CÓMO PENSAR LA GEOGRAFÍA 2
GEOGRAFÍA CRÍTICA LA VALORIZACIÓN DEL ESPACIO
Antonio Carlos Robert Moraes Wanderley Messias da Costa
ITACA
Cómo pensar la geografía 2 Geografía crítica: la valorización del espacio
Antonio Carlos Robert Moraes Wanderley Messias da Costa
Colección Cómo pensar la geografía
Dirección: Georgina Calderón Aragón Efraín León Hernández
Consejo Editorial:
Edición al cuidado de Georgina Calderón Aragón y Efraín León H ernán dez. Traduc ción y revi sión: Efraín León Hern ández. Revisión y corrección de estilo: Citlalli Gómez Farías Álvarez y Ant onio Á lvarez. Diseño de portada: Efraín Herrera Primera edición en español, 2009. Todos los der echos de la v ersión e n port ugués: Antonio Carlos Robert Moraes y Wanderley Messias da Costa. D.R. 2009 de la colección, de esta traducción al español, del logotipo de la colección y de la introducción a la versión en español: Georgina Calderón Aragón y Efraín León Hernández. D.R. 2009: Georgina Calderón Aragón y Efraín León Hernández. D.R. 2009 David Moreno Soto.
Editorial Itaca Piraña 16, Colonia del Mar C.P. 13270, México, D.F. Tel. 5 840 545 2
[email protected] ISBN 978-607-00-1749-0
Impreso y hecho en México.
Andrés Barreda Marín Armando Bartra Ariete Moyses y Rodriguez Bernardo Mangano Fernandes Boris Berenzon Gorn Carlos Walter Porto Gongalvez Lucio Oliver Costilla Mario Magallón Anaya Marcelo Lopes de Souza René Ceceña Álvarez Ruy Moreira
ÍNDICE
AGRADECIMIEN AGRADECIMIENTOS TOS ............................................................................................................ INTRODUCCIÓN A LA COLECCIÓN
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3 INTRODUCCIÓN A LA VERSIÓN EN ESPAÑOL ......................................................... 1 1 INTRODUCCIÓN DE LOS AUTORES ...............................................................................2
CAPÍTULO 1 LA RENOVACIÓN CRÍTICA DE LA GEOGRAFÍA ......................................................
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CAPÍTULO 2 3 EL PUNTO DE PARTIDA: EL MÉTODO ......................................................................... 3
CAPÍTULO 3 UNA TEORÍA MARXISTA DE LA GEOGRAFÍA ............................................................
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CAPÍTULO 4 EL MARXISMO Y LA TESIS DE LA "UNIDAD DE LA GEOGRAFÍA" ................
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CAPÍTULO 5 UNA GEOGRAFÍA DE LA SOCIEDAD
7 ............................................................................ 5
CAPÍTULO 6 SOCIEDAD Y ESPACIO
7 .........................................................................................................6
CAPÍTULO 7 VALOR Y ESPACIO ...............................................................................................................
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CAPÍTULO 8 LA VALORIZACIÓN DEL ESPACIO ..................................................................................101
CAPÍTULO 9 LA VALORIZACIÓN CAPITALISTA DEL ESPACIO ...................................................
BIBLIOGRAFÍA COMENTADA
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............................................................................................145
Agradecimientos El rescate de la colección Cómo pensar la geografía y la publicación del libro que el lector tiene en sus manos fue posible gracias al apoyo y el trabajo entusiasta de mucha gente durante varios años. En primer lugar, agradecemos a la doctora Graciela Uribe por iniciar, hace ya 15 años, el sendero crítico que hoy volvemos a caminar en esta nueva etapa de la colección; a Antonio Carlos Robert Moraes y a Wanderley Messias da Costa, autores de este libro, por haber autorizado la traducción del texto original al español y su publicación en esta colección, y a cada uno de los integrantes de Consejo Editorial por su interés y disposición inmediata a formar parte de este proyecto. Agradecemos además a Octavio Rosas Landa Ramos porque sus ideas y apoyo contribuyeron a que se pusiera en marcha esta nueva etapa de la colección; a Vanessa Pérez Tapia, Adrián Flores Rangel y Sara López Villamar por el apoyo brindado en la traducción de pasajes de este texto; a Citlalli Gómez Farías Álvarez por el apoyo arduo y desinteresado en la corrección de estilo de la traducción y la introducción al español; a Natalia Calderón García por el diseño del logotipo de la Colección, y a David Moreno por sus consejos y cuid ado en la edición de este libro. Agradecemos también por el apoyo prestado a este proyecto a Verónica Alvarado, Carlos Romero y Ana Rosen.
INTRODUCCIÓN A LA COLECCIÓN
Hace 15 años la doctora Graciela Uribe Ortega organizó y presentó una colección llamada Cómo pensar la geografía. Su recuperación para esta nueva aventura intelectual tiene como
propósito especial rendirle un homenaje. P resentamos así esta nueva etapa manifestando el agradecimiento que le tenemos por habernos acercado al pensamiento crítico latinoamericano en la geografía y en las ciencias sociales. Otro de los propósitos del resurgimiento de esta colección es el de rescatar y mantener en la memoria histórica la conciencia del trabajo colectivo que el andar crítico de la geografía y las ciencias sociales necesitan. En la serie original se publicó sólo un primer número que se titula Cuaderno de geografía brasileña, formado por una compilación de artículos de varios autores sob re diversos aspectos de esta disciplina. La enfermedad, y finalmente la muerte, sorprendieron a la doctora Graciela, por lo que no pudo culminar la publicación de un segundo libro sobre la geografía anglosajona que estaba en preparación. Afortunadamente algunos de los artículos elegidos y traducidos por ella misma para ese número fueron publicados en el libro Coordenadas sociales. Más allá del tiempo y el espacio (2005), y otros verán la luz dentro del libro El tiempo como espacio y su imaginario. Reflexiones y fundamen- tos teóricos, actualmente en prensa. Encabeza esta nueva etapa de la colección el libro Geografía crítica. La valorización del espacio. De Antonio Carlos Robert
Moraes y Wanderley Messias da Costa. Decidimos comenzar con este título porque en él se condensan buena parte de las reflexiones esenciales que ponemos en la mesa de debate de la geografía mexicana. Mismo que deseamos se extienda a estudiantes, profesores e investigadores de las ciencias sociales y humanidades en América Latina. Nuestra atención se centra en la difusión de la noción de "espacio" como instancia social dinámica, que define un a especificidad humana; esto es, nuestro ser espacio. Una noción que se vincula con todos los ámbitos de la vida social en sus mú ltiples escalas y que, por lo tanto, presupone estructuras, formas y funciones "espaciales" que se corresponden con la totalidad social,
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pero sin perder en ningún momento su especificidad. Concepto de espacio que da razón del movimiento de la sociedad y que, al tiempo de contener al resto de las instancias sociales, se encuentra contenido en ellas. Es decir, el espacio como condición, medio y res ultado de la produ cción y la r eprod ucción social, como una categoría perteneciente al conjunto de la teoría social. Propuesta vinculada con la discusión crítica del pensamiento geográfico, y qu e de ja de lado , al t iemp o qu e su pera, tant o el p ensa mien to positivista dominante como el eclecticismo característico de nuestra época. En esta colección se intenta rescatar libros clásicos y de reciente publicación, aún sin traducción a nuestra lengua, y la formación de compilaciones en las que participen científicos sociales de toda América Latina. Publicaciones que pretendemos se conviertan en escenario de recuperación de autores que han hecho aportes importantes para la aprehensión de la realidad social en su particularidad espacial, es decir, desde su geogra ficidad, pero también en un nicho d e diálogo transdiciplinar de ida y vuelta que, al tiempo que enriquezca los postulados teóricos de la geografía crítica, participe de la construcción de un pensamiento crítico latinoamericano más amplio, profundo y políticamente responsable.
INTRODUCCIÓN A LA VERSIÓN EN ESPAÑOL
El conocimiento científico y cada una de sus disciplinas se transforman incesantemente para responder a las exigencias de la cambiante realidad social. Tarea que supone, en primer lugar, una revisión constante de su instrumen tal conceptual y metodológico para preservar su eficacia explicativa. Supone también un diálogo abierto y profundo entre la filosofía y cada una de las disciplinas científicas: intensos y rigurosos debates en los que se define, nunca de manera rígida ni absoluta, la particularidad de cada rama del saber; la correspondencia entre sus "objetos" de estudio y su profunda complementariedad en la aprehensión de la totalidad social. Desgraciadamente, este momento de la construcción epistémica es cada vez más marginado en el trabajo científico conservador del presente, lo que se muestra en la excesiva parcelación y atomización del saber dominante, y en su pragmatismo utilitarista que lo pone al servicio del poder político y económico hegemónico. A nuestro juicio, esta tendencia debe ser denunciada y revertida por la ciencia crítica de manera sólida, creativa y responsable. Durante la valoración del instrumental científico y el diálogo entre las disciplinas, necesarios para conseguir mayor eficacia, la elección de un sistema filosófico de pensamiento, interpretación o representación de lo real —metafilosofía—, es una premisa fundamental, y no un elemento marginal, sólo de importancia secundaria o que incumb a a un os cuantos investigadores. Es decir que la elección del cuerpo ontológico y epistemológico de las disciplinas es tan sólo el principio de la labor crítica de la producción teórica, y no su resultado. La elección de un sistema filosófico que nos ayude a representar la realidad permite explicar la constitución y el movimiento del ser social, así como el papel de la significación y el sentido en la praxis social en su conjunto. Presupuestos de trabajo del armado epistémico de cada disciplina, que en sí mismos se encuentran siempre en debate y transformación. Eso nos obliga a concebir este doble movimiento de constitución del ser histórico y de su autoreprese ntación bajo la figu ra de un a "espiral" , y no en una imagen lineal de d eterminación rígida y unidireccional,
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ni en un circuito cerrado de determinaciones circulares. Ambas, confusiones aún comunes en nuestros días. La metáfora de la espiral dibuja el ir y venir del proceso de realización social y de su representación: ya q ue mientras muestra la reconstitución efectiva de la realidad mediante la acción social, deja en claro las determinaciones q ue la propia realidad cambiante imprime en nuestra concepción de mundo y la manera en que esta representación determina a la vez nuestro continuo rehacer y rehacemos en él. Este doble movimiento de la espiral entre lo real y su representación presupone además un ir y venir entre las disciplinas, al que se llama "transdisciplina". Un constante mirarse en el espejo entre los distintos saberes científicos que ayuda a su me jor ac oplam iento y a su desa rrollo conju nto. Diálo go qu e, vis to desde la especificidad que nos brinda la tradición geográfica, permite profundizar y adecuar nuestro instrumental conceptual y ca tegó rico, mien tras brin da u n ma rco para su m ejor y má s profunda correspondencia con el resto de las disciplinas. Este rigor y esta fortaleza disciplinarias se fundan, como ya se dijo, en expresar y desarrollar cada uno de los postulados particulares del corpus metafilosófico adoptado desde la especificidad en que nuestra realidad latinoamericana concreta es abordad a por la tradición geográfica. Los postulados de cada disciplina son puestos a prueba en este movimiento, y en última instancia se constituyen también en desdoblamientos singulares del sistema de pensamiento y representación adoptado. Es por la complejidad de la construcción responsable del saber científico, de su parcelación disciplinar y de su correspondencia con la realidad social descrita anteriormente, que cobra sentido la traducción de este libro y su presentación en México. Puesto que fue publicado por primera vez hace más de dos décadas, y que está claramente inscrito en un momento histórico de debate ya superado en la geografía brasileña, traer nuevamente este libro a la discusión podría despertar algunas inquietudes. Más de una persona podría preguntarse legítimamente por qué poner atención en una reflexión descontextualizada del debate de su época, y además por qué la que en particular propone este libro, si además en este momento del desarrollo del pensamiento geográfico existen varios trabajos que n o sólo han profundizado más en la especificidad qu e el materialismo histórico despliega
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en la geografía, sino que muchas de ellas se encuentran disponibles en nuestra propia lengua. La respuesta a estas inquietudes no es simple ni unidireccional, pero aquí presentamos algunas razones por las cuales consideramos fundamental el rescate de este libro y su presentación en la geografía crítica mexicana. Misma que esperamos que contribuya en su búsqueda de profundidad epistémica y de acompañamiento y complementariedad con el resto de las disciplinas científicas. En primer lugar, esta inquietud nos obliga a señalar que las diferencias existentes en el desarrollo del pensamiento y saber modernos no sólo se expresan en sus manifestaciones metafilosóficas y disciplinarias, sino también en su desigual despliegue y profundidad en distintos lugares. Podemos decir que —si bien las corrientes críticas de la geografía han tenido ya grandes avances en los diversos sistemas de pensamiento, sea en la fenomenología, el existencialismo, la hermenéutica o el materialismo histórico— aún los fundamentos ónticos y epistémicos discutidos para su edificación no han sido suficientemente expresados o explicitados, y menos aun debatidos en nuestra lengua. Pese a que es posible rastrear esta discusión en los debates que han surgido en otras disciplinas, en la geografía mexicana no se encuentran trabajos que clarifiquen satisfactoriamente el camino lógico y político necesario para ello. Pareciera entonces que el desarrollo de nuevos conceptos y nu evas maneras de pensar la realidad social desde su especificidad "espacial" ha sido el resultado de la genialidad de algunos pocos y no el fruto de un debate riguroso, de mucha gente y de mucho tiempo, como en realidad sucede. En otras palabras, podemos decir que la geografía crítica
mexicana se ha restringido, salvo algunos casos afortunados, a utilizar los poderosos instrumentos de investigación y de aproximación a la particularidad ontológica del espacio social, o geogra ficidad social, pero sin participar aún de su edificación, despliegue y perfeccionamiento; sin ser parte del debate necesario para profundizarlos, mejorarlos y adecuarlos a las particularidades de nuestro "espacio" y sin hacer contribuciones sustantivas a la teoría social en su conjunto. No planteamos con ello un localismo epistémico provincialista o esterilizante. Por el contrario, insistimos en la posibilidad, pero también en la necesidad y la responsabilidad, de contribuir al desarrollo de la producción teórica crítica de la geografía lati-
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noamericana. Contribución categórica y conceptual que no pase por alto nuestra especificidad y que considere nuestras propias necesidades y capacidades; que no haga de lado el constante diálogo entre la teoría, sus presupuestos y desdoblamientos disciplinarios, y la realidad histórico-geográfica concreta en la que nos encontramos. Este libro trata del camino de la producción teórica en cuanto tal. Se aproxima a la totalidad social desde la geografía de un modo particular, propuesto por Antonio Carlos Robert Moraes y Wander ley Messia s da Cost a como la valorización del espacio, y que surge en el examen del temario geográfico desde las premisas que los autores rescatan del materialismo histórico y la crítica a la economía política. En este libro los autores vinculan la categoría de "valor", en tanto q ue valor-trabajo, al proceso de producción y reproducción espacial bajo la noción de "valorización del espacio". Exploran la especificidad de esta categoría en su despliegue espacial mientras rescatan la materialidad social bajo la noción de objeto transformado por el trabajo, es decir, de objeto práctico, entendido desde su correspondencia metabólica con la sociedad que al tiempo que lo transforma lo llena de significado y sentido. De ese modo, la continua cristalización de valor en el espacio se presenta como transformación objetiva de las intermediaciones espaciales de la realidad social conjunta, y así, como una determinación de ida y vuelta. Pero no haremos la descripción puntual de la propuesta, contenida en la introducción original del texto; nos interesa resaltar más bien que ofrece más que u na opción marxista de interpretación de la geograficidad social, porque construye y explicita además una alternativa para el rescate de los instrumentos lógicos necesarios; explicita un camino para la búsqueda de nuevos conceptos disciplinares y para el constante vaciado y llenado de los ya existentes. Vía de montaje y desmontaje para la revisión de temas y conceptos básicos, en muchos casos anquilosados en la institución disciplinar de la geografía. Dicho proceso de hecho debe apreciarse más allá del sistema de pensamiento electo por los autores, pues toca formas de correspondencia filosófica y disciplinar con la realidad social igualmente válidas para otros sistemas de pensamiento. Este libro inicia, además, una reflexión en torno al necesario diálogo y correspondencia entre las disciplinas científicas o cam-
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pos del saber, también bajo el cobijo de un sistema particular de pensamiento, representación y acción social. En especial de las referencias esenciales que brinda el materialismo histórico para el tejido lógico entre las disciplinas, y que durante la primera mitad del siglo xx estuvieron ausentes en el horizonte óntico y epistémico de la geografía. Tales correspondencias y complementariedades disciplinares son posibles sin temer al fantasma del eclecticismo gracias a la congruencia interna que brindan los sistemas de pensamiento existentes y de los que se alimentan todas las disciplinas. Propuesta concreta del deseable ejercicio transdisciplinario indispensable para mantener la construcción y adec uación d el sabe r crític o latinoa mericano . Este trabajo, al tiempo de contribuir a la superación crítica de la geografía tradicional vivida en la década de 1980 en Brasil,' se apoyó en un diálogo entre la geografía y el resto de las disciplinas, mostrando también, aunque de manera menos desarrollada, un camino de construcción de este diálogo que es necesario rescatar. Diálogo entre los postulados de la geografía crítica con el resto de las disciplinas científicas que en nuestros días todavía se profundiza bajo el cobijo del propio materialismo histórico. Sin embargo, al igual que sucede con el armado interno de las categorías y conceptos de la geografía crítica, también ha quedado fuera del debate científico de nuestro país la correspondencia profunda que la geografía ha tejido con el resto de las disciplinas científicas durante las últimas décadas. Doble olvido en el qu e participan la geografía y el resto de las disciplinas científicas, y al que ya nos h emos referid o en det alle en otro s escritos. 2 En el caso mexicano se expresa en un olvido d e ida y vuelta: de la
1 Crítica propositiva que mostró y superó los límites de la propuesta determinista y falsamente sintética que la geografía tradicional había presentado como aporte central para la comprensión de la realidad social en su conjunto. Bajo el respaldo de un atroz empirismo puramente descriptivo y en el mejor de los casos bajo un positivismo causal o relacional, esta geografía entregaba al resto de las disciplinas científicas tan sólo la noción de un espacio geográfico como escenario material del devenir social y un cuerpo monográfico de conocimientos provenientes de otras disciplinas, inconexos entre sí y en mucho s de los casos carentes de capacidad explicativa interna. 2 Ver "La geografía crítica y el papel de las ciencias sociales", en Cuadernos de Trabajo núm.8, 2006. Centro de Estudios Básicos en Teoría S ocial, FcPys, UNAM.
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geografía mexicana dominante hacia el resto de las disciplinas científicas, y de ellas, también como tendencia general, hacia la geografía crítica. El primero tiene como consecuencia en la geografía la "naturalización" del movimiento social, por lo que se muestra en categorías naturalizadas y ah istóricas, poco atractivas o útiles para la teoría social en su conjunto. Y el segundo genera en el resto de las ciencias sociales una noción de espacio social sólo como condición material de existencia humana, normalmente en su vertiente física y biológica, y sin considerarlo en su particularidad ontológica. Es decir, la sociedad en su dinámica espacial interna, manifiesta en las determinantes particulares que la geograficidad social ejerce en la totalidad. Este libro nos ayuda así a no confundir la posición ética e intención política del investigador con la labor teórica necesaria para darle sustento, pero también contribuye a clarificar sus conexiones profundas. Su propuesta se funda desde un corpus metafilosófico específico, el materialismo histórico, surgido de las reflexiones de Carlos Marx y Federico Engels y que rescata, al tiempo que vincula en un sistema lógico unificado, las posiciones más acabadas de los idealismos y materialismos del siglo xix. En su andar, los autores advierten sobre la enorme pluralidad de corrientes del llamado marxismo, en algunos casos divergentes y contrapuestas. Hacen un llamado a la lectura de los clásicos y al recorrido de los debates de cada uno de sus desdoblamientos para no asumir ingenuamente posiciones superficiales, dogmáticas u ortodoxas, mientras asumen su propia posición frente a estos debates desde la qu e inician su revisión del temario geográfico. Hay que decir, por otro lado, que si bien coincidimos con la mayor parte de sus interpretaciones de los postulados del materialismo histórico y la crítica de la economía política —de las que desprenden su propuesta de reconstitución crítica de la geografía—, otras sólo podríamos aceptarlas parcialmente, y otras más simplemente no las compartimos. Es el caso, por ejemplo, del reconocimiento y despliegue que los autores hacen del llamado "materialismo histórico y dialéctico", desarrollado específicamente por Federico Engels y más adelante por Lenin. Creemos que en varios sentidos esta variante del marxismo limita y vuelve rígida la riqueza epistémica propuesta en los postulados del propio Marx.
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Estas lecturas y posiciones frente al debate marxista los llevan, por ejemplo; a defender la idea de la existencia de un va - lor intrínseco en el espacio, independiente del cristalizado por el trabajo humano, lo que a nuestro juicio contradice de entrada el corazón epistémico de la propia crítica de la economía política; a asumir la imposibilidad de pensar una ontología del espacio desde el materialismo histórico, ya que los autores restringen la espacialidad social a una mera cualidad de la materia o condición de la intuición; o a defender lo limitado e incluso incon veniente que resulta este método para pensar la naturaleza, siguiendo en ello la posición qu e Lukács tuvo respecto al estudio de la materia, pero desde una lectura sustentada en una visión cosmológica de la naturaleza correspondiente a la expresada por Engels en su Dialéctica de la naturaleza. La intención de traer este libro al debate de la geografía crítica mexicana, y a su potencial pertenencia al corpus de la teoría social, es abrir la discusión en dirección de una transformación crítica de la geografía mexicana y de su incorporación al debate con el resto de las disciplinas. Como nuestra intención no es la de evangelizar con nuestra posición a los lectores interesados, no discutiremos aquí nuestras divergencias teóricas con los autores, y asumimos que muchas de ellas deben ser objetos de un debate abierto. En fin, no pretendemos de ningún modo cancelar el debate del contenido del libro propuesto en las líneas anteriores, ni negar la validez del esfuerzo teórico realizado por los au tores, por el contrario, al reconocer su importancia y validez, invitamos a que los lectores identifiquen y asuman su propia posición frente a éstos y otros postulados desarrollados en este libro. Como Robert Moraes y Messias da Costa señalan, "el trabajo crítico de renovación de nuestra disciplina no se genera de manera espontánea, es trabajo de muchos y de mucho tiempo". Argumento que extendemos al diálogo necesario entre las disciplinas científicas, que contribuya a consolidar un pensar latinoamericano que no pase por alto su concreción espacial, es decir, un pensar latinoamericano desde nuestra propia geograficidad. Invitamos pues a polemizar y participar de éste y otros muchos debates necesarios para la construcción de una geografía crítica y una teoría social latinoamericana más potente. La invitación al debate está hecha no sólo para los geógrafos, se ex-
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tiende al conjunto de los científicos sociales y humanistas interesados en la espacialidad de los procesos sociales y en el papel activo del espacio como determinante social de ida y vuelta. Es decir, de la geograficidad social no sólo como condición y resultado del devenir de la humanidad, sino como intermediación social permanente, como instrumento, medio y procedimiento. Geograficidad social hoy siempre puesta al servicio de intereses y estrategias vinculadas a la producción y la reproducción de la totalidad capitalista en todas sus escalas; a la riqueza y la miseria generadas, y al mantenimiento y profundización de la desigualdad y la injusticia. Pero también instrumento, medio y proc edim iento real y poten cia pa ra las diver sas ap uesta s por transformar el actual estado de cosas. En esta edición se respetaron los criterios de la versión original para subrayar, entrecomillar y usar guiones y paréntesis, así como la manera de presentar las notas a pie de página y las
fuentes bibliográficas.
Georgina Calderón Aragón y Efraín León Hernández Ciudad de México, 2009.
INTRODUCCIÓN DE LOS AUTORES
La llamada "crisis de la geografía" se ha mantenido por más de dos décadas. Sea por su s presupuestos y resultados o por sus fundamentos sociales. Durante este lapso se han multiplicado las críticas a las teorías "tradicionales". Hoy podemos decir qu e la geografía tradicional —fundamentada en el positivismo clásico— está superada. Su pervivencia se manifiesta apenas en los trabajos de viejas instituciones de enseñanza o, en forma renovada, en la continuidad que tiene con las propuestas geográficas contemporáneas orientadas por el neopositivismo. Incluso ya se aglutinan en la actu alidad las críticas a estas últimas, críticas que constituyen en última instancia u n fuego cerrado al movimiento de renovación conservadora de la geografía. A pesar del avance de la crítica y la lucha ideológica, no son alentadores la evaluación y el volumen de los resultados de las nuevas propuestas desarrolladas en el campo del pensamiento crítico. Los esfuerzos realizados no derivan aún en la construcción de una amplia, sólida y difundida linea de investigación. Las propuestas emergentes del movimiento de renovación crítica padecen aún de insuficiencias de orden variado: ya sea por un excesivo y est erilizan te te oricism o qu e ent urbia o limita la pro puest a; po r la fragilidad de sus presupuestos teórico-metodológicos, o incluso por el simplismo o espíritu dogmático. En fin, a pesar de algunas distinciones de importancia —no estamos negando que algunos autores, aisladamente, hayan contribuido con propuestas de real significado—, el cuadro general de la geografía crítica no puede generar aún las nuevas propuestas que el momento requiere. La propia historia de la geografía muestra que el retorno a los estudios empíricos no es una solución adecuada para superar la situación actual. Podemos decir que el camino para el esclarecimiento de la teoría es teórico. Sin presupuestos ni instrumentos definidos, caminaríamos a ciegas en el tratamiento del mundo empírico y reproduciríamos los equívocos del pasado. La eventual "buena intención" de nuestros objetivos sociales no nos salvaría de conducirnos nuevamente por la senda del empirismo. El presente trabajo pretende estimular las preocupaciones teóricas de los geógrafos y ayudar a que éstas se desarrollen en
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un sentido que posibilite la aprehensión del movimiento de la realidad. Nuestros objetivos finales —extremadamente pretenciosos— son los de llegar a la construcción de una teoría marxista de la geografía. Sin embargo, la meta inmediata en este volumen es más modesta. Intentaremos tan sólo delinear el tra yecto d e la reve lación del ob jetivo g eográfico a la lu z de u n mé todo específico: el materialismo histórico y dialéctico. Por tanto, examinaremos el temario geográfico relacionado con los posicionamientos normativos generales de este método. De esta forma, en el transcurso de todo el volumen trabajaremos en un nivel de abstracción bastante elevado. El recorrido será esencialmente teórico, se discutirán aspectos bastante generales y, por lo tanto, abstractos. El desarrollo del trabajo se conducirá entonces por la elucidación metodológica de presupuestos, categorías y encaminamientos generales; bases para investigaciones futuras. En nuestro plan de investigación, a este volumen le seguirá otro (ya en elaboración) dedicado a algunas concreciones de la propuesta aquí presentada. El trabajo es pensado tomando en cuenta los dos volúmenes, sin embargo cada uno posee unidad interna. El primero discutirá (construyendo) la idea de valorización del espacio, como objeto propio de la investigación geográfica. El segundo examinará el proceso de formación territorial en diferentes sociedades contemporáneas. Al final de este libro presentaremos el índice de los temas que serán tratados en el siguiente. Como se ha comentado, estaremos discutiendo cuestiones muy abstractas (posturas, fundamentos). No obstante, nuestra intención es didáctica, razón por la cual intentaremos desarrollar los argumentos en un lenguaje accesible, por lo qu e la exposición será casi coloquial, sin citas o notas al pie de página (la bibliografía que nos fundamenta será detallada al final del texto). Nuestra intención es integrar al mayor nú mero posible de personas a esta discusión para que, a partir de la polémica y el d ebate , rea licemos el amb icioso objet ivo q ue no s anim a. La propuesta que presentamos es el resultado de un trabajo (de estudio, reflexión y debate) de casi siete años. Resultados parciales de estas investigaciones fueron expuestos en dos artículos que publicamos en coautoría: "Valor, espato e a questáo do método", escrito en 1978 y publicado en la revista Temas de ciéncias humanas, núm.5 (1979), y "A geografia e o processo
devalorizaÇáo do espato", escrito en 1980 y publicado en la co-
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lección Novos rumos da geografia brasileira (1982). El presente volumen detalla y desarrolla las preocupaciones centrales externadas en estos artículos. Muchas de las ideas en ellos contenidas fueron reformuladas, enriquecidas e incluso refutadas; por ejemplo, la concepción de "geografía marxista" o, incluso, la de la posibilidad de una "ontología del espacio". Muchas de las críticas que recibimos fueron incorporadas. Otras no nos convencieron, pero intentamos polemizar con ellas en este volumen. Cabe aún mencionar que, entre el artículo escrito en 1980 y el libro que presentamos, median nuestras tesis de maestría (tangenciales a la problemática tratada) y una serie de reflexiones y estudios, expuestos en artículos individuales. En este sentido, el trabajo es un afinamiento de nuestra perspectiva. Consideramos que en la redacción de este trabajo se encuentra el esbozo de un acercamiento marxista a la discusión de la geografía. En el periodo actual, marcado por la búsqueda intensiva de n uevas orientaciones, nuestras formulaciones asientan un camino posible, claramente fundamentado y fruto de opciones conscientes. Tenemos claro que éste no es el único camino, y qu e el o bjetiv o per seguid o no es el único capaz de co nstitu irse en una geografía crítica. La pluralidad de concepciones es en nuestra opinión un valor universal y una condición para el libre desarrollo del trabajo científico en cualquier campo. Invitamos al lector a recorrer con nosotros el trayecto de la construcción de una propuesta para la investigación geográfica en su vertiente crítica. Pedimos sólo que se llene de espíritu crítico y que no pierda de vista la afirmación de Estrabón: "creemos que la geografía, más que cualquier otra ciencia, es un trabajo de filósofo". Sáo Paulo, 1984.
1. LA RENOVACIÓN CRÍTICA DE LA GEOGRAFÍA
El conocimiento científico es un producto histórico, un resultado del desarrollo de la relación entre las sociedades y la realidad en la que están insertas. Esta forma de conocimiento muestra un estadio superior de aprehensión, representación y sistematización de la realidad. Las ciencias —sus definiciones, clasificaciones, etcétera— son construcciones humanas sujetas a las determinaciones de la época y de la sociedad que las produce. Discutir la producción científica es, de esta manera, discutir el contexto en el que ella se engendra. Lo qu e no implica un determinismo histórico o una reducción sociológica, en la medida en la q ue se entiende que el campo de las determinaciones es múltiple y complejo. Y aunque no se puedan negar las condiciones endógenas del progreso científico, están en el fondo mediadas por determinaciones sociales. Por tanto, el conocimiento científico como un todo, y en cad a ciencia en particular, refleja las transformaciones por las que transita el movimiento de las sociedades, y en este sentido las ciencias son siempre expresiones de su época. Como segmento de la realidad social, la práctica científica manifiesta también la contradicción que rige el movimiento de las sociedades. El científico es un ser social, y su actividad una práctica definida por la división social del trabajo. Es erróneo pensar que el progreso científico circule por un campo absolutamente autónomo, independiente de las relaciones económicas y políticas vigentes. Apoyado incluso en criterios de objetividad, el debate científico muestra siempre las concepciones de mundo divergentes que existen en una sociedad dada. La influencia de la localización social del científico sobre su producción va en una escala creciente desde las ciencias de la naturaleza hacia las ciencias humanas. En el dominio d e las ciencias sociales (strico censu) tal influencia es casi completa; lo que no impide la existencia de criterios de objetividad también en esa vertiente del saber. Tales criterios resultan del carácter normado del trabajo científico, el cual se apoya en preceptos y códigos universalmente establecidos. Sin embargo, las teorías de las ciencias sociales se mueven en un intervalo tenso, sin poder echar mano de la experimentación y utilizando sólo de forma limitada la cuantifi-
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cación. Notoriamente, en este campo la relación entre ciencia e ideología es tensa y no cristalina, como proponen los seguidores del criticismo vulgar. Los postulados científicos son esencialmente dinámicos, tanto en función de su proceso interno —nuevos descubrimientos, nuevas técnicas e instrumentos de investigación, etcétera— como de su adecuación al movimiento social. La mutabilidad constante es una característica de la actividad científica. El cambio es así condición de progreso. Es el cuestionamiento, y no la tradición, el elemento de avance de las ciencias. La verdad científica expresa siempre un saber que será superado. A pesar de ser presentada como absoluta en el momento de su formulación, es una verdad esencialmente relativa, y por tanto superable por un conocimiento posterior más elevado (del cual ya es parte dialéctica en constitución) y por el propio movimiento de lo real (que la sitúa como conocimiento del pasado, este sí absoluto). Una ciencia repetitiva es una ciencia estancada. Lo desconocido, lo nuevo, lo que está aún por descubrirse, es la meta de todo el trabajo científico. Es a la luz de las consideraciones anteriormente enunciadas que la situación actual de la geografía debe ser discutida. La ciencia geográfica es muy antigua y conoció diferentes contenidos y definiciones a lo largo de su historia. La concepción de geografía en la antigüedad o en la edad media no es la misma que la de la época moderna. El sentido que hoy se atribuye a esta ciencia no tiene más de doscientos años. Incluso la idea específica de una geografía humana tiene menos de un siglo. Si tomamos como ejemplo la Síntesis geográfica, obra máxima de Ptolomeo, traducida al árabe con el título de Almagesto, su contenido parecerá poco geográfico en la actualidad. Lo mismo se diría de varias obras de la geografía premoderna. Muchos
estudios del pasado remoto, originados sin el recurso a nombre de la "geografía", podrían ser considerados como presuntamente "geográficos" para la visión contemporánea. Es posible dedu cir, a partir de lo expuesto, que a la par de las geografías explícitamente producidas en cada época, existe un cuerpo de conocimientos que podría ser considerado como geográfico según la actual concepción de esta ciencia. A ese conjunto se le ha dado el nombre de "pensamiento geográfico", y su definición camb ia constantemente.
