En “Fundamentos de Conservación Biológica: Perspectivas Latinoamericanas” Primack, R., R. Rozzi, P. Feinsinger, R. Dirzo, F. Massardo y colaboradores, pp. 661-688. Fondo de Cultura Económica, México.
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Recuadro XXII.3. La promoción de perspectivas locales e iniciativas autónomas: una urgencia para el futuro de la conservación biológica en América Latina Peter Feinsinger Ricardo Rozzi
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La ciencia y la sociedad son dinámicas, pero el cambio histórico no niega la responsabilidad presente. Así, laboriosamente y con decisión, nos empeñamos en integrar práctica y teoría en la biología de la conservación. Abiertos a una permanente revisión crítica del conocimiento y rediseño de los programas de investigación, educación, legislación, protección y manejo de ecosistemas, hemos expuesto aquí lo que percibimos sinceramente como algunos de los problemas más urgentes que confrontan los paisajes biológicos y culturales. Exploramos a la vez posibles respuestas a tales desafíos y las acciones que pudieran implementar tales respuestas en el diversificado mosaico del Continente Americano. En este esfuerzo nos parece imprescindible rescatar, respetar y enfatizar el valor de los “puntos de vista” locales, en regiones rurales, áreas protegidas, comunidades indígenas y también en las comunidades multiculturales de los centros de investigación y de toma de decisiones políticas en la urbe. En primer lugar, debemos reconocer que muchos de los conceptos, aproximaciones, prácticas y políticas de la biología de la conservación contemporánea han sido planteados en los países industrializados de las regiones templadas del Hemisferio Norte y Australia. Tales países presentan una historia más larga en este campo y ofrecen mayores oportunidades de empleo como biólogo de la conservación y para la publicación de estudios o teorías; además, existe una mayor cantidad de personas trabajando en esta área, gran número de programas académicos, políticas y ministerios involucrados en la conservación y un apoyo financiero que lo permite. Muchos profesionales de la conservación biológica en América Latina han realizado estudios en centros académicos de Europa o Norteamérica, o han basado sus cursos en textos preparados en tales
centros. Estas ideas y aproximaciones “importadas” a los países latinoamericanos pueden ser muy útiles, motivadoras y beneficiosas. Sin embargo, no siempre es así. Cada país, provincia, ciudad o zona rural de América Latina presenta circunstancias únicas y muy distintas a aquellas de los países mencionados arriba con respecto a la política, la sociedad, la historia, la biología y otros aspectos de la historia natural y la manera de percibir e interactuar con el medio ambiente. Se deduce que ustedes, los lectores de este texto, no deben seguir acríticamente la sabiduría convencional, los modelos “universales” del campo de la biología de la conservación. Es imprescindible, en cambio, desarrollar cuidadosamente perspectivas y acercamientos a la biología de la conservación arraigados en los contextos ecológicos y culturales locales, donde los ojos, los oídos y los cerebros están familiarizados con estas realidades. En este sentido, la habilidad de observar y pensar facultan para proponer soluciones o caminos de manera independiente o conjuntamente con otros colegas latinoamericanos y extranjeros. Seleccionen lo más apropiado de la gran cantidad de acercamientos a la biología de la conservación y modifíquenlo según las particularidades locales, o según éstas planteen acercamientos innovadores. En los otros recuadros ya han encontrado a muchos profesionales latinoamericanos que lo han hecho. La aproximación planteada en el Recuadro XVIII.1 está dirigida a la indagación de los entornos locales y regionales. ¿Qué deseamos conservar?: los paisajes, los seres vivos que habitan en ellos y sus interacciones. ¿Quiénes son las personas más familiarizadas con estos entornos y que, por lo tanto, podrían percibir los problemas de conservación con una mayor agudeza enraizada en las historias de convivencia con aquellos paisajes?: ciertamente los miembros de las comunidades locales,
Rozzi R. & P. Feinsinger. 2001. Desafíos para la conservación biológica en Latinoamérica. En “Fundamentos de Conservación Biológica: Perspectivas Latinoamericanas” Primack, R., R. Rozzi, P. Feinsinger, R. Dirzo, F. Massardo y colaboradores, pp. 661-688. Fondo de Cultura Económica, México.
