Freud de la vida cotidiana
El de bolsillo Biblioteca de autor Editorial
TITULO ORIGINAL: TRAD UCTO R: Lu is
des
y de Torres
Primera edición en «El libro de bolsillo»: 1966 Decimonovena reimpresión: 1997 Pri me ra edición en «Bib lioteca de autor» : 1999
Diseño de cubierta: Alianza Editorial Ilustración: Eugenio Granell, baño (detalle). © VEGAP, 1999 Proyecto de colección: Atth alin y Ra fael C elda Reservados todos los derechos. El contenido de esta obra está protegido por la Ley, que establece penas de prisión y/o mu ltas, además de las correspondientes indemnizaciones por daños y perjuicios, para quienes reprodujeren, plagiaren, dis tribuyeren o comunicaren públicamente, interpretación en todo o en parte, un a obra literaria, ar tística o científica, o su transformación, o ejecución artística fijada en cualquier tipo de sopo rte o comunicada a través de cualquier medio , sin la pre ceptiva autorización. © Sigmund Freud Copyright, Ltd., Londres, 1956 © Ed. cast.: Alianza Editorial, Madrid, Juan Ignacio de Tena, 28027 M adrid; ISBN: 84-206 -3700-9 Depósito M. 38.718-1999 Impreso en Fernández Ciudad, S. L. Printed in Spain
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Unas pala bras del Dr. Freud sobre la versión al castellano de sus Obras Completas Sr. D. Luis y de Torres: Siendo yo un joven estud iante, el deseo de lee r el inm orta l Don Quijote en el srcinal cervantin o me llevó a aprend er, sin maestros, la bella lengua castellana. Gracias a esta afición ju venil puedo ahora - ya en edad avan zada- comprobar el aci er to de su versión españo la de mis o bras, cuy a lectura me pr odu ce siempr e un vivo agrado p or la correct ísima interpretación de mi pen samiento y la elegancia del estilo. Me ad mira, sobre todo, có mo, no siendo usted médico ni psiq uiatra de pro fe sión, ha pod harto ido alcanzar tan yabsoluto preciso do min io de una materia intrincada a veces yoscura. FREUD
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En año pub liqué en l a Revista de Psiquiatría y Neuro logía un pequeño trabajo titulad o «Sobre el mecanism o psí quico del olvido», que quiero reproducir aquí, utilizándolo como punto de partida para más amplias investigaciones. Examinaba en dicho ensayo, som etiend o al análi sis psicoló gico un eje mplo observado directame nte po r mí mism o, el frecuente caso de olvido temp ora l de un nom bre pr opi o, y llegaba a la conclusió n de que estos caso s de fallo de una fun ción psíquica -d e la mem or ia- , nada raros ni importante s en la práctica, adm itían u na explicac ión que iba más all á de la usual valoración uida a tales fenómenos. Si no est oy mu y atrib equivocado, un psicólogo a quien se pr e guntase cómo es que con mucha frecu encia no conseguimo s recordar un nom bre prop io que , sin embargo, estamo s cier tos de conocer, se contentaría con respo nder qu e los no m bres prop ios son m ás susceptible s de ser olvidados que otr o cualquier contenid o la mem oria, y expon dría lue go plausi bles razones para fundamentar esta preferencia del olvido, pero no sospecharía más amplia determ inació n de tal hech o. Por mi parte he tenido ocasión de observa r, en minuciosas investigaciones sobre el fenómeno del olvido tem poral de los 9
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nombres, determinadas particularidades que no en todos, pero sí en much os de los casos, se manif iestan con claridad su ficiente. En tales casos suce de que no sólo se olvida, sino que, además, se recuerda erróneamente. A la con ciencia del sujet o que se en recordar el nomb re olvidado acuden otro s -nombres sustitutivosson rechazados acto com o fal sos, pero que, sin embargo, continúan presentándose la me moria gran tenacidad. El proceso nos había de condu cir a la reproducción del nom bre buscado se ha desplazado, por decirlo así, y nos ha llevad o hacia un sustitutivo e rrón eo. Mi opin ión es que tal desplazamient o no se halla a merced de un m ero capricho psíquico cualquiera, sino que sigue deter minadas trayectorias regular es y perfectamente calcul ables, o, por deci rlo de otro m odo, presu mo los nomb res sustituti vos están en vis ible conexión con el busc ado, y si consigo de mostrar la existencia de esta conexión espero quedará hecha la el proceso y srcen del ol vido de nom bres. En el ejemplo que en elegí par a some terlo al análisis, el nom bre qu e inútilmente me había es forzado en record ar era el del artista que, en la catedral de Orvieto, pintó los gran dios os frescos de «las postrim ería s del hom bre» . En vez del nom bre que buscaba -Signorelli- acudieron a mi mem o ria los de otros dos pintores -Botticelli y que rechacé en seguida como erró ne os . Cua ndo el verdadero nombre me fue comunicado por un testigo de mi olvido, lo recon eninfl el acto y sinyvacilación La investigación de po ocí r qué uencias qué c ami alg nos una. asociativos se ha bía desplazado en tal forma la reproducción -desde Signorelli hasta Botticelli y me dio los resultados siguientes: a) La razón del olvido del nomb re Signorelli no debe bus carse en una particularid ad del mism o ni tampoco en un es pecial carácter psic ológico del contexto en que se hallaba in cluido. El n ombre olvidado me era tan f amiliar como uno de los sustitutivos -Botticelli- y mucho más que el otro fio-, de cuyo poseedor a penas podría dar más i ndicaci ón que
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la de su pertenencia a la escuela milanesa. La serie de ideas de la que formaba par te el nom bre Signorelli en e l mome nto en que el olvido se produ jo me parece absolutamen te inocente e para aclarar el fenómeno pro ducid o. Fue en el curso de un viaje en coche desd e Ragusa (D almacia) a
una estación Herzegovina.con élyo en el coche con unades conocido; trab élaconversación y cuand o llegamos ha blar de un viaje que había hech o por Italia, le pregu nté si ha bía estado en Orv ieto y visto los fam osos frescos de... b) El olvido del nombre queda aclarado al pensar en el tema de nue stra conver sación, que precedió inme diat amen te a aquel ot ro en qu e el fenóm eno se pro duj o, y se expli ca como una perturbación del nuevo tema por el anterior. Poco antes de pr egu nta r a mi comp añer o de viaje si habí a estado en Orvieto habíamo s hablado de las costumbres de l os tur cos residentes en Bosnia y en la Herzegovina. Yo conté haber oído a uno mis colegas que ejercía la Medicina en aquellos lugares y tenía muc hos client es turc os, que éstos suel en mo s trarse ll enos de confianza en el médico y de resign ación ante el destin o. Cua ndo se les anuncia que la mu erte de un o de sus deu dos es inevitable y que to do auxilio es inúti l, contes tan: «¡Señor (Herr), q ué le vamo s a hacer! ¡Sabemos que si hubiera sido po sible salvarle, le hubie rais salva do!» En estas frases se hallan co ntenido s los siguientes nom bre s: Bosnia, Herzegovina (Herr), y Señor que pueBotticelli den incluir rie de asociaciones entre Signorelli,
se en una se c) La serie de idea s sobre las costumb res de los turcos en Bosnia, etc., rec ibió la fa cultad de per turbar un a idea in me diatamente poste rior, por el hecho de haber yo a par tado de ella mi atención sin haberla agotado. Recuerdo, en efecto, que antes de m udar de tema quise re latar una segun da anéc dota que repo saba en mi m emori a al lado de la ya refer ida. Los turc os de que hablá bam os estim an el placer sexual sobre todas las cosas , y cuan do sufren un tra sto rno de este ord en caen en una desesperación que contrasta extrañamente con
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su conformidad e n el mom ento de la mu erte. Uno de lo s pa cientes que visitaba mi col ega le dijo un día: «Tú sabes mu y bien, señor (Herr), que cua ndo eso no es ya posible pierde la vida to do su valor.» Por no tocar un tema tan escabroso en una conversación con un desconocido re prim í mi intención de relatar este ras go cara cterístic o. Pero no f ue esto sólo lo qu e hice, sino que tamb ién desvié mi atención de la continu ación de aquella se rie de pensamientos que me hubiera podido llevar al tema «muerte y sexualidad». Me hallaba e ntonc es bajo los efectos de una noticia que pocas sem anas antes hab ía recibido, du rante un a corta estanci a en Trafoi. Un paciente en cuyo tra tamie nto había yo trabajado mucho y con gran interés se ha bía suicidado a causa de una incurable pe rtu rbaci ón sexual. Estoy seguro de que en to do mi viaje por la H erzegovi na no acudió a mi memoria consciente el recuerdo de este triste suceso ni de que tuv iera conexión con él. la conso nancia me obliga a adm itir que en aquellos momento s, y a pesar de la volun taria desviaci ón de mi aten ción, fue dicha reminisce ncia puest a en activid ad en mí. d) No pu edo ya, por tanto, considerar el olvido del nom bre Signorelli como u n acontecimiento cas ual y tengo que re conocer la influencia de un motivo en este suceso. Existían motivos que me indujeron no sól o a inter rum pir me en la de municación de sino mis pensam sobre la se s costum los turcos, etc., tamb iénientos a im ped ir que hiciese bres n cons cientes en mí aquellos otro s qu e, asoc iándo se a los anterio res, me hu biera n con ducid o hasta la noticia reci bida en Tr a foi. Quería yo, por tanto, olvidar algo y había reprimide determ inad os pensam ientos. Claro es que lo que dese aba ol vidar era al go muy d istinto del nom bre del pintor los fres cos de Orvieto; pero aquello que quería olvidar resultó ha llarse en conexión asoci ativa con dicho no mbre, de man era que mi volici ón er ró su blanco y olvidé lo uno contra mi vo luntad, m ientras quería con toda intención olvidar l o otr o.
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pacidad La repug de reco nancia rdara reco surgió rdar conserespecto ref ería aaun ot objeto, ro. El caso y l a inca sería más sencillo si ambas cosas, repu gna ncia e incap acida d, se hubieran referido a un solo dato. Los nombres sustitutivos no aparecen ya tan injustificados como antes de estas aclara ciones y aluden (como en una especie de tran sacción) a lo que quería ol vidar como a lo que qu ería recordar, mo s trándome que mi inten ción de olvidar a lgo no ha triunfado por complet o ni tam poc o fracasado en absoluto. e) La naturaleza de la asociaci ón estable cida entre el no m bre y el tema reprim ras idoBosnia, (mu erteHerzegovina y sexualidad, en elbuscado que aparecen las palab y Tetc., rafoi) es especialmente singular. El an terio r esquem a, que p u bliqué con mi r eferido artíc ulo , tra ta de re presen tar dicha asociación. En este proceso asociativo, el nom bre Signorelli quedó di vidido en dos tro zos. Uno d e ellos reapar eció si n m odi ficación alguna en un o de los nom bres sustitutivos, y el otro entró -p or su traducción Signor-Herr (Señor)- en numero sas y diversas relaciones con los nombres contenidos en el tema reprimid o, pero precis amente por haber sido traduc i-
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do n o pu do prestar ayuda ninguna p ara ll egar la reproduc ción buscad a. Su su stituc ión se llevó a cabo como si se hu biera ejecutado un desplazam iento a lo largo de la asoci a ción de los nombres Herzegovina y Bosnia, sin tener en cuenta para nad a el sentido ni la limitación acústica de la s sí labas. pue do s, los nom bres fuer on est e pro ceso deAsí un, mo análogo a como se manejad man ejanoslasenimágenes gráficas represen tativas d e trozo s de una frase con la que ha de formarse un jeroglífico. La conciencia no advirtió nada de todo el proceso que por ta les caminos produjo lo s no m bres sustitutivos en lugar del nombre Signorelli. Tampoco parece hallarse a primera vista una relación distinta de est a reaparición de las mismas sílabas o, mejor dicho, series de letras entre el tema en el que apareci ó el nom bre Signorelli y el que le precedió y f ue reprim ido . Quizá no sea ocioso h acer constar que las condiciones de la repro ducc ión y del olvido aceptad as po r los psicólogos, y que éstos cre en hallar en deter min ada s relacione s y dispos i ciones, no son c ontradicha s por la explic ación preceden te. Lo q ue hemos hech o es tan sólo añadir, en ciertos casos, un motivo más a los factores hace ya tiemp o reco nocidos com o capaces de pro ducir el olvi do de un nom bre y, ad emá s, acla rar el mecanismo del recuerdo erró neo . Aquellas disposicio nes son también, en nuestro caso, de absoluta necesidad para hacer posible el bre elemento se consigo apoderea la asociativamen te delque nom bu sca reprimido do y lo lleve represión. En otro nombre de más favorables condiciones para la reproducción quizá no hubiera sucedido esto. Es muy probable que un ele mento rep rimi do esté siempre dis puesto a manifestarse en cualquier otro lugar, pero no lo logrará sino en aquellos en los que su emergencia pueda ser favorecida por condiciones apropiadas. Otras veces la represión se verifica sin que la función sufra trastorno al guno o, como podríamos decir justificadamente, sin sínto mas.
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El resumen de la s condicionan tes del olvido de nom bres , acomp añado del recuerdo er rón eo, será, pues, el siguiente: 1.° Una determ inad a disposición p ara el olvido del nom bre de que se trate. 1° Un proceso represivo llevado a cabo poc o tiem po an tes. La posibilidad de una asociación externa entre nom bre que se olvida y el elemento anteriorm ente rep rim ido . Esta última condición no debe considerarse muy impor tante, pues la asociación externa referida se establece con gran facilidad y puede considerarse existente en la mayoría de los casos. Otra cuestión de más profu ndo alcance es la de si tal asociació n externa pu ede ser condició n suficiente para que el elemento reprimido perturbe la reproducción del nombre buscado o si no será, además, necesario que exista más íntima conexión entre lo s temas respectivos. Una ob servación superficial haría rechazar el último postulado y considerar suficiente la contigüidad temporal, aun siendo los contenidos totalmente distintos; pero si se profundiza más, se hallará que l os elementos unid os po r un a asocia ción externa (el reprimido y el nuevo) poseen con mayor fre cuencia una conexión en su conte nido. El ejemplo Signorelli es una pru eba de ello. El valor d e lo deducido de este e jemplo depen de, na tura l mente, de queaisla lo consideremo s como unhacer caso típico como un fenómeno do. Por mi part e debo constaro que el olvido de un nomb re, acomp añado de recuerdo err óneo , se presenta con extre ma frecue ncia en forma igu al a la que n os ha revelado nues tro análisis. Casi todas las veces que he ten ido ocasión de observar en mí mismo tal fenómeno he p odi do explicarlo del mismo modo; esto es, como motivado por represión. Exi ste aú n otro argu men to en favor de la natura leza típica de nu estro análisis, y es el de que , a mi juic io, no pueden separarse en principio los caso s de olvido de nom bres con recuerdo e rrón eo de aquellos otros en que no apa-
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recen nombres sustitutivos equivocados. Éstos surgen es pon táne ame nte en muc hos casos, y en los que no, pu ede for zárseles a emerger po r medi o de un esfu erzo de atenció n, y entonces mu estra n, con el eleme nto reprim ido y e l nomb re buscad o, iguale s conexione s que si su ap arición hubiera sido espontánea. La percepción del nombre sustitutivo por la conciencia parece e star regulad a por dos factore s: el esfue r zo de atención y una d etermin ante interna inherente al ma terial psíquico. Esta última pud iera buscarse en la mayor o menor facilidad con la que se cons tituye la necesaria asocia ción externa entre lo s do s elementos. G ran par te de los caso s de olv ido de nom bre sin recuerdo erró neo se un en, de este mod o, a los casos con for mación de nom bres sustitutivos en los cua les rige el mecan ismo descu bierto en el ejemplo Signorelli.
Sin embargo, no m e atreveré a afirmar rotun damente que tod os los casos de olvido de nom bre pu eden ser incl uidos en dicho grupo, pues, sin duda, existen algunos que presentan un proceso másiendo sencill o. Así,depues, obrar con pru dencia expon el estado cosacreem s en laossiguiente forma: junto a los sencillos olvidos de nombres propios aparecen otros
motivados por represión.
2. Olvido de palabras extranjeras :
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El léxico usual de nuestro idioma propio parece hallarse protegido del olvido den tro de los l ímites de l a función nor mal. No suce de lo mismo con los vocablos de un idio ma ex tranjero. En éste, todas las parte s de la oració n están igual mente predispuestas a ser olvidadas. Un primer grado de perturbac ión funcion al se revela ya en la desigualdad de n ues tro dominio sobre una lengua extranjera, según nuestro es tado general y el grad o de n uestra fatiga. Este olvido se m a nifiesta en un a serie de c asos siguie ndo el meca nismo que el análisis nos ha descu bierto en el ejemplo Signorelli. Para de mostrarlo ex pon drem os un soloenanáli un caso de ol do de un vocablo no sustantivo un asis citadelatina, análi sisvi al que valiosas partic ularid ades da n un extr aord inari o interés. Séanos perm itid o exponer con tod a amplitu d y claridad el pequeño suceso. En el pasad o verano rean udé, d uran te mi vi aje de vacaci o nes, mi trato con un joven de extensa cultura y que, según pude observar, conocía algunas de m is publicaci ones psico lógicas. No sé por qué de rrote ros llegamos en nuestr a con versación a tra tar de la situació n social del pueblo a que am bos pertenecemos, y mi interlocutor, que mostraba ser un 17
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tanto ambicioso, comenzó a lamentarse de que su genera ción estaba, a su juicio, destin ada al fr acaso, no pud ien do ni desarro llar sus talentos ni satis facer sus necesid ades. Al aca bar su exaltado y apasion ado dis curso qu iso cerrarlo con el conocido verso virgiliano en el cual la desdichada D ido en comienda a la pos terid ad su venganza sobre Eneas: Exoriare..., per o le fue impo sible reco rdar con exa ctitud la cita e in tentó llenar una notoria laguna que se presentaba en su recuerdo cambiando de lugar las palabras del verso: Exoriar(e) ex nostris ossibus Por últim o, exclamó con en fado: «No ponga us ted es a cara de burla, com o si estuviera gozán dose en mi confusión, y ayúdeme un p oco . Algo fal ta en el verso que deseo citar. ¿Puede usted decírm elo co m pleto?» En el acto accedí con gus to a ello y dije el verso y como es: nostns ex ossibus ultor! -Exoriar(e) -¡Q ué estupidez olvidar una palabra así ! Por cierto , que usted sost iene que nad a se olv ida sin una razón determ inan te. Me gustaría conocer por qué he olvidado ahora el pro nom bre indef inido aliquis. Esperando obtener una contribución a mi colección de observaciones, acepté en seguida e l reto y respon dí: -Eso lo po demo s averiguar en seguida, y, par a ello, le rue go a usted que me vaya com unic and o sinceramente y abste niéndose de toda crítica tod o lo que s e le ocurre cu ando d iri ge usted si n intención p articu lar su atención sobre la palabra
-Está bien. Lo prim ero que se me ocurre es la ridic ulez d e considerar la palabra dividida en dos par tes: a y liquis. -¿Po r qué? lo sé. -¿Qué más le ocurre? -La cosa contin úa así : reliquias-liquidación-líquido-flui do. ¿Ha ave rigua do usted ya algo? -N o; ni much o me nos . Pero siga ust ed.
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-Pienso -pro sigu ió, riendo con bu rla- en Si món de Tren te, cuyas reliquias vi hace dos añ os en u na iglesia de aquel la ciudad, y luego la acusación que de nuevo se hace los ju díos de asesinar a un cristiano cuando llega la Pascua para utilizar su sangre en sus ceremonias Recuerdo después escrito dede los judíos como en el que se consideran oestas supuestasel víctimas reencarnaciones nuevas edicion es, po r decirlo así, del Redentor. -Observará usted que esos pensamientos no carecen de conexión con el tema de que tratáb amos m omento s antes de no p oder usted recordar la palab ra latina aliquis. -E n efecto, ahora pienso en un artículo que leí hace poco en un periódi co italiano. Creo que se titulaba: «Lo que dice San Agustín de las mujeres». ¿Qu é hace u sted con este dato? -Por ahora, esperar. -Ahora aparece algo que seguramente no tiene conexión alguna con nuest ro tema... -Le ru ego p rescinda de to da crítica y ... -Lo sé, lo sé. Me acuerdo de un arrogante anciano que encontré la seman a pasad a en el curs o de mi via je. Un ver dadero srcinal. Su aspecto es el d e una gran av e de rapi ña. Si l e interesa a uste d su nom br e, le diré q ue se llama Benedicto.
-Ha sta aho ra tenemos por lo men os u na ser ie de sa ntos y padres de la Iglesia: San Simón, San Agustín, San Benedicto y Orígenes. Además, t res de es tos nombres son no mbre s pro pios, como tam bién Pablo (Paul), que aparece en Kleinpaul. -Luego se me viene a l as mientes San Jenaro y e l milagro de su sangre... Creo que est o sigue ya mecánicam ente. -Déjese usted de observaciones. San Jenaro y San Agustín tienen un a relación co n el calend ario. ¿Quiere usted recor darme en qué consiste el milag ro de la sangre de San Je naro? -Lo conocerá usted, seguramente. En una iglesia de se conserva, en u na amp olla de cristal, l a sangre de Sa n Jenaro. Esta sangre se li cúa milagros amen te tod os los años
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en dete rmina do día fe stivo. El pueblo se interesa mucho p or este milagro y experimenta gran agitación cua ndo se retra sa, como sucedió un a vez duran te u na ocupación francesa. Entonces, el gener al que man dab a las tropa s, o no sé si est oy equivocado y fu e Garibaldi, llamó apa rte a los sacerdotes y, mostrán doles con gesto sign ificativo los soldados que a nte la iglesia había apo stad o, dijo qu e esperaba que el milagro se prod uciría en seguida, y, en ef ecto, se prod u... -Siga us ted. ¿Por qué se detiene? -E s que en este instan te recu erdo algo que... Pero es una cosa demasiado íntima para comunicársela a nadie. Ade más, no veo que tenga conexión ningu na con nuestro asu nto ni que haya necesidad de contarla... -E l buscar la conexión es cosa mía. Claro que no pue do rle a con pe tarmroeentonces lo que a usted sea peno c omu aobliga otr a persona; no m leepida ustedsoque le e nicar xpli que po r qué ha olvidado la palabra aliquis. -¿De ve rdad? Le diré, pues , que de pron to he pensa do en una señora de la cual podría fácilmente recibir una noticia sumamente desagradable para y para mí. ! -¿Q ue le ha fal tado est e mes la menstru ación ? - ¿Cómo ha pod ido u sted adivinarlo? -N o era difícil. Usted mismo me pr eparó m uy bien el ca mino. Piense usted e n los santos del calendario, la licuefac ción de la sangre en un día determinado, la inquietud cuando el suceso no se produce, la expresiva amenaza de que el m ila gro tiene que realizarse o que si no ... Ha transformado u sted
el milagro de San Jenaro en un magní fico símbolo del per ío do la mujer. -Pero sin da rme en absoluto cuenta de e llo. ¿Y cree usted que realmente m i temerosa expectación ha sido la causa de no hab er logrado reproducir la palabra aliquis? -M e parece indu dab le. Recuerde uste d la división que de ella hizo en a y liquis y luego l as asociacion es: reliquias, liqui dación, líquido. ¿Debo también entret ejer en estas as ociado -
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re cu er do de S imón de T rento, sacrificado en -Más vale que no lo haga usted. Espero no tome usted en se rio esos pensa miento s, si es que realmente los he teni do, En cambio, le confesaré que la seño ra en cuest ión es ita liana y visité en su comp añía. Pero ¿no puede todo ello una pu ra cas ualidad? a su juicio el dete rmina r si toda esa se rie de asoci a ciones pued e explica rse por la interv enci ón de la casualidad. Mas lo qu e sí le advierto es qu e tod os y ca da uno de los casos semejantes qu e quiera usted som eter al análi sis le condu ci rán al descu brimien to de «casua lidades» igualm en te Estam os muy agradeci dos a n uestro com pañe ro de vi aje por su autorización para hacer público de que esteenpeque ño análisi s, que estimamos en muc ho,uso d ado él pu di mos utilizar una fuente de observación cuyo acceso nos está vedado de ordinario. En la mayoría de los casos nos vemos obligados a poner como ejemplos de aquellas per turbaciones psicológicas de las funciones en el curso de la vida cotidiana que aquí reunimos observaciones verifica das en nuestra propia persona , pues evitamos servi rnos del rico mate rial que nos ofrecen los enfermos n eur ótic os que a nos otro s acud en, po r temor a que se nos objete que los fe nómenos quedeexpusiéramos eranporconsecuencias y mani festaciones la neu rosi s. Es, ta nto , de gran v alor par a nue stro s fines el que se ofrezca como o bjeto de tal investi gación una persona desligada de nosotros y de nervios sa nos. El análisis que acabamos de exponer es, además, de gran importancia, considerado desde otro punto de vista. Aclara, en efecto, un caso de olvido de una palabra sin re cuerdos sustitutivos y confirma nuestra anterior afirma ció n de que la emergenc ia o la f alta de recuerdo s su stit uti vos equivocados no puede servir de base para establecer una diferenciación
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El prin cipal valor del e jemplo aliquis reside, si n emb argo, en algo distinto de su diferencia con el caso Signorelli. En este último, la reproducción del nombre se vio perturbada por los efectos de una serie de pensamientos que había co men zado a d esarrollarse poco tiem po antes y que fue inte rrum pidcon a deelrenuevo pente; pero no esta ba enelco nexión tema,cuyo en elcontenido cual estaba incluido nombre Signorelli. Entre e l tema reprim ido y e l del nom bre olvidado existía tan sólo una relación de contigüidad tem poral, y ésta era suficiente para que ambos temas pudieran ponerse en con tacto por medio de un a asociación En cam bio, en el ejemplo aliquis no se observa huel la ning u na de tal tema, indep endiente y reprim ido, que, habien do ocupa do el pensamien to consci ente inmed iatamente antes, resonara después, produciendo una perturbación. El tras torno reproducción surge aquí del interior del tema trata dodeylaa causa de un a contradicción inconsciente, que se alza frente a la opta ción expresada en la cit a latina. El orad or, después de lam entarse de que la actual generación de su pa tria sufr iera, a su juicio, un a dismin ución de sus derech os, profeti zó, im itan do a Dido, que la generación siguiente l le varía a cabo la venganza de los op rim ido s. Por tant o, había expresado su deseo de tener descendencia. Pero en el mism o mom ento se interpuso un pensamien to contradictorio: «En realidad, ¿deseas tan vivamente tener descendencia? Eso no es cierto. ¡Cuál no sería tu confusión si recibieras la noticia de que estabas en camino de obten erla en l a person a que tú sabes! No, no; nada de descendencia, aunque sea necesaria para nuestra ven ganza.» Est a contradicción m uestra su in fluenci a hacie ndo posible, exactamente como en el ejemplo Signorelli, una asociación externa entre un o de sus elemen tos de representación y un elemento del deseo contra dich o, lográndolo en este caso de un modo altamente violento y por med io de un ro deo asocia tivo aparentem ente arti ficio so. U na segun da coincidencia esencial c on el ejemplo Signo-
2. Olvido de palabras extranjeras
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result a del hecho de provenir la con trad icció n de fuen tes reprimidas y parti r de pensamientos que motiv arían un a desviación la atención. Hasta aquí hemparad os trigm ata do i ferencia e indeterno parentesco los dos as de dellao dlvi do de nombres. Hemos aprendido a conocer un segundo mecanismo del olvido: la perturbación de un pensamiento por una contradicción interna provenie nte de lo r epri mid o. En el curso de estas investi gaciones volver emos a h allar re petidas ve ces este hech o, q ue nos pa rece el más fácilmente comprensible.
3. Olvido de nom bres y de
de palabras
Experie ncias como la anterio rme nte relatada sobre el proc e so del olv ido de un trozo de un a frase en idioma extranjero excitan la curios ida d de com prob ar si el olvido de frases del idioma propio dem and a o no u na expli cación esenc ialment e distinta. No suele causar asombro el no poder reproducir sino con lagunas e infidelidades una fórmula o una poesía aprendidas de m emo ria tiempo atrá s. Mas como est e olvi do no alcanza por igual a la totalidad de lo apre ndi do, sino qu e parece asimismo desglosar de ello trozos aislados, pudiera ser de interés investigar analíticamente algunos ejemplos de tal reprodu cción defectuosa. Uno de mis colegas, más jov en yo, expresó, en el curso de una conversaci ón conm igo, la pres unc ión de que el olvi do de poesía s escrit as en la lengua materna p udier a obede cer a motivos an álogos a los que pro ducen el olvido de ele mentos aislados de una frase de un idioma extranjero, y se ofreció en el acto como objeto de una experiencia que acla rase su suposición. P regun tado con qué poesía deseaba que hiciéram os la pru eba, eligió La prometida de Corinto, com posición m uy de su agrad o, y de la que cr eía poder recitar de 24
Olvido de nombres y de series de palabras por lo me nos algunas estrofa s. Ya al comien zo de la reproducción surgió una dificultad realmente singular: preg unt ó mi colega- "de Corinto a Atenas" o " de Atenas a Corinto"?» También yo vacilé por un momento, hasta que, ech ánd ome a reír, observé que el título de la poe sía, La prometida de Corinto, no dejaba luga r a du das s obre el itinerari o seguido por el novio p ara lle gar al lado de ella . La repr odu cció n de la prim era estrof a se verificó luego sin tropiezo alguno o, por lo men os, sin que notásem os nin gu na infidelidad. Después de la primera línea de la segunda estrofa se detu vo el recitador y pareció buscar la cont inu a ción dura nte un os instantes; pero en seguida pro sig uió , di ciendo: Mas ¿será bien recibido p or sus hué spedes ahora que cada día trae consigo algo nuevo?
Él es aú n pagan o, como to do s los suyos , y aquéllos s on ya cristianos y están bau tizado s. Desde la segunda línea había yo ya sentido cierta extra ñeza, y al term ina r la cuarta con vinimo s ambo s en que el verso había sufrido una deformación; pero no siéndonos posible corregirla de mem oria, nos traslada mos a mi bibli oteca para consultar el srcinal de G oethe, y hallam os con sorpresa q ue el texto la s egun da de l a estrofa en absyolut o dife rente deldeproducido porlínea la memoria de mieracolega había sido sustitu ido p or algo que, al parecer, no tenía la me nor re lación con él. El texto verdadero es como sigue: Mas ¿será bien recibid o po r sus hués pedes no compra muy caro su favor?
Con «compra» (erkauft) rima «bautizados» (getauft), y, además , me pareció muy extra ño que la constelación paga-
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Psicopatologia de
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no, cristia nos y bautizados hubiese ayudado tan poco al citador a recon strui r con acierto el texto. -¿Puede usted explicarse -pregunté a mi cómo ha podido usted borrar tan por comp leto todo un de poesía le es perfectamente conocida? ¿Sospecha de qué contexto ha podido usted sacar la frase sustitutiva? Podía , en efecto, explicar l o que creía motiv o del olvida sufrido y de la sust itució n efectuada, y, forzándose visi ble mente p or tener que hablar de c osas po co agradables para dijo lo que sigue: -La frase «aho ra que cada día trae consigo algo nuevo» na me suena como totalmente desconoci da; he debido de pro nunciarla hace poco refiri éndome a mi situación nal, pues ya sabe usted que mi clientela ha aumentado mu cho en e stos últim os tiemp os, cos a que, como es natu ral, me tiene sfecho. mosfrase ahoraen asustitución la cuestión de ha po dido sati introd ucirseVaesta de cla ómo verdadera. También aquí creo po de r hallar un a conexión. La frase «si no compra muy caro su favor» era, sin duda alguna, desa gradable para m í, p or pod erse relacionar c on el siguient e he cho: Tiempo atrás p rete ndí la ma no de un a mujer y fui re chazado. Ahora que mi situación económica ha mejorado mucho proyecto renovar mi petición. No puedo hablar más sobre e ste asun to; pero con lo dicho com prend erá que no ha de ser muy agradable para mí, si ahora soy aceptado, el pen sar que tan to la ne gativa anterio r como el actual cons enti miento h an p odido obedecer a una especie de cálcul o. Esta explicación me pareció aclara r lo suced ido sin nece sidad de conocer más m inucioso s detalles. Pero, sin emba r go, preg unté: -¿Y qué razó n le lleva a usted a inmis cuir su prop ia perso na y sus asuntos privados en el texto de La prometida de Corinto? ¿Existe quizá tam bién en su caso aq uella diferencia de creencias religiosas que con stituyen u no d e los tema s de la poesía?
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(Cua ndo surge una nueva f e, el am or y la fidelidad son , con frec uencia, arrancados como perversa cizaña.) Esta vez no había yo acer tado , pe ro fue curioso obse rvar cómo unadedemmis pregunta yendo inó el espíritu i colega de tals,ma nerabien que dirigida, le perm ilum itió contes tarme con una explicación que seguramente había perma necido hasta ent onces oculta para él. Mirán dom e con expre sión atormentada y en la que se notaba algún despecho, murmuró como para sí mismo los siguientes versos, que aparecen algo más adelan te en la poesía goeth iana : Mírala bien.
Mañ ana habr á ella Y aña dió a p oco: «Ella es algo mayor yo.» Para no apen arle má s, desistí de prosegu ir la investi gación. Además, el caso me pareció suficientemente aclarado . Lo más sorprendente de él era ver cómo el esfuerzo efectuado para hallar la causa de u n inocente fallo de la me moria había llega do a herir cuestiones particu lares del suje to de la experiencia, tan lejanas al c onten ido de y tan íntimas y penosas. b) C. G. Jung expone otr o caso de olvido de varia s pala bras co nsecutivas de u na poesía conocida, que qu iero copiar aquí tal y como él lo «Un señor quiere recitar la conocida poesía "Un pino se alza solitario...", etc. A l llegar a la línea qu e comienz a "D or mita..." se que da atascado, sin po der continu ar. Ha olvidado por completo las palabras siguientes: "envuelto en blanco manto". Este olvido de un verso tan vulgarizad o me pareció extraño e hice que la perso na qu e lo había sufr ido me com u nicase todo aquello que se le fuese ocurriendo al fijar su atención en las palabras o lvidadas, las cua les le recordé, ob -
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teniendo la serie siguiente: Ante las palabras "envuelto en blanco manto", en lo primero que pienso es en un sudario -un lienzo blanco en el que se envuelve a los muertosLuego, en un íntimo amigo mío. Su hermano ha muerto hace poco de repente; que de apoplejía y Era también mu y corpule nto.dicen Mi amigo lo una también, rias v eces he pen sad o qu e po dí a sucederl e lo mismo. Hace una vida muy sedentaria. Cu ando m e enteré de l a muerte d( su her ma no, me entró el temor de que algún dí a pudiera yo sufrir igual mue rte, pues en m i familia tenem os tend encia la obesidad, y mi abuel o mu rió asimismo de una apoplejía También yo me encuentro demasiado grueso y he empren did o en estos días u na cur a par a adelgazar.» Vemos, pues -c om enta Jun g-, que el suje to se había ide n tificado ensudario. el acto incon scienteme nte con el pin o envuelto er un blanco c) El ejemp lo que a continua ción expo nem os, y que deb e mos a nues tro am igo S. Ferenczi, de Budapest, se refi ere, a diferencia de los anter iores , a un a frase no to mada de la de un poeta , sino pro nun ciad a por el prop io sujet o, que lue go no logra recordarla. Además, nos presenta el caso, nc muy com ún, en que el olvi do se po ne al ser vicio de discreción en mo mento s en que ésta se ve amenaza da del pe ligro de sucu mbir a una caprichosa veleida d. De este el fallo se convierte en una función útil, y cuando nuestro ánim o se serena hacemos justicia a aque lla corriente interna que ante riorm ente sólo pod ía exteriorizarse por un fallo, ur olvido, o sea una impotencia psíqu ica. «En una reunión se mencionó la frase Tout comprendn c'est Al oírla hi ce la observación de que cor la prime ra par te bastaba, siendo un acto de soberbia el me terse a perdonar; misión que se debía dejar a y los sacer dotes . Uno de los presentes halló mu y acertad a mi observa ción, lo cual me eanim ó a seguir hab land o, y pro bablemente para aseg urarm la buena op inión del benévolo crít ico, le
r Olvido de nombres y de series de palabras 29 comuniqué que poco tiempo antes había tenido una ocu rrencia aún más ingeniosa. Pero cua ndo quise comenzar a relatarla no con seguí reco rdar na da de ella. En el acto me re tiré un poco de la reunión y anoté las ideas encubridoras Prim ero acu dió el nom bre del amigo y el de la calle de B udapest, que fueron testigos del nacim iento de la ocurrencia buscada, y después, el nombre de otro amigo, Max, al que solemos llamar familiarmente Maxi. Este nom bre me condujo luego a l a palabra m áxim a y al recue rdo de que en aquella ocasión se trataba también, como en la frase inicial de este caso, de la transformación de una muy conocida. Por un ext raño p roceso, en vez de ocu rrírs eme a contin uación u na máxim a cualquiera, record é la frase siguiente: "Dios creó al ho mbre a su imagen", y su transfo r mación: "Elerdo homb uscado bre creó, aque Dios la suya". Acto seguido sur gió el recu se refería a lo siguiente: »Un amigo mío me dijo, paseando conmigo por la calle de Andrassy: "Nada hu man o me es aj eno", a lo cual res pondí yo, aludiendo a las experiencias psicoanalíticas: "Debías contin uar y reconocer que tamp oco nad a animal te es ajeno." de haber logrado de est e mo do hacerme con el recuerdo buscad o, m e fue imposible relatarlo en la reun ión en que me hallaba. L a joven esposa del amigo a quien yo ha bía llamado la atención sobre la animalidad de lo incons ciente estaba tamb ién e ntre los pres entes, y yo sabía que se hallaba poco p rep arad a para el conocimiento de tales poco halagadora s opin iones . El olvido suf rido me aho rró u na se rie de preg untas desagradab les que no hubiera dejado de di rigirme y quizá un a inútil d iscus ión, lo cual fu e, sin dud a, el motivo de mi amn esia tempo ral. »Es muy interesante el que se presen tase com o idea encu bridora un a frase qu e rebaja la div inidad h asta con siderarla como un a lo invención hum alana, la .fAm rasebas buscad alude que de anim hayalenparel que homenbre frasesa
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tienen, por tanto, común una de capitis todo el proce so es, s in dud a, la de la serie ideas sobre el comprender y el p erdonar, sugerida por 1Í conversación. »E1 que en este caso s urgie se rápidam ente l o débe se, quizá, a que en el acto de currir el ol vido aband on momen táneamente l a reunión, que se ejercía un a cen sura sobre e llo, para re tirarm e a cua rto solitario.» He analizado numeros os casos de olvido o incorrec ta de varias palabras de frase, y la conformida< de los resultad os de estas me inclina a admi tir que el mec anism o del olvido, ¿iescu bierto al analizar lo casos de aliquis y de La prometida de Corinto, pose e valide casi universal. No es fácil publicar con frecuencia tales ejem sis, dad que , como habráíntim vistoospodelr los ante riores,decoanáli nducen casiosiempre a anali za do, y a veces hast a penosos para él; po r la cual no aña diré n ing ún otro» ya expuestos. Lo qu de com ún tienen todo s estos c aso s, sin distinc ión del mate rial, es que lo olvidado o deforma do en tra en conexión, po un cam ino asociativo cualq uiera, con un contenido psíqui co inconsciente, del que pa rte influencia que se m a en forma de olvido. Volveré, pue s, al olvido d e cuya casuística y mo tivos no han quedado a ún ag ot ad os por completo, y esta clase de rend imientos fallido (Fehlleistungen) los pu e do observar con bastante frec uen cia en mí mism o, n o he d hallarm e escaso de ejemplos que a mis lectores. La leves jaquecas que padezco anunciarse unas hora antes de atacarm e por el olvido nombres, y cuan do Ilegal a su punt o cumb re, si bien no suficientemente inten sas para obligarme a aba nd on ar el trabajo, me privan frecuencia de la fa cultad de rec or da r todos los no mbres pro pios. Casos como este mío rosa objeción a nuestros
hacer surgir¿No una analíticos.
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acaso que d educ ir de él qu e la causa de olvidos, y en espe cial del olvido de nom bre s, está en una per tur bació n circu latoria o funcional de l cerebro y que, por tan to, n o hay que en busc ar explicaciones psicológicas a tales fenóMi opinión es en absoluto negativa y creo que ello equivaldría confundir mecan ism variables, o de un proc todos lo s acasos, con laselcondiciones y noeso, in igual evi tablemente necesarias, que p uedan favorecer su des arrollo. En vez de di scutir con d eten ción la objeción ex puesta voy a exponer una com paración , con la que creo qued ará más cla ramente anulad a. Supongamos que he cometido la imprudencia de ir a pa sear de noche p or los desiertos arrabales de u na gran c iudad y que, atacado por un os ladron es, m e veo despojado de mi dinero y mi reloj . En el p uesto de policí a más pró xim o hago luego la denu ncia con las pala bras siguien tes: «En tal o cual calle, la la me h an ro bad o el reloj y el di nero.» Aunque con esto no diga nada inexacto, correría el peligro de ser considerado -juzgándome por la manera de hacer la den un cia- com o un com pleto chif lado. La correcta expresión de lo suced ido sería decir que, favorecidos po r la soledad del lugar y al amparo la oscuridad que en él reina ba, me habían despojado de mi d inero y m i reloj desco nocidos malhechores. Ahora bien: la cuestión del ol vido de los nomb res esfavor a lgoecido tota lmen idéntico. Unturbación po der psíquico desconocido, por late fatiga, la per circu latoria y la intoxicación, me despoja de mi do minio s obre los nombres propios pert enecientes mi memoria, y este poder es el mismo q ue en otro s casos pued e prod uci r igual f allo de la memoria, gozando el sujeto de perfecta salud y completa capacidad mental. Al analizar l os caso s de olvido d e nom bres p ropio s obser vados en mí mismo, encuentro casi regularmente que el nombre retenido muestra hallarse en relación con un tema concerniente a mi pro pia p erso na y que con pue-
de la vida de d esp ertar en m í intensas y a veces peno sas Conforme a la acertada y recom endab le práctica de la Es cuela de (Bleuler, Jung, Rik lin), pu edo expresar est opin ión en la f orma siguiente: El nom bre inh ibido ha roza do un «complejo person al». La rel ación del nomenbr1 conenmimíp erson a es u na relación in esperada y f acilitada mayoría de los casos por una asociación superficial sentido de la palabra o simili cadencia ) y puede reconoce rs casi siempre como u na asociación lateral. Unos cuant os sen cilios ejempl os bas tarán para aclarar su naturaleza. a) Un paciente me pidió que le recomend ase un san ato ri situ ado en la Riviera. Yo conocía u no cerca de y re cordab a muy bien el nom bre del médico alemán q ue se ha Haba al frente de él; pero por el momento me fue imposibl record ar el no mb re del lugar en que se hallaba aun que sabía que l o conocía perfectamente. No tuve má s re medio que rogar al paci ente que espe rase un mo men to y re currir en seguida a las mujere s de mi fami lia para que me di jesen el nombre olvidado. «¿Cómo se llama la població próxima a don de tiene el doctor X s u pequ eño blecimiento en el que tanto tiem po estuvieron en cura las ñoras N. y R.?» «¡Es muy natural qu e hayas olvidado el no m bre de esta población! -me resp ondieron-. Se llama Nervi.> nervios las ciente. cuestio nes relativas a ellos m danEny aefecto, de po rlos sí queh acerysufi b) Otro pacien te me habló de u na cercana estación ve ra niega y manif estó que, adem ás las dos fondas más conocí das, exis tía una tercera, cuyo nomb re no p odía de cirme e aquel mom ento y a la que estaban liga dos para él dos r ecuerdos. Yo le discutí l a existencia de esta tercera f or da, alegando que había pasad o siete veranos en la locaiida referida y debía conoc erla, po r tan to, mejor que él. Excitad por mi contradicción, recordó el pacient e el nom bre de 1
fonda. Se llama Der Al oír su nombre tuve reconocer que mi interlocutor tenía razón y confesar, ad<
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que dur ante siete sema nas ha bía vivido en la más vecindad de dicha fonda, cuya existen cia negab a aho ra tanto emp eño. ¿Cuál es la raz ón de habe r olvidado tanto a cosa misma como su nombre? Opino que la de que el lombre suena muydedic pareado cidam apell Je uno de mis colegas vie neses a miente mi alsma espido e:ialidad. Es, pues, en este caso , el «com plejo profesional» el que había sido rozado en m í. c) otra oca sión, al ir a tom ar un billet e en la estación de me fue imposible re cordar el no mbre , mu y fa miliar para mí, de la más pró xim a estación im porta nte po r a pasa do num erosas v eces anteriorm ente y me vi a buscarlo en un itinerario. El nom bre era Rose n(casa de ro sas). Al verlo des cubrí en seguida c uál era la que me lo había hecho olvidar. Una hora antes estado en casa de u na he rm ana mía q ue vive cerca de Mi her ma na se llama Ros a y, por tan to, venía ie de Rosa «Rosenheim». Est e nom bre me había sido el «complejo familiar». d) Esta influencia depredadora del «complejo familiar» demostrars e con una num eros a serie de jem plos . Un día acud ió a mi consulta u n joven, he rmano me nor de mis al cual yo había vi sto innum erables vey después que acostumbraba llamar r suimposible nombre de hablar de suavisita mepofue re pila. cord Al ar nombre, que yo sabía no era nada rar o, y no p ude re)roducirlo por más inte ntos que h ice. En v ista de ello, al salir la calle fui fijándome en los nombres escri tos en las muesras tie ndas y en las placas de anuncios hasta reco no;er el nombre buscado en cu anto se pres entó ante m is ojos. análisis me d em ost ró que había yo tr azad o un paralelo el visi tante y mi propio herm ano , paral elo que en la siguiente preg unta re prim ida: «En un cas o seme
¡sehech o más conducido hermanoio?» igualmente bien tod o mi lo contrar La conexo ión
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exterior entre los pensamientos concernientes a la extr aña y a la mía p ropia ha bía sido facilitada por el de que en una y otra lle vaba la madr e igual nom bre : el Amalia . Subsigui entement e com pren dí los nom bres tivos, Danie l y Francisco, que se hab ían pre sentado sin cación ninguna. Son éstos, así como Amalia, nombres personajes de Los bandidos, de Schil ler, y tod os ellos están < conexión con una chanza del popular tipo Dam Spitzer. e) En otr a ocasión me f
ue imposible hallar el nom bre un paciente que perteneció a mis amistades análisis no me condujo hasta nom bre buscado sino de de un largo rode o. El paciente me había manifestado temo r de perd er la vista. Esto hizo surg ir en mí el de un joven que se había quedado ciego a consecuencia un dis paro , y a este recuerdo se agregó el de otr o joven se había suicidado de un tiro . Este últim o individ uo se 11 maba de igual mod o que el primer paciente , aunq ue no con él parentesco ning uno . Pero hasta des pués de haberr dado cuenta de que en aquellos días abrigaba el temor de q algo análogo a estos dos cas os ocu rrie ra a una person a de propia familia no fue posible ha llar nom bre buscado. Así, pues , a través de mi pen sam ient o circula una incesa te corriente de «autorreferencia» (Eigenbeziehung), de cual no tengo noticia algunadegeneralm pero quePare se ra en tales ocasiones olvido deente, nombres. como si hubiera algo que me obligase a comparar con propia persona todo lo que sobre personas ajenas oigt como si mis comple jos persona les fueran puesto s en mie nto al percatarse de la e xistencia de otros . Esto no pue ser una cualida d individual mía, sino que , po r el contra r debe de constituir muestra de la man era que todos mos de com pre nderl o que nos es aj eno. Tengo motivos pa supo ner que a otr os individuos l es sucede e n esta cue stión mismo mí.
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El mejor ejemplo de esta clase me lo ha relatado, como experiencia personal suya, un cierto señor En el de su viaje de nov ios encontró en Venecia a un quien conocía, a un qu e mu y superf icial mente, y tuvo me presentarl e a su mujer . No recor dan do el no mbre de disujeto, salió del paso con un murmullo ininteligible. al encontrarle po r segunda y no pud iend o esqui varle llamó apa rte y le rogó le sacase del apu ro diciéndole su que sentí a m uc ho h aber olvidado. La respuest a del [esconocido de mostró q ue poseía un superior cono cimie nde los hom bres: «No me ex traña nada que no hay a po diust ed retener m i nom bre. Me llamo igual que usted: ¡LeNo podemos reprimir una impresión ligeramente [esagradable cuando encontramos que un extraño lleva luestro prop io n om bre. Yo sentí claramente es ta impresión 1 prese ntárseme un día en mi consulta un señ or S. Freud. )e todos modo s, hag o co nsta r aqu í la afirmació n de uno de nis críticos, que aseg ura c om portar se en es te pun to de un nodo opuesto al mí o. f) El efecto de la relació n perso nal aparece tam bién en el iguiente ejemplo, comu nicad o po r «Un cierto señor Y. se ena moró, sin s er correspo ndid o, de seño rita, l a cual se cas ó poc o de spués con el señor X. que el señor Y. conoce señor X. ya mucho pesaryde iempo hast a tiene relaciones comalerciales con él, olvida de ontinuo su nombre, y cuando quiere escribirle tiene que cudir a alguien que se lo re cuerd e.» La motivación del olv ido es, en est e caso, más visi ble que n los anterio res, s ituados bajo la constelación de la referenia personal. El olvido p arece ser aquí la consecuencia direcde la anim osidad del s eñor Y. contra su f eliz rival. No qui esaber éL g) El motivo del olvid o de un nom bre puede ser también más sutil, puede ser, p or decirlo a sí, un rencor
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contra su portador. La señorita I. v. K. relata guiente caso: «Yo me he construido para mi uso particular la teoría si guiente: Lo s hom bres que poseen ap titude s o
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tos pictóricos suelen com prender y alcocont ra rio. Hace algúnno tiem po hablaba sobrelaestmúsica, a cuestión n una persona, y le dije: "Mi observación se ha dem ost rado siem pre com o cierta, except o en un caso ." Pero al quere r cit ar al individu o que constituía esta excepción no me fue posib le recordar su nom bre, no obstante saber que se trata ba de uno de mis más ín timos con ocidos. Pocos días des pués oí casual mente el nom bre olvidado y lo reconocí en el acto com o el del destru ctor de mi teoría. El rencor que incons cientemente abrigaba contra él se manifest ó por el ol vido de su nombre, en h) ex trem o familiar paracomunicado mí.» El siguiente caso, por Ferenczi, y cuyo análisis es especialmente instructivo, por la explicación de los pensamientos sustitutivos (como Botticelli y en sustitución de Signorelli), muestra cómo por caminos algo dife rentes de los seguidos en los casos anter iore s conduce la autorref erencia al olvido de un nombre. I «Una señora que ha oído h ablar algo de psicoan álisis no puede recor dar en un mome nto dado el nomb re psiquia- i »En vez de este nombre se presen tan siguientes tutivos: (un í »No le comunico el nom bre q ue bu sca y le ruego me vaya | relatan do las asociaciones libres que se presen ten al fija r su atención en ca da uno de l os nombres sustitutiv os. »Con Kl, piensa en segu ida en la señora de y en que es un tanto cursi y afectada, pero que se conserva muy bien para su edad . "No envejece." Como co ncep to general y pri n cipal sobre
y Nietzsche, habla de perturbación mental.
freudianos, inves Después dice irónicamen tigará n tanto las causas dete: "Ustedes, enfermedades mentales, que
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acabarán por volv erse tam bié n locos." Y luego: "No puedo resistir a ni a Nietzsche. No los com prendo . He oído que amb os eran homosexuales." se rodeaba siempre de (junge Leut e). Aun que al final de la (junge frase ciad o ylanopalabra buscada no se ha hapro dadnun o cuenta le ha servid o par a recordarla. fijar la atención en el nombre de Ha uptmann asocia él las palabra s mitad y juventud y entonces, despué s de dirigir yo su atenc ión sobre la juventud (Jugend), cae en que Jung era e l nom bre que buscaba. esta señora, que perdió a su marido a los treinta y nueve años y no tiene probabilidades de casarse otra vez, posee motiv os suficientes pa ra evitar el recuerd o de todo aque llo que se refi era juventud o vejez. Lo interesante del caso es que la s asociaciones de los pensam ientos sustitutivos del nom bre buscado son pu ram ent e de contenido, no presentán dose nin guna asociación po r similicadencia.» i) Otr a distinta y muy sutil motiv ación aparece en el si guiente ejemplo de olvido de n ombre , aclarado y explicado por el mism o sujeto que lo pade ció. «Al presentarme a un examen de Filosofía, examen que consideraba como a lgo secunda rio y al margen de mi verda dera act ividad, fui preg unt ado sobre la s do ctrin as de Epicu
si sab Respondí ía quién había itadoGassendi, sus teo ríasyendespués siglos sobre posteriores. que resuc Pierre nombre qu e había oído citar dos días antes en el ca fé com o el de un discí pulo de Epicuro. El examin ador me pregu ntó , un tanto asom brado, que de dó nd e sabí a eso, y yo le contesté, lleno de a udacia, que hacía ya much o tiem po que me in tere saba Gassendi y estudiab a sus obras. Todo es to dio como re sultado que la nota obtenida en el examen fuera un magna cum laude; pero más tarde me produjo , desgraciadam ente, una tenaz incl inación a olvidar el nom bre de Gassendi, mo tivada, sin duda , por mis rem ordim ientos . Tampoco hubiera debido conoc er anterior men te dicho nombre.»
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Para pod er apreciar la intensidad de la repugnan cia que el narrador experimenta a recordar este episodio de examen hay que cono cer lo mu cho en que estima ahora su título de doctor. j) Añadiré aquí un ejemplo de olvido del nombre de una ciudad, ejemplo que no es quizá tan sencillo como los ante rio rment e expuestos, pero qu e parecerá verosímil y val ioso a las pers onas familiarizadas con esta clase de investigaciones. Trátase en este ca so del nom bre de una ciud ad italiana, que se sustrajo al recu erdo a consecuencia de su gran semejanza con un nom bre pro pio femenino, al que se hallaban ligada s varias reminiscencias saturadas de afecto y no exterioriza das segura men te hasta su agotamiento. El doc tor S. Ferenczi, de Budapest, que obs ervó en sí mismo este caso de ; do, lo trató -y muy acer tada mente- como un anál isis de un sueño o de una idea neurótica. «Hallándom e de visita en casa de una familia de mi amis- ; tad , recayó la conversación sobre la s ciudad es del no rte de Italia. Uno de los presentes obs ervó que en ellas se echa de ver ¡ aún la influenc ia aus tría ca. A con tinu ació n se citar on los | nomb res de algunas de estas ciudades, y al quer er yo cit ar i también el de u na de ella s no logré evocarlo, aunq ue sí recor- i daba haber pasad o en tal ciudad dos días muy agradables, lo
cual noEnparece conforme con ladeteoría freudiana del olnta vido. lugar mdeluy buscado n ombre la ciudad se prese ron las sigui entes ideas: león de Brescia. »Este león lo veía objetivam ente an te mí bajo la forma de una estatua de mármol; pero observé en seguida que semejaba mucho menos al león del monumento a la Libertad i existente en Brescia (monumento que sólo conozco por fo togra fía) que a otr o ma rm óre o león visto por mí en teón erigido en el cementerio de Lucerna a la memoria de los soldados de la Guardia Suiza muertos en las Tullerías, monu
mento del que poseo una reproducción en miniatura. Por último, acudió mi memoria el nombre buscado: Verona. 1
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me di cuenta de la ca usa de la amne sia sufrida, causa que no era otra sino un a antigu a criad a de la familia en cuya casa me hallaba en aquel momento. Esta criada se llama ba Verónica, en húngaro Verona, y me era ex traord inaria men te antipática por su repulsi va fisonomía, su voz ron ca y destemplada y l a ina guan table familiaridad, a la que se creía con derecho po r los much os añ os q ue llevaba en la casa. También me había parecido insoportable la tiranía con que trataba a los hijos pequeños de sus amos. Descu bierta esta causa de mi olv ido, hallé en el acto la signifi ca ción de los pen sam iento s sustitutivos . »Al nombre de Capua había asociado en seguida caput pues con frecuencia había comparado la cabeza de Verónica a un a calavera. La p alabra h úngara kapzsi (co dicioso) había constituido del desplazamiento. Comoseguramente es natu ral, una hallédeterminante tamb ién aque llos otros camino s de asociaci ón, m ucho m ás directos, que unen Capua y Verona como conceptos geográ ficos y pala bras it alianas de un mismo ritm o. «Esto último sucede asimismo con respecto a Brescia. Pero tam bién aquí hallamos ocultos cam inos later ales de la asociación de ideas. antip atía po r Verónica llegó a ser tan in tensa, que la vista de la infeliz criad a me causaba verdadera re pug nanci a, pareciéndome imposible que su persona pudiese inspirar al guna vez sentimientos afectuosos. Besarla -di je en una oca sió n- tiene que pr ovocar náuseas (Brechreiz). Sin embargo, esto no explica en nada su relación con los muertos de la Guardia Suiza. »Brescia, po r lo meno s en Hungría , suele unirse no con el león, sino con fiera. El nomb re más odiad o en esta tie rra, como también en la Italia septen trional, es el del ge neral Haynau, al cual ha dado el sobrenombre de la hie na de Brescia. De l odiad o tirano Haynau no s lleva, pue s, una de las ruta s mentales, p asan do sobre Brescia, hasta la ciudad
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de Verona, y la otra, pas and o por la idea del animal sepultu rero de ronca voz (que coadyuva a dete rmin ar la emer gencia de la representación monumento funerario), a la calavera y a la desagradable voz de Ve rónica, tan atro pellada po r mi in consciente. su tiempo, reinaba men te en la Verónica, c asa comoen el general austríaco so tan bretiránica los liberta rios húnga ros e itali anos. »A Lucerna se asocia la idea de un veran o qu e Veróni ca pasó con sus amo s a orilla s del lago de lo s Cuatro C antones, en
proximidades de dicha ciudad. La Guar dia Suiza, a la
reminiscencia de que sabí a tira niz ar no sólo a los niñ os d e la casa, sino también a l as person as mayores, c omplaciéndose en el papel de garde-dame. »Haré constar especialmente que esta mi antipatía hacia Verónica pertenecía co nscientem ente a cosas ya pasadas y dom inad as. Con el tiemp o había cambiado Ver ónica muc ho exteriormente, y modific ado sus m aneras de tal mod o, que al encontrarla (cosa que de todos modos sucedía raras ve ces), pod ía yo hablarle con sincera amabilidad. Mi inco ns ciente conservaba , sin embargo, como generalmente sucede, las impresiones con un a mayor tenacidad . Lo inconsciente es rencoroso. »Las TuUerías constituy en una alu sión a u na se gund a per sonalid ad,ado" a un a las anciana señora ncesa que ntas realmente ha bía "guard señoras de lafra c asa en disti ocasiones y a la que todas m ost raba n gra ndes conside raciones y hasta quizá temían un poco. Yo fu i dura nte algún tiem po alumno suyo de conversación francesa. Ante la palabra recuerdo, además, que en una visita al cuñado del que en aquel momento era mi huésped, residente en la Bohemia septe ntrion al, me hizo reír mu cho el que entre la g ente del pueblo de aquell a comarca se llam ara "leones" los alumnos de la Escuela forestal allí existente . Este di vertido recuerdo debió de participar en el desplazamiento de
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El ejemplo que va a continuación'* muestra cómo un complejo person al que dom ina al sujeto en un mom ent o de term inado p uede produ cir en dicho momen to y en cuestio nes apa rta das de la natura leza del complejo el olvido de un nombre. Dos in divi duo s, viejo el un o y joven el otro , se hallaban conversando so bre sus recuerd os de los bello s e interesantes días que hab ían vivido d ura nte un viaje que hacía sei s meses habían hec ho p or Sicilia. -¿Có mo se l lama el lugar -pre gu ntó el jov en- don de per noctam os al emp rend er nuestra excursión a Seli nunt? ¿No era El rechazó es te nom bre: -Estoy se guro -d ijo- de que no se llamab a así; pero tam k)
bién olvidadodecómo, ue recuerdo todosyoloshedetalles nuestra aunq estancia en aquelperfectamente sitio. Basta que me dé cuenta de que otr a persona ha olvida do un n om bre par a incu rrir en igual olvido. Vamo s a tra tar de buscar éste. El p rim ero que se me ocu rre es Caltanisetta, q ue desde luego no es el verdad ero. -N o -resp ond ió el joven -; el nombre q ue buscamos co mienza con o por lo men os hay al guna w en él. -N o hay ning una palabra italia na que tenga una -obje tó el -E s que me he equiv ocado . Quería decir una v en vez de una Mi lengua m atern a me hace confundirl as fácilment e. El presentó nuevas contra la existenc ia de una en el nom bre olvid ado, y dij o luego: -C reo que ya se me hab rán olvidado muchos nom bres si cilianos. Vamos a ver . ¿Cómo se llam a, por ejemplo, aquel lu gar situado sobre una altura y que los antiguos denomina ban Enna? lo sé: Castrogiovanni! En el mism o m om ento en que acabó de pron unc iar es te nom bre, d escubrió¡Castelvetrano!, el joven el que indicand ambos ha o bían olvidadoa antes, y exclamó: gozosamente
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su interlocutor el hecho de que, en efecto, existía en este nombre la letra como él había afirmado. El vi ejo du dó aú n I algunos momentos antes de reconocer el nombre; pero una vez que aceptó su exa ctitud, p udo ta mbi én explicar la razón de -Seguramente haberlo olvidado. - dij o-, el olvi do se deb e a que la parte final del nombre , o sea me recuerda la pala bra veterano, pues sé que no me gu sta pe nsar en la vejez y reacciono con ex trañ a intensidad cuan do se me hace re cordar. Así , hace poco que dije, un tanto inconvenientemente, a un muy querido amigo mío, «que hac ía ya mucho tiem po qu e había pas ado de los años ju veniles», como en venganza de que d icho am igo, en medio de múltiples alabanzas a mi pers ona , había dicho un día que «yo no era ya precisamente joven». La pru eba de que mi resistencia surgía tan sólo contra la segunda mitad del nombre Castelvetrano, es que su prim era mita d apar ece, aun que algo desfigurada, en el nombre sustitutivo -•¿Y qué le sugiere a usted este nombre sustitu tivo po r sí mismo? -preg untó el joven. -Caltanisetta me pareció siempre un apelativo cariñoso aplicable una muchacha joven -confesó el anciano interlocutor.
Algún tiempo despu és añad ió éste: -El nombre también un nombre sustitutivo. Se moderno me oc urr edeaho raEnna era el nom bre Castrogiovanni, que sur gió con ayuda de un raciocin io, alude tan expresi vamente = joven, como el olvidado nombre Castel vetrano a veterano = viejo.
De este modo supuso el anciano hab er explicado su ficien temente su ol vido del nom bre . Lo q ue no fue some tido a in vestigación fue el motivo de que también el joven sufriera igual olvido. Debemos interesarnos no sólo por los motivos del olvido de nombres, sino por el mecanismo de su proceso. En un
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gran nú me ro de caso s se ol vida un nom bre, no p orqu e haga surgir po r sí mism o tales motivos, sino porqu e roza po r similic adenci a otro no mbre contra cual se dirigen aquéllos. Se com pren de que tal debilitación de las condiciones fa vo rezca extraordinariamente la aparición del fenómeno. Así sucede en los siguientes ejemplos: a) Ed. H itschm an («Dos cas os de ol vido de nomb res», en Internat Psychoanalyse, b) El señor N. q uiso indicar a un a person a el títu lo de la sociedad Ranschburg, libreros; pero por más es
fuerzos que hizo no logró acordarse más que del segundo nombre, Ranschburg, a pesar de serle muy familiar y conoci da la firma com pleta. Lig eramente molesto p or tal olvido, le concedió impo rtan cia suf iciente par a desp ertar a su herma no, que había acostado ya, sey lapreg por lay al prioír melara parte de se la firma . El he rmano di jountenarle seguida, palabra Gilhofer recordó N. en el acto la palabra Gallhof, nombre de un lugar donde meses antes había estado de pa seo con un a atractiva muc hacha, paseo lleno de recuerd os para él. La mu chach a le había regalado aquel día un objeto sobre el que se halla ban escritas las siguientes palabras: «En recuerdo de las be llas hora s pasad as en Gallhof.» Pocos días antes del olvido que aquí relatamos había N. estropeado considerablemente, al parecer po r casualidad, este objeto, al cerrar el cajón en que lo g uard aba , cosa de la que N ., con o cedor del sentido de los actos sintomáticos lungen), se reconocía en cierto m od o culpable. S e hallaba en estos días en una situación espiritual un tanto ambivalente con respecto a la señorita de refer encia, pues aun que la que ría, no com partía su de seo de contraer matrim oni o. c) Do ctor H ans Sac hs: «En una conversación sobre y sus alrededores quiso un j oven citar el lugar llam ado mas no pudo re cordar sinoa su después d e un de aquel intenso zo mensutal.nom Al vbre olver ca sa, pen sanrato do en enfaesfuer doso
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olvido de un no mbre que le era muy fa miliar, recordó de re pen te la palabra de son ido semejante a la olvidada. Sabía que Peli era el nombre de u na isla del mar del Sur , cuyos habitantes han con servado hasta nuest ros días algunas ex trañas costumbres. Poco tiempo antes había leído una obra de Etnologí a que t ratab a de esta cuestión, y pensab a utiliza r los datos en el la conten idos pa ra la construc ción de u na hipótesis srcinal. Recordó asimismo que Peli era el lugar en que se desarrollaba la acción de una novela de Laurids Bruun titulada Los tiempos más felices de Van Zanten, novela que le había gustado e interesado grandemente. Los pensa mientos que ca si sin interrupció n le habían o cupad o d uran te todo aquel dí a se hallaban liga dos a un a carta que había recibido por la mañana de una señora a la que amaba, c arta una entrevista cuyo co ntenidoacordada le hacía con temer anteriori que tuviera dad.que Después ren de unchaber iar a pas ado to do el día de perverso hu mo r, sali ó al anochec er con el propós ito de no atorme ntarse por más tiem po con tan penosos pensam ientos y procu rar distraerse agradable men te en la reunión en la que l uego surgió su olvido del nom bre reunión que se componía de personas las que estima ba y cuya compañ ía le era grata. Puede vers e claramen te que este propósito de distraer sus desagradables pensamien tos quedaba amena zado por la palabra Pegli, que por similicaPeli, de denci a había de sugerir eninterés el acto etnológico el nom brune valor el cual, habiendo adquirido por su autorreferencia, encarnaba no sólo "los tiempos más feli ces de Van Zanten ", sino a simis mo los de igual condició n del joven y, po r tanto , tam bién los temore s y cuida dos que este último había abrigado dur ante to do el día. Es muy ca racterístico el hecho de que esta senc illa interp retac ión del olvido no f uera alcan zada por el sujeto has ta que un a se- ' gunda carta conv irtió sus duda s y temo res en alegr e certe za de una próxima entrevista con la señora de sus pensa
mientos.»
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Recordando ante es te ejemplo el anterio rme nte citado , en el que lo olvid ado p or el sujeto era el nombre del lugar i talia no Nervi, caso semejante al últi mo e xpues to, se ve cóm o el doble sentido de una palab ra puede ser sustituid o po r la similicadencia de dos p alablarasguerr diferentes. Al estallar en 1915 a con Itali a pude ob ser var cómo se sustraía de repente a mi memoria una gran canti dad de nombres de poblaciones italianas que de ordinario había podido citar sin esfuerzo alguno . Co mo o tras mu chas personas de nacionali dad germánica, acostum braba yo pa sar una pa rte de las vacacione s en Italia, y no pod ía du dar de que tal olvi do general de nom bre s italianos fuer a la expre sión de la comprensible en emis tad hacia Ita lia, en la que se transformaba, por mandato de las circunstancias, mi ante rior predilección por dicho pa ís. A l lado de este olvido de nombres directamente motivado, p odía observarse también otro, motivad o ind irecta mente y qu e po día ser refer ido a la misma influencia. Durante esta época advertí, en efecto, que también me hallaba inclinado a olvidar nombres de poblaciones no italianas, e investigando estos últimos olvi dos ha llé que tales nom bres se ligaban siempre, por próx i mas o lejana s semejanza s de soni do, a aquell os ot ros itali a nos que mis sentimientos circunstanciales me prohibían recordar. De este mod o estuve esf orzándome un día en re cordar el nom bre de la ciudad de Bisenz, situada en Mora via, y cuand o, por fin, logré recordarlo vi en seguida que el olvido debía p oners e a cargo del Palazzo Bisenzi, de Orvieto. En este Palazzo se en cuen tra instalado el hotel B elle Arti, en el cual me había hosp edad o siempre en tod os m is viajes a d i cha población. Como es natural, los recuerdos preferidos y más agradables había n sido los más fuertemente perjudica dos po r la transformación de mis sentimientos. El rend imi ento fal lido del olvido de nomb res pued e po nerse al selos rvicio de dif que erentes intencion es, como nos lo de muestran eje mplos siguen:
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Olvido de un nom bre co mo g arantía de l olvido de un propósito: A. J. Storfer («Zur Psychopathologie des Alltags», en Internationale Zeitschrift für arztUche Psychoanalyse,
1914). «Una seño ra de Basi lea recibió una mañana la not icia de que un a amiga s uya de juven tud, X., de Berlín, acaba ba de llegar a B asilea en el cu rso de su viaje de n ovio s, pero que no permanecería en esta ciudad más que un solo día. Por tanto, fue en seguida a visitarla al hotel. Al despedirse po r la maña na, q uedaron de acuerdo en verse de nu evo por la tarde, pa ra pasar juntas la s ho ras restantes hasta la partida de la recién casada berlines a. »Mas la señora de Basilea olvidó por completo la cita.
Las determinaciones estel olvido mehallaba son conocidas, pero en la situación endeque a seño no ra se (encu entro con una amiga de juventud, recién casada) se hacen posi bles multitud de constelaciones típicas, que pueden pro ducir una represión encaminada a evitar la repetición de dicho encuentro. Lo interesante en este caso es un segun do rendimiento fallido que surgió como inconsciente ga rantía del prim ero . A la hora en q ue debía encontrarse co n su amiga berlinesa se hallaba la señora de Basilea en una reu nión , en la cual se llegó a hab la r de la reciente boda de Kurtz. La señora una cantante de ópera vienesa llamada comenzó a criticar (¡!) dicha boda, querer citar el nom bre de la can tante vio con so rp re sa que sól o reco rdaba el apellido Kurtz, pero que le er a imposible recordar el nom bre, cos a que l e desagradó y ex tr añ ó en extremo , dado que sabía le era muy conocido por haber oído cantar frecuen tem ente a la re ferida artis ta y ha be r hab lado d e ella, citán dola por su nombre y apellido, pues es cosa corriente, cua nd o un apell ido es mon osil ábic o, agregar a él el nom bre propio para nombrar a la persona a quien pertenece. La conversación tomó en seguida otro rumbo antes que
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nadie subsanase el olvido pronunciando el nombre de la cantante. »A1 anoch ecer del mis mo día se hallaba la señora en o tra reunió n, compuesta, en parte , por l as mismas person as que integraban la desobre po r lalatarde. Lalaconversación re cayó casual mente de nuevo boda de artis ta vienesa. La señora citó entonces, sin ninguna dificultad, su nombre completo: Kurtz, y en el acto exclamó: "¡Caramba! Ahora me acuerdo que he olvidado en absoluto q ue estaba cit ada esta tarde con mi amiga Selma." Una mi rada al re loj le demo stró que su am iga debía de hab er con tinu ado ya su viaje.» Quizá no estemos aún suficientemente preparados para hallar tod as las im port antí sim as relacione s que pued e ence rrar este interesantísimo ejemplo. En el que a continuación transcribimos, menos complicado, no es un nombre, sino una palabra de un idioma extranjero, lo q ue cae en el olvido, por un motiv o implícito en la situación del suj eto en el mo mento de no poder recordarla. Vemos, pues, que podemos considerar como un solo caso estos olvidos, aun que se refie ran a objeto diferente: nombre sustantivo, nombre propio, palabra extranjera o serie de palab ras. En el siguiente ejemplo olvida un joven la palabra inglesa correspondiente a oro (gold), que es precisamente idéntica en am bos alemán e una inglés, y ladeseada. olvida con el f in in consci enteiddeiom d aras,ocasión acción b) Han s Sachs: «Un joven que vivía en un a pen sión con oció en el la a una muchacha inglesa que fue muy de su agrado. Conversando con ella en inglé s, idiom a que d omina bastant e bien, la mis ma noche del día en que la habí a conocido quiso u tilizar en el diál ogo la palabra ingles a corresp ond iente a oro (gold), y a pesar de múltiples esfuerzos no le fue posible hallarla. En cambio, acudieron a su memoria, como palabras sustitutiy la griega chrysos, agol vas, la francesa or, la latina pán dos e en su pensam iento con tal fuerza le costaba tra -
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bajo rechazarla s, a pesar de saber con toda seg urid ad qu e no tenían parentesco alguno con palabra buscad a. P or últi mo, no hall ó o tro camino pa ra hacerse comprend er qu e el de tocar un anillo que la joven ingles a llevaba en un a de sus m a nos , y quedó to do aver gonzado al oírl e que la tan b us cad a traducción de la palabra oro (gold en alemán) era, en inglés, la idéntica alto val or de tal contacto, aca rrea do p or el olvid o, no reposa tan sólo en l a decorosa satisfac ción instinto de aprehensión o de contacto, satisfacción que puede conseguirse en muchas otras ocasiones ardientemente apr ovechadas por los enamo rados , sino muc ho m ás en la circunsta ncia de hacer posible u na aclaración d e las in tenciones del galanteo. El inconsciente la dam a sobre o si está en fad etrás vor de nterloent cuto r, el objetotod erótico delpredispuesta olvido, oculto desuuni inoc e dis fraz, la forma en la interesada a coja el con tacto y por válida su motivac ión puede con stitu ir un signo mu y signifi cativo, aun que sea inconsciente en amb os, de su acu erd o so bre el porv eni r del recién 2. de olvido de no mb re y recuerdo erró ne o: Daré tambi én un ejemplo tom ado de J. Staer ke, qu e cons tituye una interesante observación de un caso de olvid o y recuerdo posterio r de un nombre propio, caracterizado por li garse en él el olvido del nombre a la alteración de varias palabras de u na poes ía como pas aba en el ej emplo de La pro metida de Corinto, citada al princ ipio de este cap ítul o. (Este ejemplo se halla inc luido la edición holandesa del presen in ons dajete libro, titulad a De invloed van ons lijksche leven. Am ster dam, En alemán apare ció en la revista Internationale Zeitschrift arzitliche Psychoanalyse, IV, 1916). «Un anci ano y filólogo, el señor Z ., con taba en una reunió n que adurante sus añoextraordinariamente s de estudio en nia había conocido un estudiante tonto y del que pod ía relatar algu nas div ertidas
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De su nom bre no se acordaba en aque l mom ento , y aunque al principio creyó recordar qu e empezaba con W. , retiró des pués tal suposición, juzgándola equivocada. Lo que sí podía afirmar era que tal estudiante se había hecho después co merciante en vinos A continuación contó una de las anécdotas a que antes había aludido , y al term i narla expresó de nuevo su extrañeza por no recordar el nombre del protagonista, añadiendo: "Era tan burro, que aún m e maravilla hab er conseguido meterle en la cabez a el latín a fuerza de explicarle y repasarle u na y otra vez las lec ciones." Momentos despu és record ó que el nombre que bus caba term inab a en... man, y al preguntarle yo que si se le ocu rría en aquel instante otr o no mbre que tuviera i gual ter minación, me contestó: "Sí, "¿Quién lleva ese nombre?", "También de aquellos tieseguí mpos"interrogando. , repuso Z. Pero su hija,unqueestudiante estaba presen te, observó que en la actualidad existía un profesor Erd mann, a qu ien conocía n, y en el curso de l a convers ación se averiguó que d icho profesor había mu tilado y abreviado un trabajo de Z., al publicarlo en una revista por él dirigida, mo strand o además su disconformida d con parte de la s do c trina s sustentad as por el autor, c osas ambas que había n de sagradad o bastante a Z. (Aparte de esto, supe después que años atrás había tenido éste la intención de desem peña r una cátedra deErdm la misma queto,actu explidecaba profesor ann , ydiscipl que, p ina or tan tamalmen bién atecausa est elo podía herir en Z. el nomb re Erdmann una cuerd a sensible.) »De repente recordó Z. el nombre del estudiante tonto: ¡Lindeman! El haber recordado primeram ente que el nom bre busca do te rmin aba en... man había hecho que su princi pio Linde (tilo) permanec iera reprimid o aú n por más tiem po. Siguiendo mi deseo de averiguar tod o el mec anism o del olvido, preg unté a Z. q ué era lo que se le oc urrí a ante la pa labra Linde (tilo), contestándome en un principio que no se le ocurría nada. Apremiado por mi afirmación de que no
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podía dej ar de ocurrírs ele algo ante dicha palabra, miró ha cia lo alto y, hacien do en el air e un gest o con la m ano, dijo: "Bueno, sí. Un tilo (Linde) es un bello árbo l", sin q ue se l e ocu rriera nad a más. La conv ersación ca lló aquí y cada uno prosig uió que su lectura o la ocupació n a que seZ.hallaba do, hasta mom ento s después comenzó a reci dedica tar dis traíd amente y como e nsimis mad o los sigui entes versos: Si con fuertes y flexibles huesos perm ane ce en pie sobre l a tierra (Erde) no llega tampo co ni siqu iera a igualarse al tilo (Linde) vid.