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Es desde la perspectiva del "pensamiento geográfico" que obras de Aristóteles, Montesquieu y muchos otros autores que nunca se consideraron geógrafos, resultaron inspiradoras para la geografía moderna. El "pensamiento geográfico" anterior es definido siempre, vuélvase a decir, por la óptica del presente. Por consiguiente, no hay nada de extraño en que la geografía de hoy, viviendo el inicio de una nueva concepción, vaya a buscar inspiración en escritos extrageográficos. La fidelidad a u na tradición no puede ser el criterio para el avance, pues inhibe la creatividad y, por tanto, la posibilidad de pensar el nuevo momento. Al redefinirse el contenido de la geografía, se redefinen a su vez las obras que lo influirán y se delimita así un nuevo campo de pensamiento geográfico. Debe observarse que este campo tiene más relación con la concepción en boga de lo qu e, en la mayoría de los casos, tienen que ver las geografías anteriores. La geografía moderna, que se inicia con las obras de Ratzel y Vidal de la B lache — y que en la perspectiv a de su s uperación ya es d enomi nada como " tradicio nal"— , se d esarroll a práctic amente dentro de paradigmas positivistas. Incluso sin tener esa orientación metodológica por cuna, y a pesar de las reiteradas apelaciones institucionales que aparecen en su historia, es el positivismo el que domina su evolución en el siglo xx. El punto de inflexión de esa geografía es, entonces, la crítica al positivismo. En este sentido, la ciencia acompaña el movimiento general de la realidad y del conocimiento que avala el dominio de este método en el trabajo científico. Se debe mencionar que la geografía está rezagada en este proceso, ya vivido por otras ciencias como la física y la sociología. La renovación de la ciencia geográfica se presenta hoy como una ruptura con el positivismo clásico o empírico. La crisis de la geografía tradicional es un capítulo tardío del ocaso del pensamiento positivista. El movimiento de renovación de la ciencia geográfica no puede vivir sólo de la crítica a las formas tradicionales; ninguna
ciencia se sustantiva sólo por la negación. La geografía positivista conoció contestaciones surgidas del propio campo de la geografía en el transcurso de su historia, pero eran críticas esporádicas, emitidas por figuras discrepantes como Elisée Reclus o Jean Dr esch, y q ue no tu vieron la fu erza para cre ar un ca mino alternativo. Las grandes polémicas geográficas se restringían a debates dentro del propio positivismo (por ejemplo, el deba-
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te entre "posibilidades" y "determinaciones"). Fue sólo a partir de la década de 1950 que surgió una crítica más cerrada a los postulados tradicionales, en un proceso gradual de contestación que tiene su auge en los años sesenta con la llamada "crisis de la geografía", periodo aceptado por autores de las más variadas corrientes. En este proceso se realizó una d isección minuciosa de las propuestas tradicionales, tanto en el horizonte especificamente epistemológico como en el plano de sus fundamentos sociales. El saldo inmediato del trabajo fue la reincorporación de la duda y el derrumbe de los presupuestos sobre los cuales reposaba la investigación geográfica. Se vivió un largo periodo de crítica, crisis y cuestionamiento. Es decir, de desmontaje de propuestas cristalizadas por la tradición. Si la década de los sesenta fue marcada por el fuego cerrado a la geografía tradicional, los años ochenta demandaron nuevas propuestas sustantivas. El peligro actual es tener por meta la crítica de un saber en tránsito, es decir, una autofagia de la crisis. Urge indagar por nuevos caminos con audacia y seriedad teórica. Es necesario formular nuevas vías para el trabajo del geógrafo, que no sólo incorporen la crítica teórica, sino también una moderna tecnología de investigación y nuevos objetivos sociales. En fin, toca al presente construir la nueva geografia. Ésta no aparecerá de pronto en la cabeza de algún teórico iluminado; su construcción será el fruto de un lento trabajo de investigación, formulación, refutación y discusión que ya se encuentra en curso. El avance de la ciencia es resultado de la actividad social. Una obra de muchos y de paciencia cuyo producto también estará destinado a la superación futura. Pero en este momento de renovación de la geografía se debe temer, además, a las soluciones fáciles y al simplismo, que no dan cuenta de la realidad compleja en que vivimos. Frente a la argumentación aquí desarrollada, alguien podría preguntar: ¿el momento actual de la geografía es sólo de ruptura? ¿No existe ningún tipo de lazo con las formulaciones tradicionales? ¿Por qué hablar entonces de geografía? Son dudas bastante pertinentes. Aquí intentaremos esbozar algunas respuestas, al explicar el juego entre continuidad y discontinuidad en el proceso renovador de esta ciencia. En primer lugar, se debe recordar la existencia de una inercia en los sistemas y aparatos institucionales de producción y difusión de la ciencia. E l espacio existente para la formulación
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de nuevas propuestas es el heredado del pasado y está, por consiguiente, organizado en función de las concepciones entonces dominantes. La velocidad de la transformación de las instituciones científicas es mucho menor que la del conocimiento. Esto realmente lleva a un desfase entre los compartimentos del saber científico y sus contenidos. Sus delimitaciones, comenzando por las de formulación más antigua, son representadas por los espacios institucionales existentes para la realización de la investigación y la discusión de un conjunto de temas específicos. Incluso, pese a la reciente apertura para el trabajo interdisciplinario, el sistema institucional de la producción científica en Brasil es aún muy rígido. De ahí que sucesivos avances en variados campos se acumulen en divisiones del sistema de enseñanza e investigación que ya no corresponden a la situación presente de la labor científica, con lo que se genera u n distanciamiento exponencial entre la realidad del trabajo y su localización institucional. Entendemos que la cuestión de los compartimentos del saber científico es secundaria, pero no despreciable. El criterio para validar un estudio no pue de ser su fidelidad a los límites formales de una rama del saber, en sí misma susceptible de controversias (sustento de la polémica en torno al objeto, en el ámbito estricto de la geografía tradicional). Un criterio más adecuado es el de la relevancia social de los estudios o el de su valor intrínseco para el desarrollo de la ciencia. Lo esencial de una investigación no es su inclusión en una rama del saber, sino su modo de aprehender lo real. No obstante, la cuestión de la división de las ciencias y de la clasificación de sus campos es importante para el control lógico del trabajo científico en una era de intensa especialización de las investigaciones. Es necesario comprender y definir claramente el segmento de lo real en el que se enfoca. Una vaga idea de totalidad no propicia un fundamento seguro para la investigación en cualquier campo. Es necesario precisar bien el objeto del que se habla. Sólo su efectiva delimitación permite localizarlo en un universo mayor. Se advierte que el tratamiento de ese problema —la d elimitac ión d e los cam pos de conocim iento ci entífico -- n o puede reposar en el dominio de la escolástica de las clasificaciones, sino en la fidelidad a los cortes y segmentos de lo propiamente real (esta cuestión será retomada en otro capítulo). Expuesta la anterior reserva, se llega al problema de la continuidad en el desarrollo de la investigación geográfica. La revi-
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que explica los trazos apenas esbozados inicialmente, que revela sus relaciones internas y que precisa su localización en u n universo mayor (desnudando también, por tanto, sus relaciones externas). El objeto es el temario trabajado a la luz de un determinado método, esto es, filtrado por una concepción del mundo. Podemos decir que el objeto es el punto d e llegada de una empresa teórica de elucidación de las características propias de la investigación geográfica, y que el temario es el punto de partida de tal proceso. La recurrencia de un conjunto de temas en toda la h istoria de la geografía es un hecho que no encuentra muchos problemas. Algunos de estos temas fueron bastante trabajados a lo largo del tiempo y, por tanto, no se puede decir que el temario geográfico se encuentre en estado bruto o embrionario (como trata de explicar la ya desgastada tesis de que la geografía "es una ciencia en formulación"). Muchas soluciones ya fueron intentadas, muchos cuestionamientos ya fueron levantados, muchas propuestas enunciadas. Es este material la h erencia de los geógrafos cuyo destino, creemos, no debe ser el basurero de la historia. Al contrario, la perfecta comprensión de este saber pasado es un presupuesto para un avance futuro. La disección del material acumulado permite el rescate de las formulaciones más avanzadas, de los cuestionamientos más consecuentes, de las soluciones más desarrolladas y del rechazo de los equívocos del pasado. De este trabajo debe brotar el conjunto —ya refinado en parte— de temas que merecen ser retomados como los más fructíferos caminos y los de mayor relevancia social. El movimiento de renovación de la geografía deberá ser, entonces, un retorno a la discusión del temario, delimitado a la luz de nuevos parámetros metodológicos. Como ya se expuso, la geografía tradicional estuvo casi totalmente dominada por el positivismo, aunque su discusión pasó por otras varias vertientes metodológicas de la ciencia moderna. De este modo, hay caminos que, en lo concerniente al método, no han sido recorridos por los geógrafos. Caminos que deberán ser ahora revelados en el proceso de construcción de la geografía del porvenir.
sión crítica de la geografía tradicional, y su confrontación con las concepciones anteriores de esta ciencia, permiten observar qu e entre la diversidad de propuestas es visible un hilo condu ctor que, relativamente, unifica las varias formulaciones. Pero dicho elemento aparece como una definición negativa, es decir, delimita lo que no es geográfico sin identificar con claridad qué sí lo es. Se asume como geografía una visión telúrica de los fenómenos. Se limita el análisis a lo que se manifiesta en la superficie de la Tierra. La característica recurrente en las distintas geografías para delimitar un universo temático-genérico es el enfoque espacial, ligado a la dimensión terrestre de los eventos estudiados. Éste es el universo que ha sido trabajado históricamente por los geógrafos, tanto en el ámbito de los estudios empíricos como en el teórico-abstracto de formulación del objeto geográfico. Las diferentes propuestas de definición del objeto de la geografía —formuladas a lo largo de su historia con los recursos teóricos disponibles— son tentativas de dar cuenta del universo temático aludido. Se debe decir que tal empresa no logró ningún éxito integral en ninguna de dichas tentativas. Sin duda, la extensión del horizonte de investigación y su sobreposición con otros campos del conocimiento científico fueron los principales elementos responsables de las dificultades encontradas. Al pretender abarcar todo el espectro de temas anhelados, la definición de geografía resultaba vaga e imprecisa. La formulación de definiciones más rigurosas siempre implicó el empobrecimiento de los objetos iniciales. Debido a eso esta ciencia convive con el fantasma de la indefinición de su objeto. Este proceso sólo vino a agravar el desarrollo de la ciencia como un todo (que culminó con la ya mencionada "crisis de la geografía"). Una serie de graves problemas epistemológicos derivan de esta fragilidad de base. La dualidad entre geografía física y geografía humana es un buen ejemplo de tales problemas, como también lo son la dualidad entre escala global y local; entre descripción y explicación, o también entre la perspectiva sintética y las inevitables especializaciones. Tales cuestiones serán retomadas más adelante. Cabe aquí aclarar que no debe confundirse un temario común de la geografía con una definición del objeto. El objeto es fruto del refinamiento teórico de tal temario, y le confiere identidad articulada a una disciplina. La definición del objeto es resultado de un trabajo de reflexión efectuado sobre el temario. Trabajo IL
2.
EL PUNTO DE PARTIDA: EL MÉTODO
La elección del método es el primer presupuesto del proceso de construcción de una nueva concepción de la geografía. Las referencias originarias de la posición metodológica asumida permiten la revisión crítica del conocimiento geográfico tradicional y ofrecen parámetros para el rescate de elementos que se consideren relevantes o consistentes. En este sentido, el método orienta de inicio la delimitación del "temario" de la geografía; dirige la discusión de los problemas propios de tal temario, y precisa el orden de dicha discusión. Además, la opción metodológica es la que define lo que será el "pensamiento geográfico" vinculado con la concepción en construcción y los elementos para su lectura. En fin, el método establece los instrumentos que manipularemos a lo largo de todo el proceso. Antes de continuar con la argumentación, conviene hacer explícito el significado comunmente atribuido a los términos "método" y "metodología". De inicio apuntamos la distinción entre mé- todo de interpretación y método de investigación, cuya confusión ha sido fuente de graves equívocos. El primero es la concepción de mundo d el investigador, su visión de la realidad, la ciencia, el movimiento, etcétera. Es la sistematización de las formas de ver lo real, la representación lógica y racional del entendimiento que se tiene del mundo y de la vida. El método de interpretación incluye las posturas filosóficas, la elección de categorías frente a cuestiones de lógica y, por qué no decir, la ideología y la posición política del científico. El método es, en este sentido, el elemento de relación entre los varios campos de la ciencia y de cada uno de ellos con la filosofía. Se puede decir que es el esqueleto estructural sobre el cual reposa cualquier conocimiento científico. Incluso la negación del método es la exteriorización de una posición metodológica. Concluyamos: el método de interpretación es una concepción de mundo normada y orientada hacia la investigación científica; es la aplicación de un s istema filosófico en el trabajo de la ciencia. Por su parte, el método de investigación se ocupa del conjunto de técnicas utilizadas en determinado estudio. Se relaciona más con los problemas operativos de la investigación que con
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sus fundamentos filosóficos. Se puede decir que el empleo de un método de investigación no implica directamente las posturas políticas o concepciones existenciales del investigador, sino que es el resultado inmediato de las demandas d el objeto tratado y de los recursos técnicos de que dispone. Lenin, por ejemplo, en su libro Desarrollo del capitalismo en Rusia, hace un uso intenso de los métodos cuantitativos, a pesar de que el marxismo (su método de interpretación) da prioridad a la vía cualitativa para el entendimiento de la realidad social. Lo que ocurre es que determinadas posturas interpretativas imponen al trabajo científico el uso exclusivo de ciertas técnicas de análisis (es el caso de la "New G eography", con las técnicas estadísticas y las originadas en la teoría de sistemas). De cualquier modo, la opción por una metodología de investigación no define a priori los resultados interpretativos del trabajo ejecutado. Incluso estudios orientados por diferentes métodos de interpretación pueden hacer uso de la misma metodología de investigación. La distinción realizada anteriormente es muy importante, ya qu e la con fusión entre e stas do s defin iciones puede genera r graves equívocos. El principal de ellos es el de ocultar la existencia de la diversidad de métodos de interpretación. Algunos planteamientos, ligados a la orientación neopositivista, insisten en proclamarse como los únicos "científicos". Afirman que sus estudios son apoyados por técnicas consagradas y "objetivas", mientras califican a las demás perspectivas de interpretación existentes como "subjetivistas", "metafísicas" o "ideológicas". Dicha posición no respeta ni la diversidad de los fenómenos de lo real, ni la de las formas de abordarlos. Aprueba una dirección única del análisis que tiene por modelo los procedimientos propios de las ciencias naturales. Para los autores que profesan esta visión, hay apenas un método —el "científico"—, común a todos los campos de la ciencia (juicio heredado del positivismo clásico). Frente a esa posición, los estudios referentes al hombre y a la vida s ocial — poseed ores d e cua lidad es pro pias— serían prácticamente imposibles fuera de los parámetros positivistas. Para la concepción neopositivista —sólo uno de los métodos de interpretación entre otros existentes— el método "científico" se justifi ca por la s técn icas de investig ación utilizad as. Otro equívoco, resultado de no d istinguir entre la diversidad de métodos, es el de clasificar un trabajo dado b asándose sólo
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en la metodología de investigación empleada. Esa postura es bastante común en el marxismo vulgar que, en función de ello, pasa de largo al avance de las técnicas modernas del trabajo científico. El ejemplo citado de Lenin bastaría para mostrar el error de esa visión, por no hablar de las ecuaciones matemáticas desarrolladas por Marx en El capital. Las técnicas de análisis son un patrimonio común de la ciencia y están en constante perfeccionamiento. El uso de una determinada técnica no define las directrices interpretativas de una investigación, y mucho menos el perfil ideológico del investigador. Sería como decir que el tipo de cacerola o la forma de la cuchara definen las cualidades gastronómicas de un platillo. Urge, por tanto, marcar adecuadamente la diferencia entre método de interpretación y método de investigación. La elección clara de un método es fundamental para cualquiera que deseé avanzar en el proceso de construcción de una nueva geografía. Es esta elección la que define los caminos que tal empresa deberá recorrer, sus presupuestos, sus metas y sus limites. Explicitar la posición asumida garantiza la coherencia en el transcurso de la investigación, ya que revela el control lógico y la conciencia que el investigador tiene de los instrumentos de su trabajo. No elegir significa dejar trazados muy vagamente los presupuestos fundamentales y las posturas básicas de la propuesta a un método no implica aferrarser construida. Sin embargo, se doctrinariamente a él. ELrnétodb,no debe ser visto como algo estático y cristalizado; no debe set una camisa de fuerza para el investigador. Posee un dinamismo interno de perfeccionamiento y renov ación d ado por su uso en el t ratamien to de los difere ntes fenómenos. Al poner a prueba sus proposiciones para la explicación de nuevos problemas, son las investigaciones en los varios campos de la ciencia las que alimentan el desarrollo de todas las posiciones metodológicas. El método que dirige el trabajo de las ciencias se retroalimenta en un proceso de perfeccionamiento constante. El compromiso del científico sólo puede ser con lo real. Cuando la realidad observada no encuentra correspondencia en los presupuestos metodológicos, son éstos los que deben ser revisados. Esa revisión no puede ser ignorada, a riesgo de caer en un doctrinarismo estéril (que niega lo real) o en la indeterminación típica del eclecticismo (que lleva la investigación por la "noche oscura del relativismo, donde todos los gatos son pardos"). _ —
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El problema expuesto es esencial, ya que lo único científicamente aceptable es la revisión constante de las proposiciones metodológicas. La metodología asumida, cualquiera que sea, debe ser renovada ininterrumpidamente, pues tiene en la práctica de la ciencia su razón de existir. Frente a los problemas metodológicos encontrados en una investigación dada, el eclecticismo —el uso de proposiciones de varios métodos, sin tomar en cuenta sus presupuestos antagónicos— se presenta como salida fácil, pero es equivocada. Tal postura, a menos que sea explicitada al inicio del trabajo (lo que la coloca como una opción metodológica hoy existente en la ciencia), origina una gran indeterminación. Se cierran los ojos a los problemas encontrados, mientras se prosigue la investigación sobre bases frágiles. En la situación en la que hoy se encuentra la geografía —construcción de nuevos objetivos y perspectivas—, la postura ecléctica es sumamente dañina, pues dirige el esfuerzo renovador hacia horizontes poco sólidos en términos teórico-metodológicos. La postura fértil es la que revisa los postulados del método sin desistir de la coherencia interna de sus enunciados. De lo anteriormente expuesto concluimos que el primer paso de renovación es el estudio profundo del método asumido. Las obras clásicas, generadoras de la perspectiva en cuestión, deberán ser necesariamente examinadas y no substituidas por libros de renovación sintética de sus contenidos. En el caso del marxismo, por ejemplo, la lectura del manual de Martha Harnecker no sustituye el trabajo directo en los textos de Marx. Las lecturas de un determinado autor no están exentas o privadas de controversias interpretativas. Las obras "didácticas" o "introductorias" de vulgarización de las ideas pasan por los juicios y las perspectivas de los comentaristas. Sin embargo, el estudio del método no puede restringirse al conocimiento de los clásicos —lo que puede llevar a muchos equívocos de cuño doctrinario—. También es necesario estudiar los desdoblamientos de las formulaciones clásicas, las polémicas presentadas en el ámbito de la vertiente metodológica elegida y, principalmente, la producción contemporánea. Al mismo tiempo, tomando el ejemplo del marxismo, no es suficiente la lectura de Marx; hay que conocer también las obras de Lenin, Kautsky, Rosa Luxemburgo, Trotski, Gramsci, Lukács, entre otros, hasta llegar al debate actual con Althusser, Poulantzas, Lefebvre, etcétera. Nótese que la tarea es ardua y la preocupación debe ser constante.
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El método, puesto que es la expresión de sistemas filosóficos, posee una extensión mayor que cada campo de la ciencia por separado. Tiene, para cada discusión en particular, orientaciones generales, experiencias acumuladas, conceptos y categorías ya afinados, que actúan como enclaves generales para la reflexión en curso. La opción metodológica proporciona al investigador la adhesión a una lógica (formal, dialéctica, matemática, etcétera). Proporciona también respuestas para las cuestiones gnoseológicas: postura frente a lo real, frente al propio conocimiento, concepción de movimiento, etcétera. Proporciona además una visión de la h istoria (armónica, lineal, acumulativa, contradictoria, etcétera). La elección del método puede producir una teoría de la sociedad o de la naturaleza que se sobreponga a los abordajes particulares de cada ciencia. El método introduce significados para categorías generales (por ejemplo, una comprensión propia del espacio y del tiempo) y conocimientos que le son específicos (por ejemplo, el de "pares de oposición" para el estructuralismo, o el de "ethos" para el abordaje comprensivo de Max Weber). En fin, el método es el puente entre la reflexión de una ciencia particular y la producción histórica acumulada, mientras deja claro el carácter social de la ac tividad científica. Es con los instrumentos proporcionados por el método que la cuestión del objeto geográfico debe ser trabajada. El objeto es el temario críticamente recuperado por una perspectiva metodológica. Al ser variados los métodos, los resultados del trabajo también serán diferentes. Por eso es imposible llegar a una definición consensual del objeto, pues ésta variará en función de los métodos asumidos. Creer en la posibilidad de una definición de consenso —sin tomar en cuenta la diversidad metodológica existente— fue uno de los equívocos de la geografía tradicional. Existieron tantas definiciones del objeto geográfico como número de perspectivas metodológicas capaces de abordar el temario de la disciplina. En este volumen intentaremos delimitar uno de los caminos posibles. Para concluir, reforcemos la idea de que optar por un determinado método y su estudio representa sólo el punto de partida para la construcción de una nu eva geografía. Algunos autores, incluyendo la vertiente crítica del movimiento renovador, consideran que la adhesión a una perspectiva metodológica resuelve de inmediato los problemas con los que se enfrenta la investi-
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gación geográfica actual. Toman la elección del método como punto de llegada, y no como punto de partida . Ésto los lleva a sustituir formulaciones sustantivas (e incluso erróneas) de la geografía tradicional por formulaciones de principios del método que asumieron. Al discurso tradicional, que por lo menos intentaba dar cuenta de la realidad, se le contraponen abstracciones metodológicas o, peor aún, tecnicismos directamente políticos. Ideologizan el debate científico y ocasionan un daño a la efectiva renovación de la in vestigación geográfica. Las cuestiones de la ciencia no se resuelven por apelar directamente al orden de la práctica política, ni con la repetición (en la mayoría de los casos descontextualizada) de máximas metodológicas. Decir, por ejemplo, que la contradicción capital-trabajo explica la organización del espacio en el mundo capitalista no es decir mucho, pues tal "explicación" engloba realidades profundamente impares, como la isla de Manhattan y el agreste noreste brasileño. Una fórmula de contenido tan vago lleva a la pérdida de algo esencial de la herencia de los geógrafos: la especificación de las diferencias entre los lugares y el estudio de las realidades singulares. Hay un largo camino por delante en el proceso de renovación de la geografía. La explicita adopción de una perspectiva metodológica revela apenas los primeros pasos de este camino.
3. UNA TEORÍA MARXISTA DE LA GEOGRAFÍA
La metodología aquí asumida es clara e inequívoca: trabajare-
mos el temario geográfico a la luz del materialismo histórico y dialéctico. Este método de interpretación de la realidad se desarrolló a partir de las formulaciones originales de C arlos Marx y Federico Engels —contrariamente al deseo de Marx—, que en su conjunto suelen ser denominadas "marxismo". A pesar de las tentativas aún difíciles de extenderlo, su campo de acción se restringe al dominio de las ciencias humanas. La obra de sus pioneros puede describirse como la elaboración de una teoría general de la historia de las sociedades. Ésta se basa en un sistema filosófico propio que tiene su piedra angular en la relación entre teoría y práctica. Para el marxismo sólo la visión crítica permite aprender la esencia de los procesos sociales, sólo la inserción en el movimiento permite su entendimiento. Por eso a é l se le asocia una práctica política: la propuesta del socialismo científico. Han pasado ya más de cien años desde la muerte de Marx. Durante ese tiempo sus formulaciones han sido trabajadas por un número significativo de autores. Algunos, se dedicaron a revisarlas o criticarlas, otros intentaron perfeccionarlas mientras dirigían su análisis hacia temas más específicos; otros incluso se dedicaron a su análisis conceptual o lógico. Un número más restringido de pensadores intentó mantener la contemporaneidad de las formulaciones marxistas al discutirlas desde un punto de vista global. El materialismo histórico y dialéctico fue aplicado en el análisis de realidades extremadamente diversas, de sociedades muy distintas y de los más variados problemas. En diferentes momentos y países, las coyunturas presentadas por la acción política exigieron la formulación de argumentos que enriquecieron el patrimonio teórico marxista. Todo este proceso se desarrolló por caminos también diversificados y muchas veces antagónicos. Se generaron polémicas y se delinearon posiciones excluyentes y conflictivas. El desarrollo del legado teórico de Marx avanzó por diferentes vías que hoy coexisten en un diversificado campo de debate. El marxismo contemporáneo presenta una gran pluralidad de orientaciones. Al contrario de lo que proclama su vertiente
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vulgar, no existe una sola concepción monolítica, ni un conjunto homogéneo de preocupaciones. Por el contrario, reina un debate interno bastante intenso: las discordancias profundas (teóricas y prácticas) entre Lenin y Rosa Luxemburgo; el embate entre ambos (y el de Engels) con Kautsky, que también polemiza con Ple jánov; la d isputa en tre Trotsk i, Bu jarin y S talin por la sucesión de Lenin al frente del Estado soviético, inundada de concepciones teóricas dispares; la oposición entre las formulaciones de Lukács y las d e Alth usser , en tiempo s más recien tes. Lo s ejem plos s e multiplican, y todos afirman la multiplicidad del marxismo actual. En la actualidad, algunos autores llegan a defender la idea de la imposibilidad de agrupar estas diferentes orientaciones en una designación unitaria. Por tanto, hoy día no basta autonombrarse marxista; hay que especificar más la localización de la orientación asumida, explicar la vertiente del materialismo histórico y dialéctico por la cual se optó. Esto no quiere decir que no exista una identidad común en la adhesión a tal método. Existen una serie de fundamentos plenamente aceptados que diferencian el campo marxista de las demás posiciones existentes; estos principios comunes serán discutidos en los capítulos siguientes. Una profunda d iscordancia entre posturas, que revela diferentes vías de discusión dentro del campo marxista, pued e ser bien ilustrada por el problema específico que enfocaremos: ¿la construcción de una nueva geografía, basada en el materialismo histórico y dialéctico, deberá encaminarse hacia la construcción de una geografía marxista o en la elaboración de una teoría mar- xista de la geografía? Tal op osición de per spectiva s, apar entemente banal, tiene implicaciones muy significativas. Proponer una geografía marxista implica confundir el temario de esta disciplina con el método, es decir, partir hacia la construcción de la nueva propuesta teniendo su resolución a priori. Buscar una teoría marxista de la geografía supone, por el contrario, priorizar el temario de nuestra disciplina al centrarnos en el esfuerzo teórico. El método se presenta aquí como instrumental, es decir, que no se limita a la existencia de los temas propios de la geografía. Véase que las perspectivas son meridionalmente opuestas. Sus resultados futuros sufren así un desvío de base. En este trabajo asumimos claramente la segunda perspectiva: la de la formulación de una teoría marxista que de de cuenta de los asuntos señalados en el temario geográfico.
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La postura elegida se encuentra en la obra de M arx y en las lecturas de la producción m arxista. Nuestra orientación toma inicialmente de los clásicos la dirección metodológica y el instrumental teórico necesario para llegar a las respuestas de los temas que nos ocupan. En otras propuestas se buscaban las respuestas directamente, como si hubiese una geografía implícita o escondida en la obra marxista. Surge aquí el equívoco, ya mencionado, de elegir la opción filosófico-metodológica como punto de llegada. Es obvio que Marx, un crítico de la fragmentación de las ciencias humanas, no produjera una geografía ni se preocupara de la existencia de tal disciplina. Hay trechos en sus escritos que se aproximan a la problemática geográfica, y es de vital importancia rescatar estas reflexiones. Sin embargo, estas no constitu yen un cue rpo orden ado de co nocimientos capaces d e normar u n campo de investigación. De la obra de Marx y d e la producción marxista posterior debemos tomar fundamentalmente el método de interpretación de lo real, con todas las precauciones anteriormente descritas. Tomaremos también los pasajes y teorías que aborden temas de interés para la geografía. Cabe mencionar aquí las relaciones que ha habido en el pasado entre la reflexión geográfica y el marxismo. La geografía tradicional prácticamente ignoró el materialismo histórico y dialéctico. Los sistematizadores de la geografía moderna no discutieron las formulaciones de Marx, a pesar de citar eventualmente a sus interlocutores de la economía política clásica. Adam Smith, David Ricardo y Th omas Malthus, entre otros, aparecen algunas veces en las páginas de Ratzel, Vidal de la Blache o Jean Brunhes, por ejemplo. Las raras alusiones a la obra de
Marx en el ámbito de la geografía tradicional son siempre refutables y demuestran lecturas superficiales; son alusiones muy rápidas —en notas al pie de página o sueltas en medio de una argumentación— y sin un manejo riguroso. Basta recordar los comentarios de Levasseur, Bertoquy y Febvre. Este último, por ejemplo, habla de un "espiritualismo económico" contenido en la propuesta de Marx. Que sería semejante al "espiritualismo geográfico" de los autores deterministas —en tanto que explican la realidad a partir de "causas naturales"— por apelar a una
unicausalidad de lo "económico". Febvre toma la idea marxista de la "determinación económica" (que discutiremos en el Capítulo 5) como si fuera una visión causal rígida y mecanicista —en
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el estilo del positivismo— y se olvida de que este método trabaja con la dialéctica, frontalmente opuesta a la lógica causa-efecto. Existen muchos ejemplos en favor de esta crítica. La geografía tradicional no generó ninguna evaluación seria del marxismo, lo que revela un abandono deliberado. Los geógrafos se apartaron de las formulaciones del materialismo histórico y dialéctico, ni siquiera lo refutaron. Solamente al inicio d e la crisis del pensamiento tradicional, las ideas de Marx salieron a la superficie en el debate de esta disciplina. Tal proceso se
inicia en la posguerra y adquiere cierta intensidad en la década de 1950, ya en el contexto de una perspectiva de renovación de la geografía. Autores como Dresch, Pierre George, B. K ayser, R. Guglielmo, A. Prenat, Wolkowittsch, Tricart, entre otros, inauguran esta vertiente de la discusión. Un marco de esta aproximación podría establecerse —según asentó uno de los participantes de la revista Espaces-Temps, J Surte-Canale— con las "Jornadas de los Intelectuales Comunistas", realizadas en Ivry durante 1953. Allí se reunió un grupo de geógrafos preocupados por revisar los métodos de la "geografía burguesa". En tal ocasión Kayser presentó un ensayo que tituló "La lucha de clases y la realidad geográfica"; Guglielmo propuso "Un estudio marxista de las ciudades", Dresch envistió contra la noción de "Género de vida", George contra la "Geografía aplicada" y Gourou contra la "Geografía del colonialismo". En la geografía física, Cailleux y Tr icart prop onen la ge omor folog ía cl imát ica c omo la "v isión proletaria" de los procesos naturales. Se trata seguramente de la primera tentativa relevante de pensar las cuestiones geográficas a la luz del marxismo. Sin embargo, el movimiento pionero presentó serios problemas. De acuerdo con Surte-Canale, entre las causas de sus límites destaca la postura doctrinaria, y entre las de su disgregación precoz, la crítica al estalinismo de finales de 1950. Aún está por hacerse un análisis más profundo del contenido de estas propuestas, principalmente de la producción de Pierre George. De cualquier modo, es posible hacerles algunas críticas generales; algunos autores ya han señalado su postura metodológica conciliatoria en relación con las formulaciones tradicionales; una acentuación de los elementos de continuidad con la perspectiva posibilista, un apego al concepto de región y la influencia aún marcada de formulaciones positivistas. Tenemos que considerar
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—fret e a la postu ra ad quir ida— que la vert iente del m arxis mo a la que se ligaban estos autores no contribuía a distanciarlos de la geografía tradicional. Al contrario, su adhesión al "marxismo oficial" (orientado por Stalin y por la Academia de Ciencias de la uRss) los acercaba a ciertas concepciones del positivismo, por ejemplo a la postura "cientificista" o al apego al "empirismo", características de esta vertiente del materialismo histórico y dialéct ico. Sin embargo, no se puede negar que los esfuerzos de este grupo de geógrafos franceses nos legaron algunos resultados. Propuestas específicas ahí desarrolladas generaron fructíferas vertientes de investigación. Se reforzó el componen te social del análisis geográfico, basado por ejemplo en la propuesta de la "geografía activa", que enalteció la acción política del geógrafo y apuntó en dirección a una práctica de denuncia. Algunos trabajos desarrollados bajo esta orientación poseen innegable densidad de crítica social. Esta corriente alimentó dudas y demarcó un posicionamiento progresista para el trabajo geográfico, y puede ser considerada como la inspiradora del movimiento crítico posterior, que acabó por superarla. La trayectoria de Yves Lacoste —Geografía del subdesarrollo o La geografía. Un arma para la guerra—, autor formado en esta escuela, muestra la vitalidad de esa orientación. De cualquier modo, éste es el movimiento pionero del intento de generar una geografía desde la óptica del marxismo. Antes de su surgimiento, incluso geógrafos de innegable combatividad social —como Elisée Reclus o Camilla Vallaux—, instalados en el en el ámbito de la acción política marxista, no intentaron conectar la reflexión geográfica con el materialismo histórico y dialéctico. Pensaban en el marxismo como una práctica y mantuvieron posturas positivistas en sus reflexiones teóricas. Fue solamente a partir del núcleo de geógrafos agrupados en el Partido Comunista Francés de la posguerra que comenzó la búsqueda de la construcción de una geografía fundamentada en la metodología marxista, por lo menos en el ámbito del mundo occidental.'
La investigación efectuada para este volumen no abarcó la producción geográfica de los países del llamado "socialismo real". El análisis de esta producción exigiría un trabajo específico que excedería los alcances del presente estudio. '
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Como se ha comentado, a partir de la década de 1950 la crisis de la geografía tradicional se profundizó. En la vertiente crítica que surge d el movimiento renovador surgen varias propuestas que parten de la adopción del marxismo. Éstas se aproximan a estudios extrageográficos que tocan el temario de esta disciplina —notoriamente la sociología, la economía y el urbanismo— y utilizan la misma perspectiva metodológica. Se comienza a delinear un nuevo campo de "pensamiento geográfico" y, p or pr imera vez, un camp o ma rxis ta. E n Fr anc ia, lo s est udios urbanos experimentan u n gran desarrollo con la perspectiva interdisciplinaria de autores como M. Castels, J. Lojkine y A. Lipietz, entre otros. Yves Lacoste dirige una discusión en el ámbito más específico de la geografía, que culmina con la fundación de la revista Herodote. Además, en ese país aparece la revista Espaces-Temps. En Italia surgen los importantes estudios de Massimo Quaini y también de los autores ligados al Centro de Estudios Urbanos y Regionales de la Universidad de Viena, como F. Indovina y D. Calabi. Los estudios urbanos también son publicados en la revista Crítica marxista. El Instituto Gramsci promueve congresos sobre la cuestión ambiental. En Estados Unidos aparecen los trabajos de D. Harvey y de E. Soja, entre otros, que buscan caminos marxistas para la geografía. Surge la revista Antípode. En Canadá, México, Venezuela, Brasil y en algunos países de África son realizados trabajos de "geografía" también orientados en esta perspectiva. Como se comentó en el primer capítulo, la suma de esos esfuerzos permite que hoy tales cuestiones comiencen a discutirse para su sistematización. Es en este sentido que pretendemos conducir el presente trabajo. Hasta aquí ha sido bastante enfática la crítica a la adopción doctrinaria del legado teórico de Marx; a su nombramiento sólo por el conjunto de técnicas utilizadas; a la aprehensión del método como respuesta y no como punto de partida; a la lectura dogmática de los clásicos del marxismo, y a la dilucidación del problema del objeto geográfico. Tal crítica es necesaria porque esas perspectivas dogmáticas han sido ya superadas por el movimiento de renovación de la geografía. Propiamente llamadas por Lacoste como "liquidacionistas", tales posiciones consisten en negar in totum la propia discusión del objeto geográfico. Se niega la geografía, afirmando que es un campo de investigación y ref lexió n "i ndi solu blem ente ligad o al posit ivism o y a la cla se
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burguesa", mientras reproduce —en el polo opuesto— el olvido implorado por la geografía tradicional, para la cual el marxismo no existía. Los liquidacionistas pregonaron la inexistencia de la geografía; tomaron toda la producción acumulada por esta disciplina como "mera ideología", concebida de forma estrecha y simpli sta como una " constr ucción maldo sa de la burgu esía". Aquí los geógrafos son vistos como "demiurgos" de la explotación de clase. Para deslegitimar la construcción de otra geografía, los argumentos liquidacionistas se amparan, generalmente, en la famosa afirmación de Marx contenida en la Ideología alemana: "sólo reconocemos la existencia de una ciencia, la ciencia de la Historia". Toman la afirmación al "pie de la letra" y de una forma descontextualizada, concluyen puerilmente que para Marx no existe la posibilidad de un conocimiento geográfico, ya que "sólo existe la Historia". Este razonamiento revela una aprehensión realmente limitada y formal del problema en cuestión. En primer lugar, por tomar la geografía sólo como un compartimento del saber o como un corte absoluto y arbitrario en lo real —y no como un conjunto de cu estiones dadas, es decir, un temario específico entre los innumerables temas de la realidad—, revela la incapacidad de pensar la investigación geográfica fuera de los parámetros pasados en que fue concebida. En segundo lugar, y esto es realmente grave, no se entiende el significado de la frase citada de Marx. Lo que afirma es qu e no existe ningún conocimiento efectivo de lo real que no sea "histórico", es decir, discute el movimiento del conocimiento, y no de lo real. Se trata de una afirmación metodológica y no ontológica. Marx explica en este trecho que cualquier fenómeno puede ser entendido sólo cuando se abordan su génesis y su desarrollo, es decir, con el concurso de la perspectiva histórica. De esta forma, es obvio que Marx no defiende la historia como única disciplina académica. Los errores cometidos por la visión liquidacionista son innumerables y abastecen de municiones a la crítica conservadora, que hábilmente presenta a sus autores como prototipos del geógrafo marxista. Esto puede ser ilustrado con las colecciones de "tendencias recientes" de la investigación geográfica, en las que el lugar destinado a los representantes del pensamiento crítico es ocupado por propuestas de pobre elaboración teórica. Tomar al anarquista R. Peet, por ejemplo, como ejemplo típico de reno-
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vación crítica de la geografía es una evidente distorsión. De esta manera, los liquidacionistas abastecen el frente enemigo de los progresistas y debilitan el efectivo embate político que se disputa entre los antagónicos posicionamientos sociales en el plano de la discusión geográfica. Frente a la pobreza de sus planteamientos, la defensa del rigor y de la calidad en la investigación se vuelve argumento del adversario, que se proclama guardián de la objetividad científica y de la comprensión de la realidad tal y como e s. Se refuerz a, en tonces, la tesis de la n eutrali dad, del empirismo y de la salida al campo sin "presupuestos". Los autores liquidacionistas revelan una mala comprensión de la relación entre acción política y actividad científica. Toman el embate ideológico como la única tarea del científico politizado, olvidando la necesidad de explicar lo real. No perciben que para destruir las tesis del pensamiento tradicional y de la renovación conservadora, es fundamental demostrar sus límites, sus errores e inadecuaciones, y generar un conocimiento más sólido que las supere en su poder explicativo. La crítica puramente ética conduce al debate trágico y a la polémica principista, pero la lucha ideológica en el plano de las ciencias es tratada fundamentalmente en el ámbito de la eficacia explicativa de los diferentes métodos de interpretación de lo real. Pese a que la "guerrilla epistemológica" es importante, nuestra empresa no puede limitarse a ella. A la crítica del pensamiento geográfico tradicional (y su renovación conservadora) es necesario añadir la construcción de un discurso marxista sobre lo geográfico. Tomar la guerrilla epistemológica como objeto en sí mismo, dirige inevitablemente a una postura nihilista que lleva al trabajo a alimentarse de la propia crisis —lo que en el primer capítulo llamamos "autofagia de la crisis"—. En este sentido es necesario señalar que para el geógrafo crítico lo importante es la explicación concreta de los "aspectos geográficos" de lo real y no una lucha intestina de la geografía.
