El cine, ¿puede hacernos mejores?
I El pensamiento del cine1
Suelen hacerme la siguiente pregunta, mencionando siempre, creo yo, la filosofía en primerlugar: ¿cómo es Las páginas que
siguen fueron publicadas en el número de invierno del año de la Yale Review y, más tarde, en francés en la revista Trafic , N° , en el año . Había pronunciado esta conferencia el de mayo de en el Kennedy Center de Washington en el marco de la Segunda Conferencia Anual Patricia Wise, con el apoyo del American Film Institute. Cuando me invitaron a preparar la conferencia, me dijeron que la idea de esta serie era proporcionar a los autores y a los investigadores que no pertenecían esencialmente al mundo del cine una ocasión para describir la importancia que tenía la existencia del cine en sus respectivos trabajos o en la cultura contemporánea.Advertí que quería aprovechar esa ocasión para responder de manera razonablemente coherente a los interrogantes reiterados que mi interés por el cine había suscitado a lo largo de los años, en especial en el momento de publicación de mis libros dedicados al cine: The world viewed: Reflections on the ontology of film, Nueva York, Viking Press, , y Pursuits of happiness: The Hollywood comedy of remarriage, Harvard University Press, [trad. esp.: La búsqueda de la felicidad: la comedia de enredo matrimonial en Hollywood , Barcelona, Paidós, ], publicación que, suponía yo, había producido esa invitación a pronunciar la conferencia Wise.
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EL CINE, ¿PUEDE HACERNOS MEJORES?
posible que un profesor de filosofía llegue a reflexionar sobre el cine hollywoodense? –como si llegar a ser profesorde filosofíafuera másfácil de aceptar quereflexionar y escribir sobre cine–. Me volví tan sospechoso que me llevó tiempo reconocer que habría sido más natural, durante la mayor parte de mi vida, invertir la pregunta: ¿cómo es posible que una persona cuya educaciónha sido modelada tanto por la frecuentaciónde los cines como por la lectura llegue a ejercer un oficio que consiste en reflexionar sobre filosofía? Durante mucho tiempo creí que ese vínculo constituía una encrucijada que tansólo concernía a mi historia personal. Llegó a ser explícito para mí durante ese período de mi vida al que más tarde, en una época más calma, aprendí a llamar “mi crisis de identidad”. A fines delos años , había sido admitido en el conservatorio Julliard para llevar a cabo estudios de composición musical en un programa de extensión, después de dos años en los que no había dejado de crecer en mí una duda: dedicar, o no, mi vida de lleno a la música. Tras mi llegada a Nueva York y mi ingreso a la escuela, empecé a faltar a misclases de composición. Pasaba mis días leyendo y mis noches en los especPor eso, estoy feliz de que esa conferencia sea publicada esencialmente en su forma original, sin intentos de eliminar de su texto aquello que con gran esmero me propuse incluir en ella: mi percepción de la oportunidad que representaba.
EL PENSAMIENTO DEL CINE
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táculos; por lo general iba a la ópera o al teatro, donde compraba las entradas con descuento; a la salida, me iba a ver algún viejo film en la calle , que a fines de los años era un lugar particularmente propicio para captar la diversidad y la aleatoriedad del cine sonoro norteamericano. Aquello que leía en esas tardes lo llamaba en mi fuero interno “filosofía”, pese a no tener muy claro lo que esa palabra podía significar para los demás,y aunmenos claro el motivo por el cual buscaba en la filosofía la respuesta al interrogante que mi vida encarnaba. Puesto que había pasado losprimeros años de facultad desgarrado entre el deseo de escribir y la realidad de la música que yo mismo componía para el teatro de la universidad –desde simples melodías para la revista musical de fin de año hasta una música para la representaciónde El rey Lear , ni más ni menos–, lo que había aprendido durante esosañosno podía ser considerado en rigor educación, cuando menos no en términos de los parámetros europeos.Pero tenía el estímulo suficiente para seguir aprendiendo cosas en lugares incongruentes y junto a personas incongruentes, esos lugares y esas personas que mi padre, un inmigrante iletrado, y mi madre, una mujer muy instruida, gustaban mostrarme –él, enamorado como estaba del saber que nunca poseería; y ella que durante mi infancia se había ganado la vida tocando el piano en salas
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E L C IN E, ¿ PU ED E H AC ER NO S M EJ OR ES ?
