a quien el p§ícoanáli§is atrapa ...ya no lo suelta françois roustang
siglo veintiuno editores, sa de cv CERRO DEL AGUA 248. DELEGACIÓN COYOACÁN, 04310 MÉXCO, D.F.
siglo veintiuno de españa editores, sa CALLE PLAZA 5, 28043 MADRID, ESPAÑA
siglo veintiuno argentina editores siglo veintiuno editores de Colombia, ltda CARRERA 14 NÚM. 80-44, BOGOTÁ, D,E„ COLOMBIA
TRADUCIDO CON LA AYUDA DEL MINISTERIO FRANCÉS ENCARGADO DE LA CULTURA e d ic ió n a l c u i d a d o d e m a r ia o s co s p o r t a d a d e C arlos p a lle iro
primera edición en español, 1989 © siglo veintiuno editores s.a. de c.v. ISBN 968-23-1560-3 primera edición en francés, 1980 © les éditions de minuit titulo original; . . .elle ne le lâche plus d e re c h o s re s er v a d o s c o n f o r m e a la ley im p re so y h e c h o e n m é x ic o /p r in te d a n d m a d e in m e xic o
ÍNDICE
1. SOBRE EL EST1LO.d e FREUD
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2. CON BASTANTE FRECUENCIA
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3. SUGESTIÓN A LARGO PLAZO
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4. TRANSFERENCIA: EL SUEÑO
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5. EL JUEGO DEL OTRO
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6. SOBRE LOS EFECTOS DEL PSICOANÁLISIS
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7. EL ANALIZANDO. . . ¿UN NOVELISTA?
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[5]
NOTA DEL EDITOR
Tres capítulos de esta obra han sido publicados anteriormente: El primero (con otro título) en Nouvelle Revue de Psychanalyse, otoño de 1977. El segundo en Confrontations, primavera de 1979. El tercero en Nouvelle Revue de Psychanalyse, otoño de 1978.
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¿Qué epitafio desearía ver escrito sobre su tumba? Quisiera algo de este tipo: “ Nació en 1952. Muerto en. . . A su manera.” JIMMY CONNORS, en u n r e p o rta je
1. SOBRE EL ESTILO DE FREUD
Los lectores franceses conocen, a partir de la traducción, excelentemente anotada por J. Schotte, el artículo de W. Muschg intitulado “ Freud escritor” .' Nunca se ha escrito nada más sutil ni penetrante acerca del estilo del inventor del psicoanálisis. Los comentarios acerca del vínculo entre el modo de escribir de Freud y el objeto de sus investigaciones nos interesan particularmente. Por ejemplo, esta página donde muy bien podría verse la descripción de una sesión de análisis: También suele abordar el campo de investigación por una punta cualquiera sin importancia aparente, saca a luz una apreciación de aquí, otra de allá, según las va encontrando, las pone a prueba y luego se ocupa de una tercera. En seguida tiene multitud de apreciaciones en cada mano, suprime algo para retomar, a cambio, otra cosa anterior, hace algunos toques más de varita, descubre nuevas apreciaciones y, de golpe, se encuentra en medio de un terreno removido en todo su perímetro, también visible pero sólo hasta la mitad, y cava sin cesar hasta encontrar la profundidad. Vivir esto con él es un placer siempre renovado.^
Si Muschg ha captado verdaderamente la especificidad del estilo de Freud en su relación con el análisis, y si Schotte, su comentarista, acentúa este aspecto, en todo caso lo que orienta a este trabajo es el deseo de un escritor de homenajear a Freud escritor: ' La Psychanalyse, 5 (1959), pp. 69-124. El articulo de Muschg data de 1930. ^ Ibid., p. 85. [9]
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sólo en raras ocasiones aparece en escena el psicoanálisis en su relación con el estilo. Si comparamos, el libro de Schönau^ —el único dedicado a la prosa de Freud— resulta decepcionante. Deja explícitamente de lado la cuestión que nos interesa: “ El objetivo de esta investigación no es trazar una imagen exhaustiva del estilo individual de Freud. Ese trazado constituye su paso previo. Lo que intenta es formular una hipótesis de base y una interpretación de los elementos y aspectos literarios particulares en interrelación, para resolver la cuestión del rasgo característico y de la calidad de la prosa de Freud.” '' Efectivamente, el autor intenta probar la tesis siguiente: la prosa de Freud es una prosa de tipo científico que apunta, tal como lo exige la retórica, a enseñar, persuadir, conmover; y una segunda tesis: el estilo de Freud se adecúa al modelo que de él dio Lessing. En este estudio, tan notablemente documentado como una tesis doctoral, no hay, lamentablemente, nada rescatable.’ Nos encontramos pues ante una cuestión esbozada 3 Walter Schönau, Sigmund Freuds Prosa, Literarische Elemente seines Stils, Stuttgart, J.B, Metzlersche Verlagsbuchhandlung, 1968. Walter Schönau, op. cit., p. 7. ’ La bibliografía sobre el estilo de Freud es, según mis conocimientos, bastante escasa. Hay algunos comentarios en Psychoanalytiche Bewegung, 5, 1930, pp. 510-511. De Geraldine PedersonKrag, “ The use of metaphor in analytic thinking” , en Psychoanalytic Quarterly, 25 (1956), pp. 66-71. De M. Grotjahn, “ Sigmund F reud and the art of letter writing” , en Journal o f A merican Medical Association, 200 (1%7), pp. 13-18; y “ Sigmund Freud as dreamer, writer and friend” , en Voices, 5 (1969), pp. 70-73. De Conrad Stein, “ Sur l’écriture de Freud” , fragmento de un comentario de La interpretación de los sueños, en Etudes freudiennes, 7-8 (1973), pp. 71-119. De Jacques Derrida, el importante capítulo dedicado a la lectura de “ Más allá del principio de placer” , en La tarjeta postal, México, Siglo XXI, 1986, pp 45-84. De Maurice Dayan, L'arbre des styles, Paris, Aubier-Montaigne, 1980.
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por escritores alemanes que nunca fue abordada por psicoanalistas. Pero, ¿no se torna insuperable la dificultad de la tarea si intentamos que los lectores franceses intuyan las características específicas del estilo de Freud? Sin ninguna duda, todos los matices literarios, todo lo que tiene que ver con la lengua madre, todo aquello que hace al modo de un autor, indisociable del espíritu de su propia lengua, todo esto desaparece, cualquiera sea la calidad de la traducción. Además Freud, como cualquiera, tiene varios estilos; no utiliza el mismo cuando escribe cartas o cuando redacta obras teóricas. Por lo tanto, debemos limitarnos a un solo aspecto del estilo, el más saliente, que seguirá siendo perceptible a través de la transposición de una lengua a otra. O, lo que es mejor, debemos reducir la interrogación global acerca del estilo de Freud a la siguiente pregunta: ¿qué cosas del estilo de Freud estamos en condiciones de hacerle llegar a un lector ajeno al alemán? Sin demasiadas esperanzas de lograrlo, pero atento a la consideración de estas dificultades y a responder lo menos mal posible a esta pregunta, comencé el análisis de varias decenas de párrafos de la obra teórica de Freud tomándolos completamente al azar. Descubrí entonces la utilización constante de cierta cantidad de procedimientos. Luego intenté, sin éxito, encontrar esos mismos procedimientos de estilo en las obras de psiquiatras o psicoanalistas de la época,* por un lado, y por otro en los textos filosóficos.’ Pensé entonces que había descubierto cierta cantidad de rasgos propios de la escritura de Freud. Pero resulta imposible presentar a los lectores la * E. Bleuler, K. Abraham, G. Groddeck, L. Binswanger. ’ Por ejemplo, J. Lachelier, Dufondement de l ’inductioa, cuyos razonamientos siempre son deductivos, es decir, que remiten a lo ya conocido. Se verá que el razonamiento de Freud es permanentemente inductivo.
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multiplicidad de esos intentos, que nunca serían más que sondeos en un terreno de inmensa complejidad. Lo importante para mi, gracias a estas comparaciones, era verificar una diferencia; sólo me quedaba la preocupación de cómo mostrarla a los lectores en un limitado número de páginas y en una forma cuya lectura no resultara demasiado fastidiosa. Me propuse entonces limitar el análisis al famoso capítulo vii de la Traumdeutung [La interpretación de los sueños]. En efecto, en él encontré todo lo que había descubierto en otras partes, pero resultaba aún más imposible darlo a conocer. Las traducciones de que dispone el lector francés no le habrían permitido, de ningún modo, encontrar los lazos, las aproximaciones, las repeticiones que yo sugiriera, por la sencilla razón de que no se las puede captar y porque, en dichas traducciones, no están. En consecuencia opté por retraducir, en función de lo que deseo mostrar, las pocas páginas con las que se completa la primera sección del capítulo vii, que por sí mismas forman una pequeña unidad.^ Hice esta traducción sin pretender que toda traducción fuera de este tipo, porque probablemente resul* taría ilegible, sino cuidándome de respetar el alemán, de no introducir modificaciones, en la medida de lo posible, en el orden de aparición de las palabras, de no invertir la construcción de ninguna frase, de no * G.W., 2/3, pp. 531-537. [Obras completas, Buenos Aires, Amorrortu, 1976, tomo v, pp. 520-526 (en adelante citaremos sólo el número de tomo y las páginas)]. Yo habría procedido de un modo totalmente distinto para hablar del estilo de Freud si la última traducción francesa de la Traumdeutung hubiera tenido la misma calidad que la de los artículos recopilados bajo el título Névrose, psychose et perversión, París, p u f , 1973. En efecto, un texto como ése permite estudiar el estilo de Freud como lo he hecho aquí, trabajando directamente sobre el francés. En mi opinión, se trata de una traducción modelo de Freud al francés.
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cortarlas nunca en varios fragmentos, de utilizar, también dentro de lo posible, las mismas palabras francesas para las mismas palabras alemanas.^ Lo que sigue es esta traducción. Cada párrafo puede leerse íntegramente en la misma página. He puesto punto y aparte después de cada frase para hacer más visible la progresión del pensamiento. Están en cursivas las palabras que se corresponden dentro de un párrafo, o las que se corresponden de un párrafo a otro —al menos las más importantes. Además, he numerado los párrafos del 1 al 10 para hacer más fáciles las remisiones a ellos.
^ Acerca de todos estos puntos la traducción inglesa de la Standard Edition se ha tomado muchas licencias y resulta imposible fiarse de ella.
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Hay otra serie de objeciones contra nuestro método en la interpretación del sueño, de la que ahora debemos preocuparnos. Procedemos de tal suerte que abandonamos todas las representaciones-meta que por otra parte dominan la reflexión, dirigimos nuestra atención hacia un elemento particular del sueño y luego anotamos lo que nos llega como pensamientos no deseados en relación con éste. Lue^o tomamos el rasgo siguiente del contenido del sueño, repetimos con él el mismo trabajo, y, sin preocuparnos por la dirección en la cual nos llevan los pensamientos, nos dejamos llevar por ellos allí donde —como solemos decir— caemos a la deriva. Entonces, nos mantenemos en la confiada espera de caer finalmente, sin ninguna intervención de nuestra parte, sobre los pensamientos del sueño, a partir de los cuales se constituye el sueño.
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2 Contra esto, la crítica podrá objetar más o menos lo siguiente: que a partir de un elemento particular del sueño se llegue a cualquier parte (jrgendwohin) nada tiene de prodigioso. A cada representación se deja unir asociativamente algo; es muy curioso que se deba caer, por eseflujo de pensamientos sin fin y arbitrario, precisamente sobre los pensamientos del sueño. Por cierto, esto es engañarse a uno mismo; se sigue la cadena de asociaciones a partir de un elemento hasta que por cualquier (irgendeinem) razón uno advierte que se quiebra; si se toma en seguida un segundo elemento, es muy natural que la no limitación original de la asociación experimente ahora un estrechamiento. Aún tenemos en la memoria la cadena de pensamientos precedente y, en consecuencia, desembocaremos, cuando analicemos la segunda representación del sueño, en las ideas que también tienen cualquier cosa (jrgend etwas) en común con las ideas procedentes de la primera cadena. Luego nos imaginamos haber encontrado un pensamiento que manifiesta un punto nodal entre dos elementos del sueño. Puesto que, por otra parte, nos permitimos una total libertad de asociación de pensamientos, y sólo excluimos, precisamente, los pasos de una representación a otra, que entran en vigor en el pensar normal, no resulta difícil, a partir de una serie de “ pensamientos intermedios” , cocinar algo que llamamos los pensamientos del sueño, y a los cuales sin ninguna garantía —puesto que no son por otra parte conocidos—:, hacemos pasar por el sustituto psíquico del sueño.
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Pero todo esto es arbitrario y una utilización del azar atinente al chiste y quienquiera que se tome este trabajo inútil puede, a fuerza de devaneos, encontrar en cualquier (beliebig) sueño, por este camino, cualquier (beliebig) interpretación que le plazca.
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3 Si verdaderamente se nos formulan tales objeciones, para nuestra defensa podemos apelar a la impresión de nuestras interpretaciones del sueño, a los enlaces sorprendentes con otros elementos del sueño, que emergen durante la búsqueda de las representaciones particulares, y a la inverosimilitud de que algo, que recubre y explica al sueño de un modo tan exhaustivo como una de nuestras interpretaciones del sueño, pueda ser adquirido de otra forma que no sea siguiendo los enlaces psíquicos producidos precedentemente. También podríamos alegar como justificación que el método, en la interpretación de sueños, es idéntico al utilizado en la resolución de los síntomas histéricos, donde la rigurosidad del método está garantizada por el surgimiento y la desaparición de los síntomas en su lugar y donde, pues, la exégesis del texto encuentra un apoyo en las ilustraciones intercaladas. Pero no tenemos razón alguna para descartar el problema de saber cómo es posible, mediante el seguimiento de una cadena de pensamientos que se hilvanan de un modo arbitario y sin meta, desembocar en una meta preexistente, puesto que, en efecto, podemos muy bien no resolver este problema sino dejarlo completamente de lado.
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Podemos demostrar la inexactitud de que nos libremos a un flujo de representación sin meta alguna, cuando en el trabajo de interpretación del sueño, abandonamos nuestra reflexión y dejamos surgir las representaciones no deseadas. Queda claro que sólo podemos renunciar a las representaciones-meta conocidas por nosotros y que, cuando éstas cesan, toman fuerza inmediatamente representaciones-meta desconocidas —o, como decimos de manera imprecisa, inconscientes— que determinan el flujo de las representaciones no deseadas. Pensar sin representaciones-meta no puede producirse por nuestra propia influencia sobre nuestra vida psíquica; pero me resulta igualmente desconocido en qué estados de alteración psíquica se produce esto. En este punto, los psiquiatras han renunciado demasiado pronto a la solidez de la estructura psíquica. Sé que un flu jo de pensamientos no ordenado, que no dispone de representaciones-meta, sobreviene en el cuadro de la histeria y de la paranoia con tan poca frecuencia como en la formación y la resolución de los sueños. Acaso no sobrevenga en absoluto en las afecciones psíquicas endógenas; aun los delirios de los estados confusionales están, según una brillante conjetura de Leuret, llenos de sentido, y sólo por sus omisiones resultan incomprensibles para nosotros. Me he convencido de esto toda vez que se me dio la oportunidad de observarlo. Los delirios son obra de la censura que ya no se toma el trabajo de ocultar su actividad, actividad que, en lugar de colaborar en una modificación que deje de ser chocante, suprime sin miramientos lo que se le opone, como consecuencia de lo cual lo que queda se torna sin ligazón.
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La censura se comporta de un modo muy semejante a la censura periodística rusa en la frontera, que deja llegar los periódicos extranjeros, aunque cubiertos de rayas negras, a manos de los lectores que deben ser protegidos.
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5 El libre juego de representaciones según cualquier {beliebig) encadenamiento asociativo tal vez aparezca en los procesos de destrucción cerebral orgánica; lo que es considerado como tal en las psiconeurosis, se torna explicable por la intervención de la censura en una serie de pensamientos que es empujada ai primer plano por las representaciones-meta que quedaron ocultas. Como signo confiable de la asociación libre de las representaciones-meta hemos considerado lo siguiente; si las representaciones (o imágenes) que surgen, aparecen unidas entre sí por la ligazón de las asociaciones llamadas superficiales, es decir, por asonancia, palabra de doble sentido, coincidencia temporal sin relación interna de sentido, por todas las asociaciones que nos permitimos aprovechar en el chiste y en el juego de palabras. Esta característica vuelve a encontrarse en los enlaces de pensamientos que nos conducen de los elementos del contenido del sueño a los pensamientos intermedios y de éstos a los pensamientos propios del sueño; en numerosos análisis de sueños hemos encontrado ejemplos de esto que debieran asombrarnos. Ninguna conección era bastante laxa, ningún chiste demasiado desdeñable como para que no hayan podido formar el puente entre un pensamiento y otro. Pero no estamos lejos de la comprensión exacta de semejante indulgencia. Toda vez que un elemento psíquico está ligado a otro por una asociación chocante y superficial, existe también entre ambos una unión correcta y que va más a lo profundo, que está sometida a la resistencia de la censura.
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Es la presión de ¡a censura, no el abandono de las representaciones-meta, la razón exacta de la prevalencia de las asociaciones superficiales. Las asociaciones superficiales sustituyen, en la presentación, a las profundas, si la censura torna intransitables esos caminos de enlace normales. Es conio si una interrupción general de la circulación, por ejemplo una inundación, inutilizara, en la montaña, las grandes rutas; la circulación se mantendría, en tal caso, por senderos incómodos y escarpados, que de otro modo sólo los cazadores tomarían.
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Aquí podemos distinguir dos casos que, en esencia, son uno solo. O bien la censura está dirigida solamente contra la ligazón de los dos pensamientos, que, separados uno de otro, escapan a la oposición. Entonces los dos pensamientos entran uno después del otro en la conciencia; su ligazón permanece oculta; pero por ello, se nos presenta una unión superficial entre ambos, en la que hasta ese momento no habíamos pensado y que, en general, parte de un punto del complejo de representación distinto de aquel de donde proviene el enlace reprimido pero esencial. O bien, no obstante, los dos pensamientos están sometidos por sí mismos a la censura a causa de su contenido; entonces, no aparecen bajo una forma exacta sino modificada y sustituida, y ambos pensamientos sustitutos son elegidos de tal modo que devuelven, mediante una asociación superficial, el enlace esencial, en el cual permanecen las que son sustituidas por ella. Bajo la presión de la censura ha tenido lugar, en ambos casos, un desplazamiento de una asociación normal, seria, a una superficial, que aparece como absurda.
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Desde que conocemos estos desplazamientos, también ponemos nuestra confianza, al hacer la interpretación del sueño, en las asociaciones superficiales y sin reserva alguna.
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De las dos proposiciones siguientes: que, con el abandono de las representaciones-meta conscientes, el dominio del flujo de representación pasa a las representaciones-meta ocultas y que las asociaciones superficiales son únicamente un sustituto de desplazamiento para asociaciones reprimidas más profundas, el psicoanálisis de las neurosis hace un uso muy amplio; erige a ambas proposiciones como pilares fundamentales de su técnica. Si invito a un paciente a renunciar a toda reflexión y a que me cuente todo lo que sin cesar se le ocurre, entonces me afirmo en el presupuesto de que no puede dejar que se vaya la representación-meta del tratamiento, y me considero justificado en concluir que lo más inofensivo aparentemente y lo más arbitrario que me cuenta tiene una ligazón con su enfermedad. Otra representación-meta de la cual el paciente no sospecha nada, es la de mi persona. Tanto la apreciación completa como la prueba detallada de estas dos formulaciones pertenecen, pues, a la exposición de la técnica psicoanalítica como método terapéutico. Hemos alcanzado aquí uno de los puntos de correspondencia, donde abandonamos a voluntad el tema de la interpretación del sueño.
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Sólo una cosa es exacta y subsiste entre las objeciones, a saber: que no necesitamos que todas las ideas que aparecen durante el trabajo de interpretación tengan su réplica en el trabajo nocturno del sueño. Cuando interpretamos durante la vigilia, hacemos un camino que regresa de los elementos del sueño a los pensamientos del sueño. El trabajo del sueño ha tomado el camino inverso, y no resulta verosímil que estos caminos puedan ser transitables en la dirección opuesta. Sin embargo, pareciera que, de día, a través de nuevos enlaces de pensamientos, cavamos pozos que llegan a los pensamientos intermedios y a los pensamientos del sueño a veces en un lugar, a veces en otro. Podemos ver cómo el material fresco de los pensamientos del día se intercala en las series de interpretaciones y, también, que el verosímil aumento de la resistencia, que ha sobrevenido durante la noche, obliga a nuevos y más largos rodeos. Pero el número o la naturaleza de los colaterales que agregamos hilvanando durante el día, desde el punto de vista psicológico carecen totalmente de importancia, siempre que nos abran el camino hacia los buscados pensamientos del sueño.
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Toda la sección A del capítulo vii intenta responder a las críticas formuladas contra la interpretación del sueño, tal como Freud la practicó. Después de poner del revés el principio del determinismo, fundamentándolo a partir de ese momento en la duda, lo particular, el olvido y el error,*® y luego de dar algunos consejos y precisiones al lector que desee interpretar por sí mismo sus sueños,“ el texto —^^el pasaje traducido én primer término— retoma las objeciones formuladas contra el método utilizado en la interpretación. El párrafo 1 recordará brevemente este método, el párrafo 2 formulará las objeciones,'^ los párrafos 3, 4 y 5 responderán a ellas, lo cual permitirá, en los párrafos 6, 7 y 8, abordar el problema de la censura y luego, en el 9, el de la terapia analítica, antes de concluir, en el párrafo 10, en un problema de epistemología. Ahora debemos retomar en detalle el análisis de estos párrafos en su conformación propia y en su ligazón con los demás. El párrafo 1 acentúa el carácter aventurado, extraño y, en una palabra, escandaloso, del método de interpetación. Dicho método tiene como característica tres momentos: la ruptura activa con respecto al funcionamiento intelectual habitual y su desplazamiento: abandono de la reflexión en beneficio de la atención a lo no deseado (segunda frase); la deriva: dejarse llevar por el hilo de los pensamientos (tercera frase); la espera pasiva del contenido latente del sueño (cuarta frase). Fundamentalmente, son las palabras y el ritmo de la tercera frase los que evocan el aspecto peli'» G. fV., 2/3, pp. 516-527 [v, 507-519], " /bid., pp. 527-530 [v, 519-520). La edición alemana unifica los párrafos 1 y 2. La Standard Edition, que se remite más cuidadosamente a los manuscritos, los separa. Esto confirma el análisis del texto.
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groso y algo dramático del proceso. Esta frase impone al lector la imagen de un nadador atrapado en una corriente, que ha abandonado el terreno sólido de la reflexión y sus notas para tomar, atrapar (aufgreifen) al pasar un cabo por el cual se deja arrastrar saltando de un obstáculo a otro. Mediante esta sucesión del abandono, la deriva y la espera, Freud pone en escena un acontecimiento —advenimiento o accidente— que él ha provocado y del cual deberá, consecuentemente, rendir cuentas. A través del estilo de estas pocas frases, si bien aparece que la nueva interpretación del sueño pretende efectuarse según un método que pretende cierto rigor científico, no por ello dicho método deja de estar caracterizado por un rasgo de aventura que provocará las objeciones de los científicos. Es lo que subraya la oposición de las palabras preocuparse-sin preocuparse, porque, si se trata de preocuparse por responder a las críticas, esto sólo puede hacerse a partir de la no preocupación de esta búsqueda específica. Por su vocabulario, el párrafo 1 está completamente volcado hacia lo que sigue. La palabra método (primera frase) volverá a aparecer en la mitad del párrafo 3. Abandonar la reflexión, representacionesmeta, no deseado (segunda frase), al principio del párrafo 4. Elemento particular del sueño (segunda frase), caer sobre los pensamientos del sueño (cuarta frase), serán expresiones retomadas al principio del párrafo 2. Ninguna palabra de la tercera frase es retomada luego (salvo geraten, que he traducido como caer para utilizar la misma palabra que en la frase siguiente), que precisamente da el tono a este párrafo. El párrafo 2 adopta, para objetar el método, el tono irónico del fiscal. En efecto, está escandido por las siguientes expresiones: Eso nada tiene de prodigioso, resulta muy curioso, es muy natural, nos imaginamos haber encontrado, no resulta difícil cocinar
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algo. Además, vemos que el párrafo está estructurado sobre la repetición, en orden inverso, de ciertas palabras. Si consideramos el comienzo y el final del párrafo, podemos leer la sucesión siguiente: sin meta y arbitrario (ziellos und willkürlich) pensamientos de! sueño pensamientos de! sueño arbitrario y atinente al chiste ( Willkür und witzig) Esta sucesión, figura estilística conocida con el nombre de inclusión, que incluye un quiasmo, es aquí importante, porque basta por sí misma para dar el sentido al párrafo: los pensamientos del sueño, en los que desemboca el trabajo de interpretación, dependen de lo arbitrario, de lo sin-meta y de la broma. El párrafo 2 está unido al 1 por las palabras objetar, elemento particular y pensamientos del sueño que se encuentran al principio. Se trata del procedimiento clásico de la concatenación, que Freud utiliza constantemente: palabras del párrafo precedente se repiten al comienzo del siguiente. Los dos adjetivos sin meta y arbitrario que aquí se encuentran al principio, volverán a aparecer al final del párrafo 3, pero en orden inverso: arbitrario y sin meta (willkürlich und ziellos), encerrando mediante una inclusión-quiasmo la objeción del párrafo 2 y la respuesta del párrafo 3. La expresión cadena de pensamientos (Gedankenketté), aquí en el centro, será retomada al final del párrafo siguiente. Inversamente, la expresión flujo de pensamientos (Gedankenablauf), aquí en la primera parte del párrafo, estará en el centro del párrafo 4. En cuanto a las otras dos expresiones formadas con la palabra pensamiento, enlace de pensamientos (Gedankenverbindung) y pensamientos intermedios (Zwischengedanken), que aquí están en la segunda parte del párrafo, volverán
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a aparecer en el centro del párrafo cinco. El lector que se haya tomado el trabajo y corrido el riesgo de llegar hasta aquí no podrá dejar de preguntarse si estos enlaces múltiples no son producto del azar. Lo que puedo afirmar es que, siempre que las pruebas de aproximación efectuadas me parecieron poco profundas, fue porque no había llevado el análisis lo suficientemente lejos. Por ejemplo, al comienzo del párrafo 5, Freud podría haber utilizado nuevamente la palabra cadena {Kette), para hablar de cadena asociativa; sin embargo, evitará esa palabra y utilizará encadenamiento (Verkettung), como si quisiera conservar su fuerza en el hilo que reúne las palabras formadas con pensamientos (Gedanken) que mencionamos más arriba, porque precisamente, en este pasaje del capítulo vii, de lo que se trata es de mostrar que lo que primero aparece como un simple flujo puede organizarse como cadena y conseguir finalmente el estatus de enlace. Otro ejemplo: ¿qué está haciendo la palabra witz^'g al final del párrafo 2? La frase en alemán es la siguiente: Es ist aber alies Willkür und witzig erscheinende Ausnützung des Zufalls. Lo cual, literalmente, quiere decir: Es sin embargo totalmente arbitrario y de chiste que aparece utilización del azar. En francés, resulta imposible conservar la proximidad de las palabras Willkür (sustantivo) y witzig (adjetivoadverbio), porque que aparece se relaciona con utilización., y witzig determina a que aparece-, ahora bien: en francés, un adverbio o un adjetivo en función adverbial se colocan detrás del verbo. Es una pena, porque la yuxtaposición de las palabras Willkür y witzig responde, en este párrafo 2, como hemos visto, a la yuxtaposición de ziellos y willkürlich, que forman una inclusión. La ligazón así establecida entre ziellos y witzig es de destacarse, porque ziellos volverá a aparecer al principio del párrafo 4 para representar
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en él la objeción a la que habrá que responder, y witzlg reaparecerá con la forma del sustantivo IVitz dos veces en el centro del párrafo 5, del cual será, precisamente, argumento central. Veamos de un modo más claro los vínculos entre los párrafos 2, 3 y 4: —párrafo 2: ziellos und willkürlich -* párrafo 3: willkürlich und ziellos-, —fin del párrafo 3: ziellos -*■ comienzo del párrafo 4: ziellos-, —párrafo 2: ziellos und willkürlich comienzo del párrafo 4: ziellos-, —párrafo 2: Willkür un witzig centro del párrafo 5: Witz; —primera parte del párrafo 2: Gedankenablauf -*■ centro del párrafo 4; —centro del párrafo 2: Gedankenkette -* final del párrafo 3; —segunda parte del párrafo 2: Gedankenverbindung -* centro del párrafo 5. A partir de ahora, estamos frente a las principales figuras estilisticas utilizadas por Freud. La concatenación: repetición, al comienzo de un párrafo, de palabras situadas al final del precedente. El quiasmo, al cual se le suele dar el nombre evocador de usteronproteron (en griego, segundo-primero): repetición de una serie de palabras en orden inverso al de su aparición. La inclusión: repetición de las mismas palabras al principio y al final de un párrafo. Estas tres figuras son conocidas para quienes realizan el estudio literario de textos en lenguas antiguas, como por ejemplo el griego y el hebreo. El texto de Freud hace aparecer otra que, hasta donde llega mi conocimiento, no ha sido registrada, y es la que consiste en repetir, en el centro de un párrafo, una o varias palabras que se encontraban en la periferia de un párrafo anterior. La
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llamaría pericentro, para indicar que lo que está alrededor pasa al medio. Freud no ignoraba que su escritura la producían los imperativos de aquello que descubría, pero ¿era consciente de la utilización de esos procedimientos? Nada nos permite responder. Lo cierto es que, como veremos más adelante, esos procedimientos tienen que ver con lo infantil y lo arcaico, cuya fuerza Freud quería hacer reconocer. Pero ahora debemos proseguir el fastidioso análisis de los párrafos. Después de haber oído la singular confesión del investigador (párrafo 1) y la burla del fiscal (párrafo 2), percibimos en el párrafo 3 la amplificación de la voz característica de-las afirmaciones de un abogado. De aquí las repeticiones de la primera frase rúpe/ar a. . ., a las. . . y a. . y las repeticiones conclusivas de la segunda: donde. . ., donde, pues, antes de la expulsión del problema de un plumazo: dejarlo completamente de lado. Las vinculaciones de vocabulario con los párrafos precedentes ya se han establecido, salvo en una palabra: garantía. Es utilizada al final del párrafo precedente. De modo que volvemos a encontrar en el párrafo 3, en su segunda frase central, método (Verfahren), que viene del comienzo del párrafo 1, y garantía (Gewähr), aquí en forma compuesta (gewährleisten), que estaba al final del párrafo 2. Así, en el centro del párrafo 3 estas palabras reúnen, como en una inclusión retroactiva, los dos primeros párrafos en torno a la cuestión central: ¿cómo garantizar el método? Las mismas palabras forman también un pericentro, puesto que lo que está alrededor de los párrafos 1 y 2 vuelve a aparecer en el centro del siguiente. Pero estas figuras sugieren algo más, porque el contenido de esta segunda frase del párrafo 3 indica lo que es la evidencia, no sólo en este pasaje retradu-
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cido, sino en la sección A y aun en todo el capitulo Vil: la garantía del trabajo de interpretación del sueño debe encontrarse en los descubrimientos que Freud ha hecho gracias al tratamiento de las psiconeurosis y especialmente de la histeria. Lo que elaboró para el sueño no es más que una aplicación, en otro campo, de los resultados de sus “ trabajos anteriores” sobre la psicología de las psiconeurosis” .'^ Es por esto por lo que este párrafo está construido de tal manera que incluye una frase sobre los síntomas, la segunda, entre dos frases sobre el sueño, la primera y la tercera. Esto produce la siguiente sucesión: sueño-síntomas histéricos-sueño. Los siguientes párrafos 4 y 5 tomados en conjunto mostrarán la misma sucesión. A propósito del párrafo 3 podríamos decir, como de numerosas páginas de Freud, que avanza con una lentitud asombrosa (tan asombrosa como la de una sesión de análisis), retomando sin cesar las mismas palabras, inflando su frase sin la menor prisa, repitiendo lo que precede para introducirle un elemento nuevo (lo que es visible en las dos primeras frases), o, también, haciendo girar la frase sobre sí misma (como en la tercera) hasta que encuentra su punto de partida. Los traductores no pueden evitar abreviar para eludir esos tanteos e ir directamente a la idea principal. Sin embargo, Freud no puede ser resumido ni contraído, porque no puede economizar ese martilleo, esa machaconería. No puede probar —y tampoco quiere hacerlo—, porque el objeto con el que trata —sobre el que volveré más adelante— no lo autoriza a ello: su única demostración posible es la realización de un recorrido en el cual todos los elementos de que dispone deben estar integrados sin saltear ninguna etapa, de tal suerte que, ola tras ola, el obstáculo sea erosionado, porque el mar no puede consumir la ar'3 G.W., 2/3,
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[V,
578].
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gumentación procedente del continente. • La primera mitad del párrafo 4 retoma la objeción de fondo sobre la existencia de representaciones sin meta e intenta hacerlo en una suerte de tres frases, la primera con una forma negativa, la segunda con una forma positiva, la tercera desdoblada concluyendo en la generalización con forma negativa, después positiva. Todas las proposiciones principales de estas frases tienen sujeto neutro: Es ist Es lässt sich Ein Denken lässt sich nicht es ist mir Sujetos neutros porque Freud toma aquí la distancia necesaria para producir una tesis científica que se encuentra en lo demostrable {nachweisbar) o en aquello que podemos mostrar (zeigen). Pero en realidad nada es demostrable o mostrable. Al final de cuentas nada será demostrado jamás. Si ésta es sin cesar la preocupación de Freud, es también sin cesar lo que evita, lo que no deja irse, pues lo que lo aprisiona es conectar esas cosas demostrables que atañen al sueño, a otras que dependen de su opinión personal. La bifurcación hacia la primera persona del singular comenzó con la segunda parte de la tercera frase: me resulta desconocido. Es decir que la segunda mitad del párrafo será escandida por la alternancia de proposiciones principales en yo y en él: Sé. . . Acaso no sobrevenga en absoluto. . . Me he convencido. . . Los delirios. . . He aquí unidas a los sueños, bajo la dirección de las representaciones-meta, la histeria, la paranoia, los estados confusionales y los delirios; y todo eso para introducir una palabra decisiva, la de censura. Introducción forzada que aquí no tiene significación.
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excepto para prepararle el papel que le será asignado en los párrafos siguientes. Freud no dedujo, a partir de un concepto bien establecido, un cierto número de consecuencias; él introdujo subrepticiamente una palabra, aquí con el sostén de una comparación que la deja librada a la multiplicidad de sus sentidos, y aquí juega en seguida a su manera mucho más por las posiciones que le da en el texto que por las explicaciones. Es el arte de la inducción progresiva por el juego de las introducciones sucesivas. Este párrafo no presenta palabras que se responden de un extremo al otro. Se puede dar la razón en seguida: está abierto al siguiente. En efecto, el párrafo 3 presentaba la sucesión: sueño-síntomas histéricossueño. Aquí tenemos: —párrafo 4: sueño histeria, paranoia, estados confusionales, delirios —párrafo 5: destrucciones cerebrales, psiconeurosis sueño Los párrafos 4 y 5 no son más que el relleno del párrafo 3 para conectar los procesos de todas las enfermedades mentales con los procesos del sueño, e introducir la censura como explicación de los pensamientos aparentemente no deseados. Al final del párrafo 5 se dará la respuesta a la objeción del párrafo 2. Aquí se aprecia bien algo habitual del estilo de Freud; no responde a las objeciones frontalmente, sino que da un rodeo y desplaza los datos, llamando la atención del lector sobre otro problema. No es por nada que la palabra rodeo aparece en el párrafo 6 y desplazamiento en el 7. Lo cual revela que el estilo de Freud efectúa lo mismo que sospecha es el proceso característico del sueño. Dos observaciones que subrayan que los párrafos 4 y 5, claramente diferenciados, son inseparables. El
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párrafo 4 termina con una comparación, cuando la comparación suele encontrarse regularmente, en Freud, en el centro de los párrafos;'“' como si este final de párrafo fuese presentado como un medio. Asimismo, el párrafo 5 se abre sobre la única concesión a la tesis de las representaciones-meta; está como encerrada en el centro de las invalidaciones que la preceden en el párrafo 4 y que le siguen en el 5. Dicho párrafo 5 está construido según el procedimiento del usteron-proteron censura asociaciones superficiales chiste enlaces de pensamientos, pensamientos intermedios chiste asociaciones superficiales censura Estas palabras y sus respectivas posiciones indican por sí mismas el o los sentidos posibles del párrafo, o sea que se puede, a partir de ellas y uniéndolas de diversas maneras, desplegar el sentido que guardan. Pero evidentemente existen otras conexiones de vocabulario, ya sea entre este párrafo y los precedentes, ya sea dentro de este párrafo, además de las señaladas más arriba. Así como el adjetivo ziellos, sin meta, utilizado al comienzo del párrafo 2, reaparecía al comienzo del párrafo 4, así el adjetivo beliebig, cualquiera, utilizado al final del párrafo 2, es retomado al comienzo del párrafo 5 para resumir la objeción que se trata de responder. Entrecruzamiento más sutil aún: la palabra juego aparece al comienzo de este párrafo, y reaparece en su centro en la expresión: juego de palabras’, un poco antes, en la misma frase, enPor ejemplo, en este capítulo, G.W., 2/3, pp. 541, 559 [v, 530, 546].
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contramos el participio unido y al final del párrafo el sustantivo unión. De lo que surge la siguiente sucesión: juego unido. Juego de palabras unión Es esta una buena forma de retomar el tema fundamental del párrafo, lo que constituye el nervio de la demostración: la unión-juego. Ciertamente, todo esto es un gran enredo, y hasta un rompecabezas para quien intente armarlo y dar cuenta de él. Pero ante el carácter innumerable de estas relaciones sutiles, ¿cómo dudar, no de que hayan sido deseadas, sino de que se hayan impuesto al escritor, que manifiesten un imperativo interior, que marquen un estilo, una manera de escribir, así como una manera de pensar y comprender? Imposible pensar en el azar. Aquí, por ejemplo, Freud utiliza el participio del verbo verknüpfen, unir? Por qué esperó al final del párrafo para retomar el sustantivo formado a partir de ese verbo: Verknüpfung, unión, cuando tenía a su disposición —y mientras tanto prefirió— un sinónimo: Anknüpfung, conexión. ¿Pregúntenle a un músico si sabe por qué ubica tal nota o tal sucesión de notas en tal lugar en su composición. No podrá contestar, sólo sabe que es necesario; le corresponde al crítico imaginar las razones y, primero que nada e indudablemente, poner de manifiesto la necesidad de ello. Por el momento dejemos de lado el párrafo 6, un párrafo de transición que se comprenderá mejor al final de la presente sección. Digamos solamente que forma una unidad con el párrafo siguiente, puesto que las palabras presión de la censura, superficial, asociación, normal, reaparecerán para formar una
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inclusión al final del párrafo siete. Este último está estructurado por la dicotomía o bien-. . . o bien; más exactamente, por o bien. . . entonces. . . o bien. . . entonces. Lo cual se adecúa perfectamente al contenido del párrafo, puesto que se trata de describir cómo la censura desune dos pensamientos. En la primera mitad encontramos las palabras ligazón y oposición introducidas con la palabra censura al final del párrafo 4. La segunda mitad retoma las palabras exacto, sustituir, asociación superficial del principio del párrafo 6, preparando así la inclusión que aparecerá en la última frase. Mediante la única y breve frase del párrafo 8, Freud remite a la experiencia y así prepara el párrafo siguiente, cuyo sentido no se advierte en el contexto. Se trata de relacionar todo lo que se acaba de decir con la técnica psicoanalítica. Después de una primera frase qué retoma las afirmaciones del párrafo 7, la figura del usteron-proteron sustenta la descripción de la relación paciente-analista: psicoanálisis. . . técnica representaciones-meta arbitrario representación-meta técnica psicoanalítica La doble repetición de la palabra representaciónmeta {Zielvorstellung) está, evidentemente, forzada, porque no se realiza ya en el mismo sentido que anteriormente: aquí se trata del resultado del tratamiento buscado por el paciente y aun del interés para el terapeuta o de su propia intención. La palabra arbitrario {willkürlich), aparecida principio y al final del párrafo 2, y que aquí se encuentra en el centro, es, por el contrario, la verdadera ligazón entre este párrafo y el que antecede, porque las asociaciones en la Ínter-
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pretación del sueño pueden, aparentemente, no tener meta, en el mismo sentido que toda palabra del paciente. Veremos más adelante la importancia decisiva de este párrafo, cuando se trate de establecer, por el estilo, relaciones entre teoría y práctica. El párrafo 10, último de esta sección, cumple varias funciones. Primeramente ordena una cuestión de epistemología: el trabajo de interpretación del sueño: ¿reproduce en sentido inverso el trabajo de elaboración del sueño? De este modo, introduce un tema que será retomado en la sección siguiente y que será fundamental en ella: el de la relación entre la progresión y la regresión. Más evidentemente aún, cierra esta sección obligando a una remisión al final de la introducción del capítulo vii, donde se ha introducido el tema del camino y donde la intención y la modalidad de Freud están expresadas con claridad. Este párrafo terminal de la introducción, que es un. verdadero discurso sobre el método, es un modelo de construcción en usteron-proteron que ya se había presentado. Antes de reproducirlo, señalemos que la palabra Unvollständigkeit, inconclusión, imperfección, que aquí se encuentra claramente en el centro del párrafo, ya se había anunciado en la última frase del párrafo precedente: “ Después de haber allanado todo lo concerniente al trabajo de interpretación, podemos señalar cuán inconclusa (unvollständig) ha quedado nuestra psicología del s u e ñ o . U n ejemplo más de pericentro. Pero, antes de tomar con nuestros pensamientos este nuevo camino, debemos hacer- un alto [5] y darnos vuelta para ver si, en el transcurso de nuestra excursión, no hemos permanecido desatentos a algo importante. Porque debe quedar claro para nosotros que la parte cómoda y agradable de nuestro camino está detrás de nosotros. Hasta este momen» G.W., 2/3,
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515 [V, 505],
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to, todos los caminos donde hemos ido, si no me equivoco, nos han conducido hacia la luz, a la elucidación y a la plena comprensión; a partir del momento en que pretendemos penetrar más profundamente en los procesos [4] psicológicos de los sueños, todos los senderos desembocan en la oscuridad. Podemos considerar imposible elucidar el sueño como proceso [4] psíquico, porque explicar significa remitir a lo conocido, y actualmente no existe ningún conocimiento psicológico bajo el cual podamos ordenar lo que se deja inferir del examen psicológico de los sueños como fu n damento [3] de explicación. Por el contrario, nos veremos obligados a proponer una serie de hipótesis nuevas que diseñan, mediante conjeturas, el edificio del aparato psíquico [2] y el juego de fuerzas que actúan en él, cuidándonos de no tirar del hilo demasiado lejos, más allá de la primera articulación lógica, porque de otro modo, su valor se pierde en lo indeterminable. Aun cuando no cometamos ningún error en nuestras conclusiones y tengamos en cuenta [1] todas las posibilidades que de elltts se desprenden lógicamente, corremos el riesgo de ser verdaderamente incompletos (Unvollstandigkeit) [0] en el armado de los elementos y de fracasar totalmente en nuestro intento de rendir cuenta de ellos [1]. Las informaciones sobre la construcción y sobre el modo de trabajo del instrumento psíquico [2], jamás podremos adquirirlas y menos fundamentarlas [3] a través de la más atenta búsqueda sobre el sueño o alguna otra función aislada, sino que deberemos reunir, para tal fin, lo que de un estudio comparado de toda una serie de funciones psíquicas, surge como constantemente requerido. Así, las hipótesis psíquicas que extraemos del análisis de los procesos [4] de los sueños, también deben prever un alto [5], hasta que hayan encontrado la correspondencia con los resultados de las demás búsquedas que quieran penetrar, a partir de otro punto de apoyo, hasta el núcleo del mismo problema.**
De este modo, la metáfora del camino” es como ’* Ibid., p p . 515-516 [V, 505-506). *'* Sobre la metáfora del paseo, cf. Schönau, op. cii, p. 160.
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un hilo que corre a todo lo largo de esta sección, lo cual no tiene nada de asombroso ya que se trata de preparar la construcción del aparato psíquico cuyo único modelo es, según Freud, el del proceso reflejo.'* En las pocas páginas que hemos retraducido, se ve que esta metáfora reaparece al final del párrafo 2, el de las objeciones, entre dos beliebig, cualquier cosa, porque es así como quien objeta desea caracterizar la vía de acceso a la solución; vuelve a aparecer al final del párrafo 3, el de la respuesta, donde surge también el obstáculo que obstruye el camino de esta solución y que obliga, precisamente, al párrafo 6, es decir, después de la respuesta ampliada de los párrafos 4 y 5, a hacer un rodeo y a tomar senderos por estar el camino principal intransitable. Y esto lo repite el párrafo 10: si se pudiera ir y volver por el mismo camino, la interpretación diurna rendiría cuenta de lo que sucede en la elaboración nocturna, la interpretación reproduciría a la elaboración, o sea que el trabajo de análisis nos diría la síntesis psíquica, la reconstitución sería lo efectivo. Pero no es así y debemos hacer nuevos y más largos rodeos. A la metáfora del camino está ligada, con más discreción, la de la ilación. La palabra spinnen aparece en forma compuesta tres veces: en el último párrafo de la introducción reproducido más arriba, ausspinnen, alargar hilando, pero también con el significado de imaginar y tramar, al final del párrafo 3, weíterspinnen, seguir hilando, pero también continuar, urdir o tramar, al final del párrafo 10, anspinnen, unir hilando, pero también anudar, urdir o tramar. Hasta en su misma sucesión, estas solas palabras indican uno de los movimientos característicos del estilo del capítulo vii: alargar hilando, seguir hilando, unir hilando. Una vez más, Freud no prueba, no por'»G .W ., 2/3,
p.
543
[V,
531].
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que se niegue a ello o porque no le interese, sino sencillamente porque, en el campo que le es propio, no tiene posibilidades de hacerlo, porque probar, demostrar, deducir, “ explicar significa remitir a lo conocido, y actualmente no existe ningún conocimiento psicológico bajo el cual podamos ordenar lo que se deja inferir del examen de los sueños como fundamento de explicación” . Por lo tanto, nunca puede hacer más que inducir, aproximar, unir, para finalmente hacer combinaciones (Anschluss) en el sentido que dicha palabra tiene en alemán cuando, para ir a cierto lugar, uno se ve obligado a cambiar de tren. También podríamos decir que cambia de hilo para retomar mejor el precedente y tejerlos juntos. De allí esa mezcla de lentitud y aceleración, de continuidad y ruptura. El retomar constante de todo el proceso anterior da la impresión de regresar al punto de partida, pero la súbita introducción de elementos nuevos ofrece la impresión inversa de una visión de conjunto profundamente transformada. De allí la forma de muchos párrafos que parecen, al principio, desarrollarse linealmente, y luego chocan con una dificultad, atrapan una hipótesis o conjetura y entonces se doblan para volver a lo que fue planteado al comienzo, pero que cuando el recorrido se cumplió son de tamaño considerable. La linearidad se impone circularidad a sí misma, porque es imposible desandar el camino si no es haciendo rodeos. He señalado varias veces hasta qué punto el estilo de Freud se adaptaba hasta en el detalle al contenido de lo que expresaba (el tono del drama, el tono del fiscal, el tono del abogado), lo cual, después de todo, es una trivialidad para un estilo. Lo que lo es menos es que, en este^caso, el estilo es creador del objeto, o sea, que continente y contenido son inseparables y hasta intercambiables. El aparato psíquico que Freud construye en el transcurso del capítulo vn es el capí-
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lulo VII mismo. Empieza a aparecérsenos a la distanLla, en la lejanía, con la simplicidad de algunos elementos; y a medida que nos acercamos, lo vemos diversificarse hasta el punto de que se necesita utiliMir el microscopio para percibir la demultiplicación hasta el infinito de sus elementos, de sus engranajes Imbricados unos con otros, de sus ramificaciones innumerables. Cada vez que una pieza nueva es introducida en el sistema, todo el sistema se transforma y debe ser expuesto nuevamente. Pero precisamente este trabajo de exposición es la verdadera construcción del sistema, es el sistema mismo. El aparato psíquico es el discurso que da cuenta de él. Esta afirmación merece algunas aclaraciones. Las figuras estilísticas detectadas en el texto de Freud —concatenación, inclusión, quiasmo o usteron-proteron, pericentro— indican que la sintaxis freudiana está subtendida y sostenida por formas paratácticas. Definimos la parataxis como el lugar que se da a las palabras en una frase o una serie de frases, independientemente de las uniones dadas por las preposiciones, conjunciones, declinaciones y conjugaciones propias de la sintaxis.” Es por esto por lo ” Sobre la parataxis, este texto de Heidegger, citado por D. Franck. Heidegger comenta la frase de Parménides: “ Es necesario decir y pensar que lo que es, es.” Pero, para traducir el griego lo más fielmente posible, Heidegger propone la siguiente traducción de la frase, a la que corta tres veces con dos puntos: “ necesario: decirlo así pensar del mismo modo: lo que es: ser” . Y hace este comentario: “ Acabamos de subrayar la articulación de este enunciado sólo para aclararnos, para poder ganar la región que, así, merece atención. Los dos puntos intercalados indican primeramente, desde el exterior, el modo como las palabras de la frase se ordenan unas con otras. Orden y disposición se dicen, en griego rá^is. En la frase, las palabras se suceden unas a otras sin nexo. Están alineadas una al lado de la otra. “ Al lado” (más exactamente, “ cerca” ) se dice en griego TaQá). El orden de las palabras en la frase es paraláctico, y no como lo presenta la traducción habitual: “Es necesa-
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que la escritura de Freud pierde todo su vigor e incluso todo su sentido en la mayoría de las traducciones francesas y aun en la traducción inglesa de la Standard Edition, porque los traductores se preocupan sólo por dar el sentido global de una frase definida por su sintaxis, sin reparar en el tugar que ocupan las palabras ni en sus repeticiones. La parataxis debe respetarse en el texto de Freud, porque su escrito es la máquina misma que él arma, y esta máquina, una vez más, es su discurso. Por lo tanto, no podemos desplazar las piezas sin tornar imposible su funcionamiento. Podemos afirmar sin temor que una traducción que copia el alemán y maltrata el francés, y por rio decir que. . Mediante el “ que” , las palabras están expresamente unidas. Este nexo las pone juntas en cierto orden. “ Juntas” se dice en griego aún). Se habla de “ sintaxis” . La traducción habitual de la frase pone las palabras Juntas en cierto orden intercalando las conjunciones. Desde el punto de vista del orden de las palabras, es una traducción sintáctica. “ La sintaxis es la doctrina de la frase, en el sentido más amplio del término. Es a partir de la sintaxis como se representa la arquitectura de la lengua. Cuando encontramos lenguas a las que les falta lo sintáctico, es frecuente que entendamos su estructura como una desviación de lo sintáctico, o como algo que no se ha elevado hasta el nivel de lo sintáctico. Es sobre todo así como interpretamos lo paratáctico en las lenguas de los pueblos primitivos. El habla paratáctica aparece también en las lenguas de estructura sintáctica, por ejemplo, en los niños. El asunto funciona bien, puesto que también a los niños los consideramos primitivos. Un niño dice, por ejemplo, de un perro que pasa a su lado saltando: ‘Guau-guau, malo, morder.’ ró \eyeiv re voeXv rtoy enneyat, también suena de ese modo” {Qu’appelle-t-on penser?, París, p u f , 1959, pp. 173-174). Jacqueline Sudaka me señaló que, desde el punto'de vista estrictamente gramatical, la traducción de Heidegger no se sostenía. La proposición infinitiva, en griego o en latín, jamás se considera paratáctica. Los únicos casos de parataxis en griego se encuentran en Homero. Y en latín, en autores como Ennius, Planto y Terencio. Rescato la cita de Heidegger en razón de su comentario de la frase de Parménides.
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lo tanto resulta, en definitiva, ilegible, es finalmente menos ilegible, menos ininteligible que una traducLlón en buen francés que pone cada frase en las formas sintácticas de nuestra lengua. De una sintaxis a otra, lo que desaparece es la parataxis. El uso de la parataxis no es fortuito en Freud. Si 111 estilo está identificado por ella, se debe a que neceóla poner de manifiesto todo lo que caracteriza lo infantil, lo arcaico, lo psiconeurótico. En un pasaje de las Nuevas conferencias relativo al sueño, nos da una verdadera definición de la parataxis: “ Todos los medios del lenguaje, mediante los cuales se expresan las más delicadas relaciones de pensamiento, las conjunciones y preposiciones, los cambios de declinación y de conjugación, escapan, porque los medios de expresión faltan para ello; como en una lengua primitiva sin gramática, sólo se expresa el material bruto del pensamiento, lo abstracto regresa a lo profundo que le da fundamento. Lo que así queda, puede fácilmente parecer sin ligazón.” ^®Acaso Freud ignorara que, a fuerza de escribir sobre el sueño que tomaba su energía de lo infantil, a fuerza de mostrar la ligazón entre el sueño y las psiconeurosis, de intentar descubrir allí algo de la “ herencia arcaica del hombre” ,^' había producido en su estilo, a través de todas las sutilezas de la sintaxis“ y a pesar de ellas, una regresión paratáctica. 20 G.ÍV., 15, p. 20 [XXII, 19]. Todorov, op. cit., p. 314, cita este texto con varios otros para reagrupar según Freud a “ los locos, los salvajes, los niños” , pero luego llega a la conclusión de que Freud hace de ellos otros, que para él están destinados al desprecio. 2> O.W., 2/3, p. 554 [V, 542], Freud cita a Nietzsche, para quien el sueño es una manera de “continuar un poco de humanidad primitiva” . 22 Littré: Modo de unir las palabras de una frase y las frases entre sí. “ En cada lengua, lo que hace que las palabras estimulen el sentido que se quiere hacer aparecer en el espíritu de quienes co-
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Pero la parataxis no debe considerarse sólo en el nivel de las palabras; aparece también en el nivel de las frases y de los párrafos. Hemos visto un ejemplo de esto en el párrafo 3 y en los párrafos 4 y 5, en los cuales frases atinentes al sueño precedían a otras relativas a diferentes síntomas o las sucedían. Por lo tanto, es la ubicación relativa de las frases, al igual que las relaciones sintácticas establecidas entre ellas, lo que determina el sentido, ahora suspendido, de su sucesión. Debemos ir incluso más lejos: muy a menudo, la sintaxis no nos indica a qué apunta la parataxis. Aquí, por ejemplo, lo que Freud quiere mostrar pero que no dice explícitamente, es que todas las funciones psíquicas dependen de los mismos procesos. De igual modo, suele suceder que una cuestión planteada al principio de uno o varios párrafos parece abandonarse en las frases siguientes para encontrar solución sólo al final de aquél o aquéllos. Lo mismo sucede en los párrafos 4 y 5 con la censura y en el último párrafo de la introducción anteriormente citada: lo importante que hubiéramos desatendido, mencionado en la primera frase, en las últimas es el recurso a las demás funciones psíquicas para elucidar los procesos del sueño; la unidad de todo el párrafo está dada, con su objetivo, por esta inclusión de orden paratáctico.^^ A la práctica de la parataxis, como característica del estilo de Freud, habría que agregar lo que yo llamaría utilización de la diataxis (ordenar separando), que rompe el orden de la frase mediante la introducción de un elemento nuevo y la organiza de un modo diferente. Es la diataxis la que da a la parataxis su dinamismo, la que la pone en movimiento, la que nocen esa lengua, es lo que llamamos sintaxis.” (Dumarsais, Oeuvres, t. v., p. 2.) 23 Mientras que un estilo deductivo da primero la tesis que quiere probar y luego ofrece las pruebas.
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B del capítulo vil, previene sin ambages: “ Pienso que debemos dar curso libre a nuestras conjeturas, siempre que conservemos frío el juicio y no confundamos el andamiaje con el edificio. Puesto que no necesitamos nada más que representaciones de ayuda para una primera aproximación a algo desconocido, preferimos las hipótesis más groseras y fáciles de captar a todas las d e m á s . Y en la sección E, cuando retoma la descripción de conjunto del aparato que poco a poco ha ido formando durante el capítulo, lo hace recordando las sucesivas hipótesis que ha introducido, cuidando de abrir esta página como sigue: “ Nos hemos hundido en la ficción de un aparato psíquico primitivo cuyo trabajo está dirigido por el esfuerzo por evitar el aumento de excitación y por mantenerse lo máximo posible sin éxitación.” ^’ Y esto lo corrobora en la página siguiente cuando confiesa: “ la mecánica de estos procesos me es totalmente desconocida” ; cosa que confirma un poco después al hablar de “ ficción teórica” .^* La traducción francesa de Meyerson, que reproduce fielmente Denise Berger, escribe púdicamente: “ Hemos adoptado la ficción de un aparato psíquico. En la Standard, siempre dignified, se puede leer: ' ‘JVe have already explored the fiction o f a primitive psychical apparatus” ,^* mientras que Freud escribe: “ Wir hatten uns in die Fiktion eines primitiven psychischen Apparats vertieft.” Sin duda alguna, sobre todo porque vertiefen va seguido por in y el acusativo, esto significa: nos hemos hundido, absorbido, sumergido en, como en ensoñaciones, dice el Sachs-Villatte. Matiz de importancia capital. Freud ^ G.W., 2/3,
541 [V, 530], 25 Jbid., p. 604 [V, 587]. 26 Jbid., p. 609 ]v, 592], 22 PUF, 1950, p. 488; p u f , 1%7, p. 508. 28 S/., 5, p. 598. p.
