Naturaleza y funciones de las actitudes ambientales1 Ricardo de Castro. Consejería de Medio Ambiente. Junta de Andalucía.
En los últimos años la investigación sobre actitudes ambientales ha sido uno de los campos más fructíferos, desde el cual se han aportado importantes contribuciones teóricas generales a la comprensión de la formación y de las funciones de las actitudes. A tal objeto es necesario analizar dimensiones como potencia, especificidad, ambivalencia y accesibilidad. El estudio de las actitudes ambientales interesa sobre todo por la posible influencia de estas sobre la conducta humana que afecta a los recursos naturales y a la calidad del medio, acción humana que es la causa directa o indirecta de una gran cantidad de problemáticas ambientales. De esta forma el reto que plantea la promoción de estilos de vida más proambientales está en buscar la conexión en un modelo eficiente que incorpore factores como la norma social, los valores, las actitudes, las creencias, el contexto y la conducta. Palabras clave: Actitud, Comportamiento proambiental, Creencia, Valores. Nature and Functions of Environmental Attitudes. Important general theoretic contributions to the undertanding of attitude formation and functions have been made by the studies carried out in the field of environmental attitudes. The research into this issue has made of this field one of the more productive in recent years. Taking into account features such as strength, ambivalence and accessibility, the study of environmental attitudes is particularly important. This is due to the direct of indirect effect these atittudes may have on human behaviour as far as the conservation of natural resources and environmental quality is concerned. Thus, the encouraging of pro-enviromental life styles is a challenge to search for efficient patterns where features such as social norms, values, attitudes, beliefs, context and behaviour are taken into consideration. Key words: Attitude, Pro-environmental Behavior, Belief, Values
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Publicado en Estudios de Psicología (2001), 22 (1) 11-22 -ISSN: 0210-9395
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El estudio de las actitudes ambientales interesa sobre todo por la posible influencia de estas sobre la conducta humana que afecta a los recursos naturales y a la calidad del medio, impacto que se produce, si no de forma directa, como parte de un sistema de variables. Y especialmente cuando parece que está claro que la acción humana es la causa directa o indirecta de una gran cantidad de problemáticas ambientales, ya sean estas locales o globales. En los últimos años la investigación sobre actitudes ambientales ha sido uno de los campos más fructíferos, donde se han aportado importantes contribuciones teóricas generales a la comprensión de la formación y de las funciones de las actitudes (ver p.ej. Ajzen, 2001), evidentemente aparte de los elementos aplicados y específicos del hecho ambiental. Si hasta no hace mucho los teóricos e investigadores en psicología ambiental trasladaban los marcos explicativos surgidos en otros ámbitos de interés social, como en la investigación sobre salud, conductas de riesgo o racismo, hoy es el campo de lo ambiental una de las fuentes más consistente y ricas en este sentido. En nuestro país también se ha producido una verdadera evolución en la investigación y en la reflexión teórica sobre la cuestión de las actitudes ambientales. De no incluirse un capítulo específico sobre el tema en el manual de Jiménez Burillo y Aragonés en 1986, si se produjeron posteriormente importantes y continuadas aportaciones, como la adaptación de la escala de preocupación ambiental de Weigel y Weigel (Aragonés y Amérigo, 1991) y en 1992 la versión del modelo expectativa-valor y la teoría de la acción razonada (Fishbein y Ajzen,1975) a las conductas de conservación ambiental por Castro (1994). Durante los noventa las aportaciones se han multiplicado, conformando un corpus de propuestas teóricas y aplicadas muy significativo (Pol, 1994; Corraliza, Berenguer, Muñoz y Martín, 1995; Hernández, Suárez, Mártinez y Hess, 1997; Gónzalez y Amérigo, 1999; Berenguer y Corraliza, 2000; Castro, 2000), a lo que hay que sumar un capítulo específico sobre actitudes y creencias hacia el medio ambiente (Hernández e Hidalgo, 1998). Como se ha indicado el creciente interés que muestran los científicos sociales y del comportamiento en profundizar en la comprensión de las actitudes y los comportamientos ambientales de las personas, al que se suma la cada vez mayor sensibilidad por este enfoque desde las instituciones de gestión ambiental, se debe en gran manera a la constatación de la relación, a veces directa y otras indirecta, de las
