Reinventar la educación para garantizar la competitividad
José Manuel Casado Socio responsable de Talent & Organization Performance de Accenture.
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REINVENTAR LA EDUCACIÓN PARA GARANTIZAR LA COMPETITIVIDAD
En la economía del conocimiento actual, seguimos empleando un sistema educativo que corresponde a la era industrial, por lo que, si queremos mantener nuestra competitividad, se hace imprescindible afrontar la educación desde un punto de vista nuevo.
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reo en la competitividad como la mejor forma de mejorar en lo que cada día hacemos y considero que depende de tres tipos de actores: de los países que intentan conseguir la prosperidad, de las empresas que buscan la rentabilidad y el beneficio, y de los individuos que procuran alcanzar el mejor bienestar. Y digo que creo en la competitividad porque ha sido la que nos ha ayudado a llegar al grado de desarrollo en el que estamos, la que nos ha impulsado a conseguir las conquistas sociales de las que hoy disfrutamos, a pesar de que aún nos quede mucho trecho por recorrer. Estoy convencido de que el elemento fundamental de esta competitividad se llama educación, esa suerte de función social encargada de transmitir conocimientos, conformar nuestras destrezas y cultivar nuestro carácter; por eso estoy persuadido de que justo ahora –cuando, por cierto, tanto nos gusta hablar de responsabilidad empresarial– colaborar con la mejora del sistema educativo debería ser una de las prioridades sociales de la empresa. Así como en el siglo XX los problemas fundamentales de las organizaciones han tenido que ver con lo económico, en el siglo XXI los principales problemas de la empresa estarán relacionados con lo social, y el de la educación será uno de los principales, porque, como nos aseguraba Richard Rosecrance ya en 1999 en su libro The Rise of the Virtual State, “en última instancia, la competencia entre las naciones será una competencia entre sistemas educativos, y los países productivos y ricos serán los que cuenten con la mejor educación y formación”. Sí, fíjese, por ejemplo, en la India; se estima que, en unos diez años, el 90% de los ingenieros serán indios. Puede estar convencido de que la India será uno de los países más competitivos en el futuro. En los últimos años estoy siendo muy crítico con la forma en la que algunos países, entre los que, por supuesto, me preocupa especialmente el nuestro, están gestionando su sistema educativo, ya que están siendo
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demasiado conservadores en lo que se me antoja casi una conspiración para perder la competitividad, porque el sistema educativo, junto con las normas y el procedimiento de compensación y promoción de las empresas, arranca de cuajo cualquier vestigio de creatividad que, primero como alumnos y después como trabajadores, podamos tener. Nos encontramos en un momento en el que estamos reinventando absolutamente todo –ahora, gracias a Gordon Brown, Sarkozy, Bush, Obama y otros, hasta reinventamos el capitalismo, al tiempo que
Así como en el siglo XX los problemas fundamentales de las organizaciones han tenido que ver con lo económico, en el siglo XXI estarán relacionados con lo social amputamos la mano invisible del (afamado y alabado hasta ayer mismo) economista y filósofo escocés Adam Smith, que, dicho sea de paso, nos ha guiado por los mercados durante más dos siglos y medio– pero dejamos intacto el gestor de nuestros comportamientos.
Una educación de la revolución industrial Son muchos los cambios que se están produciendo y muchas las revisiones y las reinvenciones que estamos haciendo para adaptarnos a las nuevas situaciones de transformación que estamos viviendo en nuestros días. Sin embargo, el conformador de nuestro ADN, es decir, nuestro sistema escolar, sigue sustentándose sobre unos principios obsoletos y trasnochados.