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está sumergido en la ficción que teje, como tejiendo un sueño; está absorbido por ella, y de vez en cuando necesita salir, reubicarse, prevenir al lector, porque en poco tiempo la ficción podría adoptar todos los lasgos de la realidad. Se terminaría creyendo en ella, o, más exactamente, se terminaría por no pensar más en que se cree en ella; uno la sabría, uno la comprobaría. Entonces, sería el delirio. Porque lo que distingue a este último de la teoría es que ésta es reconocida precisamente como ficción. Pero no es tan sencillo. Sin duda, en momentos decisivos de su recorrido, Freud se detiene para preguntarse qué está haciendo, para mantener distancias y evitar ser absorbido, deglutido. A la inversa, sin embargo, se propone hacer funcionar ese aparato, darle la consistencia de la realidad. Las hipótesis generales que le permiten avanzar pueden caber en pocas páginas, pero a él le hacen falta cien, no para probar, sino, de algún modo, para que la cosa se afirme, para que el tejido sea lo suficientemente cerrado y dé la impresión, la ilusión, de que se ha tenido en cuenta todo^’ y que de todo se ha rendido cuenta, y de que el psiquismo entero está atrapado en ese tejido, o hasta de que es ese tejido. Por esto la prudencia y paciencia extremas del estilo. El lector mismo, que sigue el hilo de nudo en nudo, el tejido de punto en punto, baja la guardia y es absorbido, tan fina y sólida es la textura. Piensa que así debe ser. La efectividad de un estilo consiste en imponer su discurso. Y cuando Freud vuelve a insistir en el carácter ficticio de su teoría,^® cuando recuerda que todo eso no son más que hipótesis y conjeturas, uno ha dejado de oírlo y de detenerse en esas advertencias. Por ^^G .W ., 2/3, p . 516 (V, 507]. Cf. O. Mannoni, Fictions freudietmes, París, Seuil, 1978, Un commencement qui n ’en finit pos, París, Seuil, 1980, y Maud Mannoni, La théorie comme fiction, París Seuil, 1979.
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supuesto, por supuesto, pero ¡todo funciona tan bien! Simplemente, uno se ha puesto a pensar como piensa él, sin dudar de que sea verificable, verificado y, finalmente, verdadero. Aquí el deslizamiento es siempre posible, hasta tal vez necesario para que el trabajo prosiga. Freud no es el último en dejarse atrapar. Afirma, por ejemplo, que “ Para mí es muy dudoso que un deseo no cumplido durante el día alcance, en el adulto, para producir un sueño.” Algunas líneas más adelante, en uno de esos retrocesos que encontramos en muchos parágrafos, escribe; “ Pero, en general, veo que en el adulto la permanencia de un deseo no cumplido durante el día no bastará para producir un s u e ñ o . L a fórmula sigue siendo honesta, puesto que no se trata de definir una ley universal sino de permanecer en el nivel de lo general y de lo generalmente aceptado. Sin embargo, en la página siguiente, estos matices desaparecerán y se formulará una ley universal: “ El deseo que se manifiesta en el sueño debe (muss) ser un deseo infantil.” Así, lo que considerado negativamente aparece como dudoso, adquiere luego los rasgos de una opinión generalmente admitida, y permite, al final, enunciar una ley.^^ Si la escritura da tan extensos rodeos, acaso sea, en consecuencia, para dar tiempo a que uno se acostumbre a una explicación. Con el tiempo y la repetición, la pregunta la tornamos en certidumbre, porque tal dato se convierte en parte integrante de un 3' G.}V., 2/3, p . 558 [V, 545]. 33 Freud no se engaña con respecto al salto que pega, puesto que al final del párrafo escribe; “ Sé que esta manera de ver no puede, por lo general, ser probada; pero sostengo que con frecuencia puede serlo, aun allí donde ni se podría sospecharlo, y que por lo general no es posible refutarla.’’ Aquí se enuncia claramente la no-cientificidad de la teoría analítica. Es un discurso que no puede ser ni probado ni refutado. Sólo queda dejarse atrapar o dejarse transformar por él.
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discurso, porque se vuelve indispensable para su coniti uencia. Una ley es universal porque conviene a cierto tipo de discurso y aquellos que lo hablan o lo escriben la consideran como tal. En otros términos, es universal para un estilo lo que es su ley constitutiva o una de sus leyes. Esto no es una tautología, porque, II la inversa, la ley promulgada por Freud acerca del deseo infantil en la formación de un sueño, carecería de fuerza si no estuviera sustentada íntegramente por NUestilo: aquí, por ejemplo, la relación entre parataxis e infantil. La ficción teórica sólo subsiste si tiende a imponerse como realidad; de lo contrario, es un divertimento fugaz, una buena novela o una buena película. Los psiquiatras que quieren hacernos creer que es muy fácil distinguir entre teoría y delirio, porque saben, por haberlo visto y entendido, qué es un delirio, podrían interesarse en investigar estas incómodas cuestiones. Porque lo que permite el paso desde la ficción a la realidad es el estilo, y el genio de Freud está, aquí, en haber forjado un estilo adecuado a la ficción que quería desarrollar e imponer. La diferencia entre el teórico y el delirante ya no residiría en el hecho de que el primero reconoce su teoría como ficticia, sino en que es capaz de escribirla y de darle un estilo, en que no ordena un saber y una verdad, sino que sólo pone en marcha una escritura de búsqueda e invención. La dificultad se duplica si nos aventuramos por el lado de la práctica.” Al comienzo de la sección E, Freud hace un señalamiento metodológico: Acerca de la producción del delirio por el saber psiquiátrico, leer el artículo decisivo de O. Mannoni, “ Président Schreber, professeur Flechisg” , Les Temps Modernes, diciembre de 1974, pp. 624-641. Tener seguridad de la diferencia entre teoría y delirio significa, para el psicoanalista, volver a la psiquiatría.
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Cuando me animé a intentar penetrar más profundamente en la psicología de los procesos del sueño, emprendí una tarea difícil para la cual, además, mi capacidad de expositor apenas alcanza. Verter una simultaneidad tan compleja mediante una sucesión en la descripción, y allí, en cada exposición, aparecer sin presuposiciones, será demasiado difícil para mis fuerzas. Se venga de mí el hecho de que no puedo seguir, en la exposición de la psicología del sueño, el desenvolvimiento histórico de mis conocimientos. Los puntos de vista que permiten la comprensión del sueño me venían dados por mis trabajos anteriores sobre la psicología de las neurosis, a los cuales no debo ( j o //) referirme y a los cuales me veo, sin embargo, siempre obligado (muss) a referirme, cuando debía progresar en la dirección opuesta y llegar, a partir del sueño, a encontrarme con la psicología de las neurosis. Conozco todas las dificultades que esto ha producido en el lector; pero no conozco ningún medio para evitarlas.’^
Podemos leer este párrafo desde una perspectiva teórica y entender que Freud subraya la dificultad de exponer en una sucesión la simultaneidad de los procesos inconscientes. Pero también podemos ver un interrogante planteado en la práctica: ¿cómo lograr, a trávés de las sesiones, desanudar la madeja del in-' consciente de tal modo que éste pueda decirse en palabras pronunciadas sucesivamente? Para esto, Freud ha debido crear un estilo de discurso,” caracterizado esencialmente por la libre afluencia del juego de las asociaciones. Ahora bien, este estilo, que Freud O.W., 2/3, p. 593 [v, 578]. ÎS “ Leyendo a Freud, señala R. Kuhn, se nos lleva muchas veces de un modo directo a esa aproximación entre la inspiración erudita de su texto y la situación analítica, incluso —y tal vez sobre todo— alli donde dicha situación no es tomada explícitamente como tema” (J. Schotte, La Psychanalyse, nüm 5, 1959, p. 64). en sus notas al artículo de Muschg, el mismo J. Schotte sugiere el nexo que el estilo debe establecer entre teoría y práctica. En particular, notas 21 y 25.
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subraya con frecuencia —aquí, por ejemplo, en el párrafo 4—, las relaciones que puede mantener con el delirio, está caracterizado por la prevalencia de la parataxis. El analista que escucha no se interesa en la sintaxis, en el modo como las palabras están unidas entre sí para sugerir un sentido, sino en las palabras mismas, como así también en sus respectivas posiciones; la proximidad, la distancia, los intervalos que funcionan como enlaces fundamentales que la sintaxis, casi siempre, se encarga de velar. En última instancia, podríamos decir que la sintaxis tiene que ver con los procesos secundarios, mientras que la parataxis tendría relación con los procesos primarios. Que el estilo de Freud esté señalado por la importancia dada a esta última lo hace apto para su objeto y para decir la práctica en el estilo de la teoría. La temporalízación de la simultaneidad inconsciente sólo puede efectuarse en lo paratáctico. La parataxis aparece entonces no como la forma de un discurso insensato o inacabado; no está sometida más al sentido que al no sentido; se caracteriza por la reserva del sentido. Reserva como retención y como reservorio. También el discurso del analizando alía sin cesar la parataxis y la sintaxis. En una secuencia de asociaciones, a la palabra o la frase inesperadas y surgidas de improviso, la seccionan, la detienen y la abren a una conmoción y a una reorganización. Desde varios puntos de vista, el estilo de Freud es el del analizando, cuando una fórmula dicha (escrita) provoca de inmediato un regreso súbito, o cuando la repetición de una frase, aparecida al comienzo de la sesión (del párrafo), señala automáticamente su finalización. ¿Acaso no le escribía a Flíess, probablemente a propósito de la Traumdeutung que estaba redactando: “ Mi trabajo me ha sido dictado enteramente por el inconsciente, según la célebre frase de Itzig, el jinete del domingo: ‘¿Donde vas, Itzig? —Yo no lo sé, pre-
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gúntale a mi caballo.’ En ningún comienzo de párrafo sabía yo dónde aterrizaría. Evidentemente, esto no está escrito para el lector; dejé de preocuparme por hacer estilo después de las dos primeras páginas.” ’* La diataxis es más precisamente la figura estilística de la interpretación. Efectivamente, es ella la que hace oscilar el discurso, lo vuelve del revés —en el sentido pleno de la expresión—, o sencillamente lo hace avanzar situándose en el corazón de la fraáe paratáctica. Como en el estilo teórico de Freud, la intervención del analista, en momentos en que el discurso del analizando choca contra un obstáculo que le cierra el camino (IVeg), propondrá un rodeo (Umweg) con forma de hipótesis. Es decir que la intervención no se ofrece como verdadera, no es una explicación a partir de algo ya conocido, ni una traducción a un lenguaje más profundo o auténtico; es como una conjetura ( Vermutung) que siempre puede ser invalidada, de la cual hasta el estatus es el poder serlo, y cuya única función es la de permitir que el discurso del analizando prosiga y se construya o se deshaga. El estilo de la interpretación debe, como dice Freud en el último pasaje citado, “ en cada exposición [sesión] aparecer sin presuposiciones” . Pero la puesta en práctica de este estilo no es fácil, tan atosigado está el psiconalista por su así llamado saber y su así llamada experiencia. Él reescribiría a Freud así: “ Los puntos de vista que permiten la comprensión del discurso del analizando me son dados por mis trabajos anteriores, a los cuales no debo referirme y a los cuales, sin embargo, no puedo evitar referirme, cuando debo avanzar en la dirección opuesta y llegar, a partir del discurso del analizando, a encontrarme con mis elucubraciones precedentes y a modificarlas.” 3* Carta 92, del 7 de julio de 1898.
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La paradoja de la intervención-hipótesis reside en que debe introducirse en el discurso del analizando conmocionándolo, pero según su curso, debe insertarse en él como si se la esperara, pero apareciendo inevitablemente de improviso; sólo puede penetrar por efracción a un lugar que le era ofrecido. Este estilo diatáctico de intervención-hipótesis, indispensable en la parataxis asociativa, se acerca, hasta confundirse con él, al estilo escrito de Freud, que avanza mediante la inserción de un elemento que primero sorprende, como el hallazgo de un salvavidas en el mar, y que en un segundo momento se deshace en la masa liquida que avanza. Lo que constituye la práctica analítica es cierto estilo, exactamente el mismo que hace la escritura teórica. Se vuelve totalmente inteligible que Freud, antes de concluir con el párrafo 10 su primera sección del capítulo vil, haya introducido un parágrafo referido a la práctica y a la relación paciente-analista, aun cuando la expresión ZielvorsteUung ya no tenga en él el mismo sentido que en las páginas precedentes. Precisamente, es desde el punto de vista de la técnica analítica que la distancia entre lo arbitrario de la palabra y las metas perseguidas aparece como más grande, pero es también en la cura donde la práctica permanente se vuelve teoría, es decir, posibilidad de tener en cuenta el dato asociativo, que se presenta con forma disociada, y de dar cuenta de él mediante la intervención-hipótesis. La práctica analítica es teorización porque está constituida por cierto estilo, sin el cual, por otra parte, deja de ser analítica. El estilo determina qué es el analista, y no, anticipadamente, tales tesis teóricas o aquella forma de práctica. Freud, al final de su introducción al capítulo VII, nos invita a “ tener cuidado de no tirar del hilo (de las hipótesis) más allá de la primera articulación lógica, porque de lo contrario su valor se pierde
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en lo indeterminable” . Estudiar la teoría analítica para deducir teoría de ella es una pura imposibilidad, a menos que se entienda que así se sale del campo analítico para hacer filosofía de escuela, o, más probablemente, para producir ideología. Freud sabe perfectamente que está obligado a la inducción, es decir, a intentar una generalización siempre problemática a partir del retorno constante a la particularidad de lo que le “ dicta el inconsciente” . En otros textos, cada vez que tiró del hilo más allá de la primera articulación lógica para proponer aplicaciones del psicoanálisis, abandonó el campo propio de la teoría y la práctica analíticas. Si este capítulo vii nos parece oscuro, o mejor dicho confuso, es porque no logramos seguir su evolución. No nos brinda un resultado, pero nos dice todo el camino recorrido. Tepemos derecho a la descripción detallada de sus intentos y errores. Escribir lo que dicta el inconsciente no tiene nada que ver con un borrador o con la escritura automática. Un borrador consiste en poner por escrito algunas ideas que aparecen subrepticiamente sin que se las tome en serio, porque podrían no ser más que humo. Cuando Freud escribe, aun para sí mismo, busca sin permitirse comodidades, se pregunta si la cosa se sostiene, experimenta lo que acaba de emitir, critica, de inmediato pero en todo el transcurso. Permite el libre fluir como en la escritura automática, pero para preguntarse un instante después qué puede significar aquello, si va por el buen camino, antes de seguir dejando que las ideas fluyan. Algo como esto sucede en un análisis, donde la posibilidad de dejar surgir cualquier cosa se alía con el asombro y la continuación interrogativa. Como Freud mismo decía en el párrafo 1, cuando evoca su método, se trata de enlazar, lo cual parece contradictorio, el libre fluir de los pensamientos involuntarios con el trabajo de atención y de
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IInotación. Se me ocurre que esto podría compararse un poco con el trabajo de un matemático. Su escrituIa debe ser extremadamente precisa y lo más rigurosa posible, pero al mismo tiempo ignora a dónde lo conducirá. Está atento a los hallazgos y les tiene confianza, pero al mismo tiempo se deja guiar por la escrituIa misma y por las fórmulas sucesivas que surgen de ella. Le pasa que choca contra lo imposible o lo contradictorio, y en ese caso vuelve a su punto de partida o espera que la cosa salga, para luego retomar su marcha rigurpsa.” La escritura de Freud es, incesante y simultáneamente, una deriva: lo no deseado que sucede, y una puesta a prueba: tirar del hilo hasta la primera articulación lógica. Más precisamente, como creo haber demostrado, la dificultad de lectura del capítulo vii proviene de que no tomamos en cuenta lo suficiente las palabras utilizadas, sus repeticiones y sus respectivas posiciones; en resumen: no prestamos suficiente atención a lo que he llamado lo paratáctico; además, no somos sensibles a las rupturas del texto provocadas por la diataxis, es decir, por todo lo que es surgimiento de una diferencia, diferencia energética, diferencia de catexis, diferencia de excitación, o sea, finalmente, diferencia introducida por lo sexual. Ahora bien, todas las hipótesis y conjeturas que hacen avanzar el texto de Freud son de este orden. El logos de la parataxis, es decir, de lo que traduce lo infantil, lo arcaico y lo psiconeurótico, está seccionado, deshecho y reorganizado por lo sexual de la diataxis. Esto no se produce de golpe, sino paso a paso, salto a salto, hilo a hilo. Se podría decir por comparación, que si la pala3'' Hilbert, a quien se le preguntaba como tal matemático había podido convertirse en novelista, respondió: “ Es muy sencillo. No tenía suficiente imaginación para las matemáticas, pero sí bastante para las novelas.” Citado en exergo en el número de abril de 1977 de Critique, “Mathématiques: heur et malheur” .
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bra escuchada en una sesión no llega a ser analítica —teórica y práctica a la vez—, es porque aún está invadida por los escollos de la sintaxis y, consecuentemente, la diataxis no ha podido abrirse paso. La constitución progresiva del aparato psíquico tal como se efectúa en el transcurso del capítulo vn no es otra cosa que un discurso de analizando despojado únicamente de su complejidad o simplificado para abreviar. Pero esto trae como consecuencia que el carácter hipotético y conjetural de ese aparato deba ser íntegramente atribuido a dicho discurso. Es el estilo del análisis el que, en la cura, produce análisis; de modo que la práctica, como la teoría (si aún existe alguna razón para distinguir estos dos términos), también debe ser reconocida como una ficción, como un montaje estilístico que, en última instancia, carece de contenido. Porque tiene la particularidad, para que el proceso pueda proseguir, de que haya que deshacerla permanentemente para, incesantemente, rehacerla, como el tejido de Penèlope. Y es más: sólo deshecha se mantiene. Asi, se llega a una fícción generalizada sólo sostenida por un estilo. “ A quien un día atrapó, el psicoanálisis ya no lo suelta” ’* —decía Binswanger. Es sin duda porque, analizandos o analistas, todos nosotros adoptamos el estilo de Freud. Pero un estilo no se imita, como no sea para no decir nada o para mover a risa. Escuchemos una página de Flaubert o de Nietzsche, de Hegel o de Diderot: por menos familiarizados que estemos con estos autores, los reconocemos al segundo renglón. Hay algo que les pertenece como propio y que sólo podríamos reproducir como una caricatura. Freud también tiene esta especie de estilo reconocible e inimitable que hace de él un escritor con espacio 3* Schönau, op. eil., p. 87; “ Wen die Psychoanalyse einmal gepackt hat, den lässt sie nicht mehr los."
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propio en la literatura alemana. Pero también creó el rutilo del análisis: un proceso que hace caer a la sintaxis en la parataxis y que se abre mediante la diataxis. Un camino, un rodeo, una via sin final. Justamente, un estilo que cada uno debe poner en práctica a partir de su propia particularidad, y no una escritura indisociable de un pensamiento al cual alienar esta particularidad, que es lo que pasa si creemos en la consistencia de una teoría analítica. Tal vez haya que ir más lejos aún en el asunto: el estilo de Freud, tal como he intentado determinarlo, supone cierto tipo de relación con el inconsciente, el cual está signado por un momento de la cultura (y es en esto donde hoy entramos mediante el análisis); no es seguro que dicha relación no sea modificable y que ya esté modificada.
2, CON BASTANTE FRECUENCIA
En 1937, con un texto de pocas páginas intitulado “ Construcciones en el análisis’’,’ Freud vuelve sobre una noción de orden técnico que había introducido desde mucho tiempo antes, en particular en el informe del análisis del hombre de las ratas,^ y que había retomado varias veces^ en el “ Caso de homosexualidad femenina’’ y al principio del capítulo 3 de “ Más allá del principio de placer’’. A través de apuntes aparentemente anodinos, atinentes al exclusivo manejo de la cura, serán cuestionados los fundamentos del método analítico. La construcción es una noción-clave de la técnica psicoanalítica. Se diferencia de la interpretación (Deutung) por su amplitud. Mientras la interpretación se refiere a “ un elemento particular del material, a una idea (Einfall), un lapsus’’,'' la construcción propone al analizando un trozo de su prehistoria que el analista supone o adivina (erraten)J Freud da un ejemplo en este texto: “ Hasta que tenía usted n años, se consideró como el dueño único e ilimitado de su madre. Entonces vino un segundo hijo y, con él, una severa decepción. Su madre le abandonó por algún tiempo, y luego no se dedicó exclusivamente a usted. Sus sentimientos hacia su madre se hicieron ambiva^ G.W., 16, pp. 43-56 [xxiii, 259-270]; trad. franc, en Psychanalyse à l’Université, núm. 11, junio de 1978, pp. 373-382. No he tenido ocasión de utilizar esta traducción. 2 G.W., 7, p . 426 [X, 127]. 3 G.W., 12, p . n i [XVIII, 145] y 13, p p . 16-17 [x v iii, 18-19], '> G.W., 16, p . 47 [XXIII, 262]. 5 Ibid., p. 45 [xxiii, 260] (581
IMI bastante frecuencia
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l('ntes, y su padre adquirió una nueva significación puta usted.” * A través de ese ejemplo, es fácil ver i ómo la construcción puede ser una noción técnica bisagra entre teoría y práctica, puesto que el analista iilIliza la teoría —aquí, lo concerniente al compléjo (le Edipo— para aplicarla o moldearla en función del ii'ii.so particular que le toca en determinada cura. Evidentemente, Freud depende de la construcción para toda su concepción del análisis. Lo que desarrollará en el siguiente párrafo, retomando las mismas palabras, ya lo había expuesto más brevemente casi veinte años antes: “ Efectivamente, en gran número de casos el análisis se divide en dos etapas claramente separadas: en una primera etapa, el médico adquiere los conocimientos necesarios sobre el paciente, le hace conocer los presupuestos y postulados del análilis, y desarrolla ante él la construcción de la génesis de su enfermedad, a lo cual se siente autorizado con base en el material entregado al análisis. En una segunda etapa, es el paciente quien se apodera del material puesto a su disposición, lo trabaja, recuerda lo que puede recordar entre lo que se da en él como reprimido, Ven cuanto a lo demás, se esfuerza en repetirlo en una especie de reviviscencia. Al hacer esto, puede confirmar, completar y rectificar las tesis del médico. Sólo durante este trabajo experimenta, superando las resistencias, el cambio interior que se pretende lograr, y adquiere las convicciones que lo hacen independiente de la autoridad médica.” ^ Este pasaje pone de manifiesto hasta qué punto Freud trata de someter el análisis al modelo de las ciencias hipotético-deductivas. La construcción se « Ibid., pp. 47-48 [xxiii, 262-263]. ^ 12, p. 277 [xviii, 145-146], Trad, franc, en Névrose, psychose et perversion, Paris, PUF, 1973, p. 250. Más adelante se verá por qué he subrayado construcción, recuerdo, convicción.
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con bastante frecuencM
deduce de una teoria generai con vistas a una veriñi cación en cierto caso particular; caso particular queJ a su vez, puede llevar a que el psicoanalista amplié o | modifique su construcción y, por esa via, la teoria ge-| neral misma. “ Construcciones en el análisis” comienza coai un párrafo dedicado a desarrollar una objeción qu^l se le hace a la técnica psicoanalítica: no importa si el] analizando está de acuerdo o se opone a una interpreti tación; el analista siempre tiene razón. En el primen caso, no hay ningún problema; en el segundo, la opo-jj sición evidencia resistencia. Este párrafo utiliza los] términos de un proceso. Está incluido entre las palai] bras justicia-injusto al principio y justificación al fi-i nal. En el medio, se nos pone en presencia de la victHl ma, a la cual ya no se nombra, como antes y después,|| con el término paciente, sino con la expresión pobrM diablo inerme. Las razones del pleito se nos brindan [ al final de las dos mitades del párrafo: estar de acuerdo, oponerse, y acuerdo, oposición. Porque eviden-1 temente, el debate se desplazará: todo se centrará en [ lo que sucede entre el anedista y el analizado. Pero el asunto de su acuerdo y desacuerdo no será ] desarrollado inmediatamente. Freud se toma su tiempo y recalca ampliamente qué es lo que está en juego. Dedica un párrafo a recordar que el objetivo del tra- ] bajo analitico es lograr que el paciente recuerde lo que ha olvidado de su más remoto pasado, y que esos recuerdos aparezcan a través de los sueños, las asociaciones y las repeticiones. En el párrafo siguiente, frente al analizado que debe trabajar su memoria, sube a escena el analista, cuya tarea consiste en “ adivinar lo que ha sido olvidado a partir de los indicios que ha dejado o, más exactamente, construirlo” . Finalmente, dos párrafos completan la primera parte del texto, desarrollando las semejanzas y las diferencias que existen entre el trabajo de reconstrucción del
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iiiqueólogo y el del analista. Lo cual permite mencioiMi, de paso, las ventajas y desventajas de sus respecilviis condiciones de trabajo. lista comparación habria podido ser la ocasión pina extenderse sobre el papel que desempeña la subid Ividad del arqueólogo o del analista en esos trábalos de reconstitución. Freud no dejó de planteárselo. Vio cómo trabajan otros psicoanalistas y se sublevó: Ahora se trata no ya de fantasmas del enfermo, mío de fantasmas del analista, que éste impone al 4nalizado en virtud de ciertos complejos personaIpk .” ®En cuanto a él mismo, se considera a salvo de iKlc tipo de malversación. A este pasaje del informe dcl análisis del hombre de los lobos, le sigue una larItu justificación: la lentitud y la minuciosidad del prot eso de reconstrucción constituirían prueba suficiente de la eliminación de los fantasmas del analista. I'reud se apura un poco en atribuirse una credencial de objetividad, porque es evidente que la lentitud y Ih minuciosidad pueden no ser más que los medios de que se vale una racionalización sutil para consolidarCuando se sabe, por ejemplo, que el texto publicado por Freud sobre el hombre de las ratas no transcribe nada acerca de las relaciones de ese paciente con NUmadre —lo cual resulta visible si se lo compara con los apuntes tomados por el mismo Freud durante la cura—,* es dable sospechar que esta omisión le convenía al analista. O cuando la paciente de la que habla en el caso de homosexualidad femenina toma sus señalamientos, según ella misma dice, como si procedieran de un museo,*® es fácil deducir que él había reconstruido esta historia desde un punto de vista que * G. W., 12, p. 81 [xvii, 50-51]. El hombre de los lobos, cap. 5. * S. Freud, El hombre de las ratas. Diario de un analizado, París, PUF, 1974, p. 267. 10 G. W., 12, p. 287 [xviii, 156]. Trad. franc., op. cit., p. 260.
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a la joven le parecía, literalmente, como de otra époi ca, caduco para ella, y como si hablara de un muertoi Sin embargo, Freud conserva una confianza inquebrantable en su método, aunque en el transcurscl de treinta años (desde “ El hombre de las ratas” hastd “ Construcciones. . los fracasos —reconocido] por él— no hayan faltado (Dora desaparecida prema toramente, el hombre de los lobos que se enfermé aún más, el hombre de las ratas curado demasiada pronto, la mujer autotitulada homosexual también desaparecida rápidamente, etc.). ¿Por qué esa consi tante? Hay varias razones fundamentales. La primera —y las demás aparecerán en consecuencia— presi| de toda la segunda parte de nuestro texto; Freud piensa aplicar al psicoanálisis, mediante el procedi| miento de la construcción, el método experimentali en el que cree no como dogma, sino como regla unii versal que no puede cuestionarse, y que por otra parte a él ni se le ocurre cuestionar, puesto que, sin él no habría ciencia y, consecuentemente, tampoco ra cionalidad, por lo tanto, evidentemente, no habría investigación posible. Por cierto, Freud no imitará las ciencias a las que se siente más afín, como por ejemplo, en este caso, la arqueología. Mientras que para esta última “ la re construcción es la aspiración y la finalidad de todo esfuerzo” ," para el psicoanálisis no es más que un trabajo preliminar. En él,*la construcción no sólo se realiza trozo por trozo, sino que debe ser corrobora da por el paciente, quien apreciará su justeza o su inexactitud. Allí estará la prueba de la experiencia Pero la adaptación del método experimental aún está sometida a otros imperativos más. Porque no sólo e^ analizado no es una estela, una osamenta o una hue lia de pasos, no sólo está vivo, sino que el objeto psí" G.}V., 16,
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(juico que reacciona al escuchar la construcción es incomparablemente más complicado que el matelial del exhumador y su estructura íntima todavía oculta numerosos misterios” .'^ Más precisamente, los efectos posibles —pero no inmediatamente verificables— de la resistencia convierten en ambiguos al sí y al no del paciente, o lo que es más, en plulivocos. Pero Freud acepta estas dificultades, que no le paiccen insuperables. Por el lado del analista, no descarta la posibilidad del error, que consiste en "presentarle al paciente una construcción inexacta como si fuera la probable verdad histórica” ,*^ Porque, en este caso, el paciente no reacciona ni con un sí ni con un no. La hipótesis queda invalidada y hay que buscar otra. Con “ construcción” y “ verdad histórica” se dan dos elementos decisivos de la ciencia que Freud sueña fundar. Por un lado la construcción, la hipótesis, que es el instrumento, y por otro el objeto, que debe simultáneamente descubrirse y constituirse: la verdad histórica. Si el psicoanálisis es al mismo tiempo semejante y distinto de la arqueología, es porque su objeto está enterrado (verschüttet), pero puede ser reconstituido. El psicoanalista es un arqueólogo que lograse, trozo por trozo, hacer reaparecer, no ya sólo ruinas, sino la ciudad entera. Para el arqueólogo, Micenas siempre será un campo de memorables vestigios; para el psicoanalista, es la ciudad misma la que puede resurgir e incluso sin que le falten Agamenón y Clitemnestra, puesto que el paciente que pasea por ella está allí, vivo. Advertimos aquí la segunda razón por la cual Freud se afirma tanto en la técnica de la construcción 12Ibid., pp. 46-47 (xxiu, 262]. 13 Ibid., p. 48 [xxm, 263).
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en psicoanálisis: cree —y sobre esto deberemos volver con más detenimiento— en la verdad histórica como en una fuerza en permanente acción y cuya vía de retorno sólo está obstaculizada por las resistencias. El acuerdo o la oposición aparecerán en el resto del texto como las dos armas sutiles de las que se vale el paciente para que esa verdad salga y no salga a la < luz. A veces, el sí del paciente a la construcción que se le transmite le permitirá “ ocultar la verdad no descubierta” :'“ tiene usted razón, le dice al analista, para qué ir más lejos; o bien a veces el no va a significar que la construcción no da cuenta de “ toda la verdad” .” Porque efectivamente allí está el objetivo de Freud en la experiencia cuyas condiciones plantea: hacer aparecer toda la verdad, todo Micenas para uno, todo Cnosos para el otro. Pero las resistencias son tales ante la aparición de esta verdad histórica “ que, a estar por las manifestaciones directas del paciente luego de la transmisión de la construcción, son pocos los puntos de apoyo que podemos obtener para saber si hemos acertado o no” .'* El texto abunda sobre la necesidad de recurrir a confirmaciones indirectas, a través de las asociaciones, o a oposiciones directas, pero que se traicionan, por ejemplo, en un lapsus. Es decir que la verdad histórica que subtiende la construcción sólo puede aparecer sin que el paciente lo sepa. Esto se adecúa a la experiencia analítica, puesto que las resistencias nunca pueden ser quebradas directamente, pero, en el plano metodológico, plantea algunos problemas. Al final de la segunda parte de su texto, ante la complejidad, las contradicciones, los trastocamientos siempre posibles de las manifestaciones de acuerdo y de oposición, Freud reduce el nivel de sus Ibid., p. 49 [xxill, 264]. ” Ibid., p . 50 [XXIII, 264]. ” Ibid.
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(iifltínsiones: “Esas reacciones del paciente son, Iuando menos, multívocas (vieldeutig) y no permiten ninguna decisión definitiva. Solamente el curso posIi'i lor del análisis puede aportarnos la decisión acerca (li'l carácter justo o inútil de nuestra construcción, f itnsideramos a la construcción particular sólo como lina suposición (Vermutung) que espera la aproba
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él mismo el material (mediante la rememoración). En I tanto la convicción permanezca vacilante, debemos j pensar que el material no está agotado.” ” En nuestro texto, al comienzo de la tercera parte, 1 volvemos a encontrar los mismos tres términos,' como era dable esperar, puesto que la primera parte i está dedicada a situar la construcción y la segunda a 1 describir el complejo juego de las. reacciones ante la construcción. En la primera frase de esta tercera parte, la convicción, por estar alineada con los textos anteriores, no le plantea a Freud ningún problema: ‘‘Cómo ocurre esto en el proceso del análisis, por qué caminos nuestra suposición se convierte en convicción para el paciente, no vale la pena exponerlo. Todo ellp es familiar para cualquier analista por su experiencia cotidiana y no ofrece ninguna dificultad de comprensión.” ^“ Si estas líneas no se refirieran a aquello en lo que Freud ha creído siempre durante varias décadas —lo cual les da ese tono de evidencia—, no se comprendería que precedan a la mención de una excepción mayor que cuestiona todo el método: la construcción del analista conduce, en efecto, a la convicción del analizado sin el rodeo previo, hasta allí obligado, de la rememoración. El texto citado, en seguida prosigue así: ‘‘Sólo un punto exige investigación y aclaración. El camino que se inicia en la construcción del analista debería concluir en el recuerdo del analizado; pero no siempre conduce tan lejos. Con bastante frecuencia no logramos llevar al paciente hasta el recuerdo de lo reprimido. En lugar de eso, si el análisis es conducido correctamente, producimos en él una convicción firme de la verdad de la construcción que logra el mismo resultado terapéutico que un recuerdo vuelto a evocar. En qué circunsG.W., 7, p. 216 [X, 144, nota], 20 G.yv., 16, p. 52 Ixxiil, 267],
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lancias ocurre esto y cómo es posible que un sustituto aparentemente imperfecto (es decir, la construcción) produzca, sin embargo, un efecto completo, sigue siendo tema para una investigación posterior.” El tono de estos apuntes hechos como al pasar apenas oculta el abismo que Freud ha abierto bajo sus pies. Sin la rememoración o su complemento, la repetición, sin el trabajo que el paciente debe realizar sobre el material que se le entrega, ¿qué queda del método analítico? Nada más que un intento de curación por sugestión, del cual Freud aquí no parece desconfiar en lo absoluto —ya veremos el motivo— porque, en adelante, lo que le interesa es hacer el abismo más grande aún —como muestran los párrafos siguientes. Sin embargo, nos había puesto en alerta unas páginas antes al sugerir que el sí del paciente podía ser “hipócrita” ^' y significar el deseo de mantener oculta la verdad aún no descubierta, es decir, de mantener el confort de la resistencia. Con mucha mayor razón, el sí de la curación viene a poner fin a toda dificultad y a todo trabajo. Pero el modo como es obtenida dicha curación no deja ninguna duda: el analista es el detentador de la verdad del paciente, se la impone de tal manera que ese paciente comienza a funcionar según esa verdad, y su funcionamiento propio, que necesitaba de los síntomas, pierde consistencia; es por esto que los síntomas desaparecen. Al comienzo de la segunda parte, Freud había descartado la objeción: “ El peligro de que extraviemos al paciente por sugestión, cuando le inculcamos cosas en las que nosotros creemos pero que él no tiene por qué admitir, seguramente se ha exagerado mucho. El analista tendría que haberse comportado muy incorrectamente para que este infortunio le ocurriera; 2' Ibid., p. 49 [xxiii, 264].
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ante todo, debería reprocharse el no haber permitido hablar al paciente. Puedo asegurar, sin fanfarronería, que semejante abuso de sugestión nunca se produjo en mi práctica.” “ De todos modos, podemos ser menos afirmativos. ¿No es él mismo quien en otro lugar, pero en un contexto semejante, habla de “ mover al enfermo a que abandone las resistencias mediante la influencia humana (aquí, el lugar de la sugestión actúa como ‘transferencia’)” ?“ Y si el lapso de la rememoración se suprime en beneficio de la convicción inmediatamente obtenida, ¿no es éste un modo de no “ permitir que el paciente hable” ? Además, este hecho no es excepcional, puesto que Freud reconoce que “ no siempre” hay recuerdo y que “ con bastante frecuencia” no lo hay. Aquí, parece no prestar mucha atención a la palabra del paciente con el pretexto de que ya no la necesita, puesto que el efecto terapéutico ha sido plenamente obtenido. Evidentemente, éste no es un argumento, puesto que en la página anterior explica que, en el caso de una “ reacción terapéutica negativa” , es decir de una transferencia negativa, el paciente reacciona ante una construcción justa o aproximándose a la verdad a través de “ una inequívoca agravación de sus síntomas y de su estado general” ,“ si la anticuración también interrumpe la palabra y anula el lapso de la rememoración, la desaparición de los síntomas no podría justificar estos fenómenos. Por otra parte, Freud ha repetido que esta desaparición lo privaba de la posibilidad de investigación.^* Lo que la terapia P Ibid., pp. 48-49 ( XXIII, 263], “ G.ÌV., 13, p. 16 [xviii, 18], “ Más allá. . comienzo del cap. 3. ^ Ibid., 16, p. 52 [xxiii, 266], Ibid., 1, p. 428, nota: “ El hombre de las ratas” , cap. 1 [x, 163]; 12, p. 188 [xvii, 158]; “ Nuevos caminos de la terapia psicoanalitica” , etcétera.
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gana se vuelve pérdida tanto para el paciente, que ya no puede “ independizarse de la autoridad del médico” , como para el analista, que ve frustrado el desarrollo de su ciencia. Si Freud hace el duelo del recuerdo, si acepta que al paciente no se le deje hablar, es porque está fascinado por la verdad y su eficacia (Wahrheit, Wirkung). Que quien haya formulado esa verdad sea el analista le parece secundario: sólo importa que el paciente (al igual que él mismo) se someta a ella y le sacrifique sus síntomas (ya sea con la desaparición o con el agravamiento) y su palabra (ya no hay necesidad de trabajar el material). Sin embargo, todo sucede como si Freud estuviera un poco aterrorizado por la gravedad de sus propias afirmaciones y se sintiera compelido, por un lado, a multiplicar las fórmulas de alivio: el paso de la conjetura del analista a la convicción del paciente “ no vale la pena exponerlo” , “ su comprensión no ofrece ninguna dificultad” ; y por otro lado, a desconectar lo más completamente posible sus afirmaciones de las consecuencias que tendrá que sacar de ellas. Es por esto por lo que el párrafo donde acaba de dar el salto que lo lleva de la construcción a la convicción, salteando el recuerdo, termina con estas palabras: “ Esto sigue siendo tema para una investigación posterior” y el párrafo siguiente comienza así: “ Concluiré este breve artículo con unas cuantas observaciones que abren una perspectiva más amplia.” “ En otros términos: presten atención, todo lo que voy a decir ahora tiene un nexo muy débil con lo anterior. Una negación tan grosera nos obliga a afinar el oído. Debemos pues prepararnos para leer, a partir de las premisas definidas más arriba, las deducciones que impone una lógica implacable. A la pregunta: / A t ó . , 1 6 , p . 5 3 [XXIII, 2 6 7 ] ,
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¿qué sucede para el paciente cuando se ha dejado convencer de la verdad de la construcción del analista? Freud responderá: no recuerda “ el suceso que constituía el objeto de la construcción” , sino detalles conexos en forma ultraclara {überdeutlich) y ultraprecisa {übercharf). ¿Y esto por qué? Esta verdad de la construcción, en cierto sentido es efectivamente la del paciente, que se reconoce en ella porque ha brindado sus elementos, pero tiene la particularidad de haber sido forjada por otro, según sus propias maneras de pensar, comprender e interpretar. Los recuerdos, asociaciones y actos del paciente le son devueltos en forma de materiales que previamente le han sido escamoteados, como alhajas desmontadas y vueltas a engarzar de un modo diferente, irreconocibles y reconocibles a la vez. Porque son reconocibles, el paciente adhiere a ellos y los considera verdaderos; porque son irreconocibles, sólo puede aceptarlos a través de una convicción global, absoluta, compacta, y consecuentemente, deteniendo el proceso de asociación y el reinicio del trabajo mediante la palabra. La “ verdad de la construcción” que suscita en el paciente la “ firme convicción” , obliga a que todo lo que la construcción no ha podido recuperar caiga del lado de la alucinación. Porque si el paciente adhiere por convicción al discurso reconstitutivo del analista, sólo puede hacerlo ausentándose él mismo y arrojando fuera del discurso y en la hipermnesia alucinatoria los recuerdos fragmentados, los “ detalles” que permanecían en las proximidades del suceso cuyo actor ha sido expropiado. Lo que vuelve ya no es atribuido a nadie y cae, así, desmigajado en los márgenes de su discurso. En este segundo párrafo de la tercera parte, se ha expuesto la primera consecuencia de la supresión del lapso de rememoración entre construcción y convicción: la aparición de recuerdos conexos. Una lectura
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I ipida de los párrafos siguientes podría hacernos creer y parece ser ésta la aparente intención de Freud— <11it' aprovecha el vínculo entre esos recuerdos coneIII'. y la alucinación para exponer una miniteoría de lii alucinación, luego del delirio, en su relación con la vii i dad histórica, con el fin de reintroducirlos en su 1 (incepción general de las neurosis y, en particular, il( la histeria. Por cierto, tenemos derecho a leer así i slas páginas, pero entonces no se ve bien, no se ve ulijuiera en absoluto por qué Freud hace de esto la ■(inclusión de un artículo dedicado a la “ Construcilón en el análisis” . En mi opinión, expone allí los fenómenos en los t uales la convicción aparta a la rememoración y sus ■institutos —repeticiones, actos tanto dentro como lucra de la situación analítica— para fundamentarlos directamente en la verdad histórica. Por ejemplo, al comienzo del tercer párrafo de esta tercera parte, se establece explícitamente el nexo (•ntre la hipermnesia, a la que acaba de considerar lomo una consecuencia de la comunicación de la construcción, y la alucinación, de la que hablará seguidamente. “ Estos recuerdos [los detalles conexos] podrían haber sido llamados alucinaciones, si a su ilaridad {Deutlichkeit, alusión a la überdeutlich del párrafo precedente) se hubiera añadido la creencia en su actualidad. Pero la analogía ganó importancia cuando puse atención en la aparición ocasional de verdaderas alucinaciones en otros casos, no psicóticos.” ^® Podemos pues, legítimamente, concluir en que las alucinaciones que pueden aparecer en el transcurso de un análisis deben volcarse al mismo expediente, el del par construcción-convicción. El texto continúa: “ Tal vez sea una característica general de Ibid., p. 44 [xxiii, 260], Ibid., pp. 53-54 [xxíii, 268J.
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la alucinación, que hasta ahora no ha sido suficientes mente enfatizada, el que, en ella, reaparezca algo vi-i vido en la primera infancia y luego olvidado, algo | que el niño ha visto y oído en la época en que apenas era capaz de hablar, y que ahora se impone a la con- ¡ ciencia probablemente deformado y desplazado por la acción de fuerzas que se oponen a su retorno.” Otra vez, es éste el caso del paciente a quien la verdad transmitida por el analista vuelve incapaz de hablar y de recordar lo vivido y olvidado. Ve, oye trozos de su historia, “ detalles” sin contexto, bajo una forma intransmisible, porque ya no le resulta posible hacerlos reconocibles para su interlocutor y también para que no sean reconocidos, o sea, interpretados; es decir, para que no le sean arrebatados. La alucinación incluye una convicción que el alucinado se reserva sólo para sí y que escapará a la convicción que le arranca el discurso del analista. Freud no habla de verdad a propósito de la alucinación, porque ésta no pertenece al orden del discurso, sino que es una reacción ante un discurso de verdad dicho por otro, que no le deja al alucinado disponer de él. El delirante está en una situación muy distinta; él es el único dueño de su discurso, y el de los demás sólo le importa en la medida en que puede constituirse en material para continuar con el suyo propio. A propósito del delirio, Freud escribe; “ Un fragmento de verdad histórica está contenido en él, y nos sentimos proclives a admitir que la credibilidad incontenible que adquiere el delirio recibe su fuerza de una fuente infantil de esta clase.” Por lo tanto haríamos mejor en no intentar persuadir a estos enfermos de la locura de su delirio o de su oposición a la realidad, “ sino más bien encontrar, en el reconocimiento del núcleo de verdad, una base común sobre la cual
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Duede desarrollarse el trabajo terapéutico” .“ En una primera lectura, no quedan dudas. Freud .iprovecha la ocasión para volver con algunas perspectivas nuevas sobre su concepción de las psiconeulOsis, operando, como suele hacerlo, cierto número de aproximaciones. La composición de estas pocas páginas da fe de esto. El tercer párrafo de esta tercera parte establece nexos entre alucinación y delirio; el i'Uarto, entre delirio y neurosis; el quinto, entre deli110 e histeria, y el sexto y último amplía la perspectiva pasando del individuo a la humanidad considerada como un todo. Pero ¿por qué en el quinto inserta una comparación entre delirios y construcciones en psicoanálisis? Porque a través de todos estos desarrollos no ha perdido de vista el tema de su artículo. Sin embargo, no puede abordar esta nueva aproximación de un modo totalmente directo; esto debe hacerse como al pasar, sin que parezca, sin que parezca incluso ante sus propios ojos, porque lo llevaría demasiado lejos: “ Sé que no es provechoso tratar un tema tan importante al pasar, como ha sucedido aquí. Sin embargo, me persigue el atractivo de una analogía. Las formaciones delirantes de los enfermos se me aparecen como el equivalente de las construcciones que edificamos en el tratamiento analítico, intentos de explicación y de restauración que, en las condiciones de la psicosis, de todos modos sólo pueden conducir al remplazo de un fragmento de realidad, que se niega en el presente, por otro fragmento que se había negado en un pasado más lejano. Es tarea de cada investigación individual descubrir las relaciones íntimas entre la materia del presente negado y la de la represión de antaño. Así como nuestra construcción sólo actúa porque recupera un fragmento de historia individual perdida. 2« I b id ., p p . 5 4 - 5 5 [XXIII, 2 6 9 ] .
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así el delirio debe su poder de convicción al elemento de verdad histórica que pone en el lugar de la realidad rechazada.” ^® A partir de aquí, es posible atribuir a estas páginas una composición muy distinta de la que aparecía al principio. El cuarto párrafo, con su comparación entre delirios y construcciones, responde al segundo, que habla de las consecuencias que para el analizado tiene la supresión del lapso de la rememoración. Si forzamos al extremo la hipermnesia que caracteriza al segundo párrafo, en el tercero desembocamos en la alucinación; si superamos los límites de la equivalencia delirio-construcción evocada en el quinto párrafo, volvemos a caer en el delirio puro del que se habla en el cuarto. 2 hipermnesia -> , . ., analizado 3 alucinación ) 4 delirio -, . ^ • - ( analista 5 construcción J El delirio y la alucinación se tocan en el centro sólo para evitar que se establezca un nexo entre las construcciones del analista y sus efectos sobre el paciente. Porque, continuando con este tipo de lectura, nos vemos obligados a considerar que, si la relación entre analista y analizado corre el riesgo de transformarse en la de un delirante y un alucinado, la razón debe buscarse en el hecho de que la construcción se basa en la verdad histórica y en que el analista, al adherir a ella con una fe inquebrantable (zwanghafte Glaubé) se la impone al paciente para que responda mediante la convicción. Cada vez que entre construcción y convicción se pone la verdad, en lugar de po3» Ibid., pp. 55-56 [xxui, 269-270].
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ncr el recuerdo, se llega a efectos cercanos a la psicoEs por esta operación que el psicoanalista se iMemeja al delirante, y su construcción teórica al deliilo.
En este texto, Freud oscila permanentemente entre dos posiciones: o bien lo que propone como analista fs pura suposición, simple conjetura que no aspira a ninguna autoridad sino que sólo espera, gracias a esa Inlcrvenciónj que el análisis prosiga mediante el juet:o de las asociaciones, y pone gran cuidado en permanecer dentro del campo de lo plurívoco y de lo indccidible; o bien se convierte en un maniático de la verificación que quiere saber, por todos los medios directos o indirectos, si sus afirmaciones son justas o Inexactas, embarcándose entonces en un proceso de justificación en el que el paciente no es más que una máquina de corroboración de sus teorías. Paradójicamente, cuando la teoría se sitúa del lado de la verdad es cuando aparece la amenaza de psicosis. En una primera lectura, la verdad histórica del paciente es lo único que le interesa a Freud; en ^■^(e caso, no habría forzamiento ni expropiación algunos del discurso del paciente en beneficio del disI urso del analista. Pero no bien el analista es atrapado por la ilusión de hacer surgir toda la verdad y de recogerla, o por el desenfrenado deseo de agotar todo el material, como si hubiera un material cuantitativamente definido, coloca sobre el discurso del paciente una cerradura cuya llave sólo él tiene, es decir que, instantáneamente, pone todo el discurso del paciente bajo la férula del suyo, al que pretende marcar con el signo de la totalidad y de la verdad. Por el contrario, si admite que, tanto para las construcciones, interpretaciones, intervenciones, que siempre se apoyan en una teoría previamente formulada (lo reconozcamos o no), como para lo que dice el paciente, el único régimen posible es el de la conje-
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tura y la ficción —o sea que no se está ni en lo verda41 dero ni en lo falso, sino en lo hipotético, cuya única] meta es hacer hablar más—, no tiene nada que coni 1 firmar ni que desmentir, sólo tiene que mover la pala-t i bra que se hundía; no debe enfocar un término o una ] totalidad, sino sólo despertar lo mejor posible lo que | está dormido, sabiendo que nunca tendrá fin. La construcción (que siempre es una pequeña teo^ ría) se encuentra en una posición inestable que puede j volcarse tanto hacia el delirio, si se la toma en serio, si se olvida que, como lo histérico, padece reminisi] cencías, es decir, que es inseparable del discurso particular de tal analista particular; tanto hacia la fie-1 ción, es decir hacia el juego provisorio, hacia lo imaginario corregido por cierta coherencia; pero en cuanto se la aprieta un poco pierde agua por todas | partes. En cuanto al recuerdo, puede, ya sea caer del lado de la verdad y servir de base a una alucinación donde se ha perdido la palabra y donde la convicción es remplazada por la creencia en la actualidad de aquello que ha marcado definitivamente al individuo, ya sea salir nuevamente a retozar en dirección de los sueños y los fantasmas, que tampoco son ni verdaderos ni falsos, sino que se conforman con hacer funcionar el aparato psíquico. Si soñar o fantasear es también recordar,^* entonces la rememoración no corre el riesgo de encontrarse atrapada en el procedimiento de un análisis cuya tarea habría sido la de verificar las pequeñas construcciones que el analista ya ha forjado o que está terminando de ajustar. Es exacto que se puede soñar en el sentido que desea el analista, porque el avance en el sentido de la necesidad del analizando de sacrificarse al analista teórico no se detiene, pero, en definitiva, el sueño y el fantasma 3* G.W., 12, pp. 79-80, “ El hombre de los lobos” , cap. 5 Ixvn, 50],
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■lOii lo suficientemente plurívocos como para que, una ■que el analista extrajo lo necesario para su consluicción, quede una materia lo suficientemente rica y Ii-belde que permita al paciente escapar del dominio de “ la autoridad del médico” . lista equivalencia entre delirios y construcciones, poi un lado, e intentos de explicación y restauración poi otro, nos da buenos motivos de intriga. Freud se tliie “ perseguido por el atractivo (Verlockung) de lina analogía” . Como si fuera un niño que no resiste lii violencia de los colores yuxtapuestos, o un joven arquitecto que juega con volúmenes a los que nunca liará forma definitiva. Trata de ser desenvuelto, mientras plantea aquello que puede inquietar al máKimo su descubrimiento; le gustaría evadir la dificultad, pero no lo logra porque se deja arrastrar por su enceguecimiento —tanto mejor— por la verdad histórica. Cree en ella como otros en Dios o en Manitú. (Jon la verdad histórica, con la prehistoria infantil y los años olvidados, había querido poner al psicoanálisis a cubierto de los Schwärmereien, y del lado de las ciencias. Pero helo aquí obligado a reconocer, pocos años antes de su muerte, que las cosas no suceden lan bien como él había deseado. Aquí, es en el último párrafo de su texto donde deberá soltar la sutileza: “ Si concebimos a la humanidad como un todo y si la ponemos en el lugar del individuo humano particular, encontramos que ha desarrollado delirios inaccesibles a la crítica lógica y que contradicen la realidad. Si a pesar de esto, pueden manifestar un extraordinario poder sobre los hombres, la investigación conduce a la misma conclusión que para el individuo particular. Los delirios deben su fuerza al contenido de verdad histórica que han encontrado en la represión de los orígenes olvidados.” Hemos sido informados. Es comprensible que con bastante frecuencia el paciente no pueda recordar
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esta verdad histórica, porque, como la de la humannl dad toda, es mítica. Es cierto que esta verdad está do-' tada de una fuerza irresistible, puesto que se identifHl ca con la combinatoria significante —diríamos hoy— I que nos hace hablar, amar y morir, o acaso, más | exactamente, según el modo de la cual hablamos* I amamos, morimos, según pongamos el acento sobra | la cultura como causa o como forma. La verdad histórica no existe más que los orígenes indoeuropeos o revolucionarios. Lo que existe son tos delirios basa-1 dos en su suposición y que son, para cierta época o grupo, es decir para quienes quieren creer en ellos, sólidos como la roca: Mitra o Varuna, la diosa Razón o el Complejo de Edipo. La verdad histórica, tos orígenes olvidados, la represión, todo esto marca una cultura, para la cual Freud supo encontrar las palabras que la definían y en las cuales ella se reconoce con un poco de retraso, o tal vez demasiado tarde como para que le sirva de mucho. Y como siempre estas palabras míticas, por rendir cuenta de una situación cultural, tienen un poder extraordinario, hasta podríamos decir mágico. En este pasaje, Freud subraya la relación entre verdad y poder. El nexo entre ambos términos no se puede desatar, salvo si no perdemos de vista que la verdad siempre tuvo la fuerza que no tenía, es decir, que extrae toda la fuerza de su inexistencia, y que esta inexistencia es precisamente lo que provoca, por horror al vacío, la producción febril e indefinida de sustitutos culturales. En efecto, es la inexistencia de la verdad lo que constituye su fuerza, y no la creencia, como se suele decir. Esta última no hace más que velar un poco más completamente la ausencia de la verdad identificándola con los productos culturales. Retomando los tres términos aportados por Freud: construcción-recuerdo-convicción, podríamos decir que cuando el recuerdo desaparece para
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llar lugar a la verdad, como ésta no existe, a lo que <■1 paciente adhiere es a la ficción producida por el analista, considerándola simplemente como su verilad. Esta ficción no es nada más que el retorno de la situación en que se encuentra el paciente, de tal modo que se torne pertinente y, eventualmente, coherente. A los ojos del paciente, su situación es impenetrable, le parece hecha de fragmentos dispersos, despojada de sentido; el analista propone insertarla en un discurso capaz de dar cuenta de ella, al menos parcialmente, porque sabemos que ese discurso deja caer fuera de sí múltiples elementos. Si el analizado se reconoce suficientemente en él, hace suyo ese discurso, lo cual le otorga a sí mismo cierta coherencia. Pero sugerir que ese discurso es la verdad del paciente es dar un salto cualitativo, es “ confundir la estructura con el edificio” es atribuir a los enunciados del analista, y en esta ocasión del analizado, el valor de la enunciación, es identificar a estos enunciados, que nunca son más que “ deformaciones y desplazamientos” de una ausencia de verdad, con esa ausencia; en pocas palabras: es hacer presente esa ausencia. La fuerza de esta verdad que sólo tiene el poder sin límites de su inexistencia, se ve transferida indebidamente a los enunciados positivos. Paradójicamente, mediante esta operación el psicoanálisis deja de estar del lado de la ciencia para convertirse en una formación cultural más, entre otras. Si el psicoanálisis fuera una ciencia, no abandonaría el terreno de la ficción, una ficción provisoria que se daría los medios para una posible rectificación. Esto es lo que Freud parece proponer dejándole la palabra al paciente, es decir, dándole la posibilidad de aprobar, ampliar, confirmar o rechazar el discur32 o. tV., 2/3, p. 541 cesos oníricos” , cap. 7.
