Federico Chabod Escritos sobre Maquiavelo
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£1 historiador italiano Federico Chabod (1901-1960) fue uno de los principales especialistas europeos en los problemas de la historia de la naturaleza del Estado; antifascista, resistente durante la segunda Guerra Mundial, desempeñó, luego de ésta, una intensa labor académica tanto en la investigación cuanto en la docencia. Uno de los intereses fundamentales de la obra escrita de Federico Chabod fue la figura de Maquiavelo, sobre cuyo pensamiento redactó textos de divulgación y ensayos especializados que hoy en día se juzgan de indispensable consulta para los interesados en el tema. Escritos sobre Maquiavelo constituye una compilación pormenorizada de su labor en torno al primer gran pensador político de los tiempos modernos; cubre una amplia gama de géneros y proporciona una visión completa, apasionada, sellada por la elegancia y la precisión del pensamiento y el estilo de Chabod. Nos acerca, además, a uno de los intelectuales italianos importantes del siglo XX que hasta ahora era prácticamente desconocido para amplios círculos de lectores de nuestro idioma <*p Je £
Fondo de Cultura Económica
FEDERICO CHABOD
ESCRITOS SOBRE MAQUIAVELO Traducción de R odrigo R uza
FONDO DE CULTURA ECONÓMICA MÉXICO
Prim era edición en italiano, 1964 P rim era edición en español, 1984
T itulo original: S c ritti ¡u M a ch ia velli © 1964, G iulio Einaudi s.p.a., T u rin
D . R . © 1984, F ondo d e C ultura E conómica A v. de la U niversidad, 975 ; 03100 M éxico, D . F.
ISBN 968 - 16 - 1568-9 Im preso en M éxico
NOTA DE L A EDICION I T A L I A N A DE 1964
E l presentí volumen, con el cual se da comiendo a la edición de las obras de Federico Cbabod, recoge en orden cronológico todos los escritos que el gran historiador desaparecido dedicó a Alaquiavelo. Cbabod se vio impulsado desde muy joven a dedicarse a Aíaquiavelo por ¡a renuncia de su maestro, Pie tro Egidi, a encargarse de una edición comentada de II Principe para la colección «Classici italiani», de la Unione Tipográfico- Editrice Torinese (UTfiT). Abocado a determinadas investiga ciones acerca del origen de las señorías, aceptó el encargo, afrontando un tema que era, o estaba a punto de ser, objeto de extendidas polémicas y de consideraciones incluso opuestas, al ir consolidándose la opresión fascista. l^a «Introdufione a! Principe», que figuraba a principio de texto del librito de los Classici Italiani editado en 1924 por la UTHT, constituyó una originaly meditada anticipación del más amplio y maduro ensayo «Del Principe de Niccoló Machiavelli», aparecido por entregas en la Nuova R ivista Storica de 1924 y vuelto a publicar en forma de volumen el año siguiente. En él combatía Chabod la condena maquiaveliana de ¡as milicias mercenarias, convertida en necesidad a principios del siglo XVI, pero para señalar en aquel teórico de la autonomía y lá necesidad de la política al pensador destinado a suministrar alimento, durante más de dos siglos, a la reflexión histórica y crítica. En cuanto al tercer ensayo, «Sulla composisftone de II Principe di Niccoló Machiavelli», fue publicado en Archivum Romanicum de 1924, para sostener, en cortés polémica con Meineckt (de quien Chabod había sido discípulo en Berlín), la génesis de II Principe como obra escrita de una sola ve%, compuesta en un momento determinado y para un fin muy preciso. Aunque más tarde Chabod ampliara su problemáticay sus investigaciones a los distintos aspectos de la historia del Renacimiento, sin embargo, continuó ocupándole el tema con el cual comentó su trabajo de historiador. De 1944 ts la vo% «Machiavelli» de ¡a Enciclopedia italiana, en la que recogió y sinteticé sus investigaciones sobre el tema. Y a la reconstrucción analítica de « ll segretario florentino» retornó muchos años después, en sus lecciones universitarias romanas de 1942 a 194), tras veinte años de investigaciones sobre la historia de! Renacimiento, el imperio de Carlos V y el ducado de Milán, pero también sobre las premisas y directrices de ¡a política exterior 7
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italiana, ti concepto de nación y la idea de Europa- E*e tarso, publicado en cuadernos mimeografiados, es la parte menos conoció ^ Pásente volumen. Además de la conferencia «Método e stile d i Machivelli», dictada en Florencia y publicada en 1977, completa este libró un Apéndice que recoge sus escritos menores. Los textos aquí incluidos han sido revisadosy ideificados sólo en el aspecto técnico, y el mismo criterio se ha aplicado para lds fitns. Se han puesto in extenso, para mayor claridad, las abreviaturas, {0n excepción de algunas menciones exclusivamente bibliográficas. En lo posible, se ha procedido al control de los Pasaj es de los autores citados recurriéndose a ¡as ediciones utilizadas por Chabod; pero, en cambio, se ha estimado indispensable, precisamente en ¡o 8ue ala’’e a Maquiavelo, referir las citas a una sola edición de cada ú^ra. Sin pretender una actualización filológica, hemos creído resolver de esá Manera, para comodidad del lector, el problema de los textos maquiavelianoS■ Para ^ Principe hemos seguido el texto revisado por el propio Chabod eó ¡ 924 Para t°s Classici Italiani de la U T E T , reimpreso recientemente t» ¡a ^ uova Vniversale Einaudi; para el grupo más representativo de las ol>ras ^ escritor florentino se ha tomado como punto de referencia la edición ,Tutte le opere storicHe e letterarie di Niccoló Machiavelli, al c u i d a G u i d o Mazzpni y Mario Casella, Florencia, 1929; para algunos textos examinados por Chabod y no comprendidos en esa edición, se han escogido, respectivamente: para las cartas de Maquiavelo de! periodo de las ltt,ac,ones> otros documentos referentes a l mismo tema, el Rapporto dcllc ¿ ° se Magna y el Discorso sopra le cose della Magna e sopra PImperatore, la edición de tas Opere revisada por L . Passerini y G. Milanesi, Florencia, 1S7J-1S79, vols. ¡II- V I; para Del modo di trattare i popoli della Valdichiana ribellati, el Discorso fatto al mají‘strato ^ ‘ec' sopra le cose di Pisa y el Discorso dell’ordinare \° stato di Firenze alie armi, la edición de las Opere a cargo de A . Paée^a< Mitán-Poma, ¡ 9} 9 > vol. II; y , finalmente, para las Lettere familiar!' Cósica de E . A lvisi, Florencia, 1887. La presente edición se ha realizado, para alf*nos /ex/os contenidos en ella, en cuidadosa confrontación con la de la tradufion inglesa, Machiavelli and the Renaissance (landres, ¡978), y loS evet,tuales añadidos que Chabod efectuó han sido trasladados a ésta en vers,ón de Vittorio De Caprariis,y figuran entre corchetes. Por último, algunas remisiones de los encargad0* ^ revisión han sido también encerradas entre corchetes, con el agregadi ^ indicación N E it.
NOTA A I.A EDICIÓN ITALIANA
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Gradas a la cortés ayuda y a la colaboración de parientes, amigos y estudiosos de Federico Chabod, todos unidos en este acto de homenaje a su memoria, ¡a editorial Giulio Einaudi ha podido emprender la publicación de las obras del gran historiador fallecido, el primero —junto con Croce y Salvemini— cuyos escritos completos se reunirán en un solo cuerpo de volúmenes. La generosa aquiescencia de la señora Jeanne Chabod ha hecho posible esta empresa. A l profesor Ernesto Sestan se le debe el haberla perfeccionado,y a los profesores Vittorio De Caprariis, Luigi Firpo, Rosario Romeo, Paolo Seriniy Franco Veniuri, la ordenación definitiva del plan editorial. Vittorio De Caprariis ha cuidado especialmente, en este volumen y el siguiente, la revisión de algunos textos, y en todo el trabajo ha estado junto a nosotros, con su experiencia de discípulo de Federico Chabod. Paolo Serini, Franco Venturi y Gianfraneo Torcelian tuvieron a su cargo la recopilación de estos textos, lo que ha sido posible merced a la gentil conformidad de ¡a Unione Tipográfico-Editrice Torinece, el Istituto del!’ Enciclopedia italiana, las editoriales Latería, Sanconiy Bompiani, la Nuova Rivista Storica, el Archivum Romanicumy ¡a Rivista Storica Italiana. A todos ellos llegue el sincero agradecimiento del editor.
Escritos sobre M aquiavelo
Introducción a « E l p r í n c i p e » (>924 )
Publicada como introducción a la obra de Nicolás Maquiavelo, U Principt, Unione Tipografico-Editrice Torinese, Turin, 1924, y reimpresa sin modificaciones en 1944, 1960 y 196a, en varias ediciones. Fue traducida al inglés, con algunos retoques en las notas, bajo el título de «An lntroduction to The Prince», en MachiaveUiand the R enaissance, Londres, 1958, pp. 1-29.
Ni tranquila ni ordenada es la vida de Florencia en el momento en que Maquiavelo sale por primera vez de su cerrado mundo familiar para adentrarse en el juego de la pasión colectiva: en el período que va de 1494 a 1498, las clases sociales de la República se convulsio nan, intentando, aunque vanamente, reconstruir el Estado munici pal, y se agitan tumultuosas ante el eco de las frondosas prédicas de Gcrolamo Savonarola. Ante la multitud aparecen por momentos, remotas e inasibles, pero cargadas de oscuro sentido, las figuras bíblicas que el fraile dominico, en sus peroratas, llama de nuevo a la vida, y aquélla cree, aun cuando su creencia vibre sólo con apasionamiento exterior, sin mutación profunda, manifestando de consuno con el audaz paladín su fe en la reconstrucción del mundo moral y de la vida política. Nicolás se mantiene apartado; solo c indiferente sigue, desde el rincón más lejano de la plaza, con leve sonrisa irónica ', los variados aspectos de la pasión banderiza, descubriendo, por debajo de la apariencia divina, el motivo humano que inspira la prédica del monje, analizando con fría seguridad sus mentiras 2 y revelando, sin vacilaciones, la lastimosa incapacidad del pueblo que fluctúa entre un partido y otro, ora plegándose a las órdenes de Roma, ora dejándose atrapar de nuevo por el veloz y rutilante desfile de las imágenes que evoca ese reformador tan poco fácil de domar. No quiere, este joven y oscuro florentino, confundirse con la masa; su palabra tiene un extraño dejo de amargura y desdén, y su pensamien to se moldea, con una terca hostilidad, a la que no cabe, sin embargo, confundir con la otra — contenida, por motivos prácticos y preci sos— de los bochófilos **. La ironía y el desdén de Nicolás son los de quien se encuentra fuera del conflicto inmediato y lo contempla 1 Cf. la sintética y hermosa figura de G . C arducci, «Dell» svolgimentu delta letrera tura nazionatc». en Distorsi Ittnrañ r storiri, Bolonia, 1899, p. i j$ . 1 LtU trt fam iliari, cd. Alvisí, Florencia. 188), III, del 9 de marro de 1497. * lis la traducción más aproximada de ptiUschi (singular, fwiies(o), «partidarios de las bochas», como se llamaba a la saaón, en Florencia, a los del partido de los Médicis, aludiendo probablemente al escudo de esa familia, que ostenta rocíes. A su vez, llamaban p'tagwm (singular, ¿Mgffew), «llorones»», a los seguidores de Savonarola. (N . deJ T .)
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con la tranquilidad del crítico, no con la pasión interesada del que es actor en él. Por supuesto que Maquiavelo no podía prever en aquella coyuntura que, a su vez, y a poca distancia en el tiempo, también él habría de predicar, incomprendido y ridiculizado; que, a su vez, invocaría las imágenes bíblicas para infundir a su exhortación la amplitud y austeridad de la amonestación divina; ni, finalmente, que su admonición acabaría en la condena práctica, así como la profecía de Savonarola se perdió en la tranquilidad de la muerte. Tampoco estaba en condiciones, en aquellos primeros días de vida espiritual, de reconocer en sí una secreta y lejana correspondencia con el ánimo de aquel fraile a quien juzgaba agriamente; es decir, de descubrir en su ánimo el comienzo, todavía velado, del desarrollo imaginativo que luego se expresaría claramente en la creación de E l príncipe. Porque, en Nicolás, la capacidad lógica, que se revela en la seguridad y exactitud de la urdimbre teórica, así como la conciencia profunda de la realidad, muy viva en esa su perfección del análisis humano, se consuman y convierten en pensamiento vivo, orgánico y total sólo a través de su prepotente e inagotable imaginación. Muy distinta, en verdad, de la de Savonarola, la cual, originada en un acto de rebelión más o menos sentimental contra la historia, únicamente consigue edificar a partir de la negación, mientras que la otra, aceptando la resultancia de los tiempos, la somete a una potencia de desarrollo nueva; pero, en definitiva, también es imaginación. Contenida y aclarada, por otra parte, en virtud de un apasionado amor por la creación política, oscuro acto del pensamiento del que surgen insospechados desarrollos de los datos de la realidad: por donde Maquiavelo, en lo que respecta a su carrera práctica, en medio de las peripecias de sus cargos, se nos presenta, no ya como el diplomático, en el sentido que la palabra tenía en el siglo XV, sino como el estadista que Italia no había conocido en mucho tiempo. Vedle ante «El Valentino» *. La República lo ha enviado, a él, ignorado y pobre secretario de cancillería, a quien faltará incluso el dinero durante el viaje 3, inexperto en el tratamiento de los asuntos*1 • «Duque Valentino», o «El Valentino», se le llamaba popularmente a César Borgia, en Italia, a causa de su dignidad de duque de Valentinois, que le había sido otorgada por Luis X l l de Francia (cf. tapa, p. >94). Ahora bien, tanto Maquiavelo como Chabod, casi invariablemente, al referirse a él, lo hacen por medio de esc mote. En la presente traducción se mantendrá «El Valentino» — prácticamente desconocido fuera de Italia— , siempre que ello no implique oscuridad en las frases ni dé lugar a dudas. (N . d tl T .) 1 L tttm Jam iliari X X X II I, X X X IV y X X X V . Valori y Buonaccorsi le consiguen treinta ducados de oro. Sus aprietos financieros los describe él mismo, Ltga^Mar a ! data Vauatk» , cartas X III, X IV , X X X V I y X X X V III.
INTRODUCCIÓN A .E L PRÍNCIPE»
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de Estado 4 y todavía asombrado ante el ovillo de acontecimientos que se han desarrollado en los últimos tiempos, para vigilar un poco más de cerca las empresas de ese condottiero burlón, enigmático, tan hermético como la fina malla de acero que le ciñe el cuerpo: una figura de dominador, pensativa, con esos ojos tan vivaces en la palidez del rostro, casi austera si no fuese por la fina línea de los labios que parecería retener una sonrisa socarrona. Y Nicolás, una vez que le ha oído hablar y le ha visto actuar entre aquellos señorones de más bajo cuño, olvida un tanto que es el embajador de una República que aguarda ansiosa sus noticias — por lo que sus amigos se ven forzados a recomendarle mayor diligencia— y se deja llevar, complaciéndose en ello, por su propio juicio, pretendiendo incluso inhabilitar el de sus mandantes; quienes le responden, por boca de un amigo, el honrado y concienzudo Buonaccorsi, que refiera los hechos y deje a otros la tarea de juzgarlos 5. Más tarde se marcha al Tirol, cerca del emperador Maximiliano, y al principio informa a la Señoría, detalladamente, sobre la marcha general de las tramitaciones. Pero la información, el despacho diplomático, no le satisfacen: en esc mundo nuevo, que rápidamente ha aprendido a conocer, hay algo que le atrae más que las decisiones inmediatas del emperador, y se le presenta un problema vasto y grave, que para él vale mucho más que los hechos menudos: de ahí el Rapporto dtlle cose delta Magna, el Discorso y los Ritratti, pues la embajada en Francia le ha hecho interesarse más por la naturaleza de los franceses y los asuntos de ese reino que por las cautas pláticas de Georges d’ Amboise, cardenal de Ruán. No olvida el hecho determinado, concreto, que motiva su pensamiento, y de este modo, poco a poco, se adiestra en la diplomacia, arte difícil y largo, avezándose en ella, si bien a él, diplomático por fortuna y no de raza, suele faltarle la primera cualidad del jugador hábil: la capacidad de superar el impacto de la primera impresión, el detener el curso del sentimiento personal en la discreción del análisis sereno y contem plativo. Pero pronto, con natural ingenuo y milagroso, hace de ella un mero impulso inicial para un largo peregrinar con la fantásía creadora, que le es imposible frenar aun cuando haya «abandonado
4 Hasta el pumo de que consideraba mejor contar con un asesor, «por necesitarse hombre de más discurso, mis reputación y que entienda más del mundo que yo...», Ltgayont a l iota V alta/¡no, carta X X X V II del 14 de diciembre de ijo a. * Lettere jam tltan, X X X II: «(...) me parece (...) que no podéis formular juicio tan terminante (...) como habéis hecho y prudentemente discurrido; todo eso retirad, y para el juicio remitios a otros (...)»
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totalmente... su práctica» 6 y se encuentre a oscuras, sin certezas. Resulta difícil compararlo con los demás diplomáticos de la época, especialmente los venecianos, ni siquiera con aquellos merca deres florentinos como Roberto Acciaiuoli o Francesco Guicciardini 7. Estos lo son, realmente, por naturaleza; casi se diría que se advierte en ellos, evidenciada en su máxima expresión, la capacidad de indiferencia y cálculo de una larga serie de antepasados, en un principio experimentados en arriesgar el dinero de sus bancas, confiándose un poco en el azar y en un vago crédito, y luego diestros, serenamente conscientes, para jugar la suerte de sus Estados. En ellos — aun cuando al informar acerca de sus misiones se muestren más precisos, más cautos, y a veces más especialmente agudos que Nicolás— surge en el fondo la curiosidad estrictamente intelectual del artista que sabe que debe trazar un cuadro rápido, pero perfecto, en el cual asomen las motivaciones más diversas y contrastantes; de ahí esc buscar, con perspicacia y finura iniguala bles, la variada maraña de las causas, ese detenerse en el alma del hombre para descubrir sus más arcanas resonancias; pero, en este caso, el interés se limita al esfuerzo y la sagacidad de la intuición critica. El estilo mismo, nítido, transparente, sin sobresaltos, sin agudeza en la expresión, revela, bajo la tenue sonrisa del embajador que narra, la angustia y la casi mezquindad del hombre de negocios, alejado de un apego en exceso pasional a las cosas. Perfectamente lógica será, pues, la actitud del mayor de esos aventureros de gobierno, messtr Francesco Guicciardini 8, cuando después se dedique a escribir, pensando en Gonzalo de Córdoba, dos discursos 910 , el primero para aconsejarle venir a Italia, y el segundo para disuadirle de ello; o bien cuando aconseje al papa Clemente V il, primero, la alianza con Carlos V, y, luego, lo aparte de ella ,0; lo que le acucia no es tanto la concreción del propósito en acción, la importancia práctica efectiva — acerca de la cual se tiene la impre sión de verle inclinar la cabeza, con una semisonrisa entre escéptica y despreciativa— , cuanto el determinar con sabiduría infinita la 6 ¡bid.%C X X V 1II, a Francesco Vctiori, de julio de t ; 1 5. 7 «(,..) dos de las más sabias cabezas de Italia». B. V a r ch i , Storta florentina, Milán, 1 8 4 5 , 1, p. 3x3. * [Esta caracterización de Guicciardini era injusta y errónea. Más tarde he cambiado de opinión, la cual, en el momento de escribir el presente ensayo, estaba todavía indebidamente influida por la de De Sanctis. Cf. mi artículo «Guicciardini», en \incidopedia italiana, X V III (19)))» pp. 2X4- « M 9 Oiteorti politisi, V y V I, en Opere inedite, editadas por G . Canestrini, Florencia, 1857, I, pp. *44“* í°10 Ibid., X III y X IV , ed. cit., pp. )o6>$48<
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decisión misma, construyéndola cautamente dentro del juego difícil y desconcertante de los sentimientos n. Pero, para Nicolás, la refinada complacencia de descubrir, de cuando en cuando, los distintos hilos del alma humana, sólo es válida porque en seguida puede servirse de ella para crear el hecho nuevo, la etapa siguiente en donde el análisis primitivo pierde su carácter limitado —puramente intelectivo, diría yo— y se convierte en motivo inspirador; por consiguiente, moral: el hecho histórico no se agota en su entorno inmediato, sino que se desarrolla en su potencia creadora. De tal suerte, la virtud analítica de Maquiavelo será menos penetrante, menos sensible a las más leves vibraciones y menos acabada que la de Guicciardini: la «privacidad» de éste tiene una precisión y delicadeza de perfiles, una sabiduría en los matices ciertamente jamás alcanzada por la «generalidad» del otro; pero, mientras que en el lugarteniente de la Santa Iglesia romana la reconstrucción del acontecimiento suele quedar fuera del alma, y con demasiada frecuencia es el regodeo de un talante curioso IZ, en el secretario de los Diez de Bailiazgo una investigación semejante se^ torna inmediatamente en profunda resonancia sentimental, que, por tanto, la convierte en centro de una vida no indiferente ni amorfa, devolviéndola al pensamiento con un nuevo alcance, del cual se origina la creación. Por ello, después de la legación oficial, redacta el breve escrito — memoria personal, comentario fugaz— en el que, bajo el aparente rigor y la impasibilidad del análisis, además de la silogística coordi nación del relato, se percibe un interés atentísimo, que no se inclina* 11 Guiseppe Ferrari dice de Guicciardini: «Se queda en e) hecho, maravillosamente descrito, aceptado intelectual pero nunca moralmcntc {Corso s*flt urittori ¡m litki t/aJuiu e strameriy Milán, 1862, p. 309.) Ferrari atribuye esta actitud a una consciente posición crítica: la ironía del pensamiento que domina los hechos y no quiere descender a ellos para reformarlos con su vitalidad, sino que busca evitarse cualquier turbación. Y , efectivamente, muchas veces, mtsstr Francesco parece reducirse a la contemplación para olvidar la tristeza de la vida y la miseria de los tiempos. A veces se encuentra, en su finísimo análisis, un sentimiento de contenido desdén; otras, un ligero extravio, una distnfa amargura. Pero, casi siempre, al aceptar intclectualmente el hecho, terminaba olvidando en él cualquier otro elemento, incluso su propia humanidad; se tranquiliza con el estilo de la investigación, sin advertir que aquí reside, únicamente, la liberación del tormento intimo. Por consiguiente, no querrá crear nada nuevo, ser fxtraia& nte, y Se limitará a su pm aeidad y a su dhtrtción. ** En esto reside, asimismo, la profunda diferencia que separa el análisis psicológico de Guicciardini del otro, empero admirable y a primera vista no muy distinto en su expresión formal de los grandes franceses iiel siglo xvit, 1.a Rochcfoucauld, por ejemplo, y del mismo Montaigne. En éstos, la capacidad de profundizar en las motivaciones humanas proviene, a su vez, de otro motivo humano, el cual le infunde el sentido de contenida melancolía de que se la encuentra impregnada. En el primero, muchas veces, tal motivación es simplemente intclectualista. Las «memorias» no se convierten en «máximas».
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tanto por el acontecimiento narrado cuanto por los distintos moti vos de vida en él contenidos; asi como la necesidad de crearse, de cuando en cuando, una experiencia nueva, de ampliar la urdimbre lógica de su espíritu merced a una búsqueda siempre renovada en el desarrollo concreto de las pasiones humanas. I.e ocurre, desde luego, el detenerse larga e insistentemente en unos hechos que otro diplomático habría quizá referido hasta con mayor precisión, pero encasillándolos en la continuidad de los recuerdos, sin mayor relieve: así es como su embajada ante César Borgia y la rebelión del valle de Chiana le sugieren los primeros fragmentos de reflexión política, el punto de partida del discurso incisivo y rápido, y, mientras que alguno de aquellos amables mercaderes florentinos o venecianos, verdaderos señores en todo — en la inflexión de la voz, en la mirada serena y pacata, en la verba sutil y exenta de turbaciones pasionales— , hubiera preferido más bien una estancia en la Roma papal, aquel centro de la vida europea, él restringe a los limites del mero compromiso de oficio la legación ante Julio 11, entreteniéndo se, en cambio, en los otros dos hechos. Ambiente más restringido: ni rumbosidad de particulares, ni solemnidad de ceremonias, ni agitadas intrigas cortesanas o habladurías palaciegas, sino ¡cuánta mayor posibilidad de experiencia, de reelaboración intima y de reconstrucción en la que la virtud del Estado florentino encuentre verdaderos términos de comparación y esclarecimiento! El mero hecho de haber posado la mirada en esos dos aconteci mientos — hoy, para nosotros, transfigurados en la reconstrucción maquiaveliana, pero a la sazón no muy diferentes de muchos otros y, sobre todo, no primordiales para los diplomáticos de profesión, cuando estaba en Italia Fernando el Católico y existía un Luis X II— , ese solo hecho expresa ya la profunda y sustancial diferencia que pone de manifiesto la tan distinta orientación espiritual que separa a Nicolás de los demás. Así, pues, desde el principio no es difícil advertir, aun en la aparente reserva del secretario, la conformación inicial de la «imagi nación política», que después se transparenta claramente en los Decennali, poca cosa si se los considera en su valor artístico, pero agudos c interesantes en grado sumo para quien advierta en ellos la patente manifestación de esa necesidad de extraer de la confusión de los hechos una lección, es decir, una nueva experiencia. En ellos no existen las restricciones oficiales;, la reserva, a duras penas y trabajo samente alcanzada, desaparece, y surgen expresiones inusitadas,
INTRODUCCIÓN A «EL PRÍNCIPE»
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ásperas, juicios despectivos 1J, además de advertencias y consejos. Nicolás concluye el Deeenna/e primo invocando la milicia propia M, esa creación suya por la que pasa su experiencia y en la que reside su genio renovador. Nicolás desea convertir en realidad esa creación: primero la menciona en la composición literaria, y luego lá afirma en la práctica de gobierno, y asi nacen las «ordenanzas» de infantería y de caballería. Ahi está el verdadero Maquiavelo, que recoge todos los elementos dispersos de su experiencia, proyectándolos a una existen cia distinta y más vasta que ellos, vistos en su valor singular y determinado, no parecerían autorizar. Sobre este particular, mencio na las compañías de arqueros franceses, las infanterías suiza y alemana, la milicia romana: memoria clásica y vida moderna influyen por igual en su capacidad de experiencia. A continuación, retornan do bruscamente a su país, concibe una nueva posibilidad para éste, y transforma el motivo puramente intelectual en momento volunta rio y pasional. La imaginación complementa la lógica y el acto de fe integra la visión teórica. Miradle, por otra parte, en su vida privada: igual vivacidad de sentimientos, idéntica necesidad de recoger en sí las voces más variadas, y una sensibilidad semejante; aspira a ser agradable en la conversación, servicial para con los amigos, dispuesto a la broma tanto como a la-discusión animada, y quiere acercar un -poco su existencia a la de los demás, aun cuando su espíritu crítico le haga percibir la miseria moral de sus contemporáneos. Podrá ser leyenda lo que cuenta Varchi, que creyó morir de pena por haberse visto postergado en favor de Donato Giannotti en el nombramiento para el secretariado, y por saberse universalmente odiado ,s; pero la leyenda refleja el ánimo del hombre quien, después de haberlos condenado con el pensamiento, pretende empero seguir cerca .de quienes son objeto de su teórico desdén. Es comprensible que haya podido dedicar los Discorsi,«... obra en verdad de argumento nuevo, y nunca más intentada... por persona alguna» l6, a los amigos de las l} Acerca de Florencia: «Os posabais aquí con el pico abierto / a esperar que de Francia viniera alguien / a traeros maná en el desierto („.)» (Dtccmah primo). «Pues vosotros, por huir de tantas penas, / como los que otra cosa hacer no pueden (...)» {ibid.). 14 «Mas fuera fácil el camino, y corto, / si volvieseis a abrir el templo de .Marte.» 15 B. V a r c h i : of>. cit.t I, p, t so. Sobre la muerte de Maquiavelo, cf. P. V iix a r i : N ám íi M tcbiaveiii e i sm i tempi, Milán, 1Í9 7 , III, p. 566; O. T omma$|NI: L m rtfa e ¿ li itfitti di X k n íé Matbiaveíl», Roma, t, II, pp. 900 y ss. El candidato preferido a Maquiavelo file Francesco Terugi, quien, 'durante los dos añus anteriores, habla sido primer secretario ¿ f tos Ocho de * Gestión, cargo abolido después. Acerca de la muerte de Maquiavelo, como obre más jeeiepee, cf. H. R idolv): V ita d i N tfeúii Masbiavetti, Roma, 19)4, pp, 374 jr ss.) ** J . N a rd i : Istorh dtibt afta di F / n q r , Florencia, 444a, t, V il, II. 77.
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Orti Oricellari *; que éstos le escucharan con reverencia y estupor, y que, por último, en la conjura contra los Médicis de 1522, no quedara libre de la sospecha de haber exaltado, con sus conversacio nes, los ánimos de los conjurados. Guicciardini era «muy soberbio por naturaleza», avaro y arras trado por su ambición personal, al decir de sus contemporáneos ,7; pero él, con todos sus desdenes y sus momentáneos sarcasmos, volvía a la vida, y a cada momento deseaba sumergirse de nuevo en ella sin vacilaciones para transfundir los conceptos en acción y las palabras en consejos concretos, para llenarse el alma con otras cosas aún no conocidas que le sirvieran más tarde, en el silencio del escritorio, para tejer otros razonamientos. Es así como el pensador, que dedica toda su vida a la búsqueda continua de experiencias — y experiencias‘políticas— , las reduce al esquema lógico para, finalmen te, reavivar éste con el apasionamiento y la intrepidez de la síntesis última. Sobrevienen las ulteriores mutaciones de la vida italiana: el dominio veneciano se derrumba, Julio 11 se une a Fernando el Católico, Ravena ve desvanecerse las veleidades hcgemónicas del rey de Francia y Prato abre el camino para la aniquilación de la efímera República florentina. Ix>s Médicis regresan, Picr Soderini es desterra do a Ragúsa, y Maquiavelo, aún no suficientemente diplomático como para hacerse agradecer por el gobierno restaurado, hombre extravagante y de juicio fuera de lo común 18 a causa de esa incansable imaginación suya que, además, le hace sospechoso, paga los desvarios políticos con el alejamiento de la ciudad. Se retira a «L’ Albergaccio», villa tranquila y solitaria, f a s tareas prácticas quedan lejos, y el ruido de la multitud se pierde en la calma melancólica de los bosques, por los cuales pasea leyendo. Y es aquí, entonces, en la obligada soledad, donde surgen aislados, sin orden formal, los primeros fragmentos de los Discorsi19 y las cartas a Vettori. Ahora bien, si en las notas sobre Tito Livio, el rigor del análisis y la proyección del pensamiento hacia un mundo lejano, hacia el pasado, pueden ocultar lo que en el fondo hay de no analítico o de * Nombre dado a las reuniones platónicas de sabios y escritores aue tenían lugar en Florencia, durante el Renacimiento, en los |ardincs de Bernardo de Ruccllai, cuñado de l.orcnzo el Magnífico. (JV.
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no lógico — la vivacidad de la adhesión al mundo romano, al que no sólo entrevé, sino que glorifica y ofrece como ideal a la luz de su formidable capacidad política, con lo cual parece por momentos mera sagacidad de historiador lo que en realidad es intimidad de creación, intelectual y pasional a la vez— , en la correspondencia con el amigo de Roma se revela sin incertidumbre la prepotente exigencia de plegarse totalmente a una realidad política, y de transformarla después siguiendo la propia inspiración, así como la voluntad de exceder del análisis pequeño para erigirlo en base de .todo un mundo aún no realizado. Tampoco vale repetir que, a menudo, Maquiavelo se engaña; que el período transcurrido en Suiza fue una pesadilla para él, cuando, sin embargo, la realidad lo desmiente, o que sueña acuerdos imposibles y prevé hechos irreali zables, toda vez que el valor del razonamiento no reside en la exactitud del detalle. Está, sí, en esa inagotable capacidad de creación que, quizá, anule el dato real, porque quiere sobre todo desarrollarse continuamente y continuamente volver a nacer, impreg nada de una experiencia cada vez más vasta; y este enriquecimiento de la vida íntima es procurado por doquiera, aun a costa de sacrificarle el detalle minucioso. Por ello, el Maquiavelo historiador será tal vez menos consumado, menos exacto e incluso menos sagaz en cada reconstrucción que Guicciardini; pero sólo merced a ello podrá escribir sus obras maestras, los Discorsi, // Principe y Dell'arte delta guerra. Lo importante, para él, es que cualquier impulso formal lo induzca a interrogarse a sí y a su experiencia, constituida de vida clásica y vida moderna, de recuerdos ligeros y de figuras del siglo XV, italianas y europeas, y le invite a esclarecer cada vez más su pensamiento, a desarrollarlo con definitiva audacia. Así, pues, en este epistolario, no muy amplio, está todo Nicolás, que no puede encerrarse en el silencio ni puede deliberar sobre la lana y la seda, por ser incapaz de ello 30, y, en principio, se promete a sí mismo no volver a debatir temas referidos al Estado o a los negocios públicos, pero pronto reanuda la discusión, se exalta y crea grandes cosas, cambiando a su antojo a Italia y los acontecimien tos *21, al punto que el estilo queda sometido a la variada transfor mación de esta su imaginación, tornándose áspero como la invectiva » U tttr e fa m iiia ri cit.. CXX y CXXVltl. 21 Con esto no se pretende en absoluto afirmar que todas las conjeturas de Maquiavelo, contenidas en estas cartas, sean absurdas o carezcan de bases prácticas; él vio, con mucha frecuencia, más acertadamente que sus epígonos, incluso los más tardíos.
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contenida en el pensamiento, o tan vivaz y apretado como el juego del razonamiento o el ímpetu de la pasión. En esos meses, de julio a diciembre, surge el tratado De principatibus, F J principe, tas acotaciones al margen a Tito Livio se abandonan; por otra parte, en las últimas se advierte ya una insólita actitud espiritual; dos o tres capítulos enteros 22 en los que el pueblo, que anima los Discursos, desaparece para hacer sitio al individuo solitario, y el combate heroico de clases y partidos queda empobre cido ante el combate intimo de un hombre, de un alma aislada. Tan breve obra, no destinada a creación artística, sino más bien similar, en la intención de quien la compone, a uno de tantos memoriales o discursos sobre la reforma de los Estados como el mismo Maquiavelo redacta más tarde 23, queda terminada en corto tiempo: en diciembre, el hombre nuevo está esbozado y se presenta ya solo en la escena política, áspero, pensativo e impenetrable, para abarcar dentro de sí la vida de todo el Estado. Porque, ahora, cualquier otra voz calla: el pueblo se ha conver tido en vulgo disperso que sólo aguarda el «acontecimiento de la cosa», una masa amorfa en la que se graba el severo juicio de Philippe de Commynes 24; la nobleza — ya evanescente figura que recuerda con melancólica evocación la elegía dantesca del medievo declinante y el grito de dolor de Guido del Duca— ha perdido toda unidad de clase, todo egoísmo de casta y toda prevención de estirpe: es una variopinta mezcolanza de individuos que quieren oprimir al pueblo y no son capaces de ello — del mismo modo en que el pueblo no quiere ser oprimido— , y carecen de energía suficiente para defenderse por sí mismos. Se envilecen, grandes y plebe, en la astucia calculadora de poca monta, en la contienda fragmentaria carente de la mínima seriedad de un motivo determinado e incluso de la grandeza formal del heroísmo personal: ésa es la materia que, servilmente, aguarda la virtud del príncipe capaz, «con sus órdenes», de animar lo universal 25 e infundir vida allí donde sólo hay un oscuro vegetar de sentimientos indefensos. El maná ha de caer del cielo, y los hombres lo esperan con el pico abierto. 22 Por qem plo, capítulos X X V ] y X X V II del libro 1. 23 Discorso Ski ri/ormart lo Stato di Vírenle. Cf. P. V iei .a r i : op. (¡t,s II!, p p ..j6 Íy , ss.,jO . T o u m a sim : op. a t., II, pp. 100 y ss. |Y , más recientemente, cf. R. R idoi.m : op. «/., pp. 175-277 y n. 18, y pp. 450-451, donde también se da el título exacto de la obra.) ** «(...) ct esc la natu re de ce pcuplc d’Itahe, de ainsi complane aux plus forts» (...y esté en Ja naturaleza de ese pueblo de Italia el complacer asi a los más tuertes) (Mémotres, V II, IX ). 23 Capítulo IX .
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Ésta era, por lo demás, la conclusión natural de la historia italiana» el resultado al que habían conducido la esterilización del espíritu comunal, la fragilidad de las señorías no apoyadas en una base social suficientemente amplia y fuerte, la habilidad diplomática de los principados, reducidos, después de las últimas y vanas tentativas hcgemónicas, al juego de los partidos, a la política de contrapesos y equilibrios, a la itálica foederatio\ el pueblo, apartado de la vida del Estado; las clases sociales, fracturadas; la comarca, hostil a la ciudad: el principe detenta en si los móviles de su obra. El Renacimiento se había realizado, en cuanto a su expresión artístico-! iteraría, en medio del decaimiento social y político: el príncipe era la única figura dotada de vida en ese mundo de literatos e indiferentes, pero de una vida, asimismo, estrecha y limitada: la diplomacia era el único campo abierto, y la política —que quiere decir capacidad de lucha, conciencia de los propósitos, coherencia de los rumbos e intimidad de creación— quedaba muy lejos M. Por eso, ni siquiera un príncipe de excepcionales virtudes habría podido operar el milagro. El Estado fuerte, que pudiera poner coto a los «bárbaros» y permitir el libre desenvolvimiento de la vida nacional, no podía crearse allí donde ninguna comunidad de intere ses o pasiones unía a los súbditos y el señor, a la multitud con el gobierno, creando conciencia para la lucha por la defensa común. Creer que se pudiera llegar, incluso con una excepcional capacidad de acción humana y sagacidad particular, con reformas parciales de los ordenamientos exteriores, a garantizar la existencia de un organismo que de por sí ya no la poseía, constituía una ilusión. Acertaba entonces Guicciardini, diplomático y mercader, al evitar los peligros de la imaginación deteniéndose en la calma un poco melancólica del deseo. Quería él una Italia libre, pero era inútil pensar en ello, y más bien, comoquiera que de los bárbaros no se puede prescindir, tanto valía que hubiese dos, para así al menos, con su disparidad, poder mantener las ciudades sometidas 24 *27 con mayor tranquilidad. Desarrolla él en grande el equilibrio de fuerzas y el juego de los partidos, llevándolo al terreno de la política europea y 24 Acerca de esto, asi como sobre el valor historico-polltico de II Prinapt, al que aquí apenas se alude, hc'dc volver con mayor amplitud en otro estudio de próxima publicación. [Es el estudio «Del Prinrífa di Niccoló Machiavelli», incluido en el presente volumen. N h /'/.) Respecto al Estado/obra de arte, existen buenas observaciones en J . B u S cxh a r u t : L a a vtlti drl RinashmtnJo, tr. it. Valbusa, Florencia, 1 9 2 1 . 1, pp. 1-174, y. especialmente, pp. 7, 16 y ss.. y tot y ss. (Se refiere a D it Ka/tar ¡Irr Rraamanct m halan, obra de la que existen varias versiones en castellano. N . 4'ti T.j 27 D im rsip o litá i, VIH, de las Optrt cit., 1, p. 264. (También de las obras de Guicciardini hay versiones españolas. JV. 4tI T.)
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esperando salvar así la restringida vida ciudadana, como efectiva mente se habían salvado en otra oportunidad Florencia y Ferrara de las garras insaciables /le Venecia y Nápoles. Pero, a su vez, no advierte que, cambiando los protagonistas del delicado mecanismo, también éste cambia un tanto su ritmo. Nicolás, en cambio, que justamente ahora ha procurado la gloria de Roma, por primera vez, en la prolongada lucha de sus clases sociales 2®; que aún siente el ánimo conmovido por el tumulto de libres contiendas y ha manifestado muy claramente que, para hacer grande un Estado, hay que convertir en ciudadanos, y no en súbditos*29, a aquellos a quienes se domina tras la conquista, renegando con ello de toda la historia comunal italiana y evidencian do seguramente su íntima debilidad; que debiera, por tanto, echar de ver la definitiva ruina de Italia y tratar de enmendar su suerte lo mejor posible merced a manejos diplomáticos; Nicolás, repetimos, vuelve a dejarse apresar por su imaginación, olvida los Discursos y construye febrilmente los lineamentos del Estado nuevo. Supera, con la milagrosa pujanza de su fantasía política, la historia de finales del siglo XV; recurre a la política de Gian Galeazzo y de Ladislao de Nápoles, la primera y mayor política señoril; la integra, con una capacidad de reconstrucción como sólo él posee, y vuelve a propo nerla, cuando ya no existe su posibilidad práctica. Busca en torno de sí alguna figura en la que se revelen señales inequívocas de valor; encuentra a César Borgia y lo completa, a su manera, con un poco de Fernando el Católico, de Francesco Sforza y de Luis X I; sugiere los remedios para cada accidente y endereza los entuertos de los gobiernos pasados, convencido de que, con semejantes detalles, apuntala un edificio al que le han venido fallando los cimientos. Más aún, ha encontrado el verdadero error, está clara la causa de todas las desventuras: los ejércitos mercenarios, iniquidad de los principes, quienes, dedicados a las hermosas frases y hábiles negociaciones, han renegado de la única arte que les es propia, y así Italia se ha visto perseguida, violada y vituperada, convirtiéndose ellos en señores privados. E/ principe se centra no sólo en cuanto a su disposición material, sino también en el espíritu que lo llena, en estos capítulos acerca de la milicia: he aquí la llaga que hay que curar. También el estilo adquiere aquí acentos de insólita conmoción; la invectiva o el dolor, antes contenidos en una palabra escrita al pasar, en una velada 38 Di'scort¡\ 1, capítulos IV , V y VI. 29 //»/
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transición de la frase o en una finísima ironía que se advierte apenas — tan rápidamente una palabra trae a la otra 30— , saltan aquí a la vista de improviso. Se tiene así la primera perturbación de la pasión, que trastornará después la lógica urdimbre en la conmoción final, reapareciendo más tarde, exacerbada, pero sin esperanza, en el epílogo de E l arle de la guerra. En verdad, al concebir la posibilidad de la milicia nacional — las armas confiadas a los ciudadanos y el Estado defendido por quienes lo integran— , Maquiavelo excede la estrecha historia de su tiempo, las consecuencias inmediatas de las circunstancias italianas, y abre un nuevo rumbo. Aquí no vuelve ya a los motivos del desarrollo de la política italiana, sino que los completa. Sólo que luego no advierte que a esa revolución en el arte militar debe corresponderle úna equivalente renovación sociopolítica: la milicia ciudadana no puede existir sino allí donde el Estado vive día a día en la íntima conciencia del pueblo; luego, debe derrumbarse el principado tal como él lo ve. El solo enunciado del nuevo presupuesto militar debería significar la renuncia a la creación del príncipe. El no advierte esto, y se queda a mitad de camino; se inspira en el ejemplo de Francia, de Suiza y de la Roma republicana, sin percatarse de que esos modelos encierran un valor propio, precisa mente aquel del que la civilización italiana ya no era capaz. Sus preceptos podrán ser observados, a la vuelta de muchos años, por un príncipe que por primera vez conducirá al escenario político de Italia a su pueblo de montañeses groseros y pobres, pero fuertes. Sin embargo, la monarquía de Emanuele Filiberto * no es el principado italiano. Por tanto, el príncipe no llegó, y la obrita, escrita en días de inquietud, cuando hechos milagrosos parecían perfilarse a lo lejos 3I32, es acogida con. menosprecio por Lorenzo de Mediéis. El pobre sobrino de León X prefiere, al opúsculo carente de «palabras ampulosas», los perros de caza 3Z, y Maquiavelo se gana otra repulsa. 30 Capiculo X I, «De tos principados eclesiásticos»: Sólo elle» tienen estados y no los defienden..,» • Emanuele Filiberto (1518 -158 0), llamado Cabeza de Fierro, nadó en la ciudad francesa de Chamberv, hijo de Carlos 111 de haboya y de Beatriz de i'ortugai. ac ano con reupe 11 oe r.spana en la guerra de 1556 -1159 contra Francia, y mandaba los ejércitos españoles que en 155? asaltaron la plaza fuerte de San Quintín, defendida por el almirante Coligny y el condestable de Monrmorency, a quien hizo prisionero tras infligir una feroz derrota a los franceses. Después de la paz de Cateau-Cambrésis le fue devuelto el ducado de Saboya, al que pronto convirtió en una gran potencia. (¿V. ¿ei T.) 31 Acerca de esta ruptura de la historia italiana, los manejos de los Médicts y sus repercusiones en el ánimo de Maquiavelo, cí. O. T onimasini: op. cit., ti, pp. 76 y ss. 32 Esta anécdota es referida por E. A lvisi (Lettere fam tliari, Introducción, p. xiv).
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Aunque, en la agitación del trabajo, no percibe la debilidad del «castillejo» que pretende construir, y escribe sin vacilaciones. Así es como tenemos la urdimbre lógica. Porque, muy distinto en esto de Savonarola, cuyo móvil fundamental es la rebelión contra el tiempo y las condiciones históricas }3, Nicolás parte de aceptarlos, por lo menos en su entramado fundamental; su espíritu, profunda mente unido a la historia del momento, se ha afinado y avezado en la nada inútil labor de doce años, y de esta su seguridad analítica, de tal serenidad lógica y de esa adhesión a la vida variada y activa, se vale para construir las grandes líneas de su cuadro. En él, la serenidad y la cautela del razonamiento no se contradicen con la imaginación; solamente ésta le permite, tras la observación de los fragmentos, volver a unirlos en una visión última, recreándolos en una organicidad perfecta de la que cada uno forma parte. Los demás, los diplomáticos, se detienen al empezar, no conciben la posibilidad de una construcción nueva, y se encierran en su fineza y discreción; Savonarola no se muestra capaz de contener su apasionamiento sino en el momento de formularlo en una trama coherente y segura e investirlo de los pequeñísimos matices de los que, sin embargo, tan rica es la vida; ¿1, en cambio, sabe valerse de su experiencia, ya rica de elementos, para transformarla, con la imaginación, en un nuevo desarrollo político. Esto le permitirá dejar una huella exclusivamente suya en la historia del pensamiento político, de la que las generacio nes siguientes —y no precisamente las italianas- extraerán a su vez conclusiones más nítidas y seguras; en cuando al resto, el fraile dominico sólo puede dejar tras de sí un momentáneo y disperso despertar de conciencias en unos pocos, y los diplomáticos detienen las corrientes supremas de la civilización italiana, iniciando en su mayoría la vida ducal, monótona, discreta y estrecha. Así, pues, de los veintiséis capítulos que conforman E l principe, veinticinco son rígidamente lógicos; el razonamiento procede en línea recta, sin desviaciones ni pausas, el análisis se desarrolla finísimo e incisivo, el pensamiento se ciñe a una circunspección segura y cauta, que distingue 7 precisa; surge paulatinamente el Kn realidad, en el Discarn tal riformart h Stato di Firenzt% Maquiavelo retorna, en cieno modo, a Savonarola; su insistencia en la necesidad de volver a abrir la Sala y gobernar libremente la ciudad refleja, por lo menos en parte, las notas democráticas de 149). lista vaga fe en el pueblo de su tiempo — sentimiento oscuro, no conciencia critica— que le permite escribir E l arte de la dfttrra (a cuyo respecto remiro al estudio ya anuna ado), asi como el amor por la tierra natal, le mueven a la sazón a pronosticar cosas nueVas, devolviéndole en alguna'medida a aquella posición de la cual E l prinupt pareciera ser la franca condena. |EJ estudio al que remite es el que, .eft el presente volumen, sigue a esta Introducción. N H it.\
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Estado nuevo, entretejido por múltiples elementos, cribados uno tras otro y probados en su resistencia efectiva. No tiene Maquiavelo que ir a buscar muy lejos los caracteres en la turbamulta de principotes y condottieri que afligen las ciudades de la Italia central: encuentra los fragmentos dispersos de su Príncipe, los rasgos aislados susceptibles de ser vertidos en una figura más consumada y congruente. La memoria le resulta suficientemente ágil como para recordar a hombres de la historia más reciente: por ejemplo, a un Sigismondo Malatesta, zorro y león a un tiempo, condottiero y diplomático, hábil para eludir los movimientos de ejércitos enemigos o para urdir tramas sutilísimas en las que se extravía la sagacidad de los rivales. De hombres como estos, y de otros más — se adivina inquietante, en el trasfondo, el rostro demasiado impasible y pacato de Fernando el Católico, y dan qué pensar sus palabras, todas fe, todas paz, asi como obliga a reflexionar la capacidad militar de Francesco Sforza— , y de una experiencia muy rica, variada y entretejida por elementos muy diversos, extrae Nicolás los detalles -de su cuadro. Por donde, en ese ajustarse del pensamiento que teoriza y éxponc ordenadamente sus máximas, con tranquila seguridad, puede advertirse cómo fluye en el fondo una realidad viva y concreta, oyéndose continuamente los ecos de la nota histórica que pasa sin tropiezos a la afirmación incisiva y casi autoritaria; y no puede discernirse ya con exactitud qué corresponde a la experiencia y qué se superpone a la imaginación, ni puede separarse la voz del mundo de la voz de la lógica y, luego, del alma. Hay aquí la frescura y el vigor de la acción menuda, cogida de lo vivo y fijada ora en una imagen, ora sutilmente velada por el precepto rápido y claro; hay, asimismo, la capacidad de asir, de los acontecimientos, los elementos predominantes, para analizarlos con serena cautela, y, finalmente, hay imaginación, la cual, así como le ha permitido concebir la posibilidad de E l principe, ahora, en el trabajo, le consiente recoger todas las noticias y reflexiones disper sas, refundirlas en una unidad absolutamente imprevista, y transfor marlas en nueva, aunque sólo anhelada, experiencia política. Surge entonces la lucha política, afirmada con natural seguridad: el Estado actúa, conquista y destruye sin tener que rendir cuentas a nadie; constituye de por sí el valor supremo. Aún le falta, por el momento, la plenitud de la vida íntima, ese vivir de continuo en el alma del pueblo, llamado a crearlo hora tras hora; es, por tanto, formal, así como la lucha política es únicamente externa; pero, en todo caso, ya no busca fuera de sí las razones de su existencia. No las busca
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siquiera en su fuero intimo: se halla retratado en su momento de equilibrio, nunca más alcanzado, que nada busca ni tiene necesidad de justificaciones ni de aclaraciones. La creación del solitario habitante de San Casciano es absurda, toda vez que presupone la posibilidad de un Estado fuerte, allí donde falta la vida social que debe sostenerlo; y, efectivamente, en este punto Maquiavclo no ve claro, por extraña contradicción, él, que, sin embargo, ha puesto al desnudo la miseria política de Italia pero, en otros aspectos, es un cuadro perfecto, consumado, al que nada cabe añadir. Es el bosquejo apresurado, pero formidable, de la historia italiana en sus últimos resultados, tal como los contempla el Renacimiento, y, aunque no se puedan buscar periodos determinados y el librito no constituya una fuente histórica particu lar, en él se capta, se desarrolla y se lleva hasta las últimas consecuencias el espíritu que aquellos momentos únicos han deter- ■ minado y unido en el transcurso de su marcha. Lo que más ostensiblemente le faltaba a aquella civilización italiana, Nicolás lo agrega por su cuenta: la milicia propia. Y éste es el acto creador en que mejor se muestra, con toda la fuerza vital, su imaginación. En verdad, si unas reformas parciales de los ordenamientos estatales y las virtudes de algunos hombres hubiesen bastado para salvaguardar los dominios italianos y la suerte de nuestra civilización, en E l príncipe se encuentran realmente las normas para la salvación. El razonamiento es riguroso hasta el penúltimo capitulo: aquí comienza ya a cobrar transparencia más inmediata el sentimiento, el ánimo. Al término del trabajo, Maquiavelo encuentra ante sí la fortuna. Ha edificado minuciosamente, parte por parte, su «castille jo», lo ha fortificado con buenas leyes y buenas armas, lo ha hecho más seguro prohibiendo la inútil liberalidad y la confianza vana, más transparente que el cristal; pero ahora, justo al final, surge una pregunta angustiosa: ¿puede el hombre recibir con fe y esperanza la admonición? ¿O quiere el destino que también ésta sea vana? Esa fuerza oscura que nadie, entre los historiadores y políticos de principios del siglo XVI, puede imaginar con certeza — ora viéndola » Cf. D iurnos, libros I. V I. X II, X V II, X X X V III. X L V . X L IX ; libros II. X IX , X X X ; libros III, X X X I; E l arle jt la guerra, libros I y V il; D ttm a li; A sn o fo ro , cap. V ; Historias Jk m tio a s, libro I, X X IX : «I-os venecianos (...) viven a discreción de otros, como todos los demás principes italianos»; L eltm fa m ilia ri, C X X X I: «En cuanto a la unión de las demás italianos, me hacíis reir; primero, porque nunca se ha hecho ninguna unión que le hiciera bien a nadie (...)», y C X X X IV : «(...) nosotros los de Italia, pobres, ambiciosos y viles (...)» (del 10 y el t6 de agosto de t jt s ) .
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como la lógica misma de las cosas 35, ora considerándola como una casi inasible compulsión exterior proveniente de las alturas y que rige las cosas a ciegas, como quiere y donde fuere— , esa fuerza por la cual, a la sazón, Italia parece esclava y vituperada, y tuviera visos de precipitar «maravillosamente»36 los asuntos de los lombardos primero, de los venecianos y florentinos después, ¿cómo habrá de ser combatida y canalizada, suponiendo que se pueda, por otra parte, canalizar un rio crecido y torrentoso? En esa pregunta reside la preocupación del ánimo, el cual, aunque la razón y la lógica le hayan indicado el camino, permanece inquieto y vacilando entre pasar al otro lado, a la creación definitiva, o quedarse en el umbral, en medio de los detalles; y que, advirtiendo que algo falta, comprende que debe superar el escalón de un salto, sin pararse ya a medir la longitud del vuelo. Y éste es, en verdad, el momento dramático de la oposición entre la finura diplomática — que rehúsa saltar y que, sin discutir el principio que gobierna el mundo, la fortuna, lo acepta implícitamente, negando valor a la regla general y adaptándose*a la fragmentariedad— y el vigor imaginativo que va hacia adelante, abandonando por un momento la lógica y el cálculo para alcanzar la creación última. En este punto, Guicciardini se detiene pensativo y exhibe una sonrisa entre melan cólica y maliciosa, al advertir que es inútil insistir; pero Maquiavelo continúa, y escribe su exhortación para liberar a Italia de los bárbaros. Con el capítulo acerca de la «fortuna», con la sola alusión a discutir su poder, queda ya resuelta, virtualmentc, la duda angustio sa. Nicolás se demora en la discusión, acepta casi a regañadientes el imperio vitalicio de la diosa Fortuna en la última civilización italiana: pero adviértase de qué manera su razonamiento se desarro lla únicamente para garantizarle al pensamiento la consistencia formal y la posibilidad práctica que, en sustancia, están reconocidas desde hace tiempo, así como de qué manera queda ya afirmado el valor de la actividad humana 37. 1.a voluntad de lógica y la necesidad de convencer, también en este aspecto,, al señor a quien la obra está destinada, así como la de contraponer una afirmación precisa y clara al vago pesimismo y a la indiferencia amorfa del vulgo, que no son pequeña causa de desventura, inducen al pensador a especificar también aquí los límites y a analizar, asimismo, en este lugar, el 35 B. Caben: Ttoria r noria átUt ttornertfia. Barí, 19 17, pp. 115 - 116 . M F. G u ic c ia r d in i : Stona tfh t/ia , VIH , 111. J’ 1.a reflexión acerca de la fortuna cuaba, en realidad, resuelta ya antes con una breve alusión: «(„,) aquellos de nuestros principes que estuvieron muchos aAos en su principado que no acusen a la fortuna, sino a su desidia, por perderlo después...», cap. X X IV .
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juego de los partidos; pero la predisposición existía de antemano, abriéndose luego en la amplia invocación destinada a sacudir a los durmientes y preparar la nueva grandeza de Italia. Obsérvese cómo la digresión acerca de la fortuna pierde casi de inmediato rigidez teórica en la vivacidad de un símil, cómo se cierra con una imagen vigorosamente expresiva: el esquema abstracto es arrollado, prime ro, por la onda precipitada del rio crecido y turbulento, y luego desaparece ante la figuración casi plástica de la mujer que se deja golpear por los jóvenes y se somete a ellos. En este transitar inadvertido del razonamiento a la imagen, del concepto a la figura y del esquema al bosquejo rápido, se halla Maquiavclo por entero dominado ya por su imaginación y su ánimo. Y sobreviene la exhortación final, implícita ya en ese análisis entre lógico e imagina tivo de la fortuna, e implícita, asimismo, en todo el tratado, de la primera a la última deducción, desde la nota más fugaz hasta la más deliberada teorización. Pues la sola concepción de la posibilidad de reconstruir el Estado en medio de aquel embrollo de acontecimientos que revelaban en paulatino mayor grado las irremediables debilidades de la sociedad y la política italianas, mostrando el vacio en que se habían plasmado las constituciones principescas, y el proseguir esa posibilidad, hacer la objeto de disputa racional y darle vida concreta, dentro de las sutilezas del análisis, esto suponía ya toda una invocación, una apelación conmovida y trágica que rompía el cerrado cerco de la verificación lógica y le infundía la pasionalidad del sentimiento, el temor y la inquietud de la esperanza; y si, finalmente, la fe y la imploración cesan de contenerse e irrumpen en una súbita incitación y se manifiestan en aquella Italia esclava, derrotada y dispersa que pide misericordia, en ello no hay sino la definitiva expresión de un mundo nada lógico, no intelectivo, que se ha venido desarrollando dentro del mundo racional a lo largo de roda la obra. Habiendo partido de la realidad y la aceptación de la historia, Nicolás quiere retornar a ellas, aportándoles un nuevo germen de vida, el mismo que ha elaborado transformando su experiencia en capacidad crea dora, así como su memoria — tanto clásica como moderna— en renovado interés político; por donde mundo lógico e imaginativo y pasional, seguridad de coordinación y de comprensión, vigor de síntesis unificadora y voluntad de acción práctica, se compenetran en una organicidad tal de la que no se puede separar el más mínimo elemento sin que se haga trizas en las manos.
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De semejante unidad espiritual nace E l principe. Y cuán rápida, casi febril e inflamada es la apertura de la mente hacia esos vastos horizontes cada vez más espaciosos; cuán apretado el razonamiento, cuán intensamente dramático el pensamiento debido al continuado esfuerzo de compenetración de ambos mundos, el lógico y el imaginativo, y tan inmediata, incisiva y vivida la expresión formal. Sólo los títulos de los distintos capítulos están en latín. Adviér tase en ello, en esa persistencia del hábito curialesco, apenas la inconsciente necesidad de ajustar y contener el ímpetu imaginativo en los límites pacatos de una fórmula cuasi solemne y austera, propia de una larga costumbre entre escritores. Nicolás no quiere, y lo dice claramente, hacer una obra de arte, ni adornar su exposición con «cláusulas extensas o palabras ampulosas»: no es ése su objetivo. Desea despertar sapiencia política, no finura literaria; convencer, no hacerse aplaudir; movilizar con fuerza el alma, no aplacarla con la elegancia del estilo. Por consiguiente, bien está enmarcar el trata miento dentro del orden grave de las formas de cancillería, que deben dar sensación de seriedad y calma racional al dictado, y contener la intensidad del sentimiento para que la obra pueda, efectivamente, resultar de grata lectura a los gobernantes. Luego, en el curso del análisis, palabras latinas, formas curiales cas y expresiones que evocan el derecho clásico M: incisos ligeros, toques en los cuales no se advertiría a primera vista más que pedantería, los residuos de una costumbre rancia, pero que llevan al razonafniento continuo la familiar intimidad de las cartas 39 y que presentan en vivo a Nicolás, quien, al componer, se aferra inmedia tamente a la palabra tal como le vuelve a sonar en los oídos después de mucho conversar, durante tantos, años con los compañeros de la cancillería y los funcionarios de la República, y cuya espontánea viveza les infunde. Pero, por otra parte, esta forma contiene la señal imborrable de la tradición, el eco de una vasta experiencia pasada, por lo cual, algunas veces, la palabra latina parece, diríamos, ensanchar los tiempos de la construcción y aplacar su concitación a fin de introducir con gravedad el recuerdo histórico *°; he aquí, a un tiempo, una familiaridad desenvuelta y la compostura de la tradi ción; se advierte que el pensamiento, naturalmente inmediato en la expresión, es contenido, en cambio, en el límite de una forma * 39 quien 40
A si, por ejemplo, « u n cap. X IX . En el que aparecen continuamente, y siempre. Cf. especialmente las cartas de Ciuicciardini, también las usa. Cap. 11: «Tenemos en Italia, in ixim piis (...)»
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decorosa y sencilla. Así como la imagen clásica se compenetra totalmente en la experiencia del escritor, de modo que impregna con ella la visión teórica que luego, a su vez, infunde a la imagen su enjundia de construcción, así también en la palabra latina, arrojada entre dos frases, se advierte la estrechísima compenetración de la memoria y el sentimiento, de la tradición y la vida diaria; y de ahí su carácter, entre familiar y reservado, entre inmediato y reflejo, adecuadamente representado por el continuo juego alterno, pero siempre intimamente unido, de los distintos momentos espirituales. Ni esfuerzo ni búsqueda: los elementos antiguos y modernos que informan la experiencia y la lógica de Nicolás son hasta tal punto inseparables que la palabra, aparentemente anticuada, es a veces la única expresión con la que se puede dar forma directa y sin titubeos a la idea. Pero he aquí que también aparecen en su turno las formas dialécticas: tras la palabra circunspecta viene la expresión sencilla del pueblo, vivida, fresca y rápida, como rápido y vivaz es el pensamien to; a la compostura le sigue el momentáneo abandono del alma a su intimidad. Y luego la frase se despedaza; unos notables anacolutos mantienen, por momentos, el ánimo en vilo; se pasa de un tema a otro, del singular al plural, bruscamente, y, con todo, el razonamien to parece siempre claro y ajustado, toda vez que lo que el escritor suele tener bien presente es el asunto fundamental, no ya el detalle o el inciso que presenta fugazmente, dejándolo en ocasiones incon cluso para volver de inmediato a la línea principal. Ésta se mantiene recta, y se tiene la impresión de una primigenia claridad de visión en la que se insinúan paulatinamente detalles aceptados sólo en tanto * sirvan para colorear mejor el pensamiento central, dejados luego a medias si su finura desperdiga, siquiera en mínima medida, la poderosa unidad de la concepción. Kn ciertas partes, en los momentos en los cuales la lógica no logra ya contener el sentimiento con su rigidez, la forma escampa de pronto, bien en la ironía profunda, tan fina y consumada que se encierra en su totalidad entre el sujeto y el verbo, sin precisar de adjetivo alguno para matizarse41, bien en la imprecación dolorida que extrae su concitación y su fuerza de cuatro participios sobre los " Cap. X I. «De lo» principado! ecleaiásticos»: «Sólo ellos tienen estados, y no los defienden; súbditos, y no los gobiernan, y los estados no les son arrebatados por estar indefenso», y los súbditos no se preocupan de no estar gobernados, ni piensan en ello, ni tampoco pueden extrañarse de tal cosa.»
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que cae el acento 42. También en este caso la calidad artística de Maquiavelo desdeña el adjetivo, el ornamento, y obliga a la palabra desnuda y llana a crear por sí sola la imagen. Se llega así al último capitulo, el cual, como abarca y contiene en sí el mundo lógico y lo convierte en motivo de vehemente exaltación, confirma en su sentido inicial de espanto y angustia, en la sucesiva ordenación más tranquila de la frase, en la sacra sencillez de la imagen bíblica y, finalmente, en la plegaria desbordada, casi trepidante y despedazada en súbita interrogación — porque la pasión acucia— , el posterior pasaje de la esperanza a la tristeza, de la fe al desaliento, de la calma a la excitación, que constituye E i principe. El primer capítulo tiene la agilidad esquemática del silogismo, pero este se abre hacia horizontes sin límites con la aparición de recuerdos divinos; se eleva a la conmoción austera de la admonición religiosa cuando el escritor deja que la esperanza vuelva a apoderarse de él y alza la vista de aquella Italia suya, derrotada y esclava *; finalmente, las frases se atropellan, martilleantes; la imagen, momentáneamente apaciguada en la serenidad de la memoria bíblica, retorna vehemen te, con violencia totalmente humana, para romper la oración, hasta que el escritor no acierta a concluir frase alguna que sea lo bastante incisiva, y se refugia en el grito del Petrarca. Así concluye E l principe. 1.a imaginación de Maquivelo ha creado su obra maestra. Más Tarde, ella engendrará E i arte de la guerra, ocasión en la que se ocultará tras un melancólico recogimiento en sí, porque los príncipes no oyen y «están en el mismo error, y viven en el mismo desorden», sin escuchar los consejos ni las lecciones de las cosas 43 Mientras escribe E i príncipe, Nicolás tiene fe; ahora, ya no. Los acontecimiento; que se han producido entre 1 51 } y 1519 le han demostrado la inanidad de su sueño: Francia ha regresado a las llanuras de la Lombardía y Lorenzo de Médicis, con mezquinas acciones, apenas ha logrado asegurarse el ducado de Urbino; y Maquiavelo, aun sin acertar a comprender cuál es la verdadera debilidad de su obra, de su principado, advierte no obstante que no puede llevarse a la práctica. Atribuye la culpa a la vileza de los príncipes 44, sin comprender que la vilega, esto es, la incapacidad. Cap. X II, «De cuántas clases de milicias hay, y de los soldados mercenarios»; «(,..) y el resultado de sus virtudes ha sido que Italia se ha visto perseguida por Carlos, saqueada por Luis, violada por Fernando y vituperada por los suizos.» * «Maquiavelo emplea — y Chabod cita textualmente— la voz deformación dialectal toscana de tcbtara, es decir, «esclava». (*\\ d tl T.) «> Dr/Arr* dt¡U fm rra%V il. ** «Empiezo ahora a escribir de nuevo, y me desfogo acusando a los principes, tridos los
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reside en toda la sociedad italiana tal como ha salido de la vida comunal, y no sólo en un hombre. E i arte de ¡a guerra tiene su origen, pues, en la declinación de la esperanza. La imaginación se ve reducida a su valor intelectual, pierde el apasionamiento de la fe que mira a la realidad y quiere cambiarla, y Maquiavelo escribe «para satisfacción de los partidarios de las antiguas hazañas»*4S. Aún conserva la capacidad de reconstruir, pero le falta la voluntad de obrar. Por tanto, en el estilo mismo hay algo de pacato y melancólico. En la construcción de la frase que se enlaza más estrechamente con la precedente, en el giro a veces lento y recogido de la construc ción 46, en el tranquilo acento inicial de una imagen 47*, aparece ese sentido nuevo de desengaño y de recogimiento en sí; la misma imprecación contra los príncipes, en la amplitud arquitectónica de su redacción cabalmente desarrollada y acabada en todos sus deta lles, no tiene ya la desgarrada concitación de esa breve reprimenda que es E l principe 4S. Mayor es todavía, en la Vita di Castruccio, ese abandono y relajamiento en lo íntimo de sí: véase el exordio lento, casi solemne, del discurso de Castruccio en trance de muerte 49, y de qué manera, en la continuidad del período, admirablemente cons truido, se pierde toda vehemencia pasional y sólo queda la melanco lía de la mirada hacia el pasado. Lentamente, sin prisa pero sin pausa, el mundo imaginativo de Cuales han hecho todo lo posible para conducirnos a esto», Lettert fam iliar! cit., C X C IX , a Francesco Gutcciardini, año i j x j . 4S E l artt dt la ¿turra, Proemio. 44 «Adonde llegados, y habiéndose sentado, unos en la hierba, que en aquel lugar es tesquísima, otros en asientos ordenados en aquellos sitios ba)o la sombra de altísimos árboles, alabó Fabrizío el lugar como deleitoso, y parando mientes particularmente en los árboles, al no reconocer algunos, estaba con el alma suspendida.» « Y o creía que fuera lo que vosotros decís, y este lugar y este estudio me hacían recordar a algunos principes del reino, que con estas antiguas culturas y sombras se deleitan. E interrumpiendo en esto el habla, estando un poco sobre si como suspendido (...)», libro I. 47 «Y yo me duelo de la Naturaleza (...)», t. VII. 41 Cap. X II: «Y el fin de sus virtudes ha sido (...)» 44 «De haber creído yo, hijo mío, que la fortuna hubiera deseado truncarme en mitad del recorrido el camino para llegar a aquella gloria que yo, con tantos felices sucesos míos, me habia prometido, me habría cansado menos, y te habría dejado, si menos estado, también menos enemigos y menos envidia, pues, satisfecho con el imperio de I-ucca y de Pisa, no habría subyugado a los de Pistola, ni con tantas injurias irritado a los florentinos, sino que me habría hecho amigos tanto a uno como al otro pueblo, y habría llevado una vida, si no más larga, seguramente más tranquila, y te habría dejado el Estado, aunque menor, sin duda más seguro y m is fírme.» (Me parece oportuno señalar que tanto en la edición Italia de las obras de Mauuiavelo (18 15) como en La opere di N ieeoli M aebiúvtlli%i» cd., !;lorcncia«Roma, 1874, el pasaje citado figura como un solo periodo, al paso que en Tat/e le opere stohtbe e letterarie di ÑU coló Macbitivelli, ed. G . Mazzoni y M. Casella, Florencia, 19x9, y en las ediciones más recientes de A. Pancha, I, Milán, 19)8 («I classici Rizzoli») y de F. Flora y C Cordié, I, Milán, 1949 («I classici Mondadori»), después de «menos envidia» hay punto y seguido. Con todo, creo que la nueva puntuación no altera el sentido, ni la continuidad, ni la armonía del párrafo; el pasaje conserva por entero su aire de solemnidad y reserva también con la nueva puntuación.)
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Maquiavelo vuelve al pasado, pierde su vigor de creación y asume contornos de capacidad interpretativa: así son las Storie fiorentine. Pero, comoquiera que en la visión de aquel turbulento pasado suele debilitarse la verdadera fuerza de Nicolás, su imaginación, y dado que su sagacidad analítica y su virtud lógica, debiendo estar contenidas en sí mismas, no alcanzan siempre la finura ni la estupenda claridad verificadora de la reconstrucción de Guicciardini, en lugar del incisivo y tenso discurrir de E i príncipe encontramos a menudo la perfecta organicidad del párrafo, la continuidad de las frases, la discreción de la palabra, pulida y precisa, pero falta, la mayoría de las veces, esa capacidad de forzar palabra y construcción en la rápida concreción de la idea que encontramos en E l principe. Maquiavelo no aparece por entero únicamente en su evocación de la historia italiana.
A ce rca de « E l prín cipe» de N ico lá s M aquiavelo (>9 ^5)
Publicado en Nuova R ivista Stonca, IX (192]), pp. 55-71, 189-216 y 4 ) 7-475; divulgado como extracto por la Societa Editrice Dante Alighieri, Milán-Roma-Nápoles, 1926. Traducido al inglés, con algunas modificacio nes, bajo el titulo de «Tbe Prince: myth and reality», en Machiavelli and tbe R enai¡sanee, Londres, 1958, pp. 50-125.
I.
LA GENESIS DE «EL PRINCIPE»
En los primeros meses de 15 13 , Maquiavelo, aún dolorido por el breve encarcelamiento sufrido >, se había retirado a su villa, cerca de San Casciano, pequeña aldea situada en lo alto de un collado entre los valles de Greve y Pesa. En la quietud solitaria del lugar se mitigaba paulatinamente el sentido pasional de la vida que había turbado sus últimos días de actividad pública, y su pensamiento, desnudándose de toda participación sentimental, adquiría más claros relieves, conteniendo la nota humana en sus límites precisos. Florencia estaba ya lejos, recortada con sus torres sobre el velado fondo del ciclo, y a Nicolás le era dado por fin el poder contemplar, con la serenidad del crítico, la obra suya y la ajena, vividas antes momento a momento, con la inmediatez del hombre de gobierno. Verdad es que, al principio, había tratado de evitar cualquier preocupación que le devolviese, siquiera de lejos, a aquel mundo del que no le quedaban felices recuerdos2; pero, toda vez que la naturaleza no le habia concedido el talante del mercader en lanas, ni experiencia suficiente como para meditar sobre las ganancias y pérdidas de un banco, sólo le quedaba, bien apagarse en el silencio, bien reflexionar acerca del Estado, creándose aquellos «castillejos» 3 a que lo habían acostumbrado largos años de difícil actividad. Apagarse en el silencio era algo que Maquiavelo no podía, y, por tanto, empezó a meditar sobre los hechos políticos. Nacen de tal suerte los primeros fragmentos de los Discorsi *. Al*1 1 P. V illa *): N iaaiá M atbiartU i t im ai ríta p i, -Milán. 19 11- 19 14 . II. p. 1 1 1 ; O. T ommasini: L a rita t t f t u ritti i ¡ N ú n ii M acbiartU i, Rom *. 1 1 1 5 - 1 9 1 1 . I*. P P -*o y ss. 1 L t/ltrt J,im ilia ri (ed. Alvisi d i.), C X X V III. U t obra* de Maquiavelo están citad » con arreglo * I* edición Itiii* de 1 I 1 5 ; sólo para E l fr itr íp t me he atenido a la edición cuidada por mi (Turin, 1914). (Como ya se ha dicho en la Nota de la edición italiana de este volumen, I » a ta s a la obra de Maquiavelo, con la única excepción de E l principa, han sido igualadas a aquéllas de las más recientes y cuidadas ediciones. N E //.] [Para comodidad del lector en la consulta de las a ta s de las Istark fia rttrím , he añadido a la indicación de los respectivos libros la de los capítulos, en numeración de la edición critica de las obras de P. Carli (a vols.. Florencia, 1927). Por otra pane, y al objeto de estar de acuerdo con la costumbre actual, he modificado el primitivo titulo de Rrtra tti Itih « sr é ¡ F ra tría como R ilratta
£ ttst £ Fratría.) 1 Lrltara /a m ilia ri cit., C X X . * Respecto a la composición de los D itetrm , «f. P. V i l l a r i : ap. t il., II,p p . 1 7 1 y ss.; 0 . T o m m a sin i : ap. t il., II. pp. S9, 144 y ss. Puede considerarse cieno que. cuando Maquiavelo se
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espanto y la desesperación que le hacen insufrible la existencia cotidiana, Nicolás los transmuta, en medio de la recreación espiri tual, en exaltación del pasado y en recurso muy vivaz de una virtud política que, luego, nadie habría de poder resucitar. Y las enfadosas jornadas transcurridas entre poetas de amor y el alboroto de los carreteros, los gritos de los jugadores de tric-trac y las reyertas de los leñadores, concluyen frecuentadas súbitamente por multitud de figuras de otros tiempos; la habitación en que el desterrado se viste con hábitos curiales se abre hacia unos horizontes nunca entrevistos *. No por mero deleite humanístico el pensamiento se concentraba en la evocación de Roma 6. Lo que a Maquiavelo le quedaba por aquellos días como único motivo de consuelo — la fe apasionada en el Estado fuerte y sano, impregnado de vivas energías y sostenido con el valor del pueblo— , y que se agudizaba en el reciente desengaño, de suerte que la creencia sincera había de contraponer su
abocó a escribir Etprincipe, estaba en gran parte concluido el primer libro de los Discursos* y quizá estuviesen ya escritos otros pasajes posteriormente incluidos en los libros siguientes, sienao que, por su contenido, más bien corresponden al primero. F.n el cap. II de E l principe figura un reconocimiento expreso det trabajo efectuado hasta esc momento: «Dejaré de lado la reflexión sobre las repúblicas, porque en otra oportunidad lo hice largamente.» El que los Discnrsos no estén ordenados con arreglo a un criterio lógico y preciso (O. T ommasini: op. cit., pp, 146*147), es algo que surge con total evidencia de los diversos pasajes extraídos de capítulos cercanos; asi, por ejemplo, casi todo el cap. X X III del libro I estaría mucho mejor situado en el libro III, junto a los caps. X , X I y XU . Además, el ejemplo de Francisco I demuestra que ese pasaje fue escrito después de 15 15 y, por tanto, uue los primeros fragmentos de los Discursos fueron también reanudados y terminados. (F.n los últimos años, varios estudiosos han vuelto a abordar, encarándolo con criterios nuevos, el problema de la composición de los Discursos. Siempre se había aceptado, hasta ahora, que las lineas que inician el segundo capitulo de E l principe («Dejaré de lado la reflexión sobre las repúblicas, porque en otra oportunidad lo hice largamente») eran una referencia a los Discursos. Sin embargo, I7. G ilbe rt («The Compositinn and Structure o f Machiavelli's Discorsh, en Journal o f tbe liistory o f ideas, X IV , 195 j), propone la hipótesis de que esta mención no se refiera a ellos, sino al manuscrito, después peraido, de una obra sobre las «repúblicas» que Maquiavelo habría utilizado para tos primeros dieciocho capítulos del libro 1 de los Discursos. Hsa obra, prosigue Gilbert. es. esencialmente, un comentario sobre Tito Livio, que Maquiavelo empezó en 15 15 , cuando comenzó a frecuentar las Orti Orícellari, y que fue completado, en su estructura actual, en 1917* Posteriormente, J . II. Huemul («Seyssel, Machiavcllt and Polybius V I: The Mystery o f the Missing Translation», en Sindies m tbe Renaissance, III, 19)6), tomando como punto de partida el cap. II del libro I de los Discursos, que evidencia la influencia de Polibio, ha subrayado que Maquiavelo no sabía griego y no habría podido tener conocimiento del libro VI de las Historias de ese autor, en traducción de Janus Lascaris, antes de i j i j . Últimamente, H ans B arón («Té* Principe and the Puzzle o f the Discorsht, en Bibliotbiqm etHnmanisme et R enaissance, X V III, 19)6) afirma que las lineas del comienzo del segundo capítulo de E t principe fueron añadidas después de la composición de la obra completa, quizá en 1916 , cuando Maquiavelo la dedicó a Lorenzo de Médicis. Según Barun, los Dsscnrsos fueron compuestos entre 1515 y 1 11 6 . De tal manera, la relación entre la composición de E t principe y la de los Discursos serla exactamente al revés. Con todo, y a pesar de las ingeniosas argumentaciones, y a menudo sutilísimas, que se han formulado, sigo siendo de la opinión de que las primeras líneas del segundo capitulo de fc7 principe constituyen una referencia precisa a los Discursos, que no son una interpolación posterior y que, en consecuencia, cuando Maquiavelo empezó a trabajar en E l principe, había escrito ya, por lo menos, una pane del primer libro de los Discursos.] J Carta a Francesco Vettori, del to de diciembre de 1919. 4 Cf. R. F ester : Macbiavetii, Stuttgart, 1900, p. 199.
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firmeza teórica a la brutal lección de las cosas, no podía encontrar expresión concreta sino en la remisión a otros tiempos. Una sola mirada a Florencia, lejana entre las brumas del ocaso, bastaba para la respuesta amarga: la salvación, siquiera la más parecida a una esperanza que a una segura convicción, no estaba en ese país. Como tampoco lo estaba en la historia de Italia. Porque si la vida comunal no siempre se le presentaba al pensador cabalmente y en su desenvolvimiento íntimo, no obstante él alcanzaba a avizorar su debilidad última, la nulidad de los resultados políticos, y percibía, asimismo, la disgregación ético-social de su tiempo 7; y la única fase de la historia humana en la cual podía encontrarse ese fluir de vida interior, amplia en cuanto a elementos y ritmo, en la que el Estado encontraba su grandeza, era el momento de la Roma republicana. Aquí, la diferencia entre las clases, entre patriciado y pueblo, igualmente activos y capaces, había determinado la existencia, constantemente vivida y gloriosa, del organismo estatal, es decir, una existencia como la que el antiguo secretario de los Diez había podido ilusionarse en aplicar a su ciudad; aquí sólo podía revivir, en forma de recuerdos, aquella voluntad de renovación a la que las condiciones de los tiempos habían quitado toda posibilidad de esperanza. Tito bivio le había dejado sus Décadas para acoger, al margen, las primeras y embrionarias anotaciones, soberbio elogio de la vida política tal cual surge en una sociedad no corrompida, esto es, floreciente de energías colectivas, cuyo libre manifestarse lleva consigo la evolución y el progreso de los ordenamientos estatales. Pero he aquí que, en medio de tal reconstrucción, Maquiavelo se detiene, y otra imagen se abre paso para recibir lineamentos precisos de esa meditación solitaria: entre julio de 1 515 8 y los*
* Véase, por ejemplo, cómo juzga a Florencia: «La ciudad de Florencia (...) ha ido arreglándoselas durante doscientos años (...) sin haber tenido nunca un Estado por el cual se la pueda verdaderamente llamar República» (D iu n rw t 1, X L IX y también X X X V U I), o a los demás estados italianos: «Por tanto, digo que ningún accidente (...) podrá jamás convertir a Milán o a Nápoles en libres, por estar estos miembros totalmente corrompidos», 1, X V III. En Ñapóles, la tierra de Roma, Romana y Ixrnibardia nunca ha existido «vida política alguna», 1. X I.V . Sobre Italia en general: «Ni os fiéis en absoluto de esos ejércitos que vos decís que en Italia podrían un día dar algunos frutos, porque eso es imposible», L turre fam t/iari, C X X X IV (del z6 de agosto de i j 1 0 : )’ en la misma carta: «Nosotros los de Italia, pobres, ambiciosos y viles (...)» Como también: «En cuanto a la unión de los demás italianos, me hacéis reír; primero, porque nunca se ha efectuado ninguna unión que le hiciera bien a nadie (...)»(carta del to de agosto de 1 51 C X X X I). * Respecto a que fuera éste el probable periodo de comienzo de! trabajo, cf. G . Lisio: en Introducción a la edición académica de Biprím eipt, Florencia, 19ZI, pp. xvi-xvii.