quienes en su gran mayoría no son biólogos de la conservación certificados. En este escenario, el ciclo de indagación planteado en el recuadro XVIII.1 permitiría una integración entre las preguntas y formas de exploración traidas desde fuera por los biólogos de la conservación y aquellas preguntas y conocimiento tradicional cultivado por las comunidades locales (Feinsinger, 2001). Este tipo de indagación conjunta debiera conducir a nuevas formas de exploración, nuevos ensayos, nuevos modos de relación. Esto exige que los biólogos de la conservación aprendamos a escuchar, a abrir primero los oídos a las preguntas y conocimientos locales y evitar actitudes de arrogancia académica. A través de la indagación realmente participativa podrán formularse preguntas contestables sobre el terreno acerca de la diversidad biológica, procesos ecológicos y modos de relación de las poblaciones humanas con los ecosistemas. Se podrán ensayar preguntas en escalas históricas de las tradiciones orales y registros complementarios acerca de cambios en el paisaje. A través de una práctica conjunta del Ciclo de Indagación u otros métodos
que enfatizan el sentido común y la habilidad de pensar, las inquietudes de los lugareños conducirán a preguntas, indagaciones y aplicaciones más adecuadas a dicho paisaje. Nosotros, los biólogos de la conservación, no tenemos todas las respuestas; ni siquiera tenemos todas las preguntas. La biología de la conservación, como toda ciencia, es social. Su historia ha influido sobre, a la vez que ha sido influida por, cambios en las perspectivas sociales y políticas. Aquello que observamos hoy ha sido estructurado por aquella azarosa deriva histórica, por nuestros peculiares modos de entrenamiento académico y por las sociedades en que nos ha tocado vivir. En este libro hemos enfatizado temas que han parecido relevantes a los autores y editores, a colegas de la biología de la conservación en América Latina y otras regiones, y esperamos que también a los diversos lectores de este texto. Si este libro hubiera sido escrito hace 50, o aún hace diez años atrás, habría enfatizado temáticas muy distintas, y estamos seguros que dentro de cinco décadas los futuros lectores se reirán al mirar la tabla de contenidos y muchos de los enfoques.
Figura. Taller de reconocimiento de aves de los bosques del sur de Chile y Argentina con guardaparques, profesores y biólogos de los dos países, realizado en el Parque Nacional Chiloé en noviembre de 1995. (Fotografía de Ricardo Rozzi).
En la actual época de globalización, es necesario distinguir los lugares de origen de los problemas ambientales y los lugares donde éstos se expresan. Por ejemplo, el deterioro de la capa de ozono en la estratósfera deriva principalmente de las emisiones químicas en los países industrializados; sin embargo, afecta con mayor intensidad a las poblaciones humanas y de otros seres vivos en el extremo sur de América (Figura XXII.10). El desafío es ahora incorporar los principios de la biología de la conservación en nuestros modos de vidas a nivel individual, comuniRozzi R. & P. Feinsinger. 2001. Desafíos para la conservación biológica en Latinoamérica. En “Fundamentos de Conservación Biológica: Perspectivas Latinoamericanas” Primack, R., R. Rozzi, P. Feinsinger, R. Dirzo, F. Massardo y colaboradores, pp. 661-688. Fondo de Cultura Económica, México.
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Figura XXII.10. El cambio global demuestra cómo las actividades de los países industriales afectan áreas tan remotas como la región más austral del Continente Americano, ubicada debajo de la mayor apertura del agujero de la capa de ozono y sometida a intensa radiación ultravioleta en los meses de primavera (octubre-diciembre). (Fotografía de Ricardo Rozzi, Archivo del Parque Etnobotánico Omora, Isla Navarino, Chile).