»A1 oír estos versos lancé una exclamación de triunfo: ¡Ahí tenemos a Erdmann -dije-. Ese hombre (Mann) "que perma nece en pie sobre la tierra" (Erde) y que , por tanto, es el "hombre de la tierra" (Erdmann), no pu ede lle gar a com pararse con el tilo (Linde-Líndeman) o con la vid (comer ciante en vin os). O sea co n otras palabr as: aquel Lindeman, el estudiante estúpid o, que d espués se hizo comerciante e n vinos, era un burro pero Erdmann es un burro mucho ma yor, que no puede compara rse con Lindeman. muy general quedelo inconsciente se per mita miso, mo»Es tales expresiones burl a o de desprecio, y, poenrsítant me pareció hab er hallado ya l a causa fundam ental del olvi do del nom bre. a Z. de qué poesía proven ían las líneas por él ci tadas, y me dijo que creía eran de una de Goethe, que co menzaba: ¡Sea noble el hombre benéfico y bo ndado so! »y que después seguía:
de nombres y de series de palabras ,
... y si se eleva hac ia los cielos se convierte en jugu ete los vientos.
día siguiente busqué esta poesía de Goethe y vi que el caso era todavía más interesante, aunq ue tambi én más com plicado de lprim o qu eras e al prin cipio parecía. »a) Las líneas citadas decían así (compárese con la versión Z.): Si con fuertes y vigorosos huesos perm anece en pie... flexibles era, en efecto, una rara combinación.
Pero sobre es te punto no queremo s aho nda r más. »b) Los versos siguientes de esta estr ofa son com o sigue (comp árese con la versión d e Z.): sobre la tier ra establ e y permanente, no llega tam poco ni siquiera a igualarse a la encina vid. »¡Así, pu es, en to da la poesía no aparece pa ra nad a nin gún tilo! (Li nde). La sustitució n de la encina (Eiche) p or el tilo (Linde) no ha veri ficado más qu e pa ra hacer posible el juego de palabras. »c) Esta poesía se llama Los límites de la Humanidad y con tiene un a comparación en tre la omnipotencia de los diose s y el escaso poder de los hom bres . La poesía cuy o princip io es:
¡Sea noble el hombre benéfico y bondadoso!
es otra poesía distinta, que se halla unas páginas má s adelan te. Se titula Lo divino, y contiene asi mismo pensamientos so bre los di oses y l os homb res. Por no haber cont inuad o las in vestigaciones sobre estos puntos, no puedo sino suponer
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Psicopatología de la vida cotidiana
que en la gé nesis de es te olvido desem peña ron tam bién un papel diversos pensamientos sobre la vida y la muerte, lo tempo ral y lo etern o, la débil vida propia y la m uerte futur a.» En alg uno de estos ej emplos son necesarias todas las suti lezas de laque técnica analític par asobre aclarar olvido. aquellos deseenpsico conocer algoamás tal el labor, ind Para i caremos aq uí una com unicación de E. Jo nes (Londr es) p u blicada en la Psychoanalyse (año II, nú m. 2, con el título «Análi sis de un caso de olvido de un n om bre». Ferenczi ha observado que el olvido de nombres puede manifest arse también como síntoma histérico, y mue stra un mecanismo que se apa rta mucho del de l os dimientos fallidos. En el siguiente ejemplo puede verse en qué consiste esta diferencia: «Tengo actualmente en tratamiento, entre mis a una seño rita ya madura qu e no logra jamás recordar ni quiera aquellos nom bres pro pios m ás vulgar es o que l e más con ocidos, a pesar de poseer en gene ral un a buena me moria. En el a nálisis se demostró qu e lo que quería era hace notar su ignorancia por medio de este síntoma. Est a demos trativa exhibición de su ignoranc ia era, en realidad , un proc he cont ra sus padr es, qu e no le dejaron seguir una fianza superior. Su atormentadora manía de limpiar y fregarl tod o (psicosi s del ama de casa) pro ced e tam bién , en parte; del mismo srcen. Con ella quiere expresar aproximad men te: "H abéis hecho de mí una criad a".» Podría multiplicar aq uí los ej emplos de olvi do de no mbres llevar muc ho m ás adelante su discusi ón si no qu isiera evi t que quedasen ya agotados en este primer tema todos los puntos de vista que han de surgir en otros subsiguientes. Mas lo qu e sí convie ne hacer es resu mir con cretam ente en algunas aquí. frases los resultados de los análisis expuestos hasta
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El mecanismo del olvido de nombres, o más bien de su desaparición tem poral de la memoria, consi ste en la per tur bación de la reprodu cción deseada del nom bre po r una serie de ideas ajenas a él e inconsciente p or el mo mento . En tre el nombre pertu rbado y el complejo rba dor,ésta o exisiguien ste des de un principio un a conexión, o se pertu ha formado do con frecuencia caminos aparentemente artificiosos y alambicados por medio de asociaciones superficiales (exte riores). Entre los complejos perturbadores se distinguen por su mayor eficacia los pe rten ecien tes a la autorreferencia (com plejos familiares, personales y profesionales-). Un nom bre que po r su pluralidad de sentidos pertenece a varios círculos de pensamientos (complejos) es perturbado en su conexión con una deáslavigoroso s series .d e ideas po r su pe rt e nencia a otro comple jo m Entre los motivos de esta perturbación resalta la inten ción de evitar que el recuerd o desp ierte una sensación pe no sa o desagradable. En general, pueden distinguirse dos casos principales de olvido de nomb res: cu ando el nomb re mismo hiere algo d e sagradable o cua ndo se halla en contac to con ot ro capaz de producir tal efecto, de manera que los nombres pueden ser perturbados en su reproducción, tanto a causa de sus pro pias cualidades como por sus próximas o lejanas relaciones de asociación. Un vistazo a estos principios generale s no s permite com prender que el olvido tem pora l de nom bres sea el más fre cuente de nuestro s re ndim iento s falli dos. Estamos, sin emba rgo, a ún m uy lejos de hab er señalado t o das las particularidades de este fenómeno. Quiero hacer constar todavía que el olvido de no mbres es altamente con tagioso. unolvidad diálogo obasta quenom uno bre , los exprese haber tal o rácual parinterlocutores a hacerlo d e-
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sapar ecer de la mem oria del otro . Mas la person a en que el olvido ha sido inducido, encontrará el nombre con mayor facilidad que la que lo ha olvidado es pon táne am ente . Este olvido colectivo, que si se considera co n precisión es, en rea lidad, fenóm la psi cología de las masa s, no ha ún sidoi todavíaunobjet o deeno la de investigación analítica. En un caso co, pero sobremanera interesante, ha podido dar Th. Reik una excelente explicación de este curioso «En una pe que ña reun ión en la que se hallaban dos estu diantes de Fil osofía se hablaba de los nu meros os prob lemas que el srcen del cristianis mo plantea a la historia de la civi lización y a la ciencia de las religiones. Una de las seño rita s que tomab an part e en la conversac ión record ó hab er do en u na novel a ingle sa que había leído recientemente atractivo cuadro de las numerosas corrientes religiosas qu i agitaban aquella época. Añadió que en la novela se bía toda la vida de Cristo, desde su nacimiento hasta su muerte, pero q ue no pod ía recordar el título de la obra. (En cambio, el recu erd o visual de l a cub ierta del libro, y hast a la composición tipográfica del título, se presentaban en ella con una precisión más intensa de lo normal.) Tres de los se ñores presentes declararo n conocer tambi én la nove la; mas, por una curiosa coincidencia, tampoco pudieron recordar título.» Sólo lasuseño rita estudian te se som etió al anál isis encam i nado a hallar la expl icación de tal olvido de nom bre . El título del libro era Ben Hur, y su au tor Lewis Wallace. Los rec uer dos sustitutivos fueron: Ecce homo-homo sum-Quo vadis?La joven comprendía que había olvidado el nombre Ben «porque contenía un a expresión que ni ell a ni nin guna ot r muchacha usarían nunca, sobre tod o en pres encia de hom bres Esta expli cación se hizo más com pleta y pro funda por medio de un interesante análisis. En el antesuna revela do po see tam bién traducción de homo -hom bresignificación sospechosa.
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Reik ded uce qu e la joven estu diant e con sideraba qu e el pronunciar dicho título sospechoso ante hom bres jóvene s constituía algo semejante a una confesión de deseos que conden aba como im propios de su person alidad y peno sos para ella. En resumen: la joven consideraba inconsciente mente e l pron unc iar el título Ben Hur como una proposición sexual, su olvid o correspo ndía, po r tanto , a su de fensa con tra una tentació n de dicha c lase. Tene mos fundamentos para adm itir que el olvido sufrido po r los jóvenes se hallaba con dicionado por un análogo proceso inconsciente. Su sub consciente dio al olvido de la m ucha cha su verda dera signif i cación lo interp retó de i gual manera . El olvi do del título Ben Hur en los hombres representó una consideración ante la defensa de la muchac ha. Es com o si ésta, c on su rep entina debili dad de me mori a,ido les hubiera una clara señal que ellos hubiera n entend bienhecho inconscientemente. Existe también un continuado olvido de nombres en el cual desaparecen de la memoria series enteras de ellos, y cuando para hallar un nom bre olvidado se quiere hac er pre sa en otros con los que aquél s e halla íntima men te enlazado, suelen también huir tales nombres buscados como puntos de apoyo. El olvido sal ta así de uno s nom bre s a otro s como para de mo str ar la existencia de un ob stáculo nad a fácil de dominar.
4. Recuerdos infantiles y
En un artículo publi cado en la Revista de Psiquiatría y Neurología pudim os de mostra r el caráct er tendencioso de nue stros recuerd os, c arácte r que se nos re veló en aquéllos pert enecie ntes a un insospech ado campo. Partimos ento n ces del hecho singular de que en l os más tem pra nos recuer dos infa ntiles de una per sona parece habers e conservado, en mucho s casos, lo más indiferente y secundario, mie ntras que frecuentemente , au nq ue no siempre, se halla que de la me moria del adulto han desaparecido sin dejar huella los re cuerdos de otras impresiones imp ortantes , intens as y llenas de afecto, pertenecientes a dicha época infantil. Sabiendo que la memoria realiza una selección entre las impresiones que a ella se ofrecen, podría suponerse que dicha selección se verifica en la infancia conforme a pr inci pio s tota lme nte distintos de aquell os o tros a los que obedece en la edad de l a madure z intelect ual. Pero u na más penet ran te inve stigación nos evidencia en segu ida la inutilidad de tal hipó tesis. Los recuerdos infantiles indiferentes deben su existencia a proceso de desp lazamiento y constituyen, en l a repro duc ción, un sustitutivo de otras impresiones verdaderamente importantes, cuyo recuerdo puede extraerse de ellos por 56
4 Recuerdos infantiles y encubridores
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del análisi s psíquico , pero cuya reproduc ción directa se halla estorb ada po r una resistencia. Dado que estos re cuerdos infantiles indiferentes deben su conservación no al propio con tenido, sino a u na relación asociat iva del mis mo con otro conten ido rep rim ido , creemo s que est á justif icado el nombre de recuerdos encubridores (Deckrinnerungen)con los designam os. En el mencion ado artícu lo no hicim os más que r ozar, s in agotarl o, el estud io de las num ero sas clases de relaciones y significaciones de los recuerdo s en cub ridores. En el ejemplo que al lí analizábam os m inucio sam ente hicimos resaltar en particular un a peculiarid ad de la relación temporal entre el recuerdo enc ubrido r y el contenido que bajo él queda to. El contenido del recuerdo encubridor pertenecía en el caso analizado a de la mient ras que las él r epresentadas en la mem ria experiencias (y que perm anecían casipor i nconsci entes ) correspon díano a posteriores del Esta clase de por mí Quizá con mayor frecuencia se encuentra la relación inver sa, siendo una impresión indiferente de la primera infancia la en la mem oria en calidad de recuerdo encubrir dor, a caus a de su asociación con un a experiencia anterior, contra cu ya reprod ucción directa se alza una resistencia. En este caso, los recu erdo s enc ubridores so n progresivos o avan zados. Lo más importante la mem oria se hall cro nológicamente detrás del recuerdo encubridor. Pora aquí último,
puede presentarse tamb ién un a tercera variedad : la de que el recuerdo encubridor esté asociado a la impresión por él ocultada, no solamente por su contenido, sino también por su contigü idad en el tiem po. Éstos serán recuerdo s encub ri dores simultáneos o contiguos. El determin ar qué parte del contenido de nuestra mem o ria pertenec e a la cate goría de recu erdos encub ridores y qué
papel desempeñan éstos en los diversos procesos mentales
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de la vida
neuró ticos, son problemas de los que no t raté en mi artículo ni habr é de tratar ahora. Por el mom ento m e limitaré a hacer resaltar la anal ogía entre el olvido de no mbres con recu erdo erró neo y la f ormación de los recuerdos encu brido res. Al principio , las diferencias entre am bos fenómeno s apa recen much o más lesellos que sus analogías. Trá tase, en efecto, en visib uno de de presuntas nombres aislad os, y en el otro de impresion es completas de suces os vividos en la real i dad exterior o en el pensamiento. En un lado existe un fallo manifiesto de la función del recuerdo, y en el otro, un acto positivo de esta función, cuyos caractere s ju zgam os singula res. El olvi do de nom bres no consti tuye más qu e una pe rtur bación mom entánea -p ues el nom bre que se aca ba de ol vidar ha sido repro ducid o cien veces con exactitud anteriorm ente y pue de volver a serlo poco tiem po d esp ués-; en cambio, los recuerdos encubridores son algo que poseemo s du rante lar go tiem po sin que sufran pertu rbac ión alguna, dad o que los recuerdo s infantiles indiferentes parecen po der acom paña r nos , sin perderse, a t ravés de un amplio períod o de nuestra vida. Así, pues, el prob lema se presenta a pri mera vista muy diferentemente orientado en ambos casos. En uno es el ha ber olvidado, y en el otro, el haber retenido lo que excita nue stra curio sidad cien tífica. Mas en cuan to se profundiza un poc o en la cuestión se observ a que, a pesar de la s diferen cias que respecto a material psíquico y duración muestran ambos fenómenos, do mina n en ellos las coincidencias . Tan to en un o com o en o tro se tra ta de un f allo del recuerdo; se reproduce por la mem oria lo que de un mo do correcto dt bía reproducirs e, sino algo disti nto, un sustitutivo. En el ol vido de nomb res, la mem oria no de ja de sum inistrarn os un determinado rendimiento, que surge en forma de nombre sustitutivo. La formación del recuerdo encubridor se basa en el ol vido de otras impresione s más imp ortan tes, y en am bos fenómenos experimentamos una sensación intelectual que nos indica la int ervención de un a perturb ació n, siendo
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este aviso lo que se pre senta bajo u na forma difere nte, según se trate del fenómeno del olvi do de nom bres o del recuerdo encubridor. En el olvido de nom bres , sabemos que l os nom bres sustitutivos son falsos, y en los recuerdos encub ridores nos maravillamos de retenerlos todavía. Cua ndo el análi sis psicológico no s dem uest ra después qu e la formación de sus titutivos se ha realizado en am bos casos de la misma ma ne ra, o sea por un desplazamiento a lo lar go de u na asociaci ón superficial, creemos p oder decir justificadamen te que las di ferencias que ambos fenómenos presentan en material, du ración y centración son circunstancias qu e hacen más inten sa nuestra esperanza de habe r hallado algo im por tante y de un valor general. Esta l ey general pod ría en unciarse dicien do el frecuentemente fallo o la desviació de lasefunción uctora in dicaque más de lon que supon rep e larod interve nción de un factor prejuzgante, de una tendencia que favorece a uno d e los recuerdos mi ent ras se es fuerza en labo rar en con tra del otro . El tema de l os recue rdos infantiles me parece tan inte re sante y de tal impo rtanc ia, que qu iero dedicarle aún algunas observacion es qu e van m ás allá de los pu ntos de vista exa minado s hast a ahora. ¿Hasta qué estadio de la niñez alcanzan los recuerdos? Me son con ocido s alguno s de los trabajos real izados sobre esta cue stió n, e ntr e ellos los de V. y C. y los de Poten los cuales resulta que han aparecido grandes dife rencias individuales en los sujetos a investiga ción, pues mientras que en algunos el primer recuerdo infa ntil cor resp on de a la edad de sei s meses, otro s no re cuerdan nada de su vida anterior a los seis y a veces los ocho añ os cum plido s. Mas ¿d e qué depen den esas diferen cias en la conducta de los recuerdos infantiles y cuál es su significado? Para resolver esta cuestión no basta limitarse a reun ir el mate rial neces ario a la investi gación; ha y, ade más, que hacer un estudio minucioso de este material, es-
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tudi o en el cua l tend rá que toma r par te la person a que di rectamente lo suministre. Mi opinión es que mi ram os con demasiada indi ferencia el hecho de la amnesia infantil , o sea la pérd ida de los recuer dos correspondientes a lo s primero s año s de nues tra vida, y que nosque cuidam lo bastante de desentrañ ar el ss de ingular probno lema dicha osamnesia constituye. Olvidamo altos rendimientos intelectuales y complicadas emo ciones e s capa z un niñ o de cu atro años , y no nos asombra mos como debiéramos de que la mem oria los años poste riores haya conservado generalmente ta n po ca cosa de estos procesos psíquicos, pues no tenemos en cuenta que existen vigorosas razones para adm itir que est as mism as activida des infant iles olvidad as no h an desaparecido sin deja r hue lla en el desarrollo de la perso na, sino que h an ejerc ido una influencia determinante sobre su futuro carácter. Y, sin em bargo , se ha n olvid ado, a pesar de su incom parab le eficacia. Este hecho indica la existencia de condiciones especialísimas del recue rdo (referentes a la rep rod ucc ión consciente) que se han sustraído hasta ahora a nuestro conocimiento. Es muy posible que es te olvi do de nue stra niñez no s pued a dar la clave para la comprensión de aquellas amnesias que, se gún nuestros nuevos conocimientos, se encuentran en la base de l a formación de todos los síntomas ne uró ticos . Entre recuerdos infantiles que coy nserv amonos s, existe unos quelos com pren dem os con facilidad otros que pare n cen extra ños e ininteligibles. No es difí cil correg ir en ambas clases de recuerdo s alguno s errore s. Si se som eten a un exa men analítico los recuerdo s que de su infa ncia ha conserva do una persona puede sentarse fácilmente la conclusión de que no exis te ninguna garantía la exactitud los mismos. Algunas de las imágenes del recuerdo aparecerán segura mente falseadas, incomp letas o desplazadas tempo ral y espacialmente. Ciertas afirmaciones de las personas sometidas a invest igación, como la de que sus pri meros recuerdos infan-
4. Recuerdos infantilesy encubridores tiles co rresp ond en a la época en ya habían cumplido los dos año s, son inaceptables. En el examen an alítico se hallan en seguida motivos que explican la desfiguración y el des plazamiento sufridos por los sucesos objeto del recuerdo, pero que demu estran también que estos errores de la memo ria no p ued en ser atribu idos a un a senci lla infidelidad de la misma. Poderosas fuerzas correspondientes a una época posterior de la vida del s ujeto han m olde ado la capacidad de ser evocadas de nuestras experiencias infantiles, y estas fuerzas son probablemente las mismas que hacen que la comprensión de nuestros años de niñez sea tan difícil para nosotros. La facultad de recordar de lo s adulto s op era, c omo es sa bido, con un material psíquico muy vario. Unos recuerda n por medio de imágenes visuales, ten ien do, por tanto , sus re cuerdos carácter visual, y, e n camb io, otro s son cas i inca paces deunreproducir en su memoria el más simple esquema de sus recuerdos. Siguiendo las calificaciones propuestas por Charcot, se denomina a estos últimos sujetos «auditi vos» y «motores», e n con trapos ición a los pri me ros o «vi suales». En los sueñ os desaparecen estas diferenci as; to dos nuestros sueños son predominantemente visuales. Algo análogo sucede en l os recu erdo s infantiles, los cuales pose en también cará cter plástico y visual hasta en aquel las person as cuya memoria car ece después de este caráct er. La mem oria visual conserva, p ues, el tipo del recuerd o infantil. Mi s más tempranos recuerdos infantiles son en mí los únicos de ca rácter visual y se me presentan, además, como escenas de una gran p lasticidad, s ólo comparable la de aquellas que se presentan sob re un escenario. En estas esc enas de niñez, de muéstrense luego como verd aderas o falseadas, aparece re gularmente la imagen de la propia persona infantil con sus bien definidos contornos y sus vestidos. Esta circunstancia tiene que sor pre ndern os, pues los adultos «visuales» no ven ya la imagen de su perso na en sus recuerd os de suces os pos -
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Además, es cont rari o a tod a nues tra exper iencia el aceptar que la atención de l ni ño se fije en sí mism o, en lugar de dirigirse exclusivament e sob re las impresio nes exteriores. Diferentes datos no s fuerz an, pues , a su pon er que en los de nominados primeros recuerdos infantiles no poseemos la verdadera la mnémica, u nalas ulterior elaboración la misma, huel elaboración que hasino sufrido influencias de dide versas fuerzas psíquicas p osterio res. De este modo, los «re cuerdos infantiles» del individuo van tomando la significa ción de «recuerdos encubridores» y adquieren una analogí a digna de mención con los recuerdos de la infancia de los pueblos, dep ositado s por éstos en s agas y mito s. Aquel que haya sometido a nu mer osas p erson as a una exploración psíquica por el métod o psicoanalítico, habrá reu- I nido en esta labor gran can tidad de ejemplos de recuerdos I encubridores de todas clases. Mas la publicación de estos I ejemplos qued a extraordin ariam ente dif icultada po r la na - I turaleza antes expue sta de las relaciones de los recuerd os in- I fantiles con la vida posteri or del individu o. Para esti mar u na reminiscencia infantil como recuerdo encubridor que relatar muchas vec es por en tero la histo ria de la I correspo ndien te. Sólo con tadas vec es es posible, com o en el ! I ejemplo que trans cribi mos a con tinu ació n, aislar de una to - I talidad, par a publicarlo, un delim itado recuerd o infantil. I Un homb re de veinticuatr o añ os conserva e n su m emoria la siguiente imagen de un a escena corres pon dien te a sus ci nco años . Se recuerda sentad o en un a sillita, en el jard ín de un a residencia veraniega y al lado de su tía, que se esfuerza en ha cerle apre nder las letras. El distin guir la de la n con stituía para él un a gran dificultad, y pid ió a su tía que le dij ese cómo podía conoce r cuándo se trataba de y cuándo de la otra. La tía le hizo obs ervar que la m tenía todo un trazo más que la n, un tercer palito. En este caso no se halló motivo alguno para dudar de la autenticidad del recuerdo infantil. Mas su
4. Recuerdos infantiles y encubridores
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significación no fue descubierta hasta después, cuando se dem ostró que p odía adju dicársele la categoría de represen tación si mbólica de otra curio sidad inquisitiva de l niño . En efecto, así como primeramente deseaba saber la diferencia existente entr e la y la n, se esf orzó después en a veriguar la que había entre los niños y l as niñ as, y hubiera desea do q ue la misma persona que le hizo comp render lo prim ero, esto es, su tía, fuera tam bién la que sati sficiera su n ueva cur iosi dad. Al fin acabó p or de scubrir qu e la dife rencia era en a m bos casos análoga, puesto que los niños poseían también todo un trozo más que las niñ as, y en la época de est e descu brimiento d espertó en su mem oria el re cuerdo la anterior curiosidad infantil correspondiente. He aquí otro ejemplo perteneciente a posteriores añoss, in fantiles. Un ho mb re de alg o más de cua renta año y cuya vida erótica había sido muy contrariada, era el mayor de nueve herm anos. En la época de l nacimiento de l a men or de sus herm anas tenía ya quince año s, y sin embargo, afir ma ba después, con absoluta c onvicción, que nunca ob servó en su madre deformación alguna. Ante mi incredulid ad, surgió en él el recuerdo de haber visto una vez, teniendo once o doce años, có mo su mad re se desceñía apresuradamente el vestido ante un esp ejo. A esto añad ió esp ontán eam ente que su ma dre acababa de regresar de la c alle y se habí a visto ata cada por inespe rados dolo res. El desceñi miento (A ufbinden) del vestido es un recuerdo encubridor sustitutivo del parto (Entbinden). En otr os varios casos volveremos a halla r tales «puente s de p alabras». Quisiera mostrar ahora, con un único ejemplo, cómo por medio del procedimiento analítico puede ad quirir sentido un recuerdo infantil que anteriormente parecía no poseer ninguno. Cuando, habiendo cumplido cuarenta y tres años, comencé a dirigir mi interés haci yaa los restos de recuer-
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dos d e mi inf ancia, que aún con servaba, record é una esce n que desde largo tiempo atrás -yo creía que desde siempre venía acud iend o a mi conci encia de cuan do en cu ando , es cena que, según fuertes indi cios, debía situarse cronológica me nteoantes de a habe r cumplido yo l ndo os tres años. En ón mi cuy cuerd me veí yo, rog and o y llora , ante un caj tapa man tenía abierta mi herm anas tro, qu e era unos veint años m ayor que y o. Hallánd onos así, entraba en el cuarto, apare ntem ente de regreso de la calle, mi ma dre , a la que yo hallab a bella y esbelta de un mo do ext raor din ario. Co n estas palab ras había yo resu mid o la escena que tan plásticamente veía en mi recuerdo, pero con la que no me era posible construir nada. Si mi herm ana stro quería abrir o cerrar el cajón -en la primera traducción de la imagen era éste un ar mar io -, po r qué llor aba yo y qué r elación tenía con tod o ello la llegada de mi mad re, eran cosas que se me rep re senta ban con gran oscuridad . Estuve, pues , tentado de con tentarme con la explicación de que, sin dud a, se tratab a del recuerd o de una burla de mi herma nas tro para hacerme ra biar, in terr um pid a por la llegada de mi ma dre. Esta errón ea interpretación de una escena infantil conservada en nuestra mem oria es algo muy frecuente. Se recuerd a una situación, pero no se logra centrarla; no se sabe sobre qué elemento de la mismame debe colocarse acento psíquico. esfuerzo analítico condujo a unaelinesperada soluciónUninterpreta tiva de la imagen evocada. Yo hab ía no tado la ausencia de mi madre y había en trado en sospechas de que est aba encerrada en aquel ca jón o arm ario . Por tanto, exigí a mi herma nas tro que lo abriese, y cua ndo me complació convenciéndom e de que mamá no se hallaba dentro, comencé a gritar y llorar. Éste es el instante retenido p or el recuerdo, in stante al que si guió, calmando mi cuidado o mi ansiedad, la aparición de! mi m adre. Mas ¿cómo se le ocurr ió al niñ o la idea de dentro de un cajón a la madre ausente? Varios sueños que tuve po r esta época aludían oscuramen te a una niñera, sobre
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la cual conservaba algun as otr as rem iniscencias: p or ejem plo, que me obligaba conc ienzu dam ente a entr egarle las pequeñas monedas que yo recibía como regalo, detalle que también pued e aspirar po r sí mis mo a adq uir ir el valor de un recuerdo encubridor sustitutivo de algo posterior. Ante estas indicaciones de m ivo is sue ños,ogand decidío hacerm e más sencillo el trabajo inte rpretat in terr a mi ya ancia na madre sobre tal niñera, y, entre o tras m uchas cosas, averi güé que la astuta y poco h onrad a mujer había cometid o, du rante el tiempo que mi madre hubo de guardar cama a raíz de un par to, im port antes sustracc iones domésticas y había sido después entregada a la justicia por mi he rmanast ro. Es tas noticias me lle varon a la com pren sión de la escena in fantil, como si de repente se hubiera hecho luz sobre ella. La repentina desaparición de la niñera no me había sido indiferente, y había pregusegún ntad otodas su parlasadeprobabilidades, ro, precisam ente a mi hermanastro, porque, me había dado cuenta de que él había desempeñado un pa pel en tal desaparición. Mi herma nas tro, indirectame nte y entre burla s, como era su costu mbre, me había contestado que la niñera «estaba encajonada». Yo comprendí infantil mente esta respuesta y dejé de preg unta r, pu es realm ente ya no qued aba nada po r aver igua r. Mas cuando po co tiemp o después no té un día la ausenci a de mi mad re, sospeché que el perverso her mano le había hecho correr igual suerte que a la niñera y le obligué a abrir el cajón. Ahora comprendo también po r qué en la trad ucci ón d e la visual escena infanti l aparece acen tuad a la esbeltez de mi madre, la cual me debió de aparecer entonces co mo nueva y res tau rad a desp ués de un peligro. Yo soy dos y medio mayor que aquell a de mis hermanas que n ació entonces, y al cumplir yo tres año s, ces ó mi herm anas tro de vivi r con
5. Equivocaciones orales
El material de hall nuestra nuestrapero, lengua matercorriente na parece arseexpresión protegidooral delenolvido; en cambio, sucumbe con extraordinaria frecuencia a otra per turb ació n que conocemos con el nombre de equi voca ciones orales o lapsus linguae. Estos «laps us», observados en el hombre norm al, dan laa misma impresión que los primeros síntomas de aquellasj «parafrasias» que se manifiestan bajo condiciones gicas. Por excepción, puedo aquí referirme a una obra anterior' aringer mis trabajos sobreunesta materia. Enlas 1895 publicaron en la y C. Mayer estudio so bre Equivocaciones expresión y en la lectura, cuyo s pun tos de vista se apar tan mu cho de los m íos. Uno de los autor es de este estudio, que en él lleva la palabra , es un filólogo, c uyo interés p or las cuestio nes lingü ísticas le llev ó a investigar l as reglas que gen tales equivocaciones, esperan do po der ded ucir de est as reglas la existencia de «determinado mecanismo psíquico, en el cual estuvieran asociados y ligados de un mod o espe cial los son idos de u na palab ra o de u na frase y tamb ién las pala bras entre s í» (pág. 10). 66
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autores de e ste estudio agru pan en p rincipio los ejemde «equivocaciones orales» por ellos coleccionados, conforme a un pu nto de vista pu ram ente descrip tivo, clasifi cándolos en intercambios (po r ej.: «la de Venus», en lu gar de «la Venus de Milo »); anticipaciones (po r ej.: «... sentí ecos o posposiciones digo, un peso en el..., pech (porpech..., ej.: «Tráiganos tres tres p or o»); tres tés»); contaminacio nes (por ej.: «Cierra el armave», por «Cierra el armario y tráeme la llave»), y sustituciones (po r ej.: «El escultor per dió su pincel.... digo, su cincel»), categorías princ ipales a las cua les añaden alguna s otras meno s imp ortante s (o de men or significación para nuestros propósitos). En esta clasifica ción no se hace difer encia entr e que la tran sposición, desfi guración, fusión, etc., afecte a sonid os aislados de la palabr a o a sílaba s o palab ras en teras de la fras e. Para explicar las diversas cla ses de equivo caciones orales observadas, atribuye Meringer un diverso valor psíquico a los sonidos fonéticos. C uando una inerv ación afecta a la pri mera sílaba de una p alabr a o la prime ra palabra de un a fra se, el proceso estim ulante se propag a a los sonidos po steri o res o a las palabras siguientes, y en tanto en cuanto estas inervaciones sean sincrónicas pueden influirse mutuamen te, mo tivando transformaciones unas en otr as. La excit ación o estímulo del sonido de mayor intensidad psíquica resuena
anticipadamente o queda como unmenos eco y importantes. perturba de este modo los procesos de inervación Se trata, por tanto, de determinar cuáles son los sonidos más impo rtantes de un a palabra. Meringer d ice que «cuand o se desea saber qué sonido s de u na palabra poseen mayor inten sidad, debe u no observarse a sí mis mo en ocasión d e estar buscando una palabra que ha olvidado: por ejemplo, un nombre». «Aquella pa rte de él que p rim ero acude a la conci encia es invariablem ente la que poseía mayor intensida d antes del ol vido» (pág. 106). «Así, pues, los son idos más im portan tes
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son el inicial de la radical o de la mism a palabra y l a vocal o la s vocales acentuadas» (pág. 162). No puedo por menos de contradecir estas apreciaciones. Perten ezca o no el sonido inicial del nom bre a los más im porta ntes elementos de la palabra, lo que no es cier to es que sea er oto,que a la conc iencia en los cae.sos de do, lo y, pr porimtan la acu re gladeexpuesta es inaceptabl C uando observa uno a sí mism o estando buscand o un nom bre dado, se advertirá, con relativa frecuencia, que se está vencido de que la palab ra buscada comie nza con u na deter minada let ra. Esta convic ción re sulta luego igual núme ro de veces in fun dad a que ve rdadera, y hasta me atrevo a afi rmar que la m ayoría de las veces es falsa nues tra hipo tétic a repro ducc ión d el sonido inicial. As í sucede en el ejemplo que pusim os de olvi do del nom bre Signorelli. En él se en los nombres sustitutivos, el sonido inicial y las prin cipa les, y precisamente el par de sil abas men os tantes: es lo que, en el nom bre sustitutivo Botticelli, vol pr im er o a la conciencia. El caso que va a nos e nseña lo poco que los nomb res susti tutivos respet an sonido inicial del nombre olvidado: En u na ocasión me fue imposibl e recordar el nom bre 1 peq ueñ a nació n cuya principal ciuda d es Monte C ario. Lo nom bres que en sustitución se presentar on fue ron: te, En Albania, Cólico. lugar Montevideo, de Albania apareció
en seguida otro nombre: Montenegro, y me llamó la atención ver que la sílaba Mont (pronunciada Mon) apareciera en todos los nombres susti tutiv os, excep to en el últim o. De este mo do me fue más fácil hallar e l olvidado no mb re: tom ando com o punto de par tid a el de su sober ano : el príncipe Alberto. Cólico imita apr oximada mente la suce sión de sí labas y el rit mo del nom bre olvidado. Si se acept a la conje tura de que un m ecan ism o similar señalado en el olvido de nombres intervenga también en 1
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fenómenos de equivocaciones orales, se llegará a un juicio fundamentado sobre estos últimos. La pertu rba ció n del discurso que se manifiesta en forma de equivocación oral puede, en prin cipi o, ser causada por la inf luencia de otros componentes del mism o discu rso; esto es, por un sonido an ticipa p or undifer eco oente po de r tener frase contexto un se. gun dodo, s entido aquella en queosesudesea emplear A esta clase pert enece n los ejemplos de Mer ing er y Mayer antes transcritos. Pero, en segundo lugar, puede también producirse dic ha pertu rba ció n, com o en el caso Signorelli, por influencias exteriores a la pala bra, frase o co ntexto , ejer cidas por elementos que no se tiene intención de expresar y de cuyo estímulo sólo por la perturbación producida nos damos cuenta. La simultan eidad del estímulo con stituye l a cualidad co mún a las dos cl ases de equivocación o ral, y la situación inte rior o exterior del elemento p erturbad or respecto a l a frase o contexto se rán su cua lidad diferenciadora. Esta diferencia no parece a primera vist a tan im porta nte como luego, cuan do se la tom a en consideración p ara relacionar la con deter minadas conclusiones deducidas de la sintomatología de las equivocaciones orales. Es, sin emb argo, evidente que sólo en el prim er caso exist e un a pos ibilid ad de deducir de los fenómenos de equivocación oral conclusiones favora bles exist encia de un mposible ecan ism ligue entre sí so nidosa ylapalabras, haciendo unao que recíproca influen cia sobre su articulación; esto es, conclusiones como las que el filólogo esperaba po der d educir del estudio de la s eq ui vocaciones orales. En el caso de perturbación ejercida por influencias exteriores a la misma frase o al contenido del discurso, se trataría, ante todo, de llegar al conocimiento de los elementos p ertu rba do res , y entonces surgi rá la cues tión de si también el mecanismo de esta perturbación p o día o no sugerir las probables reglas de la formación del discurso.
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No se puede afir mar que y Mayer no hayan visto la posibilidad de pertu rbaci one s del discurso m otivada s por «complicadas influencias psíquicas» o elementos exteriores a la palab ra, la frase o el disc urso . En efecto, ten ían q ue ob servar que la teoría del diferente valor psíquico de los soni dosturb no alcanzaba que para per ació n de losestrictamente sonido s, lasmás anticipaci onesexplicar y los ecolas. En aquellos casos en que la perturbación de las palabras no pu ede ser reducida a la de lo s so nid os, co mo sucede en l as sustituciones y contaminaciones, h an bus cado , en efecto, sin vacilar, la causa de las equivocaciones del con texto del discurso y han demostrado este punto por medio de precioso s ejemplos. Entre ellos citaré l os qu e siguen: «Ru. relat aba en un a ocasión ciertos hecho s que inte rior mente calificaba de "cochinerías" pero no que riend o pron unciar es ta palabra, dijo: "Entonces se des cubrieron determ inado s hech os..." Mas al pron uncia r la pa labra Vorschein, que aparece en esta frase, se equivocó, y pronunció Mayer y yo nos halláb amo s presen tes, y Ru. nos confesó qu e al principio hab ía pens ado decir: Schweinereien. La analogía de amb as pal abra s explica cientemente el que la pens ada se introdujese en l a pro nu n ciada, revelándose.» (Pág. 62.) «También en lasy acaso sustituciones desempeñan, como en contaminaciones, en un grado mucho más elevado, un im portan tísim o papel las imágenes verb ales "flotant es".' Aunque éstas se hallan fuera de la conciencia, están , sin em bargo , lo basta nte cercanas a e lla para po der ser atraídas una analogía del complejo al que la oración se refiere, y en tonces produ cen u na desviación en l a seri e de p alabras del disc urso o se c ruza n con ella. Las imágenes verbales "flotan tes" son con frecuencia, como antes hemos dicho, elementos retrasados de un proceso oral recientemente terminado (ecos).» (Pág . 73.)
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«La desviación puede producirse asimismo por analogía cuando una pala bra sem ejante a aquella en que la equivoca ción se man ifiesta yace en el um bral de la concienc ia y muy cerca de ésta, sin que el sujeto tenga intención de pronunciar la. Esto es l o que sucede en las sustitu cion es. Confio en que estas regla s por mí expuestas habrá n de ser confirmadas po r todo aquel que las someta a una comprobación práctica; pero es necesario que al re alizar tal examen, observan do u na equivoc ación oral cometida po r una tercera perso na, se pro cure llegar a ver con claridad los pensamientos que ocu pa ban al sujeto. He aquí u n ejemplo muy inst ruct ivo . El s e ñor L. dijo un día ante nosotros: "Esa mujer me inspiraría (einjagen) mied o", y en l a palabra einjagen cambió la en pronunciando einlagen. Tal equivocaci ón m otivó mi extra-
ñeza, pues me parecía incomprensib le aquella sustitució n de letras,en yvez medepereinjagen, mití hacerlonota a L.resp queond había dicho gen, cualrme ió en el actoeinla : "Sí, sí, eso ha sido, sin duda, porque estaba pensando: no estoy ensituación (Pág. 97.) Otr o ejempl o. En un a ocasión pregun té a R. v. Schi d po r el estado de su caballo, que se hallaba enfermo. R. me res pondió: «Sí, esto "dru rará " (drauert) quizá todav ía un mes.» La r sobrante de «drurará» me pareció incomprensible, dado q ue la r de «d urará» (dauert) no podía haber actuado en tal forma, y llamé la atenció n de v. Schid sobre su lapsu s, respon diéndo me aquél que al oír mi pregunta había pensa do: «Es un a triste (traurig) historia.» As í, pues, R. había t eni do en su pensamie nto dos respuestas mi pregunta, ha bía mezcl ado al pron unc iar una de ella s. Es innegable que la toma en conside ración de las imáge nes verbales «f lotantes» que se hallan pró ximas al um bral de la concien cia y no están destinad as a ser pro nun ciad as, y la recomen dación de pro cur ar enterarse de todo lo que el su je to ha pensad o con stituyen a lgo muy próxim o a las cualida des de nuestros «análisis». También nosotros partimos por
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el mismo camin o en busca del materia l inconsciente; pe ro, en cambio, recorrem os desde la s oc urren cias espontánea s del interrogado hasta el descu brim iento del el emento per turb ado r un camin o má s largo a través de u na compleja se rie de asociaciones. Los ejemplos de Meringer demuestran otra cosa muy in teresante también . Según l a opinión del propio autor, es analogía cualq uiera de u na pa lab ra de la fr ase que se t ie intención de expres ar con otra palab ra que no se propo uno pronunciar, lo que perm ite emerger a esta última constitución de una deformación, una formación una forma ción transacci onal (contam inación ): Vorschein
La interpretación de los En mi he (Verdichexpuesto papel queobra desempeña el proceso de condensación tungsarbeit) en la formación de l llama do contenido mani fiesto del sueño a expensas de las idea s latente s del mismo. Una semejanza cualqu iera de los o bjetos o de las repr esenta ciones verba les entre dos elementos del m ateria l inconscien te es to mada com o causa creadora de un tercer el emento que es una formación com puesta o trans accion al. Este elemento represe nta a ambos co mpo nentes en el conten ido del sue ño, y a consecuencia de tal srcen se halla frecuentemente reca r gado de determinantes individua les contrad ictorias . La for mación de sustituciones y contaminaciones la equivocación oral es, pues, un principio de aquel proceso de condensa ción que encontram os tom and o pa rte activísi ma en la cons trucción del sueño. En un pequeño artíc ulo de vulgariz ación, publica do en Neue Freie Presse, el 23 de agosto de y titulado puede un o equivocar se», inició Merin ger un a práctica en extremo de ciertos casos de inte rcamb io de pal
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bras, especialmente de aquellos en los cuales se sustituye una palabra po r otra de opuesto sentido: «R ecordamos aú n cómo declaró abierta u na sesión el preside nte de la Cámara de Diputados austríaca: "Señores diputado s -d ijo -. Habién dose verificado el recue nto de los dipu tados pres entes, se le vanta la sesió n." La general hilarid ad le hizo darse cuenta de su err or y e nmeda rlo en el acto. La expli cación de este ca so es que el presiden te deseaba ver llegado el mom ento de le vantar la sesión, de la que esperaba poco bu eno y -co sa que sucede con frecuencia- la idea accesoria se abrió camino, por lo men os p arcialmente, y el resultado fu e la sustitu ción de "se abre " po r "se levanta" , esto es, lo co ntra rio d e lo que tenía la intención de decir. Numerosas observaciones me han demostrado que esta sustitución de una palabra por otra de sentido opu esto es al go muy co rrien te. Tales palab ras de sentido trarioYacen se halla n ya asociadasvecinas en nuestra ciencia delcon idioma. inmediatamente unascon de otras y se evocan con faci lidad errón eam ente .» No en todo s los casos de intercam bio de palabras de senti do co ntrario resulta tan f ácil com o en el ejempl o anterio r ha cer admisible la explicación de que el error cometido esté motivado po r una contradicción surg ida en el f uero interno del orador con tra la frase expres ada. El análisis del ej emplo nos descubre un mecanism o anál ogo . En dicho ej em plo, la interio r contradicción se exte riori zó p or el olvido de una palabra en lug ar de su sust itu ció n po r la de sentido con trario . Mas para compensar esta diferencia, harem os con s tar que la palabra aliquis no es capaz de prod ucir un contr as te como el existente entre «abrir» y «cer rar» o «levantar» un a sesión, y además que «a brir», como p arte usual del discurso, no p ued e hallars e sujeto al olvid o. Habien do visto en los últim os ejemp los citados de Meringer y Mayer que la pertu rbaci ón del disc urso p ued e surgir tanto p or una in fluencia de los so ni do s antici pados o retra sados, o de las palabras de la mi sma frase destin adas a ser
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expresadas, como por el efecto de palabras exteriores a la frase que se intenta pr onunciar, y cuyo estímulo no se hubiera sospechado sin la emergencia de la perturbación, tócanos ahora averiguar cómo se pueden separar definidamente, una de ot ra, am bas clases de equivocaciones orales, y cómo puede disting uirse un ejempl o de un a de ellas de un cas o de la otra . En est e pu nto de la discusión hay que recordar la s afirmaciones de W undt, el cual, en su reciente obra sobre l as leyes que rigen el de sarr ollo d el lenguaje (Voelkeerspsychologie, tom o I, parte prim era, págs. 371 y ss., 1900 ), trata tam bién de los fenómenos de la equivocación oral. Opina Wundt qu e en estos fenómenos y otr os análogo s no faltan ja más dete rmi nad as infl uencias psíquicas. «A ellas pertenece, ante todo , como u na determ inante positiva, l a corr iente no asociaciones de sonidos y de palabras,
inhib por ida de s estimu ladas loslasonidos pronun ciados . Al lado de est a corrien te aparece, c omo factor negativo, la desap arició n o el relaja mie nto de las influe ncias de l a volu ntad que debían inh ibir dicha corriente, y de la atención, que también actúa com o un a función de l a volu ntad. El que dicho juego de l a asociación se en que un sonido se anticipe o re produzca l os anteriorme nte pronunc iados, en que un soni do familiar se int ercale entre o tros o, por último, en que pa labras totalmente distintas a las que se hallan en relación asociativa los son idos nun ciado s actúen sobre todo ello noconindica m ás qupro e diferenc ias en la direcci ón éstos, y a lo sumo en el campo de acción de l as asociaciones que se esta blecen, pero no en la na tural eza general de la s mism as. Tam bién en algu nos casos pued e ser dudoso el decidir qué forma se ha de atribuir a una determ inada perturbación , o si no se ría más ju sto referirl a, conforme al principio de la com plica ción de las causas, a la concurrencia de varios motivos.» (Págs. y 381.) Considero absolu tamen te justificadas y en extre mo tructivas estas observaciones de Wundt. Quizá se pudiera»
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acentuar con mayor firmeza el hecho de que el factor positi vo favorecedor de las equivocaciones o rales -la co rrien te no inhibida de las asoci acio nes - y el negati vo -el relajamient o de la atención in hibit oria- ejer cen regularm ente un a acción sincrónica, de manera que ambos factores resultan no ser sino diferentes determ inan tes del mis mo pro ceso. C on el re lajamiento o, más precisamente, por el relajamiento de la atención inhibitoria entra en actividad la corriente no inh i bida de las asociaciones. Entre los ej emplos de equivocacione s orale s reu nido s por mí mismo, apenas encuentro u no en el que la perturbació n del discurso pueda atribuirse sola y únicamente a lo que Wundt llama «ef ecto de contac to de los sonid os». Casi siem pre descubro, además, una influencia perturbadora proce dente de algo exterior a aque llo que se tiene in tenció n de ex presar, y este elemento perturbador es, o un pensamiento inconsc iente ais lado, que se m anifiesta por med io de la e qui vocación y no pu ede m uchas ve ces ser atraído a la concien cia más que por medio de un p enetran te análi sis, o un m oti vo psíquico general, que se di rige contra t odo el discurso. Ejemplos: Viendo el ge sto de desagrado que p onía hija al mor der una manzana agria, quise, bromeando, decirle la si guiente aleluya: mon o pon e zana, ridicula al comer, de man u na partícula. Pero comencé diciendo: El man... Esto parece ser una contaminación de «mono» y «manzana» (formación transaccional), y puede interpretarse también como una antici pación de la pal abra «manzana», pre parad a ya para ser pro nunciada. Sin embargo, la verdadera interpretación es la siguient e: antes de eq uivo carm e, había recitad o ya una vez la aleluya, sin incurrir en erro r alguno, y cua ndo me
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qué fue al verme obligado a repetirla, po r estar mi dis traída y no haberme oído la primera vez. Esta repetición, unida a mi impaciencia por desembarazarme de la frase, debe ser incluida en la motivació n del error, el cual se pre senta como resultante de un proceso de conden sación. b) Mi hija dijo un día: «Estoy escri bien do a la seño ra de El apellido verdadero era equivocación se debió , probable men te, a una tend encia a f a cilitar la articu lació n, pues desp ués de varias r es di fícil pro nun ciar la / . schreibe der Schlesinger.» Debo añ a dir, además, que esta equivocación de mi hija tuvo efecto pocos m inuto s después de l a mía entre «mono» y «manza na» y que las equi vocacione s orales so n en alto g rado conta giosas, a semeja nza de l olvido de nom bre s, en el cual ha n observado y Mayer este carácter. No conozco la ra zónc)deUna tal paciente, contagiosidad psíquica.de la sesión de tratam iento al comienzo y al querer decir que las molestias que experimentaba le hacían «dobl arse como u na navaja de bolsillo» ser), cambió las consonantes de esta pala bra, y di jo: Tassenequivocació n explicable por la dificultad de artic u lación de tal palab ra. Habiéndole llamado la atención sobre su error, re plicó pro nta mente : «Sí, eso me ha sucedido po r que antes ha dic ho usted tam bién Ernscht, en vez de Ernst.» En efecto, al recibirla habí a yo di cho : «Hoy ya va la cosa en serio (Ernst)» -pues era aquélla la última sesión del trata mient o- , y, brom eand o, había aprovecha do el doble sentido de la palabra Ernst (serio y Ernesto) para decir Ernscht (ape lativo familiar de Ernesto), en vez de Ernst (serio). En el tran scu rso de la s esión si guió equivoc ándose la paciente re petid as veces, haciéndo me po r fin observar que no se limi taba a imitarm e, sino que tení a, además, u na razón particu lar en su inconsciente para continuar considerando la palabra Ernst, no com o el adjetivo serio, sino como no mb re propio
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La mism a pac iente, querien do deci r en otra ocasión: «Estoy tan con stipada, que n o pu edo aspirar (atmen) p or la nariz dijo: «Estoy tan constipada que no puedo naspirar (natmen) po r la ariz (Ase)», y en el act o se dio cue n ta de la causa de su equivocació n explicánd ola en la siguien te forma: «Todos los días to mo el tranv ía en la cal le HaseEsta mañana, mientras lo estaba esperando, se me ocurr ió pensar qu e si yo fuese francesa diría Asenauer, pues los franceses no pronuncian la h aspirándola, com o lo hace mos nosotros.» Después de esto habló de varios franceses que había con ocido, y al cabo de am plios rod eos y di vaga ciones recordó que ten iendo catorce años había representa do en un a piececilla titulad a El Valaca y la el papel de esta última, h abien do ten ido qu e hablar entonces el al e mán como una francesa. La casualidad de haberse alojado por aquellosprocedente días en la casa de viajeros en que ella en habitaba un huésped de París había despertado ella toda esta serie de recuerdos. El intercambio de sonidos (Nase atmen = Ase natmen) es, pues, consecuencia de una perturbación producida po r un p ensamiento inco nsci ente, perten eciente a un con teni do ajeno en absolu to al de la frase expresada. e) Análogo mec anism o se o bserva en l a equivocación de otra paciente, cuya facultad de recordar desapareció de pronto a la mitad de la reproducció n de un recuerdo infan til, que volvía a emerger en la memoria después de haber permanecido olvidado duran te mucho tiemp o. Lo que su mem oria se negaba a comunicar era en qué part e de su cuer po le había tocado la indiscreta y desvergonzada mano de cierto sujet o. I nmediata men te después de ha ber sufr ido est e olvido visitó la paciente a u na am iga y hab ló con ella de sus respectivas residencias veranie gas. Preg untada po r el lu gar en qu e se hallaba situ ada la casita que poseía en M., dijo que en las nalgas de l a monta ña en vez de en la vertiente
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Otr a paciente, a la que después de la sesión de trata miento preg unté po r un tío suyo, me resp ondió : «No lo sé. Ahora no le veo más que Al siguiente día, en cuan to ent ró, m e dijo: «Estoy avergonzada de mi tont a res- | puesta de ayer. Ha debid o usted de pen sar que soy una de '<•' f)
esas ignorante s queLousan equivocadamen te laspersonas locuciones extranjeras. que siempre quise decir es que ah ora ya no veí a a mi tío má s que en passant.» Por el mom ento no sabíamos de dónde po día haber tom ado la paciente las p ala bras extranjeras equivocadamente empleadas; mas en la mism a sesi ón, contin uand o el tema de l a anterior, apar eció una reminiscencia en la que desempeñ aba el papel princ ipal el hecho de haber sido sorpren dida infraganti. Así, pues, la equivocación del día anterior había anticipado este recuer do, entonces todavía inconsciente. g) Estando sometiendo a un análisis a otra paciente, le expresé mi sospecha de que en la época de su vida de que entonces tratábamos se hallaba ella avergonzada de su fa milia y hubiese hecho a su padre un reproche sobre algo que hasta aquel mo men to nos era aún descon ocido. La pa ciente no reco rdaba na da de y además dijo que mi su posición le pa recía impro bable. Mas luego co ntin uó la con versación, hacien do varias observacion es sob re su f amili a, y al decir: «Lo que hay que concederles es que no son per sonas vulgares . Todos el los tienen inteligencia (Geist)», se equivo có y dij o: «Todos ellos tie nen avaricia Éste era el reproche qu e por represión hab ía ella expulsad o de su mem ori a. Es un fenóm eno mu y frecuente el de que en la equivocación se abra paso precisame nte aquella id ea que se quier e retener (co mpáres e con el c aso Mering er: Vorschein La diferencia entre ambos está tan sólo en que en el caso de Meringer el sujeto quiere inhibir una cosa de la que posee perfect a conciencia, mie ntra s qu e mi paciente no sabía lo que inhibía, ni siquiera si inhibía
alguna cosa.
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El siguiente ejemplo de equivocación se refiere tam bién, como el de Merin ger, a un caso de inhibición inten cio nada. Du rante u na excur sión por los Dolomit as encon tré a dos señoras que vestían trajes de turismo. Fui acompañán dolas un trozo de cam ino y conversamos de los place res y molestias de las excursiones a pie. Una de las señoras conce dió que este deporte tenía su lado incómodo. «Es cierto -d ij o- que no resulta nada agradable sent ir sobre el cuerpo, después de haber estado andando el día entero, la blusa y la camisa empapadas en sudor.» En medio de esta frase tuvo una peque ña vacil ación que venc ió en el acto. Luego conti nuó, y qu iso decir: «P ero cu and o se llega a casa (nach puede u no cambiarse de ropa...»; mas en ve z de la palabra Hause (casa) , se equivo có y pro nun ció la palabra Hose (pan h)
talones). Opino que no hace falta examen ninguno para explicar esta equivocaci ón. La señora había tenido claramente el pr o pósito de hacer una más completa enum eració n de las pre n das interiores, d iciend o: «Blusa, camisa y pantalo nes», y por razones de conveniencia social había retenido el último nombre. Pero en la frase de contenido independiente que a continuación pronunció se abrió paso, contra su voluntad, la palabra inhibid a (Hose), surg iend o en forma de de sfigu ración de la palabra Hause (casa). i) «Si quiere usted comprar algún tapiz, vaya a casa de Kauffmann (apellido alemán que significa además comer ciante), en la calle de Mateo», me dijo un día un a seño ra. Yo repetí: «A casa de Mateo..., digo, de Esta equ i vocación de repetir un nombre en lugar de otro parecía ser simplemente motivada por una distracción mía. En efecto, las palabras de la señora me habían dis traíd o, pues habían dirigido la atención hacia cosas más imp ortante s que los ta pices de qu e me h ablab a. En la calle de Mateo se halla la ca sa dondea otra mi mujer soltera. La entrada esta de casa daba calle,vivía y en de aquel mo mento m e dide cuenta que
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había olvidado el no mb re de esta última, siéndom e prec iso dar un rode o mental pa ra llegar a recordarlo. El nom bre Ma teo, que fijó mi atención, era, pues, un no mb re sustitutivo del olvidado nomb re de la calle, siendo m ás ap to pa ra ella que el nombre por ser exclus ivament e un no m bre pr opi o, cosa que no sucede a este úl tim o, y llevar la calle olvida da también un no mbre prop io: j) El caso siguient e pod ría incluirse, asimismo , entre los «errore s», de l os que tra tar é más adelante, per o lo expongo ahora por aparecer en él con especial claridad la relación de sonido s que m otiva l a equivocación. Una paciente me relató un sueño que había tenido y que era el siguient e: un ni ño h abía decidido ma tarse, d ejándose morder po r una s erpiente y, en ef ecto, llevaba a cabo su p ro pós ito. La paciente lo vio en su sueño retorcerse convulsio nadoque bajosulossueño e fectos del veneno , etc.sus Hice que buscasdeelael en lace pudiera tener con impresiones vigilia, y en el acto recordó qu e la tarde an teri or hab ía asisti do a una conferencia de vulgarización sobre el modo de prestar l os prim eros auxil ios a las perso nas m ord idas p or reptiles veneno sos. En e lla oyó que cuan do ha n sido mordi dos al mismo tiempo un adulto y un niño se debe atender prim ero a este últim o. Recorda ba tam bién las presc ripcio nes aconsejadas para el tratamiento de estos casos por el confer enciante, el cua l había insistido sobre la impo rtan cia de saber, ant e tod o, por qué clas e de serpiente hab ía sido ata cado el herid o. Al lle gar aquí inte rru mpí a mi paciente, y le pregunté: «¿Y no dijo el conferenciante que en nuestro país hay muy pocas serpientes venenosas ni tamp oco cuáles de las que de esta clase hay son las más temibl es?» «Sí -respon dió -; habl ó de l a serpiente de cascabel Mi risa le hizo dars e cuenta de que habí a dicho algo cado, pe ro no rect ificó el no mbre de la serpiente, sustituy én dolo po r otro, sino que se limitó a retirarlo, d iciendo: verd ad, la serpiente de cascabel no existe en nu estr o pa ís, y
5. Equivocaciones orales de lo que el conferenciante hab ló fue de las víb ora s. No sé cómo he podido referirme a ese reptil.» Yo supuse que la aparic ión de la serpiente de cascabel en la respuesta de m i paciente había obedecido a la intervención de los pensa mientos que se hallaban ocultos de trás de su sueño . El suici dio por mordedura de una serpiente no puede apenas ser otra cosa que u na alusión a la bella Cleopatra (Kleopatra). La amplia a nalogía de los sonid os de ambas pala bras, la com ún posesión de las letras p.. . r... en igual o rden de sucesión y la acentuación en am bas de la letra a, deben tenerse muy en cuenta. La favorable relación existente entre los nombres serpiente de cascabel (Klapperschlange) y Cleopatra (Kleopa tra) motivó en la paciente una mom entá nea inhibición del
juicio, consecuencia cual, y no a pesar de saber bien como yoa que la serpientededelacascabel pertene cía a latanfauna de nuestro paí s, no halló nad a extraña su afi rmaci ón de que el conferenciante había expuesto a un público vienes el tra tamiento de las mo rded uras de dicho reptil. No querem os, en cambio, reprocharle que admitiese con igual ligereza su existencia en Egipto, pues estamos acostumbrados a con fundir en un solo mon tón tod o lo exótico, y yo mi smo tuve que parar me a medita r un mom ento , antes de sentar la afir mación de qu e la serpie nte de cascabel pertenece únic amen te la fauna del Nu evo Mu ndo. En la continuación del análisis fueron apareciendo diversas confirmaciones de mi hipótesis. La paciente había fijado po r vez pri mera su atención, la tard e anterior al sueño relatado, en el grupo escultórico de Strasser, que representaba a Antonio y Cleopatra, situado en las proximidades de su casa. Esto había sido, pues, el segundo motivo del sueño (el primero fue la conferencia sobre las mordeduras de las serpientes). En la continuación del mismo se vio meciendo a un niño en sus brazos, escena la cual asoció después la figura la Margari ta goethiana. Posteriores ideas espontán eas que surgieron en el análisis fueron remin iscencias referentes
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La aparición de samientos del su eño años anteri ores u na profesión de actriz cidido suicidarse de traduc irse en estas su infancia llegar salina parte, por fin, nido esencial de este s habían desp erta do único hermano una con He aquí un creemos así nor tivos. En él se
nombres de obras teatra les en los pen sospechar que en la sujeto existió en tt afición, secretamente mantenida, la prin cipi o del sueño : niño había demorder por una serpiente» puepalab ras : «La sujeto se había propuesto I famosa.» Del nom bre Mecamin o mental que conduce al ue ño. Determ inados sucesos recientes paciente la preocupación de que su contraer un mat rim onio desigual, distint a, un a no aria. completo inocente, o que lo sido aclarados totalm ente sus mo claridad el mecanismo
interior. Un alem án que por tuvo necesidad de com pra r un a cor rea sujetar su baú l, que se le había estro peado. En el encon tró la palabra coreggia, como alemana (correa). «No me será difícil recordar esta palabra -se dijo-. Bastará con que pi en se en del pintor Correggio.» Después de esto se dir ig ió a tienda y pidió una ribera. Se ve, pues qu e sujeto no ha bía consegu ido sustitu ir en su mem or ia l a alemana po r la italiana equivalente, pero que su totalmente vano. Sabía que tenía q ue nom bre de un pintor, y obran do de est e m o d o no con aquel cuyo son ido semejaba a la pal ab ra sonido aproximado a la palabr a (correa). Este ejemplo po dría co locarse en tre lo s nom bres lo mismo que aquí, en tre las Cuando me dedicaba orales p a r a la
coleccionar casos d e equivo caciones edición de este libro
yo solo a efec-
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esta tarea, y para reunir material suficiente sometía al análisis todos los casos que me era dado o bservar, au n aqu e llos de escasa im portan cia. Mas de entonces acá se h an d edi cado varias otr as personas a la divertida labor de coleccio nar analizar equivocaci ones, pe rmitié ndom e hacer una sel ec ción de casos y ejemplos extrayendo los más significativos del rico material acum ulado . a) Un joven dij o a su he rmana: «He roto to da relación con D... Ahora ya ni siquiera la saludo.» La her man a quiso res ponderle: «Haces bien. Es familia poco recomendable pero cambió la letra ini cial de la palab ra Sippschaft, y dijo Lippschaft. En esta equi vocación acumu ló dos cosas: que su hermano comenzó tiempo atrás un galanteo con un a muchac ha de dicha f amilia, y que d e esta muchach a se dice que poco tiem antes se habí a com prom etido gra vemente entregá ndos epoa un amor prohibido. b) Un joven ab ord ó a una m uchacha en la cal le con las pa labras: «S i usted me lo perm ite , seño rita, desearía acompa ñarla pero en vez de est e verbo begleiten (acom pañar), formó un nuevo (begleitdigen), compuesto del primero y beleidigen (ofender). Se ve clara mente que pe nsa ba en el placer de acompañarla, pero que temía ofenderla con la prop osició n. El que es tos dos sentimientos e ncon tra dos llegasen a ser expresados en u na palab ra - en la equivo cac - indica quelalass más verdaderas del ojoven no eranión precisamente pu ras ,intenciones ya que a él mism le pare cían pod er ofende r a la señorita . Pero su inconsciente le jugó un a mala pasada, d elatando sus verdaderos propósitos, con lo cual obtuvo, com o es na tura l, la respuesta obli gada en es tos casos: «¡Qué se ha figurado usted de mí! ¡Cómo puede ofenderme de e se modo! » (Comun icado po r O. Ran k.) c) Var ios de los ej emplos que van a con tinu ació n están to mad os po r mí de un artículo de W. Stekel, titu lado «Confe siones inconsci entes», publicado en el Berliner Tageblatt de de ene ro de 1904 .
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caso que sigue me reve ló una pa rte, para mí po co gra ta, de mis pen sam iento s inconscientes. Ante s de ex ponerlo quiero hacer constar que en mi profesión de médico no pienso nunca, com o es jus to, en las ganancias qu e mis p a cientes puedan proporcionarme, sino tan sólo en su propio interés; sin embargo, una vez me sucedió lo siguiente: Me hallaba en casa d e un enfermo, convaleciente ya de u na gra ve dolencia. Duran te el pe río do de m áxima gravedad, am bos, médico y enfermo, habíamos pasado días y noches muy penosos. Inic iada la convale cencia, me sentía muy con tento de verle en vías de franca curación le hablé de los pla ceres de una estancia en Abazia, que había de repo nerle por completo, "si, co mo yo esperaba, no le er a posibl e ab and o nar pronto el lecho". Seguramente este no había surgido de un motivounegoísta mi inconsciente: el de po der conetinuar visitando clientedeadinerado, deseo comp letamente xtra ño a mi conciencia y que si hubiera a puntado en ella hubiera yo rechazado con indignación.» Otro ejemp lo de W. Stekel: «Mi mujer tom ó una insti tutriz francesa para por las tarde s. Después d e po ner se de acuerdo con nosotros sobre las condiciones, reclamó sus certificados, que n os había entre gado, y justificó su petición diciendo:Je cherche encore pour les pardon, pour les Cla ram ente se ve ía la intención de bus car otra casa en la que quizá fuese ad mitida en m ejores condi ciones; intención que llevó a cabo.» e) A petición de su ma rid o, tuve un d ía que repren der enérgicamente a una seño ra, hallán dose aqu él escu chando detrás de una p uerta para observar el e fecto producido po r la reprimenda. Ésta causó, realmen te, una gran imp resió n en la señora. Al des pedirme de ella lo hice con las pa labras: «Besoa usted la mano, caballero», con lo cual si la inte resad a hubiera sido per sona experim entada en estas cuestio nes, hu biese podidopodescubrir mi desp edidayoseserm dirigía en reali dad a aquel r encargo que del cual l a había onead o.
Equivocaciones orales El doc tor Stekel nos ref iere de sí mis mo qu e, tenien do vez en tratamiento a dos pacientes, procedentes de Trieste, confu ndía siem pre en tre sí sus respectivos nombres, al saludarlo s decía: «Buenos días, señ or Peloni», al que se ilamaba Askoli, y «Buenos dí as, señor Askoli», a Peloni. A l f)
principio inclinóyaanoexplicarlo atrib uirsencillamente nin guna profunda motiv a ción a estesecambio por las varias coincidencias existentes entre am bos sujetos, pero más ta rde le fue fácil convencerse de q ue ta n conti nuad a equivocación obedecía al vanidoso deseo de hacer saber de aquel modo a sus dos clientes italianos q ue no era ning uno de ell os el ún i co hab itan te de Trie ste que hab ía hec ho el viaje hasta Viena para acudir a su consulta. g) El mism o do ctor St ekel cuenta que en un a tormen tosa junta general, queriendo decir: «Pasamos schreiten) ahora al pu nt o cu art o de la ord en del dí a» dijo: «Peleamos etc. h) Un profesor, en un discurso de toma de posesión de una cátedra, dij o: «No estoy inclinado bin geneigt) a hacer el e logio de mi est imad o predecesor», querien do de cir: «No soy el llamado (Ich bin nicht geeignet).» i) El d octor Stekel dijo a un a seño ra a la que supo nía ata cada de la enferm edad de Basedow: «Le lleva usted el bocio (Kropf) a su herm ana», qu erie nd o decir: «Le lleva usted la cabeza j) A veces la equivo cación descu
bre algo c aracterístico del que la sufre. Una c asada joven, que orde naba y mandaba en su casa como jefe suprem o, me relataba un día que su m ari do había ido a consu ltar al médico sobre el régimen alime n ticio más conveniente para su salud, opin and o el do cto r que no necesitaba seguir ningún régimen especial. «Así, pues -continuó la mujer-, puede comer y beber lo yo quiera.» Los dos ejemplos siguientes, pu blic ado s po r Th. Reik en la Internationale
Psychoanalyse,
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den de situaciones en las que se pro duc en con gr an las equivocaciones, pues en ellas se inhibe mucho más de que se expresa. k) Un caball ero hablaba con una joven señ ora , cuyo do había f allecido poco tiem po an tes. D esp ués d e darle pésame, añadió «Encontr ará usted se aho: ra por completo a susunhiconsuelo jos.» Perdo,ed ic án do do un pensamiento reprimid o referente a otro dist into c on suelo existente para su interlocutora, esto es, que, siendo una joven y bella viuda no tardaría en gozar nuevas alegr ías sexuale s, confundió los sonid os de las pala bras widmen (dedicar) y Witwe (viuda) y dijo en su frase de consuelo. El mismo señor, conversando una noche en una reu nión con l a misma joven viuda sobre los gra nd es p re pa ra ti vos que a la sazón se hacían en Berlí n par a la celebración de las fiestas de Pascua, preg unt ó a su inte rlo cut ora : «¿Ha vi st o usted ho y el escaparate de Wertheim? Está mu y bien tado.» No habiendo p odid o expr esar en voz alta su ad mir a ción ante el descote de la bella señora, su pensa mie nto r et e nido s e había abierto paso aprov echando la semejanza de la s palabras descotado y decorado y transform ando la decora ción del escapa rate de una tienda en un des cote. La pa la br a escaparate fue tamb ién empleada en la frase co n un i nc ons ciente sen se tido. Igualdoble motivo descubre en una observación de Hans Sachs, minuciosamen te exp licada y analiz ada po r él m is mo. m) Una señora me habla ba de un conocido de amb os , y dijo que la úl tima ve z que le había vist o había ob serv ado que iba, como siempre, elegantísimamente vestido y llevaba uno s preciosí simos zapatos (Halbschuhe) neg ros. Yo le pr e gunté que dón de le había encontrado, y el la resp ondió : «Lla mó a la pue rta d e mi casa y le vi por la s rendijas de la mir ill a, pero ni le abrí ni di s eñales de vida, pues no qu erí a que se e n terase de mi regreso a la ciudad.» Al oír esto pe ns é que fíie
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ocultaba, prob ablem ente, que no le había abierto porq ue no estaba sola en la casa, y ademá s porque su toilette no era en aquellos momentos la más apropiada para recibir visitas. estos pensamientos, le pregunté algo irónicamente: «¿De manera que a través de la mirilla le f ue a us ted p osible zapatillas ( Hausschu zapatos admirar las digo,a los de nue stro amigo?» En lahe), palabr zapatill as (H auss chuhe) había surgido el inhib ido pen samien to de que l a se ñora se hallaba en traje de casa (Ha uskleid). Por otro lado, la partícula (medio) de Halbschuhe (zapatos) poseía una tendencia a desaparece r, por con stitu ir el elemento p rincip al la frase que, de no hab er sido repri mid a, hubi era expresado mi pensam iento , o sea: « No me dice usted má s que media verdad, pues me oculta que en aquel momento se hallaba u s ted a medio vestir.» Mi equ ivocació n fue también facilitada
por el hecho habe r estado inmed iatame tes de la vidade matrimonial delhabland amigo deo referencia y dente suan «felicidad doméstica», lo cual contribuyó a determinar el desplazamiento sobre su persona. Po r último, debo confesar que quizá intervini era también mi envidia en el hecho de ha cer and ar en zap atillas po r la calle al elegante caballero, p ues yo habí a comp rado hacía poc o un os zapatos negros, qu e no podían, bajo ningún concepto, ser calificados de «preciosí simos». Tiempos de de guerra como los actuales hacen surgir unay gran cantidad equivocaciones fácilmente explicables comprensibles. a) «¿En qué a rma sirve su hijo?», preg untaro n a un a seño ra. «En los asesinos del 42», respo ndió. (Morsern = morte = asesinos.) El teniente Hen rik Haima n escribe desde e l camp o de «Estando leyendo un l ibro de apasio nan te interés tuve que ab ando nar la lectura para sustituir por un mo men to al encargado del teléf ono de cam paña . Al efec tuar la pr ue ba de la línea telefónica de una batería contesté diciendo:
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"Línea corriente. Silencio" en lugar de las palabras regla mentarias: "Línea corriente. Final." Mi equivocación se ex plica por el enfado que m e el verme arran cado lectura.» 7) U n sarge nto recomend ó a sus homb res que dieran precisió señas a s us casas respectivas paderaellas qu e no traviarann sus los paquetes que lessemaexn daran; pero pensando en deseadas vituallas mezcló con la palabra paquetes (Gepackstücke) la palabra tocino mezcla que produjo Gespeckstücke, que fue la palabra pron unci ó en su r ecomendaci ón los soldad os. 8) El ejemplo que a continu ación va, ejemplo de dina ria bel leza y muy impor tante po r su triste signi ficado, me ha sido comunicado p or el docto r L. Czes zer, que obser vó el cas o en su estancia, duran te la gue rra, en la neutra l Suiza y lo ción ha anal sin dejsinarmás vacío lgun o. Doyqueaqu í su comunica casiizado completa moa dificación nos cortes q ue no afec tan a nad a esencial : «Me voy a pe rmitir comun icarle un cas o de oral" sufrida por el profesor M. N . en la ciudad de O., duran te un a de las co nferencias que com pusiero n su curso de ve rano sob re la psicología de los sentim ientos . Debo antic ipar le que estas conferencias se celebraban en un aula de la Universidad, ant e un público com puesto en su mayoría de estudiantes de la Suiza francesa, partidarios decididos de la Entente y en el que abu nda ban tam bién los prisi one ros de guerra franc eses internad os en Suiza . En la ciudad d e O. se emplea ahora siempre, como en Francia, la palabra boche para design ar a los alemanes. Cl aro es que en actos públi cos, conferencias, etc., l os altos emp leado s, los profesores y dem ás perso nas responsables se esfuerzan en evitar , por ra zón de la neutralidad de su país, el pronunciar la ominosa palabra. »E1 profesor N. tratab a a la sazón de la significación prác tica de los afec tos, y en una de sus conferencias pen saba ci-
Equivocacionesorales tar un ejempl o de in tencion ada explotación d e un afecto, en caminada a convertir en un placer la ejec ución de un trabajo interesante po r sí mismo y hacerlo con e llo más in tenso. A este ef ecto, relató en francés, natur alm ente, una his toria, reproducid a de un periódico p angerm anista por los la localidad enhacía la quetrabaja se relatr aaba es, cuela alemán, qyue suscóm alumo un nosma enestr un ojardedín les invitó, p ara hacer más inten so su trabajo, a representarse que en cada terró n que m achacasen en su labor deshacían el cráneo de un francés. N atur almente, el profesor N., cada v ez que en su relato tropezaba con la palabra "alemán", decía con to da corrección allemand y no boche. Pero al llegar al fi nal de la hist oria repro dujo las palabra s del maes tro en la si guiente forma: "Imaginez vous qu'en moche vous écrasez le cráne Así, pues, en vez de motte dijo moche.
se ve aqu í perf ectamente cómo el correcto ho mbre de ciencia toma desde el principio de su nar raci ón to das las precauc iones para resisti r el impulso de la costum bre o qui zá de una ten tación y no escapar desde l a altu ra de un a cátedr a universitaria una palab ra de uso expresamente p ro hibido po r decreto de la Confederación? Mas en el pre ciso mom ento en q ue la ha pronu nciad o po r última vez con tod a felicidad y corrección las palabras instituteur allemand y avanza consuunhistoria, interio elr vocabl suspiro de aliviidoo hacia el ya inm edia to final de o tem y tan trabajosamen te evitado se engancha en su similicadente motte y la desgra cia sucede irreparab lem ente . El tem or de cometer un a faha de tacto político y quizá un reprim ido capricho o deseo de usar, a pesar de to do, la palabra habitu al y esperada por su auditorio , así como el enfado del republicano y demo crático profesor ante toda coacción ejercida contra la libre expre sión de sus opiniones, se interpusieron ante su intención principal de relatar correctam ente el eje mplo. El or ado r co noce esta tendencia interf erenci al y no se pu ede adm itir qu e
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no haya pensado en ella mom ento s antes de sufri r su equivo cación. »Ésta no fue ad ver tid a por el prof esor N. o, po r lo m enos, no fue corregida por él, cosa que en la mayoría de los casos se suele hacer automáticamente. En cambio, el compuesto en su mayor pa rte de fran ceses, acogió con dadera satisfacción el lap sus, el cual hi zo el efecto de un te intencionado . Por mi par te, seguí este suceso, inocente apariencia, con apas ion ado interés, pues au nqu e por r azo-, nes fácilmente comprensib les tenía que r enun ciar a hacer profesor N. las preguntas qu e el métod o psicoanalítico cribe para aclarar la equivocación, ésta constituía para mí una prue ba palpable d e la verdad de la teoría freudiana de la determinación de los actos fallidos y de las profundas ana logías y conexione s entre la eq uivocación el chiste.» e) Bajo las perturbado ras impresiones de la época de gue rra, surgió también el siguiente caso de equivocación, que nos comunica un ofic ial austríaco al regresar de su c autive rio de Italia: «Durante al gunos de los mese s que estuve prisio nero en Italia nos hallábamos alojados doscientos oficiales en una estrecha villa. En es te tiem po mu rió de l a gripe uno de nu es tros com pañeros. La impre sión que est e suceso nos produ jo fue, comobam es natu uy la profunda, r las condicion que está os, daral, domque f alta depo asistencia méd icaesy en el desamparo en que se no s tenía hacían más que pro bab le el desarrollo la epidemia. El cadáver de nuestro c ompañero había si do colocado, en espera de reci bir sepult ura, en lo s sótanos de la casa. Po r la noch e, d and o un paseo alre ded or de nuestra villa con un amigo mío , coincidimos am bos en el deseo de ver el cadáver. Siendo yo el que pr im ero entró en el sótano, me hallé ante un espectáculo que me sobrecogió, pues no esperaba encontrar el ataúd tan inmediato a la en trad a, ni ve r de repent e, tan cercano a mí, el rostro del difun-
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to,
inmo vilidad parecía alterada po r los cambiantes reque las llamas de los cirios arrojaban sobre él al ser po r el aire. Todav ía bajo la impre sión de aquel cuaco ntinuam os nu estro p aseo. A l llegar a un sitio desde el cual se ofrecía a n uestro s ojos el parqu e entero nadand o en luz de la luna, la prad era surca da po r los blancos ra yos y al fondo un liger o manto de niebl a, co muniq ué a mi com pañ e ro mi im presión de ver dan zar u na b atería de elfos bajo la lí nea de pinos qu e cerraba el horizo nte. »A la tarde sigui ente enterr amo s a nuestro cam arada. El camino desde nuestra prisió n hasta el cementerio de u na lo calidad vecina fue para n oso tros amarg o y humillan te. Una multitud de muchachos, mujeres y ancianos del pueblo aprovechó la ocasión pa ra desahogar ruid osam ente sus sen timientos de curios idad y de od io hacia sus enemigos prisio neros. La en sensación no po der per manece r libre insula tos ni aun n uest radeinerm e situación y el a sco antedeaquell grosería me dominaron hasta la noche, llenándome de amargura. A la mism a hora de la noche anterior, y acompa ñado por el mism o cam arada , comencé a pasear por el ena renado camino que daba vuelta a nuestro alojamiento. Al pasar frente a la puer ta del sótan o do nde estuvo deposi tado el cadáver acudió a mi mem oria el recuerdo de la impresión que a su vista hub o de so brecogerm e. C uan do llegamos al lugar desde el cual se descubría el parque en tero, nu evam en te iluminado p or la luna, me detuve y dije a mi acom pañan te: "Podíamos sen tarnos aq uí en la tumba (Grab) -di go, en la hierba (Gras)- y e nterrar (sinken) -por entonar (singen)una serenata." Al sufri r la seg und a equivocació n se fij ó mi atención en l o o currid o, pues la prim era la había r ectificado sin hab erm e da do cu enta de su s ignificación. M as entonces medité sobre amb as y las uní del siguiente mod o: "enterrar en la tum ba". Rápidam ente se me presentaro n las siguien tes imágenes: los elfos bailando y flotando en el resplandor lunar, el com pañ ero am ortajado, la impresión que me causó
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su vist a y det ermin adas escen as del entierro. Al mism o tiem po recordé la sensación de repugnancia sentida durante el perturbado duelo, así como ciertas conversaciones sobre la epidemia y los temo res expresados po r varios oficiales. Más tarde reco rdé tam bién que aquel día era el aniversar io de la mue rte desobre mi padre, cosa que me extrañó , dad a mi pésima memoria las fechas. meditaciones me hicieron da rme cuenta de las coincidenci as que p resen taban las condiciones exteriores de amba s noc hes : igual luz de luna , igual hor a, igual lugar y la mism a pers ona a mi lado. Recordé el disgusto que había ex perim entad o al conocer el peli gro de un desarrollo de la epi demia gri pal y, al mismo tiempo también , mi deci sión int e rio r de no dejar me d om ina r po r el temor. Entonces me di cuenta del si gnificado de la equivocación. Pod ríam os ente rrar (nos) en la tumba, y ll egué al convencimiento de q ue la primera rectificación del error tumba-hierba, verificada po mí sin darm e cuenta de su sentido, había tenido como secuenci a el segu ndo er ror de enterrar por entonar, encami nado a asegurar al comple jo reprim ido u na efectividad fina «Añadiré que en aquella época padecía yo de sueñ os ate rradores, los cuale s vi repetidas vec es a una m uy p róx im pari ente m ía enfer ma en su lecho, y una vez, muer ta. diatamente antes de ser hecho prisionero había recibido noticiaestallado de que en región en queladicha persona se hallab había conlagra n fuerza epidemia gri pal, y le hab í expresado mis tem ores . Desde entonces ces é de saber de Meses después recibí la noticia de que dos sem anas antes suceso anteri orm ent e descrito había sido víctim a de la epi demia.» El siguiente ejemplo de equivo cación o ral arroja vivísi ma luz sobre uno de los dolorosos confli ctos que se pre sen tan a l os médicos. Un individuo, p resuntam ente atacado de una mort al dolencia, cuy o diagnó stico no se había fijado to davía con absoluta segu ridad , acud ió a Viena para tra tar de
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resolver allí su problema y pidió a un antiguo amigo suyo, muy conocido, que se encargase de asistirle, cosa que éste acep tó, no sin algu na resistencia. El enfermo debía ingresar en una casa de salud, y el médi co pr opuso a este fin el Sanat orio Hera. «Pero ese sanatorio no es más que par a unaeso especialidad (para partos)», repuso elenenfermo. «Nada de -rep licó vivamente el médico-; el Sanatorio Hera puede matarse (umbringen), digo alojarse a cualquier paciente.» Al darse c uenta de lo q ue había dich o, luchó el médico violentamente contra la significación de su lapsus. «Su pongo -d ijo- que no creerás que tengo impulsos hostiles contra ti.» Pero un cu arto de ho ra despué s confesó a la enfer mera que había tom ado a su car go el cuidad o del pa ciente y que le acompañaba hasta la puerta del estableci miento. «No he enc ont rad o nad a, y no creo aún que tenga esa enfermedad. Pero si la tuviera yo le daría una bue na d o sis de morfina y todo habría terminado.» Resulta que su amigo le había puesto la condición de que acortara sus sufri mientos con un med icame nto cu alquiera en cuan to se viera que su enfermedad era irremediable. Así, pues, el médico había realmen te aceptado la misión de mat ar (umbringen) a su amigo. T|) No quisiera prescindir del siguiente caso, altamente instru ctivo, a pesar de haber sucedido hace ya un os veinte años. Hablando un a señor a en un a reunión de un tema que, por el apasionam iento de su s palabras, se advert ía que desperta ba en ella intensas em ocion es secretas, dijo lo sig uiente: «Sí, una mujer necesit a ser bella para gu star a l os ho mb res. El hombre tiene menos dificultad para gustar a las mujeres. Basta con que tenga sus cinco miembros bien derechos.» Este ejemplo nos p ermite pen etrar en el íntimo mecanism o de un lapsus ora l, producid o por condensación o contamina ción. Podemos admitir que nos hallamos ante la fusión de dos frases de análogo s entid o:
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O también que el elemento derechos fuera común a dos intenciones de expresión que hubieran sido las si guientes:
-Basta que tenga sus miem bros bien derechos (gerade). -Po r lo demás , pod rá dej ar que todos los cin co Puede, po r tant o, adm itirse que ambas formas de expre sión, la de los ci nco senti dos y la de «dej ar que to dos los cin co sean pares », han cooperado a introducir prim ero un n ú mero y después el misterioso cinco en lugar del sencillo cuatro en la frase de «los mie mbros bien derecho s». Esta fu sión hu bieraión verificado seguram la tido frasep resultan te deno la se equivocac no hubiera tenidoente u nsisen ropi o: el de una cínica verdad que no podía ser descaradamente reco nocida por una señora. Por último, no queremos dejar de hacer observ ar que las palab ras de la suj eto, según su sen tido literal, po dían ser igualmente un excelente chiste que u na di vertida equivocaci ón. Esto dep ende t an sólo de q ue fuer an o no pronunciadas intencionadam ente. La conducta de la su jeto hacía imposible en este caso la intención y, por tanto, el chiste. La afinidad entr e un a equivocación y un chist e pue de llegar a ser tan grande qu e la perso na mism a que la suf re ría de ella como si de un chiste se trata se. Éste es el caso qu e se presenta en el siguiente ejemplo, comunicado por O. Rank Psychoanalyse, \, 1913): 9) Un joven recién casado, cuya mujer, deseosa de no p er der su aspecto juvenil, se resistía a concederle con demasia da frecuencia el comercio sexual, me co ntó la siguiente his to ria, que había di vertido extraordinariamente al m atr imonio: Después de una noche en la que él había quebrantado de
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nuevo la abstinencia deseada por su mujer, se puso por la a afeitarse en la alcoba com ún y, com o ya lo había hecho otras ve ces po r razones de co mod idad, usó p ara em polvarse la cara una borla de polvos que su mujer tenía enci ma de la mesa de noche. La esposa, muy cu idado sa de su cu tis, le hab por ía dicho v arias ve bedie ces quencia, no usexclamó ara dicha boerla, y, enfadada la nueva deso desd el le cho, en que aún se hallaba reposando: «¡Ya estás otra vez echándome polvos con tu borla!» risa de su marido le hizo darse cuenta de su equivo cación . Hab ía quer ido dec ir: «¡Ya estás otra vez echándote polvos con mi borla!» , y sus carcaja das a com pañaro n a las del mar ido . («Empolvar o echar pol vos» es una expresión conocida por todo como equiva lente a «realizar el coito», la borla const ituye indudableme nte en este caso un s ímbolo fálico.) El parentesco en tre el chis te y la equivocación oral se ma nifiesta también en el hecho de que la equivocación no es a veces más qu e un a contra cción . T) Añ adiré ot ro caso, cuya interpretación requiere esc asa ciencia: Un profesor de Anatom ía se ocu paba en cátedra de la ex plicación de la cavidad nasal, que, como es sabido, es u no de los temas m ás dif íciles de l a Esplacnología . Hab iend o p re gun tado a su auditorio si había com prend ido sus expl icacio nes, una se general a l a quedeel sípr o fesor,recibió del cual sabíarespuesta que teníaafirmativa, un alto concepto mism o, re pus o: «No me es fácil creer que me hayan en tend i do to dos , pues la s persona s que conocen est as cuestiones, referentes a la cavidad nasal, pued en, aun en u na ciud ad de más de un m illón de habitantes , como Viena, contarse con un dedo, perdón, con los dedos de una mano.» El mism o cated rático dijo otra vez : «Por lo que ta a los órganos genitale s femeninos, no se ha podido, a pe sar de much as tentaciones (Versuchungen) perdón, tentati vas
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Al doctor Robitsek, de Vie na, de bo el relato de dos casos de e quivocación oral, observados y p ublicados p or un antiguo escritor f rancé s, y que trans crib iré aqu í sin trad u cirlos: Brantdme (1527-1614).-Vie des dames galantes . X)
second: «Si ay-je cognue une tres belle et honneste dam e de par le monde qui devisant avec un honneste gentilhomme de la cour des affaires de la guerre durant civiles, elle dit: "J'ay ouy dire que le roi áfaict rompre tous les c... de ce pays la." Elle vouloit dire les ponts. Pensez que venant de coucher d'avec son mary, ou songeant a son amant, elle avoit encor en la bouche, et le gentilhomme s'en en amours ce mot.» «Une autre dame que cognue, entretenant une autre j grand plus qu'elle, et luy louant et exaltant ses beautez, elle luy dit "Non, madame, ce queje vous en dis, ce n'est pour vous adulterer; voulant dire adulater, comme elle le a adulterer".»