4. EL MARXISMO Y LA TESIS DE LA "UNIDAD DE LA GEOGRA FÍA"
Inicialmente debemos aclarar una cuestión esencial del argumento aquí presentado: en él se afirma la posibilidad de definir un objeto geográfico. Entendemos que el marxismo no pregona la existencia de un único campo de investigación, sea en el estudio de la naturaleza o en el de la sociedad. Entendemos también que este método de interpretación de lo real no propone que se aborde todo lo existente de una vez, en una caótica visión de totalidad. El materialismo histórico y dialéctico trabaja, eso sí, con sucesivos e interpenetrantes procedimientos de abstracción y con creció n. Es decir, va de la ex perien cia a lo abs tract o (iden tificando y aislando problemas), y de éste asciende a lo concreto (por la inserción de los problemas tratados en procesos más amplios). A este segundo momento del proceso cognitivo se le denomina totalización, se constituye durante la elaboración del conjunto de mediaciones explicativas del problema tratado y en él se revelan las determinaciones aprehendidas, que se muestran en sus manifestaciones históricas. Lo concreto es resultado de la reflexión: la realidad comprendida, y no la directamente experimentada (como supone el positivismo). La comprensión de la realidad debe ser relativizada, tanto históricamente (en el sentido ya expuesto de que el conocimiento es siempre aproximativo), como en función de los límites de la investigación realizada. Abordaremos la realidad a partir de uno de sus segmentos, llegando así a la totalidad desde una visión angular. La explicación global procede no de lo exhaustivo del análisis y del agotamiento de los datos de lo real (como supone el positivismo), sino de la relevancia del proceso investigado en el movimiento total. De acuerdo con el marxismo, los procesos reales son múltiples y para llegar a la esencia de su movimiento tenemos inicialmente que aislarlos. Como en la famosa expresión de Marx: "Lo concreto es concreto porque es la síntesis de múltiples determinaciones, por lo tanto, unidad de lo diverso". De lo anterior se desprende que los estudios de segmentos específicos de la realidad social no son extraños al marxismo. Los trabajos sobre el imperialismo o el capitalismo monopolis-
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ta de Estado (como los de Lenin, Rosa Lu xemburgo, Hilferding, Rubín, Boceara, etcétera) se distinguen claramente de las discusiones sobre estética y arte (como las de Lukács, Benjamin, Della Volpe o Brecht). Tampoco se confunde el debate en torno a la teoría del partido político (Lenin, Gramsci, Togliatti, Cerroni, etcétera) con la polémica sobre el modo de producción asiático (llevada por Godelier, Terray, Hobsbawn, entre otros) ni con la de la transición del feudalismo al capitalismo (de Dobb, Ku la, Sweezy, etcétera). ¿Qué decir sobre los planteamientos de W. Reich sobre la psicología de masas o de A. Heller sobre la afectividad? Los ejemplos podrían multiplicarse para justificar tal afirmación. El marxismo, como método, se ha aventurado ya en investigaciones de diferentes campos del estudio de la sociedad. Aunque su uso en los dominios de las matemáticas y de las ciencias de la naturaleza se presenta aún incipiente y problemático (el intento más importante de difusión, la tesis de Lisenko, resultó insuficiente). Lo dicho anteriormente aplica también en el estudio marxista del temario geográfico: sería la b úsqueda de la totalidad por la vía de la discusión de los temas clásicamente abordados por la geografía. Es obvio que este análisis parte de la selección del método marxista, que permite que la formulación del objeto sea distinta de la obtenida por los geógrafos positivistas. La geografía tradicional buscaba definir su objeto efectuando un corte absoluto de lo real, creyendo llegar a la identificación de un fenómeno específico completa y únicamente explicable por la geografía. El positivismo aconseja una parcelación rígida de las ciencias y concibe dominios autónomos en el conocimiento científico (la unión entre ellos está dada por la "filosofía positivista": los fund amentos del "método científico"). Tal visión se opone a uno de los principios más elementales del materialismo histórico y dialéctico. Vamos a éstos antes de retomar la cuestión del objeto. El marxismo trabaja con la lógica dialéctica, que concibe a la realidad como movimiento y a la contradicción como la forma de ser de los fenómenos. Según esta lógica, todo se relaciona en lo real, mientras que las relaciones difieren entre sí por su intensidad y cualidad. De aquí que la visión de causalidad dialéctica opere a través de las ideas de "determinación" y "mediación". La primera abarca los elementos explicativos más universales (y más esenciales) para comprender los fenómenos, y la segun-
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da los menos intensos, pero no menos importantes, ya que son fundamentales para definir la singularidad de un evento. Por eso la idea de una parcelación rígida del conocimiento resulta totalmente antagónica a la dialéctica. Al trabajar con la universalidad y la particularidad como cualidades de la realidad en movimiento, la reflexión dialéctica ve la posibilidad de explicar lo real a través de un juego de mediaciones y determinaciones, que opone radicalmente a la idea de dominios de conocimiento absolutamente autónomos. De ahí que también le sea ajena a la dialéctica la búsqueda de u n objeto específico, explicable en sí mismo, como propone la geografía tradicional. El marxismo también asume la postura materialista como primado gnoseológico, es decir, acepta que la existencia es anterior a la conciencia (asumiendo que ésta es un epifenómeno de lo existente) y que el mundo es exterior al sujeto del conocimiento. Esto significa que el pensamiento marxista avanza junto a la observación de los elementos de la realidad sin desistir del análisis sustantivo. Tal postura no representa un retorno al empirismo —de tomar lo visi ble po r lo c oncre to—, pues ademá s de ser m aterialista adopta la lógica dialéctica, que distingue la apariencia y la es encia d e los fen ómenos . El ser no se restring e a su forma. El acercamiento superficial de su existencia tangible no da cuenta de su contenido y movimiento. Marx dijo irónicamente sobre sensualismo ingenuo que la ciencia sería superflua si la apariencia de los fenómenos revelara directamente su esencia. La postura materialista tiene directrices importantes para el tratamiento de la cuestión que nos interesa. En primer lugar, es claro que no se puede "constituir idealmente" un objeto imponiendo un corte arbitrario en lo real. El objeto no puede ser una construcción mental, una idealización pura del sujeto. Al contrario, debe ser una existencia concreta, un a identidad en lo real. Por tanto, la definición del objeto geográfico debe salir del dominio escolástico y ser vista como la explicitación de esta identidad. El sujeto identifica la realidad exterior y elige un segmento de ella en el que centra su análisis, para indagar las determinaciones y mediaciones múltiples en que está envuelto. El materialismo histórico y dialéctico propone de forma clara que los estudios sobre segmentos específicos de la realidad deben operar en un corte ontológico. Esto es, serán posibles estudios específicos de objetos que posean una identidad propia (lo
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que no implica autonomía absoluta) y qu e se manifiesten en lo real como específicos. Lukács argumenta que son posibles todos los cortes que no mutilen la realidad, es decir, que delimiten objetos que sean un "todo" en sí mismos (sin olvidar que forman parte, como todo lo demás, en la totalidad mayor). En este sentido, podremos decir metafóricamente que es posible estudiar una naranja, un naranjo o un naranjal, pero nunca media naranja ni una porción del naranjal. El criterio para la definición del objeto será la identificación de su existencia unitaria. Puede verse la distancia que media entre este camino y las propuestas de Ratzel, Vidal de la Blache, Hartshorne, Shaefer o incluso Pierre George. La premisa en la construcción del n uevo saber geográfico debe estar claramente refrendada en lo real, en el sentido de que "las teorías deben fluir de la realidad para los libros" o, aun más, en la feliz expresión de Milton Santos: "lo nuevo no se inventa, se descubre". Además de la lógica dialéctica y de la postura materialista, el marxismo trabaja con el análisis histórico, es decir, para él los fenómenos sólo pueden ser explicados en tanto que son aprehendidos en su génesis y su desarrollo. A partir de este principio, toda investigación debe ser genética, buscar los orígenes del objeto tratado. Es en este sentido que Marx concibe tan sólo la "ciencia de la historia". Este punto es de fundamental importancia para los problemas de la definición del objeto geográfico. En primer lugar, torna superflua la interminable discusión sobre la relación entre geografía e historia. Para el marx ismo la geografía —sea física o h uman a, gen eral o re gional— es inm ediatam ente un conocimiento histórico. En segundo lugar, su objeto no podrá más ser visto como una "cosa" o un "hecho". El materialismo histórico dialéctico estudia procesos, es decir, su óptica se centra siempre en la formación del fenómeno o evento que investiga. Entonces la geografía deberá estudiar algún proceso real, el ob jeto n o pod rá má s ser d efinid o como el pai saje o el lug ar, s ino como la conformación de estas realidades. Esto ofrece nuevos elementos para el debate. Si tomamos, por ejemplo, la definición empirista del objeto geográfico como la superficie de la Tierra, el estudio debe iniciar, según los presupuestos marxistas, por una teoría de la formación del planeta, pues tal proceso sería genético desde la realidad abordada. Si tomamos la definición racionalista del objeto como el espacio, debemos identificarlo
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como un ente real, y también dar cuenta de su génesis. Además, la reafirmación de la necesidad del análisis histórico demuestra la banalidad de definiciones simplistas como, por ejemplo, la que ve a la geografía como la historia del presente. Los principios del método aquí presentados proporcionan bases importantes para discutir la cuestión a la que nos enfrentamos. Al sintetizar la argumentación desarrollada asumimos que el objeto geográfico debe ser un proceso concreto que posea una relativa autonomía manifestada en la propia realidad, identidad específica que debe ser vista como un segmento de una totalidad mayor. Se observa que este camino nos aleja bastante de las tentativas tradicionales de delimitación del objeto de la geografía. En ellas se buscaba construir idealmente el objeto o establecerlo como un dominio absoluto. El pensamiento tradicional abordó siempre la cuestión de la especificidad de la geografía con la propagada tesis de unidad del conocimiento geográfico, que propone que esta disciplina sea una ciencia de síntesis que trabaje tanto con fenómen os naturales como humanos. Incluso fue muchas veces vista como el "puente" entre el dominio de las ciencias naturales y las ciencias sociales. Se le llamó "ciencia de contacto". Las críticas al naturalismo contenido en esta visión ya se aglutinan en la actualidad. No obstante, debido a la importancia de esta tesis para las formulaciones geográficas tradicionales, es necesario confrontarla con las premisas metodológicas generales del marxismo. El materialismo histórico y dialéctico diferencia de modo explícito el estudio de la sociedad y el de la naturaleza. Marx, en el famoso pasaje, ya mencionado, acerca de la ciencia de la historia, concluye con su división entre historia de la naturaleza e historia de la sociedad. Establece dos dominios distintos de la investigación científica, y transita casi exclusivamente en uno de ellos: el de la investigación social. Un famoso comentarista de la obra de Marx, Alfred Schmidt, argumenta la inexistencia de una ontología de la naturaleza. Engels, en su ensayo "Del socialismo utópico al socialismo científico", discute una de las principales razones de dicha diferenciación: en el dominio de las ciencias naturales hay una exterioridad total entre el objeto y el sujeto del conocimiento, imposible de obtenerse en la investigación sobre la sociedad, en la que el sujeto aparece inexorablemente como parte del objeto. Engels argumenta que dentro del laboratorio
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todo investigador de fenómenos naturales es materialista (nadie busca a dios en el microscopio), lo que no impide que al salir de éste sea profundamente religioso y se dirija a rezar a una iglesia. Por otro lado, en el estudio de la sociedad, las convicciones íntimas del investigador (juicios morales, religiosos, políticos, etcétera) dirigen el sentido del análisis. La óptica del científico conservador será muy diferente de la de un revolucionario, o la de un liberal, en el estudio d el mismo fenómeno social. Ésta es una diferencia fundamental; el estudio de la n aturaleza se distingue del de la sociedad por la propia relación sujeto-objeto. Engels, a pesar de la argumentación anteriormente expuesta, fue el único autor clásico del marxismo que intentó desarrollar una reflexión sistemática en el dominio de las ciencias naturales. Particularmente en los últimos años de su vida, se dedicó a la transposición de los fundamentos del materialismo histórico dialéctico para la interpretación de los fenómenos de la naturaleza. Incluso escribió una obra al respecto: Dialéctica de la na- turaleza, la cual, según evaluación de A lbert Einstein, posee el gran mérito de haber sintetizado los principales equívocos de las ciencias naturales del siglo xix. Las formulaciones de Engels no fueron desarrolladas, su repercusión prácticamente se limitó a algunos autores de la siguiente generación (como Plejánov y Kautsky). Además, eminentes pensadores marxistas ya hicieron severas críticas a sus planteamientos, por concesiones al positivismo y al darwinismo. Los esfuerzos de Lisenko en el periodo estalinista fueron aún más perjudiciales para la investigación científica. Hoy existe una intensa polémica en el debate marxista en torno a la posibilidad o no de establecer una dialéctica de la naturaleza. Los autores que niegan tal posibilidad argumentan que el movimiento dialéctico supone la existencia del sujeto consciente, de la acción teleológica, de la opción; en fin, de la libertad. La naturaleza presentaría formas de causalidad distintas a las de los procesos sociales. Entonces, la dialéctica debe ser concebida como el modo específico de captar el movimiento del ser social. Esta argumentación distancia aún más el dominio de las ciencias naturales del de las ciencias sociales. Según la formulación de Lukács, el marxismo concibe tres formas de materialidad, cada una dotada de cualidades propias. La materialidad inorgánica es el dominio de la repetibilidad, es decir, los fenómenos del reino mineral presentan una man i-
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festación regular y constante que deriva en un movimiento que puede ser expresado en leyes absolutas. La repetición aparece como cualidad propia de este dominio de lo real, al tiempo que su conocimiento es expresable en una causalidad rígida. La materialidad orgánica, por su parte, presenta cualidades de adaptación y mutación, no obstante, lo "nuevo" se manifiesta aquí como movimiento relativo. La mutabilidad del reino vegetal y animal —a e xcepc ión d el ho mbre — es tá da da en sí mis ma y r espon de a los estímulos ambientales. Para aprehender tales procesos no basta una rígida visión causal. En el an álisis de la naturaleza viva se introduce en gran parte la racionalidad probabilística y de proyecciones (con una densa carga deductiva). Finalmente, la materialidad social presenta cualidades impares, provenientes del poder transformador y de la capacidad decisoria de los hombres. Las sociedades crean y transforman las condiciones en que viven, en función de la libertad posible en la acción humana. Las proyecciones y preidealizaciones en la interpretación de los fenómenos sociales se expresan sólo como utopías (de mayor o menor consistencia lógica e histórica). La cuestión del carácter teleológico de las acciones humanas y de la calidad propia de ser social serán retomadas al discutirse la relación hombre-naturaleza en el Capítulo 6 de este libro. Aquí tan sólo hemos mencionado que el marxismo concibe cualidades d istintas en los diferentes dominios de lo real. Por ello, en tanto que el positivismo proclama el uso del mismo arsenal metodológico para tratar cualquier fenómeno de la realidad, el marxismo propone caminos más compatibles con las cualidades intrínsecas de cada objeto abordado. Podrían darse otros argumentos para ilustrar la imposibilidad, para el materialismo histórico y dialéctico, de integrar en un mismo cuerpo teórico unitario el análisis de los fenómenos sociales y naturales. La diferenciación entre el "tiempo histórico" y el "tiempo geológico" podría ser otro ejemplo, pero pensamos que las discutidas hasta ahora bastan por e] momento. Aceptamos la existencia de un antagonismo entre los presupuestos filosóficos del materialismo histórico y dialéctico y la tesis tradicional de la "unidad del conocimiento geográfico". Los geógrafos que tomen este método como opción deben estar advertidos de este punto. Asumir una orientación marxista implica tener que escoger el dominio en el cual se desarrollarán las investigaciones: el de los fenómenos naturales o el de los sociales.
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La geografía tradicional siempre convivió con el dualismo entre geografía humana y geografía física. Varias ideas fueron sugeridas para resolver este problema, pero ninguna lo consiguió. En el cuadro del pensamiento tradicional la propuesta "determinista" aparece como la "solución" más coherente (en el sentido de unificar, en una misma explicación, lo físico y lo human o), y la propuesta regional como la más difundida. Esta última, al considerar la región como síntesis de aspectos naturales y sociales, restringe el análisis geográfico y la realidad considerada. Acentuando así las dicotomías entre la ex plicación y la descripción, y entre la escala adoptada y la visión global. Ambas "soluciones" se apoyaron en presupuestos positivistas. A la luz del marxismo el camino de esta discusión será distinto. La discusión de la temática clásica de la relación hombre-naturaleza se presenta de otra forma. Como se mencionó, este tema será tratado en otro capítulo, aquí cabe sólo enfatizar que las viejas analogías de la geografía tradicional son descartadas. El marxismo fuerza la decisión de los geógrafos: o la geografía es una ciencia de la sociedad o una ciencia de la naturaleza. No hay artimañas o pretextos lógicos para ocultar este problema. Frente a los fundamentos expuestos, y tomando a la geografía como ciencia de la sociedad, su objeto debería ser un segmento específico de la realidad social. Discutiría procesos sociales, mientras que los fenómenos de la naturaleza interesarían sólo en tanto recursos para la vida h umana. No d iscutiría los procesos naturales en sí, sino solamente la naturaleza para el hombre. Su óptica estaría centrada en el movimiento de la sociedad y sus instrumentos de investigación serían parecidos a los de las demás ciencias humanas. Por otro lado, si consideramos a la geografía como ciencia de la naturaleza, su límite en la aprehensión de los fenómenos humanos estaría en el estudio de la ecología del hombre, es decir, en el análisis de la naturaleza del hombre visto como animal que también sufre mecanismos de adaptación al ambiente. La dinámica propia de los fenómenos sociales sería entonces inaprehensible para esta geografía natural. En el me jor de los c asos podría discutir se el result ado (sólo e l resultad o) de la acción humana en la realidad ambiental del planeta. El movimiento en sí de los procesos sociales le sería extraño. Se observan dos caminos para la construcción del nuevo saber geográfico, ambos susceptibles de generar investigaciones de alta
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relevancia social y de elevado interés científico. No obstante, caminos distintos, que es necesario distinguir claramente. Por las razones expuestas, el marxismo está mejor facultado para orientar el establecimiento del sentido de una geografía de la sociedad. Es ésta la empresa que nos proponemos, aceptando plenamente la existencia de otra geografía dedicada al análisis de la naturaleza. Esta opción simplifica sensiblemente nuestro objeto de estudio, que ahora será solamente el universo de la materialidad social y de la historia humana, y ya no la "superficie terrestre", pues ésta es fundamentalmente una realidad natural (la historia humana es secundaria en la discusión sobre la génesis de la Tierra). No obstante, es claro que esta nueva geografía también abarcaría los efectos de la acción humana sobre la Tierra. Su objeto tampoco podrá ser el "espacio", sino su producción y uso por la sociedad. Cuando la geografía se asume como ciencia social, puede abastecerse de un número mucho mayor de instrumentos del materialismo histórico y dialéctico. Como se ha comentado, este método se sustantiva en una teoría social, y ésta, en cuanto tal, interesa directamente para la construcción del objeto geográfico. Las formulaciones aún genéricas de Marx sobre la relación de su teoría social con el temario de la geografía constituyen el contenido del próximo capítulo.
5.
UNA GEOGRAFÍA DE LA SOCIEDAD
La obra de Marx constituye una teoría general de la historia de la sociedad. Ésta, como ya se mencionó, da cuenta del movimiento social en diferentes periodos de la historia de la humanidad, pese a que su atención se centre en la sociedad capitalista. Al considerar la geografía como una ciencia de la sociedad, las premisas y principios marxistas nos interesan directamente. Como se ha dicho, nuestro objeto será un proceso social relacionado con el espacio terrestre, y por tanto nuestra reflexión se inscribirá dentro de u na teoría general de la sociedad. Es necesario conocer los trazos esenciales del movimiento de la totalidad social para aprehender uno de sus aspectos particulares. Visualizar la totalidad, para captar la parte. La categoría más ampliamente empleada por Marx para periodizar la historia humana es la de modo de producción. Categoría que en el ámbito más general muestra las formas en las que se presenta el desarrollo de las sociedades a lo largo
del proceso histórico. Al contrario de los filósofos idealistas, que enfatizan el papel de las ideas como motor del proceso histórico, Marx privilegia la acción concreta de los individuos reales, sus condiciones materiales de vida y las condiciones generales de su existencia. Según él, la evidencia de la acción de los individuos y de las co ndicio nes e n qu e se p resen ta, a unqu e est é impr egnada de ideas preconcebidas y dogmas, pu ede ser captada por la vía empírica. La existencia de ind ividuos reales y el modo como ellos producen sus medios de vida son un supuesto de toda historia humana. Marx afirma que los hombres no se diferencian de los animales sólo por la conciencia que poseen, sino fund amentalmente por el hecho de que se organizan para producir sus medios de existencia. No se trata tampoco de la reproducción simple de su existencia física, de lo que se trata es, en sus propias palabras, "de un determinado modo de actividades de los individuos, un determinado modo de manifestar su vida, un determinado modo de vida". La acción productiva de los hombres no se realiza por la suma de los trabajos individuales o por la reunión arbitraria de los individuos. La categoría modo de producción debe expresar
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también otro carácter general del proceso histórico: dentro de un periodo histórico dado, toda producción es siempre social, es decir, en función de un grado de desarrollo de las fuerzas pro- ductivas de una sociedad —recursos naturales, técnica e instrumentos de trabajo, además de la propia fuerza de trabajo—, se tiene una división del trabajo dada, es decir, u na organización de la actividad productiva que reposa en ordenamientos sociales preestablecidos. Por tanto, toda producción trae consigo determinadas relaciones sociales entre individuos (el propietario de tierras y el siervo, o el patrón industrial y el obrero) y entre grupos de individuos más o menos numerosos, hasta llegar al ámbito de la relación entre naciones. Es por eso que el modo de producción está íntimamente relacionado con las relaciones sociales de producción. Cuanto más avanzado sea el desarrollo material de una sociedad, más complejas serán estas relaciones. Esto significa, por ejemplo, que las relaciones que se entablan en una comunidad tribal primitiva, en que predomina la producción de subsistencia, son simples, tanto entre sus integrantes, como entre el grupo y lo recursos naturales que manipulan. Muy distinta es la realidad de u na fábrica capitalista, cuyas relaciones internas y externas con más complejas: la división del trabajo entre los obreros con alto nivel d e especialización y la manipulación de instrumentos y técnicas d e trabajo son bastante sofisticados; además de que esta fábrica establece, forzosamente, relaciones muy diversas con otros segmentos de la estructura productiva general. No deben confu ndirse los estadios de desarrollo de las fuerzas productivas con los modos de producción. Al incurrir en este equívoco, tendríamos tantos modos de producción como diferentes estadios materiales de la humanidad y, por esta vía, no sería difícil clasificar innumerables estadios en un solo tiempo histórico, incluso dentro de una misma región o país. Todo modo de producción presenta un carácter predominante, una determina- ción general, que lo cualifica y lo diferencia históricamente de los otros. De esta manera, la interpretación marxista distingue claramente al capitalismo del feudalismo con base en el carácter social dominante de cada uno: en el feudalismo predominan la propiedad y las actividades agrícolas, asentadas en relaciones de servilismo que engendraron una clase de señores feudales y otra de siervos. El capitalismo, de manera distinta, se basa funda-
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mentalmente en la actividad industrial y complementariamente en la agrícola, la comercial, la financiera y los servicios. La estructura económica capitalista produjo y a su vez se sustenta en dos clases sociales distintas y antagónicas, la burguesía y el proletariado. Como señala Marx, el hecho de que durante el periodo feudal (siglos )(in y xiv, por ejemplo) ocurrieran actividades comerciales y un cierto desarrollo de las ciudades (los bu rgos), no significa necesariamente que el feudalismo estuviese restringido al campo, y que en la ciudad imperara el capitalismo. No existe a priori contradicción entre una actividad y la otra (el comercio se remonta a la antigüedad). Lo importante es entender el carácter esencial del modo general en el que se estructuraba la sociedad europea de entonces: el predominio del campo y de las relaciones basadas en la servidumbre. De la misma forma, el hecho de que en el capitalismo existan en un país o en una región determinadas comunidades o grupos sociales cuya producción aún se encuentre en un estadio "primitivo" de subsistencia, basado en relaciones familiares con un nivel de consumo insignificante, no debe llevarnos apresuradamente a clasificarlas como no capitalistas, precapitalistas, feudales, etcétera. En estos casos importa revelar las formas, normalmente sutiles, con las que el capital se apropia de la producción excedente, aunque sea mínima, y los mecanismos que desarrolla para absorber directa o indirectamente la fuerza de trabajo disponible y barata. Véase por ejemplo el papel involuntario desempeñado por los habitantes de las regiones de "tierras vírgenes" durante la penetración de nuevas áreas y en la expansión de la frontera agrícola; son sucesivamente expulsados por la expansión de capital que los precede durante la ampliación de la frontera económica. Se puede recordar también el papel de la pequeña propiedad rural familiar en el abastecimiento urbano de productos alimenticios básicos, al tiempo que el gran capital reserva para sí los segmentos más relevantes de la actividad agrícola, como la producción para la exportación. Lo que interesa es el carácter dominante de un determinado modo de producción, y las formas qu e desarrolla —materiales, juríd icas, oficial es, e tcéter a— c on el fin d e pen etrar, disol ver o incorporar antiguas relaciones sociales sobre las cuales construir las suyas propias. En el caso del capitalismo, esta tendencia adquirió magnitudes nunca antes vistas a lo largo de la historia.
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Es un modo de producción fundamentalmente expansionista, que se basa en un inexorable ciclo de reproducción ampliada cu yos p resup uesto s son la amp liación de la fuerza de tr abajo asalariada bajo su dominio, con el fin de extraer cada vez mayores parcelas de plusvalor; el avance del progreso técnico en niveles hasta entonces desconocidos, la concentración desmesurada de medios de producción —predios, máquinas y materias primas—, la producción agrícola en gran escala, la expansión continua de los mercados y la internacionalización de la producción. Como ningún otro modelo de producción precedente, el capitalismo tiende a someter a cualquier otra relación social presente en el interior de sus dominios. Por eso se refuerza la asociación que Marx hace entre modo de producción y modo de vida. La idea de periodizar la historia a partir de la categoría modo de producción se apoya en la llamada tesis de la "determinación de lo económico" sobre la tot alidad social. Según Marx,
ninguna forma de manifestación social, sea jurídica, política o religiosa, puede ser explicada por sí misma o atribuida a una evolución del "espíritu de la humanidad". Una explicación de este tipo, denominada "idealista", olvida que el motor de la historia, la conciencia de los individuos y las estructuras ideológicas por ellos creadas, son determinadas en última instancia por el conjunto de las relaciones de producción que componen la estructura económica de su sociedad. Sobre esta base real se eleva una "superestructura" jurídica y política: "el modo de producción de la vida material condiciona el proceso de la vida social, política e intelectual en general". Como deducción preliminar de esta afirmación se puede decir, por ejemplo, que en una sociedad capitalista el conjunto de leyes que la rigen es necesariamente burgués y existe para servir al capital y para defender sus intereses. Lo mismo puede decirse del Estado, que in cluso bajo el disfraz liberal y formalmente dirigido hacia el interés de la sociedad, representa en este modo de producción la dominación de la clase burguesa. Por tanto, es innegable la riqueza de la afirmación de Marx de que la base económica determina el conjunto de la conciencia y las representaciones sociales. No obstante, esta cuestión sigue generando una gran polémica, en particular en el seno del propio marxismo contemporáneo. Se afirma que el desarrollo posterior del capitalismo, desde la época de Marx, ha alterado, de cierto modo, el carácter de esta
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determinación; de manera que en nuestros días, en particular en las sociedades capitalistas avanzadas, el desarrollo desmesurado del Estado y la complejidad de sus fun ciones, además del surgimiento de un sinnú mero de instituciones, ha relativizado el poder de determinación directa de lo económico sobre los demás dominios de la vida social. Además, el papel de la política, institucional o no; los movimientos no directamente clasistas, las alianzas entre clases sociales distintas contra enemigos comunes, e incluso el desarrollo desmesurado de las clases medias urbanas, y con ellas el fortalecimiento de la sociedad civil, han logrado —se dice— colocar entre la base económica y la superestructura un número tal de mediaciones que hace difícil establecer relaciones directas y causales entre las varias "instancias" de la vida social. Se llega incluso a afirmar que en muchas ocasiones son las decisiones políticas las que más peso tienen en la determinación de la vida económica de los países, y no lo contrario. Por otro lado, determinados sectores ortodoxos del marxismo se sustentan en la integra e incluso textual afirmación de Marx, descalificando cualquier otra interpretación respecto al tema como simple "revisionismo". Fuera de la polémica sobre las "lecturas" de la obra de Marx, es claro que relativizar al extremo sus afirmaciones acabaría negando, en última instancia, la validez de la esencia de sus explicaciones, cualquiera que sea el papel de la estructura económica en la vida social, y las llevaría, consciente o inconscientemente, a campos analíticos ajenos al propio marxismo. Esto no es necesariamente condenable a priori, pues respetamos el derecho al pensamiento divergente. No obstante, si se quiere permanecer en el campo del debate marxista, es necesario, en primer lugar, no ceder a la tentación dogmática, e incorporar lo que es esencial para Marx: su método revolucionario, dialéctico. Método que exige un continuo posicionamiento frente a las transformaciones de la realidad, so pena de quedarse en el pasado sin aportar nada al futuro. Es innegable el avance del capitalismo en los últimos 100 años, expresado no sólo en el desmesurado desarrollo de las fuerzas productivas, sino también en la complejidad de las formas de sociabilidad. Además, no se puede despreciar el papel de la educación ni el desarrollo de la cultura en general como fermentos ideológicos complejos y bastante distantes de las formas simples de opción entre burguesía y proletariado que predominaban en la
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época de Marx. No sólo la burguesía se hizo más compleja, como se verifica en la fragmentación del propio capital y la supremacía del capital financiero sobre las demás fracciones. También la clase obrera se modernizó, alcanzó el poder en algunos países, en otros absorbió casi completamente la ideología liberal-burguesa y en otros aún n o consigu e constitu irse como cla se. Tamb ién la clase media penetró y de cierta forma diluyó antiguas y rígidas oposiciones entre las dos viejas clases sociales. Mientras se incrustó un esquema salarial y se aproximó al proletariado por sus formas de lucha, al mismo tiempo se aproximó a las ideas burguesas y a su nivel de consumo. En este escenario de modernidad y complejidad es n ecesario tener prudencia con la repetición literal de ciertos pasajes, descontextualizados del conjunto de la obra de cualquier autor, sea marxista o no. En realidad, la afirmación de Marx no es tan simple como para permitir una reducción mecánica de su significado. Es necesario atender a un detalle importante: Marx afirma que el "modo de producción con- diciona el proceso de vida social", y agrega: " No es la concien cia de los hombres la que determina la realidad; por el contrario, la realidad social es la que determina su conciencia". Como se ve, Marx asocia la estructura económica a la vida social, no como determinante sino como condicionante, lo que evidentemente es muy distinto. Más adelante, cuando habla de determinación, se está refiriendo explícitamente a la realidad social como un todo, y su asocia ción c on la concie ncia e s muy diferen te a la de la estructura económica en cuanto tal. Lo que ocurrió posteriormente fue que comenzaron a interpretar tales afirmaciones como la simple "determinación de lo económico sobre la superestructura", se empobreció el alcance real de las afirmaciones del autor y, de esta forma, se eliminaron las mediaciones que el propio Marx estableció entre lo estrictamente económico y lo ideológico. De lo que realmente no se puede prescindir, es del significado universal e históricamente verdadero de las afirmaciones de Marx al respecto, ya que expresan la esencia misma de su concepción materialista y dialéctica de la historia. Sea directamente, en un determinado estadio inicial del modo de producción, o a través de múltiples y complejas mediaciones en sus estadios más avanzados, el hecho es que el modo como los hombres producen materialmente su existencia, penetra, condiciona y determina toda la esfera del mundo de las representaciones.