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primeros meses de 1514 9 surge el tratado De príncipatibus, 1/ Príncipe a que nos referimos, casi en su fisonomía definitiva I0. La fragmentaria reconstrucción del mundo romano se trueca en orgánico, ágil y vivaz retorno a la vida presente, en cuyo fondo se perfila la figura dura y fina del príncipe nuevo. El trabajo calmo, todavía disperso en sus detalles, se convierte en una inmediata * Que el trabajo de aumento y pulimento de que habla Maquiavclo, en la famosa cana del 10 de diciembre de i j i j , no estaba terminado todavía en enero de IJ14 , lo demuestran las palabras de Vettnri: «lie visto los capítulos de vuestra obra, y me agradan sobremanera; pero, mientras no lo teopa todo, no quiero emitir juicio definitivo» (del 18 de enero de t j 14, en P. V illa »!: op. eit., 11, p. i ¿7), [Véase, sin embargo, el agregado de la nota siguiente.) 10 Efectivamente, no coincido con O. T ommasini, quien considera que el tratado De principatihsu, mencionado en la cana a Vettori, no era sino un esbozo al que siguió en i j i j la redacción definitiva (op. eit., II, pp. 87, 89, 10;). Las razones que aduce en contra de G . Listo («lntomo alia nuova edizione de 7/ Principe di N . Machiavelli», en Rendieonti ddtAccademia Nocional/ dei Linee/, 1900, pp. j 2 a-3 z 3) no son muy convincentes y chocan contra unos argumentos históricos demasiado poderosos como para ser dejados de lado sin m is ni mis (argumentos en los cuales, precisamente, se basaba IJsio para el Prefacio de su edición critica de 7/ Principe realizada en Florencia en 1899, pp. Ixii-lxiv). Pero es que no solamente falún referencias relativas a los acontecimientos del verano de 15 13 , época en la cual debiera haberse realizado la segunda redacción, sino que existen alusiones precisas que no podrían concebirse si Maquiavclo hubiese reanudado su trabajo después de tos primeros meses de ese año. La mención del cap. X I («(...) y ahora hace temblar a un rey de Francia y ha podido echarlo de Italia») no puede explicarse como no sea debido a las condiciones del verano-otoño de 1 j 1 j , las cuales, efectivamente, obligaron después a Luis X II al acuerdo con el Papa, precisamente en diciembre, y nunca con la situación de i j i j , en que Francisco 1 entró en la lucha. Igualmente, las menciones del cap. X III («error crac (...) como efectivamente se ve ahora, es motivo de los peligros de aquel reino» y «de ahí que los franceses no basten contra los suizos») no pueden determinarse sino en función de la situación creada después de la batalla de Novara y estarían fuera de lugar en 13 13 . También la referencia del cap. X X I acerca de Femando el Católico (náitimaneemente ha asaltado Francia») nos hace quedamos en i j i j , y no se justificaría en 13 15 . Finalmente, ¿cómo podía Maquiavclo, en ese último año, hablar de Luis X II como de un rey de Francia presente (cap. X V I), siendo que habla muerto en enero? Téngase en cuenta que no se trata de hechos ni de hombres de importancia secundaria, de los que Maquiavelo hubiese podido trascordarse, sino precisamente de unos acontecimientos de los que su atención estaba constantemente pendiente. Por tanto, sin duda habría modificado, si no el pensamiento, por lo menos su expresión, si en verdad hubiese redactado su obra por segunda vez. Y puesto que dedicó U Principe a un Médicis, ¿cómo habría podido decir «se esperen,, hablando de León X , al cabo de dos años de pontificado en los cuales no había destacado sólo por bondad, sino también por sus continuas intrigas políticas? En i j i j , la expresión, evidentemente, habría sido distinta, y me parece <|uc ésta habría sido una corrección bastante importante para un Maquiavelo vejado por una pésima suerte y deseoso de volver a entrar en servicio. Precisamente por estos motivos históricos no creo que se pueda hablar de un esbozo y una segunda redacción. Que hayan podido hacerse pequeños retoques aquí y allá, pero sin un criterio preciso de reordenamiento general, es otra cuestión. Y me apresuro a recordar a este respecto un pasaje que puede dar lugar a discusión: «Francesco Sforza, para poder armarse, de privado pasó a ser duque de Milán, y los hijos, para evitar los sinsabores de las armas, de duques pasaron a rivados» (cap. X IV ), y estos hijos (léase sucesores) no pueden ser más auc Ludovico el Moro y lassimiliano Sforza, quien perdió su F-stado de resultas de la batalla de Marignano (13-14 de septiembre de 1 j 11). lista mención nos conduciría, pues, a finales de 19 13, a menos que se pretenda entender «hijos» como una mera generalización estilística, limitando con ello la mención, en su realidad histórica, al Moro. Pero ella me parece tan precisa y tan insistente en la nota fundamental, «para evitar los sinsabores de las armas», como no podría serlo tanto si los hijos, todos ellos, no hubiesen dado pruebas efectivas de cobardía durante un gobierno determinado, tan clara en la afirmación final, donde se habla de duques, es decir, de principes ya reconocidos en el trono, que me induce a aceptar, preferentemente, la primera interpretación. Tampoco cabe asombrarse de semejante añadido, aunque esté aislado, si se piensa que está inserto justamente en los capítulos centrales de E i príncipe, y viene a reforzar el pensamiento predominante de Maquiavelo, la necesidad de las armas propias, y a confiar, además, con el vaior de la realidad
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improvisación de pensamientos y notas, que dan forma visible a una concepción aparentemente opuesta a la que animaba a los fragmen tos dejados de lado. Ahora bien, este paso de un razonamiento al otro no fue una contradicción, sino más bien el resultado definitivo de un esfuerzo espiritual lento y continuado, cuyas primeras expresiones se aprecian ya en los bosquejos de los Discursos. Porque no es difícil observar, en el libro i de ellos, una incertidumbre que, inexistente en los primeros capítulos, donde todo habla de la gloria de un pueblo fuerte, se va haciendo paulatinamente más visible, y se ilumina en consideraciones de otra índole: pasajes enteros en los que aparece, por primera vez, la virtud individual, reflejada en máximas, detalles y hechos menudos, opues hisiórica cercana, los consejos que el escritor formula al principe acerca
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tos a los primeros, que tienen la amplitud y el relieve de la vida colectiva, evidenciándose un nuevo análisis humano. En efecto, el solitario pensador no podía alejarse mucho tiempo de la realidad de la época, que volvía a presentársele sin velos de retórica y sin ocultaciones prácticas en su debilidad incurable; en su misma ansia de refugiarse en el pasado para recibir nuevo vigor vital, era forzoso que calase en la dolorosa experiencia actual, que empezaba a contener la capacidad creadora dentro de límites más estrechos, asi como el mundo antiguo debía irse retirando paulati namente frente al mundo moderno, apremiante desde el diálogo ininterrumpido con el amigo Vettori, y en el que resonaba con siempre mayor fuerza la conmoción italiana del momento. A ello se debe que en esas mismas notas a Tito IJvio se insinúen unos preceptos en los que no se trata ya de un Estado sano, sino de un organismo corrompido; los ejemplos clásicos dejan lugar a hombres y acontecimientos de la historia contemporánea " ; la vida política queda limitada a la virtud individual y, por momentos, la exaltación de Roma se ve frenada por la amargura del pensamiento que, por debajo de la grandeza antigua, entrevé la miseria en medio de la cual se forma 112. Así, pues, maduraba concepciones nuevas; un mundo aún no analizado se iba construyendo, aunque incierto en su disposición y en su perfil l3, y sólo permanecía en la sombra debido a la que, en 11 Por ejemplo, el cap. X X V U , que vive en las figuras de Ju lio II y Giampaolo Baglioni. 12 ¡Que doloroso sentido de desconfianza en aquel breve trozo que remite de la Roma antigua a la Italia del momento! «Pero cuando, por negligencia o por falta de prudencia (los principes] permanecen en sus casas ociosos y envían a un capitán a la guerra, no tengo yo más precepto que darles que el que ellos mismos saben» {Discursos, I, X X X ). 12 Un el cap. X IX del libro I de tos Discursos: «De esto tomen ejemplo todos los príncipes que tengan Ksrado, pues quien se asemeje a Numa lo conservará o no, según las vueltas de sus tiempos o su fortuna; mas quien se parezca a Rómulo y, como ¿I, se arme de prudencia y armas, lo mantendrá de cualquier manera, siempre que no le sea quitado por una obstinada y excesiva fuerza», se tiene una primera alusión directa a los príncipes, que se desarrollará en los capítulos X IV , X X I y X X IV del tratado a que nos referimos. Asi también, «y cuando un pueblo es llevado a cometer este error, el de otorgar reputación a uno porque derrota a aquellos a quienes odia, si ese uno es inteligente, ocurrirá siempre que se convierta en tirano de esa ciudad. Porque procurará, junto con el favor del pueblo, terminar con la nobleza (...)» {ibid., I, X L ), donde parece casi que se anticipara un preludio del cap. IX de E l principe, anunciado también en el cap. X V I de los Discursor. «(...) pues quien tiene por enemigos a pocos, fácilmente y sin mucho escándalo se asegura; pero quien tiene por enemigo a lo universal, no se asegura jamás (...). De suerte que el mejor remedio consiste en procurar hacerse amigo al pueblo (...). Queriendo, pues, un principe ganarse a un pueblo (...)»; el ejemplo, aquí aducido, del rey de Francia, volverá a aparecer en e / principe, cap. X IX , con igual propósito. Y Maquiavelo mismo adviene este cambio de su pensamiento: «Y aunque este razonamiento sea distinto del arriba expuesto, como se habla aquí de unprincipe j a llí de una República (...)» {ibid., X V I). Se trata, en resumen, de elementos dispersos, sofocados aún por la voz viva del pueblo y por las luchas entre partidos, que pronto se tornarán a su vez motivo inspirador de una nueva teorización en formación: «De todo lo arriba expuesto nace la dificultad o imposibilidad, que se encuentra en las ciudades corrompidas, de mantener en ellas una República o volverla a crear» {Discursos, I, X V III). F.l que Maquiavelo retome de la
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definitiva, era necesidad humana, para Nicolás, de salvarse del espanto merced a la memoria de una gloria pasada. Si, por cualquier motivo, hubiese sobrevenido una convulsión psicológica, el pensa miento nuevo, todavía fragmentario, se habría reducido a una forma precisa y definida, interrumpiendo sin duda la operación comenzada con anterioridad. Y la convulsión tuvo lugar. El perfilarse en el horizonte más grandiosas, aunque inciertas, combinaciones políticas cuya alma debía residir en la actividad de los Médicis H, y la posibilidad para nuestro desterrado de retornar a la vida activa y a las preocupaciones propias del gobierno 4 IS, 1 que agudizaba esa su necesidad insistente y contemplación de Roma a la sociedad corrompida de su tiempo; el que su experiencia e imaginación, tras haberse formado y desarrollado en la civilización antigua, vuelva a sumergirse en la vida presente por motivos prácticos y sentimentales: he ahí E ltrin cip e. 14 N o coincido, sin embargo, con P. V il l a k i (op. til., II, pp. 566 y ss.). a quien otros han seguido después, cuando pretende identificar la causa práctica de E l principe con el codiciado dominio personal de los Mediéis sobre Parma, Piacenza, Módena y Rcggio. En primer lugar, la ambición de Giuliano y de Lorenzo era menos concreta y seguía perdiéndose, en los momentos en que E l principe fue escrito, en lo vago e indeterminado. Ora se deseaba convertir a Giuliano en rey de Ñipóles, esperando para Lorenzo nada menos que todo el ducado de Milán, ora se pensaba, más modestamente, en alianzas matrimoniales, en Piombino y en Siena (O. T o m m a sin i , tp. i7/., II, p. 76 y ss. Cf. I . vo n P a sto r : Gescbicbte Jee Pipete, IV , I, p. 14 y ss.). El propio Giuliano, de fantasía desenfrenada y sumamente voluble, era tan variable en sus propósitos que el objeto de sus deseos no podía ser determinado con seguridad. El que luego le ó n X . desde julio de 1 $ 1 ) , pudiera concebir la creación de un Estado para sus sobrinos, c n la alta Italia, sobre la base de Parma y Piacenza, o de Módena y Rcggio (A. I.nzto: «Isabetla d’ Estc nei primordi del papato di Leone X», en Archer¡o Síorico lombardo, 1906, p. m y ss.), no quiere decir que Maquiavelo lo supiera como para decidirse a escribir precisamente con ese fin. La primera vez que se muestra enterado de tales designios es el j 1 de enero de 15 15 (Le/lert fam iliar) cit., C I.IX ), y los términos en los cuales se expresa demuestran que no sabia con anterioridad la noticia, conocida «por rumores». En toda la correspondencia con Vettori, durante estos años, no existe ningún otro rastro de asunto semejante, lo cual no habría sin duda ocurrido si ambos amigos hubiesen tenido una base segura de discusión. Nótese que Vettori, refiriéndose el 12 de julio de t i l ) , a la avidez nepotista del Papa (Lr//rr« fam iliar! cit., C X X V 1I), quien pensaba crear «de cualquier manera» unos estadt» para los dos sobrinos, poco satisfechos con Florencia, no hace ninguna precisión. «No quiero entrar a considerar qué Estado pretende, porque en esto cambiará de opinión, según la ocasión», e incluso considera la acción de latón X hacia Parma y Piacenza inspirada por el deseo de «mantener a la Iglesia en sus estados y preeminencias». Apenas se alude en general a la posibilidad de que la Iglesia pueda ser menoscabada en favor de los Médicis, pero sin que esta duda llegue a concretarse en lo más minimo respecto a Parma y Piacenza. Siempre se está en lo indeterminado. En conclusión, serla yo más propenso a no procurar identificar demasiado las causas prácticas; basta el no pequeño fermento de las almas, que provoca de por si continuas sacudidas, y bastan las ambiciones, aún no muy definidas, de los dos príncipes Médicis, junto a la presencia de un Papa «joven, rico y razonablemente deseoso de gloria (...) con hermanos y sobrinos sin Estado» (Lellere fam iliar), C X X 1V) para crear el motivo ocasional. Acerca de la finalidad práctica de E l principe, cf. ahora F. M e in ec k e : «Einführung», p p .; 1 y ss. 15 Pero exagera J . D uzrkton , quien, toda vez que sólo ve en E l principe un motivo utilitario semejante, d¡ce:«... il se fait alors professeur tf ingénito. Enseignc au maitre le moyen d’étre plus súrcmcnt le maitre, trahit ses compagnons, sa classe —exactcmcnt sa dasse d'humble fonettonnaire mal payé— , bref, redemande á crever de faim avec honorabilité et déccnce» ([Maquiavelo] se hace entonces profesor ctinganno [de engaños]. Enseña al amo el medio de ser con mayor seguridad el amo, traiciona a sus compañeros y a su dase -—dicho con precisión, su clase de humilde funcionario mal pagado— , en resumen, solicita reventar de hambre con honorabilidad y decencia.) (L a dicgrice de Ñ . AL, París, 1 9 1 J, p. 190). ¡Es evidente que en E l principe hay algo más que la mera petición de un funcionario dispuesto i crerer de faim\
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natural de elevar la voz para mostrar los caminos de la fortuna política a los posibles dominadores, todo eso, fundido en un único estímulo en el cual ya no se distingue el momento puramente utilitario del sentimental, el motivo ocasional del que es connatural al ánimo del escritor, hizo que los pensamientos aislados se precisa ran, se congregaran en torno a una directriz fundamental y se dispusieran en orden. En pocos meses, el tratado, pequeño de tamaño, queda terminado. Un interés práctico e inmediato había podido, por fin, reducir a conjunto orgánico aquellos «castillejos» que, de no ser así, habrían continuado, tal vez por mucho tiempo, como simples fragmentos diseminados en una obra más vasta ,6. A la República la sucedía el principado; al pueblo, capaz de dictar su voluntad e imprimir su huella en el Estado, el hombre solo, con su energía individual y los recursos de su habilidad; a la consideración, velada de nostálgica recordación, de la gloria pasada, la perspectiva teórica de la fortuna política de Italia14
14 P. V illa r i 'op. «/., II, pp. ¡66 y si.) ha destacado adecuadamente esta génesis espiritual de E l principe, advirtiendo, asimismo, las interferencias con los D itcnnai (ibid., pp. >71 y jó j) , pero luego exagera al afirmar que, si E l principe se hubiese perdido, habríamos podido reconstruirlo por completo (cf., asimismo, R. P e st e s , ep. cíe., p. 154). Aunque Maquiavclo no se contradijera a si mismo al transitar de los D ictaren a E l principe, ello no quiere decir que su pensamiento no se desarrollara de manera distinta en una y otra obra: los detalles comunes no deben hacer olvidar que la disposición general es diferente, y en no pequeña medida. Por otra parte, existe la tendencia, en la critica m is reciente, y de parte de los m is valiosos eruditos (E . W. M a y e s , P. E s c o l e , P. M e in e c k e , etc.), a ver en ambas obras el fondo común, la rirtnd, que se ordena de maneras diversas en tom o de la materia del asunto, de suerte que el esqueleto seria siempre idéntico. Concepción que sustituye, en cierto modo con justicia, a la muy manida antinomia E l principe-Pitearme, malamente interpretada en el pasado. Sólo que ella asume a veces un carácter demasiado abstracto y rígido. Bien se halle la 1-irtni individual, asimismo, en la base de la República; bien sea ella la necesaria sustentación de toda energía; divídasela en un primero y un segundo grados; resulta que, en el primer caso, la fuerza de la vida colectiva, la virtad de los miembros, la contiene en si, mientras que, en el otro, se mantiene con total rigidez el carácter individual. Y dado que Maquiavelo no era un teórico abstracto que desarrollara, ya en un sentido, ya en otro, un concepto elaborado totalmente desde el principio, sino un político y un hombre apasionado que desarrollaba sus ideas y las determinaba en estrechísima relación con las actividades, las esperanzas y las finalidades prácticas de los distintos momentos, queda por ver qué distinto contenido debe necesariamente encontrarse en un criterio aparentemente idéntico, cual es el de la rirtnd, en relación con la vida íntima del escritor, o si pierde su carácter individual y revive en la masa, o constituye, en cambio, en su manifestación personal, el único punto de referencia. Ahora bien, es innegable una orientación distinta de la vida intima y, por tanto, del pensamiento de Maquiavelo en las dos obras. L o cual no significa que el autor de los D iscartn sea un demócrata en el sentido moderno, toda vez que observa el fluir de la vida colectiva no tanto desde la perspectiva de los distintos grupos y en su interés particular cuanto desde la general del Estada, esto es, del gobierno (esta observación, muy aguda, es de P. M e in e c k e : Die Idee der Staatsrdmn, Munich-Berlln, 1914, p. 40): y más bien en esto reside la verdadera y profunda continuidad del pensamiento de Maquiavelo. Simplemente, la vida política asume, en las notas a Tito Livio, una riqueza de elementos y una fuerza desconocidas para E l principe, que, en definitiva, llegan a sobrepasar el propio concepto esquemático de rirtnd, el cual, en cambio, cobra pleno relieve en el tratado más breve.
II.
L A « E X P E R IE N C IA LA
D E L A S C O SA S» Q U E O F R E C IA
H IS T O R IA D E IT A L IA
L os señores y los estados regionales En verdad, el príncipe era la creación suprema a que había arribado la historia italiana 17. No porque de pronto el dominador hubiese obtenido la plenitudo potestatis. Éste había sido el epílogo; pero antes, y aun durante gran parte del siglo xtv, un largo y continuado trabajo había dejado su impronta en la vida de los gobiernos de los señores, convulsionados frecuentemente por ásperas disputas — si bien no manifestadas en el entrechocar de armas— cuyo . fondo estaba determinado por la resistencia de los antiguos grupos dirigentes, entregados a la defensa de los últimos restos de su señorío. Al principio meros caudillos de partido, a quienes los hombres de su facción confiaban la dictadura para salvarse a sí mismos, los señores se mostraron pronto como los salvadores de aquella burguesía ciudadana obligada a renunciar a su pleno predominio a causa de las acuciantes presiones de las clases inferiores, de la necesidad de encontrar remedio a la guerra civil y los trastornos financieros, de la exigencia de asegurar vida y propiedad, amenazada esta última especialmente en la comarca, día a día devastada por uno que otro proscrito; forzada, pues, a pedir la intervención definitiva en la vida pública de unos hombres a quienes a veces fortalecía el poderío económico, a veces el favor de las plebes rurales o urbanas, otras más los feudos y las armas, y hasta todos estos motivos juntos, había procurado, no obstante, salvar en cuanto le había sido posible su prístina autoridad ,s. De ahí derivaba aquel característico apego a las viejas ¡nstitucio-1
11 Se hace referencia aquí, esencialmente, al desarrollo histórico de la Italia septentrional, es decir, de la tierra en la que más claramente se habla concebido E l prñicipt. " Véase, a titulo de ejemplo, la rendición de Asti a Luchino Visconti, en 1)4», con las cláusulas en favor de la Comuna y de los ciudadanos, esto es, de los antiguos dominadores (F. Cocnasso , «Note e documcnti sulla fbrmazionc delto Stato visconteo». en aaUttim M U S tc ü li P attu d i S ttru Patria, X X III. fase. 1-4, p . i i t y ss. del estrado). Acerca de los gobiernos señoriles, es notable el ensayo, ágil y amplio, de A. A N Z tu rm , «Per la storia delle signorie c del diricio pubblico italiano ncl Rinascimcnto», en Stadi Starici, X X II (19 14), pp. 77-106.
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nes municipales, que, aunque reducidas a mera forma 19, seguían casi significando el contraste de los espíritus, fluctuantes entre las veleidades de gobierno, el deseo de orden y paz, y el simple rechazo, que a veces se acrecentaba hasta generar oposición, hacia el dictador que se permitía comprimir la libertad ciudadana20, apelar a los bandidos, intentar la pacificación de las partes, abrir los Consejos ciudadanos a los hombres de la comarca 21 y reordenar las tasas y los impuestos 22 con arreglo a los dictámenes lógicos de la razón de Estado que le era propia. Apenas los que habían regido la Comuna advertían la gravedad de su renuncia y veían caer poco a poco los últimos baluartes de su pasado predominio, intentaban volver a la ofensiva — por los medios en que ello era posible— insidiando tenazmente, aunque sin suerte, a ese gobierno que empero se habían creado: de aquí derivó un desarrollo histórico pleno de aparentes contradicciones, como aquella por la cual los primeros fautores del señor se convertían, al cabo de poco tiempo, en sus enemigos, y los antiguos adversarios, desterrados hasta el día anterior, se constituían en guardia personal de quien, quizá en una lejana ocasión, los había desperdigado por los campos. Coloreaban variadamente semejante contraste motivos sentimentales y religiosos, de modo que a veces, para defender a la fatigada sociedad comunal, surgía el hombre de Iglesia tal contradicción se agudizaba en determinados momentos por las particulares condiciones externas que determinaban un recrudeci miento de la presión tributaria, así como una mayor severidad policial por parte del señor en perjuicio de sus poco subyugados súbditos; y era prolongada finalmente, en algunos lugares, por la '* Cf. F. E kco lp , «Comuni c Signori del Véneto», en Naara A rtbiria Veruto, n. i., X IX (19 10), pp. 255-558. y más recientemente P. T o re lli . C.aprtaaata t í papal» r V irariota Impértale eame elemeali eailitatiri eklla tim aría baaacalsiaaa, Mantua. 1 9 1) , donde aparece muy bien delineado el desarrollo constitucional de la Señoría. *> Para la mala disposición de los boloñeses hacia los Visconti. y su complacencia, en cambio, ante Giovanni da O lcggio, que se muestra más respetuoso de los derechos de la Comuna, cf. L. S ig h in o lfi , L a Sipaaria d i Ciataaai da Okppa ¡a Balapna, Bolonia, 190;,, pp. 44 y ss. 21 C f , para la oposición a los Camincsi a causa de esto, G . B . P lc o r n , / Camiaesi t la tara Sifnaria ¡a Trerita dar n l f a l t ) t i, Liorna, 19 0], pp. 2 15 - 114 y 5 11- 5 15 . E l recurrir a los bandidos es una de las características de los gobiernos señoriles; es, por ejemplo, uno de los actos de gobierno de A lio n e Visconti: «(...) ob cujus meritum possidet Paradisum» (G alvano F lamua , Opatcalam de rehas pfttis ah A yaat, Cachina el Jahaaat Vicecamitihas, Rentar ¡taliearam Scriplartt, X II, 1040). 22 Para la oposición de los maiaret de Pavía contra las disposiciones financieras de Filippo María Visconti, cf. P. C ia p e sso n i , «Per la storia delta economía e delta finanaa pubblica pavesi sotto Filippo María Visconti», en Balleliaa delta Satieli Párese di Slaria Patria, V I (1906), pp. 19 1 y iii- iii. 21 A si, por ejemplo, fray Giacomo Bussolari, a mediados del siglo xtv, en Pavia. Cf. G . R omano , «Delle relaiioni fra Pavia c Milano nclla formazione delta Signoria Viseóme»», en Arehiria Starica Lombarda, 189 1, pp. 579 y ss.
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debilidad del dictador, incapaz tanto de un acto de fuerza como de una inteligente negociación diplomática. Pero, paulatinamente, la oposición se debilitaba, se perdía en pequeñas escaramuzas y se reducía a las quejas y murmuraciones; la necesidad de un poder fuerte que mantuviera seguras las carreteras, tutelara las propiedades y abriera, con sus conquistas, canales más anchos para el comercio y nuevos centros de abastecimiento, era acuciante, y el señor, fortalecido por el apoyo de la plebe urbana, como también por el de las masas rurales a las cuales, en última instancia, concedía ayuda, y estándolo asimismo por las indecisiones y contradicciones de sus adversarios, acababa por ratificar definiti vamente su poder otorgándole, además, merced al vicariato impe rial, una base de derecho no sujeta ya exclusivamente a la voluntad de los ciudadanos. De tal suerte, hacia finales de siglo se creó el principado, también ya formalmente reconocido y sancionado por el sello imperial24, en el cual se afirmaba no sólo un nuevo principio de derecho público, sino, en cierto modo, el carácter regional, nada ciudadano, del dominio, y se reconocía al mismo tiempo la victoria del dictador interno y la conquista del condottiero. El señor urbano quedaba suplantado por el señor territorial 2S. Se trataba del legítimo reconocimiento de la obra desarrollada, a lo largo de varias generaciones, por los más hábiles y fuertes dominadores, que pronto habían apuntado sus intenciones hacia sueños expansionistas, requeridos, por un lado, por los intereses económicos de las propias ciudades subyugadas, pero deseosos asimismo de ventajas personales. Un dominio amplio significaba, para el señor, la posibilidad de anular virtualmente las distintas oposiciones urbanas, desarrollada cada una por su propia cuenta, carentes de nexos, animadas por mezquinos sentimientos localistas y, por tanto, destinadas a oponerse entre sí; en el ínterin, ellos — los señores— se situaban casi por encima de cada una de las ciudades que singularmente los elegían, por el hecho de ser también amos de las demás. Bérgamo y Pavía, además de acrecentar el poderío general de los Visconti y de satisfacer sus ambiciones, inmensas al igual que las de todos los jóvenes conductores de masas, servían, además, para*15 24 Acerca del significado histórico y jurídico del sistema principesco, cf. las agudas observa ciones de F. E r c o l e , «Impero e Papato nclla tradizione giuridica bolognese e neltfírirto pubblico italiano del Rinascimento (secoli X IV -X V )», en A tti t Mtmorie dalla Diputación* d i Storta Patria por t Em ilia t la Komagta%1 9 1 1 , p p. 164 y ss. 15 Muy acenadamente señala P. T o relli la tendencia de los señores a hacer reconocer por el emperador la territorialidad de sus respectivos domines (op. c i t p. 91)-
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reforzar su gobierno de Milán, y no sólo la voluntad de constituir un fuerte núcleo para aventar los peligros externos que determinaba la política señorial de conquista o de crecimiento pacífico. La vigorosa lozanía de la vida nacional era motivo para empujar a la expansión, aliándose con el interés personal de los dominantes. Se constituían, pues, más o menos rápidamente, algunos vastos dominios, especialmente en el valle del Po, en los cuales podía distinguirse el inicio del Kstado regional. La formación de una burocracia, a veces verdaderamente notable por su fuerte estructura; las reformas económicas, jurídicas y fiscales a que se abocaban todos los señores, con mayor o menor habilidad y mesura, inspirándose en criterios bastante generales, pero aptos para reordenar de verdad el conjunto del dominio; y el refluir cada vez más intenso de los poderes y las prerrogativas hacia las manos de la administración central, constituían, por cierto, los primeros pasos de una organiza ción política unitaria, que se fortalecía especialmente con la exten sión de las leyes de una ciudad a otra y con la promulgación de decretos, cada vez más abundantes, cuyas normas se aplicaban por todas partes, -formándose así, lentamente, un cuerpo de derecho común por encima de los distintos derechos municipales todavía imperantes en cada localidad. Además, en ese proceso de unificación se delineaba ya la supremacía de la ciudad en la cual tenía el señor su sede: ella, que veía cómo algunos de sus estatutos se extendían a zonas más pequeñas del dominio 26, iba convirtiéndose a ese paso en su capital, en el centro político-económico en torno al cual se aspiraba a agrupar la totalidad, con una intención absorbente y centralizadora, que al señor le era necesaria para constituir el bloque compacto, movido por una voluntad única, y capaz de resistir cualquier embate exterior.
L a escisión interna Sin embargo, tal movimiento, que, de haber dado resultado, habría conducido efectivamente al Kstado unitario en el sentido moderno, estaba destinado a fracasar en gran parte. No porque la M C f., p a n la Señora de las Visconti y h extensión de los estatutos milaneses de los mercaderes a las demás ciudades del dominio, l_ G a d o i , «Per la storia delta legislazionc e delle istituzioni mercantili lom bardo, en Arcbbr» S ltrin lom bardo, 189), pp. 290-191; A. I .Arres, «Dcgli amichi statuti di Milano che si credono perduti», en R ondiunti d ill'h lila to Lombardo di Síieir^t c L illt r i, X X IX (189Ó), p. 1064 y ss. y, en general, I. attes , II dirilto emuuladmarm m il1 alta lombardo, Milán, 1899, p. 7).
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aparente unificación no se hubiese alcanzado, merced a una adminis tración cada vez más igual y ordenada, sino porque, en el fondo, las cosas marchaban de otra manera. Las diferencias y las rivalidades económicas, aunque pudieran cesar en el exterior, donde la afinidad de intereses bancarios y comerciales, así como las particulares condiciones que se les habían creado a los lombardos de allende las montañas, frecuentemente en lucha con las poblaciones locales, habían dado lugar hacía tiempo a la unión de los mercaderes — la única unión italiana real y duradera de aquellos años 27— y seguían siendo muy acusadas en el interior de cada dominio, especialmente en el campo del comercio medio y de la industria artesanal, que pugnaban, en cada lugar, con la competencia de las ciudades vecinas, casi siempre dedicadas a manufacturas similares. Encontraban otra razón profunda en las constantes disputas por la posesión de la tierra, a la que parecía ligada la vida de cada comunidad, por ello enemiga de que el forastero llegara a ser propietario dentro de los confines de su jurisdicción, y seguían invalidando seriamente las intenciones de los señores, quienes, apuntando, como lo hacían, a la unificación y la nivelación, se encontraban todavía con otro elemento de desigual dad, los gentilhombres, es decir, el feudalismo, siempre fuerte en muchos lugares, sobre todo en las regiones montañosas de la península 28. Además, esa intención llegaba a ser desesperada a causa de la persistencia del espíritu ciudadano, tan fuertemente arraigado que se manifestaba ante la más mínima conmoción 29, un espíritu exclusivista, entretejido de elementos económicos y sentimentales, fundamentando en la oposición de los intereses artesanos, comercia27 F. S ch upfer , «J j i socictá milanese all época d d rísorgimento d d Comune», en Artbtpfo
Ciaridiea, V ! (1870), p. 146. “ Para la lucha de los señores contra los feudatarios» cf.» por ejemplo, N . G m m a ld i , L a ¡¡¿noria di Bernabé Visconti e dt Regina delta SeaJd im Regpa, Reggio Emilia, 1 9 * 1 , pp. 15a y s$.. 166 y sb. Por otra pane, además de los antiguos feudatarios iban surgiendo otros» amigos díel señor, a quienes éste concedía villas y tierras, incluso co a jurisdicción (cf» L . Sm eoNi, « L ’amministrazionc del distreno veronese sotto gli Scaligen». en A it i e Memoria deltAteadem ia ¿A g u a ita ra , Sriea^e e Lettere di Verana, 1904-190), p. 187). l a s concesiones son también de 1)7 7 y 1578. Estaba, además, el dominio personal de señor (*¿d .. pp.280 y » .) . Por lo demás, en los momento» de crisis era obligado conceder feudos 7 honores en compensación por los servicios prestados. Un ejemplo característico se encuentra en la región de Milán, en 14 1a y 1 4 1) , conde los juramentos de fidelidad por parte de la comunidad y los súbditos se alternan con las concesiones o confirmaciones de feudos por parte del duque Filippo Marta (G . R omano, «Contribuí» alia atocia della ricostituzíone d d docato milancsc sotto Filippo .María Viscomi» 14 12 -14 2 1» , en Arrbána Startea Lombarda, 1896, vol. V I, pp. 240 y es.). A si puede entenderse por qué los réditos anuales de tos feudos laicos de la región milanesa pudieran ascender, en 1499, a 600 000 ducados (L.-G. PáussiER, Loáis X II */ Ladevic Sfarra, París, 18 9 6 , 1, p. 462). 29 Acerca de la animadversión de los habitantes de Reggio Emilia contra Bcmabo Visconti, que hirió tanto su susceptibilidad com o sus intereses, cf. n T G m m alo i , ap. cii.
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les y agrícolas, en el odio persistente contra los enemigos de ayer y en el pertinaz recuerdo de la antigua autonomía, que sólo iba a desvanecerse en época muy reciente. E l designio mismo de derivar leyes y reglamentos de una ciudad a otra se limitaba sobre todo a las normas del derecho penal y procesal 3°, sin que se lograse extirpar esa parte del derecho, tenazmente aferrada a las costumbres y los estatutos, en la que se evidenciaban las divisiones y las hostilidades recíprocas de las Comunas; de modo que seguía estando sancionada por la ley la desmembración inicial de la que había surgido el gobierno nuevo11, el cual procuraba vencer los obstáculos más duros combatiendo, por medio de los juristas, contra el derecho consuetudinario J2, profundo elemento de desunión. Pero, sobre todo, la persistente fragmentariedad del dominio encontraba su mayor expresión en el estado de ánimo de los hombres de las ciudades menores contra la capital: ésta tendía a imponer, por detrás de la supremacía personal del señor, su hege monía, bajo la cual acabarían reducidas a un nivel único todas las tradiciones particulares; aquéllos reafirmaban desdeñosamente su independencia, que sólo cedía ante la persona del que dominaba, aceptando solamente su autoridad individual superior M.30 1 30 A. 1. attes, «Dcgli antichi statuti...» op. t il., p. 1075. Conviene recordar que ya la legislación estatutaria de las comunas tenia unas analogías características y generales, que sin embargo daban lugar a una contraposición reciproca y al circulo cerrado de la vida ciudadana. Asi que los decretos de los señores podían tener esencialmente una eficacia unitaria, decretos que, efectiva mente, se multiplican junto con el fortalecimiento del poder central. 31 Por ejemplo, en Bérgamo, en 1) 9 1, los estatutos confirman la conocida cláusula de la iñtopotidod de la mujer casada fuera de la Comuna, así como la de los forasteros, para heredar a un súbdito de la misma (A. L attes , // diritto ttnm utdáum , pp. 16 1 y 4)6), mientras que en San Salvatorc di Monfcrrato sigue vigente el principio de que un no súbdito no puede tener casa alguna, ni construirla, y ni siquiera alquilarla, si antes no ha prestado caución de «Arar róvudm («Statuta Oppidi, S. Salvatoris Ducatus Montisfenati, secoli xiv-xv», en R iruta d i Slorio, A rlo , Artktoiogio par lo Prorúuio d i Akssossdrio, abril-junio de 19 14 . p. yo). En cuanto al ducado de Monfcrrato, véase asimismo Is pervivencia de los criterios municipalistas, analizados por A . B ozzola , «Appunti sulla vita económica, sulle classi sociali e sull’ordinamento amministrativo del Monfcrrato ncl secoli x iv e xva.cn Bolltlioo Slorim -Ribiiofrofito Subalpino. 19 1 y,p p.4 y ss. d d extracto. “ A . L a t t e s , U dirito nasmtodmorio, p. sy. » N o faltan ejemplos. En 1447, cuando se constituye la República ambrosiana, las demás ciudades del dominio de los Visconti actúan por cuenta propia, negándose a obedecer a una ciudad par 00 oro m it ooUt par olios (L.-G . P é lissie r , op. t i!., I, p. 90). En septiembre de 1499, el obierno provisional acepta la dominación francesa, pero, temiendo el desmembramiento del ucado, ruega a Trivulzio que se oponga, llegado el caso, a la separación de Pavía de Milán, lo que seria una vergüenza muy grande para los ciudadanos (ikid., 11, p. ¿68). Las antiguas divisiones persisten (cf. también, sobre los sentimientos municipales de la gente de Pavia en el siglo xtv, y sus consecuencias, la obra de G . R omano citada). Sumamente significativa es, además, la diferencia entre Perusa y Orvieto, después de que ésta se liberase del poder de Andrea Fortcbraccio. llamado «Braccio da Montonc». En una controversia particular, el representante de Perusa habla despreciativamente de Orvieto, como de una ciudad rccten salida de la dominación de la capital de la Umbría, donde había estado el centro del gobierno de Braccio; pero los orvleíanos responden: «Vcrum filimus sub magnifico ct excelso oomino Braccio qui, esto quod
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O sea, que el Estado regional era tal en el príncipe, único soberano de un amplio territorio cuyos miembros, aunque conjun tados, seguían conservando cada uno su carácter propio: el dominio era esencialmente personal.
L a falta de unidad moral Esto era, por lo demás, perfectamente lógico en aquella época de transición y de trabajosa ampliación del Estado ciudadano. Pero, para obviar los evidentes peligros que de esa individualización del Estado derivaban al dominio entero, habría hecho falta entonces una gran fuerza espiritual, capaz de conciliar en sí los ánimos divididos en el terreno práctico, una fe profunda en la que los hombres pudiesen encontrar un motivo no precario de concordia y comunión. Habría hecho falta, para quitar todo lo que de excesivamente limitado e inmediato hubiere en el príncipe, la fuerza poderosa de una tradición que incluyese la figura del dominador dentro de su continuidad, de suerte que él apareciera casi como fragmento de una existencia histórica ininterrumpida, casi como parte de todo un desarrollo originado en un tiempo ya mítico, tan lejano que coincidiera con el primer florecimiento de la vida del pueblo, indisolublemente ligado a la dinastía de sus condottieri. Tal era, precisamente, el espíritu profundo de la monarquía francesa, creada «en las propias visceras» de los pueblos M, de esa monarquía que ostentaba en sí los estigmas de la pasión nacional, por primera vez alentada en el mundo caballeresco y en la Cbanson de Roland. El rey era el sacro descendiente de quienes había'' conducido a Francia en sus luchas antiquísimas; era el eslabór una larga cadena; era el custodio, ante todo, de las memoriala gloria francesas, y su persona se abría paso por delar trasfondo animado todavía por las figuras del pasado hasta desaparecer, en la royante 35. Una fuerza espiritual semejante no la tuvif italianas. Cuando, en 1272, los ciudadanos de Mil? nobis dominarttur ad plcnum, tamen nos non ita d subiugarrt.» (R. V a len tin i , Brtucic Ja Manto* i ilC M Esta hermosa expresión es de R eginone r Germán. ¡n mam set»/., Hanover. 1890, p. \tf.( K La literatura francesa, y especialmente''
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del antiguo campanario destruido por Federico Barbarroja, las grandes moles sobre las cuales antiguamente se sentaron para el Arengo *, delante de la iglesia de la ciudad 36, por el mismo acto alejaron de sí el mundo viviente y heroico de su tradición municipal, renunciando al recuerdo de las luchas pasadas y de la libertad conquistada a precio de sangre, a la memoria de los sufrimientos y de los triunfos, a la tradición primera que desde aquellos escombros hablaba al corazón de los hombres. ¡Eran los días en que se preparaba la Señoría de los Viscontil Ahora bien, ¿qué levadura sentimental aportaban los nuevos amos que pudiera transformarse, en el alma de los súbditos, en pasión, esperanza y fe? ¿Qué palabras podían encontrar aquéllos para encender el ánimo de los que estaban tan fatigados y hambrientos de paz? ¿Qué acentos para inspirar a la multitud no sólo el amor por el pan y los juegos, sino también la conmoción y la fe que solivianta, en las horas graves, la conciencia humana y hace advertir a las masas la necesidad de una lucha sin cuartel? ¿Qué memorias podían suscitarle al pueblo quienes salían de las filas de los ciudadanos o de una casta feudal mucho tiempo resistida? 37 ¿Qué tradición o qué gloria evocar para que los súbditos sintieran su alma inmersa en la de sus antepasados? ¿Qué fe podían aportar ellos, no ungidos por el Señor, ni sacerdotes de Dios, ni sagrados por voluntad divina? 38 ¿Acaso la contenida en los diplo mas imperiales diligenciados momento tras momento? Demasiado mísera era la religión que inspiraban como para que el pueblo se conmoviese, y no cabe extrañarse de que, precisamente en Milán, la capital del más fuerte de los estados señoriales, escasearan los romances populares, que suelen estar estremecidos de ira banderiza, en los que palpita el alma intensamente sacudida. La emoción se había disipado ya y no había quién pudiera resucitarla; las discordias de la burguesía comunal eran las últimas voces rabiosas de un pasado en rápida declinación, trastornado por la irrupción de un nuevo orden de cosas. El ardor de la lucha era desplazado por el amor a la tranquilidad y el trabajo en calma. Muy cansada estaba la multitud. Ahora pedía seguridad, en la ♦ A ren # . Asamblea en las com un« italianas medievales. (N . del 7‘.) 34 G . G iu lin i , Atem rie delta cilla t enmpa^na di Milano, Milán, 18)4-18 )7, IV , p. 60). 37 l*a falta de tradición de las señorías es, además, uno de los caracteres en que más sude insistir la crítica acerca del Renacimiento. 38 A mi entender, uno de los más importantes elementos vitales, y de los más fecundos en sus consecuencias, es esc carácter sacro, no inherent* únicamente al imperio, sino también a las monarquías nacionales. A los señores que considcraiv» les faltaba por entero.
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comarca y los caminos, para bienes y personas. Y el señor podía dársela; no así una pasión más fuerte, que sostuviera, asimismo, esa laxitud y la hiciese capaz de un despertar; ni tampoco una palabra que mitigase el extravío del alma y volviera a elevarla. Una gran tradición, un alma grande para el Estado, era algo que el medievo italiano no había podido ofrecer, como no fuera en las restringidas glorias municipales, de suerte que, cuando los hombres tenían que recurrir al pasado para recuperar alguna memoria, para buscar un lejano vínculo que les uniera, no se abría paso ninguna figura, salvo, quizá, la de algún emperador convertido en símbolo de grandeza39. No se ofrecía ningún recuerdo con estirpe que recogiera en sí la emoción del pueblo, obligada a volcarse fuera de su vida íntima. Cuando la fe comunal vino a menos, y el imperio y el papado no pudieron ya sostener esa vida espiritual del pueblo, ella se desplomó y se quebró. Procurarán resucitarla los humanistas, que rastrean una tradición para el señor a quien deben sus ocios literarios, y, como en todas las edades en que la fuerza y la espontaneidad del sentimiento langui decen, en las que es imposible encontrar, en la vida y la conciencia propias, el fermento espiritual que informe la acción; como en todas las épocas en que decaen la pasión y la emoción políticas de la multitud cansada de sí misma, así, en el siglo xv, se procura buscar entre las ruinas de otro mundo los fundamentos para la gloria del tiempo, constituyéndose una religiosidad ficticia que nunca será capaz de conmover las fibras íntimas de la nación cuando la lucha se haga menester. En tales circunstancias, la desconexión profunda de los dominios señoriales no estaba regida por un alma interior, por medio de la cual los súbditos, aun manteniendo sus caracteres particulares, advirtieran empero un motivo de unión muy fuerte y no deteriorado por las variaciones de una vida humana; las miradas permanecían fijas en la figura del dominador en quien se centraba toda la unidad. Pero si, por ventura, él desaparecía o parecía superado por una fuerza exterior, el Estado regional se desmenuzaba y no bastaba el ordenamiento administrativo unitario para mantener unidos a sus miembros; éstos se desarticulaban uno tras otro y sobrevenía la anarquía, hasta que otra «virtud» de otro soberano lograra rcstable-* * Y Carlomagno, mítico héroe de otro pueblo» atrae tas miradas de quienes vuelven la vista hada atrás. Ezxdino da Romano se jacta de querer realizar en Lombardia cosas más importantes que todas tas que se hicieron desde los tiempos del lejano emperador: Cartusiorum H it/arm , Rermm Ita/kanm S erip fret, X II, 772. C f. G f B . V e r o , Storié dtgít ruttim , Bassano, 1779» 1» p. i))-
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cer el orden y volver a ¡untar los hilos rotos. El desorden del ducado de Milán a la muerte de Gian Galeazzo y de Filippo Maria demuestra cómo el más moderno y orgánico de los Estados italianos estaba, en realidad, minado en sus bases 40.
E l debilitamiento de la conciencia política y la figura del dominador Así, pues, el príncipe seguía siendo el único punto fírme en que se apoyaba la vida regional, y para agigantar el relieve de su individualidad se sumaba otro hecho de enorme importancia: el progresivo agotamiento de la capacidad política de las clases comu nales. Porque, si el haber renunciado a regirse libremente para otorgar autoridad dictatorial a un ¡efe de partido significaba, ya, una endeblez de la voluntad y la conciencia política de los hombres, que durante largo tiempo habían defendido celosamente sus prerrogati vas y la autonomía de su gobierno 41; si ese debilitamiento de las clases dirigentes había llevado a invocar primero, desesperadamente, la paz, sólo posible por obra de un rey, «unum proprium et naturalem dominum qui non sit barbarae nationis et regnum eius continuet naturalis postemas successiva»42; y si, por tanto, las señorías habían debido su triunfo a la declinación de la virtud política en la sociedad comunal, su obra venía a determinar con impresio nante continuidad una posterior y definitiva aniquilación de la conciencia popular. Surgidos al principio como ¡efes de banderías, en medio de una clase que, aunque se aviniese a aceptar una guía única, no deponía totalmente sus veleidades de preeminencia, esto es, en una posición en todo caso precaria y poco segura, los señores, movidos del deseo de hacer estable y perpetua su dominación, habían tenido que tratar de poner freno inmediatamente a los mismos que les habían elegido y que podían constituir una amenaza constante para su poder, y en este aspecto coincidieron no sólo con los objetivos del partido ^ Es evidente que tal carácter se manifiesta, sobre todo, por no decir únicamente, en las randes señorías territoriales, y la de los Visconti es ejemplo tipleo de ello. En cambio, en el caso e las que cubrían poco ámbito territorial, y, especialmente, las que no comprendían ciudades que no hubieran tenido una verdadera vida comunal como para ser de por sí centros, no cabe hablar de disgregación, toda vez que faltaba la materia misma que pudiera disgregarse. 41 En relación con la pugna, que se prolonga largamente en el siglo xn i, entre la tendencia d k u ttritl y la oposición comunalista, cf. E. S a lzer , Übtr d« Anjangt dtr Signorit i» O bm ttlun, Berlín, 1900, p. 61 y ss.
S
11 F. Cognasso,
tp, ( i! . , p. 6.
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proscrito, sino también con un movimiento más vigoroso y profun do, proveniente de las plebes rurales y urbanas, ambas oprimidas por los estamentos hasta entonces dominadores. Los desterrados regre saban a la ciudad, constituyendo para el señor una poderosa arma ofensiva contra los grandes electores del día anterior. Pero, si bien un fundamento de ese tipo conservaba siempre un carácter partidis ta, que a su vez podia tornarse tarde o temprano peligroso para el gobierno dictatorial, apenas la facción recuperase todas sus fuerzas o apareciese cualquier motivo nuevo de roce, muy otra era la base que ofrecían las masas, incapaces por sí solas de una lucha decisiva y, por tanto, obligadas siempre a buscarse un jefe, pero, en cambio, aptas para hacer entrar en razón, bajo una guía inspiradora, al enemigo común, la antigua clase dirigente 43. De modo que la política señoril tendía, por una parte, a buscarse el favor de la multitud dispersa por las callejas ciudadanas o en los campos, tarea no muy difícil porque requería, sobre todo, pan y tranquilidad, pudiendo bastar para ello unas reformas tributarias, unas eficaces medidas policíacas o tinos oportunos abastecimientos de grano en los tiempos de carestía; y, por otra parte, a destruir o, por lo menos, transformar completamente las instituciones jurídicas y políticas en que se atrincheraba la clase dirigente de la antigua Comuna. La revisión de las tasas y prestaciones 44, la lucha contra los privilegios tributarios de las clases elevadas, a las que ahora se trataba de imponer más amplias contribuciones 4S4 6 , y una tutela más estricta de la justicia, convertían al señor en amigo de la multitud 4é. Por otro lado, un trabajo hábil y paciente que iba vaciando lentamente las sociedades de las artes de todo su contenido político, transformándolas y anulando su peligroso poderío47, comprimía hasta la ruina las organizaciones políticas de la burguesía ciudadana 43 Cf. las acertadas observaciones en la recapitulación de F. E sco le , «La lona dclle dassi alia fine del Medio Evo», en Política, octubre de 1920, p. 228. 44 La reforma de las tasas se presenta como una panacea casi milagrosa para todos loa males» Véase el curioso ejemplo en Pisa, durante la Señoría de Gambacona, de tasas aplicadas y reformadas contra el descontento, ora de los ricos, ora de los menos pudientes, en P. S il v a , ¡I goptnto d i Pistro Gambacorta m Pisa, Pisa, 19 12 , pp. 1 t6»t 17, 124-126. 45 Ejemplo típico de ello es la política fiscal de los Visconti: P. C sapessoni, op. « /., en BoUstim ¿illa Sopista Pavsst di Storta Patria, fase. ), p. 383 y $S. 46 Rizzardo da Camino: «Plebe sue gratus habebatur» (F e * aeto . Historia rerum m Italia justaran, ed. C Cipolla, Roma, 19 14 , II, p. 127). Matteo Visconti «maioribus obviar, illas opponens plebem»; es «auaax ex vutgi robore», «et plebis captivat colla tatemen» (en un poemña de un tórrense. Pace del Friuli), F. C o gnasso , op. cit., pp. 9 y 10. Y piénsese en la «gentem rusácam et enormem» que resiste a los carrarenses en 132 $, y no cumple con sus obligaciones, tara Cammtatis (Cortusiorum Historias, Rsram í taltearum Ssriptores, X II, 833). 47 Véase, a titulo de ejemplo, la obra de Taddeo Pepoli, sutilmente analizada por N . R odolico , D ai Coman* aüa Signaría. Saggfo saigm srm di Taddeo Pepoli ¡n Bologna, Bolonia, 1898, p. 84 y ss.
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y reducía en sumo grado el valor del ordenamiento municipal, formalmente superviviente, al de una simple administración interna, precisamente cuando los últimos republicanos se aferraban a aque llos escombros como a la suprema trinchera de defensa. Semejante presión desde arriba, unida a la natural fatiga conse cuente a las prolongadas guerras civiles, así como la necesidad de quietud para atender con diligencia el comercio y la industria, o para salvarse de la ruina económica, determinaban un lento abandono de la conciencia política en aquellos burgueses que, combatidos, aun cuando en forma larval, por los señores, y acosados por la masa hostil que les hormigueaba por debajo, renunciaban a su pasado, calmaban sus inquietas energías en sus ocupaciones, y se conforma ban con sólo poder mantener su fortuna social. Acrecentaba la disgregación política de la antigua clase dominante el alejamiento de muchos de sus hombres más respetables, que se sumaban a la administración señoril48 o eran llamados a las filas de la diplomacia o de los Consejos de los príncipes 49; con lo cual, aun cuando no se lograse crear la íntima unidad del Estado, se distraían fuerzas considerables de las huestes de los primitivos estamentos de gobier no. Y la agravaba la preponderancia del mercenarismo militar que, aunque en buena parte era consecuencia, y no la menos grave, del cansancio moral de las clases comunales, así como de la aversión raras veces superada de los burgueses por un ejercicio en el cual se perdía inútilmente el tiempo, preciso para destinarlo al tráfico, y, por último, del advenimiento de gobiernos dictatoriales, contribuía a su vez a acelerar la disolución política de la sociedad ciudadana, ofreciendo a los señores un arma independiente de la multitud a la que dominaban, quitándole a ésta la posibilidad de recobrarse combativamente. Asi se desmenuzaba la antigua modalidad política al paso que, no obstante, pervivía con gran dinamismo la actividad económica, acrecentada incluso por el desarrollo de las industrias, astutamente protegidas por los príncipes, por la nueva capacidad productora de aquellas familias para las cuales la vida pública se había cerrado 50 y, sobre todo, por la formación de amplios dominios. Y la constitución*9 0 ** F. Cocnasso , op. a l p. 44 y ss. 44 Asi, entre las personas que componen el consejo de Gian Galeazzo Visconri encontramos a Poterio Rusconi, Andreasio Cavalcabó, el parmesano Bertrando Rossi, el mitanes Andreolo Arese, nombres notorios de la historia de la ciudad: G . R om ano , Niccoli SpintUi da Cinhun^a, diplem atin del tin te xiv . Ñapóles, 1902, p. 57j . Para la diplomacia mantuana, cf. A. Luzio, L 'A rcb irie Conjuga di Mantera, Verana, 1922, pp, 80-81. 90 Cf. A. Seo re , Sleria del nmmercie, Turfn, 192), I, p. 156.
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de los principados venia a sancionar la disolución de aquella gran conciencia comunal que había sabido triunfar frente al imperio. Sólo quedaba ahora el más mezquino sentimiento localista, muy apto para mantener la división entre un lugar y otro y, de vez en cuando, alguna nostálgica lamentación capaz de expresarse en invocaciones retóricas, pero no de transformarse en nueva pasión. Por momentos, algunos imprevistos estallidos parecían evidenciar un retorno de fuerzas jóvenes, y a veces, aprovechando circunstan cias especiales, el alzamiento advenía, y se retornaba por un instante a las formas de gobierno libre; pero éste manifestaba su naturaleza alterada en el nombre mismo de sus custodios, denominados los «principes libertatis» 51, casi como para recordar que ya hacían falta dictadores, y pronto se derrumbaba, dejando el sitio a otro condo tiero que entraba en la ciudad rodeado de soldados portadores de pan 52. No había ya una fuerte clase dirigente, sino «una bestia bruta que, no habituada a pacer, ni conociendo los escondrijos en donde refugiarse, es presa del primero que trata de volver a encadenarla»53. Y , desde luego, ¡las conjuras tampoco podían demostrar la presencia de una vigorosa alma colectiva! » A esta decadencia de una clase política no le correspondía el afianzamiento de algún otro partido en el que hubiese capacidad de acción. No ya la de una pequeña burguesía campesina, que no podía emerger porque las tierras seguían estando en gran parte en poder de los feudatarios, pequeños y grandes, o de los ciudadanos propietarios, y sufría por añadidura toda la opresión de las infinitas guerrillas y devastaciones de aquellos tiempos, toda vez que la política exterior de los señores solía pesar terriblemente sobre las poblaciones rústicas, que, halagadas con disposiciones administrati vas, pagaban después el favor del amo con largas miserias entre las turbas de los mercenarios saqueadores; sino siquiera la acción de una clase artesana compacta y fuerte. Para impedirlo estaba la misma constitución económica, fundada no sobre un real y verdadero capitalismo industrial, que habría provocado la concentración del trabajo y permitido, por tanto, la formación de una sólida organiza ción de los asalariados, sino, en general, en un capitalismo comercial que dominaba un trabajo disperso M; constitución ésta impuesta por9 1 91 En la República ambrosiana de 1447; L.-G . Píu s s i e r , op. «/., I, p. 90. u Entrada de Francesco Sforza en. Milán, ib iJ., I, p. 9$. w N. M aquiavelo , Discurso], I, X V I. M Para esto, cf. H. S é e , «Remarques sur l’ivolution du capicalismc et les origines de la grande industrie», en R « w
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la necesidad de imponer materias primas, por la precisión de grandes capitales, que se habían reducido en manos de los mercatores, y por los sistemas de fabricación, pero que hacía que la masa obrera estuviera subdividida en muchos fragmentos cuya fusión resultaba imposible. Esta multitud dispersa podía, con todo, ofrecer un apoyo al señor, y podía también, a veces, prorrumpir en tumultos, tan violentos como son todos los de la gente que sufre; pero no constituía, por cierto, una clase capaz de sostener sólidamente al Estado, ni de infundirle su voluntad, marchita como estaba a causa de una vida dura y solitaria. Y aunque a veces aparecieran gérmenes de un movimiento, allí estaban los reglamentos de las artes para frenar sus veleidades, constreñidas igualmente por el interés del señor, bastante satisfecho de que existiera una multitud informe, pero nada deseoso, por supuesto, de una sapiente organización de clase. O sea, que una gran conciencia política se había extinguido, quedando los grupos sociales, hostiles entre sí, profundamente escindidos por el tradicional desprecio de los burgueses hacia la plebe ss, por el odio de ésta hacia los ricos y por la burlona acritud de los ciudadanos de cualquier condición hacia los rudos lugare ños 56. Quedaba un pueblo que halagaba a los favoritos de los príncipes 57, quienes luego agravaban la postración general con su política paternalista, con solicitud total por la prosperidad de los súbditos58, mientras que la vida de la corte y la civilización humanística domesticaban los ánimos con vistas a una serena indiferencia hacia todo cuanto fuera violencia pasional. Quedaba una masa que muy raras veces se sentía imbuida del alma de su condotiero; un dominio, en resumen, unido casi solamente por la persona del señor y por el ordenamiento administrativo, en el cual no había ya fuerzas colectivas capaces de luchar, sino tan sólo figuras ss F. Sch upfer , op. ti!., en Arcbwie C iaridin , V I, pp. 164.16). De Ferreto a Maneo Palmieri, pasando por Guicciardini, el tono es siempre idéntico. M Pocas son las voces de simpatía, e inspiradas casi siempre en una disposición literaria (yo no podría dar mucho valor a la mayoría de los ejemplos de benevolencia que menciona V . Z abu gh in , V irgilio tul Kinasrimortto italiano, I, Bolonia, 1 9 1 1 , pp. 2$ $-154 y 244 y ss. El Mantuano es, quizá, el único sinceramente «campesinista»). Tampoco puede sanar completamente esa división de masas la mentalidad, más abierta y adaptable, que reina en el ambiente de la corte, es decir, en el restringido circulo que rodea al principe (para el amor de los cortesanos milaneses y los Sforza por la campiña, cf. F. M alaguzzi V a l e r i , La tarto di Lodotico il Moro, 1, Milán, 1913, p. 596 y ss.). Cf. P h . M o n n ie r , L o Qmttrounto, Paria, ifo t , pp. 39-40. Para los privados de los Gonzaga, A. Luzto, op. cit., p. 67. ss A. Luzto, ibtd., p. j t . Y para los usos democráticos de que hacia gala a veces la corte de los Sforza, F. M alaguzzi V a l e r i , op. d i. , I, p. 4)6.
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de individuos que podían proseguir con vanos enfrentamientos entre sí. La misma política exterior parecía resentirse, en la segunda mitad del siglo xv, ante semejante agotamiento de energías creadoras que se producía dentro de los Estados. Si en el siglo anterior algunos señores, y sobre todo los Visconti, habían sabido imprimir a sus aspiraciones una dirección progresivamente más orgánica y lograda, alcanzando incluso el espejismo de un reino vastísimo; si, en la primera parte del nuevo siglo, otros combatientes habían recogido las banderas y las ambiciones de Gian Galeazzo, intentando en Italia una decidida acción hegemónica, o buscando una corona a lo largo del valle del Tíber, en los últimos tiempos los intentos se habían vuelto más modestos, quebrándose en tanteos aproximativos, per diéndose en el desarrollo de minúsculas intrigas, al paso que se fortalecía cada vez más la influencia de los Estados exteriores sobre los movimientos políticos de la península. Los venecianos, terrorífi cos para toda Italia por su voluntad monárquica S9, marcaban el paso frente a Ferrara; Alfonso de Aragón se encontraba encerrado por la Liga itálica de 1454 *°; y, finalmente, la política de equilibrio llegaba para poner de manifiesto la impotencia a que habían quedado reducidos los Estados italianos 61. La partida estaba en manos de los diplomáticos, de aquellos mercaderes, en su mayoría de perfil duro y secreto, que Masaccio hace revivir en sus frescos, avezados desde mucho tiempo atrás a disputarse las suertes de los empréstitos financieros y obligados después a remediar los errores de la vida colectiva. E l cálculo, no referido ya al dinero, sino al hombre, adquiere forma de indagación psicológica y se concreta en preceptos menudos y detallados, tanto más sutiles cuanto más hábil es quien los formula, para escrutar el rostro del adversario y para percibir, en una sola contracción de los músculos, el juego interno de los sentimientos; y en ese triunfo de todo lo que es relación exterior se transparenta una discreción, una compostura tan fina, serena, casi marmórea62, una perfección*• " F. G uicciardini, Storio fitoiio, I, I. “ Cf. G. Sokakzo, Lo Logo Hálito {1414-14;)), Milán, 1924. *• «Vivíase pues, en Italia, bastante tranquilamente, y la mayor preocupación de aquellos principes consistía en observarse los unos a los otros y, mediante parentescos, asegurarse nuevas amistades y alianzas que los ligasen a unos con otros» (N. M aquiavelo , lito rit Jiorm ttiu, V il, año >4* 9)u Lo cual impresiona, naturalmente, a los extranjeros, menos refinados y más reacios al titilo-. «... ct de leur costó ne parloit que lediet duc ct du nostre ung; mais nostre condition n’est point de parler si posement comme ¡iz font, car nous parlions quclquesfois deux ou trois ensemble, et lediet duc disoit: “ Ho, ung á ung"» (... y por parte de ellos (los embajadores italianos! no hablaba
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ESCRITOS SOBRE MAQUIAVELO
estilística tal, que «da apariencia de decoro y de grandeza, mientras que el conjunto tiene el aspecto de un abismo sin fondo» 6í. En una contienda de este tipo se agudizaba hasta extremos prodigiosos el espíritu de gobierno, arte de pocos. Nada se escondía a las miradas de los embajadores venecianos o florentinos, los más temibles, dado que, mercaderes, eran diplomáticos de raza, enviados en misiones con el objeto de informar a la Serenísima o a la Señoría. De modo que las máximas teorizadoras de Guicciardini no son más que la sistematización de un siglo de aventuras, en el cual el único punto de referencia era la vida del sentimiento y del intelecto humano. La figura individualizada del príncipe avanzaba cada vez más hacia el proscenio. Lo único vivo que quedaba en Italia era ¿ 1. El, en verdad, era el artífice a quien competía evaluar cada día las combinaciones más dispares, adivinar las tramas de los adversarios y disponer cautamente cada acción. Debajo de él no existía fuerza del pueblo que pudiera triunfar sobre el cálculo individual.
nadie más que el susodicho duque (Ludovico el Moro) y, de la nuestra, uno; pero nuestra condición no consiste en hablar tan juiciosamente como ellos lo hacen, pues nosotros hablamos a veces de dos a tres juntos, y el susodicho duque deda: «|Eh, de a uno por vezt») (Vh . d e C o m u tn e s , M im cini, V III, 16). v *> J . BtntCKHARDT, L a emita dtl R inauim at», Florencia, t y t i , p. toa. Sobre la política exterior de los florentinos en particular, cf. J . L o ch aiee , Las tUmocratiu itaUnma, Varis. 19 16 , pp. 14 1-14 6 y *90 y as.
III.
«EL PRINCIPE»
Qué es E l principe Ese mundo, carente de profundos móviles morales y políticos, sin fuerza de masas, que sólo vive de la aislada virtud de individuos dispersos que imprimen su popia huella en una materia estragada y sin cohesión, está expresado en su naturaleza primordial y suprema en E l príncipe. Que no es, precisamente, la historia de las Señorías y los principados — si por historia se entiende el examen particulari zado y la continua y minuciosa evaluación de acontecimientos determinados— , sino que recopila los resultados de la historia y los esclarece, revelándolos en su línea fundamental, desprovista de todo lo que sea eventual. Los rasgos detallados no están, desde luego, en Maquiavelo, que aquí no se propone en absoluto hacer las veces de historiador, por lo que es menester buscarlos en otros sitios, como también en otros sitios ha de encontrarse el desarrollo concreto y preciso de la vida italiana de los siglos xiv y xv. Aquí está solamente el principio fundamental, en el cual se hallan contenidas las diversas manifestaciones inmediatas y por el cual viven principio y resultado al mismo tiempo. Ocurre que Maquiavelo, con su poderosa imaginación creado ra M, consigue exceder la mera diplomacia, en la cual, en cambio, quedará encerrado Guicciardini. Aquél ve más allá de las maquina ciones de corte de los últimos cincuenta años, y llega, con un admirable esfuerzo de pensamiento incomprendido por sus contem poráneos — y que hará que se le llame
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unitario en el valle del Po, resurge en él bajo forma de creación intelectual; y, más bien, se torna algo cierto, objeto de una fe que revela todo el apasionado ánimo del escritor, harto poco discreto y circunspecto como para esconder en todo momento la verdadera andadura de los sentimientos. Ni el juego alterno de las legaciones, ni el tremolar de los acuerdos que buscan el punto de equilibrio merced a sutiles cálculos, sino la decidida y neta afirmación de un proyecto, el cual, aun valiéndose en el más alto grado de las artes de gabinete, de la especulación humana y de las conjuras secretas de salón, se propone, no la nivelación de las fuerzas, sino el predominio exclusivo de tal proyecto sobre los demás. He aquí los principios que aduce Maquiavelo, quien de tal suerte excede los límites de la confederación itálica y de Lorenzo de Médicis para volver a Gian Galcazzo Visconti y a Ladislao de Nápoles. Rechazará, por tanto, la neutralidad como la más nociva de las actitudes 66, y se referirá al equilibrio político italiano de antes como a una peripecia a la que es menester superar y relegar al olvido 67*. Así es como nace el tratado De principatibus, en el cual la lucha política, en su más abierta actitud de conquista y poder, es reducida a una forma esquemática; pero en la experiencia penetra un vigor nuevo que, aceptando primero la directriz, la concreta después de la manera más segura, desvelando con ello las incertidumbres y los errores del pasado. Las expresiones concretas de la idea no podían ser dudosas. A falta de toda fuerza colectiva en la cual apoyar el nuevo edificio, y elevando, como hacia Maquiavelo, la virtud del principe a regla suprema de vida, era forzoso internarse por los caminos marcados por la huella del hombre y en ellos debía ponerse en práctica la renovación. De ahí el minucioso, frío e incisivo análisis que se centra en torno a la figura del presunto dominador, así como el cauto examen de las relaciones que éste acabaría estableciendo con súbdi tos y forasteros. E l trabajo de detalle mantiene necesariamente ese carácter de individualidad correspondiente al punto de partida y al de llegada. Y asi como, a lo largo de dos siglos de historia italiana, habían * E ! principe, cap. X X I (donde se desarrolla un pensamiento contenido ya en los D ijetarsej, I, X X X V III). Antes bien, Maquiavelo, para justificar su principio, efectúa una afirmación moral, humana: «l.os hombres no son nunca tan deshonestos como para que, haciendo gala de tanta ingratitud, te opriman», que contrasta no poco con otras, por ejemplo, del cap. X V III: «pero, porque son malos, y no te la observarían a ti... |la fe|». 67 Cap. X X : «Esto, en aquellos tiempos en que Italia estaba, en cierto modo, equilibrada, podía estar bien hecho; pero no creo que se pueda dar hoy por precepto (...)»
ACERCA DE «EL PRÍNCIPE., DE NICOLÁS MAQUIAVELO
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predominado las figuras de los grandes señores, no sostenidos por la fuerza de la tradición ni por ningún mito, así también lo que en el tratado sirve para iluminar el trasfondo general de las acciones, aunque éstas no tengan una medida referida únicamente al indivi duo, es ese carácter del príncipe, todo nervio y pensamiento, impenetrable y frío, a la manera de una de aquellas finas armaduras de acero cincelado en las que se encerraba el guerrero al comenzar el combate, el del príncipe nuevo, a quien no sostienen ni la memoria de los antepasados ni el recuerdo de una larga pasión compartida con su propio pueblo, sino solamente la sagacidad personal y la fuerza de la voluntad, la capacidad guerrera y la sabiduría diplomá tica. Las acciones virtuosas obligan a los hombres más que la sangre antigua 68. El pueblo, que da vida al primer libro de los Discursos y llena de por sí el pensamiento, precisamente hasta el punto de hacer opinar a Maquiavelo que la lucha entre patricios y plebeyos era la fuente de la grandeza romana, está aquí ausente, no aparece siquiera de lejos en tanto que unidad social y política. Existen los súbditos, criaturas aisladas, casi fragmentos de un vasto cuerpo que ya no existe, contrapuestos al soberano, pero de hombre a hombre; de ahí la necesidad del príncipe de halagarlos, de no ofenderles en el honor ni en los bienes y de tenerlos como am igos6970 . Pero, ¿en dónde aparece la fuerza de la colectividad? Allí donde nos pareciera encontrar, al primer vistazo, un retorno a la capacidad organizadora de la masa ?°, nos encontramos con la turba confusa, no con el pueblo; la multitud que «no quiere ser oprimida», que juzga «por el resultado de la cosa» 7I, y no el partido, rico en energías y fecundo de iniciativas propias, encaminado hacia determinadas aspiraciones políticas y capaz, por tanto, de afrontar las disputas y el libre disenso, en lo cual reside la fortuna de la República. Cotéjese el capítulo IX de E l principe con el IVdel primer libro de los Discursos, donde Maquiavelo habla de la lucha entre patricios y plebeyos en Roma, o con el VI 72. Hay en estos últimos una fuerza viva, continua, consciente de sí, que crea sus formas de vida y supera cada « Cap. X X IV . • OT Hacerse amigo del pueblo, que. en el fondo, es un buen hijo: he ahi el arte del principe. Cf. asimismo caps. X , X X y X X IV . 70 Cap. IX y también, de paso, X IX y X X . 71 IbU .. cap. X V III. 71 Acerca de si «en Roma podía ordenarse un Estado que eliminase» las enemistades «entre el pueblo y el Senado», a lo cual Maquiavelo responde que no, toda vea que si el Estado romano llegaba a «ser más tranquilo, se desprendía de d io el inconveniente de que era cambien más débil».
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pasión incluyéndola en el compacto desarrollo de una pasión común; puede también errar por demasiado amor de su grandeza, pero su error mismo, en una República no corrompida, es causa de gran bien «y hacen que ella viva más libre»73. En el primero, en cambio, se mueve un vulgo amorfo, disperso, verdaderamente sin nombre, en el que sólo tienen valor los sentimientos de cada persona, incapaces de distinguir, por encima de la propia intimidad, la intimidad colectiva, o de elevarse a la grandeza de la voluntad política, aunque fuera expresada en la lucha entre partidos dentro de la Comuna; se trata, otra vez, de «una bestia bruta que (...) no habituada a pacer, ni conociendo los escondrijos en donde refugiarse, es presa del primero que intenta volver a encadenarla» 74. Tampoco es menos indecisa y escasa en motivaciones la nobleza, que se reduce, a fin de cuentas, a rivalizar en astucia con los principes y la plebe y a maquinar tramas por un simple interés inmediato de límites estrechos, más allá del cual nada existe. Estos grandes italianos no tienen siquiera el orgullo, no exento de ribetes heroicos, que ha unido a los feudatarios franceses contra la monar quía: éstos, por lo menos, han hecho gala de conciencia de casta, y Maquiavelo lo ha advertido 75*. Odios y pasiones tienen su origen en diferencias personales, pequeñas y, por tanto, pasajeras; el deseo de los grandes de dirigir al pueblo no llega a concretarse en una clara línea de conducta, y concluye con la inclinación ante el príncipe, seguida pronto por nuevas turbulencias. En última instancia, el príncipe tiene que hacerse amigo del pueblo para mantenerlo «animado» 7é, pero este ánimo tiene que ser recibido por la multitud de una virtud extraña a ella, de un poder que se le superpone. Porque, ¿qué vida resta de aquellas artes o tribus, las antiguas y gloriosas corporaciones de las artes y las armas, símbolo poderoso de la capacidad creadora de la burguesía comunal, que el príncipe ha de tener en cuenta 77, pero únicamente para saber valerse de ellas algunas veces dando ejemplo de humanidad y n D ium m . I, X X IX . 74 Urnt.. I. X V I. 77 R ¡tr ille ü m u S i l-raatia. En d capitulo L V del libro I de los D iicurm aparecen en escena los gentilhombre}, a quienes Maquiavelo acusa de ser la ruina de muchas tierras de Italia y la causa de la falta de toda vida pública en ellas; pero, aun en este caso, se entrevén las faltas individuales y no la oposición orgánica y consciente de una clase de personas, tendente a sostener intereses generales y colectivos, asi como decidida a hacer triunfar unas aspiraciones bien determinadas. 74 O JpriM tpt, cap. IX . Señala R. P estes que hasta el amor del pueblo significa aquí solamente un medio de gobierno («p. # / , p. 161). 77 1U S„ cap. X X I.
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magnificencia, cual si se tratase de un saltimbanqui que necesitara atraerse los favores de un público indiferente? 78 Y precisamente la conmovida invocación final aclara de manera definitiva esa carencia de energía interior: «Aquí hay virtud grande en los miembros»; pero éstos, de todos modos, son incapaces de acción alguna si no viene a despertarlos el genio de un solitario condotiero, y esperan, y con el pico abierto... el maná en el desierto 79. Obligado en consecuencia a contemplar únicamente al hombre, Maquiavelo, al tiempo que expone algunos de los principios gene rales que le son inspirados por su larga meditación — y, ante todo, el que para él es fundamental, el de la necesidad de una milicia propia—■, tiene simultáneamente que descubrir las leyes humanas y particulares en las cuales se basa ahora el difícil arte del gobierno. De tal suerte, el tratado sobre los principados se concreta en un análisis insistente, en un variado resonar de notas humanas. No es que no se advierta, incluso en esto, la continuada expresión de la imaginación creadora, a la que se fuerza a reconstruir la minuciosidad del análisis dentro de su capacidad de síntesis; ni que no sea patente la irrefrenable necesidad de reducir a rigor de principio la delicada finura de una impresión. Así como el dato histórico se transfigura en él en la afirmación de un precepto teórico, de la misma manera la precisa observación del detalle se trueca en máxima de valor inmutable ®°, de manera que vuelve a hacerse notoria la diferencia con la discreción de Francesco Guicciardini; pero, en todo caso, en el axioma hay una fuerza vital particular, bien determinada en sus elementos, y que después suele velar la genera lidad de la observación con el fin de reducirla a la inmediatez de una nota psicológica. Así se colorea el razonamiento con vivaces, netas y .consumadas impresiones humanas. Maquiavelo, durante mucho tiempo al servi n Aparece aquí una cierta perspicacia demagógica, reforzada asimismo por el ejemplo del Valentino, quien hizo que sus súbditos quedaran tatitftthas y maravillada! con el teatral castigo de Ramino de Lorqua (cap. X X ). Son unos criterios de gobierno entre absolutistas y demagógicos, y V . Z abuchin lo advierte con agudeza, precisamente en relación con Cesar Borgia, Staria da! Riaaicimiala trittiaaa i» Italia, Milán, 19 14 , p. >67. n Dutaaah prima-. «Os posabais aquí, con el pico abierto, / en espera que de Francia viniera alguien / que os trajera el maná en el desierto (...)» *> Es verdad que la psicología de Maquiavelo es a menudo una psicología racional, más preocupada por el hombre-tipo <|uc por el hombre viviente (E . W. M t r e t , MatbiaatUi Ctububitaaffaim g aad uta tk g riff aairti», Munich, 19 1 z, pp. J9 y ss.); con todo, es aun tanjintcnsa la vivacidad humana del escritor, tal su adhesión a la vida real, que en la propia búsqueda racionalizante penetra en gran medida dentro de lo concreto, lo que impide la excesiva rigidez de la figura y le restituye su movilidad. Esto lo apunta también F. M f.inf.c k r , D ir U n der S/aa/sraian, p. ■
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ció de la República florentina, ha conocido a muchos hombres, en primer lugar quienes resumen en si los hilos enmarañados de la madeja política. Y si su primitiva naturaleza no es muy diplomática, ni se ha adiestrado en sutiles disputas en las que la palabra se mantiene en los límites de una compostura siempre alerta, nunca abandona la «fldes perlucidior vitro» de Horacio; si no tiene temple de mercader y, debido a un largo y atávico hábito se ha hecho impasible e indiferente, con una indiferencia que espanta a quien tenga que acercársele; si la vehemencia del sentimiento no suele refrenarse en él, con ese sentido sosegado y señorial propio de Guicciardini, ello no obstante, la experiencia de muchos años, dolorosa a veces, lo ha desbastado y convertido en un hombre civilizado, otorgándole sagacidad para los manejos más difíciles y acostumbrándolo a esa frialdad impenetrable que le es menester a quien quiera jugar en las cortes con la vida y el destino de los pueblos. Algunas veces, en verdad, se olvida de ello, se manifiesta con estallidos de entusiasmo y de amargura, jamás permitidos a un diplomático de verdad; y precisamente en E l principe reaparece la primitiva confianza, al lado del hábito adquirido, sometiendo la rígida serenidad del análisis a una redacción a menudo excitada, vivaz y repentina. Pero, por lo menos, la nada breve dedicación a la vida pública, unida a la natural perspicacia de juicio, le han enseñado a medir con cautela las acciones y las palabras de quien se instala en el gobierno de las ciudades, y a calcular con exactitud el sutil entrecruzamiento de los sentimientos y los pensamientos, a veces discurridos, de los que se genera el hecho consumado y cuya trama el vulgo no ve. Por ello, aun cuando sus axiomas parezcan muy generales, en el fondo se vislumbra la concreción de un relieve preciso, muy firme en su minuciosidad; en el propio desenvolvimiento de la frase, clara, ágil y matizada por colores y formas en cada acento, se transparenta la finura de la indagación psicológica que abarca por entero el cuadro en que se van configurando, de manera absolutamente nítida, los perfiles del Estado nuevo. Por lo demás, para determinar los caracteres y precisar los contornos de las figuras, Nicolás no tiene que esforzarse mucho; le basta con posar la mirada en los distintos príncipes italianos, en esa multitud de hombres surgidos muchas veces de una condición ínfima, aupados a la fortuna como entonces era posible, gracias a rápidos saltos, que habían atraído hacia su persona el asombro de sus contemporáneos y que se le habían presentado precisamente a él
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en el secreto de una habitación cerrada, como César Borgia 8I, o bien entre el gentío de los salones de un encumbrado señor, como los príncipes y los embajadores en la corte de Maximiliano82. Esos fragmentos de vida humana se ofrecen casi por sí solos, para ser vueltos a ordenar en unidad orgánica que recuerda a un Sigismondo Malatesta, por ejemplo, o a un Federigo da Montefeltro, zorro y león a un tiempo. Si no otra cosa, está viva la figura que Piero della Franccsca ha dejado de él: el rostro ancho, de mandíbula pronuncia da y casi perruna, y con mirada vidriosa e impasible 83; en cuanto al ánimo, Maquiavelo puede reproducirlo con seguridad con sólo contemplar la imagen destacada contra el fondo luminoso. Verdaderamente perfecto considera al «Valentino» 84, en parte porque en ese hijo de un Papa, «le plus desloyal filz de Preste qui fut onques» 85, se realizan el equilibrio perfecto, la armonía prodi giosa del cálculo y la pasión, merced a lo cual ha podido entregarse a su ansia de placeres sensuales sin que sufriera alteración alguna su inteligente plan de dominio; pero, sobre todo, porque César Borgia ha tratado de crear un Estado unitario y fuerte, persiguiendo esas mismas aspiraciones a las que, en la soledad de su villa, apunta el pensamiento del escritor. A duras penas puede la ruina final enturbiar la luminosa amplitud en que se ha movido la figura del condotiero sin remordimientos ni temor; pero Maquiavelo la explica por el capricho de la fortuna, esa idea indeterminada y oscura que nunca llegó a precisar en una segura afirmación espiritual, viéndola casi como fuerza y lógica de las cosas pero, más a menudo, a modo de misteriosa y trascendental agrupación de acontecimientos cuyo juego incoherente es inescrutable para el ingenio humano 86. Ella, la* 11 Legación ame el Valentino, canas de los días 9, la, i) y 17 de octubre de 15 0 1, etc. ** Legación ante el emperador. 0 R. d e l a S iz e e a n n e , « L e vertucux condofticrc», en Rerae det Deeex Monde1, ■ y 1 5 de diciem bre de 19 13 y 13 d e enéro d e 19 14 . M E . M e in e c k e («Einfuhrung», cit., p- 17 y ss.) sostiene que los verdaderos héroes de t il
príncipe son Moisés y Rómulo — ios héroes, entiéndase, del cap. V I— , y no César Borgia. Efectivamente, aquéllos reaparecen en el cap. X X V I y son propuestos como modelos al principe nacional. Pero quedan siempre en lontananza, asi como en lontananza permanecerá el «reino»; son los exctlemlitimos a cuya virtud hay que mirar para adquirir «cierto olor» de ella; y toda vez que no se puede ahora, de pronto, aspirar a la excelencia, resulta que la (¡gura humana en la que se encama el «principe» es, en todo caso, César Borgia. Y recuérdese que, también más adelante, éste se le presenta a Maquiavelo como el modelo del príncipe nuevo (Lettcre Jam iliarí cit., C L IX ), esto es, dentro de lo que es posible en la Italia de aquel tiempo. Acerca de la idealización del Valentino por Maquiavelo, cf. R. F e s t e e , »p. cit.. p. 65. ** J . Bodin , L 11 six lirrec di ¡a R íp a itifm , París, 1378, Prefacio. H B C aoce. Teoría r noria delta ttaria/pafea, pp. z i) - r 16. La fortuna interviene cuando no cabe explicación racional (E . W M a y e e , op. cit., pp. 3 * 59. C f. asimismo F . E s c o l e , « L o Stato nel pensiero di Níccoló Machiavclli», I, Sladi Etonom ico-Ciaríiirí dtlla Reate Unirm etú d i Cagliari, VIII ( 19 17 ), p. 17 y ss. del extracto, y más recientemente, F . M e in e c k e , P ie Idee der Staeríríison cit., p. 4 ) y ss., asi como la nota de A . F e m a b in o («L’univcrsalitá della Storia», en Cioraate Critico delta
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fortuna, ha «reprobado al Valentino», y no se preocupa el escritor por ver en qué consiste la justicia profunda de la condena. Así queda el cuadro en su plástica serenidad. Lo domina en escorzo la burlona figura de Borgia, encerrado en la sonrisa y en el guiño, fosca debido a las grandes barbas que le suben por las mejillas pálidas, encuadrando el rostro en un marco triste y reflejando un ánimo que se limita al obstinado propósito de dominio para revelar sordamente cada impulso. Sólo domina el escorzo, puesto que E l principe no es una glorificación de César Borgia, como tampoco lo es de ninguno de los demás personajes que aparecen en escena: aun cuando algunos retornen a ella insistentemente, de manera que puedan vislumbrarse los rasgos angulosos y duros de Francesco Sforza y de Fernando de Aragón. Pero, dado que el Estado puede fundarse solamente sobre una persona determinada, y puesto que debe ser creado, ante todo, en el ámbito de la virtud personal, y que la materia inerte aguarda a recibir la impresión de un valor «excesivo», resulta instintivo centrar el análisis en torno a alguna figura que confiera capacidad de síntesis humana a los fragmentos dispersos, tanto racionales como pasionales; y la figura que domina es, desde luego, el hijo de Alejandro VI, en tantas ocasiones vituperado por los republicanos florentinos.