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acciones de las personas con la grave situación de conflicto socioambiental a la que se enfrenta actualmente la humanidad. Todo ello en un escenario sin precedentes en toda su historia, por la extensión y por el alcance de los cambios en los sistemas sociales y naturales del planeta. Problemas ambientales globales como la pérdida de biodiversidad, la desertificación y la destrucción de los bosques; el agotamiento de los recursos naturales no renovables y la interferencia en los ciclos de los materiales renovables; el calentamiento climático terrestre motivado principalmente por la contaminación atmosférica, la destrucción de la capa de ozono o las lluvias ácidas coinciden en su origen social. Como señala Oskamp (1995) aunque muchos piensan que asuntos como la promoción de la conservación energética o la reducción de la contaminación son problemas tecnológicos y que solo pueden ser resueltos por científicos naturales o ingenieros, hay que insistir en que no pueden obviarse los aspectos conductuales que todas las cuestiones ambientales llevan aparejados y tener solo en cuenta los aspectos tecnológicos. Para conseguir la extensión de un compromiso personal hacia una sociedad más solidaria y sostenible es necesario avanzar en caracterizar las acciones humanas, individuales y colectivas que inician o potencian las diferentes problemáticas ambientales, también aquellas que las previenen o las mitigan; reconocer las conexiones directas, pero también las relaciones sutiles, entre la norma cultural, los estilos de vida, los valores, las actitudes y las creencias personales y los comportamientos ambientales y por último evaluar y promover la utilización de los instrumentos y las estrategias sociales eficientes para asentar acciones proambientales. La evolución del paradigma desarrollista, debe pivotar entre lo individual y lo social y basarse simultáneamente en el cuestionamiento de nuestras acciones cotidianas y estilos de vida y en la reflexión y el avance cultural y comunitario. Desde una perspectiva humana podemos referirnos a tres ámbitos profundamente interconectados que transitan desde la experiencia personal al marco de lo social. El espacio de conexión entre estos dos polos, el individual y el social, desde el cual las personas internalizan las demandas culturales y también desde donde se edifica lo social mediante la interacción grupal, es definido como psicosocial, (Castro, 2000). Estas son también las rutas a través de las cuales poder circular en busca de cambios del
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imperante paradigma social desarrollista de alto impacto ambiental y social a otras visiones más racionales, equitativas y proambientales (Fig. 1).
CULTURA Norma social
SOCIAL
Minorías activas
ESTILOS DE VIDA Internalización
PSICOSOCIAL
Generalización
PSICOLOGICO
COMPORTAMIENTOS
Fig1. Ámbitos y rutas de influencia de la escala humana de los cambios ambientales.(Castro, 2000)
La construcción de la sostenibilidad hay que realizarla simultáneamente desde estos tres ámbitos, ya que los procesos de cambio personal y social pueden ser iniciados desde vías diferentes. Así los cambios en un comportamiento ambiental individual específico (como puede ser la colaboración en el reciclaje de residuos) pueden generalizarse a otras acciones, contribuyendo a la formación de estilos de vida. Pero también desde la adopción de un estilo de vida, basado en un sistema de actitudes, creencias y valores proambientales, pueden ser afectados los comportamientos y hábitos de una persona. Este proceso conocido como internalización se basa en la asunción como algo propio de una creencia o unos valores, y en el deseo de actuar en consonancia con esa creencia o valor. Desde una perspectiva dinámica, las dimensiones culturales pueden influir a través de las normas sociales sobre nuestros estilos de vida, ofreciendo pautas de comportamiento y sistemas de valores que se consideran culturalmente adecuados y sobre los que no se va a recibir censura, sino más bien apoyo social. Pero también desde las personas y los grupos sociales, mediante un comportamiento coherente, visible y 4
sostenido, como el que se plantea desde la intervención de las minorías activas, se pueden provocar cambios culturales significativos y relevantes. La intervención dirigida al cambio de conductas singulares puede tener un efecto generalizador hacia otros comportamientos de conservación del entorno, como por ejemplo la adquisición del comportamiento de reciclado de vidrio puede trasladarse a otros residuos como el papel o las pilas e incluso a prácticas de reutilización y reducción de residuos. El reto está en comprender como un estilo de vida mantiene comportamientos proambientales singulares pero también como la adopción de prácticas concretas puede ayudar a construir un estilo de vida sostenible (Castro, 1998). El rol de las actitudes ambientales.
