FORJAR Y FORZAR IDENTIDADES NACIONALES. EL RECLUTAMIENTO MILITAR MILITAR DURANTE LA GUERRA DEL PACÍFICO EN EL MUNDO RURAL
Andr An dr és Rod ríg uez F. F.
Pensamiento Crítico Revista Electrónica de Historia N°1, 2001
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FORJAR Y FORZAR IDENTIDADES IDENTIDADES NACIONALES. EL RECLUTAMIENTO MIL MIL ITAR DURANTE LA GUERRA GUERRA DEL PACÍFICO EN EN EL 1 MUNDO RURAL
Andrés Rodríguez Figueroa
Abstract Chilean historiography has traditionally considered the process of nation building in the nineteenth century a natural process in which, among others, warfare was vital for this purpose. This article first defines the nature of Chilean nationalism for this period in i n the context of authoritarian rule and the relationship between the elite and the lower classes. It then seeks to shed a light on many issues traditionally not addressed such as the volubility and rejection of the popular classes in the rural world when sought for war recruitment during the Chilean Peruvian Pacific War.
1.- Introducción La construcción de los llamados estados nacionales en el siglo XIX en América Latina ha buscado presentarse presentarse como un proyecto modernizador que rehuía todo aspecto colonial tanto en términos de identidad como de estructura social. La aparición de una identidad americana nacional frente a una española imperial universal pasaba a ser la base ‘natural’ en miras de concretar un proyecto de nación. Es así como más que construir un estado nación, da la impresión que la nación de chilenos, peruanos o mexicanos, siempre estuvo presente en la historia. La existencia natural o espontánea de una nación guarda tras sí un mito en torno a sus orígenes. Tal como plantea Gellner: “Las naciones no son algo natural, no constituyen una versión política de la teoría teoría de las clases naturales; y los estados nacionales no han sido tampoco el evidente destino final de los grupos étnicos o culturales”2. Por ello es que siguiendo la argumentación de Gellner las naciones que ‘surgen’ son más que nada una representación que tiene de sí misma la sociedad, o más bien el grupo dirigente de ésta. En la creación de un estado
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Este trabajo es el fruto de una investigación realizada en el seminario Sobre Proyectos y Desarraigos: La Sociedad Chilena Frente a la Experiencia de la Modernidad dirigida por el profesor Julio Pinto. Se agradece la ayuda y sugerencias de Xochilt Inostroza, Ricardo Nazer y Jaime Rosenblitt para esta versión final. 2 acionalismo. Madrid: Alianza, 1988 (1983), p. 70 Ernest G ellner: Naciones y N acionalismo
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nación, con un proyecto que buscaba abarcar la unidad nacional, lo que se busca a la vez es crear una lealtad de todos hacia la clase dominante3. En el caso de Chile, la historiografía conservadora ha optado por la noción mística de nación, sin un sentido funcionalista en relación al tipo de sociedad que representa. Es así como, por una parte, Mario Góngora plantea el Estado como promotor de dicha identidad arraigada en un carácter guerrero histórico que ha ido definiendo nuestro carácter de chilenos. Por otra parte, autores como Jocelyn Holt resaltan factores como la ausencia de fuerzas regionales, la homogeneidad racial y “una sorprendentemente quieta y sumisa población en el mundo de la hacienda, ayudaron a acomodar el nacionalismo en Chile”4. De esta manera se inserta una v ariante al modelo de Gellner: en vez de crear un sentido nacional en respuesta a una movilidad social o proyecto, éste se crea para cristalizar un orden social más bien tradicional, revestido de una legitimidad republicana moderna. El Estado, para Jocelyn Holt, si bien funcional a este propósito no es por sí mismo un impulsor de un proyecto de identidad nacional. Esta identidad nacional más bien obedece a un estructura social rural marcada por la autoridad del hacendado sobre el inquilino y que poco tiene que ver con las nociones de ciudadanía presentes en las llamadas revoluciones burguesas europeas. El caso chileno más bien plantea un proceso modernizador controlado desde arriba, autoritario y por ende la noción del ‘buen chileno’ responde a este esquema de valores. Si seguimos este esquema evidentemente la noción de modernidad en la construcción de una identidad nacional chilena pareciera no encajar. Para Gellner, “el hombre moderno no es leal al monarca, tierra o fe algunos, sino a una cultura”5. Una cultura definida y homogeneizada por el estado en aras del proyecto de sociedad existente. ¿Pero de qué tipo de cultura estamos hablando en el caso chileno? El peso de la cultura rural en este esquema de dominación lleva a concluir que “el inquilinaje fue casi la única forma de integración de los sectores populares al país dominante, a la entonces ‘nacionalidad’ ”6. En este mundo de espacios privados es dudoso que el Estado haya podido tener una presencia relevante. Lo relevante en este caso es que el campesino, específicamente el inquilino, tiene un papel asignado dentro de la hacienda que le resta gran parte de la movilidad que se dio en los procesos de modernización. No obstante, este modelo de subordinación, señala Jocelyn Holt, permanecería en el tiempo. Frente a los cambios sociales existentes las leyes e idea de nación “se mostrarían menos moldeables, menos acomodaticios, menos flexibles, y por ende, mucho más autoritarios”7.
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E. J. Hobsbawm: Nations and Nationalism since 1780. Programme, Myth, Reality. Cambridge: Cambridge University Press, 1990, p. 83 4 Alfredo J ocelyn-Holt: El Peso de la Noche. Nuestra Frágil Fortaleza Histórica. Santiago: Planeta/Ariel, 1997, p. 44. 5 Ernest G ellner: Op. Cit. p. 54 6 José Bengoa: El Poder y la Subordinación. Acerca del origen rural del poder y la subordinación en Chile. Historia Social de la Agricultura. Tomo I. Santiago: Ediciones Sur, 1988, p 20. 7 Alfredo J ocelyn-Holt: Op. Cit. p. 48.
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El autoritarismo presente en los proyectos republicanos de unidad nacional en Chile, por lo general se presenta como uno de los requisitos esenciales para mantener la virtud del orden. La relación que tiene ésta con el nacionalismo choca de muchas maneras con las nociones que se tiene del segundo en sus formas de actuar sobre la población. El nacionalismo como ‘mecanismo persuasivo’ o ‘canalizador’ de fuerzas emotivas y espirituales latentes’8 en la historia de Chile se contradice con dicho modelo autoritario. Es así como postulamos que autoritarismo y nacionalismo se fusionan en el caso chileno haciendo que difícilmente puedan coexistir sin estallar en conflicto cuando es impuesto sobre esa parte de la población que no corresponde al espacio social delimitado por la elite. Las masas desarraigadas, que en el caso chileno correspondían al peonaje itinerante, escapaban de este proyecto nacional de la elite. Es justamente su movilidad que los hace poco permeables a los modos de control social que buscaban consolidarse en la sociedad. Valores como la obediencia o la disciplina en el trabajo, sólo se imponían por medios más bien coercitivos que de persuasión. Si bien se postula una ‘subordinación sensual’9 frente al salario que se recibiera, de ninguna manera implica una aceptación total o a largo plazo del sistema. De esta manera para los fines de este trabajo se buscará hacer una evaluación de dicho intento de construcción de identidad nacional con respecto al mundo popular, específicamente en torno a aquel grupo escurridizo al orden social impuesto por la elite. Si bien el valor del orden es clave para entender el discurso nacional de la elite, es justamente esta característica la que hará que su efecto persuasivo se vaya diluyendo, provocando más bien resistencia que aceptación. Es así como la Guerra del Pacífico (1879-1883) puede ser argumentada como una prueba de haber creado con éxito un consenso en torno a un proyecto nacional. La historiografía conservadora nunca ha dudado del éxito de la elite en cimentar esta unidad. Se ha supuesto que tanto en la Guerra de la Confederación Perú Boliviana (1836-1839) como en la Guerra del Pacífico todo los elementos de la sociedad mostraban una adhesión incuestionable hacia la nación, y para los efectos de este trabajo, hacia la elite. El elemento voluntario de la raza chilena llega a argumentos místicos ilustrados en el libro de Fernando Ruz cuando señala: “la ancestral lucha araucana había seleccionado la raza, el aporte inmigratorio había encasillado la unidad, el orden portaliano había encauzado la energía nacional”10. Además de este argumento que busca explicar los cimientos de adhesión a la nación chilena, se encuentra la premisa de que dicha identidad cultural nacional existiría al momento de estallar la guerra, y no la guerra como escenario mismo de este fenómeno. En ello se basan tanto los argumentos de los historiadores liberales como Barros Arana en el siglo XIX, como los de Jocelyn Holt en el siglo XX.
