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‘LAS MUJERES‘.
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LA REVOLUCIÓN. M. J. MICHELETTE. . mnccxon A
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MADRID. —- 1863. IIPBENTA nz JOSÉ m: nous, hanna], 23.
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IJA especie de Galería ó Museo biográfico que el lector vá: á recorrer, se compone principalmente de
retratos de las mujeres que Michelette ha. pintado en su Historia de la Revolucion. _ Algunos están incompletos; el historiador no ha
querido, en esta historia. general, mas que delinear. los cen rapidez. Él híproporcionado, sin embargo, las mejores fuentes biográficas. Muchos artículos son nuevos completamente, como
se podrá ver; otros han sido refundidos ó considera
biemente aumentados.
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camino 1.
Influencia de la maternidad en el siglo XIX.
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Todo el mundo ha notado la fecundidad singular delos años 68. 69 y 70 del siglo anterior, tan ricos en jóvenes de genio; años -que produjeron los Be naparte , los Fourier , los SaintSimen , los Cha
teaubriand, los de Maistre, los Walter-Scott, los Cuvier, los Geofroy, los SaintHillaire, los Bichat, los Ampére y un increíble número de descubridores de
secretos y adelantos en las ciencias.
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Tambien otra. época, diez años antes, hácia el 60,
no es menos fecunda. y asombrosa. Es aquella en la cual nació la heróica generacion, que ïertió su san gre sobre el primer sólio de la libertad, á la que con tan noble riego ha hecho estenderse y asentarse en la pátria: de esa generacion son la Gironda y la Mon taña, los Roland y los Robespierre, los Vergniaud,
los Danton y los Camilo Desmoulins; Todos estos constituyen la pura, heróica y sncrificada generacion que creó las armas invencibles de la República de los Kleber, y tantas otras. La riqueza de estos dos períodos, el luio singu
lar de fuerzas que de repente brillan en el espacio, ¿con debidas á una. casualidad? Segun nosotros, nada existe’ en el mundo por casualidad. Nó; la causa natural y sencilla de este fenómeno, es el exuberanre calor que nació y se desbordó en aquello: instantes.
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BIBLIOTECA POIJÍTICA DE LA IBERIA.
La primera fechgqhácia el año 70), es el crepúscu- . lo, por decirlo así, en que despunta Rousseau, elprin cipio de su’ izifluencia, el primero y poderoso efecto del libro titulado Eanuo, la viva emocion de las ma dres que quieren dar alimento y se unen á la cuna. de sus hij os. La segunda fecha. es el triunfo (le las ideas del si gio, no solo por el universal conocimiento de Rous
seau, sino por la victoria preyísgïtgi sus ideas en las leyes, por las grzlïxdesflrbnüofiré ias de Voltaire, por las sublimes defensas de Sirvent, Calas y Barre. Las mujeres se apoderan de sus pasiones poderosas, y desprecian la. snlvacion propia. por elporveníy. Los niños en tal momento, llevan todos un signo en la frente_
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¡Ohi Poderosas generaciones salidas de los altos pensamientos de un amor sublimemente engrande cido, inspiradas por la llama. del cielo, nacidas en un momento solemne y sagrado, demasiado instantá
1160, pero en el cual la mujer, á. través de la. pasion, entrevió, adoro una idea. h , _ _ p p
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pensamientos: ver medie dé.1%i.eïïu..¿%‘91°n» Por 13s ¿si pera-mas. prïrïloflrïiflipe 561?» m??? vïïidfad, ‘pbr 4530?; los mediosque elbijo entrgfiaïfip _¡ Zúgirezon , i 3,93 mujergdesdesu natcic; igntoimug digo! en Szfidïï,
demasïxsaantes ‘qug-Ílcggigéjgá. imeifléï. "Ïïlï-Ïe jzAhl Que sen feliz eéïemfino, ¿gqeseieglphlidfio «wm sx1-3ihre-,Santá libertad’ cañïtw
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canto de la compañía de Anteuil, de madame Belve ziusó de madame Recamier, no hubieran cambiado
el mundo ni aun con el apoyo de la infatigable plu ma de madame Genlis. Las causas que, en medio del siglo. cambiaron toda su situacion; las causas que introdujeron la fé
en estos primeros albores de ella. en el corazon de las mujeres, en el seno de las madres, se reconcen
tran en estos dos rasgos brillantes: OLA xxmxxmo, u mammmn.» Y de estos dos brillantísimos rasgos («no nos asom bremos), salió una. inmensa llama de amor y fecunda. paaion, una eobrehummxa maternidad.
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Hcroismo dc piedad.—Una mujer ha destruido la Bastilla.
La primera aparicion de las mujeres en la carrera
del heroísmo (fuera de la esfera de la familia), tuvo lugar con un rasgo de piedad. . Esto en todos tiempos se ha visto: pero lo que hay de verdaderamente grande en este siglo de humani dad; lo que hay de nuevo y original, es una asom
brosa tenacidad en una obra infinitamente peligro sa, dificil e’ improbable; una humanidad intrépida que domó el peligro, que se sobrepuso a todo obs táculo, y que sujeto el tiempo. ‘ Ninguna leyenda mas trájica que _la del prisione
ro “Latude; y ninguna más sublime que la de su li bertadora madame Legrós. No nos detendremos á. narrar la historia de la. Bastilla, ni la de Latude, tan conocida. Basta decir,
que mientras todas las prisiones estaban como ador mecidas, solo la de nuestro héroe era mas cruel y encarnizada. Cada año se redoblaba esa. crueldad; cada año se cerraban más ventanas de su prision , y cada vez se añadian más grillos al cautivo.
Sucedió que en Latude, la antigua é imbécil tira nía se había ensañado, para sendenunciada en su deformidad por el hombre más apto para ello; un hombre ardiente y terrible, á. quien nada podia ate morizar, ante cuya voz sedestruian las murallas, y
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BPBLIOTECA POLÍTICA DE LA IBERIA.
mujer bácia su fin, con una admirable invariabili dad en el‘ camino del bien, obstinanuose en perse guir el derecho, la justicia, y en representar el sin gular papel, ya de acusador, ya. de jugador, vicio
que no practica. nunca el hombre, sino conducido y obligado por sus torpes y depruvadas pasiones. \ Todas las desgracias la preceden, y ante ellas no sucumbe su admirable valor. Su padre muere, su madre muere: ella pierde sti
cortisimo comercio, y es escnrnecida y villanamente acusada. por sus parientes. Se la pregunta si es la. querida del prisionero, puesto que tanto por él se in teresa. ¡La querida de aquella sombra, de aquel ca dáver devorado por la carooma de la miseria! La teiitacion de las tentaciones, la cima, la punta más aguda del Calvario de las injusticias , de las deseonfianzas, es la que ella recorre, y ante cuya. perspectiva se sacrifica. ¡Gran espectáculo es ver á una mujer pobre, mal vestida, que marcha de puerta en puerta, que adula á. los criados para ser introducida en los hoteles, de
fender su causa ante los grandes y magnates, y pe dirles su auxilio! La policía se desespera, se indigna; madame Le— grós puede ser nrrojada de un momento a otro en ferma, y perdida para. siempre: todo el mundo se lo advierte. El jefe de policía Ia hace llamar, la ame naza. Pero la. encuentra inmutuble, firme; ella es quien hace temblar á aquel adusto funciona. io. Por fortuna, la presta su apoyo madame Duches ne, camarista de la Reina. Madame Legrós va á Versailles á. pié en pleno invierno, estando embara zada de siete mesex La protectora se halla ausente, corre tras ella. Madame Duchesne noia mucho; ¿pero qué puede hacer ella noia contra tre-s o cuat. o minis tros‘! El partido es muy desigual. Tenia en su ¡nano una peticion suplicatoria , y im abans cortesano que
allí se encuentra , se la arranca de la mano, diciéndo la que suplica por un miserable, y que se rebaja pi diendo por el.
Era bastante una palabra tan sombria para volver glacial ó indiferente el corazon de Mana Antonie ta, á. quien se había hablado de antemano. Lila so lo tenia en sus ojos preparadas á salir las lágrimas finjidas: pero se chanoeó, y todo en aquel instante
habla. concluido.
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u‘- llobabia en Francia hombre mejor que el Rey, y ,4’: else apeló por fin. El cardenal de Rohan (hombre licencioso, pero á pesar de todo, caritativa), tres ve»
ces habló a Luis XVi, y otras tantas fue’ rechazado.
Lim XVI era demasiado bueno para no dar crédito alas palabras de Mr. de Sartines , antiguo jefe de la. policía. No se hallaba este en activo servicio, pero
este no era suficiente razon para deshonrarle y en
tregarle a sus enemigos, dando crédito á, lo contrario de lo que él le proponía. Sartines, como Luis XVl, es necesario confesado, amaba la Bastilla; no quiso
contrariarle, y mucho menos quitarla su reputación. El Rey era muy humano. Había suprimido los calabozos del Chatelet, los de Vincennes,
y había
creado la Force, para separar á. los presos por deu das. de los ladrones. i Pero la Bastilla, la Bastilla era un antiguo servi
dor que ni a la ligera podia maltratar la antigua Monarquía. Era un misterio de terror; era, como di oe Tácito, INSTRUMENTUM nncm.
Cuando el conde de'Artois y’ la. Reina quisieron juzgar á. Fícmo y le acusaron ante el Rey, solo di— jet-on sin que se.‘ les opusiera ninguna
objecion:
qlíabrá. necesidad de suprimir la Bastilla?» Cuando tuvo lugar la revolucion de París, en julio del 89. el Rey pareció dispuesto á toma-r una deter— minacion. Pero cuando se le dijo que la municipali dad parisiense habia determinado la demolicion de la Bastilla, fue para él esta noticia como un golpe de muerte, y dijo: «¡Qué desgracia tan terrible!» e
El Rey no podia recibir bien 'en 178i una resolu cion que comprometía la existencia de la Bastilla. Rechazo cuanto Roban había heeho en favor de La— tude. Dos señoras de alto rango insistieron. Enton ces hizo un concienzudo estudio del negocio. leyen do todos los papeles relativos al preso; pero no te nia á su alrededor por consejeros mas que á los per tenecientes á 1a policía ,\, todos conspirando para retener en prision á. Lamde hasta que exhalase el último suspiro. El Rey respondió por fin que era un hombre muy peligroso, y que JAMÁS le daría la li bertad. ¡Jamás! Y loque no se hizo entonces con el con sentimiento del Rey, puede ser que luego se ba%; despues, á. pesar suyo, madame Legrós persiste. e
acoja á los Conde, siempre descontemos y numero—
'12 muuomcx rovrúox’ m: ‘til ‘mmm. sosyinspiri-“ai 3am; duiqwevglé"0r'lézirl9 ‘ráïflflfiefls "S; sensibléesposaïla hija del Uiieh Péiiflhfé We; ‘¡Mítica ‘¿los filósofos’; al marquésüïéncohdorcet, ’al’B€€Má-_
í-io‘ perpétucïüe la-‘Aeádeinfizvde "Üleiiéias; ‘si Búpitï, áv-‘mette; secretario de-Vgíltttiïlfletcïjetc.‘ 7’- w _ "jLa opinionsekráïiifmando‘ ymfioïnaïfdo bula ‘mz; más cuerpo; la” 015. delïtürlfizfekittviïlfir; eefváluuflién tando; Neker hr-Ibia‘ destitiiido’ á-“Sfirtihés; si!‘ está! o
"lsucesor Lenbir había caldójiiïsúlvuetta’; “En “peris -,
erhncia sera. fihairfientev; camisas. ‘lïaátu‘d'e"vi'té’,¡'y ‘madame Légrósse dbstliia ‘en nbertane. '- f""—“V " " _.
' ‘ET favorito dejaxneinu, ereceuïrs llega- en’ ‘s3; y ‘este consigue que el nomisreueimadavme regresé sea. ‘énaitecido y adorado. El alcunzaázi"fihïqheiaiïcáfle corbne á madame Legrósfpor siiwirtudflespre
szindose el motivo de tal coronaeion. Err¿*1784*;«‘—'se arranca áLbis XVI la’ óúïefi een ertaunueiiflatu de (i); y algunas serrfanas después’, vló 1:: luzlpúbïi bala bizarro. e inesperada‘ ‘meyw q-ue ptfiéscrïftfifiáfiá los emp'eados de la Bastillztjquemtïencerraseln á n'e die A n‘) grietas‘ FUNI)A'.Ï:A'_‘RÏJ\'ZON; indicando‘ï1trj"'rr-Q.\ir_>o
Pastrso’ que’ había’ de durar la pedida detbdcioN-‘Es ‘decir, quese desfijuia‘ cllrorrerqfió abismo delïafltt bitrariedad gue portante-tiempo habia'domltíadd"á.
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,' Ma dame Legrósïio vio ‘la destrucción’ de lahïsït llafmurió’ un‘ poco antes. Perdmiiáfasi, ‘nose lap ’ e
jde quitar la gloria’ de haber sido ellalttcausái (Baku ‘ ‘destrueciohfEllaïfuéïiuien ‘ínciilcóefi la imagi" cion popular el Gdioïy el’ horror-háciaï-iaprisionfllh
mada irónicïfménte del Bizrïicïrïifiictn‘, ‘quisfitantflsïfnár tiresde la F196 en penéaiïiieh’t’d'fial5la dnóferratliïfn
sii fondolóbregiïïy cafeïnosóï’ f” ' ‘”'Ï ' ' ' " ‘“ "" La débil y tiiícatla‘ maña‘, ae una‘“tñ‘izjer’aié‘fa‘dh, destru yo‘, en realjtl ad ;-_ ¿sin retire“ yfsoriíbriá roïkaré? la dréhilpmand de tnaj-mujnr-‘afizincó las duras b tiras’ de cártel ‘horrible edificio; ‘aniqüilü sus jinaéiibs
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El amor, y clamor de una idea.
El carácter d_e este momento solemne es el que distingue los partidos, el que ofrecen las religiones. Dos religiones se presentan frente a frente; la idola tría devota y realista, y la del ideal republicano. En la una, el alma ercitada por el sentimiento de la. piedad misma, y volviéndose violentamente hacia el
pasado, que la oisputamse encarniza con los ídolos de la humanidad‘, con los dioses materiales que casi estaban olvidados. En la otra, el alma se exalta con Ia adoracion de la idea puramentepno mira más. ídolos que lo ideal: la patria, la libertad‘. Las mujeres marchan delante de loshombres, en la prosecucion de ambas religiones. Es cosa noble y
digna de admiracion ver entre ellas, no solo á las. mujeres sin mancha, sino á las menos dignas, seguir con noble ardimiento lo bello del desinterés, tomar ala pátria como la amiga de su sensible corazon, amando el derecho eterno. . ¿Por esto cambian las costumbres? Nó: y el amor vuela encumbrándose á. los mas altos pensamientos; la patria, la libertad, la dicha del linaje humano, llenan con su delicioso peritnïe el corazon de las mujeres. La virtud de los romancs, si no existe imi tada en las acciones, vive eterna ‘en la imaginacion, cn elalma, en las nobles y elevadas aspiraciones. Ven esas mujeres á. su alrededor los héroes de
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BIBLÏOIECA POLITXCA DE LA IBERIA.
Plutarco, los quieren, y conseguirán formar otros a su imitacion. No basta. para agradarlas, que hablen Rousseau y Mably. Vivas y sinceras. elevando sus ideas hasta la sublimidad, quieren que las palabras se conviertan en hechos. Muchas de ellas desearán la fuerza. comparan al _ hombre moderno como lo ideal de la fuerza antigua, que tienen ante su espíritusNada, quizás, ‘ha contri buido mas que esta comparacion, esta exijencia del sexo femenino, á. precipita!‘ alos hombres y á. apre surar el curso rápido de nuestra revolucion. La sociedad era un volcan. Hemos visto actos es traordinarios, admirables sacrificiosumasas ¡de hom bres que daban gustosos sus vidas, y siempre que me separo de lo presente, que vuelvo la vista á. lo pa sado, á la historia de la revolucion , encuentro mu cho más calor; la temperatura. es diferente. Y pre gunto á mi vez: ¿por qué de un modo tan notable se ha enfriado ese ardor en la actualidad? ,
Los ¡nombres dela generacion anterior me habían hecho notar esa diferencia que yo no comprendí en‘-_ p tonces. Pero despues, a me iida que entraba, en más.
detalles, no solo estudiando el mecanismo iegislati: vo, sino ‘el movimiento de los partidos y además á. sus hombres o“ a sus biografías, he comprendido la diferencia. Esta se resume en una sola palabra:
«ANTES sn AMABA.»
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El interés, la arnbicion, las pasiones eternas del hombre, estaban en juego como ahora: pero la que
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sobresalia entre ellas era el amor. Tomad esta. pala
bra en todos los sentidos, el amor si la idea, ' el amor
a la mujer, el amor á la. patria y al género Qhumano. ' . Amaron la belleza existente y la belleza ideal: dos _‘ f. sentimientos entonces mezclados como el oro y el . ‘f
bronce, fundido’; en el eden de Corinto (l).
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Las mujeren reinan ‘entonces por el sentimiento,
por la pasion, tambicn por la ‘superioridad, por de- , ¡. cirlo así, de la iniciativa. Jamas, ni antes ni despues,’ ..., . tuvieron tanto ascendiente. En el siglo XIX, bajo ¡ _ (-4) A medida. que se entre en el análisis de este tiemrro, se ‘ W descubriraflla parte frecuentemente secreta, perojmpe osaét ‘N’ inmensa, (Eye cl corazon ha tenido en los destinos de- los-i nb. hombres.‘ n‘ ninguno de ellos se verifica una. ligera 6Svs-j¡¡_[¡ n _cepcion desdeNekei-liasta Robespierre. Est-a eneracion, . _—¡
razonablnmenteiatiendo álasirleas, pero’ las afecc ones 1a 6.0-’ ‘ minan con un podermmcuso. ilimitado.
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LAS MUIERES n: LA anvonucion. , 15 los enciclopedistas, el espíritu ha dominado en la. so ciedad; despues será. la accion, la accion cruel y
violenta. En 91, el sentimiento supera, y por lo tanto, descuella la mujer. . El corazon de la Francia permanece fuerte en esta época. La emocion, despues de Rousseau, ha ido creciendo. Sentimentalpdesde;luego,_inq1iieta, como
se halla. la tierra una hora antes ‘de la tempestad, como el amor vago de una jóveu r pudorosa ante su
amante. Se levanta en torbellino inmenso en 89. y todo corazon paipita. En el 90,19. federacion, la fra ternidad. las lzigrimas, En 91,,la crisis, el debate, la
apasionada discusionj ' "“
' ‘ ‘“' ‘ '
""
Pero por todas partes las mujeres; por todas par tes mezcladala pasion individu-il con la pasion politi ca; el drama privado, el dramapolítico quieren, mez elándose, caminarjuntos; bien pronto ambos serán
destruidos. ' circulaba una leyenda inglesa, ,que en los france—
ses había encendido una gran emulacipn. Mistress Macaulay, la eminente historiadora de los Stuardos, había. inspirado al viejo ministro Williams tanta ad miracion hacia su genio y su virtumque en una igle sia. la consagró una estatua de mármol, como diosa
de la LIBERTAD. _. . Pocas mujeres entendidas hubo que no quisiesen ser en Francia unajnueya ilíacauhiy. ‘ En cada salon se encuentra la ‘diosa inspiratriz. Dictan, corr-ijen, reforman los discursos que al diasiguiente debían
ser pronunciadas en los clubs, ó en la Asamblea na cional. Siguen con la vista} ‘con el pensamiento, los mismos discursos, y con su presencia fortalecen
á los oradores tímidos .ó Ídébiles, ymconsiguen re animarlos y elevarlos. ¿Cómo ante el fin de obtener una sonrisa de madame de Genlis, colocada entre sus seductoras hijas, la princesa} Pamela, óante el ar
diente ynegro ojo de madame Stael, ha de debili tarse la elocuencia? ¿Y á quién fïiltará elvaloivante madame Roland’! '
CAPITULO IV.
Im mujeres del 6 de octubre.
Los hombres pusieron manos á. la obra el 14 de julio; las mujeres el 6 de octubre. Los hombres to maron la Bustilla real, y las mujeres conquistaron el mismo poder real y ‘lo entregaron en manos de París, ó por mejor decir, de la revolucion. El ¡nativo fue el hambre. Rumores terribles circu? laban acerca de la próxima guerra, acerca de los tratos de la Reina y Los acerca prim ipes de la san gre, consecretos los príncipes alemanes; de Josuniform V mes estranjeros verdes y rojos que en París se veían; acerca de las harinas de Corbeikque no venían sino con retraso é interrupciones, y sobre los temores del crudo y aterrador invierno que preveian. No hay tiempo que perder, se decía; si se quiere prevenir el hambre y la guerra, es ¡preciso que defendamos al Rey aquí; si nó, que otros cuiden de ello. Nadie sentía todo esto con más intensidad que las mujeres. Los sufrimientos ya estremos habían es— tinguido casi la familia. Una. mujer dió la. voz de alarma el sábado 3 por la tarde; viendo que su ma rido no la atendió lo suficiente, marchó al cafe de
Foy y denunció á la indignacion pública. las cucardas ó escarapelas antinacionales. indicando que eran el signo del peligro comun. El lúnes, en los mercados, una. jóven tomó un tambor, tocó generala, y tras si ar
rastró á un ejército de mujeres.
LAS MUJERES DE LA BEVOLUCION.
Estas cosas no se ven mas que en Francia (l); las francesas tienen fama de valerosas, y lo son. El país de Juana de Arc, de Juana Monfort yJuana Ha chette,- puede’ citar cien heroinas. Tuvo una en la. Bantillsyla. cual más tarde‘ fue en la guerra, capitaua de artillería,‘ siendo su marido soldado. El 18 de ju lio, cuando el Reyíue á París, muchas mujeres es
taban armadas. LasWnu-jeres‘ fueron la vanguardia de la revolucion. " '— ‘ ‘ ‘_ Pero no hay que asombrarse, porque tambien ellas
sufrían sus ren-ses.
V -
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Las grandes miserias, son feroces, hieren siempre a’. los debiles, mnïtutarx á los niños, y a las mujeres mucho más que ái-‘losthombrcs: Estos van, vienen, se ingénian, trabajan para encontrar su sustento diario. Pero las, mujeres, las pobres mujeres. viven la ma
jor parte encerrados, rhilando, cosiendo; y no les permite su sexo, » ‘l dia en que las falta. trabajo 3 alimento, buscarse ln vida, como vulgarmente se dice_
'1Z.':5
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I .
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Cosa dolorosa es pensar que un sér nacido para.
vivir unido a otro,’ ‘este solo con más frecuencia que el hombre. Este siempre encuentra por todos lados sociedad‘ y se ‘crea ¡nuevos recursos. Pero la mujer, nada es sinïla farfiiligï." Y ‘la misma fui. ‘ilia es la que
la debilita-fic; que "sobre ‘ella inclina todo su peso: habitando un ‘aposenty frío,‘ desmueblado, con niños que lloranfiya: estando‘ ‘enfermos,’ ya moribundos.
Un hecho digno de notarseesyque aquella mujer de corazon-niaternaimaséefisiblefeÏfrecuentemente pa gada con injusticia por su hijo. Acostumbrado á en
contrar en’- str-‘madie ‘una Providencia universal que (c) Tambien enrEspañaá ha habido muchas heroinas, cuyos ‘nombres sc han perdido enia. oscuridad por falta de canto res. Sin. remontarnos á épocas remotas, puede decirse ( ue en cada pueblo hubo alguna durante la. guerra de la. ln epen dencia, y poco tiempo hace ‘murio’ la. famosa. Sancho, llannada la heroína de Zaragoza, cuyas hazañas bien merecen que las refiera un historiador. En el año 8 en Madrid, en el sitio de
Gerona, durante la inolvidable guerra de la independencia, cn nuestras revueltaspoliticas y aun en la. reciente guerra de
‘Lírica, mujeres españolas «se handistinguido, ya combatien do con arrojo y rcsolucional lado de los soldados, ya desple do su celo y su patriotismopor curar á los heridos, en
medio del combate, ó vllevsindt) á.- los combatientes á, quienes nraban.enardecer,__aui_iilios de boca. ygncrra para luchar‘ mii-fe) enemigo. , “ *' ’ 'r (N. del fradzector.) h ‘Ï
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“F3538 ó;ÍÏF”Ï3SÏ3.dÏ’_3’Ï{"P93‘!33} E",rÜF/‘ïeïinkifllïiflmzw’! rïuamzipte, m eonocimzentó siquiera de psplaqornmnin g de la VlQ.‘1_._(¡)l1(-3 su cartojqlzyrp mjgggzyqgie ulimepg ¿muy
tar, y que x30 sa’ ben suplir qu; escgsez; que yivemqnr. ¿__..¡ ,. el granero} en unzycovncha, y, que ¡enter-Ama per‘ , "m, casualidad se fwercibe de sii pgdegimiepgoiunxtaeim __ ¿pi 1 que cer'éa',ci'e'ralius hnbitá. __ l , _. ,, 33037:‘ Estas ‘iníortuuxuhis tamppco, tierna; spüpieiite ener- ,‘-¡ my
gm para, pene; congcei‘ su situagiorr y protesta; com
4. 1',”
tm su suerte.‘ T405, que rxzzostse‘ agitan ¡y recta“ .,-. . l. ' . man son ios fuertes, 10.: cuales, en las calamidadesr, qu. q: son los menos perseguidos por la. z¡1ís9riu,,que se en; -¡
saña, más nun que en lbs pobres, eu, losiridigezzccs Ilacos de espíritu;
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Las intrópid.as,'que en. tal situaqion _n1arch:zi1 de— lante, souias mujeresde umgran corazon. que se
-.¿.¡-. ..I. .4
cuidan poco de si’ Irñsnias, y mucho de losdemás; la.
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piedad ‘es inerte} pasiva, entre los hombres _ más rcoznpasivos; entre las mujeres es un sentimiento
;, .3; l. ,¿.
muy actio, muy violento. que algunas veces llega ¿i , .1 áser heróico, y las arrastra imperiosamente als.- ,.:¿,r,
acciones más peligrosas.
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ilabia, el 5 de 0ctubre,'desgi'aci:;d;1s criaturas que
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no habían comido hacia treinta. horas. Este espec» táculo doloroso herria las; fibrasndelooraton, mas’
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¡indie hacialnadzl, cententánoiose con culparsiïla du- ' ‘"1 reza. del tiempo. ' ' ' V’ ' " , “M,
El domingo; una rxfujer yniertxsáflf "cine ¡ió pu—— , - ,4 flia» ver‘ sufrir por (más tiempo; zi Los demás. cor .1 re desde el cuartel de SÍnt-Ddnifl aLDalncio Real: v ' "Wt-‘v
se hace lugzuventre la ardiente multitud que pBm."U-..-.,‘,'.,Í:
rabu. y se hace escúchar; era. una muïerïie
años, ,, ¿ _ ,__, -
hermosa,jperdintrépida., . ,,— u. . . , — . .'-3 .4» Anuncia‘ ‘ que debe irse á Mersqillas. y que em, .1 sim:
marchará á la cabeza. Al diu siguíenterpartióhde*ltrsw"_f"i- f" primeras con ‘el -sab!ae enla mnhd; tomóïm cnñou¿_ein"ffj,'_'_fi;_" la. ‘filial, sube sobre gilhyfidiríj ele á Versailles con la,‘ ' ‘
mecha encendida‘. "'
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Entre las varias profesiones que parecían destina das á. morir con el antiguo régimen. se encontraba
LAS MUJERES us LA navonuclox.
19
el arte de la escultura en madera. Se trabajaba mn cho en este género, ya para iglesias, ya para. otros lugares. Muchas mujeres se dedicaban á. este traba
jo. Una de ellas, Magdalena Chabry , no teniendo trabajo en su arte, sehabia establecido como ramille tera en el cuartel del Palacio Real, bajo el nombre de Louison; era. una jóven de 17 años, bonita y espiri tual, y se puede asegurar que no fué el hambre lo
que á. aquella mujer condujo á. Versailles. Siguió el torrente general, llevada de su buen corazon y de su
' valor. Las mujeres la colocaron á. su cabeza y la nombraron el- orador de ellas.
_.
Había otras a quienes el hambre no conseguía ha cer que se moviesen. Había mujeres dedicadas al comercio menor, porteras, mujeres no muy recatadas, compasivas como suelen serlo con frecuencia. Había. un número considerable de las que se entregaban a la
reventa en la plaza del mercado; demasiado realis tas, pero que deseaban desde luego tener al Rey en A París. Habían estado á verle en otro tiempo antes de esta época, no sépor qué motivo; le hablaron‘ con sinceridad, mas con un lenguaje tan familiar, que ,-.- “aun, cuandorhacía, reír, era admirable por su verdad, ,_ y revelaba un perfecto conocimiento de la situacion.
_. «¡Pobre Rem-decían” mirando á Luis XVI;—,qué buen hombre ygué buen papá!» Y dirijiéndose con - más seriedad á lalteina: gxseñora, señora, proceded con entereza yresolucion... y no principiaremos nos ,_ ,.otras. No os ocultamos nada; decimos francamente
_ Io que debemos decir.» * » _ _ ¿ Estas mujeres no son generalmente las más que— brantadas por la pobreza; su comercio, sobre objetos
,_ necesarios a la vida, tiene pocas variaciones.
‘
,. , Pero ven la miseria mejor que nadie,‘ ‘y casi la '_—,_palpan. Viviendo siempre en laplaza, no se les es _ ,,_c_apa, como á nosotros, el espectáculo de los sufri ,.‘_ mientos. Nadie disfruta mejor, que ellas de lasven _ta'jas en las alteraciones de precios, pero nadie es __ , (mejor que ellas para los infortunados. Con formas ¿m groseras, palabras rudas__y violentas, tienen por lo
""¡' . coman un corazon leal, lleno de bondad: Nosotros
filíemos visto á. las Picardas, pobres vendedoras de . legumbres, salvará un_ padres; cuatro hijos, que _ ibafiás-ser guillotinado: era en el momento deLsacri
, vfipiojdecárlos X:. dejaron su comercio, snTamilia, .-.-.,,-__ ¡Inici! á Reinas loáraron hace: arrancar unafilágrim ¿{ya j,‘ , ¡»H _ -,_-__- q “u, , ., - ' L, Q:.'J:JZ'.'I_ .11‘ ¡{Ilha-i- Ï ¿’QT 7 '— "V. "'— i‘ n'- .3 -’- '5 r ‘rm ' ' ¡‘Ar A
20
aumenten POLITICA nn LA IBERIA.
al ‘Rey, consiguieron el perdon para aquel desgra
ciado, y á su vuelta, reuniendo entre ellas algr-znas mercancías suyas, le entregaron su valor. ylal volver á la vida al padre, :2 la mujer y á. los hijos les dieron
medios para recobrar tamhíexr sus fuerzas per didas. ' El 5 de octubre, á las siete, oyeron tocar un tam bor, y al instante se armaron. Una jóven le había tomado en un cuerpo de guardia, ‘y tocaba generaia. Era lunes; las plazas se vieron desiertas; todas las vendedoras marcharon. «volveremos á. traen-de
cian,—-al panaderoy á Ia panadero. L. y tendremos el pla cer de escuchar ¿nuestra pequeña madre, Illirabeau.» Recorren las plazas, y van á. parar al arrabal de San Antonio. Por el camino, las mujeres; arrastra ban cuanto por delante veían, amenazando á todas‘ las que no las seguían con arrancarlas los cabellos.
Al principio se dirijiaífa la Casa de Villa.‘ Se acababa de prender un panadero que’, exLun pan de dos li bras, robaba siete onzas; Su delito ‘había sido descu
bierto. Aunque el hombre era ' culpable, habíéndolo ‘confesado, la Guardia Nacional le hizo escapar, por que no muriera víctima de la ira popular ‘Para esto
presentó sus bayonetas en actitud defensiva y aun hostil, á. ciento ó ciento cinco mujeres reunidas allí.
Por el otro lado, en el fondo’ de la plaza, ‘estaba la
caballería de la Guardia Nacional. Mas las mujeres no se asustahan. ' , Principiaron á. tirar piedras á la caballería y á la. infantería; estas fuerzas armadas no se decidida a acometerlas, teniendo en‘ cuenta el sexo ¿le laspro
vocadoras dela asonada; y ellas/aprovechándose de ‘ aquellos momentos de indecisión de ¡‘a milicia ciuda dana, fuerzan el [Intel de Ville y ocupanjsuráposen tos. Muchas‘ de ellas se‘ hallaban bienyeátidas, pues se habían adornado con sn mejor traje para ‘aquel
gran día. Preguntahnn cuidadosamen-tequién servía ¡cada sala, y suplícnbawü 10's’ ‘representantes los
distritos que-tratzísen men-á todaslas quvenas habían conducido’ por ia fuerza, deflas‘ cuales unas festhban y otras llenas de miedo. Otrasmiïjeres cole '-¡_ irieas ysaivájesgígritabhnï. «¡Pan y-armasg» ‘Iiosïrom .-¿ ¡H bres ‘estaban fríosfy lasínujeres ner n enseñ‘ rlos
u-J’? rabiosas
¿“Wa-tener faldrnTodarlas gentes‘ er‘ lotélwfé" i114’ estaban en buena posicion para ser destruidas; mas
era preeisoquemar sus libros y papeles. Las mujeres,
'.c
LAS MUJERES me LA BEVOLUCION.
21
menos escrupnlosas en esto, lo querian poner en: práctica, quemando el edificio si era posibie. Un hombre las detuvo, un hombre muy alto, con trajenegro, sério, y aun más triste y sombrío "que el color de su traje. Las mujeres al principio le que
‘ rian matar, creyendo que era. de los de la Casa. de Villa, y llamándole un traidor. Respondió friamente que no em traidor, sino que era ugier.‘ y uno de los vencedores de laBastilla. Este hombre se llamaba Estanislao M aillard.
Desde por la mañana, había estado trabajando en ‘el arrabal de San Antonio. Los voluntarios dela Bastillnfioajo el mando de Hullin, estaban en la pla
za. sobre las armas: los obreros, que demolian 1:1 for taleza, creyeron que se enviaba. á los voluntarios contra. ellos; pero Maillard se interpuso y. provino el ' tumuito. En la; Casa. de Villa fué muy feliz,-pudiendo impedir el incendio. Las mujeres promefian no dejar entrar á.- los hombres, y para esto habían puesto sus centinelas armados en la puerta principal. A las once, los hombres atacaron la pequeña puer
- ta que‘ daba; á. la arcade. de San Juan. Armados de ' martillos, hachasypicas, forzaron la puerto y las iiendns de armas. ‘Entre ellos se encontraba un guar ‘(lia francés, que por la mañana había. querido dar el
‘grito de alarmayy decía. que por milagro se habia. '-
salvado; los más moderados, t tan ‘furiosos como los otros; le hubieran muerto sin las mujeres, puesmos traba. su cuello sin corbata. y en el ‘habían colocado
-
yaia. cuerda. Para represalias se" detuvo d'un hom
‘Jhbfire dela Casa de Villa, y era. el bravo Lefevre,.dis 2 3" tribuidor de municiones en el 14 de julio: las muje ' ' res, ó los hombres distrazados de mujeres, se apode
"'*
‘ratón ‘de 'él, le suspendieron de un ‘pequeño cam
“¡A pánario; y cortando uno de’ ellos la cuerda, cayó "' solamente aturdido, :5. una sala que tenia veinticinco "’ pide de altura. ‘ ‘
'-
"¿Hi Bailiy, ni Lafayette habían. llegado: Maillard
"” "fuck buscarniayudante mayor ‘general, y lejdijo -_"—' gue no‘ hasta otro‘ medio "de concluiifi-n-queflo,» gue
‘¿F ¿l n tjque dig, Maillard, ‘condujese ias mujercsia-Yey “ “tii es; Que‘ este’ viaje dario tiempoá. reunir ‘naaa “m ñiéïüfis: ííabiéndoio‘ conseguido. tocay hace ‘Gir el tamrïljáïfiguraïiriamente trájica deaquel «horn
bre vestido de negro, hizo buen efecto en 1:; Gre\ e;
pues pareció hombre prudente y hombre. 3P“) Pa?“
22
BIBLXOTECA POLITKCA DE LA IBERIA.
hacer que terminase bien aquella cuestion. Las mu
jeres, que ya partian con cañones de la Casa de Villa, le elijieron por su capítan. El se puso a su cabeza rodeado de ocho ó diez tambores; siete ú ocho mil
mujeres le seguían, algunos centenares de hombres armados, y á. retaguardia una compañía de volunta . ¡‘ios de la Bastilla.
Llegados a las Tullerias, Maíllard quería seguir por el pretil, pero las mujeres intentaban pasar triun falmente bajo el reloj, por el palacio y por el jardín.
Maillard con buenas formas las hizo notar ‘que era la r‘
casa del Rey y el jardín del Rey, y pasar por ellos sin su permiso, era insultarle. Se acercó entonces políticamente a un suizo, y le dijo que aquellas sc ñoras querían solo pasar por el palacio, sin ocasio nar la menor incomodidad. El suizo-sacó su, espada y se arrojó sobre Maillard, que tambien sacó-la su
ya. Un portero da en aquel momento con un’ baston en la cabeza al suizo, y al caer le asesta un bayone tazo en el pecho otro hombre que juntoa ellos esta ba. Maillard los contiene, y consigue desarmar a los dos con una frialdad impasible.
Avanzabaia noche, y el hambre ibaaumentánde se. En Chaillot, Anteuil, Sévres, era difícil conse guir detener á los infelices hambrientos , que que rianá. todo trance conseguir alimento. Maillard no pudoresistir. Tampoco podla más. en Sévres; no ha bla a quién hacer frente, todas las puertas estaban cerradas, escepto una de‘ un infeliz que est-abaen carcelado por sus padecimientos. Maillard pidió, pa
o: gandolo, algunas azumbres de vínmdcspues mandó á ' ' siete hombres traer todos los panaderos de Sévres con todo el. pan que tuviesen. Entre todos resultó que tenían siete panes, es decir ,‘ 32 libras para 8,000 í personas, y Maillard no tenia el don-de repetir el
milagro de los panes y los peces. ‘La fatiga, obligó á muchas mujeres á arrojar sus armas, Maillarq les
hizo comprender que, queriendo hablaral Rey y. á. la. Asamblea para enterarlos de la situacion en que se ' ' nlhallaban y conseguir ' que les atendíesen, no era ne
acesario entrar con un equipo tal de armas. Ascme jante insinuacien depusieron y ocultaron las armas. El entendido ugier quería conducir al puebla, sin es - . mcáruialo, frente del Palacio. En la entrada de Versai
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lles, para, hacer notar bien su pacífica intencion- hi- ' no cantar á las mujeres el himno de Enrique IV, f
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23
Los deW/‘ersailles estaban admirados y gritaban: eqVivan los parisienses!» " ' f... - Los espectadores estranjeros no’ veían más que , ¡inocencia en aquella multitud que venia a ‘pedir . socorro al Rey. Un hombre , poco favorable á la ' revolucion , el genovés Dumont», que estaba co n" —. uniendo en el Palacio de Petitjes-Ecuries, y miraba
u, desde una ventana, despues de harto, dijo: «¡Y todo v- ese pueblo no pide más que pan!» ' ‘ . <'
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g La Asamblea» había estado aquel día tumultuo
el‘ sa. El Rey, norqueríendo sancionar ni la declaracion ' delos derechos del hombre, ni las ‘prisiones del 4 de u agosto, respondía que élno podia juzgar leyes cons -. titutivas mas que en su despacho; que si acceden al . guna vez, era por las circunstancias alarmantes, y eonla condicion espresa deque el poder ejecutivo + volvería á recuperar toda su independencia. ., . .«Si aceptais la proposicion delRey, no‘ existe la. nwconstitucion, ni existe en nosotros ningun derecho,» m decía Mirabeau. Duport , Gregoire y otros dipu J- tados hablaron en‘ el mismo sentido; Petion, usan — ., do de 1a palabra, ‘censura severamente la perpetua .. e... * ¿insolente orgía. de los guardias de Corps. Un dipu 0 tado que con ellosfhabiaservido, pide, por su honor, a. «gue se formule laudenuncia, y sean los culpables o ; perseguidos.» «Yo» los denunciare’ y los señalaré , si . e la Asamblea declsravinviolable SOLA la persona del n Rey,» dijo Mirabeau. . _ Esto era acusan á. la. Reina. La. Asamblea entera u: retrocedió , se retiró la acusacion, pues en semejan
w-te día, hubiese sido decretar unaïiïlríérte. El mismo ‘Mirabeau estaba‘ inquieto. ‘Se aproximó u. presidente y le dijo á. media voz: «Mounier, París v. o waenesóbre nosotros... Ya me creaís, ya dudeis de mis palabras, lo cierto es que cuarenta mil hombres
llegan ya á. estas puertas. Aunque os parezca mal, subíd al castillo y dad este aviso, pues no hay ni un
minuto que perderm-«¿Qué París marcha?...-díjo .. secamente Mouniem-(pues creía que Mirabeau era
—-— uno de los autores del movimiento.) Bien; tanto me - vjor: estaremos más pronto en plena república.» ' ‘La Asamblea. decidió que iría á ver al Boy para v» pedirle la. simple y pura aceptacion de la declaracion a 104913437103. Apenas trascurridas tres horas, Target ¡anunció que una numerosa multitud se hallaba. á las ‘o: fuertes de París. l ' .' r P . .1
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el quelo ignoraba. Había. marchado aquel dia,.o'omo de costumbre, por la. mañana. decaza, y entonces re corría los bosques de Meudon. Se le buscaba; ¡se to
cabo. por todos lados generaln; los‘ guardias de G01713 ' montaban á. caballo en- la. plaza. de Armas. y sd) c0 locaban delante de las rejas: el regimiento de Blan des ocupaba. la entrada de Secnux; detrás dewïste se hallaban los dragones, y detrás de los gaiardias de Corps, los suizos. - . 1 Mientras tanto, Itíaillard llegaba á la Asamblea na cional. Todas las mujeres querían entrar. Fuépraciso trabajar mucho para persuadirlas que no penemsen ' más que quince de entre ellas. Se colocaron las damas en la entrada, teniendo :5. su cabeza 1:1 Guardia‘ fran
cesa, con quien había. hablado una mujer queflievaba á manera. de pértiga un tambor hecho de un ‘¡Eddon ' 7 de una. casaca, y en medio de todas el jigantesco ugier con su destrozudotraje negro, hy con‘ una es pada enla mano. Un soldado tomó la palabra. ¡con arrogancia y dijo -á laAsamblea. que por la mañana, ‘ no encontrando pan nadie envlus panaderíamáinuï . so tocar el tambor, y que por esto se le había: quer‘! - do castigar, debiendo su salvacion á las mnjeresq que le acempa. aban. «Y venimos,-’-—dijo,—<á zpedir pan, y el castigo de los guardias de Carps ‘que han ¡tisul tado nuestra. bandera. Nosotros soanos buenos pz» triotns, y hemos arrancado en nuestro camino- todas ias banderas negras. Voy»a'.— tener el placer ele ¡ies garrar una, á, presencia dela gxsambiea.» i . A lo cual añadió otro gravemente: «E2; precispquo todoel mundo tome la enseña patriótico...» Aquellas palabras produjeron grandes murmullos. -I a Por la cual somos‘ todos’ hermanospx-e-dijo 1:1 ne ._gru1igura.
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v ‘
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-' .— n 4
. .
-.Maillard hacia alusion, á. que el día antes la maní.
o.
cipalidad de París había. declarado: «Que- 1a- bandera
tricolor, habiendo sido adoplúda como signo zdcufrzofpr zzidad, era. la única qlle- debía ‘llevar todo : citada
dqno.»
'
-
-5 .
-.'-. ¿l
.L:as mujeres impacientesqgritaban todas ‘jm-as:
= ,_ u-¡P-an, pan!» Lamina rd; entonces principióú pintbr b
_. "— horrible situacion dei Furia-ui causa de- ¡lumbar ‘inten ceptado algunos convojues otras ciudades, ó! laztqriw tocrácia. molinerc ha «z Quieremwdecía, recibido doscíentaslíbras —hacern0s pormorir‘. no moler,
P
‘LAS ¡arenas m: LA uzvozuerou. _ 25 » habiéndole prometido la. persona. que le entregó esa. cantidad, otro tanto todas las aemanasn-La, Asam
blea grita: «Nombradle,nombradlegxv-Las mujeres
dijeron por casualidad: «El arcipreste de París.)
_
Bobespierre tomó una gran parte, en la cuestion.‘ Solo, apoyando á.‘ Maillard , ‘ dijo que el abate Gre
gorio había. hablado del hecho , y que ¿[daría más noticias.
_,
,.
Los demás miembros de la Asamblea hicieron Nomcsas ó amenazas. Un diputado clérigo, abad ó prelado, fué á. dar su mano a besara una mujer.
Ella, encendida en cólera, dijo: «Yo no he hecho
nada malo, para besar la mano de un perro.» Otro diputado militar. condecorado con 1a cruz de San Luis, oymdo decir á Millurd que el grande obstácu
lo á la. Constitucion em el clero, se dirijió hacia él diciéndole, que se debía ejecutaren él ‘al momento, un castigo ejemplar. Maillard, sin espantarse, res pondió que el no culpaba a ningun miembro, que quizás tampoco el clero supiera nada de aquello, pero que era conveniente dar aviso de todo lo que se decía. Por segunda ivez ‘Robespierre, apoyando s’. Maillard, calmo gl las mujeres. Todas las de afuera
> se impacientaban, temiendo por su jefe, pues había
,_ corrido la voz entre ellas quehabia muerto. Enton ‘ cos salió .Maillard fy se presentó ante‘ ellas un mo monto. “¡" _' . — ' Junillardydespues ‘de contener-las, volvió á. la Asamblea, diciendo que era. preciso invitar á. los
guardias de Corps ‘á hacer reparacion de la injuria tal suceso, ' y Maillard
— hecha Los ádiputados su bandera. ‘desmentian u; -
' -* insistió en términos poco mesurados. El presidente Mounierle recordó el respeto que debía á. la Asam
blea, y añadió rudamente que los que quisieran ser ciudadanos, lo podían ser segun su voluntad. Esto
era dar ocasion á.— Maillard para que cuestionase. Maillard aceptó el reto, y contestó: «No hay nadie - ue no deba. estar orgulloso con el nombre de ciuda . “gano: y si hay alguien cn esta augusto. Asamblea que a no lo esté, es digno de ser arrojado de ella.» Enton
¿i- ces todos los diputados, aplaudiendo, dijeron: «Todos, _ - Étodos somos’ ciudadanos,» . a4 _
Éïz-Al instante se llevó, por parte de los guardias de '
nzbandera tricolor. Las. mujeres gritaron:
ey, vivan los guardias de Corpslr» mai , _ a,
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26
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, nmuolnca a r POLlTXCA m: LA r xmnm.
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iiard, que no se contentaba con tanta‘faciiidad,'in'— '
sistió en la necesidad de hacer salir de allí al regi- ' miento de Flandes. . . ' f Mor-gnier, esperando entonces poderlos hacer salir, dijo que la Asamblea no había desatendido nada.» para la subsistencia. del pueblo; que se buscarian" medios mejores y que podían marchar errpaz. Mai llard no se movia, diciendo: «No, eso no es bas tante.» '. , ' Un diputado propuso entonces ir á. pintar al Rey
la. desgraciada situacion dc París. La Asamblea lo aprobó, y las, mujeres, teniendo en ello una gran. esperanza, se abrazaban á los cuellos de’ los dipuLa-z dos y del presidente. aun cuando el se resistia. «Pe- ‘ ro dónde está. MirabeauY-Gritaban‘ otrasp-quere: mos ver frMirabeau.» . - Mounier, sofocado. abatido, medio ahogado. salió
tristementecon la diputacion, seguido de una mul titud de mujeres que se empeñaban enseguirlos. qNosotros,—dijo,—-vamos ápié en medio de un lo dazal, y atravesamos por medio de una’ multitud mal vestida, ardorosp. y bizarramente armada; ‘Los . guardias de ‘Corps formaban patrullas. y corrían‘ de
un lado para otro. Viendo á Mounier ya los demás diputados, con ei estraño cortejo con queiban ‘hanT rados, creyeron ver aiii los jefes de la insurreéeïon,
y qnisieron disipar aquella masa y ia acometieron. Los ‘invioiables diputados escaparon por donde pú
dieron, y se salvaron entre e1' iodazal; Mal juz garon la rábia dei pueblo, cuando creyeron que con
él no serían respetados. Dos mujeres fueron heridas de varios sablazos, segun algunas varidicas noti
cias. Al pronto el ‘pueblo se, contuvo. Desde las tres hasta ias ocho de la tarde, ‘estuvo tranquilogin
móviiysalvo algunos gritos cuando se veía crukar alguno delos que vestian el odiado traje de guardias’ de (Zorps. Un niño les arrojó algunas piedras. y‘ Se había encontrado por fin al Rey, que había ya. - vuelto de Meudon. Mounier, habiendo sido reconoci do, fsé recibido en compañía de diez mujeres. IIabió. ' upeticional Rey de delalaAsambien, miseria de París, y soloygueria a los ministros lapura yjde sim
rpie aceptacion de 1a Declqrapiou, de los’
ríen-has y
erlgunosyotros artículos qonstitucionalcql ienftfás tantwei Rey, escuchaba’ con bondadïg‘ las ïniijeres. Lajóven Louison Óhabry,‘ que había sivo. encargada.
¿As Marsans n: LA nevowciou.
27
de dirijir la palabra á. el Rey, tal fue’ suemocion, que solo pudo pronunciar «pan,» cayendo desvanecida. El Rey, lleno de sentimientoJa hizosocorrer, des- y
pues de besarla la mano-y deabrazarla como un ca riñoso padre. ‘ ‘ , De modo, que ella, salió de palacio hecha realista, ,y gritó: «¡Viva el Rey!» Las mujeres. que estaban en la plazo. principiaron á decir que la habian “pagado; ' Lquison rchabry tuvo que mostrar-las-sus.ves'tides_ para que se conyenciesen de «que no tenia). dinero. Las mujeres se abalanzabarrá los cuellos «lelas que habían subido ‘zi palacio. yquerian ahogarlas: ,.fué, por lo tanto preciso que subiesen ctm vez al castillo y obtuviescn del Rey una. órden escrita para. quen/se
cpndujesen ‘á. palacio las heridas, yv evitar todo obs»; cáculo con objeto-de que tuviese París toda clase de provisiones. ' ‘ A lassúplicnás delpresidente, =el Rey, tranquilao mente había contestadoí «Volved áilas nueve.» Mou
nier, habiéndose detenido á. 1a‘ puerta del Conse jo, estuvo pidiendo una, respuesta. de hora en hora. ' ‘hasta. las diez.'Y hasta. entonces, nada se‘ resolvió. El ministro de París, Mr. ‘Saint-‘Prlest, había ne
‘cibido la nueva demasiado tarde (locual pruebaque
la salida de Versailles fue’ alnesperadané instantánea). Propuso 'que.-la. ‘Reina -saliese para iRwmbouinett, que el Rey se quedase, se resistiese, y si había. nece sidad se opusiese, pues la. sola. marcha de la, Reina, rtranquilizaria al pueblo y talvez le dispensase de combatir. Mr. Neker queria..que elRey marchar se á. París, que confiase en el pueblo, es decir, que fuese franco. sincero , y aceptase la, revolucion.
.Luis XVI , sin resolver nada,,-aplaió el consejo,
á fin de consultar áj la Reina. Ella. quería partir, pero con el Rey, por no dejar
entregado á sí mismo á un hombre tan débil; el — nombre del Rey era su arma para principiar una guerra, civil. Saint-Prierst, á. las|sietei. sabiendo que
Mr. de gLafuyette, arrastrado por la Guardia Nacio ‘nelïi: marchaba sobre Versailles, «es necesario par
tir al cum o,-—-—decia.—'ElReyï:i, la cabeza delas trig pcspajsar ‘con —fa'ciiidad.» Pero era imposible? dem:
‘dirle ágiada; Greia-—que iiriarchándose. la Asamblea ‘nombraria Rey al duque de Orleans, Por eso moque
ria hxlixu-y-paseándose» conapresuramiento . 560131 «¿Un Rey fugitivo, un Rey fugitivo!» Sin embargo,
‘28
BIBLIOTECA POLITICA m: LAieeiuA.
insistiendo la Reina sobre la marcha, se dió la órden de preparar los carruajes. Ya no habla más tiempo. Un miliciano de Paris, a quien una multitud de
mujeres había nombrado jefe, a pesar suyo y que, exaltado por la distancia y el cansancio del camino, estaba en Versailles, mas ardiente que los demás, se
aventuró á. pasar por detrás de los guardias de Corps, y viendo las puertas y rejas cerradas, apostrofó en malos términos al guardia colocado delante de ellas,
y le amenazó con su bayoneta. Un teniente de guardias y dos soldados del mi-mo cuerpo, tiran en tonces de sus espadas, y arrojándose al galope en,
medio de los amotinados, principian a acuchillarlos. El hombre huye, quiere entrar en una choza, choca. contra un tonel, cae, pidiendo á gritos socorro. El
soldado de caballería se iba ya conteniendo, cuau do apenas podían resistir más los guardias naciona les: uno de estos, un tabernero, sale de las filas, le
dirije un tajoa la cara; pero el soldado sale ileso, pues al ver venir el golpe , le evita con pres teza, y rompe el brazo en que el nacional sos
tenia el sable. Estaing. el comandante de la Guardia Nacional,» estaba en el castillo, creyendo partir con el Rey. Leccinre, el teniente coronel. estaba en la plaza, y .
pedía órdenes a la municipalidad que no daba nin guna. sospechaba, y con razm, que aquella arreba tado. multitud no temiese recorrer toda la villa, cre
ciéndose con el peligro y con la. esperanza del triunlo.
_
Marcnó a contenerla, pidió todos los víveres que faltaban, solicito arrastrar consigo ala. municipalidad,
y solo consiguió llevar un poco dearroz, que no era suñcienie para tan crecida multitud. Entonces hizo detenerla por todas partes, y gracias á su admirable inteligencia é istrepidez. calmo u_n tanto al pueblo. Al mismo tiempo se dirijia á; los soldados y oficia
les del regimiento de Flandes, y les preguntaba si dispnrarian contra el pueblo. Pero ellos estaban sn jetos á una influencia mas poderosa. Las mujeres se habian arrojado entre ellos, y les suplicaban no hi
ciesen mal á los paisanos. Una apareció entonces, de quien hablaremos con frecuencia, que no había. mar
chado a la cabeza de las demás mujeres, por haber
llegado sin duda tarde,‘ y se arrojó en medio de los soldados. Era la preciosa señorita Teroigne de Me
LAS Mussnzs n: LA nnvowciou. 20 ricourt, una liegeois llena de fuego, como todas las mujeres pertenecientes á Lic-ja, que hicieron la re-v volucion en el siglo XV, (combatiendo bizarramente
contra Cárlosel Temerario. Original figura, llena de génio, con el sombrero de amazona, su abrigo‘ rojo, el sable al lado, hablandoá la vez, con unafgran elo cuencia, en francés y ‘liegeois. Se sonreía, pero no cedia. Impetuosa, arrebatadora, terrible, no encon traba obstáculos. y, . Habiendo ella acometido, al frente de las demás mujeres, al pobre regimiento de Flandes, le hizo huir y le desarmó, aun cuandono oponia gran resis tencia á entregar sus municiones á sus hermanos los
guardias nacionales de Versailles. Estaing mandóles retirar.‘ Unos partieron, otroo dijeron que no partirian si no marchahan delante los guardias de Corps. Esto era á las ocho; la noche
iba. a ser sombría.