Según Marx, la d inámica de los modos de producción se desarrolla a partir de contradicciones inherentes a la propia estructura económica de una sociedad. Se articula en su argumentación una concepción materialista de la historia que centra su desarrollo en la acción concreta de los hombres reales y en las formas de organización de su producción material. Por ejemplo, la forma específicamente capitalista de organización tiene en su seno una serie de contradicciones irreconciliables: entre las clases, entre el carácter social de la producción y su apropiación privada, y entre el desarrollo de las fuerzas
productivas y las relaciones de producción vigentes. Las contradicciones se manifiestan de formas distintas, y
muchas veces únicas, de acuerdo con la sociedad y la época estudiada. Un modo de producción se define también por sus contradicciones específicas, que son el motor del movimiento histórico de la sociedad. Se asocia con lo anterior una concepción dialéc- tica de la historia, que concibe el tránsito de un periodo histórico a otro como una superación dirigida por las contradicciones reinantes y a través de las formas que las propias sociedades desarrollaron para solucionarlas. El permanente flujo del movimiento contradictorio define lo que el marxismo entiende por proc eso s ocial. Éstos serán determinados históricamente por los modos de producción en que se insertan. Las formulaciones más generales de la teoría marxista de la historia de las sociedades permiten establecer algunas directrices en la construcción del objeto de una geografía de la sociedad. Inicialmente, tales formulaciones reafirman, en u n ámbito discursivo más específico, que el objeto geográfico no podrá ser definido como una "cosa o hecho", visto desde una vía puramente empírica. Negamos las definiciones de la propia geografía humana, como las que señalan a la región o al hombre-habitante como objeto. A la par de la desnaturalización de la geografía, que se promueve con el entierro de la unidad de tal conocimiento, se opera, mediante la opción del materialismo histórico y dialéctico, una radical descosificación del objeto geográfico. Se sustitu yen las cosa s, los hech os y los fe nómenos em píricos, por procesos sociales reales. Como es obvio y previsible, no es fácil realizar esta tarea, y sabemos que encontrará entre los geógrafos resistencias de todo orden. En primer lugar, por nuestra arraigada tradición de inten-
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tar solucionar a toda costa la llamada unidad entre lo natural y lo social en la geografía. Cuesta mucho prescindir de la tendencia casi "natural" de establecer, a priori, relaciones "evidentes" entre los cuadros naturales y los "cuadros humanos" en sus diferentes estadios. Por eso los famosos primeros capítulos de los estudios de la geografía humana, dedicados a las "bases" geomorfológicas, climáticas, etcétera, que condicionan o determinan los procesos de población, o las actividades económicas y las formas de desarrollo social. Es como si el estudio dejara de ser "geográfico" por no tener este tipo de conexiones. La evolución de la geografía humana atestigua desde el inicio del siglo xx esta tendencia, cuyos resultados son considerablemente negativos. Por un lado, son la garantía de que el estudio se albergue en el compartimento de geografía, y no en el de ninguna de las demás ciencias sociales (más avanzadas y especializadas); por el otro, reduce su alcance explicativo y su consistencia teórica, al sujetar el discurso a los límites del problema de la frontera entre lo natural y lo social. Por tanto, corresponde a los geógrafos preocupados por la realidad social la elaboración de un discurso que transite necesariamente por la adopción de u n objeto de estudio específicamente social. En segundo lugar, se suma la dificultad de abandonar radicalmente los procedimientos empíricos, cuya tradición nos remonta a la génesis de la geografía. Concebir un objeto como proceso, y no como un hecho observable inmediatamente, exige a los geógrafos un esfuerzo realmente extraordinario. Dos confusiones dificultan la solución de este problema. Una derivada de la idea de que la aceptación del marxismo implica, inevitablemente, el abandono de las prácticas de investigación usuales entre nosotros, como el trabajo de campo y las representaciones cartográficas, y que lleva a los geógrafos a infinitas " reflexiones abstractas" y "sin sentido". El equívoco reside en una mala comprensión del marxismo como método, que no implica la sustitución de las ciencias, sino la interpretación de sus resultados; es una postura determinada del sujeto-investigador en el ascenso del plano de lo abstracto (la apariencia empírica) al de lo concreto (el pensamiento expresado en teorías). Por tanto, no se trata de sustituir a la geografía por el marxismo. Otra dificultad es poder distinguir lo que es "hu mano" de lo que es "social". La tradición positivista de la geografía introdu jo, d e form a mar cada, la ide a de que los "c uad ros h uma nos" y .
las poblaciones son la evidencia empírica y los conceptos que los geógrafos deben manipular en sus investigaciones. Ahora bien, la correspondencia de esta idea con la otra tradición referida, la que busca las conexiones entre lo natural y lo humano, muestra que se trata de un concepto abstracto, desprovisto de historicidad y que encubre las contradicciones presentes dentro de cualquier agrupación humana o sociedad. Pero no se trata de sustituir simplemente lo humano por lo social, o sociedad por clase social, sino de concretar el concepto, de sustituir al hombre abstracto por el hombre real, al grupo humano sin identidad histórica por la sociedad real plena de contradicciones; de insertarla en un determinado modo de producción. Ésta es la preocupación de una verdadera geografía social. La construcción teórica del objeto de la geografía de la sociedad requiere aún, necesariamente, una discusión de sus categorías centrales. Desde el punto de vista del marxismo, la idea de proceso no puede ser relacionada directamente con la de espacio, de manera que tuviéramos formas variadas de procesos espaciales. Dado que el espacio es una característica inherente a las cosas (la espacialidad) y una categoría de la intuición y no de l pensamie nto, no expresa u na realid ad del m ovimiento sino de las cosas (dimensión, magnitud, etcétera), o bien u na cualidad virtualmente biológica del sujeto que "ve" las cosas (la espacialidad es inherente al acto de observar). En este sentido falta el espacio como categoría social real, el espacio-resultado construido y en construcción, el espacio real como demarcación de prácticas sociales precisas, una realidad que no prescinde, en ninguna hipótesis posible, de la vitalidad histórica que le imprime una sociedad concreta. No hay espacio, en esta acepción de la palabra, sin sociedad; mejor aún, no puede haber espacio ni como categoría a priori e ideal, ni como dimensión física aislada y arbitrar iamente pr edetermin a. Lo qu e existe es la posibili dad de trabajar una relación sociedad-espacio, relación que es exclusivamente social y que históricamente se expresa en procesos reales más complejos cuya comprensión debe ser tarea de un a teoría marxista de la geografía. Por eso desarrollaremos aquí la propuesta de revelar las formas concretas que cualifican y determinan esta relación, cuya historicidad se define en tanto que proceso permanente de desnaturalización, humanización y socialización del espacio terrestre.
6. SOCIEDAD Y ESPACIO
La relación sociedad-naturaleza está en la base de la discusión marxista del temario geográfico. En un primer momento, para efecto del análisis, será examinada la forma más elemental del intercambio material presente en esta relación que incluye, por un lado, a la sociedad con sus necesidades, trabajo y formas de organización para la producción, y por otro el espacio, como el sustrato material más inmediato, que se observa en los recursos naturales y en la naturaleza en general. Es necesario enfatizar que no se trata del examen de con exiones entre hombre y cuadro natural, con eventuales relaciones de causalidad en tre ellos, sino que, desde el punto de vista de la teoría marxista, se trata de investigar esta relación como intercambio material en el que el trabajo humano es la categoría central. Por tanto, la óptica es inevitablemente social, lo que presupone desde un inicio una relación permanente de apropiación de la naturaleza por el hombre. Para Marx, el propio trabajo es un proceso en el que participan el hombre y la naturaleza, proceso en el que el ser humano con su acción, impulsa, regula y controla su intercambio material con la naturaleza. Se enfrenta a la naturaleza como una de sus fuerzas. Pone en movimiento las fuerzas naturales de su cuerpo, brazos y piernas, cabeza y mano s, con el fin de apropiarse de los recursos de la naturaleza al imprimirles forma útil a la vida humana.
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Como puede observarse, se trata de un proceso universal. Al modificar la "naturaleza externa" el hombre transforma su "naturaleza interna", es decir, humaniza la natu raleza. El hombre es visto como el sujeto de la naturaleza y ésta como el cuerpo inorgánico del hombre. Para Marx, la ontología del ser social se fundamenta en la categoría de trabajo. Es el trabajo el que diferencia al hombre de los demás seres del reino animal. Esto porque el hombre pro yecta en su m ente lo s objet os qu e dese a obten er ant es de iniciar su construcción material. Los animales pueden tener actividad
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pero sólo el hombre trabaja, ya qu e el trab ajo imp lica prev isión y concienc ia de la ac ción. Esto es lo que distingu e, en pala bras de Marx, al peor arquitecto de la mejor abeja, al peor tejedor de la sta cualidad específicamente humana es denomimejo decir, la capacidad que el hombre tiene de dar na entes a sus actos. De esta manera, la relación á eza ocupa desde el inicio un lugar esencial en la I hom comprensión marxista del trabajo. La dialéctica de esta relación se expresa como un juego entre la capacidad teleológica del hombre, por un lado, y la causalidad del mun do natural por el otro. Apropiación, transformación y subordinación son, por tanto, la esencia misma de este proceso. Para Marx, que justamente trata esta cuestión en sus investigaciones sobre el proceso de trabajo, la naturaleza, desde el punto de vista de las actividades productivas, posee un significado doble y complementario: objeto de trabajo y medio de trabajo. Todos los re curso s de la nat uralez a, inc luyend o la t ierra, el aire , las aguas, el suelo, el subsuelo, etcétera, son para el h ombre, en un primer momento, "el objeto universal del trabajo humano". En este sentido, toda la riqueza producida no es más que el resultado de la transformación de objetos de la naturaleza en objetos que satisfacen necesidades humanas. En sus fases primitivas las sociedades se limitaban a retirar de la naturaleza lo que les era ofrecido de inmediato, lo que implica, evidentemente, una estructura técnica simple, conocida como actividad de colecta. En este periodo, la relación entre hombre y naturaleza posee pocas mediaciones. Sus resultados son técnicas rudimentarias, una división simple del trabajo y una elevada dependencia de la disponibilidad de recursos de fácil acceso para la comunidad. En este momento, el espacio es "riqueza natural en medios de subsistencia". Marx compara al hombre de este periodo con "un niño preso en la andadera". Otra característica de esta fase es que todavía no se puede hablar de una verdadera apropiación del espacio, puesto que el propio carácter de la actividad del
trabajo determina una cierta movilidad permanente del grupo en su labor cotidiana de colecta. Se tornan imprecisos, tenues y tran sitorio s los p roceso s de fijación , cu ya evid encia empír ica es el aspecto "portátil" de los medios de habitación y trabajo. No se delimita una porción dada de espacio (lo que constituiría un verdadero territorio), a no ser por la extensión directamente
asociada con la presencia de los recursos de consumo inmediato. En estos casos, la separación casi total entre h ombre y naturaleza lleva a los grupos sociales a la búsqueda constante de nuevos espacios, lo que resulta en que su cultura (su trabajo, su modo de vida, etcétera) no se manifiesta de modo permanente en el suelo. Hasta ese momento es insostenible hablar de un claro proceso de valorización del espacio. Con el desarrollo histórico, el poblamiento, la apropiación y la fijación de grupos humanos en áreas específicas del planeta, se empezó a dominar la forma de relación entre la sociedad y el espacio. Aunque se trate de formas precapitalistas de producción, el hecho es que el intercambio material entre hombre y naturaleza se alteró sustancialmente. La fijación en una porción dada de territorio, lejos de presentar alguna causalidad natural, o incluso un agotamiento de las áreas disponibles para las antiguas prácticas de colecta, implica cambios cu alitativos profundos en el ámbito de las relaciones del trabajo, de las necesidades sociales de consumo y, más importante aún, de las formas de organización social. El intercambio con la naturaleza se torna más complejo con la introducción de mediaciones hasta entonces ausentes. La naturaleza, en particular en las antiguas sociedades agrícolas, aparece ya no sólo como objeto de trabajo, sino principalmente como medio de trabajo, cuya expresión empírica mayor es el propio suelo agrícola. La cantidad de trabajo humano incorporado al espacio de vivencia y producción aumenta considerablemente. Entre la naturaleza "bruta" y los objetos producidos para el consumo se interpone una cierta distancia histórica, que es representada por instrumentos de trabajo más sofisticados, por las técnicas de cultivo, de almacenamiento y de consumo, y por la domesticación de los animales, para transformarlos tanto en medios de trabajo como en alimento. Se amplía el espectro de la naturaleza como "granero de los medios de trabajo". Una cierta madurez de las actividades, como consecuencia de un dominio sobre las características del medio —la construcción de diques y duetos para irrigación y energía hidráulica, los caminos de circulación y medios de transporte—, manifiesta un perfeccionamiento general de la estructura productiva que se agrega al suelo. La consecuencia más visible de este perfeccionamiento, que es a su vez el origen del desarrollo posterior, es justamente la
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forma de organización social para la producción material; la división del trabajo, que es la diversificación de las actividades productivas en el seno de la misma sociedad. Ocurre entonces la separación entre el trabajo agrícola, la caza, la pesca, la pequeña industria doméstica de autosuficiencia, las actividades bélicas, las funciones de mando y las religiosas, y tantas otras de ma yor o men or im porta ncia . Se torn an i gual men te co mple jas la s relaciones intracomunitarias a escala individual y de grupos de individuos: aparece la estratificación social y las relaciones de dominación basadas en títulos y la posesión de la tierra y de instrumentos de trabajo, con la que se disuelven las antiguas relaciones "igualitarias" de los estadios anteriores. Ese proceso culmina con la constitución del Estado. El perfeccionamiento de la estructura económica permite la producción estable del llamado "excedente", es decir, una cierta porción de productos disponibles para el intercambio, además de los destinados a las necesidades locales. Las aldeas europeas de la antigüedad, por ejemplo, ilustran bien la existencia del excedente. Se establecen los "intercambios naturales", es decir, se intercambia un producto u ob jeto por su equivalente: cierta cantidad de cereales por cierta cantidad de tejidos. Se esboza una "división territorial de la producción". En este estadio, en el que se fijan cada vez más las actividades productivas en una porción del espacio, la delimitación de los lugares de vivienda y de circu lación se torna tamb ién cad a vez más r ígida. S e da la aparición inevitable de límites entre los diferentes grupos y dentro de cada uno de éstos, como la demarcación de tierras para cultivo o pastoreo. El desarrollo de los imperios y más marcadamente la aparición de los Estados, ubican la delimitación de las fronteras en el centro de la relación entre los pueblos. Por tanto, la fijación es un presupuesto de la existencia del territorio y del Estado. En cierto sentido, las propias fronteras son la expresión más acabada, y la evidencia empírica en el ámbito espacial, de una sociedad organizada en forma de Estado. Además, teniendo siempre en cuenta la defensa de sus fronteras, se d esarrollan, a su vez, sus aparatos diplomáticos y bélicos. Es evidente que en este estadio no se trata simplemente de la defensa de los recursos naturales, sean abundantes o escasos; se trata aun más de la defensa de la estructura productiva y social: de una cierta "nacionalidad" cuya expresión cultural fue tejida a lo largo del
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tiempo. De un cierto "patrimonio común" resguardado por el Estado, sea tiránico o no. Por tanto, lo que está en juego n o es la porción de un espacio cualquiera, sino un verdadero territorio. Es en este sentido qu e las interminables guerras de la antigüedad son expansionistas por excelencia. Se trata de acciones sucesivas, de la apropiación de territorios ajenos y de todo lo que estos contengan. No se puede cualificar este proceso como apropiación para la valorización; en la mayoría de los casos se trataba de simples robos, de dominación que se utilizaba para sangrar los recursos humanos, agrícolas y los productos en general: la apropiación de los productos en sentido estricto (incluso, a la propia población, como en el esclavismo antiguo). Se organizaban, eso sí, sistemas más o menos complejos de colecta de tributos; se dinamizaba este o aquel sector productivo o de intercambio, se extendían o no ciertos rasgos culturales del pueblo invasor. Pocos son los ejemplos históricos de apropiaciones territoriales que dieran como resultado transformaciones profundas en la estructura productiva. Si se toma en cuenta la constitución de reinos e imperios (en Europa, Asia y África) y su papel en la fijación de la población, en la "urbanización" y en la producción, la idea continúa siendo válida. Sucede que la práctica i m perialista, presente en toda la historia antigua, es siempre algún tipo de expropiación (territorial). La desapropiación violenta, intrínseca al expansionismo territorial, funciona siempre con el impedimento mayor de una alteración "profunda" de la producción. Esto ocurre, como en el caso de los imperios romanos (occidental y oriental), cuando se da el dominio absoluto de un pueblo sobre cierta porción del territorio (hasta en la escala continental) y la permanencia de su vida social en particular. Entre tanto, la prueba de fragilidad de muchos imperios "consolidados y estables", en particular
los europeos, se encuentra en sus sucesivas desintegraciones. Tod a dec aden cia y d esapa rición poster ior es siemp re ma rcada por la pérdida de territorio, ciudades, esclavos y riquezas. Al invasor le corresponde el reinicio del proceso de ocupación. De esta manera, la estabilidad de los imperios es siempre relativa, ya que lo que siempre está en juego es la disputa territorial,
cuya mejor expresión son las guerras. Por tanto, se sustentan y se "equilibran" a costa de su capacidad de administrar un
centro (por ejemplo, Roma y sus alrededores) y una gigantesca
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"periferia" diversificada y siempre problemática. Por eso la desapropiación es la regla en esa "gestión" territorial. Y también por eso estos imperios son el mejor ejemplo de una relación sociedad-espacio centrada en la apropiación territorial y no en la valorización territorial. Incluso la transformación del feudalismo, cuya sociedad era razonablemente estable, se encontraba como señala M. Dobb, poco en las continuas guerras entre los señores feudales, y más en el desarrollo de los burgos. Se intensificaba el comercio y los equivalentes mercantiles en forma de monedas. Lo fundamental es que durante muchos siglos predominó un cuadro de producción simple, con un pequeño excedente y una pequeña expresión comercial, llevada fuera d e los límites locales. La producción agrícola autocrática, sea en la propiedad feudal o en la pequeña propiedad campesina, al lado de la pequeña producción artesanal de los burgos, seguía componiendo la estructura productiva fundamental de Europa por lo menos hasta mediados del siglo xv. Tod a his toria prec apita lista de l a hu man idad se d esar rolló en el contexto de cuadros espaciales reducidos. Esto significa que hasta la llegada del capitalismo no existió una historia universal. Son modos de producción inscritos en cuadros particulares y en historias impares y au tónomas. Los contactos entre las civilizaciones eran inexistentes, tenues o esporádicos. Desde este punto de vista, los modos de existencia se encontraban expresivamente asociados a los espacios en que se localizaban. No obstante, es preciso indicar que cuando comenzaron a establecerse los presupuestos materiales del capitalismo, localizados en algunas sociedades europeas, el estadio de las relaciones sociedad-espacio ya había sobrepasado los límites de la apropiación natural. A partir del siglo xv, el desarrollo del comercio dentro de Europa, especialmente en escala regional, impulsó la desintegración del antiguo orden feudal. La expansión del sistema de intercambio natural, o trueque, por equivalencias en dinero, constituye un fuerte estímulo al aumento de la productividad en las corporaciones de artesanos de los burgos. También el pequeño productor campesino busca aumentar su margen de excedente, e incluso algunos señores feudales se integran al llamado circuito comercial. En Europa se acentúa, al lado del comercio y
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de la desintegración del sistema feudal, el proceso de división de tierras y la afirmación del campesinado con el cercado de las tierras comunales. La pequeña producción familiar y la gran propiedad (feudal o no), integradas al circuito de intercambio, dan al comercio una ampliación de sus dominios. La privatización, el cercado de las tierras comunales y el aumento de la producción agrícola para el comercio, son algunos de los fundamentos de lo que Marx denominó acumulación originaria. La transformación de la estructura productiva, aún poco expresada en el inicio, revelaba cambios que alterarían el propio modo de producción algunos siglos después. Se trataba, aunque en la escala europea y con mayor énfasis en algunos países, de una alteración más profunda que una simple evolución económica. Hasta entonces, la sociedad estaba organizada alrededor de la producción de valores de uso para consumo propio y cuyos excedentes eran insignificantes. Con la expansión del comercio y el a ument o de la pro ductiv idad, las so ciedad es se organ izaron para producir valores de cambio, es decir, mercancías. En este estadio la producción aún era llevada a cabo d irectamente por el propietario de los medios de trabajo, mientras que el trabajo asalariado, o alguna de sus formas previas, era insignificante. La tendencia a la organización de los productores urbanos en corporaciones de oficios, con una cierta división del trabajo basada en la cooperación, y la existencia de gremios de comerciantes, evidenciaban alteraciones de importancia en la estructura social de producción. Posteriormente, con la expansión del comercio trasatlántico y su generalización en las ciudades y el campo, esta tendencia se acrecentó. En el plano estrictamente económico, además del gran comercio, ahora en escala internacional, se fortalecieron las casas bancarias, se generalizó la circulación de monedas y la práctica de préstamos con intereses. Los antiguos propietarios de la tierra prefirieron la mayoría de las veces alquilar sus tierras a nuevos productores transformándose en arrendatarios. A su vez, los comerciantes se asociaron a los reyes y a la aristocracia, y fundaron grandes compañías comerciales que financiaron nuevos sectores productivos y con las cuales consiguieron privilegios políticos en forma de monopolio, mediante los cuales se apropiaron de prácticamente todo el excedente económico que entonces circulaba entre las regiones y las nacion es.
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Se generalizó la producción de mercancías para el intercambio, cuya expansión guardó estrecha relación con el crecimiento de las ciudades y del mercado, y con la desintegración del mundo feudal. No sólo el comercio, sino principalmente la propia producción, rebasó los límites del continente europeo expandiéndose a los nuevos territorios descubiertos y apropiados. En este caso, al contrario de las antiguas invasiones, a la apropiación le siguió, el montaje de estructuras de producción de diversos géneros para su comercialización dentro de Europa; es la forma particular de valorización territorial desarrollada por el llamado mercantilismo y por el capital mercantil, precursores del n uevo modo de producción que ya se gestaba en esa época. Se valorizaron las nuevas tierras por medio de la colonización forzada, con el recurso de la esclavitud, con el robo de las riquezas y el sometimiento de los pueblos nativos. Todo esto fue incluido por Marx entre los fundamentos de la acumulación originaria, la fase inmediatamente anterior y necesaria al capitalismo qu e se desarrollaría desarrollaría plenamente a partir del siglo xviii. Comienza a esbozarse un espacio de relaciones internacionales, una historia universal. Otro aspecto del desarrollo de la estructura productiva económica general, desplegada en el llamado mercantilismo, es la división del trabajo. La evolución y diversificación de las necesidades de consumo y del mercado general, junto con un número cada vez mayor de personas concentradas en las ciudades, llevó a una mayor diversificación diversificación de la producción no sólo en un país, sino a escala internacional. En primer lugar, comenzó a esbozarse una creciente supremacía de las ciudades sobre el campo, de la producción urbana sobre la rural y del capital mercantil (urbano) en general. Se estableció así una primera gran división del trabajo en el ámbito general: la plena separación entre la ciudad y el campo. Pero además, empieza a darse un a cierta especialización entre las corporaciones de artesanos de las ciudades: corporaciones productoras de tejidos, de utensilios de cobre, de carruajes y de instrumentos bélicos. bélicos. Esto se vuelve aún más evidente en la relación entre las naciones: Portugal y España con sus productos transatlánticos, el azúcar, el tabaco y otras especies, además de los metales preciosos; los alemanes con sus productos metalúrgicos, Inglaterra con sus tejidos, Francia con el trigo y los Balcanes con sus productos pecuarios. La división
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del trabajo se generaliza, antes incluso del pleno desarrollo del modo capitalista de producción, tanto en el ámbito de las especialidades como en el de las diferenciaciones territoriales. La estructura económica del modo de producción específicamente capitalista está centrada prioritariamente en una actividad industrial a gran escala y en la acumulación de capital basada en la explotación del trabajo asalariado. Su surgimiento originó una transformación radical de todos los aspectos de la vida social y económica, cuya descripción rebasa, evidentemente, los límites de este trabajo. Lo que corresponde aquí es, por un lado, registrar algunos rasgos generales de este modo de producción, y por otro, destacar algunos de los temas centrales de la interpretación marxista de este proceso. Como ya se dijo en el capítulo anterior, el capitalismo es por excelencia un modo de producción concentrador, tanto de medios de producción y capital, como de fuerza de trabajo y población. La reunión de los numerosos capitales individuales en forma dinero, la concentración de instrumentos de trabajo y máq uinas operacionales; el volumen creciente de materias primas y la ampliación de espacios destinados a la producción, son aspectos del mismo proceso general de concentración. Además, un sistema en el que coexisten contradictoriamente un pequeño número de poseedores de capital y una enorme masa de trabajadores libres, cuya única mercancía es su fuerza de trabajo, conduce necesariamente a que los primeros concentren la fuerza de trabajo junto a sus medios de producción. El resultado más eviden te es el trabajo colectivo, repetitivo y con tareas determinadas y especializadas. Su expresión social es la cooperación en varias formas, la alienación del trabajador y la pulverización de sus potencialidades. Como observa Marx, la fragmentación del trabajo y de la actividad en general, verdadera mutilación de los individuos, se encuentra íntimamente relacionada con la creciente productividad social del trabajo y, consecuentemente, con el ritmo de acumulación de capital. Es este papel lo que caracteriza al capitalismo. Por otro lado, además de concentrador e intrínsecamente desigual, el capitalismo es también expansionista. La búsqueda incesante de la ganancia depende ind iscutiblemente de la ampliación constante del volumen de mercancías producidas. En este estadio, a diferencia del periodo mercantil, la acumulación se realiza fundamentalmente en el proceso de producción, y no
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en la circulación propiamente dicha. Esto explica el crecimiento y la d ivers ificac ión de l os pr odu ctos y de los m ercad os, c uyos resultados son la urbanización y la expansión territorial de la producción y del consumo. En el telón de fondo de este proceso se transforma radicalmente la relación hombre-naturaleza. La producción industrial en gran escala amplía considerablemente la cantidad y la diversidad de los productos, sea por la diversificación del consumo o por la introducción de nuevas tecnologías de acceso a los recursos naturales. El proceso de apropiación se acentúa y se transforma cada vez más en un proceso social general. Entre el hombre productor y la naturaleza se encuentra ahora la tecnología, y el uso de los productos ya no se limita a la satisfacción de las necesidades elementales de subsistencia. En este sentido, se amplía la relación. Entre los productos brutos obtenidos en la naturaleza y su consumo posterior posterior se interpone una n ueva mediación, que desde el punto de vista industrial se denomina materia prima, es decir, un producto intermedio que ya contiene trabajo muerto, modificado y preparado según las conveniencias de la producción. La vida de las ciudades desnaturaliza ampliamente las formas de socialidad presentes en las antiguas comunidades tribales o incluso campesinas. Las transformaciones en la relación hombre-naturaleza son 1 también eminentemente culturales. De ahí la afirmación de i 1 Marx de que lo fundamental al tratar el capitalismo no es examinar la relación, sino la separación, entre el hombre y la naturaleza, entendida como la desnaturalización del trabajo social y de la sociedad en general. Como contrapartida de esta tendencia general, y como consecuencia inevitable de la apropiación creciente de los recursos naturales, se acentúa igualmente el proceso de modificación de la propia naturaleza. Desde qu e se intensificó la producción de valores de cambio, es cada vez más difícil hablar de "cuadros naturales en su forma pura", pues éstos han sido bastante modificados: la retirada creciente de las antiguas coberturas forestales, forestales, la canalización de los ríos, el aplanado de los suelos y, en los años siguientes, la modificación del suelo para la agricultura. La propia urbanización es el gran agente de alteración del medio, e incluso surge el paisajismo como una técnica urbana de "renaturalización racionalizada" de este medio ya p revi amen te m odifi cad o. N i siq uier a las prop ias á reas que
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en cierto aspecto son aún "vírgenes" escapan a esa socialización general por la que pasa la naturaleza. Como excepciones representan, para la sociedad general y para el capitalismo en particular, o reservas territoriales estratégicas para valorización futura (con todos sus recursos incluidos), o reservas naturales bajo la tutela del Estado, que pretenden ser preservadas en su aspecto natural primitivo. Como consecuencia general de este_ proceso puede hablarse! de la conformación de tir á – segunda naturalez'á, naturalez'á, de la naturaleza humanizada, modificada y ifariáraiiiáiráeño ifariáraiiiáiráeñobjeto bjeto general del', trabajo, pero bajo la forma específicamente capitalista. Es por eso que esta segunda naturaleza se contrapone históricamente a la de los tiempos remotos, la primera naturaleza. El hombre pierde cada vez más su antigua proximidad con el mundo de la causalidad natural y se afirma como un ser eminentemente social; en contraposición con la propia naturaleza, se distancia cada vez más de su carácter original, en la medida en la que se incorporan al espacio cantidades crecientes de trabajo humano. Además, recursos naturales y espacio son progresivamente acaparados por la mercantilización y la privatización. privatización. La propiedad privada del suelo es la mayor expresión del progreso histórico de separación entre los hombres y "su" espacio. Por todas estas razones, se transforma también, en su forma general, lo que en el inicio denominamos como relación sociedad-espacio. Las sociedades capitalistas tienden a un proceso simultáneo y contradictorio de relación-separación con sus espacios de producción social y vivencia en su sentido más amplio. La trayectoria que va del género de vida rural a la com-
plejidad de la sociedad capitalista metropolitana, por ejemplo, expresa bien estas transformaciones a lo largo de la historia. De la relación íntima hombre-lugar o comunidad-lugar, se pasa a la relación altamente mediada sociedad global-espacio global. Desde el mercantilismo, con la ampliación de los intercambios y de los esp acios d e circ ulaci ón, s e rom pen s uces ivame nte lo s lazos entre las comunidades y sus espacios de origen. Las viejas fronteras ecológicas, culturales —en el caso de las comunidades rurales— o políticas —en el caso de las propiedades feudales y de los territorios nacionales— son gradualmente destruidas por el carácter transformador de los nuevos capitales y de las nuevas mercancías, y por el poder de la globalización globalización de los intercambios intercambios
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mercantiles. Se relativizan los espacios singulares de producción y vive ncia; se ex tiende n los límites de la sociab ilidad y , con ello, la rigidez de los lugares en su singularidad infinita sucumbe progresivamente a los flujos y, de ese modo, al espacio global. La consolidación del capitalismo, en cuanto proceso de acumulación centrado en la producción industrial y en el trabajo asalariado, acentúa enormemente esta tendencia general. La concentración de medios de producción y de fuerza de trabajo repercute a su vez en la intensificación de las relaciones sociedad-espacio. Al lado de la ampliación de los espacios incorporados al proceso productivo y a la circulación —cada vez más a escala mundial—, la realidad urbana-industrial se impone fuertemente como el trazo característico del nuevo espacio social en construcción. Síntesis concreta de esta indiscutida tendencia a la concentración, las ciudades capitalistas, y en particular su posterior desarrollo metropolitano, restablecen en forma cualitativamente diferenciada los espacios de producción y vivencia. No se trata, evidentemente, evidentemente, de simples cambios de escala. La organización capitalista del espacio transforma profundamente las relaciones sociales como un todo. La afirmación de un nuevo modo de producción no es meramente una evolución cuantitativa de la producción o de los espacios afectados por ella. Los edificios, las calles y plazas, y todo el universo material de una ciudad, se presentan a primera vista como pruebas empíricas de un gigantesco proceso de fijación del hombre al suelo. S in embargo, el significado real de la urbanización contemporánea va más allá de lo que nos es ofrecido por la observación de su aspecto físico. Además de qu e la ciudad capitalista capitalista representa para el capital un objeto y medio de realización de ganancias de todo orden (condición general de reproducción de la producción), lo q ue la transforma en una gigantesca masa de capitales privados y de capital social general, ella representa también una verdadera revolución de las antiguas funciones de la ciudad como concentradora y dispersora de flujos. La metrópoli debe ser comprendida en el contexto de las relaciones mundializadas. Como bien observó Harvey, ella es el espacio relacional por excelencia; un momento históricamente concreto cuya expresión empírica es la concentración física y la fijación. En este sentido, el análisis exclusivo de su fisiología aparente sólo es una arbitrariedad: arbitrariedad: la reducción de una totalidad del
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movimiento a uno de sus momentos. Por eso del análisis de la relación sociedad-espacio sociedad-espacio se desprende la fijación sobre el presupuesto de la separación en tanto determinante general. Como la separación es histórica, la unidad de la relación sociedad-espacio no podría ser natural, cómo piensa la geografía positivista, pero sí su negación permanente, la separación, la relación en oposición a la fijación. No existen "relaciones verticales" verticales" en el sentido de que el hombre esté preso al suelo. Esto es una abstracción sin mucho sentido, pues la esencia de los espacios sociales es la relación social más general y la relación entre los lugares. La verdadera unidad sociedad-espacio es histórica (contradictoria) y no ecoló gica (de con tenido nat ural). Si la c iudad no es una simple ampliación de lugares, tampoco la relación contemporánea sociedad-espacio puede ser reducida a una producción recluida en los antiguos géneros de vida. En este capítulo intentamos exponer en términos generales las manifestaciones históricas que consideramos más centrales para el análisis que estamos desarrollando. Esbozamos sólo algunos presupuestos necesarios para continuar con el argumento, lo que requerirá ahora el examen más cuidadoso de otras reflexiones y premisas del materialismo histórico y dialéctico, en primer lugar el análisis de la teoría marxista del valor.
7. VALOR Y ESPACIO
La comprensión del proceso de valorización del espacio y la construcción de una teoría al respecto exigen la aclaración de una categoría central en el pensamiento marxista: el valor. Marx realiza la construcción crítica de esta categoría examinando las diferentes concepciones que se tuvieron de ella en la economía política clásica, de inspiración burguesa, desde el siglo xvu. Los resultados de este trabajo están expuestos en su obra Teorías sobre la plusvalía.
A diferencia de las ciencias sistemáticas y especializadas de hoy en día, la economía política clásica se dirigió al análisis global de la sociedad de su época, y se preocupó de la totalidad de la vida económica y social. Sus principales teóricos, dirigidos por los objetivos más generales de una clase social en ascenso (la burguesía), manifestaron, por un lado, la necesidad de formular un conocimiento científicamente válido para los fenómenos propios de un sistema económico enteramente nuevo y bastante complejo. Por otro, la necesidad, explícita o implícita, de justificar ideológicamente la relevancia y justeza de un modo de producción centrado en la explotación del trabajo ajeno y en la apropiación privada de los beneficios. Esta justificación los impulsaba a plantear la cuestión del origen del valor. Explicarla significaba, en última instancia, captar la esencia del modo en el que la riqueza era producida y transformada en excedente para la acumulación. Ahora bien, M arx señaló que los grandes economistas que lo precedieron no se dedicaron explícitamente a esta materia, y prefirieron tocarla tangencialmente, o incluso encubrirla en sus deducciones teóricas. Por eso no es casual que las nociones marxistas sobre el valor fueran obtenidas de los extensos análisis que se desarrollaron, por ejemplo, sobre las formas de renta, de intereses y de ganancia en general. En este sentido, es necesario distinguir la importancia que Marx atribu yó a los represen tantes de la ll amada econom ía polític a clásica o burguesa. Sin dejar de develar críticamente su contenido ideológico, reconoció en varios de sus autores la validez científica de las teorías elaboradas y el rigor con el que intentaron explicar la naturaleza de los procesos de su época.
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Durante el auge comercial europeo del siglo xvil se desarrolló la llamada escuela mercantilista. Lo que de manera general caracterizaba a los distintos autores de esta época (Ortiz, A. Montchrétien, Tomas Mun y W. Petty, entre otros) era la confusión entre el valor y la moneda. Por esto la búsqueda d esenfrenada de metales preciosos, principalmente el oro. Países como España, que por sus colonias podía contar con grandes cantidades de este metal, entró en franco proceso de atesoramiento; otros como Francia e Inglaterra recorrieron sus respectivos Estados con
el fin de reglamentar el comercio de formas monopolistas, con el fin de exportar sus productos al mayor precio posible y acumular moneda. En suma, la riqueza de un país se medía por su capacidad de acumulación de oro y plata. En este contexto, los mercantilistas sostenían que la circulación de las mercancías y monedas era el fundamento de tod a riqueza. No les interesaba el origen del valor en sí, del cual pensaban que era definido arbitrariamente por la clase de los comerciantes y por el Estado de forma monopólica, sino la ganancia, en tanto excedente por encima de dicho valor. Entre los economistas del siglo xvii, Marx destacó a W. Petty como al padre de la economía política, en cuya obra encontró varios pasajes importantes sobre el origen y la evolución del valor. De manera distinta a la de sus contemporáneos, Petty dio gran i mportancia a los mecanismos que determinan los precios de las mercancías. Para él toda mercancía, además del precio atribuido, tiene un "precio natural", es decir, un valor real. La determinación de este precio natural sería dada por la cantidad de trabajo necesario para su producción y por la variación del valor de este trabajo en función del costo real de satisfacción de necesidades del trabajador. Este autor reconoce dos formas de plusvalor: la renta del suelo y los intereses del dinero. El plusvalor es para él la parte del producto que sobra, después de la deducción de los gastos en el cultivo y en el trabajo necesario para la subsistencia de los productores. En este sentido, la ganancia será igual al trabajo excedente. ¿Y cuál será el precio (natural) de este producto excedente? El equivalente a otro producto excedente en otro local, incluyéndose el oro. En esta perspectiva, todas las ganancias tienen su origen en el precio natural de los productos, es decir, en el trabajo. Es la primera formulación explícita de la teoría del valor-trabajo.