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El sistema educativo tiene mucho que ver no sólo con los conocimientos que aplicamos en nuestras empresas, sino también, y sobre todo, con lo que es más importante: nuestra actitud y nuestro carácter ante la vida y el trabajo que hacemos. En definitiva, la educación es un proceso de socialización de las personas a través del cual se desarrollan capacidades físicas e intelectuales,
Es preocupante que un sistema educativo diseñado para la época industrial siga siendo el imperante a pesar de que mate la iniciativa individual y la creatividad de las personas habilidades, destrezas y formas de comportamiento ordenadas con un fin social (valores, comunicación, relación, creatividad, motivación, moderación del diálogodebate, jerarquía, trabajo en equipo, cuidado de la imagen, etc.); es decir, la educación forma parte del proceso de socialización formal de los individuos de una comunidad social. Ya en la antigüedad los griegos utilizaban el término paideia para referirse a la educación. La paideia o educación incluía varios conceptos básicos, como el conocimiento, la excelencia y, por supuesto, el carácter y su formación, de forma que “buscara lo hermoso y lo bueno y de manera innegable”. Además, los griegos sostenían que tiranos y demagogos privaban al pueblo de la educación para que, convertido en un rebaño de ovejas, fuera más fácil de dominar. Sin embargo, el sistema actual poco o nada tiene que ver con la sabia concepción griega. Es preocupante que el sistema educativo, que fue diseñado para la época industrial, para una era “fordista”, en la que los empleados tenían que conocer su sitio y necesitaban una formación uniforme, y que instruía a la gente para memorizar y repetir, siga siendo el imperante a pesar de que mate la iniciativa individual y la creatividad de las personas. Por un lado, las empresas decimos que necesitamos creatividad y que tenemos que innovar, pero, por otro, a la hora de la verdad educamos a nuestros hijos para todo lo contrario. Por ello, me atrevería a decir que lo que crea el sistema educativo en general es más de
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lo mismo: gente y gestores con gran capacidad de análisis que repiten, conservan y mantienen lo que existe y poca gente dispuesta a modificar y transformar el statu quo. Como señala Tom Peters en Re-imagina!, las escuelas fueron diseñadas por Horace Mann, E.L. Thorndike y otros para ser un mecanismo de control de la gestión científica del trabajo ideada por Taylor para una población masiva. El objetivo de las escuelas era clonar a la gente: reproducir individuos cuyo comportamiento fuera predecible y fácil de controlar. Lamentablemente, sigue siendo lo mismo: memoria y repetición de la irrelevancia; digo “de la irrelevancia” porque la mayoría de lo que se enseña sirve para poco más que para ser un buen jugador de Trivial. Bismarck, Ford y otros defendieron este modelo como el mejor para su época, pero seguro que, si lo hicieran hoy, sería totalmente distinto. Heredamos y mantenemos parte de los arcaicos sueños del influyente John D. Rockefeller, que creó el Consejo General de Educación y que al principio de siglo pasado manifestaba: “En nuestros sueños, las personas se adaptaban con perfecta docilidad a nuestras manos para que las moldeáramos... La tarea es sencilla. Organizaremos a los niños y les enseñaremos a hacer de forma perfecta los que sus padres y madres están haciendo de forma imperfecta”. Sin embargo, lo más curioso es que hoy día el tipo de trabajo que hacemos es totalmente distinto al que hacían nuestros padres.
A trabajo diferente, cualificación diferente A nadie se le escapa que la ejecución de los trabajos se ha hecho mucho más compleja. Los métodos de organización del trabajo de Taylor, Fayol, etc. de la era industrial puede que alienaran al trabajador porque no dejaban nada al arbitrio del propio individuo y que redujeran la libertad del hombre en el trabajo a una mera acción de movimiento casi automático sobre las máquinas, pero la complejidad de la ejecución era insignificante. ¿Recuerda Tiempos modernos, esa magnífica película de Charles Chaplin? Las nuevas realidades de trabajo en la era de la información o de la conectividad demandan todo lo contrario: el individuo tiene toda la libertad y la ejecución de la mayoría de los trabajos requiere capacidad, criterio y voluntad. Diferentes expertos estadounidenses han dividido los trabajos en tres categorías: • Transformacionales: aquéllos que extraen materiales brutos y los transforman en productos finales.
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• Transaccionales: interacciones que pueden ser fácilmente escritas o automatizadas. • Tácticos: interacciones complejas que requieren un alto grado de juicio y criterio para ser realizadas. Según esta categorización, en los últimos seis años, el número de puestos de trabajo tácticos ha crecido dos veces y media más rápidamente que el de los transaccionales y tres veces más rápidamente que el empleo general. Este tipo de labores supone ahora el 40% de todos los empleos en el mercado estadounidense y el 70% de los puestos de trabajo creados desde 1980. Por ello, el número de trabajadores que llevan a cabo labores que necesitan destrezas complejas se ha multiplicado por tres en los últimos treinta años. Como se puede observar en el cuadro 1, la proporción de los tipos de trabajo se ha invertido y la demanda de destrezas se apunta con un marcado déficit que supondrá una creciente preocupación. En la era industrial, apenas el 20% de los trabajos tenía complejidad y necesitaba contar con un criterio significativo para su ejecución; sin embargo, en nuestros días, más del 80% de los trabajos tiene complejidad y requiere tener un criterio alto, mientras que apenas el 20% restante requiere sólo seguir normas y procedimientos establecidos. Ante estos hechos... ¿alguien se imagina que el sistema educativo pueda servir igual para los trabajos transformacionales que para los tácticos?
