Energía, justicia y paz Eloy Patricio Mealla
El deterioro ambiental, ambiental, el agotamiento agotamiento de los recursos naturales y la inseguridad inseguridad alimentaria sobresalen en la actualidad entre los principales problemas referidos al desarrollo integral de personas y pueblos. En nuestra región la reprimarización de su economía y el neoextractivismo emergen como las principales panaceas, y son, al mismo tiempo, en gran medida, los principales obstáculos para un desarrollo diversificado, sustentable y equitativo. Estos y otros fenómenos afines vienen adquiriendo una gravedad que requiere una mayor toma de conciencia de sus consecuencias, ante lo cual es indispensable una más intensa respuesta de las instituciones públicas y una movilización de la sociedad, tanto a nivel local como internacional. De modo particular, la forma de obtención de la energía sobresale especialmente entre los dilemas políticos y económicos, y, por lo tanto éticos, que se deben afrontar en la actualidad. En relación a todo ello, el Pontificio Consejo Justicia y Paz publicó recientemente el documento Energía, documento Energía, Justicia y Paz , que constituye una sólida reflexión sobre la energía y la protección del medio ambiente, en relación re lación con la vida de las poblaciones, especialmente las más vulnerables. Asimismo constituye una contribución notable a la reflexión crítica sobre el rumbo del desarrollo actual de pueblos y personas. Dicho texto tiene la virtud de conectar el tema de la energía -a energía -a primera vista no habitual en la mirada religiosa- con la justicia la justicia y la paz , éstas más nítidamente pertenecientes a la tradición y a la práctica socialcristiana. Aquí sólo podemos hacer una breve y selectiva relectura desde el sur, donde somos especialmente especialmente víctimas del cuadro descripto, pero también, a nuestro nuestro modo, corresponsables. Por lo tanto, solamente mencionaremos resumidamente los objetivos que se proponen en el docuemento, a la manera, no de un nuevo nuevo diagnóstico, sino como un verdadero verdadero programa de acción. Ellos son: - contribuir a colocar el tema energético energét ico dentro de una amplia visión del desarrollo, saliendo de análisis sectoriales sector iales limitantes y de razonamientos que solo persiguen factibilidades técnico-económicas. - demostrar que algunas políticas y algunos enfoques de los temas energéticos resultan insostenibles. - demostrar igualmente que la energía puede y, por lo tanto, debe ser manejada como un factor clave para el desarrollo y la paz; - establecer principios y criterios de juicio accesibles a todos
En Vida Pastoral, Nº 341 - Julio 2015, Buenos Aires.
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alentar la elaboración de algunas propuestas concretas para una gestión armoniosa de la energía.
También se pone de relieve que la energía, en cuanto que es un factor primario para la vida en cualquiera de sus manifestaciones, debe ser colocada en el centro de las discusiones como un ingrediente esencial que hace al desarrollo integral. Ahora bien, en una primera aproximación al tema, decíamos que la cuestión energética pareciera un tema exótico para el pensamiento cristiano y de hecho casi nulamente tematizado por la teología y las enseñanzas del magisterio de la Iglesia. A lo sumo, la energía, entendida como una capacidad de la materia, podría formar parte de algún capítulo de un tratado sobre la Creación o de la Cosmología tradicionales Tal vez en nuestra época, Teilhard de Chardin -autor de La energía humana, entre otras célebres obras- tuvo un papel precursor en llamarnos la atención sobre el valor, podríamos decir, trascendente de la energía. Por otro lado, en conexión con nuestro tema, y ya más cercano a nosotros, correspondió a Juan Pablo II, Centesimus Annus, n°38, 1991, haber incorporado a la doctrina social de la Iglesia la preocupación no sólo por la “destrucción irracional del ambiente natural” sino también por lo que denominó la «ecología humana» y la «ecología social»”. En realidad, la reflexión cristiana en el ámbito latinoamericano ya se había manifestado al respecto, en la Conferencia de Puebla, señalando, por ejemplo, que “si no cambian las tendencias actuales, se seguirá deteriorando la relación del hombre con la naturaleza por la explotación irracional de sus recursos y la contaminación ambiental, con el aumento de graves daños al hombre y al equilibrio ecológico”. Y se agrega: “de modo que el dominio, uso y transformación de los