EL FEMINISMO ESPONTÁNEO DE LA HISTERIA Estudio de los trastornos narcisistas de la feminidad
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EMILCE DIO BLEICHMAR
EL FEMINISMO ESPONTÁNEO DE LA HISTERIA Estudio de trastornos narcisistas de la feminidad
Dl$TAllUCIONES'
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[l] FONTAMARA
Primera edición: 1985, Adotraf, S.A., Madrid, España Primera edición mexicana: 1989, Distribuciones Fontamara, S.A. Segunda edición: 1994 Tercera edición: 1997
A mi madre. A mis hijos Andrea. Julieta y Javier. A Memén y Mariana.
Derechos reservados conforme a la ley
ISBN 968-476-090-6 © Emilce Dio Bleichmar © Distribuciones Fontamara, S. A. Av. Hidalgo No. 47-b, Colonia del Carmen Deleg. Coyoacán, 04100 México, D. F. Tels. 659•7117 y 659•7978 Fax 658•4282 hnpreso y hecho en México Printed and made in Mexico
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Se trata de un libro inteligente, que engloba aspectos sociales y culturales. Igualmente es un estudio estrictamente psicoanalítico que demuestra -por cierto, con tacto y respeto- el sexismo de Freud. Destaca cómo en nuestra sociedad, y en toda sociedad conocida, la diferencia tle sexos implica desigualdad, y ambas condiciones tienen consecuencias psíquicas, poniendo énfasís en la disparidad ex{stente en las leyes de la cultura que constituyen y gobiernan la feminidad y la masculinidad. La prohibición del incesto es pareja para ambos sexos, pero una vez alcanzada la diferenciación sexual, la normativización del deseo del hombre y la mujer circula por caminos opuestos. Para analizar el desarrollo psicológico diferencial del varón y de la nifla, la autora profundiza en los conceptos de género y sexo. Es un abordaje importante, ya que estas dos nociones no suelen ser discriminadas en el psicoanálisis clásico. Emilce Dio B/eichmar nos\ habla de la identidad de género anterior al reconocimiento de la diferencia anatómica. Tanto la nifla como el varón saben desde muy temprano que son diferentes. Ambos idealizan y se identifican a la madre. Para ambos, la madre de la primera infancia es poderosa y omnipotente. A esta identificación corresponde en la niña su Yo Ideal femenino primario, cargado de libido narcisista, y dando lugar al ideal del género al que pertenece. Discutiendo este punto, descubrimos, no sin cierta malicia, la debilidad del varón por tener que renunciar a esta identificación temprana, ajena a su género. El drama de la niña se produce cuando, al reconocer la diferencia anatómica, descubre también la inferioridad insospechada de la madre, inferioridad que no se limita a la supuesta castración, sino a la realidad de la propia inferioridad de su ser socia/, su ser mujer, ya que los padres de nuestra infancia son nuestros modelos ejemplares tanto de sexo como de clase social. En esta época se constituye, a través de los avatares del ·omplejo de Edipo, el Yo Ideal femenino, ya marcado por .la doble minusvalía del modelo materno, herida narcisística que deja una huella a menudo imborrable. 11
En la parte primera del libro la autora se apoya principalmente en las investigaciones de Margaret Mahler y de Stoller. Mientras que coincido con Mahler, me parece que Stoller exagera en su valoración del género frente al sexo biológico. Como psicoanalista y médica, y por cierto como mujer, no puedo imaginarme una identidad femenina o masculina sólida si el sexo biológico está en desacuerdo con ella. Sin embargo, el enfoque de Stoller nos ayuda, aunque no lo tomemos al pie de la letra, a comprender mejor el inestable y delicado equilibrio entre sexo y género. En la parte segunda del libro la autora resume crlticamente, con amplitud y minuciosidad, la extensa bibliografía sobre la histeria, la diversidad de criterios para interpretar y ubicarla, la confusión existente en los empeños diagnósticos diferencia/es y en el establecimiento de subcategorías. Si esta parte puede parecer algo árida a los lectores que no pertenecen a nuestra especialidad, su esfuerzo en la lectura se verá ampliamente premiado por lo atractivo y revelador de los últimos capítulos. En ellos hay descubrimientos muy acertados, «el feminismo espontáneo» -aberrante- de la histérica, quien a través de su frigidez, de su no goce, reivindica el deseo de ser reconocida, no sólo deseada, y la explicación de los cambios de fisonomía que el cuadro de la histeria ha sufrido en el siglo último. Llegamos a comprender cómo la mujer de antes solamente lograba ser escuchada si recurría a mensajes corporales, mientras que la de hoy, si pretende diferenciarse del modelo materno del género, si bien amplía sus áreas de acción y obtiene mayor reconocimiento, aún paga la rebelión mutilando su placer sexual. El reanálisis que hace Emilce Dio Bleichmar del famoso caso Dora es brillante y totalmente convincente. Concuerdo con la autora, y creo que actualmente somos muchos en sostener que las ideas sobre la mujer constituyen «el talón de Aquiles» de la doctrina psicoanalítica. Concordamos por experiencia clínica, pero ella lo demuestra, tras un arduo trabajo interdisciplinario, ofreciendo de esta manera una sólida base científica psicoanalítica a lo dicho por sociólogos y feministas. Ayuda de esta manera a la mujer, en su cambio y en su lucha por una verdadera autonomía, a poder abandonar el camino de la histeria y a lograr ser compañera del hombre en igualdad de derechos y posibilidades, sin por eso tener que renunciar al deseo y al placer. MARIE LANGER
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INTRODUCCION
No se discute con el destino, o cedemos a sus poderes de fascinación o nos rebelamos. El reverso del destino es la conciencia, la libertad . ÜCTAVIO PAZ
l ,A HISTERIA: UNA CUESTION FEMENINA La histeria se nos revela multifacética, plástica, voluble en su apal'icncia y también en los intentos de comprensión que ha suscitado en :1curso de la historia. De las explicaciones mágicas, religiosas, médicas, hemos arribado en el último siglo a las de carácter psicológico. Sin embargo, lo circunscripto del dominio de pertenencia no ha disminuido la vuriedad de las propuestas, ya que los matices abundan, y no es lo mismo entender el síntoma histérico como producto de la represión del deseo sexual, que como un efecto del lenguaje, como una estructura básica del ser humano o como una defensa específica contra la psicosis. Pero, ·on todo, en el enjambre de rostros y de teorías se destaca un invariante: ya sean hechiceras, santas, neuróticas o sujetos tachados, siempre se tra1n de mujeres. Será en torno a este punto donde haremos girar nuestro Interrogante, ¿en qué se funda la predisposición de la mujer a la hislcria? Freud asestó un golpe mortal al supuesto naturalismo que gobernada nuestros cuerpos, al establecer en el campo científico la profunda he1cro nomía entre la pulsión y su objeto. La sexualidad humana es. caprid 1osa, variable, múltiple, a veces silenciosa, alejándose de la consistencia y ritmo regular que caracteriza el celo animal. Gracias al psicoanáliis, la histeria cobró distancia del naturalismo etimológico del que prove nía, y del útero se desplazó a las reminiscencias, al fantasma, al Edipo, pilares del gran descubrimiento que la histeria inauguraba, el inrn nsciente. Pero cuando se trata de explicar por qué se corporiza prevalcntemente a través del cuerpo de la mujer, asistimos sorprendentemente 1 la reintroducción de la línea supuestamente abandonada: a causa de N\I anatomía. Si bien, no se trata de la anatomía a secas, sino de las con·cuencias psíquicas de la diferencia anatómica de los sexos, con todo, rá la anatomía la que se supondrá marcando el destino diferencial que 1sumirá la castración en el hombre y en la m_ujer. 15
La posesión de un clítoris, al que se le adjudica sin mayor reflexión filiación masculina, predeterminaría la organización de una fantasmática fálica que gobernaría el vínculo de la niña con su madre en tanto mujer. Toda niña sería un muchachito sin saberlo -tesis de la masculinidad primaria- hasta que descubre la diferencia de sexos, momento a partir del cual, ahora ya con la certeza de no ser varón, deseará serlo por el resto de su infancia o de su vida, sostendrá Sigmund Freud. Y este núcleo fuerte de masculinidad en la mujer sería el responsable de su proclividad a la histeria, roca irreductible al poder transformador del psicoanálisis, de la palabra, a causa precisamente de su anclaje en otro orden, el biológico. Freud sellará la histeria una vez más en la historia del conocimiento, al destino supuestamente fijado por la naturaleza a la mujer. Y quizás sea este sector de su teoría -hoy ampliamente discutido y cuestionado- donde es posible observar con mayor nitidez la marca del prejuicio que hace obstáculo, que fija un límite al carácter transformador del pensamiento freudiano. El escándalo surge entre las mujeres analistas, especialmente entre las mujeres psicoanalistas de niños, quienes, observando a las niñas, las encuentran en franca contradicción con lo que la teoría sostiene, ya que se revelan mucho más femeninas cuanto más pequeñas son. Melanie Klein eleva la bandera de la feminidad primaria, una nena-mujer que conoce su vagina y desea el pene del padre prácticamente desde que nace, desvirtuando de este modo todo remanente de masculinidad inicial en el determinismo de la histeria. Sin embargo, la propuesta kleiniana, aun invirtiendo la hipótesis ciento ochenta grados -la masculinidad primaria se transforma en feminidad primaria- no contribuye a desterrar el naturalismo contenido en el modelo teórico, sino que lo entroniza aún más, pues tal feminidad también se concibe surgiendo de la anatomía, en este caso la que corresponde a su sexo, la vagina. ¿Feminidad primaria o secundaria? Polémica que insiste y no se resuelve, y cuyo valor estriba, más que en polarizar a los analistas, en las posibilidades que deja abiertas para la comprensión de la mujer. Pero, ¿qué entender por feminidad o masculinidad? ¿Acaso un sinónimo de sexualidad, tal cual lo concibió Freud en sus artículos-de 1931 y 1933, que versando sobre un mismo tema se titulan, uno, «La sexualidad femenina», y el otro, «La feminidad»? ¿O debemos pensar que tanto la feminidad como la masculinidad aluden a una subjetividad que será la encargada de investir al cuerpo, de marcar tanto su anatomía, sus fun16
ciones, así como al deseo sexual, con las múltiples significaciones y fantasmas que modelan sus siluetas y comportamientos diferenciales? El fenómeno del transexualismo viene en nuestra ayuda para indicarnos una dirección. Considerado durante mucho tiempo un trastorno extremo de la sexualidad, a partir de los trabajos de Robert Stoller se reubica su comprensión, iniciándose el capítulo altamente promisorio de los trastornos del género. Las investigaciones sobre estos raros casos demuestran la estructuración de un núcleo de identidad femenina, es decir, un sentimiento e idea inicial de ser mujer, anterior a la marcación anatómica del cuerpo, o sea, al reconocimiento por parte del niño de una diferencia anatómica genital entre el hombre y la mujer. Esta feminidad, cimentada en el seno de una peculiarísima relación con una madre que feminiza casi sin erotizar, tiene el extraordinario poder de rechazar la anatomía que ulteriormente el niño descubrirá. Identidad femenina sostenida sólo por la convicción del niño el deseo de la madre, y que se opone con tanto rigor al empuje del cuerpo, a la anatomía, a las hormonas, al deseo sexual que emanaría «naturalmente» de este suelo biológico, que el niño y luego el joven no dudarán en buscar todos los medios posibles para la transformación total de éste, su cuerpo de hombre que cuestiona el deseo de ser mujer.
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Lo que el transexualismo nos demuestra, entonces, es una vía de supeditación de la sexualidad al género. Una vez definida una identidad de género, ésta, la feminidad, por ejemplo -de acuerdo a las leyes que dictan los postulados que la cultura ha edificado como lo masculino y lo femenino-, normativiza el deseo sexual. Lo que revoluciona el pensamiento psicoanalítico es que, entonces, la feminidad/masculinidad no se hallan exclusivamente bajo la égida de la anatomía, de lo biológico para su organización, no sólo en el caso del transexual, sino de todo ser humano. La introducción de la noción de género, su origen independiente de los del sexo y sus íntimas articulaciones posteriores clausuran -en mi opinión- la dicotomía feminidad primaria o masculinidad primaria, para establecer definitivamente la carta de ciudadanía de la feminidad primaria, pero, simultáneamente, inauguran la concepción de una feminidad secundaria, en el interior de la cual la masculinidad no puede dejar de tener un lugar. Existe claramente una feminidad temprana por identificación primaria y/o especular a la madre, a la cual la nifia conocerá, definirá y nombrará empleando el mismo discurso cultural por el cual se conocerá, de17
finirá y nombrará a sí misma. Discurso que no hará más que redoblar los enunciados a través de los cuales la madre se define a sí misma e identifica a su hija como su doble. Feminidad primaria que goza de las licencias de lo imaginario, del fantasma, ya que en la intimidad de los cuidados, del placer del amor y en las reducidas dimensiones en que la madre reina, el niño/a puede edificar la idea de una feminidad a la cual no le falta nada. Por tanto, hay un tiempo durante el cual la feminidad, es decir, los atributos, actividades y actitudes que caracterizan a una mujer, son considerados por el niño una condición ideal. Será por esta valoración estrictamente fantasmática por lo que la feminidad primaria para la niña se constituirá en el núcleo más poderoso de su Yo Ideal preedípico, y por lo que la castración materna sólo ocupará un lugar psíquico, a posteriori del descubrimiento de la diferencia anatómica y de la total significación de la función sexual de los Órganos genitales. Si el fantasma- de la mujer fálica debe ser producido, es para mantener la creencia en la omnipotencia materna, omnipotencia que hallaba su sustentación en un universo gobernado por las significaciones que emanaban de la feminidad en tanto género femenino; el falicismo le será agregado a posteriori, no para dar cuenta de la masculinidad inicial, sino que tal masculinidad le debe ser añadida cuando esta última se instituye en el símbolo privilegiado por la cultura para designar el poder. Estepasaje del cuerpo a lo simbólico en la determinación de la identidad, hasta hoy llamada identidad sexual -justamente por el peso atribuido a la marcación anatómica- y que de ahora en adelante debiéramos denominar identidad de género, contribuye a reintroducir en la teorización psicoanalítica, una orientación que los propios trabajos de Freud sobre la feminidad interrumpieron: la importancia de la realidad psíquica, del registro de la fantasía, de la creencia, de lo simbólico, como órdenes fundantes alejados de todo realismo ingenuo. El centro de la primera parte de nuestro estudio sobre la histeria consistirá en poner a trabajar el concepto de género en el interior de la teoría psicoanalítica sobre la sexualidad femenina. Pensamos que los resultados de tal elaboración co11tribuyen no sólo a resolver gran parte de los impasses a que la misma se halla enfrentada, sino también a la eliminación de todo remanente de naturalismo dentro del campo de la revolución freudiana. Para la clara distinción entre género y sexo es imprescindible, al menos, un breve recorrido por algunas de las múltiples investigaciones sobre la sexualidad que se han venido desarrollando en los últimos veinte años en el campo de la genética, la embriología, la bioquímica, la neurofisiología, la endocrinología y el comportamiento sexual. 18
La cantidad de hallazgos representan un desafío saludable para nuestra joven ciencia del psicoanálisis, que todavía se halla inmersa en los avatares de un libre discurrir, sin que los teóricos sufran el estorbo del peso de los hechos. Pero, ¿por qué esta recurrencia por nuestra parte a la biológico, después de tan enconada denuncia a las repetidas tecaídas en el naturalismo a que ha estado sometida la teoría? Pues, porque los datos empíricos serán utilizados, lo que no deja de constituir una paradoja, para refutar una teoría que hacía del empirismo -la diferencia anatómica de los sexos y lo supuestamente real- su sustento. Nos valdremos de una serie de estudios empíricos que, desligados de connotaciones ideológicas, desmienten y desenmascaran la estructura imaginaria del supuesto empirismo anatómico. Se trata en realidad de un contrapunto entre el empirismo de la ciencia, que cierta epistemología desdeña y rechaza porque confunde con otra dimensión de lo empírico -el de la ideología-, al cual legítimamente ha sabido poner al descubierto. Es así como el nuevo bagaje de conocimientos biológicos adquiere significación en el seno de una teoría psicoanalítica, en la cual lo simbólico constituye el eje ordenador. No deja de ser sorprendente que, desde los extramuros del psicoanálisis, hoy sea posible fundamentar y completar la tesis freudiana sobre el rol capital de las experiencias infantiles en la estructuración de la sexualidad humana, y afirmar que las determinaciones biológicas sólo podrán reforzar o perturbar una orientación edificada por el intercambio humano. Money y los hermanos Hampson (1955) demuestran cómo dos niñas, ambas hembras en el programa genético, gonadal y endocrino, con su estructura sexual interna normal, por padecer, durante la gestación del síndrome adrenogenital, nacen con sus órganos sexuales externos masculinizados. Una de las niñas es rotulada correctamente como hembra, mientras que a la otra -engañosamente varón por la enfermedad- se le asigna el sexo masculino. A los cinco años, la designada hembra se considera y es considerada por su familia una niña, y la que creyó ser varón, un varón. Lo que ha determinado el comportamiento y la identidad no ha sido su sexo (biológico), ya que es otro, sino las experiencias vividas desde el nacimiento, experiencias totalmente organizadas sobre la naturaleza supuestamente masculina del cuerpo designado como varón. También se constatan los raros casos de varones nacidos sin pene y niñas sin vagina, que si bien sufren hondos conflictos por este hecho, tales conflictos no conmueven una identidad de género previamente establecida que no ha requerido la posesión del genital para su constitución. Todos estos hallazgos, y muchos más, van operando 19
una suerte de línea de clivaje entre sexo y género, hasta hace una década prácticamente sinónimos en el diccionario e inextricablemente ligados en sus destinos, de modo que hoy es posible afirmar que pertenecen a dos dominios que no guardan una relación de simetría, y que hasta pueden seguir cursos totalmente independientes . Es entonces la propia biología -debidamente enmarcada en un contexto teórico- la que desmiente a las teorías que apelaron a ella, y que nos permite, con su favor, asestar el golpe final a todo resabio de naturalismo, ubicando la feminidad y la masculinidad - en tanto identidades de género- como categorías del patrimonio exclusivo del discurso cultural. Pero aún debemos otro tributo a la biología, pues sabemos la magnitud de la inercia con que se enfrentan las nuevas ideas hasta lograr su consagración. Para aquellos que se sientan inclinados a seguir pensando en la masculinidad inherente a la estructura anatómica de los órganos sexuales de la niña - el clítoris-, lo que determinaría la naturaleza de su deseo sexual, se encontrarán con la sorpresa de los datos que prueban que tal hipótesis biológica es simplemente falsa, embriológicamente el clítoris no es masculino. Pero si queremos ser fieles a nuestro norte metodológico y mantener la cercanía a los hechos clínicos, ¿cómo dejar de lado la presencia de lo masculino en la histeria? ¿Cómo precisar la naturaleza de su bisexualidad, se trata del deseo o de las identificaciones? ¿Qué es entonces lo bifronte, su sexo o su género? La biología moderna desacredita rotundamente el mito de la supuesta masculinidad de la niña, de manera que deja de ser un obstáculo que pueda ser invocado, para profundizar en la incuestionable feminidad primaria de la misma. Por otra parte, el descubrimiento de la diferencia anatómica de los sexos que verdaderamente determina el destino diferencial para la niña y el varón, no sería el que éstos adquieren en un momento de su desarrollo, sino la debida normativización que en tanto género y orientación sexual tengan los padres, quienes construirán desde su sistema simbólico la feminidad y/o masculinidad que corresponda al cuerpo sexuado que dan a luz. En el caso de la niña, la identidad de género femenino ve facilitada su estructuración, pues en el campo intersubjetivo en el cual tiene lugar su gestación, el otro especular - la madre- es efectivamente su doble. Esta específica condición de maternalización de nuestra cultura marcará desde temprano la mayor parte de los patrones que rigen la feminidad y la masculinidad. La dependencia, el déficit de diferenciación, el predominio del narcisismo y de la ambivalencia en el vínculo, como rasgos peculiares de la feminidad, serán rastreados desde el inicio. Pero en ningún momento 20
nos enfrentamos con ningún dato que pudiera ser considerado fálico o masculino; la feminidad primaria parece transcurrir ideal, imaginaria y fantasmáticamente al margen de toda significación masculina para la niña. De ahí que pueda constituirse en una de las condiciones fundamentales de su Yo Ideal, de su sistema narcisista. Tanto la niña como lamadre gozarán de un tiempo en el que la representación de la mujer en tanto género será la sede del poder. La crisis de la castración, al provocar una redistribución de la valoración ligada al género, arrasa con ese universo femenino en que tanto a la madre como a la hija no le faltaban nada, y el pene real del padre será elevado en carácter de símbolo fetiche, representando privilegiadamente la compensación de toda carencia . Pero sabemos que aquello que el descubrimiento de la castración pone en tela de juicio es el papel narcisizante de la madre, ahora será del padre del que se esperará la valorización . Se hace entonces necesario agregar en el estudio de la feminidad, junto a la constatación de los efectos psíquicos que la diferencia anatómica de los sexos provoca en el sistema narcisista de la niña, aquellos otros efectos que provienen del testimonio que la niña efectuará, de ahora en adelante, de las múltiples y permanentes desigualdades en la valorización social de los géneros. Creemos que la principal consecuencia psíquica del complejo de castración para la niña es Ja pérdida del Ideal Femenino Primario, la completa devaluación de sí misma, el trastorno de su sistema narcisista, y que el interrogante mayor a dilucidar no es cómo hace la niña para cambiar de objeto y pasar de la madre al padre, sino cómo se las arregla la niña para desear ser una mujer en un mundo paternalista, masculino y fálico. La eficacia de la castración se funda en la alteración, en la inversión de la valoración sobre su género, de idealizado y pleno se convierte en una condición deficiente e inferior. Pero si esta metamorfosis tiene lugar es porque el núcleo de la identidad de género se halla firmemente constituida; la castración ni origina ni altera el género, sino que lo consolida. Lo que sí compromete, organiza y define es el destino que la niña dará a su. sexualidad. El complejo de castración orienta y normativiza el deseo sexual, no el género. En otras palabras, decide básicamente sobre la organización de la sexualidad femenina, no acerca de la feminidad. La niña se orientará o no hacia el padre, estableciendo su elección de objeto sexual, sellando así o no su heterosexualidad. Heterosexualidad que en Ja teoría requiere ser diferenciada de Ja feminidad, pues así como existen homosexuales femeni nas, también existen formas de histeria fuertemente masculinizadas y, sin embargo, exclusivamente heterosexuales. 21
Pero a la nifia no le basta establecer la heterosexualidad para lograr, por consecuencia, una identificación secundaria a la madre que tipifique su feminidad, ya que la feminidad, en tanto ideal, ha quedado cuestionada por la castración. Deberá reconstruir su sistema narcisista de ideales del género y reinstalar una feminidad valorizada que oriente tanto su rol del género como su deseo sexual. La prolongación en el tiempo y su clausura incompleta en la mayor parte de los casos, características del Complejo de Edipo de la nifia, encuentran explicación en la colosal empresa narcisística que debe acometer: 1) la reconstrucción de su feminidad, a través de la instauración de un Ideal del Yo Femenino Secundario que no sólo incluya la oposición fálico-castrado, sino el rol social -rol conflictivo, ambivalentemente valorado-, así como la moral sexual que legisla sobre este rol, y 2) la narcisización de la sexualidad para su género, pues la sexualidad femenina es un valor altamente contradictorio en nuestra cultura. Recapitulando, la incorporación del concepto de género a la teorización del desarrollo psicosexual nos ha permitido establecer la dimensión simbólica de la feminidad. A su vez, a través de este desarrollo, hemos podido situar el género como una representación privilegiada del sistema narcisista Yo Ideal-Ideal del Yo, y constatar que estas estrucuras, así como el Super Yo, siguen cursos de estructuración y formas finales de organización diferentes en los distintos géneros, por lo que pensamos que el género es un articulador o una estructura mayor, a la cual tanto el Ideal del Yo como el Super Yo se hallan subordinados. Si bien la ley del incesto introduce una legalidad pareja para ambos sexos prohibiendo la sexualidad endogámica, sin embargo la moral sexual que normativiza el ejercicio del resto de las formas de sexualidad no es igualmente simétrica. Y será a partir del estudio de la especificidad del sistema narcisista, de los ideales y valores que guían a la nifia durante la latencia y la adolescencia, de donde se desprenderá la fuerte oposición que rige tanto las relaciones entre feminidad y narcisismo como entre sexualidad femenina y narcisismo. Durante estos períodos la tipificación tanto de la feminidad como de la masculinidad se realiza por mútiples vías, por identificación al objeto rival, por ejercicio del rol y por un proceso de moldeamiento sólidamente pautado por los ideales de feminidad/masculinidad imperantes en la familia y en la microcultura a la cual ella pertenezca. El resultado es un clivaje estructural de los modos de acción y de pensamiento de los dos géneros, un mundo privado y doméstico para las ni22
fias, quienes cultivarán la gracia, la seducción y los sentimientos, y un mundo social y crecientemente público para los varones, desde el cual ejercerán la capacidad para la toma de decisiones y el poder transformador sobre la realidad; una clara dicotomía en el ejercicio del placer pulsional que será legitimado en el caso de los varones y fuertemente condenado para las nifias, y una diferencia neta en la localización deí ;· ,bjeto del deseo sexual y del reconocimiento narcisista. El varón sólo buscará en la madre-mujer el objeto de la satisfacción pulsional y sed de su padre del que obtendrá la valoración, quien, a su vez, se halla instituido socialmente para otorgarla y para ofrecerse como ideal del Yo; mientras la nifia dirigirá su búsqueda sexual y narcisista sobre el mismo objeto, quien por esta peculiaridad de otorgar tanto el goce como la valorización no puede dejar de ser erigido, de alguna forma, en su ideal. Y es en este punto donde se revela el profundo déficit narcisista de organización de la subjetividad de la futura mujer, ya que lo habitual en la nifia es que, en el proceso de identificación a la madre -en tanto objeto rival y supuestamente ideal-, encuentre serios obstáculos para considerarla un modelo a quien parecerse, y en lugar de desear identificarse a ella, se desidentifique y localice el ideal en el hombre. De esta manera, concluirá el proceso por el cual la única vía para el restablecimiento del balance narcisista en la mujer es en base a alguna referencia fálica, ubicando al hombre en el objetivo central y único de su vida. Puede rodearlo de la más alta idealización y emprender su «caza», cualquiera sean sus cualidades; puede, despojándose de la posibilidad de poseer para sí metas y valores, delegarlos en él, de manera que será la fiel compafiera, la que ayuda a que su «hombre se realice», situándose en ese lugar tan valorizado por nuestras convenciones, de ser «la mujer que está siempre detrás de los grandes hombres»; o ambicionando mayor trascendencia para sí, competirá por poner en acto comportamientos o actividades que desarrollan los hombres, es decir, masculinizará su Ideal del Yo y su Yo; o finalmente puede llegar a instituir como su meta el comportamiento sexual del hombre hacia la mujer, homosexualizando su deseo Toda suerte de oposiciones caracterizan los destinos de las distintas instancias psíquicas en la mujer. Si busca ser sujeto de su deseo y satisfacer sin represiones su pulsión, aceptando su papel de ser «objeto causa del deseo», se encontrará no sólo con la condena social, sino con el peligro real de la pérdida del objeto, es decir, con un entorno que unánimemente no valoriza, no legitima como femenina esta disposición. Resulta 23
así una oposición entre narcisismo y ejercicio de la sexualidad. Si se afana por superar sus tendencias «pasivas» que la mantienen dependiente del objeto -ya sea madre, padre u hombre- y obtener autonomía social e intelectual, se encuentra con que de alguna manera compite con algún hombre, castrándolo. Por tanto, la autonomía, que por otro lado forma parte de los requisitos esenciales de los decálogos de salud mental, se opone a la feminidad. La pulsión se opone al narcisismo; la ampliación del Yo, al Ideal del Yo. ¿Y el Super Yo? Los trabajos de Gilligan (1982) - provenientes del campo de la psicología social- sobre la evolución diferencial del juicio moral en los distintos géneros, muestran que, al llegar a la adolescencia, las niñas presentarán una perspectiva moral basada en una ética del cuidado, mientras que en los varones lo que prevalece es la lógica de la justicia. Pero como ambos serán evaluados con métodos diseñados en base a patrones masculinos -la escala de Kohlberg-, las niñas, aun poseyendo una sólida ética del cuidado y la responsabilidad y una muy avanzada lógica de la elección, serán clasificadas como alcanzando un menor nivel de moralidad. Extraña condición la del Super Yo femenino, defectuoso, pero centrado en los máximos principios éticos del cuidado y la responsabilidad, inferior al del hombre, pero condenando y legislando rigurosamente cualquier «exceso» sexual. Esta dimensión profundamente conflictiva de la feminidad en nuestra cultura se demuestra y tiene su máxima expresión en la histeria. La introducción del concepto de género permite comprender más cabalmente la problemática histérica y no caer en el error de considerarla basada en una supuesta indefinición sexual. Si la histérica¡ produce la fantasía de la mujer con pene, no lo hace ni por homosexual ni por transexual - o sea, por el deseo de ser hombre-, sino porque, cerrados los caminos de jerarquización de su género, intenta formas vicariantes de narcisización, añadiendo a su feminidad falicismo, masculinidad, un pene fantasmal, o dirigiéndose a un hombre para que le diga quién es. Es posible delimitar dentro del cuadro de la histeria tres subcategorías nosológicas: la personalidad infantil-dependiente, la personalidad histérica y el carácter fálico -narcisista, las cuales constituyen una serie psicopatológica cuyo eje es el grado de aceptación o rechazo de los estereotipos sobre los roles del género vigentes en nuestra cultura. En todas ellas, sin embargo, se manifestará el síntoma histérico (dejando de lado la conversión, cuya filiación exclusiva a la histeria queda seriamente cuestionada), entendiendo por tal el profundo conflicto narcisista que la 24
relación deseo-placer le provoca. El goce sexual de la mujer, en tanto goce puro, el ejercicio de la sexualidad como testimonio de un ser que desea el placer y lo realiza en forma absoluta - por fuera de cualquier contexto !~gal, moral o convencional- , se constituye en una transgresión a una ley de la cultura de similar jerarquía a la ley del incesto. La histeria queda así ubicada en el centro de un conflicto básico de carácter narcisista, que impulsa a la mujer a una suerte de feminismo espontáneo, pues lo que trata es de equiparar o invertir la valorización de su género, no el comportamiento sexual. Cada vez que se sienta humillada apelará a su única arma en la lucha narcisista, el control de su deseo y su goce, para de esta manera invertir los términos, ella será el amo, asumieQdo un deseo de deseo insatisfecho. En su reivindicación no puede dejarde permanecer prisionera de los paradigmas y sistemas de representación masculina, y su feminismo espontáneo y aberrante se pondrá en juego en el mismo terreno en que ha quedado circunscripta y definida, el sexo. Pero, obviamente, la problemática narcisista femenina excede este campo, así como lo excede para el hombre, pues también cuando en éste la valorización narcisista se confronta exclusivamente en el área de la sexualidad, surge la histeria. Esta dimensión de la problemática de la mujer, vista desde el narcisismo de su género, ha permanecido y permanece silenciada para la cultura, el teórico, el terapeuta y para la propia mujer. Cuando accede a cualquier otro terreno se considera que invade el territorio masculino, castra al hombre, es masculina. Si deja de ser femenina en forma convencional -hembra, madre, ama de casa-, no se piensa que busca otras formas de ser en el mundo, sino que imita y compite con el hombre. ¿Es posible intentar hablar de la histeria, de la mujer y de la feminidad al margen de un discurso sexista? Mucho se ha escrito sobre la mujer, sobre su sexualidad, ya que es especialmente en tanto sexo que ocupa un lugar en la historia. Gran parte de lo escrito no hace sino repetir el estereotipo imperante en nuestra cultura. Todo lo que se siga escribiendo y proclamando sobre ella tiene una feroz incidencia sobre lo que la mujer es. Lacan y su escuela, en el marco de una concepción lingüística del psicoanálisis, definen a la histérica ya no como enferma más o menos neurótica, ni más o menos psicótica, ni más o menos infantil, sino como el sujeto del inconsciente en ejercicio, efecto y producto del lenguaje. La histérica, por primera vez en la historia del conocimiento, queda reivindicada y equiparada con el hombre, ya que será entendida en su carácter conflictual de ser-parlante, marcada por el significante, que deja sus huellas de desconocimiento y de carencia en la estructura 25
misma que funda y constituye al ser humano en tanto ser-que-habla. Lacari. universaliza, generaliza y redefine en realidad el concepto de histeria, ya que si para Freud consistía en el núcleo fundamental de toda neurosis, para aquél consiste en el paradigma del sujeto del inconsciente. Por tanto, la histeria desde esta perspectiva queda desvinculada de toda connotación psicopatológica, sexista y valorativa, ya que el sujeto del inconsciente es concebido como pura estructura en el marco de un estricto formalismo, ahistórico y transfenoménico. La histeria freudiana, kleiniana, psiquiátrica o la del patrimonio cultural sólo guarda con el sujeto histérico lacaniano una relación de homonimia. Y es esta homonimia la que nos resuena sintomal, ¿por qué continuar manteniendo un significante tan cargado de reminiscencias de un saber marcado por la historia, por el prejuicio, por el sexismo? ¿Por qué instituir al falo, como significante del deseo, la fórmula «la mujer no existe», y concebir la demanda de la histérica «¿quién soy yo?» como un enigma al que hay que sostener como tal? ¿En este juego de resonancias imaginarias se está sorteando verdaderamente el discurso sexista o sus marcas penetran aún más hondo, en una suerte de retorno de lo reprimido, del «eterno femenino», del «misterio», del «enigma de la mujer», como sutiles hilos invisibles que siguen bordando una.trama en la que la relación sujeto-sujeto es inconcebible? ¿Cómo soslayar la cuestión de por qué la dependencia del hombre al significante toma cuerpo privilegiadamente en el cuerpo de la mujer para dar la forma clínica de la histeria? ¿O es que nuevamente la teoría sobre la mujer se constituye en una suerte de talón de Aquiles de una teorización, que al pretender aplicar rigurosamente los principios de un estructuralismo ahistórico concibe un significante, un lenguaje exclusivamente sobre el modelo fonológico, libre utópicamente de toda sujeción social? ¿O la mujer, además de padecer la discordia inherente a su carácter genérico de ser-que-habla, si habla mucho, compite y es fálica? El nifio elabora en el curso de su desarrollo psicosexual varias teorías sexuales que paulatinamente va abandonando. Si la primacía del falo se sostiene en su inconsciente es porque el fantasma encuentra un límite a su metamor(osis, algo le hace obstáculo ofreciendo una resistencia inquebrantable: su aspecto más profundo, lo que los lacanianos llaman la dimensión real del fantasma. Este aspecto de invariabilidad, y al mismo tiempo de organizador de la subjetividad, sorprendentemente no consiste en complejas y primitivas fantasías de objetos parciales despedazados, sino en fantasías «tontas», que son las que más le cuestan confesar a los hombres y a las mujeres. El c~rácter primitivo e irreductible está 26
dado por la convalidación social que tales fantasmas encuentran. Se podría hablar de mitos, ya que son estructuras socioafectivas colectivas con una coherencia y unidad que permiten su análisis. El naturalismo, las «actitudes maternas» son un ejemplo, remiten a axiomas incuestionables de nuestro universo simbólico, que comienzan a ser no sólo desenmascarados sino hasta ridiculizados en la literatura, sustituyéndoselos por «proposiciones incorregibles» (Mehan-Wood, 1975). Nuestro trabajo no pretende ser más que una contribución a la línea teórica que no deja de asombrarse del poder incalculable de la creencia humana, poder que parece haber aterrorizado al hombre mismo, quien, en lugar de reconocer la marca de su pensamiento productivo en la~ ideas que sostiene sobre sí mismo, ha preferido considerarlas «actitudes naturales», o sea, ajenas a su dominio. Pero derribado el naturalismo otros «axiomas incuestionables» se hacen visibles. En la intimidad del diván una mujer equipara su creatividad a una enorme potencia, a un «torrente avasallador» frente al cual, sin embargo, tiene reacciones contradictorias de bienestar y angustia. Se le interpreta que ella concibe su creatividad como equivalente a poseer un pene y a su vez este fantasma como una usurpación. Usurpación entonces de la mujer al hombre, ya sea la paciente-mujer a su analista-hombre en la transferencia, o la nifia a su padre, o la esposa a su marido, o la mujer identificada a la madre codiciosa de la potencia paterna. Incustionablemente, más allá del colorido temático, una acción en contra de un derecho o prerrogativa exclusivamente masculina. El resultado de esta codificación tiene efectos mayores: 1) la mujer-paciente, por considerado que sea su analista-hombre o mujer, no podrá menos que incubar un molesto sentimiento de culpa, ya que se trata de un robo; 2) el analista incluirá su descubrimiento como una confirmación más de la teoría que sustenta el mismo enunciado, proveyendo una evidencia singular que contribuye a su mayor crédito como verdad científica; 3) la teoría convalidará la fantasmática colectiva sobre las diferencias inherentes a la dicotomía de los géneros como si fuera una esencia de la estructura del inconsciente, y 4) las mujeres y hombres insertos en este discurso cultural y científico continuarán imaginarizando toda creatividad y potencia de la mujer en áreas no tradicionalmente femeninas -hogar, hijos- como algún tipo de usurpa·ión fálica. Que al sexismo es posible rastrearlo en las teorías psicológicas imperantes sobre los sexos, que legitiman su mayor o menor grado de desarrollo, su salud o enfermedad, lo muestran las experiencias de Gilligan 27
sobre la aplicación de la escala de Kohlberg al estudio del juicio moral en adolescentes de ambos géneros. Incluso no es necesario un trabajo de investigación tan cuidadoso para su reconocimiento, sino la simple reflexión sobre un saber psicoanalítico que en la actualidad ha penetrado al discurso cultural: un hombre o un padre agresivo es descripto en términos de dominante o autoritario, mientras que en la mujer estas car3cterísticas toman el nombre de fálica o castradora; la indiscriminación y alta frecuencia en las relaciones sexuales se catalogan de promiscuidad en el caso de homosexuales y mujeres, mientras que en el hombre se denomina «donjuanismo». Pero ninguna de estas direcciones será el centro de nuestro análisis, ya que ellas interesan a otros campos -el de la psicología social o el de la historia de la cultura-, sino el estudio psicoanalítico del origen, estructuración y formas finales de organización de la feminidad. El género, tanto femenino como masculino, será entendido a todo lo largo del trabajo como una estructura estrechamente articulada y permanentemente evaluada y significada por el sistema narcisista del sujeto. Veremos que el factor que le otorga mayor especificidad y carácter diferencial a los géneros es su distinta valoración narcisista. Dentro de este marco, la feminidad, en algunas de sus formas de organización intermedia o final, puede erigirse en un trastorno narcisista, y será desde esta perspectiva desde donde nos proponemos explicar la predisposición de la mujer a la histeria. El sexismo, es decir, la desigualdad en la apreciación de los géneros, es una de las tantas expresiones de uno de los conflictos más hondos del ser humano, su tendencia al avasallamiento del semejante. La mujer no se halla exenta de este mal, pero en la confrontación con el hombre sólo ha podido, o sabido, ser amo en forma sintomal. La solución encontrada, la histeria, no es más que una salida aberrante, un grito desesperado de la mujer acorralada en tanto género femenino. La histeria no es sino el síntoma de la estructura conflictual de la feminidad en nuestra cultura.
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PARTE PRIMERA
LA FEMINIDAD
CAPITULO 1
GENERO Y SEXO: SU DIFERENCIACION Y LUGAR EN EL COMPLEJO DE EDIPO
Sexo y género son términos que hasta hace una década se recubrían uno a otro de una manera inextricable. Es así que, en el diccionario, género es simplemente un sinónimo de sexo (Webster, 1966), y se pueden encontrar definiciones tales como: «Por sexo se entiende el género (macho o hembra) con el que nace el niño» (Rosenberg, Sutton-Smith, 1972). La Real Academia Española (1970) y el Petit Robert (1972) sólo conciben al género, en su relación con la diferenciación sexual en términos exclusivamente gramaticales: «la pertenencia al sexo masculino o femenino o a cosas neutras», es decir, una palabra femenina remite a otra palabra femenina, esté o no implicado el sexo. En cambio sexo contiene la diversidad de significaciones corrientes: «conformación particular que distingue al hombre de la mujer, asignándole un rol determinado en la generación que le confiere ciertas características distintivas»; «cualidad de hombre y de mujer»; «el sexo fuerte y el sexo débil»; «el segundo sexo»; «el bello sexo»; «partes sexuales»; «órganos genitales externos». Podemos observar que cuando el género es distinguido como un concepto unitario no da cuenta ni de fenómenos humanos ni sociales, y que sexo no sólo incluye las peculiaridades anatómicas, sino que de tal anatomía parece surgir todo el universo de significaciones simbólicas que rigen las teorías vigentes sobre el sexo y el género en nuestra cultura. Esta falta de precisión no sólo abarca el mundo lego, sino también el campo científico, ya que el fenómeno que designa al sujeto que con una determinada anatomía adopta conductas propias del otro sexo, recibe n inglés una doble denominación, tanto se lo describe en términos de «Cross-gender behaviorn, como «sex-role-deviation». Sin embargo, la teoría psicoanalítica no sólo estaba madura para la neta demarcación entre sexo y género (Stoller, 1968; Abelin, 1980; 'l'yson, 1982), sino que lo requería -como hemos adelantado en la 31
introducción- para superar el nivel de conocimiento lego del diccionario que imperaba en su seno. Pudo de este modo hacer uso de las recientes investigaciones en el campo médico (Money, J., Hampson, J. G., y J. L., 1955, 1957; Money, J., y Ehrhardt, A., 1972) y psicológico (Bem, 1981) que cuestionan tal continuidad y arribar a una clara diferenciación entre sexo y género. Bajo el sustantivo género se agrupan todos los aspectos psicológicos, sociales y culturales de la feminidad/masculinidad, reservándose sexo para los componentes biológicos, anatómicos y para designar el intercambio sexual en sí mismo. El clivaje efectuado en el seno de los conceptos reduce el papel de lo instintivo, de lo heredado, de lo biológicamente determinado, en favor del carácter significante que las marcas de la anatomía sexual adquieren para el hombre a través de las creencias de nuestra cultura. Camino señalado por Freud, al poner de relieve el papel de la fantasía en la sexualidad humana en el ejemplo paradigmático del fetichismo, recientemente continuado por la escuela francesa, al considerar el género como ubicado por encima de la barra en la elipse saussuriana, en el lugar reservado al significante, y el sexo por debajo, en alguna parte como significado (Mannoni, 1973). El contraste entre la «varonidad» y «hembridad» (sexo biológico) y la «masculinidad» y «feminidad» (género) han permitido profundizar y refinar las discusiones sobre el tema (Katchadourian, 1983). El estudio de las perversiones sexuales ha proporcionado en la historia del conocimiento sobre la sexualidad una vía regia para su comprensión, y gran parte de los hallazgos que marcan la oposición entre los destinos del género y del sexo provienen de aquel ámbito. El género es una categoría compleja y múltiplemente articulada que comprende: 1) la atribución, asignación o rotulación del género; 2) la identidad del género, que a su vez se subdivide en el núcleo de la identidad y la identidad propiamente dicha, y 3) el rol del género.
ATRIBUCION DEL GENERO
La rotulación que médicos y familiares realizan del recién nacido se convierte en el primer criterio de identificación de un sujeto y determinará el núcleo de su identidad de género. A partir de ese momento, la 32
familia entera del niño se ubicará con respecto a este dato, y será emisora de un discurso cultural que reflejará los estereotipos de la masculinidad/feminidad que cada uno de ellos sustenta para la crianza adecuada de ese cuerpo identificado. Existen casos en que se cometen errores en la atribución inicial del género y posteriormente es necesario corregirlos. Casi todos los intentos de esta clase que se han realizado después de los tres años del nacimiento han fracasado, reteniendo el sujeto su identidad de género inicial o convirtiéndose en alguien extremadamente confuso y ambivalente. Por ejemplo, niños que nacen con un síndrome adrenogenital, con sexo genético, hormonal y anatómico femenino normal, pero que, por causa de la afección sus órganos sexuales externos se han masculinizado, si han sido designados como nenas al nacer, a los cinco años inequívocamente son niñas, mientras que si han sido rotulados varones, son varones. Estas constataciones permiten suponer que lo que ha determinado su comportamiento de género no es el sexo biológico, sino sus experiencias vividas desde el nacimiento, comenzando por la asignación del sexo (Stoller, 1968).
NUCLEO DE LA IDENTIDAD DE GENERO
«Conociendo desde el principio de su vida a su madre y a su padre aceptan su existencia como una realidad que no precisa de investigación alguna.» (Freud S. Teorías sexuales infantiles. St. Ed., Vol. IX, pág . 212).
Es el esquema ideo-afectivo más primitivo, consciente e inconsciente de la pertenencia a un sexo y no al otro. Si bien todos los autores acuerdan sobre la confluencia de factores biológicos y psicológicos para la constitución de la identidad del género, es posible trazar una clara demarcación entre aquellos que dan más fuerza a lo biológico-anatómico (Greenacre, 1953; Roiphe y Galenson, 1981; Tyson, 1982) y los que cuestionan el poderío de estos factores (Money y Ehrhardt, 1972; Stoller, 1968-75; Kessler y McKenna, 1978), al considerar al sexo -en tanto cuerpo anatómico- un estímulo social, entendiendo por esto los efectos que la rotulación del sexo del bebé ejerce en el despliegue de las conducl11s maternas y paternas -las fuerzas más poderosas que se conocen•n el modelaje de los comportamientos y juicios que el niño desarro33
liará *. Estudios recientes muestran cómo la mayoría de las conductas humanas se hallan clasificadas según un criterio ·dicotómico de los sexos, dimensión social de tal división que es ignorada a lo largo del proceso de crianza de un niño (Barry, Bacon y Child, 1957; Maccoby y Jacklin, 1974). Stoller (1968) sostiene que por el sentimiento «soy nena» o «soy varón» se debe entender el núcleo de conciencia, la autopercepción de su identidad genérica, núcleo esencialmente inalterable que .debe distinguirse de la creencia que se relaciona pero es diferente, a saber «soy viril» o «soy femenina». Esta última creencia corresponde a un desarrollo más sutil y más complicado, que no se consolida hasta que el niño/a comprende acabadamente de qué mahera sus padres desean verlo/a expresar su masculinidad/feminidad, es decir, cómo debe compor-· tarse para corresponder con la idea que ellos tienen de lo que es un niño o una niña. En el caso del varón, por ejemplo, podrá tener alguna idea de qué significa ser mujer, y hasta fantasías tales como «me gustaría tener un bebé» o «tener tetas», el tipo de deseos que constituyen una parte de la así llamada «homosexualidad latente» que se reencuentra en muchas culturas. Pero el conocimiento «yo soy varón» como definición de sí, comienza a desarrollarse mucho más temprano que los sentimientos «yo soy masculino» o que las perturbaciones de la identidad del género como «yo soy femenino, soy como una mujer». Actitudes de este orden recubren un núcleo previo de la identidad del género. El transvestismo es un ejemplo claro: un hombre que tiene la ilusión de ser femenino cuando se viste con ropas de mujer, tiene simultáneamente clara conciencia de ser hombre. Los dos aspectos de la identidad de género le son esenciales para la perversión, el más reciente «ahora soy femenina», y el núcleo arcaico «soy un hombre». Desde el nacimiento en adelante la niña/ o va teniendo percepciones sensoriales de sus órganos genitales, fuente biológica de su futura identidad de género. Existen numerosos trabajos -especialmente aquellos autores que sostienen la existencia de una feminidad primaria- que han estudiado las manifestaciones precoces de la genitalidad, del descubrimiento y manipuleo que hace el lactante varón o niña de sus genitales aún durante el primer año de vida. Pero es a partir de este punto cuando comienza a acentuarse la divergencia en los planteamientos, pues para • La obra de Lacan ha contribuido también a esta demarcación al considerar el sexo cómo un significante, pero su énfasis en la supremacía del mismo, en su valor sólo posicional en la cadena lingüística apartan sus teorizaciones del estudio del género como un sistema fijo de relaciones, es decir, como un código cultural.
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algunos la primera y fundamental experiencia que establecerá el núcleo de la identidad de género será el descubrimiento de los genitales: el pene en el varón y su ausencia en la nena, y el mayor índice conducta! de que tal núcleo de la identidad se halla firmemente establecido lo constituirá la aparición de la ansiedad de castración. El papel que desempeña el otro en el descubrimiento y establecimiento precoz de la erogeneidad genital se presta también a algunas precisiones. Para algunos -siguiendo a Freud-, la madre es el primer agente seductor, al realizar los cuidados corporales erotiza la zona y favorece tanto el descubrimiento de los genitales como su integración al esquema del Yo corporal incipiente (Greenacre, 1953; Spitz, 1962; Kleeman, 1965; Francis y Marcus, 1975; Roiphe y Galenson, 1981). Para otros es necesario que a esta facilitación, que se establece por el contacto físico, se le sume la confirmación parental, término arbitrario, utilizado para designar todo lo que expresan los padres a un niño/a concerniente a su sexo y a su género (Stoller, 1968; Kessler y McKenna, 1978). Esta concepción atribuye mayor valor al poder de la creencia, del fantasma, del deseo, como moldeadores del nucleo del género, que a la asunción que puede hacer el niño de por sí, en base a sensaciones corporales, de su pertenencia a un sexo anatómico. La percepción de la excitación genital y la masturbación se incrementan durante el segundo año de vida. Durante la etapa del control de esfínteres es cuando, en un contexto de confrontación de la función urinaria de los genitales y del apogeo del erotismo uretral, la inscripción de pertenencia a un género queda más firmemente establecida (Kleeman, 1965; Roiphe y Galenson, 1968). Por tanto, el sentimiento de tener un núcleo de la identidad del género proviene para los distintos autores de diversas fuentes: 1) de la percepción despertada naturalmente por la anatomía y fisiología de los órganos genitales; 2) de la actitud de padres, hermanos y de los pares en relación al género del niño, y 3) de una fuerza biológica cuyo poder para modificar la acción del medio es relativo. Stoller puntualiza que no es fácil estudiar la precisa y determinada Importancia de cada uno de estos factores en los sujetos normales, ya que no se puede aislar un factor de otro. Sin embargo, algunos raros ejemplos le permiten interrogarse más de cerca sobre estas cuestiones, como en el caso de dos varones nacidos sin pene que parecen haber crecido sin dudas ni vacilaciones sobre su núcleo de identidad masculina 35
(Nota 1). Estos dos casos muestran, por una parte, que el sentimiento de ser varón está presente y es permanente, y, por otra, que el pene no es esencial para ese sentimiento, pues desde el nacimiento los factores psicológicos fueron suficientes para el desarrollo de una conciencia creciente de su masculinidad. Consiste primero en el sentimiento de pertenencia a una categoría, en base a que no todos los seres humanos pertenecen a la misma, es decir, que existen diferencias. Más tarde, se descubre que no todos poseen las insignias esenciales de su propio género -la particularidad de sus órganos externos-, en ese momento queda sellada su identidad.
lógicas sería el de reforzar o perturbar la identidad de género estructurada por el intercambio humano. 3) La identificación en tanto operación psíquica daría cuenta de la organización de la identidad de género. 4) El núcleo de la identidad de género se establece antes de la etapa fálica, lo que no quiere decir que la angustia de castración o la envidia al pene no intervengan en la identidad del género, sino que lo hacen una vez estructurada tal identidad . 5) La identidad de género se inicia con el nacimiento, pero en el curso del desarrollo la identidad de género se complejiza, de suerte que un sujeto varón puede no sólo experienciarse hombre, sino masculino, u hombre afeminado, u hombre que se imagina mujer.