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La escuela mercantilista se caracteriza por la defensa del comercio en escala internacional como el fundamento de la riqueza, y sólo algunos de sus autores pensaron en el origen del valor en el ámbito de la producción. Entendían la realidad económica centrada en la participación del Estado y en el atesoramiento de monedas desde la organización monopólica. Expresaban la idea de una sociedad económica impulsada por la circulación internacional. No era la producción la que estaba en juego, sino el dinero obtenido de un excedente nacional, resultado del intercambio. La idea de un comercio reglamentado por los Estados (monopolio) y de creación de riqueza (valor), considerada como una cierta cantidad de moneda acumulada en la circulación, definía de manera general el sistema de los mercantilistas. Durante el siglo xviii, en un contexto d e desarrollo de la industria y la agricultura, en particular en Inglaterra y Francia, nuevas ideas económicas marcaron a la economía política de la época. En primer lugar, destacan las teorías de Adam Smith, en Inglaterra, quien defendió tanto la libre competencia y las "fuerzas del mercado", como los derechos individuales del productor y del comerciante; estas ideas se contrapusieron a la intervención estatal del pensamiento anterior, pues se oponían frontalmente a la concepción de los m ercantilistas. En segundo lugar, surgió en Francia la escuela de los fisiócratas (Quesnay, Turgot y otros), quienes promovieron un verdadero cambio en los rumbos del análisis económico cuando, al abandonar la óptica de la circulación, centraron su análisis en la producción. Según Marx, los fisiócratas fueron los primeros en analizar el capital en todos sus elementos y manifestaciones durante el proceso de trabajo, por lo que los considera como los "verdaderos fundadores de la moderna economía". Les interesaba el análisis empírico de los elementos constitutivos del funcionamiento económico; la verdadera fisiología de la economía, independientemente de consideraciones sobre el papel del Estado, la voluntad de los individuos u otras imposiciones externas. Según M. D obb, se trataba de descubrir y anunciar las "leyes naturales" de un orden económico capaz de regularse a sí mismo. Estas leyes "objetivas" podían ser racionalmente conocidas, y regulaban no sólo el orden económico, sino el orden social como un todo. En este sentido, para los fisiócratas el orden burgués en el plano económico era una "ley natural".
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Una segunda gran tendencia teórica que los caracteriza es la idea de que sólo la producción agrícola puede proporcionar un producto líquido (nato) o excedente. Por lo que la indu stria y el comercio serían actividades superfluas, ya que no son productivas —para toda la economía clásica (burguesa) el único trabajo productivo es el que genera plusvalor—. Relacionado con esta concepción de la importancia de la agricultura, se observa también el privilegio que los fisiócratas le dan al papel de la naturaleza en el proceso productivo y en la acumulación. Dado el presupuesto de que la agricultura siempre produce una renta líquida, es decir, una cierta cantidad de producto excedente, debía explicarse entonces el papel de la naturaleza en la productivi- dad del trabajo. Por tanto, el valor puro y el plusvalor (o ganancia), solamente obtenidos en la producción agrícola, tienen un fundamento natural. Para ellos, en la actividad manufacturera, por ejemplo, se da sólo una transferencia del valor de las materias primas y del trabajo al producto, ya que los trabajadores en la industria no añaden materia, sólo la modifican, sin producir ellos mismos sus medios de vida. A l estar fijados el valor de las materias primas y el salario, el plus del valor, obtenido por el propietario de la fábrica, no será una cierta cantidad de excedente de los valores de uso (como en la agricultura), sino sólo una adición de valor resultante de la suma de trabajo. La fuente primera del valor continúa siendo la agricultura, y ésta es la que verdaderamente proporciona un excedente físico. Por lo antes expuesto, para Quesnay la única clase productiva es la de los trabajadores agrícolas, mientras que los propietarios, comerciantes e industriales son superfluos. Véase que los fisiócratas defienden la idea de un valor físico, indisoluble de la materia; en el fondo, una concepción naturalista del valor. En opinión de Marx, para los fisiócratas "el plusvalor es una dádiva de la naturaleza". Por esto mismo, al contrario de los mercantilistas, para los economistas de esta corriente el interés del dinero no constituye un nu evo valor, no se reproduce a sí mismo y es sólo un equivalente invariable. Es el incremento del volumen de productos agrícolas el que constituye un nu evo valor. Como puede observarse, las concepciones de valor y de plusvalor de los fisiócratas se limitan a una forma de trabajo social, aunqu e tienen el mérito de reconocer la apropiación privada del trabajo ajeno. La crítica marxista a este conjunto de ideas reside jus-
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tamente en su concepción física o natural del valor (productor nato), a su apego al valor de uso (materia) y a la concepción del trabajo únicamente como trabajo concreto. En resumen, si para los mercantilistas el plusvalor es siempre relativo (unos pierden, otros ganan) y la ganancia el resultado de las fluctuaciones del mercado, para los fisiócratas es absoluto, es decir, tiene existencia concreta, por lo que se expresa siempre en un producto nato: un resultado de trabajo concreto y de las bondades del conjunto de las fuerzas naturales. En ambos casos, una concepción metafisica del valor: el plusvalor es siempre resultado inherente al funcionamiento de un cierto orden natural propio del sistema económico. Otro gran autor de la economía política clásica preocupado por el origen del valor fue Adam Smith. Es verdad que no puede ser considerado como un fisiócrata, sin embargo, dado el contexto histórico común, muchas de sus ideas coinciden con las de dicha escuela. En particular, en lo que respecta al "orden natural" que regula la vida económica. La contribución de Adam Smith es notable y bastante original para su época; es preciso destacar sus ideas sobre el valor, independientemente de su conocida idea general respecto de la llamada libre competencia, asentada en las fuerzas del mercado, y de la fluctuación de los precios en función de la ley de la oferta y la demanda. Smith entiende el valor como valor-trabajo. El trabajo es la medida real del valor de cambio de todas las mercancías. Emplea la idea de un precio natural, definido en sus propias palabras como "igual a la suma de las tasas naturales de los salarios, ganancia y renta". De acuerdo con la idea del mercado de este autor, también el salario, la ganancia y la renta son "tasas corrientes o medias", determinadas por la oferta y la demanda de "trabajo, capital y tierra". Esto significa que, igual que los bienes en general, estos bienes "especiales" tienen su disponibilidad determinada por la lógica de la competencia; dicho en cuanto al funcionamiento global de la economía. Smith desarrolló una teoría para explicar el origen del valor en sí (valor en general, en su forma pura), y otra para explicar el plusvalor, y que sólo tendría validez en el capitalismo. En la primera teoría parte del supuesto de que todo valor de cambio de una mercancía dada es igual a la cantidad de trabajo que ella contiene. Por eso, siempre que se concreta un acto de cambio, lo
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que verdaderamente estará adquiriendo el consumidor, por un cierto equivalente en dinero, es una cierta cantidad d e trabajo. Esta es la medida real del valor. La segunda teoría es que el hecho de q ue los individuos acumulen cierto capital los capacita para adquirir medios materiales para la reproducción y contratar trabajo alienado, pagado con salario. Lo que sucede en este caso es que el total de trabajo incorporado al producto se divide en dos partes al final de la producción: una que representa el salario y otra que constituye la ganancia. Como se ve, la ganancia para Smith es sólo una deducción natural del producto del trabajo. De cualquier modo, será siempre el trabajo la verdadera y más segur a med ida de valor. Esto porq ue pa ra el traba jador el trabajo tiene un valor invariable: es siempre una dada cantidad necesaria para su reproducción en tanto que trabajador. Lo que cambia para el capitalista es el valor de este trabajo, en función del precio, por ejemplo, de los alimentos (de gran importancia en el costo de la reproducción). Para el autor, al contrario del dinero, que varía conforme a la inflación, el valor del trabajo
es invariable, lo que lo cualifica como la medida real del valor. Resulta que todas las mercancías son siempre vendidas por su valor real, nunca por debajo o encima de él. ¿Cómo entonces el capitalista se apropia del plusvalor? Según Smith, vendiendo siempre una cierta cantidad de trabajo, además de la cantidad por la cual pagó. La ganancia es siempre el equivalente a la parcela de trabajo no pagado a los trabajadores. Marx observa al respecto que Smith en este punto establece el verdadero origen del plusvalor. La plusvalía para este autor no se percibe sólo en forma de ganancia, sino también en la de renta del suelo, sólo que, al contrario de los fisiócratas, no piensa que esta última sea la fuente exclusiva del valor. El capital no es la única propiedad privada que se enfrenta al conjunto de los trabajadores; también los propietarios de tierras aparecen como un contrapunto del trabajo. Después de apropiarse, de diferentes maneras, de las tierras disponibles, los terratenientes aparecen en el mercado "exigiendo una parte de la colecta sin haber sembrado". El trabajador, frente al propietario, se ve obligado a transferir una parte del producto de su trabajo, una "renta del suelo". Lo que el productor está pagando al propietario es una parte de su trabajo excedente. Como la mayor parte de los trabajadores agrícolas carecen de
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tierras, terminan sometiéndose al capitalista arrendatario, que los emplea y les adelanta capital, pero que lo recibe de vuelta, y adq uiere una g ananc ia de su tr abajo exce dente . Los intere ses son la tercera forma en que se reviste el plusvalor. El "sistema" de Smith se completa en su teoría sobre el trabajo como fuente única y equivalente verdadero (la medida de lo real) del valor. La apropiación es vista como excedente de trabajo, formas de plusvalor. El plusvalor como ganancia y renta del suelo, la renta del suelo como parcela del excedente para el propietario y parcela apropiada por el arrendatario capitalista. Como observa Marx, Smith representa un considerable avance en relación con los fisiócratas, pues reconoce q ue el plusvalor es una apropiación de sobretrabajo, tanto en la industria como en la agricultura. Entre tanto, tal como los fisiócratas, tampoco concebía el plusvalor como categoría específica, y lo confund ía con las formas por él asumidas. Como se verá más adelante, Marx examinará el plusvalor como categoría real, en su existencia propia e independientemente de sus modalidades concretas. Indiscutiblemente, la evolución del capitalismo del siglo xix está vinculada al desarrollo de la gran industria. Desde el punto de vista de la economía política, este siglo estará marcado por la intensificación del debate, por la producción teórica y por la gran proyección de algunos autores. Entre ellos destacamos a David Ricardo, el mayor representante del periodo dorado del capitalismo y de la economía clásica o burguesa. Con Ricardo, dice M. Dobb, surge "una teoría integrada del valor, de la ganancia y de la renta". Revoluciona el modo como hasta entonces se explicaba el origen del valor. Al contrario de sus predecesores, defiende la idea de que el "punto d e partida" y el fundamento del valor en la producción burguesa es el tiempo de trabajo. Del mismo modo que Smith, Ricardo parte del valor-trabajo y del valor de cambio, o de "la capacidad para adquirir otros
bienes". Para distinguir al valor determinado por el tiempo de trabajo del valor relativo, que depende de las variaciones de los equivalentes entre las mercancías, llama al primero "valor real", o simplemente "valor". La idea de que el tiempo de trabajo determina el valor de las mercancías debe ser aplicada no sólo al trabajo invertido en su producción (trabajo nuevo), sino también en el contenido previamente en las materias primas y en las máquinas y equipamientos. A este valor lo denomina ca-
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pital constante (trabajo pretérito). Aquí reside la contribución revolucionaria de Ricardo. Ve el origen del valor más allá de los límites estrechos de la producción inmediata, y de su funcionamiento "natural". El tiempo de trabajo y el plusvalor empiezan a verse como el "punto de partida" de toda acumulación. Además de la parcela retribuida por el salario, existe otra ya contenida en los medios de producción. Es ésta la conexión íntima que se descubre entre el plusvalor y el proceso general de producción capitalista. Como dice Marx, con esto se distingue y apunta la contradicción entre el "funcionamiento real" y el "funcionamiento aparente" del sistema; entre el valor de las mercancías determinado por el trabajo invertido en el acto de su producción (apariencia), y el determinado por el trabajo global, que abarca tanto la producción inmediata como el trabajo previo: la producción de los instrumentos, máquinas, edificios, etcétera (el valor real). Para Ricardo, la apropiación del capital constante no afecta directamente el valor de las mercancías ni la cantidad relativa
del trabajo necesario para producirlas, sino que determina una variación en la cantidad de plusvalor, lo que da como resultado una diferencia entre los precios y los valores. Contrariamente a Smith, para Ricardo no existe un equivalente invariable del valor o medida real, porque todos los elementos que componen el valor poseen cantidad es variables de trabajo. Lo que es válido para todas las mercancías, incluyendo el dinero como tal. El resultado de eso es un sistema complejo de precios relativos, cuyas fluctuaciones dependen de la variación de los precios de los cereales. Esta variación depende a su vez de la fluctuación de los precios de producción que, para el autor, deben ser examinados según la productividad media del trabajo de un ramo específico de producción como un todo. Se llega entonces a un precio medio de producción en cada ramo. Por eso el valor de las mercancías será siempre relativo. Algun os miembros de un determinado ramo producen según condiciones medias de productividad, y su precio final coincidirá entonces con la media general del ramo; otros producen en condiciones superiores a la media, y el valor individual de sus mercancías será por tanto inferior al valor medio; finalmente, otros producen en condiciones de productividad por debajo de la media, por lo que el valor individual será superior a la media. Desde este planteamiento, el precio de mercado de las mercancías de este ramo no coincide
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con su valor real en el ámbito de cada productor particular. Lo que se tiene es un precio absoluto para valores relativos, un precio de mercado definido por la preponderancia de uno de los tres grupos de productores aludidos. Por lo qu e las ganancias serán siempre diferenciales. Ricardo establece una íntima relación entre su teoría sobre la renta diferencial (del suelo) y las ganancias diferenciales en la producción de mercancías en general. En este aspecto la teoría del valor adquiere contornos muy distintos a los que tu vo bajo sus predecesores: el precio de las mercancías no es determinado (como afirma Smith) por la ley de la oferta y la demanda,
sino por los precios de producción. Además, no es directamente el valor el que determina el precio, sino las variaciones de la productividad (tiempos de trabajo). La idea d el tiempo de trabajo acumulado sobre la forma de capital constante es fundamental para Ricardo. En cuanto al plusvalor, Ricardo tampoco lo examina en su forma categorial específica y nunca lo disocia de sus modalidades: ganancia, intereses y renta del suelo. Según Marx, cuando Ricardo intenta examinar el plusvalor en sí, lo confunde con la ganancia, porque lo relaciona, no con el tiempo de trabajo, sino con la cantidad d e capital invertido en la producción. De cualquier manera, consigue tocar el punto central del origen del plusvalor, al afirmar que el valor del trabajo es siempre inferior al del producto por él creado. En otras palabras, el valor del trabajo devuelto a sus propietarios en forma de salario, es sólo una parcela del valor total. La diferencia restante es el plusvalor,
por lo que afirma: "La ganancia es la sobra de los salarios". Y ésta, a su vez (la tasa de ganancia), varía conforme la mayor o menor productividad del trabajo, dada una jornada fija, ya que afecta la cantidad de trabajo necesario para la producción de los medios de subsistencia y, evidentemente, la cantidad de trabajo excedente no pagado. Según Marx, Ricardo no entendió el plusvalor más que en su forma relativa; no llegó a su forma general (absoluta), contenida también en el capital constante (medios de producción), y sólo lo concibió como ganancia proveniente de la variación de la cantidad de trabajo (productividad), que define la división entre las parcelas del trabajo pagado y del trabajo no pagado; parcelas del valor repartidas entre los obreros y los capitalistas. Desde la óptica de Ricardo, se tiene que la consecuencia
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general de la producción capitalista es que todo el llamado progreso técnico, en particular en la industria, es siempre un medio que los capitales encuentran para disminuir la cantidad de trabajo vivo contenido en el valor final de las mercancías, en la que se observa el aumento de la cantidad del sobretrabajo y, con ello, el de las ganancias. En este sentido, el avance de Ricardo es realmente notable. La segunda forma de plusvalor examinada por Ricardo es la renta del suelo. La famosa renta diferencial, o "renta ricardiana", también revoluciona el modo en el que ésta había sido tratada, en primer lugar porque no la concibe como un producto excedente de una producción en sí, aislada del circuito capitalista, sino como un excedente d e valor, expresado en los precios agrícolas y tam bié n en las g anan cias del a gricu ltor, el co merc iant e o el fabricante. En segundo lugar, porque interpreta este producto excedente a la luz de la "productividad marginal del trabajo"
en la actividad agrícola, donde la renta es la diferencia entre la producción "obtenida por el empleo de dos cantidades iguales de capital y de trabajo"; en otras palabras, la diferencia de productividad del trabajo en tierras de diferentes grados de fertilidad. Según Dobb, porque Ricardo concibe también la renta como la diferencia de productividad obtenida por la aplicación sucesiva de capitales en una m isma tierra. Por un lado, la mayor fertilidad de la tierra nueva en contraposición a la tierra antigua, y por otro, la pr odu ctivid ad o bten ida p or la aplic ación de m ás capitales a la tierra. Por tanto, la renta tiene como supuesto u n margen extensivo e intensivo de cultivo. De esta forma, la esencia de la renta diferencial está asociada a la expansión de la agricultura capitalista. Como los salarios en general (tanto en la agricultura como en las otras ramas) son pagados sobre la forma de un equivalente general (los cereales), la renta obtenida en el margen afecta todo el sistema económico, al determinar no sólo el valor de los salarios sino, consecuentemente, el de las ganancias en general. Cuanto mayor sea la renta del suelo agrícola (obtenida, por ejemplo, en una tierra más fértil) menor será la ganancia, ya que una parte del rendimiento líquido del capital es transferido al sector agrícola. Como la renta equivale a la ganancia adicional, obtenida de la diferencia entre los precios de venta iguales para rendimientos desiguales en el cultivo, las ganancias globales terminan siendo dependientes de
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este mecanismo general. Estos planteamientos de Ricardo son de gran importancia para la discusión propia de la geografía. Con Ricardo se cierra el periodo de la economía política. Lo que según Lukács representa, en el campo específico de la reflexión, la "fase histórica" del pensamiento burgués. Superar estas ideas implicaría, según el propio Marx, sobrepasar la concepción burguesa del mundo. La propia "reacción contra Ricardo" delimita la consolidación del dominio burgués sobre toda la sociedad. Al cerrar el ciclo de las revoluciones burguesas, el pensamiento económico perderá, cada vez más, su componente crítico. A la nueva clase dominante no le interesó "d evelar" más las relaciones capitalistas. Lo que se vio a partir de esta fecha fue el progresivo distanciamiento de la economía, ahora entendida como ciencia económica de los problemas globales de la sociedad, y por tanto de la polític a. La recup eració n crí tica d e la o bra d e Ricardo fue efectuada por el propio Marx. Antes de entrar en la teoría marxista del valor conviene retomar algunos planteamientos de los autores aquí presentados. La trayectoria de la economía política clásica representa una progresiva desnaturalización del concepto de valor. En primer lugar, pasa de una idea física del producto del trabajo a una
concepción social del valor, medido por el tiempo de trabajo. En segundo lugar, el peso d e las fuerzas naturales en la explicación del proceso de producción cede lugar a la primicia de la producción social. La desnaturalización del valor es una expresión, en el plano del pensamiento, de la " desruralización" de la propia producción: la consolidación del dominio de la actividad industrial. Este proceso es ilustrado por la ampliación del significado del concepto de recurso natural. Cuando Smith dice: "En la industria, la naturaleza no hace nada, todo es hecho por el hombre", Ricardo refuta: "No existe ninguna industria en que la naturaleza no ayude generosa y desinteresadamente al hombre". De aquí la afirmación de qu e la cuestión de la renta también incumba al temario geográfico. La fertilidad absoluta del suelo, por ejemplo, y su papel en la composición del valor, es un problema constante en la exposición de los autores. El tema del valor del lugar es sumamente destacado. También la discusión sobre el margen de cultivo, desde su papel en el pob lamiento y la colonización de las nuevas tierras, es sumamente importante para la discusión de los geógrafos. Como se ve, considerar a los
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clásicos de la economía política es fundamental para establecer un "pensamiento geográfico" subyacente a un a teoría marxista de la geografía. Es interesante notar que Massimo Quaini, al presentar los esfuerzos pioneros de discusión de una "geografía humana" (en los siglos xvii y xviii), no hace mención de los economistas políticos de este periodo. La postura que Marx asume frente al legado teórico de la economía política clásica tiene para los ojos críticos una serie de enseñanzas. Destaca el respeto que Marx tenía a la obra d e sus antecesores. La estudió profundamente y, en sus lecturas, a pesar del tenor crítico previamente asumido, rescata las formulaciones más avanzadas en una permanente dialéctica de superación: negación con asimilación. El propio subtítulo de su obra principal: El capital. Crítica de la economía política, revela el significado preciso de la crítica en Marx, entendida como ultrapasaje teórico. La renovación crítica de cualquier ciencia particular demanda el empleo de tal postura teórica. El ejemplo de Marx es extremadamente rico para todos los que intenten construir u na nueva geografía, por lo menos en la órbita del marxismo. Marx no parte d e la economía política y, fundamentalmente, es eso lo que lo distingue de los demás. Va en su búsqueda después de realizar previamente una larga reflexión filosófica, en la que comprendió el papel de la determinación de lo económico sobre el movimiento de la totalidad social. Obras como Crítica de la filosofía del Estado de Heg el, Crítica de la filosofía del de- recho de Hegel, La Sagrada Familia, Manuscritos económico- filosófico s de 1844 y La ideología alemana son anteriores a sus
estudios sistemáticos sobre economía política. Al llegar a ésta, él ya po seía u na co ncepc ión ex plícita de las clases sociale s y d e su lucha. Tenía también en su bagaje una considerable experiencia en la militancia política revolucionaria. Participó en las jornadas de 1848, que analiza posteriormente en El 18 brumario de Luis Bonaparte y Las luchas de clases en Francia. Con la derrota del movimiento revolucionario, emigra para Inglaterra y es ahí, donde realiza una larga investigación de casi una década sobre la economía política (tratada directamente en Teorías sobre la plusvalía), en la cual cimentará su principal producción, esencialmente económica: Elementos fundamentales para la crítica de la economía política (Grundrisse), Contribución a la crítica de la economía política y El capital.
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Para Marx el valor es, antes que n ada, una categoría social. No hay valor sin trabajo. Lo que permite su comprensión en un doble significado: valor de uso y valor de cambio. El primero es la sustancia misma del valor, su fundamento material; es la utilidad de los productos para la satisfacción de las necesidades humanas, que se expresa como la materialización misma del trabajo humano. La medida real del valor de uso será entonces la cantidad de trabajo (expresada en tiempo d e trabajo) socialmente necesaria para su obtención. En este sentido, la historia humana, hasta el advenimiento del capitalismo, es marcada básicamente por la producción de valores de uso. Con la intensificación del comercio y de la produc ción de mercan cías, e l énfasis se tra sladó a la producción de valores de cambio. El valor de uso continúa con existencia real, sólo que ahora como el vehículo del valor de cambio fundado en la utilidad del producto para el consumo ajeno, y que lo capacita para el intercambio. Es la posibilidad de una eq uivalencia general entre los valores de uso lo que permite la generalización del cambio. Tal equivalente, para Marx, es la cantidad de trabajo. Es así como la mercancía, en la sociedad capitalista, aparecerá como la unidad contradictoria entre el valor de uso y el valo r de ca mbio. E n el val or de c ambio ya no im portan las cualidades intrínsecas de los productos, sino exclusivamente las proporciones en que pueden ser intercambiados. La posibilidad del intercambio reside en la existencia de un equivalente general entre las mercancías. Este equivalente es el trabajo humano general (abstracto) contenido en las mercancías. No importan las cualidades intrínsecas de cada trabajo o de cada mercancía particular, sino el trabajo humano homogén eo como "fuerza media de trabajo social". El valor de una mercancía, como expresión de tiempo de trabajo, se compone no sólo del trabajo (vivo) empleado en su producción inmediata, sino también del trabajo (muerto) contenido en los medios con los que fue producida. La relación entre estos dos factores en el proceso de producción se manifiesta mediada por la productividad del trabajo, que para M arx es también una medida social. En la definición de equivalencia no se trata, por tanto, de la productividad de u na o de otra producción individual, sino de la productividad social media. Esto también es válido para la determinación de los salarios y del dinero. En palabras de Marx:
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La productividad del trabajo es determinada por múltiples circunstancias, entre ellas la destreza media de los trabajadores, el grado de desarrollo de la ciencia y su aplicación tecnológica, la organización social del proceso de producción, el volumen y eficacia de los medios de producción y las condiciones naturales.
En la economía capitalista las mercancías se presentan en una doble forma: la física y la de valor. Marx desnaturaliza o descosifica el valor, partiendo del valor como valor de cambio. Éste es una "realidad social" en la medida que se manifiesta "en la relación social en que una mercancía se intercambia por otra", en la circulación. El valor de las mercancías, en tanto que expresión de una determinada cantidad de trabajo, posee una equivalencia entre sí, que tiene su equivalente universal en la forma dinero, una mercancía especial. Por eso el capitalismo produce exclusivamente para la circulación. En este sentido, para este modo de producción, sólo es productivo el trabajo que genera valores de cambio. Para Marx, al igual que el valor, el capital también es una categoría social. En sus palabras, "el capital no es una cosa, sino una relación social expresada en cosas". La relación entre valor y capi tal de be se r exp licad a por el circ uito d e las m ercan cías y del dinero, pues es un circuito social de intercambio. El dinero se transforma en capital por la forma específica de su movimiento en la circulación. La forma antigua (mercancía-dinero-mercancía) se contrapone a la nueva (dinero-mercancía-dinero), en la que se invierte dinero en la producción de mercancías para obtener más dinero. El capital es, entonces, el consumo productivo del dinero. En el capitalismo el dinero es "el punto de partida y la meta final del movimiento", y constituye la vida del circuito económico. Según Marx, el capital se compone de dos fracciones: capital constante y capital variable. El primero representa la masa de dinero que el capitalista ha invertido en medios de producción. Se representa en materias primas (capital circulante) y en instalaciones y maquinaria (capital fijo), ambos depositarios de trabajo muerto. El segundo (capital variable) es la masa de dinero que el capitalista gasta en la compra de una mercancía específica: la fuerza de trabajo. El consu mo de tal mercancía vivifica, a su vez, todo el proceso productivo. El precio de esta mercancía
(la fuerza de trabajo) será determinado por el tiempo de traba jo so cialme nte n ecesa rio pa ra la repro ducció n del traba jador : se definen los salarios. La fuerza de trabajo es la única mercancía que en su consumo crea valor. Marx devela entonces la esencia de la producción capitalista. De esta manera, el plusvalor es una categoría específica. Expresa un sobrevalor originado del trabajo excedente no pagado. Marx distingue dos formas de plusvalor. La primera, denominada absoluta (hasta entonces desconocida por la economía politica), que surge directamente del capital variable del trabajo no pagado. Cuanto mayor sea la diferencia entre el precio de la fuerza de trabajo y la cantidad de valor por ella añadido al producto, mayor será la tasa de plusvalor absoluto, es d ecir, la proporción de trabajo excedente. El segundo, denominado plusvalor relativo, se deriva de la composición orgánica del capital, es decir, de la producción de su porción constante. Cuanto mayor sea la inversión de capital en medios de producción, mayor será la tasa de plusvalor relativo, es decir, el capitalista embolsa un quantum mayor del precio final de la mercancía. En este caso, la adición de valor es menor, puesto que el trabajo es la única fuente de valor. No obstante, la disminución de la parcela del traba jo viv o implic a un consu mo m ás int enso, una s upere xplot ación. Marx destruye toda apología mistificadora de la maquinaria. En palabras del propio autor: La producción del plusvalor absoluto se realiza con la prolong ación de la jornada de trabajo más allá del punto en que el trabajador produzca sólo el equivalente al valor de su fuerza de trabajo y con la apropiación por el capital de este trabajo excedente. Ella constituye el fundamento del sistema capitalista y el punto de partida de la producción del plusvalor absoluto. Lo anterior presupone que la jornad a de tra bajo ya está di vidida en dos partes: t rabajo necesar io y trab ajo ex ceden te. Pa ra pro longar el trab ajo ex ceden te, se acorta el trabajo necesario con métodos que permiten producir en menos tiempo el equivalente al salario. La producción del plusvalor absoluto gira exclusivamente en torno de la duración de la jornada de trabajo: la producción del plusvalor relativo, revoluciona totalmente los procesos técnicos de trabajo y las combinaciones sociales. La producción del plusvalor relativo presupone, por tanto, un m odo de producción específicamente capitalista.
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La ganancia capitalista es la manifestación del proceso de apropiación de las dos formas de plusvalor. Al asentarse la apropiación en la propiedad privada de los medios de producción, se revela claramente el contenido social y político de los procesos económicos. Por esto, la ganancia, de un modo distinto en el que era tratada hasta Marx (como una consecuencia "natural" de la producción), fue entendida por él como la manifestación de una determinada estructura de dominación política. De esta manera, la ganancia capitalista posee determinados presupuestos históricos: el trabajo libre (un mercado de trabajo), una acumulación previa de capital que se materializará en medios de producción, la privatización de las tierras, una cierta concentración geográfica de población y de los demás factores de producción, y la generalización de la circulación. Marx denominó al desarrollo de estas condiciones previas "proceso de acumulación originaria". La transformación de la ganancia en capital se realiza por su reinserción en el proceso productivo, aumentando la masa de capital. El modo de producción capitalista sobrepasa la repro- ducción simple del capital, es decir, la repetición de la producción en la misma escala. Este modo de producción requiere una reproducción ampliada del capital, que se realiza por la expansión continua de la producción, del plusvalor y, entonces, de las ganancias. De aquí el carácter esencialmente expansionista del capitalismo. Esta es una pequeña síntesis de los fundamentos de la teoría del valor de Marx. Su exposición integral rebasa los límites de este trabajo, como puede verse con tan sólo recordar el número de volúmenes de que se compone El capital, por no mencionar a sus comentaristas posteriores. Lo que intentamos analizar aqu í es su posic ión fu ndam ental en cuanto a los dos problemas esenciales: la génesis del valor y la esencia del capitalismo. En este sentido, la exposición hecha hasta aquí h abla por sí misma del carácter revolucionario de esta teoría. En lo que concierne específicamente al trabajo que perseguimos, podemos decir que en este pu nto ya contamos con el instrumental teórico necesario para el propósito de relacionar los procesos sociales con el estudio geográfico. Es a partir de este trayecto en el propio estudio del marxismo que podemos llegar a la afirmación anterior. Esto porque la problemática del valor se inserta en la teoría marxista como el
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fundamento de la explicación sobre movimiento de la totalidad social. Por esto la necesidad de su examen minucioso. No existe el ser social sin trabajo. No existe el trabajo sin creación de valor. En última instancia, todo proceso social se explica con el recurso de las categorías valor y trabajo. Hemos asumido una teoría del valor. Por tanto podemos comenzar a h ablar del proceso de valorización del espacio. Como ya se dijo al inicio de este trabajo, de la obra de Marx nos interesa fundamentalmente, por un lado, su método revolucionario y, por el otro, las teorías que más se aproximen a la discusión del temario geográfico. Reafirmamos que no se trata de buscar una "geografía" implícita en la obra de Marx, sino de traer para nuestra discusión lo que en su obra constituyen los trazos de un cierto "pensamiento geográfico" marxista. Además de la teoría del valor ya presentada, existen una serie de elementos teóricos más específicos que nos interesan de cerca. En su análisis sobre la renta, Marx menciona cuestiones centrales para una teoría sobre la valorización del espacio. Inicialmente, rescata las ideas de Ricardo sobre la determinación de la productividad trabajo, de la distancia relativa y de la fertilidad absoluta del suelo. Según este último autor, los productores mejor localizados, sea en relación con su distancia del mercado o sea en función de la calidad de sus suelos, consiguen una renta excedente con respecto al conjunto de los productores. Ricardo denominó a tal excedente renta diferencial. Marx superó esta idea en su teoría sobre la ganancia extraordinaria en general; defiende la idea de la existencia de una tendencia a la tasa media de ganancia en la sociedad capitalista, es decir, la ganancia proporcional del capital aplicado tendería a ser la misma en todos los ramos de actividad económica. Esta tasa está determinada por el precio promedio de producción. Cuando en una rama productiva un productor individual desarrolla algún perfeccionamiento técnico del proceso productivo, y consigue mayor productividad, obtiene una ganancia extraordinaria. No obstante, este proceso tiende a actuar dentro del sistema disminuyendo la tasa media de ganancia, a pesar de que n o sea eso lo que se pretende en la lógica capitalista. El tiempo de vigencia de la ganancia extraordinaria en la órbita de la industria (exceptuando la situación de monopolio) es limitado. En la agricultura, al contrario, la existencia de una ganancia extraordinaria es perene, porque en la agricultura existe una renta.
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Según las ideas de Ricardo, la productividad del cultivo en los peore s suelo s determina la tasa media de la agricultura. Es la idea de margen de cultivo. Marx la recupera al discutir la
colonización de Estados Unidos, donde el poblamiento (agrícola) avanzó por los mejores suelos hasta una determinada distancia del mercado, en que el costo de transporte hizo viable la producción en tierras menos fértiles, pero más cercanas. El juego entre productividad y distancia es altamente explicativo del proceso concreto de poblamiento. Como vimos, Ricardo decía al respecto que la tendencia a rebajar el margen de ganancia lleva a q ue en un determinado momento sea rentable aumentar el volumen de capital aplicado en los cultivos menos fértiles. A la mayor aplicación de capital corresponde un aumento de la productividad (margen intensivo de cultivo), lo que eleva la parcela de ganancia extraordinaria. Marx denominó renta diferencial II a la que surge de la productividad que resulta de una masa mayor de capital. Pese al mérito de las ideas ricardianas, Marx las supera críticamente en su teoría general de la renta. Al ser la tierra un bien finito y una condición de existencia y de producción para los hombres, su propiedad privada permite a su propietario obtener una renta absoluta. En cualquier caso, la propiedad de una determinada parcela de espacio terrestre genera una renta absoluta. ¿Qué es el "arrendamiento" sino un a expresión de existencia de esa renta? El propietario transfiere la posibilidad de uso de la tierra a un tercero, que la va a explotar desde los moldes de la empresa capitalista. Sucede que, independientemente de la mayor o menor productividad d e tal empresa, una parcela de ganancia obtenida irá, inevitablemente, a los bolsillos del dueño de aquel espacio. De esta manera, la propiedad es el fundamento de la renta absoluta. Resta aún una tercera forma de la renta para Marx: la renta del monopolio. El fundamento del monopolio es la existencia de una situación privilegiada dentro de las condiciones medias
de producción. Ocupar una condición desigual (y positiva) en el proceso de producción. La posesión de un recurso natural escaso, por ejemplo, permite a su propietario esta forma de renta. Marx da el clásico ejemplo de una caída de agua cuya energía hidráulica no pagada disminuye el costo de producción al propietario del espacio en el que está localizada. Véase que la concepción de
naturaleza de Marx, referida a los recursos y a las fuerzas naturales de producción, no se restringe a la fuerza de trabajo humana ni al suelo agrícola o a la minería. Lo que le importa es la relación de los recursos con la propiedad y la productividad. Es evidente que Marx concibe la naturaleza también en su desigual distribución en el planeta. Sin embargo, la distribución de los recursos naturales necesarios para la producción no se da de forma simplemente desigual. Algunos son absolutamente raros, y su do minio es el fundam ento d e la ren ta del monopolio . Hay otros planteamientos más específicos de Marx que interesan directamente a la discusión de los geógrafos, sin embargo, preferimos examinarlas posteriormente, sea en nuestra propia argumentación en los próximos capítulos, o en el segundo volumen de este trabajo. La teoría de la colonización moderna es un ejemplo. En el capítulo anterior, intentamos señalar los fundamentos generales de la relación sociedad-espacio. En éste creemos h aber avanzado en una argumentación más cercana a nuestro tema central. En ese recorrido descubrimos que la sociedad se relaciona con el espacio material y todas las cosas que él contiene a través de un permanente proceso de valorización. El hombre con su trabajo crea y transfiere valores. Parte de estos valores se agregan al espacio y condicionan, así como los recursos de la primera naturaleza, procesos futuros. Esto elimina, a prio- ri, la posibilidad de una teoría marxista de la geografía que no discuta el origen del valor. No son la sociedad en abstracto y el espacio en abstracto los que se relacionan. Entre ellos median las determinaciones de un modo específico de producción. Sin embargo, estas mediaciones no bastan. Es necesario elaborar una teoría sobre las formas propias d e valoriz ar el esp acio. Esto es lo que buscaremos desarrollar en el próximo capítulo.