'
El pueblo les seguia. y no cesaba de gritarlos. Los guardias, con los sables en la mano, quisieron ha
cerse plaza. Los que estaban los primeros, más ar dientes que ' los otros, tiran unos cuantos pistoleta
zos. Son heridos tres guardias nacionales, uno en el pecho, y los demás salieron poco mas que con sus trajes agujereados. Entonces sus compañeros res ponden, tirando contra los guardias de _Corps. Estos ’
contestan con sus mvosquetones. Entran en la palestra más guardias nacionales, y
piden municiones. Entonces Estaing quedó asom brado con aquel rasgo de valor. y con la audacia
qne mostraban, ellos solos en medio de lastropas;
«Verdaderos mártires de entusiasmo,» decía luego á. la Reina. Los habitantes de_Versailles habían mostrado la.
misma firmeza á el otro lado del castillo. Cinco car rllajes estaban tras _de las rejas, dispuestos á, par tlr:’eran para. la Reina, que segun se decía, marcha
‘ba á Trianon. guardia suiza abre las rqÏas, yla misma guar dia cierra. el paso. Entonces dice el comandante: ¡hay peligro para ‘S. M. , si quiere salir. n Los
carruajes, entran otra vez en el castillo. Queda, gun-deshecho el dispuesto viaje. El Rey queda
reto.
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.
‘_ El mismo comandante salvó á un guardia de Corpa,
9: quien el pueblo quería hacer trizas, por haber dis
‘
nmtioricn mmm»; LA msnm,
_
¡jarado contra. la multitud. El comandante lo hizo de ; tal modo, que dejó marchar al, guardia. cayendo '
mperto su caballo á manos del pueblo. En el acto descuartizan al animal y principian á. asarlo en me
dio de la plazmy á muy poco tiempo ya se lo habían comidomedio orudo, ¡Tal em el hambre de que es—
taba transida aquella multitud! Llovia. La. multitud se guareeia donde’ mejor en contraba: unos rompieron las puertas de f- ‘ÍQDÚS-J Ecuries, donde estaba el regimiento de Flandes, y se mezclaron el pueblo y los soldados. Los hombres, permanecían cíallados, pero las mujeres no podían;
soportar tal estado de inaccíon; hablaban, jurabaïnr
chillaban. Solo Maillzzrd podía. apaclguarlas, y él' nos ienia á causa deestar-arengandoá la Asamblea. Otra cosa. que motivó el que no se calmase el —alboroto, fue que 1os_ guardias deCorps pidieron ‘socorro ál ‘los dragones para apoderarse de las piezas que el pueblo había colocado frente al castillo; Ya. se iban ' á. arrojar sobre ellas, cuando los dragones, negándoi se, les hicieron huir. j A las ocho, otra. tentativa. Se llevó una. órden del. Rey, donde sin ‘hablar nada de la» declaracion de los derechos, prometía ‘vagamente ‘la libre circulaeion’ de los granosuEs probableque en ‘aquel momento‘ intentase la fuga. Sin ‘responder nadan Mounier, que
estaba todavía á las puertas‘ del Consejo; enviaba esta órden para distraer la atencion del pueblo. Una singular aparicion vino ¿aumentar-el espam to de la córte. Un jóven del pueblo entra, mal vestía do , todo‘ desarrapado. ‘La córte se espanta. Era‘ el jóven duque de Richelieu, que bajo aquel disfráz, 'se habla mezclado con la multitud,‘ con aquella. line‘
vn pls. del pueblo que salió de París.‘ ‘ - l.‘ ' El los habla’ abandonado a’. mitad de camino pa randvertir á la familia real: habla escuchado planes horribles, amenazas atroces que lïabianuerizado súa
hermosos cabellos. Contando tales planes ¿ ¿ki «su ástuba, pálido, todo d mundo ‘a! escucharlo g IpuIL
eciól
' ,
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—» ¡n
¡Elhorazon del Rey principio á debllltíarse. 00m ‘prenüía quela Reinn‘ estaba en peligro. Aun ‘cuando ‘tanto repugnnbaïïsu conciencia. legislativa, producto dela. filosofíaeldesañcionarla-obra losenciclopedis- l
Atng,‘-’flr,rnó‘z_i his diez’ “
la 'nbche'lá*'d'ec'1dra¿-i0ñ' de los ‘
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LAS Humus n: LA REVOLUCION.
,
31
Mounier pudo al fin partir. Tenia, gran prisa por ‘volver á ocupar la presidencia antes de la. llegada de aquella multitud armada procedente de París, y cu
yos designios no conocia. Entra: en la. Asamblea la multitud más amenazadora, mas exij-ente; había pe
dido que se disminuyese el precio del pan y el de las
3.
Viandas. Mounier encontró en su lugar , en
‘la. silla. ‘de la presidencia, á una mujer de buenas maneras , que tenia. en la mano la campanilla, y que
bajó del asiento al verle llegar. 2
'
—Dió orden de reunir los diputados, y luego ‘anun
ció ai pueblo que el Rey acababa de sancionar los ui. ‘31171011108 -constitucionaies.,Las mujeres, colocándose
--
alrededor de él, le pedían las diese ‘varias copias.
Otras le decían: «Señor presidente, ¿eso nos‘ será. 2- ' ventajoso? ¿Esto servirá para. tener pan en París y :9 tenerlo barato?» Otras: «Señor presidente, tenemos hambre. Todavía hoy no hemos comido.» Mounier , ,dijo que fuesen á pedir pan á las panadería, Por ;todos lados se trajeron víveres, y la multitud princi — pió á comer en el salou con un ruido atronador. r
Las mujeres comiendo decían al presidente: «¿Por
n; «quéhabeís defendido este villano veto? Considerad siempre las cuestiones con claridad.» Mounier las
. .1 .- respondió con firmeza, diciéndolas que ellas no esta . '-
ban en estado de juzgar, que se las engañaba, y que
por su parte, antes quería esponer sur vida‘) que » agrevarsuqonciencla. Esta, respuesta; las doblegó . un poco: despues lo atestiguaron con el respeto y la.
.— .
amistad. 2.- r » Solo Mirabeau se pudo hacer escuchar, consiguien do calmar el —,.;tumuito. Aparentaba‘ no inquietarse;
ya; pero realmente estaba intranquilo. Por la. tarde se
"L-¿zhabia estado paseando‘ entre el pueblo con un sable en la mano-yy diciendo á los que‘ encontraba: «Hijos
rIIIÍOS, nosotrosz-os‘defendemosar Despues sé fue á. 1.30: acostan Dumont el genovés marchó á buscarle, -. . y leí llevó á la Asamblea. Cuando llegó, dijo con voz
-.n—vamenazadora: «X03 quisiera saberqué causas han motivado tal tur bacion en la Asamblea. Señor presi . «y; dentcghacedirespetar esteïsitiowsagrado.» Las muje z_—.3 ¿‘es gritaron; ruBraNo, bravo!» Entonces hubo un mo 3a.. mento dex silencio. Y para. pasar el tiempo, se prin
1..< «zipióádiscutir las leyes criminales. ‘ ‘ .-:I»-.. E0. estaba en: una galería (dicernumont) donde Y
una. Yerdulera mandaba con una. autoridad muy su
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¡‘nano-tau Poíïrxc/i iia LA resina.
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. períor, aun centenar sle*mujeres,‘ln.mayor parte jó ¡J - venesgque á unarseñal suya, .ó- gritaban ó enmude «th. cian; Llamaba á. los diputados por sti-nombre con ,1, cierta familiaridad, y preguntaba: «¿De-qué se está. ¿It
hablando? ¡Haccdreaiziazr a ese parianchin! Aquí no se debe tratar sobre lo que ahoraellos discuten; aquí
si r . th.
Jb,‘ \
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se debe trataracerca. de la adquisiciomde pan. Que se haga hablar á-nuestra. pequeña. madre, m: Mira beau.» Y todas. las demás gritaban: «Nuestra: peque ña. madre, Mirabeau.» Pero él no quería hablar. r. Mr. de Lafayette, íhabíendo salido de París entre l las cinco ó las seispllegó un minuto despues de es ta escena.
.
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.
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Es necesaríoxque- retrocedamos más atrás, y es Ü preciso que le sigamos desde el medio día hasta el ‘minuto critico. v
A las once, advertido de la invasjon delyHotel de Vifle, encontró á. la multitud desesperada -.y se. puso a’. dictar un despachopara el Rey. ‘La GnardíwNacio nal ocupaba la. Gréve, y. decía que era’ tpreéiso ir á. Versailles. ' ‘ayette fue á París, en vista del rumor general. — ‘
Se decía. smaembargo, queLafayetter. aparentaba ir comoforzado y violento, y‘ que ‘se aprovecharía de las círcunstancías.--Se' esperó hastalas once, por ver si una vez disipnda lai ‘multitud, podrían pasar los carruajes por la puerta del Dragen‘. Peroglaguar día de Versailles velaba, y cerraba el pasoir * w Lafayette. antes í centrar en Versailles, hizo re novar el/juramentosde fidelidad á. rla -ley y al Rey. Díspuso que se‘ le avisase su llegada, y el Rey le res pondíó que le vería con gran placer, y ‘que acababa
de aceptarla dcclaracion de los derechos. A bro. Lafayette de los guardias entró solo y-de, entodo el Palacio, elmundo. conxgran En l‘0E¡l— asom (le-Banif, un cortesano dijo con ironía: die’ ahí á < , Cromwell. » Lafayette le contestó: «Caballero, Crom «well no hubiera entrado solo.» x * n‘ » 3A!
., . ‘El-Rey die‘ orden-á lai Guardia Nacional de perma
._.¡n necerenlavs puertas esteríoresxde palacio, yaa los ..r¡i¿¡.gl‘lll'difls de (¿arpa delante de ella. rEl interior no fué confiado enteramenrte á. Lafayette. Qaeríendo: ».pasar .1 al parque, ¡mande las patrullas- le‘ ce-rró—rla' entrada.
El parqumestaba ocupado por-guardias de Corps y otras tropas; hasta las dos de la mañana estuvieron
esperando, por si se decidía la fuga del Rey.
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Í ’ “s; Dos. horas! despues,’ - tranqni—liiiadol"“iïor" Lafflgïette, .4 sezdióorden á Has)’ tropasfdexgue podían ¡mer ará. -— -;'v»Bamb0uillett.»I on "L. . - había‘ ïletátlítádo o 2- A ‘las rtres, laúsamblear strslésion . ¡.P|
9:’. El pueblo-soberbia rdispersado; tvácdjidogcomo pu -do,' álasiglesiaszry amis ‘sltiosïl “capaces: úMai-llárd y y -. lmuchasunujereaentre ‘otraslaïmrlsen-‘ïflhdbry, ha bien marchado 9'. París un ‘poóodespuesdelda ‘llega.
1’ i
,s.—da de Lafayette, ‘llevando! losldiécretos"sd'bre.lo‘s gra
nos y la declaracion deJnsv-Wevknsfl-‘í i.“ I“ .01 -
-
_— -
Lafayette ‘tuvo mncho-trabaljomúerd mánder á sus
‘m: aguardins nacionales: míertiamrseiáïlsus caïsásg) todw iban
molidos; cansados, deseándohaller ddndeïrédojerse — ¿y donde comer. El mismo; en 4ta‘, creyendo‘ que todo - seihallabwtranqmlo, ‘smarchóml‘villotet-‘dc-Lwáaiflcs, y durmió comolse duerme despues ‘de veinte libras de esfuerzoyuagïlracionwlw‘? i 1 ' ‘- -"
¿{Muchosno ’ dorïnian; y leiianhlos- que; ‘bebiendo . salido de Barís por-ala tardeglno ‘hsjbian-‘suflido la fa tiga del dial La primeraxespddicionlïdondé «las muje . res dominaban más espontánea; más naturalmente, 1 por e-spresarme 728i, nacida" de las- necesidades, no
había costado sangre.‘ Maillard tuvo la gloria de‘ con servar algun orden en‘ el desorden imismo.‘ El cres cenda natural que en tales agitaciones ‘siempre se observa, “no permitía’ creer que’ en- la segunda espe
dicion sucediese. 10 que en lapprimera. Esverdad quese habiahecho-‘oon la ‘GnardiaNacionnl; y como . Pdevacuerdotconéelia. Algunos esvtafiarïirmuypruden
tes y sensabosuen sus juicios: y deseos; yotros, muy furiosos, deseaban matar— á; lar-Reina. Háoia las seis
de la mañanzuen efecto,‘ lasgcntes’ de París y de Versailles más enardecidasyéforzaron los- aposentos reales, á pesar de los guardiaswïe com, que ¿mata
ron cinco hombres ‘delpuebloï en’ cambio, mnrieron " " “9 i e .1 siete guardias» i — tm ‘ ‘La Reina. corrió un verdadero peligro‘, yno hubie -u:_- ra escapadorde-él, ááínoghaberse ï acojido á la cámsrn
crudelrlïey. ‘lilué malvada; «pbr- Láfayette, ‘que. acudio a - ¡ar-tiempo con los guardiasfranéeses. —' i: I_ " 4:0 mm áparecewel «Rey en elúbelcon, todos gritaron: ¡El ReyáParísJ
mfiífleinalsedpi ubngeïwsalir: ‘Bi? éttcWe 13'0
._¡;«Jlwfióiflzdwfümïmïáfldflïaifigïflíl“ 169W ¡a mano. El pueblo sorprendido, atónitofllo VÏÓ e“ en“ más que ála mujer y ála madre, y principióáraplaudir.
:4
BIBLIOTECA POLÍTlCA DE LA IBERIA.
¡Cosa particular! Los políticos, los sabios, los que querían h-ncer al duque de Orleans teniente general, temian estraordinariamente la traslaoion del Rey á. París. Creian que para Luis XVI era una chanza vol ver á ser popular. Si la Reina no le hubiese seguido, los parisienses hubiesen probablemente vuelto á. mos trar su amor al Rey. Habían tenido siempre una de bilidad de amor hacia este hombre gordo, que en su robustez tenia una cara de hombria de bien beata y paternal a gusto de la multitud Ya se sabe que las mujeres de los mercados le llamaban un buen papá, y esta era la opinion general.
El Rey habla mandado ir a la Asamblea a Pala cio. No hubo ni cuarenta. diputados que concurriesen al aviso. La. mayor parte estaban inciertos, y se ha llabanencerrados en el salou de la misma. Asamblea. El pueblo, que ocupaba las tribunas, aumentó su incertidumbre ;
.1
a. la primer palabra pronunciada.
acerca de la marcha aPalacio, principio á dar gritos. Mirabeau se levantó entonces, y. segun su costum bre de avasallar alpueblo con su lenguaje fiero, di» jo: «Que la libertad de la Asamblea estaba compro
metida, 85-105 representantes del pueblo iban al pa lacio delos Reyes; que no era propio de su dignidad abandonar sus puestos, y que para enterarle de lo que conviniera ó fuese preciso ,5 era suficiente una
comision.» _ -v El joven Barnave lo apoyó, y: en vano se opuso el presidente Mounier. w " En fin, se sabe que ¿el Rey consiente en marchar a París, ,y la Asamblea, segun laqpropcsieion de-Mira , bean, ¡resuelve que para las discusiones pendientes w es y debe serdnseparable del Rey. , . El día avanza"... Ya se ha pasado cerca de una hora... Es preciso partir, abandonar a Versailles... iAdios, antigua Monarquía! ’ i — Cien diputados. rodean aLRey, todo un’ ejército, todo un pueblo. Este se aleja del palacio de LuisXVI para no volver á éljamás... ' "i'- — ' '
Toda la multitumse agolpa, y marcha á. París de lante ysletras del Rey. Hombresy mujeres caminan como pueden, a;pié,-,a,caballo, enieoche, en las car
. retas que encuentran, entlas cureñas de los ca ñones.
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,80, encontró unconvoy con harinas: ¡feliz encuen tro pei-ala hambriento» ciudad-l Las mujeres llevaban, ..u .. r
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LAS MUJERES m: LA nzvonucrou.
35
unas en la punta de las picas gruesos molletes de pan; otras, ramas de álamos, ya amaríllentas, como que
era el mes de octubre. Iban apaciguadas y compues tas, escepto cuando se acordaban de la astúcía de la Reina. «Nosotras pasearemos,-—dccian,——al pana
dero, á la. panadera y al panaderíto.» Creian que no se podían morir de hambre,estando el Rey con ellas. Todas eran realistas, cuando pensaban entregar al
buen papá en buenas manos; le había faltado hasta entonces díreccion y palabra , pero llegando áPa. rís no le faltarían buenas mujeres que le aconse
jasen mejor.
"
'
,
Todo esto era alegre, violento, triste, placentero
y sombrío á la yez. Se esperaba: pero el cielo no estaba del mismo parecer. El tiempo desgraciadamente favorecía muy poco la. fiesta. Llovia, y en plena lluvia. se. marchaba con lentitud. Muchos, ya por divertirse, ya. por secar las ar mas, daban furibundos culatazos en los objetos iner tes que tropezaban á su paso. El coche real escoltado, y llevando en su porte zuela á Lafayette, avanzaba como si fuese un ataud. ‘f-'- La. Reina estaba inquieta. «¿Estaís seguro que llega
'
remos salvosnï-Ïpreguntaba a Lafayette-Y el ge neral respondióestas significativas palabras: «Dudo
la Reina llegue sola llegareis a las Tullerías; ¡’v ‘í «que vez en el Hotel de Ville, segura.» pero una "’ ‘
Veamos, pues, al Rey en París, donde debía estar,
t‘
e; el corazon de Francia. Observemos si es digno a í. ‘ -
‘
La. revolucion del 6 de octubre, natural, legítima, necesaria , verdaderamente popular, pertenece es
"*" clusivamente ¿’las mujeres, como la del 14 de julio ‘-“ ‘i. los hombres. ' , " " -* sien el 1.“ de octubre todo se perdió por las mu ;‘_ jeres; el 6 fue todo reparado por ellas mismas. ‘¡Ji '. '11 .
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‘Las mujeresen la Federacion (4790).
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_ - ¡‘Así ¿originó el ¿dejar-día demuestra vídgi.» Es fltnsjybálgliras; q elos’ federados de. una aldea¿.cscri Iiérbïx al éónclu r esta. grab jiesggi-giagional‘ al fin del
“ "¿ha lie'e'stlifido',feñ‘téz‘dp"‘á eficribirlás, para mi mismo, " alcgncltïir en‘ ‘i847 la xliigtoiidfdxm las federaciones.
¡Nada máérsublime que áquelláü palabras he te ‘ “iiídíjilïfiïïlülia de? reeordarvengmiswaefiqg, deque referir en 1
' ‘miïescrïtos , esas grandes y admirables comunio nes del, pueblo! ' "ïïásfederagïbïíleátïle lás ‘preíwrixieiásjdefiloá depar
',"'5_t'árl;éinó,s, delas villáls’ jaldeag, es necesario-consig - What!» y"‘i-e‘ferir‘s“ia"historia.' ' ' Las escribian gi su madre, la. Asamblea nacional, fielmente yen una.
’ ‘fórïha alguhasfireces groáera é infantifidecián quan toboflían ‘decir’, y” escribía quien 10 szfbia hacer. No se encontraba en las campiñas un escritor hábil que fuese capaz de trasmitirlas á. la memoria; pero la buena voluntad lo suplia... ¡Verdaderos monumentos de la naciente fraternidad, actos informes, pero es pontáneos, inspirados, de la Francia, vosotros exis tireis siempre para hacer notar al corazon de nues tros padres, sus arrebatos y trasportes, cuando po; primera vez vísteis la faz de vuestra amada pátfla! Yo he encontrado todo ese, vivo, abrasador, c0
mo si hubiera. sucedido ayer, despues de sesenta años, cuando he hojeado esos papeles, que tan pocas
ud ¡FIEBRE! m LA‘ anvonucxox. 88 37 pgrsonashabiaa leído. La.‘ primeraïlectura. me ins
_,..,
,¿, piróunagysero ¡espetmíuenttunz-tzcsa si-nguiar, úni . .3 -
ca, que nq._puede,espresa1= la voz humana. Esa‘ lectu ra de hechas entusiastas,‘ encarnadosen el cariño á la pátria, á la cual representaba la Asamblea, están lle nos de amor.
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Nada. 0fiQial-,,nada. mandado», Visiblemente, solo el corazon es el que habla. No ¿se puede encontrar eso en el artemn la retórica, em la-declamacion; es jus tamente la completa carencia de arte, es el entusias n10 de un jóven que no sabía‘ cómo espresatfilos sen
.
,,,_'-L'{_.¡ti_míent0s ¡{mas sinceros, , y , que empleaba palabras _,._;,_3 romanas, a falta. de otras, para trasmitir un amor _._¡,.¿¿ verdadera. Pero aman momentorsupremo, una pala m m- bra arranca de lg profundo de! rcorazop, se,_eleya s0
,_¿¡_.,l;1;_ ,la._1mpgtenc1a* dellenguagp, _y hace vxbpar las ¿”h mas ,p.pa‘rytadas fibras del sgntlmlento.‘ . ¿m “
W __-r '¿I,)e__.qué,sen\_nini;a la verbosidadmuómo se, satisfaria "¿í sí misma? El detalle material le ha. pregqupado
.3,¿(.1ïuer1¿enpeqt9;-nipsun‘essánittz-tan bello, ntnsturfpapel mu,“ ‘tag; pgagxglticmzfilï! zhagblar de-Jas pug-guosas ‘banderas __ ¿”me tgcolpxjgs _pgra espresar sus sentxmlentos. Cuando yo los percibo, hrïillanqes y. desaliñados, recuerdqvïo que
,¡ .—,¡, diceáïnnssean. sieycuidado y trab-«íq qu9;emp1eaba q, ¡’pam ¿engbellepexr y adornar. su 114114...‘. No ‘fueron _ x mo pgyiog ensamluentop los, de nuestrïos pgdrgsay sus
.¡ ¿y 61116;} os, sus mquxetudes, s0n_.qh_¡et0s1mperfectos, 413;”, elevandqse entre ellos el ¡Lugqr a una bellrza eterng.
,. ¿gh “¿ptqestqs qpsayqgpnmnuvog; de la nueva. reh fmh 3101;, todas las, bgroxcldacles antiguas y ya cgnoci ‘m?! das” tpqos los s1guosde' lp pasado, todos Los unas ve _¿, nérados símbolos, se debilitzm ó desapareggn. L0 que
festa, ponejkwmplq, de las ceremonias dergntïguo pplto; llamadas para solerqnizap estas fiestas nuevas, “Mi, es accesorio, Hay en esas;i 1001611888, xfeugiongq, don ' '2:ï1‘{' ' ‘ d; elgïueblqfide ‘toda clase se reung en . — un, solof . ‘ cora v ggon, una cosa ligas sagrada que el altar. Nmgun cul _—
LQÏ,‘ ¿fiizgagpgqiauïá sgntidad á; un_a 00855833173,” cgmo el « ohh: brefratcrnzzandoztnts Bros: w 1.20,‘. m * ' Qdqsllos qnnguog. emblemas pahdecexyv y_,los_ que
, m, ,7
galmente sqensgyan, tlenen may¿.ppca._815nlfic8
.,¡¿_,,¡. ‘ '_._ cuando _se__jura auge la. ‘fnaximággnsde la '
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_ ¿a ,3‘ y,
‘¡tad abstracta, el verdadero‘ símbolo: 8G. Qpcnen’
mph-a guante. Es laJxelleza. él ‘encanto 353m0; ¡I
" u ei rwu: 33g» "entehem Í’2:5‘Éïgïfgghïmfafléïéiflgmïuïorïtfibfi?:1
N» 38 ' ‘nnnxomcn POLPÜCA sus intmznm. — ¿:5 bregónundo ePmundo estádesplomindósegfli’ ima IN gende ‘Dios inspira, respeto; lïotcuandoies‘ Hflmína z='- dor ó veneeder; ‘en condiciones" má-S"g'r;ífles" alar í mantes; es cuando ‘el hombre npirecelüeñpétu‘ so. La 52-1‘! vanidad‘- de/su orgullo renace en" él, paaá€6‘e1 pe
lo w- ligro. Las nobles y aun sublimestarmoníás -—dé 1a' familia,
u-ï’ ‘ de lwnataraleza, de ia páfiriá, bafsían-ïtoarïjflefllcar á. -' “t ‘Estudfiestas un interés granüe, religioso‘; 132161500, J J- ‘ Ï En todas-hs ocaéiófies se'-vé.áï'lh anciahidáfl ante
u ‘
¡el pueblo, rocíuïïandoüïl‘ sítioïwléfláreferregïcïafi-‘Ï man ‘dandopï la multitud. cY— alrededldg"‘suyoïïnñfhijas,
'* ‘Wódmo ima corona..de’hermovas-flol‘eá. En” ’ i123 estas ‘—’ ‘ fiestas, tanlámablefvompqñiza rmdfpha blau _ r- có"có1no respondiendo la 1ta_¿:_i9‘n‘_'(_esta “es; A ’* ‘ '-'baÏ1dem ‘tricqloflüñlfin ‘aquelgmómflñtofiíé.
ojor nieta.
pronunciaïéósuñaïabras’ fifiiá, "eneáutádo ' , alar
uz . qhaïhïesrde ellhs broeárán pijobgylépffifg“ 3 día si-, ‘ i
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nos héroes?’ ' — 2 ' m: ‘En aatprae-ebionciiviicsrz1e Issfiromafiudyaeaefinaur. ‘
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tiré, un bénzrjóveiï marfehabangvahgïoregggitmano
"Z ‘ -‘1,áñ'a—palma (abr; ¿sin inbéñpcïpnij ‘flgï. fMÉÍbEJjEnJD/snn ‘-"_' ' “NóJMuchqQ ' nsdbáh‘ en cdnqhisláláxwï‘ ""‘
"Ba ‘Daufñ 51a waleitná-‘ptbvinüji ‘ueïsüüïéïpïó la 1"
revolucion," lzó numerosas. fédéivaci nah ¡éflqas al- ‘ ’ ' deus: qiüdrádefsfiïfbñïla" firpvjïnéiáïféütéïá} jfiïïpïcüomu ' ‘ ‘nidades rurales dela frontéfaübajo‘ ¿P415 de la.
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«sabzsyag-iá 30's’ pasos» dé losiémliïgït-áfigis’,‘"ï(i
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‘ V‘ des’ flebtasr Bátállonee: de zmpíeresïde‘ .enes y 13-» ¿ag "mans. ái-ïiáfidómïxesfllabzfix, en’ Máübeüfl muy 5‘? "M513151660; llévaïídd-áflyhtïálïfifip_flfi¿‘__ ane
"¡“.'_“jarïd'gi'l'á.“daïïaéïa'üéáííüda ¿ón gszfgraaaj-‘¡sïoputjy sin -'r»r .' «guisa» qúe áe"atr'ibuyéh ¿las frandéshü." —'-: 'I“‘_‘ .2 HfVLDgbo-contar _1‘a ¿hjefóíca- ïnieiativazjdgfi,
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“W de -A2n’.g'ers,'p31és'qü,eriáh páflilfifffiiggfndo á. fmu-¡ïtihggíïa ájjmïádá.’ de"'Anj<_)u,"ïlé'Brdtgïfimïgffle mar "-’° “¿haha cóñtfá Ramas; ‘y r‘ lsbinaïsn parflééá ¿‘sïta pri
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" g‘ ÍÏÉÜÜH pfiüjéffiiïbglstrado por un
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k0 J innuorEcA POLITICA nn LA msnm. Ahí los teneis: á. la edad delá á 1Q años‘, se apartar:
: Jps jóvenes de sus madres ya armados, llenos de valor g z yfuego. Estos otros, aun más pequeños, cuyos brazos tan débiles api-nas saben 10mm!‘ direccion. parecen ya. el prólogo de los soldados de Austerlitz... Su mano ha. producido la felicidad; han cumplido el feliz augurie, ‘I: e " han coronado la Francia. Hoy-día, débil y pálida, se sienta bajo esa coiona eterna, é imponeálasnaeiones. _ y ¡Grande y feliz generacion , nacida en tales mo
,_. ,
mentos,‘y cuya primera mirada se dírijió ¿aquella
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sublime perspectiva! ¡Niños bendecidos en el altar de la pátria, ofrecidos 3'. ella por vuestras madres , y » con resignacion heróica dados ála FrancialmLos mque de tal modo nacen, son inmortales. Ilabeis gus tado en tan sublime din el elixir de la inmortalidad. Y nun aquellos á quienes la historia no ha, nombra. do, no por eso dejais de inculcar al mundo con vues tro espirituysin nombre, el sublime pensamiento que
porla tierra estendist is. ._. ' Yo no, creo que haya. habido una época en ¡[ue el corazon del hombre se haya. mostrado más_,grnnde, - mas espontáneo, sobreponiéndoseá las distinciones ,., de clases, de fortunas y de,partid0s_.. ' En las ciudades. sobre todo, no se, distinguió más al rico que al pobre, al noble que al zplebeyo; la
admiracion fué para todos igual; las invitheiones fue ron para todos sindistincion. Desaparecieron las divi siones sociales, las discordias; los enemigosse recon ciliaron, fraternizaron las sectas opuestas, ioijnismo
que los creyentes, los filósofosflos protestantes y los católicos. _ y " .z . A; Ensan Juan de IaGuardn, ceros degiláix, el po
tentado y el pastor se nbrazaban ante el‘ tempio. Los católicoshcond ujeron á. laiglesiaá lbs protestantes, y
el pastor ocupó elsitio primerwelsitio rnásjbqnroso
Los mismos/honores se hicieron á los protestantes - por el sacerdote cristiano,’ ebcual, colocado en un
distinguido lugar,’ pronuncie un serÏrnon puramente e católico. Las religiones jmisrnás fraternizan. en el _ lugar de su másjenóarnizada. lucha, en Céfilcnnes,
,1,’ '¡ sobre lastumbasïisïe‘siisjpnfiepasádos, los cuales se 55.:“ mataron iínosáfotroq ,-_ y. sobre las aun calientes ho -_,_,
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ueras, ‘loseoruzonespe ensanebaroii; la prosa, no
astó, yuna, especie de.‘eríu}pci,o,u_‘1iqetica pudo es presar ug_,pqco un sentimientb tanvyrófuífisdg‘, el sa
“"1°*°:°ï!ï°%ó—-himn°s_á Ianzbensaqlzr, sígalwde
LAB munnzs mr. LA nsvowcxon.
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respondió con cantatas; su mujer, madre de una res
petable familia, en el momento en que llevó á. sus hijos al sacro altar, ensanchó su corazon con versos
patéticos. Este papel, casi pontifical, de una. madre, no nos debe asombrar. Las mujeres, mas que Pontífice,
son símbolo de religion. Entonces, una jóven pura. se creía capaz de arran
car del sol, en vaso ardiente, el fuego que debía. a: der ante el altar de su pátria.
'
La revolucion no necesitaba dudar para entregarle sus más altas, y sublimes funcionesj pues que es co
m0 el alma de la familia, como perpetuidad de la raza humana, como alegría suprema. del corazon, el
mismo altar vivo.
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El mismo día del. 6 de octubre del 9€), en que Luis XVI, abandonando á Versailles, firmó el acta
capital de la revolucion, la declaracion de los derechos, habia enviado al Rey de España su protesta. Adop tó la idea de huir á Austria, y volver á. Francia con gente armada. Este proyecto, recomendado or Breteuil, el favorito de Austria y el de María- n tonieta, fue reproducido por el arzobispo de Pamurs, que obtuvo del Rey el pleno poder para que Breteuil se entendiese con las naciones estranjeras; negocitr ciones seguidas por Mr. de Fersen. un suizo perso nalmente querido por la Reina, hacía. muchos añoil, y á quien hizo venir espresamente de Suecia, y al
que confió semejante asunto. Por cualquier lado que se considere la situacion — de Francia en el 90, se vé una inmensgy gruesa ca dena, ya interior, ya esteriormente, colocada contra la revolucion. Si no encuentra una fuerza enérgica de asociacion, perece. No son las inocentes federa
ciones las que la conservarán. ‘Si, necesitan asocia ciones mas fuertes. Son necesarios los jacobinos,
asociaciones vigilantes de la autoridad y sus agen tes, de la astúcia del clero y de los nobles. Estas so ciedades se forman por si mismas, y se estionden por Francia. He visto en una acta inédita de Roiien, que el 14
LAS uvnzsrzs nz LA mzvorucios. 43 u; de julio de 1790, tres amantes de la Constitucion (es-r te es el nombre que tomaban los jacobinos), se re unieron en casa de una señora viuda, rica é influ- -
yente, y la hicieron prestar el juramento civil. Se cree ver á Caton y Marcio en Lucano:| «JUNGvNrUa mcm conrnrmous AUSPICE Bnuro.»
Enviaron fieramente el acta de su federacion á. su‘ Asamblea nacional, que recibía al mismo tiempo la de la gran federacion de Rouen, donde. aparecieron los diputados de sesenta ciudades y de medio millon de hombres. r ‘ . ‘- 7 Los tres jacobinos son , un sacerdote, limosnero de la Conserjería, y dos médicos. Uno de ellos tenia un hermano, á, quien trajo consigo, y era impresor del Rey en Rouen. Añadid dos niños, sobrino y nieto de la señora, y dos jóvenes de su clientela ó su casa. Todos los ocho prometieron ante ese nuevo Cor nelio prestar el sacro juramento. ' a ï Pequeña sociedad, pero firmey completa. La se ñora. (viuda de un comerciante ó armero), represen taba las grandes fortunas comerciales; los médicos, la capacidad, el talento, la esperiencia; el sacerdote es la misma revolucion; no será cura mucho tiem
po; él es quien escribe, copia, y envía el acta á la
Asamblea nacional. El es el agente del negocio co mo laseñora es el fondo. Por eso es completa tal sociedad, aun cuando no
se ve’ en ella una de las indispensables y útiles figu ras, un abogado, un procurador. El sacerdote del palacio de Justicia, de la Conserjería, limosnero de los prisioneros, confesor de los necesitados, ayer dependiente del Parlamento, jacobino hoy y como
tal escribiendo á la Asamblea nacional, vale por tres abogados. ' No nos debemos asombrar de que una señora sea. jel centro de tan reducida pero fuerte sociedad. Mu — jeresentraban en esas asociaciones, mujeres princi
pales, con todo el fervor de sus ardientes corazones, con un ardor demasiadamente ciego, llenas de afec ciones é ideas, con el espíritu del proselitismo, y con todas las demás pasiones de la Edad media, arraiga
das en sus sensiblgs y tiernos corazones, y sin em bargmsofocadas enteramente para entregarse al ser
vicio de la mueva fé.
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Todo cuanto aquí decimos ha sido suficientemen
te probado. Y así como aquella dama 5011;“ NÏÓ 00""
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BIBMOTECA POMTICA DE LA IBERIA.
vertirse á. otra religión á. toda su familia, ípermane ció ella israelita, asi tambien esta, despues de per- der á su marido y su hijo, siguió armando con fervor
la revolucion. Rica y sola, fue incitada por sus ami— gos á obtener lucros permitidos, á. causa. de las va riaciones introducidas por el nuevo sistemubrino dándole. á que consagrarse su fortuna en la, adquisición de bienes nacionales. Ella lo rehusó, porque amaba. la revolucion por los bienes que había de producir á. todas las clases, no por las ganancias que. ella pudiera prometerse con el nuevo régimen. ¿Por qué esta pequeña. sociedad hizo ó constituyó su federación aparte? Es que Rouen, en general, le
parecía demasiado aristocrática; es que la. gran fe deración, compuesta de sesenta ciudades, con sus jefes MM. de Estouteville, dflerbouville, de Se
vrac, etc., toda aquella federación mezclada de no bleza, no le parecía, demasiado pura: es, en fin, pot
que ella se constituyó el '6 del mes de julio, y no el 14 del mismo mes, dia sagrado por la célebre y sie seadn toma dela Bastilla. . Pues en el 14, aquellos, fieramente [separados en tre sí, llevaron á. cabo la santa. jornada. No quieren, pues, confundirse; bajo fines diversos, son ellos una clase selecta, como lo eran la mayor parte de los primeros jacobinos, una clase de noblezas en que el dinero, el talento, el l valor, estaban unidos á lane» bleza del corazon, á la nobleza del nacimiento.
CLAPITULO VII.
El Palacio Real en elaño de Sou-Emancipacion de las mnjev ÏfiS.-—Ïú\ 611CV?! de los jacobinos.
El derecho de las mujeres a la igualdad, sus títu
los a la influencia, al poder político, fueron recla mados en el año 90 por dos hombres muy distintos: el uno, elocuente orador, espiritu calorosmarornan cesco; el otro, el hombre más grave yautorizado de
la época. . i . i Entremos en el mismo lugar de donde procedió la. revolucion del 12 dc julio. en. el Palacio Real, en, el circo que entonces ocupaba la mitad del jardín. Pa semos por alto la descripcion de la multitud ó la ple be agitada, esa densísima nube de mujeres, entrega das por si mismas a la libertad de la naturaleza. Atravesemos las estrechas galerías de madera, al
fombradas y llenas de estufas, y pasando por medio de un oscuro callejon, por el que hemos pasado más
de quince ycces, nos encontraremos en medio de! circo. - ' ¡Se predica! ¿Cómo será. atendido el ‘orador, en aquel sitio, ante una. reunion tan mundana y llena de preciosas y equivocas mujeres‘! Al primer golpe de vista se podría decir: «se predica para jóvenes be llas...» Pero nó: la Asamblea es más grave, hay en ella una infinidad de hombres, ilustres académicos, y
otras personas de-distincion: al pié de la tribuna- se Vé áMr. de Condorcet. ' ' Mas el orador es un sacerdote, ¿no es verdad? Su raje talar así lo indica: bella figura, de cuarenta ‘años, ardiente palabra, muchas veces seco y ‘violen
E6
í nmmorrca POLlTlCA m; LA 1:32am.
to, sin ninguna uncion, el aire audaz, y un poco fan tástico. Predicador, poeta _(',» profeta, quien habla es Mr. Fauchet. Este nuevo San Pablo habla entre dos Thécla: la una, _que no le abandona nunca, que de buenaó mala gana le_ sigue al club, al altar; tan grande es su fervor: la otra, una holandesa de buen corazon y noble espíritu; es níadama Palm Aelder,
‘la oradora entre las mujeres, que exhorta constante mente á. su sexo a la emancipacion. _ Estas vagas aspiraciones tomaban una forma ar diente yprecisa en las doctas y elocuentes diserta ciones del secretario de’. la Academia de Ciencias. Condorcet, el 3 dejulio de 1790, formuló la demanda
de la admision dc las mujeres al derecho de ciudadanía. Con este título, el amigo de Voltaire, el último filo
sofo del- siglo XVIII, puede ser legítimamente con tado entre los precursores del socialis r 0. . _ Pero si se quiere ver a las Inujeres en plena accíon
política, es preciso, Edesde el Palacio Real, marchar un poco mas lejos, á.' la calle de Saint Honoré. La. ‘ brillante asociacion de los jacobinos cuesta época,
que cuenta - en su seno una multitud de hombres instruidos y nobles, ocupa la iglesia de los antiguos monjes; y en la íglt sia, en un ámbito claro de ella y á horas determinadas, dan asilo á. una sociedad tira: ternal de obreros, á los cuales los jacobmos esplica ban la Constitucion. = En las cuestiones de subsistencia, de peligro pú—_ blico, no iban solos los obreros; las inquietas mu jeres, las madres de familia, llevadas por los su frimientos domésticos, por las necesidades de sus hijos, van con sus mariios, se informan de los ma les y de los remedios. Muchas mujeres, ó solteras, ó_ dejando á. sus maridos en sus trabajos, van solas, y
solas discuten. Primero y brillante origen de las so ciedades de las mujercs . ¿Quienes había que mas se ocupasen que ellas de la revolución? ¿A quiénes se les hacían más largos
los mesesy aun los años? Estaban en aquella época, mucho más violentas que los hombres. Mardat estuvo muy satisfecho del valor de sus mujeres (30 de diciembre del‘ 90): gozaba pintando el contraste entre la energía de aquellas mujeres del pueblo en aquel subterráneo, y la frívola‘. y esté
"il charlatanería de la Asambleajacobina que a su ‘edor se ajitaba.
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' , Tenia 23 anos en el 89,,Ejercia sobre Neker, ‘ su padre, a quien gobernaba por entusiasmo, una poderosa accion. Jamás, sin la intercesion de su
ardiente hija, el banquero genovés hubiera mai», "qhado tan lejos en la vía dela política. Ella es- _ taba entonces llenade ardor, de confianza; creía
firmemente en el buen entendimiento del género humano. No ‘estaba aún influida por los media nos adoradores de que luego se vió rodeada. Siem jprg madame Stael fué gobernada por el amor. Así‘, el que tenia por su padre, hacia que- fuese
uno-nde‘ los ‘hombres mas. avanzados; y en ‘reali i dad, en un “momento, se elevó a gran altura por su .fé.‘_Bajo la inspiración‘ de su hija’, no hay que dudar
lo, se lanza a la difícil empresa del sufragio univer sal: medida ardua en un país tan numeroso y tan poco adelantado; medida contraria a su carácter,
poco monforme con las doctrinas que antes y des pues esposo. _ _ El padre y la hija, espantados de su audacia, bien
pronto retrocedieron un poco. Y madamestael, 3d‘ miradora de lau/Inglaterra, que no conocia a fondo,
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BIBLIOTECA POLÍTICA DE LA IBERIA.
fue entonces la persona más brillante, más admira da. y más elocuente; pero en su totalidad, permí tasenos decirlo, fue una mediania, aunque conquistó
tan alto nombre.
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Pai a. nosotros, no dudamos en afirmarlo, en su
primera época es donde existe su originalidad ; su gloria, en el amor á. su padre y el valor que le ins piró. Su mediania, en el de sus apa-ionados aman tes, los Narbonne, los Benjamín Constant, etc, que en sus salones, dominados por ella, no se resistierou á. las sugestiones de intimidad. h_ Volvamos al principio, es decir, alpadre y á lo Uai, ,, ._ . . Mr. Neker, banquero gnnovésí, se había casado
con una dama suiza, cuyo solo defecto fue su abso- ' ¡uta perfeccion. La jóven Neker había atormentado ‘ á su madre, cuya dureza formaba un doble contras
te con su naturaleza - fácil, espansiva y movible. Su padre que la consolaba, la admiraba y era el
objeto de su adoracion. Se cuenta que habiendo ala- . bado Neker frecuentemente al viejo Gibbon, la. niña se quiso casar con él. La jóven Stael era confidente 1
delos secretos políticos de su padre, y tomó de el a sus buenas y malas cualidades, como la elocuencia y la hinchazon, la sensibilidad y la demasiada ¡de
‘clamacion; Cuando Neker publicó su famosa f‘ ont-pie rendu, tan diversamente juzgada, le presentó’ ‘f: día
‘una elocuente ‘apología de su trabajo. llenafide ¿sus siasmo, inflamándose (letal modo su ..corazon que el padre no se engaño’ y reconoció a suhija.‘ Éxito}; ces tenia 16 años. . . .fi ' Amaba ¿su padrecomo hija, le admiraba como escritor, y le veneraba como el ideal del ciudadano,’
del filósofo, del sabio y del hombrede Estado. No toleraba
á
quien no considerase a Neker “como
á un semi-dios, virtud estraña, original, ‘y másalar. mante que ridícula. Cuando Neker, en (su ‘glorioso
j triunfo entró en París, y apareció en "el balcon ‘del Hotel de Ville, entre su mujer y su hijajesta llego flá
la plenitud del sentimientoy se enorgulleció contan ta felicidad. _ . ‘y _ ‘ “ . Recibia grandes impulsos de su corazomcom ara
tivamente á su talento. Despucs de la huido. e su ‘ padre y de la pérdida de sus primeras ‘esperanzas, leyendo á, Rousseau y zi. Montes uiemren susypm dentes teorías constitucionales, se izo romántica en
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LAS Morenas m: LA nzvowcxon.
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amores, y hubiera querido amar á un héroe. Su esposo, _el honesto y frio embajador de’ Suecia, Mr. de Stael, no satisfacia ninguna de las condicio
nes de su ídolo. No teniendo ningun héroe que amar con su espíritu caloroso, determinó crear uno. Encontró á un hombre que era su ideal: valiente, ardoroso, espiritual, Mr. de Narbonne. Aun cuando
no existia gran heroicidad en su pecho, creyó que, que el impulso de ella bastaría para que conquistase aquella alta prenda con su ardiente corazon. Le
amaba, sobre todo, por los heroicos dones de que le quería revestir. Le amaba, es necesario así espresar nos, pues era mujer, por su audacia y fatuidad. ‘ Estaba mal mirado en la córte y bien en los salo nes. Era verdaderamente un gran señor; lleno de elegancia y galanteria, pero mal visto de los suyos: de modo , que tenia una existencia equivoca. Lo que más violencia causaba á las mujeres, es que se
murmuraba que era fruto de un incesto de la fami lia delLuis XV. La cosa tal vez no fuera muy invero símil. Cuandoel partidojesuita quiso destruir á. Vol taire y a todos los ministros que participaban de sus ideas (los Argensons, Mauchault, aunque hablaban de los bienes del clero), había necesidad de encon
trar un medio de anular la influencia que en el co razon del Rey ejercía la Pompadour , protectora de aquellos innovadores. Una hija del Rey, viva y ardiente, polonesa como su madre, se dispuso para serlo como otra Judith, por su obra heroica, santifi cada por el fin. Era estraordinariamente violenta apasionada, loca por la música, por lo cual la dirijia el poco escrupuloso Beaumarchais. — De aquí toma origen la tradicion del hombre bello espiritual, que llevó al nacer un amable apresura miento para sacar de quicio á todas las mujeres. Madame Stael tenia una circunstancia mala para. toda mujer: que no era bella. Tenia las facciones grandes y gruesas, y sobre todo una deforme nariz. Tenia el talle muy ancho, y el cútis demasiado ás pero. Sus gestos eran más enérgicos que graciosos, y dominaba sus salones con actitudes viriles, con pa labra poderosa, que hacia un notable contraste con el tono conveniente a su sexo, y que hacía dudar muchas veces si quien la pronunciaba era mujer. Sin embargo, solo tenia 20 años; bellisimos brazos,
un cuello hermoso a lo Juno, y magnifico; cabellos
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nismorncn normes. m: LA mama.
negrosgue, cayendo en_ gruesos búcles ,' prestaban un sorprendente ‘efecto a su rostro, y aun relativa
mente hacían. parecer 1113.8‘ delicadas sus facciones y mucho menos hombrunas. — ' ' — ¿Pero lo ué arrebatïabajo que hacía olvidar todos sus demás efectos, eran‘ sus ojos; ojos negros, gran desflasgados, llenos de fuego y cspresion, y queen
ellos se revelaba el rayo del genio y la bondad, asi comolas demás pasiones que germinaban en aquel corazon. Su mirada wralia un mundo. Y al verlase de ciaque era latinas’ buena y bondadosa‘ de todas las
mujeres «lel orbe’. No había ningun enemigo suyo que despuesde mirarla y oirla, no dijese ‘aun a su
pesar: «La buena, la noble, la escelente danza.» Retiremos 1;, palabra de genio, y reservémonos esa sagrada palabra. Madame Stael tenia un grande y sublime talento, y cuyo’ origen era ‘cl corazon. La profunda novedad, la sutil invencion, esos dos dis
tintivos del genio, nunca se encontraron en ella. Trejo, naciendo, un desacuerdo completo de ele mentos hasta la más completa irregularidad, como la que existía en casa de Neker, su padre, pero que
neutmlizó la rcsolucion de este en gran parte, pues la impidió elevarse y la retuvo en una limitada es 1era. Los parientes y amigos de. Neker, eran alema nes establecidos en Suecia, labradores enriqueci
dos. liladame Stael tenia algo, si no tosco, al menos
algode fuerte, que escluia el tinte de lo delicado. De ella Juana Jacques. su madre, habla la dife rencia del acero al hierro.
Justamente porque era labradora, a pesar de su talento, de su fortuna, de su noble entereza, mada
me Stacl tenia la debilidad de adorar a los grandes señores. _Admira.ba al pueblo que creía eminente mente aristocrático, á, Inglaterra; reverenciaba a su nobleza, ignorando que ella es reciente, sabiendo
muy malla historia de que siempre estaba hablando, y no sospechando siquiera el mecanismo por el que la Inglaterra constituía su nobleza. '
No la faltaba mas que el gran fascinador del mun do, clamor, para hacer creer a aquella apasionada. “mujer, que podía colocar al joven oficial á. la cabeza
de un moyimiento, tangrande como el‘ que entonces se operaba.‘ De modo, que la jigantcsca espada de la revolucion pasaria, como gaje de amor, de manos de
una nrujerá las de un joy-en fatuo. Esto era bastante ¡‘q
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LAS MUJERES DE LA REVOLUCIÓN.
ridículo; pero lo más ridículo era que quería, con una política bastarda, constituir una libertad casi
inglesa, con’ una asociacion con los Jeuillants, ya. terminada, y otra con los Lafayette, casi concluida. Robespierre y los jacobinos suponían que madame
Stael
__l\larbonne estaban en connivencia con Brissot
y la. ’ irondajy que ‘unos y otros se entendían con
la corte para precipitar a la Francia y ocasionar, por ‘medio de la guerra, la contrarevolucion.
Todo esto era romano.‘ L0 que "se ha sabido hoy día, es que la Gir-onda detestaba a madame Steel,
que la córte aborrecia á. Mr. Narbone, que se oponia al aventurado proyecto de la guerra- zi que se la. que rialanzany con razon pensaba que, al dia siguien
te, dado el primer golpe en fitlso, acusada de trai ción, Se encontrarían en un peligro espantoso, y que lflarbonne y Lafayette no tendrían ni un mcmento que desaprovechar, y la Gironda, recojiendo la es pada tan villanamente abandonada, la volvería con
tra el Rey. 4"
«¿No veisL-«decia Robespierrc,—que al aplaudir es ta guerra tan pérfida, por la que se nos quiere entre gar alos Reyes de Europa, procede por instigaeío nes del embajador de Suecia?» Esto era suponer que madame Stael era la mujer de su marido; snposicion ridícula, cuando tan públicamente se la veia perdida de amor por Narbonne, con el objeto de ilustrarle, ' ¡Hé ahí é. la pobre Corina! Tenia veinticinco años, era demasiado ardiente, apasionada, generosa, y es taba muy lejos de ocuparse de una traicion política. Los que observan y conocen la naturaleza, mejor
que el mas sutil lógico, comprenderán perfectamen te esto quefiaunque á todas luces inmoral, es real, verdadero; ella, en caso, sería movida por su aman
te, no por su marido. Ella tenia un gran deseo de ilustrar al primero en la cruzada revolucionaria, y
se ocupaba muy poco de que los golpes hiriesen de rechazo al ilustre dueño del embajador de Suecia. El 11 de enero. Narbonne, habiendo recorrido en
su viaje las fronteras, vino á. dar cuenta a la Asam blea. ¡Verdadero cuento de cortesano! Ya por precipitacjon, ya por ignorancia, bosquejci un cuadro espléndido de nuestra situacion militar, ¡presentó enormes cifras de tropas, exageraciones
de toda especie, que mas tarde fueron rebatidas por unallïemoríaixrov notable del entendido Dumouriez.
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BIBLIOTECA POLÍTICA. DE LA IBERIA.
La caída de Mr. de Narbonne, ocasionada por los girondinos, despertó de repente en madame Stael un V‘ _ ; gran celo realista.
Ella propuso un plan de evasion para la‘ familia real. La córte creyó que no se debia poner con se
guridad en manos tan-ligeras. Refugiada en Suiza durante el Terror; despues del Tcrmidor, participan do ciega dela reacción, cambió bruscamente en el 96, apoyó al Directorio, y participó del golpe de Es
tado que salvó á. la República. Bonaparte la odiaba, creyendo que había auxilia
do a Neker en sus últimos trabajos, tan contrarios á su política. No encontró otro medio mejor de alejar
la, que decir que ella se le había declarado, cosa na.’ da probable en aquella época, en que estaba entre gada en brazos de Benjamín Constant, que hizo la oposición a Bonaparte. Se suben las ridículas perse cuciones del Señor de Europa, el destierro de mada me StaeL-la prohibición de su Alemania, y las estra
ñas proposiciones que la hizo muchas veces. Bona parte, cónsul, la ofreció devolverla dos millones, prestados por Neker, y mas tarde, se los reclamó por escrito al Rey de Roma. ' En 1812 se vió precisada a huir a Austria, Rusia y Suecia. La tierra le faltaba, cuando ella escribió sus
Diez años de destierro. Madame Stael se había casado, en 1810 con un oficial, enfermo y herido, Mr. de
Rocca, jóven de veintiun años. Ella murió en 1817. Finalmente; mujer escelente, buen corazon y gran
talento, quizá sin los salones, sin las medianías que la lisonjeaban, sin las amistades a que allí se entregó, sin las miserias del mundo murmurador; del mundo, permítasenos la frase, escritor, se hubiese en ella
‘encendido la brillante chispa del sublime genio.
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Los salones-Madame de Combi-cet.
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5 Cási enfrente ‘de las Tullerias, al lado opuesto, frente al pabellon de Flora y del real salen de mad (Tagle de Lamballe, está situado el palacio de la Mo
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Allí hay otro salon, el de Mr. de Combreet, que
un contemporáneo llama la hoguera de la Repú blica. ' ' . ' Este salou europeo, del ilustre secretario. de la Academia. de Ciencias, vió en efecto concentrar en su seno, de todos los puntos del mundo, á los hombres que albergaban el pensamiento republicano de aquel fiémpmAl fin la idea fermentó, tomó cuerpo, y en— contrósus fórmulas. Pero la primera iniciativa, se gun hemos visto, perteneceá Camilo Desmoulins. En junio del 91, Bonneville y les Corderliers, dieron la primer señal. El último filósofo del-siglo XVIII, el que sobrevivia á. todos para. ver sus teorías lanzadas ‘al campo de las realidades, era. Mr. de Combreet, secretario, de la Academia de Ciencias, suceor de D‘Alambert, el último corresponsal de Voltaire, y el amigo de Tur- ' ‘got. Sus salones eran el centro natural de la. Europa 1380835.013. Toda nacion, como toda ciencia, tiene su determinado lugar. Los estranjeros distinguidos, despues de haberse enterado de las teorías france sas, iban allí 93 buscar y discutir su aplieacion. Tales
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BIBLIOTECA POLÍTICA m: LA xsimxA.
como el americano Tomás Paine, el inglés Williams; el escocés‘ Makintorch, el genové: Dumont, el ale man Anarcharchis Clootz; este úitimo no tenia n0 ticia de que existiese semejante salen, hasta. que en ' el 91, todos se hallaban en el reunidos. Tamhien es taba continuamente su asiduo amigo, el médico Ca
banis, siempre melancólico, y que había. allí tras— portado su tierno y respetuoso cariño hácia Mi- » rabeau.
.
Entre todos resaitaba la noble y virginnl figura de madame de Combi-ect, que Rafael hubiera elejido
como tipo de la. metafísica. Todó en ella era. talento, luz; ante su vista todo se esciarecin, todo se distin
guia con perfeccion suma. Ilabia sido canonesa, y menos parecía una señora, que una. noble señorita.
