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El “paisaje infinito” infinito” de la costa co sta del Perú. Jorge Jorge
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Eduardo Eielson Posted on 12 abril, 2014 by 2014 by reinhard huamán mori
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Durante mi juventud, siempre me intrigó la visión del espacio árido que circunda la ciudad de Lima, que es la ciudad en donde nací. Siempre pensé que s emejante geografía nunca habría podido generar ningún entusiasmo óptico, ninguna efusión anímica y, por ende, ningún pens amien to plástico. Y si adem ás es ta extensión extensión inmutable aparecía aparecía cubierta cubierta por esa enorme sábana s ucia que los lim eños llaman cielo, el dilema se volvía aun más impenetrable.
Sin embargo —y esto lo debo si n duda a mi l arga vida vida europea— lentam ente filtrado, filtrado, dolorosamente pensado, este puro paisaje —porque perfectamente abstracto— terminó por ins talarse en m i espíritu como un im perativ perativo o pictórico vital. vital. Ello sucedió hacia fines fines de los años 50. O sea después de haber digerido digerido —en la medida de mis alcances— las mayores enseñanzas del pensamiento visual europeo, desde la gran pintura italiana y flamenca de los siglos XV y XV XVI, I, hasta las fundamentales innovaciones del Bauhaus de Weimar y el neoplasticism o de Mondrian. Sin olvidar Dadá, el surrealismo, Picasso. Ni la gran eclosión del expresionismo abstracto europeo y americano, ni la primera arreme tida del “nouveau réalisme“, suerte de pop art francés francés anti-litteram [1]. Fue como si yo mismo —o quizás el momento histórico y cultural— estuvieran finalmente maduros para la recuperación de semejante entidad
Historias curiosas. Claudio Eliano Carta de Penélope a Ulise s. Ovidio Ovidio Leyendas de Formentera. José Luis Gordillo Courcieres Cantando con el puño Ciento y una noches . Ennio Flaiano
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visual y táctil.
Comencé a sentir una falta angustiosa de territorio bajo mis pies. Como s i todas mis anteriores invenciones —las primeras de las cuales fueron presentadas en Lim a, en 1948, antes de mi viaje a Europa, conjuntamente con las primeras telas de Fernando de Szyszlo, en la Galería de Lima— hubi eran nacido del a ire, es decir, de oídas, a partir de otras invenciones, ajenas a mi propia real idad se nsible y cultural. Yo no podía —ningún peruano o latinoame ricano podía— trabajar a partir de la extremas posturas d e un pens amiento pictórico, como el europeo. Tenía que excavar por mí mism o en es a dimensión hostil que la naturaleza y la historia me habían deparado y en la que —volente, nolente— había abierto los ojos. Este imperativo se impuso paulatinamente a través de una serie de experiencias en las que el recuerdo mismo comenzó a plasmarse de manera casi primordial y en armonía con su propia mecánica interna: cubriendo la tela de materiales y proviocando en los mismos los accidentes que l a naturaleza —la erosión, el viento, el calor, la hum edad, etc.— provoca en el gran lienzo del de sierto. Por entonces vivía en Ro ma, y recuerdo que a un amigo que viajaba a Lima le encargué que me llevara, a su regreso, un pequeño saco de arena de n uestras pl ayas. Mi necesid ad de “verdad” había llegado al paroxismo. Pero creo que no había en ello nada de obs esivo. Cierto es que tras un período de varios años de trabajo sobre el mismo tema, el “paisaje” dio origen a la figura humana, rescatada igualmente a través de sus despojos —tales com o estos restos de un p aisaj e vivido en una antigua, imborrable secuen cia—, es decir a través de sus vestidos , camisas , corbatas, trajes de no che, overoles, etc. Para enseguida quedarme solo con s us elem entos más significativos —tensiones de materias textiles sobre es pacios desnudos, que más tarde denominé “quipus”.