Los factores actitudinales se encuadran en un marco semántico confuso, donde a menudo se mezclan etiquetas y conceptos diferentes o donde, por el contrario, elementos de un mismo proceso se consideran como extraños entre sí y a veces como antitéticos. Así dentro del concepto genérico de factores actitudinales deben incluirse las normas personales, las creencias, los valores e incluso, las intenciones conductuales. De forma genérica una actitud puede ser definida como un sentimiento general, permanentemente positivo o negativo hacia alguna persona, objeto o situación. (Olson y Zanna, 1993), también como un conocimiento evaluativo, que se evoca de manera espontánea y que se forma a través de nuestras creencias sobre el objeto (Ajzen, 2001). Específicamente la actitud ambiental puede ser definida como aquellos sentimientos favorables o desfavorables que se tienen hacia alguna característica del medio físico o hacia algún problema relacionado con este. Uno de los retos de la investigación actual es ahondar en la caracterización de las actitudes ambientales específicas y generales, avanzando en el análisis de las relaciones y las influencias entre los elementos centrales del proceso de configuración y cambio actitudinal y por supuesto reconociendo los escenarios donde las actitudes, y por ende el resto de factores de índole psicológica, en interacción con factores culturales y contextuales, motivan una conducta determinada. Para ello habría que combinar la profundización en muchas de las líneas de estudio abiertas sobre actitudes ambientales, así como incorporar los avances en investigación general a este campo.
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La investigación reciente sigue aportando datos relevantes sobre la pertinencia del modelo expectativa-valor como base cognitiva de la actitud (Ajzen 2001). Según este modelo las actitudes se formarían por la interacción entre las creencias acerca de un objeto y la evaluación personal que se hace sobre estas expectativas. Este modelo ha sido ejemplificado con la actitud ante el reciclado de vidrio (Castro, 1994), donde por un lado las creencias sobre este comportamiento pueden ser diversas, con expectativas de impacto tanto sobre el medio ambiente, sobre la comunidad como sobre la persona. Por ejemplo reciclar vidrio usado es un buen medio de ahorro energético y de conservación de recursos naturales, asimismo se producen importantes ahorros en los costes de gestión de basuras (vertederos, transporte...). Simultáneamente el coste conductual del desplazamiento hasta un contenedor para depositar el vidrio recogido, incluso los problemas de almacenamiento doméstico del mismo también pueden constituir resultados esperados. Así que mientras los efectos ambientales y sociales son diferidos e indirectos, los efectos esperados sobre la persona son inmediatos y directos. De esta manera nuestras creencias específicas sobre la cuestión y la valoración negativa o positiva sobre estas expectativas configurarán una dirección actitudinal determinada. Algunas de las dimensiones fundamentales que necesitan un enfoque más afinado son por ejemplo cuestiones como la potencia, la especificidad, la accesibilidad y la ambivalencia. Una primera demanda sería la determinación de la potencia de las actitudes ambientales, en relación con otras actitudes generales de la persona y también, la jerarquía actitudinal dentro del ámbito ecológico. Es decir ¿Cómo se forman y cuales son las actitudes ambientales más potentes?, teniendo en cuenta sus características definitorias: que son relativamente estables en el tiempo, que son resistentes a la persuasión y que predicen la conducta manifiesta. Aunque pueda existir una predisposición general para actuar proambientalmente, que puede influenciar aquellas conductas que las personas consideran importantes, también existen actitudes específicas que afectan solo ciertas conductas ambientales relevantes (Stern,2000). Es necesario determinar en que condiciones actúan las actitudes generales y las actitudes específicas. Sin embargo los estudios sobre preocupación ambiental general en nuestro país (como en otros de nuestro entorno) obtienen unos porcentajes muy elevados, incluso ante el planteamiento de dilemas entre confort personal y protección del medio ambiente. De los datos obtenidos se ha concluido la