bienes de la tierra, de la cultura, de la ciencia y de la técnica, vayan realizándose en un justo y fraternal señorío del hombre sobre el mundo, teniendo en cuenta el respeto de la ecología” Y seguramente teniendo en cuenta lo que ya comenzaba a denominarse hacia mediados de los años 70 como desarrollo sustentable “se reitera la exigencia de preservar los recursos naturales creados por Dios para todos los hombres, a fin de transmitirlos como herencia enriquecedora a las generaciones futuras”. Al mismo tiempo, se afirma “la necesidad de una profunda revisión de la tendencia consumista de las naciones más desarrolladas: deben tenerse en cuenta las necesidades elementales de los pueblos pobres que forman la mayor parte del mundo" ( Documento de Puebla, n° 139, 327, 496, 1236). Más recientemente en el Documento de Aparecida, se nos ofrece una síntesis compacta de lo que podríamos llamar una perspectiva y contribución desde el sur al problema energético y ecológico. Por un lado se despliega, una mirada positiva, alejada de cualquier maniqueísmo espiritualista, que reconoce la bondad de la creación e invita a contemplarla y cuidarla como “casa de todos los seres vivos y matriz de la vida del planeta” ( Documento de Aparecida, n°474). Al mismo tiempo, se exhorta a ejercitar responsablemente las actividades humanas sobre la tierra y los recursos – en particular los energéticos, agregamos nosotros- para que puedan rendir todos sus frutos en su destinación universal.
También casi al pasar se indica la necesidad de educar para un estilo de vida sobrio, y solidario con “las poblaciones más frágiles y amenazadas por el desarrollo depredatorio, y apoyarlas en sus esfuerzos para lograr una equitativa distribución de la tierra, del agua y de los espacios urbanos”. Creemos que aquí se está dando un buen sustento para fundamentar y rediseñar una Educación para el Desarrollo, buscando “un modelo de desarrollo alternativo, integral y solidario, basado en una ética que incluya la responsabilidad por una auténtica ecología natural y humana”. Probado sumariamente, el interés tanto a nivel universal como regional de la doctrina social de la Iglesia por los problemas ambientales, a continuación mencionaremos sucintamente dos de los problemas, a nuestro entender más acuciantes en América Latina, en relación a la energía y a la utilización de los recursos naturales. En primer lugar, señalaremos el dilema ético que se presenta en muchos de los países de la región que se plantean volcarse a la producción de biocombustibles a costa de postergar la seguridad alimentaria de sus poblaciones. En realidad, es una vieja tentación que aqueja a nuestras economías en épocas de alza (habitualmente pasajeras) de los productos primarios, también llamados commodities, que lleva a concentrarse unilateralmente o a especializarse en el monocultivo orientado a satisfacer la atractiva demanda externa. Cuando esta decae, el país que no previó la diversificación de su producción comprobará los efectos nocivos de la monoproducción intensiva tanto a nivel biológico como humano. Desertificación y pobreza, es un binomio bien conocido. Otro fenómeno conectado estrechamente con el anterior es el auge del simple extractivismo o neoextractivismo, en cuanto que se vuelve a una rudimentaria etapa de la producción, ya experimentada en América con altos costos humanos desde los tiempos de la Conquista, y con nulos efectos en cuanto a la calidad de vida de la mayoría de las poblaciones. Hoy el extractivismo ha vuelto en muchos con tecnologías refinadas, como por ejemplo las perforaciones petrolíferas mediante el método de fracturación hidráulica (fracking), con nocivas consecuencias ambientales y sociales comprobadas en muchos casos, pero mientras tanto con suculentas ganancias para las empresas que obtienen dudosas concesiones, seguramente perjudiciales a mediano y largo plazo. Estos dos casos alcanzan para que se pueda so stener que la energía, su extracción, producción, transporte y consumo, al igual que otros aspectos conexos, no son simples cuestiones técnicas, sino que su conexión con la vida humana y el cuidado de la naturaleza exigen una evaluación ética conectada con el bien común. La ausencia de esta perspectiva impide ver que la falta de acceso y el disfrute de las fuentes energéticas son desigualmente injustas, y ponen seriamente en riesgo la convivencia humana como advierte el documento del Consejo Pontificio Justicia y Paz arriba referido. Hay sectores que se han convencido de la gravedad del problema y de la urgencia de tomar medidas para remediarlo. De este modo, se destaca como solución posible la llamada teoría del decrecimiento, reconociendo que no se puede seguir produciendo y consumiendo como
