Neuropsicología de la emoción o Neuropsicología neurociencia afectiva Escrito por Elisabet por Elisabet Marina Sanz el Sanz el Jueves, 13 Noviembre 2014 Publicado en Neuropsicología Lecturas: 10559
EL ARTÍCULO ABORDA CÓMO HA SURGIDO EL ESTUDIO NEUROCIENTÍFICO DE LA EMOCIÓN, ASÍ COMO ALGUNOS DE LOS DILEMAS EN LOS QUE SE HA ENCONTRADO INMERSO. ASÍ MISMO, SE RESEÑAN LAS ESTRUCTURAS CEREBRALES QUE HAN EVIDENCIADO SU PAPEL EN LA RESPUESTA EMOCIONAL.
Durante mucho tiempo la Neurociencia se ha focalizado en el estudio científico de los procesos cognitivos básicos (atención, memoria, lenguaje, percepción…), así como el estudio de sus bases anatómicas y bioquímicas, dejando de un lado el estudio científico -sobre una aproximación neurobiológica- de los procesos emocionales que correlacionan con los mismos. Para conocer los procesos que subyacen a los procesos afectos, debemos antes entender qué es la emoción y cuáles son sus rasgos nucleares.
¿Qué es la emoción? Aunar una definición del término emoción ha resultado, a través de los l os tiempos y de diferentes corrientes teóricas, una ardua tarea. Emoción deriva de la palabra latina “emovere” cuyo significado es mover o desplazar (“movimiento hacia”), enfatizando que toda emoción está relacionada con la acción. Multitud de
términos surgen en la literatura emocional, tales como afecto, humor, impulsos, sentimientos.... Holodynski (2009) define la emoción como un sistema psicológico funcional que envuelve numerosos componentes que interaccionan de forma sincrónica y que sirven para regular las acciones de los individuos teniendo en cuenta sus motivos y preocupaciones. Dice que la emoción es una configuración de cambios fisiológicos periféricos en el cuerpo, formas de expresión, y sentimientos subjetivos que dependen, de uno en uno, de la evaluación de la situación emocional evocada. Por otro lado, Gross y Thompson (2007) definen la emoción como un sistema que puede ser representado como una especie de radar que facilita las respuestas para permitir una rápida rápida evaluación y respuesta a dichas situaciones que son relevantes para nuestro bienestar. Aunque es difícil establecer una definición conceptual clara sobre la emoción -tampoco existe un consenso científico sobre sus componentes- la mayor parte de los autores que investigan los procesos emocionales desde cualquier aproximación teórica, consideran a estos como procesos básicamente
adaptativos. Alertan al individuo de situaciones relevantes y le motivan para tomar decisiones respecto a las mismas en pro de proteger sus intereses personales.
De este modo, las teorías contemporáneas sobre la emoción enfatizan el valor informativo y adaptativo de la misma. La señal emocional es necesaria para cambiar o adaptar nuestro comportamiento a los cambios del contexto y tiene como función ayudarnos a conseguir nuestras necesidades intra e interpersonales tanto a corto como largo plazo (Stegge y Terwog, 2007 ). El estudio de los procesos emocionales se puede abordar desde diferentes aproximaciones teóricas. El estudio científico del comportamiento emocional ha suscitado un gran interés en los últimos años con la aparición de una disciplina específica de la neurociencia que contempla, de forma específica, su estudio. Este marco conceptual se ha denominado Neurociencia Afectiva o Neuropsicología de las Emociones. Desde esta aproximación se estudian los procesos emocionales focalizando el objeto de estudio en el sustrato biológico de los mismos, recogiendo aportaciones teóricas y empíricas de disciplinas afines como la neurociencia cognitiva, la psicología, la psic obiología, entre otras (Silva, 2008). El inicio del estudio científico de la emoción comienza con Darwin desde una perspectiva biológica evolucionista y con William James, desde el campo de la psicología. En palabras de Darwin “los cambios
en el cuerpo aparecen inmediatamente después de la percepción del acto emotivo, y lo que sentimos al mismo tiempo que suceden los hechos es la emoción” (Levav, 2005). James reafirmó esta postura
argumentando la relación estrecha entre la conducta emocional y la reacción fisiológica. (Levav, 2005). No fue hasta 1990 cuando Panksepp acuñó el término de Neurociencia Afectiva para referirse al estudio de las bases neurales de los procesos afectivos (León, 2012). Otros autores de especial relevancia en esta disciplina que resaltan la distinción entre la “neurociencia del afecto” y la “neurociencia cognitiva y comportamental” son Davidson y Sutton (1995).
En la actualidad surgen otras perspecticas teóricas en el enfoque neurobiológico de la emoción, entre ellas, podemos citar a Damasio (neurólogo y neuroanatomista) y a su teoría sobre los marcadores somáticos (Damasio, 1996).