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Normalmente, los órganos genitales externos indican al individuo y a la sociedad que se es hombre o mujer, pero, como hemos adelantado, no son esenciales para producir el .sentimiento de pertenencia a un género. Este énfasis, tan marcado a favor del poderío de la creencia del otro humano en la determinación del núcleo del género, no es en Stoller producto de la especulación, sino de precisas observaciones de un buen número de casos, ochenta y tres hermafroditas, transvestistas y homosexuales, que al decir de este autor constituyen una suerte de «experimentos naturales» que hacen vacilar nuestras ideas sobre la masculinidad y feminidad en sus mismos cimientos. 1) Transexuales hombres desarrollan el convencimiento de ser mujeres a pesar de su anatomía masculina, convicción que los impulsa a buscar los medios quirúrgicos necesarios para corregir lo que consideran un «error de la naturaleza»; 2) intersexuales cuya identidad de género es definida, no hermafrodita: adolescentes a quienes se les descubre sobre el plano cromosómico un XO, con un desarrollo anátomo-fisiológico neutro y sin embargo poseen un profundo e inconmovible sentimiento de ser mujer, pues así fueron criados; 3) identidad hermafrodita en hermafroditas: cuando son enfrentados con la posibilidad de asunción de un solo sexo, resultan exitosos sólo aquellos casos cuya identidad de género no ha sido aún establecida, pues una vez estructurada parece imposible de modificar. A partir de estas observaciones, Stoller sostiene una serie de proposiciones que modificar. sustancialmente el punto de vista tradicional: 1) los aspectos de la sexualidad que caen bajo el dominio del género son esencialmente determinados por la cultura. Este proceso de inscripción psíquica comienza desde el nacimiento y formaría parte de la estructuración del Yo. La madre es el agente cultural, y a través de su discurso el sistema de significaciones será trasmitido, más tarde, padre, familia y grupos sociales contribuirán a este proceso. 2) El rol de las fuerzas bio36
ROL DEL GENERO
Rol es un concepto proveniente de la sociología, se refiere al conjunto de prescripciones y proscripciones para una conducta dada, las expectativas acerca de cuáles son los comportamientos apropiados para una persona que sostiene una posición particular dentro de un contexto dado . El rol del género es el conjunto de expectativas acerca de los comportamientos sociales apropiados para las personas que poseen un sexo determinado . Es la estructura social la que prescribe la serie de funciones para el hombre y la mujer como propias o «naturales» de sus respectivos géneros. En cada cultura, en sus distintos estratos, se halla rígidamente pautado qué se espera de la feminidad o de la masculinidad de una niña/o. La tipificación del ideal masculino o femenino es anónima, abstracta, pero férreamente adjudicada y normativizada hasta el estereotipo, aunque en el desarrollo individual, el futuro hombre o mujer haga una asunción y elección personal dentro del conjunto de valores para su género. Es decir, que al sujeto se le asigna un rol del género, que él podrá eventualmente asumir o rechazar. Tanto rol como estereotipo son categorías que encierran un alto grado de valoración, de juicios en sí mismos . Se trata de aprobaciones o proscripciones, definiéndose estereotipo como el conjunto de presupuestos fijados de antemano acerca de las características positivas o negativas de los comportamientos supuestamente manifestados por los miembros de una clase dada. El estereotipo del rol femenino en nuestra sociedad sanciona como pertinentes al género -es decir, como características positivas- una serie de conductas que, al mismo tiempo, poseen una baja estimación social (pasivi37
dad, temor, dependencia). Ahora bien, estos estereotipos están tan hondamente arraigados, que son considerados como la expresión de los fundamentos biológicos del género. A tal punto llega tal creencia -elevada a la categoría de dato objetivo-, que una de las definiciones de hombre del Webster es: «aquel que posee un alto grado de fuerza, coraje y valor» (1966, pág. 1373). Porque el género está adscripto al rol, estas expectativas de rol son concebidas como la más pura expresión de las fuentes biológicas del género. El movimiento feminista se ha encargado de reivindicar el carácter «sexista» de las atribuciones de roles y estereotipos del género, que ha efectuado la estructura social a lo largo de la historia; sin embargo, las conquistas conseguidas no se sitúan tanto en variaciones sobre el estereotipo -se sigue esperando que una nifia sea dulce y buena, se case y forma una familia-, sino sobre las sanciones, ya que las desviaciones de este modelo confrontan una mayor indulgencia social. Las teorías sobre el desarrollo del rol del género varían en el énfasis otorgado a los factores biológicos o culturales. El poder de la creencia colectiva es tan ilimitado, que ha sellado con las marcas de lo biológicamente determinado no sólo el rol del género, sino su carácter dicotómico. Se asume, desde los albores de la historia de la ciencia, que la dicotomía del rol es la natural expresión de la naturaleza dicotómica del género. Esta tesis viene siendo crecientemente reexaminada (Kessler y McKenna, 1978; Chodorow, 1978; Bem, 1981), pero la base del cuestionamiento de la existencia de roles dicotómicos no replantea la existencia de dos géneros. Coincidimos con Chodorow (1978) en que la naturaleza dicotómica del género se convierte en problemática sólo por los criterios dicotómicos y desiguales que se ejercen en la atribución .de los roles del género. A través de la observación, los nifios incorporan las conductas pertenecientes al padre y a la madre, aprendizaje que se realiza sin necesidad de un reforzamiento directo, porque los padres constituyen, por su condición de tales, objetos idealizados a los que se desea imitar, y además tienen el control sobre el otorgamiento del amor y del reconocimiento como recompensa (Mischel, 1966, 1970; Kessler y McKenna, 1978). Por ejemplo, viendo a la mamá ponerse rouge en los labios o perfume y observando al papá elogiándola porque está bonita, ambos, varones y nifias, aprenden a vestirse. Cuando los nifios lleven a cabo las conductas aprendidas en ese punto, entonces sí serán diferencialmente reforzados: a la nifia se la reconocerá por su gracia, mientras el varón será desaprobado instruyéndolo acerca de los peligros que acarrea la transgresión de 38
esta pauta social. Durante el segundo, tercero y aun cuarto afio de vida, y esto depende de las peculiaridades de su socialización, presencia de hermanos, etc., los nifios establecen las diferencias de género, por rasgos exteriores y secundarios que son en orden de frecuencia: largo del pelo, vestido, ta1J1afio y forma corporal, según cuál de estos atributos sea destacado por el discurso materno para establecer la rotulación. Una nifia de dos afios y un mes, ve un bebé en una cuna y pregunta si es nena o varón, a lo que la madre responde: «Es una linda nifiita, mira los zarcillos en sus orejas». El nifio aprende a discriminar las rotulaciones de género que corresponden a los comportamientos aprobados, y también aprende a emplear tal etiquetación para sí mismo/a, y su proceso será reforzado o desaprobado por sus padres. En esto consiste el proceso temprano de identificación a su género. Se podría apelar a la represión como factor de encubrimiento o a una vaguedad conceptual del nifio, y sostener que, en realidad; ya «saben» sobre las diferencias anatómicas. Sin embargo nos inclinaríamos a pensar que no es así, los nifios que han sido instruidos por sus padres a diferenciar los géneros por medio de los significantes lingüísticos anatómicos -nifios que cuando comienzan a hablar, repiten de acuerdo a la versión dada por los padres, «los varones tiene pipí y las nenas un hueco o vagina»-, lo hacen sin pudor ni curiosidad por seguir averiguando más, lo que revela que se trata de una rotulación Como cualquier otra y, que sólo incentivarán la curiosidad cuando se le agregue a este conocimiento la plena significación sexual de los genitales. El adultomorfismo y el estructuralismo a-histórico imperante en el psicoanálisis de nifios ha conducido a un olvido de lo progresivo de la construcción de las estructuras psíquicas, subrayando el efecto apres-coup de reordenamiento y resignificación del pasado como método casi exclusivo de la estructuración de la psique. La resignificación puede consistir en una transformación, en una inversión, aun en una desestructuración, pero siempre operará sobre una significación ya constituida y de fórma gradual y progresiva. Tan necesario es conocer los momentos reestructurantes como los procesos de organización. Desde el ámbito psicoanalítico, no sólo Stoller sostiene que la marcación del género del cuerpo precede a la sexualización del mismo, los trabajos de Abelin (1975-1980) sobre el rol del padre en la triangulación temprana también lo conducen a tal afirmación. Edgcumbe y Burgner ( 1975), psicoanalistas de nifios, a través del estudio de nifios en la escue~ la maternal y del material clínico de nifios en la fase anal, afirman que durante este período, el nifio a pesar de estar iriteresado en las diferencias anatómicas, no parece considerar « ... su.pene como una confirma39
ción de su masculinidad. Esta confirmación tendría lugar cuando alcanza la fase fálico-narcisista y el investimiento consecuente del órgano genital y de las fantasías sexuales genitales». También Bleichmar, S. (1983) afirma que los significantes lingüísticos del género actúan durante un período del desarrollo sin abrocharse al sexo como significado *. Kohlberg (1966) enfatiza la importancia del desarrollo -en este caso cognoscitivo- para la percatación de las expectativas de rol. Una vez que el núcleo de la identidad de género se halla establecido, el niñ.o/a mismo, ya inscripto en una de las dos categorías, organiza su experiencia en la búsqueda de «iguales» como modelos del rol con quien identificarse. Sandler y Sandler ( 1978) puntualizan que junto a las representaciones del Yo y del objeto (en cuanto al género), el niñ.o crea representaciones de los roles, es decir, modelos mentales de las interacciones entre él y los objetos en lo que atañ.e al género. No existe aún evidencia concluyente, pero estos hallazgos conducen a pensar que la identidad de género y el rol del género pueden influenciarse en varias direcciones. Dadas rígidas expectativas del rol del género, un niñ.o puede comenzar a abrigar la idea de que porque a él no le gustan ciertas actividades de varones, y sí, otras de nenas, él es un «marica». Si las expectativas fueran más flexibles, tales conflictos de identidad podrían soslayarse.
mujer , la función específica de los órganos genitales en el coito y el apogeo de la pulsión genital. Este conocimiento opera una transformación sobre el deseo del niñ.o, ya que la previa coexistencia de pulsiones sexuales hacia ambos padres, o de búsqueda de reconocimiento y aceptación narcisística, se ve conmocionada, y resulta necesario hacer una «elección>>, una opción , una renuncia, ante la presencia del conflicto. ¿Cuál es el peso de la zona erógena en la elección del objeto? ¿Es la creciente erotización de la zona genital lo que dirige la elección? ¿O efectuada la elección, ésta comanda la prevalencia y la localización de la pulsión? Pensamos que este problema no está aún totalmente dilucidado. Pero es a partir de este punto cuando se orientará definitivamente el deseo -aunque este sea un proceso que solamente se complete en la adolescencia- y se definirán las formas de goce. Lo que queremos recalcar es que cualquiera sea la dirección que se logre, ésta sólo definirá el tipo de orientación sexual, hetero u homosexual, pero no afectará al género del niñ.o/a. Ya que, como se ha venido pensando a partir de Freud , aquella elección sólo se sella en la pubertad, sin embargo, el niño/a durante la latencia y la adolescencia no duda de su género, sino de su orientación. Así es que para describir el perfil psicosexual de una persona, actualmente se requieren tres especificaciones: el sexo anatómico, el género y el tipo de sexualidad en relación al objeto. Las combinaciones son múltiples:
ELECCION DE OBJETO SEXUAL
Se refiere a la orientación o preferencia del sexo que debe poseer el compañ.ero sexual. Las condiciones estudiadas anteriormente -asignación, núcleo y rol del género se desarrollan, o al menos, como en el caso del rol del género- tienen sus raíces en las fases anteriores a la etapa fálica. Es decir, transcurren en el marco de la «prehistoria del Complejo de Edipo», antes de la completa inscripción de la significación sexual de los órganos genitales y del intercambio sexual en sí mismo . No así la «elección» o preferencia de objeto sexual, que implica una completa comprensión de la natYraleza sexual de la relación entre el hombre y la
Sexo
Género
Elección de objeto
H ombre « « « «
maculino « afeminado « transvestista « transexual femenina « ma·sculina « transexual
heterosexual homosexual heterosexual homosexual heterosexual homosexual heterosexual heterosexual homosexual heterosexual homosexual heterosexual
-
(( ((
Mujer « ((
* Un niño de cuatro años, cuyo padre tiene vedados algunos alimentos y excesos orales debido a un trastorno gástrico crónico, responde a la madre que le pregunta si quiere un poquito de café que los adultos están en vías de ingerir: «¿Te crees que soy una mujer para tomar café y fumar?»
40
((
«
41
La utilidad de la tabla y la claridad comprensiva que proporciona se ponen de manifiesto especialmente en la caracterización de los homosexuales. Siempre resultaba trabajoso entender afirmaciones de este tipo: «La feminidad en el hombre -es decir-, el objetivo sexual que un partenaire sexual le introduzca algo en el cuerpo, vinculado habitualmente a la fantasía de ser mujer, está combinada, frecuente pero no necesariamente, con homosexualidad: con la elección de un partenaire del mismo sexo» (Fenichel). Hoy en día estamos en condiciones de sostener que un homosexual -un hombre que desea sexualmente otro hombre- puede presentarse como un hombre masculino -con aspecto físico, actividades y gustos masculinos- o como un hombre afeminado -que goza con los amaneramientos y las sedas-, esto independientemente de su rol sexual ªctivo o pasivo en el coito. El afeminamiento de un hombre no necesariamente indica una elección homosexual de objeto, sino que puede tratarse sólo de un hombre que en su desempeño social adopte algunas actividades o posea gustos de mujer. Al establecer un clivaje entre las diferentes condiciones de organización psicosexual, surge la necesidad de precisar el examen, pues, por ejemplo: una persona con una atribución de género masculino, con una identidad de género femenina, con intereses masculinos, objeto sexual hombre, que usa ropa de mujer, ¿es hombre o mujer?
GENERO Y COMPLEJO DE EDIPO
Si el núcleo profundo de la identidad de género, la feminidad o masculinidad de un niño/a se hallan ya establecidas antes de los tres años, ¿cuál es el papel del conflicto edípico en este proceso? En el historial de Juanito (1909), Freud recalca que el momento en que la ansiedad de castración se instala con plena efectividad, es cuando Juanito comprende que si insiste en sus requerimientos incestuosos, puede perder su pene, es decir, convertirse en mujer, idea que lo ateµioriza. Es esta consecuencia -el eventual cambio de sexo- lo que provoca la eficacia de la ansiedad de castración, que conduce a la represión de los deseos incestuosos y al desplazamiento de la ansiedad sobre el objeto externo. De lo cual debemos deducir que sólo un ya existente sentimiento de ser un varón y el temor a perder la masculinidad -debidamente narcisizada- se presentan como la condición previa necesada para que la amenaza de castración obtenga su efectividad. Incluso la no resolución del drama edípi42
co, con todas las vicisitudes posibles de calcular -fijación a la lucha fálica con el padre, edipo negativo y elección de objeto homosexual-, no llega a comprometer la identidad de género de los protagonistas. Esta identidad es previa y se halla consolidada, a lo que conduce el desenlace edípico es a una normativización del deseo, es decir, a la elección del objeto heterosexual. Su fracaso a lo sumo puede alterar tal «normalidad» y pervertir el deseo, no el género. ¿Existe en la obra freudiana un lugar que sea independiente del conflicto edípico desde donde poder pensar la estructuración del género? En el capítulo VII de Psicología de las masas y análisis del Yo, Freud se plantea cuál es la naturaleza del vínculo humano más primitivo, el que da cuenta de las relaciones del niño con sus padres en la «prehistoria» del Complejo de Edipo: «El nii'io manifiesta un especial interés por su padre, quisiera ser como él y reemplazarlo en todo. Podemos, pues, decir que hace de su padre un ideal. Esta conducta no representa, en absoluto, una actitud pasiva o femenina con respecto al padre (o a los hombres en general), sino que es estrictamente masculina y se concilia muy bien con el Complejo de Edipo a cuya preparación contribuye. Simultáneamente a esta identificación con el padre, o algo más tarde, comienza el nii'io a desarrollar una verdadera catexis de objetó hacia su madre de acuerdo al tipo de elección anaclítica. Muestra dos órdenes de enlaces psicológicamente diferentes: uno francamente sexual hacia la madre, y una identificación con el padre, al que considera como modelo a imitar. Estos dos enlaces coexisten durante algún tiempo-sin influirse ni oponerse entre sí.» (St. Ed. Vol. XVIII, pág. 105, subrayado nuestro).
De esta formulación se desprende claramente que Freud consideraba la existencia de una identidad masculina en el niño, que se construye por medio de la identificación y que tal identificación se halla guiada por la similitud entre él y el padre, proceso previo y preparatorio del Complejo de Edipo. La identificación primaria a la que alude el párrafo citado es un concepto que ha caído en desuso por la comprensión limitada que se ha hecho de él en relación a la expresión de Freud: «es una identificación directa e inmediata, que se sitúa antes de toda catexis de objeto». No es nuestro propósito un análisis minucioso de esta cuestión, pero pensamos que el proceso descripto por Freud delimita un espacio y un modo de organización de la estructura inicial de relación del niño con sus padres, que es de gran importancia para la elucidación de este período. Freud no habla de un mo43
mento puntual, de un instante mítico, del orígen, de la puesta en marcha del encuentro humano. Sí habla de un proceso que se sitúa «antes de la catexis de objeto», como se desprende del párrafo del Yo y el Ello. La catexis de objeto a la que alude es la elección de la madre como objeto sexual al comienzo dél período edípico, no a la catexis de objeto que organizará la relación Yo-otro en la etapa oral y anal. Es obvio que antes del período edípico, los padres existen como entes separados y diferenciados desde el punto de vista perceptual y cognitivo con los cuales el niño mantiene relaciones de objeto, pero justamente en este período, este espacio de relación se organiza coexistiendo «la relación de objeto y la identificación». Esta peculiar estructura de relación, que ha sido teorizada desde distintos parámetros -identificación primaria (Freud), relación dual (Lacan)-, da cuenta de un sistema triádico, es decir, que comprende tres términos: Padre
Madre Hijo
Pero que no se llega a constituir en triangular, ya que no se alcanza a trazar el tercer lado -relación entre los padres-, que constituirá el verdadero triángulo, en el sentido que desde el hijo los padres tienen una única identidad, la de padres, identidad que a su vez define los términos de la relación que el niño concibe y conoce. Sólo cuando el niño acceda a la significación sexual y a la comprensión del concepto marido-mujer y su intercambio específico, el triángulo se completará. Madre-esposa
Padre-marido
o
Tan es así, que en este sistema primario de relación ya se hallan claramente distinguidos los diferentes géneros de los padres para el niño, que Freud insiste en recalcar la diferencia que existe entre la identificación con el padre y la elección del mismo como objeto sexual.
o
Hijo En el primer sistema, tanto la nena como el varón considerarán a sus padres objetos anaclíticos, objetos dispensadores de reconocimiento narcisista, objetos del deseo sexual (oral, anal e incluso genital), pero sólo en su carácter de padres, no percibiendo ni concibiendo la primacía de la relación genital parental de la cual ellos son producto. En el seno de ese sistema de relación, cualquiera que quede en posición de tercero resultará ser un rival, como puede serlo un hermano o cualquier extraño . La niña no se halla en posición masculina, sino sólo en una relación 44
narcisista en que aspira al primer puesto, la de querer ser preferida, amada y satisfecha por la madre con exclusividad. Si la madre ha sido la dispensadora principal de los cuidados -como es habitual en nuestra cultura-, ella será la más buscada y celosamente codiciada. Pero el padre, en el momento que otorgue los cuidados anaclíticos -debidamente diferenciados de los de la madre por la dicotomía de los roles de género habituales en nuestra cultura-, será preferido y celado de la misma forma, en lo pertinente a esos cuidados. La diferencia de género de los padres se halla claramente establecida por un niño de dos años, el papá es hombre, y la mamá, mujer. Pero esta distinción no es sexual (en el sentido de sus roles sexuales diferenciales), aunque pueda conocer la diferencia anatómica de los órganos genitales cJe los padres, sino sólo de género y de funciones (Edgcumbe y Brugner, 1975). Para aspirar a la exclusividad materna no es necesario hacertb desde la masculinidad, basta ser nifio o bebé, que es una identidad conocida y competidora del padre como de cualquier otra condición. Abelin (1980) describe un esquema parecido, «el modelo tripartido de la triangulación temprana», en el cual el padre es inicialmente concebido como «un diferente tipo de padre», atendiendo a su inscripción psíquica como objeto de identificación y como rival del amor de la madre, pero también en tanto objeto de un género diferente al de la madre. Esta diferenciación genérica, tanto entre el padre y la madre como entre el hijo varón o mujer, sería la responsable de una distinta organización de la fase de «rapprochement» - propuesta por Mahler- en los distintos géneros.
«En el primer caso, el padre es lo que se quiere ser, en el segundo, lo que se quiere tener, la distinción depende de si el factor interesado es el sujeto o el objeto del Yo. La identificación es entonces ya posible antes de que cualquier elección de objeto sexual sea hecha» (St. Ed . Vol. XVIII, pág. 106, subrayado nuestro).
Si el padre es su ideal y a él se quiere parecer es porque se ha efectuado un clivaje, clivaje que no se realiza por las líneas de fuerza de la sexualidad, sino del narcisismo, del doble, del igual al que se quiere imitar. O sea, que en la etapa preedípica se organiza un ideal del género, un prototipo, al cual se toma como modelo, y el Yo tiende a conformar45
se de acuerdo a ese modelo. Ahora bien, todo este proceso se realiza en un contexto prevalentemente ajeno al conflicto edípico, aun cuando conflictos de otro tipo pueden estar presentes •. El niño busca ser el preferido de cada uno de los padres, él los ha «elegido» para que lo amen, y a estos objetos poderosos e ideales el niño se identifica. Coexiste la catexis de objeto y la identificación sin que aún se haya efectuado una «elección de objeto sexual», pues el niño no se ha encontrado en la situación de tener que optar. Como dice Freud refiriéndose al vínculo del niño con su madre y con su padre en este período: «Estos enlaces coexisten durante algún tiempo sin influirse ni estorbarse entre sí» **. A partir del momento en que el niño conciba la sexualidad de sus padres, y ubique al padre en una posición imposible de igualar, es que tanto la fantasmática como ·la estructura de las relaciones en el sistema -ahora sí triangular y no sólo triádico- se modificarán; el niño no sólo deseará ser como el padre, sino que se dará cuerita de que ,su padre es el objeto de amor sexual de su madre, a la que él desea ahora no sólo oral, anal, sino también genitalmente. Este cambio conmueve la dinámica de la relación con el padre: si éste constituía un ideal al cual el niño trataba de imitar en todas sus formas identificándose a él, ahora esta identificación no sólo sostendrá la ambivalencia propia de la naturaleza narcisista de tal identificación, sino un plus adicional correspondiente a la posición de rival edípico. Se desprende claramente que, como resultado de los avatares del Complejo de Edipo, el niño establecerá en el mejor de los casos una definida orientación hacia qué sexo dirigirá su deseo, es decir, que establecerá los cimientos de su futura hetero u homosexualidad. Pero tanto una como la otra descansan sobre un núcleo que no se ha cuestionado, el género del niño y el de sus padres. El puede dudar entre el deseo de penetrar a su madre o ser penetrado por su padre, pero no duda que él es un varón que será penetrado por otro varón o penetrará a una mujer. La idea freudiana de la bisexualidad siempre descansó sobre una bipolaridad del deseo, no del género. El niño freudiano «perverso polimorfo
* No pretendemos sostener la idea de una vida psíquica temprana angelical, sin sufrimiento ni angustia, sino subrayar que la posición y el carácter de ideal del género que poseen los padres para el niño, no es consecuencia de un conflicto al cual estas configuraciones intrapsíquicas intentarían solucionar. ** Bleger (1967), en su estudio sobre la ambigüedad, caracterizó un estado mental de indiferenciación, de no discriminación, de coexistencia de contrarios sin que se desarrolle conflicto, ni ambivalencia, por un déficit de reconocimiento de la diferenciación de los términos en juego. 46
y bisexual» nunca fue concebido sobre el modelo del transexual, el niño varón puede desear jugar al doctor indistintamente con una nena o con un varón, pero no duda, ni le es indistinto ser un varón o una nena. Un niño de tres años once meses ve barriendo el piso a su papá; ante tal espectáculo exclama: «¡Papá es un marica!» La madre se ríe, el padre no escucha bien y le pregunta a la madre qué dijo el niño; ella aclara: «Ernesto dice que las que barren son las mujeres». El padre le contesta al niño: «Tienes razón», y sigue barriendo. El niño se enoja y permanece reconcentrado y distante del padre toda la tarde. La edad del niño nos muestra cuán tempranamente se hallan establecidos en forma diferencial los roles del género. Ahora bien, ¿qué significa para este niño ser «marica»? ¿Podemos pensar que designa a la homosexualidad en tanto peculiaridad del deseo o simplemente a los hombres que siendo tales - es decir, establecido su género- desempeñan tareas o acciones de mujeres, y que, por tanto, no son suficientemente masculinos?
EL IDEAL TEMPRANO DEL GENERO La cateogría de idealidad siempre la hallamos en los orígenes: M. Klein sostuvo la persecución y la idealización como los estados iniciales de la psique, Lacan propuso la identificación especular al otro absolutoideal de la primera dependencia en lo real, como punto de partida del Yo. Desde los míticos orígenes, la identificación se pone en marcha por la pregnancia del valor del modelo. La sintaxis sobre la que se articula «yo deseo ser como tú» deriva del hecho que al tú se lo evalúa, aun en el registro más elemental, como poseyendo una cualidad superior. Si la unidad perceptiva visual del cuerpo unificado ejerce una fascinación, es porque se contrapone a la percepción interoceptiva del cuerpo despedazado (Lacan, 1966). Sabemos que la madre, en su calidad de objeto múl1iple (libidinal, narcisizante, anaclítico), es el mayor blanco de la identificación del niño, ya sea varón o mujer. El poder de la madre en cuanto modelo -por más deficiente y desamorada que pueda ser- es en su calidad de adulto. El niño no parece, en el período de indiferenciación y simbiosis, rechazar identificaciones o comportamientos de rol materno, uunque éstos no coincidan con su género. Se han observado varones pequeños imitando a sus madres en las tareas del hogar y reproduciendo :stas acciones en sus juegos, así como expresando deseos de tener bebés, •n forma similar a como aparecen estas conductas en las nenas pequeñas 47
(Ross, 1975). Sin embargo, tanto los juegos como las conductas de imitación a la madre-en las funciones de reproducción, cuidados o tareas del hogar, rápidamente desaparecen en los varones pequeños y se prolongan o perpetúan 'en las nenas. Pensamos que sobre este punto no se ha tomado suficientemente en cuenta el modelaje del rol que efectúan los padres y el medio social, quienes establecen delimitaciones muy netas entre juegos y juguetes de varones y niñas, entre actividades y actitudes apropiadas para cada género, estimulando y desacreditando lo que cada microcultura considera como pertinente a la educación de un varón o una nena. Así como está claramente establecido que el celeste es un color para los varones, a ninguna mamá se le ocurrirá regalarle a su hijo una muñeca. De cualquier modo, y a pesar de la asignación de sexo al nacer, de los efectos que tal asignación tiene sobre el deseo de los padres -quienes considerarán al género del niño como correspondiente a su sexo, salvo en los casos de madres y padres de transexuales y · homosexuales- y de la energía social puesta al servicio de la división dicotómica de los géneros, parece evidente que la asunción de un temprano ideal del género le resulte más dificultoso al varón que a · la niña. El primer y principal modelo de identificación es la madre, para establecer el núcleo de la identidad de género y buscar activamente la identificación con los hombres, el niño varón debe desidentificarse de ella (Greenson, 1968; Abelin, 1980; Tyson, 1982). Si el varón imita la dulzura, los movimientos, los gestos maternos, se feminiza. Por tanto, si bien el varón cuenta con la ventaja que su objeto de amor no varía a lo largo de su evolución, no es tan simple en cuanto al desarrollo de su identidad de género, pues la identificación a la madre no promueve su masculinidad. Esta modificación a las ideas freudianas sobre el desarrollo psicosexual, proviene sobre todo de los hallazgos de Stoller en los casos de transexualismo masculino. Los niños desarrollan una identificación femenina temprana que no parece resultar básicamente de un grave conflicto, sino, por el contrario, de una unión-fusión perfecta con la madre y de un conjunto de factores que, si cumplen la condición de hallarse todos present~s, darían como resultado un transexual varón: 1) gran belleza física desde el nacimiento; 2) extrema intimidad y cercanía en la relación temprana madre-hijo (que se acerca al modelo de relación incondicional y perfecta de la cual el niño no parece querer desprenderse); 3) madres con severos síntomas de masculinidad en su desarrollo o deseos de ser varón, que experimentan con este determinado niño una extrema felicidad; 4) mujeres que previamente al nacimiento del niño su48
fren una depresión crónica sin esperanzas, una vida inerte sin ningún estímulo; 5) relaciones de pareja caracterizadas por prolongadas ausencias físicas del esposo, déficits serios en el vínculo emocional, o marcado formalismo, y 6) esposo pasivo, inafectivo y despreciado por la madre que abandona totalmente la crianza del niño en sus manos, no teniendo ningún contacto con él. Lo que más llama la atención es la calidad de la intimidad entre madre-hijo: la forma en que se miran a los ojos, la intensidad de sus abrazos, la suavidad de la voz, lo prolongado de las caricias, la forma de yacer entre sus brazos. Stoller acota que estas cualidades de la relación en caso de dos enamorados adultos, despiertan y desarrollan el sentimiento de fusión (merging), pero en el amor adulto la intensidad de la fusión se apoya en su contrario, la clara conciencia de la mutua separación y diferencia. El interrogante es qué sucede frente a estos mismos fenómenos cuando no se ha logrado esta conciencia de sí. Si la ilusión reduce hasta tal punto la brecha entre ambos seres, si en términos maternos el niño sería su falo sin cuestionamiento, y el niño está encantado de ser «el todo para la madre», ¿qué impulsaría tanto a la madre como al hijo a abandonar este idilio? _(Mahler, 1958). Lo importante a resaltar es que aun tratándose de la máxima intimidad madre-niño, de una simbiosis sin corte, de una madre que observa cómo su hijo varón comienza a vestirse de mujer y lejos de rechazarlo lo estimula secretamente, tanto la relación en sí misma como el transvestismo del niño no tienen un carácter erótico-genital. O sea, esta profunda intimidad madre-hijo, y la serie de factores ya mencionados, conducen a una identificación femenina del niño a la madre de tal intensidad y poder transformador sobre el Yo, que tan pronto el niño descubre la diferencia de sexos comienza a desear ser mujer, deseo previo a cualquier elección de objeto sexual. Ahora bien, estas condiciones son extremas en el transexual, pero la estructura de la relación dual madre-hijo y la identificación primaria y especular a ella es común a todos los varones de la especie; por tanto, uno podría interrogarse sobre cómo logra el varón desidentificarse de su madre y cuáles son las vicisitudes del desarrollo normal de la masculinidad en el niño. Habitualmente se encuentra con una madre que desacreditará cualquier esbozo de conductas o juegos femeninos . En el curso de la socialización, el niño recibirá un infinito número de claves en la comunicación y en el código social vigente, que le indicarán lo que se espera de él como varoncito. El proceso de desprendimiento, de sepa49
ración de la madre, de ruptura del mundo imaginario de la simbiosis temprana, favorece que el niñ.o se dirija hacia el padre. Aquí se demuestra la importancia de la presencia real del padre-hombre para efectuar el corte de la relación dual con la madre.
1956; Van Leeuween, 1966; Ross, 1975); también en el varón se ha observado envidia al pene, ya que éste es vivido como una posesión narcisista del padre (Bleichmar, H., 1981), que el niñ.o desea para sí ~\ín antes de haber desarrollado la comprensión cognitiva de su función en el in- · tercambio sexual (Tyson, 1982).
PAPEL DEL PADRE EN LA CONSTRUCCION DE LA MASCULINIDAD
MASCULINIZACION DEL PENE
Si bien concordamos con la tesis de que el niñ.o pequeño toma com~ modelos tanto al padre como a la madre en la construcción de su ideal temprano (Freud, 1922), creemos que es necesario hacer algunas precisiones sobre este punto. La identificación a la madre -en tanto objeto de la supervivencia vital, condición que posibilita que por apoyo se convierta en objeto libidinal- es una condición de estructura, el Yo sólo adviene y se organiza como Yo imaginario, como Yo-Otro (Lacan). El padre, en tanto proveedor de cuidados, es más oscuro y difícil de captar por el niñ.o pequeñ.o, y se requiere un mayor desarrollo cognitivo para que esto suceda, de ahí la enorme relevancia que cobra la continuidad y la consistencia de su presencia para que se erija en objeto interno idealizado (Abelin, 1975). ¿A partir de qué referencias es el padre para el niño un ideal temprano, tal cual lo describió Freud como objeto de la identificación primaria?
Ahora bien, este énfasis en la función uretral y posteriormente en la genital, es decir, en el pene real del padre como única referencia de la masculinidad, resulta un planteamiento no sólo reduccionista, sino una trampa en la que se ha caído no infrecuentemente. Que el pene se haya erigido en el símbolo del poder del hombre en nuestra cultura no quiere decir que la transmisión y la estructuración de la masculinidad, en sus complejos aspectos psicológicos y sociales, se realice sólo por la percepción del pene real y de sus funciones. El falocentrismo abarca una intrincada y vastísima red de significaciones en las que el falicismo peneano es una de sus variantes. Pareciera que el psicoanálisis, que ha sido tan celoso en definir las fronteras de su objeto de estudio -el cuerpo investido libidinalmente, el marcado por el significante- poniendo distancias del cuerpo biológico, no se hubiera interrogado sobre las formas en que se masculiniza el pene.
En la literatura se ha puesto mucho énfasis en las experiencias ligadas al falicismo uretral: «Comienza a mostrar gran fascinación hacia el chorro de orina de su padre» (Tyson, 1982), y es a partir de esta comunión anatómica cuando el niñ.o empezaría a mostrar un exhibicionismo y un orgullo extremo por su Órgano, entrando en lo que algunos autores han designado la fase fálico-narcisista de la etapa fálica. Edgcumbe y Brugner (1975) y también Nágera (1975) describen un período preedípico de la etapa fálica, durante el cual el niñ.o, si bien ya conoce la oposición fálico-castrado y el erotismo genital, sin embargo el exhibicionismo y las fantasías fálicas girarían alrededor de la valorización y la narcisización de su cuerpo, más que sobre el deseo sexual hacia la madre, ya que las relaciones de objeto siguen manteniéndose duales. Lo que resulta importante subrayar es que el niñ.o presenta todo tipo de deseos relacionados con las capacidades y funciones de un cuerpo humano, tanto poseer un pene potente y grandioso como también senos y bebés (Kestenberg,
Ahora bien, uno se podría cuestionar si en la niñ.ez el pene real no recubre la totalidad del falicismo, es decir, que basta que el padre se muestre desnudo ante el niñ.o, que comparta el ejercicio o haga conocer la función uretral, para que el niñ.o adquiera el sentido de la masculinidad y la narcisización de la genitalidad, como paradigma de la masculinidad *. Lo que ha sido denominado la capacidad de donación del padre (Lacan, 1970) parece aludir a otro plano, al de la narcisización de la masculinidad, no de la genitalidad. Aunque en cada cultura y en cada microcultura se registran variantes, existen parámetros sumamente rígidos de los valores por los cuales la masculinidad queda definida. Esta
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• Quizá en muchos estratos de nuestras sociedades, en aquellas culturas en donde impera el machismo, la masculinidad se trasmita en estos términos en forma consciente, aunque inconscientemente exista una trama de pautas que no se toman en cuenta y que tienen 1nayor importancia en la determinación de los valores de la masculinidad o feminidad.
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dimensión de la masculinidad, esta imago del padre, lo que constituiría la trama significante de la estructura del Ideal del Yo, aún queda por dilucidar. Pareciera que como se asume que «el sujeto abandona el Edipo provisto de un Ideal del Yo, tipificante de la masculinidad y la feminidad» (Lacan, 1970), el psicoanalista no penetra más allá del Complejo de Edipo. En los últimos años, en la literatura psicoanalítica han aparecido algunos trabajos sobre este tema, recalcándose la importancia en la transmisión de la masculinidad, no sólo del padre real -en tanto donador efectivo de los atributos-, sino del status de la masculinidad en la fantasmática tanto del padre como de la madre, como de la ideología consciente sobre los mismos que posee la familia. El óptimo investimento narcisista en la masculinidad y en el rol del género masculino se establecerá en el niño cuando el padre y la madre muestren visible orgullo, tanto en la masculinidad paterna como en la del niño. Si el padre es controlador y dominante, no permitiendo el desacuerdo, puede forzar en el niño una actitud pasiva y dependiente que obstaculice la asunción de COIJlportamientos del rol, que por otra parte simultáneamente exigirá como imprescindibles de la masculinidad: independencia, asertividad, capacidad de decisión (Tyson, 1982). Si la madre domina y desvaloriza, o franca y abiertamente rechaza los aspectos masculinos de la relación con el esposo, el niño encontrará serios obstáculos en ver las ventajas narcisistas en la identificación masculina; por el contrario temerá ser dominado, empequeñecido y perder la estima de la madre, lo que dificultará su des-identificación de ella. Pero también parece tener una enorme importancia cómo el niño ve, concibe, va experimentando la masculinidad de su padre; si su padre que es una imago-parental idealizada (Kohut, 1971) comienza a ser contrastado por el niño de manera que sus comportamientos de rol no se adecúan a los fijados como modelo, también esto afectará cuan narcisizada e ideal pueda construirse la masculinidad. En los capítulos 11 y 111 examinaremos pormenorizadamente las peculiares vicisitudes y dificultades de narcisización, tanto de la vagina como de la feminidad, con que se enfrentan las mujeres de nuestra cultura. Resumiendo, el padre participa en la construcción de la masculinidad del niño en forma múltiple: 1) como modelo ejemplar del cuerpo anatómico del hombre; 2) como modelo de hombre masculino en sus roles sociales; 3) como modelo que valoriza su propia masculinidad y desea favorecerla en su hijo (su capacidad donativa); 4) como modelo de hombre masculino aceptado y deseado por una mujer, y 5) activamente por la promoción de deseos y conductas en el hijo - a través de 52
sus propios deseos y expectativas acerca de qué es lo que quiere que el hijo varón sea-, y por el grado de compromiso en impulsar esta identidad. El ideal del género se constituye por: a) Representaciones ideales de los objetos, basadas en las tempranas impresiones de los padres, quienes son vistos como los modelos ejemplares del género. Ejemplares en un doble sentido: ideales y patrones de clase, ya que a partir de la imagen ejemplar se incluyen por comparación todos los otros miembros de la misma: mamá-mujeres-señoras-nenas. b) Representaciones del niño/a varón-mujer ideal. El varón/nena modelo, que proviene del propio ideal de los padres de lo que debe ser un niño/a. c) Representaciones del varón/nena ideal del propio niño, lo que el niño quiere ser. Estos tres tipos de representaciones son interdependientes no sólo en su dinámica, sino en su génesis.
CONCLUSIONES
1. Los aspectos de la sexualidad qm~ caen bajo el dominio del género son prevalentemente determinados por el universo de significaciones imperantes en la cultura. Este proceso de inscripción simbólica comienza desde el nacimiento y formaría parte de la estructuración del Yo. La madre es el agente cultural a través del cual el sistema de significaciones será transmitido. Más tarde, padre, familia y grupos sociales contribuirán a este proceso. 2. El rol de las fuerzas biológicas será el de reforzar o perturbar una identidad de género ya estructurada por el intercambio humano. 3. La identificación en tanto operación psíquica daría cuenta de la organización de la identidad de género. 4. El núcleo de la identidad de género se establece antes de la etapa fálica. Lo que no quiere decir que la angustia de castración o la envidia al pene no intervengan en la identidad del génerp, sino que lo hacen una vez que tal identidad se halla básicamente estructurada, para sellar su conformación definitiva. 53
5. La identidad de género comienza a partir del mínimo desarrollo cognitivo, suficiente para la percepción consciente o inconsciente de la pertenencia a un sexo y no al otro. En el curso del desarrollo la identidad de género se complejiza, de suerte que un sujeto varón puede no sólo sentirse hombre, sino masculino, u hombre afeminado, u hombre que desea ser mujer. 6. La idea freudiana de la .bisexualidad siempre descansó sobre la bipolaridad del deseo, no del género. El niño freudiano «perverso poliformo y bisexual» nunca fue concebido sobre el modelo del transexual. 7. La madre constituye tanto para el varón como para la nena un ideal temprano del género, razón por la cual el desarrollo psicosexual es más complicado para el varón que para la nena, en lo que atañe al género . 8. Tan central como la estructuración de la oposición fálico-castrado para la organización del género, resulta la masculinización del pene y/o feminización de la vagina: investimento de valoración narcisista del género.
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Nota l. Para mayor profundización en este punto, véase el capítulo V, «El sentimiento de ser macho», del libro de Robert Stoller, Sexo y género. Tomo 1 (1968) .
«El primer paciente , genéticamente normal, no tenía pene externo cuando nació, pero sí testículos laterales en su escroto bífido que parecían grandes y pequeños labios, y una uretrostomía perineal. Le dieron nombre de varón y fue criado como un varón. Una hidronefrosis grave del lado derecho con infección y fiebre durante los tres primeros meses de vida condujeron a la ablución del riñón enfermo a los diez meses. Durante el transcurso del segundo año, como consecuencia de infecciones que se repetían, se le puso una sonda en la vegija para salvar el riñón todavía sano. Este instrumento lo conserva casi constantemente hasta ahora . Antes del nacimiento del niño, la riiadre abandonó al padre, que desapareció completamente de la vida del paciente. Algunos meses después ella se casó. El pacient e y su hermano (tres años más grande) tenían entonces un padrastro y una media hermana de la edad del paciente. El padrastro tomó rá pidamente un rol activo en Ja familia . Era un hombre masculino y ha servido de excelente objeto identificatorio para el niño . Es por esto que pese a esta grave enfermedad de aparición precoz, pese a las permanentes intervenciones médicas y a Ja presencia constante de la sonda , el paciente, que tiene ahora cuatro años, es considerado por sus dos padres como un niño normal desde el punto de vista psicológico. Ellos lo comparan frecuentemente con su hermano de siete años, al que encuentran más sensible, más tímido y un poco afeminado. Describen al paciente como a un niño fuerte, activo, que no se cuestiona su status de varón, le gusta jugar al fútbol y al béisbol con su padre y luchar con sus hermanos. Para retomar las palabras de su madre : « . .. Le gusta el boxeo, toda clase de depor1es, también le gusta mirar deportes en la T.V., me dijo que quería ser un luchador gordo y grasoso cuando fuera mayor. El detesta todo lo que le parece femenino (camisas que podrían hacerlo parecer una niña), él quiere todo lo que parezca de niño. Tiene la costumbre de jugar en el escritorio solo. Algunas veces él es Superman, en otras palabras, cuando hay que peinarse, él se peina para a1rás, como su papá .» Su padrastro cuenta: « ...Le gusta bajar al lugar en donde yo trabajo. Pienso que quiere ser como yo.» Al paciente le gusta imitar a su padrastro, que tiene una colección de pistolas, el niño lo imita con sus pistolas para niños. Su padrastro es gerente de una gasolinera, el juego favorito del niño es «la gasolinera» , le gusta hacer un pozo en el piso, construir una estación con ladrillos, o usar la cola del gato como manguera del surtidor. Es evidente que <.:s te interés esté sobredeterminado: este niño está influenciado no solamente por <.:l trabajo de su padrastro, sino también por su gran interés y preocupación en , u propia «estación surtidora». En resumen, los padres describen netamente a
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un niñ.o con una identidad masculina, que él manifiesta en la relación con su madre y su padrastro. El padre y la madre no dan la impresión de tener grandes problemas en sus propios roles respectivos del género. El aspecto del niñ.o corrobora toda la información que dan los padres. Es un niñ.o despierto, simpático, inteligente, cálido, audaz; tan francamente agradable que uno no puede explicar la fuerza evidente de su Yo (pese a las traumáticas experiencias médicas) sin atribuir la excelencia de su estado mental a la suerte que él tiene de tener padres como los suyos". '' ... Algunos expertos del Centro Médico aconsejaron que se transformara en una niñ.a y que los esfuerzos de los padres fueran consagrados a ayudarlo a convertirse en una mujer con el correr de los añ.os. Se hizo esta recomendación en razón de la importancia de la intervención quirúrgica para hacerle un pene adecuado que, por su condición, no podría tener nunca una función sexual. Sin embargo, porque él era verdaderamente masculino, y creía que su rol de género no podía ser cambiado por la psicoterapia o por otro aprendizaje y porque sus esperanzas de vida no eran grandes en razón del riñ.ón enfermo, los psiquiatras reco- . mendaron dejarlo vivir como niñ.o. Los padres se sintieron aliviados por esta recomendación que fue seguida por los médicos que se ocupaban de él". "El segundo niñ.o, que nosotros vimos por primera vez a los quince añ.os, era, en el momento de su nacimiento, un macho genética y anatómicamente normal, salvo por el hecho de que no tenía pene y que tenía una uretrostomía perineal. Los dos testículos estaban situados en el interior de un escroto normal. Era el menor de cuatro niñ.os: el mayor, mongólico; los otros dos (una niñ.a y un niñ.o), normales. Antes de su nacimiento, su madre no quería tener más hijos. Dada la asignación correcta de sexo al nacimiento, fue criado como un varón, sin equívocos, por una madre que se interesaba poco en él y por un padre «estirado» y cubierto de joyas que vendía perfumes. Desde el afio y medio el paciente fue hospitalizádo seis veces en cinco añ.os; la última vez, durante tres añ.os con una sola vuelta al hogar. Estas numerosas operaciones, una laparastomía seguida de intervenciones plásticas repetidas obtuvieron como resultado un pene que un urólogo describió recientemente como <
lo admite. Durante la masturbación mutua que sigue, el paciente deja actuar a su compañ.ero solamente unos minutos (con el reloj en la mano), porque no quiere que éste tenga un orgasmo. Dc;:spués de esto, el compañ.ero debe hacer lo mismo al paciente (salvo la relación anal que el paciente no puede llevar a cabo porque su pedículo de piel no es eréctil). Está claro, después de estas descripciones, que uno de los objetivos esenciales de estas actividades es obligar al compañ.ero a tratarlo como si su «pene» fuese tan bueno como un pene que funciona (un mecanismo para «probar» al pene y que parece ligado a la dinámica del exhibicionismo). Fuera del recurso de la homosexualidad como defensa eficaz contra la pérdida del sentimiento de ser un macho, estas actividades más una fo rma particular de masturbación constituyen igualmente la vida sexual del paciente». « ... Es evidente que se trata de un niñ.o muy perturbado; sin embargo, pese a todas estas perturbaciones de las funciones del yo, y sus problemas en la definición de una identidad, el núcleo de la identidad del género está intacto. El no duda que es un hombre. Su problema esencial es que, en tanto hombre, tiene una anomalía importante. Su desarrollo normal y su psicopatología tienden a reparar el dañ.o psicológico (o aprender a vivir con éste) sin volverse una mujer. No se entrega a sus compañ.eros de juegos sexuales como una mujer, y no tiene nada de femenino ni en su apariencia ni en sus actos. Sus actividades homosexuales son, más bien, un intento patético e i_mp~esionante de demostración a los otros hombres que su «pene» funciona tan bien como el de ellos. El, por supuesto, no lo cree realmente, pero en el fantasma de estos juegos sexuales existe al menos la creencia momentánea de que él está intacto».
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CAPITULO II
FEMINIDAD PRIMARIA Y SECUNDARIA
¿FEMINIDAD PRIMARIA O SECUNDARIA? Cuestión que ha seguido un curso pendular en la historia del psicoanálisis, y que ha dividido a los autores, entre los que siguen básicamenIC a Freud en su idea de un monismo fálico en la infancia (Lamp-deroot, 1928; Deutsch, 1925, 1930; Mack Brunswick, 1940; Bonaparte, 1951; Chasseguet-Smirgel, 1964; Lacan, 1966) y los que se apartan del fre udismo, sosteniendo la precocidad y anterioridad de una posición francamente femenina en la niña pequeña (Müller, 1932; Horney, 1932-33; M. Klein, 1932; Jones, 1927, 1935; Zilboorg, 1944; Langer, 1951; Jacobson E., 1964; Stoller, 1968; Fast, 1979; Cereijdo, 1983). ¿Cuáles son los ejes polémicos sobre los que se han asentado las diferencias teóricas? Básicamente los siguientes: 1) conocimiento versus desconocimiento de la vagina; 2) contemporaneidad de impulsos orales y genitales (vaginales); 3) deseos tempranos del pene del padre, y 4) conocimiento congénito y/o precoz de la diferencia de sexos y del intercambio sexual entre los padres. Del repaso de los puntos anteriores surge claramente que a pesar de las diferencias se termina adscribiendo la feminidad al órgano sexual, a su conocimiento, a su grado de erotización, a su puesta en acción, a su carácter de zona erógena, de fuente del deseo «natural» hacia el pene, su complementario. De acuerdo a esta concepción, organizadas las vías somáticas, biológicas y anatómicas del aparato genital femenino, quedaría establecida la feminidad. Pensamos que la introducción de la difercnciaeión entre género y sexo, así como sus líneas de demarcación y de relación, contribuyen a la reconstitución de un marco de comprensión de esta cuestión, que ha preocupado a los psicoanalistas desde sus albores y que se ha basado sobre un gran equívoco: el del naturalismo, cuyo bastión inexpugnable en psicoanálisis se localiza en el cuerpo, en la ana59
tomía, en lo biológico. No es que estos factores no participen o no deban ser tomados en cuenta en su articülación, sino que es precisamente esta articulación la que cuesta tanto establecer con propiedad. Tanto las teorías sostenidas como el método de exploración utilizado debe llamarnos a la 1eflexión. Las afirmaciones sobre la sexualidad temprana de la niña curiosamente no abundan como resultado de experiencias de observación, sino que lo hacen por su carácter especulativo, de referencias intertextuales, de toma de posición. En el capítulo anterior hemos mostrado que la feminidad en tanto sentimiento de género es una línea evolutiva que sufre transformaciones a lo largo del desarrollo, pero que su núcleo se establece temprana y sólidamente en forma independiente de la sexualidad. Más aún, la sexualidad femenina y la elección de objeto se logran a plenitud siempre y cuando la mujer armonice el narcisismo ligado a su género y la narcisización de su sexualidad, proceso más tardío y sujeto a un mayor número de factores conflictivos, psicológicos y sociales. Esto nos conduce a un aspecto central de nuestro trabajo: articular las investigaciones recientes sobre el género con el papel jugado por el sistema narcisista en la construcción de la creencia sobre el género. ¿Es el género de un sujeto parte de su sistema narcisista intrapsíquico, es decir, de su Yo y Super Yo, o debemos ubicar el género, como tradicionalmente se lo ha enfocado, en la línea de las vicisitudes del deseo sexual? La teorización freudiana tomó esta última dirección, la noción de género es inseparable del grueso de la teoría sobre el Edipo, no existió en Freud una delimitación entre estos dos conceptos y las reformulaciones posfreudianas -Melanie Klein, Lacan- tampoco lo hacen. Sólo podemos constatar una breve pero significativa referencia que desafortunadamente Freud dejó sin desarrollar y que no fue retomada posteriormente. En «Sobre la psicogénesis de un caso de homosexualidad femenina» {1920) dice: «La literatura sobre la homosexualidad habitualmente fracasa en distinguir con suficiente claridad entre la cuestión de la elección de objeto por un lado y las características sexuales y la actividad sexual por el otro, como si la respuesta a la primera necesariamente implicara la respuesta a las otras. La experiencia, sin embargo, prueba lo contrario : un hombre con predominio de características masculinas y masculino también en su vida erótica puede ser invertido con respecto a su objeto, amando exclusivamente a hombres en lugar de mujeres. Un hombre en el cual predominan atributos del carácter femenino, quien puede en la vida amorosa comportarse como una mujer, es de esperar
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partiendo de esta actitud femenina que eligiese un hombre como objeto de amor; sin embargo, puede ser heterosexual y no presentar ninguna inversión hacia su objeto, como lo haría cualquier hombre normal. Lo mismo es verdad para las mujeres; aquí rasgos sexuales mentales y elección de objeto no coinciden necesariamente ... Es en cambio una cuestión de tres conjuntos de características, a saber: caracteres sexuales j{sicos (hermafroditismo físico), caracteres sexuales mentales (actitud masculina o femenina) y tipo de elección de objeto, que hasta cierto punto var{an independientemente uno de los otros y se encuentran en diferentes sujetos en múltiples permutaciones» (St. Ed. Vol. XVIII, pág. 170, subrayado nuestro).
Si se siguen las consecuencias que derivan de esta tesis, se comprueba que permiten concebir una línea teórica que se contrapone al grueso de los supuestos del edificio freudiano sobre la feminidad y la sexualidad femenina, y cuya revisión podría girar en torno a los siguientes puntos: 1) bisexualidad biológica; 2) masturbación clitoridiana; 3) ausencia de atracción instintiva hacia el sexo masculino; 4) la «masculinidad» de la libido, por su carácter activo, y 5) envidia al pene.
EL MITO DEL F ALI CISMO O MASCULINIDAD INICIAL DE LA NIÑA
1.
LA SUPUESTA BISEXUALIDAD BIOLÓGICA
En rigor, la teoría freudiana sobre la feminidad y la sexualidad femenina se podría calificar de «transexualista», ya que sostiene que la niña instintivamente se halla preparada para la masculinidad, que desde que descubre la diferencia anatómica de los sexos se siente castrada, desea ser hombre y ver su cuerpo transformado poseyendo un pene. Freud {1897-1905) sustenta la teoría de la disposición bisexual congénita a partir de ideas sugeridas por Fliess sobre el sexo dominante y el recesivo (Fliess se hallaba impresionado por los hallazgos en el feto de órganos sexuales atrofiados del otro sexo) y la mantiene a lo largo de toda su obra {1919, 22, 23, 31, 33) otorgándole una enorme importancia. Tal es así que, en Analisis terminable e interminable, sigue afirmando que la bisexualidad influencia tanto la identidad sexual como la elección de objeto, y que su naturaleza biológica constituye uno de los obstáculos insalvables y uno de los límites que el psicoanálisis encuentra en tanto te61
rapia. Sin embargo, sus planteamientos han sido siempre zigzagueantes, ya que en sus reflexiones sobre el fracaso del tratamiento en el caso Dora, apela al vínculo homosexual, y en su trabajo sobre la feminidad recalca la importancia del estudio de la relación preedípica de la nii'ía con la madre. Sin embargo, en ese mismo trabajo (1931) sostiene que «la vida sexual de la mujer se divide regularmente en dos fases, la primera tiene un carácter masculino, sólo la segunda es específicamente femenina». Si bien la historia de la doctrina psicoanalítica muestra un apartamiento e incluso en algunos momentos un corte radical con la biología -planteándose un dominio del orden estricto del significante (Lacan)-, la recaída a nivel de hipótesis intermedias en el fundamento biológico es permanente. Por eso nos parece pertinente, en lo que atai'íe a la feminidad y la sexualidad femenina, mostrar cómo inclusive los hallazgos recientes en neurofisiología y en endocrinología ponen en duda la idea de un soporte biológico de la bisexualidad. y, adel,llás, recalcar aquellos aportes de la clínica que ponen en evidencia que los sentimientos de ser una mujer y de sentirse femenina son relativamente independientes de sus órganos genitales.
2.
EL SUBSTRATO BIOLÓGICO DEL COMPORTAMIENTO SEXUAL
2.1.
Experimentos en animales de laboratorio
Los fisiólogos del cerebro están comenzando a determinar los mecanismos neurohumorales que afectan el comportamiento sexual (Goy, Phoenix y Young, 1962; Barraclough y Gorski, 1962). Según Young ( 1965) el código genético desencadena la liberación bioquímica que desarrollará el tejido embrionario en alguna de las dos direcciones (Jost, 1958; Gorki y Whalen, 1966; Grady y Phoenix, 1965; Harris y Levine, 1962; Phoenix, Goy y Resko, 1968) *. Uno de los hallazgos más sorprendentes es que sólo si el cerebro fetal, el hipotálamo, es activado por andrógenos la conducta masculina se desarrolla. El estado neutro, de reposo o inicial para los mecanismos centrales del sexo, así como los rudimentos de los órganos sexuales y sus aparatos anexos, son femeninos; si la corriente normal de andrógenos es bloqueada, retoma el coriÍando
* Citados por Stoller (1968).
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el cerebro femenino. Aparentemente el cerebro consistiría en un sistema anatómico único, y sólo si es activado con andrógenos, la «roca» para la masculinidad se implanta, si no permanece femenino. Desde el punto de vista neurofisiológico el cerebro del hombre resulta ser un cerebro hembra androgeneizado, y embriológicamente el pene es un clítoris masculinizado. Existen períodos de sensibilidad crítica durante los cuales el cerebro fetal es más susceptible a la influencia hormonal, de tal modo que basta una simple inyección de hormonas en el laboratorio paro poder establecer por vida la conducta sexual, ya sea masculina o femenina*.
.2.
Anomalías sexuales genéticas y congénitas (Money, Hampson Hampsón, 1955)
y
2.2.A. Anormalidades cromómicas XO (Síndrome de Turner). Estos individuos en lugar de poseer los dos cromosomas XX o XY carecen del segundo cromosoma y no tienen gónadas productoras de hormonas Ncx uales, sin embargo el desarrollo anatómico es de mujer. Generalmen1c presentan comportamiento femenino y son heterosexuales. (Véase nota II.) 2.2.B. Síndrome de insensibilidad andrógeno (Feminización testil' ular). Estos sujetos que presentan un perfil cromosómico XY se des1rrollan como mujeres heterosexuales. Es probable que el defecto hor111onal sea en el órgano periférico que no responde a los andrógenos en 1·in.:ulación. 2.2.C. Hipogonadismo constitucional en hombres. Estos sujetos se presentan físicamente normales al nacer, recién en la adolescencia se les descubre una deficiencia en andrógenos. Un gran número de estos casos on femeninos desde la infancia o creen ser niñas.
Trastornos del lóbulo temporal. En sesenta y siete casos de paroxísticos del lóbulo temporal se observaron conductas de Inversión sexual, sólo en hombres. La conducta (comúnmente vestirse 1•0 11 ropas de mujer) sobrevino en el acmé de la crisis, la remisión de la l' l'isis hace desaparecer también el trastorno de conducta. 2. 2.D.
l l'llstornos
• Para mayor detalle, véase Stoller (1968) .
63
2.3.
Datos provenientes de la endocrinología
2.3.A. Castración del hombre. Si se produce antes de la pubertad no sólo se extinguen los caracteres sexuales secundarios, sino la sexualidad en su totalidad. Si se efectúa después de la pubertad, se ve marcadamente disminuida. 2.3.B. La castración de la mujer. !\fo produce los mismos efectos; niñas púberes que son ovariectomizadas pueden como los adultos desarrollar una sexualidad normal y tener orgasmo. De la misma manera la extirpación de ovarios en la mujer adulta no disminuye ni su necesidad sexual ni su placer. Todo parece indicar que las hormonas andrógenas constituyen el substrato biológico del deseo sexual tanto en los nombres como en las mujeres. En la mujer dependería de una ínfima cantidad de andrógenos que normalmente produce la suprarrenal, ya que la suprarrenalectomía ocasiona la abolición casi completa de la sexualidad. Por otra parte, la administración de estrógenos a un hombre no modifica su comportamiento sexual, salvo que por hacerlo en grandes cantidades compita co n la producción de testosterona. En cambio las mujeres a quienes ~e les ha administrado andrógenos ven su libido reactivada . Pero lo importante a recalcar es que la sustracción o adición de hormonas no modifica la orientación de la libido. Así, si se le administra a una mujer andrógenos, aunque pueda masculinizarse en sus caracteres sexuales, externos, sigue deseando a un hombre. De la misma manera que la ingestión de andrógenos por un homosexual afeminado no lo transforma en menos afeminado, sino que acrecienta su deseo de relaciones homosexuales. Por tanto, la intuición freudiana sobre el carácter masculino de la libido en tanto deseo sexual hallaría su certeza en la naturaleza andrógena de las hormonas activadoras del deseo, pero éste sigue siendo fiel a su fan tasma, y ni se masculiniza ni se feminiza por la acción de los andrógenos, sólo disminuye o cobra intensidad. Stoller sostiene que todas estas evidencias nos llevan a refutar el supuesto monismo fálico de los niños de ambos sexos, y en todo caso postular lo inverso, que todos los bebés hasta los dos años son prevalentemente niñas. Pero esta hipótesis sólo nos conduciría a una recaída en un biologismo de sentido contrario cuando lo que nos impresiona, en cambio, es el enorme poder que las actitudes, los comportamientos y las creencias de los padres tienen en el modelaje de la masculinidad y femi64
nidad. El sistema biológico organizado prenatalmente en una dirección masculina o femenina es casi siempre insuficiente en los humanos para resistir la fuerza más poderosa del medio ambiente: la madre. Las evidencias sobre la organización temprana de la masculinidad y la feminidad en base a la poderosa acción del medio materno y familiar se presentan cada vez en forma más numerosa: 1) niños diagnosticados al nacer como hermafroditas desarrollan una «identidad hermafrodita» (es decir, durante toda la vida no saben si son hombre o mujer o si son ambas cosas), siempre que sus padres también abriguen dudas sobre el sexo asignado. Cuando no es así (aun ante la presencia de órganos sexuales externos ambiguos), el niño no duda en ser varón si al nacer se le asignó el sexo masculino. Esto ocurre independientemente de la presencia de anormalidades cromosómicas, gonadales o defectos hormonales; 2) transexuales hombres, como resultado de circunstancias posnatales ,- una específica constelación familiar - presentan una feminización tan marcada que actúan como mujeres y demandan que su cuerpo se transforme en un cuerpo de mujer. No presentan ninguna anormalidad biológica. Todos estos hallazgos obligan a una revisión de la articulación entre el nivel biológico y el psicológico. Los hechos parecen sugerir una complejidad superior a la esperada. En algunos momentos críticos del desarrollo esta relación es de determinación, período fetal de acción de los andrógenos sobre el hipotálamo, o los fenómenos de «imprinting» o modelaje del género por la madre, como en los casos de transexualismo masculino; en otros momentos, en que estructuras como el género o el deseo sexual ya se hallan establecidas, esta relación parece ser sólo de influencia, afemirtamiento de hombres heterosexuales, intensificación de deseo sexual por acción de los andrógenos.
¿VAGINA O CLITORIS?
La presencia, exterioridad y supuesta filiación anátomo-masculina del clítoris han sido los soportes centrales en que Freud basó su idea de la predominancia de la bisexualidad en la niña. Si en ella debía darse en el curso de su evolución una metamofosis de hombre a mujer, el cambio de zona erógena -del clítoris a la vagina- era su condición esencial. La dicotomía feminidad primaria o secundaria en realidad se asienta en 65
..
la concepción antagónica de estos dos órganos femeninos, de manera que un recorrido por los distintos autores nos enfrenta con una serie de argumentos controversiales.