L a esperanza de M aquiavelo El solitario habitante de la villa de San Casciano iba construyen do su «castillejo» sobre tales fundamentos, dándole forma concreta en espera del aguardado último fin. El cual es grandioso puesto que, al paso que los príncipes italianos de finales del siglo XV han olvidado en gran parte sus veleidades hcgemónicas, limitándose a los enfrentamientos diplomáticos y el equilibrio de las fuerzas; mientras que Venecia, que no renuncia, se ha visto forzada a ocultar sus naipes y a jugar fraudulentamente, Maquiavelo retorna al F iio n fia Italiana, IV , fase. 2, p. 157), aue pretende ver, en la sutil digresión de Maquiavelo acerca de la virtud y la fortuna, la búsqueda de un principiam unhersa/itaiii en la historia, siendo, en cambio, m is verosímil que Maquiavelo no pensase nunca claramente en semejante propuesta teórica. Esa digresión revela, simplemente, la incertidumbre de quien no acierta a explicarse bien las alteraciones que sobrevienen en un mundo que es todo voluntad individual y todo precisión, incertidumbre del florentino que cabe perfectamente en la naturaleza de! pensamiento histórico de aquel período. (A este respecto, véanse las agudas y acenadas observaciones de E. Furreft, H ntoirt ét thistoriaffapbh matkrm, tr. fr. Jeanmaire, París, 19 14 , pp. 70 y as.)
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pensamiento de los grandes combatientes del siglo XIV, lo integra a su experiencia e imaginación y afirma, nuevamente, la necesidad de la lucha abierta; en consecuencia, la del Estado fuerte, tal como en la realidad ha intentado hacer recientemente el Valentino. No es que proponga la completa unificación de Italia87*. El recuerdo del reino está muy presente en su alma conmovida, e impreca contra quien lo ha destruido, quitándole con ello a Italia su vida; pero esto sigue siendo un desdichado replegarse del sentimien to hacia un tiempo pasado, una visión lejana, velada de lamentacio nes y amargura, que no retorna en tanto que finalidad para el presente ni se transparenta como posibilidad de una acción concreta. El reino sale a la luz, evocado casi de un modo natural por la contemplación de aquella Roma antigua que supo convocar en torno a si a la península entera, imprimiéndole su sello creador **; y el hecho de revivir en la vastedad gloriosa de la República lejana alcanza tal intensidad pasional, se realiza en una adhesión tan profunda de todo el ánimo a la reconstrucción histórica, que suscita la imagen de la felicidad de la Italia perdida y lleva consigo la imprecación contra los culpables de la ruina. Retornará insistente la monarquía, en los umbrales de la última narración histórica, infor mando la obra de Teodorico, que se abre paso en esta gloria luminosa 89; se presentará, aunque ya despedazada por las discordias, con los longobardos 90, reflejándose luego por última vez, a duras penas, en Carlos de Anjou 91; y, siempre, al recuerdo se une la amargura del sentimiento que comprueba la miseria presente. Des pués, desaparece 92. r Como ahora sostiene también F. E kcole , «Dame e Machiavclli», en P cli/va, |u!io de 19 11, p. 156, a Dium rnt, I, X II; aquí, Maquiavelo, arrastrado por el ejemplo de Roma, amplia su experiencia y su capacidad creadora hasta alcanzar la unidad, a la que luego ve quebrantada por la Iglesia. M «Contuvo dentro de los términos que les correspondían, y sin tumulto de guerra alguno, y no solamente con su autoridad, a todos los reyes bárbaros ocupantes del imperio; edificó tierras y fortalezas «r/rr t i txtrrmo
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La unidad queda como un recuerdo, una reminiscencia del pasado; a io sumo, como una melancólica aspiración cuya índole vana resulta conocida93; no alcanza a dejar huella propia en el pensamiento que, en el presente, quiere construir. E l príncipe, escrito en un momento que no se podía imaginar más adverso al reino; compuesto asimismo a causa de la manifestación de ciertos supremos acontecimientos, no tendentes, por cierto, a aquella cúspide supre ma, e invadido por una concreción nada fácil de destruir, no puede prescindir de pronto de los tiempos ni echarse encima una carga excesivamente grave como para ordenarla dentro de un marco ya perdido. La composición misma de la obra, así como el haberla dedicado a los Médicis escribiéndola en parte para ellos, que seguramente no apuntaban a la unificación de la península, asi como las referencias concretas que le dan vida 94, no pueden llegar a hacer imaginar sueños unitarios en el sentido moderno; ni Maquiavelo, que en la revisión del pasado se detiene con apasionada intensidad en la monarquía italiana, en la antigua unidad destruida por obra del papado, cuando escribe la obra, que mira al presente y acepta los resultados últimos de la historia para desarrollarlos, no para negar los, puede imaginar una reunión total de los italianos bajo un solo jefe. El valor nacional del príncipe está en otra parte. Lo encontramos*1 otros» (Discursos, 1, X II). Acerca del intento de «reino» de Gtan Galcazzo Viscomi, Maquiavelo habla casi de pasada y sin demostrar haber advertido su presunta importancia {Historias florentinas. 111, X X V ): «Este creyó poder hacerse rey de Italia por la fuerza (...)», al pum o de poder decir, hablando de ello en relación con Florencia: «(...) el final fue bastante menos dañino de lo que había sido la espantosa guerra, porque cuando el duque (...) hubo preparado la corona para coronarse en Florencia rey de Italia, murió» {ib/d,). Aquí no hay siquiera lamentación. Así también, Ladislao de Ñapóles aparece fugazmente y sólo en relación con los florentinos: «(...) la muerte tuvo (...) más poder para salvarles que alguna virtud suya» ( M . , III, X X IX ). Como en lita rte de ia¿perra: «Y yo os aseguro que cualquiera de los que boy tienen estados en Italia, antes entrará por este camino, ved, antes que ningún otro, señor de esta provincia» (V il), en donde el tono general del discurso, impostado primero en el desdén y luego en la resignación y el desconsuelo («... y yo me duelo de la naturaleza...»), asi como la imprecación contra los principes que «viven en el mismo desorden», demuestran cuál es la verdadera índole de la esperanza de Maquiavelo. No de otra manera habla B. V archi de la Señoría de Italia, con mención breve y fugaz, como si se tratase de un tema hermoso acerca del cual es inútil insistir (Storia florentina, Milán, 184), I, p. 6 5 , 1. 11). Cf. algunas acertadas observaciones de G . F e r r a r i , Histoire de ta rauon etfita t, París, 1860, pp. *56**57- En relación con la actitud de Maquiavelo ante et reino, cf. asimismo R. F e s t e r , op. eit.%pp. 145 y 15 1. w Maquiavelo encuentra su Estado en e! intento de Borgia: «(...) y, en cuanto a lo recién adquirido, había planeado convertirse en señor de Toscana y poseía ya Perusa y Piombino, y había asumido la protección de Pisa. Y como no le debía respeto a Francia (...), se arrojó sobre Pisa. Después de esto, Lucca y Siena cedieron inmediatamente (...). Los florentinos no tenían remedio; el que tuviera acierto entre ellos (...) adquiriría tantas fuerzas y tanta reputación que podía sostenerse por si mismo y no dependería ya de la fortuna y fuerzas de los demás, sino de su propio poderío y virtud» ( E J principe, cap. V il). Asi, «Y habiendo yo sabido (...) que él [Giuliano de Médicis] se convierte en señor de Parma, Piaccnza, Módcna y Rcggio, opino que esa Señoría es bella y fuerte, y que se la puede sostener en cualquier caso $1 desde el principio se la gobernara bien» {Latiere famÜiarí cit., C I. 1X). 1.a Señoría es bella y fuerte: E / príncipe está pensado para mantener desde el principio un Estado semejante.
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sobre todo en la ratificación de la necesidad de una lucha política abierta y sin cortapisas, que es lo único que vale para restituir la grandeza y la gloria a una tierra «perseguida, saqueada y vitupera da»; lo encontramos en el insistente llamado al reordenamiento de las fuerzas políticas y militares, las cuales, dejando de lado todas las retóricas y todos los humanismos, deberían devolver por si solas la felicidad a un pueblo «esclavo, siervo y disperso». A estas alturas se abandona la literatura y se crea una conciencia política. Tal es, efectivamente, la profunda moralidad de Maquiave lo, que puede condenar a los príncipes, recluidos en sus despachos para pensar una hermosa frase, porque él excede el estilo del Renacimiento y crea el estilo nuevo, dando a los italianos una primera lección de vida moral. Pero desea un Estado que, aunque de territorio amplio, esté sobre todo reorganizado y mantenido firmemente por la virtud del dominador; un Estado fortalecido con ejércitos propios, sólido por firmeza de propósitos, voluntad de acción y sagacidad de gobierno de parte de quien lo rija; que, en definitiva, sea capaz de imponer su supremacía a los demás principes italianos, y lo haga aportando tranquilidad y vida ordenada adonde hay anarquía, a la vez que evitando cualquier amenaza extranjera por poder alejar a los bárba ros de la tierra común 9S*. Porque Maquiavelo no se ha hecho «en Italia ultramontano» Sobre todas las cosas, un Estado que sepa defender a Italia de los bárbaros: he ahí el postulado predominante, que se torna esperanza y fe en virtud de la pasionalidad que desborda del ánimo no refrenado por la discreción. Así, pues, nada de unificación total 97, ni siquiera confederación; la itálica foederatio del siglo X V , precisamente por haber hecho patente la incapacidad de conquista de los distintos Estados, no le es muy cara al escritor; pero sí un dominio articulado sobre un stato antiguo, en lo posible la Florencia de los Médicis, esto es, sobre un núcleo ya preparado, dueño del centro de Italia, seguro, debido a sus salidas al mar, a la posesión de los valles de los Apeninos y a unos confines claramente delimitados, y sólidamente edificado en lo K Cf. J.-F . NouaaissON, Matbiastei, Parts, 18 7 1, pp. « ¡7 y ss., y especialmente a66. * Discursos, Proemio del libro ti. 97 Que no cabía, por otra parte, a causa de las profundas diferencias que separaban a las distintas regiones de Italia: a Ñipóles y Milán, nidos de gentilhombres y completamente corrompidas [Discursos, 1, X V II y LV), de Florencia, «donde hay una grandísima igualdad» ( Discursos, I, L V , y de nuevo en el Discssrso sssi nformart h Susto di Finirás y en las Historias fiortsUitsas, III, I, donde se lee: «de una desigualdad, en una admirable igualdad la han transformado»), Milán es contrapuesta precisamente a la República toscana en los dos primeros pasajes.
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interior por la virtud de quien lo crea; un gobierno, en suma, capaz de mantener con firmeza a los menores poderosos de Italia, de humillar a los mayores que puedan perturbar la vida en común, y de echar fuera a los poderosos forasteros, siempre dispuestos a insinuarse en las luchas internas para imponer su yugo Un dominio fuerte por este estilo había tratado de crear el Valentino
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sino, en primer lugar, una suma de consejos y de dictámenes prácticos, súbitamente recogidos en un solo cuerpo, diríamos en un memorial que el súbdito ofrece, sin que le sea pedido, a su señor; poco distinto, pues, de las diversas comisiones y relaciones escritas, por Maquiaveto y por otros, acerca del reordenamiento de la ciudad, ni tampoco muy disímil, en su intención, de aquel Discorso sul riformare lo Stato di Fícenle que más tarde escribirá, por encargo, para León X 10010 . Necesidad de crearse un mundo espiritual donde poder moverse y discurrir a sus anchas; placer, casi, de contemplar una sistematización de los pensamientos gradualmente madurados a lo largo de los años, que se concretan en el deseo de indicar los caminos seguros del gobierno a quien se apresta para una más alta fortuna y en la voluntad de volver a entrar en el mundo práctico: la génesis del breve libro se halla en la trabazón de todos estos variados sentimientos que al escritor, en la agitación del trabajo, no se le aparecen ya con sus distintas fisonomías. ¡Pero no ejercicio literariol Maquiavelo está demasiado lejos de la triste costumbre, que durante mucho tiempo ha sido debilidad fundamental de los italianos, de adormecer la conciencia y la voluntad en la literatura y el estilo. Ni siquiera escribe el título en la primera página del opúsculo; y lo llama tratado De principatibus, De’ principati o li Principe101, indiferentemente, como algo que posee valor no por su vestidura formal ni sus lineamentos estilísticos, sino por la íntima seriedad que lo anima y que ordena preceptos y consejos. Sólo que, en este caso, la necesidad práctica y el fin inmediato que, en cambio, inspirarán en exceso el Discorso sul riformare lo Stato di Firen^e, se transfiguran, en el fervor de la creación, en la necesidad absolutamente personal de un esclarecimiento para sí mismo, de una creación orgánica que justifique la meditación solitaria. Así es como se diferencia, para suerte nuestra, E l príncipe. Y Maquiavelo, que teoriza los resultados últimos de la historia italiana pensada de nuevo, como si estuviese todavía en su momento ,0# A este respecto, cf. D. T omuasini, op. til., II. pp. 200-207: P. V il l a » , op. ti!., III, p. ja y s». [G. B. R id o lfi , op. t i!., pp. 271-277 y n. 2 t, pp. 4 J0 -4 J1). Pero aquí aparece un Maquiavelo en el que se puede columbrar un retorno al pensamiento democratizante del periodo savonaroliano, es decir, un Maquiavelo ciudadano. 101 £| titulo Do principatibus aparece en algunos manuscritos (O. T ommasini, op. cit., II, apéndice,¡pp. 10 16 y ss.) [En la edición Italia de 1S1 j , la alusión contenida en D itcurm , III, X L II, reza: «Ampliamente se ha discutido sobre nosotros en nuestro tratado sobre el principe.» En cambio, en las ediciones Mazzoni-Casella, Panella y Flora-Cordié, el titulo está dado en latín: «Ampliamente se ha discutido sobre nosotros en nuestro tratado Do Principo»] Aparece Doi principati en los Ditcurtot II, I y en ellos también // Principo (III, X L II). [Asi también ocurre en la famosa carta a Vettori del 10 de diciembre de 1) 15.)
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más feliz, en su plena voluntad de creación orgánica y aquella visión reconstructora, integrada con un acto creador suyo, propio — la afirmación del Estado valido de su ejército— , trastorna el esquema tismo dogmático con el desborde de una pasión ya no contenida y libre, por fin, de cualquier reserva diplomática. El procedimiento analítico, necesario para determinar cada hecho y para construir paso a paso el nuevo camino por el cual ha de transitar el condotiero invocado, concluye en la exhortación final, que reúne todos los detalles y los sitúa dentro de los limites del fin superior, únicamente para el cual han sido creados. El último capítulo de E l principe es el desenfreno de la pasión mal contenida, que, trazados los contornos lógicos, los traspone, en un nuevo momento creativo, en el ímpetu de su deseo y los convierte en esperanza y fe tras haberlos contemplado como razón y posibilidad 102.
Sin insistir en refutar la afirmación de H f.rmann B aumgartf.n , que también recoge L udw ic VO N P astor , según la cual el último capitulo es casi un écrs tfotuvít, baste recordar que los capítulos X X IV , X X V y X X V I se compenetran mu;' estrechamente, aún más que los anteriores. El primero expone las causas de la ruina de Italia, el segundo establece la posibilidad abstracta de una resurccción y el último la pide concretamente. El capitulo acerca de la fortuna, especialmente, no ha sido introducido sino para hacer lógica la exhortación final y fundamentarla en una segura base racional (cf. mi «Introducción» cit., pp. xxxiii-xxxiv). La referencia práctico-histórica de la obra tiene plena confirmación en los últimos tres capítulos.
IV .
E L C A R A C T E R Y L O S L IM IT E S D E L P E N S A M IE N T O D E M A Q U IA V E L O
Maquiavelo, ante su tiempo Así, pues, teorizando y proponiendo con inusitada claridad los resultados de la historia italiana, Maquiavelo acepta también sus presupuestos; el principado, en tanto que expresión de virtud singular, ajena a la vida de la masa, suscribe la condena a muerte de la sociedad de su tiempo, a la que, como fuerza política capaz de renovaciones, sitúa fuera de la reconstrucción del Estado. Todo se reduce a la sutil energía del condotiero solitario. Tal^desconfianza en el pueblo, tal condena dolorosa, está ya implícita en la creación misma del príncipe. Ese tronchar así por la mitad la apasionada y continua valoración de las energías de un pueblo, que encuentra en sí los motivos de su grandeza (valoración apenas velada por imprevistas vacilaciones, que llevan al escritor a veces a dudar, después del primer acto de fe en la virtud popular, entre la multitud y el individuo, y que le hacen insertar, en medio de la exaltación de la plebe enfrentada a los patricios, el examen de las maneras que ha de tener el príncipe para evitar el vicio de la ingratitud); ese improviso volver a aferrarse a elementos antes mencionados, para convertirlos en meollo de toda una enseñanza e investirlos de insospechada vitalidad; ese abandonar el amplio retorno al pasado para lanzarse al análisis minucioso y sutil, destinado a determinar una nueva vida civil; todo eso bastaría para declarar cuál es el ánimo de Nicolás cuando, tras quitarse el ropaje curialesco, ve que vuelve a plantearse, agravado por motivos prácticos, el problema, para él ya angustioso en los años de actividad pública, del reordenamiento de los hechos actuales. Ante la Italia de la época, se trata de un sentimiento de aflicción profundo que a veces se insensibiliza, prorrumpiendo ya en la invectiva, ya en el sarcasmo, incluso en el súbito grito de dolor ,03, ,0* «(♦ ••) pero el que nace en Italia y en Grecia, y no se ha hecho en Italia ultramontano o en (•recia turco, tiene razón de maldecir los tiempos suyos y alabar los otros; porque en ellos hay muchas cosas que los hacen maravillosos; en éstos no hay otra cosa que las secuelas de toda
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mientras que en otras, en cambio, el escritor se abandona, en la melancólica contemplación, a un inútil lamento *104. No soportando, por momentos, unas limitaciones forzadas, pretende romperlas, arrastrando consigo a los hombres de su tierra, pero pronto vuelve a caer en ellas, contemplándolas con la ironía triste en que se concentra toda la desilusión del hombre que anhela obrar y debe constreñirse únicamente a fantasear. Florencia es para él objeto de conmiseración, al punto que apenas se advierte ya el sentimiento de afecto por la ciudad natal; y el epigrama, tan discutido, sobre Pier Soderini, no es otra cosa que la abierta concreción de una actitud espiritual que, caracterizada al principio por el desdén y la pasión, se trueca luego en ironía burlona, aun cuando no privada de dolorosos resonancias, una vez reconocida la inanidad de su tormento 10S. Allí, en Florencia, no ha habido nunca vida política alguna; a la República de Soderini, en la cual también el escritor ha tomado no pequeña parte, se la juzga débil e inepta, porque la burguesía florentina, la materia del Estado, está corrompida al igual que todo el resto de la sociedad italiana ,06. La sarcástica sonrisa de compa sión, apenas perceptible, que Maquiavelo no puede contener en los labios y en la mirada cuando habla de Savonarola (un bon homme para él, lo mismo que para Commynes ’07, pero reemplazando la sinceri dad un tanto estupefacta del francés por la maliciosa finura floren tina), no precisa comentarios para aclararnos la verdadera impresión que el secretario tiene de esa sociedad en plena caída. Ni siquiera Venecia, tan cara, a pesar de todo, para los republiextremada miseria, infamia y vituperio: no hay observancia de la religión, las leyes ni la milicia, y están maculados de todas las fealdades» {D itam os. Proemio del libro II). «En cuanto a la unión de los demás italianos, me hacéis reír; primero, porque nunca se ha hecho ninguna unión que le hiciera bien a nadie (...); segundo, por no estar las colas unidas a las cabezas; ni antes dará esa generación un paso por alguna ocasión que surta, sino que luchará por dominar a otra» {Latiere familiar» cit., C x X X l , 10 de agosto de Mi))> 104 «(...) excusadlo por ello, que se ingenia / con estos vanos pensamientos / para hacer su triste tiempo más suave, / pues otro lugar no tiene / al cual dirigir su mirada (...)» (Prólogo de L a mandragola), ,w Acerca de la actitud de Maquiavelo respecto a Soderini, cf. ahora G B enoist , «Le gonfalonier perpétuel Pier Soderini», en R erm des Denx Monda, t de mayo de 1924, pp. t ío y 1 M y ss. Discursos, I, X X X V III, X U X ; 11, X I I : «(...) ¡tanta virtud mostraron |los florentinos) en las ucrras lejanas, y tanta vileza en las cercanas!»; X V , X X I: «Y no cabe duda de que si los orentinos, por medio de ligas o de ayudas, hubiesen domesticado, y no embrutecido, a sus vednos, a esta hora serían señores de Toscana»; X X III, X X X : «I«o contrario podrá apreciarse en los estados débiles, comenzando por el nuestro de Florencia (...)»; III, X X V II y X X X (acerca de Soderini). Historias florentinas, III, 1, «Cada vez más dócil v abyecta se fue haciendo (...)»; VIH , X X II, «Florencia, ciudad de palabra ávida, y que juzga de las cosas por los eventos, y no por los consejos (...)»; DecennaU primo y tetando. Atino £ oro, V : «Y hoy, que su potencia ha desarrollado / en derredor, y se ha hecho grande y vasta. / a todo teme, asi como a la gente ignorante.» Mimoirts. V III, 111.
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canos florentinos I08, le da motivos de esperanza, pues más bien ve en ella, no la fulgurante gloria del león de San Marcos, sino la profunda debilidad de un Estado que, por vivir sólo en el marco estrecho de una oligarquía mercantil, no puede garantizarse a sí mismo, y cuando quiere ensanchar los confines del dominio, salién dose de su natural y pequeño campo de expansión política, se encamina hacia su ruina más segura. La maravillosa potencia económica de la República veneciana no basta para crear la virtud política; Maquiavelo, que poca atención presta a la primera, no encuentra la segunda, y fustiga duramente los intentos hegemónicos a los que todavía hacen eco los ánimos de los políticos florentinos, atónitos ante el imprevisto desastre de Vailate ,09. Milán y Nápoles están completamente corrompidas " ° ; Génova carece de valor 1U, e Italia, en su conjunto, es la más corrompida de las naciones u2. ¡Nicolás está muy convencido de ello! Sólo que, ¿de dónde proviene este juicio acre, cortante y en parte verdadero, en tanto que verificación de debilidad política? A veces se le aparece a Maquiavelo alguna de las causas primeras que realmente han viciado la obra comunal U}. En una admirable 101 G. T offanin , MathiarcHi t ti oTaeitism o (L a •poUtiea sterieau M U Controriforsna), Padua, » **i. p p - 9 y»*,n Discursos, 1, V I; II, X , X I X , X X X ; III, X I, X X X I (que contiene la referencia más dura a la República de San Marco») c Historias /lanolinas, 1, X X IX : «Un día lea fue quitado aquel Estado que se hablan ganado en muchos altos con gasto infinito, y aunque en nuestros últimos tiempos hayan reconquistado parte del mismo, no habiendo recobrado su reputación ni fuenas, viven a discreción de otros, como todos los demás príncipes italianos.» DcccnuaU prisma-, «Marcos, de sed y de temores lleno»; II, Asisto fo ro , V , Lettcn fa m iiitri cit., C X X X IV . Cf. el ¡uido de Vettori: «(...) ellos se consumen y, como decimos nosotros, mueren de tisis (...), y estando con esa fiebre, como lo han estado ya por tres años seguidos, se encaminan a la muerte» (Lcttcre J¡om iliari, C X X I 1I). * * Discursos, I, X V II, L V , e Hissoriosflorentinas, V I, X X III: «(...) era opinión poco sabia creer que los milaneses pudieran mantenerse libres; porque la calidad de la ciudadanía, tu modo de vivir y las sectas anticuadas de aquella ciudad eran contrarias a toda forma de gobierno civil». m «Los genoveset, siendo ora libres, ora siervos, de los reyes de Francia o de los Visconti, vivían deshonrados y se contaban entre los menores potentados» (Historiasflorentinas, I, X X X IX ). n í Discursos, I, L V . 1,5 Ihid., II, X IX : «(...) y quien adquiere imperio y no conjuntamente fuerzas, es justo que se arruine (...) como les ha sucedido a venecianos y florentinos, quienes han sido mucho m is debites, cuando unos poseían Lombardia y los otros Toscana, de lo que eran cuando aquéllos se conformaban con el mar y estos con seis millas de confines. Porque todb se debe a haber querido adquirir y no haber sabido buscar la manera (...)», manera que consiste en «(...) acrecentar la ciudad suya de habitantes, forjar compañeros y no súbditos, mandar colonias a guardar los países conquistados, hacer capital de las presas, domar al enemigo con correrlas y marchas, y no con asedios, mantener rico lo público y pobre lo privado, continuar con suma aplicación los ejercicios militares (...)» (ibsd.). También estaba la manera de Roma. cap. IV : «Vcsc también que aquella manera de hacer súbditos ha sido siempre débil y ha rendido poco provecho, y cuando también ellos se han excedido, se han arruinado pronto. Y si esta manera de hacer súbditos es inútil en las repúblicas armadas, en las desarmadas es inútilísimo, como han sido en nuestros tiempos las repúblicas de Italia». Y asi, cap. 111: «Pero una República pequeña no puede ocupar ciudades ni reinos que sean más valiosos ni más grandes que ella, v si, ello no obstante, los ocupa, le sucede como a un árbol que tuviera más gruesa la rama que c) pie, al cual, sosteniéndose con dificultad.
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página de las Istorie fiorentine llegará a penetrar en buena parte en el desarrollo de esa civilidad, señalando uno de los puntos en donde residía lo corrompido U4, y, en otros momentos, su visión histórica se entreteje con elementos profundos y vastos 115. Pero es un refulgir súbito de luz en medio de la recoleta meditación que abarca todo el vasto curso histórico. Y cuando aquélla debe reducirse al juicio más particularizado acerca de éste o aquel Estado italiano; cuando, sobre todo, al acto creador del espíritu se le quiere atemperar con el propósito de renovación que parte de la voluntad, y Nicolás deja de moverse en la quietud de su despacho tranquilo y apartado para descender a la vida de su tiempo, he aquí que su pensamiento pierde esa amplitud de visión: a las causas civiles, a las sectas y a las luchas malsanas y estériles entre pueblo y nobles, les suceden las infamias de las compañías de ventura, la inercia de los príncipes y la debilidad de las repúblicas carentes de ejércitos propios. La principal causa de la desdicha italiana es, para él, la falta de la milicia propia; olvidando las más íntimas fatigas de la multitud, sólo para mientes en las turbulencias exteriores de los mercenarios, viles y despreciables, y en la imbecilidad de los gobernantes que no saben mantener a raya
cualquier vientecillo io rompe, como se ve que le sucedió a España y Esparta se parece a Vcnccia, «dado que el extenderse es el veneno de tales repúblicas; quien las rige debe, por todos los medios posibles, pn>hibirles expandirse, porque tales adquisiciones fundadas sobre una República débil son al fin de cuentas su ruina. Como les sucedió a Esparta v a Venecia I, V I. Y en otra pane, haciendo referencia a las colonias: «Costumbre que, habiendo desaparecido hoy por el mal uso de las repúblicas y de los principes, da lugar a la ruina y la debilidad de las provincias, porque este orden es el único que hace a los imperios más seguros (...)» (H istorié! florentinas* U , ! ) . 1,4 «Las graves y naturales enemistades que existen entre los hombres del pueblo y los nobles (...) son causa de todos tos males que nacen en las ciudades, porque todas las demás cosas que perturban a las repúblicas se alimentan de esta diversidad de humores. Esto mantuvo desunida a Roma, y esto también, si es lícito igualar las cosas pequeñas a las grandes, ha mantenido dividida a Florencia, aunque en una y otra ciudad generara distintos efectos. Porque las enemistades que tuvieron disputando en el principio de Roma al pueblo y los nobles, las de Florencia se definían combatiendo (...). Las de Roma suelen acrecentar la virtud militar; las de Florencia, en rodo la extinguen. Las de Roma conducen a esa ciudad, de una igualdad de ciudadanos, a una desigualdad grandísima; las de Florencia la han convertido de una desigualdad, en una admirable igualdad (...)* I«a pretcnsión del pueblo florentino era injuriosa c injusta, al punto que la nobleza se preparaba para su defensa con mayores fuerzas y por ello se llegó a la sangre y al destierro de los ciudadanos, y las leyes que después se crearon no tendieron a la común utilidad, sino al favor del vencedor (...), pero en Florencia, por vencer el pueblo, los nobles quedaban privados de magistrados, y para poder recobrarlos les era necesario (...) no sólo ser similares a los lugareños, sino parecerlo (...) en tal medida que la virtud de las armas y la generosidad de ánimo propia de la nobleza se extinguía, y en el pueblo, donde no la había, no se la podía encender; de suerte que Florencia se fue haciendo cada vez más dócil y abyecta» {Historias florentinas* 111, I). Aquí, aun entre errores de detalle, hay una capacidad de concepción verdaderamente vasta y poderosa. Acerca de la lucha de partidos y la visión histórica de Maquiavelo, cf. Mo m tz R ittf.r , «Studicn über die Kntwickluhg der Gcschichtswissenschaft», en Historistbe Zeitscbrift* 19 U , pp. 17a y $$. Muy interesantes son, además, las observaciones de L. D yer acerca de la transposición de esos partidos florentinos a la historia romana {M atbiavelli and tbe Modern State, Boston, 1904, pp. 87 y ss.). ,IS Por ejemplo, en el cap. X II del libro I de los Discursos* y en parte en el cap. I.V.
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a sus mismas fuerzas 1 l(S. Y empiezan y se prolongan en todos sus escritos el lamento y el desden contra la desidia de duques y soldados, causa de la miseria presente; y alterna sin pausas la imprecación contra los malos órdenes bélicos de las repúblicas y el talante mezquino de los asalariados. La milicia no es solamente el fundamento del nuevo edificio que Nicolás desea construir " 7, sino que se convierte a su vez en criterio de valoración de la historia ,l8.
Los errores de la valoración histórica de Maquiavelo Fue éste el más formidable error en que cayera Maquiavelo en su vida. Un hecho innegable constituía la base de su razonamiento: la inferioridad, también en lo militar, de los estados italianos desde los últimos decenios del siglo xv; pero, en vez de indagar a fondo, de buscar las causas primeras, económico-políticas y no exclusiva mente de organización guerrera, de ese debilitamiento que seguía a un período nada oscuro para las armas y los soldados de la península, se queda en la superficie, participando en el mismo corro que los hombres de su tiempo, quienes pasan repentinamente del terror a la esperanza y de la tranquilidad al desaliento al ver decidirse en un solo día, en los campos de batalla, la suerte secular de un Estado t19. El acontecimiento diplomático-militar, no considerado16 7 116 H istorial, I, X X IX : «l.ucg». de estos ociosos principes y de estas vilísimas armas estará llena mi historia (...)» 1,7 I.os capítulos centrales de E / principe, X II, y X III son precisamente tos que se refieren a los ejércitos, y no sólo en cuanto a la descripción material, la s leves buenas están condicionadas por los ejércitos adecuados. li* D iurnos, 1. X X I; II. X V III. X X X ; H l principe, X II. X III. X X V I; h /a r t, dr la ¿turra, I, V II, y para no citar las tan conocidas afirmaciones generales, baste con ver cómo juaga la ruina de algunos estados en particular: «(..,) los venecianos (...) llegado un tiempo en que tuvieron que hacer la guerra en tierra (...) contrataron como capitán al marques de Mantua. I:uc ésta la siniestra decisión que les cortó las piernas para llegar al cielo y expandirse» (/:/ artt tk la ¿turra, I); «I.os venecianos (...) no teniendo virtuosas armas que oponer al enemigo (...), se arruinaron» (Disatrsos. III, X I; «la vileza de ánimo de ellos, causada por la calidad de sus órdenes nada buenos para las cosas de la guerra, les hizo perder de golpe el Estado y el ánimo |después de Vailate|» (ihíd., III, X X X I); «(...) yo no estimaba en mucho a los venecianos, eiiam en su mayor grandeza, porque siempre me parecía milagro mucho mayor el que hubieran adquirido aquel imperio y lo conservaran, que el que lo perdieran (...). I.o que me impresionaba era su modo de proceder, sin capitanes ni soldados propios» {Lt/iert fam iliari cil., C X X X IV ). Y en cuanto a Florencia, baste recordar el Dtrenna/t primo, al final: «Mas fuera fácil el camino, y breve, / si volvieseis a abrir de Marte el templo.» 117 Lo cual les produce cierto estupor: «De esta manera se precipitaban con ímpetu enorme y casi sorprendente las cosas de la República veneciana» (E. G u iccisan iN t, Sloria iD a lia , V III, VII); y Pit. Dr. Cohmynes , ante la rapidez de la conquista de Carlos V III, no puede por menos que decir: «Tout ccdict voyaigc fut vray misterc de Dicu» (Todo el susodicho viaje fue un verdadero misterio de Dios) (Mlmoiret, V III, V il.) Y más tarde, P. P aruta : «La repentina venida de los franceses a Italia, adonde trajeron un espantoso c inusitado modo de guerrear» (Historia I inetiana, ed. Venecia, 16 0 ;, 1 .1 , p. y). De semejante estado de ánimo era natural que se originara la imprecación contra la malignidad y corrupción de los soldados y sus capitanes; de esto se hace
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como manifestación exterior de una labor más íntima, constantemen te desarrollada en toda la estructura social y política, queda aislado y encerrado en su apariencia circunscrita. De este tipo son ahora las limitaciones que se imponen a la investigación del florentino, quien, al anotar la historia antigua, buscaba en cambio las causas profundas de la gloria de un Estado en la fuerza del pueblo y en la libre disputa de los partidos. Diríase casi que el haberse hecho ducho en la acción desde dentro de las maniobras palaciegas, la alternada turbulencia de las armas y los imprevistos trastornos militares de la época calaron en tal medida el ánimo del escritor que le ocultaron, en los momentos en que se refiere a su tiempo, cualquier otra voz; que, por otra parte, la amargura de los recuerdos, el desdén largo tiempo contenido por la obligada disciplina de los negocios públicos y, en el fondo, el tenaz rencor que le habían transmitido sus propios antepasados — debido a las compañías de ventura, feroces, infames y maldicien tes, que tantas veces hicieron temblar a los ciudadanos reunidos en consejo, así como a él, canciller de los Diez y de los Nueve, le procuraron largas angustias— , resurgen aquí, constriñendo las consideraciones históricas dentro de los límites de la pasionalidad ,2°. El ánimo del escritor buscaba una causa muy clara para volcar en ella todo el odio y la desesperación de que estaba ahíto, y a esa altura, el error crítico cobra la forma de un elemento profundo de vida pasional; Maquiavelo, alterado por su secreto sufrimiento, se vuelve contra el mercenarismo y ya no abandona esta actitud. No se pregunta ni cómo la inferioridad militar italiana depende de mutaciones acaecidas en la formación de los cuerpos tácticos, en la disciplina y en la técnica de guerra ,2t; ni tampoco, por qué*1 eco hasta Mo ntaignr : «Quand nosire R oy Charles huicticme. saos tirer l'cspcc du fourreau. se vil matstre du Royaumc de Naplcs et d’une bonc panie de la Thoscanc, les seigneurs de sa suite attribuarcnt cene ¡nespcrec facilité de conqucstc a ce que les princcs et la nobtesse d'Italic s’amusoint plus a se rendre mgenieus et sfavans que vigorcus et guemers» (Cuando nuestro rey Carlos octavo, sin desenvainar la espada, se vio amo del reino de Ñapóles y de una buena parte de la Toscana, los sedóte* de su séquito atribuyeron esa inesperada facilidad de conquista a que los principes y la nobleza de Italia encontraban más divertido d ser ingeniosos y doctos que vigorosos y guerreros) ( E » « / . I, cap. X X V .) 1X1 Parece en verdad vislumbrarse a veces en Maquiavelo la actitud del funcionario civil frente al soldado. Cf. M. II oio hm , M adúm Uis R a u n im t drr K ritftkitnít, Berlín, 1 9 1) , II, p. r t i . 111 En las observaciones sobre la infantería, Maquiavelo ve correctamente. Pero esto no conducía de por si a la anulación del mercenarismo: antes al contrario, ya que precisamente por las nuevas necesidades tácticas y los sistemas de guerra que habían empezado a emplearse, se hacia necesaria la presencia de nutridos núcleos de profesionales avezadas en el uso de las armas. Y . al mismo tiempo, no tenia que significar la condena sin contemplaciones del sistema de guerra anterior, que a tu vez había sido también necesario y útil. Pero lo cierto es que Maquiavelo propicia la infantería, sobre todo, por creer que de tal manera se libera de los mercenarios, y esto explica asimismo cómo, obsesionado por este asunto, no presta luego excesiva atención a algunos otros factores nuevos e importantes oel arte militar, com o por ejemplo la artillería.
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medios responde a todo un desplazamiento de las fuerzas políticas y económicas, asi como a una profunda alteración en la capacidad de lucha de los distintos estados europeos; al contrario, condena en bloque toda la larga experiencia militar de los ejércitos de Italia, sin advertir que hasta los últimos tiempos no sólo había sido necesaria, sino que tampoco había carecido de gloria ,22; confunde en un solo haz unas observaciones justas y unas aserciones gratuitas; maldice a diestro y siniestro, para terminar dando varapalos precisamente a los dominios de la península que eran, quizá, los menos merecedores de su desprecio i a . Tampoco averigua en qué pueda haber sido el mercenarismo italiano diferente del de otras naciones; por qué motivos, por ejemplo, en este país se elevó hasta las mayores fortunas el sistema de los condotieros, lo cual es muy distinto de la mera presencia de un elemento guerrero asalariado, y causa real, esta última, de quebrantos y alteraciones en el orden general de Italia. Plantearse semejante problema equivalía a tocar el verdadero fondo de la cuestión, esto es, sacar a luz la diferencia en el desarrollo político, no ya sólo militar, de la historia italiana, penetrar en los más arcanos entresijos de la vida del siglo xv y poner al descubierto las debilidades orgánica en la constitución de los principados y repúbli cas de la península m . Pero Maquiavelo no lo advierte: confunde el mercenarismo con el sistema de los condottieri12*14 125 y, lo que es más, dada su instintiva 122 Las acusaciones que no sólo Maquiavelo, sino también Guicciardim y G iovio, lanzan contra los eondotíhri, son falsas (H. D fxbró ck , Gesebdbte dtr Krkpsksmst, IV , Berlín, 1910, p. 21), al paso oue, desde mucho ames, en el siglo x v , los italianos gozaban de buena fama guerrera. De los condotieros italianos, considerados como los educadores de la caballería, se servia, por ejemplo, Carlos el Temerario (A. S pont, « la milice des francs-archcrs», en Rtrme des Qmesdons Historúfms, L X 1, 1897, p. 461). Maquiavelo, en cambio, todo lo juzga despectivamente. Qué efectos produjo ese estado de ánimo suyo es algo que puede apreciarse en el hecho de que, en las Hutorims florentinas, falseó (es lo que cabe decir) las fuentes, con tal de echar sombras sobre los condotieros y mercenarios, hasta el punto de atraerse los justos reproches del Almirantazgo. P. V il l a r i , op. d í., 111, pp. 157*2)8, 270*271, 279; batallas de Zagonara, Anghiarí y Molinetla. Para otras inexactitudes acerca de Sforza y Fortebracci, sbsd., p. 268 n. I. 121 Así, por ejemplo, su juicio acerca de Venecia y su organización militar está equivocado. M. H o bo h m , op. d í., II, p. 25. E . F u e t e a , Gesebiebte des listropáiseben Staatensystems rom it fj- t fjp , Munich-Bcrlin. 19 19 , p. 16 1. 124 Véanse las hermosas observaciones de H obo h m , op. d í., II, pp. 266 y ss., 279 y ss., que plantea vigorosamente la cuestión en su verdadero aspecto. Por otra parte, el valioso erudito demuestra en ese trabajo fundamental los muchos y graves errores de la práctica y la teoría militares de Maquiavelo. (Acerca del pensamiento militar del florentino véase también, en general, H. D elbrú c k , op. d í pp. 117 * 15 }.) 18 Véase, por ejemplo, cómo en el cap. X II de E ip rín d p e el tratamiento pasa inmediatamente de las armas mercenarias a los condotieros: «Quiero demostrar mejor la desgracia de estas armas. Los capitanes mercenarios (...)» Se confunden dos hechos que también podrían separarse: podía tenerse un ejército de mercenarios, dominado realmente por la persona misma del soberano político, como en Francia (M. H obo h m , op. á t., II, pp. 266 y 279; }24*}2f). t-J comdotmismso (perdóneseme la fealdad del vocablo) sólo podía desarrollarse en unas condiciones políticas
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necesidad de generalizar la observación, extiende su juicio, con pasmosa seguridad, reuniendo en una sola condena a Italia, Francia, España y las naciones desarmadas, aplicando la misma invectiva a los Sforza y al rey de Francia. Tampoco reparaba en que, precisamente en aquellos tiempos, el mercenarismo militar suponía una necesidad absoluta para los monarcas, dedicados a crear trabajosamente los estados nacionales; y no acertaba a comprender cómo, si se pretendía facilitarles medios para imponerse a las resistencias feudales y a los particularismos regionales o aldeanos, tanto como permitir el comienzo de una verdadera y gran política de expansión europea, era necesario poner bajo las órdenes del jefe del gobierno central un ejército que dependiese únicamente de el, de él y de su tesoro m , y adquiriese, en la larga costumbre de una vida guerrera, la disciplina y la técnica bélica necesarias para la victoria. Un ejército permanente, fuertemente aguerrido, es decir, uno como sólo las gentes de profesión, nativas o extranjeras, podían a la sazón ofrecer, era la primera condición para el fortalecimiento interno y la grandeza exterior de los estados de la Europa occiden tal >27; las milicias nacionales podían servir como milicia territorial, nunca como ejército regular; no para la guerra de conquista ni mucho menos para garantizar el absoluto predominio interno del poder centrall28. Maquiavelo no entiende este extremo y vilipendia a los reyes de Francia por haber derogado las ordenanzas de infantería, eliminando a aquellos francs-archers que, destrozados ignominiosamente en Gui-*127 determinadas, que eran precisamente las de los principados italianos; en esto había que insistir y ver por que los príncipes habían dejado de lado el arte que les es propio^ la milicia. ,26 Resulta, pues, supcrfluo poner de manifiesto lo equivocado de la afirmación de Maquia velo en cuanto a que el dinero no es el motor de la guerra: la experiencia de aquellos añps demostraba precisamente lo contrario. 127 El ejemplo de Francia es bastante claro a este respecto. El interés del rey, que por lo demás coincidía con el profundo y general de la política francesa, consistía en tener en sus manos un ejército permanente que sólo de él dependiese, esto es, un fuerte grupo de milicias mercenarias. Y con esto coincidía también el propio deseo de la burguesía francesa, muy poco dispuesta a marchar a filas, especialmente tratándose de guerras largas y arriesgadas. Además, resulta sumamente interesante señalar que en los estados generales de ToufS de 14(4, mucho antes de las reformas florentinas de Maquiavelo, se exigía el licénciamiento de los mercenarios y la constitución de un ejército nacional, no faltando tampoco los discursos en contra de las gentes asalariadas; pero quienes se habrían beneficiado con la reforma eran justamente tos feudatarios, es decir, la mayor fuerza disgregadora y el primer obstáculo para e! logro de la unidad nacional. Los ejércitos nacionales habrían puesto las armas, en gran parte, en manos de los elementos contra los cuates la monarquía tenía que luchar para reconstituir orgánicamente la nación. P. I mbart de la T our, Les orifftut de ia Reforme, I, París, 19 01, pp. 48 y 61 y ss. Cf. asimismo G .-A .-A . Hanotaux , Histoirt du cardinal de Ricbetien, I, París, 189$, pp. 267 y $$., 285. m Efectivamente, a las tareas de defensa de cada tierra se redujo muchas veces la milicia ciudadana de Francia. En cuanto al mal conocimiento, en el Renacimiento, de las características de la milicia territorial, cf. M. Hoboiim , op. «/., 11, p. 142.
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negate, en su poco gloriosa existencia habían llevado el desorden a todas partes por donde pasaban, de manera no muy distinta a los mercenarios, granjeándose además el escarnio de sus mismos com patriotas l29*. Pero, por suerte, los reyes de Francia conocían sus intereses mejor que el improvisado consejero foráneo, y siguieron asalariando a suizos, lansquenetes, gascones y picardos, ganando con estos mercenarios las batallas que les aseguraron la grandeza de su país Así, pues, aunque semejante criterio de evaluación suponga todo un esfuerzo de reconstrucción histórica, una tentativa de encuadramiento general verdaderamente notable — porque Maquiavelo llega a ver la causa de la miseria de Italia, no ya simplemente en la falta de finura y perspicacia negociadora de un señor, o en las dudas y torpes vacilaciones y decisiones mal calculadas de este magnate o el otro, sino en un motivo más general y amplio, la decadencia militar, que abarca en sí las comprobaciones humanas singulares— , la causa, que él pone ostensiblemente de relieve, no es, sin embargo, la única y, sobre todo, no la más profunda. Las propias graves fallas del sistema militar italiano, resumidas en las figuras de los condotieros, derivan de la constitución fundamental de todo el organismo social y político, por lo cual falta aquí de modo absoluto su reconstrucción. Y aunque más tarde la insinuación de una preocupación de ese orden en el pensamiento histórico le lleve a equivocarse, presentan do como una de las causas de la decadencia romana la perpetuación de los imperios militares 131, ahora la costumbre de la figuración diplomático-militar, junto con la prepotencia del sentimiento que lo mueve contra los hombres a quienes su siglo debe, aparentemente, todas sus calamidades, le impide buscar las causas más recónditas de la corrupción de Italia, tanto como las fuentes primeras, en caso de que alguna quede, de los remedios fuertes. Pero se deriva asimismo otra consecuencia de un criterio de 129 A . S pont, op. cit., pp. 4 n y $$., 47a y ss. IW Acerca det fracaso de Luis X II en su intento de organizar una infantería, que duró apenas dieciocho meses, cf. S pont , «Marignan ei l'organisation militaire sous Franfois I», en Rínw des Qm sihns i lis tonques, L X V 1 (1899), p. 60. Para la pésima experiencia de las legiones de Francisco I, cf. II. D elbru ck , op. cit,, pp. 18-19. 131 Discursos, III, X X IV . Fj i verdad, capta bien los contenciosos agrarios, pero en la preocupación acerca de! dominio militar reaparece el Maquiavelo de la vida italiana: «(...) estando un ciudadano por bastante tiempo al mando de un ejercito, se lo ganaba y lo hacia partidario suyo, porque ese ejército olvidaba, con el tiempo, al Senado, y reconocía a aquel jefe». < > sea, que una de las causas de la decadencia romana sería, una vez más, el condoticrismo. Asi, también: «Roma, por tanto, mientras estuvo bien ordenada (que lo estuvo hasta los Gracos), no tuvo ningún soldado que considerase este ejercicio como arte (...)» { E l arte de la fie rra , I). Cf. M. Hobohm, op. cit., 11, pp. 105 y ss.
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evaluación tan limitado. Porque si Maquiavelo alcanza a ver la desunión y la fragilidad de los dominios territoriales de unas repúblicas como Venecia y Florencia, que han adquirido imperio y no fuerzas; si, inspirado también por el sentir común a los hombres de su época, les reprocha a aquéllas el haber creado súbditos y no compañeros frente a los dominios principescos, no se pregunta si la debilidad deriva de la falta de unión entre las partes, o bien de algún grave error inherente a la constitución misma del Estado, o simple mente de su incapacidad de obstaculizar acertadamente la acción de potencias más grandes, más fuertes y más ricas. Maquiavelo observa a los príncipes y su desidia, se extiende en su ruindad militar, se detiene en su molicie sin averiguar si, además de estos motivos particulares y humanos, no habrá algún otro más grave que pueda explicar los grandes terrores, las súbitas fugas o las milagrosas pérdidas. Logra a veces vislumbrar el mal en los gentilhombres, pero no va más allá, antes bien, aconseja instituir los principados en las tierras donde exista gran desigualdad l32, como si la mano regia fuera omnipotente y debiera obrar milagros repentinamente; y suele terminar poniendo en primer plano la figura del príncipe, causa de toda iniquidad. El doctrinarismo militar 133 y la costumbre del juicio individualizado pesan con excesiva fuerza sobre el pensamiento del escritor, quien, además, se encuentra en mayor medida limitado por otras carencias. Tampoco era solamente a causa de su indiferencia por los valores económicos — fruto, a su vez, de la concepción militaresca, y por ello no un germen de fuerza, sino de corrupción— por lo que Maquiavelo vislumbraba en la riqueza y la propiedad privada unas causas, en su opinión, de debilitamiento y de aversión por las armas, sino también debido a un persistente espíritu municipal, por lo que se alza contra la comarca 134*. A aquella multitud dispersa y confusa, oprimida por el yugo brutal de la política de las comunas, y mantenida alejada, no ya de la actividad pública, sino incluso de la propia vida espiritual y moral de la ciudad, Maquiavelo no la salva; a lo sumo, le concede la condición de satélite de los tiranos >35. >« D iscurm , I. LV. Asi lo llama R. Kester, op. t il., p. 179. E. VC. M ayes, op. til., p. 100. Son de poco valor, en cambio, el estudio de V. T angorra , •II pensiero económico di Niccoló Machievelli». en Sajjgi criliti di economía política, Turin, 1900, pp. m - 1 1 9 , y las observaciones de E. G kbhart , L is historien! /lorenlins de la Renaittanee t i til commenccments tir fétonemit poliliqne el socialt, Waris, 1 S79, pp. t8 y ss. ,JS 1.a comarca debe ser llamada a las armas por los tiranos, para cumplir «el oficio que debiera hacer la plebe» cuando esta les es contraria (Discursos, I, X L). Dicha tarca puede ser realizada por satélites forasteros o por vecinos poderosos con los cuales se concierten los principes. Vale decir
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Y sin embargo llegará el momento en que tendrá que apelar a los campesinos, tantos años despreciados por la burguesía urbana, para pedirles intervención directa en la vida del Estado; pero aun entonces, justamente cuando todas las barreras parecerán romperse, volverá a surgir el ciudadano, desconfiado y cauto, que teme por la seguridad de su dominación y, en consecuencia, humilla a los hombres de una tierra, sometiéndolos a un jefe que esté separado de ellos por los viejos rencores de aldea 136. ¡El amor por la ciudad natal sigue suscitando los sentimientos de la era comunal!
Maquiavelo y la religión Motivos todos de estrechez espiritual, agravados en último término por esa disposición fundamental del espíritu de Maquiavelo que poco experimenta la emoción de cualquier movimiento espiri tual no contenido en la pura idea política; que ignora no sólo lo eterno y lo trascendente 137, sino también la duda moral y el ansia tumultuosa de una conciencia que se repliega sobre sí misma 138; que, en consecuencia, se ve forzadamente llevado a transmutar el valor a la vez humano y místico de una fe en valor plenamente político, encuadrado en las leyes y en los órdenes del Estado. La religión bien puede constituir, junto con las leyes buenas y la milicia, el fundamento de la vida nacional l39; pero lo que aquí sale a la luz no es el sentimiento en sí, no su necesidad por el alma misma del hombre que encuentre en ella el sostén donde apoyar su natural inquietud, sino más bien el carácter práctico que deriva de ella, por constituir un freno para la corrupción y un elemento para el que la comarca, cuando Maquiavelo ae dirige a los tiranos y retoma a su tiempo, queda fuera de la vida interna del lutado; al paso que el mismo advierte lo contrario en la lección de su modelo, «siendo una misma cosa la comarca y Roma». * * Sumamente significativa, en relación con este aspecto de Maquiavelo, es la tulla istitm^ione delta añora m ilicia, reproducida en P. V i l l a s i , op. ti/., I, pp. 6)7-642. En los consejos finales sobre la manera de proveer a que las milicias no hagan mm¡ se resume toda la desconfianza del ciudadano, que tenia ya tres siglos de existencia, y aunque en sus razonamientos Maquiavelo condene a las repúblicas que crearon súbditos y no compañeros, en la acción práctica no puede alejarse, tampoco, del hábito de gobierno que maldice. Esto aparece con toda evidencia en los consejos respecto del distrito. 137 R . F bsteíi. op. eií.t p. 146. ,3> N o creo, pues, en absoluto, en la capacidad religiosa de Maquiavelo, según sostiene O. T ommasini op. a/., I, pp. 699 y ss.); su deseo de reformar la Iglesia de Roma se debía a motivos muy distintos de los que habían movido a los disidentes y reformadores de la ¿poca (mientras que Tommasini los pone a todos en un mismo plano, ibid., p. 758). Cf.» en cambio, las acertadas observaciones de F. M p.in e ck e , D ie Idee der Staatsrasoa, pp. 58 y 44. 139 Nótese empero que en E l principe también el valor político de la religión está enormemente reducido, en comparación con los Discursos. Cf. más adelante.
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desarrollo ordenado de la vida colectiva. Identifica la religión con su forma exterior, tal como la dejan ver sus instituciones ,4°; y el valor moral que ella acarrea a la existencia de los pueblos es el de una fuerza coactiva que desciende de las alturas, amaestrando sabiamente los ánimos y ratificándolos en el cumplimiento de sus deberes civiles. Por tanto, todo movimiento religioso pierde su intimo carácter, se despoja de su contenido místico y conserva únicamente los definidos motivos políticos con los que una y otra vez se ha revestido necesariamente, y que han podido constituir un poderoso empuje en su formación, pero no el único. Precisamente en Savonarola, Maquiavelo no ve más que al profeta desarmado, y se encierra en una indiferente e irónica reserva respecto a la voz de Dios, que animaba al fraile de San Marcos 141, sin advertir que las huellas del fracaso de una predicación tan violenta se han mantenido con vigor en él mismo; porque su irritación por los errores políticos de Savonarola, reordenador del gobierno, se trueca inconscientemente en desprecio por el eclesiástico e, insertándose en el fondo natural* mente poco religioso de su ánimo, determina en gran medida su acrimonia contra la Iglesia. Nicolás retoma, amplía y lleva a una hostilidad más general contra el papado — causa de la corrupción de Italia— el desdén del monje dominico contra Alejandro V I, mien tras simultáneamente los excesos de la reacción del fraile refuerzan su despreciativa incredulidad, que culminará más tarde en la crea ción de fray Timoteo; el momento particular de aversión por un pontífice se convierte en hostilidad continua y tenaz ,42, y dentro de tal desarrollo madura la concepción religiosa de Maquiavelo, forma da por elementos teóricos y prácticos, y limitada por la naturaleza de su pensar, así como por la educación de su espíritu ,4}.
Iw E. VT. M ayrr . ep. t il., p. 97. Queda, pues, entendido que. para Maquiavelo, no se puede hablar de un Estado lait» en el sentido moderno. 141 «...) el fraile Gerolamo Savonarola fue persuadido de que hablaba con Dios. Y o no quiero juzgar si decía verdad o no, pues de un hombre como él se debe hablar con reverencia (...)» (Discursos, I, XI). Acerca de la posición de Maquiavelo frente a Savonarola hay agudas observaciones en O. T omuasini, op. til., I,p p . 160 y ss. En cambio, P. V il l a r ! las tiene menos felices (L e ¡loria d i Gtrolamo Savonarola, Florencia. 1887, 1, p. J19 ; II. p. 107), mientras que J . Sc h n itzer se refiere a ello brevemente y sin excesivo cuidado {Savonarola, Munich, 19 14, I, p. 192. Pero C f., asimismo, II, p. 10 7 ), nn. 96 y 99). 142 Sobre la aversión de Maquiavelo hacia el papado, cf. R. F ester , «a . n/.,pp.8o y ss. i«] Para la influencia a tonlrario de Savonarola sobre Maquiavelo, cf. J . L uc Ha ir e , op. ti!., p. 281. También G . de L eva buscaba una relación entre la educación espiritual de Maquiavelo y la palabra de Savonarola (Sloria documtnlala di Cario V , Venecia, 186), I, p. 1)9).
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E l señor nuevo y la nueva ilusión de Maquiavelo De modo que el mundo espiritual del que surge el príncipe se encuentra limitado exclusivamente a su lineamento político-militar. La vida del pueblo se esfuma de la consideración del escritor. Y dado que las cortes y las armas se expresan en quien se enseñorea de ellas, y se concretan en una determinada figura humana, se concluye en que los príncipes son causa de la ruina de Italia ,44. Pero, dado que en ellos está el origen del error, en ellos estará el remedio. Y mientras que Savonarola, para quien los principes eran también la fuente de toda perfidia y los creía enviados por Dios para castigar los pecados de los súbditos, trató de construir su mundo segregándolos de la vida social, Nicolás se detiene en ellos y se limita a sus figuras. Y he aquí que surge el señor nuevo. Ya en otras ocasiones Maquiavelo se ha aferrado a la virtud individual para corregir la vileza de la masa y para restablecer el buen orden, ya antes ha creído en ella como fuente de salud del Estado 14 145. También cuando se mueve por entre la compleja vida del pueblo de Roma se le vuelve a aparecer, como centro ordenador, este valor aislado; y suele retornar 146, ratificado en la existencia, más rica en motivaciones y más vasta, del pueblo. En este aspecto, Maquiavelo se adapta bien a los limites de la historia italiana y acepta los dictámenes del Renacimiento. Con esta afirmación de la virtud individual reaparece en Nicolás la limitación humana existente en Guicciardini. 144 Entre muchos ejemplos citables, cf. E / principe, XIIt «(...) y el que decía que b causa eran nuestros pecados decía verdad; mas no eran los que él creía, sino éstos que yo he reseñado, y, por ser pecados de principes, también ellos han padecido su castigo»; D iunrrn, II, X V III: «Y bajo los pecados de los principes italianos, que han hecho a Italia sierva de los forasteros (...)»; III, X X IX : «No se duelen los principes de ningún pecado que cometen los pueblos que tienen gobernados, porque tales pecados deben de originarse, bien de su negligencia, bien de estar ellos mismos manchados de errores semejantes»; H l arte ck lo puerro, V il: «Pero volvamos a los italianos, los cuales, por no haber tenido principes sabios, no han adoptado ningún orden bueno, y por no haber tenido la necesidad que tuvieron los españoles, no los han tomado para si, de suerte que han quedado como el vituperio del mundo. Pero los pueblos no tienen la culpa, sino sus principes, los cuales fueron por ello castigados, y por su ignorancia han recibido justos castigos (...)» Los miembros conservan mucha virtud y la materia sigue siendo excelente ( £ / principe, X X V I). 145 Cf. los exhaustivos análisis de E . f f . M a t e s , op. tí/., pp. ■ I y ss., I ) y ss.; de F. E r c Ol e , «Lo Stato nel pensiero di Niccoló Machiavelli» cit., p. 8 y ss. del extracto; «La difesa dedo Stato in Machiavelli», en Política, marzo-abril de 19 2 1, pp. t x - i) , v paaim en todos los demás trabajos que se mencionan más adelante; y F. M e in e c x e . ule Idte der StcuUiraton, pp. 40 y ss.; «Einfñhrung», PB-21 y ss, 144 Pero no siempre: la misma Roma, que no tuvo «un Licurgo que la ordenase de tal manera en el principio, que pudiera vivir largo tiempo libre», arribó a la perfección por la desunión entre la plebe y el Senado: «lo que no había hecho un ordenador, lo ht20 el acaso» [Diicurios, I, II). O sea, que ia virtud del ordenador no es ya totalmente indispensable para la prosperidad del Estado.
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Pero las demás veces la virtud del hombre alterna con los buenos órdenes; la capacidad de renovación está contenida, no ya únicamen te en el ánimo de un individuo, sino en la fuerza misma de las leyes, es decir, en el vigor vital del pueblo, que encuentra dentro de sí bondad y orden para rehacerse con arreglo a su principio y para retornar a la grandeza >47. Y el reordenador no es ya un tirano, sino que se limita a llevar de nuevo a la ciudad por el buen camino y a restituirle plenamente sus órdenes primeros 148. Algunas veces, Nicolás vacila. No es que no crea en la virtud ni que haya perdido la fe en la facultad de conquista y dominio del hombre, pero sí que ésta le parece demasiado ligada a los cambios de fortuna, demasiado unida a la fragilidad de la existencia *49. Y aun cuando esta vacilación no sea todavía totalmente conciencia nueva, que haga advertir la vanidad de la tentativa singular cuando falte el fundamento, y la acción del condotiero no se vea respondida por una plenitud de vida íntima en la masa; aun cuando la duda muy a menudo se origine en un motivo particular y no en una súbita mutación de pensamiento, por larguísima que fuese (en su opinión) la vida humana, o bien si cuando la virtud pudiera traspasarse ¡unto con el imperio ella sola bastase para mantener en pie a los estados, a pesar de ello Maquiavelo vuelve a detenerse. En ese contraste entre el ciudadano del Renacimiento y el pensador, que en ciertos momentos excede los términos de su edad, podría hallarse el origen del hombre nuevo. Pero ahora cesan las dudas; los órdenes adecuados desaparecen; desaparece también el retorno al principio ordenador de la Repúbli ca, y sólo queda la virtud del príncipe para animar la materia inerte con la impulsora fuerza de su voluntad. Ciudad, pueblo, ordenamien tos adecuados, retorno a los principios para volver a organizar la 147 D iurnos, 111. I. I4# «Verdad es. sin embargo, que, cuando ocurre (...) que por buena suene de la dudad surge en ella un sabio, bueno y poderoso ciudadano que ordena leyes mediante las cuales los humores de nobles y lugareños se aquieten o se apacigüen de modo que no pueden obrar mal, entonces a esa dudad se le puede llamar libre y considerarse estable V firme ese lisiado. Porque estando basado en buenas leyes y buenos órdenes, no tiene necesidad de la virtud de un hombre, como tienen los demás, que lo mantenga» (Historias fhrtntinas. V I, 1). 149 «De donde procede que los reinos que dependen sólo de la virtud de un hombre sean poco durables, poraue esa virtud les viene a falcar junto con la vida de él. y raras veces sucede que sea revivida con la sucesión (...). Así. pues, la salud de una República o de un remo no reside en tener un príncipe que prudentemente gobierne mientras viva, sino uno que lo ordene de manera que. aun muriendo, se mantenga» (Dssmrsps, 1, X I); «(...) una ciudad llegada a la declinación por corrupción de la materia, si llegara a suceder que jamás se levantara, ello ocurriría por virtud de un hombre vivo entonces, no en virtud de lo universal capaz de sostener los órdenes adecuados, y apenas el mismo muere, ella retoma sus prístinos hábitos (...) y la razón consiste en que no puede haber un hombre de tanta vida como para que el tiempo le lleve a acostumbrarse a una ciudad desde mucho arras mal acostumbrada: y si uno de larguísima vida, o dos sucesiones virtuosas continuadas no lo disponen asi, ante su falta (...) se arruina» (ibíd., X V II).
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sociedad en su base primitiva, todo eso queda lejos. En el apasiona miento de la creación, que tiene ante sí a su tiempo y desea empaparlo de nuevo vigor, se anulan las diferencias, las vacilaciones del pensamiento, las primeras dudas acerca de la capacidad ordena dora del hombre, el hombre de la última historia italiana; y éste reaparece al final, completamente solo, él y sus armas, avezado en los enredos diplomáticos, dotado de plena sabiduría civil y libre de toda debilidad. Es el redentor que reparará los pecados de los antiguos señores con su gloria de príncipe nuevo ,5°. Y no acude Maquiavelo, cual si semejante reconstrucción fuese vana, como si ésta fuese su grande y última ilusión. Creer que donde habían venido desmadejándose todas las fuerzas vivas de la nación y aún no había aparecido ninguna nueva; que en la tierra en la que ya no era la burguesía comunal la que regía con su energía el gobierno, y no habían surgido una nueva conciencia ni una nueva clase capaz de sustituirla; que en esos dominios todavía desunidos y fragmentarios, debilitados día tras día, política y económicamente, por la presión de los grandes estados occidentales; que en medio de una gente que había extraviado, a causa de la literatura y el humanismo, el sentido de la vida moral y de las necesidades sociales, aun cuando siguiese conservando las suscepti bilidades particularistas; creer, decimos, que un condotiero de milicias pudiese resucitar la suerte declinante de Italia y ordenar aquel Estado, que no habían logrado conjuntar ni la prepotente vitalidad de las comunas ni la voluntad unitarista de los grandes señores del siglo xiv, imaginar que bastase con reformar al hombre y la milicia, y fueran por ello suficientes los actos de una voluntad singular, la percepción aguda de los acontecimientos, la capacidad de movimientos y la severidad de conducta de un señor aislado, para mantener en pie, incluso para reconstruir, lo que tenía que derrum barse por la propia necesidad de las cosas, por la justa conclusión de toda una vicisitud histórica, era un sueño bello, audaz, formida ble, pero sueño al fin. ,so Me parece temeraria la afirmación de L ochairf . (op. eit.. p. joo), de que Maquiavelo, «dans ce terrible dtlemme, plus de républkjue, ou poim d ’unitc ttalienne, entrevoit cene solution: accepter la monarchic, que démolira les vieilles barrieres, refondra ensuire les formes sociales, fera la nación: le peuple reprendra ensuire ses drorts. II esquissair ainsi l’htstoirc future des nations curopéenncs» (en este terrible dilema de falta de República o nada de unidad italiana, vislumbraba esta solución: aceptar la monarquía, que había de demoler las viejas barreras, refundiendo luego las formas sociales y forjando la nación; después, el pueblo recuperará sus derechos. Así bosquejaba la historia futura de las naciones europeas). Esto me parece como querer hacer de Maquiavelo un p ro fe ta a toda costa, cuando él miraba con muy malos ojos a los profetas. Desde el momento en que acepta al príncipe, no ae detiene a pensar en alteraciones futuras, ni sucAa con la República que pudiera suceder al principado de los Médtcts.
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Y Maquiavelo, que, ebrio de gloria popular romana, condena a César, yerra en este momento al presagiar los milagros de un Valentino 151 o de otro cualquiera de los Médicis, porque la obra de ellos, aunque admirable en cuanto a sabiduría de gobierno, no habría podido encaminar a la sociedad italiana por vías distintas de aquellas por las que naturalmente se estaba precipitando. El príncipe, con arreglo al consejo y la admonición de Nicolás, habría tenido que contradecir los resultados de dos siglos de vida y torcer el curso de los acontecimientos hacia limites distintos de aquellos en los cuales iban fatalmente a cerrarse. Y aunque la apasionada visión del pueblo y de sus fuerzas sanas le impulse la primera vez a condenar al «tirano» — ¡y qué tirano!— , después, la voluntad de una Italia nuevamente fuerte, capaz y libre le impide evaluar con exactitud el «castillejo» edificado en el ansia tormentosa de un ocio triste. Trastornado por la pasionalidad del sentimiento y la imagina ción, Maquiavelo termina contradiciéndose a sí mismo; su pesimis mo teórico se trueca de improviso en confianza ilimitada en el hombre de gobierno, y no sólo en él, sino también en el pueblo que espera al redentor, totalmente dispuesto a seguirlo, con lo cual revela no ser otra cosa que un esqueleto intelectual, incapaz de contener el desborde de la vida pasional,52; el escepticismo se convierte en el más emocionado grito de esperanza y de fe, y las palabras de desprecio por el hombre, criatura de por sí malvada, se trasmutan en la invocación, que se hace religiosa y acoge dentro de sí el recuerdo bíblico. Pero ni aun cuando se aquieta en la contemplación del «ejército propio», ni siquiera entonces, Nicolás advierte los contrasentidos en que cae. Depositar la seguridad del Estado en las manos de todos, y no ya solamente en las de los ciudadanos, sino también en las de los pobres habitantes del campo, rcuniéndolos para la más grave tarea que pueda encargársele al hombre en pro de la colectividad; interesar en la salvación y la integridad del territorio a cuantos en él viven; buscar el fundamento de la vida pública en el deber común i*i Decía Montesquieu: «Machiavcl ciaic plcin de son idolc, le duc de Valentino»» (Maquis* velo estaba muy imbuido de su héroe, el duque de Valenttnoís) (Esprit d a lois, X X I X , X IX .) 152 Y en ello reside, asimismo, la diferencia entre el pesimismo de Maquiavelo y el de Guicciardini: en el primero, la vivacidad del sentimiento logra anular, muchas veces, la afirmación teórica, remitiéndose confiada a ios hombres que el intelecto desprecia; en el segundo, la afirmación teórica, aunque menos abrupta, concuerda perfectamente con la indiferencia del ánimo, por to cual m attr Francesco no sólo habla del pueblo como de un animal loco, sino que, de conformidad con su pensamiento, se guarda muy bien de mezclarse con el. E s soberbio, eomo notan sus contemporáneos, mientras que Maquiavelo es servicial con los amigos y, en la vida, también un hombre del pueblo.
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frente al enemigo, significaba introducir una alteración radical en la constitución, no sólo militar, sino sobre todo política y moral; en otras palabras, significaba saltar más allá de la historia de los tiempos, más allá de la historia a la que el propio escritor se remitía en toda su construcción política. Maquiavelo cierra los ojos ante esto. Y no sólo eso, sino que, en la acción práctica de gobierno, la inmediatez y la necesidad de actuar le impiden vislumbrar las correlaciones existentes entre las instruc ciones dadas a las comunas descontentas y su concepto de la milicia como baluarte de la patria, al propio tiempo que sanciona, como secretario de los Nueve, el desmembramiento y la escisión interna del Estado, y consagra la desconfianza de una comarca hacia otra y de todas juntas hacia la ciudad 153; pero tampoco más tarde, al reducir a lineamento teórico el primitivo bosquejo práctico, repara en el valor decididamente revolucionario que de las instituciones militares pasa al cuerpo político en su conjunto. Se preguntará acerca de la manera de hacer jurar a los soldados 154 y tratará de averiguar qué religión puede hacer afrontar con serenidad el sacrificio; pero, mientras, asienta las bases del principa do nuevo en las armas propias, sin advertir que las «armas suyas» son la contradicción más flagrante e irremediable de su constitución política. Suele resultarle oscura la manera en que, para hacer jurar realmente a los soldados, se precise una religión que él no les ofrece, así como que antes de exigir el sacrificio sea preciso crear una conciencia común, por lo menos regional, y una conmoción política que provenga de advertir, aunque sea confusamente, la pasión del gobierno indisolublemente ligada a la pasión de los súbditos ,5S. ,B A dviene a las comunas, contrarias a la nueva leva, que sus hombres quedarían de guardia en su tierra, y trata de aplacar su enfado con la promesa de dejar a cada ciudad sus hijos para defenderse: «(...) del gran número no ha de servirse esta República sino para guardar vuestra tierra, porque, cuando lo quiera para servirse del mismo en otro lugar, nunca llegará a b tercera parte J e los enrolados, y siendo pagados, irá quien uuicra ir, y no otros»: a la Comuna de Modigliana, 14 de enero de 1 j 12 . en S rri/li intditi d i Al. M útbiarelli ritguardanti la t/oria t la m ilicia. compilados por G . C a n estm n i , Florencia, 18)7, pp. j 7j- 3 74. Cf. asimismo la carta del mismo tenor c igual fecha, dirigida a la Comuna de Marradi, ÍW ., p. J69, y en cuanto a la desconfianza respecto a los sábditoi, basta con la Rnis^imr talla insiila^itm dtlla nutra m ilicia, ya ciad a. Acerca de la milicia florentina y de los problemas políticos que su formación planteaba, véase el hermoso análisis de M. Hobohu , I, especialmente pp. 420 y ss. '** «¿Qué podté prometerles por lo cual tengan, reverentemente, que amarme o temerme, una vez que, terminada la guerra, no tengan ya nada que convenir conmigo? ¿D e qué he de hacerles avergonzar, si han nacido y d ecid o sin vergüenza? ¿Por qué habrán de aceptarme ellos, que no me conocen? ¿Por qué Dios, o por qué santos, he de hacerles jurar? ¿Por los que adoran o por los que maldicen?» (E l trlt dt la p a rra , VII). 155 C f. las agudas observaciones de R. F estek , tp . ti/., p. 88. Una fugaz, aunque muy feliz intuición tiene también G . F errari, M errlU guidne delie rtvo/u^itai d ti uostri um pi, Florencia, 19 2 1, pp. 60 y ss., donde por un momento advierte el equívoco fundamental de E l prfacipt, antes de dejarse atrapar nuevamente por el drama subterráneo de sus güelfos y gibelinos.