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Alfredo J ocelyn-Holt: Op. Cit. p. 43 Véase José Bengoa: passim. 10 Fernando Ruz T. : Rafael Sotomayor Baeza, el organizador de la victoria. Santiago: Editorial Andrés Bello, 1980, p. 110 9
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Por ello este trabajo busca primero definir los parámetros sociales del discurso nacional de la elite, para luego ver de qué manera incidía sobre el mundo popular y la cohesión de toda la sociedad. Posteriormente, junto con presentar los antecedentes históricos que han acompañado las levas de reclutas se entra en un estudio de caso centrado en la Provincia de Aconcagua. Dicha provincia, a diferencia del aislamiento en que se encontraba el sur del país y que podría haber explicado la resistencia de los peones a ingresar allá al ejército, fenómeno que ha estudiado Sater 11, podría argumentarse que se encontraba más cerca de la capital y de forma más integrada a dicho modelo nacional. Pero más allá de la visión que tuviese la elite, la constante en los procesos de construcción de naciones, aminorada por la historiografía nacional es la violencia presente en todo el proceso. La heterogeneidad de mundos no podía convivir en un proyecto de unidad rígido que se alejaba cada vez más de la realidad social. Mientras existiese un referente común local para guiar la existencia se podía prescindir de aquella más alejada que no tenía mucho sentido en el mundo rural. El desarraigo y posterior asentamiento en otro ámbito, fuese por la guerra, la llegada a la ciudad o a la zona minera, sembraría las semillas de los primeros atisbos de un nacionalismo en el mundo popular. El forzar y forjar de identidades nacionales era más bien el reflejo del proceso de modernización emprendido por la elite chilena, proceso autoritario que buscaba cristalizar un orden dentro del cambio. 2.- Elite, orden e identidad n acional Tras las guerras de Independencia y la consolidación del sistema de orden portaliano la historiografía conservadora destaca un periodo de paz social donde elite y pueblo conviven en plena armonía. La llamada unidad nacional daba a entender una legitimidad que se arrogaba esta elite para gobernar en nombre de las virtudes republicanas de orden y progreso. El factor de estabilidad social enmarcado en este discurso es clave para entender los cimientos que buscaba crear la elite para la construcción de una identidad nacional. Por ello es que la imagen de la nación chilena que se destaca en todos los discursos patrióticos es, tal como hemos señalado antes, la imagen que tiene de sí misma la elite que la domina. La estructura social rural se extrapolaba a esta imagen donde la relación terrateniente – inquilino era el modelo ideal de sociedad. Ciertamente se habla del ciudadano activo, pero éste se enmarca dentro del mundo de la elite entendiéndose que el mundo popular debía obedecer más bien a un papel pasivo de acatamiento y sumisión. La ausencia de revueltas en el campo y la llamada 'subordinación ascética' del inquilino han sido utilizados como argumentos para ilustrar la 11
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facilidad con que se instauró una identidad nacional en la población rural. No es de sorprender entonces que en 1884, ante la llamada ‘cuestión social’ Orrego Luco realzaba los valores del inquilino en que éste: “(…) tiene un hogar, una tierra de sembrado, tiene animales, tiene la perspectiva de una posible economía, tiene hasta esos lazos que lo unen al propietario de una tierra en que ha nacido y ha pasado su vida trabajando, lazo, que aunque débiles, establecen, sin embargo cierta comunidad de interés y simpatías. Hay ahí garantías de orden, garantías de sociabilidad; hay ahí la base de una familia. Ese hogar, ese sembrado, esos animales, esos hijos son garantías que el inquilino da a la sociedad”12. Sin embargo este orden de poder y subordinación tenía a su vez un cariz de temor. En contraste con la obediencia que le prestaba el inquilino a su patrón, existía un grupo que era más bien rebelde a acatar esta autoridad: el peonaje del siglo XIX. Caracterizado por su desarraigo y rebeldía frente a la autoridad, producía sentimientos encontrados frente a este modelo nacional de orden y paz. Gabriel Salazar ilustra así este temor naciente: “Los testimonios comenzaron a hablar, con creciente alarma, de las ‘nubes de mendigos’, de las plagas devoradoras de frutas’ que iban de una hacienda a otra solicitando empleo (…). Junto con descubrir todo eso, los documentos patricios de comienzos de siglo evidencian que ya por entonces había surgido un sentimiento de temor. No de un temor por el desarrollo de un adversario político, sino de otro más primitivo: el temor propietarial al saqueo de la riqueza acumulado. Es decir, el temor nervioso, que siempre despertaron en el patriciado las masas de ‘rotosos’ ”13. El temor presente entre la elite evidentemente se contrastaba con la seguridad y el orgullo que se tenía con respecto al orden portaliano que predominaría después. La incidencia del Estado portaliano sobre la reconfiguración de identidades populares, transcurrido el proceso de emancipación de España, ha sido sugerida por Julio Pinto como una “más preocupada de reprimir
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Augusto Orrego Luco: “La cuestión social” (1884) en La Cuestión Social en Chile. Ideas y Debates Precursores (18041902). Recopilación y estudio crítico de Sergio Grez Toso. Fuentes para la Historia de la República. Volumen VII, DIBAM, 1995, p. 324 –5. 13
Gabriel Salazar: Labradores, Peones y Proletarios. Formación y crisis de la sociedad popular chilena del siglo XIX. Santiago: Ediciones Sur, 1986, p. 146
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y disciplinar al mundo popular que de fortalecer sus lazos de pertenencia y adhesión”14. Sin embargo era justamente a través de este proceso disciplinario que la elite creía sinceramente fortalecer su noción de unidad nacional. El ‘orden moral de la nación’ se cimentaba sobre este orden conservador poco abierto a la movilidad social de las masas desarraigadas. En contraste a un proyecto integrador
persuasivo la elite más bien se regía por un modelo
autoritario
cohesionador. Se ha argumentado el esfuerzo hecho por la elite en torno a crear un sentido nacional en la forma de un instrumental simbólico: “retórica, historiografía, educación cívica, lenguaje simbólico (banderas, himnos, escudos, emblemas, fiestas cívicas, hagiografía militar, etc)”15. A través de éste se buscaría crear una nueva lealtad del individuo al estado o de pertenencia a la nación chilena; sin embargo pocos han reparado en distinguir entre lo persuasivo o coactivo de dichos elementos. Los espacios cívicos, espacios de integración de miembros de toda la sociedad, guardaban tras sí una intención de cimentar más bien la autoridad que una pertenencia nacional. La persona de Portales refleja este objetivo moralizante: “La preocupación de Diego Portales por la música en las milicias se correspondía con su intención de moralizar al pueblo, sacándolo de su molicie y groseras distracciones para servir en esta institución que debía ser una escuela práctica de civismo, donde se integraban los grupos sociales en el cumplimiento del deber ciudadano. Las retretas o conciertos dominicales de sus bandas, fueron una costumbre que se extendió hasta las aldeas más lejanas y alcanzó a llegar hasta mediados del siglo XX.(…) Pues para él, el propósito de las antiguas milicias continuaba vigente: cooperar con la mantención del orden público, ser instrumento disponible de inmediato, por la autoridad administrativa para repeler un ataque externo, o enfrentar la alteración interna de una revolución”16. Es así como las milicias, o lo que después se llamaría la Guardia Nacional, en teoría buscaban mantener estos espacios de integración dentro de un orden militar y autoritario. El impacto que representaba dicha Guardia, sin embargo, pareciera más de disgregación que de 14
Julio Pinto: “¿Patria o Clase? La Guerra del Pacífico y la reconfiguración de las identidades populares en el Chile contemporaneo.” en Contribuciones Científicas y Tecnológicas, Area Cs. Sociales y Humanidades, Nº116, nov.1997, p. 53 15
Referencia a Mario Góngora: Ensayo histórico sobre la noción de Estado en Chile en los siglos XIX y XX, Santiago: Editorial Universitaria, 1986, p.12; hecha por Alfredo Jocelyn-Holt: Op. cit., p.42. Este último señala que este sentido nacional sólo se remite a un nivel político “y no puede ser concebida como una mentalidad profunda, asentada y colectiva.”(p. 43.) 16
Sergio Vergara Quiroz: Historia Social del Ejército en Chile. Ejército, sociedad y familia en los siglos XVIII y XIX. Volumen I. Santiago: Departamento Técnico de Investigación Universidad de Chile,1993, p. 114. Hace referencia al Epistolario con fecha marzo 13 de 1832 (tomo II) y febrero de 1833 (tomo III), p. 526.