Entonces tenia 27 años (22lmenos que su marido). Acababa de escribir sus Cartas acerca de la Simpatía, libro de análisis, finoy delicado, donde bLljO el velo de una estremada reserva, se siente In melancofia
existente en un corazon, al cual algo le ha contra-v riado. Vanamente se ha. supuesto que ella, ambicionó 10s honores, elfavor de la córte, y que no consi
guiéndolo , su despecho ¡laynrzïojó a. lwnevglnciop. Nada más lejano que esp de st; noble cuisicter. ' f, ¿_.
L0 menos inverosímil ‘es lo queseidijofiambieh; que antes de casarse Combreet, ella le dechrógne
su corazon no era libre; que amaba.’ sin, esperanza; El sábie,—-dicen,—perd0nó tal ceguedad‘ con 1l':'l.\C,:}-¡ riño paternal, y la aceptó á pesar de aquella dee??? racion. ' ’ .- , Dos años enteros-segur: Iairadioion e-wíirzíeren como dos espíritus. En el «S9, fue mu: ‘ ‘mádgzzïipj Gombreet conoció le ardiente pasipn quede inspira
ba aquel hombre,‘ en la apariencia fri0¡ cbrnezgzógï e que amarsualpecho gran ciudadano, guardaba. suelpropia alma tierna bondzz á!, (y sii ,_L1e‘: »
seo de la felicidad del linaje humano, Entonceá 10,5 encontró jóven, pero con 1:! juventud eterna ¡degíng
gran idea, de un hermoso-desee. El,
u no. ¡lili
tuvieron nació abril nuevedel _meses despnes‘ la. Bastillaben aím.90-., _. ., de 13;’," cms, ' " L J de “ Combreet, á. la edad. de 49 añogrseïencbïiïïffiáá jóven en efecto: con todos aquellosïflsqcesos 39g — Ï ’za'oa una nueva vida, y eraelaitflercera. Había, _ _.,_ <
la vida de matemático con Dflilambcrt, ¡‘a Yi ¿en con Voltsiive, y ahora se emharcaflsnmnxgiagefiaq —' a,xÏ1’.'( q, ¡ ,,
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LAS nuseass m: LA REVOLUCION.
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la vida política. Había estudiado el progreso, era preciso en tales circunstancias ponerle en práctica ó manifestar su marcha. En toda su vida 'se habían
reunido en él dos facultades, casi apartadas siempre, la firme razon y la fé inmensa en el porvenir. Firme contra el mismo Voltaire, cuando le encontró injus to; amigo de los economistas, sin ciega pasion por ellos, se mantuvo con la misma independencia á.
presencia de la Gironda. Se lee aún con admiración » ' ‘ su defensa en favor de Parígcontra el monopolio de . las demás provincias, que era el pensamiento mis— '
mo de los ‘girondinos. r
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Este gran espíritu siempre se hallaba en guardia, advertido, y dueño de s1’ mismo. Su puerta se en contraba siempre abierta, cualquiera que fuese el
trabajo que hubiera que eneargarle. En un salón, en medio de la multitudjestaba pensando; nada le servía -
de distraccion. Hablaba poco , entendía perfecta— mente todo; de todo se aprovechaba; jamás olvidaba ni la más mínima cosa. Toda persona especial que le
interrogaba, le hallaba mas especial aún en el asun— to de que se trataba. Las mujeres estaban asombra—
das, casi espantadas, al ver que sabia la historia de sus modas, desde su más alto origen, sin olvidar el mas insignificante detalle. Ante el público aparecía como ¿m hombre frio, porque jamás descubria a nadie su corazón. Sus muchos amigos no conocían su amistad mayor ó menor, mas que por el interés ' secreto que mostraba por servirlos en sus asuntos.
«Este es un volcan cubierto de nieve,» decia D‘Alambert. Se cuenta que siendo jóven había amado, y no es perando nada, había, en un esceso de dolor, intenta do suicidarse. Entonces, escarmentado y maduro, con un corazon no menos ardiente, esperimentaba para su Sofia un amor contenido, inmenso, una de esas pasiones profundas, tanto mas terribles, cuanto
más contenidas se encuentran: más profundas que la vida misma, y que no se pueden sondear. ¡Notable época, en que las mujeres eran dignas . y.’ de ser amadas, de estar confundidas en el corazon del hombre, en el mismo ideal en que se ,unlan la patria y la virtud! ¿Quién no recuerda los últimos
¿Siinstantes de Camilo Desmoulins, en los cuales sus ag amigos le suplicaron no publicase su Viejo Cordelier
- ¿ïy su petición al Comité de Piedad? Su Lucila, olvidan-v
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dose de que era esposa y madre, se arrojó á su cuello
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BIBLIOTECA ¡»orinar n: LA xauu,
ydijo: «Dejadle; ¿por qué no le permitía seguir su destino?» — - l Así. ellas gloriosamente se consngraron al matri monio y al amor, elevando la fatigwda frente de sus esposos en el momento de ir zi espnrar, é inculcando = en su corazon el deseo de la inmortalidad.
‘ramhien ellas la. alcanzaron, y vivirán eterna mente. Siempre los hombres venideros sentirán no hacer conocido á. mujeres de tal sublimidad y ‘cora
zon. ¡Siempre tendrán unelevado lugar en toda alma. ardiente y apasionada! ' Había como una señal de tan trájico suceso en el rostro y en la espresion de Condorceet. Con una con-_ tinencia tímida (como la de los sabios, siempre s0 litarios en medio de los hombres), tenia algo que indicaba paciencia, tristeza y resignacion. Sus ojos, nobles y dulces, llenos de una, ideal seriedad, pare cian mirar el fondo del porvenir. Y su espaciosa frente, capaz de contener la ciencia, parecía un in menso aimacen; un tesoro precioso de lo pasado. El homb e era más profundo que fuerte. Siempre hablaba con debilidad. La universalidad. estendida en un objetm, es causa de la. inaccion. Añadamos á, esto que, viviendo en el siglo XVIII, pasó su vida en el siglo XIX, y que sostenía sobre sus hombros todo
su enorme peso.
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IIabia obmrvado todas las discusiones, grandezas
y-miserias. El. sin embargo, tenia fatalmente algu nas cemtradiciones. Sobrino de un arzobispo jesuita,
debía mucho al poder de los Rochefoucauld. Aunque pobre, era noble, y su nombre era el marqués de Condorcét. Su nacimiento, sus relaciones y otras muchas cosas. le atraian al régimen antiguo; ycon
txt-estaban admirabiemente estos antecedentes -y re cuerdos, con su salou, su casa, su mujer.
liladzrne Condorcéet, nacidafien Gruochi, canonesa entusiasta de Rousseau y de la revolucion, salida de. su posicicn medio eclesiástica, para presidir un,—sa lon, que era la reunionide los libres pensadores, pa-‘. recia una noble sacerdotisa de la filosofía. Gondorceet La crísísrdejunio y ella le exhortaba del 91, obligaba á que seápronunciase. decidirse Era preciso elejir, entre sus relaciones, sus prece
dentes-y sus opiniones.s,Ezi cuanto ti. los intereses, nadiïiizifluïan en semejante hombre. 8010,10 gue le hubiere siesta-io, era quelalïcpúblicr, (É';‘,’:’C‘L>l2—'JC3cl1 \
_ me azuaznzs m: LA nzvomcror. 57 do toda grandeza y_ superioridad natural, no encon trase digna de ser reinaa su Sofia. «v3.4 Mr. vie la 'R0chefOUC9.\11d, su íutimoxamigo, no desoonfia-ba de poder neutralizar su republicanismo como el de Lafayette. Creía dirijir fácilmente al szí—
bio‘ modestwal hombre dulce y tímido, que tantos favores había debido a su familia. Llegó a afirmar en pública que Condorcéet participaba de las ideas realistas de Siéyes. Así se le comprometía, y al mis mo tiempo le ¡presentaba la. agradable ¡aerspectim de ser nombrado gobernador de Dauphin. Estos rumores esparcidos en ‘determinados sitios, le obligaron á. declararse más pronto de lo que 10 hu
biera hecho quizás. El ‘l.° de julio hizo anunciaron la Boca de fuego, que hablaria en el Círculo social acerca de la. República. En un ingenioso discurso reiÏutó ¿las objeciones que a la República ‘hacían sus ad ‘ï-“versarios , y concluyó con asombro universal di ciendo: «Si el pueblo se reserva nombrar una Con vencion para decidir si se ha. de conservar ó nó el Trono; si el derecho hereditario continúa por unos cuantos años entre dos Convenciones, la potestad real, en este caso, no es esencialmente contraria á los derechos
de los-ciudadanos.» Aludia a los rumores que corrían, sobre si se le iba á. nombrar gobernador de Dauphin, í que en tal caso, sobre todo, aprenderia á. saber apar
'- tarse del Trono. Esta apariencia de indecision, no agradó mucho a los republicanos, y chocó á. los realistas. Estos se vieron más confusos cuando se repartió por París una proclama espiritual, escrita por mano muy gra
ve. Condorcéeqfué su eco probablemente, y se le hizo secretario de la reciente sociedad que frecuentaba ‘su salou. La proclama era una Carta de un ¡duen Ïanzrricano, que por una suma morigerada, se ofrecía zi proporcionar al país un Rey constitucional. «Este Rey,—-decia,—sera un 1, maravilla en sus reales fun ciones, concurrirá alas ceremonias, se sentará en
ellas convenientemente, ira á la mesa y tomará. de
manos del presidente de la zisamblea, la lista de los ministros que la mayoría designará... Mi Rey no sera ppeligrosopara 1au-,__li'beri:ad, y tratandole con cuida do, será eterno, que es aun mejor que ser heredita rio. Se podrá declarar inviolable sin injusticia, y ser _
a infalible sin, cometer un "absurdos
BIBLIOTECA POLITICA nz LA ¡LERM 58 eon placer se embarcaba en el focéano de la. revolu
cion, no ignoraba los peligros que iba á correr. Lle no de fé en el porvenir lejano de la. especie huma na, no tenia menos fé por locpreseute ; mas no ¡se hacía ninguna ilusion acerca. de su situacion , y co nocía sus escollos. Los temía, no por él, pues hu biera dado gustoso su vida en aras de la pátria, sino por aquel hijo adorado, nacido despues del sagrado hecho de julio. Despues de algunos meses se infor
mo’ bien de la puerta por la cual podría huir su fa milia en un momento de peligro, y se trasladó a’. una calle cercana á la. gran puerta de San‘ Valerio. Todo se aplazó, y de etapa. en etapa. el suceso se verificó. Llegó, pues, el momento decisivo para el mismo Condorcéet, y este hombre tan prudente, se hizo enérgico en pleno dominio del Terror. Redactor del proyecto de Constitucion del año de 92, atacó con energía y demasiada violencia. la. Constitucion del año 93, y tuvo que buscar un asilo para librarse
de la. general proscripcion.
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(El amor es fuerte contra la pálida. muerte.» Y los tiempos de muerte son quizás los de más triunfos; porque la muerte incita al amor con yo no sé qué actitud y fuego, de amargos y divinos gustos que no son propios del mundo miserable. Leyendo el audaz viaje de Louvet, a través de toda la Francia, para encontrar á. la persona á quien amaba, y asistiendo á. aquellos momentos en
que reunidos en la caverna del Jura, caen uno y _ otro en sus brazos desfallecidos , casi espirantes, ¿quién no dice cien veces, qOhlhMuerte; si tú tienes tan misterioso poder para trasfigurar las alegrías de la vida, tienes verdaderamente las llaves del cielo?» El amor salvó á. Louvet. Había perdido á. Desmou— lins ayudándole en su heroísmo, y no dejó tampoco
desaber la muerte de Condorcéet.
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El 6 de abril de 1794, Louvet entraba en París pa ra volver á ver á. su Lodoiska, y Condorcéet salia para disminuir los peligros de su Sofia. Esta. es al menos la esplicacion que se puede dar á. la fuga del proscrito al abandonar su asilo. __ rvíigDecir cómo se ha hecho, que Condorcéet salio
de Pai-is para ver la campiña, seducido por la ¿pri mavera, es una esplicacion muy estraña,inveros1mil
y poco seria.
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BIBLIOTECA POLITICA DE LA IBEPJA.
Para comprenderlo es necesario pintar la situa cion de la. familia.
Madame deCondorcéet, bella, jóven y virtuosa, es posa. del ilustre proscripto, que por su edad podia ser su padre, se encontraba. en el momento de la
proscripcion y del secuestro de sus bienes, falta c0m— pletamente de toda clase de recursos. Ni el uno ni la otra. tenían medias para. poder huir. Cahanis, su amigo, se acercó á. dos médicos. célebres despues, Pinel y Boyer. Condorcet fue colocado por ellos en ' un lugar cási público, en casa de la señora Vernet,
cerca. del Luxembourg, donde se recibían pensio nistas para la habitacion y ln. comida, Esta señora se condujo admirablemente. Un montañés que vivía. en la misma casa, 1 ‘que conoció ‘desde
luego a’.
Condorcet, se mostró con él tan bueno y tan discre to, que el mismo filosófo que gozaba de los favores
y de la‘ proteccion del montañés, no llegó á com prender hasta, los últimos días, que aquellas deferen cias no eran debidas al hombre oscuro , sino al sá bio virtuoso que había sido reconocido. - -—
‘Madarx e de Condorcet habitaba en Auteuil , y tados los días iba á París á pié, Encargada í de una. hermana del viejo gobernador, enferma, y» cuidando
de un niño, necesitaba vivir para dar. á. los suyos la. vida. Un jóven, hermanodel secretario de Condorcéet,
tenia para »ella enla calle de Saint-Ilonore’, en nel mi mero 352 (á. dos pasosde, la casa de Bobespierre), una pequeña tienda. En la. trastienda, ella hac a. re tratos. Muchos poderosos fueron á retratarse. Pero ninguna industria prosperó bajo la época. del Terror, y se causaba de anunciar su industria como la. som bra. de aquella. vida tan poco segura. El atractivo singular de pureza y de dignidad que había en aque lla mujer, conducía hácia ella los más violentos enemigos de su esposo. ¡Cuánto debió escuchar su casto oido! ¡Cuántas ‘palabras duras, crueles, debieron herir su delicado corazon! Por la tarde, muchas veces, cuando osaba hacerlo, temblorosa y con el corazon agitado, iba háeiala calle de Servandonis, calle sombría, en , charcada y como oculta pqr las torres de San Sulpi cio. Temiendo ser conocida, subía con ligero paso á
la. habitacion del gran hombre; su amor, y sobre todo su amor filial, daban á Condorcéet algunos mo mentos de alegría y satisfaccion. Inútil es decir que
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LAS nun-mes nz‘. LA nnvomerox. 6! le ocultaba cuánto padecía - en las ¿diferentes horas
del dia en que tenia que° dedicarse-á. su modesta é iinprovísadaándustria: "las humillaciones, las bárba ras lígerezas de algunos de los concurrentes, todos
los suplicios para su alma herida,‘ a precio de los '. cuales alimentaba á. su familia y a asu-esposo, dismi nuyendo la ira de unos con su paciencia, encantan do á los coléricos con su dulzura, y haciendo retener
los arranquesrde» aquellos impetuosos, cual‘ sí fuese el» hierro suspendido sobre las cabezas, y suspendido de un cabello. Pero Gondorcéet penetraba-demasiado en el alma’ de su esposa para no adivinar todo aque
llo; leia en aquella pálida sonrisa» la-xmuerte de su tierno corazoqzv-Poco espansíwww, sin embargo, todo se lo ocultaba; pero alguna {vez ‘cometia algunas imprudeneias “que pudieran haberle perdido, oca síonando‘ la muerte de" lo que mas amaba en el mundo. , " ' . ' ¿Qué había hecho para merecer aquel suplicio‘! Nada; había tenido poco respeta á los gírondínos. Lejos de ser federalista , habiardefendido el derecho‘ de París ingeniosumente , y’ demostrado la — venta ja de la centralízacíon en aquellos momentos, en esta capital. ' »
El nombre deRepúbliea, el primer manifiesto re ‘ publicano había; sidobscrito en su‘ casa, yhabia sido lanzado por susamígos cuando Ro-bespierre, Dan
ton, Vergniaud, se hallaban todos ‘en elípoder. Ha bía. escrito, es verdad, el primer ‘proyecto de Consti». tucion, impracticable, inaplieable, por el cual ‘nunca.
la máquina. se hubiera podido poner’ en movimiento. “¡Tantas barreras y límites ‘ponía al ‘poder, ytantas seguridades daba al-indivíduo! La terrible palabra de Chabot de que la. Constitucionpreferida, la de 93,
no era. más q’ e un inmundo lodazal, un medio hábil e de organizar la- díctadura, no la habiapronunciado Condorcéet, pero habla demostrado’ swverdad en una. _ disertacionfuriosa; Pero Chabot‘, espantado de su
propia audacia, creyó reconcilíarse con Robespíerre, hacíendodesterrar á- Condorcéet, sobre quien hizo recaer toda la responsabilidad de la frase y sus con secuencias. ' Cohdorcéet, que había demostrado la verdadde
aquella terribletfrase el 31 de mayo, sabia müY P15“ que al hacerlo,‘ ponía ent gravísimo riesgo su Vida;
así es que se preparó á. todo evento, hacïend‘) que
BIBLKOTECA POLÍTICA DE LA IBERIA.
Cabanis le preporcionase un veneno enérgico. acti vo, que siempre llevaba consigo. Fuerte con tal arma, y pudiendo disponer de si, quería, desde su habitacion, continuar la polémica, el duelo de la lógica contra el cortante acero, y des» truir el terror con los brillantes cimientos del lumi noso edificio de la sublime razon. Tal era su fe pro funda hacia ese dios del siglo XVIII, en su infalible victoria por el buen sentido del género humano. A Un poder dulce y magnético le detuvo; poder ÍIl-' vencible, soberano: la voz de su amada esposa der ramando lágrimas, abandonada a ¡las violencias del mundo y espuesta por él, pues por él vivía, á. aban V donar tan tristisima vida. Madame Condorcéet le
exijió el sacrificio más terrible, el de su pasion; en medio del combate interno, el de‘ su corazon. Le di jo abandonaseásus enemigos a aquel iracundo y furioso mundo que alrededor suyo se agitaba, y que tomase posesion de su inmortalidad, poniendo por obra la idea que en su corazon se había albergado
de escribir un Cuadro de los progresos Izumanos. Grande fué el esfuerzo. Apareció en el autor la ausencia de la pasion y la frialdad triste y austeta. ¡Cuanta elevacion unas veces, cuanta frialdad otras! El tiempo pasaba. ¡Cómo saber si existiría al dia si guiente! Retirado, no viendo en el invierno del 93 mas que los descarnados troncos de los árboles del Luxemburgo, precipitándose los días tras ios días, y las noches tras las noches, le parecía que felizmen te había de decir en cada hoja y á. cada siglo dela historia; «Llegó una época libre de la muerte.» La vitalidad de las ciencias, 1a poderosa inmorta— lidad parecían reflejarse en su libro y en él. ¿Qué son la historia yla ciencia en general? La cruel lucha contra ‘la despiadada muerte. La vehemente inspira cion de un alma inmortal, para comunicar la inmor talidad, le llevó hasta elevar sus votos proféticos di ciendo: wxLa ciencia vence-rá á la muerte , y entonces
nadie morirá.»
_
.
¡Sublime desafio 9'. la muerte, de la que estaba ya próximamente amagado! ¡Notable venganza! Ha biendo refugiado en su alma la felicidad del género humano, y asegurádose en sus infinitas esperanzas de la salvacion futura, Condorcéet, el 6 de abril se puso su sombrero de lana y su traje de obrero, y abandonó perla mañana la casa de la señora Ver
LAS MUJERES DE LA REVOLUCIÓN.
et. Esta adivino el proyecto de Condorcéet, y le mpidió la salida; pero él burló su vigilancia por me
¡ _
,. dio de su astucia. En un bolsillo llevaba enemigo ‘
fiel, su libertadorfi en el otro, las obras del poe ta romano que escribió himnos a la libertad mo- . ribunda:
¡,1 _ .
Altera jam teritur bellis ei villibus mas;
l 5
zïustumat tenacem propositi virum‘.
;
.
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.
Et cuneta terrarumsubacta, Praeter atrocem animum Catonis.
A_
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Camino todo el dia por el campo, Por la’ tarde en tró en la encantadora ciudad de Fontanay-aux Roses, llena de gente instruida; hermosa poblacion, en que el mismo secretario de la Academia de cien ciasse asoció, por decirlo así, al poder de Voltaire, y donde tenia muchos amigos, casi todos cortesanos,
pero todos prescritos. Quedaba la casa de Petit Mondges, como 1a llamaban Mr. y madame Suard. . Suardppequeño y. gracioso hombre, y su esposa, viva y gentil, eran instruidos, aunque no se habían lanzado á. escribir libros; publicaban, sí,.. cortos ar tículos, noticias sentimentales; en lo cual se distin
— guía la señora. Nadie turbó su vida. Siempre fueron amados, influyentes y considerados, hasta su último dia. Suard murió siendo censor real.
Al negar á su casa el‘ proscrito, se turbó el so siego y la tranquilidad de que gozaba aquella fa milia. Se ignora por qué causa; pero lo cierto es que inmediatamente Condorcéet se marchó por una puer
ta. del jardín. Segun dicen, esta puerta debía. endon trarla abierta, y la encontró cerrada. El egoísmo de Suard no es suficiente para dar crédito á. tal tradi
eion.
.
Se afirma, y lo creo, que Condorcéet abandonó á
París por no comprometer á. nadie, y que tampo co queria comprometer á. los Suard, sino que fue’. a su casa á pedirlos alimento: se lo dieron, y hé
ahí todo.
d‘ -—
_
Camino dia y noche por un bosque, pero se canso pronto; y este hombre, caminando sin reposo de aquella manera, cayó estenuado de fatiga. Se detuvo, abrió el libro del poeta romano para
64
memoriam POLÍTICA es Lrmnu.
aliviar su corazon. Todo le denunciaba: su’ aire, su
libro, sus blancas manos. Los perteneeientesal 00 mité republicano de Marmat, le acusaron de‘ traidor
á la República. Le quisieron conducir á. sü distrito?! pié; pero no pudiendo andar. le metieron en un carro y le condujeron á la cárcel de Bour-le-Reíne. Se debe acusar á la República de parricida, por el
crimen de matar al último filósofo del siglo XVIII, y sin el cual, ella no hubiese existido. °
CAPITULO XI.
‘Sociedades "de mujeres-Olimpia dc Couges: Rosa Lacombe. \
Los jacobinos se llamaban Amigos de la Constitu cion, y la sociedad que se reunía en sus salones, se llamaba «Sociedad fraternal de patriotas de ambos sexos, defensores de la Constitucion.» Ilabia tomado esta sociedad gran preponderancia en mayo. del 91. En una ocasión solemne en que protestó contra los decretos de la Asamblea constituyente, firmaron dicha protesta tres mil. Recibió en esta época un miembro ilustre, Mr. R0 land, que viajaba para París. Desgraciadamente sabemos muy poco de la histo ria de las sociedades de las mujeres. De algunas no tas de los periódicos, de las biografías, etc., es de donde se pueden recojer algunos datos. Muchas de estas sociedades fueron fundadas del 90 al 91, por la brillante improvisadora del Medio
día, Olimpia de Gouges, que como el grande y su blime Lope de Vega, escribía una comedia cada día. Se ha dicho, sin embargo, que ni sabia leer ni escri bir. Había nacido en Montauban, siendo su madre modista y su padre comerciante, segun unos, y se gun otros, un hombre de carrera. Algunos la creían bastarda de Luis XV. Esta mujer desgraciada, llena de generosas ideas, fue el mártir, el juguete de su
estremada sensibilidad. Fundo el derecho de las mu jeres, con una frase justa y sublime: «Las mujeres ' 12
66
nmuencn rouncn nn un 113mm.
tienen derecho á subir á. la tribuna, puesto que lo tienen para subir a ca dalso.» >34" Revolucionaria. el año S9, fue realista el 6 de oc tubre, cuando vio prisionero al Rey. Republicana en junio del 91, bajo la impresion de la huida y la trai cion de Luis XVI, fue su partidaria cuando se le
formó el proceso. Se la acusaba de ineonsecuencia, y en su vehemencia meridional, desafiaba á- pistola á sus detractores. 7 —. ‘kim, . ‘y: El partido de Lafayette contribuyó á. perderla, cuando dirijió una lucha contrarevolucionaria. Se la, hizo dirijir la. lucha; escribir en ciertas circunstan cias, cosas que no comprendía. Mercier y otros ami gos la aconsejaban en vano que se detuviese, pe ro ella seguía. el mismo camino, confiando en la pureza de sus intenciones; y las esplicó en público, en una muy notable proclama: La Ficreza dc la Ino cencia. La. piedad le fue demasiado cruel. Cuando vió al Rey en la Convencion, republicana sincero, ofre ció defenderle. Su ofrecimiento fue rechazado. Pero, desde entonces, se perdió. » Las mujeres, en sus motines publicos, se endure cen mucho más que los hombres. fl“ ' ‘I? - eg.‘ Era un odioso maquiavelismo de aquel tiem-p poner la mano en las snujeres, cuyo heroísmo podia escitar el entusiasmo, y hacerlas ridículas por los ultrajes que la barbarie hace al sexo débil; Un dia, estando en un grupo, Olimpia fue arrastrada por los cabellos, y se gritaba: «¿Quién quiere la cabeza de Olimpia por doce sueldos?» Entonces ella, dulce mente, dijo a su opresor, sin temblar: «Amigo mio, yo doy treinta.» Y riéndose, se escapó.
No duró largo tiempo su fuga. Llevada al tribunal revolucionario, presenció el doloroso espectáculo de ser rechazada por su hijo con desprecio. Entonces la faltaron las fuerzas. Por una triste reaccion de la. naturaleza, de la que no están exentos los más fuer tes, vertiendo siempre‘ amargas lngrimas, se volvió débil mujer, y tuvo un gran miedo zi la muerte. Se la dijo que las mujeres habian ido á suplicar se re vocase la órdon del suplicio. Pero un amigo la c0 municó, llorando, la inutilidad de la súplica. Los
médicos y cirujanos, consultados por el tribunal, fueron demasiado crueles, y dijeron que, si existía
en ella la locura, había sido tan reciente que no p0— dia haber influido en sus acciones.
‘ i
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tus IUJERES m: LA nsvowcrom
67
el cadalso recobró su valor, y murió recomen dando á lapatria su venganza y su memoria. jor, Las sociedades ‘de las ‘mujeres, influyen ahora
fuertemente. La de las Mujeres revolucionarias tuvo por jefe á. una jóven elocuente, arriesgada, que en la
noche deiwïl}. de mayo. en la reunion general del Eveobeïazdonde se decidió la pérdida .de los girondi znosptomóvla‘ más . violenta iniciativa é inflamó los
ánimosde los hombres. Amaba entonces al jóven Lionaysvíaeclerc,adiscípulo de Chalier e’ íntimo amigo
flerfieqabsfloux, el «tribuno de la calle de San Mar tin; "¿E3118 ‘predicaciones estendian ideas comunistas.
Lacie-rc, Roux y otros, despues de la muerte de Ma l ‘
zpublibaron un ‘periódico con tendencias demasia _ retiene: La Som-brade zllarat.
s ardientes innovadores. violentamente odia ' ‘ -" ‘s por Robespierre y losjacobinos, se hacían hosti les a las sociedades de las mujeres, cuyas novedades eran bien recibidas. - hñPor otra parte, las verduleras, ó mujeres de la. pla
casi. todas realistas, yí demasiado irritadas por i: _ disminucion de su comercio, odiaban a’, las socie ’ adesdetlas mujeres, á quienes, injustamente, las ‘hacían ¡responsables de todo. Más’ fuertes y mejor alimentarias que estas (pobres obreras), las batian
algunas veces. En cierta ocasion invadieron una de esas sociedades, e’ hicieron huir a las mujeres á
ggolpazos. . ¡en Tambien las republicanas llevaban a mal que das verduleras no quisiesen ostentar la bandera tricolor, cuando todos la llevaban conforme á. la ley. En octubre del 93, época de la muerte de los gí
rondinos, acompañadas de los hombres, y armadas, se pasearon por ‘las plazas é injuriaron a las verdu leras. Estas cayeron sobre ellas, y con sus robustas manos las dieron , con gran admiracion de los hombres, una ¡ndecente leccíon. París, en mucho tiempo, no habló en sus diferentes reuniones de otra ' "2cosa. La Convencion falló, pero contra las víctimas, y prohibió‘ el que se reuniesen las mujeres. Esta gran ¡cuestion social se encontró mutilada como por ca ïgsualidad. 3,31%‘:_
47;‘: ‘¡Qué sucedió á. Rosa Lacombe? ¡Cosa estrana! Es ‘ ta violenta mujer tuvo, como la mayor parte de los ‘terrprístas de su tiempo, un día de debilidad y de ¿gt wit:
.
>68
BIBIJOTECA POLÍTICA m: LA ini-mu.
humanidad que en otra ocasion la hubiese perdido. Esto era en el momento trájico de marzo del año >94. Y ella, al verse en tan apurada situacion, obtuvo un pasaporte, como actriz contratada para. el famoso
teatro de Dunkerque. i
o
En el mes de junio del año 94, la encontramos en
la puerta de las prisiones vendiendo á. los presos vino, pan, azúcar y otros efectos semejantes; lo cual constituía. una posicion lucrativa , que por la connivencia con los carceleros, permitía vender to dos aquellos efectos á muy diferentes precios. No se hubiera podido reconocer, en una situacion tan pre . cária , á. la siempre valerosa fúria del año 93. Ahora se había vuelto una. infeliz vendedora, como
todas ellas muy interesada, pero siempre dulce y
afable.
'
a
la u.
r.
Existia un bellísimo retrato de la hermosa, va iiente é infortunada Liegeoise, que en el 5 de octu bre tuvo el gran pensamiento de ganar á la guar dia de Flandes, destruyendo el apoyo de la Monar quía; que en el 10 del mes de agosto, entre los pri meros combatientes , entró en ei castillo con la espada en la mano, y recibió una bella corona de mano de uno de los infinitos vencedores. Desgraciadamente este retrato , destinado a la Salpetriere, cuando se volvió loca, recuerda la he
róica belleza que animó el corazon de nuestros pa dres, y les hizo ver en una sola mujer, la bella, grande, patéticay sublime imagen dela LIBERTAD. La cabeza redonda y fuerte (verdadero tipo lie
gés), los ojos negros, un poco abultados un poco du ros , no han perdido su viveza. La. pasion aun se re trata en ellos , y el rasgo del violento amor en
que estuvo sumida aquella jóven bella y valiente, desde su más tierna infancia hasta su muerte. ¿Amor al hombre? N ó (aunque parezca esta respuesta. contraria a su agitada vida), sino el amor á la idea, á l revolucion y á la libertad. '
"‘ Su mirada no es enérgicafestaimpregnada de melan . colía yde dolor, llena del sentimiento de una grande
ingratitud. Por le demás, el tiempo ha pasado; pe
ro no pasa como él la desgracia.
70
BIBLIOTECA POLKTICA m: LA msnm.
Sus bellas facciones, abnltadas, han tomado algo ïle ránaterial 321 grolserol. Esgeptolsus cabázllos (íntegros, o emas se a a. an ona o; e seno csnu ‘o, u -
m3. belleza que queda, de formas puras y virgina les, como para atestiguarquelainfortunada, entrega ga ia. cuildar de alas] pusáones ajenas, usó muy poco e os p aceres e a Vi a. « Para. comprender á esa mujer, es necesario cono cer su país; su país walon, desde Tournay hasta Liege, nuestra. ardiente y pequeña Francia de Men re , avanzada arrojada en medio de las poblaciones
alemanas de los Países-Bajos. a con placer cuento, que siendo hostigada una. de sus villas , solo sus habitantes, que serían unos tres cientoshornbres, desbarataron á. cnarenta mil para. iznataiílïfarlos el Temerano. (Htstorca de Franca-a, omo . Para comprender los hechos de Theroigne , es ¡Jecesatriodccïnolegr t121d salen-te de la. vállalde Liefehese mar ¡r e a l er :1 , a prlnclplo e a revo uczon. Esclavos del poder tiránico, esclavos del clero, los liegeses se sublevaron dos años, y arrojaron de la ciudad ai obispo, que fue restablecido en su silla por el Austr1a._ Refugiados eninesa. entre nosotros, 138 llegeses bnllaron en el ejercito por su valor y arub miento, y no menos se distinguieron en los cluts por su elocuencia colerlca. Ellos eran nuestros herma nos 0 nuestros hijos. La mayor solemnidad de la re
yoláicilon eslquizzis aquella en que lapcumuízzdad, ¿adop an o os so emnemente, paseo por «ans os are ¡vos
de Liege antes de recibirlos en su seno el Hotel de Ville. Theroigne era la hija de un sencillo y franco hi brador, el cual la hizo dar_ uns. buena edueziczon, ademas de tener ella. gran vivacxdad de espn-itn y mucha. eloouencla nalturáall: estgroïzfi del Norte tiene gran semejanza con a e Me 1o 1a. , Seducida por un señor aleman, abandonada, muy adrgiroda en Inglaterra y rodeads dle adorado??? pre ens, entre todos a un cantante 1ta 12m0. que
biéndola entusiasmado, la acojió vendiéndola todos sus diamantes. * v _ Entonces se hacia llamar, en memoria (‘e su par!
(la Campine), condesa de Campinades. En Francia » amó á todos los hombres queodíaban el amor. ‘bin público decittrabs. que odiaba, la iszzinoraliri-zd de WW
LAS ¡usanza m: LA REYOLUCIOK.
‘¡l
rabeau; ella no amaba mas que al seco y frio Siéyes, enemigo acérrimo de las mujeres. Amaba casual mente á un hombre austero, á uno de los que funda ron más tarde el culto dc la Razon, al autor del Ca lendario republicano, al matemático Romme, tan
feo de rostro como puro y grande de alma: y des cubrió aquel corazon, el día en que creyó haber muerto totalmente la República. Romme, en c189, negaba de Rusia, siendo el maestro del jóven prín cipe Strogouoft‘, á. quien no tuvo inconveniente en
presentar en los salones de la. liegesa, frecuentados por hombres como Sléyes y Petion. Esto es bastante para. comprender que There gne,‘ aunque en una dudosa. posiciou, no era la doncella de Liege. I niPasaba una sola dadasenque pronunciaban. lospulabra. dias enteros la se Asamblea, sin perder Aun cuando Tneroigne no hubiese hecho nada, hubiese sido inmortal por un discurso admirable de Camilo Desmoulins, en una sesion de los Cordeliers. ‘
He aquí el estracto de lo que sucedió entonces: _ «El orador fué interrumpido. Se sintió en la puerta. un murmullo como de adulacion muy agradable...
Unajóven entra, y quiere hablar... ¡Cómo! Es The roigne, con su redíngote de seda roja y su gran sa
ble del 5 de octubre. El entusiasmo llega á. su colmo. «Hé ahí la reina Saba,—grita Desmoulins,—
que viene a visitar al Salomon de los distritos.» ‘ ¡Con un paso ligero atraviesa tod-a la Asamblea, y
sube á. la tribuna. Su divina é inspirada cabeza, lanzando rayos de genio, se veía entre las apocalip a fiticas sombras de Danton y de Marat. ¡Si sois verdaderamente Salornones,——-dice The
rolgntïq-probadlo edificando un templo, el templo de la sacra libertad, el palacio de la Asamblea na cional... Y le edificareis en el mismo lugar donde existió la Bastilla. '. )MiCDtl'aS que el poder ejecutivo habito el palacio más magnífico del universo, el pabellón de Flora y las colonias del Louvre (l), le sucederá lo que ála
paloma de Noé, que aun no ha podido hallar lugar para detenerse. . ¡Esto no puede seguir así. Es preciso que los pue blos, viendo los suntuosos edificios que deben ocu _———-———_'—___"__'__"Í"_—__I_—
(l) ‘Se debe leer: «Mientras que el poder ejecutivo habito ol palacio del Louvre, al poder legislativo le sucedeïg.» etoa
f
73 mueran path-ion m: LA mmm. par los dos poderes, marchen por la sola vía que
conduce al verdadero Soberano.‘ ¿Qué es un Sobera n_o sin un palacio? Lo que Dios sin un altar. ¿Quién reconocerá su verdadero y legítimo culto‘! _ nEdifiquemos, pues, ese altar tan necesario. Con ‘tribuyamos todos con nuestro oro y nuestras pedre
rias; he’ aquí todo lo mio. Edifiquemos el solo ver dadero templo. Ninguno es digno, mas queaquel en el cual se han confirmado los derechos de los hom bres. París, guarda de ese templo, será. la reunión de la patria y de los tribunales; será, en fin, su Je rusalem.» . i ' Cuan o Liege, acometida por los austriacos, fue reducida bajo su tirano poder en 179i, Theroigne marchó a su pátria. Pero fue seguida desde París á. Liege, detenida al llegar, como la eulpabldespecial del atentado del 6 de octubre‘ contra ‘la ‘Reina de
Francia, hermana delEmperador LeopoldogHabién dola llevado a Viena, falta de pruebasmstaba furio sa, sobre todo contra los agentes de’ la Reina, que la habían seguido y la habían detenido. Escribió su aventura, queriéndola publicar; y los jaccbinos ha
bian leido unas cuantas páginas, cuando lució cl 10‘ de» agosto.
_
Uno de los hombres que más aborrecia, era el pe riodista Souleau, uno de‘ los más furiosos jefes de la contrarevolucion. Ella le aborrecia, principalmente,
por haber publicado un periódico que había escitado la revolucion de Austria contra Liege, titulado La Tocsím de Rois. Souleau era peligroso, no solo por su
pluma, sino por su valor y susestendidas relaciones en su provincia y en sus alrededore . Montlorier cuenta que en un apurado peligro det-m: «Yo levan taré‘, si necesario fuese, toda mi provincia de Picar día, y acudirá en vuestro socorro.» Souieau, dema siado activo, estaba en ‘todos lados, y se le encontra
ba frecuentemente disfrazado. Lafayette. el-SlO, dice que le encontró así una tarde al salir del Ilolel del arzobispo de Bourdeanx, Disfrazwdo aún esta vez, ‘armado, la misma mañana del 10 de agosto, en el momento del mayor encarnizamiento de'la ira po pular, cuando la multitud, ebria por el deseo del combate, al cual se entregaba, no buscaba más que
un enemigo’; Souleau, al ser conocidmdebia morir.
Se le detuvo y entró con una patrulla de realistas, quehacia un reconocimiento por las-Tullerías.
,
‘tnflflrlktfnl L4 nivomcion. ' i 73 ' —.“'.'l'h‘e’roígne "sjefpaseaba con ‘un, ‘guardia’? francés,
_ouando'sérdetiiyo"ág Sóúleaiïï’ Sijpereïziajfño‘ era. ella. ' lhqarewnenos: par-té"‘podia"ténery'en'su muerte. Las ‘adulhéiones que eïffavór dei-na había escrito, le de
' bianprotejer, Bajo ei o ppnc_o‘_pdeï'vis¿ta' cabïilleresco, ' enaidebirtdefenaerie‘: hajeupuncqde yïsta queen ‘ ‘tonces domiúahaqá’ ímitacion de los’ ferocesïepubli- l la mese antigüedad castigar al i.’ -r' “curiosas: Pgcïiíúbiïco; q-‘uieá* en‘: fuesedebía; Ïel ‘éiiefrííigof Unenemicomi- i._
e parto» ‘pugnaïfaïín vano’ por ‘calmar fzïlasaiïguinariu multitudrïpero “Theifoigne, ‘decifliéndoáefi 511:; imita
f _ ¿ion ‘de: ¡’a -án'ti'g‘ua' crdelïlzfidyrepüblicafifra’, "habló en‘ vpúbïico‘ bongrafsoñigzau: ‘ l‘
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«
'—‘7-‘ Desci’ ‘ritos hombrésïdéïtla Guardia Nacional, de
.' _.—
¡Ïéndih-h 'á,ríos'presos;"p'e'r'o seïdió orden defevitar el ftïerrámñrñiedtóf'tïe"sáfigire'ï"Y sacados’ uno á uno, fueron muertos por la multitud. Para ornar el rela- . to, se dice que Souleau, agarrando un sable á los “ matadores, quiso morir matando, é inmortalizarse aqueldia. Unos dicen que Theroigne desarmó con su manolal hombre ápquien la’ desesperacion centupli
eaba las fuerzas. Y otros,‘ que fue el guardia fran cés, que además sostuvoyen ‘sus brazos a Theroigne, que había recibido el primer golpe. -
Su participación, en el 10 de agosto, además de una corona que le fue dÍla por los inarselleses, le granjeó el cariño de los girondinos, amigos de los’
primeros. Y se adhirió más á. ' ellos, por el horror comun inspirado por las víctimas de setiembre, á. quien defendió y lloró enérgicamente. ‘ Desde abril del 92. había roto con Robespierre, diciendo fieramente en un café, «que si e’! sin pruebas a‘cusaba,,ella le retiraba su estimacion.» La cosa, iró nicamente contada por Collot-de-llerbois á los jaco binos, produjo en la soberbia ama zona una escitacion feroz de ira. Estaba un dim en una tribuna, en medio de las apasionadas y admiradoras de Robespierre. A pesar de los innumerables esfuerzos que hicieron para detenerla. saltó nor encima de- la barrera que
aseparaba la tribuna de la sala, y con atento oido por ver si se blasfemaba del Dios del templo, pidió ú. gritos la plabra; mas sin ser escuchada, fuéïirrx jada
del salou.
"
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Sin embargo, aún era popular, y aún era. admira da y querida de la multitud, por su estraordlnario
valor 'y su estremada belleza. Se imaginó un medio 17,
‘N.
BIBLIOTECA POLÍTICA m: LA mama.
para quitarla tal prestigio y envilecerla, por medio de una de las más ignominiosas venganzas que el hombre puede tomar contra la débil mujer. Tervigne se paseaba por las Tullerias; formaron un numeroso
grupo á. su lado, cerraron sobre ella, la arrojaron al suelo‘, la quitaron los vestidos, y la dejaron a’. la vista de la. multitud, desnuda, siendo la irrision del pueblo. Sus gritos, sus súplicas , sus rujidos de desesperación, aumentabanla risa. de aquella multi tud bárbara y einica. Avergonzada continuó gritan do, y. muerta. por aquel ultraje a’. su dignidad, se volvió loca. Desde el año 1793 hasta el 1817, estuvo loca furiosa, casi la mitad de su vida, 24_ años. Era. un espectáculo doloroso, capáz de conmover el co
razon más duro, ver aquella mujer loca, gritando y maltratándose; aquella. mujer cuya belleza la fué tan fatal. '
carmto x111.
." l
Lg; vendeanasgen el 90 y 94.
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En el momentoen los emigrados, trayendo al V enemigo como por laque mano," le abren las fronteras del Este. el 24 ó 25 de agosto, el dia del aniversario de SanBartolome, estalló en el Oeste la guerra de
c la Vendée. ¡Cosa ¡estraña! El mismo dia 25, en quelos ven deanos ataeaban á la revolucion, la revolucion, en su generosa. parcialidad, juzgaba en el paisano el largo proceso de los siglos, y abolia los derechos feudales
sin indemnizacion.
7_
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av En este momento. todas las naciones, Saboya, Italia, Alemania, Bélgica, apelaban a la bandera. tricolor, y todas deseaban ser francesas. Y he’ ahí un pueblo que armándose c’ ntra su madre la Francia, pelea contra el mismo pueblo. Y estas‘ gentes igno rantes, desatentadas, gritan: «¡Muerte á la naeion!» Todo en la, guerra de la Vendée es un misterio. Es una guerra de tinieblas y ‘enigmas,’ una guerra. de fantasmas é inaccesibles espíritus Los mas con— ._ tradictorios recuerdos circulan entre el público. Des pues de un hecho trájico, los comisarios destinados á ello, llegan inadvertidos, encuentran al paisano en sus cuotidianos trabajos, a la mujer á. la puerta de su casa, rodeada de sus hijos, con un gran pañuelo
en el cuello é hilando. Y el gran señor, convida
alos comisarios; estos marchan llenos de satisfac
76 srsuorscA PonmcA m: LA rusnm. cion, y á la mañana siguiente principian los incen dios y muertes de la guerra. ‘ ¿Dónde podremos encontrar el‘ gran genio de la. guerra civil?
Miremos. Nada veo, sino una hermana de la Gari dad que ca » ina humildemente con ‘la cabeza baja. Nada más veo. Solo entre dos bosques, una dama
que marcha á caballo, seguida de su escudero , y se mete por los lugares más recónditos, temiendo ser
vista. , . " ' Por el mismo camino veo á. una honrada labrado ra con una cesta llena de pan ó de frutos. va apne suradamente porque qugre llegar a la aldea antes de anochecer.’ , ’
Pero lahermana de la Caridad, la dama, la labra dora. ¿a dónde se dirijen? Van por tres distintos ca mino-‘, y se detienen en un mismo lugar. Todas lla, man á. la puerta de un convento. ¿Por qué? Acaso tiene la dama allí á. un hijo á. quien desea ver y es» _trechar en sus maternos brazos; acaso quiere l;
‘¡labradora venderlos frutos que la madre tierra en sus fértiles campos la ofrece; acaso quiere la herma
na pedir abrigo enel convento solo por una noche. ' ¿Mas pensaisquede ben tomar órdenes delparrocoï Si, pero no es aun de día. Es preciso, que el m
‘ cerdote llegue l los ‘sábados
confesar’ a . las reli
giosas; peto confesor y director, no solo las diri 'je, sino que por medio de ellas instruye zi otras mn _ . chas; él confia á. sus virginales corazones. un secreto
¿que desea se sepa, una sospecha que quiere esten r
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jder, una señal que quiere dar á. conocenAunque
“inmóvil en su habitación, dirije los alrededores del convento.
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Con la mujer y el párroco, teneis formada la Ven dée: la guerra civil. Pero notad y fijad vuestra. atencion en que , sin la mujer, nada hubiera podido el sacerdote.
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eciAh malvadasb-decia un oficial republicano. al llegar una tardeá. una aldea en que solo estaban las mujeres , durante esta guerra calnmitosa , en la.
que ‘tantos hombres pereciam-Ias onujergs s-n la causa de nuestra desgracia; sin las mujeres estaría la Ro pública establecida, y nosotros ‘estaríamos tranquilos m
‘nueslras casas... Marchad; todas sereis fusiladás maña na. yquevvengaiï despues esos bandoleros á ma tamos.» (Memorias de madame Sapínaud.)
LAS Murraas m: LA nsvorvcior.
77
No mató zi las mujeres; pero había dado á, co nocer en realidad en aquella frase, el gérmen ver dadero dela guerra civil. Este oficial republicano había sido sacerdote; había dejado la carrera, y sabia perfectamente que las maquiaaciones secretas había sido siempre dirijidas y llevadas á. cabo por
la intima fraternidad que existe entre la mujer y el sacerdote. La mujer es como‘ la casa; pero son su seguro
puerto la iglesia y_el confesonario. A la. sombra de, la. santidad pura y sincera, es donde la mujer de ro . dillas, entre lágrimas y sollozos, recibe y estiende en su corazon, arrebatado de fanatismo, el verd ero gérmen de la hoguera de la guerra civil. ¿Qué es, pues, la mujer? Es la. influencia conyu gal. El marido rendido, duerme, pero ella vela; él
da’. vueltas y revueltas, y llega al fin á despertarse. A cada instante lanza la mujer un profundo suspiro, un sollozo comprimido-¿Qué tienes esta i1oche?—
Mira, el Rey está. en el Temple... Al Rey le están crucificando, como á. Nuestro Señor Jesucristo...——
Y si el hombre- se duerme un. momento, le dice «que van a vender la iglesia, la iglesia y el presbí terio... ¡Maldito sea quien tal haga!...» De este modo, en cada. familia, en cada casa, la.
contrarevolucion tenia un ardiente predicador, celo so , infatigable, sincero, fuertemente apasionado, que lloraba, sufría, y que no pronunciaba una sola. palabra en la que no se ‘descubriese que su corazon ' estaba henchido de un acerbo dolor. ¡Fuerza in- — menea, verdaderamente invencible! A medida que la. revolucion , provocada por infinitas contrarie- ' dades, necesitaba herir de repente, ella. recibía otra. herida, la reaccion de las lágrimas, de los suspiros, _ de los sollozos; lo- gritos furibundos de las mujeresei herida más temible y mortal que la acerada punta. de los sangrientos puñales. Poco a poco, principio a revelarse aquella inmen sa desgracia, aquel cruel divorcio: la mujer llegaba. á ser el obstáculo y la contradiccion del progreso revolucionario que ambicionaba el marido.
Este hecho. el más grave y terrible de la época, ha sido poco notado. El hierro quitó la vida. a mu chos hombres; pero existía otro acero secreto, que
cortaba la union de la familia, y que hacía. marchar al ‘hombre por un lado y a la mujer por otro. * 14 ' ía, o.
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sEn el 92 se descubrió este hecho trájico y doloro so. Ya fuese amor al pasado, ya debilidad del cora
zon y natural compasion á. las innumerables vícti mas dela revolucion; ya, en fin, un gran respeto y una gran obediencia a los sacerdotes, la mujer era.
el abogado de la czmtrarevolucion. _ Sobre el hecho material de la venta de bienes na cionales. era sobre lo que naturalmente disputaban
7- éhombre y la mujer. ¿Escste cucstion material? Se puede decir que si y que nó. y ‘ Desde luego, era cuestion de vida ó muerte para la. revolucion. No habiendo impuestos, necesaria
mente se tenia que recurrir a los bienes nacionales;
y si’ no se realizaba tal venta, estaba perdida y total mente entregada a la invasion. La salvacion de ¡a revolucion moral, la victoria de los principios, era
la revolucion financiera. Comprar, era el acto que constituía la salvacion del país. Acto de fé y esperanza. Esto era decir, que se cmbarcaba en el zozobrante navío del Estado, dispuesto a salvarse ó perecer. El buen ciudadano, compraba; el ‘perverso, impedía
comprar. Impedir, por un lado, los impuestos; y por otro, la venta de los bienes nacionales: arrebatar los ví veres .4, la República, y hacerla parecer de hambre; este eva el plan, muy sencillo, pero muy bien conce bidopor el cruel partido clerical.
El noble arrastra ba consigo al estranjero, y el Sacerdote impedía a la Francia defenderse. Por un lado daba a la Francia el puñal sanguinario, y por otro la rïesarmaba. ¿Y como detenia aquel movimiento el sacerdote? Introduciendo sus ideas en la familia, colocando en oposicion ala mujer y al hombre, y cerrando, por medio de ella, la bolsa de cada casa en particular, para las necesidades del Estado. Cuarenta mil clérigos, cien mil confesores, traba jaban en el mismo sentido. Maquina inmensa de in
calculable fuerza, que sin dificultad luchó contra la máquina revolucionaria de la prensa. y de los clubs, que seguir-nba, si los quería vencer. a organizar el terror. Pero ya en el 89, 90, 91 y aún 92, el terror ecle siástico se dibujaba en los sermones y en la confc sien. La, mujer no se presentaba ante los sacerdote . l
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LAS MUJERES nz LA návoniícrbu.
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sino con la cabeza baja, encorvada de espanto, toda llena de miedo. No veía en todas partes unas que- el infierno y sus eternas llamas. No -se.podia ejecutar, nada sin condenarse; y icondenándose, era como se j.
podian obedecer las leyes. Y el diablo se lanzaba s0 bre el que, comprando bienes nacionalemseidenrum-ï _‘ . baba en el abismo y sufría, ‘el ‘horror de los tormen- ,_
tos eternos, ¿Cómo habían de comer ellas con quien’ tal hiciese? Su pan, en aquel momentm se converti
ria en ceniza. ¿Cómo dormir con_un réprobo? El ser su mujer, _su más querida mitad, bastaba para. ,-, condenarse. »
¡Quién puede decir las diferentes maneras con que ' se perseguía, acallaba y atormentaba almaridopara _ que no comprasehïamás empleó más diversos ‘blanes y más estratagemas diferentes, un general óun capi
tan para tomar una ¡plaza sitiada. Aquellos bienes ' ningun fruto reportaban, pues estaban malditos y ya. se, sa bía lo que pasaba al compraderz-«Juan, que ha. comprado, le ha caído un fuerte granizo en su p0s,e-_. sion; ¿y la de Santiago, no se inundó? Pedro está aún y peor; se le ha caído la casa. A Pablo se le ha muerto su niño. El señor cura dijo bien: «Así. perecierop los
reciennacidos del Egiptó...» , Generalmente el marido nada respondía, y vól viendo la cabeza, finjia. _ estar dormido. Nunca, aun que quisiera, pudiera responder á tal cúmulo de pa iabras. La mujer le embarazaba con la vivacidad de.
su sentimiento, con su natural y patética elocuencia, , y principalmente con sus lágrimas. No respondía á. una palabra que á todas horas diremos. No estaba
rendido todavía. No era fácil que se hiciese contra revolucionaria su madre, su bienhechora, ,que juz gaba y le animaba, le hacía hombre y acrecentaba, r
su fé naciente. Y aun cuando nada gauase, ¿nddebía alegrarse de la inmensa confianzarpopular? No po-r día despreciar aquel triunfo de. la. justicia, y cerrar los ojos ante el espectáculo sublime de aquella in— mensa creacion; ante la vista de un naciente y pode roso pueblo. _ _. . . Se spbreponia á sí mismo, sxNo,—decia;—-todo esto -
es justo, y además todos loapoyan; y no, seria un hombre de. buenas ideas, si aun no lo creyesexjusto.» . Así estaban las cosas en cási toda ia Francia. marido resistia, y como hombre, ers. fiel á la revo lucion.
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Én la Vendée, y en una gran parte del Anjou du Main y de la Bretgña, le arrastró la mujer, la mujer y el sacerdoteestrechamente unidos. Todos los esfuerzos de la mujer consistían en im- V pedir á. su marido comprar bienes nacionales. Pose sion tan deseada, del ciudadano, tan ardientemente ambioneda‘. por él por espacio de tantos siglos; y en
' el momento en que la ley, por decirlo así, se la en tregaba, la mujer se interponia. y la rechazaba. en y nombre de Dios. . , i _ Y en presencia de este desinterés (ciego, pero hon roso) de la, mujer, ¿el sacerdote disfrutaria de los bienes materiales que la revolucion le daría? Hu _ biera decaidocnla opinion de las mujeres, le hubie ran negado su confianza. -y hubiera descendido del alto ideal en que su corazon se quería colocar.
Mucho se ha. hablado de la influencia de los sa cerdotes sobre las mujeres, pero mucho más de la
de estas sobre aquellos. Nuestro parecer es que_ las mujeres fueron más
sincera yviolentamente fanáticas que los mismos curas; que su ardiente sensibilidad, su dolorosa pie dad para. las víctimas, culpables ó nó, de la. revolu cion; la exaltacion que las produjo la trájica leyenda del Rey en el Temple, de la Reina, del príncipe, de madame Lamballe ; en una palabra: la profunda
reaccion de la piedad y de la naturaleza, en su cora zon, fué la real y enérgica fuerza de la contrarevolu cion. Ellas dominaron, arrastraron á. 10s que pare
cían conducirlas; impelieroná. sus coñfesores en la.
vía. del martirio, y á. sus maridos eh la. siempre cruenta guerra civil.