En el método psicoterápico que empleo para la solución remoció n de los síntomas neuróticos se encue ntra uno con frecuencia ante la labor de descubrir, extrayéndolo de dis cursos y ocu rrenci as, en apariencia casuales, de l os pacien tes, un contenido psíquico que, a unq ue se esf uerza en ocul tarse, no p uede dejar de traicionarse a sí mis mo, revel ándose involuntariamente de muchas maneras diferentes. En estos casos, las equivocaciones sue len pres tar los m ás valiosos ser vicios, co sa que podrí amos dem ostrar po r medio de convin centes y singulares ejemplos. En determinadas ocasiones, los pacientes confunde n los miem bros de su familia y, qu e riend o referirse a una tía s uya, dice n «mi madre», o des ignan a su marido como su «hermano» . De est e mod o me descu bren que «ident ifican» a estas personas u na con otr a; esto es, las han colocado en u na única cat egoría sentim ental. He aquí otro caso: un joven de vein te años se presentó a mí en
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consulta con las pal abras: «Soy el pad re de N. N ., a quien usted ha asistido. Perdó n; qu ería d ecir el hermano. Él es cua tro años m ayor qu e yo.» Esta equiv ocació n me d io a enten der que el joven había qu erid o decir que tan to él hermano estaban enfermos por la culpa de su padre acudía a mí, como su h erman o, con el des eo de cura rse; que realidad era el padre el que m ás necesitaba ser a un tratam ien to. Otr as vece s es suficiente un a disposición poco usual de las palabra s o una expresión forzada pa ra des cubrir la partici pació n de un pens amie nto re primid o el discur so del paciente, diferentemente motiv ado. Tanto en aquellas perturbaciones del discurso que pre sentan una b urd a tram a como en aquellas otras m ás sutiles, pero que pueden también sumarse a las «equivocaciones orales», en cuentro que no es la influenci a del contacto sonidos, sinopropósito la de los pensamientos exteriores la oracióna el que se tiene de pronu nciar, lo qu eadetermin origen de la equivocación o ral y ba sta p ara explicar las orales come tida s. Las leyes según las cuales ac túan los soni dos entre sí , transformán dose u nos a otro s, me parecen cie r tas; pero n o, en camb io, lo suficientemente ef icaces para pe r turbar po r sí solas l a correcta emisión del discurso . En los casos que he estudia do e investigado más deteni dam ente no representan estas leyes más que un m ecan ismo preexistente, del cual se sirve un motivo psíqu ico má s rem oto que n o for ma parte de la esfera de influenci a de tales relacio nes so nidos. En un gran número de sustituciones, equivocaciones orales, no se siguen para nada tales leyes foné ticas. En este punto me hallo de completo acuerdo con
Wundt, que afirma igualmente que la s cond icionantes la equivocación oral son muy complejas y van más allá los efectos de co ntacto de los son idos . Dando por seguras estas «remotas i nfluencias según la expresión de Wundt, no v eo tam poc o inco nve nien te alguno en adm itir que en e l discurso emitido rá pid arne n-
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te, y con la ate nc ió n desvia da de él hasta cier to pu nto , den q uedar li mitad as las ca usas de l a equivoca ción a l as yes expuestas p o r Meringe r y Mayen lo más probable que m ucho s de lo s ejempl os coleccionados por estos auto res posean m ás co mp licad a solución. En otros casos de equivocaciones orales puede aceptarse que la similica den cia con palabras obscenas o la alusión a sentido de e st e género co nstituyen po r sí solas el e lemento perturbador. El intencionado retorcimiento o desfiguración de palabras y frase s, a que t an afici onados son determinados individuos or din ar io s, no responde sino al deseo de aludir lo prohibido con un motivo por completo inocente, y este juego es tan frecuente que no sería nada extraño que apare ciera también no inten cionadam ente contra la voluntad sujeto. Espero que mis lectores apreciarán la diferencia de valor existe nte en tre las inte rpretacion es de M eringer y Mayer, no demo stradas c on na da, y los eje mplos col eccionados por m í mis mo y expli cad os por medio del análisi s. Precisamente es una o bs erv ación del mismo Meri nger, muy digna de tene rse en cuenta, lo q u e mantien e viva mi esperanz a de demostrar que tam bién l o s casos aparentemente simples de eq uivoca ción pueden ser explicados por la existencia de una pertur bación cau sad a por una ide a semirreprimida exterior al con texto que seel theiene e expresar. Meringer es curioso chointención de que a dnadie le gusteDice r econocer queque ha cometido una equivocación oral. Existen muchos indivi duo s, in telig ente s y sinceros, que se sienten ofe ndidos cua n do se l es dice q u e han com etido un lapsus. Por mi parte , no me ar rie sgaría a afirmar esto con la generalidad que lo hace Meringer al emplear la palabra «nadie». Sin embargo, la huella de em oció n qu e se manifiesta en el sujeto al se rle de mo stra do su lap su s, emoción que es de la naturaleza d e la vergüenza, tiene su significación y puede colocarse al lado del enfado que experimentamos al no recordar un nombre
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olvidado, o de nue stra adm iraci ón ante la tenacidad de un gcuerdo aparentemente indiferente, e indica siempre la par ticipación de un m otivo en la formación de la pertu rba ció n. La desfiguración de los nombres propios equivale siem pre a un insulto cua ndo hace intencionadamente, y pod ría tener igual significado to datario. aquella seriea perso de casos ue aparece co mo lapsus inenvolun Aquell na qen ue,q se gún la comu nica ción de Mayer, dijo u na vez Freuder en vez de Freud, por tener intención de pronunciar poco después el nombre Breuer (pág. 38), y habló otra vez del método de Freuer-Breud, que riendo decir el de (pág. 28),
era un coleg a de facultad y, cier tam ente, no un entu siasta de dicho mé tod o. Más adelante, al ocu parme de las equivoca ciones gráficas, co municaré un caso d e desfiguración de un nombre qu e no pued e expli carse de ot ra estosque casos como elemento unaEncrítica no interviene debe tenerse en cuenta, po perturbador r no corres pon der en el mom ent o a la intención del orado r. Inversamente, la sustitución de un nombre por otro, la adopción de un nom bre que no es el propi o o la identi fica ción llevada a cabo p or equivocación de n ombres tiene qu e significar una apreciación o reconocimiento, que momentá neamente y po r determ inadas razo nes d ebe perm anecer en segundo térm ino. S. Ferencz i relata una experiencia de este género que pr oce de de sus a ños escolar es. «En mis primeros años de colegio tuve que recitar una vez, ante mis condiscípulo s, un a poesía. Hab iéndola prepa rado y estudiad o a concien cia, me q uedé m uy sorpren dido al ver que ap enas hab ía com enzad o a recitar estal laba en la dase un a general carcaj ada. El profesor me expli có de spué s este singular recibimiento. Hab ía dicho yo el títu lo de la p oe sía -" De sde la lejanía"- con t oda corrección; mas de spués, en vez del nombre de su autor había pronunciado el mío propio. El poe ta se llama ba Alejandro (S ando r) Petoefi, y el llevar yo el mi smo nombre de pila fa voreció sin du da el in -
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tercambio; la verda dera causa de éste fue, segu rame nte, mi secreto deseo de identificarme en aquellos el héroe-po eta. Conscientemente tamb ién, sentía yo tonces po r Petoefi un a mor y un respeto rayanos en la ración. Como es natural, todo mi complejo de ambición sel ocultab a detrás d e esta función fallida.» Una parecida identificación por medio de un cambio del nom bres me fu e comunicada p or un joven médico que da y reverentemente se presen tó al famoso con pala bras: «Soy el docto r Wirchow.» El ren om bra do profesor se volvió lleno de aso mbro hacia él y l e pr egu ntó : Ah!, ¿se llama ust ed tambié n No sé có mo justificaría el • ambicioso jo ven su equivocación, ni si im agina ría la cortés excusa de decir que se sentía tan pequeño ante el grande hom bre, que hasta su propio nombre había ol vidado, o ten- . dría elevalor confe saryque llegar a serconsejero un día tanI | grand comodeWirchow que,esp p oreraba tan to, el señor áulico debía tratarle con toda cons ideración . Desde luego, un o de est os dos pensam ientos , o quizá ambo s a la vez, tu vieron q ue causar e l emb arazo del joven al hacer su prese n tación. Por razones altamente personales d ebo dejar indeciso si un a parecida interpret ació n pued e ser o no aplicable al s i guiente c aso: en e l Congreso Internacion al de Amsterd am, en 1907, fue mi teo ría de la his teria objeto de u na viva dis cu sión. Uno de mis más enér gicos contrad ictores com etió , al pronu nciar su impu gnació n de mis teorías, r epetidas equi vocaci ones orales, consistente s en pon erse en mi lugar y ha blar en m i no mbre. Decía, po r ejemplo : «Breuer yo hemos demo strado, como todos saben. ..», cuando lo que se pr op o nía decir era «Breuer y Freud han...», etc. El no mbre de est e adversario de mis teorías no presenta la más peque ña sem e janza ni similicadencia con el mío. Tanto este ejemplo muchos otros de intercambio de nombres, aparecidos equivocaciones orales, no s indican q ue la equivo cación
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prescindir por completo de aquellas facilidades que le ofrece la similicadencia y realizarse apoyada tan sólo por ocultas relaci ones de conte nido. En otro s casos más significativos es un a autocrítica, u na contradicción que en nuestro fuero interno se eleva contra nuestras propia s manifestaciones la que causa la equivoca ción, lle gando hasta forzarnos a sustituir l o qu e nos p rop o nemos expresar po r algo con trario a ello. Entonces se obser va con asombro cómo la forma de emitir una afirmación subraya el propó sito de la mism a y cóm o lapsus revela la interior insinceridad. La equivocación se convierte en un medio mímico de expresión y, con frecuencia, en la expre sión mism a de lo que no quería un o decir. Con ella nos tr ai ciona mos a noso tros m ismo s. Así, un individuo que en sus relaciones con la mujer no gustaba del llamado «comercio ¿e
normal», amó, hablando de u na se muchacha la quento se re prochab aexcl su coquetería: «Conmigo le quitaría pro esa costumbre de coetear.» Aqu í no cabe d uda de que sólo a la influencia de la palabra coito es a lo que se puede atribuir modificación introducida en la palabra coquetear, que es la que el individuo tenía intenci ón de pronunciar. Lo mism o sucede en este otro caso: «Un tío nue stro - nos relató un ma tr im on io - esta ba hace algunos mese s muy of endido con no sotros p orq ue no le visitábamo s nu nca . Por fin, el o frecerle nue stra nueva cas a nos dio mo tivo pa ra ir a verlo después de muc ho tiempo . En apariencia se alegró mu cho de vernos, pero al desp edi rno s no s dijo con gran afabili dad: «Esper o que en adelante os veré más raramente que hasta ahora.» Los casuales caprich os del mater ial oral hacen surgir, a ve ces, equivocaci ones que tienen, en uno s casos, todo el abr u mador efecto de una indiscreta revelación, y en otros, el completam ente cómico de un chiste. Así sucede en el ejempl o sigu iente, co municad o y obse r vado p or el docto r Reitle r:
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«Una señora quiso alabar el som brero de y le pregu n tó en tono admirativo: "¿Y ha sido usted misma quien ha adornado ese sombrero?" Mas al pronunciar la palabra adornado cambió la u de la última en a, formando un verbo que por su analogía con la palabra Patzerei (facha) revelaba la crítica ejerci da en el in terior de la se ñora sobre el sombre ro de su amiga. Claro es que la azarante y clara equivocación no podía ya ser rectificada, por m uchas alabanzas que a continuac ión se pronunciasen.» Menos comprom etedora, pero también inequívoc a, es la crítica expresada en el lapsus siguiente : Una se ñora visita a un a cono cida suya, y la inagotable y poco interesante charla de esta última le causó pronto fatiga e impaciencia por marcharse. Por fin, consiguió interrum pirla y despedirse; p ero al llegar a la antesala, su amig a, qu e la acom paña ba, la detuvo co n un nuevo torren te de palabras y, estando ya dispuesta a salir, tuvo que permanecer en pie ante la pue rta, escu chándola. Por fin, la int erru mp ió dicien do: «¿Recibe ust ed en la antesala?» (Vorzimmer), y se dio en seguida cuenta de su equivocaci ón al ver la cara de asom bro de su interlocuto ra. Lo que había que rid o decir, cansada po r la larga permanencia en pie en la antesala y para intentar cortar la charla de su am iga, era: «¿Recibe usted p or las ma ñanas?» (Vormittag), p ero la equivo cación reve ló su ciencia. El siguie nte es un caso de autorre ferenci a presenciado p or doctor
Graef.
«En una junt a general de la Sociedad de Periodistas C on-' cordia pronunció un joven socio, que sufría de apuros econó micos, un violent o discurso de oposición, y su arrebato in terpeló a lo s miembros de la Comisión de Go bierno interior de la Sociedad (Ausschussmitglieder) con el' nombre de miembros de adelantos (Vorschussmitglieder). E efecto, los miembros de la Comisión de Gobierno interior
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tenían a su cargo el conceder o no los prés tam os solici tados por los socios, y el joven orad or acababa de hacer una pet i ción en tal sentido.» En el ejemplo hem os visto que la equi voca ción se produce con facilidad cuando el sujeto procura re primir alguna palabra insultante, co nstituyendo el erro r una especie de desahogo. «Un fotógrafo que se había pro pue sto rehu ir tod o apelati vo zoológi co en su trato con sus torpes ay udantes quiso de cir un día a un aprendiz que había derr am ado po r el suelo la mitad del líquido co ntenido en una cu beta al querer trasva sarlo a otro recipiente: "Pero, ho mbre, ¿por qué no h a sacado antes un poco de líquido con cu alquier cos a?" Pero cambió una s, resultando la palabra schópsen, que recuerda la palabra schóps (carnero = b ob o), apelativo que el fotógrafo evitó pron unciar, pero que surgió en el lap sus. Otra vez, viendo a una ayudante poner imprudente mente en peligro u na do cena de valiosas placas, comen zó a dirigirle un a larga y airada reprim end a, en la que q uiso de cir: "¿Es que está ust ed mala de la cabeza? (hirnverbrannt)." Mas al pro nuncia r esta palabra cambió la i prim era en una o, resultando hornverbrannt (mala de los cuernos)». El ejemplo que va a con tinuación constituye un serio caso de confesión invo luntaria, lle vada a cabo p or med io d e un lap sus linguae.que Alguno s detalles aquí de interés él apare cen justifican se transcriba íntegraqulae en comunicación que de él public ó A. A. Brill en la Psychoa nalyse, II, «Paseaba yo un a noche con el docto r Frink, ha bla ndo de cuestiones referentes a la Sociedad de Nueva York, cuando encon tram os a un cole ga, el doctor R., al cual no había visto yo hacía años y de cu ya vida privada no co no cía nada. Ambos nos alegramos de volver a vernos, y a pro puesta mía entramos en un café, en el que permanecimos
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dos horas conversa ndo anim adam ente. El doctor R. pare cía conocer mis asuntos particulares mejor que yo los suyos, pues tras los sal udos de costumb re me preg untó p or la salud de mi hijo, declarándome que de tiempo en tiempo tenía noticias mías po r conducto de un amigo d e amb os y que se interesaba mucho por mi actividad profesional, leído mis public acione s en las revistas de Medicin a. A vez le pregun té si se había casado, con testa ndo él negati va mente y aña dien do: "Para qué habría de casars e un yo." aba ndo nar el ca fé se d irigió a mí de repen te y me "Quisiera saber lo que haría usted en el caso siguiente: co nozco a una enfermera que ha sido declarada cómplice un proc eso de divorcio. La esposa ofendida entabló éste tra su marido, acusándole de adulterio con la susodicha y el divorcio se falló a favor de él..."''. Al llegar le inte rru rmpí, dicie ndo: "Q uerr á usted decir a favor de ella,, de la esposa." R. rectificó en seguida : "Claro es; se falló a vor de ella"; y siguió su relato, contando que el produ cido había impresionado de t al mo do a la que había comenzado a darse la bebida y contraído un ve desarreglo ne rvio so. Al final de su relato me pidió sobre el tratam iento a que debía someterl a. »A1 rectificar su equivocación le rogué me la pero, comoa sucede habitualmente en restos recibí asom brad respuesta de que el erro habíacasos, sido por to casual, que no hab ía motivo para sup oner que se algo detrás d e él y que, en fin de cuentas, tod o el mu nd o nía derecho a equivocarse. A esto repliqué que todas equivocac iones oral es tienen siempre un fundam ento, y que si no me hubiera dicho p oco antes que era solter o hubiese tado te ntad o de considerarle como el protag onista del so relatado po rqu e siendo así que daría explicada su cación po r su deseo de no habe r sido él, sino su mujer , hubiera per did o el pleito, con l o cual hubiese él que dad o
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bre de tenerle que pa sar alim entos y con el derech o de volver a casarse en Nueva York. El doct or rechazó, o bst ina dam en te, mi sospecha, fortificándola al mismo tiempo por una exagerada reacción em ocion al y señales i nequívocas de gran excitación, seguidas de ruido sas ris otada s. A mi invitación a decir la verdad de la ciencia contestó dic iendo: no quiere usteden queinterésmienta, debe seguir creyendo en mi"Si soltería y, po r tanto , en que su interpretac ión psicoanalítica es falsa en absoluto." Lue go aña dió que el tra to con un h om bre como yo, q ue se fijaba en tales era en extre mo peligroso, y reco rdan do de repente que tenía que acudir a una cita, se despidió de noso tro s. »Sin embarg o, tan to el doct or Frink como yo estába mos conve ncidos de la exactitud de m i interp retació n del lap sus, y po r mi part e decidí comenzar a inform arme p ara ob tener una pru eba favorable o adversa. Días desp ués visité a un vecino m ío, a ntig uo am igo del doc tor R. , el cual confi r mó mi hipótesis en todo s sus pun tos . El pleit o se había sen tenciado unas sema nas antes, y la enfer mera había sido de clarada cómplice del adulterio. El doctor R. está ahora firmemente convencido de la exactitud de los meca nism os freudianos.» En el si guiente c aso, comun icado po r O. Rank, aparece tam bién com oientos indu dabl e eloshecho de traicion ar la equivocaci ón los sufrim ín tim del sujeto qu e la sufre: «Un individuo, carente en absoluto de sentimientos pa trióticos y que deseaba educar a sus hijos en esta mism a au sencia de ideales, en su opinión superfinos, reprochaba a aquéllos el haber tomado parte en una manifestación pa triótic a y achacaba su cond ucta en este caso al ej emplo de un tío de los muchac hos : "Precisamen te es a vue stro tío al que no debéi s imitar -les di jo-. Es un idiota." La cara de asombro de sus hi jos, no acostu mbrados a oír a su padre tratar al t ío de aquel mod o, le hizo darse cuenta de su equivocación, y
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disculparse rectificando: "Com o supon dréis, no quería de cir idiota sino patriota."» Com o u na involuntaria confe sión en la que el sujeto se tr ai ciona a sí propio es interpreta da por aquell a persona m isma acación la quesiguiente, se d irige com la fr aseunicad en la que el error, la c), equiv o a poraparece J. Staercke el cual añad e a su relato u na observación acertad a, pero que va más allá de los límites en que d ebe man teners e la interpretac ión. «Una dentista había c onvenido con su he rmana que la re conoce ría un día pa ra ver si exi stía o no contacto entre dos de sus mu elas, esto es, si las pare des laterales de dichas m uelas estaban o no suficientemente juntas para no permitir que quedasen entre ellas partículas de comida. Pasado algún tiemp o, la herm ana se quejaba de que le hicie ra esperar tan to para llevar a cabo el reconocimiento prometido, y dijo, bro meand o: "Aho ra está curan do con tod o interé s a una co lega suya . En cambio, yo, su her mana, tengo que esperar días y días." Por fin, cumplió la den tista su prome sa, y al recono cer a su he rm an a halló, en efecto, un a caries en un a de las muelas y dijo: "No creí que hubiera caries; sólo pensa ba que no tendrías con tante... , digo contacto entr e las dos m uelas." "¿Lo ves? -ex clam ó, rien do, la her man a- . ¿Ves cómo es po r avaricia por lo que m e has hecho es perar mu cho más tiem po »No que deb lasopacientes que te pagan?" -aña de Staerckeagre gar mis propias observa ciones a las de la hermana de la dentista, ni sacar de ellas conclusión alguna; pero al serme conocido este lapsus no pude po r menos de pensar las dos am ables e inteligentes mujeres permanecen aún solteras y, además, tratan con jóvenes d el sexo con trario, y me p regun té a mí mis mo no tendrían más contacto con és tos teniend o más Igual valor de confes ión inv olun taria tiene la siguiente equi vocación comu nicada por Th. Reik
c):
5. Equivocaciones orales «Una muchach a iba a ponerse en relac iones con un in di viduo p or motivo d e conve niencia Para aproximar a ambos jóvenes, sus respectivos padres organizaron una reu nió n a la que asistieron los futur os novios. La joven supo dom inars e lo basta nte par a no dejar ver su desvío a su pre tendien te, que se mo str ó mu y galant e con ella. Mas después, cuando su madre le preg untó cóm o le había parecido, que riendo contestar cortésmente: "Muy amable (liebenswúrdijo: "Muy desagradable (liebenswidrig)"». También constituye una conf esión no men os i mp orta nte el siguiente lapsus, calificado po r O. Ran k de «chistosa equi vocación». (Internat. Psychoanalyse): «Una mujer casada, que gusta de oír conta r anécd otas y de la que se dice no rec haza pretensi ones amorosas e xtram atrimoniales cuando éstas secómo apoyan presentes alguna consideración, escuchaba un enjoven que lede hacía la cor te relataba no sin intención la siguiente conocida historia: "Dos amigos estaban asociados en un negocio, y uno de ellos hacía el amo r la mujer del otro , la cual no se mo str aba muy inclinada a concederle sus fa vores. Por fin le part ici pó que accedería a sus pretensiones a cam bio de un regalo de mil dur os. En una ocasión en que el marid o iba a part ir de via je, su consocio le pidió prestados mil duros, prometiendo entregárselos a su muje r al día siguiente. Natu ralm ente, esta cantidad qu edó en seguida, como supu esto pago de sus f a vores, en m anos de la mujer, la cual, al regresar su ma rid o, pasó p or la angustia de cre erse descubierta y tuvo que entre gar los mil du ros y sop ort ar encima sile nciosamente su des pech o po r hab er sido burlada." Al l legar e l joven, en el r elato de est a historia, al punt o en que el sedu ctor d ice a su conso cio: "Yo le devolveré mañana el dine ro a tu mujer", su interlocutora le interrumpió con las significativas palabras si guientes: "Diga usted , ¿no me ha devuelto usted ya e so ot ra vez?... ¡Ay, perd ón!, quería decir contado." Sól o haciend o di rectamen te la proposición hub iera pod ido indicar mejor la
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seño ra su aquiescenci a a entregarse bajo las mism as co ndi ciones.» Un bello caso de confesión involuntaria, con inocentes re sultad os, es el que V. Tausk publica en la Internationale ZeitsPsychoanalyse, IV, 1916, bajo el siguien te título: «La los padres». «Como m i novia er a cristi ana -c ue nta el señor A,- y no quería adop tar fe judía, tuve yo que pasa r del judais mo al cristia nism o para po de rm e casar con el la. Este cambio confesión lo r ealicé no sin resistencia inte rior; per o el fin con él me p rop onía consegui r parecía just ificarlo, tanto más cuanto q ue contra él no pod ía alega r más que mi exterior * pert ene nci a al culto hebreo, pues carecía de arrai gadas co n vicciones S in em bargo, heconocidos confesadosa des pués pertereligiosas. necer al judaism o, y pocsiempre os de mis ben que estoy bautizado. »De mi matrimonio me han nacido dos hijos, que han', sido baut izado s cristianamente. Cuand o llegaron a edad com prender las cosa s, les revelé su ascendencia judía , con fin de que las opiniones antisemitas qu e pudieran actuar so bre ellos en el colegio no influyeran, injustificadamente, su posición ante mí. »Hace algunos años pasaba yo el verano con mis hijosJ que po r entonces iban al c olegio de pri mera enseñanza, casa de la famili a de un profesor de dicho colegio. nos un día meren dando con nuestros huéspedes , que en eran pers onas amables, la señora de la c asa, de la ascenden cia semita de s us inq uilin os veraniego s, lanzo algunas d ura s palabra s contra los judío s. Yo de bía haber clarado la verdad para da r a mis hijos un ejemplo del "valor de las pro pias convicci ones", pero temía las inagotables ex plicacio nes que había n de seguir a mi declar ación. Además , me coh ibíaque el temo r de tener que yabando narasíquizá el bu en hospedaje habíamos hallado abreviar las cortas va-
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caciones de que p odíam os gozar mis hijos y yo en el cas o de que nuestros huésp edes, al averiguar nues tro srcen judío, cambi aran de con ducta para con nos otro s. »Por tanto, callé y, suponiendo que mis hijos, si asistían por más tiempo a laente conversación acabarían franca y decid idam la verda d, quise alejarpor los,revelar enviá ndoal jard ín. »Con esta inten ción me di rigí a ellos y les dije: "Id al jarjudíos (Juden)", y, advi rtiend o en segui da mi equivoca ción, rectifiqué: "muchachos (¡ungen)". Así, pues, mi equi vocación fue la pu ert a po r do nde halló salida la verdad y la expresión del repr imido "valor de las propi as convicciones". Los que me oyeron no sacaron consecuencia nin guna de mi equi voca ción, pues no le dieron imp ortan cia alguna; pero yo, po r mi pa rte, saqué de ell a la enseñ anza de qu e "la fe de los pad res" no se dej a negar si n castigarn os cua ndo som os hijos y padre s a un mism o tiempo.» De consecuen cias má s graves es la siguiente equivo cación , que no publicaría si el mi smo juez que t om ó la decl aración en que se prod ujo no me la hubiera indicad o com o propia para ser incluida en m i colección: «Un reserv ista acusad o de ro bo se refería en su d eclara (Dienststellung), y ciónpalab a su servicio militar esta ra se equivo có y dijo: Diebstellung
al pronunc iar Dieb = Diebs-
ladró n, robo). » En los trabajos de psicoan álisis, las equivocaciones del pa ciente sirven m uch as vece s para acla rar los casos y confir mar aquellas hipótesis exp uestas por el médico en el mism o momento en q ue el paciente las niega con obstina ción . Con uno de mis cli entes se tratab a un día de interp reta r un sueño que había tenid o y en el que había aparecido el no mbre Jauner. El clie nte conocía, en ef ecto, a u na p erso na de este no m bre, pero no po díam os descubrir po r qué tal persona había
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Psicopatología de
vida cotidi;
sido incluid a en el con tenido del sueño . Por últ imo, la hipó tesis de qu e ello había sucedido ta n sólo po r la cadencia del nombre Jauner con el injurioso calificativo = rufián. El p aciente rechazó r ápid a y enérgicamen te mi sup osició n; p ero al hacerlo sufrió u na equi vocación que confirmó mi sospecha, por consistir en el mismo bio de la letra por En efecto, al llam arle yo la atención sobre el lapsus com etido recono ció co mo cierta mi inter pre tación de su sueño. Cuando en una disc usió n seria suf re uno de los inte rlocu tores uno de estos errore s que convierten la intenció n de frase en la co mpletam ente contraria queda en posició n des ventajosa frente a su adversario, el cual raras veces deja de utilizar en provecho suyo tal ventaja. tra claramente que,y dem en general, toddeoactos el munfalli do daEsto a lasmues equivocaciones orales ás clases dos la mis ma interpretac ión que se les da en este libro, au n que luego los indi vid uos aislados se nie guen a recono cerlo en teoría y no estén pro picio s a p rescind ir, cu ando se trata de la propia pe rson a, de la com odid ad que sup one la indife rente tolerancia con la qu e se miran tales funcion es fallidas. La hilaridad y la burla que estos error es no dejan nun ca de provocar cuando aparecen en momentos graves o decisivos son un testim onio contr ari o a la convención general mente aceptada de qu e no son sino meros lapsus linguae, sin signi ficación ni importancia psicológica alguna. Nada menos el canciller alemán prí ncipe de tuvo que recordar en una ocasión esta teoría de la falta de significación de las equivocaciones orales p ara salvar su sit uaci ón, cuando pro nunciando un discurso en defensa de su emperador (no viembre de 1907), sufrió un er ror que le hizo decir lo contra rio de lo que se pr oponía. «Por lo que re spec ta al presen te, a la nueva épo ca del em perador Guillermo II - dijo-, he de repe tir lo que ya dije h ace año: que es inicuo e injusto hablar de la existencia de una
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de consejeros responsables en torno a nuestro
-(Vivas exclamaciones: "¡Irresponsables!")nseieros irresponsables en torno de nuestro emperador. Perdonen sus señorías el lapsus linguae (Hilaridad.)» este caso , la frase del príncipe de perdió i mpor tancia ante su auditorio por la acumulación de negaciones las que se hallaba la equivocación. Además, la simpatía h a cia el orador y la consideración de la situación en se hallaba hicieron que su error no se aprovechase para le. Peores consecuencias tuvo el error de otro diputado, que año después, y en la m isma Cámara, queriendo invitar a oyentes a enviar un mensajesin consideraciones emperador, descubrió con una desgraciada equivocación timientos distintos que ocultaba en su pecho leal. «Lattm ann: Examinemos esta cuestión del mensaje el punto de vista r eglamentario . Según las leyes, el Reichstag tiene el derecho de dirigir mensajes al emperador, y que el pensamiento y el deseo general y armónico alemán están en dirigir al emperador en esta ocasión un armónico, y si p odem os hacerlo s in herir los mientos monárquicos también debemos hacerlo doblando espinazo (rückgratlos, invertebradamente). (Hilaridad
pestuosa, que dura varios m inutos. ) Señores, he querido consideraciones no doblando zo (rückgratlos) -h il ar id ad -, y u na manifestación así,
reserva alguna, del pueblo, ha de ser aceptada en estos ves momentos por nuestro emperador.» El periódico Vorwaerts, en su número del de bre de 1908, no dejaba de señalar el significado de esta vocación: «Doblando el espinazo ante el trono imperial» «Nunca se ha demostrado tan claramente en un mento, y por la involuntaria confesi ón un diputado, la de éste y de la mayoría de los miembros de la como lo cons iguió el antisem ita Lat tmann en el segundo su interpelación cuan do, con dejó
Psicopatologra de la vida cotidiana
la confesión de que él y sus amigos quería n dec ir al empera dor su opin ión "do blando el espinazo". »Una tempestuo sa hilarid ad general ahogó las palabras del infeliz que todavía consideró necesario parse, tartamudeando que lo que había querido decir eral "sin consideraciones".» Otr o bello ejemplo de equivocación, en cam inad a no tanto traicionar los sentimientos del personaje como a orientar auditorio colocado fuer a de la escena, se encu entra en el ma de Schiller Wallenstein, Los Piccolomini (acto I, escena y nos m uestra que el po eta que utilizó e ste medio conocía la • significación y el mecanismo de la equivocación oral. En la" escena precedente, Max Piccolomini, lleno de entus iasmo, se i ha declarado decidido partidario del duque, anhelando llega da de la ben dita p az, cuyos enc antos le fue ron biertos en su viaje acom pañ and o al cam pam ento a hija de Wallenstein. A continuación comienza la escena V: QuESTENBERG.-¡Ay de nosotros! ¿A esto hemos llegado? ¿Va-» mos, amigo mí o, a dej arle marc har en ese error sin llamarle de nuevo y abrirle los ojos en el acto? de profunda meditación.) Ahora acaba él de abrírmelos a y veo más de que q uisiera ver. es ello, amigo mío? sea el viaje! QuESTENBERG.-¿Por qué? ¿Qué sucede?
Tengo que perseguir inmediatamente la desdi chada pista. Tengo que observarla con mis propios ojos. Venid. (Quiere hacerle salir.) qué? ¿Dónde? Hacia «ella».
Hacia el duqu e. Vamos.
Esta pequeña equivocaci ón -h acia ella en vez de hacia tiene po r objeto revelarnos que el padre ha adivina do el
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de la decisión de su hijo de pone rse al lado de Wallenstein, mie ntras que Questenb erg, el cortesan o, no com pren diendo nad a, le dice le está habla ndo en adivinan za». Otto Rank ha descubierto en Shakespeare otro ejemplo de empleo poético de la equivocación. Transcribo aquí la co für municación de Rank, publicada en la Psychoanalyse,
«Otro ej emplo de equivocación oral, delicadamen te mo tivado, utilizado con gran maestría técnica por un poeta, y similar al señalado por Freud en el Wallenstein, de Schiller, nos enseña que los poet as cono cen mu y bien la signi ficación y el mecan ism o de esta f unción f allida y sup one n que t am bién lo conoce o com pren derá el público. Este ej emplo lo ha llamos en El mercader de Venecia (acto III, escena II), de Porcia, obligada r la vol unt adquedeacier su pa dre aShakesp tomar poeare. r marid o a aquel de suspo pretendientes te a escoger una d e las tres caj as que le son pre sentadas, ha ten i do hasta el mome nto la fortuna de que ninguno de aquell os amadores que no le eran gratos acertase en su elección. Por fin encu entra en Bas sano al hombre a quien entregaría gus tosa su amor, y entonces teme que sal ga tamb ién vencido en la prueb a. Quisier a decir le que aun sucediendo así pue de es tar seguro de que el la le seguirá amando, pero su jur amento se lo impid e. En ese conflicto interi or le hace decir el poe ta a su afortunado pretendiente: reteneros aquí un mes o dos aún antes que aventurarais la elección de que depen do. Podría indicaros cómo escoger c on aciert o; pe ro si así lo hiciera, sería perjura, y no lo se ré jamás. Por otra pa rte, podéis no ob tenerm e y, si esto sucede, me haríais arrepentir, lo cual sería un pecado, de no haber faltado a mi juramento. ¡Mal hayan vuestros ojos! Se han hecho d ueñ os de mi lo han dividido en dos partes, de las cuales, la una es vuestra y la otra vuestra, digo mía, mas siendo mía es
así, toda soy vuestra."»
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Así, pues, aquello qu e Porcia quería t an sólo indicar l ige ramente a Bassano , por ser algo qu e en realidad debía ca llar le en absolu to; esto es, que ya antes de l a prueba le amaba y era toda suya, dej a el poeta, con adm irab le sensibilidad psi cológica, que ap arezca claram ente en la equivocación, y por medio este ardel tificio consigue tanr tensión to la insoportable incertiddeumbre amante comocalmar la simila del públi co sob re el resultad o de la elecc ión. Dado el interés que m erece tal confirmación por parte de los grandes poe tas de nue stra concepción de las equivocaciones orales, creo justificado agregar aú n a los anterio res un tercer ejemplo de esta cl ase, com unicad o por E. Jones («Un ejem plo de uso literari o de la equivo cación oral», en la ZentralPsychoanalyse
«Otto Rank llama la atención , en un artícu lo recientemen te publicad o sobre un bello ejemplo, en el cual Shakespea re hace cometer a una de sus figuras femeninas, a Porci a, un a equivocación oral, po r medio de la cual qued an revel ados sus secretos pensam iento s. Por mi part e quiero también se ñalar un ejemplo análogo existente en El egoísta, la obra maes tra del gran novelista inglés George Meredith. El argu men to de esta novel a es el siguient e: un aristócrata, muy ad mirado en su círculo mundano, sir Willaughby Patterne, se desposa con una tal miss Constancia Durham, la cual, ha biendo de scubierto en su pro met ido un desenfre nado egoí s mo, que él ocu lta con hab ilidad a los ojos de la gente, s e esca pa, para huir de un matrimonio que le repugna, con un capitán, Oxford. Años d espués, Pattern e y otr a mujer, miss Clara Middleton, se dan mutua palabra de casamiento. La mayor parte del libro est á destina do a describir minuciosa mente el conflicto que surge en el alma de Clara Middleton al descubrir, como antes lo descubrió Constancia Durham, el egoísmo de su prometido. Determinadas circunstancias externas y su propia concepc ión del honor continú an man -
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teniendo a Clara ligada a su promesa de matrim onio , mien tras qu e cada vez va sintien do m ayor despre cio hacia si r WiEstos sen timiento s los confía en parte al secretario primo de aquél, Ver non Whitford, con el cual se casa al fi nal de la novela. P ero éste, por su lealtad hacia Pat tern e y va rios»En motivo guard aen enelunque principio actitud de reserva. un mos,nólogo Clar a dauna riend a suelta a su do lor dice lo que sigue: "¡Si un ho mbre nob le viera la situación en que me hallo y no desdeña ra prest arme su ayuda! ¡ Oh, ser libertada de esta prisión dond e gimo entre espinas! Por mí sola no puedo abrirme camino. Soy demasiado cobarde. Sólo un a señal que con un d edo se me hiciera creo q ue me transformaría. Desgarra da y sangrante pod ría huir entre el desprec io y el griterío de la gente a refugiarme en los brazos de un cam arada ... Constancia halló un soldado. Quizá rezó y fue escuchada su plegaria. Hizo mal. ¡Pero cómo la amo por haber osado! El nombre de era H arry Oxford. .. Ella no dud ó, ro mpió sus cad enas y marchó fran ca y decididamen te. Osada m uchacha , ¿qué pens arás de mí? Per o yo no tengo ningún Harr y Whitford; yo estoy sola..."
»La rápi da percepción de que había sus tituido p or otro el nombre de Oxford la anonadó como un mazazo, haciendo cubrirse su rostr o de llameante púrpu ra.» El hech o de q ue los nombres de lo s dos suje tos termin a sen en «ford» facilita la confusi ón de la prota gonista, y par a muchos constituiría una justificación suficiente del error, pero el noveli sta indica claramente la verdad era causa pro funda. En o tra pa rte del libro aparece de nuevo la mis ma equivo cación, seguida de aque lla vacilación y aquel repen tino cam bio d e tema con los qu e nos familiar izan el psicoanálisis y l a obra d e Jung sobre las asocia ciones, y que no aparecen m ás que cuando ha sido herido un complejo semiconsciente, Patterne dice en tono de superioridad, refiriéndose a Whit ford: «¡Falsa alarma ! El bu eno de Vernon es incap az de h acer
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extraordinario.» Clara responde: «Pero si, mister Oxford..., digo mister Whitford... Mirad vue stros ci snes cóm o fl atravesando el lago. ¡Qué bellos están cua ndo se haHan irritados!» Pero vamos a lo que iba a preguntaros: «Aquellos hombres que son testigos de una visible a otro s se profesa , ¿no se de san imará n ante el lo?» se irguió rígidamente. Una repen tina luz hailuminado su pensamiento. Todavía en ot ro lu gar revela Clara con u n nuevo la psus su interior deseo de una íntim a un ió n con Vernon Wh itford . Dando un reca do a un m uch ach o le dice: «Di esta noc he a mister Vernon..., a mister •
concepción d e las equivocaciones orales qu e se sostiene este libro hadetalles. sido verificada y comprobada hasta en sus pequeños Repetidas veces he conseguido de que los más insignificantes y naturales casos de errores verbales tie nen su s entido y pue den ser dos de igual mod o qu e los casos más ex traord inario s. U na I paciente que c ontr a tod a mi volun tad, p ero con firme deci- \ emp rendía u na co rta excursión a Budapest just ificaba ante mí su desobediencia alegando que no pasaría en dicha ciudad na da m ás que tres días, pero se equivocó y, en vez de tos días, dijo tres semanas. Con esto re veló que p or su gu sto, a pesar mío, p asaría mejor tres semanas que tres días con aquellas personas de Budapest cuya sociedad juzgaba yo perjudicial para ella. Una noche, qu eriendo excusarme de no haber ido a bus car mi mujer a la salida de un teatr o, dije: «He estado en el teatro a las diez y diez mi nuto s.» «¿Qu errás d ecir a las diez diez?», me repusieron , rectificándome . Natur alm en te, era esto lo que había q uerido decir, pues lo qu e hab ía real mente dicho no constituía excusa ninguna. Había quedado mi mujer en irla a buscar a la salida del antes teatro,dey las en el programa se decía q ue la función aca baría diez.
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Cuando llegué, el vestí bulo estaba ya a os curas y el teatro va cío. Indudab lemente, la r epresentación había term ina do an tes de mi llegada, y mi mujer no me había e sperado . Saqué el reloj y vi que eran las diez menos cinco minutos, pero me propuse prese ntar la cuestión en m i casa aún m ás favora ble mente par a mí diciendo que era n las die z men os diez. Por desgracia, mi equivocación echó a perde r mi prop ósit o y re veló mi insinceridad haciéndome, además, confesar un re traso más grave del verd adero. Partiendo de este punto llegamos a aqu ellas pertu rbac io nes del discurso q ue no pued en consid erarse ya como eq ui vocaciones orales, p orq ue n o afect an sólo a un a palabra ais lada, sino al ritm o y a la total ex teriorización de la oración , como, por ejemplo, las repeticiones y el tarta mudeo causa dos por la confusión o el embar azo. Pero tant o en uno s casos como en otros , lo que en las per turb acio nes del discurso se revela es el confl icto inte rior . No creo , en verd ad, que haya nadie que se equivoque d ura nte u na audiencia con el re y, en una seria y sincera declaraci ón de am or o en un a defensa del propio hon or ante los jurad os; esto es, en aquellos ca sos en que, según nu estra j usta expresión uno toda su alma. Hasta al criticar el estil o de un escrit or acos tum bra mos seguir aquel princip io explicativo del que no pod emos prescindi r en la investigación de las equivocaciones aisladas. límp idoconsigo e inequívoco muestra el au torUn estáesti deloacuerdo m ism nos o, y de en camb io, uque na forma de expresión forzada o retorcida nos indica la existencia de una idea no desarrollad a totalm ente y nos hace pe rcibir l a ahogada voz de la autocrític a del Desde la aparición de la primera edición de este libro han comenzado vario s amigos y c olegas míos extranjeros a ded i car su atención a las equivocacion es com etidas en la lengu a de sus respect ivos países. C omo era de esperar, han hallado que las leyes de las funciones fall idas, son in dependientes del
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El tío debe mo rir; estas hi jas ano rma les deben m orir general, toda esta familia an or mal), y yo debo h ered ar su di La equivocación pose e, a mi juicio, varios signos de un estructur a inha bitua l, que son: La existencia de dos de ter minantes conden sadas en elemento. 2.° La existencia de las do s determinantes se refleja duplicación de la equivocación (do ce uñ as, doce ded os).en 1 3.° Es singular el que u na de las significaciones del los doce dedos represen tativos de la ano rmalid ad de las jas, constituya una representación indirecta. La dad psíquica está aquí re presentada por la física; la la inferior.
6. Equivocaciones en la lectura y en la escritura
El hechopuededan queaplicar a las equivocaci ones lectu ra y enylaob es critura se las mism as en conlasideraciones servaciones que a los lapsus orales no resulta na da sor pren dente, conociendo el íntimo parentesco que existe entre todas esta s funciones. Así , pu es, m e limita ré a expon er algu nos ejemplos cuidadosamente analizados, sin intentar in cluir aquí la to talid ad los fenómenos. A. Equivocaciones
la lectura
Hojeando en el café un ejemplar del Leipziger ten, que ma nten ía un tanto oblicuamente ante mis ojos, le í al pie de un a ilustración que ocup aba to da u na pági na las si guientes palab ras: boda la Odisea. » Asombrado por aquel extraño título, rectifiqué la posición del periódico, y leí de nuevo, co rrigié ndo me: «Una bo da en el Ostsee (mar Báltico).» ¿Cómo había podid o comete r tan a bsu rdo error ? Mis pen samien tos se dirigiero n en seguida hacia un libro de Ruth, titu lad o Investigaciones experimentales sobre las imá genes musicales, etc., que recientemente había leído con gran 123
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de la vida cotidiana
detenimiento, por tratar de cuestiones muy cercanas a problemas psicológicos objeto de mi actividad. El anun ciaba en es te libro la próxim a publicación de o tro, hab ría de titularse Análisis y leyes fundamentales de los fenó menos oníricos, y hab iendo yo pubnolicado pocoñotiempo antesara una Interpretación de los sueños, es extra qu e esper con gran interés la aparición de tal obra. En el li bro de Rut h sobre las imágen es musicales hallé, al rec orre r el índ ice, el anuncio de una detal lada demostración inductiva de que los antiguos m itos y tradiciones helénicos poseen sus princip a les raíces en las imágenes musicales, en los fenómenos oní ricos y en los delirios. Al ver es to ab rí inmed iatam ente el li bro por la página correspondiente, para ver si el autor conocía la hipótesis que interpreta la escena de la aparición
de Ulises ante Nausicaa, la en el vulgar sueño deso des nud ez. Uno de mis amigosbasándo me había llamado la atención bre el b ello pasaje de la ob ra de G. Kell er Enrique el Verde, en el que este episodio de la Odisea se interpreta c omo un a ob jetivación de los sueños del navegante, al que los elementos hacen vagar por mares l ejanos a su pa tria . A esta inte rpre ta ción había aña did o yo la refe rencia al sueñ o ex hibicionista de la propia de snud ez. Nada de esto des cub rí en el libro de Ruth. Result a, pues, qu e lo que en es te caso me preo cup aba era un pensamiento de priorida d. b) Veamos cómo p ud e cometer un día el error de l eer en un periódico: «En tonel Fass), po r Europa», en ve z de pie (Zu Fuss), por Europa.» La solución de este error me lle vó mu cho t iem po y estuvo l lena de dific ultades. L as prim e ras asocia ciones que se presentaro n fueron que En tonel... te nía que referirse al tonel de y luego, que en u na Historia del Arte había leído hací a poc o tiem po algo sobre el arte en la época de Ale jandro. De aqu í no había más que un paso hast a el recu erdo de la conocida frase de este rey: « Si no
fuera Alejandente, ro, quisier a ser a cierto Hermann RecordéZeitung, , asimismque o, muy vagam algo r elativo
6. Equivocaciones en
lectura y en la escritura
V.
había hecho un via je encerra do en un cajón. Aquí cesaron de presentarse nuevas asociaciones, y no fue tampoco posible hallar la página la Historia Arte en la que había leído la observación a que antes me he referido. Mese s desp ués, m e volví a ocu par de este problem a de interp retació n que había aban don ado an tes de lle gar a resolverl o, y esta ve z se presen tó acompañad o de su solución. Recordé haber leído en un periódico (Zeitung) un artícu lo so bre los múltiple s y a veces extravagantes medio s de transporte utiliza dos en aquellos días por la s gente s pa ra traslad arse a París, donde se celebraba la Exposición Universal, artículo en el que, se gún creo, se comentaba hum orísticamente el pro pó sito de cierto ind ividu o de hacer el camino has ta París meti do dentro de un tonel que otro sujeto haría rodar. Como es natur al, estos excéntric os no se pro ponía n con estas locu ras Hermann más que llamar la atención sobre sus personas. Zeitung era, en realidad, e l nom bre del individuo qu e había dado el prim er eje mplo de ta les desacostum brados medios de transporte (Befórderung). Después recordé que en una ocasión había asis tido a un paciente cuyo mor boso m iedo a los peri ódicos revel ó ser una reacción con tra la ambición pa tológica de ver su nombre impreso en ellos como el de un personaje de renombre. Alejandro Magno fue seguramente uno de los hombre s más ambiciosos que han existido. Se la mentaba de hazañas. que no leMas fuera¿cómo dado encontrar Homero que cantase sus no se me un había ocurrido antes pensar en otro Alejandro muy próximo a mí, en mi propio h erman o menor, así llamado? Al llegar a es te punt o hallé, en el acto, tanto el pensam iento que refir iéndose a e ste Alejandro hab ía sufrido un a represión por su naturaleza de sagradable como las circunstancias que aho ra le habían pe r mitido acudir a mi memori a. Mi her mano estaba muy versa do en las cuestiones de tarifas y transportes, y en una determinada época estuvo a punto de obtener el título de profesor de una Escuela Superior de Comercio. También yo
de la vida cotidiana
estaba propuesto desde hac ía var ios años para ción al títul o de profesor de la Universidad. Nuestra madre manifestó por entonces su extrañeza de su hijo m eno r alcanzara antes que el mayor el título por am bos desead o. Ésta era la situación en la época en la que me fue imposible hallar la solución de micon error en lainconve lectura. Después tropezó también mi hermano graves nientes. Sus prob abilidades de alcanzar el título de prof esor que daro n po r bajo de l as mías, y entonces, com o si esta dis minu ción de l as probabilidades de mi her ma no de obtener el dese ado título hub iera apart ado un obstáculo, fu e cuando de repente se me apareció con toda claridad el sentido de mi equivocación en la lectura. Lo sucedido era que me había conducido como si leyera en el periódico el nombramiento de mi herm ano y me dij e a mí mism o: «Es curioso que por tales tonterías (las ocupacion es prof esionales de mi her ma no) pueda salirse en un periódico (esto es, pueda uno ser nombrado profesor).» En el acto, me fue posible hallar sin dificultad ning una, en la Historia del Arte, el párrafo sob re el arte helénico en tiempo de Alejandro, viendo con asombro que en mis pasadas investigaciones había leído varias veces la página de refer encia y todas ellas había saltad o, com o po seído p or un a alucin ación negativa, l a tan busc ada frase. Por otra p arte, ésta no contení a nada que hubiese pod ido ilumi narm e ni tampoco n ada que por desagradabl e hubier a teni do que ser olvidado. A mi juicio, el síntoma de no enco ntrar en el libro la frase buscada no apareció m ás que pa ra ind u cirme a error, haciéndo me buscar la continu ación de la aso ciación de ideas precisam ente allí donde se hallaba colocado un obstáculo en el camino de mi investigación; esto es, en cualquier ide a sobre A lejandro Mag no, con lo cual había de quedar desvi ado mi pensamiento de mi herm ano del mismo nom bre. Esto se produ jo, en efe cto, pues yo dirigí toda mi actividad a encontrar en la Historia del Arte la perdid a pá gina.
6, Equivocaciones en la lectura y en la escritura
El doble sentido de la palab ra (transporteprom oció n) constituye en este c aso el puente asoci ativo en tre los dos complejos: uno, de escasa importancia, excitado por la noticia leída en el periód ico, y otr o, más in teresante, pero desagradable, que se mani festó como pert urb ació n, de lo se pre trataba de de leer. Este ejemplo nos muestra no de sonque siem fáciles esclarecer fenómenos de la e que specie esta equivocación. En ocasiones, llega a ser preciso aplazar para un a época má s favorable la solución del problem a. Pero cuan to más difícil se prese nta la labor de interpr etac ión, con más segurid ad se puede esperar que la id ea perturb ado ra, una vez descubierta, sea juzgada por nuestro pensam iento conscie nte como ex traña y contra dictoria . c) Un día recibí una carta en la que se me comunicaba una mala noticia. Inm ediata mente llamé a mi mujer para tran s mitírsela, informándola de que la pobre señora de Guiller mo M . había sido desahuciada po r los médicos. En las pala bras con que expresé mi sentimiento debió de haber, sin emb argo, algo que, s onand o a falso, hizo concebir a mi mu jer alguna sospecha, pues me pidió la carta para verla, ha ciéndome o bservar que estab a segura de que en no cons taba la noticia en la misma forma en que yo se la había comunicado, porque, en primer lugar, nadie acostumbra aquí desig nar a la muje r sólo por el apelli do del mari do y, además, la de persona nos escribía conocía perfectamente el nom bre pila que la citada seño ra. Yo defendí tenazmente mi afirmación, alegando como argumento la redacción usua l de las tarjetas de visita, en las cuales la m ujer suele de signar se a sí mism a por el apell ido del mari do. Por último, tuve que m ostrar la carta y, efectivamente, leímos en ell a, no sólo «el pobre G. M.», sino doctor G. M.», cosa que se me había escapado antes por completo. Mi equivocación en la lectura había significado un esfuerzo espasmódico, por decirlo así, encaminado a trans po rta r del marido a la mujer la triste no ticia. El títul o incluido en tre el adje tivo y el apelli-
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de la vida cotidiana
do no se ad aptab a a mi pretensión d e que la noticia se refir ie se a la muj er y, por ta nto, fue om itido en la lectu ra. El motivo de esta fal sificación no fue, sin em bargo , el de qu e la mujer me fuese meno s simpática que el mar ido , sino la preo cup a ción que la desgracia de és te desp ertó en mí con respecto a unad)person a allegada que padecía enfermedad.en la lec Más i rritan te y ridicula es ot igual ra equivocación tura, a la que sucum bo con gran fr ecuencia cuan do, en ép o cas de vacaciones, me hallo en algun a ciudad extranjera y pase o po r sus calles. En estas ocasiones leo l a palabra «Anti güedades» en todas las muestras de las tiendas en las que consta al gún térm ino parecido, equivocaci ón en la que su r ge al exterior el deseo de hall azgos interesa ntes que siem pre abriga el coleccionista. e) Bleuler relata en su importante obra titulada Afectivi dad, sugestibilidad, paranoia (1906, pág. 121) el siguiente caso: «Estando leyendo, tuve u na vez la sensación intelectual de ver escrit o mi no mb re do s líneas más abajo. Para mi sor presa no hall é, al busc arlo, más que la palab ra corpúsculos de la sangre (Blutkórperchen). De los muc hos millares de casos analizados po r mí de equivocac iones en la lectura, surgidas en palabras situadas tanto en el campo visual periférico como en el central, era éste el más in teresante. Siempre que antes había imaginado ver mi nomb re, la palabra que mo ti vaba la equivocación habíatensidoían muc másen semeja nte a s iny, en la mayoría de los casos, qu eho existir los lugare mediatos todas las letras que lo componen yo llegara a cometer el er ror. Sin em bargo, en este caso, no fue difícil ha llar los funda mentos de la ilusión sufrida , pues lo que estaba leyendo era precisamente el final de una crítica en la que se ca lificaban de equivocad os dete rminad os trabajos científicos, entre los cuales sospechaba yo pudieran incluirse los míos.» f) El doctor Marcel l Eibenschuetz comun ica el siguiente caso de equivocación en la lectura, com etida en un a invest i gación filológica
Psychoanalyse,
6. Equivocaciones en la lectura y en la escritura 129
«Trabajo actualmente en la traducción del mártires, conjun to de leyendas escritas en Mi tradu cció n está destin ada a aparecer en la tos aleman es de la Edad Media" qu e publica la Ciencias prusiana. Las referencias sobre este ciclo
das, inéd n, soniomuy el único Sobre escrit el o sobre él esitounaúestud de J.esca Haupsas; t titulado • ,los . mártires", obra , . de la Edad. Media . alema . na. uti lizo para su tr abajo un manu scrito an tiguo, moder na (del si glo del códic e princip al C burg), copia qu e se conserv a en la Biblioteca Real. final de esta copia exis te la siguiente insc ripci ón: ANNO DOMINI
MDCCCL IN VIGILIA EXALTATIO-
SANCTE
EST
VIGILIA PASCE
ET FINITUS CUM
ADIUTORIO OMNIPOTENTIS PER ME KRASNA TUNC BURGENS IS CUST ODEM .
»Haup t incluye en su est udio esta ins crip ción, creyéndola de man o del mism o auto r del man uscri to C, y, sin embargo, no modifica su afirmación de que éste fue escrito en el año 1350, lo cual su pone haber leído equivocad amente la fecha de que consta con tod a claridad en núm eros roma nos, e incurre en este error, a pesar de haber tenido copiar la inscripción entera, en la cual aparece la citada fecha de MDCCCL.
»E1 trabajo de H aupt ha cons tituid o para mí un manantial de confusiones. Al principio, hallándome por completo como novicio en la ciencia filológica, bajo la influencia de la autoridad de Haupt, cometí durante mucho tiempo igual error la citada insc ripción 1350 de 1850, mas luego vi que en el ma nuscrito prin cipa l C, por mí utili zado, no existía la me nor huella de tal inscripción, y descu-
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Psicopatología de
vida cotidiana
brí, además, que en todo el siglo no había habido Klosterne uburg ningún monj e llamado Ha rtm ann. Cuando por fin cayó el velo que oscurecía mi vista, adiviné todo sucedido, y subsiguientes investigaci ones con firmaron hipóte sis en todo s sus punto s. La tan repetida inscripción no existe más que en la copia utilizada p or H aupt y proviene de mano del copi sta, el pad re Ha rtm an n Zeib ig, natural de Krasna (Moravia), fraile agustino y canónigo de Kloster neuburg , el cual copió en 1850 , siend o tesore ro de la Orden, el manus crito p rinc ipal C y se cit ó a sí mism o, según cos tumbre antigu a, al fina l de la copia. El est ilo medieval y la ar caica de la inscripción, un idos al deseo de Haupt de dar el mayor núm ero posible de datos sobre la obra o bje to de su estudio , y, por tanto, de precisar la fecha del manus crito C, contribu yeron a hacerl e leer siempre en vez de 1850. (Motivo del acto fallido.)» g) Entre las Ocurrencias chistosas y satíricas, de Lichtenberg, se encuentra una que seguramente ha sido tomada de la realidad y encierra en sí casi toda la teoría de las equivocaciones en la lectu ra. Es la que sigue: «Había leído tanto a Homero, que siempre que aparecía ante su vista la palabra angenommen (admitido) leía Agamemnon (Aga menón).» En un a numerosísim a cantidad de eje mplos es la pre dis posición del lector la que transf orm a el texto a sus ojos, ha ciéndole l eer algo rela tivo a los pens amien tos qu e en aquel momento le ocupan. El texto mismo no necesita coadyuvar a la equivocac ión más que pr esen tand o alguna semejanza en la imagen de las palabras, semejanza que pueda servir de base al lector para verificar la transformación que su ten dencia mom entá nea le sugiere. El que la lect ura sea rápid a y, sobre tod o, el que el su jeto padez ca algún defe cto, no corre gido, de la visión, son facto res que coady uvan a la aparición de tales il usiones , pero q ue no constituyen en ning ún m odo condiciones necesarias.
Equivocaciones en la lectura y en la
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La pasada época de guerra, haciendo surgir en toda persona intensas y duraderas preocupaciones, favoreció la de equivoc aciones en la lectura má s que la de nin otro rendim iento fallido. Durante dichos años pud e hauna gran can tidad de observaciones, de l as que, po r dessólo he anota do algunas. Un día cog í un periód ico y hallé en él im presa en g ran des letr as la frase sigui ente : «La paz de Goerg» (Der Friede von Goerz). Mas en seguida vi que había equivo cado y que lo que realmente co nstaba allí era «El ene migo ante G oerz» (Die Feinde vor Goerz). No es extraño que quien tenía dos hijos combatiendo en dicho punto cometie se tal error. Otra persona hall ó en un de term i nado contexto una referencia a «antiguos bonos de pan» (alte Brotkarte), bo nos que, al fi jar su atención en la lectura, tuvo que cambiar por «brocados antiguos» (alte Brocate). h)
Vale de hacer constar que aelcomer individuo quefamilia sufrió este errorlaerapena frecuentemente invitado por una amiga y solía corresponder a tal amabilidad y hacerse grato a la señora de la casa cediéndole los bonos de pan que podía procurarse. Un ingeni ero, preoc upad o porqu e su equipo de faena no había p odido nunca resistir si n destrozarse en poc o tiempo la humedad que reinaba en el túnel en cuya cons trucción trabajaba, leyó un día, quedándose asombrado, un anuncio de «objetos de piel malísima» (Schundleder -tex tualme nte: pie l indecente -). Pero los comerciantes rara vez
son tan si nceros. Lo que el anunc io recomend aba eran obje tos de «piel de foca» (Seehundleder). i) La profesión o situación actual del lector determinan también el resultado de sus equivocaciones. Un filólogo qu e, a causa de sus últimos y excelentes trabajos, se hallaba en controversia con sus colega s, leyó en u na ocasió n «estrategia del idioma » (Sprachstrategie), en vez de «estra tegia del aje drez» Un sujeto que pase aba p or las calles de un a ciudad extranjera, al llegar la ho ra en qu e el médico que le curaba de una en fermedad intestinal le había prescri-
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Psicopatología de la vida cotidiana
to la diaria y regular realizació n de acto necesario , leyó una gran m ues tra co loca da en el primer piso de un alto al macén la palabra Closets; m as a su satisfacción de h aber ha llado lo que le perm itía no infringir su pl an curativ o, se mez cló cierta extrañe za por la inhabitual instalaci ón de aquellas necesarias habitacion es. Al m ira r de nuevo la mu estra, desa pare ció su satisfacción, pu es lo que realmente había escrito en era Corsets. j) Existe segu ndo gru po de casos en el qu e la participa ción del texto en el error que se comete en su lectura es más considerab le. En tales cas os, el contenido del tex to es algo que provoca una resistencia en el lector o constituye exigencia o noticia dolorosa para él, y la equivocación altera dich o texto lo convierte en algo expresivo la defensa del sujeto contra lo le desagrada o en una realización de sus dese os. Hemos de admeitir, or tanto, quean entes estadeclase de equivo s se percib y sepjuzga el texto corregirlo, auncacione que la con ciencia no se percate en absoluto de esta primera lectura. Un ejemplo de este gé nero es el señalado con la letra e en págin as ante riores, y otro el que a continuación transc ribi mos, observado por el doctor Eitingon durante su perma nencia en el hosp ital de sang re de (Internationale ZeitsPsychoanalyse, II , 1915): «El teniente X., que se en cuentra en nues tro ho spital en fermo de una neurosis traumática de guerra, me leía una tarde la estrofa final de una poesía del malogrado Walter Heymann, caído en la luch a. Al llegar a los úl tim os versos, X., visiblemente em oci on ado , leyó en la si guiente fo rma: »-Mas ¿dónd e está esc rito, me pregunto, que sea yo el que entre to dos, perm anez ca en vida y sea otro el que en m i lugar caiga? Todo aquel qu e de vo sotros muere, muere seg uramente por mí. he de yo el que quede con vida? ¿Por qué no? »Mi extrañeza llam ó la atención del lector q ue, un po co confuso, rectificó: »-¿Y he de ser yo el que quede con vida? ¿Por yo?»
en la lectura y en la
Este caso me p erm itió p enetra r analíticamente en l a na tu raleza del material p síquic o de las «neurosis traumáticas de guerra» y avanza r en la investigación de sus causas un p oco allá de las explosio nes de las gra nadas, a las que ta nta importancia se ha concedido en este punto . En el caslos o exp uestotemblores se pres entab an también aa la menneu or excitación graves que caracterizan estas rosis, así como la ang ustia y la p ropensión al lla nto, a los ata ques de furor, con manifestaciones motoras convulsivas de tipo infantil, y a los vómitos. El srcen psíquico de estos síntom as, sobre todo de l últi mo, hubiera debido ser percibido por tod o el mundo, pues la aparición del médico mayor que visitaba de cuando en cuando a los convalecientes o la frase de un conocido que al enc ontrar a u no de ellos en la cal le le di jese: « Tiene us ted muy bue n aspecto. Seguramente está usted ya cura do», bas taban para provocar en el acto un vóm ito. «Cuan do..., volve r frente..., ¿por yo?» k) El doc tor H ans Sachs ha reunid o y comun icado algu nos otros casos de equivocaciones en la lectura motivadas por las circu nstan cias especia les de la época de guerra (In ternationale Psychoanalyse, IV, 1916-17): I. «Un con ocido m ío me hab ía dicho repetida s veces que cuando fuera llamado a in corp orars e a fila s no harí a uso del derecho queneelsuinterior títu lo y, facultativo concedía servicios por tanto,leiría al frentededeprestar batalla.sus Poco tiem po antes de lleg arle su tu rn o me comunic ó un día, con seca concisión, q ue había presen tado su título par a ha cer valer sus derechos, y que, en consecuencia, había sido destinado a una actividad industrial. Al día siguiente nos encontramos en un a oficina. Yo me hallaba escri biendo ante un pu pitr e, y mi amigo se situó detrás de mí y e stuvo mi ran do un momento lo que yo escribía. Luego dijo: "La palabra ésa de ahí arri ba es Druckbogen (plieg o), ¿no? Antes hab ía leído Drückeberger (cobarde)".»