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integración. En numerosas fuentes se enfatiza la ausencia de aquellos que debían presentarse a servir en el batallón de su ciudad o pueblo. Se llegaba así a amenazar que “si no comparecen a la citación serán penados con 8 días de trabajo públicos”17. De la misma manera William Sater describe a ésta como una institución detestada por el grueso de la población donde los poderosos lograban evitar el servicio y los demás “tenían que marchar los domingos y los feriados cívicos, sus únicos días de descanso, marchando y contra marchando sin sentido mientras sus comandantes, sin más estorbo que su espada, estaban presentes ahí en poses estudiadas de indiferencia”18. Podría plantearse también que dichos espacios cívicos no hacían más que reflejar los sistemas de poder locales dentro de cada provincia, el hacendado a cargo de su milicia compuesta de sus inquilinos. Sin embargo plantearía esto un dilema del poder local enfrentado al del Estado. Si bien la elite se plegaba a favor del gobierno, como ya veremos al declararse la guerra, existían otras instancias donde la autoridad de éste no entraba al espacio privado de la hacienda. Existen casos en los cuales reos prófugos que se encuentran trabajando en las haciendas llevan a las ‘autoridades’ a ordenar que “con la
reserva conveniente proceda
V[uestra] S[eñoría] a hacerlo
aprehender i remitirlo amarrado(…)”19. De esta manera el discurso de identidad nacional de la elite se orientaba por dos principios. El primero aplicado sólo a la elite con una participación activa del ciudadano del cual se esperaba un papel de liderazgo y adhesión al estado nacional chileno. El segundo principio se regía por la autoridad y el orden y se aplicaba al mundo popular tanto en sus expresiones de inquilinaje como de peonaje. Pero será este último en su calidad de ‘afuerino, malentretenido y ocioso’ que se planteaba como una amenaza al orden social y moral que se había consolidado ya de antes de la Independencia. Esta visión tanto en la época colonial, como en los años previos a la Guerra del Pacífico no se había modificado, como veremos más adelante, en el proceso de reclutamiento para esta última. El discurso de identidad nacional discurría de manera alejada a esta realidad social que empezó a tomar más relieve a mitades del siglo XIX. Por ello esa misma masa itinerante buscará escaparse de un sistema represivo tanto en sus migraciones hacia la ciudad como también hacia Perú. Una de tantos señales de que la supuesta armonía y cohesión parecía debilitarse.
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Archivo Intendencia de Aconcagua (AIAco), vol. 103 s/f ( Comunicación del Intendente a los Inspectores de la 1ª Subdelegación - nº40 mayo 8 de 1872) 18 W illiam Sater: Chile and the War of the Pacific. Nebraska: Nebraska University Press, 1986, p.76. 19 AIAco, vol. 139 p.166. (Decretos y Copiador de oficios de Los Andes - nº192, octubre 30 de 1879) El destacado es nuestro.
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3.- El reclut amiento mil itar en la República previ o a la Guerra del Pacífico La noción de Guerra Moderna en tanto una movilización total de recursos humanos y materiales por parte del Estado deja entrever los alcances logrados en los procesos de construcción de naciones. Idealmente el ciudadano o todo individuo parte de una nación tomará parte activa de una empresa nacional con altos grados de voluntad de parte de éste. El período transcurrido entre los inicios de la república hasta la Guerra de la Confederación Perú Boliviana (1836-1839) sin embargo indican más bien una persistencia del modelo colonial de incorporación de hombres a las milicias. Se ha establecido que durante las Guerras de Independencia el mundo popular tomaba parte tanto de los bandos realistas como de los republicanos. Pero es difícil establecer que aquellos vínculos de adhesión se asociaran a la república naciente de Chile. La situación de anarquía en este periodo inicial, en términos de control social, se caracterizaba tanto por el bandolerismo como de las levas de reclutas que forzosamente arrancaban a campesinos de sus hogares y pueblos. Es interesante notar que la resistencia a dicha forma de reclutamiento no era sólo frente al aparato represivo que representaba, sino también las quejas de los soldados apuntaban a los bajos sueldos y a las precarias situaciones en que debían vivir. Aquello repercutía invariablemente en un alto grado de deserción de reclutas como también la huida de muchos campesinos al enfrentarse a dichas fuerzas. Es así como esta deserción llevó a las autoridades en 1820 a recurrir a la leva permanente de vagabundos y malhechores con gran impacto sobre los familiares de dichos individuos20. De esta manera se combinaba tanto un carácter autoritario del gobierno, como la necesidad de mantener un control social sobre aquellos individuos que se escapaban a ella. Es interesante notar que tanto el reclutamiento forzoso para las milicias como los trabajos forzados para presos se ponían en un mismo nivel funcional: reducir la peligrosa ociosidad de los sectores marginales bajo la severa vigilancia de las autoridades. Los procesos disciplinarios laborales y de la resistencia a las levas de reclutas difícilmente pueden ser separados uno del otro. Así y todo podría argumentarse que con el paso de los años hubiese evolucionado dicho proceso con la consiguiente reconfiguración del sentir nacional del mundo popular. Evidentemente la Guerra de la Confederación Perú Boliviana (1836-1839) pasaba a ser el mejor referente para probar la cohesión de una nación y la lealtad de quienes habitaban en ella. Sin embargo la propia elite reconocía, en palabras de Augusto Orrego Luco que:
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“Todos conocen las dificultades con que tropezó el reclutamiento de los seis mil hombres que formaron la expedición al Perú del año 39. Era necesario echar mano de medidas violentas para separar el inquilino de su hogar y de su siembra”21. A pesar de los testimonios de Barros Arana en torno a la reacción del pueblo frente a las victorias en Yungay y las recepciones triunfales de vuelta a Chile, se asumía una contradicción en torno a un discurso nacional coherente con una elite unida frente a un pueblo que no se hacía parte de ésta. No es de extrañar que en dicho artículo de Orrego Luco se citara dicho ejemplo para hacer el contraste con lo ocurrido durante la Guerra del Pacífico. Ya no era el inquilino el protagonista principal de la Guerra, era ‘la raza vagabunda’ que se había prestado de manera voluntaria a engrosar las filas del ejército22. ¿Podía esa masa vagabunda sin raíces, vista como una amenaza a un orden social, de repente adherirse a una campaña de guerra en conjunto con aquellos que tanto lo perseguían? Lo afirmado por Orrego Luco era una verdad a medias. Si bien, era una verdad necesaria para la elite, distaba mucho de representar lo ocurrido posteriormente. Al parecer, era poco lo que había cambiado la percepción del mundo popular en esos años. Incluso uno de los problemas que enfrentaban los empadronadores de los censos, tanto en 1843 como en 1854 era que "en los campos los hombres se escondían en lugares apartados, huyendo del empadronamiento, al que generalmente atribuían propósitos militares o de extorsión económica"23. Claramente el carácter guerrero del pueblo chileno señalado por Góngora no era atribuible a toda la sociedad, sino sólo a una parte de ella.