hasta ahora, pues el planeta ya no tiene capacidad en recursos para sostener el ritmo del crecimiento actual.1 Los partidarios del decrecimiento deberían reconocer antes que nada que no todos producen y consumen de la misma manera, hay una gran desigualdad al respecto. O sea, cada vez hay menos que consumen más insaciablemente, y hay cada vez más personas que consumen menos sin cubrir siquiera sus necesidades mínimas. Surgen entonces varios interrogantes: ¿todos deben decrecer?, ¿todos al mismo tiempo? En todo caso, habrá que aceptar el decrecimiento pero mediante una “transición justa”, distinguiendo ritmos, responsabilidades, y adecuadas compensaciones. También es cierto que algunos consideran demasiado catastróficos y pesimistas los pronósticos acerca de la escasez o agotamiento de los recursos para que haya que ponerle límites al crecimiento. A favor de sus argumentos estarían las nuevas tecnologías supuestamente más limpias y eficientes que neutralizarían o disminuirían los efectos negativos. Sin embargo, los anuncios de crisis o trastornos climáticos se han venido verificando en forma creciente: efecto invernadero, contaminación del agua y del aire, erosión, pérdida de biodiversidad, reducción de emisión de gases, etc., afectando especialmente a los más pobres que tienen menos recursos para hacerles frente. En conexión con lo anterior, muchos discursos y prácticas acerca de la sustentabilidad no van más allá de lo que se ha denominado una “sustentabilidad débil”, al estar impregnada de cierto voluntarismo que a lo sumo impulsa programas de remediación ambiental pero sin alcanzar a remover las causas originantes de los problemas ambientales. Por el contrario, una “sustentabilidad fuerte” y auténtica debería ser capaz de modificar primeramente el modo de producir y consumir en los países más poderosos, con los correspondientes aumentos adecuados en el Sur, para encaminarse hacia un nivel de vida más equilibrado para todos. Alcanzarlo es una meta difícil y supone una coordinación global capaz de conducirla. Aquí vale la pena volver sobre un punto clave desde el punto de vista propositivo que propone el Consejo Pontificio Justicia y Paz cuando manifiesta la necesidad de la tutela de la cuestión ambiental y, si es necesario, ponerla bajo algún tipo de instancia gubernativa supranacional. Esta proposición enlaza con otra propuesta más general sobre la conveniencia de ir encaminándose hacia la instauración de una autoridad universal que la Santa Sede ha venido reiterando en varias oportunidades.2 En el caso de la gestión de la energía, marcada por conflictos y por injusticias, se considera muy apropiado buscar los caminos que permitan lograr las condiciones necesarias en este sector para el bien común mundial, respecto al cual la actual gobernabilidad resulta ineficaz, especialmente ante algunos oligopolios multinacionales que operan en e l sector de la energía. Si bien las dificultades para implementar un gobierno mundial y lograr acuerdos equitativos son múltiples y complejas, es igualmente cierta la insuficiencia del "solo" mercado como 1
Para un estado del debate ver: Lluch Frechina, Enrique “¿Crecimiento o decrecimiento? A propósito de los últimos 50 años” Sociedad y Utopía. Revista de Ciencias Sociales, nº 42. Noviembre de 2013. 2
Mealla, Eloy, “Autoridad pública universal”, Vida Pastoral n° 331, Buenos Aires, agosto 2014.
mecanismo útil de gobierno. Aunque loables, numerosas iniciativas promovidas por la sociedad civil, a favor de una mayor vigilancia, transparencia y seguimiento de las actividades en el sector, son insuficientes. En definitiva, si pasamos revista a nivel mundial a muchos enfrentamientos actuales, publicitados la mayor de las veces como conflictos étnicos o religiosos, en realidad son pantallas que esconden conflictos relacionados con la posesión y utilización de recursos energéticos. En Latinoamérica, la escalada extractivista y la reprimarización de la economía vuelven especialmente frágiles a los países, muchas veces anclados en antiguas particiones nacionalistas que impiden una política de conjunto para enfrentar esos y otros problemas. Es por eso que se vuelve todavía más imperioso alcanzar una mayor y ef iciente integración como región que aseguren una vida más justa y en paz para to dos. •