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tario, nacional y global. La conservación biológica es saber teórico y práctico a la vez. La primera resistencia para este paso viene de la ciencia misma, que durante la segunda mitad del siglo XX ha separado las esferas del conocimiento con aquella de los valores y de la ética. Bajo tal perspectiva, una tarea corresponde a la investigación y explicación de procesos físico-químicos, como los que generan el adelgazamiento de la capa de ozono, y otra tarea corresponde a la implementación de políticas necesarias para evitar su deterioro. Hoy en cambio, los biólogos de la conservación latinoamericanos debemos asumir ambas responsabilidades: (1) describir y comprender los procesos que afectan la biodiversidad y (2) adoptar cambios en nuestros estilos de vida, y fomentarlos en las políticas nacionales e internacionales. Esta tarea requiere generar espacios donde los variados sectores de la sociedad y sus diversas personas puedan participar en la tarea de la conservación biocultural (Figura XXII.8). Sin esta cooperación entre los científicos y los ciudadanos las polarizaciones e incomprensiones entre “científicos bien informados” y “ciudadanos o políticos desinformados” continuarán, dificultando la solución de nuestros problemas contingentes. Tal tarea demanda, entre otras cosas, una transformación cultural. La ecología nos muestra que los seres vivos y los sistemas de interacciones que ellos constituyen son dinámicos. Las relaciones, los procesos y las estructuras ecológicas varían en el tiempo y así también pueden variar las relaciones establecidas por los seres humanos entre sí y con el medio ambiente. Las perspectivas ofrecidas en este libro probablemente se transformarán rápidamente, pero en este momento en que confrontamos una profunda crisis ecosocial en Latinoamérica hemos considerado oportuno enfatizar que la conservación de la biodiversidad y el bienestar social no son antagónicos, sino que se complementan. Que los programas de desarrollo basados esencialmente en el crecimiento económico no implican necesariamente una satisfacción de las necesidades básicas para la mayoría de la gente, sino que frecuentemente conllevan una acumuRozzi R. & P. Feinsinger. 2001. Desafíos para la conservación biológica en Latinoamérica. En “Fundamentos de Conservación Biológica: Perspectivas Latinoamericanas” Primack, R., R. Rozzi, P. Feinsinger, R. Dirzo, F. Massardo y colaboradores, pp. 661-688. Fondo de Cultura Económica, México.
lación de la riqueza y del poder político en un pequeño sector. Que la degradación ambiental afecta primordialmente a grupos marginados de las decisiones políticas, pero que constituyen la mayoría de la población latinoamericana. Que existen opciones depositadas en el saber tradicional (como el manejo de los palmares de inaja practicado por los okaracibiteri, Recuadro VIII.2) o en alternativas innovadoras (como las granjas de mariposas donde cada vez que el cielo es cruzado por el vuelo azul de una mariposa Morpho, ésta nos recuerda que el bienestar de los seres humanos y de los demás seres vivos pueden ir juntos, Figura XXII.11). Que el respeto por la diversidad biológica y cultural significa a la vez un respeto por nosotros mismos, por nuestra supervivencia, la de nuestros descendientes y por la expresión de la más hermosa de las virtudes humanas: el amor por la vida.
XXII. Desafíos para la conservación biológica en Latinoamérica
Figura XXII.11. Cada vez que el cielo es cruzado por el vuelo azul de una mariposa Morpho,en los campos de una granjas de mariposas, ésta nos recuerda que el bienestar de los seres humanos y de los demás seres vivos pueden ir juntos. (Fotografía de Fulvio Eccardi).
Resumen 1. La conservación biológica y el bienestar social son complementarios y no son opciones contrapuestas, como generalmente se presentan. Confrontamos una gran crisis, tanto ecológica como social. Tanto el diagnóstico de sus causas como el diseño de sus soluciones demandan una integración entre los sistemas sociales y ecológicos. Esta reconexión requiere de aproximaciones interdisciplinarias y de la valoración múltiple de los ecosistemas. Rozzi R. & P. Feinsinger. 2001. Desafíos para la conservación biológica en Latinoamérica. En “Fundamentos de Conservación Biológica: Perspectivas Latinoamericanas” Primack, R., R. Rozzi, P. Feinsinger, R. Dirzo, F. Massardo y colaboradores, pp. 661-688. Fondo de Cultura Económica, México.