4.- El reclut amiento mil itar durante la Guerra del Pacífico El inicio de hostilidades en febrero de 1879, que luego vio el comienzo de la Guerra del Pacifico, debe necesariamente enmarcarse en un contexto tanto internacional como nacional. Para los efectos de este trabajo no creemos pertinente adentrarnos en los pormenores diplomáticos y las causas de dicho conflicto. No obstante, la emigración de peones chilenos hacia Perú sí había comenzado a preocupar a los hacendados chilenos en términos de pérdida de mano de obra. El tan temido peón dentro de Chile, pasaba a ser el mártir de la nación que en Perú había derramado
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Augusto Orrego Luco: Op. Cit. p.325 Ibid. 23 Rolando Mellafe: "Reseña de la historia censal del país." en Servicio Nacional de Estadísticas y Censos: XII Censo General de Población y I de Vivienda. Levantado el 24 de abril de 1952. p.27. Agradezco a Ricardo Nazer el haberme señalado la existencia de esta fuente. 22
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su sangre en las construcciones del ferrocarril24. El discurso político utilizado y los testimonios posteriores de sus actores (de la elite) son claves para entender la noción de sociedad que se gestaba en la mente de éstos. Inserto en una crisis económica mundial muy grave, los años previos a la guerra se caracterizaban por un estado de inestabilidad social ilustrado en los altos grados de bandolerismo que azotaban los campos y por un erario nacional muy pobre que no podía financiar la capacidad de las provincias de poder mantener un control policial adecuado sobre la población. El erario fiscal tuvo también un efecto sobre la Guardia Nacional donde “continuas disoluciones de batallones, escuadrones, brigadas y compañías a lo largo del país habían disminuido en un 70 % la dotación con que contaba en los inicios de la década de 1870” 25. Este reconocido elemento de inferioridad bélica en términos de dotación de hombres como preparación logística, sin embargo, fue utilizado tanto por la elite como después por la historiografía conservadora para probar que a pesar de todo lo que prevalecía era un espíritu patriótico que suplía cualquiera de estos inconvenientes materiales26. No es de extrañar entonces que ante esta situación fuese el elemento de vivo entusiasmo y de unidad nacional la que predominara en todo el país. En Valparaíso, al iniciarse las primeras hostilidades, se exclamaba en uno de tantos meeting patrióticos que: “Vemos afortunadamente, que ha cesado el desacuerdo entre la autoridad i la nación, que la política de contemporización ha sido abandonada resueltamente (…). Si es así, puede contar el gobierno con la seguridad de encontrar en el país cooperación y apoyo ilimitados. Impuesto, soldados, corriente poderosa de entusiasmo i vigor – todo el tesoro del patriotismo de una nación estará a su alcance”27. Es así como el esfuerzo de la guerra se nos presenta como el de todos los chilenos. Si bien la cita de arriba corresponde a un ámbito urbano en intenso contacto con elementos internacionales por su condición de puerto, dichos discursos se repetían en las distintas proclamas hechas por la elite tanto en las zonas rurales como en la ciudad. 24
Adolfo Ibañez: “Gran Meeting Patriótico”, Santiago 6 de abril de 1879 en P ascual Ahumada Moreno:Guerra del Pacífico. Documentos Oficiales, Correspondencias y demás publicaciones referentes a la guerra, que ha dado a luz la prensa de Chile, Perú y Bolivia. Santiago: Editorial Andrés Bello. Volumen I (1884).p. 190. 25
Osvaldo Silva: “Aspectos de la Campañas de 1879: El Testimonio de los Actores.” en Cuadernos de Historia, nº7 (julio 1987) p. 155. 26 Véase Fernando Ruz T. : Rafael Sotomayor Baeza, el organizador de la victoria. Santiago: Editorial Andrés Bello, 1 980 donde destaca por sobre todo el valor de los oficiales y el espíritu guerrero del pueblo chileno. p.109-110 27 Isidoro Errázuriz: “Meeting i discursos el 12 de febrero.” en Pascual Ahumada Moreno:Guerra del Pacífico. Documentos Oficiales, Correspondencias y demás publicaciones referentes a la guerra, que ha dado a luz la prensa de Chile, Perú y Bolivia. Santiago: Editorial Andrés Bello. Volumen I (1884).
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El elemento del ciudadano está presente porque implícito en ello está el carácter voluntario de éste para ir a combatir. En directo contraste con lo ocurrido en la Guerra de la Confederación Peruana Boliviana cuarenta años atrás el Ministro del Interior señalaba con toda seguridad en la memoria presentada al Congreso en 1880 : “(…) que ni se han impuesto nuevas contribuciones, ni se ha violentado a los ciudadanos para tomar plaza en las filas del ejército. Nuestro soldado no ha sido ni es más que el ciudadano voluntariamente armado en defensa de la patria”28. Es esta adhesión espontánea la que merece nuestra atención en términos de evaluar hasta que punto aquel discurso penetró en el mundo popular. El uso del término ciudadano evidentemente contrastaba con la condición social que poseía ante los ojos de la elite el inquilino y el peón. Por esto merece hacerse un estudio detallado de cómo ocurrió este proceso de reclutamiento en provincias para evaluar el alcance verdadero del sentimiento patriótico que en teoría imbuía todo el espíritu del país.