de cine mudo y en el music-hall–.El lugarque frecuentábamos juntos era el cine.De ese modo, si bien antes de ingresar a la universidad jamás había ido a un concierto para escuchar, por ejemplo, la Novena Sinfonía de Beethoven, ni tampoco había tenido preparación suficiente para tal escucha cuando estudiaba historia de la música y de la cultura alemana,en cambio sí había tenido lo necesario para prestar una escrupulosa atención a los gestos de Fred Astaire, de Ginger Rogers y de Jerome Kern; tanto es así que, cuando en el final de la Novena Sinfonía el coro canta a contrapunto los dos temas principales, el éxtasis que experimenté había sido preparado por mi reacción ante el final de Swingtime [Enalas de la danza ] (George Stevens, ), donde uno de los miembros de la pareja retoma A fine romance mientras el otro retoma The way you look tonight. Este ejemplo no habría constituido esa preparación para el gran arte que acabo de mencionar de no haber sido algo más que mero virtuosismo. En efecto, es esencial que cada una de esas dos canciones de Kernsea individualmentetan perfecta como es,para que cuando la pareja las modifica y las mezcla en la repetición cada una de ellas pueda revelar su capacidad, si se me permite la expresión,de significar la canción distinta que cada uno tiene en mente. Asimismo,las letras de esas canciones también constituían una preparación para la gran poesía, que yo no
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descubriría sino mucho más tarde.En mi primera adolescencia, una estrofa tal como Heaven, I’m in heaven And the cares that hung around, me through the week Seem to vanish like a gambler’s lucky streak When we’re out together dancing cheek to cheek
era poesía para mí, y a mi parecer nada que no rivalizara con la sensación de concentración y entusiasmo contenida en esas palabraspodía ser poesía.Considero que ya desde entonces sabía que no se trataba únicamente de sentir la inteligencia y el comportamiento de las palabras, ni tan sólo, por añadidura, de reconocer el humor y la belleza de la alusión a la racha del jugador, sino que se trataba de experimentar aquello (aunque me faltaran las palabras,mis propias palabras,para decirlo) junto con el pathos de la idea de una mala racha que se disipa, que es negativa, empleada en una comparación destinada a expresar las preocupaciones que se disipan y el cielo que se abre, algo positivo –como si más allá de lo negativo y lo positivo, de lo malo y lo bueno, hubiera una zona de azar y de riesgo, el único “Cielo, estoy en el cielo / Y los problemas que pesaron sobre
mí toda la semana / Parecen disiparse como la mala racha de un jugador / Cuando salimos juntos y bailamos mejilla contra mejilla.”
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lugar donde podía realizarse la intimidad que emblematizaba o mitologizaba la coreografía de Astaire y de Rogers–. Más tarde sería capaz de reconocer que “felicidad”(happiness )y“azar”(happenstance ) son términos próximos, y que la búsqueda de la felicidad –ya se trate de la oportunidad para dar un paso en favor de la adquisición de un yo o de la constitución de una nación– exige el valor de reconocer y de captar la oportunidad o, según la expresión de Emerson, “El coraje de ser lo que uno es”. No estoy diciendo que por entonces, en la calle , ya tuviera en mente el proyecto de mi libro sobre la comedia de enredo matrimonial en Hollywood, sino más bien que en parte escribíese libro porlealtada ciertas versiones másjóvenes de mí mismo, algunas de las cuales aún siguen vigentes. Por cierto, puedo simpatizar con el héroe semidelirante interpretado porSteve Martin en un film reciente titulado Pennies from heaven [Dinero caído delcielo] (Herbert Ross, ), cuando dice, con un grito desde el alma, aludiendo a esas canciones que divulga y en las que cree: “¡Escuchen las letras!”. Y creo que en esa versión más joven de mí mismo –cuando faltaba a mis clases del Julliard– y en la pobreza de mi educación formal –cuando leía toda la tarde y pasaba casi toda la noche en los espectáculos– ya tomaba muy en serio el más memorable de los consejos que Henry James solía dar a los escritores noveles.En Theart of fiction, James dice:
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La facultad de adivinar lo invisible a partir de lo visible, de seguir las implicaciones de las cosas, de juzgar la obra completa por su motivo,el estado de sentir, en general, tanplenamente la vida que unopuede sentirse bien encaminado para conocer sus más pequeños recovecos; casi podría decirse que ese con junto de dones constituye la experiencia […]. Por eso, si yo le dijese por cierto a un novato: “Escriba de su experiencia y sólo de su experiencia”, tendría la impresión de haber lanzado así una advertencia inasequible si no tomara en el acto el recaudo de añadir: “Procure ser una de esas personas para las que nada se pierde”. Cuando me llegó la hora de escribir mi libro sobre un conjunto de comedias románticas de Hollywood ( La búsqueda de la felicidad ),había llegado al punto de contarme entre quienes se niegan a quedar perdidos para su propia experiencia, y por tanto a dar por descontado que sería capaz de superar la humillación, ya de hacer conjeturas poco convincentes, ya de construir castillos de naipes. Así es como en mi libro, por ejemplo, elaboro mi percepción de la estructura común H. James, The art of fiction, Boston, , edición facsimilar, [trad. esp.: El arte de la novela y otros ensayos , México,
Coyoacán, ].
de las comediasde enredo matrimonial a partirde una interpretación de las comedias románticas de Shakespeare; me refiero al análisis de It happened one night [Sucedió una noche] (Frank Capra, ) en términos de censura del conocimiento y de la aspiración del hombre en la filosofía de Kant.A mi juicio, la especulación de Heidegger se halla ilustrada o explicada en el semblantede BusterKeaton; y considero asimismo que cuando en The awful truth [La pícara puritana ] (Leo McCarey, ) la cámara se aleja del abrazo que está a punto de unir a Cary Grant y a Irene Dunne para mostrarnos un par de estatuillas humanas que marcan el paso del tiempoentrando con andaralegreenun reloj cucú con forma de casa, algo de la metafísica se pone de manifiesto a partir de la presentación que se hace del matrimonio a través de esa imagen: se trata de una nueva manera de habitar el tiempo, pero constituye asimismo una manera de resumir, entre otras, la filosofía de Thoreau y de Nietzsche.