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2. Con una aproximación interdisciplinaria es necesario: (1) analizar afirmaciones problemáticas, tales como “el crecimiento económico generalmente ayuda a la gente pobre”; (2) diversificar los indicadores de bienestar social; (3) mejorar la formulación y el cumplimiento de las legislaciones ambientales (interrelacionando dimensiones ecológicas y sociales); (4) escuchar a los diversos involucrados y afectados por los proyectos de desarrollo; promover la discusión pública e informar a la ciudadanía respecto a los problemas ecosociales; (5) precisar quiénes son los beneficiarios y los afectados por los proyectos de extracción de recursos naturales; (6) definir cualitativa y cuantitativamente el impacto ambiental de diversas personas, comunidades o empresas, y (7) revisar la historia ambiental de cada región para comprender mejor los procesos de transformación ecológica y cultural y evitar errores cometidos en el pasado. 3. La extrema segregación disciplinaria limita la comprensión de los sistemas biológicos. Aunque la interdependencia entre los niveles de organización biológica (niveles genéticos, moleculares, celulares, organísmicos, ecosistémicos y biosféricos) y sus interacciones con los sistemas sociales pudieran parecer obvias al sentido común, ésta no es considerada por la mayoría de los grandes proyectos agronómicos, forestales, médicos y de ingeniería genética. Un ejemplo extremo de ésto es la proliferación de monocultivos bajo cuya perspectiva todas las demás especies son “malezas o competidores”. 4. Antes de masificar prácticas de monocultivo y la introducción de variedades genéticamente modificadas, se deberían evaluar sus múltiples consecuencias ecológicas y sociales. Es mejor actuar con cautela que luego invertir grandes esfuerzos en reparar.
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5. Frente a la ola actual de globalización y homogeneización, es imprescindible: poner en relieve la diversidad ecológica y cultural de los paisajes latinoamericanos; desarrollar explicaciones y prácticas inmersas en estos paisajes; evaluar críticamente las teorías y modelos desarrollados en otras regiones; integrar la diversidad del paisaje, considerando tanto ecosistemas “pristinos” como “antrópicos”; revalorar los conocimientos locales y comprender sus conexiones con los ecosistemas regionales; definir con claridad la naturaleza de los problemas de conservación en nuestras regiones y proponer soluciones simples, tecnológica y económicamente viables y respetuosas de los contextos socio-ecológicos donde se implementan; enfatizar en la enseñanza de la ecología y los programas de biología de la conservación el trabajo de campo; y asumir nuestra responsabilidad como biólogos de la conservación, no sólo para describir y comprender los procesos que afectan la biodiversidad, sino también para participar en los cambios en nuestros estilos de vida y las políticas nacionales e internacionales, promoviendo una transformación cultural que conduzca a relaciones más solidarias entre nuestras diversas sociedades, y entre ellas y nuestros preciosos ecosistemas y sus miríadas de seres vivos. Rozzi R. & P. Feinsinger. 2001. Desafíos para la conservación biológica en Latinoamérica. En “Fundamentos de Conservación Biológica: Perspectivas Latinoamericanas” Primack, R., R. Rozzi, P. Feinsinger, R. Dirzo, F. Massardo y colaboradores, pp. 661-688. Fondo de Cultura Económica, México.