•
-La niña sólo conoce el clítoris. La vulva y la vagina al ser órganos internos permanecen desconocidos hasta la vida sexual puberal (Freud).
-La niña conoce la vagina ya sea por protofantasías heredadas o por equiparación con la boca (Horney, M. Klein).
- La zona erógena infantil es el clítoris. Si hay masturbación, ésta es clitoridiana (Freud). Si permanece como zona erógena privilegiada en la edad adulta, es signo de masculinidad.
-La vagina es fuente de impulsos, es una zona erógena en la infancia. Existe la masturbación vaginal (Müller, Horney).
-Al considerarse al clítoris como masculino, las pulsiones de la niña serían fálicas, es decir, de penetración, activas (Freud) .
- Los impulsos vaginales son receptivos. Desea recibir el pene, como equivalente del pecho (fellatio-M. Klein). El clítoris es un órgano femenino (Jones).
- Toda manifestación psicológica masculina es producto de la bisexualidad biológica (Freud).
-Por un proceso defensivo, niega Ja existencia de la vagina y su función. Deseos agresivos proyectados sobre la madre por heridas narcisistas. Temor a ser atacada en su interior (M. Klein, Jones).
La mayoría de las críticas efectuadas a Freud por parte de los defensores de la feminidad primaria se basan en hechos de observación de niñas pequeñas, quienes evidencian su conocimiento de la existencia y localización de la vagina. Coincidimos con los autores que sostienen que no debe confundirse entre el descubrimiento de la vagina que puede efectuar la niña y el grado de erotización que la misma alcanza durante la infancia (Granoff y Perrier, 1964; Lucioni, 1982). Pero aun superado este impasse, lo que parece menos sostenible es que sea la fuente es~ncial del sentimiento de feminidad. Puede trazarse un paralelo entre los niños que nacen sin pene, pero que son reconocidos al nacimiento como sien66
do varones, y las niñas que son genética, anatómica y fisiológicamente normales salvo por el hecho de que nacen sin vagina. Tal anomalía puede provocar un gran sufrimiento en una joven o en una niña cuando se descubre el trastorno, pero Stoller nunca ha observado que tales mujeres desarrollen una perturbación en el núcleo de su identidad de género, es decir, en su certidumbre de ser mujeres. Estas mujeres no buscan masculinizar su cuerpo, por el contrario insisten en proveerse mediante la cirugía de una vagina. Como en el varón la presencia de un pene, en la niña el conocimiento de su vagina refuerza enormemente el sentimien10 de ser mujer, pero no constituye una condición sine qua non. Si el varón o la niña se consideran varón o mujer es porque sus padres no dudan de que lo sean. El conocimiento casi consciente de su estado biológico acrecienta su sentimiento de identidad, pero aun en ausencia de :ste conocimiento en niños sexualmente neutros (XO), una identidad femenina se estructura si se le asigna inequívocamente a la criatura el sexo femenino (Stoller, 1968). (Nota II.) La estructura especular de la primera relación de objeto favorece la instalación precoz del género femenino en la 11iña. No existe desarmonía nnatómica, ni de identidad entre la futura mujer y su madre. La niña urna y desea a un objeto con el cual y simultáneamente se identifica, identificación que crea y construye una image,n temprana femenina, así ;orno un Ideal del Yo preedípico (Jacobson, 1964; Blum, 1976) *. En ;ambio en la organización del goce debe darse una ruptura con las formas de seducción materna, el cuerpo de la niñÁ debe reaccionar a otros :stímulos que no sean el de su doble. Hacia Ja, mitad del segundo año, la niña parece tener una clara representación ~e su cuerpo, construida u lo largo de su relación con la madre, de la cu,al se ha diferenciado como cuerpo-otro (Mahler, 1958). La deambulación y el ejercicio de las funciones corporales han establecido a través de la acción un reconocimiento psíquico del cuerpo en una anatomía que, si bien puede obtener una imagen de completud por vía especular (Lacan, 1966), sólo alcanzará su cabal objetivación y autorreconocimiento a través de la acción y :xperiencias propias. Experiencias de esfuerzo,\ dolor y sensibilidad que 1compañan a las funciones contribuyen a relle~r el contorno de la unidad. Sabemos el rol prevalente que juega el pacer para el proceso de su bjetivación del cuerpo, y el carácter organiz or que tienen las zonas l'rógenas. Ahora bien, la dificultad para la niñ\ en formarse una clara
l próximo capítulo para el examen de este
p~nto. 67
representación genital es bien conocida (Greenacre, 1950), sin embargo, aún no existe consenso sobre las razones de este desconocimiento. Pensamos que no sólo el carácter oculto de los órganos genitales contribuye a esto, sino que debe tenerse en cuenta la ausencia, o poca frecuencia, de experiencias estimulantes del placer vaginal. La función uretral, la: micción en la niña, no ponen en juego el órgano genital como en el caso del varón. A su vez, en el cuidado higiénico, fuente de estimulación erógena permanente entre la madre y el hijo, las posibilidades de excitación de la vagina son mucho menores. No hay necesidad de apelar a una sexualidad virtual distinta en el varón o en la niña, con una prefijación al objeto heterosexual como postula Grnmberger *, ya que la represión materna de la homosexualidad, es decir, la habitual normativización so.cial del deseo materno nos parece suficiente explicación (Aulagnier, 1977). La hipótesis sobre las protofantasías o fantasmas primarios (es decir , un conocimiento heredado sobre la realidad sexual que ubicaría el saber sobre la vagina en uµa independencia de lo vivido-real-histórico) no aporta en forma concluyente sobre el problema, pues debiera en ese caso seguir la evolución p~utada por lo madurativo, y el cúmulo de mujeres que descubren la masturbación vaginal como actividad de goce en la adultez es numerosísimo. ¿Cómo explicar una detención tan marcada, tan extendida del des¡arrollo madurativo si la impronta fuera biológica? ¿O es que se requiere una estimulación externa para ponerla en marcha? Entonces sólo hiabríamos logrado un deslizamiento del problema del órgano al estímulo, ¿cómo es que el estímulo no tiene lugar, o su participación es tan in~predecible? La anatomía no favorece un temprano y espontáneo desdµbrimiento de la vagina por la niña, ni su estimulación casual en el cuidado corporal por parte de la madre. El ejercicio de la función uretral enmascara aún más las posibilidades de órgano de goce de la vagina, ya q ue despierta la confrontación entre los sexos y la envidia al pene como una posesión preciada en el otro. Pensamos que es en este sentido dj lnde «la anatomía es el destino» en el caso de la niña, pues no favorecJauna sexualización completa en la infancia. Pero en este punto descansl un monumental malentendido: que la vagina 1
uni
• «Igualmente puede preguntar si aquí la actividad "anaclítica" de la madre se puede considerar como fuente de dichas sensaciones y si no sería preciso invertir de alguna forma esta proposición supon ·endo una cierta sexualidad virtual, distinta desde el principio en la niña y en el niño y qu los cuidados en cuestión no hacen más que activar» (1964).
no se constituya en zona erógena en la niñez -que no sea punto de partida de la estimulación para el goce sexual- no quiere decir que ulteriormente no reaccione al estímulo sexual, que no se produzca la descarga muscular en caso de producirse la masturbación clitoridiana. Lo que falta es que sea la penetración y la consiguiente estimulación de la mucosa vaginal, aquello que pone en marcha el proceso de excitación (Masters y Johnson, 1966), aunque el asiento final del orgasmo sea siempre vaginal, como veremos más adelante.
MASTURBACION
Los estudios masivos sobre la sexualidad femenina (Sherfey, 1966; Hite, 1976) y sobre la terapia sexual (Masters y Johnson, 1966; Kaplan, 1974) han arrojado datos que nos ayudan a esclarecer este punto. Las niñas desarrollan múltiples formas de masturbación: compresión de los muslos, retención de orina, balanceos, estimulación clitoridiana y eventualmente introducción en la vagina de diversos objetos. En el informe Hite se destacan seis tipos básicos de masturbación femenina, pero lo interesante a constatar es que el 73 por 100 de las mujeres practicaban la estimulación clitorideo/vulvar, mientras que sólo un 1,5 por 100, la penetración vaginal. Estas declaraciones pertenecen a mujeres adultas no homosexuales, es decir, que sus fantasías eróticas eran con hombres, sin embargo el estímulo era clitoridiano y los ensueños eróticos giraban alrededor de ser penetradas, no de penetrar con su.clítoris a nadie. ¿Cómo pensar que la niña pequeña al descubrir su clítoris y las posibilidades de goce genital desea penetrar a su madre, ya que la etapa de masturbación temprana entre los quince y diecinueve meses transcurre en la más completa ignorancia de la función del pene en el intercambio sexual? La naturaleza de las fantasías masturbatorias tempranas es aún un punto a precisar. Existen claras observaciones que demuestran conductas de coqueteo y actitudes seductoras hacia el padre en niñas de dieciocho meses (Abelin, 1975), y un pico de erotización en este período, que ha llevado a algunos a postular una etapa genital temprana (Aberasturi, 1967; Roiphe y Galenson, 1981). Pero también se constata posteriormente una diferencia neta entre varones y niñas en el dominio del autoerotismo. La masturbación del varón es una constante, puede reprimirse en mayor o menor grado, pero jamás deja de ser conocida y practicada. Dcclaracio-
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nes como las que se compilan en el informe Hite serían inconcebibles para el género masculino: «Mis recuerdos sobre la masturbación se remontan a la edad de siete años, aunque no supe lo que era realmente hasta cumplir los quince ... » «A punto de cumplir quince años viví mi primera experiencia de intercambio de besos y caricias con un chico. Tales pasiones me dejaban sexualmente excitada (aunque no lo comprendía entonces, eso era lo que me pasaba) . Llegaba a casa , una vez acostada, me tocaba, experimentando casi inmediatamente un orgasmo ... » «Al descubrir mi clítoris a la edad de dieciocho años ... » «La primera vez que gocé sola tenía diecinueve años ... » (pág. 52).
Para el varón no hay posibilidad de engaño, la voluptuosidad que lo invade se halla indisolublemente conectada con la erección de su órgano y la consecuente descarga muscular. La niña nada en las tinieblas de su anatomía genital interna, si sólo conoce su clítoris y la habitual mojigatería y moral sexual de las madres no le han proporcionado ningún saber sobre su vagina, la niña concebirá que todo lo que le sucede tiene asiento en lo que ve.
MITO DEL ORGASMO CLITORIDIANO
El conocimiento adquirido sobre la fisiología del acto sexual nos permite no recaer en el mismo error de la niña, y superar el malentendido y la falsa división entre orgasmo clitoridiano y vaginal que tanta confusión ha creado. La fase de excitación se caracteriza por una vasodilatación refleja de los genitales, que produce una turgencia generalizada de los labios y del tejido que rodea la cavidad de la vagina. La fase de preparación orgásmica (Masters y Johnson, 1966) se alcanza cuando existe una distensión generalizada del tejido vulvar y del introito de la vagina, un enrojecimiento de los labios y la lubricación vaginal, que es el signo cardinal de la excitación de la mujer. La lubricación vaginal consiste en un trasudado que distiende el área genital durante la excitación . Finalmente el orgasmo consiste en una contracción refleja de los músculos localizados en el introito vaginal, contracciones acompañadas por sensaciones de intenso placer. El clítoris, en tanto zona erógena, se halla provisto de la red sanguínea suficiente para proveer parte de la vasodilatación necesaria para cumplir un papel relevante en la fase de excitación, pero carece de los músculos necesarios para las contracciones del orgasmo. Cualquiera que sea el estímulo -táctil, auditivo-visual- que 70
desencadene la excitación genital, ésta comprenderá a la zona genital entera. Que la niña o la mujer frote o estimule su clítoris como método prevalente para desarrollar la excitación, hasta la plataforma orgástica necesaria para que los músculos de la vagina desencadenen su salva de contracciones, no implica que haya un doble orgasmo: uno clitoridiano y otro vaginal, y mucho menos que uno sea masculino y otro femenino, ya que el clítoris es una parte esencial del aparato genital femenino *, órgano de la excitación, pero no del orgasmo. Es como si la teoría se hubiera extraviado en el mismo nivel imaginario que el fantasma de la niña, ambas han necesitado elaborar una misma creencia fantástica: el carácter masculino de la sexualidad femenina. «¿Podrían las neurosis sexuales que parecen endémicas en las mujeres se r en parte consecuencia de la iatrogenia?», se preguntaba Sherfey en I966, y agregaba: «Junto a la impresionante promesa de la extraordinaria riqueza y profundidad del pensamiento freudiano que conmueve nuestras mentes, también nos encontramos frente al obstáculo formidable de un gran bloque de profesionales y de opinión pública que insisten para que el orgasmo vaginal se produzca . Para erradicar estos conceptos erróneos debemos comenzar por erradicarlos de la mente de psicoanalis1as y psiquiatras. Para su consecución se requiere la ¡Jrueba de que el orgasmo vaginal como un orgasmo distinto del clitoridiano sencillamente no existe, y lo que existe es una única experiencia que constituye la sexualidad femenina. Ante tales pruebas la teoría psicoanalítica debiera ser revisada». Digamos, por nuestra parte y a manera de síntesis de este apartado, que in"vocar la biología para sostener la tesis de la masculinidad constiLUcional de la mujer, para hacer depender de aquélla el desarrollo psicológico de su identidad de género y la orientación de su deseo se~ual, re~ ulta doblemente falso. En primer lugar , aun en el mismo ámbito biológico, ya que las investigaciones recientes lo desmienten, pero, sobre todo, porque parten de un error básico de concepción de los hechos: la conaturalidad entre el psiquismo y lo anatómico y un orden de causación en qµe el «suelo» biológico definiría la psiquis. •
La semeja nza anatómica entre el clítoris y el pene no los equipara ni en el plano ni mucho menos en el psicológico . La est imulación de a mbos no despierta un 1"1nico tipo de fantas ías. Esta s d ependen de la estructuración del deseo y no del órgano que '~ excita. De igual manera el frote del pezó n de la muj er y su erección durante el coito 11 0 ac:t!van fantasías de ser ell a la que penetra, sino el deseo de se r pen ~trada. La teoría ha sido presa del nivel imaginar io a l suponer que la similitud de forma define la función. 1 i.> iológ ico,
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Nota 11. Extraído del capítulo VI, «El sentimiento de ser mujern, del libro Sexo y género, tomo I, de Robert Stoller. Ciertos casos de anomalías biológicas se constituyen en experiencias «cuasi experimentales» que pueden ayudarn9s sobremanera en la comprensión del desarrollo de ser mujer: 1) mujeres sin vagina normales biológicamente; 2) mujeres biológicamente neutras, cuyos órganos genitales externos parecen normales al nacimiento, no habiendo duda por parte de los padres sobre el sexo de la niña; 3) mujeres biológicamente normales, con excepción de la masculinización de sus órganos externos (vagina), que fueron criadas sin ambigüedad como niñas; 4) mujeres normales biológicamente, aparte de la masculinización de sus órganos genitales externos (vagina), que fueron criadas sin ambigüedad como varones, y 5) mujeres normales biológicamente, que no poseen clítoris . 1. La primera categoría es conocida por los ginecólo·gos. La mujer, en este caso, se considera una hembra, y posee una feminidad que la conduce con la misma frecuencia que en las mujeres anatómicamente normales a las tareas y a los placeres femeninos: casamiento, relaciones sexuales vaginales (en la vagina artificial) con orgasmo, embarazo (cuando el útero está presente) y cuidados maternales. Relata el caso de una muchacha de diecisiete años, femenina, seductora, inteligente, cuyo aspecto en el momento del nacimiento era normal. Aunque no presentaba ni vagina ni útero, sus órganos genitales externos eran normales . Sus padres, que no sospechaban nada, la criaron como a una niña, y ella se sintió mujer y femenina . Sus senos, su vello pubiano y la distribución de grasa subcutánea femenina comenzaron a desarrollarse a los diez años (ya que tenía ovarios normales y funcionales), y aunque tenía dolores abdominales cada mes, no presentaba reglas. A los catorce años, un examen físico de rutina -que por primera vez comprendía un examen de los órganos genitales- reveló que ella no tenía vagina. Un chequeo posterior mostró que tampoco había útero, pese a la presencia de ovarios funcionales. Al hacerla partícipe de los hallazgos, ella decía lo siguiente: «.. .lo que más me impresionó es que yo quería tener niños ... y yo quería una vagina. Quería sentirme como todo el mundo, yo quería utilizar la mía, quiero decir, cuando llegue el momento, yo quería utilizar la mía, no quería sentirme diferente ... y me sentía diferente ... y continúo sintiéndome diferente ... » Cuando le propusimos una vaginoplastia, quiso que se hiciera inmediatamente; cuando se le preguntó, después, cómo se sentía con una vagina, ella dijo: «.. .es diferente, es mejor, es un paso hacia adelante . Ahora me siento como todo el mundo .. . » 2. Segunda categoría: pacientes intersexuales cuya identidad de género es normal. Relata el caso de una persona tan biológicamente neutra como puede 72
serlo un ser humano : un XO en el plano cromosómico con neutralidad anátomo-fisiológica. Sin embargo, cuando se la vio por primera vez, a los dieciocho añ.os, nada en su conducta, en su manera de vestir, en sus deseos sociales y sexuales, en sus fantasías, podrían haberla distinguido de las otras muchachas del Sur de California. Había un hecho inquietante que hacía que ella no fuese una muchacha corriente, a los dieciocho añ.os, sus senos nos habían comenzado a crecer y no tenía reglas. Después de haber hablado con sus hermanas mayores y de haber esperado durante algunos meses una maduración natural, se presentó a la consulta médica (no psquiátrica). En el examen médico no se descubrió nada en particular, a no ser la ausencia de desarrollo de los senos, de pigmentación aureolar y un extraño vello pubiano que solo cubría los labios. Los labios y el clítoris parecía1. normales . El orificio vaginal estaba virgen. No había ningún signo de tejido gonádico del otro sexo. No se notó ninguna hipertrofia suprarrenal. En resumen, los contenidos de la cavidad abdominal eran neutros (con la tendencia a la anatomía femenina que se produce en la genética neutra en los seres humanos). Durante el tratamiento psiquiátrico que comenzó el día en que se le informó de su esterilidad (tratamiento que siguió durante tres años), el sufri miento que esta revelación inevitable le causó fue estudiado con detenimiento. Explorando este sufrimiento, descubrimos la presencia de tres orientaciones enraizadas en las identificaciones femeninas, indiscernibles en sus grandes rasgos de la reacción que se encontraría en una mujer de sexo genéticamente normal. La primera orientación era su deseo de casarse y de tener hijos; la segunda, el aspecto exterior y la función de sus órganos genitales, y la tercera se vinculaba con sus intereses femeninos (su aspecto exterior, sus juegos, la utilización del tiempo libre, las relaciones sexuales, etc.) ... La familia de la paciente se oponía a una vaginoplastia porque pensaba que la paciente comenzaría a tener relaciones sexuales antes de su casamiento. La paciente estaba evidentemente muy ansiosa frente a esta cirugía correctora, y, finalmente, los cirujanos aconsejaron a la familia permitir la operación para que la paciente no se sintiese tan diferente de sus amigas . Después de la intervención, la paciente fue muy feliz y nunca después se arrepintió de la vaginoplastia. Como lo temía su familia, algunos meses después comenzó a tener relaciones sexuales con su amigo. Ella terminó casándose y sigue casada hasta el día de hoy ... 3 y 4. Los sujetos que entran en la tercera categoría, hembras masculinas criadas como niñ.as, y en la cuarta, hembras masculinizadas criadas como varones, fueron objeto de los hoy ya clásicos trabajos de Money y los hermanos Hampsons (1957). Ellos estudiaron las diferencias existentes en la identidad de género de niñas presentando el síndrome adreno-genital. En este caso preciso, los órganos genitales externos de la niña, que, por otra parte, es normalmente sexuada, fueron masculinizados «in utero>) por una gran cantidad de hormonas andrógenas de origen suprarrenal. Los autores describen dos niñ.as, las dos hembras biológicamente normales (genéticamente, en la anatomía y en la fisiología sexual interna), pero con órganos genitales externos masculinizados. Luego de un diagnóstico correcto, una de las niñas fue criada sin ambigüedad como una
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nena (tercera categoría); esta nifia se mostró tan femenina como las otras nifias. La otra, que no fue reconocida como hembra, fue criada sin ambigüedad como un varón (cuarta categoría) y se volvió un nifio completamente masculino. 5. En este caso nos hallamos frente a la nifia normal desde todo punto de vista, pero con ausencia de clítoris. En la literatura médica no se registra ningún caso de este tipo, pero en algunas partes del mundo musulmán la costumbre hace que se extirpe el clítoris de todas las mujeres en la temprana infancia, o afios más tarde. Si bien existen millones de mujeres en esa situación, ellas no tienen disminuidd su sentimiento de ser mujeres, este sentimiento no desaparece jamás y ni ellas ni sus maridos constatan una disminución de la feminidad.
CAPITULO III
YO IDEAL FEMENINO PRIMARIO
El estudio del transexualismo ha conmovido los cimientos del nahasta tal punto, que no sólo ha permitido afirmar que la iden1idad de género de estos sujetos se basa en una creencia - en una ilusión tan poderosa que los compulsa a transformar su anatomía-, sino que ha conducido a extender este tipo de determinación a todo ser humano. Tanto el varón como la niña llegan a la conclusión de que son hombre o mujer por un proceso de naturaleza idéntica a la del transexual , es decir, por algo que trasciende la simple percatación de la sexualidad anatómica de sus cuerpos. Esta tesis y la serie de consecuencias que conllevan nos conducen a la necesidad de revisar la siguiente aseveración freudiana : «Tomando como punto de partida la prehistoria, seílalaremos que el desarrollo de la feminidad queda expuesto a perturbaciones por parte de los fenómenos residuales del período temprano de las masculinidad» (La feminidad. St. Ed. Vol. XXII, pág. 131. Subrayado nuestro). 1uralismo
En su lugar proponemos para la etapa preedípica 1.
* lo
siguiente:
La etapa preedípica no es idéntica en el varón y en la niña.
2. La diferencia en la organización de la etapa preedípica en los distintos géneros es un efecto de la estructura asimétrica de la maternalización y paternalización, procesos que fundan la célula familiar de nuestra cultura. 3. Esta fase no se caracteriza en la niña ni por rasgos ni por manifestaciones de masculinidad. * Pese a las objeciones que se han formulado a la denominación de preedípico, por su carácter teóricamente impensable desde la estructura, consideramos útil conservar esta :xpresión freudiana para referirnos al período anterior al reconocimiento por parte del nil)o de la oposición fálico-castrado. 74
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4. La madre, en su carácter de objeto primario, impone la especificidad de su género a la relación madre-hijo. 5. Existe en los niños de ambos sexos una teoría preedípica sobre la feminidad. 6. La identificación primaria es portadora de un Yo Ideal femenino para la niña. 7.
La envidia al pene no puede ser sino secundaria.
Melanie Klein puso de manifiesto la turbulencia del mundo interno que para una madre desencadena el hecho de tener un hijo: regresión y reelaboración de su propio vínculo con su madre, actualización de sentimientos de persecución y depresión si en la relación ha predominado la ambivalencia. Cada una de las capacidades requeridas -dar vida, proveer bienestar físico, contener la ansiedad, comprender las necesidades y responder adecuadamente a ellas, tener leche, etc.- remiten en toda mujer a la puesta en comparación con los otros ejemplares de su género. La relación de ser a ser es constante, tanto si la mujer se compara con su madre u otras madres o si se identifica con su hija, en el deseo de ésta de poseer una madre: como es ella, como ella tuvo, como ella quisiera ser. Por tanto, el peligro de fusión, proyección y extensión narcisista, así como mayores dificultades a la separación, se presentan más habitualmente cuando la relación materno-filial tiene lugar con las hijas mujeres. La línea del modelo -ya se trate de repetirlo o de diferenciarse de él- se sobreimpone permanentemente a la línea de la relación de objeto. El período de simbiosis parece ser más prolongado entre madres e hijas mujeres que entre madres e hijos varones. Freud (1931-1933) señaló este hecho -mayor longitud y mayor importancia de la fase preedípica en la nena que en el varón- intuyendo y sugiriendo su relevancia en el desarrollo diferencial de ambos. Es interesante constatar que fue llevado a esta afirmación por trabajos clínicos de psicoanalistas mu)eres, que mostraron la importancia de esta fase para la mujer (Deutsch, 1925; LamRJ-de-Groot, 1928; Mack Brunswick, 1940). Sin embargo, la orientación final que Freud otorgó a estos hallazgos debe ser revisada y reformulada desde la perspectiva que introduce la noción de género, ya que la prehistoria -lo preedípico-, el vínculo con la madre, es esencit.i para el desarrollo de la feminidad no por la supuesta masculinidad que encierra, sino por todo lo contrario, por la inevitable feminización que genera. 76
Estudios provenientes de distintos campos de observación coinciden la afirmación de que las madres tienden a experimentar a sus hijas mujeres como menos separadas de ellas. Sentimientos de unidad y continuidad, identificación y simbiosis predominan con las hijas mujeres y la calidad de la relación tiende a retener elementos narcisistas, mientras que el componente libidinal permanece más débil. Por el contrario, ;uando es madre de un género diferente al suyo, experimenta el hijo como opuesto a sí, como un «otro» distinto. Entonces la investidura libidinal predomina sobre un tipo de investidura narcisista, la de la identifi;ación. A su vez, los varones, como respuesta a ser considerados diferentes, tienden también a experimentarse distintos a sus madres, y las madres empujan esta diferenciación (aunque retengan en algunos casos un gran control sobre ellos), inclinándose a una mayor sexualización del vínculo, proceso que a su turno reforzará la urgencia de la separación. En la medida que la maternalización es ejercida por la mujer, el período preedípico de las niñas no sólo será más prolongado que el de los varo11cs, sino que aquéllas conservarán siempre, aun ya mujeres, la tenden;ia a colocar en el centro de sus preocupaciones las relaciones humanas que tienen que ver con la maternalización: sentimientos. de fusión, défit: it de separación e individuación, límites del Yo corporal y del Yo más difusos. ~n
ETAPA PREEDIPICA
1. J
TEORÍA PREEDÍPICA SOBRE LA FEMINIDAD . EFECTOS DE LA PREMATURACIÓN
El carácter persecutorio e idealizado de las representaciones de objeprimarias es un efecto de las condiciones de prematuración humana, ;ondición que determina la peculiaridad fantasmática de nuestra vida pulsional y cognitiva. La dependencia vital, libidinal y cognitiva en que se encuentra el niño, junto con el desconocimiento de tales condiciones, organiza un registro imaginario de la realidad. La fantasía de «la mujer ;on pene» (Freud, Lacan) o el «vientre materno lleno de todos los tesoros imaginables para el bebé» (Klein, M.) son representaciones tempranas , que dan cuenta de la cualidad omnipotente que adquiere la madre para la mente del niño. Pero sabemos a partir de Freud que la madre fá lica no constituye sólo una fantasía que se estructura apres-coup del 10
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descubrimiento de la diferencia de sexos, sino una de las primeras «terías sexuales» que despliega el niño frente a los enigmas que le plantea la sexualidad humana. Toda teoría parte de algún supuesto fundamental que se trata de demostrar. Sabemos que las teorías infantiles son erróneas por dos motivos, porque en su psiquis predomina la ley del deseo sobre la de la realidad y por insuficiencia de conocimiento, déficit que es rellenado por el saber a disposición del niño (coito oral, parto anal). Sin embargo, Freud también nos llama la atención sobre el hecho de que todas las teorías infantiles contienen alguna parte de verdad. ¿Cuál es el núcleo de verdad que encierra la teoría de la madre fálica? Si se deben medir los efectos estructurantes que en el niño tiene el descubrimiento de la sexualidad adulta, coincidimos con Lacan (l 966) en que el factor central sobre el que se reorganizará la psique infantil será el advenimiento de la noción de castración materna. Lacan, a quien le debemos el haber rescatado la teoría de un realismo simplista, ubicando el complejo de castración en una dimensión intersubjetiva -que articula la teoría freudiana del deseo y del narcisismo-, reformuló el narcisismo primario en términos de la dupla madre fálica-niño falo. El niño, engañado por su desconocimiento de la naturaleza sexual de la relación entre los padres y por su propio deseo de ocupar el lugar de único objeto del deseo de la madre, mantiene la creencia, durante un período idílico de su existencia , de «ser todo lo que la madre desea». Este supuesto infantil es teorizado en términos de hijo-falo, ya que el niño se ubicará en el lugar de lo que a la madre le falta, constituyéndose así la trama imaginaria del narcisismo primario. El acento recae no tanto en la fusión del niño a la madre, o en la creencia de posesión del pecho, sino en que el sentimiento de plenitud, de omnipotencia, provendría de la ilusoria ubicación: «para agradar a la madre es preciso y suficiente con ser un niño» (la teoría sustituye niño por falo, lo que no significa que esta sustitución ocurra en la fantasía del mismo). Por otra parte, la madre, marcada por su propia estructuración edípica, será la fuente de esta ilusión, ya que el hijo completará, por mediación simbólica, lo que a ella le falta. Este encuentro de ambos deseos sella la célula narcisista primaria. Posteriormente, el niño asistirá al descubrimiento de la sexualidad, y sufrirá dolorosamente sus efectos: su destronamiento del lugar que creía ocupar, él no es todo para la madre -en términos teóricos no es su falo-, pero también descubre , _y a esto se resiste , que a la madre también le falta algo, ella no es todo, ella está castrada, no tie78
11 c pene . La angustia de castración, si bien su fantasmática compro111cte al pene, en realidad es efecto de una transformación fundamental de l narcisismo infantil: el niño comprende que el deseo de la madre 11 0 es ley, «el deseo de cada uno está sometido a la ley del deseo del otro ». A partir de esta transformación, la angustia de castración se dife1·cncia de la angustia de separación, pues en la separación del ni1\0 de la madre, o de las partes de su cuerpo, la creencia en la omnipo1enc ía materna no se ve afectada, mientr
Ahora bien, cualquiera que sea el registro sobre el que se basa la creencia - «ser el único objeto del deseo de la madre» (Lacan, 1958), «ser la que tiene todo lo que se desea» (Green), «ser la que detenta la ley del deseo» (Aulagnier, 1975), «vientre materno repleto de posesio11cs» (Klein)-, tal creencia es anterior al descubrimiento de la diferencia de sexos . Cuando tal descubrimiento sobreviene, el fantasma de la mujer con pene surge como un intento imaginario de conservar y desmentir el colapso narcisista que la mujer sin pene precipita. Por tanto, la mujer fálica en tanto fantasía tiende a preservar algo que con anterioridad funcionaba como premisa, como postulado, como realidad que no se cues1io naba : el poder absoluto de la madre . Poder no sólo basado en el deseo , sino en el ámbito de acción social de este poder, que es el hogar, cscenario privilegiado de la puesta en acto de la relación madre-hijo. La madre, en la mayoría de las familias de nuestra cul.tura y aún más en la era industrial y posindustrial, es la dueña y señora del hogar con respecto a los hijos, teniendo plenos poderes de acción y decisión en las etapas tempranas de sus vidas. En este sentido la fantasía del niño sobre el poder materno, aunque ilusoria y errónea, contiene un núcleo de verdad . Toda sociedad se distingue en aspectos domésticos y aspectos públicos de la organización social, madre y niños forman el corazón de la organización doméstica, siendo las madres las que dictan las normas y reglas de procedimiento que gobiernan esta organización (Rosaldo, 1974; Ortner, 1974; Chodorow, 1974). Los hombres pueden estar incluidos en las unidades domésticas, pero su esfera social privilegiada es la pública.
Si bien la madre fálica, en tanto fantasma, se organiza «apres-coup» 79
de la instalación en la psique de la oposición fálico-castrado, la creencia en su omnipotencia es del período anterior, y esta prehistoria es, desde el punto de vista de la diferenciación sexual, asexual. El niño no conoce aún la diferencia anatómica de los sexos (pene-vagina), pero sí fa diferencia de los géneros y las posiciones en la estructura del parentesco (nena-madre-mujer-hombre-padre-niño). El niño y la niña saben, aun antes de cualquier noción sobre la diferencia anatómica de los genitales, que la persona que prodiga·y legisla los cuidados, la satisfacción , la protección, es decir, su bienestar entero, es mujer. El padre, como objeto primario, tiene una representación mucho menos consistente, porque su función en la primera infancia es menos significativa, no estando a cargo ni del cuerpo, ni de la alimentación, ni de la higiene, modos básicos de intercambio y de organización de las relaciones de objeto tempranas. Si tanto el varón como la niña desarrollan la teoría de la madre fálica, es para restituir una imagen de poderío materno, poder{o que no emanaba de su masculinidad, sino que tal masculinidad le debe ser agregada cuando la madre-mujer, en tanto género femenino, se instituye como incompleta, imperfecta, perdiendo poderío. La carencia de pene será la marca de esa pérdida. El niño elabora una primera versión de la feminidad materna que otorga a ésta la más alta valorización. Es por la valoraciónfantasmática del género mujer por la cual la feminidad se estructura originariamente, tanto para el varón como para la niña, como una condición ideal. El niño aún no ha llegado en esta etapa a otra elaboración, no menos fantasmática , aunque por otros determinantes: la condición ideal del género masculino .
La más temprana relación Yo-otro ha sido categorizada en términos de identificación primaria (Freud) o identificación especular (Lacan). En ambos casos, se trataría de una relación de ser a ser, de ser-otro, en la cual el otro queda ubicado en una categoría de modelo o ideal. Que la madre sea mo·delo para el niño tiene implicaciones diferentes según los géneros. Para la niña, la madre es un doble absoluto, ya que tanto el discurso materno como el cultural hablarán de ellas dos bajo el mismo género gramatical; usará el mismo tipo y color de ropa, el mismo largo del pelo, etc. Pero no sólo será un doble total, sino un doble superior al otro género, pleno de poderes y de atributos: un ideal. La niña vive el paraíso de ser igual al ideal, con quien en viltud de la estructura narcisista (especular, de desconocimiento) de la organización de su Yo, se tenderá a fusionar y confundir. Cuando la niña juega a dar de comer al muñeco, no hace sino escenificar el transitivismo que persiste en la relación de objeto con la madre. Ella es la mamá, el muñeco es ella, 1ransforma en activo -poseer el alimento, ejercitar la función de alimentar, tener los medios- aquello que es su ser pasivo, ser el bebé que recibe , no poder moverse, no saber alimentarse de por sí. Simultáneamente la niña va siendo instruida acerca de que estas transformaciones de la pasividad (niñas) a la actividad (madre), se adecúan placenteramente a lo que todos (madre,,padre y familia completa) esperan de ella: una verdadera niña que ya es toda una mamá que alimenta, manteniendo la continuidad en la unidad de género. Estos aplausos a su identificación a la madre, la confirman una y otra vez en el género asignado al nacer, confirmación que reforzará su propio deseo de ser igual a su ideal, la madre.
1.2.
Por tanto, no parece discutible la feminidad inicial de Ja niña, ni la del varón. Sin embargo, salvo en los c;_asos extremos, que concluirán en transexualismo, los varones rápidamente son alejados de esta condición de feminización obligatoria. Quizá en este punto podamos constatar la poderosísima influencia del medio humano, que puede no sólo torcer los destinos fija,dos por la biología, sino también, aqueltos que la estructura de la relación humana inicial le impone. La madre como ser social, inscripta en una cultura que legisla minuciosamente sobre Ja bondad de la dicotomía de los géneros , muy tempranamente establecerá diferencias y distinciones entre su trato al bebé niña o varón. Existen numerosas experiencias que muestran el moldeamiento de las diferencias de género por parte de la madre (Stoller, 1968, 1975; Maccoby y Jacklin, 1974). La niiia , a1 tomar a la madre como modelo, proceso facilitado por su total equivalencia y semejanza, tiene inicialmente una identidad de gé-
Yo
IDEAL FEMENINO PREEDÍPICO
Las investigaciones sobre la identidad de género sostienen, con raras excepciones, que ésta se halla firme e irreversiblemente establecida para ambos sexos alrededor de los tres años. Como lo ha demostrado insistentemente Stoller, dicha identidad se halla favorecida en el caso de las niñas, y entorpecida con mayor frecuencia en el caso de los varones, porque los niños de ambos sexos son criados por mujeres. La madre es para ambos sexos el objeto primario: anaclítico, libidi1~izador , narcisizante y socializador. El padre tiene una aparición posterior y secundaria. Esta peculiaridad de la estructura de la familia tiene efectos cruciales y diferenciales en las experiencias de las relaciones preedípicas y edípicas y en la forma en que ellas son estructuradas, es decir, apropiadas, internalizadas y transformadas por ambos sexos. 80
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nero idealizada que la llena de orgullo. Admira a su madre por el gobierno del hogar y los hijos y desea ser como ella. En la relación de ser a ser, la ambivalencia es máxima, porque por momentos ese ser al que imita, incorpora y sustituye, también es el objeto de la primera dependencia, al que debe obediencia para seguir recibiendo 'los cuidados y el amor. En esta duplicidad de la madre -modelo del ideal del género temprano y a la vez objeto anaclítico que otorga o niega- radica, a mi juicio, el carácter prevalentemente conflictivo de la niña con su madre. El género mujer, en tanto compartido por la madre y la hija, contribuye a formar un núcleo de identidad de la niña, fuerte e idealizado, un Yo Ideal, ya que la nena en tanto mujer es igual a la mamá. Por otra parte, este Ideal del Yo femenino, esta feminidad primaria, es un objeto interno idealizado y fantasmático que no contiene el conocimiento sobre la anatomía y la sexualidad femenina. A su vez, el hecho de que la madre sea mujer, no afecta sólo a la niña para la organización de la relación de objeto, sino, y s.obre todo, a la madre. Porque son del mismo género que sus hijas y han sido mujeres, las madres de hijas mujeres tienden a no experimentar a sus niñas como separadas y diferentes de ellas, como sí lo hacen con sus hijos varones. Una madre de dos varones decía: «Hasta que tenga una nena no paro, necesito sentir eso de ser igual con mi hija; además, en la vejez sólo las hijas cuidan de sus madres». Los sentimientos de unidad, de fusión y de continuidad, aunque son sentidos por la madre ante cualquier sexo del hijo, parecen ser más masivos y prolongados entre madres e hijas mujeres *.
1.3.
EL PAPEL DEL PADRE COMO OBJETO PRIMARIO INTERNO E IDEAL
Las condiciones habituales de maternalización determinan una relación más distante -especialmente en los primeros años de la vida- del niño/a con el padre. El padre de nuestra cultura no alimenta, no higieniza, no está a cargo del cuerpo del bebé. Esta falta de intercambios primarios, sobre los que se organiza la relación de objeto temprana, determina que el padre sea una figura con quien se tiene un vínculo más exterior, menos exclusivo, más distante, menos particularizado, con menor cantidad y riqueza de intercambios que con la madre. Como consecuelf-
cia, la representación del padre en tanto objeto interno se instalará post~liiormente y estará expuesta a menor grado de disociación y ambivatebcia, contribuyendo también en menor grado a constituir una imagen especular del Yo temprano y un objeto del Self (Kohut). Paralelamente, al ser el padre menos responsable del cuidado y al permanecer sus funciones más alejadas, el niño, ignorante al principio tanto del status familiar y social del padre como de su rol sexual en la pareja, le otorgará menor valorización. Por tanto, el padre como objeto primario juega un rol secundario con respecto a la madre en los tempranos períodos de la vida. Abelin (1980) considera que el padre es reconocido como un «tipo diferente de padre» e investido como un «segundo vínculo» antes delcomienzo de la crisis de «rapprochment» (Mahler), alrededor de los dieciocho meses. Su presencia jugaría un papel esencial en la superación exitosa de esta subfase del proceso de separación-individuación por parte del niño, pues se constituye en una «estable isla para practicar la realidad, mientras la madre se contamina de sentimientos de añoranza y frustración» (pág. 155). Sin embargo, la comunión de géneros -el saber por parte del niño varón que él es igual al padre- favorecerá la desidentificación de la madre (Greenson, 1968), la búsqueda y tendencia a la identificación primaria con el padre. A su vez, tanto la madre, quien lo considerará un otro distinto e igual al padre, como el padre, que obtendrá la satisfacción narcisista de investir a su hijo varón, con el proyecto de la continuidad y la semejanza en el otro que lo perpetúa, ambos favorecerán que en la identificación primaria del varón a la omnipotencia materna se introduzca una grieta que lo conduzca a la búsqueda de modelos paternos. Por tanto, el sentimiento de identidad de género es un factor que juega un papel relevante en las diferencias que se observan en la etapa preedípica entre niñas y varones (Mahler, 1975; Stoller, 1975), ya que la niña verá en su madre un todo aún más completo y pleno de poderes que el varón. En la estructura del Yo especular temprano y en la organización del objeto como una «imago parental idealizada» (Kohut, 1971), lamadre adquiere mayor cualidad de idealidad para la nena que para el varón, ya que para éste se configura y se construye paso a paso el sentimiento de la no homogeneidad entre su ser y el de la madre.
• Para la documentación de este punto, consúltese Chodorow (1978).
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2.
CARACTERES ESPECIFICOS DE LA FASE PREEDIPICA EN LA NIÑA
El período preedípico en la niña se caracteriza por: 2.1.
Estructura fundamentalment.e narcisista del vínculo materno.
2.2
Mayores dificult~des en el proceso de separación-individuación.
2.3.
Menor sexualización del vínculo materno.
2.4.
Identificación primaria portadora del Yo Ideal femenino primario. La niña no cambia de objeto del género.
2.1 .
ESTRUCTURA FUNDAMENTALMENTE NARCISISTA DEL VÍNCULO PREEDÍPICO
«A la luz de las discusiones previas debemos concluir que la actitud hostil hacia la madre no es consecuencia de la rivalidad implícita en el Complejo de Edipo, sino que se origina en la fase anterior, y simplemente halló un reforzamiento y una oportunidad en la situación edípica.» (S. Freud, La sexualidad femenina. St. Ed . Vol. XXI , pág. 231).
La igualdad de género entre madre e hija confiere a la relación preedípica -cuya estructura, independientemente de la variable género, es fundamentalmente narcisista en cuanto a la identificación al Yo Idealcualidades aún más narcisistas. Toda la fenomenología y la dinámica del doble es aplicable a la comprensión de este punto, ya que no sólo el hijo y la madre se completan en lo que ambos no tienen, sino que a este factor se agrega la semejanza al otro igual e ideal como condición de narcisismo. La madre es un semejante, pero es mucho más semejante para su hija mujer. la cual a su vez es un semejante también más semejante para su madre que el hijo varón. Los fenómenos de transitivismo, de indiferenciación, de fusión entre las representaciones del yo y del objeto son más intensos, pues la igualdad de género favorece el sentimiento de unidad y los fenómenos de identificación . Ahora bien, en el caso 84
de la nena, a esta identificación al otro ideal, obligada y formadora de su Yo, se le agregará un plus de identificación al semejante. Por tanto, en la niña no sólo es narcisista la estructura a la que el Yo puede adveni r, sino que además será narcisista el deseo que duplique el poder de esta identificación, el deseo narcisista de ser igual al otro porque el otro, y no cualquier otro, sino el ideal, es igual a uno. Creemos que es este carácter el que contribuye a que la etapa preedípica cobre más importancia para la nena que para el varón -será más prolongada, más conflictiva y más exclusiva-, pues la madre no sólo es el objeto de amor, de la dependencia absoluta, sino el ideal narcisista y el semejante del género. En cambio el varón, aun durante el imperio de la relación dual con la madre, debe dirigir la mirada al tercero para encontrar al semejante que capture su deseo narcisista por la equiparación del uno al otro. Sabemos que la agresividad es la tensión correlativa de la estructura narcisista (Lacan, 1966), lo que permite comprender el mundo persecutorio de la niña en el vínculo temprano con su madre. Las fantasías de vaciamiento, mutilación, envenenamiento, no necesitan de otras razones que el conflicto de dependencia-autonomía con un otro que se halla ubicado no sólo como auxiliar de funciones, sino como ideal. Las investigaciones clínicas psicoanalíticas, así como las provenientes de otros campos, constatan el carácter más conflictivo, de mayor ambivalencia, mayor lucha por el poder entre madre t· hija. Aunque estas fantasías y sentimientos sufran la represión, son ha)lazgos habituales en los análisis de mujeres adultas y contribuyen a fortalecer lazos de mutua dependencia entre hija y madre a través de sentimientos de culpa, persecución y angustia de separación. 2.2.
DIFERENCIAS EN EL PROCESO DE SEPARACIÓN-INDIVIDUACIÓN
«Una nifia pequefia es regularmente menos agresiva, desafiante y autosuficiente; parece tener más necesidad de que se le muestre ternura, y ser por tanto más dependiente y dócil.» (S. Freud, La feminidad. St. Ed., Vol. XXII, pág. 117).
Las diferencias de género imprimen al proceso temprano de separación-individuación características fundamentalmente distintas (Mahler, 1975). Para los varones, la separación y la individuación están íntimamente relacionadas con la identidad de su género, desde que la se.. paración de la madre es esencial en el desarrollo de su masculinidad. Para las niñas y mujeres, la cuestión de la feminidad o de la identidad fe85
menina no depende esencialmente del logro de la separación de la madre, ni del progreso de su individuación. La masculinidad se irá definiendo desde la separación de la madre, mientras que la feminidad lo hará desde el apego a la misma; por tanto, la identidad de género masculina se verá amenazada por la intimidad del niño a la madre, mientras que la identidad de género femenina lo será por la separación precoz. Antes de establecerse la verdadera triangularidad, existe un otro distinto a la madre, pero que es el igual al varón en tanto género. En la mujer asistimos a una paradoja en la correlación habitual entre el éxito del proceso de separación-individuación y la asunción de la feminidad. El fracaso en el proceso de separación-individuación no atenta co.ntra su feminidad, contra su identidad de género, al contrario, permanecer en algún grado ligada a la madre, favorece la organización de una feminidad convencional legitimada por nuestra cultura. Lo que conlleva una doble problemática, pues la futura mujer no sólo se desarrollará con un déficit narcisista por su condición de castrada, sino que también sufrirá los déficits de acción y de dominio de la realidad extrafamiliar, al permanecer en un estado de dependencia. En toda mujer funciona en algún momento «el miedo a no poder, o a no saben>, es decir, un núcleo fóbico. Sin embargo, los criterios de madurez o salud mental que sustentan nuestras teorías elevan categorías tales como «transformación de objeto en sujeto de deseo», «autonomía», «sublimación» al rango de lo esperado como culminación del desarrollo. La feminidad convencional, es decir, los valores que rigen los estereotipos de idealidad del género, buena esposa -la que sigue y acompafia al marido-, buena madre -la que permanece al cuidado exclusivo de sus hijos-, se hallan en contradicción con los criterios convencionales de salud mental. Se han sostenido hipótesis del carácter «concéntrico de la libido femenina» (Grunberger), del carácter receptivo-pasivo de sus fines sexuales, y estas peculiaridades se han extendido a la explicación del fracaso habitual de la mujer en alcanzar la autonomía. Pensamos más bien, que debiera sopesarse adecuadamente la influencia de los factores género y rol social en la formación de una feminidad que perpetúa la dependencia de la mujer. 2.3. 2.3.1.
MENOR SEXUALIZACIÓN DEL VÍNCULO
La heterosexualidad materna
Se considera que es una variante transcultural la represión materna de la sexualidad hacia su hijo, y la transmisión de esta represión por me86
dio del discurso y el conjunto del programa educativo (Aulagnier, 1975). Lo que quisiéramos enfatizar es que la heterosexualidad de lamadre, es decir, la orientación de su deseo hacia los hombres, implica un mayor grado de represión de cualquier componente de sobreerotización con su hija mujer. Si se acepta que en el cuidado que prodiga la madre, en la caricia por afiadidura, en el beso que se pierde en la boca, siempre surge, a · pesar de la represión, un plus de placer, debemos pensar que la resonancia será tanto menor entre madre e hija cuanto mayor sea la heterosexualidad de la madre. Esto ha sido sefialado por algunos autores (Grunberger; Greenacre, 1950) como un efecto de «lo natural», como producto de una atracción o rechazo automático entre los cuerpos. Pensamos que sería más pertinente comprender «la naturalidad» como un efecto de la normativización del deseo de la madre hacia la heterosexualidad, orientación que dificulta, al bloquear la vía del mismo sexo como «objeto causa del deseo», que cualquiera que posea un cuerpo femenino pueda ser causa de él, incluida su hija.
2. 3.2 .
La supuesta «masculinidad» de la niña «finalmente intensos impulsos activos hacia la madre emergen durante la fase fálica. La actividad sexual de este período culmina con la masturbación clitoridiana. Esta probablemente se acompaña con ideas de su madre, pero si la niña enlaza un fin sexual a la idea, y de qué fin se trata, yo no he sido capaz de descubrirlo a partir de mis observaciones .» (S. Freud, La sexualidad femenina, St. Ed. Vol. XXI, pág. 239 . Subrayado del autor).
Freud sostuvo la masculinidad de la niña a lo largo de toda su obra. Se refería indistintamente a la sexualidad femenina como a la feminidad y /o masculinidad sin establecer precisiones entre estos conceptos. Si estas afirmaciones son revisadas a la luz de la noción de género se logra una mayor claridad tanto conceptual como semántica. La identidad de género es anterior al establecimiento de la hetero-homosexualidad de un sujeto, es decir, anterior a la normativización de su deseo sexual. Desde el punto de vista de Ja exterioridad, de la apariencia, nadie ha puesto en duda, y al decir de Stoller «es tan obvio que a nadie se le ha ocurrido estudiarlo», que las niñas pequeñas no muestran signo alguno de masculinidad -gestos y actitudes corporales- ni tendencia a los juegos de varones, ni conductas de transvestismo. En los raros casos de transexualismo femenino -proceso que compromete la identidad de género, rio la 87
sexualidad- la masculinización de la niña y el deseo de ser varón es un proceso más tardío. Por el contrario, en los casos de feminización del transexualismo masculino se registran signos de feminización ya en el primer año de vida, lo que resulta lógico de entender, pues el objeto primario objeto de la identificación es una mujer. Este solo hecho pareciera ser suficiente para no aceptar sin reservas la supd~ción de una fase primaria de masculinización de la niña pequeña. Freud hablaba de la supuesta masculinidad de la niña pequeüa como si se tratase de una homosexualidad, ya que se refería al vínculo sexual entre dos mujeres, niña y madre. Pero, ¿puede hablarse de vínculo homosexual o de deseo ho mosexual en un período de la vida en que no se halla inscripta en la psique la oposición fálico-castrado? ¿Cuál es la naturaleza del deseo sexual de la niña hacia la madre? El caudal erótico de la niña busca el cuerpo de la,madre para ser acariciada, besada, higienizada, calmada, y es en la intimidad y cotidianidad de este contacto donde la niña puede sentir excitación genital y comenzar a masturbarse. La condición de órgano interno de la vagina difi culta que la seducción ejercida durante los cuidados maternos estimule esta área corporal, lo suficiente para erigirla en zona erógena temprana. El clítoris y la vulva - por su exterioridad- se constituyen habitualmente en la zona privilegiada de goce que la niña buscará manipular. Como lo planteamos anteriormente, el clítoris puede, al igual que cualquier otra parte, erigirse en zona erógena, pero las contracciones museulares reflejas responsables del goce orgástico no pueden dejar de transcurrir en la vagina, aunque ésta se desconozca cognitiva y libidinalrnente. Por tanto, las masturbación clitoridiana no tiene que ver con ninguna supuesta masculinidad ni masculinirzación, hasta tanto la niña no le atribuya una significación fálica. Ahora bien, lo que inquietaba a Freud, y con razón, era la dificultad en determinar cuáles podrían ser las fantasías que acompañan la masturbación clitoridiana temprana, y no acertaba a «imaginar un fin sexual determinado». Sabemos que el fantasma se guía por las leyes de lo imaginario y rompe con el supuesto naturalismo inherente a la anatomía, pero aun si recayéramos en el error teórico de atribuir mascu linidad a las fantasías masturbatorias, en base a una supuesta mascu linidad del clítoris, no dejaríamos de equivocarnos: hay suficientes evidencias que permiten afirmar que el clítoris, desde el punto de vista anatómico, no es un órgano masculino. Freud apelaba a lo real vi vido para «imaginar» los fines supuestamente fálicos de la niña: «Só88
lo una vez que todos sus intereses han experimentado un nuevo impulso por la llegada de un hermanito/a menor podemos reconocer claramente tal fin. La niña pequeña, igual que el varoncito, quiere creer que es ella la que le ha dado a la madre este nuevo niño» (La sexualidad femenina. St. Ed. Vol.- XXI, pág. 239). Ante lo cual surge el siguiente interrogante: si e.; necesario apelar a una experiencia vivida para poder «imaginar» el fin sexual, ¿cómo se las arregla la niña para fantasear hacerle un hijo a la madre penetrándola con su clítoris si desconoce su vagina, la de la madre y la función del pene en la procreación? (Tyson, 1982). Salvo que entendamos el fin de darle un hijo a la madre en términos de simple posesión, o de ser los protagonistas nominales de un proceso en el cual la sexualidad o el fin sexual no juegan ningún papel. El niño de ella y la madre constituiría más una posesión narcisista compartida (Bleichmar, H. , 1981) que un producto del goce y de la actividad clitoridiana. Por tanto, el status psíquico de «un hijo de la madre» resulta difícil concebirlo en esta etapa como un producto de la pareja heterosexual; se torna más cercano a un atributo de la feminidad de la madre , que la niña desea también hacer suyo -compartir como posesión narcisista [«ya que es exclusivo de la madre, con descuido total del objeto paterno» (Freud)]- o adueñarse de esta posesión privilegiada de la misma manera como codicia y anhela todo lo que la madre tiene. Las formulaciones en términos de «tener un hijo de la madre» o «hacer un hijo con la madre» nos enfrentan con dudas acerca de que reflejen con fidelidad la fantasmática temprana infantil. La sintaJ{is del deseo debiéramos pensarla como más próxima a «tener un hijo como mamá» o «hacer un hijo igual como hace mamá». En tales formulaciones el tener o hacer no sólo no se refieren a la verdad sexual del engendramiento, sino que se superponen y funden con el ser, ya que para el niño «tener o hacer un hijo como mamá» equivale a «ser la mamá». Abelin (1980) sostiene que en la fase temprana la niña adquiriría específicamente -a diferencia del varón- una «identidad generacional», que se establecería a lo largo de un continuo con su madre en estos términos: «yo soy más pequeña que mamá, pero más grande que un bebé» o «yo deseo ser cuidada por mi madre o deseo cuidar a un bebé». O sea, que el bebé sería primariamente una posición en la polaridad o transitividad inherente a su identificación a la madre, más que un producto de ella y Ja madre. Karen, una niña de cuatro años ocho meses, única hija, me habla de los hermanos/as de sus amiguitas. Le pregunto si ella quisiera tener hermanos, a lo que responde: «Una hermanita ... , pero no sé por qué .. . Yo le digo siempre a mi mamá y no la tiene» (los padres se hallan 89
en el proceso de buscar un nuevo hijo). ¿Qué tiene que hacer mamá para tener otra nenita?, a lo que inmediatamente responde: «¡Comer mucho!» Yo me muestro escéptica y vuelvo a insistir si ella cree que los bebés se hacen simplemente comiendo. Contesta con una serie de argumentos sobre el crecimiento del abdomen y cómo se va llenando de comida; yo le comento entonces que según su idea la mamá puede hacer un bebé sola, basta con comer. Se queda pensativa y hace un gesto de duda, yo le agrego: «¿No necesitará a tu papi para hacerlo?» «¡No, para nada!» «¿Y cómo es que siempre un niño tiene una mamá y también un papá?» A lo que me responde: «Clara, la muchacha de mi abuela, tuvo tres hijos ella sola.» Este ejemplo ilustra el período del desarrollo en que coexisten a cielo abierto las significaciones primarias guiadas por el principio del placer y las secundarias sujetas al de realidad (Aulagnier, 1975). Podemos pensar que Karen «sabe» algo más del engendramiento de lo que afirman sus enunciados defensivos, pero son éstos últimos los que evidencian su deseo; lo oculto, en todo caso, es la verdad que duele, la participación del padre que se halla en contradicción con una idea anterior: el poder absoluto de la madre y la exclusividad de su relación con ella. 2.3.3.
El juego y las fantasías masturbatorias «El hecho de que las niñas sean más afectas que los varones a jugar con muñecas, suele interpretarse como un signo precoz de feminidad incipiente. Eso es muy cierto, pero no debería olvidarse que lo expresado de tal manera es la faz activa de la feminidad, y que dicha preferencia de la niña probablemente atestigüe el carácter exclusivo de su vinculación a la madre, con descuido total del objeto paterno.» (S . Freud, Lasexualidadfemenina. St. Ed. Vol. XXI, pág . 237. Subrayado en el original).