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necesidad de adoptar un enfoque más específico en el estudio de las actitudes y comportamientos ambientales, ya que la evaluación general de la preocupación ambiental no es útil para predecir creencias y conductas proambientales específicas (Corraliza y Berenguer, 2000). Similarmente es necesario diferenciar actitudes hacia el objeto y hacia la conducta (Eagley y Chaiken, 1992). Así no es lo mismo la actitud hacia el problema del agua (la falta del recurso, su contaminación...) y la actitud hacia la conducta de ahorro de agua. Esta distinción debería afectar profundamente tanto a los programas de investigación social, como al diseño de iniciativas de comunicación, educación ambiental... Una característica sugerente de las actitudes es su accesibilidad, en el sentido de la activación más o menos inmediata de las actitudes ambientales. Esta accesibilidad está determinada por la fuerza de la asociación objeto-evaluación y tiene importantes implicaciones para la comprensión del funcionamiento de las actitudes (Fazio, 1995), planteando la necesidad de estudiar los procesos y las condiciones mediante las cuales la evaluación del objeto se produce espontáneamente, por el cual se produce una activación automática de las actitudes. El concepto de ambivalencia actitudinal refleja la coexistencia de disposiciones positivas y negativas hacia el objeto de la actitud. Esta ambivalencia puede resultar de la existencia de creencias conflictivas que son accesibles de forma simultánea. Por ejemplo una persona puede pensar que: “reciclar papel está bien porqué se ahorra energía y recursos naturales” y de forma simultánea creer que “al final el papel que recogen acaba en los vertederos”. Información. Para valorar y para actuar es necesario estar informado previamente
y además estar capacitado en estrategias de búsqueda, investigación y análisis crítico sobre los elementos y procesos ambientales. Las personas obtienen información del entorno y sus problemas, de forma directa, por contacto con ese medio y de forma indirecta, a través de elementos interpuestos (amigos, medios de comunicación, profesores, libros...), en el cual la información puede ofrecerse más o menos interpretada. Conocer el estado de los recursos naturales, por ejemplo, en base a información contrastada y comprensible puede facilitar el desarrollo de creencias y actitudes proambientales estables, frente al tópico y la intuición que se esconden tras la opinión sobre muchas cuestiones ecológicas. En el caso del recurso agua en nuestro país
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la mayoría de los programas de fomento de conductas de ahorro van dirigidos a la población urbana, evidenciando una creencia que contrasta con los datos objetivos, donde los consumos son mayoritarios en el sector agrario, el 77,6 %, frente al urbano (14,5 %) y al industrial (2,8 %), según datos referentes a Andalucía para el año 2000. Con relación a los problemas ambientales globales, donde el efecto de los comportamientos individuales y sociales es diferido en el tiempo y difuso en el espacio, es crucial el papel de los medios indirectos al objeto de hacer explícitas estas relaciones. En palabras de Hines y otros (1987) el conocimiento es un prerrequisito para la acción ambiental. Creencias.
Es el componente cognitivo de la actitud, también podría definirse
como la información cargada de valor. Para Fishbein y Ajzen (1975) las creencias se definen como opiniones acerca del objeto de la actitud en función de la información que se posee. Evidentemente las creencias no tienen porqué estar basadas en información objetiva y contrastada. Diversas creencias determinan una importante cantidad de barreras psicológicas y sociales para reconocer tendencias impactantes y adoptar cambios personales hacia una práctica más sostenible como por ejemplo: la creencai de que los sistemas naturales de la Tierra son elásticos y no pueden ser dañados por las actividades humanas o la falta de evidencia o de convicción acerca de que las prácticas actuales son insostenibles, constituyen una seria amenaza y pueden causar graves impactos (Corson, 1995). Norma social y valores.