[V,
530], “ Sobre la psicología de los pro-
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so psicoanalitico particularizado para él en especial. Pero en realidad, lo que sucede es lo contrario; si el paciente sigue hablando es para, finalmente, aprobar toda la verdad de la construcción forjada poco a poco por el analista, para que, al final, el analista y el analizado lleguen a un acuerdo. Y debemos reconocer que este acuerdo no es nada más que una sumisión compartida al discurso analítico tal como ellos lo han podido constituir o reconstituir. Dentro de esta perspectiva, el final de un análisis tiene lugar —y esto es particularmente cierto en el caso del llamado psicoanálisis didáctico— cuando analista y analizando terminan por hablar el mismo lenguaje, variantes más, variantes menos, para evitar las impertinencias. En síntesis, podríamos decir que analista y analizando han entrado en el mismo miniuniverso cultural, o, para retomar los términos de Freud, que sitúan los orígenes aproximadamente en el mismo lugar y los describen de un modo semejante, es decir que sus delirios, basados en la misma verdad histórica supuesta, se han vuelto muy parecidos como para permitirles comunicar y fundar una minisociedad. Son entonces, para utilizar una expresión de O. Mannoni, “ psicóticos curados” ,” personas alienadas al discurso analítico que es su verdad y del cual se dirá que no pertenece a nadie, puesto que es la verdad personificada que los aspira a todos. ‘‘Yo siempre pensé —me decía una analista— que la meta o la finalidad de mi análisis era ponerme de acuerdo con mi analista. Ahora me echa como si yo fuera mierda. Ya no puedo decir yo.” Caricatura, se dirá, o simplemente la expresión brutal de un estado de cosas generalizado. Curados porque escapan al aislamiento y pueden hablar un lenguaje que algunos, pocos, hacen como que entienden (y como decía Hegel, lo bien co33 L ’Arc, núm 69, “ D.W. Winnicott” , p. 39.
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nocido no difiere de lo mejor desconocido), pero psi*(Micos al fin, porque como portadores de ese discurso, nijlo pueden subsistir si le sacrifican su particularidad ‘r' lisa y llanamente, la posibilidad de hablar en el pi opio nombre y de decir tranquilamente, aun cuando algunos piensen que tontamente: “ Yo.” Cómo no
Aparecido después de su muerte. Karin Obholzer, Gespräche mit dem Wolfman, eine Psychoanalyse und die Folgen, Hamburgo, Rowohlt, 1980.
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de encarar la pregunta y las respuestas que se le pueden aportar. En el artículo que nos ocupa, Freud choca constantemente contra la dificultad que existe en psicoanálisis —en comparación con las ciencias experimentales— de verificar una hipótesis a través de la experiencia.” Si lo único que al analista le hace posible la construcción, es la aplicación a ese caso particular de una simple generalización de los resultados obtenidos en la experiencia anteriormente adquirida, seguimos dentro de las reglas comunes a toda hermenéutica. Pero Freud afirma haber fundado su teoría —y más especialmente su metapsicología— en términos universales que los tornan independientes de la experiencia. Consecuentemente, tanto analistas como analizados están sometidos a las leyes de ese tercero que les prohíbe conformarse con ser unos el reflejo de los otros. ¿Tuvo éxito Freud en su intento? Podemos preguntárselo legítimamente, porque las condiciones de posibilidad del conocimiento teórico son idénticas a las de la práctica, o sea, la situación analítica. O bien la teoría —más específicamente la metapsicología— es un edificio independiente de la experiencia y, por lo tanto, inverificable (es el caso, por'ejemplo, de la perspectiva energética); o bien la teoria surge de la experiencia y, entonces, no es más que su descripción o su relato más o menos estructurados mediante una terminología nueva y adecuada. Nos encontramos pues en presencia, ya sea de ficciones que se desenvuelven al margen de la situación analítica (por ejemplo, la constitución.del aparato psíquico), ya sea de una teorización que sigue siendo el doble empobrecido de la experiencia. 35 Sobre este punto, cf. Jürgen Habermas, Connaissance et intérêt, París, Gallimard, 1976, pp. 247-304.
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Es posible que la teoría analítica nunca salga de i'Ste círculo, por la misma razón que le da fuerza y lambién especificidad al análisis, a saber: que el psii oanálisis es el movimiento por el cual el sujeto vuelve a tomar en cuenta su propia historia, y que si pudiera detentar una lógica universal como las ciencias experimentales ^dependiente de él, pero capaz de normatizarlo y ae verificar la autenticidad de su curso, plantearía como condición, como esas ciencias, la puesta entre paréntesis del sujeto. ¿No cae también bajo el golpe de este dilema el intento de bosquejar los maternas? Si se los saca de la experiencia analítica para codificarla, entonces sus condiciones de aparición son tributarias de los mismos factores y casualidades que esa misma experiencia, y no pueden salir de los límites de una generalización. Por un lado, de esto no podemos deducir nada que no sea ya conocido, aun cuando aparentemos ignorarlo; por otro lado, los maternas reciben una multitud de sentidos según los intérpretes y las aplicaciones. En cambio, si dependen de la lógica del lenguaje, dan cuenta de la experiencia analítica en tanto semejante al lenguaje común y dejan caer fuera de ellos su especificidad. Los maternas, o toda lógica inscrita en el campo analítico, pueden aparentar una validez diferenciada de la práctica, pero en realidad no pueden ser más que su traducción o su figuración. Queda la posibilidad de salir de lo imaginario mediante el acceso a lo simbólico.Tampoco por aquí me parece resuelto el problema, sino solamente diferido. En efecto, nos encontramos aquí con otro dilema. Sea que lo simbólico representa las leyes, leyendas, ritos y creencias que presiden el funcionamiento de una sociedad. En este caso, ya no es —como lo Cf. V. Descombes, “ L’équivoque du symbolique” Confrontation, cahiers 3, 1980, pp. 77-95.
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imaginario— plegable en cualquier sentido según Jas necesidades o los deseos del individuo; lo imaginario hace entrar en un universo constituido con antelación, con el cual es confrontado el sujeto. Pero entonces, la relación analista-analizado se reduce, por interpósito analista, a un intento de educación o de formación, de reeducación o de reformación. Sin duda, el sujeto encuentra en ello lo que se llama la castración simbólica; se nos sigue reduciendo al problema precedente. Es decir que el psicoanalista vuelve a ser aquel que debe presentar una construcción (conforme a lo simbólico) y reclamar del analizando una convicción compacta, o llevarlo a ella. Si el paciente calla, hada cambia, porque entonces es, en persona, el representante de ese orden simbólico al cual debe someterse el analizando. Sea que lo simbólico le da presencia al Otro, como lugar del tesoro del significante, lugar de la enunciación, o condición de posibilidad de toda elocución, y entonces nos encaminamos hacia una deducción trascendental, en el sentido kantiano, que no deja de ser interesante para el psicoanalista, pero cuyo a priori está, por definición, desprendido de la experiencia. Mezclando estos dos puntos de vista fundamentalmente diferentes en un mismo vocablo, podemos hacernos la ilusión de escapar, por un lado, al encierro de las leyes sociales particulares gracias a la universalidad del gran Otro, y por otro lado, de conjurar la abstracción trascendental mediante la referencia a lo concreto de las leyes. La teoría psicoanalítica sin duda tiene razón al no elegir prematuramente entre los sentidos posibles de lo simbólico, porque ni siquiera conoce muy bien los límites de su espacio, para no mencionar que la confusión de los sentidos puede tener, en la práctica, consecuencias incontrolables. Estas difíciles cuestiones merecerían, evidente-
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mente, discusiones mucho más amplias. Los pocos señalamientos anteriores querían simplemente evitar que sean borradas de un plumazo las dificultades específicas del análisis y que no se tome en consideración el círculo en el que está encerrado a causa de su mismo objetivo. La pregunta sigue siendo: ¿es posible, para el analizado, no ser absorbido por el discurso analítico tal como se desarrolla y tal como es presentado o representado por el analista, aun por el más silencioso? La solución más sencilla, pero que evidentemente no resuelve nada, es la ruptura. Freud y otros han vivido esa experiencia. El paciente se va porque se niega a ser comprendido, en los dos sentidos de inteligido y aprehendido. No quiere ser encerrado en un museo, transformado en estatua mediante un martilleo conceptual que no le concierne, ni en momia envuelta en las vendas de lo preconcebido. Pero esta ruptura, que aparece como un brote de vitalidad del analizado, sólo le permite partir más o menos en el estado en que vino. Para el analista, la ruptura puede servir de ocasión para percibir cuándo y cómo su propio discurso, o su silencio efectivamente muy circunstanciado, le cortó la palabra al analizando. Pero entonces se tratará, como Freud nos mostró que hizo, de dejarse tentar por reformas o reamoldamientos que harán al discurso analítico más sutil, más complejo, más proteiforme, y por lo tanto más potente por su fineza y extensión, lo cual quiere decir que será aún más difícil no dejarse atrapar para ser asimilado a él. ¿Debemos desear entonces que el discurso psicoanalítico no se desarrolle, no se transforme, no trate de ir más lejos en la inteligibilidad? Evidentemente, esto es absurdo, aun cuando la estupidez del analista y su embotamiento puedan cumplir funciones temporarias indispensables en la cura. Es inútil apuntar a la no comprensión, puesto que ya existe en abundan-
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cia sin que el analista lo quiera. En efecto, existe una parte considerable de la palabra del analizando que aparece como no generalizable, por un lado a causa de la debilidad de la teoría de la que se debe dar cuenta, y por otro en razón de la particularidad del decir y del modo de decir. En el transcurso de un análisis se constituye —si se sabe darle lugar— un verdadero discurso privado —Freud lo llamaba dialecto, pero la palabra no es buena, porque el dialecto sirve para la comunicación a través de un grupo restringido—, un discurso propiamente impenetrable que no está hecho para la comunicación, sino para dotar de un eco a la individualidad más aislada. Este discurso utiliza las palabras y hasta la sintaxis de la lengua común, y por lo tanto es susceptible de recibir desde el exterior significaciones, pero en su conjunto está despojado de un sentido transmisible y el analizando no lo comprende más que el analista; se lo deja decir. No obstante, no se trata de un discurso hilado o tejido al azar; adquiere progresivamente una consistencia propia gracias a la cual el analizando puede, si no reencontrar, al menos encontrar su propia consistencia. Podríamos designar a este discurso particular con el término monofema, manifestación de uno solo mediante el decir. Es muy evidente que ciertos elementos de este discurso son traducibles, interpretables, teorizables, ya sea en organizaciones conceptuales adquiridas, ya sea en las que se inventarán para este caso. Si el psicoanalista eludiera la tarea de la comprensión, si él no existiera, el analizando no podría hacer de ella el punto de apoyo o de partida del Interlocutor de la totalidad de su discurso. Pero el error sería confundir esta palabra monofema con lo que el analista puede aprehender de ella o con lo que la teoría presente le permite tomar, porque el resto sólo sería un discurso perdido, no sólo para el analista sino también para el
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finalizando. Y una de dos, o bien el analizando arrojaría hacia los márgenes, de un modo psicotizante tal I orno lo describe Freud, lo que le quedaría por decir, o bien su palabra se extinguiría. Podríamos esquematizar así la situación. De la tolalidad del discurso monofema (A/), el psicoanalista naca una comprensión (c) que permite el desarrollo de M, porque el analizando hace del psicoanalista (p), en la transferencia, un interlocutor (7) de igual dimensión que M. El motor de la palabra es la doble diferencia M-c e /-p; doble diferencia reconocida, admitida y sostenida por el analista que debería esperar ver, durante la cura, que c y p tienden a cero, para que el analizando se desprenda. El error de Freud podría reducirse al deseo de hacer que se igualen M y c en la construcción, / y p en la convicción.
3. SUGESTIÓN A LARGO PLAZO
Entre los ejemplos citados por Freud para comprender, discutir e interpretar los fenómenos telepáticos u ocultos, el único en el que se involucra personalmente como analista aparece al final de la segunda edición de los Nuevas conferencias.' En el otoño de 1919, el Dr. Forsyth visita a Freud, que no puede recibirlo en seguida. Minutos más tarde llega el Sr. P., un viejo paciente, quien le cuenta que la joven de la que frecuentemente ha hablado lo llama “ Herr von Vorsicht", es decir, Sr. Precaución, transposición al alemán de la voz iiiglesa foresight.^ ¿Hubo transmisión de pensamiento entre el analista —a quien le interesa mucho la visita del Dr. Forsyth— y el paciente, que extrae de su historia, en ese preciso momento, la palabra que le corresponde en su lengua? Freud evita zanjar rápidamente esta cuestión. Nos brinda todos los elementos susceptibles de servir de intermediarios entre Forsyth y Vorsicht, es decir, de hacer desaparecer la extrañeza de la relación inmediata entre ambas palabras. Al intentar invalidar la impresión de transmisión de pensamientos, Freud podrá eventualmente reforzarla. • G.W., 15, pp. 51-58 ixxii, 44-50], ^ En alemán, Vorsicht significa previsión y precaución a la vez, mientras que en inglés, foresight significa sólo previsión, prevención. Pero según Catherine Wieder, que me facilitó abundante documentación,/ores/g/ií pertenecería tü mismo campo léxico y semántico que carefulness y caution. Por otra parte, ella señala que Forsyth, del anglosajón, proviene defar-side y significaría “ el que viene de lejos” . Ese nombre no tendría, pues, ninguna relación con foresight.
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Un principio, P. hizo conocer a Freud las obras de <)ilsworthy, donde la familia Forsyth ocupa un lugar I i'iitral. “ El nombre de Forsyth, y todos los rasgos tí|)u;os que el autor quería incorporarle, también había ilOBcmpeñado un papel en mis conversaciones con P.; ín nombre se había convertido en un fragmento de l.i lengua secreta {Geheimspraché) que, en encuentros I(guiares, tan fácilmente se forma entre dos per\onas.” Freud da luego otras cadenas asociativas, apareci-* dus en la misma sesión, que pueden, aparentemente haber dado lugar a otras transmisiones de pensamientos, pero que deben explicar analíticamente por qué P. las ha producido. El paciente pregunta: “ La Sia. Freud-Ottorego, que enseña inglés en la universidad popular, ¿es acaso su hija?” Y deforma la palabra Freud, transformándola en Freund. Ahora bien, la semana anterior, después de haber esperado inútilmente al, Sr. P. para su sesión, Freud visitó al l)r. von Freund, que vive precisamente en el mismo edificio que P. Segunda cadena asociativa: al final de la misma sesión, P. cuenta que tuvo una pesadilla; no puede traducir esa palabra al inglés, y utiliza a mare’s nest en lugar de night-mare. Ahora bien. Jones, otro doctor inglés, con quien P. se ha cruzado en la sala de espera de Freud, ha publicado una monografía sobre la pesadilla. A los ojos de Freud, todas estas asociaciones se explican por los celos que siente P. Se le ha avisado que, cuando lleguen pacientes extranjeros, no quedaría tiempo para recibirlo a él. Es como si dijera: “ Pero, ¿no soy yo también un Forsyth, puesto que me llaman VorsichtV' Las otras dos asociaciones, cuyo nexo con la primera es el inglés, también expresan celos. Efectivamente, dicen: “ No es a mí a quien Ud. fue a ver en mi edificio, sino a un tal von Freund.” Y: “ Por supuesto que Ud. preferirá a ese otro inglés.
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Jones, que ha escrito sobre la pesadilla.” De este modo se da cuenta de los dichos del paciente, relacionados como están a los celos que los han provocado. Pero, entre la llegada del Dr. Forsyth y el Vorsicht que aparece el mismo día, entre la visita a von Freund y la deformación de Sra. FreudOttorego en Sra. Freund-Ottorego, entre el night-\ mare olvidado y Jones, las posibles transmisiones de pensamiento siguen siendo otras tantas preguntas. A la tercera, Freud responde que su paciente, que está apartado de la literatura analítica, acaso haya visto la tapa del libro de Jones y, por lo tanto, su título. Para la segunda, es muy posible que Freud le haya dicho a P. que visitó a un amigo en su edificio, un Freundi de aquí el lapsus del paciente. En cuanto a la prime^i^ ra, Freud se queda perplejo, porque no recuerda haber pronunciado el nombre de Forsyth, pero, sin descartar totalmente la posibilidad, estima que “ la balanza se inclina en favor de la transmisión de pensamientos” . Evidentemente, Freud es incapaz aquí de seguir invalidando la teoría de la telepatía. No ha encontrado los nexos verosímiles que permitan establecer una continuidad discursiva y asociativa entre los dos términos extremos: Forsyth y Vorsicht. Éste es el resumen de la narración de Freud. Pero resulta fácil retomar estas pocas páginas y marcar en ellas varios rasgos que podrían brindarnos otra vía de acceso a la solución de este problema, desde el punto de vista del analista más que desde el del paciente. Resulta notable que, para interpretar los dichos de P., se le atribuya toda una serie de asociaciones que son invento de Freud y mucho más reveladoras de él que de su paciente. Cuando, a propósito del lapsus Freud-Freund, Freud recuerda su visita a von Freund, es de sí mismo de quien habla y de la pérdida que le significó la muerte de este amigo. ¿Por qué menciona en este lu-
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^iii la muerte de Anton von Freund (1920) y la de l>itil Abraham (1926), como “ las mayores desgracias i|ii4 le hayan sucedido al desarrollo (y no a la causa, ■OHIOpretende la traducción francesa) del psicoanálisi no es porque, al hablar de telepatía, recuerda l.|i II-licencias de Abraham y porque sabe que está iniKuiuciendo al psicoanálisis por un camino peligroso? A propósito del olvido de night-mare y de su sustiliiilón por mare’s nest, es nuevamente Freud quien n'.iicia la palabra pesadilla a Jones. Ahora bien: sabemos que este último le había suplicado a Freud que 110 escribiera nada sobre telepatía u ocultismo, para no comprometer las oportunidades de implantación 111i psicoanálisis en Inglaterra. Puesto que no le hizo i liso, es normal que se le aparezca la figura reprobailoia de Jones, porque esta historia de telepatía, a Jom -- se te asemeja —y Freud lo sabe— a una historia lie- aparecidos, a una verdadera pesadilla. Podríamos lli’gar incluso a sugerir un sentido a ese lapsus en el I ual, precisamente, Freud no se detiene. ¿No será el iinalista quien le impide al paciente recordar nighttnare porque evoca inmediatamente la presencia crítiIII de Jones, pero provoca un desplazamiento sobre mare’s nest, donde lo reprimido retorna y donde la ilgresividad del paciente se da vía libre?: el análisis del cual usted me expulsará es un mare’s nest, una Ilusión, o una “ historia de pillos” , como curiosamente traduce Freud, es decir, una historia de charlalañes. Puesto que P. acaba de enterarse, por la llegada del Dr. Forsyth, de que Freud no lo atenderá por mucho tiempo más, de que lo echará, ¿por qué no habría de espetarle, al primer intérprete científico del lueño: usted, que dice tomarse en serio las pesadillas, sepa que no son más que ilusión y pillaje? Una reacción no muy cortés, pero habitual. Sería muy posible entonces que P., en ese contexto en el que Freud lo agrede, y retomando el nombre de
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Precaución que le ha sido puesto por una muje| quiera hacer un pedido al analista: “ ¿No podría usted tener ciertas consideraciones para conmigo, ta mar conmigo, como yo hago con las mujeres, cierti precauciones?” Así se le impondría, en este contexh el significante Vorsicht, que no tiene ninguna relá ción con Forsyth como no sea fortuita, es decir, soi metida a una necesidad estadística, que repite ese díl un significante de Freud entre los muchos de que éstll dispone. Desde la perspectiva de Freud, por el contrario, so' ve más directamente por qué se privilegia el nexo em tre Forsyth y Vorsicht. En 1919, ya terminada lai|j guerra, Freud está especialmente preocupado por la ampliación del movimiento psicoanalítico y el Dr. Forsyth se le aparece, según sus propias palabrai! como “ la primera paloma después del diluvio” , el que anuncia una nueva era, el que permite prevq (voraussehen) un futuro feliz. Es por esto por lo qui Freud traduce el foresight inglés no sólo coma Vorsicht (previsión, precaución), sino también coma Voraussicht (previsión, prevención). Al solicitarle a P. que deje su lugar de paciente a los extranjeros qu^ llegan, Freud lo hace entrar dentro de sus previsiof nes, lo obliga a transformarse en el Sr. Previsión, y éste reacciona ante esta conminación a partir de su historia y se desplaza levemente, transformándose en el Sr. Precaución. O, también, Freud borra a P. transÉ formándolo en Vorsicht, es decir, desde hoy, el qu^| vendrá a ocupar su lugar: Forsyth. Si Freud publica el relato de esta sesión en 1932, es evidentemente porque ve en él un ejemplo para disi cutir la transmisión de pensamientos, pero tambiéá porque puede hacer llevaderas sus preocupaciones e inquietudes sobre el “ desarrollo del psicoanálisis” y su encuentro con el ocultismo. Más que nunca, Freud necesita producir como su doble un Sr. PrevenciónJ
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l'M-vlsión, Precaución. Ya no ha de tratarse de saber ii| hubo transmisión de pensamientos, es decir, pasaje i
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to a un sueño que predecía un acontecimiento que debbia producirse al día siguiente. Para él, la Sra. B. sólj •tuvo la certeza de haber soñado con el momento del encuentro previsto, y reconstruyó el sueño a partir dd allí. Freud concluye; “ Lo que posibilita los sueñ
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|M)i envenenamiento. El envenenamiento tuvo lugar, lirio no la muerte. Freud concluye la observación del modo siguiente: “ El psicoanálisis nos enseña que un lugmento cualquiera de un saber indiferente no se Im comunicado por la vía de la inducción a otra perlOna, sino que un deseo extraordinariamente fuerte ili- una persona, que sostenía una relación particular 11)11 la conciencia de ésta, podía, con la ayuda de otra prisona, crearse una expresión consciente levemente t . lada, exactamente como el fin invisible del espectro iMloma perceptible sobre una placa sensible a la luz ijuc consecuentemente se colorea.” * La formulación til Freud merece atención: quiere ser fiel a los het hos, pero también evitar la justificación de la exisIcncia de la transmisión de pensamientos. Para lomarlo, no dice que un de^eo secreto del cliente ha ildo percibido y expresado por la adivina, sino sólo que el deseo ha recibido una expresión consciente "con la ayuda de otra persona” ; al leer esta frase, ya 11(1 sabemos si la expresión consciente corresponde al tjiente o a la adivina. Esta ambigüedad tiende, simIjlemente, a reducir la profecía a sólo la realización de un deseo. Vale la pena destacar que lo que aquí está en juego L's la proximidad de la situación de la adivina con respecto a la del psicoanalista que interpreta. Freud quiere evitar a toda costa que la aproximación pueda lealizarse. Es por esto por lo que el segundo caso que expone va menos lejos aún, y que lo explique mediante una reconstitución del diálogo con el adivino, segúrt el mismo principio de inteligibilidad que el sueño profético. Y sobre todo, es por esto por lo que se ha olvidado de llevar el caso Forsyth a Gastein, en el Harz, para comunicarlo a sus alumnos más seguros, porque la transmisión de pensamientos en el análi* / W r f . . p . 3 5 [XVIII, 1 7 6 ] ,
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sis se habría planteado directamente. A pesar de las precauciones tomadas por Freud, y sus visibles vacilaciones, la oposición de Eitingon y de Jones fue tan determinante que esta exposiciói^ nunca fue publicada ni comunicada siquiera a un pú^ blico más amplio en vida de Freud. Por lo tanto, no hay nada de asombroso en el hecho de que el articuló escrito a fines del mismo año 1921 sobre “ Sueño y telepatía” ’ fuese aún más restrictivo y defensivo;, Efectivamente, se trata de sostener que, aún cuandd “ la existencia de sueños telepáticos estuviera asegu^ rada, no necesitamos hacer ningún cambio en nuestra concepción del sueño” ,’“ que el sueño telepático es “ un sueño como cualquier otro” ," es decir, quó debe ser comprendido como realización de deseo relativa al Edipo, o, también, que “ el mensaje telepáti| co —suponiéndolo realmente admisible— puede, en consecuencia, no cambiar nada de la esencia del sue^ ño” .'^ Por lo tanto, la causa está entendida: si nos armamos de dos principios, el de la producción del sueño por la fuerza del deseo inconsciente, y el de la reconstitución súbita del acontecimiento que es objel to de la predicción, nos aseguramos de que la telepa-j tía no le plantee a la teoría del sueño, y más genérica-^ mente al psicoanálisis, ningún interrogante. Pasan algunos años; en 1925, Freud parece haber cambiado de opinión y se decide a tomar partido por la existencia de la transmisión de pensamientos,'^ tal como lo testifica una nota adicional a la Traumdeu>‘ tung.'* Por ejemplo, ya no dice, como en 1921 y a propósito del mismo caso, que el deseo ha recibido 9 G.fV., 13, p p . 165-191 [XVIII, 189-211]. >0 Ibid., p . 1 6 5 [X V III, 1 8 9 ] . " Ibid., p . 176 [XVIII, 198]. '2 Ibid., pp. 177 y 190 [xviii, 198, 210]. " Jones, op. cit., p. 444. 1“ G.fV., 1, pp. 569-573 [xix, 129-140].
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"una expresión consciente con la ayuda de otra per«>na” , sino que afirma: “ No podíamos explicar me)i)r todo este estado de cosas, determinado de un modo tan unívoco, como no fuera mediante la hipó(rsis de que un fuerte deseo del interrogador —en realidad, el deseo inconsciente más fuerte de su vida iifcctiva y motor de su neurosis en germen— se había dado a conocer a través de una transferencia inmediata al adivino ocupado en una manipulación que lo distraía.” '’ Y continúa: “ Yo también, mediante intentos repetidos en un círculo íntimo, he adquirido lii impresión de que la transferencia de recuerdos, luertemente acentuados afectivamente, se logra sin dificultad. Si uno se arriesga a someter a un trabajo analítico las ideas de la persona sobre la cual uno debe transferir, con frecuencia aparecen correspondencias que, de otro modo, habrían permanecido inI ognoscibles. Con base en muchas experiencias, me inclino a sacar la conclusión de que tales transferencias se logran particularmente bien en el momento en (jue surge una representación del inconsciente; en términos teóricos, a partir de que pasa del ‘proceso primario’ al ‘proceso secundario’.” Se ha dado un paso considerable, pero, si Freud utiliza aquí la palabra transferencia (Übertragung), no la vincula en absoluto con la transferencia en análisis. No obstante, opera una modificación de vocabulario, puesto que deja de usar el sustantivo compuesto Gedankenübertragung, cuyo sentido habitual remite a la transmisión de pensamientos, y no, como no obstante se podría traducir, a la transferencia de pensamientos. Sin embargo, la intención de Freud en estos párrafos sigue limitada al intento de explicación de los fenómenos telepáticos que el psicoanálisis, que
‘5 Ibid., p. 572
[XIX,
139-140],
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verdaderamente es otra cosa, él estima que puede ayudar a comprender. En la segunda edición de las Nuevas conferencias, en 1932, Freud retoma todos estos temas con la misma desconfianza: es el psicoanálisis, con su interpretación de los sueños, el que puede dar sentido a los sueños llamados telepáticos: “ El adivino sólo había llevado a la expresión los pensamientos de la persona que lo interrogaba, y muy especialmente sus deseos secretos.” '* Se podría creer que Freud, que ahora admite la transmisión de pensamientos, se asombrará ante el hecho de que el adivino pueda saber algo de los deseos secretos de su cliente. En absoluto; la frase citada continúa así: “ Era justificado, pues, analizar tales profecías como si fueran las producciones subjetivas, los fantasmas o los sueños de la persona interesada.” Por una pendiente significativa e ineluctable, Freud regresa a lo suyo, es decir, al estudio de procesos psíquicos de un individuo tomado aisladamente y no a fenómenos de transmisión o comunicación. Considera que ha explicado todo, mientras que lo único que hizo fue devolver los hechos a su propio terreno, y esto con una buena conciencia y una honestidad tanto más libre de sospecha por cuanto a los sostenedores de la transmisión de pensamientos les hizo el honor de creer en sus afirmaciones. Hay aquí una ceguera repetitiva que se torna interesante y de la que habrá que rendir cuentas. Luego comenta otros dos casos, de los que, nuevamente, saca la misma conclusión. En el primero, “ el astrólogo, simplemente, ha expresado la propia espera del paciente” ;*^ en el segundo, si el grafòlogo “ vaticinaba que el autor del escrito que se le presentaba se mataría en los días siguientes, nuevamente '* O . W . , 1 5 , p . 4 5 [XXII, 4 3 ) . 1’ I b id ., p . 4 7 [XXII, 4 1 ) .
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había sacado a la luz un ardiente deseo secreto I la persona que lo interrogaba” .'* Se torna claro «|uc Freud trata las palabras del adivino, del astròlogo Vdel grafòlogo corno si fueran el texto de un sueño, N», más exactamente, como ese mismo texto elaborado de tal modo que deja transparentar su contenido lítente. Para retomar la comparación del mismo I leud, esos personajes son placas fotográficas sensibile sobre las que van a proyectarse los deseos coloreados de quien consulta. Gracias a la reducción de todos estos fenómenos a los descubrimientos anteriores sobre el sueño, Freud piensa que ha dado un estatus ilcntífico al ocultismo. Es por esto por lo que cierra 111 exposición de esta serie de ejemplos reafirmando: "Señoras y señores, acaban de oír lo que la interpretación del sueño y el psicoanálisis en general han he^ho por el ocultismo. A través de los ejemplos, han visto que, mediante su aplicación, los hechos ocultos vuelven claros, hechos que, de otro modo, habrían seguido siendo incomprensibles.” ” Sin embargo, Freud no se queda ahí. Se da cuenta cabalmente de que al psicoanálisis le atañe la transmisión de pensamientos, no sólo por el pasaje de pensamientos desde quien consulta al adivino, astrólogo, grafòlogo y, en consecuencia, al analista, sino por el pasaje inverso, desde el analista al paciente. Es por esto por lo que empieza a exponer el caso Forsyth, cuyas notas, en 1921, había olvidado en Viena antes de presentarse en Gastein, pero que no obstante había conservado en su memoria como “ el que le había dejado la más fuerte impresión” .^®De todos modos, para introducirlo no puede evitar la multiplicación de fórmulas sutiles, siempre honestas, pero que eluden n i
** Ibid., pp. 49-50 [xxii, 43], ” Ibid., p. 50 [XXII, 43], C f . Ibid., pp. 41 y 45 [39, 43], y 17, p. 40 [xviii, 176J. 20 G.W., 15, p. 50 [XXII, 49].
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enfrentar la cuestión con decisión. Este caso forma parte de “ observaciones que al menos tienen una relación con el psicoanálisis, porque han sido hechas durante el tratamiento analítico y porque tal vez también hayan sido posibilitadas por su influencia” . Léase: sin embargo, esto no hace a la esencia misma del psicoanálisis, y más adelante dice: “ Es un ejemplo en el cual los hechos salen claramente a la luz y no necesitan ser desarrollados por el psicoanálisis. Cuando los discutamos, sin embargo, no podremos evitar su ayuda.” Es decir: todo esto no pertenece al orden del psicoanálisis, aun cuando lo utilicemos para tratar estas observaciones. Finalmente: “ Sin embargo, me adelanto en decirles que ni aun este ejemplo de aparente transmisión de pensamientos elimina todas las dudas ni permite ninguna toma de posición incondicional en favor de la realidad del fenómeno oculto.” Dicho de otro modo, no hay que tomar muy en serio lo que voy a decirles; en definitiva, no prueba nada. Freud mismo reconoce que “ su actitud personal en esta materia sigue siendo de mala voluntad, ambivalente” .^' Pero esta ambivalencia debe cumplir una función que ya hemos visto perfilarse, y que ya es tiempo de sacar a la luz. Previamente, es necesario señalar que Freud, de un modo incansable, reduce el ocultismo a la telepatia, y esta última a la transmisión de pensamientos. “ Como ven, todo mi material se ocupa únicamente de un punto, el de la inducción de pensamientos; de todos los demás milagros que afirma el ocultismo no tengo nada que decir. Mi propia vida, como ya he reconocido abiertamente, está recorrida por la perspectiva oculta de manera particularmente pobre. Tal vez el problema de la transmisión de pensamientos les paG .fy., 17,
p.
31
[XVIII,
173],
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lOI
iczca verdaderamente restringido en comparación lOn el gran mundo mágico de lo oculto.^’“ Entre la telepatía propiamente dicha y la transmisión de pensamientos tal como de ella habla Freud, también hay una diferencia considerable. Varias veces define con exactitud a la telepatía como una comunicación “ enIre personas alejadas espacialmente” o “ sin la utilización de palabras y signos” . A h o r a bien: constantemente y sin previo aviso, pasa de casos en los que la transmisión se hace a distancia a otros en los que tiene lugar en presencia de los individuos. Distinción capital para los sostenedores del ocultismo y que Freud, sin embargo, no tiene en cuenta verdaderamente, porque es la transmisión de pensamientos misma la que le interesa, porque es por ella que ha hecho la más fuerte experiencia de lo oculto, y porque por lo tanto es ella la que lo fascina y de la que deberá preservarse. Pongamos como hipótesis que todo lo que Freud ha escrito acerca de este tema ha sido para exorcizar la realidad de la transmisión de pensamientos en su vida y, también, en el psicoanálisis que ha inventado. Las experiencias realizadas por Freud con su hija Anna y con Fereñczi, que registran los biógrafos, los siniestros derrumbamientos de bibliotecas a la moda de Jung, las supersticiones de que Freud hace gala de vez en cuando, todo esto, evidentemente, es irrisorio en comparación con la amenaza de la transmisión de pensamientos. Amenaza, porque es indisociable de lo ominoso. En el ensayo que dedica a este sentimiento, Freud define justamente a la telepatía como experiencia del doble. “ Éstas son las características del ‘doble’ en todos sus matices y formas, es decir, la producción de personas que, a causa de la similitud en 22 Ibid., p . 43 [XVIII, 183-184] 23 G. W., 15, pp. 38 y 42 [xxii, 34 y 37].
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apariencias, deben ser consideradas idénticas; la intensificación de esa relación por salto de proceso^ psíquicos de una de esas personas sobre la otra —Id que llamamos telepatía— de tal modo que una es copropietaria del saber, el sentimiento, la experiencia de la otra; la identificación con otra persona, de tal modo que uno está extraviado en su yo o que el yo ajeno es puesto en el lugar del yo propio, es decir duplicación, escisión, sustitución del yo —y finalments el retorno constante del semejante, la repetición de los mismos rasgos del rostro, caracteres, destinos, actos criminales, o sea, nombres idénticos a través de varias generaciones sucesivas.” ^ Por lo tanto, la transmisión de pensamientos aparece aquí como elemento constitutivo del “ doble” . Bastaría con multi-> plicar el pasaje de los pensamientos o de los procesos psíquicos de una persona a otra para que, progresivai* mente, como en un dibujo, a partir de trazados suficientemente numerosos, una se transforme en la réplica de la otra y ya no se sepa quién es quién.^’ Esta descripción da cuenta de uno de los aspectos de la vida intelectual de Freud, muy especialmente vi-t sible en sus relaciones con sus discípulos. Entre otros, la impresión ominosa {unheimlich) que le producía Tausk, quien “ no sólo comulgaba con sus ideas, sino que también creía que eran las suyas propias” .^*’ Lou Andreas-Salomé cuenta el malestar de Freud después de una conferencia de Tausk, “ su inquietud [cuando había aproximación a sus concepciones] y las preguntas escritas durante la conferencia [me deslizaba trozos de papel]: ‘¿Ya lo sabes todo?’ Yo resSUS
“ L’inquiétante étrangeté” , G.W., 12, p. 246 [“ Lo ominoso” , XVII, 234]. La cuestión está planteada en toda su agudeza en el libro de René Major, Rêver l’autre, París, Aubier-Montaigne, 1-977. 26 Paul Roazen, Animal mon frère toi, Paris, Payot, 1971, pp. 96-97.
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pondí de la misma manera: ‘Nada, naturalmente.’ (Se trataba de confidencias que Freud me había hecho.)” ^’ Como si, en su trabajo de creación, se sinliera constantemente amenazado por la “ duplicación del yo” a fuerza de “ copropiedad del saber” . Según señala también Lou, que después de una intervención de Tausk su mejor defensa era el olvido: “ Freud se refiere elogiosamente a esta explicación ‘clarificadora’, y una vez hecho esto olvida de inmediato quién es el autor, de lo cual se disculpa sonriendo.” “ El temor o las acusaciones de plagio, la prioridad en los descubrimientos, la originalidad de las concepciones, que tanto preocupaban a Freud, deben tomarse desde la misma perspectiva, como fenómenos perturbadores en los que su subjetividad está peligrosamente comprometida. Si reduce el ocultismo a la transmisión de pensamientos, es porque ha experimentado esta última y lo ha conducido al borde de la despersonalización. No es asombroso que cultive el egoísmo sagrado del creador, o que evite leer a autores que le darían la impresión de haber tenido predecesores, de haber sido conducido, influido, y que vendrían a expropiarle sus propios pensamientos. Lo que quiere preservar a cualquier precio es su identidad; por ello, deberá excluir la transmisión de pensamientos del campo del psicoanálisis, reduciendo éste a la experiencia y al estudio de los procesos individuales, basados en la no comunicación. Merced a la invención de la transferencia, Freud ha podido mantener teóricamente la telepatía o la transmisión de pensamientos en el registro del ocultismo, y protegerse de los riesgos de disolución que le hacía correr ese pasaje constantemente posible en Lou Andreas-Salomé, Correspondance avec Sigmund Freud, seguida del Journal d'une année, París, Gallimard, 1970, p. 347. [Correspondencia, México, Siglo XXI, 1968]. “ Ibid., p. 324.
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mismo del “ saber, del sentir y de la experiencia” de otro. Porque, con la transferencia, se está del lado de la objetividad científica y no bajo la férula de lo relacional oscuro, turbio, confuso, misterioso o fantástico. Al descubrir un día que los impulsos amorosos de una de sus enfermas no se dirigen a él, sino a ' otro {dritte Person)^ que ella ha fantaseado, sale personalmente del campo de la relación para ver en la transferencia un “ enlace falso” (falsche Verknüpf^ ung).^° Lo que se le pide al analista es que se transforme en puro aparato registrador, que sea o bien “ un espejo que sólo debe mostrar lo que le es mostrado” ,” o bien un receptor telefónico: “ Al inconsciente dador del paciente, debe presentar su propio inconsciente como órgano receptor, comportarse con respecto al analizado como el auricular del teléfono ' con respecto al micrófono.” ” Si el psicoanalista debe someterse a un análisis es porque no debe “ sufrir en sí mismo ninguna resistencia que impida que lo que su inconsciente conoce lo conozca su conciencia” .” De este modo puede pretender recibir con éxito el mensaje del otro sin ninguna “ selección o deformación” . Aquí se trata, efectivamente, de pasaje de pensamientos de una persona a otra, pero no es cuestión de transmisión de pensamientos, en el sentido de la telepatía, no tanto porque el mensaje tenga al lenguaje como médium, sino sobre todo porque en ningún momento el pensamiento de uno se transforma en el del otro. El analista recibe las palabras como dirigidas a otro, y las recoge exclusivamente como las SÍ
M “ Études sur l’hystérie” , G.W., 1, p. 310 [“Estudios sobre la histeria” , ii, 306], 30 Ibtd., p . 309 [II, 306]. 3* “ Conseils au médecin dans le traitement psychique” , G.fV., 8, p. 384 [xu, 117). 32 Ibid., p. 381 [xu,-115]. 33/*/< /., p . 382 [XII, ILS].
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tiri paciente, en ningún caso como las suyas propias; Hin tomar parte alguna en ellas, sin tener que comparili las en nada. Es problema del paciente, yo no pollila participar en él por cualquier cosa; y si por algo piiiticipo, es porque he hecho mal mi trabajo. Así, I icud separa al análisis de todo lo que pudiera pare1 ^‘ise, de lejos o de cerca, a la sugestión. Todo esto parece claro y cierto, pero rápidamente podría darse vuelta si nos dejáramos llevar hacia alionas aproximaciones. Una página de Psychische Behandlung,^* publicada en 1890, da una idea general lid modo como trabajan los médium: 11.' afectos en sentido estricto están marcados por una reculón muy particular con los procesos corporales, pero tomados de un modo absoluto, todos los estados psíquicos lo mtán, aun aquellos que acostumbramos considerar, en ilrrta medida “ afectivamente” , como “ procesos de pensamiento” , y ninguno de ellos está exento de expresiones Iorporales ni de la capacidad de modificar los procesos corporales. Aun cuando, con tranquilidad, se piensa en “ repiesentaciones” , ciertas excitaciones que corresponden al lOntenido de esas representaciones se dirigen constantemente hacia los músculos lisos y estriados, y pueden ser distinguidas por un reforzamiento apropiado y explica numerosos fenómenos asombrosos, supuestamente “ sobrenaliirales” . Así, por ejemplo, la llamada “ adivinación^’ de pensamiento” (Gedankenerraten) se explica por los pequeftos movimientos involuntarios de los músculos que ejecuta rl “ médium” , si se actúa mediante pruebas, si uno se deja guiar por él, para encontrar un objeto oculto. Todo el feG.IV., 5, pp. 295-296 [i, 119-120]. Este texto está fechado "II 1905 por G.W. y St., 7, p. 582. Error corregido por la S/., 1, |i 63. ” Neologismo necesario, puesto que en francés no hay un susliintivo que designe el acto de adivinar; la manía o la adivinación ni" orientan demasiado exclusivamente en la dirección de las religiones antiguas.
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nóm eno merece, más bien, el nom bre de “ traición de [Wij sam ientos” (Gedankenverraíeñ).
Ahora bien: ¿qué otra cosa que no sea primei mente “ adivinar” hace el psicoanalista cuando inti prêta? Por ejemplo, en el hombre de las ratas Freí afirma “ que hará todo lo posible para adivinar (en ten) lo que él le indica” . O , también, le dará coi tarea al analista “ adivinar (erraten) o más exacti mente construir lo olvidado a partir de los indicii que él ha dejado” .” Adivinar es, pues, una expn sión técnica, una pieza maestra, que el analista de cumplir para poder hablar con conocimiento de caí sa, pero es también la tarea de quien, al menos en francés, ha sacado de ella su nombre: el adivino,* En cuanto al contenido, la aproximación entre psi coanalista y médium no es menos sorprendente. Si gún Freud, el segundo “ no haría nada más que sao a luz los pensamientos de la persona que lo interro] y, muy particularmente, sus deseos secretos” .^* Perl] ¿no es éste exactamente el mismo efecto que produí el análisis, puesto que en él también se trata de hao pasar los deseos desde lo latente a lo manifiesto? Y si al adivino se le llama en alemán “ decidor de vej^ dad” (Wahrsager), Freud no desdeñaría llevar ese ti-tulo, obsesionado como está por la búsqueda de l:i' verdad histórica o prehistórica del paciente y qufí hace todo para desenterrarla de los derrumbes pasa(} dos. En cuanto a rendir cuenta del proceso del “ adiv|4 namiento” , las explicaciones dadas a propósito de la] 7, P. 391 [X, 133], “ Construcciones en el análisis” , G.IV., 16, p. 45 [xxil| 260). • En francés deviner -*■devin-, en español se produce el misral fenómeno: adivinar -►adivino. [T.] Ibid., y pp. 49-50 [xxíi, 43].
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li .ínsmisión de pensamientos son igualmente válidas |Mta la transferencia en psicoanálisis. No es por caiiualidad que en alemán se utilice la misma palabra, Übertragung, para denominar a ambos fenómenos, ■Uin cuando la primera se emplea más frecuentemente i'ii forma compuesta (Gedankenübertragung). A partir lie 1925, Freud realiza muy claramente la aproxima«lón. Como conclusión de un caso de telepatía, afiolii: “ No se podía explicar mejor todo este estado de í osas como no fuera mediante la hipótesis de que un deseo fuerte de quien pregunta —en realidad, el de,L'o inconsciente más fuerte de su vida afectiva y moU)r dd su neurosis en germen— se había dado a conoL:cr por una transferencia inmediata al adivino, ocupado.en una manipulación que lo distraía.” ^’ El adivino ocupa aquí, con toda claridad, el lugar del analista, que debe abandonar todo esfuerzo de atención consciente para devolver a su inconsciente una leceptividad óptima.'*® El mismo texto de 1925 continúa: “ Tales transferencias se logran particularmente bien en el momento en que surge una representación del inconsciente; en términos teóricos, cuando pasa del ‘proceso primario’ al ‘proceso secundario’.’’ Dicho de otro modo, la fuerza del deseo del analizando, cuando pasa del inconsciente al consciente, impresiona el inconsciente del analista, quien, a su vez, deja pasar dicha impresión a la conciencia. Al comentar esta página de Freud, Hélène Deutsch subrayó la proximidad entre la telepatía y la experiencia analítica: La situación psicoanalítica, con su técnica de asociación libre, es por excelencia aquella en la cual los “ recuerdos afectivamente acentuados’’ se encuentran constantemente 3« G.W., 1, p . 572 [XIX, 139-140]. ^G .fV., 8, p. 377 [XII, 112].
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in statu nascendi, es decir, “ pasan del proceso primario al proceso secundario” . Las condiciones en las cuales'la segunda persona (sobre la cual es transferido) recibe el coni' piejo de representación afectivo que sale del inconsciente no son mayormente discutidas por Freud. Lo dicho mál arriba deja suponer que, en este proceso, se trata de una re' acción en el inconsciente, que se traiciona sólo por asocii dones libres y que da a conocer su contenido y su corre!-' pondencia con el contenido de la representación de la persona de quien proviene la estimulación, únicamente en . ocasión del trabajo analítico. Entre las presuposiciones qu! j no nos han quedado claras, pero que verosímilmente se vin-1 culan con la operación de la transferencia (en el sentidji anaUtico), el proceso reactivo para la persona objeto dft " transferencia penetra visiblemente en la conciencia y so transforma en el contenido de percepción. Puesto que la percepción sensible, que comúnmente precede a este proco] so, ha faltado, éste adquiere un carácter “ oculto” . Pode] mos fácilmente suponer que la condición para esa transfCÉ rencia de “ recuerdos afectivamente acentuados” reside en cierta disposición inconsciente para la recepción de éstoa|l y que sólo el cumplimiento de esta condición capacita a la persona en cuestión para ser una “ estación receptora” . Loi|| contenidos de representaciones afectivamente cargadas quq surgen del inconsciente deben movilizar en el inconscienti del otro contenidos análogos de igual sentido, que penetrad en la conciencia como una percepción interior. Súbitamení te, la identidad de los contenidos es reconocida y, por ese camino, la percepción interior recibe el carácter de una per-* cepción exterior. El estudio más circunstanciado de los procesos durant! I un análisis nos hace reconocer que las presuposiciones admitidas más arriba para la producción de un fenómeno oculto, son dadas continuamente en el análisis.“”
La telepatía se diferencia del análisis porque este último intenta explicar cómo se produce el pasaje del “Okkulte Vorgänge während der Psychoanalyse” , ImagO{ 1 2 , 1 9 2 6 , p p . 4 2 0 -4 2 1 .
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4llón a largo plazo
IH’iisamiento de una persona a otra, porque quiere esMlilecer una continuidad entre los diferentes hechos iijiic aparecen, mientras que los sostenedores de la te|i pulía procuran preservar lo misterioso y, en consemncia, dejar en el ámbito de lo incomprensible y de li» extraño todos los elementos intermediarios. En tal [ii'iilido, el psicoanálisis pretende irrevocablemente siiiiiiise del lado de la ciencia, y abandona aquello de lo que no puede rendir cuenta. Pero, a decir verdad, l'ieud no va muy lejos en el establecimiento de una «idena de hechos ininterrumpidos, en el llenado de Ipis lagunas que separan a dos pensamientos semejanU's. o idénticos en dos personas diferentes. Al final de Hu conferencia sobre “ Sueño y ocultismo” , he aquí lo que propone: “ Lo que hay entre dos actos psíquipos puede muy bien ser un proceso físico, en el cual lo psíquico se transpone en un extremo, y que se lianspone nuevamente en el otro extremo en el mismo acto psíquico. La analogía con otras transposidones, como hablar y oír por teléfono, sería entonces Incuestionable. ¡Y piensen, si nos pudiéramos apropiar de este equivalente físico del acto psíquico! Quillcra decir que, mediante la introducción del inconsciente entre lo físico y lo que hasta hoy era llamado ‘psíquico’, el psicoanálisis nos ha preparado para admitir procesos como la telepatía.” “^ En la página anterior, Freud había remitido al arlículo de Hélène Deutsch ya citado. Ella trataba de ir más lejos en la aproximación entre psicoanálisis y telepatía, no tanto para acceder a la inteligencia de la telepatía —lo cual no le preocupa—, sino sencillamente para comprender mejor lo que le asombra en ciertos hechos patentes en el análisis. Freud nunca entró en esta línea de investigación, porque aquí le vuelve a proponer, a la endeble telepatía que no con« G.tV., 15,
p.
59 [XXII, 51].
li o
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sigue elevarse hasta el nivel de la ciencia, los servicio^ del psicoanálisis que, él sí, está bien firme sobre sus bases. No le resulta posible suponer, como lo hace Hélène Deutsch, que la transmisión de pensamientos! está en el centro mismo de la experiencia analítica. En mi opinión, todos los comentaristas cayeron en la trampa. El hecho de que Freud se haya interesado por los fenómenos parapsíquicos, o bien los inquietó^ o bien los alegró. Como él, se preguntaron con preocupación si creía o no en ellos, cuando en realidad se trata de puras maniobras distractivas. Si el ocultiS'« mo, la telepatía, la transmisión de pensamientos,, conforman un campo propio, el psicoanálisis se ve librado de ellos y puede seguir funcionando con sus principios pretendidamente científicos, es decir, con sus intenciones o pretensiones científicas. Aun cuando cita, al final de esta misma conferencia, el artículo de Dorothy Burlingham que, en los análisis de niños y de su madre, comprueba fenómenos de este tipo, Freud concluye simplemente en que tales observado-, nes “ ponen fin a la duda sobre la realidad de la transmisión de pensamientos” .'*^ Todo esto no le plantea ningún interrogante acerca del trabajo análitico ni de lo que en él sucede. Sin embargo no deja de advertir que ese modo de comunicación proviene de lo arcaico o de lo infantil, que no son precisamente ajenos al campo analítico. Dicho de otro modo, las aproximaciones entre transferencia de pensamientos y transferencia no pueden ser ignoradas por la pluma de Freud, pero es para evitar que la cuestión de la transmisión de pensamientos penetre como un hierro al rojo en el corazón mismo del análisis. Con este interés distante por la telepatía, el enemigo más temible que Freud quiere alejar es la sugestión, que practicó durante mucho tiempo con la hip«
I b id ., p . 6 0 [XXII, 3 2 ] .
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iiii'iis. Cuando habla de la transfencia, lo hace ki'mpre en el sentido analizando-analista. La contraiiiinsf'erencia no es, simplemente, más que lo que imenaza con perturbar la transferencia. Hélène I >1 utsch, que”en el artículo citado más arriba trata de li«^ procesos ocultos en análisis, puede apoyarse en t iti IOS textos de su maestro en tanto habla “ de las reni I iones del inconsciente del analista ante los procel>^Hinconscientes del paciente” , pero, cuando quiere iihar una mirada sobre “ las influencias del inconsciente del analista sobre el paciente” , se aventura iioln en un terreno que no está señalizado. Y no es por . iiíualidad. Admitir que el analista pueda ejercer inlluencia sobre el analizando, o que pueda querer algo |tm él o en su lugar, arruinaría todo el descubrimien10 psicoanalítico, puesto que se volvería a una varianti' de la sugestión. Pero sobre todo, lo que hay que '■vitar a toda costa es que semejante cuestión se planlee, porque si es planteada, será obligatorio hablar 110 sólo de los anhelos conscientes del analista, sino lie sus anhelos inconscientes, lo cual lo pondría en 111situación de. no saber nunca verdaderamente lo que hace. Con la transferencia bien comprendida y resumida en la expresión “ Es su problema” , uno está seguro de preservar al análisis de todo lo que pudiera enturbiar su pureza. (Se dirá que después de Freud, el análisis ha hecho pi egresos y que Lacan, por ejemplo, puso al deseo del analista en el centro mismo de la cura analítica. l*cro ¿no será ésta, por casuafidad, una manera sólo más sutil de desviar la cuestión o de ocultarla? Si el deseo no tiene objeto o su único objeto es lo que cae, no hay inconveniente en hacer desear al analista. Tal deseo depurado no suscita algo en el analizando, sino solamente el deseo. Hablar del .deseo del analista es, pues, un modo muy fino de responder a la objeción, pero también puede serlo de hacer creer que se ha res-
sugestión a largo plaz((
“ Pour la dynamique du transfert” , G.ÍV., 8, pp. 371-372 [“ Sobre la dinámica de la transferencia” , xii, 103].
. pondido a ella, descuidándola totalmente, porqu| significa suponer que el deseo del analista no lleva consigo, como su sombra, los deseos, los fantasmal y los síntomas del mismo analista; a esto también se ve confrontado el analizando. En la misma línea, el rechazo a tomar en cuenta la curación evita al analisi ta preguntarse qué busca en el análisis, en tal análisis! es decir, sencillamente, la forma y el contenido de su deseo. Hace muchos años, escuché a un analista con^ firmado explicarme que el analista no tiende a meta alguna. Al preguntarle yo cómo hacia entonces para no perderse, se quedó asombrado unos instantes, pero felizmente para él, sólo algunos instantes. Lai can es más claro y nos indica una pista a seguir, cuan-i do hace del análisis didáctico el psicoanálisis puro, es decir, cuando otorga como meta al análisis la pron ducción de analistas, o, en pocas palabras, la repro'^ ducción de lo mismo.) Freud sólo se ocupa de la transferencia a través de la tangente que le permite utilizarla en la cura y, por lo tanto, analizarla; en tal sentido, se aparta radicali mente de la práctica de la sugestión. Busca explícita-j mente “ la independencia final del enfermo” y, por lo tanto, la supresión de la transferencia“*^ merced al trabajo psíquico cumplido por el paciente. Se opera i entonces una ruptura entre el analista y esta “ tercera persona” sobre la cual el analizando ha transferido. Pero la cuestión reside en saber si esta ruptura, cierta en tal o cual punto, puede ser llevada a buen tèrmi no en la totalidad de los nexos transferenciales o siquiera en los más importantes. En el caso en que, como lo hace Freud, llamemos transferencia únicamente a lo que aparece a través de las resistencias y por lo tanto puede ser percibido y analizado, la trans-
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I
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« Ibid,
p.
366
[XII,
98].
