R.·.L.·. Salvador Allende Nº 191 Cámara de Aprendices
EL RETEJADOR EN EL GRADO DE APRENDIZ Proyección intra y extra muros
Benedicto González Vargas
Valle de Santiago, agosto 21 de 2007
A.L.G.D.G.A.D.U. Q.·.H.·. 2º Vigilante QQ.·.H.·.
I Introducción:
Suele creerse que las expresiones usadas simbólicamente tienen una exacta literalidad con las definiciones de diccionarios profanos, lo que no siempre es así. En este caso, retejar aparecerá como la acción de reponer las tejas faltantes de una techumbre, llevado a nuestras prácticas alguien podría creer que esta labor tiene que ver con “reponer algo o alguien que falta”, lo que por cierto no es así. En nuestra V.·.O.·. la labor del retejador es poner el Taller a cubierto de la indiscreción de aquellos que no están preparados para recibir la intensísima luz de las tenidas, de cualquier grado que ellas sean. Por lo tanto, una de las tareas más relevantes que se cumplen en el cuadro de oficiales de la Logia es la de Experto. Como su nombre lo indica, el M.·. que debe desarrollar tan importante tarea es un experto en aquella parte del ritual y las obligaciones que, visto solo desde la tenida, parece una función menor, pero analizado a la luz de la simbología, de la tradición y de la responsabilidad del cargo, es de gran relevancia. Corresponde, pues, al Experto, la seguridad exterior del Templo, labor que cumple no solo al recorrer el vestíbulo externo, sino que también al retejar a aquellas personas que se presenten a los trabajos del taller diciendo ser hermanos aceptados, pero sin que conste certeza de ello. Allí, entonces, tendrá la importante labor de retejar, vale decir, de cerciorarse de estar a cubierto de la indiscreción de profanos comprobando que quien está a las puertas del Templo sea un Q.·.H.·. cuyo grado le permita trabajar en la tenida que se lleva a cabo.
II Desarrollo:
¿Cómo se lleva a cabo este reconocimiento?, como ya quedó manifestado en la excelente Plancha presentada en tenida por nuestros QQ.·.HH.·. de Cám.·. Mauricio Atenas y Sebastián Cabrera, a través del signo, la palabra y el toque, conforme al Ritual que aparece en el Catecismo del Grado y de acuerdo a las prácticas y costumbres de nuestra Orden. Por lo tanto, desde el punto de vista de las formalidades e, incluso, desde el simbolismo de ellas, los remito, pues, QQ.·.HH.·. a dicha Pl.·. para no repetir aquello que ya fue mejor redactado y leído.
Sin embargo, aquél trabajo difiere de éste en que me corresponde analizar la proyección intra y extra mural de la función del Retejador, tarea no fácil por no haber publicada demasiada explícita bibliografía al respecto, lo que deberá ser suplido con una no escasa cuota de disquisición e inferencia. Su proyección intramural pasa, necesariamente, no solo por el hecho práctico de reconocer a aquellos hermanos que sí son masones regulares o aprendices, sino que, fundamentalmente, cumple la doble labor de presentarse, cual esfinge a la entrada de Tebas, como una prueba a superar que le permita demostrar al H.·. que está a las puertas del T.·. que sí tiene capacidad para recibir las luces del trabajo masónico, sino que está desde ese momento entre HH.·. y también él a cubierto de las indiscreciones. Digo esto, porque si me presentara ante un T.·. donde no conozco a ningún hermano y ninguno de ellos me retejara y tuviera libre paso con mi mandil o sin él, dudaría seriamente de estar en efecto entre masones libres o de la regularidad o de la seriedad de dicho supuesto Tall.·. Por otra parte, como ya fue dicho por los QQ.·.H.·. Atenas y Cabrera, el Retejador se presentará ante mí como la formidable oportunidad de mirarme ante un espejo que refleje a mi conciencia el estado de mi avance en Masonería y con ello los esfuerzos que he puesto en los conocimientos del Ritual, del Catecismo y de nuestras augustas costumbres. La proyección extramural tiene también dos vertientes: a la obviedad de impedir el acceso a profanos curiosos, a masones irregulares o a HH.·. con un grado inferior a los trabajos del Tall.·., se une la necesaria y simbólica labor de cubrirnos, pero ¿de qué debemos ponernos a cubierto los mas:·. En pleno siglo XXI? Nadie nos quema en hogueras y, aunque nos apunten señalándonos como ofensores de su fe, no nos va mayor daño en ello. ¿Significa eso que no hay riesgos? Grave sería, en mi opinión, creer tal cosa, el mundo está lleno de riesgos: la incomprensión, el fanatismo, la ignorancia y el orgullo, no pueden ni deben cruzar las puertas de nuestros templos para no cubrir con su inmunda oscuridad la luz de nuestros afanes. He aquí, entonces, que la labor del Retejador adquiere una mirada y una nueva dimensión. Ya no debe, como antaño, levantar unas tejas para ver si estamos seguros o dibujar con tiza en el duro pavimento de una taberna el cuadro del Tall., pero sí debe elevar su mirada por encima del horizonte para cubrirnos y asegurarnos que cumpliremos cabalmente las tareas encomendadas y dibujar con su espada en nuestra conciencia masónica los usos y costumbres que nos hace hermanos de tantos hombres que antaño como ahora ollaron nuestros talleres. III Conclusiones:
Ha sido necesario penetrar en la profunda labor de la función del H.·. Ret.·. para tratar de construir este esbozo de Pl.·.
