MIRCEA ELIADE
Tratado de Historia de las Religiones Morfología y dialéctica de lo sagrado EDICIONES CRISTIANDAD
TRATADO DE HISTORIA DE LAS RELIGIONES MORFOLOGÍA Y DIALÉCTICA DE LO SAGRADO
TRATADO DE HISTORIA DE LAS RELIGIONES MORFOLOGÍA Y DIALÉCTICA DE LO SAGRADO
MIRCEA ELIADE
© Éditions Payot París 11949, 81980 Título original: TRAITÉ D’HISTOIRE DES RELIGIONS Traducción de A. MEDINAVEITIA
Primera edición: 1974 Segunda edición: 1981 Tercera edición: 2000 Cuarta edición: 2009
Derechos para todos los países de lengua española en EDICIONES CRISTIANDAD, S. A. Madrid, 2009 ISBN eBook: 978-84-7075-558-7 ISBN: 978-84-7075-540-2 Depósito Legal: M. 755-2009 Printed in Spain
CONTENIDO
Presentación .................................................................................. Presentación a la tercera edición .................................................... Prólogo del autor ..........................................................................
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CAPÍTULO I
APROXIMACIONES: ESTRUCTURA Y MORFOLOGÍA DE LO SAGRADO 1. «Sagrado» y «profano», 63.—2. Dificultades metodológicas, 67.—3. Variedad de las hierofanías, 71.—4. Multiplicidad de las hierofanías, 75.— 5. Dialéctica de las hierofanías, 78.—6. El tabú y la ambivalencia de lo sagrado, 81.—7. El «mana», 86.—8. Estructura de las hierofanías, 92.— 9. Revalorización de las hierofanías, 96.—10. Complejidad del fenómeno religioso «primitivo», 100.—Bibliografía, 106. CAPÍTULO II
EL CIELO: DIOSES URÁNICOS, RITOS Y SÍMBOLOS CELESTES 11. Lo sagrado celeste, 112.—12. Dioses australianos del cielo, 115.—13. Dioses celestes de los andamanes, de los africanos, etc., 118.—14. «Deus otiosus», 122.— 15. Nuevas «formas» divinas que sustituyen a los dioses uránicos, 127.—16. Fusión y sustitución, 129.—17. Antigüedad de los seres supremos uránicos, 132.—18. Dioses del cielo en los pueblos árticos y centroasiáticos, 137.—19. Mesopotamia, 144.—20. Dyaus, Varuna, 147.—21. Varuna y la soberanía, 150.—22. Dioses celestes iranios, 154.— 23. Uranos, 157.— 24. Zeus, 160.—25. Júpiter, Odín, Taranis, etc., 162.—26. Dioses de la tormenta, 166.—27. Los fecundadores, 171.—28. El esposo de la gran madre, 176.— 29. Yahvé, 179.—30. Los fecundadores sustituyen a los dioses uránicos, 182.—31. Simbolismo celeste, 186.—32. Mitos de ascensión, 189,—33. Ritos de ascensión, 191.—34. Simbolismo de la ascensión, 195.—35. Conclusiones, 197.—Bibliografía, 202. CAPÍTULO III
EL SOL Y LOS CULTOS SOLARES 36. Hierofanías solares y racionalismo, 219.—37. Solarización de los seres supremos, 222.—38. África, Indonesia, 225.—39. La solarización entre los munda, 227.—10. Cultos solares, 229.—41. Descendencia solar, 231.—42. El sol hierofante y psicopompo, 232.—43. Cultos solares egipcios, 236.—44. Cultos solares en el Oriente clásico y en el Mediterráneo, 240.—45. La India: ambivalencia del sol, 243.—46. Los héroes solares, los muertos, los elegidos, 247.—Bibliografía, 253.
