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Eric Hobsbawm y la historia crítica del siglo xx
«M i impresión es que, cuando los historiadores de dentro de cincuenta años analicen nues tra época, dirán probablemente que la última parte del “siglo xx corto" term inó con dos aconte cim iento s: el colapso de la Unión Soviética, pero también la bancarrota de la política del fundam entalism o del mercado libre.»
Eric Hobsbawm
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Eric Hobsbawm y la historia crítica del siglo XX
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© Campo de Ideas, SL, Madrid, 2005. Directores de la serie Intelectuales: J.C. Kreimer, M.J. Stuart
[email protected] Investigación y texto: Marisa Gallego Corrección: Taller de Producción, Madrid. Diseño gráfico: txt ediciones
Campo de Ideas SL. Calle Alquimia. 6 28933 Móstoles (Madrid) España E-maÜ: editorial @alfaomega.es
Primera edición: marzo 2005 I.S.B.N.: 84-96089-22-3 Hecho el depósito que marca la Ley 11.723 Impreso en la Argentina por La Cuadrícula
printed in Argentina Queda prohibida, salvo excepción prevista en la ley. cualquier forma de reptoducción, distribución, comunicación pública y transformación de esta obra sin contar con autoriza ción de los titulares de la propiedad intelectual. La infracción de los derechos mencionados puede ser constitutiva de delito contra la propiedad intelectual (artículos 270 y siguientes del Código Penal). El Centro Español de Derechos Reprográficos (www.cedro.org) vela por el respeto de los citados derechos.
índice
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Introducción Eric H obsbaw m : una historia c rític a del siglo xx
• Una voz crítica * La otra historia dei siglo xx * Un ángulo personal • Académico y radical. 11
Prim era p arte U na aproxim ación biográfica: Eric H obsbaw m com o historiador e in té rp re te de su propio siglo
• Infancia en el centro de Europa • Berlin y ías sombras del nazismo • La cultura en tiempos de W eim ar * Un judío en el Tercer Reich • Cambridge «rojo» ■ Actividad estudiantil • El corazón de la Academia • Historiador e intérprete de su tie m p o * Todos contra H itler • El clima de la guerra fría • Mayo de 1968 • Solidaridad con Vietnam y Cuba 23
Segunda p arte La histo rio grafía b ritánica y francesa
• Los Annates » Positivismo ■ La transición • Historia social • Su propia revista • Antonio Gramsci también habla inglés ■ Marx y los historiadores • Caricatura deformada del marxismo ■ La crisis de 1956 * Estalinismo • Discusiones encendidas • La fidelidad • La Nueva Izquierda de los años sesenta • Esperanza contra mediocridad • Renovación • La N e w Left Review • Una historiografía marxista en el corazón del im perio • Las polémicas de Hobsbawm ■ El viejo y los jóvenes • Disparen contra Louis Althusser • Polémica con Edward P. Thompson * Los ecos de la Marsellesa y la posmodernidad • El bicentenarío de la Revolución Francesa • La derecha y el revisionismo • La historiografía académica en Francia • Historia y posmodernidad • Historia de las clases subalternas ■ Historia social ♦ E( bandolerismo social
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Tercera p a rte Las eras de Hobsbawm
• Pensar la contemporaneidad • La era de la revolución ■ La era del capital • La era del imperio • La era de la «doble revolución» ■. La política y la industria • El ascenso del capitalismo industrial • Cataclismos y rupturas • Sociología y materialismo histórico • Industrialización y miseria popular • El «progreso» y sus víctimas • Los destructores de máquinas • Abajo eí rey, todos somos iguales • La Revolución y sus herederos • jacobinismo y vanguardia • La primavera de la lucha de clases ■ El invierno de la dominación burguesa • El «drama del progreso» • El «progreso» de los vencedores • Arriba los pobres del mundo • Tradiciones inventadas • La era del imperio • Depresión y monopolios • Todos juntos por el botín • Trabajadores del mundo • Partido proletario y democracia para todos • Adiós al liberalismo • Imperialismo, fase superior del capitalismo • Zapata vive, la lucha sigue • Hobsbawm y su tesis sobre el siglo xx • Norteamericano, extraordinario y terrible • La Revolución socialista • Un espectro recorre el mundo • Maccarthismo y control de la disidencia • El cielo por asalto y sus repercusiones ■ La era de los fascismos • La respuesta capitalista • ¿Revolución fascista? • Pequeñoburgueses asustados • Una historia partisana • La Resistencia • ¡Viva la República! ■Apunten contra los nazis • La guerra fría • Arm am entismo y hegemonía estadounidense • Guerra contra el estado del bienestar ■Tres oleadas revolucionarias ■ La primera esperanza • La descolonización • La tercera ola de revoluciones • El «socialismo real» del «corto siglo xx» • Balance crítico de la Unión Soviética • Después de la muerte de Lenin • El Tercer Mundo ■ Más allá de Occidente • América Latina desde adentro • De la derrota del Mayo francés de 1968 a la era Thatcher • El Mayo francés • El fin del predominio de Keynes ■ Hobsbawm frente a la Dama de Hierro • La guerra de las Malvinas • La «nueva era» Blaír • La caída del socialismo • Et derrumbe * El estancamiento • La posguerra fría • ¿El retorno de la barbarie? • Eí nacionalismo en el anochecer del siglo xx • El separatismo en Europa del Este • El Estado de ¡srael • Pesimista y escéptico • El sombrío futuro europeo • A m odo de conclusión • Compromiso y toma de partido 115
Glosarlo
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B ibliografía de Hobsbawm
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Eric H obsbaw m en In te rn e t
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Eric Hobsbawm: una historia crítica del siglo xx
Una VOZ crítica. Eric Hobsbawm, actualm ente, es uno de los
historiadores más leídos, de mayor p restigio y gran reconoci m iento a nivel internacional, y representa, sin duda, una de las principales voces críticas de nuestro tiempo. Su lucidez contrasta con la mansedumbre de otros intelectuales y pensa dores, tanto de finales del siglo x x como principios del XXI. El historiador británico no renuncia a la perspectiva totali zante, y es fiel a una concepción de la historia que se propo ne comprender el presente por el pasado. Representante de la tradición de historiadores radicales que introdujeron importantes innovaciones en la disciplina histórica, Hobsbawm inició sus estudios sobre los resultados catastróficos que la gran industrialización británica y el avance del capitalis mo significaron para las clases subalternas; es decir, orienté sus in vestigaciones tanto hacia el campo d e la historia social como de la protes ta social. Desde su primera obra, Rebeldes prim itivos (1959), nunca abandonó este interés por la otra historia del capitalismo, su ca ra oculta: la de los humillados, la clase obrera y los rebeldes. Hobsbawm forma parte de la corriente historiográfica m arxista, que nace en el Reino U nido en la década de los años
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cuarenta, junto con Christopher H ill, Leslie Morton, Robert Brow ning, Edward P. Thompson y M aurice Dobb. Como historiador, comienza publicando breves artículos, en la Econom ic H istory R eview, sobre las condiciones de la clase obrera británica, los oficios y los sindicatos. La otra historia del siglo XX. Su H istoria d el siglo X X (1994),
un á g il y ameno relato del mundo contemporáneo, tuvo una recepción sin lím ites en el público masivo. Aunque gozaba de un prestigio académico de larga trayectoria, esta obra lo consagró en todo el m undo como historiador fundam ental y cronista de su propio tiem po. Cuando la publicó, el historia dor tenía setenta y siete años. Desde una perspectiva crítica, Hobsbawm glosa sus refle xiones a modo de balance político del «sig lo corto», como lo califica, ya que comienza a principios de 1914, con el estalli do de la Prim era G uerra M undial, y term ina con el derrum be del socialism o soviético en 1991- Recorre la historia con una gran fuerza im agin ativa y, a su vez, una m irada pesim is ta y desconfiada respecto al nuevo orden m undial (la globalización) que em erge de aquel derrumbe. Hobsbawm reúne, en una poderosa síntesis, numerosas in vestigaciones y aportes de la historia económica y social. No se propone profundizar la investigación de prim era mano, si no aportar más bien una reflexión original, planteando varias hipótesis que ilum in an deliberadam ente los aspectos elegidos por el historiador.
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Un ángulo personal. El relato no descarta sus impresiones y
anécdotas personales, y p rivilegia áreas de la experiencia so cial ausentes en otras crónicas del siglo XX: la resistencia eu ropea al nazismo, la historia del desarrollo del socialism o, la Internacional Com unista (y sus virajes políticos subordinados a Moscú), los m ovimientos campesinos de A m érica Latina, las mareas de la revolución m undial y la historia de Europa del Este más que la de Europa O ccidental. Hobsbawm se presenta como un observador partícipe que intenta comprender «su » siglo y expresar un punto de vista nunca desprovisto de pasión. Es un historiador que p rivilegia fundam entalm ente las rupturas, las revoluciones y los cam bios sociales. Académico y radical. Profesor en la U niversidad de Cam
brid ge, im pulsor de la revista m arxista P ast a n d P resent (fue uno de sus fundadores, en 1952, en pleno clim a ideológico de la guerra fría) y m iem bro del grupo de historiadores del Par tido Com unista británico, Eric Hobsbawm siem pre ejerció el oficio de historiador comprometido. Se situó a sí m ism o co mo parte de esta contracorriente y esta tradición radical. Hobsbawm pagó un alto precio por su compromiso. La Se gunda Guerra M undial retrasó el comienzo de su carrera aca démica, así como la guerra fría le bloqueó la oferta de contra tos editoriales... En ese clim a cultural para nada propicio, Hobsbawm desarrolló su vida académica como profesor de his toria social y económica en el Birkbeck College de la Universi dad de Londres y en la New School U niversity de Nueva York.
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A diferencia de otras «estrellas» y celebridades in telectu a les del m undo cultural europeo, Hobsbawm nunca se acomo dó ai orden establecido para lograr el reconocimiento del po der. Ése es su principal m érito.
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Una aproximación biográfica: Eric Hobsbawm como historiador e intérprete de su propio siglo
Con un propósito autobiográfico, Hobsbawm publica Años in teresantes. U na v id a en e l siglo X X (2002) — en ese momento tiene ochenta y cinco años— . Estas memorias son un com ple mento de su relato como historiador profesional y especialista que, a través de su experiencia personal, se propone contribuir a la comprensión de una época de la que se siente protagonis ta, en tanto observador lúcido y testigo privilegiado. Tal como expresara en una entrevista, Hobsbawm tiene la sensación de haber estado en el lu gar justo, en el momento indicado. No se siente nadie «esp ecial». El sim ple hecho de haber vivido en la Europa del siglo XX le perm itió presenciar varios acontecim ientos históricos. infancia en el centro de Europa. Por esa autobiografía sabe
mos que Hobsbawm nació en Alejandría, en 1917; el mismo año de la Revolución de octubre en R usia. Sus padres — britá nico él, austríaca ella— se habían conocido en Egipto, por en tonces bajo protectorado británico (más tarde, él bautizará aquellos tiempos como « la era del im perio»). Pasó su infancia en Viena, la empobrecida capital del imperio centroeuropeo de
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los Habsburgo que se desintegró al finalizar La Prim era Guerra M undial. De fam ilia de clase media judía (su abuelo era un próspero joyero vienes), creció con et idioma y la cultura ger mana en una época en que la m ayoría de los austríacos creían que debían formar parte de Alem ania (la anexión hitleriana de A ustria — el anscbluss— se producirá en 1938). Para la comunidad judía de Viena, ser «alem án» significa ba asim ilarse, abandonar el atraso y el aislam iento de las pe queñas aldeas judías de Europa del Este (en el interior de Po lonia, Checoslovaquia y H ungría) y entrar a formar parte del mundo moderno. Por entonces nadie im aginaba, señala Hobs bawm, que «un país moderno se deshiciera para siempre de to da su población judía, cosa que no ocurría desde 1492 en Es paña. Mucho menos cabía im aginar su aniquilación física». En 1929 muere su padre y dos años más tarde, su madre, que contaba con sólo treinta y seis años. Como consecuencia de este óbito, Eric Hobsbawm y su herm ana se trasladan a v i vir con sus tíos Sydney y G retl (herm ana de la madre).
Berlín y las som bras del nazismo La cultura en tiempos de Weimar. El futuro historiador lle
ga a B erlín en 1931, cuando se hunde la economía m undial y el desem pleo golpea a su propia fam ilia. Bajo la débil R e pública de W eim ar, asiste a una escuela m uy convencional y conservadora de tradición prusiana, que se destacaba, además, por su club náutico. Según sus recuerdos, en las clases de his toria no aprendió absolutam ente nada, «excepto los nombres y la cronología de todos los emperadores alem anes».
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Su estancia en Berlín hizo del adolescente Hobsbawm un jo ven comunista para toda la vida. Comenzó por leer a Karl Marx (quien despertó su verdadera atracción por la historia) y vivió el ascenso del Tercer Reich. Por entonces, sus compañeros no lo identificaban como un joven judío, sino por su condición de británico, e insistían en echarle la culpa por el Tratado de Versalles, que había significado la hum illación de Alemania. Hobsbawm destaca que la R epública de W eim ar fue un periodo sum am ente excepcional en la historia de las artes y las ciencias: fue la edad de oro del cine mudo alem án; la van guard ia cultural alem ana — desde Bertolt Brecht (18781956) hasta la B auhaus, la escuela de arte y diseño que m ar có el estilo de dos generaciones, tanto en arquitectura como en las artes aplicadas— había aceptado con entusiasmo la re volución rusa, y el vanguardism o, perseguido y disuelto bajo el nazismo, tam bién tuvo su influencia en el cine comercial. Por entonces, su tío Sydney Hobsbawm trabajaba para la productora cinematográfica Universal Films, cuyo propietario, de origen alemán, era uno de los magnates de Hollywood (éste regresaba anualmente a A lem ania con nuevas ideas). En sus es tudios, por ejemplo, se rodaban películas de terror como D rdcula o Frankenstein, inspiradas en los modelos expresionistas ale manes. A comienzos de la década de los treinta, había estrenado Sin novedad en e l fren te, basada en una novela antibélica que los nazis boicotearon realizando manifestaciones en su contra. En 1932, una ley obligó a las compañías de cine extranjeras a in corporar un 75 por 100 de empleados alemanes y su tío Sydney (de nacionalidad británica) perdió el contrato de trabajo.
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Un judío en el Tercer Reich. Hobsbawm vivió en B erlín el
momento del ascenso del nazismo, incluso recuerda el d ía en que A dolf H itle r se convirtió en canciller de A lem ania, el 30 de enero de 1933. Entonces él era estudiante y regresaba de la escuela con su herm ana, cuando leyó el titu lar en un p e riódico y presenció la enorme m anifestación na 2i que acom pañó el traspaso d el poder. En febrero de ese m ism o año fue incendiado el edificio del R eicbsta g (Parlam ento) y los nazis acusaron al Partido Com unista A lem án, que fue ilegalizado. Sus dirigentes fueron encarcelados o exiliados y uno de ellos, George D em itrov (18 82 -19 49 ), de origen búlgaro, tuvo que declarar en los tribunales nazis frente a H erm ann Goring. En ab ril de 1933, H itler anunció un boicot a los negocios de los judíos y la fam ilia Hobsbawm al com pleto se trasladó a Londres, por entonces la ciudad más grande de Europa. En la década de los treinta, el Reino U nido fue el refugio de muchos intelectuales judíos y antifascistas que abandona ban Europa C en tral, en la que algunos encontraron un lu gar en el campo académico (como K arl Polanyi). Eric Hobsbawm llegó de adolescente pero pronto obtendría una beca para in gresar al m undo de Cam bridge.
Cambridge «rojo» Actividad estudiantil. Eric Hobsbawm llegó a Inglaterra en
los años trein ta, cuando el gobierno británico de N eville C ham beriain era por entonces partidario de «ap acigu ar» a H itler (hacer concesiones a la revitalizada A lem ania). M ien tras tanto, Hobsbawm se sum aba a las filas de los jóvenes an
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tifascistas que, comprometidos en las actividades académ ica y política de la U niversidad de C am bridge, se oponían al compromiso y la negociación con la A lem ania nazi. Ingresó en Cam bridge en 1936. Recuerda a su generación como « la más radical y la más roja» de la historia de la u n i versidad, que se remonta al siglo X I I I , y que preparaba a sus estudiantes para convertirlos en pilares de una prestigiosa tradición cultural. Por aquel entonces, Cam bridge tenía una fuerte reputación internacional en el campo de las ciencias naturales pero, exceptuando la economía, la investigación en las ciencias sociales estaba relegaba a un segundo plano. Invitado a unirse a la ram a estudiantil del Partido Com u nista británico, Hobsbawm se comprometió tam bién con el periodism o universitario y participó del popular «C lu b so c ialista», que respondía a la línea de unidad antifascista entre los estudiantes. El crecim iento de esta agrupación se debe, se gú n H obsbawm , a l «efecto M unich en C am bridge», es decir, al repudio y la oposición activa que despertó en la universi dad la p o lítica británica de «apaciguam iento». Esta ú ltim a había legitim ad o , a través de un acuerdo inaceptable con H itler, la expansión alem ana en Europa del Este. El Partido Com unista in clu ía una «sesión colonial» para los jóvenes estudiantes de A sia (provenientes de las clases asi m iladas de las colonias británicas) que, obviamente, tenían un interés especial por la historia del Tercer M undo. Eric m antenía vínculos especiales con estos jóvenes de las colo nias, compañeros m ilitan tes que destacaron como dirigentes políticos en los procesos de descolonización de posguerra. Su
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compañero Pieter K eunem ann, por ejem plo, sería secretario general del Partido Com unista de Sri Lanka. El corazón de la Academia. En la década de los treinta, Cam
bridge era menos conservadora que la U niversidad de Oxford pero, aun así, era m uy d ifícil encontrar entre sus profesores prominentes algú n partidario del Partido Laborista. Como señala el futuro historiador, la política continental en los años treinta era una sucesión ininterrum pida de desastres: Europa se precipitaba hacia la catástrofe y el prim er episodio se desencadenaría en España, con la caída de la República. La U ni versidad de Cam bridge contaría a uno de sus estudiantes entre las víctim as de la guerra civil española (reclutado entre los vo luntarios para integrar las famosas Brigadas Internacionales). Hobsbawm vivió tres meses en París, en 1936, bajo el go bierno del Frente Popular encabezado por el socialista Léon B lum . Acompañó a su tío Sidney Hobsbawm en la realización de películas de carácter político y documentales, entre las que cabe destacar La M arsellesa, de Jean Renoir. En esas circuns tancias, Eric pudo presenciar en directo, subido en un camión de film ación, la celebración del D ía de la B astilla de 1936. Ese mismo año viajó a Cataluña (España). Atravesando la frontera alcanzó un pueblo cuya comuna estaba controlada por grupos anarquistas españoles. Como había cruzado la frontera de forma irregular, el joven extranjero fue interrogado por los m ilicianos que, a punta de revólver, lo condujeron de vuelta a la frontera francesa. En Años internantes, Hobsbawm comenta, con fina ironía, su única y breve relación con los republicanos:
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A sí pues, m i contacto fugaz con la guerra civ il española aca baría con m i expulsión de la república.
Historiador e intérprete de su tiem po Todos contra Hitler. Eric H obsbawm pertenece a la genera
ción que tuvo una experiencia directa de la Segunda Guerra M undial, aunque por aquel entonces su papel se redujera a in tegrar una com pañía que im provisaba defensas, en la cos ta este de Inglaterra, ante una eventual invasión alemana. D urante 1940, H itler invade N oruega, D inam arca y los Pa íses Bajos, y el pesim ism o y el derrotism o se apoderó del es tado de ánim o de los británicos frente a la arrolladora ex pansión alem ana. En el ejército, Hobsbawm era el único intelectual de su com pañía, com puesta casi en su totalidad por zapadores de la clase obrera, y el futuro historiador tuvo meses de exhaustiva actividad. La ru tin a del ejército exigía cavar fosos, cargar sacos de arena, m inar el terreno y colocar detonadores en los puentes. En agosto de ese m ism o año H i tler in icia los ataques aéreos a Gran Bretaña y d irige bom bardeos nocturnos a Londres. Finalm ente, en 1941, Hobs bawm fue trasladado al cuerpo de educación dei ejército hasta finalizar la guerra. Inglaterra, separada de Europa continental por el canal de la Mancha, escapó a la ocupación nazi durante la Segunda Guerra M undial y no compartió las experiencias de resistencia que se desarrollaron, fundamentalmente, en Francia con los «m a q u is», y en Italia, Yugoslavia, B ulgaria y Grecia con la lucha antifascista de los partisanos. No obstante, estos movimientos
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reforzaron en la generación del historiador el principio de la so lidaridad internacional (un internacionalismo práctico que se prolongó en las décadas siguientes). En la posguerra, Hobs bawm formó parte de un equipo «democratizador» que ayuda ba a «reeducar» a los alemanes, en el norte de ese país, a pocos kilómetros de la Alem ania Oriental. Fue su prim er contacto con los alemanes que habían permanecido a llí durante el nazis mo. Entre los numerosos «reeducadores judíos» llegados del Reino Unido, pudieron observar cómo vivían los ciudadanos alemanes, entre las ruinas y escombros de sus ciudades, y en el contexto de un hundimiento total de la economía. Alguno de sus colegas, como el célebre historiador Edward P. Thompson, también participaron como voluntarios en las brigadas de re construcción de posguerra en Yugoslavia y Bulgaria. El clima de la guerra fría. La m ilitancia estudiantil se prolon
garía durante su carrera profesional. Hobsbawm, miembro del Partido Comunista británico hasta su disolución en 1991, se in corporó al mundo académico en plena guerra fría. Por aquel en tonces, señala el historiador, los gobiernos europeos se adherían a la política de «contención», pero no a la de «destrucción» del comunismo. A diferencia del maccarthismo académico nortea mericano, Hobsbawm pudo desarrollar su profesión en las ins tituciones universitarias británicas. Después de la guerra regre só a Cambridge como investigador y, en 1948, comenzó a enseñar en el departamento de historia del Birkbeck College, donde el claustro estaba compuesto mayoritariamente por vo tantes del Partido Laborista. Hobsbawm señala que todos los
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docentes que fueron designados en puestos antes de ese año per manecieron en ellos, no se produjeron purgas ni despidos, pe ro... ninguno fue ascendido. También trabajó en calidad de tu tor de estudiantes y examinador de historia, aunque a lo largo de la década de los cincuenta rechazaron varias veces su solici tud para la cátedra de historia económica en la Universidad de Cambridge. Recién estrenado el año 1959, consiguió su ascen so a profesor adjunto en Londres. Mayo de 1968. Con los nuevos vientos de los años sesenta,
Hobsbawm también fiie testigo de las jornadas del Mayo fran cés. Por esa época había sido invitado a participar en el simposio de Marx, celebrado en París, bajo los auspicios de la UNESCO: Por pura casualidad — recuerda en su autobiografía— , la con memoración del aniversario de M arx coincidió con el momento más caliente de la gran rebelión estudian til de París.