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Si elmátrimonio es la union de las almas, el ver dadero marido es el confesor. Este espiritual matri mómo es más fuerte, y sobre todo, más puro. El sa cerdote algunas yeces, era amado con pasion, con un .
abandono, con un arrebato y una galantería poco, disimulados. Estos sentimientos se mnnifestaroxicon una fuerza estrema, en jupio del 91, cuando estando el Rey en’ Varennes. se‘ creyó en la. existencia. ge una. gran conspiracion en el Oeste, y muchos jefes e
destacamentos prendieron á varios sacerdotes. Io . 4. n .’¡ ... i‘. n
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dos fueron perdonados en’ el mes de setiembre, cuan do el Rey juró solemnemente la Constitucion. Pero en noviembre se dió una órden’ general para perse
guir á todos los quese- negaban a prestar juramento. La Asamblea autorizó ‘á. los jefes para alejar alos sacerdotes refractarios, pues podían ocasionar dis turbios religiosos. "-
-Esta medida fué tomada, no solo por las ‘muchas violenciaslcometidas con los sacerdotes constitucio nales, sino por una necesidad fiolítica"y financiera. La palabra de órden que todos ellos habían recibido de sus superiores eclesiásticos, y que fielmente se guianyera, segun hemos dicho, oponerse ‘á la revo-' lucion. Ellos creyeron imposible la subida de los im puestos- Y era esta una. cosa tan peligrosa, que en
Bretaña nadie se quería encargar de ella. Losyugie res, los oficiales municipales, estaban en peligro de muerte. La Asamblea se vió obligada ájlanzar el de
cr‘eto de 27 de noviembre del 91, que enviaba. á la, cabeza de partido á los sacerdotes refractarios, para -alejarlos de su numerosa comunidad, de su centro de actividad, de su germen del fanatismo y de rebe
lion, en la que encendian el fuego. Les trasportaba a la gran ciudad, bajo la pene
trante mirada’ y la vigilancia, continua de las patrió ticas sociedades. ,
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Es imposible decir los clamores que aquel decreto . causó. Lasmujeres llenaron el mundo con sus la— mentos. Había la ley creído en el celibato del sacer
dote, y le desterraba creyendo de más fácil cumpli miento tal condena que la de-un padre de familia; El sacerdote, el hombre de espíritu, ¿tiane, pues, pue blos, y en ellos conocimiento? ¿No es tan movible como el espíritu deun ministro? A todas estas pre guntas respondían negativamente, y á. sí mismos se
acusaban. En el_ momento en que se arrojaba de una, tierra al sacerdote,‘ en aquella tierra se destruian las nacientes raíces; y las mujeres, creyéndolo, gritaban y se desesperaban: . Í
«Hé ahí arrojado lejos al jefe del lugar, á diez, ziquince, a veinte leguas de la aldea.» Se llorabatan lejano destierro. En la estremada lentitud de los antiguos viajes, cuando «se necesita-v
ban dos días para salvar tan pequeña distancia, se aflijian mucho más, El jefe del pueblo era él objeto de los» miramientos de todos. Para efectuar tal’ viaJe _ a
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¡mueran POLÍTIÓA ns LA manu. . V‘
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_ se necesitaba hacer testamento, y hacer quedar a 13,
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‘¿Quién puede pintar las dolorosas escenas de aque llas tristisimas partidas? Todo 'e1 pueblo reunido, las
mujeres arrodilladas para recibir su última bendi
Cíüïlhllenos sus bellos rostros de ardientes lágrimas, ‘ydespidiendolal sacerdote en medio del murmullo de los sollozos en los abogados pechos. Las mujeres lloraban dia. y noche. Si el marido se asombra
ba’, no era por el destierro delcura, de que tanto su esposa se larnentiba; era porque tal iglesia se iba á vender, tal convento si. cerrar.‘
En la primavera del 92, las necesidades financie ras de la revólucion, hicieron decidir la ventade las iglesias no necesarias al culto, y la de’ los conventos de hombres y mujeres. Una carta de un arzobispo . desterrado, ‘enviada a las Ursulinas de Landenneau, fue interceptada; y por ella se supo de un modo au‘ téntico, que el verdadero centro, el más fuerte gér
men de las intrigas realistas, estaba en dichos con ventos. Las religiosas no dejaron de aprovecharse de
todo lo que pudiera dar a su espulsion un interés dramático; se agarraban á los cerrojos y no querían salir: los guardias municipales, forzados ellos mis mos por la ley, y responsables de la ejccucion, las arrancaban de las manos los cerrojos. Estas escenas ,
tan
repetidas ,
tan
cargadas
de patéticas figuras , ‘turbaban todos los espi ritus. Los hombres comenzaban a conmoverse casi tan to como las mujeres. ¡Admirable y rápido cambio! El paisano, en el 88, estaba en guerra contra. l:L_ Iglesia por causa del diezmo, siempre deseando abo lirle. Viene la revolucion, aboliendo el diezmo. Con esta medida, mas generosa que política, hizo dueño al sacerdote del cana-mo‘. Y si el diezmo hubiera. durado, jamás el paisano hubiera dado oidas á. su mujer, yjamás se hubiera api-estado á. ‘combatir en favor de la contrarevolucion.
Los curas refractarios, unidos con su jefe del lu-_ gar, conocianperfectamente el estado de las campi
ñas, el profundo dolor de‘ las mujeres, la sombría indignacion de los nombres. Exitoiices etitrevieron una esperanza grande’ y principiarun áfcornunioarse, con el Rey. Le escriben una multitud, de cartas , y
18s contestaoen-la primavera del 91, y ellos le acon—
Langa/roxana nx LA nrvonucxon. 83 ¿Ejan la firmeza,_el niugun temor á. la revolucion, que es una paralizacion, un obstaculo constitucional,
y que profiera el veto. Se le aconseja la obstinada y enérgica. resistencia en todos los tonos, con argu mentos diversos y bajo la firma, de diversas perso nas. Luego ved las cartas de los sacerdotes, escritas
con frases de Bossuet: «Señor, vos sois el Rey más cristiano... Recordad á. vuestros ilustres abuelos... ¿Qué hubiera hecho San, Luis? etc.» Y cartas escri tas por religiosas, ó en sunombre, cartas verdadera. mente alarmantes. Y aquestas palomas piden al Rey
permiso, cuando van a ser arrancadas de su nido, para permanecer en el hasta mo: ir. Otras veces dicen, que no acepte el Rey la ley de la venta. de los bienes
eclesiásticos. Las de Rennes confiesan que la muni cipalidad les ofrece otra nueva casa; pero aquella no es la suya, y ellas jamás querrán otra.
Las cartas mas astutas, ‘más ingeniosas, y al mis-k m0 tiempo las más curiosas, son las de los curas: «Señor, sois un hombre piadoso, no lo ignoramos. Hareis todo lo que podais... El pueblo esta’. lejos de
la revolucion. Su espíritu ha cambiado; su antiguo fervor se ha apoderado de él otra vez, y son en él muy frecuentes los sacramentos. A los populares
cánticos, han sustituido 10s Salmos. El pueblo está. con nosotros...» Una terrible carta de este género, debió engañar al Rey (l), enardecerle, conducirle á supérdida, y es la de los curas refractarios reunidos en Angers (9 de feLrero del 92). Pudiera pasar por el acta origi naria de la Vendee; ‘pues la predice, la anuncia. y
audazmente. En ella se habla alto y firme, como te niendo en la mano, como un arma poderosa y firme,
una. turba de paisanos a sus órdenes. Esta sangrienta página parece escrita de mano del
puñal de Bernier, de un joven cura de Angers, que más que otro alguno, fomento la Vendée, descubrió
sus crímenes, divisó su ambicion y la esplotó en su interés. - _ . «¿Se dice que escitamos las poblaciones"! Todo ‘lo contrario. ¿Qué sucedería al reino, si no retuvié -—"*_' (4)
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'_'_—""—“"‘_—""'. . Estas gartas (conservadas en los archwos nacwnalex, nr
mfio ¿e him-m, c. 37, folios del proceso de Luis XVI), su ministran ¡m3 atenuante circunstancia en _favor de aquel
hombre magenta, timorato, las cuales mortificarlan su inse guro espíritu.
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mms-mea. PGLÍTlCAÜDE LA msnm. - a
semcs al pueblo? Vuestro Trono no se apoyaria mas a que sobre un monton de cenizas, de cadáveres y ruinas.-Sabeis bien, señor, todo lo que un pue blo patriota puede hacer; pero no sabeis bien de :0 qué es capaz un pueblo á. quien se le arrebata su I} culto, sus templos y sus altares.»
_
-
Hay en esta carta, por demás astuta, una notable confesion, que es la va-touf del clero, y donde lanza su último grito ante la guerra civil. Declara la causa .
de su desesperacion íntima, profunda, á. saber, el ser separada de las que dirije. «Se osa romper sus c0
munfcacimzes, que la Iglesia no solo permite, sino que aulortzrt.»
Estos profetas de la guerra civil estaban seguros de tal suceso, y no desconfiaban de no engañarse,
predicicndo por lo que ellos mismos hacían. Las mu jeres de los curas, que los gobernaban tanto a ellos .
como a otros, se sublevaron las primeras-con una violencia más que conyugal, contra los curas ciuda
danos. En Saint Servando, cerca de Saint Malo, hubo como una algnzara de mujeres. En Alsace fue el amar
de un cura la que hizo vibrar en el tímpano del oido la trompa. para combatir á los curas que hablan prestadojuramento, Las bretonas no gritaban, sino que h-erian; invadian las iglesias, armadas de sus
cayados, y hacían huir al cura del altar. Las religio sas daban golpes más seguros. Las Ursulinas, en sus inocentes escuelas de niñas, inculcaban la guerra en
sus lecciones. Las Ilijas de la Sabiduría, cuya casa es taba situada en Saint Laurent, cerca de Illontaigne, encendian la. hoguera; y estas buenas hermanas, te
miendo las desgracias, inculcaban larabia. «Dejadlas hacer,—decian los filósofos, los amigos de la toleranciar-deiadlas llorar, gritar, entonar sus viejos saimos. ¿Qué mal hay en ello?» Si, pero entrad
una tarde en una iglesia de una. aldea,‘o0nde el pue blo se reune. ¿Ois sus cantos? Y al oirlos, ¿no tern blais? Las letanías, los cristianos himnos, las anti»
guns y sacrns palabras, en el modo de pronunciar las, escitan. el corazon del pueblo, tanto como la
valiente Mar. elíesa. Y aquel DiES mas recitado con furor ¿no es más que una mortuoria cancion, un lla mamiento á los fuegos eternos? «Dejadlas hacer,——decian,—,cantan, pero no 09.11;h san daño.» Mientras tanto, se veían ya. encendidas en
ira las masas. En Alsace, diez mil paisanosse re v u _
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LAS morenas ns LA REVOLUCION.
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unieron para impedir el firmar un contrato ‘de bienes nacionales. ' Estas, buenas gentes, se decia, no tienen, en ver dad, mas armas que el capelo; pero por la tardete nian otras: cuando el cura constitucional entraba en su casa, recibía piedras en sus vidrios, y algunas
veces la bala heria suscontraventanas.
[No se empleaban medios indirectompequeños re: sortes é intrigas tímidamente planteadas, para colo
car a las masas en la abierta guerra civil. No; se em pleaban los masgroseros medios para encender los espíritus, hacer inculcar en ellos el fanatismo, y se
. les encaminaba al error y a la muerte a grandes pa sos. La bella Virgen Maria se presentaba, y que ría que se matase. En Apt y en Avignon se presen tó, y declaraba que no quería permanecer bajo el dominio de los constitucionales, y los refractarios la arrojaron en medio de un violento combate. Pero había demasiada luz en Provence; la Virgen que ría más aparecer en la Vendée, entre sus masas, con las ferradas espadas, y en sus impenetrables filas.
Aprovecho las antiguas supersticiones locales; se presentó en tres diferentes lugares, y siempre tras de ella un viejo perro de Suiza. Su lugar querido era en Saint Laurent, dondelas Hijas de la Sabiduría.
llevaban los milagros y el llamamiento de sangre. Esta violenta ydirecta preparacion de la guerra
civil; esta tentativa profunda de‘ las mujeres con lo curas, y de estos con el Rey, y del Rey (medio ale targado entonces) con los enemigos de la Fran cia, cuyos ejércitos llamó desde 1791; todo esto,
digo, tuvo‘ é hizo, su efecto. Los realistas cons titucionales que habían creido poder conciliar _1a libertad con el poder absoluto, manejar el antiguo
culto, se encontraron cruelmentc desmentidos por_ el mismo Rey y el clero; fueron destrozados; dejaron
su puesto á los girondinos, que mataron el poder real; alos montañeses, que mataron al Rey, pero que, con este mismo hecho, crearon en la sensibili
lidad popular y en el inocente corazon de las mujeres, laarnás formidable y temible máquina de la contra revolncion, con la triste y feroz; leyenda del infeliz Rey’ Luis XVI. .' ,-.'.';,¿ I; ‘Ju.- .- '
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CAPITULO XIV.
Madame Roland. (Años 4794-4792.)
Para constituir, hacer, inspirar la República, no eran bastantes un noble corazon y un gran espíritu‘.
Faltaba una cosa. ¿Y cuál? Ser jóven, tener esa ju ventud en el alma, ese calor en la sangre, ese fecun do convencimiento, que cree ver en el mundo lo que solo tiene firme asiento en cl alma. Faltaba tener fé. Faltaba cierta armonía, no solo en la voluntad y en las ideas, sino en los hábitos y costumbres repu blicanos; tener en sí la interior República, la Repú blica moral, la sola que legitima y funda la Repúbli ca política; quiero decir, poseer el gobierno de sí mismo, su propia democracia, y encontrar su liber tad en la obediencia al deber. Y aún faltaba,——cosa que asombra y parece coutradictoria,-—que un alma así, fuerte y virtuosa, tuviese un momento apasio
nado y la hiciese salir de si misma, la lanzase á la accion. En los perversos dias de debilidad, de fatiga, cuan do la fé revolucionaria desfallecia en ellos, muchos
de los diputados y periodistas principales de la épo ca, iban á. tomar fuerza y valor á. una casa donde ninguna de las dos cosas faltaban jamás: casa mo desta, el pequeño hotel británico situado en la calle de Guenegoud, cerca 'del puente Neuf. Esta calle,
bastante sombría, que sale ala calle de Mazarine, mas sombría aún, no tiene, como perfectamente se
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us Munmns m: LA REVOLUCION.
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sabe, otra vista que la de las murallas de la ‘Casa de la Moneda. Subian al tercer piso, y allí, invaria blemente, encontraba á Mr. y Mad. Roland, recien venidos de Lyon. El pequeño salou no tenia más,
que una mesa donde los dos escribian, y la alcoba, siempre entreabierta, dejaba ver dos camas donde dormían. Roland tenia cerca de sesenta años y ella treinta y siete, representando mucha menos edad; de modo, que su resposopodia pasar como padre. Era altoy amarillento y flaco, de aire austero y apa sionado. Este hombre, que se huho sacrificado por la gloria de su mujer (I), era un ardiente ciudadano, . que tenia grabada la Francia» ensu corazón; uno de
aquellos viejos franceses de la raza de Vaubin y Bois Gilbert, que bajo el poder realfno proseguian menos ‘en las solas vías entonces abiertas , con la‘ santa idea del "bien píibiico. Inspector de manufac turas, había pasado toda su vida en los trabajos. los viajes, para buscar la mejora de que nuestra indus _tria era susceptible. Había publicado algunos de sus viajes, y diversos Tratados ó Memorias relativas á ciertos adelantos. Su bella y valerosa mujer , sin rehusar la aridez de aquellos trabajos, copiaba, tra duciaharregla ba sus obras. El arte del hornaguero, el Arte del fabricante de lana rasa y seca, el Diccionario de manufacturas, habían ocupado las bellas manos ¡’e
Mda. Roland, sin otra distraccion que la cría del úni co hijo que tuvo. Estrechamente asociada á sus trabajos las ideas de su marido, le profesaba un culto filial, hasta pre parar frecuentemente ella misma los alimentos; una. especial preparacion era necesaria, el estómago del viejo estaba delicado, fatigado por su mucho y con tinuo trabajo. ‘ ‘ o e El mismo Roland ldictaba, y no empleaba mala
mente la pluma de su mujer en aquella época; más tarde, cuandoïfué nombrado ministro, en medio de (l)
Antes de sa matrimonio con Roland, se vió obligada.
flor la conducta de su padre, á. refugiarse en el convento de calle Neuve Saint-Etienne, que conduce al jardín de Plan tas; pequeña calle, ilustre- por el grato recuerdo que despier ¿S acerca de Pascal, Rollin y Bernardino Saint-Pierre. Vi
via. aún, no siendo religiosa, en sus habitaciones, entre Plu tarco yRousscau, bella. yvaliente, pero siempre pobre, con una sobriedadanás queospartana, y pareciendo que ya. se en
tregaba á ejercitar las sublimes virtudes republicanas. (
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BlBLXOTECA POLÍTICA DELA IBERIA.
tantos obstáculos, fue cuando tuve algunos recursos; Ella no tenía ningunaímpacíencia por escribir, y si la revolucíon no, hubiese venido á. sacarla, de su re— traimíento, hubiesen‘ sído flesconecídos sus dones, entonces inútiles, tales como la elocuencia, el talen to y taznbiew su estremada belleza. Cuando iban á. su casa los hombre políticos, mada me Roland no se mezclaba en sus discusiones, conti nuaba sus trabajos ó escribía cartas; pero si, como frecuentemente sucedía, sela llamaba, hablabaenton ces con una vívacídad, con una propiedad en la. f0r—
me y con una fuerza en el fondo graciosa y [penetran te que entusíasmaba. El amor propio hubiese que- rido encontrar preparacíon en lo que decía, pero no había ninguna; era. una. naturaleza demasiado perfecta. .
A1 primer golpe de vista, se creía encontrar en y ella á. la. Julia de Rousseau (I); pero- despues no se encontraba ni á la Julia ni á la Sofía, sino á madame Roland, ciertamente rna hlja de Rousseau, más le-e- '
gítíma quizás que las que inmediatamente brotaron de su pluma. S010 que esta no era como las otras dos una noble dama. Manon Phílípon, que este era su . verdadero nombre (pues yo me opongo con saña á. todos los que desprecían 10s nombres pupulares),
era. hija de un grabador, y tambíen ella grababa en la casa p‘ terna. Procedía del pueblo; se veía en ella cierto reflejo de sangre, que no se nota en las clases
elevadas: tenia. la mano bella, pero grande; la boca. un poco grande, la barba bastante levantada, el talle
elegante y con una. especie de comba fuertemen te marcuda, y una riqueza de seno y caderas de que
generalmente las altas señoras carecen.
'
En un punto dífería de las heroinas de Rousseau: en la debilidad. Madame Roland fue vírtuosa; nunca.
se apoderó de ella la ínaccíon ó el desvarío en que (4)
Mirad los, retratos de Lemontey, Riouffe y tantos
otros; como bello y perfecto retrato, cl colocarlo por Cbam- r
pagncn en la. cabeza de la primer; edícíonde sus Memo rias (año VII). Fué retratada poco tiempo antes de su muer-. te, á. la edad de treinta y nucvc años. Es fuerte; ya. un poco mamá, permítasenes la frase, serena. firme y resuelta,’ con
una tendencia visiblemente crítica. Este último carácter‘, no solo rocede de su política polémica, sino que. tambíen exige para. os que han luchado. que han contenido, han enfren o n pasíon, y que han tenido su satísfaccion en el mundo.
¡As MUJERES m: LA miyomcioiv.
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caen las mujeres; fue en alto grado trabajadora, ac tiva, y para ella el, trabajo fue la guardia de la vir tud. Una bella idea, el deber, se estiende en esta.
bella vida, desde su nacimiento hasta su muerte;‘y rindió este testimonio en la hora de su muerte, en el momento solemne en que se aleja de la mente la cruel mentira. «Nadie,—-—decia,——ha conocido menos
que yo la voluptuosidad.» Y despues decia: «Yo he dominado mis sentidos.» ' Pura. en la casa de sus padres, situada. og el pre tilde la Horloge, como el azul del cielo que miraba,
decia: «desde aquí, hasta los Campos Elíseos, lo serena pura en la. mesa de susério esposo, trabajando infatigablemente para él; pura en la cuna de su niño, á. quien se obstinaba en criar, apesar de sus crueles dolores, no lo era menos en las cartas que
escribía a. sus amigos, a los jóvenes que la obsequia ban con una apasionada amistad (l); los calma y consuela, y los elevaba por encima de su debilidad.
Ellos 1a fueron fieles hasta la muerte, como ella lo fué á la virtud. . Uno de ellos, sin cuidarse del peligro, marchaba, durante el pleno Terror, a recibir de ella, en su
prision, las inmortales hojas donde escribía su vida. El mismo, proscrito y perseguido, huyendo sobre la nieve, sin masabrigo que los árboles cubiertos de escarcha, sin embargo salvaba aquellas hojas sagra das. Ellas quizás le salvaron, guardando él en su pecho el calor y la fuerza. del corazon ardiente que
' las escribió (2). (4) Leed la bella carta á Bose, entonces turbado y triste por verla marchar cerca de Lyon, tan lejos de París: «Colo cada en un rincon al. fuego,’ despues de una. noche dulce. y de los cuidados piatutinos, mi amigo en su bufete y mi hija.
cosiendo, y yo cuidando del uno
velando sobre la obra de
la. otra, saboreando la felicidad e estar dulce y calorosa mente en el seno de mi pequeña y querida familia, escribien do á un amigo; mientras que la nieve cae sobre el seno de
otros desgraciados, contenta. con mi suerte... etc» ¡Dulce cuadro de la intimidal de la familia, seria bondad de la vir tud, presentada al joven para calmar, purificar y aun eleVa-r su triste y desconsolado corazon! Quizás mañana el viento de la. tempestad habrá arrancado el nido. ’
(2) Esto sucedio así: el honesto y digno Bose , que ¿“,91 último momento. elevandose sobre sí mismo, para 011ml? 11‘ 'con ella el bello ideal que había admirado siempr e, le «ingle!
noble conse'o de no ocultar su muerte á. las miradas P11
l
eas; que nojse envencnase, sino que seem-ase el °""¡“l"° Par‘
90
DlBLIOTECA ronmcA m: LA 131mm.
Los hombres que ódian el ver una virtud dema siado perfecta , han querido buscar en la vida de tal mujer, alguna debilidad, sin prueba y sin el me’ nor indicio (l); han imaginado que el fuertedrama
en que era actor en el momento más viril, en medio de los peligros y los horrores (¿despues de los suce . sos de setiembre. ó (n la ruina de la Giroridaíl), ma dame Roland tenia el suficiente tiempo para. escu char galanterias y hacer el amor. La única cosa. que los embarazaba, es encontrar el nombre del favore cido amante.
Pero que hablando no hayMaziame ningun A hecho motive verdaderamente, tan infundada sospecha. - Roland, segun noticias fidedignas, siempre fue rei na de sí misma, dueña absoluta de su voluntad y
de sus actos. Ahora bien; ¿no tuvo ninguna emocion‘! ¿En su lucha? alma fuerte, pero apasionada, nin rrguna Esta es otra cuestion, no y hubo sin dudar
diría, «si.» V
_
PermitasemeÍ insistir en‘ esto. Este hecho , del cual se ha hablado muy poco, no es un detalle indi ferente, puramente anecdótico de la vida privada. En el 9L tuvo este hecho una grave influencia sobre madame Roland, y la potente accion que sobre si
ejercía desde aquella época, seria mucho menos es plicable, si no viésemos como desnudas las causas que entonces apasionaban aquel corazon; hasta en tonces tranquilo y fuerte, pero de una fuerza toda concentrada en si, y sin accion csterior.
Idadame Roland pasaba en el año de 89 su vida oscura, trabajosa, en el triste lugar de la Platería,
cerca de Yillefranche, y no lejos de Lyon. Enton morir públicamente, y honrar con su valor la República y la humanidad. El la condujo á la inmortalidad, por aquel he roico consejo. Madame Roland marcha sonriendo con la mano
sobre lade su austero marido, y marcha entre un grupo de ' amables é irreprochables amigos (sin hablar de la Gironda), Bose , Cllampagneux , Bancal dos Issarts. Nada les sepa rara. (4) Si leeis esos indicios que se refieren a dos sucesos de las Memorias de madame Roland, vercis que nada prueban. Habla en uno de las pasiones, y dice: «De las cuales, aun con la fuerza de un atleta se puede salvar el fuerte muro.»¿Y qué se deduce de aquí? Luego habla de las «buenas razones» que la hacían marchar el 31 de mayo. Y es cstraordinario creer que esas buenas razones habían de ser un amor á. Barbaroux
7 ó a’. Buzot.
LAS MUJERES m: LA nzvonuciox.
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«cas se oia en toda Francia el cañonde la Bastilla; su seno se conmueve, tiembla; aquel prodigiosa suceso parece realizar todas sus miras, todo lo que habia leído en los libros antiguos , imaginado y esperado: hé ahí que tenia una patria. La revolucion se es _tiende por toda la Francia; Lyon se pone en guar dia lo mismo que Villefranche , sus alrededores y ‘aldeas.
.
l
w
- 44:; La federaoion del 90 reuiie‘ en Lyon ala mitad ’del reino, a todas las diputaciones de la Guardia Nacional, desde Corse hasta Lorraine. Por la ma ñana, madame Roland estaba. estasiada; desde su ad
mirable cuarto de Rhone, su corazon se entusias maba al ver aquel pueblo, aquella nueva fraterni dad, aquella espléndida aurora. Por la tarde escribió lo sucedido á su amigo Champagneux, un jóven de Lyon, que, sin ningun provecho, solo por puro pa triotismo, publicaba un periódico. Los números no firmados, donde 'se daba cuenta de aquellos suce sos, se vendieron en número de sesenta mil. Todos aquellos guardias nacionales, de vuelta á sus casas,
llevaban ,3 sin saberlo , el alma de madame Ro land.
¿pá
Í._,.—,.
I Tambien ella’ se sublevó , se hizo pensativa en "aquel desierto, en aquel terreno de la Platería, que ¡“la parecía más que nunca estéril y árido. Poco á pro
" pósito surcaracter para los trabajos técnicos a que la dedicaba su marido, leía el Proceso verbal, tan inte
resante, á los lectores del 89,. la Revolucion del 14 de julio, y la Toma de la Bastilla. La casualidad quiso justamente que uno de sus electores, Mr. Bancal des Issarts , fué a casa de Roland, informado por sus ,_ amigos de , Lyon , y pasó algunos días en ella. _,,Mr. Bancal , procedente de una familia de comer ‘ ciantes de Montpellier, fue llevado a Clermont, y se
había hecho notario: acababa de dejar aquella lu cratiwra posicion para entregarse completamente á, wasuntos de su gusto, á. los estudios políticos y filan
tropicos, a los deberes del ciudadano. Tendría cua prenta años, -no era brillante, pero tenia mucha dulzu
un cora zon bueno y caritativo. ' ïra” i “y, sensibilidad, __a._tenido unay educacion muy religiosa, y des , aber atravesado un período filosófico y p0 ’ , nvencien, y una larga cautividad en Aus
‘rió con los más sublimes sentimientos, 16 4gibliat en lengua hebrea. ”‘ ' . af”
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nmnornca POLÍTICA m7. LA manu.
Fué conducido a la Platería por un jóven médico, Lanthenas, amigo de Roland, que estaba constante mente con ellos, y pasando semanas y meses. tra bajando en su compañía y repartiéndose los trabajos y despachando sus negocios. La dulzura de Lan
thenas. la sensibilidad de Bancal des Isarts, la bon dad austera pero ardorosa de Roland , su amor
estraordinario á lo bello y lo bueno , su especie de adoracion á aquella mujer perfecta que le presentaba la imagen de estas dos ideas, todo esto formaba un grupo una armonía completa. Y se convinieron en que si alguna vez tuvieran que separarse, se auxilia
rian mutuamente. No se sabe á. quién de los tres se le ocurrió tan feliz idea; pero si que Roland, que la atacó con viveza y con ardoroso espíritu, la. defendió des pues. L s Roland, reuniendo todo lo que tenían, po dian dar a la asociacion sesenta mil libras, Lanthe nas tenia veinte ó más. y Bancal des Issarts hubiera. podido reunir cien mil. Todo esto constituía una suma crecida, que les permitía comprar bienes na cionales. entonces a muy corto precio. Nada mas tierno, más digno, mas honesto, que
las cartas en que Roland habla de esta proposi cion á. Banca]. Tanta noble confianza, tanta fe en la amistad, en la virtud, da de Roland y de todos ellos
una alta idea. «Venid , amigo mio,—le decia: ¿Qué os detiene? Habeis visto nuestro trato franco y llano; á mi edad es muydifícil que cambie, cuando nunca he variado. Nosotros predicamos el patriotis mo; nosotros elevamos el alma; el doctor cumple con su deber; mi mujer es la providencia de las des
gracias del canton. Ellos y yo ejecutaremos los tra bajos, etc.» El gran trabajo de Roland era catequizar á. los paisanos de los contornos, predicando el nuevo Evangelio. Infatigable viajero, á. pesar de su edad, muchas veces, con el baston en la mano, marchaba a Lyon con su amigo Lanthenas, arrojando por el
camino la simiente de la libertad. Tan digno hom bre, creia encontrar en Bancal un util amigo, un
' nuevo misionero, cuya dulce y elocuente palabra ‘haría milagros. Acostumhrado á. ver la desinteresa da asiduidad deljóven Lanthenas, al lado de su mu jer, no le sugería en su mente otra idea mas que Ban cal, más viejo, más grave, no ‘podía llevar otra. cosa. á su casa. sino la. dulce y‘ bienhechora paz. Res
LAsfMuJenss m: LA nzvowcion.
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pecto de su mujer, á quien amaba p-ofrndamente, y de quien había olvidado qu.» erael maridmsolola con: sideraba como una. compañera de trabajo. Lalroriosa, sóbria, fresca, lnzana, pura, ‘con un color trasparen te, la mirada limpia y serena, madame Roland era
la más encantadora ímágen de la fuerza y la virtud. Su gracia era de mujer, pero su espíritu vigoroso y su estóico corazon‘, eran de hombre. Se diría, al ver ásus amigos, que ecceptuánviola, los demás eran
mujeres; Banca], Lanthenas, Bose y Champagneux, tenían rasgos demasiado dulces. Y el más mujer de todos, por su corazon, quiza el más débil, aunque
aparentemente el más firme, era. el austero viejo
Roland. La situacion hubiese sido. si no peligrosa, al me mos llena. de borrascas y tempusïades. Se parecía a’. la de Volmaire, huyendo á. SainbPreux, cerca de
Julia; era, como un nnvió en medio de las inmensas rocas de la Miellerie. Quizás no hubiera naufragado,
lo ‘creemos; pero era mejor no embarcarse. En este tiempo madame Roland escribió 9'. Baneal una. carta virtuosa, pero al mismo tiempo demasiado cándida y espansiva. Esta carta, zi todas luces im prudente, descubre y levanta por sí misma un mo numentoinapreciable de lu pureza. de madame Ro land, de su inesperiencia, de la virginidad del co
razon, que siempre conservó. No se puede leer sino de rodillas. Jamás ha. habido nada más sorprendente y alar mante. ¿Y fué tal héroe Verdaderamente una mujer? Descúbrese en ella. el valor dclguerrero y una mu jer enla cual se cree ver el herido seno de Clorinda. Bancal había escrito á Roland una carta dulce,
tierna, afectussn, donde decía que aquella. union Proyectada, «sería el encanto de su vida, y que ade más no serían inútiles á sus semejantes r Roland,
que á. la eazon se hallaba en Lyon, envió aqueïla. cartaá su mujer Ella estaba sola en el campo; el estic había sido muy seco, el calor hnhia sido muy
fuerte, aun cuando esto era en octubre. La tor mema se agrandaba, y durante mucho tiemP° “O ceso. Tormenta en el cielo y en la tierra, tormenta.
de Pasion, tormenta de revolucion. Grandes sucesos,
Sin duda, se iban á. efectuar: una. ola desconocida. de . hCChOS, que bien pronto debían conmover IOS cura.
zones ylos destinos; en este gran momento de es
94
marrones PoLiricA m: LA msnm.
pectativa, el hombre cree voluntariamente que Dios truena por si-mismol Apenas hubo leido la carta, los ojos de madam VBoIand se inundaron en lágrimas. ,Cojió instantáneamente la pluma, sin saber lo que»
eseribiria, y solo escribió sus verdaderos sentimien
tos sin ocultar que lloraba. Esto no era mas que una ciega ternura. Pero al mismo tiempo aquella esce lente y valcrosa mujer, aun destrozando su corazon,
se hacía el gran esfuerzo de escribir: «No, yo no ' estoy segura de vuestra felicidad, y nunca me per donaré haberla turbado. Yo creo que empleais me
_ dios que me parecen falsos, para conseguir una es peranza a la que no os debo alentar.» Todo lo damas es una mezcla bien alarmante de virtud, de pasion, de inconsecuencia: alguna que otra vez, un acento melancólico, y no sé qué sombría prevision del por venir. «¿Cuando nos volveremos a ver? Cuestion que ' muchas veces me propongo, y la cual no me atrevo
a resolver. ¿Pero por qué intentar descubrir el por venir, cuando la naturaleza nos le ha ocultado? De’ jémosle tras el velo imponente con que se cubre, pues no nos ha sido permitido penetrarle; nosotros
no tenemos sobre él mas que una especie de influen cia; es muy grande, sin duda, y es adquirir nuestra felicidad para el saloio empleo del presente.» Y des pues decia: «No se han pasado veinticuatro horas en esta semana, en las que no se haya oido la tempes
tad. Ahora principia á tomar incremento. Yo admi ro el aspecto que da a nuestra campiña; aparece augusta y sombría; pero es tan terrible, que solo da al corazon un mortal frío...» Ban-cal era sabio y honesto. En el invierno mar chó a Inglaterra , y allí estuvo largo tiempo. ’ ¿Me atreveré á decirlo? Quizás más tiempo del que madame Roland hubiese deseado. Tal es la inconsecuencia del corazon, aun del más virtuoso. En sus cartas, leídas con detencion, se vé una agita
da y estraña mezcla; ga se aleja, ó ya; se degiene, en a gunos momentos, e s1 misma escon a; y en otros, solo en si confia. ¿Quién dirá que en febrero, al marchar a París, donde los negocios de la ciudad
de Lyon llamaban a Roland, no sentía ningun placer en ira aquel gran centro, en que necesariamente volveriaá ver á Bancal? Pero justamente en París fue donde todas sus ideas dió otro diferente rum
ns uumnu m: LA nzvonuciox.
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bo. Su pasion se trasforma enteramente, y solo atien de á los negocios públicos. Cosa digna é interesante '
que se ebe observar. Despues de la gran emocion de la federacion lyonesa, despues de aquel admira ble espectáculo de la union de todo un pueblo, ella se mostraba débil y tierna. respecto al sentimiento personal. Y entonces aquel sentimiento. en París se hace universal, ya en lo cívico, ya en lo patríotico;
madame Roland se reconcentra en sí misma, yno ' ama mas que á. la Francia. Ya se trataba de otra mujer, quien fué salvada por la revolucion, por la república, y por el combate de la muerte. La austera union con Roland, fué con firmada por su comun participacion en los sucesos dela época. Aquel trabajoso matrimonio vino á ser
un matrimonio de luchas comunes, de sacrificios y de esfuerzos heroicos. Así preservada, llegó pura y victoriosa al cadalso, á. la gloria. . _
Fue á. París‘ en febrero del 91, en el más grave momento, en el que debia agitarse la cuestion de la
República; y ella. llevaba en si ‘dos fuerzas: la fé y la pasion. Retirada hasta entonces, por causa de varios '. sucesos, en su austero deserto, se presentó, con una.
juventud de espíritu, una lozanía de ideas, de ‘senti mientos, de impresiones“ a rejuvenecer á los más fatigados políticos. Estos, ya hacia tiempo que esta.
ban allí; ella, ella nacía aquel día.
‘
¡Otra fuerza misteriosa! Esta persona pura, admi rablemente guardada por la suerte, llegaba, por lo tanto, en el dia en que izan temible era la mujer; el dia en que el deber no bastaba: el diu. en que el co razou, Lrgo tiempo contenido, respiraba libremen te. Se presentó invencible; con una fuerza de impul sion desconocida. ‘ -
ïíNingun escrúpulo la detenia. La felicidad quería. que,.estand0 el sentimiento personal vencido ó elu dido. el alma se replegase toda entera hácia un no blefin. grande, virtuoso, glorioso, y se lanzase, hin chadas las velas, sobre . aquel nuevo Océano dela
rovolucion y de la patria. — flfiaquí por que’ en aquel moment0'se encontraba filo e,- Semejante á. madame Roland, Rous L, se: de su desgraciada. pasion por mada
me, y ¡Quentin
" -i
replegado en si mismo, encendió vhoguera, aquella inestinguible lla.
96
nmuorncn romrica m: LA msnm.
ma en que se abrasó todo el siglo, y de la que el ' nuestro, despues de cien años, siente aún el calor.
'
-' Nada más severo que el primer golpe de vista. de madame Roland sobre París. La Asamblea la. tiene horror, y sus amigos la tienen compasion. sentada en las tribunas de las Asambleas ó de los jacobinos, hiere con penetrante: vista. todos los ca
-, .
ractéres, vé desnudas las falsedades, las debili-- ' dades, las lbajezas, la farsa de ciertos constitucio
nales, las tergiversioues, la indecision de los ‘amigos
de la libertad. Ella no perdona ni a Brisot, á quien amaba, pero a quien encontraba ligero y timorato, ni a Condorcéet, á quien creia falsario; ni á. Fauchet, del que decía, aque siempre se veía en el el sacerdo te.» No la querían ni Petion ni Robespierre; y al ver sus miradas centellantes y sus criticas severas, te, mieron su impaciencia. Joven, ardiente, fuerte, se vera, á todos pide cuenta; no quiere oír hablar de dilaciones, deobstáculos; les recuerda que son hom bres aptos para destruirlos. Al triste espectáculo de la libertad medio descu bierta, esperada, y segun ella, perdida, quería vol yera Lyon, pues vierte lágrimas de sangre... «Nos salvaria,—decia el 5 de mayo,—una nueva insur reccion, pero nos perderemos con la felicidadó la. libertad: mas dado que haya el suficiente valor en el pueblo, la misma guerra civil, aun siendo tan horrible, avanzaria en la regeneracion de nuestro carácter y de nuestras costumbres... Es necesario estar dispuesto á. todo, aun á perder la vida.» La generacion de la que madame Roland tan pro Ïundamente desesperaba, tenia dones admirables: la. ,
fé en el progreso, el deseo sincero de la felicidad de los hombres, el amor ardiente del bien público, y ha.
asombrado al mundo por la grandeza de sus sacrifi cios. Mientras tanto, es preciso decirlo. en esta épo caen que la situacion no mandaba con una fuerza im
periosa, aquellos caracteres, formados sobre el anti— guo régimen , no se anunciaban bajo un aspecto
' varonil y severo. Faltaba el valor del espíritu. La. iniciativa z el genio no brillaba en ninguno de ellos; y no esceptúo a Mirabeau, á. pesar de su jigantesco, talento. . Los hombres do entonces habían escrito, habla do y combatido incesantemente. ¡Qué de trabajos,
discusiones y amontonados sucesos! ¡Que de refor
LAB ¡quienes DE LA nsvowcion. 99 mas rápidas! ¡Qué renovacion en el mundo! La. vida.
de 10's hombres importantes de la Asamblea, de 1a.. prensa, había sido tan laboriosa, que parece un pro blema; dos reuniones diarias en la Asamblea, sin re
poso; reuniones de los jacobinos y otros clubs hasta las once yminutos: despues preparar los discursos pa ra’el diarsiguiente‘, los artículos, los trabajes, las in trigas, las juntas delos comités, los conciliábulos po líticos. El inmenso entusiasmodel primer momento, la. infinita-esperanza, les habían dado fuerzas para. i‘ soportarïtalívida. _Pero aun cuando el esfuerzo dura- " ba y el trabajo no tenia ni‘ límites ni fin, sinembar go no se adelantaba lo suficiente, Esta generacion no
tenia la suficiente entereza de espíritu-ini de fuerza; por sinceras que‘ fuesen sus convicciones._no había. en ellas la juventud, la lozanía del espíritu, el primer arrebato de entusiasmo y_de fé. ‘ . El 22 de junio,’ en medio de la duda universal de los hombres políticos, madame Roland no. dudaba. Escribió é hizo escribir á, lasprovincias la debilidad
y Inmortal palidez del entusiasmodeilos jacobinos: . -que,lasAsambleasprimitïvas pidiesen una convoca cionlgenerál, paradeliberar si debía ó no conservar el Gobiernovlaforma monárquicam‘ Y se aprobó uná ‘nimeriaente, por, este medio, el dia. 124, (que toda rc ‘gencia era.» imposible r de ' todo punto’, y que había.
completa necesidad‘ de destituir al antiguo Rey Luis XVI, etc.» - ‘ ' ‘ ' Todos, ó casi‘ todos, todavía retrocedian, dudaban,
y pudiera decirse flotaban. Balaneeabanzlas condiciones de intereses, de opor tunidaïggatendian unos áotros, y entre s1’ calculaban.
«Nosotrosnoxéramos más que diez republicanos en
el año’ 89;'r"d'ecia Camilo Desmoulins. Se habían multiplicado considerablemente ‘enel 91, gracias al viaje de-Várennes, y había n inmenso número de republicanos, ¿que lo eran sin aberlo siquiera: era preeisogenseñarles a conocerse a si mismos. Estos solo calculaban bien el trabajo, y era que nada cal
‘culaban. A la cabeza de la« vanguardia. marchaba madame Roland; arrojaba la llave de oro en la ba Jhnzaindecisa, su‘ valor y la idea del derecho. ¡rra ; ' ‘ ’ -
CAPITULO XV. L
I p
Madame Roland. (Continuaciom)
‘
_Madame Roland, en aquella época, a juzgar por sus cartas, estaba más frenética que lo estuvo des- . '
pues. Estos son sus términos: «La caída del Tro no es, detenida por el destino de los imperios... Es preciso juzgar al Rey... Cosa cruel es pensar que no podemos ser regenerados sin derramamiento de
sangre.» El sacrificio del Campo de Marte (en julio del 91),
en el que los que pedían la República fueron muer tos al lado del altar, la pareció la muerte de la. liber tad. Mostró el más tierno interés por Robespierre, a’. quien creía en peligro. Marchó á las once de la no che á. la calle de Saintonge, en Marais, donde vivía,
para ofrecerle un asilo. Pero ya estaba oculto en casa de Duplay, en la calle de Saint-Honoré. Desde allí, Mr. y Mad. Rolan marcharon á. suplicar á Buzot que le defendies en la Asamblea. Buzot
rehusó; pero Gregoire, que ¿estaba ‘presente, aceptó tal cargo.
Ellos habían ido a París por los trabajos dela ciudad de Lyon. Habiendo obtenido loque desea ban, volvieron a su soledad. Inmediatamente (en setiembre del 91) escribió madame RolandáRoa bespierre una bellísima carta, con la fé espartana, sentimental; carta digna, pero aduladora. En esta. carta, intencionada, se descubre quizás el cálculo, y
'
LASEMUJERES ns ‘LA REVOLUCION. 99 además, como ya hemos. dicho, la intencion política.
Vlsiblemente ‘estaba herida de aquella elasticidad prodigiosacon que la máquina jacobina, lejos de, , estar abatida, influia de un modo notable en toda la Francia y en el papel político del hombre que se encontraba en el centro de la Sociedad. Son notables
los«Si siguientes hubierapárrafos: seguido la marcha de los Cuerpos le- V gjslativos por medio de los periódicos , hubiera dis tmguido pequeño número hombres valerosos, fieles á losel principios, y entre de estos hombres, a aquel ' i .6. quien nunca ha ‘faltado la energía... etc. Hubiera profesado á tales ra= gos de patriotismo, el respeto y. el reconocimiento. (Siguiendo cosas mas altas, hacer
el bien como Dios, sin exijir ninguna recompensa.) Las pocas almas elevadas que serían capaces de grandes cosas, ‘dispersadas sobre la superficie -de la tierra, y obedeciendo á las circunstancias, no pue den reunirse para tratar de concertarse .. (Con gra cia introduce en su carta recuerdos de su hijo, dela naturaleza, muchas veces bien triste, habla del pe dregoso camino, de la estraordinaria sequía. «Lyon aristócrata.» En la campiña se cree a Roland aris tócrata y se grita: «A la linterna,» etc.) Habeis he cho mucho, señor, para mostrar y estender estos principios; es bello, es consolador poder hacer esta
confesion en una edad en la que tantos otros no sa
ben qué destino se les tiene guardado... Si hubiera considerado solo lo que os puedo mandar, me hubie ra abstenido de escribiros; pero sin tener con vos conocimiento, he tenido gran fé en el interés con que recibireis nuevas de dos seres cuya alma ha na cido para sentir, y que quieren demostraros la esti macion que les inspirais y que tienen a muy pocas personas, y una estimacion que á nadie han revela
do mas que a’. los que Üesean por cima de toda gloria serjustos, y la felicidad de ser sensibles n Mad. Ro land acaba. regocijándose, fatigada, contristada, etc.
s, No hemos visto quién haya respondido á ideas tan avanzadas. Del girondino al jacobino había diferen cia, no fortuita, sino natural, innata; diferencia de, especie, ódio instintivo, como el del lobo al perro. Madame Roland, en particular, por sus cualidades
brillantes y vïriles, irritaba a Robespierre.
Ambos tenían lo que parecía poder unir á 105 hombres,’ y que por el contrario, entre ellos cream
l,
100
nmuorrcn Ponmcs n
LA isrnis.
vivas antipatías, y era tener un mismo defecto. Bajo el ' heroísmo de la una,-bajo la perseverancia del otro, se i
descubria un defecto comun, digamoslo así, una ridicu lez. Ambos escribian siempre, habían nacido escritores‘ Preocupados, más por el estiloque por los trabajas, escribian por el dia, por la noche: escribiendo, mu riendo; en las más terribles crisis, casi bajo el cor tante cuchillo, la pluma y el estilo fueron para ellos
un obstinado pensamiento. Verdaderos hijos del si glo XVIII, del siglo eminentemente literario y bell triste, como dicen los alemanes, encerraron este ca rácter en las trajedias de otra edad. llíadame Ro land, con corazon tranquilo, escribe, sueña, eleva sus Í admirables retratos, mientras que percibe los des»
aforados gritos de la multitud , que pide bajo sus ventanas «la muerte de la mujer Roland.» Robes
pierre, al amanecer del 9 thermidor, entre el pensa miento del asesinato ó el del cadalso, dilató aquel » f, i término para su decision , menos deseoso de. vivir, al parecenque de ser tenido por buen escritor. Como políticos y letrados, desde aquella época ss quisieron muy poco. Robespierre, desde luego, te nia un sentido demasiado justo, y un muy perfecto conocimiento de la necesidad de la unificacionde la‘ vida a los gran des trabajadores, para asociarse con aquella mujer, con aquella reina. Despues de m9;
dame Roland, ¿dónde hallar la vida de un amigo? ¿Dónde la obediencia, dónde el valor?
Mr. y Mad. Roland no volvieron ¿‘París hasta el 92, cuando la fuerza de la situacion. la inminente
caída del Trono llevó ó. la Gironda alos negocios públicos. Madame Roland fue en los dorados salones del ministerio del Interior. lo que había sido en su rústica soledad. Solamente que lo que en ella había de sério, fuerte, viril é intencionado. pareció fre cuentemente demasiado orgullo, y esto la ocasionó muchos enemigos. ‘ Es falso que ella diese empleos, pues es lo verda
dero que tachaba con palabras severas todas las pe ticiones, y que descartaba á los pretendientes. 'Los dos ministerios de Roland, más bien que á la _ biografía, pertenecen á la historia. Una palabra sola-f — mente-acerca de la famosa carta al Rey, por la. que . se ha inculpado, con demasiada dureza‘, la fidelidad wdel ministro y su mujer. " ï Roland, ministro republicano de un Rey, sentán
un ¡aureus m: ‘LA nxvonucron. .
101
dose cada día en las Tullerías, no había puesto el
pié en aquel fatal recinto, sino con la positiva con ‘ dicïon de que un secretario nombrado espresamente
ad hoc ; escribiria diariamente todas las delibera ciones, todos los avisos, para lo cual haría el papel‘ de un testigo; y que en caso de perfidia, sepudiese,
en cada medida, dividir, distinguir y eondanar á.’ cada uno segun su mayor ó menor parte de responsabi ' lidad . — Tal proposioion fue desechada, y el Rey no la qui so admitir de ninguna manera. 1 Entonces Roland adoptó dos medios que le ponían
á cubierto. convencido que la prensa es el alma de un Estado libre, publicó todos los días en un perió dicotituladoEl Termómetr0,'todo.lo que podía pro ._ ducir utilidad acerca de las decisiones del Consejo; y
- por otro lado las‘ anotó. por medio de la pluma. de su mujer, en una carta. viva, franca y fuerte, para ente
rar alRey, y más tarde quizás al público si á. él le _ disgustaba. x Esta carta no era confidencial, no demandaba para ella el secreto. segun en la misma se dice. En ella se
adheria visiblemente á. la Francia y alvRey, y decia en estos términos, ¡que Roland no hubiera recurrido á aquel estremo, si no le hubiese ‘sido negado el se cretarioyel conelel ‘¡O que podía en atestiguar.» l Fue enviadaregistro, por Roland ¡desejunio, elmismo día. en que la córte hacia juzgar‘ á la Asamblea. una. nueva máquina, una peticion amenazadora, en que pérfidamente se decia, en nombre de ocho mil pre tendidos guardias nacionales, que el llamamiento de los veinte mil federados de los departamentos, era un ultraje á la Guardia Nacional de París. El li ó 12, no habiendo dicho nada el Rey de la. .: carta, Roland tomó el partido de leerla en el Consejo en voz alta; Esta carta, verdaderamente elocuente,
. es la suprema‘ protesta de una lealtad republicana, que por lo tanto muestra al Rey el último puerto de
salvacion. Hay palabras duras, tambien nobles y tiernas; esto -si es sublime: «No, la patria no es una palabra; es un sér por ‘el cual se han hecho tan tos sacrificios, a quien se venera todos los días por las inquietudes que causa, que se ha creado para y sublimes esfuerzos, eleva en medio l grandes. de las inquietudes, ya; quienque se se ama. tanto por lo que cuesta, como por loque de él se espera 8» Y si 1
102
nrsuorscs PQLÍTSCA ns LA msnm.
guen graves consejos, demasiado veridicns profecías acerca de las terribles resultados de la resistencia,
que forzará. a la República a levantarse en medio de sangre.
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Esta carta tuvo el mejor exito que pudo imaginar".
‘ su’ autor. Ella le hizo marchar.
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Hemos notado las faltas delsegnndo ministerio de" Roland, su perplejidad sobre quedarse ó abandonar á París a la aproximacion de la invasion, la torpeza con que hizo fuese atacado Robespierre por un hom bre tan ligero como Louvet, la impolitica severidad’ ‘ con que rechazó las ideas avanzadas de Dariton. En cuanto á. la acusacion de no haber acelerado la ven ta delos bienesnacionales, y haber dejado á. la Fran
cia sin dinero en tal peligro, Roland hizo enérgicos esfuerzos para no merecerla; pero las administracio
nes girondinas fueron sordus á. las indagaciones más cul u inanles. , x Desde setiembre del 92, Mr. y Mad. Roland cor rieron los mayores peligros, respecto á la vida‘ aun á la honra. No se atrevieron á usar contra elos el ‘puñal. sino emplearon las más crueles armas: la ca. lumnia. En diciembre del 92, un intrigante llamado ‘ Viard, fué á buscar á. Chabot y á. Murat, y se hizo fuerte haciéndolos , asociarse a un gran complot? gi - rondino; Relnnd y su mujer, se hallaban en él. Ma ra: cayó en el anzuelo con la ligereza de un requin; ¿cuando se arroja á un pez voraz madera, piedras ó
hierro. lo engulle indiferentemente. Chabot era de masindo ligero, confiado; aun teniendo, con el espi ritu. poco sentido, menos delicadeza; él instantánea
mente creyó, y no se ocupó en examinar.‘- La Con vencion perdió todo un dia en examinarse 5. si mis ma, en disputar entre si é injuriarse. Se hizo a — Viard la honra de llamarle. y se conoció demasiado bien que el respetable testigo l que presentó á Murat y Chabot, era un espía que probablemente trabajaba
para todos los partidos. Se discutió aquella cuestion, y se escucho á madame Roland, que encantó a toda la Asamblea. por su razon y-su donaire, por sus elo cuentes palabras, por su modestia y tacto. Chabot es _ taba admirado; Murat, furioso. Por la tarde escribió en un periódico que todo había sido arrebatado por
Jos rolandirtns, y que queriendo sublimar a los pa triotas. les hacían ridículos. . E12 de junio, cuando la. mayor parte de los giron
-
us ¡western LA nzlvonucxox.
103,
dinos se alejaban ü ocultabamlos más valientes, sin comparaciou, fueron los Roland, que jamás pensa. ron en ocultarse ni en mudar de domicilio. Madame Roland no temia ni la prision ni. la muerte; no temía ’ más que un ultraje personal, y para ser siempre ‘dueña de su suerte, no se acostaba sin meter una. ,
pistola debajo de su almohada, Al aviso ‘de que’ la Mu rxicipalidad. había. lanzado un decreto de prision com’
_ » tra’ Mr. Roland, ella corrió á las Taller-ias, con la he — róica más ‘que razonable idea, de ¡anonadar «á. los
' — acusadores, de atemorizar á. la Montaña con su'elo-' cuencia y con su valor, y arrancar a la Asamblea la. , orden delibertadpara suesposo. Pero fué aprisio-_ nada aquella misma xnochcmï-Es-preciso here-toda = aquella escena en sus admlrables Memorias, que al leerlas frecuentemente, se creera’ no es larplnma
, de una mujer quien las ha escrito, sino el puñal de Caton.