Quizá por ello el Departamento de Educación de Estados Unidos ha calculado que cerca del 60% de los nuevos empleos generados en el siglo XXI requerirá habilidades que sólo tendrá el 20% de la población. Nuestro sistema educativo se basa en la industrialización del conocimiento y sirve un frío “café para todos” que ignora las más evidentes bases del aprendizaje individual. El estilo “fábrica” –fíjese en la forma de las aulas de la escuela– puede que sirviera para formar a los alumnos del pasado, que vivían en un entorno estable, monótono y predecible, en el que se bombardeaba con una información trasnochada que golpeaba la mente tierna de los más jóvenes hasta adoctrinarlos en tareas repetitivas y casi compulsivas.
Un divorcio entre dos sistemas Es motivo de alegría que el crecimiento del número de estudiantes sea cada vez más estable en todo el mundo. Así, por ejemplo, la India cuenta en la actualidad con más de seis millones de estudiantes universitarios, seguida por Japón, con casi cuatro millones, y China, que recientemente ha llegado a los cuatro millones. Sin embargo, la contradicción entre el sistema educativo y el productivo es un hecho. No se hablan ni se relacionan, y, lamentablemente, no parece que vayan a hacerlo. La empresa no está en la universidad ni en la escuela, ni la escuela ni la universidad están en la em-
CUADRO 1
Proporción de los tipos de trabajo: diferencia entre la era industrial y la era de la información Demanda de trabajadores del conocimiento Era industrial
Requieren un criterio significativo Siguen las reglas y los procedimientos establecidos
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Diferencia entre la oferta y la demanda de trabajadores del conocimiento
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20% 80%
80% 20%
Alto Requieren un criterio significativo Siguen las reglas y los procedimientos establecidos
Demanda Diferencia
Destrezas requeridas
Bajo
Oferta
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presa. Una cosa es lo que el sistema educativo produce que las dificultades para encontrar suficientes personas y otra lo que el sistema productivo necesita. cualificadas en España se incrementarán. Además, el Para hacernos una idea de esta contradicción, basta sistema genera muchos menos titulados en carreras exseñalar que, por ejemplo, en julio de 2008, ante la esperimentales que en Humanidades, cuando lo que se casez de médicos en nuestro país, se reclamaba hasta necesita es todo lo contrario. una ley para solucionar el problema y, sin embargo, la Por otra parte, España será, junto con Japón, uno de nota de corte de selectividad para cursar Medicina, por los países con la pirámide de población más envejecida ejemplo en Madrid, se situaba en torno al 8,7 o al 8,8, del mundo –es curioso: ¿sabe que en Japón ya hay más cuando estamos importando médicos extranjeros. La hogares con mascotas que con niños?–. No nacen niños directora general de un servicio de salud de una imporque después puedan estudiar y trabajar. El índice nortante comunidad autónoma me contaba: “No tenemos mal de reposición de la mujer fértil es del 2,2, pero en anestesistas... Tenemos que traernos polacos, que no sanuestras mujeres, nativas españolas, apenas roza un ben español y de inglés tampoco andan muy allá. Esto, más que tímido 1,2. unido a que nuestros cirujanos no son CUADRO 2 precisamente bilingües, nos está generando enormes riesgos en el quirófano”. Esta escena, que narrada como un Demanda de profesionales en los países chiste incluso podría resultar graciosa, europeos deja de serlo en el momento en el que pensamos que podríamos ser nosotros los pacientes. Imagino que confundir España 10 miligramos de novocaína con 100, por ejemplo, no debe de ser muy graIrlanda cioso si el que está tumbado en una mesa de quirófano eres tú. Grecia Nos faltan ingenieros, técnicos, informáticos, matemáticos, químicos, fíHolanda sicos, médicos..., es decir, personas de ciencias, pero la universidad sigue geItalia nerando una oferta de empleados para los que no hay empleo y deja de cubrir Bélgica una gran demanda de perfiles técnicos que la empresa necesita. Se calcula que Finlandia en España faltan más de 300.00 proAustria fesionales de estas características. Sin embargo, no nos vayamos muy Sectores basados Alemania lejos y continuemos en