Para discutir
XXII. Desafíos para la conservación biológica en Latinoamérica
1. Después de leer este texto, ¿cree usted que es necesario integrar los conceptos biológicos con las humanidades (como la filosofía), las artes (como la pintura) y las ciencias sociales (como la antropología, la economía, la historia, las ciencias políticas)? ¿Por qué sí o por qué no? ¿Cómo podría realizar usted esta integración? 2. ¿Qué problemas detecta usted en su región que requieran la concurrencia de disciplinas de las áreas sociales y de las áreas biológicas? ¿Cómo puede cada una de las disciplinas contribuir a la solución de tales problemas? 3. ¿Qué dificultades experimenta usted en su escuela, universidad o institución para integrar aspectos sociales y ecológicos en los problemas de conservación que le interesan? ¿Qué podría hacer usted para mejorar la colaboración interdisciplinaria en el interior de su institución e incrementar la cooperación entre instituciones vinculadas a problemáticas de la conservación biológica en su región? 4. Como resultado del estudio de la biología de la conservación biológica, ¿ha decidido algún cambio en su estilo de vida o en su nivel de actividad política? ¿Cree que puede hacer alguna contribución? ¿En qué forma? 5. Elija un concepto, caso o perspectiva que le haya resultado interesante o estimulante a lo largo de este texto. ¿Cómo podría presentárselo a los estudiantes de su escuela local? ¿Cómo se los explicaría a alguna de las autoridades de su comuna o provincia? ¿Qué actividad o programa propondría usted para dar a conocer este concepto o práctica a la comunidad de su región? 6. Discuta las nociones y prácticas que le parezcan más relevantes para la biología de la conservación en Latinoamérica. ¿Qué habría que corregir respecto a las aproximaciones actuales y cuáles serían las innovaciones más urgentes? ¿Cómo podría implementarlas? ¿Qué secciones nuevas desearía escribir usted para un texto de conservación biológica para su región?
Lecturas sugeridas y material básico clave Cerejido, M. (1996), “En América Latina ya podemos investigar, el próximo paso es tratar de hacer ciencia”, Interciencia 21:64-70. Los investigadores latinoamericanos deben pasar de una fase en que se han esforzado por imitar el modo de hacer ciencia de los países industrializados a una fase en que la investigación se inserte en las problemáticas sociales y ecológicas de sus regiones y países. Conservation Biology. Publicación periódica de la Sociedad de Biología de la Conservación, cuyos artículos junto con los de revistas como Rozzi R. & P. Feinsinger. 2001. Desafíos para la conservación biológica en Latinoamérica. En “Fundamentos de Conservación Biológica: Perspectivas Latinoamericanas” Primack, R., R. Rozzi, P. Feinsinger, R. Dirzo, F. Massardo y colaboradores, pp. 661-688. Fondo de Cultura Económica, México.
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Ambio, BioScience, Biological Conservation, Ecología Política, Ecological Applications, Ecological Economics Environmental Conservation, Environmental Ehtics, Environmental History, Environmental Values y Ethnobiology, o Human Ecology, conviene revisar periódicamente. de la Madrid, M., comp. (1998), La América que Queremos, Fondo de Cultura Económica, México. Ensayos por destacados pensadores latinoamericanos que integran las dimensiones sociales y ambientales de los problemas y de los sueños que se encuentran en las diversas regiones del continente. Feinsinger, P. (2001), Scientific Inquiry as a Tool in Protected Area Management in Latin America and Elsewhere, Island Press, Covelo, California, en prensa. Un texto que enfatiza la historia natural y entrega conceptos y aproximaciones científicas de una manera sencilla que recuerda las aproximaciones de Paulo Freire. Jacobson, S. K., E. Vaughan y S. W. Miller (1995), “New directions in conservation biology: Graduate programs”, Conservation Biology 9:517. Descripciones de 51 programas de posgrado con las listas de los profesores respectivos. Meffe, G. K. y C. R. Carroll (1997), Principles of Conservation Biology, Sinauer Associates, Sunderland, Massachusetts, Estados Unidos. Excelente texto para alumnos de postgrado. Oelschlaeger, M., y R. Rozzi, (1998), “El nudo gordiano interdisciplinario: un desafío para la sustentabilidad”, Ambiente y Desarrollo XIV(3):71-81. Un argumento para la necesidad de enfoques interdisciplinarios. Saberwal, V. K., y A. Kothari (1996), “The human dimension in conservation biology curricula in developing countries”, Conservation Biology 10:1328-1331. En los países latinoamericanos y otros continentes del Hemisferio Sur las ciencias sociales y las humanidades están ausentes de la mayoría de los programas de biología de la conservación o de manejo de vida silvestre. Toledo, V. M., y A. Castillo (1999), “La ecología en Latinoamérica: siete tesis para una ciencia pertinente en una región en crisis”, Interciencia 24:157-168. Un excelente artículo que propone orientar la investigación hacia la solución de problemas regionales, considerar las culturas indígenas y adoptar aproximaciones interdisciplinarias.
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