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CONTENIDO CAPÍTULO IV
LA LUNA Y LA MÍSTICA LUNAR 47. La luna y el tiempo, 256.—48. Solidaridad de las epifanías lunares, 259.— 49. La luna y las aguas, 262.—50. La luna y la vegetación, 265.—51. La luna y la fertilidad, 267.—52. La luna, la mujer y la serpiente, 271.—53. Simbolismo lunar, 274.—54. La luna y la muerte, 276.—55. La luna y la iniciación, 280.—56. Simbolismo del «devenir» lunar, 282.—57. Cosmobiología y fisiología mística, 285.—58. La luna y el destino, 288.—59. Metafísica lunar, 289.— Bibliografía, 293. CAPÍTULO V
LAS AGUAS Y EL SIMBOLISMO ACUÁTICO 60. Las aguas y los gérmenes, 296.—61. Cosmogonías acuáticas, 299.—62. Hilogenias, 300.—63. El «agua de vida», 302.—64. Simbolismo de la inmersión, 304.—65. El bautismo, 306.—66. La sed del muerto, 308.—67. Fuentes milagrosas y oraculares, 310.—68. Epifanías acuáticas y divinidades de las aguas, 313.—69. Las ninfas, 315.—70. Poseidón, Aegir, etc., 317.—71. Animales y emblemas acuáticos, 319.— 72. Simbolismo del diluvio, 323.— 73. Síntesis, 325.—Bibliografía, 327. CAPÍTULO VI
LAS PIEDRAS SAGRADAS: EPIFANÍAS, SIGNOS Y FORMAS 74. Cratofanías líticas, 332.—75. Megalitos funerarios, 334.—76. Piedras fertilizadoras, 337.—77. El «deslizamiento», 339.—78. Piedras horadadas, «piedras de rayo», 343.—79. Meteoritos y betilos, 346.—80. Epifanías y simbolismos líticos, 348.—81. Piedra sagrada, «omphalos», «centro del mundo», 350.—82. Signos y formas, 353.—Bibliografía, 357. CAPÍTULO VII
LA TIERRA, LA MUJER Y LA FECUNDIDAD 83. La tierra madre, 362.—84. La pareja primordial cielo-tierra, 363.—85. Estructura de las hierofanías telúricas, 366.—86. Maternidad ctónica, 370.— 87. Descendencia telúrica, 372.—88. Regeneración, 375.—89. «Homohumus», 379.—90. Solidaridad cosmobiológica, 381.—91. La gleba y la mujer, 382.—92. La mujer y la agricultura, 384.—93. La mujer y el surco, 386.—94. Síntesis, 388.—Bibliografía, 391.
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CAPÍTULO VIII
LA VEGETACIÓN. SÍMBOLOS Y RITOS DE RENOVACIÓN 95. Intento de clasificación, 394.—96. Árbol sagrado, 397.—97. Árbol-microcosmos, 400.—98. Árbol-habitáculo de la divinidad, 402.—99. Árbol cósmico, 405.—100. El árbol «invertido», 406.—101. Yggdrasil, 408.—102. Epifanías vegetales, 410.—103. Grandes diosas y vegetación, 413.—104. Simbolismo iconográfico, 416.—105. Gran diosa-árbol de la vida, 417.—106. El árbol del conocimiento,421.— 107. Los guardianes del árbol de la vida, 422.—108. Monstruos y grifos, 425.—109. El árbol y la cruz, 425.—110. Rejuvenecimiento e inmortalidad, 429.—111. El arquetipo de las plantas medicinales, 431.—112. Árbol-«axis mundi», 435.—113. Las especies vegetales como ascendencia mítica, 436.—114. Transformación en plantas, 441.— 115. Relaciones hombre-planta, 443.— 116. El árbol regenerador, 444.—117. Matrimonio de árboles, 446.—118. El «mayo», 448.— 119. El «rey» y la «reina», 453.—120. Sexualidad y vegetación, 454.—121. Representantes de la vegetación, 456.—122. Luchas rituales, 460.—123. Simbolismo cósmico, 463.— 124. Síntesis, 466.— Bibliografía, 470. CAPÍTULO IX
LA AGRICULTURA Y LOS CULTOS DE LA FERTILIDAD 125. Ritos agrarios, 475.—126. Mujer, sexualidad, agricultura, 477.—127. Ofrendas agrarias, 479.—128. «Poder» de la recolección, 480.—129. Personificaciones míticas, 483.—130. Sacrificios humanos, 487.—131. Sacrificios humanos de los aztecas y las khonds, 490.—132. Sacrificio y regeneración, 493.—133. Rituales finales, 496.—134. Los muertos y las simientes, 498.—135. Divinidades agrarias y funerarias, 501.—136. Sexualidad y fecundidad agraria, 504.—137. Función ritual de la orgía, 506.—138. Orgía y reintegración, 509.—139. Mística agraria y soteriología, 511.—Bibliografía, 513. CAPÍTULO X
EL ESPACIO SAGRADO: TEMPLO, PALACIO, «CENTRO DEL MUNDO» 140. Hierofanías y repetición, 521.—141. Consagración del espacio, 524.— 142. «Construcción» del espacio sagrado, 527.—143. El «centro del mundo», 530.—144. Modelos cósmicos y ritos de construcción, 535.—145. Simbolismo del «centro», 537.—146. La «nostalgia del paraíso», 540.—Bibliografía, 544.