En esos días, a las manifestaciones estudiantiles se sumaron las de los obreros (la huelga general paralizó Francia) e hicie ron tam balear al gobierno del general Charles De Gaulle (1890-1970). Éste cum plía diez años en el poder: 1958-1968. De este modo, el historiador británico se convertía en «ob servador partícipe» de otro acontecim iento paradigm ático del siglo, aunque reconoce que en ese momento no supo in terpretar su verdadero significado. Por aquel entonces su reacción fue de escepticism o. Sen tía que los estudiantes que cuestionaban el sistem a univer sitario francés em pleaban el m ism o vocabulario que su g e
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neración, pero no hablaban el m ism o idiom a. Con más en tusiasm o, el sociólogo A lain T ouraine escrib ió, en un ejem p lar de R ebeldes p rim itiv o s y en referencia a la insurrección e stu d ian til de 1968: « A q u í están los p rim itiv o s de una nueva rebelió n.» Solidaridad con Vietnam y Cuba. El año anterior (1967),
Hobsbawm había im partido clases en Estados Unidos durante el período más álgido de la protesta del m ovim iento estudian til contra la guerra de Vietnam. Quedó entonces m uy sorpren dido al enterarse de que los jóvenes de la U niversidad de Berkeley leían con entusiasmo su libro Rebeldes prim itivos porque podían identificarse con esos otros rebeldes sociales. Por si no le hubiera alcanzado con todas las experiencias anteriorm ente m encionadas, Hobsbawm visitó Cuba en los años sesenta, como otros tantos intelectuales interesados en el proceso revolucionario de la isla. Recuerda de ese v iaje una conversación po lítica en la que actuó de traductor del Che Guevara (19 28 -19 67 ). En 1967 viajó a B olivia para presen ciar el juicio al filósofo francés R égis Debray, participante de la gu errilla del Che y discípulo de Louis Althusser.
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La historiografía británica y francesa
Los Annales. La escuela m arxista británica a la que pertenece
Eric Hobsbawm es paralela al desarrollo de la Escuela de los Annales, fundada en el continente europeo por los historiado res M arc Bloch (18 96 -19 44 ) y Lucien Febvre (1878-1956). Ambas corrientes constituían, de algún modo, un frente co m ún contra la historiografía tradicional, signada por la suce sión de «reyes, batallas y tratados». Por entonces, el sujeto privilegiado de la historia era el estado-nación y las relaciones internacionales. Además, la historia académica, en términos occidentales, se hallaba restringida en gran m edida al Prim er M undo, R usia y Japón. Positivismo. La historia académ ica británica estuvo dom ina
da, hasta la década de los años cuarenta, por la tradición po sitiv ista de Leopold von R anke (17 95 -18 86 ), historiador ale m án que postuló el «an álisis científico» del pasado. El positivism o suponía una determ inada selección del pasado, pues se ocupaba de la historia diplom ática de los Estados y su po lítica exterior — este tipo de historia era esencialm ente descriptiva y cronológica— . Una m era recolección de hechos,
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opuesta a todo tipo de generalización y abocada al estudio ob sesivo y riguroso de los documentos, o sea, la historia narra tiva que aprendió Hobsbawrn en B erlín , pero tam bién en la U niversidad de Cam bridge. En Francia, La Sorbona fue el re ducto de esta concepción tradicional. Los m iem bros de Annales en Francia y los m arxistas b ri tánicos fueron innovadores, pues: — O rientaron su análisis hacia la historia económica y social. — Estudiaron los procesos de «larg a duración» que tienen una dinám ica diferente a la historia, centrada en los meros acontecim ientos políticos y m ilitares. Además de com partir el oficio de historiador, Hobsbawm comparte con los historiadores franceses la experiencia trau m ática de la guerra: M arc Bloch m urió fusilado por los nazis, en 1944, durante la ocupación alem ana (había sido expulsa do de su cátedra en La Sorbona por su condición de judío); otro m iem bro de Annales, Fernand Braudel (19 02 -19 85 ), al igu al que Hobsbawm en su propio país, se enroló en el ejér cito y fue detenido por los alem anes, entre 1940 y 1944, en un campo de concentración. La transición. En la segunda posguerra, ambas escuelas his-
toriográficas coincidieron en enfocar como centro de interés el estudio de los siglos x v i y x v i i , es decir, el proceso de la transición del feudalism o al capitalism o. En el Reino Unido, el debate surgió en torno al libro de M aurice Dobb Estudios
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BRITÁNICA
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sobre e l desarrollo d e l capitalism o, y en Francia con la obra clási ca del historiador Fernand Braudel E l M editerráneo y el mundo m editerráneo (1949)Fernand Braudel pertenece a la segunda generación de A nnales. A partir de 1946 se convierte en codirector, junto a Febvre, de la célebre revista A nnales d H istoire Economique et S ociale (A nales d e h istoria económ ica y social), que perm itió la apertura de la historia hacia los métodos de otras disciplinas sociales y la crítica al positivism o liberal de La Sorbona. Ba jo el influjo del estructuralism o de Claude Lévi-Strauss (1908-¿?)> Braudel introduce en la historiografía francesa: — El concepto de la «larg a duración» (el nivel de la historia estructural). — La idea de la p luralidad de los tiempos históricos, para dar cuenta de los diferentes ritm os de las continuidades y los cambios. La moda de la historia económica y dem ográfica de la Es cuela de los A nnales ejerció su hegem onía académ ica, en Francia, durante las décadas de los cuarenta y cincuenta. Ese eco llegó hasta el M ayo francés de 1968, cuando los nuevos enfoques historiográficos em anciparon a los sujetos históricos — los trabajadores y los estudiantes— del estructuralism o y de sus condiciones m acroestructurales. Historia social. En el Reino U nido, la historia económica tie
ne una larga tradición intelectual desde los estudios de Adam
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Smich (1 7 2 3 -1 7 9 0 ) y los economistas clásicos. Pero la histo ria social, tal como la entiende Hobsbawm, debió polem izar con esa tradición para comprender qué significado tuvieron las transformaciones económicas en la experiencia de la gen te común y en la formación de la clase obrera. En e) campo m arxista, puede citarse como un estudio precursor el ensayo juvenil de Friedrich Engels (1 8 2 0 -1 8 9 5 ) sobre La situación de la clase obrera en Inglaterra. Las relaciones con los historiadores de la Escuela de los Annales fueron m uy fecundas. Por ejem plo, en los años se tenta, Hobsbawm formó parte de la Escuela Práctica de A l tos Estudios en Ciencias Sociales en calidad de director de in vestigaciones asociado — esta escuela estaba presidida por Braudel— . Ese compromiso lo llevaba regularm ente a París durante parte del año académico. Su propia revista. El prim er número de la revista de historia
P ast a n d Present (P asado y P resente), fundada por Hobsbawm en 1952, hacía referencia a la revista francesa A nnales. El his toriador francés Jacques Le Goff, uno de sus lectores, gustaba comparar ambas publicaciones en la década de los cincuenta. No obstante esta comparación, el enfoque m arxista de los historiadores británicos los distanció de la Escuela de los A n nales, cuyo paradigm a teórico fue siem pre más difuso por fal ta de una concepción glo bal de la sociedad. Como señala Hobsbawm en el contexto de la guerra fría, la revista m ar xista de los historiadores británicos P a st a n d P resent introdu jo debates m uy im portantes: entre otros, el de la transición
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del feudalism o al capitalism o (conocida polém ica entre el economista norteamericano Paul Sweezy y el británico M aurice Dobb). También incluyó entre sus colaboradores a auto res no m arxistas, como Lawrence Stone y Jo hn Elliot. La revista había surgido de los debates de la Agrupación de H istoriadores del Partido Com unista británico y se con virtió en el medio principal de los modernizadores: Eric Hobsbawm, Christopher I lili, Robert Brow ning y Leslie Morton. A diferencia de la Escuela de los A nnales, no p riv i legiaron una historia social pasiva y despolitizada (estructu ral, dem ográfica, cuantitativa e interesada por ciclos de pre cios y salarios), pues lo que les interesaba a los historiadores británicos era: — La historia de la acción social y la vida práctica de los hombres y m ujeres del pueblo. — La historia de las clases sociales en lucha, particularm ente de los sometidos y explotados. — La historia del m ovim iento obrero británico y sus antece dentes. Antonio G ram sci también habla inglés. Sin duda, fue en el Reino U nido donde la incorporación de las aportaciones de A ntonio G ram sci (18 71 -19 37 ) para el estudio de las clases subalternas lo que otorgó un sesgo distin tivo a la historia so cial. Los m anuscritos del pensador m arxista italiano (sus C ua dernos d e la cá rcel), escritos en la prisión fascista entre 1929 y 1934, pudieron ser rescatados y trasladados al extranjero gra
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cias a la intervención de su cuñada T atiana Schucht. También tuvo incidencia su am igo, el célebre econom ista Piero Sraffa, quien pagó la compra de gran parte de los libros que Gramsci leyó en la cárcel. Eric H obsbawm conoció personalm ente a Sraffa en C am bridge, y él le proporcionaría los contactos con los intelectuales antifascistas de Italia durante la década de los cincuenta, entre ellos el historiador Delio Canrim ori. Antonio Gramsci in icia una tradición teórica que vincula estrecham ente la cultura con el concepto de hegem onía (para entender la fortaleza y com plejidad de la dom inación bur guesa en los países occidentales). G ram sci sostiene que, his tóricam ente, los grupos sociales subalternos siem pre sufren !a in iciativa de los grupos dom inantes, con el propósito de de sorganizar y reorganizar (m oralizar) la cultura popular. Bajo la influencia de esra tradición gram sd an a, la historia social británica estuvo orientada inicialm entc hacia los estu dios del m ovim iento obrero británico y los m ovim ientos de protesta de los trabajadores: — El ludism o. — El cartism o. — Las revoluciones de 1948. Luego, su campo de estudio se fue haciendo más com ple jo y se am plió a la investigación sobre: — Las clases subalternas. — Las protestas campesinas.
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— El bandolerism o social. ■ — El terreno de la cu ltu ra popular. H obsbawm hizo su aportación, en este últim o campo, con estudios como B a n d idos o Rebeldes p rim itivos. A su turno sobre la clase obrera, publicó T rabajadores, El m undo d el tra b a jo y G ente poco corriente. La idea del prim er libro de Eric Hobsbawm, Rebeldes p rim i tivos, surge en Italia, e incluye estudios sobre los m ovim ientos sociales rurales y el bandolerismo del sur italiano. Hobsbawm tam bién participa en la organización del Congreso de Estu dios sobre A. G ramsci, patrocinado por el Partido Com unista Italiano en 1958. Es el único historiador británico presente. En esa oportunidad conoce al presidente del partido, Palm ito T ogliatti (1 8 9 3 -1 9 6 4 ), por quien no oculta su adm iración, a pesar de que lo recuerda como un «estalin ista puro y duro». Marx y los historiadores. Ya es un hecho común considerar
como una extravagancia o una rareza la prolongada adscrip ción de Eric Hobsbawm al marxismo y al Partido C om unis ta británico — en todas sus entrevistas, se le pedía una ex p li cación sobre este hecho— . Él m ism o aclara que esa lealtad a la Internacional y a la Unión Soviética nunca significó la aprobación incondicional de la línea po lítica de Moscú. E ludiendo los clásicos prejuicios académicos, H obsbawm no tiene m iedo de definir a M arx como su maestro intelec tu al; es m ás, destaca la influencia m arxista en la transform a ción de la historiografía contemporánea. Ese fenómeno tuvo
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un im pacto diferente en cada país: en Francia, por ejemplo, la influencia fue relativam ente menor hasta después de la Se gunda G uerra M undial, ya que en el período de entreguerras había sido la Escuela de los Annales la que llam ó la atención sobre las dim ensiones económicas y sociales de la historia. En el Reino U nido fue mayor. Caricatura deformada del marxismo. Hobsbawm advierte
que entre algunos historiadores se destaca la influencia del llam ado «m arxism o v u lg a r», identificado con una serie de ideas relativam ente sencillas: — La explicación pu ram en te econom icista d e la historia, que pos tu la un supuesto «factor económico» como fundam ental y determ inante. — El m odelo ex plicativo d e la socied a d d e «base» y «superestructu ra.*>, interpretado como una relación de dom inio y depen dencia directa de la prim era sobre la segunda. — La creencia en leyes «in evita b les» d e la historia, que supone una sucesión de formaciones socioeconómicas, guiada por una evolución autom ática y necesaria de las sociedades hu m anas; es decir, una línea única de evolución. — La interpretación determ inista de los textos de M arx, como por ejem plo del M an ifiesto C om unista, que acentuaría la con fianza en que el capitalism o está destinado, «inevitable m ente», a ser enterrado por sus sepultureros, los obreros modernos.
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Estas ideas representan una selección sum am ente sesgada de las opiniones de Marx sobre la historia. En su conjunto, term inan asim ilando y subordinando el marxismo a opinio nes no m arxistas, evolucionistas y positivistas. Sin embargo, como destaca Hobsbawm, la inm ensa fuerza de Marx reside en su insistencia, tanto en la existencia de una estructura social como en su historicidad o, dicho de otra ma nera, en su dinám ica interna de cambio. Lejos de una lectura determ inista del M anifiesto, Hobsbawm señala que en su cen tro está la idea del cam bio histórico m ediante la praxis social, es decir, m ediante la acción colectiva. El propio Marx distaba mucho de ser unilineal. Ofreció una explicación de por qué algunas sociedades evolucionaron de la antigüedad clásica al capitalismo, pasando por el feudalismo, y tam bién por qué otras sociedades (que agrupó bajo el modo asiático de producción) no siguieron el mismo proceso. En la década de los sesenta Hobsbawm destaca, en el cam po historiográfico, el renacimiento de la discusión en torno a lo que Marx denominó el «modo de producción asiático» (por ejem plo, el trabajo de M aurice Godelier, que abordó es te problema concreto de la periodización histórica en la con cepción m aterialista de la historia). La conclusión de ese de bate apunta que, según Marx, la historia no es unilineal. Tiene muchas vías de desarrollo posible.
La crisis de 1956 Estalinismo. La Agrupación de Historiadores Com unistas,
formada en la posguerra y presidida por Hobsbawm, no so
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brevive a la crisis de 1956, cuando la U nión Soviética invade H ungría. Apenas dos años antes, en 1954, una delegación de historiadores m arxistas británicos (Christopher H ill, Robert Brow ning y Leslie Morton) había visitado Moscú (habían si do invitados por la A cadem ia de Ciencias). Pero la interven ción soviética en H ungría hizo que esta agrupación abriera una brecha en la disciplina partidaria: la m ayoría de los his toriadores firmaron una carta colectiva de protesta, que tuvo una am plia repercusión al ser publicada por la prensa ajena al partido. El m ovim iento com unista internacional empezó a desin tegrarse en 1956. La estructura deliberadam ente centralizada había reducido a los partidos occidentales a meras secciones disciplinadas y subordinadas al partido soviético. Los crím e nes de José Stalin (1879-1953) y el «culto a la personalidad», denunciados en el X X Congreso del PCUS y en el informe de N ik ita Krushchev (1894-1971), así como el aplastam iento de la insurrección húngara, precipitaron la crisis glo b al de es te «gran m ovim iento ideológico y p o lítico » — en palabras de Hobsbawm— generado por la Revolución rusa. Tam bién term inaba la historia de amor entre los intelec tuales y el m arxismo, y varios grupos fuera de la órbita de Moscú reclamaron su herencia cultural. Discusiones encendidas. Las apasionadas polém icas en torno
al estalinism o no hicieron desertar a Eric Hobsbawm del Par tido Com unista británico, pero sí a la m ayoría de los intelec tuales, que se alejaron de sus filas y se fusionaron en la N ue
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va Izquierda, como el historiador Edward P. Thompson (1 9 2 4 -1 9 9 3 ) que, junco con Raphael Sam uel y el profesor de literatura Raym ond W illiam s (19 21 -19 88 ), serían, sin duda, las figuras más destacadas de esta corriente intelectual que tuvo una gran influencia en la década de los sesenta. El pequeño Partido Com unista británico no constituía un partido de masas como el italiano o el francés (después de la Segunda Guerra M undial, el PCF representaba la organiza ción m ayoritaria de la clase obrera francesa, m ientras que en el Reino U nido los obreros permanecieron fieles al Partido Laborista). Sin embargo, como organización, el Partido Co m unista británico se resintió bastante al perder una tercera parte de sus m iembros. La fidelidad. La pregunta clave en la biografía de Hobsbawm
es la siguiente: «¿P o r qué, según el clim a crítico de 1956, evita la ruptura de su organización y no participa en la co rriente de la N ueva Izquierda británica?» En la práctica, como él m ism o reconoce, dejó de ser un m i litan te activo. A unque presidía la Agrupación de Historiado res Comunistas, en 1956 ésta se disuelve. De a llí en adelante, continuó como sim patizante o, según la expresión entonces al uso, «compañero de viaje». Más que una pertenencia efectiva al Partido Com unista británico optó por una relación especial con el Partido Com unista Italiano, con cuyos intelectuales m antuvo vínculos fraternos y de respeto cultural. Pero su con tinuidad en el m ovim iento com unista tiene para él una exp li cación fundacional:
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Yo no llegué al com unism o como un joven británico en In glaterra, sino como un centroeuropeo en pleno hundim iento de ia R epública de W eim ar. Y llegu é a él cuando ser com unista sign i ficaba no sólo com batir el fascismo, sino la revolución m undial.
Hobsbawm había abrazado esas ideas revolucionarias sien do un adolescente judío en B erlín. En 1936 se había afiliado formalm ente al Partido Com unista británico, en Cam bridge (Europa se precipitaba entonces hacia la catástrofe). Hobs bawm pertenecía a la generación que respondía a la línea de unidad antifascista, cuando la III Internacional promovía lo que él califica como una «buena causa»: constituir alianzas y campañas para enfrentar a los fascismos europeos. La estrate gia del Frente Popular, que propiciaba esta unidad antifascis ta, fue adoptada por la Internacional en 1935. La propusieron el nuevo secretario general, George D im itrov, y el dirigente italiano Palm iro T ogliatti. Hobsbawm se m anifiesta poco crí tico al indicar que, en 1938, el Partido Com unista británico «sorprendió» a sus aliados proponiéndoles que apoyasen al m inistro conservador W inston C hurchill (1874-1965). Entre 1939 y 1941 se abandona esta línea de unidad an ti fascista, en virtud del pacto de no agresión firm ado por José Stalin con A lem ania (conocido como Pacto Ribentropp-M olotov). El acuerdo significaba el reparto de Polonia y alejaba momentáneamente a la U nión Soviética de la Segunda Gue rra M undial, calificada de «im p erialista».