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e».
e "Pero t-al palabra, arrancado, de entrañas mater nalos,‘ tal alusion á la irreproehable amistad, hacen
conocer demasiado, por = momentos, que aquel ‘gran hombrees una mujer, que -aquella alma, aun siendo tan fuerte, no era. menos tierna.‘ . ‘ A — ‘ < ,- No= hizo nada para sustraerse al arresto, y fue. á la de laz-Conserjería cerca, del ¿.1a calabozo la-vRei l _ torre na, bajolas bóvedas vivas aúnpenadede Ver "
gniaud, de Brissot y de otras respetables sombras. Fue real lieróicamente , habiendo , ¡como Ver
vgnizmd, arrojado-todo el veneno que en. su pecho ‘se encerraba, yïquiso morir en un gran dia. « Creía honrar la República con su valor delante
'del tribunal, y por la firmeza de. su muerte, Los-que ln vieron en la Conserjería decian que ¡estaba más jolla, ‘más llena de encantos, y en la edad de los 39 ‘años: una juventud entera y valerosa, un tesoro de vida, despedian sus ardientes ojos. : - . » - «Su fuerza se mostraba, sobre todo, en- su dulzura raz nable, en la, armonía irreprochable de su perso
_na ‘su palabra. Desde su prision quiso escribir 3'. Robespierre, no para pedirle gracia, sino para. darle
"una lecciou.‘ La enseñaba. al tribunal , mientras él callwba. El 8, en el que murió, era un dia fue de no _ Vienibre, La naturaleza austera y sombría, esperi—
mentabazel estado de los corazones: tambien la‘ re volucion se hundia en su invierno y en la muerte de '
sus ilusiones. Entre los dos despojados jardine: . 81 n
104
BJBLIGTECAPGLÍTICA m; LA msnm.
declinar la tarde, á. las _ cinco y media, llegó al pié de la estatua de la. Libertad, estando colocado el cadalso en la plaza donde se halla el obelisco; subió
ligeramente sus gradas, y volviéndose á. la estatua, ' la dijo con una grave dulzura, pero sin ¡envolver en ella ninguna repulsa: «¡Oh! Libertad: ¡’cuántos crí menes se cometen acojiendose a tu nombre!» ' Había sido la gloria de su partido, de su espo so, y de ningun modo había contribuido a su’ ruina. ‘Oscurecio involuntanami nte a Mr. Roland para el porvenir; pero le hacia justicia, y profesaba a aquella alma antigua, entusiasta y austera, una es pecie de religión. Cuando por un momento se la ocurrió la idea de envenenarse, le escribió diciendo la perdonase dispusiese de. su vida sin sueonsenti r miento. Sabia que Roland tenia una sola debilidad, y era sutviolento amor por ella, mucho más profun do que el que ella tenia. Cuando la juzgaron, dijo: «Roland se matará.» No se le pudo ocultar su muerte. Retirado cerca de Rouen, en casa de unas señoras, amigas seguras, se
desesperaba, y para ocultar sus intenciones, desea ‘ba alejarse. En tales circunstancias, no hubiera. es
tado el viejo bien lejos de allí. Encontro una mala
diligencia que marchabapor su mismo camino; 133 sendas del 93 eran fronterizas. No llegó hasta por la tarde alos confines del Euro. En el completo aban
y dono de lla policía, los ladrones recorrían todos 108 caminos y peleaban aun con los mas firmes: Sin embargo, los gendarmes les perseguian. Esto inquie
tó á. Roland, y resolvió no ir más lejos para poner su plan en ejecucion. Salió de la diligencia, abando
nó elpamino, y marchó por una senda que conducía á un castillo: se detuvo al pié de un roble, colocó su
baston ámodo de dardo, y se pasó de parte á parte. Se encontró sobre él su nombre, y estas frases: «Respetad los restos- de un hombre- virtuoso.» Los
años que le han seguido, no han desmentido seme jante calificación. Siempre ha llevado consi o la es timación aun de sus adversarios , especialm nte de Roberto Lindet.
Así terminó la vida de este hombre probo. y con secuente que había servido de una maneratan asidua y constante á. la República. El epitáfio colocado por
él sobre su cuerpo, es el mismo que le ha consagra do la historia. ..a'
LAS mu: ¡amas mi LA nzvonucxon,
' 105
No, podemos resistir al placerde copiar la descrip
ahcion que de madameflltoland hace Lemontey , y ve‘? “dice asíz‘ a, . - ¿‘T- ‘x; «He visto algunas veces á.‘ madame Roland antes ._,'._'. del año 1789: ‘sus ojos, su talle, ‘su cabellera, erande o Ïïïuna‘. belleza notable, y su delicado cutis tenia una. frescura y un colorido, que juntos cen su aire de re «s .,.,servay candor, la rejuvenecian‘singularmente. Yo no la encontraba la estremada elegancia de una pa '. risiensefcomo ella dice en sus’ Memorias: yono "quierodecir que fuese ‘desmañada, pues que todo
., lo que es sencillo y natural, nunca puede estar , “despojado de ‘gracia. Recuerdo bien, que la primera
‘vez que la ví, realizó la idea que me había formado de la pequeña hija de Vévay, que-tantas cabezas ha, trastornado, de laJulia deRousseau; y cuando la
oí hablar, la ilusion fue aun más completa. Madame
Roland hablaba; bien, muy bien. El "amor propio ¡hubiera querido encontar más estimacion en. ella gïide lo que decía, pero no había medio posible ; era > ¿simplemente una naturaleza demasiado periecta. In teligencia, buensentido, propiedad enlas espresiones, e razon picante, gracia nativa, todo corria sin estudio
entre aquellos dientes de marfil y aquellos‘ rosados labios; era fuerza resignarse. En la marcha dela ' revolucion-no vi más que una‘ vez á madame Ro _ land, era al principio del primer ministerio de Ro 4. land. Ella no había perdido ¡su frescura y su aire de I’ adolescencia y sencillez: su marido parecía u_n kuá " V kero, de quien era hija; y su hijojugaba asu alrede
_Ídor con sus bellísimos cabellos flotando hasta la cin tura: se creía ver en ellos los habitantes oe Pensil "yania, llevados al ‘salon de Mr. de Chalonne. Mada “me Roland no hablaba‘ mas que de los negocios "públicos,_y pude reconocer que mi moderacion la. ïinspiraba cierta piedadf Su alma estaba exaltada, . ¿’pero su corazon permanecía dulce y tranquilo. Aun
«Í que las grandes ruinas de la Monarquía no hubie - ‘sen acaecido entonces, no disimulaba que los sínto qmás dela anarquíaprincipiaban a establecerse, y rometia combatirlos hasta la. muerte. Me acuerde ,11}; eLtono tranquilo y resuelto con que me decía que
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gntregaria, si necesario fuese, su cabeza al ver ,
g confieso que la. imágende aquella cabe —= dora entregada al hacha del verdugo, me
- i :5- jimpresiog difícil de ser borrada de ¡mi
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106
nuuonca POLITICA m: u msnm.
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oorazon, porque el furor de los partidos aun no nos había acostumbrado á. tan espantosns ideas. Así, los prodigios de la firmeza de madame Roland y su he— rólca muerte, no me sorprendieron en modo alguno. Todo estaba de acuerdo , nada había cambiado en j aquella mujer célebre; no fue este el carácter más
brioso, {pero sí el más verdadero de nuestra revolu— cion; la historia no le desdeñará, y otras naciones fimemente le envidiarán.» '
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La acta primitiva de la República, la famosa peti
rcion del Campo-de Marte, para no reconocenm’ d Luis XVI m‘ á otro Rey; aquella acta, improvisada en "V medio de la multitud ante el altar de la patria (en 16 de junio del 91), existe aun en los departamentos del
,3‘? archivo del‘ Sena, y fué escrita por el cordelier Robert. Su mujer, madame Robert (mademoiselle Kera l-lio); se lo dijo por la tarde á madame Roland: el «flauta entendida; sobre el particular, testifiea esto mis
Y- mo. Está. materialmente escrita por Mr. Robert, que fue uno de los primeros firmantes.
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Robert era un hombre grueso, que tenía mdsipa triotismo que talento, aunque poseía alguna. facili dad de espresion. Su mujer, por el contrario, escri fltora conocida, periodista infatigable, espíritu vivo, wrápido, ardiente, dictasba, á no dudarlo, y era natural
' que; así fuese, todos los escritos que aparecían con _ '- la firma de su marido. 4
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Este papel ¡»muy notable, y fue por ella imPTQ ¿ visado. Los jaeobinos eran adversarios. Aun el gi "frondino Brissot‘, que deseaba la caida del Rey, habla. = escrito una tim-ida. peticion que desaprobaron los
"‘ franciscanos. Estos, unos por la mañana fueron pre SOS, y otros se ocultaron, huyendo de 19- PTÏSÏOD '
19
108 mua-mc; ron-nes m: u nun. Danton, Desmoulíns, Freron, Legendre, no se pre
sentaban en las sesiones de este club, y los más secundarios franciscanos, como Robert, se encon traban en primera línea, y aun llevaban la. ini ciativs.
La señora Robert, consecuente, espiritual y lle na de resolucion (así la retrata madame Roland), pero sobre todo. ambiciosa, impaciente por aban donar, despues de tan largo tle-npo, el oscuro rin con en que una mujer escribe para vivir, cojió, como suele decirse, la ocacion por los cabellos. Dic
tó, no tengo duda alguna de ello, y el grueso Robert escribió. " , El estilo, al momento hace conocer al autor. " El de madame Robert es cortado, muy cortado, como el de una persona jadeante. Muchas faltas fe lices, pequeños rasgos furiosos (como la cólera de mujer ó la del colíbrí), delatan al instante la mano femenil. «Pero, señores; pero representantes de un
pueblo generoso, recordad... etc.» este es puramen te femenil. Madame Roland había estado por la mañana en el Campo de Marte, para juzgar el giro que podían to
mar las cosas. Salió de el, creyendo sin duda que na a habría que hacer. Por la tarde vio’ la sala de los jacobínos invadida. por una. multitud entraña que se creía, no sin visos de certeza, pagada por los or
leanistas, que querían aprovecharse del movimiento republicano. Entonces, solo fueron los franciscanos, estando á.
su cabeza Mr. y Mad. Robert, los que, hallándose en el Campo de Marte, en medio del pueblo, para quien escribian, tomaron aquella audaz iniciativa, dela cual se debían aprovechar, primero los girondinos, -- y luego los jacobinos. * ¿Qué era, pues, madame Robert, ó mademoiselle Keralio? ._ Bretona por su padre. pero nacida. en París en c 1758, tenia entonces treinta y tres años. Era. una mujer ilustrada, se podría decir un sábio, elevado á. tal categoría, por los estudios que había debido á. vw su padre, miembro de 1': Academia de inscripciones.
Guido de Keralio, caballero de San Luis, fué llama do‘ con Condillac para perfeccionar laeducacion del príncipe de Parma. Profesor de táctica en lajseuela.
militar, inspector militar de provincias tuvo ‘entre a. ,
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109
sus ayudantes al corso Bonaparte. Su sueldo no bas ïqtaha para sostener á su familia, y para ayudarse es
‘ eribia en el Mercurio, en el Periódico de los Sábios, y hacia además una multitud de traducciones. La. pe
— sueña Keralio no tenia diez y siete años , 'y ya. tra. . , uc a y reco llaba.» A los diez y ocho años hizo un f romance (A Zaida), el cual nadie leyó. bespuesem picó diez años en hacer un trabajo serio una larga
historia de Isabel, que muestra un gran estudio, y que está llena de curiosas notas. Por desgracia aca bó esta obra el 89, era demasiado tarde, no había
tiempo para leer la historia. Visto eso por el padre y la hija. , se principiaron á. ocupar delos asuntos de actualidad. Mile. Keralio se hizo periodista y es
ngecribió en el Diario del Estado y de los ciudadanos. ‘te; El viejo Keralio fue, bajo el mando de Lafayette, instructor de la Guardia Nacional. Y no parece que ni a el ni á ella les sirvió de mucho tal empleo. w Cuando lo perdió, siendo lo único con que podían ïwmantenerse, se casó la hija. ‘wii El marido de‘ esta, adversario del partido de La. ‘ fayette; era el franciscano Robert, que desde el > fin 2 del‘ 90,‘ siguiendo con asiduidad la suerte de Camilo
Desmoulins, había’ escrito el Republicanísmo adaptado l ¡th-lila flvlncia. Mile. Keralio, de noble cuna, de eleva ' dc posicion wen el antiguo régimen, se impregnó ardor y facilidad en aquel movimiento. Su ma "'=.’iri_moni0'la arrojaba á. la más abrasadora hoguera de agitación parisiense, al club de los franciscanos.
"¿El dia. ‘en que los jefes de los franciscanos, presos ó ' huyendo, abandonaron el peligroso sitio, en. el altar
de la patria, ella promovió la reunión, agito los es "¡‘p1'ritus,—y por mano de su marido escribió el acta.
“decisiva.
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i.‘ »‘—.
¿í El asunto eramuy peligroso: aun cuando no se po» ‘H dia. adivinar las muertes que por la tarde hablan de " “hacer los realistas y los soldados de Lafayette: el
“ïfiampo de Marte había ¿sido testigo por mariana. " e una escena demasiado trájica, debida a una burla. ¡preparó un“ acto ‘sangriento. Aunque sea — gonzoso tal hecho, nosotros no le_pode
ues sirve este ejemplo mucho anues ]
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tes. Estos seirritaron, especialmente por la ausen
cia de sus jefes, »y por los bastonazoa’ que algunos de ellos recibieron de manos de los fayettistas. Los realistas de baja posiciou , ex-lacaysos, por
teros, peluqueros, tambien eran bastante epigramá
ticos: sin embargo, solo se burlaban de ellos, cuando se atrevian a hacerlo, estando ausentes los revolucio narios. Lospeluqueros, e—pecialmente arruinadospor 'la revolucion, eran furiosos realistas. Agentes adu - nladores, bajo el antiguo régimen; testigos ‘necesa nrios, para realzarle, de las mas libres pero ‘recóndi tas escenas, eran ': por lo general libertinos ponen i-v propia cuenta, y además por imitacion y enseñanza. A uno de ellos, el sábadopor la tarde, 17 de julio, se le-ocurrió unaidea que no podía caber en ningu - na otra cabeza, sino en la de un desalmadocalaïe r ra, y fue ir á. pasea‘ en el altar de la. patria. y poner se a. mirar por bajo del zagalejo de l -s mujeres-«No se usaban entonces tontillos, pero si unos zagalejos muy huecos por detrás. Los altivos republicanos, tribunos en el birrete, oradores en los clubs, los, ro mánticos ,
las damas letradas , debían sufrir allí
mucho. El peluquero hacia el papel de un bufon para ver (ó imaginar ver). Verdadero ó falso, tal accion se creyó repetida muchas veces en los salo nes realistas: el tono era demasiado libre. aun .entre
ciertas señoras. q Se vé con asombro, en las Memorias de Lauzun, lo q e se atrevía á. decir en presencia de la Rei na. Las páginas de Faublas y de otros libros muy malos, fueren bien recibidas y devoradas ávidamen te por aquella alta sociedad que celebraba sus ver
gonzosas y torpes descripciones.
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El peluquero, como Lutrin, no quiso encerrarse
solo en las tinieblas; quiso tener un camarada ,. y elijió un bravo, un viejo soldado, inválido, no menos realista, ni menos libertino. Tomaron provisiones. una vasija de agua, fueron por la noche al Campo
de Marte, levantaron una tabla, y bajándola nue vamente, la colocaron con grande artificio. Despues,
por medio de una barrena, principiaron a hacer agu JGFOS. Las noches son en julio bastante cortas, esta
ba amaneciendo, y aun se hallaban, trabajando. Aquel gran día llamaba mucha gente allí: a’, la parte
miserable, por la esperanza de vender algo, a, la multitud, á otra por curiosidad, y a no poca con otros
, u p ‘ A uánfnápíb Im,efiexázoe;¿pyr5¡_:f{¿¿}.' w »
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‘¿g i {füácobiar estúdi 3_a _I.\,1.:-‘.1<°-W1Ï15;p , ggïgïigpglones _patri8fiefág.;:CQ¡f;e á .112". jar
. V _ l: ‘ _qL¡.,de_¿_Qros-Ca1llou; laïeuayeb fúiAso, inf,’ y _ ‘refiggradamente al [Iotelb dqjïzll e,‘ tenue á _x
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_ m‘ _n aquel maüfiogázipc-‘ghetanqia agráwzante, confie su deptfiavada ifífigeïjeïqn. E9. poblacioúf de Gros
* , ¿i335 estáen s"u totülidzgdlcófqpuesta de lavande
‘vnuág’: p0b1,á9i9n'de..5ïiu5qres». ‘siempreefmadás de . v‘ '
ñpalágfl‘: qpe tvuflvieroh durante lafrevolucion ¿sus
‘_ _d:e' no? r
y reyueltas. Estas mujeres tomaron
“¿:9 . ' ¿ñïmyl Ljgonfeegqn deqsemejante ultraje‘ hecho - - fasryvá to as las mujeres, Por otra, parte, se mur . ¡taba queseleshabíaprómetido, para tentarïm
_' gñjandes riquezas en diferenmasT tieiras? el rrómfle agua, pas;gne1e de boca en boca, se convir
-, "a
ó pin’ jarro de polvo y ‘fgíego: despúfes de tpdo uello, _se seguía que de’ narraclon’ ‘en, narracion se
— ‘ ' aumentando’ el coraje,‘ y ya no se decía otra cosa. __ que‘ querían hacer saltar al pueblo que se ha.
'e”:en elgaltar en el acto de la. ceremónia. Empeza V. ‘ lá,‘ ïlgïyaeíon’, la guggrgïa no pudo ya defender á.
‘crimiriales: la mulïïtíi, se‘ apoderó de ellos, y los ogó; y despues para atefrrotizar á los aristócratas. , "¡fitóglas cabezas y "las paseó por París. Erítre ' ‘ j y‘ nueve estaban egelPalgció Real ¡fifflïn ‘ ‘S; ¿’gfiïgoshumanosu _ ento despues la‘ Asamblea, conmovida,
4:15. pero demasiado hábilmente diríjida por . s: 1:83,,-‘tïgígïgácïa_.t -‘ gealïstag contra la. petícion republicana, que se
éig. y aun temía, declaró: «Que los que porvcscri o ividuales ó colectivos pudiesen irritar al pue
ïíáíi briminales de lesa nacion.» La‘ peticion se _— p. .
‘¿así identificada. con el asesinatqdela _ ,, "¿r-da xeunion como amenaza de asesinato.
m} '
_ omento en momento el presidente Carlos de etmïescribia á la, municipalidad para. que des
smmorzca POLÍTICA n: LA manu. 112 plegase la bandera roja, y lanzase la Guardia Nacio
;, nal contra los peticionarios del Campo de Marte. 7' ,4 _La reunion, en realidad, era completamente in
ofensiva. Dice un testigo ocular, que había muchas
más mujeres que hombres. Entre las señaladas, ha. bia un gran número de mujeres y doncellas. Sin duda aquel dia, domingo, se hallaban en brazos de
,.;,, sus padres, al lado de sus hermanos y de sus mari ,’ dos: creyentes con una. dócil fé, querían comunicar y a atestiguar con ellos aquel gran acta cuya significa ¿ cion muchos no coynprendian. Pero eso no importa , ' ba; estaban furiosas y eran fieles, y muchas testifi V caron El número todo esto de con las señaladas su sangre.debe ser inmenso. L listas, que subsisten aún , contienen millares- de nombres. Pero es casi cierto que muchos de ellos se
whan omitido. La última fue firmada por cincuenta. FES prodigiosa. la empresa de firmar todo un pueblo una acta tan hostil al Rey, tan severa para la Asam
blea, y debió asustar á esta. Presentáronla una de las copias que circulaban, y vió con terror aquella
Asamblea soberana, casi juez y árbitra entre el Rey . y el pueblo, que en aquel momento descendia de tan 4, alta dignidad al papel de acusada. Importaba enton ces, á. cualquier precio, disolver tal reunion y des
echar su peticion.
a
l’
Tal fue el pensamiento, no digo de toda. la Asam blea, que se dejaba arrastrar, pero si el pensamiento delos incitadores. Finjieron tener aviso de que la
_ _ multitud del Campo de Marte quería marchar sobre .5 la Asamblea, cosa ciertamente inexá eta, y positiva
' mente desmentida por todos los testigos oculares y vivientes aún, fundandose en la muy diferente acti tud del pueblo. Que hubiese en la multitud algun loco que lo propusiese, no es inverosímil; pero nadie ejercía ni la menor accion sobre la multitud. Esta
era inmensa; en ella se hallaban mil elementos di versos, unos fáciles de arrastrar, otros menos ofen sivos. Los habitantes de las aldeas de los alrededo res, no sabiendo nada de los últimos sucesos, se pu sieron en marcha, especialmente los de las cercanías R del Oeste, como Vaugirard , Issy, Sévres, Saint
,‘ Cloud, Boulogne, etc. Todos coacurrieronallí como ,_ " á. una fiesta; pero, una vez en el Campo de Marte, no tuvieron ninguna idea de participar de ella: lo
que buscaban ‘con ansia en aquel ardoroso dia, era .¡A
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un poco de
us MUJERES m: LAdenzvowcxou. sombra debajo los árboles
que
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llaban’ alrededor, ó bien en el centro, en la magnifica. piramide del altar de la patria. _ Mientras tanto llega un espantoso mensaje de la Asamblea, una especie de ultimatum, dirijido á. las
cuatro al Hotel de Ville; y entonces esta noticia se esparce en la Gréve, donde se hallaba estendida una. gran troupc pagada. «Una tropa de cincuenta mil bandidos se hallaba colocada en el Campo de Marte.
y quiere marchar contra la Asamblea.» La municipalidad no resistió. Desplegó la bande
ra roja. El mariscal Bailly, muy pálido, fue á. la Gré ve mandando una columna de la Guardia Nacio nal. Lafayette siguió otro camino. ue aquí el relato inédito de un testigo, muy crei ble, que era guardia nacional, y estuvo en el Cam po de Marte, habiendo ido por el arrabal de San Antonio: (El aspecto que presentaba la plaza, nos llenó de asombro. Creimos encontrarla ocupada por un popula cho enfurecido, y encontramos la poblacion pacífica. paseando, como que era domingo, formando grupos,
reuniones de familia, compuestas en su mayor parte
de mujeres y niños, en medio de los cuales circulan han vendedores de coco, pan y pasteles de Nanterre, que tenían entonces gran aprecio por su novedad. No habla. entre la multitud ninguna persona que es tuviese amnada, escepto algunos guardias nacionales
que estaban allí parados con uniforme y sable: la mayor parte de los hombres acompañaban á. sus mujeres, y no tenían aspecto amenazador ni sos pechoso. Tal fue nuestra seguridad , que muchas
compañías pusieron las armas en pabellones y otras marcharon sin obstáculo alguno hasta la mitad del
Campo de Marte. Fueron a su vuelta interrogadas y dijeron no había ninguna novedad, sino quese fir maba. una. peticion sobre el altar de la patria. ¡Este altar era de una construccion soberbia, con
una altura de cien piés; se apoyaba sobre cuatro co
lumnas de proporciones colosales, que ocupaban los ángulos de su vasto cuadrilatero, y soportaban una. especie de trespies colosal. Estas columnas estaban unidas por medio de unas escaleras, de una anchu
ra tal, que cojia un batallon en línea en cada una de. ellas. La plataforma, ala cual conducian, se eleva
ba piramidalmente por una multitud de gradas. en 0
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Ill.
DlBLlOTI-ZCA POLÏTICADE LA manu.
un terreno firme que coronaba el altar de la. patria, y al cua] daba sombra una palmera. ¡»Se habían hecho en las cuatro caras, desde la. base hasta la cima, varios asientos que brindaban al reposo á. la multitud fatigaéa por un largo paseo‘ ó por el escesivo calor del sol ardoroso de julio. Así, cuando llegamos á aquel gran monumento, parecía una montaña elevada, animada y formada de séres
humanos superpuestos. Ninguno de nosotros presu mia ¡que aquel edificio construido para una fiesta, se cambiase en un sangriento cadalso.» Ni Builly ni Lafayette eran hombres sanguinarios. No habían hecho más que dar una orden general para emplear la fuerza en caso de resistencia. Los sucesos todo lo cambiaron; la tropa pagada (especie de gen darmería), entraba por mitad del Campo de Marte (por laparte de Gros-Caillou), cuando se le habla dicho que por el otro lado habían disparado contra. el alcalde, y habían herido a un soldado de drago» nes. Y en efecto, un grupo de niños y de hombres
exaltados, habían tirado un tiro, y pasando la bala por detrás del alcalde, hirió á un dragon. ¿Quiénes l : ' : x motivado aquel atentado? Los realistas, sin
duda; los peluqueros, que en número muy crecido, y armados hasta los dientes, querían vengar al pelu quero muerto por la mañana. p La guardia pagada a nada atendió, y sin verificar lo que se la había dicho, avanzaron aquellos soldados
á la carrera en el Campo de Marte, y dispararon to
das sus armas sobre el altar de la patria, cubierto de mujeres y niños. líolvert y su mujerno fueron atendidos. Y ya los franciscanos, ó sus amigos, en el fuego, repartieron las hojas de la peticion, de las que conserv-imos una parte.
Por la tarde se refugínron en casa. de madame Ro land. Se la hizo leer su escrito sobre aquellos su cesos, el cual, por su dureza, no esplica más que la.
escesíva timidez de la política girondina. «Volviendo V de casa de los gironiinos á la mia, á. las once, en " cr ntré a Mr. y Mad. Rombert. Venimosrhme dijo
esta,—conla confianza de una antigua amiga, á pedi ' ros un asilo: no es necesario conoceros ni trataros mucho, para creer en la franquem de vuestro ca rácter y de vuestro patriotismo. Mi marido apoyaba la peticion en el altar de la patria: yo estaba á. su
' lado; escapamos del furor de la tropa sin osar reti
‘—fi._pwjïï‘tasuuumnss m: u nsvotucion.
115
‘v "¿iii-amos á, nuestra casa ni á. la de ninguno de nuestros - ‘wconocidos donde nos pudiéramos haber refugiado. _*‘:'Yo os agradezcor-la dije,—os hayais acordado de ' ."_ ‘mi en unas circunstancias tan tristes, y me honro " ‘"1! con ocultar los perseguidos; pero os i hallareis mal
ocultos aquí (vivía en el Hotel Británico, en la calle ‘ iGuengaud); esta. casa es muy frzcuentada, y el due j" ño es partidario de Lafayette.—-No estaremos aquí más que esta noche; mañana marcbaremos a mi ‘ fïcasa.» Hice decir á. la dueña-del hotel, que una. pa y rienia, llegando á París en aquel instante de tumul fito, había dejado su equipaje en la diligencia, y pasa “"ria la noche conmigo: que la suplicaba pusiese dos
¿gcamas de tijera en mi habitacion. Fueron colocadas ‘en un salen donde durmieron los hombres,vy mada 1 ,me Robert se acostó en la cama de mi marido, cer
'
‘ {ca de la mia, en mi alcoba. A la mañana siguiente, '
5 Á_
habiendo pasado felizmente la ‘noche, no me ocupe’ 1 _’_ más que de escribir á, mis amigos, enterándoles de ‘ f? la ocurrencia. Mr. y Mad. Robert , á. quienes creía. ' -‘ , ‘activcs, y con una larga correspondencia como pe "ïfigriodistas, estuvieron descansadamente, y despues de
' haber almorzado lo que yo les ofrecí, salieron al 1
1
" ‘Í balcon de la calle, y aun llamaron por la ventana é hicieron subir a un amigo suyo. ."._.- »Yo encontraba aquella conducta muy inconsc ¿cuente de parte de gentes que pretendían ocultarse. f3 La persona que hicieron subir, les contó con calor ' ‘todos los sucesos del dia anterior, y se vanagloriaba de haber herido‘ con su sable a un guardia nacional: , '--‘ ‘hablaba muy alto, en una pieza contigua. á una ante
' ' “hi cámara comun, y a otro cuarto como el mio. Llamé " ‘ha madame Robert: «Yo os he recibido, señora, con "' Ï linterés de la justicia. y la humanidad debida a yntes honestas en peligro; pero yo no puedo dar 65 italidad á. vuestros amigos: puede comprometer '
68' una casa como esta, cualquiera indiscrecion; mrecibo diariamente diputados que se comprome
rian si se les veía entrar aquí, en el momento en
ese encontrase una ‘persona que se vanagloriase ber‘ hecho ayer varias hazañas sangrientas;
" ‘ues, retirar á esa persona.» Madame Robert V u marido, y volví á. reiterar mis observa.
" voz muy alta; porque aquel hombre. 3150
regia necesitar una fuerte imPïesimï Se ' “des, aquel amigo. SUPO que 5° Female
116
BBLIOTECA poLiricA m: LA msnm.
Vachard, y era presidente de una sociedad llamada de los Indigentes, y se celebraron mucho sus esce lentes cualidades y su ardiente patriotismo. Yo pen sé bien pronto en el precio necesario a comprar el patriotismo de un hombre que tenia lo que se llama
una mala cabeza, y á qui n yo hubiera llamado un perverso sugeto. Supe despues que era uno de los repartidores de las proclamas de Marst, que no sa bia leer y que es ahora administrador de un depar
tamento de París, y que tenia muy buena fama en tre sus iguales.
»Era al medio día; Mr. y Mad. Robert hablaron de marchara su casa, pues todo esturia desordenado; yo les dije, que por ‘la misma razon comiesen con nosotros, en lo cual tendríamos sumo placer; me di jeron que preferian volver, y habiendo empeñado su palabra, salieron en direccion á su casa. Yo les espe ré, efectivamente, durante tres horas; ya se halian
arreglado: la mujer traía grandes plumas y mucho color rojo, y el marido estaba vestido c. n un traje de seda azul celeste, sobre el cual sus negros cabe
llos, cayendo en grandes bucles, formaban un her moso contraste. Traia ajustada á su costado una lar ga espada, que no acostumbrando a usarla, al ins tante le daria á conocen-Pero, tDios miol¿S0n locas estas gentes.'—me preguntaba á mi misma. Y yo atentamente les oia hablar, para convencerme de si habían perdido el juicio. El gordo Robert comia con gran satisfacci n, y su mujer hablaba á más y me
‘jor. Me abandonaron despues de un breve espacio,
y no les volví á. ver ni a hablar a ninguno de ellos. rDe vuelta a París. al invierno siguiente, Robert, encontrando á toland con losjacobinos, le reconvino amigablemente, acerca de asuntos políticos, y de no tener relaciones con nosotros; su mujer vino á. visi tarme muehas veces, y a invitarme, de la manera más apremiante, a ir á. su casa dos veces á la sema
na, en los que tenia una especie de Asamblea, donde concurrian hombres de mérito de aquella legislatu ra: yo fui una vez; vi a Antonio, á. quien conocia ya.
como una mediania: un hombre pequeño, bueno para disponer una toillette, hacer lindos versos ó es
cribir sobre cualquier bagatela, pero sin consistencia. y sin carácter. Vi diputados patriotas a la menuda,
decente a lo Chabot, mujeres ardientes en civismo, y honorables miembros de la Sociedad fraternal;
LAS MUJERES nn LA BEVOLUCION.
117
componían un circulo en el cual no me convenía es tar, y del cual me aleje para no volver. "Algunos me ses despues, Roland fué llamado al ministerio; veinti cuatro horas habrían trascurrido desde su nombra miento, cuando vi entrar en mi casa á madame Robert. «Ved ahí á. vuestro marido colocado; los pa , triotas deben servirse recíprocamente, y yo espero ‘ ¡no olvidareis a mi esposo-No »me honraré,—-la dije,——en seros útil, pero yo ignoro lo que podrá ha. cer en esto, aunque ciertamente Mr. Roland no des preciará nada que convenga al interés público, al tratar de dar colocacion á las personas capaces.» Cuatro días no habían pasado, cuando mu, dame Ro bert volvió á, hacerme otra visita, y otra pocos días despues, y hablando siempre con grande instancia. acerca de la necesidad de colocar á su marido, y de los derechos que á. ello tenia por su probado‘ patrio tismo. Yo advertí a madame Robert que el ministro del Interior no tenia, bajo su poder, más que los em pleos de sus oficinas; que todos estaban dados; que á pesar de lo útil que le podría ser cambiar de agen tes, convenía al hombreprudente estudiar los asun tos y las personas, antes de hacer innovaciones, para no alterar la marcha de 10s trabajos; y en fin, despues de lo que la había dicho, la dije que creía no querría su marido una. plaza de simple comisario.— (Verdaderamente, Robert merece mas que eso. En esc caso, el ministro del Interior de nada os pue de servir.—[’ero es preciso que él hable a sus com pañeros, y que den una mision a Robert.—Creo que en la austeridad de Mr. Roland, es difícil se doble gue á rogar a nadie, para que vaya ahora á mez
clarse en lo que pertenece á. todos los demás: pero aunque no eomprendereis probablemente que no basta para aspirar a tales cargos el demostrar el " cilvismo ardiente de vuestro marido, yo hablaré i. '._' nMadame mio.» Robert se aproximó a Brissot y á Du Ïaüouriez, y tres días despues medijo que esteúltimo da había empeñado su palabra, y que se la recordarse v ndo le viese. v‘
ino á comer á casa aquella misma semana; es ‘tambien Brissotta ycierta otros.dama, «¿No demasiado habeisr-Hije í’ ,-—prometido exial
ooar á. su marido? Me ha. regado os ‘recuerde
‘ — bra; y su actividad es ¡tan grande: que
Hí
118
nxgzxorgcA POLÍTICA m: LA 11:12am.
estoy deseosa. de poderla calmar á mi presencia, diu ciéndola que he hecho lo que la. habia pr0metido.—-—
¡No es la mujer de Robert de quien tratais'!-—pre— guntó Brissot.-—Justamente.-—¡Ahl-dijo con aquel aire de bondad que le caraeteriza,-—debeis (volvién dose a Dumouriez) colocar á ese hombre: es un sin cero amigo, un arrebatado patriota: es preciso que el reino dela libertad sea util á los que la aman.-—¡Qué! o-interrumpió Dumouriez con tanta vivacidad como grncia;—¿me hablais de ese hombre pequeñuelo, de cabello negro, tan largo como su estatura? En verdad que no quiero deshonrarme Yo no meteré en nin gun lado á tal cabezorro.—-Pero,——replicó Brissot,—
entre los agentes que estais en el caso de emplear, ‘ ¿no tienen todos necesidad de una capacidad como eSaY-¡Eh! ¿conoceis bien á.’ R0bert?—-—le preguntó Du—
mouriez-Conociw mucho á Keralio. el padrede su mujer, hombre altamente respetable, y vi en su casa.
á. Robert; sé que se le acusa de ciertas necedades, pero sé que es honrado, que tiene un buencorazon, un ardiente civismo y una gran necesidad de ser empleado.-—Yo no empleo a un loco semejante.—— ‘ Pero se lo haheis prometido á. su mujer.——Sin duda; pero un empleo inferior. de cien escudos de. sueldo, no lo ha querido. ¿Sabeis lo que ardientemente soli cita? La embajada de Coustantin0pla.——¡La embajada de Constantinoplah-gritó Brissot ríe: (low-eso es
imposible-Pues así es.—Yo nada tengo que decir. Ni-yorïañgdió Dumouriez,——sino que haré rodar a ese botijo a la calle cuando me vaya a hablar, y que hare cerrar la puerta de_m1 casa a su mujer n
_ nMadame Robert volvlo despues á. mi casn;yo que riabdssbacertlme de ella á. toálo trance, pero no encon tra a e me io, pues no po ia emplearle de un modo
contrario á mi franqueza. Ella se lamentó de la ca chaza de Dumouriez; la dije que yo le había hablado.
pero que no debía engañarla, pues tenia enemigos que
murmuraban y estendmnjmalas nuevas de su conduc- g ta, y que deseaba que ella averiguase cuál era el ori— ;
gen de aquellos rumores, a flin de qtlie ug hfmbrelpú- l ¡c0 no se viese espues o a. os msn tos e ns ma in tencionados, empleándolos en una persona á. quien se ‘ la. podían seguir perjuicios grandes, y queíyo la ‘ prometía dar todas las necesarias esplicacioneq. Ma dame Robert marchó á casa de Brissot, el cual, en su ingenuidad, la dijo que no había obrado cuerda
us MUJERES nn LA nsvonucion.
119
mente al pedir una embajada, y que con tales peti ciones, siempre se concluía por no obtener nada. No la volvimos a ver; pero Robert hizo una. acusacion contra Brissot , denunciándole de distribuidor de
destinos a su placer y de falsario, pues le había pro metido la embajada de Constantinopla cuando ya la había dado. Se unió al partido de los franciscanos y
a Danton, siendo como un comisionado ‘suyo, ‘hasta. ue en 10 de agosto Danton fue ministro y empleó ¡Robert en la diputacion deParis de la Convencibn; pagó sus deudas, y además reunió algun dinero y re
cibía. a comer en su casa a Orleans y á. ‘otros mil; hoy es rico, calumnia a Roland, y desprecia á. su mu— jer; todo esto se concibe perfectamente; hizo su ne gocio ganando bastante dinero.» Este retrato amargo, injusto, y que prueba que madame Roland, como todos los grandes espíritus, tenian, sus debilidades, es materialmente inexácta en más de un punto, y .en uno, sobre todo. Robert
no se unió á los franciscanos al fin del 92,cuando estaba afiliado á ellos desde principios del 91, pues en julio
de dicho año había escrito, ayudado de su mujer,‘ el acta más ardiente que tienen‘ los franciscanos en su historia, el acta original de la República. Robert era un buen hombre, de‘ im: corazon ardien
te. Parece fue uno de los que, en eiverano del 93 (en agosto ó setiembre), hicieron con Garat algu— nas tentativas cerca de Robes pierre, para favorecer
álos girondinos, entonces cási perdidos, y á quienes nadie podía salvar. Aun cuando lo afirma madame Roland, ni Robert ni su mujer se enriquecieron. La. pobre mujer, despues de larevolucion, vivió de su pluma ¡nodos bw tamente como antes , escribiendo para. los libreros muchas traducciones del inglés, y de tiempo en
tiempo , algunos romances: Amelia y Carolina , ó el Amor y la amistad; Alfonso y iilatzlde, ó la Fami lia española; ‘Rosa y Alberto, á la Tumba de Emma
(1810). Esta fué laúltima de sus obras, y probable mente el fin de su vida. rTodo esto ya se ha olvidado, aun su Historíadc Isabel. Pero lo que nunca se olvidará. , es la. ran iniciativa que ella tomó en favor de la Repúb ca.
el diaria; de julio de 1791. , w512": .
31
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CAPITULO XVII.
Carlota Corday.
,El domingo 7 “de julio de 1793, se había batido
generala, y sehabian reunido sobre el verde-tapiz. dela inmensa pradera de Caen, los voluntarios que mnrchaban a París para la guerra de Illorat. Se reunie ron treinta. Las bellas damas quese encontraban allí con los diputados, estaban sorprendidos y poco edificadas al ver aquel pequeño‘ número. Una. seño rita, entre otros, aparecía profundamente triste; y era la señorita María Carlota Corday de Armont, ióven y bella, republicana, de familia noble, pero pobre, ¿que vivía en Caen con su tio. Petion, que la
había visto‘ algunas veces, supuso que sin duda ten driaalgun amante cuya marcha la entristecia. Y chanceándose ágriamente, la. dijo: ¡Vos no estariais triste, si no partieran, ¿no es cierto?» .- El girondino, desengañado con tantos y diferentes sucesos, no adivinaba el sentimiento nuevo y vir
gen, la llama. ardiente que inflamaba aquel tierno y sensible corazon. No sabia que sus discursos y los de sus amigos, que en boca de ciertos hombres no eran más que unos simples discursos, en el-cora ZQQJÍGHMUe. Corday, eran el destino, la. vida, la
muerte. En aquella verde pradera de Caen , donde godian cojer cien mil hombres, y en la que solo abia treinta, había visto una cosa que nadie veía: la pátria abandonada. i!» '
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us nunmss ng LA nnvonucxon.
12
rr‘ Al ver á los hombres haciendo tan poco , se la. ocurrió el pensamiento de que allí faltaba. la mano de una mujer.
' '° adamoiselle Corday tenia. una. gran nobleza, te n a un cercano parentesco con las heroinas de Cor neille, de Chimene, de Pauline, y de la hermana. de
Horacio. Era la viznieta del autor de fiinna.’ L0 sublime para ella era la naturaleza. un, x?" En la carta. que escribiómomentos antes de su muerte, espresó todo lo que su espíritu sentía; lo en cerró en una sola palabra, que sin cesar repetía:
«Lupas, la paz.» Sublime y razonable como su tio, á. la normanda, hacia este razonamiento: «La. ley es la paz misma.» ¿Quién ha abogado la ley el 2 de junio? Marat sobre todos. Con la muerte del asesino dc la. ley, vol verá. á florecer la paz. La muerte de uno, será. la vida de todos. Tal fue todo su pensamiento. En toda su vida, que la entregó gustosa por conseguir su objeto, no pensó en otra. cosa.
¡Penramiento estrecho, al mismo tiempo que ele vado! Vió todo representado en un solo hombre; con
el hilo de una sola vida, creyó cortar nuestros malos destinos, como cuando estorba en la rueca el hilo
arrollado.
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'
No se crea ver en madamoiselle Corday un bandi
do feroz, que tenia en nada la efusion de sangre. Todo al contrario; lo que hizo, fue para evitarlo: por eso se decidió a dar aquel golpe. Creyó salvar á.
todo el mundo, destruyendo al esterminador. Tenia. un cornzon de mujer, tierno y dulce. El acto que ella deseaba. cumplir , era un acto que creia de piedad. 4,, En el único retrato que de ellase conserva, y que se hizo pocos instantes antes de su muerte, se per
cibe su estremada dulzura. Nada hay que este’ me nos en armonía con su dulce rostro, que su san griento recuerdo. Era su figura la de una jóven nor
manda, figura virginal, y que parece representar e_l ¿¡ brillo dulce de manzana en flor. A los veinticiacqá años representaba mucha. menor edad. Su voz era.
un poco infantil, y aun las mismas palabras que es-rm. cribió á. su padre, con la ortografía normanda, ¡se ¿ asimilan perfectamente con su fatigosa. pronuncia- _. cion: «Perdonadme, papá mio.»
122
NBUOTICA POLÍTICA DI‘. LAJBIRIA.
En su trájico retrato parece sensible, razonable, seria, como todas las mujeres de su país. ¿(Jorn prendia entonces ligeramente su suerte? ¿No había.
en ella un falso y aparente heroísmo? Es preciso pensar que cuando aquel retrato se hizo, solo la.
faltaba media hora para la trrriblc prueba. ¿No es cierto que tiene el aspecto de un niño enfadado? Yo así lo creo; y mirándola atentamente, se sorprende
en su boca un pequeño movimiento, como movido por el espanto Si, un poco de irritacion contra la muerte; contra el enemigo bárbaro que vá acor tar aquella hermosa vida, llena de amores nove lescos. La pintura ha creado para los hombres un senti miento desesperador. Nadie puede ver su retrato, sin esclamar en el fondo del corazon: «¡Oh! ¡Por
qué he nacido tan tarde! ¡Yo tambien la hubiera ama o!» t Tenia los cabellos cenicientos, con el más «luleew ' reflejo; sombrero blancmyropa blanca. ¿Era un sig no de inocencia y como una justificacion visible del hecho que acababa de cometer? Yo no lo sé: en sus ojos se retrataban la duda y la tristeza. ¿Estaba triste por su muerte? No lo creo así; pero de su
accion, quizás. Aun el corazon más firme que ha
asestado un golpe de muerte, en el último instante, cualquiera que sea su fé, vé frecuentemente elevar se dudas estrañas en su imaginacion. Mirando atentamente sus ojos tristes y dulces, se comprende al momento una cosa, que quizás espli ca todo su destino: «Estaba siempre sola.» Si, es la única cosa que se encuentra alarmante en ella. En aquel estado encantador y bello, tuvo esta
siniestra contrariedad: el demonio de la soledad. No conociólas caricias maternnles; no probó en sus primeros años la lactancia maternal, a la cual nada puede sustituir. ‘En realidad, tampoco tuvo padre. El suyo, pobre, noble, habitando en la campiña, cabeza utópica y romancesca, que escribia contra los abusos que co metia la nobleza, se ocupaba mucho de sus libros y nada de sus hijos. -
Se puede decir que tampoco tuvo hermanos. Al menos, los dos que tenia, estaban en el 92 tan per fectamente opuestos á sus ideas, que fueron á unirse con el ejército de Condes
LAS MUJERES DE LA RBVOLUCIOI. ¡
Admitidaa los trece años en el convento del: Abbaye-aux-Dames de Caen, donde se recibían las‘ hijas de la nobleza pobre, ¿no estuvo sola enton
ces? Se puede creer que sí, cuando se s.-Ioe que en esos asilos religiosos que parece debieran ser los santuarios de la igualdad cristiana, los ricos
desprecian á. los pobres. Ningun lugar, mas que en Abbaye-auxDames, es más a propósito para con-_ servar las tradiciones del orgullo. Fundado por M21 tilde, hija de Guillermo el Conquistador, domina i. la ciudad, y en el interior de aquellas bóvedas row‘
manas, elevadas, elevadisimas, va escrita la- insoá lencia feudal. : y El alma dela joven Carlota buscó su primer re fugio en la devocion, en las dulces amistades del
claustro. Amó con fervor á dos jóvenes nobles, y como ella pobres. Vislumbraba algo del mundo. Una sociedad mundana de jóvenes de la nobleza, era admitida en el locutorio del convento y en los
salonesde la abadesa. Su ¡’utilidad ‘debió contribuir á. fortificar el corazon viril de la jóven, en su separa cion del mundo y en su gusto á. la soledad. Sus verdaderas amigos eran sus libros. La filosoJ —
fia del siglo invadia hasta los conventos. Sus lectu ras eran al acaso, y poco escojidas; frecuentemente
mezclaba á Raynal con Rousseau «Su cabeza,-—dice‘
un periodista,—era un volcan lleno de libros de to‘: das clases.»
.
" — ‘I
Era de aquellas que pueden leer todos los libros y L considerar todas las opiniones, sin ser manchadasu
pureza. Guardo, en la ciencia del bien y del mal, un don singular de virginidad moral e infantil. Esto aparecía, sobre todo, en su infantil voz, en su tim- . bre argentino, donde se veía á. la persona entera, que jamás había sido corrompida. Se podrian fácil- 4 mente olvidar las facciones de madamoiselle Cor day, pero nunca su voz una vez oida. Una persona que la oyó en Caen en unaocasion. sin ninguna im- ,¿ portancia, cerca de diez añosdespues recordaba como el primer día aquella voz única, y la hacía notar a’.
los demás, intentando recordar su timbre y en v: tonacion. . Esta prolongacion de la. edad de la niña, fué una singularidad que la semejaba á. Juana de Arco, que siempre fue una. niña, nunca una mujer. _
Lo que más admirable había en madamoiselle I
0 ' ‘ , JM mnuo-rsca POLiTlCA nz LA manu. Oorday—<,imposible de olvidar, era que aqrella voz infantil estaba unida á. una belleza seria, viril ¡por la espresion. aunque delicada. por sus facciones‘. Este contraste tenia. el doble efecto de seducir e’ imponer. Cuando se la miraba, seentusiasmabu uno;.pero en aquella flor del tiempo,‘ intimidaba ali guna. cosa que no era del mundo, sino de la inmor
talidad. Siempre que se la encontraba, se la quería; Vivía ya entre los héroes en el Eliseo de Pintar co. y entre los que dieron su vida parano morir. . t; jamás. y Los girondinos no ejercieron sobre ella laa menor influencia. La mayor parte, segur-i hemos visto, aun ellos mismos. cesaron de serlo. Viósolo dos ve cesa Barbarouxfl), como diputado de provincia," para obtener de él una. carta y solicitar un empleo para uno de sus paisanos. -. ‘ Tambien había visto á. Mr-. Fauchet, el párroco de ‘Calvados, y ni le amaba ni le estimaba como sacara»
dote, y mucho menos como sacerdote inmoral. Es inútil decir que madamoiselle Corday, no tenia rela» ciones con ningun cura. En la época de la supresion de los conventos, ha- .
biendo encontrado nuevamente casado á. su padre, se refugió en Caen, en casa de una tía suya llamada madame Breteville; y allí fue donde tomó su heróicn. resolucion. _ ¿La tomó sin ninguna. incertidumbre? Nó; fué de tenida un momento pensando en su tia, en aquella
o — ' y «
(1) Nunca ciertos escritores románticos han hablado de a esta heroína sin querer demostrar que estaba enamorada Probablemente,——dicen,—lo estaría de Barbaroux Otros, fundáudose en el dicho de una antigua. sirmente, han ima.
ginado amoríos con un tal Franquelin, jóven sensible y her— -"’ ' moso. que había tenido el insigne honor de haber sido ama- r do, por madamoiselle Corday, y que por él había derramado tiernas‘ y abundantes lágrimas. Eso es conocerla naturaleza p,‘ ' humana. De tales actos no se deduce la virginidad del cora- ,,'¡ zoii era porque Si la sacerdotisa ningun amor de humano Tauride había sabia romper debilitado un cuchillo, su coraa- ‘,' zoneElmáeabsnrdo de todos es Wimpfem, el cual-ln hacia‘ * realista"); la presentaba enamorada del realista Belzuncerc“ Larábia que a Wimpfem le inspiraban los girondinos, que rechazaron sus proposiciones para llamar en su favoryá In- ¡o laterra, parece le hacia perderel juicio. Supuso que el pobre etion, casi muerto, pues no tenia ‘más’ que una idea, sus "‘ hijos,‘ queriawadivinadlo)... incendiar á Cao», para. ‘imputar este crimen á la Montaña. Siempre escribía de ese modo.
us MUJERES naaa‘ nnvonpcpou.
a 125 y cu,‘
,
buena señora que la. acojia en su casa_ con cariño, y ’ á quien en recompensa quería cruelmente compro meter. Suïtia sorprendió, en" sus ojos cierto dia una.» furtiva lágrima: «Lloro,——decia',—por la Francia, por mis compatriotas, por vos... Mientras’ ¡Marat viva, ¿quién podrá vivir?» V
_
1
=
.
Vendió todos sus libros , escepto "unofíde ¡Plui
tarco, que llevó consigo. Encontré ‘en la‘ corte ‘a’ un '
hijo de un artesano que había. fivido coiïelfa; le dió _ '_ ‘ todos sus dibujos, le abrazó yrbdófima ardiente lágri- ‘ '
ma por su rosada mejilla. ¡Dos lágrimas! ,. ¡‘Bastantes son para la naturaleza! ‘«" ' ‘ d , Carlota Corday creyó ‘no poder abandonar ‘la vida ' sin saludaruna sola vez‘ ¿“su padre.’ Le vióeuAr gentant, y- recibió su bendicion; Desde allimarchó á. París en/un carruaje público, en compañía de 311gb!
nos ‘individuos de la Montaña, grandes admiradores de Marat. que principiaron desde entónees‘ á. ena
morarla, y hasta llegaron a pedir su mano. ‘Mientras tanto, ella finjia dormir ó se sonreía, x y jugaba con un niño. Llegó a París.el jueves li, al medio día, y marchó á. la calle de los Viejos Capuchinus , “núme ro 7, Hotel dela Providencia.‘ Se acostó a las cinco de la tarde, y durmió hasta la. mañana del día siguiente, con el sueño de la juventud y‘ de una conciencia tran
quila. En su pensamiento, su sacrificio estaba ideado y ejecutado: no manifestaba ni turbacion ni duda. Estaba. tan fija eu su proyecto, que no deseaba precipitarle. Se ocupaba de cumplir un _deber de amistad,_bajo cuyo pretesto había ido á, París.‘ Había obtenido en Caen una carta de Barbaroux, para su
colega. Duperret, queriendo,—decia,-—con su auxilio, que la. diesen algunos papeles’ útiles á su amiga, .madamoiselle Forbin, emigrada, depositados en el
ministerio del Interior. Por la mañana no encontró á Duperret, pues ha bía ido á la Convencion. Se volvió a su casa, y pasó
el día leyendo tranquilamente las Vidas de Plutarco, especie de biblia de fuertes corazones. Por la tarde Volvió á. casa del ministro Duperret, le encontró co
mí ' o con su familia y sus inquietas hijas. Prome- A tiÓ" ' {mente servirle. al dia siguiente. ¿_, , Sïqdfiqfllqyïó al ver á. aquella familia que preten L. cfiúï’ ‘ ' "éter, y dijo á Duperret con voz casi su '’ edme, partid para Caen; huid antes , , " la tarde.» Aquella misma nights, Y ‘ 1
- 3.1.3.1.
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126 V
_ mueran ¡orina m: LA msnm.
quizás mientras Carlota hablaba, Duperret estaba,
ya proscrito, ó , al mena iba a (starlo. No la habló ' más; Carlota se dírijió al día siguiente otra vez á. casa del ministro, que no recibía á. nadie,
le hizo
al fin comprender que, siendo sospechosos os dos, no podían servir á la emigrada. Ella no salió de su casa, sino para despedir :2 Du- ‘ perret que la acompañaba; marchó al campo é hizo
que la señalase el Palacio Real. En aquel jardín, ilu minado por los ardientes rayos del sol, ocupado por una multitud alegre, y entre los juegos de los niños, fué a buscar a un armero y ajustó con él, por el precio de cuarenta sueldos, un cuchillo con el puño de ebano, divinamente afilado, y lo escondió bajo su vestido.
Vedia en posesion de su arma; ¿de qué modo la empleará? Quería dar una gran solemnidad á su ju ramento. acerca de Marat. Su primera idea, conce bída en Caen, que conservó y trajo á París, era cum
plir lo jurado en una ínteresantey dramática escena. Quería herirle en el Campo de Marte, ante el pueblo, ante el cielo, en mediodela solemnidad del 14 de ju lio, castlgando el dia del aniversario de la destruc- . cion de la Monarquía, a aquel Rey de laanarquía. Y hubiera cumplido a la letra, como nieta de Cor neille, sus famosos versos de Cmna: Demain, au Capitole, il fait en Sacrifice... Que íl en soit la víctime, et facíons en ses lieux,_. Justice au monde entier, á. la face des Dieux, Habiéndose ejecutado ya aquella fiesta, adoptó otra idea; matar á Marat en el lugar de su crimen, en el mismo lugar en el que, destruyendo la Repre sentacion nacional, había dictado el voto de la Con vencion, designando a unos la vida, a otros la muer te Le hubiera herido en la. cima de la Montaña.
Pero Marat estaba enfermo, y no iba a la Asamblea. . Era preciso ir a su misma casa, buscarle en su mismo hogar, y penetrar a través de los viles adu
ladores que le rodeaban; érale preciso, por más que le fuera penoso, entrar en relaciones con él, hasta
engañarle. Era la única cosa que la repugnaba, que» 1a causaba escrúpulos y remordimíentos.
El primer billete que dírijió á. Marat,
uedó sin,
contestación. Le escribió otro segundo,
onde se.
marca perfectamente su grande paciencia y el pror greso de su pasión. ‘
'
i
y
¿Las nunnns DE LA nrvowcxoin
i 127
Hasta le decía, qque le revelaria grandesescritos; — que era. perseguida. y muy desgraciada,» no temien do abusar de la. compasion, engañando ‘á aquel á
quien condenaba a’. muerte como impio, como ene migo dela hum-onidad. - . . ‘ Mas no tuvo necesidad de cometer estafaltaqgpues
no envió el billete.
y
Í-‘vï;
.
z}cérï>,,v.«
La. tarde del 13 de, julio, a ‘las’ siete, salió de su : casa, tomó un carruaje publico en— la. plaza delas VicLorias, y atravesando el Puente Nuevo, —se detuvo á. lapuerta. de Marat, callede los Cordeliers, núme ro 20 (hoy calle de la Escuela de Medicina, núme-l —, ro 18). Esta gran casa, se halla situada delante de la torrecilla, que formaba un ángulo en la calle. ' Marat habitaba el cuarto más sombrío de aquella.
sombría casa, en el primer piso, cómodo para el movimiento del periodista. y del tribuno popular, cuyo cuarto, estando tan cerca: de la calle, eraïnil para los porteros, los cajistas que iban y venían con, y pruebas; componían un mundo ¿lost que entraban-y
,
salían. El interior, el mueblaje, presentaba un raro y
contraste, fiel imágende las disonanclas que carac terizaban á, Marat y a su destino. . Las habitacionesque caían al patio y eran oscuras; estaban adornadas con muebles viejos, mesas sucias,
donde colocaba los periódicos, dando aquellas cáma ras idea, por su aspecto, de que quien las habitaba era un pobre jornalero. Pero si se penetraba más adentro, se encontraba con gran sorpresa un pequeño
—¿ , .
salen que daba. a, la calle, amueblado con damasco- V
azul mhlanco, colores galanes y delicados, con.be llas cortinas de seda y vasos de porcelana, ordina-V
riamente engalanados con lozanas flores. Era visible mente la habitacion de una mujer, de una buena
mujer, tierna y candorosa, en la que solicita y dili gente, parecia para el hombre, destinadadespues de su mortal trabaio,,como un lugar de reposo.