5.- La Provinc ia de Aconc agua. Un estudio de caso. 5.1.- Antecedente locales
La Provincia de Aconcagua se nos presenta como un estudio de caso interesante para estudiar el fenómeno de dicho sentimiento patriótico, debido a sus características geográficas y a su estructura económica. Su relativa cercanía con Santiago como también con Argentina, nos presentan una zona que posiblemente tenía más conciencia que otros lugares del país de ser parte de una nación enmarcada en las características del Valle Central de Chile. Predominante una estructura agraria, como ocurría en casi todo Chile en ese entonces, pero a la vez mucho más integrado con la ciudad de Santiago en términos de movimiento de población y de integración económica. Lo señalado evidentemente no niega la identidad de provincia que se tuviera frente a la capital, pero en términos generales ésta se acoplaba dentro de un modelo de nación chilena. El habitante de Los Andes o de San Felipe era tan chileno como el santiaguino como se verá en el momento en que estalla la Guerra del Pacífico. Sin embargo, al igual que en el sur de Chile, por ejemplo en Chillán29, se ha mencionado el creciente fenómeno del bandolerismo como consecuencia de la crisis económica que vivía el país. 28
Memoria del Ministerio del Interior presentada al Congreso Nacional por el Ministro del Ramo.Santiago: Imprenta Nacional (1880) p. vii
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Dicha provincia tampoco escapaba de la situación de inestabilidad social mencionadas más arriba, donde los subdelegados mandaban cartas apremiantes pidiendo armas para enfrentar a estos grupos transgresores de la autoridad. Uno de ellos hacía un urgente llamado a la Gobernación de Los Andes para que se le enviaran armas con amenaza de renuncia si no se cumplía: “en vista de la burla que el populacho y los mal hechores asen de la autoridad, tal
bez por que se han apercibido de lo que sucede, así es que si esto no presentara algún inconveniente (…) que se trajese las mismas ocho caravinas de que tengo acusado recibo en esa Governación”30. Era el ‘populacho’ insolente el que poco parecía insertarse en el proyecto integrador de la elite. Se podría argumentar entonces que los elementos más estable como algún mini fundista o algún inquilino hubiesen podido sentir algún vínculo más fuerte en relación a las autoridades locales. Pero ocurre justamente lo contrario al producirse un rechazo muy similar al ocurrido con la Guardia Nacional. Si bien éstas se habían disuelto por problemas financieros, las autoridades locales buscaban obligar a que se cumpliera con las patrullas de servicio para vigilar el espacio rural. Los habitantes más pobres de la zona simplemente no podían cumplir con su ‘servicio’ obligatorio de vigilancia. El informe que hace el Subdelegado registra graves inconvenientes para éstos: “(…) por que la mayor parte de los avitantes pobres no tienen ni un pellejo por mantener, de conciguiente no una llegua que encillar, de darles resulta que los pocos auciliares que hai toman las medidas que estén a sus alcances a fin de escaparse de aser el Servicio de patruyas, unos se disculpan ser solos y temen el les saqueen sus casas, otros se lamentan ser mui pesado el servicio por tocarles a menudo, y otros que no están obligados a cuidarle a los ricos según dize de ellos (…)”31. Es así que dentro de esta situación inestable la presencia de las autoridades parecía ser más la de una carga que de una ayuda. Se desconocen las lealtades que se hubiesen podido tener dentro de la hacienda en esa misma época pero, más adelante se verá que las faenas que se 29
Véase W illiam Sater: Chile and the War of the Pacific. Nebraska: Nebraska University Press, 1986. Archivo Gobernación de Los Andes vol. 97 s/f (Wenceslao Soto al Gobernador Haevel – Sección 2º Los Andes abril 23 de 1879) Se ha mantenido la ortografía original. 31 Archivo Gobernación de Los Andes vol. 97 s/f (Wenceslao Soto al Gobernador Haevel – Sección 2º Los Andes febrero 17 de 1879) Se ha mantenido la ortografía original. 30
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realizaban en tiempos de cosecha tenían prioridad por sobre la necesidad de reclutamiento para la Guerra. Así y todo, el endurecimiento de las posturas del Gobierno frente a Perú y Bolivia en febrero de 1879 con la consiguiente declaración de guerra el 5 de abril de ese mismo año fueron recibidas con mucho entusiasmo por las autoridades locales en esa provincia. Destacan tanto las donaciones de dinero y de caballos para las necesidades de la guerra como también la inmediata organización de batallones cívicos de voluntarios compuestos de “seiscientos corazones nobles llenos de contento porque llegue el momento en que puedan ofrecer a su patria el noble sacrificio de sus vidas”32. Los momentos de proclamación patriótica públicas son valiosos en tanto que ilustran los espacios de convivencia de los distintos grupos sociales. La descripción de uno de estos meeting patrióticos realizado en Los Andes, se aprecia en un informe al Intendente: “Ayer se celebró, a las cinco de la tarde, en la plaza publica de esta ciudad, un meeting patriótico, apoyando la actitud del Gobierno de Chile en la cuestión chilena – boliviana . Había una concurrencia numerosísima que con el pabellón nacional i la banda de música no sesaban de repetir entusiasta vivas a Chile i a su Gobierno. Hicieron uso de la palabra varios jóvenes i algunos artesanos del (pueblo) Departamento junto con algunos otros que en comisión habían venido de San Felipe a unir con el pueblo de Los Andes su patriotismo i su nunca desmentido valor para defender la honra nacional. El entusiasmo era sorprendente i la plaza pública estaba completamente ocupada i no hubo ningún desorden. Un escojido número de ciudadanos ha venido a poner en mis manos las conclusiones a que aribó el meeting. Ellos encierran un voto de adhesión i aplauso al Gobierno de Chile i piden el restablecimiento de un batallón cívico en los Andes, para ofrecer sus servicios a la nación. Lo que comunico a VS para que tenga a bien ponerlo en conocimiento del Supremo Gobierno”33. En estas palabras se da cuenta de la multitud que asistió a este acto en la plaza pública, lugar por excelencia de reunión cívica de pueblos en las zonas rurales. Pero de la misma manera 32
Archivo Gobernación de Los Andes vol. 98 p.68 (Copiador de Oficios de parte del Gobernador Haevel nº68 mayo 1 de 1879) Se ha mantenido la ortografía original 33 Archivo Gobernación de Los Andes vol. 84 s/f (Del Gobernador Haevel al Intendente Blest Gana nº26 febrero 26 de 1879) Se ha mantenido la ortografía original.
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queda ilustrada la composición de aquellos que son patriotas; jóvenes que probablemente asistían al colegio, ciudadanos escogidos, algunos artesanos y las autoridades locales. Rara vez, sin embargo, se menciona al campesino en los discursos de la elite en este entonces. Curiosamente, sólo los testimonios aparecidos después de transcurrida la Guerra harán mención de ellos y de su supuesto patriotismo inicial que los llevó a enrolarse en el Ejército. Pero aún cuando lo haga se mantiene aquel aspecto paternalista que marca más bien la diferenciación que la supuesta homogeneización presente en el discurso nacionalista. Así, Florentino Salinas, después de elogiar cómo los jóvenes de salones no trepidan en enrolarse y así aparecer vestido de un ‘humilde hábito’, señala con respecto a los otros grupos: “No menos meritorios que estos abnegados jóvenes eran aquellos que, honrados artesanos o pobres labradores, entregaban a la patria el continjente de sus brazos, dejando a su esposa e hijos sin más apoyo que el de una corta mesada que apenas les era posible cercenar de su mezquino sueldo”34. Los conflictos descritos en estas fuentes se refieren más bien a los choques que se dieron entre los poderes locales de la provincia enfrentados a los poderes centrales de Santiago. Es así como en torno a la organización del Batallón Cívico del Aconcagua decretado el 6 de noviembre de 1879, la llegada de oficiales de Santiago causó serios problemas en la conformación de aquél. Por lo menos este es el testimonio que entrega Florentino Salinas alegando que debía privilegiarse a los oficiales de la provincia que tendrían el don de mando natural sobre sus hombres que imprimiría la disciplina necesaria35. La elite local sostenía que la única manera de enrolar a la gente de manera voluntaria era creando estos espacios de mando de confianza sobre la población. No era éste un caso aislado. En mayo del mismo año se había decretado organizar brigadas cívicas y regimientos que incorporaran personas de distintos lugares de Chile. El problema que causó en la formación de éstas llevó a Vicuña Mackenna a escribir un artículo en que hacía el siguiente diagnóstico: “Para reclutar a un ejército nacional como el que va a hacer la campaña, compuesto todo de entusiastas voluntarios, se ha seguido en efecto, el mismo sistema de leva que para el ejército ordinario en tiempo de paz, esto es, pedir a cada provincia, a cada ciudad, a cada aldea un continjente aislado, a fin de refundirlo, como un ingrediente anónimo, en el conjunto de un batallón o 34