Psicopatología de la vida cotidiana
II. «Yendo sentado en un tra nvía iba pens ando en que algu nos de mis amigos de juventud que siempre habían sido teni dos por delicados y débiles se hallaban ah ora en estado de re sistir penosas marchas, a las que yo segu ramente sucumbiría. En medio de estos poco agradables pensamientos leí la ligera y de pasada en la muestra de un a tienda la s palabras "Consti tuciones de hierro", en grandes letras negras. Un se gun do d espués caí en que estas palabras no eran apropiadas para co nstar en el rótulo de ningú n comercio, y volviéndo me, conseguí echar aún u na ráp ida ojeada sobre el letrero . Lo que realmente leía en él era: "Construcciones de hierro".» III. «En los pe riód icos vi un día un d espacho de la agencia Renter con la noticia, desm entida más ta rde, de que Hughes había sido elegido presid ente de la República de los Estados Unid os. Al pie de esta noticia venía una c ort a biografí a del supuesto y en ellade leí queBonn, H ughes ha bía curs estudios enelegido, la Universidad extrañando no ado habersus encon trado este dato en nin gun o de los artículos periodísti cos que, con motivo de la elección presidencial en Nortea mérica, venía n publicánd ose hacía ya algunas semanas . Una nueva lectura me de mostró que la Universidad cit ada era la de Brown. Este rotundo caso, en el cua l hub o de ser necesa ria un a fuerte violencia para la pro ducció n del erro r, se ex plica por la l igereza con la que se suelen leer los p eriód icos ; pero, sob re tod o, p or el hecho de que la sim patía del nuevo presid ente hacia las potencia s centrales me pa recía deseable como fundamento de futuras buenas relaciones y no sólo po r moti vos polít icos, sino tam bién de ín dole personal. » B. Equivocaciones
la escri tura
En una hoj a de papel que contenía princ ipalm ente notas diarias de interés prof esional, enco ntré con s orp resa la fecha equivocad a, «Jueves, 20 octub re», esc rita en vez de la verdaa)
Equivocaciones en la lectura y en la
Jera, que correspon día al mis mo día del mes de es difícil explicar esta anticipación com o expre sión de un deseo. En efecto, días antes ha bía re gresado con n uevas fuer zas de mi viaje de vacaciones y me sentía disp uesto a rea nu dar mi actividad médica, per o el n úm ero de pacientes er a aún peq ueño . A nciaba mi lleg ada había hallado una20cade rta, la que un enfer mo anu su visit a para el día octu bre. Al escribir la fecha del mismo día del mes de septiem bre de bí de pensar: «Ya pod ía estar aquí X. ¡Qué lástim a tener qu e per der un mes entero!», y co n esta idea a nticip é la fecha. Com o el pensamie nto p erturbador no po día calificarse en este caso de desagradable, hallé sin dificultad la explicación de mi error en cuanto me di cuenta de él . Al ot oño siguiente come tí de nue vo un error análogo y similarmente m otivado . E. Jo nes ha estud iado estos casos de equivocación en la escr itur a de las fechas, hallándolos, en su mayoría, dependientes de un motivo. b) Hab iendo recibido l as pru eba s de mi contribuc ión a la Memoria anual sobre Neurologí a y Psiquiatría, me de diqu é con especial cuidad o a revisar los nom bres de los autores ex tranjeros citados en mi trabajo, nomb res que po r pertenecer a personas de diversas nacionalidade s presentan siempre al guna dificult ad pa ra los cajist as. En efecto, hallé varias erra tas de e sta clase, que tuve que co rregir; p ero lo c urio so fue que el cajista mbio, un nombre que yohabía habíarectificado, escrit o eren róncaeam ent eenenlas laspruebas cuartillas. En mi artíc ulo alababa yo el t rabajo del tocólogo sobre la influencia del nacim iento en el srcen de la parálisis infantil, y al esc ribir dicho no mb re, me hab ía equivocado y había escrito erro r que el caj ista corrigió, com poniendo el nombre correctamente. Mi equivocación no provenía de que yo abrigas e co ntra el tocól ogo u na en emis tad que me hu biera hecho desfigur ar su nom bre al escribir lo; pero era el caso que su mismo apellido lo ll evaba tam bién un escritor
que me había irritado con una crítica
Psicopatología de la vida
poco comprensiva de mi Interpret ación de los sueños, y de este modo, lo sucedido fue como si al escribir el apellido Burckhardt, con el que quería designar al tocólogo , hubiera pen sado algo desag radable del otro escritor de igual apel li do, cometiendo entonces el error que desfiguró aquél, acto que, como ya indicamos antes, significa desprecio hacia la persona c) Esta afirmación aparece confirmada y fortificada por una autoobservación, en la que A. J. Storfer expone con franque za digna de enco mio los motivo s que le hicieron re corda r inexactamente pr imero y escribi r luego, desfigur án dolo, el nombre de un sup uesto ém ulo científico (Internatio nale Psychoanalyse, II, 1914 ): «Una obst inada desfiguración de un nombre: »En diciembre de 1910 vi en el escaparate de un a librería de Zurich el entonces reciente l ibro del doct or Eduard Hitschmann sob re la teoría fre udiana de las neurosis . Por aqu e llos días trabajaba yo precisamente en una conferencia, que debía pronunciar en una sociedad científica, sobre la Psico logía de Freud. En la ya escrit a intro duc ción a mi confer en cia hablab a yo del des arrollo hist óric o de la Psicología freu diana, observan do que por tene r ésta su punto de par tida en investigaci ones de carácter pr áctico se hacía mu y difícil ex poner en un breve resum en sus lí neas fundamentales, no ha biendo hasta momli bro, entodenadie hubies e emprend ido tal tarea. Al verelaquel autorque hasta entonces d esconoci do p ara mí, no pensé al principio comp rarlo, y cuan do días después decidí lo con trario , el libro no estaba ya en el esca par ate . Al dar en la tienda el título de la obra re cién nom bré como autor al doctor Eduard Hartmann. El librero me corrigió, diciendo: "Querrá usted decir Hitschmann", y me trajo el libro de seado . »E1 motivo inconsciente del rendimiento fallido era fácil de descubrir . Yo contaba ya, e n cierto mo do, con hacerme un mérito de haber resumido antes que nadie las líneas funda-
6. Equivocaciones en la lectura y en la escritura
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mental es de la teoría psicoanalít ica, y po r tanto , había visto con enfado y envidi a la aparició n del libro de H itsc hmann, que disminuía mis merecimientos. La deformación del nom bre de su autor constituía, p ues, conforme a la s teorías sustentadas en la Psicopatologta de la vida cotidiana,un acto de hostilidad inconsciente. Con esta explicación me di en tonces por satisfecho. después anoté por escrit o las circunstancias del rendim iento fa llido relatado, y al hace rlo se me ocu rri ó pen sar en cuál sería la razón de haber transformado el nombre de Eduard Hitschmann, precis amente, en Eduard Hartmann. ¿Habría sido tan sólo la semejanza entre ambos nombres la que me había hecho escog er como sustitutivo el del reno m brado filósofo? Mi primera asociación fue el recuerdo de que el profesor, había Hugodicho Meltzl, apasionado admirador de von Schopenhauer un día lo siguiente: "Edu ard Hartmann es Schopenhauer desfigurado, Schopenhauer vuelto hacia la izquierda." Así, pues, la tendencia afectiva que había determ inad o la imagen sustitutiva de l nom bre ol vidado , era és ta: "E l tal Hitsch mann y su exposición com pen diad a de las teorías de Freud no deb en de ser nada que valga la pena. H itsc hmann debe de ser , con respecto a Freud, lo que H artm an n con respecto a Sc hopenha uer." »A1 cabo de seis meses cayó ante mi vista la hoja en que había ano tado este caso de olvi do dete rmin ado y acompaña do de recuerdo sustitutivo, y al leerla observé que nueva mente había desfigurado en mi relato el nombre de Hits chmann, escribiendo Hintschmann.» d) He aqu í otro caso de equivocación en la escritu ra, apa rentemen te grave, y que p udi era ser tam bién incluido entre los casos de «a ctos de térm ino erróneo» (Vergreifen): «En una ocasión me proponía sacar de la Caja Postal de Aho rros la cantidad de 300 coronas, que deseaba envi ar a un pariente fue ra prescrita de Vien a,por pa su ra hacerle emprendermío una, residente cura de aguas médico.posibl Al e
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de la vida cotidiana
ocu parm e de este asunto, vi que mi cuenta corriente asc en día a 4.380 co rona s, y decidí dej arla redu cida a 4.000, ca nti dad re don da que debía perm anece r intacta en calidad de re serva para futuras contingencias. Después de extender el cheque en for ma regular y habe r cor tad o en la libreta l os cu pon es corresp ondie ntes a la cantid ad deseada, me di cuenta de que hab ía solicitado extra er de la Caja de Aho rro s, no 380 coronas , como quería, sino exactamente 438, y quedé asu s tad o de la poca seguridad con que ejecuta ba mis pro pios ac tos. En seguida recon ocí lo injustificado de m i miedo, pues mi er ror no me hubiera hecho más pob re de lo que era antes de él. Pero hu be de reflexionar un rato con objeto de descu brir la influencia que había modificado mi primera inten ción, sin advertir ante s de ell o a mi conciencia. Al princip io me dirig í por caminos eq uivocados. Sustraje 380 coronas de 438, y mealqu hacconex er de laión: diferencia da. Mas finedé ca ísin en saber la verdqué adera ¡438 eraobteni el diez por ciento de 4.380, total de mi cuent a corrien te! ¡Y el diez por ciento es el descuento que hacen los libreros! Recordé que días antes había buscad o en mi bibliot eca, y reun ido apa rte, una cantidad de obras de Medi cina que habían perd ido ya su interés para mí, con objeto de ofrecérselas al librero, preci samente po r 300 coronas. El librero encontró demasiado ele vado el precio, y quedó en darme algunos días después su definitiva respuesta . En caso de aceptar el precio pe did o, me habría reembolsado la yo tenía que enviar a mi en fermo pa rien te. No cabía, pues, du da de que en el fondo l a men taba tener que dispon er de aque lla suma a fa vor de ot ro. La emoción que exp erimenté al da rm e cuenta de mi error queda mejor explicada ahora, interpretándola como un te mor de arruinarme con tales gastos. Pero ambas cosas, el disgusto de tener que enviar la cantidad y el miedo a a rru i narm e con él ligado, eran complet amente extrañas a mi con ciencia. No sentí la meno r huella de disgusto al prome ter en viar dic ha suma, y hubiera enco ntrad o risible la motivación
Equivocaciones en lectura y en la escritura
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del mism o. Nunca me hu biera creído capaz de abriga r tales sentimie ntos si mi cost um bre de someter a los pacientes al análisis psíq uico n o m e hub iera familiari zado h asta cierto punto con los elementos reprim idos de la vida anímica, y si además , no hub iera tenido días antes un sueño qu e reclama ba e) igual El c aso que va a contin uació n, y cuya autenticid ad pu e do garantizar , está tom ado de un a comu nicación de W. Ste«En la re dacción de un dif undido semanario ocu rrió re cientemente un increíble caso de equivocación en la escritu ra y en la lectura. La dirección de dicho semanario había sido tachad a de "vendida", y se tratab a de contestar en un ar tículo recha zando con ind igna ción el insultante calificativo. Así se hizo, en efec to, y con g ran calor y ampu loso apasiona miento. El redactor jefe y el autor del artículo leyeron éste repetidas veces , tant o en las cuartillas como en pruebas, y amb os qu eda ron satisfechos. De repente ll egó a su pre sencia el correct or, haciéndoles not ar un a pequ eña erra ta que se les habí a escapad o a tod os . En el artíc ulo se leía con toda claridad lo siguie nte: "Nu estros lector es testim onia rán que nosotros hemos defendido siempre interesada mente el bien general." Co mo es lógico, lo que allí se había querido decir era desinteresadamente. Pero l os verda deros pens amien tos se abrieron cami no a través d el patético dis curso.» f) Una lectora del
la señora Kata Levy, de Bu
dapest, ob servó un caso similar de sinceridad involuntaria en una afirmaci ón de un telegrama de Viena publicad o por dicho periódico el de oct ubre de 19 18. Decía así: «A causa de la absoluta confianza que durante tod a la guerra ha reinado en tre nos otro s y nues tros aliados alemanes, debe suponerse como cosa indudable que ambas potencias o bra rán conjuntam ente en todas las ocasi ones y, por tanto, es ocioso añadir que también en esta fase de la
Psicopatología de la vida cotidiana guerra laboran de imperfecto acuerd o los Cuerpos diplom á ticos de amb os países.» Pocas semanas después se pud o hab lar co n más libertad de dicha «absoluta confianza», sin tener que recurrir a las equivocac iones en la escritura o en la co mpo sición. g) Un americano que había venido a Europa, dejando en su país a su mujer, después de a lgun os disg ustos conyugales, creyó llegada, en un determinado momento, la ocasión de reconciliarse con el la y la invitó a atravesar el océa no y v enir a su lado. «Es taría muy bien -le es cri bió - que pudieras hacer la travesía en el Mauritania, como yo la hice.» Al releer la carta, ro mpió el pliego en que iba la fr ase anterior y lo escri bió de n uevo, no que riend o que su mujer viera la c orrección que le había sido necesario efectuar en el no mbre del barco: La pri mera vez había escrit o Lusitania. lapsus calami Este necesi y puede inter preta rse en el acto. Peronocabe añadta explicación ir lo siguiente: la mujer d el ameri cano había ido a Europa por pri mera vez a raíz de la muerte de su única herm ana , y si no me e quivoco, el Mauri tania es el buqu e gemelo del Lusitania, p erd ido durante la guerra. h) Un médico reconoció a un niño y puso una re ceta en cuya composición entraba alcohol. Mientras redactaba su presc ripció n, la madre del niño h ub o de fatigarle con pre guntas ociosa s. El médi co se propu so interiorm ente no m o lestarse por tal inop ort un ida d, consiguiénd olo, en efe cto,
pero se equivocó al escribir, y puso en lugar de alcohol, acholl
(aproximadamente, «nada de a.' A causa de la semejanza en el conte nid o, añad iré aquí un caso o bservado p or E. Jones en su colega A. A. Brill. Este últim o, que es abstemio, bebió un día un poco de vino, obli gado por las obstinadas instancias de un amigo. la mañana siguiente, un violento dolor de cabeza le dio m otivo para la men tar el haber cedido. En aquellos instantes tuvo que escri bir el nombre de una paciente llamada
Ethel,
y en lugar de
E quivocaciones
la lectura y en
escritura
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escribió Ethyl A ello coadyu vó el hecho que la aludida paciente acostumbraba beber más de lo que le hubie ra convenido. b.'Vn caso repet ido de equivocación en la escrit ura de una receta. Dado que u na equivocación de un médico al escribir una receta posee una im port anci a que so brepasa el general val or práctico de los funcionamientos fallidos, transcribiré aquí con todo detalle el único análisis publicad o has ta el día de tal error en la escritura (Internationale Zeitschrift f. Psychoa nalyse,
Doctor Eduard Hitschmann. Un colega me contó un día que en el tran scu rso de varios años le había su cedido re petid as veces equivocarse al pre s cribir un determinado medicamento a pacientes femeninas de edaddeyalamque adusera.propo En dosnía, casos recetó u , al nadarse dosis diez mayor y después repeve ntincesa cuenta de su error, tuvo que regresar (lleno de temor de ha ber perjudicado a las pacientes y de atrae r sobre sí mism o graves complicaciones) al lugar do nde había dejado las rece tas, para ped ir que se las devolvieran. Este raro acto s into mático merece ser detenidamente o b servado, exponiendo por separado y con todo detalle las diversas ocasiones en qu e se manifes tó. Primer caso. El referido m édico recetó a un a mujer, situa da ya en el umbr al la ancianidad, supositorios de bellado na diez veces más fuertes de lo que se proponía. Después aband onó la clí nica, y cerca de una hor a más ta rde , cuan do estaba ya en su c asa alm orz ando y leyendo el pe rió dic o, se dio de repente cuenta de su error. Sobrecogido, corrió a la clínica para preg untar las señas de la pacient e, y luego a c asa de ésta, situada e n un barri o ap art ado. Por fin enc ontró a la mujer, que aún no había hecho uso de la receta, y logró que se la devolviera, regresa ndo a su casa tran quilo y satisfecho. Como disculpa ante sí mismo alegó, no si n razón, qu e mien -
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de la vida
tras estaba escribiendo la receta, el jefe de la ambulancia persona muy habladora, estu vo detrás de él miran do lo escribía, po r encima de su hom bro, y m olestándole. Segundo caso. El mismo médico tuv o un día que deja r su consulta , arranc ánd ose del lado de una bella y coqueta cíente, p ara ir a visitar a una soltero na vieja, a c uya casa se dirigió en autom óvil, pu es le urgía ter minar pronto su vi sita para reunirse luego secretamente, a una hora determinada, con una muchacha a la que am aba. También en es ta visita a la anc iana paciente recetó belladon a con tra igua l pa decimiento que el del caso anterior, y también cometió el erro r de p rescribir una com posición diez veces más fuerte. La enferma le habl ó duran te la visita de algunas cosas i ntere santes sin relación con su enfermedad, pero el médico dejó advertir su impaciencia, aun que n egánd ola con cor teses pa labras, y se retiró con tiempo más que so brad o para acudir a su rosa cita.se Cerca de doce asertar, despudel és,error haciacomet la s siete de amo la mañana, dio cuen ta, alhor desp i do, y lleno de sobresalto envió un r ecad o a casa de la pacien te, con la esperanza de que no hubier an a ún enviado la re ce ta al farmacéutico y se la devolvieran para revisarla. En efecto, recibió la receta, p ero ésta había sido ya servid a. Con cierta resignación estoica y el opti mismo que da la e xperien cia, fue entonces a la farmacia, don de el enca rgado le tran quilizó, diciendo qu e, natura lme nte (¿quizá tam bién po r un descuido?), había amin orad o much o la dosis prescrita en la receta al servir e l med icam ento. Tercer caso. El mism o médico quiso recetar a un a anciana tía suya, her ma na de su madre , un a mezcla de Tinct. y Tinct. Opii, en dosis inofensiva. La criad a llevó en seguida la receta a la botica. Poco tiem po después recordó médico que había escrito « extractum» en vez de y a los poco s momento s le telefoneó el farmacéuti co lándol e sobre es te error. El médico se dis culpó con la m e n t í da excusa de que no había acabado de escribir la receta,
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Habiéndola dejado sobre la mesa, la había cogido la criada sin estar term ina da. Las singulares coincidencias que presentan estos tres ca de error en la escritura de una receta consisten en que, hoy, no le ha sucedido esto a l referido méd ico más qu e único medicam ento, tra tán dose de pac ientes femeni;on un de ed ad avanzada y siendo siempre la josis prescrita. Un corto análisis reveló que el carácter de las -elaciones familia res en tre el méd ico y su m adr e ten ía que de una im por tanc ia decisiva en este caso. Uno de sus re cuerdos dur ante el análisis fue el de haber prescrito - pr ob aantes de est os act os sin tom ático s- a su también anciana mad re la mism a receta, y, po r cierto, en una dosis de 3,03, a pesar de la usual de 0, 02 era la que él aco stumbra ba prescr ibir, pen san do con tal aum ento curarla más radi calmente. El enérgico medicamento produjo en la enferma, cuyo estad o era delicado, un a fuerte reacción, aco mpañad a de manifestaci ones congestivas y desagradable s eque dad de garganta. La enferma se quej ó de ello, aludien do, m edio en serio, med io en bro ma, al peligro de los remedios prescritos por su hijo. Ya en otra s ocasiones había rechazado la ma dre , hija también de un méd ico, los medic amen tos recetados po r su hijo, haciendo semihumorísticas observaciones sobre una posibilidad de envenenam iento.
lo que porentre el anál se puydosudeducir lasque relaciel o nesDefamiliares el isis médico madre,sobre resulta amor filial del prim ero era pura mente instintivo y que la es timación esp iritual en que tenía a su m adre y su respeto ha cia ella no era n cier tamente ex agera dos. El tener que ha bitar en la misma ca sa que su mad re y su herm ano , un año m eno r que él, con stituía par a el médico u na coacción de su libertad erótica, y nuestr a experiencia psicoanalítica nos ha dem os trado la inf luencia de e ste sentim ient o de coacción en la vida humana de l individu o. El médico aceptó el análisis, regu larm ente satisf echo de la
Psicopatología de la vida cotidiana
explicación que daba a sus error es, y añadió so nrien do la palab ra «belladona» (bella mujer) po día tener tam bién inconsciente sig nificado erótico. También él ha bía usado alguna ocasión anterior dicho medicamento. No creo nada aventurado afirmar que tales graves rend i mien tos fallidos siguen idénticos caminos qu e los otr os, más inofensivos, antes analizado s. i) El siguiente lapsus calami, comunicado po r S. pue de inclui rse entre l os más inocentes e inte rpre tars e sim plement e como un rend imiento fallido pro du cid o po r con densación motivada por impaciencia (compárese con la equivocación oral «e l man ...», cap. 5), mie ntras un análisis más profundo no demuestre la existencia de un elemento pertur bado r más vigoro so: «Queriendo escribir: Aquí viene bi en la anécdota (Anekdote)..., escribí esta palabra Anektode. En efec to,última la ané cdota a en layosiguiente me referíaforma:la de un gitano condenado a m uerte (zu Tode verurte ilt), que soli
citó com o última gracia el e scoger por sí mismo el árbol del que habían de ahorcarle y, como es natura l, no enco ntr ó, a pesar de buscarlo con a fán, ninguno que le pare cie ra bien.» j) Otras veces, contrastando con el inofensivo caso ante rior, puede una insignificante errata revelar un peligroso sentido q ue se quiere man ten er secr eto. Así , en el siguiente ejemplo, que se no s comunica anón imam ente: «Al final de un a carta, escribí l as palabr as: "Salu de usted cordialm ente a su esposa y a hijo (ihren Sohn)." En e l mo men to de cerrar el sobre noté hab er cometido el er ror de es cribir la palabra "ihre n" con minúscula, con lo cua l el senti do de la fra se era el siguiente: "Salude usted a su esp osa y a su hijo (de ella)." Claro es que corregí la errata ant es de enviar la carta . Al regresar de mi últim a visita a esta fami lia, la señora que me acompañaba me hizo notar que el hijo se parecía muchísim o a un ín tim o amigo de la casa, el cual deb ía de ser, sin duda, su verdadero padre.»
en la lectura y en la señora escr ibía a su hermana dán dole la enhor a buena su instalación en un a nueva c asa más cóm oda y espaciosa la que antes ocupa ba. Una amiga que se halla ba presente observó que la señora había puesto a su carta una direcció n equivo cada, y ni siquiera la de la ca sa que la hermana acababa de aban don ar, sino la otr a en la que había vivido a raíz de casarse y había dejado hacía ya mu cho tiem po. Advirtió a su amiga el error, y ésta tuv o qu e confesa rlo, diciendo: «Tie ne usted razón ; pero ¿cómo es posible que me haya equ ivocado de tal modo? ¿Y po r qué?» La amiga op inó : «Seguramente es que le envidia usted la ca sa cóm oda y ama que ah ora se traslada ella, mientras que usted tiene que seguir viv iend o en u na m eno s espaciosa. E se sentimiento es que le hace a usted mu dar a su he rm an a a su prim era cas a, en la que tam bién carecía de comod idades.» «Sí que la envi k)
dio», confesó since rame nte launseñora, y aña «¡Quésenti fasti dio que en estas cosas te nga a siempre ta ndió: vulgares mientos a pesar de un a misma!» E. Jones comun ica el siguiente ej emplo de equivocacio nes en la escritura ob servad o po r A. A. Brill: un paciente d i rigió al do ctor Brill un a carta , en la que se esforzaba en acha car su nervio sidad a los cu idados y a la tensión espiritual que le produ cía la marc ha de sus negocios ante la cri sis po r la que atravesaba el merca do alg odo ner o. En dicha carta se l eía lo siguiente:... trouble is an due to that damned frigid «wave» (liter almente: «. .. to da mi pertu rba ció n es debida a esta maldita ola frígida.» La expresión «ola frígida» designa la «ola de baja» que hab ía invadido el mercado del algod ón). Pero el pacien te, al escribir la fr ase cita da, escribió wife (mu jer) en vez de wave (ola). En realidad, abrigaba en su corazón amargos reproche s contra su mujer, motivad os po r su frigi dez conyugal y su esterilidad, y no se hallaba m uy lejos de re conocer que la privación qu e este estado de cosas l e imp oní a era cul pable en mu cha pa rte de la enfermedad que le aque jaba.
de la vida cotidiana
m)
El doctor R. Wagner comu nica la siguiente autoobse rPsychoanalyse,
«Al releer un antig uo c uaderno de apuntes universitarios hallé que la rapidez que es necesario desarrollar para to mar las tas siguuniendo la explicación me había he chono cometer peq ueñ o lap sus. Endelvezprofesor de Epithel (epitelio), había escrito diminuti vo de nombre femenino. El análisis retrospectivo de este caso es en extremo sencillo. Por la época en que com etí la equivo cación, mi am istad con la muchacha que ll evaba dicho nombre era mu y super ficial, y hasta mucho tiempo desp ués no se convirtió en íntima. Mi error consti tuye, pu es, una excelente pru eba de la emergen cia de un a amorosa inclin ación inconsciente en un a época en la que yo mism o no te nía a ún la men or idea de ell a. Los sentimie ntos que acom pañ aba n a mi error se mani fiestan en la forma de diminutivo que cogió p ara exteriorizarse. » n) La señora del doctor von relata en su «Contribución al capítulo "Equivocaciones en l a escritu ra y en la lectura"» Psychoanalyse, II, 5) el si guiente caso: Un médico prescribió a una paciente «agua de en vez de «agua de levico». Este e rror, qu e dio pie al farma céutico para hacer algunas observaciones impertinentes, puede ser interpretado más b enig nam ente , investigando su s determinan tes inconscientes y no neg ando a éstos, a priori, una cierta verosimil itud, au nque no sean más q ue hipótesis subjetivas de una perso na lejana a dicho m édic o. Éste poseía una numerosa clientela a pesar de la rudeza con que solía sermonear (leer los Levitas) a su s pacientes, reprochándo les su irraciona l régimen de al ime ntac ión , y su casa se llen aba durante las horas de con sulta. Esta aglomeración justificaba el dese o de que sus cl ientes, u na vez ter minado el reconoci miento, se vistiesen lo más rápidamente posible; vite, vite de prisa, de prisa). Si no re cuerd o ma l, la mujer d el (francés:era médico de srcen francés, c ircu nstancia que justifica mi
6. Equivocaciones en la lectura y en la escritura atrevida hipótesis de que para expresar el deseo antedicho usara palabras pertenecientes a tal idioma. Aparte de esto, es costumbre de muchas personas el usar locuciones extranjeras en algunos casos. Mi padr e solía invitarnos a an dar de prisa, cu ando de niñ os nos sacaba a paseo , con las fra gioventü, o Marchez au pas, y un médico, ya ses: entrado en año s, que me asistió en una enfermedad de gar ganta, exclamaba si empre: «Piano, piano» , para tra tar de re frenar mis ráp idos m ovim ientos . Así, pue s, me parece muy probable que el médico citado tu viera est a costumb re de de cir vite, vite par a dar pris a a sus clientes, y de este mo do se equivocase al pon er la receta, escribiendo levítico en vez de En este mism o trabajo publica su auto ra algunas equivo caciones más, cometidas su juven tud (fracés por francés. Errónea escritu ra del nomenbre «Carlos»). o) A la amable comunicación del G., de quien ya hemos citado algun os ejemplo s por él obse rvado s, debo el siguiente relato de un caso que coincide con un conocido chiste, pero en el que h ay que rechazar toda in tención p re concebi da de b urla: Hallándome en un sanatorio, en curación de una enfer med ad pulmo nar, recibí la sensible noticia de que un pr óxi mo pariente mío había contraído el mism o m al de que yo padecía. En una carta le aconsejé que fuera a consultar con un es pecia lista, un conocido médico , que era el mismo que a mí me asistía y de cuya au torid ad científica me hallaba p lena mente convenci do, teni end o, po r otra part e, alguna que ja de su escasa amabilidad, pues poco tiempo antes me había negado un certif icado que era par a mí de la mayor impo r tancia. En su respuesta me llamó la atención mi pariente sobre una errata contenida en mi carta; errata que, siéndo me co nocida s u causa, me divirtió ex traordinariam ente.
de
vida cotidiana
El párrafo de mi carta era como sigue: «... además, te aconsejo que, sin más tardar, vayas a insultar al d octor X.» Como es natura l, lo yo había querido decir era consultar. Es evidente que las omisiones en la escritura deben ser juzgadas de la misma manera que las equivocaciones en la Psychoanalyse, mism a. Enen Derecho B. Dattner comunicó el doctor un curioso ejemplo de «error histórico ». En un o de los artículos de la l ey sobre obli gaciones financieras de Austria y Hungría, modificados en con motivo del acuerdo entre a mbos países sobre est a cuestión, fue omitida en la traducción húngara la palabra efectivo. Da ttner cree verosímil que el de seo de los miembro s húngaros que tomaron parte en la redacción de la ley, de conceder a Austria la menor cantid ad de ventajas posible, n o dejó de in fluir en la omisió n com etida .
Existen también p oder osas razones p ara adm itir que las re peticiones d e un a mis ma pala bra, t an frec uentes al escribir y al copiar -perseveraciones-, tienen tam bién su significación. Cuan do el que escribe repite una palabra dem uestra con ell o que le ha sido di fícil con tinuar despué s de hab erla escrito la prim era vez, po r pensar que en aque l punto hubiera podid o agregar cosas que dete rmin ada s razones le hacen om itir, o po r otra causa análoga. La «persever ación» en la copia pare ce sustitu ir a la expresión de forenses u n «también y o» del copista. largos informes de médicos que he tenido que leerEn he hallado, en det erm inad os párrafos, repetidas «persevera ciones» del copista, susceptibles de interpretarse como un desahogo de és te que, cansado de su papel imperson al, hu biera querido añad ir al informe una gl osa particu lar, dicien do: «Exactamente el caso mío» o «Esto es precisamente lo me sucede». No exist e tam poco inconveniente en cons iderar las erratas de imp renta como «equiv ocaciones en la escritura» com eti-
Equivocaciones en la lectura y en la escritura
por el cajista y aceptar también su dependencia de un motivo. No he intenta do nu nca hacer una reunión sistem áti ca de tal es errores, col ección que hubiera sido muy ins truc ti va y div ertida. Jone s ha dedicad o en su ya citada ob ra un ca pítulo a estas errata s de im pren ta. Las desfiguraciones de l os telegramas pueden ser interpretadas asimismo algunas ve ces como erro res en la escritu ra com etidos p or los telegr afis tas. Durante las vacaciones veraniegas recibí un telegram a de mi casa editorial, cuyo texto m e fiíe al principio ininteli gible. Decía así: «Recibido (Vorrate), urge invitación X.» La solución de esta adivina nza me fue por el nom bre X. incluido en ella; X. es el auto r de obra la yo debía poner un a introducción (Einleitung), la cual se conv irtió en invitación (Einladung) en el telegrama. Por otra par te, recor dé que días antes había enviado a la casa editorial un prólogo (Vorrede) para otro libro, prólogo que el telegraf ista hab ía transformado en provisiones (Vorrate). Así, pues, el texto real del telegram a debía ser el siguiente: «Recibido prólog o, urge in trodu cción X.» Debemos admitir que la transformación fue causada por el «complejo de hambre» del telegrafista, bajo cuya influen cia qued ó establecida, ade más, en tre los dos trozo s de la fra se, un aseconexión grama proponía.más í ntim a de lo que el expedido r del tele Otros varios autore s han señalado er ratas de imp renta a las que no se puede negar una tendencia dete rmin ada. Así, la comunicada Storfer en la Psychoa nalyse (II, 1914, y III, 1915), y que tra nscrib o a contin ua ción: «Una err ata política »En el perió dico Maerz de 25 de abril de es te año en con tramo s un a errata de esta clase. En una carta dirigid a al pe riódico desde Argyrokastron se consignan ciertas manifes-
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de vida
taciones de Zo grap hos , jefe de los epirota s rebelde s de nia (o, si se q uiere, p residente de la Re gencia independiente del Epiro). E ntre otra s cosas, di ce dicha carta : "C réame ted; un Ep iro autó nom o serí a algo de gran imp ortancia los intereses del príncipe de W ied. Sobre él podría el prínci pe caerse (errata: sich stürzen = caerse, por sich apoyarse)." Qu e el acep tar el apoyo (Stütze) qu e los epirotas ofrecen trae ría consigo su caída (Sturz), es cosa que de sobra sabe el prínc ipe de Albania, sin que se lo indiq uen con fatales erratas .» Hace poco leí yo mis mo , en uno de nue stro s vienes es, un artíc ulo cuyo títul o «La Bucovina bajo el nio rumano» era, por lo menos, muy prematuro, pues e: aquella fechanosotros. aún no había n declarado los ru manos su hosti hacia El contenido del artículo indudab lemente, que en el título se había puesto , por equi vocación, rumano en vez de ruso, per o lo anun ciado en él debió de parecer a nadie mu y inver osímil, cua nd o ni en 1; censura mi sma fue advert ida la errata . Wun dt da una interesante razón pa ra el hecho , comprobab le, de que nos equivoc amos con mucha facilidad al es cribir que al ha blar pág. 374): en el cursi de la oración n orm al la función inhibitoria de la voluntad halla constantemente ocup ada en man tener l a armon ía en tre el curso de la s representaciones y lo s mov imien tos de ticulación . En cambio , cuan do, como sucede en la el movim iento de expresión subsigu iente a las representa ciones se retrasa por causas mecánicas, se producen con gran facilidad tales anticipaciones. La observaci ón de las condici ones que dete rmin an la pro ducción de las equivocaciones en la lectura da lugar a una duda que no quiero dejar de mencionar, pues, a mi juicio, pued e constituir el undo puntosabe de pa de lect fructuosas nvestiga ciones. Todo el m qurtid e ena la ura en vi oz alt a la atención del lector queda frecuentemente desviada del texto
r Equivocaciones en la lectura y en la escritura
orientada hacia cuestiones pe rsonal es. Con secuen cia de esta fuga de la atenció n es que el lector no sabe dar cuen ta de lo que ha leído cuand o se le pregunta por e llo, int errum pién dole en la lectu ra. Ha leído autom áticam ente , y, sin em bar go, ha leído , casi siemp re, sin equiv ocarse . No cre o que en estas condiciones se multi pliquen los err or es de una m ane ra notable. Est amos acost umbrados a ad mit ir el hecho de que to da u na serie de funciones se reali zan con mayo r exac titud cuan do las l levamos a ca bo autom átic amente , esto es, cuando van acom pañad as de una ate nción apenas conscien te. De esto parece deducirse qu e las con dicio nes de atención en las equivocaciones al hablar, leer y escribir deben deter minar se de man era distinta d e la de W un dt (ausencia o n ede l a atención ). Los ejemplos qu e hem os som etido al análisis no no s han da do real mente el dere cho de aceptar una dism inución cu antitativ a de dicha facu ltad . En ellos en contra mos, lo que quizá no es lo mismo, una perturbación de la mism a, producid a por un pensamiento
7. Olvido de
y propósitos
Si alguien mostrase inclinación exageradamente nuestro conocimiento actual de alavalorar vida psíquica, bastaría par a obligarl e a recob rar la hum ilda d, hacerle fijar se en la función la memoria. H asta el día, nin guna teoría psicoló gica ha logrado explicar conjuntamente los fenómenos fun damentales del olvido y del recuerd o, y ni siquiera se ha ll e vado a cabo el anális is completo de aquello que no s es dad o observar en la realidad m ás inm ediata. El olvido ha lle gado a ser hoy, para no sotro s, quizá más misterioso qu e el do, sobre tod o desd e que el estudio de los sueños y de los f e nómenos patológicos nospohar mucho enseñado aquello que de creíamos haber olvidado t iemque po pu ede volver repen te a surgir en l a conciencia. Poseemos, sin embargo , algunos datos cuya exactitud es peramos será generalmente reconocida. Aceptamos que el olvido es un proceso espon táneo al que se puede atrib uir determ inad o curso temp oral; hacemos re saltar el hecho de que en el olvido se verifica cierta selección entre las impre siones exi stentes, así como en tre las parti cularid ades de cada impresión o suceso, y conocemos algunas de las con diciones necesarias la conservación y emerge ncia en la memori a
7, Olvido de
y propósitos
de aque llo que sin su cum plimien to s ería olvidado. Pero, no obstante, en innumerables ocasiones de la vida cotidiana podemos observar incompleto y poco satisfactorio es nuestro conocimiento. Escuchando a dos personas cambiar sus recuerdos de impresiones recibidas conjuntamente del exterior, po pañí r ejemplo, s corr esp nte sdea aquel un vi aje he cho en com a, se vederálasiempre qu ondie e mu cho lo que ha perm ane cido fijo en la memoria d e un a de el las ha sido olvidado por la otra , a pesar de no exi stir razón algun a para afirmar que la impresión haya s ido m ás imp orta nte , psíqui camente, para una que para la otra. Es indudable que una gran cantidad de los factores que determinan la selección verificada por la memo ria escapa a nu es tro co nocimien to. Con el propósito de ap orta r al conocimien to de la s condi ciones del olvido una pequeña contribución, acostumbro someter a un análi sis psicológico mis pr opios olvidos. Regu larmente no me ocupo m ás que de un cierto gr upo de tales fenómenos, esto es, de aquellos en los cuales el olvido me causa sorpresa, por creer que debía recordar por entero aquello que ha desaparecido de mi memoria. Quiero asi mismo hacer constar que, en general, no soy prop enso a ol vidar (las cosas vividas, no las aprendidas), y que durante un corto período de juventud me fue posible dar algunas poco ordinarias pruebas de me mo ria. En mis años de cole gial no hallaba alguna en re citar de memo ria l a página que acababa de lee r, y poco antes de ingresar en la Un i versidad me era dado transcribir casi a la letra inmediata mente después de oírlas conferencias enteras de vulgariza ción de un asu nto cientí fico. E n mi ten sió n de esp íritu ante el examen final de la carrera de Medicina d ebí de hacer aún uso de un resto de esta pues en algu nos temas di a los examinadores respuestas que parecían automáticas y que dem ostr aron coincidir exactamente con l as nes del libro de texto, el cual no había sino hojeado a toda prisa.
de la vida cotidiana
Desde entonces ha ido disminuyendo cada vez más dom inio sobre mi mem oria, pero en l os últimos tiempos he convencido de qu e con ayuda de un dete rminado artificio puedo conseguir recordar más de lo que al principio creo posible. Cuand o, po r ejemplo, me hace obse rvar en la con sulta algún paciente que ya le he visto con ant erior idad , y puedo recordar ni el hec ho ni la fecha, me pongo a adivinar; esto es, dejo acudir rápid ame nte a mi concienc ia un nú mero arbit rari o de añ os y lo resto de aquel en que me hallo. En I aquell os casos en los que mi adivinación ha pod ido ser con- I frontada con indicaciones o seguras afirmaciones de los pa cientes, se ha demostrado que en lapsos superiores a diez años no me había equivocado, al adivinar, en más de seis meses'. Análogamente procedopregun cuan do encuentro apor a l gún lej ano conocido y quiero tarlemecortésmente sus hijos. Si me habla de e llos, refiriéndome sus prog resos, trato de adivinar qué edad tend rán en la actualidad y, com parad a mi espontánea ocurrencia con los datos que el padre me propo rcion a en el curso de l a conver sación, comp ruebo siempre que, cua ndo m ás, he equivocado en tres meses, pesar de que no podrí a decir en qué he apoyado m i afirma ción. Por último, he llegado a confiar tanto en mi acierto, que ya exteriorizo siempre osadamente mis hipótesis, sin correr el pe ligro de equivocarme y heri r al padre con mi des conoc imiento de lo ref erente a sus reto ños. D e este mod o, amplío mi memoria consciente invocando la ayuda de mi mem oria inconsc iente, mu cho m ás rica en contenido. Relataré aquí v arios interesantes casos de olvido, obs erva dos en su mayor part e en mí mis mo. Distingo entre casos de olvido de impre sione s y de sucesos vivid os; esto e s, de cono cimientos y c asos de olv ido de intencione s y pro pós itos , o sea omision es. El resultado uniform e de to da esta serie de los cade observaciones pu edeque formularse sos queda probado el olvidocomo está sigue: fundadoen entodos un motivo disgusto.
de impresiones y propósitos
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Olvido de impresiones y conocimientos
veran eand o con mi muje r, me caus ó su con ducta, en una determinada ocasión, un violento enfado, aunque el motivo era en sí har to ni mio . Estábamos sen tados la mesa redo nda de un resta uran te, y frente a no sot ros se hallaba un caballero de Viena, al que conocía, y tenía t am bién que recon ocerm e a prim era vista, pero con el que no quería tra bar conve rsación, pue s tenía mis razo nes pa ra re huir su tra to. Mi mujer, que no le conocía más q ue de oída s y sabía que era persona distinguida, demostró con su actitud estar escuch ando la conver sación que dicho señor m ante nía con sus vecinos de mesa, y de cuan do en cu and o se dirigía a mí con pregu ntas qu e recogían el hilo del diálogo que aq ué llos ma nten ían. semanas Esta conducta m equise im pacientó, y acabó po r irritarme. Pocas después hablar, en casa de un pariente mío , del enfado que me h abía causado la inopo r tunidad d e mi mujer , y al hacerlo me fu e impo sible rec ordar ni una sola palabra de lo q ue el caballe ro citado h abía dicho en la mesa. Com o soy más bien rencoro so y de costum bre incapaz de olvidar l os me nores detalles de un suceso q ue me haya irritad o, m i amnesia tenía en este c aso que estar mo ti vada por un sentimien to de respeto hacia mi mujer . Algo análogo me sucedi ó de nuevo hace poco ti emp o. Ha blando con un íntimo amigo, quise divertirm e a costa de mi mujer, relatan do una cosa que ésta había dicho hacía pocas horas; pero m e encontré detenido en mi intención por haber olvida do de lo que se trata ba, y tuve que ped ir a mi misma mujer que me lo record ase. Es fácil com pren der q ue mi olvi do debe ser considerado, en este caso, como análogo a la tí pica pertu rba ció n del juicio a la que sucum bimo s cuan do se trata de nuestros p róxim os familia res. En un a ocasi ón m e había comprom etido, po r cortesía, con un a señ extranjera, ll egada a Viena, a p rop or cionarle unaora pequeña cajitarecién de hierro, en la que pudiera
de
vida cotidiana
guardar sus documentos y su dinero. Al ofrecerme a ello flotaba ant e mí, con ex traordin aria intens idad visual, la i ma gen de un escaparate situad o en el cen tro de la ciudad, en el que estaba conv encido de h aber visto u nas cajas del modelo deseado. En cambio, no me era dado reco rdar el nom bre de la calle en queestaba se hallab a la tiend a que elrlotaldaescaparate per tenecía pero se guro de ena contra nd o un paseo po r las calles centrales, pues m i mem ori a me decía que habí a pasado innumerables veces ante ella. Para desesperación mía, me fue imposible hallar el escaparate en que antes ha bía visto tales c ajas, a pesar de ha ber cru zado el centro en to das direcc iones. En tonces pen sé no me quedab a más re curs o que consu ltar en una guía comercial las señas de todos los fabricantes del objet o deseado, y com enza r de nuev o, con estos datos, mis paseos en busca del dichoso escaparate, Afortunadamente, pu de aho rrarm e este trabajo, pues ent re las señas contenidas en guía había una s que se me ron en seguida como las olvidadas. En efecto, había pasado innumerables veces ante la tienda a que correspondían, y precisamente siempre que había ido a visitar a una familia que viv ía en la misma casa . Pero más tarde , cuan do mi mo trato con dicha familia sucedió un total apartamiento, tomé , sin darm e cuenta, la costumbre de evitar e l paso po r aquellos lugar es y ante aqu ella casa. En mi pas eo p or la ciu dadcajas en busca de l escaparate el q ue recolas rdaba vistalo las que deseaba ha bía viensitado t odas call hab es deerlos rededores, pero no había entrado en aquella otra, como si ello me estuviera prohibido. El motivo de disgusto respon sable de mi desorientación aparece aquí con gran claridad. En cambio , el meca nismo del olvido no es tan sencill o en el eje mplo anterio r. Mi aversión no iba dirigid a, com o natur al, hacia el fabricante de ca jas de cauda les, sino otra person a, de la que no quería tener noticia alguna, se traslad ó de ésta al inc ide nte en el cual produ jo el olvido. Análogamente, en
caso
mi rencor contra una
Olvido de impresiones y propósitos persona motivó la comisión de un error al escribir el nom bre áe ot ra. Lo que entonces ll evó a cabo semejanza de los nombres, estableciendo una conexión entre dos grupos de ideas esencialmente diferentes, fue ejecutado en el ejemplo presente po r la contigü idad en el espacio y inseparable ve cindad. Además, en este último caso existía aún u na segun da conexión de l os con tenido s, pues en tre las razones qu e motivaron mi apartam iento la familia que vivía en la m is ma casa en que se hallaba la tienda olvidada había d esem pe ñado el dinero un principal papel. c) De las of icinas de B. R. y Com pañ ía me avisaron un día para que fue ra a prestar asist encia médica a uno de sus em pleados. En mi cam ino hacia la casa donde éste vivía se me ocur rió la idea de que ya había es tado re petid as veces en el edificio do nde se halla ban i nsta lada s las oficinas de la citada firma. aber,visto en un piso baj ero ido la ma ues tra un cona el títuloMe deparecía la Comhpañía en ocasión de hab hacer visita profesional en otro m ás alto de la mism a casa. Mas no conseguí reco rdar la casa de qu e se tratab a, ni a quié n había visitado en ella. Aunque toda esta cuestión era indiferente y carecía de imp ortanc ia, no despre cié se guir ocupá ndo me de ella, y llegué a aver iguar, por el usual m éto do in directo; esto es, reu nie ndo toda s las ideas que en conexión con el asunto se me ocu rría n, que en el piso inmed iato sup erior a la s ofici nas de B. R. y Cía. se hallaba la pen sió n Fischer, en la que h a bía tenido con frec uencia pacientes que visitar. Al reco rdar esto, recordé tam bién cuál era la casa don de se hallab an ins taladas la pensió n y las oficinas. Pero lo que seguía pa ra mí en el misterio era el motivo que hab ía interve nido en el olvi do. Ni en la Com pañía B. R. ni en l a pensi ón Fischer, o en los pacientes que en ella habían habitad o, en contraba na da de sagradable para mí que pud iera hab er difi cultado el recu er do de la casa y del paciente en el la visitado. De todo s modos, supuse que no se podía trata r de nada muy penoso, p ues de ser así no me hu biera sido fac tible apod era rme de nuevo de
de la vida cotidiana
lo olvidado po r un med io indirecto y sin recurrir, como en el ejemplo anterior, a ayudas exteriores. Por último , se me ocu rrió que inmediatam ente antes , al emprende r el camino ha cia la casa del enfermo en cuyo auxilio había sido llamado había enco ntrad o y saludado a un señ or al que me costó tra bajo Se hallándola trat aba de en u naunpeestado rsona aaparentemente la que había visi tado reconocer. meses antes, grave y diagnosticando su enfermedad de parálisis progre siva. Tiempo después llegó a mí la noticia de su restableci miento y, po r tanto , de mi equivocación en el diagnóstico, a men os que se tratase de un a de aquell as remisiones que sue len aparecer en la dementia paralytica. De este encuentro emanó la influencia que me h izo olvid ar cuál era la vecindad de B. R. y Co mpañía. Mi interés en hallar lo olvidado se ha bía trasladado a ell o desde el discutido diagn óstico. La cone xión asociativa entre amb os alejados temas q ued ó estableci da por una semejanza en los nom bres de los dos pacientes, y, adem ás, por el hech o de que el indiv iduo restablecido con tra mi esperanza era asimismo empleado en unas grandes oficinas, que tam bién aco stum brab an hacer que yo visitase a sus empleados enfermos. El docto r que reconoció conm i go al supuesto atacado de parálisis progresiva se llamaba Fischer, igual que la pen sión olvid ada. d) Extraviar un objeto no significa en muchas ocasiones máspersonas que olvidar se ha colocado. de las quedón escrideben much o y utiliCo zanmo granla nmayoría úm ero de libros, sé orien tarm e mu y bien en mi mesa de traba jo y en con trar en seguida en ell a lo que deseo . Lo qu e a los demás les parece desorden es p ara mí un orden conocido e his tóri co. ¿Por qué, pues, extravié hace poco un catálogo de libre ría, y lo extravié de tal mod o que no me ha sido posible ha llarlo, a pesar de haber tenid o el pro pós ito de encargar un libro en él anunciado? Era tal libro, titulad o Sob re el idioma, obra de un autor cuyo ingen ioso y vivo estil o es m uy de mi gusto y cuyas opinio nes sobre Psicol ogía e Histori a de la Ci-
Olvido de impresiones y propó sitos
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estim o altamen te. Tengo la costum bre de prestar amigos ob ras de este autor, par a su provecho intelec tual, y en un a ocasió n me dijo un o de ellos, al devolverm e el libro pres tad o: «El estilo me recu erda mu cho el de usted, y también la mane ra de pensar es la misma en ambos.» El qu e me dijo esto no sabía la cue rda sensible que hería en m í con su observación. Años antes, siendo aún joven y esta ndo n e cesitado de apoyo moral, uno de mis colegas, de más edad que yo, me hab ía dicho idénti cas pala bras al oí rme alabar l as obras de un conocido escritor sobre cuestiones de Medicina: «Su estilo y su ma nera de pen sar s on idé nticos a los de us ted.» Influido por esta observación, escribí a dicho autor una carta en la que solicit aba entr ar en relac ión más íntim a con él, pero u na fría contesta ción me hizo volve r a mi pu es to. Quizá detrá s de esta experi encia se escondiesen otras a n teriores, desalentadoras nome heha pohech didoolle gar a encoigualme ntr ar el nte cat álogo extraviad ,o,pues y ello no encargar el libro anunciado, a pesar de que con el extravío no ha surgido n ing ún obstáculo real, dado que he conserva do en la memoria el nom bre del libro y de l autor . e) O tro caso de extravío que merece nuestro interés po r las cond iciones en la s que se vol vió a enco ntra r lo per dido es el siguient e: Un joven me co ntaba un d ía: «Hace varios años tuve algún disgusto con m i mujer, a la que enco ntrab a de masiado indiferente, y aunq ue recono cía sus otras excelen tes cualidades, vivíamos sin recíproca tern ura . Un día al vol ver de paseo, me trajo un libro que había comprado por creer debía interesar me. Le di las gracias por esta mu estra de atención, prometiendo leerlo, y lo guardé, siéndome des pués imposible encon trarlo. Así pasaro n varios meses, du -. rante los cua les recordé de cuan do en cu and o el per did o li bro y lo busqu é inútilm ente. Cerca de medio añ o después enfermó mi madr e, la yo q uería much ísimo y que viví a en una casa apar te de la nue stra. Mi mujer fue a su domicilio a cuidarla. El estado de la enferma se agravó y dio ocasión a
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que mi mujer demo strase lo m ejor de sí mism a. Agradec ido y entusiasmado por su conducta, regresé una noche a casa, y sin intención d eterm inad a, pe ro con segurid ad de so námbulo, fui a mi mesa d e trabajo y abrí uno de sus cajones enco ntran do encima de todo lo que contenía el ext raviado y tan bu scado libro.» J. Staercke relata c.) un caso de extravío qu e coinc ide con el ant erio r en su carácter final ; esto es, en la maravillosa segu ridad del hallaz go, un a vez desaparecido el motivo la pérdida: «Una much achita había echado a per der un tro zo de tela al querer co rtarlo p ara hacerse un cuello y tuvo que llamar a una costurera que intentase arreglar el entuerto. Cuando aquéll a hu bo llegado y quiso la much acha sacar el estropea do cuell o de la cóm oda la que creí a haberlo m arriba etid o, no consiguió encontrarlo. Enenvano lo revolvió todo de abajo. Al renunciar, encolerizada, a bus carlo p or más tiem po, se preguntó a sí misma por qué había desaparecido aquello tan de rep ente y si sería que en realidad no quería ella enco ntrarlo . Me ditan do sobre ell o, cayó en la cuenta de que lo que le sucedía era que se avergonzaba de que la costu rera viera que no había sabido hacer un a cosa tan sencilla como cortar un cuello, y en cuanto hubo pe nsa do esto fu e derecha a otro arm ario y al pr imer intentó sacó el c uello extraviado.» f) El siguient e ejemp lo de extravío corr espo nde a un tipo que ha lleg ado a ser famil iar a tod o psicoanalista. Debo ha cer constar que el sujeto que fue víctima de él halló por sí mis mo su expli cación. «Un pacient e som etido a tratamie nto psicoanalíti co y que duran te la interru pci ón veranie ga de la cura c ayó en u n pe río do de resistencia y malestar, dejó, o creyó dej ar, al desnu darse, sus llaves en el sitio de costumbre. Después recordó que pa ra el día siguient e, últim o del trata mient o, y en el que antes de partir debía satisfacer los honorarios devengados, tenía que sacar algunas cosas de un a mesa de escritorio en la
Olvido de impresiones y propósitos que guardaba tam bién su din ero; mas al ir a efe ctuarlo halló que las llaves había n desa pare cido . Entonces co menzó a re gistrar sistemáticam ente, per o con crecient e irrita ció n, su pequeña viviend a. Todo fue inútil. Recon ociendo el extravío las llaves com o un acto sintomático, esto es, intenciona do, despertó criado para seguir buscando ayuda de do una persoanasulibre de prejuicios. Al ca bo decon unalahora aban nó la busca, tem iend o ya habe r perd ido las llaves, y al si guiente día encargó u nas nu evas qu e debían serle entregadas a toda prisa . Dos amigos suyos que el día ante rior le hab ían acompañado en coche hasta su casa quisieron recordar ha ber oído son ar algo con tra el suelo cu ando bajó del coche, y con todo esto quedó nuestro individuo convencido de que las llaves se le h abían caíd o del bolsillo. Mas po r la noc he, al llegar a su casa, se l as prese ntó el criad o con aire de triunfo . Las hab ía hallado entre un gr ueso libro y un delgado foll eto (un trabajo de un o de mis discípulos) qu e el paciente hab ía apartado p ara leerl os dura nte las vaca ciones de verano, y h a bían sido tan hábilm ente disim uladas en aquel lugar que na die hubiera sospechad o estuv ieran en él . Después f ue impo sible volver a colocarlas en el mismo sitio de manera que permanecieran tan invisibles como antes. La inconsciente habilidad con la que se extravía un objeto bajo la influencia de motivos secretos, pero vigorosos, recuerda po r completo seguridad del sonámbulo. la En est pció e cason del el motiv era, natu ralmente, el disgusto por la interru tratamo iento y la secreta cólera por tener qu e pagar, hallánd ose aú n en m al es tado, ho norar ios conside rables.» g) «Un indivi duo (relata A. A. Bril l) fue un día aprem iado por su mujer para asistir a una reu nió n que no le ofrecía nin gún atractivo. Po r último, se rin dió a sus ruegos y comenzó a sacar de un ba úl, q ue no necesit aba llave par a que dar cer ra do, pero sí para ser abierto, su traj e de etiqueta; m as se inte rrumpió en esta operación, decidiendo afeitarse antes.
Cuando hubo terminado de hacerlo, volvió a dirigirse al
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baú l, en contr ándolo cerrado y no logra ndo hallar l a llave Siendo do mingo, y ya de noche, no era posible hacer v enir un cerrajer o, y tuv o el matrim onio que renun ciar a asist ir la fiesta. A la ma ña na siguiente, abierto el baúl, se encontró den tro la llave. El marido, distraído, la había arrojado en él dejand o caer des pués la tapa. Al relatarm e el caso me a segu ró haberlo hecho sin darse cuenta y sin intención ninguna; pero sabemos que no quería ir a la fiesta y que, p or tan to, el extrav ío de la llave no careció de motivo.» E. Jones observó que acostumbraba extraviar su pipa siempre que po r ha be r fumado ya mucho sentí a algún ma lestar. En estos casos la pipa se enc ontraba luego en los siti os más inverosímiles. h) Dora MüUer relata un caso inofensivo con motivos confesados III, 1915): «La seño rita Er na A. me contó dos días antes de Noche buena lo que sigue: »"Anoche, al sacar un paquete de galletas para comer unas cua ntas, p ensé que cuando viniese a darm e las buenas noches la señorita S. tendría que ofrecerle algunas, y me pro puse no dejar de hace rlo, a pesar de que hubie ra prefe rido gua rda r las galletas par a mí sola. Cua ndo lle gó el mo me nto extendí la mano hacia mi mesita par a coger el pa quete, que creía haber dejado allí, pero me encontré con que había desapario arec a buscarlo hall éence den tro de mi arm , doidond. eMe sinpuse dar me cuenta ylo lohabía rrad o." No h abía nece sida d de somet er este caso al análisis, pues la sujeto se daba perfecta cuenta de su significación. El deseo recién reprimido de conservar las galletas para ella sola se había ab ier to pas o en un acto autom ático , aun que para frustrarse de nuevo por la acción consciente que vino a continuación.» i) H. Sachs desc rib e cómo escapó en una ocasión por un o de estos extravíos a la obligación de trabajar:
olvido de impresiones y «El domin go pasad o, por la tarde, est uve dud ando un rato entre po nerme a trabajar o salir de paseo y hacer despu és al gunas visita s, decidiénd ome p or lo prim ero después de un poco conmigo m ismo . Mas al cabo de una hora ob servé que se me había acabado el papel. Sabía que en un cajón tenía guardado hacía ya años un fajo de cuartillas, pero fue en vano que lo bus cara en m i mesa de trabajo y en otros lugares en los que esperaba hall arlo, tom ándome mu cho trabajo y revolviendo una gran c antida d de libros, folle tos y documen tos antiguos. De este modo tuve que ab ando nar el trabajo y sa lir a la calle. Cuando a la no che regresé a casa me senté en un so fá, mira ndo distra ídam ente la biblio teca que ante m í tenía. Mis ojos se fijaron en u no de sus ca jones y recordé que hacía mucho tiempo que no había revi sado su conten ido. M e levanté y, dirigi énd ome a él, lo abrí. Encimaintacto de to do había unaaque cartera cuero ydee nlaella papel blanco . Pero hast lo hudbee sacado carter ay estaba a punto de gua rdarlo en la mesa de trabaj o no recordé que aquél era el papel que había buscado inút ilme nte po r la tarde. Debo aña dir que, aunqu e para otras cosa s no soy aho rrativo, aco stum bro aprovechar el papel lo más que pue do y guardo t od o trozo de él que me parezca util izable. Est a cos tum bre, alim entada por una inclinación instintiva, es la que, sin duda, me llevó en seguida a la rec tificación de m i olvido en cuan to desapareció la actualidad de su motiv o.» Un ligero examen de los casos de extravío nos fuerza a aceptar su general dependencia de una intención incons ciente. En el verano de 1901 dije en una ocasión a un amigo mío, con el que mantenía entonces un activo cambio de ideas sobre cuestiones científicas, las siguientes palabras: «Estos problemas neuróticos no tienen solución posible sino aceptando ante todo y por completo un a bisexual idad srcinal en tod o indivi duo.» Mi amigo me resp ondió : «Eso ya te lo dij e yo hace dos años y medio en Br., una no che q ue
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Psicopatología de la vida cotidiana
paseamo s junto s. Entonces no me quisiste hacer el menor i caso.» Es muy desagradable verse invitado de esta manera renunci ar a lo que uno se figura una srcin alidad propia y, por tanto, me fue imposible recordar la conversación que mi amigo me citaba ni lo que en ella afirmaba haber dicho. Uno de nosot ros tenía que engañarse, y , según el principio de prodest?, debía ser yo el equivocado. En efecto, durante el curso de la semana siguiente recordé to da la cuestión tal y como mi interlocutor había querido de spertarla en mi me moria, y hasta la respuesta que di a sus palab ras, y que era: «No he llegado a eso aún y no quiero meterme a discutirlo por ahora.» Desde entonc es me he hecho algo más tolerante cuando en algún trozo de literatura médica hallo alguna de las pocas ideas a las que puede ir un ido mi nombre y veo que éste no ha sido citado al lado de ellas. Censuras a la propia mujer, amistad que se transform a en todo lo con trar io, er ror en un diagnóstico, repu lsas de cole gas interesados en iguales cuestiones científicas que uno, apropiación de ideas ajenas; no puede considerarse como meramente accidental el que una serie de casos de olvido, expuestos sin verificar la menor selección, necesiten todos, para ser explicados, su referencia a tales temas, penosos para la víctima del olvido. A mi juicio, toda perso na que quiera someter los olvidos en que incurre a un examen encamina do a descubrir los motivos de los mismos reunirá siempre un parecido mue stra rio de cont rariedade s o vejaciones. La propensión a olvidar lo desagradable me parece ser general, siendo la capacidad para olvidarlo lo que está diferentemen te desarrollada en las diversas personas. negativas que solemos encontrar en nuestra actividad médica deben s er atribuida s a Nuestra concepción de tales olvidos limita su diferencia de las falsas negativas a relaciones puramente psicológicas y nos permite ver en ambas formas de reacción la expresión de los mismos motivos. De todos los numerosos ejemplos de ne-
7. Olvido de
y propósitos
gativa a recordar temas desagradables qu e he observa do en los allegados los enfe rmos ha queda do impreso en mi mem oria como especialmente singular. Una madre me informaba sobre los años infantiles de su hijo, ya pú ber y enfermo de los nerv ios, y me decía que tant o él como sus herma nas habían padecido hasta muy ma yores incontinencia noc tur na de la orina, co sa que par a el histo rial de un neurótico no carece de importancia. Semanas después, queriendo enterarse la madre de la marcha del trata mi ento , tuve ocasión de hacerle not ar los signos de predisposición morbosa constitucional que presentaba el muchach o, y al hacerlo me refer í a la incon tinenc ia de qu e ella me había hablad o. Para mi sorpresa, negó entonces la mad re tal hecho , tan to respecto al hijo enf ermo com o a los demá s herm ano s, preguntánd ome de dónd e había sac ado aquello, por último, tuvea referido, que decirle que habíad es sido ella hasta mis maque, quien lo habí olvidándolo Así, pues, también en individuos sanos, no neuróticos, hallamos indicios abundan tes de una resi stencia que se o po ne al recuerdo de impresiones peno sas y a la representación de pensamiento s Mas para estimar cumpli dam ente la signi ficación de este fenóm eno es necesario p e netrar en la psicología de los neuróticos. Por poco que en ella nos a dentrem os se nos im pond rá, en efe cto, el indicado impulso defensivo elemental ntra desagradables, las represent aciones sus ceptibles de de sper tar sensaccoiones imp ulso sólo com parab le al reflejo de fuga ante los estímulos doloro sos, como una de la s principales bases de sustentación de los síntomas histéricos . Con tra la hipótes is de tal tendencia de fensiva no se pue de objetar que, po r el contrario , nos es im posibl e muchas vec es escapar a r ecuerdos p enos os q ue no s persiguen y espantar emociones dolorosas, tales como los remo rdim ientos y los reproches de nuestr a conci encia, pue s no afirmamos que dicha tendencia venza siempre y
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de
vida
pueda tropezar, en el juego de las f uerzas psíq uica s, con fac tores que persigan para fines distintos lo con trario que ella y lo consigan a su pesar. El principio arquitectónico del aparato psíquico parece ser la estratificación, esto es, la composición por instancias superpuestas unas a otras, y es mu y posible
que el impulso defensivopsíquica a que nos tenezca a una instancia infevenimos rior, corefiriendo artad a po per r otras superiores. De tod os mo do s, el que pod am os ref erir a esta tendencia a la defensa procesos como los que encontramos en nu estro s ejemplos de olvido es algo que tes timonia en fa vor de su exis tencia y pod erío . Sabemos que algunas cosas se olvidan por sí mis mas ; en aquellas otras en q ue est o no es posible la tendencia defensiva desplaza su fin y lleva al olvi do algo diferente y de menor importancia que ha llegado a pon erse en conex ión asociati va con el materi al efectivamen te penoso. El punt o de vis ta aquí desarrollado de que los recuerdos peno sos sucum ben con especia l facilidad al olvi do m otiva do merecía se r aplicado en varias esferas en las cuales no ha sido aún to mad o suficie ntement e en conside ración. Así, me parece que no se tiene en cuenta la importan cia que podía tener aplicado a l as declaraciones de los testigos ante los tri bunales, en los cuales se concede al juramento una excesiva influencia purificadora sobre el juego de fuerzas psíquicas del individuo. Universal mente se admite qu e en el srcen de las tradiciones y de la historia legendaria de un pueblo hay que tener en cuenta la exi stencia de tal mo tivo, que arran ca del recuerdo colectivo, lo que resulta penoso para el senti miento nacional. Quizá continuando cuidadosamente estas investigaciones llegaría a poderse establecer una perfecta analogía entre la formació n de las tradicio nes nacionales y la de los recuerdos infantiles del individuo aislado. El gran Darwin obs ervó este motivo de des agrad o en el olvido y for muló una regla dorada pa ra uso de los trabajad ores cient ífi
7. Olvido de impresiones y propó sitos
Al igual de lo que sucede en el olvido de nom bre s, pue den también aparecer en el de impresiones recuerd os equivoc a dos, los cuales, si s on aceptados como verdaderos, h abrán de ser designados como ilusione s de la mem oria. La observ a ción de tales ilusiones de la memo ria en los c asos patol ógi cos (en la s para noi as, v. g., desempeñan precisamente el pa pel de un factor constitutivo en la formación de d elirios) han dado lugar a un a extensa literatura, en la cual e cho de m enos una indicación so bre sus motivos. Pero este tema perte nece ya a la psi cología de l a neuros is y traspasa los límites den tro de los cuales nos hemos prop uesto m ant ene rno s en el pre sente libro. En cam bio, refe riré aqu í un ex tra ord ina rio caso de ilusi ón mn émica sufri da por mí mis mo, en el cual la mo tivación por m aterial inc onsciente y reprimid o y la forma de la conexión co n elescribiendo mism o puelden e muy clarame Cuan do estaba os vers últimos capítu los dente. mi li bro sobre la interpretación de los sueños me hallaba vera neando en un lugar lejano a toda biblioteca y en el que me era impo sible con sultar los libros de l os cuales deseab a ex trae r algun a cita. Tuv e, pue s, que esc ribir tales citas y refe rencias de mem oria, reservan do p ara más ta rde recti ficarlas y corregir las con los correspon dientes textos a la vista. En el capítulo de los sueños diurnos o en estado de vigilia pensé incluir el interesante tipo del pobre tenedor de libros que aparece en El Nabab, de Alf onso Daud et, tipo al qu e el poeta quiso, si n dud a, atribuir sus propios en sueñ os. Me parecía recordar con precisión u na de las fantasías qu e este per sonaje -a l cual atribu ía el nombre de M. Jocelyn - construye en sus paseos p or las calles de París, y comencé a repr odu cir la de memoria. En est e ensueñ o se figura el pob re tened or de libros que viend o un coche cuy o caball o se ha de sbocad o se arroja valerosam ente a detenerlo, y cuando lo ha logrado ve abrirse la portezuela del coche y descender de él un a alta per sonalidad, que le estrecha la man o, diciendo: «Me ha salvado usted la vida. ¿Qué podría yo hacer en cambio por usted?»
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de la vida cotidiana
Al transcri bir de m emoria esta f antasía pensaba q ue si en mi versión existía algu na ine xacti tud m e sería fácil corregir la luego, al regre sar a mi c asa, con el texto de El Naba b a la vista. Mas cuan do co mencé a hojear El Nabab para rar el pasa je citado con mis cuartillas y po der ma ndar éstas a la impren ta,existía qu edétal avergonzado con stern adoy,alademás, ver queque en novela no fantasía y M. el desdichado tenedor de libros ni siquiera lle vaba este nom bre, sino el de M. Joyeuse. Este segund o error me dio pron to la clave del primero, o sea de mi engaño en el recuerdo. El adjetivo joyeux (alegre), del cual constituye (el ver dadero nom bre del pers onaje de Daudet) la forma feme nina, es la traducción exacta al francés de mi propio nombre: ¿De dó nd e, p ues, proce día la fa ntasía falsament e recordada y atrib uid a por mí a Daudet ? No po día ser más que un produ cto personal, un ensueño construido por mí mis mo y q ue no h abía llegado a ser consciente, o que, si lo fu e al gun a vez, había sido olvidado después en absoluto. Quizá esta mi fantasía proviniese del tiempo en que me hallaba en París, do nde con hart a frecuencia paseé solitario por las calles, mu y necesitado de alguien que me ayudase y protegiese , hasta que Charcot me admitió a su trat o, int ro duci éndo me en su círculo. Lue go, en c asa de Charcot, vi re petid as veces al autor de El Otr o ejemplo de recuerd o err óneo del que fue posible ha fausse llar una explicación satisfactoria se aproxima a connaissance, de la que después trataré. Había yo dicho a uno de mis pacientes, hom bre am bicioso y de gra n capaci dad, que un joven estudiante se había agregado reciente mente al gru po de mis discípulos con la presentación de un interesante trabajo, titu lado : El artista. Intento de una psico logía sexual. Cua ndo quince mese s después vio impreso dicho trabajo, afir mó m i paciente reco rdar co n seg uridad ha ber le ído en alguna par te, quizá en un a librería, el anuncio de su publicación algún tiempo antes (u n mes o medio añ o)
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de que yo le hablase de él . Recordaba tamb ién que ya cuan do le hablé había pensa do hab er vist o tal anuncio y, adem ás, hizo la observación de que el autor había cambiado el título, pues no lo llamaba como Intento de, sino Aportaciones a una psicología sexual. Una cuid ado sa investiga ción con el autor y la comparació n de fe chas dem ost raro n que nun ca había aparecido en ningún lado anuncio alguno de la obra de referencia, y mucho m eno s qu ince meses antes de su im presión. Al emprender la busca la solución de este recuer do err ón eo, expresó el su jeto un a renovació n de él equiva lente, diciéndome que recordaba haber visto hacía poco tiemp o, en el escaparat e de un a librerí a, un escri to sob re la agorafobia y que en la actualid ad lo estaba bus can do, pa ra adq uirirlo , en tod os los catálogos editorial es. Al llegar a e ste putenía nto me posible expl icarle po rElqué razónsobre este trab a jo quefueseryacompletamente vano. escrito agora fobia no existía más que en su fantasía, como una resolución inconsciente de escribir él mism o u na obra sobre tal mate ria. Su ambición de emular al joven estudia nte autor del otro traba jo e ingresar entre mis discípulos po r medio de un es crito ci entífico le hab ía llevado a amb os recuerd os er rón eos . Med itand o sobre esto, record ó luego que el anu ncio visto en la librería y que le había servid o pa ra su falso reconocim ien to se re fería a una o bra titu lad a Génesis. La ley de la reproducción. modificación que habí a indicad o en el títul o de la obra del joven estudiante había sido produ cida po r mí, pue s recordé qu e al cit arle el título había com etido inexac titu d de dec ir Intento de..., en lugar de Aportaciones a... B. Olvido de propósitos o intenciones
Ningún ot ro gru po de fenómenos es más apropiado que el olvido de propós la demostració tesislosderenque la escasez de atencitos iónpara no basta p or sí sola na de exp licar
de la vida
fallidos. Un pro pósi to es un im pulso a la acción, ha sido ya aprobado, pero cuya ejecución ha quedado aplazada hasta el momento propicio para llevarla a cabo. Ahora bien: en el intervalo creado de e ste mo do pu eden su frir los motivos del propósito una modificación que traiga la olv inejecución mismo, forpero entonces puede decirse que idamo s del el propósito mado, pues lonoque ha es revisarlo y omitirlo p or el mo mento . El olvi do de propósitos cual sucum bimo s cotid ianam ente, y en las más diversas situaciones, no acostumbramos explicárnoslo por modificación inmediata de los motivos, sino que lo de en g ene ral sin expli car o le buscam os u na expli cación psico lógic a consiste nte en adm itir que al tiem po de ejec utar propósito ha fallado la atención requerida por el acto co rrespondiente, la cual era condición indispensable para di cha ejecución del propósito y existía a nuestra disposición formamos aquél. Pero la observación de nuestra nor mal ante nuestros propósitos nos hac e recha zar como arbitraria esta tentativa de explicación. Cuando la mañana formo un propósito que debe ser llevado a cabo por la noche, puedo recordarlo algunas veces durante día , pero no es necesar io que perman ezca cons ciente a tra vés de todo é l. Luego, al ac ercarse el mo me nto de su ej ecu surgirá de repente en mí y me ind ucirá a ll evar a cabo pre para ón carta necesaria a la acción pro pue Si al salir cojo ciu na para echarla al correo , nosta. necesito, siena do un indiv iduo n orm al y no nervioso , llevarla tod o el tiem po en la mano e ir mi rand o continuam ente para descubrir un buzón, s in o que meteré la carta en un bolsi llo y segui ré toda lib ertad mi camino, dejando vagar mi pensamiento y Contando con que uno de los buzones que encuentre al excitará mi atenció n, in duc iénd ome a saca r la carta y depo sita rla en é l. La conducta nor mal ante un propósito ya formado coincide con la producida experimentalmente en la s personas so met idas a la llamada «sugest ión pos hip nót i-
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ca a largo Este fenómeno se describe de costu mbre en la forma siguiente: el propó sito sugerid o dorm ita en las personas referidas hasta que se aproxim a tiem po de su eje cución. Al llegar éste desp iert a en ellas y las ind uce a la ac ción. Encuestiones dos situaciones dealacuevida se da bié n eldeprofan o en estas perfect nta de qu tam e el olvido pro pósi tos no puede considerarse como un fenómeno elemental que queda reducido a sí mismo, sino que en definitiva de pende de motivos inconfesados. Estas dos situaciones son las relaciones amorosas y el servicio militar. Un enamorado que haya dejado de acudir a una cita se disculpará en vano diciendo haberla olvidado. A estas p alab ras co ntestará ella siempre: «Hace un año no lo h ubieras olvid ado. Ya no soy para ti lo que antes .» Aun cuan do hiciera uso de la expli ca ción psicológica antes citada, q ueriendo disculp ar su olvido por la acumulación de ocupa ciones, sólo con seguiría que la dama -con una penetración análoga a la del médico en el psicoanálisis- le respondiera: «Es curioso que antes no te perturbaran de esa manera tus asuntos.» Seguramente la dam a no quiere con est o rech azar la posibilida d de un olvi do; pero sí cree, y no sin razón, que del olvi do ini nterr um pi do hay que deducir, l o mis mo que si se trata se de un sub ter fugio consciente, una cierta desgana. Asimismo se niega,entre y muy el servicio militar la distinción lasfundadamente, om isiones p orenolvido y las in tenciona das. El soldado no debe olvidar nada de lo q ue de él exige el servicio. Si, a pesar de e sto, olvida algo de lo q ue sab e tien e que hacer, ello es debido a que a los motivos que u rgen el cumplimiento de los deberes militares se oponen otros motivos contrarios. El soldado q ue al pasa r revista se discul pa diciendo que ha olvidado limpiar l os boto nes de su uni forme puede estar seguro de no esca par al cast igo. Pero este castigo puede considerarse insignificante en comparación de aquel otro a qu e se expon dría si se co nfesara a sí mis mo y
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confesara a sus supe riores el m otivo de su om isión : «Estoy harto del maldito servicio.» En raz ón a este ahorr o de casti go se sirve el sold ado del olvido com o excusa o se manif iesta aquél espontáneam ente co mo una transacción. Tanto el servicio de las dama s como el servicio militar tie ne el privilegio d e que t odo lo qu e a ellos se refiere debe s us traerse al olvido, y de este mod o sugieren la opinión de qu e el olvido es permisib le en las cosa s triviales, al paso q ue en las impo rtante s es signo de que se l as quisiera trata r como si no lo fuesen, y, por tanto, de que se discute toda su impor En efecto, en esta cuestión no se pue de negar el pun to de vista de la valoración psíquica. Ningún hombre olvida eje cutar actos que le parecen imp ortan tes sin exponerse a que lo crean un perturbado mental. Nuestra investigación no puede, por tanto, extenderse más queninguno a propósitos menos secundarios, no considerando comomás por o completo indiferente, pues en este caso no se hub iera for mado. Com o lo hice con las anteriores pertu rbac ion es funciona les, he reunido e intentado explicar también los casos de omisión por olvido observados en mí mismo y he hallado que podían ser atribuidos siempre a una intervención de motivos desconocidos e inadm itido s por el s ujeto mism o o, como pod ríam os decir, a un deseo contrario. En u na serie de casos de este género me hallaba yo en una situación similar al servicio, es to es, bajo una coacción co ntra la cual no había dejado por completo de resistirme, manifestando aún mi protesta por medio de olvidos. A est os casos correspo nde el hecho de que olvido con especial facilidad el felicitar a las personas en sus días, cump leaños , bodas o ascensos. Conti nuamente me propongo no dejar de hacerlo, pero cada vez me convenzo más de que no conseguiré nunca verificarlo con exactitud. En la actualidad es toy a punto de renu nciar ya po r com-
7. Olvido de impresiones y propósitos y dar la raz ón a los motivo s que a el lo se resisten. Una vez predij e a un amigo m ío, que me rogó enviase en su no m bre un telegrama de felicitación en una determinada fecha en que yo debía ma nd ar otro , que con seguridad se me ol vi darían ambos y, en efecto, se cumplió mi profecía, sin que ellomimevida extrhacen aña raque en me modo o. Dolorosas de seaalgun imposible expresar experiencias interés o simpat ía en ocasiones en qu e obligadam ente tengo qu e exa gerar mis sen timientos al expresarlos, dad o que no po dría emplea r la expresión correspon diente a su poca inten sidad . Desde que he visto qu e muchas vece s me he equivocado to mand o como verdadera la pretend ida simpatí a que hacia mí mostrab an otras person as, me he rebelado contra estas con venciones de expresión de simp atía, cuya utilidad social, po r otra pa rte, reconozco. De esta conducta debo exclu ir los pé sames en ca so de mu erte; cua ndo he resuelt o expresar a al guien mi condolencia por uno de estos c asos, no omit o nu n ca el hacerlo. En aquell as ocasiones en que mi partic ipac ión emocional no tiene nad a que ver con l os deberes sociales, su expresión no es jamás in hibida p or el olvido. El teniente T. n os relata el siguiente caso de un olvid o, en el que un prim er propósito reprim ido se abrió camino en cali dad de «d eseo con trario», da ndo srcen a una situación de sagradable: «Un caso de más antiguo de los oficiales in ternados en un campamento de prisioneros fue ofendido por uno de sus camaradas. Para evitarse posibles conse cuencia s, quiso hacer uso del ún ico m edio coerci tivo que en su po der estaba, esto es, alejar al ofensor, hacién dole trasla dar a otro cam pam ento , y fueron necesarios los conse jos de varios amigo s suyos par a hacer le desistir de su pr opó sito y empren der en e l acto el cam ino que el hon or le marcaba, de cisión que había de traer consigo una multitud de conse cuencias desag radab les.
de
vida
»En la mism a mañ an a que esto sucedió tenía el dan te que pasar l ista bajo la com prob ación de u no de tros vigi lante s. Cono ciendo ya a todos sus com pañeros de cautiver io po r el largo tiem po qu e con ellos llevaba, no cometido hasta entonces error ninguno en la lectura de lista. Pero aquel la mañana omiti ó el nombre del ofensor, ha ciendo mientras que los demás oficiales se retiraban, una vezque comprobada su presencia, tuviese aquél que perma necer allí solo hasta que se deshizo el error. El no mbre om iti do constaba claramente en u na págin a de la li sta. »Este incidente fue considerado de un lado como moles tia intencion adam ente infl igida, y de otr o, com o una desgra ciada casual idad, que p odía ser erróne ame nte interpretada. El coman dante q ue co metió la omisión lle gó a po der juzgar con acierto lo sucedido d espué s de leer la Psicopatología, de Freud.» Análogamente se por el antagonismo entre un deber convencional y una desfavorable opinión interior no confesa da, aquellos casos en l os que se olvida ejecutar determinados actos que se ha pr ometido llevar a cabo en favor de otra s per sona s. En estos casos se dem uestra siem pre que es sólo el f a vorecedor el que cree en el p ode r eximente del ol vido, mien tras que el pretendiente se da a sí mismo, sin duda, la respue sta justa: « No se ha tom ado interés ning uno ; si no, no
lo hubiera olvidado.» Existen sindividuos a los mundo califica de olvidadizo y a quie nes, porque sertodo así, el se les disculpan, gen eralmen te, sus fal tas, com o se disculpa al corto de vista no nos ha saludado la Estas pers onas ol vidan todas las pequeñas promesas que ha n hecho, dejan i n cumplido s todo s los encargos que reciben y dem uest ran de este modo ser indigno s de confi anza en las cosas pequeñas , pero al mism o tiem po exigen que no se les tomen a mal tales pequeñas faltas, esto es, que no se las explique por su carácter perso nal, sino que se l es atribuya a una peculiarid ad orgáni-
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Personalmente no pertenez co a esta clase de individuos ni tamp oco he te nido ocasión de anal izar los actos ninguno de ellos pa ra descubrir en la selecci ón verificada olvido los motivos del mismo. Sin embargo, no pued o de for mar, per analogiam, la hi pótesi s de que en estos casos es un a gran tidad de nal desprecio qu e el factorcan constitucio explotahacia para los sus demás fines''.el En otros casos l os motivos del olvido son m enos fáciles de descubrir, y cuando se descubren causan una extrañeza. Así obser vé años atrás que, d e una g ran ca nti dad de v i sitas profesionales que debía efectuar, no olvidaba nunca sino aquellas en qu e el enfermo era algún col ega o algu na otra persona a quien tenía que as istir gr at ui ta men te . La verg üenz a que me c ausó est e descubrimiento hi zo qu e me acostumb rase a ano tar po r la mañan a las visitas me pro ponía llevar a cabo en el transcurso del día. No sé si otros médico s han ll egado a hacer lo mismo por ig uale s raz on es. Pero con esto se for ma un o una idea de lo que in duce a los llamados neurasténicos, cu an do van a consultar un mé di co, a llevar escritos en una no ta todos aquell os da to s qu e de sean comunicarle, desconfiando de la capacidad reproduc tiva de su memo ria. Esto no es desacertado, pe ro la esce na de la consulta se desa rroll a casi si empre en l a sigu ien te for ma: el enf ermo ha relatado ya con gran am plitu d diver sas molest ias y ha hecho infin ida d de pregun tas. terminar hace una pequeña pausa y extr ae su nota, diciendo en son de disculpa: «He apu nta do algu na s cosas, porqu e, si no , no me acordar ía de nada.» Con la nota en la mano, repite cada u no de los puntos ya exp uesto s, y va r espondiéndose sí mi sm o: «Esto ya lo he consultado.» Así, pues , con su me morá ndum no demuestra prob ablem ente nunca más que de sus sín tomas: la f recuencia con q ue sus propósitos s on p ertu rb ad os por la interferencia de os cu ro s mo tivos . Llego ahora a trat ar de un tras torno al qu e están sujetas la mayoría de las person as s an as que yo conozco y que tam -
Psicopatología de la vida cotidiana poco he escapado yo mis mo. Me refiero al olvido sufrido con gran facilidad y por largo tiempo de devolver los libros que a un o le han p restado y al he cho de dife rir, tambi én por olvi do, el pago d e cuentas pendiente s. Am bas cos as me han su cedido repetidas veces. Hace poco tiempo abandoné una mañana el estanco en que diario me pra proveo de tabaco haber satisfecho el imp ortea de la com efectuada. Fuesin ésta una omisió n por completo inocente, puesto q ue en dicho es tanco me conocían y pod ían record arme mi deu da a la ma ñana siguiente, pero tal pequ eña negligenci a, el intento de contraer de udas, no dejaba de hallarse en conex ión con ci er tas reflexiones concernien tes a mi presup uesto , qu e me ha bían oc upa do to do el día anterior. En relación c on los temas referentes al din ero y a la posesión puede descubrirse con fa cilidad, en la mayoría de l as person as llamadas ho nora bles , una conducta equívoca. La primitiva ansi a del niño de pe cho que le hace intentar apoderarse de todos los objetos (par a llevárselos a la boc a) aparece en general incom pleta men te venci da po r la cultu ra y la Con los ejemplos anteriores temo hab er entra do u n tanto en la vulgarid ad. Pero es un placer para mí encon trar mate rias que todo el mundo conoce y comprende del mismo mo do , puesto que lo que me prop ong o es reu nir lo cotidi a no y util izarlo científ icamente . No concibo p or qu é la sabi durí a,cotidianas, que es, porhadecirlo el sedim ento de l entre as experien cias de verasí, negada su admisión las adquisiciones d e la cienci a. No es la diversidad de los obje tos, sino el m ás estricto métod o de veri ficación y la tende n cia a más amplias conexio nes, lo qu e constituye el carácter esencial de la lab or científica. Hem os hallado, en general, que los propó sitos de alguna importancia caen en el olvido cuando se alzan contra ellos oscuros motivos . En los propósit os meno s imp ortante s ha llamos como segundo mecan ismo del ol vido el hecho de que un deseo con tradictorio se transf iere al prop ósito desde otro
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lugar, despu és de habers e establec ido e ntre este últim o y el contenido del prop ósito u na asociaci ón exterior. A este or den pertenece el siguiente ejemplo: una tarde me propuse comp rar papel seca nte a mi paso po r el centro de la ci udad, y tanto aqu el día como los cua tro siguiente s olvidé t al pro pó sito, preg rm e cuenta la repetida omi sión, qu é unt causánd as om pode,ríaalndahaberla motivadedo. Con fac ilidad enco ntré, después de med itar un poco, que el artículo dese a do podía designarse con dos nombr es sinónimos Fliesspapier, y que, bien usaba yo e l prim er térm ino en la escritura, acostumb raba, en cambio, utiliz ar el segund o de palabra. Fliess era el nombre de un amigo mío residen te en Berlín, el cual me había ocasion ado p or aquellos días dolorosas preocup acion es. No me era posible escapar a dichos penosos pensam ientos, pero la tendencia defensiva se exte rioriz aba trasladándose p or medio la identi dad de las pa labras al prop ósit o indiferente, que po r ser así presen taba es casa resisten cia. Volun tad contraria directa y motivación leja na se ma ni fiestan uni das en el siguient e caso de aplazamiento: en la co lección «Cuestiones de la vida nerv iosa y psíquica» h abía yo escrito un corto tra tad o, que resumía el contenid o de mi In terpretación de los sueños. Bergm ann, el editor de Wiesba den, me habí a man dad o las prueb as, rogá ndom e se las de volviese ens de seguida corregidas, pues quería publicar folleto ante Navidad . En aquella mism a noch e hice laelco rrección y de jé las prueb as sobre m i mesa de tr abajo par a co gerlas a la m añana siguiente. Al l legar la ma ñana me olvidé de ellas y no vol ví a aco rdar me has ta cua ndo po r la tarde la s vi de nuevo en el sitio en que la s hab ía dejado. Sin emb argo, allí volvie ron a q ued ar olvidadas aquella tarde, a la noch e y a la mañana siguiente, hasta que, p or ñn , en la tarde del se gundo día, las cogí a l verlas y fui en el acto a d epositarlas en un buzón , asom brado de tan repetido apla zamient o y pen sando cuál sería su causa. Veía que no quería remitir las
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pruebas al edit or, pero no p odía adivinar por qué. Después de depo sitar la s pru eba s en el correo, en tré en cas a del edit or de mis obras en Vien a, el cual había publicad o tam bién el li bro sobre los sueños, le hice algunas recomendaciones, y después, como llevado por una súbita ocurrencia, le dije: «¿Sabe usted he escrito nuevo mi libro de los asue ños?» Ah, sí!que Entonces -ex de clam ó- tengo que rogarle ust ed que...» «Tranquilícese -r ep use-. No es el libro completo, sino tan sólo un pequ eño para la colección LoewenfeldKurella.» De todos modos no quedaba muy satisfecho el edi tor, pues temía que el folleto perjudicase la venta del libro. Dis cutim os y, por últi mo, le pregu nté: «Si se lo hubiera dicho a usted antes, ¿hubiera usted opues to algu na objeci ón a la pu blicación del f olleto?» «No; eso de nin gún modo», me resp on dió. Personalmente cr eía haber obra do con completo derecho y no haber hec ho n ada desacostum brado, pero , sin embargo, me parecía seguro que un pe nsam iento similar al expresado por el editor era el motivo de mi vacilac ión en enviar las prue bas corregidas. Este pens amien to se apoyaba en una ocasión anterior, en la que otro editor puso dificultades a mi obligada resolución de tomar algunas páginas de mía sobre la parálisis cerebral infantil para incluirlas sin modificación en un folleto sobre el mismo tema publicado los «Ma nuales Nothnagel». Tampoco en este caso pod ía hacérseme ningún reproche, pues también había advert mi intención al pri mer editor, como lo hice en el ido ca so de la Inter pretación de los sueños. Persiguiendo aú n más atrás esta s erie de recuerdos, encontré otra ocasión análoga anterior en la que, al tra ducir u na o bra del fr ancés, lesioné realmente lo s de rechos de propied ad del autor, pues aña dí al texto, si n su per miso, varias nota s, y algunos a ños después p ude ver que mi acción arbitraria le hab ía disgustado. Existe un proverbio que revela el conocimiento popular de que el olvido de propó sito s no es accidenta l: «Lo que se olvida hace r una vez se volver á a olvidar con frecuen cia.»