Neurociencia afectiva Durante muchos años, la Neuropsicología se ha focalizado en una neurociencia cognitiva, dejando relativamente a un lado los aspectos más emocionales de los procesos psicológicos. Sin embargo, en la comprensión de los mecanismos que rigen el funcionamiento afectivo, ha sido de gran relevancia el aporte de la neurociencia afectiva, la cual se ha enfocado en el estudio de las bases neurales de los afectos. La Neurociencia afectiva ha arrojado datos sobre diferentes estructuras cerebrales que se hayan implicadas en los procesos emocionales, tales como el de expresión o regulación emocional. Por tanto, se puede concluir que las emociones cuentan con una serie de mediadores neuroanatómicos. En este
sentido, las emociones se forman a partir del funcionamiento de circuitos neuronales y sistemas bioquímicos específicos. Los datos provenientes de estudios empíricos utilizando técnicas de neuroimagen en pacientes con daño cerebral adquirido y en pacientes sanos, evidencias que son varias las estructuras corticales y subcorticales que se pueden asociar a la conducta emocional (Sánchez Navarro y Román, 2004). En los primeros estudios, se entendía que el “cerebro emocional” dependía de las estructuras que
formaban el sistema límbico, recibiendo una atención especial el hipotálamo y la amígdala. En los últimos años se ha evidenciado el papel fundamental de otras estructuras corticales en en los procesos emocionales, tal es el caso de l a corteza prefrontal (Simón, 1997; Sánchez Navarro y Román, 2008).
Tal y como afirma Silva (2008) “el repertorio afectivo humano puede asociarse a un espacio neural de referencia”. En este sentido, podríamos hablar de la existencia de lo que podemos llamar un “cerebro emocional”. Sin emb argo, y a pesar de esta “representación cerebral” es de reseñar que el sustrato neural asociado a los procesos afectivos, no es único ni excluyente para tales procesos. Esto es, no podemos concluir que exista un cerebro exclusivamente emocional (Silva, 2008). Esta argumentación va en línea sobre la concepción actual del funcionamiento cerebral. Las recientes investigaciones en el campo de la neuropsicología y neurofisiología sostienen que el procesamiento cerebral no se produciría en serie según lo que argumentaba el modelo de Luria, sino en paralelo, formando una estructura más compleja. Esta interacción entre áreas formaría una conectividad funcional, un cerebro en red, donde los diferentes sistemas cognitivos y/o afectivos surgirían de la colaboración de diferentes redes neuronales entre diferentes regiones cerebrales, lo que la neuropsicología actual viene llamando mapa cerebral. Por concluir, en el momento presente y en la práctica neuropsicológica actual, la valoración de los aspectos emocionales dentro de una evaluación neuropsicológica exhaustiva es un aspecto imprescindible, no sólo para valorar los posibles déficits o daños en caso de una lesión cerebral sino también en pro de una óptima rehabilitación y tratamiento del paciente. Aún queda un largo camino para que la Neurociencia conjugue los avances producidos en la investigación empírica procedente de la neurociencia cognitiva y los ponga al servicio de su disciplina más reciente: la Neurociencia afectiva. Se ha reflejado la importancia que la Neuropsicología ofrezca datos sobre las redes neurales subyacentes a los procesos emocionales con el fin de conocer de una manera más exhaustiva el desarrollo ontogenético y filogenético de dichos procesos así como para conocer los efectos que se pueden producir tras una lesión, daño o trastorno de las estructuras implicadas en los mismos, esto es, para conocer el desarrollo normativo de los procesos afectivos, así como los derivados de la patología. Los resultados que se desprendan de dichos estudios resultarán de gran relevancia no sólo para la neurociencia, y más concretamente para la neuropsicología, sino para otras disciplinas como la
psiquiatría o la psicología clínica o del desarrollo, que se nutren (o al menos debería ser así) de los avances producidos por la primera Referencias:
Damasio, A. (1996). El error de Descartes: la emoción, la razón y el c erebro humano. Barcelona: Crítica. Davidson, R., y Sutton, S. K. (1995). Affective neuroscience: The emergence of a discipline. Current Opinion in Neurobiology, 5, 217-224. Gross, J.J. y Thompson, R.A. (2007). Emotion regulation: conceptual foundations. En J.J. Gross (Ed.) Handbook of Emotion Regulation (3-23). New York: The Guilford Press. Holodynski, M (2009). Milestones and mechanisms of emotional development. En B. Röttger-Rössler, H.J.Markowitsch (Eds.). Emotion as bio-cultural processes (pp. 139-163). New York: Springer Science and Business Media. Levav, M. (2005). Neuropsicología de la emoción: particularidades en la infancia. Revista Argentina de Neuropsicología 5, 15-24. León, D.A (2012). Afectividad y conciencia: la experiencia subjetiva de los valores biológicos. Revista Chilena de Neuropsicología 7(3), 108-114. Sánchez Navarro, J.P. y Román, F. (2004). Amígdala, corteza prefrontal y especialización hemisférica en la experiencia y expresión emocional. Anales de Psicología, 20 (2), 223-240. Silva, J.C. (2008). Neuroanatomía funcional de las emociones. En Slachevsky, A., Manes, F., Labos, E., y Fuentes, P. (pp. 377-384). Tratado de Neuropsicología y Neuropsiquiatría Clínica. Simón, V.C (1996). La participación emocional en la toma de decisiones. Psicothema, 9 (2), 365-376. Stegge, H y Terwogt, M.M (2007). Awareness and regulation of emotion in typical and atypical development. En J.J. Gross (Ed.) Handbook of Emotion Regulation (269- 285). New York: The Guilford