Florentino Salinas: Los Representantes de la Provincia de Aconcagua en la Guerra del Pacífico. Santiago: Imprenta Albión. (1893) p. 33 35
Florentino Salinas: Op. Cit. , p. 61
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regimiento que se llamará Lautaro, Chacabuco, Esmeralda o lo que se quiere, pero que no representa la autonomía de las localidades y el verdadero espíritu de cuerpo y paisanaje, que es tan importante en la composición de los ejércitos”36. Se pensaba entonces que respetando la autonomía local podía incentivarse el elemento voluntario en conjunto con una mejor disciplina dado que la estructura de autoridad de cada provincia se extrapolaba a las brigadas organizadas. Las medidas de enganche se miraban en menos y las de reclutamiento forzoso ni siquiera se mencionaban como medios de enrolamiento. Sin embargo de manera paralela a este proceso de adhesión surgían bajo el encubrimiento de estos discursos una resistencia al reclutamiento que daba a entender un rechazo a un sistema de poder que poco persuadía al peón o al inquilino a formar parte de ella. 5.2- Voluntarios, enganchados y forzados
William Sater ha señalado que al estallar la Guerra del Pacífico el gobierno podía llamar a voluntarios, movilizar la Guardia Nacional o autorizar el pago de un enganche para cada soldado reclutado37. Las levas forzosas a que hacíamos mención arriba en teoría no podían ocurrir al no estar habilitado legalmente el gobierno para ello. Esto era un serio obstáculo para un ejército que para ese entonces no sumaba más de tres mil hombres. Si por una parte se elogiaba el elemento voluntario presente en toda la población tanto urbana como rural, rica como pobre; también existían otros medios para incorporarlos al ejército. Uno de éstos eran los enganches que realizaban los enviados del ejército en cooperación con el Comandante de Policía de la Gobernación y los Subdelegados en la provincia. De esta manera observamos que dicho proceso quedaba en manos de la autoridad que buscaba más bien implantar una disciplina que persuadir a estos individuos. Se procedía a ofrecer primas que oscilaban entre los 10 y 15 pesos mensuales para ‘engancharlos’ y remitirlos a Santiago con este fin. El énfasis estaba dado en que se enganchara a ‘hombres jóvenes y robustos’, muy afín con un criterio más bien de mano de obra que de cualidades patrióticas. Hasta qué punto dicho mecanismo era meramente una elección para el peonaje queda en duda cuando se señala que si se resistía a engancharse pasaba entonces a servir en los trabajos forzados de su respectiva localidad. De igual manera el 12 de mayo las mismas autoridades daban órdenes para la aprehensión de “vagos i perturbadores del orden público que hayan en la subdelegación de su
36
Benjamín Vicuña Mackena: “La composición del Ejército Nacional.” en Francisco Machuca: Las cuatro campañas de la
Guerra del Pacífico. Tomo I. Valparaíso: Imprenta Victoria 1927. p. 122 37 W illiam Sater: Op. Cit. p. 75
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cargo i que sean aptos para el servicio de las armas”38. Al demorarse la conformación del batallón, y al no tener las subdelegaciones dinero para mantenerlos en la cárcel simplemente se dejaban en libertad o se remitían a trabajos forzados tal como se solía hacer en 1820 en los casos citados al inicio de este trabajo. La verdadera movilización de la población en la Provincia de Aconcagua se daría en noviembre cuando llega la orden de disolución de los Batallones Cívicos de San Felipe y Los Andes, formados a fines de abril de 1879 para fusionarse en el Batallón Cívico Nº1 de Aconcagua el 6 de noviembre39. Esta fue la instancia para que la elite de la Provincia probara ante la nación su patriotismo, ya presente en la Guerra de la Confederación Peruana Boliviana, pero la cantidad de voluntarios simplemente no se equiparaba con el número de hombres requeridos de manera urgente por el Gobierno. Los oficios mandados a todos los subdelegados subrayaban lo urgente de conseguir a como diera lugar hombres para la tropa. En una de éstas se señalaba: “Estoi instruido de que en esa sección podrían tomarse presos de cuarenta a cincuenta hombres como vagos o jente que siendo sana no tienen una ocupación honrada de que vivir i esta Gobernación estraña que V[uestra] S[eñoría] no haya dado cumplimiento a lo dispuesto en circular de f[ec]ha 13 del actual nº 223. En consecuencia, debe VS. proceder a la aprehensión de los mencionados individuos, pues este es un medio también para poder conseguir enganchados, debiendo darme cuenta del resultado de esta dilijencia a la brevedad posible, como también una razón de los que voluntariamente se hayan presentado para engancharse. Debo prevenir a VS que por razón de economía, solo se abonen por esta Gobernación quince pesos como prima de enganche a los que reunan las condiciones regidas de salud, juventud i robustez”40. De esta manera poco había cambiado en las relaciones entre la autoridad y el peón itinerante. A pesar de lo requerido de sus servicios se insistía en la fuerza más que en el discurso para obligarlo a integrar las filas del ejército. La distinción entre enganchados y forzados parecía más bien una formalidad que poco tenía que ver con la realidad. El elemento voluntario era casi inexistente en un mundo dominado por relaciones sociales de dominación y subordinación.
38
Archivo Intendencia Aconcagua vol. 139 p.62( A los Subdelegados del Intendente de la Provincia nº58 mayo 12 de 1879 ) Véase relato de Justo Abel Rosales: Mi Campaña al Perú. 1879 – 1881. Concepción: Editorial de la Universidad de Concepción, 1984. p. 17. 39
40
Archivo Intendencia Aconcagua vol.139, p.121 ( Oficio enviado por el Intendente a los Subdelegados de la 7º y 8º 23 de diciembre de 1879.)
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Hay informes que ilustran lo violento de dicho proceso al entrar las Comisiones de Reclutamiento a buscar gente a las zonas rurales. En una de ellas un subdelegado pide una licencia especial para su sirviente porque “en atención que hai barios comisiones tomando jentes para ‘el Batallón’, pues yo tengo mi sirbiente (…), y este tengo precisión de mandarlo a barias partes, temo que lejos de casa lo tome alguna comisión (…)”41. El campesinado en general huía ante la presencia de estos agentes o buscaba refugio en alguna parte para no ser arrancados de sus hogares. Al respecto es interesante observar un informe del Subdelegado de la 4ª, Panquehue, quien hace el siguiente diagnóstico de su intento de buscar voluntarios y enganchados: “Debo de decir á V[uestra] S[eñoría] que de las averiguaciones practicadas resulta que de ésta localidad no se ha presentado ningún boluntario á enrolarse a dicho batallón, por la fuerza no se ha mandado a nadie, por la razón de que con la patruya o guardia que hace diariamente se han ausentado la mala jente, i la de trabajo, (la parte que queda) mucha parte de ella se ha repartido con la ocación de la cosecha de trigo como sucede todos los años. Para proceder a tomar jente por la fuerza necesito de tener jente de otra parte esto es que no tengan intimidad con los vecinos de ésta localidad y orden terminante de la gobernación”42. Nuevamente se destaca la ausencia de voluntarios y el cómo las faenas de la cosecha, propias de la fecha en esta provincia, posiblemente oculten a los peones con la complicidad del hacendado. A pesar de ser ésta una mera suposición, es justamente en esos años que se reclamaba por la carencia de brazos para mano de obra. Por ello mismo es que el subdelegado alega que debe traerse gente que no tengan intimidad con los vecinos (interpretado acá como los hacendados) para poder firmemente arrancar esta mano de obra de esta localidad. No es de extrañar entonces que en abril de 1881 los intentos de aprehender un reo fueron frustrados “por el administrador de la propiedad del Sr. Freire [que] no ha permitido entrar al fundo por tener orden del patrón para no dejar sacar al reo que se persigue”43. A su vez, suponemos que la ‘mala jente’ a la cual hace referencia el subdelegado son tanto los vagos como los bandidos, que poco podían ser persuadidos por los mismos elementos que los perseguían. Es común encontrar en los testimonios de oficiales que participaron en la Guerra del Pacífico referencia a que algunos batallones sufrían de indisciplina por estar éstos compuestos de reos y vagabundos. Tanto Florentino Salinas como Justo Abel Rosales se refieren al Batallón 41