8.
LA VALORIZACIÓN DEL ESPACIO
En este punto de nuestra investigación, después de sucesivas aproximaciones teóricas, ya podemos delinear el proceso específico sobre el cual trataría una teoría marxista d e la geografía. Este proceso, en tanto que objeto, se impuso gradualmente en el transcurso de la propia discusión de los fundamentos del mar xismo en relación con el temario de la geografía. Para repro-
ducir las condiciones de su existencia, las sociedades humanas establecen relaciones vitales con su espacio; en las elocuentes palabras de Milton Santos: "P roducir es producir espacio". Éste es nuestro fundamento general: el desarrollo histórico ilustra la objetividad y la materialidad de las relaciones de la socie-
dad con el espacio en sus múltiples manifestaciones; es decir, ilustra el hecho de que dich as relaciones están universalmente mediadas por el trabajo y de que —al ser el trabajo la fuente del valor— son fundamentalmente un proces o de v aloriza ción. A lo largo de esta exposición surgieron una serie de presupuestos que nuestro objeto de estudio deberá incluir. En primer lugar, la idea de que necesariamente debe ser un proce so. Además, su delimitación debe surgir de un corte ontológico, es decir, de su identidad con lo real. En este sentido, la valorización del espacio no se confunde inmediatamente con otras manifestaciones de la vida social, pues posee movimiento propio, elementos específicos que la caracterizan y resultados histórico-concretos particulares. Como ya fue observado, afirmar, por ejemplo, que la contradicción capital-trabajo "explica" la organización del espacio en el modo de producción capitalista, no aporta mucho al geógrafo crítico, pues es una afirmación tan general que enturbia justamente la comprensión de la especificidad de este proceso. Fue señalado también que el objeto geográfico, a pesar de su " relativa autonomía" debe, como cualquier instancia de la realidad social, expresar las determinaciones fundamentales de las formas de producción y reproducción de la vida material en que se inscribe. No hay duda de que las formas espaciales manifiestan el condicionamiento de la estructura económica que domina a la sociedad que las crea. Entre tanto, si ese proceso posee una realidad específica en cada modo de producción, por otro lado
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tiene algunas características invariables. En cualquier época y en cualquier lugar la sociedad, en su propia existencia, valoriza espacio. El modo de producción entra por tanto, no como panacea teórica, sino como mediación particularizadora. Cada modo de producción tendrá así su modo particular de valorizar. Fue señalado además que cu alquier proceso social debe ser explicado en el ámbito de la discusión sobre el valor y el trabajo, pues son ésas las categorías fundamentales de la materialidad social. El proceso de valorización tiene en estas categorías su nódulo explicativo central. La relación sociedad-espacio es desde luego una relación valor-espacio, pues es sustantivada por el trabajo humano. Por eso la apropiación de los recursos propios del espacio, la construcción de las formas h umanizadas sobre el espacio, la conservación de estos productos, las modificaciones, sea del sustrato natural o de obras humanas, todo en conjunto representa creación de valor. Para los fines de nuestro análisis, tenemos que hacer inicialmente la distinción entre valor en el espacio y valor del espacio. La geografía requiere de tal distinción para evitar la repetición de grandes equívocos. De manera general, los autores que investigaron este tema contemplaron tan sólo u no de los polos d e la distinción. La propia idea de espacio geográfico, de concepción empirista y naturalista, revela una perspectiva centrada exclusivamente en lo que aqu í llamamos valor del espacio. Por otro lado, la idea de espacio económico, tal como fue presentada por la economía marginalista, revela un entendimiento limitado exclusivamente a lo que denominamos valor en el espacio. En nuestro acercamiento, en cambio, la preocupación está centrada en una concepción u nificadora de las dos perspectivas, como el modo dialéctico de captar el proceso de valorización. La realización de la unidad pasa por eso necesariamente por la consideración de las diferencias entre esos dos momentos. Dado que el espacio (y todo lo que contiene) es una condición universal y preexistente del trabajo, es desde luego un valor de uso, un bien de utilidad general. De esta forma, la producción siempre se realizará sobre formas preexistentes, sean naturales o sociales (heredadas de trabajos pretéritos). Por eso el espacio es una condición general de producción; posee un valor intrínseco no necesariamente producto del trabajo humano, una "riqueza natural". Y también es el receptáculo fundamental y gen eral
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del llamado "trabajo muerto". Desde este punto de vista el desarrollo histórico es también una progresiva y desigual acumulación de trabajo en la superficie de la tierra. Esta acumulación que desnaturaliza el espacio también lo vuelve complejo. Sobre las desigualdades naturales de la superficie de la tierra se sobreponen las desigualdades de localización del trabajo acumulado. Para las actividades productivas no sólo es importante el
trabajo muerto acumulado en medios de producción, también la disponibilidad y las características de las fuerzas n aturales en general. El valor del espacio también se representa en la cualidad, cantidad y variedad de los recursos naturales, disponibles en una porción dada del espacio terrestre. Esto significa que la singularidad natural de los lugares —un a preocupación clásica de la geografía— debe ser integralmente considerada en esta argumentación. Las llamadas fuerzas naturales no actúan sólo en el nivel de la productividad del trabajo y de la variación cuantitativa de los productos, sino también en el de los procesos responsables de la estructura elemental de la división territorial del trabajo. Las condiciones naturales aparecen para la producción en general como un límite históricamente relativizado, cuyo peso en la especialización de las actividades productivas es significativo. Marx decía: "N adie plantará piñas en Alaska". Hoy podríamos decir que dada la inversión necesaria en tecnología es casi seguro que no sea viable plantar piñas en Alaska. Este valor de base natural de las diferentes porciones de la superficie terrestre consiste así en una parcela del valor del espacio, ya sea como primera o como segunda naturaleza. La segunda parte del valor del espacio es obra del trabajo. Con el desarrollo de las fuerzas productivas de la sociedad, existe una tendencia general a la construcción de formas más durables sobre el espacio, producciones materiales que se agregan al suelo. Milton Santos expone de forma brillante la esencia de este proceso de producció n de esp acio. Para él, los modos de producción crean formas espaciales que duran más que los procesos que las engendran. Denominadas rugosidades, estas formas marcan su inercia dinámica (sobredeterminación del espacio en la vida económica) sobre los procesos sociales posteriores. Las construcciones antiguas se vuelven cualidades del lugar. A partir de aquí se establece la posibilidad de una geografía como "historia territorial". Sin embargo, Milton Santos no está directamente pre-
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ocupado por el proceso en sí de la producción del espacio, lo cual lo llevaría necesariamente a entrar en una teoría del va lor, sino
en el resultado material (social) de tal proceso (espacio construido) y su acción sobre el movimiento de la totalidad social. Desde la perspectiva de la valorización, la producción de espacio y su resultado son tan solo un momento (si bien fundamental) en el proceso de formación del territorio, un momento que da origen a la parte específica del valor del espacio creada por el trabajo. No hay duda de que la "rugosidades" desempeñan determinados papeles en el proceso social en general, pero más que éstas, que son los resultados, lo que cabe reflexionar es el movimiento interno de la producción del valor del espacio. Ya sabemos que este proceso se mueve fund amentalmente por las determinaciones de la estructura económica en la que está inserto. Por eso las construcciones espaciales expresan los contenidos de las relaciones sociales que las engendran. En el capitalismo, por ejemplo, la cristalización del trabajo muerto en medios de producción aparece también como capital fijo o fijación de capital al espacio. En tanto que cualidad de lugar, este trabajo muerto aparece en la composición orgánica del capital como una parcela del capital constante. En este sentido, el propio espacio físico necesario a la producción, es contabilizado como valor del espacio, valor previamente acumulado. El valor del espacio se manifiesta en todas las formas de renta. David Harvey demostró incluso sus manifestaciones en el ámbito de la valorización intraurbana del espacio. La renta absoluta, como expresión de propiedad privada del espacio, aparece como la forma de cobro al derecho de utilización de una parcela del espacio físico. En el caso urbano se manifiesta en la institución del alquiler; en la agricultura, en la forma clásica de arrendamiento. En ambos casos se cobra antes que nada por el simple derecho de ocupación de una parcela dada de espacio, sea para la producción o para la existencia. Es el valor del espacio en su expresión meramente localizada lo que está en juego en este caso. La renta diferencial reposa en las cualidades específicas de un lugar dado, sean naturales o agregadas al suelo por el trabajo. En el caso de la agricultura, se tienen la fertilidad absoluta del suelo y la que proviene de la aplicación de capitales. Existen también las ventajas locales que surgen de los frutos de la incorporación del trabajo al espacio o de un a posición impar
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de recursos naturales, como la conjugación de tierras fértiles, agua en abundancia y clima favorable. En el caso urbano, las localizaciones diferenciadas generan lugares más o menos valorizados en función de su disposición en el tejido urbano. Esto se manifiesta, por ejemplo, en la institucionalización del "pago adicional" cobrado por punto comercial. En ambos casos está en juego el val or del espa cio. La ren ta monopó lica, a su vez, inc ide directamente en el ámbito de la singularidad de los lugares. Su fundamento son las condiciones excepcionales, naturales (recuros naturales escasos como minerales raros o determinada potencialidad hídrica o un suelo excepcionalmente fértil) o construidas. En el caso urbano, esta renta monopólica aparece como una localización única (por ejemplo la avenida Vieira Souto, en Río de Janeiro, y el cruce de la avenida Paulista con la calle Augusta, en Sáo Paulo). En el límite, el dominio privado del total de las tierras o inmuebles disponibles, permite igualmente una renta monopólica. El valor del espacio singular (de cada espacio) se expresa aquí plenamente. El valor del espacio en todas sus manifestaciones aparece ante el proceso de producción como un valor contenido en el lugar y sus recursos naturales o construidos. En fin, el espacio concreto, tal como se presenta para la producción. La tierra es una realidad natural y material que funge como receptáculo del trabajo humano históricamente acumulado. Por ser el espacio concreto también un valor de cambio, se define la posibilidad de un valor en el espacio. En este aspecto, e independientemente de contener valor previo, el espacio no sobrepasa la función de simple escenario de procesos que ocurren en él, o en otras palabras, de sustrato de la vida material. En este caso, se desarrolla sobre él una compleja malla de relaciones sociales de producción, no directamente espaciales, pero evidentemente dotadas de espacialidad. Como dijimos, no hay procesos espaciales sino procesos sociales que se manifiestan sobre la superficie terrestre. El espacio terrestre presenta una enorme y compleja serie de fenómenos naturales y sociales que se extien- den sobre él. La espacialidad, entonces, no pertenece a la esfera de éste o de aquel lugar concreto, sino que es una característica inmanente de cualquier proceso, sea social o natural. En este sentido no hay lugar para una ontología del espacio, pues éste es un atributo de los seres y no un ser. La espacialidad como atri-
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buto está contenida en todo proceso de creación de valor. Es una mediación necesaria para la comprensión de una manifestación histórica concreta. En la búsqueda de la totalidad, la espacialidad es un elemento de concreción. C omo se ve, no se trata ni del espacio natural ni d el espacio como depositario del trabajo muerto, sino del espacio en el propio proceso de trabajo, en el nivel inmediato de producción. Es la propia espacialidad del valor. La definición del valor del espacio es construida más fácilmente que la del valor en el espacio, como fue visto en el párrafo precedente, pues la segunda encierra cuestiones más complejas. Si lo que nos interesara fuera una teoría del espacio, probablemente no discutiríamos el valor en el espacio. Sin embargo, ya que nos basamos en una teoría del valor, esta cuestión se impone forzosamente. Nos parece que esta cuestión se aclara sí es destacada la esfera de la circulación. Inicialmente no trataremos de la circulación de mercancías en sentido estricto. Nos referiremos a un ámbito más general, al movimiento global sobre el espacio y espacialmente realizado, de personas, objetos, ideas, etcétera. Por tanto, no se trata del espacio como recurso; el espacio, más que eso, es un auténtico facto r de circu lació n. La distancia absoluta y relativa es la expresión de su materialización. El intercambio es una revolución en las relaciones entre la sociedad y el espacio, en ese sentido específico. Incluso antes del capitalismo, y más específicamente en él, el costo de transporte se agrega al precio final del producto, viabilizando o no su propia producción para el intercambio. En el siglo determinados productos comercializados por los venecianos sólo podían ser consumidos por el magistrado de Venecia. De aquí el fundamento del valor arbitrario de un producto resultante de la distancia de su origen y, por tanto, de la dificultad de su obtención. Como se observa, no se trata de un valor que se confunda materialmente con el producto, como ocurre en el valor del espacio. Aquí no es la "tierra" o el espacio "concreto" agregándose al valor final o interfiriendo en la producción, sino una virtualidad de circulación y una inmanencia del espacio real (la distancia) participando de un proceso social específico. En el capitalismo la producción de mercancías está íntimamente asociada a una intensificación de la circulación, pues es en ella donde se realizan. Se amplía la importancia de la espacialidad en la definición del valor. Este modo de producción sobre-
pasa la inercia de la distancia absoluta, jugando con la velocidad de los flujos y la escala de la producción. El "acortamiento" de las distancias está ligado a su vez a la ampliación de las escalas espaciales de producción y distribución de las mercancías. En la multiplicación infinita de los intercambios se relativiza la distancia. En esta inmensa estructura de cambios —el espacio mundializado de relaciones— lo que debe interesar es la intensidad del flujo, y no la localización absoluta. La escala de la producción relativiza la distancia. Ocurre que otra cualidad del espacio real (la magnitud) también interfiere en el movimiento general de la producción. Cuando se habla, por ejemplo, de producción "a gran escala", no sólo se debe atender al aumento cuantitativo de la producción en sentido escrito, sino igualmente a sus presupuestos espaciales. Así, especialmente en la industrialización avanzada, el aumento de escala es también una ampliación del espacio directamente afectado por la producción y la circulación. A esta ampliación territorial de la producción capitalista corresponde un gigantesco proceso de concentración espacial de los factores de la producción. El valor en el espacio es el conjunto de las condiciones espaciales universales de reproducción de los modos de producción, lo que no se restringe a las singularidades de cada lugar. Por ejemplo, ¿cuál es el papel de un castillo en el orden feudal o de Nueva York en el capitalismo actual? Mucho se ha hablado ya de la ciudad como capital social, condición general de reproducción de la producción capitalista. La ciudad, como manifestación elocuente de la concentración en general, particularmente de fuerza de trabajo, se manifiesta como una clara ilustración de la espacialidad específica del capitalismo avanzado. El valor en el espacio es la propia espacialidad contenida en los modos de producción. Nos revela más sobre la especificidad de las formas de valorización en general que propiamente sobre la producción del espacio. Ubicados en otro ámbito, con la propiedad privada y la mercantilización de las relaciones sociales, el propio espacio se convierte en objeto de intercambio. En este caso, más que el valor del espacio, lo que h ay es una circulación abstracta (transacción inmobiliaria) que utiliza al espacio como su vehículo. En el mercado, la tierra o el inmueble no serán intercambiados por el valor del espacio en sí, sino por el valor que le es atribuido según la
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lógica de la circulación. Del mismo modo que la mercancía puede circular sin despegarse del espacio, el espacio en sí puede circular en el ámbito de su representación jurídica. Es el caso de la renta capitalista, o de todas las transacciones en que los inmuebles en general actúan como riqueza acumulada. Marx diferenció bien en este sentido la "materia tierra" del "capital tierra". En el primer caso se trata de la simple existencia de los lugares (el valor del espacio); en el segundo, de su existencia articulada en el proceso capitalista de producción. El valor en el espacio es el propio espacio en el proceso de circulación. De esta forma buscamos diferenciar el valor del espacio y el valor en el espacio como recurso analítico necesario para la comprensión de su unidad en el proceso de valorización del espacio. Ésta es la expresión combinada de los dos momentos señalados. Seguir avanzando en la argumentación requiere a partir de ahora discutir ambos conceptos de forma conjunta, es decir, explicar su relación dialéctica. La relación sociedad-espacio es un proceso de valorización, lo que debe expresarse en su movimiento interno. No obstante, al contrario de la valorización del capital, por ejemplo, que ocurre en la actividad productiva de uno u otro ramo de la producción, la valorización del espacio se manifiesta con un carácter propio. La creación de valores no deja de ser un proceso universal y, en este sentido, siempre externará las determinaciones generales de un modo de producción. Con todo, el espacio como objeto de valorización no se confunde con otros objetos vulgares de la producción material inmediata. En primer lugar, porque no es sólo un producto (objeto y resultado del trabajo), sino también, imperativamente, una condición general de la producción y de la existencia humana. Además, el espacio como realidad material posee cualidades intrínsecas que lo colocan en una posición especial frente a los procesos sociales. Antes que nada, se trata de una propiedad física, en la que dos cuerpos no pueden ocupar un mismo lugar. Esta cualidad está a su vez relacionada con sus dos virtudes: la distancia y la magnitud. Por lo que las diferencias de localización determinan separaciones fisicas distintas y flujos de mayor o menor intensidad. Mientras que, a su vez, la magnitud se expresa en la dimensión y la intensidad d e las construcciones. La articulación entre las dos virtudes (distancia y magnitud) se manifiesta a su vez en los procesos de concentración o dispersión. La
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intensidad de los flujos en distancias diferetes está asociada a la concentración previa, por ejemplo. El espacio es un bien finito/ y por lo ta nto relati vame nte e scaso , cu alid ad d e rel ativa rareza que impone un límite absoluto a su reproducción extensiva. Su propiedad es un privilegio impar en cada periodo de la historia. Además de ello, como ya se vio, el espacio, al contrario de la mayoría de las mercancías, no aparece ante la producción como un objeto homogéneo. El espacio es intrínsecamente desigual,';. su propia naturalidad, preexistente al trabajo, impone desde el inicio cuadros naturales diversificados a la qu e se suma una acumulación desigual de trabajo. En este sentido, el espacio concreto para la producción concreta, en tanto que condición universal, es siempre singular. Las condiciones únicas de cada localización se presentan en el proceso productivo como condiciones desiguales de producción. También el consumo del espacio se da a través de cualidades propias. Aquí el espacio aparece como objeto único. Su uso no implica su destrucción, sino sólo su modificación; lo que puede ocurrir es el consumo d estructivo de ciertos atributos de ese espacio (como algunos recursos), pero no del espacio en sí. Del mismo modo, la duración de las construcciones sobre el espacio (el trabajo directamente agregado) aumenta en el transcurso de la historia, y tiende a ser mayor que la del resto de las mercancías. Finalmente, el espacio es aún el depositario universal de la historia. En él se acumulan trabajos de los tiempos más remotos, en un permanente ciclo de creación, reposición y transformación de objetos sobre la su perficie terrestre. El espacio presenta así las sobreposición de los resultados de los procesos naturales y sociales que coexisten en la actualidad. Todas e stas c ualidades imponen caracte rísticas específica s al proceso de valorización de este objeto particular. Sin embargo, no se debe inferir de ello que la cualificación de ese proceso resulte de las inherencias del espacio. Por el contrario, es siempre la sociedad quien lo cualifica. En palabras de Marx: "Lo q ue hace que una región de la Tierra sea un territorio de caza es el hecho de que las tribus cacen en ella; lo que transforma al suelo en una prolongación del cuerpo del individuo es la agricultura". Esto significa que las características inherentes al espacio no tienen sentido en sí, pues lo que las anima es la propia sociedad. Desde esta perspectiva, las cualidades del espacio interesan en tanto que particularizadoras de la valorización de este objeto específico.
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Retomando lo que nos es fundamental: el proceso de trabajo, la producción y la creación de valores —la esencia de cualquier valorización—; comenzaremos el examen del movimiento principal de la valorización del espacio, es decir, la circularidad de la creación de los valores del espacio y en el espacio. En el proceso de trabajo el hombre se enfrenta a una realidad social y a una realidad espacial (igualmente social). Frente a las condiciones generales de producción y de existencia, el hombre define un ciclo permanente de apropiar para trabajar y viceversa. En este movimiento ininterrumpido, se somete al proceso de trabajo a todas las fuerzas disponibles. Esclaviza o compra fuerza de trabajo, domina las fuerzas naturales, desarrolla sus fuerzas productivas, organiza el proceso de producción, produce riqueza y repr odu ce tod o el ci clo. ¿C ómo e ntra el esp acio en ese m ovimiento circular? En primer lugar, el trabajo se realiza en un
determinado lugar. Éste se manifiesta como un conjunto de condiciones generales de producción. Las condiciones naturales del lugar, presentadas a la sociedad bajo la forma de recursos, se agregan al proceso de trabajo definiendo la productividad. Las fuerzas productivas de la sociedad (tecnología y recursos naturales) también se materializan en locaciones espaciales. Se tiene el valor del espacio englobado como una condición de producción. Al determinar la productividad del trabajo, el valor del espacio se articula con el valor en el espacio. Esto porque la riqueza generada en el proceso productivo depende de las cond iciones de producción. La espacialidad inherente a la producción de cualquier bien se manifiesta también en su valor final. Esta parcela del valor no es aquella representada por las materias primas, una fuerza hidráulica o cualquier otro componente bruto del proceso de producción (predios, máquinas y la propia fuerza de trabajo); es una fracción no directamente contabilizada del valor real del espacio en que se realizan. Es fundamentalmente una parcela del valor final que no proviene de un producto sino de una condición. Ese valor no directamente contabilizado como tal aparecerá bajo la forma de costo de producción, expresado en cantidad de trabajo o capital, por ejemplo, cuando una empresa padece de una pésima localización. También aparece bajo la forma de costo de transporte o, en el extremo, como el factor inviabilizador (en términos relativos) de la producción. De esta forma, si
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deducimos el valor de esta parcela, representada por el espacio como condición de producción, y examinamos las partes que la componen, llegaremos al valor del espacio y al valor en el espacio. Los espacios singulares bien o mal localizados (en sentido estricto) transfieren hacia los productos, durante el proceso de trabajo, un quantum de productividad. Así, el valor en el espacio manifiesta la virtud del valor en cada espacio. A su vez, la producción implica adhesión permanente de valor al suelo, en un volumen proporcional a su escala. La cantidad de valor producido en el espacio incide en el valor añadido al espacio. Como decía Marx, "las viejas localizaciones condicionan las nuevas". Se establece así un nexo orgánico entre el valor contenido y la creación de valor. Los fundamentos de la valorización del espacio reposan así en una unidad contradictoria entre valor del espacio y valor en el espacio. Ésa es la lógica de su movimiento interno. Otra cuestión es su dialéctica en la totalidad, esto es, su manifestación en el movimiento general de la sociedad. La forma más elemental de la relación sociedad-espacio, como ya se mencio nó, e s la a propia ción d irecta de los produ ctos de la naturaleza tal como se presentan para el hombre. El trabajo se reduce aquí a la simple colecta. No se puede hablar en este caso de una verdadera valorización del espacio, pues la acción del trabajo sobre el espacio es tenue y transitoria. De esta forma, el trabajo agrega algún valor al producto directo, pero difícilmente al espacio. Éste aparece apenas como una condición de existencia. Como ya se indicó, la fijación, al ser un marco en el desarrollo de la humanidad, implica la materialización del trabajo en el espacio; parte del excedente del trabajo que se agrega sucesivamente al suelo, incluso para cumplir sólo una función de reproducción de la existencia. La fijación corresponde a un cierto grado de desarrollo de las formas de apropiación y de transformación del espacio. En este sentido la apropiación se puede considerar como un momento necesario previo a la valorización. Con la evolución histórica pueden ocurrir sucesivos procesos de apropiación de un mismo espacio, lo que implica diferentes formas de valorización correspondientes a los avances de las fuerzas productivas de que dispone la sociedad. Las sucesivas reapropiaciones encuentran un espacio previamente impregnado de trabajo agregado por las apropiaciones anteriores.
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La fijación implica una efectiva producción de espacio, pues permite la realización de u na acumulación in situ. El excedente de trabajo de las sucesivas generaciones, sociedades, e incluso de modos de producción, se incorporan acumulativamente al suelo. Comienza a constituirse lo que Milton S antos llama "herencia espacial". La generalización de la apropiación del espacio y de la fijación y acumulación en él de trabajo, está en la raíz del
proceso de constitución de los territorios y de los Estados. Los cuales ya representan un momento superior del proceso de valorización asentado en el efectivo dominio del espacio, ahora plenamente concebido como espacio de reproducción de la sociedad. El territorio es, entonces, la materialización de los límites de la fijación, con lo que revela formas de organización más complejas. El Estado a su vez es la institucionalización política no sólo de la sociedad, sino también del propio espacio de esa sociedad. A esto corresponde una tendencia a agregar volúmenes crecientes de trabajo al espacio y a la construcción de formas más durables y de mayor volum en. El momento siguiente del proceso de valorización del espacio es el de los movimientos de expansión. Tiene por presupuesto la existencia de espacios ya territorializados y todas sus implicaciones. El Estado como gestor de la política territorial generalmente es el promotor de la expansión. Las diferencias entre las sociedades, los territorios y las épocas se manifiestan en formas histórico-concretas variadas. Los movimientos de expansión representan también las distintas historias territoriales. En ese sentido, a cada expansión se le articulan, en el ámbito de la organización interna del territorio y de la sociedad en expansión, procesos de concentración. La existencia del déspota, del Estado o de la ciudad ilustra bien tal relación. Una cierta concentración previa de población, trabajo y recursos es una condición general de expansión. La concentración a su vez, como se vio en el capítulo anterior, posibilita el desarrollo de la división del trabajo y de l as for mas d e socia bilid ad en gener al, y está e n la r aíz d el comercio y de los mercados, de la acumulación previa de capital, de la intensificación de los flujos y del dominio privado de los medios de producción. Expansión y concentración son así fundamentos del desarrollo del capitalismo. La tendencia del desarrollo de los intercambios y de la circulación en general es la de incorporar al circuito económico espacios cada vez más amplios.
Ya se discutió el proceso de formación de la historia universal con la mundialización de la economía y la globalización de los flujos. La internacionalización constituye el momento más avanzado del proceso de valorización del espacio. Estos sucesivos momentos representan el sentido general de la evolución histórica de las sociedades en lo que respecta a la valorización del espacio. Son fundamentos de un proceso general. Los momentos más universales, así como los momentos de producción, no consiguen sin embargo dar cuenta de las formas históricas particulares. Su concreción pasa por el examen d e ejemplos históricos específicos de valorización. Aun sin entrar en un exhaustivo análisis histórico, cabe señalar algunas de esas manifestaciones particulares, sin penetrar aún en el examen de movimientos singulares. Una de las formas más ricas de manifestación de la valorización es la representada por los procesos de colonización. Ésta es siempre la expansión sobre una nueva tierra, la constitución de nuevos territorios (continuos o no al de origen) y la ampliación del horizonte geográfico de una sociedad, o incluso de un modo de producción. A pesar de las formas particulares que asumió en diferentes modos de producción, el proceso de colonización —fo rma parti cula r de la va loriza ción del e spac io— posee un a cierta universalidad. En primer lugar, porque implica la agregación de una determinada cantidad de espacio y todo lo que éste contiene, que en la práctica significa una adición de factores de producción: fuerza de trabajo, recursos naturales y tierra en general. La colonización posee gran influencia sobre la dinámica de la sociedad que la engend ra, ya que a través de ella nuevos recursos son drenados al circuito económico más general. La ampliación del espacio afectado por el circuito de la producción no implica sólo la anexión de tierras y el drenaje de recursos, sino igualmente la ampliación del espacio producido. Éste a su vez se preproduce en las "nuevas tierras" sobre patrones espaciales dotados de características propias. Los objetivos de la colonización (poblamiento o exploración, por ejemplo) se materializan sobre la forma de diseños espa ciales diferenciados. La propia localización de los medios de producción en el nuevo espacio se orienta por tales objetivos. Toda sociedad que esté engendrando una u otra forma de colonización estará al mismo tiempo valorizando los espacios originales de su desarrollo (los que contienen traba-
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jo acumu lado) y los nuevos espacios en que, eventual mente, s e necesite transformar una primera naturaleza o recuperar y modificar las herencias espaciales que pudieran existir. La colonización manifiesta así aquello que podríamos llamar movimiento de valorización extensiva del espacio. Otra forma de valorización del espacio es el uso intensivo de una porción de tierra. La ciudad es la ilustración por excelencia de tal proceso. La producción del espacio urbano representa una gigantesca suma de tiempos de trabajo aplicados a un mismo lugar. La metrópolis es la exacerbación de ese movimiento de acumulación de tiempo en el espacio. En este caso la naturaleza, tal como se presenta originariamente, desaparece por completo. Es la plena socialización del espacio. De esa forma, además del significado más general de la urbanización, el aglomerado metropolitano no deja de representar una masa de valores cristalizados en el conjunto edificado, un capital social general. Ya se habló mucho de los procesos internos de producción del espacio urbano y de su papel en la articulación territorial. Los urbanistas han avanzado mucho en este punto. Además de estas formas, las más generales de valorización del espacio, podríamos señalar otras de menor universalidad. El esclavismo, por ejemplo, engendra relaciones específicas con el espacio. El feudalismo, a su vez, conoció movimientos propios. El capitalismo avanzado introduce procesos singulares como el de la valorización "futura". En este caso la actividad
de rastreo de un territorio dado ya significa un momento necesario para la apropiación de sus valores potenciales. También es propio al capitalismo avanzado la exacerbación de los mecanismos de especulación con el espacio en general. En la dinámica de los precios artificiales, el capital financiero se apropia del espacio, haciéndolo circular de una forma abstracta. No siempre es el valor real del espacio lo que está en juego. En tal caso lo que ocurre es una "valorización" asentada en la base de instrumentos jurídicos de propiedad. También es propio de la época contemporánea la valorización como proceso de modernización, especialmente de la estructura productiva. La cual se da, fundamentalmente, por la llamada difusión de las innovaciones tecnológicas. En lo que atañe al desarrollo de las áreas periféricas, en la actualidad los flujos internacionales reposan básicamente en este proceso.
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Otra forma de valorización, que de cierto modo se relaciona con algunas de las anteriores, es la que podríamos identificar en la potencialidad de valor, contenida en los territorios estratégicos. A esto podríamos denominarlo, con cierta impropiedad, como "valor estratégico" o de valorización "política" del espacio (en sentido estricto). En este caso n o se trata de la ex plotación económica del espacio propiamente dicho, sino de su dominio. La historia de la h umanidad muestra muchos ejemplos de conflictos bélicos entre naciones, cuyo móvil en disputa era el dominio de un espacio que muchas veces carecía de valor económico inmediato. Aquí se manifiestan claramente algunas de las cualidades del espacio a las que nos referimos, como por ejemplo la localización privilegiada. Esto es lo que explica por ejemplo la disputa por un peñasco sin agua, o un suelo agrícola en una ruta oceánica. La relación imperativa entre los Estados y el valor "estratégico" de los territorios, sin importar su fin particular, conoció una variedad enorme de manifestaciones a lo largo de la historia. La geografía política ha reflexionado en gran medida sobre estas cuestiones. En todas esas formas de manifestación del proceso de valorización del espacio podemos destacar un aspecto de su movimiento interno de considerable importancia. Nos referimos aquí a las dos cualidades específicas de la valorización: la permanencia y la transitoriedad del valor. Con base en nuestra concepción del trabajo, intentaremos explicar la dialéctica entre una y otra. La relación sociedad-espacio y su expresión en el ámbito d el proceso de trabajo envuelven siempre cierta capacidad de generación de excedente que puede o no ser incorporado al espacio. Como ya se dijo, se sabe que d urante el proceso de producción una cierta parcela del trabajo se agrega necesariamente al suelo en la forma de valor. En este caso pretendemos discutir la durabilidad de esas incorporaciones. No siempre que una determinada sociedad se organiza para la explotación, particularmente en la génesis de la formación de un territorio, lo hace con el interés directo por el espacio en sí. Sucede muchas veces que el móvil de esa explotación es la extracción de recursos naturales específicos. El aparato productivo alojado en los lugares de explotación refleja bien tal finalidad. Generalmente ellos se reducen al equipamiento productivo estrictamente necesario para tal actividad. El espacio construido se confunde así con el espacio propio de la
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producción. Dada la pequeña cantidad de valor incorporado, el agotamiento del recurso explotado puede implicar la extinción de los procesos de ocupación y valorización. Cuando la explotación, sea por su intensidad o por su duración, consigue con todo agregar una masa considerable de valor al lugar por ella elaborado, puede originar un dinamismo capaz d e sobrepasar las simples necesidades inmediatas de la extracción, generando un espacio de flujos de mayor o menor complejidad. A pesar de la "n egatividad" implícita en este tipo de explotación, ese dinamismo al que nos referimos puede ser un factor de desprendimiento entre la valorización y su causa original. De modo que el proceso de valorización puede permanecer incluso después de la extinción del recurso que le dio origen. Se observa así que en la relación entre transitoriedad y permanencia se da un juego entre el valor creado y el valor extraído. Como fundamento general, la variación de la cantidad de trabajo excedente y de la parte de él que es incorporada al espacio están determinadas, en última instancia, no por la dinámica de producción in locus, sino por los objetivos generales que impulsaron esos movimientos. Esto explica la posibilidad de que un a determinada explotación de gran escala pueda, du rante siglos, realizar una acumulación gigantesca, sin que con ello se refleje en el espacio específico en que ocurre la producción. Muchos son los ejemplos históricos de esta situación y algunos de ellos serán examinados en el segundo volumen del presente estudio. De cualquier modo se trata de un proceso de extracción de recursos que servirán a la acumulación exterior y que de esa forma se incorporarán a otros espacios. La existencia de situaciones como la expuesta anteriormente permiten reconocer que los procesos de valorización del espacio no son sólo positivos, como apresuradamente alguien podría suponer. Como se ve, dadas ciertas condiciones son posibles formas predatorias de valorización, como en el caso del desperdicio del patrimonio natural sin la correspondiente incorporación de trabajo (valor) al espacio. La permanencia o transitoriedad define la positividad o no de una valorización. Así como la metrópoli contemporánea es la expresión máxima de permanencia, la reconstitución modificada de una cobertura natural sobre un espacio anteriormente "ocupado" expresaría el caso extremo de la transitoriedad.