nuestro país, en conocimiento en el que nos enfrentamos, al igual Resto de los sectores Reino Unido que en otros países de nuestro entorno –lo que hará más difícil la captación Francia porque tendremos que competir con ellos–, a un grave problema de falta de Portugal mano de obra cualificada: los jóvenes preparados en edad de acceder al merDinamarca cado laboral han pasado de 664.000 en 1991 a 369.000 en 2007, por lo que Suecia en los próximos años será necesario incorporar una gran cantidad de ex–20% 0% 20% 40% 60% 80% tranjeros cualificados al mercado para Fuente: Skills for the future, Accenture, 2007. poder garantizar el crecimiento de la economía; asimismo, parece previsible
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En definitiva, la oferta de candidatos cualificados en nuestro país se reduce un 4% anualmente y, hasta el momento, la inmigración no está constituyendo una fuente suficiente de oferta de mano de obra cualificada. Sólo queda añadir que, en relación con la inmigración, mientras que en otros países, como Estados Unidos o Japón, el porcentaje de titulados es del 50%, en España este porcentaje apenas supone el 2%. Es posible que, aunque aumente la tasa de paro por la crisis, la oferta de mano de obra cualificada siga siendo escasa y, por tanto, disputada. Algo parecido ocurre en otros países; por ejemplo, a pesar de que el número de graduados en el Reino Unido se incrementó un 30% entre 1996 y 2004, el porcentaje de estudiantes de Ciencias Físicas descendió un 0,8% y el de estudiantes de Arquitectura, un 0,48%. Comparativamente, los mayores incrementos en graduados se dieron en carreras sociales, económicas y políticas. Unos 15.000 estudiantes británicos accedieron a un grado superior en Matemáticas a finales de 1980. En 2004, este número había decrecido a 7.270. Se espera que el número de graduados en Ingeniería Informática en universidades alemanas caiga de 17.000 en 2006 a 14.000 en 2010. En Francia, el número de licenciados en Ciencias también ha caído de 46.000 en 1995 a 29.000 en 2002, tal como señalan Peter Cheese, Robert Thomas y Elizabeth Craig en su obra La or ganización basada en el talento. Asimismo, por ejemplo, en Estados Unidos, en 2003 se graduaron más del doble de estudiantes de Arte que de Matemáticas y Ciencias Físicas juntas. Quizá por ello, el mismísimo recién elegido presidente de Estados Unidos, en una entrevista publicada por el diario El Mundo el pasado 3 de mayo, reclamara más titulados en matemáticas y ciencias, más alumnos de ingeniería, y añadiera que “el gran reto que tenemos por delante en la educación es garantizar que –desde la guardería hasta la universidad– todo el mundo esté aprendiendo la clase de conocimientos que le harán ser competitivos y productivos en una económica moderna y tecnológica”. Sin embargo, lo peor de todo es el declive de los estándares educativos: la mayoría de las escuelas, colegios y universidades no logran adaptarse al ritmo y a la complejidad de los cambios, mientras que otras no son capaces de producir el número de graduados que necesitamos. En Estados Unidos, las universidades otorgarán título sólo a 200.000 estudiantes, que tendrán que ocupar los puestos de dos millones de baby-boomers que se están jubilando ya. En 2006, la cohorte de población es-
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tadounidense de entre 55 y 59 años poseía más títulos de másteres y doctorados que el grupo de entre 30 y 34 años. En los próximos años, la retirada del mercado de trabajo de los baby-boomers, que tienen mejor cualificación que muchos de los jóvenes trabajadores que los sustituirán, añadirá más complejidad al problema. Si la fuente principal de la economía para crecer y prosperar es el capital humano, no sólo Estados Unidos tiene un serio problema, sino también otros países y, desde luego, España. Además, como seguidamente veremos, la calidad educativa de los trabajadores de los países desarrollados ha comenzado a deteriorarse, no sólo en términos relativos (porque otros países emergentes la están al-
La contradicción entre el sistema educativo y el productivo es un hecho: no se hablan ni se relacionan, y, lamentablemente, no parece que vayan a hacerlo canzando y están situándose en primera posición en calidad), sino también, y por primera vez, en términos absolutos.