Seguramente quedarán aún puntos oscuros y habrá demasiadas cosas no dichas merced a la ignorancia. Ciertamente, cuando la hora y la edad avancen, se abrirán nuevas pistas y se iluminarán nuevos focos para comprender esta honorable función. Permítaseme aquí incorporar un de un cuento de nuestro Q.·.V.·.H.·. Sebastián Jans que nos muestra el último y silencioso retejamiento de un soldado peruano ante un hermano chileno en la Guerra del Pacífico, cuando después de la cruenta batalla un oficial chileno herido ayudó a uno peruano moribundo, dándole cobijo, alimento y agua, ante la incomprensión de su capitán:
"¿Y ése?" preguntó. - " ¿Ese es el cholo que lo hirió?". - "No lo sé, mi capitán" -, contesté con imprecisión, agregando a modo de relleno: - "Es un oficial". - "¿Y por qué no lo ha despachado?" -, preguntó sin miramientos. - "Está moribundo, mi capitán" - expresé nuevamente con tono vago, pero, ajusté la potencia de mi voz para decirle: - "Solicito permiso para llevarlo al campamento, mi capitán". Mi superior me miró como si estuviera observando a un demente. Luego de un largo silencio, en que la patrulla nos observaba sin pestañear, el capitán preguntó secamente: - "¿Por qué?". - "Para que lo atienda un médico" -, repliqué. Mi siguió taladrando con la mirada. Se apeó del caballo y se acercó al enemigo herido. Con la punta de su sable levantó la guerrera con la que yo le había cubierto, y observó la herida). - "¡Enfermero!" gritó, llamando al cabo Rojas, que descendió de su caballo como movido por un resorte. El teniente suspiró con escepticismo, ya que el aludido solo tenía la calidad de enfermero que le había dado el regimiento, con el único antecedente de que, en su pueblo de origen, se dedicaba a componer huesos dislocados. El cabo levantó de nuevo la guerrera, observó la herida y movió la cabeza negativamente. (Satisfecho con el diagnóstico, el capitán Lagos me dijo: "Ya lo ve. No hay nada que hacer. ¡En marcha!". "Pido permiso para seguirlo de inmediato, mi capitán", insistí a riesgo de chocar con su férreo y explosivo carácter. Nuevamente me taladró con sus ojos endurecidos, pero, movió la cabeza afirmativamente, ordenando al cabo Rojas que me esperara, e hizo un gesto al sargento Millán para que me entregara las riendas de mi caballo. Luego, dio la orden de marcha). De su montura, el teniente Sanfuentes sacó la manta y de las alforjas una porción de charqui. Cubrió al herido y le acomodó la cantimplora. El peruano se movió, volviendo poco a poco en sí. En su mano derecha le puso el charqui para que comiera. Luego, de dejarlo en una posición favorable para comer o beber agua, le hizo el saludo militar con la mano, a modo de despedida. - "Descanse", le dijo. "Trataré de enviarle ayuda en cuanto amanezca".
(Entonces el peruano dejó caer el charqui de su mano, extendiéndola dificultosamente, y me hizo el signo. Asombrado de reconocerlo como miembro de mi fraternidad, hice lo mismo. Sonrió y yo también sonreí, mientras mis ojos se enturbiaban con lágrimas que no pude evitar). Entonces el moribundo ladeó la cabeza, y dejó escapar un profundo suspiro, un último hálito de vitalidad, y quedó inerte. Todo había ocurrido en unos pocos segundos, que el teniente Sanfuentes hubiera querido prolongar, para darle un abrazo, para estrecharle como lo hubiera hecho de haberse encontrado ambos a las puertas del templo de su fraternidad. Sin embargo, nada de eso sería ya posible, y el oficial no pudo evitar que la congoja le estrangulara la garganta. (Me puse nuevamente al orden, junto a su cuerpo yacente, y quedé un largo rato en esa posición, observado por el cabo Rojas, a varios metros de distancia, que no entendía lo que estaba ocurriendo. Lloré durante varios minutos con una pena infinita, pensando en lo absurdo de la contienda. Lo observé por última vez, y monté sobre mi caballo. Ya prácticamente era la noche total, y la luna comenzaba a alumbrar débilmente la explanada). A modo de conclusión solo puedo señalar que el cargo y labor de retejar tiene, en nuestra O.·. actualmente, una importante labor. Ciertamente todos hemos escuchado alguna vez que esta función simbólica carece de sentido en este siglo. Ciertamente hemos escuchado alguna vez que el arma usada por el Q.·. H.·. Ret.·. más parece una pieza de museo. Será necesario, entonces, para seguir puliendo y desbastando nuestra piedra bruta, poner atención al enorme legado simbólico, filosófico y docente de este oficial para atisbar un poco más del rico legado moral y espiritual de nuestra Orden. Porque así sea. S.·.F.·.U.·.
IV Bibliografía consultada:
ATENAS, Mauricio y CABRERA, Sebastián: Plancha “El Retejador en el Grado de Aprendiz ¿Dónde fuisteis recibido masón? HERRERA, Iván: Historia de la Masonería, Edición digital. JANS, Sebastián: Y me hizo el signo, cuento. En la Página de Sebastián Jans, http://www.geocities.com/masonchile/signo.htm LAVAGNINI, Aldo: Manual del Aprendiz, Edición Digital. PALIZA M., Juan L.: Lo que no debe ignorar el Aprendiz Masón, Editorial Masónico, México D.F., 1959, páginas 80- 81. WIRTH, Oswald: El Libro del Aprendiz, Ediciones de la Gran Logia de Chile, Santiago de Chile, 1995, página 156.