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La relación permanencia-transitoriedad nos remite nuevamente a la dialéctica valor del espacio-valor en el espacio, y recompone la circularidad del proceso. La permanencia proviene de una producción creciente del valor del espacio, y la transitoriedad, por su parte, del consumo destructivo de ese mismo valor. La transitoriedad, al subvertir la correspondencia entre las dos formas de valor, mantiene los procesos de valorización en el espacio en un nivel en el que no pueden reproducirse. El espacio legado por las formas predatorias de valorización, por ejemplo, es un conjunto de condiciones inferiores de producción para las generaciones futuras. Este tendrá un valor menor del espacio en el que se mantendrán inalteradas las fuerzas productivas. El valor en el espacio, a su vez, tenderá a la reproducción simple, exceptuándose los casos en que ocurre el agotamiento total de los recursos que impulsan la explotación. En la dialéctica permenencia-transitoriedad se completa la dialéctica de la valorización del espacio. A lo largo de este capítulo, intentamos avanzar en la comprensión de la relación espacio-sociedad, entendida como proceso de valorización del espacio. En este punto del trabajo cabe establecer una aclaración importante que está implícita en toda nuestra exposición. Intentamos a lo largo de toda la argumentación discutir el valor objetivo. En este sentido, no fueron objeto de nuestra preocupación las cu estiones referentes a la valori- zación subjetiva del espacio. Ésta es una problemática muy importante para la comprensión integral de la relación sociedadespacio, y que igualmente puede ser reflexionada a la luz del marxismo. Por ejemplo, una teoría de la ideología y su inserción en la práctica política no estaría completa sin el ex amen de las ideologías espaciales. Éste es un asunto que sin duda merece un minucioso estudio, pero cuya complejidad sobrepasa los objetivos de este estudio. Cabe recordar que también las ideologías están condicionadas por la estructura económica existente. Por eso las ideologías espaciales están necesariamente articuladas con las formas materiales de valorización del espacio. Tamp oco los prob lema s má s es pecí ficos de la valo riza ción subjetiva, como la percepción y la conciencia del espacio y sus correspondientes formas de representación, fueron objeto de
nuestro trabajo. Son temas de contacto entre la geografía y la psicología, por ejemplo, y muchos geógrafos en la actualidad se
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interesan cada vez más por las teorías de Piaget sobre la percepción del espacio en el desarrollo de los procesos cognitivos. También es crec iente e l interés por las teorías de Fou cault so bre la relación espacio-poder o, incluso, por la discusión en torno de los llamados "mapas mentales". La importancia de estos temas para una teoría marxista de la geografía reside en que los modos de producción no se realizan independientes a la conciencia de los hombres reales; la valorización del espacio pasa necesariamente por las formas de pensamiento que los hombres constru yen e n su relació n con su es pacio. Mient ras t anto, siguie ndo lo s objetivos precisos de este trabajo, dejaremos la discusión de esos temas para estudios futuros. Tambié n hay q ue deci r que cu ando d ecimos valori zación ob jetiv a no nos refe rimos exc lusi vame nte a la m era valorización mercantil del espacio. Sería como confundir una determinación general con alguna de sus man ifestaciones aparentes. La valorización mercantil es específicamente la mercantidización y la variación de los precios de una parte del espacio. Es más una consecuencia que propiamente una causa de la valorización en general del espacio. Se puede decir que es una de sus expresiones fenoménicas. La economía y la llamada geografía económica se han dedicado al estudio de temas relacionados. Existen ya ten tativas d e estud ios mar xistas s obre ta l temari o. Com o se puede inferir, dado el n ivel de abstracción de nuestras reflexiones, es evidente que el examen de los mecanismos del mercado inmobiliario, por ejemplo, no quedan incluidos dentro de nuestra reflexión. No hay duda sin embargo de que en el próximo volumen esas cuestiones tendrán que ser discutidas. En este punto podemos considerar concluido el esbozo general de lo que sería para nosotros el objeto de una teoría marxista de la geografía. En este capítulo d iscutimos la dialéctica, los momentos, las formas y las cualidades del proceso de valorización. Cabe ahora, como forma de substantivar la propia argumentación desarrollada, discutir la valorización sobre un modo de producción específico. En el próximo capítulo examinaremos, por tanto, los aspectos generales de la valorización capitalista del espacio.
9.
LA VALORIZACIÓN CAPITALISTA DEL ESPACIO
Como se vio en el Capítulo 7, el modo de producción capitalista se basa fundamentalmente en la producción de mercancías. El motor de su expansión es la ampliación creciente de la apropiación de plusvalor, y tiende, en un movimiento incesante, a la reproducción ampliada del capital con la adición del excedente apropiado (transformado en lucro) al nuevo circuito de producción. Por ello el crecimiento del capital es el objeto mismo de la producción capitalista. Desde el punto d e vista histórico, la constitución del capitalismo puede ser considerada como la conjugación de dos procesos generales: la concentración de medios de producción y la centralización de capitales. La concentración de medios de producción proviene de la tendencia inexorable del crecimiento de la productividad del trabajo humano. Al tener el progreso técnico tras de sí, la concentración resulta en la ampliación del volumen de la producción, que a su vez implica la ampliación de los medios de producción. Por su parte, la centralización de capitales tiene su punto de partida en la privatización de las riquezas. Toda reunión de capital (inicial) necesario para una producción especifica es, en sí misma, una centralización. Marx la explicitó como condición previa y fundamento de la constitución d e una clase de capitalistas industriales, relativamente pequeña y cada vez más selectiva. Tanto la concentración como la centralización se encuentran en la esencia misma del capitalismo y explican su inevitable tendencia hacia el monopolio. En la época en la que Marx elaboró sus formulaciones, el capitalismo vivía su periodo liberal, o el de la llamada libre competencia. El gran dinamismo que ese modo de producción vivió a finales del siglo xix, gracias al desarrollo industrial, fue marcado por la presencia de un número elevado de capitalistas individuales. La dinámica del mercado, la tendencia a la homogeneidad sectorial de la tasa de lucro, los elevados costos de transporte que relativizaron los costos de producción local y la determinación de los precios que obedecen directamente a las leyes de la oferta y la demanda, identifican a grosso modo este periodo, también denominado como capitalismo de competencia. Además
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de esto, y como ilustración mayor de los principios liberales y de la llamada libre-iniciativa, el periodo de competencia es marcado también por una franca incidencia del Estado en los negocios privados. Desde finales del siglo xix y en especial al inicio del xx, el capitalismo, sin cambiar su esencia, cambia algunas de sus características presentes en el tiempo de Marx. Desde entonces, este modo de producción exacerba su tendencia a la concentración y a la centralización, supera y corrompe sus propios presupuestos, redefine sus banderas ideológicas, establece restricciones a la ampliación de las producciones individuales y redimensiona la escala de la producción, mientras coloca la gran empresa como parámetro. En el ámbito específico de las actividades productivas, este proceso se asocia a un vertiginoso incremento técnico que eleva exponencialmente la productividad del trabajo. Con el agrandamiento de las plantas industriales y de la escala de producción, aumenta considerablemente la cantidad de capital inicial necesario para el ingreso en el mercado capitalista. Un número relativamente reducido d e capitalistas se apropian ahora de la mayor parte del capital global. Es lo que Marx llamó "expropiación de capitalistas por el propio capital". A esta situación corresponde un a generalización d el capital sobre la forma dinero, en el circuito financiero que se desarrolla sobre la forma de grandes conglomerados y se articula con las demás formas de capital. Es la génesis del monopolio. Comentando un pasaje de El capital (de un volumen publicado póstumamente), Engels observa que si Marx estuviera vivo podría comprobar el acierto de sus previsiones sobre el monopolio. Sin embargo, ni el mismo Engels podría imaginar lo que ocurriría décadas después de su muerte. Entre los continuadores del marxismo, el que mejor entendió el movimiento cualitativo del desarrollo capitalista fue sin duda V. Lenin. En su conocida obra sobre el imperialismo, examina las transformaciones ocurridas en el modo de producción capitalista, principalmente en lo relacionado con la industria. Dedica especial atención al proceso de constitución de los trusts y a las formas de monopolio, tendencia que se cristaliza en los principales ramos industriales en los países más desarrollados de occidente. Busca demostrar las articulaciones entre las fracciones industrial y financiera del capital y el dominio de esta última (como rasgo del capital mono-
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polista), además del resultado de ese proceso como fundamento del llamado "imperialismo" sobre la inspiración d el capitalismo contemporáneo. Ahora expondremos una serie de procesos que ilustran el
paso de un estadio del desarrollo marcado por las empresas monopolistas a lo que pod ríamos llamar propiamente capitalismo monopolista. La centralización y la concentración se intensifican en una escala hasta entonces desconocida. La producción capitalista adquiere nuevas cualidades impulsadas por la Primera Guerra Mundial (una guerra entre imperialismos): el desarrollo desmesurado de algunos ramos de la producción y la asociación necesaria entre el Estado y los capitalistas privados: la producción a gran escala, principalmente en los sectores de bienes de capital (maquinas, equipamientos, etcétera), apoyada en el uso generalizado de nuevos bienes de producción (energía eléctrica, petróleo y materiales de transporte), implicará una exacerbación de los procesos de concentración (medios de producción) y centralización (de capitales). El conflicto también fue una de las grandes causas de la estructuración de una n ueva división internacional del trabajo, con la definición de nuevos centros hegemónicos. El capitalismo, mundializado más que nunca, sufrió una intensificación de flu jos, de int ercam bios q ue es bozar on un a ten dencia a la d iversificación territorial de la producción (en estricto sentido). Se trata ahora de un flujo de capitales que no se da solamente bajo la forma (linero o de simple intercambio de mercancías. Como evidencia del movimiento cualitativo, la circulación del capital se hace también a través del flujo de tecnología y de una relativa internacionalización de los capitales productivos en forma de inversiones directas en territorios extranjeros. La crisis de 1929 representa en gran medida las contradicciones inherentes a estas transformaciones. Por otro lado, las medidas que se tomaron para su superación representaran un efectivo reordenamiento de las relaciones capitalistas, ya en su tendencia dominante (el monopolismo). En particular se destaca el cambio del carácter del Estado y de su inserción en los negocios privados. El Estado no se restringirá más al papel de gestor de las condiciones globales de producción (donde amplia su acción) y se vuelve un "socio" privilegiado de la actividad económica en general. Al tomar para sí la prerrogativa del planeamiento
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global de la economía, manipula el flujo de dinero en el mercado financiero, comanda el ritmo de las inversiones sectoriales según su política económica, "regula" el mercado de intercambios de ciertas mercancías vitales (monto y control de precios) e interfiere directamente en la esfera de la producción. Esta tendencia es mayor en unos países que en otros; incluso hay casos en que los Estados se convertirán en grandes empresarios industriales de ciertos sectores (bienes de producción e industria bélica por ejemplo). De forma general, desde esta época el papel del Estado en la definición del patrón o ritmo de acumulación de capital no puede ser menospreciado. Esas tendencias van a cristalizarse en los años de la segunda guerra mundial y sobre todo en las últimas décadas; es el periodo de la llamada revolución técnico-científica. Su presupuesto es el dominio de las formas monopólicas en las relaciones capitalistas. El desarrollo de la productividad del trabajo y el agrandamiento de las empresas son resultado y condición de la investigación aplicada en medios de producción. El control de la tecnología, a su vez, corrompe el viejo principio del lucro medio de competencia y actúa como factor de centralización de capitales. Cada vez será más difícil el ingreso de un nuevo productor en u na rama de la producción, pues en muchas de ellas (principalmente en las de punta) la producción total es controlada por pocas y poderosas empresas. Éste es el fundamento de los oligopolios, en el que el dominio de un ramo por algunas empresas define una alianza en torno de intereses y el control político de los precios (no sólo de venta, sino de compra de componentes y materias primas). En este punto ya se puede hablar de una sub versión completa del "viejo capitalismo". El capital global será algo más complejo que la simple reunión de muchos capitales privados. En la etapa monopolista, la masa de inversión necesaria para la producción es tan voluminosa que la figura del burgués individual, aquel capitalismo "con rostro", pertenece al mundo de las fábulas. Las "sociedades anónimas", las b olsas de valores, los conglomerados financieros y financiero-industrial-agrícolas con sus holdings, las empresas estatales y las "cooperaciones" entre empresas trasnacionales, son los nuevos protagonistas del capitalismo contemporáneo. Estas transformaciones producen otras en la estructura de clases capitalista. La complejidad d e la estructura productiva y
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la generalización de todo el circuito capitalista son las responsables del desarrollo de nuevas relaciones sociales y de la aparición de nuevos segmentos en el espectro de las clases. También se multiplicaron las especialidades dentro de la fuerza de traba jo. El lla mado se ctor d e serv icios se expan dió, tan to den tro co mo fuera de la producción concreta. A él corresponde una metropolización creciente y una tendencia a la "urbanización" general de la producción capitalista. Las llamadas clases medias urbanas y todos los cambios que ellas representan son la imagen más visible de este amplio proceso de modernización. Así, el capitalismo se realiza cada vez más como un modo de producción esencialmente contradictorio. A su antigua forma de explotación directa, prácticas de apropiación y reproducción en la desigualdad social, el capitalismo moderno agrega el control de la revolución técnica y, con esto, eleva exponencialmente el plusvalor relativo. A esta enorme modernización y socialización capitalista de las fuerzas productivas se le contrapone el carácter privado de la acumulación. Por lo que, bajo el capitalismo, el progreso técnico no representa necesariamente un progreso social. Y es por eso también que la socialización real de sus resultados dependerá de las luchas sociales en el cuadro de cada país. Una de las características definitorias del capitalismo contemporáneo es la forma en que la sociedad se organiza para producir. Al contrario de las etapas anteriores, la creación de nueva riqueza, es decir, el proceso específicamente productivo, tiende a derilandar un número cada vez menor de trabajadores. Basta observar la pequeña proporción del proletariado (industrial y agrícola) en el conjunto de los asalariados de una sociedad capitalista avanzada. Esto es consecuencia, a su vez, de alteraciones en la composición orgánica del capital con una violenta reducción del trabajo vivo y de la apropiación directa de plusvalor al nivel de la producción. Hoy el comando de la productividad está en la fracción constante del capital, dada la magnitud de trabajo muerto necesario para la producción a gran escala. Se recrudece entonces una contradicción propia del capitalismo. El capital se ve en la posibilidad de valorizarse, basado en el aumento de la escala de producción y de la productividad, para compensar la disminución de la tasa de plusvalor. El resultado es una desvalorización relativa del capital, como bien señala Boceara en su obra sobre el asunto. De ahí la necesidad de la expansión
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territorial de la producción (estricto sentido) con la transn acionalización y diversificación de las empresas (los conglomerados industriales por ejemplo). Ésta es una de sus contradicciones: el capital contemporáneo necesita revalorizarse, al ampliar la cantidad de trabajo vivo que se apropia, pero ineludiblemente necesita, al mismo tiempo, aumentar la productividad a costa del capital constante (trabajo muerto). También la magnitud de las inversiones (o reinversiones, como algunos prefieren) necesarias, además de la tendencia a la desvalorización, en algunos países han conducido al capitalismo a formas nuevas de organización, cuya mejor expresión es la acción estatal en la economía. Se habla incluso de un capitalismo monopolista de Estado, en el que esta institución pública-privada asume abiertamente la función "reguladora" de las tasas de acumulación. Al funcionar como agente privatizador del capital social global o del capital púb lico, el Estado acaba por enterrar los últimos resquicios del mito liberal, asumiendo intégralmente su condición de clase. Como se ve, el capitalismo continúa siendo en esencia un modo de producción que se sustenta en la apropiación del plusvalor. En ese sentido, reafirma la teoría marxista del valor. Sin embargo, en otro sentido también la subvierte, cuando impone a los marxistas la necesidad de considerar tanto el origen del plusvalor como las nuevas formas de socialización capitalista del valor. Evidentemente ésta es una cuestión muy compleja y que puede ser considerada, incluso, como un "problema clave" para el marxismo contemporáneo. En la actualidad existe un volum en considerable de obras al respecto. El marxismo, a pesar de la "resistencia" de los sectores ortodoxos, busca impulsar este debate en sus distintas vertientes. Autores como Sraffa, Hilferding, Dobb, Sw eezy, Baran y más recientemente Boccara, Mandel y otros, han contribuido bastante a la discusión del problema. El intento de construcción de economías no capitalistas en los países del llamado "socialismo real" también estimularon una serie de reflexiones sobre la teoría del valor. Entre los autores que trabajan en esta vertiente destacan Bujarin, Rubi, Preobachevsky y Kalecky, entre otros. También en Brasil la producción teórica al respecto ya cuenta con algunas obras de peso, como las de María Concei0o, Tavares, Luis G. Belluzzo y José Arthur Giannotti. En el centro de esta polémica destaca siempre el problema de la pulverización del valor. En otras palabras, la creación de valor
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se realiza ahora según las múltiples mediaciones de las condiciones globales de la producción. En particular, el crecimiento desmesurado del capital constante imposibilitaría la medición del quantum de plusvalor presente en cada mercancía. Es cada vez más difícil "contabilizar" la parcela del valor agregado al producto bajo la forma de trabajo muerto. Ya no se pued e hablar, como en la época de Marx, del circuito "simple" en que el capital "ingresaba" en la producción y salía de ella incrementado con una cierta tasa de lucro definido por el trabajo vivo apropiado. Por eso es muy complicado el intento de "medir" la cantidad total de valores creados según el criterio de horas-hombre necesarias para la producción. ¿El valor sigue siendo el origen del plusvalor? No hay dud a. No obstante, es cada vez más difícil su identificación empírica. Por eso, para algunos de los autores citados, el valor es, cada vez más, una relación social. Pierde su evidencia empírica y asume formas intangibles en el circuito global de la economía, mientras se acerca más a las determinaciones específicamente políticas. M. C. Tavares compara este proceso de pulverización del valor con una especie de "explosión del sol". Giannotti, señalando las formas d e sociabilidad correspondientes a este proceso, establece la problemática de la pérdid a de la medida y su re lación c on la ba rbarie contem poránea . En el capítulo anterior procuramos exponer los fundamentos más 'abstractos de una teoría de la valorización del espacio, con el propósito de entender el proceso en su universalidad, es decir, comprenderlo en cuanto proceso real y específico, presente en cualquier modo de producción. De esta manera, a cada modo de producción corresponderían formas particulares de valorización. En este momento nos interesa examinar ese proceso a partir de las relaciones capitalistas de producción, es decir, la valorización capitalista del espacio. El resumen general de la historia del capitalismo que acabamos de exponer es evidentemente insuficiente, pero nos permite avanzar por lo menos en los lineamiento generales de valorización bajo ese modo de producción. Como primera afirmación elemental se puede decir que 1 valorización capitalista del espacio es antes que nada una reladón capital-espacio mo ya se vio, el espacio es una condi- \ ción general deexistacia y de producción de la sociedad, y b ajo la hegemonía de las relaciones capitalistas el espacio (y todo lo que él contiene) aparece para la producción como la parte del
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valor expresada bajo la forma de capital constante. Si se toma una producción individual cualquiera, se puede observar que se desarrolla ocupando una cierta parcela del espacio. Ésta es una primera fracción del espacio en tanto capital constante (la instalación física de la producción). La otra relación que se establece entre esa producción y el espacio es en la que éste se presenta como capital social general, a lo que ya nos hemos referido. Entra ahí todo el trabajo muerto incorporado al suelo a lo largo de la historia: las ciudades, las carreteras, y la infraestructura en general. El espacio bajo el capitalismo, por tanto, es capital como condición y como medio de producción. La apropiación privada de los medios de producción, otra determinación general del capitalismo, implicó la privatización del espacio, ya que éste también es capital. De esa forma la historia del capitalismo no es más que un proceso histórico de privatización creciente de porciones de la superficie terrestre y de todo lo que ella contiene. Al ser el consumo productivo (y privado) del espacio el fundamento de su valorización, el despojo será una tónica de este proceso. En ese sentido, bajo el capitalismo no existe el espacio construido como resultado "idílico" de las necesidades de la existencia, a manera de "género de vida". No existe espacio "exterior" a la lógica del capital. De esta manera, los imperativos de producción comandan todo el ordenamiento espacial, tanto el uso de las viejas formas como la construcción de nuevas, lo que no sugiere el desconocimiento de las mediaciones por las cuales se da ese proceso, ni de su diversidad h istórica. Se deduce que debe evitarse por tanto aquella visión estricta y maniqueísta
para la cual el capital es un objeto tangible, una cosa buena o mala, captable en su presencia física en el paisaje. Recordamos que el capital es una relación social. Lo que no implica considerarlo como una entidad abstracta que está sobre la práctica de los hombres reales. El capital no es, así, un deus ex machina que manipula a los hombres y los lugares en su "lógica perversa". Del mismo modo que no es "cosa" ni "ente", sino materialización humana, él se relaciona también con espacios reales. De ese modo la expansión territorial de su hegemonía y las formas espaciales que asume en cada momento y lugar expresan siempre la diversidad natural e histórica del espacio terrestre. Esto no debe conducirnos sin embargo a equívocos localistas; la valorización capitalista del espacio realiza las determinaciones generales de
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este modo de producción, construyendo territorios únicos en una dialéctica entre la universalidad y la singularidad. En este momento de nuestra argumentación nos interesan solamente las determinaciones generales. En el volumen siguiente de esta obra examinaremos procesos singulares de formación territorial. Aun en términos de determinaciones generales cabe discutir el consumo capitalista del espacio. Este consumo surge para la producción en su doble forma: en tanto medio de producción el espacio es consumido productivamente; en tanto condición d e producción, improductivamente. Con todo, su consumo "improductivo" es condición de la producción en tanto que condición de reproducción. Cuando la sociedad capitalista se apropia de una parcela dada del espacio, ella lo consume efectivamente, es decir, extrae de ahí todos sus elementos materiales y objetivos necesarios para impulsar la producción. Es el caso de la transformación de los recursos naturales en medios de producción (no nos referimos aquí sólo a las materias primas en sentido estricto, sino también a la propia magnitud del espacio necesario para la producción). Por otro lado, el consumo "improductivo" del espacio implica el uso (capitalista) de las virtudes del espacio no directamente presentes en la producción inmediata. Es el caso del uso residencial, y en cierto sentido de las propias ciudades, de los espacios de placer, etcétera. El espacio directamente presente en la circulación (en sentido estricto) se manifiesta, a su vez, en el consumo capitalista en su doble forma: es simultáneamente un factor de realización de los precios y de los lucros y un capital social global. En este último caso su consumo es improductivo, si nos referimos al concepto preciso de Marx. A pesar de lo "improductivo" del consumo del espacio, en cuanto capital social global éste es un presupuesto de su propio consumo productivo. Basta recordar el espacio de vivencia necesario para la existencia de cualquier individuo o sociedad en cualquier modo de producción. En el capitalismo tal consumo asume contornos bastante específicos. El consumo social del espacio urbano, por ejemplo, trae en su interior todas las contradicciones de este modo de producción. Por eso las metrópolis contemporáneas representan, más que cualquier otro espacio urbanizado, palcos privilegiados para las llamadas "luchas sociales urbanas", que no son más que la expresión (circunscrita espacialmente) de la lucha de clases. Por tanto, el consumo improductivo del espacio
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se define en gran parte siguiendo los condicionamientos de la lucha política de cada lugar. Aun en las determinaciones generales es preciso señalar la cuestión de la relación entre el espacio y la productividad del capital. Como ya se analizó anteriormente, el fundamento de toda expansión de la producción es la produ ctividad del trabajo. En el capitalismo la productividad del trabajo guarda estrecha relación con la expansión de la ganancia. Ya se vio también que la productividad, en el ámbito de la producción concreta, depende del desarrollo de los medios de producción, que a su vez está en la base de la valorización de las formas de apropiación del espacio. En este modo de producción el progreso técnico potencia y diversifica la gama de recursos naturales u tilizables, sea como materias primas o como fuerza motriz. Al ampliarse los recursos, se intensifican las relaciones del capital con los espacios singulares y contradictoriamente aumenta el distanciamiento entre la producción (en el amplio sentido del término) y el lugar de su realización. Contrariamente al pasado, el desarrollo tecnológico y la escala d e produc ción relativ izan la imp ortancia " intrínse ca" de los lugares, que actualmente interesan siguiendo la lógica de una red de relaciones políticas (la posibilidad o no d e acceder a un recurso u otro). En este sentido, se ve que no es más el lugar el que otorga el fundamento a la productividad del trabajo. Su i mportancia en el capitalismo tenderá a centrarse cada vez más en su acomodo relativo frente a los flujos d e mercancías. Como el capitalismo es un agente esencialmente desnaturalizador de la relación hombre-naturaleza, la productividad del trabajo y del capital tenderá a ser cada vez más determinada por la cantidad de trabajo muerto agregado al suelo que por las condiciones naturales de los lugares en su estado originario. Respecto a la producción del espacio, la valorización capitalista presenta algunas características peculiares. En cuanto el capital transforma el espacio en un gigantesco envoltorio de mercancías, éste se convierte en su sustantivación y tiende- a "capitalizarse" cada vez más. En ese sentido, con el progreso técnico la cantidad de capital fijo-fijado (tomando una expresión de Milton Santos) necesaria para la reproducción del capital tiende a un crecimiento exponencial. Esto porque la localización, manutención y reposición de los equipamientos productivos y de las condiciones materiales de producción en general, sin los cuales
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\no hay una efectiva reproducción ampliada del capital, acumulan progresivamente trabajo muerto (ahora bajo la forma de capital) en el suelo. También la durabilidad d el capital fijo-fijado tiende a aumentar en función de la cantidad y la cualidad de la inversión necesaria para su realización. Como resultado general, se tiene que el valor del espacio crece de un modo h asta entonces desconocido, por lo menos el del espacio construido. Se cierra la circularidad de lta desnaturalización y se redefine, así, el valor de los lugares. También cam bia la cualidad de la inserc ión del espa cio, como condición general de existencia —en el capitalismo, capital social global—, en la reproducción de la vida material de las sociedades. El capitalismo promueve una ampliación y una concentración considerable de esas condiciones, al transformarlas en capital "social". Como ya dijimos, la concentración le es inherente, lo que genera una serie de contradicciones que serán examinadas más adelante. Se observa un movimiento de socialización de las contradicciones generales de existencia, bajo el orden d e su privatización. El hombre es totalmente separado de sus condiciones elementales de existencia (por ejemplo, la ocupación de un espacio), pues ellas se vuelven, cada vez más, elementos del circuito de intercambio. Por eso es necesario reiterar continuamente que la apropiación y la propia creación del capital social global es antes que nada una expresión del movimiento político. Si dependiera de los intereses del capital, los llamados equipamientos de consumo "colectivo" se restringirían al mínimo necesario. De ahí la contrariedad de la participación del propio Estado en ese proceso. El capitalismo transforma también las formas de valorizar los espacios "estratégicos". A diferencia de los modos de producción anteriores, en los que la apropiación del territorio era el móvil de las expansiones y la apropiación de las riquezas su ob jetivo p rincip al, b ajo el capita lismo la rela ción d el capi tal (q ue posee una sede nacional) con los espacios "ajenos" adquiere nuevas características. Esto es porque no sólo le interesa la acumulación del territorio sino también la acumulación de capital, su realización en escalas espaciales cada vez más extensas. Por eso , el examen de las relaciones internacionales debe considerar primordialmente el movimiento del capital y la acción del Estado en relación con él. Lo cual no quiere decir que el capitalismo, con
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sus imperios coloniales, no haya estimulado conquistas territoriales. Ya dijimos anteriormente que la expansión (inclusive la territorial) es inherente a su lógica. Sin embargo, una "geopolítica" del capitalismo debe evitar los riesgos de las analogías históricas, ya que lo que le interesa, antes que nada, es una valorización de los espacios conquistados como condición y resultado de su propia "capitalización". No hay duda d e que las inversiones iniciales implicaron, en el mercantilismo y aun en el periodo del capitalismo de competencia, la necesidad de un efectivo dominio político de los territorios cubiertos por la expansión. S ería, por así decirlo, la fase colonial d el capitalismo. El imperialismo y la etapa monopolista, en cierto modo, consolidan una repartición del espacio mundial. Después de la Primera Guerra Mundial, el establecimiento de las fronteras nacionales ya se encuentra en una fase de relativa estabilidad. La división internacional del trabajo no es más la q ue se impone necesariamente por las armas (el dominio político de los territorios por potencias extranjeras), sino la que resulta de la dominación económica. El llamado neocolonialismo se asienta en las razones históricas (discutidas en el Capítulo 6 y qu e serán retomadas en el volumen u) que definen un control del capital, y por lo tanto de las ventajas tecnológicas de unos pocos países. La expansión sobre la llamada periferia del mundo capitalista se da ahora mucho más por la asociación entre el capital transnacional y los Estados nacionales, o incluso empresas nacionales de los países del también llamado "tercer mundo". Además, en la órbita del capital mundializado, el sistema de flujos relativiza en mucho la llamada relación entre "naciones", desarrollando un inmenso espacio de mercados de producción y consumo. Incluso con toda esa internacionalización del capital, el choque entre intereses nacionales específicos y la existencia de países no capitalistas en el mundo responden continuamente a la: cuestión del dominio político de los territorios (en estricto sentido). No por eso se debe pensar la geopolítica como el estudio de asuntos extraños al movimiento del capital. Es necesario recordar que en la actualidad no son sólo los "apetitos territoriales" los que impulsan esos conflictos, sino razones de orden ideológico o estrictamente estratégico. En este último caso, muchos son los ejemplos del interés puramente logístico y no directamente económico (de explotación económica) que está por detrás del control de las posiciones privilegiadas
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en el espacio mundial de relaciones. Por lo tanto, es necesario atender el hecho de que la acción de los Estados, en estos casos, estará siempre orientada a la realización plena del capital, sea a través de condiciones directas o como condición general de reproducción. Finalmente, desde el punto de vista más general, resta señalar la relación capital-espacio desde la óptica de la circulación. Tamb ién a quí e l capi talism o sub vierte antig uas relacio nes. Ya vimos que la constitución de ese modo de producción implicó la mundialización de las relaciones de intercambio y la formación de una historia universal. No hay duda de qu e el capital en su forma monopolista reforzó este proceso, sea ampliando el espacio de relaciones o intensificando los flujos. El capitalismo promueve una inequívoca "evolución" de la circulación en general. Y es sólo en la apariencia que esta cuestión se restringe a un problema de escala o de mediciones cuantitativas. La subversión a la que nos referimos es un cambio de cualidad. Dadas las determinaciones del capital, se da una transformación en la relación espacio-tiempo, en la que el tiempo, en tanto que productividad de este capital, somete al espacio a su dominio, al relativizar las distancias. Esto es válido para todos los flujos, pero si nos referimos específicamente al movimiento del capital financiero, por ejemplo, veremos que en tal caso se puede hablar de una circulación aespacial. Por eso el desarrollo moderno de las comunicaciones es una verdadera revolución. En el campo del circuito financiero, el capital-dinero y el valor de las mercancías pueden "circular" sin moverse espacialmente; de este modo, además de "anular" el espacio, se acaba también casi por "anular" el tiempo como relación entre los lugares. Sería una idea próxima a la de un mundo entero presente en cada lugar, de forma evidentemente, diferenciada. Que esto no nos lleve a la falsa conclusión de que el capital contemporáneo no tiene "patria". Si el valor del espacio es desigualmente distribuido, también el valor en el espacio se manifiesta en intensidades variables: algunos lugares "sintetizan" el mundo más que otros. Como mejor evidencia de tal contradicción están los centros hegemónicos del capitalismo y la jerarquización rígida de las relaciones entre naciones que imposibilitan el desarrollo de los capitalismos "autónomos". De todo lo que se ha comentado, se puede afirmar que el capitalismo sustantiva un modo general de valorizar el espacio,
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que podríamos definir como una verdadera valorización para la valorización. Bajo este modo de producción, el espacio es antes que nada objeto, vehículo y producto del capital. Por eso mismo, en términos de las determinaciones generales, el proceso de valorización capitalista del espacio no es otro que la propia valorización del capital. Por otro lado, como el espacio real es un atributo de la materialidad, el propio movimiento del capital, como historia de hombres y lugares reales, se manifiesta de un modo espacialmente desigual. Frente a estas determinaciones generales, los momentos, las formas y las cualidades del proceso de valorización del espacio adquieren también características nuevas. En cuanto a los momentos, con el capitalismo sobrevienen algunos cambios. En lo que se refiere a la apropiación, ya señalamos que, a diferencia de otros modos de producción, el capitalismo genera una efectiva valorización del espacio en el lugar que se da. En el caso de la fijación, que es un presupuesto del capitalismo, se da no un simple asentamiento de población, sino una gigantesca agregación de valor al suelo bajo la forma de capital fijo, por lo que se intensifica el dominio del capital sobre ese espacio. La concentración, también un presupuesto del capitalismo, es como ya vimos violentamente exacerbada (está en la base de la expansión), no sólo en lo que se refiere a la población sino a todos los factores de la producción. La expansión a su vez acompaña las determinaciones del ritmo de acumulación de capital y por eso es intrínseca a su lógica de reproducción. Finalmente, la internacionalización, como el propio coronamiento del proceso an terior, se realiza de modo pleno en la actual economía mundializada. En cuanto a las formas de valorización del espacio, podemos iniciar señalando la existencia de una colonización propia del capitalismo. Ésta se dio históricamente, y aun en la actualidad, aunque restringida a algunos países„ en los que la expansión del capital se enfrentó con la existencia de espacios inexplorados. A diferencia de las colonizaciones anteriores, el capital de hoy tiende a integrar plen ame nte las nuevas tierras a su circuito. Entiéndase la integración plena en términos de la intensidad
de la valorización. La revolución técnica, sea en los transportes o en la explotación de recursos naturales (notadamente los minerales), ha caracterizado a la colonización moderna en cuanto expansión de la frontera económica (agrícola por ejemplo), e
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igualmente como la posibilidad de formación de poderosos "enclaves de capital". Estos enclaves, casi totalmente aislados de su entorno inmediato, se relacionan entretanto de forma intensa con su lugar de origen. Por eso la colonización no debe ser vista, como en el pasado, como un proceso de poblamiento en sentido estricto. Ésta y otras cuestiones relacionadas deberán ser retomadas en el próximo volumen de este trabajo. La otra forma de valorización, que resulta de lo que fue llamado acumulación in situ, conoce en el capitalismo su expresión máxima; sus fundamentos ya fueron expuestos en este capítulo. Aquí sólo intentamos establecer una relación de gran importancia entre la capacidad de esta valorización y la potencialidad de la ampliación de su horizonte de relaciones. La forma circular de la reproducción del capital determina el movimiento de las inversiones, y genera con eso un proceso ininterrumpido de fijación de valor al suelo, no sólo extensivamente, como en el pasado, sino también intensivamente. Esto genera contradicciones que veremos más adelante. El desarrollo del capitalismo va a acentuar la aglomeración, cuya mayor ex presión es el crecimiento del capital de servicios. La "desnaturalización" de la propia actividad agrícola también manifiesta esta tendencia, cuyos resultados son el despoblamiento del campo y la relativización de las fronteras que lo "separan" de la ciudad. No son necesarios otros ejemplos de esta forma de valorización del espacio, pues el capitalismo es en sí mismo, como ya se dijo, una increíble acumulación de trabajo muerto concentrado en el espacio. Ahora retomaremos una problemática del capítulo anterior, la valorización "futura" del espacio, pero ahora para el caso específico de las relaciones capitalistas. La relación entre el capital y esa forma de valorización reposan en un fundamento
general que podemos denominar "tiempo tecnológico" y "tiempo del capital". Como ya vimos, el capitalismo subvierte la relación tiempo-espacio. En ese sentido la valorización "futura" es una manifestación histórica de esta subversión. La velocidad tecnológica determina la capacidad del capital de explotar o no determinados recursos naturales en d eterminados territorios. Sin embargo, el presupuesto de esa explotación no es simplemente la capacidad tecnológica, en particular en la época actual, en que se dispone de un arsenal técnico considerable que permite la utilización de una gama extremamente variada de recursos.