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En realidad, no puede uno sustraerse a la sensación de que cu anto se p ued a decir sobre los olvidos y los actos fa lli dos es ya co sa conocida y admit ida p or to dos como al go evi dente y nat ural. Lo extra ño es que se a necesari o todavía co locar a los hombres an te la conciencia cos as tan co nocid as. Cuán tas veces he oído dec ir: «No me encargues eso. Segu ra mente lo olvidaré. » La verificación de esta profecía no ti ene nada de místico. El que así habló percibí a en sí mismo el p ro pósito de no cum plir el encargo y rehusab a confesárselo. El olvido de propósitos recibe mucha l uz de algo que p u diéramos designar con el nombre de «formación de falsos propósitos». Una vez había yo pro metid o a un joven autor escr ibir una revista de su peq ueñ a obra, p ero a causa de resi stencias inte riore s que no me eran desconocidas iba aplazando el cum plimiento de mi promesa de un día para otro, hasta que, ven cido po r el ins istent e apremio del interesado, me com prom etí de nuevo un d ía a dejarle complacido aquell a misma no che . Tenía reales intenciones de hacerlo así, pero después reco rdé que aque lla noch e debía ocu par me imprescindiblemente en la redacción de un informe de medic ina legal. Al reco nocer entonces mi propósito comoy rehusé falso, cesé en milalucha contra mis resistencias interiores en firme revista pedida.
8. Torpezas o actos de térm ino erróneo
De la obra de Meringer y Mayer, anteriormente citada, tran scri bo aún las s iguientes líneas (p. 98): «Las equivocaciones orales no son algo qu e se manifieste aislado dentro de su género, sino que va unido a los dem ás errores que los hombres cometen con frecuencia en sus di versas act ividades, errores a los que solemos dar un ta nto ar bitrar iamente el nombre de distracciones.» Así, pue s, no soy yo el p rim ero que sospecha la existenci a de un sentido y una intención detrás de la s pequeñas pe rtu r baciones funcionales de la vida cotidiana de los individuos sanos'. Si las equivocaciones en el discu rso, el cual es, s in du da al guna, una función motora, admiten una concepción como la que hemo s expuesto, es de esperar que ést a pueda aplicar se a nues tras dem ás func iones mo tor as. H e formado en est e punto dos gru pos. Todos los casos en los cuales el efecto fa llido, esto es, el extravío d e la intención p arece ser lo princi pal, los de signo con el nom bre de actos de término erróneo (Vergreifen), y los ot ros , en los que la acci ón total aparece inadecuada a su fin, los denomino actos sintomáticos y ca suales (Symptomnud Zufallshandlungen).
Pero entre ambos
8. Torpezas o actos de término erróneo
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géneros no puede trazarse un límite preciso y debo hacer constar que todas las clasificaciones y divisiones usadas en el presente libro no tienen más que una significación pura mente descriptiva, y en el fondo co ntradicen la unid ad inte rior de su cam po d e manifesta ción. nifestaciones La inclusi ón dede la los «taxia», actoso,deespecialm térm ino erró ente,neo de la entre «taxia las cor ma tical» no nos facilita en m anera alguna su comprensión psi cológica. Mejor es inte ntar re ducir los ejemplos individua les a sus propias dete rmin acio nes. Para ello utilizaré tam bién observaci ones personales, aunqu e en mí mismo no he halla do sino muy escasas ocasiones de verificarlas. Años atrás, cua ndo hacía más visi tas prof esionales que en la actualid ad, m e sucedió muchas veces que al l legar ante la pue rta de u na casa , en vez de tocar el tim bre o golpear con el llamad or,mo sacaba bolsillo de miapro pio darlo omici lio para , co es nadel tura l, volver Uavín en seguida guard un tanto avergonzado. Fijándome en qu é casas me ocu rría esto, tuve que admitir que mi error de sacar mi Uavín en vez de lla mar significaba un homenaje a la casa ante cuya puerta lo cometía, siendo equivalente al pensamiento: «Aquí estoy como en mi casa», pues sólo me sucedía en los domicilio s de aquel los pacientes a los que había tom ado car iño . El error inverso, o sea llamar a la puerta de mi propia casa, no me ocurrió jamás. Por tan to, tal acto fa llido era u na representación simbóli ca de un pensam iento definido, pero no aceptado aú n cons cientemente como serio, dado que el neurólogo sabe siem pre muy bien que, en realidad, el enfermo no le conserva cariño sino m ien tras e spera de él algún benefi cio, y que él mismo no demu estra un interés exce sivamente caluroso po r sus enfermos má s que en razó n a la ayuda psíqu ica que en la curación pu eda esto prestarle. Numerosas autoobservaciones de otras personas de muestran que la significativa maniobra descrita, con el
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propio mía.
Psicopatologia de la vida cotidiana
no es , en ningú n mo do , una particularidad
A. Maeder relata una repetición casi idéntica de mi expe riencia. («Contribution la de la vie quotidienne», en de Psychol., IV, 1906): «A todos nos ha sucedido sacar nuestro llavero al llegar ante la puerta de un amigo particularmente querido y sorpren dernos intentando abrir con nuestra llave, como si estu viéramos en nuestra casa. Esta maniobra supone un re tras o - pu es to que al fin y al cabo hay que lla mar -, pero es una prueba de que al lado del amigo que allí habita nos sentimos -o quisiéramos sentirnos- como en nuestra
c, p. 509) transcrib o lo que sigue: «E l uso de De llaves E. Jones las es un fért il manantial de inciden tes de este géne ro, de los cu ales vamo s a referir dos ejemplos. Cuan do estando en mi casa dedicado a algún trabajo interesante tengo que interrumpirlo para ir al hospital y emprender en él alguna labor rutinaria, me sorprendo con mucha frecuencia inten tando abrir la pue rta del lab orat orio con la llave del despa cho de m i domicilio, a pesar de ser completam ente dife ren tes una de otra. Mi error demuestra inconscientemente dónde preferiría hallarme en aquel momento. Hace años ocupaba posición subordinada en una cierta institu ción, cuyauna puert a principal se hall aba siempre cerrada y, por tant o, había qu e llamar al timb re pa ra que le fr anquease n a un o la entrada. En varias ocasi ones me sorpren dí intentan do abrir dicha pu erta con la llave de mi casa . Cada un o de los médico s perm anen tes de la instituc ión, cargo al que yo a spi raba , po seía un a llave de la ref erida e ntra da pa ra evitarse la moles tia de esp erar a que le abriesen. M i error expresaba, pues, mi deseo de igualarme a ellos y estar allí casi "en mi
8. Torpezas o actos de término erróneo El do cto r Hans Sachs, de Vie na, relata al go aná logo : «Acos tumb ro llevar sie mpre co nmigo do s llaves, de las cual es co rresp onde un a a la puer ta de mi of icina y otra la de mi casa. Siendo la prim era p or lo men os tres ve ces mayor qu e la se gunda, no son, desde luego, nada fáciles de confundir, y, adem ás, llev o siempre l a un a en el bolsi llo del pant aló n y la otra en el del chaleco. A pesar de tod o esto, me suc edió con frecuencia el darme cuenta, al llegar ante una de las dos puertas, de que mientras subía la escalera había sacado del bolsil lo la llave correspo ndie nte a la otr a. Decidí hace r un re cuento estadístico, pues dado que diariamente llegaba ante las dos mis mas pu erta s en un c asi idéntico estado em ocio nal, el intercam bio de las llaves tenía que de mostrar u na ten denci a regular , aunq ue psíquicamente estuviera determ ina do de manera Observando los casos posteriores, resultó q ue andistinta. te la pu ert a de la oficina extraía regularm ente la llave de m i casa, y sólo u na vez se presen tó el caso c ont ra rio en la siguiente forma: regresaba yo fatigado a mi dom ici lio, en el c ual sabí a que m e esperaba una pe rso na la que ha bía invita do. Al llegar a la pue rta intenté abr ir con la l lave de oficina, que, naturalmente, era demasiado grande para entrar en la cerradura. b) En u na casa a la que d uran te seis año s seguido s iba yo dos veces di arias me sucedió dos veces, con un co rto i nter valo, subir un piso m ás arr iba de aque l al que me dirigía. La pri me ra vez me hallaba perd ido en un a fant asía ambiciosa que me hac ía «elevarme cada día más », y ni siquiera m e di cuenta de que la puerta ante l a que debí a hab er esperado se abrió cua ndo comenzaba yo a subir el tram o que conducía al tercer piso. La segunda vez también fui demasiado lejos, «abstraído en mis pensamientos». Cu ando me di cuenta y bajé lo que de m ás hab ía subido quis e atr apar la fantas ía que me había dom inad o, hallando que e n aquel los mome ntos mecual irritaseba ntra elunreproch a crític a e(fanta deado mislejos», ob ras,reen la mecohacía de «irseada) dem asi
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proch e que yo sustituía por el menos respetuoso «de haber trepado demasiado arriba». c) Sobre mi mesa de trabajo yacen juntos hace muchos año s un m artil lo pa ra buscar r eflejos y un dia pas ón. Un día tuve que salir precip itadam ente d espués de la consulta para alcanzar un tren, y, a p esar de estar dichos objetos a la pl ena luz del día cog í e in trod uje en el bolsillo de la americ ana el diapasón en lug ar del martillo , que es que dese aba llevar conm igo. El peso del diapa són en m i bolsil lo fue lo que me hizo n ota r mi error. Aque l que no esté ac ostu mbrado a refle xion ar ante ocurren cias ta n pequ eñas explicaría y disculpa ría mi acto errón eo p or la precipitación del mo ment o. Yo, sin embargo, preferí preguntarme por qué razón había cogido el diapa són en lugar del martill o. La prisa hub iera podid o I ser igualmente un motivo de ejecutar el acto con acierto, para no perd er tiem po luego tenien do que corregirlo. La prim era pregu nta qu e acudió a mi men te fue: «¿Quién cogió últimam ente el diapas ón?» El últim o que lo había co gido había sido, pocos días antes, un niñ o idiota, cuya aten ción a la s impresiones sensoria les esta ba yo ex amin ando y al que había fascinado de tal manera el diapasón, que me fue difícil quitárselo luego de las man os. ¿Qu erría decir e sto que soy un idiota? Realmente parecería ser así, pues la pr imera idea que se asoció a martillo (Hammer) fue Chamer (en he burro). breo, Mas ¿por qué tales conce ptos insultantes? Sobre este pun to había que interrogar l a situación del momento . Yo me di rigía ent onces a celebrar una consulta en un lugar situado en la línea del ferrocarril del Este , en el qu e residía un enfermo que, conforme las infor maciones que me ha bía n escrito, se había caí do por un balcón meses antes, qued and o desde en tonces imposibilitado par a andar. El médico que me llamaba a consulta me escribía que no sabía si se trataba de una le sión medular o de un a neurosis traumática (histeria). E sto era lo qu e yo tenía que decidir . En el error e xam inado debía
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existir un a advertenci a sobre la necesidad de m ostra rme pru den te en el espinoso diagnó stico diferenc ial. Aun y to do, mis cole gas opina n que se diagnostica con liger e za una histe ria en casos en que se trat a de cosas más todo esto no era suficiente para justificar los insultos. La asociación fu era e ellarecuerd o delugar que l aenpequ estación a quesiguiente me dirigía del mismo que eña años antes había visitado a un hombre joven, que desde cierto trau ma em ocional había per did o la facultad de andar. Diagnostiqué una histeria y sometí después al enfermo al tratamiento psíqu ico, dem ostrándos e posteriorm ente que si mi diagnóstico no había sido del tod o equivocado, tam poco había habido en él un total acierto. G ran cantid ad de los sín tomas del enfermo habían sido histéricos y desaparecieron con rapidez en el curso del tratam ien to; m as de trás de el los quedaba visible un remanente que permanecía inatacable por la te rapia y que p ud o ser atrib uid o a un a esclerosis mú l tiple. Los que tra s de mí reconocieron al enfermo pud ieron apreciar con fac ilidad la afección orgánic a, pe ro yo no podía antes haber juzgado ni procedido de o tro m odo. No ob stan te, la impresión era la de un grave error, y la promes a que de una comple ta curación h abía dad o al enfermo era imposible de mantener. El er ror de coger el diapasón en lugar de l mar tillo pod ía trad ucirs e en las siguient es palab ras: a ¡Imbéc il! ¡Asno!una ¡Tenhisteria cuidadoenesta vez ydenoenfermedad vayas a diagnosticar nuevo un caso incurable,de como lo hiciste en este mismo lugar, hace años, con aquel pobre hombre!» Para suerte de est e pequ eño análisis, mas para mi mal humor, dicho individuo, atacado en la actuali dad de una grave parálisis espasmódica, había estado dos veces en mi consulta pocos días antes y u no después del niñ o idiota. Obsérvese que en este caso es la voz de la autocrítica la que se hace oír por medio del acto de aprehen sión erró nea. Éste es especi almente apto pa ra expresar auto rrepr och es. El
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error actual intenta represen tar el que en o tro lugar y tiem po cometimos. d) Claro es que el coger un objeto por otro o cogerlo mal es un act o e rrón eo que pue de obedecer a tod a una ser ie de oscuros propó sitos . He aqu í un ejemplo: raras ve ces rom po algo. No so y extraordinariamente m año so; pero, d ada la in tegridad anatóm ica de mis sist emas nervios o y muscular, no hay razones que provoquen en mí movimientos to rpes de resultado no deseado. Así, pues, no recuerdo haber roto nunca ningún objeto de los existentes en mi casa. La poca amplitud de mi c uart o de estudio me obliga en ocasi ones a trabajar con escasa libertad de movimientos y entre gran cantidad de objetos antigu os de ba rro y pie dra , de los que tengo una p equ eña cole cción. Los que me ven moverme en tre tanto chisme me han expresado siempre su temo r de que tirase go al suequé, lo, romp lo,día p ero estolonoy me ha ísucedi do nu al nca. ¿Por p uesiéndo , tiré un al sue romp la tapa de má rmol de un sencil lo tintero que tenía sobre m i mesa? Dicho tintero estaba constituido por una placa de már mol con un orif icio, en el que qued aba m etid o el reci piente de crist al destin ado a la tinta . Este recipiente tenía una tap a dera también de m árm ol con un salie nte para coger la. De trá s del tintero h abía colocadas, en semicírculo, varias esta tuillas de bronce y terracota . Escribiendo sentado y ante la mesa hi ce con la man o, en la que tenía la plum a, un m ovi miento extra ñam ente tor pe y tiré al suel o la tapa del tintero. La explicación de mi tor peza no fue difícil de hallar. Un as horas antes había entrad o mi her ma na en el cuarto para v er algunas nuevas adquisiciones mías, encontrándolas muy bonitas, diciendo: «Ahora presenta tu mesa de trabajo un aspecto precioso. Lo ún ico que se despega un poco es el tin tero . Tienes que pon er ot ro más bonito .» Salí luego del cuar to acompañando a mi hermana y no regresé hasta pasadas algunas hor as, siendo entonces cua ndo llevé a cabo la eje cu ción del tinte ro, juzgado ya y con den ado . ¿Deduje acaso de
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las palabras de m i her ma na su propós ito de regalarme un tintero má s bon ito en la pri mera ocasión fe stiva y me apre suré, por ta nto , a ro mper el otro, an tiguo y f eo, pa ra forzarla a realizar el propósito que había indicado? Si así fuera, mi movim iento, que arrojó al suelo la tapa dera , no habría sido torpe másil,que en apariencia, puesconciencia en realidaddehabía muy háb po seyendo completa su fi sido n y ha biendo sabido respeta r, adem ás, t odos los valios os objet os que se hallaban próx imos. Mi opinión es que hay que aceptar esta explicación para toda una seri e de mo vimientos casualmente torpes en apa riencia. Es cierto que tales movimientos parecen mostrar algo violento, impulsivo y como espasmod icoatáxico; pe ro, sometidos a un examen, se demuestran como dominados por una intenció n y cons iguen su fin con un a seguridad qu e no puede atrib uirse , en gener al, a los mov imiento s volunta rios y conscientes. Amb os caracteres, viole ncia y segurid ad, les son comun es con la s manifestacione s mo toras de la neu rosis histérica y, en pa rte , con los rend imien tos mo tores del sonambulismo, indicando una m isma desconoci da modi fi cación del proceso de in ervac ión. La siguie nte autoo bservació n de la señora Lou Andreas-Sa lomé nos muestra de un modo convincente cómo una «tor peza» te nazm ente repetida sirve con extrem a habilidad a in tenciones inconfesadas. «Precisamente en los días de g uerra en los que la l eche co menzó a ser materia rara y preciosa, me sucedió, para mi sorpresa y enfado, el dejarl a cocer siem pre con exceso y sa lirse, po r tant o, del recipiente que la contenía. Aunqu e de costumbr e no suel o com por tarm e tan descuida da o distraí damente, en esta ocasión fue inútil que tratara de corregir me. Tal conducta me hubiera parecido quizá explicable en los días que siguieron a la mue rte de mi qu erido blan co, al que con igual jus tificación qu e a cualquier h ombre
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maba yo Drujok (en ruso, "amigo"). Pero en aquellos dí as y despu és no volví a dej ar salir ni un a sola gota de leche al co cerla. Cuando noté esto, mi primer pensamiento fue: alegro, po rqu e ah ora la leche vertid a no ten dría ni siqui era quien la a provechara" y en el mismo mo mento recordé que mi "amigo" solía ponerse a mi lado d ura nte la cocción de la leche vigilando co n ansia el resultado, inclin and o la cabeza y moviendo la cola lleno de esperanza, con la consoladora segu ridad de qu e había de suceder la marav illosa desgracia . Con esto quedó explicado todo para mí y vi también que quería mi perro más de lo yo m ism a me daba cuent a.» En los últim os año s y desde que vengo re uniend o esta cl ase de observaciones, he vuelto a rom per algún objeto de valor ; mas el examen de estos casos me ha dem ost rad o que nunca fueron resultado de lamañ casualidad o de u na una torpez a mía inintencionada. Así, una ana , atravesando habitación al salir del baño, en capuchón y zapatillas de paja, arrojé de pronto una de éstas con un rápido movimiento del pie y como obedeciendo a un repentino im pulso, contra la par ed, don de fue a chocar c on un a peq ueña Ven us de márm ol que había encima de un a consola, tirán dola al suelo. Mientras veía hacerse pedaz os la bella estatuita cité, incon movible, los siguientes versos de Busch: die Venus Klickeradoms!-von
loca acción y mi tran qui lida d ante el daño prod ucido tienen su explicaci ón en las circunstanc ias del momento. Te níamos entonces gravemente enferma a una persona de la familia, de cuya curación había yo desesperado. Aquella mism a maña na se recib ió la notic ia de un a notable mejorí a, ante la cual recordab a yo hab er exclam ado: «Aún va a esca par con vida.» Por tan to, m i ataque de furo r destructiv o ha-
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bía servido de medio de expresión a un s en ti mie nt o agrade cido al Destino y me había permitido ll ev ar a cabo un acto de sacrificio, como si hubiera prometido q u e si el e nfermo reco braba la salud sacrificaría en acción de gracias tal o cual cosa. El hab er escogido la Venus de Mé dic is como víctima no p odía ser más que u n galante a la convalecien te. Lo que de e ste caso ha per manecido in co mpre ns ib le para mí ha sido cómo me decidí tan rá pi da men te y apunté con tal precisión que di al obje to dese ado si n t o car nin gu no de l os que jun to a él se hallaban . Otro caso de rotura de un objeto, en el cual me serví de nuevo de la pluma escapada de mi mano, tuvo también la significación de un sacrificio; pero esta vez de ofrenda peti toria para evitar un m al. En esta oca si ón m e había c ompla cido en hacer un reproc he a un fiel y ser vi ci al amigo mío, re proche únicamente fundadoMienami l a go in terp deyame lguno signos de su i nconsciente. lo toremtaóciaón mal ess cribió una carta en la que me rogaba q u e no someti ese a mis amigos al psicoanálisis. Tu ve que co nfesarme que tenía razón y le aplaqué con mi respue sta. Mientras la est aba escribi endo tenía delante de mí mi ú ltim a a dq ui si ci ón de col eccionista, una fig urita egi pcia preciosamente vidriada. La rompí en la forma mencionada y me di cuenta en seguida de que había provocado aquella desgracia en evitación de otra mayor. Por fortuna, ambas cosa s -l a amista d y la figurita- pudieron com ponerse con tal perfecci ón no se notaron las rotur as. Una tercera rotura tuvo menos seria conexión. Fue, para usar el tér mino de T. Vischer en Auch einer, una «ejecución» disfrazada de un objeto que no era ya de mi gusto. Durante algún tiempo habí a usad o un bast ón c o n p uñ o de pl ata. La delgada lámina de est e mate rial que f ormaba el pu ño suf rió, sin culpa por mi parte, un desperfecto y fue muy mal repa rada. Poco tiempo despu és, jug and o aleg rem en te con uno de mis hijos, me serví del bastón para agarrarle por una
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pierna con el curvad o pu ño . Al hacerl o se pa rtió , como era de esperar, y m e vi libre de él. La indif erenci a con que se acepta en estos casos el da ño re sultante debe ser considerada como de mostración de la exi s tencia de un propósito inconsciente. Investigando los fundamentos de actos fallidos tan nimios como la rotura de objetos, descubrimos a veces que dichos actos se hallan íntim ame nte enlazados al pasad o del suj eto, apareciendo al mism o tiemp o en estrec ha conexión con s u situació n presen te. El siguiente análisi s de L. (Interna tional Zeitschrift f. Psychoanalyse, es un ejemplo de este género de casos: Un m édico poseía un jarrón de loza nad a valioso, per o sí muy b oni to, que en uni ón de otros mucho s obje tos, algunos de ellos de alto precio, le había sido regalado p or un a pacien te (casada). Cuando se manifestó claramente que dicha se ño ra padecía una psicosis, el médico devo lvió tod os aqu e llos regal os a los alle gados de la enferma, con serv and o tan sólo un mo desto jar rón del que, si n du da por su be lleza, no acertó a separarse. Esta ocultación no dejó, sin embargo, de p rom over en el médico , ho mbre muy escrupuloso, u na cierta lucha inte rior. Comprend la remord incorrección , pa raodefen derse contraíasus imiende tos,suseconducta daba a síy mism la ex cusa de que el tal jarrón carecía de tod o valor mat erial , era difícil de emp aque tar para man darl o a su destin o, etc. Cuand o meses después se le discutió el pago de un re sto de sus hon ora rios po r la asistencia a dicha paciente y se pro puso encarg ar a un abo gado de reclam arlos y hacerlos ef ec tivos p or la vía legal volvió a reproc harse su oc ultació n. De repente le sobrecogió el miedo de que fu era descubierto por los parien tes de la enferma y éstos op usieran p or ella un a re convención su dem anda.
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los primer os m om ento s, sobre tod o, fue tan fuer te este miedo, q ue llegó a pensa r en renunciar a sus hono rarios , de un valor cien veces mayo r al del objeto referido. Sin embar go, logró dom inar est e pensam iento, dá ndo lo de lado como absurdo. Durant e esta r de muscular que raras vec rompía al go y desituación do minarlemsucedió, uy bien asupesa sist ema , que,es estando renovando el agua del jarró n pa ra pone r en él una s flores, y po r un movim iento no relacionado orgánicamente con dicho acto y extrañamente to rpe, lo tiró al suelo, don de se rompió en cinc o o seis grandes p edazos. Y e sto después de h a berse decidido la no che anterior, al cabo de grand es vacilacio nes, a c olocar precisamente este ja rrón l len o de flores en la mesa, ante s us convidados, y después de ha ber pensado en él poco ante s de romperlo, haberlo echado de men os en su cuar to y haberl o traído desde otra habitación po r su propia mano. Después de la primera sorpresa comenzó a recoger del suelo los pedazos , y en el mo mento en qu e, viendo qu e éstos casaban perfect amente, se dio cuenta de que el j arr ón podía reconstruirse sin defecto alguno, volvieron a escapársele de las manos dos de los pedazo s más grand es, haciéndose añ i cos y quedando perdid a toda esperanza de reconstituc ión. Sin dispu ta alguna, el acto fa llido co metido poseía la ten dencia actual de hacer posible al médico la persecución de su derecho, libe rtán dole de aquel lo que le retenía y le imp e día en cierto mo do reclam ar lo que le era debid o. Pero, además de esta determinación directa, posee este rendimiento pa ra todo psicoanalist a, una dete rmi nación simbólica m ás amplia , profunda e impo rtante , pues el jarr ón es un indudable símbolo la mujer. El héroe de esta historia había perd ido de un mo do trági co a su jo ven y bel la muje r, a la que am aba ard iente mente. Después de su desgracia contrajo una neurosis, cuya nota predominante era creerse culpabl e de aquélla. («Haber roto un
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Asimismo le era imposible entrar en relaciones con nin guna mujer y le repugnaba casarse de nuevo o emprender amores duraderos, que en su inconsciente eran valorados como una infidelidad a su difunta mujer; pero que su con ciencia racionalizaba, acus ándo le de atraer la desdicha sobre las causar les laram muerte podmujeres ía conseryvar durade ente el, etcétera. jarrón.») («Siendo así, no Dad a su fuerte libido, n o es de ext raña r que se presenta ran an te él, como las más ad ecuadas, las relaciones pasa jeras con mujeres casadas. (Por ello conservó o retuvo el jarrón a otro perteneciente.) A consecuencia de su neurosis se som etió a tratami ento psicoanal ítico, y los datos siguie ntes nos p ropo rcion an un a precios a confirmación del simbolismo antes apun tad o. En el curso de la sesi ón en la que relató la rotur a del jar rón «de tierra » volvió a hablar de sus relaciones con las mujeres y expresó q ue era en ell as de u na exigencia casi insensata , exi giendo, po r ejemplo, que la ama da fuera de una «bell eza extraterrena». Esto constituye una clara acentuación de que aún se hallaba l igado a su muj er (mue rta; esto es, extraterrena) y que no quería saber nada de «bellezas terrenales». De aquí la rotu ra del jarró n «de t ierra». Precisamente por l os días en lo s que, según d em ost ró el análisis, forjaba la fantasía de pedir en matrimonio a la hija de su médico regaló a éste un jarrón , ind ican do así cuál era la correspo ndenc ia que deseaba. A priori se deja cambia r de varias m ane ras la signif icación simbólica d el acto erró neo; p or ejemplo, no qu erer llenar el vaso , etc. Mas l o qu e me parece interesante es la considera ción de que la existencia de varios, po r lo m eno s de dos m o tivos actuales, desde lo preconsciente y lo inconsciente y probablemente separados, se refleje en la duplicación de acto errón eo: tira r al suelo el jar rón y luego los pedazo s. e) El deja r caer algún objeto, tira rlo o ro mperlo parec e ser utilizado con gra n frecuencia para la expresión de series de
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pensamientos inconscientes, cosa que se puede demostrar por medio del análisis, pero que también podría adivinarse casi siempre por las interp retacio nes q ue a tale s accidentes da, por burla o po r superstición, el sentido popular. Con oci da es la interpretación que se da a los act os de der ram ar la sa l odoeldevinpuo nta o deenque n cuchilloMás qu ae caiga suelo ndré que deelclava él,uetcétera. delanteal expo dere cho que a ser tom adas en conside ración tienen tales inter pretac iones supersti ciosas. Por ah ora sólo haré o bservar qu e tales torpezas no tienen, de nin gún m odo, un senti do cons tante, sino que, según las circunstancias, se ofrecen como medio de representación a intenciones en absoluto dife rentes. Hace poco h ubo en mi ca sa una tem porad a du rante la cual se romp ió en ella una extraord inari a cantidad de objetos de cristal y porcelana. Yo mism o con trib uí a tal destrozo rep eti das veces. Esta pequ eña epidem ia psíqu ica fue fácil de expli car. Eran aquél los los días que precedieron al matrimonio de mi hija mayor. En tales fiestas se suele rom per intencionada mente un utensilio, haciendo al mismo tiempo un voto de felicidad. Esta costumbre debe significar un sacrificio y ex presar algún otro sentido simbólico. Cuando los criados destruyen frágiles dejándolos caer al suelo nadie suele pensar,objetos ante todo, en una explica ción psicológica de e llo, y, sin emb argo , no es imp roba ble la existencia de osc uros m otivos que coadyuvan a tales actos . Nada más lejano a las personas ineducadas que la aprecia ción de l arte y de las obras de arte. Una sorda hostilidad co n tra estos productos domina a nuestros criados, sobre todo cuan do tales objetos, cuyo valor no aprecian , constituye n un motivo de trabajo para ellos. En cambio, personas de igual srcen que se hallan empleadas en alguna instituci ón cientí fica se distinguen p or la gra n destreza y seguridad con que
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manejan los más delicados obj etos en cuanto identificarse con sus amos y a contarse entre el personal esencial del establecimien to. Incluyo aq uí la comun icación de un joven técnico, que nos perm ite pen etra r en el meca nismo del desp erfecto de ob jetos: Hace algún tiempo trabajaba con varios colegas en el la boratorio de la Escuela Superior, en una serie de complica dos exp erimentos de elastic idad, labor emprendida vol un tariamen te, pero que comenzaba a ocuparnos más tiempo de lo que hu biésem os des eado . Yendo un día hacia el labora tor io en co mpañía de mi colega, el señor expresó éste lo desagrad able qu e era pa ra él verse obligado a perd er aquel día tan to tiem po, pue s tenía much o trabajo en su casa. Yo asentí a sus palabras y añadí, medio en broma, aludiendo a un inciden te de la pasada sema na: «Por fortuna, es de espe- i rar que la má quin a falle otr a vez y tengamo s que inte rru mpir el experimento. Así podremos marcharnos pronto.» i En la distrib uci ón del trabajo tocó a F. regula r la válvula I de la prensa; esto es, iría abriendo con prudencia pa ra dejar pasa r poco a poco el l íquido p resion ador desd e los acumu ladores al cilindro de la pren sa hid rául ica. El director de l ex perimen to se hal laba observando el man óme tro, y cuando éstemando marcócogió la presión deseadya,legr dio itó:vu «¡Alto!» oír su esta voz de F. la válvula elta conAltoda fuer za hacia la izquierda. (Todas las válvu las, sin excepción, se cierran hacia la derecha.) Esta falsa maniobra hizo que la presión del acumulador actuara de golpe sobre la prensa, cosa para la cual no estaba prep arad a la tubería, y que hizo estallar una un ión de ésta, accide nte nad a grave para la m á quin a, pero q ue nos obligó a aband ona r el trabajo por aque l y regresar a nues tras casas. Aparte de esto, es muy caracte rístico el hecho de que al gún tiemp o después , hablan do de este incidente, no pudo F.
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recordar las palabras que le dij e al dirig irn os ju ntos al latori o, palabras que yo recordaba con toda segu ridad. Caerse, tro peza r o resbalar son actos que no deben ser inter pretados siempre como un fallo puramente casual de una función moto ya ra. las El ocultas doble sentido lingüístico de hallar estas expre siones indica fantasías que pueden una representación en tales perturbaciones del equilibrio corpo ral. Recuerdo gran nú mero de ligeras enfer medades ner vio sas surg idas en sujeto s femen inos de spués de un a caída en la que no sufrieron herida alguna y diagn osticadas com o histe rias traum ática s subsiguientes a l susto. Ya estos casos me die ron la im presión de que la relación de causa a ef ecto era d is tinta de la que se suponía y de que la caída era un anun cio de la neurosis y una expresión de las fantasías inconscientes de contenid o sexual de la mism a, fantasías que deb en consi derarse com o fuerzas actuan tes d etrás de los sín tom as. ¿Aca so no expresa est a mism a idea el proverbio que dice: «Cuan do un a muchach a cae, cae siempre de espald as»? Entre los actos de térm ino erróne o puede incluirse el de dar a un mendigo una mon eda de oro por una de cobre o de pla ta. La explicación de tales errores es muy sencilla. Son actos de sa crificio destin ados a apaciguar al D estino , desviar una de sgra cia, etc. Siamorosa antes dede su preocupación a paseo se ha oído unaunmadre pariente porhablar la salud de hijo oo allegado, y luego se las ve proc eder con la involun taria genero sidad citada, no se podrá dudar del sentido del aparentemente indeseado incidente . De esta man era, n uestros actos errón eos hacen posible el ejercicio de aquellas piadosas y supersticiosas costumbres, que a caus a de la resis tencia de nues tra razó n, que ha hecho descreída, tienen que rehuir la luz la conciencia. El campo de acción de la actividad sexual, dentro del cual parece borra rse p or completo la delimitación entre lo ca sual
de la vida
y lo in tenc ion ado , no s ofrece una pru eba evidente de la in tenc iona lidad real de estos acto s, aparentemen te casuales. Yo mismo he vivido hace algunos años un ejemplo de cóm o un mo vimien to t orp e en apariencia puede s er utiliza do para un fin sexual de la más refinada de las maneras. En una casa amiga hallé en una ocasión a una muchacha que despertó en jovial, mí un locuaz antiguoy afecto amoroso,También haciéndome complaciente. me preo cupó en esta ocasión el descubrimiento de los motivos de aquella imp resió n, pu es la mis ma muchacha me había de ja do co mpletam ente frí o un año antes. Al entrar el tío de la muchacha, persona muy anciana, en la habitación en que nos hallábamos, nos levant amos yo para acercar le un a silla que en un r incón había. Más
y también más cer
cana a la sil la, la cogió antes que yo y la trajo ante sí, teni én dol a con el respa ldo hacia atrás y ambas manos en los lados del asiento. Al llegar yo a su lado y no re nunciar a mi pro pó sito de coger la silla me hallé de repen te pegado por d etrás a la muchach a, ab razánd ola con ambos br azos, y mis ma no s se enco ntra ron un mo me nto sobre su pecho. Como es na tu ra l, pu se tér min o a est a situación c on la misma rapide z con que se había pr od uc id o, y nadie pa reció darse cuen ta de lo háb ilmen te que yo había a provechado mi torpe m ovi miento. Debe que nos nuestros torpes y enfadosos regateadmitirse s cuan do,asimismo al enc ontrar ante una persona en la cal le, em pezam os a dar paso s a uno y otro lad o, pero siemp re en igua l direcci ón q ue el otro o la otra, hasta q uedar amb os in móviles frente a frente, acto q ue resulta como «cerrar el ca min o a alguien», renueva un a incorrect a y provoca tiva c os tumbre de los añ os juvenile s y persigue in tenciones sexuales bajo el disf raz de u na torpeza. Mis de neu róti cos me han en señ ado qu e lo que con sideramos como inge nuid ad en los adoles cente s y en los niños no es , con fr ecuen-
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cia, más qu e un disfraz bajo el cual les es posible hacer o d e cir, sin avergonzarse, algo indec oro so. W. Stekel ha com unica do varias autoobse rvacione s análo gas: «Al ent rar en una casa alargué mi m ano a la señora de ella al hacerlo lazo q ue sujetaba su suelta bata m a tinal.y desaté No abrigaba yo, elconscient emente, ning ún poco h onra do propós ito y, sin embargo, ll evé a cabo dicho torp e movi miento con la habilidad de un prestidigitador.» Repetidas v eces he incluido aqu í pru ebas de qu e los po e tas juzgan los rendimientos fallidos igual que nosotros en este libro; esto es, com o significativos y motivad os. No n os admirará, p or tanto, ver en un nuevo eje mplo cóm o un poe ta da un a intensa si gnificación a un movim iento equivocado y le hace se r un presagio de ulteriores acontecim ientos. En la novela de Theodor Fontane La adúltera hallamos las siguientes líneas (tom o II, pá g. 64, de la edición de las obras completas de Th. Fon tan e.-S . Fischer): «... y Mela nia se l evantó y arrojó a su m arid o, a m ane ra de saludo, uno d e los grandes balo nes. Pero apu ntó y la pe lota, voland o hacia un lado, fue a pa rar a m anos de Rubén. » Al regreso de la excursión en q ue esto sucede se desarro lla un diálogo ent re Melania y Rubén, en el cual comienza ya a surgir el bro te de un na ciente amo r. Este am or crece luego hasta el apasio iento, y por Melani a aband ona, poamado. r último, a su marido paranam pertenecer entero al hombre (Comunicado po r H. Sachs. ) f) Los efectos que producen los actos de aprehensión errónea de las personas normales son, regularmente, ino fensivos. Por ello mismo es de gran interés el investigar si otros errores de may or impo rtan cia (por ejemplo, los de un médico o un farmacéutico) pueden ser también interpreta dos confor me a nu estr o pu nto de vista. Personalmente me hallo muy escasas veces en situación de observar actos corresp ond iente s a una actividad médica
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general, y de este mod o no pued o co municar aquí más que un sol o caso de error médico observado en mí mism o. Des de hace algunos añ os vengo visitando dos veces al día a una señ ora anciana, y mi labor de la visita matin al se reduce a dos ac tos: en los un parAdeestos gotas un colirio ponerle un echarle a inyección deojos mo rfina. efedectos hay siemy pre prep arada s dos botellitas, un a azul para el colir io y otra blan ca para la morfina. Mien tras llevo a cabo los dos actos acostu mbrados, mis pensa mien tos sue len estar ocup ados en otr a cosa, pues he repe tido tant as veces la mism a faena que la atención necesaria pa ra efec tuarla se co mp ort a ya como libre e independiente. Sin embargo, en una ocasión trabajó el autóm ata equivocadam ente. Introduje e l cuentagotas en la botellit a blanca en lugar de en la azul y lo que eché en los ojos la enferma fue morfina y no colirio. Al dar me cuenta quedé sobrecogido, tranquilizándome después con la refle xión de que unas gotas de una solución de morfina al dos por ciento no podían causar ningún daño a la conjuntiva. Así, pu es, la cau sa del mie do sentido debía de ser distinta . En mi intent o de analizar mi pequ eño error, la primera cosa que acu dió a mi pen sam iento fue la frase «atentar con tra la la cual podía in dicarme un rápid o camino hacia l a solución. M e hallaba yo ba jo la impresión de un sue ño que me había sido relatado la noche an terior por un jo ven, sueño cuyo contenido no podía interpretarse más que como el comercio sexual del s ujeto con su propi a La extraña circunstancia de que la leyenda no tenga en cuenta la ancianidad de la reina Yocasta me pareció confirmar la afirmación de que en el enamo ram ient o de la propia m adre no se trat a nunca de l a person a actual, sino de su recuerdo juvenil, procedente de los años infantiles. Tales incongruencias aparecen siempre cuando una fan tasía vacilant e entre dos époc as se hace consciente y queda así ligadallegué a unaaépoca definida. Abstraído en estosenpensa mientos casa de mi paciente, que frisaba los no-
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venta años, y debía de hallarm e en camino de considerar el genera l carácter hu man o de la fábula de Edipo co mo la co rrelación de la fatal profecía expresada por el oráculo, pues «me equivoqué con» o «atenté contra la anciana». Mas mi acto err óneo fue tam bién en este caso inof ensivo. De l os dos errores para posibles : usar la morfina pa ra echarla los oj os o el colirio la inyección, había escogido el máseninocente. Queda aún la cuestió n de si en errores susceptibles de oca sionar graves daño s pu ede s uponerse la exist encia de u na in tención inconsciente, como sucede en lo s hasta aquí exami nados. Aquí se agota, como era de esperar , el material de que p o día disponer y quedo reducido a exponer aproximaciones e hipótesis. Cono cido es que en los cas os graves de psiconeurosis aparecen a veces automutilaciones como síntomas de la enfermedad y que no seo pue co confli nsiderar talesico. casosSéex cluido el suicid io com finaldedel ctoenpsíqu po r experiencia, y lo expondré algún día con ejemplos convin centes, que muchos daños que aparentemente por casuali dad, suceden a tales enfermos son, en realidad, maltratos que los pacien tes se infl igen a sí mismos. Estos accidentes son prod ucido s po r una tendencia constantem ente vi gilante al autocastigo; tendencia que de ordinario se manifiesta como au torrepro che, o coadyuva a l a formaci ón de síntomas y utiliza dies tram ente una situación exterior qu e se ofrezca casualmente o la ayuda hasta co nducirla la consecución del efecto dañoso deseado. Tales sucesos no son tampoco raros en los c asos de m od era da gravedad y revelan la par tici pa ción de la intención inconsciente po r una serie de signos es peciales; po r ejempl o, p or la extrañ a presencia de espíritu que manifies tan los enfermos d uran te los preten dido s acci En vez de much os ejemplos rel ataré con tod o detalle un o solo, observ ado en el ej ercicio de mi actividad médica : una joven casada se rompió una pierna en un accidente de
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teniendo que guardar cama durante varias semanas, y al asistirla me ex trañ ó la falta de man ifestaciones de dolo r y la tran quilid ad con que lleva ba su desgracia. El accident e hizo aparecer una lar ga y grave neurosis qu e, po r últim o, se c uró por el trata mient o psicoanalítico. En el curso de este último averigüé las circunstancias que rodearon el accidente, así como deter min adas impresiones que le precedieron. La jo ven muj er se hallaba con su ma rido , ho mbre m uy celoso, pa sando un a temp orada en la fi nca de una herm ana suya , en compañía de sus numerosos hermanos y hermanas y sus respect ivos cónyuges. U na noche dio en este ínti mo círculo una representación de una de sus habilidades, baila ndo u n cancán conforme a todas las reglas del arte y obteniendo gra n éxito con todo s los parien tes, pero desco ntentand o a su ma rido , que despuésLaalpalabra oído: «Te conducir comleo mur una mur pros ótituta.» hizohas su vuelto efecto,ay quere mos dejar indeciso si precisamente p or el baile. Aque lla noche du rm ió m al, y a la maña na quiso dar un paseo en coche. Por sí misma escogió los caballos, rehusando un tron co y eligi endo otro . La más j oven de sus hermana s quiso que fuera en el coche un hijo su yo de pec ho, con el ama, pe ro ella se opuso enérgicamente. Durante el paseo se mostró nervio sa, ad virt ió al cochero que lo s caball os iban a espan tarse, y cua nd o los inquietos animales tuvieron en reali dad un momento de indisciplina, se levantó sobrecogida y se arrojó del coche, romp iéndo se una pierna, mientras qu e los que permanecieron dentro no sufrieron daño alguno. Des pués de des cubrir estos detal les no se pued e dud ar de que el accidente estaba preparado y no debemos dejar de admirar la habilidad qu e obligó a la casualidad a distribu ir un castigo tan correlativo a la falta com etida, pues, en efecto, ya no p o dría ella bailar el cancán en much o tiem po. No me es posible relatar casos en que me haya infligido da ños a mí mismo en épocas de tranquilidad , pero no m e creo
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incapaz de cometer tales actos baj o condiciones extraord i naria s. Cuando un mie mbro de mi fa milia se queja de haber se mordido la lengua, aplastado un dedo, etc., lo primero que hago, en lugar de comp adec erle, es pregu ntarle: «¿Por qué has hecho eso?» Yo mis mo me cogí un dedo muy dolorosam ente, uéssdeu deseo ha ber (que, oído como a un joven pacient presar en la desp consulta es natural, noehex a bía que tom ar en serio) de contraer ma trim oni o con mi hija mayor, la cual se h allaba la sazón en un sanatorio y en peli gro de muerte. Uno de mis hijos, cuyo vivo temperamento dificultaba mucho la tarea de cuidarle c uan do se hallaba enfermo, tuvo una m añana un fuerte ac ceso de cóler a porqu e se le ordenó que permanec iera en el lecho duran te la tarde y amena zó con suicidarse, amenaza q ue le había sido sugerida por la lectura de l os perió dico s. Aquella mism a tarde me enseñó un cardenal que se había hecho en un lado la caja torácica al choca r con tra un a pue rta y darse un fuert e golpe con el sa liente del picapor te. Le pregun té irónicamen te por qué había hecho aquel lo, y el niño , que no tenía más que once años, me contestó como ilu minado: «Eso ha sido el intento de suic idio con que os amenacé esta mañana.» No creo que mis opinio nes so bre los dañ os infligidos por un a person a a sí misma fueran por entonces accesibles a mis hijos. Aquellos que crean tencia emplear de estos autom altratos semiintencionados -si en se lameexis permite esta poco diestr a exp resió n- se hallarán preparad os a adm itir también el hecho de qu e, adem ás del sui cidio conscient emente inten cionado, hay otra clase de suicidio, con intención incons ciente, la cual es capaz de utilizar con destreza un peligro de muerte y disfrazarl o de desgrac ia casual. En efecto, la ten dencia a la autodestrucción existe con cierta intensidad en un nú me ro de individuo s mucho mayor de l de aquel los en que llega a manifestarse victoriosa. Los daños autoinfligidos son regu larmen te un a transacción entre este impulso y las
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fuerzas que aún actúan contra él. También en los casos que se llega al suicidio ha existido anteriormente, durante largo tiempo, dicha inclinación, con menor fuerza o tendencia inconsciente y reprim ida. También la intención consciente de suicidarse escoge su tiem po, sus medio s y su ocasión . Paralelamente ob ra la in tención inconsciente al esperar la aparición de un motivo y, que pueda tom ar sobre sí una parte de la responsabilidad acap aran do las fuerzas defensivas de la person a, la libere de la presión que sobre ella Estas discusiones no son ociosas bajo nin gún concepto. He cono cido má s de un cas o de desgracia aparentemente casual (accidentes de caballo o de coche) cuyas circunstancias justifican una sospecha de suicidio inconscien temen te toler ado. Tal es el caso de un ofi cial que duran te un a carrera de caball os cayó del que m on taba, hiriénd ose tan gravemente que m uri ó varios días des pués. Su singular con ducta. Pero al volaún verloenhabía sí despu és del f ue un tanto másaccidente la que venía observando desde algún tiempo antes. Entristecido por la muerte de su ma dre , a la que quería much o, se echaba a llo rar estando con sus c ama radas , y expresó vari as veces a sus íntim os su cansancio de la vi da y su deseo de ab and onar el servicio para ir a África a tomar parte en una campaña que allí se desarrollaba y que no debía ofrecer ningún interés p ara él*. Siendo un valie nte jinete, evitaba en aquell os días m ontar a caballo. Por últim o, antes de la carrera, en la que no po día ex cusars e de tom ar par te, expre só un triste presentimiento. Nuestra concepción de estos c asos hace que no poda mos extrañarnos de que el presentimiento se realizara. Se me opo ndrá q ue en tal estado de depresión nerviosa no le es po sible a un hom bre d omina r al caballo con igual maes tría que en época de plena salud. Convengo en ello; pero creo más acertado buscar el mecanismo de tal i nhibición moto ra por «nerviosidad» en la intención autodestructora aquí acen tuada.
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C. Ferenczi, de Budapest, me ha autorizado a pu blic ar el siguiente análisis, ver ificado po r él, de un caso de he rid a por arma de fuego, pretendidamente casual y que él explica como un in tento inconsc iente de suicidio, con la que estoy en un to do conform e. «J. A., de veintidós años de edad, oficial de carpintero, vino a mi consulta el 18 de enero de 1908. Quería qu e le dije se si le debía y pod ía ser extraída un a que tenía alojada en la sien izquierda desde el 20 de marzo de 1907. Ap arte de algunos dolores de cabeza, no demasiado violentos, que le atacan de cuan do en cuan do, se siente comp letamen te sano . El reconocimiento objetivo no descubrió nada importante, fuera de la cica triz característica de l dispa ro y enn egrec ida por la pólvora en la sien izquierda. E n vista de ello me m os tré contrario toda operación. Preguntado poruallasmente circuns tancias del caaso, contestó haberse heri do cas . Juga ba con un revólver de su hermano; creyendo que no estaba la sien izquier cargado, lo apoyó con la ma no izquierda da (no es zu rdo ), colocó el dedo en el gatillo, y e l tiro salió. En el arma, que era de seis tiros, había tres cartuchos. Le pre gunté luego cómo h abía llegado a de coger el revólve r, y me contest ó que po r entonces era el de su entrada en quin tas, y que la noch e antes habí a cogid o el rev ólver pa ra ir a una taberna, temiendo que en el la se pro mo viera algun a pelea. En el reconocimiento médico-militar fue declarado inútil po r padecer varices, cos a que le avergon zó sob rem a nera. Al regresar a su cas a se pu so a jugar co n el revólver , no teniendo intenci ón de causarse ningún da ño, y entonc es fue cuando surgió el ac cident e. Interr ogado s obre si, en general, estaba contento con su suerte, me r elató, su sp iran do, su his toria amorosa con un a muchacha le que ría ; pero que, si n embargo, le aban don ó para emigrar a empujada por el de seo de hacer fortuna. Él qui so seg ui rla , pe ro se lo impidieron s us padres. Su amada ha bía part id o el 20 de ene-
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ro de esto es, dos meses antes del suceso. A pesar de to dos estos e lementos sospechos os, sostuvo pacien te que el disparo había sido un "accidente desgraciado". Sin embar go, estoy firmemente convencido de qu e la negligencia de no haber comprobado si el revólver estaba o no cargado antes de poners e a jugar con él, así como el d año se hallaban dete rmin ado s psíquicamente. El individuo de refe rencia se encontrab a bajo la impresión d eprime nte de su desdichado amor y que ría "olvidar" en el servicio de la s ar mas. Cuando también le fue arrancada esta esperanza fue cuando llegó a jug ar con el rev ólver; esto es, a un inconscien te intento de suici dio. El hecho de tom ar el arm a con mano izquierda y no con la derecha es un a pru eba decisiva de qu e, en realidad, no hacía más que»juga r, o sea de que n o quería, conscien temente, suicidarse. Otr o caso de dañ o autoinfli gido, de apariencia casual, cuy a publicac ión me ha sido autorizada po r la perso na que lo o b servó directamente, nos recuerda el proverbio que dice: «Aquel que cava una fosa par a otro cae él mi smo en «La señ ora de X., p erten ecie nte a un a familia de la clase media, está casada y tiene tres hijos. Es algo nerv iosa; m as nunca necesitó someterse a un tratamiento enérgico, pues pose e firmeza sufi ciente pa ra adap tars e a la vida. U n día se produjo una considerable, pero pasajera, desfiguración de su ros tro , en la siguiente for ma: atravesar un a calle en que estaban arregland o el pa vimento, tropezó con un montón de piedras y fue a dar de cara contra el muro de una casa, quedando con el rostro todo arañ ado y magullado. L os párp ados le pusieron azu les y edema tosos, y llamó al médico, tem ien do q ue también hub ieran sufr ido sus ojos algún dañ o. Desp ués de tran qui li caídorespecto zarla usted de aesesta e mod cuestió o...?"n,La le pregu seño ra nté:repu "Pero so que ¿cómo precisa se ha mente antes del accidente había recomendado a su
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el cual padecí a desde hacía algu nos meses u na afección ar ticular que le di ficultaba la deamb ulaci ón, que tuviese cui dado al pasar po r dicha calle, y que sabía por repetida s expe riencias que en casos como éste le ocurría sufrir aquellos mismos accidentes contra los q ue prevenía los dem ás. con esta inación del e. suceso y le pregunténo simenocontenté tenía al guna cosadeterm más que relatarm En efec to: me dijo que en el momen to q ue precedió a la c aída había visto en una tienda de la acera opuesta un lindo cuadrito y que, de repente, l e entraron deseo s de comprarlo pa ra ad orn o del cuart o de sus hijos. Entonces se dirigió derecham ente ha cia la tienda, sin cuidarse del estado de la calle, trop ezó con el mon tón de piedras y fue a d ar de cara contra el mu ro de un a casa sin hacer siquiera el men or inten to de librarse del golpe con las ma nos . El propósito de comprar el cuadro q ued ó olvi dado en el acto, y la señora regresó a tod a prisa a su dom icilio. »-Pero ¿c ómo no mi ró usted con más cuid ado dó nd e pi saba? -s eguí preguntándo le. »-¡Ay! -m e resp ondió -. Ha sido, quizá, un castigo po r la histo ria qu e ya confié a usted . »-¿La sigue ato rmentan do esa historia? »-Sí; después he sentido mu cho haber hecho lo que hice. Me he encontrado perversa, criminal e inmoral. Pero en aquellos días , mis nervios me te nían casi loca. »Seriend trataba de un evi aborto que,razones de acuerdo su marido, y que o ambos tar, por econcon ómicas, el naci miento de m ás hijos, había hecho provocar por un a curan dera, y en cuyo desenlace fue asistida p or un especialista. »-Con frecuencia me he reprochado haber dejado matar a mi hi jo -sigu ió dici end o- y he tenido miedo de que tal cri men no podía quedar impun e. Aho ra, que me ha asegurado usted que no me pasará nad a en los ojos, me que do ya tra n quila. Así como así, estoy ya suficientemente castigada. »Salta, pues, a la vista que el acci dente hab ía sido un au tocastigo infligido no sólo en pe niten cia de la mala acción co-
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meti da, sino tam bién pa ra escapa r a otr o mayor ca stigo des conoc ido, cuyo advenimien to venía la señora temien do ha cía ya varios m eses. »En el momento en que se dirigió apresu rada mente hacia la tienda para comprar el cuadrito, el recuerdo de su falta -ya bastante activo en su inconsciente cuando recomendó cuidado a su e sp os o- había l legado a se r dom inante y se hu biera pod ido expresar con l as siguientes palabras: qué qui eres comprar ningú n ador no el cuar to de tu s hijos, si has dejado m ata r a un o de ellos? ¡Criminal! ¡El gran castigo está ya próx imo!" »Este pen sam ient o no llegó a hacerse consciente; pero , no obstante, la señora utilizó la situación dada en aquel mo men to psicol ógico para aprovechar el mo ntón de piedras en su autocastigo. Por est a razón no extendió siquiera la s ma nos al cae r ni experimentó tamp oco un susto violent o. La se gun da determin ación, probablemente m enor, del a ccidente fue otro au tocastigo po r su inconsciente deseo de librarse de su marido, cómplice en todo el penoso asunto del aborto. Este dese o se reve la en la recom endac ión, to talm ente superflua, de que tuv iera cu idado al atravesar la calle en refor ma, que el marido , precisamente por su enfer medad, había de and ar con Considerando las circunstancias que rodean el caso si guiente de ndañ casual, y que dar la razó a J.oStaercke c),de elapariencia cual lo interp reta ha como un «acto de sacrificio»: «Una señora, cuyo yerno tenía que partir para Alemania con el fin de cum plir allí sus deberes mil itares , se quem ó un pie, vertiéndose sobre él un hirvien te líquid o, en las ci rcuns tancias siguientes: su hija estaba pró xim a a alu mbrar, y el pens amie nto de los peligros que en la guerra iba a correr el ma rid o no era, como es natu ral, p ara que el estado de ánimo de to da la familia fuese muy alegre. El día antes de la pa rtid a de su yerno, la señora había convidado a comer al ma trimo -
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nio. Por sí misma prep araba la co mida en la cocina , después de habe r sustituido, contra su costumbre, sus botas, altas y sin tacones, con las que andaba muy cómodamente, por unas zapatillas de su marido, muy grandes y abiertas por arrib a. Al coger del fuego una gran cazuela llena de sopa h ir viendo tod o el laempein dejó caer e, noyprotegid se escaldó o por gravemente la zapat illa. un pie, Claro sobre es que el acci dente se puso a cuenta de l a "nerviosidad" , com pren sible dada la situación de la familia. En los días siguientes a tal "acto de sacr ificio" se condujo muy prud entem ente en el manejo de objetos cali entes; pero no impidió que días despu és se volvi ese a escaldar una Si tal furor contra la propia integridad y la propia vida puede ocultarse así detrás de una torpeza, aparentemente casual, y de una insuficiencia motora, no ha de resultarnos ya difícil aceptar la transferencia iguale concepción aquell os actos erróneo s que ponen de en grav la a y la sal ud de otras personas. Los docume ntos que pu edo ale gar en fa vor de la exactitud de est a afirmación están t om a dos de mis experi encias en e l tratamie nto de neu rótic os y, por tanto , no se adaptan po r completo a lo que se trata de de mostrar. D e todos m odos, expondré aq uí un ca so, en el que no precisamente un acto erróneo, sino lo que más bi en pue de den omin arse un acto sint omático o casual, me puso so bre u na pis ta que me llev ó a conseguir la solución del con flicto en que el paciente se hallaba. En una ocasión me propu se mejorar l as relaciones matrimo niales d e un ind ivi duo muy inteligente, cuyas dif erencias con su joven la cual le amab a con ternura , po dían bas arse en fundamentos reales; pero que, como él mismo confes aba, no qued aba n, ni aun así, totalm ente explicada s. Sin cesar se ato rme ntab a el marid o con el pensamien to de una separac ión, pensam iento que siempre re chazaba por su amor hacia sus dos tier nos hi jos. A pesar de esto, volvía siempre a la misma idea y no in tentaba ni ngún m edio de hacerse tolerable la situación. Este
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no resolver nunca el conflicto me pareció una prueba de existencia de mo tivos inconsciente s y repr imi dos que refor zaban los motivos c onscientes qu e man ten ían la lucha. En estos casos, mi int erv enc ión consist e en dar fin al c onflicto por medio del análisis psíquico. El ma rid o me rel ató un día un pequ eño incidente que le había asustado sobremanera. Jugaba con su hij o mayor, q ue era su preferido, subiéndo le y bajándole en sus b razos, y una de las veces le alzó tan alto y en tal lug ar de la habita ció n, que la cabeza del niño estuvo a punto de chocar con la pesada araña de gas que pendía del techo. Le faltó muy poco, pe ro no llegó. Aunqu e el niño no sufrió daño alguno, medio se desmayó del susto. El padre perman eció quieto y espantad o con en brazos , y la madre fue presa de un at aque his térico. La especial destr eza de tal mov imiento impru dente la violenci a de la rea de l os pad res me h icieron busca yr en esta casualidad un cción acto sinto mático que debía de expresar una perversa intención contra tan qu erido hijo. La contradicción e ntre el acto sintomático y la ternu ra actual del pad re hacia su niño podía salv arse re trotrayendo el impulso damnificante a la época en que este niñ o había sid o hij o ú nico y tan peq ueñ o que el padre no había lle gado aún a interesarse tiern am ent e por él . Siend o así pod ía adm itirse que el marid o, poc o satisfecho de su mu jer, hubiera tenido por entonces el pensamiento siguiente: «Si yeste eñoararm ser, que me er.» im porta, m uere , quedo bre popequ dré sep e denada mi muj Por tanto , debía de slie guir existiendo inconscientem ente en él un deseo de m uerte del ahora ya tan qu erid o niño . Desde este pun to era fácil en con trar el cam ino ha cia la fijación inconsciente d e este de seo. Una poderosa determinante del acto realizado estaba constitu ida po r un recu erdo infant il del paciente, relat ivo a la muerte de un he rmano pequeño, que la ma dre acha caba al aband ono de su m arido , y que había dado lugar a violentas explicaciones entre los cónyuges, en las que había sonado una amenaza de separación. Mi hipótes is que dó confirma-
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da po r el éxito terap éutic o del análisis y la modificación que sobrevino en las rel aciones conyugales de mi paciente. J. Staercke c.) nos da cuenta en un ejemplo de cómo los poetas no vacilan en colocar un acto erróneo en lugar de otro intencionado, haciendo al primero causa de las más graves cons ecuen cias. En un o de lo s Apuntes, de aparece un ejem plo de act o erró neo , utilizado por el autor como motivo d ra mático. El apun te se titula En un teatro de varieda des tra baja una pareja de buceado res, h om bre y muj er, que perm anec en bajo el agua largo tiem po, den tro de un a pisci na de paredes de cristal, y realizan, su merg idos , difer entes habilidades. La muj er es, desde hace poco ti em po antes, la amante de un d omado r que trabaj a en el mismo teatro, y el buceador ha sorprendido en el vestuario minutos antes de ten er que salir a e scena, por esta caus a, a di rigirles un a amenazado ra mirad a y mur murar: «Luego vere mos.» La representación comienza. buzo va aquella noche a presentar su núm ero más dif ícil, consistente en permane cer «bajo el agua, y enc errad o herm ética mente en un ca jón, dos min utos y medio». Est e núm ero lo hab ían hecho ya v a rias veces. La qued aba ce rrada, y Teddie enseña ba la lla ve, que mie transcurría. ntra s el público comdejaba prob ada, en de manveces o, ellatiem po Luego caerrelunojpar llave en la piscina y se tiraba al agua tras ella para no retrasarse cuan do llegaba el mom ento de ab rir el c ajón. En esta noche, la del 31 de enero, fue Tom encerrado, como de co stum bre, po r los pequ eño s dedos de la alegre y vivaracha mujercita. Tom sonreía detrás de la mirilla del cajón. Ella jugab a con la ll ave y esperab a la señal p ara abrir. Entre bastidores se hallaba el domador, con su frac impe cable , su corbata blanca y su látigo de mo ntar. Para llam ar le la aten ció n dio un breve silbido. Ella miró hac ia él, son-
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rió y, con el gesto torp e de alguien cuya atención se ve dis tra ída , arro jó la llave hacia lo al to con tal fuerz a, que c uan do terminaban los dos minutos y veinte segundos, bien contados, cayó al lado de la piscina, entre los pliegues de una bandera que disimulaba los pies de la misma. Nadie vio dó nd e había caído . D esdevieron l a sala, tal que todos los espectadores caerla lailusión llave óptica a travésf ue del agua. Tampoco ninguno de los empleados del teatro se dio cuenta de la verdad, pues el paño de la bandera mitig ó el so nido. Son riendo y sin vac ilar trep ó Teddie po r las parede s de la piscina. Sonriendo -Tom aguantaba bien- volvió a bajar. Son riend o desapareció bajo los pies de la piscina para bus car allí la l lave, y al no enco ntrarla en seguida se inc linó hacia la parte anterior de la bandera con un gesto cansado, como si qu isie ra decir: «¡Ay, Dios m ío! ¡Cuánta molestia!» Entre ta nto Tom seguía hacien do sus cóm icos gest os de trás de la mirilla, como si también él s e intranquiliz ase. Se veía blanquear su dentadura postiza y moverse sus labios bajo el bigote reco rtad o y aparecieron la s misma s cómicas illas de aire que antes, cua ndo com ió una m anza na bajo el agua. Se vio retorcerse y engarab itarse sus pálidos de dos , hues udos, y el público rió , como ya había reído con fre cuencia aquell as ynoc he. Do s minuto cincuenta y ocho segundos... Tres minu tos y siet e segundos..., y doce segundos ... ¡Bravo! ¡Bravo! ¡Bravo! En esto su rgió cierta intran quili dad en la sa la, y el públi co co menzó a patear al ver que tambié n los criados de l do mad or com enzaba n a buscar la l lave y que el telón caí a antes que la tap a de la caja fuese levantad a. En el escenario ap areciero n luego seis bailarin as inglesas. Después, el hom bre los caba llitos, los m onos y los perros , y así sucesivam ente.
8. Torpezas o actos de térmi no erróneo
Hasta la mañana siguiente no se enteró el público de que había sucedido una desgracia, y que Teddi e qued aba viu da y en el mundo ... Por lo citado se ve excelentemente ha tenido que com prend er el artista l a naturaleza de la acci ón sintom ática para presentarnos con tal acierto la profunda causa de la mortal torpeza.
9. Actos sintom áticos y casuales
Los actos que hasta ahora hemos descrito y reconocido com o ejecuci ones de i ntencio nes inconscientes se manife s taban como perturbaciones de otros actos intencionados y se ocu ltab an bajo la excusa de la torpe za. Los actos casuales de los cuales vamos a tratar ahora no se diferencian de los actos de términ o errón eo m ás que en que desprec ian apo yarse en una intenció n conscient e y, por tanto , no necesit an excusa ni pretexto alguno para manifestarse. Surgen con una absoluta independencia y son aceptados naturalmen te, porque no se sospecha de ellos finalidad ni intención algu na. Se ejecutan estos actos «si n idea ningu na» , por «p ura ca sualidad» o explica po r «entreten er entarán al goalas mano y se con en qu e tales ciones bas aquel ques»,quiera invesfía tigar su signifi cación. Para po der gozar de esta situación ex cepcional tienen que llenar es tos actos, q ue no requ ieren ya la torpeza como excusa, determinadas condiciones. Deben, pues, pasar inadvertidos; esto es, no despertar extrañeza nin guna y pro ducir efectos insignificantes. Tanto en m í mism o como en otras personas he observado un buen núm ero de es tos actos casuales, y después de exami nar con todo cuidado cada una de las observaciones por mí
Actos
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reunidas, opi no que puede n deno min arse más propiam ente actos sintomáticos, pues expresan al go que ni el mism o actor sospecha que exista en ellos, y que regularmente no habría comun icar a los dem ás, sino, po r lo co ntra rio, reservaría para sí mism o. Así, pues , estos actos, al igual que tod os los otros fenómenos de que hasta ahora hem os tra tad o, desem peñan el papel de síntom as. En el trat am ien to psicoanalí tico d e los neuró ticos es don de se puede observa r mayor núme ro de tal es actos, sintom á ticos o casuales. Expondré aquí dos ejemplos de dicha pro cedencia, en los cuales se ve lejana y sutilmente es regida por pen sam ient os inconscie ntes la determ inaci ón de estos actos tan po co llamativos. La línea de demarc ación en tre los actos sintom áticos y los de térm ino e rró neo es tan in definida, que ido sejemplos que sig uen pod rían lo mism o ha ber sido inclu en el capítulo a nterior. a) Una casada joven me relató d uran te un a sesión del tra tamiento psicoanalítico, en la cual debía ir diciendo con li bertad tod o lo q ue fue ra acud iendo a su mente , qu e el día anterior, al arreglar se las uñ as, «se había herid o en la carne al que rer empujar la cutícula de una uña pa ra hacerla desa parecer en la raí z de la mism a». Este hecho es t an p oco inte resante, que as om bra que la s ujeto lo recuerd e y lo m enc io ne, induci endo po r lo mism o a sospechar se trate de un a cto sintomático. El dedo que sufrió el pequeñísimo accidente fue el anular, dedo en el cual se acos tum bra llevar el anillo de matrimon io, y, ad emás, ello sucedió en el día aniversari o la bod a de mi clien te, lo cual da a la herid a de la fina cutícu la una significación bien definida y fácil de ad ivina r. Al mi smo tiempo me relató tam bién la pa ciente un sueño q ue había te nido y que aludía a la torpeza de su marido y a su propia anestesia como mujer. Mas ¿por qué fue en el anular de la mano izq uierda en el que se hirió , siendo en el de la derecha donde se l leva el anil lo de m atrimon io? Su ma rid o era do c tor en Derecho, y siendo ella muchach a habí a sentida un se-
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creto amor hacia un médico al que se sobrenombraba en bro ma «Doctor en Izqui erdo». Tambi én el térm in o mon io de la mano izquierda» tiene una determ inada ficación. b) Una muchacha soltera me dijo en una ocasión lo si guiente : «Ayer he ro to, sin querer, en do s ped azos un billete de cien florines y he dado u na de las dos mitades una seño ra que había venido a visita rme . ¿Será esto tam bién un acto sintomátic o?» Exa min and o el caso aparecieron l os siguien tes detalles: la interesada dedicaba un a parte de su tiemp o y de su fortuna a obras benéficas. Una de éstas era que, en unión de otra señora, sufragaba los gastos de la educación de un hué rfano. Los cien florines eran la cantidad que dicha otr a seño ra le había enviado para tal objeto, y que ella había me tido en un sobre y dejado provisionalmente encim a del escritorio. La visi tante, u na d istinguid a dam a que colabor aba con ella en otras ob ras caritativ as, había id o a pedirle un a lista de nom bres de personas de las que solicitar apoyo para tales asuntos. No ten iend o otr o papel a mano, cogi ó mi pa ciente el sobre q ue est aba en cim a del escrit orio y, sin ref le xionar en lo que contenía, lo rom pió en dos p edazos, de los cuales dio u no a su am iga con la lista de nombres pedid a y conservó el otro con un duplicado de dicha lista. Obsérvese la absoluta ino cencia de minoración este inú til menanejo . Sabido es que billete no sufre ninguna su valor cuando se un rom pe, siempre que pu eda reconstru irse por entero con los ped azos , y no cabía du da de que la señora no tir aría el tr ozo de sobre, dad a la impo rtan cia que p ara ella tenía n los nom bres en él cons ignad os, ni tam po co de qu e cua ndo descu briera el me dio billete hab ría de apresurarse a de volverlo. Pero ent once s, ¿qué pensa mientos incons cientes habían sido los que hab ían encontrado su expresión en este act o ca sual, hec ho posibl e por un olvido? La dama visitante est aba en bien definida relación con la cura que yo realizaba de
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la enfermedad que su joven amiga padecía, pues hab ía sido que me habí a recomen dado como médico la paciente, la cual, si no me equivoco, se halla mu y agradecida a la señora por tal indicación. ¿Debería acaso rep resentar aquel medi o billete un pago p or su mediación? Esto seguiría siendo aún muy extraño. Mas a lo ante rior se añadió nuevo m aterial. Un día antes había preguntado una mediadora de un género completa mente distinto, a un p ariente de la joven, si és ta quería con o cer a cierto caballer o, y a la ma ña na siguient e, po cas h ora s antes de la visita de la señora , hab ía llegado un a cart a de de claración del referido pretendiente, carta que había produ cido gran regocijo. C uand o la visitante comenzó después la conversación, preg unta ndo po r su estado de salud a mi pa ciente, pueldomédico ésta muy r pensado: «Tú ora, me yreco mendaste q uebien me habe convenía; pero si ah con igual acierto, me ayudase s a hallar un ma rid o (y un hijo ), te estaría aún más reconocida.» Este pensamiento reprimido hizo que se confundieran, en un a sola, las dos med iad oras , y la joven alargó a la visitante los h onorarios que en su fant asía estaba dispues ta a da r a la ot ra . Teniendo en cuen ta qu e la tarde anterior había yo hab lado a mi paciente de los actos ca suales o sintom áticos, se nos m ostra rá la solución antedich a como la única posible, pues ha brem os de supon er que la jo ven chóuno la prim era ocasió paraaprove cometer de tales acto s. n que hu bo de presentársele Puede intentarse formar una agrupación de estos actos ca suales y sintomáticos , ta n e xtrao rdin ariam ente frecuent es, atendi endo a su m ane ra de manifestarse y según sean habi tuales, regulares en determ ina das circunstancias o aislado s. Los primero s (como el jugu etear la cadena del reloj, me sarse la bar ba, etc.), que pu eden con siderarse como una ca racterística de las perso nas q ue lo llev an a cabo , están pr óxia los num eros os mov imi ento s llamados «t ics», y debe n
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ser tratad os en un ión de ellos. En el segun do gru po coloco el juguetear con el bastón, trazar garabatos con un lápiz que se tiene en la mano, hacer resonar la s mo ned as en los bolsi llos, fabricar bolitas de miga de pan u otras materias plásticas y los mil y un arreglos del propio vestido. Tales juguetees, cuando se manifiestan durante el tratamiento psíquico, ocu ltan, por lo regular, un sentido y un a significación a los que todo otr o medio d e expres ión ha sido negado. En gene ral, la persona que ejecuta estos actos no se da la menor cuenta de el los, ni de cuá ndo con tinú a ejecutá ndolos en la mism a forma que siempre y cuán do introd uce en ello s algu na modificación. Tampoco ve ni oye sus efectos (por ejem plo, el rui do qu e prod ucen las mon edas al ser r evueltas por su ma no den tro del bolsillo), y se asomb ra cuan do se le lla ma la ate nción sobre ellos. Igualme nte significativos y dignos la atención de l médico son to dos aquellos arreglos o modi ficaciones qu e, sin causa los justifiquen, suelen hacerse en los vestidos. Tod o camb io la acostumbrad a man era de ve s tir, toda pequeña negligencia (por ejemplo, un botón sin abrochar) y todo principio de desnudez quieren expresar algo que el prop ietari o del tr aje no desea decir direct ame nte y de lo que , sien do inco nsciente de ello, no sabría, en la mayor ía de los casos, decir nada . Las circunstancias que ro dea n la apa rición de estos actos cas uales, los temas recientemen te tratados en lacuando conversación y las que emergen mente del su jeto se dirige suideas atención sobre ellos,laproporcionan siempre datos sufi cientes, tanto p ara interpretarlos como para comprobar la interpretación ha sido o no acertada. Por esta razón no apoyaré aquí, como de co stum bre, m is afirmaciones con la exposición de ejemplos y de sus análisis correspondien tes. Menciono, de todo s modos, estos actos, porque opino qu e en los ind ividu os san os poseen igual significación que en mis pacientes neurótico s. No pue do, sin emba rgo, renunciar a mos trar, po r lo me nos con un solo ejemplo, estrecham ente ligado pued e
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estar un acto simbólico habitual con lo más íntim o e im por tante de la vida de un individuo s an o' : «Como nos ha enseñado el doc tor el simbolismo desemp eña en la v ida infantil del individuo norma l un papel más im port ante de lo que anteri ores experi encias psicoanalíticas no s habsiguiente ían hech ounesperar. A estesob respecto, pop or seesus el corto análisis cierto interés, re todo caract eres méd icos. »Un méd ico enc ontró, al arreglar sus muebles y objetos en una nuev a casa a la que se hab ía traslad ado , un estetoscopio sencillo de ma dera . Después de refl exionar un m oment o so bre dón de hab ría de coloc arlo, se vi o impelido a dejarlo a un lado de su mesa de trabajo y precisamente de manera que quedase entre su silla y aquella otra en la que ac ostu mbraba hacer senta rse a sus pacien tes. Este acto era ya en sí algo ex traño, po r dos r azones: primeramente, dicho médico no ne cesitaba par a nad a un estet oscopio (era un neu rólo go), y las pocas veces que tenía que emplear tal aparato no utilizaba aquel que había dejado so bre la mesa, sino o tro d oble; esto es, par a ambos oídos . En segu ndo lugar, tenía todos sus ins trum ento s profesi onale s metid os en a rma rios ex pr ofeso y aquél era el único q ue había dejado fuera. No pe nsaba ya en esta cuestió n, cuan do un día un a paciente que no había visto jamás un estetoscopio sencillo le preguntó qué era aquello. Él habí se loadijo, y entonces ella pre de nuevo ué razó lo colocado precisam enteguntó en aquel siti o,pa or lo qcual conn testó el m édic o en el acto que lo m ism o le dab a que el este toscopio estuviese allí que en cualquier otro lado. Sin em bargo, esto le hizo pensar si en el fondo de su acto no existiría un motiv o inconsciente, y, siéndole con ocido el m é todo psic oan alític o, decidió investigar la cues tión . »E1 pr im er recuerd o qu e acudió a su me mori a fue el de que sien do estud iante de Medicina le había choc ado la cos tumbre observada por un médico del hospital de llevar siempre en la ma no un estetoscopio senci llo, que jam ás
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zaba, mientras hacía la visita a los enfermos de su sala. En aquella época había adm irad o mucho a dicho m édico y le ha bía profesado gra n afecto. Más tar de, cuando llegó a ser inter no el hospital, adoptó tam bién igual costumbre, y se hubie ra sentido r olvido iera sali do de su cuarto, para pasaraladisgusto visita, si sinpoll evar en lahub mano el preciado instru mento. La inutilidad de tal costum bre se mostraba no sólo en el hecho de que el único estetoscopio de que se servía siempre era otro doble, qu e llevaba en el bols illo, sino también en que no la inte rrum pió cuan do estuvo practican do en la sala de ci rugía, nada tenía que usar dicho aparato. La im port anci a de estas observaciones que da fijada y explicada en cuanto se descubre la naturaleza de este acto simbólico. »E1 rec uerdo sig uiente fue el de que siend o ni ño le había llamado la costumbre de llevarlaunatención estetoscopio sencillo del en elmédico interiordedesusufamilia som brero. Encon traba entonces inter esante que el d octor tuviera siempre a ma no su instru men to princip al cuando iba a visi tar a sus pacientes y que no necesitara más que despojarse del sombrero (esto es, de una parte de su vestimenta) y «sacarlo». Durante su niñez había cobrado extraordinario afecto a este médico, y por medio de un corto autoanálisis descubr ió que teniendo tres añ os y medio había cons truido una fanta sía relativa al nacimiento de u na herm ani ta, y con sistente en imaginar, pr im ero , que la niñ a era suya y de su madre, y despu és, del médico y suya. As í, pues, en esta fa nta sía desempeñaba él, indistinta men te, el papel masculino o el femenino. Recordó también que teniendo seis años había sido reconocido por el referido médico y había experim en tado una sensac ión de voluptuosidad al sentir próxima la ca beza del do ctor que le apretaba el estetoscopi o contra el pe cho mientras él respiraba con un rítmico movimiento de vaivén. A los tres años había pa decido una enfermedad cró nica pecho que ser reconocido repetidas veces, aunq del ue esto ya ynotuvo lo recordaba con precisión.