(ciencia no tiene nada que ver con la sugestión. De Inulos modos, estamos suponiendo resuelto el problemiii o planteándonos solamente el interrogante que jiodemos resolver. lín efecto, si la transferencia tiene la particulari«liul, como reconoce Freud, de “superar por la imidida y el modo lo que puede justificarse como seniiio y racional” , porque ha sido “ suscitada ño sólo |ioi representaciones de espera conscientes, sino Umbién por las que están reprimidas o inconscienentonces entraña un tipo de relación que ext i’de por todos lados lo que pueda ser analizado de ijlu. Con el descubrimiento genial de la transferenii'ia, es decir, con el rechazo a creer en el pedido hecho por el paciente y el rechazo a responder a su demanilii, o sea, ausentando una vez iñás su individualidad lie la relación para transformarse en una “ tercera persona” , un “ él” indeterminado, el analista Freud «omprobaba que provocaba la desmesura, la deformación y el exceso, y que lo que salía entonces a la luz en la palabra era del orden de lo primitivo, de lo áicaico, de lo infantil, de lo erótico. Esto quiere decir que el analista, para el analizando, ya no es una periiona como cualquier otra con la cual discurrir, sino que se transforma en alguien que, siendo siempre 'tercera persona” , vuelve a ser un individuo concreto (porque de todos modos es a él a quien se le habla), marcado a partir de allí por la desmesura y la deformación, un individuo dotado de omnisciencia y omnipotencia, un individuo fantástico al que el analilando no puede ver, no puede oír, ni puede encontrar, mi individuo que, en última instancia, él alucina. Con base en esto podríamos concluir en que las particularidades del analista no deberían ser tomadas en cuenta, puesto que el analizando hace de él cual-
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quier cosa. En realidad, no son sus particularidad^ las que están en cuestión, sino su capacidad para ser el soporte de las deformaciones que se le han bechi) sufrir y para no doblarse bajo el peso de la desmesuil con que se lo carga. En todo esto, el analista es requ^ rido no en el nivel de los rasgos de su carácter, sind en la relación que él mismo mantiene con lo primitivo, lo infantil y lo sexual. Es por aquí por donde entra en escena y se torna operativo, pero es tambiélT por aquí por donde se instala, para el analizando y para él mismo, en el universo de lo ominoso. Cuando trata de dar cuenta de ello, Freud vuelvl a usar los rasgos fundamentales desarrollados a prop pósito de la transferencia. “ El doble es una formáción perteneciente a los tiempos psíquicos superadoj que debían de tener en ese entonces, sin duda, un sentido más benévolo.’"“ Algunas páginas despué^ “ Aquí sólo puedo mencionar que lo ominoso del re« torno de lo idéntico fluye de la vida psíquica infanií til.’’“^ Finalmente, última explicación que retoma laS anteriores: lo ominoso es lo que nace de la nostalgia del cuerpo materno o de la voluptuosidad ligada a él.“** La proximidad con el psicoanálisis no se le escapa a Freud: “ No me asombraría escuchar que el psicoanálisis, que se ocupa del descubrimiento de esas fuerzas secretas, se haya vuelto, a causa de estO| ominoso a los ojos de muchos.” '*’ Pero entonces hai bría que ir hasta las últimas consecuencias. No es sólo porque se ocupa de lo infantil y de lo sexual que el psicoanálisis es inquietante (inquiétanté),* es por^i ‘‘6 G.ÌV., 12, p. 248 [xvii, 236]. Ibid., p. 251 [xvii, 238], Ibid., pp. 257 y 2Ì59 (xvii, 243, 244). Ibid., p. 257 [xvii, 243], * La expresión inquiétanté étrangeté ha sido traducida como lo “ ominoso” . En esta frase, el autor utiliza sólo la palabra inquié\ tante, con evidente intención de remitir a dicha expresión. Para
lugestión a l a r g o p la z o
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que al ocuparse de lo infantil y de lo sexual, haciéndolos resurgir a pesar de la supresión y la represión, provoca el retorno de lo idéntico, la aparición de los l'cnómenos del “ doble” , y por lo tanto, la comunicación inmediata. Al final de su conferencia sobre “ Sueño y ocultismo” , después de haber expuesto el caso Forsyth y cuando quiere dar razón de la transmisión de un mensaje sin el soporte de las pálabras o de los signos, l'reud retoma los mismos términos; la única explicación posible es el recurso a un modo de comunicación ya sea arcaico, ya sea apasionado, ya sea infantil: lividentemente, no sabemos cómo se realiza la voluntad colectiva en las grandes comunidades de insectos. Es posible que suceda por la vía de cierta transferencia psíquica directa. Se nos conduce a suponer que ésta es la vía original, arcaica, de la comprensión entre individuos, que en el transcurso del desarrollo filogenètico es rechazada por un método mejor, el de la comunicación por signos, que es recibido con los órganos de los sentidos. Pero el método anterior podría ser mantenido en segundo plano y abrirse paso nuevamente en ciertas condiciones, por ejemplo, también en las multitudes soliviantadas por la pasión. Todo esto aún es incierto y está lleno de enigmas no resueltos, pero no tiene por qué aterrorizar. Si existe la telepatía como proceso real, podemos suponer, a pesar de la dificultad de probarlo, que es un fenómeno muy frecuente. Esto se adecuaría a nuestra expectativa si pudiéramos descubrirla justamente en la vida psíquica del niño. Recordemos la representación de angustia frecuente en los niños según la cual los padres conocen todos los pensamientos, sin que ellos se los hayan comunicado, la total correspondencia y tal vez la fuente de la creencia de los adultos en la omnisciencia de Dios. Recientemente, una respetar este juego semántico y por hallarse inquiétante fuera de la mencionada expresión, es que hemos traducido este vocablo como “inquietante” . (T.J
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mujer digna de confianza, Dorothy Burlingham, comunicó en un artículo titulado “ El análisis de los niños y la madre” observaciones que, de ser confirmadas, deberían poner fin a la duda subsistente acerca de la realidad de la transmisión de pensamientos.’"
Evidentemente, Freud se mantiene aquí en la misma problemática restrictiva: en la cura analítica hay fenómenos de transferencia de pensamientos, pero para el psicoanálisis son fenómenos anexos, o sea, aberrantes. Sin embargo, si la relación entre analista y analizando hace resurgir infancia, pasión, relación con la madre, ¿la “ transferencia inmediata” no constituye acaso su cimiento, que el análisis propiamente dicho no podría levantar {aujheben) y descomponer (auflósen) totalmente? Podemos incluso preguntarnos si el análisis de la transferencia no es susceptible de reforzar esa “ transferencia inmediata” , mientras que por otro lado la deshace. Cuando Freud habla de la interpretación, cuyo objeto es sacar a luz lo reprimido, piensa que el analista no aporta nada de su propia cosecha y que así se aparta, pues, de la sugestión, pero parece haber olvidado lo que escribía en 1890, por cierto antes del descubrimiento de la transferencia, sobre el factor de éxito de una cura: “ Tal medio es ante todo la palabra, y las palabras también son el instrumento esencial del tratamiento psíquico. El profano encontrará muy difícilmente comprensible que las perturbaciones enfermizas del cuerpo y del espíritu deban ser apartadas por las ‘solas’ palabras del médico. Pensará que se le está exigiendo que crea en la magia. Nada más erróneo. Las palabras de nuestros discursos cotidianos no son otra cosa que magia descolorida. Pero será necesario tomar por un desvío más largo para lograr que se comG.W., 15,
pp.
59-60
[XXII,
51-52).
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prenda cuán intensamente la ciencia se interesa en ello para devolver a la palabra una parte de su antigua fuerza mágica.” ” Si existe un lugar donde las palabras han recuperado su fuerza mágica, mucho más allá de la que pueden revestir en la relación médico-enfermo, es sin ninguna duda la cura analítica. El analista, tan fácilmente confundido, o corriendo siempre el riesgo de serlo, con ía “ tercera persona” que debería ser efectivamente “ persona” , pura condición de posibilidad del lenguaje, pero que casi siempre es fantaseado o alucinado, da a las palabras que pronuncia una intensidad que supera, como la transferencia, “ en medida y en modo lo que es sensato y racional” . Porque las palabras del analista tienen una fuerza de la que carece el discurso cotidiano, porque son capaces de producir efectos analíticos, es decir, pueden desembocar en particular, para retomar la expresión de Freud, “en la independencia del paciente” ; pero, porque tienen una fuerza mágica, no pueden no tener, por un lado, efectos inversos que ligan más fuertemente al analizando con el analista (que ha sabido, por ejemplo, liberarlo de una traba), y, por otra parte, efectos anexos que inducen en el analizando lo que el analista no puede manejar, porque al recibir la palabra eficaz el analizando recibe y asimila todo aquello de lo que esa palabra era inconscientemente portadora. Las palabras sirven aquí de médium a la comunicación de los inconscientes. Para evitar estas inducciones subrepticias, el analista elige callarse y, como además está sustraído a las miradas, no corre el riesgo de dejar entrever algo de su inconsciente a través de gestos o movimientos elementales del rostro o las manos. Pero el procedimiento tal vez no sea tan eficaz como parece en un primer ” G.ff'., 5,
p.
289
[I,
115].
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momento. Sería olvidar que el silencio es un lenguaje que el ?malizando ha aprendido rápidamente. ¡Qué abismo entre el silencio de la muerte y el de la vida, qué diferencia entre el silencio del adormecimiento y el del interés animado, entre el silencio del deseo y el de la impotencia, entre el de la depresión y el de la manía continua! Todos estos silencios tienen intensidades y coloraciones perceptibles para el analizando. Si la puntuación es decisiva para dar sentido a una frase, podemos estar seguros de que el silencio es capaz por sí mismo, con todos sus matices, de transmitir al analizando todo tipo de mensajes preconscientes o inconscientes, tanto más claros por cuanto el analista se cree a salvo de la comunicación. Lo que aparece por lo tanto en la cura analítica y que réfuerzan, nos guste o no, ya la palabra, ya el silencio del analista, es una relación inmediata de tipo arcaico, infantil, erótico, cuyo objetivo es la negación de toda alteridad. La pasión del análisis se convierte en la pasión de la pasión que fusiona a las multitudes, a los amantes, a las madres —o los padres— con sus descendencias, que los hace comulgar sin que necesiten comunicarse. “ Transferencia inmediata” cuyo principio es no separarse nunca, permanecer, pegados uno a otro para ser sólo uno o, mejor aún, estar uno dentro del otro. Porque todo analizando, lo sepa o no, sueña con fundirse o permanecer engullido en ese vientre silencioso o charlatán que no le deja ninguna autonomía. Freud intentó arrojar esta transferencia inmediata fuera de las preocupaciones del analista, incluyéndola ya sea en lo incognoscible o lo todavía-no-conocido de lo telepático y de lo oculto, ya sea en lo imposible de analizar de la psicosis. Si eihpuja a ésta, que sólo conoce la transferencia inmediata, fuera del campo del psicoanálisis, es porque quiere limitarse a operar a partir de lo que podríamos llamar la “ transferencia
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iiKidiata” , aquella en la cual el analista es tomado pt)r otro, donde el lenguaje es rey y hace posible la mlida a la luz de los fantasmas, el juego de los signifir-tntes, la aparición de las resistencias y su disoluLion. Pero, como no ha querido tomar en cuenta en el iinálisis la fuerza de la transferencia inmediata, y por lo tanto la existencia de la transmisión de pensamienlos y el trasfondo psicòtico de toda relación analítica, I leud dejó la puerta abierta al retorno de lo que está ILiprimido bajo la forma de una transferencia donde combinan lo inmediato y lo mediato y que podríamos llamar “ transferencia infinita” ; infinita primero III la duración, como indefinidamente diferida, porque el análisis sólo puede deshacer una parte ínfima df ella y la reaviva sin cesar; luego, infinita en inten Hldad, ya que toma las formas ominosas de la veneralión,’^ ese colmo de la credibilidad. La transferencia Infinita utiliza a la transferencia mediata para no tener que plantearse nunca la cuestión de la transferenLla inmediata, para ocultarla, pero también para sellarla. De otro modo, ¿cómo explicar, por ejemplo, la liase lapidaria de Binswanger: “ Aquel a quien el psiIoanálisis ha atrapado, ya no lo suelta” ? No se trata de una disciplina a la cual uno se sintiera apasionadamente ligado, ni aun de un discurso que uno hubiera «similado, sino de una experiencia insuperable, al borde de lo inhumano, que la edad adulta no podría nunca dispensarnos de un modo duradero. Los sutiles rodeos de la teoría, las sofisticaciones matemátii'as que representan el apogeo de la transferencia mediata, pueden hacer creer que el análisis está a cien leguas de la simbiosis; acaso sólo hagan olvidar que ése es su suelo y el lugar de su desarrollo. Cf. Interprétation, núm. 21, primavera de 1978, psychanalyste” . En particular el artículo de J. Brigas.
‘Son
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La telepatía ha podido operar en Freud semejanl* seducción porque es portadora de un mito, el de la comunión más total en el mayor de los alejamientotJ es decir, el de la identidad en la diferencia. El mism<| pensamiento es pensado al mismo tiempo por uno y otro sin verse, sin hablarse y sin oírse. El pensamieijt to de dos, diferentes y distantes, es el pensamiento de! uno solo. Imposible soñar con realización más belll de la relación simbiótica sin los riesgos de absorciód y aniquilamiento que implica. Es la simbiosis menol sus inconvenientes; es, por lo tanto, el super-plac^ completo y sin contracara. Con la telepatía se vuelvi al uno manteniendo la separación. Si hubiera podid
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lias órdenes, sino donde todo lo que es inconsciente en el analista pasa al analizando bajo la protección de lu transferencia mediata que el analista considera sin ninguna influencia sobre las palabras, los fantasmas, las proyecciones y la historia del analizando. Un análisis prolongado sería entonces la producción, hilo por hilo, de un tejido simbiótico en el cual los inconscientes se comunicarían progresiva y silenciosamente bajo el manto de un análisis de lenguaje. No se llegaría a la simbiosis, siempre pretendida y siempre imposible, pero al menos sí a la ósmosis, cuyo equilibrio óptimo señalaría el final del análisis. Analista y analizando se separarían cuando cada uno pudiera comprobar en el otro a su mejor “ doble” posible; entonces, la sugestión no recaería sobre un rasgo particular, sino sobre todos los posibles inconscientes. Freud ya advertía que el señor P. había sacado de su propia historia, en el momento oportuno, el vocablo Precaución como para responder a Forsyth, que entonces preocupaba a Freud. ¿Qué nos impide imaginar que la historia, llamada singular, del analizando sea reconstruida por entero en función del deseo del analista, él también atrapado, desde cierto ángulo, en los dédalos inconscientes del analizando? Quienquiera que haya frecuentado a varios analistas sabrá bien que no descubrió con cada uno el mismo pasado, que su mirada o su visión mediocre, sus palabras o su mal oído no funcionaron, con uno u otro, ni sobre los mismos puntos ni en la misma relación. Confirmación trivial que no podría dejar de abrir algunas perspectivas acerca de todos los elementos de la cura analítica. Esto se ve con mayor nitidez en el caso del análisis Jlamado didáctico. ¿Cómo explicar, por ejemplo, que el analizando transformado en analista adopte —o rechace, pero en definitiva adopte— el discurso de su analista? Le guste o no, ha sido constituido como “ doble” , ¿y no es esto lo que se re-
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conoce explícitamente cuando se hace de la produca ción de analistas el objetivo del análisis? La cuestión de la transmisión del análisis ya no tiene por qué i plantearse, puesto que en su funcionamiento mismo* esa transmisión acciona el principio de repetición bajo la forma de la reproducción. ¿Es posible modificar ese funcionamiento y romper de alguna manera la fatalidad de esa repetición? Granoff cita a Nacht, quien proponía que al final del análisis, el analista “ muestre un poco más su ser” ;” prosigue recordando que Freud, para liberarse de su paciente vergonzoso y dar fin a un análisis que se prolongaba indebidamente, lo había invitado a cenar con él; y concluye en que el analista debiera inspirar-i) se en Homero: “ Yo no soy nadie, soy Ulises de ítaca, hijo de Laertes.” Eféctivamente, de un modo u otro se trata de poner fin a la transferencia que le ha quitado al analista su particularidad para hacer de él otro, la “ tercera persona” que no tiene nombre ni historia y debiera ser puro espejo, puro receptor. Pero el procedimiento utilizado pasa deliberadamente por el costado del asunto. Al volver a ser el doctor i Freud, o Ulises o Durand, el analista regresa a la rea-1 lidad trivial y deja al analizando en el estado precedente. Este último se encuentra entonces ante un personaje cortado en dos que ya no es solamente nadie, sino éste, sin que entre los dos pedazos sea posible pasaje alguno. Decir: “ Yo no soy nadie, sino Ulises” , es poner a buen recaudo todo lo que se había erigido con ese “ nadie” , no querer decir o saber nada de lo que ha podido pasar con él; es, por lo tanto, reforzar para siempre la transferencia inmediata que se constituyó durante el análisis. Por esta vía, el analista se quita de encima a su cliente, pero conserva su posición, su poder, y fija para siempre sobre su cara la Fi/iations, París, Ed. de Minuit, 1976, p. 108.
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M»4Kcara payasesca del analista. Sin duda, el analista yn no es “ nadie” , pero se transforma —y esto es [il 0 1 = en el analista con A mayúscula, mientras que Iti tjue está en cuestión al final del análisis es que no (liiyii analista, o no lo haya más. Invitar a cenar o a lu l)cr algo al café de la esquina no es la disolución de '"nadie” , sino un modo de embalsamarlo y de consIIII Irle un mausoleo. Aunque muestre un poco más su ser, aunque invili II su mesa o diga su nombre, el psicoanalista conii'i va la iniciativa y duplica el ideal de la transferencia mi'diata, puesto que pasa de la palabra del oráculo o tli’l silencio del mago a la hipocresía del lenguaje sothilr permanece impenetrable, no rinde ninguna ii'Uenta, se queda fuera del juego y, por lo tanto, fuei.i de todo alcance. Es así como mantiene su poder (11 olesco más allá del lapso analítico, remitiendo inili'linidamente al analizando a sí mismo. Y ese analiiiiindo no es el último en degustar esta situación; le liiii falta un ídolo, tiene una necesidad increíble de t leer y, si se interesa en la vida privada de su analista I orno una portera, es para simular no creer; en realiultid, para mantener intacto al otro, el fabuloso, el todopoderoso con quien se ha encontrado a solas. Por incima de todo, lo que importa es no oír ni saber mida de los fantasmas ni de los síntomas que el anall'ila ha podido inducir, es decir, preservar el principio absoluto de la transferencia mediata, como único [11 esente en el análisis, con el fin de no revelar nada de los efectos e incluso de la existencia de la transfeii ncia inmediata. Para salir de la encerrona, es necesario que analizando y analista lleguen a un acuerdo (evidentemenli, ni hacia un lado ni hacia el otro) para desmontar si artificio que el análisis permitió. Es decisivo que el analista vuelva explícitamente al campo como perceplor y como dador, para permitir que el analizando
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capte en seguida por qué en determinado momentá análisis tomó determinado curso, por qué determii da palabra no fue oída, lo cual tuvo determina consecuencias, por qué determinado fantasma o de terminado acontecimiento fue permanentemente in-, terpretado en un sentido que acerrojaba el incoift«' dente en lugar de abrir sus bordes. En cada caso « descubre el carácter defensivo de la palabra o del si* lencio del analista, la inducción de su ideología o suii fantasmas, la necesidad de afirmar su ceguera; de un modo más general, de qué manera el analista ha util^ zado al analizando como formación de compromia^ es decir como síntoma, y también como sacandof fe plena luz aquello que inconscientemente lo hace fuil^ donar, pero de tal modo que no tenga que d ar|^ cuenta de ello ni tenerlo en cuenta, puesto que lo h|; expulsado sobre el otro. Es necesario decir que este trabajo reviste una difi ■ cuitad extrema, porque el analista debe renunciar a sus más sólidas certidumbres. Ahora bien, si sobre tal punto particular es ciego, lo es por muy buenas razo nes: para protegerse o simplemente para sobreviví!, para no ser demasiado vulnerable. A decir verdad, la única hipótesis favorable es que haya transitado ciel'i to camino con respecto al tiempo anterior de su sordera en el análisis de su paciente, y que por lo tanti se encuentre en condiciones de reconocer algo de dicha sordera; de lo contrario, sigue teniendo una nece*» sidad absoluta del otro como de su síntoma, que con«! tinuará encerrándolo en él. Daré un solo ejemplo para aclarar lo anterior. Groddeclc le escribe a Freud que ha hecho una tränst j ferencia materna sobre él. Freud lo niega absolut» mente; considera que no suscita otra cosa que una transferencia de tipo paterno. Este punto es v itd ' para Groddeck, porque es allí donde se encuentra inextricablemente enredado. Pero para Freud es
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iMlWlmente vital no dejar de ignorarlo. Supongamos, )Mti cl contrario, que Freud haya captado aquello so!'H lo que se le interrogaba. Habría debido entonces pt'Dcnsar toda su teoría basada en la prevalencia del 11lidie, lo prohibido del incesto (que siempre hizo reír II ( Iroddeck), la estima por la ciencia; también habría iili'bido cuestionar su propia relación con la teoría, su iiilllzacíón de sus discípulos, etc. Tarea inmensa, acai nt Imposible, pero que habría sido la condición neceihiiin para que Groddeck dejara de repetirse en su inl'illgable demanda hasta el punto de enfermarse y im>rir por su causa. Condición que no podía realizar14, tanto se aferraba Freud a sus propias evidencias Vpermanecía incapaz, a este respecto, de reconocer (li'ipués su desconocimiento pasado. Evidentemente, no es cuestión de que el analista lUente los sentimientos o emociones que ha experimentado durante el análisis, ni tampoco de que se explaye sobre las formas y figuras de su contratransfeiincia; lo que importa es brindar un punto de anclaje iil analizando, a fin de que pueda distinguir su histoilu de la del analista durante el análisis, en tanto la liansferencia inmediata los había visto fundirse en una sola masa. Y no es necesario que esa transferenilu inmediata sea analizada en su totalidad, lo cual, por otra parte, es propiamente imposible y contradiclorio; alcanza con que en tal o cual rodeo, en tal o tual momento, “ nadie” aparezca como ese particulur que, por sus propias razones, quiso o no pudo evitar encerrar al analizando dentro de su deseo, hacer de éste el lugar de su reproducción. Porque cuando "nadie” reconoce: “ Yo estaba allí sin saberlo para ponerlo a usted allí” , “ nadie” es desmistificado por completo, se desvanece toda la creencia en él, o al menos podría desvanecerse para el interlocutor que tuviera necesidad de ello. La sugestión cesa y los deicos, los fantasmas o las historias, que estaban im-
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s u g e s tió n a l a r g o pio.
bricados hasta el punto de intentar confundirs(|'I V I comienzan a separarse para sólo entrecruzarse. En addante, del tejido constituido por el análisis cadi uno puede seguir algunos hilos que sean un poco lo(i suyos. El analista se transforma entonces en el analizadol analizado, el desanudador desanudado, o como sueíj decirse el trasquilador trasquilado, porque el anàlisi^ le regresa. El “ pase” inventado por Lacan sin dudi tenía como meta esta recuperación del análisis en el segundo grado para quien se ha vuelto analistlt Apuntaba, en lo inmediato, a inteligir esta produ^, ción de analista en y por el análisis. Pero, como se cumple con “ pasantes” , puros testigos, no puede regresar verdaderamente, se pierde en lo indefinido. Sí hace, pues, también para seguir poniendo a buen r^ caudo al analista, para seguir evitando que caiga dejh de su posición a la transferencia mediata, para segufj dejando al analizando en lucha con sus interpretaci^* nes siempre en suspenso, es decir, con sus fantasma^j; para seguir desrealizándolo, puesto que se enfrenti sólo con la objetividad de puros testigos que no responden de nada y con un jurado incontrolable e ini* prehensible. Por lo tanto es devuelto a lo real de su locura y constituido definitivamente en síntoma. GeH nial modo de tomar directamente en cuenta un asun- í to que el psicoanálisis dejó en barbecho, para tratarlBj sin resolverlo y finalmente aumentar su calidad di abismo; esto hace del pase la institución de la transflrencia infinita. Cabe preguntarse si todas las soluciones propue^ tas para actualizar el final del análisis o para teoriz» Me acuerdo de aquel psicoanalista que, durante su —evidentemente, lo nombraron Analista de Escuela—, se maravillaba al ir descubriendo poco a poco hasta qué punto su historlj iba pareciéndole cada vez más parecida a la de Lacan.'
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algo a ese respecto no tienen un efecto estricta y automáticamente inverso al buscado. Al analizando que quiere desmontar el capitel bajo el cual su analista ha Ungido compostura, suele caérsele sobre la cara, y está tan enredado en la grandiosidad de su tarea que ni siquiera puede reírse de ella. Es verdad que, a veces, ha perdido en la operación un poco más de lo que esperaba. En todo caso, no vemos cómo podría desanudarse algo fuera del lugar donde ha sido anudado, y por otros que no sean sus protagonistas. I’ero que el analista, tomado por otro durante el análisis, reconozca que él también ha tomado al analizando por otro, supondría una interrogación tan radical del psicoanálisis mismo que las vacilaciones, los rodeos, los pretextos, pueden comprenderse fácilmente y, sin duda, justificarse.
4. TRANSFERENCIA: EL SUEÑO
Un párrafo del posfacio del caso Dora servirá como punto de partida para retomar las cuestiones aborda'« das hasta ahora: “ Si penetramos en la teoría de la técnica analíticai llegamos finalmente a considerar que la transferencia es algo necesariamente requerido. Prácticamente, al menos nos persuadimos de que no podemos evitarla en modo alguno y de que debemos combatir a esta última creación de la enfermedad como a todas las primeras. A partir de ese momento, esta parte del trabajo es, de lejos, la más difícil. La interpretación de los sueños, la extracción de los pensamientos inconscien-, tes y de los recuerdos a partir de los pensamientos del enfermo y de semejantes procedimientos de traducción, son fáciles de aprender; aquí, es el enfermo mismo quien entrega el texto. Por el contrario, la transferencia debe ser adivinada casi independientemente, según puntos de apoyo mínimos y sin volverse culpable de arbitrariedad. Pero la transferencia no es evitable, puesto que es utilizada para la producción de todos los obstáculos que vuelven inaccesible el material de la cura, y puesto que la impresión de convicción de la justeza de los nexos construidos se obtiene del enfermo únicamente después de la resolución de la transferencia.“ ' En estas pocas frases redactadas en enero de 1900 y publicadas sólo en 1905, se encuentran definitivamente trazadas las líneas de fuerza de la técnica analí' G.iV., 5, p. 280 [vil, 102]; Cinq psychanalyses, París, 1966, p. 87. 11281
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lu U, De algún modo, Freud no dirá nada diferente en li's numerosos artículos que, durante más de treinta i.ii’Los, dedicará a la relación de la resistencia con la liansferencia, a la disolución de esta última, a la inic'ipretación y a su momento favorable, a la construcI lón en psicoanálisis, en fin, a la convicción que debe IIonseguirse del paciente en cuanto a la veracidad de 10 que le es comunicado. La ligazón, llena de vicisitudes, entre recuerdo, Ionstrucción y convicción ha sido largamente desaiiollada anteriormente^ a través del análisis de textos posteriores a éste. En ellos, el tema no era la 11 ansferencia por una razón principal que se aclarará en seguida; este término, con el tiempo, había adquiiido una extensión tal que se había vuelto difícil tratarlo simultáneamente con otros elementos de la técnica. Lo que especifica a este pasaje del caso Dora, es que la palabra transferencia está tomada en él en una acepción restringida que hace que se lo utilice ya sí-3 en plural, ya sea en singular partitivo. Ese plural, o esas formas del singular, encuentran su razón de ser en el primer uso hecho por Freud de la palabra translérencia a propósito del sueño; designaba en ese caso “un modo de desplazamiento donde el deseo inconsciente se expresa y se disfraza a través del material brindado por los restos preconscientes de la vigilia” .^ Se trata, pues, del desplazamiento, de la translación, del transporte de un afecto —ligado a una representación— a otra representación. “ Si es elegida preferentemente la representación del analista, ello se debe, a la vez, a que constituye una especie de ‘resto diurno’ siempre a disposición del sujeto, y a que este tipo de transferencia favorece la resistencia, puesto ^ Cf. capítulo 2. ^ J. Laplanche y J.B. Pontalis, Vocabulaire de psychanalyse, París, P U F , 1 9 7 1 , p. 4 9 3 [Diccionario de psicoanálisis, Barcelona, Labor, 1 9 8 3 , pp. 4 4 0 - 4 4 1 ] ,
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que la declaración de deseo reprimido se vuelve parti cularmente difícil si debe hacerse a la persona a k que apunta. Vemos también que, en aquella época* la transferencia era considerada como un fenòmeni) muy localizado. Cada transferencia se debía trataí como cualquier otro síntoma.” '* En este caso, la técnica analítica es de un rigor impecable, y aparece como perfectamente dominada. El juego de sus tres pivotes, que son la reminiscencia, la construcción y la convicción, está gobernado por la transferencia, puesto que su resolución, al favorecti el retorno del recuerdo olvidado, produce en el paciente la convicción de la veracidad de la construtición comunicada. Resolver una transferencia consiste simplemente en operar un contra-desplazamient!| o, mejor dicho, un remplazamiento, en enviar el mensaje a la dirección correcta o, para utilizar el vo* Cabulario del desciframiento del sueño, en poner nuet vamente al afecto en relación con la representación . que le correponde. El desplazamiento había descol I nectado afecto y representación, ligando al afectd con otra representación; el remplazamiento, que haca i pasar nuevamente de la representación del analista a la de la persona a la que apuntaba primitivamentéj | efectúa una reconexión y permite el retiro de la repre^ sión del afecto. La técnica analítica es entonces ho-» motética a la interpretación del sueño, y las transfe» rendas en la cura aparecen como rodeos obligado^ para volver al punto de partida. No existe entonces posibilidad alguna de alienación global-del pacienta al analista, dado que está allí sólo para permitir, por un lado, el desplazamiento o el enturbiamiento temporario aumentado “ de las mociones o de los fantasmas” ,’ y por otro, en un segundo momento, el remIbid.,
494 [441], ’ G.fV., 5. p . 279 [VII, 101]. ')
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pliizamiento de éstos o su develación, porque se habrán iiiiinifestado a través del psicoanalista. “ La transfeIrncia, que está llamada a transformarse en el mayor mi sEáculo para el psicoanálisis, se convierte en su auxiliar más poderoso si se logra adivinarla cada vez, y inducirla al enfermo.” * Por lo tanto, el analista está implicado en la cura tit dos modos muy distintos. Una primera vez por el inalizando, que utiliza su persona o su entorno para «iegir ciertos “ detalles” ’ a partir de los cuales pueda operar sus transferencias. Una segunda vez a través
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•T obligará a considerar la transferencia como uniendobI todo el psiquismo del paciente con la totalidad de la personalidad del médico o de lo que él representa^'" Aun sosteniendo que la curación implica la resoltl* ción de la transferencia, Freud ya no podrá hacer® intervenir en sus exposiciones técnicas como factof decisivo del juego sutil entre recuerdo, interpretacláj y convicción. La interpretación en la transferencia o, más exactamente, de la transferencia, podía resiít tir el rigor impecable de la técnica mientras no se percibía su carácter englobador. Semejante comprobación conmociona las certidumbres anteriores y obliga a plantear nuevamente la cuestión de la relación entre el psicoanálisis y la hip
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■lis y psicoanálisis ¿resiste si su condición es el olvido ilf la relación transferencia!? A finales de 1904, en una conferencia dada en el I olegio de Médicos de Viena titulada “ Sobre psicoli'iapia” , Freud levanta este olvido resituando al psi1 oanálisis en la gran tradición médica; rechaza la acusación de “ misticismo moderno” y pretende tomar por los caminos de la cientificidad. Explica, por í Jemplo, que la mayoría de los métodos de la medicina primitiva y antigua “ deben volver a la psicoterapia; con miras a la curación, se ponía al enfermo en estado de ‘espera creyente’, cosa que aún hoy nosolios hacemos de un modo idéntico” . La sugestión, lal como fue valorizada por la Escuela de Nancy, debe entenderse en este contexto, puesto que es “ un tactor que depende de la disposición psíquica de los enfermos y que se asocia, sin que nos lo propongamos, como efecto de todo proceso de curación introducido por el médico, la mayoría de las veces en un lentido favorable, pero también, a veces, inhibidor” .'^ Otro rasgo que el psicoanálisis puede reclamar para lí: “ Según un dicho de los antiguos médicos, esas enfermedades [las psiconeurosis] no las cura el medicamento sino el médico, es decir, más exactamente, la personalidad del médico, en tanto que a través de ella él ejerce una influencia psíquica.” Como tampoco en la continuación de este artículo, aquí no se habla explícitamente de la transferencia, pero de ella se trata, puesto que la sugestión es definida no desde el punto de vista del médico que sugiere, sino desde el del paciente como disposición psíquica, ya sea facilitando, ya trabando. Freud le critica a la sugestión el ser un factor demasiado poderoso, “incontrolable, indosificable, incapaz de modulación” . Será tarea de la “ psicoterapia científica” , es ‘2 G.fV., 5, pp. 14-15 [vn, 248].
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'3 St., p. 258 y St., 1, p. 63; L.. Chertok, “ La découverte du transfert” , en Revue Française de Psychanalyse, t. 32, 1968, pp. 503-529. G.W., 5, pp. 299-300 [i, 122]. Aquí hay una prefiguraciói^
decir del psicoanálisis, dominar este factor, dirigir^jj e incluso reforzarlo. Aquí, Freud no teme aproximar psicoanálisis e hipnosis, porque tanto en uno como en la otra, se utilizan las mismas fuerzas operativas. Esta conferencH hasta puede ser considerada como continuación del artículo que en 1890, es decir, antes del descubfimiento de la transferencia,'^ Freud dedica el “ TratÉmiento psíquico” . En él expone ampliamente la importancia de esta “ espera creyente” (glaübigf Erwartung), Mientras la espera angustiada favoredí la enfermedad, “ la espera llena de esperanza y creyente es la fuerza actuante con la cual podemos contar, en rigor, en todos nuestros intentos de tratamierti to y curación” . Esta espera debe vincularse con la fe, que produce las curas milagrosas. “ Quienes no son creyentes desde el punto de vista religioso no necesii tan renunciar a las curas milagrosas. El prestigio y la acción de las masas remplazan ampliamente, para ellos, a la fe religiosa. En todas las épocas hay curas de moda y médicos de moda, que dominan particu^ larmente a la alta sociedad, en la cual las fuerzas pul^ sionales psíquicas más poderosas revelan el intentCÉ de superarse unos a otros y de igualar al que está situado más arriba. Tales curas a la moda desarrollad efectos terapéuticos que no residen eft su campo de fuerza, y los medios en cuestión operan en manos del médico a la moda, reconocido de algún modo como el salvador de una personalidad eminente, mucho más de lo que pueden operar en los demás médicos. Así, hay humanos hacedores de milagros, como hay divinos.” ''' Después de haber evocado el valor cura-
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de lo que Freud desarrollará más tarde en “ Psicología de las masas y análisis del yo” . . '5 G. W., 5, p. 301 fl, 123].
de la confianza depositada en el médico, y las vías utilizadas por los magos y los oráculos, Freud iidvierte: “ La personalidad del médico mismo se creó un prestigio que derivaba directamente de la fuerza divina, porque en sus comienzos, el arte de curar estaba H-nmanos de los sacerdotes. Así, la persona del médiu), tanto antes como ahora, era una de las condiciones principales para conseguir en el enfermo el estado psíquico propicio para la curación.” '’ Cuando Freud, en 1904, lleva un poco más lejos tus reflexiones “ Sobre la psicoterapia” , ciertamente no ha olvidado estas detalladas exposiciones sobre la espera creyente (palabras que ahora escribe entre comillas); sabe perfectamente que, al tomar en serio «sta fuerza en acción en todo proceso de curación, su método catártico o psicoanalítico no podrá dejar de ser clasificado como “ producto del misticismo moderno” y de aparecer como el opuesto de la medicina científica fundada en los descubrimientos de la fisicoquímica. Es por esto por lo que se esforzará en mostrar aquí que, en verdad, entre la técnica sugestiva y la analítica existe el mayor contraste posible. La primera actúa, como la pintura, per via di porre, es decir que “ agrega algo, la sugestión, de la que espera sea lo bastante fuerte como para impedir que la idea patógena se exteriorice” ; la segunda, por el contrario, actúa como la escultura, per via di levare, puesto que no introduce nada nuevo y pretende sacar la idea patógena preocupándose por su nexo con la génesis de los síntomas. Pero ¿es tan fácil operar esta distinción? La técnica sugestiva agrega algo, y es la sugestión proveniente del médico. Pero esto no impide que técnica sugestiva Ilvo
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y psicoanálisis tengan en común una forma de sugestión, la que proviene del enfermo y que es la mál fuerte, la que Freud mismo ha definido precedente ■ mente a propósito del psicoanálisis: “ Un factor qucj depende de la disposición psíquica de los enfermos y que se asocia, sin que nos lo propongamos, coma | efecto de todo proceso de curación introducido por el médico.” '* Por otra parte, la diferencia entre lai ideas sugeridas por el médico y las adivinadas y transmitidas por él en análisis puede parecer muy débil.'' Además, decir que en la técnica de la sugestión “ la resistencia que mantiene a los enfermos en su enfenmedad” permanece oculta, no es muy exacto, porqu| la resistencia —Freud lo advertía ya al final de su artículo de 1890— aparece verdaderamente en la hipn(|sis, en tanto que la sugestión alcanza los fúndame» '' tos de la personalidad o, simplemente, intenta haceí ; renunciar a la enfermedad, lo cual “ significa para el í enfermo un sacrificio grande, no pequeño” .'* I La evidencia de una diferencia radical entre psic<%J análisis y sugestión recorre toda la obra de Freud du* rante varias décadas, pero también la dificultad de hacerla aparecer verdaderamente. En 1909, por ejein^ pío, antes de presentar las conclusiones del anàlisi! del pequeño Hans, aparece una objeción: “ El análh sis de un niño hecho por su padre, que realiza el trái bajo imbuido de mis perspectivas teóricas y comparj tiendo mis prejuicios, está totalmente desprovisto de valor objetivo. Evidentemente, un niño es sugestio^ nable en el más alto grado, tal vez con respecto a su padre más que a nadie. [. . .] Una vez más, y en síni tesis, aquí todo es sugestión.” '* En primer lugar, a G.W., 5, p. 15 [vil, 248]. Cf. capítulo 3. '* G.iV., 5, p . 313 [I, 131], 1* G. 1, p . 336 [X, 84-85].
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la antedicha objeción se responde que es posible distinguir claramente el caso en que el niño falsifica bajo la presión de una resistencia, aquel en que se alinea a la opinión de su padre, de aquel otro en el cual, libre de todo apremio, transmite lo que es su verdad Intima y que sólo él sabía hasta ese momento. Además, las dificultades halladas aquí no son mayores que las de los análisis de adultos. “ Ún psicoanálisis no es una búsqueda imparcial, científica, sino una intervención terapéutica; en sí, no quiere probar nada, sino sólo cambiar algo. Durante un psicoanálisis, el médico brinda siempre al paciente las representaciones de espera conscientes (las cursivas son mías) con las cuales debe ser capaz de reconocer y de aprehender lo que es inconsciente.” ^“ De esto, Freud concluye que no puede convencer a quienes no quieren dejarse convencer. Lo que equivale a decir, abiertamente, que es imposible demostrar verdaderamente que no hay sugestión en el análisis, o, al menos, reconocer que la hay en igual medida en el análisis del pequeño Hans que en cualquier análisis. Debe hacerse un nuevo intento para reintegrar al psicoanálisis al rigor de su técnica, es decir, particularmente, para hacer que la transferencia pase nuevamente del singular al plural, a fin de que se vuelva manejable. Aquí se introduce una noción destinada a un desarrollo que las traducciones francesas sistemáticamente desdibujan: la de representaciones de espera (Erwartungsvorstellungen). Esta noción establece un nexo entre la espera creyente (gläubige Erwartung), con dejos de misticismo y magia, y las representaciones que son objeto de las transferencias. Esta expresión es retomada en 1910, al comienzo del artículo sobre “ Las perspectivas futuras de la terapia psicoanalítica” : “ La cura se compone de dos partes: 20 Ibid.,
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lo que el médico adivina y dice al enfermo, y la elabol ración de lo que éste le ha comunicado. El mecanismo de nuestra ayuda es fácil de comprender; le damos al enfermo la representación de espera consciente, según cuya similitud el enfermo descubre para sí la representación reprimida inconsciente.” Pero en esta etapa, la transferencia es explícitamente diferenciada de la técnica analítica; es otro mecanismo “ muchá más poderoso” .^' El término representación de espera vuelve a ser utilizado en 1912, en el artículo “ Sobre la dinàmici de la transferencia” . Se hace necesario retraducir sus primeras páginas respetando el vocabulario de Freud, so pena de no entender nada. Que nos quede claro que todo hombre, por la acción conjm gada de una disposición congènita y de las influencias sufrH das durante su infancia, ha adquirido un modo de ser defin nido, a saber: cómo practica su vida amorosa, y por lo tanto qué condiciones le pone al amor, qué pulsiones satisi face con ello, y qué metas se propone. Esto produce, por así decir, un cliché (o incluso varios), que en el transcurso de la vida se repite regularmente, se imprime nuevamente! en la medida en que las circunstancias externas y la natura« leza de los objetos amorosos asequibles lo permitan; y que seguramente también, en función délas impresiones recieni tes, no es totalmente invariable. Nuestras experiencias han probado que, de estas excitaciones que determinan la vida amorosa, sólo una parte ha alcanzado el pleno desarrollo psíquico; esta parte, vuelta hacia la realidad, se mantiene a disposición de la personalidad consciente y constituye un fragmento de ella. Otra parte de esas excitaciones libidinales ha sido detenida en su desarrollo, está tan lejos de la personalidad consciente como de la realidad, o bien puede desplegarse únicamente en el fantasma, o bien ha permanecido totalmente en el inconsciente, de tal suerte que la conciencia de la personalidad la desconoce. Aquel cuya necesiC . f V . , 8, p . 1 0 5 [X I , 1 3 3 - 1 3 4 ] .
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(Ind de amor no es, entonces, completamente satisfecha por Ki realidad, debe orientarse, con representaciones de espera llbidinales, hacia toda persona nueva que aparezca, y es Imrto probable que ambas porciones de su libido, la capaz de conciencia y la inconsciente, tomen parte en ese comporUmiento. Por lo tanto, es totalmente normal y comprensible que l.i investidura libidinal de la parte insatisfecha, que está pieparada y esperando, también se oriente hacia la persona ücl médico. Según suponemos, esta investidura se atendrá it ciertos modelos, se ligará a uno de los clichés que son pre' Ilutados por la persona encontrada, o, como también podemos decir, incluirá al médico en una de las series psíquiIas que el enfermo ha formado hasta entonces. Esto tiene Iorrespondencia con las relaciones reales con el médico, dado que, para dicha inserción, la imago del padre (según lu feliz expresión de Jung) es determinante. Pero la transfe-. lencia no está ligada a este modelo; puede tener lugar también según la imago de la madre, o la imago del hermano, etc. Las particularidades de la transferencia sobre el médico,a través de las cuales supera la medida y el modo en que Iría y racionalmente podría justificarse, son comprensibles ici mencionamos que no sólo las representaciones de espera conscientes, sino también las suprimidas o inconscientes, han producido esa transferencia.“
En este texto, la expresión representación de espera ya no apunta al contenido del adivinamiento operado por el analista y transmitido por él al paciente, sino que hace emerger la noción de espera creyente de su vaguedad, para darle una verdadera posición en la teoría analítica. Al mismo tiempo, la transferencia deja de ser considerada en su globalidad, puesto que las representaciones de espera hacen aparecer su maquinaria previa en el paciente, maquinaria que, por sus carencias, apelará, para colmarlas, a las representaciones correspondientes en el médico. Aquí nos 22 I b i d . , p p . 3 6 4 - 3 6 6 [ x i i , 9 7 - 9 8 ] .
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volvemos a encontrar con la problemática de las tran»ferencias estructurada en los “ Estudios sobre la biiteria” y en el pasaje del caso Dora citado más arribl. Aquí ya no sé habla explícitamente del adivinamiento ni de las construcciones transmitidas por el analista a pesar de lo cual de eso mismo se trata, puesto quf la transferencia o las representaciones de espera, en correspondencia con las imágenes brindadas por el analista, se manifestarán .a través de las resistencidj que habrá que explicar. Las páginas siguientes, en efecto, precisarán qu^ formas han tomado las relaciones entre transferencll y resistencia. Pero al hacerlo, será cuestión de intentar traer nuevamente toda la transferencia al campq de las transferencias analizables. Después de habeí rendido cuenta de la resistencia mediante la regresió:^ hacia las imagines infantiles, la idea de transferencü {Übertragungsidee) aparece como un compromisJ entre la tarea de búsqueda y la resistencia. “ Si cuali quier parte de la materia del complejo (del contenida del complejo) es apta para ser transferida sobre la persona del médico, la transferencia tiene lugar, proi duce la idea más próxima y se anuncia mediante los signos de una resistencia, y a veces mediante un atas^ camiento. Concluimos en que esta idea de transfèrent cia ha penetrado hasta la conciencia antes que todas las demás posibilidades de idea, porque satisface también a la resistencia.” ^’ En otros términos, las imágenes infantiles, que por su atracción engendra» la resistencia, se manifiestan de un modo deformado a través de una idea de transferencia o, para retomar un vocabulario más antiguo, en una transferencia. O bien una representación de espera ligada a las imagi-% nes infantiles encuentra en el médico una representa^j ción que le corresponde, a partir de lo cual puede haIbid., p. 369 [xii, 101].
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bci análisis allí, es decir, retorno a la imago infantil, i idadera destinataria. La transferencia expresa la irsistencia, la cual refleja la imago infantil reprimida V "finalmente todos los conflictos deben [y pueden] !n‘r resueltos en el terreno de la transferencia” .^“ La demostración es concluyente; el rigor de la técnica ha sido restaurado, yatjue la transferencia pudo 'iiT dividida y por eso mismo analizada y, por lo tanlo, destruidá paso a paso a todo lo largo de la cura. Ha sido vaciada de su fuerza {erledigt) porque ha lido “ puesta nuevamente a disposición de la libido que conservó para sí las imágenes infantiles” . ¿Ha terminado la tarea de Freud? En absoluto. Todo suiiede, por el contrario, como si entendiera que ha palado a un lado de la cuestión; en todo caso, inmediatamente después de haber terminado su desarrollo sobre las relaciones de la transferencia con la resistencia, vuelve a preguntarse: “ ¿Por qué la transfelencia se presta tan notablemente a ser utilizada por la resistencia?” ^’ Respuesta: para que la resistencia pueda usar a la transferencia, ésta no puede ser la transferencia tierna y amistosa; es preciso que sea transferencia negativa y transferencia erótica originaria. Para poner en jaque al trabajo de búsqueda, la resistencia se apoya, pues, en la hostilidad o en el amor arcaico con respecto al analista. Mediante esta nueva serie de respuestas Freud abandona, sin decirlo, el campo de las transferencias para volver al de la transferencia. Cuando justifica la existencia de la transferencia erótica diciendo: “ Originariamente, sólo conocimos objetos sexuales; el psicoanálisis nos muestra que las personas estimadas y honorables de nuestra realidad pueden también ser, en lo que hace a nuestro inconsciente, objetos sexua2“ Ibid., p . 370 25 Ibid., p. 370
[XII, [XII,
102). 102],
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tr a n s f e r e n c ia : e l s u e A a
les” ,^* se va, apremiado por los hechos, del terreni) sólido de las transferencias en plural para volver al singular. Y se mete en dificultades que no logrará su perar. No por esto deja de afirmar, momentáneah mente, que la toma de conciencia permite suprimir la transferencia, es decir, separar de la persona del médico los dos componentes —hostil y erótico— originarios, para conservar sólo la transferencia amistosa y tierna, portadora del éxito “ como en los demás métodos de tratamiento” (como en la hipnosis, por ejemplo; la curación no sería entonces del orden del análisis. . .). Freud ha sido llevado al terreno donde perderá su grandiosa certidumbre. Después de algunos párrafos dedicados a la transferencia negativa, reconoce con su habitual honestidad: “ Con todas estas considera* ciones, sin embargo, hasta ahora hemos apreciadiJi solamente un aspecto del fenómeno de la transferep-! cia.” ^'' Y evoca el caso en el que el analizado rechaí za las relaciones reales con el médico, no prest» atención a la regla fundamental para hundirse en una intensa resistencia de transferencia; lo cual lo lleva a negarse al trabajo de rememoración para reproducií en acto los movimientos inconscientes. El análisisi entonces, es mantenido en jaque. Comenzada a paso vivo, la reflexión de Freud sobre la transferencia y sus relaciones con la resistencia se ha ido empanta^ nando poco a poco, para encontrarse con una impo<¡ sibilidad mayor, la del recuerdo,, que torna caduca toda la técnica. Le queda como consuelo (y es la última frase) el hecho de que los fenómenos de la transferencia vuelven “ actuales y manifiestas las mociones amorosas ocultas y olvidadas, porque nadie puede finalmente ser muerto in absentia o in effh 2« /¿»y., p. 2'' I b id ., p.
371 373
[XII, [XII,
103]. 104].
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¿Por qué muerto? Tal vez lo sepamos más lulelante. Preud no va más lejos, pero es sencillo ver contra i|ué ha chocado. Está muy preocupado por mantener II la transferencia dentro de los límites de lo manejable, como para no pensar a la resistencia como algo iliferente a una fuerza que utiliza a la transferencia, mientras que es evidente que la inversa también se pioduce y explica el atascamiento del discurso asociallvo del analizado. Porque, finalmente, si la transfelencia arraiga en lo erótico originario, si todo tratamiento psíquico permite al paciente, por el medio íutal y obligado de la transferencia, retornar a los objetos sexuales que entonces eran para él la totalidad (le lo real, es comprensible que calle cada vez que su discurso lo lleva a ese punto preciso. ¿Para qué quieiL' una curación que le arrancaría estas delicias? El hecho de que la transferencia sea una enfermedad trocada por otra, de la cual es tan difícil curar al palíente, deja suponer que los sufrimientos de la neurosis se convierten, gracias a la transferencia, en un goce del cual no se entienden las razones para sepalarse. El paciente se calla porque acaba de alcanzar un filón que lo une directamente con aquello por lo cual se consume de nostalgia, con aquello con lo que lueña desde siempre. En este sentido, no es tanto que li) resistencia utilice a la transferencia, ni que la duración de la transferencia sea un efecto de la resisteni ta, como se repite sin cesar en este texto, sino más bien que la transferencia provoca la resistencia, es aquélla la que se protege mediante la resistencia, a fin de durar más. Freud no lo entiende así, y quisiera a toda costa que la transferencia sea para el paciente lo que es para el analista, un medio para traer del inconsciente 28 I b id .,
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[ X II ,
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a la conciencia, es decir, que se redujera a la transfiirenda amistosa y tierna en la cual las representacij|nes de espera son acotables y analizables. El grandit^so rigor de la técnica analítica tiene este precio; está amenazado por la transferencia negativa y por los excesos de la transferencia positiva erótica originariiíl “ El analizado es arrojado fuera de sus relaciones reales con el médico, desde el momento en que cae bajtìj el dominio de una intensa resistencia de transferenc^ [léase: bajo el dominio de lo erótico originario]; se toma la libertad de descuidar la regla psicoanalítiÉ| fundamental, según la cual se debe comunicar sin critica todo lo que viene a la mente, olvida las resolucioines con las que ingresó en el tratamiento y los nexoi y conclusiones lógicas se le vuelven ahora indiferentes, cuando antes lo habían impresionado grandemente” ,^’ es decir que todas las interpretaciones y construcciones comunicadas por el analista son inútiles e ineficaces, y en estas condiciones no vemol cómo podría resolverse la transferencia. Es esto lo que preocupa a Freud, porque una vez más, su méto< do es desbordado por la desmesura y lo irracional*^® La pasión con la cual Freud quiere triunfar sobri la resistencia, y su empecinamiento en ver en ella la causa única de todos sus problemas terapéuticoiij sólo puede compararse con su lucidez para recordai las verdaderas fuentes de donde la transferencia extrae su fuerza y su indomesticabilidad. Pero, sin embargo, esa lucidez tiene límites. No puede comprenj der la proximidad de la transferencia negativa y de la transferencia erótica original, aunque oponga estoj dos componentes de la transferencia a la que es amisi tosa y tierna. Hablar de ambivalencia de los sentii mientos, como lo hace a propósito de los individuoi « Ibid., 50 Ibid.,
p . 3 7 3 [ x n , 1 04 -1 0 5 ]. p . 3 6 6 [X II, 9 8 ] .
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normales o neuróticos, es referirse a capas psíquicas ii,*cundarias; cuanto más va uno hacia lo primario y es el caso en la psicosis—, más desaparece la ambivalencia en beneficio de la identidad. Freud lo reconoce a su modo cuando escribe: “ Allí donde la capalidad de transferencia se ha vuelto en lo esencial negativa —como en las paranoias—, allí cesa la posibilidad de influir y de curar.” ’* Omite subrayar que ( negativo es lo positivo del exceso de investidura pi imaria, donde ni siquiera hay relación de objeto y de alteridad, y donde el rechazo del llamado otro es íiii absorción. Freud reconoce implícitamente, en la página siguiente, que hemos encontrado los límites de la locura, y que esto es el fruto de esa transferencia excesiva. “ Los movimientos inconscientes no quieren «cr rememorados, como desea la cura, pero tienden II reproducirse según la temporalidad y la capacidad de alucinación del inconsciente. El enfermo, un poco como en el sueño [como en la psicosis], otorga a las experiencias de vigilia de sus movimientos inconscientes, actualidad y realidad; quiere actuar sus pailones sin consideración a la situación real.” ” En torno al desborde de esta transferencia negativa-positiva de naturaleza erótica arcaica, Freud girará una y otra vez en los años siguientes; en su camino, se encontrará una y otra vez con el espectro de la hipnosis y la sugestión, del cual nunca logra distinguir completamente —y menos separar— al psicoanálisis. No es en absoluto asombroso que, el mismo año de 1912, en sus “ Consejos al médico sobre el tratamiento psicoanalítico” , haga un intento extremo para redefinir la posición del analista en la pureza de su no intervención y de su no implicación, como a fin de exorcizar, si fuera posible, la nota inquietante de 3* Ibid., 32 Ibid.,
p. p.
373 374
[XII, [XII,
104], 105].
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las últimas páginas de “ La dinámica de la transferéft* d a ” . El médico no debe hacer esfuerzos de memorii, no debe tomar apuntes durante las sesiones, ni proc«der, durante el tratamiento, a una elaboración científica; por el contrario, debe mantenerse en estado de atención flotante, dejarse sorprender por la no vedada en pocas palabras: se exige de él la misma frialdad de sentimientos que al cirujano, con el fin de cuidar su propia vida afectiva y de poder ayudar al enfermo lo mejor posible. Estos consejos están dados, explícita^ mente, como la contrapartida, para el analista, de la regla fundamental a la que debe someterse el paciente: “ Así como el analizado debe comunicar todo [. . .], así el médico debe ponerse en situación de uti« lizar todo lo que le es comunicado con vistas a la int terpretación, al reconocimiento del inconsciente ocuh to, sin sustituir la elección propuesta por el enfermQ por cualquier tipo de censura; en pocas palabrai^ debe presentar al inconsciente emisor del enfermo su propio inconsciente como órgano receptor, compor^ tarse con el analizado como el auricular del teléfono con respecto al micrófono. Así como el auriculan transforma nuevamente en ondas sonoras las vibran ciones eléctricas de la línea telefónica provocadas por las ondas sonoras, así el inconsciente del médico es capaz, a partir de los retoños del inconsciente que le son transmitidos, de reconstruir el inconsciente que ha determinado las ideas del enfermo.” ” Nos hemos acostumbrado a estas fórmulas de Freud como si fueran obvias; hemos aceptado como una evidencia la conclusión que se sacó: “ Sin embargo, para que el médico sea capaz de utilizar así su inconsciente como instrumento en el análisis, debe reunir en una medida muy amplia una condición psicológica. No puede tolerar en sí mismo ningún tipo 33 Ibid., pp. 381-382 [xii, 115].
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de resistencias que desvíen de su conciencia lo que su inconsciente reconoce, porque de lo contrario, introduciría una nueva manera de elección y de deformación que sería mucho más dañina que la que produce la tensión de su atención consciente.C oncepción ésta muy seductora, pero absurda y utópica a la vez. Si el analista no tuviera ninguna resistencia (lo cual es reconocido como imposible en la página siguiente: “un análisis así de una persona prácticamente sana quedará, naturalmente, incompleto” ), no conocería la represión y por lo tanto no tendría inconsciente. Además, ¿por qué es necesario que el discurso del paciente, para ser percibido por la conciencia del analista, haga un rodeo obligado por el inconsciente de este último? ¿Por qué debe ser el inconsciente del analista el que primero se impresione para que el adivinamiento sea posible? Porque es este inconsciente puro y virgen el que, en la concepción freudiana, aparece como el operador necesario que transforma el mensaje del paciente en reconstrucción posible. El analista, que debe permanecer impenetrable, que debe resguardar su capital afectivo mediante la frialdad de sus sentimientos, es invitado a poner su inconsciente, totalmente y sin reservas, a disposición de su paciente, es decir, a hacer una abstracción total de su subjetividad para tansformarse en una pura matriz, sin prejuicio, evidentemente, pero también sin intención, sin deseo, sin idea, una cera ofrecida por entero a la objetividad. Esta utopía absurda, evidentemente llena de sentiIbid., p. 382 [XII, 115]. En “ Introducción al tratamiento” el tono no será el mismo; “ Quien esté familiarizado con la naturaleza de la neurosis no se asombrará al oír que, incluso aquel que es perfectamente capaz de utilizar el análisis para los demás, puede comportarse como cualquier mortal y estar en condiciones de producir las más intensas resistencias no bien se vuelve él mismo objeto de psicoanálisis” (G.fy., 8, p. 458) [xii, 128],
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do, ocupa un lugar preparado para ella en la teoría. De las tres transferencias distinguidas por Freud’*! (negativa, positiva erótica originaria, positiva susceptible de conciencia y no indecente), sólo la tercer* era realmente recuperada por la técnica, porque se basaba en las representaciones de espera que pueden encontrar, en el analista, correspondencias de detalle susceptibles de ser acotadas y analizadas. La actitud de pura receptividad que se reclama del inconsciente del analista —y es en efecto una actitud o una postu-¡ ra, no una realidad— otorgará un estatus técnico a las otras dos especies de transferencia (de las cuales se ha dicho que forman una sola), puesto que no pasan por los objetos ni por las imágenes intramundai ñas. En efecto, no hay representación posible de lo erótico originario. En otros términos, la utopía del inconsciente puro, virgen, no conflictivo y acogedor del analista, viene a servir de receptáculo, o de punto de anclaje, o de pantalla de proyección para las fuerzas libidinales originarias, aquellas “ que superan la medida y el modo de lo sensato y racional” .’^ Lo erótico originario positivo-negativo que no tiene lugar ni palabra, toma así cuerpo y adquiere lenguaje por efecto del mito del inconsciente sin resistencia, puesto en escena por el analista. “ Originariamente, sólo hemos conocido objetos sexuales; el psicoanáliij sis nos muestra que las personas honorables o estimadas de nuestra realidad también pueden ser para nosotros, en lo inconsciente, objetos sexuales” ,’^ sobre todo, podríamos decir, si esas personas sólo tienen oídos para aquello que, en nuestro discurso, lleva la marca de lo originario, de lo infantil, de lo erótico, de lo excesivo. Los consejos y conminaciones de 35 G.ÌV., 8, p . 371 [XII, 102-10Í]. 36 /bid., p . 366 [XII, 98]. 37 Ibid., p . 371 [XII, 103].