Estrategias emergentes Mientras tanto, los países emergentes –a la cabeza de los cuales están los Big Six: China, la India, Rusia, Brasil, Corea del Sur y México– están comenzado a prestar mucha atención a su sistema educativo porque están convencidos de que será lo que les permita crecer aprovechando todas las oportunidades del nuevo escenario mundial. Quizá por ello alrededor del 45% de los estudiantes chinos obtienen títulos de postgrado en ciencias o ingenierías, cuando en Estados Unidos este porcentaje no llega al 5%. Veamos el caso de la India, un país casi sin recursos naturales, pero del que se estima que provendrá el 90% de los ingenieros en un par de décadas, porque ha aprendido a explotar el intelecto de sus jóvenes mediante una política consistente en formar a parte de sus elites en ciencias. Hace ya más de cincuenta años (concretamente, en 1951), el por aquel entonces primer ministro indio, Jawalharlal Nehru, tomó la acertada decisión de crear los
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siete primeros institutos indios de tecnología en la ciudad de Kharagpur, como señalaba Thomas Friedman en La Tierra es plana. Desde entonces, miles de indios han competido por entrar y licenciarse en alguno de ellos o en alguno de los otros seis centros privados especializados en dirección de empresas. No obstante, la India también ha conseguido un sistema de educación tan bueno como exigente: según parece, cuesta más entrar en un instituto indio de tecnología que en el afamado Institu-
Lo peor de todo es el declive de los estándares educativos: la mayoría de las escuelas, colegios y universidades no logran adaptarse al ritmo y a la complejidad de los cambios, mientras que otras no son capaces de producir el número de graduados que necesitamos to de Tecnología de Massachusetts (MIT) o en la no menos prestigiosa Harvard. Hoy, los indios, gracias a la fibra óptica, comienzan a mover gran parte del mundo sin moverse de las mismas puertas de sus casas. Actualmente se está dando una competencia por el talento hasta ahora desconocida y también se están produciendo un crecimiento y una globalización del talento de los mercados emergentes, que ya comienza a estar mejor formado, es mucho más barato (se dice que formar un ingeniero en la India o en China cuesta el 10% de lo que cuesta en los países desarrollados) y tiene una actitud ante el trabajo radicalmente distinta (60 horas a la semana es una jornada a tiempo parcial en China). Si quiere más datos, basta añadir que el precio medio de la hora en países desarrollados oscila entre los 25 y los 30 dólares, mientras que en China o la India no supera los 0,5 dólares. Por tanto, un buen número de países están utilizando incluso sus universidades para conseguir los objetivos de atracción y retención del talento. Francia se ha propuesto incrementar su proporción de estudiantes extranjeros y pasar del 7% al 20%. Alemania está intentando crear la liga Teutonic Ivy, que pretende internacionalizar los estudios en ese país. Estos dos países, incluso, están ofreciendo su formación en inglés, cuando en Es-
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paña, por ejemplo, en primero de carrera las universidades públicas ni siquiera tienen como obligatoria la asignatura de inglés. En Singapur, cinco de las universidades públicas son extranjeras, gracias en parte a las importantes ayudas económicas. Australia y Nueva Zelanda han creado una carrera entre universidades para preparar a los profesionales y hacer que permanezcan allí. China, que temporalmente prescindió del examen de entrada durante la Revolución Cultural, esta focalizándose en los recursos de sus universidades de elites. España tiene que actuar, y hacerlo ya. Desde luego, tenemos varias reformas estructurales pendientes, como la de la Administración Pública, la del mercado de trabajo y, desde luego, la que en este artículo nos ocupa. Lo que no puedo entender es que, si podemos tener el mejor fútbol de Europa, el mejor tenis del mundo, el mejor baloncesto o el mejor automovilismo, ¿por qué no podemos proponernos conseguir que la educación y la formación de nuestro país estén a la misma altura? Si aceptamos que el activo más importante para el éxito en la