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Ni siquiera se pregunta si realmente es de interés del principe de un Estado vasto y fuerte el crear una milicia de ciudadanos, a la que habría que adiestrar durante mucho tiempo para que estuviese en condiciones de soportar ventajosamente el choque de los recios mercenarios extranjeros, hasta el punto de hacer dudar de la eficacia y, sobre todo, de la oportunidad del remedio; o si le conviene al jefe absoluto de un dominio el poner las armas en manos de unos súbditos que con frecuencia podrían servirse de ellas para desalojarlo del palacio ducal. En este giro de su pensamiento, en este comienzo de una profunda crisis espiritual, de la que tal vez podría salir sin esperan zas, aunque sí con mayor capacidad de juicio, Maquiavelo se queda a medio camino y sigue estando constreñido por la minucia de la cuestión. Se agota en el análisis técnico, sin vislumbrar el nexo con la totalidad de la constitución del dominio. En la conformación del principado rechaza al pueblo como fuerza creadora, pero pronto vuelve a recurrir a él para confiarse a su fuerza moral. El encuadre general y el puntal nuevo no son de la misma madera y se ensamblan mal. Pero Nicolás no repara en ello e intenta recomponer, con conmovedora tenacidad, un edificio destinado a derrumbarse al primer soplo impetuoso de viento. 1.a contradicción no se evita porque está en las cosas. Porque, sustancialmcnte, Maquiavelo pretende una milicia nacional debido a que encuentra la causa de la ruina italiana en la corrupción militar; sanada ésta, todo vuelve a ordenarse correctamente. Y resulta que sólo mira el remedio en sí, sin advertir qué profundas alteraciones puede introducir en la materia a la cual se aplica, ni qué vigor requiere de los tejidos para ser soportado. Pero la contradicción tampoco se evita porque, al demandar que las armas les sean confiadas a los hombres de la tierra, Maquiavelo vuelve a ser el hombre de los municipios, el descendiente de los antiguos burgueses de la Comuna libre; en este momento no es un profeta del porvenir, sino, simplemente, un evocador anacrónico de un pasado que tiene que extinguirse ,56. No advierte cuál es el 1M Intentar ver en Maquiavelo a un precursor de loa tiempos modernos es un craso error. El pueblo en armas del florentino no es más que la resurrección, momentánea c inútil, de las viejas milicias comunales (sean cuales fueren las modificaciones técnicas que necesariamente haya que aportar). I j i conscripción obligatoria moderna, aparte de todas las diferencias, ni pequeñas ni leves, de carácter particular, se basa en una constitución política interna del Estado tan distinta que hace imposible toda comparación. Para ser verdaderamente el profeta de nuestros tiempos, Maquiavelo habría tenido ouc modificar no solamente el ordenamiento militar, sino también, siquiera teóricamente, el político, en cuyo marco, únicamente, deben contemplarse las reformas particulares, todo lo cual supondría pretender demasiado. Lo cierto es que él, hombre del
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sentimiento que le mueve, y cree predicar una nueva fórmula de salvación, siendo que repite palabras viejas vueltas a usar en aquellos tiempos calamitosos 1S7 * *; y ni siquiera se percata, justamente él, de que, al hacerlo, vuelve a caer nada menos que en medio de la edad savonaroliana, asumiendo, inconscientemente o no, sus motivacio nes ,58. El ciudadano florentino, confirmado en su fe por el largo estudio de la grandeza militar de la Roma republicana, reaparece bruscamente, contradiciendo al preceptor del principe nuevo 159. Por tanto, esa confusa confianza en el pueblo, más fuerte que cualquier pesimismo teórico, pero necesaria, sin embargo, para encomendarle las armas, queda como un sentimiento ingenuo y oscuro, incapaz todavía de aclararse a sí mismo los motivos de su proceder y de librarse de las contradicciones; y si E / arte de ¡a guerra es, por el espíritu que lo invade, el escrito de Maquiavelo que más se acerca a los Discursos', si en E i principe mismo, los capítulos que en mayor medida recuerdan el gran comentario acerca de Tito Livio son, precisamente, los que se refieren a la constitución militar del nuevo Estado, hay aquí, empero, sólo una parte del pensamiento de los Discursos, un único aspecto de la fuerza que animaba el mundo romano. Al regresar a su tiempo y dedicarse a una tarea precisa de reformador, Nicolás cree aportar un nuevo germen de vida, y ni siquiera logra desarrollarlo acabadamente; su experiencia puede incluso insinuarle un intento de reordenamiento, pero siempre limitándolo a un campo en particular, y no tiene fuerza suficiente, cuando se encuentra con el mundo del Renacimiento, para infundirle todos los elementos de que debiera estar constituida. Renacimiento en cuanto a su razonamiento político, se volvía hombre del siglo xin en las consideraciones militares. Y es precisamente Guicciardini quien nos dice cuál era la naturaleza real de las reformas castrenses: «Por la misma época se empató a tener en cuenta la ordenanza de los batallones, cosa que había existido antiguamente en nuestra comarca, cuando se hacían las guerras no con soldados mercenarios y forasteros, sino con ciudadanos y súbditos nuestros; después se había interrumpido desde unos doscientos años atrás, aunque antes del 94 se hubiera pensado algunas veces en renovarla: y después del 94, en estas adversidades nuestras, muchos dijeron alguna vez que seria bueno volver a la antigua usanza, si bien nunca se la sometió a consulta, ni se le dio ni elaboró principio alguno a su respecto. A ello se inclinó después la opinión de Maquiavelo (...)» {Storia/iornum , cap. X X IX , en las O fert im ditt, 111, p. $14). 1,7 La idea estaba en el aire y los mismos literatos empezaban a presentarla (V. Z a bu ch in , V irgilio m i Rhauim toio, cit.. I, pp. 149). Asimismo, en Francia, casi por la misma época en que Maquiavelo escribía E l prim ipt, Scyssct, aunque con más prudencia y cautela, aconsejaba la institución de una milicia nacional propia. Cf. A . J acquet . «Oaude de Scyssel», en Rtrm Jet Q m itaiu H úlorifoet. I.V II ( 1( 9 1) , pp. 41) y ss. 157 De confiar las armas a los ciudadanos ya habla hablado, en realidad, Domcntco Cccchi (P. V il l a r !, L a ¡loria d i Gtrolamo Sarooanla, cit., I, p. 4) x; O. T o suíasini, op, til., I, pp. 141 y 949; M. Hobohu , op. tu ., I, pp. 44 y ss.), con la diferencia de que, en el movimiento savonnroliano, ía reforma militar era más lógica que en E l priaript. ,M Maquiavelo, en verdad, se remite también al ejemplo de César Borgia, pero la reforma militar del Valentino se asemejaba al ejército permanente, es decir, tenia una finalidad completa mente distinta y hasta contraria a la del escritor (H obohu , op. t il., II, p. 197),
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Restringido, pues, dentro de unos límites de pensamiento que no llega a anular, Nicolás crea su principado sin percibir la inanidad de su esfuerzo, y en la febril excitación de la pasión libre de todo freno se deja ir en la visión creadora, sin medir con exactitud su valor concreto. Cuadro y resumen teórico de la historia italiana en cuanto a sus consecuencias, JE/ príncipe vive, además, en la esperanza inútil: los señores de Italia la han echado al olvido. Pero precisamente esto da singular relieve al breve tratado: en él se ve a cada paso el esfuerzo desesperado de volver a poner en pie lo que está destinado a derrumbarse; el trágico propósito de construir en el vacío; el desenfreno del sentimiento que, en último término, arremete en su conmoción contra el análisis y cobra grandiosidad de admonición religiosa. Y no sin tristeza se aprecia el formidable ajetreo de una mente sin par que busca, con apasionada fe, que surja el redentor, sin advertir que su misma tarea de crear revela la decadencia de la materia en la que vanamente pretende insuflar la virtud 160. Otras obras, a primera vista más falaces, revelan en aquel tiempo, en Europa, el estremecimiento de nuevos gérmenes de vida 161; ésta, infinitamente superior a todas por su potencia imaginativa, tanto como por el dramatismo de sus relieves, evidencia en cambio la extinción de una vida gloriosa que ha terminado su curso l62*. De tal manera, E l principe es, a la vez, síntesis y condena de dos siglos de historia italiana; y mucho más que su pretendida inmora lidad, debiera impresionar a los comentaristas la infinita miseria a la que precipitaba la suerte de nuestra civilización ,6J. ,u Cf. en este temido c! juicio de !'. G regorovius : «El libro de EJt priiuipt (...) es también el documento m is tremendo de la edad en que fue escrito, y no menos tremendo lo es de la personalidad histórica del propio César Borgia» (Stohm delta littá d i Roma m ¡ M idió Evo, Roma. 1900-1901, IV , p. j 58). M is precisamente, en la Utopia de Tomás Moro, en la cual B. C hoce encuentra, con razón, la critica de las condiciones sociales de Inglaterra durante la disolución de la economía feudal {M atiríalitm o ¡torito idicooomia marxittica, p .i4 j.C f. asimismo P .V il l a r i , op. lit ., II, pp. 4 0991$.). '** J . A ddincton S tmonds ( R t a v n m t m Ita lj, Londres, iSSo-tSM>, 1, p. 305) dice que el sistema de Maquiavelo no implicarla riesgos para las funciones de un organismo social en condiciones normales; pero no se pregunta cuál es la anormalidad del organismo de Maquiavelo. IU Sobre la falacia práctica del pensamiento de Maquiavelo se extiende G . Ferrari, quien la aprovecha para una imaginativa figura literaria del escritor: «El se constituye en antipapa del universo, verdadero Satanás, scóor del mundo, de las naciones... arrastrado por la pctufancia de su genio crea una nigromancia política que distribuye coronas a placer entre los elegidos de la razón humana» (Corto mg/i urittori p o lilla italiani 1 straaitri, Milán, 1861, pp. 197-198). Sigue sus huellas A . O r ia n i , en una brillante critica de la política y el pensamiento de Maquiavelo (en Fino o Dogati, Barí. 1918, pp. 143-139 y, más brevemente, en L a ¡olla polilita ia Italia, Florencia, 1 9 11 , 1, pp. 130-133). Pero su critica es exagerada y, sobre todo, superficial, porque no parte del reconocimiento exacto de los limites de Maquiavelo. Acerca de la posición de Oriani ante el escritor florentino, cf. las agudas observaciones de R. S e b e a , S e rilli im diti, Florencia, 19 19 . pp. 109-110.
V.
«POST RES PERDITAS»
E l desengaño de Maquiavelo; el principe se convierte en puro criterio de interpretación histórica Efectivamente, el príncipe invocado no acudió. Antes al contra rio, a la vuelta de pocos años nuevos acontecimientos se encargaron de demostrar cumplidamente el error práctico de Maquiavelo. El empobrecimiento del sueño de grandeza de los Médicis en las querellas por el ducado de Urbino, que revelaban en Lorenzo algo muy distinto a un temple de reformador; la nueva irrupción de los franceses en Lombardía, de donde vuelve a huir Massimiliano Sforza, convertido de duque en privado, con el fin de evitar las fatigas e incomodidades de las armas; las incertidumbres y la indiferencia de I-eón X ; la muerte del príncipe al cual estaba originariamente dedicado el tratado, el único de la casa de los Médicis algo amigo de Nicolás IM; y, sobre todo, la oscura disolu ción de toda determinación vigorosa en el ánimo de los gobernantes, como si desde lejos les atormentase siempre la pesadilla extranjera, todo ello le hace patente a Maquiavelo la vanidad y la desolación de su esperanza. El fracaso de su mundo nuevo está bien reflejado en la leyenda que corre acerca de él y de su Lorenzo, el principe que prefiere los perros de caza al memorial que contiene la lección de las cosas ,65. Y la admonición es recogida. Pero no ya en su interioridad, en su significado profundo, pues eso querría decir, para Nicolás, descubrir de repente todos los errores de su anterior manera de razonar y trasponer los limites que le están marcados a su pensa miento. No; él seguirá acusando a las armas mercenarias y a los príncipes de la infelicidad de Italia, y antes bien creerá hallar, en los16 4 164 O. T0 MMAS1NI, tp. t il; 11. p. IO). «Nicolás Maquiavelo presentó a Picr |l-orenao| de Médicis su libro E l prhuipt, llegando a ofrecérselo en el momento en que, asimismo, le regalaban una pareja de perros para acoplar, ante lo que respondió con su mejor gesto y mucho más amablemente que al donativo de aquél, por lo cual se marchó resentido y hubo de decir a sus amigos que él no era hombre de hacer conjuras contra los principes, pero que si éstos no tenían en cuenta sus opiniones, se producirían muchas de aquéllas, como queriendo significar que su libro le vengaría» (d t. en E. acvisi. Introducción a la edición de las L rf/trt fam iliari cit.. p- X IV ).
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nuevos acontecimientos que se desarrollan ante sus ojos, motivo para una imprecación todavía más áspera, todavía más insistente ,46. Se aferra a la misma orientación espiritual; su experiencia se enriquece con nuevos datos que acaban por coordinarse con los del tiempo pasado, pero no logran cambiar la constitución íntima de su pensamiento. Advierte únicamente que la realidad le es adversa, sin llegar a ver con precisión cuál es el sentido oculto de tal adversidad. Ya en el momento de la elaboración de E / principe, c inmediatamente después, prevé que su voz no será escuchada; pero carga las culpas a la pasión humana, a la fortuna que ciega a los hombres y les impide escuchar una saludable advertencia 167. Entre tanto, la pasional y confiada aspiración se va agostando en la amargura del recuerdo; la excitación se debilita en melancólica visión, que se vuelve hacia el pasado para averiguar sus formas de vida. Por ello, el príncipe, que era antes un criterio de interpretación de los acontecimientos l6S, se transfigura en un ideal y se estiliza ahora en la oratoria ,69; y aunque sigue dominando el cuadro, lo hace ya con la palidez e incertidumbre de una figura lejana. Al tratado De principatibus le sigue £ / arte de la guerra, cuyo exordio revela, ya en la tranquilidad de su redacción, esc nuevo sentimiento de abandono que deja en suspenso el alma, la hace volverse sobre sí misma y la mantiene incierta durante algún tiempo I7°, mientras que el final del libro V il introduce, en la dura reprobación de los potentados italianos, el doloroso repliegue hacia*• 166 Además de los u n conocidos pasajes de E l arto it la nmrra en los que es vehemente la imprecación contra los principes, véase asimismo, a titulo de confirmación: «Tanto, que aquella virtud, uue por una larga paz solia extinguirse en las otras provincias, en Italia fue extinguida por la vileza de aquéllas (guerras|, como claramente se podrá ver por lo que describiremos entre 1414 y 1494, donuc se apreciará cómo, al final, se volvieron a abrir los caminos a los bárbaros y se volvió a poner a Italia al servicio de ellos. Y si las cosas que hacían los principes nuestros, en casa y fuera, no son Icidas, como las de los antiguos, con admiración por su virtud y grandeza, quizá sean consideradas, por sus demás cualidades, con no menor admiración, al ver cómo tantos nobilísimos pueblos fueron dominados con tan débiles y mal administradas armas» (H istoria Jlm M m as, V , I). Y , todavía: «Empiezo ahora a escribir de nuevo, y me desahogo acusando a los principes, que lo han hecho todo para conducirnos a esto» (L tttm jam iliari cit., C X C IX ). «Sé que a esta opinión mia es contrario un natural defecto de los hombres: primero, el de querer vivir dia tras dia y, luego, el de no creer que pueda existir lo que no ha existido (...)» {L t/leri jam iliari cit., C X X X ). Así: «Y me confirmo cada dia que es verdad lo que vos decís, que escribe Pontano; y cuando interviene la fortuna nos pone por delante la presente utilidad o el presente temor, o ambo» ¡untos, cosas ambas a las que considero los mayores enemigos de la opinión que en mis cartas he defendido» (
. d i., pp. j t y ss. ™ «(...) y considerando [Kabrizio| en particular los árboles, al no reconocer algunos de ellos, uedó con el alma en vilo. Advirtiendo lo cual Cosimo dijo: “ Vos, por ventura, no tenéis noticia c parte de estos árboles, peni no os asombréis, porque hay algunos más celebrados por los antiguos que hoy por el uso común.” Y diole los nombres de ellos, y como Bernardo, su abuelo, había trabajado mucho en esta cultura, replicó Fabrizio: “ Y a pensaba yo que fuera lo que vos
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la propia intimidad de quien se encuentra ya viejo y lejos de cualquier posibilidad de obrar l71. Luego llega la V ita di Castruecio, que es la transfiguración en el pasado de esa imagen del dominador que, en E l principe, Nicolás ha querido imponerle al porvenir; pero aquí se ha perdido toda la fe, y la esperanza desaparece también en el discurso del moribundo que contempla la vanidad esencial de su obra, llegando a tal dolorida perspicacia de juicio que recomienda, al sucesor, las artes de la paz, admitiendo que la fortuna es el árbitro de todas las cosas humanas ,72. ¡Pocos años antes, Maquiavclo predicaba la soberbia de la conquista y la capacidad de la voluntad humana! El pensamiento que une estas tres obras, mientras que en la primera tiene una especie de desborde de fe indomcñable, se aplaca en las otras dos con la calma resignada del desaliento, o bien se exaspera en un estallido violento que revela toda la amargura del dolor. De este pensamiento más moderado al que la enseñanza de las cosas ha reducido la imaginación de Nicolás, se advierten ecos en el prólogo de L a mandragola, y se lo oye resonar en el primer libro de las Historias florentinas, que se abre, con inusitada amplitud de líneas, con el gran reino de Teodorico, el príncipe al que ya no se dedica una emocionada confianza, sino un vano lamento. Y reapa rece en el recuerdo la monarquía, ya que fe y pasión no han podido crear el principado. Más cautos, los príncipes de Italia no se abandonaban a sueños en exceso elevados, limitándose al juego del equilibrio entre los bárbaros que luchaban en los campos de la península; más cauto, Francesco Guicciardini aconsejaba ora este, ora aquel pequeño detalle, guardándose mucho de los tropiezos que pudieran amenazar su suerte.
E l diálogo con Francesco Guicciardini Verdadero magnate e hijo de magnates, y por tanto diplomático de raza, no de ventura, como Nicolás ,73; soberbio y cerrado, hasta*173 decís, y este lugar y este estudio me hadan recordar a algunos príncipes del remo, que se deleitan en estas culturas y sombras antiguas.** Y cesando de hablar en ese momento, se quedó abstraído, como por encima de si (...)* m «Y yo me duelo de la Naturaleza, que, o no tendría que hacerme conocedor de esto, o debiera darme facultades para poderlo ejecutar. Tampoco creo yo, siendo viejo, que pueda tener ninguna ocasión (...). Por lo que a mi respecta, no me fio de lograrlo con los años.» 173 Discurso de Castruecio moribundo a Paolo Guinigi, su sucesor. Cf. asimismo el Proemio! • Y creo que pueda ocurrir esto, que queriendo la fortuna demostrar al mundo que es ella quien hace grandes a los hombres, y no La prudencia (,..).» Y tengase presente el cap. X X V de TUprimipt. [Cf. mi artículo «Guicciardini», en la Hitfkhpedia italuna, X V III, Roma, 195j , pp. 144-248.)
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tacaño, al decir de los contemporáneos ,74; esquivo ante cualquier palabra o gesto que pudiera desacreditarle ante los hombres graves; discreto en la conversación y la sonrisa, no era él, claro está, quien se entretuviera en la tienda de una Riccia cualquiera para dar consejos vanos y no solicitados ,75. Se diría que las características de muchas generaciones despuntan en este hombre sagaz y difícil; en su pensamiento nos parece ver discurrir, recreado con una perfec ción estilística insuperable, el pensamiento de aquellos antepasados suyos que adiestraron en manejos de embajadas un ánimo ya pulido y afinado en las constantes preocupaciones de la banca. Espíritu admirable por el equilibrio y la señorial compostura de su juicio, nadie más, tal vez, alcanzó tan marmórea sutileza en el análisis humano como el que el logra en algunos capítulos de la Storía tf Italia y en muchos de sus R¡cordi. Pero su límite, que nunca excede, es precisamente la diplomacia. Y si en Maquiavclo la vida de los tiempos recientes suele reducirse ya a los lineamentos político-militares, en messer Francesco se restringe aún más, convir tiéndose en puro reflejo de arte individual, en prieta creación de un espíritu que sabe dominarse y desarrollar sutilmente sus razones; sólo algunas veces ofrece el cuadro de conjunto, el cual, sin embargo, aún tiene que ser enfocado, con una obstinada necesidad de claridad humana, en tomo de las figuras de los dominadores m . Nicolás, con un poderoso esfuerzo de imaginación, llega a recuperar la idea de una lucha de grandes proporciones que lleve a la liberación de Italia y al Estado fuerte; él se queda tranquilamente dentro de los límites del final del siglo xv, y sólo pretende recrear la historia del tiempo dentro de su espíritu agudísimo, movido por la curiosidad intelectual de descubrir sutilmente las diversas tramas con las que se entreteje el desarrollo de los acontecimientos. Ni sueña con ir más allá, con crear algo nuevo, porque carece de una primera motivación: una conciencia vivida e íntimamente apasiona da que se transfigure en la fe y la acción. Si Maquiavelo, resumiendo y ampliando los resultados de la historia italiana, sienta las bases, como veremos, de una nueva orientación espiritual, él se encierra en la espléndida elegancia y en el estilo del Renacimiento — que alcanza con él su suprema perfección— , sin preocuparse por mirar demasía-174 *6 174 a. v a r c h i , Storta ftortntina, Milán, 1845, I, p. 1 jo . iTS propio Maquiavclo cuenta este episodio {Jutttfft fam iliari cit., C X L 11). La mujer lo llamaba el «fastidia-casas», y Donato del C om o, el «fastidia-tiendas». 176 Como en Historié da Italia, I, I, donde también, sin embargo, es preciso concretar el resumen en alguna figura muy precisa, para d caso en Lorenzo de Médicis.
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do adelante, verdadero representante de una época que se compen dia en su serenidad, velada apenas por una tenue amargura. Es verdad que también anuncia algo nuevo; pero la sociedad de que es precursor resultará contenida en la compostura un tanto fría y en la discreción que le son propias. En el pensamiento cauto y sutil, asi como en el estilo, preciso, fluido y claro, de messer Francesco, se columbra ya la regularidad y la monotonia de la Florencia granduc a l«rtm Desde luego, el acuerdo entre dos hombres tan distintos en cuanto a naturaleza y hábitos no podía ser fácil. En realidad, no hubo entre ellos, en el fondo, la intimidad de afectos que tiene por fundamento, ante todo, una orientación no distinta de pensamiento y sentimiento. Esto se advierte en las cartas, donde Nicolás demues tra, especialmente las primeras veces, una reserva y una vacilación que interrumpen sus habituales fantaseos políticos y le llevan a hablar de cosas más modestas, de concretas y acabadas escenas de la vida cotidiana, de cuestiones de interés inmediato. Mientras que su correspondencia con Vettori suele palpitar de esperanzas y combi naciones grandiosas, constituyendo en cierto modo un comentario ininterrumpido de los acontecimientos de Italia l7í, la que mantiene con Guicciardini muy raras veces se entrega a semejantes demostra ciones; las alusiones políticas sólo se hacen frecuentes, también por necesidades prácticas, en 1525 y 1526, y aun así, son siempre más limitadas, más cautas y menos generales que las contenidas en las cartas al amigo, embajador ante León X. El diálogo se reduce casi siempre a la broma o la placentera burla en tomo de las pequeñas aventuras de la existencia cotidiana, o bien al discurso sobre La mandragora I79, o incluso a la cuestión, seria para messer Francesco, del matrimonio de las hijas 18°. De cuando en cuando, el lugarteniente de la Santa Iglesia romana, con ese tono suyo siempre igual, preciso, pacato, de gran señor, se mofa garbosamente del amigo y le invita a teorizar también acerca de la República de los frailes carpisanos, equiparándola «a*17 ,T7 No es, pues, completamente exacto el juicio de p. de sanctis : «El [Maquiavelo) es un punto de partida de la historia, destinado a desarrollarse; el otro (Guicciardini) es un hermoso cuadro, terminado y cerrado en si mismo» (Sloria dtlla Utteratura italiana^ Barí, i o n , II, p. n a). Porque, para la historia italiana inmediata, es más bien Guicciardini el punto de partida, pues muestra con frecuencia, en su estilo, un aire de modernidad que obliga a pensar; mientras que el camino que abre Maquiavelo sera recorrido por otros pueblos. 17S Acerca de las relaciones entre Maquiavelo y vettori, cf. L. P a s s y , Utt ami (U Macbiavtl, Fraafois V tllo ri: té vit t i su onams, París, 19 14 , II, pp. 38 -113. m Ltttert fam iliar, cit.. C X C V I, C X C V III.
«•> Ibid.. CXCIX.
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alguna de esas formas vuestras» 18). Pero Nicolás responde con una fugaz mención en broma, sin procurar defenderse, como habría hecho con V ettori182. Efectivamente, esos súbitos estallidos pasionales de Maquiavelo, que alteran la digna e imperturbable fisonomia del diplomático y quiebran un orden con tanta prudencia ponderado; su prepotente imaginación, que resuelve los hechos en actitudes nuevas y nunca, vistas; su misma fe en algún redentor, todo eso debe sorprender, desconcertar y hasta chocar un poco con el espíritu frío y armónico del consejero de Clemente V II, plenamente consciente de la grave dad y compostura que precisa quien juegue la baraja, de pronta combustión, de la diplomacia; pero Nicolás debe sentirse un poco espantado frente a tan impertérrita serenidad, que encubre todo impulso sentimental. De ahí el sentimiento de desconfianza, casi de sospecha, las más de las veces apenas perceptible en el tono desusadamente bromista y humilde, pero, en todo caso, existente en el fondo, hasta el punto de intimidar a Nicolás, quien, por tanto, se inclina muy respetuosa mente ante el «Señor Presidente», mientras éste ni le invita a que suprima tan vanos títulos ,83. Y , por otra parte, ¿cómo podía comprender la heroica grandeza de la pasión de Maquiavelo y su trágica fe en el Estado fuerte alguien que afirma que Italia es feliz por carecer de monarquía, volviendo por ello, plenamente, al concepto del equilibrio y de la foederatio itálico? 184 Es probable que tras leer E l príncipe, mtsser Francesco invite de corazón al amigo a meditar con prudencia las cosas antes de hablar de ellas, asi como en otra oportunidad le conminará a considerar correctamente la historia de Rómulo 18S, y una sonrisa irónica debe iluminarle el rostro duro y anguloso al ver las razones del hombre «al que suelen gustarle sobremanera los remedios extraordinarios y violentos» 186. La diferencia entre ambos es profunda, y no sólo de pensamien to, sino de ánimo. Guicciardini, que en medio del análisis de las calamidades de su tiempo confiesa que le disgusta el no saber bailar Ibid., C L X X X I. ' « Ibid., C L X X X III. '*> Ibid., C X C 1I1: «Con todos esos títulos recíprocos (...), al final nos encontraremos todos (...) con las manos llenas de moscas.» '** Considtra^Kmi $m d itn n i dei MttbiaptUi, en el cap. X II del libro I de las Optre intdUe, Florencia, i * J 7 , 1. p p. 16 y ss. 1,5 lb id .. cap. IX del libro I, p. as. >“ Ibid., cap. X X V I del libro I, p. 40.
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ni tener destreza y gracia para los juegos, que para él son cosas que contribuyen a completar al hombre de gobierno lí7, y Maquiavelo, que, en cambio, aun en el prólogo de su obra cómica se deja llevar por un melancólico lamento, no logrando, ni siquiera después de sus muchas desilusiones, olvidar del todo su antigua fe; el primero, a quien le resulta patente la conveniencia, puesto que no se puede expulsar de Italia a los bárbaros, de tener por lo menos dos para que las ciudades puedan desenvolverse y salvar sus particularidades ,8S, y el segundo, a quien se le perfilan imposibles acuerdos y alianzas con tal de poder expulsar a los ultramontanos: existe una gran separación de sentimientos y aspiraciones como para que la corres pondencia entre ambos espíritus sea plena y total. En algunos aspectos se parecen: en saber atrapar al vuelo la variada transmutación de afectos y pensamientos, fijándolos en agilísimo análisis; pero éste, al que Nicolás transforma en búsqueda de axiomas generales, aunque humanos, es más compuesto en la sutil y señorial ironía del otro, se refleja en sonrisa apenas perceptible en el fondo gris del ojo entornado y se conserva tranquilamente en su minuciosidad. También se parecen en el desdén por la vida de entonces 189; esto crea en Maquiavelo la fe nueva, que se prolonga en dolorosa lamentación, pero en Guicdardini, incluso cuando se trasluce, se aquieta en la compostura y la cautela de un pensamiento que procura ignorar las turbaciones. De esta manera, a pesar de la enorme estima que le demostrará su gran coterráneo Maquiavelo siempre se contiene ante él en relaciones no excesivamente íntimas, ni su afecto alcanza la íntensi-l
ll’ K ttm nbt pnU /ktsj titila , C L X X IX . '** D ijcor/i ft lilit i. V III, en Oprre inedi/t, I, p, 164. m Por ejemplo. R ta m b t p olitim y itrilti, X X V III, L IX (Admonición a Clemente V II, cf. C X C IV ), IJC V III. C X L . C L X X I, a . * X V I I , C C V , C C X X X I,G C X X X II I, C C X X X V I, c c x u , C C C X X III, y en Latierefam itiari etc., C X C III, COI. «No he visto nunca a nadie que, viendo venir el mal tiempo, no trate de cubrirse de alguna manera, {excepto nosotros, que pretendemos esperarlo en medio de la calle y descubiertos! Sin embargo, a adrersi aceiderit* no podremos decir que nos haya sido quitada la Señoría, sino que tmrpiter elapso n t de mantbut.» b diferencia entre ambas naturalezas es también destacada por mtster Francesa»: «Son variadas las naturalezas de los hombres: algunos esperan tanto que dan por cierto lo que no tienen: otros temen tanto que nunca esperan si no tienen en mano. Y o me acerco más a éstos que a los primeros, y quien es de esta naturaleza no se engaña, pero vive con mayor tormento», Recuerdos politicen j civiles, L X I (pero cf., en cambio, CO CCIX). Aunque él logra aplacar su tormento con su estilo y su curiosidad intelectual: ésta, considerada primero como refugio de las miserias de la vida, invade al escritor en tal medida que muy a menudo le hace olvidar completamente su primitiva desesperación, w Por ejemplo, Let/ere fam iliari cit., C L X X X I. Pero en las alabanzas contenidas en el principio de la carta se advierte una pizca de ironía, que concuerda con el estilo del resto del escrito; de la misma manera como en la carta C L X X X se adivina una elegante sonrisa: «Escribí ayer a messer Gismondo que vos sois persona rarísima (...). Valeos, mientras tengáis tiempo, de esa reputación: moa stmper pamperos babebitis vobiscum.»
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dad que le pudiera permitir una plena correspondencia espiritual,9). Se queda solo, fabricándose sus fantasmas e insuflándoles vida con su esperanza hasta verlos esfumársele de entre las manos.
1,1 Sólo al final de la vida la relación se hizo verdaderamente afectuosa: « Y o amo a m ttur Francesco Guicciardini (...)» (L eiitrt fm m iluri cit., C C X X V ). Pero a esa emoción sentimental le da motivos la conducta práctica del lugarteniente de la Iglesia («W., C C X X III). que en ese momento se le aparece a Nicolás como defensor — de cualquier maneta— de Florencia, su tierra. Tanto, que asocia en su amor al amigo y la patria, a la que ama «más que al alma».
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LO Q U E Q U E D A D E « E L P R IN C IP E »
Pero en el derrumbe de la creación de Maquiavelo quedaba en pie algo de serio y vital que, a despecho de cualquier particular falacia de juicio, y no obstante lo vano de la ilusión, infundía poderosa vida a E l principe; por lo cual la obrita, superada por los acontecimientos, que habría tenido que quedar perdida en medio del desastre práctico y en la condena del entendimiento inmediato de quien la había concebido, en vez de difuminarse en la lontananza gris en que se aquietan las cosas muertas del pasado, estaba destinada a atraer las miradas de las generaciones posteriores, cobrando más bien, con el correr de los años, relieves cada vez más netos. A decir verdad, la principal preocupación del florentino no estaba destinada a repercutir en los ánimos; y si el intento histórica mente determinado, el deseo de una Italia ya no invadida por los bárbaros, había constituido el más fuerte y verdaderamente apasio nado motivo de su meditación solitaria, ahora aquel deseo, aunque tomado de otra manera 192, iba a pasar a un segundo y casi oculto plano ante la enseñanza, ésta de valor europeo, que se pudo hallar entonces en E l principe. Al paso que, en cambio, empezaba a situarse como centro de la vida postuma de» Maquiavelo la que había sido su gran afirmación de pensador y que representa la verdadera y profunda contribución que hacía a la historia del pensamiento humano, a saber, el carísimo reconocimiento de la autonomía y la necesidad de la política, «que está más allá del bien y del mal moral» ’93. Con ello, Maquiavelo, echando al mar la unidad medieval, se convertía en uno de los iniciadores del espíritu moderno. 'n Para las voces que más tarde cantan palinodias a la necesidad de independizarse del extranjero, cf. recientemente V . d i T occo , «Un progeno di confederazionc italiana neila seronda meta del Cinquecento», en A rM rit S u rii* Italiam 1924. fine. ü . pp. 17 y 15 -16 del extracto. Incluso, en cierto momento. Cario Hmanuele I aparecerá como el redentor que invocaba Maquiavelo: «El duque de Saboya ha tomado por si la exhortación lisonjera que Nicolás Maquiavelo hace al fin del libro del titano, que a llama el Priaeipr. para librar i Italia de los barbaros, hasc dado por entendido del las sutilezas del Bocalino, y de las malicias y suposiciones de la Pitera Je ! Paragmr, y determinó edificare libertador de Italia, titulo difícil cuanto magnifico» (F iu n cisco de Q uevedo . L a » Je Italia, en O i w , Madrid, li t o , Biblioteca de Autores Espartóles, p. 157). Cf. G . R úa, Per ¡a Bherti i Italia, Turln, 19 0 1, p. 156. (La cita de Quevedo figura en castellano en el texto original de Chabod. N . Je t T .) 1,3 B. C hoce, Elem eati d i política. Barí, 19 15 , p. 60.
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Sin embargo, semejante motivo de expansión espiritual, en los períodos que siguieron inmediatamente a la muerte del florentino, no pudo ser asumido, desarrollado y cumplido. En aquellas fluctua ciones e incertidumbres de pensamientos y sentimientos, propias de todo período de transición, quedaba sobre todo como punto de referencia para ásperas e inconclusas polémicas que nada de nuevo y concreto habrían podido aportar. Pero algo permanecía, y aunque fuera de manera casi subterránea y sin llegar a transparentarse en toda su fuerza teórica, se sostenía asimismo lo que constituía el valor histórico de la obra, permitiendo, con su claridad, que surgiera a plena luz el contenido europeo del escrito. Porque, al aceptar la lucha política en toda su integridad; al aventar de la escena cualquier criterio de acción que no fuera el inspirado en las razones de Estado, es decir, en la exacta valoración del momento histórico y de las fuerzas constructoras que el príncipe debía emplear para lograr su objetivo; al dejarles a los gobernantes, como límites de su accionar, sólo su capacidad y energía, Maquiavelo abría el camino a los gobiernos absolutistas, que se encontraban teóricamente libres de cualquier obstáculo, tanto en la política interna como en la exterior. Esto, aunque resultaba posible debido al reconocimiento de la autonomía de la política, dependía, por otro lado, de la peculiar concepción del florentino, que identificaba al Estado con el gobier no, e incluso con la persona de su jefe ,
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en E l principe, no veía sino la figura humana de quien, teniendo en sus manos los hilos del dominio, resumía en sí toda la vida pública, y esa concepción, determinada directamente por la experiencia histórica que Maquiavelo personificaba, apoyada toda ella en el esfuerzo continuado del gobierno central, era el fundamento nece sario para la fortuna y la grandeza de su doctrina. En aquel momento, único en la historia del mundo cristiano, cuando había disminuido ya la presión exterior que el finalismo católico había ejercido durante largo tiempo sobre el pensamiento de los publicistas, y ninguna rebelión de la conciencia individual amenazaba todavía en otro sentido la obra del Estado; cuando todo un mundo moral, si bien no se había destruido, por lo menos se había alejado hasta un último plano, y ningún otro lo sustituía de inmediato para dar lugar a un renovado vigor de la fe, con lo que el pensamiento político podía expresarse sin verse enturbiado por preocupaciones de otra naturaleza; en una época en la que se estaban creando, dentro de los escombros del ordenamiento social y político del medievo, los estados unitarios, y era menester concentrar todos los medios de lucha en las manos de quien todavía tenía que combatir contra las fuerzas feudales y particularistas; en esa época, decimos, era necesario que se afirmaran claramente la libertad y la grandeza de la acción política, la fuerza y la autoridad del poder central. Sólo así podían borrarse definitivamente los vestigios del pasado y ofrecer a la sociedad futura, en forma de precepto, las armas que salvaran, contra los elementos disgregadores viejos y nuevos, la vida de la nación unida. Esa fue la gran obra de Nicolás Maquiavelo, quien con ello se convertía en legítimo representante de la política y el gobierno, en hombre admirado y odiado, a la vez seguido y combatido durante dos siglos de historia europea; y hacia el debían converger las miradas porque él, solo, pobre y cansado ciudadano de una tierra en discordia, había declarado, con una vigorosa palabra jamás vuelta a oír, cuáles eran las armas de que la autoridad soberana debía servirse para lograr la victoria. julio-agosto de 19 21, pp. 117 -17 4 , reeditada esta última, aparte, en los cuadernos de Palilita. Cf. los juicios de (>. G e n t i i . e , Slntli snt Rinateimtnlo, Florencia, 1918, pp. 107 y as.; de A. Souat, en Artbioio Storito Italiano, 1918, pp. 134 -1)6 , y de P. C a k u , en Clornalt S torito titila Lettiratnra Italiana, L X X 1I, 1918, p. 313 y ss.). Precisamente porque estos estudios se cuentan entre las raras aportaciones de verdadero valor que haya hecho nuestra critica a Maquiavelo, me he considerado en el deber de expresar mi discrepancia con la tendencia general. L o cual no quiere decir, por otra parte, que en ellos no abunden, y en gran cuantía, las observaciones vigorosas y agudas; muchas partes del pensamiento de Maquiaveio han sido esclarecidas por Erenle, con su habitual finura y de manera verdaderamente notable.
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Para obtener tal resultado era necesario que el escritor no prestase ya atención a nada que no fuera la figura que actuaba en el centro del Estado; que no buscase otras virtudes ni otros órdenes 19S, para contemplar a uno solo, e infundir en él toda la claridad del pensamiento y la energía volitiva. El exceso y la unilateralidad eran las primeras condiciones para que se llegara a reconocer plenamente el valor y la autonomía de la acción política 196, afirmando sobre ese indestructible fundamento teórico, en medio de la historia europea, la razón primera que la dirigía y que habría de inspirarla durante largo tiempo. Era preciso reconocer únicamente al poder central, el gobierno, a éste en sí, concentrado en una persona bien individua lizada, cuya actuación se tornase de tal modo de una visibilidad excepcional, necesaria para que permaneciese viva en medio de las disputas. Todos los errores y las deficiencias de evaluación histórica que habían dado lugar a la creación misma y a la inanidad práctica de E l príncipe se convertían con ello en las principales fuentes de su gran fuerza,97: si Maquiavelo hubiese juzgado con verdadero espíritu crítico los acontecimientos de su tiempo, no habría escrito su tratado. Por el contrario, el critico tenía que confundirse, equivocarse e incurrir en una serie sucesiva de errores para que el creador pudiera surgir a la luz, de suerte que, recogiendo dos siglos de historia italiana, hiciera suyo todo ese mundo, recomponiéndolo en un cuadro supremo; la serenidad investigadora del que sólo quiere observar y juzgar tenía que dar paso al apasionamiento violento y nada cauto del que quiere construir. Historiador agudo y profundo, Maquiavelo habría escrito simplemente una obra maestra; pésimo historiador, se convertía en una potencia universal >98. ,w Véase, por ejemplo, de qué manera se presenta en E l principe el propio problema religioso. En los Discursos, la religión es uno de los órdenes fundamentales del Estado (cf. el hermoso análisis de E . E uCOLe , «L o Stato nel pensiero di Niecoló Machiavelli», cit., p p. 161 y ss., que es quúá lo mejor que se haya escrito hasta ahora sobre el tema). Aquí pasa a ser una mera actitud personal del jefe del Estado, que debe servirse de ella, aunque, mayormente, tal como se sirve de la piedad, la fe y la integridad (cap. X V IU ); en una palabra, simplemente forma parte de la virtud del condotiero. m Cf. F. M ein rc k e , op. cit., p. 117 . yrt También en el aspecto militar Maquiavelo había incurrido en errores de valoración, indicando una peculiar solución, impracticable y ni siquiera coherente con el principio que animaba la vida politica de aquel tiempo; pero venía a afirmar, sin embargo, uno de los principios fundamentales del Estado moderno, a saber, la necesidad de una fuerte constitución militar, únicamente en virtud de la cual una nación podía subsistir y emprender una politica propia de una potencia. Las ilusiones, los equívocos y los errores de Maquiavelo habrían de evidenciarse al poco tiempo; pero quedaría el concepto básico, y era tal que se convertir» en la determinante de uno de los caracteres más destacados de la civilización moderna. m C f. M ax K em merich , Mocbimvlli, Vicna-Leipzig, 1 9 1} , p. 17 1. Alguien podría ahora plantear la pregunta de si Maquiavelo era plenamente consciente oe ese enorme valor de su obra, pero seria una pregunta inútil. Si lo fue de su gran afirmación teórica: la autonomía de la política, asi como también del proceso de centralización y unificación que iba desarrollándose en Europa
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Es claro que ese valor europeo estaba estrechamente ligado a la particular vicisitud histórica; cuando, lentamente, cambió la vida del Estado y, una vez lograda y afirmada definitivamente la unidad interna, su brillo interior resultó desplazado, entonces, también lentamente, se debilitó ese valor «histórico» de E l principe, que dejó de dirigirse en tal sentido a la edad moderna; pero, en cambio, elevándose paulatinamente y despojándose de su cobertura inmedia ta, salía a plena luz el valor eterno de la obra, implícito en una afirmación del pensamiento. De suerte que Maquiavelo se perfiló, y sigue perfilándose, como una energía universal, bajo otra forma, más amplia; pero, durante muchísimo tiempo, quedó consolidada la importancia de E l príncipe como centro y resumen del desarrollo de la vida política europea: Nicolás Maquiavelo seguía dominándola, abiertamente o por caminos subterráneos, a través de los mismos por los que se pretendía combatirlo IM. occidental (R itralta di toa d i Francia; cf. A. Schmidt , N ic n ii MacbúmUi anddic allgm tm Slnattlebre dkr Cejpmnart, Karlsruhc, 1907, pp. 84 y ss.). Pero pretender inferir de o t e reconocimiento que Maquiavelo se propusiera la unidad política de Italia supondría una ilación equivocada: se identificarla el juicio histórico con un acto de voluntad y de fe, que incluso podría no responder en todo a dicho juicio. En cambio, es muy justo decir que Maquiavelo. atesorando las lecciones del pasado, aspiraba a un Estado centralizado y unificado (cf. K . Hr.rea. D tr M acrinreiliim u, Berlín, 19 18 , p. j i ) , cualquiera que fuere, en todo caso, su extensión. En este aspecto era un excelente político a la vez que un gran historiador: tan grande en esta fugaz mirada al desarrollo europeo cuan endeble se había mostrado en el anilisis de la situación juliana. Pero, al crear E t principe en virtud de una intención pasional e inmediata, Maquiavelo no podía sospechar que entregaba a Europa el código de su historia de dos siglos. Es t i claro que daba con ello a la posteridad mucho más de lo que era su intención (F. M einecke, ap. cit., p. 1 >7). Quien, a raíz de esto, crea ver un menoscabo muy grave para el genio de Maquiavelo, pregúntese también si, en la historia, el efecto de las acciones y el pensamiento de los hombres no tiene siempre unas manifestaciones más vastas de lo que pretende la intención de quienes piensan y actúan. ,w Un solo punto había en E J principe en el cual los monarcas no podían seguir a Maquiavelo: la cuestión m iliur. Aqui, el escritor florentino, volviendo bruscamente a ser el ciudadano de las comunas, pretendió avivar la virtud en el pueblo, contradiciendo, en consecuencia, la dirección política general de su tratado, contradicción, por otra parte, perfectamente explicable en el aspecto psicológico. En éste, la historia europea se encargó de refutar al secretario de los Nueve. Pero, en cambio, en todo lo referente al problema político, Maquiavelo abre de par en par las puettas al absolutismo: su pensamiento tiene como mira el predominio incontrovertido del poder central, que humilla por debajo de sí a toda otra fuerza social y politica. I m directivas indicadas en el cap. IX — asegurarse la amistad del pueblo para humilíar a los grandes— son precisamente las que seguían desde hacía tiempo monarcas y ministros (cualquiera que hiere el valor y el distinto contenido que pudiera darse a la palabra amistad). F. M einecke (ap. cit., p. j j ) señala que las metas del absolutismo nivelador más tardío no están todavía en Maquiavelo. Que, en su desarrollo, el absolutismo haya avanzado luego mucho más allá de la posición de Maquiavelo; que la propia monarquía absoluta del siglo xvn fuera, con mucho, distinta de su principado, es cieno. Con Maquiavelo se estaba sólo en los comienzos; en su mismo pensamiento persistían las inecnidumbres y las confusiones de la edad de transición (son típicas, a este respecto, sus concepciones m iliares), mientras que el Estado carecía aún de su nobleza intima (M einecke, ap. til., p. 114). Y para seguir el proceso de formación de la monarquía absoluta, haría falta recordar toda una serie de motivos que no csraban en Maquiavelo, entre otras cosas, por ejemplo, la influencia enorme que ejerció el pensamiento de Lutero y su obra (cf. las agudas observaciones de J . N . F icctS, Slndies a ¡ Politica! Tbangblfram Cenan la Gratias, Cambridge, 1507, p p . 62 y **.,'y sobre Maquiavelo. *x y ss.). Pero d melada básico, es decir, la supremacía absoluta del gobierno central, si estaba ya en Maquiavelo, y esto explica la enorme fortuna de E J principe, que lo
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Dominaba, salvando con su palabra axiomática y descarnada los grandes resultados a que había llegado la historia italiana, antes de que la península tuviera que aceptar la supremacía extranjera. Los señores y los príncipes habían marrado su objetivo, y en última instancia, desbordados por potencias más ricas, más grandes, militar y políticamente más aguerridas, habían tenido que ceder terreno, huir o resignarse a dejar en manos de otros las directrices de la vida italiana. Pero en su esfuerzo dos veces secular habían, sin embargo, creado algo que no iba a perecer, aunque únicamente se desarrollara cumplidamente y lo coronara el éxito en otras naciones. La habilidad de gobierno y el juicio con el cual habían logrado fundar gradual mente su poder; la claridad y precisión de su visión nacional, que les había conducido a una vigorosa política unitaria, por lo menos en el interior de sus dominios; su obstinado combate por asegurar el predominio absoluto de la autoridad soberana conjuntando a los diversos miembros del Estado, todo ello constituía una tradición de sapiencia civil y energía política destinada a sobrevivir y continuar, aunque fueran otras las personas que la llevaran a buen término 200. Ese era el camino por el que se había internado la Europa occidental; a la tradición italiana le tocó la suerte sin par de ser resumida y plasmada en pocas páginas por Maquiavelo, convirtién dose así en modelo frente a Europa. Todo lo que en el decurso histórico había sido proceso lento, gradual, a menudo confuso, conducido en todo momento con la flexibilidad y la sagacidad*10 expresaba en el más alio grado posible. I-tis Diunrtar, su gran obra teórica, aunque no quedaran «sepultados en perpetuo olvido», como decía P. P aruta ’D iuarti patititi, ed. Vcnccia, 1959, I, II, libro I. p. 5 ja ), esta claro que pasaron decididamente a un segundo plano, sirviendo especialmente para fines polémicos. 100 H. Cocnasso lo señala con mucha justexa («Riccrchc per la storia dello Stato Viscontco», en Balltttm M ía Saottá Pansa M Staria Patria, X X II. 1 9 11 . p. 1# del extracto), pero no me gustarla que, por reconocer las vitales conquistas de nuestras señorías, se olvidase que, en definitiva, hubo ahi una verdadera catástrofe; es decir, que nuestros principes no lograron aprovechar aquel movimiento hacia la meta última hacia la que, sin embargo, y sita para ellos, se dirigía. Y precisamente el hecho de que F J priactpr asumiera con tanto vigor la historia italiana constituía, en relación con la finalidad última de Maquiavelo — la salvación de Italia— , una terrible condena, la s lineas fundamentales expuestas por el escritor hablan sido seguidas por nuestros principes desde mucho anas; se hablan producido errores, en casos particulares, pero el tratado no podía, desde luego, prevenir los que también se cometieran en el futuro, en otras circunstancial concretas. Ningún precepto podría evitarlos, porque nadie podía prever ruciam ente las distintas condiciones reales en que habría que tomar las decisiones. En esto hacia falta «discreción»: f il prim ipt tenia que ser un tratado general, de método. Ahora bien, Maquiavelo aportaba un soto remedio verdaderamente nuevo: la milicia propia. Pero esto, en el mejor de los casos, habría sido absolutamente insuficiente y desproporcionado respecto a las complejas causas de la decadencia' italiana. Por ello, sí en el momento en que nuestra gran política demostraba ser impotente para afrontar la situación, un hombre genial, que buscaba ansiosamente el camino de la resurrección, no encontraba nada mejor que volver a proponer las mismas lincas de acción que no habían' podido evitar el derrumbe final, era preciso admitir sin ambages que, para los principes italianos, había llegado la hora de arriar las velas, entregando a otros el timón de la nave de la península.
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requeridas por el variado desarrollo de los acontecimientos, por las diversas circunstancias en que tenía que aplicarse cada vez la acción política de los señores, quedaba expuesto en su obra hasta sus últimas consecuencias con imponente perfección. Quedaban elimi nadas las contradicciones y los momentos de espera y quietud, y el lento y circunspecto actuar del hombre de gobierno se convertía en orgánica y formidable claridad de visión, ya completamente cons ciente de todas sus fuerzas y todos sus objetivos m . A ese desarrollo, que aquí o allá pudiera parecer disperso en detalles, Maquiavelo le otorgaba seguridad y precisión teórica. Es claro que, especialmente respecto de los demás estados occidentales, a la historia italiana le faltaba algo: ese poder absoluto podía — o, mejor dicho, debía— edificarse sobre unas bases políti cas, sociales y espirituales más vastas y profundas que aquellas sobre las cuales se habían construido las señorías de Italia. En contrapar tida, pues, el Estado que resultaba de E l principe carecía de elementos vitales, de fuerzas necesarias para que la grandeza y la unidad fueran reales y no aparentes. La historia europea podía dar (y efectivamente dio) una impronta distinta a la acción de ese poder central, que se volvía dominador por doquiera De suerte que en el desarrollo de esos caracteres, incnconrrables en la historia italiana y en Maquiavelo, se iba mudando la fisonomía misma del gobierno absoluto; pero la línea directriz fundamental seguía estando en E l principe, por lo cual era legitimo que la obra se convirtiera en centro de las controversias más encarnizadas y en Corán de los régulos de pueblos. Más tarde languidecería esa segunda vida de la obra maquiaveliana, y hoy en día, en este aspecto, Maquiavelo es un hombre del pasado. Los problemas históricos de la Europa de los siglos xix y * ' Por ejemplo, Maquiavelo ya no advierte la sujeción, con todo lo formal que pudiera ser, de loa principes al imperio. Para él ton verdaderamente soberanos. *» Tal la acusación que II. V O N Tae.mcHKF. lanza contra Maquiavelo (L e fic/itúa, traducción de E . Ruta. Barí, 19 1S . p. *7), y que también formula K . II f.vp.r (D tr SUibiartlUsmus, cit.. p. yo), mientras que A . S c h u i d t («/>. «/., p. 104) observa que a Maquiavelo le falta todo sentido sociai moderno y que su poder no tiene un contenido y deriva del abstractismo. Sin embargo, la adquisición de poder y su mantenimiento expresaban entonces, en máximo grado, los requerí* miemos esenciales de la vida estatal, la unidad y la cohesión interna, que eran, además, condiciones necesarias para la prosperidad económica y, como en l:rancia, para la fortuna de la burguesía; precisamente por la necesidad de cae poder que creara y salvara a los estados, es decir, que permitiese el florecimiento de la civilización en todas sus íbrmas, Maquiavelo le concedía toda la fuerza al gobierno, situado, si se quiere, en el trono de lo absoluto. Podría decirse, en cambio, que, en otro sentido, el Estado de Maquiavelo tiene un tm ltaub, es decir, que se funda en elementos sociales y espirituales demasiado limitados: pero ello equivaldría a tejer la historia del Renacimiento italiano y a contraponerla al desarrollo de los demás grandes estados, principalmente Francia.
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XX no son ya los de aquélla del 15 0 0 203. Pero, despojado de este vínculo concreto, librado de toda ligazón con la andadura particular de las cosas humanas, Maquiavelo vive mucho más intensamente en su gloria de pensador, a la que debemos gran reconocimiento.
Existe aún otra característica, más inherente, quizá, a nuestra vida italiana, que casi aísla a E ¡ príncipe y nos lleva a releerlo no sin cierta indefinida y secreta emoción. En la reafirmación del valor de la batalla abierta, que requiere severidad de ánimo y dominio de la conciencia; en la condena de la desidia, la serenidad y el estilo, a los cuales se contraponen el esfuerzo, el peligro y la lucha sin descanso; en la transfiguración de la vida en fe y pasión, vida que es un deber necesario y áspero, aquí había un sentido profundo y austero que se convertía en lección de vida para los italianos 2M. El Renacimiento es, con demasiada frecuencia, la conversación de Bembo, la urbanidad de Castiglioni, la armonía de Ariosto y, también, la perspicacia un tanto despreciativa de Guicciardini. A ese mundo, Maquiavelo le contrapone el suyo, que es áspero, duro, apretado, que no conoce la literatura y rehuye la discreción. Tiene ante si a los príncipes viles, y los flagela; pasa a través de un pueblo que no tiene conciencia, y proclama su fe, que ya no es religiosa; se mueve entre los diplomáticos que se aquietan en la compostura, y afirma su pasión; se encuentra frente a Guicciardini, que le señala el error, y sigue más allá, zambulléndose en él, pero para ratificar la fuerza de su ánimo. El estupendo dramatismo de la observación, y la excitación de la palabra y el estilo, se corresponden muy bien con la emoción y la fuerza de la enseñanza que salta a la vista. Aparece en este momento una primera reforma del hombre, y en la misma sobreposición de la acción política a toda otra voz humana y divina hay una grandeza tan dolorida y trágica, que el Estado bien puede exigir, de quienes deseen conducirlo, el sacrificio a» Es claro que Maquiavelo ejerció gran influencia también en el siglo xtx, precisamente debido a algunas determinadas características de su obra. Asi, para el problema del Estado nacional y para el de las relaciones entre Estado e Iglesia (aunque en este último merced a una arbitraria desnaturalización, toda vez que, en este aspecto, Maquiavelo no se encuentra en absoluto en la posición moderna), se na recurrido con frecuencia a su obra, en búsqueda de sugerencias y modelos. Esto ha dependido de las condiciones históricas peculiares en que un país o un grupo de hombres llegaran a encontrarse en cierto momento; baste pensar en las condiciones de Alemania a fines del siglo xvm y en la influencia, mucho mayor por ese motivo, que Maquiavelo ejerció sobre llegel. Pero no puede afirmarse que, después del siglo xvu, FJprlncipt siga tiendo el código de la historia turopta. El haber señalado esto fue mérito de Francesco de Sanctis.
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de toda pasión, así como requerir la renuncia a cualquier otro sentimiento. Es preciso que alguien inmole el alma por su fe, cualquiera que ésta sea. En ese reconocimiento del valor austero y dramático de nuestra acción se sitúa, frente al Renacimiento italiano, la grandeza humana de Nicolás Maquiavelo.
Vil.
«EL PRINCIPE» Y EL ANTIMAQUIAVEUSMO
*»
La reacción Difundida rápidamente por toda Europa, la concepción de Maquiavelo se encontró con unas condiciones de vida social, política y religiosa muy distintas de las que la habían determinado; al pasar a países en los que el desarrollo histórico no había sido completa mente igual al del país del cual era resumen teórico, entró necesa riamente en oposición con las ideas que paulatinamente habían ido germinando en ese trasfondo diferente. Así, mientras que la necesi dad cada vez más acuciante de un poder central fuerte acercaba al escritor florentino no sólo a los monarcas, sino a la mayoría de los publicistas, por otro lado unos pujantes intereses sociales en los que se entremezclaban los resabios del pasado con los gérmenes del porvenir, unas concepciones morales y espirituales ya consagradas desde hacia tiempo o nacientes en la época, provocaban por todas partes una reacción tendente a reducir la libertad ilimitada de la acción política y restringir los poderes de la autoridad soberana, tan vigorosamente afirmados por el autor florentino. Y así como en la formidable agitación de los espíritus, debido a las luchas de religión, se iba reconstruyendo todo un mundo espiritual que Maquiavelo desconocía, la existencia en algunas regiones de una intensa vida social complicaba sobremanera la tarea del gobernante, investido por ello de un carácter sacro y místico que no tuvo el condotiero italiano; de suerte que si, por un lado, el siglo X V I sancionaba en última instancia el triunfo de la doctrina maquiatos La influencia de Maquiavelo sobre el pensamiento europeo ha sido analizada precisamente hace poco, de modo admirable, por l:. M u n e c k e (P ie ¡
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veliana en cuanto a su exigencia del predominio absoluto del gobierno central, por otro se iba perfilando, con otra amplitud y variedad de razones, el contenido social y moral de la monarquía absoluta. Así ocurrió en los países de Europa occidental en donde surgían por entonces las fuerzas vivas de la civilización y, principalmente, en Francia. ¡Pero no sin el esfuerzo profundo y continuado del alma nacional! La práctica desorganización que acarrearon los conflictos religio sos, entretejidos y confundidos con las veleidades de desquite de los grandes feudatarios, la terquedad autonomista de ciudades y regio nes, y las aspiraciones de clase de la población obrera, que en último término ocasionaron, tanto del lado católico como del hugonote, el debilitamiento y la cuasi postración de la monarquía, daban lugar también a una crisis del pensamiento político, llevado a tener que optar entre gobierno absoluto y anarquía, entre los antiguos privi legios, caros a muchos, aunque motivo de desórdenes, y el arbitrio personal del monarca, único al cual se le podía confiar la salvación de la nación conmocionada. Resurgía en aquellos años, y por última vez, el conflicto de ideas que parecía destinado fatalmente a ser el sello de todos los momentos de incertidumbre y confusión de la vida francesa, y a simbolizar las distintas etapas del lento y complicado proceso de la formación unitaria; volvían a plantearse las dudas y vacilaciones que ya antes habían caracterizado la vida de la nación 206. Pero, aunque de ella iba ahora a salir definitivamente vencedor el monarca, esa larga lucha fue muy violenta, como si el triunfo de la Francia moderna no pudiera darse sino a costa de una dolorosa y total alteración del alma popular. Oposición entre el sentido práctico inmediato, que requería una autoridad absoluta para reorganizar el reino, y el apego a las autonomías y las franquicias, de cualquier manera establecidas, en las que parecía estar el único respiro que podían pretender los súbditos; entre la devoción, nada despreciable, a la royante y la desconfianza que algunas acciones de los últimos soberanos habían generado; entre el deseo de hacer poderoso al Estado y el temor de ver dilapidados sus tesoros por la manía dispendiosa de su cabeza visible, como demostraban ejemplos bien conocidos de todos; y, además, para muchos, el conflicto entre la pasión religiosa concul
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cada y el sentido del deber para con el soberano; todo ello eran pasiones contradictorias que apremiaban a burgueses y nobles, juristas y escritores, católicos y hugonotes, dando lugar a una variada fluctuación de afectos y pensamientos. Y si el almirante De Coligny vacilaba largamente antes de tomar las armas, en lucha, como estaba, entre el espíritu de devoción al rey, el temor de hacerse rebelde y el desdén de su alma religiosa 207; si, por el contrario, L ’ Hospital, hombre de sentimientos y aspiraciones liberales, se iba convirtiendo en sostenedor cada vea más decidido del gobierno contra las pretcnsiones del Parlamento de París 208, que obstaculiza ban los intentos pacificadores, por otra parte los publicistas se quedaban muchas veces en la duda entre el absolutismo y los derechos de los súbditos, tratando de conciliar el uno con los otros, sin que su pensamiento pudiera librarse siempre de las contradiccio nes que lo acosaban. A la hermosa seguridad con la cual los juristas de la escuela de Toulouse, paladines teóricos de la monarquía de Francisco 1, habían puesto al rey «par sus les lois» 209, se contrapo nían la inquietud y la incertidumbre de los que se encontraban en medio de la contienda abierta. El remate de una situación tan precaria era, sin embargo, que los juristas no hugonotes llevaban la delantera en el sentido de la realidad, que exigía una mano fuerte, y aferrándose a su tradición legalista y monárquica, se inclinaban abiertamente en favor del poder regio, en el cual residía el único remedio para los males de la patria. Incluso, cuanto más fuerte se hacía la oposición liberal, más firme se tornaba su defensa del gobierno central. Al igual que en otros momentos de la historia de Francia, la agudización de la crisis política engendraba un fortalecimiento del monarquismo teórico de los publicistas 2I°, inducidos, asimismo, a sacrificar algunas de sus convicciones de súbditos en aras de la única fuerza capaz de poner remedio a las calamidades del tiempo.*
a” Cf. el bello análisis de L . von R a n k e , Fran^dtiicbe C atbitbte, ir. francesa, París, 18 14 , I, pp. i 8j - i 84. * * G . W f.il l , L a tbéories jar le p u n ir reja l ta Erante pendan! la guerra de religión, París, 1891, pp. 47 y ss.. y 19. VC'eiLL.ep.«/., pp. 1 j y ss.; G .-A . A . H anotaux , E lu da bitteriejui ¡eer la XVI a te xvn tieela, París, 1886, pp. 1-)). 210 Asi, hacia finales del siglo xrv y principios del x v , la gravedad de la situación da lugar a un vivo despertar del sentimiento monárquico de los escritores. C f. C. J ouedain , «Mímoire sur la royauté fran;aisc et te droit populairc d’aprés les ícri vaina du Moyen Agea, en Excarnau bitleriqm i el pbÚenpb'uptet i troven te M tjtn A g f, París, 1888, pp. 148 y $$.
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Bodin Y he aquí que reaparecía Maquiavelo, frecuentemente inspirador secreto, aunque no claramente reconocido, de los escritores franceses. La necesidad de un gobierno sólidamente constituido inclinaba a los mismos que formalmente lo recusaban a seguir sus huellas, y el primero en acercársele era Jean Bodin 2n. No solamente en cuestiones particulares, en determinadas eva luaciones históricas 2,2( en preceptos tácticos menores y en una cierta actitud de deliberado realismo que hacía al escritor indiferente para con la génesis primera del gobierno y su originaria ¡legalidad 2' 3, toda vez que, efectivamente, las diferencias entre rey y tirano, entre monarca querido por Dios y por los pueblos y execrable opresor, no las planteaba en sus apariencias engañosas, capaces de embaucar a los oídos delicados pero no al verdadero político 2U; sino más bien, y sobre todo, en la búsqueda de un poder fuerte y unitario que imprimiera organicidad de intenciones y de acciones en la vida pública, capaz, en consecuencia, de una acción resuelta y enérgica de virtud civil y reordenadora, tal cual la requerían los tiempos. La potestad suprema debía ser absoluta, plena y sin cortapisas *212IS: de ahí >" P a n el pensamiento de Bodin y sus relaciones con el de Maquiavelo. cf. el bello análisis de F. M k in ecke , «p. t il., pp. 7 1 y ss. 211 A los ejemplos que menciona R . C h a u v is í , Jen* ¡M i» , antear Je la R ip M ip a , Parts, 1914, p. 196 y ss., puede añadirse también este: «Et par ainsi les florentins s'abusoient de penser que leur estar fiist plus asseuré, tandis qu’ils nourissoient les partialitez entre les sugets de Pistoyc...» (Y los florentinos se engañaban al pensar que su Estado estuviera mejor asegurado en tanto azuzaran las parcialidades entre los subditos de Pistoia.) (L tt s ix iirrtt de la Répabliam cit., IV , 7. p p. 467. Cf. E l prmcipt, X X ; D iu arm , III. X X V II). . 1,1 «(•••) soit que le Prince conquestc le royaume par forcé et par armes, i droit, ou á tort, pourveu qu'il gouvcm e cquitahlemcnr le royaume par lui conquesté...», es igualmente monarca rayal (áU (, II. ) , p. 106). «car la difieren ce des Monarqucs ne se doit pas prendre^nr le moyen dé parvenir i Testal, ains par le moyen du gouvcmcment», p. s o l. (Aunque el principe conquiste el reino por la foetza y por las armas, con razón o sin ella, siempre que gobierne equitativamente el reino por él conquistado (...), pues la diferencia entre los monarcas no se marca por el modo de llegar al Estado, sino por el modo de su gobierno.) 1,4 «Et ne faut pas appeler tyrannic les mcurrres, bannissemens (...) qui se font au changemem des republiques ou restablisscmcnt d'icelles (..). E t semble que nos peres anciens n’ont pas dit ce proverbe sans cause, " D e mcschant homme bon Roy” : qui peut scmbler cstrange aux aureilles delicates. et qui n‘ont pas accoustumé de poiser i la balance les raisons de parí et d ’autre. [Bodin hace una distinción estilística entre «mauvais» y «mcschant», que significa solamente «maigre» y «fin, un naturel austerc et rigourcux...». «delgado», y «flaco, de natural austero y riguroso».| II ne faut done pas juger le princc tyran, pour estre severo ou rigourcux» (Y no hay que llamar tiranía a los asesinatos, destierros (...) que se cometen en los cambios de las repúblicas o en los restablecimientos de éstas. Y parece ouc nuestros antiguos padres no decían sin motivo el proverbio, «de mal hombre, buen rey», lo cual puede parecer extraño a los oídos delicados y que no tienen costumbre de poner en la balanza las razones de una parre y de la otra. N o hay, pues, que tachar de tirano al principe por ser severo o riguroso) ( M , II, 4, pp. 216-218). M «La souveraineté donnéc i un prince souz chargcs et conditions, n’cst pas proprement souvcraincté, ny puissance absolué: si ce n’est que les conditions apposées en la crcation du prince, soient de la loy de Dicu ou de naturc» (La soberanía otorgada a un principe bajo obligaciones o condiciones no es propiamente soberanía ni poder absoluto, a no ser que las condiciones puestas a la creación del principe sean las de la ley ae Dios o la Naturaleza» (w id., I, I, p. 93).
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que el mejor de los gobiernos resultara ser «la monarchie royale ou légitime», despojada de todo vínculo que no fueran las leyes de Dios y de la Naturaleza 2l6, y el príncipe volvía a ser, con arreglo a la tradición romanista, legtbus so/utus217. Las propias normas de él emanadas no lo vinculaban — ni su poder estaba sometido— a la voluntad de los estados ni de ninguna otra asamblea 218. Se recuperaba el absolutismo monárquico, que volvía a consti tuir la base de la vida política, e incluso su fuerza coactiva se hacía aún mayor y se fundamentaba más sólidamente que en Maquiavelo mismo, precisamente en virtud de la vigorosa afirmación teórica del escritor francés, l iste buscaba una base de derecho para la autoridad constituida sobre la cual articular toda la vida pública, y encontró el concepto de soberanía, con lo cual puso uno de los cimientos para la doctrina del Listado; pero, apenas encontrado el principio, así de fuerte y amplio, lo redujo en su aplicación, confundiendo la soberanía con la forma concreta de gobierno en que se estaba ejercitando. El hábito de la consideración histórica determinada, que presen taba la potencia del Estado viviente y actuante sólo a través de cada gobernante en particular; y el sentido de la tradición, que a él, francés, le evocaba la imagen humana de la realeza de Francia, y a la par la acuciante pasión de los tiempos, que obligaba a hombres de varios partidos a buscar el salvador de la nación, es decir, un conductor con la virtud capaz de hacer amainar la tempestad, eran los elementos que definían la limitación concreta del concepto teórico, que sólo cobraba vida en una figuración inmediata y precisa. Por tanto, la única forma de gobierno en la cual la soberanía tuviera verdadera entidad seguía siendo la monarquía, o sea, la forma en la cual el jefe supremo fuese a la vez la soberanía, que era indivisible 2I9; *■* n|| suffira (...) d’avnir monsiré au doigt ct á 1‘ocil que b Monarchie puré ct absnluc rtt la plu.s scure Republique, ct sans comparaison la mcitleurc de toutes» (Bastará (...) con haber demostrado al tacto y a la vista que la monarquía pura y absoluta es la República más segura y» sin parangón, la mejor de rodas) VI. p. 109). luí la forma latina: «Monarchiam legitimam cacteris praestarc pcrspicuum quidvm cst unicuique* (|;rancforr, 1)94, VI, p. 1 1 11). Acerca de la monarchie royate, ct. RtpnhUqur... eit., II, t, pp. r-M\ ss., y \ I, 4, pp. í»88 y ss.. v sobre hkí» pp. tot y ss. Asimismo, .Metltoéus ,ut facilem histnriürHm rt>xnitiontm. cal. Amsicrdam, lóto, \ I. pp. a*8 y ss. 2,7 ].a definición de la snl>ernnia en la redacción latina es. a este tcspccto. característica: «Maiestas cst summa in civcs ;tc sulnlitos legibuxque soluta potcstas» (I, 8, p. m > la» confusión entre maiestat de listado s poder del golwrname ponía a favor de este último lu ommjvMencia de la primera. 2l* fhiti., I, 8. pp, 100 v ss. Para las normas v leyes que no vinculan al solverán", pp. 9(1 y ss «Mais le principal pomet de la Kepuhlique, qui est le droir de «ouveraincte, ne peut estre nv subsister. a parler prnpremem, smnn en la Monarcbic. car nul nc peut esire souveram en une Kepuhliquc qu un seul: s'ils soni deux, ou trota, ou plusicur», pas un n’esi souvcrain. d*autanr que pas un seul ne peut donner, ny recevoir lov de son compagnon: ct combicii qu'nn imagine un corps de plusicur* seigneurs, ou d'un peuple teñir la souvcrainctc, m est-ce qu’cllc n*;t jniini
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la persona del gobernante volvía a saltar al primer plano, y hasta se veía confirmado en su autoridad por la base de derecho que el escritor le creaba. E l paso adelante, muy grande por cierto, que daba la ciencia del Estado gracias a Bodin, se vertía, en el orden estrictamente político, en un enorme fortalecimiento de la monar quía absoluta. Pero precisamente cuando el pensamiento de Maquiavelo parecía recuperado y desarrollado en sus elementos más profundos, cuando la monarquía estaba a punto de conculcar cualquier otra fuerza humana, he aquí que reaparece de improviso un Bodin que no es ya, meramente, el continuador del florentino: reaparece el hombre de la historia francesa, el burgués diputado en los estados de Blois, y en última instancia, junto a las razones para el acercamiento, se transparentan las de separación entre las tradiciones históricas italiana y francesa. Reaparece el ciudadano francés, no exclusivamente en algunas cuestiones teóricas que, sin embargo, refrenan e incluso anulan la acción de la majestad regia, merced a una contradicción siempre latente en el ánimo de los hombres de aquellos años de transición 220,*210 de vray suget. ny d'apuy. s’il n’y a un chcf avec puissance souvcrainc* (Pero el pumo principal de la República, <|u.c ct el derecho de soberanía, no puede ser ni subsistir, hablando con propiedad, más uue en la monarquía, pues nadie puede ser soberano en una República más que uno solo: si son dos, o tres, o varios, ninguno es soberano, toda vea que ninguno puede impartir leyes a su compañero ni recibirlas de él; y por más que se imagine que un cuerpo de varios señores, o un pueblo, pueden tener la soberanía, ésta no tendrá ningún súbdito verdadero, ni apoyo, si no tiene un ¡efe con poder soberano) (R tpM úpir... cit., V I, 4. p. 706). En la versión latina, «Maiestas autem imperii practcrquam in uno principe vete ac propric consistere nullo modo potcst» (V I, 4, p. m i ) . Para justificar su opinión al respecto, Bodin se remite incluso a un argumento decididamente medievalista, la ordinaiio aó murar del universo (V I, 4, p. 7 1 1) , y es claro, pues, que él repruebe el Estado popular y el lisiado aristocrático, pareciéndolc ambos imperfectos precisamente a causa de la cuestión fundamental, hasta el punto de indignarse contra Maquiavelo, quien, en los D iurnos, elogia el Estado del pueblo (V I, 4, p. 690; el mismo reproche está ya en el M atados, V I, p p. 1) 4 y ss.). Señala E. Poi.isv.k que Bodin considera la soberanía como una forma de autoridad dignataria susceptible de ser poseída y acordada en el pleno sentido técnico de estas expresiones ( la ln á q n ii alta sim a dalla urraca politka, ir. italiana, Turin, 1914. p. 74. n. 1). C f. igualmente E. M uinecxe . ap. t il., p. 7a. 210 Baste observar que Bodin admite la necesidad del asentimiento de los atadas prorrata o prartocralss para poder establecer subsidios e impuestos (itid ., III, 7, p. 567). Ilay en esto, como bien señala R. OiAOViaé. (pp. « /., pp. 174 V 44II), una crasa contradicción: quitarle a un gobierno de esc tipo la facultad de administrar a su arbitrio las finanzas equivale a troncharlo por la base. Por un lado se le conceden las más amplias prerrogativas políticas (precisamente Bodin combate la opinión de quienes quieren ver en los estados un freno a la autoridad soberana), y por el m ío se anulan de un golpe tudas las concesiones anteriores, sin advertir que, con tan grave reserva en el terreno financiero, se pone a la monarquía en la casi imposibilidad de ejercer una enérgica acción práctica. Eran las contradicciones en que se debatia todavía el alma nacional en aquellos tiempos de trabajoso fortalecimiento de la monarquía unitaria: intereses y aspiraciones frecuente mente antagónicos originalian incertidumbres y confusiones del pensamiento. También padecía este drama psicológico Maquiavelo, con sus conjeturas militares, y lo experimentaban, mucho más gravemente todavía, Bodin y tantos otros en el terreno financiero. En cambio, merece la pena Señalar lo que nada menos que Gentillet admite: «II est certain qu'un Princc peut bien faire guerre el imposer tailles, sans le ctmsentcnicni de ses sugets, par une puissancc absoluc: mais il seroit
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sino también en la vigorosa y austera concepción de la familia, que el escritor ponía como base y garantía de toda vida social 221; en el poderosísimo sentimiento de la propiedad individual, que él defen día de cualquier ataque, y en el minucioso examen de las condiciones económicas y financieras del reino. Aquí se mostraba por entero el burgués de la nueva Francia, que rápidamente había rehecho su fortuna desde la segunda mitad del siglo xv; que, aunque todavía les rindiera pleitesía, requería ya de los nobles un aporte activo y continuado en la vida social, como compensación de sus beneficios y sus feudos; que comprendía, en resumen, que a partir de entonces representaba el sostén más fuerte de la vida nacional y pretendía, si no un emparejamiento de derecho con las clases privilegiadas, por lo menos la seguridad civil y la garantía para su propia actividad 222. Una conciencia profunda de la vida social, el ardiente deseo de que se la promoviera cada vez más y que se la mantuviera a recaudo, precisamente de ese poder central tan formidablemente constituido, y el sentido amplio y seguro de todo lo que formaba el contenido interno del Estado, era lo que movía al escritor, apasionaba su ánimo y generaba la afligida emoción con que miraba en tomo de sí y comprobaba las tristes condiciones de los tiempos. Sí, él había condenado el gobierno democrático y había erigido al absolutismo monárquico un altar quizá más sólido que cualquiera anterior, reforzándolo con su concepto de soberanía; pero después, al ver a le pauvre peuple oprimido por cargas fiscales insostenibles, cuando topaba con la nobleza y el clero que eludían los gravámenes de la vida colectiva, así como con la desastrosa política financiera de los gobernantes, que arruinaba simultáneamente al gobierno y a la nación, entonces se rebeló. Y dado que en los estados de Blois se había opuesto, con valerosa obstinación, a las pretensiones de nuevos impuestos de Enrique III, y tampoco había consentido la mcillcur qu’il usast de puissance civile, el en seroit toujours micux obey» (Verdad es que un principe bien puede hacer la guerra e imponer tributos, sin el consentimiento de sus subditos, por un poder absoluto; pero mejor seria que usara de poder civil, y siempre seria mejor obedecido) (D iln a ri tur Us moyem je bien gparener el maiateair en boom poix m royanme ( ...) nutre NieoUt Maebiarel, 1 1 7 7 , 1, p. 91). * Para la familia y la propiedad, en el pensamiento de Bodin, aai como acerca de su actitud ante la nobleza, cf. la detallada y clara exposición de C hau vir **. [op. eit., pp. (04 y ss., 405 y ss.). Y en cuanto a ía política social de Bodin, que aspiraba a ampliar y fortalecer una clase media, cf. pp. }68 y as. m Bodin es el portavoz de la política nacional: alianza entre la burguesía y el poder soberano (H. Baudrillart , J . BoJin el 10a tempt, París, 18 s j , pp. 7 1 -7 6 ). Se comprende que proteste contra los ginebrinos, que lo acusaron de absolutismo, proclamándose como popalarii y hombre de sentimientos liberales (C h a u v ir í , op. eit., p. 5 1 1, n. i), mientras que, por su lado, los realistas, como De la Serré, lo atacaban (G .-J. Wz il l , op. eit., p. 170),
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enajenación de una parte de la hacienda pública regia 223, ahora, en su tratado teórico, Bodin trataba de restablecer la vida del Estado, volviendo a denegarle al rey el poder de enajenar los bienes del patrimonio público 224, y reclamando una adecuada política financie ra 225*y una distribución más equitativa de los tributos m , y buscan do el modo de aligerar al pueblo de un fardo excesivamente gravoso que habría terminado por llevarlo a la perdición junto con toda Francia 227*. Es verdad que, en este aspecto, no todo era nuevo, y de cuando en cuando volvían a aflorar las formas de la antigua constitución político-social, introduciéndose en el cuerpo del nuevo dogma absolutista. La afirmación de que el rey no podía recurrir a los impuestos sino en casos excepcionales y con el consenso del pueblo, es decir, de los estados, era un reclamo habitual, no sólo de los escritores, sino de las ciudades y regiones de Francia m , un antiguo asunto del que se había hecho encarnizado propagandista incluso Commynes, el fino diplomático servidor de la monarquía 229. De “ P in cite importante episodio de la vida de Bodin, cf. H. B aud rillart , op. rít., p p . 6|iy ss.; W r.nx, op. t il., p. 147; C h a u v ir í , op. rít., p p . 1 1 y ss. 224 R ip M ifm ... eit., V I, 1 , pp. 6i)o. También Gentillet coincide con esto. que. por otra pane, era un posiulado corriente en aquellos tiempos (Póumrr d t., I, p. 16). 0 Véanse también las imprecaciones contra los principes demasiado estúpidos, que dejan rouget jo sq iitu x 01, «consumir hasta los huesos», a los súbditos ( ¡M ., II, 4, p. 117 ) , y otras menciones que se refieren directamente a la historia de su tiempo, por ejemplo, la que alude a la prodigalidad del principe: «II succe le sang et la moücllc, pour saouler une douzsine de sangsucs, qui scront aoulour de sa personne» (Chupa la sangre y la medula |de los súbditos) para saciar a una docena de parásitos que rodean su persona) (V I, 4, p. 706). 224 Bodin, pour unUgfr U/ poutrtt, («para aliviar a los pobres»), quiere impuestos reales, no personales (V I, I, pp. 617.618 y 6 |i y ss.); pero uno de los modos de llegar a esto, o sea el impuesto indirecto y la gabela, habria terminado dejando las cosas como estaban ames (R. C.HAOviaé, op. t il., p. 371 y ss.). Es interesante señalar que también Gentillet, quien, por otra parte, se arrimaba a los pohtiqun y no ya a loa publicistas hugonotes, sostenía el mismo principio: «Semble qu’il seroit requis que les cottisations fussem deucment faites, sans support ny respect des personnes (...). II faudroit aussi imiter les ancicns Romains, qui n'exccptoycnt personne des tributs patrimoniaux (...) par il n'y avoit Senateur ny Pontife qui nc les payast, aussi bien que les autres du tiers Estar» (Parece que se requerirla que las cotizaciones fueran debidamente hechas, sin respaldar ni respetar a las personas (...). Habría también que imitar a los antiguos romanos, que no exceptuaban a nadie de los tributos patrimoniales (...) porque no habia senador ni pontífice que no los pagara, como los otros del tercer Estado) (D iuoort, II, p. 743). 227 «(...) les villes riches, la Noblesse, Testal Ecclesiastiouc s’estans du tout deschargea sur le menú peuple, il est tumbé sous le fardeau, comme l'asne d'Esope: et le chcval qui n'avoit ríen voulu poner, c'est á dire la Noblesse et les gens d'Eglise, sont contraints les uns de poner les dcárnea (...) les autres vendré leur bien (...) et payer les tailles (...)» (y habiéndose las ciudades ricas, la nobleza y el estado eclesiástico, descargado de todo sobre el pueblo llano, éste cayó bajo la carga, como el asno de Esopo; y el caballo que nada habla querido cargar, es decir, la nobleza y la gente de la Iglesia, están obligados, los unos a llevar los diezmos (...) los otros a vender sus bienes (...) y pagar las contribuciones) (VI, 1 , p. 631). Véase también la conmiseración por las condiciones del pueblo, «qui seni bien la douleur, mais la plus pan ne peut pas bien juger d'oü elle procede» (que siente desde luego el dolor, pero la mayoría no puede establecer de dónde procede) (Ripoiut o M .d t M olatroirt, ed. Lyon, 1393, como adición de la Ripoblújut... rít., p. 77 h). 222 Desde linea del siglo x iv , en la lucha entre la monarquía y la burguesía del norte, cf. L. von Ra n x z , op. t i!., I, pp. 49 y ss. 222 M im oirtt, V , 19. Cf. la segunda pane del Apartado 18 y las alusiones a la política de la monarquía francesa.
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suerte que el sistema económico fiscal de Bodin asimismo traia ecos de tiempos pasadosao, y quien pasase al mismo a partir de los preceptos políticos encontraba en él un contraste de tendencias que expresaban adecuadamente la consolidación todavía no definitiva del poder absoluto y las incertidumbres últimas, permanentes, antes del acuerdo total entre la burguesía y su soberano. Pero, incluso entre los escombros del pasado, surgía un mundo nuevo que tenía su punto de apoyo en una vigorosa conciencia ciudadana dispuesta a otorgar plenos poderes a la monarquía, con tal de que ésta supiera asegurar la fortuna económica de la clase burguesa y la seguridad de la vida, y llevase a la nación toda por el camino de la paz interna y de la prosperidad. Era preciso salvar a Francia, amenazada desde el exterior y dividida por dentro, para lo cual se concedían los poderes al monarca, el único que podía asumir la grave tarea, y cuanto más incierta se tornaba la situación, tanto más amplias eran las concesio nes y las renuncias en su favor 231. Pero salvar a Francia quería decir no solamente salvar el poder monárquico, sino también la vida de la gran masa de la población que había ligado su suerte indisoluble mente a la de su soberano. En este caso, la pasión del conductor era la pasión de los súbditos; aquí se unían verdaderamente ambas fortunas. Pero no se unían únicamente entonces ni por primera vez. 1.a unión era antigua, sagrada, casi religiosa, por el carácter mismo del poder soberano. Todo lo que de excesivamente particular y deter minado pudiera tener la figura del príncipe italiano, no existía en la fuerza mística de la antigua royante de Francia; la virtud del condottiero perdía su forma abruptamente individual para revestirse de la gloria de una larga tradición, en todo momento viva y poderosa y si en otros lugares el punto de apoyo casi exclusivo de la fortuna estatal había estado constituido por la figura humana del dominador, aquí el rey era rey en tanto y en cuanto asumiera no sólo el presente,*251
230 Cf. E. Fournol, budín, prídítmnr di AUnlisqnim, París, i B$f>, p. 98. 251 Un la Ripnb/iqnc..., Bodin hace al soberano unas concesiones mucho mayores de las que le hacia en el M tliedki, escrito diez aAos antes. Esto se explica, precisamente, por el empeoramiento de las condiciones generales del pais y por la urgente necesidad de un reordcnamicnto, que sólo cabía esperar de la monarquía (R. C hauvik A, »/>. t il., pp. ayi y ss., 401 y si.). 252 La misma extensión de las discusiones históricas acerca de la monarquía v sus orígenes (y un ejemplo típico es el de I lotman, uno de los adversarios del poder regio de Carios IX y Imrique III) demuestra cuán profundo era esc sentido de la continuidad histórica, en la cual la nación y sus jefes constituían una sola y misma cosa.