La única vía que disponemos de acceso al fantasma masturbatorio en la niñez es el juego. También Freud examinó el juego de las niñas para tratar de cercar los fines sexuales que le eran tan esquivos. En el capítulo 111 de La sexualidad femenina examina el juego a las muñecas, considerándolo la clave para la comprensión de la naturaleza del vínculo materno . Ahora bien, de esta formulación -«la faz activa de la feminidad»- creemos que se desprende un gran malentendido aún vigente, pues en el marco freudiano «faz activa» se lee «faz de fines sexuales activos», sinónimo de «faz masculina». Sin embargo, y esto es lo que quisiera enfatizar, Freud, en todo momento -una lectura cuidadosa del 90
capítulo así lo destaca-, cuando se refiere a «la actividad», sin especificar fines activos, lo hace considerándola un principio general del funcionamiento de la psique humana, por medio del cual « ... una impresión pasivamente recibida evoca en los niños la tendencia a una reacción activa .. . ». «Principio que responde a la necesidad de dominar el mundo exLcrior al que se halla sometido .. . » (pág. 236). A continuación Freud da el ejemplo del juego «al doctor», y en este punto considera que de la energía con que se efectúa este viraje de la pasividad a la actividad dependerá el grado de masculinidad o feminidad que un sujeto tendrá en la vida adulta. Por tanto, la actividad a que se refiere Freud como prewrsora de futura masculinidad es una propiedad que sobrepasa el mar<.:O de la pulsión sexual, se trata de un principio general al servicio del dominio de la realidad, de la supervivencia, o sea, un principio de adap1ación . La «faz activa de la feminidad» en el contexto del juego a las muñecas -juego a través del cual Freud descubre el carácter activo de los fines de la nena- se refiere a expresar activamente (tomando el rol de la madre poderosa) lo vivido pasivamente (ser niña). De la misma manera que es activo el varón o la nena que después de una visita al médico invierten los papeles y sitúan al muñeco o al hermanito menor en víctima pasiva. ¿Es entonces posible sostener que en el juego de las muñecas la nena expresa sus fines sexuales activos -léase masculinos- hacia la madre, es decir, el deseo de penetrarla y hacerle un hijo, o debemos pensar que expresa su temprana feminidad, ya que la maternidad es aquello que activamente desempeñan las mujeres? En rigor, «faz activa de la feminidad» se hallaría correctamente empleada, porque la maternidad a que esta feminidad temprana alude, es la más activa de las condiciones de la feminidad, y su escenificación en el juego, lejos de masculinizar a la niña, la feminiza. El juego a las muñecas se desarrolla previa e independientemente del conocimiento sexual sobre los órganos genitales y sobre el papel del padre y la madre en la procreación. Se trata de una feminidad activa, porque la niña se esfuerza en ejercitarla en juegos y fantasías, actividad que no tiene ni carácter masculino, ni fálico, ni tampoco carácter homosexual, pues no implica ninguna elección de objeto sexual con quien la niña elija tener un hijo, sino la identificación a un atributo materno. Por tanto, podemos sostener que en la jase preedípica existe en las niñas un ejercicio activo de la feminidad, a través de la ficción, de la fantasía, de uno de los aspectos esenciales del rol del género femenino: la maternidad.
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2.4.
IDENTIFICACIÓN PRIMARIA PORTADORA DEL
Yo
IDEAL FEMENINO
Las condiciones de maternalización de nuestra cultura aseguran la provisión para las niñas de un modelo de su género que conduce a la estructuración de un Yo Ideal femenino primario. Al ser la madre-mujer el objeto primario por excelencia, al cual el Yo de todo niño varón o mujer se identifica, en una identificación especular estructurante del psiquismo, queda asegurada para la niña la asunción de los caracteres del género en el proceso mismo de la orgap.ización del Yo. En relación a la feminidad, es decir, al género, la niña no tiene que cambiar de objeto, el objeto primario es el objeto de identificación de su género. Este proceso se desarrolla desde el comienzo de la vida por una doble vía: por el efecto de anticipación que el discurso materno ejercerá sobre la niña al verla su igual, y por la identificación primaria de la niña a la madre, modelo ideal todopoderoso. El desenlace edípico podrá reforzar o alterar este proceso que tiene lugar durante el período preedípico. La niña entonces no cambia de objeto para el establecimiento de su feminidad, sino que deberá cambiar de objeto para la organización de su goce, de su heterosexualidad. En cambio el varón conservará a la madre como objeto de su elección para el establecimiento de la heterosexualidad, pero deberá cambi~r de modelo para la construcción de su masculinidad.
CAPITULO IV
CONSECUENCIAS PSIQUICAS DEL RECONOCIMIENTO DE LA DIFERENCIA ANATOMICA DE LOS SEXOS: PERDIDA DEL IDEAL FEMENINO PRIMARIO El descubrimiento de la diferencia anatómica de los sexos y sus efectos concomitantes se han considerado desde siempre en la literatura psicoanalítica un organizador psíquico de colosal importancia para la psicología femenina, ya que sobre el conocimiento anatómico se ha basado - en forma exclusiva- el establecimiento de la identidad de género y la fantasmática sexual que orientará su destino sexual. Las observaciones de niñas pequeñas indican que invariablemente esta experiencia se acompaña de sentimientos de ansiedad, rabia, desafío, mortificación, depresión y deseo de anulación de la diferencia descubierta (Mahler, 1958; Mahler y col., 1975; Roiphe y Galenson, 1981). Pero creemos que es necesario revisar el dominio en que ocurre la herida narcisista, la especificidad de los motivos y sus cambios eventuales a lo largo del desarrollo, para soslayar un vicio frecuente de las concepciones globalizantes que paradójicamente se basan en un fenómeno único para dar cuenta de las explicaciones. La inclusión del desarrollo cognitivo en la evaluación de la envidia al pene permite distinguir varios pasos de complejidad creciente. Un primer nivel durante el cual la niña codicia cualquier posesión ajena, especialmente de otro niño a quien puede considerar un igual. El órgano que descubre en el varón es similar -en su importancia- al juguete o al caramelo ajeno, que todo niño experimenta como una «falta virtual» (Edgcumbe y Burgner, 1975; Abelin, 1980; Tyson, 1982). La escuela de Charlotte Bühler sostiene que una diferencia de dieciocho meses de edad en los niños es la condición que determina la mayor intensidad de los sentimientos de celos y envidia entre los niños *. Si bien son necesarios • Citado por Lacan, 1966.
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estudios ulteriores que amplíen estas apreciaciones, parece constituir un estímulo de muchísima mayor magnitud en sus efectos, que el niño descubra en edad temprana una diferencia en las posesiones de cualquier tipo -anatómico, material, etc.- de otro niño que el que tendría esa misma diferencia con respecto a un adulto. De ahí que los senos maternos -paradójicamente- provoquen menor arrebato que el chocolate que come otro niño, o Ja visión del pene del hermanito produce mayor impresión que el cuerpo del papá *. Este fenómeno ha sido observado también por Abelin (1980) y denominado «constelación de Madonna», aludiendo al mayor impacto que el niño puede tener ante la visión de otro niño en brazos de Ja madre, sobre el sufrido ante Ja visión de la madre junto al padre. Es decir, que en una fase del desarrollo~¡ igual sería un rival de mayor envergadura que el padre. Un segundo nivel de significación se constituye cuando el control y la potencia uretral ocupan el foco de atención de la niña. Esta querrá imitar la posición de pie y deseará poseer las mismas habilidades para la micción que el varón. Falicismo uretral preedípico que ignora el carácter genital del pene. Finalmente, ya con un completo conocimiento de su función sexual y de su papel en la procreación, la niña envidiará el pene en tanto órgano que proporciona el goce a la madre. Es a partir de la inscripción psíquica de esta significación donde se desencadenará el proceso de redistribución de la omnipotencia, pivote sobre el que se reordenará la posición de cada uno de Jos integrantes del drama edípico.
:1 pene se constituirá en el símbolo del supuesto poder, ahora del padre. l'oder cuyo término teórico en psicoanálisis coincide con un símbolo universal de nuestra cultura: el falo. Falo cuyo referente más habitual :s el pene. Lacan sostiene que el falo es sólo un significante, pero un significante esencial, pues en su carácter de tal -sustituyendo una 1usencia y adquiriendo sentido sólo en una combinatoria de significantes- cumple paradigmáticamente la función de significar: el de,~eo, la castración y al sujeto mismo, ya que en su concepción teórica el ujeto psíquico es producto de una falta irreductible: su constitución en y por el lenguaje. En este sentido el pene real podrá ser elevado en carácter de símbolo fetiche del falo y representar privilegiadamente Ja compensación de todas estas carencias.
Ahora bien, ¿la niña, cuando se dirige al padre en el movimiento edípico, busca el pene sólo como órgano de goce o busca el falo en tanto poder paterno o poder masculino? Lo que el descubrimiento de Jacasi ración materna pone en tela de juicio es el papel. narcisizante de la madre , ahora es del padre del que se espera Ja valorización. ¿La niña descubre sólo una diferencia de sexos, una especie que posee y otra que le fal111 un órgano o,.así como se ha recalcado tanto su sensibilidad a las dife1'cncias y desigualdades que observa frente a la micción, también será lcstigo, a medida que crece, de las múltiples y permanentes desigualdades entre ella y Jos varones, entre las mujeres y Jos hombres?
Siempre fue una tesis muy discutida desde ámbitos psicológicos no analíticos (Malinowsky, 1932; Mead, 1935) la importancia atribuida al descubrimiento de la diferencia de los sexos en Ja estructuración de Ja personalidad, tanto normal como patológica, ¿por qué se convierte en tan medular esta diferencia? Quizá Jos trabajos de Lacan, al poner el acento en el carácter imaginario de Ja castración, hayan contribuido a la comprensión de este enigma. El falo materno -es decir, el pene fantasmático atribuido por el niño a Ja madre después de descubrir su falta- no hace más que testimoniar una ilusión del universo psicológico 1 del niño pequeño, el poder materno. Al descubrir el pene real del padre y sus funciones, el poder se traslada de la madre al padre. Por tanto,
Sin embargo, esta concepción imaginaria del pene como símbolo del fa lo es vacilante, ya que se concibe que como consecuencia de que Ja ninu realmente tiene un pene atrofiado -el clítoris, órgano supuestamen1C masculino con una naturaleza más activa que Ja vagina-, lo que busnt ría es el órgano real que compense esta minusvalía. Tan aguda es Ja 1cificación, que Stoller se empeña en demostrar con datos Jo contrario, y sustentar que «por el hecho de que el clítoris sostenga una significal'ión fálica no quiere decir que uno pueda probar que el clítoris es un peq ueño pene». Entonces si es el falo y no el pene Jo que la nena anhela, ',cómo circunscribir Ja envidia sólo a un terreno imaginario, cuando en 111 relación con lo real, Ja niña, la adolescente, se ven enfrentadas tan precoz y tan brutalmente a la diferencia y al ·privilegio que goza el hombre en un mundo masculino? La niña se inscribe en un universo simbólirn que le reenvía -quiéralo o no y más allá de sus vicisitudes personales l'Ompensatorias- una imagen devaluada de su género.
• Edgcumbe y Burgner (1975) afirman que a partir de la etapa fálica el varón puede envidiar los senos o la capacidad de engendramiento de la madre.
La castración no se refiere al mero hecho anatómico de un sexo con
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un miembro y otro no, sino a hechos simbólicos cuya materialidad y significación, si bien no son del todo visibles y es necesario aprehenderlos e interpretarlos, no dejan de ejercer una profunda eficacia. Estos hechos constituyen verdaderas condiciones de estructura que se simbolizan en la castración: el poder de la madre y su deseo no son absolutos, ésta necesita al padre-hombre para su completud y goce al igual que el padre; el hombre no puede realizar nunca su deseo, aunque lo anhele, ya que éste es del orden del fantasma; la integración del sujeto es un imposible, ya que es producto del significant~ que lo constituye como sujeto dividido. Pero pensamos que existe una condición especifica para el género femenino que se debe agregar a la lista de determinaciones subyacentes al fantasma de la castración y es la constatación de la desigual valorización social de su género. Es necesario investigar cuáles son los efectos psíquicos sobre el sistema narcisístico de la niña -sobre su deseo de sentirse única, diferente, superior- del descubrimiento de la valorización social de su sexo como «segundo sexo» . Creemos que la principal consecuencia psíquica del complejo de castración para la niña es la pérdida del ideal femenino primario. El colapso narcisista que sufre en su desarrollo no se limita a la serie anatómica: inferioridad-uretral-sexofemenino-incompetente-para satisfacer-a la madre, sino que es expuesta a un continuo, permanente y poderosísimo proceso social de depreciación de su género, que comienza en la primera infancia y que cobrará mayor intensidad en la latencia y adolescencia.
«El sujeto abandona el Edipo provisto de un Ideal del Yo ... El Ideal del Yo resulta de una identificación tardía, ligada a la relación tercera del Edipo; no es un objeto, pero pertenece al sujeto, a una intrasubjetividad estructurada como las relaciones intersubjetivas y no debe ser confundido con la función del superyo, pues está orientado hacia lo que en el deseo del sujeto representa un papel tipificante el hecho de
Dos niñas de seis años están viendo a la pequeña Lulú por TV, ésta quiere llegar a una isla cercana y no sabe cómo hacerlo; ve pasar a un hombre con un bote y le pide que la alcance; la respuesta del buen hombre es la siguiente: «El mar no está hecho para las mujeres». Las niñas, en el estado de concentración casi hipnótica que suelen tener al ver TV, apenas si parpadean, la ideología ya las tenía presas de sus creencias y la TV no hace sino reafirmarlas . Si el descubrimiento de la castración materna impulsa a la niña a la búsqueda del falo en el pene del padre, proceso silencioso pero aparentemente de un peso decisivo en su destino, el descubrimiento del carácter secundario de su rol social en nuestra cultura ¿no debería lanzarla a una carrera desenfrenada en la conquista de las posiciones, habilidades , emblemas fálicos que poseen los hombres? Sin embargo, la lógica a priori tropieza con una realidad: las niñas, futuras mujeres, organizan una identidad femenina que nada tiene que envidiar a la «Susanita de Mafalda» . 96
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CAPITULO V
GENERO Y NARCISISMO
La feminidad primaria forma parte del Yo Ideal, construido en una fusión e identificación especular obligada a la madre omnipotente de la primera dependencia. Al sobrevenir la crisis del descubrimiento de la castración materna, la niña se sumerge en una doble decepción, de su madre y de ella misma. Colapso narcisista que ataca el núcleo de su estima, ella, miembro de una clase -ahora con la totalidad de las notas que definen al género mujer-, pertenece a un género devaluado, ¿qué hacer? Freud sostuvo que ante tamaña conmoción narcisística la niña tenía tres destinos: 1. 0 buscar al padre, en tanto poseedor de lo que a ella le falta, y luego por medio de sustituciones simbólicas desear tener un hijo de él y cumplir entonces con todos los pasos de la feminidad; 2. 0 renunciar a toda sexualidad, amputando su destino de mujer, y 3. 0 competir con el hombre por el poder fálico (neurosis, homosexualidad). Lacan considera que para superar esta triple condición: frustrada (sólo tiene un pequeño pene-clítoris), privada (tampoco puede tener el pene del padre) y castrada (del falo), la niña catectizará el deseo sexual, buscará a su padre, lo tratará de seducir con todos sus poderes fetichistas (belleza), es decir, se hará mujer identificándose a lo que es y hace su madre y todas las mujeres para restituir el narcisismo perdido. Una vez más, en este punto se hace evidente la necesidad de distinguir entre sexo y género. El complejo de castración, principalmente en el caso de la niña, no hace más que mostrar todos los alcances de esta distinción. Cuando la niña sufre la castración, la eficacia de esta operación psíquica se funda en una alteración, en la inversión de la valorización sobre su género: de idealizado y pleno se convierte en una condición deficiente e inferior. Pero si esta metamorfosis puede .o currir es 99
porque el núcleo de la identidad de género se halla firmemente constituido. La crisis de la castración ni instituye ni altera el género, sino que lo consolida, pero lo que sí compromete, organiza y define es el destino que la niña en tanto género femenino dará a su sexualidad. Tanto Freud como Lacan lo que pormenorizan son los posibles caminos que tomará la sexualidad femenina: se desplegará haciendo uso del poder legitimado para la mujer, la seducción; se anulará asumiendo la mujer sólo los roles sociales, no los sexuales; o iniciará una larga contienda a través de su sexualidad para armonizar y elaborar los conflictos intra e intergénero que la crisis de la castración inaugura. El complejo de castración orienta, normativiza el deseo sexual, no el género; en otras palabras, tiene que ver con la: organización de la sexualidad femenina, no con la feminidad. La niña se orientará o no hacia el padre, y es a partir de este momento cuando se establecerá la elección de objeto sexual, y cuando quedará definida o no su heterosexualidad. Heterosexualidad que debe diferenciarse de feminidad, pues, por ejemplo, a las mujeres que desarrollan una de las formas de histeria más comunes en la actualidad -el carácter fálico-narcisista-, siendo completamente heterosexuales, se las considera habitualmente entre las más masculinas. Una de las claras diferencias entre el Complejo de Edipo del varón y la niñ.a -ya señalado por Freud- es que para la niña, la crisis de la castración pone en marcha el Complejo de Edipo, y su resolución se prolongará durante el tiempo de la latencia en lugar de clausurarse, como en el caso del varón, al comienzo de la misma. Pensamos que esta diferencia se basa en que la niña tiene una doble empresa narcisística a resolver a partir del complejo de castración: l) la reelaboración de su feminidad, ya que el Yo Ideal femenino primario ha sucumbido y deberá constituir otro, ahora teniendo en cuenta su condición de segundo sexo, y 2) la narcisización de la sexualidad para su género, ya que la sexualidad femenina es un valor contradictorio en la cultura a la que ella accede.
EL SISTEMA NARCISISTICO DE LA MUJER
¿Cuáles son las posesiones, los objetos de la actividad narcisística, el sistema de ideales de la mujer? (Bleichmar, H., 1981). !00
l.
EL SUPREMO. EL HIJO
No existe aparentemente otra circunstancia que exalte por igual el narcisismo de la mujer. El nacimiento del hijo le prueba que ha sido capaz del acto máximo: la creación de la vida. Al constatar que su leche y sus cuidados son indispensables, que su sola presencia es vital para alguien, la mujer puede por primera vez en la vida sentirse insuperable. Cuanto menor sea el espectro de actividades sustentadoras de su narcisismo, mayor será el placer que obtendrá de la maternidad, al constituir a esta función en la única que la engrandece. En los últimos años -bajo el amparo del influjo feminista- se ha cuestionado el amor materno en su carácter de «fuerza instintiva propia de la mujer» a lo largo de la historia, y los hallazgos nos muestran un instinto un tanto frívolo, muy supeditado al influjo de los valores de la época (Badinter, 1980).
2.
LA BELLEZA CORPORAL Y LA SEDUCCIÓN
Cuanto más bella, más apreciada, más amada, más deseada. La niña descubre la admiración y privilegios que obtiene a partir de la posesión o explotación de su belleza muy tempranamente, pero es sólo a medida que su gracia como niña se va eclipsando cuando crecerá _en ella la conciencia del poder que posee como «futura hermosa mujer» . La niña aprenderá, escuchará, verá que sólo la mujer es reconocida como alguien que ha cumplido con las expectativas que sus padres o la sociedad tienen sobre ella, si alcanza el status de la mujer casada con hijos, para lo cual le es indispensable ser bella, atractiva. En cambio en el hombre, su narcisismo encuentra reconocimiento no sólo por fuera del hogar y la familia, sino que la legitimación y aplauso lo espera de sus congéneres, de los otros hombres. La mujer sólo alcanzará el ideal y se sentirá valorizada a través del encuentro sexual con el hombre que le garantice que como mujer - en tanto género- tiene éxito (el éxito del género masculino no se limita al encuentro sexual, salvo cuando éste es el único medio de conseguir la convalidación intragénero como en el caso del playboy o Don Juan). El ideal femenino edípico es el objeto rival, al ideal temprano feqienino, fruto de la identificación especular, se sumará ahora la madre y otras mujeres significativas como modelos del rol del género a imitar en la conquista de la valorización, del deseo, del amor que el hombre les puede brindar. Para responder al interrogante de cuáles son las referencias sobre las !01
que se construyen los ideales femeninos de una niña, habr~ que dirigirse hacia la investigación de los ideales femeninos de la madre. Si una madre, leyendo una revista femenina, comenta a su hija que Jacqueline Kennedy Onassis se conserva joven y atractiva a los cincuenta y dos años, y el artículo se titula «¿Cómo debe sentirse una mujer que todas las mañanas se encuentra como noticia en los periódicos?», ¿es posible que esa niña deduzca que puede haber otras formas privilegiadas de ser noticia, aparte de conseguir un apellido famoso vía la sexualidad? Una vez que este objetivo (¿fálico?, ¿narcisista?, ¿del género?) se halla instalado, la niña está lista para atravesar su etapa edípica, es decir, competir con su madre como rival en la conquista de su papá-hombre, para ser preferida en el área erótico-sexual. Se ha fundado su elección de objeto sexual, su heterosexualidad. Ella querrá ahora ser no sólo una «mamá» como su madre, sino también una esposa, de su «papi» como su «mami», en lugar de ser únicamente la niña d6 «mami» y «papi». Ella querrá ser «la mami de los niños de su papi». Coincidimos con Tyson (1982) en la reserva sobre la complejidad simbólica de las fantasías de tener un hijo que se adjudican a la niña de uno a cinco años. Las niñas de esta edad, aun cuando hayan recibido información sexual por parte de los adultos o hayan sido testigos del embarazo y parto de algún hermanito, generalmente no sólo no tienen el nivel cognitivo para comprender cabalmente el proceso fisiológico, sino el deseo femenino de ser ellas embarazadas y «sufrir» la maternidad. Pueden, y de hecho esto es lo que se observa en la clínica, desear ser como una mamá que tiene niños, es decir, anhelar el rol, no los fenómenos de la maternidad. Maternidad que, ya sea siguiendo a M. Klein -para quien el vientre materno lleno de contenidos, escenario fantasmático del embarazo, es un núcleo persecutorio básico- o como dato de lo real vivido -hecho médico, dolor, sangre-, nunca puede ser fuente de deseo para una niña, y mucho menos si lee la Biblia y cree en la condena divina «parirás con dolor». se"han distinguido una serie de funciones y roles en una madre femenina y heterosexual, que serán los emblemas a los cuales la niña se identificará (lo que en la literatura científica se ha dado en llamar «una verdadera mujern): 1) grado de aceptación y gratificación, tanto libidinal como narcisística que la madre obtiene de la posesión de un cuerpo anatómico de mujer (hembra); 2) gr;;tdo de aceptación y gratificación narcisística que la madre obtiene del ejercicio o fantaseo de todo o algo de lo que en nuestra cultura es considerado femenino (feminidad); 3) grado 102
de deseo y goce que la madre siente en amar y ser amada sexualmente por un hombre (heterosexualidad); 4) grado de placer y capacidad afectiva para convivir .con un hombre y la aceptación del mismo en su rol (pareja), y 5) grado de deseo y placer en tener hijos y criarlos (maternidad). Ahora bien, sabemos que los comportamientos de rol que_>:onstituyen un ideal no sólo son aportados por el modelo pr~ente, sino «que las imágenes y símbolos en la mujer no pueden aislarse de las imágenes y de los símbolos de la rnujer» (Lacan, 1960), a lo que pensamos se debiera agregar: y en el hombre, ya que es el hombre hacia quien la mujer se dirige para aislar las imágenes y símbolos de la mujer. ¿Qué desea papá en la mujer? ¿Mamá cumple con todas sus expectativas, o papá tiene diferentes modelos de mujer, distintas categorías? ¿Cómo constituye la niña un ideal femenino desde el fantasma paterno de la feminidad? ¿Cuáles son los fragmentos de estos deseos, de este discurso paterno que se inscriben en la niña y a qué operaciones psíquicas ella los somete? ¿Cuál es el desenlace? ¿Cuáles son las formas de relación de una niña con su padre y qué actividades desarrolla con éste? Diálogo, deportes, mecánica, si la niña comparte mucho estas áreas se masculiniza y no debe hacerlo. Si el hombre ha superado las diversas formas de machismo y colabora en el hogar, en su tiempo dedicado a la familia prevalecen generalmente las actividades con el hijo varón. La niñ.a debe en todo caso interesarse por lo que es propio del hogar que pocos hombres comparten. Por tanto, la niña será llevada a suponer que las únicas formas de captación paterna son las de la belleza y la seducción, y adoptará como vía privilegiada de acceso a,l hombre y al mundo de los hombres los senderos de la gracia, del encanto.
3.
LA SEXUALIDAD, UNA ACTIVIDAD NARCISISTA POCO NARCISIZADA
¿Es la mujer fálica aquella cuya sexualidad posee un alto valor fálico? Una vez más las apariencias engañ.an y pareciera que es justamente su falicismo -en tanto lucha narcisista por la posesión del falo- lo que impide su goce sexual. Por tanto, las investigaciones se han dirigido a denunciar la magnitud del narcisismo presente en su organización psíquica, narcisismo responsable de.su fracaso para asumir una «verdadera feminidad». Si la histérica es como mujer, supuestamente, aquella que ha alcanzado el mayor desarrollo en su estructuración psíquica -debidamente triangularizada, marcada por la castración- y fracasa en su 103
acceso al goce, es por el narcisismo que se interpone como enemigo a su deseo, ya que en lugar de aceptarse como «objeto causa de deseo» obtiene su placer narcisista en desear que el deseo del otro no se realice. Habiendo alcanzado el retorno a Freud -quien sostuvo que la mujer es eminentemente narcisista, pues prefiere ser amada a amar-, el investigador en psicoanálisis duerme tranquilo. Es así que el componente narcisista de la sexualidad femenina recibe toda la atención (Grunberger, 1964; Torok, 1%4; Lemoine-Luccioni, 1976) y se destaca que quien quiera captar la vida inconsciente de la mujer situándose únicamente en el punto de vista pulsional objetal, bien pronto llegará a un callejón sin salida. Los argumentos sustentados para tratar de probar la prevalencia de la estructura narcisista en la mujer son los siguientes: 1) prefiere ser amada a amar (Freud); 2) carácter concéntrico (centrada en sí misma) de su investidura libidinal (Grunberger); 3) capacidad de gozar de sí misma, autosuficiencia que fascina al hombre (Freud); 4) clítoris, zona erógena principal típicamente narcisista, .no sirve nada más que para el placer (<+contrariamente al pene, que al mismo tiempo que es fuente de placer es de reproducción y órgano de micción, sin hablar de sus significaciones inconscientes energéticas» Grunberger), y 5) narcisismo flotante, no integrado, no saturado, «que es patrimonio de las mujeres, ciertamente hay hombres narcisistas que presentan esta clase de narcisismo, pero de alguna manera se encontrará en estos hombres una importante componente femenina» (Grunberger, pág. 100). Ahora bien, ¿cuáles son las razones que se esgrimen para explicar este desnivel entre la pulsión y el narcisismo? Se pueden agrupar de la siguiente manera: a) Déficit pulsional primario. Se ha atribuido a todo tipo de razones la frecuente frigidez de la mujer, desde «debilidad de la energía libidinal» (Bonaparte); «inhibiciones constitucionales» (Deutsch, H.); pasando por la ya consabida bisexualidad más acentuada en la mujer que en el hombre, hasta confusiones graves entre frigidez y «espiritualidad» (Deutsch); b) Peculiaridades en el desarrollo psicosexual: inadecuación estructural del objeto anaclítico como objeto erótico y, como consecuencia, la relación madre-hija será inevitablemente frustrante y ambivalente (Grunberger, Chasseguet-Smirgel); falicismo infantil (innato, alto monto de bisexualidad) devaluado en el descubrimiento de la falta de pene en ella y la madre; hombre fallido (Freud, Lacan). Como consecuencia de esta desigualdad narcisista tan dolorosamente vivida, la niñ.a deseará, en un incesante desplazamiento, una confirl04
mación narcisista por parte del hombre, fundamentalmente en el amor. Hará del amor «el asunto de su vida», exigirá siempre ser adorada, y su queja permanente será la pérdida del romanticismo inicial de la pareja, momento cumbre del agasajo, la lisonja, la sobrevaloración en que la ubica su enamorado. ¿Por qué el amor compensa mejor el colapso narcisista de la mujer que la sexualidad? ¿Por qué la sexualidad, el goce, no se halla frecuentemente investido, es decir, por qué sólo la mujer que ~s amada obtiene en su inconsciente algo que equivale a la posesión del falo, y esta representación no se origina a partir de un buen orgasmo? ¿Es que el goce sexual es demasiado real y concreto para despertar Ja fa ntasía, y el deseo -su fuente- necesita de un plus no realizado? ¿Por qué, entonces, son tan frecuentes los fantasmas de megalomanía fálica en los hombres depués de una buena conquista y desempeño sexual? ¿Estamos en presencia de un inconsciente que funciona con una legalidad diferente o con contenidos diferentes? La teoría psicoanalítica ha sido renuente hasta el momento en escuchar y tener en cuenta el discurso fe minista, se lo conoce, pero sus enunciados permanecen si no censurados, al menos neutralizados. La denuncia sobre la desigualdad, reivindicación central, no es teorizada; la tinta gastada en el estudio de la diferencia de sexos jamás alcanzó para considerar la desigualdad de los mismos. Parece imprescindible e imperioso la incorporación al discurso analítico de la valorización dicotómica y desigual de los roles del género, que la cultura viene realizando desde sus albores, para poder comprender cabalmente la articulación entre el deseo sexual y el deseo narcisista en la mujer. Pensamos que es en el sistema narcisista en el que esta desigualdad de status y poder incide y organiza gran parte de la fantasmática femenina. Pensamos .que no basta aceptar que la mujer se halla «presa de los paradigmas y representaciones viriles» (Lemoine-Luccioni), sino que es necesario rescatar a la mujer y al hombre del supuesto destino que los hace no sólo diferentes -diferencia que lejos de apartarlos sella su unión-, sino desiguales, lo que los precipita a la guerra de los sexos. La niña entra al Edipo devaluada en tanto género, pues anatómica funcionalmente le falta algo, y paso a paso recibirá las órdenes contradictorias de nuestra cultura, a través de los fantasmas maternos y paternos sobre su sexualidad y sobre sus destinos posibles en tanto mujer. Debe formarse y proponerse como objeto de deseo y, para su logro, desarrollar con menor o mayor sofisticación las artes de la gracia y la seducción. El cuerpo, la belleza, Ja perfección de lo ofrecido a la mirada, y
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no puede soslayarse para incorporarse a las formas vigentes que despiertan la admiración y el deseo del hombre. Adoptando la máscara, las insignias de la feminidad, la mujer, dicen Lacan, «se encuentra identificada de una manera latente con el falo» y, para este autor, esto constituye el origen del extrañamiento, de su rechazo como ser, pues, identificada con el falo, «no puede encontrar la satisfacción instintiva de la maternidad pasando por la vía sustitutiva pene-hijo» (1970). En primer lugar, la mujer en tanto despierte y controle el deseo del hombre se hallará situada en la posición de máximo poder. El período de la conquista, del asedio, de la corte que le hace el hombre, constituye el momento en que ella vivencia alguna suerte de entronización. A esto Lacan llama «estar identificada de una manera latente con el falo», pero creemos que la grieta que la mantendrá escindida no pasa sólo entre el deseo y la maternidad, sino entre el deseo y la investidura narcisista de su deseo sexual. Si alguna referencia podría ser llamada para aclarar la división y extrañamiento que caracteriza a la mujer frente a la tan mentada unidad masculina la no coincidencia entre la pulsión y la valorización de la pulsión merece destacarse. El niño, el púber, el adolescente, el hombre, para quienes su padre o los otros hombres constituyen sus referencias identificatorias en cuanto al ejercicio de la función sexual, en todo momento legitimarán, verán con buenos ojos, estimularán -salvo en casos patológicos extremos-, jamás prohibirán o desalentarán al futuro potente amante. Ningún padre/madre de hijo varón se preocupará por la virginidad de su hijo . Esta es una preocupación de las mujeres y de los padres de las mujeres. A lo sumo el muchacho deberá velar por la virginidad de su hermana, de manera que claramente dividirá el mundo de las mujeres en dos categorías. Ningún hombre a lo largo de la historia será descalificado por su actividad o abuso de la actividad sexual, aun el seductor, el Don Juan, el «chulo», el «gigolo», gozan de mayor prestigio que las mujeres a las que ellos explotan. Ningún hombre es censurado por provocar o acceder al deseo sexual, el hombre no es condenado en los códigos de justicia por adulterio. Ningún hombre es censurado por buscar la satisfacción de su deseo sexual en forma independiente del amor, o simplemente pagando por obtener un servicio . Ningún hombre es, en el fondo, censurado por practicar la poligamia. En todos los casos existe un investimento narcisista pleno de la función sexual, socialmente legitimada y socialmente inducida. Todas las condiciones enunciadas se constituyen en símbolos de hombría. La hombría se rige por cánones y estereotipos se106
;ulares que conforman una fantasmática organizada y ritualizada que la literatura, el cine, la propaganda publicitaria, la pornografía, dan :uenta de ella. En este sentido pensamos que el hombre es uno, pero no por la gracia del significante, por ser el falo el símbolo de su órgano sexual al mismo tiempo que el órgano por donde se manifiesta su deseo de la mujer (Lemoine-Luccioni), sino porque si el poder masculino puede ser cercado, definido, es en la medida en que cualquier manifestación pulsional -por más perversa y abusiva que sea- contribuye a la califi;ación y valorización de sí en tanto ejemplar de su gén/ero, es decir, nu menta su hombría. Todo lo contrario sucede con la mujer. ¿Cómo puede no sentirse exdividida, atravesada por el malestar, si cualquier movimiento :n favor de la pulsión devalúa, descalifica, mancha su narcisismo de 111Ujer? La pulsión ataca al género . Extraña condición de culminación 11arcisista la de la mujer, pues el éxito de su carrera le exige poner en Juego aquello de sí que se halla menos narcisizado: su sexualidad. Se ha nsistido en que el desconocimiento de la vagina no es por déficit cogni1ivo, sino por falta de investimento libidinal, sin reparar que simultáneamente el teórico que sustenta esta afirmación de orden general, co1110 madre/padre de una púber o adolescente en particular, velará no por la puesta en acto del órgano, sino por su «latencia» hasta que sea mayor. El abismo entre ser objeto causa de deseo, es decir, despertarlo pero en forma recatada, y ser sujeto de deseo, poder gozar de su sexualidad y sentirse valorizada en su ejercicio y goce, no resulta superable fá;ilmente para la mujer por medio de resignificaciones individuales. Pensamos que para lograr la tan mentada «unidad», a la mujer no sólo le ;s necesario decubrir la vagina, libidinizarla adecuadamente, sino sobre 1odo narcisizarla. Para esto es imprescindible que se opere un real cambio psicosocial, que se le ofrezcan otros modelos del género, que se considere el valor poderosamente inductor que la teoría que se sostenga sobre la mujer tiene en el mantenimiento o cambio de los paradigmas a partir de los cuales se estructuran sus roles del género, su sexualidad y su fantasmática. Formulaciones como las siguientes deben llamarnos a la reflexión: 1rañada,
«El desvío de la libido hacia el hijo es resultado del viejo sueño femenino de plenitud y completud: es hombre porque tiene el falo (el hijo), y es mujer porque es madre. Por consiguiente, es todo -si no toda, para retomar una vez más la expresión de Lacan-, como se acostumbra decir: ¡la maternidad la ha transformado!» (Lemoine-Luccioni, 1976). 107
¿Cómo categorizaríamos a Virginia Wolff cuando sostenía que todo lo que necesitaba una mujer para escribir una novela era una asignación anual de quinientas libras y un cuarto propio? ¿El malestar de la mujer exitosa sin hijos se deberá a que no logra la culminación de su desarrollo psicosexual o a los valores sociales y seudocientíficos imperantes que la consideran una mujer incompleta? Un trabajo reciente que apunta a esta problemática es el de Ethel Specton Person (1983), centrado en la variable género del terapeuta y su relación con las metas de la terapia. Un terapeuta hombre supervisa con la autora el caso de una mujer de trein· ta aftos, madre de dos hijos pequeftos. Tanto ella como el terapeuta consideraban las dificultades de la paciente en la misma forma; en virtud de sus experiencias infantiles, la maternidad y el cuidado de los niftos amenazaban a la paciente con una pérdida de su autonomía y con el peligro de regresión a una relación dual con su madre. La diferencia radicaba en la evaluación que cada uno hacía sobre la decisión de la paciente de retomar su trabajo: el terapeuta, como un síntoma; la supervisora, como una maniobra saludable. La conclusión de la autora subraya el hecho de que la terapia de las mujeres -cualquiera que sea el género del terapeuta- ha sufrido la contaminación de la penetración cultural y los prejuicios intelectuales acerca de la naturaleza y psicología de la mujer. Uno de los errores más frecuentes es la interpretación de aspiraciones profesionales o intelectuales como una huida de la feminidad, y el supuesto de que la verdadera feminidad es alcanzar el orgasmo vaginal y la maternidad .
4.
una de las evaluaciones más desiguales según qué género la ejercite. En lLtnto actividad narcisista, veinte siglos de cultura denuncian el status :onflictivo de la sexualidad para la mujer, que se halla muy lejos de ser una actividad que la valorice, una actividad narcisizada y narcisizante. 4) La maternidad: esta función de la feminidad se halla muy ambivalenlcmente considerada por nuestra cultura, ya que si bien María es lamadre de Cristo y es en tanto madre que alcanza la categoría de sagrada, s a costa de violentar de tal manera la lógica más elemental que pocos lo creen de verdad. Para ser madre sagrada, debe serlo excluyendo el sexo . Todos los demás comportamientos del rol asignados a la mujer son ·onsiderados inferiores. Pensamos que es esta profunda desigualdad narcisista la responsable de una característica muy femenina que ha sido remarcada por todos los 1utores : «la mujer no habla», «el continente negro», «el vacío», «el misterio», «el enigma» . No habla, no por estar sometida a una poderosa l'Cpresión intrapsíquica, ni por un. ejercicio recakitrante de la indiferen:ia narcisista, no es por muy narcisista por lo que la mujer no hace bien :1 amor, sino por un trastorno básico.en el proceso de narcisización de su género y de la puesta en acto de la pulsión.
ÜÉNERO: REPRESENTACIÓN PRIVILEGIADA DEL SISTEMA NARCISISTA
¿Será nena o será varón? Si para definir una representación narcisista necesitaríamos de un paradigma -aquello que se construye, que se mira, que se halla siempre marcado por un fondo de valoración-, el género cumple todos los requisitos. 1) La confirmación parental del cuerpo anatómico como perteneciente a uno de los sexos, es la fuerza más poderosa en la determinación del género de una persona. Esta confirmación sabemos que jamás se halla exenta de preferencia o rechazo, y, salvo raras excepciones, un varón es siempre.bienvenido. (Es clásico en las anamnesis psiquiátricas la pregunta sobre si el sexo fue deseado o no al nacer.) 2) la diferencia anatómica es el soporte universal de la simbolización de toda imperfección y desigualdad humana. La mujer asume en su género esta simbolización devaluadora y devaluada, está castrada. 3) La sexualidad es uno de los comportamientos que sufren 108
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CAPITULO VI
RECONSTRUCCION DE LA FEMINIDAD: IDEAL DEL YO FEMENINO SECUNDARIO
Abordaremos ahora las líneas de transformación del Ideal del Yo y del Superyo durante el desarrollo, junto con la permanente divergencia que la variable género introduce en este proceso, para tratar de definir la especificidad que estas estructuras pueden lograr en la niña y en la adolescente. A la niña no le basta establecer la heterosexualidad para !orar por consecuencia una identificación secundaria a la madre que tipifique su feminidad, ya que tal feminidad (todopoderosa) ha quedado cuestionada por la crisis de la castración. Debe reconstruir su sistema narcisista de ideales del género, reinstaurar una feminidad valorizada, que oriente tanto su rol del género como su deseo sexual hacia la consecución del proyecto futuro que se ha dado en llamar «convertirse en una verdadera mujer». El Ideal del Yo en tanto estructura intrapsíquica no es estático, sino que se ve afectado por factores evolutivos y sociales . El Ideal del Yo del género, es decir, la feminidad, es una subestructura que forma parte del sistema global de ideales y, por tanto, recibirá las influencias de los cambios que en este sistema se establezcan. Pero debemos tener en cuenta que los modelos, metas y proyectos que componen tal sistema están fuertemente marcados en nuestra cultura por la división dicotómica de los géneros, razón por la cual el ideal del género constituye quizá la subestructura central de dicho sistema. A su vez pensamos que si el Ideal del Yo e incluso el Super Yo siguen cursos de estructuración y formas finales de organización diferentes en• los distintos géneros, debiéramos concluir que el género es un articulador o una estructura mayor a la cual tanto el Ideal del Yo como el Super Yo se hallan subordinados . Si hay algo que diferencia el ideal del género primario del 111
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secundario es el carácter imaginario-individual del primero, y la sujeción a la moral y a las convenciones sociales del segundo. Si bien la ley del incesto introduce una legalidad pareja para nenas y varones prohibiendo la sexualidad endogámica, sin embargo la moral sexual que normativiza el ejercicio del resto de las formas de sexualidad, hemos mostrado que no se caracteriza por la equidad en ambos géneros.
Ahora bien, si volvemos a centrarnos en el registro del género pareciera que la sociedad, en su conjunto de niveles simbólicos -psicológico, social, jurídico, ético- no ha superado la dimensión imaginaria, pues claramente existe un género tratado como ideal. Si la posición del sujeto frente al ideal se resume en sólo dos alternativas -se posee el valor y entonces se obtiene la consagración y el reconocimiento, o no se lo posee y el destino es, ya sea el desconocimiento o el relegamientopartir del período edípico en adelante, fa niñ.a asistirá a la constatación de que la clase a la que pertenece no posee el atributo que la eleva a la categoría de ideal. Tanto las estructuras psíquicas como sus transformaciones han sido estudiadas sobre un único modelo, el del varón, de ahí que se postule universalmente que la evolución que va del Yo Ideal al Ideal del Yo debe deslizarse sobre una línea trazada desde la máxima autoidealización a una progresiva disminución del narcisismo. Este principio no es válido para el desarrollo de la niñ.a y la mujer. Para el género femenino el trazado nó sólo se quiebra -de una máxima idealización cae abruptamente a un máximo colapso-, sino que luego es necesario un interminable trabajo de reactivación del narcisismo, que sea capaz de restituir la feminidad a la categoría de Ideal del Yo a alcanzar.
ª
DE LO IMAGINARIO INDIVIDUAL A LO IMAGINARIO COLECTIVO
La mayoría de los autores (Kohut, 1971; Blos, 1974; ChasseguetSmirgel, 1975) basan el carácter dinámico del Ideal del Yo en el abandono progresivo de la ilusión y de las metas grandiosas y megalomaníacas de la fantasía -como medios para su consecución-, por actividades que permitan el logro, teniendo en cuenta tanto los poderes y límites del Yo como los de la realidad. El complejo de castración permite la desidealización de la madre y el niñ.o, quienes quedan desposeídos de los atributos de supuesta perfección, completud, autosuficiencia, omnipotencia. Lacan, profundizando en esta dirección, introdujo la distinción entre castración imaginaria y castración simbólica. Si los atributos de perfección sólo sufrieran un traslado de la madre y el hijo al padre, convirtiéndose éste en un segundo representante del Yo Ideal, nos hallaríamos frente a la castración imaginaria. Sólo se completa la evolución del sujeto cuando ni el padre ni ningún hombre puede detentar el poder absoluto; éste en carácter de producto simbólico de la humanidad, pero más allá de cualquier individuo en particular, quedaría soldado a las leyes que rigen nuestra cultura. Bleichmar, H. (1981) amplía la tesis lacaniana estudiando las condiciones intersubjetivas de producción del Yo Ideal más allá del modelo edípico. Considera que siempre que la idealización de un atributo de la persona se extienda a la totalidad de la misma (discurso totalizante), entronizándola como la suma de las perfecciones, se está construyendo un Yo Ideal. Es necesario que el juicio sea parcial, despersonalizado, para que aun reconociendo el valor de una persona como supremo, pero sólo en un dominio restringido -por ejemplo un campeón olímpico-, ello no implique una representación unificada del sujeto. En este último caso se trata de un juicio discriminativo que coloca el valor -un rasgo de los tantos posibles en el Ideal del Yo- por fuera de una persona en particular; aunque esta última pueda en algún momento encarnarlo, nunca sería considerado como detentando la suma de todos los ideales. 112
Del planteamiento lacaniano del Edipo en tres tiempos, el correspondiente a la instauración de la castración simbólica -cuando «el padre interviene como aquel que tiene el falo y no es tal»- siempre resultó el más oscuro, el más difícil de precisar. ¿Cómo se las arregla el varón para admirar más al padre que a la madre, para renunciar al objeto incestuoso por temor a la castración, para erigir a su padre como ideal a quien identificarse, y al mismo tiempo relativizar a este padre como un ejemplar de la clase y no suponerlo un Yo Ideal, suma de atributos deseables? Todo hace suponer que la tipificación de la masculinidad en el niñ.o se verá favorecida por la presencia del padre real, quien será elevado al carácter de modelo, guiado por el deseo narcisista del niñ.o de reproducir al igual. ¿Y la niña? ¿Puede ella dejar de considerar a su padre un Yo Ideal, distinguir entre el falo y el pene, y establecer un juicio discriminativo que dimensione el poder relativo de su padre en tanto hombre sometido a leyes? ¿No se impone más bien suponer que esta visión del padre se verá entorpecida por el peso de las leyes culturales y sociales a las que la mujer se halla sometida, y que, en la medida en que éstas cobren vigencia en su mente, la castración simbólica del hombre, en tanto género, puede volver a desdibujarse? Aun cuando destrone al padre como Yo Ideal, ¿no lo hará al precio de colocar a otro hombre en ese lugar? 113
Resumiendo, la economía narcisista en el caso del varón sólo se verá afectada por la crisis de la castración en la viabilidad para la posesión del objeto incestuoso: si antes era el hijo-falo de la madre y desde esta posición mantenía su autoestima, ahora se sabe un varón-futuro-hombre-poseedor-del-falo. Su sistema Yo Ideal-Ideal del Yo sigue pleno de narcisismo, es decir, de autoidealización, que sólo deberá dirigir hacia otros fines. En cambio, para la niña, el complejo de castración pulveriza su Yo Ideal femenino primario, inaugurando un largo período, el de la latencia, durante el cual la niña asistirá a un doble proceso de sentido contrario, de devaluación y reconstrucción de su narcisismo. Deberá construir un Ideal del Yo femenino que no sólo incluya la oposición fálico-castrado, sino el rol social de la mujer en nuestra cultura -rol conflicitivo, ambivalentemente valorado y actualmente sujeto a una gran movilidad-, así como también la moral sexual que legisla sobre este rol.
CONSOLIDACIÓN DEL ROL DEL GÉNERO
Durante el llamado período de latencia y antes de la pubertad, la identidad de género se fortalece mediante la puesta en acto de los comportamientos de rol que cada uno de los géneros progresivamente amplía, pues los círculos y experiencias fuera del hogar se multiplican proveyendo modelos de identificación adicionales a los edípicos. Lo que resalta durante esta etapa es la neta demarcación que se establece entre los dos géneros, ya que despliegan actividades, intereses, que se realizan completamente por separado. Pero sabemos que este aislamiento es cuidado con esmero por los varones en ese período y sufrido como un rechazo y relegamiento por parte de las niñas. Todo v~rón, sabiéndose poseedor de una supremacía sobre las niñas, mantiene con orgullo la pureza del género integrándose al grupo de los elegidos . Es interesante constatar que es en esta época en la cual al niño que no cumple con los cánones de masculinidad requeridos -no sabe batear, o patear la pelota, o pelear debidamente- se le comienza a rotular de «marica», es decir, inferior o sospechosamente femenino. Siempre se ha explicado esta repulsión por parte de los varones hacia las niñas por el «horror a la castración», entendiendo por esto la amenaza que el genital femenino, por su sola presencia, ejercería sobre la integridad fálica del varón. Sin embargo, la utilización de la palabra «marica» como un insulto ofensivo, dirigido al igual del género por su falta de habilidad en lo que serían las activi~ades propias del mismo, arroja dudas sobre la exclusividad del papel 114
de la angustia de castración, en la profunda división de los géneros que se opera a partir de la edad escolar. El niño que pronuncia el insulto, cuando es interrogado sobre su valor semántico, dice: «Burro, gafo, como un nene que no sabe o una niña que no juega a eso». De esta respuesta surgen varias reflexiones posibles. Si el significado de «marica» es en primer lugar femenino y no homosexual, es decir, que lo peyorativo es la feminidad o el sexo femenino, no el hombre que desea a otro hombre, sino el varón que por tener comportamientos de mujer es inferior, debemos concluir que la masculinidad· en este período se define fu ndamentalmente por el negativo de la feminidad: no se es mujer, ni se posee ningún rasgo femenino. El varón en esta etapa de la latencia separa y mantiene un neto clivaje con todas las niñas e incluso las mujeres. De manera que un varón para sentirse adecuadamente masculino debe defenderse del contacto con las mujeres, lo que favorece su ruptura del vínculo primario con su madre y la rápida liquidación del Edipo. En segundo término, el ejemplo del juego muestra que la masculinidad Lambién se construye a partir del desarrollo de habilidades físicas -el que no las posee durante la infancia corre el riesgo de ser marginado-, que irradiarán como una condición de engrandecimiento sobre el rol del género, que eventualmente se reflejará en su comportamiento sexual.
MOLDEAMIENTO DE LA FEMINIDAD
A partir de la edad escolar, las actividades se hallan socialmente regladas de tal manera que el desempeñarse en una determinada actividad define, en la mayoría de las veces, el rol del género del nifio: balletfútbol, para tomar un paradigma. Padres, familiares y maestros mantienen demarcaciones, no sólo ofreciéndose como modelos de identificación, sino en forma activa a través de las expectativas, orientaciones y elecciones de actividades e intereses a estimular en el niño, que modelarán los roles del género correspondiente. Jeanne Block, del Departamento de Psicología de Berkeley, Universidad de California, estudió el desarrollo de la personalidad en ciento treinta niños durante once años. Los niños fueron observados a partir de la edad de tres afias en adelante por medio de grabaciones, entrevistas, test y observaciones djrectas en su hogar. La investigación no fue diseñada en primera instancia para buscar diferencias de comportamiento en los distintos sexos, pero estas diferencias se mostraron tan significativas a medida que los niños ere115
cían que se convirtió en el foco de la indagación. Se eligió a una familia del estado de Maryland, los Graham, un matrimonio de educadores, con dos hijos varones y dos niñas de edad escolar, como unidad de análisis. El señor Graham manifiesta las siguientes expectativas sobre la personalidad deseada para sus hijos varones: «que asuman responsabilidades, que sean independientes, que aprendan a pensar por sí mismos, que sean trabajadores y ambiciosos, que sepan controlar sus sentimientos, que sean agresivos y autosuficientes», acentuando la importancia del logro -«los mejores atletas luego son buenos hombres de negocios; el atletismo favorece esta actitud»-. En cambio de las niñas espera: «que sean obedientes, amables, atractivas, no agresivas, unas damas, que tengan buenas maneras». A lo que la señora Graham agrega: «La mejor profesión del mundo es la de ama de casa y madre, tranquilas, no excesivamente activas, espero que las niñas asuman responsabilidades de limpieza en la casa». En función de estas metas diferentes las niñas son criadas más cerca del hogar, en contextos y grupos en general más reducidos, más supervisados, más estructurados; se las estimula para que estén en casa cuidando hermanos, lo que provoca un mayor aislamiento y una menor práctica en lidiar con lo imprevisto. Observando a las niñas en sus juegos se advierten las siguientes peculiaridades: en general, juegan de a dos, o en grupos pequeños, juegan por turno y la competencia es indirecta. Cuando surge una disputa, las niñas en lugar de tratar de elaborar un sistema de reglas para resolver los desacuerdos, subordinan la continuación del juego al mantenimiento de la relación. En cambio a los varones se les permite desde más pequeños vivir en ambientes más extensos y de menor supervisión, lo que los induce a explorar, experimentar y entender más activamente el mundo. Improvisan sin tanto temor y resuelven problemas en forma espontánea. Se les encomienda tareas fuera de la casa, lo que les permite ampliar sus horizontes y desarrollar habilidades para aprovechar lo inesperado. En sus juegos generalmente forman grupos amplios y heterogéneos, integrando equipos, más a menudo fuera de la casa, en juegos más competitivos y de mayor duración. Los juegos parecen durar más tiempo, no sólo porque requieren mayor nivel de habilidad y son menos aburridos, sino porque cuando entre varones surge en el curso del juego algún desacuerdo son capaces de resolver la disputa desplegando mayor capacidad de negociación. Pareciera que los varones no sólo gozan del deporte o del juego en sí mismo, sino también del placer de la disputa. Piaget tambiéi;i ha observado esta diferencia, el gusto y fascinación que tiene el niño en la ll6
elaboración de las reglas del juego, su actitud pragmática hacia los mismos, mientras las niñas son más toJerantes, más dispuestas a excepciones. En virtud de estas experiencias diferentes, los varones aprenden las leyes de la competencia abierta -a jugar con los enemigos y competir con los amigos- en el marco de las leyes y reglas de los juegos. En cambio las condiciones lúdicas culturales de las niñas replican los modelos de crianza y de relación de objeto temprano, favoreciéndose la cooperación y el tener en cuenta los sentimientos del otro, pero en detrimento de la internalización de un «otro generalizado» y de las reglas de convivencia social. Volviendo a la familia Graham, si se observaba al padre jugando con su hijo varón, resaltaba el énfasis que ponía en enseñar el mecanismo de füncionamiento del juguete y en el logro intelectual del niño. En cambio con la niña gozaba más, se divertía, se destacaba que la relación afectiva era lo más importante. La madre tenía una actitud diferencial menos marcada, ayudaba directa e innecesariamente de manera que llegaba a interferir en la labor cuando no era necesario. Como la madre jugaba más frecuentemente con la niña y el padre con el varón, el mensaje implícito era que la capacidad de la niña quedaba devaluada, ya que la madre la tenía que ayudar continuamente. Los maestros también mostraban una evaluación sexista del logro de los niños, ya que el éxito del varón era considerado un resultado .je su intelecto, mientras que en la nena se tendía a explicar como un producto de la suerte o la tenacidad. No es difícil obtener un perfil de autoestima distinto por parte del propio niño: un mayor sentido de eficacia, de habilidad, de saberse capaz de producir efectos, de hacer cosas en. el caso de los varones. No es entonces casual, ni tampoco «natural» -ligado a una propiedad innata y eterna de los distintos sexos-, las diferencias que se observan en el comportamiento de los niños. Estas aparentes invariantes del hombre y la mujer -en tanto características de acción que rellenan los contenidos de la feminidad y masculinidad- han sido minuciosa, sólidamente construidas a lo largo de la interacción intersubjetiva en lacélula familiar y en los contextos sociales habituales. Se destacan siete diferencias netas en los comportamientos de género en la infancia: l) Agresividad: los varones desarrollan juegos más violentos, más rudos, de mayor competencia y espíritu de asertividad. 2) Actividad: los varones se presentan como más curiosos, con mayores ansias de exploración, practican juegos de naturaleza más variada y en espacios exteriores. 3) Impulsividad: los varones se arriesgan más. La tasa de acci117
dentes es mayor para los varones en todas las edades. 4) Ansiedad: las niñas son más ansiosas, más temerosas. En función de este motivo es por lo que parecen ser más ob~dientes, más complacientes. 5) Importancia de las r~laciones sociales: las niñas son más maternales, cooperan más que los varones, preocupadas por el bienestar del grupo, y más empáticas. Tienen menor número de amigos, pero las amistades son más íntimas, compartiendo sus ansiedades y tristezas. Los varones tienen mayor número de amigos, pero no tan íntimos. 6) Calidad del autoconcepto: los varones se sienten más poderosos, con mayor control sobre los sucesos de la realidad, más influyentes, definitorios, ambiciosos, capaces de hacer que las cosas sucedan. Las niñas carecen de estos sentimientos. 7) Comportamientos ligados al logro: las niñas subéstiman su desempeño, si fracasan piensan que no son inteligentes, en cambio los varones tienden más a echar la culpa al otro. En un estudio comparativo, de niños entre cinco y quince años de edad, de cuatro países, Australia, Estados Unidos, Inglaterra y Suecia (Goldman, 1982), se constató que la identidad de género se halla firmemente establecida a la edad de siete años, y que es mayor el número de niñas con conflictos con su propio sexo que el de varones, localizándose en esta edad el rechazo entre los sexos. Se destaca la experiencia llevada a cabo en escuelas de Suecia donde se han desarrollado múltiples esfuerzos para implantar una igualdad entre los géneros, siendo los niños suecos -entre todos los niños de los cuatro países estudiados- los que estadísticamente presentan menor hostilidad hacia las niñas. Sin embargo, comentando estos estudios, los investigadores suecos aconsejan extender los programas de formación al hogar, pues los que se llevan a cabo en la escuela sólo pueden minimizar o remediar una diferencia y una desigualdad entre los géneros y sus expectativas, que tiene su origen tempranamente en la familia. Los autores dejan abierto un interrogante: «¿La enfermedad de la hostilidad entre los géneros es tan evidente en el mundo de los adultos y en la respuesta de los niños, que puede ser moderada por la escuela, o los maestros en sí mismos son transmisores de la misma infección?» Resumiendo, durante el período de latencia el rol del género se consolida a través de varias vías: por identificación al objeto rival, por ejercicio del rol y por un proceso cognitivo y social de aprendizaje que es activamente orientado por el medio. El resultado es un clivaje estructural de los modos de acción de los géneros, un mundo privado y doméstico para las niñas, un mundo social y crecientemente público para los va118
rones. La consecuencia de esta división tiene claros efectos psíquicos: el varón hallará facilitada la resolución del conflicto edípico, pues para consolidar su masculinidad debe romper amarras con su madre y catectizar los intercambios extrafamiliares; la independencia y la autonomía se verán reforzadas por el apoyo que los adultos brindan a estas tendencias que son universalmente definidas como masculinas. «El varón no debe estar pegado a la falda de su madre», constituye un claro ejemplo de la premisa que dirige el proceso de masculinización de un varón. La importancia de la presencia del padre real en la modelización de esta masculinidad está fuera de cuestión, pero «el padre ausente» es un comportamiento habitual de los padres de nuestras sociedades actuales y esto, sin embargo, no implica que el niño deje de identificarse, o no aprenda los roles apropiados a su género. Pareciera que no es imprescindible una relación de objeto permanente y estrecha para que la identificación se produzca. Quizá una mayor distancia favorece la ubicación del modelo como ideal y, por tanto, la identificación se vea facilitada. El varón desarrollaría una identificación posicional (Mitscherlich, 1963; Slater, 1961; Winch, 1962), concepto que alude a la identificación con los comportamientos, actitudes del rol desempeñado y no con la persona. Es decir, una identificación parcial, discriminada, propia de la estructura tardía y diferenciada del Ideal del Yo (Bleichmar, H ., 1981). Y no sólo la mayor distancia en el vínculo paterno favorece este proceso, sino el hecho de que al tener el varón mayores oportunidades de relaciones de objeto y experiencias extrafamiliares, mayores serán sus posibilidades de multiplicar y no personalizar el modelo al cual se identifica. La niña a lo largo de la latencia pondrá en acto. ahora en ensayos cada vez más cercanos a la realidad, los comportamientos que desempeñó en sus juegos durante la primera infancia. Si tiene hermanos más pequeños los alimentará y cuidará, comenzará a colaborar en el mantenimiento del hogar, velará por la salud emocional de la familia o al menos comenzará a preocuparse por fas relaciones humanas como le indican sus modelos. Se la adiestrará debidamente para estas actividades específicas, a las cuales ella reconocerá como las propias de su género y las que «sabe hacer mejor». En la formación y desarrollo de habilidades se tenderá a que la niña-futura mujer se ocupe de la estética del cuerpo, de las artes o del deporte o cualquier otra habilidad, pero siempre con un límite, una exigencia mucho menor que en el caso de los varones. La identificación a la feminidad materna -ahora objeto rival- no hace más que continuar la identificación primaria en el mismo contexto de apego y dependencia, pues, como ya hemos visto, las niñas son retenill9
das en el hogar, más supervisadas y sus actividades e intereses desplegados en medios más cercanos y privados. Por tanto, el modelo no se despersonaliza, se diversifica menos, la identificación secundaria se apoya casi exclusivamente en la persona de la madre, por lo que ésta cobra mayor importancia, y será básicamente a través de su discurso mítico sobre la feminidad como la niiía conformará la suya. A todos los factores considerados en el caso del varón como facilitadores de la resolución edípica y de la identificación secundaria al padre, debemos agregar la indiscutible narcisización que el proceso de masculinización conlleva. Si uno se preguntara cuánto pueden sostener los padres reales de la segunda infancia el prestigio y la prestancia con la que fueron investidos tempranamente, y aceptáramos que siempre existe un proceso de desidealización -el bombero deja de ser un personaje fascinante por el uniforme o la potencia fálica-uretral de apagar el fuego, o el padre se metamorfosea de titán al volante en un simple chófer a sueldo-, sin embargo, para el varón, el hombre siempre conservará su puesto de primacía frente a la mujer. Esto es lo que constata el niiío que se suma al grupo de varones y, tan sólo por la superioridad física, considerará la masculinidad un privilegio. Masculinidad y narcisismo se refuerzan permanentemente. Para la niiía existe una fuerte oposición entre feminidad y narcisismo, no sólo porque la mujer no es lo más valioso de nuestra cultura y la niiía lo descubre, sino por el carácter diferencial de las experiencias sociales en el período medio de la infancia, que tampoco la proveen de suficientes habilidades yoicas que aumenten su autoestima. Por tanto, si ni desde el Yo ni desde el Ideal del Yo la niiía puede considerar su narcisismo satisfecho, ¿podrá obtener el reconocimiento que necesita en el terreno del deseo sexual?