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La Nueva Izquierda de los años sesenta Esperanza contra mediocridad. Poco tiem po después de la
crisis de 1956, en la década de los sesenta la rebelión y la d i sidencia cultural fueron un aspecto dom inante de la llam ada «nueva izquierda» intelectual. U na atmósfera apasionada, turbulenta pero esperanzadora, reemplazó, según Hobs bawm , a la mediocridad de los años cincuenta. Los ideólogos de las sociedades de Occidente de posguerra manifestaban de sesperación o escepticismo, y un producto típico de esos años fue la obra de D aniel B ell El f i n d e la ideología (1960). La revolución cubana, la liberación argelina, el m ovim ien to por los derechos civiles de los afroamericanos y la resisten cia contra la guerra de Vietnam contribuyeron a la radicalización política de las nuevas generaciones, y ello se expresó en una creciente actividad estudiantil, como el M ayo francés de 1968. Si bien la economía atravesaba un período de creci m iento y había un desarrollo de los estados del bienestar, tan to en Europa como en Estados Unidos surgieron nuevos mo vim ientos sociales que tenían una perspectiva crítica contra la opulenta sociedad de consumo. Renovación. En este contexto se produjo tam bién una impor
tante renovación intelectual del marxismo, y fue la corriente centroeuropea, según Hobsbawm, particularm ente fecunda y atractiva para este cambio: se recuperaron las obras de Gyorgy Lukács (1885-1971), Antonio Gramsci, Ernst Bloch (18801959) y Henri Lefebvre (1905-1991), representantes, entre
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otros, de esta tradición crítica de la corriente oficial. En el te rreno de la teoría, estos pensadores eran sobre todo hostiles a las versiones darwinistas y positivistas del marxismo, como por ejemplo la de K arl K autsky (1854-1938). También eran recelosos de aquellos aspectos del Marx maduro y de Friedrich Engels que pudieran fomentar el determinismo en detrim en to del voluntarismo. Filosóficamente, tendían a subrayar los orígenes hegelianos de M arx y sus escritos juveniles. El texto básico fue Los m anuscritos económ ico-filosóficos d e 1844, y su ins trumento conceptual clave: «la alineación». La ortodoxia estalinista había mostrado una intolerancia creciente hacia los ele mentos hegelianos o anteriores a 1848 de Marx. En la era de Stalin, se afirmaba oficialmente la absoluta originalidad de M arx, el corte abrupto que lo separaba de las ideas de Georg H egel (1770-1831) y de su propia juventud hegeliana. Un compendio sistem ático de estos dogmas, elaborados en los años treinta, aparece sim plificado en forma pedagógica en H istoria d el P artido C om unista bolchevique d e la Unión Soviética, en el cual intervino el propio Stalin. La New Left Review. Los rebeldes de 1956 apelaron al hum a nismo del joven M arx para rechazar la represión política e in telectual del estalinism o. A partir de los años sesenta, en el Reino U nido comenzó a publicarse la N ew L eft R eview , en la que participaban los his toriadores Edward P. Thompson, Raphael Sam uel (19341996) — que provenían de la ruptura con el Partido Comu nista— y algunos jóvenes radicales de Oxford, como el
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teórico de la cultura jam aiquino Stuart H all (1932-¿?), su prim er director. La revista estuvo vinculada, en sus comienzos, a la Cam paña para el Desarme N uclear y fue el órgano de un amplio m ovim iento socialista organizado de manera informal, en to do el país, en los neiv left clubs. En 1963, un nuevo comité editorial, encabezado por el historiador Perry Anderson, tomó el relevo (junto a Tom N airn y Robin Blackburn). A sí, en los años setenta, la revis ta se convirtió en la publicación más importante de la nueva generación de marxistas británicos. Eric Hobsbawm, de la «vieja guardia» de historiadores, fue un asiduo colaborador de la revista: se publicaron a llí varios de sus ensayos y reseñas de sus propias obras. También en 1960, Hobsbawm comenzó a im partir clases en Estados Unidos. Hasta ese período, sus solicitudes de vi sado para visitar dicho país habían sido rechazadas por la gue rra fría, pero en el verano de 1960 pudo enseñar en la U ni versidad de Stanford invitado por el economista Paul Baran, un refugiado alemán de los años treinta, y en 1967 ocupó una cátedra en el prestigioso Massachussets Institute of Techno logy (MIT). U na historiografía marxista en el corazón del imperio. En la década de los sesenta, la N ew L eft R evieiv, como revista so cialista independiente, introdujo a pensadores m arxistas eu ropeos desconocidos en el Reino Unido. Publicó las traduc ciones de la obra de Gyorgy Lukács, K arl Korch (1886-1961)
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— expulsado del Partido Com unista Alem án— , Antonio Gramsci, Theodor Adorno (19 03 -19 69 ) — de la Escuela de Francfort y exiliado en Estados Unidos durante el nazismo— , Louis Alrhusser (19 18 -19 90 ) y Lucien Goldmann (19131970), y difundió la prim era traducción inglesa de los G rundrisse (borradores de El C apital) de M arx. Aunque el reperto rio era trem endamente m uy variado, la influencia decisiva para la nueva corriente británica fue, sin duda, la del pensa dor italiano Antonio Gramsci. Sus conceptos fueron desple gados en toda la obra historiográfica de este período, orienta da fundam entalm ente hacia la historia del movimiento obrero, de las clases subalternas y de la cultura popular. U n ejemplo representativo es la obra del historiador Edward P. Thompson La form ación de la clase obrera en In glaterra , publicada en 1963. Este texto ruvo una notable repercusión, pues conquistó no sólo a los historiadores profesionales, sino también a los jóvenes lectores radicales. Este estudio, señala Hobsbawm, además de «escapar de la jaula de la vieja ortodo xia del partido», despertó un am plio interés y generó una es pecie de debate colectivo. Hobsbawm expresa su admiración por este historiador, desaparecido en 1993, al destacar que «no sólo poseía talento, brillantez, erudición y el don de la escritu ra, sino tam bién genio en el sentido tradicional de la palabra». La N ew L eft R eview tam bién tomó parte en la Campaña de Solidaridad con el pueblo de Vietnam . Durante los años se senta, la revista tuvo m ayor repercusión que P ast a n d P resent, publicada por la anterior generación de historiadores marxistas y d irig id a por Hobsbawm.
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Las polémicas de Hobsbawm El viejo y los jóvenes. El balance de Hobsbawm sobre la
Nueva Izquierda británica es bastante escéptico. En la prác tica — señala— , sus aportes fueron intelectualm ente fecun dos, pero su papel político fue insignificante: No reformaron el Partido Laborista ni el Partido Com unista, no dieron lugar a nuevos partidos de izquierda, ni a nuevas orga nizaciones.
El revolucionarismo de la nueva izquierda occidental, afir ma el historiador, no fue producto de una crisis capitalista en el sentido económico, sino lo contrario. Hubo una expansión sin precedentes hasta finales de los años setenta. Lo que pare cía no marchar era esta sociedad de la «opulencia», de la abundancia. En este contexto, la crítica económica dejó de es tar de moda para abrir paso a la sociológica. El modelo con creto ya no estaba representado por la Revolución bolchevi que, sino por los procesos de Cuba, Vietnam y China. Pero el problema es que esta joven izquierda no contó con un respal do social que fue el p ila r de la vieja izquierda obrera, ni tam poco con fuertes bases electorales. Hobsbawm califica de «ro mánticos por naturaleza» a sus colegas Edward P. Thompson y Raphael Sam uel, y considera a sus proyectos (los talleres de historia y el P artisan C offee Housé) como una «nota m arginal casi olvidada». El siguió alineado con el llamado «eurocom unism o» de posguerra.
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Disparen contra Louis Althusser. El filósofo francés Louis
Althusser, exponente del estructuralism o y m iem bro d el Par tido C om unista Francés, suscitó la crítica en el seno de la his toriografía británica. En 1966, Hobsbawm emprende la crí tica de los trabajos de esta «celebridad intelectual parisiense» que d irige la obra colectiva L ite le C a p ita l ( P ara leer El C api ta l). A sí, reacciona frente a su arrogancia y pretensión de com pletar la «revolución teórica inacabada de M arx». A lt husser se atribuye la tarea de elaborar una filosofía m arxista, que estaría aún por hacerse. Hobsbawm señala que el m ar xismo continental europeo es mucho más teórico que el de su propio país, pero acusa a A lthusser de ignorar la im portancia de los G rundrisse (borradores de E l C a p ita l, casi tan extensos como aquella obra) y, además, argum enta que el pensador francés segm enta la Introducción a la crítica d e la econom ía p o lí tica , texto básico del m arxismo althusseriano. En la óptica del británico, el francés reduce por sim plificación algunos de los problemas de M arx, como por ejem plo el del cambio históri co. La polém ica con A lthusser continuó por obra de otro his toriador británico, Edward P. Thompson, quien en M iseria de la teoría califica al marxismo althuseriano de «teoricism o ahistórico» e idealismo. El pecado capital de A lthusser con sistiría en considerar la historia como un proceso sin sujetos, en el que los hombres son meros «soportes de las relaciones de producción»; es decir, producto de su estructuralism o con gelado que reduce el papel de la actividad y la práctica hu manas. Thompson afirm a la tesis m arxista de que «los hom bres y las m ujeres son los agentes, siempre frustrados y
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siem pre resurgentes, de una historia no dom inada». Resulta curioso que, a pesar de estar enfrentados en otros terrenos, tanto Hobsbawm como Thompson hayan enfocado sus res pectivos cañones contra el fantasma de Althusser. Polém ica con Edward P. Thompson. A propósito de La fo r m ación de la clase obrera, obra clásica de la historiografía britá nica del historiador Edward P. Thompson (expulsado dei Par tido Com unista británico en 1956 y uno de los fundadores de la N ew Left), Hobsbawm sienta una posición crítica respecto a algunas de sus interpretaciones. Thompson fecha la aparición de la clase trabajadora en la sociedad británica a principios del siglo X I X , en la era del cartism o. Pero se equivoca, alerta Hobsbawm, al sugerir que es tas clases trabajadoras eran la clase obrera, tal como evolucio naría después. Hobsbawm prefiere postular una descontínuidad entre el pasado artesano de la era preindustrial y el proletariado, los movimientos obreros y las ideologías socialistas de fines del siglo X I X . Postula una distancia de generaciones entre el so cialism o de Robert Owen y el renacimiento socialista de la década de 1880 en Gran Bretaña. Para la prim era m itad de la centuria, u tiliza el concepto de «clases trabajadoras». Se niega a em plear el de «clase obrera». De hecho, la base económica de la era victoriana significó un gran crecim iento de la clase obrera y de su concentración industrial; el m ovim iento sindical duplicó su número de afi liados entre 1890 y 1914; los sindicatos más importantes
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eran los del carbón, el transporte y los ferrocarriles (ya no el de los sastres ni los hilanderos del algodón), y se forjó su con ciencia de clase. Por contraposición con Thompson, Hobsbawm postula la tesis de que el owenismo y el cartism o, así como las clases tra bajadoras del período in icial, son los antepasados de la clase obrera británica y sus m ovim ientos. Pero entre los primeros y los últim os existirían notables diferencias. Por este motivo, concluye que la clase obrera no se conforma hasta mucho des pués de la etapa cronológica en que term ina el estudio de Thompson.
Los ecos de La Marsellesa y la posmodernidad El bicentenario de la Revolución Francesa. En 1989, Eric
Hobsbawm interviene en los debates y polémicas que susci taron los historiadores revisionistas al cuestionar en Francia la tradición revolucionaria. Como respuesta a los detractores de aquella Revolución, publica un breve ensayo: Los ecos d e La M arsellesa (en este ensayo analiza las distintas interpretacio nes de la experiencia revolucionaria durante e l siglo X I X y su recepción en el x x). Hobsbawm destaca que la nuevas lecturas sobre la Revo lución Francesa, especialmente en su país de origen, son ex traordinariam ente sesgadas. Sin duda, la combinación de ide ología, moda y el poder de los medios de comunicación perm itió que el bicentenario estuviera am pliam ente dom ina do por quienes desprecian a la Revolución y su herencia. Una nueva escuela de historiadores revisionistas ha embestido
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contra la principal tradición de la historiografía francesa. Pe ro esto no es nuevo. En este sentido, señala que durante el prim er centenario (en 1889) se publicaron más ensayos en contra de la Revolución que a favor. En ambos casos, se trata de razones políticas más que académicas o profesionales. Hobsbawm sostiene que la Revolución Francesa abarca un conjunto de acontecimientos extraordinarios que no pueden dejar d e ser reconocidos como los cim ientos del siglo X I X . Sus contemporáneos la estudiaron, se compararon a sí mismos con ella e intentaron evitarla o ir más a llá del proceso revolu cionario francés. La derecha y e l revisionism o. La historiografía revisionista, que en Francia tuvo como representante al historiador Franois Furet (vinculado con la Escuela de los Annales), estaba dispuesta a distanciarse del pasado jacobino y su legado. La operación consistía en negarle a la Revolución su carácter burgués y relativizar su importancia. El revisionismo s o s t ie n e fundam entalm ente que la Revo lución no produjo grandes cambios en la historia de Francia y tampoco fue el acontecim iento fundacional de la sociedad burguesa. H abría sido «innecesaria» para desbloquear el obs táculo que el antiguo régim en representaba para el desarrollo del capitalism o. La tesis de Furet, miembro de la tercera generación de la Es cuela de los Annales, subraya las continuidades y critica la in terpretación m arxista clásica tal como se enseña en La Sorbona, desde la cátedra de historia de la Revolución fundada en 1891.
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Furet cuestiona el «determ inism o» de las clases y postula la idea de tres revoluciones paralelas y sim ultáneas (revolu ción burguesa, sublevación campesina y revolución aristocrá tica), pero que responderían a determinaciones distintas y au tónomas. Según Hobsbawm, sus argumentos revisionistas no son m uy originales. Pueden remontarse a los estudios que, en 1955, comenzó el historiador británico Alfred Cobban (1901-1968) contra el concepto de revolución, entendida co mo «revolución burguesa». En esa oportunidad, su tesis m e reció la respuesta de G. Lefebvre. Hobsbawm, además, im pugna la honestidad intelectual de Cobban, quien durante la guerra fría no dudó en denun ciar a su propio alumno George Rudé, cuya carrera académ i ca no pudo continuar en el Reino Unido, sino en A ustralia y en Canadá. Por otra parte, demuestra que la versión revisionista dirige sus argumentos, a través del rodeo de 1789, contra la Revolu ción rusa de 1917; es decir, sostiene la idea de que los jacobi nos franceses fueron los ancestros del partido revolucionario de vanguardia. Los revisionistas terminan criticando a M. Robespierre a la luz de Stalin o Mao Tsé-Tung (1893-1976). En su obra P ensar la R evolución F rancesa, el historiador Franois Furet no haría entonces más que retomar las tesis y los argum entos de Cobban. La historiografía académica en Francia. La versión canónica
sobre la Gran Revolución que dom ina la historiografía fran
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cesa hasta 1950, es republicana, demócraca y apasionada por la herencia jacobina. Está representada, fundam entalm ente, por las obras de: — A lbert M athiez (1874-¿?). — Ernest Labrousse (18 95 -19 88 ), historiador m arxista que estudió la crisis económica del antiguo régim en — George Lefebvre (1874 -19 59 ), quien ocupa la cátedra de historia de la Revolución en 1937. Es una historia con un sesgo social y económico; además, es una «historia desde abajo». Este térm ino fue acuñado ori ginariam ente por Lefebvre, cuyos títu lo s clásicos fueron El gra n p án ico d e 1789 y O chenta y nueve (publicado en 1939)- Su discípulo A lbert Soboul (1 9 1 4 -1 9 8 2 ) tam bién practicó esta historia de la gente corriente en la Revolución, por eso estu dió a los sans-culottes parisienses. Soboul ocupa la cátedra en La Sorbona hasta 1982, prom ulgada luego por e l historiador com unista M ichel Vovelle (1933-¿?)Eric Hobsbawm destaca la rica producción historiográfica en Francia durante el gobierno del Frente Popular (por ejem plo, el historiador Ernest Labrousse fue jefe de gabinete de Léon Bium ). En ese momento se fusionaron las tradiciones republicana, jacobina y com unista, puesto que el Frente Po pular, y luego la Resistencia, convirtieron al Partido Comu nista en la principal organización de la izquierda francesa. Hobsbawm sostiene que el ataque revisionista a la Revo lución es una reacción historiográfica contra la tradición ca
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nónica y fundam entalm ente un ajuste de cuentas con el m ar xismo que, hasta 1968, ejerció su hegemonía intelectual en Francia. La Revolución de 1789, y especialmente el jacobi nismo, fueron la im agen sobre la que se formo la izquierda francesa. En los años ochenta, señala Hobsbawm, la izquierda marxista tocaba retirada ideológica y política. La Revolución Francesa sería una de las víctim as de este proceso. Eric Hobsbwam advierte que se trata de algo más que me ras cuestiones académicas: en el capítulo S obrevivir a l revisio nismo, atribuye razones estrictam ente políticas a las modas contemporáneas de análisis, que conciben: — La historia como retórica. — La revolución como simbolismo. — La noción posmoderna de la deconstrucción, que postula a toda verdad como provisional, situada y relativa. Historia y posmodernidad. Como sucede en la actual moda
posmoderna en la antropología y en la historia social, la reti rada es tanto epistemológica (pone en duda la posibilidad de un conocimiento objetivo y una interpretación unificada) co mo política. La abdicación de la autoridad del autor para in terpretar se justifica con el doble propósito de evitar las cate gorías occidentales (en la explicación) y recuperar « la realidad vivida» de la gente en su pasado a través de la narrativa (elu diendo la verdad de los hechos). Como señala Hobsbawm, es ta ú ltim a pretensión carece de sentido, a menos que haya un
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acuerdo previo sobre qué fragmentos de una infinita «reali dad vivida» estamos hablando. Lo que investigan los historiadores es real, afirm a Hobs bawm. A sí, polemiza contra las corrientes posmodernas que niegan toda posibilidad de verificación y acentúan la idea de construcción del pasado. La historia es «el pasado social for m alizado». Siempre conlleva y presupone una selección. Pero el historiador puede contribuir a la comprensión de la socie dad contemporánea y aportar una perspectiva totalizadora. No puede — ¡ni debe!— renunciar a la explicación y a la g e neralización.
Historia de las clases subalternas Historia social. Eric Hobsbawm y la historiografía anglosa
jona han dado especial atención al estudio de las clases su balternas y sus expresiones de protesta. En este plano, la in fluencia de los aportes teóricos de Antonio Gramsci ha sido fundam ental para abordar la historia social. Con ella se in i cia una tradición de estudios vinculados a la cultura y a la noción gram sciana de hegem onía (que perm ite comprender la com plejidad de la dominación burguesa sobre las clases subalternas). Las investigaciones han apuntado dos aspectos: 1. Los movimientos revolucionarios y obreros europeos. 2. Los movimientos de liberación nacional en los países subdesarrollados y periféricos.
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Como señala Hobsbawm, el problema histórico de las cla ses subalternas surge por la existencia de clases y la opresión de clases. — Antes del nacim iento del proletariado y del movimiento socialista, una característica de las clases subalternas (co mo las revueltas campesinas) era su incapacidad para cons truir una alternativa social eficaz. La historia de los grupos subalternos era, necesariamente, disgregada y episódica. — Previamente a la época capitalista, sus movimientos estu vieron destinados al fracaso. No tendían a derribar total mente la sociedad existente y a sustituirla por otra com pletam ente nueva. — Los movimientos m ilenaristas o mesiánicos son ejemplos de estos m ovimientos de las clases subalternas precapitalistas. Tienen capacidad de resistencia, y desarrollan en ocasiones un activism o, pero su debilidad reside en que más tarde o más tem prano entran en una pasividad y acep tación tácita de las condiciones sociales existentes. C itan do a Gramsci: «Son un perpetuo fermento, como una m a sa incapaz de llegar a una expresión centralizada de las propias necesidades y de las propias aspiraciones.» El bandolerismo social. Ju n to con los movimientos de carác
ter m ilenario y las turbas urbanas de la era preindustrial, Hobsbawm recupera para la historia todas estas formas «p ri m itivas» o arcaicas de agitación social de la Europa moderna. H abitualm ente, han sido vistas como formas precursoras o
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como reliquias del pasado. Hobsbawm las califica de movi mientos prepolíticos, que están familiarizados con el Estado y en los que predominan los vínculos de solidaridad en base al parentesco. Define al bandolerismo como «un fenómeno de protesta endém ica del campesino contra la opresión y la pobreza». El bandolerismo carece de organización y de ideología, y expre sa un grito de venganza contra las arbitrariedades del rico y los opresores en una sociedad campesina. En su obra Rebeldes p rim itivos aparecen estudios sobre los anarquistas andaluces, los bandoleros sicilianos, las sectas obreras británicas, la ma fia y los movimientos agrarios en Perú y Colombia. También destaca que estas formas de rebelión prim itivas son propias de las sociedades «tradicionales», pero tienen una larga tra dición y pueden aparecer en movimientos que se enfrentan a situaciones nuevas, como los procesos de modernización.