Archivo Gobernación de Los Andes vol. 105 (Carta enviada por José M. Zamora de la Sección 11al Gobernador de Los Andes – enero 26 de 1880) Se ha mantenido la ortografía original. 42 Archivo Gobernación de Los Andes vol. 105 (Informe enviada por Joaquín Marín de la Subdelegación 4ª al Gobernador de Los Andes – enero 2 de 1880). Se ha mantenido la ortografía original. 43 Archivo Gobernación de Los Andes vol. 96 vol. 96 s/f (Carta al Gobernador de José A. Briones de la Subdelegación 4ª 1881 abr. 28)
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Melipilla en estos términos dado las peleas y borracheras que se armaban. Sin embargo el uso de reos y de vagabundos era práctica común tanto para los trabajos forzados realizados en las subdelegaciones como para su envío al ejército. El informe anual enviado por el Gobernador de Los Andes, Arnaldo Haevel al Intendente Blest Gana en abril de 1880 señalaba: “La criminalidad ha disminuido en el Departamento con motivo de la presente guerra, pues muchos criminales han preferido enrolarse en diferentes cuerpos del Ejército del Norte, de tal modo que se nota una diferencia de la mitad en el número de presos en la cárcel entre el año 1878 i 1879, ascendiendo dicho número i en este a treinta”44. El carácter de voluntario de dichos criminales debe interpretarse con sumo cuidado. Creemos que en este caso corresponde a que los nuevos reclutas no recibían salario alguno. Era una forma también muy conveniente para las autoridades de deshacerse de los elementos perturbadores del orden social y además ahorrar dinero en lo que correspondía a su mantención en la cárcel. No siempre se contaba con el beneplácito de las autoridades judiciales, a pesar de que éste era la condición previa al envío de los reos al Norte. En agosto de 1881 al terminarse un sumario en contra de dos reos, fueron éstos remitidos sin
autorización a disposición del
Comandante del Batallón Portales. Frente a esto “el juzgado, (…) los reclamó, pero el comandante de dicho cuerpo se negó entregarlos. Consultado el asunto al señor Juez Letrado, fue de opinión que se archivase el sumario y cuando volviesen de la guerra estos reos, se les continuase la causa (…)”45. El mencionado Batallón Portales sin duda le hacía honor a su nombre en tanto que se registran numerosos reos enviados como ‘voluntarios’ o remitidos a éste. Por ello, si bien podía ser natural que ocurriesen algunas deserciones de otros Batallones tales como se informa entre el año 1879 y 1880, a comienzos de enero de 1881 se produjo una fuga masiva del cuartel donde se encontraban dichos hombres (ver siguiente página):
44
Archivo Intendencia Aconcagua vol.145 (Informe anual enviado por el Gobernador de Los Andes Haevel al Intendente Blest Gana – abril 29 de 1880) 45 Archivo Gobernación de Los Andes vol. 96 s/f ( Del Juzgado de la 6º sección a Timoteo Tobar – agosto 31 de 1881)
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“ RELACIÓN DE LOS INDIVIDUOS DEL CUERPO QUE SE FUGARON EN LA NOCHE DEL SEIS DEL PRESENTE FORZANDO LA PUERTA DEL SEGUNDO PATIO DEL CUARTEL , QUE DA A LA CALLE” 46 Batallón 1
Compañía 1º
Clase
Nombres
Volunt ario
Soldado
Voluntario
1 1 1 1 1 1 1
1º 2º 2º 2º 3º 3º 4º
Soldado Soldado Soldado Soldado Soldado Soldado Soldado
1 1 2
4º 4º
Soldado Soldado Soldado
Francisco Verguño Clemente Urzúa David Garido Francisco Astorga Benjamín Reyes Eduardo Olguín Manuel Espinola Manuel José Martinez Rudecindo Lopez Delfín Camus José Manuel Valenzuela Anjel Espinoza José del Carmen Silva Agustín Toro Daniel Rojas
Baldomero Aguilera Soldado Loreto Silva Soldado José Leonardo Orrego Soldado Pedro Severín Soldado José María Godoi Soldado Jorje Ayala Soldado Ladislao Jaramillo Soldado Manuel Reyes R. Soldado Demetrio Martinez Soldado Pascual Soto Soldado José Montero
Soldado Soldado Soldado Soldado Soldado
Enganchados
$
Enganchad o Enganchad o
11 14
Enganchad o Enganchad o
11 11
Voluntario Voluntario Voluntario
Día
Mes
Año
11
Oct.
1880
24 25 25 27 2 28 3
Oct. Nov. Oct. Oct. Nov. Nov. Nov.
1880 1880 1880 1880 1880 1880 1880
Enganchad o Enganchad o
12 11
20 2 6
Dic. Dic. Nov.
1880 1880 1880
Enganchad o
12
4 31
Nov. Dic.
1880 1880
Enganchad o
11
6 16
Nov. Nov.
1880 1880
Voluntario
16
Nov.
1880
Voluntario Voluntario
10 14
Dic. Dic.
1880 1880
Voluntario Voluntario Voluntario Voluntario Voluntario Voluntario Voluntario Voluntario
14 14 14 14 14 14 28 31
Dic. Dic. Dic. Dic. Dic. Dic. Dic. Dic.
1880 1880 1880 1880 1880 1880 1880 1880
Voluntario Voluntario
Sustit uto
Apr ehendidos
Aprehendido Aprehendido
Aprehendido Sustitu to
Lo que llama la atención es que la gran mayoría de los fugados (17) aparecen como ‘voluntarios’ y sólo 8 como enganchados. Es probable entonces que el carácter de voluntario se ajusta a lo propuesto más arriba. Dada las condiciones que se relatan de disciplina, raciones podridas de comida entre otros, no es de extrañar que existiese dicha inclinación a la huida. Es así como ya para octubre de 1881 las autoridades tenían asumido que no iba a ser posible encontrar voluntarios para enviar al Norte. Se ha sugerido que la guerra se volvía impopular debido a los numerosos soldados mutilados que volvían del frente y quedaban abandonados a su suerte por el Gobierno. Pero ciertamente era también el carácter violento en que se conducían las levas lo que lo hacía sumamente impopular. Las instrucciones impartidas por 46
Título y tabla en Archivo Gobernación de Los Andes vol.99 s/f (Circular enviada a los subdelegados de Mauricio Muñoz. 13 de enero de 1881.)
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el Ministerio de Guerra a los gobernadores del país no hace ninguna mención de buscar voluntarios sino meramente enganches. Pero a estas alturas el sistema de enganche, había evolucionado de una modalidad persuasiva a una coactiva. Las instrucciones finales señalaban: “ El Gobierno empeña el celo i dilijencia de V[uestra] S[eñoría] para el cumplimiento de este encargo i espera evitará con su prudencia la alarma i demás inconvenientes que el enganche considerable suscita por lo jeneral en el pueblo”47. La voluntad presente en el mundo popular a modo de adhesión a un proyecto nacional claramente distaba de las necesidades que le exigía la elite. La Guerra del Pacífico en tanto constructora de una nación, sólo remarcaba las estructuras tradicionales de una sociedad que se negaba a incorporar como ciudadano a aquel que había sido reclutado como siervo.
6.- Conclusión Son muchos los elementos que confluyen en este trabajo en la búsqueda de identidades nacionales en el mundo rural. Hemos visto que la elite claramente poseía un ideal de nación que buscaba proyectarse desde arriba sobre la sociedad que dominaba. Dicho discurso, en contraste con los ideales de progreso y libertad que pregonaba más bien señalaba el esquema de una sociedad tradicional donde existían
pocos ciudadanos y muchos sirvientes. Los valores de
obediencia y lealtad representaban entonces una relación más bien paternalista que poseía la elite que una de igualdad de todos los chilenos. No por ello debe descartarse, en teoría, un impacto persuasivo de dicho discurso. Existen muchos elementos que no fueron abordados en este estudio. Por ejemplo el papel de la Iglesia pudo haber ayudado a persuadir al reclutamiento de personas de toda clase para incorporarse al Ejército. Las procesiones que se hicieron en el año 1879 tanto en San Felipe como en Montenegro, si son bien estudiadas podrían demostrar que no existía tanto abismo entre la mentalidad popular y la de la elite en el mundo rural. Pero a pesar de todo esto, sostenemos que el grueso del proceso de reclutamiento para la Guerra del Pacífico fue llevado más bien en términos represivos, donde tradicionalmente la consideración que se tenía frente a los elementos que no se enmarcaban en el perímetro de control social debían meramente ser controlados, detenidos, pero no integrados.