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sino todo el pasado de la nación que en él reconocía sus gloriosas memorias 233. Él era el momentáneo depositario de la monarquía real, la que Bodin deseaba teóricamente, porqué reconocía en ella a su monar quía francesa; era el padre de su pueblo, que veía en él al custodio de su vida entera, incluso la moral, y que se apiñaba en torno suyo para demandarle justicia, agradecido si accedía a escuchar sus ruegos, contento ante una palabra bondadosa o una mirada regia que se posase en él 234. La gran fuerza moral de la monarquía francesa, verdadera alma interior de su pueblo, y el ascendiente que había sabido crearse sobre la multitud 235 a lo largo de siglos de luchas y sacrificios, surgían 233 «Le Roy de France ne recognoist ríen apres Dieu plus grand que soy-mesme. C'esi pourquoy on dir en ce Royaumc que le Roy nc meurt jamais» (El rey de Francia no reconoce a nadie, después de Dios, como más grande que él mismo. Por ello es por lo que se dice en este reino que el rey nunca muere) (¡M i., V I, | , p. 71$). Nunca habría podido Maquiavelo escribir una frase como ésta, porque no la habría encontrado en la conciencia de su nación. 234 «Mais il est incroyablc, combien les sugets sont aises de voir leur R oy presider en leuts estats; combien ils sont fiers d'estre veuz de luy (...)» (E s increíble cuánto les agrada a los súbditos el ver al rey presidiendo sus estados, cuánto íes enorgullece el ser vistos por ¿I) (
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aquí en todo su esplendor; y por detrás de la figura del soberano, estilizada en el razonamiento teórico, volvían a surgir, vivientes y grandiosas, en el ánimo de quien escribía y de quien leia, las amadas sombras de los viejos reyes de Francia, de Luis X II — le bort pire du peuple— y tal vez, por un momento, el recuerdo de Luis IX , que administraba justicia bajo la gran encina rodeado por el calor de los hombres de su tierra. Esa fuerza moral derivaba, por un lado, de la continuidad y la gloria de la monarquía, y era confirmada poderosamente sobre bases indestructibles por ese carácter religioso, casi sacerdotal, al que rápidamente había sido elevada 236, que rodeaba al soberano con una aureola mística y lo hacía casi sobrehumano, de suerte que era legítimamente la personificación de la justicia y la salvación, ponién dose lógicamente, como límites de su poder, las leyes de Dios y la Naturaleza 237, dándose por sentados su justicia y su amor por el bien de los súbditos. Éstas eran las manifestaciones, teóricamente abstractas y moralistas, pero humanamente vivas y palpitantes de de octubre, «un heraut d'armes sumiller nominativement Conde, Coligny, d’ Andelo!, et les aurres chcfs huguenots, sous peine de s’avouer rcbellcs, de poser les armes et de luí rendre l’obéissance ordonnee de Dicu» (un heraldo armado a intimar nominativamente a Condé, Coligny, d’ Andelot y los demás jefes hugonotes, so pena de confesarse rebeldes, a deponer las armas y rendirle la obediencia que Dios manda). Decir que simplemente este «apparcil emprunté aus ancicns usages de la monarchie» (aparato tomado de las antiguas usanzas de la monarquía) haya tenido el poder de hacer modificar las demandas de los hugonotes «en des chotes plus douecs» (en cosas más suaves) (como hacen J.-H . M a r ié jo l , Calbirm e Je M id itii, París, 1910, p. túa. y exactamente igual F. R ocquain , La Primee et Rime pendan! leí gm rrei Je religan, París, 19 14 , p. 69), quizá sea demasiado. Un examen más detenido de la situación, especialmente de la militar, en que se encontraban ambos partidos después del fracaso del golpe de mano hugonote, seguramente influyó para establecer propósitos más moderados. Pero seria erróneo pretender negar eficacia al gesto del rey, quien, haciendo entrar en razón a los jefes de los hugonotes y reavivando en ellas el sentimiento, nunca extinguido, del respeto que le era debido, asi como un cierto sentido de temor y vergüenza, hizo que surgiera el peculiar estado de ánimo por el cual la situación general, política y militar, acabaría presentándose, casi de forma natural, con otros colores. De esta intima compenetración de una situación de hecho desde una perspectiva humana, susceptible de desplazamientos y modificaciones, derivaba la decisión última. u* Que se manifestaba en ceremonias y acciones concretas que, a veces, resultaban muy curiosas. C f., recientemente, el interesante estudio de M. B loch , L eí Rey/ Tbarmatnrgpt, Estrasburgo, 1924. t v Ripnbliqne, I, 8, pp. 9 ;, 97, 109, 114 . E l concepto está difundido en todo el libro. Éstos que podrían parecer, y lo son, vestiglos morales e ideas tradicionales (F. M f.in eck b , op. cíe,, p, 78), cuyos efectos se dejarán sentir también en la aversión por Nlaquiavelo, tienen además un valor incalculable, precisamente por ser intrusiones sentimentales en el dominio de la política, toda vez que nos revelan cuál era el espíritu con el que un leal monárquico francés miraba a su seAor, que no era para él solamente un jefe de gobierno, y qué profundas eran las bases sentimentales del poder regio. De la observancia por el rey de las leyes de la Naturaleza, y por los súbditos de las leyes del rey, dimanaba «une amitié mutuellc du Roy envers les sugets, et l'obeissance des sugets envers le R oy, avec une tres plaisante et doucc harmonio des uns avec les autres, et de tous avec le Roy» (una amistad mutua del rey hacia los súbditos y la obediencia de los súbditos al rey, con una armonía muy agradable y suave de unos con otros y de todos con el rey) (ibid., 11, 5, p. tos). E l principe es «image de Dieu» (iW ., 1, 8, p. 118 ). E l principe debe justicia, ayuda y confortación al súbdito, a cambio de la fe y obediencia que recibe de él (JbU ., 1, 6, p. 62).
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profundo significado sentimental, con las que se expresaba el alma de un viejo y leal súbdito. Así, pues, el Estado, incluso el absolutista, adquiría en tierras de Francia un valor mucho más amplio del que hubiera podido tener en suelo italiano ^ Y no sólo por la vida que presionaba desde abajo y robustecía el armazón exterior. Éste era el signo de una sociedad en pleno desarrollo que, arrojada nuevamente a la desola ción de las contiendas civiles, reclamaba fuerza del poder central para salvarse; y aunque en algunos momentos no lograra sofocar por entero sus incertidumbres y temores, se disponía cada vez más a sacrificar cualquier nostalgia y reserva; pero también, además, por el contenido distinto que tenían el poder central y el monarca, mucho más grande, moral y espiritualmente, que el príncipe italiano. En todos los sentidos, había una vida que no conoció el Renacimiento italiano; la conjunción de ambas fuerzas podía generar el advenimiento de una forma más duradera y sólida. Bien podía Bodin condescender a defender el crecimiento del gobierno y de la autoridad soberana; podía incluso, y con él los demás politiques ^ sacrificar la unidad religiosa a la unidad estatal, porque allí el Estado tenía un valor distinto al del principado propuesto por Maquiavelo.
Los hugonotes Es verdad que por aquella época se desarrollaban también unas tendencias opuestas que combatían el concepto fundamental de la obra de Maquiavelo. En la rebelión teórica y práctica que, sobre todo después de la Noche de San Bartolomé, movió a los hugonotes contra el rey de Francia, afloraban claramente todas las fuerzas conservadoras y antiunitarias. I-as pretensiones aristocráticas y de casta, las concepciones particulares, regionales y ciudadanas, que en tan gran medida inspiraban la acción de los reformados, inspiraban también a los diferentes autores, que se remitían asimismo a la historia lejana para justificar en ella sus deseos del presente 2*°.*239 4 0 231 Para todos los demás realistas moderados, que se encuentran más o menos en la situación de Bodin y que son continuadores del pensamiento de Seyssel, df. G .- J. W e il l , op. rít.,pp. t8c y siguientes. 239 Acerca del valor de la libertad y la tolerancia religiosa para los politiquee, cf. las agudas observaciones de J . N . F tccts, op. cst., pp. 1 15 y ss. E l interés del Estado está, para ellos, por encima de las disensiones religiosas (F. D ecrue , L e partí des politiqms au ¡endemain de la Samt’ üartbéie*pr» Parts, 1892, p. 4; sobre la formación del partido, pp. 1 y ss.). 240 Por ejemplo, Hotman (A . E l k a n , D ie P eétifír/ik dtr Átrtbolomáusnaebt uttd Montaje *Vindicie* contra tyranms», Heidefberg, 1905, p. 4 j).
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Cuando Duplcssis-Mornay afirmaba el derecho de rebelión para los conductores, es decir, para los príncipes, magistrados y grandes señores, y no para el pueblo, «belluam (...) illam innumerorum capitum» 241; cuando Hotman sostenía la suprema autoridad de los estados en el desarrollo de la vida nacional 242, y cuando las invocaciones de los perseguidos se elevaban a los príncipes de la sangre como defensores naturales del pueblo, lo que ocurría era que se volvía al pasado, en su espíritu y en sus instituciones 243. El rey volvía a ser el «primus Ínter pares» 244, y se hacían remontar las calamidades de la nación a los tiempos en que con mayor vigor se había emprendido la gran política unitaria 245. El grito de los escritores hugonotes parecía el de una Francia moribunda, no el de una Francia naciente; y de nada, servía el que, a intervalos, la burguesía pequeña y media cobrara preponderancia dentro del partido, porque entonces el que triunfaba, después del espíritu aristocrático, era el espíritu autonomista ciudadano 246. Pero si de esa manera resurgía por un momento el viejo mundo carcomido, también surgía a la luz algo no caduco, abriéndose paso por entre la armazón del pasado. Porque si en el movimiento reformador se habían grabado profundamente los intereses políticos de clase, anhelantes por recuperar su poder combatido por el absolutismo de los Valois 247; si se les habían sumado aspiraciones sociales, deseos de masas artesanas que pretendían salir de la crisis económica y de la opresión patronal 248; si todas las razones políticas 1.1 Vindicite eontra tjrtaatt, ed. Francfort, 1 6 1 1 , 11, pp. Cf. E lk a n , tp. t il., pp. 1)4 -1)} . Cf. «imperitae vulgi mulluudinis cuius propriutn est nihil sapero*. F. (I otuan , Fraaet-G allia. ed. Francfort, 166), cap. X II, p. 147. Y es interesante señalar que Hulmán llama ptpalat. para la antigua Galia, a los que son los p ria rtt y los priatipn (ibld., cap., V II, pp. 8) y ss.); es decir, que el pópalas, que habla en los concilios y participa en la dirección de la vida nacional, es la aristocracia feudal. Es notable, asimismo, la defensa que hace Gcntillet de la nobleza francesa, contra Maquiavelo {D iitoan cit., III, pp. 827 y ss.). 3.2 Para la opinión de I lotman acerca de los concilios, las magistraturas, los pares de Francia, etc., cf. Franee-G tllia. X II, p p.ts8 y ss.. 1)7 ; X IV , p p .17 1 y ss.; X V , pp. 188; X V II, pp. s t t y ss.; X X V , pp. 18 ) y 299. 242 P. M í a i v , L e í pablkislrs ¡tañíais dt la Rifarm e. Dijon. 190), p. i í ( . 244 Fraaet-G allia, p. 148; Vindinae. III, p. 70 («Quasi praeses»: vuelve a mencionarse aquí el ejemplo del rey de Aragón y su elección, ya señalado por I lotman. que se repite también en el D tja re magnlralaam in tabdihs el affeña sabdiltram erga magislraias, ed. Francfort, 1622, añadido a las V'indiciae, IV , 2, p. 2)8); mientras que los grandes magistrados resultan ser «quasi impertí consortes et Rcgnum Ephoros» {V in d u itt, pp. )ó-)7). 242 Franco-Gallia. Prefacio. 244 G .- 1. W eiu.. tp. t i!., pp. 1 28 r ss., pone muy en claro la acción de los hugonotes después de la noche de san Bartolomé, cuando prevalece momentáneamente el Tercer Estado sobre la corriente nobiliaria. El espíritu municipal de La Rochelle. por ejemplo, concuerda perfectamente con d sentimiento religioso; cf. l~ von R ankf.. tp . t il.. I, p. 27). 247 Con todo, si bien estos intereses eran propios de los hugonotes, no lo eran menos de los jefes católicos, promotores de las distintas Ligan. 241 Acerca de la Reforma francesa ton excelentes, aunque muy generales y breves, las observaciones de H. Hausex , L eí loaren de íH illo m de Fronte, 11, >, Paris, 1 9 11 , pp. 1-) y
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habían condicionado la acción de los hugutnots tfesíat, por otro lado la pasión religiosa, intensísima, no sólo en las masas, sino también en muchos de los propios jefes 249, seguía siendo un poderoso incentivo del que la muchedumbre tumultuosa no habría podido prescindir. No porque el móvil político, inmediato y en este caso forjado por las reminiscencias del pasado, no ocupara muchas veces un lugar predominante, mientras que el religioso le servía de barniz exterior, sino porque la voz de Dios penetraba, con todo, en ese mundo tan rico en intereses prácticos, y si en algunas ocasiones quedaba superada, en otras en cambio lograba tomar la iniciativa, iluminando con luz nueva las ruinas del tiempo remoto. La concien cia religiosa había inspirado a aquellos «fols de petite condition (...) qui se faisoient brusler» **, y volvía, aún en pleno furor de los antagonismos políticos, para conmocionar los ánimos2S0. Ahora bien, cuando la monarquía pareció convertirse en enemi ga despiadada de las nuevas exigencias religiosas, y los hugonotes comprendieron que no podían arrastrarle a satisfacer sus designios, incluidos los políticos, sobre todo cuando, detrás de ella, se perfila ron las sombras de los asesinados en la noche de san Bartolomé 251, aquella misma conciencia hubo de apoyarse en las formas constitu cionales de los tiempos idos y, para procurarse la salvación, se vio obligada a remitirse al pasado, oponiendo al absolutismo, que se había tomado intolerante, la monarquía aristocrática2S2. De esa manera, la que por un lado era la voz de unas castas moribundas, por otro se tornaba invocación de un alma nueva y fuerte que se especialmente jo . E u a la participación de las clases populares y su carácter social y religioso a la vea, cf. Erad» n a ¡t R i/trtn frtttftü t, París, 1909, pp. I ) y as., 17 ) y ss.. y asimismo P. I mbart d e la T oo», tp . rít., III, París, 19 14 , p. j7 ) y ss. En cuanto a las cuestiones políticas, cf. el hermoso análisis de L . R omiek , L rr triftntt politiqm t dtt gttrrtt dt rtlifttt. París, 19 14, II, pp. t i | y ss.; y para todo el movimiento en general, hasta i | ( i , el vasto y vigoroso cuadro, también de R om ea, C ttbirim dt M idirít, París, 1 9 » , pp. 1 1 1-300. " • Para Condé. cf. R a n e e , tp. tit., I, p. 1 5 ! ; para Franfois d'Andelot, R om ea, L rr trigim t ptliríqm t cit., II, pp. a lt , a l), 1I6 ; C ttbirim dt M idirít cit., II, pp. 1 4 1, t j ) , i ) l . En cambio, Antonio de Borbón y Conde estaban lejos de preocuparse por su alma. * «Tontos de baja condición (...) que se hadan quemar.» (Ai. dt,l T .) “ «Les conscientes nc se domptoicnt. ni appaisoient par la forcé des armes» (la s conciencias no se doman ni se apaciguan por la fuerza de las armas) (P. D uplessis -M oanav , M im ttnt, La Forest, 1614 , I. p. 4 ) 1) . «Or la k u r pourroit romprc i tous, que leur opinión toutes-fois y demeureroit entiese» (Aunque se la rompieran (la cabezal a todos, en cualquier caso su opinión quedarla entera) {iM d., I, p. 17 , cfr. a l). Y Gcntillet: «Or il y a ríen au monde qui soit micux nostre que nostre ame, nostre conscicnce et nos vics* (Ahora bien, nada hay en el mundo que sea más nuestro que nuestra alma, nuestra conciencia y nuestras vidü» (D iitttri, III, p. (70). Ver retórica en esta afirmación, .0 sólo la cobertura de segundas intenciones, podría ser muy cómodo, pero completamente erróneo. 151 Acerca de la actitud de los hugonotes ames de la noche de san Bartolomé y después de ella, cf. F. D e c i d e , L 'tttie t politiqm dt C tbin bert dt C rsór d'aprit u ttrrtspomiiittc, Ginebra, 1909,
P 7-
Cf. A. F.LKAN, tp. rít., p . i ) .
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expresaba en los términos que le eran permitidos 2M; y si contra Maquiavelo, como inspirador del absolutismo monárquico, apunta ban las iras de los que intuían en él al más temible enemigo de sus sueños, por otra parte esa misma reacción significaba la rebelión de unas fuerzas vivas y jóvenes en las que se ocultaban los gérmenes del porvenir 254.
E l antimaquiavelismo francés O sea, que el pensamiento dominante de Maquiavelo podia ser adoptado en gran parte por los escritores de Francia: la necesidad de unidad interna, el sentimiento nacional que se sublevaba ante los amaños de los enemigos de fuera, el amor por la tierra natal perseguida, saqueada y violada, inclinaban a los más en favor de una monarquía fuerte y centralizadora, aproximando al escritor florentino incluso a los que lo detestaban. Pero existía, a diferencia del mundo de Maquiavelo, una vigorosa conciencia burguesa que aceptaba la monarquía porque sabía encontrar en ella a su más valiosa colaboradora; y existía además el carácter mismo de esa monarquía, tan alejado del príncipe italiano. Tanto la fuerza que estaba en lo alto como las que quedaban por debajo tenían entidad distinta de aquellas en medio de las cuales se había creado el Estado de Maquiavelo, mientras que en los mismos que podían ser llevados a defender el pasado político, y eran incitados contra el maquiave lismo porque representaba la muerte de sus aspiraciones de casta, quedaba sin embargo una conciencia religiosa consagrada en largos años de luchas, y esto no era el pasado, sino un importante motivo de vida para el futuro. B > Esto queda decididamente comprobado por el hecho de que. cuando la monarquía les significó a los hugonotes protección y defensa y cuando, ¡unto a Enrique III, apareció Enrique de Navarra, se hicieron defensores del derecho divino del rey. mientras que los católicos de la Ligue recurrieron a las teorías hugonotas de diez aóos atrás. Esto lo pone muy bien de relieve G .-J. W e il l , op. rít., pp. 199 y ss. C f. H. BAUDMLLAftT, op. t i!.. pp. 64. 9 1 y ss. (Hotman cambia completamente de parecer y sostiene el derecho hereditario de la monarquía, para favorecer a Enrique de Navarra contra las pretcnsiones del cardenal de Borbón. en el D n it du «neu sur toutto.) Al juzgar las teorías políticas de aquellos tiempos debiera tenerse siempre presente la finalidad polémica e inmediata, no científica, que suponían. F. Me in e c k e (op. t i!., pp. 68-70) na destacado vigorosamente cuáles eran los motivos políticos de la oposición de Gentillet contra Maquiavelo. Pero yo no diría que sólo hubiera en ella el pasado, ya que el propio Gentillet termina concediendo mucho al poder soberano (en la cuestión fundamental de los impuestos es, por lo menos, tan monárquico como Bodin). La verdad es que el pasado se hacia advertir en mayor medida, y volvía a salir a la luz, en gran parte, justamente por la necesidad de una defensa inmediata contra el poder regio de Catalina de Médicis. de Carlos IX y de Enrique III, y contra Sus inspiradores reales o supuestos, los de Guisa..
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En un fondo histórico tan diferente debía surgir, necesariamen te, una oposición a Maquiavelo. Bien podía haber alcanzado otros niveles, o ser, por lo menos en parte, una crítica serena que considerase y precisara los puntos de disensión sin caer en el odio banderizo; pero en el condicionamiento del peculiar carácter del antimaquiavelismo intervinieron, a la sazón, otras causas. La primera fue la incertidumbre y la timidez de aquellos hombres, que acababan de salir de la gran unidad espiritual de la Edad Media — y aún la sentían en el alma— para encontrarse bruscamente con el enfrentamiento de las distintas formas de vida, cada una separada de las demás y luchando contra ellas para asegurarse su fortuna zss. Maquiavelo había avanzado por su camino con maravillosa seguridad, dejando a sus espaldas el pasado y tratando de salvar la que había sido su única vida espiritual; pero no todos podían tener su genio y su fortaleza. De ese fluctuar de ideas y sentimientos procedían las confusiones teóricas y los arranques apasionados en defensa de la moral; pero cuando seguían concretamente los dictados de la razón de Estado y admitían la autonomía de la acción política, se rebelaban contra ello a la hora de aceptarlo teóricamente 2S6. La seriedad de las conviccio nes religiosas y los residuos medievales alzaban una barrera entre el claro y vigoroso pensamiento del florentino y las dubitaciones, las reticencias y el confusionismo de los nuevos escritores. Se lanzaba contra Maquiavelo la acusación de ateísmo, irreligiosidad y perfi dia 257. Y si ello reflejaba, por una parte, un esfuerzo grande y profundo del alma francesa, que buscaba su fe a través de la sangre, expresaba muy bien, por otra, la inestabilidad de un pensamiento que todavía no había alcanzado completamente una vida nueva, cuando además no servía, inconscientemente, para encubrir un antagonismo social entre la burguesía y los ambientes italianos de la corte a los cuales se atribuían no solamente los delitos políticos, sino*254
* * F . M e in e c k e . op. a / ., p . 1* 7 .
254 Existe una gran repugnancia a admitir la separación entre moral y política. ) . R o cbr C h a m o n n el , Lm paute itútiam tu X V I* ttíek et k coMrant lib erta, París, 19 19 . pp. 499 y 6»7- A v e o s , aun reconociendo las necesidades no mótales de la vida política, se salvaban de sacrificarle las conciencias renunciando completamente a la actividad pública: ¡valiente manera de ser morales! Asi, por cicmplo. Montaigne. Cf. F. S thowsky , Momtaigtr, París, 1906, pp. 19a y ss.; P.-L.-J. Vuxer-DiiSMESEnBxs, L a ta m a t í fh tlM ia i tkt Enutr de M cm taga, Parte, 1908, ll.p p . ¡ j ) y¡sa., y para la posición del escritor francés ante el maquiavelismo, 357 y ss. Asimismo, G . L anson, «La mótale sclon k s E t u ii de Montaigne», en K m » d a Daoc M onda, t j de febrero de 19 14 , pp. 1(9 y ss. 2,7 V . W a il l e , M údtm l tm Frota, Parte, 18(4, p. 166; J . R o e rá CttAaaONNtu., *p. (il., p. za. Esta es la acusación más com ún a to do s los antim aquiavelistas.
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también el despilfarro de las finanzas públicas y la opresión fiscal258. Se sumaba a esto el odio nacional por los italianos, que en este aspecto eran los herederos de los lombardos, hacia quienes se volcaba, desde el siglo xu , la animosidad del pueblo; odio con el cual se mezclaban el rencor contra la corte de Catalina de Médicis, el desdén de los súbditos excesivamente abrumados por los impues tos y la incipiente conciencia nacional, que asi encontraba la manera de expresarse, precisamente en aquel tiempo, no sólo merced a las disertaciones políticas 2W. Pero aunque Catalina y sus coterráneos, cortesanos y banqueros, atrajeran hacia sí las protestas de las gentes, Maquiavelo, italiano, se beneficiaba directamente de su suerte. Sin embargo, quizá no hubiesen bastado todos estos motivos si no hubiese aparecido el maquiavelismo de los príncipes. Fuera por necesidad de encontrar una figura hacia la cual se volviese el odio de las masas cuando determinadas acciones del soberano hirieran su ánimo, o porque a la italiana Catalina había que destinarle solamente un preceptor italiano, y florentino por añadidura260, pronto se convirtió Maquiavelo en consejero de los reinantes; su obra perdió el carácter de creación espiritual para ser mero compendio de máximas de uso corriente, vademécum de confianza, del cual no podía prescindir quien pretendiera tiranizar. Una referencia particularizada de este tipo tenía naturalmente que insuflar en la oposición a Maquiavelo el carácter fragmentario Este significativo disfraz nos viene revelado por Gentillet: « Ies Athéistei inventeurs d'impostsa (Iz » ateos inventores de impuestos) (Diicenri cit-, II, p. 2)]). Por debajo del motivo religioso se evidencia claramente un motivo económico-social. Ateos y maquiavelistas, que venia a ser lo mismo, se consideraba a los italianos, acusados de oprimir a Francia con su avidez y su fiscalismo. En ias protestas de los jefes hugonotes, de septiembre de 1567, contra los impuestos, figura la queja de que sean creados cada dia, sin necesidad, «ains par l'invcntian et avanie d'aucuns estrangers et mesmes des Italicnsa (antes bien por invención y afrenta de algunos extranjeros, y también italianos) ( J.- ll. M a r iíjo l , »p. ti!., p, 16 2 ), y Gentillet le hace eco: «(...) nous tondent la laine sur le dos, et nous succent le sang et la substancc, commc on feroit i des moutons» ([Los italianos) nos tunden la lana sobre la espalda, y nos chupan la sangre y la sustancia, como si fuésemos corderos) (Prí/ace, p. } 1, cf. también p. )o). * Gentillet protesta contra los que fftfem lleiil (mascullan), lenguas extranjeras (111, p. 407), vale decir que se adscribe a toda una corriente que tiene de portavoces a hombres mucho mis conocidos que él: y protesta contra I.yon: «F.t de fait, combien s'en faut-il aue la ville de l.yon ne soit Colonic ltalicnne» (Y en realidad, ¿cuánto falta para que la ciudad de l.yon sea colonia imliana?) (III, p. 1 **9). F. de la Noue, en cambio, defiende a ios italianos y considera injusto el odio contra ellos: «II (áut (...) n'imputer pas á tous la faute de peu« (N o hay que imputarles a todos las culpas de unos pocos) (Pitcaan, IV , pp. It - I) ) . “ ° De Catalina de Médicis dice el Taclia centre ¡t i rntuacnari-. «(..,) aussi son principal conseillicr Morvillier a toujours ce beau et ehrestien livre au poing, pour en Taire souvent lefon á sa maifresse» (también su principal consejero Morvillier tiene siempre ese hermoso y cristiano libro I Hl principe] a mano, para dar con él frecuentes lecciones a su ama) (en P. B atle , Ú itiien tirt, articulo «Macniavel», n. N), Cf. las imprecaciones de Gentillet contra «le gouvernement i 1‘italienne ou á la florentine en suivant les cnscignements de Machiavel Florentina (P itcew i cit., pp. jó . a i , 26). Cf. G .-A .-A . H anotaux. e p .c il.,pp. 46 y ss.; J.-H . M a x ié jo l , tp. cit., pp. 217-219, y para la significación práctica del maquiavelismo en Francia, R. CHAVVtaá, ep. cit., pp. 266 y ss.
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y pequeño que le es propio; descomponían la concepción del adversario en sus partes, las máximas y los conceptos aislados eran puestos de relieve, casi estilizados, para que sirvieran de blanco, más o menos grande, de vez en cuando, según fuera la acción «maquia vélica» contra la cual se entraba en liza. Algunos capítulos, el X V III sobre todo, y la figura del Valentino 261, eran la síntesis de todo E J principe; además, reducida a un terreno tan estrecho, la cuestión asumía un carácter tan personal y directo que la lucha habría de desarrollarse no ya sólo contra la máxima, sino contra el propio escritor, implicados él, su alma, su doctrina y su moral humana en el desborde pasional de la polémica. Para agilizar e intensificar la reducción de la apreciación a las particularidades intervenía además otra causa de naturaleza teórica: la ausencia en los escritos del florentino, y especialmente en £ / principe, de afirmaciones teóricas muy generales, de postulados y premisas justificadores, en suma, de una disquisición abstracta y doctrinariamente sistemática que se pudiera impugnar ab initio con método y lógica. El príncipe aparecía en escena, conquistaba, actuaba y mataba sin preocuparse por recurrir a justificaciones especulativas, sin preguntarse qué era el Estado ni cuál su objeto, y ni siquiera si el poder que se le había confiado provenía de un contrato originario con el pueblo: vicio aparente de pensamiento, muy grave en un momento en el cual se reanudaban en todas partes las discusiones teóricas y se buscaban las bases filosóficas del Estado entre hombres duchos, por sus hábitos jurídicos y doctrinarios, en hacer claros prolegómenos teóricos y en tender a una exposición sistemática 362. Había una razón, pero toda se hallaba en el empiris* ’ Valentino es la forte i Ui trim t (la perita en dulce) de los antimaquiavelistas (C hal'VIRS., >p. d l.,p .
I»).
262 N o sin una alusión a Maquiavelo, «qui n'a jamáis fondé le gué de la Science potinque» (R tp M qm cit.), parece ser la afirmación de Bodin: «Mais qui ne sfait la fin ct definirion du suget qui luy cst proposé, ccstuy-lá cst hors d'cspcrancc de trouver jamais les moyens d'y parvemr, non plus que celuy qui donne en l’air sans voir la bute» (quien nunca echó las bases de la ciencia política (...). Pero quien no conoce el fin ni la definición del asunto que se le propone, ése no tiene m is esperanzas de encontrar nunca los medios de llegar a él que el que tira ai aire sin ver el blanco) (I, t, p. i). En seguida, Federico II protestará abiertamente: «latrs qu’on vcut caisonner luste, il faut commancer par approfondir ta naturc du sujet dunt on vcut parlcr; il faut remonter ¡usqu’i 1’originc des chotes pour en connaitre auiant que l'on peut les premien principes; il est faciie alors d’cn déduire les progrés, ct toutes les consec|ucnces qui pcuvenr s'cn suivre. Avant de marquer tes différences des Etats, Machiavel auroit du. ce me semble, examiner l’originc des princes, et discuter les raisons qui ont pu engager des hommes libres á se donner des maitres» (Cuando se pretende razonar correctamente, hay que empezar por profundizar en la naturaleza del tema del cual se quiete hablar; hay que remontarse al origen de las cosas para averiguar, en la medida de lo posible, los primeros principios; entonces es fácil deducir sus desarrollos y todas las consecuencias que de ellos puedan seguirse. Antes de señalar las diferencias entre los estados, Maquiavelo, me parece, habría tenido que estudiar el origen de los principes y analizar las razones que han podido mover a hombres libres a darse amos) (Antim acbutel, Londres, 17 4 1, cap. I. pp.
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mo de Maquiavelo, «ceste beste (...) simple brouillon de papier» 263, a quien le habían faltado experiencia en los negocios, capacidad filosófica y conocimientos científicos 2M. Todas estas causas teóricas y prácticas se entrelazaban unas con otras, confundiendo y recubriendo totalmente el fondo más sano; y al paso que, al principio, cuando todavía las guerras civiles no habían vuelto a poner en entredicho la constitución del país, y el absolutismo de los Valois se imponía sin discusiones, y cuando ni siquiera se habían encendido las pasiones contra los tiranos y sus consejeros; mientras que al principio, decimos, Maquiavelo había sido acogido con favor 265, rápidamente se fue preparando el terreno para la violenta ofensiva que iba a desencadenarse contra él 266. Todavía Bodin era parco en sus acusaciones. Una vez le había llamado escritor — tantae auctoritatis— y situado en un mismo plano con Polibio y otros prohombres vn\ pero simultáneamente comen zaban las dudas y las reservas. Quizá messer Niccoló se hubiese equivocado, no tanto por malicia y perfidia cuanto por su ignorancia* i-t. En cuanto a la historia, verdaderamente curiosa, de este libro célebre, cf. C B enoist , Le macbiarilisme de tAntineacbiarel, Paris, 19 1) . pp. 1-7 1; pero a mi no me ha sido posible ver la edición de 1848, tomada de la original). Pero lo rebatía agudamente U go Foscolo: «Esc examen, si hubiese estado incluido en el libro de E l principe, habría llevado en principio a extraviar al autor y a los lectores en las especulaciones acerca de la libertad natural» («Delta vita e dcllc opere di Niccoló Machiavelli», en Opere, Florencia, 1850, II, p. 414). De un principio no muy distinto del de Federico parria J . F. Rcimmann, pero en el sentido contrario, es decir para defender a Maquiavelo contra Possevino y compañía de la acusación de ateísmo: «(...) nusquam ¡n iis [scriptis) dircctc vel indircctc oppugnari Numinis existentiam» (en J . R. C haabonnp.l , ep. cit., p. 106). * * I. G entillet, »p. cit., III. p. 3)7 (esa bestia ... simple em borronado» de papel). 364 Esto se lo reprochará también T . C ampaneóla : «Machiavellus qui millas scientias percurrit, nisi historian) humanam nudam» (Atheismus Trinmpbatns, ed. París, 19)6, cap. X , p. isa ; cf. X V III, p . 227; X IX , p. 14)). * * V . W aille, op. cit., p. 160 y ss. J . Barreré pretende que Eticnnc de la Boétie haya sido el primero y generoso refinador de Maquiavelo (E ttieme Je la Boétie centre Nicolás Macbiaret, Burdeos, 1908), pero su tesis ha sido exhaustivamente refutada por I.. N eo tu. «Un prcteso Anti-Machiavello Tráncese della Rináscita, Stefano l a Boétie», en A tti JeltA ccaJem ia Jelle Science di Tocino, 19 19 , pp. 761-780. 346 Es interesante señalar este cambio en F ranco» de la N ove: «J'ay autrefois pris un singulier plaisir á tire les discours et le Prince de Machiavet, pour ce que li il traite de hautes ct bcllcs matiéres politiquea et militaircs, que bcaucoup de genttlshommes sont curicux d’entcndre, comme chases qui convienncnt i leur profession; et faut que ¡e contase que tout le temps que je me suis contenté de passer Icgcrcmcnt par dessus, ¡’ay esté esbloui du lustre de ses raisons. Mais depuis qu'avcc un jugement plus mcur je suis venu i les bien examiner, j’ay trouvé sous ce beau voile pfusieurs erreurs couverts, qui font cheminer ceux qui les suyvent les voyes de deshonneur et domtnage» (Antes me proporcionaba singular placer el leer los Discnrses y E l principe de Maquiavelo, porque en ellos trata de altas y bellas materias políticas y militares que muchos gentilhombres tienen curiosidad de entender, por ser cosas que convienen a su profesión; y debo confesar uue durante el tiempo en que me contentaba con pasar ligeramente por encima, me encandilaba el brillo de sus razonamientos. Pero una vez que, con un juicio más maduro, di en examinarlas bien, encontré bajo ese hermoso velo varios errores que hacen marchar, a quienes los siguen, por los caminos del deshonor y la perdición) (Discours, V I, p. 133). Para generar el «jugement plus meur» hacían falta las guerras aviles. ■ *’ Metbodns, V I, p. 192.
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de los negocios de Estado 268; nunca había leído un buen libro; había conocido pocos pueblos 269; le habían faltado términos de compara ción; su experiencia había quedado demasiado estrecha, peor aún, le había faltado el usus veterum philosopborum et historicorum 270; era un empírico, carente en absoluto de capacidad especulativa, carente asimismo de religión 271, que proponía como modelo a aquella buena pieza del Valentino. Juicio este que en gran parte se debía a un doctrinalismo científico, cuyas consecuencias pronto se echaron de ver en sus comentarios acerca de Maquiavelo 272. Pero la pasión de los antimaquiavelistas iba a prorrumpir de manera mucho más violenta después de que, en la noche de san Bartolomé, Maquiavelo se manchara las manos con la sangre de los hugonotes: detrás de él y de su discípula Catalina se erguían ahora las sombras de los asesinados, por lo que la batalla contra el escritor se convertía en reivindicación de éstos y en una deuda de piedad a su memoria. Así, como una mezcla de elementos variadísimos, se desarrollaba el antimaquiavelismo francés, en el que despuntaban incertidumbres teóricas y preconceptos moralistas, violento sentimiento nacionalista y rebelión de privilegios y de voluntades semianárquicas. Tal era el peso muerto de la oposición. Pero estaba también, aunque muy escondida, la fuerza viva. La formación de una profunda conciencia religiosa y la afirma ción de una burguesía plena de vida, que había encontrado a su portavoz en Bodin, junto con aquel fluir vital desde abajo de la nación entera, aunque a veces a través de los residuos de un pasado vanamente evocado, y su conjunción con un gobierno que por fin podría acoger en sí la pasión de los súbditos, ampliaban el Estado de Maquiavelo, infundiéndole una plenitud de vida social y espiri tual que no había llegado a conocer. “ RrpMiq»t cit., Prefacio. Él está «fort bien (Desconté» (muy descontento) (VI, 4. p. 690). En la redacción latina, Bodin es mucho más duro en este pasaje. Maquiavelo, «litcris abusus et otio», se contradice «ut quid sentiat homo levtssimas ae meqtússimta, diiudicarc non possit» (p. 1086). Pero en las tres ediciones francesas que he podido consultar, las de París de 1)76 y 1578, y la de Lyon de 1)91, se dice simplemente: «ctcllemcnt qu*ll nc s^aii a quoy se teñir» (hasta tal punto, que no sabe a oué atenerse). 269 Metbodus, V, p. 106; R¡publique cit., V, I, p. jo j; redacción latina, p. 796. 270 Metbodas, VI, p, i)). Lo refiere Giovio «et res ipsa loquitur». 271 Bodin le reprocha a Maquiavelo el haber blasfemado contra la religión por ser «contrairc á l’Estat» (?), y haber fundado el Estado sobre la impiedad y la injusticia (Prefacio). 272 También parece volver a ello Montcsquieu, óuien, en un fragmento de E l espirita de las leyes, omitido después, acusa a Maquiavelo de haber aado a los príncipes consejos inútiles y hasta impracticables en un gobierno monárquico: «Cela vient de ce qu'il n’en a pas bien connu la nature et les distinctions: ce qui n'est pas digne de son grand esprít» (Eso proviene de que él no entendió bien su naturaleza ni sus distinciones, lo cual es indigno de su gran talento) (E. Lévi-Malvano, Macbwvelli e Monttxqana, París, 191a, p. 98).
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La monarquía, también la absoluta, se instalaba sobre unas bases desconocidas por el Renacimiento italiano; el Estado solitario de Maquiavclo era lanzado dramáticamente a la vida de la nación, de la cual volvería a salir con igual fuerza, y quizá más, pero con otro contenido humano y social; y hay que decir que César Borgia se esfumaba frente a Enrique IV m .
E l antimaquiavelismo de los escritores de la Contrarreforma En cambio, el antimaquiavelismo de los escritores de la Con trarreforma se desarrollaba según bases totalmente distintas. No porque no aceptaran la enseñanza fundamental, oponiéndose al fortalecimiento del gobierno y al ascenso de la monarquía absoluta; admitían sin reservas la virtud del-príncipe como la mayor y, más bien, la única causa de la fortuna de las naciones m . Al no existir debajo los gérmenes profundos de vida social que reforzaran, como había sucedido en Francia, el armazón externo, y no siendo muy apremiante la fuerza de una tradición que sólo podría manifes tarse cuando hubiera una conciencia colectiva dispuesta a hacerla suya, la figura del dominador retomaba para ocupar todo el escenario. Y lo ocupaba entre la obsequiosidad devota de sus panegiristas. Así como las últimas contradicciones internas de quienes aún se habían encontrado en el meollo de la trabajosa reorganización y oían hablar dentro de si a dos edades, dos espíritus, desaparecían para dejar paso a la tranquila seguridad, posible cuando Se lo decía Federico II a Voliaitc: «C'cst sur les grands sentiments de llcnry IV que se forge la foudre quí écrascra Cesar Borgia» (Es en los nubles semimiemos de Enrique IV donde se foria el rayo que destruirá a Cesar Borgia). m «El principal fundamento de todo Estado es la obediencia de k» súbditos a su superior, y esta se funda en la eminencia de la virtud del principe (...). Los pueblos se someten de buen grado al principe, en el cual resplandece'alguna preeminencia de virtud, porque nadie desdeña obedecer ni estar por debajo de quien le es superior, sino a quien le es inferior o incluso igual» (Dell* rafttn di Sitie. Venecia. 1JS 9 .1, pp. it-19). Cf. en Agmmte tUt rugían di Sitie: «Ahora bien, asi como los estados se arruinan por tontería, por crueldad, por libidinosidad o por incuria del principe, asi también se conservan y crecen con la sabiduría, la justicia, la temperancia y la fortaleza del mismo, y estas virtudes producen tanto mayores efectos de reputación y maravilla sobre la multitud cuanto más altas y eminentes son» (Vcnccia, 1619, «Delta riputazíone del Principe», l, p. >7). La bondad del principe es causa de la prosperidad de los pueblos (Retiñí di Stalo, II, p. 9)), y su interés paternal por los súbditos mantiene al Estado en orden y tranquilo, «porque d pueblo, sin temor de guerra extranjera o civil, y sin miedo de ser asesinado en su casa por violencia o por fraude, tiene los alimentos necesarios a precio barato, no puede no estar satisfecho y no se preocupa por otra cosa» (III, p. toj). Acerca de Botero, cf. C . Feaaaai, Hilleire de ¡m raijom J b jt t , Paria, itíz,p p . 299 y ss.; F. MeInecke, tp. o/., pp. Sa y ss. Las observaciones de C G io d a sobre la Ragas» di Sitie suelen carecer de valor (La rita 1 U epm di C. Belere, Milán, >*94. 1,p p .iJJ yss.).
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la transición hubo terminado, así también, en lugar de la apasionada fe de Maquiavelo, que hablaba al príncipe, pero no le sacrificaba su dignidad de hombre, se abría paso el pacato y prudente consejo de quien sabía aceptar un despacho. Giovanni Botero era, en el sentido más estricto, el preceptor de los principies 27S, y si en el florentino había aparecido por momentos el ciudadano de las comunas, exhibiendo rastros de la dolorosa antinomia entre los sentimientos tradicionales de los burgueses libres y las necesidades nuevas de los tiempos, en este cauto escritor había desaparecido todo vestigio de perturbación psicológica. La política unitario-absolutista a la española se estaba convirtiendo en hecho consumado. Ya no cabía asombrarse, pues, de que reaparecieran copiosamen te hasta los más triviales preceptos maquiavelistas, incluso replantea dos y desarrollados con tan manifiesta indiferencia de ánimo, con tal placidez de acentos, que se echaba de ver que todos los sentimientos personales estaban muertos 276; y así, Botero exponía a su monarca unos preceptos no muy diferentes de los tan execrados axiomas del florentino 277, mientras Rivadeneyra encontraba fórmulas de exqui sita elegancia para aplacar cualquier escrúpulo 27S. Se aceptaban las m Alguno! personajes de mucha calidad, habiendo leido la Ragiaa di $M », desearon que Botero tratara más profusamente de la reputación «como de una cosa nueva y no tratada ordenadamente por ocrosa, y ¿I, presuroso, yscribió otros consejos (Ajgimte cit., «Delta riputazionc», I. p. j j ). w « la severidad ayuda (...) y no llamo severidad, sin embargo, al hacer morir cada dia un gran número de gentes (...). Porque, en verdad, no habiendo hoy penuria mayor de nada, que de hombrea para la guerra, las galeras y otros negocios, conviene ahorrar sus vidas lo más que se pueda» (Agffmde cit., «Della riputazionc», II, p. 41). A Maquiavelo nunca se le hubiese ocurrido ahorrar hombres precisamente pan tas galeras; pero esto bien podría ser también un descubri miento del Botero economista. * ’ «Tengase por cosa resuelta que, en las deliberaciones de los principes, el interés es lo que priva sobre cualquier partido. Y por eso no debe fiarse de amistad, ni de afinidad, ni de liga, ni de ningún otro vinculo, en el cual, quien trata con él, no tenga un fundamento de interés» (RqgMr di ítala, II, p. 60). Véanse luego todos los temas de prudencia y los que se refieren al secreto; «Mucho ayuda el disimulo» (p. 6*). Lo mismo pan precaverse de los súbditos indómitos (V, p. ijt ). Y en Atgumle: «Porque, en conclusión, razón de Estado difiere poco de razón de interés»; «Discorso della neutnlitá», p. al; «Es de gran importancia el secreto, porque (además de hacerle parecido a Dios) hace que los hombres, a¡ ignorar los pensamientos del principe, estén en vilo y en gran expectativa de sus designios» («Delta riputazionc», II, p. 41). Por suerte, no fidtó quien pretendiera ver en Botero a un gran campeón de la doctrina ascética (C. Toxnaxi, Del perneen pelilúte delledefiriere diGicraam Belere, Turm, 1907, p. j j ) , y otros más. un paladín de la moralidad y reivindicados del honor italiano (Prudeir^a di Steetee • mantere di goeereo di Cujéame Balen, por el ahogado E rnesto Botero. Milán, 1S96, p. xxx). ™ Como por ejemplo cuando le permite al principe servirse, con moderación cristiana, de la simulación; «No es mentira (cuando la necesidad o utilidad grande lo pide) decir algunas palabras verdaderas en un sentido, aunque crea el que las dice que el que las oye, por ser equívocas, tas podra tomar en diferente sentido (...), desta simulación (...) se debe usar solamente cuando lo pide la necesidad (...) y con su dosis y tasa, y conficionada con las leyes de cristiandad y prudencia» (Tratada de la religieaj virteedet qeee debe tener el Prlaeipe eritliam, Madrid, 1(99, Biblioteca de Autor» Españoles, ll._4.PP- JM y *»•)• (Chabod cita textualmente en castellano.) La misma •prudencia» cristiana enseña a disimular y a tener paciencia en la lucha contra los herejes, cuando éstos son demasiado poderosos (I, a i. p. 499). Igualmente interesantes son algunos consejos de
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soluciones fuertes con un espíritu tan distinto al de Maquiavelo, con unos acentos sentimentales tan mezquinos y bajos comparados con los de él, que cada vez se advertía en mayor medida que, para Italia, había transcurrido casi un siglo de historia. Pero algo nuevo aparecía asimismo, ahora, en ese pensamiento tan profundamente nutrido, por una parte, por el de Maquiavelo; y lo nuevo, esta vez, no consistía ya en una ampliación de las bases sociales del Estado y de la envergadura espiritual de su conductor, sino en el acuerdo entre el Estado y la Iglesia, en la transacción entre el monarca y la curia pontificia, que otorgaba al soberano su apoyo con la condición de intervenir en los más íntimos entresijos de la vida pública 279. Se imponía el Estado confesional, y lo concreto era la intromisión de la Iglesia en cada acto de gobierno por medio de las órdenes religiosas, de los confesores y de los consejeros canóni cos de los príncipes. Justamente ésta era una de las piedras angulares del nuevo edificio; tanto Botero como Rivadeneyra deseaban, junto con el monarca, el «consejo de conciencia» que resolviera los casos dudosos y devolviese paz a su conciencia, pronto turbada ya por escrúpulos personales, ya por aflicciones públicas 28°. Por lo cual no se equivo caron los defensores de Venecia, durante la lucha por el Interdicto, al rebelarse contra aquella raza nefasta de confesores y consejeros,
Mariana, tenido por precursor de Rousseau, quien, tras haber hecho entender al principe, en el libro 1, que es mejor tener de amiga a la Iglesia de Roma, para no atraerse dificultades muy graves ni obligar al pueblo a acordarse de su toberania (|cómo servían las discusiones teóricas para los fines inmediatos de Roma!), se hace excelente preceptor: «Dcinde commotac muintudini repugnare non debet Instar torrentis est, obvia quaeque subvertit. ad breve tamen tempus intlatur Arte quadam componendi ii fluctus sunt. Díssimulandum lantispet, prccibus conccdcndum etíam aliquid (...). Sedato tumultu quorum praecipua noxa erit, iis irrogare supplicia nihil vetabit, sed carotim ac singulist quod ad consensum multitudinis eatcnuandum saluberrimum esta [De Regr el Regit inilitm ioiu, Francfort, 1 6 1 1 , 111, 1 j, pp. 529-5 jo); cf. también otros sagaces consejos, p. 556. E l Gran Canciller de Milán, de manzoniana memoria, era, según se ve, un magnifico discípulo de Mariana. m Véanse las hermosas páginas de G . TorEANiN, que tanta luz han arrojado acerca de la concepción política de los hombres de la Contrarreforma: M atbiarelll e ¡ I » Taeltitmom, pp. 92 y ss. 2» «Por lo que seria necesario que el principe no sometiese nada a deliberación del Consejo de Estado que antes no hubiera sido ventilado en un consejo de conciencia, en el cual intervinieran doctores excelentes en teología y en justicia canónica» [Rapan di State, II, p. 9 1; P. R ivad en eyra , op. tít., II, Z), p. ))6 ; j i , p. 562). También Mariana querrá que el principe oyera el parecer prndentinm rhrornm, entre los cuales, por supuesto, habría de contarse algún religioso [op. til,, lli, 1 ; , p. 328), al paso que Bcllarmino, que sometía al principe a cuatro superiores, a saber. Dios, el Papa, el obispo y el confesor, le prohibía a este último absolver al reai penitente si éste no habrá confesado toaos sus pecados, incluidos los de gobierno, y no tuviera el propósito de enmendarlos todos. La confesión debia ser integra [D e offieio printiplt thristiaxi, Londres, 1619, I, 6. pp. 47 y ss.). Más tarde, A n ta concederá también a los religiosos el acceso a los gabinetes de los gobernantes, afirmando que predicadores y confesores deben dirigir las acciones de los principes (M. C a v a l u , D egli lerlttorl polillel ttalianl Helia telenda m etí del tetóla xv n , Bolonia, 1905, p. 70).
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punto de apoyo de la acción curialesca y origen de todos los males 281. De tal suerte, el príncipe se vinculaba a la fe, la cual era, naturalmente, una sola: la católica apostólica romana. Sólo ésta podía asegurarle felicidad en el gobierno y marcarle el camino seguro: ¿por qué iba a cerrarle las puertas de su Consejo secreto al Evangelio «y levantar una razón de Estado contraria a la ley de Dios, como alzando altar contra altar»? 282 Estúpida presunción; sólo en la ley cristiana podían los príncipes encontrar el medio para mantener tranquilos a los estados y conservar su poder 283. Y de aquí surge la legitima potestad, el orden reconocido y consagrado para el que se abría sin peligros el mar océano de la política 284. El monarca volvía a ser el buen pastor de su plácida grey 285; no era ya el tirano, sino el príncipe legítimo y sacro. Por tanto, la falsa razón de Estado quedaba sustituida por la verdadera; contra el veneno que enviaba a las naciones a la ruina, el saludable y dulce remedio; frente a la virtud de Maquiavelo, la prudencia cristiana de Rivadeneyra; y se implicaba en el supremo interés, no ya religioso, sino político del príncipe, el no dejarse seducir por el maquiavelismo engatusador, causa de ruina286. Los que naturalmente aprovechaban el nuevo ordenamiento eran los religiosos, toda vez que, para con ellos, el soberano debía mostrar manga ancha en cuanto a ayuda, protección y favores, como que eran ellos quienes constituían su salvaguardia 287.*24 *
C f. F . S c ad u to ,
Ji Veneyo Jet tJof-ttoj,
Stato « Chita uconJofea Patio Sarpi, t la cnteien^a pabbiica Jurante tínterJetto
Florencia, | S S | , pp. to a , 10 6 y ss. ■ ’ R ag a» Ji Sato, Í l , p. 9 1m «(...) pero entre todas las leyes n o hay ninguna más favorable a los principes «pie la cristiana, porque ésta les som ete n o solam ente los cuerpos y las facultades d e los súbditos (...), sino incluso las alm as y las conciencias, y no só lo liga las m anos, sino también los afectos y los pensamientos, y quiere qu e se obedezca a los principes díscolos igual que a los m oderados, y que todo se soporte para no perturbar la paz» (R agen Ji Stato, II, p. 94). Pero con esto se vuelve, conscientemente o no, al concepto d e la religión com o m edio de gobiern o. A si, tam bién, en Mariana, op. til.. II, 14 , p. a o t; II I. z , p. z a t . C f. G . S a it t a , La uolattiea Jeturolo x v t r la poiitita Jo Ceaiti. T u rin , 1 9 1 1 , pp . z 7o -a7t; c f. tam bién P . R iv a d e n e y r a , I, p. ) o i : «Inter m ultas ccclcsias notas una csr (...) felicitas tem poralis divin itu s collata iis qui eccfesiam defendunt» (A . Po sspvino , Ribhoteía Selecta, R om a, 1 19 5 , parte , libro I, p. 117 ) . 244 «(...) quum lam en belli iustae tantum m odo causae sint, defensio, aut restitutio R elig ió n » , patriae, pacis ct aiiorum bonorum m agni m om enti. a legitimó poteitatíbnr* (P o ssbv in o , ihiJ., p. it S ; cf. la anctorilat legitima del cardenal R . B e l l a r u in o , De officó principó ebrótianó cit., I, a i , . 174, quien reco ge e l con cepto d e S a n to T om As d e A quino , «legitim a auctontas, causa justa, itentio recta», Snmma Thtoiogica. R o m a, 1R86, parte II, c. 40, a. I). 2,5 R iv a d e n e y r a , p. ¡ J4 ; «Q uasi pastor Ínter oves» (B e l l a r m in o , I, 9, p. 70). m E ste interés político de los principes de oponerse al m aquiavelism o ha pasado a ser un argumento convencional (F . M e in ec h e , op. eil., p. 1 5 1) . * «(•••) y n o es posible qu e estim e la religión quien n o tiene en cuenta a los religiosos, pues, /cómo podrás honrar la religió n , a la qu e n o ves, si n o estim as a los religiosos qu e tienes ante Im o jos? (Rogón Ji Stato, II, p. 96). L o s bienes d e la Iglesia n o deben tocarse sin facultad del 'Sumo Pontífice ( V il, p. 187). P o ssbvin o le reprocha acerbamente a M aquiavelo el no haber ■ tunado en cuenta a los religiosos («D octores Christianac religió n » nihili faciat?». op. eil., p. 127);
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De manera, pues, que si bien los escritores de la Contrarreforma aceptaban la razón primordial de Maquiavelo 28*, por otro lado su gobierno no era ya el que propugnaba el florentino, y precisamente este sentido antinómico encontraba su expresión en el tacitismo, que resultaba ser la salida natural de quienes, aun teniendo que recono cerle una deuda tan grande, llegaban en último término a una posición en exceso diferente 289. La desenvuelta y arbitraria tergiver sación revelaba un formidable trabajo de reconstrucción que la Contrarreforma tenía que efectuar, y su valor residía justamente en esa alteración del historiador romano, destinado a hacer de testaferro para aportar material al edificio que esperaba la curia pontificia. Sobre estas bases actuaba la oposición contra Maquiavelo, la cual asumía desde luego, también en este caso, un carácter peculiar por la debilidad de pensamiento de algunos de sus promotores y, sobre todo, por los criterios confesionales y el violento odio banderizo que los animaban 29°. Messtr Niccoló era ya el organum Salame 291, el autor . de una política perversa e impía, que, por haber mirado a la religión con ojos «legañosos y no limpios» 292, enviaba a la ruina las almas y los reinos. Ingenio lo había tenido, sí, pero, ¿qué frutos podía dar, si le faltaban píelas y usas rerum? 293 Pero el secretario florentino poseía la manera de vengarse. La discordia se convertía en un campo de Agramante: los antimaquiavelistas de Italia y de I-rancia se volvían unos contra otros y,13 cf. P. R ivaukneyxa , II, j i , p. 5 i i. Giammaría Muti dice: «I j conservación del Estado ha de implorarse, pero con fe, a Dios. Se adora a Dios defendiendo la religión. I j religión se demuestra. ■ reverenciando el templo. Débese honrar a los sacerdotes, ministros de Dios» (E. C avam .1, -La scicnza política in Italia», en Memora d tlílsliin io Venela di Setenar, Leítere ed A rti, X V III. 187), p. 3 36). Mariana se sumaba astutamente al coro p an salvar los bienes religiosos. ® Es cierto que la parte m is importante, en el aspecto teórico, la desarrollaban los jesuítas, quienes partían de premisas totalmente distintas (cf. recientemente F. O lo iati . L'anema delfV m t• ' neitmo e del Rinauim nto, Mitin, 1914; sobre Bellarm ino,pp.t79 y ss.; sobre Suircz, 339 y S5.); pero, en último caso, las conclusiones prácticas eran las mismas. Siempre habría que tener a mano, junto con el primer libro de Mariana, también el segundo y el tercero, y recordar que las teorías de los jesuítas, asi como las de los hugonotes y de los lipn art, perseguían esencialmente un fin polémico y práctico. Una vez que el principe aceptara el acuerdo con Roma, la soberanía popular, cómodo , espantapájaros, se desvanecerla en el aire. m Acerca d e l tacitismo, remito al v a s t o y exhaustivo estudio de G . T o f i ' a n i n y a citado. 1,0 Repito que no me propongo examinar aquí la posición personal de Campanctla (acerca de su antimaquiavclismo, aparte A lititm ns Trinmpbatni, pp. 2 16 -13 1, cf. también la carta a Scioppio, L. A m abile , Fra Tommajtt Cam panila na' eaitalli di S a p o li i» Rama td in Parigi, Ñipóles, 1887, II, documento 184, pp. 36-74). Para su posición respecto del florentino, cf. F. M f.inf.c k e , op. r//.,pp. 113 y ss.; C. D fn tice d ’ A c ca d ia , «Tomismo e machiavellismo nella concezione política di T .■ Campanella», en G á n a la Critim dalla V ihiofia Italiana, vt (19x3), pp. 1-16. A. Possevino , op, tit„ p. 117 . 2,2 R ivadenetka , op. rit., II, 36, p. 570; cf. también pp. 434, 453 y ss.; I, I, p. 4)8; II, I, p. 310, 34, p. 567. 293 P ossevino , op. til., p. 117 . En cambio, Botero, siempre m is cauto, sólo se refiere a Maquiavelo en la dedicatoria de la Ragion di Stato y respecto a una cuestión particular, 111, p. 1 1 1 ,
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mientras injuriaban al codificador de la tiranía, no dejaban de arreglar cuentas entre sí. Y no sólo contra los hugonotes apuntaban los hombres de la Contrarreforma: el mismo Bodin, aunque tratara de infundir vida a su política mediante una robusta conciencia religiosa, pero no ortodoxa, era blanco de acusaciones o, en todo caso, de sospechas y desconfianzas que se regodeaban en una minuciosa indagación crítica en busca del error 294. Por el otro lado, se Ies oponían las iras de los escritores ultramontanos contra los prosélitos de la razón de Estado católica; jesuítas y maquiavelistas 295 eran equivalentes, más bien eran lo mismo, y todos juntos merecían el odio del buen pueblo de Francia. Reyertas familiares que atestiguan la profunda diversidad de las grandes oposiciones contra Maquiavelo, así como la enorme distan cia de los puntos de partida de unos y otros. Ni siquiera la renovada conciencia católica francesa podía estar de acuerdo con la nueva ortodoxia romana, dado que aquélla llevaba en sí las huellas dolorosas de la experiencia personal, mientras que la segunda tenía ya la claridad y precisión de la reforma cumplida por obra de una voluntad soberana. El cargo de ateísmo e irreligiosidad, que desde ambos países se lanzaba contra el escritor florentino, tenía dos contenidos muy distintos; y aunque, a la sazón, la disidencia entre la conciencia religiosa de Francia y la ortodoxia intelectualista de Roma quedaba velada por matices políticos y nacionales, confun diéndose con la oposición al papado por estar éste aliado con los españoles, más tarde iba a quedar plenamente patente su línea profundamente religiosa con la aparición del movimiento jansenista. Por ese camino doble y divergente marchaba, pues, el primer antimaquiavelismo, que luego continuaría, aunque perdiendo ya todo el relieve y la fuerza que antes le habían caracterizado. Pero no*1 Véase el minucioso estudio que de los escritos de Bodin hace A. Possevino 'cp. eil., pane I, pp. 119 y se.). Lo relaciona con Maquiavelo, 1.a Nouc «et aliis qui Politicis habentur, nec sunt»; mis adelante dice que en el MethcJm «haercsim sapit», para concluir reconociendo que la fUtmblifm tiene «magnam serum Politicarum supcllectilcm», pero pidiendo que sea expurgada, no •ólo «verum ctiam ea apte insererentur. quac in Religione Catholica ct pietatc firmare Principum «I Poliócorum ánimos possent». R ivadeneyra es más duro (p. 4 1 6 , 1, pp. 4 ) i, 16, pp. 497 y ss.). Por lo demás, apenas se publicó la R IpM iqm , a Bodin le acometieron los predicadores (R. Cm a u v k í , cp. ti!., pp. 43-44). "> Acerca del emparejamiento de jesuítas y maquiavelistas, cf. O. T ommasini, cp. ti!., 1, p. 11 y ss. Gentillet dice que el Papa «et sa u qm iln (y su pandilla) pusieron a Francia patas arriba ton las guerras civiles, «par les moyens et pratiques de leurs estaffiers machiavclistes qu'ils y ont rnvoyez» (por las maneras y prácticas de sus asistentes maquiavelistas que han enviado) (D ittcnri t i l , 111, p. >43). Acerca de la reacción antijesultica en Francia, cf. C. L enient , L e ¡atire cu F ru te M U U uérttm militante u xvi aiócle. Paria, 1 166, p. 4I4 y ss. Y recuérdese el Catboliccn, «manié, itmué, alambiqué et calciné au coliche des jesuites de Tolédc» (manoseado, removido, alambicado y calcinado en el colegio de los jesuítas de Toledo) (Satjrc M nuppit, París, 1394; cf. L enient, cp.
tU-, pp.4>9y »•)•
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iba a cesat. Las voces airadas seguían resonando, y lo que les daba pie, por encima de todo, era siempre el maquiavelismo de los príncipes, la acción práctica de cada día, en la cual, por una costumbre ya inveterada, se seguía viendo la mano lejana del inapresable enemigo 296. Con todo ello, en un movimiento tan tumultuoso había dismi nuido toda posibilidad de critica. Actores, que no espectadores, de una lucha continua, conturbados por las exigencias prácticas e inmediatas y por las consecuencias directas de su actitud, arrastrados por la vehemencia de la pasión, aplastados la mayoría de las veces por la flaqueza de su espíritu, los antimaquiavelistas no podían en manera alguna llegar a una evaluación serena de la obra del enemigo de cada día. Pero si bien no alcanzaban ese grado de equilibrio, su misma suerte la compartían los que se erigían en defensores de oficio de Maquiavelo y que fluctuaban, sobre todo, entre la justificación práctica y la sentimental y finalística, proponiéndose unos ver en E l príncipe, casi exclusivamente, una crónica rerum gestarum, y otros descubrir la secreta intención republicana de su autor 297. La inten sidad pasional del problema seguía siendo tan grande que se imponía a toda expresión más circunspecta, con lo que se anulaba la posibilidad de una valoración critica. Para que ésta se inicie, habrá que esperar al siglo xix. Sólo entonces la obra del florentino, sustraída a los antagonismos y las 299 Thcophraste Renaudot decía de Richelicu, en i6j6:(T oi, tu te sers de la religión comme ton preceptcur Machiavel (...). Ta tete est aussi préte a porter le turbant que le chapcau rouge» (Tú te sirves de la religión igual que tu preceptor Maquiavelo T u cabezá está tan dispuesta a tocarse con un turbante como con el capelo rojo) (en J . R ogrr C harbonnel , op. cit., p. 73; y en O. T ommasini, op. cit., 1, p. 605). De Mazarino dice el Caíttbismt dt Cottr, Paria, 1631*. «Je crois (...) en Mazann, qui a été congu de l’esprit de Machiavel» (Creo... en Mazarino, que fue concebido del espíritu de Maquiavelo) (T ommasini, op. cit., 11, p. 933). Se suma al coro Federico U: «11 parait que ces Cardinaux hals ct estimez des Franjáis, qui successivemem ont gouvcmé cct Kmpire, ont profité des máximes de Machiavel pour rabaisser les Grands» (Parece que esos cardenales odiados y estimados por los franceses, que gobernaron este Imperio, aprovecharon las máximas de Maquiavelo para rebaiar a los grandes) (And-M achiavel, cap. IV , p. 37). N o bastaba que contra esta supuesta utilidad de la obra de Maquiavelo protestaran G . S cio pw o ( Pcedía politices, Roma, 1623, p. 27) y más tarde j . F. C h m s t *. «Quasi vero ilta imperantium iniquicas, nisi e libril prudentum, discí nequeat, nec per se sufficere ingenium humanum, malis eius-modi patrandil»' possir» (De Nicolao Machiarelli libri tres, Leipzig, 17 3 1, dedicatoria y 1,1 5 . pp. 33 y ss.). 297 Para estas varías corrientes de defensores de Maquiavelo, cf. L. A . B u r ó , op. d t., pp. 60-61. F.I Maquiavelo de la secreta intención republicana aparece también en $pino2a: «Praeterci ostenderc forsan voluit, quantum libera multitudo cávete debet ne satuten suam uní absolutc credat» (Tractatas políticas, ed. Van Vesten,i9i3, V , 7, p. 24). Cf. el juicio de G . P a r in i , Prote, Barí, 1 9 1 3 , 1, p. 269. Esta fue la interpretación predilecta desde el siglo x v m , especialmente en 1» segunda mitad, cuando se requirieron de Maquiavelo leedoras de libertad y, en consecuendᣠvolvieron a salir a la luz los Piscursos (A. E l k a n , «Di Enrdeékung Machíavcllis in DeutschltftJ zu Bcginn des 19. Jahrhunderts», en Historiscbe Zeitschrift, 119 , 1919, pp. 430-431). Y es notable la influencia que ejerció Maquiavelo, justamente como maestro de libertad republicana, sobre los jansenistas italianos (E . R o t a , C'm eppe Poggi e UtJormoxjont psicologías del patriota moderno, Piacenxap 1923, pp. 4 !, n. 3; 76 y ss., I9 y ss.). Por lo demás, también en los tiempos de la critica hubo quien dijo que *J2/ príncipe habla sido escrito con la intención de iluminar a los pueblos y de alucinar a los tiranos» (G. A u ico , L a rita di Niccolo Macbiaveili, Florencia, 1873, p. 436).
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pasiones de la vida cotidiana, podrá por fin aislarse en la lejanía y mostrarse con la transparente ligereza necesaria para la formación del pensamiento reconstructor; al mismo tiempo, hacia el hombre antes odiado con ia violencia de la humanidad atormentada, va lentamente inclinándose, con secreta emoción, el ánimo de los que ahora perciben en él al gran maestro espiritualm . En el sitio dejado por los ataques encarnizados puede abrirse paso el estudioso, más lento y tardo quizá, pero más preciso y sereno. No es que no se produzcan desviaciones, también, en la etapa de la reconstrucción; las hay, incluso, de bastante entidad. Una cuestión moral muy mal enfocada, preocupaciones nacionalistas en perpetuo afán y elegantes inquietudes filológicas volvieron por momentos a enturbiar las aguas desde hacía poco, si no límpidas, algo más claras. Desde luego, la crítica ha andado a menudo tanteando en la oscuridad y confundiendo con pilastras de apoyo las delgadas columnatas decorativas. Pero esto es tan natural que seria poco discreto de nuestra parte el mostrarnos asombrados.
m «(...) y con profundo alecto del alma lanzo loa brazos al cuello del hermano, asi sea Moisés, profeta, evangelista, apóstol, Spinoza o Maquiavelo», Goethe (O. T ommasini, «W. Goethe e N. Machiavclli». en Kradiraw// áelTAfcadim ta N a yiu u b J t i Lineei; 1901, p. z del extracto). Ahora si que Maquiavelo penetraba reahnente en la medula de los grandes hombres, y n o ya sólo como preceptor pata los pequeños manejos de la política. Su influencia en el pensamiento alemán (Hegel i (■ ichte) ha sido puesta de relieve eficazmente por M e in e c e e . asi como su suerte en tierras Hermanas la ha explicado dignamente E lk a n ; igualmenmtc tuvo considerable influencia el escritor florentino en la formación del pensamiento de Alficri y Foscolo (cf., para el primero, U. < «IXKSO, L ’aw rfSia d i V il Itrio A ifitri, Bari. 19 14 , pp. 7 1. t i l y ss.).
Sobre la composición de « E l prín cipe» de N ic o lá s M aquiavelo (1927)
Publicado en Arcbivum Romaniaim, Florencia, X I (19 17), pp 330-385. Al dar hoy a la luz, completamente reordenado y muy aumentado, este artículo, que se elaboró en el transcurso de un trabajo realizado en el Seminario Histórico de la Universidad de Berlín, quiero expresar mi agradecimiento al profesor Albert Brackmann, de esa universidad, que me prodigó toda clase de atenciones durante mi estancia en la capital alemana. Por ello le dedico ^este trabajo.
Como apéndice de una hermosa introducción para II Principe, publicada hace pocos años, Meinecke en relación con la composi ción del escrito, sostenía ingeniosamente una tesis que merece ser ampliamente discutida y que puede dar motivo a un nuevo estudio del tratado, en su génesis y en su estructura. Según el historiador berlinés, E i principe, del que se hacen amplias referencias en la conocidísima carta a Vettori de diciembre de 15 13 , habría constado inicialmente de los once primeros capítu los, mientras que los otros quince habrían sido añadidos con posterioridad, aun cuando en inmediata sucesión de tiempo. La tesis así formulada se fúnda en una serie de observaciones que aquí se resumirán brevemente. El objetivo que Maquiavelo se propuso al escribir el tratado está expuesto en la carta a Vettori del 10 de diciembre: «He (...) compuesto un opúsculo De principatibus, en el que pro fundizo cuanto puedo en la investigación de esta materia, exponiendo qué es principado, de cuáles especies existen, cómo se adquieren, cómo se mantienen, por qué se pierden (...). Filippo Casavecchia lo ha visto y podrá en parte informaros, tanto de la cosa en sí como de los razonamientos que hago de ella, aunque todavía lo estoy aumen tando y puliendo.» En primer lugar es preciso, pues, contar con la posibilidad de que el tratado haya recibido ampliaciones esenciales. Y , en realidad, si examinamos los primeros once capítulos, podemos observar que en ellos se cumple perfectamente el programa del escritor. Los nueve primeros hablan de las distintas especies de principado y su adqui-1 1 D tr F irst m d k ltn trt S ib riftn , Berlín, 19 1) (colección «Klassiker der Politik», 8). También menciona expresamente esa tesis suya M e i n e c k e en O h ldtt dtr Staútsrim* m dtr ttkerta Gettbúbtt, Munich-Bcrlin, 1914, p. 49. Y o me he referido ya brevemente 1 la cuestión (cf. mi trabajo «Del trisuipe di Niccoló Machiavclli», Milán-Roma, 1916, p. j , nota) [cf. tip rt, p. 44, n. 10, N E >/.], pero me parece oportuno volver sobre ella con el Hn de examinarla más detenidamente. Al hacerlo K me presenta, además, la oportunidad de revisar el otro problema, en al independiente del que plantea Meinecke, de una primera y una segunda redacción del tratado en dos etapas, tesis a t a que sostiene decidida y definitivamente Tommasini.
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sición, mantenimiento y pérdida; el capítulo X trata la cuestión general de las fuerzas de los diversos principados; el X I, que empieza justamente con la frase: «Sólo nos quedan por analizar ahora los principados eclesiásticos», estudia esta singular y absolu tamente única clase de principado, que es el eclesiástico, no sujeto a las leyes de los demás gobiernos. El programa está cumplidamente ejecutado y hasta se encuentra una frase de posible conclusión: «Por tanto, Su Santidad el papa León ha encontrado al pontificado poderosísimo, y es de esperar que, si aquéllos lo hicieron grande con las armas, éste, con la bondad y sus otras infinitas virtudes; lo haga grandísimo'y venerable.» Es verdad que también los capítulos siguientes están estrictamen te en relación con el tema, tal cual fue enunciado; pero, bien mirado, no eran en rigor necesarios para cumplir con lo propuesto por Maquiavelo. El mismo escritor, al principio del capítulo X II, declara haber desarrollado su tema de modo «particular». Pero mucho más importante es una segunda cuestión que supone la verdadera base de la tesis de Meinecke. Los capítulos X II al X IV tratan de la defensa del Estado; pero es que el problema militar estaba tratado ya en los capítulos VI, VII y X , en los que se encuentra ya, por lo menos ¡n nuce, el pensamiento fundamental de Maquiavelo, según el cual las milicias mercenarias no tienen valor y sólo con soldados propios puede un príncipe ser políticamente independiente. El capítulo X se refiere en particular a la defensa y, no obstante, el escritor vuelve a hablar de ella en los capítülos XII a X IV . Admitiendo entonces que el tratado haya sido concebido y compuesto de una sola vez, su urdimbre lógica, hasta aquel punto tan rígida, se habría deshecho, y Meinecke excluye decididadamente la posibilidad de que los capítulos X y X II al X IV hayan sido concebidos simultáneamente como partes del mismo escrito. Si Maquiavelo hubiese querido detenerse aún más largamente en las cuestiones militares, debía haberlo hecho en el capitulo X , cuyo contenido le obligaba a ello. Para los que señalan que con el capítulo XI se cierra la parte especial, y con el X II comienza la general de la obra, Meinecke apunta, rebatiéodolos, que ya el capitulo X trata de una cuestión general, «De qué manera han de medirse las fuerzas de todos los principados». Si hubiese existido una redacción simultánea de todo el escrito, aquí aparecería una incomprensible ruptura de la trama lógica. Más aún: el capítulo X trata de las ciudades fortificadas y el
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X X de las ciudadelas, y es absolutamente inverosímil que Maquia velo hubiera dividido de tal modo dos temas tan estrechamente vinculados entre sí y que en los Discorsi son examinados en el mismo capítulo (II, 24). Sin embargo, en los primeros once capítulos se encuentran expresiones que remiten a los capítulos posteriores; en el III, «respondo con lo que más adelante diré acerca de la fe de los príncipes y cómo se la debe observar», es una remisión al X V III; en el X , «y más adelante lo mencionaremos, cuando sea necesario», a X II-X 1V; por último, está la frase del capítulo X II, «quédame ahora discurrir en general...» Pero ésta no es más que una tentativa de relacionar formalmente la segunda parte del tratado con la primera, y son inserciones posteriores las dos frases de los capítulos III y X. Meinecke cree, pues, que Maquiavelo, tras haber escrito el tratado que llegaba solamente hasta el capítulo X I, quizá haya deseado añadir en primer lugar los capítulos X I 1-X IV sobre las cuestiones militares; pero, en el decurso del trabajo, las ideas siguieron afluyendo, el pensamiento se hizo cada vez más seguro, claro y profundo (el imponente exordio del capítulo X V demuestra que sólo en ese momento cobra Maquiavelo plena conciencia de la originalidad de su manera de pensar), y así fue como se originaron todos los capítulos posteriores, en los cuales se vuelve sobre razones ya aducidas antes, desarrolladas y profundizadas, como lo demuestra la confrontación entre las enseñanzas «maquiavélicas» de los capítu los VII y V III con las de los capítulos X V al X V 1I 1. A primera vista, la tesis de Meinecke, tan vigorosamente soste nida, parece muy sugestiva. Pero, volviendo ya a pensar en la impresión general de continuidad y de totalidad que nos deja la lectura de E l príncipe, empiezan a surgir las dudas, que después crecen, cuando se hace un nuevo examen, detallado, de cada cuestión, de manera que, en última instancia, nos vemos inducidos a no aceptar la hipótesis tan ingeniosamente presentada. Para convencemos, pues, pasemos sin más al análisis detallado. Y para eliminar desde un principio las cuestiones menores, releamos las palabras de que Maquiavelo se vale en la carta a Vettori para definir su obra: «(...) exponiendo qué es principado, de cuáles especies existen, cómo se adquieren, cómo se mantienen, por qué se pierden (...)». Para Meinecke, ese programa queda cumplidamente desarrollado en los capítulos I a X I. Ante todo, me parece que esto es tomar tales palabras en un sentido excesivamente abstracto y
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rígido: basta recordar la forma mentís de Maquiavelo para echar de ver que el tratado sobre la naturaleza y las formas de los principados tenia que pasar, sin solución de continuidad y con perfecta lógica interna, al examen de la virtud y de la manera de actuar del príncipe. Precisamente los capítulos X V -X X III son, en mayor medida que los demás, los que puedan servir para «mantener», esto es, para impartirle al jefe de gobierno las directrices generales acerca de la tarea de cada día y, en especial, sobre las relaciones de política interna. Pero, para resolver esta primera cuestión, es suficiente una simple confrontación con la carta que Biagio Buonaccorsi le envió a Pandolfo Bellaca, adjunta con una copia de E l príncipe (nuestro manuscrito Mediceo Laurenziano), que entonces constaba ya de la totalidad de los veintiséis capítulos. Gn la obra «nuevamente com puesta» por Maquiavelo, Bellaci encontrará descritas «todas las cualidades de principados, todos los modos de conservarlos, todos sus atropellos, con una circunstanciada noticia de las historias antiguas y modernas»12*. E l enorme parecido de las expresiones (nótese que también Buonaccorsi habla de las cualidades de los principados, no de los príncipes) demuestra que las palabras de Maquiavelo de ninguna manera deben limitarse necesariamente a los capítulos I-XI del tratado, sino que, en su generalidad, pueden abarcarlo todo. En esa misma carta a Vettori, Maquiavelo dice estar «todavía» aumentando y puliendo el escrito, y por «pulir» entiende el trabajo del acabado estilístico. Pero en cuanto a la magnitud de esa reelaboración formal empiezan a surgir dudas apenas se piensa que, precisamente en E l príncipe, vuelven a encontrarse unas construccio nes latinas que no aparecen en las obras más estudiadas y limadas, pero que son copiosas en las cartas, y que aportan al razonamiento una nota de «familiaridad» J; que los títulos de los capítulos han quedado en latín, a diferencia de lo que sucede en las obras más elaboradas, y que, en suma, todo el estilo de E l príncipe, con sus modismos, particularidades sintácticas, etc., demuestra que la obra maestra artística de Maquiavelo es un trabajo hecho a vuelapluma y no sometido a ninguna reelaboración formal y minuciosa 4. De suerte que, si se recuerdan las preocupaciones estilísticas de Maquiavelo, testimoniadas por la larga y escrupulosa labor de 1 P. V il l a m . N itn ii MatkiavtUi t i im i ttmpi, Milán, 19 17, II, p. 61. 3 Cf. mi «Introducción» 1 II Prim ipt, Turín, 19 14 , p. xxxvi [p. j del presente volumen,
N E ¡t.|. 4 Cf. F. F lam ini, Rautgna ñibUcgrafiu ¿tlia L tlltralara Italiana, VIH , pp. 146-147.
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pulimento que sufrieron en su forma las obras con las cuales se puede establecer una comparación entre el esbozo y la redacción definitiva s, si se piensa, digo, en el refinamiento estilístico de las Istorie fiorentine y se lo compara con la forma de E l príncipe, no se puede por menos que concluir que esa reelaboración formal debió quedar muy pronto, por no decir en seguida, abandonada 6. Queda el verbo «aumentar», que alude sin duda a un trabajo de añadidos, al punto de que algunos editores lo han cambiado por «engordar» **, como si se refiriera a la ampliación de la materia 7. Pero es que engordar también significa añadidos, pero añadidos que se hacen sobre un cuadro ya completo en su disposición fundamental y en su estructura de conjunto; creo que difícilmente hubiera Maquiavelo usado ese verbo si en verdad hubiese querido referirse al comienzo de toda una parte nueva, o más bien, decididadamcnte, a un segundo tratado (nótese que, por lo menos, los capítulos X II-X IV debieron ser concebidos al mismo tiempo, es decir, que se trataba de añadir tres capítulos a otros once, más de la cuarta parte del opúsculo entero). En segundo lugar, ya a propósito del trabajo de pulimento formal, se presentan serias dudas acerca de * Esto se lo señalaba ya. a Lisio, O . T o m m a sin i , R endieanii deltAccadtm ia Nacioaalt ¿ ti L im ó , 1900, p. jzz. Ese proceso de reelaboración se advierte en las H iU ariaiflortn/inat; T ommasini. L a rite r f f i striu i ¿ i N iceali MacbiartUi, II, p. 467; y especialmente P. C a a u , L'abbetppp aatagraja frammtntarit ¿tUt rSto ril fio m tim , di N iceali MacbiartUi, Pisa, 1907, pp. 9, 179 (y, desde luego, toda la minuciosa confrontación. Cf. recientemente el texto de los fragmentos, en Apéndice de la edición critica de h torii fm entitu realizada por P. Carli, Florencia, 19 17, II, pp. 1 17 y ss.). * Y a lo establecía V. C ían , precisamente a partir de la observación de las peculiaridades estilísticas de E l prim ipt, como hacemos nosotros ahora, en Giornak Storito ¿tila Lclleratnra italiana, X X X , p. 1 1 1. Es extraño que Tommasini no haya advertido que la forma de E l principo se acomoda muy poco a la conjetura de una segunda redacción. * En la carta mencionada, Maquiavelo usa el verbo inpratsart (engrosar, etc.), que aqui traducimos por «aumentar», por ser m is corriente en el uso editorial. El verbo a que alude Chabod, usado por editores posteriores, es ingrauan, que puede confundirse con el primero, y significa, sobre todo, «engordar», aunque en italiano también guarda muchas sinonimias con el anterior. Con todo, hay una diferencia de matiz, que en el idioma original es m is patente que en castellano. (N . ¿t. T.) 7 G . L isio escribe ya en la Introducción a la edición critica, p. xliii: «Mientras, Maquiavelo engordaba y pulla E / principe.» En la edición comentada introduce, sin m is, la voz ingratta. También V . C ía n , ibtd., interpreta «incrementar en la sustancia y mejorar en la forma». Asi, V. O sim o , que en el texto pone también ingrait», glosa: «Lo amplio en cuanto a materia y lo mejoro en estilo», en N icco lo M a c h ia v e l l i , S triu i politici setiti, al cuidado de V . Osimo, Milán, 1910. Debo señalar, por otra parte, que la lectura del manuscrito induce m is bien a leer inartuta. l a copia existente, de la cual derivan todas las demás y los textos impresos (Florencia, Biblioteca Nazionale, mss. Palatini, E. B. 17, 10, ff. 1 ¡0-1 ( i vta.), desgraciadamente no fue transcrita por Ricci, sino por la torpe mano de un colaborador suyo, el menos preciso de cuantos le ayudaron (O. T o m m a sin i , op. cit., I, p. 67 1 , 0 .9 ); con todo, si se observa el pasaje en cuestión y se lo confronta con los grupos a j y ot anteriores de la misma carta Cluavccchia, /orciasse, portero, y contrariamente cutí), parece más probable la elección ¡apatía, en contra, pues, de la que dan Alvisi y T o m m asini (op. cit., II, p. <7). Se trata de una a, porque el cranscriptor puso una a, y no por el rasgo de la ¡ a que va unida. Este es, por lo menos, el parecer de mi amigo el profesor Ernesto Scstan, quien Í1Í20 a pedido mió la investigación del manuscrito, que le agradezco de todo corazón.