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Las eras de Hobsbawm
Pensar la contemporaneidad. Hobsbawn ha profundizado,
fundam entalm ente en los dos últim os siglos de la historia con temporánea, para la que propone una original periodización. Como historiador del «largo siglo X I X » (17 89 -19 14 ), que comenzaría con la Revolución Francesa y se extendería hasta el estallido de la Prim era Guerra M undial, nos introduce en esa Europa som etida el nuevo ritm o de las transformaciones que el capitalism o im prim e a todo el planeta. Su H istoria d el siglo X IX fue proyectada como parte de una historia de la civilización, que su editor le encargara en 1958. Desde su argum ento in icial, estuvo d irig id a a un público de lectores no especializados; por eso su prosa es á g il, amena y fácilm ente com prensible. Finalm ente, aparece publicada en tres volúmenes: — La era d e la revolución (1 7 8 9 -1 8 4 8 ). — La era d e l ca p ita l (1 8 4 8 -1 8 7 5 ) . — La era d el im perio (1875-1914)■
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La trilogía clásica de Hobsbawm expresa una perspectiva original y se propone «comprender y explicar» el período co mo un todo. El autor proporciona un am plio panorama del siglo X I X , cuyo gran acontecimiento es la creación de una economía g lo bal que penetra de forma progresiva en los rincones más re motos del m undo. Su relato no es una mera narración o una exposición sistem ática; más bien puede ser leído como el de sarrollo de un argum ento original. Crítico, desm itificador de esa civilización burguesa confia da en el progreso (siempre continuo y presum iblem ente ili mitado. ..), demoledor de la llam ada belle époque y de la utopía liberal, Hobsbawm destaca las dificultades derivadas de las contradicciones de ese progreso que estallarían en 1914. H is toriador atento a las rupturas y discontinuidades, señala que la era dorada «llevaba en su seno, inevitablemente, el embrión de la era de guerra, revolución y crisis que le puso fin». La e r a d e la r e v o lu c i ó n . Este prim er volum en, publicado en 1962, analiza las revoluciones burguesas en Europa: — La transformación industrial en Inglaterra. — La Revolución Francesa. — Los m ovim ientos revolucionarios europeo de 1848. Las insurrecciones de 1848, señala Hobsbawm, amenaza ron el victorioso orden burgués y, aunque fracasaron, instala ron en todos los Estados europeos el miedo a la revolución so
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cial. Demostraron que detrás de la burguesía estaban las m a sas, siem pre dispuestas a convertir en sociales las revolucio nes liberales moderadas. La inflexión de 1848 m arcaría en Europa el retroceso de la revolución po lítica — inaugurada en 1789— y el avance exclusivo de la revolución industrial. El capitalism o de 1848, lejos de estar en los últim os suspiros, apenas estaba por ingresar en una etapa de gran expansión. La e r a d e l ca p ita l. Este segundo volum en abarca el período de ascenso del capitalism o de libre competencia. Es la época del predominio de una burguesía que, como clase, forja un mun do a «su im agen y sem ejanza«. Esta etapa «dorada» de pro greso continuo significó una catástrofe para m illones de po bres transportados al Nuevo M undo y para los pueblos de otros continentes, que sufrieron la conquista de Occidente. Hobsbawm interpreta de este modo el mundo de la burgue sía triunfante, «la era lib eral», que se in icia con una revolu ción fracasada (1848) y term ina en una prolongada depresión (1873-1896). En este volum en, el autor introduce una pers pectiva atenta a las nuevas fuerzas sociales surgidas en Euro pa y, como el reverso de la historia, destaca la visión de los perdedores (como titu la a uno de los capítulos): los pueblos que fueron víctim as de la introm isión de las potencias euro peas. Adopta la visión de los que luchan, la de los movi m ientos surgidos para derrocar a la sociedad burguesa. Ana liza la aparición de la I Internacional de los trabajadores, a los teóricos críticos del capitalism o (K arl M arx publica en este período su obra más im portante, £.1 C apital) y propone un ua-
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lance de las revoluciones sociales: los fallidos acontecimientos de 1848 y la Comuna de París. La e r a d e l im p e r io . El tercer volum en de esta trilogía estudia la formación y apogeo de los imperios coloniales (la era del im perialism o que se extiende hasta la Prim era Guerra M un dial). La Gran Depresión de 1873 inició esta etapa im perial. Dos grandes zonas del mundo fueron totalm ente repartidas: África y el Pacífico. Se impuso el control financiero de los p a íses débiles que, presionados para cum plir con sus deudas, se convirtieron en protectorados. Además, con la aparición tanto de A lem ania como de Es tados Unidos, se term ina el monopolio británico del mundo desarrollado. La depresión hizo de ellos economías rivales y en fuerte competencia. Nace la «era posliberal», como la de nom ina Hobsbawm. También aparecieron los movimientos socialistas y revolu cionarios de los trabajadores, que exigieron el derrocamiento del capitalism o.
La era de La «doble revolución» La política y la industria. Si el siglo x ix constituye, para
Hobsbawm, un campo de estudio histórico privilegiado, lo es sin duda por las repercusiones de la «doble revolución»: la Revolución en Francia y la Revolución Industrial británica: ambas inauguran la época de nacimiento y expansión de la sociedad burguesa. Este doble hito tuvo las siguiente características:
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— La transformación industrial en Inglaterra impulsó la ca pacidad ilim itad a de la producción capitalista. — La Revolución Francesa estableció el modelo de las insti tuciones políticas liberales, que se extendieron en el con texto europeo y tam bién en América. — La Revolución Francesa dominó la historia, el lenguaje y el sim bolism o de la política occidental desde su comienzo hasta la Prim era Guerra M undial. Se vio a sí m ism a como un fenómeno global y, como m odelo, tuvo conciencia de su dim ensión ecuménica. El proceso revolucionario (en sus distintas fases) proporcionó e l vocabulario y los programas de los partidos liberales, radicales y democráticos de la mayor parte del mundo. En La era de la revolu ción , Hobsbawm desarrolla las reper cusiones de esta doble revolución que supuso la más profun da transformación de la historia humana.
El ascenso del capitalismo industrial Cataclismos y rupturas. Eric Hobsbawm nos introduce en el
siglo X I X , el siglo que transformó el mundo y creó la historia universal (un período que interesa especialmente al historia dor, cuyo objeto de estudio es el cam bio social). Durante es te siglo todas las grandes potencias registraron una o más dis continuidades repentinas, cataclismos y rupturas históricas. La gente, señala Hobsbawm, se vio a s í m ism a como vivien do una era de revolución, y todos los observadores contem poráneos fueron conscientes de la velocidad de estas transfor
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maciones. También es el momento en que se incorporan al vocabulario económico y político nuevos términos, como — — — — — —
Capitalism o. Socialismo. Revolución Industrial. Proletariado. Industriales (concepto acuñado por Saint-Simon). Im perialism o.
Sociología y materialismo histórico. En esta época nace la
sociología como el últim o producto de las ciencias sociales, preocupada profundamente por « la cuestión social». Los lla mados «padres fundadores» (Saint-Sim on y A uguste Comte) orientaron las reflexiones de esta disciplina a legitim ar el or den de las nuevas sociedades industriales. En forma paralela nace la concepción m aterialista de la historia (Karl M arx y Friedrich Engels) que, como contraposición crítica de la emergente sociología, propone una reflexión sobre la m ism a «cuestión social», pero en este caso cuestionando el orden y legitim ando la rebelión contra ese orden. Hobsbawm periodiza el siglo en tres épocas, signadas por los términos: — Revolución. — Capital. — Imperio.
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Lo interesante es el contrapunto entre el avance económi co arrollador del capitalism o (esa im agen optim ista y confia da de la burguesía), que describen todas las obras de historia económica, y la realidad de la lucha de clases, que Hobsbawm introduce como clave de su interpretación histórica. De ahí su enfoque de las revoluciones de 1848, las organizaciones de los trabajadores, el surgim iento del m ovim iento socialista, la lucha por el sufragio universal y las democracias electorales, la revolución social, la dominación y la lucha de los pueblos coloniales. Industrialización y miseria popular. Como historiador del
«largo siglo X I X » , Hobsbawm está interesado en las transfor maciones económicas y sociales que impuso el avance del ca pitalism o a escala m undial. Entre 1780 y 1815, el Reino U nido mantuvo el monopo lio de la industrialización y de las relaciones con el mundo no europeo. Su economía se basó en la expansión del comercio internacional y dependió cada vez más de las importaciones del algodón. Este pionero modelo industrial se im puso con una fuerce dependencia del mercado exterior. La Revolución Industrial desarrolló en torno a Inglaterra un sistem a de zonas coloniales y semicoloniales (un imperio formal e informal), pero tam bién transformó la vida de los hombres de un modo irreconocible. En Industria e imperio (im portante obra de referencia), Hobsbawm destaca los as pectos sociales de esta historia económica británica. Su preo cupación se centra en los resultados humanos de la revoíu-
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ción, es decir, las tensiones cualitativas que oprim ieron a los trabajadores de las primeras generaciones industriales. La pauperización social y la destrucción de las viejas formas de vida afectó a m illones de personas (en las que incluye la m i seria de los campesinos irlandeses, los jornaleros agrícolas y los artesanos desplazados por el progreso técnico) que no con taban con ningún sustituto alentador. El «progreso» y sus víctimas. Es en este terreno de la histo
ria social donde Hobsbawm aporta sus investigaciones sobre el descontento que surgió en el Reino Unido a p artir de 1815, para hablar del carácter «catastrófico» de la Revolu ción Industrial desde la perspectiva de las víctim as del pro greso. La intranquilidad económica se combinó en las zonas urbanas e industriales con la ideología política. En forma su cesiva, esto originó: — El surgim iento del cooperativismo. — La aparición del m ovim iento lu d ista (que promovía la des trucción de máquinas). — La organización del cartismo (germ en del prim er partido proletario británico). — La consolidación de los sindicatos, aceptados y reconocidos oficialm ente en el Reino Unido hacia 1870. Después de la Gran Depresión de 1873 se organizaron los partidos socialistas obreros en Europa O ccidental y, en 1900, nace el Partido Laborista británico.
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Los destructores de máquinas. En un artículo clásico publi
cado en la revista P ast a n d P resent (1952), Hobsbawm pole m iza con la tesis tradicional sobre el ludismo, el m ovim ien to de los obreros cualificados británicos que procedió a la destrucción de los telares mecánicos y las m áquinas «ladronas de trabajo». A principios del siglo X I X , ésta fue una expresión de protesta en los talleres donde la mecanización representó una verdadera amenaza para el oficio del tejedor manual. Sin embargo, muchos autores concibieron al ludism o co mo una ja cq u erie industrial « in ú til y alocada», destacando que el m ovim iento obrero incipiente «no era consciente» de lo que estaba haciendo, sino que se lim itab a a reaccionar cie gam ente y a tientas ante la presión de la m iseria. Hobsbawm considera errónea esta interpretación, porque supone una determ inada concepción acerca de la introduc ción de la m aquinaria y del m ovim iento obrero. El presu puesto de esa lectura tradicional sobre este m ovim iento con siste en creer que los trabajadores deben aprender a aceptar las «verdades económicas» (el progreso técnico como tal) y que el método de destruir las m áquinas no era eficaz. — Hobsbawm sostiene la tesis de que el ludism o, como for m a in icial de lucha obrera, no siempre condujo al fracaso. Piensa que no se debe subestim ar su poder, que residía justam ente en la destrucción de m áquinas, en el am otina m iento y en la destrucción de la propiedad en general (contra la m ateria prim a, el producto term inado o contra la propiedad privada de los patrones).
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— Los ataques contra la m aquinaria constituían un medio normal de presión sobre los patrones, para obtener conce* siones respecto a los salarios o para m antener ias condicio nes laborales. — Este tipo de destrucción («negociación colectiva a través del m o tín ») fue un aspecto del conflicto industrial en el período del sistema doméstico y manufacturero, y en las prim eras etapas de la fábrica y la mina. — La destrucción de la propiedad (estropeando la lana, cor tando los paños de los telares o destrucción de los bastido res) o la amenaza de destrucción resultaban m uy efectivas. Según Hobsbawm, el ludismo y el sabotaje fueron adecua dos para esta etapa de la guerra industrial, antes de la existen cia de un sindicalismo nacional y de ias huelgas ordenadas. Abajo el rey, todos somos ¡guales. En La era de la revolución,
Eric Hobsbawm aborda el estudio del proceso revolucionario francés, y en Los ecos de La M arsellesa (19 89 ) nos introduce en el debate historiográfíco con el revisionismo. A llí analiza no a la propia Revolución, sino más bien a la historia de su re cepción e interpretación en los siglos XIX y XX; no tanto lo que sucedió, sino preferentemente cómo se decodificó e in terpretó lo que sucedió. La Revolución Francesa dominó la historia, el lenguaje y el sim bolism o de ia política occidental desde su comienzo y duran te todo el largo siglo XIX.
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Su legado incluye desde los códigos legales hasta la ban dera tricolor, que proporcionó el modelo para la m ayoría de las banderas de los Estados. El régim en jacobino (17931794) aprobó una nueva Constitución republicana radicaliza da, que ofreció al pueblo el sufragio universal, abolió los de rechos feudales aún existentes y la esclavitud en las colonias francesas (esta m edida generó en A m érica la heroica lucha de los esclavos por su independencia social y nacional en H aití, colonia que no pudo ser reconquistada por Napoleón). A par tir de la Revolución Francesa (y el proceso que ella desenca dena), todos los gobiernos europeos tuvieron que afrontar las consecuencias im previstas y perturbadoras de la dem ocratiza ción, la irrupción de las masas en la política o, más aún, la evolución de la sociedad burguesa, que parecía desembocar en otro tipo de sociedad. La Revolución y sus herederos. La Gran Revolución de 17891794 representó un paradigm a y un punto de referencia para
quienes luchaban por la transformación fundamental de las re laciones sociales (revolución social). Inspirados por este mode lo francés, los nuevos movimientos sociales de la clase obrera de los países industrializados asumieron la ideología y el len guaje de la Revolución a lo largo de diversos procesos: 1830, 1848 y 1871. La M arsellesa (en diversas adaptaciones) fue el
himno de los socialdemócratas alemanes antes de adoptar La Internacional. Los socialdemócratas austríacos utilizaban el go rro frigio y la consigna «Igualdad, Libertad y Fraternidad» en sus distintivos del Primero de Mayo. Los revolucionarios so-
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cíales, como el propio Karl Marx — señala Hobsbawm— , vin cularon a los jacobinos con la tradición proletaria en su análi sis de la Comuna de París. La burguesía había ganado su li bertad y la revolución ya no formaba parte de sus programas políticos. Pero la libertad del pueblo era sólo nominal, de mo do que éste sí precisaba su propia revolución. Hobsbawm des taca que los observadores más lúcidos del siglo XIX vieron la lucha de clases, entre la nueva clase dirigente burguesa y el proletariado, como la clave principal de la historia capitalista, del mism o modo que la burguesía había realizado su propia contienda contra el feudalismo. Jacobinismo y vanguardia. El jacobinism o, señala Hobs
bawm , parece ser la clave de las insurrecciones de 1848. En tendido como un fenómeno político que p erm itía em pujar la revolución m ediante una vanguardia po lítica, y que la revo lución «saltara» en lu gar de cam inar, alcanzando en cinco años lo que requería varias décadas debido a las tim oratas y excesivam ente conciliadoras concepciones de la burguesía. Hobsbawm introduce en su análisis la tradición que Marx in icia con sus reflexiones acerca de la posibilidad de trans formar el carácter de la revolución más a llá de la burguesía, y que más tarde continúa con Lenin y los revolucionarios ru sos. La fórm ula po lítica de la «revolución perm anente» — em pleada por M arx en 1850— indicaba esta posibilidad de transformar la revolución burguesa en algo más radical que la excediera y la term inara superando. Hobsbawm destaca, adem ás, el aporte posterior de Antonio Gramsci sobre el ja
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cobinism o y reproduce sus reflexiones (pasajes de sus C ua dernos de la cárcel) como apéndice de su obra Los ecos d e La M arsellesa. La interpretación gram sciana del fenómeno jacobino lo vincula a su función de partido d irigen te (de vanguardia): «Se im pusieron a la burguesía francesa conduciéndola a una posición mucho más avanzada.» G ram sci define al jacobi nismo como el grupo de hombres resueltos a forzar la situa ción m ediante una p o lítica de acción enérgica, despertando a las fuerzas populares para unirlas al im pulso de la burgue sía que, al conducirlas, hacen de ella una clase d irigen te hegem ónica. Al mismo tiem po, Gramsci marca los lím ites cla sistas del jacobinismo, que se m antiene siempre en el terreno de la burguesía. La primavera de la lucha de clases. Eric Hobsbawm aborda,
en La era d el ca p ita l (1848 -18 75 ), las insurrecciones de 1848, que tuvieron una am plitud continental y estallaron tanto en las zonas desarrolladas como en las atrasadas de Europa. «Es ta prim avera de los pueblos», según Hobsbawm, es indica dora de la contienda de clases que motorizó la historia del «largo siglo X IX ». Temerosa y antidem ocrática, la burguesía pensaba que el sufragio universal y el parlam entarism o eran el preludio se guro del socialismo. Las revoluciones de 1848 fracasaron. Los revolucionarios fueron desperdigados en los exilios y las víctim as se contaron en m iles (sólo para Francia, Hobsbawm contabiliza tres m il
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muertos y doce m il deportados; éstos, casi todos, a los cam pos de concentración de la colonia argelina). Se prohibieron legalm ente los sindicatos y las huelgas en casi toda Europa. El invierno de la dominación burguesa. El fracaso de estas
revoluciones y la subsiguiente década de expansión económi ca no causó tanto la destrucción como la decapitación del mo vim iento obrero. Los teóricos socialistas se hallaban en la cár cel, como A uguste B lanqui, o en el exilio, como KarI M arx y Louis Blanc. Aunque derrotadas, estas revoluciones de 1848 se transformaron en el paradigm a de la revolución m undial. Eric Hobsbawm destaca algunas de sus características: — Fueron revoluciones de los trabajadores pobres. — La burguesía, im plicada en la revolución, dejó de ser una fuerza revolucionaria para unirse a los conservadores y los «partidos del orden», que emergieron en el contexto de insurrección. — En 1848 la clase obrera careció de organización, de m adu rez po lítica e ideológica y de dirigentes. Por su juventud e inm adurez (apenas tenía conciencia de clase), era una cla se en formación. Hasta los sindicatos estaban en subdesarrollo. El grupo activista políticam ente más conciente es tuvo representado por los artesanos preindustriales. — Señalaron el final de la m onarquía absoluta en Europa O ccidental; ésta fue su mayor innovación (en A lem ania e Italia).
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El «drama del progreso» El «progreso» de los vencedores. En La era d el ca p ita l, Hobs
bawm interpreta el mundo de la burguesía triunfante, «la era lib eral», como la edad de oro del crecimiento capitalista. El progreso, palabra clave de la época («segura de sí m is ma, autosatisfecha, inevitab le»), es sólo una metáfora. Sign i ficó, señala Hobsbawm, un cataclism o para m illones de po bres. A quella época es, además, el momento de las mayores m igraciones humanas de la historia: entre 1848 y 1875 nue ve m illones de personas abandonaron Europa, la m ayoría en dirección a Estados Unidos, pero tam bién a A ustralia y A r gentina. El progreso supuso vencedores y víctim as. A quí, el historiador m arxista expresa su disgusto, «quizás un cierto desprecio», porque sim plem ente no se puede ser «objetivo» respecto al período, sino sentar una posición. La extraordinaria expansión económica se prolongó entre 1848 y la crisis de 1873: «El mundo se hizo cap italista y una significativa m inoría de países desarrollados se convirtieron en economías industriales.» La fórm ula de este crecim iento fue el liberalism o econó mico. Su «logro suprem o»: las ferias internacionales que ex ponían el progreso técnico, el ferrocarril y tam bién el barco a vapor y el telégrafo. Esas ferias representaban un símbolo de autocomplacencia. A tento a las consecuencias políticas de este boom económi co, Hobsbawm señala que hizo naufragar las esperanzas de los revolucionarios, decapitó al m ovim iento obrero y dio un res
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piro a las monarquías restauradas (como ya hemos menciona do, después de 1848 se prohibieron legalm ente ios sindicatos y las huelgas en casi toda Europa, a excepción del Reino U n i do). A unque nace la Asociación Internacional de Trabajado res, la I Internacional fundada en Londres (1864-1872) y li derada por Marx y Engels, ésta no logró generar partidos de la clase obrera pero s í pudo im pulsar al sindicalism o socialis ta y m arxista. Arriba los pobres del mundo. La I Internacional surgió en
Londres organizada por dirigentes sindicalistas británicos y viejos revolucionarios em igrados del continente (M arx, En gels, B akunin, etc.) para desarrollar el sindicalism o del mo vim iento obrero en Europa. Su lucha combinó la inquietud por la reforma electoral y las campañas concretas de solidari dad internacional: — Con — Con — Con — Con
G aribaldi y la izquierda italian a en 1864. Abraham Lincoln en la guerra civil norteamericana. el pueblo polaco por su indepedencia. la lucha anticolonialista de Irlanda.
Hobsbawm señala que la I Internacional no se propuso co mo estrategia la insurrección, pues no planeaba la inm ediata revolución del proletariado. Después de 1848, la revolución desapareció dei horizonte político europeo. Durante e l perío do en q ue estuvo vigente la Internacional (se disuelve en 1872), el único intento revolucionario fue la Comuna de Pa
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rís, en 1871 (que no fue creada por ella). Esra experiencia du ró apenas dos meses y fue un gobierno insurrecto en una sola ciudad, que term inó, m ediante una represión sangrienta, con 4 3 .0 0 0 detenidos, 10.000 condenados y 17.000 muertos. A pesar de todo, M arx y la Internacional saludaron con ardor y entusiasmo esta insurrección proletaria que, en palabras del autor de El C apital, fue «valiente y heroica hasta la locura» y se anim ó a «tom ar el cielo por asalto». Por entonces, la prensa europea agitó el miedo y la ame naza de revolución, y éste fue uno de los motivos que lleva ron a la alianza de los tres emperadores (A lem ania, A ustria y Rusia) en 1873- La I Internacional se traslada a Estados U n i dos y, finalm ente, se disuelve por disputas ideológicas (entre M arx, Engels y los anarquistas), principalm ente porque des pués de la Comuna el m ovim iento obrero francés queda de sarticulado y la m ayoría de sus dirigentes fueron ejecutados o deportados. Tradiciones inventadas. Las profundas y rápidas transforma
ciones del siglo x ix tuvieron otro efecto que preocupan al historiador: el de romper los mecanismos de cohesión y las identidades que estructuraban las relaciones sociales. Hobs bawm destaca este contraste, por un lado, entre el cambio constante y la innovación del mundo industrial y, por otro, « la necesidad de estructurar algunas partes de la vida social». Rotos los lazos sociales de un orden tradicional, era nece sario crear una legitim id ad para los nuevos sistemas de do m inación política o social. Durante el siglo X I X , la burguesía
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triunfante en todos los Estados europeos se encontraba ante la cuestión de gobernar por medio de una democracia política pero bajo la amenaza permanente de la revolución social (es pecialm ente en el caso francés) y las demandas de un movi miento obrero organizado. Como señala Hobsbawm en La in vención d e la tra d ición , desde la Revolución Industrial las sociedades se han visto obligadas a inventar, sustituir o desa rrollar nuevas redes de convenciones, valores y prácticas sim bólicas. Es decir, crear lo que el historiador británico deno m ina «tradiciones inventadas». La ideología liberal fracasó sistem áticam ente al no sum inistrar los lazos sociales y de au toridad que se daban por supuestos en anteriores sociedades. De este modo, se crearon vacíos que debieron llenarse con prácticas rituales inventadas que simbolizaran la pertenencia a comunidades reales o artificiales (como la nación o la ciu dadanía) y con un discurso creado a m edida (las «historias na cionales» que se institucionalizan en el siglo XIX). La burguesía liberal enfrentó el problema de cómo «trans formar campesinos en franceses o británicos», es decir, el de quebrar identidades de clase en función de una definición ci v il de las personas en tanto integrantes de un estado-nación. Era necesario constituir una «religión cívica» e inventar tra diciones nuevas con el fin de conseguir la estabilidad social y la neutralización de toda insurgencia.