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»Posterior mente, teniendo ya ocho años, le impresionó mucho la confidencia que le hizo otro muchacho de más edad de que el médico tenía la costumbre de acostarse con sus pacientes del sexo femenino. Realmente existía funda mento pa ra este rum or, y lo cierto es que tod as las señoras de la vecindad, incluso su propia ma dre , veían con gran sim pa tía al joven y elegante doctor. También el médico del ejemplo presente había deseado sexualmente en varias ocasiones a enfermas a las que pres taba su asistencia, se había en amora do de clientes suyas y, por últim o, había contraíd o matrim o nio con un a de éstas. Es apenas d udo so qu e su identific ación inconsciente con el tal docto r fuese la razó n prin cipal que le inclinó a dedicarse a la Medicina. Por otros análisis cabe afirmar que éste es, con seguridad, el motivo más frecuente de las vocaciones (aun que es difí cil dete rminar con qué fr e cuencia). En el c aso actual e stá cond icionad o doblem ente. Primero, po r la su perioridad en var ias oca sione s dem ostr a da del médico sobre el pad re del sujet o, del que ést e sentía grandes celos, y en seg undo lugar, por el que el médico po seía de cosa s proh ibid as y las ocasiones de sat is facción sexual que se le pres entaba n. apareció en el análi sis el recuerdo de un sueñ o, del ya hemos trat ado po r extenso en otro sueño de clara naturaleza homosexual-masoquista, en el cual un hombre, figura sustitutiva del médico, atacaba al soñador con una «espada». Ést a lecolrecordó una pardesnu te de ladasaentre ga nibe -y en la que Sigurd oca su espada la dor mida Brunilda. Igual situación aparece en l a saga de Arthus, tam bién conocida po r el suj eto de este ejempl o. »Aquí se aclara ya el sentido del acto s into mático. El mé dico había colocado el estetoscopio sencil lo entre él y sus pa cientes femeninas, al igual que Sigurd su espada e ntre él y la mujer a la que no debía tocar. El acto era una formación transaccional; esto es, obedecía a dos impulsos: ceder en su imaginació n al dese o rep rim ido d e entrar en rel ación se xual
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con algun a bella paci en te y rec ordarl e, al mismo tiemp o, que este deseo no p od ía re aliza rse . Era, para dec irlo así, un e scu do mági co contra los at aq ue s la tentación. que nuestro médico, siendo niño, hizo gran impresión el pasaje de Richelieu, de lord Lytton, que así: Beneath the rule men entirely great. pen is mightier than
y que ha llegado a s er un fecundo escritor y usa para escri bir un a gran pluma estilog ráfica. Al preguntar le yo un día para qué nec esitaba un a p lu m a de ta l tam año , me r espondió de un mod o muy ca ra ct er ís ti co : "¡Tengo tantas cosa s que e x presar!" »Este no sentido s i ndicaalguno" de nuevonos lo permiten muc ho que los actos "ino centanálisis es" y "sin adentrar nos en los do min io s de la vida ps íquica y temprana mente se desarro lla en la vida la tendencia a la s imbol iza ción.» Puedo también rel at ar, tom ándo lo de mi exper iencia psicoterápic a, u n caso en el que u na ma no qu e jugaba co n un mi de pan tuvo t o d a la elocuenc ia de una decl araci ón ora l. Mi paciente era un muchacho que no había cumplido aún los trece años y hac ía ya do s que padecía una gra ve hister ia. Después de u na larga e infructuo sa estancia en un estableci miento hi dr ot er áp ic o decidí somet erle al tratamiento ps icoanalítico. Suponía yo que el muchacho había hecho des cubrimientos s ex ual es y que, como correspondía a su e dad, se hallaba at orm en ta do po r inte rroga cione s de dic ho orden; pero m e guardé m u y bi en de acudir en su ayuda con aclara ciones o ex plic aci ones hasta haber puesto a prue ba mi hipó tesis. Te nía, pues, g r a n curiosid ad por ver cómo y por qu é manifest aciones se reve laba en él lo que yo bus caba . En esto
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me lla mó u n día la atención ver que a mas ab a algo en tre los dedos de su mano derecha, la metía luego con ello en el bol sillo y seguía dent ro de él su man ejo, p ara volv er lu eg o a sa carla, etc. No le pregunté qué era aquello con que jugaba, pero él mismo me lo mostró abriendo de repe nte la ma no , y vi quesiguien era un te volvió de pan todo y aprolas tad o.cesAslae de se sión a traer su so bado pe enton dicó, mientras conversábamos, a formar con trozos de él unas figuritas que desperta ron mi c uri os ida d y q u e iba ha ciendo con increíble rapidez y teniendo cerrados los ojos. Tales figuritas eran, indudablemente, hombrecillos con su cabeza, dos brazos y dos piernas com o l os g ro se ro s ídolos primitivos, pero tenían, además, entre l as pie rnas, un apén dice, al que el muchachito l e hací a un a lar ga p unta . Apenas había term inad o ést a, volvía a am asa r el ho mbr ec il lo entre sus dedos. Luego, lo d ejó subsistir; ma s para ocu lta r la si gni ficaci ón del prim er apéndice agregó otr o igu al en la espa lda y después otros más en diver sos si tios. Yo qu ise de mos tra rle que le había comprendido, haciéndole imposible al mismo tiempo la excusa de decir que en su actividad creadora no llevaba idea ning una. Con esta inte nci ón le pre gunté de re pente s i se a corda ba de la historia de aq uel rey romano que dio e n su jardín a un env iado de su hij o u n a resp ues ta mími ca la consul ta que éste le formulaba. El much ac hit o no que ría acordar se de tal ané cdota, a pesa r de q ue tenía q ue haber la leído hacía poco tiempo y, desde luego, mucho más recient emente que yo. Me preg unt ó si e ra ésta la hi sto ria de aquel esclavo emisario al que se le escribió la resp ue sta sobre el afeitado cráne o. Le dije que no , que ésa era otr a ané cdota perteneciente a l a historia g riega, y le re la té aquella a que yo me refería. El r ey Tarqui no el Soberbio h abía i nd uci do a su hijo Sexto a entrar subrepticiamente en una ciudad latina enemiga. Ya en ella, se había S exto at ra íd o alg uno s parti da rios y en este pun to man dó a su padr e un em isa rio pa ra que le preguntase qué más debí a hacer. El rey no d io al princ ipio
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respuesta alguna, y lle vando al emisario a su jard ín, hizo qu e le repiti ese su pre gunta y abatió ante él, en silenci o, las más altas y bel las flores de adorm idera . El enviado no pu do hacer más que con tar a Sex to la es cena que había prese nciado , y Sexto, co mprend iend o a su pad re, hizo asesinar a los ciuda dan os más distin guid os de la plaza enemiga. Durante mi relato suspendió el muchachito su manejo con la mig a de pan , y cuand o al llegar al mo mento en que el rey lleva al jardín al emisario de su hijo, pro nun cié las pala bras «abatió en silencio», arrancó con rapidísimo movi miento la cabeza del hombrecillo que conservaba en la mano , dem ostrand o habe rme comprendido y darse c uent a de que también yo le había com prend ido a él. Podía, pues, interrogarle directam ente, y así lo hice, dándo le luego las in formaciones que deseaba y consiguiendo con ello poner pronto térm ino a su neurosis . Los actos sintomáticos, que pueden observarse en una casi inagotable abundancia, tanto en los individuos sanos como en los enfermos, merecen nue stro interés por más de una ra zón. Para el médico constituyen inapreciabl es indicaciones que le marcan su orientación en circunstancias nuevas o desconocidas, y el hombre observador verá reveladas por ellos tod as las cosas, y a veces mu cha s más de las qu e desea ba saber. Aquel que se halle familiarizado con su interpre tación se sentirá, en muchas ocasiones, semejante al rey Salomón, que, según la leyenda oriental, comprendía el lengua je de los ani males . Un d ía tuve yo que visitar en c asa de un a seño ra a un joven , hijo suyo, al que yo d esconocía tota lment e. Al enc ontra rme frente a él, me chocó ver e n sus pantalon es una gran m ancha que po r sus bordes rígidos y como almidonados reconocí en seguida ser de clara de huevo. El joven se disculpó, después de un momento de embarazo, diciéndome que por hallarse un poco ronco acababa de tomarse un huevo crudo, cuya resbaladiza al-
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bú min a se había ver tid o sobre su ropa. Para justi ficar t al afirmación me m os tr ó un plato que había sobre un mueble y que contenía aú n un a de huevo. Con esto qu eda ba explicada la sospecho sa mancha; pero c uand o la ma dre nos dejó solos comencé a hablar al joven, dándole las gra cias er facilita d e otalmate modriao de mi nuestro dia gnó stico , yosin dilacipor ón hab ninguna to médocom diálog su confesión de que sufría bajo los efectos pe rturbadores de la masturbación. Otra vez fui a visitar a una señora, tan rica como avariciosa y extravagante, qu e aco stu mbrab a dar médico el trabajo de buscar su c amino a través de un embrollado cúm ulo d e la mentaciones ante s de p oder llegar a darse cuent a de los más sencillos fundamentos de su estado. Al entrar en su casa la hallé sentada delante de u na mesita y dedicad a a hacer pe queñas pilas de moned as de plata. Cua ndo me vio, se levantó y tiró al suelo algunas m onedas. La ayu dé a recoge rlas y lue go corté sus acostum bradas lamentac iones con la pregunta : «¿Le gasta a usted ahora mucho dinero su hijo político?» La señora me respondió con u na irritada negativa ; pero p oco después se cont radijo, relatándom e la lamentable histo ria de la con tinu a excitación en qu e tenían las prodigalid ades de su yern o. Después no ha vuelto a llamarme. No p uedo afir mar que siemp re se gane u no amistade s entre aquellas per sonas a las que se comu nica la significación de sus actos sin tomáticos. El doctor J. E. G. van Emden (La Haya) comunica el siguien te caso de «confesión involuntaria por medio de un acto fa llido»: «Al pagar mi cuenta en un peque ño res tauran te de Berlín me afirmó el camarer o que el preci o de deter minado plato había subido di ez céntimos a causa la guerra , a lo cual ob
jeté que dicha elevación no constaba en la lista de precios. El
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camarero me contestó que el lo se debí a, sin dud a, a un a omi sión; pero que estaba seguro de que lo que había dicho era cierto. Inm ediat ame nte, y al hacerse cargo del importe de l a cuenta, dejó caer por d escuido ante m í, y sobre l a mesa, una mon eda de diez céntimos. »-Ah ora es cuand o estoy seguro -l e dij e- qu e me ha co bra do usted de más. ¿Quiere usted que vaya a com probarlo la caja? Un momento... »-Y desapareció presuro so. »Como es n atura l, no le imped í aquell a retirada, y cuan do dos minutos después volvió, disculpándose con que ha bía confundido aquel plato con o tro, le di los diez cé ntimos discutido s en pago de su con tribuc ión a la psicopatol ogia de la vida cotidian a.» que se durante d ediq uelasa fijar su atención en laencondu susAquel congéneres comidas descubrirá ellos cta de más intere santes e instructiv os actos sintom áticos. i El
doctor Hans Sachs relata lo siguiente: «En una ocasión me hallé durante la comida en casa del uno s parientes míos que ll evaban mucho s años de nio. La muje r padecía de l estómago y tenía que observ ar régimen muy seve ro. El mar ido se acababa de servir el do, y pid ió a su muj er, la cual no pod ía com er de dicho plato, I que le alcanzara mostaza. La ,señora se diri gió al aparador, lo abrió , y, volvielando la mesa puso ante s u marid o Hita de las gotas medic inales q ue ella tom aba. Entre el en forma de tonel que con tenía la mostaza y la pequ eña tellita del medi cam ento no existí a la men or semejanza q ue pudie ra explic ar el error. Sin emb argo, la muje r no no tó su equivocaci ón hasta que s u marid o, rie ndo, le llamó la aten- ; ción so bre ella. »El sentido de este acto sintomático no necesita explica ción.»
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El Dr. Bernh D attn er comunica un precioso ejemplo de este gén ero, m uy háb ilmen te inve stigado po r el obser vador: «Un día me hallaba almo rzan do en un restau rante con mi colega H., doctor en Filosofía. Habiéndome éste de las in que se cometían en los e xámenes, ind icó de pasada que en la época en que estaba finalizando su carrera había desem peñad o el car go de secretario del embajador y minis tro pleni poten ciario de Chile. Después -p ro si guió - fue trasladado aquel min istro , y yo no me presenté al que vin o a sustituir le. M ientra s pr onu ncia ba esta última fra se se llevó a la boca un ped azo de pastel con la pun ta del cuchillo; pero con un m ovim iento desm añad o hizo cae r el pedazo al sue lo. Yo ad ver tí en seguida el oculto sen tido de aquel acto sin tomático, y exclamé, dir igié ndo me a mi co lega, na da fami liarizado con las cuestiones psicoanalíticas: "Ahí ha dejado usted perde rse un bue n bocado ." Mas él no ca yó en qu e mis palabras podían aplicarse a su acto sintomático, y repitió con vivacidad sorprendente las mismas palabras que yo acababa de pron un cia r: "Sí; era realmente un bue n boca do el que he dejado perderse. "» A cont inua ción se desa hog ó, relatándome con todo detalle las circunstancias de la torpe conduc ta, que le había hecho pe rder un pues to tan bien re tribuido. »EI sentid o de este simbólico acto sintomático queda acla rado tenien do en cuen ta que , no siendo yo persona de su in timidad, sentía mi c olega cierto es crúpu lo en pon erm e al co rriente de su precaria situación económica, y entonces el pensamiento que le ocupaba, pero qu e no quería e xpresar, se disfrazó en un acto sintomático, que expresaba simbólica mente lo que te nía que ser ocu ltado , desaho gand o así el suj e to su inconsciente.» Los ejemplos que siguen muestran significativo puede ser el acto de llevarnos sin intención ap arente peq ue ños objetos qu e no no s perten ecen .
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B.Dattner: «Uno de mis cole gas fue a hacer su pr im era visit a después de su ma trim onio a un a amiga de su juventu d, a la que fesaba gran afecto. Relatándome las circunstancias de esta visita, me expresó su sorpresa por no ha ber po dido cumplir su deliberado pro pósito de emplear en e lla muy pocos m o mentos. A continuación me contó un extraño acto fallido que en tal ocasión h abía ejecutado. »El ma rid o de su amiga, que se hallaba prese nte, buscó en un mo mento dete rminad o una caja de cerillas qu e estaba se guro de haber dejado poco antes sobre la mesa. Mi colega había tam bién registrad o sus bolsil los pa ra ver si po r casua lidad "la " había gu ard ado en ellos. »Por el mom ento no la encontró; pe ro algún tiempo des pués h alló , en efecto, que se la había " metid o" en un bolsillo, yque al sacarl a leceri chocó u na sola lla.la circunstancia de q ue no contenía más »Un sueñ o qu e tuvo dos días des pués, y en cuyo conteni do aparec ía el simb olism o de la caja en relación con la referi da amiga , co nfirmó mi explicación de que m i colega recla maba con su acto sintom ático sus derechos de priorid ad, y quería representar la exclusividad de su posesión (una sola cerilla dentro ).» 2. Doc tor Han s Sachs: A nu est ra criada le gust a mu chísim o un pastel que so le mos com er de postr e. Esta preferencia es ind uda ble , pues es el únic o plato q ue le sa le bien, sin excepción alg una , todas la s veces qu e lo prep ara . Un do min go, al serv írno slo a la mesa, lo dejó sobre el trin che ro, retiró luego los platos y cub iertos del servicio anterior, colocándolos para llevárselos en la bandeja en que había traíd o el pastel, y a cont inua ción , en vez de po ne r éste sobre la mesa, lo colocó encim a de la pila de plato s que en la bandej a llevaba, y salió con to do ello ha cia la cocina. Al principio creímos que había encontrado algo po r rectificar en el postr e; m as al ver que no volvía, la
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lamo mi mujer y le preg untó: «Betty, ¿qué pasa con el pa sLa muchacha contestó sin com pre nder: «¿Cómo?» Y uvimos que explica rle que se había llevado el p ostre sin serLo había puesto en la bandeja, tras ladad o a la cocina y iejado en ella «sin darse cuenta». Alpastel día siguien te, cuand nos di spo níam q ue había sob rado laovíspera, obse rvóosma icomer mujer loque la nuchacha había despreciado la pa rte que de su manjar pr eerido le correspondía. Preguntada por qué razón n o hab ía pro bad o el past el, res pondió c on algún embarazo qu e no hab ía tenido gana. La actitud infantil de la criada es muy clara en ambas ocasiones. Primero, la puer il glotone ría, que no quiere com partir con nad ie el objeto de sus de seo s, y luego la reacción despechada, igualmente pueril: «Si no me lo dais, podéis guardar lo todcasu o para s. Aho raq ya lo quiero. Los actos alesvosotro o sintomáticos ueno aparecen en la» v ida conyugal tienen con frecuencia grave significación, y po drían inducir a aquel los que no q uieren o cupa rse de la ps i cología de lo incons ciente a creer en lo s presag ios. El que una recién casada pierda, aunque sea pa ra volver a encontrarlo en seguida, su anillo de bodas será siempre un mal augurio para el porvenir del matrimonio. Conozco a una señora, hoy separada de su ma rido, que en var ias oca siones firmó doc ument os relat ivos a la admin istrac ión de su fortuna con su n ombre de soltera , y esto muchos años antes que la separación le hiciera v olver a tene r que ad opt arlo de nuevo. Una vez me hallaba yo en casa de un m atrim oni o re cién casado, y la mujer me contó r iendo que al día siguie nte a su regreso del viaje de novios había id o a busc ar a su h erma na soltera para salir con ella de co mpras , como antes de ca sarse acostumbraba hacerl o, m ien tras su m arid o se hallaba ocupado en sus negocios. De rep ente habí a visto ve nir a un señor por la acer a opuesta, y llam ando la atención a su he r mana, le habí a di cho : «Mira: ah í va el señ or L.», olv idan do
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Psicopatología de la vida cotidiana
que tal señor era desde hací a algunas semanas su marido . Al oír esto sentí un escalofrío; pero por entonces no sospeché que pudiera constituir un dato sobre el porvenir de los cónyu ges. Años después recordé est a peque ña historia cuan do supe que el tal matrim onio había tenido u n desdichadísimo fi n. 3. A. Maeder: De los notab les trabajos de A. Maeder publica dos en lengua fr ancesa, trans crib o la siguiente observación, que tam bién hu biera po dido ser incluida entre los «olvidos»: «Una señora nos contaba recientemente que cuando se fue a casar habí a olvidado pro bar se el traj e de no via, y que no se ac ordó de que ten ía que hacerlo hast a las ocho d e la noche anterior a la ceremonia nupcial, cuando la costurera desesp eraba ya de que fuer a a la pru eba. Este detalle mues tra suficientemente q ue la novia n o cifraba muc ha felicidad en pon erse el traje de bo da, y que tra tab a de olvidar una r e presentació n que le r esultaba penosa. Hoy día se halla di Un amigo mío, ha aprendido a atender los pequeños signos, me contó que la gran Eleanora Duse introdu cía en la interpr etaci ón de u no de los tip os po r ella creados un acto sinto mático, lo cual prueb a lo po r entero que se e n tregaba a s u papel. Se trat aba de un dra ma de adulte rio. La mujer, despu és de un a violenta escena con su mar ido, se ha lla sola, ab stra ída en sus pensa mie nto s, y el seductor no ha llegado todavía. intervalo jugaba Duse con el anillo nup cial queEn lleeste vabacorto al dedo, q uitándos elolay poniéndo selo. C on este acto revelaba estar pro nta a caer en los brazo del otro.
Aquí viene bien lo que Th. Rei k com unica so bre otros ac tos sin tomático s, en los que el anill o desem peñ a un princi Psychoanalyse, III, 1915); pal papel (Internat. «Conocem os los actos sintom áticos que llevan a ca bo las persona s casa das quitándose y pon iéndo se el anill o de
Actos
y casuales
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Mi colega M. ejecutó en una o casión u na serie de actos sintomáticos an álogos. Una much acha a quien él que ría le había regal ado un anillo, diciéndole que no lo pe rdie ra, pues si así sucedía lo considera ría ella como signo d e que no la amab a. En la época que siguió a este regal o padeció M. una constante preocupación de no perderlo. Si, por ejemplo, se lo qu itab a para lavarse las ma nos, lo dejaba casi siempre olvidado , y a veces necesitaba estar buscán dolo m u cho tiempo p ara volver a encont rarlo. Cuan do echaba algu na carta en un buzón no podía nunca reprimir un ligero miedo de que sus dedos tropezasen contra los bordes de aquél y se cayera den tro la sortija. Una de estas vece s obró, en efecto, tan d esm aña dam ent e, qu e el anil lo cayó al fondo del buz ón. La carta qu e echab a cua ndo esto le ocu rrió con te nía una des pedid a a una an terior am ada suya , hacia la que se sentía culpable. Al mismo tiemp o de spert ó en é l una añ o ranza de esta mujer , que fue a ponerse en conflicto con su in clinación po r el actual objeto de su amor.» En este tema del «anillo» se ve de nuevo difícil es para el psicoanalista hallar al go nu evo; algo que un po eta no haya sab ido antes que él. En la novela Ante la tormenta, de Fontane, dice el consejero de Justicia Tur gany, pres encian do un juego de p rend as: «¿Querrá n ustedes cre er, señoras m ías, que en este jue go se revelan al entregar las pren das los m ás profundos secretos de la Naturaleza?» Entremerece los ejemplos con que ratifica su afirma ción hay un o que especial mente nues tro interés. «Re cuerdo -d ic e- que una señ ora, ya jamona, mujer de un profesor, se quitó una vez el anillo de boda para darlo com o pre nda . Hága nme ustedes el f avor de figurarse la felicidad conyugal que debía de reinar en aq ue lla casa.» Más adelante continúa diciendo: «En la misma se hallaba un señor, que no se cansaba de dep osita r su navaja inglesa -di ez hojas, sacacorchos y eslabó n- en regazo de la seño ra encarg ada de recoger las pre ndas, hasta el tal mon struo de die z hojas, después de haber engan-
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de la vida cotidiana
chado y desg arrad o varios vestidos de seda, t uvo q ue desa parece r, ante u n clam or de indig nació n gener al.» 5. Doctor M . Kardos: No ha d e extr aña rno s que un objeto de tan rica sig nifica ción simbó lica como el anillo sea utiliz ado en significativos actos fal lidos tambi én cu ando no tiene el carácter de anill o nupcia l o esponsalicio, y no represe nta, p or tanto , un lazo erótico. El Dr. M. Kardos ha puesto a mi dispo sición el si guiente ejemplo de un in ciden te de esta cl ase: Un acto fall ido que constitu ye un a confesi ón: «Hace varios años que mantengo u n inint erru mpido trato con un indiv iduo m uch o más joven que yo, el cual participa de mis em peño s espirituales y se halla, con respecto a mí, en relación d e discíp ulo y maest ro. Un día le regalé un anillo, que dadoesyahan ocasión de cada ejecutar varios sintom cos,leloshacual surgido vez que en actos nue stras relacáti io nes ha aparecido alguna circunstancia que ha despe rtado su disconform idad. Hace poco m e com unic ó el sigui ente caso, especialmente tran sparen te. Hab ía dejado de venir a verme el día que s emanalm ente teníamo s señ alado p ara ell o, excu sándose con un pretexto cualq uiera, y siend o la verdadera causa una cit a que le había da do u na mu chac ha pa ra aquel mis mo d ía. A la mañana siguie nte se dio cue nta, estand o ya lejos de su casa, de qu e no llevaba el anillo yo le hab ía re galado; per o no se inquietó p or ello, supo nien do q ue lo ha bría dejado olvidado so bre la me silla de no che, donde aco s tumbraba colocarlo al acostarse, y que lo encontraría a su regreso. Mas al volver a casa vio qu e ta mpo co se hallaba el anillo en el siti o indicad o y empezó en tonces a buscarlo po r tod as parte s, con igual resultado negativ o. Por últim o, se le oc urrió que como solía dejar todas las noc hes, desde ha cía más de un añ o, el anillo y una navajita en el mis mo lugar, po día haber cogido ambas cosas juntas por la mañana y haberse metido tam bién "p distracción" en el sucedido. mismo bols i llo que la navaja. Enorefecto, esto lalosortija que había
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»E1 en el bolsillo del chaleco es el proverbial manejo de todo hombre que se propone engañar a la mujer que se lo regaló . El se nti do de culpabilidad que surgió en mi discípulo le ind ujo p rimero a un autoca stigo ( "No eres ya digno de lle var esa so rtija "), y en seg und o lugar , a la conf esión de la pe
queña infidelidad co metid a; confe sión que surgió al r elatar me su acto fallido, o sea la pérdida temporal del objeto por mí regalado.» Con ozco tam bién el caso de un señor ya de edad mad ura, qu e se casó con u na mu chacha mu y joven, y decidió no sa lir de viaje en el mi smo día, sino pasar la noche de bo das en un hotel de la ciud ad. Apenas llegó a éste, advirtió a susta do que no lleva ba la cartera, en la que había metid o el dinero desti na do al via je de bo da s, y que, por tanto, la de bía habe r perdi do o dejado olvidada en al gún sitio. P or fortuna pu do a ún telefonear a su criado, el cual halló la cartera en un bolsillo del traje qu e hab ía llevado el novio en la ceremon ia, y cam biad o lueg o p or un o de via je, y fue en s eguida al hotel entre gán dosela al recién casado que tan «desprovis to de medios» ent raba en la vida matrimo nial. En la noche de bo das per manec ió ta mb ién , como él ya lo temía, «des provi sto de me dios» (impotente). Es co nso lad or el pen sar que l a «pérdida de ob jetos» cons tituye u na inso spech ada exte nsión de un act o sintomá tico y que, por tanto, que resultar en último término vista con agrado portiene una secreta intención del perdidoso. Con frecuencia la pérdida no es más que una expresión de lo poc o qu e se aprecia el objeto per did o, o de un a secreta re pugnancia hacia el mismo o hacia la persona de quien pr ov ien e. Sucede tambié n que la tendencia a la pér did a se transfiere al objeto perd ido desde otros objet os de mayor im po rta nc ia y por me dio d e una asoc iación simbóli ca. La pér dida de objetos valiosos sirve de expresión a muy diversas sensaciones y pue de representar simbólic amente un pensarniento rep rim ido -es to es, recordarnos al go que pre feriría-
de la vida
mo s quedase olv ida do - o, y esto ant e todo , representar un sacrificio a las oscu ras po tenci as del Destin o, cuyo cul to no se ha extinguid o todavía entre nos otro s''. Los siguientes ej emplos ilustrará n estas consideraciones so bre la «pérd ida de objetos»: B.Dattner: a) «Un colega me com unicó qu e habí a perdi do
un lapi ce ro metálico de un modelo especial que poseía hacía ya dos años, y al que po r su cóm odo uso y ex celente calidad habí a tom ado cariño . Som etido el caso al análisis, se re velaron los hechos siguientes: el día anterior había recibido u na carta extraordin ariamen te desagrada ble de s u cuña do, carta que term inab a con esta frase: "Por aho ra no tengo ganas ni tiem po de apoyar tu ligereza y tu holgazanería." La poderosa reacción emotiva qu e esta carta pro dujo en mi colega le hizo apresu rarse a sacrificar al día siguien te el c ómodo lapicero -regalo de su cuñado- para no tener que deberle f avor nin guno.» b) Una seño ra, cono cida mía, se abstu vo, co mo es com prensible, de ir al teatro d uran te su luto por la muerte de su anciana ma dre . Al faltar ya muy pocos d ías pa ra el términ o del año de luto rigur oso , se dejó convenc er po r las reite radas instancias de sus amigos y adquirió una localidad para una representación de extr aor arioperdido interés;sup billete. ero luego, gar al teatro, descubrió quedin había Desal lle pué s supuso q ue lo había tira do en un ión del billete del tran vía al bajar de éste. Est a señ ora se precia, de or dinario , de no perder nunca na da por descuido o d istracción y, por tanto, debe aceptarse la existencia de un motivo en otro caso de «pérdida» que le suced ió, y es el siguiente : Habiendo lle gado a un balneario, d ecidió hosped arse en una pensión en la que ya había estado otra vez. Recibida como antigua conocida de la casa, fue bien hospedada, y cuando q uiso satisfacer el importe de su estan cia se le dijo
9. Actos sintomáticos y casuales
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que debía considerarse como invitada, no tenien do, po r tan to, n ada qu e pagar , cosa que no le agradó mucho . Sólo se le consintió qu e dejase una pro pin a de stinada a la camarera que le hab ía servido . Para hacerlo así abr ió su bolso y extra jo de él un billete, que dej ó sob re mesa de su cuart o. Por la noche, el criado la pensión a llevarle billete de cinco marcos quedehabía halladofuedebajo de laotro mesa, y que, según creía la dueña de la pensión, debía de pertenecerle. Este billete tuv o que caer al suelo al sacar del bolso el o tro para la cam arera . La señora no quería, pu es, dejar de pagar su cuenta. 2. Otto Rank: En un largo estudio (La "pérdida de objetos" como acto sintomático, en f. Psychoanalyse, I, ha aclarado Otto Ra nk, con ayuda de anál isis de sueñ os, la pro funda motiv ación de estos actos y tendencia que constituye su fundamento. (En la Zentralblatt für Psychoanalyse, II, y en la Internat. Zeitschrift für Psychoa nalyse, pue den hallarse otra s comunicaciones sobre la misma cues tión.) Es muy interesan te, en el referido tra ba jo de Rank, su afirmación de que no sólo el perder objetos aparece dete rmi nad o, sino tamb ién el enco ntrarlo s. La ob servación de Rank, que a continuació n tran scri bo, nos da el sentido en que su hipótesis debe com prenderse. Es claro que en los casos de «pérdidas» se con oce el objeto, y por el con trario , en los de «hal lazgos» es aquél el que tiene q ue ser b us cado. (Internat. Zeitschrift für Psychoanalyse, III, 1915). «Una much acha, que depen día económ icamente de sus padres , dese aba comprarse un obje to de ad orno. Al preg un tar en un a tiend a por el precio objeto deseado se ente ró, con tristeza, de q ue sobrepasaba la cantidad a que ascend ían sus ahorros. Tan sólo dos coronas eran las que le faltaban, privándola de aquel la peq ueña alegría. M elancólicamente, regresó a su casa a través d e las calles de la ciud ad, llenas de animación en aquella hora crepuscular. En una de las plazas
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Psicopatología de
vida cotidiana
más frecuenta das fijó de pront o su atención -a pesar de que, según decía al relatar el suceso, iba abstra ída en sus pen sa mien tos- en un pequ eño papel que había en el s uelo y sobre el cual acababa de pasar sin haberlo visto antes. Se volvió y lo recogió, viendo con sorpresa que era un bi llete de dos co ronas doblado mitad. prim ientopara f ue elqudee que aquel billepteorsela lo habíaSudep araerdopensam el Destino pudiese comprarse el ansiado ado rno , y emprendió de nue vo el camino hacia la tienda, p ara seguir aquel la indicación de la fortuna. Mas en el mism o mo me nto cambió de inten ción, pensando que el dinero encontrado es un dinero de buen a suert e que n o debe gastarse. »EI pequeño análisis necesario para la comprensión de este "acto casual" puede llevarse a cabo sin la declaración pers ona l de la interesad a, y deduc irse directam ente de los hechos. E ntre los pensamie ntos que ocup aban a la mucha cha al regresar a su c asa tuvo que figurar en pri mer térm ino el de su pobreza y estrechez material, pensamiento al que nos es lícito sup one r que aco mpañaría el deseo de ve r llega do algo que pusies e tér mino a dicha situación. Por otr o lado, la idea de cóm o po día llegar con mayo r facilidad a la obt en ción de la sum a qu e le hacía f alta para satisfacer su p equ eño caprich o tuvo qu e sugerirle la solución más sencilla, o sea la del "hallazgo". De este modo qu edó su inconsci ente (o preconsciente) ispuesto a "hallar" to no se hizodpo r completo consciaun entecuenando ell a,tal popensamien r estar ocu pada su atención en otras cosas ("iba abstraída en sus pensamientos"). Podem os, pues, afi rmar, fundándonos en análisis de otro s casos semejant es, que la "disposición a bu s car" inconsciente pue de cond ucirnos has ta un re sultado po sitivo mucho antes que una atención conscientemente diri gida. Si no, sería casi inexplicable el que sólo esta per son a, entre cientos de tran seú nte s y yendo además en condicione s desfavor ables, po r la esca sa luz crepus cula r y la aglom era ción, pud iese hacer un hallaz go del que ell a mis ma pri-
9. Actos sintomáticos y casuales
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mera en quedar sorprend ida. El extraño hecho de que des pués del halla zgo del b illete, y cu and o, po r tan to, su disp osi ción hab ía llegado a ser superflua y hab ía ya escapad o con toda s egurid ad a la atención consciente, hi ciese la muchac ha un nuevo hallazgo, consistente en un pañuelo, antes de lle garciud a suad, n osym enues u natraoscura solitaria de lasenafella uerasesta de la en quéyalta medidcala le existía inconsciente o preconsciente disposición a encontrar.» Hay que convenir en que precisamen te estos actos s into máticos nos da n a veces el mejor acceso al conocim iento de la íntima vida psíquica de l hom bre. Exp ond ré ahora un ejempl o de acto casual que, sin nece sidad de someterlo al análisi s, mo stró u na profunda signi fi cación, ejemplo que aclara maravillosamente las condicio nes bajo las cuale s pued en ap arecer tal es síntom as sin llamar la atención, y del que pued e dedu cirse una obs ervación de gran imp ortan cia práctica. En el curso de un viaje veraniego tuve que pasar unos cuantos días en cierta localidad, en espera de que viniera n a reunírseme en ella determinadas personas con las que pen saba proseg uir mi vi aje. En tales días hice conocimien to con un ho mb re joven que, como yo, parecía sent irse solitario y que se me agre gó gustoso. Hallánd ono s en el mismo ho tel, se nos h izo fácil comer ju nto s y sali r junt os a p aseo. Al tercer día, después de almorzar, me comunicó, de repente, que aquella tarde es perab a a su muje r, qu e llegaría en el exp reso. Esto des pertó mi inte rés psi cológi co, pues me había ya ch o cado aquella mañana que mi compañero rehusase emprender una excursión algo larga y se negase lueg o, durante el breve paseo que dim os, a subir por un cam ino, alega ndo era de masiado p end iente y algo peligros o. Paseando lue go po r la tarde afirmó de pronto yo tenía que sentir ya apetito y que debía aplazar mi cena por causa suya, pues él iba a esperar a su mujer y cenaría luego con ella. Yo com prend í la indi recta, y me senté la mesa, mien tras él se dirigía a la estación.
de
vida cotidiana
A la maña na siguiente nos volvimos a enco ntrar en el hall del hotel. Me presen tó a su muje r y añadi ó: «Almor zará us ted con noso tro s, ¿no?» Yo tenía que hacer aún una pequ eña comis ión en un a calle cercana al hotel, pero aseguré que re gresar ía en seguida. Al entra r luego en el com edor vi que la pareja se había al mismFrente o ladoa de u naquedaba pequ eña colocada junto sentado a una ventana. ellos unamesa única sill a, sobre cuyo respaldo , y cub rien do el asiento, se hallaba un grand e y pesado abrigo pertenec iente al mar ido . Yo com pre ndí en seguida el sentido de esta colocación, in consciente, pero , po r lo mism o, má s expresiva. Quería decir : «Aquí no hay sitio pa ra ti. Ya no me haces fal ta.» El m arido no se dio cuenta de que yo p erm anec ía en pie ante la mesa sin poder senta rme . La mujer, en cambio, sí lo no tó, y dán dole c on el codo m ur mur ó: «Has ocupado con tu abrigo el sitio Endel esteseñor.» y otros casos análogos me he dicho siempre que los actos inintencionados tienen que ser, de continuo, un man antia l de malas inte ligencias en el trato entre lo s hom bres. El que los ejec uta ignora en absoluto la inten ción a ellos ligada, y no teniéndola, po r tanto , en cuenta, no se considera responsable los mism os. En cambio , el que los observa l os utiliza, i gual que los demás d e su interlocutor, para dedu cir sus intencion es y pro pósito s, y de este mo do llega r a averi guar de sus proceso s psíquicos más de lo que aquél e stá dis puesto a comunicarle o cree haberle com unicado. El adivi nad o se indigna cu ando se le mu estra n tales conclusiones, dedu cidas de sus actos sintom áticos, y las declara infun da das, puesto que al ejecutar dichos actos le ha f altado la con ciencia de la intención, quejándose de mala comprensión por par te de los dem ás. Observada con detenimiento tal in com prens ión, se ve que reposa en e l hecho de comp rend er demasiado y demasiado sutilmente. Cuanto más «nerviosos» son dos hombres, tanto más
pron to se dar án mo tivos uno a o tro pa ra dif erencias que los
g. Actos
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separen, y cuyo fundamento negará cada cual con respecto a sí mis mo con la mism a segu ridad con que lo afir mará pa ra el otro. Éste es el castigo de la insinc eridad in terior a l a qu e permiten los hombres manifestarse bajo el disfraz de olvi dos, actos de térm ino erró neo y omisiones i nintencion adas, que mejor queo se a sídomin m ismos y confesas en a lossería demás cuand noconfesase pud iera nnya arlos. Se pu ede afirmar, en general, que todos practicamos constantemente análisis psíquicos de nuestros semejantes, y que a conse cuencia de ello aprendemos a conocerlos mejor que cada uno de ellos a sí mism o. El estudio de las propias accione s y omisiones aparentemente casuales es el mejor camino para llegar a conocerse a sí mi sm o. De todo s los poetas q ue ha n escr ito al go sobre los peq ue ños actos sintom áticos y los ren dim ientos fall idos o los han utilizado en s us obras, ni ng un o ha reconocido con tanta cla ridad su secreta natura leza ni le s ha infundido u na vida ta n inquietante como Str ind ber g, cuyo genio fue, cierta mente, auxiliado en est a cue stió n por su profunda anorm alidad ps í quica. Karl Weiss: El doctor Karl Weiss ha llamado la atención sobre el siguiente trozo de u na de la s obras de Strin dber g (Inter nal Psychoanalyse, p. 268): «Al cabo de algún atiempo realmente el conde acercó con serenidad Esthe llegó r, como si le hubiera dad yosecita. esperado mucho tiempo -le preguntó con su voz velada. »-Seis meses; ya lo sabes -respondió Esther-. ¿Me has visto hoy? »-Sí. En el tranvía. Y te miré a los ojos de tal man era que creía estar hablando con tigo . »-H an pasado m uc ha s cosas desde la última vez . »-Sí. Creí que tod o ha brí a term inad o entre noso tros. »-¿Cómo?
Psicopatología de la vida cotidiana »-Todos los pequeño s regalos que de ti había recibido se fueron rompiendo, y todos ellos de un modo misterioso. Pero esto es u na antig ua advertencia. »-¿Qué dices? Ahora recuerdo un gran número de casos de esta cl ase que yo creí casu alidad . Una vez me regaló mi abuel unos de lentes, cuand estáb rela ciones.a Eran cristal de o aúny se veíaamos con elenlosbuena divin samen te; una verdadera mara villa que yo trataba con to do cuida do. Un día rompí con la anciana y ésta me tomó odio ... La primera vez que despu és de esto me pu se los lent es se caye ron los cristales sin causa ninguna. Creí en un simple des perfecto, y los man dé arregla r. Pero n o; siguieron rehusa n do prestar su servicio, y tuve que relegarlos a un cajón, del que luego desaparecieron. »-Es ext raño q ue to do aquello qu e a los ojos se r efiere sea lo que muestra un a más sens ible naturalez a. U n amigo me regaló una vez unos gemelos de teatro. Se adaptaban tan bien mi vista, que era un pl acer para mí el usarlos . Mi ami go y yo nos con vertimos en enem igos. Ya sabes tú que a esto se llega sin caus a visible, como si le pareciese a u no que ya no se debe se guir unid os. Al querer utilizar después los gemelos me fue imposible ver claram ente con ellos. El eje transve rsal resultaba corto y ante mis ojo s aparecían dos im ágenes. No necesito decirte que ni el eje se había acortado ni tampoco habí a crecido entre ojos.o Es un milagro sucede todos lola sdistancia días y que l osmis malos bservado res no que n o tan. ¿Explicación? La fuerza psíquica del odio es m ayor de lo que creemos. La so rtija que me diste ha perdid o su pie dra y no se deja reparar, no se deja. ¿Quieres ahora separarte de mí?...» (Las habitaciones góticas, p. 258). También en el cam po de los actos sin tomático s tiene que ce der la observación psíquica la prioridad a los poetas y no pued e hacer más q ue rep etir lo que éstos han dicho ya hace much o tiempo. El señor Wilhelm Str oss me l lamó la ate n-
9. Actos sintomát icos y casuales
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sobre el siguiente trozo del Tristram Shandy, la conoci da novela hum orís tica de Lawr ence Sterne (IV par te, capít u lo V): «Y no me extraña nad a que Gregori o Nacianceno , al observar los gestos rápidos y fugitivos de Juliano, predijese su apostasía. Ni que San Ambrosio despidiese a su ama nuense por los de sue cabeza, que no iba y venía comincorrectos o un látigomovimientos de trillar. Ni qu tase en seguida que era un sabio po r el hecho de ver cómo al hacer un haz de leña ponía los sarmiento s má s finos en medi o. Hay mil rendi jas que pasan así inadve rtidas -co ntinuó mi pa dr e- , a través de las cuales una mirada pe netrante puede descubrir de una vez el alma, y yo afirmo -a ñadió - que un hombre ra zonab le no puede de jar su som brero al entrar en una habitación o cogerlo para marcharse sin que se le escape algo que n os revele su ín tim o ser.»
10. Errores
Los errores de la me moria no se disti ngu en de los olvidos acompañ ados de recuerdo erróne o más que en un sol o ras go; esto es , en que el erro r (el recuerdo err óneo) no es reco nocido como tal, sino aceptado como cierto. El uso del t ér mino «error» parece, si n embargo, depen der todavía de otra condición. H ablamo s de «errar» y no de «recordar erróne a mente» en aquellos casos en que el material psíquico q ue se trata de reproducir posee el carácter de realidad objetiva; esto es, cua ndo lo que se quiere recordar es al go distin to de un hecho de nuestra vida psíquica propia, algo más bien que puede ser sometido a una confirmación o una refuta ción por la mem oria de otras perso nas . Lo co ntrario a un erro r de mem ori a está con stitu ido , en este sentido , por la ignorancia. En mi libro La interpretación de los sueños me hice res pons able de u na serie de errores en citas históricas y, sobre tod o, en la exposic ión de algunos hecho s, errores de los qu e con gran sorpresa me di cuenta una ya publicada la obra. Después de exam inarlos, hallé que no eran imputables a ig norancia mía, sino que constituían errores de mem oria e x plicables por me dio del análisis. 240
10. Errores
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a) En u na de sus páginas señalé como lugar natal de Schi ller la ciudad alemana de Marburg, no mb re que lleva tam
bién una ciudad de Estiri a. El error se encue ntra en el análi sis de un sueño que tuve durante una noche de viaje, y del cual me despertó la voz del empleado, que gritaba: ¡Mar burg!, al llegar el tren a dicha estac ión. En el con ten ido de este sueño se pregun taba por un libro de Schiller. Éste no na ció en la ciud ad un iversitaria de Marburg, sino en una ci u dad de Suabia llamada Marbach, cosa que jam ás he igno rado. b) En otro lugar se dice que Asdrúbal era el padre de Aní bal. Este error me irritó especialmente, pero, en camb io, fue el que más me confirmó en mi concepción de tales equivo caciones. Pocos lectores de mi libro est arán ta n familiar iza dos como yo la historia los Barquidas, y, si n emb argo, cometí ese error al escribir mi obra y no lo rectifiqué en las pruebas que por tres v eces repasé con todo cuid ado. El nom bre del padr e de Aníbal era Amílcar Bar ca. Asdrú bal era el de su herm ano y también el de su cuñ ado y pr edece sor en el mando de los ejér citos. c) También afirmé por error que Zeus había castrado y arrojado de l trono a su pad re, Cronos. Por error retras é ese crimen en un a generación, p ues, según la mitología grie ga, fue Cronos quien lo com etió en l a person a de su pa dre,
¿Cómo se explica que mi memoria me suministrara sobre estos puntos datos erróneos, cuando, como pueden com probar los lect ores de mi libro, puso acertadamente a m i dis posición, en todo lo demás, los materiales más remotos y poco co munes? ¿Y cómo pud iero n escapá rseme tales err o res, como si estuviera cie go, en las tres cuidado sas correccio nes de pruebas que llevé a cabo? Goeth e dijo de Lichtenberg: «Al lí donde dice una chanza, yace oculto un problema.» Algo análogo podría afirmarse
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de los trozos de mi libro antes transc rito s: «Allí donde apa rece un error, yace detrás una represión», o, mejor dicho, una insinceridad, una desfiguración de la verdad, basada, en último té rm ino, en un material rep rim ido . En efecto, en los análi sis de los sueño s que en dicha o bra se expo nen me había vi sto obligado, p or la desnud a naturale za de l os te mas a los que se refe rían los pens amie ntos del sueñ o, a inte rru mpi r algunos análi sis antes de l legar a su térm ino ver dadero, y otras veces, a mitigar la osadía de un detalle indiscreto, desfigurándolo ligeramente. No podía obrar de otra manera ni cabía llevar a cabo selección ninguna si que ría expon er ejemplos e ilustracio nes. Esta mi forz ada situación provení a necesariamente de la particu larida d de los sueños de dar expresión a lo rep rim ido ; esto es, a lo in capaz de devenir consciente. A pesar de to do , que dó en mi libro lo suf iciente par a que espíritu s más delicados se sin tiesen ofendido s. La desfiguraci ón uyocultació n de losnopen samientos que quedaban sin exponer que yo conocía pudo ser ejecutada sin dejar alguna huella. Lo yo no que ría decir consiguió con frecuencia abrirse camino, contra mi voluntad, hasta lo que había admitid o como comunica ble y se manifestó en ello en forma de errores que pasaron inadvertidos para mí. Los tres casos citados se refieren al mismo tema fundamental, y los errores son resultantes de pensamientos reprimidos relacionados con mi difunto padre. a') Aquel que lea en uno de los sueños analizados en con trará fra ncamente expuesto en parte , y po dr á en parte adivinarlo por las indicaciones que allí constan, que inte rr um pí el aná lisis al llegar a pens amie ntos qu e hubieran cont enid o u na crítica poco favora ble de la per son a de mi pad re. En la continuación de esta cadena de pensamientos y recuerdos yace una enfadosa historia, en la cual desem peñ an princ ipal papel un os li bros y un com pañ ero de ne goci os de mi padre llam ado M arburg , no mb re igua l al de
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la estación de la línea de ferrocarriles del Sur, con el que me despertó el empleado del tren. En el análisis expuesto en mi libro quise suprimir, tanto para mí mismo como para mis lectores, al tal señor M arbur g, el cual se vengó in troduciéndose luego en donde nada tenía que hacer y Marbach, nombre de la ciudad natal de transformando Schiller, en Marburg. b') El error de escribir Asdrúbal en vez de Amílcar, esto es, el nom bre del he rm an o en lugar del del pad re, se pro du jo por una asociación con determinadas fantasías relacio nadas con Aníbal, construidas por mi imaginación en mis años de colegial, y con mi disgusto por la conducta de mi padre ante l os «enemigos de nuestr o pueblo». Podía hab er prosegu ido y habe r contado la transfo rma ción acaecida en mis relaciones con mi padre a causa de un viaje que hice a Inglaterra y en el que conocí a mi hermanastro, nacido de un anterior ma trimo nio de mi padre . Mi herm anas tro te nía un hijo de mi mism a edad , y mis fantasí as imag inativas sobre distinta sería mi situación si en vez de hijo de mi padre lo f uese de mi herm ana stro no enco ntraro n, por tanto, ob stáculo n ing uno refe rente a la cuestión de la edad. Estas fantasías reprimidas fueron las que falsearon, en el lugar en que interrumpí el análisis, el texto de mi libro, obligándome a escribir el nom bre del herm ano en lugar d el del padr e. c') Atribuyo asimismo a la influencia de recuerdos refe rentes a mi hermana stro el haber retrasado en una genera ción el mitológico cr imen de las deida des griegas. De las ad vertencias que mi hermanastro me hizo hubo una que retuve durante mucho tiempo en mi memoria. «No olvides -m e di jo -, p ara re gir tu conducta en la vida, que perteneces no a la generación siguiente a tu padr e, sino a la otra inm e diata poster ior.» Nuestro padre se había vuelto a casar ya en edad avanzada y llevaba, por tan to, m ucho s años a los hijos que tuvo en es te segundo m atrim onio. El error mencionado
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fue cometido por mí en un lugar de mi l ibro en el que hablo precisam ente del amor entre padre s e hijos. Me ha sucedido tamb ién algunas vec es que amigos o pacien tes, cuy os sueños hab ía yo relatado o a los que alud ía en aná lisis de otro s sueños, m e han adv ertido q ue en la exposici ón de mis investigaciones habían hallado algunas inexactitu des. Éstas consis tían también siempre en errores históricos. Al examinar y rectificar estos casos he convencido de que mi recu erdo de los hechos no se mo strab a infiel más que en aquellas ocas iones en las que en la exposición del análisi s ha bía desfigurado u ocultado algo intencionadamente. Así, pues, tam bién hall amos aquí un error inadvertido como de una ocultación o represión intencionadas.
De estos errores srcinados p or una represión hay que dis ting uir otro s debidos a igno rancia real. Así, f ue debido a ig nora ncia el que durante un a excursión por Valaquia creye ra, al llegar a una localidad, q ue se tr ata ba de la reside ncia del revolucionario
En efecto, el lugar donde residía
llamaba también pero no estaba si tuado en Valaquia, sino en Carintia. Pero esto no lo sabía yo. He a qu í otro error vengonzoso, pe ro m uy instructivo y que puede considerarse como un ejemplo de ignorancia
temporal. Unros paciente recordó día miia,promesa darl e dos lib que yome po seía sobreunVenec ciudad q de ue iba a visitar en un vi aje que pens aba hacer d ura nte las vacaci o nes de Pascua. Yo le respo ndí los tenía separados para entregárselos y fu i a m i bibli oteca pa ra cogerlos. La verda d era que se me había ol vidado bu scarlos, pues no estaba muy conforme con el via je de mi pa ciente, qu e me parec ía un a in necesaria interrupción del tratamiento y una pérdida eco nómica pa ra el médico. Al llega r a mi biblioteca eché un rá pido vista zo sobre los libros para tra tar de hallar los dos que hab ía prom etido pres tar a mi cliente. Enco ntré un o titulado
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y lue go, queriendo b uscar otra obr a histórica, cogí un libro titulado Los Médicis y con ambos de la bibli oteca pa ra regresar a e lla inme diat ame nte, aver gonzado de mi error al haber creí do po r un m om ento que los Méd icis ten ían algo que ver con Ven ecia, a pesar de sabe r Venecia, ciudad de arte,
perfectamente l o conactos trario.sintomático Dad o que hab hecho v errem a mi paciente sus propios s, noíatuve más e dio, par a salva r mi autorid ad, que o bra r con justi cia y conf e sarle hon rad am ente los ocultos motivos del dis gusto qu e su viaje me cau saba. Pued e adm irars e, en gener al, el hecho de que el imp ulso a decir la verdad es en los hombres mucho más fuerte de lo que se ac ost umbra cre er. Quizá se a un a consec uencia de mi ocup ación con el psicoanálisi s la dificultad que experi mento para mentir. En cu anto trato de desfigur ar algo, sucu mb o a un e rro r o a o tro funcionamiento fa llido cualquiera , por m e dio del que se revela mi insinceridad, como en los ejemplos anteriores ha podido verse. El me can ism o del error parece ser el más supe rficial de to dos los de los fun cionamientos fall idos, pu es la emergen cia del erro r mu estra , en general, qu e la activida d psíquica co rrespondiente ha tenido que luchar con una influencia pertu rbad ora, pero sin que haya quedado d etermin ada la naturaleza del error por de la idea perturbadora, que perman ece casos ocultasenci en lallos oscuridad. A ñadiremos aquío gque en muc hos de equivocaciones or ales rá ficas d ebe adm itirs e el mism o estado de cosa s. Cada vez que al hablar o al escri bir nos equivo camos, debemos d e ducir la exist encia de u na pertu rba ció n causada por pro ce sos psíquicos exteriores a la intención; pero hay también que admitir que la equivocación oral o gráfica sigue con frecuencia las leyes de la analogía, de la comodidad o una ten den cia a l a aceler ación, si n que el el emento pert ur bador consiga im pri mir su carácter prop io a las equivoc a ciones resultantes. El apoyo del matetial lingüístico es lo
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que hace posible la de term ina ció n del fallo, al mismo tiem po qu e le señala un límite. Para que consten aqu í algunos eje mplos de errores que no sean exclusivamente los míos personales, citaré todavía unos cuantos, qu e hubiera podido inclui r igual mente entre las orales o losa de actos término erróneo, per equivocaciones o qu e, dad a la equi valenci tod de as estas c lases de rendi mien tos fallidos, no imp orta que sean incluido s en cualquie ra de ellas. a) En una ocasión proh ibí a un paciente mío que hablara por teléfono con su amante, con la que él mismo deseaba romper, para evitar que cada nueva conversación hiciera más difícil la lucha inter ior que so stenía. Estaba ya decidido a comun icarle por escr ito su irrevocable decisión , pero en contra ba difi cultades par a hacer l legar la carta a sus m anos. En esta situación, m e visit ó un día a la una de la tarde para comun icarme que había encontrado un m edio de salvar di chas dif icultades y pre gunta rme, entre o tras co sas, si le per mitía refer irse a mi a uto rida d médica. A las do s, hallándo se escribiendo la cart a de rup tura , se interru mpió de repent e y dijo a su madr e: «Se me ha olvidado preg untar al doct or si debo dar su nom bre en la car ta.» A contin uació n fue al telé fono, pidi ó un n úm ero , y cuando le pusieron en comunica ción, preg untó : «¿Podría decirme si el señor doc tor recib e en consulta después del almuerzo?» La respuesta fue un asom brado «¿Te has vuelto loco, Adolfo?», pronunciado con aquella voz que yo le hab ía proh ibid o volve r a oír. Se había «equivocado» al pedi r la comunicación y había dad o el nú mero de su ama nte en ve z del número del médico. b) Una señora joven tenía qu e visitar a una amig a suya, re cién casada, qu e vivía en la carretera de Hab sbu rgo burgergasse). Al referirse a esto dura nte la comid a, se equi vocó y dijo que tenía que ir a la carrera de (Babenbergergasse). Sus familiares se ech aron a reír al oírla, haciéndole no tar su error, o, si se quiere, su equivocación
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oral. Dos días antes se había proclamado la República en Viena; los colo res nacionales, am arillo y negro, hab ían sido sustituidos p or los antiguos: rojo, blanco, rojo, y los Habsburgo habían sido destronado s. La seño ra introdujo est a modifi cación en las señas de su amiga. En efecto existe en Viena, y es muy conocida, una calle de Babenberg (Babenbergerstrasse), pero ningú n la denominaría carrera (Gasse). c) En un lugar de veraneo, el m aestro de escuela, un joven pobre com o las rata s, pero de apu esta figura, hizo la corte a la hija de un prop ieta rio d e la ciuda d, que poseía allí una vi lla, consiguiendo enam orar a la muchacha de tal mod o, q ue logró arra ncar a sus padres el consentimiento p ara la bod a, a pesar de la diferenci a de po sición y raza existente en tre los novios. Así las cosas, el maestro escribió a su he rm an o un a carta en laita, quepelerodecía l oamable, sigu iente: much acha nada bon sí muy y con«La el tal lo me basta. Lono quees no te pued o decir aún es si me decidiré o no a casarme con una judía.» Esta carta llegó a manos de la novia al mismo tiempo que el he rm an o se quedaba asomb rado ante l as ter nezas amo rosas q ue con tenía la carta por él r ecibida. El que me relató este caso me aseguró que se trataba realmente de un error y no de un a astucia encaminada a provocar la ru p tura . También he cono cido o tro caso si milar en el que un a anciana señora descontenta de su médico y no queriendo decírselo francam ente, utilizó de cambia r lasonia carr tas para alcan zar su objeto, y este estamedio vez sí pued o te stim que fue el er ror y no una astucia consciente lo que se sirvió la cono cida estratagema de comed ia. Brill relata el caso de una señora que, al preguntar a otra por la salud de una amiga común, la designó por su nombre de soltera. Al llamarle la atención sobre su error, tuvo que confesar que no le era simpático el marido de su amiga y que el matrim oni o de le había disgustado. e) Un de erro roral: queUn pued serbre también coe nsiderado como de caso equivocación h eom joven fu a inscribir
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en el Regi stro el nacim iento de su segund a hija. P reguntado po r el nombre que le iba a poner, resp ondió q ue Ana, a lo cual repuso el empleado que cóm o le pon ía el mis mo que a su primera hija. Como puede comprenderse, no era ésta su intención y r ectificó el nom bre en el acto, debiend o deducir se de tal error que la segu nda hija no había sido tan bien reci bida como la primera. f) Añado aquí algunas otras observaciones de cambio de nombres, que pudieran también haber sido incluidas en otro s capítulos d e este libro. Una señor a tenía tres hijas, de l as cuales dos se hallaban casadas hacía ya largo tiem po, mie ntra s qu e la tercera es pe raba aú n la llegada del mari do que el Dest ino le designase. Una amiga suya había hecho a las hijas casadas, en ocasión de su m atr imonio, un igual r egalo, consistente en un val ioso servic io delio plata Siempre que la mad este utensi nompara brabté.a equivocadamente comoredhablaba ueña dedeél a la hija soltera. Se ve con toda cla ridad q ue este err or expre sa el deseo d e la ma dre de ver casada a l a hija que le queda. Supone, adem ás, que tam bién había de reci bir el mism o re galo de bod a. Análoga mente fáciles de interpreta r son los frecuentes ca sos en que una m adr e confunde l os no mbres de sus hij as, hi jos, yernos y nueras. De una autoobservación del G., verificada dur an te su estancia en un sanatorio, tomo el siguiente precioso ejemplo de tenaz confusión de nom bre s: «En la mesa redo nd a del sanato rio dirig í, en el curso de una conversación que me interesaba poco y que era llevada en un tono por completo superficial, una frase especialmen te amable a mi vecina de mesa. Ésta, u na soltera ya algo ma dur a, no p udo por me nos de observar que aquel la frase mía era una excepción, pues no solía mostrarme de costumbre tan amable y galante con ella; observación que era, por un lado , mues tra de sentimien to, y por otro, un alfilerazo diri-
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gido a otra m uchacha que am bos conocíamos y a la que yo solía mostra r más atención. »Como es natu ral, co mprend í en seguida la alusión. En el tran scurso de la conversaci ón que después se desarroll ó tuve que hacerm e llamar varias ve ces la atenc ión po r mi in terlocutora, cosa que me fue harto penosa, por haber confundi do su n om bre con el de la otra much acha, a la que no sin ra zón con sideraba ella como su feliz rival.» g) Como un caso de «error» expondré aquí un suceso, grave en el fondo, que m e fue relatado p or un testigo p resen cial. Una seño ra había estado pase and o po r la noche con su marido y dos amigos de éste. Uno de estos últimos era su amante, circunstancia que los otros dos personajes ignora ban y no debían descubrir jam ás. Los dos amigos acompa ñaron al matr imo nio hasta la puert a de casa y comenza ron a despedirse mientras esperaban quesuvinieran a abrir la puerta. La señora saludó a uno de los amigos dándole la mano y dirigién dole un as palabra s de cortesía. Lu ego se co gió del brazo de su aman te, y volvié ndose a su marid o, quis o despedirse de é l en la misma forma. El mar ido ent ró en la si tuación y, quitán dose el som brero , dijo con exquis ita corte sía: «A los pies de usted , señora.» La muj er, asus tada, se de s prendió del braz o del amante y, antes que se abriera la puer ta de su cas a, tuvo aú n tiemp o de decir: «¡Parece ment ira que pueda pasarle un o cosa marido de aquellos que tien en poraimposible u na así!» infidelElidad de suera mujer . Repe tidas ve ces habí a jur ado que en un caso tal peligraría más de una vida. Así , pues, poseía los más fuertes obstáculos in ter nos p ara llega r a darse cu enta del de safío que el erro r de su mujer constituía. h) He aquí un error cometido p or un paciente mío y que, por repetirse después en sentido inverso, result a especi al mente instru ctivo : tra s una larga lucha interior se había d e cidido el joven a contraer mat rim on io con u na mu chacha que le quería y la que tamb ién él amab a. El dí a en le co-
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municó su resol ución l a acom pañó h asta su ca sa, se despidió de y tom ó un tranvía, en e l cual pidió al cob rado r dos bi lletes. Medio año después, ya casado, siente que no puede acost umbrarse a la vida conyugal, duda d e si ha hecho bien en casarse, echa de menos sus amistades de soltero y tiene mil cosasa recoger que rep aroc a sus suegros. a casa de éstos su har mujer, subió con ellUna a entarde un trafue nvía y al acercarse el cobrad or le pidió un solo billete. i) Maeder nos relata un precioso ejemplo de cómo por medio de un error puede satisfacerse un deseo reprimido a disgu sto («Nouvelles contrib utio ns», etc., en de Psych., VI, Un colega deseaba gozar por entero, y sin tener que ocu parse d e nada , de un día de vacaciones, pero tenía precisam ente que hacer un a visita poco agradable en Luce r na , y desp ués de largas vacilaciones, se decid ió a ir a dicha ciud ad. Para distraerse dura nte el vi aje de a Goldau se pus o a leer los perió dicos. Al llegar a Goldau cam bió de tre n y prosigu ió su lectura. Ya en marcha el tren , el revisor l e adv irtió q ue se había equivocado en el tran sbord o y en vez de tom ar el tren qu e iba a Lucer na había subido en otr o que regresaba a j) El doctor V. Tausk comunica, bajo el título «Rutas fal sas», un intento análogo, pero fracasado, de realización de un deseo r eprim ido po r medio de un error (Internat. Zeitschriftf. aerztl. «Duran te laPsychoanalyse, cam pañ a vine u IV, na vez desde el fr ente a Viena
con pe rm iso , y un an tiguo cliente mío q ue se enteró de mi estancia en la capital me avisó para que fuese a visitarle, pues se hallaba enfermo en ca ma. Accedí a su p etici ón y fui a ver le, perman eciendo dos horas en su ca sa. Al desped irme me pre guntó el enfermo cuán to me debía por mi visita. »-Estoy aqu í sólo por u no s días hasta que acabe mi per miso -le contesté-, y no visito ni ejerzo mi profesión du rante ellos. Considere usted mi visita como un servicio amistoso.
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»E1 enfermo vaciló en acep tar mi oferta sinti endo qu e no tenía derecho a co nsiderar un servicio profe sional com o un favor gratui to; pero , po r últim o, se d ecidió a hacerlo así, ex pres and o, con una cortesía que le dictó su satisfacción ante el ahorr o de su din ero, que siendo yo perito en psicoaná lisis, debía obrar siempre ac ierto. mí mism o mecon entraron también pocos momentos des pués ciertas sospechas sobre la sinceridad de mi generosa conducta, y asalt ado de dudas -q ue apenas admitían un a so lución equívoca- tom é tranv ía eléctrico de l a línea X. Des pués d e un corto via je en este tranv ía, debía ape arm e de él para tomar el de la línea Y. Mientras esperaba que llegase este último , olvidé la cuesti ón de mis h ono rario s y comencé a pensar en lo s síntom as que el paciente presentaba. Entre tan to llegó el tranvía que yo esperab a y monté en él. Mas en la prime ra parad a tuve que apearm e, pue s, por erro r y sin dar me cuenta, h abía tom ad o, en v ez de un tranvía de l a lí nea Y, u no de la línea X que pasaba en dirección co ntraria y me hacía regre sar, po r tanto , hacia la ca sa del paciente al que no habí a querido cobrar hono rarios ningu nos. Mi incons ciente, en cambio, quería
a buscar tales honorarios.»
k) En
una ocasión l levé yo ta mbién a cabo u na habilidad semejante a la del sujeto del ejemplo i). Había prometid o a mi herm ano mayor ir le a visitar dur ante el verano a un a pla ya de lade costa en la que m él se hallabaobligado y, d ado el pocoel tiempo q ueingl podesa ía disponer, e había a hacer viaje por el camino más co rto y a no deten erm e en ning ún punto . Pedí a mi hermano que me conce diera qued arme un día en Holanda, pe ro me l o negó , diciendo que después, al regresar, podía hacer lo que me pareciese. Así, pues, em pren dí mi via je desde pasando por Colonia, hasta Rotterdam y Hook, de don de, a m edian och e, salía un barco para Harwich. En Colonia tenía que cambiar de tren, p ara tomar el rápido de Rotterdam . Descendí de mi vagón y me puse a buscar dicho rápido sin lograr descubrirlo en parte
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alguna. Pregu nté a varios emp leados, fui enviado de un an dén p ara otr o, caí en u na exagera da desesp eración, y al c abo de esto, pud e supon er que du rant e mis vanas in vestiga ciones debía ya de habe r salido el tren bu scado . Cuan do ello me fue confirm ado reflexioné si debía qu edarm e aquella no che en sentimiento Colonia, co familiar, sa a la que, entresegún otro una s motiv me indu cía un pues, viejaos,tradición nue stra, u nos antep asado s míos se había n refugiado en esta ciudad huyen do de una persecu ción con tra los jud íos . Sin embargo, resolví tomar un tren posterior para Rotterdam, adon de llegué mu y entrad a la noch e, y, por tant o, tuve qu e pasar tod o el día siguient e en Hol anda. Esta estancia me per mitió realizar un deseo que abrigaba hacía ya mucho tiem po: el de admirar los magníficos cuadros de Rembrandt existentes en La Haya y en el Museo Real de Amsterdam. Hasta la mañana siguiente, cuando, durante el viaje en un tren inglé s, pu de resumir mis impresiones, no surgió en mí el indudable rec uerd o de hab er visto en la estación de Colo nia, a po cos pa sos del sitio do nde me apeé del tren y en el mismo andén, gra n cartel c on la indicación «R otterdamHook de Holanda.» All í espera ba con segu ridad el tren en el que había debid o co ntin uar mi v iaje. Si no se quiere admitir que, co ntra las órdenes de mi he rm an o, quería a toda co s ta ad mirar los cuadr os de R emb randt en mi v iaje de ida, ha brá quemía. co nsid erarloelrestante incidente, mi com una inexplicabl e «cey guera» Todo bieno fingida perplejidad la emergencia de la pía intención familiar de quedarme aquella noche en Colonia, fue tan sólo un dispositivo desti nado a encubrir mi propósito hasta que hubiera sid o tado p or completo. J. Staercke expone c.) otro caso observado en sí mismo y en el que una «distracci ón» facilita la realización de un deseo al que el suje to cree haber ren unc iad o: «En una ocasión tenía que dar en un pueblo una confe rencia con proyecciones luminosas. Tal conferencia había
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sido fijada par a un día de term ina do y desp ués aplazada por ocho Este aplazamiento me fue comunicado en una carta a la que c ontesté, anotan do des pués en un mem orán dum la nueva fecha fijada. Debiendo ser la conferencia por la noch e, m e prop use lle gar por la tard e a la local idad indi cada para tener de hacer una visitaeladía un de escritor co nocido mío q uetie allímpo residía. Por desgracia, la co nfe rencia tuve por la tar de ocup acion es inexcusables y me fue preciso renun ciar con gran sentim iento a la visita dese ada. Al llegar la noche cogí un mal etín llen o de placas fot ográfi cas pa ra las proyecciones y sal í a tod a pri sa hacia la estación. Para pod er alcanzar el tren tuve que to mar un ta xi. (Es cosa que me sucede con gran frecuencia; mi innata indecisión a veces me ha obligado a toma r un auto móvil par a alcanza r el tren.) Al llegar a la localid ad a que me dirig ía me asom bró no en contr ar a nadie es perán dom e en la estación, según es costum bre cu and o se va a dar una confere ncia en tales pe queñas poblaciones. De pronto recordé que la fecha de la conferencia se había retra sad o en una sem ana y que, siendo aquel día el prim eram ent e fijado, hab ía hecho un viaje inú til. Después de maldecir de todo corazón mis "distraccio nes", pensé en tom ar el prim er tren p ara regresar a mi ca sa; pero, refle xionando, hallé que tenía u na gra n ocasión p ara hacer la visita dese ada. En el cam ino ha cia la casa de mi ami go el escritor caí en q ue mi deseo de ten er tie mp o suficiente para visit arle era sin dud a lo que había tra mado toda aquella conspiraci ón hacién dom e olvidar el aplazam iento de la con ferencia. Mi a presu ram iento para alcanzar el tr en y el ir car gado con el pesad o maletín lleno de placas eran cosas que sirvier on par a que la intención inconsciente quedase m ejor oculta de trás de ellas.» No se estará quizá mu y propicio a c ons idera r esta clase de errores aquí explicados como muy numerosos e importan tes. Pero he de in vitar a los lectores a reflexionar si no se tiene razón par a extender esta s mism as cons ideraciones a la con-
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cepción de los más importantes errores de juicio que los hom bres cometen en l a y en la ciencia. Sól o los esp íritus más selectos y equilibrados parecen po der preservar la ima gen de la realid ad exterio r por ellos percib ida de la desf igu ración que sufre en su trán sito a través de la individualid ad psíquica del perceptor.