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su verdadera extensión y duración, y si no aparecen con toda evidencia las señales de un tal refinamiento, ¿quién nos asegura que no sufriera igual suerte la ampliación de la materia, es decir, que no hubiera quedado también interrumpida y abandonada? Es cierto que, en carta del 18 de enero de 1514 , Vettori, al hablar de los capítulos de la obra que le han sido enviados, escribe: «(...) pero, mientras no lo tenga todo, no quiero abrir juicio definitivo», y de esta alusión podría suponerse que continuara todavía el trabajo de reordenamiento 8. Pero también pudiera ser, simplemente, que Maquiavelo no hubiese terminado de transcribir el opúsculo, una copia del cual, evidentemente, le hacía falta para presentarla, si le hubiese sido concedido, a Giuliano de Médicis. La frase de Vettori no indica necesariamente que prosiguiera el trabajo de ampliación: también puede referirse a una mera tarea de transcripción que dejara la obra sin alteraciones de estructura ni de forma. El deseo que tenía Maquiavelo de servirse de su obrita pata recuperar el favor de los Médicis y volver a ingresar lo antes posible a su servicio, seria más que suficiente para explicar por qué transcribía de prisa, sin mayores complicaciones, aun cuando su intención fuese la de proceder todavía a algunos retoques. A este respecto, importa más bien observar que en la carta del 10 de diciembre Maquiavelo no le ofrece aún a Vettori mandarle el opúsculo, limitándose a decirle que Filippo Casavecchia podrá informarle, tanto de la cosa en si como del proceso seguido. La preocupación del escritor es simplemente la de saber si le conviene o no presentar el tratado a Giuliano 9. Es Vettori quien pide, en la carta del 24 de diciembre, que le sea enviado el opúsculo, a fin de poder juzgar acerca de la oportunidad o no de su presentación al príncipe de Médicis, de suerte que tal vez no sea aventurado suponer que Maquiavelo, movido por el pedido de su amigo, y pleno de confianza en su apoyo, se decidiera justamente entonces a transcribir la obra para enviarle un ejemplar a messer Francesco, interrumpiendo con ello un trabajo de reelabo ración estilística y de añadidos que ya nunca más iba a reanudar. Dejando asi aclaradas estas cuestiones preliminares, pasemos sin más trámite a examinar lo que es el fundamento más sólido y,1 11 Antes creía yo verdaderamente que esa expresión aludía con exactitud a la tarea de acabado («Del Prinape di Niccoló Machtavelli», p. j, n. j) (p. 44, n. 9 del presente volumen, S f i //.|, pero un examen m is minucioso del asunto me ha hecho cambiar de opinión. 0 No es exacto, pues, que Mauuiavelo pidiera en este caso consejo y ayuda a los amigos para la revisión de su obra, como dice P. C a r u , »p. c¡t„ p. 6. Pide consejo, si, pero sobre otra cuestión, a *aber. la oportunidad de presentársela a Giuliano (como precisamente confirma la .v'jHácitú de Vettori, en la carta del 14 de diciembre).
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digámoslo también, más sugestivo, de la tesis de Mcinecke, a saber, la supuesta fractura de la urdimbre debida a la existencia de los capítulos X y X II-X IV . Meinecke empieza afirmando que el con cepto esencial cíe Maquiavelo acerca de la necesidad de ejército propio, o sea, no mercenario, se encuentra ya, por lo menos in nuce, en los capítulos VI, VII y X , antes de ser cumplidamente desarro llado en los capítulos X II y X III. Pero no es así. Fin los capítulos VI, VII y X no sólo no se afronta, sino que ni siquiera se alude, en sus reales términos, la gran cuestión que tanto preocupaba a Maquiavelo. En el capítulo VI se dice simplemente que, «cuando [los profetas] dependen de sí mismos y pueden armarse, raras veces periclitan. De donde se deduce que todos los profetas armados vencieron y los desarmados fueron a la ruina»; pero con esto nos quedamos sin saber cuál es el mejor modo de estar armados. Queda claro que las armas hacen falta, pero ¿de qué tipo deben ser? A esa pregunta, que será el núcleo de; los capítulos X II y X III, Maquiavelo no responde por ahora de ninguna manera. Es cierto que más adelante, refiriéndose a Hierón de Siracusa, escribe: «(...) hizo caducar la milicia vieja, formó otra nueva (...), y como tuvo entonces amistades y soldados que eran realmente suyos (...)». Aquí alguien podría en seguida objetar que Maquiavelo habla ya de soldados suyos, o sea, que alude expresamente a su concepción de la milicia no mercenaria. Pero semejante interpretación sería totalmente errónea, roda vez que no sólo Maquiavelo no nos explica de ninguna manera el modo por el cual unos soldados puedan ser llamados suyos, sino que inmediatamente después, en el capítulo VII, hay un inciso que quita al «suyos» el peculiar significado que adquirirá después del capítulo XII. Efectivamente, hablando del Valentino, Maquiavelo escribe: «(...) una, las armas suyas que no le parecían fieles (...), es decir, que las armas de ¡os Orsini (...)», de suerte que «armas suyas» se sigue llamando aquí a las armas mercenarias. Mientras que en el capítulo X III, «los soldados suyos» serán opuestos precisamente a los Orsini y los Vitelli, a quienes se atribuirán explícitamente «armas (...) mercenarias». En el mismo capítulo V il, Maquiavelo, refiriéndose al Valenti no, dice que se había armado a su modo y había aniquilado las armas enemigas, y añade «desmovilizar la milicia infiel, crear una nueva (...)»; pero el concepto que se expresa en estos pasajes es siempre el obvio para todos de que un jefe de gobierno precisa tener a su absoluta disposición un ejército fiel. Pero todavía no es abordada,
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sin embargo, la gran cuestión de cuáles podían ser los únicos ejércitos fíeles. También es cierto que, leyendo lo del duque que se había armado a su modo, podría argumentarse: con esa expresión, Maquiavelo se proponía aludir al sisterpa de levas que el Valentino introdujo en sus estados, el cual debía ser recordado todavía, en el peor de los casos, por los políticos, y con ello ya habría dado a entender, aunque fuera indirectamente, su pensamiento. Pero hubie ra sido una mención tan vaga que no habría tenido eficacia alguna para el pensamiento maquiaveliano global en aquel momento, y, en realidad, es tan mínima la pretensión significativa de esa expresión que Maquiavelo volverá justamente al ejemplo del duque borgiano en el capítulo X III, diciendo entonces por fin, con palabras claras, cuál había sido su reforma militar y cuál la naturaleza de esas armas a las que el escritor llamará, con un adjetivo cargado de significado y desconocido en el capítulo V il, «propias» ,0. Tampoco en el capítulo X se prevé la cuestión de la milicia. Encontramos solamente una breve alusión a las ciudades alemanas, las cuales «tienen en reputación los ejercicios militares», pero nada más. Y contiene, en cambio, un pasaje de la mayor importancia, que demuestra de manera irrefutable que el motivo inspirador del capítulo X no es en absoluto el mismo de los capítulos X II y X III. Al valorar las fuerzas de los príncipes, dice Maquiavelo: «(...) considero que pueden sostenerse por sí mismos los que pueden, sea por abundancia de hombres o de dinero, poner en pie un ejército justo y librar batalla contra cualquiera que venga a atacarlos». Luego, bien la abundancia de los hombres permite reunir un ejército suficiente entre los propios súbditos (ejército nacional o milicia propia a la manera, por ejemplo, de los francs-archers franceses), o bien la abundancia de dinero faculta igualmente reclutar un «ejército justo», que en este caso se trataría evidentemente de un ejército de mercenarios, incluso de mercenarios extranjeros. Vale decir que todavía en ese momento el escritor afirma que el ejército profesional puede bastar para permitir una segura defensa del Estado, con tal de que su capacidad financiera sea tal que le permita asalariarlo de manera regular y continuada; aquí no se propone afrontar la gran cuestión, a la que deja completamente en suspenso. E l problema fundamental, la base de todo el pensamiento militar de Maquiavelo, no se plantea, pues, ni siquiera in nuce, en los capítulos V I, VII y X . 10 10 También vuelve sobre el ejemplo de Hierón de Siracusa, desarrollándolo con mayor amplitud y precisión terminológica (en lo que concierne a la parte militar) en el capitulo X III.
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Este último examina, sí, las fuerzas de cada principado, pero ¿en qué sentido? Maquiavelo escribe: «Conviene hacer, al examinar la cualidad de estos principados, otra consideración, a saber, si un principe tiene todo el Estado que puede, precisando sostenerse por sí mismo, o bien si siempre tiene necesidad de la defensa de otros. Y para mejor aclarar esta parte, digo que considero que pueden sostenerse por sí mismos los que pueden, sea por abundancia de hombres o de dinero, poner en pie un ejercito justo y librar batalla contra cualquiera que venga a atacarlos, y asi es como considero que siempre tienen necesidad de otros los que no pueden presentarse en campaña contra el enemigo, sino que se ven precisados a refugiarse dentro de sus muros y defenderlos.» Es decir, que el escritor considera, en este pasaje, la capacidad militar total de un principado: el «estado», o sea, la potencialidad de dominio en hombres y en dinero. Se trata de una cuestión meramen te cuantitativa, de ninguna manera cualitativa: habla Maquiavelo de un ejército «justo», esto es, proporcionado en su número a las necesidades de la guerra, y no todavía de las «armas buenas», que son las que, por su naturaleza, resultan ser las únicas aptas para defender un país, tal como se demostrará en los capítulos X 1I-X III. Tampoco deben ambas cuestiones fundirse necesariamente en una, dado que las hipótesis a que se refieren no son en absoluto las mismas. Así, puede suceder que un príncipe que tenga armas propias, es decir, no mercenarias ni de auxilio, según los axiomas de los capítulos X I 1-X II 1, se encuentre, sin embargo, en la imposibili dad de librar batalla contra el enemigo, porque, aunque su milicia sea de calidad excelente, no esté en condiciones, por su exiguo número, de resistir el embate de un adversario excesivamente superior en medios de ataque. Es verdad que, al leer acerca de la milicia fiel, las armas suyas y también del ejército justo de los capítulos V I, VII y X , pensamos en las armas propias, tales como las definirá Maquiavelo en los capítulos X II y X III; pero esto es así, simplemente, porque recor damos las demás obras de Maquiavelo, su pensamiento militar, y también la segunda parte de E l principe, que tenemos presente al juzgar la primera. Pero olvídese por un instante todo lo que sabemos acerca de las originales concepciones militares del escritor y léanse con atención los once primeros capítulos: se llega al capítulo X II ignorando absolutamente si las armas mercenarias son buenas o malas y si el príncipe debe armar a sus súbditos o no. Como se ha
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visto anteriormente, no basta, por supuesto, la alusión al Valentino, armado a su manera, para resolver la cuestión, y el pasaje del capítulo X que se acaba de examinar, en cambio, la resuelve de una manera del todo contraria a lo que será después el verdadero concepto de Maquiavelo. Cualquier otro tratadista político habría escrito, o podido escribir, los planteamientos militares de los capítulos VI y V II, y el capítulo X. Quiere decirse que Giuliano de Médicis, a quien debía dedicarse el tratado, que no podía haber leído todavía ni los Discorsi ni Del? arte de¡la guerra y que hasta quizá desconociera los escritos de Maquiavelo sobre la milicia florentina, ¡habría leído un opúsculo cuyo autor no decía una palabra del asunto que le era más caro, y que tanto más debía acuciarle por aquellos tiempos en que se había suprimido la ordenanza florentina, su creación y su vida! 11 Y he aquí que surge la objeción: ¿por qué Maquiavelo no trató a fondo la cuestión en el capítulo X , que parecía el lugar apropiado para resolverla, esperando, en cambio, a hacerlo después de un capítulo intermedio, de modo que ofrecía como una impresión de discontinuidad en el plan? Tanto más cuanto que, para tener un ejército capaz de librar batalla, no sólo es preciso que tenga número suficiente, sino también que los hombres estén poseídos de una virtud sólida y segura. Ante todo, se podría responder que, en tal caso, y dada la importancia del tema que efectivamente se desarrolla seguidamente con tanta amplitud, el capítulo X habría tenido que aumentarse por lo menos el doble, si no el triple. Pero no nos quedemos en esta especulación y tratemos de ver si realmente cometió Maquiavelo un error de composición o si hay ruptura en la urdimbre. Indudablemente, el sistema de organización del ejército es de tal importancia en todo momento de la vida estatal que difícilmente podemos pensar en él sin hacerlo, al mismo tiempo, en todas las posibilidades que de ello derivan para la vida general de la nación en relación con la vida de los demás pueblos, es decir, sin vincular indisolublemente lo que puede ser una reforma de orden interno con las grandes vicisitudes de la vida internacional y la política exterior. Pero, por otra parte, también es evidente que en un análisis en1 11 La ordenanza florentina fue abolida por circular del 8 de julio de 1 51 j , para ser restablecida el 19 de mayo de 1 j 1 4 , 0 . T o u m a sin i , op. t il., II, p. izy , n. 4. C f. F. G u ic c m m m n i , Optre inedite. Florencia, 1857-1867, V I. pp. 149 n. y 155. Sin embargo, ya en febrero de 15 14 se proyecta una nueva ordenanza: A . Zom , OtlU no%gt M magnifico Ginltano de' M tdici con la prm cipttu l: ¡liberta di davala ¡ Florencia, 1868, p. 50.
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el que se pretenda avanzar ordenadamente y examinar en detalle la estructura y la vida de un organismo político, la organización militar ha de ser estudiada en la parte dedicada a las reformas internas y a la disposición interior del país, como se hace con la organización tributaria, económica, etc., las cuales, sin embargo, están indisolu blemente ligadas, no menos que la estructura militar, a lo que podríamos definir como la política de potencia y la vida internacio nal de un Estado. No hay, en realidad, una política interior y otra exterior, como dos secciones distintas y separadas, pues sólo existe la vida concreta de un pueblo, en la cual ambos momentos se entremezclan; pero también es cierto que, por la comodidad de la exposición, en suma, por motivos prácticos, también podemos examinar por separado lo que en la realidad concreta es uno c indivisible. Valgan como ejemplo tantísimas obras históricas, insig nes algunas, en las cuales se analiza la situación de un país en un determinado momento de su historia, pasando de un tema a otro, de división a subdivisión, y valgan, sobre todo, los tratados teóricos acerca del Estado y la vida política, que no pueden prescindir de esos esquematismos. Incluso hoy, en todo país, las discusiones acerca de' los ordenamientos militares se incluyen en la que se llama política interior. Precisamente en virtud de ese criterio traradístico, el capítulo X y los capítulos X II-X III debían quedar separados, como lo están. Los primeros nueve capítulos de E l principe responden sustancialmente a la pregunta: «¿Cómo se crea y se forma un principado?» Se analiza en ellos el proceso de la constitución, vale decir, en cierto sentido, de la lucha contra los obstáculos inmediatos, contra los posibles enemigos internos (y nótese que también los futuros súbditos, en el momento en que Luis X ll ocupa la región de Milán, o César Borgia la Romana, o Agátocles toma el poder en Siracusa, son una fuerza a la que se precisa considerar como se considera a las potencias vecinas, es decir, que pueden ser enemigos no siendo todavía rebeldes). Es cierto que Maquiavelo habla de «mantener», y más bien cabe decir que el desarrollo se refiere precisamente a esto. Pero es un «mantener» que varía según la naturaleza del Estado, que está estrechamente vinculado con la manera como se formó: una cosa es el sistema adoptado por un Luis X II, otra el de César Borgia y otra el de Agátocles. Por ejemplo, Luis X II, para «mantener» la región de Milán, habría tenido que preocuparse, más que de las relaciones con los súbditos, de las relaciones con los otros poderosos de Italia; en este caso, el «mantener» es objeto de una cautelosa
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política exterior, mientras que para Agátocles era un tema de política interior. Y aun los problemas de política interior considerados en los nueve primeros capítulos son variados, con arreglo a la natura leza del principado; en otras palabras, que se vinculan indisoluble mente con el «adquirir», con la manera como se forman. Por tanto, la directriz fundamental sigue derivándose del adquirir; el problema que está en primer plano es siempre el de la fundación, y lo confirmamos releyendo el capitulo I y volviendo a meditar en los ocho siguientes como un conjunto: «Los principados son, o hereditarios (...), o son nuevos. Los nuevos, o son nuevos del todo (...) o son como miembros añadidos al Estado del principe que los adquiere. (...). Están estos dominios asi adquiridos, o acostumbrados a vivir bajo un príncipe, o habituados a ser libres, y se adquieren o con armas ajenas o con las propias, o por la fortuna, o por la virtud.» «Adquiridos», «se adquieren»: en estas dos expresiones está el meollo de los nueve primeros capítulos. Después, con perfecto rigor lógico, Maquiavelo examina en el capitulo X las posibilidades de luchar contra el enemigo exterior, y con no menos rigor lógico escribe a continuación el capitulo X I, dado que los principados eclesiásticos no dependen de las leyes que rigen en los demás estados y, como dice con fina ironia el escritor, no tienen necesidad de defensa alguna. Con los capítulos X II-X IV se entra en un terreno completamen te distinto. Dado un principado, cualesquiera sean su modo de formación y su estructura, ¿de qué naturaleza y de qué gravedad son los problemas que el jefe del gobierno tendrá que enfrentar día a día? ¿Cómo habrá de organizar su dominio para hacerlo cada vez más fuerte? Estamos aquí, sobre todo, en el campo de la política interna y las posibles reformas, pero de una política que es tal para cualquier Estado; ya no son directrices específicas, diferenciadas caso por caso, sino normas generales, válidas para todo gobierno. La manera de «mantener», al principio variada, se torna ahora uniforme y general. Desde luego, la primera cuestión que se presenta para la investigación de Maquiavelo es la organización de las fuerzas armadas. Un escritor de época más tardía, el mismo Botero, por ejemplo, habría enfocado en seguida la organización económica, financiera, etc., de un país; Maquiavelo, que se mantiene tan alejado de los problemas que no sean puramente político-militares, no bien resuelta la cuestión de la milicia pasará a tratar, él, que tiene la
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mirada puesta en la virtud del príncipe, de los requisitos personales indispensables para un jefe de gobierno (y obsérvese que ya en el capítulo X IV la reforma general se trueca en reforma del talante y el carácter del príncipe). En cuanto a reformas generales del armazón del Estado, basta con una sola, la del ejército; a todo lo demás debe suplir la habilidad personal del soberano. Y éstos son los preceptos de los capítulos X V -X X III. Los capítulos X y X I 1-X IV tratan, pues, de la defensa, pero desde dos ángulos completamente distintos, y Maquiavelo mantiene plenamente la continuidad lógica de la trama, examinando la cues tión en dos sitios separados, según el desarrollo natural del trata miento en su conjunto, y desdoblando, por comodidad y claridad prácticas, lo que al principio señalaba como una cosa única e indisoluble. Precisamente por este motivo se justifica también la presencia, en el capítulo X X , de la parte relativa a las fortalezas. En el capítulo X trata de las fortificaciones respecto de un enemigo exterior, a tal punto que habla de «ciudades fortificadas». En el X X , en cambio, se detiene en las «fortalezas» en cuanto representan sobre todo una relación entre el príncipe y los súbditos, es decir, una cuestión de política interna. Ambos enfoques son también completamente dis tintos, y no cabe objetar que en los Discursos, II, 24, ambos temas sean tratados en el mismo capítulo; aparte de no ser exacto que los dos se traten unidos en ese lugar. Maquiavelo habla de fortalezas y sólo alude a las verdaderas ciudades fortificadas a propósito de los espartanos, los cuales «no solamente se abstenían de ellas [las fortale zas], sino que no permitían tener muros a sus ciudades», y en la conclusión declara, en cambio, de conformidad con lo que dice en el capítulo X de E l Príncipe, «Debe fortificar bien la ciudad, tenerla abastecida (...)» Pero todo ese capítulo versa sobre fortalezas (cap. X X de E l principe') l2, mientras que apenas se alude de pasada al tema del capítulo X del tratado, las ciudades fortificadas. Llegados al término de esta primera parte de nuestro análisis podemos hacer aún otra observación: que si la conclusión fuera que el escrito tiene una primera parte y otra segunda, por el hecho de que se examina el problema general de la defensa en capítulos separados, podríamos sin más establecer también la existencia de un icrcer núcleo, superpuesto a los dos primeros. Ello porque en el i* Obsérvete que en el capitulo X X IV de los Oit
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capítulo X X vuelve Maquiavelo a hablar de las armas propias; así que, valiéndonos de la misma argumentación empleada para los capítulos X y X II-X IV , debiéramos llegar a la conclusión, también en este caso, de que hay yna ruptura del plan y, en consecuencia, señalar otra estratificación de un grupo de capítulos. Pasemos ahora a una segunda parte, que servirá no ya para resolver la cuestión que plantea Meineckc, sino el problema de la composición de E l principt en su totalidad. Para Meinecke, la frase contenida en el principio del capítulo X II, «quédame ahora discurrir en general», no es sino un propósito de nexo entre la primera parte y la segunda del escrito, y serían inserciones posteriores las frases del capítulo III, «respondo con lo que más adelante diré acerca de la fe de los príncipes y cómo se la debe observar», que remite al capítulo X V III, y del capítulo X , «y más adelante lo mencionaremos, cuando sea necesario», que lo hace a los capítulos X II-X III. Cabe decir, ante todo, de las presuntas inserciones como ésas, que hay otra en el mismo capítulo X : «y en cuanto a los demás gobiernos, de cómo han actuado con los súbditos, está dicho antes, y después se dirá». Con esta expresión se remite al lector especialmen te al capítulo X IX , toda vez que no puede afirmarse que esc . «después» se refiera simplemente a -I» última parte del mismo capítulo, la cual, por decir al principio «(...) que tenga una ciudad fortificada y no se haga odiar (...)» da por resuelto el modo de no hacerse odiar, que será ampliamente expuesto más adelante (cap. X IX , «De contemptu et odio fugiendo»). Al antes que remite al capítulo IX , se le corresponde con el después que envía al capítulo X IX . Pero volvamos sin más al capítulo III y releamos dos periodos: «Y si alguien dijera: el rey Luis cedió a Alejandro la Romana y a España el Reino [de Nápoles] para evitar una guerra, respondo ton los rabones dichas antes, de que no debe permitirse que se siga un desorden para evitar una guerra, porque no se la evita, sino que se la difiere y a pura pérdida. Y si algunos otros alegasen la fe que el rey había dado al Papa, de hacer aquella empresa por él, por la resolución de su matrimonio y el capelo [cardenalicio] de Ruán, respondo con lo que mis adelante diré acerca de la fe de los principes y cómo se la debe observar.m Advirtamos ante todo el singular nexo lógico y estilístico que une tan estrechamente ambos periodos, y el característico paraleli» mo con que se responde a la doble objeción: con el principio del
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primer período, «y si alguien dijera», se corresponde el del segundo, «y si algunos otros alegasen»; con el «respondo con las razones dichas antes», el «respondo con lo que más adelante diré». Según Meinecke, esta última frase habría sido insertada con posterioridad; pero es evidente que habría tenido que sustituir a otra que cerrara el período en correlación con el primero. Ahora bien, ¿por qué motivo, aun queriendo introducir una frase de nexo con la segunda parte del escrito, tenía Maquiavelo que tachar la ya existente? ¿No podía, simplemente, dejando inalterado el discurso primitivo, escribir, por ejemplo, «respondo que un principe pruden te no puede ni debe observar la fe, cuando tal observancia se le vuelva en contra y hayan desaparecido los motivos que la hicieron prometer» (como en el capítulo X V III), y añadir «como más adelante diré»? £ 1 período habría quedado perfectamente redondea do, sin necesidad alguna de tachar la expresión primitiva. Así que, si volvemos al singular paralelismo estilístico, cabe también suponer no ya la inserción de una simple frase, sino que ambos períodos habrían sido intercalados ex novo (y como jugamos con hipótesis, observo que el capítulo habría podido estar ya privado de ellos sin perder sentido, toda vez que la frase «ha perdido, por tanto, el rey Luis la Lombardía» muy bien puede unirse directamente a la otra anterior: «Errores que, sin embargo (...), y de ir a atacarlas a ambas, no habrían tenido la audacia»). O sea, que nos encontraríamos ante tres inserciones, una de las cuales no es pequeña ni carece de importancia. Pero ésta es una pura hipótesis, no avalada por ningún dato real, y más bien los manus critos por los cuales se puede hacer un análisis serio de E l príncipe nos darían buenos motivos para refutarla decididamente ,}. Acerca del «respondo con lo que más adelante diré acerca de la fe de los príncipes y cómo se la debe observar» del capítulo III, todos los manuscritos concuerdan, salvo L y R, que traen «ella» («ella se debe»); en cuanto al «y más adelante lo mencionaremos cuando sea necesario» del capítulo X , aunque todos los manuscritos coinciden en el contexto general, ofrecen ligeras variantes: G y LP,15 15 No puedo referirme aquí más que a loa que ha examinado Cí. L isio , es decir, el Mediccn I-aurenziano Plut. X L 1V , ja , el Parigino ms. ital. 709, el Riccardiano 160), el Corsiniano 440. el Barbcríniano X V I, 7, el Marciano el. II, L X X V I 1, 4 1, y además el Cothano B. 70, que he examinado personalmente (aunque no en los veintiséis capítulos). Por tanto, no están compren didos el manuscrito de Carpcntras j o j , el Perugino G . 14 ni el Riminese a 17. compulsados por A. G krbf.x . Pero, puesto que las lecciones de los códices citados más arriba representan también las tres familias I. {J |a (según la clasificación de Gcrbcr. El grupo ¡3, en realidad, sólo está representado por B. que sin embargo ocupa «eme... btror^uglt |Gerber| como para que tea suficiente para nuestra investigación), resulta licito tomarlas por definitivas,
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«direno» (en lugar de «diremo»); B, «lo que sea necesario»; M, «lo que sea necesario» ,4; acerca de «cómo han actuado (...) está dicho antes y después se dirá», también del capitulo X , la coincidencia vuelve a ser unánime. Pero éste, sin embargo, y hay que decirlo de inmediato, no puede ser un factor decisivo, dado que los manuscri tos no fueron tomados directamente del original, sino de una copia del mismo *14 15, en la cual, evidentemente, la presunta adición marginal primitiva podía estar ya incorporada al texto de modo que fuera difícil omitirla. Es cierto que en el manuscrito Gothano pueden reconocerse lecciones que conducen directamente al texto original16 y que, por tanto, el hecho de encontrar en él las supuestas inserciones, todas incluidas en el texto y no como añadidos al margen, daría lugar a suponer que ya en el propio manuscrito original las tres frases debían estar incluidas en el texto primitivo, pues parece un tanto difícil que el transcriptor de G no haya incurrido en la más mínima omisión ni en adiciones marginales, ni siquiera en uno de los tres pasajes, si éstos hubieran sido añadidos al margen o entre lineas en el original del que se sirvió. Pero está claro que éstas son meras conjeturas, sin ningún valor como pruebas. Pero admitamos, en cambio, por un momento, que en el texto primero de E l príncipe se encuentren tres inserciones posteriores. Habrá que aceptar entonces que Nlaquiavclo corrigió con suma minuciosidad y atención su obrita, y necesariamente ese trabajo hubo de tener lugar cuando el opúsculo estaba siendo terminado, puesto que la inserción del capitulo III nos lleva al X V III, y la 14 Cf. la nota de G . L isio en la edición critica, p. jo. A . G f.rber , Niceoté MaebinreW, ifíe ¡iamfscbri/ien, Ansjtpbtn mui Cbersrf^MM#* ttintr W'trkt ¡m lé , *nd /;. JahrhtmAtrt, Gotha, 19 12, I, pp. 83, 97 y ss. 14 Aparte de los ejemplos que aduce Gerbcr, en el capítulo V il, $ io, la lección común dice: «Pero, en cuanto a las futuras, debía dudar en primer lugar que un nuevo sucesor en la Iglesia no te fuese amigo y tratara de quitarle lo uue Alejandro le había dado; y pensó hacerlo de cuatro maneras („.)», mientras que G trae «le hubiera dado, tie b e\m pensé penarm e de cuatro maneras (,„)>». lección que evidentemente es, con mucho, más clara \ congruente con la primera parte deí párrafo. Asi también, en el capitulo IV , § 5, encontramos: «Quien considere, pues, uno v y otro de esto» estados, considerará difícil adquirir el lita d o del Turco, pero, una ve/, vencido, muy fácil conservarlo. I a s causas de la dificultad de poder ocu|*ir el reino del Turco mientras que la lección de G es: «(...) conservarlo; y por el contrario, encontrareis en alguno. respectos mayor facilidad en ocupar el Lau do de Lrancia, pen» dificultad grande en mantenerlo. Las causas de la dificultad «le poder ocupar el reino del Turco (También ct manu>crito ( •«rvimano contiene el inciso omitido en los demás, pero como -añadido al margen: es otra d*. tai contaminaciones de C debidas a C¡.) También en este caso la lección de G corresponde, con unía probabilidad, al original: ol»crvcse que Nlaquiavclo repite U idea de «poder ocupar el remo W Turco», mientras que si la de G fuera realmente una «anticipación inútil» (como dice 1 i«io de (.) < introducida por el transcriptor, habría bastado, por la cercanía de la referencia, decú «en p<*lcrA> ocupar». Observo además que, cu el capitulo MI, $ 12, (» da: «Si Lrancii, pues, poJiu «0// m fmr^a -asaltar Ñapóles y debía hacerlo ateniéndose a la lección de ( X I ’ K, que \o había preterid*», en mi edición de // V nm if*, por raxonev puramente estilística*, a la lección que adopto l.tsio \ que es de BM (mientras que, en cambio, en el artículo V , $ 4. G concuerda con UNI. «que le había sido puesta (...)», legitimando la lección escogida antes |*»r Lisio).
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segunda, del X al X IX . Ya hemos visto lo difícil que es admitir que haya existido semejante trabajo de revisión, tan cuidadoso, que no se acomodaría a las peculiaridades estilísticas de lilpríncipe tal como ha llegado a nosotros; pero, prescindiendo ahora de semejante premisa, la enorme escrupulosidad de revisión que puede presupo nerse por las tres inserciones, ¿concuerda con otras particularidades del escrito? Responder a esta pregunta equivale a establecer en qué límites cronológicos fue llevado a término el tratado. Ya en otra oportunidad 17 me he pronunciado decididamente en contra de la tesis de Tommasini, según la cual, al primer esbozo de 15 13 siguió en 1515 la redacción definitiva18, sosteniendo, en cambio, que el tratado se compuso, en su fisonomía fundamental, entre julio de 1513 y enero-febrero de 1514 19. Por entonces seguía yo, sin embargo, admitiendo la posibilidad de retoques, no muchos ni de gran importancia, fundándome en una alusión del capítulo X IV a los hijos de Francesco Sforza, que a mi parecer abarcaba también a Massimiliano Sforza, y a la que, por tanto, consideraba posterior a septiembre de 151$. Pero volviendo más tarde a la cuestión, me surgieron ya dudas acerca de la interpretación de ese pasaje, con motivo, entre otras cosas, de la comprobación antes referida sobre la realidad efectiva del trabajo de pulimento que hubiese sufrido el tratado. Para ratificar completamente que mi interpretación de entonces no se sostiene, aparece ahora oportuna mente una aclaración de Ermcte Rossi, quien advierte que la palabra «hijos» debe entenderse no en el sentido general de descendientes, sino en el preciso de herederos y sucesores de primer grado, excluyendo cualquier alusión a Massimiliano y, por ende, para el pasaje en cuestión, cualquier remisión a 1515 20. Aclarado, pues, este punto, no vale la pena repetir ahora todos los argumentos opuestos a la tesis de una doble redacción de H i principe, antes por Lisio 21 y después por mí. Aquí bastará limitarnos a la alusión del capítulo X V I al «rey de Francia actual» 22, es decir, Luis X II, la cual excluye una revisión del tratado posterior al 1 de enero de j j i j . 17 «Del Prnvipt di Niccotó Machiavelli», cit., p. ), n. 4 |p. 44, n. 10 del presente vo-umen,
NH //.).
11 II, pp. 87, 89. to j. '8 Me detenía, como término ad qmm, en enero-febrero de 17 14 , basándome en la mención de Vettori del t i de enero; pero ya se ha visto que esa expresión no significa necesariamente que continuara todavía el trabajo de corrección. n «Per la storia dellc opere del Machiavelli», L e Cultura. VI (1916), fase. 1 , p. 194. 21 Edición critica, p. L X IL ° Esta lección, aceptada por O. T ommasini, «Intorno alia nuora cdi/umc del Prmcipt di Nieeoló Machiavelli curata dal prof. Giuieppc Lisio», en RcndiemUi dr/C. Urademia Sa^icaalt drí [jncri, 1900, p. 1)6 , y por A. G ran ea, ofi. ttt., p. too, es la que da el manuscrito Gntltann. Lisio,
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Limitémonos a T514. ¿Cuándo pudo haber acabado la tarea de composición? En el capítulo X III hay una frase preciosa, sobre la cual insistiremos largamente, que nos ofrece el medio para establecer una primera delimitación. Hablando del error de Luis X I, que suprimió las «ordenanzas» de los infantes, Maquiavelo escribe: «el cual error, seguido de los otros, es, como se ve ahora efectivamente, motivo de los peligros de ese reino» 23. Esta frase hace una referencia histórica bien determinada. Podría objetarse: es pedantería y excesi va sutileza pretender limitar la alusión a una situación real específica; concierne, en realidad, a la situación general que resultó en Francia de la abolición de las ordenanzas de la infantería y se refiere a un peligro siempre inmanente. Objeción que podría parecer mucho más grave si se tiene en cuenta cómo Maquiavelo alteraba, y no una sola vez, los datos reales, con tal de comprobar alguna teoría suya, y por ninguna ha alterado tanto las noticias concretas como por la militar. Pero, afortunadamente, el mismo Maquiavelo se encarga de adver tirnos que esa frase tiene valor concreto, en relación con un peligro preciso de un determinado momento. En el primer libro de E l arte de la guerra, extendiéndose precisamente en torno del mismo tema, escribe: «En cuanto al error que comete el rey de Francia en no tener disciplinados a sus pueblos para la guerra (...), no hay nadie (...) que no considere que este defecto está en ese reino j que esta negligencia sola lo hace débil.» La diferencia de expresión no podía ser más neta, por donde la frase «como se ve ahora efectivamente» se refiere exclusi vamente a una situación histórica precisa. Ahora bien, el 20 de diciembre de 1514, Maquiavelo, examinan do la situación político-militar y evaluando las posibilidades de los dos partidos, el francés y el antifrancés, no sólo se inclina decididaa la lección que conocía sólo a través de C (e incompleta, ya que C dice «guerra. El rey de l-'rancia ha hecho muchas guerras...», sin el pnsm tt), objetaba: «No puede ser m is que falsa la interpretación del transcriptor. Efectivamente, según la historia, Luis XU empezó a guerrear apenas un año (1499) después de su elección, pero Ju lio II al cabo de seis años (M09). ¿De quién era, pues la larga parsianaia?» (Edición crítica, p. 73, n. t). Pero a esta objeción responde en seguida Prato: «Era este rey l.uis (...) un poco tacaño, pero él afirmaba serlo sólo por pagar bien a los soldados, a fin de que ellos pagaran a otros, y para no agobiar con impuestos a sus pueblos. Y , a decir verdad, en el lapso de trece años en que señoreó Milán, nunca hemos pagado talla, salvo la de la rebelión que nosotros mismos nos compramos», G . A . P asto , «Storia di Milano», A nhhm Stcrin Uatiaaa, t. III, vol. I, p. 323. Nótese la similitud de los comentarios de ambos escritores, que legitima plenamente la lección de G . (Precisamente Tommasini, que sostiene la tesis de la doble redacción, tenia que proponer la nueva lección, que constituye un argumento demasiado fuerte y decisivo contra su misma tesis.) a Para prevenir cualquier posible cuestión, me apresuro a señalar que también el manuscrito de Gotha concuerda en esta lección con los manuscritos de que dispuso Lisio, de suerte que tenemos aquí el acuerdo de las tres familias, L, ¡i y p. De suerte que una nueva edición critica no podría modificar en nada esta lección, que, para la presente investigación, es de importancia fundamental.
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mente en favor de Francia, sino que, con su manera de expresarse, nos hace advertir el cambio ocurrido en el desde el momento en que escribió la alusión del capitulo XIH de Elpríncipe-, «Os doy como ejemplo a Francia, contra la cual todos se habían conjurado; pero de inmediato hspaña hizo t .a tregua y los venecia nos se le hicieron amigos, los suizos la atacaron tibiamente, el emperador no volvió a hacerse ver y finalmente Inglaterra se alió con ella; porque si aquél contra quien hay conjuración es de tanta virtud que no se haga humo rápidamente, como hacen los venecianos, encontrará siempre, según muchos pareceres, remedio, como ba encon trado Francia (...).» 24 Y después de hacer referencia a la potencia de esc reino25, prosigue señalando que la fortuna de Francia lo «es para resurgir» 26, y, en resumen, mostrándose tan favorable a los franceses, que en seguida le dice a Vettori que su «depender de Francia» no se debe a affectione 21, aunque repitiéndole una vez más que tiene más confian za en esa nación, cuyo principe, «o por acuerdo o por guerra, puede de m il maneras resurgir» 2B. Es evidente que la frase del capítulo X III de Elprincipe no pudo haber sido escrita en este período, y, en términos generales, no es concebible a finales del verano y en el otoño de 1514, luego que el acuerdo del 7 de agosto con Enrique VIII le hubiera devuelto a Luis X II el favor de la opinión pública 2
Alvlsi cit.. C I.IV , p. 571.
2! IM ., p. $77, 26
Ibíd., p.
”
Ib iJ .. IM ;
*
5 So.
CLV. p. >84. p. jS j.
8 P a n cato, cf. p. i 8 j y a. de ean obra.
* L ettm fam itiari cil.. CL.
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La carta anterior era del io de junio, y el nuevo tormento amoroso, como evidencia todo el contexto, no era de hacia pocos días. Es lícito, pues, deducir que desde principios del verano Maquiavelo ya no se dedicaba ni a pulir ni a aumentar su tratado, y en esta opinión nos ratifica la carta del io de junio 31. Porque en ella se trasluce tal abandono, hasta diría desesperación del ánimo, que no podría concebirse en quien estuviese a la sazón dedicado a escribir la exhortación a liberar a Italia de los bárbaros, u otro cualquiera de los capítulos de E l principe, o que por lo menos estuviese ocupado en releer amorosamente la obrita en la cual había volcado, no ya el ingenio, sino el alma roda. «Qucdarcmc así, pues, entre mis piojos, sin encontrar hombre que de mi servidumbre se acuerde ni que crea que pueda yo servir para algo. Pero es imposible que pueda estar yo mucho asi, porque me gasto, y veo, si Dios no me es más propicio, que un día estaré obligado a salir de casa y colocarme de repetidor o canciller de algún condestable (...).» No es éste el estado de ánimo de un hombre sumergido en aquellos altos pensamientos que antes le hacían olvidar todos los afanes: el Maquiavelo de entonces no temía a la pobreza ni le espantaba la muerte 3Z. Fin aquellos días ya lejanos, llegada la noche, el escritor se despojaba de la vestimenta cotidiana, llena de fango y lodo, y se ponía los hábitos curiales para entrar en las antiguas cortes de los hombres antiguos, donde se alimentaba de aquella comida que solum era suya, conversando consigo mismo, lejos de toda tristeza y de la miseria material. Hoy, los hábitos curiales han quedado abandonados, y el doloroso aguijón del presente puede abrirse paso con toda su dureza. Quedémonos, pues, como término ad quem, en junio de 1514. ¿Es posible determinar con precisión aún mayor los plazos dentro de los cuales debió escribirse la frase del capitulo X lll? N o se me oculta, desde luego, que la cuestión se torna aquí, por lo menos, delicada y difícil; pero, por otra parte, no me parece ocioso tratar de investigarla. ¿Cuál es, pues, entre julio de 1513 y junio de 1314, el periodo en el cual la alusión resultaba mejor fundada y más legítima? Se sabe que la situación se tornó grave para Francia después de la derrota de Novara (6 de junio), y en tanto mayor grado cuanto »' IM ..C X I.V IU . 8 tbU ., C X X X V II , carta del lo de diciembre.
SOBRE I.A COMPOSICIÓN DF. «El. PRÍNCIPE.
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que las previsiones le eran favorables. Antes, no sólo el rey de España aparecía preocupadísimo por el avance de los franceses en Italia 33, sino que la situación del Estado de Milán se consideraba «desesperada» después de Novara se inicia una etapa «fuera de la opinión de todos» 35 y se empieza a hablar de las «declinaciones de Francia»3é. Y el mismo Maquiavelo confirma: «Vos habéis visto qué acierto ha tenido por ahora la empresa que Francia ha hecho en Italia, (órne ha salido contraria a todo lo que se creía, o bien temía la mayor parte (.,.).» 37 Se hace gravísima con el desastre de Guinegate (16 de agosto), la caída de Thcrouannc en manos de los angloimpcriales, el revés del rey de Escocia, aliado de Luis X II, en Flodden, y la invasión suiza de la Borgoña, que con gran dificultad detiene la Trémoille merced al acuerdo provisional de Dijon del 13 de septiembre. A partir de allí, las armas descansan y empieza un periodo muy trabajoso de astucias e intrigas diplomáticas. Y no porque desapa rezcan los proyectos de guerra, pues, al contrario, el tratado de Lila del 17 de octubre establece la nueva alianza ofensiva entre Maximi liano, Enrique VIII y Fernando el Católico, quienes se comprome ten a atacar a Francia antes de junio de ijia » 3**. Pero desde un principio la liga renovada se muestra poco sólida y, pese a las victorias de Jos coaligados habidas durante el verano, puede ser muy dudoso el resultado final de la lucha. Demasiado heterogéneas y discordantes son las fuerzas reunidas a la sazón contra Francia 39, demasiado señaladas las diferencias de 11 F. ( ¡ u ic c ia r d im , Coreisponátuxo di Spajpia, en Opere inedite cit., V I, pp. 1 1 6 - 1 1 * (17 de junio). M lbid., p. i i j ( 11 cíe junio); «(...) I» cosas (...) se estimaban lota/itrr contritas y expugnadas», cardenal Schincr a Massimiliano Sforxa, en A, B ú ch i , Korrapendrn^en and A ktea tur Cesibithte des Kardinaie Stattbaas Sibiner, Basilea, 1910, I, p, 1)6 . Cf, también li. G aci .iahih , Novara and D ije», X.urich, 1907, p. t i) y ib . a F. G u ic u a r o in i , op, til,, p. 1 13 (palabras del rey de España), 1.a derrota de los franceses fue «antes bien fortuna que prudencia, milagro que fuerza», A. D esjaro in s , N igoiialhas thploMatiqml Ht la Prense avtt ia Tosrane, París, 1839-1886, II, p. 192; «(,..) más bien grandísimo milagro que otra cosa», A m m o cio da Palillo. «Crónica Milanese», en MisetUaaea di Storia Italiana, X III, Turín, 1* 7 1, p. 3 1 1 . C f. A. B üchi, op. t il., p. 13 3 ; A. Luzio, «Isabclla d'Este di fronte a Giulio II ncgli ultimi tre anni del suo pontifical»», en Artbireo .1'tarín Lombarda, X V III (19 11) , p. 4 13 , y en general, acerca de la impresión producida por la victoria, E . Cía c lia a o i , ep. til., pp. 16I y ss., t í * n. 4. También J . D if.raukr , C utbitbir drr stbree\eritcben Hidpenotsensrbo/l, Gorha, 18(7-1907, II, p. 430 y n. 1. Novara fue ««« '/.ajalltsitgn, E . F uhtkr, (iesehitbte dtt europdinben Staalensjs/ems iva 1490-11)9, Munich-Berlín, 1919. p. 279. * F. G u icc ia rd in i , op. t il., loe. cit., p. 1 1 ; . Cf. p. 118 (19 de junio); Guicciardini le dice a Fernando el Católico: «Anota que Francia está en esta declinación (...)» 57 L tlltrt fam itiari cit., C X X IV (del 20 de junio). * J . S. B rhwfr , L t/ttri and Papen, Poreign and Domen,c, 0/ the Reifie e f H titrj VIH , I.ondres, 1861-1876, I, 4s 1 1 ; G . A. Bergknrotii , Calcador 0/ L et/ers, D ispon ía andState Papen Relating lo tbc Negoeiations bttartea lingiand aad Spaia, I.ondees, 1862-1868, II, n. 138; II. U lmann , Kaiser Maximi/ian 1, Stuttgart, 1884-1891, II, p. 48). 19 Véase el finísim o análisis de G u ic c ia r d in i , de enero de 1 ) 1 3 , en Opere medite cit., I, pp. 130-267.
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intereses de los aliados: entre Maximiliano y Margarita, por un lado, y Fernando el Católico, por otro w, o entre éste y Enrique VIII 4 41. 0 Además, Fernando de Aragón desconfía en sumo grado del papa I^eón X , que parece ansioso de apoderarse de Nápoles para crear un reino que entregar a Giuliano de Médicis 42. Por otra parte, y a pesar de la gran cantidad de fuerzas reunidas en el verano de i j i j, la meta definitiva está lejos de haber sido alcanzada: Francia, aun habiendo sufrido reveses, no está, empero, arruinada 43, y Enrique V III, que había obtenido anticipadamente de Julio II la investidura del reino de Francia 44* y había entrado en Tournay el 25 de septiembre como « R oí de France et d’Angleterre» 4:, ha quedado un fanto alejado de su objetivo último. Para poner en claro la solidez interior de la coalición antifrancesa cabe recordar no sólo los acuerdos con el Papa, sino sobre todo las maniobras que, a partir de diciembre, se emprenden entre Francia y España en torno a la propuesta francesa de un matrimonio de Renata, segundogénita de Luis X II, y uno de los nietos del Católico 46. Esta proposición nunca saldrá del estado de proyecto, pero, en todo caso, las gestiones dejan como conclusión la tregua del 13 de marzo de 15 14 entre Francia y España, que marca un primer cambio de la situación47. 40 11. B aiimgarten , C iubkbtt Karts V , Stuttgart, 1115 - 18 9 1, I, p. 19 y ss. Tampoco entre Maximiliano y lo» suizos existía verdadera comunidad de intereses, E . G a g lia r d i , tp . « i., p. n j . 11 Apane de la desconfianza del rey de Inglaterra hacia el de EspaAa a raíz de la primera tregua que habían concenado ambos con Luis X II el día 1 de abril de ■ (■ ), sucede también ' que el Católico teme a la excesiva potencia militar de loa ingleses, especialmente para las relaciones ■ con el archiduque Carlos, prometido a la princesa Maria. hermana de Enrique V III, porque la cuestión de Castilla puede volver a plantearte en cualquier momento, J . S. B rf.vi-kr. tp . d i., 1, 4864. Y , efectivamente, es interesante señalar que un italiano, residente en Inglaterra y decididamente anglófilo, escribe el 18 de septiembre de 15 15 : «E l rey de España se queda mirando la feria; espero que pronto llegue el tiempo en que por suene tenga que marcharse a Aragón, y dejar Castilla al principe C b itritl, y esto será por sus malos compon amientas y falta de buena fe M . S añudo , D iari, Vcnecía, 1879-1901, X V II, p. 1)4 . En novicmbredc 15 14 , Enrique VIII proyectará arrancarle pane de Castilla y Navarra al Católico, B rewer. tp . t il.. I. Ixix; G . A. Bf.roenroth, tp. t il., II, p. 19a. 41 II. Ulmann , tp. t il., II, p. 488; F. N ir r i, Leoitt X V ta toa p tlilita , Florencia. 18 9 1, p. 54; L. Pastor , Sttria dti Papi, Roma, 1910-1954, IV , I, pp. 59-60. Para esas dudas, cf. también J S. B rfwf.a . tp. t il.. 4955, y A. Bücttt, tp. d i., 1, p. 321: «lam cnim vidimus, quod propter aliquas praticas per ponttftccm de regno Neapolttano tnducic tactc sunt ínter predtctum regem Catholtcum et regem Francic.» u Como quiera que fuere, a principios del invierno de 15 13 -15 14 , Francia podía de nuevo respirar libremente. H. K rbtsch uayr , CtstU télt n a Vtm dig, Gotha. 1905-1910, II. p. 441. 44 A. F f.r r a jo li , «Breve inedito di Giulio II per la ¡nvestitura del Regno di Francia ad Enrico V III», en A rtbbrit dttla S tth li R ornara i i Sltria Patria, vol. X IX (1856), p. 415 y ss. Pero el breve no fue consignado nunca, y es síntoma característico del cambio en la situación el hecho de que, ya en la primavera de 15 14 , el rey inglés no lo vuelve a pedir, mientras que antes lo solicitahtbl insistentemente. E so le provoca más bien sorpresa al cardenal Batnbridgc, legado inglés en Roma y ferviente antifrancés, ignorante del nuevo giro de la política de su pais, ibitt., p. 438 y ss. * j . S. Bazwp.a. tp . t i!.. I, 4467. 44 H . U l m a n n . tp. t il., II, p. 484, n. 1 . ® Ib iJ., p. 493: tria ríllig tr Umsthvaag».
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Es cierto que aún quedan puntos oscuros; por ejemplo, la actitud de los suizos sigue siendo inquietante, luego que Luis XII no ratifica el acuerdo de Dijon 4S. Aunque también es cierto que la reanudación de las relaciones normales entre Francia y el papado, y entre Francia y España, constituye una mejoría notable en la situación de los franceses; pero, en contrapartida, el hecho mismo de que, por ejemplo, Luis X II se avenga a una componenda con León X abandonando el Concilio de Pisa, es también indicio de que el rey de Francia está con el agua al cuello y corre a refugiarse de la manera que mejor puede w. Luego, juzgándola con sumo rigor, la situación sólo se encon trará invertida en favor de Luis X II después de la conclusión de su alianza con Enrique VIII (7 de agosto)50 o, por lo menos, con la evidencia del desarrollo de contactos diplomáticos entre ambos reyes, esto es, alrededor de junio de 1514. Queriendo proceder con extremada precisión, no podría afirmar se fácilmente que la frase del capitulo X III haya podido ser escrita en determinado momento, y no en otro, del periodo, por otra parte, no muy largo, que va de julio de 1513 a junio de 1314. Pero lo que importa, para la cuestión que ahora tratamos, no es tanto establecer cuál era la real situación de Francia y sus adversarios en aquellos ** Imbcrt de Villcneuve, uno de lo» do» embaladores de Luí» X II en octubre de 13 13 . hecho prisionero por los bemeses y friburgueses en noviembre, no fue excarcelado hasta el 1 1 de septiembre de 1 11 4 , al cabo de diez meses de prisión, E . R o rr, llistttrt dt la riprisratatioa dipíem atíqu dt la Fraatt sapris das Caattat Saisttt, Berna-París, 19 0 0 -19 0 1, 1. p. 19 1; E. G a c lia r d i . tp. tit., p. 501 y n. 1. " Justamente Maquiavclo nos advierte de ello en la carta del t6 de agosto de 1) 13 (C X X X IV ): «Aparte de no haber querido Francia renunciar al Concilio, me hace mantenerme en esa opinión dicha antes, t ¡ qat s i t í tslm íne taa a/Ufído, taadria attttídad dt tadasy quim a tttar bita tta lados** . (Cf. F- G u ic c ia r d in i , Sttrta dtltaiia. ed. Ghcrardi, Florencia, 1919. X II. p. 3.) Con razón podía, pues, Almazin, primer secretario de Fernando el Católico, decir, refiriéndose a las propuestas francesas presentadas ya el 1 • de octubre por un enviado especial ame su soberano: «se veía que el rey de Francia debía de estar en mucha necesidad», GurcctARO iNt, Optrr iarditt cit., V I, p. 464; y la sumisión a la cuna romana seré juzgada «por los que tienen juicio, fingida y simulada por necesidad». L . vo n P a sto r , tp . tit., IV , I, p. 47, n. I. Efectivamente. Luía X II cambia decididamente de rumbo frente al papado sólo ai enterarse del acuerdo de Lila entre Maximiliano, Enrique V III y Femando (P asto r , ihid., IV , 1, p. 43), y dada la insistencia del clero y el pueblo, impresionados por los reveses militares del verano, j . Hergenrokther-H. L eclerq. H isttht das Coatí¡as. Paria, 19 0 7 -19 11, V III, 1, pp. 395, 409. Pero, por otra parte, queda el hecho de que, gracias al acuerdo, se ha producido una clarificación de la situación; importa sobre rodo el cambio de la política de I*cón X , paulatinamente inclinada a favor de Francia. Lo observa ya el 10 de diciembre Femando de Aragón, G . A. B frcíenruth, tp. tit., II, p. 133. * M. B r o sch , Gtstbicblt das Kirtbtattaaltt, Gotha, 1880, p. 4 1 ; V . C ía n , «A proposito di una ambasceria di M. Ptetro Bembo», en A rtbhrii Vtatta, X X X (18 8 3), p 3 8 1; II. U lmann , tp. tit., H, p. 497; F. N trrt, tp. tit., pp. - ! R. de M aulde . a C l a v ie r k , L taitt dt Saetía tt Fraattis 1, París, 189 3, pp. 363, 367; L . von P a sto r , tp. tit., IV , p. 64 y ss.; K . K a s e r , «D ic answartigc Politik Maximilians I», en M ittbtii. d. la tí./ , tsttrr. Cattbitbtsftrubaag, X X V I (1906), p. 6 13 . Luis XII se ha librado por fin de su abtdrtb/itíra Lagta de antes, M. von W o l p f , Uatmatbaagra %ar Vtaa%¡aaar P tiitík kaittr M axiatiiíaas 1. a-ábrtad dar L ijp ata Caatbrai, m il btstadtnr Btnítkiitbtigaaf Vtraaat, Innsbruck, 1903, p. 99.
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meses cuanto determinar la actitud de la opinión pública italiana, incluso en sus posibles transmutaciones. Como no queremos ahora formular una opinión, sólo merced a un análisis de este tipo se podrá arribar a resultados de algún valor. Observemos entonces el desenvolvimiento de la opinión pública en el periodo junio de 1 5 1 3 a junio de 1514. Ya hemos comprobado, repasando las cartas de Guicciardini, que el imprevisto resultado de la batalla de Novara determinó que los asuntos del rey de Francia comenzasen a declinar. Ya en julio hay júbilo en landres, previendo el total hundimiento de Luis X I I 51, y a mediados de agosto, en Roma, se hacen «muy tenues» las cosas de ese reino 52. Hacia finales de agosto, mientras se desarrollan las operaciones bélicas en la Picardía, las fantasías entran en ebullición y por todas partes surgen «vociferaciones» que les llenan las orejas incluso a los gobernantes italianos 5354 , y cuando por fin llegan noticias puntuales acerca de la batalla de Guinegate y la caída de Thérouannc, y luego sobre la batalla de Flodden, en Milán se celebra con redobles de campanas y fuegos artificiales la derrota de los f r a n c e s e s e n Roma están exultantes 5S, y los pronósticos se hacen cada vez más oscuros para Luis X II. Las cosas están en malos términos, declinantes, para Francia 56, y Ia:ón X , hablando con Marino Sañudo, le aconseja que no siga creyendo que Luis X II piensa en Italia, «pues ahora debe atender a salvarse» 57. junto con los ingleses se encuentran en suelo francés los suizos: tal parece que de un momento a otro la vieja monarquía está por arruinarse, y los observadores de los aconteci mientos aguardan algún nuevo derrumbe 58*. Por tanto, también los príncipes italianos, antes amigos o aliados 11 «Si l.uis de Francia escampa esta furia y tempestad, tendrá tazón de ser llamado rey», carta de Antonio Bavarin, de julio, llegada a Venecia el jo de agosto, NI. S añudo , op. t i!., X V II, p. 9. 53 M. S añudo, op. til., X V t, p. 648. 51 Carta de los Diez de Bailiazgo de Florencia a Bibbiena, del 18 de agosto, S añudo , op. til., X V II, n. >6. H Ibid., p. z ; ; A m rro g io da P a u ll o , op. tú ., p. j a i ; G . A. P rato , ap. til., p. 510. ss A, P k rrajoi.i , op. tú ., p. 4 j j ; P arís de G rassis , Diarium, ed. DclicatiArmelhni, Roma, 1884, p. 8; W. Rost op.-I- Bossi, V ita t pontificólo di Lame X , Milán, 18 16 -18 17 , V , p, i | | , la » franceses habían antes hecho correr el rumor de una victoria escocesa sobre los ingleses, y luego quedan sumidos en la vergüenza, J. S. B rfaver , op. til., I, 4 4 11; M. S añudo, op. til., X V II, p. 7 j. 54 F. G u ic c ia r d in i , Opere ieudite cit., V I, p. a ja (17 de septiembre); S añudo , op, t il., X V II, p. jo (carta del oratore, fechada en Roma el 6 de septiembre); cf. A. BUc.h i , op. til., pp. aj7-a|8. S añudo, op. t il., X V II, p. 47. ' M En Roma se dice que treinta mil suizos han entrado en BorgoAa y expulsarán al rey de Francia, S añudo , op. eú., X V II. p. J t . Uppomanno escribe el 16 de septiembre: «Allí en Roma se duda si Francia no perderá el Estado (...)», ibid., p. 7 j; el oralore veneciano Foscari, el 4 de octubre: «Las cosas de tos franceses (...) no podrían ir peor», ibid., p. 16a; desde F.spaAa, el oralore Badoero, el 16 de septiembre: «(...) y esc rey de Inglaterra (...) arruinará a Francia», ibid,, p. i6j; Antonio Bavarin, desde Londres, el i j de septiembre: «[Los] franceses están bajos de fortaleza. Esta vez tendrán su penitencia y pagarán el daño hecho a la pobre Italia» {ibid., p. 190), y el 14 de septiembre: «(...) ahora aguardamos la otra (victoria] que expulse al |rcy| de Francia» {ibid., p.
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de Luis X II, tienen que cambiar de rumbo; esto es lo que piensa Cassola, antiguo servidor de los Este y ahora al servicio de la casa de Sforza, quien el 24 de noviembre 1513 le escribe a Isabel d’Este para que persuada a Alfonso d’Este a no esperar nada más de Francia: «que yo, que vengo de allí, conozco la poca esperanza que tienen ese rey y esa reina, y su buena disposición para olvidarse de Italia» 59. Al mismo, tiempo, los que deben su fortuna a los reveses franceses cobran nuevos ánimos y, por boca de Morone, expresan su arrogante insolencia <0, y para acrecentar la excitación de la opinión pública no faltará siquiera, como remate, la palabra apoca líptica del fraile que profetiza las peores calamidades para la flor de lis dorada 61. De suerte que, entre agosto y noviembre, la opinión pública parece dominada por impresiones muy desfavorables para Francia. Con todo, a los observadores más inteligentes empiezan ya a asaltarles ciertas dudas: ¿es posible que la unión de los coaligados dure realmente hasta la victoria total? Francia no está aún comple tamente aniquilada y le quedan posibilidades de salvarse 62, sobre todo porque los ingleses, tras la victoria, proceden con lentitud 6i. 191), y Lorenzo Pasqualigo, el i S de septiembre: «Asi que la disciplina se le echa encima a Francia, tras haberlo hecho a otros (...)» {ibid., p. 234). Guicciardini, escribiéndole el 27 de octubre a lorenzo de Médicis, se expresa de esta manera: «(...) y la situación de ese rey (Luis X II). si es verdad, como acá se tiene por cierto, la decisión de los suizos de continuar la ruptura, u taínentra en m punto en que parece que tenga que esperar algo más que deliberaciones y remedios vanos (...)» (Opere medite cu., V I, p. 167). Nótese desde ahora la frase «se cncucnrra |actualmcntc| en un punto», que se parece mucho a la otra de Maquiavelo, «como ahora se ve efectivamente». n A . l.u/.io, «Isabella d'Este nei primordi del papato di Leonc X c il suo viaggio a Roma ncl 13 14 -13 15 » . en A rehirió Stonto Lombardo, VI (1906), p. 1) 1. *° «Al res et tempus eum monere debent, ut tándem aliena desinat appctrrc. Quin potius rebus suis sibique ipsi cónsul»! et praccavcat, ne quas aliis attulit iacturas (...) iustitia quae Dcus est in capul suum atiquando convertat», t i. Morone , «l.cttcrc ed orazioni latine», en Miteellanea di Storia italiana, II, Turin, 1863, p. 316. Mientras, en Milán, Massimiliann Sforza celebra «grandes triunfos» y manda invitar a «su amada, ea decir, la marquesa de Mantua», V. J oppi, «Diario del campo tedesco nella guerra véneta dal 1 3 1 1 al 1 j 16 di un contemporáneo», en A rtbivio Veneto, XXXV (1888), p. in. *' Fray Francesco da Montcpulciano, quien, en diciembre, se exhibe en Florencia «con tan espantables prédicas, que les gritaba a los espectadores, en medio de abundantes llantos: «¡Misericordia!» ( J acopo P itti , «DcIPIstoria Florentina», en A rthkio Storito Italiano, 1, 1841, p. 1 n ¡ cf. G . C ambi, «Istoric», Florencia, 1783-1786, en De/izit dti/i ernditi lottani, X X II, p. 38: L. I.AKD U Cci, Diario flortatino daI ¡4)0 a I t f t i , cd. Del Badia. Florencia, 1883, p. 343), y profetiza «(...) que el rey de Francia habla de aniquilarse, y uno de la casa de Raona predominarla en Italia», N. M a c h ia v e l li , L tttm /am iliari cit., C X X X V III, del 19 de diciembre. 62 «(...) pareciéndole |a Fernando el Cató!ico| que el rey de Francia, si se defiende por este año de los ingleses, quedará con una potencia que aún será de temer (...)», F. G u icc ia rd in i , O pm iiuditt cit., loe. eit„ pp. 236-137 (del 8 de octubre), y, efectivamente, Fernando se apresura a proveer para el año siguiente. u Acerca de la disminución de las actividades bélicas en el norte de Francia desdr principios de septiembre, F. G u icc ia rd in i , Sloria tfU alia, ed. cit., XII, p. 3. Cf. C. L an z , Akttattm kt and Brit/t z*r Cesebitble Kaiser Karlt V „ Vicna, 18 33.18 37, «Mon. Habsburgica», II, t, Einlritung, p. 138: G . A. B ergenroth , op. tit„ II, p. I.X X I I 1; H. Ú lmann , op. til., II, p. 47a; E . G a g lia r d i , op. til., p. 287 y n. 1.
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En resumen, no parece que la campaña tenga que llegar a resultados decisivos, incluso porque se acerca el tiempo malo, que, desde luego, obligará a suspender las operaciones militares64. Es cierto que quedan los suizos, en los cuales, en cierto momento, parecen cifrarse las mayores esperanzas de triunfo conclusivo 65; pero, por más que parezcan ferozmente airados contra Luis X II, no se cree que pretendan seguir la lucha hasta arruinar por entero al soberano, del cual obtienen, y esperan seguir obteniendo en el porvenir, gruesas sumas de dinero w. Y , en todo caso, el acuerdo de Dijon, concluido en momentos dramáticos para Francia, ha aliviado a Luis X II de un gran peso, permitiéndole recobrar el aliento y dejando, en cambio, insatisfechos a Maximiliano y Enrique VIII 67. Y , sobre todo, saltan a la vista los roces entre Fernando el Católico y Enrique V III, cuyas relaciones se han enfriado desde la primera tregua de abril de 1 51 j Fernando, como todos saben, sólo apunta a lo que le conviene y es hombre de dejar plantados a sus aliados si ello va en su provecho69. Por otra parte, Maximiliano aportará, como de*4 7 *• A mediados de octubre no se oye hablar ya de operaciones de guerra: «(...) T odo está Moronc y Caneciólo a Massimiliano Sforza el i ; de octubre. SUuethmee d i Sterít Ileiia iu , III, Turln, 1865, p. 140. V el 19 de octubre, lo ren zo de Mcdicis le escribe al cardenal Giutio: «(...) se veia y se ve que las cosas de Poniente no siguen ese camino, que haga hacer al emperador algo uuc sea de temer (...)», A. Zom, op. eit., p. 47; cf. también K G u ic c ia r d in i , Opere inedite cit., lee. eit., pp. a jó -iw 44 El 21 de septiembre, Guicciardini, que aún no tiene noticia del acuerdo de Dijon. escribe . que «la fuerza de la esperanza en esta empresa se reduce a lo que hagan los suizos», ibid., p. t | t . u El st de octubre, Lorenzo de Mcdicis le escribe a Giuliano, acerca de los suizos, en estos términos: «(...) y recientemente en Borgoña, que, como ven (...) la declinación de los franceses,, (...) se retiraron al país, no por otra cosa sino por mantener a Francia, de la que sacan y sacan ' dinero: y no engrandecer al emperador o a Inglaterra (...)», O. T ommasiki, op. t i!., II, p. 97b. También Lorenzo, escribiendo a Alfonsina Orsini el t8 de noviembre, prosigue: «Dice M. G oto que los suizos estén muy animosos contra los franceses, y mixime para mantenerlos fuera de Italia: pero que estén dispuestos por todos los medios a mantenerlos vivos», tbid., p. 98$. Mucho más notables resultan estos juicios por provenir del ambiente florentino. Efectivamente, los suizos no pensaban en una verdadera mutilación de Francia, E . G a C u a r d i . op. t i!., p. i s j . 47 G a g l ia r d i , ibid.. pp. 26) y n. 1, 288 y ss., 298. La decisión de Luis X II de no ratificar el acuerdo, demuestra cuánto había mejorado la situación de Francia desde el día en que l a Trémoille firmó, temiendo «tnut perdre». “ Ya el 7 de febrero de m i ; escribía Guicciardini: «Y si bien Inglaterra le promete gente |al rey de España), no se sabe, siendo de naciones distintas, y tiendo de esperar fas sospechas que nacieron el verano pasado, cuando estén en un mismo campo, qué frutos habré de dar esta conjunción.» Opere inedite cit., loe. eit., p. 174 (para las sospechas del verano-otoño de i ; t a , cf. pp. 88, 107, too, it8 , 12 ), i)o). La noticia de la primera tregua no debió de resultarle grata a Enrique V III, ii/el., pp. 197-199 (cf. Storu iI t ilia , ed. cit., X II, 1), y la desconfianza entre ambos soberanos persiste: «Como saben Vuestras Señorías, entre esta Majestad (el Católico| y el rey de Inglaterra, de un tiempo a esta parte, que esta Majestad hizo tregua con el Cristianísimo, no ha habido muy buenas disposiciones», Corsi desde Madrid, 1 ; de enero de 15 14 , A . D esja rd in s , op. eit., II. p. )9). m F.I 14 de diciembre de miz, es decir, unos meses antes de la conclusión de aquella primen tregua entre Fernando y Luis X II, que les habría abierto los ojos a todos acerca de las verdaderas miras del rey español, poniendo a Italia en una situación «de la cual se liberó más bien por el acaso que por razón» (ibid., p. 264), ya escribía Guicciardini: «(...) quien se va solamente en pos de lo que le conviene, sin respeto por nada», ibid., p. 162. El 29 de junio de 1 ; 15. en carta a
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costumbre, palabras y no hechos, perdiéndose detrás de sus vanos fantasmas 70. Pero si a un político enterado no podían escapársele las ocultas grietas que tan rápidamente desharían la coalición antifrancesa; si también el supremo objetivo de los coaligados, la destrucción completa de la potencia de Luis X ll y la conquista de Francia, estaba muy lejos de haber sido alcanzado, es verdad, sin embargo, que hasta diciembre, y especialmente en septiembre y octubre de 1513, la situación del Cristianísimo se consideraba muy precaria. ¿Se puede vislumbrar algún cambio en la opinión pública de allí en adelante? En este aspecto es menester examinar, ante todo, si no pueden existir divergencias de apreciación, debidas tanto a las diferencias de estado de ánimo, es decir, a las variadas predisposiciones afectivas, como a la diversidad de fuentes de información. Por un lado, Vcttori, por ejemplo, escribe todavía el 16 de mayo Salviari, crotore de Florencia en Roma, proseguía: «No sé si ésos prometen hacerlo porque lo quieren hacer (asaltar a Francia), pero estoy seguro de que, si lo prometen, no harán nada (...) al hacerlo no tendrán más respeto por otros que el que le tendrían al rey de Inglaterra (...). Vos conocéis la naturaleza de ésos y que, donde está su interés propio, poco respeto tienen de cualquier otra cosa (...)», ibid., pp. >) 3-1)4 . Hl 17 de octubre, hablando del proyecto de matrimonio entre el archiduque Fernando y Renata de Francia, quien llevaría como dote el Estado de Milán, vuelve a insistir «No sé actualmente cuál será en este caso la intención del rey de Francia; mas cuando él estuviese inclinado a ello y lo presentase de manera que ésos no abrigaran engaño ||//cl|, yo seguirá dudando de que. podiendo dar un golpe asi, se tuviese poco respeto del otro», ibid., p. 168. E l mismo día, Corsi, nuevo embalador florentino en España, en carta a Lorenzo de Mcdicis le habla de la llegada a la corte de un enviado de la reina de Francia cuya tarca consiste en proponer una paz o liga particular, o, por lo menos, una prolongación de la tregua que debe terminar en marzo de 1) 14; y prosigue diciendo que Femando les ha confiado a los agentes del Sumo Pontlficie y al embajador inglés, que no deseaba tomar semejante decisión «sin el pláceme de los confederados, a quienes no se debe faltar a la buena fe (...). A Su Majestad le fue respondido que recordara que cuando se trató de la tregua hecha [el 1 de abril | con los franceses por Su Majestad, para todos los confederados fue causa de muy grande escándalo, y que fue la causa de hacer venir este verano pasado los ejércitos franceses en tan grande número a Italia, y que los derrotó más bien á fortuna que la prudencu, el milagro que la fuerza. Y que aun cuando se tratase solamente de las tentativas, asi como de decisiones semejantes, necesaria mente debían generarse enormes sospechas en las mentes de todos los confederados, las cuales podrán ser causa de tristes efeoos, no menos perjudicóles para Su Majestad que para cualquier otro de los confederados», A . D esjaudins. op. t i!., II, p. 391. (Cf. también el modo más reverente de Guicciardini al rey. Opero inédito cit., loe. eit., p. 164.) Nótese el tono amenazador, a pesar de uc nos encontrante» en el momento más fe lá para los coaligados, a diez dias del nuevo tratado c Lila. También Corsi escribirá, el t) de enero de 1314 : Fernando quiere colocar a su nieto Femando, a quien ama entrañablemente, y mientras «no lo pueda hacer de cualquier manera con dignidad, esta Majestad andará siempre oscilando y aprovechando sin ningún respeto cualquier ocasión que le conduzca a ese fin (...)», D csjaroins, op. t il., II, p. 394. Sin embargo, el Católico es el que «da el tirón a la balanza», según escribe Raffacllo de Médicis a loren zo, el 1 de febrero de 1314 , ibid., p. 398. Tampoco este nuevo observador está, sin embargo, exento de dudas, «si se mantiene firme como promete». n «El Emperador (...) muele con la fantasía», Raffacllo de Médicis a Lorenzo, desde Malinas, el >0 de noviembre de 13 13 , D esjardins, op. eit., II, p. 390. Cf. también la opinión de Acciaiuoli, en Sañudo, op. eit., X V II, p. 94. Por otra parte, cuál era la consideración en que era tenido Maximiliano es algo que puede verse en el Ditttrto IV de Guicciardini, escrito en enero de 13 13 : •Queda, pues, el Emperador, respecto de si, inútil (...)», Opere inedite cit., I, p. 13 3 .
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de 1514: «No deseo comentar si para Francia sirve este parentesco o no, porque me parece llevado por la fuerza, porque ha habido ya muchos años de grandes gastos y tan mala suerte que creo que no veo la hora de estar fuera de la guerra.» 71 Pero a Vettori le tacha de partidismo antifrancés, precisamente Maquiavelo, desde el 10 de agosto de 1515 72. Paralelamente, de los países aliados contra Francia siguen llegan do durante mucho tiempo noticias catastróficas. El 6 de diciembre, Antonio Bavarin escribe desde Londres que todo va «contra Fran cia, como se merece», que Francia «pronto estará arruinada» y los franceses «tendrán que irse a paseo, y no podemos pensar en ningún remedio para ellos» 73. E l 24 de marzo, lorenzo Pasqualigo, exaltan do los grandes preparativos bélicos de Enrique VIH, repite: «Y como vos decís que Francia se hace poderosa al mostrarle la cara, os digo que tendrá dificultades para huir lo mismo que para quedarse, y lo veréis.» 74 Y , sobre todo, siguen los rumores acerca de la próxima llegada de los ingleses a suelo francés: se hace eco de ellos, el 1 de febrero de 1514, Raffaello de Médicis, en una carta a Lorenzo enviada desde Brujas, y caracterizada por una visión poco optimista de la suerte de Luis X I I 7S. Y en un tercer grupo de fuentes se pueden detectar alusiones a una situación desesperada de Francia, todavía en marzo-abril de 1514. Se trata de los despachos o comunicaciones de los que, de una manera u otra, participan en los tejemanejes de la política pontificia. Especialmente impresionantes resultan algunas expresiones conteni11 N . M a c h i a v f x u , L alltrt fam iliar, cit.. C X L V II. Esta opinión no honra demasiado la perspicacia de Vettori. 77 L etttn fam iliari cit., C X X X 1. Cf. la respuesta de Vettori, iU á., C X X X II. ” M. Sañudo, op. «/., X V II, pp. 441, 446, 447; tratar ¡ase de dos partes de cartas distintas, la primera escrita el 6 de noviembre y la segunda el 6 de diciembre. H. Bkown, Cahnáar c f Slalt rapan ¿y M aturripti Rtialicg te E*jtfiti A ffa irt, txitlicg m tki A rtU m acá ColUctioni c f V n itt, Londres, 119 4 -19 0 0 , 11, n. )6 t. Efectivamente, se trata de dos cartas, remitidas juntas y llegadas a Venecis el 4 de enero, pero escritas en momentos distintos. 74 IU á., X V III, p. i)8 (recibida en Vcnccia el a; de abril de 1114 ). Está claro que también los antifranceses de Italia recelan. El 18 de enero, Massimiliano Sforza habla de «el miedo que tienen» tos franceses. A. B úchi, c f. til., p. 29). 75 A. D esjard in s , cp. til., 11, pp. 197-598. El rey de Inglaterra esté muy dispuesto a hacer la guerra y desea emprender un esfuerzo mayor que el realizado el arto anterior; Margarita de Austria no piensa en otra cosa que en «avivar el fuego encendido» y tiene buenas perspectivas poraue el rey de Inglaterra y el emperador «tienen plena confianza en ella, y con ellos hace cuanto le place»; también el Católico ha prometido intervenir activamente, de suerte que todos «se inclinan completamente en favor de la destrucción del llamado Rey Cristianísimo, y dicen que disponen de los suizos a placen siendo asi, no veo que haya remedio». Pero ya el propio Raffaello, qu* también exhibe una pobre intuición política, advierte que los franceses «no demuestran tener muy en cuenta estas cosas» y manifiesta dudas acerca de Hernando, «{...) el cual es el que da el tirón a la balanza si se mantiene firme como promete». Pero los rumores no se apagan del todo: todavía el 11 de mayo llegan de Inglaterra noticias de una vigorosa reanudación de las hostilidades p
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das en la carta enviada por Ardinghelli, en nombre del cardenal de Médicis, a Goro Gheri, el 4 de marzo: «Pero esa Majestad rodeada ahora de tantos peligros que están todos presentes y los mira a la cara, dudamos mucho que no se arroje del barco para salvarse.» 76 Y otras también, incluidas en una carta de Pandolfmi y Acciaiuoli, del 30 de abril, a los Diez de Bailiazgo; ambos oratori **, declarando sus temores por el desembarco de los ingleses, «como es opinión de muchos», y por el poco cuidado que demostró el rey de Francia para precaverse, afirman que, al haberse reanudado la guerra por obra de los anglosuizos, «el infortunio de ellos quedaría totalmente en manos de la fortuna»; y prosiguen diciendo que «la desesperación y el miedo» pueden llevar a adoptar resoluciones precipitadas a Luis X II, molesto con esos cuidados y peligros, y deseoso de apagar «el fuego en casa» 7 7 listas expresiones pueden resultar aún más impre sionantes si se tiene en cuenta que Acciaiuoli, en otra oportunidad, se mostró más bien optimista respecto de los franceses 7S, y porque son en realidad una repetición de las afirmaciones que el mismo Acciaiuoli le hizo a Luis XII en persona79. Pero he aquí que a ellas se contrapone otro comentario, no menos claro y explícito, aunque de muy distinto tono. Porque el Papa, habiendo visto al rey de Francia «más gallardo que de ordinario», desde principios de febrero trata de reducir a los suizos a propósitos más moderados, y le escribe también a Acciaiuoli, «en buena forma, para que Su Majestad el Rey quede lo más satisfecho posible de Su Santidad el Papa» ®°; y, además, a principos de marzo, en la misma carta a (toro Gheri en la que hemos encontrado las alusiones a los peligros que corre Francia, se vuelve a insistir en la gallardía de ese país, que deriva de las gestiones de España y del emperador, «con motivo del casamiento» 8I. Nos encontramos, pues, frente a dos manifestaciones decidida mente contradictorias y que provienen de la misma fuente. Pero la 74 C. GuA sn, «I Manuscrito Torrigiani donan al Reale Archivio ('.éntrale di S u to di Pirenze», en A rebirh Stnricn UuIuiku, s . III. t. X IX (1874), p. j8. * (ton el nombre de oraton (oratori, en plural) se conocía a la persona que ciertos estados italianos enviaban en misión diplomática (como es el caso de Maquiavelo) ante los gobiernos r oran jetos, con carácter provisional y no como embajadores, de acuerdo con la significación que i »tr termino posee en la actualidad. («Y. d ti fi.) A l>KSjA«tm\>, op. d t., II. pp. 617-619. '* ÍÁ . la carta itct 5 de septiembre de i$» M. S añudo , op. d t., X V II, pp. 9^94. (arta a Gititiinij de Médicis del 10 de mam» de 1) 14 : «1.a Vuestra Majestad debe considerarlo bien todo (...) y no dejarse llevar a la desesperación por los presentes peligros «■ Migado por li*s peligros y trabajos en que se encuentra (...)», D esjaro in s , op. d t„ II, p. 60a, *" Del cardenal de Médicis a lorenzo, 8 de febrero, A. G iokgktti, «l-orcnzo de M edia, Duea di Urbino c Jacopo IV d'Appiano», en A rebirh Storico Italiano, 1. rV, t. V III (1881), p. jio . w C G ua'TI, op. d t., p. 57.
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aparente antinomia se resuelve en seguida, porque, si se examinan detenidamente las alusiones cargadas de pesimismo respecto de Luis X II, se advierte que, en realidad, sólo reflejan las preocupaciones de la diplomacia pontificia, que residen en el temor de que Luis X II no establezca el parentesco con Fernando, esto es, que no consienta en casar a su hija Renata, que llevaría como dote Milán, con el archiduque Fernando, nieto del Católico. La perspectiva de semejan te matrimonio llenó inmediatamente de alarma y trastorno a la curia romana M. León X «teme que se consume el parentesco de la hija de Francia con Kspaña (...) y cuando se consumase, Su Santidad no quedaría muy satisfecha respecto de los asuntos de Italia»83. La supuesta deliberación de Luis X II es «en todo contraria al designio y deseo de Su Santidad», y la unión proyectada «importa y pesa tanto, que bien mirado, no se dejaría de hacer nada por interrum pirla» M. Todavía el 15 de abril, hablando con Bembo y Querini, León X dice sospechar que el Cristianísimo desea llegar a un acuerdo con el Católico y Maximiliano, «y aunque Nos (...) hemos tratado de impedir tal encuentro» 85. Precisamente una preocupación similar es la que impulsa a Acciaiuoli a efectuar todo el razonamiento que hacia el 20 de marzo le plantea a Luis X II, en el cual las frases graves del tipo de «no dejarse arrastrar a la desesperación por los actuales peligros» tienen por objeto desviar al rey de Francia de ese proyecto poco grato para la curia pontificia. El excelente diplomático se presenta ante el rey tras haber recibido una carta de Giuliano de Médicis, en la que se hacen «prudentes consideraciones» acerca del matrimonio y de los futuros peligros de la Iglesia y de la Italia toda 86; y dado que tiene noticia de que el asunto no está todavía concluido, sino que existen sólo «gestiones (...) y ánimo» de concluirlo, cree oportuno tthablar extensamente al rey, por considerar que así podrá más fácilmente lograr Ia disuasión de ese casamiento», concluyendo su aserto con una propues ta que esclareciera con vivas luces todo el coloquio: Luis debe* “ F. N irri, op. d i., pp. j j , 40-41; L. von P asto», op. rít., IV , I, pp. 6o-6i. u De Baldassarc da Pcscia a Lorenzo de Médicis. i j de marzo ae 1 11 4 (refiere un diálogu con el cardenal de Médicis), W. R oscoe, op. d i., V I, p. 100. H C. G uasti, op. d i., pp. J7, * 1. ** V. C ían , op. d i., p. 59; (el diálogo tuvo lugar, no el día anterior, como por error dice Cian, p. 568, sino el 1 ; por la mañana; y en presencia, no del orator, veneciano, que no está «bien dispuesto», sino de su secretario). H Asi como ardientes recomendaciones de la curia pontificia para que se rompa «esta gestiAn de casamiento», que «da a Nuestra Santidad disgusto y asombro», C. G uasti, op. rít., p. 6t (11 de marzo).
