STROGATZ: EL PLACER DE LA X Steven Strogatz. El placer de la x. Una visita guiada por las matemáticas, del uno al infinito. Madrid, Taurus, 2013. 400
páginas
Ya está en las librerías de Asunción el libro del profesor de la Universidad de Cornell, Cor nell, Nueva York, Steven Strogatz que acaba de publicar en español el sello Taurus, El placer de la x. Strogatz habla de un placer del cual a casi todos se nos despoja en la infancia, y del cual en general se nos despoja para siempre. De un placer que se descubre a edad muy temprana, que habitualmente se pierde casi tan pronto como se lo descubre y cuya pérdida suele ser irremediable. En la niñez gozamos por primera (y, salvo contadas excepciones, por última) vez del asombro ante la gracia y la transparencia, la
simplicidad y el brillo del único poder al mismo tiempo absoluto y gentil. En la niñez recibimos, y ya en la niñez nos quitan, el don de la sonrisa ante la maravilla de la iluminación y las fieras trampas sutiles, de la difícil perfección y la elegancia suprema de las matemáticas. Como también la fantasía las fecunda para procrear monstruosas estirpes exquisitas de aporías y de paradojas, más tarde, a veces, de visita en casa de algún miembro de esta singular prole deliciosa y maldita, volvemos a encontrar el perdido amor ideal de la niñez, ahora en su zona de más explícito humor y más notoria locura. Y vemos esa fallida pasión con la nostalgia de lo que solo hemos deseado, y no vivido, ya de niños expulsados del Edén, y con la nostalgia de lo irrecuperable, porque las matemáticas exigen, como todos los grandes vicios, un grado de devoción para el que nos volvieron incapaces. Utilizamos mecanismos matemáticos cada día. Aplicamos el cálculo de probabilidades y el análisis estadístico a nuestra forma para
pensar y actuar. Sintetizamos en números (y palabras) los rasgos centrales de incontables casos de un mismo tipo. Sospechamos lo infinito cuando al doblar la esquina se proyecta ante nosotros una perspectiva interminable o cuando una alta azotea hace que el espacio se pierda en lontananza o cuando surge enorme e inesperado el cielo porque alzamos la vista sin pensar. Pero ignoramos cuánto de nosotros y de nuestra vida está hecho de matemáticas. Matemáticos renegados sin saberlo, hemos olvidado lo que sabíamos de niños o lo que habíamos nacido para saber. De privarnos de esa ciencia se encargan aquellos que, por ironía, son designados para enseñárnosla. Entre los muros del aula, mutan, se vuelven patógenas, alergénicas y causantes de fobias y aun de traumas, e, impotentes para inspirar deseo, pierden su belleza. Pasamos, así, por la vida y morimos sin recuperar eso que queda solo para unos pocos elegidos. Y, sin embargo, como ignorado motor de nuestra mente, de nuestras decisiones e ideas y hondo saber secreto, siguen a
nuestro lado y, aunque ya no sepamos reconocerlas, nunca nos abandonan. Obvias pero jeroglíficas, imprescindibles pero incomprendidas, universales pero minoritarias, las extraviamos en la primaria o el bachillerato. Es raro que el matemático que uno lleva adentro sobreviva a las clases y a los profesores, que convierten la luz de esta región, que es la más clara y diáfana del pensamiento, en completa oscuridad . No es siempre su culpa: el metodológico lastre de repetir sin entender basta para lograr por sí solo el horrible milagro. Nada preguntamos para no alargar más una clase que ya es insoportable. El fárrago de datos hueros se hace arbitrario gracias al olímpico desdén por el sentido que es lo único en lo cual profesores y alumnos, llenos de la misma prisa por salir del aula, estamos totalmente de acuerdo. Incontables generaciones de seres casi muertos a golpe de bostezos, de seres hiperventilados y de dolientes quijadas; de seres traumados por visiones de pizarras con garabatos fatales; de seres condenados
a huir de por vida con asco y tedio de todo lo que parezca una ecuación, demuestran lo inútil de esta técnica que sigue sembrando desde las aulas, a escala planetaria, una pandémica ignorancia matemática. Y sin embargo, en cada generación que sale de los Treblinka y los Auschwitz mentales, de los campos de matematicidio en los que perdemos toda capacidad de entender las matemáticas, hay unos pocos que conservan la fascinación por la estructura armónica e inmutable que han intuido bajo esas mismas lecciones que para los demás sepultan el prodigio. Y estos que conservan el placer de la x son envidiados por los que, revoltosos o distraídos en el aula, éramos demasiado volubles e impacientes para no desaprender las matemáticas, pero sospechábamos que nos íbamos a perder algo bueno, pues, a fuer de chicos listos, sabíamos y sabemos que la inteligencia tiene sus delirios, sus peligros, sus dichas luminosas, su propia y curiosa forma de exceso y de barbarie, sus herméticas orgías, sus obsesivas adicciones,
y que los tiene por la sencilla razón de que es salvaje y escandalosamente divertida. Steven Strogatz, en El placer de la x, se propone devolver a las matemáticas lo que tuvieron para nosotros de accesible y de mágico antes de ser oscurecidas por lo que se llama educación. Su deliberado afán de ser ameno y desenfadado empaña el texto con esa desagradable condescendencia forzada típica del tono pretenciosamente didáctico de cierta literatura de divulgación, lo que es una fastidiosa desgracia estilística. Pese a ello, vale la pena (para quien la sienta) sufrir la incomodidad ante el mal gusto que este profesor de Matemáticas Aplicadas de la Universidad de Cornell demuestra en este aspecto, y que comparte con tantos divulgadores científicos, a cambio de su destreza y experiencia en esta visita guiada que uno termina satisfecho y agradecido por lectura tan esclarecedora, que brinda tanta información sobre las singulares relaciones de las matemáticas con la literatura y la filosofía, con el arte en general y con la medicina, entre otras cosas,
y que tiene la deliciosa cualidad de regalar sin falta en cada capítulo alguna revelación inesperada. Excelente profesor, que, ¡ay!, nos podría haber ahorrado a muchos mil problemas escolares y largas horas de mortal e imperdonable aburrimiento, Strogatz recupera para los lectores la inteligibilidad y la lógica de todo lo que en su materia había perdido la interesante virtud de ser pensable. El placer de la x, editado en español por Taurus, es una introducción generosa a los conceptos más profundos de las matemáticas. La primera parte, «Números», está dedicada a ellos (los números) como símbolos; la segunda, «Relaciones», al álgebra, al modo en que las combinaciones y relaciones entre los números expresan la complejidad del mundo; la tercera, «Formas», a los conceptos de espacio y forma, a la lógica y a la demostración; la cuarta, «Cambio», al cálculo, al cambio continuo de la realidad; la quinta, «Datos», a la estadística, las redes y la probabilidad; y la última, «Fronteras», a las realidades situadas entre lo conocido y
lo desconocido. La obra de Strogatz no solo presenta las certezas matemáticas, sino también los enigmas; nos las devuelve con toda su lucidez peculiar, pero también con todos sus abismos y misterios. Con este libro ha llegado la hora indispensable de aprobar por fin y con honores esta vital y enigmática asignatura pendiente.
Montserrat Álvarez