La norma social y cultural es el conjunto de creencias y
valores que estructura una comunidad. Según Mc Kenzie-Mohr y otros (1995) estas normas sociales constituyen reglas implícitas que indican como las personas deben comportarse, como por ejemplo cuando una persona desarrolla sus acciones siguiendo lo que otros juzgan como comportamientos apropiados Como ya se ha reiterado la norma social dominante en nuestro contexto sociocultural está claramente basada en la creencia del crecimiento ilimitado, en la que el confort personal está por encima de la solidaridad ambiental y social y promueve un pensamiento social únicamente anclado en el presente. Otras perspectivas normativas están surgiendo con un importante empuje como el sistema de creencias y valores descrito en el “Nuevo paradigma ecológico” desde el cual sé prioriza la conservación de las condiciones ecológicas que soportan la vida y se asumen metas como la limitación
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del crecimiento poblacional, del consumo de recursos y de la emisión de contaminantes y residuos para conseguir esta protección. Para que las conductas proambientales puedan ser intrínsecamente reforzadas estas normas deben ser internalizadas por las personas (Reichel y Geller,1981). En el sentido de la norma socioambiental, al referirse a las percepciones subjetivas acerca de la expectativa social sobre dicha conducta ambiental y la motivación para aceptarla, como se plantea desde la Teoría de la acción razonada. Los valores son un criterio para guiar la acción y desarrollar y mantener las actitudes hacia objetos y situaciones relevantes (Rokeach, 1968). Según Maio y Olson (1998) los valores globales reflejan verdades culturales, extendidas y raramente cuestionadas, apoyadas en bases cognitivas muy limitadas. Los valores son elementos centrales de nuestro sistema actitudinal. Para Stern y Dietz (1994) son tres los valores básicos que pueden promover la respuesta ambiental, categorías extraídas de la investigación reciente sobre esta cuestión: valores egoístas, valores altruistas y valores biosféricos, en función de sí la decisón de proteger el medio ambiente se debe a la percepción de que las condiciones ecológicas afectan a uno mismo, a una comunidad o si la biosfera debe ser protegida por sí misma.
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La conducta ambiental evidentemente no puede ser explicable
Contexto.
únicamente por la acción de variables psicológicas (creencias, actitudes, información) y variables culturales o sociales. En su comprensión el contexto desempeña un papel fundamental. Según Stern (2000) los factores actitudinales tienen un importante valor predictivo para la conducta cuando no están fuertemente constreñidos por el contexto o las capacidades personales. El ambiente tiene que ofrecer oportunidades para que una acción proambiental que estamos dispuestos a desarrollar pueda ser efectuada. De manera que hay que considerar aquellos elementos ambientales y contextuales que son, por sí mismos, potentes estrategias para constreñir o facilitar un comportamiento con impacto sobre la calidad ambiental. Aquí hay que incluir elementos tan diversos como la tecnología disponible, las características físicas del escenario, los incentivos económicos, los factores institucionales... A menudo muchos ciudadanos desean contribuir a la mejora de la calidad ambiental y por falta de dispositivos ambientales adecuados no pueden desarrollar respuestas constructivas. Pero esta realidad no quiere decir que haya que adoptar perspectivas simplistas, sino más bien obliga a un enfoque complejo que tenga en cuenta de forma simultánea los diferentes factores. De hecho el contexto por sí solo tampoco puede explicar la conducta.
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1150 6.21
6 o ñ a / a n o s r e p / g K
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850
a a l v a d e n u H r a G
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l a l i v e S
Fig.2 La conducta de reciclado de vidrio y la disposición de contenedores en Andalucía. (Elaboración propia. Fuente: Junta de Andalucía 1999)
Por ejemplo contar con una buena infraestructura de recogida de materiales no es suficiente para promover por sí sola una conducta de reciclado consistente en una comunidad. Así se encuentran serias inconsistencias si comparamos la cantidad de vidrio recogido y el número de contenedores por habitante. Si se observan estos datos recogidos en las diferentes provincias andaluzas en 1999, la provincia de Jaén es la que menos recoge de todas, 2,62 kilos de vidrio usado por persona y año (ampliamente por debajo de la media andaluza que se sitúa en 4,51 Kg), frente a provincias como Cádiz, Granada o Málaga donde los niveles de participación ciudadana son mucho más altos y no son precisamente aquellas que más contenedores tienen. Está claro que otros factores están mediando la respuesta proambiental (Fig. 2). Una estrategia contextual no es una buena elección en otros casos. Por ejemplo en ciertos entornos naturales no es posible modificar el contexto para el desarrollo de una acción a favor del medio. Este el caso del problema de la basura en el medio natural, donde sería un contrasentido instalar papeleras en un sendero de alta montaña o en un bosque frágil. De manera que el comportamiento del visitante “llevar de vuelta los residuos al lugar de partida” depende de sus actitudes proambientales específicas y de sus normas personales. Igual se puede decir de encender fuego para cocinar, una de las causas directas de algunos graves incendios forestales, no es posible instalar barbacoas y leña, en cualquier punto de un parque natural. Por otra parte hay que tener en cuenta que los contextos no son estáticos, son estructuras dinámicas. Las personas y los grupos sociales pueden construir o modificar los contextos en función de sus motivos y valores, para crear nuevos escenarios que posibiliten nuevos comportamientos. Así la conducta proambiental de depositar materiales para su reciclaje puede ser sustituida por la conducta proambiental de reclamar al ayuntamiento contenedores para reciclaje, ambas acciones mantenidas por un mismo sistema de actitudes respetuosas con el entorno. Sí la primera es una acción finalista, la segunda es instrumental y persigue la modificación del contexto.