La era del imperio D epresión y m onopolios. La crisis de 1873-1896 fue el equivalente Victoriano del colapso de W all Street en 1929-
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Según Hobsbawm, marcó ei fin de la «era lib eral», del m anchesterism o o libre comercio británico, para dar paso a la con centración económica de los cárteles, trusts y monopolios. En el sector «desarrollado» del mundo, la crisis de 1873 significó para la economía un cambio de ritmo. La respuesta a esta crisis radicó en una combinación de concentración econó mica y la llamada «gestión científica del trabajo», racionaliza ción o taylorismo, que intentaba am pliar los márgenes de be neficios reducidos por la competencia y la caída de los precios. Todos juntos por e l botín. Hubo una tendencia a abandonar
la competencia ilim itada e im plantar la cooperación de los capitalistas (a través de las fusiones, acuerdos de precios y re parto de mercados). La formación de monopolios u oligopolios se desarrolló, prim ero, en las industrias pesadas, donde la concentración avanzó a expensas de la libre competencia. La «mano visible» de las corporaciones sustituyó a la «mano in visible» del mercado anónimo postulado por Adam Smith. También la gestión científica del trabajo fue el fruto del período de la Gran Depresión. Su fundador, Frederick W ilson Taylor (1856-1915), comenzó a desarrollar sus ideas en la industria del acero norteamericana a partir de 1880. Para el caso británico, la tesis de Hobsbawm (desarrolla da en In dustria e im perio) sostiene que este país pionero sale de la Gran Depresión explotando su situación tradicional, es decir, su im perio. El Reino Unido tendió a apoyarse en los préstamos, en el comercio y las transacciones (finanzas) con las colonias, es decir, aprovechó sus ventajas históricas acu
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m uladas con el mundo subdesarrollado. Como potencia co m ercial y fuente de préstamos, aumentó sus inversiones en el extranjero. Pero dejó de ser una economía industrial compe titiv a (abandonó el mercado europeo) y se convirtió en una «econom ía parasitaria» que vivía de los restos de su mono polio m undial. Trabajadores del mundo. Hobsbawm estudia, como efecto
de la Gran Depresión de 1873, la aparición de los movi mientos socialistas y revolucionarios de los trabajadores, que exigieron el derrocamiento del capitalism o. La presencia del proletariado se hizo cada vez más evidente a escala europea y sus filas se engrosaron a p artir de dos grandes reservas de m a no de obra preindustrial: el campesinado y la artesanía. Aunque Hobsbawm señala que, excepto en el Reino U n i do, el proletariado no constituyó la m ayoría de la población. Si bien el campesinado estaba destinado a desaparecer en Eu ropa O ccidental (como afirmaban los m arxistas), esto no ocu rriría hasta la segunda m itad del siglo XX. En la m ayor parte de Europa el m ovim iento sindicalista surgió durante el período de la I Internacional (1864-1872) y al mando, principalm ente, de los socialistas. El sector clave fue el transporte por v ía férrea y el m aríti mo. Las huelgas de estos trabajadores tendían a convertirse en paros generales que paralizaban la economía. Partido proletario y democracia para todos. Además, el
proletariado adquirió una creciente conciencia y se organizó
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politicam ente como clase: luchó por la am pliación del sufra gio y por ei derecho de voto del ciudadano sin propiedades. Hobsbawm sostiene la tesis de que el nuevo movimiento obrero fue, con frecuencia, la fuerza más im portante en el proceso de democratización de los Estados europeos durante el siglo XIX; es decir, surgieron los partidos de masas (socialdemócratas) basados en los trabajadores, inspirados en su ma yor parte por la ideología socialista, y organizaron huelgas generales por la am pliación del voto. Aunque el progreso de la organización de clase fue desi gu al, el más desarrollado fue el poderoso Partido Socialdemócrata alemán, unificado en 1875. Obtuvo un apoyo masivo cuando el canciller O tto von Bism arck concedió en Alem ania el sufragio universal y, en 1877, el voto socialista alcanzó el medio m illón. Con el fracaso de los movimientos de 1848 y desde 1890, la idea de un colapso inm inente del capitalism o parecía absolutamente inverosím il, y la revolución social tam bién. Floreció entonces el sindicalismo revolucionario y las de mandas de mejoras y reformas inmediatas. Adiós al liberalismo. En este período, que Hobsbawm ex
tiende hasta 1914, la economía capitalista cam bia en cuatro aspectos: 1. Desarrolla una nueva era tecnológica y nuevas fuentes de energía. 2. El modelo de crecim iento ya no se basará en el mercado exterior (modelo británico), sino en el mercado interno,
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según el modelo iniciado en Estados Unidos con el siste m a de la producción en serie. 3. Termina ei monopolio británico por la competencia inter nacional entre las economías industriales británica, alem a na y norteamericana. 4. Comienza la era im perialista, un nuevo patrón de desarrollo-dependencia que se extiende hasta 1930. Imperialismo, fase superior del capitalismo. El térm ino im
perialism o se incorporó al vocabulario periodístico durante la década de 1890, en el curso de los debates que se desarrolla ron sobre la conquista colonial. Como señala Eric Hobs bawm, el fenómeno era de naturaleza totalm ente nueva, y el neologismo se generalizó. El texto contemporáneo básico sobre el im perialism o es el de J . A. Hobson (un liberal británico). El térm ino no apare ce en los escritos de K arl M arx, que falleció en 1883. Fue V lad im ir Illích Lenin (1 8 7 0 -1 9 2 4 ) quien formuló la tesis de que el im perialism o tenía raíces económicas en una nueva fase específica del capitalism o. Los análisis no m arxistas establecieron conclusiones opuestas: negaban la conexión con el capitalism o, rechazando las explicaciones económicas y concentrándose en los aspectos ideológicos, políticos y cul turales. Hosbawm indica que este nuevo tipo de im perialism o de be distin guirse de los antiguos im perios obsoletos, preburgueses. Por eso marca el fin de la era im perial de esa centu ria burguesa, que desestabilizó su periferia m inando las
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viejas estructuras económicas y destruyendo la viabilidad de los regím enes políticos tradicionales, como las autocracias absolutistas: -—Los imperios antiguos en China. — El de la Rusia zarista. — El de los Habsburgo. — El im perio turco. El im perialism o informal — s ín te s is co m b in a d a de inde pendencia jurídica decorativa y dependencia económica— , prevaleciente después de la Segunda Guerra M undial, recibi ría el nuevo nombre de «neocolonialism o». Zapata vive, la lucha sigue. En La era d el im perio — el histo
riador atento a las convulsiones fuera del ám bito europeo— destaca el significado de la revolución social que estalla en México en 1910. Acontecimiento que Hobsbawm analiza en el capítulo «H acia la revolución» y compara con el estallido de la Revolución rusa. El levantamiento social en M éxico fue el prim ero en un pa ís agrario del Tercer Mundo dependiente y surgió, sin duda, de las contradicciones del mundo im perialista. «Pobre M éxi co, tan lejos de Dios y tan cerca de los Estados U nidos», ex presó el derrocado dictador Porfirio Díaz, cuyo régim en había facilitado las masivas inversiones extranjeras. Hobsbawm in terpreta la revolución social en México — liderada por los campesinos Emiliano Zapata y Francisco V illa— como un
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proceso ligado estrechamente al im perialism o económico nor teamericano. La expansión im perial no era inaceptable para las propias clases dirigentes nativas, en la m edida que se trataba de una fuerza modernizadora. El tendido del ferrocarril y las plantaciones de exportación, símbolos de este progreso de la era im perial, implicaron el despojo de las tierras a las comu nidades campesinas. Las zonas campesinas afectadas se con vertirán en el núcleo de una revolución agraria. El proceso mexicano, que se extiende hasta la década de los años treinta, se vería eclipsado por los acontecimientos ocurridos en Rusia; sin embargo, esta revolución social arm a da reviste una gran trascendencia: — Por la participación de la masa de trabajadores, que de sempeñó un papel protagonista. — Porque estalla en una época en que los pueblos de los im perios coloniales todavía no parecían amenazar a los go biernos im perialistas. Hobsbawm nos invita a abandonar la m irada eurocentrista, enfocando los procesos desde otros ám bitos y pueblos que padecieron la era im perial.
Hobsbawm y su tesis sobre el siglo xx Norteamericano, extraordinario y terrible. El año 1914 in
dica el final del «siglo X I X largo». Hobsbawm destaca que la revolución, cuyo recuerdo dom ina el mundo, no será a p artir de entonces la Revolución Francesa de 1789, sino la Revolu
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ción rusa de 1917. El largo proceso decimonónico desembo caría en el «corto siglo X X ». El siglo XX fue breve pero al m ism o tiem po el «m ás ex traordinario y terrib le». Basta recordar que antes de que transcurriera su prim era m itad, Europa había sufrido dos guerras mundiales. Comenzó en Sarajevo y terminó exacta mente como comenzó, tam bién en Sarajevo, con la descom posición de Europa del Este. Fue el siglo de la hegemonía de Estados Unidos de A m érica (la «era am ericana»). Hegemonía que se desarrolló en una dimensión más am plia, en términos de civilización o dominación cultural que el poderío del R ei no Unido durante el siglo XIX. Hobsbawm nos introduce, en su H istoria d el siglo XX, con la era de las catástrofes y de convulsión social. Desde 1914, el curso del capitalismo fue de tragedia en tragedia: la guerra, los estallidos revolucionarios y fu n d a m e n ta lm e n te la crisis de la civilización representada por la barbarie del nazismo. En esta era de destrucción masiva, los métodos salvajes (el desplazamiento forzoso de millones de personas, los refugiados, el genocidio y la más reciente modalidad de «lim pieza étnica») pasaron a ser un aspecto pleno y esperado del mundo civilizado. Hobsbawm propone d ivid ir el siglo XX en tres etapas: 1. U na era d e catástrofes. Desde 1914 hasta la segunda pos guerra, en la que se agota y derrum ba el mundo del siglo XIX, un período de cuarenta años en el que el capitalismo sobrevive a un contexto de vulnerabilidad e inestabilidad constantes.
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Dos guerras m undiales, seguidas por dos brotes de re volución social; y sobre todo, por una crisis económica m undial sin precedentes que castiga hasta la economía norteamericana, la más dinám ica y próspera. La Gran De presión de 1930, que persistió durante toda la década, in trodujo en las economías centrales la secuela del desem pleo masivo y contribuyó a consolidar los fascismos europeos. En Europa fueron «trein ta años de gu erra». Con una visión poco optim ista, Hobsbawm señala la desaparición de los valores a los que aspiraba el siglo XIX. Todas las evi dencias perm iten cuestionar que el «corto siglo X X » haya sido una época de progreso. 2. La era «dorada». Comienza en la segunda posguerra, en 1945, y se prolonga hasta 1973. U na etapa de prosperidad y de crecimiento de las economías centrales (Occidente vi vió una generación de pleno empleo) y de creación de los «generosos» sistemas de bienestar y seguridad social en todos los Estados europeos. También hubo grandes trans formaciones en el Tercer Mundo. 3. Descomposición, incertidum bre y crisis. Esta tercera etapa de derrum be, con la desaparición de la Unión Soviética y el colapso del sistema socialista burocrático del Este europeo no significa el «fin de la historia» (tal como lo anunciara el asesor del Departamento de Estado norteamericano, Francis Fukuyam a), sino apenas «e l fin del siglo X X ». Eric Hobsbawm considera que los efectos de la caída del Esta do socialista burocrático son m uy graves y duraderos, con-
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didon an el mundo de hoy y representan una auténtica fi sura histórica, dando inicio a una «nueva era». La Revolución socialista. El historiador marxista (y de la «vie
ja izquierda» o izquierda tradicional) aceptara como eje para entender e interpretar el curso del siglo XX la Revolución de oc tubre en Rusia. Y fundamentalmente el significado histórico que le atribuyeron sus contemporáneos: la «certeza» de que la Revolución socialista mundial iniciaba su marcha ascendente. En este punto de partida, Hobsbawm no hace revisiones ni críticas; él comparte esta im agen. Pese a que la Unión Sovié tica estuvo lejos de representar un paraíso para los obreros, re conoce que entre los miembros de su generación la revolución bolchevique «gozó de la indulgencia general». En Europa, la prim era contienda m undial fue la partera de la Revolución. La Revolución rusa de 1917, señala el historiador británi co, es un acontecimiento crucial para la historia del «corto si glo X X » como lo fuera la Revolución Francesa de 1789 para el devenir del siglo XIX. Era una causa global. Incluso sus re percusiones fueron mucho más profundas y generales que la de 1789, pues, a partir del impulso de 1917, surgió el movi m iento revolucionario de mayor alcance que ha conocido la historia moderna. Su expansión m undial no tiene anteceden tes — sólo puede compararse con la del Islam — . En este sen tido, Hobsbawm destaca El M anifiesto C om unista como el es crito político más influyente desde la publicación de la D eclaración d e los D erechos d el Hombre y d el C iudadano.
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Un espectro recorre el mundo. Comprometido personalmen
te con el m ovim iento com unista internacional, Hobsbawm destaca que durante el «corto siglo X X » hasta 1989, la histo ria m undial trata de la Revolución de octubre. Es la época his tórica del desarrollo del socialismo como proyecto político. Durante más de setenta años, todos los gobiernos occiden tales y las clases gobernantes estuvieron perseguidos por el espectro de la revolución y del comunismo, que luego trans m utó en m iedo al poder m ilitar de la U nión Soviética. En la prim era posguerra predominó la política del «cordón sanita rio para salvar al m u n d o ...» de los bolcheviques, es decir, la idea de aislar a R usia rodeándola de Estados anticom unistas. Maccarthísmo y control de la disidencia. Durante la llam a
da guerra fría, la amenaza de la expansión soviética adquirió, por obra del m accarthism o de Estados U nidos, un tono apo calíptico y toda la política internacional fue diseñada para ha cer frente a la m ism a. La histeria de W ashington, que iden tificó la «conspiración» con la política interna de Estado, no tuvo im portancia en ningún otro gobierno de Europa. Sólo en Estados U nidos descubrieron el potencial político de la denuncia d el enem igo interior, a través de la caza de brujas y el m accarthismo (la persecución de comunistas) — en reali dad, de cualquier tipo de disidentes— , ideada por el senador norteamericano Joseph M cCarthy (1908-1957). El cielo por asalto y sus repercusiones. En su H istoria d el siglo X X, Hobsbawm propone un balance del im pacto que el
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proceso revolucionario en R usia desencadenó para la historia de Occidente. — Sin el hundimiento de la sociedad burguesa durante la era de las catástrofes (1914-1945) no habría habido Revolución bol chevique ni habría existido la Unión Soviética. Como señala Hobsbawm, la Rusia de los soviets permaneció inmune a la Gran Depresión de 1930; se convirtió en el centro de una economía autártica bajo la planificación estatal centralizada. Esta fórmula fue eficaz para los años treinta, mientras el mundo capitalista vivía su era de crisis y el sistema econó mico improvisado, al que se le dio el nombre de socialismo, podía ser considerado una alternativa viable al capitalismo. — La repercusión más im portante de la Revolución bolche vique fue haber acelerado poderosamente la moderniza ción de países agrarios atrasados. Sus logros principales coincidieron con « la edad dorada» d el capitalism o en la segunda posguerra. — U na de las ironías del siglo XX es que el resultado — no deseado— más perdurable de la Revolución de octubre, cuyo objetivo originario era erradicar al capitalism o, fuera el haber contribuido a «ap un talar» a su enem igo acérrimo, ya que el modelo soviético de planificación económica se impuso en O ccidente con el keynesianism o. El capitalis mo logra sobrevivir de esta m anera «heterodoxa» — vio lando las normas clásicas del capitalism o liberal— a la de presión, al fascismo, a la gu erra y a las tres oleadas revolucionarias que sacudieron al siglo.
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La era de los fascismos La respuesta capitalista. Probablemente, sostiene Hobs
bawm, el fascismo no habría alcanzado un puesto relevante en la historia universal de no haberse producido la crisis de 1930. Fue indudablem ente la Gran Depresión la que fortale ció la m area del fascismo y contribuyó a que las experiencias totalitarias se consolidaran en Europa. H asta en las ciencias sociales, señala Hobsbawm, tuvo que pasar mucho tiem po para superar el tabú sobre los términos «depresión» y «crisis» que recordaban a esta era de las catás trofes. Los economistas prefirieron adoptar el térm ino «rece sión» para los años ochenta. De hecho, la economía m undial pareció derrumbarse en el período de entreguerras y nadie sabía cómo podía recuperar se. Hobsbawm analiza esta crisis en el capítulo «E l abismo económico» de su H istoria d el siglo XX. Pero el impacto traum ático y destructivo del desempleo no llevó al descon tento y al desarrollo de una nueva oleada revolucionaria (co mo anunciaba la Internacional Comunista) sino, por el con trario, ai ascenso del fascismo. Hobsbawm polemiza con la tesis, m uy difundida por la or todoxia m arxista soviética, que define al fascismo como la «ex presión del capitalism o m onopolista», como instrumento del gran capital. Bajo el nazismo, el gran capital utilizó la mano de obra esclava y de los campos de exterminio. Tuvo una impor tante ventaja en la destrucción de los movimientos obreros, si tuación que garantizó a los capitalistas alemanes una respuesta
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m uy favorable a la Gran Depresión. Incluso en los países ocu pados como Francia, estos sectores empresarios colaboraron con los alemanes, motivo por el cual algunas poderosas industrias privadas francesas, como Renault, fueron nacionalizadas en la posguerra por haber sido colaboracionistas. Sin embargo, como observa el historiador b r itá n ico , los re gím enes fascistas no fueron una expresión de los intereses de la gran industria en mayor m edida que el gobierno nortea mericano del N ew D eal, el gobierno laborista británico o la R epública de W eimar. ¿Revolución fascista? Hobsbawm tam bién polem iza con la
tradición de la historia liberal, que postula la tesis de una «revolución fascista». Para Hobsbawm, el fascismo no fue un régim en radicalm ente nuevo y diferente, más bien fue una manifestación del viejo régim en renovado y revitalizado. La referencia a un movimiento revolucionario era solamente re tórica. H itler retoma las doctrinas pangerm anistas del an ti guo Reich; exacerba el viejo antim arxism o, es decir, la elim i nación de la lucha de clases que la m ayoría de las fuerzas políticas consideraban deseable, y propone una síntesis entre el nacionalismo y formas com unitaristas altam ente jerárqui cas y autoritarias. El fascismo comparte con la derecha tradi cional su anticomunismo, el nacionalism o, el antiliberalism o y el antisem itism o. Tampoco es posible identificarlo con una nueva forma de organización del Estado (corporativo). Las reivindicaciones del fascismo, como m ovim iento de la dere cha radical, no tenían nada de original ni de revolucionarias.
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Además, Hobsbawm interpreta al fascismo como un fenó meno general y no como un problema especial del capitalis mo italiano, bastante atrasado. También sostiene la tesis de que « la reacción fascista» del período de entreguerras fue una respuesta a la izquierda revolucionaria o a la amenaza de re volución social. Pequeñoburgueses asustados. En este sentido, comparte la
idea de que el fascismo movilizó fundamentalmente a las cla ses medias y medias bajas, ejerció un fuerte atractivo entre los jóvenes de estos sectores, especialmente entre los estudiantes universitarios, así como entre los ex oficiales desmovilizados de la Primera Guerra M undial. Entre estos jóvenes se reclutaron los primeros grupos armados ultranacionalistas. Pero des taca el fracaso del fascismo italiano por im plantar una hege monía cultural y una genuina base de masas. No convirtió a los italianos, más bien mantuvo en la pasividad a amplios sec tores, que se volvieron contra el régimen de Mussolini cuan do intentó arrastrarlos a la Segunda Guerra M undial. Fue, sin duda, la oposición a la guerra, señala Hobsbawm, lo que le dio al movimiento antifascista italiano su base de masas (campe sinos y clase obrera) y lo lanzó a una resistencia activa.