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Kreud pueden, pues, tomai un sesgo diferente: decir ijue el inconsciente del psicoanalista debe ser receptivo, es exactamente lo mismo que afirmar que debe seleccionar, en su escucha, lo que tiene que ver con lo originario erótico negador, que debe ser especialista en esto y oír todo —y por lo tanto convertir todo— en esa lengua originaria erótica negadora, sin detenerse ni en los sentimientos, ni en los prejuicios, ni en los intentos de sublimación, es decir, de utilización social de esas fuerzas. El espectro de la sugestión parece haber sido apartado. Si el médico quiere “ convencer” , si abandona “ la frialdad de sentimientos” , si manifiesta “ sus deficiencias” al paciente, si tiene una intención educativa, se ubica entonces en el campo de la “ psicología de la conciencia” , “ atraviesa el umbral psicoanalítico y se acerca a los tratamientos por sugestión” ; aun cuando mezcle una parte de sugestión dejando de ser puro espejo, debe saber que “ su método no es el del verdadero análisis” . Así, todo lo relacionado con los procesos secundarios, tanto en el analizando como en el analista, es cargado a la cuenta de la sugestión; todo lo relacionado con los procesos primarios le corresponde propiamente al análisis. Nada más fácil de admitir. Pero ¿no significa ver un solo lado de la cuestión? La fuerza de la sugestión no reside en lo que sugiere el otro, sino en la fuerza de la sugestionabilidad del paciente. Ahora bien, si la posición de pura receptividad del analista no sugiere, en efecto, nada de particular, ¿no será acaso una formidable sugestión, puesto que moviliza al analizando en sus fundamentos, puesto que lo hace salir de lo real y actual para llevarlo hacia el exceso, la desmesura y lo irreal? Además, confundir la función con la postura, es decir, creer —como lo hace Freud— que esta actitud de pura receptividad, una vez analizada toda resistencia, es posible, ¿no es volver otra vez al campo
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de lo mágico, para adoptar simplemente una posición perversa de omnipotencia que encierra al paciente en la omnipotencia infantil que le corresponde? Por otra parte, ¿es tan evidente que los métodos de sugestión sólo alcanzan a los procesos primarios? Esto implica confundir una vez más aquello que es sugerido proveniente del hipnotizador, por ejemplo, con la fuerza de la sugestionabilidad, que puede conducir hasta el sometimiento. Por lo tanto, sería falso estimar que la actitud del psicoanalista cree la transferencia. En “ Sobre la dinámica de la transferencia” se pone cuidado en subrayar; “ No es exacto que la transferencia, durante el análisis, aparezca más intensa y desenfrenadamente que fuera de él. Advertimos en los hospitales, donde los neuróticos no son tratados analíticamente, las más extremas intensidades y las formas más indignas de una transferencia que llega hasta la sujeción, así como la coloración erótica indudable de dicha transferencia. [. . .] En consecuencia, estas características de la transferencia no deben cargarse a la cuenta del psicoanálisis, sino que deben imputarse a la neurosis misma.” ^®Muy bien, pero, con esa palabrita —neurosis— que Freud desliza al final de este párrafo, hace un poco de trampa. En los hospitales no suelen ser los neuróticos comunes quienes se hacen tratar, sino más bien los psicóticos, aquellos que, en su opinión, no tienen nada que ver con el psicoanálisis, no —como a veces dice— porque sean incapaces de transferencia, sino porque su transferencia negativa o erótica es tan violenta que escapa a la influencia.^’ Ahora bien; es este tipo de transferencia el que desencadena el psicoanálisis y que plantea un problema que Freud no logra resolver, porque pone en jaque. 3« I b i d ., p p . 3 6 6 - 3 6 7 [ x i i , 9 9 ] . 3’ I b id . , p . 3 7 3 [XII, 1 0 4 ] ,
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romo hemos visto, el proceso de rememoración.““ Con la posición que adopta el analista, el analizando siente que empiezan a dominarlo fuerzas que hasta entonces desconocía, porque estaban reprimiiImS: La pura receptividad impenetrable tiende a repioducir, en la vigilia, las condiciones de posibilidad lid nacimiento del sueño. El psicoanalista que se desIía de la realidad para prestar atención sólo a la realidad psíquica de lo erótico positivo-negativo, se sitúa i'ii el nivel de la pasión infantil y, precisamente porque no quiere nada en particular, porque le hace perder al pensamiento el lastre de lo afectivo, de lo intelectual y de lo activo, porque su espera de él está en Iti mayor indeterminación, empuja al analizando, enloquecido, a reaccionar actuando sus fantasmas, o II reproducir lo infantil en la realidad. Una vez más, la claridad de los principios y la senlillez de los consejos dados, que sin duda habían aportado al método analítico un mayór rigor y una especificidad más sólida, son insuficientes para contener las fuerzas que la situación ha despertado, y para volverse capaz de aprovecharlas. Después del lodeo de los “ Consejos al médico” , hemos vuelto a las últimas e inquietantes páginas de “ Para la dinámica de la transferencia” : “ El enfermo, un poco como en el sueño, otorga a las experiencias de vigilia de sus movimientos inconscientes, actualidad y realidad, quiere actuar sus pasiones sin considerar la situación real.” “" Esto es exactamente lo que desarrollará, en 1914, el artículo intitulado “ Recordar, repetir y reelaborar” .“*^ ““ Ibid., p. 374 Ixii, 1051. “" Ibid., p. 373 [XII, 105]. Según St,, 12, p. 146, tendríamos aquí la primera aparición del concepto de compulsión a la repetición. Más adelante se verá que, de su reflexión sobre la transferencia, Freud habría podido muy bien sacar también el concepto de pulsión de muerte.
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Para comenzar, Freud se muestra mucho más inseguro de la distinción que existiría entre la hipnosí( y el psicoanálisis. En cuanto puede, abandona no sólo la abreacción (habrá que recordárselo en seguida), sino también el hecho de recordar. “ DebemoÉ conservar nuestra gratitud hacia la antigua tècnici hipnótica, porque nos ha hecho avanzar en el aislamiento y la esquematización de ciertos procesos psíquicos del análisis. Sólo por esta técnica hemos tenida la valentía de crear, en la cura analítica, situaciond complejas y mantenerlas en estado transparante. Y más adelante: “ Hay casos que [con la nueva técnica] tienen el mismo comportamiento que con la técnica hipnótica, y sólo más tarde renuncian a él; otro* casos se presentan, desde el comienzo, de un moda diferente. Si queremos caracterizar esta diferencil dentro del segundo tipo, debemos decir que el analizado no recuerda absolutamente nada de lo olvidada y de lo reprimido, sino que actúa. Lo reproduce no como recuerdo, sino como acto, lo repite, naturalmente sin saber que lo r e p i t e . L a diferencia expresada aquí remite a dos modos de transferencia o a dos momentos de la cura, de los cuales el primero cubre lo que pasaba en la hipnosis, durante la cual lo* síntomas desaparecían; pero si luego “ esa transfereai eia se vuelve hostil e hiperpoderosa y, en consecuencia, susceptible de represión, de inmediato el recuerdo deja paso al actuar. A partir de ese momento, las resistencias determinan el orden de lo que debe repetirse” .“* « G.W., 10, p. 127 Ixil, 150]. **lbid., p. 129 [XII, 152]. Ibid., pp. 130-131 [XII, 153]. Aquí, Freud distingue la transferencia leve e inexpresada (mild und unausgesprochen) de la transferencia hostil e hiperpoderosa (feindselig und überstark)-, en su autobiografía (G. W., 14, pp. 67-68) [xx, 40], opondrá la trans-
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Así, pues, se han reducido a dos los tres tipos de 11ansferencia distinguidos en el artículo “ Para la dinámica de la transferencia” . Pero Freud no se inteItoga acerca de la razón del nexo y hasta de la asimilación de la transferencia negativa con la positiva hiperpoderosa, o de la negación y del exceso. Tampoco se detiene en la relación que establece esta vez, por un lado entre transferencia leve y ausencia de resistencias, y pór otro entre transferencia hostil e hiperpoderosa y presencia de resistencias. Finalmente, no tte pregunta por qué esta segunda forma de transfelencia implica la actuación en el lugar de la rememolación. El hecho de que no se plantee ninguna de estas cuestiones encuentra su causa en la perspectiva que ha adoptado para considerar a la transferencia y a las lesistencias. Como vimos, para Freud es la resistencia la que utiliza a la transferencia, y no menciona que lo inverso es posible, a saber: que la transferencia provoca la resistencia. Sin embargo, lo admite indilectamente cuando explica, por ejemplo, que el silencio del analizado al comienzo de la cura “ no es, naturalmente, nada más que la repetición de una posición homosexual que se adhiere como resistencia a todo recuerdo” .“* Pero no extrae las consecuencias de esto. Por el contrario, es fácil de admitir que la detención de las asociaciones en el analizado es efecto de la imposibilidad de hablar la relación originaria erótica, para la cual faltan las representaciones. El paciente se calla porque no dispone de palabras, porque se encuentra —o se vuelve a encontrar— en una situación en la cual el lenguaje está suspendido por insuficiencia. No obstante, esta relación originaria erótica ferencia tierna y mesurada (zärtlich und gemässigt) a la transferencia apasionada ú hostil (leidenschaftlich, feindselig). 10, p. 130 [XII, 153].
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implica una carga libidinal tan fuerte que, al despetltarla, obliga a manifestarla y, en consecuencia, a actuarla. Freud lo reconoce también implícitamente cuando advierte, en la página precedente, la imposl' bilidad de recordar “ experiencias extremadamenll importantes, que han tenido lugar en épocas muy lejanas de la infancia y que han sido vividas sin comprensión” ;“'^ pero aquí tampoco las conecta con la transferencia y lo que ella produce. El analizado^ nuevamente ubicado en ese estado primero, actúan como un niño, sin poder decir lo que hace, aun sintiendo la necesidad de hacerlo. Además, si repite en lugar de pasar por los desvíos de la acción ordinaria^ es porque la transferencia le da una disposición que nunca encuentra en estado puro en la vida social^ pero que ha dejado en él huellas indelebles, aunque no sea más que porque son primeras, y que sólo piden revivir con toda la intensidad de antaño. Si por el contrario, la transferencia suave y tierni permite, como la hipnosis, el trabajo de rememoración, es porque en uno y otro caso, la transferencil o la hipnosis no aparecen, en tanto tales, como rela^ [ ción. Como fuerzas actuantes y determinantes, guar- | dan silencio y callan sü secreto, no dicen su nombré i ni su procedencia, que es el límite del lenguaje, su plenitud máxima y su negación, y es por esto por lo que pueden suscitar las palabras para experiencia^ que han sido representadas y olvidadas. En el artícui lo de 1913 “ Sobre la iniciación del tratamiento” , la única frase subrayada es la siguiente: “ En tanto las comunicaciones e ideas del paciente se sucedan sin bloqueo, dejamos intocado el tema de la transferen-* cia.” No despertéis al gato dormido. . . se despertará como un tigre. El texto continuaba: “ En estos procedimientos, los más escabrosos de todos, esperamos a p . 129
[XII,
1 5 2 ].
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lini’ la transferencia se transforme en resistencia.” '** I’oique la transferencia es la resistencia. ConformarMcon afirmar que la resistencia del analizando es la pIi I analista, significa psicologizar la cuestión y arrohirn.' a los procesos culpabilizadores de la interrogaIion infinita de la contratransferencia, a menos que iii' comprenda que la resistencia del analista consiste rii no reconocer la naturaleza de la transferencia. I'iilu última es resistencia porque es escenario de una liu ha decisiva en la cual cada protagonista está amenizado en su posición de sujeto y, por lo tanto, en su Hila. Freud lo dice al pasar, cuando menciona las arniiis utilizadas por el paciente“** y que es necesario 'mancarle, o el combate perpetuo*® para llevar los Inpulsos del enfermo al terreno del análisis. Es reconocer implícitamente, entre analizando y analista, lina relación de fuerza que la impasibilidad e impeneiiabilidad del analista, por un lado, y la total libertad ili palabra del analizando, por otro, tienden permanentemente a velar. Con el pretexto de que el analista ilebe negarse, en cualquier situación, al enfrentalllento, que jamás debe intentar justificarse y, por lo liliilo, defenderse, sino que debe volver a lanzar la bllabra del analizando sobre otro escenario, olvidamos reconocer que, en otro nivel no expresado, la relíción transferencia! es relación de violencia, una vioIrncia simultáneamente mucho más sutil y mortífera que la que reconocemos en cualquier altercado. Va fii ello, simplemente, la existencia misma del sujeto que se puso en la situación de depender enteramente hIn otro, de quien espera todo o nada, ambos igualmente indeterminados. Esto es válido tanto para el « G .tF ., 8, p. 473 [XH, 140]. « G .tF ., 10. p. 131 [xif, 154]. *®G.1F., 10, p. 133 [xii; 155] y 8, pp. 368 y 374 [xn, 101 y
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analista como para el analizando. Que un individlljí esté suspendido de otro, como para poner en práctUl el mito del origen antes que la relación de objeto, iniir plica la mayor de las violencias, aquella que se defiilfr.' por la alternativa: o permanecer aquí al lado, o rü ventar; o vivir gracias a esa suspensión,* o morif f, causa de ella. , Aquí no hay nada de extraordinario, ninguna de|i* cripción seudometafísica, sino aquello que todo ani*' lista ha oído cien veces, salvo que no haya queri^ oírlo, por ejemplo, a través de la imposibilidad de un analizando de dejarlo,^' sus reacciones desmesuí«* das ante una ausencia, su miedo pánico de encontríl* selo fuera de las sesiones. Hechos múltiples que vn cada caso asumen la desproporción de un abandoSii absoluto y que señalan, bajo la apariencia de una iifl portancia fabulosa dada al analista, su negaci^, Porque el analista no podría tener existencia proj^i, aunque la dependencia con respecto a él pudiera, con toda facilidad, llamarse independencia y suficiencfld Cuanto más total es la dependencia, más se conviflilt en ignorancia del otro. La relación de violencia lur entraña aquí táctica alguna, ni tampoco estrate^; ningún juego; esa relación es inmediatamente luchia muerte, lucha hasta la desaparición. Esto no val# sólo para el analizando que intenta absorber al ana i Suspens tiene en francés dos acepciones: suspenso, in trig ||£ postergación, vocablo éste que en castellano equivale a “ suspfi sotnfl sión” . En el párrafo hay un intencionado juego de palabras: s u t pendu: colgado, y suspens, suspenso, cuyo valor de “ colgadutf^l está mejor dado por “ suspensión” . [T.] ' 5’ “ En los primeros años de mi actividad psicoanalítica, en contraba la mayor de las dificultades en instar a los enfermos a qw se quedaran; esta dificultad desapareció desde hace mucho tiempo ahora debo esforzarme, con angustia, en obligarlos también a d(< jar. “ Sobre la iniciación del tratamiento” , G. fV., 8, p. 462 (19MI Ixii, 131j.
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lilla, porque al primero le importa mantener al anali ila y que éste se mantenga en la invulnerabilidad. .\hora bien: permaneciendo a distancia, al suscitar la huma de relación original erótica, el analista exaspeIII el deseo y la necesidad de abolir esa distancia inIqmpatible con esa relación. Así, violenta al anali'índo, lo instala en lo insoluble y en la necesidad, ya un de refugiarse en una resistencia acrecentada, ya I 11 de poner en acto, bajo mil formas diversas, un |)i oceso de autodestrucción. Freud reconoce que la Ilógica de la repetición conduce a un “ agravamiento (iccuentemente inevitable durante la cura’’,” e iniluso a “ daños vitales’’,” porque las mociones puliiionales más profundas logran repetirse. Pero, una más, el texto no hace más que una alusión a la liansferencia y evita descubrir uno de sus efectos. Sin iflibargo, resulta fácil ver hasta qué punto trabajan Iquí conjuntamente los dos tipos de transferencia, lijltdos a la resistencia y a la repetición. La transferen111 excesiva erótica ya no se diferencia de la transfeHincia negativa hostil, porque la relación original l Onlleva ambos aspectos como indisociables: el atracllvo del otro es su destrucción; en el paroxismo, el imor es odio. Freud no guiará su investigación en este sentido, i>l menos no directamente, porque este aspecto de la liansferencia que quedó sin desarrollo hará su reapailción más tarde, de otro modo. En efecto, es la pulllón de muerte la que aparece aquí filigranada en el momento en que, por primera vez, es evocado el automatismo de repetición;’“ por otra parte, es esta compulsión a repetir la que servirá para introducir las ” G.W., 10, p. 132 [XII, 154]. ” Ibid., p. 133 [xii, 155]. 5“ G.W., 8, p. 374 [XII, 105]; 10, p. 134 [xii, 156]; Sí., 12, p. 146.
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especulaciones acerca de la pulsión de muerte ft I “ Más allá del principio de placer” . Pero esta pu será planteada sin ningún nexo.con la transfereuiiii, hasta se dirá, explícitamente, que no es posible desdi brirla en la cura analítica. Esto, sin duda, porque iiu es necesario que lo sea, porque sería demasiado p
vidar de dónde le venía esta cuestión. Para rendir cuenta de la transferencia; sin que p,i' rezca, Freud operará otro rodeo tratando sobro U hipnosis. Pero es imposible percibir el interés y el vi lor de lo que dirá, si primero no se capta la dificullíiil para diferenciar claramente el método analítico dtí hipnótico. Ya se ha subrayado que el artículo sobre “ Rectf^ dar, repetir y reelaborar” ponía a la transferenfli leve e inexpresada en el campo de la hipnosis, porqtf tanto en uno como en otro caso, es posible recordH gracias a la ausencia de resistencias. La transferendi hostil e hiperpoderósa caracteriza a la nueva técnitfljfl que toma en cuenta a las resistencias y ve surgir L i " repeticiones. Pero es preciso ir un poco más lejoi Esa transferencia hostil e hiperpoderosa no es sólo un rasgo de la nueva técnica: es el aparecer de la cara oculta de la transferencia leve;' es la esencia de li transferencia, que hay que evitar develar salvo quf sea necesario, o en tanto no sea necesario para la cura ^ o pueda resultar hasta funesto. Y puesto que transft- < renda leve e hipnosis lian sido aproximadas, se im p ^ ’ ne la conclusión de que el motor del análisis, ocullj» o manifiesto, es el mismo que el del método hipnó(J-
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Kl.” Nos asombra menos, entonces, leer ál final del mismo artículo algo que podría parecer extraño: "lista perelaboración de las resistencias puede ser una tarea cansadora para el analizado y una prueba ili' paciencia para el médico. Pero es esta parte del IIabajo la que mayor efecto de cambio tiene sobre el luciente, y diferencia al tratamiento analítico de toda liilluencia por sugestión. Teóricamente, podemos 1 ompararla con la ‘abreacción’ de las cargas afectivas lomprimidas por la represión, sin la cual el tratamiento hipnótico se queda sin influencia.” ” Por lo unto, si prácticamente la perelaboración aleja de la sugestión, se acerca á ella teóricamente, puesto que no se la pone en paralelo con la asociación libre, que 4onstituía la diferencia, sino con la abreacción, que tenia lugar bajo hipnosis. La vacilación de esta última liase es comprensible por más de un concepto. En piincipio, sin duda porque en ella se produce un callejón sin salida entre la sugestión entendida como lo lugerido por el médico y la sugestión como sugestionabilidad por parte del paciente, pero sobre todo porque con la repetición, es decir la reproducción de los síntomas, con la eclosión de una ‘‘enfermedad arlificial” y, por lo tanto, más que nunca de una neuroHis de transferencia, en el sentido más estricto, Freud tabe que vuelve a dar con la vieja concepción de hipnosis, la cual, según Charcot, no era otra cosa que una ‘‘neurosis, una histeria provocada artificialmente” .” Freud lo reconocerá en 1925, en su autobiografía: “ Sin difi' ullad se reconoce en ella (la transferencia) el mismo factor dinámico que los hipnotizadores han denominado sugestionabilidad, que es el soporte de la relación hipnótica” (G. W., 14, p. 68) [xx, 4 0 ].
” G.W., 10, p. 136 {XII, 157). Citado por Léon Chertok, “ Hystérie, hypnose, psychopathologie, histoire et prospective” , en Annales médico-psychologiaues 1 9 7 4 , t. 2 , p . 5 9 9 .
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Existe otro nexo, mucho más radical, que Freud establece entre transferencia e hipnosis: a través de il mediación del estado amoroso. Si por un lado leemoll I “ Puntualizaciones sobre el amor de transferencia” , “ y por otro el capítulo octavo de Psicología de las ma sas y análisis del yo, nos vemos obligados a concluí que lo que se expresará en este último texto sobre In hipnosis para definir su especificidad, también valdrá para la transferencia. La continuación deberá rendí cuenta de esta aproximación. En las “ Puntualizaciones” se vacila, primerameH ■ te, en reconocer en las expresiones amorosas de lal ' pacientes las características de un amor verdadero, pero la argumentación se da vuelta si consideram# que “ este estado amoroso consiste en nuevas edicia* nes de antiguos rasgos y repite reacciones infantiles” .^* Además, “ la resistencia no ha creado este amor, sino que lo encuentra ya allí, se vale de él y exagera sus manifestaciones. La resistencia no debilita la autenticidad del fenómeno” . En síntesis, el estado amoroso que aparece durante el análisis puede set “ descrito a través de algunos rasgos que le asegura^ un lugar aparte. Dicho estado es: 1] provocado poi la situación analítica; 2] llevado al extremo por la resistencia que domina la situación; 3] está desprovisij) en alto grado de consideración por la realidad, es máÉ insensato, menos atento a sus consecuencias, más cie^ go en la apreciación de la persona amada de lo que quisiéramos confesar para un estado amoroso normal. Sin embargo, no debemos olvidar que precisé mente por alejarse esos rasgos de la norma, constituyen la esencia de un estado amoroso.” ” De estOi Ffeud no deduce nada que hubiera podido aclarar la naturaleza de la transferencia. Lo aprovecha sóld 58
G.W.,
1 0 , p . 3 1 7 [ X I I, 1 7 1 ] .
5 » / W r f . , p p . 3 1 7 - 3 1 8 [X II, 1 7 1 - 1 7 2 ] .
i« in if c r e n c ia : e l s u e ñ o
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pura repetir la orden que viene formulando desde el principio de este artículo: el médico no debe sacar de lir situación ningtin beneficio personal, y tampoco Kliponder a los requerimientos de su paciente. Si Freud no avanza en estas afirmaciones y apairjnta conformarse con disertar acerca del estado imoroso, es, una vez más, porque sigue prisionero de irt concepción de la resistencia y no puede, en conselUcncia, aprovechar la ocasión para elaborar más su lOncepción de la transferencia. El hecho de que el ítnor sea utilizado en el análisis para tornarlo imposible, haciendo salir al analista de su posición, vaciada de emoción y de confesión, nos indica que el amor se define por la reciprocidad mucho más que por la realización de objetivos sexuales. Porque es la no reciprocidad la que resulta decisiva para diferenciar a la transferencia del amor; pero es también ella la que india al amor para evitar el efecto de la no reciprocidad, que es el retorno a la dependencia infantil, el despertar de las pulsiones más primitivas, y finalmenIc el sometimiento al otro hasta el riesgo de la inexistencia. A todo lo largo de estas páginas, Freud insiste en la necesidad de no satisfacer la demanda de amor; pero esto es muy superficial en comparación con la no respuesta radical que pone al analista a disposición del paciente para oírlo, de tal modo, sin embargo, que este último no pueda disponer de aquél. A lo que el paciente se resiste, prefiriendo transformarse en objeto sexual que compromete al otro, es a una relación sin relación, un vínculo exasperado con una presencia que se oculta, aunque se presente como pura receptividad. La resistencia no es, en principio, resistencia al tratamiento, sino resistencia a la transferencia y al peligro mortal que implica; resistencia (anto más fuerte por cuanto el analizando se niega a algo en lo cual ya está encerrado indefectiblemente. 1Ì1 asunto de la satisfacción está aquí totalmente su-
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t r a n s f e r e n c ia : el .siuñi
perado, porque el proceso en curso pone al individVili en una situación lógicamente anterior a la relación d( objeto; está en lucha con otro, del cual no se diferel* eia y que sin embargo lo funda. Podríamos muy bitii decir, entonces, que lo que experimenta es irreal, o lo desvía de la realidad, si inmediatamente precisatili)«: que en ello no hay nada que sea más real, porque nr trata de la actualización de una relación supuesta poi toda relación. El amor, entonces, no sería más quf un sucedáneo de una relación primera manifestaáii en la transferencia. De todo esto Freud no habla, al menos no a prn pósito de la transferencia. Pero si releemos el capitila lo 8 de Psicología de las masas. . ., nos damos cuentn de que la relación establecida entre hipnosis y esta(M> amoroso es exactamente la misma que la que encontramos en las “ Puntualizaciones” entre transferenCB y estado amoroso; la transferencia es el estado amoroso, si excluimos de este último toda satisfacción .icxual directa o indirecta. Para que se aclaren algun|iN aspectos decisivos de la transferencia, basta con pensar que de esta última se trata cada vez que se menciona la hipnosis. Del estado amoroso a la hipnosis no hay, evidentemen#, más que un paso. Las concordancias entre ambos saltai a la vista. La misma humilde sumisión, docilidad, ausencli de crítica con respecto al hipnotizador que con respecto al objeto amado. La misma absorción de las iniciativas propias; no cabe duda; el hipnotizador ocupa el lugar del ideal del yo.^ En la hipnosis, todas las relaciones son sólo mál ^ “ Cuando Freud afirma que, en la hipnosis, el hipnotizacm ha tomado, para el sujeto, el lugar ideal del yo, describe un tip^ de relación que es la misma que el psicoanalista mantiene con su paciente.” Léon Chertok, “ Freud et les théories de l’hypnose; histoire et interrogations” , en Revue de médicine psychosomatique 1976,t. 18, p. 156.
transferencia; el sueño
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explícitas y están más reforzadas, de tal modo que dilucidar el estado amoroso a través de la hipnosis sería más apropiado que lo inverso. El hipnotizador es el único objeto, ningún otro es considerado con relación a él. Que el yo experimente como en sueños lo que el hipnotizador exige y afirma nos advierte que hemos olvidado mencionar, entre las funciones del ideal del yo, el ejercicio de la prueba de la realidad.*' No es asombroso que el yo considere como real una percepción,, si la instancia psíquica encargada, por otra parte, de la tarea de la prueba de la realidad, se pronuncia por esa realidad. La ausencia total de tendencias con finalidad sexual no inhibidas contribuye ampliamente a la extremada pureza de los fenómenos. La relación hipnótica es un abandono amoroso sin límite, con exclusión de la satisfacción sexual, mientras que esta última, en el estado amoroso, sólo es postergada provisoriamente, y permanece en seA partir de 1890, en “ Tratamiento psíquico” , ya había eslabiecido todos los nexos; “El hipnotizador dice: ‘Usted ve una serpiente, usted huele una rosa, usted oye la más bella música’ y el hipnotizado ve, huele, oye, tal como la representación inducida en él reclama de él. ¿De dónde sabemos que el hipnotizado realmente tiene esas percepciones? Podríamos pensar que solamente hace como si; pero sin embargo no hay ninguna razón para dudar, porque se comporta exactamente como si tuviera esas percepciones, expresa todos los afectos que les pertenecen, puede también, en ciertas circunstancias, contar, después de la hipnosis, sus percepciones imaginadas y sus experiencias. Advertimos luego que ha visto y oído como nosotros vemos y oímos en sueños, es decir, que ha alucinado. Está manifiestamente tan creyente con respecto ai hipnotizador que está convencido de que una serpiente debía ser vista, si el hipnotizador se lo indicaba, y esta convicción actúa con tanta fuerza sobre lo corporal que ve realmente la serpiente, tal como a veces puede suceder también en personas no hipnotizadas. ’’Advirtamos al pasar que una creencia tal como el hipnotizador la ha preparado para su hipnotizado, se encuentra fuera de Ib hipnosis, en la vida real, únicamente en el niño con respecto a sus padres amados, y semejante disposición de la vida psíquica propia con respecto a la de otra persona, con una sumisión semejante, tiene un correlato único, pero que conserva todo su valor, en numerosas relaciones amorosas con una abnegación total” (C.iV., 5, p. 307) [I, 127].
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transferencia: el sueno
gundo plano como una finalidad posible más tarde.“
Remplazar en este texto la palabra hipnosis por transferencia*^ puede parecer indecente y forzado* sobre todo si continuamos la lectura de la página siguiente: “ Todavía hay en la hipnosis muchas cosas que debemos reconocer como no comprendidas, como místicas. Tiene una nota de parálisis a partir de la relación de un todopoderoso con un impotente, un abandonado, lo cual tal vez configure un pasaje hacia la hipnosis de terror de los animales.” ¿No será simplemente la resistencia lo que aquí se describe, no la resistencia sutil y fuerte de la que habla Freud, y que tan astutamente utiliza a la transferencia, sino la mencionada más arriba, efecto inevitable de la transferencia hiperpoderosa, constitutiva de la relación analítica? En 1921, treinta años después de su descubrimiento, en este lugar Freud no puede nombrar a la transferencia. Ha inventado el psicoanálisis para liberar al neurótico de sus síntomas, para modificar su vida psíquica, para liberar fuerzas hasta entonces encadenadas, para permitir que la singularidad se diga y se afirme. ¿Cómo podría admitir ahora que la transferencia, no sólo en sus desviaciones o en los riesgos que suscita {Lebensschádigungen), sino en su naturaleza misma, es portadora de parálisis*^ y de muerte? Ciertamente, ha comprobado en las curas analíticas la fabulosa credulidad de pacientes por otra parte sensatos y críticos, pero no se atrevería a escribir, sobre la relación con el analista, lo que agre“ G.W., 13, p. 126 [xvm, 108], En el capítulo 10 de Psicología de ¡as masas. . . la relación con el hipnotizador es denominada transferencia (G.fV., 13, p. 141) [XVIII, 120], En la “Autobiografía” (£7. IV., 14, p. 68) [xx, 40], se dice claramente que la transferencia apasionada u hostil paraliza (lahm legt) el trabajo de asociación del paciente.
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gaba en una nota en los Tres ensayos de teoría sexual'. “ No puedo dejar de recordar aquí la docilidad crédula del hipnotizado con relación al hipnotizador, lo cual me hace suponer que la esencia de la hipnosis debe ubicarse en la fijación inconsciente de la libido sobre la persona del hipnotizador a través de los componentes masoquistas de la pulsión sexual.” *’ Quienes se hallan persuadidos de la ruptura decisiva instaurada por Freud, que pondría al psicoanálisis definitivamente a salvo de un regreso a la hipnosis, sin duda se sentirán poco dispuestos a tolerar estas aproximaciones. Pero los psicoanalistas saben muy bien, al menos si no se han tapado los oídos, que su práctica los lleva a encontrarse permanentemente con estos rasgos límite (manifestados en la transferencia) que reproducen o aíslan los factores elementales, fundamentales y universales de la vida de relación. Esto se comprende del modo más claro en algunos analizandos. Fulano siente la permanente necesidad de que aquel a quien piensa que ama le preste atención, se muere si el otro se interesa por quienquiera o por cualquier cosa que no sea él, es decir que reduce al otro a la inexistencia singular, puesto que sólo le permite ser invadido y poseído. Los objetivos sexuales de este amor pueden ser totalmente puestos entre paréntesis, aun cuando la exigencia también los incluya. Lo que cuenta es que ni una fibra del otro le sea propia, sino que prolongue sin diferencia la existencia del primero. Finalmente, el otro es percibido “ como en un sueño” y pierde toda diferenciación subjetiva. Pero esto se da vuelta, porque este otro, maleable en todo sentido, se transforma, literalmente, en el ideal del yo, porque es el otro perfecto. Nada resulta más fácil que identificarse con él, es decir, transformarse uno mismo en ese otro sin aspereza ni *’
G.W.,
5, p . 5 0 [VII, 137 ].
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transferencia: el sueAO
frontera, y ubicar al otro en la posición inversa, la de la omnipotencia que paraliza y destruye, hasta la raíz, la subjetividad propia, porque es otra vez mi omnipotencia lo que vivo cuando el ideal de mi yo me conduce asintóticamente a la muerte. Hay aquí un juego de sube y baja permanente, donde cada uno hace del otro y de sí a veces él polo de su sometimiento y su desubjetivación, a veces el de sus exigencias desmesu' radas. Si Freud ve en la hipnosis algo misterioso e inexplicado, es porque sólo se detiene en el segundo momento de la alternancia. “ Los componentes masoquistas de la pulsión sexual” sólo pueden actuar en la medida en que el hipnotizador ha sido puesto en estado de dependencia y disponibilidad absolutas, si tomó el lugar del objeto aislado de todo el resto y funcionando sólo para el hipnotizado. La anulación de la independencia del hipnotizador es la condición sine qua non de la sumisión del hipnotizado. Ahora bien; es así como se describe al analista en “ Consejos al médico” . Como hemos visto, el analista debe abandonar todo esfuerzo de memoria, todo proyecto científico, toda reacción afectiva, para transformarse en puro receptor que deja trabajar a su inconsciente abandonándolo a la entera disposición del analizado. La no reciprocidad de la que se habló anteriormente para distinguir a la transferencia del amor, la no respuesta del analista a las demandas de satisfacción, devienen respuesta extraordinaria, inesperada, soñada a la demanda del analizando, que así realiza el anhelo inimaginable, o muy raro, de encontrar por fin a otro de quien pueda hacer a la vez, o mejor dicho alternativamente, en las raíces mismas de su ser, en lo más íntimo y secreto que tiene, su súbdito y su amo absoluto. El analista es el que siempre está, el que es para mí solo durante cierto tiempo; sólo se preocupa por mí y, en cuanto a mí y en cuanto
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i r'l ^yo puedo ser cualquier cosa y de cualquier manei»t, él permanecerá alli, esperando. El colmo de la ilBinipotencia en la impotencia, puesto que yo necesiht ilei otro pero puedo modelarlo como yo quiera. El iiiilista, dicen, no responde a la demanda, pero, ¿a t|i!ir demanda arcaica su no respuesta no responde? I es el piso de la hipnosis, pero también el de la imnsferencia. Estamos más acá del narcisismo, porno necesitamos imagen ni reconocimiento. Estamos en los confines de la destrucción y de la exaltail()n, de la muerte y de la vida. Porque, al igual que III el apogeo de la pasión amorosa, la situación se reilrite: adoro a aquel de quien puedo hacer todo y lr)o que me subyugue. Como el analista no tiene mlstencia singular, se transforma en el otro soñado Hiic, por lo tanto, todo lo puede y todo lo sabe, y a i|UÍen sólo bueno puede ser el someterse y alienarse.** l’ero, finalmente, la transferencia no se confunde 11)11 la sugestión, no más que el análisis con el método hipnótico. Evidentemente, es necesario una vez más l»ecisar en qué consiste su diferenciación. No podríamos situarla ni en la posición acostumbrada del pariente, ni en la impasibilidad del terapeuta, ni siquiera cii el uso de la palabra o el intento de rememoración. Iodo esto estaba presente en las curas bajo hipnosis o por sugestión. El análisis se aparta de ios métodos interiores por el alargamiento progresivo del recorrifltt terapéutico, por la multiplicación de los rodeos. limpieza por apartarse de la explicación de los síntomas, lo cual caracterizaba al tratamiento catártico, para investigar los complejos que les dieron origen. ** Así concebida, la transferencia de los neuróticos no se difeNncia ya de la de los psicóticos. Freud pensaba que los psicóticos «run incapaces de transferencia. Esta afirmación puede ahora ser dada vuelta: son los psicóticos quienes manifiestan la naturaleza de la transferencia.
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transferencia; el siirni«
Luego se aparta de esta investigación para descubtu y vencer las resistencias. Finalmente, en lugar de tr« tar directamente esas resistencias, esperará que h manifiesten en las repeticiones. A partir de estas últi mas, se podrá volver a las resistencias y, a través di ellas, a los complejos, para desembocar en la disoltl ción de los síntomas. Lo que Freud quiere evitar l -u »ii este alargamiento es el enfrentamiento con el paciente, es decir, todo lo que implique acción directa dtl médico sobre el enfermo, evidente en la hipnosis y lit sugestión, todo lo que fuera intento de influencia, d imanejo sobre el paciente, todo lo que pudiera aparfcer como intención educativa o forzamiento para llf gar a la curación. El establecimiento de una relaciói de fuerza, en lugar de liberar al enfermo, puede ene» rrarlo en sus sistemas de defensa. Advirtamos al pasar que el éxito en este punto no es total y que las mf táforas militares reaparecen subrepticiamente. Üa habla, por ejemplo, de armas, de combate incesanifc, de victoria.*’ Sin embargo, no podemos decir que i“l método analítico vaya en ese sentido. Pero si la relación de fuerza no puede situarse entre el analista y d analizando, tal vez lo esté entre dos lados del análisil; el de la transferencia y el de la asociación libre. El análisis remplaza a la hipnosis por su regla fundamental, la de decir todo lo que pase por la mentí sin permitirse ninguna crítica.*® Esto significab| adentrarse en el mayor rodeo imaginable, puesto quí resultaba imposible prever el cuándo y el cómo de la llegada a la meta. El terapeuta pierde aquí todo su dominio, porque el paciente, a su gusto, a su ritmol a su modo, sigue los meandros de su historia, dej| aparecer sus pulsiones o sus fantasmas, deriva permanentemente con respecto a todo aquello que G.W., 10, pp. 131 y 133 [xn, 153, 155). 6«G.»'., 5, p. 5 [va, 239).
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líodría constituirse como espera por parte del analisIB. Mediante su palabra libre, y ante su propio asombro, el analizando reinventa o inventa lo que podría haber sucedido con él y que había tomado otro rum-. bo. En una nota de 1920 intitulada “ Para la prehistoiia de la técnica analítica” ,*®en respuesta a un ensayo polémico de Havelock Bilis, Freud dice que la ateni'lón que debe prestarse a las ideas libres que surgen {freír Einfall) (y no a las asociaciones), y el método para hacerlas aparecer, le fueron dados por la lectura de Ludwig Börne, cuyas obras le habían sido regaladas en ocasión de su decimocuarto cumpleaños y que aún conservaba cincuenta años más tarde, único vestigio de aquella época. “ Para transformarse en seis días en un escritor original” , Börne aconsejaba “ tomar una hoja de papel y asentar en ella todo lo que pase por la mente” ; de esto saldrán seguramente “ pensamientos nuevos e inauditos” . No es éste el lugar para señalar las transposiciones y los desarrollos que Freud supo imprimir a este consejo; volveremos sobre ello más adelante. Importa solamente subrayar que mediante ese procedimiento se expresan la originalidad y la singularidad de quien escribe, y en nuestro caso, de quien habla. Al dejar que toda idea súbita se diga, independientemente “ de la voluntad y de la reflexión” , el locutor saca a la luz los cimientos reprimidos de aquello que lo conforma, de aquello que lo hace sólo a él, aparte. Nos encontramos entonces en los antípodas de la sugestión y de toda palabra emitida bajo influencia. Así, el psicoanálisis está habitado por dos corrientes contradictorias. Por un lado, la transferencia, cuyo centro y motor residen en el sometimientoomnipotencia que conduce, como se mostró anteriormente, a la desubjetivación; por otro lado, las ideas *® G . W . , 1 2 , p p . 3 0 8 - 3 1 2 [ x v i i i , 2 5 7 - 2 6 0 ] ; S t . , 1 8 , p p 2 6 3 - 2 6 5 .
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libres y súbitas que plantean y estructuran o reestructuran la singularidad del sujeto. Es fácil de comprenda! que el análisis, que funciona sobre esta contradicción y que pretende superarla, produzca una fascinación que no ha tenido parangón en el pasado, como no sea la de las grandes religiones que quieren conjugar la sumisión y la libertad. Y no tiene por qué asombrar el hecho de que difícilmente se pueda volverle la espalda una vez que se es atrapado por él. ¿Qué otra práctica podemos imaginar que permita encontrar así una relación de sueño en la producción de la propia unicidad! Pero todo el asunto reside en saber si el psicoanálisis es capaz de cumplir sus promesas, es decir, hacia qué lado caerá finalmente el analizando. Para Freud, no hay ninguna duda de que la transferencia debe tener fin, de que debe resolverse o disolverse, deshacerse, descomponerse, una vez que el individuo es puesto nuevamente en su existencia, con capacidad de gozar y de actuar.^ Está convencido de que este imperativo puede realizarse efectivamente, Pero no hay ni evidencia ni facilidad. Entre los dos términos de la contradicción existe una relación de fuerza que Freud es el primero en haber considerado. Le hemos oído decirnos que en tanto la transferencia fuera “ leve e inexpresada” , el trabajo de asociación era cómodo y en consecuencia la rememoración, es decir que la transferencia desempeña en este caso su papel de motor secreto de la cura, es la ilusión que permite la palabra sin trabas, el descubrimiento de lo inaudito y la invención subjetiva. Pero cuando la transferencia se torna “ hiperpoderosa y negativa” , o dicho de otro modo, cuando aparece como relación de sueño realizado, es como el canto de las sirenas, a cuya voz nadie puede resistir: ¿para qué sirven mi ™ C,W., 11, p. 472 [xvi, 414], traducción francesa Introduction à la psychanalyse, Paris, Payot, 1965, p. 431.
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i|ngularidad y el gigantesco esfuerzo de invención |nimánente si tengo allí, a mi alcance, lo que sospei lie originariamente y que busco en vano desde enIbnces?; habría que estar loco para no instalarse en Ih locura de la transferencia, aunque sea el precio del »mbrutecimiento más integral. En las salidas de esta ivUción de fuerza, numerosas figuras son posibles; ili ide el enfermo que, después de cierto tiempo con (I »nalista, está suficientemente liberado de sus síntomits como para salir del laberinto y regresar a sus inupaciones, hasta el analizando que ha recorrido el 14 mino de la palabra libre y, por lo tanto, el de la solildad, pero que, transformado en analista, no puede iijportar por mucho tiempo ese riesgo y, para no relünciar a la transferencia, se interesa por la teoría y ir convierte, como dice Freud, en un alumno y discíiuio entre otros. Todo sucede como si Freud, durante más de veinte inos (1892-1915), hubiera considerado al trabajo de íitociaciones libres lo bastante poderoso para poder (liunfar sobre la transferencia, es decir, sobre la suirstión, y así liberar al enfermo de la influencia del llédico. Pero, a partir de “ Recordar, repetir y reelahirar” , habiendo encontrado y expresado la hiperl«)tcncia de esa transferencia y de su sucedáneo en el ímor, choca contra una dificultad que no logra supeii.li y que lo obliga a dudar de que el surgimiento de In ideas libres y súbitas tenga una fuerza más grande i|iic el nexo transferencia! y que pueda, pues, deshau“rlo. En todo caso, a partir de esos textos, ya no Imperará en su técnica renovación alguna; por el conIlirio, fuera de las perspectivas de la cura analítica, desarrollará aquello que ha descubierto en dicha cura ¡orno un límite intrínseco, los temas del narcisismo.
G.tF.. II,
p.
470
[XVI,
412]
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de lo ominoso, de la pulsión de muerte, de la psico|i gía de masas. En 1916, en su Introducción al psicoanálisis, aun que globalmente conserva un optimismo intrépifl), ya no pretende haberle vuelto la espalda a la sugt»tión y remplazado efectivamente a la hipnosis por d dejar-venir a las ideas libres y súbitas, puesto que noi pide que “ advirtamos que, en nuestra técnica, hemj»á abandonado la hipnosis solamente para redescubín la sugestión bajo la forma de la transferencia” .’* I ji las páginas siguientes, aun cuando retoma muy dpsordenadamente ios temas desarrollados antes aceroi(, de la cura y sus efectos, aunque eleve sus pretensioi^i' a “ calcular la transferencia hasta sus límites” , “i aclarar las oscuridades del caso, a llenar las lagui^ de la memoria, a descubrir las circunstancias de U» represiones” , y, así, a destruir (abtragen) la transferencia,” Freud utiliza la palabra sugestión coml^ equivalente de transferencia, pero agregándole el aib jetivo indirecta para diferenciarla de la hipnosis, su gestión directa. Todo esto para intentar respondtff f una pregunta radical planteada al final del capitili* precedente y que, no por ser puesta en boca del oyefc te deja de ser signo de una inquietud del autor: “ irf numerosos descubrimientos psicológicos im po rtati^ del psicoanálisis” ¿no serán “ el resultado de la sug4|* tión precisamente no intencional” ?” No hay nada nuevo en “ ¿Pueden los legos ejer(|'i el análisis?” (1926).” A los rasgos principales de lai exposiciones precedentes, sólo se añaden las teoriii ■ dones de la segunda tópica. Habrá que esperar “ Análisis terminable e interminable” (1937) para que la|aspiraciones al análisis total sean directamente cue«> ” Ibid., p. 464 [xvi, 405-406]. ” Ibid., pp. 470-471 [xvi, 412]. . Ibid., pp. 464-465 [xvi, 406]. ” G.W., 14, pp. 207-296 [xx, 171-244].
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nonadas y se introduzca tímidamente la pulsión de muerte en la perspectiva de la cura. Una nota de 1923, en El yo y el ello, prohíbe al ínalista lo que era ampliamente concedido al hipnotizador: tomar el lugar del ideal del yo: III lucha contra el obstáculo del sentimiento de culpa inkionsciente no se le hace fácil al analista. Contra esto no podemos hacer nada directamente, e indirectamente, sólo destubrir con lentitud sus fundamentos inconscientemente it'primidos, para que se transforme poco a poco en sentimiento de culpa consciente. Se nos presenta una particular Oportunidad de ejercer influencia si ese sentimiento de cul|iii inconsciente es un préstamo, es decir, el resultado de la Identificación con otra persona que alguna vez fue objeto lie carga erótica. Este comienzo del sentimiento de culpa luele ser el resto único, difícilmente reconocible, de la relai'ión amorosa abandonada. La similitud con el proceso de Ih melancolía es aquí evidente. Si podemos descubrir esta intigua carga de objeto bajo el sentimiento de culpa inlOnsciente, la tarea terapéutica a menudo se resuelve brillintemente; de otro modo, el éxito del esfuerzo terapéutico no está en absoluto asegurado. Esto depende, en primer lugur, de la intensidad del sentimiento de culpa, al cual la teiipia muchas veces no puede oponer ninguna fuerza contiaria de un orden de intensidad semejante. También acaso dependa, si la persona del analista lo permite, de que ésta iii'ii puesta por el enfermo en el lugar de su ideal del yo, a lo cual está ligada la tentación de representar, para el eníermo, el papel de profeta, de salvador de almas, de redentor. Dado que las reglas del análisis se oponen decisivamente a lemejante utilización de la personalidad del médico, debemos ser honestos y confesar que aquí aparece un nuevo límite para la acción del análisis, que no debe imposibilitar las reacciones mórbidas, sino hacer que del yo del enfermo nazca la libertad de decidirse en esta forma o en otra cualquiera.^* G.W., 13, p. ¡279, nota [xix, 51].
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Si leemos esta nota empezando por el final (qut t menudo es la única manera de captar el movimiefli^ del pensamiento de Freud bajo una forma deduco va), obtenemos esto: el psicoanálisis, que apunta a I4 libertad del enfermo, no puede vencer al sentimieiílf de culpa, porque ello supondría que la persona ticl analista tome el lugar del ideal del yo del enfermo (lo cual entrañaría alienación y no liberación); pero, ó no obstante el analista tomara ese lugar, se transf
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dependencia extrema que la cura no podría deshacer. l*cro el asunto consiste en saber, primero, no si el analista debe ocupar ese lugar, sino si, por casualidad, no lo ocupa efectiva y fatalmente. Ahora bien: el contexto de esta nota, es decir el texto que le sirve de soporte, está totalmente orientado en esta dirección. ¿Acaso no es porque el psicoanalista ha ocupado el lugar del ideal del yo que el paciente se complace en el masoquismo autodestructor, “ manifiesta la pretendida reacción terapéutica negativa” , “ se deteIiora en el transcurso del tratamiento en lugar de mejorarse” , “ encuentra su satisfacción en el hecho de estar enfermo y no quiere renunciar al castigo del sufrimiento” ?’’ Pero Freud no puede aproximar estas comprobaciones a las que ha hecho, por ejemplo, en “ Recordar, repetir y reelaborar” , donde sin duda el tema era la transferencia; se ve obligado a caricaturizar, con los rasgos del profeta, del salvador de almas, del redentor, la posición que eventualmente adopta el analista; incluso abandona, al pasar, el objeto de curación (puesto que la cura no debe imposibilitar las reacciones mórbidas); todo esto para salvaguardar la libertad del enfermo. En realidad, porque esta libertad, a la cual debería conducir el psicoanálisis, está muy comprometida por el sentimiento de culpa —que el psicoanálisis hace revivir intensamente— descrito en esas páginas. Es porque el psiconalista ha ocupado el lugar del ideal del yo, es decir el lugar de la otra persona, objeto de carga erótica antigua con el cual se ha identificado el enfermo, que este último no soporta “ ni alabanza ni reconocimiento” , y que reacciona ante todo progreso del tratamiento con un agravamiento de su mal. A Freud le resulta imposible reconocer que “ en numerosísimos casos, tal vez en todos los casos muy ” Ibid., pp. 278-279 [xix, 50],
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graves de neurosis’” * —por qué no en todos los t’ii sos, aun cuando esto no aparezca en todos— la tran» ferencia es el sitio privilegiado gracias al cual es viví da o revivida la complacencia masoquista que alivih la culpa de la primera separación.” Imposible pot que conoce la dificultad de triunfar sobre esta form)i de neurosis de transferencia, intrínsecamente ligada k la transferencia hiperpoderosa, porque a través de ella, sobre todo, el resorte de la transferencia —coiw» hemos visto más arriba— se identifica con el de lii hipnosis, y porque a pesar de todo hay que intentai diferenciarla del psicoanálisis, aunque sea volviendi' la espalda por un momento a los hechos más pateA tes. Ibid., p. 280 [XIX, 51], Me parece que el sentimiento de culpa deviene inmediatlmente del hecho o del mito de la primera separación, de la primóla individuación. Yo no puedo perdonarme el haberme distinguii^ el haberme diferenciado de ese primer objeto de amor, que me absorbía para sobrevivir y que, sin mí, dentro de esta lógica, estt condenado a muerte. Poco importa que yo haya abandonado al otro, que no era verdaderamente otro, o que haya sido abandonldo por él; el resultado es el mismo: -yo soy culpable de que esté amenazado de muerte aquel mismo que sin duda me amenazaba dt muerte, pero que lo era todo para mí. Lógicamente, la identificó' — ción no es más (en la configuración de este mito) que un segund|, momento, una réplica, un paliativo, un intento por restaurar li unidad perdida. Puede haber identificación (y la identificacidB t puede aparecer entonces como el primer gesto necesario del indivl- f dúo), porque “ antes” había no-separación, identidad. Si esta prl | mera identificación tiene como efecto el sometimiento hasta el 1 auto-sacrificio, es porque la muerte, finalmente, es el único media de borrar la individuación. Tal como escribe Freud, “ el sentimieó* to de culpa es mudo” (G.JV., 13, p. 279) [xix, 50], trabaja en si- . lencio, como la pulsión de muerte; sólo habla enfermando. I Estas consideraciones acercan al psicoanálisis de la depresiél post partum. La mujer, que se identifica con el niño que acaba dt nacer, no puede perdonarse el haberse separado de su propia madre. Pero este hecho clínico no es más que la aparición segundé entre otras, de una realidad estructural generalizable y tal vez universal.
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EL JUEGO DEL OTRO
Üntre los dos polos contradictorios que conforman al psicoanálisis —la transferencia y el surgimiento de las ideas—, se debe desplegar una espacio intentando situar primero, de un modo más preciso, esta “ intensa relación afectiva” que preside, sin que se quiera, (oda la empresa terapéutica, y que ya en la hipnosis era el factor dinámico decisivo. Si se trata de utilizarla para liberarse de ella, es necesario saber de dónde pueden provenir su carácter ineluctable y su fuerza. Cualquier analista ha podido hacer la experiencia siguiente. Luego de un tiempo en el que el analizando ha hablado en abundancia, corriendo riesgos, y que ha desarrollado cierto número de fantasmas inquietantes, le sucede que se refugia en la atención hacia el analista. El analizando lo o la considera en sus detalles, le señala su interés, sólo quiere hablar de lo que sucede o de lo que él piensa que sucede en la relación terapéutica. En una palabra, el analizando utiliza el amor de transferencia para detener el curso del análisis. Todos los intentos de que el analizando vuelva al trabajo están destinados al fracaso. Retomando los términos de Freud, la transferencia se ha vuelto demasiado apasionada o demasiado hostil como para que las resistencias sean superadas. Pero podemos plantear otra hipótesis. La aparición de fantasmas inquietantes o de un raudal de imágenes arcaicas lleva al analizando al borde de la desestructuración subjetiva. Se refugia entonces en el amor por el analista, a fin de evitar trasponer las fronteras de la psicosis. Pero este amor hostil no es sólo una protección, sino que puede F1771
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transformarse en el índice de la situación regresiva k la que, en adelante, accede el analizando, la de un ei. tado de confusión. El analista, que se atornilla entori ces a su papel de analizador de neurosis, le hace rl juego al analizando, quien habla de amor para no en frentarse con los límites de la existencia, que son lii vida y la muerte. El analizando aparenta complacerse en el camp(i reservado al ser sexuado, pero lo hace para no tocal los bordes de su propia pérdida. En esta etapa se Ir ofrecen dos posibilidades, ya sea hacer salir al analilta de su reserva, de tal suerte que se vuelva un individuo más entre otros, ya sea obligarlo a endurecer lot rasgos de su personaje impenetrable, que refleja y pone del revés todo discurso. El analizando busca el medio de no proseguir con la regresión más acá de su historia, es decir, en ese lugar donde no se ha efectuado la separación primer! y donde corre el riesgo de hundirse. Pero, al misma tiempo, la indeterminación que caracteriza a la situación analítica pronto lo precipita en el torbellino de esa pasión hostil que constituye al otro, destruyénd^ lo como individuo distinto e independiente. Es asi como el analista, al ver que se lo intima a ocupar el fugar de una completa nada omnipresente, o al sentirse agarrado hasta el punto de perder toda libertad de movimientos, no sigue insistiendo en que esa regresión prosiga. Pero ¿por qué habría de ser necesario que dicha regresión se opere? ¿El analista no tiene razón para remitir al analizando a su trabajo de palabra y despa^i labra sin entrar en un tipo de conflicto tan oscuro que nadie se encontrará en él? Ciertamente, no es en absoluto necesario pretender que todas las curas pasen por esta experiencia límite. Retomando los términos de Freud: cuando el análisis se cumple bajo el régimen de una transferencia “ leve e inexpresada” , por
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iMipuesto que resulta oportuno no forzar nada. Pero, III l omo suele suceder en un análisis algo prolongado, III Iransferencia se vuelve “ excesiva y hostil” , ¿cómo H itar llevar las cosas mucho más lejos, aun cuando i'ilsta la posibilidad de que el análisis haga un brusco Iiimbio de dirección o se instale en pasajes al acto impievisibles y repetidos? Además, si como hemos su|i,1*1ido en el capítulo precedente, la esencia de la reUción transferencia! debe buscarse en los estados Misionales, ¿cómo sería posible el análisis de la transli'iencia, decisivo para la cura, sin el pasaje efectivo por esta regresión? Finalmente, en numerosos casos ij análisis choca, de un modo más o menos explícito, lontra la necesidad vital de .una unidad primitiva i]uc, sin embargo, se revela como mortífera. ¿Cómo desplegar más este estado cuyo arcaísmo i’icapa, por definición, al modo de representación y i( la legibilidad de la historia? ¿Cómo describir esta Ielación que, justamente, no es una, sino es a través di' los modelos con respecto a los cuales se sitúa pendiente abajo, pero que también nos apartan de la posibilidad de inteligirla, puesto que suponen realizada una distinción que no ha tenido lugar? En esto anda l'reud, intentando develar un poco el misterio de la Ilipnosis (y por lo tanto de la transferencia). Ve en el ^oder del hipnotizador una réplica del del padre de la horda primitiva, ante el cual el individuo sólo puede comportarse de un modo pasivo y masoquista. De iste tipo de relación podemos destacar que el hipnotilado sólo presta atención, en el campo de la realidad, al hipnotizador-padre primitivo, y que el resto de los humanos y del mundo le parece desprovisto de interés. También podemos señalar otro rasgo: el hipnotilado que se coloca, así, en una dependencia absoluta, lenuncia a toda voluntad propia. Acepta, de ese padre primitivo aquí representado, toda decisión, y él mismo se ubica, de este modo, en una no voluntad
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donde es capaz de sacrificarse totalmente. Pero estn descripción, que sigue la línea de Freud a través de li preeminencia dada al padre, no tiene para nada ni cuenta la reciprocidad de la relación, Hagrante i^ii análisis. El otro modelo, utilizado corrientemente en la litfratura anglosajona y que nuevamente —y cada más— sale a flote en Francia, es el de la relaciiJI madre-hijo.' Algunos han subrayado que al pacien)* le resultaba indispensable una madre buena en la peí sona del analista; otros han descrito cómo, en análl sis, el paciente vivía la amenaza de la madre devora dora y mortífera. Estos modelos, que son equivalentes, en mi opl nión tienen un doble inconveniente. En primer luga^i plantean como evidente la distinción entre dos indivi dúos, cuando de lo que se trata es de saber si ha habí do separación y si la misma es posible. En seguníSi lugar, esos modelos hacen referencia a la historia del paciente, a aquello que realmente ha podido sucecH'i en ella, mientras que el tiempo (si todavía pódente hablar aquí de tiempo) del que se trata en la transfe renda es el de un mito, activo en la historia, pero que no debe situarse en el orden histórico. Algunos autó
' Véase por ejemplo, Julien Bigras, Le psychanalyste nu, Knbert Laffont, 1979, cuyas preocupaciones son muy similares a Igi expuestas en este capitulo. Véase también L ’Ordinairextu Psyc!^ nalyste, núm. 11, varios de cuyos artículos tratan esta cuestidi, Monique Schneider, “ L’ordre symbolique, la dévoration et l’Infanticide” , en Études Freudiennes, núm. 15-16, pp. 203-218, lui mostrado de un modo decisivo la identidad entre la aspiración pot el vientre materno y la devoración por el padre simbólico. La eut*' tión planteada en este capitulo ya ha sido explicitada por Solan# Nobélcourt, “ Chapalu reste” . Documents Confrontation, Jornia das de mayo de 1978. Es significativo que esta conferencia haya lf> nido tan poca repercusión.