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CONTENIDO CAPÍTULO XI
EL TIEMPO SAGRADO Y EL MITO DEL ETERNO RETORNO 147. Heterogeneidad del tiempo, 546.—148. Solidaridad y contigüidad de los tiempos hierofánicos, 550.—149. Periodicidad, eterno presente, 552.— 150. Restauración del tiempo mítico, 555.—151. Repetición no periódica, 558.—152. Regeneración del tiempo, 559.—153. Repetición anual de la cosmogonía, 562.—154. Repetición contingente de la cosmogonía, 567.—155. La regeneración total, 570.—Bibliografía, 570. CAPÍTULO XII
MORFOLOGÍA Y FUNCIÓN DE LOS MITOS 156. Mitos cosmogónicos, mitos ejemplares, 574.—157. El huevo cosmogónico, 578.—158. Lo que los mitos revelan, 583.—159. «Coincidentia oppositorum», modelo mítico, 585.—160. El mito de la androginia divina, 587.— 161. El mito de la androginia humana, 590.—162. Mitos de renovación, de construcción, de iniciación, etc., 594.—163. La estructura de un mito: Varuna y Vrtra, 597.—164. Mito, «historia ejemplar», 599.—165. Degradación de los mitos,601.—Bibliografía, 605. CAPÍTULO XIII
ESTRUCTURA DE LOS SÍMBOLOS 166. Piedras simbólicas, 609.—167. Degradación de los símbolos, 613.— 168. Infantilismo, 618.—169. Símbolos y hierofanías, 620.—170. Coherencia de los símbolos, 623.—171. Función de los símbolos, 628.—172. Lógica de los símbolos, 630.—Bibliografía, 634. Conclusiones ................................................................................ 637 Índice onomástico ........................................................................ 645
PRESENTACIÓN No puede decirse que las ciencias envejecen en nuestro siglo rápidamente, puesto que tienen el privilegio de no ir hacia la muerte. Pero ¡qué de prisa cambian de fisonomía! La ciencia de las religiones es como la de los números o la de los astros. Hace cincuenta años, y aún menos, se creía estar a punto de explicarlo todo reduciendo los fenómenos religiosos a un elemento común, disolviéndolos en una noción común a la que se daba un nombre sacado de los mares del Sur; desde las más salvajes hasta las más razonadas, las religiones no eran sino las diversas configuraciones del mana: fuerza mística dispersa, sin contorno propio y dispuesta a dejarse encerrar en cualquier contorno, indefinible pero caracterizada por esa peculiar impotencia a la que nos reduce cuando tratamos de definirla, presente siempre allí donde cabe hablar de religión, y de la que nombres como sacer y numen, hagnos y thambos, brahman, tao, la gracia misma del cristianismo, son variantes o derivados. Una generación de investigadores se ha consagrado a establecer esta uniformidad. Quizá con razón. Pero se ha caído en la cuenta luego de que no habían conseguido gran cosa: habían dado un nombre bárbaro a ese no sé qué que hace que desde siempre los viajeros, los exploradores, hayan reconocido los actos religiosos que encontraban a su paso sin equivocarse sobre su carácter específico. Y lo que hoy nos llama la atención, lo que pide ser estudiado, ya no es esa fuerza difusa y confusa cuya noción se encuentra, en efecto, en todas partes, pero que es la misma en todas partes tan sólo porque no puede decirse nada de ella; al contrario, hoy son las estructuras, los mecanismos, los equilibrios constitutivos de toda religión y definidos, discursiva o simbólicamente, en toda teología, en toda mitología, en toda liturgia. Se ha llegado —o se ha