Una historia partisana La Resistencia. Hobsbawm sostiene que en Europa la lucha
contra la A lem ania nazi constituyó una guerra civil e inter nacional al mismo tiem po. En el interior de cada país, antes y durante la Segunda Guerra M undial, se registró un enfren
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tam iento entre las fuerzas profascistas y los grupos de oposi ción antifascista, que actuaban en la clandestinidad o en el exilio. En su H istoria d e l siglo XX, particularm ente en el capitu lo «Contra el enem igo com ún», el historiador británico des taca a los movimientos europeos de Resistencia que, en el pe ríodo de entreguerras, lucharon — fundam entalm ente a través de la gu errilla o de la guerra irregular— contra el as censo del fascismo y luego frente a la ocupación nazi. Hace referencia, prioritariam ente, a: — Los m aquis franceses. — Los grupos partisanos en Italia, Yugoslavia, Grecia, etc. Destaca en ellos el considerable p r e d o m in io de los m ili tantes comunistas, que constituían su contingente más acti vo y decidido. ¡Viva la República! Durante la guerra civil española, cuando
Hobsbawm era estudiante en Cam bridge (aquí, una vez más, el historiador se siente im plicado, como observador partíci pe), resalta el papel que jugó la Internacional Comunista y sus Brigadas Internacionales. La organización había adopta do la «lín ea de unidad antifascista». España puede conside rarse como «la ú ltim a y tal vez la mayor empresa de un mo vim iento comunista genuinam ente internacional». Desde París, el futuro m ariscal Tito reclutaba a los brigadistas pa ra enviar a España y el dirigente italiano Palm iro T ogliatti
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cum plía un papel clave de enlace con el Partido Com unista Español. Los comunistas italianos, ¿legalizados y persegui dos por el régim en fascista de Benito M ussolini, estaban en el exilio. Ellos constituyeron la más numerosa y activa de to das las organizaciones antifascistas en Francia, destacándose por su intervención en la guerra civ il española. Las Brigadas G aribaldi, fuerzas voluntarias italianas enviadas a España, incluyeron a los d irigen tes Palm iro T o gliatti, L u igi Longo y V ittorio V idali. Como bien señala Eric Hobsbawm, desde el punto de vis ta m ilitar la R esistencia (excepto la soviética) no tuvo un pa pel decisivo en la caída del fascismo, pero s í tuvo, ante todo, una im portancia política y moral. En Italia significó una am p lia m ovilización: entre 1943 y 1945, el m ovim iento parti sano armado llegó a contar entre sus filas a unos cien m il com batientes. Fue un auténtico fenómeno de masas, que se reclutaba entre la clase obrera y los campesinos; comprome tió tam bién a sus intelectuales, y perm itió a Italia liberarse de la pesada herencia del fascismo en la posguerra. Apunten contra los nazis. En Y ugoslavia, A lbania y Grecia
las fuerzas partisanas tam bién estaban dom inadas por los co m unistas. En la posguerra, los yugoslavos que lucharon con tra los nazis (fundam entalm ente los serbios, porque los ustacbas croatas instalaron un régim en colaboracionista con A lem ania) asum ieron el poder y formaron un gobierno co m unista bajo el liderazgo del m ariscal Tito (Josip Broz, 1892-1980).
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En Francia, los refugiados de la guerra civil española fue ron el núcleo m ayoritario de la resistencia arm ada en el sur del país. De hecho, el Partido Com unista Francés fue, duran te la R esistencia, «e l partido de ios fusilados», aspecto que destaca el papel de los comunistas en la liberación. Por eso, Hobsbawm afirm a: Tanto la devoción de los intelectuales franceses hacia el m ar xism o como el dom inio de la. cultura italiana por personajes v in culados a l Partido Com unista, que se prolongaron durante una generación, fueron un corolario de la Resistencia.
Hobsbawm no oculta su fuerte adm iración por el Partido Com unista Italiano, que en 1946 contaba con casi dos m illo nes de afiliados, como tampoco esconde su sim patía por m u chos de ios dirigentes y teóricos italianos — como Antonio G ram sci, prisionero durante más de diez años— que sufrie ron la cárcel, la m uerte o el exilio. Su propio editor italiano, G iulio Einaudi (que participó d i rectamente en la Resistencia), afirmaba con orgullo que todos los miembros de su casa editorial habían luchado como partisa nos. Él dio a conocer al escritor Primo Levi (nacido, al igual que Hobsbawm, en 1917), judío italiano que sobrevivió de Auschw itz. Durante dos décadas, Einaudi cumplió un importante pa pel cultural publicando las obras de los intelectuales antifascis tas (Antonio Gramsci, Italo Caivino, etc.). Tal vez, una de las paradojas del «corto siglo X X » consistió en que, en 1991, Ei naudi vendiera su editorial al imperio mediático del zar de la te levisión y líder de la nueva derecha europea, Silvio Berlusconi.
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La guerra fría Armamentismo y hegemonía estadounidense. Hobsbawm
decide comenzar a explicar ia «edad de oro» del capitalismo con un capítulo entero sobre la guerra fría: los cuarenta y cinco años transcurridos entre la explosión de las bombos atómicas en J a pón y el fin de la Unión Soviética. El enfrentamiento entre las dos superpotencias (que habían sido aliadas en la Segunda Gue rra M undial) dominó por completo el escenario internacional. Este largo período de tensión comenzó formalmente con la «doctrina Truman» de «contención del comunismo» en 1947 y adquirió su retórica «apocalíptica» más del lado de los «gu e rreros fríos norteamericanos», para quienes el comunismo como «enem igo exterior» resultaba políticamente ú til para mantener la supremacía y la hegemonía estadounidense. Hobsbawm sostiene la tesis de que, lejos de representar un peligro, el comunismo soviético de la segunda posguerra tu vo una postura defensiva. — La Unión Soviética no era expansionista, más bien se pro puso m antener el reparto de fuerzas establecido al fin ali zar ia Segunda Guerra M undial, es decir, los acuerdos de Yalta entre ambas potencias. La U nión Soviética no repre sentaba una amenaza inm ediata para O ccidente por la sim ple razón de que se encontraba en ruinas, desangrada y exhausta. — La guerra fría contribuyó a estabilizar las relaciones inter nacionales, congelando situaciones conflictivas, como 1a
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de A lem ania que, durante cuarenta y seis años, perm ane ció dividida en dos Estados. En la práctica, al estabilizar las posiciones en Europa, ambas potencias trasladaron su rivalidad al Tercer Mundo. — Si bien el aspecto más visible de la guerra fría fue la ca rrera de armamento atómico, Hobsbawm rechaza la pre m isa, «siem pre inverosím il» y «totalm ente infundada», de que el planeta era inestable y estaba al borde de estallar una guerra nuclear. Ambas superpotencias distorsionaron sus economías m ediante la competencia en armamentos y los crecientes gastos m ilitares. — La guerra fría tuvo un escenario internacional y se m ani festó en una serie de conflictos que tuvieron que dirim ir las dos potencias rivales: el bloqueo soviético de B erlín, la Revolución china, la guerra de Corea, la guerra de Vietnam, la Revolución cubana, la crisis de los m isiles o Af ganistán; en Europa, la guerra fría estuvo sim bolizada por « la cortina de hierro» y el Muro de Berlín, y en A sia, por el fracaso norteamericano en la guerra de Vietnam . La gue rra fría desembarcó en América con la Revolución cubana, que significó una dura amenaza para la tradicional hege monía norteamericana en e l continente. Guerra contra el estado del bienestar. A mediados de la dé
cada de los setenta, el mundo entró en la llam ada «segunda guerra fría », que llegó a su apogeo en los años ochenta con la era Reagan. En términos reales, el poderío norteamericano continuaba siendo m ayor que el soviético, pero se inició un
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renovado brote de fiebre m ilitar y retórica apocalíptica (la OTAN empezó a rearmarse). En 1986, en la cum bre de Islandia, Reagan rechazó un acuerdo con M ikhail Gorbachov, que propuso la «elim inación de las armas nucleares para el año 2 0 0 0 » (el presidente norteamericano se negaba a renun ciar a su program a de «guerra de las galaxias»). Hobsbawm considera que la nueva guerra fría im pulsada por Ronald R e agan (1 9 8 0 -1 9 8 8 ) fue una reacción occidental ante el ocaso de la «edad de oro» de la economía cap italista (fin del creci m iento y la crisis del petróleo de 1973). No estuvo dirigid a contra el «im perio del m al» exterior (es sabido que la Unión Soviética estaba dispuesta a desarmarse unilateralm ente), si no más bien contra el recuerdo del gobierno de Franklin D. Rooselvelt en el interior de la economía norteamericana: ¡su blanco privilegiado era el estado del bienestar! De este modo estaba naciendo el neoliberalismo.
Tres oleadas revolucionarias La primera esperanza. La prim era ola revolucionaria es la
que inaugura en Europa la Revolución bolchevique de 1917, que dio origen al m ovim iento com unista internacional y abrigó la esperanza de una revolución an ticap italista m un d ial. Los partidos comunistas sustituyeron a la socialdemocracia como principales representantes del m arxism o. Lenin esperaba un estallido en A lem ania, pero el «octubre germ a no» no tuvo lu gar y el Partido Com unista (KPD) fue diez mado por el asesinato de sus dirigentes: Rosa Luxemburg (1 8 7 1 -1 9 1 9 ) y Karl Liebknecht (1871 -19 19 ).
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La descolonización. La segunda oleada de la revolución social
estalló en la posguerra. Fue en A sia donde se quebró el viejo sistem a colonial: India, Siria, Líbano, C hina, Corea del sur e Indochina. En la década de los cincuenta ya nadie esperaba una revolución en Europa O ccidental, más bien el futuro de la revolución se desplaza a las zonas cam pesinas del Tercer M undo, fundam entalm ente en aquellos países coloniales en que las potencias europeas se opusieron a una descolonización pacífica: M alasia, K enia, A rgelia y V ietnam , que adoptaron la lucha guerrillera. También en Am érica Latina, la enorme in fluencia de la Revolución cubana (1959) dio lu gar al su rg i m iento de m ovim ientos insurgentes, como la experiencia del Che Guevara en Bolivia, el M ovim iento de Liberación N a cional-Tupamaros (M LN -T) en U ruguay, el M ovim iento de Izquierda R evolucionaria (M IR) en C hile, el Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) en N icaragua, el Frente Farabundo M artí de Liberación Nacional (FMLN) en El Salva dor, la U nión N acio nal R evolucionaria G uatem alteca (U N RG ) o las Fuerzas Arm adas Revolucionarias de Colombia-Ejérciro del Pueblo (FARC-EP, formadas antes del in flu jo cubano y todavía existentes), entre muchos otros. También aparecieron otros grupos que, a diferencia de todos los ante riores, no respondían al marxismo clásico, como por ejemplo el peruano Sendero Luminoso (guerrilla indígena que, de m a nera heteróclita, com binaba fragmentos dispersos del pensa m iento m aoísta con las prácticas m ilitares de Pol Pot en Camboya).
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La tercera ola de revoluciones. Se desarrolló, desde prin ci
pios de la década de los setenta, a m edida que la «edad de oro» del capitalism o tocaba a su fin, coincidiendo con la cri sis m undial (1974-1979)- Sacudió fundamentalmente al Ter cer Mundo: — En Á frica: con la descolonización de las colonias p o rtu guesas de M ozam bique, A n go la, G uin ea-B issau y Cabo verde; el Congo b elg a y el su rg im ien to d el Congreso N a cional A fricano en Sudáfrica. — En Centroam érica y en el Caribe: con la continuidad de la lu cha del FSLN y su revolución triunfante en N icaragua, ju n to con la pervivencia del FMLN en El Salvador. En ambos ca sos se produjo la peculiar aparición de sacerdotes católicos marxistas (enrolados en la «teología de la liberación»). Esta tercera ola estuvo signada por la derrota norteam erica na en V ietnam , en 1975. Esta marea de la revolución m undial desencadenó lo que se ha dado en llam ar « la segunda guerra fría», durante el periodo del presidente norteamericano Ronald Reagan. Éste interpretaba estas revoluciones populares como parte de una ofensiva global de « la superpotencia com unista».
El «socialism o real» del «corto siglo xx» Balance crítico de la Unión Soviética. A dem ás de periodizar
los distintos conflictos en el capitalism o de O ccidente, Hobsbawm se aboca a estudiar lo que sucedía en el otro polo del mundo. A p artir de ese horizonte paralelo de análisis, inves-
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tig a desde una perspectiva crítica el desarrollo del socialismo soviético, cuestionando su política de modernización acelera da y forzada desde arriba. D urante la década de los treinta, la ofensiva industrializadora im puso en R usia grandes sacrificios a la población. Si bien la industrialización funcionó y convirtió a la U nión So viética en una poderosa economía industrial, esto fue a costa de la explotación del campesinado, que asumió la pesada car ga del proceso de acum ulación p rim itiva socialista. Hobs bawm destaca este aspecto de la historia social, es decir: — Cómo im pactaron estas profundas transformaciones en la vida de la gente común. — Qué significado real tuvo la revolución para ellos. José Stalin, quien tras la m uerte de Lenin presidió esta «edad de hierro», convirtió a los campesinos soviéticos en «siervos de la gleb a», mano de obra reclusa (en los siniestros gulags), afectando en número entre cuatro y trece m illones de personas. Como señala Hobsbawm, el fracaso de la colectiviza ción forzosa de la tierra en cooperativas o granjas estatales fue un verdadero desastre, y con ella la U nión Soviética fue inca paz de autoabastecerse de alimentos. Esto motivó que, a partir de los años setenta, tuviera que depender del mercado m undial de cereales para cubrir una cuarta parte de sus necesidades. Después de la muerte de Lenin. Hobsbawm considera que el
balance del período estalinista en la Unión Soviética (conso
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lidado tras la m uerte de Lenin) es aterrador: las purgas — e li minaciones políticas— desarrolladas entre 1934 y 1939 lle varon a que cuatro m illones de miembros del partido bolche vique fueran arrestados por motivos políticos y cuatrocientos m il de ellos fueran ejecutados sin juicio previo. ¡En R usia se elim inaba a los com unistas! Sin em bargo, aunque da cuenta y analiza esta tragedia de la posrevolución, Hobsbawm prefiere reservar el calificativo de «to talitario » exclusivam ente para los regím enes fascistas. El régim en soviético de Stalin — a quien define de la si guiente manera: «U n autócrata de una crueldad y falta de es crúpulos excepcionales»— quedaría, pues, exceptuado de es tos sistem as llam ados «to talitario s». Hobsbawm destaca cómo, a nivel intelectual, el marxismo quedó literalm ente atrofiado entre 1930 y 1956. En el dog ma soviético estalinista, cualquier teoría del arte d istin ta al «realism o socialista» y cualquier psicología d istin ta a la de Iván Pavlov (1 8 4 9 -1 9 3 6 ) estaban proscritos. En esos años, H egel fue expulsado del marxismo y recibió la increíble acu sación de «filósofo reaccionario de A lem an ia», a pesar de ha ber sido la fuente directa de inspiración de M arx. A lbert Einstein (1 8 7 9 -1 9 5 5 ) en la física; la genética, y la totalidad de las llam adas «ciencias burguesas» — como el psicoanáli sis— , despertaron suspicacias y críticas.
El Tercer Mundo Más allá de Occidente. En la posguerra, las mayores am ena
zas al capitalism o británico provienen de las revueltas colo
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niales y de los m ovim ientos de liberación colonial. Estos pro cesos determ inaron un internacionalism o m uy diferente al que el joven Hobsbawm había vivido con entusiasm o de es tudiante y con la pasión de historiador (la lucha antifascista, la gaerra y la R esistencia en Europa). Como señala Hobsbawm, la historia extraoccidental se emancipó con los procesos de descolonización (el fin de los imperios). Además, las em igraciones masivas de la zona del Caribe al Reino U nido de em igrantes de color, impusieron nuevos tem as al historiador, como el racismo. Los m ovim ien tos de derechos civiles en Estados U nidos y la denuncia de la tortura en A rgelia, por parte de Francia, generaron campañas de protestas en O ccidente que no iban dirigidas a los países comunistas de Europa del Este; por el contrario, daban cuen ta de la problem ática del occidente colonizador y el surgi miento del Tercer M undo descolonizado. En los años sesenta, el Tercer M undo devolvió al primero la esperanza de revolución y despertó el interés por su histo ria, especialm ente la Revolución cubana y la lucha del p u e blo de V ietnam . Las nuevas campañas políticas eran entonces antinucleares, antiim perialistas y antirracistas. De este modo, abrían nuevas perspectivas para la interpretación histórica. América Latina desde adentro. Entre 1962 y 1963, Hobs
bawm recorrió A m érica del Sur como investigador de las re beliones cam pesinas, es decir, incursionando en el campo de la historia social de ese continente. En la edición española de su obra R ebeldes p rim itivo s, incluyó dos estudios latinoam eri
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canos: uno, sobre el m ovim iento cam pesino en Perú y, otro, sobre Colom bia. En los valles de la región peruana de Cuzco, Hobsbawm investigó el sistem a de haciendas de cultivos pa ra la exportación y t o d o el proceso de enfrentam ientos cam pesinos contra los abusos de los hacendados, que eran «due ños de vid a y hacienda». Entre 1961 y 1963, las agitaciones campesinas en Perú im pulsaron la organización de sindicatos y federaciones. Como destaca Hobsbawm , el Partido Comu nista Peruano cum plió un im portante papel que, a diferencia del norte mestizo — donde tenía mayor fuerza la Alianza Po pular Revolucionaria A m ericana (A PRA ), fundada por H aya de La Torre— , pudo consolidarse en la región de Cuzco. En 1961 comienza el m ovim iento de ocupación de tierras en m a sa que desem bocaría en la reforma agraria. En el caso de Colom bia, Hobsbawm estudió lo que se co noce como el período de «La V iolencia» (con m ayúsculas, da da su gravedad), un período que com bina la guerra civil, las acciones guerrilleras y el bandolersim o rural. El p a ís... estaba experim entando la mayor m ovilización arm ada de campesinos (ya sea como guerrilleros, bandoleros o grupos de au todefensa creados por el P artido Com unista) en la historia recien te d el hem isferio occidental.
A partir de ese viaje, A m érica Latina cam bió su perspecti va de historiador y fue am pliam ente reveladora como labora torio del cambio histórico.
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De la derrota del M ayo francés de 1968 a la era Thatcher El Mayo francés. Los acontecimientos raram ente se perciben
de cerca, pero tam bién es cierto que para un historiador pro fesional y comprometido en el m ovim iento com unista inter nacional, la incomprensión del m ovim iento del M ayo francés de 1968 es fácilm ente atrib uib le a razones políticas. En su prim er ensayo sobre el M ayo francés de 1968, pu blicado al año siguiente de los sucesos (1969), Hobsbawm tuvo una visión bastante sesgada. Asum ió la defensa de la ac titu d del Partido Com unista Francés, que en ese momento controlaba una poderosa federación de sindicatos. Destacó el «papel crucial» de este partido como una alternativa «viable» de gobierno (a través de un frente popular), caracterizándolo como la única organización que «conservó su fuerza y su se renidad», a pesar de los ataques de los gaullistas y de los re volucionarios. Hobsbawm subestimó el im pacto a largo plazo de la sacu dida del M ayo francés de 1968 en el sistem a político de Fran cia y en otros países afectados por el m ovim iento. Los sucesos del M ayo francés expresaron el m alestar y las contradicciones de la sociedad francesa en la época g a u llista , pero Hobsbawm no comprendió entonces al m ovim iento estudiantil (los estu diantes franceses politizados por las guerras coloniales de Francia en A rgelia y V ietnam ). La B astilla sim bólica del mo vim iento fue La Sorbona. H asta una figura consagrada dentro de la intelectualidad francesa, como la de Jean -P au l Sartre
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(19 05 -19 80 ), se reunió y entrevistó con el líder Daniel CohnBendit. A diferencia de Sartre, Hobsbawm calificó a la insurrec ción del M ayo francés de «an tip o lítica»: desde su perspecti va, no tenía ningún program a político sino algunos objetivos específicos y periféricos. Su enem igo era «el sistem a». C itan do a A lain Touraine, otro t e s t i g o de los acontecimientos, el enem igo carece entonces de rostro. No es la explotación, que im plica explotadores, sino la «alineación». Por sí misma, la rebelión y la disidencia cultural, señala Hobsbawm, son síntomas pero no constituyen fuerzas revolu cionarias. En su óptica, más bien escéptica, «las maravillosas ins cripciones murales» de los estudiantes — por ejemplo, la famo sa «Está prohibido prohibir»— pueden considerarse com o... { ...] formas menores de liceratura y teatro, m arginales respec to a la corriente p rincipal de los hechos. El m ovim iento estudian t il de 1968 era algo perturbador, pero no una verdadera amenaza política.
El fin del predominio de Keynes. Antes de la explosión de
1968, Occidente había vivido una «etapa dorada» del capita lismo. La m ism a se extendió desde 1945 hasta la crisis de 1973: la caracterizó una economía estable y liberal, con leyes de seguridad social y aum ento de los salarios reales. Una g e neración de europeos conoció las posibilidades y ventajas del pleno empleo. En el Reino U nido, destaca Hobsbawm, la victoria de 1945 convirtió al gobierno laborista en la mayor adm inistración reformista del siglo.