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Comportamiento proambiental e intención de conducta.
Como se ha indicado previamente el interés del estudio de las actitudes ambientales se basa en su posible influencia en el desarrollo de acciones a favor del medio. Así las actitudes son consideradas como un importante mediador entre la adquisición de nueva información por una parte y por otra del cambio de comportamiento (Petty y Priester, 1996). Como comportamiento proambiental definimos aquella acción que realiza una persona, ya sea de forma individual o en un escenario colectivo, en favor de la conservación de los recursos naturales y dirigida a obtener una mejor calidad del medio ambiente. Según mi opinión el descriptor comportamiento proambiental es más expresivo y sugerente que otras etiquetas como conducta ecológica responsable o conducta ambientalmente significativa. Una primera diferenciación hay que realizarla entre comportamiento ambiental realizado e intención de conducta. La intención conductual, es un elemento que se ubica también en la galaxia de la actitud, de hecho es definida como la disposición a realizar cierta clase de acción relevante para la actitud. Aún así una persona, como veremos más adelante, puede tener una intención por actuar proambientalmente y no comportarse finalmente en relación a esa disposición. Por el contrario la intención de conducta es una condición previa e indispensable para la acción. Son dos elementos diferentes que, aunque íntimamente conectados, no conviene confundir. Por otro lado parece que existe una mayor disposición a realizar comportamientos de carácter individual y en escenarios cotidianos, como reciclar materiales, ahorrar agua, uso de transporte público..., que comportamientos que impliquen una acción colectiva, como participar en una asociación ambientalista o manifestarse contra algún proyecto impactante, los cuales parece que implican mayores costes percibidos. Un comportamiento ambiental en relación con una cuestión ambiental concreta implica el desarrollo ordenado de una serie de operaciones o conductas específicas hacia un fin, que pueden ser realizadas por diferentes actores y afectadas, como ya hemos visto, por diversas condiciones contextuales. Por ejemplo el comportamiento de reciclado de vidrio incorpora una serie de acciones de menor rango pero con características diferenciadas (ver figura 3). En primer lugar incluye conductas previas asociadas como las de compra del producto y de consumo del mismo; si el material no
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va a ser recuperado o reutilizado, ni depositado en la basura directamente, se iniciarían a continuación conductas de separación entre materiales reciclables y no reciclables y entre diferentes tipos de materiales reciclables (además del vidrio: papel y cartón, envases -aluminio, plástico, briks...-, ropa y otros) teniendo en cuenta que en algunas zonas los materiales reciclables son separados por los gestores; de almacenamiento de los materiales, para lo que habrá que disponer de depósitos o lugares a tal efecto en la vivienda y finalmente de transporte y depósito del material, para lo que es necesario contar con contenedores adecuados no muy alejados de la vivienda. Compra producto Recuperación Consumo Reutilización No reciclado
Reciclado
Almacenamiento
Déposito en cubo de basura
No separación
Separación
Transporte
Transporte
Transporte
Déposito contenedor
Depósito Contenedor único
Depósito Contenedor Vidrio, Papel...