Actos fallidos combinados
fifi
Dos de los ejemplos últimamente expuestos, mi error al transportar los Médicis a Veneciay el del joven paciente mío que sup o tran sgred ir mi prohib ición de hablar c on su aman te por teléfono, n o han sido, en realidad, descri tos con toda precis ión, y un examen más detenido no s los mu estra como una un ió n de un olvi do con un e rror. Esta misma u nió n pue de señ alars e con mayor c laridad en otr os ejemplos . a) Un amigo mío me relató el sigui ente suces o: «Hace algu nos añ os me presté a se r elegido miem bro del Com ité de una cierta sociedad literaria, creyendo que ésta me ay udaría a lo grar fuese representado un drama del que yo era autor, y aunqu e no m e interesaba n gran cosa , asistía con regularidad a las ses iones que dicha soci edad celebra ba tod os los vier nes. Ha ce algun os meses quedó asegurada la repres entación de un o de m is dra mas en el te atro E, y de sde entonces olvidé siempre acudir a las referidas sesiones. Cuando leí su libro de us ted sobre estas cuestiones me avergoncé de mi ol vido, reprochándome haber abandonado a mis consocios ahora que ya no necesita ba de ellos, y resolví no dejar de asistir a la reun ión d el viern es siguiente. Recordé de continu o este pro pósito h asta que llegó el momento de realizarlo, y me dirigí 255
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al domic ilio social. Al lle gar ante la pue rta del salón de actos me so rprend ió ver la cerrada. La reun ión se había ce lebrado y nada m enos qu e dos dí as antes. »Me había equivocado de y había ido en domingo.» b) El ejemplo siguiente es una combinación de un acto sintomático con una pérdid ral de un pero objepor to, y ha llegado a mi ,conocimiento muya tempo indirectamente, conducto fidedigno. Una señora hizo un via je a Roma con su cuñ ado , artis ta de gran fama. Éste f ue muy festejado po r los alema nes res iden tes en dicha ciudad , y, entre otros regalos, recibió el de una antigua medalla de oro . La señora vio con disgusto que su cuñ ado no sabía apreciar el valor d el artístico presen te. Días después llegó a Roma su herma na, y ella retor nó su casa. AI deshacer el equipaie, vi o con sorpresa que - sin saber cómohabía metido en él la preciada medalla, e inmediatamente escribió a su c uñado co municándoselo y anunc iándole que al día siguiente se l a restitu iría, envián dosela a Roma. Pero cua ndo quiso hacerlo, halló que había «perdido» u «oculta do» la medalla con tan ta habilidad que p or más que hizo no le fue posible enco ntrarla . Entonces sosp echó la seño ra lo que su «distracción» significaba; esto es, su deseo de conser var el obje to para sí. c) He a quí unos cu antos casos en que el acto fa llido se re piteJones tenazmente,pág.cam bianPor do cada vez desconocid de med ios: os pa ra él, 483): motivos había Jones dejado sobre su mesa, durante varios días, una carta, sin acordarse de echarla. Por últ imo, se decidió a ha cerlo, pero al p oco tiempo le fue devu elta po r las oficinas de Cor reos, a causa de habérsele olvidad o consign ar las señas. Corregida esta omis ión, echó la carta, olvidán dose esta vez de pone rle el sel lo. Despu és de esto no p ud o dejar ya de ver su repugnancia a m and ar dicha carta. En una pequeña comunicación del doctor Karl Weiss sobre un caso de olvido se describen muy precisa-
Actos fallidos combinados
mente los in útiles esfuer zos que se llevan a cabo pa ra ejecu tar un acto al que se opon e un a íntim a resistencia (Zentralfür Psychoanalyse, II, 9): «E l caso siguiente cons tituy e una pru eba de la persistencia con que lo inconsciente sabe llegar a conseguir su prop ósito cua ndo tiene algún motivo para impedir llegue a ejecución una intención determinada y de lo difícil que es asegurarse con tra tales tendenc ias. Un conocido mío m e rogó que le presta se un libro y que se lo lle vase al siguien te día. Accedí en el acto a su petició n, sintie n do, sin emb argo, un vivo disgusto cuya ca usa no pu de expli carme al principio, pero que después se me apareció claramente. El tal sujeto m e debía hacía mucho s año s u na cantidad que, p or lo vist o, no pen saba devolverme. Recor dan do esto, dejé de pen sar en la cuestión pa ra no volver la a recordar, porancierto con igual sentimiento de disgusto, hasta la m añ a siguiente . Entonces m e dije: "T u incons ciente ha de laborar para que olvides el libro. Pero tú no querrás parecer poco amable y, po r tanto, harás tod o lo po sible para no olvidarlo." Al llegar a casa envolví el libro en un papel y lo de jé junto a mí, sobre la mesa, mien tras escri bía una s carta s. Pasado un rato m e levant é y me m arché . A poco recordé que había dejado s obre la mesa las car tas qu e pens aba llevar al correo. (Advertiré de paso qu e en una de ést as me había visto a decir a lgohab desagradable a perso de la que enobunligado a futura ocasión ía de necesa un itar.) Di lana vuelta, recogí las cartas y volví a salir. Yendo ya en un tranvía, recor dé que había prom etido a mi muje r hace r una comp ra para y me satisfizo el pensar qu e no me causaría molestia ni n guna complacerl a, po r ser poco volu min oso el paquete del que tenía que h acerm e cargo. Al lle gar a est e pu nto surgió de repente la asoci ación "p aqu ete-libro " y eché de ver que no llevaba este último. Así, pues, no sólo lo había olvidado la primera vez que salí de casa, sino que tam poco lo había visto al recoger las cartas que se ha llaba n junto a él.»
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Psicopatologíade vida
Iguales elemen tos hallam os en la siguiente observación de Otto Rank, pene trantem ente analiza da (Zentralblatt Psychoanalyse,
«Un indiv iduo ord ena do hasta la e xageraci ón y ridicula mente m etódico me relat ó la siguie nte aventura que, d ada su manera de se r, consideraba en absoluto extra ordi naria . Una tarde , yend o po r la calle, quiso saber la hora, y al echa r mano al reloj, vio que lo había dejado en su casa, olvido en el que no recordaba haber inc urri do nunca. Teniendo aque lla tarde misma una cita, a la que deseaba acudir con toda puntuali dad, y no qu edán dole ya tiemp o pa ra regresar a su ca sa en busca del reloj, aprovechó u na visit a que hizo a u na señora amiga su ya para rogarle le prestase u no , cosa tanto más ha cedera cuan to qu e habían qu edad o en verse a la maña na si guiente a este día y, por ta nto , po día entonces devol verle su reloj, com o ma así lo pro metió al tom efecto,laa la siguiente ñana, fue a casa de arlo. la señCua orando pa ra, en efectuar devolución pro metida, vio con s orpresa que se había dej ado en casa el reloj de la señora y, en cambio, había cogido el suyo propio. Entonces se propuso firmemente no dejar de llevárselo aquell a mism a tarde y cump lió su prop ósito; pero al salir de casa de la señor a y querer m irar la hor a, vio, ya con infinito aso mbro y enfado, que si se había acordad o de traer el reloj pr est ado, ha bía, en cam bio, olv idad o coger el suyo. Esta repe tició n de actos fal lidos pareci ó al metó dico y orde nad o sujetdeocono de uncer carácter tan patológico, me expre su deseo su motivación psíquica. queEstos motiv só os se encontraron en seguida, en cuanto en el interrogatorio psico analític o se llegó a la pregu nta de si en el día cr ítico del pri me r olvido le había sucedido algo desag radable. A es ta preg unta contestó el s ujeto relatando qu e después de almor zar, y pocos m omentos antes que saliera a la calle dejándose olvidado el reloj, había tenido u na conversaci ón con su ma dre en la qu e ésta le había contado qu e un parien te suyo, per sona un ta nto ligera y le había costado muchas preo-
Actos fallidos combinados
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y desem bols os, ha bía em peñ ado el reloj y luego había venido a solicitar din ero p ara sacarlo, diciendo que lo necesitaban en su casa. Esta man era, un tan to forzada, de sa carle el dinero , había d isgustado mucho a nuestro individuo y le había record ado , adem ás, to das las contra riedades que desde mucho s añ os atrás vení a causándole el c itado par ien te. Su acto sintomático muestra, p or tanto, múlti ples deter min antes. En pr im er lugar, constituye la e xpresión de una serie de pens amientos qu e viene a decir: "No me d ejo yo sa car el di nero por tales me dio s, y si para ell o es necesaria la interv enció n de u n reloj, llegaré hasta dejar en casa el mío propio." Mas como necesitaba su reloj para llegar con pun tualidad a la cit a qu e tenía aquella mism a tarde, intención expresada por dichos pensamientos no podía sino de una manera inconsciente, o sea, por mediolograrse de un acto sintom ático. En se gundo lugar, el olvido ex presa algo como : "Los cont inuo s desem bolsos que teng o que hacer por causa de ese inútil acabarán p or ar rui nar me y hace rme dar todo lo que tengo." Aunq ue, según la de claración del i nteresado, su enfado ante el incident e fue tan sólo mom entáne o, la repeti ción del acto sintomático muestra que dicho sentimiento continuó a ctu and o con inte nsidad en l o inconsciente, de un modo análogo a cuando con completa conciencia se dice: "Esto aquello se me quita sciente, de la cabeza"'. de co nocer oesta actit no ud de lo incon no puedeDespués ex trañarnos que el rel oj de la señ ora co rriera lue go igual suert e, aun que quizá esta transferencia sobre el "inocente" reloj femenino fuera tam bién favorecida por m otivo s especiales, de los cu a les el má s próximo es el de que al sujeto le hubie ra probab le mente gusta do conservarlo en sustitución del suyo que ya consideraba haber sacrificado, siendo ésta la causa de que olvidara devolverlo a la mañana siguiente. Quizá también hubiera deseado quedarse con el reloj como un recuerdo de la señora. Aparte de to do olvido del reloj femen proporcionaba ocasión de esto, hacerel una segunda visita a suino le
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Psicopatología de la vida cotidiana
dueñ a, po r la que sentía cierta inclinación. Teniendo de to das ma ner as que ver la por la mañ ana, po r haberlo acor dado así con anter iorid ad, y para asunto en el que nada tenía ver la devolució n del reloj, le parecía rebajar l a imp ortancia que él concedía a dicha visita utilizándola para entregar el prestado. El doble olvido del pr opio reloj y la devolu ción del aj eno, hech a posible po r el segu ndo olvido del otro parecen reve lar que nues tro h om bre evitaba incons cient e mente llevar ambos relojes a la vez, cosa que consideraba como un a ostentación que había de con trastar co n la estrechez económica de su pariente. Por otro lado, ello constituía una autoadm onición ante su aparente des eo de contraer matrimonio con la referida señora, admonición que había de rec orda rle los inexcusables de beres qu e le liga ban a su fafemenino milia (a pu su ma ). Otraen ra zón m ás par del reloj ededre buscarse el hecho de qa el ueolvido la no che anterior había tem ido qu e sus cono cidas, qu e le sabían soltero, le vieran sacar un r eloj de seño ra, y, po r tant o, se ha bía visto obligado a mirar la hora a hurtadillas, situación emb arazo sa en la que no quería vol ver a enco ntra rse y que evitaba dejándos e el reloj en casa . Pero com o tenía que co gerlo para devolver lo, resulta tam bién aquí un acto sintomá tico, inconscientemente ejecutado, que demuestra ser una formación transaccional entre sen timientos em ocional es en conflicto, y una victoria, caram ente pag ada, de la instanc ia inconsciente.» He aqu í algunas obse rvacio nes de J. Staercke: A. Pérdida temporal, roturay olvido como expresión de una repugnancia una ocasión me pidió mi her mano que le prestara unas cuantas fotografías de una colec ción que yo había re unido para ilus trar un trabajo cie ntífico, fotografías que él pensaba utilizar como proyecciones en una conferencia. Aunque por un momento tuve el pensa miento de que preferiría que nadie utilizase o publicase
Actos fallidos combinados
aquellas reproducciones, que tanto trabajo me había costa do reunir , hasta que yo hubiera po di do hacerlo po r mí mis mo, le pro metí, sin em bargo , bus car los neg ativos de las fo tografías que necesitaba y sacar de ellas positivos para la linterna de proyección. Pero cu ando m e dediqué a buscar los negativos me fue imposible dar con ning uno de los que me había ped ido . Revisé todo el mo nt ón de cajas de pla cas qu e contenían asunto s referentes a la mat eria de qu e iba a tra tar mi he rmano, y tuve en la man o más de dosci entos negat ivos, sin encontrar los deseados, cosa que m e hizo suponer que no me hallaba, en realidad, nad a dispu est o a acceder a lo qu e de mí se había solicitado. Despu és de adq uirir c oncienc ia de este pen sam iento y luchar con él, obs ervé que había pu esto a un lado, sin rev isar su conte nido, la prim era caja de las que formaban el mo ntón, y precisamente est a era la que co n tenía los negativos tan bus cados. Sobre la ta pa tenía una cor ta inscripción, que señalaba su contenido; inscripción que yo debía probablemente hab er vist o con una ráp ida mirada antes de ap artar la caja a un lado. Sin embargo, la idea contradictoria no pareció quedar vencid a, pu es su cedieron todavía mil y un accidentes ante s de enviar los posit ivos a mi her man o. Un o de ellos lo rom pí, apretándolo entre los dedos, mientras lo limpiaba por la parte del crist al (jamás ant es habí a yo roto de esta man era ning unaesta placa). go, cua hu beóhecho nuevoy ej plar de mis Lue ma placa, sendo me cay de lasun manos, no em se rompió porqu e extendí u n y la recibí en él . Al mo ntar los positivos en el almacén de la linterna de proyecciones, se cayó aquél al suelo con to do su con teni do, aunque, por fo r tuna, no se romp ió nada. Por últ im o, pasar on muchos días antes que lograra emb alar todo s los chismes y expedir los de finitivamente, pues, aunque todos los días hacía el firme propósito de verificarlo, tod os los día s se me volvía a olvidar. B. Olvido repetido acto fallido en la ejecución definitiva del acto una o casión ten ía que en viar una pos -
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tal a un conoc ido m ío, y lo fui olvid ando duran te varias f e chas consec utivas. La causa d e tales olvidos sospechaba yo fuese la siguiente: el refer ido sujeto me ha bía co municado en una carta que en el transcurso de aquella semana vendría a visitarme u na perso na, a la que yo n o tenía much os des eos de ver. Una v ez pas ada dicha s eman a, y cuando ya se había alejado la persp ectiv a de tal visita, escrib í po r fin la postal debid a, en la cual fi jaba la hora en qu e se me po día ver. Al es cribirla quise comenzar diciendo que no había contestado antes por pesar sobre mí una gran cantida d de trabajo acu mulado y urgente. pero, por último, no dije nad a de esto, pensand o que nad ie presta ya fe a tan vulgar excusa. Ignoro si esta pequeña m entira que por un mom ento me prop use decir tenía o no forzosa mente que surgir la luz; per o el caso es que cu and o eché l a postal en el buz ón, la in troduje, po r err or, en la abertu ra destina da a l os impresos C. Olvido y muchacha fue una mañana que hacía un tiempo hermoso al Ryksmuseum, con el fin de di bujar en él . Aun que le hubiera gu stad o más salir a pasear y gozar de la her mosa m añana, se había decid ido a ser apl ica da y dibujar afa nosamente. Ante tod o, tenía que com prar el pape l necesario. Fu e a la tien da, situada a un os diez minu tos del Museo, y comp ró lápic es y otro s útiles de dibujo, pero se le olvidó el papel. Luego d irigió al Museo, do ya alo había prepar ado tod o, y sesesent ó ante el tablery o,cuan dispuesta empezar, se dio cuenta de su olvido, ten iendo qu e volver a la tienda p ara subs anarlo. Una v ez hecho esto, se puso p or fin a dibujar, avanzando con rapidez en su trabajo has ta que oyó dar al reloj de la tor re del Muse o un a gran cantid ad de cam pan ada s, y pensó : «Deben de ser ya las doce .» Luego con ti nuó trabajando hasta que el reloj dio otras ca mpana das , que la muchacha pensó ser las correspondientes a las doce y cua rto. Entonces recogió sus bár tul os y decidió ir paseando a través de un p arq ue hacia ca sa de su he rm ana y toma r allí
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el café. Al llegar frente al Museo Suasso vio con asombro que, en ve z de las doce y media, no e ran todavía más que las doce. Lo herm oso y at ractivo de la ma ña na habían engaña do a su deseo de trabaj ar, y le habí an h ech o creer, al da r las once y media, q ue la hora que da ba eran las doce, sin dej arla caer en los la cuenta dedeque los rel de toa éstos rre dacorresponde. n tam bién , al señalar cuar tos h ora, la h ojes or a que Como ya lo demuestran algunas de las observaciones antes expuestas, la tendencia inconscientemente perturbadora puede también consegu ir su propós ito, repitiendo con tena cidad la misma clase de funcionamiento fallido. Como ejemplo de este ca so tran scribiré una dive rtida historia, con tenida en un librito titulado Frank Wedekindy el teatro, publi cado po r casa editorial Masken, de advirtien do qu e dejo al autor de tal libr o to da la responsabilida d de la historieta, contada la ma nera d e Mark Twai n. En la escena más importante de la pieza en un acto La censura, de Wed ekind, aparec e la frase «El mied o la muer te es un error intelectual» (Denkfehler). El autor , que sentía especial predilección por esta escena, rogó en el ensayo al actor a quien correspondía decir esa frase que antes de las palabras «error intelectual» (Denkfehler) hiciera una pe queña pausa. En la representación, el actor entró por com pleto su papel observó la pausa prescrita, pero p ron ció laenfrase en uny tono festivo, y dijo erróneamente: «Elun miedo a la mu erte es una errata» (Druckfehler). C uando al finalizar la obra preg untó el actor a Wed ekind si estaba sa tisfecho de su interpretación del personaje, le contestó que no tenía nada que objetarle, pero que la frase referida era «El miedo a la mue rte es un err or intelectu al (Denkfehler), y no una errata (Druckfehler)». A la siguiente representación de La censura, dijo el actor en el mism o tono festivo: «El mie do a la mu erte es un mem brete» (Denkzettel). Wedekind colm ó de elogios a su intér -
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prete; pero de pasa da, y como cosa secu ndar ia, le advirtió que la f rase no decía que el mied o a la muerte era un mem brete, sino un err or intelectual. A la noche siguiente volvió a representarse La censura, y el actor, que ya había tra bad o am istad con Wedekind, y había estado h ablan do con él sobre cuestiones de a rte, volvi ó a de cir con su ges to más festivo: «El mied o a la mu erte es un im preso» (Druckzettel). El cómico volvi ó a obten er la más calurosa aproba ción del autor, y la obra se representó m uchas vece s má s, per o Wede kind tuvo que renunciar a oír la palabra Rank ha dedicado ta mbién su atención a las interesantí si mas relaciones ent re el acto erró neo y el sueño (Zentralblatt für Psychoanalyse e Internat. III, 1915), no spueden descubrirse sin un alpene tran te yrelaciones deten ido que análisi del sueño que se agrega acto f a llido. En una ocasión soñé, dentro de un más largo contexto, que había perdido m i portam one das . A la mañ ana si guiente lo eché, en efe cto, de me nos al vestirm e. La noch e anterior, al desnudarme, se me había olvidado sacarlo del bolsillo del pantalón y colocarlo en el sitio en que acostumbraba hacerlo. Así, pues, este olvi do no me había pasad o ina dve rtido , y probablem ente estabaqudestinado a dar expresitoónpara un pensa mie nto inconsciente, e se hallaba dispues a emerger en el No quiero afirmar que estos casos de actos fallidos com binado s pued an enseñ arnos alg o nuevo que no pudiéra mos ver ya en los actos fallidos simples; pero de todos modos, esta metamorfosis del acto fall ido d a, alcan zando igual re sultado, la impresión plástica de una voluntad, que tiende hacia un fin determ inad o, y contradice aún más enérgic a mente la concepción de que el acto fal lido sea puram ente ca sual y no necesitado de ex plicación alguna. No es m enos no -
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table el hech o de los ejempl os expuestos sea imp osible, para el propósito con sciente, imp edir el éxito del acto fallido. Mi amigo no consig uió asistir a la sesión de la socie dad lite raria y la seño ra no pu do separarse de la medalla. Aquello desconocido que se opone a estos propósitos encuentra siempre cua ndo se le obstruye el pri meralcamino. Para domuna inasalida r el motivo desconocido es necesario go más que la contrarreso lució n consciente; es necesaria una labor psíqui ca que convierta l o descono cido en conocid o a la con ciencia.
Fe casual.
Como resultado general de todo lo expuesto puede enun as de nues ciarse el siguient e pri ncipi o: Ciertas tros funcionamientos psíquicos -cuy oinsuficienci carácter común deter minaremos a continuación más precisamenteciertos actos aparentemente inintencionados se demuestran motiva dos y determinados por motivos desconocidos de la concien
cia, cuando se los somete a la
psicoanalítica.
Para ser incluido en el o rden de fenómenos a los que pu e de aplicarse esta explicación, un funcionamiento psíquico fallido tien e que llenar las condicion es sigu ientes: a) No exce der de cierta me did a fijamente estableci da por nuestra estimación y que designamos con los términos «dentro los límites lo normal». b) Poseer el ca rácter de perturba ción m ome ntánea y tem poral. Debemos haber eje cutado antes el mis mo acto correc tamente o sabernos capaces de ejecutarlo así en toda oca sión. Si otras persona s nos recti fican al presenciar nue stro acto fall ido, debemos ad mitir la rectificación y reco nocer en seguida la incorrecc ión de nu estro pro pio ac to psíquico. c) Si nos damos c uenta del funcionam iento fallid o, no de bemos perci bir la menor huella de un a motivación del mis -
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Fe casual...
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mo, sino que debemos in cli narno s a explicarlo por «inaten ción» o como « casualid ad». Quedan , pue s, inc luid os en es te grupo los casos de olvido, los errores com etidos en la expos ición de materi as que no s son perfe ctamente co nocid as, las equi vocaci ones en la le ctu ra y las orales y gráficas, l os a ctos de t érmino err óneo y los llamados actos ca suales, fen óme nos t od os de una gran ana logía interior. La ex plicació n de tod os estos proces os ps íqui cos tan definidos está lig ada con una serie d e observacion es, que po seen en parte un in ter és propio. No admitir la existen cia de representaciones de prop ósito definido como explica ción de un a par te d e nuestros funcio namientos supone am mi plit ud de lapsíquicos de term ina ció n desconocer en la vida psítotalmente quica . Elladeter nismo alcanza aquí , y tambi én en otro s sectores, much o má s lo que sospech amo s. En leí un ensayo, pub lica do por el historiador de lit era tura R. M. Maya r en el Zeit, en el que se man tenía, i lu str án do la co n ejempl os, la opin ión de era completamente imposib le componer intencionada y arbitrariamente algo falto en absoluto de sentido. Desde hace mucho tiempo sé q ue no es posible pe nsar un nú mero ni un nom bre con ab solut a y total lib erta d voluntaria . Si se examina una cantidad cual quiera y de cua lquie r núm ero de cifras, pronun ciada co n u na aparente arbitrariedad y sin re lacionarla con nada, se de most rar á su estricta deter mi na ción, cuya existencia no se creía posible. Explicaré primero un ejemplo de no mbre pr opi o «arbitrariamente e scogi do» y luego otro análogo de u na cifra «lanzada al azar». Hallándome ocupado en redactar el historial de una paciente para publ icarlo , me detuve a pensar qué no mb re le daría en mi relato. La elección parecía fácil, dado el gran campo quedesd parae ella seexcl me presentaba. nombres quedaban luego uid os, entre Algunos ell os el verd adero , los pertenecientes a personas de mi familia, los cuales no me
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hubiera agradado usar y, po r último, algunos otros nombres femeninos poco o na da usuales. Era, pue s, de esperar, y así lo esperaba yo, que se presen tara a mi disposición t oda una legión de no mbres de mujer . Mas, en vez de esto, no emergió en mi pensamiento m ás que uno solo: Dora, sin que ningún otr o lo acom pañas e. Entonces me preg unté cuál sería su de term inac ión . ¿Quién se llamaba Dora? Mi pri mera ocu rren cia fue la de que así se llamaba la niñ era qu e estaba al servi cio de mi herm ana, ocu rrencia que en un principi o estuve a punto de rechaza r como falsa. Pero poseo tan to dom inio d e mí mismo en estas cuestiones, o tanta práctica en analizar, que conservé con firmeza dicha y seguí dánd ole vueltas. En seguida recordé un peque ño incidente ocu rrid o la no che anterior y que me r eveló la determ inac ión bu scada. So bre la mes a del comedo r de casa de mi her mana había visto una carta dirigida a la señorita Ro sa W. Extrañad o, pregun té quié n de la casa s e llamaba así, y se me dijo qu e el verdadero nom bre de la niñer a, a la que llamaban D ora, era Ros a, pero que al entrar al servicio de mi hermana había tenido que cambiárselo para evitar confusiones, pues mi hermana se llamaba tamb ién Rosa. Al oír es to había dicho yo compas i vamente: «¡Pobre gente! Ni siquiera pueden conservar su nombre. » Como ahora recordaba, perm anec í luego un rato en silencio y me abstraje en graves refle xiones, cuyo conten i do se sumió despuésa laenconciencia. la oscuridad, pero fácilmente pude luego hacer volver Cuando al día siguiente comencé a busc ar un nom bre para una persona que no debía conservar el suyo propio, no se me ocu rrió ot ro que Dora. Esta exclusividad reposaba en una firme conexión de conte nido , pues en la historia de mi pacient e intervenía con una influencia deci siva la perso na de u na s irvien ta, un am a de llaves. Este pequeño incidente tuvo años después un a inespera da continu ación . Al expo ner en cátedra l a ya publicad a his toria patológica de la muchacha a quien yo había dado el
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nombre de Dora se me oc ur ri ó qu e una de las dos señoras que acudían a mis confer encias ll evaba es te mismo n ombre , que tant as veces había yo de pr on un ciar en mis lecciones, li gándolo a las c osas más d iversas, y m e dirigí am i joven cole ga, a la qu e conocía p ers onalm ente, con la excusa de que no había pensado en que se llamaba así, pero que estaba dis puesto a sus titu ir en mi conferencia dicho nombre po r otro. Tenía pues , que escoger rápid am ente o tro nombre , y al ha cerlo pen sé que d ebía evita r elegir el de la otra oyente y dar de este m odo a mis colega s, ya versado s en psicoanálisis, un mal ejemplo. Así, pues, me quedé muy satisfecho cuando como sustitutiv o de Do ra se me ocu rri ó el nombre Erna, del cual hice uso en la conferencia. Después de me pregunté de dó nde prov end ría tal nom bre y tuve que echarme a r eír cuando vi que la posibilidad temida había vencido, por lo menos parcialmente, escoger el nombre sustitutivo. otra oyente se llamabala de apellido Lucerna, cual esLaErna una parte. b) En u na car ta a un amig o mío le comun icaba que habí a dado fin a la correc ción de mi obra La interpretación de los sueños, y que ya no cambiaría nada en ella, «aunque luego result ase que co ntenía 2.467 erra tas». En cuanto escribí esta frase intenté acla rar la apa ric ión de la cifra en ella conte nida y aña dí a mi ca rta, en calidad de posd ata, el pequeño análi sis realizado. Lo mejor será copiar aquí dicha posdata, tal y com o fue escri ta recién verificado el análisis: «Añadir é brevemente un a contribución más la psicopatologí a de la vida cotid iana. Hab rás encontrado en mi cart a la cifra 2.467, com o repres entativa de un a jocosa estimació n arbitraria de la s errata s qu e po dr án aparecer en la edic ión de mi Interpretación de los sueños. Quería indicar una gran can tidad cualquiera y se presentó aquélla espontáneamente. Pero en lo psíquico no exist e nad a arbitrario ni indetermin a do. Por tanto , espe rarás, y con tod o derecho, qu e lo incon s ciente se haya apres ura do en e ste caso a determ inar la c ifra
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que la conciencia había dejado libre. En efec to; poc o antes habí a leído en el perió dico qu e el general E. M., person a me inspira un d eterm ina do in terés, había pasado a la reser va con el empleo de inspector general de Artiller ía. »En la época en que, siendo estudian te de Medicina cum plía mi servicio militar en calidad de sa nitario , vin o una vez E. M., entonces co ronel, al hospit al y dijo al médi co: "Tiene usted que cura rme en ocho d ías. Est oy encargado de una m i sión cuyo resultado espera el emperador." Desde aquel día me prop use seguir el curso de la carrera de aquel hom bre y he aquí que hoy ha llegado al fin de la mism a y pasa a la reserva con el grad o antes dich o. Al leer la noticia quise calcular en cuánto tiempo había recorrido este camino y acepté como p unto de par tid a el dato de que cuand o le con o cí en el hosp ital era el año Habían, pu es, pasad o dieci siete años. Relaté estoestar a mi mujer cual observ "En tonces tú tam biéntodo d ebías ya en el, laretiro ", ante ó: lo que protes té exclam ando : "¡Dios me libre!" Después de es ta con versaci ón me pus e a escribirte. La anter ior cadena de pensa mientos co ntin uó, sin embargo, su camin o, muy justi ficada mente por cierto, pues mi cálculo había sido erróneo. Mi memoria me proporciona ahora un firmísimo punto de re ferencia, consistente en el recuerdo de que celebré, estando arrestado po r hab erm e ausentado sin perm iso, mi mayor ía de edad, esto es, el día en que cu mplí los 24 años . Por tanto, el año de mi servicio mili tar fue el de y desde entonce s han tr anscurrid o dieci nueve años y no diecisie te, como creí prim ero. Ya t ienes aquí el núm ero 24, que forma pa rte de 2.467. Toma ahora el número de años que tengo hoy: 43; añade 24 y tendrás 67, la segunda p arte de la c ifra arb itrar ia. Esto quiere decir que, al oír la pregu nta de mi mujer sobre si desearía reti rarm e yo de la vid a activa, me deseé en mi fuer o inte rno 24 año s más de trabajo. Seguramente me irritab a el pensam iento de q ue en el int ervalo du rante el cual había se guid o el curso de la carrera del coronel M., no había hecho
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yo, por mi parte, toda la labor que hubiera deseado, y por otro lado, experimentaba una sensación como de triunfo al ver que para él había term inad o tod o, m ientras qu e yo lo te nía aún ante mí. P odem os, pues , decir con absoluto derecho que ni un o solo d e los elemen tos de la cifra 2.467 carecía de su determ inac ión inconsci ente.» Después de este primer ejemplo de interpretación de una cantidad arbitrariamente elegida en apariencia, he repetido muchas veces igual experimento con idéntico resultado; pero la mayorí a de tales casos son de un co nten ido tan ín ti mo que no es posible publicarlos. Por esta mism a razón no quiero dejar de expon er aquí un interesant ísimo anális is de «cantidad arbitraria», co mun ica do al do cto r Alfred (Viena) por un individuo conoci do »Anoche y perfectamente no':la«A. me escribe: de la vida co me dediq ué saleer tidiana, y la hubiera term inad o si no me lo hubiera imp edi do una curiosa incidencia. Al l legar a la par te en q ue se dice que tod o nú me ro que con aparente arbitra rieda d hacemos surgir de nu estr a conciencia tiene un a significación bien d e finida, resolví hacer una prue ba de el lo. Se me oc urrió el nú mero Rápidam ente aparecieron las siguientes asocia ciones: 1.734 : 17 = 102; 102 : 17 = 6. Después separé el nú me ro en 17 y 34. Tengo 34 añ os y, como ya creo haberle dicho a usted, considero esta el edad como el últim cumpleaños o año de la juventud, lo cual hizo que día de mi pasado me sintiera grandemente melancólico. Al final de mis años comenzó para m í un bello e inter esante períod o d e mi desarrollo esp iritual. Tengo el prin cipio de divid ir mi vida en perío do s de 17 año s. ¿Qué s ignifican, pues, las divisio nes efect uadas? Mi asoc iación al nú mer o 102 fue e l volu men de la Bibli oteca Unive rsal Reclam, vol um en qu e contiene la obra de Kotzebue titulada Misantropía y remor dimientos.
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»Mi actual estado psíqu ico es en realidad de y rem ordi mie nto. El volumen n úm ero 6 de la Bib lioteca (sé de mem oria las obras que correspo nden al núm ero de orden de mu cho s volúm enes) contiene la Culpa, de Muellne r. El pen sam iento de qu e por mi "culp a" no he llegado a ser todo lo que conforme a mis aptitu des hubiera po did o es algo que me at orm enta de contin uo. La asoci ación siguiente f ue que el volume n número 34 de la Bib lioteca Univers al cont enía un a narració n del mismo Muellner titu lad a Der Kaliber. Di vidí esta palabra en y mi pr imera asociación f ue el pen sam iento de que en ella se contenían otras dos : y "Kali" (pota sa). Esto me recordó que u na vez estaba jugan do con mi hij o Ali, ni ño de seis año s, a com poner aleluyas y le dije que buscase u na p alabra que rim ase con Ali. No se le ocurrió ni nguna, y alsepedirme que se dijese yo, le hice de la frase siguie nte: "Ali lava la boca conlahipe rmanganato potasa (Kali)." Nos reímo s los dos muc ho de esta ocurr encia, y Ali fue muy buen o aquel día. En estos últim os días me ha disg ustad o averiguar que mi hijo no ha sido un buen A li (ka [kein]
»A1 llegar a este pu nto me pre gunté: "¿Qué obra es la con tenida en el número de la Biblioteca Universal?", y no pude rec ordarla . Sin em bargo , estoy seguro de q ue antes lo sabía perfectamente y, por tan to, tuve que adm itir que lo ha bía quer ido olvidar por algún motivo . Todo esf uerzo para recordarlo fue inú til. Quise seg uir leyendo, pe ro no pu de ha cerlo más que m ecánicam ente y sin conseguir enterarm e de una sola palabra, pues el tal número continuaba ator men tándo me. Apagué la y seguí bus cand o. Por fin se me ocu rrió que el volumen núme ro tenía que contener una obra de Shakespeare. ¿Pero cuál? Se me vino a las mientes Hero y Leandro, ma s vi en segui da claram ente qu e esta idea era tan s ólo un insensato intento de mi voluntad de ap artar me del cam ino. Resolví levan tarme de la cama par a consul tar el cat álogo de la B. U. y hallé en él que el vo lumen con-
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tenía el Macbeth. Para mi sorpr esa descubrí qu e, a pesar de haber leído esta obra con igu al detenim iento e interés que las demás tragedias shakespearian as, no recordaba ca si nada de ella. Las asociaciones fueron tan sólo: asesino, lady Mac beth, hec hice ras, "lo bello es feo" y el recuerdo de haber ha llado m uy bella la tradu cción q ue de esta obra hizo Schiller. Sin he querid o olvidar e l Macbeth. Después se me ocu rrió aún que 17 y 34 divididos por dan co mo cocientes 1 y 2, respectivam ente. Los nú mero s 1 y 2 de la B. U. corres pond en al Fausto, de Goethe . Siempre he hallad o en mí a lgo semejante a este personaje.» Debemos lamentar la discreci ón del médico no haya permitido penetrar en la profunda significación de esta se rie de asociaciones observa consiguió realizar la sínte sis de. su análisis. No que n oselhasujeto brían no parecido és tas dignas de comu nicarse si en su contin uació n no surgi ese algo que nos da la clave para la comprensión del número y de tod a la serie de asociacio nes: «Esta mañana me sucedió algo que habla m uy en favor de la verd ad de la teo ría freudiana. Mi mujer , la qu e había des perta do p or la noche c uan do m e levanté a cons ultar el catá logo de la Bibli oteca Universal, me preg untó q ué es lo que había tenid o qu e bus car en aquél a tales ho ra s. Yo le rel até toda la histo ria, y ella enco ntró que tod o aquello un em brollo, meno s -cos a muy int ere san te- lo r eferente a mi aver sión hacia el Macbeth. Luego añ adió que a ella no le ocurría nada cua ndo pensab a en un nú mero, y yo le respo ndí: "Va mos a hacer la prueba." Mi mujer nombró el número y en cuanto lo oí repuse: está en relación con lo que te acabo de con tar y, ade más , recuerda qu e ayer te dije: "Cuando una mujer tiene 82 añ os y su mari do 35, el matrim oni o resulta una equiv ocación irritan te." Desde días atrás ven ía yo h a ciendo rabia r a mi mujer con la brom a de que parecía un a viejecita de 82 añ os. 82 + 35 =
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El marido, que no había consegui do de term ina r su propio núme ro, encontró, en cambio, inm ediatam ente la solución cua ndo su mujer le expres ó otr o, arb itraria mente elegi do en apariencia. En realidad, la mujer había hallado con gran acierto de qué compl ejo provení a el número de su mari do y escogió el número propio tomándolo del mismo complejo, que con segur idad era comú n a amb os, dad o que se trataba de la proporción de sus edades respectivas. Aho ra nos es ya fácil interpretar el número escogido por el marido. Como indica, dicho número expresa un deseo reprimido de aquel deseo que totalmente desarrollado diría lo siguiente: «Para un hom bre de treinta y cuatro añ os, com o yo, lo le convien e es una mujer de diecisiet e.» Con fin de que no se piense demasiado despectivam en te de estos «entretenimiento s», añ adiré aq uí que, según me ha comunicad o hace poco el doct or Adler, el indiv iduo refe rid o se separó de su m ujer un añ o después de la publi cación del anterio r Análogas explicaciones da Adler para el srcen de números obsesivos. La elección de los llamad os «nú meros favoritos» no deja tamp oco de estar en relación con la vida del suje to y presenta un cierto interés psicol ógico. Un señor que reconocía su especial predilección por los núm 17 y qu 19 pud o expli carla años después ción,eros diciendo e a los diecisiete fue de cuacorta ndo medita com enzó su independiente vida universitaria durante largo tiempo deseada, y que a los diecinueve em pren dió su prim er viaje imp ortante e hizo poco después de éste su prim er descubri miento científico. La fijación de su predilección por dichos números no se ver ificó, si n em bargo, h asta dos lustros des pués, cuando aquéllos adquirieron asimismo una relación impo rtante con su vida erótica. También a aquell os núm eros que con aparente arbitrariedad se pronuncian frecuente mente en relación con determ inad os contextos puede ha-
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liárseles, por medio del análisis, un Así sucedió a un o de mis clientes, que solí a cuando se hallaba impaciente o d isgusta do: «Esto te ¿di cho ya di e cisiete o trei nta y seis ve ces», y quiso si la apa ri ción constante de dichas cifras de la existía al guna motivación. En cuanto reflexionó le ocurrió que había nacido el día 27 de un y suello hermseano menor el 26 de ot ro, y que po día quejar se el Destino le había robado muchos bienes vitales paraconncedérselos a su herm ano p equeño. Así, pues, parciali dad del De stino restando diez de la fecha desu y agregándolos a la de s u he rm an o. «Soy el y, sin em bargo, he sido disminuido.» Insist o en estos análisis de ocurrenc ias de porque no conozco o tra cla se de observaciones que de mues tren tan claramente la exist encia de sos m entales de tan gran coherencia y que, sin embargo, p desconocidos p ara la conci encia, ni de análi sis en los que no p ueda intervenir para cooperación del médico (suges tión), a la que con tanta se atri buyen los resultados de otro s experimentospsi xoana líti cos. Por tanto , com unicaré aquí, con la del interesa do, e l análisi s de una ocu rren cia de nú mero de u n paciente mío, o necesidad dar s y q u e su padre los de que e del ra elcual me no no teng r de un a ser ie de de hermano , él quería y ad mira ba m ucho, hab ía muerto siend o aún un ni ño. Hallándos e en un sereno y alegre de ánimo dejó que se le ocurriese el número y se preguntó: «Vamos a ver, ¿qué es lo que se me ocurre ante número? En pr imer lug ar, siguiente chiste que vez: cuando se tiene un co nsti pad o y se llama al méd ico, d u ra a uno 4 2 días, y si no se llama al médico ni se ocup a u n o de la enf er med ad, 6 semanas.» Esto co rres ponde a las pr imera s cifras del núm ero 42 = 6X 7. Después de esta primera solución no
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pudo ya mi paciente seguir adelante, yo le ayudé llamándo le la atención sobre el hecho de q ue en el núm ero de seis fras po r él esc ogido exist ían los ocho p rim eros n úm ero s, a| excepción del 3 y del 5. Entonces halló en seguid a la con ti nuació n del análi sis. «S omos -dijo- 7 herm anos, yo el más peq ueñ o de 3 correspo ndeseengoza e sta ban serieena mi herma na todos. A. y elEl 5 anúm mi heero rmano L. Ambos hacerm e rabiar cuan do tod os éramos n iños , y por ento nces acostu mbraba yo rogar a Dios, todas l as noc hes, qu e quitase la vida a mis dos atorm enta dore s. En el caso act ual me pare ce hab er realizado este deseo po r mí mis mo. En efecto, 3 y 5, el perverso hermano y odiada herm ana han desapareci do.» «Ento nces -o bse rvé yo -, si el número po r usted expre sado quiere signi ficar la serie de hermanos, ¿a qué viene 8 que aparece al final? Ustedes no son más que 7.» «He pensa do m uchas v eces -m e replicó mi paci en te- q ue si mi padre hubiera vivi do más tiem po n o hubiera sido yo e l meno r de mis herm ano s. Si hu biese nacido uno más hubiéramo s sido 8, y yo hubiera tenido detrás de m í un herma nito con quien po der hacer de herm ano mayor.» Con esto quedó explicado el número que se le había ocu rrid o; per o nos quedaba todavía que reconstituir la cone xión entre la primera y la segunda parte del análisis, cosa que no s fue fácil partiendo de la condició n necesaria a l as úl tim =as cifras; esto es, que p adre vivido s tiem 42 significaba la elburla conhubiera tra los mé dicomá s que no po: ha
bían podido imped ir la mu erte del pad re, y, po r tanto, ex presab a de esta forma el deseo de que el padre hubiese con tinuado viviendo. El número total correspondía, en realid ad, a la realización de sus dos deseos infantiles relati vos a su círculo familiar: la muerte de los dos perversos hermanos y el nacimiento de un hermanito, deseos que pueden concretarse en la frase siguiente: «¡Cuánto mejor sería que hubieran muerto mis dos hermanos en lugar de mi querido
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Un pequeño ejemplo que me ha sido comunicado por uno de mis corresponsales. El jefe de Telégrafos de L. me escribió que su hijo, un mucha cho de dieciocho años y med io, que deseaba estud iar Medicina, se ocu pa ya de la Psicopat ología de la vida cotidian a, e intentab a convenc er a sus padres de la verdad de mis teorías. Doy aqu í uno d e sus intentos, si n juz gar la discusión q ue hace del caso : Mi hijo habla ba con mi mujer de lo denominado «casual» y le explic aba que le sería impo sible citar u na sola poesía o un solo número que pudiese considerarse que se le había ocurrido por completo «casualmente». Sobre esto se desa rrolló la conversación qu e sigue: El hijo.-Dim e un núme ro cualquiera. -¿Q ué se te ocu rre en relación con él ? -Pi enso un precioso som brero qu e vi ayer. -¿Cu ántoencostaba? -158 m arcos. tenemos: = 79. Te pareció mu y caro el s om brero y pen saste segu ramen te: «Si costase la mitad, me lo compraría.» Con tra esta opinió n de mi hijo alegué, en prim er lugar, la objeción de qu e las seño ras no suelen estar muy f uertes en matemáticas y que lo má s seguro era que su madre no había visto claramente qu e 79 era la mita d de deduciéndose de esto que su teoría supon ía que lo subconsciente calcul aba mejor que la conciencia normal. Mi hijo me respondió: «Nada de eso. Au n conce diendo que m amá no haya hecho el cálculo de = 79, puede m uy bien h abe r visto en a lgún está igualdad o tamb ién haberse ocu pado en sueño s del sombrero y haberse dicho: caro sería aunque no cos tase más que la mitad!"» De la obra de Jones, tant as veces citada (p. 478), tom o el si guiente aná lisis de un n úm ero: un con ocido del aut or dijo al
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azar el nú mero 986 y le desafió a qu e lo refirier a a un pensa miento suyo. «La prim era asociació n del sujet o fiae el r ecuer do de un chiste que hacía ya much o tiem po había olvidado Seis años antes, en el día más caluroso del verano, dado un periódico la noticia d e que el term óm etro había a l canzado Fahrenheit, exageración de la cifra real de 986°Dura nte estagrotesca conver sación no s hallábamo s sen tados ante un a chimenea en la que ardía gran fuego, del qu e el sujeto se había retirado, expresando luego, no sin razón, que el calor que sentía era l o qu e le había hecho recordar la anécdota referida. Sin embargo, yo no me di por satisfecho tan fácilmente y pedí que me explic ase cómo aquel recuerd o había que dad o tan fuertemente impreso en él. Entonces me dijo que la chist osa errata le había hecho reír de tal manera que no podía dejar de divertir le aún cad a vez que la recorda ba. Mas como yo no enc ontrab a que el err or fuese en reali dad ta n gracioso, m e confirmé cada v ez más en mi sospecha de que detrás de tod o aquell o había al gún sentido oculto. Su siguiente pens amiento fue el de que la representació n del ca lor había sido siempre m uy impo rtan te pa ra él. El calor era lo más im portan te del mu ndo, la fuente de tod a la vida, e tc. Tal entusias mo en un joven tím ido en general no dej ó de parecerme sospech oso, y le rogué que continuas e sus asoci a ciones. La p rim era de éstas se re firió a la chim enea de u na fá brica esque él tum veíabraba desdefijar la ventana su alcoba. Pordolas noch acos su vista de en ella, med itan en la lamentable pérd ida de energí a que supo nía el no habe r me dio de utilizar el calor que con el hu mo y las chispas que po r ella salían se desperdiciaba. Calor, fuego, fuente de vida, energía perdida al salir por un tubo: no era difícil adivinar por estas asociaciones q ue la repres entac ión "calor y fuego" estaba ligada en él con la represen tació n del amor, com o su cede hab itualm ente en el pen sam iento simbólico, y que su ocurrencia numérica había sido motivada por un fuerte complejo de masturbación.»
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Aquellos que quieran adquirir un conocimiento preciso de cómo se elabora en el pensam iento inconsciente e l mate rial num érico pu ede n consultar el trabajo de C. G. J ung titula do «C ontribuciones al conocim iento de los sueños de nú meros» Psychoanalyse, y otro de E. Jones: «Unconscious ma nip ulat ion s of numbers» En análisis personales de este género me han llama do es pecialmente la atención dos hechos: primero, la seguridad de son ámbulo con la cual voy derech o siemp re al fin desco nocido par a mí, su miénd ome en una ref lexión matemática que llega de repente al núm ero buscad o, y la rapidez con l a que se ve rifica tod a la labor sub siguien te; y segu ndo , el he cho de que l os nú meros se presente n con tan gran faci lidad acomo la disposición de mi pensamiento soy un desastroso m atemáticoinconsciente, y costándom siendo e las m a yores dificultades poder recordar conscientemente fechas, núm eros de casas y datos análogos. Adem ás, en es tas ope ra ciones mentales inconscientes con cifras encuentro en mí una tendencia a la superstición, cu yo srcen ha perman eci do du rante lar go tiempo desconocido No ha de sorp rend erno s hall ar que no sólo l as ocurrencias espontáneas de núm eros , sino tamb ién l as de palabras de otro or den , se demu estrandas. al ser som etidas al an álisis como perfectamente dete rmina Jung nos presenta un precioso ejemplo de derivación de una palabra obsesiv a (Diagnost. IV, p. 15): «Una señora me relató q ue desd e hacía algunos días se le venía cons tante me nte a la boc a la palabr a Taganrock, sin que tuviese l a me nor idea de cuál pod ría ser la caus a de esta obsesió n. A m i pregunta sobre qu é suce sos impo rtante s le habían acaeci do y qué deseos reprim ido s había tenido en los días anteriores respon dió, despu és de vacila r un po co, que le traje de mañana hubiera gustado mucho comprarse un
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(Morgenrock), pero que su m arid o no parecía muy incl inado a satisfacerla. Morgenrock (tr aje de maña na) y Taganrock tie
nen no sólo una semej anza de sonid o, sino tam bién , en par te, de sentido. La de termin ación de la f orma rusa Taganrock provenía de qu e la señora había conocido p or aquel los días a un a persona resi dente en dicha ciu dad eslava.» Al doc tor E. Hitsc hmann de bo la soluci ón de otro caso, en el cual un verso se presentaba espon táneam ente en la mem oria del sujeto siempre que éste pasaba por determinado lugar geográfico y sin que apareciesen visibl es su srce n ni sus re laciones. Relato del seño r E., docto r en Derecho : «Hace seis años iba
yo desde Biarritz n Sebastián. La línea rrea pasa sobre el Bidasoa, que ena Sa aquel sitio constituye la fé frontera entre Francia y España. Desde el puen te qu e atraviesa dich o río se goza de una precio sa vista. A un lado, un am plio vall e que term ina en los Pirineos, y al otro , el mar. Era un bel lo y claro día estival to do lleno de luz y de sol, y yo me hallaba en viaje de vacaciones, mu y conten to d e ir a visitar Españ a. En este lugar y esta situación se me ocurrieron de repente los si guientes versos: "Pero el alma está ya libre, / flotando en un mar de luz." »Recuerdo que pensé entonces de dónde procederían tales versos, sin serme posible aver iguarlo. Dado su rit mo, tenían aquellas f rases que form ar parte d e una poesía, pe ro el resto de ésta y hasta el título y autor habían desaparecido por completo de mi memoria. También creo que después, ha biend o vuelto a recordarlos repetidas ve ces, preg unt é sobre ellos a divers as perso nas, sin que nadie m e sacase de du das . »El año pasado volví a reco rrer igual cam ino a mi regreso de otro viaje po r España. Era noche ce rrad a y oscura y esta ba lloviendo. Miré po r la ventanilla para ver si estábamos ya cerca la frontera y me di cuenta de que no s hallábam os en
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el puente sobre el Bidasoa. Inmediatamente volvieron a emerger en mi memoria los versos mencionados, sin que tampo co pud iera acordarme de su or igen. »Varios meses después cogí en casa un tom o de poe sías de Uhla nd, y al abrirlo se prese ntaro n ante mi vista l os versos: "Pero el alma está ya libre, / flotando en un m ar de luz", que constituyen el fi nal de una com posición titulad a El peregri no. Leí ésta y recordé m uy oscuram ente habe rla conocid o mucho s años a trás. El lugar de la ac ción es España, y ésta me pareció ser la única rel ación que el verso recorda do tenía con el lugar en que había emergido en m i memoria . No me q ue dé mu y satisfecho con tal descu brim iento y seguí hojeando el libro. Los versos "Pe ro el alma está ya libre", etc., e ran los último s de u na pág ina, y al dar la vuel ta a la hoja enco ntré queEllapuente poesíadel queBidasoa. comenzaba en la página signante se titula ba observar aú n que el contenido de esta poesía me pareció todavía más desconocido qu e el de la prime ra, y que las pala bras con qu e comienza son las siguientes: "Sobre el puen te del Bi dasoa está en pie un anciano Santo, ben dicien do a su derecha las monta ñas españolas y a su izquierda los valles francos."» 2. Est a comprensión de la determinación
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meros elegi dos arbitrariam ente en apariencia pue de, quizá, contrib uir al escl arecimiento de otro p roblema. Cono cido es que gran número de personas alega en contra de la afirma ción de un absoluto det erm inis mo psíquico su inten so sen timiento de convicción de l a existencia de la volunta d libre. Esta convicción sentimental no es incompatible con la creencia en el determ inism o. Como todos los sentimientos nor males, tiene que estar justific ada por al go. Pero, po r lo yo he po dido ob servar, no se mani fiesta en l as grande s e importantes decisiones, en las cuales se tiene más bien la sensación de una coacción psíquica y se justifica uno con
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ella. («Me es imposible ha cer otr a cosa.») En c amb io, en las resoluciones triviales e indiferentes se siente uno seguro de haber pod ido o brar lo mism o de otra man era; est o es, de ha ber obrado con libre voluntad no motivada. Después de nuestros análisis no hace falta discutir el derecho al senti miento de convicción la existencia del libre albed río.inSi distin guim os la motivde ación consciente de la motivación conscient e, este sen timien to de convic ción nos indicará que la motivación consciente no se extiende a tod as nu estras de cisiones motora s. Minima non curat praetor. Pero lo que por este lado q ueda libre re cibe su motivació n po r el otro , por lo inconsciente, y d e este queda conseguid a, sin solución de continuidad, la determinación en el rei no 3. Aunque el conocimiento de la motivación de los rendi mie ntos fallidos antes d escritos debe escapar po r comple to al pensam iento consciente, serí a, sin embargo, de desear qu e se descubriese una prueba psíquica de la existencia de la mism a, y, en realidad, po r razones que se no s reve lan con forme vamos p enetr ando en el conocim iento de lo incons ciente, parece probable que tales pruebas pueda n halla rse en algún lado. En d os lugares pueden señalarse, en efec to, de terminados fenómenos que parecen corresponder a un co nocimiento inconsciente y por tanto, desplazado de dicha motivación. a) Un rasgo singular y generalmente ob servad o de la co n ducta de los paranoic os es el de interpre tar y utilizar c omo base de subsiguientes deducciones, dándoles gran impor tancia, los peq ueño s y triviales det alles que observa n en la condu cta de los demá s, detalle s a los que los norm ales ni si quiera pre stamos atención. El último paranoico que he tra tado dedujo que existía determinada confabulación entre tod os los que le rod eab an por habe r visto al salir de viaje que tod a la gente que quedab a en la esta ción al par tir el tren ha cía un mism o o parecido gest o con una ma no. O tro observó
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la ma nera qu e la gente tiene de an dar p or la calle, l levar el bastón, La categorí a de lo accidental, de lo no necesitad o de mo ti vación, en la que el individuo normal incluye parte de sus propias actividades psíquicas y de sus rend imien tos fallidos, es rechazada porde el los paranoico relación laslos manifesta ciones psíquicas demá s.con Todo lo quea en demás o b serva es signifi cativo e interp retab le. Mas ¿cómo llega a con siderarlo así? Probablemente aquí, como en otros muchos casos análo gos, proyecta en l a vida psíquica de los dem ás lo que en l a suya e xiste inconscien temen te. En la par an oia se hacen conscientes muchas cosas que en los individuos nor males o en los neuróticos permanecen en lo inconsciente, y cuya existenci a en este sistema sól o por m edi o del psic oaná lisis llega a revel arse''. Así, pues, el para noico tie ne aq uí ra zón en cierto sentido. Percibeque algo individuoin normal, v e más claramente unque homescapa bre dealcapacidad telectual no rmal, pero el desplazamiento de lo así percib ido en otros anu la el valor del conocimiento a dq uir ido . Confío en que no se esperará de mí que justifi que aq uí tod as y cada una de l as interpretaciones para noic as. Per o sí har é observar que este princi pio de justif icación que co nce dem os a las pa ranoias en nuestra concepción de los actos casuales nos fa cilitará la com pre nsió n psicológic a de la convicción qu e en el par ano ico se l iga a estas sus interpretac ione s. En ellas hay realmente algo de verdad, nuestros errores de juicio, que no son calificados de patológicos, adquieren de igual m ane ra su sentim iento de convicción. Este sentimiento aparec e justif i cado con respecto a determinado trozo del proceso mental erróneo o a la fuente de que proviene; y lo exten dem os n o sotros lue go al contexto rest ante. Los fenómenos de la superstic ión nos d an o tra s indica ciones sob re el conocimien to desplazado e incon sciente de la motivación de los funcionamientos casuales y fallidos. Trataré de expo ner claramente m i opi nió n sob re estas cues-
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tiones relatan do un sencillo suces o que con stituye para mí el punto de pa rtid a de estas re flexiones. Al volver de m is vacaciones veraniegas, mis pensa mientos se dirig ieron en seguida hacia los pacientes que habían de ocup ar mi actividad dura nte el año de traba jo que para mí empezab a. Mi pri mera visit a fue a un a ancian a señora, a la cual venía viendo dos veces al día desde años atrás, para prestarle cada una de ellas iguales atenciones profesionales (véase la pág . 198). Esta monoton ía de mi labor había sido aprovechada con gran frecuencia por mis pensamientos in conscientes para hallar un medio de exteriorizarse, tanto durante el cam ino haci a de la anciana paciente como es tando prestándole mi asistencia. Como la referida señora había l legado ya a l os noventa años, p odía yo pregu ntarm e al de día cadaentemp orasucedió da si llegaría vida alrela fi nalprincipio de ell a. El que me lo q ueaún aq con uí quiero tar me hallaba f alto de tiem po y tomé u n coche para d irigir me a casa de mi cliente. Todos los cocheros de la pa rad a que hay frente a mi casa conoc en ya las señas de la ancian a señ o ra por habe rme llevado a su domicilio repetid as veces, mas aquel día sucedió que el que me llevó se y detuvo su coche en un a casa del mism o n úm ero , pero situad a en una próx ima calle, paralel a a la verdadera. Advertí el error y re proché su descuido al cochero, el cual se disculpó un tanto confuso. ¿Debería tener de con ducirme el coche a unalguna a casa significación en la cual no viaquel vía lahecho anciana paciente? Para mí, ni nguna; pero si yo fue se supersticioso hu biera visto en este suceso un aviso del Destino de que aquel año iba a ser el último de la seño ra. Gran n úm ero de presa gios conservados en la Historia no se mue stra n fundados en un mejor simbolism o. Sin emba rgo, yo consid ero est e inci dente como una simple casualidad, sin más significación. El caso sería mu y distinto si hub iera hecho el cam ino a pie y «sumido en mis pensamientos», o «d istraído», hubiera ido a para r a una ca lle distinta de la verdad era. Esto no lo de no-
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minaría yo de ninguna manera «casualidad», sino que lo consideraría como u n acto ll evado a ca bo con intenció n in consciente y necesitado de inte rpretación. Mi explicación de este error de dirección serí a la de que esperaba no e nco ntrar ya próx imamente en su casa a la anciana señora. Así, pues, me diferencio de un supersticioso en lo si guiente: No creo que un suceso en el que no toma parte mi vida psíquica me pueda revelar la futura conformación de la rea lidad, pero sí que una manifestación inintencional de mi propia vida psíquica me descubre al go oculto que pe rtenece tamb ién exclusivamente a el la. Creo en accidentes casuales exteri ores (reales), pero no en una casualidad interior (psí quica). Por lo con trario, el superst icioso ignora en absoluto la actos casuales y funcionamientos dosmotivación y cree en ladee sus xistencia de casualidades psíqu icas,falli estan do, p or tanto , inclinado a atri bui r al ac cidente exter ior una significación que se manifestar á más ta rde en una realidad y a ver en lo casual un medio de exteriorización de algo exte rior a él, pe ro que perm anec e oculto a sus ojos. La dif erencia entre el supersticioso y yo se manifi esta en dos cosas. Prim e rame nte, el superstici oso proyecta hac ia el exterior una m o tivaci ón qu e yo busco en el interior, y en seg und o lugar , in terpreta el accidente por un suceso real que yo reduzco a un pensa miento . Pero en el supersticioso, el elemento oculto corresponde lo que en mí es lo inconsciente, y a ambos nos es comú n el impulso a no dejar pas ar lo cas ual como tal, sino a Admito, pu es, que este desconocimiento consci ente y co nocimiento inconsciente de la motivación de las casualida des psíquicas sea una de las raíces psíquicas de la supers ti ción. El supersticioso, por ignorar la motivación de los propios actos casual es y porque el hecho de est a motivació n lucha po r ocup ar un lugar en su recon ocim iento, se ve obli gado a tran spo rtar la, por medio de un desplazamiento, al
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mundo exterior. Si esta conexión existe, no estará, segura mente, lim itad a a ese caso aislado. C reo, en ef ecto, que gran par te de aquel la concepción mitológica d el mun do q ue per dura aú n en la entraña de las r eligiones más m oderna s no es otra cosa que psicología proyectada en el mundo exterior La oscura percepción (podríamos decir percepción endopsíquic a) de los factore s psíqu icos y de lo incons ciente se refleja -es difícil expresarlo de otro modo y tene mos que apoyarnos para hacerlo en las analogías que esta cuestión presen ta con la par an oia-, se refleja, decíamos, en la construcción de una realidad trascendental que debe ser vuelta a transfo rma r por la cie ncia en psicología de lo incons ciente. Podríamos, pues, atrevernos de este modo, o sea transformando la metafísica en metapsicología,a solucionar los mitos del Paraí so, del Pecado srcin al, de Dios , del Bien y el Mal, de la inm ortal idad, etc. La diferenci a existente en tre el desplazamiento del supersticioso y el del paranoic o es men or de lo que a prime ra vist a parece. Cuan do los hombres comenzaron a pensar se halla ron, indudab lemente, compea interpretar antropomórficamente el mu nd o exter ior como una pluralidad de p ersonalidades de su propia i ma gen. Por tanto , las casualidades, a la s que da ban u na inter pretación supersticiosa, eran p ara ellos actos y manifesta ciones de personas y, en consecuencia, se conducían como los paran oicos , que sacan dedu cciones y c onclusi ones de los signos insignificantes en losjustificadamente, demás, y como los individuos sanos, que que observan utilizan muy como fun damen to de su estimación del carácter de sus se mejantes, los actos casuales e inintencionados que en ellos observan. Nuestra mo der na concepci ón del mun do, cientí fica, pero aú n no definit ivament e fijada, ni mucho meno s, es lo qu e hace que la superstición n os p arezca tan fue ra de lu gar en la actualid ad. En la concepción del mu ndo que se te nía en tiempo s y por pueblos la superstición estaba justificada y er a lógica.
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El roman o que al observar en su camino un vuelo de pá jaros, que constituía mal presagio, abandonaba una impor tante em presa, tenía un a relativa razó n de hacerlo así, pues obraba confor me a sus princip ios. Pero cuand o aba ndo nab a la empresa por haber trop ezad o en el um bral de su casa (Un romain retournerait) se mostraba muy superior a nosotros los descreídos y muc ho mejor psicólogo de lo que no s esfor zamos en llegar a ser, pue s dich o tro pezón debía revelar le la existencia de una dud a, de un a contra corrien te inte rior cuy a fuerza era suficiente para burlar el poder de su propósito consciente e n el momento de iniciar su e jecución. No se pu e de estar seguro de un éxit o completo m ás que cua ndo tod as las fuerzas psíquicas tienden de consuno hacia el fin pro pues to. ¿Qué es lo que res ponde el Guillermo Tel l, de Schi ller, que tanto tiem po ha du dad o antes de tirar a la manz ana colocada sobre la cabeza de su hij o, c uando el bailío le pre gunta pa ra qué ha guardado en el seno otra flecha? «Con esta flecha os hubiera tra spa sado si con la otr a hu biera herido a mi hijo. Y a vos -creedme- no os habría errado.» 4. Todo aquel qu e haya teni do ocasión de investi gar por los medios psicoanalíticos los ocultos movimientos psíquicos de los homb res po drá exponer muchas cosas nuevas sobre la calidad de los motivo incon scientes que seque manifiestan la superstición. En lossindividuos nerviosos padecen en ideas y estados obsesivos, y que son con mu cha frecuenci a personas de claro entendimiento, es en los que con mayor claridad se ve que la superstición es o riginad a por impulso s hostiles y crueles reprimidos. La superstición es, en gran par te, un tem or de desgracias futuras, y aquell as perso nas que frecuentemente desean mal a otras, pero que a conse cuenci a de una educación orientad a hacia la bondad han r e prim ido tales dese os, rechazándolos hasta lo inconsciente, están especialmente próxima s al temor de qu e como castigo
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a dicha maldad inconsciente les acaezca alguna desgracia que caiga sobre ell os vin iendo de la realid ad exterior. Convenimos en que con estas consideraciones no hemos agotado, ni m ucho me nos, la ps icología de la superst ición; pero , por otro lado, n o querem os deja r de examinar la cues tión si ha de negarse siempre la superstición tenga raícesder eales y que existan presenque timie ntos , sueñ os proféticos, experien cias telepáticas, m anifestaciones de fue rzas so bren atura les, etc. Nada má s lejos de mí que rechaza r, desde luego, y sin formación de causa, estos fenómenos, sobre los cuales existen tantas y tan penetrantes observaciones de hom bres de alt a intelectualidad y que de ben , desde luego, seguir siendo objeto de investigación. Es de esperar que al gun as de estas observaciones lleg uen a ser totalm ente acla radas por medio de nuestro naciente conocimiento de los procesos psíquicos inconscientes y sin obligarnos a una transformación fundamental de nuestras concepciones ac tuales. Si llegaran a demostrarse otros fenómenos (por ejemplo, los afirmados por los espiritistas), emprendería mos las modificaciones de n uestras «leyes» exigidas po r las nuevas experiencias, sin que ell o trajera c onsigo para n oso tros una confusión en las relaciones de los objetos en el mundo. Den tro de los lí mites de estas consideraciones no me es posible as las nes qu esta mate riacontestar se acumualantodmás queinterrogacio subjetivamente; estoe sobre es , con forme a mi experiencia personal. He de confesar que, por desgracia, pertenezco a aquellos indignos individuos a cu yos ojo s oc ultan los e spíritu s su actividad y de l os cuales se aparta lo so brenatural, de m anera que jamás me ha sucedi do na da que haya hecho surgir en m í la fe en lo m aravilloso. Como todos los homb res, he tenido presentimiento s y me han sucedido desgrac ias, pero nu nca han correspo ndido és tas a aquéllos. Mi s presentim ientos no se h an realizado, y la s desgraci as ha n llegado a m í sin anun ciarse . En la época en
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que, siendo m uy joven, viv ía en una ciu dad extranjera, me sucedió oír varias veces mi nombre pronunciado por una querida voz i nconfundible , y siempr e apu nté el mo mento en que sufría tal alucinación para preguntar a mis familiares ausentes lo que en dicho momen to les había ocurrid o. Nun ca coincidió mi alucinaci ón con n ingún suceso. En cam bio, posteriormente, estuve en una ocasión prestando asistencia a mis pacientes con absoluta tranqui lidad y si n sospecha al guna, mientras mi hijo se hallaba en peligro de muer te a cau sa de una hemorragia. Tampoco ninguno de los presenti mientos que me han sido relatados por mis pacientes ha podido nunca llegar a conseguir mi reconocimiento como fenómeno real. La creenc ia en lo s sueño s profé ticos cuenta con g ran nú mero de ade ptos, p or el hecho d e que encuen tra un funda men que d el eterm inad la sueño realidad f u tura to taleny como deseo la as s hacosas conssuceden truido en el . Mas esto tiene poc o de maravilloso, y siempre, entre el sueño y su realización, aparecen grandes diferencias, que la credulidad del sujeto suele no tomar en consideración. Una paciente mía, pe rson a muy intel igente y sincera, me p rocuró u na vez ocasión de analizar con toda precisión un sueño suyo que justificadamente podía calificarse de profético. Había soña do encontrar en determinada calle y frente a determinada tiend a a su méd ico de cabecera y antiguo am igo de su casa , y a la mañana siguiente, yen do por el centro de la ciudad , le encontró realmen te en el sitio preciso en el que le había visto en sueño s. Debo hacer constar que e ste maravilloso encu en tro no revistió lueg o significación imp ortan te nin guna, pues no resultaron de él consecuencias apreciables, y que, por tanto , no p ued e quedar justificado como una señal de acon tecimientos futuros. Un cuid adoso examen demos tró que no exis tía prueba al guna de que la señora hubiese recordado dicho sueño du rante la mañ ana sigui ente a la noche en la que afirmaba ha-
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tenido; esto es , antes de salir a la call e y verificar se el encuentro real. Tampoco pudo alegar nada contrario a mi concepción del suceso, que quitaba a ést e todo aspecto ma ravilloso y lo dejaba reducido a un interesantísimo proble ma psicol ógico. Para mí, lo sucedido era que, ha bien do sali do la señora por la mañana y encon trad o en u na calle y ante una tienda o médico y amigo, habíatenid adquirid o, en el mom entaosu de antigu verl e, la convi cción de haber o la noche anter ior un sueño en el que se enco ntrab a a la misma perso na y en aquel mis mo sitio. El análisi s pu do después indicar, con gran verosimilitud, có mo la señ ora había po dido llegar a adq uiri r tal convicción. Un encu ent ro en un sit io determ i nad o, y después de u na espera más o men os larga , const ituye una cita. El an tiguo médico de la casa hizo surgir en la seño ra el recuerdo de tiemp os pasad os, en los que sus encuentros con una tercera persona, amiga también del médico, eran algo ortainnteterru p arampido ell a. Sustodavía rel acione conanterior dicha per sona m nouyseimp habían , y els día al pretendido sueño la había est ado esp erando sin que acudie ra. Si me fuera posible com unicar aq uí más detalladamen te todo lo que a este caso se refie re, me sería muy fácil demo s tra r que la i lusión del sueño profético qu e surgió en la seño ra al ver a su médico y amigo de los pasados tiempos era equivalente a la siguiente exclam ación: «¡Ay, doctor! Me re cuerda usted ahora aquellos tiempos en que n unc a esperaba en vano la llegada de N. cuando nos habíamos dado una cita.» En mí mismo he observ ado u n sencill o ejemplo f ácilmen te interpretable de aquellos «singulares encuentros» en los que nos hallamos de pron to ante la per sona que precisa men te ocupaba nuestros pensamientos, ejemplo que constituye un buen m odel o de estos y análogos caso s. Pocos días des pués de serme o torgad o el título de profe sor, el cual da gran autorid ad aun en los pa íses de régimen monárq uico , se en tregaron mis pensamientos, mientras iba dando un paseo
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po r las call es de la ciud ad, a u na infantil fant asía vengat iva dirigida contra determinado matrimonio que meses antes me había llamad o par a asist ir a hija suya en la que se ha bía presentado una curiosa obsesión después de un sueño que había tenido . Yo me tom é gran interés por aque l caso, cuya curación creía posi ble llegar a obten er; per o los pad res rechazaron el tratamiento que propuse, dánd ome a entender su propós ito d e dirigirse a una autorid ad médica extranjera, que apli caba un procedim iento curati vo basado en el hip no tism o. M i fantasía suponía que los padres desp ués del com pleto fraca so de este mé todo, me rogab an volviese a asistir a su hija, manifestándome que tenían absoluta confianza en mí, etc. Yo l es respondía: «Sí; ahora que me han no mb rad o profesor tienen ustedes confianza en mí. Pero el título no pue de hab er cambiado mis ap titud es, y si antes no le s serví a a ustedes, tamb ién p ued en pasarse sin mí ahora .» Al lle gar a este punto quedó mi fantasía interrumpida por el saludo: «Adiós, señ or profesor», qu e en voz alta me fue diri gid o, y al alzar la vista v i que se cruzaba conm igo el m atri mo nio del cual aca baba de tom ar idea l venganza rechazando su ruego de volver a encargarm e de la curació n de su hija. L a apa rien cia sobrenatural de este encuentro desapareció en cuanto comen cé a reflexionar sobre él. Iba yo po r un a calle mu y anch a, recta y ca si desierta, y ha bía visto con una ráp ida ojea da al corpulento m atri mo nio cuanmotivos do aú n afectivos me hallaba, que a veinte de él;ron perosupoinflue r aque llos luego pasos des arrolla ncia en mi fantasía vengativa, aparentemente espontánea, había rechazado -según sucede con las alucinaciones negativasdicha percepción. Otto Rank pu blicó en la Psychoanalyse, II, 5, la siguiente «Sol ución de un sup uesto presentimien to»; «Hace algún tie mpo viví una extrañ a variante de aquella s "coincidencias singulares" en las que se encuentra uno a la
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persona en la que en aquel preci so mo men to iba pensan do. Días antes de Navi dad me dirigía al Banco Austro -Hú nga ro para obtener en él diez monedas de plata de nuevo cuño, destinadas a determinados regalos que pensaba hacer con motivo las próxim as fiestas. Sumido en amb iciosas fant a sías, en las que co mparaba mis escas os medi os económ icos con las enor mes sum as acum uladas en el Banco, entré en l a estrecha c alle en que aqu él se hal la situad o. Ante la puer ta del edificio ban cario , por la q ue e ntrab a y salía mucha gen te, se hall aba para do un a utom óvil. Lo q ue yo vengo a hac er aquí -pensé- no dará mucho trabajo a los empleados. No teng o más que sacar mi billete y decir: " Háganme el favor de darme oro." En el acto me di cuenta de mi error -l o que yo plataquería fanta sía. en contrabobtener a a pocos p asos de ylades entperté rada de , y mdeirepen te viMe venir hacia mí a un joven, al que m e pareció reconocer, p ero cuya person alidad no p ud e fijar al pronto , a causa de mi miopía. Cuando llegó a mi lado vi que era un condiscípulo de mi her ma no, apell idad o Oro, que, a su vez, tenía un her ma no , conocido escritor, con cuya ayuda había yo contado al prin cipio de mi carrera literaria. Estas espe ranzas no se habían realizado, y con ellas había desaparecido también el éxito económico que ocupa ba mi fantasía dura nte mi cam ino hacia el Banco. Debí a, pues , abst raído en mis fantas ías, haber perci bido la proximidad del señor Oro, percepción que en m i con ciencia, ocupada en un sueño referente al éxito econ ómico , se transformó mi resolución de demandar al oro en vez de plata, meta l men os vali oso. Po r otro lado, el hecho pa radó jico de que mi inconsciente pudiera percibir un objeto antes que éste fuera reconocido por mis ojos queda explicado en parte p or la "disposici ón al comple jo" de que habla Bleuler, la se hallaba dir igida ha cia la cues tión económica y guió, desde un principio, mis paso s, a pesar de mi mejor conocim iento, a aquel edi ficio, en do nde única mente se cambia y papel moneda.»
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A la de lo maravilloso y extrañ o pertenece tam bién la peculiar sensación que se experimenta en algunos mo mento s y situaciones de ha be r vivido ya aque llo mis mo otra ve z, de haberse encontrado a ntes en idéntica situación; pero sin que consigamos, por mucho que en ello nos esfor cemos, rec orda r claramente tales experiencias y situacio nes anterio res. Sé qu e al designar con el nom bre de «sensación» aquel lo que se manifi esta en nos otr os en tales mom ento s no hago m ás q ue emplear el impreciso le nguaje vulgar, pues de lo que se tr ata es de un juicio, y, en realidad , de un juicio d e reconocim iento; pero est os casos tienen , no ob stant e, un ca rácter peculiarísimo y no debemo s olvidar que en el los nu n ca logram os recordar lo que queremo s. No sé si e ste fenóme no de vu ha sido considerado seriamente como una prue e una anpsicólogos terior exi stencia psíquica indiv iduo lo ciertobaesdque le han ded icadodelsu interés y h ;an inten tado llega r a la so lución del prob lem a que p lantea po r los más diversos caminos especulativos. Nin gun a de las hi pótesis explic ativas expuestas hast a el día me parece a certa da, pue s en ning una de el las se tom a en cuenta alg o más q ue las manifestaciones que acompañan al fenómeno y las con diciones q ue lo favo recen. Aquellos proces os psíqu icos q ue, según mis observaci ones, deben con siderarse como los ú ni cos responsables par a un a explicación de lo vu, esto es, las fantasías inconscientes, han sido y son aún hoy en día descuidados p or los psicólogos. En mi o pin ión, es un erro r calificar de ilusión la sensación de «haber vivido ya una cosa». Por lo con trar io, n os halla mos en tales mom ento s ante alg o qu e en realidad se ha vivi do ya, pero que no puede ser recordado conscientemente po rqu e no fue jam ás consciente. En concreto : la se nsación de déjá vu corresp onde al recuerdo de una fant asía incons ciente. Exist en fantasías inconscientes (o sueño s diu rnos), lo mismo que análogas cre acione s consc ientes que tod os con o cemos po r exper ienci a prop ia.