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En la «era dorada» y de expansión económica, las políticas de John M aynard Keynes (1 8 8 3 -1 9 4 6 ) funcionaron sin m a yores obstáculos, fundam entalm ente durante las décadas de los cincuenta y sesenta. Durante la «próspera m ediocridad de los años cincuenta», como la califica Hobsbawm, se había desterrado de Europa la idea de revolución social. U na de las razones de la «etapa do rada» de la economía era el precio del petróleo, es decir, com bustible m uy barato. Como tam bién sucede con el economis ta m arxista b elga Ernest M andel, Hobsbawm prefiere adoptar la perspectiva de análisis del economista ruso N. D. Kondratiev (una de las víctim as de Stalin). Kondratiev for m uló las pautas a las que se habría ajustado el desarrollo eco nómico desde el siglo X V ili, en una serie de «ondas largas» de cincuenta años de duración, a p artir de las cuales sobreven dría una etapa descendente. En ese sentido, la «edad de oro» del siglo X X no habría sido más que otra fase del ciclo capi talista, como la anterior gran expansión de 1850 a 1873. El Mayo francés de 1968 marca una inflexión política y cultural en la crisis de ese tipo de capitalism o. Cinco años más tarde, a partir de la crisis económica de 1973, cuando el cár tel de productores de petróleo (la OPEP) aumentó el precio del crudo, la economía entró en una clásica depresión cíclica. El credo fundam entalista del mercado libre que se im pu so después, es de alguna forma un producto colateral de esta «ú ltim a fase del siglo corto», es decir, de la ruptura de la lla m ada edad de oro keynesiana. El recientem ente creado Pre m io Nobel de Economía respaldó al neoliberalism o al conce
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der, en 1974, el prem io al economista Friedrich von H ayek y, dos años m á s rarde, a M ilron Friedman (ambos, gurús de la ideología neoliberal). En la década de los ochenta, a partir de la ofensiva ideológica de M. Thatcher y R. R eagan, fue co mún la desilusión acerca de la gestión de las industrias esta tales y de la A dm inistración Pública, tanto en el Reino U ni do y como en Estados Unidos. Pero hacia el finales de siglo x x , la crisis de este (neo)liberalism o reactualizó la b atalla entre keynesianos y neoli berales. Hobsbawm frente a la Dama de Hierro. Desde la crisis de
1956 en adelante, Hobsbawm no tuvo una intervención po lític a im portante. Permaneció dentro dei pequeño Partido Com unista británico, m ientras publicaba artículos en su re vista teórica M arxism Today, que mantuvo hasta finales de los setenta una activa polémica pública acerca del futuro del Par tido Laborista. En la década de los ochenta, la publicación sentó posición frente al gobierno conservador de M argaret Thatcher (prim era m inistra entre 1979-1991), que «había declarado una verdadera guerra de ciases» a los trabajadores británicos. Las transformaciones conservadoras (una verdade ra revolución económica, política y cultural) amenazaron con desm antelar el estado del bienestar de la «era dorada». Ade más, el régim en de Thatcher provocó una aguda crisis en el Partido Laborista. Hobsbawm atrib uye el térm ino «thatcherism o» a Stuart H all, acuñado en un artículo que caracterizaba el clim a po-
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lírico británico como el «G ran espectáculo itinerante de la derecha». La línea política que adoptó la revista M arxism Today fren te al thatcherism o era una estrategia de acuerdo electoral en tre el laborismo, los liberales y los socialdemócratas, como «voto táctico anticonservador» (el voto útil). En sus escritos, Hobsbawm sostiene que Thatcher no re presentó solamente otro régim en burgués o conservador, sino una versión de los ochenta de un gobierno de la derecha ra dical. De ah í la necesidad de unidad para derrocarlo electo ralm ente. Pero esta postura le valió la hostilidad y crítica de la m ayoría de los intelectuales marxistas de la Nueva Iz quierda: Raym ond W illiam s, Ralph M iliband, Perry Anderson y otras prestigiosas figuras, para quienes esta táctica re presentaba una traición. La revista M arxism Today desapareció a finales de 1991 al m ism o tiem po q u e ... el Partido Com unista británico y la U nión Soviética. La guerra de las Malvinas. En un artículo publicado en M ar
xism T oday, Hobsbawm destaca que la guerra de 1982 propor cionó al Reino Unido una oportunidad de exhibir su arsenal, su determinación y su potencia m ilitar. Fundamentalmente en el plano nacional, perm itió al thatcherismo apoderarse de la iniciativa frente a otras fuerzas políticas y demostrar que el Reino Unido todavía era «grande», en un contexto de crisis económica, desindustriaiización y desempleo masivo (tres m i llones de desempleados). En este sentido, fue una brillante ope
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ración política, una reacción frente a la decadencia del imperio británico. Thatcher libró su propia guerra para «hacer desfiles de victoria». Hobsbawm señala que la contienda nada tenía que ver con las propias islas Malvinas ni con el derecho a la au todeterminación, sino con la política interior británica: le dio popularidad a la primera m inistra, fortaleció a la ultraderecha y al Partido Conservador. Además, la guerra sirvió para probar que es absolutamente esencial mantener una gran armada, ca paz de operar en todo el planeta, y cuál es realmente la impor tancia de un arsenal nuclear exclusivamente británico. La «nueva era» Blair. En la década de los noventa, el nuevo
laborismo británico aceptaba los resultados lógicos y prácti cos del thatcherismo y abandonaba deliberadam ente la de fensa de la propiedad pública, los derechos de los trabajado res y sindicatos, y la justicia social. Más que un laborismo reformado, señala Hobsbawm, Tony B lair asumía en los no venta la jefatura del partido como un político realista, que debía adaptarse a las exigencias de la teología del mercado. El historiador lo sintetizó de la siguiente manera: «Era una Thatcher con pantalones.»
La caída del socialismo El derrumbe. «¿C uál es el significado histórico de 1 9 8 9 ?», se
pregunta Hobsbawm. Ese año el socialismo burocrático se derrumbó en Europa O riental (con la caída del Muro de Ber lín), anticipando la caída del régim en existente en la Unión Soviética y su estructura m ultinacional.
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El efecto principal de 1989, según Hobsbawm, es que el capitalism o y los ricos han dejado de tener miedo al campo socialista burocrático, tan extendido después de 1945. Es el final de una era en que la historia m undial trataba de la Re volución de octubre. Analizando ese derrumbe, Hobsbawm plantea una nueva serie de hipótesis historiográficas. El estancamiento. La ralentización (desaceleración) de la eco
nomía soviética se hizo evidente en los años ochenta, momen to en que el régim en político de los países del Este europeo y de la Unión Soviética estaban cada vez más involucrados en la economía mundial (a diferencia del período de entreguerras, cuando la Unión Soviética se mantuvo inmune a la Gran De presión de 1930). La inserción en el mercado m undial capita lista la condujo a la exportación de petróleo y a crecientes im portaciones de trigo de países occidentales. Los tiempos de Brezhnev fueron denunciados por el movimiento reformista de M ijail Gorbachov (1985). Intentado una evaluación de conjunto, Hobsbawm sostiene: — Europa O riental era «el talón de A quiles» del sistema so viético y Polonia, su punto más vulnerable. La mayor par te de los pueblos de Europa del Este estaban fundamen talm ente despolitizados y el comunismo en general no fue internalizado por los pueblos, no entró en sus vidas. Sin embargo, ninguno de los regím enes comunistas fue derro tado y, excepto en Polonia, ninguno contaba con una fuer
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za de oposición po lítica organizada (como el sindicato So lidaridad y la Iglesia católica polaca). — El mundo del llam ado «socialism o real» estaba construi do sobre líneas nacionales (con lenguas y etnias distintas) y al colapsar la fractura se extendió inevitablem ente a lo largo de aquellas líneas; es decir, hubo un «aparente» re surgim iento del nacionalismo en todas las sociedades de Europa del Este. — Afganistán, invadida por las tropas rusas, se convirtió en «el Vietnam de la Unión Soviética», según Hobsbawm. La posguerra fría. El final de la guerra fría, que había produci
do una estabilización relativa del mundo (por medio de la autolimitación y el equilibrio impuesto por las dos superpotencias), dejó disponible un arsenal inmenso. Además, la guerra ha cam biado en un doble sentido: político y tecnológico. Hobsbawm señala que la intervención de la OTAN en la crisis de Bosnia dio la ocasión para conferirle un nuevo papel, para reconstruir su función y su sentido tras el final de la guerra fría. Un fenómeno nuevo, característico de la nueva era, surge de la relativa desintengración del poder de los Estados en algunas zonas del mun do. Esta situación resucita figuras, como la de «los señores de la guerra» o la combinación de la «guerra privada» y la guerra en tre los Estados. U n ejemplo de ello es el de las corporaciones, que poseen tanta riqueza como los Estados mismos (ése es el ca so de las empresas privadas que colaboran con las tropas de la OTAN). Hobsbawm interpreta que esos fenómenos conllevan una inversión de la tendencia secular a fortalecer los Estados te
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rritoriales. Desde su óptica, actualm ente — inicios del siglo XXI — estamos asistiendo al debilitam iento y a la desaparición efectiva de algunos Estados (Afganistán, A lbania, los Balcanes, grandes regiones de África y de A sia Occidental, como los ca sos del Cáucaso y Chechenia, que regresaron a la guerra de cla nes). Y esto se relaciona en un aspecto con la pérdida, por par te del Estado, del monopolio de la fuerza de coerción.
¿El retorno de la barbarie? El nacionalismo en el anochecer del siglo xx. En su obra N a
ciones y nacionalism o, Eric Hobsbawm propone algunas hipó tesis e interpretaciones para analizar el desmembramiento de la Unión Soviética, Yugoslavia y Europa del Este, que amplió el número de entidades soberanas reconocidas internacional m ente como «naciones». Después de la Segunda Guerra M undial, la creación de nuevos Estados reflejaba tres factores determ inantes: 1. La descolonización (tanto en África como en Asia). Hobs bawm destaca que las fronteras de estos Estados poscoloniales no tienen ningún significado nacional preexistente, sino que reproducen las zonas demarcadas arbitrariam ente por la adm inistración colonial. 2. La revolución (Yugoslavia, C hina, Grecia, etc.). 3. La intervención de potencias exteriores (Estados creados como producto de los acuerdos territoriales de los aliados, como por ejem plo las dos Alem anias de posguerra y el Es tado de Israel).
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El separatismo en Europa del Este. Hobsbawm señala que el
actual brote de agitaciones separatistas y étnicas en Europa Central es propio de problem áticas del siglo X X . El naciona lism o y la etnicidad funcionarían actualm ente como un «su s tituto de factores de integración en una sociedad que se está desintegrando». Constituirían expresiones de una p o lítica de identidad (el anhelo de identidad de grupo). Pero es una cuestión m uy diferente al nacionalismo del siglo x ix , perío do en que la «construcción de naciones» en la Europa desa rrollada fue un factor central de la transformación histórica. A finales del siglo X X , las «naciones» y los «nacionalis mos» ya no son términos apropiados para describir la aparen te explosión de separatismo político de los años noventa en Europa Central (Yugoslavia, C hecoslovaquia...), donde in cluso los conflictos sangrientos entre grupos étnicos son más antiguos que el program a del nacionalismo. En Europa del Este, el separatismo tiene sus raíces entre 1918-1921, con los tratados de Versalles y de Brest-Litovsk, es decir, con la división de los imperios m ultinacionales (el imperio turco y el austro-húngaro de los Habsburgo), así co mo de la Revolución rusa. Según Hobsbawm, tampoco la Unión Soviética se de rrumbó bajo el peso de las tensiones nacionales internas; por el contrario, las causas profundas de su desintegración fueron sus dificultades económicas. Antes de Gorbachov, ninguna república soviética pensaba separarse de la Unión Soviética excepto en los Estados bálticos. Incluso la idea de repúblicas soviéticas basadas en «naciones» fue un invento teórico de los
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intelectuales soviéticos más que una aspiración de los pueblos de Asia Central. Hobsbawm afirma que el lema de la autodeterm inación es actualm ente un síntom a de la crisis del concepto decimonó nico de «estado-nación». De la m ism a manera, en Europa O ccidental y en A m érica del Norte la xenofobia que da paso al racismo es un fenóme no mucho más generalizado en los años noventa que durante los peores tiempos del fascismo. El Estado de Israel. Hobsbawm no duda en calificar a Israel
como « la pequeña nación-estado m ilitarista, culturalm ente decepcionante y políticam ente agresiva», que excluye de los plenos derechos de ciudadanía a todo aquel que no sea hijo de madre judía. Creado, en 1948, como secuela de la Segunda G uerra M undial, por entonces un m illón trescientos m il pa lestinos, aproxim adamente, fueron registrados por la ONU como refugiados. Para 1960, señala Hobsbawm en su H isto ria d el sig lo X X , un m illón doscientos m il judíos habían em i grado a Israel. Los colonos crearon un Estado m ayor al d is puesto por la partición británica del territorio y en constante expansión de sus fronteras. La U nión Soviética había sido uno de los prim eros países en reconocer al nuevo Estado de Israel; no obstante, éste se consolidaría como aliado incondicional de Estados Unidos y ejercería un poder a p artir de la posesión de armas atómicas. En tanto historiador, Hobsbawm cuestiona la idea d el pueblo judío como «víctim a» con derechos exclusivos, o la idea se-
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gun la cual constituye un pueblo «elegido» y especial. Pre fiere sostener la idea de que el pueblo judío es «un pueblo en diáspora». Hobsbawm cree que el m ito histórico de la expulsión de Palestina, y el ideal de retorno, no fue concebido como un pro gram a político sino hasta finales del siglo x ix . El descubri miento del tem plo de Jerusalén, por obra de los arqueólogos nacionalistas de Israel, fue el acontecimiento utilizado para justificar no sólo la fundación del Estado, sino tam bién la idea de capital. De manera análoga, la roca de Masada (el lugar donde novecientos judíos resistieron a Los romanos hasta el fin, hasta llegar al suicidio colectivo) fue transformada en un rito nacional en el que todos los jóvenes israelíes deben tomar parte y en un lugar que recorren los turistas extranjeros. Este tipo de reconstrucción histórica (nacionalista y pa triótica) es comparable a la que realizó Grecia, cuando con quistó su independencia. H asta entonces, Atenas no era su capital, pero fue elegida por quienes, como en el caso de Is rael, tenían necesidad de remontarse a algun a glo ria pasada, con pocas conexiones con la realidad histórica presente. A te nas, habitada por un 50 por 100 de albaneses, fue reconstrui da con un estilo arquitectónico neoclásico y transformada en capital del nuevo Estado en Grecia. Pesimista y escéptico. El historiador británico, en el últim o
capítulo de su H istoria d el siglo XX, «E l fin del m ilenio », en saya una especie de balance, marcadamente pesim ista y es céptico, que cierra su itinerario a todo lo largo del «siglo cor
LAS ER A S DE H O B S B A W M
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to ». Hobsbawm u tiliza los términos derrumbe, desorden global e im potencia para caracterizar el siglo en el que nos in trodujo con la «era de las catástrofes». Para justificar esta perspectiva, es suficiente enumerar los graves problemas que ensombrecen cualquier dato optim ista: — El fracaso del modelo soviético y del socialismo burocrático. — El fracaso del modelo neoliberal. — El ensanchamiento irreversible del abism o entre los países pobres y ricos del mundo. Según advierte nuestro autor, ya nadie espera un retorno al pleno em pleo, t í p i c o de la «edad de o t o » de O ccidente; por otro lado, se debilitaron o elim inaron por completo todos los instrum entos para gestionar ios efectos sociales de los cata clism os económicos (por ejemplo, la seguridad social). En ese diagnóstico, más bien amargo, tam bién advierte que en la política contemporánea han decaído las ideologías program á ticas nacidas de las revoluciones del siglo XIX. A contramano de las versiones ingenuam ente racionalistas y triunfalistas, Hobsbawm sostiene que el siglo XX ha sido una «era de guerras religiosas», idea que p erm itiría entender, desde su singular óptica, las fuerzas del nacionalismo y del socialism o en tanto religiones seculares. El sombrío futuro europeo. Respecto al futuro de la can pro-
mocionada y celebrada Unión Europea, Hobsbawm señala que bajo ningún aspecto se fundó como una organización ver
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daderam ente dem ocrática; por el contrario, Europa tenderá a una situación comparable al Consejo de Seguridad de las N a ciones U nidas, donde los países que verdaderamente están en condiciones de tom ar las decisiones no están dispuestos a ce der su poder a favor de la m ayoría. Hobsbawm pone en duda la posibilidad de reforzar los poderes del Parlam ento de la U nión Europea. Además, señala que el actual proteccionismo une a los europeos frente a la com petencia de Estados Unidos y a la inm igración de masas del Tercer M undo. Pero la polí tica agrícola com unitaria no podrá continuar una vez que los grandes países agrarios pobres de Europa del Este entren en la Unión Europea, porque el im porte de las subvenciones que deberían recibir es del todo insoportable para el presupuesto de la U nión Europea. En ú ltim o térm ino, concluye Hobs bawm , lo que suceda en Europa dependerá, en especial, del entendim iento que se dé entre A lem ania y Francia, las dos eternas hermanas rivales. H abrá que afrontar las perspectivas sombrías del siglo XXI que, como él se esfuerza en destacar, comenzó con los aspec tos trágicos del siglo anterior, tal como demostró el ataque terrorista a las torres gem elas de Nueva York, el 11 de sep tiem bre de 2001. A partir de este acontecim iento, tam bién se demostró que desde la desaparición de la Unión Soviética una sola hiperpotencia global ha decidido que su fuerza no tiene lím ites a corto plazo, ni tampoco lo tiene su disposición a utilizarla. Estados Unidos se declaró, de hecho, como el único protector de cierto «orden m u n d ial» y el encargado de determ inar las amenazas que pudieran surgir contra él.
LAS
ERAS
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Q uien no acepte esta prem isa puede convertirse en un ene m igo potencial o real. En un m iem bro del religioso «eje del m a l», tan religioso como el «eje del bien».
A m odo de conclusión Compromiso y toma de partido. Este recorrido a través de
su obra, su biografía y las entrevistas que le han realizado nos proporciona una buena idea de su im portancia como intelec tual crítico y agudo. H istoriador fuera de lo común, Hobs bawm se perm ite pensar la historia reciente a contrapelo de otros intelectuales lúcidos, políticam ente correctos y «bienpensantes», pero a fin de cuentas liberales. Hobsbawm constituye uno de los historiadores socialistas británicos, adscriptos a la tradición hum anista del marxismo, que siem pre han destacado el papel del sujeto en la historia. En su concepción, la historia trata de las relaciones sociales y, como en toda sociedad de clases, éstas son invariablem ente relaciones de confrontación, de lucha y de fuerza. Hobsbawm se propone rastrear cada momento de esa lucha, con sus de rrotas pasajeras y la aparición de otros movimientos tenden tes a la em ancipación social. Su original análisis de los siglos XIX y XX representa una m irada alternativa a la narración oficial de la historia como discurso del poder y m em oria legitim ada. Buceador en el te rreno de la historia social, Hobsbawm inscribe sus investiga ciones en la larga tradición de las luchas populares (de los tra bajadores, campesinos y de los nuevos m ovimientos sociales). En lu gar de esforzarse por construir una interpretación pre
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tendidam ente imparciaJ y neutralmence valorativa, nos invi ta a tom ar partido, apasionarnos y comprometernos. Ésa fue su decisión de toda la vida. El compromiso con el punto de vista de los explotados, los luchadores y todos los pueblos so metidos de la historia.
G lo s a r io
A lth u sser, Louis (1 9 1 8 -1 9 9 0 ). F i
re, de la prim era generación de
lósofo m arxista francés, nacido en A rgelia, de gran prestigio en las décadas de los sesenta y setenta. Hace una lectura crítica de M arx y se vale de los aportes de la lin gü ís tic a (Rom an Jak o b so n , 18961982), la antropología estructural de Claude Lévi-Strauss y el psicoa nálisis lacaniano. Hobsbawm y la historiografía m arxista británica cuestionan el análisis estructuralista de A lthus
Annales y fundadores de la Revista
ser, su pretensión cientificista y su deserción del humanismo. Annaíes. Escuela historiográfica
francesa que se opuso a la historia tradicional positivista y enfatizó los procesos de «la rg a duración», la historia económica y social, así c o m o «la historia d e las m entalida d es», según el nuevo vocabulario forjado por estos historiadores (el estudio de las representaciones co lectivas, las categorías com partidas en una época determ inada). Repre sentantes de esta escueia son: Marc Bloch (1 8 8 6 -1 9 4 4 ) y Lucien Febv-
Annales D'histoire Economique et So cials en 1929; Fernand Braudel (1 9 0 2 -1 9 8 5 ), perteneciente a la se gunda generación, d irig ió la revis ta desde 1956 a 1968, época en la que destacaron Pierre V ilar y R u g giero Romano. A la tercera genera ción de Annales pertenecen: J a c ques Le GofF, George Duby, Marc Ferro, Le Roy Ladourieg, Pierre N ora y R oger Chartier.
Bauhaus. Centro poi/tico y artísti co vanguardista que trabajó en A lem ania hasta 1933- Sus diseños artísticos se orientaron a los obje tos de uso cotidiano: sillones, lám paras, publicidad, el diseño indus trial, los impresos, la arquitectura y hasta los billetes alem anes (el marco) de 1923. Los artistas vin culados a esta escuela fueron, entre otros: el arquitecto W alter Gro pius (su director), Paul K lee, W as sily K andinsky, Lazslo MoholyN agy y el constructivista ruso El Lissitzky. La Bauhaus adquirió la
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reputación de lo que el nazismo denom inaba «bolchevism o cu ltu ra l» , y fue disuelta. H itler disper só a sus realizadores. Braudel, Fernand (1902-1985).
Perteneciente a la segunda genera ción de historiadores de la Escuela de los Annales. Codirector de la re vista y, a p artir de 1956, director de la. VI Sección de la École de Hautts Études en Sciences Sociales de Pa rís. Su tesis sobre el mundo del M editerráneo y su noción de d is tintos tiempos históricos (la larga duración, el tiem po corto y el acontecim iento) ejercieron gran influencia en la historiografía con tin en tal europea en la segunda posguerra. En Brasil, junto con Claude Lévi-Strauss, contribuyó a la creación de la Facultad de Letras de la U niversidad de San Pablo.
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Tuvo fuertes enfrentamientos con Stalin y, en 1948, se produjo su ruptura con la Unión Soviética has ta la reconciliación, en 1955, con N ik ita Kruschev, que había inicia do el proceso de desestalinización. Tito lideró tam bién el movimiento de los Países No-Alineados. Cartismo. Peticiones que las co
1980). Líder yugoslavo y uno de
m unidades obreras d irig ían al Par lam ento durante la Revolución In dustrial británica (1 8 3 0 -1 8 4 0 ) y que acompañaban con huelgas y manifestaciones. Los tejedores de M anchester so licitaban un im puesto sobre los telares mecánicos para igu alar las condiciones de la com petencia, la lim itación de ho ras de trabajo en las fábricas meca nizadas, el empleo de tejedores m asculinos adultos (expulsados por las m ujeres y niños) o un sala rio m ínim o legal. Fue el germen del prim er partido proletario en Inglaterra.
los organizadores del Partido Co m unista de su país. Fue voluntario en la guerra civ il española y líder de la Resistencia bajo la ocupación nazi en Yugoslavia. Después de la derrota alem ana en la Segunda Guerra M udial, se convirtió en p ri mer m inistro y, más tarde, en pre sidente de un Estado com unista.