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Lo que va a determinar una explotación particular es más bien el costo de dicha técnica en cada situación dada. Para el capital se trata de una cuestión de "oportunidad" de inversión. Esto dependerá básicamente de la situación del mercado mund ial de aquel producto. Es el precio de mercado de ese producto lo que determina si es "viable" o no una determinada explotación. Este precio a su vez fluctúa de acuerdo con la capacidad de consumo del producto (que depende también del n ivel técnico de la producción mundial) y con su escasez relativa. Ésa es la fase aparente de la manipulación de precios. En el capitalismo monopolista esta manipulación tiende a exacerbarse por el control que países y empresas hegemónicas ejercen sobre la tecnología de explotación y de determinadas reservas "estratégicas". Por tanto, el problema básico no es el conocimiento de los lugares de concentración de ciertos recursos, pues el desarrollo alcanzado por las técnicas de exploración (todas las formas de censores remotos, por ejemplo) ,ya permite al capital una verdadera radiografía del planeta. Sin embargo, el control de los recursos no representa simplemente una cierta "reserva de capital", sino que se constituye también en condición general de manutención de los monopolios, en un "aliento territorial interno", en manos de los Estados. Debido a todas estas cuestiones, la valorización futura presentará una dimensión bastante compleja si la vemos integrada a la órbita del capital financiero. Muchas veces el dominio de una reserva dada se conseguirá más en el plano de la circulación financiera que en el de la exploración en estricto sentido. Por eso, el comercio de pape les referentes a ciertos productos (el mercado de commodities) es más intenso en las principales plazas del capitalismo que el intercambio de productos propiamente dichos. Esta es una prueba cabal de que el capitalismo no es un modo de producción basado en los valores de uso. De ese modo, la explotación de cualquier recurso o territorio estará condicionada a las situaciones del mercado. Lo que nos interesa específicamente es destacar que incluso su valor futuro ya está circulando de alguna forma. Falta aún analizar cómo se relacionan con el espacio las diferentes formas asumidas por el capital (mercantil, industrial y fin anci ero). El ca pital merc anti l (ap licad o en las ac tivid ade s agrícolas, comerciales y de servicios) define formas específicas de valorización del espacio. La colonización capitalista, por
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ejemplo, asume crecientemente las características de un verdadero palco valorizado del capital. No se restringe necesariamente al proceso de asentamiento de "familias" para la producción agrícola de subsistencia o de mercado. En una colonización de ese tipo, se obtiene renta del suelo (con el comercio y la explotación de tierras) al mismo tiempo que el gran capital actúa bajo la forma de grandes empresas poliproductoras y el Estado como localizador de infraestructura y de inversiones publico-privadas. Es el propio capital general, en su forma mercantil, quien valoriza el territorio con todo lo que contiene. Por otro lado, como capital mercantil general, controla la "oferta" de los productos agrícolas en el ámbito nacional y hastr, el internacional, y condiciona la viabilidad de explotación y de incorporación de tierras o de capital a la producción. En un ámbito más específico extiende su control sobre los procesos de compra. Cada vez más la gran empresa controla monopólicamente determinadas fracciones estratégicas de la producción agrícola, y con ello los precios desde su origen. El capital, bajo la forma de medios de comercio en general, también interfiere en la valorización: articula al Estado y a la s otr as for mas d e cap ital, c ontro la el " pulso " de l os me rcados en sus tantas escalas, unas veces expandiéndolos, otras restringiéndolos. El propio crecimiento de la urbanización, en tanto que fase visible del proceso general de valorización, se vuelve para el capital mercantil objeto y medio de acumulación e inversión. En ese sentido la expansión del comercio no deja de ser también una expansión territorialmente circunscrita de medios materializados de circulación. Si n o hay mercancía sin un sustrato físico, tampoco habrá comercio sin su esqueleto material correspondiente. En cuanto al capital industrial, su relación con la valorización debe ser examinada en su doble carácter. Primero, en tanto capital aplicado a las instalaciones, maquinas, etcétera (capital constante), que representa su propio fundamento en el trabajo muerto fijado y, consecuentemente, de la valorización in situ. En particular en su etapa monopolista, el capital industrial representa una enorme masa física de medios de producción, cuyo impacto, particularmente en el sentido urbano, es cada vez ma yor. S in emb argo, no re side a hí su princi pal fue rza e n el a vance de la valorización. La producción industrial es, antes que nada, un modo avanzado de creación de riquezas, por lo que define la
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intensidad y diversidad de las relaciones entre todas las ramas de la producción, y adqu iere por tanto una posición central en las valorizaciones de los espacios particulares. De inmediato se observa su capacidad de generar formas propias de urbanización (las ciudades industriales, por ejemplo). Además de eso, sus efectos dinamizadores para toda la economía (incluido el mercado y la fuerza de trabajo) actúan como elemento multiplicador de la urbanización en general y por tanto d e la valorización del espacio como un todo. Finalmente, el capital industrial tiene el poder de articular los espacios de circulación e intensificar los flujos. Al desarrollarse la gran industria, el aumento de su producción motivó también el desarrollo de los medios de producción para transporte y una articulación compleja que va de los locales-origen de las materias primas a los lugares diversificados de consumo. La gran industria es agente poderoso de integración entre los espacios. Finalmente el capital financiero, en cuanto masa de dinero en circulación, condiciona las inversiones y, a partir de ellas, la valorización del espacio como un todo. Siendo la expresión del capital en la forma de su equivalente dinero, particularmente el denominado capital bancario, tiene el poder de regular los flujos necesarios a la producción global. Así, avala los costos y los "riesgos", define prioridades, acelera o retarda el desarrollo de ciertos sectores específicos y, en última instancia, determina incluso los niveles de ganancia. Al controlar los flujos de inversiones en una actividad concreta, por ejemplo, estará ahora directamente definiendo el avance del proceso de valorización de los espacios involucrados con una u otra producción. La ilustración máxima de su forma de actuación surge, como ya se vio, en lo q ue denominamos valorización futura. Hoy en día, dada la hegemonía del capital financiero en general sobre otras formas de capital (diferente de una simple articulación), su poder de comando en el proceso global de valorización del espacio tiende a aumentar. Basta recordar que en la actualidad es el que orienta (está en la base de) la división internacional del trabajo. Su esencialidad no reside en la expresión física del espacio (los predios bancarios o de las bolsas, por ejemplo) sino en la especialidad del circuito de intercambio. Pasaremos ahora a la discusión de un tema esencial para la relación sociedad-espacio y la valorización del espacio bajo el ca-
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pitalismo. Se trata del examen de las contradicciones presentes en la relación y en el proceso. Por un lado, la espacialidad de las contradicciones propias del capitalismo; por otro, la contradictoriedad de la valorización capitalista del espac io. En primer lugar destacaremos la existencia de una contradicción histórico-universal presente en el proceso general de
humanización de la superficie terrestre. Como se ha señalado, el espacio terrestre es un bien finito, una condición general de existencia y producción que posee una extensión absoluta. En oposición a esta realidad restrictiva, la humanidad, por el contrario, tiende a un crecimiento permanente. Como el crecimiento poblacional incluye siempre, de forma intensiva o extensiva, la ocupación y el consumo de nuevos espacios, de lo que se desprende una primera contradicción general. Por su parte, dada la diversidad de los medios naturales, no toda la superficie de la Tierra se pr esta de inm ediato a la e xiste ncia h umana . Las áreas habitables poseen una escasez relativa. Es verdad q ue la historia humana es también una "h istoria de expansión del ecumene". El desarrollo de las fuerzas productivas, como se vio, puede transformar las condiciones primeras de los espacios, aumentando las tierras habitables. Cuando añadimos a esta contradicción general las que resultan de la propiedad privada del espacio, el cuadro se vuelve aun más complejo. No se trata sólo de la humanidad general frente al espacio general: la propiedad se impone como mediación contradictoria (restrictiva). El acceso al espacio no depende ahora sólo de la posibilidad de expansión del ecumene, sino principalmente de la propiedad jurídica privada de porciones de este ecumene. La manifestación más elocuente de esa contradicción puede observarse, por ejemplo, en la "coexistencia" de grandes extensiones de tierras deshabitadas y ociosas al lado de numerosas poblaciones sin acceso al espacio necesario para habitar y trabajar. Con el advenimiento del capitalismo, y en particular de su etapa monopolista, estas contradicciones se acentúan. Una de las contradicciones generales del capitalismo es la que proviene de su relación cón la propiedad territorial o rural. Ésta preexiste al modo de producción y, en un primer momento, representa un "obstáculo" para la plena expansión del capital, pues lo que le interesa es, sobre todo, generalizar sus relaciones económicas, independientemente de que la renta del suelo (principalmente la
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absoluta) absorba parte del plusvalor que no es reinvertido en la producción. A pesar de esto, y aquí reside la contradicción, este modo de producción no puede "negar" su principal base ideológica, la propiedad privada de los medios de producción. Por eso mismo no reproduce sólo la propiedad territorial privada, sino que también promueve una expansión desmesurada de ésta a lo largo de los espacios bajo su dominio. Actualmente, la privatización del suelo es prácticamente integral en el mundo capitalista, y es siem pre prom ovida por el Es tado, ya sea d irecta o indire ctamente. El dominio del gran capital, que articula los diferentes sectores de la economía, tiende a superar esa contradicción. Cuando el gran propietario se transforma en "gran empresario agropecuario", por ejemplo, se apropia de todo el plusvalor, resultado de esta producción. Ahora, la propiedad d e la tierra no se contrapone más al capital, eso resuelve sólo los intereses del capital. El acceso al espacio se restringe aún más, porque el dominio del gran capital, como ya vimos, se efectúa a partir de
intensos procesos de concentración y centralización. De cualquier forma, corresponde al capitalismo un papel fundamental en la expansión del ecumene. El proceso general de privatización que promueve implicó la apropiación de espacios que a primera vista serían impropios para la vida humana y para la producción. Es necesario enfatizar que el capitalismo, más que cualquier otro modo de producción anterior, produce efectivamen- te espacio. El desarrollo tecnológico que lo caracteriza le permite el acceso, la apropiación, el dominio y la permanencia de porciones del espacio hasta entonces no humanizadas. No hay por tanto un impedimento absoluto a priori de orden natural para la ocupación de un área. Lo que determina la disposición o no del capital para instalarse en algún espacio es, como ya vimos, mucho más la viabilidad económica de la producción que se pretende realizar. Es también en este sentido que el llamado progreso técnico propuesto por el capitalismo debe ser entendido como la humanización del planeta. Es sabido que el capital tiene condiciones (técnicas) para subvertir el papel de los llamados obstáculos naturales para la producción; lo que define, en última instancia, si realizará o no la valorización de determinados espacios, es su posibilidad de auto-valorarse. Esto porque las inversiones de transformación de las condiciones ambientales requeridas serán evaluadas siguiendo un criterio de costos y retorno del capital aplicado.
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Retomando el tema de la concentración, cabe evaluar algunas de sus contradicciones inherentes. Ya vimos que en el capitalismo contemporáneo la expansión d el capital sobre la órbita de la producción agrícola implicó no sólo la privatización de las tierras, sino el cambio estructural de la productividad del traba jo. Si en un prime r momento el capitalism o fue resp onsable p or un intenso "poblamiento" y "sob repoblamiento" de los espacios bajo su dominio, el movimiento posterior se da en un sentido opuesto. La producción agrícola específicamente capitalista, ya industrializada, reposa en una masa creciente de capital bajo la forma de insumos (tecnología, maquinas, equipamientos, etcétera). Esto resulta en la negación creciente del trabajo humano por el propio capital. Como tendencia general en el mundo capitalista ocurre un violento despoblamiento de las áreas rurales. Sin duda, el capital amplió el ecumene, pero al mismo tiempo restringió más el acceso al espacio. Por eso es necesario distinguir entre expansión del capitalismo en el campo y su poblamiento. Incluso en las nuevas tierras, el "frente poblador" que precede al capital termina siendo expulsado por él posteriormente. De esta manera, a la expansión del ecúmeno promovida por el capitalismo le sigue cada vez más un movimiento concentracionista de población. La urbanización acelerada y las metrópolis capitalistas son la mejor expresión de ese proceso. La metrópoli en particular es un ejemplo privilegiado de las contradicciones de este modo de producción. En el nivel más elemental, es evidente que la forma metropolitana de organizar el hábitat humano no es ciertamente la más adecuada para la salud mental y física de los individuos. Al ser una imposición del capital, su existencia y multiplicación no puede ser un resultado de la voluntad colectiva de los hombres, aquí reside todo el proceso de alienación espacial del hombre metropolitano. El flaneur de Walter Benjamin ilustra bien esta alienación, el individuo que "deambula" por las calles de la ciudad, sin identidad en la multitud y perdido en la turbiedad de los flujos. La forma de organización interna de las ciudades, y particularmente de las metrópolis capitalistas, muestra el antagonismo de clase reinante en este modo de producción. En primer lugar, se contraponen propietarios y no propietarios, lo que define una renta urbana del suelo. En seguida, se asiste a una agregación selectiva de valor al suelo, generando condiciones ambientales
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diferenciadas dentro de la ciudad. Es ob vio que las mejores localizaciones serán apropiadas y consumidas por el capital y por la burguesía. Como dice Harvey en una excelente metáfora, la ciudad es un teatro y cada lote urbano una butaca; quien llega al último ocupa los peores lugares, y lo que define el orden de llegada es la condición de clase. Como hemos dicho, también el consumo de los llamados "equipamientos colectivos" o el capital social es bastante discriminatorio, pues su distribución en el espacio urbano es igualmente selectiva. Por todas estas contradicciones, la metrópoli aparece en el capitalismo contemporáneo como un palco privilegiado de la lucha de clases. Éstas se manifiestan cotidianamente: en las invasiones de terrenos urbanos e inmuebles, en los movimientos populares de reivindicación de equipamientos de consumo colectivo, en la lucha por mejores condiciones ambientales y, en fin, en el conjunto de los llamados "movimientos sociales urbanos". Aquí, el papel del Estado es bastante contradictorio. Ejercer su politica de gestión del espacio urbano, siempre presionado o "acosado", por un lado por el capital que le encarga garantizar las condiciones generales de reproducción y, por otro, por las necesidades y reivindicaciones de los habitantes. Incluso la acción del Estado y de la llamada planeación urbana deben ser vistas desde el inicio, en su dimensión esencialmente política. Por tanto, el urbanismo debe ser también considerado como ideología. Otras contradicciones se hacen presentes en la metrópoli capitalista. Sabemos que uno de los fundamentos de la concentración urbana es la posibilidad de una socialización capitalista de las condiciones de producción, lo qu e reduce relativamente los costos de producción. Entre otros factores, se puede destacar la proximidad del mercado (inclusive el de la fuerza de trabajo), el uso privado de los equipamientos urbanos y la posibilidad de manutención de un ejército industrial de reserva en las variadas subactividades urbanas. Si la concentración es, de cierto modo, una necesidad del capital, en el caso de la metrópoli ella puede constituir un obstáculo a ese mismo proceso de concentración (de medios de producción). La contradicción evidente, en ese caso, está bien ejemplificada por la violenta reducción de la expansión de las fábricas (principalmente) movida por la masa de construcciones agregadas al suelo urbana, que incluyen grandes superficies continuas de urbanización. Las recientes descon-
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centraciones de la actividad industrial, con el alargamiento del espacio incluido directamente en la producción inmediata (verdaderos anillos que se amplían continuamente), representan posibilidades del capital para "solucionar" a su modo esta contradicción. Además de eso, el carácter inercial de la gigantesca masa de trabajo acumulado actúa restringiendo la propia renovación urbana, dado el volumen de inversiones necesarias tanto para destruir las viejas formas como para construir las nuevas. Las grandes contradicciones urbanas representan, incluso para el capital, obstáculos para la circulación, a pesar de la relativa proximidad entre la producción y el consumo que proporcionan. Entre muchos trastornos se puede mencionar el d eterioro de la fuerza de trabajo (al aumentar su costo de reproducción) provocada por el tiempo gastado por los trabajadores entre los lugares de vivienda y trabajo. Además de eso, para ciertas actividades productivas la metrópoli deja de ser un atractivo como mercado, y se vu elve un ambiente hostil. Tales so n los c asos de las indu strias de materiales contaminantes o incluso de las q ue requieren de la manipulación de grandes volúmen es de materias primas. Como vemos la metrópoli, en tanto expresión espacial sintética de valorización capitalista del espacio, se presenta como objeto ejemplar para la discusión de las contradicciones de ese modo de producción. Como ya se dijo más arriba, el capitalismo ha representado un amplio movimiento de desnaturalización del espacio sobre el cual se desarrolla. Este también es un movimiento bastante contradictorio. La humanización de los espacios comandada por el capital, en decir, orientada según sus intereses, privilegia los espacios de producción en detrimento de los espacios de vivencia. El resultado más visible se observa en dos contradicciones: el relativo agotamiento de los recursos naturales y la degradación ambiental. En el primer caso, como ya fue señalado, es posible de destrucción total de los recursos no renovables dada la voracidad del capital. El desarrollo tecnológico, al mismo tiempo que promueve una ampliación en forma de aban ico de los recursos utilizables, intensifica la velocidad de su consumo. Resulta que la escasez repercutirá fuertemente sobre la ganancia del propio capital, sea por promover el encarecimiento del producto, o por la necesidad de inversión de capitales adicionales para la investigación y el uso de materias básicas cada vez más industriali-
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zadas. También en la agricultura capitalista aparece esa contradicción. El agotamiento del suelo agrícola, como se sabe, crea la necesidad de una mayor inversión de capital para mantenerse en un nivel mínimo de productividad. Estas inversiones adicionales representan también costos adicionales y hasta el encarecimiento relativo de los precios agrícolas, lo que ciertamente también interesa al capital específicamente urbano-industrial, pues el costo del alimento afecta directamente el costo de reproducción de la fuerza de trabajo, y con ello a los salarios. El segundo caso, que se expresa en la degradación ambiental, es lo que anteriormente denominamos como "negatividad de la valorización del espacio". En el ámbito de lo que llamamos "sustrato natural del espacio" no se conoce, ciertamente, una acción más devastadora que la emprendida por el capital. La degradación, como aquí es entendida, supera en mucho las modificaciones superficiales generadas por las antiguas formas de valorización. Con la industrialización en particular, se asistió a una creciente interferencia (profunda y directa) de los procesos productivos sobre ese sustrato natural. Las variadas transformaciones climáticas en diferentes escalas, resultado de la urbanización acelerada; la destrucción de la cobertura vegetal, los gases y partículas sólidas lanzadas por las industrias, y el envenenamiento de las aguas en general son las manifestaciones más elocuentes de esta contradicción. Es claro que no pretendemos resucitar la tesis de la unidad de la geografía. Lo que determina la contaminación ambiental son procesos económicos propios del estudio de una geografía de la sociedad; entre tanto, el análisis interno de tales transformaciones ha convertido a la geografía física moderna, cada vez más, en una "ciencia del ambiente", que en la actualidad presenta resultados de alta relevancia social. Finalmente, el llamado "movimiento ecológico", en tanto forma política de organización para la defensa de la calidad ambiental, revela la fase política contemporánea de esta contradicción. Una vez más la acción del Estado, ahora en este sector, debe ser considerada en su propia contradicción. Es preciso no olvidar que los límites en los cuales se da esta acción son impuestos, por un lado, por los intereses del capital y, por el otro, por la presión política de los habitantes. Presentamos así las contradicciones más universales de la valorización capitalista del espacio. Verificarlas en sus mani-
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festaciones histórico-concretas rebasa los límites de este volumen, y quedan por tanto como el objeto principal del segundo, dedicado a la discusión específica de los procesos de formación territorial. A modo de conclusión, frente a lo que ha sido examinado
podemos afirmar que el proceso capitalista de valorización del espacio es, fundamentalmente, un movimiento permanente de afirmación-negación. Su dialéctica se expresa en la afirmación que la sociedad capitalista hace de su espacio al dominarlo —utilizándolo, expandiéndose y reproduciéndose en él—, pero simultáneamente se expresa en la negación de ese mismo espacio, al destruirlo y reconstruirlo sucesivamente, al fragmentarlo y volverlo desigual, al servirse de él como móvil de opresión, impregnándolo plenamente de sus propias contradicciones. Es en esta simultaneidad de afirmación y negación que el movimiento histórico de la relación sociedad-espacio avanza en dirección al futuro. La negación de la negación de esta relación, necesariamente contradictoria, será su permanente reafirmación como ser históricamente renovado, es decir, otra cosa, como diría Hegel, cualitativamente diferente de los términos de la oposición y del momento históricamente anterior. Así, en el límite, tal movimiento se expresaría en la propia superación del capitalismo y de la valorización capitalista del esp acio.
BIBLIOGRAFIA COMENTADA
Capítulo 1 Sobre la relación entre el desarrollo de la ciencia y las transformaciones sociales ver: Irineu Ribeiro dos Santos, Os fundamen- tos sociales da ciéncia, Polis, Sáo Paulo, 1979, o Jorge Dias de Dues (org.), A crítica da ciéncia: sociologia e ideologia da ciéncia, Zahar, Río de Janeiro, 1974. En cuanto a la evolución del conocimiento científico, se puede consultar: John D. B ernal, Historia social de la ciencia, 2 vols., Península, Barcelona, 1973. Sobre la dialéctica absoluto-relativo de la verdad científica, ver Georg Lukács, "A teoria leninista do conhecimento e os problemas da filosofia moderna", Existencialismo ou marxismo, Ciencias Humanas, Sáo Paulo, 1979. Un panorama general del desarrollo de la ciencia geográfica es presentado por Antonio Carlos Robert M oraes, en Geografia. Pequena história crítica, Hucitec, Sáo Paulo, 1982. Una discusión más detallada de la génesis y de los fundamentos sociales de la geografía moderna se puede obtener en Antonio Carlos Robert Moraes, "ContribuiÇáo para urna história crítica do pensamento geográfico: Alexander von Humboldt, Karl Ritter e Friedrich Ratzel", tesis de maestría, Departamento de Geografía-Fnad USP, 1983.
Sobre la diferencia entre geografía y pensamiento geográfico, ver Antonio Carlos Robert Moraes, "Epistemologia e geografia", en Armando Correo da Silva (org.), Filosofia e geografia, Hucitec, Sáo Paulo, en prensa. Sobre las concepciones positivistas, ver Leszek Kolakowski, La filosofía del positivismo, Roma-Bari, 1974. También se puede consultar a Irving Zeitlin, Ideología y teoría sociológica, Amorrortu, Buenos Aires, 1974. Sobre los peligros que rondan el movimiento de renovación crítica de la geografía, ver "Alguns problemas atuais da contribuiláo marxista á geografia", en Milton San tos (org.), Novos ru- mos da geografia brasileira, Hucitec, Sáo Paulo, 1982.
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Capítulo 2 Sobre las concepciones neopositivistas, se puede consultar Enrique E. Mari, Neopositivismo e ideología, Universitaria, Buenos Aires, 1974. Una crítica a las posturas positivistas y su incapacidad de captar las cualidades propias de la realidad social puede ser encontrada en Antonio Gramsci, El materialismo histórico y la filosofía de Benedetto Croce, Nueva Visión, Buenos Aires, 1971. Sobre este tema sería interesante consultar también los artículos de Luis Sérgio Henriques, "Notas sobre a relacáo entre ciéncia e ontologia", Temas de ciéncias humanas núm. 4, Sáo Paulo, 1978, y "Comte e a decadéncia ideológica", Temas de cién- cias humanas núm. 5. Sáo Paulo, 1979. Sobre el concepto de "concepción de mundo", ver Lucien Goldmann, Dialética e cultura, Paz e Terra, Río de Janeiro, 1967. Una evaluación, en nuestro criterio correcta, de la postura que se debe tener frente a la obra de los clásicos puede ser observada en Agnes Heller, "A crise do marxismo e o debate contemporáneo", Para mudar a vida. F elicidade, libertade e democra- cia, Brasiliense, Sáo Paulo, 1982. Capítulo 3 Sobre la génesis y el desarrollo del materialismo histórico y dialéctico, ver Eric Hobsbawm (org.), História do marxismo, 3 vols., Paz e Terra, Río de Janeiro, 1982/1984. Sobre la diversidad del marxismo, se puede consultar Perry Anderson, Consideraciones sobre el marxismo occidental, Siglo XXI, México, 1997. En cuanto a la inexistencia de una geografía en la obra de Marx, consultar Massimo Quaini, Marxismo y geografía, Oikos/ Tau, B arcelona, 1 985. Algunas evaluaciones de las formulaciones marxistas en el ámbito de la geografía tradicional se pueden encontrar en Jean-Pierre Nardy, "Levasseur, géographe", en Paul Claval y J.P. Nardy, Pour le cinquantenaire de la mort de Paul Vidal de LaBlache, Les Belles-Lettres, Paris, 1968; Pierre Bertoquy, Sociogeografía, América, México, 1944, y Lucien Febvre, La tierra y la evolución humana, Cervantes, Barcelona, 1925. Ver también Jean CuretCanale, "Géographe, marxiste", en Espaces Temps núm. 18/19/20,
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Sobre los desvíos positivistas del "marxismo oficial" soviético, se puede consultar Georg Lukács, "Carta sobre o stalinismo", en Temas de ciéncias humanas núm. 1, Sáo Paulo, 1977. Una evaluación de la filosofía contemporánea soviética a la luz del neopositivismo puede ser obtenida en Thomas Blakeley, La es- colástica soviética, Alianza, Madrid, 1969. Información general sobre el estalinismo puede ser encontrada en José Paulo Netto, O que é o stalinismo, Brasiliense, Sáo Paulo, 1981. La crítica a la postura liquidacionista está en Yves Lacoste, La geografía, un arma para la guerra, Universidad de Salamanca, Salamanca, 1986.
Capítulo 4 Sobre el proceso de conocimiento para el marxismo se puede consultar Hans W. Holz et al., Conversando com Lukács, Paz e Terra, Río de Janeiro, 1969. Una introducción a la dialéctica puede ser consultada en Leandro Konder, O que é dialética. Brasiliense, 1981. Un a síntesis de la evolución de la dialéctica cotejada con la problemática de la geografía está en Wanderley Messias da Costa, "A dialética e a sua introducáo na geografia", en Armando Correa da Silva (org.), Filosofía e geografía, ed. cit. Sobre la dialéctica de lo particular y lo universal, ver Georg Lukács, Prolegomenos a una estética marxista, Grijalbo, México, 1965. Sobre el corte ontológico, ver, de este mismo autor, Onto- logía do ser social, 2 vols., Ciéncias Humanas, Sáo Paulo, 1979. Sobre el método histórico, ver Leo Kofler, Historia y dialéctica, Amorrortu, Buenos Aires, 1974. Sobre la inexistencia de una ontología de la naturaleza en la obra de Marx, ver Alfred Schimdt, El concepto de naturaleza en Marx, Siglo XXI, México, 1976. Sobre las formulaciones de Engels, ver Roman Rosdolsky, Friedrich Engels y el problema de los pueb los " sin h istor ia", Pasado y Presente, México, 1980, y también Giuseppe Prestipino, El pensamiento filosófico de Engels, Siglo XXI, México, 1977. Sobre las obras de Plejanov y Kautsky, ver los estudios de Andreucci, Salvadori y Haupt en Eric Hobsbawm (org.), Historia do marxismo, ed. cit. Sobre las formas de materialidad, ver Georg Lukács, "As bases ontológicas do pensamento e da atividade do homen", en Te- mas de ciéncias humanas núm. 4, Sáo Paulo, 1978, y Trabalho e teleologia, memorias CAEE-GV, Sáo Paulo, 1978.
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Una discusión sobre el estudio del "espacio" puede ser encontrada en Wanderley Messias da Costa, "O espalo como categoria", Revista do Departamento de Geografia, FFLCH-USP, núm. 2, Sáo Paulo. Se debe consultar también Milton Santos, Pensando o espato do homem, Hucitec, Sáo Paulo, 1982.
e tempo: compreensáo materialista e dialética" en Novos rumos da geografia brasileira, ed. cit., y David Harvey, Urbanismo y desigualdad social, Siglo XXI, Madrid, 199 2 (especialmente el
Capítulo 5 La categoría modo de producción aparece en muchas ob ras de Marx y Engels. Una explicación de sus fundamentos puede ser obtenida en Marx y Engels, La ideología alemana, Pueblos Unidos, Montevideo, 1959 (especialmente el capítulo 1). Sobre la relación entre el modo de producción y las relaciones sociales de producción, ver también Marx, Contribución a la crítica de la economía política, Alberto Corazón Editor, Madrid, 1970 (especialmente el prólogo). Sobre la transición del feudalismo al capitalismo, ver Maurice Dobb, Estudios sobre el desarrollo del capitalismo, Siglo XXI, Madrid, 1976. En cuanto a la discusión sobre el contacto entre relaciones de producción capitalistas y no capitalistas (principalmente en campo), ver José de Souza Martins, O cativeiro da terra, LECH, Sáo Paulo, 1979 (especialmente la primera parte). Para el debate sobre la relación "base económica" y "superestructura", se puede iniciar por las obras clásicas del marxismo, empezando con Marx y Engeles, La ideología alemana, ed . cit.; Louis Althusser, Ideología y aparatos ideológicos de Estado, Nueva Visión, Buenos Aires, 1974, y José Arthur Giannotti, O ardil do trabalho, Estudios Cebrap núm. 4, Brasiliense, Sáo Pau-
La discusión sobre la relación hombre-naturaleza, que tiene
capítulo 1).
Capítulo 6
lo, 1973.
La discusión más reciente en el ámbito de la "geografía crítica" en torno a la contradicción natural-social presente en el objeto geográfico aparece en Milton Santos, Por una nueva geo- grafía, Espasa-Calpe, Madrid, 1990, y "Sociedade e espato: a formaláo social como teoria e como método", en Boletín Paulista de Geografia, núm. 54. AGB-SP, 1977. Una crítica a las concepciones de la "vieja geografía" sobre "cuadro natural" y "cuadros humanos" puede ser obtenida también en Massimo Quaini, Marxismo y geografía, ed.cit. (capítulo 1) Sobre la discusión teórica respecto al "espacio" en el ámbito de la geografía, ver Wanderley Messias da Costa, "O espato como categoria de análise"; Ariovaldo Umbelino de Oliveira, "Espato
como fundamento el proceso de trabajo, se encuentra en Karl Marx, El capital, Siglo XXI, México, 1978 . Ver especialmente el capítulo 5 ("Proceso de trabajo y proceso de valorización") del libro i. Esta cuestión también está explícitamente discutida en Karl Marx, Formaciones económicas precapitalistas, Siglo XXI, México, 2004. Sobre el proceso de trabajo y la evolución de las formas de sociabilidad, ver José Arthur Giannotti, Trabalho e refiexii o, Brasiliense, Sáo Paulo, 1983, especialmente los capítulos 1 y 2. En cuanto a la relación territorio-Estado en el ámbito de la geografía, se puede consultar a Antonio Carlos Robert M oraes, Contribuipá o para urna história crítica do pensamento geográfi- co: Alexander von Humboldt, Kart Ritter e F riedrich Ratzel, ed .
cit., que contiene un an álisis crítico del pensamiento de Ratzel respecto a esta cuestión. Con relación a todos los procesos que antecedieron al modo de producción específicamente capitalista, ver el capítulo XIV de El capital, y Mau rice Do bb, Estudios sobre el desarrollo del ca- pitalismo, ed. cit. Un análisis detallado de la división del trabajo en la manufactura en su fase inicial —las formas de cooperación y la p rodu ctivid ad d el tra bajo — se encu entr a en los c apítu los xt y xn d e El capital. Esta cuestión, vista en la industria que ya cuenta con maquinaria, es tratada en el capítulo xiii. Sobre el significado actual de la urbanización capitalista y de la metrópoli en particular, tratados en el ámbito de la geografía, ver David Harvey, Urbanismo y desigualdad social, ed. cit. En cuanto al concepto de "espacio relacional", ver la discusión que aparece en la introducción de esta misma obra. Capítulo 7 Buena parte de la exposición contenida en este capítulo se basa en dos obras principales: Karl Marx, Teorías sobre la plusvalía, Alberto Corazón, Madrid, 19 74 (en especial el vol. I), y Maurice
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Dobb, Teorías del valor y de la d istribución desde Adam Smith, Siglo XXI, México, 1974 (especialmente de los capítulos 1 al 6). Un resumen de las cuestiones tratadas en este capítulo puede ser encontrado en Wanderley M. Costa y Antonio Carlos R. Moraes, "Valor, espago e a questáo do método", ed. cit. Entre otros autores que tratan del origen y la evolución del concepto de valor, destacamos el trabajo de Luiz Gonzaga de Mello Belluzzo, Um estudo sobre a crítica da economia política, Campinas, Mimeo, 1975. P ara leer directamente a los autores clásicos: Adam Smith, La riqueza de las naciones, FCE, México, 2008; David Ricardo, Principios de economía política y tributación, FCE, México, 1959, y Frangois Quesnay, Quadro económico, Fundagáo Calouste Gulbenkian, Lisboa, 1978. La concepción de Marx en torno al valor aparece evidentemente en prácticamente toda su obra dedicada a la economía política, sin embargo, en algunos pasajes esta discusión es más detallada y explícita, como es el caso del capítulo r de El capital. En su obra Teorías sobre la plusvalía (ed. cit.), sus análisis sobre el valor y el plusvalor están dispersos a lo largo de toda la ob ra pues aparecen en el conjunto de sus comentarios críticos sobre cada uno de los autores por él examinados. También sobre el plusvalor hay una exposición explícita y detallada en los capítulos v a x del tomo I, y en los capítulos r a in del tomo 3. Su concepción de la renta de la tierra está expuesta detalladamente en los capítulos xxn a xLvn del libro 3 de El capital. Dentro de los clásicos marxistas que examinan el problema de la renta, ver también K. Kautsky, La cuestión agraria, FCE, México, 1977 (especialmente el capítulo titulado "El caráter capitalista de la agricultura moderna"), y V.I. Lenin, El programa agrario de la socialdemocracia en la primera revolución rusa, Progreso, Moscú, 1970 (especialmente el capítulo 3).
Capítulo 8 A lo largo de este capítulo, procuramos realizar un esfuerzo de teorización sobre el tema intentado recuperar las cuestiones expuestas en los capítulos anteriores. Esta teorización no se apoya de forma explícita en ningún autor específico. De cierta forma, contiene las contribuciones de todos los autores antes citados, además de desarrollar y profundizar las discusiones contenidas en los trabajos anteriores de n uestra autoría como "Valor, es-
pago e a questáo do método", ed. cit., y "A geografia e o processo de valorizagáo do espago", ed. cit. Sobre el concepto y las teorías sobre la "producción del espacio", ver Milton Santos, Por una nueva geografía, ed. cit. (especialmente los capítulos 9 a 12). Sobre la discusión de la urbanización capitalista del punto de vista de una teoría marxista sobre el valor y la renta, ver David Harvey, Urbanismo y des- igualdad social, ed. cit. (especialmente el capítulo 5). En relación con las formas de valorización "subjetiva" del espacio, ver Paul Claval, Principes de géographie sociale, y M. Th. Génin, París, 1973, y Tonino Bettanini, Espato e ciéncias humanas, Paz e Terra, 1982.
Capítulo 9 Las teorías de Marx respecto a los procesos de concentración y centralización de capital y su relación con la tendencia al monopolio se encuentran en El capital, capítulo xiii del libro r y en los capítulos rv, xin, xiv, xv y xvii del libro m. Además, sobre monopolios e imperialismo, ver V. I. Lenin, "El imperialismo, fase superior del capitalismo", Obras Escogi- das, vol. y Progreso, Moscú, 1976. Un breve resumen sobre concentración de capital, monopolio e industria contemporánea puede ser obtenido en Wanderley M. Costa, O processo contemporáneo de industrializapá o (tesis de doctorado), ed. del autor, Sáo Paulo, 1982 (especialmente el capítulo "E" de la segunda parte). En cuanto a las relaciones entre el capitalismo monopolista en general y su desdoblamiento contemporáneo en Brasil, ver Maria Conceigáo Tavares, Ciclo e crise: o movimiento recente da industrializapá o brasileira (tesis de doctorado), ed. de la autora, Río de Janeiro, 1978 (especialmente la parte 1). Sobre el llamado capitalismo monopolista de Estado, consultar Paul Boceara, Estudos sobre o capitalismo monopolista de Estado-sua crise e solupá o, Estampa, Lisboa, 1978. ,
En relación con la producción teórica contemporánea sobre el valor, se puede consultar Isaac I. Rubin, Ensayo sobre la teoría marxista del valor, Cuadernos de Pasado y Presente, Córdoba, 1964; Maria Conceigáo Tavares, op. cit; Paul Sweezy, Teoría del desarrollo capitalista, FCE, México, 1942; Paul Baran y Paul Sweezy, Capital monopolista, Siglo XXI, México, 1981;