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Reconozco que esta cuestión serí a dign a de un estudio d e tenidísim o; pe ro no q uiero exponer aqu í más que el análisis de un caso de vu, en el cual la sensación corresp ond ien te se significó por una especial intensidad y duración. Una señora de treinta y siete años afirmaba recordar clarísimamente que cu and o tenía doce hizo una pri mera visita a unas condiscípulas suyasenque vivíaaquéllas n en el habitaban cam po, y alexperimentó entrar en el jardín de la casa la que en el acto la sen sación de h aber es tado ya allí otra vez . Esta sensaci ón se re pitió al ent rar en la s habitaciones de la casa, y de tal manera , que le parecía sabe r de antem ano qué cuarto era el contiguo a aquel en que se hallaba, qué pan ora ma se divisaba desde sus ventanas, etc. Sin emb argo, pod ía recha zarse con absoluta segurid ad, y así lo confirmaron su padres cuan do les preg untó s obre ell o, la sospecha de que esta sen sación de recono cimiento estuviese justifi cada po r otr a visi ta que hubiese hec ho a dicha ca sa en su pr imera infanc ia. La señora que me comunicaba este caso no le había buscado una explicación psicológica, sino que había visto en dicha sensación un a señal profética de la imp ortancia que aquellas amigas suyas habían de adquirir en el para su vida sentimen tal. La apreciación de las circunstanc ias en la s cua les surgió en ella el fenómeno referido nos in dica el cam ino hacia otra distinta concepción de l mismo . Cua ndo decidió visitar a sus condiscípulas sabía ya que el único her mano de éstas se hallaba enfer sumo. te su vi sita ocasión de verle,gravemente y al comprobar malDuran aspecto pensó quetuvo no tard aría muc ho en m orir. Est o coincidía con el hecho de que meses a ntes había suf rido su pro pio h erm ano una grave infección diftérica, durante la cual fue ella alejada de la casa de sus padre s para evitar el contagio y estuvo viviendo en la de un cerc ano parien te. Creía recordar que su herm ano , ya cura do, la había acomp añad o en su visita a sus condiscípu las, y hasta que aquélla era l a prim era salida dur ade ra que el convaleciente había hecho después de su enfermedad; mas
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este recuerdo se presentaba en el la singu larme nte imp reciso, mien tras que tod os los demá s detalle s del suc eso, y en espe cial del traje qu e ella llevaba aquel día, aparecía n con la ma yor claridad ante sus ojos. Para el perito en estas cuestiones no resulta na da difícil deducir d e estos signos qu e en la mu chacha desempeñaba por entonce s un imp ortantís imo pa pel la esperanza de que su herm an o mu riera; sentimiento que o no llegó jamás a hacerse consciente o fue enérgica mente rep rim ido despu és de la curación de aquél. Si el her man o no hubiese curado , la muchach a hubier a tenido que llevar otro ves tido; esto es, un vestido de luto. En casa de sus amigas se halló con una análoga situación, o que el único herm ano estaba en peligro de mor ir en breve, c osa que, en efecto, suc edió. La muchacha debió de recordar consciente mente q ue hacía poco s meses se había e lla enco ntrad o en si tuación peroesión en vel levada z de record ar esto, que se hallaba inhibido análoga; p or la repr a cabo, tr ansportó la sen sación de recordar sobre la localidad, el jardín y la casa, y cayó en fausse reconnaissance de haber ya vis to todo aqu e llo otra ve z. Del hecho de la represión pode mos ded ucir que la esperan za que habí a abriga do de que su herm ano m uriera no estaba mu y lejos de poseer el carácter de un a fantasía-de seo. Muerto su he rmano, qu edar ía ella como hij a únic a. En la neuros is que pad eció m ás tar de sufr ió intensam ente ba jo el miedo de perd er a sus padr es, detr ás del c ual el aná lisis pudo descubrir, como de costum bre, el dese o inconsciente de igua l contenid o. Siempre me ha sido posib le derivar en análoga forma mis pasajeras experiencias personales de vu de la constela ción emo cional del momento . Estos cas os de vu podían definirse como «una reviviscenc ia de fantasía s conscientes o inconscientes que el s ujeto con struy ó en épocas pa sadas y que respo ndía n al deseo de ver mejorar su situación». Esta explicación del fenómeno de vu no ha sido apre ciada has ta aho ra más que por un solo observad or, el docto r
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Ferenczi, a quien t ant as y tan valiosa s apo rtaci one s debe la tercera edición de este libro, y que me escribe lo siguiente: «Las observaciones que tanto en mí mismo como en otras pers onas he verificado me h an llevado la convicción de que el inexplicable sentimiento de "haber vivido o visto ya una cosa" pue de referi rse a fa ntasías inconscientes q ue no s son recordadas inconscientemente en una situación actual. En una de mis pacientes parecía a primera vista que este fenó meno seguía un proceso diferente, pero en realidad era el mismo. Dicho sentimiento surgía en ella con gran frecuen cia, mas dem ostr and o proceder sie mpre de un trozo olvida do (reprimido) de un sueño de la noc he anterior. Parece, po r tanto , que el f enómeno de vu puede proc eder no sól o de sueños diurnos, sino también de sueños nocturnos.» (Pos terio rme nte he sabido que Grasset dio en una explica ción fenómeno cercana la mía.) Endeuneste breve ensa yo m pubuylicad o en 1913 he descr ito o tro fe nóm eno m uy aná logo al de vu. Es el de raconté, la ilusión de haber relatado ya algo, ilusión particularmente interesante cuan do surge dura nte el tratamiento psicoanalítico. El pacie nte afirma entonces, d ando m uestras de la ma yor seguridad subj etiva, haber relat ado ya un deter minad o recuerdo . Pero e l médico está seguro de lo contrario y, por lo general, lo gra convencer al paciente de su error. La explica ción de este interesante fallo funcional es probablemente la de que el suj eto ha tenido el prop ósito de com unic ar el re cuerdo de que se trata , pero no lo ha realizado, y sustituye luego el recue rdo d e dicho prop ósit o po r el de su realización. Análoga forma y probablemente igual mecanismo mues tran los «actos fallidos supuestos» de que nos habla Ferenc zi. El s ujeto cree hab er olvidado, extraviado o perd ido algo -un obj eto- , pero com prueba al pu nto que nada de el lo ha sucedido. Por ejemplo, una paciente que acaba de salir del gabinete de consultas vuelve a entrar en seguida, alegando haberse dejado el paraguas..., que en realidad trae en la
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mano. Existía, pues, en la sujeto el impulso a cometer tal acto falli do; y este impu lso b astó para su stitu ir la realización del mismo, siendo este último detalle lo único en que tales «actos fal lidos supu estos» se diferencia de los verd aderos. 5. Uno de mis cole gas, perso na de amplia cultura filosófica , al que recientemente tuve ocasión de expon er algunos ejem plos de olvido de nombres, con sus análisis correspondien tes, se apresu ró a resp onderm e: «Sí; todo eso es muy bon ito, pero en m í el olvi do de nom bres se manifie sta de ot ra ma ne ra.» Estas cuest iones no pu ede n nu nca juzgarse con tal lige reza. No creo que mi co lega hubiera pen sado j amá s en some ter a un análisis cualquier olvido de no mbre y, por tan to, no podía dec ir en qué dife ría en él el proce so de tales olvidos del que mo stratoca, bans los eje mplos, po mí expuestos. Perchos o suesta ob servación in embargo un rproblema que mu rán inclinados a col ocar en prim er térm ino . La solución de los actos fallidos y actos casuales que aquí damos ¿puede aplicarse en general o sólo en casos partic ulares? Y si lo que sucede es esto úl tim o, ¿cuáles son las cond iciones en las cua les puede aplicarse a l a explicación de los otros fenómenos? Mi experiencia no es sufi ciente pa ra perm itir me contestar a esta pregun ta. Mas lo que sí puedo hacer es advertir que no se deb en creer es casas las ocasion es en que aparecen en d i chos fenómenos las conexiones por nosotros señaladas, pues siempre que he hecho la prue ba en mí mis mo o en mis pacientes se han manifestado aquéllas con toda evidencia, como p ued e verse en l os eje mplos expuestos, o, p or lo me nos, han aparecido vigorosas razones para sospechar su existencia. No es de adm irar que no tod as las veces se consi ga hallar el oculto sentido de los actos sintomáticos, pues hay que tene r en cuenta que la mag nit ud de las resis tencias interiores que se oponen a la solución debe considerarse como un factor decisivo. Tampoco es siemp re posible int er pretar tod os y cada uno de los sueños prop ios o de los pa-
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cientes; m as pa ra con firmar la validez general de la teoría es suficiente que no s perm ita pe netra r algo en las asociaciones ocultas . El sueño que se m uestr a refractario a un intento de solució n, realizado al día si guiente de su apa rici ón, se deja con frecuencia arrancar su secreto una semana o un mes después, c uando una los transformación re al, surgida en el in tervalo, ha debilitado factores psíquicos, que luchan unos contra otros. Esto mismo debe también tenerse en cuenta en la solución de los acto s fallidos y sintom ático s. El ejemplo de equivocación en la lectura, En tonel por Europa, expuesto en e l capítulo 6, me perm itió de mostrar cómo un síntoma, al principio ininterpretable, llega a ser accesible al análisis cuando nuestro interés real respecto a los pensa mientos reprimidos se ha Mientras existió la posibilidad de que mi herm ano alcanzase antes yo el en vidiable título, se resistió la referida equivocación en la lec tu ra a todo s los esfuerzos analíticos; mas en c uan to se de mos tró lo im probab le de la temida pr eferencia, se iluminó ante mí el camino que había de co nducirm e hasta la solu ción del error. Sería, por tanto, desacertado afirmar que todos aquellos casos que se resisten al análisi s son efecto de mecan ismo s di ferentes al mecanismo psíquico aq uí dem ost rado . Para ad mitir tal afirmac ión harí an falta otra s pru ebas y no solamen te las puramente negativas. La general disposición de los individuos de salud normal a creer en otra distinta explica ción de los actos fallidos y sintomáticos carece también de tod a fuerza proba toria y no es, nat uralm ente , má s que una manifestació n de las mismas fuerzas psíqu icas que ha n esta blecido el misterio y que se cuidan asimismo de m antene rlo, resistié ndose a su revelación. Por otra part e, no deb emo s dejar de tener en cuenta que los pensamientos y sentimientos reprimid os no crean por sí mism os su exteriorización en f orma de actos sintomáticos y fallidos. La posibilidad técnica de tal des liz de las in erva do -
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nes tiene que darse indepe ndie ntem ente de el los, y entonces es aprovechada po r la intenció n de lo re pri mido de llegar a una exteri orización consciente. En el caso de los rend imi en tos fal lidos lingüísticos se ha intentad o en p ene trant es inves tigacio nes, llevadas a cab o p or filósofos y filólogos, fijar las relaciones estructu rales y funcionales que se pon en al servi cio de la referida inten ción . Si en las condiciones d ete rmi nantes de los actos fa llidos y sintomáticos consid eramo s se paradamente el motivo inconsciente y las relaciones fisiológicas y psicofísicas que en su auxilio acud en, q uedará en pie la cuestión de si de ntro de los límites de la s alud nor mal pued en o no existir otros fact ores qu e al igual y en susti tución del motivo inconsciente, sean susceptibles de srci nar, valiéndose de estas relaci ones, los actos sintomá ticos y fallidos. Pero no es a mí a quien com pete resolver este pr o blema. No es tampoco mi intención exagerar las diferencias, ya de por sí harto grandes, entre la concepción vulgar de los rendim ientos fallidos y su concepción psico analítica. Por el cont rario, q uisiera se ñalar algunos casos en los que dichas diferencias aparecen muy reducidas. La interpretación de los ejemplos más sencillos y menos singulares de equivoca ciones orales y gráficas, que no pasan de ser una confusión de dos palabras en una o una om isión de letras o palabra s, carece de tod a complicación. Des de el pu nto de vista psicoanalítico hay que afirmar que en estos casos se ha anu ncia do una pertu rbac ión de la intención; pero no se pued e señalar de dónde procede dicha perturbación ni cuáles fueran sus intencio nes. L o único q ue logró fu e dar cuenta de su exist en cia. En estos mi smos casos se ve tam bié n actuar, cosa que nunca hem os discu tido, la ayuda prestada al rendim iento fa llido por relaciones de valores fonéticos y asociaciones psi cológicas próximas. Pero de todos modos es una natural conducta científica el juzgar tales casos rudimentarios de equivocaciones orales o gráficas conforme a otros más im-
Psicopatología de ]a vida portantes y significativos, cuya investigación nos ha dado tan inequívocas conclusiones sobre la causa de los rendi mientos fallidos. 6. Desde la discusión de las equivocaciones orales nos he mos contentado con demostrar queylos falli dos poseen una motivación oculta conrendimientos abrirnos camino, por med io del psicoanálisis, hasta el conocim iento de dicha motivación. La natura leza general y las peculiaridades de los factores psíquicos que se exteriorizan en los rend imien tos fallidos no han sido hast a aquí objeto de nue stras co nsidera ciones o, po r lo me nos, no hem os trat ado de defi nirlas ni de investigar sus le yes. Tampoco in tenta rem os ah ora lle var a cabo una elucidaci ón fundam ental de esta cuestión, pues los prime ros pasos que por e ste camino diéramo s nos demos trar ían que atacan do el asunto po r otro lado nos sería más fácil penetrar en este campo. Sobre este punto podemos plantear varias cuest iones que quiero citar aqu í en el orden en que se presen tan: ¿Cuál es el co nten ido y srcen de los pensamientos y sentimientos que se revelan por medio de los actos fallidos y casuales? 2." ¿Cuáles son las co ndiciones que fuer zan a un pen samiento o un sen timiento a servirse de tales ocurrenci as como m edio de expresión y los pon en en situación de hacerlo así? ¿Puede dem ostr arse la existe n cia los de asociaciones nstanytes definidas entre carácter de rendimientos co fallidos lasycualidades de lo elque por medio de ellos se exterior iza? Comenzaré por reunir y aportar algún material para la respuesta a la última de l as anteriores interrogacio nes. En la discusió n de los eje mplos de equivocación oral hemo s en con trado que era necesario ir más allá del contenid o del dis curso que se tenía intención de expresa r y hem os tenid o que busc ar la causa de la pe rtu rbació n del discu rso fuera de la inten ción . Esta causa aparecía claramen te en u na serie de ca sos y era cono cida de la conciencia del orador. En los ejem-
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aparentem ente m ás senc illos y transpare ntes era u na segunda concepción del pens amie nto que se tenía intención de expresar la que pert urbaba la expres ión de éste, sin que fuera posibl e decir por qué hab ía sucum bido la una y emer gido victoriosamente l a otra (contaminación, según Meringer Maye r). En ela segundo g rup os sucumbía u na de las yconcepciones un motivo que,o de sincas embargo, no tenía fuerza suficiente para hacerla desaparecer por completo (ejemplo También en est e caso era claram ente consciente la concepción retenida. Únicamente del tercer grupo es del que pued e afirmarse si n reserva alguna que en él era diferente el pens amie nto p ert urbador del que se tenía intención de expresar y, naturalmente puede establecerse una distinción esenc ial. El pensam iento pertu rbado r, o está ligado con el perturbado por asociaciones de ideas (pertur bación po r contradicción interior) o es sustancialmente e x tra ño a él y la palabra p ert urb ad a se hall a ligada al pensa miento perturbador, con frecuencia inconsciente, por una sorp rend ente y singular a sociación externa. En los ejemplos expuesto s de psicoanálisis verifi cados po r mí se halla el dis curso entero baj o la influencia de pensam ientos e ntra dos si multánea mente en actividad, pero totalmente inconscient es, que o se re velan por l a misma pe rtu rba ció n (ejemplo: ser piente de casc abel -Cle opatra ) o exterior izan un a influencia indirecta, ndo posibleseque losintención t rozos aislado s delsedis curso qu ehacie conscientemente tiene de expresar per tur ben uno s a otros, como sucede con el ejemplo naspila ariz, en el cual se ocu ltab a detrá s de la equivoca ción el nom bre de la cal le de Hasenauer y reminiscencias re ferentes a una francesa. Los pensamientos retenidos o inconsci entes de l os que par te la perturba ción del discurso son de muy diverso srcen . Así, pues, po r este lado no se des cubre ning una posible generalización. El examen co mparativo de las equivocaciones en l a lectu ra y escritu ra nos condu ce a los mismo s resultad os. Casos
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aislados parecen , como en las equivocaciones orales, no de ber su srcen más que a un proceso de co ndensa ción car ente de más am plios motivos (ejemplo: «e l man.. . pon e cara rid i cula», etc.). Sin emb argo , nos satisfa ría saber si no es ind is pensable el cumplimiento de condiciones especiales para que tenga lugar tal condensación, que es un funcionamien to reg ular en el pro ceso del sueñ o y fallido en el del pen sa miento despierto. Mas de los ejemplos no puede deducirse nada de esto. No obs tante, t amp oco deduciría yo de el lo la no existencia de condiciones distintas del relajamiento de la atención consciente, pues sé, por otra s cuestiones, que pre cisamente los actos automáticos se distingue n po r su correc ción y segurid ad. Prefiero hacer resaltar el hecho de qu e aqu í como frecuentemente sucede en lolano biología, sontolas nes normales o aproximadas rmal obje merelacio nos favo rable a la investigaci ón qu e las patológicas . Aquello que en la explicación de estas sencillas perturbaciones permanece aún oscu ro espero quedará aclarado por l a de las pertu rba ciones má s graves. Tampoco en las equivocaciones en la lectura y e n la escri tura faltan ejemplos que dejan ob serv ar un a lejana y compli cada motivación. En tonel por Europa es una perturbació n de la lectura que se explica por la influencia de un pensa miento rem oto y sus tanci almente extraño, srcinado por un sentimien to repri mid o de celos y ambición; sentimien to que utiliza el «c ambio» de la palabra «transpo rte» para su asociaci ón con el tem a indiferente e inocente que ha bía de ser leíd o. En el caso Burckhardt es el nom bre m ismo tal «cambio». Es indu dable que l as pertu rbac ion es de la s funci ones ora les se pr oducen con m ayor facilidad y exigen un m enor es fuerzo de las fuerzas perturbadoras que las de los demás rendimientos psíquicos. A otro terreno diferente nos lleva el examen del olvido propiamente dicho; esto es, el olvido de sucesos
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que debemos distinguir del olvido temporal de nombres propio s, palabras extranj eras, seri es de palabras y pro pós i tos, expuesto en los primeros capítulos de este libro. Las condiciones fundamentales del proceso normal del olvido nos él not amos que no hemos olvi dadoson todo lo que creíamos.EnNuestra explicación se refiere única men te a aquellos c asos en l os cuale s el olvi do no s pr o duce aso mbro p or infringir la regla de qu e lo que se olvida es lo indi ferente y, en cambio, lo impo rtan te es conserva do po r la mem oria . El análi sis de aquel los olvi dos que n os parecen exigir una especial explicación da siempre como motivo del olvido una repugn ancia a rec ordar l o que pu ede desper tar en noso tros sensaci ones pen osas . Llegamos a la sospec ha de que este motivo lucha universalmente p or exteriorizarse en la vida psíquica, pero que su manifestac ión regular es impe dida po r otras fue rzas que actúan en co ntra. La am plitud y la significación de esta repugnancia a recordar parecen ser dignas del más cuidado so examen psicol ógico. El problem a de qué condiciones especiales son las que hacen posible el olvido en cada caso no encuentra tampoco su solución en esta más amp lia asociación. En el olvido de propósitos aparece en primer término otro factor. Aquel conflicto que en la repres ión d e lo penoso de recordar no hacemo s más que sospechar , hace aquí tan gible, y en los análi sis se descubre regu larmen te una rep ug nancia que se op one al pro pós ito sin hacerl o cesar. Como en rendimientos fallidos, anteriormente discutidos, se obser van aquí dos tipos del proceso psíquico: en un o, la repug nancia se dirige directamente contra el propósito (en in tenciones de alguna consecuencia), y en el otro es dicha repugn ancia sustancialmente extra ña al propós ito y estable ce su conexión con él po r medio d e una asociación externa (en prop ósito s casi indifer entes). o conflicto rigeEl lo impulso s fenóm enos actos minElomism err óneo o torp ezas. q uede se los manif iestadeentérla
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per turb aci ón del acto es muchas veces un impulso co ntrario a éste, pero aún con mayor frecuencia es un impulso total mente extraño a y que n o hace más que aprovechar la oca sión de llegar a manifestarse en la eje cución del acto p or una perturbación del mismo. Los casos en los que la perturba ción resulta de una c ontradicció n interior sonactividades. l os más signi ficativos y conciernen a l as más impo rtan tes El con flicto intern o pasa a segu ndo t érm ino en los actos sintom áticos o casuales. Estas manifestaciones motoras, poco estimadas o total men te despreciadas po r la concie ncia, sirve n de expresión a num eros os y diver sos sentimiento s inconsci entes o reteni dos . En su mayor par te representa n, simbólicam ente, fa nta sías o dese os. Pod emo s contestar a la prim era de la s interrogaciones ex pue stas, o sea a la de cuál e s el srcen de los pensam iento s y sentim iento s que se exteriorizan en los rendim iento s falli dos, hacien do obse rvar que en una ser ie de ca sos pued e ver se inequívocam ente el origen de los pensam ientos p ert urba dores en sentimientos reprimidos de la vida psíquica. Sentimientos e impulso s egoístas, cel osos y hostiles, sobre los cuale s gravita el peso de la educación m oral , utilizan en las personas sanas el camino de los rendimientos fallidos para manifestar de cualquier modo su poder innegable, pero no reconocido po r superiores instancias psíquicas. El dejar oc urr ir estos actos fal lidos y casuales corres pon de, en gran par te, a una có mod a toler ancia de lo inmoral. Entre es tos sentimientos reprimidos, desempeñan un importante papel las diversa s corrien tes sexuales. El que estas corrientes sexuale s aparezcan ta n rara s vec entr e los pensam iento s revelados por el análisis, en los eje" expuestos en est e libro, débese tan sólo a que como 1 ejemplos que he some tido aq uí al aná lisis proce dían , en s mayor parte, de mi propia vida psíquica, la selección efe tuad a tenía que se r parcial desde el prim er mom ento , d ad
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que tenía que existir en mí una tendencia a exclu ir todo ma terial sexual. Otras veces parecen ser inocen tes objeciones y cons idera ciones l o que constituye el srcen de los pen sam ient os per turbadores. Llegamos a la respuesta a la segunda interro ¿cuáles son lasahora condicio nes psicológica s respo nsablesgación de qu e: un pensamiento no pueda manifestarse en forma completa, sino que tenga que buscar su exteriorización de un modo parasitario, como modific ación y pertur bació n de otr o? De los más singulares casos de actos fallidos puede deducirse fácilmente que tal es condicio nes de ben busca rse en relación con el grado de capacida d de devenir consciente del material «reprimido» ; esto es, con su más o me nos firme carácter de tal. M as el exam en de la serie de ejemplos expuestos no nos da más que m uy imprecisas indicaci ones p ara la fi jación de este car ácter. La tenden cia a deja r de lado algo que n os ro ba tiem po, y la cree ncia de que el re ferido pens amien to no per tenece prop iame nte a la materia de que se tiene intenc ión de tratar, parecen desempeñ ar, como motivos la represión de un pensamiento destinado después a manifestarse por medio de la perturbación de otro, el mismo papel que la condenación moral de un rebelde sentimiento emocional, o que el srcen de cadenas de pensamientos totalmente in conscientes. Por es te camdeinolanocond es posible llega rdea un visión de la natura leza general icionalidad losarendi mientos fallidos y casuales. Un único hecho im portant e nos es dado p or est a investi gación: cuando más inocente es la motivación del rendifallido, y cuanto menos desagradable y, por tanto, menos incapaz de devenir conscient e es el pen sam iento q ue en aquél logra exteriorizarse, tanto más fácil se presenta la solución del fenómeno cuando dirigimos nuestra atención sobre él. Los más sencil los casos de olvido se no tan en seg ui da y se corrigen en el acto. En los c asos en que se trata de un a
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motivación po r sentimie ntos realmente reprimid os, la solu ción requiere un cuidado so anális is que a ve ces pued e trop e zar ta mbién con dificultades y hasta fracasar. Está, pues, justificado el tom ar el resulta do de esta últim a investigación como una señal de q ue la explicación sati sfac toria de las determ inanpor tes psicológicas de losy en actos casuales debe buscarse otro s cam inos otrofa sllidos lados.y El lector indulgent e no habrá , pu es, de ver en est a discusión más que el examen de l as superf icies de fractura de un a par te de la cuestión, extraída, un tanto artificialmente, de un a más amplia totalidad. 7. Con algunas palabr as indicaremos, po r lo menos , la direc ción en que debemos buscar esta más amplia totalidad. El mecanism o de los actos fall idos y casuales, y como nos lo ha en señado la aplicación del anál isis, mues tra en los pun tos más esenciales una coincidencia con el mecanismo de la for
mación de los sueños, discutid o por mí en el capítulo titula do «La elaboraci ón del sueño» , de mi libro sobre la inte rpre tación de los fenómenos oníricos. En uno y otro lado pue den hallarse la s con densaciones y las formaciones tr an saccionales (contam inaciones), siendo, adem ás, la situación idéntica: pensam ientos inconsciente s que por desusados ca min os y asociaci ones extern as llegan a manifestarse como modificac de otro s pens amie ntossueño . Las ,incongru encias,a absu rdos yiones errores del contenid o del a consecuenci de los cual es apenas si se puede recon ocer el fenómeno o ní rico como produ cto d e un funci onamiento psíquico, se ori ginan del mism o mo do -au nq ue con más libr e utili zación de los medio s existentes - que l os comunes errores de nues tra vida cotidiana. Aquí, como allí, se explica la apariencia de la función incorrecta por la peculiar interferencia de dos o más funcionamientos correctos. De este encuentro puede dedu
cirse una im portan te concl usión : el pec uliar mod o de labo rar, cuyo rendimie nto má s singular recono cemo s en el con-
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tenido del sueño , no debe achacar se al estado d urm ien te de la vida psíquica poseyendo como poseem os en los actos f a llidos tantas pruebas de su actividad durante la vid a despier ta. La misma conexión nos prohibe también considerar como determinantes de estos procesos psíquicos que nos parecen anormales y extraños un profundo relajamiento de la actividad psíquica o patológicos estados de Llegamos a un acertad o juicio de la extraña labor psíqu i ca, que per mite srcin arse tant o el funcionam iento fal lido como la s imágenes oníricas cuan do obs ervamo s que los sín tomas neuróticos, especialmente las formaciones psíquicas de la histeria y de la neurosi s obsesiva, repiten en su meca nismo todos los rasgos esenciales de este modo de laborar. En este punto deberá, pues, comenzar la continuación de nuestras investigaciones. Para nosotros tiene, sin embargo, todavía un especi al interés cons iderar los actos falli dos, ca suales y sintomático s a la luz de esta última analogía. Si los comp aramos con los rendim ientos de los psiconeuróti cos y con los síntomas neuróticos, aumentarán los fundamentos de dos afirmaciones que repetidas veces se han expuesto; esto es , que el límit e entre la no rma lida d y la anorm alida d nerviosa es indistinto, y que todos somo s un poco n ervio sos. Fuera de toda experiencia médica pueden señalarse di versos tipo s de taldenerviosidad simplemente indicada las las neu ro sis -, cas os en los c uales- node apa recen si no m uy poco s síntom as, o aparecen ést os muy raras veces y sin violenci a nin guna, d ebiend o, por tan to, a tribu ir se la extenuación a la canti dad , intens idad y extensión tem poral de los fenómenos patológicos. Puede así suceder que precisam ente el tip o qu e constituye la más frecuente trans i ción entre salud y enfermedad sea el que no se descubra nun ca. El tip o que hem os examin ado, y cuya s manifest acio nes patoló gicas son los actos fallidos y sinto mát icos , se ca racteriza por el hecho de que los síntomas son trasla dado s a
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los funcionamientos psíquicos de menor importancia, mien tras que tod o aquel lo que puede pretender un más valor psíquico sigue su marcha regular sin sufrir perturba ción algun a. La inver sa disposición de los síntom as, esto es, su emerge ncia en los funcionamientos o ren dim iento s indi vidual es y sociales de im portancia, pertu rba nd o la alimen tación, las relaciones sexuales, el trabajo profesional y la vida social, correspo nde a los casos g raves de neurosis y caracte riza a éstos mejor que la multiformidad o violencia de las manifestaci ones patológicas. El carácter com ún a los casos benig nos y a los grave s, ca rácter del cual parti cip an tamb ién los actos fal lidos y casua posibilidad de referir los fenómenos a un mate les, en laincompletamente rialyace psíquico reprimido, que es rechazado por la conciencia, pero al que no se ha despojado de toda ca pacidad de exteriorizarse.
Notas
2. O lvido de pal abra s extranjeras Éste es el medio general para atr aer la concienc ia las represen taciones que perman ecen ocultas. 2. Esta acusación surg ió por prim era vez en Francia, ba jo el rei nado de Felipe II y motivó la expulsión los judío s de dicho p aís. Desd e entonc es, y hasta l os tiempos mod erno s, ha resurgido siempre que en tiempos de Pascua desaparecí a o era encon trado asesinado un cristiano en los barrios j udí os. Var ias de estas supuestas víctimas han llegado a ser canonizadas, e n tre ellas San Simón d e Trento. (N. del T.) 3. Este breve análisis ha sido mu y com enta do y ha provoc ado vivas discusiones. Sirviéndose precisamente de él como base, ha inte ntad o E. Bleuler fija r de un mo do matem ático la verosim ilitud de las interpretacio nes psicoanalíticas y ha lle gado a la conclusión de que entrañan mayor verosimilitud que muchos otros «descubrimientos» médicos no discuti dos. Los recelos con que tropiezan deberíanse tan sólo a que en la investigación científica no se tiene aún costumbre de contar con verosimilitudes psicológicas. (Das autistich-indisziplinierte Denken in Medizin und seine
Berlín, 1919.) 4. Una más sutil observación reduce en mucho la antítesis que respecto a los recuerd os su stitutivos existe entre el aná lisis del
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caso Signorelli y el caso aliquis. En efec to, tambi én en este últi mo aparece acompañ ado el olvi do de una formación de sustitutivos. Cuan do posterio rmen te pregun té a mi compañero si en sus esf uerzos por re corda r la palab ra olvidada no se le había ocu rrid o alguna otra en sustitución de ell a, me comunic ó que prim ero había sentido la tentación de introd ucir en el ver so la y nostris ab palabra fuera este elhabía trozo desligado de decir y que después (quizá la palabra acudido a su pensamiento repetida y obstina damen te. Como escéptico a mis teorías, añ adió q ue esto se debía, sin duda, a ser aquélla la palabra con la que comenzab a el verso. Cuan do de s pués le rogué que considerara con atención las asociaciones que siguieron a exoriare, me dijo que la prim era era exorcismo. Podemos suponer, por tanto, que la acentuación intensiva de exoriare tenía la reprod ucció n el valor de tal f ormación sustitutivos. Ésta habría sido continuada por los nombres de santos después de pasa r sobre la asociación exorcismo. De to
dos m odos, éstas son sutil inario. ezas a las queahora no hay necesidad conceder un valor extraord Pero sí nos par ece de po sible consid erar la aparic ión de cualquier espec ie de recuerd os sustitutivos como un signo constante, a unqu e quizá tan sólo característico y revelador del olvido tenden cioso m otivado por represió n. Esta formaci ón de sustitutivos existir ía aun en a que llos casos en que no se p resentan fal sos nom bres sustitutivos, manifestándose entonces bajo la forma de intensificación de un elemento vecino o co ntinu o al elemento olvidado . En el caso Signorelli, y duran te tod o el tiempo que el no mb re del pinto r perm aneció inaccesible para mí, tuve, en cambio, u n clarísimo lo recuerdo suelen ser visual generalm , muc hoente másenintenso no sotrodes,lodeque su cic estos lo de recuerdos frescos y de su autorretra to que apare ce en un ángulo de uno de aqué llos. En otro caso que también relatamos en nuestro artículo publicad o en 1898, del que ya hemo s hecho men ción, olvida mos, hallánd onos en una ciudad extranj era, el nomb re de la ca lle en la que debíamos hacer una visita poco atractiva; pero, como una burla, retuvimos clarísimamente el número de la casa, cuan do de ordina rio es en nosotro s el recuerdo de nú me ros y cifras lo que con m ás dificultad se conserv a. 5. No quisiéra mos aceptar con completo convencimiento la falta de conexión entre los dos círculos de pensamientos del caso
Notas
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Signorelli. Una cuidadosa prosecu ción de los pensamientos re prim ido s sobre mue rte y sexualidad n os hacen, en efec to, llegar a un a idea que se relaci ona muy de cerca con el tem a de los fre s cos de Orvieto.
3. Olv ido de no mbr es y de seri es de pal abr as También estos bellos versos de la poesía goet hian a fueron al terad os po r mi colega, tant o en su contenid o como en el obje to a que se aplican. El fantasma de la muchacha de Corinto dice a su prometido: «Te he dado mi cadena / y me llevo un bucle de tus cabellos. / Míralo bien I mañana habrás tú enca necido / y ya no volverás a poseer negros cabellos hasta que estés allá abajo.» 2. C. G. Jung: Sobre la psicología de la dementia praecox, 1907, p.67. 52. 3. Dementia 4. 5. Th. Reik: «Sobre e l olvido col ectivo», e n Internationale ZeitsPsychoanalyse, IV, 1920. 6. Hure, prostituta. I 4. Rec uer do s infantiles y en cu br id or es (L'année i 1. «Enquéte sur les prem iers souvenirs de Psichologuique, III, 1897.) 2. Baso esta afirmación en algu nas informaciones recogidas 1901.) por 3. mí mismo. 4. Aquellos a quienes interesa vida anímica de estos infantiles inferirán sin dificultad la condicio nalid ad más profunda de la exigencia planteada al her ma no mayor. El pequ eño , que no ha cump lido aú n los tres años, se ha ya cuenta, sin embargo, de que la herm anit a últimam ente nacida se ha formado en el seno la mad re. Nada sati sfecho con tal increm ento la familia, abriga la peno sa sospecha de que el seno ma ter no en cierra aún o tros niñ os. El arm ario o el cajón son, par a él, sím
bolo s del seno mat erno . Dem anda, pues, echar una ojead a en el
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interior de lo s mismos y se dirige para el lo al her ma no mayor, sobre el c ual se ha desplazado , según se despr ende de o tras cir cunstancias, la riva lidad con el padre. Cont ra este her ma no se orien ta, a más de la fundada sospecha de haber hech o «encajo nar» a la niñera, la de haber introdu cido en el cuerp o de la ma dre la niña recientemente nacida. La desilusión que el niñ o ex perimenta alsuperficial comprobardel quedeseo el cajón está de vacío la motivación infantil ver proviene el interiordedel cajón. En cambio, la intensa satisfacción experimentada al com proba r la esbeltez mat erna proced e evidentemente d e es tratos psíquicos más profundos. 5. Equivocaciones orales 1. Véase La interpretación de los sueños en esta Biblioteca de autor. (N. del T.)
2.
Hallábase, com otomás tard eente se desobre moseltró,embarazo bajo la in fluenci a deenun efecto, pensamien inconsci y la manera de evitarlo. Con las palabras «doblada como una navaja de bolsillo», que expresó conscien temente co mo un la mento, quería describir la posición del niño en el claustro mater no. La palabra «Ernst», pron uncia da por mí, había evo cado en e lla el nombre de S. Ernst, con ocid o comercio situado en la Kaertnestrasse, qu e suele anun ciarse como lugar en el que pueden ad quirirse med ios preventivos de la c oncep ción. 3. Internationale IV, 1916-17.
4. «Dejar alemana, queque todviene os losacinco sig nificar sean pa «salirle res» esa un u nao locució una cosan familiar por u na friolera». La tien e la dob le significa ción de «de recho» y «par». (N. del T.) 5. Puede observarse también que l as perso nas de la aristocracia suelen desfigurar con particular frecuencia los nombres de los médico s a los que han consu ltado, de lo cual se descubre que interiorm ente no los estiman en mucho , a pesar de la c ortesía que muestran en su trato con ellos. Quiero citar aquí algunas acertadas obs ervaci ones sobr e el olvido de no mbres, tom ánd o las de la obra inglesa sobre este tema, escrita por el profesor E. Jones, residente en Toronto en l a época en que la pub licó:
Notas
The
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«Pocas son las personas que pueden reprimir un movimiento de enfado al notar que otras han olvidado su nombre, sobre tod o cu ando esperan que éstas lo hubiese n retenido en su m e moria. En estos casos acostum bra decirse, sin ref lexionar, que estas se hubiese personas dejado no en hubiesen el las una sufrido m ástal vigorosa flaqueza impderesión, memoria puessi el nombre es un elemento esencial de la personalidad. Por otro lado, es extraordin ariamen te halagador ve r que una alt a perso nalidad recuerda nuestro nombre. Napoleón, maestro en el arte de manejar a los homb res, dio duran te la desdichada cam paña de 1814 una asombrosa prueba de su memoria en esta cuestión. Hallán dose en una ciudad próx ima a Garonne, recor dó qu e veinte años antes había hecho co nocim iento con el que en aquellos tiempos d esempe ñaba el puesto de alcalde de dicha ciudad, un ind ividu o llamado De Bus sy. Consecuencia de esto fue que De Bu ssy, encan tado de que el em per ado r le recordase al cabo de veinte años, se entregó en cu erpo y alma a su servic io. Inversa mente, el medio más seguro de afr entar a un a perso na es fingir no recorda r su nom bre, pu es con ello manifestamos que nos es por completo indife rente. Est a cuestión ha sido tambi én muy explotada la literatura. En la obra de Turgueniev titulada Humo aparece el pasaje siguiente: "¿Sigue usted encontrando que es un sitio divertid o, señor.. . Litvinov? " "Ratm irov acostumbraba p ronun ciar el nom bre de Litvinov vacilando un poco, como si tuviese que hacer un esfuerzo para recordarlo. Con esto, así como orgullosa man era que tenía de quitarse el sombrero al saluda rle, se prop onía h erir a Litvi nov en su vani Padres e hijos, escribe el mismo autor: dad." En de sus "El go ber nador invitó a Kirsanov y Ba larov al baile y repi tió su invitac ión pocos minutos después, co nsiderándolos como hermanos y lla mánd olos a am bos Kis arov." En este caso, el ol vido de haberlos invitado ya anteriormente, el error en el nombre y la incapacidad de considerar por separado a cada uno de los dos jóvenes, constituyen un cúmulo de alfilerazos irritantes. La desfiguración de los nombres tiene la misma significación que el olvido de los mismos; es un primer paso hacia esto último.» 6. Atribu ida erró nea men te en la revista a E. Jones.
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7. «Según nuestras leyes, no se admite el divorcio más que cuando queda pro bado que uno de los cónyuges ha cometido adulterio, y entonces los derechos que el divorcio ocasiona no se conce den más que al cónyuge ofendido.» 8. Otros ejemplos de equivocaciones orales que, según la inten ción del poeta, deben ser interpretadas como muy significati vas en su mayoría, como confesiones aparecen en ely,Ricardo III, de Shakespeare, y en elinvoluntarias, Don Carlos, de Schiller. No sería difícil ampliar 9.
Ce concoit bien s'énonce et les pour le dire arrivent aisément.
10. En inglés en el srcin al. Su traducción es: «Un amigo mío m describió la enfermedad nerviosa que aquejaba a una tercer persona p ara que yo le dijese mi opin ión sobre dicha enferm y el modo posible de curarla.» Mi respuesta fue: «Creo p der remover con el tiempo, y por medio del psicoanális is, tod los síntomas que atormentan al paciente, pues me parece caso durable, digo curable.» (N. del T.)
6. E quiv ocac ione s en la lec tur a y en la es cr itu ra Para la inteligencia de este ejemplo debe tenerse en cuenta que la palabra Befórderung tiene dos sentidos: el de «transporte» y de «promoción». (N. del T.) 2. Véase Julio shakespearia no (acto III, esc. nombre es Cinna.
Es un conjurado. Cinna el poeta; no Cinna el conjurado!
impo rta. Su nombre es Cinna. Arrancad -
el nom bre del corazón y dejarle marchar.» 3. Véase el análisis de este sueño en La interpretación de los sue ños en esta Biblioteca de autor. del T.)
Notas
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4. Entre las equivocac iones en la escritura y lo s olvidos debe in cluirse el caso de qu e alguien om ita el colocar su firma en cual quier carta o documento. Un cheque no firmado supone lo mism o que un cheque olvi dado. Para expon er la interpre tación de un olvido similar, quiero tran scri bir aquí un análisis, v erifi cado po r el docto r H. Sachs, de una situación de esta clase, in cluida en un a novela: La novela The Island Pharisses, de John Galswort hy, no s un ejemplo muy instructivo y transparente de la seguridad con que los po eta s saben utilizar el mecan ismo de los actos fallidos y sintomático s según su sen tido psico analítico. La ac ción prin cip al de la novel a está con stitu ida po r las vacilacio nes de un joven de la dase media acaudalada, entre un pro fundo sentimiento de comunidad social y las conveniencias sociales de su clase. En el capítulo XXVI se describe la man era de reaccionar del protagonista ante una carta de un joven vagabundo al que, atraído p or su srcinal concepción de la vida, ha prestado ya auxilio alguna vez. La carta no contiene u na petición directa de dinero p ero sí el relato de una apu radísim a situac ión, que no pued e ser interp retado en o tra for ma. El destinatario rechaza prim ero la idea de arrojar su dinero al incorregible en v ez de re servarlo a establecimie ntos benéf icos: «Extende r una m ano au xiliadora, un trozo de un o mism o, hacer un signo de camara dería a nuestro pró jimo sin propósito ni fin alguno y tan sólo porque le vemos en mala situación, ¡qué locura sentimental! Alguna vez se ha de pone r un término.» Per o mientras m urm u raba estas conclusiones sintió cómo su sinceridad se alzaba con tra él, dicién dole: «¡Farsant e! Quieres conservar tu din ero . es todo.» Después de es tas duda s, escribe una amable carta al vaga bun do, y termina con las palabras: «Le incluyo un cheque. Sincera mente suyo, Richard Shelton. » «Antes de extender el cheque distrajo su atención u na polilla que revoloteaba altededor de la llama de la vela. Se levantó para atrap arla y soltarla fue ra y, al hacerlo, olvidó que no había m e tido el cheque con la carta.» Ést a va, tal como estaba, al co rreo. Pero el olvido está aún más sutilmente motivado que por la vic¡ tori a final de la tenden cia egoísta de aho rrar se el din ero, que al
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principio parecía vencida.
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Shelton se siente aislado en la residencia cam pestte de sus futu ros su egros y entre su novia, la famil ia de ésta y sus inv itados . Por medio de su acto fallido, se indica que el joven desea la pre sencia de su protegido, q ue, po r su pasad o y su concepci ón de la vida,cortadas constit uye extremo ario irreprochable las person aspatrón que le ro dean, todasel ellas por contr el mismo de las conveniencia s sociales. En efec to, el vagabun do, que sin auxilio no pue de ma nten erse en el puesto en qu e se hallaba, l le ga uno s días desp ués, so licitando la explica ción de la ausenci a del anun ciado cheque. 7. Olvido de imp resio nes y pro pós itos 1. En general, acuden d espués a la conciencia, en el curso de la consulta, toddeosunlospaciente detalle s si ha la prim era visita 2. Al inqui rir padecido diez olvidada. o quince años atrás alguna infección luética, se olvida con demasiada fre cuenci a que el interrog ado suele haber consid erado psíquica mente dicha enfer medad como o tra distinta en absoluto, po r ejemplo, como un reumatismo agudo. En las informaciones que los padres da n al médico sob re sus hijas enfer mas de neu rosis puede apenas distinguirse lo que olvidan de lo que con toda intención ocultan , pues dan de lado, esto es, reprimen sis temáticamente todos aquello s datos que supon en pueden per judicar un ulterior matrimonio de las hijas. Un individuo que había perd ido a su qu erid a mujer, víctima de un a afección pul monar, me co municó el siguiente caso de engañ o al médico que la visitaba, engañ o que no pued e explic arse más qu e por un ol vido : «Al ver que después de muchas semanas de tratam iento no cedía la pleuritis de mi pobre mujer, llamamos en consulta al doc tor P. Al hac er éste el historial de los antecedentes de la enferma preg untó, en tre ot ras cosas, si en la familia de mi mu jer había habido algún caso de enfermedad del pulmón. Mi mujer lo negó, y tam poco yo recordé na da en cont rario de su negación. Al despedirse el doctor P. comenzamos a hablar, como casual mente, de viajes y excursiones, y mi mujer me dijo: "Sí; el viaje hasta Langersdorf, donde está enterrado mi pobre hermano, es bastante la rgo." Este herm ano había mue rto hacía unos quince años, después de u na larga tuberculosis. M i mujer
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le había quer ido m uch o y me había hablad o de él en frecu entes ocasiones. Al oír la frase anterior, recordé que mi mujer se asustó mucho cuando su enfermedad fue diagnosticada de pleu ritis, y dijo con tristeza: También mi hermano murió de una enfermedad del pulmón. Mas su recuerdo se hallaba de tal mo do r epri mid o, que ni aun después de su f rase sobre el s itio donde se hallaba enterrado su hermano encontró ocasión de corregir la información qu e había dado so bre sus antecedentes familiares. A mí mism o no se me prese ntó tal recuerd o hasta el momento en que ella aludió al hermano.» E. Jones relata un caso análogo al anterior en la obr a que ya hem os citado varias veces. Un médico, cuya mujer padecía una enfermedad abdo minal no bien definida aún, le dijo, queriendo alentarla: «Lo bue no es que en tu fa milia no ha hab ido nin gún caso de tub er culosis.» La mujer le respo ndió con gra n sorp resa: «Pero ¿has olvida do que m i madre m urió de ella y que mi herm ana tam bién la padeció, curándose después de estar desahuciada por los médicos?» 3. En los días en que me hallaba escribiendo estas págin as me su cedió el siguiente caso de olvido, qu e me pareció casi increíble: En los prim eros días de enero ac ostu mbro revisar mi libro de notas p ara enviar a mis clientes la cuenta de los honorar ios de vengados. En los apuntes correspondientes al mes de junio h a llé un nom bre M . I. y me fue imposible acorda rme de la per so na a la que correspon día. M i extrañeza subió de pun to al seguir el libro y ver que se trata ba de un enfermo instala do en un san atorio y al que había visi tado a diario dur ante varias seman as. No es nat ura l que un médico se olvide a l cabo de sei s meses de un enfermo al que ha asist ido en tales circuns tancia s. ¿Sería algúna aindividuo paralítico, un caso sindeinterés? preguntab mí Por fin, la nota los hon ora rio s recibi dos hizo vol ver a mi mem oria tod o el conocimiento que querí a eludir el recuerd o. M. I. era una muchach a de catorce años, el cas o más no table que se me había presentado en los úl timo s tiempos y cuyo desgraciado f inal hub o de prop orcio nar me horas m uy penosas, d ánd ome una le cción que no olvidaré nun ca. Esta much acha padecía una inequívoca histeria, que se mejoró rápid a y fundamentalm ente b ajo m is cuidad os. D es pués de esta mejoría fue retirada del sanatorio por sus padres, aun cu and o ella se quejaba todavía de dolores abdomin ales, los
Psicopatologfa de
vida
cuales habían desempeñado un principal papel en el cuadro sintom ático de la histeria. Dos meses después m urió de un sar coma de las glándu las abdom inales . La histeria, a la que la mu chacha se hal laba mu y pred ispue sta, había aprov echado la for mación del tumor como agente provocador, y fascinado yo po r las tumu ltuo sas, p ero inofensi vas, manifest aciones de la histe ria, había descuidado incurable enfermedad.los primero s signos de la otra insidiosa e 4. A. Pick ha reuni do hace poc o una serie de autores que aceptan el valor de la influencia ejercida po r factores afectivos so bre la memoria y reconocen o menos la par ticipación en los olvidos de una fuerza defensiva contra lo penos o o desagradabl e. Ningu no de nosotros ha podido repre sentar es te fenómeno y su fundamen to psicológi co tan comp le ta e impre siona ntem ente como Nietzsche en un o de sus af oris mos (Más allá del y del mal, II, 68, Alianza Editorial, [1972]): «Ha s hecho esto, me dice mi mem oria. Eso no pued o haberlo hecho, mi orgullo, y perman ece inconmo vible. Por último , cededice la memoria.» A. Pick, Psicología del olvido en los enfermos mentales y nervio sos. (Archivo de antropología criminal y criminología de H. Gross.) 5. Opinión de Darwin sobre los olvidos (E. Jones). En la autob io grafía de Da rwin se halla el siguiente pasaje, que refleja su hon radez científica y su agudeza p sicológica: «Durante muchos años he seguido una "dorada regla". En cuanto encontraba un hecho publicado, una nueva observa ción o un pensam iento que contradecían mis resultados gene rales, tomab a nota deenseñado ellos lo másque exactamen te posible, pues la experi encia me había tal es hechos y pensamien tos escapan más fácil mente de nu estra me mor ia que aquellos otros que n os son favorables.» 6. Hace algún tiempo , un o de mis lectores me remitió un volu men de la colección infantil de Fr. Hoffmann, en el cual se relata detalladamente una fantasía de salvamento análoga a la cons truida por mí durante mi estancia en París. La coincidencia se extiende hasta determinad os giros poco comunes que apare cen en amba s versiones. No es posible exclu ir por completo la posibilidad d e haber leído en mis año s juveniles dicho libro. La biblioteca esc olar de n ues tro gimnas io po seía la col ección de
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Hoffmann, y el bibliotecario acos tum brab a ofrecer a los alum nos volúme nes de esta colecc ión con prefere ncia otro alimen to espiri tual. La fantasí a que a los cuaren ta y tres años creí a re cordar como invención de otro pu diera m uy bien no hab er sido sino una fie l reproducció n de una impresión de lectura recibi da entre los once y los trece años . La fant asía de salvamento atribuid a por mí un al tenedor s de deElmi propionosalva tenía más objeto que abrir caminode a lalibro fantasía mento y hacer tolerable a mi orgullo el deseo de hallar una per sona me favoreciera y protegiese. Ningún psicólogo extraña rá oírm e afirmar que en mi vida cons ciente me ha repu gnad o siempre la ide a de depe nder del favor de un protector, hab iendo tolerado muy mal las escasas situaciones reales en las que ha sucedido algo análogo. En un trabajo titulado Vetererretung in den en Inter nationale Psychoanalyse, VIII, 1922, nos ofrece Abraham el sentido m ás profundo de las fantasías de este con a explica ción cas iNuevos exhaustestudios iva de sus peculiarida des. 7. tenido Véase lay un obra de Bernheim sobre hipnotismo, sugestión y psicoterapia, 1892. 8. En la com edia César y Cleopatra, de B. se atormenta Cé sar, al ir a partir de Egipto, con la idea de que se había pro puesto hacer algo antes de partir y había olvidado qué. Por fin, resulta que lo que ha olvidado es ¡despedirse de Cleopa tra! Este peque ño rasgo debe dar cuenta -p or cierto, en com pleta contradicción con la verdad histórica- de lo poco que César se ocu pab a de la pequeñ a princesa egipc ia. (E. Jones, /. c, p. 488.) 9. Las mujere s,tes,con f ina comprensión dealos procesoscomo mentales inconscien sesu inclinan sie mpre más considerar u na ofensa el que no se las reconozca en la calle y, po r tanto que no se las salud e, qu e a pensar en la «expli cación más inme diat a, esto es, en que el que ha cometido la om isión es corto de vista o que , sumi do en sus pensam ientos, no ha reparad o en ella s. Así, pue s, suelen concluir qu e se las habrí a visto si se sintiese algún interés p or ellas. 10. S. Ferenczi nos comunica que él ha sido un o de tales «distraí dos» y que sus conocido s se extrañaban de la frecuencia y ori ginalid ad de sus errore s. Pero lo s signos de esta «distrac ción» han desaparecido casi por compl eto desde que come nzó a tra -
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Psicopatología de
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tar a los e nfermos por el méto do y se vio obliga do a prestar tamb ién atención al análi sis de su propio A su juicio, renunciamos a los actos fallidos cuando aprendemos a extender considerablemente los lí mites de la prop ia responsa bilidad, siendo, por tanto , la dist racción un estado dependiente de complej os inconscientes y curables por medio del psicoaná lisis. Sin embargo , un día que se reprochab a a sí mismo h aber cometido un error técnico en el psicoanálisis de una paciente, aparecieron de nuevo to das sus distracciones. Tropez ó varias veces an dando por la calle (representación cometi do en el tratam iento ), olvidó su cartera e n casa, quiso pagar en el tranví a cinco céntimos de m enos, abrochó equivocadamente sus vestido s, etc., etc. E. Jones observa respecto a esta cuestión: «Frecuentemente, la resistencia es de un o rden general. As í, un hom bre o cupad o ol vida echar la s cartas que le ha c onfiado su espo sa poco como podía olvidar otra más engorrosa: traerle los encargo s de las tienda s, por ejemplo.» 12. Por no al terar la unidad del tema, quiero hacer aquí una d igre sión y añ adir a lo an tedicho qu e, en relaci ón a las cuestiones de dinero, mu estra la memoria de l os hombres un a particular par cialidad. Recuerdos erró neo s de haber pagado ya a lgo son con frecuencia, como en mí mismo he podi do comprob ar, de una gran tenacidad. En los ca sos en que la inte nción de g anar dine ro se manifiesta al margen de los gran des interese s de la vida y se le pueda dejar libre de curs o sin tomarl a en serio, como su cede con el juego, l os hombres más h onr ado s prop end en a cae r en error es, recuerd os falsos y faltas en el cá lculo, enco ntrán do se así, sin saber cómo , envueltos en pequ eños fraudes. El carác ter psíquicamente reposante de l juego depe nde, en gran p arte , de tales posibles libertad es. El refrá n de que en el juego se co noce el carácte r del hom bre puede aceptarse añad iendo : el ca rácter reprimido. El mismo mecanismo preside las faltas que los camare ros com eten en el cá lculo de l as cuenta s. Entre los comerciantes es muy frecuente aplazar determinados pagos, aplazamiento que no p roporcio na ventaja alguna al deud or y que debe interpretarse psicológicamente como una exteriorización de la contr aried ad de tener que hacer un gasto. Bril l ob serva a est e respecto, agudeza epigram ática, «Somos más capac es ydecon extraviar aquella s cartas quloe siguiente: con tienen
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una cuen ta que las que contienen un cheque .» En con exión con los sentimientos más ín timos y meno s aclarados est á el hecho de que muje res de gran rectitud m uestra n a veces una par ticu lar desgana e n satisfacer los hon ora rio s del médico. O rdinar ia mente sue len olvidar el portam one das y no pued en pagar en la consulta. Luego olvidan día tra s día enviar el diner o y, de est e modo, acaban por conseguir que el médico las haya asistido grat uitam ente «por sus bellos oj os». 8. Torpezas o actos de té rm in o er ró neo
2. 3. 4. 5.
6.
7.
Una segunda publi cación de Mer inger me ha demos trad o po s teriorme nte mi erro r al atribuir a este autor tal comprensión. En francés en el srcin al. (N. del T.) En inglés en el srcin al. (N. del T.) «¡Ay! Se ha perdi do la Venus -¡p ataplum!- de Médicis.» sich vergreifen seguido de la En esta frase, el verbo reflexivo preposición «bei» significa «equivocarse», pero seguido de la preposici ón «an» significa «atentar, profanar, violar. Así se ex plica la conexión entre «equivocarse con la anciana» y «atentar contra la anciana». (N. del T.) Este sueño ha sido deno minad o por mí «s ueño de Edipo», por que no s da la clave par a la comp rensió n de la leyenda del rey Edipo. En el texto de Sófocles coloca éste en bo ca de Yocasta la relación de tal sueño. El automaltra to que no se pro pon e una completa autoan ulación no tiene en nue stro estado de civil ización actual más r e
medio que ocultarse de la casualidad, o manifestarse como simulación de detrás una enfermedad espontánea. Antigua mente era un signo usual de duelo y podía ser expresión de ideas de piedad y renunciam iento al mund o. 8. El caso es entonces idéntico al atenta do sexual contra un a mu jer en el que el ataque del hombre no puede ser rechazado por la total fuerza muscular de la mujer y porque a él coadyuva, aceptánd olo, u na part e de las sensaciones inconscientes de la atacada. Ya se suel e decir que tal situ ación par a/iz a las fuerzas de la mujer y no se necesita aña dir las razones de esta paraliza ción. Desde este punto de vista aparece injusta, psicológica mente, una de las ingeniosas sentencias dictadas por Sancho
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Panza en su ínsula (Quijote parte II, capítulo XLV.) Una mujer acusa a un hombre de haberla forzado. Sancho la indemniza con u na repleta bolsa que hace le entregue el acusa do, y da a éste, un a vez pa rtid a la muj er, perm iso p ara correr tra s ella y arran carle la bolsa. Al poco t iem po aparecen de nuevo los liti gantes y la mujer s e vanaglo ria de que el sup uesto violad or no haya tenid o fuerzas pa ra arran carl e el dinero. Al oír esto, dice Sancho: «S i el mismo aliento y valor que habéis mo strad o pa ra defender es ta bolsa lo m onstr arais, y aun la mitad m enos, para defender vuestro cuer po, las fuerzas de Hércule s no os hicieran falta.» 9. Es evidente que la situación de un campo de batall a es precisa ment e la requ erida po r la intención conscie nte de suicidarse, que , sin embargo, el cami no directo. Véase en el las palabras del capitán sueco sobre la muerte de Max Piccolo mini: «Díc ese que querí a morir.» 10. Autoca stigo por un aborto observad o por doc tor J. E. G. van Psychoanaly Emdem. La Haya (Holanda), en se, II, 12. Una perso na me escribe sobre el tema «Daños autoinfligidos como castigo»: Si se observa la cond ucta de las perso nas en las calles, se tiene ocasión de ver con cuánta frecuencia les sucede algún pequ eño accide nte a aquellos hombres que -com o es ya casi general cos tumb re- se vuelven a seguir a la s mujer es con la vista. Ta n pron to tropiezan, au n yendo po r llano, como topan con un farol o se hieren de alguna ot ra forma. 12. En muc hos de estos casos de lesione s o mue rte po r accidente queda dudosa la interpretación. Las personas ajenas a la vícti ma no hallarán motivo alguno para ver en la desgracia cosa disti nta de un accidente fortuito, mi entras q ue sus famili ares y amigos, conocedor es de sus intimidades, po dr án enco ntrar ra zones para sospechar la existencia de una intención incons ciente. El siguie nte relat o de un joven, cuya prom etid a muri ó víctima d e un atropello, n os ofrece un acab ado ejemplo de este género. «En septiembre del año pas ado cono cí a la señorita X. Z., de treinta y cuatro años de edad y excelente posición económica. Prom etida a un of icial antes de la guerra, ha bía pasa do p or dolor de perde r a su futuro, caído en el fr ente en 1916. De nues tro conocimient o nació pronto una mutua inclinaci ón amoro -
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sa sin que al princip io pensásemos en el matri mo nio , pues la dife renc ia de eda d -y o tenía po r entonc es veintisi ete añ osparecía p oco favorable a tal idea. Sin em bargo, como v ivíamos en la misma cal le y nos veíamos y reuníamos a diari o, n uestr as relaciones acabaron por tomar u n carác ter íntimo, circunstan cia que no s acercó más a la i dea del matr imo nio . Acordamos, pues, dar estado oficial a nue stras relaciones y fijamos la fecha de nues tros esponsal es. Antes se proponía l a señorita Z. hacer un viaje para visitar a un parie nte suyo, prop ósito que la huelga ferroviaria le impidió, a ú ltima h ora, llev ar a cabo. Las sombras que la victoria de la c lase obrer a parecían proyectar so bre el porv enir influyeron dura nte algún tiempo en nues tro estado de ánimo. Sobre tod o, mi futura, s ujeta ya por natural eza a gra n des oscilaciones de ánimo, creía ver, en los sucesos sociales, graves obstáculos para nuestros proyectos. El sábado 20 de marzo mostrab a, sin embargo , alegr ía y animación excepcio nales que me sorpren dieron y contagiar on, haciénd onos verlo todo de color de rosa. días antes habíamos quedado en irAluna añan a juntos a go la iglesia, aunquea sin o. día m siguiente, domin de marzo, las precisar nueve y cuánd cua rto de la ma ñana, me telefoneó dicién dome que fuese a buscarla par a ir la iglesia, pero m e fue imposible complacerla por ten er ocu paciones Visiblemente contrariada por mi negati va, decidi ó ir sola a la iglesia. En la escalera de la casa enco ntró a un conocido, con el que anduv o un rato, da ndo m uestras de excelente hu mor y sin alu dir para nad a a nues tra conversación telefónica. Cerca ya de la iglesia se despidió de su acompañan te, alegando , en tono fest ivo, que su guarda no le era ya necesa ria, puesto q ue sólo tenía ya que cruzar la c alle, tran quila y des pejada Unfue m omento después, and o mu iba ya a alcanzarenlaaquel aceralugar. opuesta, atropellada por uncucoche, riend o a las pocas horas. Por a quel mismo lugar habíamo s atra vesado jun tos infinitas veces. Mi futura se m ostraba siempre en extremo pru den te y además, precis amente aqu ella ma ñana , era casi nulo el tránsito rodado, puesto que los ómnibus, tran vías, etc., estaban en h uelga. Resulta, pues, inconcebible qu e no viera el coche la ni siquiera lo oyese acercarse. Todo el mun do creyó en un accidente " casual" . Mi prim era imp re sión f ue totalmente contraria, aunque tampoco p odía p ensar en un propó sito preme ditado. Intenté, pues, hallar una expli ca-
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psicológica , y al cabo de much o tiemp o creí enco ntrarla al leer su Psicopatología de la vida cotidiana. La señorita Z. mani festaba, a veces, cierta tenden cia al suicidio, e incluso hab ía in tentado hacerme com partir sus opiniones , habiéndo me yo es forzado en desvanecer tales ideas. Dos días antes de la desgracia, al regreso de un paseo, comenzó a hablar, sin motivo alguno exterior, de sumen mu taria erte ys.de convenie de ió tom ar sus dispo en o siciones testa Sinlaembarg o, ncia no inic paso algun tal sentido, lo cual pru eba que sus manifest aciones no obed e cían a un pro pósito suicida. Así, pues , a mi juicio , que desd e luego no considero indisc utible , la muert e de la señorita Z. no pued e atribuirse a u na desgraci a casua l, ni a un a obnubilación de la conciencia, sino a una autod estrucción intencionada, d e pend iente de un motivo inconsciente que c onsiguió ocultarse bajo el di sfraz de un acci dente fortuito. Esta opin ión mía qu eda robustecida p or ciertas manifestac iones, hechas por la seño rit a Z. a sus familiare s, antes de su conocimien to con migo y luego mismo . Hem os, pues, que su * desgractambién iado fina fmíue un a consecuencia de la de musupon ert e deersu mer pro metid o, al que n ada pod ía sustituir para el la.» 13. Hayermans, Schetsen von Sam uel Falkland, Am sterdam , H. J W.Becht,1914. 9. Actos sin tom átic os y casuales «Aportación al simbolism o en la vida cotidiana». Ernest Jones, Toronto. Traduci do al alemán por Ott o Rank y publi 2. cado «Freud's Theor y of Dreams», e n American Journ, of Psychol., abril de p. 7. 3. Compárese Oldham: I wear pen as others do their sword. 4. Maeder: «Con tributions á la Psychopa thologi e de la vie quotidienne», en Archives de Psychologic, t. VI , 1906. 5. En francés en el src inal. (N. del T.) 6. He aquí aún una pequ eña colección de diversos actos sintomá ticos observados tanto en individuos sanos como neuróticos: un cole ga mío, ya de ed ad avanzada y al que disgusta m ucho perd er en lo s juegos carteado s, perd ió una n oche un a crecida suma, que pagó si n lamentarse, pero dejando transpa renta r un
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particular estado de ánimo . Después de su march a que había dejado sobre la mesa casi todo lo que llevaba en los bolsi llos: los lentes, la petaca y el pañ uelo . Este olvido debe ser traducid o en la forma siguiente: «¡Bandidos! ¡Me habéis sa queado!» Un sujet quecrón padecía de im impotencia potencia sexual en algu nas ocasi ones, peroo no icamente, que tenía su srcen en la intimidad de sus relaciones infantiles con su ma dre, me comunicó que tenía l a costumb re de ornar algun os es critos y notas con u na S., letra inicial de l nom bre de aquélla, y que no po día tolerar que la s carta s que recibía de su casa andu viesen revuel tas sobre su mesa con otra cla se de cor resp ond en cia non sintiéndo se forzado a conservar las pri meras en sitio aparte. Un a señora joven abrió de repente un día la puerta del cua rto en el que recibo a mis pacientes antes que saliera de él la enferma que la precedía. En el acto se excusó dici endo que había lo había impulsado hecho «sina ello pensar», la misma perocuri pronto osidseaddescubrió que en suque infanc le ia la llevaba a pen etra r repen tinam ente en la alcoba de sus padr es. Aquellas mucha chas que están orguUosas de su bella cabellera saben siempre enre dar tan h ábilmen te con sus horqu illas y pei netas que consiguen que en medio de la conversación se les suelte el pelo. Muchos individuos que durante un reconoci miento o tratam iento médicos tienen que permanecer echados suelen desp arram ar por el suelo un a cantidad mayor o meno r del dinero que ll evan en el bolsillo del pantal ón, pag and o así, según en lo que lo estim an, el trabajo del médi co. Aquel que ol vida en cas a del médico algún objeto: lentes, gua ntes , bolsi llo, etc., manifiesta con ello un sentimiento de grati tud o simpa tía y su deseo de volver nuevamente. E. Jones dice: «Se puede medir el éxito con qu e un médico practica la psicotera pia po r la colección que en un mes p ueda hacer de sombrill as y paragu as, pañuelos y bolsillos olvidados en su casa por los clie ntes.» Los más peque ños actos habitual es llevados a cabo con un mín im o de atención, tales como dar cuerda al reloj antes de acostarse, apagar la luz al salir de una hab itació n, etc., están so metid os ocasionalment e a perturb aciones que demu estran la infl uencia de los complejos inconscientes sobre aquellas «costumbres» que se tienen po r más arraig ada s. Maeder relata en la revista Coenobium el c aso de un médico int ern o de un hosp ital, que estando de guardia y no debiendo aba ndon ar su puesto, tuvo
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que hacerlo, si n embargo, po r recla marle en ot ro lado un asun to de importan cia. Cuan do volvió notó con sorpresa que había luz en su cuar to. A l salir se le había olvidado apagarla, cosa que jamás le había ocurrido antes. Reflexionando sobre el caso, ha lló en seguida el motivo a que obedecía su olvido. El direc tor del hospital, que residía en él, debía deducir de la ilumina ción delado cuarto de su intern o laypresencia éste. Un individ uo, abr um de preocupaciones s ujeto a de temporales depresio nes de ánimo , me aseguró que cuan do po r la noche se acostaba cansado de lo y peno so de su vida, hallaba siempre, al des perta rse por la mañana , que se le ha bía parad o el reloj por ha berse olvidado de darle cuerda. Con tal olvido simbolizaba su indiferencia de vivir o no al día siguiente. Ot ro sujeto, al que no conozco personalmente, me escribió: «Habiéndome ocurrido una dolorosa desgracia, se me apareció la vida tan pen osa y de sagradable, que me imag inaba n o hallar fu erza suficiente pa ra mante ner me vivo al siguiente día, y en esta época me di cuenta de que diario me olvidaba de d aarcacuerda al reloj, cosa queal nun ca casi habíaa omitido y que lle vaba bo mecán icamente acostarme. Sólo me acordaba de hacerlo cuando al siguiente día tenía alguna ocupación importante o de gran interés para mí. ¿Será esto tam bién un acto automático? No p odría , si no, explicár melo.» Aque l que, com o Jung (Sobre la psicología de la 1902, p. 62), o c omo M aeder («Une voie nouvelle en Psychologie: Freud et son en Coenobium, Lugano, quiera tomars e el trabajo de prest ar atenció n a las melodías que se tara rean al descuido y sin intención hallará regu larme nte la relación exi stente entre el t exto de la melodía y un que ocupa el pensamiento la personadel pensami la canta.en También la sutil deter min ació n de la expresión to en el discurso o en la escritu ra merece una obse rvación cu i dadosa. En general, se cree poder elegir las palab ras con qu e re vestir nuestro pensamiento o la imagen que ha de representarlo. Una más cuidadosa observ ación mu estra, ta nto la exis tencia de otras consideraciones que deciden tal elección, como también que en l a forma en que se tradu ce el pen samie nto se tran sparenta a veces un sentido má s profund o y que el or ado r o escri tor no se ha propu esto expresa r. Las imágenes y mod os de ex presió n de que una perso na hace uso preferent e no son, en la mayoría de los casos, indiferentes para la formación d e un jui-
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CÍO sob re ella, y en ocasiones se m uestran como alusiones a un tema que por el momento se retie ne en úl timo térm ino , pero que ha impres ionado hondam ente al or ador. En una d etermi nada época oí usar varias ve ces a un sujeto, en el curso de co n versaciones teóricas, la expresi ón «cuando le pasa a u no algo de repente po r la cabeza». No me ex trañó ver e sta locución rep eti das veces dellareferido sabía queruso pocohabía tiem po antes había recibido noticiasujeto, de quepues un proyectil atravesado de part e a parte el gorro de campaña de su hijo. 10. Erro res 1. Esta afirmación mía no fue por completo err ónea. La versión órfica del mito hace re petir a Zeu s, con su padre, la castración que éste hizo sufrir al suyo. (Roscher: Diccionario de M itología.) Actos f all idos comb ina do s Esta continu a actuación de los ele mentos inconsciente s se ma nifiesta una s veces en forma de un su eño consecutivo al acto fa llido, y otras, en la repetición del mismo o en la omisión de u na rectificación. 2. No es r aro q ue el sueño anule los ef ectos de un acto fal lido tal como la pérdida o el extravío de un objet o, revelándonos dó n de hallaremo s lo perdid o; pero esta revelación no tien e nada de sob renatur al en cuanto el que la recibe es el mis mo sujeto que ha sufrido la pérd ida. Una señ ora joven rela ta: «Hace un os cu a tro meses perdí una sortija muy bonita. Después de rebuscar inútilm ente por todos los rincones de mi cuarto , soñé una no che que la sortija se hallaba junto a un cajón al lado del radia dor. Naturalm ente, lo pr ime ro que hic e al levantarme fu e dir i girm e al lugar ind icado en mi sueño , y allí estaba, en efecto, la sortija.» La sujeto se maravill a de este suceso y afirma que le oc urre con frecuencia ver satis fechos en esta forma singular sus deseos y sus pensamientos, pero omite preguntarse qué transformacio nes hu bo en su vida entre la pérd ida y la recuperación de la sortija.
de la vida cotidiana Dete rmin ismo . Fe casu al. Superst ición. Consideraciones Alfred «Tres psicoanálisis de cantidad es arbi trar ias y ci fras obsesivas.» (Psych. núm. 2. Como aclaraci ón a lo relacionado con Macbeth, volumen nú mero de la B. U., me comun ica el doc tor Adler que el sujeto del análisisque ingresó, teniendo diecisiete años, en una sociedad anarquista se había señalado como fin la muerte del rey. Por esta razón cay ó quizá en el olvido el conten ido del Macbeth. En aquella época recibió el referido sujeto una comunicación secreta en la que la s letras eran sustituidas p or nú mer os. 3. Para simplificar, he sup rim ido algunas ocurren cias interm e dias, perfec tamente pertinen tes. 4. El señor Rudolf Schneider, de ha expuesto una intere sante objeción contra la fuerza demostrativa de estos análisis de núm ero s. (R. Schneider: «La investigación freudiana de las ocurrencias de números », Internat. Zeitschr.f. Psychoanalyse,
1920-21). cifra porunejemplo primera fecha que seEscogiendo presen tabauna a sus ojosdada, al abrir libro delahist oria, o comun icando a otra persona un nú me ro ele gido po r él, hizo Schneider el experime nto de ver s i se presen taban tam bién ante este número asociaciones aparentemente determinantes. En efecto, se prese ntar on en la práctica tales asociaciones. En el ejemplo, producto de un autoanálisis, que Schneider nos co mun ica, el resultado de las asoci aciones emergente s fue una d e terminación tan rica y significativa como la que resulta en nuestros análisis de números espontáneamente emergidos, siendo así que en el experim ento de Schneider el nú me ro no necesitaba determinación ninguna, por haber sido dado exteriormente. En o tro caso, se fa cilitó Schneider dema siado la ta rea, pue s la cifra que dio fu e el 2, cuya determ ina ción tiene ne cesariamente que alcanzarse por cualquier material y en cualquier persona. De estas investigaci ones deduce Schneider dos cosas: p rim era, que «lo psíquico posee iguales posibilidad es de asociación res pecto a los número s que respecto a lo s conceptos», y, segu ndo, que la emer gencia de asociac iones determin antes ante nú me ros espontáneamente expresados no demuestra que estos nú meros sean srcinad os po r los pensamientos q ue se reve lan en el «análisis». La prim era con secuencia es de una certeza indu-
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dable. A un núm ero d ado pued e asoci arse algo per tinen te con igual facilidad que a una palabra dada, y aun quizá más fácil mente, pues la facultad de asoci ación d e las escasas cifras es es pecialment e grand e. Entonces se encuentra u no simpleme nte en si tuación ex perimento de asociación, que hala sidola estu diad odel enllsusamado más diversas direcciones por la escue de En esta situación, la ocurrencia (reacción) es determinada por la palabra dada (palabra-estímulo). Esta reacción puede ser , sin embargo, de muy distint a naturaleza, y las investigac iones d e han mostra do q ue la di ferenciación no qu eda aban don ada a la «c asualidad», sino que en la deter minación t oma n par te «complejos» inconsc ientes cu and o han sido heridos po r la palabra-estímulo. La segu nda consecuencia de Schneider va dema siado lejos. Del hecho de que ant e núme ros (o palabras) dados emerja n ocu rrencias pertinentes, no puedeespontáneamente deducirse, sobre laemergentes, derivación de los números (o palabras) nada que no hubiera de haberse debido tener en cuenta antes del conocimiento este hecho. Estas ocurrencias (palabras o nú meros) pod ían ser indeterminadas, d eterminadas por l os pen samientos, que aparecen en el análisis o, por último , dete rmi nadas por otros pensamientos que no se han revelado en el mis mo, en cuyo caso és te nos habría engañ ado. Hay que liber tarse de la tendencia a cr eer que este problem a se plantea par a los núm eros de distinto m od o que para l as palabra s. No está den tro de las intenciones de este l ibro realizar una investi ga ción crítica del prob lema , y con ell a un a justificación de la téc nica psicoanalítica en esta cuestión de las ideas espontáneas. En la práctica analítica se parte de la hipótesis de que la segun da de las menc iona das posib ilidades es la cierta y la utilizable en la mayoría de los casos. Las investigaciones de un psicó logo experimental han mo strado que es la más probable (Poppelreut er). (Véase además, sobre e sta cuestión, las impor tantes consideracion es de Bleu ler en su libro Das nirte Denken, 1919, capítulo IX, «Von den Wahrscheinlinchkeiten de r psichologischen Erkenntnis».) 5. Esta doctr ina de la estricta deter min ación de actos aparen te mente arbi trar ios ha dad o ricos frutos para la Ps icología y qui zá tambié n pa ra la admin istra ción de justicia. Bleuler y Jung han hecho de est e mod o las reacciones en el llama-
Psicopatología de
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do «experimento de asociación», en el cual la pers ona investi gada debe contestar a una palabra que le dirija (palab ra-estí mulo) con otra que al oír aquélla se le ocurra (reacción ), mi diéndose el tiempo que tran scurr e entre una y otra (tiempo de reacción). ha most rado en sus Diagnostische qué buen reactivo p ara los estados ps íquicos po seemos endeestDerecho e exper Penal iment oH.deGross, asociación. Dos discípulos profesor de Praga, los señoresdel Wertheimer y Klein, han desarrollado, basándose en estos ex perim ento s, una técni ca para el diagnóstico de hechos (Tatbestands-Diagnostik), en casos crimin ales, técnicas cuy o examen y verificación ocupa en la actualidad a psicólogos juristas. 6. Parti end o de otro s punto s de vista, se ha atribui do esta inter pret ació n de las exteriorizaciones ni mias o casuales a l as neu rosis de referencia (Beziehungswahn). 7.
Aquellas fantasías de los histéri cos, refer entes a malos trato s o abuso s sexuales, que el análisi s trat a de hacer conscientes coinci
den otos casionalme nte, oicos hasta pers en suseguid menoos.resEsdetalles, la men de los paran singular,con masl os no incomprensible, el que tamb ién se hal le igual contenido como una realidad en los hecho s ejecutados por los perver sos para la consecución de sus deseos. 8. En un trabajo titulado «Psicoanálisis y superstición» (Int. ZeitPsychoan., VI II, 1922) incluye N.
el siguiente
ejemplo, e ncam inad o a precisar la s diferenc ias entre las inter pretaciones sup ersticiosas, psicoanalí tica y mítica de un mis mo suces o. El mismo día de su matrim onio, celebra do en u na pequ eña ciudad provincial, emp rend ió Ossipow su viaje de no vios una estación con destino situada a Moscú. a unas Próximo d os horas ya al tér de Moscú, mino de se suleviaj ocurr e, en ió descender del tren par a echar una ojea da la población corres pond iente. Suponiendo que la parad a duraría lo bastante para permitirle satisfacer su deseo, atravesó la estación y anduvo unos momentos camino de la ciudad. Pero al regresar se en contró con que el tren había partido, llevándose a su mujer. Cuand o su vieja ama de lla ves tuvo no ticia d e este suceso, ex clamó con air e preo cup ado : «¡Ese matr im onio acabará ma l!» Ossipow acogió con gra nde s risas aquella profecía, pe ro c uan do cinco mes es más tarde se vio divorci ado, hu bo de in terpre tar lo sucedido en su viaje de novios como una «protesta in-
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consciente» contra su matri mo nio . La ciudad en que tuvo efecto su acto fallido adquirió para él, años después, una im portante significación, por residir en ella una persona con la que el Destino le unió luego íntimamente. En la época de su mat rimo nio no conocía aún a tal persona, ni siquier a sospe chaba su existencia. Pero la interpretación mítica del suceso hubiera a dedeque el hecho nado enunaque lla ciudadsido el ltren Moscú, y a sude haber mujerabando en él, constituía sig no del futuro. 9. Percepción exenta, natura lmen te, de tod o carácte r de conoci miento. 10. Se enlazan aquí i nteresantes prob lemas de naturaleza económi ca, que surgen al tener en cuen ta el hecho de que l os proceso s psíquicos tiend en a la consecución de placer y la supresión de displacer. Constituye ya un problema económico cómo es po sible recuperar, por medio de asociaciones sustitutivas, un nombre olvidado por un motiv o de displ acer. Un bello trabajo de Tausken(«Entwertung desfiir durch Recom pense», Int. Zeitschrift muestra, con excelentes ejemplos, cómo el nom bre olvidado se nos hace de nuevo accesible cuando conseguimos incluirlo en una asocia ción placiente capaz de compensar la probable emergencia de displacer en su repro ducc ión. Puedo dar las siguientes indicaciones sobre el mecanismo del olvido propiamente dicho: el material de la memoria sucum be, en general, a dos influencias: condensación y desfigura ción. La desfigura ción es obr a de las tendencias do min antes en la vida psíquica y se dirige, so bre tod o, contra aquellas huellas del quetencia han permanecido y que presentan unarecuerdo mayor resis a la conden afectivas sación . Las huellas que han devenido indiferentes sucumben al proceso de condensación sin resistenci a alguna, pero pu ede obs ervarse que, ade más , ha cen también presa e n este material indif erent e dete rmin adas tendencias de desfigur ación que no han quedad o satisfechas en el lugar en que querían m anifestarse. Dado que estos procesos de condensació n y desfigur ación se desarrollan d ura nte un lar go perío do de tiempo , duran te el cual actúan todos los nuevos sucesos en la transformación del contenido la memoria, opi namos que es el tiemp o lo que hace inseguros e imprecisos a los recuerdos. Es muy pro bable qu e en el olvi do no exist a en abso -
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luto u na función directa del tiem po. En las huellas de recue rdo reprimidas puede comprobarse que no han sufrido cambio nin gun o en los más la rgos períodos de tiemp o. Lo inconsc iente está, en general, fue ra del tiempo . El carácter más im portan te y singular de la fija ción psíquica es el que tod as las impresio nes son conservadas, por un a part e, en la misma for ma en la que se recibieron y, además, también en todas aquellas formas que ha n adop tado en ulteriores desarr ollos, carácter que no puede aclararse por ningu na comparación con otros campos. En vir tud d e esta teoría, pod ría reconstituirse para el recuerdo to do estado anterior de contenido de la mem oria, aun cu and o sus elementos hayan cambiado todas sus relaciones srcinales por otras nu evas. 12. Véase La interpretación de los sueños, en esta Biblioteca de autor. (N. del T.)
1. Olvido de nomb res propios 2. Olvido de palab ras extranjeras 3. Olvido de nomb res de series de palabras 4. Recuerdos infantiles y encu brid ores 5. Equivocaciones orales 6. Equivocaciones la lectura la escritura A. Equivocaciones en la lectura B. Equivocaciones en la escri tura 7. Olvido de impresiones y propós itos A. Olvido de impresiones y cono cimien tos B. Olvido de prop ósitos o intencio nes 8. Torpezas o actos de térm ino err óneo Actos sintomático s y casuales 10. Errores 11. Actos fallidos comb inado s 12. Deter mini smo . Fe casual . Superstición. Consideracio nes Notas
9 17 24 56 66 123 123 134 152 155 169 180 212 240 255 266 309