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«solicitar de nuevo al Papa que predisponga favorablemente a los suizos y a Inglaterra, porque está en el ánimo de Su Santidad el no abandonar las cosas vuestras y hacer todo lo que sea posible por el bien vuestro»87. Promesa de benévola intervención que se inspira directamente en los proyectos de Roma; y Acciaiuoli llega a tanto que aconseja a Giuliano, en la continuación de la carta, que hasta se permita a Luis X II, />/ extrema ratie, volver a ocupar Milán; ¡hasta ahí llega su preocupación por el matrimonio! 88 A esta altura se perfila de golpe toda la política de León X entre marzo y agosto de 1 514: reconciliar a Francia con Inglaterra y los suizos para impedir el acuerdo Francia-España. También en la carta del 30 de abril, Acciaiuoli y Pandolfini hablan de la desesperación de Luis, precisamente para llegar a la conclusión de que tal estado puede llevarle a «recurrir a estos parentescos», y que es preciso, en consecuencia, intervenir para apaciguar verdaderamente a los suizos y quitar «de encima a esta Majestad los peligros y trabajos que puedan hacerle desembocar, por lasitud o desesperación, en tomar esos partidos». El fantasma que se cierne sobre las mentes de ambos diplomáticos es siempre el mismo. Pero, aunque para ellos y para sus amos, el matrimonio o, mejor dicho, el proyecto de matrimonio, era una salida desesperada, también era lícito que los que no compartieran las preocupaciones pontificias juzgaran de otra manera, concluyendo, por ejemplo, que el sólo motivo de haber hecho cundir la alarma, con proyecto tan cacareado 89 en la curia papal, hasta inducir a León X a ponerles buena cara a los franceses y a entrometerse en favor suyo, constituía ya para Luis X II un sonado éxito que le recompensaba con creces del contratiempo sufrido en la cuestión del concilio. No podía darse mejor confirmación de los efectivos beneficios recogidos por el rey de Francia que el contenido de las cartas del 20 de marzo y 30 de abril de Acciaiuoli y Pandolfini, que aconsejan acudir en su ayuda por la vía diplomática. Y si ahora el embajador francés en Roma es 17 Y a ames es interesante ver cómo Acciaiuoli trata de convencer a I.uis X II de que el Papa Ir tiene buena voluntad: carta a los Diez de Bailiazgo del 17 de enero de 1 \ 14, A. D esjardins, /*> <7/., 11, pp, 595-596. Además, desde Roma le han escrito ya a principios de febrero recomendándole que insista en tocar esa tecla, A. G iorgf.t t i , op. cit., c idénticas recomendaciones *«■ le hacen el 5 y el 15 de marzo, C. G uasti, op. cit.%pp. 59 y 61. 0 A. D esja rd ín s . op. ciLt II, pp. 604-605. Dada la situación, hay «necesidad de calor y madura resolución». Toda esta carta es de importancia fundamental para’ comprender el juego de !» diplomacia pontificia y, al mismo tiempo, para advertir su inquietud. Y con designio: «(...) el rey [l.uis X II], mientras Je quejaba alguna esperanza de que la lama de este manejo, la cual de/ibrradameatt divulgaba, pudiera por su propio interés mitigar en beneficio suyo loa ánimos de los demás, alimentaba Je buen grado las dificultades que de ahi provenían», F. G u iccia rd in i , Storia ¿Ita lia , X II, p. 4.
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recibido y escuchado de buena gana «a cualquier hora» por Su Santidad, que antes «no quería ni oír hablar» 90 de ello, he aquí un primer efecto de la desesperación de Luis. Las afirmaciones pesimistas de este tercer grupo de fuentes no sólo tienen, pues, un valor decisivo, sino que más bien logran el efecto contrario al demostrar que las maniobras diplomáticas del rey de Francia van, lenta pero seguramente, logrando sus objetivos 91. Porque, aunque un Pandolfini pueda todavía hablar de condiciones desesperadas de los asuntos, otro observador que no esté condicio nado por sus mismos intereses y preocupaciones puede llegar, en cambio, a la conclusión de. que el papel del desesperado, o, si no propiamente del desesperado, del hombre inquieto, más bien lo desempeña en todo este negocio el papa León X. Y es precisamente en ese cambio de la situación promovido por las astucias y las intrigas diplomáticas en lo que se apoyan los rumores que revelan optimismo por Francia. Además, el hecho de la reconciliación de Luis X II con León X , aunque por un lado sea indicio de las graves condiciones en que el rey llegó a encontrarse] en el verano y otoño de 1513, por otro lleva también a un primer esclarecimiento de las mismas. Luego, a partir de enero de 1314, empiezan a llegar las noticias más dispares acerca de los enredos en que a la sazón se debaten, especialmente, las diplomacias francesa, pontificia y española; noticias que también pueden ser, y la mayoría de las veces lo son, contradictorias, dejando a veces entrever la posibilidad de inminente acuerdo entre el Cristianísimo y los suizos o Inglaterra, para inmediatamente dejar paso a nuevas amenazas de guerra, pero que, por el solo hecho de propalarse con tama insistencia 92, demuestran de manera patente que la coalición anti francesa se va descomponiendo para ser sustituida por una nueva y no del todo previsible distribución de fuerzas. 90 De Turim a Lorenzo de Mediéis, 18 de abril de 1 1 1 4 , A. D f s j a r d i s s , op. rít.%11, p. 61 j 1.a fe y el amor del Sumo Pontífice hacia Luis X II, «desde hace un tiempo se han multiplicado cana a Acdaiuuli del 11 de marzo, C. G uasti, op. «/., p. 61. 91 Tanto más cuanto que, para Luis, el proyecto de matrimonio era sobre todo un medio de deshacer la coalición adversaria y no tenia intención alguna de cumplir después su promesa, listo se deduce de sus palabras de finales de mayo a Pandolfini, A. D fsja rd in s , op. cit.h II, p. 62a. ( ( I F. G uicxiau dini , Storia ¿ Ita lia , cd. cit., X II, p. 4). Este sutil juego diplomático llega en determinados momento a ser intuido por el Sumo Pontífice, quien lo considerarla «un rasgo «I* sabio»; pero l
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Efectivamente, desde el 13 de enero corre el rumor de que el Papa desea poner de acuerdo a Francia e Inglaterra 93, y he aquí que desde febrero corren rumores de acuerdos entre Luis X II y Feman do y sobre el proyecto de matrimonio entre Renata y el archidu que 94, hasta que llega la noticia probada de la tregua, que determina el principio del cambio diametral de la situación. Esto, no solamente porque el rey de Francia se ve por fin liberado de sus incomodida des, por lo menos las de un lado 9S, sino porque ante este hecho la liga antifrancesa debe considerarse virtualmente disuelta. El primer efecto del acuerdo es la ira y el desprecio del rey de Inglaterra, que se ve estafado por segunda vez queda abierta la vía para la reconciliación con Luis X II, y no parece inverosímil lo que el propio Maquiavelo escribiría el 16 de abril: que de una buena vez se 93 M, S añudo , op. eit., X V II. p. 4 71. 99 Tras la advertencia de Guicciardini del 17 de octubre {Opere ineJite cit., V I, p. >68), ya el 10 de noviembre de 1 1 1 3 Rafeadlo de Médicis menciona los acuerdos matrimoniales entre Francia y Espada, A. D f.sja rd in s , op. ti/.. II, p. 390. Luego, nuevamente Corsi. desde Madrid, el 13 de enero, ibld., p. 394. El 1 2 de'febrero corre en Roma el rumor de que se ha concluido una tregua por dieciocho meses entre ambos reyes, J . S. B rf.wf.r , op. ti!.. I, 4716. En marzo, las noticias sobre los acuerdos y el matrimonio puede decirse que son cotidianas, C. G uasti, op. a t., pp. 37, 38-59, 60, 6 1; M. S añudo, op. eit., X V III, pp. 13 (7 de marzo), 33 (Roma, día 11) , 35 (día 13), 58 (Roma, día ao), 60 (desde Francia, 4 de marzo). Él 13 de marzo circula por Vcnccia la novedad del acuerdo «cómo se ha hecho la tregua por un año del rey de Francia con el rey de España; etiam se cree que seguirá el acuerdo con los suizos, con los que hay diligencias muy estrechas, y con Inglaterra hay algunas gestiones de acuerdo (...)», M , p. 6* (desde Lyon, de! 16 de marzo). En esta breve relación queda caracterizada toda la situación del primer trimestre de 1314 . 93 Para la satisfacción de los venecianos ante el anuncio de la tregua que libera al rey de Francia, al menos de una parte, cf. II. B ro w n , op. cit., II, p. 388. 99 Lorenzo Pasqualigo. el mismo que el 24 de marzo escribía que Francia «tendrá dificultades para huir», escribe el 11 de abril (carta recibida en Venccta el 6 de mayo); «Este rey de España ha vuelto a hacer tregua con Francia y ha traicionado a esta Majestad ya por dos veces, el año pasado y este año, y sin su consentimiento ni conocimiento; que si fuese buen cristiano no tendría estas maneras; un día le llegará la suya. Dios lo querrá», M. S añudo , op. eit., X V áJI, p. 18 1. (Ya en septiembre de 1 513 auguraba que pronto el Católica habría de sufrir el castigo, consistente en la pérdida de Castilla, que debería devolver al archiduque Carlos, por «sus malos comportamien tos y falta de buena fe (...)», ibid., X V II, p. 234. Un juicio severo sobre el rey de Aragón es también el de Acctatuoli, del 20 de marzo de 15 14 . D f.sja r d in s , op. eit., II, p, ñoó.) El orolort del rey de España no osará, pues, presentarse ante Enrique V III, «(...) sabedor de su mala disposición hacia su señor», Pandolfini, carta a los Ocho de la Gestión, del 16 de julio de 15 14 , ibta., p. 642 (son continuadas las alusiones a la irritación de Enrique V III, pp. 614, 626, 630, 644; cf. J . S. B kf.wrr , op. cit., I, 48A4, y G u icc ia r d in i , Storia t í Italia, ed. cit., X II, p. 6). Como consecuencia, los vientos cambian también por la pane inglesa; Pasqualigo advierte en la misma carta: «El pasar el mar por esta Majestad creo que será más largo de lo que me pensaba, a causa de las muchas diligencias que se hacen en cada bando (..,).» A finales de abril no se habla más de guerra, sino de arreglos; S añudo, op. eit., X V III, pp. 197-198. Ni le resulta grata, por cierto, la tregua a Margarita de Austria: «(...) le roy catoliquc parle tres bien pour lui seul (...)» (,.. el rey católico habla muy bien para él solo), A. Le G i.ay , Ktgocianoas diplomatiqmt entre la Trame el 1 Antricbe, dttrant tes trente premieres années tbt X V 'ltm t sítele. París, 1843. 1, p. 570. También en Italia causa enorme impresión: los adversarios de los franceses, aunque se creen seguros por las promesas del emperador y de Enrique V III, por otra parte miran con inquietud lo «que con la tregua ha demostrado el católico rey», carta de G . Morone, en Mitcellanea di Storia italiana, III cit., p. 189. Según el «rumoreo», el Estado de Milán estaría en peligro, y el Católico tiene que dar seguridades, tkid., p. 19 1. Y véase la carta del 29 de marzo, de Massimiliano Sforza a Enrique V III, con postscriptttm de puño y Ierra del duque, rogándole al rey que le de su apoyo, B rf.w rr , op. eit., 1.4 9 2 1.
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pondrán en descubierto las trampas de Fernando, y amigos y enemigos se unirán contra él por ser la causa de sus males 97*9 . 10 También se ha aplacado la situación en el sector borgoñón-suizo; aunque las noticias sean contradictorias, habiendo quien habla de acuerdo y quien lo n i e g a p o r lo menos parece cada vez más dudosa, también aquí, una reanudación de la guerra. En cambio, empiezan a ser frecuentes los rumores de acuerdo entre Francia e Inglaterra; circulan ya vagamente, como hemos visto, el i j de enero y vuelven en marzo, para cundir cada vez más entre abril y mayo " , llegando, por fin, a un diapasón tan agudo que en Roma, hacia mediados de junio, se llega a apostar «en bancos» que el acuerdo se producirá 10°. Y mayor consistencia cobran los rumores por el hecho de verse más netamente orientada la política papal a favor de Luis X II, que parece incluso tan decidida por la lis de oro que Morone se alarma, y, desde el 9 de mayo, teme que l^eón X , abandonadas las gestiones con los suizos, no emprenda alguna otra, «la cual en apariencia le sea más útil y honorable, aunque sería nuestra ruina» 101*. Incrementa la eficacia de esas tendencias el violento soplo de w \jttttrt jam iliari cit., <1X 1.V. * P.n marzo se afirma en Roma que el rey tic Francia logrará un acuerdo con los suizos, M. S añudo , op. cit., X V I 11, p. $8; y tamhicn Pandolfint envía noticias optimistas a Lorenzo de Media* el 9 de marzo. A, D k s ja r d im , op, cit,, II, p. 613 (noticia importante, precisamente por llegar al ambiente florentino). Pero, a la inversa, la cuestión queda luego postergada indefinida mente, ibi'd., pp. 6 17 (30 de abril), 614 (9 de mayo), 6t6 (24 de abril); fi. G uasti, op. cit., pp. 63 (28 de marzo) y 64; en realidad, todavía en abril naufragan las nuevas propuestas de acuerdo ofrecidas por Luis XII a través de embajadores ¿abóyanos, D fsjardsns , op. cit., 11, p. 614; E. G a c íl ia r o i , op. cit,, pp. 319*320. Aún el 28 de mayo, según noticias llegadas a Roma desde Flandes, unos embajadores suizos se presentarían a Enrique VIH para llegar a un acuerdo con él contra el rey de Francia, S añudo , op. cit., X V III, p. 236 (efectivamente, uos embajadores arriban a Inglaterra, J. S. llRhwwi, op, cit,. I, 4970). Pero Guicciardini, aludiendo el 23 de febrero a tos rumores que corren de otra reanudación de la guerra en Borgorta, escribe: «Creo sin embargo que son palabras (...)», K. Z a n o n i , mente di Vruneeico Cnieciardini, Florencia, 1897, p. 388. Por otra parte, una vez encaminadas las conversaciones con Inglaterra, Luis XU está muy dispuesto, en caso de feliz conclusión de las mismas, a no conceder ni un escudo a los cantones: Pandotfini a lorenzo de Mediéis, 22 de mayo, D fsja ro in s , op. cit., II, p. 621. 99 Baldassarc Turini, desde Roma, a Lorenzo de Médicis, el 22 de mar/.o, noticias de Esparta; «(...) algunos rumores de acuerdo», ibid.%p. 612. F.l Papa, que desea reconciliar a ambas potencias, ya «ha dado algún comienzo», del mismo al mismo, 18 de abril, iM d„ p. 614, cf. 613 (aj de mayo), 620 y 621 (9 y 22 de mayo), 623 (30 de mayo), 623 (entre el 30 de mayo y el 4 de junio), 629-63© (8 de junio). S añudo , op. cit., X V III, pp. 33 (ya el 11 de marzo se empieza a hablar en Roma de un matrimonio de Luis XU con la hermana de Enrique V III), 204, 210 (21 de mayo), 118 (29 de mayo), 236 (t de junio), 244 (desde Roma, 31 de mayo, cartas de Londres a los banqueros), 243 (3 de junio), 246 (misma fecha, pero de otra fuente), 138 (9 de junio, carta de Londres), 260 (10 de junio, carta de Francia diciendo que estaría ya convenida una tregua de dieciocho meses), 261 (carta de Roma), 272 (13 de junio), 277 (17 de junio). 100 S añudo, op. cit., X V III, p* *92. '0I Op. cit., p. 194. tü Papa se na «volcado» a favor de los venecianos contra el duque de Milán, A mbrosio da P aulm », op. r//., pp. 337 y 340. Desde noviembre de 1 3 13 , l^cón X gestiona!» ante los suizos a favor de Luis X II, U. G a g lia r d i , op. cit., p. 314; y, por otro lado, aparece ante los coaltgados como un aliado poco fidedigno, inclinado como está hacia las ansias dominio de Giuliano de Mcdkts: Morone al cardenal Schiner, MisceUanta di Storia italiana, 11 cit., p. 341 (para la fecha de la cana, principios de marzo de 13*4. cf. A. B úchi. op. cit., p. 300).
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antiespañolismo que sacude a toda la península 102 y que hace que los ánimos se sientan más inclinados a aceptar, aun sin demasiada convicción, todo cuanto parezca servir para crearle molestias y dificultades al Católico. Como resultado inmediato de esta mutación de la situación diplomática general surgen otras conjeturas. Las primeras atañen a una nueva entrada de los franceses en Italia; se habla de ello, en verdad, desde el acuerdo de Dijon, y a mediados de noviembre y principios de diciembre IM, pero vuelven a arreciar los rumores en enero *104, porque Trivulzio estaría ya nada menos que en los Alpes y dispuesto a bajar a la llanura 105*. Con el desarrollo de los acontecimientos, la fantasía de los amigos de los franceses empieza a saborear, «con ágil esperanza», esa posibilidad, en tal medida que el 17 de marzo, Alviano, capitán general veneciano, aconsejando a Padua la Serenísima que de ninguna manera acepte el laudo papal sobre las diferencias entre Venecia y Maximiliano, escribe con ingenua confianza: «(...) y con el dinero se les dará que se puedan mantener muy bien Padua y Trfcviso; en esto será lo que Dios quiera, y Francia vendrá a Italia (...)» ,06. A mediados de junio, cuando en Roma se hacen apuestas sobre si el acuerdo Francia-Inglatcrra se producirá o no, se afirma también que, para septiembre, el rey de Francia estará en Italia «y tendrá Milán, pero no los castillos, y toda Roma desea esto» ,07. Todavía en agosto, Capilupo, secretario de Isabel d’Este, sigue creyendo en la invasión ,0Í, y en Roma se hacen apuestas, a 12 ducados por ciento, de que los franceses estarán en Italia hacia septiembre ,09. La segunda conjetura es de una gran liga del Papa con el rey de Francia, Venecia, Florencia, los suizos y otros pequeños estados IW El )t de mayo acríb e Lippomano: «(...) allí en Roma. del rey de España y los española, nadie habla bien de ellos, y sienten odio en « to s tiempos allí en Roma, y t«xlos los <|uerrian ver fuera de Italia (...)», M. S añudo , op. ti/., X V III, p. as t . El mismo, el i* de junio: «(...) y toda Roma d a c a a t o ¡que el rey de Francia tenga Milán], y que eche a los españ ola de Italia (...)», M i., p. aya; c insiste el día a i: «(-..) contra española, que tixlos odian (...)», p. $01. C f. también cana de Maquiavclo del 16 de abril, C X I.V , y L . von P astor , op. til., IV . t, pp. 61-64. '•> B ú ch i , op. ti/., pp. a(9 y A77; G a c l ia r d i , op. t il., pp. a j í y j i a - j t j ; S añudo , op. til.,
XVII, pp. jiS. jjj. 54).
104 S añudo , op. t il., X V II, p. 490. 104 ¡biá., pp. 49¿ y yaa. También Pandolftm, el 9 de marzo, se refiere a la posibilidad de la nueva invasión, y a las tropas concentradas cerca del confín, D e sja r d in s , op. t il., II, p. 616. "» IM .. X V III. p. jo. ,m /MI., p. 19a. Por otra parte, Luis X II parece decidido a la invasión, a su debido tiempo, que s a la comandada por d duque de Borbón (Pandolfini a Ijire im i d e Mediéis, 50 de mayo), D k s ja r d in s , op. t il., I Í , p. 6 1 j (todavía el 10 de julio, Pandolfini sigue aludiendo a la posibilidad de la empresa, iU é., p. 659). Francisco de Angulema, además, jura y perjura que la lucha se reanudará, R. ott M a u l d r L a C l a v i m p , op. tit., pp. j j j , 560, 564. '<* A . Luzto, «Isabclla d’ Este nci primordi del papato di Leone X » cit.. p. 140. * M. S añudo , op. tit., X V III, p. 446.
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italianos, cuya tarea primordial seria, desde luego, la expulsión de los españoles "°. Con toda esta maraña de noticias e hipótesis, las opiniones generales acerca de la situación de Francia van cobrando paulatina mente un tono muy distinto del que predominaba en septiembre y octubre de 1513. Y a en febrero hay quien afirma que Luis X II podrá resistir bien incluso un nuevo ataque de los ingleses 11 *; en febrero y marzo, como se ha señalado ya, en los mismos despachos de la diplomacia pontificia, aunque por un lado se habla de la desespera ción del Cristianísimo, al mismo tiempo se alude, sin embargo, a su gallardía (y se ha visto ya cuál es el significado y el valor de esas gestiones contradictorias); y, sobre todo, se advierte, precisamente en esa diplomacia, una cierta cautela en los tratos con Luis X II, un cuidado en no herirle ni contrariarle, lo que resulta muy elocuente de acuerdo con lo que en realidad se creía por aquellos días ,IZ. En mayo, las previsiones están decididamente a favor de los franceses: «(...) el Papa está a la expectativa de lo que ocurra entre Inglaterra y Francia, y según como Francia prospere en Italia, así será el Papa para con Francia» m . Así que los venecianos, que a principios de diciembre de 1513 creían inminente la ruina ,M, ahora se dan cuenta de que las cosas van mejorando y que ha llegado el momento de respirar U5. Morone, en cambio, tan jactancioso en diciembre de 1513, es presa de una nueva angustia, creyendo ver a sus espaldas el ejército del Cristianísimo: desde el 9 de mayo no puede ocultar cierta inquietud ,w; el 3 de julio, en carta a Alberto*124 1,0 p. t)6 . La noticia se difunde en Roma por el correo, «de boca en boca», y es referida al senado de Veneaáa por el oratore Fiero 1-ando en carta del 27 de mayo (cf. V . C ía n , op. cit., p. 375). Uppomano la confirma en cana del 3 de junio, ibid.%p. 230. Asimismo, A msrogio da Paullo , op. «/., p. 339. Las primeras alusiones a la liga entre d Papa, Francia y los suizos, se encuentran ya antes de las cartas de Turini del 16 y iS de abril, A . D esja a d in s , op. «/., II, pp. 6 1 ) , 614. m Se deduce de la carta de Pasqualigo, ya referida, expedida en Londres el 24 de m ano: «Y como vos decís que Francia se hace poderosa al mostrarle la cara (...)», S añudo, op. r;/., X V III, p. 1)8. Dado que una carta entre Vcnccia y Londres tenia un mes de viaje, resulta claro que el ánimo de los amigos y sostenedores de los franceses en Italia había vuelto a elevarse desde febrero. 112 F.I Papa no quiere molestarse con el rey de Francia ni con el de España y, por tanto, le place el matrimonio de Giuliano con Filiberta de Saboya (Alfonsina Orsini a Lorenzo de Mcdicis, 9 de febrero, A. Z o st, op. /., p. 29). Lorenzo está de acuerdo, «por los respetos que se tienen a Francia y F.spaña» (Lorenzo a Alfonsina, 14 de febrero, tbid.%p. 40). Véanse, por lo demás, las cartas a G ofo Ghcri y a Acdaiuoti, ya citadas, y también las del 23 y 18 de marzo y 4 de abril, C. GiMSTt, op. «/., pp. 56-39, 6 1, 62-64. m Lippomano desde Roma, M. S añudo , op. tii.%X V III, p. 2)6. 114 /Mr., X V II, p. ))4 , «(...) todo contribuye a nuestra ruina (...)». I,s «(...) tos nuestros tienen buena voluntad (...)» (to de junio), ibid.t X V III, p. 260; «(...) los del Consejo de X (...) tienen buena voluntad (..,)* ( 1 ) de junio), p. 266;«(...) los sabios dicen que las cosas van bien (...)» (t 5 de junio), p. 272. 1,6 Carta ya recordada, en Misctllama d i Storia Italiana cit., III, p. 194.
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Pió da Carpí, le da a conocer la triste situación del ducado de Milán y sus temores de una nueva invasión francesa; el 17, en otra carta a Marino Caracciolo, confirma sus preocupaciones, que reitera nueva mente en la epístola al emperador, del 27 de julio; por último, el 13 de agosto, ante la noticia del acuerdo anglofrancés, deja escapar su grito de angustia: «linim vero si Gallus occasione uti sciat, de nobis conclamatum est, nam illc suaptc viribus fortissimi adiunctis alterius potentissimi opibus iamiam irreparabilis erit.» 1,7 Quizá ningún testimonio podría mostrarnos mejor la mutación producida en la situación real y en la opinión pública, en aquellos meses, que otro curioso episodio de la vida florentina. La víspera de san Juan, por la noche, se representó en la plaza pública el triunfo de Camillo, con un carro triunfal que figuraba la expulsión de los bárbaros de Roma por obra del héroe 118. Ahora bien, Lorenzo de Médicis temió que se hiriera la susceptibilidad francesa y escribió de inmediato a Pandolfíni, rogándole que previniera al Cristianísimo y a los miembros de su Consejo, «narrándoles y leyéndoles c interpre tándoles con qué fin se representa este triunfo (...), que en realidad no alude más que a la expulsión y posterior reivindicación de la casa de Médicis» ll9120 *. Las justificaciones anticipadas como ésta son bastante elocuentes y no se acostumbra a presentarlas a nadie que esté en «declinación». La conmoción es, pues, profunda; Luis XII, que en octubre de 1513 parecía al borde de la ruina, se convierte en realidad poco menos que en árbitro de la situación, entre el Papa que trata de hacerle reconciliar con ingleses y suizos y tenerlo tranquilo, un Enrique VIII enfadado con sus aliados de la víspera y un rey de Kspaña que lo presiona «más de lo corriente», para asociarlo consigo y con el emperador, y que le hace «ofertas muchas» ,2°. Y de ese vuelco, la opinión pública se ha dado cuenta hace tiempo; lo resume en pocas palabras Pandolfíni, aun antes de concluirse el acuerdo 1,7 Misceilanea di Storta Italiana cit., II, pp. j p - j j j. S54. 366, )8o, y cf. III, pp. 199-200 (10
de agosto). na 1.. L a n d u c c i , Diario cit., p. ) 4 f í C a m b i , «Istoric» cit., p , 46. 1,9 A. G eorgetti. op, r/7,, p. 2)6. Cf. al respecto los prudentes consejos de Baldassarc da Pcsci», W. Ro.scoe, op. tii.t V I, p. 224 (del 8 de junio). 120 Porque el Católico teme el acuerdo entre Francia e Inglaterra, A. D esja rd in s , op. cit., II, p. 6)9 (de Pandolfíni a Lorenzo de Médicis, 14 de julio). Y véase con qué impaciencia, que deja entrever su inquietud, sigue Fernando el desarrollo de las conversaciones francoinglesas, en julio, (>. A. B f.rgf.nroth , op. cit.t II, p. 179. Pero ya el )o de mayo, Pandolfíni le escribía a lorenzo: ■ Nunca alcancé a imaginar cuál es Ja causa que induce a España a empeñarse tan decididamente para aametar las cosas tie esta Majestad (Luis X II], como nó sea por el parentesco de su segunda hija con el hermano del archiduque (...)», D fsja rd in s , op. rit.% II, p. 622. Efectivamente, desde los primeros meses de 1 1 1 4 , Francia era «cortejada», II. L’ lmann , op. cit., II, p. 488.
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anglofrancés l2>, y también, en un juicio claro y preciso, I.anducc¡ ,22. En Roma, donde en septiembre de 1515 había exultación por las victorias inglesas de Guinegate y Flodden, ahora, el 2 de septiembre de 1514, se celebra solemnemente, con misa cantada en Santa María del Popolo, indulgencia plenaria, cantos y fuegos artificiales, el anuncio de la alianza francoinglesa ,2J. Luego, si se asiste a un cambio de la opinión pública acerca del cual no hay duda posible, por lo menos en sus lincas fundamentales, ¿cuál era al respecto la opinión de Maquiavelo? También en este caso es menester resolver una premisa: ¿cuál era la afección del escritor, esto es, en que estado de ánimo le afectaban las noticias y los variados rumores? Afortunadamente, la respuesta no es difícil: el autor de E l principe se inclina por Francia. El mismo nos describe su estado de ánimo en la carta a Vettori del 10 de agosto de 1)13: «Vos no queréis que este pobre rey de Francia recupere la Lombardía, y yo lo querría. Dudo que vuestro no querer y mi querer no tengan un mismo fundamento en una afección o pasión natural, que os hace a vos decir que no y a mi que sí.» *124 Pero podemos encontrar más indicios de esa afección: véase, por ejemplo, en qué términos habla Maquiavelo de la anexión de la Navarra española por Fernando de Aragón: «(...) si no fuera por la anexión de Navarra, que se hizo antes de que Francia saliera en campaña, y quedaban uno y otro ejército [el español y el inglés] vituperados, que hasta entonces no habían cosechado más que vergüenza, porque el uno, nunca salló de su escondrijo de Fuenterrabía, y el otro, se retiró a Pamplona y con dificultades la defendió (...)» m. Es un juicio severo para con los aliados y especialmente para
111 «(...) y u l siguiendo, k ve totalmente dada vuelta esa unión que cnuc estos principes ha habido hasta el píeseme y venirse a nuevos designios e inteligencias», D r s ja r o in s , »p. «/., II, p 641 (19 de julio). 1,1 «Y en estos tiempos |últtmos meses de i 114 ] el rey de Francia tomó por mujer a una hermana del rey de Inglaterra y mucho consolidó el Estado suyo. Todos juzgaban que podía con esa fuerza enseñorearse en Italia», O iérit cit., p. 549. ,u P a s is DRG r a s s is , Diiiritm cit., p. 19; 1.. von P a sto r , «a. IV , 1, p. 64, n. 6. 124 cit., ClX XXt. M i., (ÍX X V III. Esta carta, que en el Alvisi aparece sin fecha, es del 19 de abril de i | i | , O . T o m m a sin i , ep. « /., II, p. a i , n. 1.
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Fernando el Católico, y contrasta abiertamente con la opinión de Guicciardini,26. También la carta del 26 de agosto de 1513 nos ofrece clara confirmación de esa afección de Maquiavelo. Nótese que el escritor, a quien no han llegado todavía noticias de la batalla de Guinegate 12*l27, ya juzga grave la situación de los franceses, acosados por los angloimperiales: «(...) pero ahora que él [el rey de Francia] tiene que combatir contra las poblaciones armadas, como son los suizos y los ingleses, ha perdido, y corre el riesgo de no tener nada más que perder. Y esta ruina de Francia (...)». Pero, a pesar de estas expresiones pesimistas, Maquiavelo continúa objetando a Vettori: «En lo que dudo es: primero, que vos hacéis de este rey de Francia una nulidad demasiado pronto, y a este rey de Inglaterra una gran cosa (...), esto sólo me basta para no temer tanto a Inglaterra, y no estimar tan poco a Francia.» El proceder de los franceses es fruto de una elección, no del miedo, y Luis XII no está, por lo demás, «tan afligido». Confianza, a la que más bien cabría llamar esperanza, para denotar con un término exacto el estado de ánimo del escritor; porque, para él, sólo Francia puede poner remedio al peligro suizo que se cierne sobre Italia, «(...) y como esto me aterra, querría yo remediarlo, y si Francia no basta, no veo otro remedio (...)». Tal es la disposición anímica de Maquiavelo, quien no asiste a la contienda como espectador impasible, sino que participa en ella, como siempre, con toda la pasión de su espíritu, tomando parte, aunque dentro de ciertos límites, por el contendiente que puede hacer revivir algunas de sus esperanzas. Afección natural que Guicciardini ha observado hace tiempo, en realidad desde que Maquiavelo le enviara en 1 512 una relación de la batalla de Rávcna, en la que tal vez magnificara desmesuradamente la victoria france sa l28. Frente a Vettori, quien declara explícitamente haber sido antes valedor de los franceses, peno haber luego cambiado de opinión 121 «Queda d reino de Navarra (...) en manos del Católico, a quien no parece haberle hecho poco el haberlo defendido de loa franceses que venían con el rey, tu seflor natural, hacia quien los pueblos cataban inclinados; y máxime habiendo sido asaltado en momentos en que no encontraba muchos apoyos de parte de los ingleses, y por no haber pensado nunca que intentarían esa empresa». Opere ¡ardite cit., V I, p. i|» (del 14 de diciembre de i| ia ) . Un mes más tarde, en enero de 15 i j , verdaderamente la opinión de Guicciardini se asemejaba mucho más a la de Maquiavelo. Disterte IV , ibid., I, p. 1 ) 1 .
127 J.as primeras referencias acerca' He la batalla llegan a Florencia, a través de Lyon, precisamente alrededor de ti-ty de agosto; cf. la carta de los Diez de Bailiazgo a Bibbicna, en \ cnccia, de techa t> de agosto, M. Sañudo, op. cit., XVII, p. <6. i a «(...) aunque también Maquiavelo escribiese sobre ello re» peine, y máxime acerca del número de muertos, disminuyéndolos para una parte y aumentándolos para la otra (..-)», Opere medite cit., V I, p. y ; ; cf. O . TouMASlNt, ep. til., p. ) ( i .
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porque los hechos lo han persuadido de que el triunfo de los franceses redunda en perjuicio de Italia y de Florencia 1M, Maquiavelo presenta un estado de ánimo muy distinto 130. Aclarada así la premisa, podemos ahora preguntarnos qué pensaba Maquiavelo entre el verano de 1 51 3 y la primavera de 1514, y de qué manera cambió de opinión, si es que de cambios puede hablarse. Tanto para Maquiavelo como para Guicciardini, la batalla de Novara constituye un hecho imprevisto 131; también para él, la situación de los franceses hacia fines de agosto está ya muy comprometida. Releamos las referencias de la carta del 26 de agosto: * «(...) ahora que él tiene que combatir contra las poblaciones armadas (...) ha perdido, y corre el riesgo de no tener nada más que perder. Y esta ruina de Francia (...)». A despecho de la fe que Maquiavelo sigue experimentando por la suerte de los franceses, y que está expresada antes, en el principio de la misma carta, el curso de los acontecimientos se presenta ahora amenazador; ya nada puede aliviarlo de ese contraste entre la esperanza y los deseos del escritor, por un lado, y por el otro el crudo dato real, que él mismo, por lo menos en parte, está obligado a admitir. Sobreviene un largo silencio, precisamente cuando más valioso sería oír de viva voz del secretario florentino las impresiones provocadas por los graves hechos de fines de agosto y principios de septiembre. Lo rompe sólo por las palabras de Vettori del 2} de noviembre: «Y luego que interrumpimos el escribirnos, se ha visto algo; y aunque la fiesta no haya acabado, aún parece un poco quieta; y creo que lo mejor, hasta que no se desembrolle, es no hablar de ella.» 132 Ese «algo» eran los reveses infligidos a los franceses por los ingleses y los suizos; eran Guinegate, Thérouanne, Tournay y el obligado acuerdo de Dijon; eran los acontecimientos encadenados uno tras otro, que habían provocado, entre otras cosas, esta reflexión de Guicciardini: «la situación de ese rey [Luis XII] (...) se encuentra en un punto en que parece que tenga que esperar algo más que deliberaciones y remedios vanos». La correspondencia entre ambos amigos se reanuda, pues, L tflm famiiiari c¡»., C X X X I 1. 150 P . V i l l a r i , op. til., I , p . 6 7 j , hace notar q u e Vettori no era partidario de loa tráncese», como Maquiavelo. 1,1 L etlm fam iiiari cit., C X X 1V (ao de junio). In ib ii., X X X V I. Obsérvese que el juicio de Vettori concuerda, en lo sustancial, con el de Morone: «(...) todo esté callado», Miscrlbnua di Sim ia italiana cir., III, p. 140.
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cuando ese periodo de hundimiento parece superado: «la fiesta parece un poco quieta». E l 19 de diciembre, Maquiavelo le refiere a su amigo las torvas predicciones de fray Francesco da Montepulciano, que anuncian la ruina de Francia. Pero téngase en cuenta que la exposición viene precedida de esta frase: «Se encuentra en ésta nuestra ciudad, imán de todos los embaucadores del mundo, un fraile», a la que sigue una broma muy irónica acerca de las castañas y los erizos. Está claro que Maquiavelo cree poco en las profecías. Sigue un largo lapso sin nada, con sólo una alusión a la maraña de noticias y previsiones fantásticas que mantenían en vilo a la opinión pública florentina y de las demás ciudades italianas 133, y otra bastante clara acerca de la venturosa situación del rey de Inglaterra ,34. Por último, el 16 de abril encontramos un punto de referencia muy neto. Al cabo de tantas fábulas, Maquiavelo vuelve a desenre dar madejas políticas, y de inmediato cae en la cuenta de que el rey de España, que siempre ha sido el primer motor de todas las confusiones cristianas, se encuentra «puesto en medio, actualmente, de muchas dificultades». Porque, ante todo, no le favorece a él la situación creada en Italia, a total beneficio del Papa y de los suizos. Y luego surge de pronto un comentario más amplio, que es preciso examinar con cierto detalle: «Paréceme además que, estando las cosas del otro lado de los montes en guerra, no le favorezcan, porque no siempre puede resultar la guerra en empate, como el año pasado. Y seria menester a la larga que el rey de Francia, o venciera, o perdiera; ni en un caso ni en otro está la seguridad de España; y cuando no ocurriere una tercera cosa, que se cansaran, podrían volverse todos en contra de la causa de sus males, porque es de creer que sus engaños sean conocidos y que le hayan empezado a granjear molestia y odio en los ánimos de los amigos y enemigos.» La alusión a la guerra «del otro lado de los montes» no se refiere a las guerras de Femando por Navarra, sino a la guerra angloimperial-suiza, esto es, a las hostilidades desarrolladas y por desarrollar en el norte y el este de Francia. Esto resulta incontrovertiblemente claro de todo el contexto ,3S. ¿O acaso podía decir Maquiavelo que «De aquí nada hay que deciros, como no sean profecías y anuncios de calamidades C X L 1I, del 4 de febrero de 1)14 . «(...) y si la cosa es como me habéis escrito, os rengo más envidia a vos que al rey de Inglaterra», C X L IV , del 2$ de febrero de 1) 14 . 1,3 Apañe de la expresa declaración de Vettori: «Comparto la opinión vuestra, que para l.spaña no interesa la guerra del otro lado de los montes entre Francia e Inglaterra (...)», carta del 16 de mayo, C X I.V 1I.
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ni en uno ni en otro caso está «la seguridad de España», si se refiriese a victorias o derrotas de España, o decir «se cansaran» y «volverse todos en contra suya», siendo que con el «todos» se trataba de indicar a los que libran la guerra «del otro lado de los montes», es decir, a ambos contendientes? Puesta en claro esta cuestión, nos encontramos con la expresión «guerra empatada», que significa, en opinión de Rezasco, «guerra seguida de paz, sin victorias sobre el enemigo, y sin pérdidas, por lo menos notables, es decir, haciendo tablas, como dicen los jugadores de ajedrez» 136. Pero, en tal caso, nos encontramos aquí con un juicio de sumo interés: estamos apenas a mediados de abril de 1514, la actitud de Inglaterra está aún muy lejos de definirse, los suizos siguen, según dice el propio Maquiavelo, «estando duros» contra Francia, y Maquiavelo considera que la guerra del sector picardoborgoñón de 1513 ha concluido sin vence dores ni vencidos. Juicio que implícitamente se reitera por segunda vez: «(...) sería menester a la larga que el rey de Francia, o ganara, o perdiera (...)». Esta opinión es de finura y sagacidad extraordinarias; también nosotros, del examen minucioso de la situación, hemos deducido que, no obstante los reveses sufridos, Luis X II no ha quedado aniquilado entre agosto y septiembre de 131 3, y que los aliados no han logrado, ni con mucho, el objetivo a que aspiraban. Maquiavelo, con una sola frase, sintetiza toda una situación en sus lineas fundamentales. Pero, por otro lado, su juicio, ajustadísimo y admi rablemente agudo, se resuelve también en favor de los franceses, contra los cuales puede decirse que se habían encarnizado todas las fuerzas europeas; y en toda la carta del 16 de abril, salvo la alusión a los suizos ya recordada, puede notarse que el escritor no ve mal las cosas para esa nación hacia la cual, por lo demás, le inclina suj afección. Recordemos entonces, valorando el comentario de Maquiavelo en ese momento, lo que dirá pocos meses más tarde, en diciembre: «Os doy como ejemplo a Francia, contra la cual todos se habían conjurado; pero de inmediato España hizo una tregua y los veneciaJ nos se le hicieron amigos, los suizos la atacaron tibiamente, el emperador no volvió a hacerse ver y finalmente Inglaterra se alió con ella; porque si aquel contra quien hay conjuración es de tanta vinud que no se haga humo rápidamente, como hacen los veneciano*! ,M D etonarte 4t l i u t i m tttrk» t J tm m iniitralm , Florencia, i l t i . E l único ejemplo que incluye es precisamente éste de Maquiavelo. ,
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encontrará siempre, según muchos pareceres, remedio, como ha encontrado Francia (.„).»1,7 ¿Es temerario afirmar que en la carta del 16 de abril empiezan a entreverse los primeros gérmenes del decidido juicio formulado en diciembre? Y ahora, después de este largo análisis tendente a determinar el estado de ánimo de la opinión italiana y de Maquiavelo en el periodo julio de 1 51 5-junio de 1 j 14, procedamos a una sencilla confrontación. La alusión a la situación real, idéntica en los tres pasajes, nos sitúa precisamente entre agosto y octubre de 1513; y dado que, en E l principe, el desarrollo del pensamiento es más amplio, más orgánico y más continuado, incluso estilísticamente, que en la carta del 26 de agosto, parece lícito concluir que el pasaje del capítulo X III del tratado haya sido escrito después de la carta, esto es, entre septiembre y octubre de 1513, cuando la sucesión de los aconteci mientos de las primeras semanas de septiembre había tenido que contribuir a fortalecer todavía más, en Maquiavelo, las impresiones que ya le había expuesto a su amigo Vettori l38.
Iír L tU m ftm tlitri cit.. C I JV . m Pondrá octubre com a término <¡d indi vez que para la redacción de los otros trece capítulos debe haber precisado también cierto tiempo, y el 10 de diciembre tenemos ya noticias del tratado.
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Maquiavelo E l principe, c. XIII
Cana del z6 de agosto de 1513
Guicciardini Cana a Lorenzo de Médicis del 27 de octubre de 1513
«Carlos Vil, padre del «Y si consideráis las «(...) y la situación de rey Luis XI, nabicndo pérdidas de Francia y esc rey [Luis XII], si es con su fortuna y virtud sus victorias, le habréis verdad, como acá se ticlibrado a Francia de los visto vencer mientras ne por cierto, la decisión ingleses, conoció esa nc- tuvo que combatir con- de los suizos de conticesidad de servirse de tra italianos y españoles nuar la ruptura, se encuenarmas propias y ordenó que han sido ejércitos tra en mi punto en que en su reino la ordenanza parecidos a los suyos; parece que tenga que de la gente de armas y pero ahora que él tiene esperar algo más que de de las infanterías. Des- que combatir contra las liberaciones y remedios pués, el rey Luis, su hi- poblaciones armadas, vanos (...)»• ' )o, abolió la de los in- como son los suizos e fantes y empezó a tomar ingleses, ha perdido y suizos a sueldo; el cual corre el riesgo de no tener error, seguido de los nada más que perder. Y otros, es, como ahora se esta ruina de Francia la ve efectivamente, causa han visto siempre los de los peligros de ese hombres de entendíreino. Porque al confe- miento, atribuyéndola al rir reputación a los sui- no tener él infantes prozos envileció a todas las píos y al haber desarmaarmas suyas; porque la do a todos sus pueblos, infantería ha desaparcci- lo cual va contra toda do y su gente de armas acción e institución de precisa de armas ajenas, los que hayan sido tcnipucs, estando habitúa- dos por prudentes y das a conmilitar con los grandes. Pero éste no suizos, no parece que na sido defecto de los puedan vencer sin ellos, reyes pasados, mas del De aquí que los france- rey Luis, y desde él para ses contra los suizos no acá.» basten, y sin los suizos, contra otros nada inten ten (...). Y baste el ejem plo mencionado; porque el reino de Francia seria invencible si el orden de Carlos hubiese sido au mentado o preservado. Pero la poca prudencia de los hombres empieza cosas que, por tener en tonces buen sabor, no advierten el veneno que guardan debajo (...).»
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El haber resuelto esta larga e intrincada cuestión nos da ocasión de referimos todavía brevemente, antes de llegar a conclusiones, a otra alusión que debe también encerrarse dentro de los límites de tiempo fijados para la anterior. En el capitulo X X I , hablando de las empresas de Fernando el Católico, dice que «ha atacado últimamente a Francia» 139*14 , con lo que hace referencia a las operaciones bélicas desarrolladas en Navarra en el verano y el otoño de 1512. Ese últimamente no podía haberse escrito sino en un momento lo bastante cercano a la época; y efectivamente podemos encontrar en otro escritor una expresión parecida, que no se remonta más allá de octubre de 1513. En la Relación de España, escrita antes de terminar octubre de 1513 14°, dice Guicciardini: «y últimamente en esta guerra contra Francia, emprendida so pretexto de defender el Estado espiritual y temporal de la Iglesia» Ml. Una vez más, volvemos a encontrar una correspondencia exacta de términos en ambos obser vadores; en consecuencia, ¿será arbitrario suponer que la alusión de E l principe, y con ella todo el capítulo X X I , haya sido escrita también en el mismo periodo? Pasemos ahora a las conclusiones. Pero éstas nos llevan mucho más allá de lo que podíamos haber supuesto al empezar el largo y minucioso análisis de la situación y de sus reflejos en la opinión pública. Nos proponíamos demostrar que el minucioso trabajo de revisión, que ha de presuponerse necesariamente si se admiten las tres inserciones de los capítulos III y X , no concuerda con otras peculiaridades del escrito. Y hemos llegado nada menos que a averiguar que dos capítulos de la supuesta segunda parte debían estar escritos ya antes del 10 de diciembre de 1513. Pero, aunque quiera suponerse que también esas dos menciones hubieran sido escritas después del 10 de diciembre, y que, por tanto, en el calor de la composición, Maquiavelo no se hubiera andado con muchas sutilezas, cabe la siguiente pregunta: ¿por qué en el trabajo de revisión, que por un lado habría sido escrupulosísimo, no retocaría también Maquiavelo, por lo menos entonces, las expresio nes que correspondían al estado de ánimo, suyo y de los demás, de 139 También respecto de esta lección, las tres lamillas de manuscritos I. ¡í |x están de acuerdo. '*> Guicciardini salió de España el 4 de noviembre de 1 ) 1 5 , llegando a Florencia el 5 de enero de t)i4, Ofiert inedite cu., X .jp . 9 1; cf. C G ioda . Gmeeurdini t le sm opere ineditt, Bolonia, 1880, p. 76, y A. O trtra , I'ranfoti Goicborditt, u ríe publique et u pernee politiqiie, París, 1916, p, 7 1 , quien sitúa su llegada a Florencia el 9 de enero. En ía primera página del autógrafo está escrito de puño y letra del autor, como señala G . Cancstrini, «In Spagna, mentre io ero Imbasciatorc l'arrno t y i i e t ) t j» (En España, mientras era yo embajador, el año de t ) t i y 1) 1}) ; está claro que la Kr/e^wnr estuvo terminada antes de la partida para Italia. 141 Opere imelile cit., V I, pp. «86-187.
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un periodo ya pasado? 142 Y puede observarse que en una reelabora ción como ¿sa hay otra expresión que también tendría que haber sido modificada. Porque en el capítulo X I Maquiavelo habla del papado en los siguientes términos: «y ahora un rey de Francia tiembla ante él y ha podido echarlo de Italia (...)», con una opinión que cabe, desde luego, en la situación del verano de 1513, pero ya no en la situación, ni tampoco en relación con el sentimiento de la opinión pública, de esos primeros meses de 1514. ¿A qué se debe esta otra diferencia entre pedantería, diría yo, de las inserciones, y la despreocupación en las referencias y alusiones de mucho mayor valor? Esa despreocupación ya se encuentra, además, en el título * mismo. Si ese De prineipatibus guardaba relación con la primera parte del escrito, y estaba destinado sólo a ella, ¿por qué dejarlo inaltera do, durante una revisión en cuanto a otras cosas tan cuidadosa? Sin embargo, los manuscritos que nos han hecho llegar el título no admiten dudas al respecto: el Gothano lleva De prineipatibus-, el Corsiniano, Libro de’ principa!i\ el Parisiense, Opera de Principati, y Buonaccorsi, al enviarle a Pandolfo Bellacci lo que es hoy el códice Mediceo Laurenziano, confirma: «te mando la obrita compuesta recientemente de' principati (de los principados) por nuestro Nicolás Maquiavelo (...)». Todo esto dejando de lado en este momento la comprobación hecha anteriormente, esto es, que la forma de E i principe, con sus particularidades estilísticas, excluye irremisiblemen te la hipótesis de una segunda redacción. Aunque estas consideraciones se exponen aquí ad abundantiam, toda vez que el largo análisis que va por delante ha puesto en claro, o asi confío, que también los capítulos X III y X X I fueron escritos antes de diciembre de 1 3 1 3 , resulta que la supuesta segunda parte estaba incluida ya en esc opúsculo De prineipatibus, consignado en la carta a Vettori del 1 0 de diciembre. Para reafirmarnos en esta convicción contamos con un último argumento, de carácter totalmente distinto de los anteriores, que ya es tiempo de afrontar. Abandonaremos para ello el criterio puramen te histórico y filológico, para aproximarnos al espíritu de Maquiavelo. Releamos las cartas a Vettori escritas entre junio y agosto de
1513 ,4J-*14 3 ,4Í Y Maquiavelo, cuando volvía de verdad a un trabajo suyo, no se limitaba a correcciones” formales, sino que a veces retocaba «el organismo vital del libro», P. C a r l i , L'aitbo%%o auíogrgfi jrmmmtnterio dtik di NktoU Macbimvtíi cit-, p. i J9 (un ejemplo de correcciones sustanciales, p. 1 51 ; c f. también, por ejemplo, en la edición critica de las htoru ftortnitm, I, p. 187 con 11, p. *5}). 143 N o me detengo aquí a poner de relieve las estrechas analogías entre algunos trozos de
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Son, por encima de codo, una poderosa expresión de ese furor politicus del que Maquiavelo vuelve a estar empapado, después del primer susto, y que se hace cada vez más intrépido y heroico. Hierve en ellas la misma vehemencia, el mismo ímpetu de decir, la misma necesidad de esclarecimiento, para sí y para los demás, que hierven en E l principe. Paulatinamente la palabra aumenta su volumen; la curiosidad de la investigación es sutituida por la pasión dolorosa del que comprende que analiza la ruina de su tierra natal y de su nación; y el espectador se trueca de súbito en alguien que desearía, y no puede, ser actor para salvarse a sí mismo y a los demás. Abramos la carta del 10 de agosto: «En cuanto a la unión de los demás italianos, me hacéis reír; primero, porque nunca se hizo ninguna unión que le hiciera bien a nadie (...).» El sarcasmo es un sollozo velado y nos lleva a otro sarcasmo: «Y el fin de la virtud de ellos ha sido que Italia fue perseguida por Carlos, saqueada por Luis, violada por Fernando y vituperada por los suizos.» Y luego, al igual que en el tratado, en que sarcasmo y desdén, dolor y esperanza se refunden y se transfiguran en la exhortación final, desesperado grito de angustia y emoción mal contenida, también en la carta del 26 de agosto, al término del largo análisis, el observador y el crítico desaparecen para dejar desfogarse la doliente pasión: «(...) y como esto me aterra, querría yo remediarlo, y si Francia no basta, no veo otro remedio y quiero empezar ahora a llorar con vos la ruina y servidumbre nuestra, la cual, aunque no sea hoy ni mañana, será en nuestros días; e Italia tomará esta obligación con el papa julio y los que no nos lo remedian, si ahora se lo puede remediar». Llegado a tal conmoción interior, Maquiavelo tiene que escribir E l principe-, el diálogo con Vettori ya no alcanza a contener la materia incandescente que bulle en su alma. Como a todos los grandes pensadores y escritores en el momento de la creación, a él se le hace por esos días necesario, más que vivir, escribir, y hacerlo, sobre todo, por si mismo. Quien tenga presente el apasionamiento de Maquiavelo, su naturaleza tan vivaz y desbordante, y lea las cartas*lo
estas canas y pasajes de E l prm tipt. Baste d in aludir a la cana C X X V ill del 19 de abril, en la cual observa O . T ommasini, tp . til., II, p. 86, n. I, germina ya la sustancia de É J prituipt, y por lo menos es t í ya completamente esbozado el retrato de Femando el Católico que, esencialmente idéntico, volverá a aparecer en el capitulo X X I del tratado a que nos referimos.
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de junio y agosto de 151$, comprenderá cómo y por qué se escribió E l principe, todo E l principe *144*. Sobreviene el silencio; durante tres meses ambos amigos callan M5. El 23 de noviembre, Vettori reanuda el coloquio; el 10 de diciembre, contesta Maquiavelo: «Llegada la noche, regreso a casa y entro en mi escritorio; en el umbral me despojo de la indumentaria cotidiana, llena de fango y lodo, y me pongo ropas reales y curiales y, revestido condignamente, entro en las antiguas cortes de los antiguos hombres, donde, por ellos amorosamente acogido, me alimento con esa comida que solum me pertenece y para la cual he nacido, donde no me avergüenzo de hablar* con ellos, y preguntóles las razones de sus acciones, y ellos por su humanidad me responden; y no siento, por cuatro horas de tiempo, ningún tedio, olvido todos los afanes, no temo a la pobreza ni me espanta la muerte: todo yo me transfiero en ellos.» El pequeño cuarto del exiliado se ha abierto a horizontes infinitos y él, aunque se abribone durante el dia con el hostelero, el molinero, el sepulturero y dos caleros, gritando a voz en cuello, se mueve en un mundo nuevo cuyas criaturas tienen la serena calma de los sabios reunidos en el Limbo de Dante. Es el momento en el cual, al término de una larga sucesión de graves pensamientos, el que ha creado contempla desde lo alto su creación, y el alma se le expande en un sentido de orgullo superior. Leamos de nuevo las cartas que siguen, del y de enero y del 4 y del 2 y de febrero 146. Estamos en otro mundo, todo csccnillas fugaces y jocundas de vida cotidiana; volvemos a posarnos en tierra, entre los compañeros de hostería y de juego. El horizonte se ha estrechado, el hombre ya no contempla un mundo suyo, sino que, vuelto a zambullirse totalmente en la vida de todos, observa, con 144 D igo (odo E i firim tpt, o sea, comprendido el capitulo X X V I. E s ocioso repetir ahora los argumentos ya aducíaos contra la tesis que considera el último capitulo como bon cana del x6 de agosto. 144 Efectivamente, la cana del 19 de diciembre, C X X X V 1U , escrita «por cuerna de nuestro Donato del Como», con el simple agregado sobre las prédicas de fray Francesco da MontepuJ» daño, es de escasa importancia y no (fice absolutamente nada de lo que nos interesa. Es un» sencilla carta de negocios y de noticias, de tono modesto, como conviene a esa correspondencia salvo un poco de la última pane, donde reaparece d Maquiavelo que conocemos, la s cara» del t de enero y del 4 y 1$ de febrero deben, por supuesto, leerse en U edición íntegra.
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sonrisa festiva, sus variadas peripecias. Y emerge el agradable camarada: «(...) era necesario que en esa vuestra disposición austera hubiese caído yo por ahí, que toco a las mujeres y me ocupo de ellas; de inmediato enterado de la cosa, os habría dicho: —Embajador, os enfermaréis y no me parece que os deis esparcimiento alguno; no hay aquí mozos, no hay aquí hembras: ¿qué casa de... es ésta?» ($ de enero) u7. Y se transparenta el artista de I j ¡ mandraf¡ola\ «Me parece ver a Brancaccio instalado en una silla de asiento bajo para mejor apreciar el rostro de la Gostanza, y con palabras y señas, y con ademanes y risas, y con movimientos de boca, y de ojos, y de babas, empaparse todo, todo consumirse, y estar todo pendiente de las palabras, del anhélito, de la mirada y del olor, y de las suaves maneras y las femeninas hospitalidades de la Gostanza (...)» (4 de febrero). Cosas estupendas y de tal fuerza representativa que no sabría yo dónde encontrar otras parecidas. Pero los hábitos curialescos han quedado abandonados en un rincón. La creación ha llegado y, como sucede en todos los grandes que no trabajan mecánicamente y con método, sino ante un impulso prepotente que los obliga a crear, al ímpetu y el ardor de antes les sucede esc estado de replegamiento sobre sí mismo, casi diría de abandono sentimental, por el cual el hombre, quebrado por la prodigiosa lucha librada por sí contra sí, necesita calmar su alma y su mente en las cosas pequeñas. Precisa bajar de las alturas y volver a hundirse por un momento, pero completamente, en el instante fugaz. El 10 de diciembre, por encima del fragor de la hostería y la partida de tric-trac, emergía -transfigurado el hombre revestido de la severa toga curial; en enero y febrero, ésta es abandonada, y la habitación, por la noche, no parece concurrida ya por los «antiguos hombres» graves y meditabundos, sino por sombras de mujeres, las imágenes de Gostanza y Riccia, la que, durante el día, se ha dejado besar al pasar. Pero éste no es ya el estado de ánimo de quien escribe el imponente exordio del capitulo X V , o las consideraciones acerca14 7 147 Suponer, como ha hecho P. V il l a r i , op. etf., I, p. 670, que Mauuiavclo k hubiese entregado a la amena conversación, casi solamente por haberle obligado a ello Vettori, equivale a una absoluta incomprensión del catado de ánimo ocl escritor. C f. L . Pasar, V nm m dt M *tb i**i, f rMfoú Vet/ori, sa tie tt m oemts, París, 19 13 , pp. 46-47, 72,62-6). quien sm embargo no advirtió el porqué del cambio de tono del epistolario entre diciembre de i j i j y abrí! de 1) 14 .
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de la fortuna, o la exhortación a liberar a Italia de los bárbaros. Estos fantasmas pertenecen ya al pasado, un pasado que en cierto momento ha desgarrado al hombre. Un momentáneo reavivamiento de la pasión política el 16 de abril: «¿Será, empero, después de mil años, cosa reprensible que yo sólo escriba fábulas?»; pero es de breve duración. El 10 de junio estalla el grito de la desesperación: «Quedaréme asi, pues, entre mis piojos (...).» La creación está lejos; la excitación que provocará, la alegría y el sentimiento de lo nuevo han desaparecido; aplacada está, asimismo, la sensación festiva de retorno a la vida humilde, y ello no obstante grata, con la que el hombre cansado se había complaci do en un primer momento. Una y otra alegría, tan distintas entre si, pero tan vivaces ambas, están lejanas; queda un sentimiento de vacío , en torno de sí, el sentido de la propia miseria material, el desaliento del ánimo, más intenso porque antes ha conocido el orgullo y la alegría. También la proposición práctica, que hubiera podido surgir cuando la creación estuvo acabada, ha fracasado: a Maquiavelo sólo le queda contemplar su obra desde la distancia, porque ya no podrá, como en el momento de la creación, volver a mirar con desconfianza esa vida de las cosas pequeñas que, con todo, le habían proporcio nado durante un tiempo alivio por el esfuerzo realizado. Luego, el j de agosto, tetorna la calma, una calma que es una renuncia. El diálogo con los «antiguos hombres» se ha roto; el alimento, que solum era de Maquiavelo, no está sobre la mesa, y el hombre resignado vuelve a vivir quietamente, dejándose llevar por el gran dulzor que es nuevo para él y arrojando de la mente los pensamientos graves que se han hecho importunos. Tampoco queda ya aquella jocundidad, aquella alegría de vivir que vibraba en las cartas de enero y febrero; lo que hay ahora es un algo de recogimiento, por momentos incluso de melancolía, que obliga a estar pensativo. E l enamoramiento de hoy es de una clase muy distinta al juego pasajero con Riccia: «(...) he encontrado una criatura tan gentil, tan delicada, tan noble, (...) que no podría alabarla tanto, ni amarla tanto, que ella no mereciera más (...). Y aunque me parezca haber entrado en un gran esfuerzo, (amen siento por dentro un dulzor tal, tanto por lo que ese aspecto raro y suave me atrae, cuanto etiam por haber dejado de lado el recuerdo de todos mis afanes, que por nada del mundo, aun pudiendo, querría liberarme. He abandonado, pues, los pensamientos de las cosas grandes y graves, ya no me deleita leer las cosas antiguas ni discurrir acerca de las modernas (...)».
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Espíritu de muchacho en un hombre de cuarenta y cinco años. Así es la vida íntima de Maquiavelo entre enero y agosto de 1514- Los capítulos de E l principe no se escriben en ese estado de ánimo. Finalizado nuestro análisis, estamos por fin en condiciones de extraer conclusiones, resumiendo brevemente y reuniendo en un solo cuerpo los que antes habían deliberadamente quedado como resultados detallados e independientes entre sí. Estas conclusiones no implican ya solamente el problema que fue el punto de partida de la presente investigación, sino, sobre todo, como ha podido verse claramente en el curso del trabajo, el de la posibilidad o imposibili dad de una segunda redacción de E l principe. Y para empezar por esta última, parece ya indiscutible lo siguiente: E l principe, escrito entre julio y diciembre de 1513, no tuvo después ninguna revisión total ni parcial. Las razones que aducía Tommasini contra Lisio para sostener la necesidad de una tarea de tal tipo, demuestran carecer de fundamento real, puesto que, ante todo, las lecciones particulares (que sean menos claras y menos precisas, como afirma Tommasini, es además muy discutible) del manuscrito de Gotha (Tommasini habla sobre todo del Corsiniano, que, sin embargo, después de la reconstrucción de Gerber, no tiene valor, porque las suyas son meras contaminaciones debidas a G) se explican, gracias a los estudios de Gerber, por el simple hecho de que G recurre más de una vez al original, mientras que todos los demás manuscritos derivan de una copia. Y no hay, por tanto, ninguna necesidad de pensar en un primer texto y otro segundo. Además, la conjetura de Tommasini de que Maquiavelo debió de copiar y, copiando, corregir por lo menos un par de veces el tratado, destinado en momentos distintos a personas diferentes, es pura conjetura, y ni siquiera como tal es tampoco plausible, ya que muy bien puede ser que, habiéndosele presentado en cualquier momento la ocasión de ofrecer el tratado a Lorenzo, Maquiavelo se haya apresurado a enviarle su opúsculo tal como estaba, añadiendo sólo la dedicatoria, pero sin revisar todo el texto, para evitarse un trabajo seguramente no breve que podía hacerle esfumar el instante más propicio. Y a se ha visto, a propósito del aumentar y el pulir de la carta del 10 de diciembre de 1513, que es más que lícito suponer que se interrumpiera el reordenamiento por el deseo de presentar muy de prisa el tratado a Vettori y después a Giuliano, y no es nada imposible que igual ocurriera para ofrecerlo a Lorenzo. Pero, por encima de todo, esa conjetura choca contra tales datos
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reales que cabe excluirla sin más trámite. Aparte de los argumentos de índole, diríamos, negativa que ha desarrollado Lisio *48, hay muchos otros que nos afirman en nuestra convicción. Las alusiones de los capítulos X III, X X I, la misma del capítulo X I, «y ahora un rey de Francia tiembla ante él», son todas comprensibles y justifica bles, como se ha visto, en 1513, mientras que serían decididamente erróneas entre 1513 y 1516 ,49. Más aún: en este último período sería ya poco adecuada la expresión del capítulo X I, «se espera», respecto de l.eón X . Por el contrario, hemos encontrado una corresponden* cia exacta entre las referencias históricas de E l príncipe y el estado de ánimo de Maquiavelo y de todos entre julio y diciembre de 1513. Pero también la misma forma de E l príncipe, tal como ha llegado a nosotros, contradice decididamente las afirmaciones de Tommasini. Si en verdad Maquiavelo hubiese leído por segunda vez su obrita, le habría dado otro cariz estilístico IS0. Todas estas consideraciones nos convencen de que no cabe hablar de segundas redacciones de una «weitere Entwicklung», como dice Gerber. F.n lo que concierne a la tesis de Meinecke, punto de partida de nuestro trabajo, confío también en que el análisis detallado haya servido para demostrar que, poj ingeniosa y aguda que sea, no es atendible. Como se ha visto, aunque el aumentar y pulir de la carta del 10 de diciembre se refirieran a una tarea de reordenamiento, nada nos autorizaría a deducir de ello que éste se hubiese realizado efectivamente y, más bien, las peculiaridades estilísticas de E l príncipe lo excluyen de plano. De manera similar, la confrontación con las palabras de Buonaccorsi demuestra que las expresiones de que Maquiavelo se sirve en la misma carta para exponer en líneas generales su obra no pueden considerarse únicamente en función de los once primeros capítulos. Además, el examen minucioso de los capítulos VI, V il y X nos ha hecho ver que en ellos no se afronta la importante cuestión militar, ni siquiera in nuce, y que sólo se desarrolla en los capítulos X II y X III, con estricta lógica, cuando empieza la parte que versa Edición critica cit., p. Ixiii. Tanto si se admite, con O. T ommasini, op. t il,, 11. p. 105, el cambio de dedicatoria t-n U primavera de i j t j , como si se coincide con P.V il l a h . op. t il., II. p. 1 0 , en cuanto al periintn posterior a la muerte de Giuliano, es decir, la primavera de i ji 6 . ,s# F. F u m in i , op. til., p. 147, opina que 1:1 priiuipt. «producido con rapidez y sin vcrdadri» intención literaria», habría sido reformado más adelante si Maquiavelo «hubiese tenido Comnill dad, tiempo y ganas». N o s í si Maquiavelo lo hubiese reformado; lo cieno es que nunca más ili« a volver sobre el tratado.
SOBRF. LA COMPOSICIÓN DE «EL PRÍNCIPE»
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sobre el funcionamiento interno del Estado, cualquiera haya sido la manera en que se constituyó. Pero, para dirimir toda la cuestión, interviene por encima de todo el hecho de la composición del capítulo X III (y en segundo término, también la del X X I), que debe haber sido escrito antes del io de diciembre de i f i } ' 151; y, si aún fuera necesario, a la compro bación de las conclusiones que nos presenta la indagación histórica contribuye asimismo el análisis psicológico del estado de ánimo de Maquiavelo, entre julio de 1513 y julio de 1)14. Así, pues, E l principe emerge de esta prueba más firme y sólido en su unidad fundamental, derivada del lógico discurrir del razona miento, el cual mantiene una firme rectitud interior. Los capítulos I-IX nos presentan al principado, especialmente en su proceso constitutivo y formativo; así podemos ver que en los capítulos III al V se analiza la conquista de nuevas provincias por un Estado ya constituido y organizado, mientras que en los capítulos V I- 1X se contempla la formación de un principado ex novo. Los ejemplos escogidos por Maquiavelo caracterizan esta subdivisión: en el capítulo III, los romanos y el rey de Francia que conquistan países extranjeros; en el IV, el imperio de Alejandro; en el V, en general, las ciudades libres conquistadas; en cambio, en el VI, Moisés. Ciro, Rómulo y Teseo, reorganizadores de su propia patria; en el V II, Francesco Sforza y el Valentino, que a partir de la nada edificaron sus dominios; en el VIH, Agátocles y Oliverotto da Fermo, convertidos en señores de sus patrias; y en el IX , los que llegan al poder en su país. Y así se llega al capitulo X , en el que precisamente se trata de la capacidad general de lucha de un Estado en relación con los enemigos exteriores; y luego al capítulo X I, que trata de unos principados, los eclesiásticos, a los cuales, comoquiera que no tienen necesidad de defensa, no les cabe lo expuesto en el capítulo X. Con los capítulos XI I - X 1V entramos, en cambio, en las grandes reformas generales internas del Estado; y dado que Maquiavelo, una vez cumplido el reordenamiento militar, no ve otra cosa sino la virtud personal del condotiero, siguen los capítulos XV- XXI I I , en los que se ejercita sutilmente dicha virtud.*I ,M En el peor de los casos, es decir, sí no quiere admitirse que el capitulo X III tuvo que ser escrito antes del 10 de diciembre, también habría que admitir, como se ha dicho anteriormente, que la minuciosidad de la revisión, presupuesta por las tres hipotéticas inserciones de los capítulos III y X , quedaría totalmente desmentida por la falta de cuidado de que Maquiavelo habría dado pruebas dejando sin cambiar unas referencias que ya no correspondían a la realidad histórica; asi como por la misma forma de ñ J principe, que es, como bien señalan lis io y Flamini, una forma de primera intención no sometida luego a pulimentos.
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En este grupo de capítulos se tratan adecuadamente unos problemas que, desde luego, habían sido ya aludidos en los capítulos I-IX , así como el «mantener» de que se habla en la carta a Vettori, y que en ellos cobra plena y total significación. Se arriba, finalmente, a los capítulos X X 1V -X X V 1, que vinculan el tratado con la vida italiana de su tiempo, así como al Maquiavelo autor de E l príncipe con el Maquiavelo escritor de las cartas, de manera especial la del 26 de agosto de 15 13.