Este rfué, el misterio de toda la vida de Murat, » más tarde descubierto por su hermana: era un hom
—
y
bre que dentro de su casa se creía solo. en este murn- ., r do. «Marais nocuidaba de sus gastos (es su hermana. aim __ la quekhqblp‘ — muier divina, compadecida de Sflxañ.
situaciorifüpgïündo huia de cueva en cueva, habia l'_‘¿-..-. ocultado ‘egbsggggsa, ¿al amigo delpueblo , yle habla» confiado ,s,u'.iortunale , inrnolado. su reposo. r, . i ’eiisr-*"rï‘flgá—‘ ‘A Se encontró‘ entrelos‘ papeles de Marat, una P1'°" .
1'28 '
BlBLlOTECA nom-ruina ‘LA IBERIA.
'-'—."Í""7”“'
mesa de matrimonio á Catalina Eizrard. Sin embar go, ya estaba casado con ella ante el sol y ante la na turaleza.
Aquella criatura infortunada y envejecida antes de la verdadera edad, se consumía de inquietud. Sen tia la muerte alrededor de Marrat, vigilaba en- las puertas y detenla á. toda persona para ella. de rostro . sospechoso.
'
El de la señoita Corday estaba muy lejos de serlo; su decente porte de jóven provinciana, pre venia asu favor. En aquel tiempo en que‘ todo era estremado, en que la firmeza de las mujeres esta- ‘
.ba olvidada cinicamente, la jóven parecía la bella rosa normanda, no abusando de su belleza, conte niendo por medio de una cinta su cabellera sober bia. bajo el sombrero conocido de las mujeres de Calvados, con un peinado modesto, menos pomposo que el de las mujeres de Caux. Contra la costumbre del tiempo, a pesar del esce ivo calor de julio, su seno estaba severamente cu bierto con un fichú de seda, que se unía. sólidamente detrás del talle. Vestia un traje blanco; ningun otro adorno que el necesario a’. una mujer, cayendo las cintas del sombrero sobre sus mejillas. Por lo demás, no estaba pálida; sus mejillas rosadas, su voz segura y firme, no denotaban agitacion.
Pasó la primera puerta sin detenerse ante la con signa de la portera, que la llamaba en vano. Sufrió la penetrante inspeccion de Catalina, que al ruido había entreabierto‘ la puerta, queriendo impedirla entrar. Su disputa fue oida por Marat, y los sonidos de aquella voz vibrante y argentina, llegaron hasta él. No tenia ningun horror a las mujeres, y a pesar del baño que tenia que darse, ordenó imperiosamen te la dejasen entrar.
El cuarto era pequeño y oscuro, Marat estaba en el baño, cubierto con un paño sucio, y teniendo co locada. á. su lado una mesa donde escribía , y que no le dejaba mover más que la cabeza, la espalda y el brazo derecho. Sus cabellos grises, cubiertos con un
pañuelo ó servilleta, su rostro amarillento y sus miembros delgados, su grande boca inanimada, no recordaban que era aquel ser un hombre. Por lo demás, la jóven bien lo pudo creer, pero no miró más. Le había prometido nuevas de Normandía, y él
la preguntó los nombres de los diputados refugiados
un mmm nz u. nzvonvcron.
129
en Caen, y al irlos nombrando, iba e'l escribiéndolos. Despues que terminó dijo: «Bien; no tardarán ocho días en ir á. la guillotina.» Carlota, al oir tales palabras, encontró como una
fuerza, una razon más para herir, y sacando de su seno el cuchillo, le introdujo hasta el puño en el co razon de Marat. El golpe dirijido con una seguridad estrema, pasó cerca de la clavíeula, atravesó todo el pulmon, abrió
el tronco de las carótidas , dejándolo bañado eii sangre. , «¡A mí, querida amiga!» fué todo lo que pudo de
cir; y al concluir de pronunciar aquellas pocas polar’ bras, espiró.
CAPITULO XVIII. ' t’
'z Muerte de Carlota Corday (19 de julio del 95).
La mujer entró seguida. del comisario... Encontra ron á Carlota en medio como petrificada al lado del cadáver. El hombre la. dió un silletazo en la cabeza,
y cerró la puerta para. que no saliese. Pero ella ni aun se movía. A los gritos corren los vecinos, todos los trsnseun tes. Se llama á. un cirujano y solo encuentra un muerto. Mientras tanto la Guardia. Nacional había. impedido que se pusiese á Carlota en manos del pueblo, y la agarraron de las dos manos. Ella no pen saba en defenderse. Inmóvil dirijia miradas tiernas, pero frías. Un peluquero que había. tomado el cuchi
llo, le blandia gritando: «Ella no se resgunrdnba.» La única cosa que parecía atormentarla,—como des pues dijo,—eran los gritos de Catalina Marat. Y la dominaba esta primera y penosa idea: «despues de todo, Murat era hombre.» Y parecía decir entre -sí:
«Tamhien era. amado.»
F2; El comisario de policía. llegó pronto, á las siete y tres cuartos; despues fueron los administradores de
policía, Louvet y Marino, y en fin, los diputados Maure, Chabot, Drouet y Legéndre; acudieron apre surados á la Convencion á ver á aquel mónstmo. Y. se admiraron al encontrar entre los soldados á. una. bella jóven, impasible, que respondía á todo con firmeza y sencillez, sin temor, sin confusion; y con
v
us humus m: LA nlvoruciou.
131
fesaba ingénuarnenteque hubiera huido si hubiese po dido hacerlo. ¡Tales son las contradicciones de la. na turaleza! En una proclama que habia ‘dirijido á. los franceses, y que se la encontraron en su seno, decia que deseaba parecer, para que su cabeza, paseada por Pana, sirviese oe ejemplo á. los amantes de las leyes. v '
Otra contradiccian. Iiabia dicho y escrito que quería morir desconocida; y sin embargo, se la encon traron su partida de bauti—m0 y su pasaporte, que necesariamente debían hacerla conocer. Los demás objetos que la. encontraron, revelaban perfectamente toda su tranquilidad de espíritu; y
eran todos los necesarios á una mujer cuidadosa y que tiene hábitos de orden. '
su llave y su relój. su dinero, y además un dedal é hilo, para reparar en la prlsion el desorden bastan
te probable que’ un arrcsto violento —p.odia ocasionar en su traje. ‘ El trayecto hasta la Abbaye no era largo; apenas do minutos. Pero e.a muy peligroso. La calle esta. ba llena de amigos de Marat, franciscanos furiosos, que lloralran y pedían a grandes y desentonadas vo ces IrS entregasen el asesino.» Carlota había acepta
do toda; clase de (Lúerte. escepto ser arrastrada. Se dice que se mostró débil un instante; creyó encon trarse mal. he la introdujo en la Abbnye.
lntern gada de nuevo, por la noche, por los miem bros nel (¿omite de ‘seguridad general y por otros di putados, no selo most ó firmeza, sino jovialidad. Legeudre. engolfaxso con su ‘importancia ycreyen— dolu. digna del martirio, la dijo: «¿No estuvísteis
ayer en u.i css», vestida de religiosa?—Os engañaís, ciudadana-dijo ella‘ s0miéndose;.—-yo no deseaba. nulas, que o su vida ó. su muerte fuese útil para la salvucion de la Republic-am, ‘Cnalzot, que constantemente con su relój enla mano, no re separaba ni un instante de ella. la. dijo: «Yo
creía que los capuchinos hacían voto de pobreza.» Lo que causaba gran ira,’ á, Chabot, como a todos ¡esque la iuterrogaron. era no encontrar nada, ni en ella ni en sus respuestas, que pudiese hacer creer
que había. sido enviada por los girondinos de Caen. E I el interrogatorio de la noche, el impudente Cha bot sostuvo qu: tenia Carlota en su seno escondido
un papel, y aprovechandose bajamente de que tenia ‘ ' 23 ,
182
¡mueran POLÍTICA 1m LA nssnu.
atadas las manos, metió iamano en él: hubiese que
rido encontrar sin duda lo que no hapiafl-¿«el maQÁÍÉZIZÉQd w , ¡
de la Gir-onda. Aunque Carlota sqericg-‘trïiïa a
' fir
_le rechaaï) dignamente; lorlíiz t ¡ l con‘ tau ‘ fiñiüleiiqïfq" _ cía, ug inque staïnltffsu sele romfliïeron costo’ y lieïfóico lo; cordones’ seno‘? filfoïloïáxquedatofiíïflxg‘? y ldegcïibrlójj _ a
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to‘: s,’ . i. '<'ii.I-,,.. ' ‘a i
Sela deésatá bara'que pudieraarréigiarse er iiestidof; ‘v: Tam ien sela perxnitio,,qui lg_todas,sus, ‘ar chamjzf
se la‘ ejó que pnsjfesysfgïran ésdjelqajfi>idejlfs "adenfisï _ uabiéndoggia l_lev Ádojel 16 ¡im jra‘ niañana;ï_d‘e la‘ -'_’ -’ Abbaye áfla “conse Jeria, e53 ibió pofia tarde “una '
larga carta,‘ álïarbaroiïx, jgïarta ‘¿eficiente ente cal?
"
cuia a fiárapfinoetrar, ‘po?’ médiq de_"’s_u‘ jofialïtïaïtfl‘ (que hacecarta, ¡ha ,j_‘uníls,_ perïkcta . «f ’ y dad dentristéce ‘alma. Enyesta fque ‘no podía‘ tranqu _g_g¡._g_fiq¡¿qgs.n ser leidagastendida por Haría ,41 día.’ ,en_te,' g ¡Z a pegar de su forma“ familiar; parecefjserÏïm ‘an -._“_, ,
fiestmïiacia creer que"lo_s yóiuntariosïde Caen eraii“Ai’ _ derrotado ardientes ‘yVernon. numegcsos. _ Sin ‘tiúdajgnorfiba 1 , a 1 r. aün‘ _.lá\_"'__' fin"
Pero loque’ demuestrafqqe tenia’ rnends. ‘caitpalleï lo que’ realmente aparentaba,_fes‘que cuatro‘ veces in‘, ; ‘_'
sistia en lo que servía. de escasa á. sii accion: la,‘ paz,” " eldeseo delapaz. . . ‘ ' ' ‘. ‘f’; La Ícarta lleva por fecha; «Segundo día de la ‘re-g’ “ ‘paracien de la paz.» Y decía entre otras cosasr c u -_‘ ‘ de establecerse 1a paz tan pronjto como yo desea-L‘. ‘j .
Yo disfruto de esa’ misma paz hace dos días. La feli- ‘ " cidad de miá’‘país, ocasiona mia.» ' 'dellialier‘ ‘ — Escribió su padre parala‘pedltlefierdoii ,7 :
dispuesto sin su consentimiento de su vida,fy lecitó este verso; j, P, ' j "
'j “
«Le crime fait la honte, et non pis Pechafaudz)‘ _, ' Había escrito tambien a un jóveh diputado,’ solifi: ‘ no dela abadesa de Caen, llamado Douicetïie Poná " _ tecouiant, que su defensor. seelevaba girondino Douicet sobre no la prudente’ Montaña. estaba entonces de uien ‘¿e invitaba dijo en su Carlota; casa, ájser‘ ‘ ¿n y no pudo recibir la carta. _ ' j - V _ Silie decreer una muy’, curioa nota dela; {ami-f lia del pintor que fué á, retratarla en la prision; han‘ bia mandado la hiciesen. un soxnbrerdespresameritc" _} _
para ei día. de su juicio. Esto es lo ‘que esplica bot’ _;' qué gastó treinta. y siete francos Aenfuna prision tan “.3; corta.
.
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‘ t. -:
LA» ¡rumana nn LA iínvorvcion.
Í . 133
¿Cuál sería el sistema de su acusacion? Las auto-pj, ridades de París, enïina proclama, atribuian"‘el crí-ï" ‘ men a los afederalistas, ryal nlismotiempo decianaxqueï, jiï
aquella furia había salido de la casa delgcondei Dot-zar?‘ 3 set. nwouquier’ Tinville, * escribía ‘al Comité. de. segu- .2»;
ridad, que, «bien informado, sabia que era la amiga de‘, ¿í Belznnfize,’ que le había-querido: ¿vengar y a. -,sn- » ' _ pariente rat, yrváBiron, ¡quien recientemente Barbarbuxálhabia denunciado recbazadon-ietc; por «Ma- ‘(Ï z:
Semcïáantenufbsurdo, ini-zaun se‘ osó' cita-r..xen.su.re—... :,-; quisitbria.‘ l?
j=.-: =
115mm,
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‘grj".‘.‘.l‘
‘Iii «¿su ¿’<
El público no se engañaba. Todo el mundo com
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prendiótque-erasolar-que no habiaïrecibido más-edad»: ' sejossqme los de su ,val0r,;su.= ira y su fanatismo; Los prisibnems de ‘la; Abbayeiide la Conserjería, el puse-u; blo mismo que ocupaba las calles :(salvos' los gritos.del primer nromento),.tedo's la ¿miraban silencinsamente con una respetuosa admiracion. «Cuandozapam Jeció en;el auditorio;—dice su defensor Chauveau
.« i! m: 2:: -‘ '
Lagarde,—_todos, jueces, jurados, espectadores, par‘
recian mirarla como ' al juezvque.1es— había, citado ante 0L tribunal‘ supremo. Se pueden’ ‘pintargsus .facei0nes,-— ,1 dicerareproducif sus palabras; ¿pergzno hay arte que
pueda-pintarsugrande alma, respirando entera. en * : su bellaflsonomla... Elefeéto moral. de ciertos y dee
.— '
terminados debates, se siente, pero no se puede espresar.» ‘ . . _ .
' Sigue rectificandosus respuestas, hábilmente dese‘ figuradaamutiladasriy aun» como palideciendo, en ‘nazi. el Aronitzur. _En todas suscontestaciones se recuerdan lasjde Corneille- a. , , ¿a . i a , . — q-«¿Quién os haiinspirado tan «encarnizada ira? Yo no necesito la rabiosa ira de otros, me basta con la mía» .1a-u -' ’ * u" '. s.‘s‘
«¿Qué os hacia aborrecer á.‘ vuestra víctirna?—Sus. crímenes.) -r , , «¿De qué modo los comprendeis?—C0mo la des— ' truecion de la Francia.» . ¿Quién es ha sugerido tal idea?-—Se ejecuta mal lo que .una misma no concibe.» _ «¿Q ées lo que-esperábais al matarIeT-Darla paz«¿creas a mi paisa haber‘ muerto ‘ ‘ á todos , _ los -Maruti-Aun a
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cuandtvyo no los haya muerto á todos, quizás los '.
demás tendrán miedo-w»
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181
BIBUOTECL venirte; m: LA manu.
Desde el 30 de mayo, cuando se encarceló á los re presentantes del pueblo.» . El presidente la presentó una declaracion que se
la atribuia. -—c¿Qué respondeisá estoï-Naia, que yo lo ho rehusado.» _ Esta veracidad no se desmintio ni una sola vez. Tambien sostuvo que habia treinta mil hombres á vla vista de Caen. Quería aterrorizar al pueblo’ pari- siense.
' Muchas respuestas demostraron que aquel core. zon tan resuelto, no era de ningun modo contrario á la naturaleza. No pudo escuchar impasible hasta el nn la declaración de la mujer de Marat, á través de
los verdugos , y principio á decir: «Si. yo le he muerto. n Cuando la enseñaron el cuchillo, tuvo un ligero movimiento. Volvió á. otro lado la vista, y apartán dole de si, dijo: «Le reronozco,‘ le reconozco.»
Fouquier-Tinville hizo observar que el golpe se había dado desde muy alto, para que fuese seguro, habiendopodido ella herirle sin matarle; y despues la preguntó: «Os habíais estado ejercitando antigua mentem-¡Oh! mónstruof-gritó‘ ella;-_-¿me tomais acaso por un asesinob‘ . , (Esta palabra,-—dice Chauveau-Lagarde,——tué co
mo una centella. A continuacion los debates fueron
e puerta cerrada. Entre todo duraron media hora.» El presidente Montané, hubiera querido s.lvarla.
Cambió en cierto modo la cuestión que debia presen tar al Jurado, contentándose con preguntar, «si ha bia habidopremeditaciom» suprimiendo la segunda. mitad de la fórmula: - ¿Lo ha ejecutado con designio criminal ó contra-revolucionario?» De esto resultó la prision del presidente a’. los pocos dins. El presidente para salvarla, los demás jueces para
humillarla, hubieran querido que el defensor la hu biese presentado como loca. La miró y leyó en sus ojos; la sirvió como ella deseaba, estableciendo la larga premeditacioiz, y que por toda defensa no quería.
ella que se la defendiese. Jóven y colocada sobre sí misma por su escesivo valor, aventuró ciertas pala bras (próximaal cadalso). «Esta calma y esta abue gacion sublimes, bajo un recuerdo...» etc. Despues de la condena, hizo llamar á su jóven
abogado y le dijocon mucha gracia, que quería darle
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m ¡amm ns u nsvonuaor.
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135
una prueba de su agradecimiento por aquella defen sa. «Estos señores acaban-de comunicarme que mis bienes han sido cpnfiscados; yo debo algun dinero á la prisión , hacedme el favor de satisfacer mi deuda.» _ . Salió del salou y bajó por-una sombría escalera á
los calabozos que están debajo, y "sonriendo á. los ' compañeros de prisios que la estaban viendo pasar, se escusó con el conserje Richard y su mujer, acer‘ ca de su desayuno. Recibiólaivisita de un sacerdote:
que laofrecia su ministerio, y le dijo políticamente: «Dad gra eias de mi parte aulas personas que os han enviado.» ' _ ' Había notadcque un pintor, durante toda la vista, parecía como que quería grabar en su memoria sus facciones, y la miraba con un vivo interés. Ella en
' tonces .sc volvió hacia el; Le hizo llamar despues de ‘la vista, y le conssgrólcs últimos momentos que la. quedaban antes de morir. El. pintor Mr. Haüer, era
comandante‘ del segundobatallon de Franciscanos. Debió, sin duda, a este título el favor de estar á su lado, acompañados ambos de un-solo gendarme. Ha
blo tranquilamente con el do-cosas indiferentes, tam bien del acontecimiento de aquel dia, y de la paz moral que en si misma sentía. Suplicó a Mr. Haüer que copiase su retrato en pequeño, y le enviase á su «fa miiia.
Al cabo de‘ hora y media‘, llamaron suavemen te a una puerta secreta, y se presentó el verdugo. Al volverse hacia él, vió las tijeras y el sayon rojó que llevaba. No pudo contener una ligera emo cion,’ y dijo involuntariamente: «Qué. ¡estais ya!» Se volvió al momento hacia Mr. Haüer, y le dijo: «Se
ñor;vno sé cómo p-«garosel cuidado que habeis mos ' trado por mi. Yo no tengo más que esto que efrece ros, guardadlo en memoria mía.» Y al mismo tiem
_po cojió las tijeras y, cortó un hermoso bucle de sus largos cabellos ruoios cenicientos, que de su som
brero se escapaban, y se le dió a Mr. Haüer. Los gen-iarmes y el verdugo estaban muy conmovidcs. En el momento en que subió sobre el carro, la; multitud, animada de dos fanatismos contrarios, el furor ó la admiración, vió salir de la puerta baja de
la Conserjería á la bella y espléndida víctima, con su rojo manto; la naturaleza pareció asociarse a 19- Pa‘ cion humana, y una violenta tempestad brillo sobre
Xd‘
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136
nmuorsca POLITICA nit u msnm. '
París. Duró muy‘ poco, pues parecía huir ante ella,
desde el momentoen quéaparedió ¿ser Puente Nuevme ibaavanzando lentamente ponrla calle de Saintál-Ionoré. El sol en su mayor‘ a-ltirrauy< esplendor alumbaó la escena, siendo ya. las-sietede la tar de (19 de julio). ‘l ' midi u‘ Los reflejos del manto dorado, presentaban. de un modo esti-año y fantástico, el efecto de su tinte ante queRobespierre, Danton, Camilo Desr susSeasegüra ojoss ‘
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monlins, se colocaron en uno delos sitios por donde debía pasar para contemplarla. Apacible y al mismo tiempo terrible imagen de la. Nemesis revoluciona ria, turbaba los corazones y los dejaba; llenos de espanto.
'
Los serios observadores qqela siguieron hasta sus. últimos momentos, hombres entendidos, médicos por lo general, se admirar-on deuna cosa en estre mo rara: los condenados más! firmes, se sostenían
por la animacion, ya por cánticos patrióticos, ya por I :2: el recuerdo de venganzas terriblesqueles inspiraban v4
sus enemigos. Pero ella mostró una perfecta calma. , o en medio de los gritos de la multitud, una serenidad «al
grave y sencilla; llegó á. la plaza con una majestad
singular, y como trasfigurada en medio de una au reola. del poniente.
Unvmédico, que no la perdió ni .un solo instante de vista, dice q.ue palideció su semblante cuando aper cibió la guillotina. Pero al momento se coloreó su rostro y subió con paso .firme. La pudorosa joven reapareció en el putibulo; cuando el verdugo la ar ranoó= el cha]. sufrió un tormento grande su pudor, y abrevió el camino, colocándose por si misma so—’ bre el tajo. . En el momento que cayó su cabeza, un carpintero maratista que servía de ayudante al verdugo , la agarró brutalmente, y mostrándola al público, tuvo la audacia de abofetearla. Un grito de horror, un sordo murmullo se estendió por toda la. plaza. Se creyó oír rujir deindignacion la cabeza. Simple; t. efecto ‘de óptica quizás; la multitud, turbada, veis aquel espectáculo alumbrado por los rojos rayos del sol, queherian las cimas de los árboles: de los Cam» pos jEliseos. ' ¡.1 ' El tribunal de París dió satisfaccion al sentimiento" ’ l
público, poniendo a aquel hombre en prision. sn,
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» presion violentáhnbia eidaqe adngrnelop ygdoloz. Ym i. g-{füfiüe juzgar esto. P0r»la'áudacia.= qhetuvo m I
¡ica de París; dur'_nte aquel peyíodp degpfielgyitpá. ‘m;
'para la prensa; imprimiendo‘ un elogio, mi sufres’, , _ , triooiom-de Carlota Gorday._,,.__.,._, _,
¿p ,.
f‘.¿¡l¿ - .
Muchos hembras quedaponjlgceradagen‘ Superar ,í_. h; zon, éinconsolablen. Seflvie perfeptaugente.lïlaïjetigo—_-- . -
vez la cion emocion estuve del presidente, muy del ehqgadp, sqbteeíe simtobbtinagienjpara jóventimldo, " ._ .3; _._ ¿qureJaqgellg Salva-la; ..
l,
La d',°l.piptor no‘ in} vienen; Espnáogaqnel año 3.1-; : ¿r públicomnretralzp (ÏQgMRTÜÜrSÍQ dndiupara: digcul- y
¡»me deháber líeebojeldenflanlota Cqnday. Pero su, nombre no ¡‘elvïóxá ¿parecefïén ninguno, otra esponja _._ Mi CI '31 . .. ¿Ïpmtarne - cien. ‘No volvió " ‘ ga, degpnes de haber con-v; , -, u. cluido aquella obia,'fa;tal..".‘-.-. , - _. .- . , l, El-efecto ‘det-aquella, muertefnéterriblenxfuéggl: . s
díhaeervnmafïaïniglpitgl’
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j,
, J , ‘:1
Su ejemplo; ‘s quélla calma; intrépidzfde una jóven‘
, mi
encantadora, produjo urïefieqto de atnjaccion. Más de ,
uno qúe la hábïa entreviátojíonrnefel "ppópóálte.
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seguirle‘ para. enqont’ arla en joe ‘mundpsdesconopím q ._ dos. Un jóven alelí1a'ñ,"Adá'nï Ijux; ¿enülado 351;’; para. apístit áíla vrgunion _de_ ‘¡Mayegíce en Ffxfancía,
imprlmiólïnlïolleto enrel (¡ne
"
para unir. i,‘ ' '¡
se con can-let's.’ Cefduy‘. _' , _ _, _. _ . _ ,1 , . m‘; .2" Aquel infertnnado,,.con un cprazonlleno_de.,entn-, _
siasmoLqueffué frente en lazrevbluktipn ¿“fi , ¿nó:/ende francesa,‘iïcóntemsláráífrehte‘ 4:1 pure ideal de la, á . _Í._¿A,__r, regeneraelenhúmaïxa, pq pedía. sufrí; la muerte’ pre- ¿.‘ -, ,¡ coz de aquella/idea: no comprendía las crueles pruel-u,“ .3 , bas que consligorlleva. eldesep“ de semejante ‘renacig, "
miento: ‘Enmedio de _,s'u_svmel‘anóólïcos peneamientos, cuando creyó‘muerta‘laglibeltádgtumana, la.’ vió re-
.,_ { z , ‘¿
nacer enjpatglotg Cerdggn; ló'_á‘a_qln'ella muje: ante , ¿ ,:-,¡ el tribúnál enbantadora, ¡idmirálïleeïi intrepldez; la, “¿i
‘veces contempló, sale apagyéfióá majestuosaErïnazïsïeïeflas.;ls=°4itév9pló ’¡y_"x"ein2,‘sob1je,el cadalsg, Doe ¡á \ m muerta.’ ¿(ge j ‘
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tuando su desgracia.‘
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El jófvenrque suena comen, gran ,go_lpc¿,gue-se .,_,,¿‘_¿
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quieneprimitarqn otrogi, ei sentimienjigtyde la. cpnsér-ï
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vacioïvde bres que ciegaïnentívsé’ ‘la. yidát‘ y eh,‘ ‘opinion entñegaban‘ ‘común á ‘los que" placeres}, los_ hom4¡"_‘,_‘ :_,‘f. ‘1,
eran frecuentemente los más indiferentes á laNida. “ ' Muchos, cansados;"disgnstndos, ‘pogeo _cuidáadqsog n, de conseguirlo! su “piiópiaxexistenpia, suicidio? Serha-«podido se entregaban‘ al observar ‘placer para. es,t,<_>'¿,\ ‘,—Í¿; f,‘ j’
desde el príncipiodefïla wljeïolxucipn. A¿megiid_'a._ gue
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un partido”pbl_ífiád“se"‘ü bilifiaba, "¿Vibáïcafningndo - "’—“ . hácia sufing? QÜQIÜIQÓÏÉÜÏCÏQS’ áfiél ¡‘gp se cuidgbán" LF?“ 5 n-
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más qüéïïe SW‘ l)“: ~;4'-',¿~¡'Ü'¿>'.’{,II<=<¡<*» uflï’ Z189 vn.siemr.. . i=’;—Í.-: ploenmigábeaüfi¿‘ha 'ef,_ ‘_alleyrán _ ‘6 ,_ 5 mermonhgpfqgg‘l,¿¡ ïonnerre, ios del cin ‘ ‘ del 89 z reunidosien‘ casa"ïduélri‘ ' 3.31) 12
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fatalidad, marchaban á consolarse, á. olvidarse de sus dolores, en sus casas de ruina.
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Y aun aquel Palacio Real, tan encantador y lucien te, tan llene de lujo y oro, de bellas mujeres que os_
brindaban la felicidad, ¿qué era en realidad sino la casa de la muerte?
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Si’; ella era quien la ocupaba en todas sus más bri llantes formas. En el esterior, los mercaderes de
oro; enlas galerías interioresdas mujeres. Los prime ros, emboscados en casa de los mercaderes de vino ó o de pequeños cafés, os ofrecían, á buen seguro, el medio más perfecto de ar uinaros. Vuestra cartera, realizada sobre el campo como moneda corriente, dejaba primero en el esterior una buena parte, otra en los cafés, despues en losjuvgos del primer piso, _ luegonnzlas galerías interiores. Por último; todo eram- w’?
árido; todo estaba evaporada.‘ v. ‘r -. Ya no eran aquellos primeros tiempos del Palacio Real, en que los cafés fueron los centros de la revo lucion naciente; donde Camilo, en el café de Foy, santificó la cruzada. No era aquella inocente y revo lucionaria edad, en la que el bueno de Fauchet pro
fesaba en el Circo la doctrina de los Amigos, y la de la asociacion filan3rópica,,del girado ‘(le la. Verdad. Los cafésh-lñs restaurant; eranmny frecuentados, pero) p. ._.
á la vezpermanecian sombríos, Algúnos de «aquel-10s! ‘ 1. ’ . famosos establecimientos debían llegar aser. dema muertoássxlado siado íunestos. Fevrier, áSainïÉwseau. dueiio,,de_ Más hn paté, tarde” viógcaer, en ely, .- —;— café de ‘Dorrazahfue trarnadala muerte sie, la, Gig. A,._¿,-.' ronda"
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La vida, ¡la muerte.pel placerrápïdo. grosero, es» e; terminador: he ahí?‘ lo’ queformabagql Palaciofiealf -\_'1 del 93.jEran recisos los juegos, pero de a uellos enïb ._,‘—., que de un se o golpe se pierde o se gana 1030.7 ¡les Laseran‘ mujeres‘ elejidas, que,permitasenos. entonces pnseaban lajrase por , como las case -517; . :1‘ elijen entre los pastos normandos los jigantescos _, .:_ ,'
animales, llenos de fuego rpy vida. Insolentes en ,-:=. m ¡
‘ su ataqfo, 'y¡¿__d¡esrii_1_dez de formasïjlaplcabezaraxdorm. ,K,Ï¡y nada con’ enormes, giiirnaldas dcrfloreswen, pleno‘ ¿.-_¿¿.,
invierno, giominabanfnon, osadia-fsijtodoslos .h_0m'¡a.)(víjy e bres} LOS, añeiahósÍse acuerdan Ïhaberjvisto en e'1.Ï,_,—{»—q Palacio‘ Real Ídurïznte ‘ 'el tefioriÏÏd ‘i ÍÓdnsulado, cua-' l n}, y 51 ¿to damas, colosalesg enormes ¿verdaderos Atlas‘, un;
de la prostituciomqne ¡ñásïiueningíma otra, co1o- ' “
cam los_ a“cimientos: ngs‘nqqut,tigdg'pú'n'riniiornhóioi de. labrar?» rwevoz. novena: -"ï3‘-"ï."’r‘“1(g_ züpn,z:fïi? ué desprecio veimiagifiarsexeïrxïasï‘gfiiérïafirïñ ' Ïgï. "f era, el enjambre de meróadefeg de mpdáféüggïm ¿fiin na. pitar m espiritual ah; lávflsqueza!ï,-ig=uxz> todosltosglgdos-visibïes’ y "uyampïm fefiúxiradgsjhgciaígtfirecï-z 9-derparagtoïnealí‘ ,‘ ‘f’ S?" _. tg v; Pere quienhpbigra recofrídollqg 3 yállïafiderfigï’ j’ ‘ ¡ mona; iquien‘ hubiese1fec0rfídojlos¿ ueva ;‘is¿ah_fc1el‘i,‘_"- . ff pasajeïde Radzwill. vbrdadera torreíde-Se‘ óiihithu-k"l‘z'i ' ' ' biese ve¡'n:ontra—do¿bien iiijgtintd áspecto. "Múchósfdet
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sgahanfraquellos antros oséurüs, de: aspectg.tl'e'tgngég'f;"j’"° ' bresaflbóvïedas '. «especie deftríiíoües‘ muyfiequefiós, ÏÏ}? ‘ callejones sin salida, cueva; afumbradgaá por’ üflmdiaï- E”
por lámparas, lls_{r'as"=de_l‘ olbr-QgiropióflehngÏfigEéáÍïÏj: ‘
viejafique aun éna Verbáilles mismo-",'*en_fmedio .d'e',"_‘\'__ _ tqdo annnwrsg peraibia} tal olor-ande el ‘prmcïpia '- “f! de la gscalerqlajgmviejb, áuquesa ‘dé I)..g‘ái.ent¿rarïéxf__fï°'ï _ las Tulleriásxengtslwt‘, cuando laffelicltqbári; dipiéxfï-"W _'_’." «lola. y posible ventura. qúefelizmentghgbia percibirel «Sha-dijo olor tristemehtep-áperq’ deWersafllegs» llegado el tigzñptg'gglïq'ggüï¿ ‘es’ 'áíqlíí_ ; -< ’mí" ‘í r ’ ' -'
Hegzhi el mundo‘ ajo, infegtbg‘ oscuïfó=,‘"ileúoff'ti_'le _
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vergonzosos goees,=z donde«astiitfaïñáféfúgígfibs¿úxiaPï f") multitud‘ de. aaomurss; r míos "wutrarevïnncianmiqs; otros sin Ïpartido alguuq-disgïustádos, iïástíádgïs, 51:63‘ w carmentados por ltzsvvtïiftll‘6111268’T shbégós, fáflbgis tïeïóo-“Ï ‘ ' ‘,""'¡ razon ‘éidba. Todost.est0s-e_st_gbg»n‘ ¡‘eáueïboïáïïígïfiéur "j 1 _ un aliviopn el-juggp yien goce‘! inmundoá, ‘f " ’ mientraapaáaba- 1a- ‘ tempestad». "¡YF arraïgáúdósb " ïen’ V ‘ f ellos talpensámiento, estabanplenumente tïecídïddi" "5 ‘Í’.
a’. no cuidar de más.‘ m pueblo ‘moría-Aa Bamba-g‘ y_el riff-W Ojércitoxle’ frio; ¿y á ellos _. que’. legïfiáípbftabaïflgñéá
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migos de? laïrevolucibxr, 19.‘lveg ‘Ugïtflhbaïal V, ficio, teúian e'l descaro ‘de ídbbírlsfliilistatñds-en "ti: ' "'“ gruta: guededmaeumosïunoïái uhá,'=á=es’te¿hoy, áïñí’. 7 " ‘É . hombres; mañana: do; hacemeshganerosps pegoïparayhacerrde tieues-‘podefilparsréllo, pin-a.’- sublevar insensible" ‘núestwos’ nosotros estamds ‘á ¿los ¿’dbyázonesr uudáïverdadem’ —" sufrimientos‘ de acuers pau-a)" ' ‘J’: ¿“g
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la. elepvgciiznngoïés.lamejqra-‘¿Ln-más bajo» Quim“ '31‘3 " ‘1 ¡o meñqg
zLosljóyepgpsvi represenzabandaxzigms
estolidgz yy: pqueian su. vidaporwei camno de‘ Iavqeassq
muerta; aiigïámas regressntabanxotrav-‘muerte «ine- r “i era aun ¿pedí? la} de las gxgenciasL-y principiomulmv-si wa enervápéion dejas 9' jniopeg, un. arte fatal para debi- r. «rd litar fájxiïirtíghhrl os Qaïfiletéres. —— . ,_» Lu .« ¡.-:-. - - .nqi_-¿s.aa Entggycgs aparecían en {mis ,hombres nuevpqnrg uqq arrojadós á npnrnupdcgpareciio, donde todo.
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para‘ de’ ‘lizar es; afeminarlos, enervari-su-valpr ci-r. n59; vico,
¿me y. ayeterxidadi Iaa-w-mayqr-pute 5:: «o,
de los ‘giróndinbepgrdiexïop; hay» la misma‘ mfluenmí un! cía , noífiyap Tardes, enulgp-¿peleapno ltz-fuerza dq..- xíuf:
ánimq ‘para resistir. iawmuferte “sino 1a,. esperanmvrggrrï ‘L de vender‘; la fija. y fqertraresolucion jde obtener‘: tvzo-z ¡a victgpjaváuoualquiflr pijgciqgnsevaxieïxïiitaron; y; ‘no un conserïárón áaqueflaiaeriggel enalasangre quwhaceiugnáv ganar Íaahntáliaáauïlïl MW!‘ ïaiaafiïoflüfía ¡es hacían 431355 resignáigé. ¡Desde el momento mu. que un hombre‘ 20'13“ políticofperesigna, todo flehaperdidoï , "¡W
Aquellos hombres, la mayor parte áóvenev, zcusi‘ Nm todos swnidosen la. oscuridad de las Pmifïnniask 45° ¿‘"- m‘ “¡an qgspoggádppqde repente- enpmediomie laluz,
asian
en pregéncinu de ug iujo 1 enteramente. nuevo-apgrsy; ¿una ellos, rodeadpgydg, engañadoras‘ P3131335 Y‘ ¿"mms — “-' " astutaá a3‘ ‘mlïïldïlelfifianlïgí üinp. v.“ Ii: -'.
.\:I'! ‘tu z; ¿’ñflifi
Adulácidnés y caricias frecuentemente más‘ Pode- b: 7- H rosas que‘ ganga-gs, debilitaban su energía. cuando y .4 la 1 tanta raItaJeShAcia su completalmesïim- L.” ‘m’ . "1 jeres, sobretodo, ¿’ganen en tales casos una mfluen-n: usa‘ cía. tan poderospWquqnadig sin. un poder estrgordi-
.9 iv
nario sqbva símismo. Puede-resistirwminen enjuego» — mi sus g,ac¡‘¡,¡3;)con_más fpgcuencianel interés -encanta-.:u'9.— u‘.
dor que inspiran, por. el_ miedo que deseancalmüïsïülí!" ¡'55 aun másagonqqguquielrnnélsesuratse de VDSSIÉW- veo-NW,
Para. resistir estasqtentacionns en. necesanwestflgc, 015d en guardia, men armado» firme‘ á:«?°d3'—ï3—°d“°°¡°“7‘39 ‘¿m?
entoncerynada. conseguiría; la. belleza. ¿PQN-cóml 94 resistir ¿’una mpjer. qqgmqestra tener v111143.65), que; jr? de]:
se ase demïumaïsfimamoa. que osidice: «¡A115 Sfilflïcwí-OÏO!"
Las normas ni: LA nzvotnclom; 143 r ¡M1, míamigo! Aún me podeis salvar... Hablad por nosotras, os lesuplicoraseguradme que hareis ‘por-f mital ó cual discurso, que seguireis tal ó cual‘ mar
eha... ‘Yo ‘bienes que lo que os pido no lo haríais por ‘nadia enelmundo, pero estoy ‘segura que lo harels
a por mimvedcuányagitado está mi corazon?» » - t»: “Todaísaquellasaiariïas eran demasiado hábiles. Se guardaban muyabien’ de descubrir su íntimo pensar‘ - l miento. EL-primer ‘dia no se encontraban en sus sa lones, mas- que buenos y honrados repulslicanos. Al segundmaseos presentaban Feuillants, Fayetistemïy ¡durante algun tiempo, no encontrábais ninguna otra ventaja.- En fin, seguras dejsu poderyconquistado ya
- ‘eldebil corazon, acostumbrados los ojos, los oidos á. aquellas modificaciones de sociedades poco republi canas; se deseubria. por fin que eran por los antiguos amigosrealistas por quienesse había. trabajado‘. ¡Fe lizse‘ podía conceptuair el pobre jóven si, llegado tan puro a París, no- se encontraba al fin mezclado
entre «gentiles-hombres, espías, ¡ó intrígantes. de 0oblentz.l"ï'.. - ‘ “.2. ' . ' La Gironda, casientera, cayórde ese modo á manos de la sociedad parisiense. ' ' -' -
No ‘se obligaba alos girondínos á. hacerse realistas, 3 sino ue .es‘tos se hacían girondinos. Este partido ' vino ser poco á. poco el asilo del realismo,'la más cara protectora bajo la cual v" la . contrarevolucion ‘ pudo‘ mantenerse en París, en presencia de la revo lucionmisma. Los ricos estaban divididos; unos eran girondínos. otros jacobinos. Mientras la. transícion de sus primeras opiniones, demasiado conocidas, á. lnsrepsblicanas, les parecía más fácil el partido de lagGironda. Los salones de los artistasmie las: mu ieres á. la moda, eran un terreno neutral; donde los ricos encontraban, como por casualidad, a los hom bres políticos,’ hablaban con» ellos. conferenciaban, sin ninguua-otrapresentacion, y concluian por. unir
se mutuamente. ' a - _
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¿Aunlsisiïelaciones más puras, más alejadas de la
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g másllenasde amor, no contribuyeron me-fi ¡nun
el poder de la Gironda.’ --— . ¡adamoiselle Candeille contribuyó en Íïdïípérdida de Vergniauda, Aquellaprea.
Z a pde Safe enamorado y munante corazon, su» -
_ ¡su indolencia naturalz-So decim “ ntemente- parecía mera: en otra " ’
25
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BIBLIOTECA romrlckns LA msnm.
parte. Nose decistesto sin una. fundada razon. Aque llaalma, en que la patria la necesitaba. toda-entera, moraba en otra alma. Un- corazoxk tie-mujer, débil y encantadoíytenia como encerrado aquel vcorazon de
lean de Vergniaud. Le habían fascinado la voz. y-el arpa de la. buena, bella y 34iormble——madamoisello_ Gandeílle. Pobre, había sido amada, aquella ¿»quien la. multitud seguía. No, tuvieron parte en-aquel amor: por ‘los ebrillantcssdiscnrsos-de V lavanidad ni, por los éxitos brillantes de ella, pues;Vergniaud, cada pieza‘ suya obtenía, por lo regularycíento cincuenta.» re
presentaciones.
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_--Aquella mujer, bella ty seductora, llena de gracia moral, encantadora por su talento, ‘por sus virtudes,»
v por su piedad filial, había buscado, amado, á-aquel genio colosal que dormía en las celestes mansiones;
y aquella á. quien la multitud seguía, se’ olvidó de todo para ascender hasta él». Vergniaud se dejaba amar; había consagrado. su vida a. aquel» amor, :y continuaba en sus sueños. Demasiado astuto casi siempre, entonces no veía que ambos caminaban
por les bordes de un abismo, en el cual era preciso cayesen. Otra pena: aquella mujer que á. él estaba entregada, no le podia protejer. ‘Pertenecia algú blico; su piedad, la necesidad de mantenerá ens pa dres. la habían colocado en el teatro, espuesta alzas‘ caprichos de un público tormentoso. La rque aqueria‘ agradar a un solo hombre, necesitaba agradar arto-i dos, distribuir entre aquella multituduividaideasen-‘í saciones, astuta, inmoral, el tesoro de su belleza, al:
cual solo uno tenia. derecho. ¡Losa humillante y‘ do lorosa y terrible tambien, que conmovíaycuando á. presencia delas facciones, la 11111101201011‘- de una jo‘ ven podia ser, a cada instante, un juego cruel de los"
partidos, un bárbaro goce de ellos. Allí, era vulnerable el orador. Allí,:se temía el
que no se temiese nada. Allí, no había ní coraza, ni traje, nada que garantizase su corazon. ' En aquella situacion se amaba el peligro. Fue jus tamente, en medio del proceso de Luis XVI, bajo las
«horribles miradas de los partidos que se señalaban para la, muerte, y que presentaban-al publico las armas con que podían herirse mutuamente. Ver»
gniaud acababa de conseguir uno de sus más grandes triunfos, el triunfo de la. humanidad. Madamoisello Candeílle misma, descendiendo al teatro, representó (f
LAS MUJERES nz LA navotucion.
115
su propia pieza, cuyo título era La Bella Labradora. Durante su representacion, llevó al público entu siasmado á. cien leguas, á. mil de todos los sucesos que en la" actualidad pasaban, trasportándole á u'n
mundo dulce y ameno,_donde todo se olvidaba, aun ‘el peligro de la patria. , La Bella Labradora tuvo un éxito inmenso; los ja cobinos mismos admiraron aquella encantadora mu jer, que iba repartiendo incesantemente el ópio del amor, y sumerjiendo atodos en las aguas del Leteo. La impresion no fué menos favorable enla Gironda. La pieza dela amiga de Vergniaud demostraba que su partido era el de 19.-‘ humanidad y la, naturaleza, más aún que el de la patria, y que seria elabrigo de
los vencidos; y en fin, ‘que aquel partido ‘no tenia la idnlflexible austeridad que en aquel tiempo se co ‘ciaba.
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CAPITULO xx. La primera. mujer dedDantoíLkdeí
‘f 55). ‘
La coleccion del coronel Maurin, desgraciadamen te vendida y dispersa hoy dia, contenía entre otras cosas preciosas, un retrato de la primera mujer de Danton, hecho pocos instantes antes de su muerte. Su carácter era bondadoso, apacible, pero recto.
Nadie deberá admirarse de que ella ejerciese tanto dominio sobre el corazcn de su marido, y le ocasio nase tantos pesares.
¿Cómo hubiera sucedido de otro modo? Fué la mujer de su juventud y de su pobreza, de sus prime ros y oscuros tiempos. Danton entonces, abogado del Consejo, abogado sin causas, no teniendo más que‘ deudas, era socorrido por su suegro, limosnero de un estremo del Puente Nuevo, el cual,—segun dicen,—le daba algunos luises todos los meses. Vivía realmente sobre el embaldosado de París, sin miedo ni inquietud, ganando poco y no deseando nada.
Cuando les faltaban víveres para su sustento, mar chaban por algun tiempo al bosque de Fontenay, cer (¿a de Vincennes, donde su suegro tenia una peque na casa. Danton, con una naturaleza rica en elementos para ‘sufrir los vicios , no tenia ninguno costoso. No era_ni jugador ni bebedor. Amaba a las mujeres, es cierto; no obstante , sobre todo amaba a la suya. Las mujeres eran el lado sensible por donde le ata
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un uúignzs mi LA nizvonvciox.
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» aban los partidos, y con laecuales podían dominar
letun poco. Así el partido de Orleans ensayór infla— mar su amor con la querida del príncipe., «la, bella, madame de Buffon. Danton, por su imaginacion, » por la exijencia. de su temperamento borrascoso, era, demasiado impetuoso; pero su necesidad y su ape.
go al amor real le atraian invariablemente cada. noche al lecho conyugal, al lado de; la. buena y bella mujer de su juventud , y‘ ¿á la Ncasa del anciano
Danton.
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-' La desgracia de la pobre mujer: fue el haber sido trasportada bruscamente en el 92,»al ministerio de Justicia, en el terrible momento-de la. invasiotryde las muertes de París. Cayó enferma, durante el gran‘ enoiode su marido. No ‘dudamos que esto eontribuyeá seen gran paite a’. que Danton hiciese en noviembre (¡diciembre un último plan, penoso, humillante, para‘ reconci iarse con la Gironda; .y,_afirmarse, si- era po sible, enla punta del abismo. ‘que’ iba á. devorar-í IOJSOÓO.
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La. formidable rapidez; de. una. revolucion‘ tal que atormentaba al corazon ‘con sucesos .que se amon
tonaban unos» tres otros habían debilitado á madame Damon. La terrible reputacion‘ de su marido, su espantosafanfarronada cuando hablaba de sus haza ñas de .setiembre, la habían muerto. Habizrntrado
temblando en aquel fatal hotelldel ministeriode Jus tioiag salió muerta, ó por mejor xdecir, herida. de: muerte. Y fue como-una sombrstque volvió al peque ño-cuarto del pasaje ‘deLComercio. en la triste casar‘; que formaba una arcada; y una especie de bóvedas! ' entre el- pasaje y la calle (triste y (sombríartambien) de los franciscanos , que hoy es la de la Escuelwdea medicina. ':1
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El golpe era demasiadopfuerte para. Danton. Llegaba‘ .
"aLpiJfitd-‘fátuIren-«qúe 014mm refbabiendo cumplido por la-concentracion de. sus uerzas la obra. principal \ demi’: vida, disminuida: su unidad, reaparecia su dua- -
lidad. Estando el_resorte'_de la voluntad menos ten didonïuelven con más fuerza la naturaleza y el co- a men, todo lo quefuérprlmitivoenvel hombre; Esto, en.el natural trascursmde larvida deLhombre, suce
de en dos edades diversas, , divididas‘ por el tiempóm Pero entonces, como hemos dicho, ni aun tiempot p había paraeso: la revolución le había matado mu- a
chas cosas.
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148
BIBLIOTECA POLÍTICA ns ¡.4 XBERIA.
-‘v El momento para‘ Danton estaba ‘próximorpsu obra concluida; la salvaci-on pública en- el »92 tuvo; contra su voluntad, ummomento débil; la insurrec cion de la naturaleza le comprimidel corazon, le destrozó duramente, hasta que el orgullo‘ ye] fue; ror le contuvieron a‘. su vez y le amenazaron furiosos con la muerte.
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Los hombres que arrojan fuera de sí -l-a vidancon‘ una tan terrible abundancia, que alimentan los pue-'
blos con su palabra, con su tormentoso pecho yiaunï con sangre de su corazon , necesitan gran fogosidad
y constancia.
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Pero además necesitan alguien que amortigüe en» ocasiones dadas, aquel abrasador corazon, aquella”
hirviente sangre. Y esto no lo consigue mas que“ una mujer buena, como lo era madame Danton. Era, si la juzgamos por el =retrato ynel busto, vigorosa pero tranquila, bellayal mismo tiempo dulce : la tradicion de Arcis,-—donde estuvo frecuentemente,‘-'-—' añade, que era piadosa, naturalmente melancólica,’ y-de un carácter bastante tímido. ' '
Había tenido el doble mérito, en su situacion traná guila y cómoda, de correr a Ja. ventura, despues
e reconocer y seguir á. aquel jóven, á. aquelgénio ignorado, sin reputacion ni fortuna. Virtuosa, le ha- ' bia elejido, á. pesar de sus vicios visibles, formanr
do contraste su dulzura con la faz sombría y tr:s-' tomada de Danton. Se había asociado a su desti no oscuro, y bien pudiera decirse levantado en Ia tormenta. Mujer sencilla, pero llena de corazon, ha," bia cojido al paso a aquel ángel de tinieblas “y Puz- ' para seguirlo a través del abismo, y pasar el puente estrecho y terrible. ' ‘ En aquella situacion no tuvo ella demasiada fuer‘ za, y entregó su espíritu en las manos de Dios. era«La solamente mujer es la la mujer fortuna,» la que ha abandonaba dicho POrient. a Dani‘) No‘
ton, sino tambien la fortuna y su buen destino: eran‘? la juventud y la gracia; era aquel favor con que la suerte dota al hombre cuando no ha merecido nada.” Eran la confianza y la fe. el ‘primer acto de fe que B‘
él ¡e le habla mostrado. Una mujer del profeta árabe f‘
le-preguntaba por qué siemgre sentía tanto la 11111614“ tede su primera mujer, «Es,—respondió,—porque ella ereia en mí, cuando nadie aun había creído.»
No dudo de ningun modo que fudmadameban» i
us nuunnsfiaa LA ïnsvozucion.
149
ton, quien hizo jurar á. su ‘ marido que si era pre. ciso derribar al Rey, que. cuidasc de salvarle la vida, ó al menos la de la piadosa Elisabeta y las de sus dos hijos. Tambien el tenia dos hijos: uno, nacido
(segun datos fldedign/ s) en el sacro momento de la. toma degla Bastilla; el otro, en el año 91, en el mo
mento en que muerto Mirabeau y estinguida la. Constitúcioii, le presentaban el brillante porvenir en
el que, individuo de la nueva Asamblea, iba a ser el rey de la palabra. r Aquella madre, entre las dos cunas, yacía enfer ma, cuidada por la madre de Danton. Cada vez que
él entraba, enojado, herido por las cosas ocurridas; que dejaba a’. la. puerta la armadura-del hombre polí tico y la máscara de acero, encontraba aquella. heri da muy distinta: aquella úlcera terrible y sangrien ta, la certidumbre que él mismwdebia buscar en si, como dividido en dos, destrozaba su corazon. Había. amado siempre á aquella escelente mujer; pero su ligereza. su ardor no le habian dejado conocerlo. Y cuando‘ ella se moría, entonces él conoció lo grande, lo intenso de su pasion. Entonces el nada podia ha
cer; ella huia de el, cuando este se esforzaba por es trecharln cn su seno. ’ ' Aquella mojer, que apreciaba en todo su valor aquel cariño, que podríamos llamar póstumo. con su delicado instinto quería alejarlo. Temiaren su amor, que aquella. últimafase pudiera dejar herida o’ lasti mada el alma. del hombre áquien tanto había amado. Lo másduro era, que él no podia estar cerca. de ella hasta suyfin". y recibir su último adios No podia permaneceralli; tenia que abandonar necesariamen
te aquel lecho mortuorio. Su situacion contradictoria le desesperaba, y era imposible, ponerse de acuerdo el Danton político y el Danton enamorado.- En aquel fatal proceso, la Fran ciïi, el mundo, deseaban dirijirle una horrible mira
da, Élno podia hablar. pero callar tampoco. Si no áïéggntraba algun medio que uniese el costado dere ‘“
' E1“ cilantro, la totalidad de la Convencjon, necesi ’ v ree, huir de París, marchar á. Bélgica , y
, ' ándoleklcurso- delas cosas hubiese desatado ' W “bug ¿Pero viviria hasta su vuelta x nferma entonces? ¿Encontraria jfuerza para vivir hasta enton ¿ ‘naturaleza, y guardar hasta su
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l Émnorzu mimo; DÉH; iesmsjn
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vuelta guflúltlmo ¿dios para su marido? Segpodia, ¿Í prever que no '19. volvería. que sucedió: sino para,que encontrar era dïemasiadoftarde, ‘su, cesa_ solita: '-' _ __' ría, sus hijosjin madreq aquel cuerpo V tan violen
tamentemnado, en él, fondo deun sepulcro. ‘Dantoiro no creiagiada acerca del alma; el quería ver el .cuer-" _ po, el cual sacó dela tierra, despues de siete días y siete noches, espantoso, desfigurado, y disputó ter
riblemente por ver en un amante arrebato.
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_CAÉITULO in. ' " * " h,
La. segunda mujer de Dant0n.—El amor en el 95.
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A la caidaïde-la Gironela se‘ ¿siguió ‘un decaimien»
to inmenso? Tan descomzonados quedaron. ¡‘os-ven cedoreá- como ios‘ Neneïdos; Marat eayócnfermo.» Vergniaud ni aun quiso huir -Danton buscó en su
segundo matrimonio una especie de alivio dá los tra bajes políticos. '- f V < ' El amo”:- entró por muchov en ,»l'a muerte» de. Ver
gniaud yde-‘Dantol-L u? p,’
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,¡¡ El‘ gran órador-girohdino, prisionero en la calle, dez)‘ ._ Clichy, en un cuarto entonces desiertm-en- medio de . -. : .-'
unosjardinemprisioneromenos de. la Conwencion que de madamoiselle candeilleyse. hallaba; entre clamor y. e.‘ e . r _ i la duda. ¿Qué le quedaría-con aquel amnrhácia ¿una g actriz, en ‘el anonadamiento de todasdas cosas? Todo '. 1,0 que en s1’ mismo pasaba, se ‘descubrí: en sus z agrias cartas, lanzadas contra‘ la Montaña. fLa fata
lidad le había dispensado el-obrar, aun cuando e'l no lo sentia,‘de aquella manera; encontrando dulce mo
rir así, saboreando las bellas lágrimas que una mu jer vierte fácilmente queriendo hacerle creer que era. amado.