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especialmente los kleinianos,^ lo han estilizado 1 on el término simbiosis, sin duda para evocar la úniIII y sola vida que está en cuestión. Como si aquello ion lo que el paciente sueña fuera reencontrar el estado dichoso de la célula antes de la primera división leproductora. Es verdad que ese mito actuante en el neurótico o el psicòtico afirma: al comienzo era uno.^ Pero esta afirmación es también una orden: porque lólo hay uno, no habrá más que uno, no debe haber más que uno. Es decir que el mito incluye el ejercicio de la violencia tanto contra la unidad de dos como lontra su separación. Nos vemos limitados a pensar esta no relación lomo fórmulas puramente contradictorias, puesto que cada término remite al siguiente para aniquilarlo. I's falso entender que para este estado no hay otro, porque el otro es indispensable. Pero esta segunda proposición también es falsa, porque el otro es indispensable para ser íntegramente asimilado, porque el otro no puede y no debe ser planteado. A la inversa, evidentemente, es posible sostener que estas proposiijlones son verdaderas, puesto que es necesario otro para reducirlo, puesto que debe existir para ser llevado a la inexistencia; pero no es indispensable, puesto que hay que prescindir de él. En el discurso de los analizandos encontramos esta aleación imposible de "miedo a ser tragado” y de “ necesidad de fusión” , que es también miedo a la fusión y necesidad de tragar .■* La reciprocidad es aquí total, a tal punto que.
2 José Bleger, Simbiosis y ambigüedad, Buenos Aires, Paidós, 1967. Próxima aparición en francés en p u f , colección Fil rouge. 3 Serge Leclaire planteó esta cuestión en dos textos, "Heimlichkeiten” , en Interprétation, núm. 21, primavera de 1978, y “ L’angoisse de l’assujetti devant le pas d’un” , en Lettres del l’École Freudienne, núm. 26, marzo de 1979. * “ Porque la disociación es el otro postigo de la fusión, y la
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en ella, la vida es la muerte. La vida es la fusióÉ unión-amor y la muerte, de nuevo la fusión-absorci®r odio. Sin duda, aún podemos hablar de relación, pete con la condición de aclarar que lleva en sí su negadíui estéril, porque el otro no puede distinguirse si no w muriendo inmediatamente de inanición, puesto quf es el primero quien lo hace vivir. Si no se diferenctl, el peligro es el mismo, porque entonces será arrojaidjí al vacío absoluto donde se extinguirá. Sólo te híi)(n ser, dice uno (y el otro) para reducirte mejor a nad|. A lo cual el otro (y uno) responde: pero mi existencíii es que tú seas el único en tener una, que yo no te quitr ni agua, ni aire, ni luz. Yo te amo con un odio que me afirma, para que tú me odies con un amor devtn rador. La vida y la muerte no están separadas y nun ca hay lugar más que para uno. Resulta trivial com * probar en análisis que una de las pasiones máh notorias, y aparentemente más extrañas, es la de lA reducción a nada, pero nos estamos olvidando de señalar que eso es sólo lo inverso de un poder ilimitada, porque esta pasión apunta a arrastrar al otro a es» destrucción para,’ así, transformarse en amo.’ Que un tipo semejante de no relación sea la eos» mejor compartida ya no debería asombrarnos, puesto que la necesidad del otro siempre conlleva la imp(^sibilidad de soportarlo. Este mito inaugural funcioni más o menos en todas las formas de relación entré hombres y mujeres, padres e hijos, gobernantes y goangustia de destrucción el anverso del deseo fusional.” Nicole Fabre, Avant l’Oedipe, París, Masson, 1979, p. 92. 5 Todo lo que se dice aquí de la transferencia coincide extraflf mente con Étienne de La Boétie, Le discours de ¡a servitude vo/o/ttaire, París, Payot, 1978. Véase especialmente, en el mismo volumen, la contribución de Claude Lefort, “ Le nom d’Un” . A travéÉ de una aproximación de este tipo se podrían pensar las relacíonol entre el psicoanálisis y la política.
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bernados, y los tiranos domésticos o políticos no son más que las excrecencias visibles de una multitud simplemente más oscura. Lo que importa aquí es que ese modo de no relación pueda eventualmente aparecer de una manera privilegiada y como en estado de paIadigma en lo que hemos acordado en llamar la relación analítica. Cuando surge la transferencia excesiva y hostil, cuyos dos términos vemos ahora que son idénticos* y que traducen la demanda de una doble posibilidad imposible, al analista pueden no presentársele como únicas salidas el caer de su posición o el encerrarse en ella. Debe poder aceptar esta relación dejándose absorber hasta los límites de la reducción a nada sin por ello rechazar al analizando. Este último busca evidentemente, según los principios establecidos de la no relación, provocar en el analista ya sea una reacción sádica que lo reconfortará en su nada, ya sea un reflejo depresivo que le dará el sentimiento de la omnipotencia. Interpretar el final del análisis, como hace Lacan, ya sea como el des-ser del analizando, ya sea como caída del analista en objeto a, tal vez corresponda a los hechos comprobados, pero entonces significa reconocer que el análisis, en su terminación, no puede más que chocar contra la no relación descrita hace un momento; más precisamente, el análisis sólo podría efectuar, en su terminación, la aparición de aquello que constituye el motor de la transferencia. El final del análisis sería la realización de la transferencia en la vida psíquica del paciente, en lugar de su disolución; en vez de liberarlo, sería el proceso de asimilación del paciente al mito inaugural. Efectivamente, estas fórmulas sólo son una manera más elaborada de definir las dos posicio* La proximidad entre lo excesivo y lo hostil ya ha sido subrayada, por ejemplo, por M. Neyraut, Le transferí, París, p u f , 1974, p. 95.
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nes reversibles en las que el paciente se encierra, en su rabia por hacer existir al otro y por exterminarlo simultáneamente. Porque nos equivocaríamos si atribuyéramos el des-ser solamente al analizando y la calda en objeto a sólo al analista. Las vacilaciones de los lacanianos en atribuir a uno o a otro de los protagonistas estas calificaciones, probarían que los lugares otorgados a uno y a otro pueden invertirse. Quedarse ahí es admitir que el decurso del análisis no puede desembocar en otra cosa que no sea la fijación definitiva del analista y del analizando en las posición nes paranoides y depresivas definidas por Melania Klein como constitutivas del individuo humano, pero también como las más arcaicas e infantiles. ¿Puede el análisis evitar, después de un rodeo tan extenso, ese retorno agobiante que, en el mejor de los casos, rubricaría su inutilidad terapéutica y, en el peor, su aberración, pero que tal vez explicaría la fascinación que ejerce? Como si cada uno soñara no con estar un poco más en claro con los mecanismo* inconscientes que lo guían, no con desembarazarse de sus síntomas, sino con practicar lo que podríamos llamar el juego del otro, o el juego de la muerte, el más apasionante de los juegos, porque en él la apuesta es total y nunca tiene salida, porque no existe nada más peligroso ni más estéril. Si este juego es el motor de la transferencia, aquello por lo que se empieza un análisis, sin saberlo, y aquello que hace que se lo prosiga, ello no obliga a que el final deba estar señalado por una transformación de los protagonistas en representantes integrales de dicho juego. Porque esto supondría que el analista se ha dejado embriagar por la magia de ese juego y que su práctica cotidiana, sin que él tampoco lo sepa, lo mantiene en esa embriaguez. Sería, sin embargo, una nueva manera de explicar por qué “ a aquel a quien el psicoanálisis ha atrapado, ya no lo suelta” .
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El psicoanalista no debe solamente reconocer de un modo abstracto y general que participa en ese juego; es necesario que se deje atrapar por él efectivamente y en cada caso de manera diferente. Aun cuando se sienta subyugado inconscientemente por esa no relación arcaica que constituye la transferencia, por supuesto que puede intentar defenderse de caer en la alternancia identidad de vida y de muerte, de absorción y de rechazo, de asimilación y de abandono, negándose a dejar su impasibilidad y su impenetrabilidad, que condicionan el trabajo analítico según la teoría clásica. Pero, en tal caso, o bien ese trabajo será inoperante, o bien se desarrollarán, bajo cuerda, procesos peligrosos. Tampoco es cuestión de desatender estos comportamientos-tipo en beneficio de reacciones sádicas o depresivas, porque dichas reacciones lerían, entonces, puras réplicas a los asaltos del analilando en el juego del otro. El analista es alcanzado, no se niega a ser alcanzado por las exigencias imposibles y contradictorias del analizando, es decir, a tomar parte en el juego, a dejarse absorber y rechazar limultáneamente, a ser considerado todopoderoso y menos que nada, a ser exaltado y suprimido. La máxima dificultad de la tarea consiste en sostener dos posiciones al mismo tiempo: por un lado, ser llevado por la reversibilidad insignificante sin hacerle sufrir al otro el mismo régimen; por otro, estar lo suficientemente afuera de la arena como para poder considerar lo que pasa en ella y, eventualmente, poder exprelarlo. La cuestión es la distancia adecuada: estar lo bastante cerca para dar un punto de apoyo efectivo, lin lo cual el analizando no podrá actuar la pasión que lo posee y no dejará de gritarla en vano; estar lo bastante lejos para no transformarse en el mero juguete de la empresa llevada a cabo por el analizando, lo cual tendría como efecto sumirlo en la angustia, porque habría logrado encerrar con él al analista en
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el recinto infernal de donde quiere también salir. A decir verdad, el analista no encuentra nunca esta dis tancia adecuada; sólo puede producirla, con el tiem* po, en la medida en que el analizando mismo comiencé a abandónar el terreno de la sempiterna reiteracióllE1 analista no sólo reconoce difícilmente los términoi de la exigencia que se abate sobre él, sino que el efecto de esta exigencia sobre él se produce mucho ante! de que lo sospeche, porque el analizando, aun en su enceguecimiento, tiene asegurado más de un rodeo para alcanzar al analista allí donde éste no lo esperaba. Más aún: el analista, como el analizando, sólo puede trabajar con lo inesperado: el juego del otro puede ser tan tétrico como la identidad, no obstante lo cual su forma actual no es imprevisible; si no, el otro conocería el disfraz antes de tiempo. Me parece que parte del atascamiento de cierto! análisis en esta no relación arcaica proviene del hecha de que el analista no puede ser puesto por el analizan^ do, o ponerse él mismo, a la distancia adecuada, o pasar por ella, si es que no percibe las respectivas posiciones de los jugadores. Deben encararse por lo menos cuatro términos. La fuerza del analista es tal que los intentos del analizando para atrapar al otro en su juego equivale^ a los de una hormiga peleando contra un elefante: el analizando se instala entonces en una depresión má» o menos larvada y realiza el modelo del hijo ante el padre sádico de la horda primitiva, o del hijo ante la madre todopoderosa; jamás puede lograr invertii los papeles y, por lo tanto, hacer aparecer el juego en su especificidad; esto produce des-ser hasta el infinito, ya que el pequeño analizando encuentra ventajé en el placer de la reducción a nada. A la inversa, el analizando es tal, que sabe que debe tragarse de un bocado al analista; la absorción tendrá lugar, pero sin continuidad, porque el analista
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estará imposibilitado de recuperar cualquier tipo de independencia, permanecerá paralizado. También puede suceder que el analista sea un viejo veterano del análisis y que su coraza sea tal que le permita hacerse invulnerable desde el principio y para siempre; la distancia es demasiado grande como para que el analizando encuentre puntos de apoyo que permitan que en el juego comience. No pasa nada, y esto puede durar años. Del otro lado está el analizando, cuyas defensas obsesivas y perversas son tan eficaces que nunca se aventura a bajar la guardia; su necesidad de la inexistencia del otro nunca se traducirá si no es a través de quejas remanidas, forma de demanda en la que uno se compromete tan poco que su fundamento y sus razones nunca aparecen. Todo analizando y todo analista adoptan más o menos, en un momento dado, estas diferentes posiciones. En una palabra, la distancia adecuada nunca es algo en lo cual el analista pueda establecerse. En el mejor de los casos, es un punto donde la cuestión es pasar y volver a pasar, ya que cada uno de esos pasajes es la ocasión posible para una diferenciación. Los errores del analista no son solamente fatales —le es imposible elegir la distancia adecuada—, sino también indispensables para la marcha del análisis.^ Como hemos visto, si no es atrapado, no sucede nada (porque el analizando no puede desplegar la absurdidad con la que sueña), pero, si no se desprende, no hay posibilidad de analizar ese sueño. Frente a la vana reiteración del juego, se trata de apartar poco a poco los dos términos idénticos que lo constituyen. Estos temas ya han sido desarrollados por Joyce McDougall, Plaidoyer pour une certaine anormalité, Paris, Gallimard, 1978, y por Harold Searles, L'effort pour rendre l’autre fou, Paris, Gallimard, 1977, y Countertransference and related subjects, Nueva York, International Universities Press, 1979.
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Que aquello que tiene lugar en el mismo momento, adquiera una sucesión. Si llamamos arcaica o prehistórica a la no relación, es en un sentido límite, porque por definición, escapa al tiempo y, propiamente hablando, no puede formar parte de una historia. Ni siquiera podemos decir con respecto a ella lo que Freud dejaba entender a propósito de la relación madrehija; que pertenecía a la oscuridad de una “ represiófj particularmente inexorable” ,* comparable a la era minoico-micénica con respecto a la edad clásica, porque la relación madre-hija pertenece completamen^ a la historia, al igual que la Creta de Minos y el Peloponeso de Micenas. Por lo tanto, el juego del otro no gana nada finalmente con ser caracterizado por lo arcaico, como si fuera un comienzo, o por lo prehistó» rico, como si debiera ubicárselo en el período anterior a la historia. Se trata de un mito que es preferible definir como atemporal y ahistórico, es decir, como un fenómeno que escapa a la temporalidad. A propÓÁ sito de esto, hasta resulta difícil hablar de repetición, sobre todo en el sentido fuerte que este término ha adquirido bajo la pluma de Freud, porque la repetí^ ción supone un acontecimiento pasado, anterior, mientras que de lo que aquí se trata es de un recomienzo indefinido que no aporta nada ni produce nada; por lo tanto, de una simple reiteración, que siempre vuelve a tomar las cosas en el mismo estado. En consecuencia, el análisis tiene como objetivo hacer caer dentro del tiempo a esta no relación ahistórica, lo cual sólo es posible si el analista, aun aceptando el juego, desmonta sus reglas con el analizando. A decir verdad, si nos referimos al discurso común sobre el análisis, la cuestión más controvertida no será cómo salir del juego del otro, sino por qué entrar en él. Sin duda, en nuestros días —sobre todo entre » G.W., 14,
p.
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[XXI,
228];
pu f
,
1969,
p.
140.
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los psicoanalistas anglosajones— ya no se comparte la opinión de Freud, que aconsejaba solamente cuidarse de la contratransferencia, es decir, de los sentimientos y pensamientos provocados por la influencia del paciente. Lo que aquí constituye un problema no es la eventual utilización de los efectos de esa influencia para permitir interpretaciones más correctas, sino la concepción que sitúa a una parte del análisis más acá del discurso, en una relación de fuerza. Semejante concepción no dejará de parecer, en un primer momento, absurda, puesto que el descubrimiento del psicoanálisis ha consistido precisamente en evitar el enfrentamiento que preside la instauración de la hipnosis, y que el largo rodeo por la palabra y la instalación del analista como alguien que escucha y deshace el discurso cerrado, apuntaba precisamente a evitar el cortocircuito que provoca el síntoma en la vida de relación. Hemos sido bastante claros —espero— en que no hay en ello dificultades mayores, es decir, que el análisis por el lenguaje es suficiente, en tanto la transferencia no aparezca como tal, en tanto permanezca como motor secreto capaz de triunfar sobre las fallas del discurso que ha atrapado al sujeto. Pero también hemos visto que la transferencia puede reaparecer como un obstáculo decisivo para la prosecución de la cura. Freud dice claramente que el paciente cambió una enfermedad por otra, una neurosis por una neurosis de transferencia, de la cual no logra liberarse; esto significa confesar que se ha recorrido un largo camino para encontrarse nuevamente en el punto de partida, para darse contra esa fuerza extraña que estaba al principio del tratamiento. Es también reconocer que la relación transferencia! es más poderosa que todo el trabajo analítico, y que éste, a pesar de sus apariencias, no podría cortarla. No se trata de negar la importancia que la palabra
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tiene en psicoanálisis, sino de preguntarse si las even tuales transformaciones de un paciente en análisis no se deben a algo distinto que al efecto de la palabra, es decir, si la enfermedad de la transferencia es cura ble mediante el juego de palabras, y no más bien mediante el juego de la transferencia misma, que tendría a la palabra como médium: porque la palabra no es entonces, en esta hipótesis, lo que libera del enfrentamiento directo de los inconscientes y los cuerpos, sino aquello que lo hace posible. ¿Será que tambiért la enfermedad de la comunicación puede ser tratada eficazmente con los instrumentos de la comunicación? El que toda realidad humana esté impregnad^ de lenguaje, ¿entraña que dependa por entero del lenguaje? ¿Es posible reducir al hombre a un “ hablem te” Iparlétre)! Esto es lo que hacemos cuando transformamos al lenguaje, bajo el imperio del signifícantci en el dios que comprende todas las cosas. Rehabilitaf al lenguaje en análisis no debiera conducir, fatalmente, a una especie de asimilación con él, de los demás factores presentes. Admitamos que la neurosis sea un defecto de simbolización. Podemos entonces preguntarnos qué fuerzas son susceptibles de poner en jaque al lenguaje, ¿Qué es más fuerte que el lenguaje como para poder infligirle distorsiones’ tales que las relaciones del individuo consigo mismo y con los demás se vuelvan impracticables, o aun nulas, como en la psicosis? ¿La sexualidad? —responderá. Por cierto que no, porque lo que se opone al funcionamiento del lenguaje es también lo que se opone al funcionamiento sexual. La sexualidad que pone y supone la diferencia de los sexos, remite sin dificultad a la estructura discontinua ®Se me retrucará que el lenguaje supone la disfunción, pero es un juego de palabras. ¿Por qué existen grados en la disfunción, que van desde un uso suficiente hasta su extinción?
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Valternativa del lenguaje. Pongamos como hipótesis, «ntonces, que el adversario del lenguaje > de la sexualidad debería situarse en el juego del otro, que también es la pasión del uno, cuya imagen más lograda Vfija sería el autismo mudo y masturbatorio. Desde '^le punto de vista, el neurótico, ese autista fracasatli>, sería alguien que, felizmente, siempre resistiría Insuficientemente a la necesidad de hablar y a la necelidad de relaciones sexualizadas. Antes de seguir adelante, es el momento para abordar mejor lo que sucede con este juego del otro o con esta pasión del uno. Cuando Freud caracteriza i.'l sistema Ies a través de los siguientes rasgos: “ aulencia de contradicción, proceso primario (movilidad lie las investiduras), intemporalidad y sustitución de lu realidad exterior por la realidad psíquica” ,'“ sólo nos da definiciones negativas, que hacen del inconsciente un mero inverso del sistema consciente," es decir, el anverso del sistema de referencia en el cual decidimos vivir: no hay negación, ni determinación (cualquier persona, cualquier cosa), ni tiempo, ni tampoco —por supuesto— espacio, ni relación con los demás, puesto que la realidad exterior ha desaparecido, y en consecuencia, no hay relación consigo. A pesar de lo que algunos piensen, el inconsciente freudiano no comporta ninguna positividad. No resulta asombroso que, algunas líneas más adelante, los procesos inconscientes sean calificados de “ incognoscibles en sí mismos y hasta incapaces de existir” . Esos procesos son meramente supuestos como límite, de tal modo que su alianza con los procesos preconscientes y conscientes rinda cuenta de fenómenos como el G.fV., 10, pp. 285-286 [xiv, 184]; Melapsycologie, París, Gallimard, 1968, pp. 97-98. " “ El inconsciente debe ser el opuesto contradictorio del consciente” , G. tV., 7, p. 403, “ El hombre de las ratas” , capítulo 1. d [X, 143].
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sueño o la neurosis, que simultáneamente están en i-| tiempo y son intemporales, que están en la relaciól y en la no relación, donde se mezclan el sí y el no, y que se apoyan en la realidad exterior aun cuando lu expulsan. Este límite, desde el punto de vista de 1(‘ que hemos sugerido en este capítulo, podría estar caracterizado por el mito inaugural de la identidad en tre la vida y la muerte; es lo que Freud ha expresad^ en otra parte, por la vía de las teorías evolucionista sin poder integrarlo verdaderamente a la experienc^ analítica: la tendencia de lo viviente a regresar a lo inanimado. Confundir, como lo hace tan tranquilamente la li teratura analítica, los procedimientos del sueño o lii fabricación de los síntomas neuróticos con los proctsos inconscientes, es no reconocer la especificidad dt la hipótesis del inconsciente, mero límite incognosí^ble e inexistente, y es también producir cantidad di falsos problemas y darse soluciones que no resuelvíi nada. Afirmar, por ejemplo, según el adagio lacaniÉ^ no, que “ el inconsciente está estructurado como un lenguaje” , vuelve a confirmar varios deslizamientía intempestivos.'^ Se empieza por admitir que la condensación y el desplazamiento son procesos incoríÉcientes, mientras que Freud tomaba la precaución de mencionarlos como huellas mnémicas, Anzeichetti" es decir, como indicios o aun como síntomas de loii procesos primarios, porque son ya combinaciones dr inconsciente, preconsciente y consciente; luego, s í identifica a la condensación y al desplazamiento con la metáfora y la metonimia; finalmente, sólo quedji generalizar y tomar el conjunto de figuras retòrici >2 Regnier Pirad, “ Si l’inconsdent est structuré comme un langage’’, Revuephylosophique, Lovaina, noviembre de 1979, pp 528-568, discute este adagio desde el punto de vista de la lingüístf* y del psicoanálisis. >3 G.ff'., 10, p. 286 [Xiv, 186].
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t omo modelo de los procesos inconscientes. Así, se le ha dado al inconsciente un estatus que, por cierto, nunca tuvo en Freud (y con razón), pero también se Ingresa en la vía de pretensiones desmesuradas acerca del alcance del lenguaje en análisis. En cambio, si nos atenemos a la estricta hipótesis del inconsciente como límite de lo cognoscible y de lo existente, que por lo tanto no está estructurado y señala la extinción del lenguaje, las deformaciones sufridas por el funcionamiento del lenguaje y de la sexualidad en las neurosis y en las psicosis deberán comprenderse como compromisos inestables, de grados variables de intensidad, entre la fuerza del lenguaje y de la sexualidad por un lado, y por otro, la fuerza de ese límite, lugar hipotético o mítico de la confusión de los contrarios, de la ausencia de no, de la irrealidad, de la falta de separación entre vida y muerte. Dejemos de lado la metapsicología para hacer algunos apuntes clínicos. Una de las formas del juego del otro más frecuentes en los hombres que en las mujeres aparece en lo que Anzieu ha llamado la transferencia p arad ó jica.E l analizando pone al analista en situación de no poder intervenir o, más exactamente, todas sus intervenciones reciben réplicas imparables, que lo empujan a una nueva intervención inversa que recibe una respuesta de la misma naturaleza. Así, el analista está, simplemente, sometido a la misma doble traba que el analizando, porque este último es remitido por su interlocutor, en todo lo que emprende, a lo inverso, igualmente imposible, de lo que ha podido decir o hacer. Está atrapado entre términos que parecen contradecirse, pero que están alli para producir en él una inhibición radical. Esto tiene poco que ver con la dificultad del obsesivo para elegir entre dos posibles igualmente atractivos, de los cuales Nouvelle Revue de Psychanalyse, núm. 12, 1972, pp. 49-72.
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no quiere perder ninguno, pero evoca más bien el es tado al cual es reducido el psicòtico, porque toda pa labra o todo acto de su parte se encuentran descaliíl cados de antemano; se lo remite, sin salida, a la identidad de las extremidades de su jaula. El correlato de esta posición es el carácter insoportable de toda pérdida. Si la continuidad del espado no es perfecta, si no carece de blancos, la existendi entera está amenazada. Es preciso que la atención del psicoanalista sea total e ininterrumpida a la vez, pani que la impresión de pérdida definitiva, de caída en el vacío, no invada al analizando. No se trata de que el analista mantenga su atención flotante y permita el acceso a su pensamiento, por inadvertencia, de otrii cosa que no sea lo dicho o lo callado. Todo sucedt como si dos cuerpos estuvieran en presencia, y la su perfide de esos cuerpos se desenvolviera en un solo plano, para que haya adherencia total de ambos. La inadvertencia es el momento en que uno se aparta del otro y su propia superficie se enrolla sobre sí mismai separándose de la primera. Ahora bien: es ese apartlj' miento, esa separación, en el sentido espacial de la palabra, es decir ese despegue, lo que resulta inadmisible para gente con la que nos encontramos cada vez con más frecuencia en análisis, y que podriamos llamar “ fronteriza” , no sólo porque está en la fronteri de la psicosis, sino porque se sitúa en los límites del origen de la existencia o de su extinción. Hay muchas otras transposiciones de esta pasiótj del uno. La histérica, por ejemplo, hará la demandi y la respuesta en toda relación con otro. Es ella quieti desea por el otro y por ella misma a la vez, no pued| soportar la resistencia del deseo del otro, por lo tanto lo supone, luego lo produce y lo lleva, aun cuand(^ grita que el otro no logra sostenerse solo y, evidentemente, no la tiene en cuenta. No puede imaginar que su amor no sea la única ley del otro, lo que reduzci
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a nada toda otra preocupación, pero exige al mismo tiempo la independencia del otro, siempre que esté, evidentemente, sometida en todo a su propio deseo. No tolera fracasar en el amor, por lo cual resuelve la cuestión del otro antes de haberla planteado, rubricando así su fracaso, que le queda como totalmente incomprensible y hasta ajeno. No dejará de hacerse, a todo lo anterior, la siguiente objeción: todas las pretendidas dificultades que usted encuentra en el análisis provienen del hecho de que usted lo reduce a una relación dual, cuando hace tiempo que está establecido que no podría funcionar sin apelar a un tercero, el Otro de la función significante o el lenguaje. Esta objeción es sin duda pertinente si consideramos la meta del análisis o, en el mejor de los casos, su resultado; pero no se sostiene si, precisamente, el obstáculo mayor que se debe superar reside en el hecho de que no hay otro. La crítica a la relación dual produce abundante excitación, pero sólo para evitar darse cuenta de que la cuestión fundamental está más acá, es decir, que no hay, a decir verdad, dos individuos en presencia, el analista y el analizando, que sólo hay lugar para uno solo, que la mismidad de los psiquismos, que la unicidad de los cuerpos es tan invasora que ni siquiera se la percibe. Es preciso apartarse de lo siniestro que nace de la apercepción de lo mismo. Si sólo hubiera relación dual, todas las cuestiones podrían resolverse, estarían resueltas anticipadamente, y sin duda ni siquiera necesitaríamos del psicoanálisis. Ante la fuerza de afirmación de la pasión del uno, ¿qué puede sucederle a un proceso del lenguaje? Sólo puede ser reducido a una mera presencia ininterrumpida. En los casos extremos en que se manifiesta en estado puro la potencia de la mismidad, el lenguaje es rechazado radicalmente como memoria para transformarse en omnisapiencia extrapolada actualmente.
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El analizando dice todo en cada momento, mantieni todas las palabras sobre una superficie plana indefínida, o bien escribe sin cesar a fin de conservar todOi para que la ausencia nunca se insinúe en alguna parte. Si calla, a la inversa —pero no hay ningún pasaje de un caso al otro— es para abolir tanto al espaci(| como a la palabra, de tal modo que la ausencia se vuelva puro vacío, impresencia ante el otro y ante sí. En los casos benignos, la palabra se despliega sin fin, inconsistente, y se desliza sin asidero ni fuerza alguna sobre esa mismidad que el parloteo preserva y protege. El analizando dice todo y cualquier cosa, y la asociación libre se convierte en la muralla inexpugnablt de la no modificación. El uso eficaz de la palabra supondría que, primeramente, se establezca una diferenciación que no pertenece aborden del lenguaje y que éste, solo, no puede sacar a luz. Si bien es cierto, como ha subrayado Lacan de manera decisiva, que el psicoanálisis se desarrolla en el elemento del lenguaje, esto no puede hacernos olvidar que su práctica reclama condiciones mínimas que están lejos de ser siempre cumplidas, que choca con fuerzas capaces de ponerla en jaque, que ella mismt sólo cuenta con una fuerza prestada. Como se ha señalado más arriba, la certeza de que el lenguaje impregna todo lo de origen humano, de que el hombrfl es esencialmente un “ habiente” , que en nuestra mundo nada escapa a la marca del lenguaje, no puede confundirse con la convicción de que el lenguaje es capaz de someter todo lo humano, de que puetUli controlar a las pulsiones, al automatismo de repetid ción, por qué no a la muerte; en pocas palabras, que su fuerza no tiene límite y que basta con hacerlo funcionar y con usarlo para que toda otra fuerza se ponga en su órbita. Como numerosos analistas, hoy, no distinguen el hecho de que el hombre está sometida al significante de la creencia de que todo en él está
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dominado por el significante, pueden alegremente dar a entender que un análisis que ha sido llevado demasiado lejos, o que dura ya bastante tiempo, podrá vencer todos los obstáculos y que el analizando, finalmente, será “ confrontado con el significante primordial” para acceder a la “ diferencia absoluta” .*’ Si esto fuera verdad, no habría que temer ni los deslizamientos subrepticios ni las confusiones mantenidas. Pero no es seguro que la teoría lacaniana no desemboque en un callejón sin salida semejante al que se le presentó a Freud y sobre el que en el capítulo anterior hemos intentado echar luz: el juego de la palabra libre no logra deshacer la fuerza de la transferencia, que era ya la de la hipnosis, es decir, la que nace de la relación entre el ideal del yo y el sometimiento o la desubjetivación. Si por casualidad, el despliegue del elemento lenguaje en psicoanálisis condujera prácticamente al mismo resultado, cabría plantearse interrogantes bastante radicales acerca del método analítico. Sin duda, serian necesarios extensos desarrollos para no endurecer textos difíciles de abordar. Pero la relectura de las últimas páginas del Seminario dedicado a los Cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis tal vez posibilite que se entienda algo. En primer lugar, Lacan se burla abiertamente de la liquidación de la transferencia (término que no se encuentra en Freud, quien prefiere las palabras solución, disolución o destrucción). Liquidar la transferencia equivaldría a “ liquidar el inconsciente” .'* Completamente de acuerdo; habrá transferencia durante tanto tiempo como haya inconsciente. Pero >5 Jacques Lacan, Le Séminaire, libro Xl, Paris, Seuil, 1973, p. 248. Ibid., p. 240, “ Los cuatro principios fundamentales del psicoanálisis” , Seminario, Barcelona, Barrai, 1977, p. 271.
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esto es jugar con las palabras para crear confusióni porque aquí se trata de la transferencia con el analista. Con el pretexto de que habrá transferencia, se nos quiere hacer creer que es preciso que la transferencil con el analista se mantenga, lo cual es muy distinto. En todo caso, a Freud le preocupaba más la perduración de la transferencia y, con una insistencia infatigable, hacía de su disolución la finalización obligada de la cura. Lo que se argumenta en favor del mantenimiento de la transferencia es, cuando menos, asombroso: “ Sería no obstante singular que ese sujeto supuesto saber, que se supone saber algo de ustedes, y que de hecho no sabe nada, pueda considerarse como liquidado en el momento en que, al final del análisis, justamente empieza, sobre ustedes al menos, a saber un poco. Por lo tanto, en el momento en que tornarli más consistencia, el sujeto supuesto saber debería suponerse evaporado.” ’’ Hay aquí un deslizamiento enojoso del sujeto supuesto saber, al que en otra parte Lacan llama supuesto sujeto, hacia un sapiente que es, entonces, el propio analista. Se habría podido pensar, siguiendo la misma línea de Lacan, que, al final del análisis, la suposición aparecía como tal y que, en consecuencia, el saber del analista se daba como nulo y falto de interés, a fin de que el analizan-^ do pueda saber algo. Esto es, por otra parte, lo que puede deducirse de las frases siguientes, donde se habla de “ la liquidación permanente de este engaño mediante el cual la íransferencia tiende a ejercerse en el sentido del cierre del inconsciente” .’* Pero, justamente, esta liquidación debe ser efectuada sin cesar, es permanente, puesto que está ligada a la hipótesis del inconsciente. Se nos propone, pues, una liquida'7 '*
Ibid., p . Ibid., p .
271. 271.
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ülón que no puede tener lugar, pero que es de otro orden, para justificar el mantenimiento al final del análisis de un nexo con el analista sapiente. Nexo que iella el cierre definitivo del inconsciente, puesto que el supuesto saber, al contrario de lo que pasaría con el sapiente, condiciona el trabajo analítico. Esto no es anodino, porque es con respecto a ese sapiente que se operará y se mantendrá la identificación de la que luego se habla. Y es esta identificación la que tendrá por efecto establecer al analista y al analizando en una relación de destrucción recíproca qué Lacan formula excelentemente: “ El analizado dice a su partenaire, al analista: —Te amo, pero, porque inexplicablemente amo en ti algo más que a ti —el objeto a—, te mutilo.” Y a la inversa: “Me doy a ti, sigue diciendo el paciente, pero ese don de mi persona —como dice el otro— ¡misterio! se transforma inexplicablemente en un regalar mierda —término igualmente esencial de nuestra experiencia.” Mediante estas formulaciones, Lacan “ hace presente de un modo más sincopado” lo que le pasa al objeto a. Veamos en qué se ha entrampado, porque en esto no hay ningún misterio. Si el analizando dice que regala mierda, es, para el analista, en función del analista, para causarle placer o displacer, en todo caso, para hacerlo gozar. Por lo tanto, no sólo el analista es puesto en el lugar de objeto a sino el paciente. Tan así es que las dos fórmulas que son puestas en boca del analizado deben serlo también en la del analista. Es cada uno de ellos quien ama y mutila, porque, si el analista no tomara parte, no se dejaría mutilar. Asimismo, es cada uno de ellos quien se da y se transforma en mierda. Es imposible no reconocer en estas frases la trasposición de lo que Freud caracteriza como la esencia de la hipnosis y del estado amoroso y que en páginas anteriores hemos asimilado a la transferencia: la relación con el ideal del yo cuyo lu-
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gar toma el hipnotizador produce la fascinación^ lii parálisis, el sometimiento, la desubjetivación. Micn tras Lacan insiste en la reducción del analista al esta do de objeto a, Freud ve únicamente los efectos de l.i relación sobre el analizado. Igualmente, Lacan vclli la crudeza de las palabras parálisis o sometimiento mediante las bonitas fórmulas “ causado como caren cia por a '\ “ reconocerse en ese punto de carencia’*!'* lo cual no cambia nada, sino que solamente da al paciente la certeza de que su mutilación o su transfoí mación en mierda son estados gloriosos. En todo ca so, lo que podemos rescatar es que el objeto a dr Lacan es el correlato obligado del Ideal del Yo dr Freud. Algunas páginas más adelante, Lacan rechaza explícitamente una concepción generalizada acerca del final del análisis; “ Todo análisis que doctrinemfli como debiendo finalizar en la identificación con el analista revela, al mismo tiempo, que su verdadero motor está elidido. Hay un más allá de esta identificación, este más allá se define por la relación y la distancia entre el objeto a a la / idealizante de la identificación.” “ En un primer momento, nos decimos: he aquí la solución al final del análisis como acentuación de la transferencia. En un segundo momentO/ advertimos que Lacan no hace más que sacar a la luz la cara oculta que silencian los psicoanalistas sosten« dores de la identificación, a saber: el efecto sobre el analizando —y, recíprocamente, sobre el analista-ir de la identificación con la “ /idealizante” , es decir, el objeto a. Porque no hay ninguna distancia, lo acabamos de ver, entre / y el objeto a, son sólo dos aspectos contrarios y reversibles de la misma realidadi 19 Jacques Lacan, Le Séminaire, libro xi, París, Seuil, 1973, p . 243.
® Ibid.,
p. 244.
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Mutilar al otro o ser mierda para él, lo cual tiene lugar en ambos sentidos, es en efecto tomar sucesivamente o simultáneamente el lugar de / y el de a. La página siguiente intenta establecer la diferencia entre hipnosis y transferencia. Cito el pasaje íntegro: Definir la hipnosis por la confusión, en un punto, del significante ideal donde se referencian el sujeto con a, es la definición estructural más segura que se haya adelantado. Ahora bien; ¿quién no sabe que fue diferenciándose de la hipnosis como el psicoanálisis se instituyó? Porque el resorte fundamental de la operación analítica es el mantenimiento de la distancia entre / y a . Para darles fórmulas-referencia, diré, si la transferencia es aquello que, de la pulsión, aparta la demanda, el deseo del analista es lo que la devuelve a ella. Y por esta vía, la transferencia aísla a a, lo pone a la mayor distancia posible de I que él, el analista, está llamado por el sujeto a encarnar. Es esta idealización la que el analista debe desechar para ser el soporte del a separador, en la medida en que su deseo le permita, en una hipnosis al revés,^' encarnar él al hipnotizado. Esta superación del plano de la identificación es posible. Todos y cada uno de los que han vivido conmigo la experiencia analítica hasta el final, en el análisis didáctico, saben que lo que digo es cierto.
Por lo tanto, la hipnosis se definiría por la confusión entre / y a, en tanto que la transferencia los distanciaría uno del otro. Nada menos cierto, si es que he logrado mostrar con todo lo precedente que l y a se engendraban recíprocamente (como dos figuras del juego del otro), y que la “ /idealizante” o el “ significante ideal” o “ el ideal del yo” (porque estas expresiones son tomadas unas por otras) evocan, como Es esta fórmula la que seguramente inspiró a Jacques Nassif en su lectura de los “ Comienzos del psicoanálisis’’: Freud, L ’Inconscient, París, Ed. Galilée, 1977.
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si fueran su sombra, el desecho, la mierda, el objeta que cae. Por otra parte, eso es exactamente lo que Lacan mismo dice de un modo explicito, al afirmar que el psicoanalista, después de haber estado como /, pasa a encarnar a cr y ocupa el lugar del hipnotizado« Dar a entender con esto que la transferencia es “ una hipnosis al revés” no resuelve nada, porque entonces, frente a ese hipnotizado que es el analista, el paciente encarnaría verdaderamente a la /, lo cual, precisamente, debía ser evitado. Pero lo más importante, ciones se invierten y el hipnotizador no deja de estar, como el hipnotizado, en un estado de fascinación paralizante, puesto que la sugestión, como lo demostró Freud, circula en ambos sentidos. Lacan siente que su argumentación no se sostiene, porque se ve obligado, al final, a apelar al testimonio de sus analizandos, que saben que lo que dice es cierto, a saber: que la “ superación del plano de la identificación es posible” . Este recurso al testimonio no es sólo el “ confieso mi fracaso” de la argumentación teórica precedente, sino que tampoco tiene alcance, porque por definición, nadie está más atrapado que el analizando, ahora alumno y discípulo, en el juego de la / y la a. Freud advertía ya que la producción de alumnos y discípulos signaba la no finalización de la cura y representaba un caso típico de sugestión.^^ El mérito de Lacan consiste en dejar a plena luz aquello que de otro modo podría pasar inadvertido. Y como si no estuviera suficientemente claro, termina ese Seminario con la evocación del “ drama del nazismo” , del cual “ ningún sentido de la historia, fundado en las premisas hegeliano-marxistas, es capaz de rendir cuenta” ; el psicoanálisis sí lo es, porque sabe que “ hay poco, seguramente, como para no sucumbir a la fascinación del sacrificio en sí mismo —el ^G.W., 11,
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lacrificio significa que, en el objeto de nuestros deleos, tratamos de encontrar el testimonio de la prelencia del deseo de ese Otro al que llamo aquí el Dios oscuro”. Estos señalamientos finales son perfectamente pertinentes para darles toda su amplitud a las reflexiones sobre la transferencia. Si el psicoanálisis puede comprender “ el holocausto, el drama del nalismo” , es porque sabe que, en la transferencia, no hay distancia entre I y a, entre el deseo de ese Otro y el sujeto, que en ella descubre uno “ el deseo en eslado puro, el mismo que conduce al sacrificio, propiamente hablando, de todo lo que es el objeto del amor en su ternura humana” . Cuando Lacan, para terminar, afirma que el “ deseo del analista no es un deseo purp” , uno se pregunta por qué. Porque el “deseo de obtener la diferencia absoluta” mediante la confrontación del sujeto “ con el significante primordial” sólo puede ser el deseo de sometimiento, de la reducción a nada, de la abolición de toda diferencia, porque la diferencia es relativa o no es, y “ el amor sin límites” que decimos que surge entonces, no puede diferenciarse de la muerte, esa que sin duda conocen, en el mejor de los casos, los místicos, y en el peor, los descerebrados, y que orientaría al psicoanálisis ya sea hacia la vertiente iniciática, ya sea hacia el terreno del lavado de cerebro. En todo caso, es suficientemente visible que la teorización lacaniana de la transferencia, que debía ponernos a salvo de las divagaciones de la identificación idealizante —al principio en la hipnosis—, le da, por el contrario, todos los desarrollos posibles, lo cual encierra el beneficio de hacer aparecer a esas divagaciones en toda su crudeza y aun su crueldad. Volvemos a encontrarnos, pues, ante el mismo problema: la transferencia no es solamente el lugar donde sucede que aflora el sadomasoquismo más arcaico; es también la ocasión para su reproducción; hay entre
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ambos una relación íntima de estructura. Por mát que la teoría lacaniana otorgue al lenguaje en psicoanálisis un lugar de privilegio, puede liberarnos de la indigencia conceptual tan habitual en este campo, puede arrastrarnos a los esplendores del barroco; si deshacemos un poco las construcciones sofisticada» y si dejamos de encandilarnos con sus reflejos, de nue vo chocaremos contra cuestiones radicales no resueltas y que será muy difícil resolver. Al menos es prefOrible percibirlas en su desnudez, antes que olvidarlal multiplicando los rodeos, construyendo desvíos quf vuelven a la dificultad del comienzo sin haberla mo dificado, y, lo que es más, que al haberla hecho olvi dar, le dan una fuerza renovada por el desconodmiento. ¿Cómo salir del no hay otro, sólo hay lugar para unol Es decir: ¿cómo hacer verdaderamente dos? No apelando al tercero, porque el recurso al tercero supone siempre como una evidencia que dos esté dadot que es lo que precisamente se cuestiona. Sin duda, la referencia al tercero es un procedimiento comple^ que permite al analista evitar el juego del otro, ausentarse de la relación y, por lo tanto, permanecer invuf nerable. Pero sobre todo, el recurso al tercero realizi la ilusión del uno, oculta la inexistencia del dos dejando creer que ese dos es simultáneamente superad^ y mantenido, mientras que no es más que la perduración del uno, velada por la pretensión de establecimiento de una relación. Ciertamente, el dos existé para la percepción, hay individuos separados y distintos, pero esto no es verdad para el inconscientíü para la utopía que es el límite y la fuerza de la vida psíquica. Esto podría expresarse del siguiente modos .el principio de la vida de relación, su motor y su fuer» te, es que no hay relación. Uno se encuentra en el prelenguaje y lo preedípico (sin significación temporal)^ o en el más acá del lenguaje o del Edipo (sin significa!
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ción espacial), en el sentido de que el lenguaje no ha separado nada y de que nunca hubo dos padres, sino uno solo, que es también el único cuerpo o cuyo cuerpo es abolido. Para decirlo en seguida antes de tratarlo más extensamente: sólo puede haber dos si, a partir del uno, primero ha habido cuatro. Es preciso, por lo tanto, prestar una prolongada atención a lo más arcaico, si queremos tener alguna oportunidad de salir de él; de otro modo, sobre ese fondo desconocido se desarrolla una construcción que, aunque pretenda trabajarlo y reducirlo, no será otra cosa que su producto. Muchos analistas, sobre todo tal vez los anglosajones,“ han captado la importancia ineludible que en ciertos pacientes tiene ese deseo de fusión que los sitúa en los confines de la psicosis, y la necesidad de tener esto en cuenta durante la cura para intentar aportarle soluciones: Algunos piensan que, para responder a esa necesidad primitiva, el psicoanalista debe aceptar el papel de la madre buena. Pero esto no haría más que reforzar la necesidad de fusión a través de un comienzo de realización de la misma. A decir verdad, como esa necesidad de fusión es la ambivalencia misma, la madre buena es aquella que autoriza la fusión devorándose a su hijo, y se transforma inmediatamente en madre mala que rechaza y precipita, pues, al paciente, en la culpabilidad. Uno se instala entonces en la alternancia indefinida entre la gratificación y la frustración. Efectivamente, entonces, existen cuatro elementos: la madre buena y la mala, el gratificado y el frustrado, pero con esto no salimos del campo propio de la simbiosis intemporalizada. No obstante, es a partir de estos cuatro términos como la temporalización, condición primera (o con secuencia) de toda relación, puede tener lugar, al me Pienso especialmente en Searles, citado más arriba
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nos del modo más elemental. Si la simbiosis es indefi nida, es porque cada uno de sus momentos anula Ji los demás. No hay sucesión porque, en el instante del rechazo, es olvidado todo lo relativo a la devoracióá, y, en el instante de la fusión, ya no hay ni rastros del aislamiento. Si el psicoanálisis, sin duda por interm0 dio del psicoanalista, pudiera transformarse en el lu gar de una primerá rememoración, los cuatro tèrmi nos, a saber: las dos figuras del analista y los doii estados del analizado, dejarían de estar destinado!, cada uno de ellos, a la desaparición por causa de Iji aparición de otro, y empezarían a cohabitar y a soportarse. La mera aparición-desaparición se volveril verdadera sucesión y alternancia, y por lo tanto sr inscribiría en el tiempo, o, más exactamente, haría d tiempo. Todo, entoncés, puede multiplicarse poí dos: si uno no olvida, las dos figuras y los dos estadoji apmecen como invirtiéndose en momentos sucesivo! o, en un momento dado, como productos estables de sus inversos. El entrecruzamiento es generalizado, Por lo tanto podremos decir que la primera distane^ es la simultaneidad de la doble relación reciprocai u que la primera temporalización es la extrapolación en el espacio de los elementos de la relación reciproci, ¿Pero bajo qué condiciones es posible esta primara salida de la simbiosis? Ello supone, primeramentl, y tal como lo hemos subrayado anteriormente, qué uno pueda dejarse atrapar por ella. Un psicoanalisji que se encierra en su comportamiento de analisti, que nunca se deja tener ni mover, que no se desvía ja más, ni por el otro ni por sí mismo, de su impasibiUdad y de su insensibilidad, tal como lo recomendabi Freud, probablemente nunca vea aparecer esta no relación ahistórica y, sobre todo, nunca sabrá qué hacer con ella. No podrá reconocer que la fascinlción de la simbiosis, la necesidad de reducción a na da, no son propiedad únicamente de su cliente, sin
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que él también las tiene en abundancia. Por lo tanto, en el transcurso del análisis, se verá atrapado en los flujos y reflujos de la simbiosis, pero pronto la recordará, lo cual le da una posición, mediante una parte de sí mismo, fuera de ese vaivén intemporal y desespacializado. La distancia, en la cual el psicoanalista no podría de cualquier modo instalarse, consistirá en un lapso de pasaje entre momentos en los que se perderá en esos flujos y reflujos, y otros en los que se verá liberado de ellos, ya sea porque rememore, ya sea porque retome torpemente su comportamiento de analista, momentos en los que se vuelve mero representante, mero signo de un mundo que ya no funcionaría según la modalidad simbiótica y que es percibido por el paciente como otro lugar, inaccesible, pero que no obstante tiene una existencia y una consistencia propias. Seguimos estando frente a cuatro términos: el analista está atrapado o desprendido, el analizando está aquí y es invitado a otra parte. Esta doble dualidad es radicalmente distinta de la que constituye la simbiosis, tanto, que el pasaje de la segunda a la primera no es en absoluto obvio. Para evitar este pasaje, sucede, por ejemplo, que el analizando desarrolla de un modo repetitivo su queja por no acceder a la fusión, pero cuidando de dejar al psicoanalista fuera de esta demanda. Dirige esta demanda no al psicoanalista, sino a tal mujer o a tal hombre, o incluso a tal niño. El psicoanálisis dejó de ser, entonces, el lugar donde se juega el deseo de fusión, y las palabras que se pronuncian en él no tienen más fuerza que las de un parloteo, porque, dado que el analista nunca es atrapado, su desprendimiento está desprovisto de significación y de poder. La condición necesaria para que algo suceda (lo cual, por supuesto, es simultáneamente el riesgo supremo), es que el psicoanalista se transforme en el otro indispensable.^'* Si no, lo esencial se desaEl principio de la multiplicidad de los profesionales tratan-
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rrolla sobre otro escenario, cortada toda posibilidad de interrogación, porque el partemire elegido entonces (fuera del análisis) es tal que practica el juego del otro de un modo idéntico sin que exista la posibilidad de un desprendimiento. La transferencia no es lo suficientemente fuerte como para capturar la existencia del paciente, durante el análisis, y como la apuesta no es allí total, no puede enlazarse ningún drama ni; poi lo tanto, tener desenlace. También sucede, a la inversa, que el psicoanálisH sea el lugar de una reviviscencia inesperada de la simbiosis tal, que hace posible, por otra parte, la vida del paciente.,Éste volverá a zambullirse en el diván, en el agua lustral y así podrá, el resto del tiempo, encontrar soportables a la realidad exterior y a las relaciones sociales. La palabra en análisis también será un parloteo que podrá adoptar todas las apariencias de un trabajo analítico, pero que evitará sutilmente tocar elementos que pudieran amenazar ese estado de dicha. La transferencia responde suficientemente a la demanda de fusión como para que sea deseable hacerla durar indefinidamente. Las intervenciones del analista corren el riesgo de no ser oídas nunca, o de ser tan bien oídas que serán desactivadas de antemanOi Vemos aquí que la palabra no es automáticamentf eficaz. Su fuerza y su peso dependen de la manera como esté situada la transferencia. Si, por una razón cualquiera, el juego del otro se despliega sin implican en él al analista, decir o callarse, tanto,por parte de este último como por parte del analizando, tendrá exactamente el mismo resultado, es decir, será nulo. En el caso contrario, el alcance de la palabra proven-t tes en la terapia de los psicóticos internados, ¿iio confunde la necesidad de transferencias en plural, a partir de un solo individuo, con la repetición de la transferencia totalizadora con respecto a vario* individuos?
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drá del hecho de que consistirá esencialmente en definir las posiciones respectivas, en decir un hacer o un en vías de hacerse. Masud Khan brinda una notable ilustración de estas afirmaciones.^’ Nada es posible en tanto la paciente no haga entrar al analista en la batalla de la devoración y del odio. Mediante su “atención corporal” , el analista ofrece una resistencia a la absorción, resistencia que, al cabo de cierto tiempo, permite a la paciente decir su odio y al analista mostrar sus causas y circunstancias. En este caso, la contratransferencia no es, pues, una mezcla de sentimientos y de estados de ánimo. Es, primero, aceptación del enfrentamiento y, al mismo tiempo, rechazo del juego del otro;, luego, es la traducción a palabras, en ocasión de una palabra del analizando, de las posiciones respectivas en las que el analista ha sido ubicado por el partenaire y en las cuales este último está ubicado. Por consiguiente, no es cuestión, en absoluto, de expansiones más o menos sentimentales, sino, si se quiere, de astronomía o de física. El desprendimiento es el hablar del atrapamiento. Aquí, verdaderamente, decir es hacer. La palabra efectúa una distancia con relación a la simbiosis, sale del atrapamiento en la medida en que sale, libera del atrapamiento porque es una salida de él, en la medida en que la formule adecuada y singularmente, dejando de lado las generalidades tan conocidas. En consecuencia, el lenguaje puede operar una separación en lo ahistórico, si lo tiene en cuenta —evidentemente—, pero también si toma su fuerza de él. Se podría decir que una palabra es tanto más potente cuanto más se recorta sobre el campo de fuerza que tiende a extenuarla, cuanto más próxima está a tocar ese límite del inconsciente “ incognoscible e inexistente” . Es tal vez en este contexto en el que podríamos interpretar la ela25 Le soi caché, París, Gallimard, 1976, pp. 180-210.
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boración, de la que Freud no nos dice gran cosa, salv(i que se exige en la cura después de que la transferenctt se haya manifestado como portadora de amenaza última.^* Nos encontramos nuevamente frente a cuatro términos, pero que se han vuelto muy distintos. En efec to, cada uno de los protagonistas es, a la vez, el quf ha sido atrapado en el juego del otro y el que no ha podido (el analizando) o no ha querido (el analistaV atrapar al otro en dicho juego. Se opera entonces un cambio cualitativo, porque el atrapamiento, en lugar de permanecer como una masa informe, se despliega en varios casos particulares en función del tiempo y del espacio. A partir de allí, la figura del analista se multiplica en otros tantos rasgos identificatorios que remiten al analizando a las figuras de su biografía. Fa el regreso a las transferencias plurales^’ de las qu<; hablaba Freud, aquellas que han constituido la histo ria del individuo. El llamado inconsciente arcaico del analizando estaba hecho para llegar al otro de tal manera que allí no hubiera relación; con el lenguaje funcionando, entonces, a contramano, para destruir el espacio y el tiempo. Es esta llegada lo que se debe tra bajar, elaborar, particularizar, diferenciar, para producir un distanciamiento y un retorno a la témpora® dad. Si insistimos, podemos ver en el lenguaje el elemento tercero que permite salir de la simbiosis siempre que subrayemos que ese tercero sólo pued^ surtir efecto a partir de un desdoblamiento de las posiciones respectivas, es decir, de la efectuación previa de cuatro. Si no hubiera un acto de separación operado por el analista en el seno mismo de la transferencia inmediata,^* jamás habría transferencia mediatg 2« G.W^., 10, p p . 133-135 [XII, 155-157], 22 Véase capítulo 4. 28 Véase capítulo 3.