economía del conocimiento es el capital humano, éste no puede seguir sustentándose en un sistema educativo como el nuestro, ya que tanto el sistema educativo primario como el secundario aparecen entre los peores en todos los estudios internacionales. Además –lamentablemente, pero es así–, en los rankings mundiales de las cien primeras universidades del mundo no aparece ninguna española. Parece más que evidente que no puede concebirse ninguna estrategia de crecimiento de la productividad futura que no pase por incrementar sustancialmente la calidad del sistema educativo y abandonar la igualdad en la mediocridad. En un mundo líquido e hipercomunicado, en el que las tecnologías, especialmente las móviles, facilitan que cualquier persona tenga acceso a cualquier tipo de información, servicio o soporte de cualquier entidad utilizando cualquier dispositivo de manera sencilla y rápida, el trabajo puede llevarse a la sala de lectura o a la habitación de estudio de cualquier profesional. En definitiva, en un contexto en el que cada trabajador podrá elegir dónde desee vivir independientemente de la base física de su empresa, la verdad es que quizá España, que tiene características adecuadas (clima, ambiente, alimentación, hábitos de vida, costumbres, paisaje, uno de los idiomas más hablados del mundo, etc.) y ciudades de tamaño medio que garantizan una buena calidad de vida y que ahora exhiben una gran oferta de viviendas que pronto serán más asequibles, ofrece condiciones atractivas para residir en ella. Por eso, debería comenzar a pensar en hacer algo creativo, ¿no les parece?, porque estos factores hacen de España un destino apeteci-
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ble para los estudiantes, investigadores y emprendedores extranjeros. No obstante, quizá lo primero que debamos hacer es comenzar a superar el pasado de nuestro sistema educativo.
Superar el pasado El aprendizaje es una actividad que el hombre practica desde que nace hasta que muere y que necesariamente debe ser divertida, emocionante, interesante y relevante; sin embargo, el aprendizaje en el sistema educativo actual es aburrido, tedioso e inútil. El modelo de alumno “esponja”, en el que un profesor ofrece respuestas y condena cuando los alumnos se salen de las normas, no nos enseña a pensar, ni a hacernos preguntas, al tiempo que aniquila la imaginación y perpetúa en la cárcel mental a una imprescindible creatividad. Es un modelo que valora por encima de todo –y califica en un ranking – las respuestas más que las preguntas y la búsqueda activa de respuestas. Es el momento de acordarnos de nuevo de los griegos y recuperar el sentido más amplio para que la educación se estructure con un enfoque activo-participativo basado en el aprendizaje-acción, en el que, más que ofrecer respuestas, se demanden preguntas; en el que, más que repetir casi cacofónicamente la materia o el contenido, se interactúe con ella; en el que, más que clonar, colectivizar e industrializar, se personalice e individualice. ¡¡Señoras y señores!! La forma más natural de aprender de pinturas o dinosaurios no es leerse abultados libros y recitar de carrerilla los mejores pintores o las especies que existieron; la mejor forma, sin duda, es ir a los museos e interactuar con el arte o con esos enormes animales ya desaparecidos. “Si realmente el cambio es aprendizaje y las organizaciones eficaces necesitan cada vez más gente inteligente, si las carreras son más breves y más variables y, sobre todo, si crece el número de personas que necesitan ser autosuficientes durante la mayor parte de sus
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vidas, entonces la educación tiene que convertirse en la inversión más importante, que permita a cualquier persona manejar su propio destino”. Charles Handy inicia de esta forma un capítulo de su libro La edad de la insensatez, dedicado a lo que él llama “reinventar” la educación. Esta propuesta nos sirve como punto de inflexión desde el cual intentar comprender por qué la educación necesita cambiar en su forma y en su fondo, cuáles son las variables que deben guiar este cambio y cómo podemos emprender acciones que nos lleven a esa “reinvención” de la educación actual en la sociedad.