Pero, para mí, lo imp ortante era sin duda encontrar un método que m e acercara lo más estrechamente posible a la vivencia, digamos casi al ensim ismam iento con el material. No mani pularlo. No violentar su propia es tructura, sino dejarlo actuar, apenas dispues to en grandes superficies. Me imponía a m í mism o una actitud reflexiva sobre los derechos de la naturaleza y la precariedad de cualquier técnica artística. Y, además , si la técnica es algo que s e aprende, ¿por qué no utilizar otros procedimientos, aún más antiguos que los europeos, como pueden ser los de la pintura china o japonesa, africana o precolombina? ¿Por qué acatar siempre, servilmente, la hegemon ía espiritual de Europa? ¿Y sobre todo s i se trataba de una tierra sembrada de algunas de las más brillantes y enigmáticas culturas del planeta? Poco a poco, el arcaico paisaje de la cos ta del Perú comenzó a configurarse, a llenarse de s entido a m edida que mi propia visión del m ismo maduraba en mi recuerdo. Pero, ¿cómo evitar que semejante transposición no arrastrara restos de otros paisajes afincados en la memoria? ¿Cómo evitar el verde de la “montaña” [2], visitada durante la a doles cencia? ¿Y cómo borrar ciertos cielo s mediterráneos, ciertas secretas vivencias nacidas de la contemplación y el saber? ¿Y cómo borrar viejos se ntimientos un idos al recuerdo de l a juventud, de la poesía, del am or? He aquí entonces que la m ateria se transfigura y —por virtud de la memoria— deviene paisaje interior, paisaje cultural, paisaje total. El paisaje primigen io —en su flagrante desm esura geog ráfica y anímica— se convierte en un “paisaje i nfinito”. La dimen sión total conduce al inevitable cero de la meditación trascendente. Quizás algo de los jardines zen aparece en estos solemnes espacios dispuestos al borde del Océano Pacífico. Como si nuestros más confusos orígenes orientales hubie ran resurgido por virtud de un procedimiento quizás exacto en su motivación.
La presencia de la m ateria —en su calidad de despojo— nos recuerda nuestra propia condición carnal y su ineludible epílogo. El desierto sigue siendo —así como lo fue para nuestros antepas ados— cuna y tumba de nues tro acontecer histórico. Paracas en donde se urde el misterioso tejido de nuestro destino. Ninguna técnica artística aprendida habría podido capturar este paisa je-cem enterio repleto de una cuantiosa vida subterránea. Aunque la crítica pretende adjudicar a es tas texturas la receta informalista, nada habría podido se rvir mejor al autor que s u propia identidad con la arena, el mar, el cielo y su juventud pasada ju nto a ellos, teatro de sus primeros goces. (La mano que hoy escribe sobre esa arena, sigue siendo la mis ma que entonces es cribía sus primeros versos sobre una hoja de papel). Y los mism os hechizos de la luz entre las dunas, las m ismas olas de arena, las mis mas eclosiones de rocas, las m ismas huellas, el mism o hervor de la m ateria terrestre afloran a la mem oria puntualmen te, como ante un es pejo. El mito del eterno retorno se ilum ina una vez más . Así, el “paisaje in finito” se sucede en el tiem po y en la secuencia espacial y —cuadro tras cuadro, imagen tras imagen, fragmentos, detalles— van conformando esa geografía del alma que cada uno de nosotros lleva escondid a en el fondo de la propia existencia. Escrita, pintada, filma da o vivida, ella es el es cenario y el personaje central de una absol uta, perfecta representación.
El “paisaje infinito” es también para el autor —y seguirá siéndolo hasta sus extremas consecuencias— una exploración que se prolongará sin cesar (paralelamente a sus más variadas experiencias), como demostración de que una sola vez abrimos los ojos an te el mundo que nos rodea, y una sol a vez, inexorablemente, los cerramos ante el mism o.
Notas [1] Anti-litteram . El autor parece usar es te término latino en el sen tido de algo
ubicado en el lado op uesto de la “literalidad” o “alfabetism o” de la formación artística académica. Cabe, sin embargo, la posibilidad de que esta palabra sea producto de una errata y que el término us ado sea “ante-litteram”, usado para s ubrayar que la existencia de este movimiento (ya en los años cincuen ta) antecede de m anera significativa su manifiesto formal (de 1960). [2] La expresión “montaña”, tal como la us a el autor en este texto, se aplica en el
Perú a la región selvática del este del país.
© Herederos de Jorge Eduardo Eielson Tomado de Ceremonia comentada. Textos sobre arte, estética y cultura. Fondo editorial del Congreso del Perú. Lima. 2010.
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