Fig.3 Taxonomía de conductas asociadas al comportamiento de reciclado de vidrio.
Esta taxonomía puede ser útil para comprender los pasos que sigue una persona y analizar el momento donde se decide un curso de acción específico o donde se frena el desarrollo del comportamiento proambiental; análisis que puede ser desarrollado con otros comportamientos con influencia sobre la calidad ambiental, ya sean individuales o colectivos, directos o indirectos, preventivos o correctores; o dirigidos a la conservación de recursos naturales o a la mejora de la calidad ambiental.
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Cada persona desarrolla un patrón de comportamiento proambiental diferente en variedad de cursos de acción, en intensidad y continuidad de la conducta y en generalización de escenarios donde esta se aplica. Mientras que algunas personas despliegan un estilo de vida que implica el desarrollo de un abanico amplio de conductas proambientales tanto individuales como colectivas en una gran diversidad de escenarios (tanto el hogar, como en el trabajo, en los espacios públicos o en los contextos de ocio) soportadas por un sistema estable de actitudes y valores, otras personas únicamente despliegan acciones singulares y aisladas. De la misma forma que existe ambivalencia actitudinal es relativamente fácil encontrar incongruencias entre las conductas, por ejemplo personas que se comportan de forma responsable en el hogar pero cuando se desplazan a un entorno natural transportan con ellos sus patrones de comportamiento típicamente urbanos o personas que colaboran en el reciclaje de un producto y no de otros, como aquellos que reciclan vidrio pero no el resto de envases. Lo que sí está claro es que más fácil la generalización hacia un patrón general de comportamiento proambiental partiendo de acciones específicas. En este sentido la meta será promover la competencia para la acción, la cual implica el manejo de estrategias personales para actuar de forma consciente y motivada para la mejora del medio ambiente.
COGNICIÓN
ACTITUD Creencias
CONDUCTA Intención conductual
Información ambiental
Valores Ámbito de la actitud
Norma Social Fig. 4 Modelo de comportamiento proambiental
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Condicionantes ambientales
De esta forma el reto que plantea la promoción de estilos de vida más sostenibles está en buscar la conexión entre la norma social, los valores, las actitudes, las creencias, el contexto y la conducta, en un modelo eficiente. Un modelo abierto que se alimenta y se configura permanentemente desde un enfoque sistémico, donde se pueden promover modificaciones desde los diversos factores. Estos elementos centarles, la cognición, la actitud y el comportamiento se definen de forma dinámica, no como productos terminados, si no también como procesos, como capacidades para obtener y buscar nueva información relevante, capacidades para evaluar y valorar y capacidades para actuar. En este modelo o mapa de relaciones aquí planteado, se enfoca el papel central de las actitudes ambientales, mediando las relaciones entre los procesos cognitivos y conductuales y las interacciones con los condicionantes sociales y culturales y los factores contextuales. Proceso de mediación que es posible a través de los elementos que conforman el ámbito de la actitud: creencias, valores e intenciones conductuales (Fig.4). Los elementos adelantados por las diferentes modelos teóricos, desde la teoría de la acción razonada (Fishbein y Ajzen, 1975), la teoría de la conducta planeada (Ajzen, 1991) o el reciente modelo VBN (valores-creencias-normas) (Stern y otros, 1999), coinciden en la existencia de tres grandes grupos de variables: psicológicas, socialesculturales y contextuales que determinan el desarrollo de la acción, a los cuales es necesario incorporar factores explicativos que conforman cada uno de estos capítulos. Sí en la actualidad existe cierto acuerdo en cuanto a los factores intervinientes e incluso sobre la dirección de las relaciones directas y mediadas, ha llegado el momento de profundizar en el conocimiento de la función de los factores actitudinales específicos en relación con comportamientos proambientales determinados (sobre todo en aquellos más con más relevancia ecológica) en escenarios ambientales y sociales también diferentes. De la misma manera es urgente trasladar la información útil procedente de la reflexión teórica y el conocimiento científico al objeto de contribuir a diseñar estrategias más eficientes y efectivas para conseguir el compromiso de las personas, las comunidades y las organizaciones hacia un horizonte más solidario y proambiental.
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