PLACER PULSIONAL EGOSINTÓNICO
«Toda satisfacción obtenida, todo placer, se acompaña de una disminución de la brecha entre el Ideal del Yo y el Yo, pues todo placer pulsional egosintónico es inseparable de una satisfacción narcisística que reviste de narcisismo al Yo y aumenta su autoestima.» (Chasseguet-Smirgel, 1975).
Ya hemos seiíalado las diferencias constatadas en el ejercicio de la masturbación entre varones y nenas, explicando la mayor represión observada en las nenas, no sólo como un producto del complejo de castra120
ción, sino también de la desigual valoración social existente en nuestra cultura de la sexualidad infantil. . Sobre el varón en ningún período de su vida pende la condena de la «impureza», incluso si el niiío despliega una actividad seductora temprana, precursora de su masculinidad, es considerada con orgullo por sus padres, .en cambio la madre debe velar desde pequeiía por el cuidado del recato, del pudor, de la pureza de su hija, que será un espéjo de la propia. El descubrimiento de la-noción de prostitución (Goldman, 1982), no de la palabra -ya que los niiíos pequeiíos la esgrimen como una ofensa exclusivamente verbal o con un contenido anal-, confunde y llena de perplejidad a la niiía sobre su autoerotismo. Otro aspecto importante que marca una clara diferencia es que el varón experimenta en el placer masturbatorio una eficacia del órgano genital que lo acerca permanentemente al ejercicio de su rol sexual adulto, mientras que la niiía obtiene del autoerotismo menos garantías de estar capacitada suficientemente para la obtención de las metas de su ideal. No sólo porque no tiene la prueba de la capacidad eréctil del pene, sino porque habitualmente el Super Yo materno y su Ideal de lo que debe ser una niiía le prohíben y la condenan a un silencio absoluto sobre cualquier comunicación de su experiencia sexual, silencio que a su vez será testimonio del cuidado de su propia pureza como madre. Por tanto, la experiencia no le aporta gratificaciones pulsionales que sean alimentadoras de su narcisismo. Por el contrario, aun en el caso que el impulso masturbatorio salga victorioso sobre la represión o la condena social, la niiía siempre albergará ·una sombra de culpa, de persecución, de impureza. Siempre se ha considerado que el particular emplazamiento anatómico del ano y la vagina -su proximidad- era responsable de la persistencia de la teoría de la cloaca en la vida adulta, o del insistente significado anal en la genitalidad de la mujer, sin evaluar adecuadamente los efectos psíquicos de la negativa valoración social que connota como sucio el deseo femenino, o lo que imprime a la fantasmática de la actividad sexual de la mujer la existencia del rol social de la prostituta. Coincidimos con Peter Blos (1972) en la conceptualización de la latencia como un período durante el cual no existen ni urgencias ni nuevas configuraciones pulsionales, en lugar de considerarlo como una época de silencio famasmático o de ausencia de deseo sexual. Pero esta definición tiene en cuenta sólo el registro de la pulsión, no el de las estructuras psíquicas. Podemos agregar que la latencia es, sí, una épqca de reestructuración y gran desarrollo de la organización del Yo, del Ideal del Yo y del Superyo. Hemos pasado revista al carácter diferencial de las expe121
riencias sociales en la infancia media, a la desigual evaluación del ejercicio del autoerotismo, al descubrimiento creciente de la diferencia social de los distintos géneros, para concluir que, inequívocamente en todos los aspectos considerados, los varones y las nenas arribarán a la pubertad con un sistema narcisista equipado en forma diferencial. En el varón se facilita la transformación del narcisismo, pues en su caso sí existe una estrecha interdependencia entre la organización de un Ideal del Yo realista, con objetivos centrados en el desarrollo físico, intelectual y moral y las actividades sublimatorias, que reforzará la consecución de nuevas metas, en función de la gratificación obtenida en el desempefio logrado. Vimos que las condiciones de socialización y la valoración social de tales experiencias favorecen estos procesos. En cambio, en la nifia, la estructura del Ideal del Yo femenino tropieza con mayores obstáculos para conducir al Yo a estrechar la brecha y, por tanto, a narcisizarlo debidamente. Así pues, el defecto narcisista en la mujer será más complejo y profundo, atentando contra la evolución del Ideal en tanto estructura y contra la transformación y evolución en su seno del propio narcisismo. RESTITUCION DEL NARCISISMO A TRA VES DE LA HETEROSEXUALIDAD Sin embargo este defecto, este trastorno de la autoestima en la nifia contribuirá a normativizar su deseo, ya que inevitablemente la orientará hacia el hombre en la empresa de restituir su narcisismo. Si existe una diferencia entre la estructura del deseo en la nifia y en el varón puede ubicarse en este plano: la búsqueda del padre, del hombre, del pene, es decir, su deseo sexual estará indisolublemente mezclado con el deseo de reconocimento narcisista. En cambio para el varón la latencia inaugura una línea de clivaje f acilitadora de su desarrollo, ya que de la mujer -hacia quien se orienta su deseo- esperará el goce sexual o el cuidado anac/ítico, y del hombre -el igual hacia quien se dirige su ideal-, el reconocimiento narcisista. Existe un claro proceso diferencial en los cambios que a lo largo del desarrollo se operan s-obre la estructura psíquica del Ideal del Yo en los distintos géneros. El varón, una vez que asumió la castración materna, erige ~orno Ideal del género al padre, ideal que coincide con la valorización social que detenta el hombre en la cultura. Por tanto, cuanta mayor autonomía logre el nifio superando el vínculo primario de dependencia a la madre, externalizándose de la familia, en mayor grado hallará convalidada su masculinidad como el valor que legitima la cultura. La evolución del ideal masculino podrá se122
guir diferentes trazados, de modelos grandiosos e infantiles -como el bombero- aestereotipos adolescentes tan grandiosos como los anteriores, pero actualizados -el cantante de rock, el campeón de tenis-, para pasar posteriormente a ideales más realistas, pero en todos los casos podemos constatar una transformación de los caracteres del modelo con conservación de su naturaleza masculina. Siempre serán los valores de grandeza, fuerza, coraje, inteligencia, encarnados en algún hombre, los que se querrán poseer como propios. El futuro hombre podrá ser un repetidor compulsivo del modelo -igual que papá-, un corrector del modelo -mejor que papá- o eventualmente, por fallos del ejemplar en suerte, buscará un modelo extrafamiliar, es decir, otro hombre con mayor valorización. Pero excepcionalmente el varón querrá cambiar el género del modelo y desear ser igual que mamá. En cambio este procedimiento es moneda corriente en el desarrollo de la nifia, el erigir comportamientos, valores, intereses o deseos masculinos como ideales del Yo. Pero no sólo en esta forma lo masculino interviene en la organización del Ideal del Yo femenino secundario, sino que la mujer también puede renunciar o simplemente concebir que en ·su destino no caben «metas masculinas», e invertir su narcisismo no en sí misma, sino en su objeto de amor. Para la nifia no existe evolución, sino colapso y derrumbe del ideal femenino primario; descubrimiento permanente y creciente de su inferioridad social, lo que impide una com~ pleta narcisización de sus metas femeninas; una imposibilidad de compatibilizar su deseo y la moral social imperante, lo que cercena su satisfacción pulsional y un ejercicio de los comportamientos del rol de la feminidad, que refuerzan su relación simbiótica a la madre disminuyendo sus posibilidades de movimiento en el mundo adulto y masculino.
LUGAR DEL HOMBRE EN EL IDEAL DEL YO FEMENINO SECUNDARIO
La nifia tiene por delante varios caminos posibles para restituir el narcisismo perdido de su género '*, los que constituyen a su vez múlti-
lc
* Maldavsky (1980) también sostiene que la desidealización de la madre como garandel ser impone que la niña realice ciertas transformaciones durante la latencia, <
ples variantes de investidura narcisista de objeto: 1) idealización del objeto sexual; 2) localización del Ideal del Yo en el objeto; 3) constitución de la masculinidad como Ideal del Yo, y, por último, 4) institución del el deseo masculino como Ideal del Yo.
1.
IDEALIZACIÓN DEL OBJETO SEXUAL
Instituye como meta suprema de su Ideal del Yo ser la mujer de un hombre. Buscará desesperadamente el amor, el novio, el marido, ser el núcleo de una jamilia. El carácter narcisista de la elección radicará en la extrema idealización del objeto, el cual se considerará valioso simplemente porque es poseído. Freud sostuvo que en el enamoramiento, la tendencia a la idealización del objeto, obnubila todo juicio crítico y el objeto pasa a ser sobreestimado, ignorándose o perdonándosele toda imperfección o defecto. Desde el punto de vista económico, el modelo freudiano puede concebirse como un sistema de vasos comunicantes. «El yo se hace cada vez menos exigente y más modesto, en cambio el objeto deviene más magnífico y precioso, hasta podría decirse que el objeto ha devorado al Yo.» Freud (1914) consideraba este proceso como habitual en el hombre, quien capaz de un amor objeta! pleno, empobrece su Yo en favor del objeto de amor. Si tuviéramos que recaer en generalizaciones impresionistas probremente documentadas, nos animaríamos a proponer a la mujer como un sujeto mejor provisto para el ejercicio de la idealización desmesurada de su objeto de amor, por múltiples razones: 1) por sufrir más frecuentemente de trastornos narcisistas que facilitan el empleo del mecanismo de la idealización; 2) por su condición de género dependiente del hombre en aspectos qUe no sólo atañ.en a la sexualidad y al narcisismo, sino incluso a la supervivencia, subordinación que no tolera la desmistificación; 3) por su déficit en el ejercicio de roles sociales, carencia que permite por desconocimiento la ubicación imaginaria del objeto sexual en una posición ideal; 4) por ser constituida como sujeto prevalentemente pasivo y consumidor de estereotipos sociales que alimentan su fantasía y favorecen la idealización. En realidad podríamos decir que este proceso de empobrecimiento del Yo en aras del engrandecimiento del objeto se halla favorecido en las cuales es la ubicación del padre como modelo del cual esperará un regalo, un don, que colocará al servicio de la desmentida de que ella carece de falo» (pág . 336).
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la mujer, porque la condición de empobrecimiento del Yo no es un estado transitorio -como el enamoramiento-, sino una condición estruci ural permanente. Y la prueba de esta afirmación la encontramos en el segundo caso de investidura narcisista del objeto de amor, cuando ésta pasa a ocupar el lugar del Ideal del Yo del sujeto. ¿Es habitual que la mujer ocupe para el hombre el carácter de líder, de conductora de las decisiones, de autoridad moral, de sede del conocimiento, o que el hombre enamorado y esclavo del deseo de la mujer, abrigue en su incons;iente el deseo ferviente de ser como ella? No hay una problemática del ser en la relación narcisista del hombre con la mujer. En cambio este punto es central en la organización del narcisismo femenino y del Ideal del Yo de la misma.
EL OBJETO EN EL LUGAR DEL IDEAL DEJ
YO
Localiza las metas de su Ideal del Yo en el hombre. Realizará una :lección narcisista de objeto, delegando en su objeto sexual la consecu1,; ión de los fines que supone vedados para sí misma por su condición de mujer. «El Ideal sexual puede entrar en una interesante relación auxiliar con el Ideal del Yo . Donde la satisfacción narcisista tropieza con obstáculos reales, el ideal sexual puede ser usado como satisfacción sustitutiva. Entonces se ama siguiendo el tipo de elección narcisista de objeto, lo que una vez fue y se ha perdido o lo que posee méritos que uno no ha tenido. En fórmula paralela a la anterior: se ama lo que le falta al yo para alcanzar el ideal.» (S . Freud, Introducción al Narcisismo. St. Ed. Vol. XIV, pág. 101. Subrayado nuestro).
Ampliando lo claramente expuesto por Freud pensamos que la mujer ubicará al objeto en las siguientes posiciones: 1) El hombre puede ocupar el lugar del niñ.o mimado y consentido (que se perdió o nunca se tuvo), y la mujer funcionar como objeto anaclítico que brinda cuidados y ternura. 2) El hombre puede ser una imago parental idealizada (madre-padre) que cuida de la mujer-niñ.a'. 3) El hombre puede ser obje10 del Self que narcisiza a la hija-mujer, otorgándole siempre estímulo y apoyo. 4) El objeto puede ser él mismo, un hombre que contiene en su personalidad rasgos de carácter o habilidades yoicas que la mujer unheló o ansía para sí, pero que «tropieza con obstáculos reales» para asumir por sí misma. En este último caso, el objeto es elegido por poseer las habilidades del Yo en el manejo de la realidad y la capacidad de su125
blimar, que la mujer no ha alcanzado en la evolución pero que ambiciona, y conside:ando que sólo pueden ser realizadas por el «otro natural», las delega en el hombre. No se trata de un «Ideal Penean0>> (Pérez, 1983), sino de un ideal masculino, es decir, de roles que culturalmente el hombre desempeña «con menor cantidad de 'obstáculos reales'» para su consecución, obteniendo así una mayor gratificación narcisista por su posesión y ejercicio. La mujer funcionaría con un resto de psicología grupal-primitiva o infantil (Fernández Moujan, 1974), ya que el objeto de amor se convierte en una imago parental idealizada (Kohut), y a él se le confía tanto la prueba de realidad como la promoción y conservación de la ilusión. Desde esta perspectiva se hace más comprensible la observación de Freud sobre el carácter más débil y flexible del Super Yo en la mujer. El mandamiento religioso, que vehiculiza todo un universo ideológico, estipula que «la mujer debe seguir al marido», éste es el máximo valor exigido; por tanto, de la mujer no se espera que tenga principios muy sólidos o estables (de cualquier naturaleza que sean, éticos, religiosos, estéticos, pueden ser motivos de desacuerdo con el hombre), sino que sea tolerante, se adapte, lo complazca. Es decir, que haga suyo los ideales del otro como si fueran propios. La delegación del Ideal del Yo en el hombre acarrea una serie de desventajas para el equilibrio narcisista de la mujer, que variarán de acuerdo a su tipo de personalidad. Si se trata de una personalidad infantil, esta depositación no entrará en lucha con su propio Yo, sino que la mujer-niña usufructuará de las ventajas de la dependencia y la falta de responsabilidad. Se hallará en mejor equilibrio con la feminidad clásica y tradicional y su sistema de ideales narcisistas se enfrentará con menor proporción de conflictos intrapsíquicos, interpersonales y sociales, ya que como «buena mujer» su meta será contribuir al cuidado y protección del hombre, para que éste «realice» su Ideal del Yo. En cambio la mujer con una personalidad más histérica o fálico-narcisista, con ambiciones propias, que aspire a un destino más glorioso, competirá por la puesta en acto de roles tradicionales del género que desempeña el hombre.
3.
LA MASCULINIDAD COMO IDEAL DEL
nor grado de integración de estos comportamientos de rol del género (lo que ha sido erróneamente considerado la bisexualidad de la mujer). La masculinidad perseguida atañe a modos de acción en la realidad, actividades, intereses, roles y derechos, no al deseo sexual que se conserva heterosexual, aunque la esfera de la sexualidad pueda verse afectada por la rivalidad con el hombre. Dentro de este sector quedarían ubicadas la mayoría de las mujeres de nuestra época, con roles del género en franco cambio de generación en generación, así como las llamadas personalidades histéricas. O mujeres, cuyas madres ya han avizorado un Ideal del Yo posconvencional y han estimulado un tip0- de crianza o de socializa-· ción no tradicionalmente femenino, o que pertenecen a microculturas en las cuales el feminismo ya se ha incorporado a las creencias populares o, que por fuerte ambición narcisista han desarrollado individualmente un Ideal del Yo posconvencional.
4.
EL DESEO MASCULINO COMO IDEAL DEL
Yo
Instituye como Ideal del Yo el comportamiento sexual del hombre hacia la mujer, homosexualizando el deseo.
YO
Incorpora como metas propias de su Ideal del Yo rasgos que convencionalmente se consideran masculinos; por tanto, la estructura intrapsíquica tendrá un doble carácter, femenino y masculino, con mayor o me126
127
CAPITULO VII
SUPERYO FEMENINO Y MORAL SEXUAL
En el capítulo anterior hemos visto cómo la niña arriba a la organización de una feminidad secundaria que se define netamente como efecto del discurso cultural. La estructura del Ideal del Yo femenino secundario bascula ineluctablemente sobre alguna referencia fálica. Nos centraremos a continuación en el estudio del Superyo femenino, en los estadios intermedios y formas finales de organización de esta estructura psíquica que, por definición, es aquella que se supone más sujeta al poder de la ley. Freud afirmó que el Superyo de la mujer sólo alcanzaba un «escaso sentido de justicia», por la acción del sentimiento no elaborado de envidia al pene que gobertjaba su psiquismo. Significativamente, sobre su complejo de masculinidad recaería la responsabilidad del fracaso en la conquista de uno de los baluartes del hombre, el desarrollo de la ética. Es curioso constatar que salvo estas escasas referencias de Freud, todos los estudios sobre el Superyo que le sucedieron no han tomado en cuenta la variable género; Melanie Klein formuló su tesis del Superyo precoz, profundizó su evolución en los sucesivos períodos de la vida y sus peculiaridades en los distintos cuadros psicopatológicos, pero, en todos los casos, tanto para el hombre como para la mujer, concibió una estructura unitaria del mismo. ¿Esta equiparación implícita responde a la completa evidencia de que se trata de una misma clase de organización, o a un silencio sobre una problemática que se ha ignorado? Si nos remitimos a los orígenes, tanto el varón como la nena son marcados por igual por la ley del padre, pero esta ley ¿se limita sólo a impedir la relación dual y a establecer la interdicción del incesto o incluye una estricta normativa diferencial para la nena y el varón a partir de la latencia? En otras palabras el significante paterno prohíbe por igual a varones y nenas en relación a la madre, pero la interdicción que inaugura y de la que es portador ¿legisla en forma igualitaria al púber, al adolescente y al adulto de ambos sexos en lo que atañe a su vida sexual? 129
Si el hombre es producto del malentendido que lo constituye como ser-parlante (Lacan, 1972-1973), si se reconoce su sujeción al lenguaje como un orden que lo precede e instituye ¿cómo entender, entonces, el status y la acción de las leyes morales diferenciales incrustadas en el lenguaje, sobre la formación de las estructuras psíquicas del hombre y la mujer? ¿O debemos precisar que el déficit ético o sublimatorio que caracterizaría a la mujer debe entenderse exclusivamente como un fracaso en su identificación al padre? Por otra parte, ¿cómo explicar, en un sujeto supuestamente de menor envergadura moral, el vigor y el éxito de la represión del deseo sexual, la frecuencia de los sentimientos de culpa y la tendencia al masoquismo que caracterizan al Superyo de la mujer? Las afirmaciones de Freud sobre la inmadurez moral de la mujer tenían sólo un carácter impresionista, pero lo que no deja de ser sorprendente de constatar es que aún a través de cuidadosos estudios empíricos se arribe a las mismas falsas conclusiones (Kohlberg). Sólo un esfuerzo teórico (Gilligan), guiado por la sospecha de la presencia de un prejuicio ideológico en la evaluación de los datos, ha permitido precisar tanto las razones que han inducido a sostener una dirección equivocada en la apreciación del juicio moral en la mujer, como también poner al descubierto los vicios metodológicos que han conducido a tales afirmaciones erróneas . Nuestro planteamiento se centrará en la necesidad de incorporar al estudio del Superyo femenino las formas de acción y los modos específi~ cos, en que la ley imperante en la cultura sobre el ejercicio desigual de la sexualidad en ambos géneros, ejerce sus efectos. Y, además, puntualizar cómo esta ley, debidamente incorporada al inconsciente materno y paterno, determina una socialización diferente para niñ.os y varones a partir de la latencia, dando como resultado que al llegar a la pubertad y a la adolescencia, niñ.as y varones han constituido escalas de valores morales y éticos que difieren en sus objetivos. A su vez, veremos cómo esta diferencia será evaluada, mediante procedimientos que se rigen por principios elaborados básicamente sobre muestras masculinas, como una desigualdad. Para el tratamiento de este punto tomaremos en consideración los estudios de Kohlberg (1969-1976) sobre el desarrollo del juicio moral. Kohlberg sostiene una perspectiva a la vez cognitiva y social en el enfoque de su teoría, entendiendo el juicio moral como un producto tanto del desarrollo lógico como del nivel alcanzado por el sujeto en la percepción social de sus semejantes. Describe seis estadios, que agrupa en tres 130
niveles principales: el nivel preconvencional (estadios I y II), el nivel convencional (estadios III-IV) y el nivel posconvencional (estadios VVI). Estas descripciones están basadas en el estudio empírico de ochenta y cuatro varones seguidos por Kohlberg durante veinte años. El nivel preconvencional es el nivel de la mayoría de los niñ.os menores de nueve años, algunos adolesi::entes y muchos delincuentes adolescentes y adultos . En el nivel convencional se ubicarían gran parte de los adolescentes y adultos de nuestra sociedad y de otras sociedades. El nivel posconvencional sólo es alcanzado por una minoría de adultos, y, por lo general, sólo se llega a él después de los veinte años. El término convencional implica someterse a las reglas y expectativas de la sociedad o de la autoridad, y defenderlas precisamente porque son convalidadas socialmente. El individuo que está a nivel preconvencional no comprende realmente todavía las reglas sociales, ni las defiende. Algunos de los que están en el nivel posconvencional las comprenden y aceptan básicamente, pero su aceptación se basa en la comprensión y acuerdo con principios morales de carácter más general, subyacentes a las mismas. Estos principios entran en algunas ocasiones en conflicto con las reglas, en cuyo caso el sujeto posconvencional juzga por el principio más que por la convención. Una forma de comprender los tres niveles es concebirlos como tres tipos diferentes de relación entre el Yo y las reglas y expectativas de la sociedad. Desde este punto de vista, el nivel I es el de una persona preconvencional, para la cual las reglas y expectativas sociales son algo externo al Yo; en el nivel JI o convencional, el Yo se identifica con las reglas y expectativas de los otros, especialmente de las autoridades, y las interioriza; en el nivel JJI o posconvencional, el sujeto diferencia su Yo de las reglas y expectativas de los otros y define sus valores en función de los principios que su Yo escoge. La articulación de la perspectiva social y del juicio moral nos remite a un concepto aún más básico, que es la perspectiva sociomoral, que se refiere al punto de vista que adopta un sujeto al definir los hechos sociales y los valores o deberes sociomorales. Por ejemplo, un sujeto que se halla ubicado en un nivel convencional al emitir un juicio moral se basa en las siguientes razones: 1) preocupación por la aprobación social; 2) lealtad a personas, grupos y autoridades, y 3) el bienestar de los otros y de la sociedad. Lo que define y unifica a las características del nivel convencional es su perspectiva social, es decir, el punto común de los participantes en una relación o grupo. El individuo convencional subordina las necesidades del individuo al punto de vista y las necesidades del grupo. Kohlberg ejemplifica su tesis con el caso de Joe, quien a los diecisiete 131
años responde a la pregunta «por qué no se debe robar en los almacenes» de la siguiente manera: «Es una cuestión de ley. Una de nuestras reglas es tratar de proteger a todo el mundo, de proteger la propiedad. Si no tuviéramos estas leyes, la gente no haría, no tendría que trabajar para vivir y toda nuestra sociedad se vendría abajo.» En cambio, a los seis años: «No está bien robar en unos almacenes. Va contra la ley. Alguien puede verte y llamar a la policía.» A los veinticuatro añ.os Joe adopta el punto de vista moral posconvencional como respuesta al dilema de Heinz (un hombre llamado Heinz considera si debe robar o no una medicina para salvar a su mujer de la muerte). «El deber del marido es salvar a su mujer. El hecho de que su vida está en peligro está por encima de cualquier otro criterio que se pueda utilizar para juzgar su acción. La vida es más importante que la propiedad.» ¿Y si fuera un amigo y no su mujer? «No dudo que fuera diferente, desde el punto de vista moral sigue siendo un ser humano en peligro.» ¿Y si fuera extranjero? «También.» ¿Cuál es el punto de vista moral? «Creo que todo individuo tiene derecho a la vida y si hay una forma de salvar a un individuo debe ser salvado.» ¿Deberá el juez castigar al marido? «Normalmente lamoral y las leyes coinciden, aquí están en conflicto. El juez debería tener más en cuenta el punto de vista moral, pero preservar la ley imponiendo a Heinz un castigo ligero.» Aplicando la escala de Kohlberg, Simpson (1974), Edwards (1975) y Holstein (1976) en estudios empíricos observaron que la mayoría de las mujeres no sobrepasaban el estadio 111, en el cual la moral esconcebida en términos interpersonales, y la bondad es equivalente a ayudar y ser complaciente con otros. Esta concepción de la bondad es considerada por Kohlberg y Kramer (1969) como funcional para la mujer, ya que su vida transcurre en el hogar, y sostienen que sólo si la mujer entrara a jugar en la arena de las actividades tradicionalmente masculinas reconocería la inadecuación de su perspectiva moral y progresaría como el hombre, al considerar que las relaciones humanas están subordinadas a reglas (estadio IV), y las reglas, a principios universales de justicia (estadios V y VI). Las observaciones sobre el carácter diferencial de las experiencias sociales en la infancia media (Piaget, 1932; Maccoby, 1974; Lever, 1978, y Chodorow, 1978) conducen a pensar que los varones y las niñ.as alcanzan la pubertad provistos de distintas herramientas, con una diferente orientación interpersonal y un diferente rango de experiencias sociales. ~ Los estudios sobre la mujer que se centran en conceptos derivados de 132
las condiciones específicas de su desarrollo proponen una concepción moral para las mismas que difiere de las de Freud, Piaget o Kohlberg. Para la mujer (Gilligan, 1982), la moral se definiría como un conflicto de responsabilidades, más que como un conflicto de derechos, que requiere para su resolución un pensamiento de tipo contextual y descriptivo, más que formal y abstracto. Esta concepción de la moralidad que hace su centro en el cuidado, focaliza su desarrollo en la toma de responsabilidades y en las relaciones humanas, así como la concepción de la moralidad basada en la justicia la vincula a la comprensión de los derechos y las reglas. La moralidad de los derechos difiere de la moralidad de la responsabilidad en el énfasis puesto en la separación más que en. los vínculos, y en la consideración de lo individual en lugar de las relaciones humanas. Como ilustración de la importancia que tiene el factor genérico en la divergencia de orientación del juicio moral, transcribiremos las respuestas dadas por dos niñ.os de once años -una niñ.a y un varón- al dilema de Heinz. La muestra fue seleccionada para el estudio de las variables género y edad, manteniendo constante factores ya estudiados, como clase social, nivel de educación y de inteligencia *. Amy y Jake, los niños elegidos, cursaban el mismo sexto grado y participaban en las mismas actividades escolares y extraescolares. Eran alumnos sobresalientes y, al menos en las aspiraciones que tenían a los once añ.os, no podían ser clasificados como asumiendo roles del género estereotipados. Amy quería ser científica, y Jake prefería el inglés a las matemáticas. A ambos niños se los enfrentó con el dilema de Heinz. Jake desde el principio tuvo claro que Heinz debía robar la medicina; partiendo del dilema entre el principio de propiedad y el principio de vida, él distingue la prioridad de la vida y utiliza la lógica para justificar su elección. «Por una cosa la vida es más importante que el dinero, y si el boticario sólo ganara 1000 dólares, él sigue viviendo, pero si Heinz no roba la droga su mujer se muere.» ¿Por qué la vida es más importante que el dinero? «Porque el farmacéutico puede conseguir 1000 dólares después, de gente rica con cáncer, pero Heinz no puede conseguir a su mujer otra vez.» ¿Por qué no? «Porque la gente es toda diferente.» ¿Y si Heins no quiere a su mujer? «No hay diferencia, no es una cues-
• Ejemplo citado por Gilligan ( 1982) de las experiencias efectuadas por Kohlberg (1958). The Development of Modes of Thinking and Choices in Years JO to 16. Ph. D. Diss. University of Chicago.
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tión entre odiar y amar e incluso si Heinz fuese apresado, el juez probablemente pensaría que él tenía derecho a hacerlo.» ¿Pero Heinz habría violado la ley? «Las leye~ a veces cometen errores.»
O sea, que Jake tiene en cuenta las leyes y reconoce sus funciones en el mantenimiento del orden social, también toma en consideración que las leyes son productos del hombre y, como tal, sujetas a error y cambio. Fascinado por el poder lógico de las matemáticas, este muchachito considera que es la única disciplina totalmente lógica y la aplica al dilema en juego que «es una suerte de problema matemático con humanos». Aunque al mismo tiempo conoce los límites de la lógica, pues cuando se le pregunta si hay siempre una respuesta correcta a los problemas morales, Jack responde «hay errores y aciertos en los juicios», e ilustra cómo una acción llevada a cabo con la mejor de las intenciones puede conducir al peor de los desastres: «Si usted le da el asiento a una anciana en el autobús, y luego choca y el asiento es arrojado por la ventana, será por esta razón que la anciana muera.» Desde el punto de vista cognitivo la preadolescencia se caracteriza por la articulación de un pensamiento operacional en surgimiento, aunque la descripción todavía se funde en los parámetros de un mundo infantil -su edad, su ciudad, la ocupación de sus padres, sus creencias, sus gustos-, es decir, un campo de observación aún egocéntrico. Sin embargo, la creciente capacidad para el pensamiento formal, para el metapensamiento y el razonamiento lógico, liberan al niñ.o de su dependencia de la autoridad y le permiten hallar las soluciones a sus problemas. Aplicando la escala de Kohlberg, el razonamiento de Jake -anclado aún en su nivel convencional- es una mezcla de los estadios III y IV, pero su habilidad para deducir lógicamente, diferenciar moral de ley y considerar que las leyes pueden estar sujetas a errores, y apuntar a un principio de justicia propio, acercan a Jake al tope del desarrollo moral. En contraste, Amy responde de una forma muy diferente, dando la impresión de fallar en su razonamiento lógico y en no tener la capacidad de pensar por sí misma. Interrogada si Heinz debería robar el medicamento, ella responde en forma evasiva e insegura: «Bueno, yo no pienso eso. Pienso que debe haber otras formas o maneras además de robar, por ejemplo, pedir el dinero prestado o un préstamo a un bancó, o algo, pero no tendría que robar, pero su esposa tampoco tendría que morir. .. » ¿Por qué no debería robar? «Si el roba el medicamento, él podría salvar a su esposa, pero si lo hace, él 134
podría ir preso , y entonces su esposa se enfermaría de nuevo, y no podría conseguir más medicamentos y esto no marcharía. De manera que ellos deberían hablarlo y discutirlo y encontrar otra manera de hallar el dinero.»
Ella no tiene en cuenta ni la ley ni la propiedad, sino los efectos que sobre la relación tendría el robo. Amy encara el dilema no como un problema lógico o matemático, sino desde una perspectiva interpersonal - la necesidad de la esposa por su marido y la preocupación del marido por su mujer-, y busca responder a los intereses del farmacéutico de una manera que trata de mantener la unión, en lugar de producir un conflicto insoluble. Así como ella vincula la sobrevivencia de la esposa con la preservación de la relación, ubica el valor de la vida humana en un contexto de relaciones, considerando que sería negativo dejarla morir, porque «si ella muere, lastima a muchos, y esto también la hace sufrir a ella». Estima que el núcleo del dilema no surge del derecho del farmacéutico, sino del fracaso de éste en tener en cuenta el problema de la mujer. Las respuestas siguientes dadas por Amy repiten la misma argumentación ante los sucesivos interrogantes que se suceden en la construcción que Kohlberg hace del dilema de Heinz, si Heinz ama o no a su mujer, si es una extranjera, etc.; pero sus respuestas van siendo cada vez menos explícitas y Amy va perdiendo confianza en sí misma. Finalmente afirma: «Bueno, porque no está bien, no sabrá cómo dárselo a su esposa y ella moriría igual.» Amy compone el rompecabezas según otras leyes, un mundo no tanto de reglas y principios, sino de relaciones humanas, y el dilema descansa, para ella, en el fracaso del farmacéutico -en tanto ser humano- en responder a las necesidades de la esposa: «El debería darle los medicamentos para la esposa y permitirle al marido que le pague después.» Ella considera que la solución del dilema radicaría en resaltar el pedido de ayuda al farmacéutico y, en caso de que éste no accediese, en apelar a otros que estén en posición de ayudar. Así como Jake confía en que el juez acordaría que robar era lo que Heinz debía hacer, Amy está segura que si Heinz y el farmacéutico hubieran podido hablar lo suficiente, habrían llegado a un acuerdo sin tener que robar. Ella también tiene en cuenta que la ley se equivoca, pero además estima que existe un error en el seno mismo del drama y cree que «el mundo debería compartir más las cosas, y de esa manera la gente no se vería forzada a roban>. Ambos reconocen la necesidad de un acuerdo, pero mediado de diferente manera: él, de forma impersonal a través de términos lógi135
cos y por la fuerza de la ley; ella, a través de la comunicación humana. Así como Jake confía e_!l una convención para solucionar el dilema -asumiendo que esra convención es compartida-, Amy se basa en la comunicación, sosteniendo que las voces serían oídas. Lo que Gilligan descubre es que mientras las afirmaciones de Jake se confirman por la coherencia lógica entre preguntas y respuestas, las de Amy no se sostienen por el fracaso en la comunicación demostrada por el entrevistador al no entender sus respuestas. Desde la escala de Kohlberg, Amy queda ubicada por debajo de Jake, en un cabalgamiento entre los estadios 11y111: 1) sentimiento de impotencia en el mundo; 2) inhabilidad para pensar sistemáticamente acerca de los conceptos de moral y ley; 3) rechazo a examinar la lógica de los conceptos sobre verdad moral recibidos, y a desafiar la autoridad; 4) fracaso en considerar el acto de salvar una vida sin efectos. Por otra parte, su tendencia a apo-. yarse en las relaciones interpersonales parece revelar dependencia y vulnerabilidad, y su creencia en la comunicación como medio de resolver problemas se presenta como ingenua y cognitivamente inmadura. Esto contrasta con la personalidad de Amy y con su autopercepción, segura de sí misma en sus convicciones y creencias, convencid~ de poder realizar algo valioso en la vida. Describiéndose a sí misma como en «crecimiento y cambio, porque ahora sé realmente mejor cómo soy y veo el mundo diferente». Gilligan se interroga si esta visión del mundo que Amy despliega lejos de ser inferior, no es no sólo diferente, sino expresión de una profunda ética humanfstica. Su mundo es un mundo de relaciones y verdades psicológicas, donde el descubrimiento del vinculo entre las personas impone la responsabilidad por el otro, la perentoriedad de la necesidad de una respuesta. Desde esta perspectiva, su comprensión de la moral surgiendo del reconocimiento de la relación de objeto, su creencia en la comunicación como modo de resolución de conflictos y su convicción de que la solución al dilema surgirá de lo apremiante del mismo, parecen hallarse lejos de una cognición primitiva e inmadura. Los juicios de Amy contienen los principios centrales de una ética del cuidado, as{ como los de Jake reflejan la lógica de la justicia. Su incipiente con- , ciencia de un método no violento de resolución de conflictos y su creencia en el poder reparador del cuidado, la conducen a ver a los actores del dilema no como oponentes en un concurso de derechos, sino como miembros de una red de relaciones de cuya continuación dependen todos . Consecuentemente, la solución al conflicto descansa en activar el 136
sistema de comunicación, asegurando la salvación de la esposa a través del fortalecimiento del diálogo más que en el corte de las conexiones. Pero lo que Gilligan resalta es que el entrevistador no entiende las respuestas de Amy, mejor dicho, no se da cuenta de que Amy no responde a si Heinz debe robar el medicamento, es decir, si debe actuar o no en esa situación, sino cómo debe actuar Heinz al darse cue,nta de la urgencia. Amy responde a si Heinz no podría arbitrar otra alternativa que robar el medicamento. Entonces lo que parece una evasión del problema desde una perspectiva, significa en otros términos el reconocimiento del problema y la búsqueda de una mejor solución. Ante el mismo dilema, Jake y Amy ven dos problemas morales distintos: él, un conflicto entre la vida y la propiedad, que debe resolverse por deducción lógica; ella, una fractura de la relación humana, que debe ser reparada de alguna manera. El problema teórico adicional no sólo consiste en no haber comprendido que se trataba de lógicas diferentes, sino además, haber considerado los argumentos de Amy como de un estadio inferior. Kohlberg tiene respuestas para el interrogante ¿qué ve él que ella no ve?, ya que ubica a Jake en un estadio superior de la escala, pero no sólo carece de hipótesis para la pregunta inversa ¿qué ve ella que él deja de lado?, sino que no se le ocurre planteársela. De hecho, Jake revela una comprensión sofi sticada de una lógica de la justificación, de la misma manera que Amy es equivalentemente sofisticada en su comprensión de la naturaleza de la elección. Dice Amy: «Si dos caminos conducen a lugares muy distantes y uno elige uno, nunca se sabrá qué habría sucedido si hubiera elegido el otro», y agrega, «la chance que ha elegido es realmente una conjetura» y lo ilustra concretamente ante la elección de campamento para el verano: «Y o nunca sabré qué habría pasado si me hubiera quedado; y si el campamento no resultara bien, tampoco sé, si me hubiera quedado, si hubiese sido mejor. No hay solución, porque es imposible estar en dos situaciones al mismo tiempo, pero hay que decidirse, y uno nunca sabe.» La organización diferencial de las estructuras de la psique en los distintos géneros, basada a su vez en el carácter diferencial de las relaciones de objeto y de las experiencias sociales en la infancia, que conduce a que el varón y la niña llegados a la adolescencia consideren y evalúen la realidad, la condición humana y los valores también en forma diferencial, ha sido hasta el momento escasamente reconocida en el ámbito científi137
co. Este déficit de comprensión se ha rellenado con una ideología subyacente, el imperio de lo masculino como referencia absoluta y parámetro indiscutido de toda normativa. Esta es la razón por la cual nos parece imprescindible estudiar y evaluar los efectos psíquicos que tiene sobre la organización de las estructuras mentales de la mujer, el hecho de que tanto el mundo lego como el científico se hallen gobernados por la errónea creencia sobre la condición inferior del género femenino . Lo que Gilligan destaca es que Amy, aun poseyendo una sólida ética del cuidado y la responsabilidad, y una muy avanzada lógica de la elección, será clasificada como alcanzando un menor nivel que Jake, ignorándose no sólo el error teórico que encierra tal evaluación, sino también los efectos devaluadores sobre el concepto de género femenino que aflorarán en la mente de Amy, de Jake. del entrevistador y de todo aquel que tenga acceso a los resultados.
bordinación social , sino en el substrato último de su preocupación moral. La sensibilidad hacia las necesidades de los otros y la asunción de la responsabilidad por su cuidado, conduce a la mujer a escuchar las uoces de los demás y a tener en cuenta el juicio ajeno, antes que el propio. Esta aparente debilidad, difusión y confusión de juicios es a su vez inseparable de su fuerza moral. La mujer no sólo se define en un contexto interpersonal, sino que también se jt1zga en términos de su habilidad para el cuidado. El lugar de la mujer en el mundo masculino es el de nutriente, ayudante, compañera, la hilandera de la red de relaciones sobre la que ella se apoya . Pero mientras ·Ja mujer se ocupa del cuidado del hombre, los hombres - en las teorías psicológicas y en los arreglos económicos- tienden a no valorizar dicho cuidado . Cuando se norma1iviza sobre salud mental, se hace en términos de autonomía, individuación, acceso al deseo, mientras que la preocupación por el cuidado o la dependencia al objeto se considera inmadurez o debilidad (Miller, 1976) .
LA FEMINIDAD O LA VIGENCIA DE UNA CONVENCION
l:.xiste una notoria discrepancia entre adultez y feminidad, y esto se evidencia con IT\arcado rigor en estudios sobre estereotipos del rol sexual. Broverman y col. ( 1972), estudiando las cualidades necesarias para la adultez: capacidad de pensamiento autónomo, toma de decisiones claras y acción responsable, las consideran no sólo atributos masculinos , sino cualidades indeseables de-la feminidad. Por tanto, la adolescente debidamente convencional -aquella que se identifica con las reglas y expectativas de los otros, especialmente de las autoridades, y las interioriza- mantendrá su identidad «en suspenso», en estado latente, preparándose para atraer al hombre por el cual se nombrará, por cuyo status se definirá, cuyos valores adoptará, el hombre que la rescatará del vacío y la soledad rellenando el «espacio interno». Mientras que en el hombre la identidad precede a la intimidad y al compromiso en una relación de objeto, en la mujer estos procesos se hallan fusionados. La intim idad va junto con la identidad, y la mujer llegará a saber sobre sí en la medida en que se relaciona con su hombre.
¿Cómo hará entonces la adolescente para no envidiar a los hombres, a las condiciones de desarrollo de los varones, a los roles masculinos que se destacan por su grado de eficacia y competencia? ¿Cómo se las arreglan las adolescentes de nuestra cultura en transición, para compatibilizar las metas femeninas de apego, dependencia y conciliación con los ideales de funcionamiento masculino, separación-individuación y autonomía que se les presentan como más exitosos, pero ajenos? Horner ( 1972) observa que las mujeres presentan un tipo de ansiedad propia, que no es ni la expectativa ansiosa ante el éxito ni el temor al fracaso, sino el miedo al éxito. Las mujeres tienen problemas con la competitividad, que parecen emanar de la oposición entre feminidad y éxito, pues la anticipación del éxito en actividades de competencia de logros, especialmente con hombres, conlleva la convicción de consecuencias negativas : amenazas de rechazo social, conflictos afectivos, pérdida del objeto de amor y de la feminidad . La mujer pareciera no sentirse con derecho a tener éxito, a diferencia del hombre, que al haber edificado su identidad, sin medirse con nadie más que él mismo (en el sentido genérico), asume el derecho a sentirse bien con su éxito en cualquier área, ya que éste no pone en peligro su masculinidad. La diferente situación para la mujer no sólo tiene sus raíces en la su138
Ejemplificando con los cuentos de la Bella Durmiente y Blanca Nie·· ves , Bettelheim (1976) observa la reconcentración en el interior y el estado latente de la adolescente hasta que llega el príncipe que definirá su ser. Esta línea de desarrollo, en que la identidad precede a la intimidad, y el crecimiento humano implica separación e individuación, es la directriz en la definición del ciclo humano; todo lo que signifique apego y dependencia será entonces retraso y desviación: o sea, la feminidad. 139
Junto a este sistema dual de requerimientos y expectativas para el desempefio social, la adolescente también descubrirá -y deberá ubicarse en alguna de las categorías descritas pre, post o sencillamente convencional- que en el orden cultural donde ella se inscribe, existe una moral sexual también dual , diferente para cada sexo. Para los muchachos, la ley del deseo, de su legitimación, de las ventajas tanto de su puesta en acto, como de las múltiples y numerosas experiencias, de la libre expresión y comunicación sobre la sexualidad. Cuanto más «corrido», mejor hombre será. En cambio las niñ.as-mujeres serán introducidas en la «moral del respeto», que se constituye en una de las reglas de oro de la feminidad . Vamos a examinar detenidamente esta peculiar normativización de la mujer por la paradoja que encierra. Apenas la niñ.a alcanza la pubertad, o antes, descubre que en tanto género las mujeres son agrupadas, clasificadas, consideradas no sólo en forma desigual en relación a los hombres, sino en relación a su propio género . Están las mujeres respetables, respetadas y/ o que se hacen respetar y las otras, las mujeres «fáciles», «ligeras», de rango inferior, lo que en un período anterior era sólo un significante ofensivo, ahora se abrocha al significado. Esta línea de clivaje se traza sobre la legitimación social del ejercicio de la sexualidad, ley aplicada sólo al deseo femenino . El niñ.o/a es introducido en un mundo social primario y elemental que le permite la organización de su deseo gracias a la instauración en la cultura de una prohibición, la prohibición del incesto. La nifia se introducirá en el mundo de los adultos l;ll ser marcada por la ley que prohíbe el libre ejercicio de su deseo, la moral sexual que la definirá ante sí misma, ante las demás mujeres y hombres como un determinado tipo de mujer. Pero la importancia de este hecho no sólo radi~a en que la adolescente, a diferencia del varón, tendrá que vigilar su deseo , tendrá que desarrollar controles para sus impulsos -generalmente basados o en el terror persecutorio frente a las consecuencias que le acarrearía el satisfacerlo, o en férreos principios morales-, sino que tendrá que hacer frente al desbalance narcisista que el dilema de la feminidad le acarrea. Para ser mujer debe acceder a la sexualidad, pero para ser una mujer respetable debe reprimir su deseo. La moral se opone a la pulsión. Para ser mujer y valorizarse como tal debe tener experiencias sexuales, no puede ser una «gafa», una «tonta», una «no avivada», es decir, debe ser «sexy», seductora, manipular los resortes del hacerse desear, lo que la convierte en una narcisista que prefiere que la amen a amar. Pero este narcisismo, 140
el del desear el deseo y no su satisfacción, la mantiene a distancia de la , acción concreta, de la vivencia, del goce, del aprendizaje y la madurez sexual, y, por tanto, en el fondo no se narcisiza porque sabe de su déficit en tanto mujer-niñ.a, o sea, virgen. La virginidad constituye la expresión más p ura de la estructura profundamente contradictoria del rol sexual exigido y esperado en la mujer. Si la conserva, mantiene el honor de su género, lo que eleva su narcisismo, pero permanece en un nivel de erotismo infanti/ que la hace sentirse incompleta; si por el contrario accede al deseo y su sexualidad se cultiva, creciendo como hembra, cae presa del tormento de perder al hombre y pasar a la categoría de mujer deshonrada o de verse compulsada a formalizar una unión precoz para evitar este riesgo, todo lo cual se halla lejos de narcisizarla. ¿A quién confía sus dudas, temores, sufrimientos? Generalmente no encuentra a la madre receptiva y disponible para facilitar la iniciación de su sexualidad, pues la madre no puede abrir una temática, una comunicación que comprometería su rol de educadora. Si la madre estimula la sexualidad de su hija mujer, ¿cómo enfrenta ella misma el dilema de la virginidad, paradigma del honor de su género? Razón por la cual evita el tema, la confrontación y el compafierismo en esta etapa. La nifia se dirige entonces hacia sus pares, pero corriendo el riesgo de no ser cabalmente comprendida, y que la amiga, arrastrada también por los dilemas puberales y adolescentes, la condene con el calificativo de «puta», fantasma siempre cercano para cualquier muchacha que tiene como empresa principal en su vida «cuidar su reputación». Por tanto, la joven esconderá su curiosidad, reprimirá su deseo, inhibirá la fantl\Sía y esperará al hombre con quien en la intimidad del amor podrá comenzar a investigar ¿qué es una mujer?
CONCLUSIONES
La especifidad de los conflictos que marcan los estadios intermedios y las formas finales de organización de las estructuras psíquicas del
Ideal del Yo secundario y del Superyo en el género femenino determinan un tipo de integración diferente a la del hombre. 1. La permanencia de lazos de relación primaria con la madre durante toda la vida dificulta la despersonalización de los modelos del Ideal del Yo y de los valores éticos y morales del Superyo, manteniéndo141
se referidos centralmente a aquellos sustentados por el objeto de la dependencia. 2. La feminidad, en tanto convención vigente (es decir, tal cual es predominantemente entendida en nuestra cultura), se opone a la evolución, al cambio, a la autonomía, al éxito, ideales que por otra parte son los que reciben la máxima valoración en el sistema del cual tal convención surge. 3. La feminidad, en tanto convención vigente, se opone a la sexualidad, ya que el rol de sujeto de deseo en la mujer es fuertemente combatido por los valores morales del sistema.
PARTE SEGUNDA
4. La feminidad, en tanto convención vigente, se opone al narcisismo, ya que los lugares que la definen no contribuyen a su neta valorización.
LAS HISTERIAS
Estas razones fuerzan a un clivaje obligatorio de las estructuras psíquicas de la mujer, cuyas líneas de fractura son guiadas por una de sus leyes básicas, el mantenimiento del balance narcisista, mantenimiento que implica en todos los casos alguna forma de inclusión del hombre para su estabilización final. La feminidad más ortodoxa se alcanzará escindiendo el Ideal del Yo, en uno «femenino», de apego y dependencia al hombre, quien sustituirá la imago parental idealizada, y uno «masculino», de ambiciones y valores cuya realización delegará en el hombre elegido o eventualmente en sus hijos. Formas menos tradicionales de feminidad -pero día a día más numerosas por el cambio en los roles de la mujer de generación en generación- son aquellas en que la escisión entre metas femeninas y masculinas del Ideal del Yo y del Superyo co· existen en el seno mismo de las estructuras psíquicas de la mujer sin de· legación en el hombre (Benedeck, 1959).