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vuelto— a la idea de que una religión es un sistema, distinto del polvo de sus elementos; de que es un pensamiento articulado, una explicación del mundo. En una palabra: la investigación se coloca hoy bajo el signo del logos y no bajo el del mana. Hace cincuenta años, y aún menos, el antropólogo inglés o el sociólogo francés se planteaban, solidariamente, dos ambiciosos problemas: el del origen de los hechos religiosos y el de la genealogía de las formas religiosas. Se han librado batallas memorables en torno al gran Dios y a los tótem. A los australianos (que algunas escuelas citan como los últimos testigos de las formas elementales de vida religiosa) oponen otros los pigmeos; si los primeros son, en parte, paleolíticos, ¿no serán más arcaicos todavía los segundos, puesto que están más separados de la condición embrionaria? Se ha discutido sobre la génesis de la idea de Dios: ¿es independiente de la del alma, o sale de ella? ¿Ha sido anterior el culto de los muertos al de las fuerzas de la naturaleza? Cuestiones graves, pero vanas. Esas polémicas, muchas veces acaloradas, han inspirado libros admirables y, lo que es más importante, han dado lugar a observaciones y repertorios. Pero no han logrado su objetivo. Hoy los investigadores se apartan de ellas. La ciencia de las religiones deja a los filósofos la cuestión de los orígenes, como lo hizo, un poco antes que ella, la ciencia del lenguaje; como lo han hecho todas las ciencias. Y renuncia a prescribir a posteriori, por así decirlo, una evolución tipo, una marcha obligada a las formas religiosas del pasado. Da lo mismo colocarse en el siglo XX o seis mil años antes, porque no se llega nunca muy lejos en la vida de ningún fragmento de la humanidad; nunca nos encontramos sino ante los resultados de una maduración o de accidentes que han ocupado decenas de siglos, y se piensa entonces que el polinesio y el indoeuropeo, el semita y el chino han podido llegar por vías muy distintas a sus nociones religiosas, a las
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figuras de sus dioses, aunque se observen semejanzas en sus estadios terminales. En suma, la tendencia actual es «volver a sentir», como decía Henri Hubert; registrar, en su originalidad y con su complejidad, los sistemas religiosos que han sido o son practicados en el mundo. Pero ¿cómo se expresa esta tendencia? ¿Qué tipo de estudios patrocina? I. Ante todo, descripciones cada vez más detalladas. Etnógrafos o historiadores, según el caso, acumulan observaciones o documentos de todas clases e intentan comprender, dentro de cada campo, en cada período, qué es lo que constituye la unidad, el carácter orgánico de ese inventario. A decir verdad, este esfuerzo se ha realizado —mejor o peor y muy bien en muchos casos— en todas las épocas. II. En segundo lugar, es verdad que se abandonan las cuestiones de origen y genealogía, tomadas en forma absoluta; pero, en cambio, vuelven a plantearse, en forma más modesta y más sana, a propósito de cada una de las descripciones, geográfica e históricamente circunscritas, que acabamos de mencionar. En materia de religión como en materia de lenguaje, todo estado tiene su explicación, y sólo puede explicarse por una evolución, a partir de un estado anterior, con o sin influencias exteriores. De ahí la necesidad de diversos campos de investigación y diversos tipos de método igualmente necesarios: 1.º Tratándose de sociedades que, desde tiempos más o menos remotos, poseen una literatura o al menos documentos escritos, el estudio de la historia religiosa no es más que un caso particular de la historia de la civilización o de la historia a secas y no emplea otros procedimientos ni en la crítica ni en la construcción. Las «grandes religiones», budismo, cristianismo, maniqueísmo, islamismo, representan este caso llevado a su extremo, puesto que la literatura que de ellas nos informa se remonta casi a los comien-