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Danten, en aquellos momentos, él mismo Se PT°' cut-nba. el suicidio.
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Desgraciadamente entonces sucedió lo mismo á u: gran número de hombres. En el momento enrg‘;
los trabajos públicos, convertidos en trabaJOS P
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rumano; POLÍTICA me LA iusnu.
dos, formaban una, cuestión de vida ó de muerte, decían: «Para mañana esos trabajos.» Y se ensimis maban y se entregaban al amor, á. la naturaleza. La naturaleza‘ , como buena madre , les atraerá, les
absorberá bien pronto en su seno. Danton se casaba en medio de un duelo. Su’ pri
mera mujer, por él tan amada, acababa de moiir el
10 de febrero, y el dia 17 la había desenterrado para volverla áver. Solo hacía. hasta el 17 de junio, cua
tro meses, dia tras dia. en los que- perdido, trémulo de dolor, había roto la fosa para abrazar bajo el velo
mortuorio, su juventud, su felicidad, ‘su’ fortuna. ¿Qué es‘ lo que vió. lo que abrazó al cabo de-seis días?
Todo 1o triste y real que en si encontró. Ella, moribunda, dispuso su segundo matrimonio,
el cual tanto contribuyó á. perderle. Amándole con pasión. comprendió que él la amaba, y procuró ha
cerle feliz. Dejaba dos niños y creyó darles una ma dre en una joven de 16 años, llena de encantos, pia-_
dosa como ella. y perteneciente á. una familia rea lista. La pobre mujer, moribunda cuando los aconte cimientos de setiembre, y al verla terrible reputación de su marido, creyó sin duda. volviendole á casar,
retirarlo de la revolucion, preparar su conversión, hacerle secreto defensor de la Reina, del niño del Temple y de todos los perseguidos. Danton había conocido en el_ ‘Parlamento al padre
de la bella joven, que eraugier audienciero. Hecho ministro, le dió un buen empleo en la marina. Pero
aunque estaba muy agradecida la familia á Danton, no se prestaba gustosa á. que se hiciera aquel ma trimonio. La madre, dominadapor el terror de su nombre, le echó en cara secamente ser el autor de
los acontecimientos de setiembre y de la muerte del Rey ,_ á quien él habia querido salvar.
Danton se guardó bien de cuestionar sobre tal asunto. Hizo lo que hace en idéntico caso aquel que quiere ganar im proceso, que es amoroso y apre miante; se arrepintió de sus hechos. confesó lo que
era Verdadero: que le era muy dificii soportar los escesos de la anarquía , que el sentía los de la revo lucion,- etc.
Pero si élrepugnaba tanto á la. madre, en cambio no agradaba nada á ln hija. Mile. Luisa Gely, deli cada y linda, elevada por su familia campesina, era. muy adicta» al antiguo régimen. Al lado de Danton
Las ¡sumas m: LA nnvomcion. 153 esperimentaba asombro y aun miedo, pero nunca amor. Aquella estraña persona entre hombre y leon, le era incomprensible. Hubiera parecido más bello limándose los dientes, certandose sus greñas , y ella no estaba segura delante de aquel monstruo sublime. » El mónstruo era, por lc tanto, un buen hombre; pero todo lo que en él había de grande, se volvía
contra él. Aquella. energía salvaje, abuella poética fealdad iluminada de brillantes rayos. aquella frente de coloso, en la que se encerrala una multitud de ideas, do palabras eternales, todo intimidaba, asusta ba el corazon de la tímida y candorosa jóven. La familia creyó hacerle desistir presentándole un obstáculo que creia era para él invencible, la ne cesidad de someterse á. las ceremonias católicas.
Todo el mundo sabia que Danton, verdadero hijo de Diderot, no veía mas que superstición en el cristia nismo, y solo adoraba la naturaleza. ’ Perojustamente por eso, aquel siervo, aquel hijo de Ia naturaleza, obedeció sin ningun obstáculo. Ante cualquier altar ó ídolo que se le presevtase, ante él se postrnria yjuraria. Tal era la tiranía de su ciego deseo. La naturaleza era cómplice; deplo raba sus contenidas energías: la primavera, un poco
retrasada, anunciaba un estío abr-asador; era enton ces la verdadera erupcion de las rosas. No hubo jamás un contraste tan fuerte entre aque lla ‘brillante razon y una situacion tan turbulenta. Ante el abatimiento moral, se presentaba una tem peratura ardiente, exijente, apasionada. Danton, bajo
aquel móvil, no luchó-consigo mismo muy Violenta mente, para decir que era un sacerdote refractario que necesitaba la bendición. ‘Se había encendido en él una abrasadora llama. Era preciso que se arrodi llara, que finjiese se confesaba, profanando en un solo acto dos religiones a la vez, la nuestra y la del pasado.
¿Dónde, pues, estaba aquel altar consagrado por las Asambleas a la religión de la Ley. sino sobre las
ruinas del viejo altar de la arbitrariedad y del favor? ¿Dónde estaba el altar de la Revolncion donde el
buen Camilo, el amigo de Danton, que había llevado su hijo reciéunacido, dando el primer ejemplo á las generaciones’ venideras?
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Los queconooian el carácter de Danton, especial o-zwzvrssa y «.
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menteen las nochesde laflonvencion; sabían cuán-m q’ fácil era que eayese, doreotovyjusto; enrlo sanguimb «m: rio, tipo «bajmsom-brio, lleno de sensualidad salvaje. -: ‘q.
Hé ahí una fuerza nueva que vá á reinar enell-f ¡a sangrientoperiodo ázque nos-referimosg-fuerza. mue- > ,1 lle, terrlbie; quevdisuelye, pulverizael nervio dela ‘r; revolucionrBujoi la’ aparente austeridad de las cos.— , tumbas-republicanas,zentre el terror trájico de los A; -,'<. cndalsos; la: mujer y el amor físico son los reyes i . del93.
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q.‘
Se veían condenados á. muerte. dentro del carro, u: . insustanciales, een rla. —rosa enla.‘ mano. Esta; es la. verdadera imágen deltiempo. Aquellas rosas san grientas dondmcianáia muerte. i: 0.-: J» ‘¿v - u q,» Dantonyconducido; arrastrado del mismo modo, firm; ' lo confesaba con-una naturalidadmínicav ydolorosagnt í .' siendo preciso, para decirlo devuna "venmodificar la -a.-— frase. Se’ le acusaba. deeonspiradorm «¡Y‘o,—decia,— vu‘ es imposible! ¿Qué quereis quehaga‘ un hombre que.
todas las noches se entrega al amor?» =-2 e ‘ i. Entre los ¡tantos fúnebres que aun ahora se’ repi- a‘ . ten, nos han ‘dejado la Marscllesa; cantada. en las pri-v -- ' siones, ante los tribunalespal piévdel cadalso. El amor, en el 93, se presentó del modo que e'l es, her mano de la muerte.
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carmona xxu.
La diosa de la Razón (10 de noviembre del 95).
b
He conocido en 1816 a madamoiselle Dorotea, la cual, en no sé que’ villa, había representado a 1a Ra zon en las fiestas del 93. Era una mujer severa, y de una vida ejemplar. Se la. había elejido por su altura. y su buena reputacion. Jamás había sido bella, y además era bizca. Los fundadores del nuevo culto, que de ningun modo pensaban en envilecerle, recomendaron espre samente en los periódicos á. los que quisieran hacer la fiesta en otras ciudades, elejir para representar un
papel tan augusto, personas de belleza respetable. de se veridad de costumbres, que á su vista se rechace la licen cia y llene los corazones de sentimientos honestos y puros. Generalmente fueron elejidas señoritas de familias estimadas, que, de grado ó fuerza, debían represen tar la Razón. La Razon fue representada en San Sulpicio por la. esposa de uno de sus primeros magistrados, y en Nuestra Señora por una artista amada y estimada, madamoiselle Maillard. Se sabe que en reuniones de esa índole, las primeras personas se ven obligadas (por el arte mismo) a guardar una vida recatada y laboriosa. Ese don divino les es vendido á costa de una gran abstinencia de la mayor parte de los pla ceres. El día en que el mundo, más sabio, de’ el sa- ,
cerdocio á las mujeres, como sucedió en la antigü‘ 27
156
' nmuoirrcia poLi-rxcA m: LA mmm.
dad, ¿quién se admirará de ver marchar a’. lsfcabeza. de las fiestas nacionales, á. la buena, piadosa y santa, García Viardot? ,
Tres dias antes de la fiesta, se quería que el símbo lo que representase la Razon, fuese una estatua. Pero se refutó diciendoque un simulacro fijo po
dria crear una especie dc idolatría. Se prefirió un es pectáculo movible, animado, ileno de vida , que, . cambiado á cada fiesta, no produciría la supersticion. Era el tiempo en que Chaumette, el célebre pro cdcador del Comun, poniéndose en abierta oposi
cion» con su colega Hébert, había pedido que la tira. nía fantástica. de los Comités revolucionarios, fuese inspeccionada, y-aun limitada: por ‘la inspeccion del Consejo general. Bajo aquella barrera. de modera. cion yjusticia indulgente, se inauguró el iO de no viembre la nueva religion; el poeta Chenier hizo la. letra, y Gossec la música. So había, bien ó mal, edi ficado en dos días, en el estrecho paseo de Nuestra.
Señora, el templo de la Filusofia, al cual adornaban ias efigïes de los ‘sábios y ‘las de los padres de la. revolucion. Sobre ¿una montaña estaca el templo, y
sobre una roca se desprendia la liárna deiajVerdad. ‘Los magistrados se seritaban bajo las ‘calumnias. Nada de armas ni de soldados. Dos filas de niñas co ronaban la fiesta; estaban vestidas con ‘ropas biene '
cas, adornadas de’ roble, y no como se habia, dicho, conLa rosas. " ‘ blanco con un manto asul, ‘ M Bazon, yestidaïde msaie del templo dédáhFilosofía, yse sienta _en "im banco de v_erdura.,Las niñas cantan un himno: _ atrayiesa el pié de lamontafia, mirando dulcemen te á todos los concurrentes, ‘y sonriéndose con dul zura. Despues de haber entrado, siguen cantando. A esto se reducía. tal fiesta. , Cesta, triste, seca y aun enfadosa ceremonia (i).
Desde Nuestra. Señora, tal culto fué á ‘la Qonven (i) Es preciso decir V ue tal culto no era. ei verdadero de la revolucion. Este era emasiado antiguo para entuéiasmar. Aquel frío ensayo del 93, no ‘salió de sn seno abrasador, sino delas razonadoras escuelas del tiempo de la enciclopedia. Aquella. faz negativa, abstracta, de Dios, por sublime que
sea, nola creían suficiente para calmar los corazones y las exi jencias dei tiempo. Para sostener el esfuerzo de los héroes
y__de los mártires, inventaron un Dios distinto del de la.
Geümetm.
us nuxsnrs m: LA nsvonuctou.
157
cion, Entró, con su inocente ‘cortejo de niñas vesti das de ‘blanco, la Razon; la Humanidad, Chaumette,
que la conducía, por la valerosa iniciativa de la Jus ticia, se armonizaba enteramente con el sentimiento de la Asamblea (l). ¿gggsi Una franca fraternidad brilló entre la Comune, la Convencion y el pueblo. El presidente hizo sentar á. laBazon cergadefisí, la dióen nombre dela Asam
blea el abrazó frataérnahyntbdos ‘unidos , en un mo mentolbajmun rdulce punto de vista, esperaron me jores días; '
_
Un pálido sol de Mediodía (muy raro en el bru marioy-‘penetrandoaven -la oscuragsala,» ¡disperso las sombras. Los dantonistas pidieron que la Asamblea fuese á Nuestra Señora, á pagar la visita que la ha bia hecho, la Razon. Todos aprobaron tal pensa
miento. Eltiempo ‘estaba admirable. austero y puro, como “en” los bellos dias deinvierno. La Convencion se puso ‘¿en ‘marcha, feliz y ‘contenta, al ver ' resplandecer
áqusllaïcliïspa de ‘unidad queen un momento apare vcin”; ‘dos ues de tantas, tan continuas y tan encarni
Zagdaed visiones. ¿un
'
‘
_Muchos se asociaron de corazon á, la fiesta, cre
yendo con laimás buena fe ver la verdadera consu
ïnaeionde losfltiempos. . _
y
pensamiento estaba formulado de un modo
ingenioso en una frase de Clootz: «El discordante fe ‘ derïlismo delas sectas se desvanece ante la urlídad
y .1 » r . ‘ visibilidad de ¡a giazon. » ,
y ,
.‘
í:
"
'
.."',..
‘atente Dios de la naturaleza, desconocido en la
a
inéd ajeriéïque’ hacía falta. 'Eran insuficientes 1os"mo— ' uïnentos de Didron, y las revelaciones de Newton y Lavoi - - 'Ï r..El Dios que animaba el alma, era el Dios de la justicia '. r‘_eróica,,por_quien la Francia, sacerdotearmado de ‘la Eu ; dcbiaevooaïden las tumbas á. les pueblos amortajados. . ntxhaber s‘ o nombrado aun, por no haber sido ado '— Jen los ¡ltoxhplou ese; Dios no fué por eso menos ve—
‘v 7 cïporanuégtros.padres,t' en su cruzada por las libertades -‘ üjlnígmklflpoyïdia, ¿qué seriamos sin él? Sobre las ruinas 'W¿él3. 39bl7&13.í¿ cenizas apagarias de la en otro tiem- — - i
,01‘ , afuera; estarían). destrozados nuestro cora .. ¿‘íïán
CAPITULO XXIII.
Culto de las mujeres para Robespíerre.
Puede ciertamente asombrar una cosa, y es que un hombre tan austero en la apariencia como Ro bespierre; un hombre voluntariamente pobre, de
una abstinencia completa del lujo, haya sido amado y voluntariamente busca-io por las mujeres. A esta pregunta no hay otra respuesta, que to
do el secreto del culto era: «Porque inspiraba con fianza.» , y Las mujeres no desprecian las apariencias auste ras, graves. Víctimas frecuentemente de la ligereza de los hombres, se aprovechan voluntariamente de aquel á quien creen seguro. Suponen ínstintivamente que el hombre austero, en general es el que mejor
guardará su corazon para. entregarlo entero á una persona por él amada.
Para ellas el corazon es todo. Hay quien cree que se necesita arrebatarlas, entu-iasmarlas, en una pa labra, trastornarlas La retórica sentimental de Ro
bespierre contribuia mucho á ello , y le bastaba decir, «los encantos de la virtud, las dulces leccio nes del amor maternal , una santa y dulce inti
midad, la sensibilidad de mi corazon,» y otras fra ses parecidas, para arrebatar a las mujeres. Añadid que, en medio de esas generalidades , tenia siempre
una parte individual, más sentimental aún. que ordi nariamente hacía recaer sobre si mismo, sobre los trabajos de su penosa carrera, sobre sus sufrimientos
us xumnrsïu: LA ‘nnvomcion.
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personales; todo esto en cada discurso, y tan regu larmente, que en fijándose en tales pasajes , á. las mujeres se las saltaban al momento las lágrimas. Despues , á. la emocion comenzada. sucedía el trozo
consabido con corta diferencia , sobre los peligros que corría, la rabia de sus enemigos, las lágrimas con que se debían regar las cenizas de los mártires
de la libertad. Pero al llegar áaquella partcde su discurso, el co— razon se sublevaba, las mujeres no se podían conte ner y pedían la muerte de los verdugos.
Robespierre se servía demasiado de aquella. triste y pálida mina , sabiendo que abogaban por el todos los corazones sensibles. Con sus fragmentos del Emi
lio ó del Contrato social, tenia en la tribuna el aire de un triste bastardo de Rousseau. Sus guiñadorcs ojos movibles, se dirijian a los ángulos más oscuros, y más frecuentemente á las tribunas de las mujeres. Para esto, tenia á su derecha dos pares de lentes: unos para mirar cerca, y otros para mirar á. lo lejos,
y corno para buscar en el salon á. alguna persona que le interesase mucho. Cuando se los ponía. todas las mujeres decían entre sí: «Es á. m1’, es á, mi.» La viva parcialidad de las mujeres se demostró particularmente cuando, al fin del año de 92, en su lucha contra la Gironda, declaró á los jacobinos que si los intrigantes no desaparecian, él mismo’ abando naria la vida pública, huiria de la tribuna,‘ no de
seando más que «pasar sus días en las delicias de una dulce y santa intimidad.» Numerosas voces de
mujeres salieron de las tribunas gritando desafora damente: «Nosotras os seguiremos, nosotras os seA
guiremos.» Aun en medio de aquella preocupaeion había, es—
ceptuando ciertas ridiculeccs de persona y tiempo, una cualidad demasiado respetable. Ellas seguían á aquel cuyas costumbres fuesen más dignas, á aquel cuya probidad estuviese de todo punto demostrada, cuya. idealidad fuese más alta; á aquel que, con tanta
habilidad como valor,’ constituyéndose defensor de las ideas liberales, en diciembre del 92, se convirtiese en Providencia para la salvacion de la patria. dni}
CAPITULO XXIV.
Robespierre en casa de madama Di-iplay (del 9i al 95),
Hay un retratode Robespierre cuando tenia diez y siete vaños, que le representa con una rosa en la
mano, quizás para indicar que era miembro de la Academia de Rosati’, en Arras. Tiene, en el retrato, la rosa colocada sobre-el corazon. Y se lee por bajo
esta dulce frase: «Todo para mi amiga.» (Coleccion de Saint-Albin.) El jóvon de Arras, trasplantado á París, ¿perma necerá invariablemente fi-l á. aquella pureza senti mental? Lo ignoramos. En la Constituyente, quizás, la íntima amistad de Lamech y otros jóvenes no bles, le hizo desviar un poco. Quizá en los primeros meses de aquella Asamblea, creyendo tener necesi dad de ellos, y queriendo estrechar aquellas ligadu ras, con un rasgo calculado, no fué estraño á. la oorrupcion del siglo (1). Si fué así, creeria seguir en (i) Acerca de su conducta, contaremos una anécdota que he sabido por boca de un artista, verídico, ‘admirador de Ro bespierre. Este condujo un día á. un antiguo miembro de la Asamblea. delante de‘. hotel de Lamech, y le dijo, que una tarde Robespierre, habiendo almorzado con otros, se prepa
raba á volver á. su casa, y se apercibió que no tenia dinero; pidió un escudo de seis francos, diciendo que le necesitaba,
porque tema que detenerse en casa de una señorita ¡Esto es mejer,—decia,—que seducir las mujeres de los amigos.) Si secree que no ha sido inventada por Lamech tal frase, la es
plicacion más probable á. mi ver es, que Robespicrre, que habia llegado á París hacía muy poco, y queriendo adoptar el partido más avanzado, que era el de la juventud noble, que ri_a imitar sus costumbres, al menos al hablar. Y hay quien dice que estaba abstraido de todo en su honesto Marais.
' v-> -—-.
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us ¡num m: nxnmzbcion.
161
todo ‘á su maestro’ Rousseau, ' el Rousseau de ‘las o
Confesiones. Pero felizmente se detuvo,’ y nadie .or
donó ‘mejor su vídaven lo”: días sucesivos. "ElEMílio,
El Vicario Savoy 1rd, El‘ Contrato social’, leelevgtonj .ennobleoieron.¿En cuanto á sus costumbijes, tafirlnpo ' ¡eo estalló oorfompido. - 4 ‘ «¡r “r ‘ ‘ '_ Le hemos visto ¡{tarde de las ‘ñiuertesdelflaïhpo
de Marte (17 ‘dejulioá del‘ 91), refizgiarse enoasa de un carpintero; unaïfelïz ‘casualidad así loouiso‘; piáfo si-‘él se fijtienftnlcosa; ncrfuévcanualmente. ‘ 7 ' ¿.- A envuelta’ de sutriunfovdegirrasg-"en octubre del 91?, sehospedó con‘ su ‘hermána, en un ouartgfde
le; calle deSan Florentino, noble yaristocrática. cano, _ de la. cual‘ sus» nobies ¡habitantes habían emlgrado. _ j‘: Carlota de’ Robespierre, deearácter duro y ágrio‘, te niaidesde susprimerosaños todo. la aspereza de una joven aviejadaysus t maneras, ‘sus gustos,"eran' los de una aristócrata de provincias ,y ‘se hubiese vuelto fácilmente una ‘gran ‘dama. Robespierrmlmás fino, tenia, en medio-de ‘laraspereza dosu hermana", algu
na sequedad,‘v contenida, y un aire aristocrático par lamentario. Supalábra erá. noble, aun hai-blando fa. - "wmiliarmente, y-sus-predilectos ¡escritores eran Raci
' " ne‘y Rousseau.
'
No ¡‘aramiembro de la Legislativa. Había‘ rehusado el empleo defizousador público,‘ porque decía, ‘que ' estando violentamente pronunciado contraxlosque se
perseguía; le hubieran podido recusar como enemigo personal. Se: suponiaque‘ hubiera tenido que esfor zaree mucho paradestruir su repugnancia‘ háciá-h ' peude muerte; En Arrás,'su misma repugnancia le obligó á -renunciá.r ‘su empleo de juez de Iglesia.
i j
En la’. Asamblea constituyente se declaró en abierta "n ‘lucha cohtraïla rpena‘ de muerte, contra la ley‘ mar... ‘ cial, y contra toda pena violenta pana laxsalud públi L ‘f;
ca, puesto que-irepugnaba demasiado’ á. su corazon. En aquel año, dessetiembre del 91.9.1 d692, Ro bespierre; ibera- de los cargos públicos, «sin otra ml‘
sion ni otrá ocupacion‘ que ser periodista y miembro de los jacobinos,s se agitaba. menos. 1 ‘Losx girona dinos, por el contrario; brillaban porusn perfec to acuerdo con el sentimientounaeional : sobre-dd
cuestion dela guerra. Robespierre yïlos jacobinofl defendieron la paz, defensa altamente-impopular q“
es ocasiono bastantes agravios. Ninguno" ignolüm ,‘ A enlaqïlella‘ época la. popularidad
¡.162
nmuorau Pou-nc; p: LAIBILIA.
,no tuvo ¡necesidad de formar-suní rejuvegecetse.
¿Había hablado infatígablementc Por espaciotde—.._u'es
ïylïosfiyvha ._ ,Qwfl, 9; ‘¡fijadola atencion y al gn
Qebiap... g; me}:_o,8u quetgnucrxysu el público c0ron_.a.-.r._ , ese rey fantástico. f . ¿v ‘gï/ XoIuble, creyese que él no ¿leabahiamrrespandido
' .m,°.deñiaa Yfuese ctm suyfaverito, « -ru :—"fi
.' 1'
g _- La pal hradglobeepienre. no -podia cambiar, te ¿niasliempre un estilo; snaccioruy Íeu adorno» en _.la. escena era .10 quepodiaueambiar. . Eranneoesuiaama
.máqn_ina, Robespierre no. «la 1211986.. ella ,
pedmez en casa ¿eeuu carpintero. Miu-at,‘ insfintive megtejpghabia senïtidq. Hubiera mdidc» permanecer , cómodamgnnerenssz. Dlïifigeflflfiüofififi-{Qlïdfiïafl delete!
nicem LeSendIQ:.ntefiIió.-dastiniehlea de «laecuevaido losjrancisganos: aquel miro. subterráneo ‘donde vans ardientes palabra; produciannna erupcionJodas das mañanasmomo de umvolcanxdesconacido, -y además encantaban por su viva imaginaciomelia-debia apo derarse de la del pueblo. Mercat, demasiado imitador.
sabia perfizctamentetqne Jen el.— 88,0; Murat» belga, el jesuita Felleyse había popularizado estraordina
riamente por, haber elejido urrdornicilio ¿’cien piós bajo tierragen el funda‘ de un: pozo rdmulla, un Robespierre no—._ imitó á. Mami; nin’. Feller, ‘ pero se apederójvolnntariamente de una ocacion para imitar
álïoasaeau, pax-suponer en práctica ad libreqneimi taba sin cesar. em laypálabra, copiando El? Emilio del as modomejonqneeppdxese. «m. - . —u. .. ¿arca *— _ Se hallabaerxfermo, enla calle de Sam Florentino, al finde} 91:. enfermo a causa de-¿sus fatigas, renfe]:
mo á. causa de una inaociarx; nueva -para di; enfermo por causa de suben-mana “¡cuando madame Duplay - íuéa "suscitar á. Garlotanna escena espantosa, por no haberla avisado de la enfermedad de suahere a9 nuopuao mano. Noeemaréhó resistencia alguna. sin levantará Le colocó Robespierre, en su casa, que6.
pesar delo estrecho. del cuarto, en una buhardilla, _ donde; coloéólos mejores muebles, de su casa, un’? bello» lecho, cómodo y blanco,- con algunas buenas si llas. Estantemde abeto, estaban colocados ‘alrededor paracolopar loetlibros’, poco numerosos, del orador:
sue diseureosumemorías, etc", bastante numerosos-, llenabantodolo demás. En los muros, 1a- malIO ‘Pa’
donada dgánadameïDüplay, había colocado port-toa»
us mvmmgrnznA nzvonucrou.
¿ 163
a dm pagtggglomretratos, gue habían hcchode- ‘sir dios; e á. eualquler lady dondezmirasewno, ptadiar: mamando verse; s1 mmm; p0__r lnuderechafipor» la ‘izquierda, gfiobeppigrre, Rebesmemner-aup; Robespgerre siempre. V,‘ ;;¡- ._ más. hábil Apolitiqa,._-,que-;huhiese edifieadw ia. c888 para.‘ - su uaagnrm, lo, hubieaeuhechqseom tanto
¡CÍGÜO-QOIDO: la smsaalidad. lo :habiq, zefectuhdü. si aquellornoerera una huevas 09m0- la;haifibacion mama rat, álo menos gu hübitflfliflúÏOSGHFB2yAÉOmÜÏÍRtfVZHÉ para el caso tanto -c0m01—nna'; cueva, L2,; qua Aguja,
cuyas tejas verdosas. la«¿llenaban..de>hnme<ïad;r;cdrn el pequeño jardixmin ventilmioniqueidstmbm situado
delantede ella, estaban e0m0»-_xah0gada' en ¿añadía de las jigantescas-oasaqg-{de ¿lhec le Saintr-Honere; em. una habitacionse-en ¿aquella gana, ¿Inedzio estament miento público y Antistocrátieoe
¿abajagnse anua
ban 10s hotels-Princiers, dnL-Arrabalqs deilraeespiénrfli
mientos. da ¡alle Real» ahorcados QOILQI en odios» y al ¿matrimonio recuerdqde» de?los Luís XVI . Más atríba, ¿estabanzlos «hotels y de wlabraáoiesaga nerales de la plaza Vendvomepedificados pon-da‘ mi seria del pueblo.
- .——.a»¿<;-¡ ,-_»-—;:—:«1¿«_=»;-
\ .
«si: wn. ,-_-:.»
¿Cuáles eran las impresiones de los ‘visitantes ¡le ' Robespienregde lo’: devïotos, de los-peregrinosmuan do en aquel-mano. jmpío, donde. tedo;heriaá:lo,svojog, iban á contemplar aláuntoïana-rmisma msm: decanta, bt, hablaba. p. «u.
tíszïflq mit
i‘ w
Z‘: '{ v
t " ‘r “'“‘v
Desde el- umbraL- el aspecto pobre y izistsvdeñ In. casa ,-_ hacia‘ pronpncian-nl pueblo, eatazirnse: zmAquí
vive el incorruptiblem’ Si subían, la buhardilla} usos gurabazarxfis aun; limpia¿ympábrmubrubajbstwxvïsi blementtg ‘¿sinxotro azdongnozqne; los retratosz-sdbxfa
planchasídei abeto , ¿bimestre-banana perfecta Ermua ralidad, sus. áqfatigables trabajesnmawída zdonsaü grada alpuebloáAllñnodambiamada- derwteatmlx,'" de fantasmagórico, como en-zla habitaeioú deMai-át, paseándose por 8mcuev9;—,<.grita.n6oAy colodándose. on
posiciones’ dadas. En ¿sin hnbitacion, utodoestaba
arreglado honesta. uyvsevnrameúte. EIiregbpijo-se suscitaba. alvqr aquellar habitacion. en (¡odotvloaeoü razones, y se creiaeataramiendb pon prtuxe1€a¡
este miserable Amundo,r—.la» casada lwwmud.rrf>‘»‘VÓL
I!
Y hay que notar además,; queïbién mirathfllar c288: no era de un simple artesano. ‘El primermueïzio guél en el pequeño salou se veía. cream: zpimow 1'15‘
trumento mnycqaw entonwvr=Elr1nstrW°>“h““
715i.
¡mio-nos POLITIGA17I‘ LA msnm.
cía adivinar la educacion que recibían las señoritas l rDuplay, en el vecino convento , durante‘ algunos Jneses. El carpintero no era‘, ‘precisamentcycarpin
.tero, sino ‘que era. empresario en la carpintería de agedificacion. ‘Aunrcuundo la casa era pequeña, sin , embargo, era suya, yvivia en ella. '
Todo, esto presentaba dos aspectos: el D110,‘ P0° pillan-el otro, distinguido hera,‘ si‘ así se quiere ..l1amar;* el pueblo industriosc‘, laborioso y tras Vformado, por sus esfuerzos y trabajos, al estado de pequeño propietario; La transicion era perfecta
-mente invisible. El padre, un buenhombre, ardien- — te y rudo; ia madre, de voluntadfuerte y viva; am zbos, llenos de energía, de cordialidad, representaban
perfectamente alas gentes delpueblo. La más ióven de las cuatro hijas, tenia’ imaginacion y arrojo: las demás, tenían distinto-carácter, sobre todo la mayor, ¿’quien el vulgo llamaba con respeto la señorita. Cornelia; Esta, decididamente; era una señoritafy -apreoia’ba las muchas beilezas de Racine, cuando Ro ubespierreleia algo de él en familia: conservaba siem
pre runa fiereza austera, tanto. en¿ los asuntos de la zcasa , como puesta‘ al piano-z ella era -la que ayudaba á. su. madre en todas sus faenas, como ‘lavar -.gps-apurar - Robespierreiestuvc-allíun lo necesarioa la demás‘ año, lejos familia. de la, tribuna: — ' escritor y periodista, allipreparaba todos ‘los’ artículos
¿y discursos que por lmtarde ‘debía pronunciar para los jacobinos: una año, el que ' vivió en «este mundo; - ‘ ' te " Para la‘ señora.‘ Duplay», era muy dulcewlïte nerle en su casa. Y esto se puede juzgar por la viva cidad con que respondió al“ ‘Comité el 10 de agosto, cuando buscabareu-zsu ‘casa un‘ lugar’ seguro: «Mar
chaos, que-«podeiscomprometeráïRobespierre n- L3?!" .— Era ‘allí el hijo mimado- de la casa, era el Dios;
Todos estaban a su disposicionJEl hijole servía de se cretario, eopiaba ‘sus’ discursos tan col-tejidos. El p»; dre Duplay, el tío, le escuchaban insaciablemente, devoraban, por respresarnos así, sus palabras. Las‘ « señoritas Duplaylei miraban-como un hermanofla más jóven, vivay encantadora, noperdia unaocaw Sion de distraer al pálido orador. Con tal hospitali
dad, es ‘imposible que ninguna casa se halle entris tecida por el dolor. ' -c= u. r En la pequeña cámara, avivada por la ‘familia y
a
us unirnos m: LA RIVOLUCXON.
165
los obreros, no faltaba movimiento. Robespierre, en su buhardilla o en la mesa de abeto donde escribía,
en cual uier direccion en que mirase, veia ir y ve; nir, des e la casa al soportal, y desde el soportal a la casa, á la señorita Camelia. ó alguna de sus ama bles hermanas. ¡Cuán fortificado debió _ quedar su pensamiento democrático, al ver, tamdulce imágen de la vida del pueblo! ¡Aquella vida, ‘a la vez popu lar y noble, en que-los cuidados ‘domesticos realzan la distincion moral de aquellos á. los cuales se en tregan! ¡El pueblo, sin vulgaridad ni vicios, ambos compañeros de la. miseria! La belleza que cuida y dirige la. casa , la escelencia de todo lo prepara
do por la mano amada... ¿quién es el que no ha sen tido todas estas cosas?
,
’
_Nosotros no dudamos que el infortunado Robes pierre, en la vida seca, superficial, sombría, _á que
las circunstancias le hablan destinado, no habla sen tido tanto encanto encerrado en la naturaleza, go zado de tan dulce placer. _ _ «¡Tenia bien entendido que el hospedaje, coiï tal fimilia, era nin-y dificibl. Un jacobinodlsideiiten fre
prochó un diáswRobespierre, que‘ ‘había estado-‘üsw _ plotando la casa de Duplay, que había‘ hecho? que-Sie
alimentasengiomlsmo que Orgonwaïlirmeiitó’ á. Tar tufie, reproche bajo y ‘grosero da u‘n— hbmbfeïhdïgtlo ‘
de sentir la iraternidad de la «época/y lafelicidad
Afielaamistadgí ',-:-- v ‘» 415G” Lo ‘cierto ostia: Robespierre no zeiitró-eit casaéde lfleñora» Diïp y‘, sino con ‘la condicion deïípa gar peusiomfivdelicadcza lo‘ exijia asiqNo seis oontuidyg¿,se=le'dejó hablar. Quizás quisieiroiifpor
contenía ei, recibirlos primeros meses. ‘Perro ¡eii el curso fieiiriblodesu corto destino, en la sucesión-dd los días, perdió la. cuenta, creyendoïpágar “eli
deje de otra/manera. Con ‘lirpensibnï païgaidaíïár- su hermana, coiirelfdinero gastado en algunos trajes, fly con: algunoraiiemosfiladosvá unes-pequeños =saboyb—‘ nos, se qjifltiuïbspïneanlente sin nada.‘Élno
(30 w _ ¡nm _
m: » 411:: N 1)
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s'que dijeron se le vhabianen-ï
e e19 thermidor, es unanfiibiilb‘ «enemigos; Entonces‘ debia-“roua- ‘
e - ! . ——
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‘ Lgfiltiáii-Ï {en-viña 'iyi{,,:-;. ¡gm-it
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CAPITULO xxv.
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11.-‘; LaAsamblea constituyente había ordenado-que gg ¡ansia municipal dpn e se efectuabau los matric monios, las declaragiphes dsnaeimiqntow deman
tmiseedificaseuns-altggt.
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‘lam
. Los tresgmomentesgpatéticos del destino humana, - ¿encontrandosei así ópnsqgradosren-el altar del ‘(lab
muxas- y las religiones zds«,las familias anidan ¡las di! la. pátria, aquel altar hubiese sido bienrparonto nl
‘_ —úxiioo,:.yg.la municipalidad‘ hubiese 85.410,01 templos:
, ¡»Elgonsejjo detMirabeau fue’ seíuifloti «Novconsoé guireis, paga,’ sino descríat-ianiztïís amvolnciolnpwux ¡..M_l1fih0fl obreros del arrabal desata .A{lflQÍiÍQ,—"Qn
gl 93, atieelararonque no olteiantlegítimszeus mu» montos ¡»mi no estpbaneeonsagradosü ondek comun
por ctnnasistradoaa=-x-:z-w- . —
—
i?» un!
l, cmnjkaïgeqlmoulbs,‘ eneLQI, se casó en Sama eio asegm e gito QQÉÓIÍQO,'TFDQFQQBIOEÍ lo guisa:
, ilia ;de su muj er. B11141269 01:92., Jubiendqxñacidn su Übrïloïjficiflylfi llevóiél: mismoyal-¡Hqtil ¡e _ En
¡las y: reclamóda ley dela Asambieamqstitaymtsp All-acuesta prime: ejempgo; deb bautismo. repa bliflnflbqgru
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. El másgadmirable.pomefi_
9 u} rra m3 0brn}i—.c»:a
a. revolqcidlumnl
de su gym esefitor. el bueno y qbeum flamilfiuo! de su enhantadora Lucila; el acta que los llevó ¿am bos á la muerte (á. la cual contribuyó muy directa- _ t
us MUJERES n: LA nrvonucron.
167
mente), la proposicion tan arriesgada, en pleno ter ror, de un Comité de clemencia.
Pobre, mejor dicho indigente; en el 89, poco favo ' recido de la naturaleza bajo su aspecto fisico, y aun más, casi tartamudo; Camilo, por el solo atractivo de su corazon y el encanto de su sublime espíritu había adquirido á. su Lucila, bonita, graciosay relativa
mente rica.
_
- "1
Ezistia de ella un retrato, quizás el único, una
preciosa miniatura (de la col: ccion del coronel Mau rin), ¿Qué se ha hecho de e12 ¿Quién le tiene? Tal
preciosidad pertenece á. Francia. Ruego encarecidaw mente al dueño de tan. precioso objeto, que cual
quiera que sea su fin al tenerle, haga el favor de entregárnosle. Que sea coiocado en el Museo, para que ocupe un lugar en el museo revolucionario que
más ó menos tarde se debe formar. - Lucila. era hija de un antiguocomisario de adua nas, y de una bellísima y encantadora mujer, que decía había sido madrastra del ministro Terray. Su retrato demuestra ser una jóven muy bonita, pero de una clase poco elevada, como el nombre lo ates
tigua: Lucila Duplessis Laridon. ,4, Era hermosa, pero sobre todo muy constante: un
pequeño Desmoulins en mujer. Su encantador pe queño rostro , conmovido, impetuoso, fantástico,
_ tenia el genio de La Francia libre (el bello folleto de ‘su marido). El genio -tambien descendió á ella; le sentía, al concentrar en su corazon el amor á. un hombre de genio (1)., Nosotros no podemos resistir al placer de copiar la carta’ interesantísima en que una jóven de veinte años cuenta sus emociones du
rante la noche del 10 de agosto: , ¿E18 de agosto había vuelto del campo: ya todos ‘ los espíritus se hallaban fuertemente alterados; es tuve á. comer con unos marselleses, y al fin de la co midahdiscutimos acaloradamente. Concluida la comi ; amó- hasta querer morir con él.—Y por lo tanto, doentero aquel corazon leal y francoï ¿Quién lo i- ra amada de un hombre muy inferior (el (ÏBIIMÍS
ebre Freroi? Está. bien turbada. en su retrato: la vid} ' - en ella muy estruida; su tinte es oscuro. ¡Pobre Lucr ., ""ls!"l‘ú' bis visto detenidamente esa revolucion, y ella se
halla ent. tamente concentrada en ti. Yo te creo sentir unida
á ella or un nudo inquebrantable; pero cuando 81°r1°°“¡“‘“' te te estacas por; tu muerte.
"-Ï:.¿,«._.7"¡ ¿‘te 29 d
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’ BIBLIOTECA POLÍTICA DE LA msnm.
da, fuimos á casa de Mr. Danton. La madre lloraba,
y no podia estar más triste de lo que estaba : su hijo tenia el aspecto de, un tonto. Danton estaba resuelto; y yo, al ver aquel cuadro, reía. como una. loca. Temian que los acontecimientos "deseados no tuviesen lugar; yaun cuando yo no estaba segura, oles decia, como si 10 supiese bien, que si’, que’ se ve ‘ rificarian. «¿Y cómo puedes reír de ese modo en tales circunstancias?»——me preguntaba madama Danton. «He ahi,—la contestaba,—esto ' me aseguraque muy pronto verteré yo amargas lágrimas; quizás. esta mis
ma tarde.»—Hacia«miiy buen tiempo; salimosála calle, y en ella encontramos una multitud de gente. Muchos, descamisados, pasaron gritando: «¡Viva la nacion!» Despues, tropa de caballería, ya poco rato una. gran masa de tropa de todas clases. Me sobre cojió el miedo. Dije á. madama Danton: «Vámenos, vámonos.» Se reía al principio de mi miedo, y á fuerza de mis súplicasmambien. lo tuvo ella. Dije á. su madre: «Adios, no tardareis en oir el grito de alarma.» Cuando llegamos á su casa, todo el mundo» se armaba Camilo. mi querido Camilo, llegó con un fusil. ¡Oh! ¡Dios mio! Yo me metí llorando en una alcoba; ocultaba mi rostro entre las manos, y prin cipié á llorar. Mientras tanto, no queriendo mostrar
tanta debilidad, y decir delante de todos que no que ría que se mezclase en nada, esperé con anhelo el momento en que podia hablarle solo, y entonces lo
dije mis cuitas. Me consoló, pero me dijo que era su deber no abandonar jamás a Danton. Yo supe des pues que él se había espuesto demasiado. Freron deseaba perecer. «Yo estoy cansado de vivir,—de cia,—y deseo con fervor la muerte.) A cada patrulla que yo veia pasar, me parecía que por última vez les veía. Yo me fui apresuradamente á encerrar en
un salen sin luz, para no ver todos aquellos bélicos preparativos... Nuestros patriotas marcharon: yo _fuí á. sentarme en un lecho, fatigada, anonadada, adormeciéndome muchas veces; y cuando quería. ha. blar, decia cosas absurdas. Danton fué a’. acostarse; no tenia el aire de revolucionario, y no salió de su casa. Pero por fin vinieron á- buscarle repetidas ve ces, y marchó al Common. El grito de alarma de los franciscanos sonó, y sonó por largo tiempo. Sola‘, bañada en lágrimas, de rodillas al lado de una.
ventana, ocultando el rostro con el pañuelo, escu
LAS ¡rumana m: LA nsvorueion.
169
cbaba aquel fatal y para mi desgarrador sonido. Danton volvió, y vino muchas yeces, á, darnos ya buenas, ya malas noticias: yo creí entrever" en sus' palabras su proyecto de marchar alas Tullerías.
Creí que entonces me iba a desmayar. Madama Robert ¿preguntaba á todo el mundo por su ma rido , y decía : «Si ha perecido , no le podré so brevir. Pero ese Danton es causa de vestas des
gracias. ¡Ah! Si mi marido parece, tengo el su ficiente valor, para asesinarlcin: Camilo, al‘ cabo de una hora, yolvió, y se durmió sobre mis rodillas. Ma dama Danton pareciaestar preparada. para la muer
te de su marido. A la mañana-siguiente se oía el sonido del cañon. Vaciló y se desmayo.‘
‘
‘ut -
S¿Qué nos sucederá ¡chi-mi Camilo? Ni aun tengo fuerza para respirar. Dios mio, sLbien es‘ verdad que túexistes, salva a los que son dignos de ti .. Que remos ser libres: ¡chi » Dies, zescuchami plegaria...»
Lucila, que se muestratan flesalentada. en su na. tural debilidad de mujer, fué una verdadera y admi
rable heroína‘ en el acto desu muerte. Era preciso verla en aquel momento decisivo en que Dcsmoulins y sus amigos ‘rdeliberaban sobre la ejecución del decisivo y probablemente mortal paso, —reclamar por las libertades de-zla prensa y dela tri buna, ahogadas con la prision de: su amigo Fabre-de Eglantine, por haberse puesto en medio del torrente
deltycrronfl u
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wi.- ,-
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¿Quién no veía en aquel ‘momento en peligro á aquel pobre artista? Entremos en su humilde y glo riosa casa (calle de la Antigua Comedia, cerca de la calle de Dauphine). En el primer piso habitaba Fre
ron. En el segundo, Camilo Desmoulins y su encan wtadora Lucila. Sus amigos aterrorizados, iban a su plicarles, á detenerles, á amedrentarles, presentán doles el hondo abismo en. el cual se esponian á. caer.
Un hombre valiente, el general Brune, amigo de la Iteasa, estaba una. mañana con ellos y les aconsejaha
rud_encia¿rg.‘-‘:ái¡¡gr
A
v-r;:'.-.- _
' _ jiiíüs ct vítmmusr-dijo en latin á Brune para que no
lo ‘entendlese su mojan-eras enim morwmur. Habló luegb con un calor de su ardorosa resolucion, ‘N13,
Lucila corrió á abrazarle. «Dejád¡e.-4e°¡3—"‘l“° cumpla su honrosa mision; este será quien salve a la .
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BIBIJOTECA POLÍTICA DE LA IBERIA.
Francia... Todos los que piensen otra cosa, no vuel van a hablarme.» . o Freron, el amigo de Camilo, el ardiente admira dor de su mujer, acababa de escribir la parte que había tomado en el asalto de. Toulon, contando del modo con que había {saltado las enemigas baterías
con la cortante espada colocada en su potente mano. Creo que Camilo deseaba colocarse á. una gran altu
ra alos ojos de su mujer, y entonces no era mas que 'un gran escritor. Yel quería ser un héroe. El sétímo número de El Viejo Franciscano, tan en sañado con los dos Comités gobernantes, y ‘el octavo contra Robespierre (publicado en 1836), perdieron á. Camilo y le introdujeron en el proceso de Danton. La viva impresion que causó el proceso, la dema
siada concurrencia que’ rodeó el Palacio de Justicia, favorable á los acusados, hacía creer que si los pri
sioneros del Luxembourg llegaban á salir, podrían alborotar la poblacíon entera. Pero la prision debili ta al hombre; atodos les faltaban armas, y á algunos _ Una mujer dió el ejemplo. La jóven esposa de Des- l valor. moulins paseaba llena de dolor, y continuamente, los alrededores del Luxembourg. Camilo estaba allí, asomado a las rejas de su prision; la veia pasar por
delante de el, y escribía las cosas mas terribles que han conmovido el corazon humano. Tambien ella se preparaba á. aquel bárbaro instante , puesto que amaba violentamente á su marido. Jóven y brillan te, podía rendir homenaje á. los importantes milita res que conocía, tales como Freron y Dillon. Freron estaba en París y no se atrevió áhacer nadaporellos. Dillon estaba en el Luxembourg , haciendo la vida de un verdadero irlandés, y jugando a las cartas con el primero que se le presentaba. Camilo‘ se perdió por la Francia y por Lucila. , Lucila tambien se perdió por e'l. El primer dia confió en conmover el corazon de Robespierre. Se había creído varias veces que Ro
‘ bespíerre les casaria. Y recordaba en la carta, que había sido testigo de su matrimonio, que había sido su primer amigo, que Camilo no había hecho nada
que fuese contra su gloria, añadiendo una frase pro pia de una mujer jóven , bellafapasíonada, que
siente verdaderamente. «Tú nos matarás á ambos: herírle á él es matarme a mi.» ‘Q
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LAB MUJERES’ DE LA REVOLUCIÓN.
No tuvo ninguna respuesta. Escribió a’. su admirador Dillon: «Se habla de mi
marido. ¿Sereis un hombre de tan poco corazón que no defendais su vida?» Los prisioneros se animaron con el ejemplo de una mujer, y prometieron sublevarse. Siempre parecía que no se determinaban a empezar sino despues de Lucila, cuando desde luego, colocándose en medio del pueblo, ella hubiera amotinado la multitud. s Dillon, bravo, hablador, indiscreto , jugando á. las cartas con un tal Laflotte, le contó todo lo sucedido. Laflotte le escuchó y le hizo hablar. Laflotte era re publicano; pero entonces enfermo, sin ninguna es
peranza, no los denunció aquella misma tarde (3 de abril): esperótoda la noche porversi se decidian. Por la mañana entregó su alma; en cambio de la vida, ‘vendió su honor, los delató. Por medio de esta arma
indigna, se consiguió matar á Danton, á Camilo Des moulins, y algunos días despues á. Lucila y a otros
varios prisioneros del Luxembourg, todos estraños á. tales sucesos, y que ni aun se conocían. El único de los acusados que mostró un gran va lor: fue LucilaDesmoulins. Apareció intrépida, digna de su honroso nombre. Declaro que había dicho á Dillon y á. los prisioneros, que en el caso de obrar como en el 2 de setiembre, «estaban en el deber de sal
varla la vida.» No hubo un hombre, de cualquiera opinion que fuese, que no sintiese profundamente tal muerte.
Porque no era una mujer política, una. Gorday, una. Roland; era simplemente unajóven, cuya presencia era de una. niña. Y bien; ¿que había hecho ella? ¿Ha bía querido salvar á su amante? No; á. su marido, al
buen Camilo, al abogado del género humano. Ella
moría por su virtud, porque aquella intrépida. y en- ._ cantadora mujer, cumplía con uno de sus más santos
deberes.
-
Su madre, la bella y buena madame Duplessis,
espantada al ver un suceso que nunca se había figu rado pudiera suceder, escribió á Robespierre, que no se atrevió á. responder. . Rabia amado á Lucila y quiso casarla. Se hubiera creído, si respondía, que aun la amaba; y entonces la.
situación de ambos hubiese sido muy comprometida. Todo el mundo execraba tal prudencia. El sentido
humano se rebelaba contraylla. Una voz se elevó de l ¿
s
Q
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BIBLIOTECA POLÍTICA m; LA msnm.
a:
todo el pueblo sin dístincion de partidost(de esas voces que llevan en sí la desgracia): «¡Que desven tura! Es tarde.» ¿Qué se había hecho para aflijir con tan cruel tor-f tura el alma humana? Se había suscitado a las ideas una cruel guerra; desencadenado contrawllas un
terrible poder, ciego, bestial, temible: la sensibilidad: salvaje que marcha delante delos principios, que por derramar sangre, se convierte en lágrimas, y»
que destruiria una. nacionentcra por salvar á. los hombres (l).
-
(1) «De la. prision del Luxembourg, á. las cinco de la mañana: ' ‘ ' ' , »El.sueño bienhechor ha suspedido mis males. Soy libre '_ cuando duermo: no esperimen to entonces el sentimiento ‘de’.
su cautividad: el cielo ha tenido piedad de mi. Hace un mo-'-' mento, que en sueños te veía y os abrazaba á ti, á. Horacio, á Durousse , y que estaba es casa: pero nuestro hijo había. perdido un ojo por un humor que sobre él había nacido, y esto me ha despertado. Me encuentro otra vez en mi calaba zo. ‘Ya esta amaneeiendo. No pudiendo verte y escucharte,
porque tú y tu madre meliablais, me he levantado al menos para hablarte y escribirte. Pero al abrir mi ventana, el re cuerdo demi soledad, los afrentoses hierros que me separan de ti, han vencido toda. mi firmeza de ánimo. Yo he llo
rado sin cesar, y desde mi tumba gritaba: «¡Lucila! ¿dónde te y encuentras?» (En esta parte hay una señal de una lágrima.) Ayer
tarde he tenido otro instante parecido á. este, al vor atu madre en el jardín. Mi primer movimiento fué caer de rndi llas, unir las manos para pedir tuviese piedad de mi; ella, _ que estoy bien seguro lloraba. rcclinada en tu senoI Contem- _ plc ayer su dolor (otra señal de una lágrima), al ver sus faccio nes y su rostro desfigurado, y entonces no pude resistir tal ' escena. Cuando volvais, que se siente más cerca de ti, para que os pueda ver mejor. Envíame tu retrato, que tu pintura tenga compasión de mí, pues la ha tenido de otros en medio. del horror de la prision, será. eso para. mí una fiesta, un día de gozo y amor el en que reciba tu retrato. Además envíame ‘un mechun de tus hermosos cabellos, para que yo le enga ' sobre mi doliente corazon. ¡Mi querida Lucila! éme vuelto á. los tiempos de nuestros amores, que solo apreciaba ‘todo lo que era tuyo Ayer, cuando el ciudadano quote bag. dado mi carta volvió, le pregunté: «¿La habeis visto?» Lq mismo que preguntaba al abate Landreville, cuando sabia? que me podía dar noticias de ti. Es un alma caritativa,‘ pues que te ha dado mi carta sin tardar. Yo le veré, segun le he «' oido, dos veces al diaz por la mañana y por la tarde ‘Estei mensajero de mis crudos y acerbos dolores me es tan queri do, como el de mis alegres amores. He descubierto’ una veug,
tanilla sumamente pequeña en‘ miprision, "he aplicado el oido, y he oido gcmir, he oido algunas palabras de un desdi chado que horriblemente sufría: Me preguntó mi nombre; yo
CAPITULO XXVI.