«La representación de la sexualidad femeni· na condiciona, reprimida o no, su puesta en obra y sus emergencias desplazadas (donde la doctrina del terapeuta puede resultar parte condicionada), fijan la suerte de las tendencias, por muy desbastadas naturalmente que se las suponga.» LACAN:
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Sobre la sexualidad femenina
CAPITULO VIII
EL ENIGMA SEMIOLOGICO, NOSOLOGICO Y EXPLICATIVO
Frente a la histeria la dispersión de las opiniones es máxima: ¿oral o fálico? ¿Carácter «instintivo», propio de mujeres impulsivas, buscadoras de placer, exhibicionistas o, por el contrario, cárcel donde impera la represión y la defensa contra la expresión de la pulsión? ¿Personalidad infantil, superficial, inestable, sugestionable, inmadura o última etapa del desarrollo psicosexual con sólido proceso secundario, múltiples posibilidades de relaciones de objeto y estructura del Yo intacta? ¿Dependiente, complaciente del deseo del otro, siempre lista a quedar cautiva del discurso del amo, o competitiva, agresiva, experta en no satisfacer el deseo, es decir, castradora? ¿Conversión como mecanismo que marca su especificidad o sólo un síntoma que es común a cualquier estructura? La histeria surge así, dando lugar a efectos paradójicos sobre los estudiosos, a adjetivaciones peyorativas como «amorfa» (Kris, 1973), «controvertible receptáculo universal de todo tipo de rasgos» (Namnum, 1973) o a obras como la monografía de Krohn (1978), monumental esfuerzo de cercar lo que el propio autor llama <
formaciones junto con el devenir histórico, pues siempre está alerta a la moda, al juicio vigente, a las convenciones imperantes. Exquisitamente sensible a la aprobación de las mayorías, abandona el lecho de enferma --la sociedad actual no tiene tiempo para cuidar enfermos-, el beneficio secundario no rinde sus frutos. Por tanto, escasean cada vez más las histerias sintomáticas de los primeros escritos de Freud y abundan los trastornos de la personalidad. Es opinión de muchos (Namnum; Beres y Green, 1974) que el mecanismo de conversión tiende a desaparecer. Pero este deslizamiento de la neurosis al carácter no alcanza a despejar la confusión. Pues no sólo se caracteropatiza, sino que tampoco se presenta «pura», está acompafiada de manifestaciones compulsivas, obsesivas, fóbicas, paranoides, infantiles, narcisistas. ¿Qué es lo que se destaca entonces como específicamente histérico? Justamente en este punto de pasaje de la neurosis al carácter es donde la histeria parece desvanecerse, difuminarse y es cada vez más difícil definirla. Cuando se trataba de la gran histeria de la época de Charcot el diagnóstico semiológico y nosológico no ofrecía problemas. Este desdibujamiento se acrecienta aún más cuando la histérica se transforma en fóbica, pues la distinción entre histeria de angustia e histeria de conversión planteada por Freud quedaría anulada, al destacarse la fobia sexual como la forma típica de la histeria actual. Se sostiene que «cuando parece haberse alcanzado formalmente la madurez sexual mediante el matrimonio, vemos aparecer la evitación de la sexualidad genital bajo los diferentes disfraces del "conflicto matrimonial", que en realidad suelen ser mecanismos fóbicos» (Namnum, 1974). El planteamiento kleiniano desgenitaliza la histeria al sostener el carácter oral de los conflictos subyacentes. Las angustias paranoides y depresivas en relación a la madre pasan a considerarse como el factor central, y el cuadro, a ser una organización defensiva superficial de un trastorno más profundo de naturaleza psicótica. Pero lo que llama la atención en relación a esta última tesis es que la introducción del concepto de regresión severa, o al menos de posible descompensación psicótica como un «siempre presente» en la histeria por parte de los kleinianos (Rosenfeld, 1974), no contribuyó mayormente el encuadramiento nosológico de la psicosis histérica. Quizá por esta razón, otros autores se oponen a este planteamiento de generalización de la psicosis en la histeria, y sostienen que si se produce la descompensación es porque desde el comienzo «existió algo que no era solamente histeria» (Namnum, 1974). Green (1974) también subraya el carácter defensivo de la histeria, pero contra un núcleo depresivo, todo el despliegue histriónico y exhibi-
cionista estaría al servicio de balancear una autoestima estruendosamente disminuida. Aunque no lo especifica, parece referirse a una depresión de corte narcisista. Con respecto al núcleo fuerte del concepto, el carácter específico del conflicto edípico en juego, Freud lanzó la primera piedra al sostener que el fracaso del tratamiento de Dora descansaba en no haber tenido en cuenta el factor homosexual. A partir de la sospecha freudiana, algunos autores han apoyado la tesis de la doble orientación del deseo sexual en la histeria (Lacan, 1956-57; Krohn y Krohn, 1982; Kohon, 1984). En este oscilar entre el padre y la madre sin poder decidirse a localizar el objeto de su deseo se fundaría su presunta bisexualidad. Pero ¿es que la clínica muestra una prevalencia del Edipo invertido, la madre en tanto objeto sexual, o Ja madre se recorta como el modelo de una feminidad fuertemente rechazada, de la cual la histérica huye y busca desesperadamente modelos de valorización que obligadamente la masculinizan? ¿O, por el contrario, el cuerpo de la madre es escudriñado para saber sobre aquello que las unifica en tanto género femenino? ¿Se puede hablar de bisexualidad porque rechace o compita con el hombre? En realidad la histérica ni desea ser hombre -no es una transexual encubierta- ni se homosexualiza, rivaliza, castra al hombre no accediendo a su deseo, pero la naturaleza de su deseo siempre se mantiene heterosexual al igual que su identidad, que no se aleja del dominio de la feminidad. Este impasse pareció resuelto con las ideas kleinianas sobre el Edipo temprano y la fijación oral, que parecían poder explicar el desplazamiento de la importancia del conflicto con el padre a la madre. Pero, ¿cómo entender con precisión la naturaleza de un Edipo oral? Laplanche arriesga una aproximación, «nos encontramos en el nivel oral, en la época de los cuidados maternales de Ja estimulación sexual excesiva, la seducción, la pasividad y la irrupción de la fantasía de la escena primaria, a través de estas experiencias sexuales infantiles, he aquí el núcleo de la histeria» (1974). Uno se pregunta, ¿no caben la totalidad de los niños en esta supuesta matriz patógena causante de la histeria? Lacan, por su parte, universaliza la histeria de tal modo, ·que ésta se constituye en el ejemplar paradigmático de las formulaciones más generales de la teoría: el deseo jamás puede alcanzar su satisfacCión, está condenado a ser deseo de un deseo, y la histérica no haría sino sostener a través de esta manifestación el aspecto central de todo hombre, su condición de sujeto escindido por el lenguaje y, por tanto, incapaz de 147
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ser colmado, incapaz de cualquier integración. Todos los síntomas de la histérica se pueden reducir a la alienación de su deseo, y a lo que Lacan llama la carencia fálica del padre. Carencia fálica del hombre, que la histérica -más allá de toda intencionalidad-, inevitablemente, pondrá de manifiesto al solicitarle que responda a su pregunta, ¿quién soy?, y si éste intenta solucionar el enigma no hará más que descubrir su «no saber», su propia condición de castrado. En esta peculiaridad de la demanda de la histérica sobre su subjetividad, encontraría fundamento la explicación de su fisonomía siempre elusiva, siempre variando en el transcurso del tiempo, ya que según este enfoque, el hombre siempre ha intentado saber sobre ella y de este modo se ha prestado a dotarla de sucesivas máscaras: la hechicera, la santa, la enferma. Pero esta trampa que la histérica le tiende al analista, y que él debe saber sortear, es considerada por Lacan y su escuela, como el prototipo de la situación analítica, y de ella surge uno de los principios rectores de su técnica: no acceder a la demanda, no obturar con un supuesto saber por parte del analista el deseo del paciente, única vía que permitiría situar al sujeto del inconsciente. Ahora bien, ante estas formulaciones: la categoría de histeria que Lacan crea: el discurso histérico ¿no es un concepto nuevo, distinto a la histeria de la psicopatología? ¿Si todo sujeto, como ser parlante, es un histérico, qué se le añade a la histérica para que el ejemplo se transforme en paradigma y, sobre todo, cómo interviene su condición de mujer para otorgarle especificidad a lo que se sostiene como una problemática universal? Los argumentos sustentados ante los distintos impasses que se presentan en torno a la histeria pueden resumirse así: l) La gran neurosis, plena de ataques y síntomas conversivos, es decir, la forma histérica epiléptica desaparece -como han desaparecido a lo largo de la historia las formas demoníaca y la hipocondríaca-, dejando lugar a una vaga e imprecisa evitación de la sexualidad. 2) El mecanismo de conversión como rasgo fundamental del modelo sólo es mantenido por algunos autores (Laplanche, 1974), mientras que la mayoría lo descartan (Easer y Lesser, 1965; Zetzel, 1968, y Krohn, 1978) o sostienen como Green (1974) la necesidad de sustituir la conversión por la disociación como eje de la categoría nosológica. 3) El descubrimiento freudiano de la importancia en la histeria de la relación con la madre -por otra parte escasamente integrada a su teorización sobre la psicopatología de este cuadro- ha dado lugar en los sucesivos intentos de comprensión a una difusión de su marco de referencia inicial, primero de la neurosis a la psicosis, luego como modelo universal de la estructuración del deseo humano, por lo 148
que es casi comprensible que se llegue a preconizar que «más vale eliminar la categoría de histeria» (James, 1974). Una reflexión sobre esta síntesis pone de relieve una doble insuficiencia. En primer lugar, resalta la sobreinclusión, la generalidad de los análisis que en lugar de contribuir a una mayor precisión, a una delimi~ tación más rigurosa de las fronteras de la histeria en tanto configuración psicopatológica, a una comprensión de sus formas de articulación con otras estructuras o cuadros psiquiátricos, nos conduce a un caos nosológico, a una vaguedad semiológica y, lo que es quizá la consecuencia más lamentable, a una inespecificidad terapéutica. Por otro lado, estas descripciones sobreabarcativas se corresponden con explicaciones que se caracterizan por una tendencia reductora «todos los síntomas tienden al discurso histérico» (Wajeman, 1982). ¿Es que puede mantenerse una explicación unitaria para entidades tan diferentes como una personalidad infantil e impulsiva, un carácter histérico marcado por la represión, síntomas conversivos en una paranoia y el carácter fálico-narcisista? ¿Esta fisonomía tan polifacética no nos estará sugiriendo una heteronomía de condiciones subyacentes, más que una unidad? El pluralismo ha sido señalado y es así que se habla de «Las Histerias» (Sauri, 1975), sin embargo, pareciera que con el plural del sustantivo sólo se está apuntando el hecho de que existen varias explicaciones dinámicas para dar cuenta de su psicopatología o, en otro plano, al r:ambio frecuente de fisonomía -las distintas caras de la histeria a lo largo del tiempo-, y no a una diversidad de cuadros, que, si bien comparten un núcleo común, tienen autonomía suficiente para distinguirse claramente entre sí. Recapitulando, el recorrido por la literatura sobre la histeria nos permite delinear tres dimensiones sobre las que es posible encarar un trabajo de revisión y replanteamiento. En primer lugar, desde el punto de vista semiológico, el papel de la conversión en el diagnóstico de histeria. Se impone el reconocimiento de la no necesariedad del vínculo entre síntoma conversivo e histeria, ya que el primero admite variadas constelaciones dinámicas subyacentes. Trataremos de dar cuenta del síntoma conversivo como una categoría aislable, que puede, por un lado, acompañar o no a una neurosis histérica y, por el otro, formar parte de la constelación síntoma! de cualquier cuadro psicopatológico. Es preciso distinguir entre personalidad o carácter y estructura psicopatológica, la personalidad a pesar de que la podamos denomin,a{, por ejemplo, histérica por la predominancia de cierta configuración psicopatológica, es una entidad compleja en la cual se hallan presentes otras estructuras o 149
mecanismos además de los dominantes. Las estructuras psicopatológicas o unidades de organización, en cambio, son cada una de ellas definidas en torno a ciertos parámetros, y, por tanto, están desde el punto de vista metodológico en una relación de oposición unas con respecto a las otras. El mecanismo de conversión sería un claro ejemplo de lo que proponemos entender como una organización mínima, que admite una definición que lo delimita y diferencia de otros mecanismos, y simultáneamente se halla presente en múltiples combinaciones con otras unidades. En segundo término, las investigaciones en otros dominios de la psicopatología nos permiten actualmente precisar con mayor rigor la categoría nosológica de histeria, separando de su seno cuadros como las personalidades borderline que durante mucho tiempo han sido consideradas como histerias graves o psicosis histéricas. Junto a este proceso de verdadera limpieza conceptual, simultáneamente surge la necesidad de reconocer otras configuraciones emparentadas, la personalidad infantil o dependiente y el carácter fálico-narcisista como pertenecientes a la serie histérica. De manera que, por un lado, se eliip.inan algunas categorías y, por otro, se incorporan como pertinentes otras ya descriptas en la literatura, pero no consideradas histéricas hasta el momento. Se trata de un reagrupamiento en torno a una estructura psicopatológica común, la problemática narcisista del género, pero que en la combinatoria con otras estructuras da como resultado una pluralidad de configuraciones: las distintas personalidades. De este modo entendemos el pluralismo presente en la histeria. En tercer lugar, abordaremos la relación entre histeria y género femenino. No hay ninguna duda de la prevalencia de la histeria en la mujer, y tal afirmación se funda no sólo en las impresiones de· gran parte de los que se han dedicado a su estudio -Freud en primer lugar- que ha conducido a que se constituya en la única «neurosis sexuada» -histeria femenina y masculina-, sino que actualmente existen datos estadísticos que así lo demuestran (DSM-III). A partir de la obra freudiana es un postulado psicoanalítico que el desarrollo psicosexual es más complejo en la mujer, quien debe sortear un mayor número de obstáculos que el hombre, y al decir de Perrier «toda madurez libidinal debe pasar por los modos histéricos de maduración» (1974). ¿Es entonces la histeria si no el destino obligado de la mujer, al menos un paso necesario de' su e_volución o,,en cambio, una posición, una forma de organización específica que se actualiza, moviliza o 150
pasa al estado latente segi¡n las condiciones de la experiencia? Coincidimos con quienes han venido sosteniendo una articulación entre feminidad e histeria (Freud, 1926; Lacan, 1958; Rosolato, 1964; Perrier, 1974; Fendrick, 1976; Chodoff, 1982), pero diferimos en el sincretismo con que se ha concebido la feminidad, al hacerla sinónimo de heterosexualidad, de deseo sexual, de sexualidad femenina. Creemos que la incorporación del concepto de género, y las consecueneias que conlleva para la teorización sobre la histeria, permiten comprender más cabalmente su problemática. El carácter estructural e intrínsecamente conflictual de la feminidad en nuestra cultura se demuestra y tiene su máxima expresión en la histeria, que se constituye en uno de los síntomas que lo pone en evidencia. La feminidad no es una configuración fácilmente delineable, o paradójicamente puede serlo hasta el estereotipo; cada mujer elabora a lo largo de su existencia su propio Ideal del Yo femenino más o menos adaptado, más o menos en oposición al deseo de sus padres, a las expectativas de los microgrupos en los que se halla inserta, a las convenciones de la sociedad en que vive. Pero sí tratamos de conocer y definir qué es una mujer para los padres de dicha muchacha, o cuáles son los modelos aportados o exigidos por el microgrupo al cual pertence, o los patrones vigentes en su medio, hallaremos una constante oposición tanto entre feminidad y valorización narcisista como entre sexualidad femenina y narcisismo. Las variantes de la histeria -la personalidad infantildependiente, la personalidad histérica y el carácter fálico-narcisistaconstituyen una serie psicopatológica, cuyo eje lo constituye el grado de aceptación o /rechazo de los estereotipos sobre los roles del género vigentes en nuestra cultura. Pero en cada uno de estos cuadros podremos reconocer una estructura genérica de toda mujer: el profundo conflicto narcisista que la relación deseo-placer le provoca. Delimitadas así las tres dimensiones que organizarán nuestro replanteamiento entraremos en el análisis detallado de cada una de ellas.
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CAPITULO IX
CONVERSION
¿CARACTER MAXIMO DEL MODELO?
La presencia de síntomas conversivos es para algunos el rasgo fundamental y lo que permite trazar la demarcación entre histeria de angustia e histeria de conversión. Sin embargo, el hecho de que existan personalidades histéricas bien delimitadas u otros cuadros de la serie histérica, como el carácter fálico-narcisista, que raramente presentan un síntoma de conversión, arroja dudas sobre su valor patognomónico y la correspondencia entre histeria y conver~ión. En ausencia de conversión, la matriz generadora, ese núcleo de represión, de triangularidad edípica no obstante, debería hallarse presente. ¿Entonces es la conversión el exponente paradigmático de una estructura subyacente, o puede considerarse irrelevante ya que la matriz existe sin su presencia? ¿Será legítimo interrogarse sobre la validez de la situación inversa: un síntoma conversivo en ausencia del típico patrón subyacente, es decir, producido por conflictos diferentes al clásico conflicto edípico? El segundo orden de hechos que merece también una explicación, es la presencia de \síntomas conversivos en cuadros bien definidos pero distintos de la histeria, como en la esquizofrenia, la neurosis obsesiva o la paranoia. ¿Su presencia sería testimonio de una microestructura triangular de escenificación del deseo, un indicador de ansiedad de castración, y debemos pensar en una neurosis mixta o en un núcleo histérico como lo sugiere Laplanche (1 967)?
Ahora bien, las dudas no se centran sólo en la relación obligada entre histeria y conversión, sino que se hacen extensivas al concepto mismo de conversión, ya que el enlace mente-cuerpo se halla lejos de estar dilucidado. Sabemos, a partir de Freud, de la eficacia simbólica para movilizar mecanismos cerebrales que ponen en marcha procesos somáti153
cos, pero de este proceso sólo conocemos el eslabón inicial y el terminal. La idea central es la trasmutación, el cambio de estado, algo psíquico se convierte en algo físico, corporal. La tesis más radical fue la concep~ión econó_fuica freudiana -actualmente abandonada-, la libido en tanto energía psíquica se transformaba, se convertía en inervación somática. Pero simultáneamente a la económica, Freud sostuvo la concepción simbólica de la conversión, que es la que se ha mantenido y ha recibido el empuje de la teoría de la supremacía del significante en Lacan: el síntoma somático es la expresión simbólica, debidamente disfrazada por los mecanismos de condensación y desplazamiento de ideas reprimidas. Esta particularidad -la de guardar una relación simbólica precisa con la historia del sujeto- es la que distinguiría la conversión de otros procesos de formación de síntomas, en los cuales también existe vinculación de lo psíquico con lo somático, como en las enfermedades llamadas psicosomáticas, entidades que se presentan como más herméticas al intento de aislar una fantasmática específica y determinante. Pero volviendo al mecanismo de conversión, ¿podemos seguir sosteniendo que se trata siempre de una fantasía inconsciente particular que mantiene con el síntoma un enlace simbólico? En ese caso, ¿qué tipo de simbolización se hallaría en juego? ¿Estamos permanentemente en presencia de un deseo sexual, como en la tos de Dora que supuestamente expresaba un deseo de «felatio», o puede ser considerada en una acepción más amplia, como una alteración psicógena de la función de alguna parte del cuerpo, entendiendo por alteración psicógena la que se produce por cualquier tipo de motivo, no sólo el sexual? ¿Puede entonces la conversión entenderse como un mecanismo elemental de la psique humana, capaz de ser puesto en marcha por múltiples fantasmáticas? Las dificultades para situar la conversión, desde el punto de vista semiológico y nosográfico, son ampliamente compartidas por la comunidad psicológica en general, y quizá sufridas en forma aún más aguda por los profesionales que trabajan con niños (Robins y O'Neal, 1953; Proctor, 1958; Hinman, 1958). Por su parte, Rock (1971), en un estudio de diez casos de histeria de conversión, propuso el siguiente criterio para la elaboración del diagnóstico diferencial: 1) síntoma somático bien definido (motriz o sensorial) sin base anatómica ni fisiológica demostrada; 2) comienzo o exacerbación ante sucesos emocionales significativos; 3) examen psiquiátrico que demuestre su filiación psicológica y su base inconsciente. Ian Goodyear (1981), aplicando estos criterios sobre tres mil niños con síntomas somáticos, encontró sólo quince casos de histeria in154
fantil,,nueve niñas y seis varones, de edades promedio alrededor de doce años. Los síntomas más comunes eran trastornos en la marcha y en los miembros inferiores, acompañados algunas veces de dolores y parestesias. Un 80 por 100 presentaba antecedentes psiquiátricos diversos: estados de ansiedad, enuresis, trastornos de conducta, depresión, fobias escolares. En alrededor del 30 por 100 se hallaba una historia médica anterior, y la aparición del síntoma era en todos ellos rápida, en horas o pocos días. Pero lo más interesante a destacar es que el. diagnóstico de personalidad mostraba un espectro sumamente amplio, en el que los rasgos característicos de la personalidad demostrativa, exhibicionista o histriónica estaban prácticamente ausentes, salvo en tres casos. Por el contrario, la mayoría de los niños eran definidos por un perfil que giraba alrededor de marcada ansiedad, déficit en las relaciones interpersonales, retracción, inseguridad, baja autoestima y Jlislamiento. Un caso particularmente estudiado fue el de una niña de' nueve años, con una pérdida parcial de la visión en ambos ojos, que se quejaba de «ver borroso», El examen psicológico mostró baja autoestima, tendencia al aislamiento y búsqueda de relaciones con adultos. Su madre sufría depresiones frecuentes, y su padre era un alcohólico moderado. Se observó que el síntoma hacía su aparición después que el padre dejaba la casa como consecuencia de alguna disputa matrimonial. Una investigación más cuidadosa, permitió establecer el hecho a partir del cual el síntoma se había desencadenado: después de una visita de la niña a la casa de una tía que sufría de problemas de visión, afección que provocaba una sobreatención por parte de sus familiares. Estos datos sumados a otros provenientes del campo psicoanalítico y psiquiátrico, que, aunque desafortunadamente no están:provistos de estadísticas, sin embargo se hallan basados en las observacfones de buenos y experimentados clínicos, demuestran la escasa evidencia para mantener la correspondencia entre síntoma conversivo y personalidad histérica (Chodoff y Lyons, 1958; Guze, 1967; Stephens y Kamp, 1962; Krohn, 1978). Lo que recalca el estudio de Goodyear es la participación de la identificación con la tía en la producción del síntoma de conversión. Un síntoma de conversión establecido vía identificación es lo que Freud describió como identificación histérica, o también contagio histérico. Se trata de una identificación parcial a un elemento puntual del otro, que se articula precisamente por la similitud del deseo en juego. Goodyear concluye que los niños parecen ser capaces de «aprender» que una incapacidad física es un medio poderosísimo para encarar un sufri155
miento psicológico que se halla más allá de su control. En la generalidad de los casos el niño es consciente del problema familiar, en cambio pareciera que el sufrimiento del niño es ignorado o mal entendido por la familia, sumergida en otras prioridades emocionales. En este sentido el desarrollo de síntomas físicos se demuestra como un recurso eficaz para contener y controlar dificultades interpersonales. ¿Estamos ante diferentes lenguajes -el aprendizaje postulado por Goodyear y la identificacion psicoanalítica- para describir un mismo fenómeno, o se trata de dos hechos de distinta naturaleza? ¿Es lo mismo la identificación histérica que el aprendizaje de una técnica de control interpersonal? El punto en cuestión es el siguiente: cuando pensamos que la niña se halla identificada a la tía, ¿esta identificación es a·un mismo deseo sexual, a una misma posición dentro de una estructura relacional o a una técnica interpersonal? ¿Podríamos ~enturar que la similitud de deseos o de fantasías inconscientes entre-tia y sobrina se articularía en un discurso fantasmático compartido, del tipo «no quiero ver a mis padres peleando, ya que yo deseé separarlos, me siento culpable de mis deseos incestuosos hacia papá», es decir, el síntoma como expresión del conflicto edípico? O, más bien, considerar que la identificación es a una determinada técnica de control sobre el semejante, ya que la tía a través de su dolencia obtenía no sólo el cuidado sino la presencia permanente de esposo y familiares . En este caso la identificación y el aprendizaje parecen recubrirse, ya que se trataría de una identificación a lo que conocemos como el beneficio secundario del síntoma, que no es otra cosa que un procedimiento yoico, y en el proceso de equiparación de un Yo a otro, se incorpora un rasgo, independientemente de la fantasmática que puede haber determinado su aparición en la tía. No es casual que en la literatura psiquiátrica y psicológica no analítica abunden los trabajos que reconocen la importancia de la imitación y la identificación en el proceso de formación de síntomas (Proctor, 1958; Gold, 1965; Raskin, 1966; Stevens, 1969; Caplan, 1970). Chodoff (1974) considera que es a través de este mecanismo como en términos psicológicos puede hablarse de experiencias de aprendizaje intensivo (Leybourne y Churchill, 1972). Estos planteamientos se aproximan a los nuestros (Dio Bleichmar, 1981) en la relevancia otorgada al papel de la identificación en la producción sintomal, no sólo en la línea freudiana de la identificación histérica -identificación puntual y transitoria a un rasgo-, sino a partir de la identificación primaria y masiva a los objetos de amor de la primera infancia. Lo notable es que en el propio cam156
po psicoanalítico no se le haya otorgado al concepto freudiano de identificación primaria todo el valor que merece, tanto en la estructuración de la psique normal como en la formación de rasgos de carácter y síntomas patológicos. Después de la importancia cobrada por las relaciones de objeto tempranas en la organización del psiquismo, la identificación primaria ha quedado relegada y confundida con el mítico momento puntual del origen del psiquismo. Se ha malinterpretado la definición freudiana «esta identificación no parece constituir el resultado o desenlace de una carga de objeto, pues es directa e inmediata y anterior a toda carga de objeto» (St. Ed. Vol. XIX, pág. 31 ), la formulación «anterior a toda carga de objeto» tomándola en su literalidad descontextualizada, y no en el significado que tenía para Freud. Freud se refería a la carga se'Xual del objeto edípico y no a cualquier carga de objeto, lo que aclar'a explícitamente cuando hablando de la diferencia entre «identificación con el padre y la elección del padre como objeto» agrega: «El primer tipo de vínculo es por tanto ya posible antes de que cualquier elección de objeto sexual haya sido hecha» (St. Ed. Vol. XVIII, pág. 106. Subrayado nuestro). Como ya hemos desarrollado en otro lugar (Dio Bleichmar, 1981), en la oposición identificación primaria-identificación secundaria la barra divisoria pasa por la pérdida de objeto (pérdida que no significa desaparación del objeto, sino una modificación de su inscripción psíquica) que acontece, como consecuencia del complejo de castración y los conflictos edípicos. Al renunciar el niño al objeto incestuoso, y por tanto perderlo en tanto objeto libidinal, lo recupera identificándose a él, transformando su Yo a imagen y semejanza del objeto. En esto consiste básicamente lo central del concepto de identificación secundaria, es decir, secundaria a una pérdida. El modelo de la identificación melancólica o narcisística también se rige por esta ley, ya que la imago del objeto se instala en el Yo como consecuencia de su pérdida. Si en algo se distingue entonces la identificación primaria es que no es secundaria a una pérdida de objeto, sino que coexisten la carga de objeto y la identificación. Freud no habla de su presencia sólo en los orígenes o en las épocas más tempranas del psiquismo, sino que la hace responsable de la estructura de la relación de objeto durante la prehistoria del Complejo de Edipo, es decir, durante la etapa preedípica. Período durante el cual consideraba que el padre y la madre son valorados en forma indistinta por el niño/a ya que se ignora l~ diferencia de sexos y sus consecuencias psíquicas, por tanto · anterior a la renuncia y consecutiva «pérdida» del objeto. 157
A su vez, esta simultaneidad entre la relación de objeto y la identificación queda incluida como característica central en la noción misma de la identificación que propone Lacan, mostrando con todo rigor no sólo la inevitabilidad de este tipo de organización de la psique humana, sino la permanente vigencia del fenómeno en el campo de las relaciones narcisísticas. Pero la introducción de la temáti.::a del beneficio secundario nos conduce a revisar otro punto, y es el de la especificidad sexual edípica de la fantasmática en juego. El enfoque kleiniano destierra toda exclusividad fálica del conflicto en cuestión, al enfatizar la importancia de la compleja y ambivalente relación con la madre en los casos de histeria. Si bien este conflicto también formaría parte del circuito edípico, ya que se trata de una triangularización temprana, ¡o que predomina es la problemática persecutoria más que la sexual. Rangell (1959), tributario de una línea teórica diferente, también sostiene que la conversión puede expresar fantasías agresivas canibalísticas, como en el esquizofrénico. De cualquier modo, aunque asistamos a una ampliación de la fantasmática subyacente, el síntoma sigue respondiendo a los principios que lo definen como un «beneficio primario»: 1) se constituye en base al fantasma; 2) a través del síntoma mismo se obtiene una satisfacción libidinal. ¿Pero podríamos sostener con la misma coherencia, la presencia de conflictos y fantasmas de orden narcisista en el punto de partida de un síntoma conversivo? Por ejemplo: un prestigioso profesional acude a un congreso a presentar los resultados de sus investigaciones, y considera que será muy atacado por el auditorio y sus colegas, por el carácter innovador de sus ideas que comprometen las teorías de muchos de los presentes. El día de la presentación amanece afónico, no pudiéndose rastrear en sus motivos más que una intensa persecusión y temor a perder posiciones, conflictos todos de corte fuertemente narcisista . Laplanche (1967) sostiene que es justamente el punto de vista tópico el que permite dilucidar las fronteras siempre difusas entre beneficio primario y secundario, quedando este último claramente limitado a los casos en que las ventajas obtenidas sean del orden· narcisista o ligadas a la autoconservación. Ahora bien, nuestro interrogante es el siguiente: ¿una motivación narcisista es siempre secundaria, extrínseca, posterior a otra de carácter sexual o agresivo, o puede tener autonomía y concebirse como motivo suficiente para desencadenar una conversión? Esta parece ser la posición adoptada por el comité encargado por la Asociación Psiquiátrica Americana para la elaboración del Manual Diagnósti158
co y Estadístico de los Trastornos Mentales (DSM-111), al establecer al beneficio secundario como uno de los dos motivos posibles en la producción de un síntoma conversivo. Se considera que la evitación de un peligro o el control de una relación interpersonal son factores causales suficientes, desvinculándolos de su carácter de efecto del beneficio primario. La pertinencia del mecanismo de manipulación para la explicación del síntoma conversivo, como una técnica de control interpersonal, se pone de manifiesto en la frecuencia con que en la infancia es posible determinar el beneficio secundario y no el primario en la sintomatología histérica. En el caso Dora, Freud registra este hecho en la infancia: / «Los motivos de la enfermedad empiezan a actuar muchas veces ya en la infancia. La niña, ansiosa de cariño y que sólo a disgusto comparte con sus hermanos la ternura de sus padres, observa que esta ternura se prodiga exclusivamente sobre ella cuando está enferma. Descubre así un medio de provocar el cariño de sus padres y se servirá de él en cuanto disponga del material psíquico necesario para producir una enfermedad.» (St. Ed. Vol. VII, pág. 44).
¿Es necesario concebir una fantasía adicional que esté enlazada específicamente con la enfermedad en juego, o basta haber sufrido alguna cualquiera, o haber visto u oído de los beneficios de estar enfermo, para que la conversión se instale, sin que entre el deseo de acaparar a los padres y la enfermedad específica intervenga ninguna asociación simbólica? En favor de esta posición es que se pronuncia el comité asesor de la Sociedad de Psiquiatría Americana, que pareciera resolver la problemática que se le presentó a Freud predominantemente con la histeria: la coexistenci~ de mecanismos intrasubjetivos e interpersonales en el seno mismo de un síntoma psíquico. En la nota afiadida en 1923 al estudio del caso Dora, Freud distingue en el «beneficio primario» mismo dos partes: la parte interna, que consistiría en la reducción del esfuerzo psíquico -«fuga hacia la enfermedad»- que procura el síntoma al conflicto, y la parte externa, que estaría ligada a las modificaciones que el síntoma aporta en las relaciones interpersonales del sujeto (St. Ed. Vol. VII, pág. 43). Como bien señala Laplanche (1967), entonces la frontera que separa «la parte externa del beneficio primario» y el beneficio secundario resulta difícil de trazar. Pero no sólo en el sentido de una predominancia o de una autonomía del beneficio secundario es. donde debemos señalar la presencia de 159
conflictos narcisistas en la producción de síntomas conversivos, también en las descripciones freudianas de síntomas conversivos por simbolización (en la época que distinguía dos mecanismos posibles para explicar la conversión por simbolización y simultaneidad, lo que hoy denominaríamos por metaforización y contigüidad temporal), hallamos sus rastros. ¿Es forzar mucho los argumentos considerar el temor a «no entrar con buen pie entre los demás huéspedes del sanatorio», como una problemática de orden narcisista? (St. Ed. Vol. 11, pág. 179). Hugo Bleichmar (1981) mostró, como un juicio surgido en el área de las representaciones narcisistas, pÓr ejemplo, una fórmula devaluadora de la autoestima c;omo «no valgo nada», por medio de la operativa de las creencias del inconsciente, se traslada a las representaciones del área del cuerpo creando una idea hipocondríaca del tipo «tengo cáncer». De la misma manera pensamos que representaciones narcisistas pueden constituirse en punto de partida de un otro tipo de trasposición, el de la conversión. De manera que es posible concebir varios mecanismos de producción de un síntoma conversivo: a) por simbolización , es decir, por Ja pura combinatoria de las representaciones, en que una' parte del cuerpo expresa a través de la alteración de Ja función, un pensamiento reprimido y simultáneamente la defensa -«vomito porque me da asco la sexualidad» , «no veo nada, no me entero de mis deseos incestuosos», «no puedo moverme, me inmovilizo y no soy culpable»-, simbolización que, por otra parte, admite múltiples fantasmáticas: sexual, agresiva, narcisista. b) Por identificación al otro, conversión en Ja cual el síntoma se emplea para lograr una equiparación de ser a ser, pues si comparte el rasgo supone que se le asemeja en totalidad. El síntoma conversivo del otro es un atributo más, una característica como cualquier otra que se elige para la semejanza. c) Por identificación a un recurso del otro, al beneficio secundario que obtiene a través del síntoma. d) Por exclusivo beneficio secundario, por el aprendizaje a partir de una enfermedad o dolencia previa, de los efectos interpersonales que provoca. La idea de la «complacencia somática» como generadora de síntomas conversivos pero desvinculada de toda otra significación que no sea el control del objeto. La diferencia entre b) y c), es decir, los dos tipos de identificación, está basada en la lógica de las dos clases de discurso: la del Yo Ideal y la del Ideal del Yo (Bleichmar, H., 1981). En el primer caso, la identificación al otro se halla dirigida por el deseo de moldear el propio Yo a 160
imagen y semejanza del' otro, quien se sitúa como un Yo Ideal. El síntoma conversivo no vale de por sí, sino sólo como un atributo del otro que a partir de su posesión -por la ley de parte por el todo- asegura la equiparación de la identidad total. En el segundo caso, el recurso, el rasgo, admite un reparo, una discriminación como tal, no asegura la identidad, sino que si el sujeto lo elige como atributo a poseer espera usufructuarlo de igual forma. Ahora bien, si se elimina la imprescindibilidad del fantasma como condición única de producción del síntoma conversivo, la demarcación entre enfermedad psicosomática y conversión, pareciera desdibujarse, especialmente para los síntomas que implican objetivamente algún grado de alteración orgánica, aunque dicha alteración pueda ser consfderada de carácter funcional y pasajera, como la afonía y la tos espasmódica. Esta situación es contemplada en la DSM-111 al introducir la categoría Trastornos somatofarmes para designar los síntomas psíquicos que sugieren desórdenes físicos (de ahí, lo de somatoforme) sin base anatómica ni fisiológica demostrable, con una fuerte presun~jón de estar relacionados con factores o conflictos psicológicos, pero pof foera del control voluntario del sujeto. Los trastornos pueden comprometer cualquier aparato, y cuando las quejas se refieren al sistema neurológico es entonces que se denominan síntomas conversivos. Es decir, que la conversión queda reducida a una subclase de los trastornos somatofarmes, cuando éstos son de carácter seudoneuro/ógico -dificultad _para tragar, afonía, sordera, visión borrosa o visión doble, desmayos o pérdida de conciencia, pérdida de memoria, convulsiones, trastornos en Ja marcha, debilidad o parálisis muscular, retención urinaria o dificultad para la micción-, y el carácter conversivo no supone la necesidad de una fantasmática específica subyacente. Por otra parte, el síntoma conversivo es presentado en forma independiente de los distintos cuadros de histeria que la clasificación contempla. A su vez, al describir la histeria de conversión, se aclara que el mecanismo productor puede ser tanto el beneficio primario, o sea, una fantasía específica, o el beneficio secundario en forma independiente y exclusiva. Por otra parte, el clivaje en el territorio afectado por una u otra condición - por un lado, motricidad, órganos de los sentidos para Ja conversión y, por el otro, el sistema nervioso autónomo, órganos más profundos, para la enfermedad psicosomática- pone de relieve el rol jugado por la anatomía y Ja fisiología imaginaria en el proceso de conversión. La marcha, la palabra, Ja visión, se pue.den articular en una gra161
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mática fantasmal más fácilmente que el hígado o el riñón, y quedar afectados o constituirse en el eje de una actividad narcisista -la garganta para el barítono- y por tanto sometida a los avatares del éxito o del fracaso. Por ello la conversión se halla más cerca que las enfermedades psicosomáticas de ser expresión de contenidos representacionales, de expresar deseos y temores. La enfermedad psicosomática, en cambio, se localiza en un órgano, no porque exista alguna relación entre el tipo de conflicto -su temática- y la zona enferma, sino porque ésta ofrece un punto de menor resistencia para que la tensión del conflicto provoque inespecíficamente alguna alteración. La conversión es un mecanismo de vinculación entre dos conjuntos de representaciones, por un lado las que establecen la anatomía y la fisiología del cuerpo, y por otro, aquellas que escenifican al sujeto en los temas de la agresividad, del narcisismo, de la sexuaJidad, de las relaciones interpersonales. Dos conjuntos de representaciones diferentes, aunque con un tipo de articulación muy particular: en las representaciones de la agresividad, de la sexualidad, del narcisismo, la representación del cuerpo anatómico está incluida, pero sólo como un elemento más que compone el montaje de la escena. Aunque se trata del cuerpo, éste aparece gozando, golpeado o siendo valorado. De este modo, las representaciones del cuerpo anatómico son una subclase comprendida e incluida en el complejo representativo de la sexualidad, la agresividad y/ o el narcisismo, razón precisamente por la cual estas últimas pueden en su gramática actuar sobre aquéllas. Porque en el nivel psíquico son las mismas representaciones las que dibujan al cuerpo anatómico cuando éste es parte de la intersubjetividad, es por lo que se puede producir el mecanismo denominado conversión. En rigor no existe ninguna conversión aúnque metafóricamente resulte legítimo conservar esta denominación, no hay ningún cambio de.estado, de psíquico a físico. Todo transcurre en el plano de las representaciones, más aún, porque como acabamos de ver el abrazo en tanto representación anatómica está incluido en el pensamiento «quiero abrazar a fulano», es que aquél puede paralizarse, cuando al abrazo se le suma un peligro, una prohibición. Es en la asociación particular entre la representación del cuerpo y las representaciones que vinculan el cuerpo al otro en lo que radica la propiedad de la conversión, ya que después, en el segundo tiempo, cuando la representación del cuerpo alterado pasa a comandar las vías nerviosas y a producir un efecto en la anatomía o en la fisiología del cuerpo real, ya no hay nada de específico. ¿Acaso en el automatismo de hablar, las representaciones no van guiando los músculos fonatorios por fuera de la concien162
cia del sujeto, o cuando domina el miedo los músculos que habilitan el correr pueden ya sea activarse o .paralizarse? Sintetizando: 1. La conversión es entonces un mecanismo complejo caracterizado por una determinada vinculación de cualquier tipo de conflicto y la representación del cuerpo. El cuerpo siempre se halla incluido ya sea: a) como escenario del fantasma inconsciente; b) identificado a otro cuerpo enfermo; lo que admite a su vez dos posibilidades: a la posición de enfermo, y por tanto cuidado y atendido, o al núcleo conflictivo subyacente; oc) considerándose enfermo, como técnica de control interpersonal sin ninguna metaforización en juego. 2. Lo específico del mecanismo no descansaría en una temática particular, sino en la vinculación de cualquier temática con representaciones corporales, que comprometen a su vez las representaciones de su funcionamiento. 3. Un síntoma somático, de cualquier etiología, puede ser incorporado a una trama fantasmal, de hecho .todo sujeto enfermo elabora alguna teoría imaginaria sobre su enfermedad, pero en este caso el fantasma es un efecto de la dolencia y no su causa. 4. Síntomas conversivos pueden hallarse en cualquier estructura de personalidad o trastorno psicopatológico. En este caso no es necesario apelar a denominaciones tales como «núcleo histérico» o «neurosis mixta» para su ubicación semiológica, sino delimitarlo simplemente como un síntoma conversivo, ya que su filiación a la histeria no es imprescindible. 5. El síntoma conversivo es una manifestación frecuente en la histeria, pero no es necesaria su presencia para la existencia de la misma. Pero ¿no es una franca contradicción que no exista una temática particular, ni tampoco un mecanismo propio de la histeria y simultáneamente tanto la temática como el mecanismo aparezcan con mayor frecuencia en este cuadro? Pensamos que es en torno a esta estrecha correlación -que sin embargo no encierra especificidad ni necesariedaddonde se dividen las opiniones entre los partidarios de la conversión como modelo máximo del cuadro y los que lo consideren irrelevante. Falsa 163
opción resultante de la confusión entre especificidad y frecuencia, sin penetrar en los motivos que determinan esta última. Lo que resalta como verdaderamente significativo es la frecuencia de síntomas conversivos en el género femenino (la DSM-III los registra en el 1 por 100 de las mujeres y raramente en el hombre) lo que nos conduce a interrogarnos sobre la posibilidad de que, en la nosología, entre conversión e histeria se halla deslizado un error. El clínico consideró lo que en realidad es una correlación estadística, que ambas categorías, histeria y conversión, sostienen por separado con una tercera, el género femenino, como si fuera una relación de necesariedad entre las primeras. Si conversión e histeria coinciden es porque ambas aparecen con mayor frecuencia en la mujer. Existe una facilitación genérica para la amnesia, la ceguera, la parálisis, los desmayos y los dolores corporales, así como la utilización de las representaciones del cuerpo y su funcionamiento, especialmente el sexual en la mujer. Esta facilitación de la conversión en el género femenino descansa en el mismo principio que condujo a Freud a pensar Ja «facilitación somática», una experiencia anterior, un dolor real que 11,ego simplemente es evocado. ¿Acaso no es por su cuerpo por lo que se considera que la mujer «habla» y no es esta la razón por la cual no existe el síntoma histérico solitario, sino que siempre es una expresión, una comunicación, un mensaje?
CAPITULO X
INFANTILISMO Y/O PSICOTIZACION DE LA HISTERIA EN LA TEORIA
La novena revisión de la Clasificación Internacional de Enfermedades Mentales de la OMS contempla una categoría que se denomina «Trastorno de la Personalidad de Tipo Histérico» (301.5), caracterizado por los siguientes rasgos: afectividad superficial e inestable, dependencia de otras personas, ansia de apreciación y atención, teatralidad y propensión a ser sugestionable, inmadurez sexual (frigidez). En la citada clasificación se dan como sinónimos de tal configuración los siguientes: «personalidad histérica, histriónica o psicoinfantil», o sea, que se equipara la histeria a una condición infantil. Esta vinculación de la histeria con la infancia, aunque salvo excepciones *, no se halla explicitada o conceptualizada, sin embargo es posible reencontrarla, de una u otra manera con bastante facilidad, en una serie de trabajos que pueblan la literatura sobre el tema. Por ejemplo, de los cinco parámetros aislados por Chodoff y Lyon (1958) para definir la personalidad histérica, si exceptuamos las concernientes al plano sexual, el resto puede ser considerado la perfecta descripción de la afectividad de un niño: 1) egoísmo, vanidad; 2) exhibicionismo, dramatización, mentira, exageración; 3) despliegue descontrolado de afectos, labilidad afectiva, inconsistencia de las reacciones; 4) superficialidad emocional; 5) exigencia y dependencia. En la exhaustiva revisión que hace Krohn (1978) de las descripciones existentes sobre la personalidad histérica y la neurosis histérica, el agrupamiento de los datos también nos sugiere una fisonomía de inmadurez, de falta de desarrollo emocional, de características que pueblan el mundo infantil y los tratados de psicología infantil:
* Reich (1933) y Wittels (1930) ya en los años 20 habían notado la dificultad de los cuadros de histeria de liberarse de las fijaciones infantiles, y consideraban que la histérica permanecía como el niño, confundiendo realidad y fantasía.
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Aguda reacción al disgusto (Reich, 1933). Baja tolerancia a la frustración (Easer y Lesser, 1965). lmpredicibilidad (Reich). Reacciones inconsistentes (Chodoff y Lyon). Uso de los sentimientos en lugar del pensamiento en una crisis; labilidad emocional; crisis de rabia o pataletas (Easer y Lesser; Israel, 1971). Sobredramatización; anhelo insaciable de actividades excitantes (Israel, DSM-III). Sugestionabilidad (Reich; Easer y Lesser; Israel). Desarrollo de la imaginación (Reich). Uso de la fantasía para realzar relaciones existentes (Easer y Lesser). Gran actividad de ensoñación, que crea ficciones (identificación a personajes imaginarios); tendencia a la idealización y desidealización brusca (Krohn, Israel). Mantenimiento de una imagen de sí que elimine lo displacentero, lo desagradable (Easer y Lesser). Necesidad compulsiva de ser querido; sobredependencia a la aprobación de los otros (Reich). Hipersensibilidad a los otros por una excesiva necesidad de amor y de ser amada (Easer y Lesser). Continua comprobación de si son queridos o no (Chodoff y Lyon; Reich). Incesante búsqueda de atención; egocentrismo, autoindulgencia y desconsideración hacia los otros (DSM-111) . Infantilismo, viven en un mundo de juego, juguetes y pequeños objetos (Israel).
Ahora bien, la constatación de este conjunto de rasgos y síntomas de inmadurez en el cuadro de la histeria ha conducido la investigación psicoanalítica en dos direcciones que podríamos denominar «la psicotización y la infantilización» de la histeria. Detengámonos en primer lugar en aquélla, que la considera sólo una fachada de la psicosis . Son muchas' las voces, junto a Melanie Klein, que se han alzado convalidando la tesis de una fijación o regresión oral en la histeria. Sin embargo, examinando los trabajos que siguen esta posición, se observa una diversidad de criterios bastante amplia en lo que cada autor considera como relevante del así llamado «carácter oral» o «fijación oral» . Para 166
algunos se trata de una equivalencia representacional entre la vagina y la boca, es decir, que la boca y sus actividades se han erotizado y juegan las veces de un órgano genital (Reich, 1933; Marmor, 1953); para otros la oralidad sería sinónimo de dependencia (Johnston, 1963), mientras que la inestabilidad emocional, la falta de responsabilidad, la confusión entre fantasía y realidad, serían rasgos que para Zilboorg (1931) y Wittels (1930) hablarían a las claras de una debilidad del Yo y un punto de fijación anterior a la etapa fálica, considerando a la histeria un primer paso hacia una descompensación esquizofrénica. Zilboorg recuerda que «el hombre de los lobos», cuyo diagnóstico final fue el de esquizofrenia, comenzó con una clara reacción histérica. Easer y Lesser, por un lado, y Zetzel, por el otro, se resistieron a pensar la histeria como una psicosis encubierta, pero al no poder descartar la existencia de cuadros francamente más primitivos, los dos primeros autores se inclinaron hacia la distinción entre histerias verdaderas e histeroides (basándose en la investigación de los cien casos de histeria realizado por Knapp y Col. (1960), mientras que Zetzel subdividió el cuadro en cuatro categorías, a las que denominó: l) «verdaderas» o «buenas histerias», que se benefician con el psicoanálisis; 2) otras, también verdaderas, pero que no consiguen un compromiso terapéutico; 3) caracteres depresivos con síntomas histéricos que le otorgan una fachada de histeria; 4) seudohisteria en personalidades más primitivas. También Brenman (1974) afirma que muchísimos casos de histeria aparente encubren psicosis de base y, se inclina por la investigación minuciosa de problemas tradicionalmente histéricos, como la frigidez o la hipersexualidad, síntomas encubridores tanto de una voraz dependencia, como de la identificación con un objeto fantástico. «Cuando las defensas fracasan, la gravedad de la enfermedad dependería hasta qué punto es lo único que el paciente tiene, o cuántas otras partes de la personalidad más sanas están disponibles para entablar relaciones de objeto normales.» Se inclina por una división entre «histeria» e «histerias severas», que corresponderían a la psicosis de base. Green (1974) destaca la necesidad de una definición metapsicológica de la estructura de la histeria, y sostiene que en lugar de haber una oposición entre oralidad y sexualidad, el problema de la histeria residiría en la relación entre sexualidad, amor :Y reacción a la pérdida, referido a las diferentes estructuras del Yo. El núcleo de la estructura consistiría en una lucha enérgica contra la depresión potencial, depresión de corte narcisístico, ya que pone el acento en la autoestima estruendosamente 167
disminuida. Si bien Green no considera que lo oral se impone sobre lo genital, pone de relieve la trasformación histórica de la histeria -considerada por Freud como una represión erigida contra la satisfacción sexual- y la histeria actual en la cual la sexualidad conserva su vigencia a través del deseo del objeto. Pero la naturaleza del deseo sería más narcisista que sexual, de ahí que la pérdida, actuando como una herida narcisista, pueda conducir a la depresión. El señalamiento de que ante la pérdida se pueden presentar síntomas tales como actuaciones mayores, adicción a las drogas, estados delirantes con temor a la desintegración y psicosis pasajeras de recuperación rápida y algunas veces espontáneas, ubica a Green junto a los que conciben para la histeria una relación estrecha con la psicosis . Herbert Rosenfeld (1974), asumiendo el punto de vista kleiniano --la histeria, una defensa frente a angustias esquizoparanoides graves-, afirma que la eliminación de los síntomas mediante la hipnosis determina con frecuencia la aparición de estados psicóticos. Frente a esta franca tendencia al desdibujamiento del cuadro clínico (histerias graves, histeroides, buenas histerias y seudohisterias, carácter oral, defensa frente a la psicosis), varios autores (Namnum, 1974; Beres, 1974, y Laplanche, 1974) reclaman desde distintos puntos de vista - el valor clínico de una nosología ya conocida, la fidelidad a Freudla necesidad del mantenimiento de la histeria como una unidad, caracterizada por la expresión de las fantasías edípicas por medio de la conversión. ¿Cuáles son los argumentos que fundamentan la conservación d_e la categoría freudiana inalterable, y, en ese caso, cómo explicar la coexistencia de síntomas y rasgos histéricos junto a condiciones de regresión severa, que se constatan a diario en la práctica clínica? Una línea es la apelación a la necesidad de preservar los principios básicos de la doctrina, y la desconfianza respecto a la amenaza de «desexualización del psicoanálisis en la mayoría de las teorizaciones modernas», posición asumida por Laplanche (1974), quien sostiene que este riesgo se corre al considerar la histeria sólo como una defensa contra «angustias arcaicas, psicóticas y de naturaleza no sexual». Propone entender «la oralidad kleiniana», en el sentido primigenio dado por Freud a la especificidad histérica: la seducción materna en época temprana a través de una «estimulación sexual excesiva» y un elemento de pasividad. La presencia de síntomas de corte más regresivo, las alucinaciones o las crisis son entendidas por este autor como respondiendo al concepto de escena, y en este punto residiría, aun en sus formas más desestructuradas, el sello de la histeria freudiana: <
es concebida como un elemento susceptible y fácilmente disponible para la conversión, es decir , para «la puesta en escena» . Pensamos que una revisión de la histeria que permita distinguir y subdividir dentro del cuadro algunas configuraciones, con suficiente unidad en sí mismas para aspirar a la categoría de subtipos con una fisonomía propia, no es una inconsecuencia con el psicoanálisis, por el contrario se trata de un reconocimiento a la producción teórica que ha desbordado la nosología psiquiátrica preanalítica. La histeria es una categoría psiquiátrica prefreudiana, a la que Freud otorgó una explicación di námica. Después de casi cien años de elaboración teórica, ¿no será necesario hacerla estallar y proponer desde el psicoanálisis nuevas configuraciones, nuevas denominaciones? De hecho, este camino ha empezado a ser transitado: Kernberg (1967) y Sugarman (1979) se han esforzado en trazar no sólo una línea de clivaje entre la histeria neurótica y las formas más regresivas, intento compartido por Guntrip (1961), Blacker y Tupin (1977), Allen (1977), aunque con resoluciones no tan felices, sino que también sostienen la necesidad de abandonar definiciones tales como «histeria oral», «seudohisteria», «histeroides», denominaciones y conceptos que en lugar de contribuir a remarcar las diferencias tienden a oscurecerlas .
ÜRGANIZACIÓN BORDERLINE. PERSONALIDAD INFANTIL Y PERSONALIDAD HISTÉRICA
De acuerdo a la conceptualización de Kernberg (1975), las personas que sufren de un trastorno borderline presentan una sintomatología neurótica variada. Sólo un cuidadoso diagnóstico revela la combinatoria específica de síntomas que caracterizan esta estructura: ansiedad crónica difosa, polisintomatología neurótica, tendencias perversas polimorfas, impulsiones y adicciones, severa patología del carácter que puede incluir personalidades infantiles, narcisistas, «as if», psicopáticas. Lo relevante a destacar es que entre la sintomatología neurótica pueden presentarse múltiples y elaborados síntomas de conversión de larga duración, así como sensaciones corporales complejas, fronterizas con alucinaciones corporales. También es dable constatar una completa inhibición de la vida sexual, pero con fantasías inconscientes o conscientes plenas de deseos sexuales de múltiple procedencia, que pueden tener el carácter de alucinaciones visuales. Se presentan además reacciones disociativas, amnesia y, fugas con trastornos de conciencia posterior. En la 169
personalidad de estos pacientes se destaca un histrionismo errático y su~ perficial, pues son buscadores de vínculos en detrimento de la vida interior, tienen serias dificultades en el mantenimiento de las relaciones de objeto por el nivel narcisista de las mismas, ya que si l:>ien «se cuelgan» del objeto, sólo esperan de él gratificación. La divalencia afectiva es marcada y los objetos son sentidos como totalmente buenos o malos, en forma permanente y con escasa posibilidad de cambio o matices. Las relaciones afectivas son masivas, sobreexigentes y en caso de producirse alguna limitación a la relación interpersonal, aquélla no es aceptada, despertándose rabia narcisista sin neutralización. La mayor ansiedad surge ante la pérdida de objeto, lo que es temido por encima incluso de la pérdida de su amor. Cuando esto ocurre, el colapso narcisista es total, reaccionan con indefensión, debilidad, vacío, abandono y pánico a no ser queridos, y la desestabilización de la personalidad puede ser tan aguda que precipite estados psicóticos transitorios. Ahora bien, a partir de los estudios sobre la organización borderline de la personalidad, que datan de las últimas décadas, Knight (1953), Kernberg (1967, 1975), Paz C. (1969), Masterson (1972), ha sido posible reubicar con mayor precisión diagnóstica y conceptual, dentro de esa categoría, una serie de entidades que tenían un status teórico ambiguo: «esquizofrenia seudoneurótica» o «ambulatoria», «neurosis éon núcleos psicóticos» (a partir de los trabajos kleinianos sobre la importancia de los mecanismos esquizoparanoides subyacentes a las neurosis), «prepsicosis», e incluso una serie de descripciones clínicas sin denominación. Pensamos que el mismo proceso de reubicación y precisión está sucediendo con los dos niveles que se recortan en el campo de la histeria: las «malas» y las «buenas» histerias, de Zetzel, las «seudohisterias», e incluso las denominadas «psicosis histéricas», que a la luz de la conceptualización de la personalidad borderline quedan enmarcadas dentro de los límites de esta categoría. Kernberg subraya que por borderline debe entenderse una organización estable de la personalidad, y no un estado transitorio entre la neurosis y la psicosis. A partir de esta noción, propone un criterio de clasificación de la patología del carácter a lo largo de un continuo que va de un nivel superior a un nivel inferior, de acuerdo al grado de predominancia de los mecanismos de represión y disociación. Considera que la personalidad histérica en general no es una estructura borderline, sino una neurosis de carácter de nivel superior, y denomina personalidad infanti/ a una estructura intermedia entre la histeria neurótica y la histeria boráerline, pero que muchas veces puede · quedar ubicada directamente en el campo borderline. Pensamos que la 170
delimitación de la personalidad infantil como una configuración separada de la histeria contribuye a clarificar el nivel de confusión y desconcierto imperante en el diagnóstico y comprensión de las histerias graves, y que la designación elegida - personalidad infantil- permitf dar cuenla de su carácter primitivo y oral, constituyendo un verdadero aporte a la psicopatología.
RASGOS COMUNES Y DI FERENCIALES ENTRE PERSONALIDAD HISTERICA Y PERSONALIDAD INFANTIL (Kernberg, 1975)
PERSONALIDAD HISTÉRICA
PERSONALIDAD INFANTIL
1) Labilidad emocional
Seudohiperemocionalidad que refuerza la represión. Es marcada en áreas parciales conflictivas (sexual), permaneciendo estable emocionalmente en otras (trabajo, etc .). Falta de control emocional en áreas circunscriptas y sólo en el clímax de algún conflicto. 2)
Sobrecompromiso El compromiso expresado en las relaciones interpersonales es apropiado en la superficie . Observadores no calificados usualmente consideran este rasgo como «el encanto típico de la mujer» . La extroversión y la rápida pero superficial resonancia intuitiva con otros, y la sobreidentificación con las implicaciones de Ja fantasía, el arte y la literatura, se desarrollan dentro de un sólido marco del proceso seClllldario y de una evaluación realística de la realidad.
Labilidad emocional difusa y generalizada. Pocas áreas libres de conflicto . Déficit de control impulsivo más generalizado .
La sobreidentificación es más desesperada e inapropiada. Hay una lectura equivocada de los motivos de los otros, aunque en la s9perficie puede haber un ajuste adaptativo adecuado a los mismos. En relaciones prolongadas y comprometidas, despliegan demandas regresivas, infantiles, oral-agresivas.
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3) Dependencia y deseos exhibicionistas
La necesidad de ser querida y de ser el centro de atención tienen una mayor implicación sexual. Los deseos oral-dependientes están relacionados con tendencias al exhibicionismo genital directo.
Tiene menor carácter sexual, con mayor sentimiento de indefensión, oralmente determinado. Exigencias inapropiadas y exhibicionistas que tienen una cualidad fría, más narcisista.
4) Seudohipersexualidad e inhibición sexual
La provocación sexual y la posterior frigidez o rechazo es típico de esta estructura. Revela fuerte vínculo edípico en sus relaciones sexuales, y existe la capacidad para relaciones estables, si se cumplen ciertas precondiciones neuróticas (relaciones prolongadas con hombres mayores o «amores imposibles»). Represión de fantasías sexuales.
La provocación sexual tiende a ser más directa, más inapropiada socialmente, y expresa más que un deseo sexual, demandas orales de cuidado y proteccion. Conducta y relaciones sexuales menos estables, hasta llegar a la promiscuidad (promiscuidad inducida, es «llevada por la corriente»). Fantasías sexuales difusas1 polimorfas.
5) Competencia con hombres y mujeres
La rivalidad edípica es el motor de la competencia con el mismo sexo, y está claramente diferenciada de la que se ejerce con el sexo opuesto. Cuando la competencia con el hombre se instala, de manera de negar la inferioridad sexual, tienden a desarrollar sólidos y estables rasgos de carácter en este sentido.
Hay menos diferenciación entre la que se ejerce con mujeres y con hombres, presentando en general un nivel muy bajo de competencia. Cambios bruscos de sentimientos, una sumision e imitación infantil a otros, así como oposicionismo y terquedad.
6) Masoquismo
Relacionado con un Superyo rígido y severo que condena la sexualidad. Fuertes sentimientos de culpa.
Sentimientos de culpa erráticos e inconsistentes. Rasgos masoquistas y sádicos derivados de la falta de integración pulsional.