Conclusiones ¿Quiere que le dé más razones para reinventar el sistema o, al menos, transformarlo? ¿Sí? Ahí van: está demostrado que el éxito escolar, tener buenas notas, no garantiza el éxito profesional. Le sugiero que analice
Un buen número de países están utilizando incluso sus universidades para conseguir los objetivos de atracción y retención del talento las investigaciones de Thomas Stanley, autor de obras como The Millionaire Mind o The Millionaire Next Door. Thomas es un estudioso de las personalidades que han conseguido un éxito económico y sostiene que “las evaluaciones de la vida escolar son malas para predecir el éxito económico” y que “lo que predice este tipo de éxito es la capacidad para asumir riesgos”. Además, asegura que “los estándares de éxito-fracaso de la ma-
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yoría de las escuelas penalizan a quienes asumen riesgos”. Tal vez por ello, por qué no decirlo, haya tanto emprendedor en el mundo que ha triunfado en los negocios y abandonó la escuela y el colegio a las primeras de cambio. Quizá alguien al leer este artículo se pregunte: ¿es ahora, cuando se trata de sobrevivir en medio de la gran tormenta económica, el mejor momento para pensar en este tipo de cosas con una perspectiva a largo plazo? Es-
Está demostrado que el éxito escolar, tener buenas notas, no garantiza el éxito profesional toy convencido de que éste es precisamente el momento, porque las crisis suponen una oportunidad única para movilizar recursos y voluntades, cuando debemos vislumbrar nuestro porvenir. Las crisis nos hacen centrarnos en lo urgente, en arreglar los resultados del corto plazo, pero son situaciones difíciles que brindan muchas oportunidades. Los chinos representan la crisis con un anagrama que simboliza gráficamente la filosofía del verdadero concepto de la crisis: la parte superior de dicho anagrama representa el problema, la amenaza..., pero la parte inferior representa la posibilidad, la esperanza, la oportunidad... Por ello, sugiero convertir la amenaza en oportunidad y no desaprovechar la urgencia que crea la crisis y las posibilidades que este sentimiento abre. Cuando pase esta situación, que pasará porque es coyuntural, todos volveremos a nuestro día a día, a nuestra rutina, que será mejor en la medida en que hayamos tomado las medidas necesarias para ello en estos momentos. Sugiero a los partidos políticos que, cuando entren al poder, dejen de jugar con el sistema educativo. Es lo primero que cambian, y lo hacen bastante mal, por cierto. Invito también a los responsables públicos, a los agentes sociales y a todo el tejido empresarial a que piensen en lo importante, en lo estructural, a que, de una vez por todas, provoquen un gran debate nacional, y a que, sin más intereses e intenciones que la propia competitividad de nuestro país, promuevan, en colaboración con la sociedad, el diseño del modelo educativo futuro. Además, sugiero al gobierno que la mayor parte del presupuesto de estímulo económico –al parecer unos 8.000 millones– se invierta en asuntos más importantes que
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intentar reparar y perpetuar un modelo económico que ya está más que agotado. Debemos dejar de invertir en el ladrillo y en la construcción, así como en unos ayuntamientos –bastante ineficaces, por cierto– que intentan oxigenar y mantener el anterior modelo de crecimiento español, muy intensivo en mano de obra muy poco productiva –de las más bajas de Europa–, poco cualificada y dedicada fundamentalmente a las obras públicas y a la construcción. No deberíamos malgastar ni un euro más en acciones que no contribuyan a fortalecer una estrategia de crecimiento nueva de largo plazo en la que ocupe un lugar central la educación. Lo mejor que podemos hacer ya, y mejor ayer que hoy, es comenzar a aplicar el Plan Bolonia que, como el lector sabe, se basa en la creación para el año 2010 de un Espacio Europeo de Estudios Superiores, actualmente integrado por cerca de cincuenta países, que aunque pueda tener contras, tiene mucho más pros. Su aplicación plantea un reto importante y supondrá llevar a cabo un auténtico proyecto de cambio que tendrá que aminorar las resistencias de grupos, que, como todos los que controlan su proceso productivo, tienen mucho poder y que, en nombre del conocimiento y la especialización que poseen, tratarán de mantener su cómodo y actual statu quo. En definitiva, como ya hemos señalado, son muchos los cambios que se están produciendo en el contexto y muy poco lo que estamos invirtiendo en nuestro genoma competitivo. Nuestro “ADN” o “ácido desoxirribonucleico social” responsable del desarrollo y funcionamiento del organismo vivo llamado sociedad debe transformarse. Es hora de hacer ingeniería genética. Estoy convencido de que la lucha por la competitividad entre naciones será una lucha entre sistemas educativos; una de dos: o reinventamos la educación o reinventamos la sociedad.
«Reinventar la educación para garantizar la competitividad». © Ediciones Deusto. Referencia n.O 3442.
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