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ni, por lo tanto, salida de la hipnosis. Pero también podríamos afirmar que ese elemento tercero es la sexualidad, porque la simbiosis es tan ajena a la sexualidad como al lenguaje. La afirmación de que el decir de la no relación ahistórica produce la relación en el tiempo, podría remplazarse por la fórmula: cuando el cuerpo se sexualiza, el otro se torna posible. Todo sucede como si psíquicamente nos hubiéramos quedado fundamentalmente en un estadio de la evolución anterior a la aparición de la producción sexuada, o que lo más secreto de cada uno lo añorara y sólo tendiera a regresar a él, poniendo en jaque —manifiestamente en la psicosis— tanto a la sexualidad como al lenguaje. Sin duda, es una manera nueva de restaurar el mito freudiano del regreso de toda vida a lo inanimado. En todo caso, encontramos en muchas curas —no en todas, evidentemente—, ya sea como meta, ya como punto de partida, la necesidad de operar una primera diferencia entre vida y muerte, de efectuar entre una y otra, para que no se reúnan inmediatamente, un primer rodeo. Cuando Freud incita al analista, por un lado, a la pura receptividad de su inconsciente para recibir las determinaciones del inconsciente del paciente y, por otro, a una impenetrabilidad e insensibilidad comparables a las del cirujano, se orienta en una dirección innovadora, pero que puede tener consecuencias enojosas, porque el comportamiento viene a suplir allí a la debilidad de la función. En efecto, esta receptividad operativa obliga a Freud, en la lógica de su propuesta, a suponer un analista sin resistencia, perfectamente analizado; por lo tanto, hace de él un ser aparte que tendría un inconsciente totalmente transparente, no marcado por la represión, lo cual es, propiamente, contradictorio. Luego Freud reconoce, por otra parte, que el analista analizado por comple-
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to no existe, pero no por ello anula sus sugerendai anteriores. Por lo tanto, es preciso concluir en que, para funcionar como tal, el analista debe tender hacía un ideal jamás alcanzado. Para acercarse al ideal, el analista se adentrará más en su análisis, pero como esto no modifica en nada el hecho de que el ideal sigue siendo ideal inaccesible, es forzoso, en la prácti* ca, que se comporte ante el analizando como si la función operara sin trabas. La prosecución de su análisis, por otra parte, será entonces nada más que la coartada que permitirá al analista, mientras espera lo que nunca sucederá, representar el papel del ideal, ponerse en esa posición y en ese lugar para poder trabajar. Incapaz de identificarse con una pura función que, por definición, no puede encarnarse, sólo le queda imitar un ideal mediante ,su postura, caricaturizada bajo los tan conocidos rasgos de la respuesta a todo y del no-estoy-en-el-asunto-es-su-problem% Esta interpenetración del comportamiento y la función, que es la consecuencia lógica de las premisa* planteadas más arriba, somete a ambos a la categoría del ideal; el comportamiento, al darle al ideal una existencia; la función, al estar reducida a una condición de posibilidad trascendental que, en la práctica, adopta la forma de un sujeto supuesto analizado. Para sostener su demostración, Freud utilizó la comparación del teléfono: la voz transformada en ondas circula desde el emisor al receptor, que nuevamente retraduce en sonidos. Todos los días podemos hacer la experiencia de esta comunicación de inconsciente a inconsciente, que se realiza mediante los gestos, las entonaciones, las miradas, las palabras; no es éste el lugar para debatirlo. El error de Freud consiste en creer que el inconsciente del analista puede ser puro receptor y que el mensaje que descifrará será exactamente el que le haya sido enviado por el paciente. En realidad, no sólo el inconsciente del pa-
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dente es lo que se debe descifrar, sino el inconsciente del paciente>>las reacciones del Ies del analista. El inconsciente del analista no es impresionable como un micrófono o una cinta magnética. Debe oír, pero no puede no tener que defenderse, aunque no sea más que porque el analizando quiere utilizar al analista como un objeto, consumible y sujeto a prestación personal. Por lo tanto, el analista reacciona inevitablemente ánte los actos y los dichos del paciente; y esto, dentro del campo del análisis, debe ser tomado en cuenta. Es extremadamente intrascendente reconocer el hecho de estas reacciones, pero la cuestión consiste en saber qué consecuencias producirá ese hecho. En la fórmula: el inconsciente del analizando y las reacciones del inconsciente del analista, la dificultad reside en la y, cuyo alcance nó será posible determinar de antemano y en general. No obstante, esta conjunción de coordinación tiene, en principio, la ventaja de que nos libera del proceso de idealización, siempre catastrófico, puesto que el analista no puede jactarse ahora de ser insensible e impenetrable, y porque, si el analizando lo considera así, tal vez sea sólo en virtud de una transferencia particular (inscrita en un plural) que será relativamente fácil de analizar. Si el analista toma distancia con respecto a esa figura ideal y deja de intentar imitarla con su comportamiento, el analizando lo percibirá muy rápido. Evidentemente, en esta operación el analista pierde su tan mentado dominio (y gran parte de su poder); sin embargo, un amo jamás pudo hacer avanzar ni un paso al análisis; sólo pudo hacerlo retroceder hacia las riberas de la magia y de la religión. Esta y no señala únicamente el final del dominio del analista, sino que es lo que permitirá hacer dos o más exactamente cuatro. Porque las reacciones del analista informan sobre el analista, pero también sobre el analizando que las provocó; del mismo modo.
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lo que el analizando transmite al analista para que sea descifrado es, en parte, producción del paciente a partir de su historia y, en parte, también reacción ante este analista en particular. Estos entrecruzamlentos deberán ser desenredados e incluso, eventualmente, cortados, de tal modo que cada uno encuentre allí algo que le pertenece y de lo que pueda apropiarse o reapropiarse. Este desentrecruzamiento, este desenmadejamiento, esta ruptura, deben operarlos simultáneamente el analista y el analizando, y ya no hay por qué suponer que el analista debería estar perfectamente analizado, sino que acepta también situarse dentro del campo del análisis y que se somete a él. Tal vez, esto equivalga simplemente a reintroducir el análisis del analista en el análisis del paciente. Lo cual podría terminar en la confusión más completa, pero es el riesgo que necesariamente hay que correr para que el proceso mortífero de la idealización no tenga lugar. Además, de todas maneras el analista, con su análisis o su ausencia de análisis, está presente en el análisis de su paciente. Si es posible, más vale sacar las consecuencias de ello. La colusión del comportamiento y de la función era lo que engendraba el proceso de idealización. De todos modos, no es cuestión de renunciar al comportamiento imaginado por Freud, a saber, la puesta entre paréntesis de la subjetividad del analista —insensibilidad, impenetrabilidad—, porque es operativa. Imita al inconsciente como límite incognoscible e inexistente, para colocar en la apariencia una figura de la pura alteridad, aquella que puede oírlo todo, soportarlo todo, comprenderlo todo. El analista que se hace incognoscible e inexistente incita al analizando a ubicarse en relación con el inconsciente hipotéticolímite y a hablar a partir de allí, cosa que nunca haría de otro modo, puesto que está atrapado, como todos, en el juego de lenguaje del aparentar social y de
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la seudocomunicación. Pero esta hipótesis del inconsciente tiene una doble faz, la de la alteridad pura que suscita lo que impropiamente llamamos el sujeto del inconsciente, también la de la negación de toda alteridad, la confusión donde no hay otro, porque el sujeto se desvanece en lo incognoscible e inexistente. Si el analista, siendo impenetrable e insensible, se conformara con imitar la primera faz y se negara a experimentar la segunda, que sin embargo es su corolario obligado, el reparto de las dos caras se haría entre el analista y analizando; y este último sólo tendría ya que situarse definitivamente en las fronteras de la extenuación del lenguaje y de la sexualidad. Si el analista, por el contrario, acepta esta segunda faz, renunciá a representar la función para dejarse influir por la hipótesis del inconsciente. Su tarea consiste en llenar el entre-dos, enterándose de lo que le sucede en esta situación precisa frente a este analizando, a fin de que el analizando pueda también, merced a la confrontación con los dos lados del inconsciente (alteridad y confusión), producir su singularidad. El comportamiento es, pues, la puesta en escena provisoria de la función. A partir de que —y cada vez que— dicha función opera, el comportamiento deja paso al trabajo del analista determinado por el trabajo del analizando. Estamos obligados, entonces, a afirmar que el analista está presente. Algunos se han burlado de la “ presencia” del analista, con el pretexto de que éste no debía ser más que el representante de la función. Pero, así, vamos de mal en peor. Sin duda, no se evitan los ridículos de la relación inefable y benefactora, pero el analista que se ausenta y se obstina en querer ser sólo “ nadie” , introduce el análisis en un proceso perverso, donde podría no poner nada en juego, donde sería mero espectador, pero donde, en realidad, se pondría a salvo, nunca atrapado, pero conformándose con ver al otro atraparse.
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Ciertamente, no hay simetría entre la posición del analista y la del analizando, porque entre ellos no hay verdadera reciprocidad. El analista no tiene que com partir directamente su historia, los rasgos de su persona, su angustia, aquello con lo que el analizandí) no tiene nada que hacer; sin embargo, es todo esto lo que, a través de las reacciones conscientes o inconicientes ante los dichos del paciente, entra en el campo del análisis. Esto es necesario, porque, si el analizando se dirigiera a nadie, ¿dónde pues podrían apoyar se sus transferencias plurales? Necesita un interlocu* tor como soporte de todos sus interlocutores pasado# y presentes. Por un lado, el analista es fragmentado en múltiples rasgos identificatorios; por otro, como único soporte, constituye el lugar de circulación de esas identificaciones en las transferencias, lo cual permite al analizado superar sus disociaciones. Por que la identidad no es nada más que la posibilidad del pasaje, unas dentro de otras, de las identificaciontí que han jalonado la historia del analizando y que han sido los puntos de anclaje de las diversas pulsión#! parciales. El analista no es nadie; es, podríamos decir, un resumen de otro, porque no ha rechazado la confusión y ha ayudado en la primera separación.
6. SOBRE LOS EFECTOS DEL PSICOANÁLISIS
Los lugares comunes son resistentes. Éste, por ejemplo: el psicoanálisis tendría efectos subversivos, no sólo, obviamente, sobre el individuo, sino sobre la sociedad. Este tipo de frases tiene como objetivo, por cierto, el de sostener la moral de los psicoanalistas. A quienes tienen a su cargo el mantenimiento y desarrollo de la corporación, no se les podría reprochar que repitan incansablemente fórmulas tan exaltantes. Una periodista enuncia con precisión lo que se dice sobre este tema en el ambiente analítico y las justificaciones que se le dan. Si el psicoanálisis ha conservado, en parte, su aroma a azufre y sus virtudes subversivas, es también porque, en los hechos, tiende a minar las estructuras que sostienen al cuerpo social. En los hechos: debemos recordar que, ton mucha frecuencia, las curas psicoanalíticas culminan, para los que se liberan de ellas, en cuestionamientos radicales de sus modos de vida. ¿Cuántos analizandos, durante su cura, han abandonado su partido político, o se han divorciado o han cambiado de oficio? ¿Cuántos de ellos han abandonado las certidumbres religiosas, políticas, morales, sobre las que hasta entonces habían edificado el frágil equilibrio de sus vidas? Por supuesto, se podrían cargar estos efectos a la cuenta de la influencia solapada de los psicoanalistas. Pero para explicarlos, alcanza con pensar en el protocolo creado ppr Freud, y cuya regla de oro es la libertad absoluta de la palabra. Es esta libertad la que conduce, en muchos casos, a la pulverización de las certidumbres, a la duda creadora.' ' Catherine David, Le Nouvel Observateur, núm. 807, 28 de abril-4 de mayo de 1980, p. 94. (217)
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Todo esto es exacto, pero de lo que se trata es de saber en qué consiste esa pretendida subversión y en qué momento ha tenido lugar. Aquellos que, durante la cura, van a abandonar su religión, o a dejar su partido político, a divorciarse, a cambiar de oficio, llegaron al psicoanálisis porque ya habían entrado en una enorme duda con respecto a los valores recibidos, porque sus vidas, llevadas según esas normas heredadas de tal o cual grupo social, ya se habían vuelto invivibles, porque las referencias a las que estaban habituados habían dejado de cumplir su función, y porque se encontraban perdidos. El trabajo de zapa de los ideales reconocidos por el entorno, o por el medio, elegido anteriormente, ya ha sido efectuado. Si esas personas aún se mantienen en ese entorno, es a través de los pocos y desgastados hilos del hábito y de la comodidad. La sociedad misma, o la culturaambiente, o el estilo del momento, ya han subvertida aquello que la religión, la moral, los partidos políticos, pretendían proponer como verdaderas razones de vivir. Por lo tanto, no es el psicoanálisis el que viene a desordenar estos valores; toma nota de su disolución o de su fuerza prestada o ínfima. Quienes emprenden una cura vienen a preguntar, en la angustia, cómo vivir entre esas ruinas, y si tal cosa es posible. Tal vez todavía no lo sepan, y se aferran a esos muros enmohecidos como a los de una fortaleza, pero la destrucción ya está consumada. Ciertamente, el papel de la cura es considerable, si logra limpiar una edificación reducida al estado de memorable vestigio, pero que ocupa un espacio tal que impide construir cualquier otra cosa. Si la sociedad considera que el psicoanálisis huele a azufre, es sin duda porque esta última no soporta que a los individuos que reniegan de los valores que ella profesa oficialmente, no se los deje librados a su propia desdicha, y que otros individuos, llamados
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psicoanalistas, les permitan encontrar, por encima de ese apoyo declinante, otros fundamentos para sus existencias. La sociedad global, o al menos quienes en ella ostentan posiciones ventajosas, pueden penlar, porque siempre hay que encontrar un culpable, que el psicoanálisis es la causa de la pérdida de esos valores; de todos modos sería bufonesco que los psicoanalistas aceptaran acusaciones para transformarlas en títulos de gloria, porque entonces no harían más que compartir el enceguecimiento de la gente encumbrada. En efecto, es la sociedad, o la cultura misma la que, al dejar de funcionar según las reglas altamente valoradas del trabajo, la familia, la patria o la leligión, las ha vaciado de fuerza y de eficacia; ella misma propaga la peste. Si el portador de malas noticias debe morir, no debería considerarse a sí mismo un mártir, sino sólo la víctima necesaria de un error; de lo contrario, no demostrará más lucidez que sus detractores. Es imposible subestimar las injurias y desgracias que se abatieron sobre los psicoanalistas bajo regímenes fascistas. Pero, ¿podemos deducir de ello que el psicoanálisis sea subversivo? Lfn gobierno totalitario no soporta no controlar todo; por lo tanto, querrá infiltrarse en todas las organizaciones sociales y en todas las formas de vida pública o privada. Se suele remarcar el hecho de que en la Alemania nazi, los oficios de un tal Dr. Goring ^prinio del m ariscalhayan puesto al psicoanálisis *‘en la buena senda” ; pero el psicoanálisis no es una excepción; la misma operación se efectuó con todos los agrupamiehtos, ya fuesen religiosos, políticos o científicos. Y siempre la meta era la misma: se trataba de falsear radicalmente los objetivos de esos grupos para ponerlos al servicio de la ideología nazi. Cada familia estaba asediada por sus hijos, que se transformaban en otros tantos delatores posibles. Él psicoanálisis molesta al poder
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absoluto, pero no más, o tal vez mucho menos, qu( algunos hombres de Iglesia incapaces de soporta} li< esclavitud, que un sindicato animado por la justlíltt, que un grupúsculo de estudiantes decididos que n(> I«' temen a la muerte. Sin prejuzgar acerca de lo que sucede en otros p;il' ses, ¿no es un poce temerario afirmar, en el contexin francés actual, que el psicoanálisis es subversivo? Hw ejemplo, S. Viderman, en un artículo que paredt'ii tender, más bien, a mostrar lo contrario, dice: “ Shi duda los psicoanalistas son recuperables, pero nuntn el psicoanálisis, que es fundamentalmente subvet'^f vo; es conmoción y transmutación de la escala de vit l o r e s . ¿ E n qué es subversivo el psicoanálisis si suk mejores productos, los psicoanalistas, no lo son? ¿Por qué vía, entonces, se realiza la subversión^ ni “ después de Freud, los psicoanalistas se repiten“ ?* ¿Para qué sirve separar la obra freudiana de sus com portamientos sociales o de su persona: “ La obra pfci' coanalítica sólo puede evolucionar cortando todo lazo de dependencia con el nombre de Freud’’,* ll esta obra sólo dio a luz, según acaban de decirnos ll pericos? El mismo tipo de ruptura debería practica}» con respecto a Lacan: “ A propósito de él, es necesario diferenciar radicalmente la obra que ha creado dr las instituciones que ha fundado [. . .] En el planlji de las instituciones; se debe considerar a Lacan comO un accidente en la evolución del movimiento psic<) analítico.’’’ Eli autor, que no quiere poner ningún 11 mite a sus interrogantes (cuyo interés no se trata de minimizar), ¿no intenta con ello evitar preguntas mán inquietantes? Esta voluntad de diferenciar radical mente al hombre de la obra, a las instituciones de In ^ Confrontation, Cahiers 3, primavera de 1980, p. 32. ’ Ibid., p. 29. * Ibid., p. 32. ’ Ibid., p. 34.
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obra, ¿no proviene justamente —porque, en la cienl ia sola, el nombre puede perderse— del mito cientílico que permitió el éxito del psicoanálisis y que hace de él un componente necesario de la sociedad liberal? 1,0 que S. Viderman entiende como lo más subversivo, el psicoanálisis, es precisamente lo que mejor recuperado está y lo que rinde cuenta, como una consecuencia, del hecho de que los psicoanalistas mismos estén recuperados. El psicoanálisis se interesa por todo lo que, por delinición, una sociedad industrial y técnica ha dejado caer fuera de sí: el mundo de lo irracional, o más precisamente, el del sueño y la locura, el de las pulsiones y los fantasmas. La seducción del mito freudiano descansa no en la reinyécción de elementos irracionales en nuestra civilización, sino en el proyecto de una racionalidad nueva, de una cientifización posible de esa irracionalidad: el psicoanálisis producirá una ciencia de los sueños, deducirá los fantasmas y las pulsiones, reintroducirá, en el campo del determinismo, los lapsus, los actos fallidos, lo imprevisible del chiste. El mito lacaniano funciona en la misma dirección cuando propone como tarea decisiva la constitución de los maternas; fin del pathos, de lo fantástico, de lo indeterminado. Dicho de otro modo, lo que produce el psicoanálisis es un mito que no introduce una fuerza ajena al sistema presente con el riesgo de hacerlo saltar, y menos aún para hacerlo estallar, sino que, por el contrario, domestica aquello que, en principio, no es integrable por un mundo cientificizado, tecnificado, racionalizado, y le da un estatus de ciencia y de lógica, volviéndolo así aceptable. Proveyendo de inteligibilidad, bajo los auspicios de la ciencia, a lo que estaba fuera del campo de la técnica y de la ciencia estricta, el psicoanálisis da al principio la impresión de que las subvertirá, pero luego se transforma en el
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medio para extender la ciencia más allá de sus prn pios limites. En otros términos, la sociedad tecniclfll que arrojaba al exterior de sí misma por tenebroiÜis, supersticiosos, mágicos o fabulosos a los sueñoii k los fantasmas, a la locura, podía sentirse amenazad« por su reintroducción en su seno. Pero como esos In nómenos constitutivos del ser humano, han sido ai II matados a la nueva cara de la sociedad, vienen M reforzar a esa misma sociedad, porque ponen nueva mente a su disposición lo que por definición se li escapaba, lo que por lo tanto corría el riesgo de olvi dar, aun cuando, no obstante, le resultaran intrínH' camente necesarios para sobrevivir. En la época rii que la ciencia, y la sociedad que de ella resulta, lo rrían el riesgo de encerrarse en el cientificismo, el psi coanálisis hacia soportables, y por lo tanto integfn bles por la ciencia, los campos que le parecían ajen
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grarse al circuito económico-poUtico de la producción; pero también son, al mismo tiempo, marginales recuperados para lo social mediante el desvío lucrativo de la gestión de lo no racionalizable (para evitar hablar de inconsciente en este contexto). Más precisamente, administran lo no racionalizable a través de las disfunciones de la clase dominante. Para ésta, el mito freudiano, reactualizado de un modo prestigioso por el mito lacaniano, se ha vuelto simultáneamente tan verosímil y necesario que el dinero ha podido acudir en sostenimiento de esta empresa. Las relaciones entre el psicoanálisis y la sociedad global necesitarían muchos otros desarrollos. En particular, habría que mostrar cómo el arte del rodeo en psicoanálisis, el rechazo de todo enfrentamiento mediante la remisión del otro a sus propios problemas, el reconocimiento de los inevitables compromisos y de su desplazamiento hacia otros compromisos más soportables, e incluso la palabra no censurada, podrían muy bien asimilarse a los intentos de nuestras sociedades llamadas democráticas, de reprimir toda violencia y de traducir los conflictos en el campo único de la palabra, con el fin de transformarlos en contratos o, precisamente, en compromisos. Probablemente se vería en esto connivencias secretas y la sumisión a modelos idénticos. En todo caso, cualquiera que sea el aspecto que se elija, no es perceptible que el psicoanálisis, en Francia, sea hoy portador de subversión. Si logra permitir a algunas personas que Vivan mejor, o menos mal, ¿no resulta ya precioso? ¡Qué necesidad de darse aire de revolucionario de pacotilla! Porque es preciso retomar la pregunta planteada al comienzo de este capítulo: ¿qué es lo que opera un psicoanalista? Para un grupo de gente que va a ver a un psicoanalista —más adelante se hablará de otros—, las cosas pueden suceder así: comienzan un
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análisis cuando las convicciones y certezas de orden religioso, político, moral o psíquico dejan de funcio nar como referentes y como defensas, dejando paso a la duda y a la angustia. Las creencias, los ideales, las pretensiones, las evidencias que formaban todo un sistema, al que podríamos llamar ideológico o simbólico, y que daban cierta coherencia a los juicios, permitiéndonos situarnos con relación a noso tros mismos y a los demás, se derrumban y dejan df cumplir su función de organización, de diferenciáción, de autonomización. Mientras que el analizando intenta devolver con sistencia y fuerza a esos diversos referentes, el análi sis, mediante el juego de la palabra libre, hace surgii el universo subterráneo de las pulsiones, de los amo res y los odios, de los deseos de matar y de morir, de la locura, de las grandezas o del aplastamiento, de los goces indecibles e imposibles de desarraigar, de tal suerte que el sistema ideológico o simbólico anterior aparece como aquello en lo que se había transformado: una superestructura tan embarazosa como inútil. No estoy allí donde creía estar, ya no estoy allí donde creía haber estado. Si nos remitimos a esta experiem eia de desilusión, podremos hablar de efecto subversivo del psicoanálisis. Ninguno de los principios de funcionamiento de la sociedad o del psiquismo bien templado es susceptible de oponer una resistencia seria a la fuerza de las pulsiones sacadas a la luz. Se opera entonces una conmoción en la existencia del individuo. Debe dejar de rezar una fe que ya no compartía, de militar por un proyecto liberador que lo aliena, de vivir con una mujer o un hombre que él o ella había elegido en función de una neurosis que se ha vuelto demasiado evidente. Pero, ¿esto amenaza a la sociedad? Me parece que los individuos que han pasado por el análisis, si bien renuncian a las grandes creencias visibles e inventa-
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riadas, no por ello dejan de adherirse a un sistema de valores implícito, el mismo que hace funcionar efectivamente a la sociedad. Los analizandos ya no tienen mensaje para transmitir o defender, y se encuentran espontáneamente de acuerdo con sus contemporáneos, con la multitud de los indiferentes a toda forma de celo o de fanatismo (salvo, evidentemente, en caso de amenaza a los intereses inmediatos), en torno a una difusa moral individual de respeto hacia los demás con el objeto de hacerse respetar (déjame tranquilo y yo te dejaré tranquilo), y de una búsqueda del equilibrio inestable entre un mínimo de trabajo y un máximo de ocio, entre un mínimo de conflicto y un máximo de placer; puesto que los únicos dioses precavidamente venerados son el sexo y el dinero. El psicoanálisis, al desmontar todos los mecanismos de idealización, se asemeja secretamente al deseo de una sociedad materialista y democrática, que desconfía de todo lo que no es beneficio palpable y sostén de un individualismo sin proyecto. Cuando bajo el efecto del análisis uno ya no cree en nada, se reúne fatalmente con la multitud pequeñoburguesa con sus pequeñas ambiciones y sus satisfacciones limitadas. Meden agan, como decía Teognis de Mégara. Era una expresión preciosa para los griegos, pero podría ser la consigna de un pueblo que considera todo exceso como efecto de una creencia ilusoria: nada en demasía. Efectivamente, el psicoanálisis le plantea al analizado una cuestión difícil: ¿cómo vivir, cómo seguir existiendo cuando todo ha sido desmistificado: la religión, la política, el amor? No hay ninguna otra manera como no sea instalarse en lo relativo, saborear lo qué pasa día tras día, imponerse los límites más elásticos, pero a la vez los más ceñidos a las propias necesidades y deseos,’ porque toda in’ La religión del deseo, que Lacan contribuyó a instaurar, se
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cursión en el afuera nos haría caer nuevamente en la ilusión de poder descolgar alguna luna. Pero es muy difícil vivir sin creencias. Será necesario evitar la dificultad. El psicoanálisis, que nos libera de toda ilusión creyente, de todas las certezas elocuentes, de las pretensiones yoicas, y que nos devuelve a la existencia dejando hablar a las fuerzas que vienen de abajo, es ciertamente algo muy bueno. En el fondo —nos decimos—, en nuestra época no hay nada mejor que trabajar en una empresa de desmistificación, de limpieza de los ideales en ruinas, de liberación de las auténticas fuerzas vivas, a fin de que cada uno pueda encontrar el camino de su propia invención. Permitir a otros descubrir las bondades de la cura se impone como la única tarea posible. ¿Cómo no querer transmitir lo que para uno mismo ha sido tan benéfico? Y es así como se adhiere a la causa psicoanalítica, aquella de la que Freud le hablaba a K. Abraham. Sucede entonces lo que ya ha sido descrito muchas veces: todas las creencias abandonadas son simplemente remplazadas por otras, más adecuadas a la cultura presente. Pero uno no debe darse cuenta, Creer en el inconsciente, en el cumplimiento dél deseo en el sueño, en la melancolía paranoide del niño, en el imperio de los significantes o en los maternas, no implica, se estima, ninguna necesidad de desmistificación. En efecto, ésas no son creencias, ni evidencias, sino hechos debida y permanentemente probados. Estos hechos se sostienen aún más en tanto los psicoanalistas que los consideran como tales, evitan oír los interrogantes que podrían venirles de otros grupos de psicoanalistas y, lo que es mucho más, de otras disciplinas. resume con bastante exactitud en la posibilidad de maltratar a los demás sin ser culpabilizado por ello.
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La remistificación del campo analítico es todavía más sólida e inatacable por cuanto su constitución aislada ha sido muy teorizada. Según Lacan, ningún analista se transformaría verdaderamente en tal si no es en la medida en que produzca otro analista; el psicoanálisis didáctico sería el único psicoanálisis puro; el psicoanálisis, a través del “ pase” , sólo sería inteligible por la tranformación en psicoanalista. Hallazgos geniales, sin duda, porque extreman ciertos procesos propios del análisis, pero que justifican subrepticiamente una serie de operaciones que conduMn fatalmente al oscurantismo. En principio, si el objetivo explícito deh análisis es el de producir analistas, ya no cabe plantearse la cuestión de la disolución de la transferencia, porque el analizando transformado en analista no deja de vivir en la transferencia con respecto a sus pares, con respecto a la teoría analítica o a su fundador. La transferencia se vuelve el cimiento de su trabajo y de sus relaciones. Pero hay otra cosa: si el volverse analista es la culminación y la clave del análisis, éste se encierra en sí mismo, se convierte en un adentro sin afuera, se comporta a la manera de un delirante que sólo habla consigo tnismo; el análisis deja de interrogarse acerca de sus propias relaciones con la sociedad global, ni tiene por qué responder de sí mismo ante instancias externas, es la justificación de sí mismo por sí mismo, aun cuando las creencias que mantiene nunca habrán de aparecer como tales, porque no serán nada más que elementos de su propio funcionamiento, necesidades. Finalmente, esta circularidad del análisis basada sólo en su discurso preserva a una minisociedad que, cada vez más, tenderá a ampliarse, puesto que es cierto que los valores oficialmente propuestos por la sociedad no corresponden ya a su estado presente, en tanto que las teorizaciones analíticas —y los mitos que ellas conllevan— dan cuenta de
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muchos fenómenos contemporáneos y por lo tanto resulta mucho más fácil adherirse a ellas. Incuestionablemente, el genio de Lacan consistió en canalizar las diversas corrientes de la cultura en beneficio de la teoría psicoanalítica, de tal modo que todas puedan reconocerse en ella; dio la ilusión de que nunca había hecho de la teoría analítica un sistema de creencias, gracias a un juego sutil de denegaciones, contradicciones y confusiones, para finalmente cerrar esa enorme maquinaria sobre sí misma, produciendo, mediante la transferencia, creyentes y fieles, abocados también a la tarea única de crear otros creyentes y fieles que no necesitan confesarse como tales, de un lado porque sus creencias son evidencias de la cultura, y, de otro, porque esas creencias pretenden tener como objetivo la desmistificación de esa cultura. El aprisionamiento es general, puesto que logra hader creer que solamente utiliza procedimientos de apertura. Lacan, me parece, no ha hecho más que llevar hasta sus últimas consecuencias ciertas premisas que le ofrecía el psicoanálisis. Aun cuando el resultado sea monstruoso, porque los discípulos están ahora amontonados, tiene el mérito de advertirnos hasta dónde podemos ser fatalmente conducidos, lo cual podría abrirles los ojos a quienes tienen ganas de hacerlo. Muchos psicoanalistas aterrorizados se escandalizan y afirman que, ellos, no están en ese camino, cuando en realidad en cada camino se quedan sólo a mitad del recorrido para evitar encontrarse de frente con lo irreparable. Pero todos nosotros estamos en el mismo barco, y no hay un psicoanálisis bueno que pueda oponerse al otro. No podemos ni siquiera decir que el modelo lacaniano sea tan polisémico que cada uno lo imite a su modo, haciendo más alumnos, utilizando nuevamente la transferencia para motivar el trabajo, y finalmente crear el pequeño nexo social; a Lacan no
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se lo imita; simplemente se cae, como él, en el torbellino psicoanalítico. Hemos vuelto, pues, a través de la mención de ciertos efectos del psicoanálisis sobre los grupos de psicoanalistas, a la cuestión planteada en el capítulo anterior. En él se mostraba, en efecto, que la lógica de la transferencia tendía a producir lo indistinto y lo idéntico; lejos de acentuar la individuación por medio de su articulación con los juegos de la palabra, amenazaba con disolver a cada uno, a medida que la cura se desarrollaba, en la mismidad del sueño hipnótico, en una no relación atemporal, en lo indefinido de una pura reiteración. Sin embargo, lo dicho anteriormente acerca de la pretendida subversión operada por el psicoanálisis no parecía relacionado con esta problemática. La cuestión de la separación de los individuos entre sí no se planteaba, ya sea porque el análisis concernía a analizandos que, de un modo más o menos intenso, permanecieron aptos para la cultura y la vida social, ya sea —cosa que es inseparable— porque la cura se desarrolló para ellos en el interior del tipo de transferencia que Freud llama “ leve e inexpresada’’. Así, por un lado, el psicoanálisis ha podido aparecer enteramente circunscrito por el lenguaje y la palabra, cuyos nexos, tejidos de un modo algo apretado por la cultura presente, se trataba de abrir; y por otro lado, en consecueiKÍa, no ha sido posible —porque no era necesario— interrogarse acerca de la naturaleza misma de la transferencia que no había salido de los límites de “ la sobriedad y la razón’’. Pero, al lado de la gente superculturizada que le pide al psicoanálisis que levante el peso del lenguaje social del que se valían para no oír en absoluto sus deseos ni sus pulsiones, está la multitud de quienes no han tenido verdaderamente acceso al período de la cultura y de la socialización. Podría decirse que les
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han expropiado el lenguaje común, que los han excluido del mundo de los humanos, y la realidad del cuerpo, del sexo y de las relaciones llamadas humanas, nunca es para ellos una evidencia. En estos casos, el psicoanálisis se vuelve, irrefutablemente, una posteducación (Nacherziehung),^ según la expresión de Freud. Su tarea consiste en restaurar, o incluso instaurar relaciones humanas que nunca han sido experimentadas, porque son hechos de comunicación en la retracción, de apertura en el desconocimiento, de don mezclado con rechazo. En esos casos limite, en efecto, el cuerpo no está realmente cerrado, jugando como un afuera con un adentro, porque la diferencia de los sexos, aun cuando haya habido experiencia de vida sexual, no ha sido establecida, porque la palabra se afirma al mismo tiempo como pura transparencia y como pura opacidad; así, la relación transferencia!, que no puede ser reprimida, velada o retenida, aparece en estado bruto, tiende a invadir todo el espacio de la cura, y se transforma en el terreno privilegiado de ese juego del otro mencionado más arriba. Nos encontramos entonces ubicados frente a una curiosa paradoja: la cura instaura aquello mismo de lo que debería liberar. De todos modos, es inmediatamente visible que esta paradoja puede ser invertida: la relación de exclusión del mundo humano que es la experiencia corriente del analizando, el análisis se la propone, merced a la transferencia, como lugar de experimentación, como trabajo y punto de partida de una transformación. Sin embargo, tal reversión no es obvia, sino que muy frecuentemente exige extensísimos rodeos. Y primero que nada, el psicoanalista debe abando* “ Conferencias de introducción al psicoanálisis” , conferencia 28, G.fV., 11, p. 469 [xvi, 411].
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nar la idea de que la transferencia es el lugar de la rememoración de la historia del paciente, muy especialmente de la historia del pasado infantil; ni siquiera es su reproducción. Porque, propiamente hablando, no hay historia aquí para quien jamás ha vivido más que en el momento, siempre el mismo, en el que se mezclaban de modo indisociable la omnipotencia solitaria y el abandono por el otro. En tanto no hay relación articulada con el otro, no puede haber espacio estructurado ni sucesión temporal. Muchísimo menos aún, el lenguaje puede ser tomado como campo estable cuyas fallas serían susceptibles de indicar las relaciones del sujeto con su inconsciente, a fin de modificarlas. Porque aquí, el lenguaje está deshecho al punto de transformarse en el soporte de cualquier cosa: la relación ahistórica, que es el único modo de existencia, le retira toda consistencia propia. El analista deberá aceptar del analizando, no sólo una regresión temporal que lo haría volver al principio de su historia, sino una regresión más acá de lo humano. Si lo inhumano es definido negativamente por la ausencia de relaciones sociales codificadas y respetadas, y en consecuencia, por ejemplo, por el salvajismo y la monstruosidad, lo es positivamente —y la palabra no humano le convendría más— para el reino animal, vegetal, mineral. Ahora bien: si el psicoanalista presta atención, verá aparecer este tipo de regresión, no sólo en el psicòtico o en quienes he llamado “ fronterizos” , sino en el neurótico, y en momentos particularmente cruciales de su análisis. Fulana se siente devorada por la bestia, y el psicoanalista adopta la figura de ese devorador del cual es imposible escapar. Lo que está en juego entonces es, por ejemplo, todo el sistema de relaciones entre la hija y la madre, que no se sitúa en un momento preciso de la historia, que no está fatalmente ligado a los recuerdos, pero que ha desembocado en hacer de la
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hija una niña y una mujer, incapaz de existir de cualquier modo que sea ante su madre, y más tarde condenada a la desaparición en ocasión de encuentros con otras personas. En ausencia de otro, está la expansión hasta los límites del universo; en su presencia, está el desvanecimiento. Ahora bien: en la medida en que pueda instaurarse un combate entre ella y la bestia, entre ella, animalito, y ese devorador, su cuerpo puede adquirir un comienzo de independencia. Otra manera de no separarse del otro es transformarse en una planta, renunciar a la locomoción y dejarse mover por los elementos, sin otra preocupación que la de permanecer fijo en un lugar. La presencia en el consultorio del analista es discontinua sólo en apariencia; lo importante es no tener otra vida que la que se adquiere en ese lugar, no moverse nunca, no tener piernas, sino raíces. Lo que el analizado intenta apartar mediante esta forma de existencia es el temor al abandono. Si el piso propuesto por el analista se revela como suficientemente estable, el arraigo en otros lugares, en principio muy escasos, podrá operarse antes de que se instaure un verdadero pasaje de uno al otro. Pero ese suelo puede también ser una piedra cuyo silencio deberá ser soportado indefinidamente. La proximidad no es más que una extraposición de objeto. La palabra de la que entonces es capaz el analizando se reduce á la demanda de reconocimiento de su mero estar ahí. Si se esperara otra cosa, él dejaría hacer, así como da su cuerpo a quien lo quiera, excluyéndose él en el vacío del pensamiento y de los sentidos. Pero el hecho de que pueda ser piedra por mucho tiempo, porque hay una pasión en esa piedra, una pasión de agua y luz, le dará la facilidad de animarse por su propio gusto y por su propia cuenta. ¿Por qué estas regresiones, cuya multitud de significados sin duda habría que traducir mejor? En prin-
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cipio, debemos considerarlas como refugios. Estos estados provocan un alejamiento bastante considerable del mundo llamado humano como para que quienes lo eligen se sientan o se crean a buen recaudo. Por más dependientes que, por otra parte, puedan ser, encuentran allí una verdadera autonomía, un ámbito lo más retirado posible donde no corren el riesgo de ser molestados ni violentados. Pero, si van a ver a un psicoanalistá, es porque abrigan la esperanza de salir de él. Estas regresiones se transforman entonces en puestas a prueba. Al igual que los neuróticos que, desde las primeras sesiones, tantean el terreno del analista con el fin de darse cuenta de hasta dónde podrán llegar con sus palabras sin que se les vuelvan no oídas y asesinas, aquellos que dan en llamarse animales, plantas o fósiles quieren saber si, desde su inhumanidad, podrán hacer oír algo al supuesto humano al que se han acercado. Entonces se abrirá la vía para su regreso o para su entrada en la región de quienes se dicen hombres y mujeres. Sin duda todo esto es locura, y sabemos que los recursos al reino animal, vegetal o mineral afloran a menudo en los delirios o en las alucinaciones. Pero todo psicoanálisis, que deshace la palabra, ¿no vuelve próxima la experiencia de la psicosis? O. Mannoni ha escrito que “ todos nosotros somos psicóticos curados” .’ ¿Sería muy temerario dar vuelta la fórmula y afirmar que sólo podemos curarnos, merced al psicoanálisis, si éste se convierte en la experiencia provocada de la psicosis? En efecto, de lo que se trata en la cura es de una pérdida de la realidad a la vez que de una pérdida de la subjetividad. “ Si ustedes creen que soy alguien —decía una mujer— se equivocan enormemente” , o también: “ Debo hacer un esfuerzo constante para dar consistencia a las cosas y a la gen^ L ’Are, nútn. 69, “ D.W. Winnicot” , p. 39.
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te.” Palabras que podían expresar su antiguo desa rraigo, pero que hablaban también de una percepcit!^ que el psicoanálisis había hecho posible. Estas pérdidas son necesarias para desanudar la crispación en tomo a las defensas repetitivas, pero arrastran a esai regresiones para evitar, dado que las defensas hasta entonces indispensables están bajas, que se corra di rectamente hacia la muerte. Se trata de un largo rodeo obligado a través de todas las formas presentí! o pasadas de la vida, a fin de que se rehagan más tarde el cuerpo, luego el sexo, luego el lenguaje. Si en psicoanálisis hay tantos suicidios —sé muy bien que la cuestión es compleja y que podría s« abordada desde muchos otros aspectos—, es tal ve* porque los psicoanalistas no autorizan este tipo de regresión, porque han decidido de una vez por todai que, de hacerlo, se saldría del campo propio del psicoanálisis, porque, según el adagio lacaniano, el in consciente estaría estructurado como un lenguajf, cuando en realidad es la derrota, y el límite dondr éste se extingue. Salir del lenguaje, no sólo de lo prc ■ verbal, sino precisamente de lo humano —que se dis tingue por el lenguaje—, para acceder a los reinoii donde sólo hay signos, o excitaciones, o incluso simplemente proximidades y choques no integrables, pa rece risible y loco. Risible tal vez, pero loco seguro, Locura que, de todos modos, tamizará la violencia de la des-palabra, de la ruptura de la sintaxis, de la apa rición del puro significante despojado de sentido, violencia que podría arrojar inmediatamente en la desesperación y la autodestrucción. Si existe riesgo de muerte, es porque el analizando, desparramado en sus palabras, se encuentra frente a un ‘‘amo absoluto” sin nada para oponerle, sin posibilidad de refugiarse en otro lugar donde ese amo estuviera desarmado. Si sólo hay lenguaje, un lenguaje del cual el sujeto ya no dispone de manera alguna, esí
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sujeto queda inmediatamente librado a la delicuescencia. Cortocircuito de la verdad desnuda que se identifica con la nada. Abismo del lenguaje descompuesto que inicia la descomposición del individuo, porque está prohibido salir de él. “ Lo que tengo para decir no es más que un rejunte digno del bote de basura, trocitos de lenguaje, palabras o frases truncas.” Y cabe añadir: “ Si tuviera qué decir, las cosas no sucederían así” ; en otros términos, no puedo intervenir en las palabras que se dicen. “ Si esto no se detiene, es como para pegarse un tiro. Por eso soy una piedra.” Si estoy condenado a permanecer en el campo del lenguaje, si no.puedo encontrar un lugar distinto en los gritos de los animales, el ruido de las plantas o el silencio mineral, no me queda más que destruirme. No creo que con esto se esboce un retorno subrepticio a Jung —y, después de todo, ¿qué tiene de grave? Los dogmatismos me aburren— porque en absoluto se trata de acceder al descubrimiento de arquetipos, o un saber salvador, a cierta gnosis capaz de dar acceso a los secretos de la naturaleza. Mediante esta regresión no se adquiere ningún saber, es más bien una retracción extrema de todas las formas de vigilia, una zambullida en el sueño o en la noche completa de la conciencia, una manera de encontrar un modo de existencia que evita el encuentro con lo humano, aun siendo supuesto por él. Todo esto, sin embargo, no está tan alejado de las preocupaciones de Freud si nos tomamos el trabajo de leerlo con suficiente libertad. No sólo le preocuparon siempre las relaciones entre la filogénesis y la ontogénesis, y ha subrayado que el inconsciente podía haber conservado los restos de las “ fases más antiguas y oscuras del comienzo de la humanidad” ,'® y por qué *®“ Sobre la psicología de los procesos oníricos” , cap. 7, G.IV., 2/3, p . 554 [V, 542],
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no las que han precedido a la aparición de la huinjmk dad propiamente dicha y que, en la perspectiva evu lucionista, eran su preparación. Sino, mucho iitíi aún, en el momento en que Freud deja de reflexioflin sobre la transferencia, se lanza simultáneamente a la* descripciones de “ Lo ominoso” y a las especull^nu nes de “ Más allá del principio de placer” . Todo mi cede como si le resultara insoportable comprobar iiiií la lógica propia de la transferencia en análisis es, ffii el mejor de los casos, la reproducción de lo mismif —resorte de lo ominoso—, y, en el peor, la desapiji ción del otro; y que, si la transferencia quiere evilju la muerte, deberá recorrer el largo rodeo que regrai* a lo inanimado. Al mismo tiempo que separaba In ominoso de la experiencia de la transferencia, patu evitar ver allí en acción a la pulsión de muerte, podi mos pensar que sugería las regresiones necesariii'para apartar el riesgo mortal contenido en el sucnt« hipnótico y, por lo tanto, transferencia!. Una multitud de hilos, tal vez siempre los mismti'i, aquí se vuelven a encontrar y a tejerse. Evidenteirtfii te, lo que aquí se plantea nuevamente es el problefUt! de la relación entre la cura analítica y la psicosis^ Al final de su artículo de 1912 sobre “ La dinámica df 1* transferencia” , Freud reconoce que el desarrollo l Ii la transferencia conduce a situaciones inmanejablfrUi todas ellas con rasgos de locura: “ Las mociones iii conscientes no quieren ser rememoradas como lo dr sea la cura, pero tienden a reproducirse según la intemporalidad y la capacidad de alucinación del m consciente. El enfermo, un poco como en el sueflo, otorga a las experiencias de vigilia de sus mocioW» inconscientes actualidad y realidad; quiere actuar sua pasiones sin considerar la situación real.” " De es»*
" G. W., 8, p. 374
[XII,
IOS].
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Experiencias límite que Freud relata con precisión, no |)uede extraer ningún interrogante radical acerca de iu práctica de la transferencia ni de sus concepciones de la cura analítica. Es por esto por lo que sus refletiones sobre lo ominoso, sobre la telepatía o la pulsión de muerte deberán volcarse a otro expediente y desarrollarse con otra modalidad teórica. Es notable que el psicoanálisis freudiano se haya Interesado por la neurosis, la perversión y la paranoia, todas ellas enfermedades que se apoyan en la existencia del campo social y en las que se expresa lo humano de las relaciones entre individuos distintos, y que, por el contrario, se haya apartado de la esquieofrenia, donde se manifiesta lo inhumano a partir de la inexistencia de toda alteridad. La razón de este hecho ya ha sido mencionada varias veces: era necelario, a cualquier precio, que el método analítico pudiera diferenciarse de la hipnosis, porque es en la hipnosis y en los fenómenos de sugestionabilidad donde se descubre el carácter inestable de la individuación, 0 , si se quiere, donde aparece lo que a cada uno le correspondería en un diagnóstico de esquizofrenia. Si no nos negamos a tomar en consideración lo que he denominado la transferencia inmediata,'^ para distinguirla de la transferencia mediata, que se relaciona con el análisis basado en el lenguaje, nos acercamos a la posibilidad de experiencias que, cualquiera que haya tratado con esquizofrénicos, estimará de una gran superficialidad. Si esas experiencias pueden tener lugar en análisis, no sólo en los fronterizos, sino también en los neuróticos, es a causa de la inmediatez de la comunicación de inconsciente a inconsciente que disuelve las mediaciones de la palabra, a semejanza de lo que sucede, según Freud, ya ■Cf. capítulo 3.
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sea en las multitudes, ya sea entre el hijo y la madre.” Pero el peligro inherente a este tipo de comunicación provoca reacciones de defensa, la búsqueda de puntos limite a partir de los cuales la individualidad se constituirá en el rechazo a esa inmediatez no humana: transformarse en animal, planta o piedra es, en el seno de lo no humano, decir no a la inhumanidad de la invasión fusiona!. Por lo tanto,-estas regresiones sirven de meta y pronto de punto de partida para una reconstruccióh del individuo, para un trabajo de reapropiación do aquello que lo forma, pero que no le pertenece verda deramente. Las experiencias de las que quiero hablar no se dan evidentemente, en todos los casos, y sólo esporádicamente se realizan en un orden definido. Las reagrupo aquí artificialmente en aras de la claridad de la exposición. Aunque debamos rendirnoi ante la evidencia de que, en efecto, han tenido lugar y de que producen transformaciones duraderas, queda claro que son imprevisibles y que conservan gran parte del misterio relativo a su aparición. ¿Cómo rendir cuenta, por ejemplo, de aquello que sólo puede denominarse un nacimiento? Aunque la transferencia desempeñe allí una función decisivai ese nacimiento no tiene lugar a partir del analista, es decir que no es fantaseado como una salida de su cuerpo, sino del cuerpo del analizando. Se trata de una autoproducción concomitante a la imposibilidad de confiar en ninguna seguridad paterna o materna: este autoengendramiento tiene lugar sobre un fondo de decepción generalizada y sobre la certeza de un en gaño con respecto a todo lo que ha podido fundar la existencia hasta el presente. Cuando el analizando, o la analizanda, se interroga acerca del papel del psico” Conférenda 30, “ Sueño y ocultismo” , G. W., 15, pp. 59 ftO [xxii, 51-52].
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analista, se dice, por ejemplo: “ Usted me atiende; no, usted atiende lo que está por hacerse.” Y la relación con el psicoanalista es reconocida entonces como “ un nexo que separa” . El psicoanalista, que evidentemente participa de la angustia causada por la pérdida de los referentes habituales, recupera en él, en ese momento, antes de transmitirla, la capacidad de vivir a partir de sus propias fuerzas y, al mismo tiempo, la de soportar que otro exista. Imposible de programar, este tipo de experiencia es en grado sumo el fruto de una actitud adoptada para esa circunstancia. Si el analizando está sumergido por lo que le sucede, el analista, por su lado, siente una gran necesidad de apelar a fuerzas que casi siempre mantiene ocultas. Si en la transferencia inmediata misma, un nexo puede separar, ello supone que el psicoanalista —pero esto no es evidente a priori, a pesar de lo que se piense— no sea tan dependiente del analizando como éste lo es del analista; ya que la dependencia puede perfectamente aceptar la indiferencia y la utilización cínica. Hace un momento utilicé el término “ fuerza” . Es imposible, para rendir cuenta de la transferencia y de lo que sucede en ella, no utilizar el registro de la intensidad. Aun cuando no hablen para nada de ello y eviten escrupulosamente problematizar este asunto, los analistas no dejan de referirse a él. Por ejemplo, evitarán espontáneamente recomendar a un analizando que, como se dice, tiene una personalidad fuerte (aunque resulte difícil precisar en qué consiste eso), que vea a un psicoanalista de poco carácter (aunque no podríamos dar una definición científica del “ poco carácter” ). La razón de este comportamiento es sencilla: la transferencia no tendrá lugar. Y si no puede tener lugar, el analizando pronto se dará cuenta de que este analista no tiene la capacidad necesaria, como también se dice con mucha justeza; es decir que
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su fuerza como analizando es demasiado grande v que la presión que ejerce o ejercerá sobre este analista en ciertos momentos más intensos, amenaza con convertirse en lo que el agua hirviendo es para los gatos. Asimismo, sucede que algunos analistas, en dificultades en una cura, envían a su analizando a otro analista. Siempre es alguien más fuerte que ellos, no sólo más astuto o más experimentado, sino alguien que soportará mejor el golpe o el choque. La mayor parte de los analistas se alzará de hom bros si llega a escuchar este tipo de señalamientos! Sin embargo, son necesarios para intentar comprender algo de las experiencias que estoy relatando'. Si estas últimas son posibles, es gracias a la inmediatez de la transferencia. Esta inmediatez, en efecto, es eficaz porque opera en un nivel donde la conciencia no puede tener acceso, donde los procesos que actuaron en la víspera están en cortocircuito; por lo tanto, se torna reparadora como el sueño. Además, esta inme* diatez permite el pasaje de fuerzas del analista al analizando; por otra parte, es necesario que, por un lado, el analista esté bastante diferenciado como para no instalar al analizando en un estado fusional de donde no saldría nada, pero, por otro lado, que el analista no se defienda, que no le impida a su fuerza pasar desde él al otro, sin lo cual dejaría al analizando con su propia fuerza, ausente de toda relación potencial. En ambos casos, abandonaría al analizando a una indiferenciación que lo disuelve. Basta con releer la conferencia 28 de las “ Conferencias de introducción al psicoanálisis’’ para darse cuenta de la importancia acordada a la sugestión en análisis. La palabra es utilizada como sinónimo de transferencia. El psicoanálisis se diferencia del método hipnótico porque éste utiliza la sugestión directa, en tanto el primero “ se vale de la sugestión para modificar la salida de los conflictos” . Lejos de desconocer o ignorar, en análisis, la importancia de la sugestión, nervio de la hipnosis, para Freud se trata
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Otra experiencia corriente en análisis es la constitución progresiva del cuerpo propio. El analizando aprende —o reaprende— el papel decisivo de los olores,’’ con miras a su diferenciación. Una de las dificultades del psicòtico, y por lo tanto de todos, en tanto participantes de ese derrumbamiento, es la de pensar, al mismo tiempo y no alternadamente, su cuerpo como adentro y como afuera; para él, el cuerpo es o bien pura superficie que no se enrolla sobre sí misma, o bien interior puro, que ignora todo acerca de la posibilidad de “ otro lugar” . Ahora bien, un olor es a la vez lo que penetra y lo que envuelve, lo que recorre el interior y lo que gira alrededor, formando un exterior. El analizando puede pasar de la ausencia más total de percepción de los olores, a la del asco por todo olor corporal. Puede suceder que ese asco sea superado por la percepción de los olores provenientes del analista o de su hábitat. Cierta alteridad es entonces posible en ese nivel. Luego pueden ser operados un reaprendizaje de los sonidos y de las voces y una reeducación del tacto, que instauren distanciaciones y proximidades. El cuerpo puede entonces cerrarse, adquirir un verdadero adentro que ya no de reconocerla, de utilizarla, para finalmente descomponerla. Evidentemente, hablar de fuerzas a propósito de la transferencia y sugerir que la curación tiene lugar mediante el pasaje de fuerzas que van del analista hacia el analizado, es encubrir definiciones antiguas de la magia (cf. Hegel, Encyclopédie, núm. 405 —referencia indicada por J.L. Nancy en un trabajo inédito) o recientes de la brujería (cf. Jeanne Favret-Saada, Les mots, la mort, les sorts, París, Gallimard, 1977, cap. 12). Si lós psicoanalistas se dignaran abordar esta cuestión, les sería posible ver en qué, a través de la transferencia inmediata, el psicoanálisis participa de la magia y comprender algo de ello, aun cuando la inmediatez misma de ese tipo de relación haga muy difícil su elaboración teórica. ” Conocemos la importancia que Françoise Dolto atribuye a los olores en las terapias infantiles y aun de recién nacidos, utilizando, por ejemplo, un pañuelo usado por la madre para envolver con él al niño que ha debido ser hospitalizado.
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sea maleable en todos los sentidos por los demás, que ya no sea ni transparente ni vacío, sino que posea también un afuera eventualmente accesible. Lo llamativo en este estadio, es que pueden resurgir recuerdos, como si el cierre del cuerpo permitiera a la historia constituirse. Estos recuerdos pueden ser insignificantes, y es la relación analítica la que les da consistencia. Efectivamente, al principio son recuerdos de lo que ha podido pasar en la cura, y suelen dar la impresión de haber sido inventados, como si el analizando formara poco a poco su propio mito histórico. Historia, el analizando nunca había tenido, viviendo en la pura reiteración de la omnipotencia-abandono. Pero, a partir de la relación analítica que es su primera historia, reconstituye un pasado cómodamente. Cuando se han cumplido estas condiciones, nos encontramos nuevamente con los diferentes temas comúnmente debatidos en el campo del análisis. Por ejemplo, se plantea la cuestión del sexo, a menudo como corolario de una interrogación acerca del sexo del analista. Aun en gente que efectivamente tiene una práctica sexual, la diferenciación sexual no es una evidencia. Todo esto es conocido. No es extraño que algunos analizandos afirmen que, en realidad, son hombre con los hombres y mujer con las mujeres, y que no es verdad que tengan un solo sexo. Porque para ellos se trata, no de vivir permanentemente en la homosexualidad, lo cual sería una conclusión deEsto no tiene nada de nuevo, si nos referimos a una nota de “ El hombre de las ratas” ; “ Si queremos no equivocarnos en la estimación de la realidad, debemos recordar ante todo que los recuerdos de infancia de los hombres sólo se fijan a una edad más avanzada (casi siempre, en la época de la pubertad) y que entonces se ven sometidos a un proceso complicado de adaptación, que es muy similar a la formación de las leyendas de un pueblo con respecto a sus orígenes históricos” {G.W., 7, p. 427, nota) [x, 162].
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masiado apresurada, sino en la mismidad que evita que la cuestión del sexo se plantee, es decir, la cuestión de la diferencia de los sexos. La diferenciación sexual, aun cuando biológicamente esté asegurada, sólo puede estarlo psíquicamente a través de las construcciones culturales y sociales que la vuelven siempre incierta, por poco que hayan faltado o fueran a faltar esos referentes culturales y sociales. Y siempre faltan en las psicosis, y en lo que hay de psicòtico en cada uno y que amenaza con derrumbar todo el edificio. La lectura de lo anterior no dejará de producir en algunos reacciones escandalizadas, porque no se propone aquí otra cosa que una constitución o una reconstitución del yo, o del cuerpo. Las metas que, por lo menos en Francia, se le atribuyen al análisis, son sutiles y refinadas de otro modo. El psicoanalista debería dejar de preocuparse por la curación, con el pretexto de que esta última no puede —sobre lo cual todo el mundo está de acuerdo— ser encarada directamente, porque no es posible triunfar sobre los síntomas si no es a través de largos rodeos. Pero la búsqueda de la curación, a la que Freud designaba con las palabras “ capacidad de actuar y de gozar” ,'^ es la única meta del análisis, aun cuando esa capacidad, al final de un análisis, no se corresponda con la representación que el analizando que comienza una cura pueda hacerse de ella. Varias veces, Freud afirma que “ la investigación científica mediante el psicoanálisis, en nuestros días, no es más que un subproducto de los esfuerzos terapéuticos, y es por esto por lo que, con frecuencia, el beneficio es precisamente mayor en casos tratados sin éxito” .'* Algunos quie“ Conferencias de introducción at psicoanálisis” , conf. 28, G.W., 11, p. 472 (XVI, 413]. 18 ‘El hombre de las ratas” , G. W., 7, p. 428, nota [xvi, 163).