Coincidimos con Krohn en la apreciación de la valiosa contribución que para la comprensión de la histeria constituye la delimitación de los trastornos borderlines que ha efectuado Kernberg en términos de impulsos, procesos del Yo y relaciones de objeto. Asimismo pensamos que 172
merecería repensarse la sustitución de la categoría psicosis histérica por la de personalidad borderline. En este sentido es curioso constatar la escasa bibliografía que existe sobre psicosis histérica (Follin, Chazand y Pilan, 1961; Hollender y Hirsch, 1964; Richman y White, 1970; Martin, 1971; Pankow, 1974), tal como lo señalan Temoshok y Ahkisson (1977), quienes recalcan el hecho de que a pesar de que esta categoría carece de designación oficial -no figura en ninguna clasificación reciente, ni tampoco en la actual DSM-III-, sin embargo se conserva por una especie de tradición oral entre los especialistas, quienes consideran que «ella está aún entre nosotros». Por otra parte, desde el pundo de vista teórico, el concepto de psicosis histérica no deja de plantear una contradicción, ¿una psicosis en el seno mismo de una de las neurosis considerada la más cercada a la normalidad? En este sentido, tanto la delimitación como la conceptualización propuesta por Kernberg para las personalidades borderline, ofrece un dominio en el interior del cual se puede ubicar la psicosis histérica y resolver así el impasse teórico. Pensamos que el trabajo de Kernberg merece una reflexión ulterior: este autor ha sido un estudioso de la teoría kleiniana, a la cual por un lado ha criticado desde el cristal de la psicología del Yo (Kernberg, 1969) y por otro, la ha incorporado, especialmente en lo pertinente a los mecanismos primitivos, así como a las consecuencias que la acción de tales mecanismos ejercen sobre el Yo y sobre las relaciones de objeto. A la riqueza y fecundidad kleiniana, Kernberg le agrega sistematización, respeto por la nosología, el diagnóstico y la especificidad terapéutica, así como los desarrollos en el estudio del Yo del psicoanálisis americano. El producto es algo que puede verse como un mestizaje de ideas, de direcciones teóricas, de preocupaciones, sin embargo enriquece, aclara, completa notablemente el conocimiento sobre la histeria. Quizá esta mezcla, esta pluralidad, resulte extraña a algunos espíritus amantes de la pureza de las fuentes, celosos de mantener netas las fronteras de las escuelas. Afortunadamente el curso del conocimiento parece indiferente a estos intentos de limitación y compartimentalización, y a pesar de los esfuerzos en contra, termina incorporando a su cauce los desbordes . Recapitulando, la incorporación de la conceptualización tanto de la personalidad borderline como de la infantil o dependiente (e.orno aparece en la última edición de la DSM-III) a la nosografía, significa un progreso, y, además, de una manera indirecta, aporta elementos para una mejor comprensión de la histeria. ¿Si se trata verdaderamente de entidades tan diferentes, qué ha quedado del sello unificador que la palabra 173
histeria contenía al englobarlas? ¿Se trataba sólo de un uso abusivo de esta categoría o daba cuenta de un denominador común, que con la nueva delimitación nosológica corremos el riesgo de dejar por el camino? ¿Asistiremos a la experiencia siempre repetida de ver cómo el vino nuevo se arruina en el odre viejo, e insensiblemente recaer en nominaciones tales como histeria borderline, histeria infantil o neurótica? ¿Qué es lo que insiste en esta recurrencia no encontrando la idea adecuada que termine por concebirla? Un hecho viene a nuestro encuentro, en las estadísticas que proporciona la DSM-111, tanto la personalidad borderline, como la dependiente o infantil, como la personalidad histérica y la neurosis histérica, muestran una clara prevalencia en el género femenino. ¿Nos sugieren algo estos datos? Lo que la delimitación nosológica contribuye a aclarar son las distintas formas, más o menos evolucionadas de acuerdo a los grados de organización dijerencia/es del Yo y del sistema Ideal del-Yo-Superyo, de enfrentar un mismo y único conflicto: el de la feminidad, el dilema que a toda mujer se le plantea en nuestra cultura en tanto género femenino. ¿Acaso no hemos mostrado hasta el hartazgo, cómo la relación madre-hija retiene a la mujer en los lazos de una relación primaria, dependiente y narcisista; cómo el ideal paterno y masculino de la mujer no da lugar a figuras de autonomía, asertividad y libertad pulsional; que la cultura toda y aún los tratados sobre salud mental también lo consideran así? ¿La puesta en escena de la crisis histérica no es más evocativa de la pataleta del niño, que sólo atina en su debilidad a arrojarse al suelo como señal de protesta y forma de presión, que del ataque epiléptico, o de la posesión demoníaca, o de una supuesta simbolización -por la semajanza de los movimiento- del acto sexual? ¿Si en la mujer es más frecuente el uso del cuerpo como método para encarar y resolver los conflictos, no nos estará diciendo de esa manera que es sólo por medio de él como cree poder ser escuchada?
CAPITULO XI
EL FALI CISMO Y/O NARCISISMO DE LA HISTERIA
Wilhelm Reich (1933) inauguró en el psicoanálisis el estudio del carácter, y sus descripciones tanto del carácter histérico como del obsesivo-compulsivo constituyen un clásico sobre este tema. Su precisión diagnóstica merece destacarse, pues afirmaciones suyas de hace cincuenta años van encontrando actualmente la convalidación, después de un largo período controversia!. Se opuso a la inclusión de la histeria en cuadros regresivos más severos, como la depresión o la esquizofrenia, y, aunque ya en ese entonces aceptaba la presencia de rasgos orales en la histeria, consideraba, sin embargo, que pertenecían a una diferente serie psicopatológica. También describió un tercer tipo de organización caracterológica, la personalidad fálico-narcisista. Ubicada ésta en un lugar intermedio entre la histeria y la personalidad obsesivo-compulsiva, presentaría características pertenecientes tanto a la posición sádico-anal como al nivel fálico-genital. De acuerdo a Reich, las personalidades fálico-narcisistas, a pesar de poseer poderosas preocupaciones narcisísticas, mantienen fuertes lazos con las personas y las cosas, y en este sentido se hallarían muy cercanas al cuadro del carácter genital, como se denominaba en esa época a las configuraciones más cercanas a la normalidad. Rasgos de competitividad, fuerte ambición, coraje impulsivo, exhibicionismo y conducta agresiva abierta son sus características principales. En los hombres, un gran orgullo es concentrado en los genitales, vividos como instrumentos de agresión y venganza más que como órganos de amor, y en las mujeres lo prominente sería la fantasía de tener un pene, aunque Reich sostenía la idea de que este cuadro era infrecuente en el género femenino. A pesar de que la categoría del carácter fálico-narcisista es clínicamente diferente de la del carácter histérico, sin embargo ha caído en desuso, y el carácter histérico actualmente engloba tanto rasgos de agresivi-
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dad, narcisismo, competitividad, junto a marcada sugestionabilidad, complacencia o exhibicionismo, así como también son consideradas como histéricas aquellas personalidades dependientes, infantiles, poco competitivas y nada agresivas. O si no, encontramos que en la literatura puede ser caracterizado en una forma personal que no se atiene a ninguna nosología establecida, tal como lo hace Perrier (1974), describiendo una mujer que viene al encuentro del analista en nombre de «la militante de la verdad del sexo y del amor, segura de la causa que defiende, busca un testigo de su desgracia, que son los hombres: unos son brutales y tiránicos; otros, timoratos e inconsistentes. En su egoísmo, malignidad o ignorancia nunca llegan a corresponder con la imagen de aquél al que la histérica se cree con derechos ... » (pág. 164). Denomina a esta configuración «el lado ofensivo del compromiso histérico», una de las fachadas más frecuentes de la histeria actual, opinión que también sostienen Israel y Col. (l 971) en la hermosa descripción clínica por ellos elaborada. Coincidimos con Krohn ( 1978) en la doble ventaja -clínica y conceptual- que ofrece conservar la distinción entre carácter histérico y carácter fálico-narcisista, y una lectura de sus rasgos fenomenológicos distintivos, tal como Krohn lo ha realizado, nos resulta sumamente esclarecedor (pág. 55).
CARÁCTER HISTÉRICO
CARÁCTER FÁLICO-NARCISISTA
1) Lucha interna contra sentimientos de culpa y deseos incestuosos; contra la emergencia de pensamientos, deseos y sentimientos tabúes hacia objetos edípicos .
Deseos de exhibición y de ser admirada/ o, y temor a la vergüenza y a la humillación. Exquisita sensibilidad a la inferioridad física o mental lo que la/o lleva a temer el ridículo y la crítica.
2) Se presenta como débil , imperfecta/o, tonta/o, con tal de evitar, si es necesario, pensamientos incestuosos, manteniéndose segura/o en fantasías infantiles pregenitales.
Trata en todo momento de evitar o impedir la experiencia que la/o enfrente con la in:adecuación o la imperfección.
3) Trata de evitar pensamientos perversos y todo lo que la/o lleve a una objeción social.
Trabaja muy duro para parecer perfecta/o, y más allá de toda crítica.
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4) Etapa triangular del Edipo. Conflictos y celos acerca de la relación entre los padres y deseos de usurpación del lugar del objeto simétrico del género.
Etapa triangular del Edipo. Conflictos alrededor de cualquier tipo de inferioridad corporal o de otros atributos del género.
5) Lucha por establecer un vínculo infantil con el objeto: aunque tenga fantasías de poseer un pene, estas fantasías están al servicio de construir un romance con el objeto incestuoso.
Preocupaciones sobre todo airededor del tamaño (en el hombre), preservación y a,ceptabilidad de los órganos genitales, para desterrar de la mente ideas de inferioridad genital, de órgano sucio, pequeño e insignificante.
6) Se siente más cómoda/o presentándose débil y pasiva/o. Su pasividad e infantilidad es egosintónica y una manera privilegiada de mantener el vínculo con el objeto.
Centrada/ o en afirmar el poderío de su sexualidad, de su belleza, más que preocupaciones por los sentimientos hacia los objetos. Lucha denodadamente por erradicar toda flaqueza, defecto o añoranza de dependencia. Dominante e impositiva/o.
7) No le preocupa necesitar y ser dependiente del hombre papá.
Conductas contrafóbicas de desafio al peligro y a la muerte son comunes, en una tentativa de afirmar la omnipotencia y mantener a raya carencias y sentimientos de inferioridad.
8) Se esfuerza con mayor o menor conflicto para establecer un vínculo infantil con el objeto.
Preocupada/o en establecer la igualdad o la superioridad fálica con el objeto.
Creemos que la problemática planteada por Reich sobre la posición intermedia del carácter fálico-narcisista entre la neurosis obsesiva y la histeria merece una revisión. Para Reich, la cuestión se centraba en que si el carácter fálico-narcisista presentaba rasgos de agresividad abierta y coraje impulsivo, estos atributos francamente «activos» remitían a su filiación sádico-anal, de allí que debían entenderse como de raigambre obsesiva. Reich, tributario de las ideas de Abraham sobre la evolución de la libido, comparte con él uno de sus vicios teóricos : el atribuir una 177
significación destructiva a la expulsión de heces y luego cuando se constata un rasgo de agresividad en el carácter, explicar su naturaleza agresiva por su origen anal *. La preocupación del carácter fálico-narcisista es ocupar una posición de poder, de privilegio, de superioridad que le garantice ser admirado/a y reconocido/a como valioso/a. Las emociones displacenteras tienen que ver con sentimientos de vergüenza, humillación, inferioridad, ridiculez. Su objetivo fundamental es un desempeño, una conducta, una posesión de atributos, de poderes o de objetos que lo eleven a alguna de las múltiples categorías de la perfección -el mejor alumno/a, la más bella, el más acaudalado, etc.-. Hasta aquí, nos encontramos frente a una descripción que en nada se diferencia en nuestros días de un carácter narcisista a secas. ¿Cuál es la peculiaridad entonces de un carácter fálico-narcisista? Reich nos ayuda poco, sus explicaciones dinámicas no avanzan más allá de una insistencia en la ansiedad de castración; el carácter fálico-narcisista centraría sus conflictos y fantasías más en sí mismo, en el estado de su Yo, de sus genitales, que en los objetos, y principalmente en un tema privilegiado: la castración de sus genitales. La especificidad estaría dada por la genitalidad en juego, de ahí lo de fálico, y en buen freudismo esto significa ansiedad de castración en el hombre y envidia al pene en la mujer. El problema es que esta referencia no nos aclara las diferencias con el carácter histérico, cuyas preocupaciones también han sido consideradas como del orden fálico, aunque con un matiz menos narcisista, menos competitivo y más sexual. Sin embargo, aunque se plantee una equiparación libidinal entre histeria y estructura fálico-narcisista la desigualdad de desarrollo del Yo entre una y otra es clara, configurándose la histeria como un nivel menor de organización, hasta tal punto que se las caricaturiza a una como mujer-niña y a la otra como mujer-hombre. ¿Cómo entender esta desarmonía entre la clínica y la teoría? ¿La «mujer-niña», inocente, ignorante, dependiente del hombre, inconsistente y voluble, haciendo gala de un pensamiento vago e impreciso, sería acaso más mujer, más femenina, con un mayor grado de triangularización ya que su goce sólo se vería refrenado por la culpa edípica, mientras que la mujer de inteligencia clara y aguda, capaz de conductas agre• Para mayor detalle véase Dio Bleichmar «La teoría de la libido. El pensamiento analógico en la teoría psicoanalítica», en La Depresión, un Estudio Psicoanalítico, Bleichmar H. (1976).
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sivas, de coraje, con ambiciones, que compite en lugar de depender, es más fálica, más narcisista, más atrasada en su carrera de mujer, pues parece lejos de aceptar su feminidad? Sin embargo ambas se pueden presentar frígidas o, si no frígidas, al menos, la sexualidad es su terreno conflictivo. El falicismo de la histeria, si bien ha sido reiteradamente subrayado en la comprensión del cuadro, ha recibido distintos y complejos sentidos . Freud consideraba que la histeria expresa el conflicto genuinamente edípico, pero al tratarse de una fijación en el desarrollo psicosexual a una etapa infantil, el falicismo se refería a las características de esa fase, es decir, al predominio de una determinada zona erógena, supuestamente el clítoris, y de una determinada fantasmática sobre los genitales, gobernada por la premisa universal del pene. Sólo muy tangencialmente, tratando de dar cuenta del fracaso terapéutico en el caso Dora, asume la hipótesis del Edipo negativo y de los deseos homosexuales, como una especificación mayor del falicismo histérico. De cualquier modo, en la obra freudiana este carácter del trastorno histérico queda básicamente vinculado a la masculinización de su deseo, ya sea en la envidia al pene o, eventualmente, a la posesión de la madre como objeto sexual desde una posición fálica similar a la del padre. Más tarde, Abraham esboza los rudimentos de una teoría psicoanalítica del carácter, y es Reich quien otorgará al falicismo histérico una localización en el Yo, al describir los rasgos que permiten distinguir el cuadro de la histeria del carácter fálico-narcisista . Recientemente, Alan y Janis Krohn (1984) ofrecen una relectura del caso Dora, en la cual muestran que, si bien Freud llegó a poner en evidencia los deseos homosexuales de Dora, no otorgó a la regresión a la fase fálico-edípica o, más precisamente, a la fase del Edipo negativo que sería normal en toda mujer -de acuerdo con las ideas de Nágera (1975)-, la relevancia que tiene en la histeria. Sostienen que Freud no consideró en toda su magnitud el amor erótico de Dora hacia Frau K, que él no supo ver este amor como derivando del complejo fálico-edípico, que incluye competencia y deseos de castración hacia el hombre y deseos de amar a una mujer desde una posición fálica. Desde esta perspectiva la hostilidad de Dora hacia Freud, hacia su padre y el señor K, serían producto no sólo del orgullo injuriado, sino más básicamente de sus celos y rivalidad con su padre por el amor de su madre. Sostienen enfáticamente que para analizar apropiadamente los casos de histeria, el complejo fálico-edípico debe ser reconocido, entendido e interpretado sistemáticamente. No es sufi179
ciente aceptar la existencia de la bisexualidad, sino comprender la naturaleza específica de los deseos homosexuales. Estos autores subrayan que, si bien Freud puso de manifiesto tales deseos en Dora, no distinguió, a esa altura del conocimiento analítico, los distintos tipos de amor que unían a Dora con su madre. Y lo que también destacan, es que en este error se recae aún actualmente en la comprensión del cuadro y, que la literatura psicoanalítica abunda en esta confusión, ya que el compromiso con la madre en la mujer histérica se adjudica a la presencia de un vínculo preedípico prevalentemente oral. Para estos autores, Dora revela lo que han encontrado en otros casos de histeria: que la fase fálico-edípica es extremadamente significativa para la mujer histérica. Una fijación en esta etapa incluye una inconsciente rivalidad con los hombres, a menudo con deseos de castración y muerte hacia ellos, deseos o intentos de poseer genitalmente a la madre y a los sustitutos maternos (Frau K), y, más profundamente, recuerdos infantiles depresivos provenientes de la fase fálico-edípica de no ser capaz de dar a la madre y a ninguna otr;:i mujer ni placer sexual con un pene, ni tampoco un bebé . El núcleo más conflictivo en Dora, para estos autores, sería el componente agresivo hacia los hombres y las defensas concomitantes. Dora ilustraría esta condición, en sus intentos de organizar la historia con el señ.or K, de modo de representarse como traumáticamente agredida, usando una defensa paranoide ante sus propios deseos inconscientes de herirlo. Sostienen también que aunque Freud descubre y discute la no analizada transferencia, él nunca explícitamente habría reconocido la básica hostilidad hacia los hombres que impregnaba la patología de Dora, actuada en la transferencia por medio de los intentos de convertir el análisis en una contienda y de probar que Freud estaba equivocado. Hostilidad hacia los hombres que continuó, por otra parte, sin cambios en la vida de Dora, siendo constatada añ.os más tarde por Felix Deutsch en su encuentro con la paciente. Un examen de la literatura americana sobre la elaboración que sufre el concepto de fálico en la histeria, nos conduce a la comprobación de un fuerte contraste y, la obra de Alan Krohn es un fiel exponente. Por un lado, este autor es ejecutor de la monumental obra sobre la histeria ya mencionada, en la cual concluye sistematizando una configuración de rasgos, para dar cuenta de su personalidad tipo. Se trata de un preciso estudio sobre la estructura del Yo, los distintos niveles de las relaciones de objeto, la organización del Superyo, y las relaciones con la realidad social. Krohn sostiene que la personalidad histérica no implica psi180
copatología, sólo cuando se desarrolla una neurosis, el síntoma es considerado por el Yo como egodistónico. Pero lo que resulta sorprendente es que ni en la descripción del Yo, ni en los conflictos pulsionales, Krohn destaca el carácter fálico del conflicto o de los rasgos, al contrario, expresa textualmene: «En contraste con la personalidad fáliconarcisista u otros pacientes con fijaciones preedípicas fálicas, la histeria está primariamente preocupada por la posesión libidinal exclusiva de su objeto incestuoso. El deseo inconsciente gira alrededor de fantasías fálico -edípicas de ser penetrada fálicamente por el padre, tener un hijo de él y reemplazar finalmente a la madre» (pág. 214). Sin embargo, cuatro añ.os más tarde propone la relectura del caso Dora como un paso central para Ja cabal comprensión de la histeria, ubicando el conflicto en la misma etapa, pero entendiendo «lo fálico» como el deseo homosexual, y destacando en la descripción del carácter de Dora y en sus manifestaciones, rasgos que no son fácilmente ubicables en la tipología de personalidad histérica sostenida por él mismo previamente, sino que se acercan mucho más a la descripción hecha por Reich del carácter fálico-narcisista . O sea, que Krohn, tributario de los desarrollos del psicoanálisis americano en el estudio del Yo, contribuye con un cuidadoso trabajo a establecer la especificidad de su estructura en la histeria, apelando a una amplia gama de autores y de posturas pr.ra la construcción final del modelo (Rapaport, Shafer, Abse, Kernberg, Shapiro, Federn, Siegman, Zetzel, Fairbairn), y cuando lo contrasta con los otros esquemas aportados anteriormente por la literatura (Wittels, Reich, Chodoff y Lyon, Marmor), recalca que el fracaso de estos intentos en establecer un orden en la nosología de la histeria radicaría en la no inclusión del estudio del Yo en la diferenciación de los distintos cuadros. Esta deficiencia sería la responsable de la confusión y desorden en que se encuentra la histeria, ya que todas las propuestas se basan exclusivamente en la especificación de la etapa del desarrollo libidinal alcanzado («cuando el Yo no es tomado en cuenta, las discusiones concernientes al nivel libidinal alcanzado se parecen a las discusiones sobre el número de ángeles o cómo encontrar una aguja en un pajar», pág. 84) . Pero, sorprendentemente, el mismo Krohn en la explicación última del origen de los síntomas y conflictos de Dora, retoma los planteamientos más estrictamente «instintivistas» haciendo recaer las causas.en el supuesto falicismo-deseo homosexual de Dora, deseo que es comprendido en su más concreta acepción, en la más estricta literalidad simbólica del fantasma, como el deseo de poseer un pene propio. 181
¿Es esto lo que la clínica sugiere, que la histérica es una homosexual latente? Después de declarar la necesidad y la conveniencia de contemplar el estudio del Yo para delimitar las histerias orales o psicóticas de las genitales, de sefíalar la importancia de distinguir un pluralismo de cuadros -el 'carácter fálico-narcisista, por ejemplo-, Krohn en 1982 vuelve a reducir el pluralismo y sostener la fijación de la histeria a la etapa del Edipo negativo y a recalcar que sólo se terminará comprendiendo cabalmente a la histeria cuando se analice a fondo su hostilidad hacia el hombre. Lamentamos que una línea tan promisoria como la que Krohn había iniciado en su monografía, fuera posteriormente abandonada, y si transcribimos en tanto detalle sus comentarios sobre el caso Dora, es porque creemos que Krohn personifica una orientación vigente del psicoanálisis actual (Kohon, 1984). Posición que discutiremos y que se erige en un polo de la teorización, el otro polo lo constituyen las ideas de Lacan y sus continuadores . Lacan en su relectura de Freud rescata el psicoanálisis y la histérica de una concepción reificada del objeto, al puntualizar que no es el pene lo que la histérica persigue, sino el falo . Falo, que designa justamente aquello que desde la perspectiva imaginaria del niño le falta a la madre, ya que a la mujer y a la madre en realidad no le falta nada, y que se convertirá en el significado privilegiado que designará sólo aquello que es una falta, y no sustancialidad alguna real o fantaseada. Sobre el concepto de falo -basado en la teoría infantil-, Lacan hace pivotear gran parte de sus ideas, ya que en tanto representación de una ausencia, de una falta, el falo se presta para hacer girar sobre sí tanto al deseo como al objeto . La niña se introducirá en el complejo de Edipo en tanto no posee el falo, y deseará el pene del padre para recibir de él un sustituto simbólico del falo: el hijo. ¿.Pero cómo instituye la niña al padre como objeto de su deseo, si ni el objeto -el padre- ni el deseo -sexual de ser penetrada- han sido las experiencias sobre las que la niña ha transitado, creyendo ser o poseer el falo que concebía entre ella y la madre? Lacan (1956-57) puntualiza que justamente éste es el dilema de la histérica: no poder determinar el objeto de su deseo. Para hacerlo se lanza al centro del triángulo edípico, de tal forma que siempre en una histeria hay tres personajes. Es lo que resalta en el caso Dora, está el padre y el señor K en posición simétrica y, simultáneamente, la señora K. El interés de Dora al fijarse en el señor K no es excluyente de la señora K, pues tal interés habría residido en la relación de los personajes de la pareja y no en ellos por separado. Lacan sostiene que Dora desarrolla un vínculo libidinal con el señor K, pero que « ... la señora K, no es sólo 182
objeto elegido, ella es la pregunta de Dora y encarna a sus ojos la función femenina, el misterio de su feminidad corporal; lo que Dora busca en la señora K es una respuesta a su pregunta: ¿qué es una mujer? O más precisamente: ¿cómo puede aceptarse como objeto del deseo del hombre?» (pág. 159). Para abordar este interrogante, para saber sobre la sexualidad femenina, se identificaría con el hombre, de ahí su identificación con el señor K y con Freud durante el tratamiento. O sea, que si el hombre cobra importancia para la histérica, es porque éste se sitúa en el circuito del deseo de otra mujer, pero la condición de este circuito es que la otra mujer sea deseada por el hombre. De ahí que el planteamiento se cierra en la afirmación de que el acceso al objeto del deseo (el padre, el hombre) es otorgado por un tercero (la madre, otra mujer), lo que se desprende del enunciado general: el objeto del deseo se institu~ ye por mediación, es el objeto del deseo del otro. En esta problemática es donde la histérica quedaría atrapada, oscilando e interrogándose, especialmente si el hombre -como en el caso de Dora-- sufre de alguna carencia fálica, en un incesante deseo de deseo y, por tanto, esencialmente insatisfecho. Siguiendo las ideas de Lacan, Perrier (1974) pormenoriza el falicismo de la histérica centrándolo básicamente en los mecanismos de identificación. Por un lado, en la exaltación del cuidado y la belleza corporal la mujer histérica identificaría su cuerpo con el falo; a su vez se identificaría al hombre en un doble aspecto, a su deseo -tratando de averiguar por procuración cómo y qué es una mujer- y a su Ideal del Yo masculino, según Perrier para comprobar, compitiendo con él, la carencia fálica del hombre. También la fantasía bisexuada de la histérica es comprendida como una doble identificación, al Yo Ideal homosexuado de su madre edípica, pero rechazado en tanto modelo de feminidad desvalorizada, y al Ideal del Yo del padre -idealizado y, por tanto, anhelado-, pero al que se intenta denigrar por competencia narcisista. Ahora bien, así como Freud fue conducido a gran parte de los descubrimientos psicoanalíticos -la sexualidad en la etiología de la neurosis, la transferencia, la estructura del síntoma-- a partir del estudio de la histeria, también Lacan encuentra en la histeria tanto el paradigma de uno de sus planteamientos básicos -el deseo es siempre el deseo · del otro- como la clara ilustración de uno de sus replanteamientos y polémicas centrales con el psicoanálisis posfreudiano: la relación de objeto no se da en forma directa y simple entre un sujeto y un objeto, sino que siempre se halla mediada por un tercer término: el falo. Esta virtud de 183
la histeria -ser el modelo ejemplar de la teoría- sin embargo se ha convertido, en nuestra opinión, en un obstáculo para su cabal comprensión psicopatológica, pues al tratarse de una hipótesis de tal nivel de generalización y poder de inclusión -la estructura del deseo humano es histérica, todo sujeto es entonces histérico- hasta se desdibuja la contribución que esta explicación aporta a la comprensión de la sugestionabilidad presente en su sintomatología. A manera de síntesis, se perfilan dos tendencias claras en el psicoanálisis actual acerca de la comprensión del falicismo de la histeria. Una, como sinónimo de homosexualidad, de disputa del rol del padre en la posesión de la madre, de masculinización del deseo, es decir, la más plena expresión del «mayor monto de bisexualidad presente en la mujer». Remanentes de la orientación biologista que aún domina ciertos sectores de la teoría, especialmente - como lo hemos subrayado en la parte primera- en lo que se refiere al desarrollo psicosexual de la niña y a la concepción de la supuesta masculinidad de sus primeros años de vida. Otra, como ilusión de totalidad, de narcisismo satisfecho, de poder, de sustitución de «la hiancia constitutiva del hombre» (Lacan). Desde esta orientación el falicismo de la histérica no sólo se aparta de toda biologización, sino que tal falicismo es una construcción esencialmente fantasmática y un efecto de la estructura del lenguaje, que rompe amarras con cualquier forma de naturalismo, apartándose de toda apariencia de masculinización, ya que la mujer más femenina ejercería una estrategia de poder en la así llamada «feminidad como mascarada». Las ideas de Lacan han significado un paso fundamental en la comprensión del falicismo, y concordamos con ellas en términos generales, aunque en el tratamiento particularizado que hace de este punto en el caso de la histeria nos surgen algunas dudas. Hemos tomado en primer término como base del análisis la propuesta que aparece en el Seminario de las Relaciones de Objeto (1956-57), época en la cual la histeria era aún incluida en un modelo psicopatológico (según los discípulos y seguidores de Lacan es posible distinguir épocas en su producción teórica, que se han dado en llamar Lacan I y Il), posteriormente discutiremos su segunda proposición, el discurso histérico. ¿Por qué, si se insiste tanto en la barra divisoria entre significante y significado, y en el falo en tanto significante opuesto a cualquier mate-
rialidad dada, se concibe a la mujer histérica interrogándose sobre la feminidad corporal y cómo haría una mujer para aceptarse como objeto 184
del deseo del hombre? Pero, ¿de qué deseo, el sexual? ¿Por qué comprender la inmensa y compleja red simbólica de significaciones «fálicas» en que se hallan inmersos el hombre y la mujer, exclusivamente en el terreno de la sexualidad? ¿No sería más consecuente considerar la sexualidad de la misma forma que se hizo con el pene y su relación con el falo, verla como una imaginarización, un efecto de una estructura simbólica en la cual el narcisismo es lo determinante? ¿Estará insatisfecha la histérica porque encarna el deseo, o justamente por haber sido elegida para encarnarlo y no encontrar en el sistema de representaciones que se le ofrecen para definirse, otras formas, otros significantes que la ayuden a representarse como sujeto? ¿Si la histérica se resiste a concebirse como «objeto causa de» es por su identificación latente con el falo, o más bien por un desesperado intento de zafarse de una sexualidad a la que se erige como la totalidad de su persona? Sólo podríamos apoyar la propuesta lacaniana de que la histérica no puede determinar el objeto de su deseo, siempre ,que se entienda esta fórmula como referida a la oposición entre dos deseos: el sexual -por el objeto del otro sexo- y el narcisista de reivindicación de su género. Si por un lado Dora acepta su deseo sexual por el señor K, no puede dejar de sentirse humillada y comparada con Frau K, a quien el señor K con anterioridad sedujo y abandonó, si por el otro, cuida su narcisismo ligado al género, mutila su deseo sexual. Pero la feminidad que le preocupa a la histérica, como a Dora, no es únicamente la corporal, sino precisamente una feminidad que no quede reducida a lo corporal, a su sexualidad. Así como cuando el falo se imaginariza en el pene, éste se convierte en el centro de las preocupaciones, cuando «el ser mujer» se imaginariza bajo la forma del cuerpo, éste se perturba. ¿El polimorfismo de que hace gala la histeria -la borderline, la infantil, la histriónica o la fálico -narcisista- no tiene ninguna relevancia, o nos está señal~ndo un camino a través del cual la resistencia a ser objeto de deseo puede ser interrogada? Coincidimos con Perrier en que la histeria de los años 80 es cada vez más «el lado ofensivo de la histérica», la forma clínica descripta por Reich, el carácter fálico-narcisista que en los años 30 era poco frecuente en la mujer. De todas las histerias, es la única que no adoptaría la máscara o el simulacro de la feminidad, no se presenta ni dependiente, ni inferior. ¿Será por eso que se la considera narcisista? La fálico-narcisista no se arroja al suelo, ni hace escenas con el cuerpo, sino que habla, pelea, reivindica. ¿Pero cuál es su reclamo? El del derecho a una vida similar a la del hombre, ya que su Ideal del 185
Yo del género aspira para sí a desempeñar roles tipificados socialmente como masculinos, y el desarrollo del Yo alcanzado le permite obtenerlos si se lo propone. Para el logro de este objetivo puede decidir mutilar la feminidad tradicional y no buscar ni el amor ni la sexualidad, o puede tratar de integrarlos pero con tanto celo de que su feminidad corra el riesgo de verse devaluada, que los conflictos inherentes a toda relación amorosa o sexual serán considerados afrentas narcisísticas a su posición de sujeto de deseo.
CAPITULO XII
LA FEMINIDAD, Y/O «NORMALIDAD» DE LA HISTERIA
Partiendo de las concepciones más radicales sobre la gravedad y carácter regresivo de la histeria, las así llamadas histeria oral o «maligna», hemos llegado, a través de un recorrido de las diferentes propuestas ha~ ta las formulaciones, también reiteradas y frecuentes en la literatura, sobre la aparente obligatoriedad en el curso de la vida de una mujer, del pasaje por una etapa histérica, o la identidad de estructura entre histeria y feminidad (Freud, 1933; Lacan, 1956-57; Granoff y Perrier, 1964; Aulagnier, 1966; Perrier, 1974; Nágera, 1975). En este terreno el psicoanálisis, lejos de ser innovador, ha penetrado en una de las relaciones consagradas por el saber múltiple -filosófico, literario, médico, popular-: la mujer es histérica. ¿Ha contribuido el psicoanálisis a dar cuenta de las razones de esta indisoluble amalgama o se ha sumado a la perpetuación del mito? (Fendrik, 1976). El punto de pasaje de la histeria a la feminidad «madura» quedará ubicado para Freud en el levantamiento de la represión y en el ejercicio pleno de la sexualidad, que se lograría abandonando «un montante de actividad» -la sexualidad fálico-clitoridiana- , renuncia que permitiría no sólo alcanzar la heterosexualidad, sino dejar de oscilar entre el Edipo negativo y el positivo, y de esta manera sustituir el deseo de tener el pene por el del hijo. Pero esta conceptualización continúa manteniendo, desde el punto de vista de la estructura del deseo y de la organización del Yo, una total equiparación entre histeria y feminidad, pues en última instancia la más acabada feminidad no sería sino el deseo narcisista de obtención del pene a través del hijo. En este sentido Freud concibe la feminidad básicamente gobernada por un acentuado narcisismo: 1) prefiere ser amada a amar; 2) practica el culto a su cuerpo, ya que cuanto más atractivo más lo equipara a la posesión del pene envidiado en la ecuación cuerpo-falo; 3) la elección de objeto es conforme al ideal narci186
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sista de hombre que hubiera querido ser; 4) el hijo le deparará las satisfacdones de todo aquello que de su complejo de masculinidad ella esperaba, y 5) la intensa envidia al pene presente en su vida psíquica es la razón de su escaso sentido de justicia. La teoría freudiana sobre la feminidad constituye una suerte de talón de Aquiles de la doctrina psicoanalítica. Las revisiones a esta altura son numerosísimas, a las postulaciones sobre la feminidad primaria (ya mencionadas) se suman las críticas a la posición prejuiciosa de Freud sobre la mujer (lrigaray, 1974; Kofman, 1980). Sin embargo un repaso de estos desarrollos ulteriores produce la impresión de que si bien se acepta la necesidad de un replanteamiento a fondo, las propuestas que se han presentado como revisiones no sólo mantienen la estrecha relación entre feminidad e histeria, sino que esta relación se ha consolidado. Las coordenadas sobre las que se ordena la feminidad son entonces las mismas que para la neurosis : el deseo sexual y su estructuración en la trama edípica. Además, en todo momento y en todos los autores -salvo Stoller- existe una superposición total entre feminidad, sexualidad femenina, zona erógena vaginal y elección de objeto heterosexual. Estos términos son prácticamente intercambiables y, en teoría al menos, tributarios unos de otros, aunque algunos autores como Granoff y Perrier opongan algunas reservas *. Lacan también centra la problemática de la mujer, su «extrañamiento», su rechazo como ser, en los dilemas a que se ve enfrentada por la crisis de la castración. La feminidad, una «verdadera mujer», quedará establecida si se estructura en ella la orientación hacia el padre, el hombre, si se establece la heterosexualidad. Heterosexualidad que enmascara la búsqueda del hijo, en última instancia el falo que le dará la completud buscada. Para obtenerlo debe exhibirse y proponerse como objeto de deseo, y esta posición implica una identificación latente con el falo, es decir, que para «tener» el falo (debe buscar al hombre y a través de él alcanzar la libidinización de la vagina y la heterosexualidad) debe «ser
• «Lo que vale la pena destacar es que la clínica nos muestra la precariedad de los esquemas edípicos en relación a las infinitas variaciones de las historias femeninas. No fal·tan esquemas clínicos, pero todo transcurre como si la mujer, desde su origen, estuviera en una relación privilegiada con lo real, que habría que tener en cuenta para no reducirla a las modalidades o caracteres de su Edipo. Es así como se pueden ver hijos orales o anales en mujeres preedípicas, del mismo modo que orgasmos rectales o vaginales en grandes inmaduras, o a la inversa, frigideces irreductibles en sujetos muy edípicamente marcados» (pág. 49).
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el falo» (autosuficiente, narcisista). El deslizamiento desde la feminidad a la histeria es fácil de suponer: en este permanente juego de ser y/ o tener el falo puede quedar atrapada y ser presa de lo que se define como su estructura específica, el deseo 'en su carácter de insatisfacción esencial. En Lacan la histeria abandona el ámbito de la psicopatología en la medida en que se presenta como el modo específico de estructuración del deseo humano, de la transferencia, del Edipo y la bisexualidad, y a través de la teorización última de este autor, de la estructura misma del sujeto del inconsciente. En esta dirección histeria y feminidad son equivalentes, ya que la feminidad quedará definida: l) a partir del deseo sexual; 2) a partir del deseo del otro a quien se dirige su deseo, es decir, la dimensión intersubjetiva del deseo humano; 3) la bisexualidad, que en el interior del Edipo aparece ligada a las identificaciones; 4) a la dialéctica de ser y tener el falo, y 5) al valor preponderante que toma la experiencia patogénica de la pérdida del amor. De ahí que algunos autores, como Perrier (1974), establecen una línea de c;lemarcación entre una histeria lograda, «normal» («como idéntica a uno de los registros fundamentales del deseo, la identificación imaginaria») y por otra parte una histeria sintomal, la neurosis, y se inclinan a sostener una línea evolutiva que necesariamente «debe pasar por los modos histéricos de maduración libidinal». Por tanto, la feminidad en tanto «verdadera» se constituiría en una suerte de polo ideal, una especie de meta utópica, y en realidad toda mujer sólo alcanzaría el rango de la feminidad en tanto máscara, engaño, simulacro, pues permanecería tributaria de los modelos identificatorios de la etapa fálica. Nuevamente la máscara alude a la falicidad subyacente a esa aparente feminidad, ya que eliminada toda ilusión de feminidad natural la mujer no puede sino ordenarse según las leyes del significante, fundamentalmente del significante fálico. De ahí la expresión lacaniana «la mujer no existe», ya que el significante que podría situarla es sólo un significante perdido. Quizá sea Piera Aulagnier (1966) quien mejor da cuenta de la incidencia de lo simbólico en la estructuración de la mujer, al marcar que la feminidad es ante todo una cuestión de hombres, descansando en su condición de deseada, condición que sólo objetivará a través de la mirada masculina. Para Aulagnier en este punto residiría esa feminidad tan envidiada y explorada, espiada, buscada, que toda mujer persigue. Si la 189
mujer está más o menos siempre en una relación de rivalidad con sus semejantes (histeria normal), sería para constatar cuál es el rango de deseabilidad y cómo, a través de qué atributo, «la otra» logra despertar el deseo del hombre, investigación que también persigue a través del hombre, buscando saber qué desea él en Ja otra mujer. En una productividad que toma como punto de partida ideas de Lacan, Piera Aulagnier se aparta un tanto de la formulación estructuralista ahistórica, de que el hombre no tiene mejor suerte que Ja mujer en la organización de su deseo (ya que también se halla marcado por Ja falta, pues en rigor él tampoco es el falo, sólo posee un pene que Jo simboliza). Puntualiza una clara diferencia entre la estructura del deseo del hombre y Ja mujer: mientras el hombre puede escindir el deseo del amor, esto es imposible para la mujer. «En esta posibilidad y en esta afirmación sustentará su potencia masculina, su orgullo, su narcisismo, quiere ser capaz de un deseo autónomo, en estado puro, frente al cual la mujer sea un objeto intercambiable (sólo un «a») .» La estrategia masculina para negar Ja castración, cuyo espectro se perfila sobre la castración materna, es entendida en estos términos por Aulagnier: « ... si es preciso el amor para que exista el deseo, entonces su supremacía fálica revela estar sometida al antojo de Ja Otra: ta mujer se acerca al lugar vedado que tenía la madre, aquel cuya falta amenaza siempre con remitir a la nada su papel de ser que desea. Pero si, por el contrario, cualquiera puede permitirle reconocerse como ser que desea, si cualquier mujer, sin que tenga ni un~ p\~Jabra que decir, y cualquiera que sea su deseo le basta para que pueda afirmarse como amo del deseo, entonces la amenaza materna es vana ... » (pág. 71, subrayado del autor). En cambio la mujer se declarará siempre partidaria del amor único, ya que algo se opondría a que se conciba sólo como objeto de deseo, siempre buscará el amor y sólo por amor logrará en el mejor de los casos el goce sexual. No Ja hiere el ser deseada, lo que no puede tolerar y lo siente como una decadencia es que el hombre le revele saber que ella no es sólo deseable, sino sobre todo que está deseosa del deseo de él y que se desenmascare su carencia. Tampoco soporta ser descubierta como sujeto de deseo. Pero, ¿por qué esta angustia, qué marca este corte tan neto entre el hombre y la mujer, esta fractura entre el placer y el deseo que se situaría en el nudo de Ja feminidad? Es que para la mujer, si experimentar placer no puede transformarse en el signo de otra cosa, si descubre que no es para el hombre sino el instrumento de un goce en el que el amor no tiene Jugar alguno, y si su propio placer le confirma que ha revela190
do al compañero que a ella le falta algo, entonces se desmoronaría toda valorización narcisística. De ahí que la mujer tome la vía del simulacro, del engaño, de la mascarada (siendo ella misma la primera engañada) y con extrema atención tratará de atisbar, desentrañar cómo él la desea y, sólo «por amor» asumirá el papel que él propone y le será fiel, ya que el hombre, siempre listo en la reivindicación de su autonomía de ser que desea, no está dispuesto a considerar Ja reciprocidad cuando él no es el beneficiario. Lo que surge como esclarecedor en el planteamiento de Aulagnier es la articulación que establece entre la valoración narcisista y la sexualidad como condición de acceso a la feminidad. Aunque también el clivaje entre histeria y feminidad pasa por el logro o no del goce, este último sería dependiente de un investimento narcisístico previo. Aulagnier sostiene que lo que Freud denominó una feminidad normal implicaría que « .. .la mujer haya podido hacer del deseo que brilla en la mirada del hombre Ja fuente misma de su investidura narcisística, pues, no lo olvidemos, no se puede amar si antes uno no se ama a sí mismo. Podrá aceptar saber que en cuanto sujeto de la carencia puede encontrar su lugar de deseada ... » (pág. 88). Si este prerrequisito no se cumple -la investidura narcisista del deseo del hombre por ella- rehusará a su compañero todo surgimiento de placer, su frigidez desmentirá que el pene sea el emblema y la sede tanto del goce como de la valoración narcisista y será él quien deberá interrogarse acerca de qué es para ella el objeto del deseo . En el triunfo del engaño la mujer recuperaría el poder, el falo, pero a costa de su goce. Concordamos plenamente con este lúcido planteamiento de Aulagnier, salvo en un punto, y es el de instituir «al deseo que brilla en la mirada del hombre en la fuente misma de la investidura narcisista» de la mujer. Pensamos que es justamente esta reducción, la narcisización de la mujer exclusivamente en torno a la sexualidad, Ja que la conduce a exigir una legitimación del goce por el amor, o que en su defecto Jo rehúse. Por el contrario, pensamos que la condición que garantiza que la mujer acepte de buen grado la mirada deseante del hombre, es que sólo espere de ella el goce y que su narcisismo se halle asegurado por medio de otras fuentes, no sólo por medio de la sexualidad. Si Ja sexualidad y sus avatares deben hacerse cargo exclusivamente del mantenimiento de la autoestima del sujeto, inevitablemente la sexualidad se verá comprometida y será gobernada por otras leyes que las del deseo sexual. ¿Acaso no es éste el drama del hombre histérico?
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CAPITULO XIII
DORA, ¿HOMOSEXUAUDAD O TRASTORNO NARCISISTA DEL GENERO?
MARCO FREUDIANO DE COMPRENSION DE LA HISTERIA
El eje de la interrogación freudiana sobre la histeria se condensa en sus incógnitas frente a Dora: «¿cómo se explica su repulsa en la escena del lago, o por lo menos la forma brutal, testimonio de indignación, de dicha repulsa? ¿Cómo pudo una muchacha enamorada sentirse insultada en una declaración que, según comprobaremos luego, no tuvo nada de grosera, ni de ofensiva?» (pág. 38). En esta repulsa radica la condición según la cual Freud define la histeria: « ...toda persona que en ocasión de una excitación sexual experimenta sentimientos preponderante o exclusivamente displacenteros» (pág . 28), y esta subversión de los afectos será explicada básicamente por la acción del mecanismo de represión, que produce una metamorfosis tal, que en lugar de deseo se manifiesta lo contrario, asco, repugnancia, rechazo . La razón fundamental que dispara la represión surge del carácter incestuoso y prohibido de los deseos que se dirigen ya sea hacia el padre, el señor K o la señora K. La sexualidad infantil, los actos masturbatorios (temática del primer sueño), los deseos sexuales actuales (fantasías de desfloración , embarazo y parto en el segundo sueño) en conflicto con las ideas morales, los sentimientos filiales y la culpa edípica encuentran como única solución la represión de toda manifestación sexu<;tl. Los síntomas corporales (asma, jaqueca, tos y afonía) aparecen como la fractura al bloqueo de la conciencia y el Superyo, y se abren camino hacia la satisfacción por medio de la sustitución fantasmática. Freud aporta la explicación, las determinaciones, las mediciones a un saber profano que relacionaba desde los albores de la medicina la sexualidad a la histeria. En el marco freudiano los síntomas corporales, 193
la depresión de ánimo, las fantasías, sueños y problemática de Dora, surgfD de la insatisfacción del deseo sexual, de los celos y necesidad de venganza sobre los agentes de su frustración sexual. En primer lugar, básicamente su padre, que la relega doblemente por su madre y por la señora K; luego el señor K, que, además de ser esposo de la amante de su padre, seduce a una institutriz. Las coordenadas de la histeria se trazan sobre estos hallazgos: conflicto edípico en el registro libidinal fálico, triangularidad, represión, identificación histérica y conversión. Sin embargo, aunque el desenlace del tratamiento presta más colorido a la tipificación histérica -Dora abandona la cura no satisfaciendo el deseo de Freud-, el cierre lo deja insatisfecho y Freud se pregunta si habrá comprendido cabalmente a Dora. Pero ¿por qué Dora desea a la señora K y no a la madre cuando en el historial el deseo heterosexual parecía poder deslizarse del padre al señor K y de éste al padre fácilmente? ¿Es que acaso Dora desea en el fondo a su madre, siendo la señora K un sustituto? ¿Hay simetría entre el desplazamiento del deseo del padre al señor K por un lado, y por otro entre la madre y la señora K?
ma de la triangularidad histérica, condujo finalmente a Freud hacia la hipótesis de la existencia de corrientes afectivas masculinas hacia la señora K como el último estrato del inconsciente de Dora. En 1901-1905, en pleno auge del descubrimiento de la importancia del deseo edípico sexual, Freud sustenta esta tesis hasta sus últimas consecuencias. Pero el conocimiento psicoanalítico ha progresado lo suficiente para que ochenta años después sea posible proponer otra perspectiva. Dora se hallaba, efectivamente, más interesada en la mujer que en el hombre, pero no en su sexo, sino en su feminidad, en la búsqueda de un ideal de Yo femenino, que lejos de perfilarse como instituido y fácilmente localizable, se hallaba desdibujado. ¿Cómo podía su madre, mujer de po- , cas luces, cuyo padre descalificaba totalmente, y para quien «no significaba nada», que sólo podía reinar sobre los objetos del mundo doméstico, ser el ideal admirado de una muchacha como Dora, a quien Freud describe « ... como una joven madura de juicio muy independiente ... » (pág. 22), « ... que rechazaba el cuidado de la casa y el trato social y prefería estudios serios, cursos y conferencias para señoras ... » (pág. 23). La señora K parecía más indicada para ser y representar el modelo de feminidad admirada, elegida por su padre y lectora de temas sexuales, constituía un prototipo más valorizado. Si consideramos seriamente el juicio de Freud sobre Dora como una mujer inteligente, ¿no es por obra de esta inteligencia y a través de ella por lo que la relación con su madre en tanto doble de su género y polo de identificación, es decir, en el registro narcisista, se podía ver seriamente\afectada?
Veamos cómo caracterizaba Dora a las mujeres que la rodeaban. Su madre: se trataba de una mujer poco ilustrada y sobre todo poco inteligente, que al enfermar su marido había concentrado todos sus intereses en el gobierno del hogar, ofreciendo una imagen completa de aquello que Freud mismo calificaba de «psicosis del ama de casa». « .. . Falta de toda comprensión para los intereses de sus hijos, se pasaba el día velando por la limpieza de las habitaciones, los muebles y los utensilios, con una exageración tal, que hacía casi imposible servirse o gozar de ellos.» « ... La muchacha hacía tiempo que no tenía prácticamente relación con su madre, a la que criticaba duramente, y había escapado por completo a su influencia» (pág. 20) *. Por el contrario, sabemos que a la señora K -a pesar de ser su máxima rival- le profesaba una honda admiración, habiendo mantenido una estrecha y confiada amistad. La señora K la había hecho confidente y consejera de su vida matrimonial y con ella podía leer el libro de Mantegaza sobre la Fisiología del amor. Dora admiraba el cuerpo de la señora K, quien conocía sus gustos y podía elegirle los regalos que la muchacha apreciaba, y, según palabras de Freud, nunca había escuchado una sola palabra hostil contra aquella mujer. Sabemos que esta inconsecuencia, este dato contradictorio en el esque-
El contraste entre la personalidad de los hombres y las mujeres es tajante . Su padre: « ... persona dominante en su círculo, tanto por su inteligencia y sus condiciones de carácter como por las circunstancias de su vida ... » (pág. 18). Gran industrial, de infatigable actividad y dotes intelectuales poco vulgares, se hallaba en excelente situación económica. Y su hermano, año y medio mayor, era « ... el modelo a partir del cual sus ambiciones se habían forjado» (pág. 21) *. ¿Cómo se articulan en el interior del Ideal del Yo de Dora las ambiciones «masculinas», es decir, el registro de un dominio de algo más allá del mundo doméstico materno, con el ideal femenino, en tanto complementaridad de lo que al hombre le falta? En otras palabras, ¿cómo se armonizan los deseos nar-
• Este retrato materno es corroborado en la biografía de su familia aportada por el hermano de Dora (Rogow, 1978).
• A partir de los trabajos de Rogow (1979), sabemos que el hermano de Dora, Otto Bauer, fue uno de los principales líderes socialistas en Austria.
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cisistas, las ambiciones que se tipifican en un terreno masculino, y el deseo sexual de Dora por un hombre, no para serlo, sino para tenerlo?
narcisista y, por el contrario, se opone al narcisismo de su género, que Dora trabajosamente intenta situar.
¿Cuáles eran las quejas de Dora? Ser sólo un objeto al servicio del narcisismo de los personajes del drama. Objeto de transacción para el padre, vendida al sefior K, a cambio del silencio de aquél sobre sus relaciones con la sefiora K; objeto del capricho sexual para el sefior K, pues Dora conocía el episodio de seducción que el sefior K había tenido con la institutriz; objeto encubridor para la sefiora K, ya que cultivando la amistad con Dora se Je facilitaba el acercamiento con el padre y objeto aún para su propia institutriz, que utilizaba a la muchacha para seducir al padre. ¿Cuáles eran los sentimientos que predominaban en Dora? La indigna:ión, la rabia narcisista, la humillación. Le indignaba que su padre la creyera una intrigante fantasiosa, aceptando la opinión de que «tal escena del lago» no había tenido lugar, consistiendo sólo en un febril suefio de su mente erotizada. Le indignaba descubrir la falsedad de la dedicación maternal de la institutriz, quien exhibía su devoción ante la mirada de su padre. Le indignaba que el sefior K considerara posible un acercamiento erótico, que sugería más una burda seducción (equiparación de Dora a Ja institutriz) que una pasión irrefrenable o un gran amor. Le indignó finalmente la traición de la sefiora K. Ahora bien, ¿no serán estos Jos términos racionalizadores preconscientes de formulación del conflicto, cuando en realidad el deseo sexual reprimido, tanto hetera como homosexual, sería el motivo real, generadcr de Jos síntomas y responsable de la histeria de Dora?
Se destaca el carácter incestuoso de los sentimientos de Dora como el motivo de su honda represión y sus síntomas concomitantes, sin reparar ni en el matiz incestuoso tanto de la proposición del sefior K, como de la complacencia con que el padre toleraba los avances de su amigo hacia su hija, ni en los efectos desestructurantes que la transgresión a la ley por parte de un adulto puede producir en la mente de una adolescente. Transgresión que posteriormente no es asumida como libertad del deseo o del amor, sino que cuando es desenmascarado por la denuncia de Dora, el sefior K no vacila en considerarse el «inocente seducido» apelando a una supuesta perversión de la adolescente, « ... con qué derechos puede escandalizarse una muchacha que lee la Fisiología del amor ... » (pág. 88) argumentará el sefior K. Sin lugar a dudas no se puede subestimar el deseo edípico de Dora, el empuje sexual que una adolescente puede abrigar hacia un padre atractivo y prestigiado, o por un hombre adulto también apuesto que la requiere de amores, pero también es necesario precisar el abismo de diferencias que existe entre el deseo sexual edípico de una nifia por su padre en la etapa fálica y el complejo universo psíquico en que ese deseo reemerge en una adolescente como Dora. La nifia puede vivir el espejismo de creerse reina porque papá la sube a sus rodillas, mientras mamá se halla ausente y sólo sofiar con alguna bruja nocturna, pero esta simplicidad del conflicto infantil, el maniqueísmo con que se dibujan los buenos y los malos y la grandiosidad cómodamente sustentada de que gozan los ídolos, no se reencuentra en la subjetividad de una adolescente debidamente normativizada y sumida en la problemática de su feminidad secundaria.
Freud sostiene que la pugna se entablaba entre la tentación de ceder al deseo sexual y las resistencias a sucumbir a él. Entre los motivos de la defensa enumera: razones de respetabilidad y cordura, hostilidad provocada por las confidencias de la institutriz y un elemento neurótico, la represión sexual edípica (pág. 88). ¿Cómo se modifica la perspectiva conceptual si a los primeros dos órdenes de motivos le otorgamos una dimensión psicoanalítica dentro del marco del narcisismo? Se puede entonces sostener que lo que se opone como repulsa, como rechazo, lo que provoca la indignación de Dora no es solamente la transformación de un impulso sexual en su contrario, en asco, asco ligado a la cloaca, al flujo, al semen sifilítico, a la erección, sino que el asco o la repugnancia física es una «conversión» de un sentimiento de humillación narcisista. El narcisismo herido no deja que el deseo sexual se organice, porque a pesar de que Dora entrevé que el valor máximo de la feminidad merodea el sexo, la sexualidad que le toca vivir no se halla investida de un valor 196
Si Dora es «invitada» a olvidarse de su castidad con la anuencia de su padre, ¿se asusta sólo de su empuje sexual o también se confunde frente a lo que ella suponía que esperaban ambos de una «mujer que significara algo», o sea, que contuviera su deseo?; ¿sólo se resiente porque su padre la posterga sexualmente por la sefiora K o porque parece ignorar su papel de garante de la honorabilidad de su hija adolescente, es decir, defensor del narcisismo de su feminidad incipiente? Padre que se desentiende de su tratamiento con Freud en la medida en que no la conduce a encubrir sus relaciones con la sefiora K. ¿La indignación de Dora, no era al mismo tiempo una lúcida captación sobre su poca importancia como ser humano, como otro significativo para su padre, a quien ella consideraba su Ideal del Yo, ideal que no sólo no la reconocía, sino 197
que tampoco lograba sostenerse en tanto tal? Se ha insistido en la «carencia fálica» que ofrecía como imagen el padre de Dora, por la impotencia postsifilítica que sufría, sin jerarquizar que el desmoronamiento que tiene lugar es el de su talla en tanto garante del honor, categoría que sobrepasa la falicidad peneana. ¿Cómo hará Dora para sentir en forma fresca, espontánea, sin conflicto, su deseo sexual? ¿La insistencia freudiana justamente en este punto, en su masturbación infantil, en su deseo sexual no correspondido, no ubicaban a Dora exclusivamente comr una adolescente «alborotada», obsesionada por el sexo, lo que la humillaba y confundía una vez más? ¿En qué consiste la especificidad de la lucha fálica que se desarrolla entre el hombre, el médico, el amo y la histérica, sino en una lucha de poder, de mayor reconocimiento? Dora era susceptible, no aceptaba el menosprecio al género, si huía de su madre era probablemente por horror a la inferiÓridad y no por falta de sentimientos filiales. No quería ser reducida a la mujer-mucama que mantiene limpia la casa, ni tampoco a la que accede al erotismo libre de atadura superyoicas, pero no sólo por moral victoriana, sino por un hondo conflicto narcisista en que el sexo se constituye en signo de degradación para la mujer («seducida y abandonada»). Dora odiaba el modelo femenino aportado por su madre, en tanto rechazada y menospreciada por los hombres de la casa, con quienes Don~ se identificaba en sus ideales y ambiciones. La señora K personificaba otro ideal, deseada y apreciada por su padre, tolerada en su doble vida por su marido; madre y enfermera devota del hombre amado; poseedora de un «saber sexual» que compartía con Dora, a quien hacía su confidente y amiga. En este acto la señora K introducía a Dora en el mundo de los adultos, de la mujer en tanto tal. Si algo Dora deseaba era esta formación que no podía recibir de su madre. ¿Qué sienten 111s mujeres, qué viven las mujeres en relación a los hombres? Si hay algo «homosexual» en la histérica es su deseo de homologación y de conocimiento sobre su género, sobre las conductas, actividades y sentimientos que definen a una mujer en sus distintas y específicas funciones. Si para «saber sobre la mujer» la mujer se dirige al hombre, al amante, no es por homosexualidad latente, buscando que el hombre le hable de las mujeres, ni por una sofisticada relación con el «saber sobre el objeto de la tendencia», sino porque la intimidad sexual es el único ámbito de discurso sexual permitido y existente para una adolescente. Dora, por la peculiaridad del pacto perverso vigente entre los protagonistas del drama, había tenido acceso al conocimiento sexual a través de 198
la intimidad con una mujer. Si el señor K pudo enarbolar la acusación contra Dora para defenderse de su responsabilidad en la escena del lago, la muchacha sabía que la informante era la señora K, la única testigo de sus confidencias y con quien compartía la lectura de la Fisiología del amor. ¿Estos hechos no le demostrarían dolorosamente a Dora que tanto para el hombre como para la mujer la sexualidad en la mujer no es un atributo que Ja engrandece, Ja valorice, que no es una virtud, sino una degradación? Lo que Dora llamó «la traición de la señora K» consiste en la traición que la propia mujer se hace a sí misma al no reconocerse el derecho a la actividad sexual, identificada a los paradigmas y sistemas de representaciones del hombre de nuestra cultura. ¿No es éste también el conflicto de Ja histérica, cómo gozar sexualmente en un mundo en que tanto las mujeres como los hombres no consideran este goce como legítimo y engrandecedor de la mujer? Es llamativo que la intensidad del conflicto edípico (el deseo sexual de Dora por su padre) no entorpeciera la relación amistosa y de compañerismo que mantenía tanto con la señora K como con su propia institutriz, a quienes sabía enamoradas de su padre. Sólo se desató la furia narcisista de Dora cuando advirtió que por sí misma «no representaba nada para ellas», que en ausencia de su padre la institutriz se mostraba indiferente a la joven. «Mi mujer no significa nada para mí», en boca de su padre y del señor K, o la conducta de la institutriz encerraban un mismo significado, la descalificación de su género. La herida infligida era al narcisismo, más que a la libido. A su vez, Dora «no significaba nada» para las propias mujeres que sucesivamente fue considerando sus modelos - la institutriz, la señora K-, pero al menos Ja señora K significaba algo para los hombres. Si la única mujer del universo simbólico de Dora se desmoronaba, ¿quién podía sostener entonces Ja valorización de la feminidad? Sólo la bofetada, que, en tanto reacción, se hacía cargo de la defensa del género como algo más que la entrega del cuerpo. Tal es así, que los síntomas por los cuales el padre se dirige a Freud en búsqueda de ayuda en el epílogo de los sucesos del lago, son básicamente una intensa depresión que conduce a Dora a ideas de suicidio y a una creciente asociabilidad. ¿Cómo entender estos síntomas en el interior de un cuadro de histeria? ¿Son pertinentes a su dinámica interna o pertenecen a otra serie psicopatológica? Parecieran corresponder a las reacciones de una depresión narcisista (Bleichmar, H., 1976, 1981). La tesis que emerge, entonces, no es que la mujer histérica rechace al hombre a causa de su corriente homosexual o por un acentuado narci199
sismo -producto de alguna fijación a una etapa fálico uretral de su deseo-, sino que la mujer histérica rechaza al hombre porque no encuentra otra forma de valorar a la mujer que hay en ella, siendo el precio que tiene que pagar, el de una lucha sexista entre ella y el hombre que ama. CAPITULO XIV La importancia de la inclusión de la problemática narcisista en la comprensión de la histeria reside en que permite entender cómo la personalidad infantil o dependiente, la personalidad histérica y el carácter fálico narcisista en la mujer se delimitan como una serie psicopatológica cuyo eje es el grado de aceptación o rechazo de los estereotipos vigentes de la feminidad. Cuando más acepte la mujer los estereotipos de nuestra cultura sobre los valores «intrínsecamente femeninos», más se aproximará a la personalidad histérico-infantil o dependiente. Su sexualidad podrá permanecer en un letargo asintomático, si sobre ella no se inviste ningún valor, o la rechazará como lo prescribe el modelo de la pureza. Cuanto más aspire a una equiparación al hombre, más competitiva, «castradora» y mayor dificultad tendrá en aceptarse «objeto causa del deseo», pues se sentirá reducida a un cuerpo que goza, y no es esta meta la que su Ideal del Yo le impone. La identificación al padre es una dirección obligada si la mujer es consciente de su condición y no la acepta, sino que se rebela, pues ¿qué la llevaría a identificarse a la madre desvalorizada sino un secular sometimiento que ha sido considerado parte de su «naturaleza» masoquista? Existe otra dimensión en el deseo del hombre por la mujer que ésta se halla ávida por escudriñar y descubrir: si este deseo recubre algo más que su sexo, si el padre que comienza a ser atraído por la grácil jovencita también reconoce en ella algo más que un cuerpo . ¿Acaso no era esto lo que Dora sentía a los dieciocho años cuando escuchaba: «mi mujer no es nada para mÍ»? ¿Qué destino podía imaginar para sí como futura mujer, si la señora K, la única jerarquizada dentro de ese conjunto, también caía a la categoría de una nada? Al falo no se lo busca como Oecha indicadora que conduzca al tercero femenino, no se. trata de otra mujer a la que se desea sexualmente, sino una mujer que represente una imagen valorizada de la feminidad. Es una búsqueda desesperada por la reivindicación narcisista de un género poco narcisizado en la historia de la cultura.