C lase s s u b a lte rn a s . Grupos sociales subordinados a la dom ina ción burguesa. Antonio Gramsci introduce el estudio de los grupos subalternos (las clases trabajadoras, la clase obrera y los campesinos) que en las sociedades de clases mo dernas sufren siempre la iniciativa
Broz, Josip, alias Tito (1892-
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de los grupos dom inantes, incluso cuando se rebelan y se levantan. Hobsbawm adopta este concepto desde sus primeros estudios sobre el campesinado en Italia y para en focar su análisis de la protesta so cial, sus lím ites y el papel que cum plen los sectores no burgueses en las revoluciones de los siglos XIX y x x . De Gaulie, Charles (1890-1970).
G eneral francés que participa en la P rim era G uerra M u n d ial. En 1940, con la ocupación nazi en su país, se niega a reconocer el arm is ticio y se refugia en Londres, don de funda el Com ité de los France ses Libres. Entra en París en 1944, con la Liberación. Es jefe de Esta do entre 1944-1946 y presidente de la V R epública entre 1959 y
1968 . Doctrina Truman. D octrina que da
comienzo form almente a la guerra fría, proclamada por el presidente norteamericano H arry Truman, en 1947, sobre la necesidad de con tención del comunismo en Europa. Estalinismo. R égim en e ideología
política de José Stalin en la Unión Soviética, caracterizado por la per secución ideológica, e l fortaleci m iento de las fuerzas de seguridad,
la ilegalización de la disidencia, las purgas y el abandono de la demo cracia interna en el partido bolche vique. Durante la década de los trein ta, en los procesos de Moscú, los viejos dirigentes bolcheviques fueron encarcelados, deportados a campos de trabajo o ejecutados. También la cultura quedó supedi tada al poder, a una versión oficial, econom icista y rudim entaria del m arxism o; a una doctrina artística (el realismo socialista) considerada única, y a una ciencia oficial que rechazaba las innovaciones de Oc cidente (la teoría de la relatividad, el psicoanálisis, la genética, etc.). Estructuralismo. Corriente inte lectual que nace en Francia con las ideas de Claude Lévi-Strauss y la influencia de la lin gü ística en otras disciplinas sociales (la antropolo g ía , la sociología y la historia). In troduce la noción de estructura, entendida como una totalidad que otorga sentido al funcionamiento de sus partes. Supone la construc ción de un modelo abstracto de re laciones estables y articuladas (es tructuradas), reguladas por leyes y com binatorias. El estructuralism o concibe a las instituciones sociales como sistem as organizados, como estructuras resistentes, cuyas te-
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g las de funcionam iento tenemos que analizar. Ejemplos: la lengua y las estructuras de parentesco. Grundrisse. M anuscritos borrado
res de El Capital, escritos por K. M arx entre 1857 y 1858 y p u b li cados entre 1939 y 1940, en los que em prende ia crítica a las cate gorías económicas de la economía burguesa. Los historiadores socia listas británicos incluyeron la p ri m era traducción de los Grundrisse entre sus publicaciones (a través de la P elican Library) y presentaron este texto de M arx en la New Left Review. Estos borradores de El Ca p ita l expresan el desarrollo intelec tu al de Marx y la incorporación de conceptos como relaciones sociales de producción, fuerza de trabajo (entendida como m ercancía y dife
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se a criterios rigurosos para valorar los documentos. Con esta noción de «objetividad», tom ada del modelo de las ciencias naturales, se postula la neutralidad valorativa del histo riador al investigar el pasado. Historia social. Cam po de especia-
lización académ ica que se desarro lla a finales de la década de los c in cuenta. Incluye la historia de los pobres, de las clases bajas y sus m ovim ientos sociales, y expresio nes de protesta. En la historiogra fía m arxista, los «historiadores so ciales» se orientan al estudio de las organizaciones obreras. En el m u n do anglosajón, la historia social es tá asociada a la historia económica, es decir, al estudio de las estructu ras y ¡as transformaciones sociales (m odernización e in d u stria liz a
renciada del proceso laboral), feti chism o d el dinero, etc.
ción), así como las relaciones entre clases. Tam bién se incluye en este campo la historia de las m en talid a
H istoria p ositivista. H istoria tradi
des y de las culturas populares.
cional que se organiza como disci p lin a académica en el siglo XIX con Leopold von Ranke, centrada en los acontecimientos políticos y m ilita res. Se trata de una concepción de ia historia narrativa, descriptiva y cro nológica que tiene la pretensión científica de determ inar «objetiva m ente» los hechos históricos en ba
Historiografía marxista británica.
Corriente de historiadores socialis tas que desarrollaron sus investiga ciones en la segunda posguerra y en base a la teoría m arxista de la histo ria. Durante las décadas de los cua renta y cincuenta, se destaca una prim era generación representada
GLOSARIO
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por Eric Hobsbawm, Christopher H iíl y Leslie Morton. Ellos cuestio naron la vieja historia heredada del siglo X IX : narrativa, acontecimentai y positivista vigente en las universi dades británicas (con su gusto por la erudición, la im parcialidad del his toriador y su recelo hacia las teorías y filosofías d e Ja historia). El auge de esta nueva historia y su proceso de profesionalización se expresó, además, en la innovación temática (por ejem plo, el interés por el movi miento obrero británico) y metodo lógica (la historia económica y so cial). En los años sesenta, una nueva generación de historiadores marxis t e fundan la New Left Review (revis ta socialista independiente), desti nada a ejercer una gran influencia en la com unidad académica y en la historiografía de la segunda mitad del siglo XX. A esta nueva izquierda pertenecen los historiadores Edward P. Thompson, Raphael Sam uels,
I Internacional. La Asociación In ternacional de Trabajadores (AIT) fue fundada en Londres, en 1864, por Karl M arx y un grupo de em i grantes alem anes. También partici paron, aunque en menor m edida, m ilitantes anarquistas. Procura for talecer la organización de la clase obrera moderna. Esta I Internacio nal reunía a las delegaciones obreras
Stuart H all y Perry Anderson. Ju n to con la Escuela de los Añ ílales, los historiadores británicos renovaron el campo historiográfico. Armales se in teresó m ás p o r Ja me todología, las estructuras y la histo ria m edieval y moderna, mientras
cratas), qu e surgieron en todos los países de Europa en el ú ltim o cuar to del sig lo X IX .
que los historiadores socialistas lo hicieron por la teoría, ias revolucio nes y la historia contemporánea.
— encabezados por Lenin y Trotsky— después de la Revolución de octubre (1917), que dio lugar a la
en congresos anuales y tenía su sede en Londres. Se disuelve en 1872. II Internacional. Fundada en París, en 18 89 , se disuelve en la Prim era Guerra M un d ial, después de que sus líderes term inaran apoyando la guerra y el m ilitarism o frente a la cual su resistencia fue ineficaz. A diferencia de la prim era organiza ción que im pulsó el sindicalism o socialista, ésta representó un frente común d e los partidos de masas, principalm ente m arxistas (en esa época denom inados socialdem ó-
III Internacional Com unista (KOMINTERN). Organización interna cional, fundada por los bolcheviques
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creación de partidos comunistas en roda Europa. El I Congreso se cele bró en Moscú, en 1919, con la pre sencia de V. I. Lenin. Significó una ruptura permanente de los partidos de izquierda entre la corriente socialdemócrata y el ala revoluciona ria. La Internacional, que por prim e ra vez incorporó al socialismo la lucha de los pueblos coloniales, semicoloniales y dependientes, suscitó el rechazo inmediato y contundente de los gobiernos y de todo el espec tro político burgués europeo. El KOMINTERN fue disuelto por J. Stalin, durante la Segunda Guerra M undial (1943), a petición de los dirigentes aliados. Durante la guerra fría, siguió existiendo como movi miento comunista internacional su bordinado a Moscú, y atravesó, m al trecho, las crisis de 1956 y 1968. Im perialism o. Este térm ino, que no aparece en los escritos de M arx, fue analizado entre 1914 y 1916 por Lenin y convertido en un ele m ento clave del m arxism o revolu cionario de los m ovim ientos co m unistas y de liberación del Tercer M undo. Lenin postula las raíces económicas — p rincipalm ente la fusión del capital bancario con el in dustrial, dando origen al capital financiero— y su correspondencia
CRÍTICA
DEL SIG L O XX
con una nueva fase del capitalism o (m onopolista). Es la expansión de las potencias capitalistas y la ten dencia a poner bajo su dependencia p o lítica o económica a otras regio nes y pueblos del planeta, bajo for mas de control directo (colonias) o control inform al, como protectora dos y zonas de influencia. K eynesianism o. Teoría d el econo m ista b ritán ico Jo n h M aynard Keynes (1 8 8 3 -1 9 4 6 ) q uien , como respuesta a la influencia de la R e volución bolchevique y a los pro blem as de la Gran Depresión de 1930, propuso la intervención es tatal en la economía oponiéndose a la doctrina liberal del laissez-faire. En 1936 publicó su obra Teoría g e
neral d el empleo, el interés y el dinero. La crisis de 1929 dem ostró que la visión optim ista sobre el capitalis mo autorregulado por los m ecanis mos de mercado correspondía a una etapa inicial de la economía. H acia finales del siglo XIX, la con centración y los monopolios hicie ron de la libre com petencia un m i to. En el desarrollo d el capitalism o m aduro, « la mano in v isib le» o los mecanismos de mercado y a no fun cionaban au to m áticam en te. El aporte de Keynes consistió, enton ces, en proponer nuevos m ecanis
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mos, reactivando la producción y el consumo a través d el gasto pú blico. El Estado debía intervenir para estabilizar la economía y el n ivel de empleo, neutralizando to da oposición radical al capitalism o. Larga duración. Concepto utilizado
por el historiador francés Fernand Braudel para indicar que no existe un tiem po social único, sino distin tos ritm os y velocidades de la his toria. Al tiem po breve de la cróni ca política de los acontecim ientos, opone esta idea de la «larga dura ció n », que da cuenta de una histo ria estructural, casi inm óvil, una geohistoria que p rivileg ia las conti nuidades. El m edio geográfico o las estructuras sociales se relacionan con la larga duración porque impo nen lím ites de los cuales los hom bres y sus experiencias no pueden librarse. Braudel tam bién ha califi cado a las m entalidades como «cár celes de larga duración». La noción de estructura, tom ada por Braudel de Lévi-Strauss, se relaciona con la larga duración, es decir, con la or ganización y las relaciones sociales fijas (estructuras resistentes) que el tiem po no desgasta. Neocolonialismo. T érm ino u tili
zado, a partir de la segunda pos
guerra y la descomposición de los im perios coloniales, para indicar la dom inación y dependencia de otros pueblos (ya no como colonias típicas, sino a través del control económico y financiero) y de orga nizaciones internacionales (como el Fondo M onetario Internacional y el Banco M undial). Nueva Izquierda. Corriente p o líti ca y cultural que surge en la déca da de los sesenta como alternativa frente al estalinism o y ia izquierda tradicional. En el caso dei Reino U nido, se adoptó este nombre para la historiográfica m arxista y para su publicación, en la que destaca ron figuras como Raymond W i lliam s, Stuart H a ll, Edward P. Thompson, Perry Andcrson, Tom N airn y Robín B lackburn (la m a yoría de ellos, historiadores que publicaron sus estudios y ensayos en New Left Revivió). Owen, Robert (1771-1858). So
cialista utópico británico. Impulsó ios orígenes del cooperativismo. Pacto de Munich. Producto de la
política de apaciguar a H itler, fir mado en 1938 entre ios gobiernos de Alem ania, Francia y Reino U ni do. Concedía a la Alem ania nazi el territorio de los Sudetes (región
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checoslovaca), en tanto que las po tencias garantizaban el resto de Checoslovaquia, que cedía esta zona y as/ se evitaba una nueva guerra.
en qué debe desarrollarse el traba jo (secuencia de m ovim ientos) y el ritm o óptim o para red u cir los «tiem pos m uertos» o im producti vos en la fábrica.
Paine, Thom as (1737-1809). R e
volucionario británico que defen dió la Revolución Francesa y fue acusado de alta traición, en Ingla terra, por su publicación Los dere
Thatcher, Margaret. P o lítica con
Política de apaciguamiento. P olí tic a de negociación q u e, tanto Francia como el Reino U nido, em prendieron en la década de los trein ta con la renacida A lem ania de A do lf H itler, haciendo conce siones al creciente poderío alem án para m antener la paz en Europa.
servadora británica, educada en la U niversidad de Oxford. En 1975 fue designada líder del Partido Conservador y, en 1979, se convir tió en la prim era m ujer que acce d ía a l cargo de prim era m inistra. Conocida como la Dama de H ie rro, fue reelegida para las leg isla turas de 1983 y 1987, ejerciendo una p olítica de choque, neoliberal y en contra de la clase trabajadora. Según H obsbaw m , expresó la p olí tica radical de la derecha.
Taylorismo. Su iniciador fue Fre-
Tradiciones inventadas. Noción
derick W ilson Taylor. Demostró que el p rincipal obstáculo a la acu m ulación del capital era la resis tencia obrera a intensificar su tra bajo en la fábrica. La presión sobre los beneficios en el período de la depresión de 18 73 , im pulsó a Tay lor a desarrollar métodos de con trol del proceso productivo (por ejem plo, introduciendo el cronó m etro dentro de la fábrica) y sacar m ayor rendim iento a los trabaja dores, exigiendo de m anera precisa
que introduce H obsbaw m para comprender las prácticas de natu raleza ritu al que sim bolizan la co hesión social o pertenencia a co m unidades reales o artific iales, fundam entalm ente en el marco de los Estados modernos. Éstas le g iti man instituciones, relaciones de autoridad, inculcan valores o con venciones, destruyen o d ilu yen identidades de clase y las recons truyen en función de la hegem onía p olítica de los sectores de poder.
chos d el hombre.
B ib lio g ra fía de Eric H o b s b a w m
Trabajadores. Estudios de historia de la dase obrera, Barcelona, C rítica, 1979El mundo d el trabajo, Barcelona, C rítica, 1987. Industria e imperio. Una historia económica de Gran Bretaña desde 1750, Bar celona, A riel, 1987.
Rebeldes primitivos. Estudio sobre las formas arcaicas de los movimientos sociales en los siglos XIX y XX, Barcelona, A riel, 1983Bandidos, Barcelona, C rítica, 1998. Revolución industrial y revuelta agraria. El C apitán Sw ing, 1978. Marxismo e historia social, M éxico, Tebeka, 1983Naciones y nacionalismo desde 1780, Barcelona, C rítica, 1992. La invención de la tradición (con Terence R a n g e r ), Barcelona, C rítica, 2002 .
Gente poco corriente. Resistencia, rebelión y jazz, Barcelona, C rítica, 1999Los ecos de La Marsellesa, Barcelona, C rítica, 1990. La era d é l a revolución, 1789-1848, Barcelona, C rítica, 1998. La era del capital, 1848-1875, Barcelona, C rítica, 1998. La era del imperio, 1875-1914, Barcelona, C rítica, 1998. Historia del siglo XX, Barcelona, C rític a ,1995. Sobre la historia, Barcelona, C rítica, 1998. Revolucionarios, Barcelona, C rítica, 2000. Eric H o b s b a w m , Años interesantes. Una vida en el siglo XX, Barcelona, C rí tica, 20 02 . Eric H obsbaw m , Entrevista sobre el siglo XXI, Barcelona, C rítica, 2000. Política para una izquierda racional, Barcelona, C rítica, 2000. Eric H o b s b a w m , M ichael L o w y y R . R o s s a n d a , El Manifiesto comunista,
su actualidad, Buenos A ires, Tesis Once, 2003-
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«Fuera de las cenizas», en Después de la caída. El fracaso del comunismo y el fu tu ro del socialismo , com pilado por Robin B L A C K B U R N , Barcelona, C rítica, 1993«A diós a todo eso», en Después cU la caída, op. cit..
Eric H o b s b a w m en In te rn e t
La b ib liografía de Eric Hobsbawm y sobre Hobsbawm en Internet es m uy extensa, pues in cluye reproducciones de algunos de sus artículos, entrevistas, críticas bibliográficas y com entarios o debates en tom o a su obra. Sugerim os introducirnos en el buscador Google. En este buscador aparecen, en enero d el 2 0 04 , 3 8 .6 0 0 sitios con in form ación sobre Hobsbawm. Lo m ism o puede hacerse en el buscador A ltavista. Para no perderse en esa m asa inconm ensurable de información, suge rim os comenzar a navegar por las sigu ien tes direcciones: En este sitio, perteneciente a la célebre revista de la N ueva Izquierda británica, hoy reconocida en todo el m undo académ ico, se pueden en contrar diversos m ateriales clásicos d e l propio Hobsbawm y tam bién de otros historiadores — algunos más jóvenes que él, como P erry Anderson— pertenecientes a la historiografía británica. En esta dirección electrónica se pueden consultar entrevistas donde H obsbawm expresa, en un modo sencillo y accesible a los lectores que no son necesariam ente historiadores, algun as de sus principales tesis p o líti cas y tam bién recuerdos autobiográficos sobre sus experiencias a lo largo del siglo XX.
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DEL SIGLO XX
A q u í se pueden bajar algunos de sus libros más famosos de forma g ra tuita.
M arisa G allego es historiadora e investigadora. Egresada de la carrera de historia de la Facultad de Filosofía y Letras —Universi dad de Buenos Aires (UBA)— , actualmente es docente de la Uni versidad Popular Madres de Plaza de Mayo (UPMPM). Trabajó en la investigación de la obra colectiva G randes p ro ta go nistas d e la h istoria a rgen tin a , colección dirigida por Félix Luna. Co mo parte de esa colección historiográfica, es autora de las biografí as D om ingo F austino Sarm iento (1999) y J u a n B au tista A lberdi (1999). Además, organizó el volumen, del cual participó como coautora, L uchar siempre, h a s m archas d e la Resistencia. 19 8 1 -2 0 0 1 , editado por las Madres de Plaza de Mayo (2 0 0 2 ). Ediró y redactó el libro de en trevistas con el doctor Pablo Rispo, M em oria d e u n a existencia vu ln e ra da (2 0 0 3 ). También es coautora de los libros pedagógicos H isto ria m u n dial contem poránea (2 0 0 0 ) e H istoria L atinoam ericana en el contexto m u n d ia l (2 0 0 4 ).
O tro s t ít u lo s p u b lica d o s en e s ta se rie : • Naomi Klein y el fin de las marcas (Jud'nb Gaciol) • Toni Negri y los desafíos de Imperio (Náior Koban) • Georges Bataille y e! erotismo (Osvaldo Baigm-ia) • Edgar Morin y el pensamiento complejo (Miguel Grinberg) • Noam Chomsky y el control del pensamiento (Gabriela Roffimlli) • Pierre Bordieu y el capital simbólico (Cecilia Plaásland) • Harold Bloom y el canon literario (Carlos Gamem) • John Rawls y ía justicia distributiva (Pablo de Silvára) • Paul Virilio y ios límites de ía velocidad (Santiago Ría! lindar») • Julia Kristeva y la gramática de la subjetividad (Diana París) • Stephen Hawking y el destino del universo (Rubén //. Ríos) • Cornelius Castoríadis y el imaginario radical (New 'hilo> • Buda y [as religiones sin Dios (Osvaldo Raigonia) • Immanuel Wallerstein y la crisis tíe't Estado-nación fPatricia Agosto) • Susan Sontag y oficio de pensar (Verónica Abdala) • Almodóvar y kitsch español (Carlos Polimeni) • Nietzsche y la vigencia del nihilismo (Rubén H. Rws> • John Berger y los modos de mirar (Marcos Mayer) • Samír Amin y la imindialización del capital (Gabriela Roffindli) • Norman Holland y la articulación literatura/psicoanálisis (Diana Pañi) • Vladimir Nabokov y las lecciones de literatura (A rk l Dilan) ' Ken W ilber y la psicología integral (tA iy d Grinberg) ' Tzvetan Todorov y el discurso fantástico (Sihma Muscolo)
El historiador británico Eric J.
Hobsbawm (1917) es uno de los más reconocidos analistas del siglo xx en todo el mundo. Su obra combina la agudeza de sus grandes hipótesis con un es tilo literario ágil y sencillo, que seduce rápidamente al lector. Sus textos reflejan su vasta expe riencia de vida. Conoció de pri mera mano el nazismo en Ale mania y recorrió el mundo como historiador radical comprometi do con su propio tiempo. Entre sus numerosos libros, ca ben destacar Industria e imperio,
Rebeldes primitivos, Bandidos, Naciones y nacionalismo desde 1780, Los ecos de La Marsellesa, La era de la revolución. La era del capital, La era del imperio, HistO' ría del siglo xx, Revolucionarios, Trabajadores y Años interesantes. Una vida en el siglo xx.
Y LA H IST O R IA C R ÍT IC A DEL SIG LO X X
Eric H obsbaw m es hoy uno de los historiadores críticos más leídos, de mayor prestigio y gran reconocimiento internacional. C om o investigador, su gran tema es la historia social y, como analista, su tiempo es la Edad Moderna o Contemporánea. Entre sus obras, caben destacar Historia del siglo xix, publicada en tres volúmenes o eras (La era de la revolución, La era del capital y La era del imperio), e Historia del siglo xx, publicada en 1994, que se convirtió en best-seller mundial y lo consagró como un historiador imprescindible de nuestro tiempo. Original y creativo, Hobsbaw m propone un balance político de las dos últim as centurias, que denomina, respectiva mente, el «largo siglo xix» y el «corto siglo xx». Su punto de vista no está desprovisto de pasión. Este texto de la historiadora Marisa Gallego nos introduce en el m undo cultural de Hobsbawm: en sus debates, sus obse siones y sus principales innovaciones temáticas.