Ejecuciones de mujeres.—-Las mujeres pueden ser ejecr tadas. ‘
Las muertes de las mujeres eran terribles. La más simple política debió suprimir el cadalso para las
mujeres. Él mataba la República. La muerte de Carlota Corday, sublime, intrépida, formó una nueva religion. La dela Dubarry, toda llena de terror, pobre, an ciana, que sentía. la muerte en sus venas, que recon ‘centraba todas sus fuerzas, gritaba. y se arrastraba por el suelo, reveló todas las fibras de la piedad ani M, se 10 di le. «¡Oh! ¡Dios rni0!»—dijo elinfeliz revolviéndose en su cama, y levantándose de el1a:—y le dije; «Yo reconozco en vuestra voz á Fabre d‘Egla.ntine.» «Si, yo soy Fabre,— me dijo;—¿pero cómo estás tú aquí? ¿se ha. efectuado la contra revolucion?» Callamos, por miedo de que nos sorprendiesen y nos separasen, encarcelándonos más duramente. ¡Ah, que rida Lucila! No sabes lo que es estar encarcelado sin saber la razon, sin leer ni un solo periódico; no es vivir, es más bien morir de angustia y dolor. Se dice que la. inocencia está siempre en calma, sin ser bbrrascosa. ¡Ah, mi querida Lucila, mi bien amado; mi inocencia se debilita algunas ve ces como la de un padre, como la. de un marido, como la de un hijo! Si hubiesen sido Pitt ó Cobourg quienes mc tra tasen tan crlelmente... ¡Pero mis colegas, pero Robespierre mismo firmando la órdon para ponerme en rision! ¡Pero l‘ República, por quien tanto he trabajado! ¡Éste es el Prem“
que reciben todos mis sacrificios, todas mis virtudes! A1 en‘ trar aquí he visto á Horault-Sechelles, á Simon, aageïrw"
JI! Y’:
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BlBLlOTECA poLmcA nn LA 151mm.
mal. «El cuchillo,-—decian,—no entraba en su enve jecido y encorvado cuerpo...» Todos al sir tal relato se espantaban. _ Pero el golpe más terrible fue la ejecución de Lu eila. Ninguna produjo tanto horror, tanta desespe racion, tal deseo de ser ásperamente vengada. _
_Se sabe bien que una sociedad que no se ocupa de la educación de las mujeres, y que no es su defen sora , esta completamente perdida. La medicina
preventiva es desde luego más necesaria, pues que la curativa es casi siempre imposible. No hay contra las mujeres ningun medio útil de reprension. La simple pri sion es cosa-ya difícil, porque se dice: «¿Quis custo diet ípsos custodes?» Ellas todo lo corrompen , todo lo debilitan. Pero hacerlas subir al cadalso, ¡gran Dios! Un Gobierno que de tal manera procede, se guillo tina a si mismo. La naturaleza, que por cima de todas las leyes coloca el amor y la perpetuidad de la
especie, ha puesto en las mujeres el siguiente mis terio (absurdo, sise quiere, a primera vista); Las muje
res son responsables, pero no pueden ser castigadas.» En toda la revolución se las vé violentas, intrigantes, mu
cho más culpables que los hombres. Pero aquel que las hiere, se hiere a si mismo. Quien las castiga, a si á. Chaumette, á Antonelle; aún son menos desgraciados; nia
guno se halla prisionero de secreto. Es á mi, a quien ha. tra bajado tanto durante cinco años, y se ha espuesto á. tantos
peligros, solo por la República; a mi, que en medio de la re volucion he conservado intacta mi pureza; á mi, que no tengo
que pedir en el mundo perdón a’. nadie mas que á. tí, mi que rida Lucila, aunque me le has concedido, porque sabes que
á pesar de las debilidades de mi corazon, no es indigno de ti’; es a’. mí á quien los hombres que se llamaban amigos mios, que se llamaban republicanos, arrojan á un oscuro Calabozo
en secreto, como un dcpravado conspirador. Sócrates bebió la cicuta; pero al menos veía en su prisión á sus amigos yá su esposa. ¡Cuán duro es estar separado de ti! Al más gran criminal se le castigaria demasiado, si se le separase de una Lucila como tú, aun cuando solo en el momento de la muer- .
te esperimentase el dolor de tan bárbara separación: pero he dicho mal; un culpable trunca sería tu esposo; y si yo lo
he sido tuyo, es porque me sacrificaba por ‘mis conciudada nos... Se me llama... En este moments los comisarios, del tribunal revolucionario vienen á interregarme. No se racha. preguntado más, que m‘ había conspirado contra la República.» ¡Qué sarcasmo tan sangriento! ¡Y se uede insultar impune mente al rcpublicanismo más puro
e ese modo! Ya. debes»
comprender _ la suerte que me espera. Adios, mi Lucilamli amor, nn felicidad; da’. en mi nombre mi odios áJni buen pa: — In; '
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mismo se castiga. Cualquier cosa que hagan, destrua ye la justicia, haciendo nacer y estenderse la idea. Si son jóvenes, de ninguna manera se las puede cas tigar. ¿Por que razon? Porque son jóvenes, y en ellas se encierra el amor, la felicidad , la fecundidad. Si son viejas, tampoco se las puede castigar. ¿Por que? Porque son viejas, es decir, porque han sido madres, porque son sagradas para elhombre yporque,sus ne vados cabellos, os recuerdan los de vuestra. adorada. madre. Por eso la pobre justicia no se atreve en tal cuestion á. pronunciar ni una palabra; y convirtiém dose, humillándose, tiene que ser injusta. Es un p0 der que domina la ley; si se obstina la ley, tanto peor: se presenta cruel, impía, enemiga de Dios. Las mujeres quizás reclamarán contra todo esto: I quizás dirán que puesto que se las acusa de conspi radoras, quieren marchar tambien al cadalso : que quieren poner por obra sus pensamientos, y atener se á. las resultas de sus actos. Entonces, ¿qué hacer? No es culpa nuestra. si la. naturaleza las ha hecho, no débiles, como se dice. sino poco firmes, perió
dicamente enfermas , morales más que físicas, hijas del mundo sideral, pues que, por sus debili dades, son inútiles para desempeñar muchas funcio dre. Contempla en mi un ejemplo de la barbarie e ingratitud de los hombres. Yo mehe casado con una mujer celestial por sus numerosas virtudes; he sido un buen esposo, un buen hijo; hubiera. sido un buen padre. Yo llevo en mi lo que» es timan todos los verdaderos republicanos, todos los hombres: la virtud la libertad. He viví o treinta y cuatro años: es un verdadero fenómeno
que yo haya vivido tanto tiempo y que durante Cinco añw no haya sucumbído entre los furores de la revelucion , exis
tiendo aún, y pudiendo aún reclinar mi cabeza. con orgullo. sobre mis numerosos escritos, puesto que todos respiran la misma ‘filantropía, el mismo deseo de hacer a mis conciudada nos dichosos y libres, y á. los cuales nunca el hacha. cortante y despótíca de los tiranos podrá herir. Sé bien que el poder debilita á. cási todos los hombres, y que todos dicen como Dionisio‘ de Siracusa: «La tiranía es un bello rpitafio.» Pere con Buólate, vive desolada; el epitafio de tu buen Camilo _es mas‘ zx. glorioso, es el de los Brutos y los Catones. el de los tiranos. w‘ _. 10h, mi querida Lucila! Yo había nacido poeta para de- .93
fender á. los desgraciados, para hacerte feliz, para componer ¡nl con tu madre y mi padre, yalgunas personas segun el afecto ú que hacía. ellas tuviésemos, un Otaiti. Yo había. ideado 11713- =¿' Re ública que todo el mundo debia adorar. u: no: 0x8‘ , Fïf
injustos. unca pude ¿Cómocreer pensar queque losalgunOB hombrespequenosflüaïfim‘ fuesen tan feroces“: h“ '
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BIBLIOTECA Pounca n: LA IBERIA.
nes rígidas de las sociedades políticas. Ellas tienen siempre una influencia inmensa, y la mayor parte de las veces, fatal. Esto 10 vemos palpablemente en nuestras revoluciones. Generalmente las mujeres han sido quienes las han hecho abortar: sus intrigas las han minado, y sus muertes (frecuentemente justas, aunque impolíticas), han sido la base de la contra
revolucion. Distingamos una cosa hace mucho tiempo xiotada. Si son por su temperamento, que es la pasion, perju diciales en política, son más aptas que el hombre en la administracion. Sus costumbres morigeradas , el cuidado que manifiestan en todas las cosas, el gusto
natural de satisfacer, agradar y contentar, hacen de ellas unos escelentes empleados de Hacienda. Desde » hoy mismo se las destina para la administracion de postas. La revolucion que renovará todo , lanzando los hombres en las carreras activas, deberá emplear necesariamente a la mujer en las carreras adminis trativas. Yo he visto a una mujer entre los emplea dos del Comité de Salud pública. (Archivos, registros de los procesos verbales del Comité, 5 junio, 93, p. 79.) á mis colegas en mis escritos, habían de borrar dc_1a historia
el brillante recuerdo que de los hombres yo esperaba? Yo nunca me disimularé el morir víctima de m1 amistad con Danton. Condeno á mis asesinos por hacerme morir con el y con Philipeaux; y puesto que nuestros colegas son tan de biles que no se atreven á defendemos de las acusaciones que no cïnozco, ego áyie sin conocerlas afirmo qu: serán btajlzss e m ignas, e o ecir que morimos por nucs ra m exi l 1 dad crítica. a las faltas de nuestros colegas, y_ por nuestro amor a la verdad. Y aún podemos decir con un justo y legi
tiïiïáïiïáïátïïfïfaïïfïáï 23,5522“ïïeïíïiïïïaïfïnfïïá‘; cugndlo debería hacértela. olvidar. Dí mi querido Horacio; to 0 o que tú crees que yo siento y que no uedo espresar. Que le hubiera amado mucho. A pesar de mi esgracia, creo que hay un Dios. Mi sangre borrará mis faltas, las debilida
des de la humanidad; y mis virtudes, mi abnegacion, mi amor á la libertad todo creo me lo recompensará Dios. Yo os volveré á. ver aligun dia, ¡oh Lucila! ¡oh Anita! La muer te, s1 me libra de ver tantos crímenes, no es ahora una gran desventura. Adios por siempre, mi vida, mi alma, mi divini iiïad sobre}: tierra. Adios, Lucila, mi querida Lucila; adios,
' Oraclo,
nitav adios padre. Yo aun veo á Lucila. Yo la
V60, 13 abgazo con amor; y mi cabeza, separada del tronco, ¿ '-' reposa s0 re ti. Adios para. siempre la eternidad me aguar-n .da.. voy a morir.» m, ,,_ JL, , ' ¿en _ z
CAPITULO XXVII.
Csthsrina Tcot, madre del Dios. —-Robespi0rre, Mesías. (Junio del 9L.)
En este tiempo dominaba el fanatismo. El esceso de emociones había debilitado, humillado, descora zonado la razon. Sin hablar de la Vendée, donde no se veían más que milagros, había aparecido en Ar tois un Dios. En el 94, los muertos resucitaban. En Lyon, una profeta tuvo escelentes resultados; cien mil
almas tomaron, segun se dice, el equipo de viaje, marchando sin saber adonde. En Alemania, las sectas innumerables de los iluminados se estendian, no solo al pueblo, sino a las más altas clases: el Rey de Pru sia’ era uno de ellos. Pero ningun hombre en Europa escitaba tan vivamente el interés de todos aquellos místicos profetas, como el admirable Maximiliano. Su vida, su elevacion al supremo poder por el solo ‘ de la palabra, ¿no era el milagro más asombroso de todos? Recibí-a muchas cartas en que le llamaban el Mesías. Algunos lo veían claramente en el cielo, en 1a constelaciïñz Robespierre. El 2 de agosto del 93, el presidente de los jac0bi nos designaba, sin nombrarle, el Salvador que debia venir. Una infinidad de personas tenían su retrato, comws de algun objeto santo. Las mujeres, los
mismos jefes del ejército, llevaban una miniatura de , Robespierre en su seno, y en algunos momentos re _ zaban ante dicho retrato. Y lo más asombroso es.
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msuorscA POLÍTICA m: u. mmm.
que los mismos que le ayudaban en sus empresas políticas, como
las santas mujeres, un varon, una
dama principal, le miraban como un sér de otra na. turaleza que la de ellos. Las mujeres unian las ma nos, y decían: «Si, I-lobespzerre, tú eres un Diosa. En el pequeño hotel, ya demolido, donde estaba situado el Comité de Seguridad, cerca de las Tulle rías, y donde se hallaba tambien el Comité de la Sa lud pública, existía un pequeño y oscuro corredor. Allí iban los hombres de policía á. poner los ocultos paquetes. Allí iban las bellas jovenes a depositar cartas, hablando de aquellos paquetes del Salvador futuro, No hemos hablado de la vieja idiota de la calle de Montmartre, refunfuñando siempre con dos pedazos de yeso: «Dios salve á. Manuel y Petion. Dios salve á. Manuely Petion.» Yestaba así lo menos doce horas al dia Es verdad que en el 94 no estaba tanto tiem po refunfuñando de Robespierre. El amargo Cevenol, Rabaut-Saint-Etienne, habla '
indicado bien que todas aquellas ridículas cosas, aquel valor de los devotos, aquella paciencia. de Bb: bespierre para soportarlas, era el punto vulnerable el talon de Aquiles, por medio del cual se heriria a y héroe. Girey Dupray, en un escrito duro, le hirió, ,
aunque ligeramente. No era el autor de esta. comedia Fabre d‘Eglantine, que se hacia. desaparecer; ¿y por medio de la cual, quizás Fabre desapareció?
Para formular la. ycusacion era necesario un he cho, una ocasion que se pudiese aprovechar. Robes
pierre mismo presento la ocasion.
,
En su< instintos de policía, insaciablemente de seoso mite de deSeguridad, pruebas contra que sus quería enemigos, hacer contra desaparecer, el Co-_ l
estaba siempre huroneando en todos los escritos con cernientes al Comité. Encontró y llevó á. su casa _.;
1 l
unos papeles relativos á. la duquesa de Borbon, y no_,_,,.
4
quiso devolverlos. Esto escitó la curiosidad. El 00-M, mité procuró cojer pruebas dobles, y vio en tal 2,5 °Ï°l1 una prueba de iluminismo. ' H ,- — ¿Qué motivo había para impedir a los _iluminadgs¿_,, continuarsus trabajos? , de_masiado.,amigo¡.dew ElEstassectas duque de Orleans jamás fueron era indiferentes en pol; rJ ' Ir ' " . a francmasones yJos. templados, de los que, se: 5g, fíg
fué ‘srssgnaestre. . ., ¿.3
Las MUJERES ns LA nrvonvcíoil.
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Los jansenistas, declarados por la persecucion dela sociedad secreta, por la habilidad poco comun con la que organizaban la publicidad misteriosa de las nuevas
eclesiásticas, habían merecido la atencion particular de 10s jacobinos. El cuadro ingenioso que revelaba aquel mecanismo, era el solo ornamento de la bi blioteca delos jacobinos en 1790. Robespierre, del 89 al 91, vivió enla calle de Saintonge de Marais,
cerca de la de Touraine, a la. puerta misma del san tuario donde aquellos energúmcnos del janscnismo espirante’, hicieron sus últimos milagros: el princi pal habia sido crucificar a las mujeres, que al des cender de la cruz, no comían mucho. , Una violenta vuelta al fanatismo , despues del terror, era fácil prever; ¿pero qué se adclantaba con ello?
El castillo de la duquesa prestaba asilo a un adic to, al cartujo don Gerle, colega de Robespierre en
la‘ Constituyente, el que asombro á. la Asamblea, pi diendo como una cosa. sencilla y fácil, que se decla rase a! catolicismoreligíon del Estado. Ai mismo tiempo
quería don Gerle que la Asamblea proclamase como ciertas, las profecías de una loca, la jóven Susana Labrousse. Don Gerle era intimo amigo de su antiguo
colega: iba frecuentemente a verle, le honraba tante como si fuese su patron, y sin duda por agradarle, tenia en su casa un carpintero de taller. Había obte nido de el un certificado de civismo. El cartujo era tan buen republicano como profeta. En un desvan del barrio Latino, su espíritu se había
entusiasmado por una vieja mujer, idiota, á quien él llamaba la Madre de Dios. Caterina Theot (así se
llamaba), estaba. asistida en sus misterios , por dos jóvenes, dos encantadoras mujeres , una morena y
otra blanca, a las cuales se las llamaba la Cantante y
la Paloma. En el desvan efectuaban todos sus miste rios. ¿Y había de descender ó. todas aquellas bagate las el grave Robespíerre? Se ignora. Solamente se sabia que tenia la vieja tres especies de divanes, blanco, rojo y negro; que ella se sentaba en el pri mero, su hijo don Gerle en el segundo, á la izquier da, ¿y para quién era el otro, el divan de honor, á la derecha de la Madre de Dios? ¿No era para un hijo
querido. el Salvador que debía venir? _ No pudo ser más ridícula la cosa en Sl misma , y tampoco se pudo tener más actividad paraaïnsenarla
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180
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BiBLXOïBCA POLÍTlcA m: LA msnm. _
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tal como em, lo cualse podia mirar por dos distm- — ' . tos lados, que descubren una. asociación ‘grosera. en tre el iluminismo cristiano, el misticismo revolucio
nario ‘y la inauguración de un gobierno de pro fetos. «El primer secreto del Evangelio, fue el anuncio
del Verbo; el segundo, la separacion de cultos; el tercero, la revolucion; el cuarto, la muvcrte de los Reyes; el quinto, la. reunión de los pueblos; el sesto , el
combate del ángel esterminador; el sétimo, la resur rección de los elejidos por la Madre de Dios y el bien general que ocasionan los profetas.‘ y>¿Dónde se encontrará. la Madre de Dios el din de la revolución? Sobre su trono, entre los profetas, en el Panteón.» El espía Senart. que se hizo iniciar en todos sus secretowpara publicarlos y para prender á sus auto res, dice que encontró una carta, en casa de le Mar
dre, escrita á Robespierre, como si fuese su primer profeta’, el hijo de Dios, elRedentor, el Mesías. Los dos gascones, Barrera yVadier, hicieron juntos
la obra maliciosa. delprospecto que los Comités lan zaimn en la Convención, y-le miraron como una cosa.
estmña. Esto daba lugar á. que hubiesen del pros pecto tzin realistei, y de la restauración de la Monar quía. La Atamblea. , desorientada , no sabia qué hacer ni que creer. Poco á poco lo fue compren diendo. Bajo la débil sombra de Vadier , sintió la. poderosa mano del sangriento sarcasmo. El sarcas mo en boca de un hombre llamado serio, escita. la. hilaridud sin poderlo resistir.
El efecto fue tan violento, que bajo el cortante cuchillo de la guillotina, en las hogueras, en los más sangrientos suplicios , la. Asamblea se reía de sí
misma. ' g» ¡Se decidió, con gran entusiasmo, que aquel pros
fiecto seria. enviado á todas las administraciones ci viles y militares. La tirada fue qui..ás de cien mil ejemplares. Nada contribuyó más directamente á la. caída. de Robespierre que todo lo referido.
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CAPÍTULO XXVIII.
Las damas de Saint-Amaranthe. (Junio del 94.)
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Este suceso de la Madre de Dios, se complicó en otra acusación , no menos merecida , contra R0 bespierre. Se supuso gratuitamente que el apóstol. de los ja. cobínos había buscado prosélitos hasta en las casas de juego, y discípulos entre las damas que recibían jugadores.
En realidad. se confun ió maligna, calumniosa mente al Robespierre viejo, con el Robespierrejó
ven, que frecuentaba aquellas casas. Robespierre jóven, abogado, orador fácil y aun vulgar, hombre d'e sociedad, no se cuidaba lo que de
sí exijia la alta y terrible reputación que su herma no disfrutaba. En todas las misiones en que su nom brejugaba un principal é importante papel, velaba muy poco por si mismo. Se le veía abogar por todos, y aun en los clubs, por una mujer equivoca.
Había conservado, ya por su juventud ó. P01‘ S11 buen corazon, la esperanza de que su hermano po dria detener la revolución. No ocultaba á. nadie su esperanza, no teniendo en cuenta los obstáculos in
mensos que habían de oponerse á. tal accion. En la Provenza demostró su humanidad, despreciando a los girondinos. En París tuvo el valor de salvar a muchas personas, entre otras al director de la eco
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BIBIJOTECA POLÍTICA m: LA 131mm.
nomía del clero, que más tarde fue el buen padre de Geoffroy-Saint-Hilaire. En la precipitacion de su celo anti-terrorista, llegó
al punto de humillar y aun hacer callar á. violentos patriotas, dispuestosápromover la revolucion. En el Jura, por ejemplo, impuso silencio realmente al
representante Bernardo de los Santos. Esta escena dió alos contrarevolucionarios del Jura una con fianza ilimitada. Decian ligeramente (sobre todos, Nodier): «Tenemos la proteccion de MM. Robes pierre.» En París Robespierre, jóven como era, visitaba una casa muy sospechosa del Palacio Real, entrando por ' la gradería esterior, al lado de la calle Vivienne, sita en el antiguo hotel Helvetius. Aquella gradería era. la reunion de los revolucionarios y mercaderes de oro, y aun de mujeres. Suntuosascasas de juego es
taban casi a’. su alrededor, llenas de aristócratas. Yo tengo observado que todos los antiguos partidos, a medida que se disolvian, venían á. morir allí entre las mujeres y la ruleta. Allí concluyeron los Consti tuyentes, los Talleyrand, los Chapelliers. Allí fene
cieron.lo Orleanistas. Allí fueron á perecer muchos adictos á la Gironda. Robespierre , jóven ardiente, quería encontrar tambien en aquel lugar, algunos restos de la tan antigua sociedad. La casa donde e'l iba á. jugar estaba dirijlda por dos damas realistas, demasiado bonitas; la hija tenia
diez y siete años, y la madre apenas cuarenta. Esta, madama de Saint-Amaranthe, viuda, segun decía, de un guardia de Corps que murió el 6 de octubre, habia casado á. su hija con un sugeto perteneciente :5. una familia cuyo nombre era muy distinguido en la policía, con eljóven Sartine, hijo del ministro de
la Pompadour, á. quien Latude ha inmortalizado. Madame de Saint-Amaranthe, sin ningun miste rio, dejaba ver alos jugadores, retratos del Rey y de la Reina. Tal prueba de realismo, no perjudicaba de ningun modo a la casa. Los ricos eran realistas. Pero aquellas damas necesitaban el apoyo de altos patriotas. La jóven Saint-Amaranthe era muy amada de
Jacobo Desfieux, agente del Comité de Seguridad (cuando era director Chabot) , íntimo amigo de Proly‘, puesto que habitaban un mismo cuarto, ami
go de Fanius Frey, aquel famoso banquero con cuya
us numnrs Dr LA REVOLIICION.
183
hermana. se casó Chabot. Todo esto habia aparecido erfel proceso de Desfieux, juntamente con el de Proly, en el proceso de los Hebertista. Cuando, fue ejecutado Desfieux con Hebert, el 24 de marzo, Saint-Just trasmítió una nota contra la casa. que frecuentaba, al Comité de Seguridad, el que, el 31, hizo prender á. las Saint-Amaranthe y á.
Sartine. (Archivos del Comité de Seguridad. registra" ' 642, 10 germínal.) _ Pero Robespierre jóven, lo ‘mismo que’ Desfieux, era amigo de los de aquella casa: esto fue, sin duda, lo que valió a aquellas damas permanecer en la pri sion bastante tiempo, sin ser juzgadas. El Comité de Seguridad estaba perfectamente enterado de lo su
cedido. Y había conseguido tener un recurso, una prueba contra su enemigo. ¡Admirable prueba: Arreglada hábilmente la cosa, á. Robespierre le po
dian hacer aparecer como un patrón de las casas de juego. x Robespierre", ¿cuál delos dos? Se guardaron muy
bien de decir el jóven. La cosa hubiera perdido todo su valor. Fue’ enterado bien pronto de todo aquello por su
mismo hermano. Vió el al ismo terrible que ante él sejevantaba, y sufrió crselmente.
¿Fue el mismo a los Comités, ó los Comités le lla maron? No se sabe sobre este particular nada de cierto. _
Lo que sí es seguro, que en la tarde del 25 prai vial, ó sea el 14 de junio, sucedieron dos terribles cosas entre él y ellos. Reflexionó que el suceso que temía era irremedia ble, que su efecto se aumentaría con su resistencia,
que era preciso‘ sacar de todo partido, obtener de los Comités, en vez de aquella vana alegría de maligni dad, un poder nuevo que quizás le serviría para he rir de nuevo a los mismos Comités, y en todo caso,
para dar un paso decisivo, ante la vista de la dicta dura judicial. ‘ Cuando el viejo Vadier le dijo con aire observa
dor: «Mañana principia la causa. de las Saint-Ama ranthe,» hizo algunas objeciones con frialdad, y como nadie creia.
Todos creían á Robespierre ligado con las Saint— Amaranthe, y segun sps palabras, ni, aun las c0
nocia.
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184
BIBLIOTECA POLiTlCA m: LA 1:32am.
La frialdad, prqplamentéïromana, de aquel hom bre, no contuvo á nadie._ Qué" aquelagitado, hombrellevado som '-—l 12.‘. briamentmustero, teen cruelmente impetuosamente por la tumultuosa y bárbara c0r-. * - u» ' riente de;su trájico, destino, marchase como una‘ a Barrierencomo un ymarqués de" la Terreur, ádis ¡- . traerse emma deunas damas tan renombradas, por - ne . -
todos se encontró muy natural. Aun álaincredulidad más furiosanse la arrancaba el tupido, velo de‘ sus ojos, ¿tu .— , e
Era de temer que la ¿equidad y el zbuen sentido lle-‘ gasen á un día en que avisadospor los más pro eaces, se hlciesen esta sencilla advertencia:
«Hay
dos Robeapierre.» \ En junio tuvo lugar, con una pompa increíble, el suplicio de los pretendidós asesinos’ de Robcspierre, entre ellos, las Saint-Amaranthe.’ El drama dela ejecucion, presentado con un cui dado y un efecto. estraordinarios, ofreció de perspec tiva cincuenta y cuatro personas, todas llevando el traje que hasta Carlota Oorday nunca se había usa do, la siniestra camisa roja de los parricidas y de todos aquellos que asesinaban á los padres del pue blo ó á. sus representantes. El fúnebre cortejo tardó tres horas en ir desde la Conserjería hasta la plaza ¿’lle la Revolucion , y en la ejecucion se tardó una
ora.
.
De suerte que, en tan larga exhibicion de cuatro
horas enteras, el pueblo pudo mirar, conocer, exami
nar á las asesinos de Robespierre; y lo que es más to davía, saber la. historia completa de todos y cada uno de ellos. A . ' Detrás de los carros marchaba una infinidad de
ÏTOPHS y cañones. Pomposo y temible aparato, jamás _ visto despues dela ejecucion de Luis XVI. «¿Pero que,-decian,——todo esto para vengar á. un hombre? ¿Pues entonces, qué harían. sc‘ Iiobespíerre fuese rey?» Había entre los sentenciados cinco ó seis mujeres
hermosas, y dos ó tres’ niños. A esto era á. lo que el pueblo atendía sobre todo; y alrededor de aquellas eneantadoras mujeres, iban sus familias enteras , la.
SamtrAinaranthe con todos 10s suyos, la Renault ‘cambien con todos los suyos, es decir, una trajedia c01'ï1I>1t‘,t,:a.:sob1'e cada. carruïj e, que marchaban, entre
{EUSPÉIOS y lágrimas, lacerando horriblemente sus infelices corazones.
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185 bat
, Madame: de Saint-Amaranthe,‘ fiera y‘ resuelta. rin hasta entonces, desfallecia á cadamomento. — in: 2.’; Una=aetriz delos Italianos, mademoiselle Grand- d} Maison, llevaba-á. su colmo el interés. Dueña’ en otro » 1 tiempo delcorazon de Sartine, que ya estaba-casado’ corría jóven Saint-Amarantheg:permanecía aún» fiel ‘ ..
a’. aquel desventurado amor. Por el‘, estaba ella ente- ‘vb tamente perdidaglbawainbas, Grand-Maison y’ la: .
jóven Salnt-Amaranthe, abrazadas ¡»hechas herma- ’ nas enla muerte, "ymuriendovtambien llevando en
el corazon urrmismo amena‘.
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circulaba Feutre el pueblo una; noticia horriblemen- . te ealumjniosajqueSaint-Just había dejado correr, .4 acerca. de lanjóven Saint-Amaranthe, y que por rá- lla bia tal vez había hecho estender.
Yera que Robespierre habiaabandonado á. las Saint-Amaranthe, 9'. las cuales se suponían sus dis- 4;. cipulas, lo cual era arrojar sobre ellas el ridículo.
De modo que el horror y el ridículo estaban mez clados en aquel solemne momento. El Comité de Se guridad que había dejado correr entre las turbas tan bárbara noticia, había unido en aquel momento , la. sencilla y graciosa comedia, con la sublime y espan tosa. traj edia. Tales comentarios se suscitaron, tales enredos se forjaron, tales y tan variadas escenas se imaginaron, que el genio de Shakespeare estaba hu millado, vencido el de Moliere, lo mismo que los de
Talma y Garrik.
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Pero al mismo tiempo, cuando se consideraba. que aquel nuevo Salvador del género humano, que aquel Mesías solo cuidaba de librarse él, dejando á. sus apóstoles , a Judas con Maria Magdalena,
completamente abandonados, el furor y el desprecio r brotaban sangrientos de todas las almas. Ayer, dictador, Papa y aun Dios... y hoy el mismo Robespierre caminaba derecho á. la ignominia. Tal fue la agria, la feroz é impetuosa impresion de la calumnia en las almas bien preparadas. El ha bia usado toda su vida acusaciones vagas. Y sucedió que cayó en el mayor desprestigio por el medio que
él usaba para desprestigiar á los demás. Los buhoneros, por la mañana del dia siguiente, iban gritando por las calles , cual si fuesen mercan
cías: La santa guillotina, Los cincuentay cuatro con mim
tos rojos, los asesinos de Robespíerrq; y aun mas alto. Los Misterios deJaMadre de,Dios._Nnll0nes_de_m;>;ca8 P1
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186 EN
nmmorma- rorinu DE. u- unan. es.)
canta; nacidas en- la tormenta; rcvoloteabbnrahddd-t dor de tal titulo. -:Los—buhoneros, maratistas, :heber4af;rí tistas, ‘gritaban ferozmente anunciando el.—:snma.rio__:
monstruoso, ïyar impreso segun un decretos wi fioalsM se . Nose hacía.les ¡Existm dejabaen tranquilos.todos los Perono ánimos-el obstantennada; combate: ¿Brun? dos encontrados-poderes. '-: .':€..— e . - s xi-¡nsvasi ltJUpS: i: Eli Comité‘ de Robespierre les aterraban. Pero-la m
Junta r de Seguridad les daba ánimos. _ .Y no hacían, oí_ en es ta incertidumbre, mas: que - gritar WmOÜIJnOB-sii? furiosos salvajes. Desde la Asamblea deiloo jucobi- le nos hasta la casa de Duplay, delante de laiásunciong toda‘ la callar de Saint-Ilondrór temblaba-«antc. sus. si
desaforados gritos. .La grancólera del PadrcgDucbesnms-oa parecía haberse presentado triunfanteg-al oír: ¡“cid desaforadas voces salidas de aquellas bocas endemo-z’ niadgs, «u:
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nmuortcn POLITICA m: LA msnm.
París de la vigilancia de los gendarmes: solo habían
querido ir al Vaudeville. Uno fue al tribunal, dicien do: «Yo no he podido encontrar á los demás. ¿Po dríais decirme dónde están nuestros gendarmes?» Todos estos y otros signos parecidos, indicaban ue decididamente se mofaban del Terror; y tal es uerzo contra la naturaleza, no se podia sostener por largo tiempo. La naturaleza, la poderosa é indoma— ble naturaleza, que en ningun lado germiua con más valor que sobre las tumbas, aparecía victoriosa bajo mil formas desconocidas. La guerra, el terror, la muerte, todo lo que parecía amenazarla, la daba
nuevos y sublimes triunfos. Jamas las mujeres fue ron tan valerosus. Parecian multiplicarse, encender ’ se su valor. La atrocidad de la ley hacía casi legí timas lasdebilidades de la gracia. Decian, consolan
do á los prisioneros: «Si hoy no soy buena, mañana es muy tarde.» Se veia por las mañanas á. lindas jóvenes, corriendo á. toda rienda con los birlochos: y er.-.n todas aquellas humanas mujeres que solici taban, buscaban reposo despues de las fatigas del dia anterior. Desde entonces no era simple caridad lo que las conducía á. las prisiones. Ellas, desde fuera, consolaban á. los prisioneros, ysindisputar, nunca. la Una a todas palabra Y para las cosas: todas se repetía La era naturaleza, como frecuentemente, una diversion seguir laaplicando-Í natuí-aïeé la. vida. "
za, entregarse completamente á la naturaleza, ete. En el_‘ _, año95, sucedióala palabra naturaleza la lpalaljrag:
vida; y asidecian: Dejemos correr lavída, etc. '
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v No se sentía abandonar-la, y se desperdiciaban intuir] f
migajas de ella. Sedueriaentreïgar ‘todo ‘al destino¿:_"‘". No se esperaba nadafenjel ,porye_n’i_r‘.i_1(úmano.¡l;aj'“_‘_' cautividad era, en aquel tiempo‘, ‘una completa franf “‘
quiciaí Hombres graves; mujeres serias, se‘ entregaï, ‘i, ban impaïvidoifiá. 1a muerteÜSh recreo" ‘favbríttfff era su última. la,re eticion tpílétte, del f-flasgraéiasjd drama“ supremo, ‘la’ guïiigtimgzïun‘ el enfiayoïd f,
en la sófn’bria' Conserjería, dond no-seÏïbaïriieque“ "9
ú móflrï “aqueïlaihíbxacion”Guiada? uffurífistfijüéstiïïwi’ moñío «is ‘las virnesvpieaiqacisaear{de"madame-wapa"¿ v. land,
frecuentemente ieséeñaó’ "una" ="sénas=; ‘ p_ bj“:
porïg.‘ noche; ‘Llïa ÏinúeñPIáS ïzqbfiflíï ‘áïïiïsïéb L?‘
pues, paren; estar ïiülatflïzadalrfll fai-íiíéïpibïsülïéayï I-D des???’ Hamas’.
Davoifiiier‘ acababa?" "
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189
doma: sólida, -fluida y gaseosa; tres formas de una misma sustancia. » Luego ¿qué es el hombre físico y la vida‘! Un‘ gas lolidlficado (l). ’ ‘ (i)
He encontrado felizmente en casa de LiebigÏNuem
cartas sobre la química, carta. xxxvi), una observacion tan .
jnetmque en aquella movilidad estrema del sór físico, me garantiza. la fijcza de mi alma ysu independencia. «¿El ser in material, consciente,’ pensador y’ sensible,’ que habita. la
bóveda de aire condensado que se llama hombre, es un sim ple efecto de su estructura y composición material? Muchos ¡si lo creen. Pero si estoes verdad, el hombre debe ser idén tico al buey ó á otro animal inferior, igual que él en su com posición y disposición.» Aun cuando la qurmica demuestre que el hombre es materialmente semejante á un animal, veo que el hombre se eleva á. un principio diferente, y sus enérgica; disposiciones son más elevadas que las de los ani mfBÏIÓÏOI. ' Ü
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Aun cuando lasmujeres, con su ciega y fanática sensibilidad, escitaron, al principio de la revolucion, ¿los partidos, luego fueron causa de una reaccion
que les dió muerte. Lafayette, por el desinterérde su carácter en la imitacion de la América, en la amistad de Jeffer son, etc., hubiera ido mucho mas adelante.
Fue’ detenido, sobre todo, por la influencia de las mujeres aduladorws que enlazaron á. su mujendy cuya apariencia de resignacion, de dolor y de virtu , agitaron potentemente su sensible y tierno corazon. Tenia en su casa una, abo ado eminente y poderoso
por sus finjidas lágrimas.
0 estaba contenta viendo
á su marido ser el carcelero del Rey. Nacida en
Noailles, vivió por mucho tiempo cerca del conven to de Miramiones, centro del fanatismo realista.
Concluyó por huir á. Auvergne. abandonando asu marido, que fué, poco á. poco, el campeon del rea.
lismo. Ya hemos enumerado las valerosas imprudencias de madame Roland. Hemos visto el génio de Ver
gniaud, dormirse y aun enervarse a’. los dulces sones del arpa. de mademoiselle Candeille. Robespierre, falsamente acusado por las ligereza: de su hermano, se perdió por la ridícula adoracion
un mmm n: u nsvonucion. ' 191 de sus devotas. Fue verdaderamente para él un gol
pe de muerte, todo lo sucedido con Catherina Teet. Si de los republicanos pasamos á los realistas, hacemos la misma cbservacion. Las imprudencia: de la Reina, su violencia y sus faltas, sus recuerdos con ebestranjero, contribuyeron más que ninguna otra cosa, a precipitar el destino de la Monarquía. Los vendeanos, en hora buena, trabajaron con un ardor indescriptible para preparar y lanzar la guer
ra civil. Pero la ciega furia de su celo, fue tambien‘ una de las causas que les perdió. Su obstinacion en seguir el gran ejército que pasó el Loira en octubre del 93, contribuyó más que ninguna otra cosa, á. pa.
ralizar los horrores de una guerra civil. El más capaz de los vendeanos, Mr. de Bonchamps, había confiado
enla desesperación, en las fuerzas que proporciona ria, cuando habiendo abandonado su fuerte, su pro
fundo Bocage, y puesto en campaña rasa, la Vendée
recorreria la Francia, cuando sus fuerzas estaban si tuadas en las‘ fronteras. Tan sanguinario curso exijii; una. rapidez, ‘un arrojo terribles, una decisión vigo rosa ren nombres y soldados. Bonchamps no había
calculado que diez‘ ó doce mil mujeres semarcharian coltodos los vendeanos.
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Ellas creyeron muyvpeligroso permanecer en el
país. Arriesgadas, con ‘eliiiismo fuego con’ que ha- ' bian-comenzado la lucha civil; quisieron mezclarse en aquella última chama. J‘uraron que irían -_ con más valory más decisión que losyhombres, yque marcha rlan hasta el fin del mundo. Unas,’ Á mujeres seden
táarias; otras‘, religiosas (como ’la abadesa de Fonte muawahrazahan voluntariamente lo desconocido: ¡cuna cruzada’, con ‘una vida libre y guerrera. ¿Y
qué- una revolucion tan mal zoom-batida por los hombres, no ¡había ‘de ser vencida por las mujeres, . iidr da,
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Se preguntó a la abadesa: ‘j que” era lo que es-l‘
peraba marchando a correr‘inmensostpeligrosïïj ella respondió con nna‘marcia_lidad_ y un ‘arrïjó ’ ini-r: propios‘ ‘del traje que vestía: ar‘). la‘ . .z-..— kué«Hacer . ¿Junaebtemb mq IÉÍDALLLQU ' Convencioifii ' r “a i
Un con Jarama sume",
de [vehdcanasjuéreïaíuü
que aun‘? ' ‘hofiibres más; esforzadosg sui‘, r A’; ¡ion tidonecesitariau maridos y audáciafiEllas y á sus amantes, seranimados‘ querían“ y dar haber’ pei-veu valor marc ene,23128 draf‘ P301 á‘____ "
nxBLxoncA poLmcA m: LA manu.
192
con‘ sacerdotes. Al pasar el Loira se confesaban gesde los pocos barcos que, te,nia11_,.con los sacerdotes ¿ende las riberas. En esto seoyó un cañongzo ¡epu blibano, y queriendo huir un sacerdote, la que con él seconfesaba. le dijo: «¡Eh! ,Padre mio,, la absolucion.»
‘ Él la replicó: «Hija. mía, ya. la. tienes. x» Beto ella, agar Lrandolal sacerdote por-suis hábitos, le hizo permane cer allí, valiéndose de una fuerzameitdaderamopta hercúlen, mientras duróia lucha. ‘ _ “V m“; _ A Pero’ ó. pesar de lo intrepidas y urpjadasque-eran todas ellas" no de'_aron sin embargo de ser un grup
embarazo Ïaara to o_e1 ‘ejercito. . A ,. .34, m,“ . Muchasl ggvabanmños, otrasestaban embuazgdan. Las virtudesxie los vandeanos estabanxeasumidpsgn‘ sus hábitos: en el momento de parderlqgse m
ltró la Vendee completamente gïesmoralizadaubofi apareció aánella ciegaflconfianzaven los jefes; ¡a los, sacerdq es; estos solo ¿deseaban Jmixyembatcnrr
5g. ‘Entre los sqcergipteshsus .cont1nqas..d1sput2s,..las mtriggsde Bermer, hasta. entonces .'s_qs,_pQstmbj-Qs ocultas, todo aparegióeípicpmente, El eiércitosente» ro perdió completamentegu fe. Ayer. arfiientes de»
_yotos,hoy imbéciles descreidos, nada. es imponía respeto, , a nadie cepsiderabanïeqrno,supgrimghgjigg.
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Tambien las vendeanas pagaron cruelme todo parte más ó menos activa quefizomaron Íen la. , gu trosa guerra. civil” Despnes de‘ la batal a de . Mm
fueron fusiiadas una infinidad de mujerlesrMqchgg, es cierto, fueron salvadas por ossso qaflocgfigge dando el robusto brazoj. las páli, as ‘y. temblp pe” damas, consiguieron salyarlas, del barbero, pe _
qnelas amenazaba. No’ se ocuitaron, como so‘ A bieose guerido, tantas pérdidas p. suslgiesponsglsdq
íámiliaswMaïcñaü. en un lisfi-ïo Gabriela-saltos!!! señorita queahabia perdido á toda ¡gía
11%,, Ella,
siendo tan infortunada, no hacía tcaso de gvldanïs así no cuidó de salvar á su libertador-gine j, ,
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y‘, V reció,.,Algunas de ellas se casaron oongnqgx , A -
“¿áreas pero concluyeron. Por 1.0 retsnlflraumlt _ r . : aqpellos matrimonios: la,irnplacgible,gniaggiuggagipm¿
me ¡andaba 45118 ‘citp-ient .
n ¿lobos Wtrwïmfinl;
conciuia. por destruirlos esapiadadamentgu;
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nUNóven-nmleado de Mamollñmada. ,11. .nc”' cüqntra, dnspufllirle la, batalla, a 11133331 aJÓY¡%%. ¡figyflultaba-detráide uns-Puerta,» fimpfie — a muii-sumamos. Luismi»; pstranoen“ _ mg «¡iiosu u’ .. xrun‘: 1st; ¿ .",-:'1 ¿me hjzaebmmg, ¡.8
LAa mvmnss níu nzvonvcron;
193
conociendo ninguna casa segura, la llevó á la suya. , La colocó, pues se encontraba bastante enfermaá.
causa del frio y del miedo, en su misma cama. Con gn escaso sueldo, solo podía disponer de un reducido
gabinete, un sillon y su lecho. Durmió ocho noches seguidas sobre su desvencijado sillon. Fatigado por las malas noches, enfermo, la suplico le permitiese
dormir en su lecho. Una feliz ocasion permitió á. la jóven volver a casa dedsus padre]; Era rica, inmen samente rica,- ¿ ' _ e io r ‘oso porte se acor dó, cosa verda ¿gané grïbrosa, del desdichado Goubin. Le hizo llamar, diciéndole que deseaba ca sarse con e'l; á lo cual respondió, á pesar del bri diante porvenir que le esperaba, pues debía ser ro-‘
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«No, señorita, yo soy republicano; los pobres deben
siempre ser pobres, pero honrados.»
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CAPITULO XXXI.
La reaction á causa delas mujeres, en el medio siglo dupnes de la revolucion.
Muchas cosas precipitaron la reaccien, despuel del 9 thermidor. La tension escesiva del Gobierno revolucionario, la tirantez de un órden de cosas que imponía los
mas duros sacrificios a los sentidos y al corazon. In mensos rasgos hubo de piedad ciega, irresistible.
No hay que asombrarse si las mujeres fueron los principales agentes de la reacción. En realidad, la autoridad republicana, en su cre
ciente gravedad, estuvo perfectamente acórde, como garantía de civismo, en designar la austeridad de costumbres. La censura moral, no solo era ejercida por los ma gistrados, sino por las sociedades populares. Más de
una vez, los procesos de adulterio fueron llevados á la Commune y á. los jacobinos. Unos y otros deducian siempre que el hombre que es inmoral, es altamente sospechoso. ¡Grave y terrible signo, más fatal que otra cualquier pena! i; Ningun Gobierno persiguió más tenaz y encami
zadamente a las mujeres públicas. (¿a De ahí los socorros dados á. las jóvenes madres,
de los que tanto se ha hablado. En realidad, si tales Jóvenes no eran socorridas, concluian siendo muje
res publicas , y el hijo habido de un crimen, era
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un morenas): LA nrvorvcron.
105
llevado brutalmente a los hospitales y allí moría Los bailes y los juegos (entonces sinónimos de las casas de prostitución) habían desaparecido comple tamente.
Los salones en que tanto hablan brillado las mu jeres en el 92, se cerraron en el 93. Las mujeres entonces estaban como anulada,
Bajo aquel Gobierno feroz, no podían ser más que esposas y madres. lDesde el 9 thermidor, principio una bacanal com p eta.
. En la larga carrera que se hizo recorrer á Robes pierre al conducirle al cadalso, lo mas horrible fue’ el aspecto de las ventanas y balcones. rica y profu samente enlutadas. Figuras desconocidas , largo tiempo ocultas, se presentaron a la. faz del mundo. Un mundo dc ricas y elegantes jóvenes poblaba to dos los balcones por donde el fúnebr(cortejo debia pasar. A favor de aquella violenta. reaccion de sensi
bilidad pública, osaba presentarse el furor. Las mu jefes, sobre todo, presentaban un espectáculo into lerable. Impúdicas, medio desnudas, bajo pretesto
del ardor de julio, la garganta adornada de flores. recostadas en las barandillas de los balcones, incli nadas deshonestamente a presencia de los hombres, gritaban con voces enronquecidas por la rabia: «¡A la muerte, á. la guillotína!»
Cuando el fúnebre cortejo llegó a la Asunclon, frente a la casa de Duplay, las actrices representaron una. terrible escena. . París se presentó alegre. En el Oeste Íy el Medio día se asesinaban unos á otros con toda libertad. En el Palacio Real manaban, por decirlo así, jugadores
¿jóvenes medio desnudas que avergonzaban aun á. s mujeres públicas. Despues, abrieron todos aquellos
bailes de las víctimas, en que la lujuria y la. deshones tidad tenían su sólio más elevado. El hombre sensible, aun sintiéndolo, especulaba con
el asesinato y los bienes nacionales. La banda negra, lloraba amargamente todos los parientes que nun en. conoció. Las marquesas y las condesas, las actri cc: realistas , todas trabajaban desesperadamente para introducir en el Terror el realismo: ellas enla ¡than consigoa los terroristas para afilar el treme
bundo puñal que debia asesinar a’. la República. Un
gran número de montañeses, tales como Tallienn
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Bentabolc, Rovére, se casaron noblemente. ¿Le dre se presentó terrible bajdel aguijondé ‘l ‘Co’ l: «aquella maligna ‘Susana de Beaumarchaisï" rro ó vel bárbaro ‘lazo al toro, y le‘ arrójó con impetú "furiodp, en me_dio de los jacobinos. " " - ' No queremos ‘contar todas‘ las cosas Ïcjüea tales desastres siguen.‘ Todo‘ esto_nc'es más que la revb .lncion. No son estos hechos mas que el principio ¿de lareaccion quedura . _medio'ïiglo._ . f"w-iíN, g -1 ‘I ,
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CONCLUSIÓN.
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El único defecto que tiene este libro, es el ‘no cumplir. durante todo él con lo que el título repre
senta. En élno se dan á. conocer todasllas mujerescéle bres, sino algunas heroinas más ó menos arriesgadas. De ellas solo presentamos sus. más brillantes virtu
des. Era antes un mundo de oscuros sacrificios, y que la gloria todavía no pudo sostener. ’ Lo que fueron las mujeres en el 89, en la inmortal aurora, es lcrmismo que en el 90 cuando las fede
raciones de cuyo corazon se fundó el altar sagrado del porvenir, y al concluir el 92, cuando fue preciso
arrancarlo y dar todo lo que más amaba... ¿qué se podría decir de todo eso? Quisimos entonces de mostranenseñar al ‘pueblo los rasgos de valor y constancia‘ de todas ‘ellas; pero lo hemos hecho Ïncompletamente. x . - costó tan histórico y Durante los diez años qriiuef valeroso hecho, estuvimos revolviendo en la biblio teca del Colegio de Francia, para profundizar perfec tamente tan grandes rasgos, yla influencia poderosa.
de la mujer y la. familia. 'En 1848, especialmente, iniciamos lo que la mujer. estaba llamada á ejecutar en aquellas nuevas cir cunstancias. Decíamo_s a la República: «No fundareis eLEstado sin un"a reforma moral en la familia. La desgajada familia no se reunirá. sino ante la hoguera
del nuevo altar, fundada portla revolucion.»
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¿De qué sirvieron tantos esfuerzos, qué efecto
produjeron tales palabras? ¿Dónde se hsgliaba, N131
I-L
198
BIBLIOTECA rorirxcn m‘. LATBIMA.
debia encontrarse, un auditorio bienhechor , sim
pático? Debo decir como el viejo Villon: «¿Dónde están los frutos del año anterior?» Pero á. lo menos los muros se sostienen, la sala. donde vibró la potente voz de Quinet; la cueva don de vi aquella palabra profética de Mickiewiez gra
bada en letras de fuego... ¿‘Él X53
,3. ,5."
Si, decia yo á las mujeres; nadie más que vosotras
se debe interesar en la suerte del Estado , porque nadie lleva más que vosotras los fundamentos de las desgracias públicas. . _
si?‘Ïïflbïiïáïíïvfi%ïsïil‘d‘“
‘Ïïiïiiï; Y“,
iiién pagar-ll impuesto‘ de sangre“! Ïlhtñiadret" 'f ‘ ¿"que suire, ‘en todos’ los .cambiosgdelEstadg ertemente-‘a c {Bono . -r,_l . . a»: , ‘..
diïájï a _ 2ra ién,'_pues; 10's negocios másque‘ del Estado,‘ vootrasLtienejerlÏüebefr‘ ¿‘ÍÜÏQÏMQE gófimglï-Í
engrase 12s {latinas delagmvï.wz:n?“¡bil-cul ' su‘:' °JJ-' ---;irír v, a r ÏJBU!) Ü‘; ¡€- r I. 95' p amuainfol gs n-vmug -'-...—.r-j. -. ‘i. rír. {Qe mlflul '. ¡Inicia-ü uyuo un . ‘Hlíilfïg’! ‘th’. ' l‘I—‘.'::.'-. .31: ---- 51. ¡r » .-:s * — . ¿’no ,¿
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7-’- Mujeres que leeis este libro, no entreten ais vuesn tra atencien en los diversos episodios de é , en sus,’ diversas biografías. Mirad‘ seriamente las primeras
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en 1815_ deseó más los asesinatos, que en el 93 ¡los cadalsos. p f '-" ¡El amor de laffaihilia! Fora vuestros hijos, para. su
da y para su salud, ‘haceisp renacer elpensamientQ
1 92,_sobre la nbertaqjde told 1 aspndo’. ‘Aún cuan: '
únmqy niño “mi meáïfgfi st'_'181 . *!1'Stei8.vt°.d%5üé1u. Si?¡fiF“l"’ ilíÏÏ',;Ï'*' “Ï
r €nganó"áuizás"‘vné _ ‘¿Brazon en‘ (2189; El enir respdnderá _ negativamente.‘ Pero‘ qúe’ og engañásteis’ ea: laïeaccion ¿’e ‘esta ¿poca cuando inmolasteis el mundo s’, la familia, para verla en’
Sesma“ destmñsfllaeaïeflemhnm lfirfiutopau de. huesos
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producido el vapor, el telégrafo, el daguerreotipo,
todas las artes mecánicas y químicas; y considerad que aun el traje que llevais quizás sea obra de vein
te ingenios, mientras que dejan apagarse en vuestros corazones, el patriotismo ardiente y bienhechor, dominándolos con forzudo brazo, el irritante egoísmo . Si amais la Edad media ,. escuchad este canto profética, traducido de una antigua prosa, cómica y sublime:
(Le nouveau amporte lc vieux, Hombre est chasséé par la clartc‘ Le jour met en fuite la nuit...
A genoux et dit «Amen.» Asez manga’ d‘herbe et de foint Laisse les vicilles chores... Et vá.. .3
Hijas de la paz conseguida desde el año de 1815, conoced vuestra situacion. , V — ' _ ¿Veis en el horizonte, todas esas negras nubes
que principian á. crecer? ¿Y bajo vuestros pie's escu-' chais esos ruidos sordos, bajo tierra, esos estremecï mientos, esos volcanes subterráneos, esos gemidos de la naturaleza?
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¡Ah! Esa mentida paz que tan largo. tiempo ha beis disfrutado entre la pereza y el fastidio, vá.’ á
concluir. Confiad, solamente en Dios. Aun cuando hasido ‘infinita vuestra molicie ,. era.
hora deque concluycse. _ _ ' Qlvidad queÍhabeis sido hijas dela paz. Os ‘encon trais ahora en la’ alta y difícil sitnacionmde Jruestras madres, en los días de sus, desastrosos, combates. ¿De
qué modo sostuvieron “tan difíciles“ pruebas T ‘Es
tie!!! 0 de que se lo pregunteis. q
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El as no aceptaban solamente _ el sacrificio , sino, que leamaban,‘ ysiempre marchaban las primeras
por la senda delhonorydel deber. .
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La fortuna, la necesidad que creían encontrarlas aterradas, ‘venían’ hácia ellas, y armando sus delica das manos, las vieron serenas y valientes, sonriendo " '
con dulzura ante la muerte fiera é implacable.
us ¡sumas ns LA nsvomcxon.
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El destino lasifué contrario. Hirió todo cuanto ellas amaban... Y entonces se las encontró más grandes, diciendo ante los cadáveres de las personas por ellas más amadas: «La muerte... pero muerte inmortal.» A este contestais muchas: «Y nosotras tambien, nosotras seremos fuertes... Venga en buen hora la. prueba. y el peligro... Los grandes acontecimientos nos encontrarán siempre dispuestas. Nosotras nos elevaremos sobre nosotras mismas.» ¿A1 peligro? quizás: ¿pero á. las privaciones, al cambio prolongado dela situacion de las costumbres? Hé ahí lo difícil, el escollo opuesto á los designios de vuestro noble corazon. . . Dar el último adios á la vida abundante, regulada, gara prepararse á. sufrir, á pasar frio, calor y aun ombre, quizás lo hiciórais. ¡Pero despojaros de las pompas inútiles del mundo, que casi han llegado á ser, en el estado de nuestras costumbres, la poesía
de la mujerl... Eso es lo difícil. Muchas querrían, antes que renunciar á tales pompas, morir.
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En los años llamados felices, encontré una. juven tud llena de vida, simpática, habladora, sin fé, sin creencias , pero elegante , deslumbradora, lujosa; aristócrata. hasta. el último punto. Estudiaba el medio más útil para. hacerla. tal cual debia. ser, des
interesada, modesta.
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El sacrificio es la. ley de este mundo. ¿Quién será el que se sacrifique? . e= Tal era la cuestion que tristemente me proponía. «Dios me de un punto de apoyo,-‘-decia¿ el ¡filóso
fo,—y me encargo de hacer girar ante mi vista el mundo.»
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Ningun ‘otro, apoyo que la disposicion al sacrificim ¿Bastaria el deber? Nó, es necesario el amor. ; r
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vQQHién es, pues,‘ el ‘que una?» Esta es la. segunda. cuestionjiqnerdebia proponerse-el moralista. ' 2.‘. El‘ — ‘¿Fáoirpues deresolver? Seguramente nó, en el“ mundo glacial, lleno‘ de interés ‘creciente, de’ egjeis»
mo, de intriga política, de Banca ' y ‘Bolsa, del cual; -'.
nos encontramos rodeados.
BIBLIOTECA POLlTlCA DE LA lBERIA’.
«¿Quién es el que ama? (Y la naturaleza me res pondió:) La mujer es solo la que ama.-:>._.n:.-_g,f», ._.¡
«El amogal hombre, leesperimenta un diam/El
. amorqmatermkgdura es sir-coraza: toda la sldaamr. ..Ent0nc.es meaadheria. anyla» madre, para». ol-canbio social,tan..ímpbrtante x necesario (1).: no0 03:9 ¡r .:' 2-. u‘ mn: "u ¿gr-sv
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.' , ElbuenLablanche, entre sus oscuros romances místicos, tuvo muchas veces al unos rasgos brillan
tes, algunas intuiciones verd
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P3332119: lsprttssstamss; «eéavueatrommnesnxtflra ans . llave 1a mugen. psss? mundo?» Quedó, mfleanin;
133% .. uxtlarso rato- Ssszdosuojostda xibersponm posanparepian adquirir, en _ aquel; . instante» un ¿tinto salygajermayor que de’ ordinario.‘ rEn fin, elgzviejo, sonriendo únicamente como sonríe una jóven allen:
cucliar una, palabrade amor, dijo: «Dios ¿alba ¿eche para iniciarl» ' ’ Frase encantadora, profunda, delioadamente ver dadera. bajo todos aspectos y puntos de vista. El sacrificio penoso y dramático‘, el esfuerzo, que enla madre es su soberana belleza. Cuando dá. su vida por aquel á quien ama, á quien adora, cree no haber hecho aun todo lo que debía,» creerno haber hechouna heroicidad dignmde ser imitada. Enoiéiïn‘ ensí misma, en su profunda. natuíralezaídewñudrïp
el sacrificio ilimitado. El ¡hüoh debesimitarci
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el sacrificio de la madre; elsacñfioio, por medio? eli: cusl no desea para sí la gloria, sinoslawfelicïdaduïoik el mmdo, . ,
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Esto es Io infinito del sacrificio: Esto es-justamenk -(1'.)-::(LOI sábioi hablaron ‘de la. mayor ó míarroivbbfleiú le una. idetug‘, eme 1- d‘: u-sasd m; 05x30“? xau‘. ¿ u Mas yo les digo que no consiste en que una. idea seapbïuenqrg ó-mslmfie útil o inútil, sino en gue, se apo e y ¡pe,,dcl_is_l_lñgz, .
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u’: nomas u n nrvomcror. 203 te el objeto de la iniciativa; es lo que siempre debe conservar en su corazon el hijo, imitando á su ma dre: Amar, no para st, sino preferir antes al mundo. Esta elasticidad divina del amor y la asimilacion; en dilatacion del corazon que en nado, hace dismi nuir sus fuerzas, ¿quién puede destruirla? Nadie. Es grande desde el primer instante, y no se puede en
grandecer más... porque entonces se halla encerra
do en el el mundo entero.
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