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HISTERIA Y GENERO El feminismo espontáneo de la histeria
«La mujer se define como un ser humano en busca de valores en el seno de un mundo de valores ... vacilante entre el papel de objeto, de otro que le es propuesto y la reivindicación de su libertad.» SIMONE DE BEAUVOIR
¿Cómo componer el rompecabezas? Por de pronto, resulta imposible seguir denominando en singular la histeria, es decir, mantener una categoría unitaria para englobar configuraciones que se diferencian marcadamente entre sí. Queda la alternativa de pluralizar -las histerias-, conservando la denominación prefreudiana y añ.adiendo la especificidad que le corresponda. Pero, ¿cuál sería entonces el denominador común entre una borderline-histérica y una mujer con frigidez, entre un carácter fálico-narcisista y un síntoma conversivo en una mujer obsesiva? ¿El conflicto sexual subyacente, la estructura del deseo o el hecho de tratarse de la psicopatología de la mujer? ¿Es que la histeria tiene un carácter universal del que la ciencia da cuenta, o ésta no escapa a la imprecisión del saber popular, ya que cuando describe el sobrecompromiso emocional de la personalidad histérica se acota que «observadores no sofisticados consideran este rasgo típicamente feminino»? (Kernberg, 1975, pág. 14). Y los observadores calificados, ¿cómo lo consideran? Un dato significativo son las estadísicas sobre las que se confeccionó la DSM-III. Tanto la personalidad borderline, la dependiente (lo que correspondería a la personalidad infantil de la ICD-9), la personalidad histriónica (histérica en clasificaciones anteriores), como los síntomas somatoformes (que incluyen conversiones y somatizaciones) y los del área sexual muestran una clara prevalencia en la población 201
femenina. ¿Podríamos sostener que esta serie de cuadros constituyen un eje por el que transita la mujer, avatares del género femenino? La personalidad dependiente es descripta en los siguientes términos en la DSM-III: «El sujeto pasivamente permite que otro asuma la responsabilidad en áreas mayores de su vida a causa de un déficit de confianza y de inhabilidad para funcionar independiente; se subordinan las propias necesidades a la de los otros, de los cuales ella o él dependen. Generalmente los que sufren de esta condición tienen serios problemas en hacer manifiestos sus deseos y demandas, por temor a poner en riesgo la relación de la cual dependen y verse forzados a hacerse cargo de ellos mismos. Por ejemplo, una esposa puede tolerar abusos físicos de su marido por temor a ser abandonada. Invariablemente existe un déficit de autoestima y minimizan sus habilidades y poder, sintiéndose impotentes y desamparados. La ansiedad y la depresión son los rasgos asociados, y, a menos que el sujeto se halle seguro sobre Ja relación que satisface su necesidad de dependencia, la preocupación invariable y permanente es la posibilidad de ser abandonada» (págs. 324-25). ¿No constituye esta descripción un colosal mural de Ja mujer en nuestra sociedad? Krohn (1978) se dispone a pulverizar el tan mentado mito 0c la inocencia y la pasividad en este cuadro. Sostiene que no sólo es la expresión de una fijación o regresión libidinal, sino una fantasía defensiva para reforzar la negación de la erotización y de la agresividad. Proclamando el deseo de una estrecha, cálida y honesta relación con un hombre dulce, suave y sensitivo la histérica evitaría el reconocimiento de su excitación sexual. «Si tal fantasía es evaluada como teniendo una real base oral, y las interpretaciones son guiadas hacia los presumibles conflictos orales, la estructura defensiva de la histérica será a menudo reforzada por Ja fantasía de una pequeña chiquilina con conflictos acerca de la alimentación y el cuidado, evitando poner de manifiesto er potencial agresivo y autodestructivo» (pág. 224). No hay ninguna duda de que la inocencia y Ja pasividad constituyen un mito en la histérica, y coincidimos con Krohn en desechar la tesis de la fijación oral, pero en este mito no se halla incluido sólo un peculiar método de enfrentar el conflicto edípico. Si la histérica es dependiente y pasiva, ejemplificando la condición esencial de la mujer en nuestra cultura, esta defensa es la expresión de una condición de estructura. ¿Acaso en «la dote» psicológica que debe aportar una joven para ser elevada a la categoría de mujer digna, o sea, casarse, no constituyen la virginidad y la sumisión uno de los rasgos más preciados? 202
Este mito es cuidadosamente construido en la formación de la joven para esperar y co_nquistar por medios pasivos -su belleza y gracia- un hombre que la conducirá a su destino. ¿No resulta lógico suponer que la histérica encuentre facilitada la vía para adjudicar al hombre, ser la fuente de deseos sexuales y agresivos que no puede reconocer en sí misma? ¿Por qué se ha jerarquizado, con tanto énfasis, que la histérica tiene siempre el sentimiento de que es el otro el provocador de sus deseos sexuales y agresivos, y no se ha reconocido que el mandato de la pasividad secularmente mantenido por la cultura también compromete la mente, la acción y la representación que ella elabora sobre su capacidad para producir efectos en la realidad, aspectos de la personalidad que exceden el campo de los impulsos? ¿Por qué se ha reducido la problemática de la histérica a Ja sexualidad? Pero junto a esta histérica pasiva y dependiente que se especializa en desembarazarse de toda responsabilidad por sus deseos y acciones, encontramos Ja silueta opuesta, la fáliconarcisista, empeñada en la decisión activa, exquisitamente sensible a cualquier mención descalificadora. ¿Una es más oral y la otra más fálica? ¿O debemos inclinarnos a pensar las diferencias entre un cuadro y otro como diferentes potenciales del Yo y del Ideal del Yo, no de los impulsos? ¿Es en este punto donde, al decir de Granoff y Perrier, «todo transcurre como si la mujer, desde su origen, estuviera en una relación privilegiada con lo real, que habría que tener en cuenta para no reducirla a las modalidades o caracteres del Edipo»? (pág. 49). El psicoanálisis significó una revolución en el conocimiento, ar permitir el salto de la psicofisiología del cuerpo -del cuerpo objeto al cuerpo vivido por el sujeto- a Ja cabal comprensión de un cuerpo-humano. La histeria dejó de ser un útero que afectaba la psique, una especie de maldición de la naturaleza biológica femenina para convertirse en un efecto del fantasma sexual, de la sexualidad en tanto actividad humana, psíquica, vivencia!. El deseo sexual ocupó el centro del sistema y la demostración de su surgimiento y organización en el seno de la relación parental del triángulo edípico, subjetivizó el deseo arrancándolo de su base animal, demostrando que la gente se enferma no por ignorancia de las leyes biológicas, sino porque el deseo sexual debe ser reprimido, tal como Ja ley de Ja cultura lo exige. Freud comprendió a la histérica, pero ésta habría permanecido insatisfecha a causa de su subterránea e irreductible masculinidad. Cuando Lacan propone el retorno a Freud -para rescatar el psicoanálisis de las desviaciones tanto de la psicología del Yo americana 203
como del enfoque kleiniano de las relaciones de objeto sin mediaciónY sostiene el imperativo de contemplar el orden simbólico en el cual el sujeto se inscribe, la histérica ve renovada sus esperanzas de ser comprendida, sobre todo si la propuesta incluye la explicación de por qué la histérica siempre abriga esperanzas. En el seminario de 1969-70 Lacan ubica la histeria como uno de los cuatro discursos -junto al del amo, al de la Universidad y al del analista-, es decir, como un total efecto de la cadena significante. El del amo sería aquel en el cual existiría una supuesta identidad entre el sujeto y el significante, es decir, el que se cree dueño de la verdad, siendo el de la Universidad su versión moderna: la burocracia. Por el contrario, el del analista consistiría en el que renuncia a todo intento de gobernar o educar, como lo soñaba Freud. ¿Y el discurso histérico? Significativamente este discurso no es universal, sino que está singularizado, es «el de la histérica». Sin embargo es considerado un modelo ejemplar del discurso del analizando, que buscaría al otro: amo, Universidad o analista para que le descubra la Clave de su destino. Si obtiene una respuesta cualquiera, irreductiblemente queda cosificada, definida por otro, reducida a objeto del deseo del otro y entonces la rechazará. Por eso, según Lacan, ante ella todo amo perderá su máscara y se reconocerá castrado, castración que no involucraría la más mínima intencionalidad, sino que sería un puro efecto de la estructura que determina la demanda. Pero a pesar de estas buenas intenciones y del intento de comprenderla tan castrada como al hombre -que también viviría engañado en la máscara de su completud fálica (imaginarizada como posesión del pene)-, la histérica sigue interrogándose si en la estructura del lenguaje, o en las leyes de la cultura, o en las convenciones sociales, o en los mitos sobre la mujer, esa categoría de objeto a la cual se halla condenada no podría revisarse, ya que Lacan ha logrado arrancarla de la psicopatología, pero ha fracasado en narcisizarla. ¿Por qué la impotencia del saber que la histérica engendraría provoca « ... que su discurso se anime del deseo ... » (Lacan, 1970, pág. 74). ¿Por qué esa tendencia distintiva a la erotización? Cada vez que la mujer oye hablar de ella, lee sobre lo que es ella, estudia su tema, fantasea su destino, sueña sus -. deseos, irremediablemente aparece el deseo sexual, la meta del orgasmo vaginal, el hombre como objetivo de su vida . .. ¿Es esto cierto, o el malestar histérico reside justamente en la reducción de su condición humana a su sexualidad, en la superposición y confusión entre feminidad y sexualidad, entre su ser social y su erotismo? 204
Si se establece claramente la diferencia conceptual entre feminidad y sexualidad femenina pensamos que es posible una mejor comprensión de la histeria, ya que la feminidad constituye un continente negro, un enigma quizá mucho más ignorado tanto para la mujer como para el hombre que el constituido por la sexualidad femenina . La feminidad no tiene que ver con el deseo sexual, ni con ningún conjunto de pulsiones, aunque éstas pudieran quedar por fuera del ámbito de la represión (Montrelay, 1970), sino con el conjunto de convenciones que cada sociedad sostiene como tipificadores de lo femenino y lo masculino . La conducta sexual de un hombre, su relación con la mujer, hablarán de su virilidad, pero la masculinidad de un hombre incluye valores como el coraje, la fuerza, la capacidad de decisión que podrán hacerlo más preciado a los ojos de una mujer, pero hasta ahora estos ragos no parecen provenir de ningún substrato sexual, a menos que le otorguemos al pene estos atributos. Si no lo son del pene, sino del falo, ¿no es entonces el falo un significante de los valores e ideales masculinos de nuestra cultura y es esta instancia en tanto orden simbólico, cadena significante pero con significados bien abrochados, los que definen y tipifican qué es una mujer y qué es un hombre? Si es justamente la histérica la que se interroga sobre esta cuestión, es por una vaga e incipiente conciencia de su insatisfacción en cuanto a una imposición que no surge precisamente de su «naturaleza», sino de un orden ajeno que la tipifica como objeto, tipificación a la que se resiste. Al naturalismo de lo biológico en que éste generaría obligatoriamente un efecto, Lacan agrega otro naturalismo -en el sentido de aquello que no puede ser de otra manera-, el del significante: la histérica es histérica pues está marcada por el lenguaje como ser de una «falta» no solucionable. Obviamente esta histérica lacaniana ya no es la de la psicopatología, sólo se ha mantenido la denominación para referirse a una categoría que adquiere sentido en el interior de las coordenadas lacanianas. Pero en este juego de la polisemia, tan peculiar a su estilo, mientras por un lado enriquece, pues se amplía la problemática, por el otro se pierde por lo que se sustrae, con el agravante de que el abandono queda disimulado en la suposición que la nueva categoría explicita y contiene también a la antigua, sin reparar que se hallan ubicadas en dos órdenes diferentes. En el caso de la histeria de la psicopatología el interrogante pendiente es sobre la muy distinta incidencia en el hombre y en la mujer. 205
Aunque la histérica llegue a aceptar la aparente simetría que se le propone -tanto el hombre como la mujer son sujetos de la carencia, ambos se dan lo que no tienen-, seguirá en la búsqueda del falo, porque éste simboliza una soberanía que se ejerce en otros dominios más allá del amor y la sexualidad. Y son esos otros dominios en los que la mujer constata también su sujeción, su inferioridad, su falta de decisión, su ausencia de deseo. Si para saber cómo es una mujer en la cama, la histérica tiene que averiguarlo a través del hombre que le hable o la dirija hacia otra mujer en calidad de modelo, ¿a quién puede dirigirse para saber de trabajo o negocios que le permitan su autono~ía material, para saber de la historia del mundo que la ubiquen en un contexto social, para saber de derechos y poderes que le descubran el arte de gobernar? Si su feminidad secundaria debidamente asumida le demuestra la supremacía masculina, ¿cómo hará la mujer para no desear ese destino para sí? ¿Cómo puede existir como ser humano s~n valorización narcisista? Cada vez que se siente humillada apelará a su única arma para restablecer su narcisismo herido, el control de su deseo y su goce, e invertirá los términos, el amo quedará castrado. Es común que la reacción prevalente de la mujer en la pareja, cuando surge un desacuerdo, sea la indiferencia sexual o la negativa a tener relaciones sexuales (Singer Kaplan). De esta peculiar manera la mujer se hace oír en tanto sujeto, reivindicando su deseo de reconocimiento, de valorización en tanto género femenino, lo que equivale considerar su feminidad como equivalente de su ser-humano, no sólo a su ser-sexuado. En su r~ivindicación no puede dejar de permanecer prisionera de los paradigmas y sistemas de representación masculina, y su feminismo espontáneo se pondrá en juego en el mismo terreno en que ha quedado circunscripta, el sexo. En el síntoma histérico el conflicto entre sexualidad y valoración narcisista alcanza su máxima complejidad, y es este conflicto, en su carácter genérico y constante para la feminidad, el que se instituye como un síntoma de la estructura cultural. Es esta identidad estructural entre la feminidad y la histeria la que «universaliza» a la histeria, así como simultáneamente le otorga a la feminidad su carácter sintomal. Siempre que se cree una oposición entre narcisismo y sexualidad o entre narcisismo y feminidad, y tal feminidad quede reducida a la sexualidad, estaremos ante una estructura histérica.
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EL FEMINISMO ESPONTANEO
La sexualidad es el instrumento y/ o la actividad narcisista que la histérica privilegia para el mantenimiento de su balance narcisista. Pero en tanto actividad narcisista la sexualidad está sujeta -lo hemos vistouna muy distinta y desigual valoración social para el hombre y la mujer, lo que determinará que de acuerdo a como se ubique la histérica frente a esta distinta valoración, la sexualidad en tanto actividad se ponga en acto o se sustraiga de la escena. Si en la experiencia singular, la actividad sexual se opone o entra en contradicción con la valoración narcisista, dicha puesta en acto se verá comprometida, perturbada o bloqueada en algún nivel. La mujer siempre va a requerir que la propuesta sexual tome el carácter de un romance, de un hecho trascendente en la vida del hombre. Si, por el contrario, el despliegue de la actividad sexual refuerza o satisface el narcisismo, la puesta en acto se verá favorecida y tenderá a repetirse, lo que ocurre habitualmente en la histeria masculina, de ahí su casi sinónimo de Donjuanismo, y que llamativamente no encuentra su paralelo para la actividad similar en la mujer, sino que en ella se la describe como promiscuidad o ninfomanía.
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La transformación de los modelos de feminidad de generación en generación, la liberación sexual que impera actualmente, conduce a la adolescente, a la mujer, a multiplicar crecientemente sus experiencias sexuales. Pero aún en los años 80 el goce sexual de la mujer, en tanto goce puro, el ejercicio de la sexualidad como testimonio de un ser que desea el placer y lo realiza en forma absoluta -por fuera de cualquier contexto legal o moral convencional- se constituye en una transgresión a una ley de la cultura de similar jerarquía a la ley del incesto. Las relaciones sexuales con los hijos son tan antinaturales como el derecho al puro placer sexual de la mujer. «Ella no lo necesita», dicen las madres y los padres de las adolescentes mujeres, mientras proporcionan una prostituta al varón. Los padres debidamente normativizados transmiten la prohibición del incesto sin necesidad de amenazas, a través de su propia represión. De la misma manera está inscripto en ellos y efectúan la transmisión de la estructura desigual del deseo del hombre y la mujer. Para el hombre: el derecho y la valorización del deseo autónomo, en estado puro, con mujeres como objetos intercambiables; para la mujer: el amor de un hombre que otorgue legitimidad a su goce. Desde esta perspectiva ¿es difícil entender por qué la excitación sexual puede despertar 207
en la mujer angustia o rechazcJ, o por qué el deseo en la histérica consiste en que el deseo del otro se mantenga insatisfecho? ¿No es acaso éste el momento de mayor l-:orrespondencia entre sexualidad y valoración narcisista a la que puede aspirar? Hemos visto que la histeria de los 80 raramente hace crisis , pero siempre podemos reconocer un escenario, un guión, alguna acción que tiene o no tiene lugar, como claramente sostiene Laplanche, una comunicación que se hace en el área privilegiada del cuerpo y que implica un mensaje dirigido a otro. Un deseo que no se expresa, un orgasmo que no tiene lugar, una presencia que se ausenta, ella debiera venir y se va, como lo hizo Dora; o seduce, o hace el amor pero no se compromete, o pareció estar convencida pero hizo lo que quiso. Laplanche sostiene que invariablemente cualquiera de estas «puestas en escena» nos remitirá a una escena sexual del complejo de Edipo. Y aquí radica el punto problemático, que la sexualidad sea la actividad que la histérica privilegia para balancear su narcisismo no implica que su narcisismo se reduzca a la sexualidad, sino que obviamente lo excede. Sustrayendo del escenario aquello por lo único que es tenida en cuenta -el sexo-, ¿será reconocida como algo más? En esta sustracción, en este rechazo se cuela su anhelo de valorización, su enigmático reclamo feminista. Existe un f enimismo espontáneo en fa histérica que consiste en fa protesta desesperada, aberrante, actuada, que no /lega a articularse en palabras, una reivindicación de una feminidad que no quiere ser reducida a fa sexualidad, de un narcisismo que clama por poder privilegiar la mente, la acción en la realidad, fa moral, los principios y no quedar atrapado sólo en fa beffeia del cuerpo (cuando en el hombre la valoración narcisista se plantea exclusivamente en el ámbito de la sexualidad surge la histeria masculina). Pero esta diµiensión ha permanecido y permanece confundida para la cultura, el teórico, el terapeuta y para la propia mujer. Cuando la mujer accede a cualquier otro ámbito se considera que invade el territorio masculino, que castra al hombre o que se identifica con él (y eso está mal), o que abandona la feminidad si no lo es de la manera convencional -hembra-madre-ama de casa-, feminidad que como hemos subrayado queda adscripta a dependencia, sobrecompromiso emocional, inferioridad, y atrapada en este narcisismo devaluado, sólo atina al autoengaño.
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EL SINTOMA HISTERICO: TESTIMONIO DE IMPOTENCIA
«La aparente estupidez de la histeria» « ... los síntomas van en contra del interés de la enferma y entorpecen gravemente su libertad.» CHARCOT
El antecedente de Charcot nos ilumina para emitir un juicio sobre la histeria. Sus manifestaciones pueden agruparse en síntomas de exclusión de la conciencia y de evitación del conflicto: amnesia, desmayos, crisis letárgicas y catalépticas, ceguera, parálisis, anestesias, actitud de «bella indiferencia» y toda la gama de rechazos de la sexualidad. Es decir, ante el conflicto, la histérica se sustrae, se escapa, no sabe, no siente, no puede. O si no tenemos el otro sector, los síntomas de expresión del conflicto: las conversiones, las escenas, la teatralidad, el sobrecompromiso afectivo, expresión enmascarada, sólo un mensaje enigmático del que ella misma no se entera y, finalmente, los síntomas compensatorios, ¿qué hace la histérica, además de recurrir a la elemental defensa de sustraerse de la escena? Crea disfraces: la ensofiación diurna, la alucinación, la ecmenesia, ficciones placenteras pero tan efímeras que se desvanecen en pocas horas o en pocos días, pues no tiene el sólido montaje de una buena argumentación que justifique o racionalice la realidad o alguna creencia para renegarla, sólo algunas imágenes que no se sostienen y se esfuman por sí solas. La ausencia de combate, cuando dominan los síntomas de exclusión y de evitación, fue interpretada como el éxito de las defensas en la histeria, o lo ventajoso de esta estrategia frente a la neurosis obsesiva, la paranoia o la depresión, en las cuales el tormento consciente y el sufrimiento es tan invalidente, sin penetrar en el carácter profundamente patético, infantil e impotente que traslucen los mecanismos histéricos. Si fa histeria constituye el síntoma de fa estructura profundamente conflictiva de fa feminidad en nuestra cultura, esta apreciación de fa debilidad de sus métodos, de fo inconsistente de sus defensas, de fo sordo del grito con que se hace oír, no hace más que testimoniar el carácter devaluado de su identidad de género. Pero la condición social del género femenino se halla en una lenta pero creciente metamorfosis: de la doncella al cuidado de religiosas que le ensefiaban el arte del bordado y el recato, a la adolescente de los cof/e209
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ges americanos hay un mundo de por medio. De ahí que sea necesario revisar cuidadosamente ciertas formulaciones que sostienen que la niña abandona el Edipo provista de un Ideal que tipifica su feminidad, salvo que lo tomemos estrictamente como un punto de partida. Lo que se observa es que la niña se identifica a su madre, pero cada día más frecuentemente, luego se desidentifica de ella, en un largo y laborioso proceso para erigir en modelo a alguna otra mujer -real o de ficción- a través de la cual su cleseo de identificación con su género nQ implique el sordo sentimiento de sentirse inferior. De manera que podemos constatar la variedad y la variación a lo largo de la historia de los modelos de feminidad, y lo que queremos subrayar es que este cambio en la tipificación social de /(1 identidad femenina no es ajeno a lo que vemos como su consecuencia: la fisonomía variable que el cuadro de la histeria presenta en las diferentes épocas. No nos resulta enigmático que los síntomas de impotencia y desesperación, los desmayos o las crisis catalépticas sean una reliquia y que en cambio: «el lado ofensivo de la histeria», como la llama Perrier, la militante del sexo y el amor tome la palabra. Cuanto ma- . yor sea el conflicto intrínseco a su género, es decir, .cuanto mayor sea su deseo de trascendencia por fuera de los roles convencionalmente asignados a la feminidad, el feminismo espontáneo de la mujer no sólo involucrará a la sexualidad, sino que reivindicará el derecho a los roles sociales tipificados como masculinos. De ahí que la histérica deje de ser neurótica, de ocultar a su conciencia y luego soñar con lo que no puede conseguir o acceder, y se caracteropatice tratando de desarrollar tanto ambiciones como capacidades yoicas, que le permitan un protagonismo en el mundo, y de esa manera lograr vencer la oposición entre feminidad y narcisismo. Para el éxito de esta estrategia el carácter fálico-narcisista se presenta más apropiado.
Sin embargo, a pesar de que existe un denominador común -el trastorno narcisista inherente al género-, los diferentes cuadros de la histeria se pueden distinguir de acuerdo al grado de desarrollo alcanzado por el Yo, a la amplitud de metas del Ideal del Yo y en relación a cuáles son las localizaciones de su sistema narcisista. De estas variaciones dependerá en qué medida la mujer acepte o rechace las convenciones vigentes que tipifican una feminidad devaluad0ra de su narcisismo. Si las acepta, puede erigir como Ideal del Yo femenino a la mujer-niña, en todas sus versiones , desde la ama de casa que cuida a sus hijos y esposo como niños, y colecciona peluches, hasta la «vamp-niña», cuyo modelo estelar de los años 50 estuvo personificado en Marilyn Monroe. Pero en ambas la restitución de un narcisismo infantil ligado al género ha consistido en la sustitución de los padres por un hombre al que han erigido como ideal y proveedor. Cada vez que este equilibrio se vea amenazado, la mujerniña -más o menos borderline, más o menos infantil- sólo sabrá «hacer una escena», alterar la vida sexual o atormentarse por la amenaza de perder al objeto. Tanto Kernberg como Martín (1971) subrayan que los motivos desencadenantes de las descompensaciones psicóticas en las personalidades borderlin.e como en las psicosis histéricas por ellos estudiadas son las relacionadas con la amenaza de abandono por el objeto . Después de haber consagrado la vida a la construcción de una feminidad cuyas leyes morales exigen el cuidado del objeto, ¿quién retribuirá estos cuidados -no sólo el amor, sino el aseguramiento de la supervivenciasi aquél cambia de planes? Ante tal desenlace ¿qué puede hacer la mujer-niña sino llorar de rabia y desesperación? Este estereotipo constituye un polo de lo que se ha teorizado como la pasividad de la histérica, estructura de fondo que da lugar a los cuadros de personalidad infantil, dependiente, o la histérica en su forma clásica.
El espectro de perfiles psicológicos y cuadros psicopatológicos descriptos bajo la denominación de personalidad infantil-dependiente, personalidad histérica y carácter fálica-narcisista aparecen mucho más frecuentemente en el sexo femenino, porque tienen en común el trastorno narcisista del género que toda mujer padece en mayor o menor medida. Este trastorno narcisista inherente al género femenino es lo que se ha dado en llamar la «normalidad» de la histeria, entendiendo por tal normalidad un paso obligado en su evolución psicosexual. Pero que, «con buena suerta», algunas mujeres lograrían superar, adoptando la configuración de una feminidad convencional que adormece sus deseos de trascendencia, pero les aporta el placer de estar satis!aciendo el deseo de los otros.
El otro polo está constituido por la fálico-narcisista, en que el carácter central del cuadro -la pasividad- se ha metamorfoseado. Llamativamente las amnesias, los desmayos , las conversiones, así como los ensueños compensadores, es decir, las expresiones de impotencia no hacen su aparición. En su lugar, la franca y abierta rivalidad con el hombre, el espíritu combativo evidenciado, justifica la denominación de «mujeres fálicas», ya que la supuesta envidia al pene no se disfraza bajo ninguna máscara de feminidad. Cuanto mayor sea su ambición de erigirse en sujeto de su destino, mayor será su identificación al padre, al maestro, al médico, al hombre como modelo -ilusorio pero legitimado-, pues la soberanía de éste como hacedor de su destino es un hecho social. Esta identificación es esencialmente al tipo de estructura del deseo y a
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la posición de determinación de los hechos de que goza el hombre en nuestra sociedad, no al objeto al que se dirige este deseo. No consiste en homosexualidad de ningún tipo, y es en este senti~o donde no vemos la conveniencia de seguir hablando de homosexualidad, al mismo tiempo que se sostiene que «la homosexualidad de la 'histérica debe distinguirse de la homosexualidad anal, perversa y psicótica» (Rosolato), ya que no se trata ni de deseo sexual, ni de elección de objeto femenino, ni de ningún complejo de Edipo invertido -como bien lo sefiala Maldavsky (1982)- lo que hace la histérica, sino de la apropiación para el género femenino de los derechos y de los modos de acción tipificados como masculinos. Si en lo imaginario, supuestamente la histérica se interrogaría sobre si es hombre o mujer, no es con respecto a los roles sexuales, sino al poder, a la valoración, a las formas de obtener reconocimiento; no es a la diferencia de sexos a lo que reacciona, sino a la desigualdad imperante entre ellos. En todo caso si tuviéramos que concebir un interrogante en torno al cual situarla, podríamos escucharla preguntándose sobre cómo acceder a poder identificarse con su género sin que esto implique ser inferior.
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225
J ÍNDICE Prólogo
9 INTRODUCCIÓN
La histeria: una cuestión femenina
15
PARTE PRIMERA: LA FEMINIDAD Capítulo 1: Género y sexo: su diferenciación y lugar en el Complejo de Edipo... ........... ... ... .. ........ ........... .. ..... .. .... .. ................. Atribución del género .............. .. .......................... ................ Núcleo de la identidad de género ........................................ Rol del género.. ....... ..... ........................................................ Elección de objeto sexual................................................... . Género y Complejo de Edipo .............................................. El Ideal temprano del género............................................... Papel del padre en la construcción de la masculinidad .. ..... Masculinización del pene ... .. .. .. ....... ...... ....... .... .. ..... .. ..... ... .. Conclusiones ....... ... .. ...... .. .... .. .. ....... .. .... .... .. ........ .... .. .. .... .. .. Nota l.................................................................. .............
31 32 33 37 40 42 47 50 51 53 55
Capítulo 11. Feminidad primaria y secundaria.... .......... ............. ¿Feminidad primaria o secundaria?..................................... El mito del falicismo o masculinidad inicial de la niña....... La supuesta bisexualidad biológica .... ............................... El substrato biológico del comportamiento sexual............ ¿Vagina o clítoris? ..... ........ ... .... .... .... .. .... .. .. .. ....... .... .. ... .. .. ... Masturbación ....................................................................... Mito del orgasmo clitoridiano .......... ........ .... .... .. ... ..... .... .. . Nota 11 ..................................................................................
59 59 61 61 62 65 69 70 72 227
75
Capítulo III. Yo ideal femenino primario .. Etapa preedípica Teoría preedípica sobre la feminidad Yo Ideal femen ino preedípico El papel del padre como objeto primario interno e ideal .. Caracteres específicos de la fase preedípica .................. ...... Estructura fundamentalmente narcisista del vínculo preedípico Diferencias en el proceso de separación-individuación .... Menor sexualización del vínculo Identificación primaria portadora del Yo Ideal femenino ..
84 85 86 92
Capítulo IV. Consecuencias psíquicas del reconocimiento de la diferencia anatómica de los sexos: pérdida del Ideal f emenino primario ....... .... .. .... .. ............ .................. .................... ... ... ..
93
Capítulo V. Género y narcisismo ....... . El sistema narcisístico de la mujer El Supremo. El hijo La belleza corporal y la seducción La sexualidad, una actividad narcisista poco narcisizada . Género: representación privilegiada del sistema narcisista
99 100 101 101 103 108
Capítulo VI. Reconstrucción de la feminidad: Ideal del Yo f emenino secundario De lo imaginario individual a lo imaginario colectivo ..... . Consolidación del rol del género Moldeamiento de la feminidad Placer pulsional egosintótico Restitución del narcisismo a través de la heterosexualidad. Lugar del hombre en el Ideal del Yo femenino secundario . Idealización del objeto sexual El objeto en el lugar del Ideal del Yo La masculinidad como Ideal del Yo El deseo masculino como Ideal del yo
228
77 77
80 82 84
111
112 114 115 120 122 123 124 125 126 127
Capítulo VII . Superyofemenino y moral sexual .......... .............. . La feminidad o la vigencia de una convención .................. . Conclusiones
129 138
141
PARTE SEGUNDA: LAS HISTERIAS Capítulo VIII. El enigmasemiológico, nosológico y explicativo
145
Capítulo IX. Conversión ¿Carácter máximo del modelo?
153 153
Capítulo X. Infantilismo y/o psicotización de la histeria en la teoría ..... .. ...... ........ .............. ... ...... ........... .. ............ ...... .... ...... . 165 Organización borderline. Personalidad infantil y personali169 dad histérica Rasgos y diferencias entre personalidad histérica y perso171 nalidad infantil Capítulo XI. Elfalicismo y/o narcisismo de la histeria ..... ..... ... . Carácter histérico . Carácter fálico-narcisista
175 176
Capítulo XII . La feminidad y/o «normalidad» de la histeria .....
187
Capítulo XHI. Dora, ¿homosexualidad o trastorno narcisista del gé193 nero? ......... .. ........... .. 193 Marco freudiano de comprensión de la histeria Capítulo XIV. Histeria y género. El feminismo espontáneo de la histeria ... .... ......................................... . El feminismo espontáneo .... El síntoma histérico: testimonio de impotencia
201 207 209
Bibliografía
213
229
LISTA DE TÍTULOS
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. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . C::931L.E:C:C::•~.-. .........
PARA COMPRENDER LA HISTORIA George Novack 2
•
BREVÍSIMA RELACIÓN DE LA DESTRUCCIÓN DE LAS INDIAS Fray Bartolomé de las Casas
3
•
TEORÍA DE LA HISTORIA Agnes Heller
4
•
INTRODUCCIÓN A LA LÓGICA. Lógica formal y lógica dialéctica George Novack
5
•
LA ADMINIS~TRACIÓN CAPITALISTA DEL TRABAJO Cipriano Flores Cruz
6
•
MI VIDA lsadora Duncan
7
•
DIARIO DEL SEDUCTOR S6ren A. Kierkegaard
8
•
SEXO CONTRA SEXO O CLASE CONTRA CLASE. La mujer ¿casta, clase o sexo oprimido? Evelyn Reed
9
•
LAS MEMORIAS DE SHERLOCK HOLMES Arthur Conan Doyle
10
•
LA MAYORÍA MARGINADA Franco Basaglia, Franca Basaglia Ongaro
11
•
POR UNA ESCUELA DEL PUEBLO Célestin Freinet
12
•
EL ARCHIVO DE SHERLOCK HOLMES Arthur Conan Doyle
13
•
LOS TELENIÑOS M. Alonso Erausquin, Luis Malilla, Miguel Vázquez
14
•
EL EVOLUCIONISMO Benjamín Farrington
15
•
CINCO ENSAYOS DE MATERIALISMO HISTÓRICO Etienne Balibar
16
•
HISTORIAS DE AMOR ENTRE SAMURAIS Saikaku lhara
17
•
METODOLOGÍA Y MÉTODO EN LA PRAXIS COMUNITARIA Juan B. Barreix Meares, Simón Castillejos Bedwell
18
•
FILOSOFÍA DE LAS CIENCIAS HUMANAS Y SOCIALES. Materiales para una fundamentación científica J. M. Mardones, N.Ursúa
19
•
EPIDEMIOLOGÍA. Economía, medicina y política Jaime Breilh
20
•
ENCLAVES PSICOLÓGICOS Germán Gómez (Compilador)
21
•
LA BÚSQUEDA DEL ASGARD. Relatos de la mitología vlklnga José Salvador Chávez
22
•
LA ADMINISTRACIÓN PÚBLICA DEL ESTADO CAPITALISTA Ornar Guerrero
23
•
LAS FUNCIONES CORTICALES SUPERIORES DEL HOMBRE Alexandr Románovich Luria
24
•
LAS CIENCIAS DE LA ADMINISTRACIÓN EN EL ESTADO ABSOLUTISTA Ornar Guerrero
25
•
CURSO DE LINGÜiSTICA GENERAL Ferdinand de Saussure
48
•
HISTORIAS COMICAS DE FANTASMAS W. lrving, E. A. Poe, H. James, O. Wilde, Saki
26
•
ASÍ HABLABA ZARATUSTRA Friedrich Nietzsche
49
•
MEMORIAS E IMPRESIONES DE UN VIAJE A INGLATERRA Y ESCOCIA Manuel Payno
27
•
CAPITAL, ESTADO Y VIVIENDA EN AMÉRICA LATINA Emilio Pradilla Cobos
51
•
HISTORIAS DE AMOR D. H. Lawrence
28
•
A SANGRE Y FUEGO Jorge González Trujeque
52
•
LA VIRGEN Y EL GITANO D. H. Lawrence
29
•
TEORÍA DE LOS SENTIMIENTOS Agnes Heller
53
•
LA CUESTIÓN ETNICO-NACIONAL Héctor Díaz-Polanco
30
•
LA EXPANSIÓN ESPAÑOLA HACIA AMÉRICA Y EL OCÉANO PACÍFICO. Tomo l. Un eslabón perdido en la historia: piratería en el Caribe, siglos XVI y XVII Martha de Jármy Chapa
55
•
LOS EMPEÑOS DE UNA CASA Sor Juana Inés de la Cruz
56
•
EL ORIGEN DEL HOMBRE Charles Darwin
57
•
LOS OJOS DE LA PANTERA. Y otros relatos de terror Ambrose Gwinnet Bierce
58
•
UBU COMPLETO. Ubu en el disparadero, Ubu encadenado, Ubu cornudo, Ubu rey Alfred J¡¡¡rry
59
•
LA MANO FANTASMA. Y otras narraciones de lo sobrenatural Joseph Sheridan Le Fanu
60
•
NAUFRAGIOS Alvar Núñez Cabeza de Vaca
61
•
RAFLES. El príncipe de los ladrones Ernest William Hornung
62
•
LA POSADA DE LAS DOS BRUJAS. Seguido de: Los Idiotas, relatos de terror Joseph Conrad
63
•
LAS MINAS DEL REY SALOMÓN Henry Rider Haggard
64
•
LA HORA FATAL. Y otr11s historias de terror y de fantasmas Sir Walter Scott
31
•
LA EXPANSIÓN ESPAÑOLA HACIA AMÉRICA Y EL OCÉANO PACÍFICO. Tomo 11. La mar del sur y el Impulso hacia el Oriente Martha de Jármy Chapa
32
•
LAS ORACIONES CATÓLICAS MÁS BELLAS DEL MUNDO AA.VV.
33
•
EL LIBRO DE LOS VAMPIROS Goethe, Potocki, Hoffmann, Polidori , Poe, Gautier, Le Fanu, Capuana, Maupassant, Darío
34
•
DE PROFUNDIS Osear Wilde
35
•
LA ADMINISTRACIÓN PÚBLICA NORTEAMERICANA. Origen, crítica y crisis Beauregard González Ortiz
36
•
ESTUDIO EN ESCARLATA. Un caso de Sherlock Holmes Arthur Conan Doyle
37
•
SU ÚLTIMA REVERENCIA EN EL ESCENARIO. Un caso de Sherlock Holmes Arthur Conan Doyle
38
•
LOS PARAÍSOS ARTIFICIALES. Acerca del vino y el hachís Charles Baudelaire
65
•
ARSENIO LUPIN CONTRA HERLOCK SHOLMES Maurice Leblanc
39
•
RELATOS DE SANGRE Y MISTERIO Arthur Conan Doyle
66
•
CARMILLA. Historia de vampiros Joseph Sheridan Le Fanu
40
•
EL RETRATO DE DORIAN GRAY Osear Wi lde
67
•
HISTORIAS DE LO OCULTO D. H. Lawrence
41
•
SINEQUIOTOMÍA SÍ CIRCUNCISIÓN NO. Monografía del prepucio para la higiene genital temprana Andrés Straffon
68
•
EL LENGUAJE PICTÓRICO Laura Cárdenas
42
•
EDUCACIÓN Y LUCHA DE CLASES Aníbal Ponce
69
•
DICCIONARIO FILOSÓFICO Voltaire (Francois Maria Arouet)
43
•
MANICOMIOS Y PRISIONES Sylvia Marcos (Coordinadora)
70
•
EL MUNDO PERDIDO Arthur Conan Doyle
44
•
LA MANDRÁGORA Nicolás Maquiavelo
71
•
HOJAS DE HIERBA Walt Whitman
45
•
LOS MUCHACHOS TERRIBLES Jean Cocteau
72
•
CUENTOS DE HUMOR NEGRO Saki (H . H. Munro)
46
•
LA EVOLUCIÓN DE LA MUJER. Del clan matriarca! a la famllla patriarcal Evelyn Reed
73
•
EL REGRESO DE SHERLOCK HOLMES Arthur Conan Ooyle
74
•
47
•
LA ALTERNATIVA PEDAGÓGICA Antonio Gramsci
LAS AVENTURAS DE SHERLOCK HOLMES Arthur Conan Ooyle
75
•
SANTA Federico Gamboa
76
•
EL MILLÓN Marco Polo
103 •
HISTORIAS DE FANTASMAS Charles Dickens
n
•
SEXO Y LITERATURA D. H. Lawrence
104 •
EL SUPERMACHO Alfred Jarry
78
•
EDGAR ALLl\11! POE Charles Baudelaire
105 •
EL GALLO PITAGÓRICO Juan Bautista Morales
79
•
EL FEMINISMO ESPONTÁNEO DE LA HISTERIA Emilce Dio Bleichmar
106 •
80
•
EL CORAZÓN DE LAS TINIEBLAS Joseph Conrad
ESTUDIOS DE GÉNERO Y FEMINISMO 1 Patricia Bedolla Miranda, Oiga L. Bustos Romero, Fátima Flores Palacios, Blanca E. Garcfa y García (Compils.)
107 •
NUEVA EDAFOLOGÍA. Reglones troplcales y áreas templadas de México Régulo León Arieta
SITUACIÓN LÍMITE Joseph Conrad
108 •
RESPUESTA A SOR FILOTEA DE LA CRUZ Sor Juana Inés de la Cruz
TIFÓN Joseph Conrad
109 •
EL EXTRAÑO CASO DEL DR. JEKYLL Y MR. HYDE. Seguido de: La mujer solltarla Robert Louis Stevenson
110 •
TRES NOVELAS CORTAS. Noches blancas, Novela en nueve cartas, El sueño del príncipe Fyodor M. Dostoyevski
81 82
•
83
•
LA MUJER. En el pasado, en el presente y en el porvenir August Bebel
84
•
LA UTOPÍA DE LA RAZÓN Alejandro del Palacio Díaz
85
•
EL PERRO DE LOS BASKERVILLE. Un caso de Sherlock Holmes Arthur Conan Doyle
111 •
EL SIGNO DE LOS CUATRO. Un caso de Sherlock Holmes Arthur Cenan Doyle
86
•
EL VALLE DEL MIEDO. Un caso de Sherlock Holmes Arthur Conan Doyle
112 •
RELATOS DE TERROR Arthur Cenan Doyle
87
•
MUJER, HISTORIA Y SOCIEDAD. Sobre la llberaclón de la mujer Alexandra Kollontai
113 •
EL PARÁSITO. Seguido de: El vampiro de Sussex Arthur Cenan Doyle
88
•
ZADIG, MICROMEGAS. Y otros cuentos Voltaire (Francois Marie Arouet)
114 •
EL FANTASMA DE JANÉT. Robert Louis Stevenson
89
•
EL REGRESO DEL HIJO PRÓDIGO André Gide
115 •
90
•
EL SPLEEN DE PARÍS Charles Baudelaire
UN OSCURO CAMINO HACIA EL AMOR ¿Es més puro el amor homosexual? Juan Manuel Corrales
116 •
LAS ONCE MIL VERGAS. O los amores de un Hospodar Guillaume Apollinaire
EL MORADOR DE LAS SOMBRAS. Y otros cuentos de Cthulhu H. P. Lovecraft
91
Ol~lla y otras narraciones de terror
117 •
92
•
MARXISMO Y FEMINISMO Mary-Alice Waters
¿QUÉ ES LA SOCIOLOGIA DEL CONOCIMIENTO? Michael Lowy
118 •
93
•
REFORMA O REVOLUCIÓN. Y otros escritos contra los revisionistas Rosa Luxemburg
EL DIVINO NARCISO Sor Juana Inés de la Cruz
119 •
94
•
¡BUENA NUEVAI LAS ENSEÑANZAS DEL DIVINO MAESTRO Martfn Alfonso Villanueva R.
EL SIGNIFICADO DE LA SEGUNDA GUERRA MUNDIAL Emest Mandel
120 •
95
•
CONFESIONES DE UN OPIÓMANO INGLÉS Thomas de Quincey
ALIENACIÓN Y EMANCIPACIÓN DEL PROLETARIADO Emest Mandel
121 •
LA CUESTIÓN HOMOSEXUAL Jean Nicolas
¿HACIA DONDE VA LA U.R.S.S. DE GORBACHOV? Emest Mande!
122 •
EL PAPEL DEL TRABAJO EN LA TRANSFORMACIÓN DEL MONO EN HOMBRE Friedrich Engels
96
•
97
•
MUJERES MAQUILADORAS Y MICROINDUSTRIA DOMÉSTICA José Antonio Alonso
98
•
CORYDON. Cuatro dlálogos socrétlcos sobre el amor que no puede decir su nombre André Gide
123 •
EL PENSAMIENTO POLfTICO DE KARL MARX Robin Blackbum, Carel Johnson
124 •
99
•
ANTOLOGIA DEL EROTISMO Miguel Guzmán Peredo
FEMINISMO Y UTOPIA. Unión obrera Flora Tristan
125 •
100 •
EL AMOR ABSOLUTO Alfred Jarry
TEORfA, CIENCIA Y METODOLOGIA EN LA ERA DE LA MODERNIDAD Francisco R. Dávila Aldás
126 •
102 •
PROMETEO MAL ENCADENADO André Gide
LAS ANTINOMIAS DE ANTONIO GRAMSCI Perry Anderson
127 •
LA HISTORIA Y SU MÉTODO Alberto J. Pla
128 •
LÓGICA PARLAMENTARIA Guillermo Gerardo Hamilton
154 •
LA PAREJA o hasta que la muerte nos separe ¿Un sueño lmposlble? María Teresa Dóring
129 •
LA CREACIÓN CULTURAL EN LA SOCIEDAD MODERNA Lucien Goldmann
155 •
EL REGRESO Joseph Conrad
130 •
ESPACIALIDAD Y ESTADO: FORMAS Y RE-FORMAS Víctor Manuel Moncayo
156 •
TELENY Osear Wilde
131 •
LA REVOLUCIÓN MEXICANA CONTRA EL PRI Manuel Aguilar Mora, Mauricio Schoijet (Compils.)
157 •
LA POSADA DEL DRAGÓN VOLADOR Joseph Sheridan Le Fanu
132 •
CRÓNICAS GASTRONÓMICAS 1 Miguel Guzmán Pereda
158 •
133 •
EL ARTE Y EL CUERPO DE MADONNA ENTRE LA CIUDAD Y LA AVENTURA Emili Oleína Aya
INTRODUCCIÓN A LA FILOSOFÍA DE LA PRAXIS Antonio Gramsci
159 •
LA POLÍTICA Y EL ESTADO MODERNO Antonio Gramsci
135 •
EL REGIMIENTO DE LOS MUERTOS. Y otros cuentos de la India Rudyard Kipling
160 •
EL ANTICRISTO Friedrich Nietzsche
136 •
SODOMA AL ALBA DE LA FILOSOFÍA DEL DERECHO Lluís Sala-Molins
161 •
EL DISEÑO DE LA INVESTIGACIÓN SOCIAL Francisco Gomezjara, Nicolás Pérez
137 •
LÓGICA DEL RACIOCINIO JURÍDICO Eduardo García Máynez
162 •
TÉCNICAS DE DESARROLLO COMUNITARIO Francisco Gomezjara
138 •
LIBERACIÓN FEMENINA Y DIALÉCTICA DE LA REVOLUCIÓN. Tratando de alcanzar el futuro Raya Dunayevskaya
163 •
139 •
ESTUDIOS DE GÉNERO Y FEMINISMO 11 Patricia Bedolla Miranda, Oiga Bustos Romero, Gabriela Delgado Ballesteros, Blanca E. García y García, Lorenia Parada Ampudia (Compils)
PANDILLERISMO EN EL ESTALLIDO URBANO Francísco Gomezjara, Femando Villafuerte, Israel López Chiñas, Jesús Nava Ranero, Adrián Atilano Hernández, Octavio Moreno, Homero Campa Butrón, Virgilio Caballero, Gerardo Pacheco, Pablo Cabañas
164 •
ECCE HOMO Friedrich Nietzsche
140 •
LA CANCIÓN DE ODETTE René Avilés Fabila
165 •
IMPORTANCIA DE LA TEORÍA JURÍDICA PURA Eduardo García Máynez
141 •
HACIENDO EL AMOR CON MÚSICA D. H. Lawrence
166 •
142 •
EL CÓMPLICE SECRETO Joseph Conrad
DEL MILAGRO A LA CRISIS, LA ILUSIÓN ... EL MIEDO ... Y LA NUEVA ESPERANZA. Análisis de la Política Económica Mexicana, 1954-1994 Francisco R. Dávila Aldás
167 •
143 •
LAS MONTAÑAS DE LA LOCURA H. P. Lovecraft
EL PRINCIPITO Antaine de Saint-Exupéry
168 •
144 •
LAS ENFERMEDADES INVISIBLES Paracelso
EL HORROR SOBRENATURAL EN LA LITERATURA H. P. Lovecraft
169 •
145 •
EL MEXICANO ANTE LA SEXUALIDAD Maria Teresa Dóring
OCTAVIO Jorge Arturo Ojeda
170 •
146 •
EL GRAN SOLITARIO DE PALACIO René Avilés Fabila
LA MUJER NUEVA Y LA MORAL SEXUAL Alexandra Kollontai
171 •
147 •
LOS ORÍGENES DE LA OPRESIÓN DE LA MUJER Antaine Artous
EL RINOCERONTE Scott Robert Alexander
172 •
148 •
DEMOCRACIA Y REVOLUCIÓN. De los griegos a nuestros días George Novack
PIEDRA CALIENTE Jorge Arturo Ojeda
173 •
149 •
¿QUÉ ES UNA CONSTITUCIÓN? Eduardo Pallares
MÁS ALLÁ DEL BIEN Y DEL MAL Friedrich Nietzsche
174 •
150 •
AUTOBIOGRAFÍA DE UNA MUJER EMANCIPADA. La juventud y la moral sexual. El comunismo y la familia. Plataforma de la oposición obrera. Alexandra Kollontai
LA CONFUSIÓN DE LOS SENTIMIENTOS Stefan Zweig
175 •
LA GAYA CIENCIA Friedrich Nietzsche
176 •
LA REPRODUCCIÓN. Elementos para una teoría del sistema de enseñanza Pierre Bourdieu, Jean-Claude Passeron
177 •
EL CAMPO ANTE EL FUTURO DE MÉXICO Simón Castillejos Bedwell
151 •
EL CASO DE CHARLES DEXTER WARD H. P. Lovecraft
152 •
POESÍA AMOROSA Sor Juana Inés de la Cruz
153 •
TEMOR Y TEMBLOR Sóren A. Kierkegaard
178 •
SADE Ilustrado
179 •
MEMORIAS DE UN MÉDICO HOLANDÉS HOMOSEXUAL H. J. Tulner
180 •
LA CUESTIÓN ESCOLAR. Críticas y alternativas Jesús Palacios
181 •
MUJER CAMPESINA Y TECNOLOGÍA ALTERNATIVA EN EL SALVADOR, MÉXICO Y NICARAGUA Francisco Dávila, Ana Stern
182 •
LA LETRA ESCARLATA Nathaniel Hawthorne
183 •
LA IMAGINACIÓN Y EL ARTE EN LA INFANCIA L. S. Vigotskii
184 •
EL MEXICANO. Alqulmla y mito de una raza Manuel Aceves
185 •
ANTILABERINTO Manuel Aceves
186 •
PERSONAS FATALES Jorge Arturo Ojeda
187 •
EL ARTE DE LA GUERRA Nicolás Maquiavelo
188 •
HEGEL HISTORIADOR Gioacchino Gargallo Di Castel Lentini
189 •
HEMOS PERDIDO EL REINO Marco Antonio Campos
190 •
QUE LA CARNE ES HIERBA Marco Antonio Campos
191 •
EL VIEJO Y EL MAR Ernest Hemingway
192 •
RUBAIYYAT Omar Khayyam
193 •
LA SONATA A KREUTZER León Tolstoi
194 •
LA PEDAGOGÍA OPERATORIA. Un Enfoque Constructlvlsta de la Educación Montserrat Moreno y equipo del IMIPAE
m
BIBLIOTECA DE ÉTICA, FILOSOFÍA DEL DERECHO Y POLÍTICA
m ~
Dirigida por:
Ernesto Garzón Valdés (Maguncia, Alemania) y Rodolfo Vázquez (ITAM, México)
1• PROBLEMAS DE LA FILOSOFÍA Y DE LA PRAGMÁTICA DEL DERECHO Ulrich Klug
2• CONCEPTOS JURfDICOS FUNDAMENTALES W. N. Hohleld
3• LENGUAJE JURÍDICO Y REALIDAD Karl Olivecrona
4• DERECHO E INCERTIDUMBRE Jerome Frank
5• EL DERECHO Y LAS TEORÍAS ÉTICAS CONTEMPORÁNEAS George Nakhnikian
6• DERECHO, LÓGICA, MATEMÁTICA Herbert Fiedler
7• EL CONCEPTO DE VALIDEZ Y OTROS ENSAYOS All Ross
8• CONTRIBUCIONES A LA TEORfA PURA DEL DERECHO HansKelsen
9• ¿DERECHO SIN REGLAS? Los principios filosóficos de la teorla del Estado y del derecho de Cart Schmltt Matthias Kaulmann
10• ¿QUÉ ES LA JUSTICIA? Hans Kelsen
11. ¿QUÉ ES LA TEORfA PURA DEL DERECHO? Hans Kelsen
12• EL PROBLEMA DEL POSITIVISMO JURIDICO Norberto Bobbio
13• LAS INSTITUCIONES MORALES Hartmut Kliemt
14• SOCIOLOGÍA Y JURISPRUDENCIA Rüdiger Lautmann
15• LÓGICA DEL DERECHO Rupert Schreiber
16• PROBLEMAS DE ÉTICA NORMATIVA Norbert Hoerster
17• MORAL Y DERECHO, Polémica con Uppaala Theodor Gelger
18• DERECHO Y FILOSOFfA Ernesto Garzón Yaldés (Comp.)
19• ESTUDIOS SOBRE TEORIA DEL DERECHO Y LA JUSTICIA Otlried HOffe
20• EL CONCEPTO SOCIOLÓGICO DEL DERECHO Y otros ensayos Wemer Krawietz
21 • EL CONCEPTO DE ESTABILIDAD DE LOS SISTEMAS POLÍTICOS Ernesto Garzón Valdés
22• LÓGICA DE LAS NORMAS Y LÓGICA DEÓNTICA Georges Kalinowski
23• MARXISMO Y FILOSOFfA DEL DERECHO Manuel Atienza y Juan Ruiz Manero
24• RACIONALIDAD Y EFICIENCIA DEL DERECHO Albert Clllsamiglia
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Este libro se imprimió bajo el cuidado de Ediciones Coyoacán S.A. de C.V., Hidalgo 47-2, Coyoacán, en noviembre de 1997. El tiraje fue de 1,000 ejemplares más sobrantes para reposición.