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ren invertir los términos de esta proposición y hacer de los esfuerzos terapéuticos un subproducto de la investigación científica, para que los beneficios de ésta sean mayores. De este modo, no tienen que plantearse la cuestión de qué es lo que opera la curación, ni la del papel decisivo que en ella desempeña la transferencia inmediata. La atención, que se vuelca únicamente a la transferencia mediata, se aparta de la consideración de los efectos de la transferencia inmediata y, en consecuencia, deja libre curso a la producción de lo fusional y de lo indistinto bajo el manto de la mayor distinción y de la ruptura en todas direcciones. Al hacer esto, como se niegan a preguntarse si la individuación ha sido adquirida, porque por definición se adquiere en la transferencia mediata, se le prohíben al analizando las regresiones que necesitaría para encontrar el punto de llegada, la posibilidad de refugiarse en un “ no” a todo lo que lo encierra y lo absorbe, para darse cuenta de que puede diferenciarse. Por otra parte, si al cabo del periplo, el yo o el cuerpo están reconstituidos, no es para hacer de ellos monolitos. Encontramos nuevamente aquí lo que ha sido descrito en numerosas ocasiones. Confrontado con la diferencia de los sexos y con la particularidad del suyo, el analizando experimenta la división en el lenguaje, lo cual podría resumirse en las siguientes palabras que pronuncia con asombro: “ No se me dirige ninguna palabra.” Aquel o aquella que temía a la separación, sinónimo del abandono, es capaz de soportar, en adelante, la certeza de que ninguna palabra, ni siquiera la que formula el analista, vendrá a comprender en su totalidad lo que él o ella es, lo que él o ella cree que se ha vuelto. Siempre habrá un resto, y no hay por qué esperar del otro algún tipo de revelación. Es cosa de cada uno creer en lo que piensa y determinarse como se oye, sabiendo que el otro lo oye en la medida exacta en que no lo oye. Al apren-
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der poco a poco que no se comunica más consigo mismo que con cualquier otro interlocutor, el analizando ya no espera más reconocimiento que el atravesado por el desconocimiento. Es allí donde la transferencia puede considerarse resuelta, porque su masa absorbente, que habia comenzado a fisurarse en ocasión de la regresión extrema, cuando nada ni nadie podía ya alcanzar a quien se había retirado, es rota permanentemente por la palabra, que es incapaz de encontrarlo sin faltarle. La especificidad del lenguaje es recuperada aquí en toda su fuerza, decisiva para el psicoanálisis. Si en adelante puede ser operativo es porque en un principio no se lo consideró como el todo para el hombre, aun cuando impregne a todo el hombre. Lo difícil es relativizarlo, puesto que, en tanto está atrapado en la transferencia inmediata, no deja de ser absolutizado. Y el psicoanalista, en su intento de teorización, cuando pretende descubrir “ la verdad histórica” o confrontar al analizando con el “ significante primordial” , no hace más que atraparse a sí mismo en los espejismos de la omnipotencia infantil y sólo puede producir, en quienes le creen, estados psicóticos más o menos larvados. En psicoanálisis no hay más “ verdad” que “ primordial” ; todo eso es sólo fábula para niños retrasados. Lo mejor que puede hacer el analizando, y si se transforma en analista, al teorizar, es forjar sus propios mitos, rehacer su historia a la manera de la leyenda, volverse singular a través del plural de los personajes de su propia novela, un poco actor, un poco autor en el teatro de la vida.
7. EL ANALIZANDO. . . ¿UN NOVELISTA?
Para intentar reducir a nada las pretensiones científicas del psicoanálisis, Havelock Ellis explicaba que la técnica de la asociación libre, palanca principial de la práctica analítica, debía relacionarse con la historia de la creación literaria. H. Ellis, en efecto, había descubierto que un tal Dr. J.J. Garth Wilkinson proponía, en 1857, un método nuevo que le había permitido escribir un volumen de poemas: “ Se elige un tema o se le transcribe; una vez hecho esto, se puede considerar a la primera idea que se manifiesta después de la transcripción del título, como el comienzo de la elaboración del tema; la palabra en cuestión, o la frase, pueden parecer indiferentes tanto como extrañas o sin relación con ello [ . . . ] . El primer movimiento del espíritu, la primera palabra que se presente es el resultado del esfuerzo por adentrarse en el tema dado.” ' Wilkinson ya había percibido claramente que “ voluntad y reflexión deben dejarse de lado” y que se trata de “ tenerle confianza a la improvisación” , de iñodo tal que “ las facultades intelectuales se acomoden según metas desconocidas” . Si bien, en respuesta a H. Ellis, Freud reafirma la cientificidad del método analítico porque se funda en el principio del determinismo psíquico, está muy lejos de rechazar una relación de filiación entre los métodos de invención en literatura y la asociación libre tal como se practica en la cura analítica. Ya en La interpretación de los sueños,^ había citado la reco• “ Para la prehistoria de la técnica analítica” , G.W., 12, p. 310 [xviii, 258). 2 G.W., 2/3, p p . 107-108 [IV, 124]. [246]
el a n a li z a n d o . . . ¿ u n n o v e lis ta ?
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mendación de Schiller a Körner de que prestara atención a la idea que surgía aisladamente y que parecía tan irreflexiva como aventurada: “ La razón de tu queja reside, me parece, en la coacción que tu inteligencia ejerce sobre tu imaginación. Debo introducir aquí un pensamiento y hacerlo sensible a través de una comparación. No parece ni bueno ni provechoso para el trabajo creador que la inteligencia someta a un examen demasiado riguroso, como puertas, a las ideas que fluyen a chorros. Considerada aisladamente, una idea puede ser muy poco ponderada y aventurada, pero tal vez se torne importante merced a otra que le sigue; tal vez, en cierto nexo con otras que parecen igualmente sin sabor, puede brindar un encadenamiento muy útil. La inteligencia no puede juzgar todo esto si no ha mantenido esa idea bastante tiempo como para percibirla en conexión con esas otras. En una mente creadora, por el contrario, me parece que la inteligencia ha retirado su guardia de delante de las puertas, las ideas se precipitan en desorden, y ella no puede considerarlas y examinarlas si no es en conjunto. Ustedes, los críticos, o cualquiera sea el nombre que se les dé, tienen vergüenza y miedo de esos vértigos momentáneos y transitorios que se encuentran en todos los auténticos creadores, y cuya duración, más larga o más corta, diferencia al artista pensante del soñador. De aquí vuestras quejas de esterilidad, porque vosotros rechazáis demasiado pronto y discrimináis demasiado severamente.”
Esta carta de Schiller le había sido comunicada a Freud por Otto Rank, y había sido incluida en la edición de 1909. Pero, en su polémica con H. Ellis, en 1920, Freud va más lejos en el reconocimiento de sus fuentes: De todos modos, podemos admitir como seguro que ni Schiller ni Garth Wilkinson han ejercido influencia en la elección de la técnica psicoanalítica. Recientemente, el Dr. Hugo Dubowitz, en Budapest, llamó la atención del Dr.
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Ferenczi sobre un pequeño artículo de Ludwig Börne, de sólo cuatro páginas y media de extensión, que fue redactado en 1823 y publicado en el volumen de sus obras completas. Se titula: “El arte de transformarse en tres días en escritor original” , y refiere las propiedades conocidas del estilo de Jean-Paul, al que Börne rindió homenaje en esa época. Concluye con estas frases: “ Y he aquí la aplicación práctica prometida. Tomad algunas hojas de papel y escribid durante tres días, sin tachaduras ni dudas, todo lo que se os pase por la mente. Escribid todo lo que pensáis de vosotros mismos, de vuestras mujeres, de la guerra de Turquía, de Goethe, del proceso criminal de Fonk, del juicio más reciente, de vuestros jefes, y, después de esos tres días, el asombro ante los pensamientos nuevos e inauditos que habéis tenido os pondrá completamente fuera de vosotros. ¡Éste es el arte de transformarse en escritor original en tres días!”
El volumen de donde es extraído este texto de Börne, Freud dice haberlo recibido como regalo cuando cumplió catorce años. Si ya no recuerda ese pasaje particular, admite que ello podría constituir un ejemplo de criptomnesia, puesto que la obra de Börne —de la cual tiene muchos otros recuerdos— ha sido “ la primera en la cual se sumergió” .“ Al reconocer su deuda con Börne, Freud sabe perfectamente que detrás de él hay toda una tradición. Cuando le replica a H. Bilis que “ la pretendida nueva técnica de Wilkinson ya estaba presente en muchos otros” , habla como conocedor. Por amplia que sea la lectura de H. Ellis, la expresión de freier Einfall (idea súbita libre), que es el modo más preciso de designar el método de asociación libre, no puede sonar a sus oídos como a los de Freud. Éste no puede dudar ni un instante de que retoma para sí un lugar cot G.W., 12, pp. 311-312 [xviii, 259). Cf. capítulo 4. * Ibid., p. 312 [xviii, 259].
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mún del romanticismo alemán, y que ese mismo romanticismo había ligado, mucho antes que él, y de un modo indisociable, el hallazgo (Einfalt), el chiste (fViíz) y el sueño.’ En cuanto a la admiración que Börne manifiesta por Jean-Paul, por su estilo —y nada en la literatura puede encarnar más exactamente la mezcla de lo deshilvanado, de lo desbocado y, sin embargo, secretamente unificado que caracteriza el estilo de una sesión de análisis cuando deja de moverse en el parloteo y las racionalizaciones—, Freud nos brinda varias ocasiones de comprobar que la comparte. Podríamos multiplicar las referencias, pero eso no agregaría nada a la conclusión que se impone, a lo que Freud mismo dice: la técnica denominada de asociación libre es una técnica de invención importada del campo de la literatura. Por lo tanto, los surrealistas no dejaban de tener motivos para sacaf provecho del psicoanálisis, puesto que su escritura automática no tiene pariente más cercano que el modo de escribir de Freud cuando analizaba sus sueños, y si fueron ellos los primeros que en Francia le reconocieron interés al psicoanálisis, no cabe asombrarse, dado que encontraban en él un apoyo para poner en jaque al racionalismo en boga. Pero tampoco hay por qué asombrarse si Freud apreció su apoyo moderadamente. Porque él evita ser un artista —semejante palabra sólo puede provenir de los adversarios—, y quiere, indefectiblemente, estar del lado de la ciencia. Nunca ’ Ph. Lacoue-Labarthe y J. L. Nancy, L ’absolu littéraire. Théorie de la littérature du romantisme allemand. Seuil, 1978, muestran el nexo entre el hallazgo —de ellos he tomado esta traducción—, Einfall, y el chiste, Witz. Por ejemplo, pp. 74-75. Thomas Mann subraya las afinidades de Freud con el romanticismo alemán, en particular con Novalis: “ su teoría de la libido [. . .] es un romanticismo transformado en cientifico” {Die Stellung Freuds in der modernen Geistesgeschichte, ed. bilingüe francés-alemán. Aubier-Flammarion, 1970, p. 145.
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pensó en utilizar el método de Börne para ser escritor, sino para resolver los problemas planteados por el sueño o la patología. En una cura, no le preocupa producir un “ escritor original” , sino curar. De todos modos, estas oposiciones o conjunciones podrían no ser tan evidentes como lo parecen en un primer acercamiento. El caso de Freud —y consecuentemente el de los psicoanalistas— debe diferenciarse del de las personas que recurren al análisis. Aun utilizando un método que le viene de la literatura, Freud ha desviado o dado vuelta, de algún modo, los fundamentos de la creación literaria. Un escritor utiliza sus sueños para crear su obra porque ha comprobado que el sueño le entregaba un material de una riqueza, de una complejidad, de una extrañeza a las cuales el estado de vigilia no le da acceso.^ Sabe bien que los brównies* que lo visitan le cuentan algo de su historia, que son, en su fantasía y su gratuidad, más él mismo que él, pero no se detiene a reconocerse en ellos; sigue tejiendo a partir de allí un relato, un cuento, una novela. Freud también utiliza constantemente sus propios sueños para construir su obra, y sabe perfectamente * “ El verdadero poeta, al escribir, no es más que el oyente, y no el amo de sus caracteres; es decir que no compone el diálogo cosiendo tramo por tramo las réplicas, según una estilística del alma que tal vez haya aprendido penosamente; por el contrario, como en el sueño, los mira actuar, vivos, y los escucha. [. . .] Que las comparsas de nüestros sueños nos sorprendan con respuestas que sin embargo nosotros les hemos inspirado es natural —tam ■ bién en la vigilia, cada idea brota como un relámpago, y sin embargo la atribuimos a nuestro esfuerzo. Pero en el sueño, la conciencia del esfuerzo nos falta; debemos relacionar la idea con la persona que se nos aparece y a quien atribuimos ese esfuerzo.” Jean-Paul, citado en Romantiques allemands, París, Gallimard, La Pléiade, p. xviii. ’ En “ Un chapitre sur les rêves” (traducido en Olalla des montagnes por Pierre Leyris, Mercure de France, 1975), R.L. Stevenson describe “ todo lo que le debe, como inventor de historias, a la industria de sus duendes íntimos, los brownies”.
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que sus sueños tienen que ver con su individualidad, pero a lo que apunta no es a producir, gracias a ellos, un texto literario, sino a arrebatarles su secreto, a descubrir su funcionamiento, a desmontarlos y volverlos a montar como si fueran máquinas. Para él, la asociación libre no es el lugar de una derivación que va desde lo fantástico del sueño a la producción de una obra más o menos lograda, sino que se transforma en el modo de atacar a lo fantástico del sueño para rendir cuenta de él, o sea, para hacerlo desaparecer. Por lo tanto, Freud se sitúa en los antípodas de la literatura, en total proximidad de la intención científica que consiste en reducir todas las formas posibles de lo irracional o de lo irrazonable para fijar sus exactas razones. Estos mecanismos que ha arrebatado al mundo oscuro de nuestro dormir y de nuestras noches, y que ha sugerido como semejantes a los de las aberraciones psicopatológicas, le permitirán, a cambio, descifrar mejor a estas últimas —piensa—, desactivarlas y hacer callar sus efectos. Desde esta perspectiva, Freud está convencido de curar gracias a la ciencia, quedándose dentro del punto de mira de la ciencia; y por lo tanto, el interés por saber de dónde puede salir el método llamado de asociación libre es sólo de orden histórico o anecdótico, porque ha perdido en el camino toda significación literaria al abandonar el papel atribuido a la invención y a la creación. Pero el proceso de la relación con la literatura puede ser con justicia replanteado a partir de la cuestión de saber cuál es el factor de curación. ¿Es él desarmado de los mecanismos psiconeuróticos y el hecho de que se los pueda explicar y comprender, o por el contrario es la producción onírica y fantasmática misma, llevada hasta la constitución de un relato o de una leyenda? Para Freud, que no tiene duda alguna al res-
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pecto, la finalidad de la cura, mediante el adivinamiento y la interpretación, o sea las construccioneíi consiste en hacer pasar algo del inconsciente al consciente, a fin de que el primero se vuelva inteligiblCj que los agujeros de ese discurso sean llenados y que sus lugares los ocupen articulaciones que harán de él una continuidad de elementos necesarios. Esto no está asegurado. Con frecuencia se comprueba en una cura analítica que comprender no sirve para nada, que saber cómo se funciona, qué se repite, dónde se encuentra inmovilizado el imperecedero goce, no produce ningún efecto de modificación esencial o duradero. Por el contrario, si se logra suscitar una producción onírica o fantasmática que torne manifiesto un estado de regresión hasta entonces inaccesible, se operan reacomodamientos sin que sea necesario interpretar y sin que al psicoanalista le resulte posible producir un sistema de referencias que englobe el decir del paciente. Como si aquello que era alcanzado por este último, a través de sus formulaciones extrañas, se volviera para él un nuevo basamento y nuevas raíces. Se trata no tanto de hacer que el sueño pase a la vigilia, sino de desplegar el sueño hasta que encuentre su propia consistencia. Sin producir una obra inescribible en un texto, el analizado hace algo semejante al trabajo del escritor, quien en sus angustias y sus sueños, oye lo que le permite renovar su escritura, y da así un estatus a aquello mismo que acecha su sueño. Aun cuando lo haga mediante fragmentos siempre inciertos e inestables, “ a través de figuras provisorias destinadas a borrarse tarde o temprano, una vez que el efecto real a que apunta el discurso haya sido obtenido” ,* el ana* Bernard Pingaud, “ L’écriture et la cure” , Nouvelle Revue Française, nüm. 214, 1970, p. 159. Véase también “ L’oeuvre et l’analyste” . Les Temps modernes, nüm. 233, octubre de 1965, pp. 638-6^. Al releer estos textos, que recortó en varios puntos, ad-
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tizando “ fija” poco a poco, como el escritor, pero en nuestro caso sobre el analista y en el analista, los rasgos de su historia en un relato, ya sea porque redescubre esa historia, ya sea porque la inventa, dado que le ha faltado. En una época, Freud había percibido este tipo de relación: No siempre he sido psicoterapeuta, sino que he sido formado en los diagnósticos locales y en el electro-diagnóstico como los demás neuropatólogos, y aún estoy particularmente asombrado de que las historias clínicas que escribo se lean como novelas y que estén desprovistas, por así decir, del carácter serio de la cientificidad. Me debe consolar el hecho de que la naturaleza del objeto es manifiestamente responsable de este resultado, y no mi elección personal; el diagnóstico local y las reacciones eléctricas no tienen ningún valor para el estudio de la histeria, en tanto que una presentación profunda de los procesos psíquicos, tal como nos es presentada por los poetas, me permite mediante el empleo de unas pocas fórmulas psicológicas, conseguir cierta inteligencia en el desarrollo de una histeria. Tales historias clínicas deben ser consideradas como psiquiátricas, pero tienen una ventaja sobre estas últimas, que es, precisamente, la relación estrecha entre la historia del sufrimiento y los síntomas de la enfermedad, relación que buscamos en vano en las biografías de otras psicosis.®
Este pasaje no asocia el relato con la curación. Además, es el terapeuta, no el enfermo, el que produce el relato, y su preocupación reside en cierta inteligencia de la enfermedad. No por ello el enfermo deja de ser, con su enfermedad, el que obliga al terapeuta a transformarse en la página sobré la cual se inscribivierto que no he preservado la especificidad de la escritura; es que la comparación con la creación literaria me sirve, sobre todo, para discernir uno de los posibles de la cura analítica. ®“Estudios sobre la histeria” , C.fV., 1, p. 227 [ti, 174], texto citado y retraducido por J. Sédat, Esprit, marzo de 1980, p. 141.
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rá el relato. La presencia de este último transforma al paciente en poeta y le procura así un factor de curación. En efecto, es decisivo para la cura que el analizando pueda reconstituir o volver a fundar su propia novela con sus acontecimientos y sus personajes» y darse de ese modo, justamente, referencias y raíces. Una verdadera reformación subjetiva se opera, entonces, a semejanza de lo que los románticos alemanes pensaban del papel de la producción de la novela en función de la constitución del sujeto.'® Es notable que Freud abandone aquí sus pretensiones de cientificidad; y tenemos derecho a hacerle decir que le da al relato mismo un valor catártico. . Nos encontramos en presencia de dos vertientes del psicoanálisis: el método de asociación libre puede conducir, ya sea a adoptar la relación que Freíid mantiene con el sueño, el chiste, el hallazgo, ya sea a caminar sobre las huellas de quienes toman a los sueños, los chistes y los hallazgos como fuentes de donde beber, o amos para interrogar. En el primer caso, el psicoanálisis quiere ubicarse del lado de la ciencia, puesto que, después de haber dado vía libre a la imaginación, la mantiene dentro de ciertos límites para finalmente hacerla entrar en un código, un número, una razón. El destino de los individuos que tienen que ver con el psicoanálisis pasa, desde esta perspectiva, a un seguno plano. Si nos preocupamos por sus particularidades, es siempre para transformarlas en elementos de un discurso universalizable, y entonces no tienen, en sí mismas, ninguna finalidad. La palabra del paciente no se detiene en él, no está hecha para él, debe ser reubicada en una cadena de transformaciones destinada a culminar con la institución de leyes. Cuando Freud le confiesa a Kardiner que se interesa cada vez menos por >0 Ph. Lacoue-Labarthe y J.L. Nancy, op. dt., pp. 192-193, 204-205, etcétera.
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cuestiones de terapia y cada vez más por su propia teoría," no es sólo lúcido con respecto a su práctica presente, sino que define la regla de la cual nunca se apartó. Los sueños de sus pacientes no cumplieron una función diferente a la de sus propios sueños: la de tener que apoyar un intento de teorización acerca del sueño mismo; igualmente, las diversas patologías de sus pacientes le sirvieron para desarrollar, en todos sus límites, su propia teoría, para que, a partir de ellas, pueda intentar elaborar una combinatoria de las psicoñeurosis. Y Freud ya no existía entonces como soñador o como enfermo, sino que era, como sujeto, el que había hecho retroceder las tinieblas del sueño o de la locura. Cuando el psicoanálisis cae del lado de la ciencia, busca no tanto curar como comprender, y por lo tanto hace de los individuos el material previo para su construcción. De allí el papel indispensable de la interpretación, que se torna en el momento fecundo del análisis, no por cierto fatalmente para el analizando, sino absolutamente necesario para el analista. De allí también la producción inevitable de discípulos que, al adoptar el discurso de Freud sobre el sueño, el chiste o el hallazgo, se convierten en los garantes de la teoría; como la teoría analítica no puede ser ni probada ni refutada,'^ su validez depende de quienes la acrediten y su universalidad, de que la mayor cantidad posible de gente la reconozca como válida. En el caso de que el analista huyera de la interpretación para refugiarse en el silencio, nada cambiaría, porque lo que opera es el punto de mira efectivo del analista en la transferencia. Si por sobre todo está preocupado por la ciencia, si intenta desarrollar la ciencia o verificar sus hip’ótesis. " A. Kardiner, Mon analyse avec Freud, París, Belfond, 1978, pp. 103-104. G.W., 2/3, p. 559 [v, 546], citado aquí en el capítulo 1, nota 32.
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transformará fatalmente a su paciente en objeto de ciencia. Aquel que se suponía que era analizando, no es más que una encarnación de la teoría analítica; todo él es una interpretación analítica. (De paso, nos podemos preguntar acerca de la naturaleza de la cientificidad en análisis. Cuando el analizado ha perdido toda consistencia y toda resistencia para reducirse a un puro efecto de discurso coherente y riguroso, ¿qué sobreviene, puesto que el rigor y la coherencia son siempre funciones del campo donde el discurso se plantea, y depende del acuerdo tácito o explícito de quienes se refieren a él?'^ El todo puede entonces inclinarse hacia la ficción, una ficción sostenida por el solo hecho de que un conjunto de sujetos acepten tomarla por la verdad. La teoría sólo puede diferenciarse de la ficción por el ejercicio permanente de la crítica.) La otra vertiente del psicoanálisis podría estar constituida por el intento del analizando no sólo de decir sus sueños, sus fantasmas y sus hallazgos, sino de trabajarlos para reconocerse en ellos. Esto no es ajeno a Freud, que hacía de la Durcharbeitung, de la transelaboración o perelaboración, el estado último del método analítico, después de que hubo reconocido el fracaso de la rememoración, en el caso en que ■3 Puede plantearse la misma pregunta con respecto a toda ciencia, aun las matemáticas. Así, A. Warufsel escribe a propósito de Euclides: “ No critiquemos demasiado rápido. En principio, nada nos dice qué nos reservan los siglos venideros; la noción de ‘rigor’ evoluciona sin cesar y, aunque se hayan hecho progresos decisivos (por ejemplo, ciertas demostraciones pueden ser testeadas en máquinas), la ‘íntima convicción’ suele seguir siendo la verdadera piedra de toque. Por otra parte, ninguna demostración matemática, cualquiera sea el nivel en que se le haga, es completa, aun cuando satisfaga las exigencias actuales del rigor [. . .] La pre ocupación por no dejar que los árboles oculten el bosque y, por el contrario, por resaltar los únicos puntos importantes de una prueba, hace pues que, contrariamente a una opinión generalizan da, ¡en matemáticas se haga trampa constantemente!" (Les mOf thématiques modernes, París, Seuil, 1969, pp. 9-10).
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la transferencia se vuelve explícita e hiperpoderosa. Pero Freud no dice gran cosa acerca de esta perelaboración, no la conecta en absoluto con la asociación libre para ver en ella un segundo momento de ésta, su reaparición con miras a una apropiación. La perelaboración podría ser interpretada como teniendo que ver con las transformaciones que el escritor imprime al material que su sueño o su hallazgo le han brindado; dato en bruto que se trata de sustituir por un estatus legible, transformándose, de receptor, en autor. Éste es el paso decisivo que debe darse tanto en un caso como en el otro. Si el analizando se conformara con dejarse decir, sería como un autor que no supiera qué hacer con su inspiración; se parecería a un loco cuyo entendimiento ya no funciona lo suficiente como para hacer oír de su delirio lo que puede ser oído, y para hacérselo oír primeramente a sí mismo. Contrariamente, un autor sin inspiración no abandona el campo cerrado del parloteo repetitivo, al igual que el neurótico que no se deja desbordar por la palabra, que no levanta las prohibiciones sobre el decir, tan grande es el peso de su necesidad de dominio. Necesidad de dominio, por otra parte, recurrente, que trocará los sueños en pequeñeces mezquinas y los hallazgos en lugar común. En este sentido, el problema que se le plantea al analizando se asemeja al que se le presenta al escritor: dejar venir de otro lado sin volverse loco, no conformarse con dejar venir, sino trabajar el material hasta que tome consistencia y aparezca en una nueva organización. Para esto, no es necesaria la interpretación del analista, no es necesario saber si tal producción onírica o fantasmática puede recibir un sentido a través de las categorías conocidas de la teorización analítica, si es deudora de un esquema pretendidamente universal. “ No es necesario” significa aquí, evidentemente: “ sería pernicioso” , como se dijo más arriba, porque
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la particularidad, y con ella la singularidad, se vería reducida a la generalidad de un discurso venido de otra parte. Si el analizando tiene oportunidad de elegir, de referenciarse a sí mismo en la existencia y no ser expropiado por la teoría analítica después de haberlo sido por su entorno, es necesario que no salga de la imaginación, del mundo de los sueños, de los fantasmas y de los mitos; importa simplemente que esos sueños, esos fantasmas y esos mitos, impuestos en el sueño de la noche o de la cura, sean asimilados en el estado de vigilia y se constituyan en un texto que servirá de referencia y de orientador para el individuo. Ese texto desempeñará un papel semejante al de lo simbólico, salvo por el hecho de que éste tiene pretensiones de universal, o está ligado a una sociedad dada, y tiene como efecto el de asimilar a ella al analizando. De lo precedente, se impone la siguiente conclusión: la curación es la genialidad en acto. O también, la técnica analítica de asociación libre incluye necesariamente esta hipótesis de trabajo (y el papel del analista consistirá esencialmente en representarla): todo paciente es un genio.'“ Porque de lo que sufren el neurótico e incluso el psicòtico, no es de un exceso de imaginación, sino de un exceso de realidad; son invadidos por ella, porque le temen, y ella los fija en un proceso repetitivo que le prohíbe a la imaginación desarrollarse. De allí esos cortocircuitos permanentes que condenan a uno y a otro a la esterilidad. La hipótesis no es extravagante. Tal vez no habría asombrado a Freud, que sabía bien, a través de Börne, que se situaba en el movimiento de los románticos alemanes. El sueño del grupo de Jena era nada menos “ A todos hay que exigirles genio, pero sin contar con ello. Un kantiano llamaría a esto el imperativo categórico de la genialidad.” Friedrich Schlegel, citado por Ph. Lacoue-Labarthe y J.L. Nancy, op. cit., p. 82.
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que fundar un pueblo de artistas que se convertirían en tales, poco a poco, por la mediación de quienes “ tienen su centro en sí mismos” , algo así como una iniciación a la genialidad.*’ Por lo tanto, sugerían que el genio es transmisible. El psicoanálisis puede entender esta audacia, puesto que llevar a buen término una cura supone que el analizando, y no el analista, sea un descubridor. Si damos vuelta la fórmula: todo paciente, todo enfermo mental, es un genio, volvemos a un dato tradicional que ya no produce asombro: el genio participa de la enfermedad mental. Está siempre ligado al riesgo de la locura. Invitado por las musas a su reino, ¿quién sabe si podrá regresar? No hay una sola creación que no lleve en sí la amenaza del hundimiento en la más secreta o más vivaz angustia. Pero el genio, a su vez, le muestra al neurótico el camino a seguir para quebrar su encierro. El genio entraña la posibilidad de dejar hablar a un “ otro lado” , de dejar venir a lo inútil, lo fantástico, lo inaudito y el poder de decirlos y de darles forma, mientras que la locura se instala en el “ otro lado” , incomunicable al mismo que constituye su soporte y es su víctima. Artista y paciente se encuentran, pues, confrontados al mismo problema: cómo —tal como lo sugería Schiller— no sentir “ vergüenza y miedo de esos vértigos momentáneos y transitorios que se encuentran en todos los auténticos creadores” ? Lo que diferencia al artista del soñador, al paciente incurable del que podrá sanar, es la mayor o menor tolerancia a esos vértigos, su rechazo más o menos tardío, su discriminación más o menos severa.** *’ Ibid., pp. 191-192. Sobre la noción de genio y su relación con la creación literaria, véase P. Grappin, La théorie du génie dans le préclassicisme allemand, Paris, p u f , 1952. ** Harold F. Searles, que no se considera un genio dice: “ He comprobado que la ansiedad, la confusión y la desesperación, que
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Esta diferencia merece que nos detengamos un instante en ella, porque, por misteriosa que sea, no por ello es menos decisiva en el desenvolvimiento de un análisis. Al final de las pocas páginas que Freud dedica a “ Para la prehistoria de la técnica analítica” , citaba a Börne: “ No es espiritualidad, sino carácter lo que les falta a la mayoría de los escritores para ser mejores de lo que son. [. . .] La sinceridad es la fuente de toda genialidad, y los hombres serían más inteligentes si fueran más morales.” El pasaje de donde ha sido extraída esta frase es el siguiente: El verdadero intento científico no es un viaje de descubrimiento a lo Cristóbal Colón, sino un viaje de Ulises. El hombre ha nacido en el extranjero, vivir es buscar el país natal, y pensar es vivir. Pero la patria de los pensamientos es el corazón: de esta fuente debe beber quien quiere beber agua fresca; el espíritu no es más que una ola, millares se extienden y perturban el agua lavándose en ella, bañándose en ella, enriando el lino y demás menesteres desagradables. El espíritu es el brazo, el corazón es la voluntad; se puede cultivar la fuerza, se la puede hacer crecer, desarrollarla; ¿pero de qué sirve toda la fuerza sin el coraje de utilizarla? A todos nos retiene una vergonzosa cobardía de pensar. Más opresora que la censura de los gobiernos es la censura que la opinión oficial ejerce sobre las obras de nuestro espíritu. No es espiritualidad, sino carácter lo que les falta a la mayoría de los escritores, para ser mejores de lo que son. Es de la mundanidad de donde proviene esa debilidad. El artista, el escritor, quiere dominar, superar a sus colegas; pero para dominar a uno, hay que ubicarse a su lado, para superar a uno, se debe tomar por el mismo camino que él. Es por esto que los buenos escritores tienen tantas cosas en siempre he sentido en el transcurso de la preparación de un texto, debían ponerse especialmente en relación con el pánico que cronológicamente invade al esquizofrénico totalmente desorientado con relación a los seguros principios de organización, capaces de hacer inteligibles y manejables las percepciones caóticas que lo asaltan.” Counter-transference, op. cit., p. 5.
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común con los malos. En el bueno está todo el malo; sólo es algo más. El bueno sigue exactamente el camino del malo; sólo que va un poco más lejos. Aquel que escucha la voz de su corazón, en lugar de los gritos de feria, y aquel que tiene la valentía de propagar, enseñando, aquello que el corazón le ha enseñado, éste es siempre original. La sinceridad es la fuente de toda genialidad, y los hombres tendrían más espiritualidad si fueran más morales.'^
Más de un párrafo de este texto ha podido marcar al joven Freud, lector de catorce años, y reaparecer mucho más tarde para especificar el método analítico, pero tal vez también para limitarlo. En efecto, ¿ese método no es acaso, para Freud, un viaje de Ulises, el redescubrimiento de un pasado del cual uno se había alejado, y no el descubrimiento de una América interior, de secretos jamás vistos ni oídos de la naturaleza, o de algunos arquetipos a la manera de Jung? El debate entre corazón y espíritu que Börne pone en escena se asemeja en mucho a aquel otro, decisivo para Freud, entre inconsciente y consciente, y que está precisamente determinado por el papel que desempeña la censura. En cuanto a la sinceridad, la que está incluida en el “ decir todo” , el psicoanálisis no existiría sin ella. Por lo tanto, las condiciones de la creación literaria son parecidas a las que presiden la marcha de la cura. Más precisamente, el psicoanálisis hace un uso sistemático de ciertos procedimientos de la creación literaria. Puede, pues, abandonar el vocabulario moralizador que parece irle muy bien a Börne: “ carácter” , “ coraje” , “ sinceridad” , “ corazón” . Pero no del todo, sin embargo, porque varias preguntas permanecen, como por ejemplo ésta; ¿cuál es la razón de que la técnica de asociación, en ciertos casos, no sea Ludwig Börne, Gesammelte Schriften, Hamburgo, Dritter Theil, con Hoffmann y Campe, 1835, pp. 231-235.
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verdaderamente aplicada o de que resulte ineficaz? Para responder a esta pregunta, nos vemos obligados a apelar a hipótesis que no han sido tematizadas por la literatura analítica. ¿Qué fuerza puede triunfar sobre la censura de la opinión interiorizada?, ¿qué puede permitir resistir a la tiranía de los valores introyectados, como no sea una capacidad para soportar el aislamiento, o, mejor dicho, la posibilidad de ser extranjero, no sólo para los demás, sino para sí mismo? Esto quiere decir que el analizando ha debido llegar ya, de algún modo, a los límites de la locura. Sólo es posible triunfar sobre la enfermedad mental con los medios que ella procura, por la brecha que ha abierto en el muelle de la mundanidad. Más precisamente, para que la técnica de asociación libre pueda ser ocasión de escuchar los sueños, los fantasmas, los hallazgos, deben cumplirse dos condiciones. La primera, que el analizando haya alcanzado la frontera de lo soportable, que la vida ya no sea posible para él con ese grado de sufrimiento o de impotencia, que ya no tenga nada que perder, es decir, que haya perdido toda esperanza en lo que podía o sabía antes. La proximidad de la mueríe, que desespera a todo el campo de la existencia intramundana, prepara al oído para lo inaudito, no sólo porque ya nada podría asombrarlo, sino porque los sueños, los fantasmas o los hallazgos se arrancan del horizonte de la mueríe. Cuando se emprende un análisis bajo la presión del entorno o de la moda, por las exigencias de una carrera o, más ingenuamente, por el deseo de conocerse mejor, se puede apostar a que la cura no saldrá nunca de un parloteo más o menos sofisticado. Permanecer despierto a cualquier precio, porque el dormir —el de los sueños— está muy cerca de la muerte y uno podría no volver. En una palabra, el análisis sólo es posible en un estado de extrema necesidad; la proximidad del derrumbe reclama arries-
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garlo todo. Y precisamente, la segunda condición reside en la capacidad de arriesgarlo todo; si todo está sumergido por la angustia y la confusión, ¿de dónde surge; a la inversa, la furiosa necesidad de salir? Hay que suponer una instancia —sobre la que volveré en seguida— del mismo tipo que el superyo, es decir, enteramente arrancada al ello y susceptible de oírlo, pero que, en lugar de tiranizar al yo, le sirva a la vez de recurso y de factor de crítica y de renovación. De un modo descriptivo, esta instancia comportaría el poder último de decir no a la muerte subjetiva, aquella que se presenta bajo la forma de la última degradación,'® de la pérdida definitiva de toda humanidad; en consecuencia, implicaría el cuestionamiento y la posibilidad de deshacer todas las imágenes de sí, todos los espejismos de la opinión; lo cual supondría finalmente que sea el origen de la afirmación primera, fundamento de la subjetividad, porque efectúa la primera separación. Pareciera, ahora, que la genialidad tuviera que encontrar su camino entre dos escollos: la opinión y la muerte. Si el escritor —y esto vale para todo creador— produce una obra para que la mayoría la reciba, esa obra no será más que el reflejo de esa multitud; especie de patchwork electoral, no tendrá ningún carácter específico. Si, a la inversa, le resulta imposible no dejarse invadir por la angustia de la muerte, de donde debería beber, no hará más nada. Hölderlin hundiéndose en la noche. Pero estas proposiciones no podrían entenderse en un primer momento. El interlocutor del genio es una mezcla indiscernible de contemporáneos y de nada J.-J. Rousseau escribe sus Confesiones —según dice— para justificarse ante quienes lo acusan. Pero se equivoca, y la B. Bettelheim, Le coeur conscient, París, Laffont, 1972, pp. 212-214.
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prueba está en que se lo recibe muy mal. No es para eso ni para ellos que escribe, sino para un interlocutor que tardará años en encontrar y en perder a través de los Dialogues y de las Divagaciones (Rêveries) de un paseante solitario. Del mismo modo, el genio nunca busca sus fuentes sólo en la angustia de la muerte; toda obra genial, y no importa si es en secreto o a plena luz, se apoya en una polémica, o sea una rivalidad, y por lo tanto supone, una vez más, la opiniófl'. “ Los buenos escritores —sugería Börne— tienen muchas cosas en común con los malos. En el bueno está todo el malo; sólo es algo más. El bueno sigue exactamente el camino del malo, sólo que va un poco más lejos.” La diferencia es que el malo no puede quitar ni un instante la mirada de su interlocutor para calcar su réplica, mientras que para el bueno, la polémica no es más que una oportunidad, ciertamente necesaria, de ir a buscar en otra parte los elementos de una respuesta. Desde Jean-Paul a Diderot (y muchos otros) la preocupación constante es extraviar al lector a fin de no caer en la trampa de su espera; si no, la escritura se torna imposible. Si el genio responde tan bien, es porque la cuestión ya no es la del otro, el debate ya no tiene lugar con un extraño demasiado conocido, sino porque a través de la interrogación se ven amenazados sus propios basamentos y debe construirlos de nuevo. Es ridículo todo polemista que no responda primero y principalmente a las preguntas que le conciernen, porque comprometen su existencia, precisamente su vida y su muerte. ¿Cuál puede ser el papel del psicoanalista, como interlocutor, para que sobrevenga la genialidad? Si, como hemos visto, no podría —sin peligro para el paciente— mantener la postura del teórico, es irrefutable que el paciente necesita en un primer momento (no sólo un momento cronológico, sino lógico) que alguien piense como inteligible aquello de lo que él
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sufre, y que eventualmente se lo muestre. Pero la experiencia inversa es indispensable. El paciente sólo puede hundirse en la soledad, necesaria para que sus sueños y sus fantasmas puedan adquirir una carga de renovación, si esa soledad es permanentemente sostenida y confirmada por la ignorancia y la soledad del psicoanalista. Es entonces cuando éste se vuelve interlocutor privilegiado de la genialidad. En el sentido de que está allí para oír y no oye nada. La paradoja se explica del modo más sencillo del mundo; si no tengo a nadie a quien dirigirme, no puedo hablar ni escribir, necesito un oyente o un lector; pero, si éste me comprende, no puedo asombrarlo, extraviarlo o perderlo, me arrebatará mi palabra o mi relato. Es en esta posición, en el límite de lo absurdo, donde el psicoanalista —me parece— es situado por el analizando en el momento más fecundo del análisis-, y con toda seguridad en su final. Digo bien: es situado, porque no podría por sí mismo jugar al ignorante. Cuando Sócrates interroga al esclavo para hacerle descubrir por sí mismo lo que no sabía que sabía, la ignorancia de Sócrates es fingida, y el resultado es que el esclavo nunca llegará a decir más, u otra cosa que lo que Sócrates sabía ya ante él.*’ La mayéutica es un método de servidumbre pedagógica, un medio para encerrar en lo que el maestro ya sabe. Sócrates es el enemigo de toda invención que él no controle. En absoluto sucede lo mismo con el analista, a quien el decir del analizmido, en ciertos instantes privilegiados, vuelve propiamente estúpido y lo aísla en la angustia de un campo cuyos orientadores le son arrancados. El psicoanalista ha creído preceder al analizando en el transcurso de su experiencia, pero ** Es comprensible la furia de Nietzsche con respecto al socratismo, del cual dice que desvió a Eurípides de las fuentes dionisiacas de lo trágico. La naissance de la tragédie, París, Gallimard, 1911, p. 93.
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sucede que, gracias a este último, se encuentra en otra parte sin ni siquiera poder designar ese lugar. Muy frecuentemente, el analizando no tolera más esta estupidez del analista que el analista mismo, porque el primero no aprecia ni su propia soledad ni la ajenidad de su decir. Le importa que una cierta inteligibilidad producida por el analista, en los plazos más breves, le devuelva el confort de la opinión; por lo tanto, forzará al analista en sus recortes y lo intimará a comprender. Si esto sucediera, todo sería beneficio para el analista, quien, de este modo, aun a costa de conmociones, vería ampliarse un poco los horizontes de su propia teoría, pero se volvería contra el analizando, nuevamente atrapado en las redes de un interlocutor existente que no puede retomar para sí y reintroducir en su propio sistema de interpretación, la experiencia que el analizando ha sido obligado a hacer. Desde este punto de vista, pienso hoy que ningún análisis puede finalizar, y la transferencia levantarse, si el analizando no logra de algún modo experimentar la incomprensión total del analista. Si la inteligencia del analista, en un principio ayuda indispensable, se convierte en una trampa absoluta porque funciona sin excepción, o bien el analista pervierte al analizando hasta la infantilización definitiva, o bien el analizando, para poner término a la transferencia, a la captura que el analista hace de él, deberá producir lo que he denominado anteriormente un discurso monofema,^® que tal vez sea siempre, al mismo tiempo, un discurso creador. Llegamos entonces a esta proposición sencilla para designar la posición del analizando al final del análisis —aunque un artista auténtico podría sin duda decir otro tanto—: “ No tengo necesidad de ser comprendido, no tengo necesidad de ser reconoci^ Cf. capítulo 2, p. 86.
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do.” La fuerza que me impulsa a actuar y a gozar (los dos rasgos de la curación, según Freud) no está profundamente condicionada por la presencia o la ausencia de los demás; los gestos que puedo hacer, o las palabras qüe puedo pronunciar, tienen suficiente peso como para que no les agreguen gran cosa las aprobaciones de los demás y como para que sus críticas y sus olvidos les quiten muy poco. Posición que puede trasuntar suficiencia, pero que no podría confundirse con la del paranoico, quien afirma; “ Nadie me comprende.” En efecto, esta fórmula traduce un resentimiento y una demanda exacerbada dirigida a la opinión, aun cuando revista la forma altiva de una herida narcisista: “ No soy comprendido por nadie” ; lo cual eventualmente se traspone en esto: “ Nadie es digno de comprenderme” , y queda sobrentendido; “ Pero sólo espero eso.” De aquí la agresividad del paranoico que, al no poder ser reconocido directamente por lo que vale, o por lo que no vale, irá a buscar en la querella un reconocimiento negativo: “ Soy rechazado sólo a causa de mi valor.” No sale de la “ rivalidad mimètica” ,^* no es otra cosa que un neurótico al cuadrado, le vuelve la espalda a la locura, y por lo tanto a toda fuente de inspiración, para atornillarse a la caricatura de las relaciones sociales. Si evoco aquí la posición de paranoico, no es por casualidad. Un psicoanálisis que sitúa clínicamente a la paranoia entre las psicosis y que, además, quiere hacer de ella el modelo a partir del cual deberá entenderse toda psicosis, ya se ha convertido en una emExpresión de René Girard para traducir “ el mecanismo cultural a través del cual se funda la comunidad humana” . Josué Harari. Textual strategies, perspectives in post-structuralist criticism, Ithaca-Londres, Cornell University Press, 1979, p. 57. Si la creación artística se relaciona en parte con este mecanismo, podemos pensar que su especificidad se le escapa y reclama otra explicación, precisamente porque nace fuera de lo social.
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presa de servidumbre. Esta tesis se sostiene en razones ideológicas, apunta a evitar que se plantee la cuestión de la primera persona, cuestión peligrosa para toda civilización, pero muy especialmente para la nuestra, que sólo sobrevive por la existencia de las masas. Ahora bien: hay entre el paranoico y la masa una connivencia indudable. Él la subyuga porque da la impresión de ser independiente y de hablar en su nombre —doble ilusión de todo integrante de la masa, ilusión que le permite identificarse con él y por lo tanto dejarse llevar por él sin resistencias. Pero, por otro lado, como el gran neurótico nostálgico que será siempre, el paranoico tiene una total necesidad de la multitud, porque, contrariamente a las apariencias, no tiene ninguna existencia propia; es sólo la multitud, despreciada o aplastada, la que le da continente y consistencia. Él la desprecia y la aplasta justamente por la rabia que le produce no poder acceder a la soledad, y a la ignorancia, su correlato. Permanentemente, es necesario que se le ponga en condiciones de ser supuesto saber; saber, evidentemente, por el otro y en su lugar. Cuando Lacan propone la expresión “ sujeto supuesto saber” para definir la posición del analista al principio de la transferencia, brinda una descripción parcial de lo que en ella sucede; pero si quiere hacer de ella la expresión de una ley, ya no consigue pensar su abolición“ y lleva entonces fatalmente la relación analítica a la del paranoico con su multitud, lo cual es una manera de encerrar esa relación en lo indefinido e indisoluble. Porque el paranoico y la multitud no pueden prescindir uno de la otra: a él se le supone siempre genial, a ella siempre y efectivamente más débil. La paranoia nunca sale de la problemática de la neurosis y, por lo tanto, de lo social, nunca es más Cf. capitulo 5.
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que la exasperación de la situación dual, es decir, de la palabra en segunda persona. Cuando digo “ yo” , hablo en “ tú” . El adagio lacaniano: “ El deseo del hombre es el deseo del otro” , vale ciertamente para el hombre en tanto vive en y por la sociedad, o sea para el neurótico o el paranoico, pero por eso mismo prohíbe, si se pretende universal, toda posibilidad de acceso a la singularidad. La cuestión del habla en primera persona sólo puede ser reabierta si se pone atención en la esquizofrenia, que es esencialmente una perturbación de la primera persona.^^ El esquizofrénico habla en “ él” , en tercera persona; al menos así es oído de modo descriptivo. Pero su “ él” es, primeramente, un rechazo del “ yo” que nunca es otra cosa que un “ tú” . Porque se niega al juego de la ilusión y del espejo, el esquizofrénico no puede hablar como cualquier persona. Se mueve en el horizonte de la verdad, porque sabe que no hay otro u Otro; más modestamente, necesita incesantemente ausentar al interlocutor que le devolvería otra vez su palabra y, en el mismo momento, la haría cautiva. Su delirio, su dispersión, su des-palabra encarnan, con la forma de un discurso que ha perdido toda coherencia y todo rigor, la única manera de escapar a la tiranía del otro. Delirio, dispersión, des-palabra son, pues, el correlato manifiesto de una instancia psíquica que propongo denominar el hiperyo. El “ yo” habitual no es más que la expresión del yo o de la conciencia, y la ipsidad o el self nunca son más que su duplicación; por lo tanto, debe ser dicho como simple desconocimiento de la segunda persona. Si el neurótico (y el paranoiEstos desarrollos sólo me fueron posibles gracias a las conversaciones con J. Schotte, profesor en la universidad de Louvainla-Neuve. Probablemente él no se reconozca en ellos; tal vez eso sea una razón más para instarlo a que nos comunique el resultado de sus trabajos. Fue también él quien me indicó el texto de Freud citado más abajo.
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co, a pesar de las apariencias) está enredado en el tejido de la opinión, el esquizofrénico se instala del lado de la ausencia radical, es decir, de la muerte. Posición insostenible, pero que nos revela un límite a partir del cual es posible salir de la relación dual. En “ La pérdida de realidad en la neurosis y la psicosis” , Freud da una definición notable del comportamiento normal: La diferencia inicial se expresa en el resultado final; en la neurosis, se evita un fragmento de la realidad con la modalidad de la huida, mientras que en la psicosis se lo reconstruye. O, en la psicosis, a la huida inicial le sigue una fase activa, la de la reconstrucción; en la neurosis, a la obediencia inicial le sigue, de inmediato, un intento de fuga. O también: la neurosis no niega la realidad, sólo quiere no saber nada de ella; la psicosis la niega y trata de remplazaría. Llamamos normal o “ sano” a un comportamiento que reúne algunos rasgos de las dos reacciones, que, como en ía neurosis, no niega la realidad, sino que en seguida se esfuerza, como en la psicosis, por modificarla. Este comportamiento acorde con la meta, normal, conduce evidentemente a efectuar un trabajo exterior sobre el mundo exterior, y no se conforma, como en la psicosis, con producir modificaciones interiores; no es a u to p lá stic o , sino aloplástico?*
Esta aleación de sumisión y de modificación sugiere un nuevo enfoque de lo que sucede en la creación artística y en el análisis. Cuando el interlocutor, en su ignorancia, deja de ser un individuo determinado para solamente representar a un posible individuo, la realidad, a su vez, deja de aparecer en su determinación insuperable para volverse un juego de posibles, abierto a múltiples combinaciones. Sólo en este instante se plantea la singularidad del individuo, porque se transforma en el lugar de pasaje de la modificaG.fV., 13, pp. 365-366 [xix, 195], trad, francesa en Névrose, psychose et perversion, op. cit., p. 301.
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ción, que él se plantea en primera persona, trabajando las fuerzas que no le pertenecen y que nunca han sido codificadas por un “ tú” que sería su soporte. Nos encontramos entonces en los confines de la locura, donde están desestructurados el espacio habitual y las formas habituales del lenguaje. Lo que vive el esquizofrénico, en el extremo de la disociación, es experimentado en el vértigo por todo aquel que se preste a él, siempre por necesidad. El “ yo” habitual es puesto en jaque por el fluir de las angustias cuestionadoras que desvían de la realidad percibida hasta allí, y es la instancia en primera persona, el hiperyo, el que viene a tomar, de esta brecha abierta, la ficción nueva que hará leer otra realidad y que dará nuevos orientadores al mismo que la forma. La diferencia entre el psicòtico y el creador es que el primero, al quedar aprisionado en el hiperyo, no puede recorrer la distancia que lo separa del “ yo” habitual. La diferencia entre el creador y el neurótico es que el segundo no quiere oír ningún otro discurso que no sea el que le viene de un “ tú” fabricado de antemano, en tanto que el primero está obligado a producir aquello que ningún interlocutor espera o al menos puede esperar. Las aclaraciones propuestas aquí se asemejan a muchas soluciones viejas, en particular, evidentemente, a las del romanticismo alemán. Albert Béguin cita el siguiente pasaje de Herder acerca del poder mágico del Märchen: “ Y, como en sueños, descubrimos en esos cuentos nuestro doble yo: el que sueña y el espíritu que contempla el sueño, el narrador y el oyente. [. . . ] Es un maravilloso poder concedido al hombre esta poesía involuntaria y autónoma de los cuentos y de los sueños. Otra manera, discreta sin duda, de introducir una instancia psíquica difeCitado en Romantigues aüemands, op. cit., p. 1561.
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rente a la de “ aquel que sueña” o la del “ narrador” ,“ pero Schelling, directamente ligado a los hermanos Schlegel, nos sugiere la complejidad de la relación necesaria que el entendimiento, la inteligencia consciente, mantiene con la locura. Él diferencia (después de Kant y antes que Hegel, aunque de un modo menos definido) el entendimiento y la razón; dado que aquél es activo, ésta, pasiva, recoge las inspiraciones del alma.^’ Nietzsche, finalmente, a quien Freud dice no haber querido leer porque se sentía muy cerca de él, desdeña el “ yo” de la subjetividad, pero al músico dionisiaco, que “ no es más que el sufrimiento originario y el eco de ese sufrimiento” , le concede el derecho a decir “ yo” .“ Michel Foucault ha mostrado que había que diferenciar ai autor del escritor para comprender el papel de una obra en el campo social (“ What is an author?” , en Textual strategies, op. cit., pp. 141-160). Pero esta oposición está ya presente en el interior del individuo que produce un texto. Como lo advertía R.L. Stevenson, escriba, luchando con las necesidades de dinero, se pone a escuchar sus sueños: “ Lo que denomino ‘yo’, mi ego consciente [. . .) no es en absoluto un autor de ficciones [. . .]; la totalidad de la ficción que he publicado debe de ser exclusivamente obra de algún brownie, de algún demonio familiar, en fin, de algún colaborador invisible que tengo encerrado en el granero de atrás.” (“ Un chapitre sur les rêves” , op. cit., pp. 37-38.) “ La base del entendimiento mismo es, pues, la locura. La locura es, así, un elemento necesario, pero que no debe pasar a primer plano, no debe ser actualizado. Lo que llamamos entendimiento, si es un entendimiento efectivo, vivo, activo, propiamente no es nada más que locura regimentada. . . Los hombres que no tienen consigo alguna locura, son hombres de entendimiento vacío y estéril. Por esto el proverbio inverso: no hay genio sin una pizca de locura; por esto también el delirio divino del que hablan Platón y los poetas. . . Entendimiento y razón son la misma cosa, sólo que, simplemente, considerada de un modo distinto. . . En el entendimiento, evidentemente, hay algo más activo, y en la razón, algo pasivo, algo que se deja estar. . . Lo que la razón no admite, lo que rechaza, lo que no deja que se escriba en ella, eso no es inspiración del alma, sino que proviene de la personalidad” (F.W.J. Schelling, Oeuvres métaphysiques, Paris, Gallimard, 1980, pp. 246-248). La naissance de la tragédie, op. cit., pp. 58-59.
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Estos autores no tenían preocupaciones terapéuticas, pero ¿por qué la terapia no habría de tener en cuenta sus afirmaciones? ¿Por qué no podría situarse con relación a ellos? Mientras que el psicòtico oscila entre el encierro en el hiperyo, la pura afirmación estéril sin objeto determinado y el hundimiento en la confusión de la muerte y la vida, el neurótico no puede salir del círculo estrecho de su yo y no quiere saber nada de lo que lo bordea. La curación consiste, para el psicòtico, en forjar la relación que el “ yo” mantiene con el “ tú” , de tal modo que la alternancia de encierro y hundimiento se transforma en una sucesión y que luego sea posible, a través del hiperyo, un pasaje de los límites hacia la conciencia, que recibirá el eco. Para el neurótico, curarse se resumirá en la posibilidad de constituir el hiperyo que le permita dejar de sentirse destruido ante el acercamiento de la angustia o del exceso, y que tamizará para él el brillo de nuevas conexiones. En una palabra, la curación reside en la puesta en marcha —o en la puesta en marcha nuevamente— de las diversas instancias y en la circulación entre ellas de los elementos de la realidad, puesta a prueba de “ lo incognoscible y de lo incapaz de existir” . Si Freud reconoce que el comportamiento normal implica la transformación de la realidad a semejanza de la psicosis,, no ha considerado necesario suponer una instancia psíquica capaz de dar cuenta de ese fenómeno. Pero tal vez esto no sea casual. El principio del determinismo que defiende —nos dice en su respuesta a H. Ellis— “ según una especie de prejuicio” , lo conduce a reducir el sueño, el chiste, el lapsus, el hallazgo, a elementos que la conciencia será susceptible de abarcar en su totalidad. Nada debe escapar a la inteligibilidad del entendimiento. Y si, en el segundo tópico, inventa el superyo, instancia salida del ello en la cual se encuentra el sistema de valores, no le
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atribuirá otra función que la de tiranizar al yo, y en absoluto la de transmitirle a éste, provenientes del ello, los principios y las fuerzas de una modificación. Una instancia poética sólo podía surgir de su imaginación si hubiera abandonado las orillas de la ciencia y se hubiera embarcado, por un tiempo, hacia la Citeria de los románticos.
texto compuesto en english times 10/11 por Carlos palleiro impreso en editorial andrómeda, s. a. av. año de Juárez 226 local c-col. granjas san antonio ,del. iztapaIapa-09070 méxico, d. f. tres mil ejemplares y sobrantes para reposición 30 de noviembre de 1989
"A quien el psicoanálisis atrapa — como decía Binswanger-, ya no lo suelta." ¿Por qué? ¿Por qué los fieles del psicoanálisis están encerrados en un discurso que sólo para ellos es coherente y riguroso? ¿Por qué se sienten tan bien entre ellos y tan mal cuando otros los interrogan? Y finalmente, ¿por qué la gente de psicoanálisis (analistas y analizandos) se comporta más o menos como una secta? Esto se explica, primeramente, por la naturaleza muy particular del discurso de Freud. Por lo tanto, había que estudiar su estilo en su especificidad. ¿Cómo una teoría, que reconoce que no puede ser probada ni refutada, consigue formar un'lector que progresivamente empezará a pensar como el autor? Freud ha sabido inventar una escritura particular con ese fin. Se explica más aún por la importancia de la transferencia en la cura. Freud estimaba, no sin vacilación, que la técnica de la asociación libre, el decirlo to do " permitía liberar al psicoanálisis de lo que pudiera vincularlo con la hipnosis. Sus sucesores ya no tienen duda alguna al respecto. Sin embargo, podemos preguntarnos si el verdadero resorte de la transferencia no es idéntico al de la hipnosis: la pasión por fundirse en el otro y absorberlo. ¿Es posible encontrar una salida para la densidad de estas preguntas? Tal vez lo primero que habría que hacer es no cubrirse el rostro para no ver las dificultades reales y pasarse el tiempo resolviendo problemas escolares. . . SI el psicoanálisis renunciara a sus pretensiones científicas, ¡tal vez podría soltar a algunos de sus adeptos y permitirles inventar sus leyendas, aquellas que permiten errar y reír! F.R. De François Roustang, Siglo XXI ha publicado también Lacan, del equívoco al callejón sin salida.
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