47
Archivo Gobernación de Los Andes vol. 99 s/f (Comunicación enviado por el Ministerio de Guerra al Gobernador Agustín Errázuriz octubre 27 de 1881)
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El alzamiento del ‘populacho’ y el bandolerismo en la zona por aquellos años ponía en jaque el supuesto de una llamada armonía en la construcción de la nación chilena. La Guerra del Pacífico entonces fue la válvula de escape social necesaria para que dichas tensiones fueran disipadas. A ojos de la elite, el pueblo había mostrado su lealtad, y tal como lo ha señalado Patricio Quiroga: “Acicateados por la necesidad de fortalecer y expandir el estado nación, bajo las difíciles condiciones de la Guerra del Pacífico, echaron mano a la presencia de un personaje al cual le limaron todas las aristas de rebeldía social, para convertirlo en una imagen de país que retrataba el espejo de la nación a la elite dirigente”48. De esta manera enganchados y forzados para la Guerra del Pacífico se habrían compuesto más bien de los elementos considerados peligrosos por la elite. Pero la Guerra disipaba dicho peligro para entrar en consonancia con el discurso de la elite desde los inicios de la República de Chile. El mundo popular tanto en sus elementos de peonaje como de inquilinaje parecían poco conscientes de la existencia de una nación chilena que se extendía más allá de su horizonte geográfico. Si bien era el caso para el inquilinaje, el peón que deambulaba en esta provincia nunca fue integrado o no buscaba serlo a un proyecto de nación regido por los esquemas autoritarios de la elite. Llama la atención entonces que el peón en todas sus formas tanto de vago, criminal o trabajador, nunca fuese considerado un antipatria en el discurso de la elite frente a la resistencia que oponía. A pesar de los discursos posteriores en que suponía un patriotismo y adhesión a las necesidades la nación, durante el transcurso del conflicto las autoridades jamás expresan sorpresa ante la resistencia del peón para ser reclutado. De este modo, la resistencia al reclutamiento a la Guerra del Pacífico era también una manera de huida frente a un sistema autoritario. Desgraciadamente no podemos saber (por ahora) cuales eran los elementos de identidad del peón, pero suponemos que aún prevalecían aquellas de una identidad local en su espacio rural que poco podía desarrollarse en una noción de nación. Sin embargo, las diversas fuentes de lira popular muestran una conciencia clara de los personajes ‘emblemáticos’ de la Guerra de la Independencia como también las que existieron durante la Guerra del Pacífico. Hasta qué punto puede hablarse de una consonancia entre esta noción y la de la elite, es algo muy debatible. Pareciera ser que fue la Guerra la que por medios violentos pudo asentar una masa hasta entonces desarraigada y provocar el sentir de nación a ser más coherente
48
Patricio Quiroga: “Consideraciones sobre el ‘roto chileno’ ” en Patrimonio Cultural. Revista de la Dirección de Biblioteca,
Archivos y Muse os. Año IV, número 15, s eptiembre 1999, p. 3 2.
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con su nueva realidad. Por ello finaliza este trabajo con una canción popular que refleja más bien ese aspecto disonante con la elite: Quejas de un sol dado “Yo no quiero ser soldado, la guerra me tiene loco, el sueldo que gano es poco y el trabajo es redoblado. Siendo guaina me agarraron mientras andaba vaqueando gente que andaba enganchando y en un cuartel me filiaron: a la cuadra me llevaron en contra todo mi agrado como al mes fui acariciado por membrillana varilla, por esta razón sencilla yo no quiero ser soldado49
49
Daniel Meneses: “Quejas de un Soldado” en Juan Uribe Echevarría: Canciones y Poesía Popular de la Guerra del
Pacífico. Ediciones Univeristarias de Valparaíso ( 1979).p. 109
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7. Bibliogr afía 1.- Fuentes Primarias Archivo Nacional Archivo de la Intendencia de la Provincia de Aconcagua (1879 – 1883) Archivo de la Gobernación de Los Andes (1879 – 1883)
Otras Bibliotecas Primer Congreso Libre de Agricultores. Santiago: Editorial de Jacinto Muñoz, 1876. Memoria del Ministerio del Interior presentada al Congreso Nacional por el Ministro del Ramo. Santiago:
Imprenta Nacional, 1880. Pascual Ahumada Moreno: Guerra del Pacífico. Documentos Oficiales, Correspondencias y demás publicaciones referentes a la guerra, que ha dado a luz la prensa de Chile, Perú y Bolivia. Santiago: Editorial
Andrés Bello. Volumen I – IV, 1982 (1884). Bisama Cuevas, José Antonio: Album Gráfico Militar de Chile Campaña del Pacífico. Santiago, s.n., 1909. Augusto Orrego Luco: “La cuestión social” (1884) en La Cuestión Social en Chile. Ideas y Debates Precursores (1804-1902) . Recopilación y estudio crítico de Sergio Grez Toso. Fuentes para la Historia de la
República. Volumen VII, DIBAM, 1995. Justo Abel Rosales: Mi Campaña al Perú. 1879 – 1881. Primera edición de su manuscrito original. Prólogo y notas Juan de Luigi Lemus e ilustraciones originales del propio autor y de Renzo Pecchenino. Concepción: Editorial de la Universidad de Concepción, 1984. Florentino Salinas: Los Representantes de la Provincia de Aconcagua en la Guerra del Pacífico . Santiago: Imprenta Albión, 1893. Juan Uribe Echevarría: Canciones y Poesía Popular de la Guerra del Pacífico . Ediciones Univeristarias de Valparaíso, 1979.
2.- Fuentes Secundarias Consultadas:
Arnold Bauer: La Sociedad Rural Chilena. Desde la Conquista Española a Nuestros Días . Santiago: Editorial Andrés Bello, 1994 (1975). José Bengoa: El Poder y la Subordinación. Acerca del origen rural del poder y la subordinación en Chile. Historia Social de la Agricultura. Tomo I. Santiago: Ediciones Sur, 1988.
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Ernest Gellner: Naciones y Nacionalismo . Madrid: Alianza, 1988 (1983). E. J. Hobsbawm : Nations and Nationalism since 1780. Programme, Myth, Reality. Cambridge: Cambridge University Press, 1990. Hans Kohn: Nationalism: Its Meaning and History. Canada: Van Nostrand Co. 1965 (1955). Alfredo Jocelyn-Holt: La Independencia de Chile. Tradición, Modernización y Mito . Santiago: Planeta/Ariel, 1992 (1999). Alfredo Jocelyn-Holt: El Peso de la Noche. Nuestra Frágil Fortaleza Histórica . Santiago: Planeta/Ariel, 1997. Julio Pinto: “¿Patria o Clase? La Guerra del Pacífico y la reconfiguración de las identidades populares en el Chile contemporaneo.” en Contribuciones Científicas y Tecnológicas, Area Cs. Sociales y Humanidades , Nº116, nov.1997. Rolando Mellafe: "Reseña de la historia censal del país." en Servicio Nacional de Estadísticas y Censos : XII Censo General de Población y I de Vivienda. Levantado el 24 de abril de 1952, Santiago, 1952.
Fernando Ruz T. : Rafael Sotomayor Baeza, el organizador de la victoria. Santiago: Editorial Andrés Bello, 1980. Gabriel Salazar: Labradores, Peones y Proletarios. Formación y crisis de la sociedad popular chilena del siglo XIX. Santiago: Ediciones Sur, 1986.
William Sater: Chile and the War of the Pacific . Nebraska: Nebraska University Press, 1986. Osvaldo Silva: “Aspectos de la Campañas de 1879: El Testimonio de los Actores.” en Cuadernos de Historia , nº7 (julio 1987) pp.155 – 174.