N ic o lá s M aquiavelo (>954)
Es el artículo «Niccoló Machiavelli» contenido en la Enciclopedia italiana, Roma, vol. X X X I (19M)» PP- 77»-79°-
De mediana estatura, delgado, «blanco como la nieve», pero con la cabeza «que parece terciopelo negro»; «sabio y prudente» en la estimación de los compañeros de despacho, elogiado por sus superiores por su diligencia en el cumplimiento de sus misiones, así es como se nos aparece hacia 1500, es decir, cuando su vida sale de la penumbra en que había estado envuelta durante todo el período de la infancia y la juventud, messer Niccoló Machiavelli. Había nacido el 3 de mayo de 1469 en Florencia, de Bernardo y Bartolomea Nelli, viuda de Niccoló Benizzi; de buen linaje, como que los suyos pretendían descender del mismo tronco que los antiguos señores de Montespertoli, entre los valles de Elsa y de Pesa, de los cuales, en 1393, los sucesores habían heredado derechos; pero ya desde el siglo xni la Maclavdlorum fam ilia era nombrada en Florencia entre los partidarios de la tendencia güelfa, habiendo dado a la República, en el curso de los dos siglos siguientes, varios confalonieros y priores. Sin embargo, no puede decirse que a la altura del nombre se correspondiese la condición económica, no precisamente estrecha, pero tampoco suficiente como para permitir una existencia libre de preocupaciones materiales, tanto menos cuanto que, además de Nicolás, segundogénito, había un hermano, Totto, y dos hermanas, Primavera y Ginevra. Así fue como Nicolás, posiblemente después de haber prestado servicios ya desde 1494 ó 149; en calidad de coadjutor de la cancillería, entró oficialmente, en junio de 1498, en la administración de la República como secretario de la Señoría, encargado de presidir la segunda cancillería, y luego también, desde el 14 de julio, de servir a los Diez de Bailiazgo, es decir, con atribuciones más bien amplias, no fijadas con rigor extremado, que iban a permitirle, alternativamente, entender en cuestiones adminis trativas y militares en el interior del dominio, e ir en misión ante las potencias extranjeras. Cuáles habían sido sus actividades hasta ese momento, y cuál su educación, es algo difícil de establecer. La figura de Maquiavelo surge casi de golpe, no siendo posible seguirla en los años de su preparación; la tercera carta que queda de él es la famosa del 9 de 203
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marzo de 1498, concerniente a Savonarola y sus prédicas, y es ya un documento de una mente madura. Y aun atribuyendo a esta primera parte de su vida algunos de los Canti Carnascialeschi, por ejemplo el De' Ciurmadori o el D i Uomini che vendan le pine, no tenemos otros datos que nos autoricen a aventurar conjeturas acerca de su educa ción, salvo la influencia general del ambiente de Lorenzo el Magni fico. Que tenía cierta cultura clásica es obvio, y hay clara constancia de que conocía bastante bien a algunos de los grandes clásicos latinos, sobre todo a Tito Livio, así como a los padres de la literatura italiana, Dante, Petrarca y Boccaccio, y también es seguro que entendía de música. Pero, esto aparte, es imposible especificar ' con mayor precisión los límites y el carácter de esa cultura, y decidir, por ejemplo, en qué medida Maquiavelo sabía griego. En cambio, de mucho debió de servirle, estando ya en el despacho, la frecuen tación y familiaridad de Marcello di Virgilio Adriani, hasta 1512 compañero suyo, aunque de superior dignidad como secretario de la primera cancillería, discípulo de Cristoforo Landino y de Poliziano, y también él humanista consumado; de suerte que la cultura fue para Maquiavelo una adquisición continua y progresiva, no menos de la edad madura que de la primera juventud, adquisición deseada ya con plena conciencia y con arreglo a ciertas exigencias espirituales profundas; no, por tanto, una cultura superficial e inútilmente variada, sino toda ella centrada y estrechada en torno a algunos problemas fundamentales, no mero y superficial condimento erudi to, sino linfa vital que formaba un todo único con su pensamiento mismo. Pensamiento cuyas características peculiares surgen muy netas ya en la carta acerca de Savonarola. Era el momento de la declinación del fraile, próximo su trágico fin (mayo de 1498); eran los últimos intentos desesperados de mantener el poder por parte de un hombre que había dominado durante bastante tiempo la vida florentina, logrando sustituir, aunque durante breve período, la festiva y alegre Florencia del Magnifico por una Florencia de cuño casi puritano; una figura que era toda ímpetu religioso, toda hálito místico y ' esperanza mesiánica, como desde hacia mucho tiempo no se veía en Italia. Pero precisamente el origen primero del movimiento savonaroliano — la aspiración a la renovación religiosa— le fue desconoci do a Maquiavelo, quien, preocupado únicamente por el carácter político de la predicación, sólo veía en las profecías el medio del cual el fraile se valía para mantener unidos a sus seguidores y debilitar a los adversarios, por lo que todo se reducía, para él, a una mera
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intención de dominio, y el verbo apasionado del dominico se vuelve «mentira» que se tiñe de colores distintos según los tiempos. Es ya la actitud de quien, más tarde, en el hecho religioso sólo vislumbrará la repercusión política y social; una actitud y un estado de ánimo puramente «políticos», para los cuales son incomprensibles el impul so místico y el fervor de Dios, y que están completamente domina dos por el ansia de seguir los «acontecimientos» y prever sus futuros desarrollos; el ansia por la cual ruega al amigo que le responda «qué juicio, de tales disposiciones de tiempos y ánimos, acerca de las cosas nuestras os hacéis». Y está ya también el tono seco y neto en la búsqueda y valoración de una circunstancia, la sobriedad incisiva de la frase y la fuerza casi brutal del juicio, extremadamente decidido y despreocupado de los matices. Porque, si bien en la segunda misión que le fue confiada fuera de Florencia, la que realizó ante Caterina Sforza Riario, señora de Imola y Forlí, en julio de 1499 (primero había sido enviado, en marzo, ante Jacopo IV d'Appiano, señor de Piombino), el juicio es más prudente y se hace más seguro y cauto por la premisa de que es difícil descubrir el estado de ánimo de la condesa, es decir, que si bien sus primeros pasos en la dialéctica diplomática frente a otras personas de desprejuiciada experiencia, cuyos más arcanos propósi tos habría que escrutar, son dados con mayor moderación, durante el mismo tiempo e inmediatamente después se le ofrecen también a Maquiavelo las ocasiones propicias para dar a conocer de manera más clara las cualidades peculiares de su ingenio y de su manera de concebir la vida política. Una fue la reanudación de la guerra contra Pisa, a partir de la primavera de 1499 campo florentino cercano a Pisa fue enviado después, en junio de 1500, en calidad de secretario de los dos comisarios especiales, Lúea degli Albizzi y Giovanni Battista Ridolfi, trasladándose luego a Francia, también con motivo de esa guerra, entre julio y noviembre); la otra, en 1502, la rebelión de Arezzo y del valle de Chiana, promovida y favorecida por Vitellozzo Vitelli, a la sazón condotiero de César Borgia, ante quien fue enviado Maquiavelo, en junio de ese, año, junto con el obispo de Volterra, Francesco Soderini. Ambos acontecimientos le facilitaron a Maquiavelo la manera de estudiar de cerca algunos de los problemas más delicados de la vida italiana de entonces: por un lado, la cuestión de Pisa, que equivale a decir la política florentina en su núcleo esencial, y en correlación con ella, la actitud de Francia para con los problemas de la península, entre los cuales el de Pisa era un episodio, pero el más
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preocupante para Florencia; por otro, la intención de Borgia de crearse un Estado fuerte en la Italia central. Además, en la campaña contra Pisa, la indisciplina y mala voluntad de los mercenarios suizos de Beaumont, unido a las escenas de horror de las que los enviados florentinos hubieron de ser, no sólo espectadores, sino incluso victimas, entre soldadesca mal comandada que sólo se preocupaba de exigir dinero, añadido todo ello a un condottiero que de tal sólo tenia el nombre, debieron de constituir una de aquellas «lecciones de las cosas» que messer Niccoló no olvidaría, y punto de partida, tal vez, del que después arrancaría su desprecio por las mi licias mercenarias y su programa de milicia propia. Pero si de esa manera extraía, de los acontecimientos a los que asistía, unas enseñanzas fructíferas e indelebles, también el modo por el cual, exponiendo por escrito sus impresiones, recogía el jugo de las cosas y preveía las posibilidades de acción futura, revela que esta ba ya en posesión de un método propio de concebir la acción política, de un sistema propio para extraer, a partir de la sucesión incesante y a menudo turbulenta de los hechos, la «lección» en su esencialidad. En el Discorso falto al Magistrato dei Dieci sopra le cose di Pisa, compuesto probablemente ya en la primavera de 1499, y especial mente en el otro escrito, Del modo di trattare i popoli della Valdicbiana ribellati, está ya in nuce todo Maquiavelo, no sólo con ese deseo suyo de obtener del evento determinado una «lección» del valor general y servirse del hecho aislado para arribar al axioma político, por el cual encuadra el episodio de Arezzo en una teoría general acerca del modo de comportarse con los súbditos (con un procedimiento similar, en la corte de Francia, para apartar al cardenal d’ Amboisc de una amistad demasiado estrecha con el Papa y con los venecianos, había apelado a las normas que deben observar quienes quieran dominar en una provincia exterior), sino también con esa percepción suya de una situación en la cual advertía las posibilidades extremas y opuestas, con la previsión, por tanto, de los remedios para las alternativas, por medio de un característico procedimiento de dilema — llevado a su más alta expresión en II Principe— por el cual tertium non datur, y se transfiere de una solución y un método al método y la solución opuestos, sin salidas intermedias. Antes bien, la transar ción, la vía de en medio, le resultan ya ahora a Maquiavelo las más falaces de las soluciones; o ser del todo buenos o del todo malos, dirá más tarde, siguiendo con perfecta coherencia el camino por rl cual ahora, en 1502, ante los pueblos del valle de Chiana, impreca
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contra la política florentina en la que se mezclan inútiles blanduras e insuficiente rigor. Una concepción, pues, extremadamente lineal y que huía del juego del equilibrio; una política precisa, tajante, sin equívocos, que se refleja en la propia manera de escribir del florentino, aunque todavía no la redacción de E l principe, tersa e incisiva, pero ya caracterizada por el procedimiento a base de alternativas, por neta contraposición de frases, no unidas y coordinadas con la copulativa «y», sino secamente diferenciadas por la disyuntiva «o» («sólo examinaré los medios que conduzcan, o que puedan conducir a esto...»; «...0 despojarlo de los habitantes viejos, o dejándoles los viejos...»; «para ultimar la empresa de Pisa es menester apoderarse de ella o por asedio o hambre, o por expugnación...»), y la estructura general del discurso, no basado en el armónico fluir de un párrafo al otro, sino en el neto relieve de cada uno de ellos, y en los que, a menudo, se da tono con fuerza mediante la repetición de la frase inicial («Cuando hubiere entrado por fuerza...; cuando hubiere entrado dentro por amor...) Es una contraposición continua de verbo c imagen entre el ejemplo del pasado y la realidad presente («Y si el juicio de los romanos merece ser elogiado, otro tanto merece el vuestro ser execrado»), y a veces también, con insistente tono polémico, entre el mismo Maquiavelo con unos interlocutores invisibles («Y si vosotros dijéscis... yo diría...»). Afloraban ya, también, pensamientos que después constituirían la piedra angular de la concepción maquiaveliana, a saber, los que se refieren a la inmutabilidad de la naturaleza humana a través de los siglos («y el mundo estuvo siempre de una manera habitado por hombres que han tenido siempre las mismas pasiones») y, con ello, la validez del ejemplo histórico del cual han de extraerse las lecciones para el presente. Y entonces se busca el ejemplo en la historia de la antigua Roma, entre las páginas de Tito Livio. Asimismo, aunque menos netamente, los pensamientos acerca de la relación entre la virtud humana y la fortuna, con la ocasión como mediadora entre una y otra («... es preciso que los use en la primera ocasión que se le ofrezca, y que encomiende, de la causa, una buena parte a la fortuna»). Ahora que, en el momento en el cual, al contacto con las primeras experiencias prácticas, Maquiavelo iba precisando y acla rando sus pensamientos para sí mismo, le tocó acercarse precisamen te al hombre que, en la política activa, ahuyentadas las incertidum
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bres y las vías intermedias, actuaba con fría lucidez de propósito e implacable firmeza de mano. Ante el Valentino, Maquiavelo había sido enviado ya una primera vez en junio de 1)02; pero, al cabo de pocos meses, en octubre, hubo de volver a ponerse en camino para encontrarse, esta vez completamente solo, con el duque; exactamen te a tiempo para asistir desde el centro de la escena al grandioso espectáculo de la rebelión de Vitellozzo Vitelli y sus compañeros, de la momentánea declinación de la estrella de Cesar Borgia, del juego habilísimo de éste y del lamentable fin de una parte de los conjurados en Sinigaglia. Cuál fue la impresión que despertó en el enviado florentino la ‘ lección de estrategia política que dio el duque, lo muestra la Desencone del modo tenuto dal duca Valentino nello amenazare Vite/lo^po V itelli, Oliverotto da Fermo, il signar Pagolo e il daca di Granina Orsini: brevísima, sin una sola línea de comentario personal del autor, aparentemente descarnada y objetiva crónica de hechos; pero, en realidad, por la misma impersonalidad del tratamiento, terso y nítido incluso en el final, y el recorte seco y preciso de la frase, exenta de todo preciosismo formal, verificación de un modelo encontrado y reproducido tal como es, sin necesidad de añadidos. Ese era el estilo político que deseaba Maquiavelo, claridad de ideas y decisión para ponerlas en práctica tal como eran; los pensamientos madurados desde antes encontraban plena confirmación práctica, en abierta antítesis con la incierta y timorata política de la República florentina guiada por Picr Soderini. De suerte que, mucho más que «descrip ción» de espectador imparcial e indiferente, era una tácita lección de arte político lo que Maquiavelo se proponía ofrecer, revelando también en este caso, bajo una forma absolutamente impersonal y casi fría, esa misma voluntad y capacidad de extraer la lección del hecho, algo que muy pronto iba a evidenciarse con mayor relieve. Efectivamente, a poco de regresar a Florencia le tocó preparar, probablemente por orden de Soderini, un discurso sobre asuntos financieros (Parole da dirle sopra la provisione del danaio). Un tema, cu apariencia, de puras consideraciones técnicas; pero Maquiavelo, que se permitió «un poco de proemio y de excusa», pasó de golpe a un asunto muy distinto, afirmando, mediante el recurso a teorías generales, la necesidad de las armas pi >pias, única previsión eficaz para un Estado celoso de su propia suerte. También aquí, la impresión de lo que había visto hacer al Valentino en la Romana — los hombres del pais llevados al servicio militar, con buenos resultados— , y de lo que el duque le había dicho, tanto contra los
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condotieros como Vitellozzo Vitelli, «que sirve para arruinar a los países que no tienen defensa», como solicitando a Florencia que siguiera su mismo ejemplo, no había hecho otra cosa que confirmar y aclarar las dudas que ya antes abrigaba acerca de las armas necesarias, señalando al propio tiempo el remedio; y el resultado fue la elevación a precepto teórico, de valor universal, de la experiencia propia y ajena de un momento determinado. Su poderosa «imagina ción» lo situaba inmediatamente por encima de la particularidad de los hechos, haciéndoles destilar su jugo en unos pocos axiomas precisos; más bien, lo inducía a acercarse al hecho con la voluntad deliberada de atrapar en él la actuación particular de un eterno momento de acción política, lo cual le predisponía, pues, a desaten der tal vez los detalles y las fases de mera esgrima diplomática para seguir lo que, según su pensamiento, debía ser el desarrollo lógico de las cosas, para ver si el efecto correspondía «a los discursos y conceptos que se hacen (...)». Algo asi le sucedió, en cierta medida, cuando, enviado a Roma a fines de octubre de 1503, tras la muerte del papa Pío III, efímero sucesor de Alejandro V I, para representar a la República en ese momento tan crítico, mucho más que a las intrigas que precedieron al cónclave atendió a cómo se le ponían las cosas al Valentino, a quien había visto menos de un año antes en pleno fulgor de su poderío, y ahora al borde de perderlo todo; el verdadero fruto de su nueva misión fueron las posteriores anotaciones del capitulo VII de E l principe, las máximas acerca de los hombres que ofenden por miedo o por odio, y respecto al error de quien crea que, a los grandes hombres, los beneficios nuevos les llevan a olvidar las viejas injurias; en cambio, en la tarea más específicamente diplomática se movía como lo había hecho ya en la legación ante Catcrina Sforza, con mucha cautela, limitándose, en los momentos que precedieron inmediatamente a la elección del nuevo pontífice, a señalar los rumores que corrían en Roma, no sin adelantar también prudentes reservas sobre su credibilidad. Pero en el resumen de la experiencia viva en unos pocos y lineales preceptos generales, no había sólo la complacencia del técnico de la política, el gusto, podría decirse, del arte por el arte, toda vez que, sobre la base de esos preceptos, Maquiavelo volvía después a la vida de cada día para tratar de modificar su curso, precisamente en virtud de la doctrina así formulada. Necesidad de hacer realidad la idea, modificando la primera donde estuviese en contradicción con la segunda, a lo cual messtr Niccoló se sentía
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empujado, no por la ambición personal y el ansia de alcanzar un sitial más alto, ni tampoco por el solo deseo, instintivo de todo creador de doctrinas, de verlas traducidas a la realidad, sino también por un amor ferviente por su patria, a la que amaba «más que al alma». Jovial y chistoso, a menudo burlón, y lleno de argucias y chanzas con los amigos en la vida cotidiana, pero a la vez serio y apasionado cuando, despojado de la ropa de todos los días y revestido con los indumentos «reales y curiales», empezaba a razonar para sí acerca de problemas realmente serios. Entonces, aunque permaneciera la sonrisa, era ésta una sonrisa amarga de conmisera ción por la imbecilidad de los hombres y la inepta política de un . Estado, y en particular, especialmente la de Florencia; pero la ironía ocultaba el dolor y, por tanto, a menudo cedía el paso a un fervor excitado y apasionado, muy parecido, justamente por su naturaleza de impulso del alma hacia los más altos ideales, aunque sumamente distinto en su objeto, al fervor místico de Savonarola, del que una vez se había burlado. Entonces, frente a las tristes condiciones de Florencia y de toda Italia, la patria grande, su ánimo ora se inflamaba dq esperanza, ora se llenaba de temor, consumiéndose por adarmes; y las máximas nítidas y frías de la razón política se empapaban de un poderoso hálito que de la pura técnica las transportaba al ámbito de una intensa vida pasional. Una y otra características — a saber, la intención de extraer de los acontecimientos la «lección» y aplicar ésta a la vida de su tiempo, resolviéndose la experiencia en sueño ideal— emergen plenamente en el Dtctnnalt primo, dedicado por Maquiavelo, en noviembre de 1504, a Alamanno Salviati, y que es casi la síntesis de su experiencia y sus pensamientos en cinco años de actividad política. Pobre cosa en el aspecto artístico es esta sucesión de tercetos de andadura cansada y anhelosa; pero notabilísima — aun prescindiendo de las opiniones en particular— , tanto por el cálido sentimiento patrio qur la invade y que, recoleto y velado aquí y allá por la ironia, m desborda en el final, cuanto por la reiteración insistente del motivi. de las armas propias con lo que el Dtctnnalt se cierra: augurio, éste, de acción práctica, en el cual parece asomar la lección de las cosa*, aprendida por Maquiavelo, y en el que se evidencia con precisión 11 ansia de transferir sus normas del mundo prácticamente teórico .1 la vida concreta. Esta vez el augurio no sería vano. Las condiciones extremada mente precarias de la Italia central y los peligros que amenazaban 1 Florencia (en agosto de iyo j hubo qué combatir contra el condom
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ro Bartolomeo d’Alviano, por cuyas condiciones Maquiavelo había sido enviado en julio ante Pandolfo Petrucci, señor de Siena), y el nuevo fracaso de un decidido asalto desencadenado contra Pisa, entre el 9 y el 14 de septiembre de 1505, así como agudizaron en Maquiavelo el propósito de asegurar de manera estable la defensa de la patria con una reforma radical del ejército, también indujeron al gobierno de la República a prestar más atención a lo que aquél decía y aconsejaba. Por ello fue que el jo de diciembre de 1505 se le concedieron a Maquiavelo los primeros títulos, con el encargo de trasladarse al vicariado de Mugello para inscribir en los roles del ejército a los hombres aptos para las armas «que a él le parecjerc y pluguiere». Menos de dos meses después, el 15 de febrero de 1506, en carnaval, 400 de sus infantes, vestidos de «juboncillo blanco, un par de calzas con la divisa blanca y roja y un birrete blanco, y zapatillas, y un pero de hierro, y lanzas, y algunos con arcabuces», desfilaban ya por la plaza de la Señoría, ante el pueblo; por último, el 6 de diciembre, el Consejo Mayor aprobó la provisión redactáda por Maquiavelo, creando una nueva magistratura encargada exclu sivamente de supervisar la reorganización del ejército, los Nueve Funcionarios de la Ordenanza y Milicia Florentina, de la que fue canciller, por supuesto, Maquiavelo. En el nuevo ejército, que llegó se contar con unos dos mil hombres, los Nueve tenían autoridad para ingresar a quien desearan (en realidad, se buscaban hombres de 18 a jo años), y, a tal fin, los regidores de los pueblos y los alcaldes de los ayuntamientos tenían que presentarles, para el 1 de noviembre de cada año, la lista d ejo s hombres aptos, de 15 años para arriba, de cada circunscripción. Eos infantes se distribuían en «banderas», con un capitán, un tambor y un cierto número de jefes* de tropa o caporales; dos banderas o más constituían el batallón bajo las órdenes del «condestable», el único verdadero militar de profesión, que tuvo a su mando, al. principio, unos 450 hombres y al final, cerca de 800. Los infantes de cada bandera estaban obligados a ejercitarse juntos, a las órdenes del condestable, «con arreglo a la milicia y orden de los alemanes», por lo menos una vez por mes, en días festivos, de marzo a octubre, y no menos de tres veces en total, de octubre a rparzo de cada año; y en los días festivos en que no se celebraban los ejercicios colectivos, a hacer algún ejercicio militar, ayuntamiento por ayuntamiento. Dos veces por año (pero, desde 1507, una sola) se pasaba revista general (mostra grossd) de todas las banderas de una provincia o de varias. El armamento era un peto de hierro por soldado, para la defensa, y para
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el ataque, 70 lanzas y 10 arcabuces por cada 100 hombres, yendo los demás armados con espetones, ballestas, hoces y espadas. Luego, un ejército de ciudadanos que, sin abandonar sus ocupa ciones, estuvieran al mismo tiempo en condiciones de prestar servicio militar mediante ejercicios periódicos, con mandos profesio nales en número muy reducido; y, como señalaba Guicciardini, un claro retorno a la milicia de los primeros tiempos de las comunas. A decir verdad, las aspiraciones a una milicia propia de este cuño no habían dejado de tenerse nunca, y precisamente en la época de Savonarola, poco antes de que Maquiavelo entrara en la administra ción, se había hecho abierto sostenedor de ella Domenico Cecchi, en su R ¡forma sancta et pre/iosa, dando categoría de motivo fundamental al que después seria también el motivo de Nicolás — el no tener que fiarse de los forasteros, «que, apenas cobran nuestro dinero, depo nen las armas (...) y muchos se van con Dios»— y que, hacia ya mucho tiempo, desde Petrarca en adelante, era tema de grandes polémicas. Había también precedentes concretos (desde 1499 sc habían hecho levas, para la guerra contra Pisa, de hombres del dominio florentino, especialmente para servir de vigilantes y zapa dores, pero también para tareas, diríamos, de milicia territorial), aun cuando se tratara de intentos ocasionales y esporádicos, y no, como quería Maquiavelo, de la creación de un verdadero ejército estable con funciones de combate. En cambio, podían encontrarse antecedentes más parecidos al proyecto de Maquiavelo no sólo en el Valentino, sino en la misma Venecia, tan insultada y calumniada por aquél, y, fuera de Italia, en los reyes de Francia, quienes, con la institución de los francs-archers, se habían propuesto precisamente crearse una infantería estable, no mercenaria. Pero si el sistema de reclutamiento mixto de Venecia podía considerarse globalmente logrado, en general las «ordenanzas», por si mismas, habían dado malos resultados: los franes-arebtrs, en el campo de batalla, habían dado desastrosa prueba de sus cualidades bélicas, ni más ni menos lo que harían los soldados de Maquiavelo en Prato, en 151 z. Y es que tanto una institución como la otra se apoyaban en un supuesto erróneo, a saber, que los hombres del país podrían, con algún ejercicio adecuado y sin estar bien disciplinados (la falta de oficiales subalternos constituye uno de los defectos técnicos más graves de la «ordenanza»), ponerse en condiciones de resistir a los bien adiestrados ejércitos de los profesionales de lu guerra, suizos y lansquenetes, y ello justamente en un momento en
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el cual la adopción de nuevos cuerpos tácticos (suizos) y el cambio generalizado de los sistemas bélicos hacían delicadísimo el funciona miento efectivo de un ejército, y más que nunca necesaria una prolongada y continua preparación de los hombres. Si éste era el defecto en el aspecto estrictamente técnico, otro había, no técnico, pero quizá más grave, al que no podía ponerse remedio sino modificando la estructura misma del Estado. Consistía en que, para que los habitantes del dominio florentino prodigaran su alma en defensa de la patria, habría sido preciso que primero sintieran a Florencia y al Estado florentino como su patria, y tuvieran, con los florentinos, igualdad de derechos, además de igualdad de deberes; pero era difícil pedirles el sacrificio de sí cuando el Estado, como plenitud de derechos, se extinguía en el ámbito de los muros florentinos. No sólo la revuelta de Pisa, mal dominada siempre y demasiado consciente de su pasado como para abdicar ante su vieja rival, sino, más aún, las recientes rebeliones del valle de Chiana atestiguaban que en el dominio de Florencia no podía hablarse siquiera de unidad moral. Y el mismo Maquiavelo evidenciaba esta debilidad básica del Estado florentino al obligar a excluir del servicio militar, por el momento, a los lugares del distrito «donde haya nidos grandes, donde una provincia pueda servir de cabeza [como Arezzo, Cortona, Volterra, etc.|, porque los humores de Toscana son tales, que si uno supiera cómo vivir por sí mismo, no querría ya ningún amo (...)». Además, el hecho de que el Estado florentino fuera todavía un Estado dividido llevaba a que el propio gobierno de Sodcrini, siempre temeroso de las intrigas de los Médicis, terminara por no desear una milicia demasiado fuerte, por miedo de que pudiera después convertirse en herramienta en manos del partido adverso, y desconfiara especialmente de los oficiales de oficio, los cuales, por lo mismo, eran reducidos en número y en autoridad, consecuencia técnica, ésta, de un estado de cosas estricta mente político que minaba desde las bases la solidez del nuevo ordenamiento. I.a reforma militar debía presuponer una reordena ción en la naturaleza misma del Estado florentino; quedando aislada — y no podía ser de otra manera— se apoyaba sobre bases demasia do frágiles como para poder resistir la prueba efectiva. Pero Maquiavelo, ebrio con su idea --elevada idea, por lo demás, por cuanto afirmaba el principio del Estado capaz de defenderse y sostenerse por sí— , siguió desde entonces, con admirable tenacidad, trabajando en torno de su milicia, también reconfortado en sus propósitos por ejemplos nuevos.
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Efectivamente, en diciembre de 1 507 era enviado a Alemania a llevar instrucciones a Francesco Vettori, delegado de la Señoría ante el emperador Maximiliano; en el viaje atravesó Suiza, de Ginebra a Costanza, trasladándose después a Bolzano y a Trcnto, adonde había bajado el Habsburgo para preparar su empresa contra Venecia, y a Innsbruck, para regresar a Florencia en junio de 1308 y redactar de inmediato el Rapporto detíe cose detía Magna (reclaborado hacia finales de 1512 con el título de R itraíto detíe cose delta Magna). Viaje precioso para él, pues le permitió observar, por un lado, el estado de virtual anarquía en que se encontraba el imperio y la posibilidad para su jefatura de dedicarse a empresas de importancia, es decir, de establecer un organismo político de naturaleza y situación comple tamente opuestas a las de Francia; y, por otro, la potencia, tanto de las ligas suizas como de las comunidades imperiales (es decir, las ciudades inmediatas del imperio), fuertes unas y otras por contar con armas propias. En esas consideraciones y otras por el estilo acerca de la riqueza de esas comunidades alemanas, ricas en lo público porque lo privado era parsimonioso y pobre, estaba el meollo de la nueva experiencia de messer Niccoló, quien en cambio hacia gala de total indiferencia ante un acontecimiento de enorme importancia: la asunción por Maximiliano 1, en Trento, el 4 de febrero de 1508, del título de emperador electo, aunque no hubiese sido coronado en Roma según la secular tradición. La ceremonia de esc día significaba sustancial mente el fin, incluso formal, del imperio medieval, el fin de toda una concepción del mundo no sólo política, sino también moral; y apenas un siglo y medio antes, en tiempos de Cola di Rienzo, habría dado lugar a las protestas y polémicas más duras aquende los Alpes, así como las habían suscitado, por obra del tribuno romano, las deliberaciones de la dieta de Rhcnse (15 de julio de 1338), que hacían de la elección imperial una cuestión exclusivamente alemana. Pero Maquiavelo se limita a dedicar al hecho una brevísima mención en una carta a la Señoría, sin detenerse a considerar su posible valor, típica actitud de un hombre para quien las dos grandes ideas del medievo, papado e imperio, no eran ya ni siquiera recuerdos. Lo que valia era la realidad efectiva del ahora; por ello, no la mística y mítica idea del imperio, sino la posibilidad de acción de Maximiliano, era lo que habla que justipreciar en relación con las posibilidades de acción de los demás jefes de Estado. Y la real capacidad de acción del emperador estaba muy venida a menos. Si le hubiese hecho falta, Maquiavelo habría podido convencerse
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de ello cuando, en junio de 1510, fue enviado por tercera vez a la corte de Francia (su segunda legación había sido en 1504), luego que, destrozados los venecianos en Agnadcllo, hubiera estallado el conflicto entre Luis X ll y el papa Julio 11, con gran terror de los florentinos, atrapados en medio de ambos contendientes y amenaza dos por los dos. Porque concluyó su misión previendo, en el Ritratto di cose di Francia, el poderío de ese rey que, al revés de Maximiliano, era ya amo absoluto de un Estado rico, fértil y bien organizado, ejemplo viviente de que, en las cosas humanas, lo que contaba no eran el nombre o la imagen de las cosas, sino la efectiva capacidad de acción, tanto para los estados como para cada hombre en particular. Ahora, de regreso en Italia, Maquiavelo no alcanzaba a ver ningún Estado con capacidad de actuar: 110 Vcnecia, siempre mal considerada —erróneamente— por él, y ahora de nuevo, en el Decennalt serondo, quizá desde fines de 1509, tras la batalla de Agnadello; ni tampoco Florencia, que, sí, por fin había podido ocupar Pisa (junio de 1509), pero se había visto arrojada a la más difícil de las situaciones en razón del conflicto entre Francia y el Papa, sostenido por Fernando el Católico, estando además infectada por las conspiraciones de los Médicis contra Sodcrini y la República. Maquiavelo, enviado en misiones en aquellos dos años críticos de 1511 y 1512, ora a una parte, ora a otra (entre ellas, nuevamente a Francia), viendo crecer los nubarrones, pensó en asegurar, al menos, la defensa militar de la República, haciendo aprobar, en marzo de 1512, la «Provisión para las milicias a caballo», o sea, la leva de jinetes, con arreglo a los mismos principios establecidos para los infantes; pero cuando, tras la retirada del ejército francés del valle del Po, el ejército español de Raimundo de Cardona avanzó hacia Florencia, también las esperanzas depositadas en la milicia se esfumaron. En Prato, el 29 de agosto de 1512, las banderas de la «ordenanza», enfrentadas a los mercenarios españoles lanzados al asalto, abandonaron sus puestos y huyeron. La ciudad fue tomada y horrendamente saqueada; el j i , Sodcrini, cediendo a las imposicio nes de Cardona, renunció al gobierno y abandonó Florencia, en la que volvieron a entrar los Médicis. Por dos resoluciones del 7 y el 10 de noviembre, Maquiavelo fue despojado de todos sus cargos y confinado por un año en territorio florentino, con excepción de unos días que se le concedieron para arreglar sus asuntos. Pero no habían acabado sus desgracias: en febrero de 1513, descubierta la que se dio en llamar conjura de Pietro Paolo Boscoli, Maquiavelo, cuyo nombre figuraba en la lista de los presuntos conjurados, fue
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encarcelado y sometido a tortura, aunque leve (unos tirones de cuerda). También fue liberado casi de inmediato y plenamente indultado el 4 de abril; pero, comoquiera que se le habían cerrado todas las posibilidades, al menos de momento, de obtener algún encargo de los Médicis, se retiró a San Casciano, pequeña villa entre los valles de Greve y de Pesa, donde se encontraban los pocos bienes que le había dejado su padre.
De // Principe a D ell’arte delta guerra En ese sitio tranquilo transcurría monótona la jornada de mtsser Niccoló, ocupado desde la primera hora de la mañana con los leñadores, en un bosque suyo que hacia talar; luego, dedicado a la lectura de Dante y Petrarca o a deleitarse con el recuerdo de sus aventuras amorosas, al releer las historias galantes de Ovidio y de Tibulo, o también «abribonándose» en la hostería, en juegos de naipes con algunos toscos lugareños, riñendo y vociferando con ellos por cuestiones baladies. Pero por la noche, en la soledad del escritorio, «en el umbral me despojo de la indumentaria cotidiana, llena de fango y lodo, y me pongo ropas reales y curiales, y revestido condignamente, entro en las antiguas cortes de los antiguos hom bres, donde, por ellos amorosamente acogido, me alimento con esa comida que soium me pertenece y para la cual he nacido», es decir, el arte d ejegir a los pueblos, que era de lo único sobre lo que podía discurrir, al no haberlo hecho la Naturaleza para razonar sobre el arte de la seda o de la lana ni sobre las ganancias y pérdidas de un banco. Y de esas conversaciones consigo mismo y con los antiguos nacieron los primeros fragmentos de los Diseorti sopra la prima dtca di Tito Livio, las notas que empezaban a expresar en su integridad los abundantes y variados «conceptos» construidos en catorce años de experiencia política, y para cuya precisa formulación teórica servían ahora de punto de partida e hilo conductor los libros del historiador romano, la «leche de elocuencia» de quien desde hacia dos siglos era maestro y dueño de los graneles espíritus drl Renacimiento. Pero, por otra parte, le urgían las preocupaciones de la hora actual, de las cuales hacíase eco la copiosa correspondencia con rl amigo Francesco Vettori, de Roma; y a los preceptos de los antiguos maestros respondía mal una situación política llena de incógnitas, para Italia y para toda Europa central y occidental, con los nuevos
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propósitos de lucha del rey de Francia, las intrigas de Fernando el Católico y las amenazas del emperador Maximiliano. Y he aquí que surgen los primeros rumores acerca de los proyectos del papa León X de crear un Estado en beneficio de sus sobrinos Giuliano o Lorenzo de Médicis. Rumores vagos e inciertos, por el momento, pero en todo caso tan verosímiles como para hacer entrever a Maquiavelo, no sólo y no tanto la posibilidad de su retorno a la vida política, cuanto, sobre todo, la posibilidad de ver realizado un organismo estatal «sano», con arreglo a rectos criterios, «sus» criterios, y, merced al mismo, ver que se pusiera fin a las tristes vicisitudes de Italia, perseguida, saqueada y vituperada en los últimos veinte años por las discordias de los príncipes y la vileza de las milicas mercenarias. Fue, pues, una prepotente necesidad del ánimo la que lo impulsó a señalarles el camino justo a quienes podían llegar a ser nuevos jefes de Estado: entre julio y diciembre de 1513, interrumpido el comentario de Tito Livio, nació el breve tratado en veintiséis capítulos que Maquiavelo tituló, en su carta a Vettori del 10 de diciembre, De principatibus, y que después alcanzó fama universal como I i Principe. Fama e importancia universales. Porque si la pasión de Maquia velo prorrumpe de cuando en cuando a lo largo de todo el libro, para concluir en el enardecido final con la apelación al principe redentor de Italia, y si de esa manera E l príncipe se convierte en una de las más elevadas y conmovedoras expresiones del sentimiento nacional que el espíritu italiano pueda ostentar, por otra parte ese fervor de inspiración sentimental no impedía que Maquiavelo, en el curso del análisis, disciplinada y contenida la pasión, volviera a plantear el problema político general con una claridad y nitidez de ideas, con una sobriedad de tono y una serenidad lógica que era separación entre sí y el objeto, como para forjar, al mismo tiempo que una exhortación nacional, la formulación más incisiva y diáfana hecha hasta entonces de la vida política. Prenda característica de este ingenio soberano, así como el establecer inmediatamente el valor universal de un hecho potencial, era el saber transformar el momen to puramente emotivo en una contemplación más sosegada y serena, que, sin anular la pasión, le impidiera desbordarse y ofuscar la claridad del juicio. Es precisamente lo que sucede en E l príncipe, donde la pasión sale a la luz de cuando en cuando en alguna frase amarga, por ejemplo en la dedicada a los condotieros que han llevado a Italia a encontrarse «perseguida, saqueada, violada y vituperada», que irrumpe hacia el final, al término de la construc-
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ción, en el capítulo de cierre; aunque manteniendo intactas sus capacidades de contemplación y valoración del problema político general a la vez que el rigor lógico del juicio. Es asi como el libro, nacido por impulso de una finalidad práctica inmediata, se convierte en la obra clásica de la teoría política, la obra en la cual, por primera vez desde que el mundo era cristiano, se afirma el principio de la autonomía del quehacer político de toda premisa y finalidad metafí sicas, su autonomía de las demás formas de actividad humana y, en primer lugar, la moral. No es que Maquiavelo dedique espacio y tiempo a afirmar expresamente dicha autonomía, preparando el tratamiento de los principados con capítulos introductorios para explicar qué es la política, qué es el Estado y los fines y límites de su acción, siguiendo la costumbre de la publicístlca anterior a él. No, sino que la afirmación brota, y aún más perentoriamente, del hecho mismo de que Maquiavelo, sin preocuparse por justificar ni la actividad política ni la existencia de un organismo llamado «Estado», pasa de lleno al meollo del asunto, desarrollándolo a continuación sin detenerse a buscar sus vinculaciones, ni con las normas de la ética tradicional, ni con ninguna otra norma que no sea «política» (justamente es típico, en este aspecto, el célebre capítulo X V III, acerca de cómo el príncipe debe' observar la fe dada). El Estado y la política son realidades concretas, verdades «efectivas», cuyos por qué y cómo es vano tratar de averiguar; lo que se precisa es ver cómo debe actuar el político para alcanzar sus objetivos, que para él son objetivos puramente políticos. Dejando de lado, pues, cualquier preocupación de otra naturaleza, Maquiavelo fija la vista solamente en el acto político y dicta sus normas; nada muy distinto, por cierto, de lo que venia haciendo desde sus primeras meditaciones, sólo que ahora con una fuerza y nitidez de contornos jamás logradas. Esta actitud se debía, por un lado, al propio «individualismo» de Maquiavelo, es decir, su atenerse a la energía y capacidad de obrar — en la «virtud»— del hombre como elemento primero y determi nante de la historia, de los particulares y de los pueblos, su complacencia en una «virtud» plena y perfecta, en un hombre-héroe siempre capaz de traducir en acciones su deseo (pero deseo no arbitrario ni caprichoso, sino inteligentemente proporcionado a las posibilidades que ofrece la situación concreta, a la «ocasión» que brinda la «fortuna»), toda vez que tal actitud llevaba a dar librejuego a la «virtud» en su manifestación, a hacer apreciar el valor de la acción por la acción, e incluso a prescindir de los fines de dicha
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acción. Además, el entusiasmo por el ideal de «virtud» encontraba su compensación en el pesimismo de Maquiavelo ante la naturaleza «efectiva» de los hombres en general, débiles e incapaces o malos y egoístas; pesimismo histórico, al que contradecía la confiada entrega del escritor a los grandes proyectos, su espera y casi creencia en el redentor de Italia y su conmovida imploración; por ello, de una clase muy distinta a la del pesimismo de Guicciardini, mucho menos acentuado en teoría, pero traducido a la práctica en el abandono de las esperanzas audaces, en la desconfianza frente a los programas de renovación y en el cuidado de lo suyo particular. Un pesimismo que no excluía la voluntad de actuar ni el entusiasmo, que más bien podía subsistir sólo en correlación con la existencia de un elevado y vivido ideal de vida, pero, quizá justamente como reacción frente a esto, mucho más acentuado cuando, contenida la pasión, se pasaba al terreno del juicio crítico. «Está tan alejado el cómo se vive del cómo se debería vivir, que aquel que deja lo que se hace por lo que se debería hacer, aprende antes bien su ruina que la preservación suya», es la afirmación con la cual Maquiavelo justifica su manera de teorizar, que, renunciando a la utopía del «deber ser», se atiene con firmeza a la «realidad efectiva» de las cosas, es decir, a la pura consideración «política» de las acciones humanas. El otro concepto básico es, en cambio, de índole estrictamente naturalista. Quiere decirse que el Estado, para Maquiavelo — influi do en esto por el naturalismo del Renacimiento-—, se asemeja a un organismo natural que nace, crece, enferma, declina y muere, si los remedios no son prontos y eficaces. La abundancia de locuciones y símiles referidos a la Naturaleza y a la ciencia médica («los estados que aparecen de súbito, al igual que todas las demás cosas de la Naturaleza que nacen y crecen rápidamente, no pueden tener las barbas que les corresponderían»; los «humores» del cuerpo estatal, etc.) atestigua claramente la fuerza que tiene, en el pensamiento maquiaveliano, el paralelismo entre organismo natural y organismo estatal. Por ello, como para mantener sano al hombre es menester conocer su naturaleza, y para curar al enfermo se precisa el diagnóstico exacto y la oportuna apelación a los remedios, sin encomendarse a Dios ni a los santos, igualmente, para mantener con vida o sanar a ese hombre proporcionalmente mayor que es el Estado, es necesario saber en qué consiste y cuáles son sus normas de vida, y no pensar en asistirlo con sermones morales (de suerte que, en la conclusión, se conjuntan la tendencia naturalista y la individualista). Se trata de unos conceptos que serán expresados
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amplia y claramente en los Discursos, pero que ya hace tiempo están presupuestos y constituyen otra de las grandes ideas directrices de Maquiavelo, que le permiten mantenerse fírme en el puro terreno político y sofocar el anhelo — que desde luego no le era ajeno, sino más bien la causa primera de la amargura que a veces le aqueja frente a la aciaga realidad— por el «deber ser», por un mundo moralmente mejor. De esta manera, troceando decididamente la unidad del pensa miento medieval e imponiendo a las distintas formas de vida una accción autónoma y cerrada en sí misma, Maquiavelo plantea uno de los mayores problemas del espíritu europeo, por causa del cual se afanarán, durante siglos, maquiavelianos y antimaquiavelianos; también de esta manera, dejando coexistir dos motivos inspiradores netamente diferentes, aunque mancomunados en el punto de arran que — el culto de la individualidad y de la «virtud» humana por un lado, y la apreciación naturalista del organismo estatal por el otro— , Maquiavelo concentraba la suma de las cosas en la personalidad determinada, particular y por ello contingente de este ¡efe de listado o de aquél — el principe es el Estado, y no, como será más tarde en pleno absolutismo europeo, el primer servidor del Estado— , atribu yendo excesivamente al Estado un carácter de organismo natural. La oposición entre la virtud humana y la fortuna, a la cual Maquiavelo se remite de continuo, es inherente a su propio pensamiento, como oposición entre el sentido de lo humano y el sentido de la Naturaleza. Estas eran las antinomias en que persistía quien, por otra parte, y justamente por imperio de su poderosa unilateralidad, abría decididamente un camino nuevo en la historia del espíritu humano y sancionaba, en el terreno de la especulación política, ese movimien to de liberación de la unidad medieval que en el dominio del arte estaba ya afirmado desde Giotto y que, en el de la ciencia, iba triunfando con Ixonardo. En E l principe se acentúa especialmente, de los dos motivos predominantes, el individualista, al punto de que el elemento naturalista apenas se entrevé rápidamente: estrictamente lógico, dada la propia génesis de la obra. La esperanza en un redentor nacional que edificando un Estado fuerte en la Italia central pudiera promo ver la liberación del país de los bárbaros y garantizar, después, la vida independiente de la península (sin por ello llegar a una unificación propiamente dicha de Italia, no concebida ni soñada pot Maquiavelo), se vinculaba estrechamente con el juicio histórico acerca de las causas de la catástrofe italiana, que Maquiavelo atribuye
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sustancialmente a un «pecado», la desidia y vileza de los príncipes que no habían sabido ni querido armarse con ejércitos propios, dándose por satisfechos con los mercenarios, origen de todo mal; dependía, pues, de una apreciación basada en elementos exclusiva* mente humanos e individualistas. Que el derrumbe de la potencia política de algunos estados italianos y la intromisión del extranjero en las cosas nuestras tuviese orígenes mucho más profundos, vastos y también lejanos; que los estados a la sazón, y por mucho tiempo, triunfantes, Francia y España, combatieran con armas mercenarias; que los profesionales de la guerra italianos hubieran dado en el siglo xv pruebas notables de valor y capacidad en muy crueles batallas; que la inferioridad militar de los estados italianos debiera buscarse en otras causas que no fueran el ficticio contraste entre mercenarios y no mercenarios, eran cosas que quedaban muy lejos de la visión de Maquiavelo, atento solamente a las culpas de los príncipes, convencido de poder encontrar remedio para los males con la reforma del carácter y el pensamiento de los mismos, y, en este aspecto, expositor preclaro y teórico del proceso de desarrollo de la historia italiana de los dos últimos siglos, proceso articulado sobre las figuras de los grandes señores y dominado por el esfuerzo creador de poderosas individualidades. A esto se debe la aparición a plena luz de la figura individual del jefe de Estado, esculpida en una prosa que tiene la plenitud plástica del relieve de la individuali dad poderosa. Prosa desnuda, despojada de oropeles, a veces hasta esquelética, con ese procedimiento por dicotomías ya observado, «o..., o...», y la brusca contraposición, sin transiciones, de concepto a concepto, de cosa a cosa; de una crudeza por momentos populachera de palabra e imagen, como en la figuración de la fortuna, mujer a la que, si se pretende tenerla a servicio, hay que forjar y abordar; prosa a veces machacada y obligada a expresar el veloz transitar del pensamiento mediante intrépidos anacolutos; y siempre de una nitidez de contor nos y una fuerza incisiva de representación que quizá no tengan par en toda la literatura italiana. Y cuando la pasión de Maquiavelo, hasta entonces contenida, irrumpe en el último capítulo, también ahí sigue inalterada la nitidez del estilo aunque se atropellen una tras otra las imágenes bíblicas, de suerte que en el momento de concluir, Maquiavelo no encuentra otra manera de gritar su pasión que acudiendo a la invocación de Petrarca a Italia. Pero el llamamiento a la redención no fue escuchado y la ilusión generosa de Maquiavelo pronto demostró ser un sueño. Los proyec
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tos de los Médicis iban cayendo uno tras otro: en 1516 murió Giuliano, y en 1517 la guerra de Urbino demostró que Lorenzo tenía una fibra que de ninguna manera podía ser la del restaurador de la fortuna de Italia. Por el contrario, desde septiembre de 1515 el rey de Francia volvía a ser el amo de Milán; y desde 1516, con la asunción de Carlos de Habsburgo al trono de España, podía preverse el nuevo conflicto que tendría como protagonistas a Francia y España, y a la península como uno de sus teatros de combate. Por otra parte, ya a los pocos meses de terminar E l principe, Maquiavelo había perdido las esperanzas. Tal vez por una momentánea reacción contra la vehemencia pasional anterior, en agosto de 1514 le anuncia a su amigo Vettori que ha abandonado los pensamientos sobre asuntos graves y de importancia, que ya no le deleita leer acerca de hechos antiguos ni discurrir sobre los modernos, sino que ha convertido todos sus pensamientos en pensamientos de amor por una criatura conocida en la villa. Cerca ya de los cincuenta años, volvía a quedar atrapado en los no desconocidos lazos del amor, y experimentaba una gran dulzura, «etiam por haber dejado de lado el recuerdo de todos mis afanes, que por nada del mundo, aun pudiendo, querría liberarme». Pero no era el enamorarse ni hablar de Venus, sino reflexionar acerca del Estado, el «alimento propio de ¿ 1», para el cual había nacido; por ello, poco después, volvió a sus «castillejos» y a glosar a Tito Livio, hasta que quedaron terminados — en el curso de 1519— los tres libros de los Discursos sobre la /trímera década de Tito Livio, que les iba leyendo mientras los elaboraba a los amigos de las Orti Oricellari, es decir, los asiduos de la casa de los Rucellai. Fruto de una meditación que no había tenido como causa primera un impulso práctico inmediato, y no pretendía ser exhorta ción a un príncipe en particular para las peculiares necesidades de un momento histórico, sino más bien exhortación y consejo para los políticos de todo tiempo y de todo país; más recoletos, por ello, en el tono, aunque la pasión de Maquiavelo se revele en ocasiones cuando se tocan los negocios de Italia, bien con el sarcasmo («tenemos, pues, nosotros los italianos, para con la Iglesia y los curas, esta primera deuda, la de habernos vuelto sin religión y malvados...»), o bien con la severidad de un juicio (cf. por ejemplo, 1. II, cap. X V III), estos Discursos son, sin embargo — y no sólo en el aspecto material— , de más vastas perspectivas y de mayor aliento que E l principe. No por haber mudado informa mentís de Maquiave lo, orientado en ambos escritos en pos de la diferenciación tajante,
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siempre empeñado en tomar para cada cuestión las soluciones extremas y opuestas, siempre procediendo por dicotomías; tampoco porque aparezcan conceptos ni ideas propiamente nuevos o distin tos, y menos aún porque al Maquiavelo exaltador del tirano se contraponga, como con demasiada insistencia se ha repetido, un Maquiavelo democrático republicano. Al contrario, en este aspecto, la continuidad lógica entre ambas obras es más bien total y perfecta, toda vez que también en los Discursos contempla Maquiavelo el fluir de la vida colectiva, no ya desde la perspectiva de los distintos grupos y partidos, sino siempre desde el ángulo general del Estado, cuyo «interés» constituye en todos los casos el norte de su cohsideración (nada pues, en él, de democrático en el sentido moderno). Pero aunque sea idéntico el concepto de «virtud», idéntica la importancia que se le atribuye, idéntica su contraposición con la «fortuna» e idéntica la intervención de la ocasión como mediadora, queda el hecho de que, en E l principe, sólo se podía ver una única virtud efectiva, la del jefe de Estado, quedando totalmente ausente la «virtud» del pueblo, mientras que en los Discursos no sólo aparece también a plena luz la virtud de los miembros, del pueblo, sino sobre todo que, junto a la «virtud» de hombres aislados o de multitudes, se abre paso una virtud completamente despersonaliza da, la de las leyes, la educación y la religión, siempre considerada en función de su valor político y social, pero ahora con uno muy distinto del que antes hubiera tenido. De donde se desprende que la vida estatal está invadida por un soplo intenso y poderoso, está constituida por una multiplicidad de fuerzas absolutamente desco nocidas para el Estado (virtud del príncipe retratado entre julio y diciembre de 1513). Es verdad que tampoco en este caso olvida Maquiavelo al individuo ni a su capacidad personal de acción; antes al contrario, para las contingencias más graves, trátese del ordena miento ex novo del Estado o la reforma de un Estado corrompido, vuelve a poner en el centro de la escena al hombre de virtud excepcional, que actúa por si y también por sí echa los cimientos de la vida civil. Pero, aunque se deba a la iniciativa de un condotiero, el Estado reflejado en los Discursos no tiene el carácter antropomór fico que había adoptado en la otra obra, no es ya un organismo cuya vida se cifra por entero en la figura humana de su jefe, sino uno que vive sobre todo en sus órdenes, con vida robusta -si ellos son eficientes, según-sea el largo fluir de «virtud» en ef pueblo, o con vida mustia cuando la «virtud» de la mása languidece y ya no se respetan los órdenes.
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Es una notable diferencia de tono y de perspectiva, perceptible también en el estilo, que tiene un algo de más complejo y elaborado en la articulación del párrafo y que, casi siempre, rehuye las acentuaciones violentas de un adjetivo o un verbo, que eran en cambio frecuentes en E l principe; una prosa menos tallada, con imágenes no tan destacadas en su relieve y con una andadura rítmica más igual y continua. Pero, si en la nueva obra está mucho menos acentuado el sesgo individualista del pensamiento maquiaveliano, en cambio queda mucho más subrayado el naturalista. Aquí, el Estado aparece abiertamente como un «cuerpo mixto», que nace, crece, llega a su pleno desarrollo, se corrompe y muere como cualquier otro orga nismo natural, verbigracia, el mismo cuerpo humano, al que a menudo se pone como término de comparación; es decir, con un proceso circular de reciprocidad entre vida y muerte, entre prospe ridad y decadencia, más rápido y desordenado para los estados que no están bien ordenados y no saben remediar sus males a tiempo, y más lento, con arreglo a «el curso (...) que les ha ordenado el cielo», para los bien ordenados y que saben proveer a tiempo. El modo más seguro, mejor dicho, único de proveer es renovarse, retornar a los «principios», es decir, volver a la vitalidad y la salud primitivas, recuperar la observancia de las «buenas costumbres» que existían al comienzo y que después se estropearon. El Estado que no se renueva de esa manera está destinado a perecer. Con todo, en esta última afirmación del retorno a los principios sale a la luz una actitud de origen nada naturalista, una herencia de otra época, inconscientemente recibida por Maquiavelo y sus con temporáneos y transformada por ellos, profundamente, en su esen cia. Porque la confianza en la renovación, en el retorno a los principios, los cuales siempre «conviene que tengan en sí algo de bueno», es típicamente análoga a la confianza en la renovación que, en el terreno religioso, había dominado todo el medievo cristiano; orientación característica de la mentalidad religiosa en general y de la cristiana en particular, la cual tuvo en cierto momento de la historia humana, en el de su origen, en la palabra de Cristo, las tablas eternas de su ley, los principios que originaban y a la vez concluían toda la vida de la humanidad cristiana. E l mito de la renovación, bajo la forma de un retomo a la vida moral elevada y pura de los orígenes, exaltados como edad de perfección, había sido un mito típicamente religioso, ora contenido en la ortodoxia, ora desbordado en el ardor de las sectas heréticas, pero en todo caso marcando con
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su sello toda la vida moral del medievo. Ahora bien, asi como el momento de la Verdad en el pasado, el momento-modelo para todos los hombres subsistía también para Maquiavelo, con la sustancial diferencia de no ser ya el momento cristiano de la Revelación, sino el momento pagano de la Roma antigua, punto inmarcesible de la historia universal al cual es preciso remitirse siempre, para hacer como los arqueros prudentes, «los cuales, si les parece el sitio donde se proponen herir demasiado lejano (...), ponen la mira mucho más alta que el sitio destinado, no para alcanzar con su flecha tanta altura, sino para poder, merced a tan alta mira, acertar en su designio»; asi persistía la confianza en el retomo ai principio, en el volverse hacia atrás, bien expresamente al modelo romano, o bien, en general, al «principio» del cual ha nacido un Estado y que, en opinión de Maquiavelo, debe necesariamente tener algo de bueno en sí. Era la transposición, la primera gran transposición que se cumplía, de actitudes y pensamientos de la mentalidad religiosa del medievo a un terreno puramente profano y humano: revolución profundísima en la forma mtntis europea, pero que no consistía en el repudio liso y llano del pasado, sino en trasladar sus ideas y actitud a un terreno distinto, así como en cambiar su objeto. Y es el mismo Maquiavelo quien nos muestra, patente, la afinidad de su actitud con la de antes, cuando, exponiendo la necesidad de la «renovación» aduce «el ejemplo de nuestra religión, la cual, de no haber sido vuelta a su principio por san Francisco y santo Domingo, se habría extinguido por completo. Porque ellos, con la pobreza y el ejemplo de la vida de Cristo, vuelven a encenderla en la mente de los hombres, donde ya se había apagado» (Discursos, 1. III, cap. 1). A decir verdad, su precepto de devolver el Estado al «principio» obliga a pensar nuevamente en los preceptos de los grandes movimientos religiosos medievales, fundados todos, sin excepción, en el retorno a la vida cristiana primitiva — esto es, a las virtudes de los primeros cristianos— y, con analogía aún más inmediata, a las reformas monásticas, inspiradas todas ellas en el principio del retorno a la «regla», es decir, al espíritu que informaba a la orden al ser creada. Sólo que, ahora, la voluntad de renovación no se debe ya al amor de Dios, al deseo de devolver a las almas la fe plena en lo ultraterreno, sino al amor por una institución exclusivamente terrenal y humana que no conoce otros fines fuera de ella y que se sirve como medio del amor de Dios. Arrancada de la conexión que antes había tenido con la idea del más allá y de lo ultrasensible, la ¡dea de la renovación y la vuelta hacia atrás
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encuentra necesariamente, para colorearse, unas luces decididamente naturalistas; transportada al reino de lo humano, en el cual no se ha edificado una moral que no sea ya la moral religiosa, teoteleológica, de antes, y en la que, en consecuencia, el acento recae exclusivamen te en el hecho natural — el primero que se desase del lazo metafísico— ; en cierto sentido, la idea asume la corporeidad física de ese hecho natural, encontrando analogías y símiles en el cuerpo humano y expresándose con imágenes de pura ciencia médica. Esta naturalidad era, pues, la expresión de una convulsión espiritual que sustituiría la concepción del mundo típica del medievo por una nueva concepción basada en la realidad humana; de ahí su excesiva unilateralidad, como era también excesiva y unilateral toda la actitud de Maquiavelo y, más ostensiblemente, su manera de quedarse en el momento «político», olvidando el momento «moral»; pero de ahí, también, su enorme fuerza polémica y creadora y su fecundidad, a través incluso de las críticas de sus sucesores en la historia del pensamiento europeo. Aparecía aquí, en el ámbito general de su concepción del mundo, el mismo absolutismo de juicio que siempre había aplicado a toda cuestión, por pequeña que fuera, a la que hubiera dirigido su mirada; un absolutismo sólo parango n a re a la tenacidad con la cual, una vez en posesión de una idea, seguía alimentándola. De ambos rasgos iba a dar nuevas pruebas cuando, terminados los Discursos, se abocó, entre 1519 y 1520, a escribir los siete libros De//’arte delta guerra. Vuelve a cambiar aquí el tono de la inspiración. Justamente, no ocurrió como con EJprincipe, cuando el refulgir de una ocasión propicia inflamó el ánimo de Maquiavelo y le hizo rematar de un solo tirón todo el tratado; la esperanza de otros momentos había desaparecido, no se veían más figuras de posibles redentores y, en Maquiavelo, el fervor pasional de antes había sido reemplazado por el desencanto que invade las primeras páginas, asi como las últimas, de E J arte de la guerra, y que a Fabrizio Colonna le deja en suspenso a punto de hablar, llevándole a decir a continuación que, por lo que a él atañe, por estar avanzado en años desconfía ya de poder llevar a cabo sus altos pensamientos. En lugar de proyectarse adelante, hacia el porvenir, la figura del gran principe anhelado se retrae al pasado y se convierte, no en precepto para el futuro, sino, anticipando las Istorie florentino, en canon para la interpretación de la historia; por esa misma época, en 1 j zo, Maquia velo escribió la Vita di Castruccio Castracani da Lucea, idealización en el pasado de esa figura de condotiero que en E l príncipe había sido
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minuciosamente analizada y prescrita como modelo para el porvenir. Asi como era distinta la circunstancia de ánimo y pensamiento, en relación con el verano de 1513, también lo era respecto del estado de ánimo con que habían sido redactados los Discursos. Se habían desvanecido, si, las grandes esperanzas, pero aún quedaba algo por hacer, y precisamente en el campo de acción que le era más caro a messer Niccoló, a saber, en el ámbito de la reforma militar. También los Médicis habían vuelto a considerar el proyecto de la «ordenan za», restablecida en el dominio florentino el 19 de mayo de 1514, y a partir de entonces se había seguido trabajando en torno del ejército. Pero no todas las nuevas disposiciones estaban conformes con las ideas de Maquiavelo, naturalmente inclinado a mirar con especial y riguroso cuidado a la milicia, creación suya; más bien algunas de aquéllas cambiaban completamente, en su opinión, la esencia de lo que él había querido. De suerte que unos estímulos ocasionales como éstos debieron ratificar en el espíritu de Maquia velo, no las ideas, ya bien cuajadas, acerca de los institutos militares, sino el propósito de tratarlos ex profeso, con amplitud aún mayor de lo que había hecho ya en E l principe y en los Discursos. Y así fue como surgió el nuevo tratado, con el cual quedó completada la trilogía. El tema mismo, por otra parte, hacía que la nueva obra se vinculara, más estrechamente que los Discursos, con las condiciones políticas de la Italia de entonces. Pero, así como en E l principe, la pasión, hasta el último capítulo, permanece contenida por el rigor lógico y la deliberada objetividad del tratamiento, en E l arte Je la guerra la referencia a las nada felices circunstancias de entonces, clarísima en el libro primero y en el final del séptimo, queda luego casi absorbida, en el resto del desarrollo, por la necesidad de llegar a un juicio de valor general, a la norma absoluta; de donde no es puramente polémico el carácter de la obra, que, en realidad, es constructiva en su mayor parte merced a un minucioso análisis de los sistemas de armamento y adiestramiento de los soldados, los cuerpos tácticos (el ideal a que se aspira es un «batallón» de 6 000 infantes subdivididos en 10 «batallas» — unidad orgánica básica- y, por tanto, articulado y móvil, similar a la legión romana, que Maquiavelo tenía siempre presente como modelo), la manera de combatir, las fortificaciones, etc. En cuya parte reconstructiva, así como en la polémica, vuelven a aparecer, para ser desarrollados y profundizados, los mismos asuntos que ya habían servido de base para los incisos militares diseminados en las obras anteriores:
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absoluta preponderancia de las infanterías y escasa importancia concedida no sólo a la caballería, sino también a la artillería, aun cuando la batalla de Rávena de 1512 hubiese demostrado que también era ventajoso el combate abierto. Se trata, con frecuencia, de observaciones agudas y sensatas, especialmente en el terreno táctico. Pero lo que importaba, pese a los errores de detalle e incluso otros más generales de planteamiento y de visión, era la afirmación de otro de los principios básicos del Estado moderno, a saber, la necesidad que éste tiene de encontrarse defendido con armas adecua das, y el reconocimiento de la estrecha relación que existe entre el problema político y el militar. También éste- era un gran paso adelante respecto de la publicística medieval, que desconocía esta cuestión.
E l M aquiavelo de las Lettere fa m ilia ri y d c La mandragola La trilogía de las grandes obras, con la cual se relacionaba íntimamente la Vita di Castrucáo, no agotaba, sin embargo, la actividad de Maquiavelo en el lapso que corría de 1 j 1 j a 1520. Asi como, después de «abribonarse» jugando a las cartas, o de besar «furtivamente» a Riccia, o de .colmar con sus peroratas la tienda de Donato del Como, podía entrar después en la corte de los «antiguos hombres», también lograba alternar pensamientos graves acerca del Estado con otros menos severos o, por lo menos, de otro tipo. El hecho de tener centrada su vida espiritual en un motivo predomi nante, la política, no le impedía advertir al mismo tiempo otros motivos para vivir, que, aunque quedaran en segundo plano, no eran olvidados. Por el contrario, en cierto sentido era siempre el mismo interés el que, de cavilar sobre el príncipe, lo llevaba a observar los hechos pequeños de la vida cotidiana, a analizar maliciosamente el comportamiento de este amigo o el otro que anduviese a la greña con Venus, manteniendo, tanto en un caso como en el otro, la mirada puesta en el hombre, en la capacidad de actuar, o su falta, exhibida por éste o aquél, y permaneciendo, por tanto, en el mismo mundo de ideas, aunque en apariencia fuera otro el objeto de observación. Es así como en las cartas dirigidas a los amigos se entremezclan los razonamientos de alta política con las descripciones de casos amorosos y picarescos, la expresión grave con el chiste; así es como el contorno vigoroso con que se retrata al principe en la obra dr
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1513, se contrapone a la evidencia plástica de una escena relatada en carta a Vettori del 4 de febrero de 1514, donde dice Maquiavelo que le parece estar viendo «a Brancaccio instalado en una silla de bajo asiento para mejor apreciar el rostro de Gostanza, y con palabras y señas, y con ademanes y risas, y con movimientos de boca, y de ojos, y de babas, empaparse todo, todo consumirse, y estar todo pendiente de las palabras, del anhélito, de la mirada y del olor, y de las suaves maneras y las femeninas hospitalidades de la Gostanza» (Le/tere familiari, C X L I 1). Sólo en el período de julio a diciembre de 1313, cuando Maquiavelo escribía E l principe, vale decir, en su momento de mayor conmoción espiritual y moral, que desaparece el chiste en las cartas a Vettori y no se respira otro aire que el político. Pero inmediatamente después, quizá por inconsciente reacción frente a la tensión continua, retorna a la vida de cada día, y aparecen el Brancaccio que suspira detrás de Gostanza, Vettori, que se encuen tra perplejo, y no por razones de Estado, y el propio Maquiavelo —no el Maquiavelo que comenta la política francesa en Italia, sino el que toca a las mujeres y se ocupa de ellas— en trance de exhortar al amigo embajador a darse un poco de buena vida. De fábulas bautizaba Maquiavelo a estos esparcimientos cuando retornaba a las cosas serias; pero unas fábulas de las que extraía el sentimiento fresco y vivo de lo humano, que luego trasladaba a los razonamientos serios embebiendo con ellas, muy subterráneamente, la teoría general y las máximas eternas, evitando que esta teoría se volviera pura abstracción, y la estilística un vacuo ejercicio de intelectual enmohecido. Con este fin, y también para olvidar los problemas excesivamen te angustiosos de la hora, para trocar en sonrisa sarcástica frente a los pequeños hechos de la vida la indignación y la amargura que le invadían ante las grandes cuestiones políticas, volvía una y otra vez a las fábulas; y, no contento de discurrirlas en cartas, las hacía de mayor envergadura para ser puestas en escena. Así fue como, tras haberse ya iniciado hacia 1304 con Le maschere, imitación de l^as nubes de Aristófanes (obra que después se perdió), y de haber traducido la Andria de Terencio, tal vez a poco de haber escrito E l principe (no puede precisarse la fecha de composición, que oscila entre 1313 y 15 20), creó una gran fábula, que fue La mandragola, comedia en cinco actos que, al parecer, fue puesta en escena en Roma en 1320 y, con toda seguridad, en Venecia en 1322. Era una obra maestra, precisamente porque en ella reaparecen las cualidades esenciales del Maquiavelo preceptor de política, a saber, la capacidad
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de observar, desde fuera, la actuación de los hombres, así como la de esculpir sus caracteres esenciales. La acción no tiene méritos especiales, y es más bien estática; tampoco radica su interés en el contraste de caracteres, porque cada uno de ellos es, desde el principio, y con excepción del de Lucrecia, más bien cerrado y limitado en sí, sin que el desarrollo de la acción repercuta verdadera y profundamente en ellos y les provoque contrastes de ideas o de pasiones. Luego, en este aspecto, se trata de una comedia extrema damente estática, sin matices ni mutaciones, con una sola línea, clara desde el principio, con sus diversos caracteres ya precisados y rematados desde sus primeras palabras en escena. Por el contrario, es en la figuración de los caracteres donde está la sustancia de la obra; tallados con una causticidad y una sequedad que, aunque los dejen aislados entte sí, les prestan un extraordinario relieve, desde el estúpido don Nicha, el marido crédulo que termina cornudo, a fray Timoteo, el más impresionante de todos, no de espíritu malvado, sino, como aquellos que no saben ser ni totalmente buenos ni totalmente malos, capaces de cualquier trapacería apenas se empiezan a dejar arrastrar por la pendiente de las «malas compañías», sabiendo que tienen las espaldas protegidas por otros, sin fe, o con una fe que se limita a mantener encendidas las velas de la Virgen. Precisamente por ello, la figura menos feliz es, quizá, la de Lucrecia, quien, castísima, honradísima y temerosísima, en el transcurso de una sola noche, por desdén hacia el marido tonto, la madre simplona y el confesor malvado, aunque también por haber gustado la diferencia que existe entre los besos de un amante joven y los de un marido viejo, se transforma bruscamente en una mujer de labia pronta y hasta descarada, y con una imaginación volcada a saborear de antemano los próximos placeres de alcoba. Excesivamente tajante la mutación, efectuada a la manera de Maquiavclo, de un extremo al otro y sin transiciones. Ante las justificaciones de Lucrecia, «que el viene de una disposición celeste (...) y no soy lo bastante como para rechazar lo que el cielo quiere que acepte», por las cuales parecería aún, como antes, una mujer sometida a su destino y resignada a los hechos, aparecen luego, como antítesis excesivamente evidente, la resolución con que ella le indica al amante el mejor modo de poder seguir «conviniendo», la ironía y decisión de sus respuestas al marido y la aceptación explícita de la complicidad con fray Timoteo, a pesar de todo entristecido, con quien ella establece sin vacilar la compensación en dinero. No es una misma figura, sino dos distintas, las que aparecen en el personaje de Lucrecia, y el corte es harto brusco.
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Todavía iba a tener Maquiavelo otra experiencia teatral con Cli^ia, comedia en prosa representada en Florencia en 1525; pero no son suyas, en cambio, la Commtdia in prosa, de Lasca (Antón Francesco Grazzini, por tal nombre conocido), ni la Commedia in versi, de Lorenzo Strozzi, y que antiguamente se le atribuían. Sólo que Cli^ia, en parte imitación de la Casino de Plauto, es obra de mucha menor envergadura que l*a mandragora, como también son de mediocre valor otras composiciones en verso, desde el A sino foro —cuya creación, en general datada en 1517, se ha tratado de dividir recientemente en dos etapas, los cinco primeros capítulos en 1 512 y los tres últimos hacia 1517— hasta los diversos Capitoli (Dell’ingratitudine, escrito tal vez antes de 1512; D i fortuna; De/fambicione, DelPoccasione), pero que son textos notables por las ideas que en ellos se expresan, y que constituyen reiteraciones o desarrollos de otras ya muy conocidas a través de las obras políticas. Mayor valor tiene la novelita del demonio que tomó mujer {Novelia di Be/fagor arcidiavoto), bien llevada, aunque carente del vigor de contornos de lu ¡ mandragora; al paso que, en el aspecto de la formación literaria de Maquiavelo, son importantes las observaciones que hace en el Discorso o dialogo intorno alia nostra lingua, en el que refuta la teoría de Dante del vulgar ilustre y sostiene la «florentinidad» de la lengua italiana.
L as Istorie fioren tin e Si ya en la Vita di Castruccio había empezado a obrarse la transposición del ideal del príncipe y del Estado fuerte del porvenir al pasado, ahora, después de IJ20, esa transposición es completa, y el lugar del Maquiavelo político lo toma el Maquiavelo «historiador». El impulso práctico para ello fue dado por los Médici's, o más precisamente el cardenal Giulio, quien desde hacía un tiempo había empezado a dar muestras de benevolencia para con él: a instancia suya (aunque Maquiavelo dijera que la propuesta había sido del propio papa León X), en 1519 había compuesto un Discorso su/ riformare lo Stato di Ftrence, sugiriéndole un proyecto de constitución que, aunque establecía una libertad formal de la República, dejaba la designación de los magistrados, y con ello el gobierno efectivo, en manos de los Médicis; por encargo de aquél y de la Señoría fue enviado, en 1520, a Lucca, a defender los intereses de algunos mercaderes florentinos (estadía de la cual fueron fruto la Vita di
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Castruccio y un Sommario delle cose di Lacea), y más tarde, en 15 2 1.a Carpí, en misión ante el Capítulo general de los Frailes Menores; por voluntad suya, aunque formalmente la decisión fue tomada por los funcionarios del Studio florentino y pisano, el 8 de noviembre de 15 20 le fue encomendada la tarea de escribir la historia de Florencia (con un plazo de dos años y unos emolumentos de 100 florines anuales) y «del tiempo que le parezca más conveniente y en la lengua, o latina o toscana, que le parezca», según propuesta formu lada por Maquiavelo mismo. Así que la conjura urdida en 1522 contra el cardenal Giulio por algunos de los más conocidos asiduos de las Orti Oricellari, aunque pusiera fin a las amigables charlas de tales reuniones, no le acarreó dificultades ni molestias a Maquiavelo, quien siguió mereciendo una buena opinión del cardenal, papa Clemente VII desde 1523. Por ello pudo dedicarse con tranquilidad, en la casa de campo de San Casciano a la que se había retirado en 1523, a la preparación del magno trabajo nuevo, cuyos ocho primeros capítulos le presentó al papa Clemente V il en 15 2;. Que Maquiavelo cuidó mucho el trabajo lo demuestran los preciosos Frammentiautografi de partes de los libros 11, IV, VI y V il, en comparación con los cuales el texto definitivo resulta limado, corregido y cambiado con mucha minucia. Con todo, su método historiográfico no era de los más complicados. Efectivamente, para los distintos períodos históricos que debe tratar, Maquiavelo se sirve tanto de crónicas como de historias humanísticas (Flavio Biondo y Leonardo Bruni), pero, una vez escogida una fuente para el período o asuntos dados, la usa completamente, sin control crítico. Así, el primer libro depende de las Historiarum ab inclination* Romanorum libri X X X I de Flavio Biondo; el segundo, sobre todo de la Cronaca de Giovanni Villani; el tercero, en parte de la Istoria florentina de Marchionne di Coppo Stefani, en parte de los R icordi de Gino Capponi y del Tumulto dei Ciompi atribuido al mismo Capponi, en parte también de los Historiarum Florentini populi libri X II de Leonardo Bruni, e incluso tal vez de la Crónica de Picro Minerbetti; el cuarto, de las Islorie fiorentine de Giovanni Cavalcanti; el quinto y el sexto, nuevamente de Cavalcanti, Biondo y Capponi, además de los Rerum gestarum Francisci Sfortiae libri X X X I de Giovanni Simo netta. En cambio, para la conjuración de los Pazzi (descrita en el libro VIII) se vale incluso de una fuente directa, la confesión de uno de los conjurados, Montesecco. N o evidencia preocupación alguna en espigar las narraciones de sus predecesores, ni menos en consultai directamente las fuentes de archivo, cosa que no hubiera hecho
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Guicciardini. Por lo demás, no sólo se insinúan fatalmente en las Historias de Maquiavelo, dado su método de composición, errores e inexactitudes provenientes de páginas ajenas, sino que a menudo el mismo Maquiavelo altera el dato real deliberadamente; esto es lo que ocurre en todas las descripciones de batallas, en las cuales no se cansa de poner en ridiculo a las compañías de ventura ni de hablar de batallas sin muertos (Anghiari, Molinella), y en las que se falsea completamente la realidad histórica. Pero precisamente en ese descuido de la exactitud del dato, más bien en la alteración adrede del mismo, precisamente en esc apresu ramiento y esa unilateralidad de búsqueda, se revelaba Maquiavelo, quien, dedicado a escribir sobre historia, siguió pensando como político y se volvió hacia el pasado no con mentalidad contemplati va, sino polemista. Las Historias siguen siendo una continuación del gran debate emprendido con E l principe y continuado en los Discursos y en E l arte de ¡a guerra, con la diferencia de que ahora ya no se desarrolla en el presente y con miras al porvenir, sino, como antes en la Vita di Castruccio, vuelve a ser lanzado hacia atrás en el tiempo, se torna, más que constructivo, polémico, y se transfiere al reino del «debía ser» histórico. Por ello es por lo que desde el comienzo de la recapitulación se abre paso la figura, idealizada y gemela de la de Castruccio, del rey Teodorico, el príncipe de las «muchas virtudes», que puso «en buen orden y bastante feliz estado» a Roma e Italia y cerró el paso a los bárbaros; luego aparece la Iglesia, empeñada, igual que antes en el capítulo X II del libro 1 de los Discursos, en mantener la desunión de Italia, procurando su ruina; después aparecen las contiendas entre los partidos florentinos, que no se mantienen en la línea de las disensiones entre la plebe y el senado de Roma, fecundas en bienes, sino que degeneran en guerras civiles portadoras de funestas consecuencias; y más adelante siguen las malas artes de las milicias mercenarias, incesante proyección al pasado de todos los temas dominantes de la concepción política de messer Niccoló, convertidos ahora en criterios de interpretación de la historia. Incluso, a veces, el curso del tratamiento histórico se interrumpe, para dejar paso a un capítulo casi entero (como el I del libro VII) de máximas de puro carácter político. Y casi siempre estas partes son también las más vitales de las Historias; en estos casos, Maquiavelo, elevándose claramente sobre sus fuentes, domina la sucesión de los hechos, referidos a una línea fundamental de desarrollo, y excede la crónica para crear un cuadro histórico de líneas amplias, claras y seguras. La misma polémica
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acerca de los mercenarios, aunque conduzca por un lado a afirma* ciones completamente falsas y a una visión de conjunto insostenible, con motivo de la profunda verdad que encierra en sí — estrecha conexión entre la política y la fuerza militar de un Estado— le permite a Maquiavelo, por otro, apreciar con plena seguridad los estrechísimos nexos que ligan a la política exterior con la interior, y, así, abrir caminos verdaderamente nuevos a la historiografía europea. Pero, en cambio, alcanzaba alturas mucho menores cuando el tema polémico se debilitaba y él permanecía cual mero observador y narrador; porque sus cualidades típicas, contornos decididos y fuerza lógica del razonamiento, se convertían entonces en falta de sentido del matiz y el detalle, y en indiferencia ante los acontecimien tos de poca monta. Esc contraste interno entre lo que es el verdadero interés de Maquiavelo y lo que no toca su espíritu se advierte incluso en el estilo, ora del mismo vigor de observación y de la misma claridad y sobriedad de tono de que hacía gala en sus obras políticas, ora literariamente más acompasado, limado y pulcro, pero también más débil y casi privado de frescura de imágenes.
Los últimos acontecimientos Concluidos los ocho primeros libros de las Historias, Maquiavelo habría tenido que llevar a término la obra, pero quedó interrumpida para siempre. De la narración de las rerum gestarum retornó a rem agiré. Aterrado por la victoria de los imperiales en Pavía e impulsado por ello a proveer a su propia defensa, así como con el ánimo inclinado hacia esa milicia propia de la que Maquiavelo era recono cidamente el primer patrocinador, el papa Clemente VII le envió, en junio de 1525, ante Francesco Guicciardini, a la sazón presidente de la Romana y magna pars de la política pontificia, a fin de que discutieran acerca de las levas de infantería en aquella región, con arreglo al esquema de la «ordenanza». Así, otra vez el problema del presente sacudía a messer Niceoló; un presente oscurísimo, luego que la victoria de Pavía, en febrero de 1525, pareció dar a Carlos V el señorío absoluto en Italia. Otra vez, también, a la vuelta de veinte años, proponía su remedio. La propuesta resultó vana, porque Guicciardini, colmado de dudas en cuanto a su provecho y oportunidad, consiguió incluso hacer desvanecer el momentáneo entusiasmo del papa Clemente V il; pero
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Maquiavelo, que había vuelto a tomar estrecho contacto con su tiempo, ya no se apartó de él. Y así como entre 1513 y 1514 había desmenuzado, en las cartas a Vettori, las andanzas de franceses, suizos y españoles, tratando de prever la suerte de la península, así también ahora volvía a escrutar el curso de los acontecimientos y a proponer los remedios adecuados en las cartas al amigo Guicciardi ni. Tarea nada agradable en medio de aquel precipitarse de la situación; una chispa de esperanza reaparecía con la Liga de Cognac, pero las incertidumbres del duque de Urbino, comandante del ejército de la Liga, frustraron los designios de Guicciardini y dieron oportunidad a los imperiales de ganar Milán, y luego — unidos al Borbón y el Frundsberg— de marchar, en la primavera de 1527, hacia la Italia central, llegar a Roma y entrar a saco en la ciudad. La «libertad» de Italia se encaminaba hacia el ocaso en aquellos tiempos, y a Maquiavelo le ocurría lo propio hacia su atardecer. Con todo, viejo ya, y cansado, trataba de actuar, una vez más, de la manera que le estaba permitido; igual que en 15 12 para la ordenanza de la caballería, también ahora, previendo la borrasca, insistió ante Cle mente V II para que se fortificase Florencia, y después, designado canciller y provisor de los Cinco Procuradores de los Muros, luchó por persuadir al Papa para que diese inmediata ejecución a los trabajos; fue una vez a Lombardía, al campo de la Liga, en el verano de 15 26, y dos veces en el invierno de 1526 a 1527, comisionado por los Ocho de Práctica, en todas ellas ante Guicciardini; y hasta propuso, en agosto de 15 26, que se mandara atacar a los imperiales en el reino de Nápoles. Pero en mayo de 15 27, llegada la noticia del saqueo de Roma, estalló en Florencia la rebelión contra los Médicis y se instauró la República: para Maquiavelo esto fue el fin. Sospechoso de ser adicto a los Médicis y mal visto en ese momento de exaltación de los ánimos, fue dejado de lado, de suerte que el 10 de junio, habiendo de elegir un nuevo secretario para los Diez de Bailiazgo en lugar de Maquiavelo, que había ejercido el cargo hasta 15 12 , se pensó en un tal Francesco Tarugi. Menos de dos semanas más tarde, el 22 de junio de 1527, aquél dejaba de existir. Fue sepultado en Santa Croce, donde, en 1787, se erigió un monumento a su memoria con una célebre inscripción: Tanto nomini nullum par tlogmm. De su mujer, Marietta di Ludovico Corsini, con quien se había casado en 1502, tuvo cuatro hijos, Bernardo, Ludovico, Piero y Guido, y una hija, Bartolomea o Baccia, que fue esposa de Giovanni Ricci.
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E l destino de Maquiavelo. Maquiavelismo y antimaquiavelismo Se ha dicho que la verdadera vida de Maquiavelo sólo empezó después de su muerte. Y , en verdad, quizá ningún otro pensador o escritor haya tenido nunca un influjo tan directo, inmediato y vasto sobre la posteridad; ninguno fue objeto de polémicas tan extensas y duras, ni tan discutido, no ya en el puro ámbito especulativo, sino en la vida práctica cotidiana. Porque Maquiavelo, en virtud sobre todo, por no decir casi exclusivamente, de E l principe, la obra suya con mucho más conocida, se convirtió para las generaciones que le siguieron, más que en un teorizador de la política, en un preceptor práctico de normas singulares y en un consejero áulico de los jefes de gobierno, a los cuales parecía insinuar el modo de comportarse en uno u otro caso; por ello, el significado de los términos «maquiavelismo», «maquiavélico», etc., vino a denotar no tanto una determinada tendencia del pensamiento, sino cierta manera de hacer en la política activa; manera, por lo demás, execrable y basada en el fraude, la violencia y la impiedad. Era como si Maquiavelo hubiese creado no la teoría de la política, sino la política misma, sin más; como si antes de él los monarcas hubiesen sido todo candor, bondad y buena fe, y sólo de él hubiesen aprendido a regir el Estado con medios que no fueran los padrenuestros. Reducido a mero recetario de máximas prácticas, E l principe se convirtió así, según la expresión de uno de los primeros detractores de Maquiavelo, el francés Gentillet (Discours sur les moyens de bien gouvemer et maintenir en bonne paix un royanme... contre Nicolás Machiavel le florentin, París, 1576), en «el Oirán de los cortesanos»; y desde entonces se ha venido repitiendo durante siglos que todo político, en opinión de sus opositores, es discípulo de Maquiavelo y que la lectura de E l principe es su pan cotidiano. Así ocurrió con Catalina de Médicis, quien, en palabras de uno de los libelos hugonotes que proliferaron después de la noche de san Bartolomé, el Tocsin contre les massacreurs, se hacía leer por su consejero Morvilliers «ce beau et chrestien livre»; o Mazzarino, de quien se leía en un Catéchisme de la Cour del año 165 2 que había sido «confu de l’esprit de Machiavel»; y así hasta llegar al emperador José II, cuya política calificaban los libelistas de la época de «Machiavellis würdig», o a Napoleón, definido por Chateaubriand como digno discípulo de Maquiavelo y del presunto héroe maquiaveliano, César Borgia.
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Cabe más bien decir que tal ha sido la fortuna y difusión del término, que ambas acepciones se han conservado aun cuando, situado en su verdadero lugar el pensamiento de Maquiavelo, pareciera que tuviese que terminar el equívoco por el cual se había llegado a atribuir tal significación a maquiavelismo y maquiavélico; se ha mantenido como sinónimo de política hábil, pero no leal; enérgica, pero despreciativa del valor ético de los medios de que se sirve; y con ello se ha convertido en concepto aplicable en cualquier tiempo y lugar. Tan es asi, que de «maquiavélica» se ha calificado la política de un Ezzelino da Romano, un Federico II de Suabia, un Luis X I de Francia, etcétera, habiéndose incluso intentado trazar una historia del «maquiavelismo» anterior a Maquiavelo. Se trata, como es obvio, de un craso equivoco, y mayor atención habrían merecido al respecto los defensores de Maquiavelo, que hacían notar que su autor no había hecho otra cosa que representar la política tal como se había mostrado siempre en la vida real, quitándole los velos con que los utopistas la habían cubierto para mostrarla en su feroz, pero concreta desnudez. Ahora bien, en las polémicas que los antimaquiavelistas empren dían en el ámbito estrictamente especulativo contra las doctrinas de Maquiavelo había, en fin de cuentas, un fundamento profundo de verdad, para controvertir el cual no bastaba con afirmar que Maquiavelo había sido un pintor fiel de la realidad; se trataba de la exigencia moral, que volvió a hacerse intensísima en las décadas del siglo xvi que siguieron al tiempo de Maquiavelo, por la que el resurgimiento de una vigorosa vida religiosa volvía a poner sobre el tapete algunas cuestiones ignoradas o, por lo menos, descuidadas por el pensamiento maquiaveliano. La tajante unilateralidad de Maquiavelo había conducido, como se ha dicho antes, a una fractura total entre el ser y el deber ser, entre la exigencia política y la exigencia ética; y el punto de partida vital de la polémica antima quiavélica estaba justamente en el impulso de tratar de reconciliar una con la otra, para restituir a la conciencia aquella «jurisdicción universal» que le había sido arrebatada por Maquiavelo. Se necesi taba volver a conjugar la «razón de Estado» (expresión que no conoció Maquiavelo, pero cuyo uso se generalizó en la segunda mitad del siglo xvi) con la razón moral; era menester, además, otorgar al Estado de hecho reflejado por Maquiavelo las bases de derecho que todavía le faltaban. Se sumaban, además, otros motivos de polémica, más particula res y diferenciales; en Francia — gran centro de discusiones antima
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quiavélicas— , la reacción de las fuerzas burguesas contra la idea de un Estado que viviera exclusivamente en la figura individual de su jefe, y la reacción contra los italianos en general, por odio contra Catalina de Médicis; en la Italia de la Contrarreforma — el otro foco de polémicas— , la reacción de las fuerzas católicas contra el Estado puramente humano y laico que reflejaba Maquiavelo, y contra su actitud, nada benévola, contra la Iglesia y la curia de Roma. Pero el origen primero y esencial estaba, sin embargo, en la necesidad de cerrar la brecha que había abierto en la conciencia humana la «politicidad» absoluta de Maquiavelo. Ahora, aunque Bodin lograra llegar, en la R ¿publique (1)76), al Estado de derecho, fundado en el concepto de soberanía, resultaban, en cambio, infructuosas las tentativas de los muchos teóricos de la «razón de Estado» por arribar a una verdadera y efectiva concilia ción de la norma política y la norma moral. Y a podía Botero, uno de los máximos corifeos de la publicística católica de los tiempos de la Contrarreforma, afirmar en la dedicatoria de su Kagion di Stato su propósito de reintegrar la conciencia a su «jurisdicción universal»: a la hora de la verdad, cuando hubo que definir qué era la política, se limitó a hablar de medios «aptos» para fundar o conservar un dominio, sin precisar qué relación deberían mantener esos medios con la ley moral; antes al contsario, tras reconocer que el interés es el alma y el maestro de ceremonias del mundo, apuntó hacia preceptos mínimos, en los cuales triunfaba la política de Maquiave lo, con una mezquindad de acento y un empobrecimiento de la pasión que, verdaderamente, hacían de la nueva obra un recetario de máximas ad usum regis. Refutar el axioma fundamental de Maquia velo, de que la política es la política, ya era imposible; volver a plasmar esa política en una concepción nueva, en la cual el «ser» no contradijera al «deber ser», aunque quedando muy neto en sus lincamientos característicos, era tarea sobremanera difícil para unos hombres que partían de unas posiciones especulativas por las cuales no se podía alcanzar la unidad si no guareciéndose en la trascenden cia divina. Apareció entonces, para contrarrestar la «falsa» razón de Estado de Maquiavelo, la «verdadera» razón de Estado, la que debía permitir a los príncipes salvar el Estado y, al mismo tiempo, salvar el alma, y que se caracterizaba esencialmente en el acatamiento de la Iglesia católica por parte del príncipe, el cual, por lo demás, podía actuar en función de político puro. Además, en lo que concierne .1 los escritores hugonotes, en Francia, la conciliación entre política y moral se logró por un claro retorno a ciertas posiciones de fuerte
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sabor medieval, vale decir, por un paso atrás, y no un paso adelante respecto de Maquiavelo. Aquí y allá parecen refulgir algunas intuiciones nuevas que en verdad podrían conducir a una visión más compleja que la de Maquiavelo. Es el caso, sobre todo, del pensador de Faenza Ludovico Zuccolo (Delia Ragione di Stato, 1621). Pero no deja de tratarse de meros esbozos de ideas, y el tono general de la copiosísima literatura antimaquiaveliana sigue siendo el que se ha dicho, un girar en torno del problema cuya complejidad se advierte, pero cuyos términos aún no se logra aclarar bien. Nace, por tanto, ese sentimiento de insatisfacción y rechazo ante la política que es característico de todo el período y que anticipa la repugnancia de la Ilustración por la política, considerada como una sucesión de oscuras intrigas de alcoba y como un triunfo de la prepotencia y del fraude. Hay, sí, una inclinación hacia la política, para estudiarla y hacer su vivisección — y pocas veces en la historia de la humanidad se escribió y disputó tanto de política como en la segunda mitad del siglo xvi y las primeras décadas del xvu— , pero es pura, aunque incontenible, curiosidad del intelecto, que resulta contrarrestada por una retracción más o menos velada del ánimo, dubitativo y cansado frente a las malas artes de las que no logran prescindir los hombres en la conducción de los estados. Contraste intensísimo y claramente perceptible en los ingenios más preclaros, como un Traiano Boccalini; decididamente dramático en un hombre como Campanella, que experimenta la necesidad de una ley universal con una fuerza y vehemencia pasional que otros ni siquiera imagi nan. Y entonces, a esas oscilaciones y titubeos frente a unos problemas que todavía no se logra dominar se añade, en casi todos, las invectivas más atroces contra Maquiavelo, definido como depo sitario de toda iniquidad, pero al mismo tiempo la aceptación más o menos completa de su doctrina; a menudo, para disfrazar la forzada sumisión, se recurre a Tácito, atribuyéndole la doctrina maquiavélica que a él se le puede aceptar, dándose así origen a ese curioso enmascaramiento de Maquiavelo con Tácito, a esc disimulo ideoló gico que caracteriza a gran parte de la literatura política de la segunda mitad del siglo xvi y la primera del xvu. Por otro lado, tampoco las tesis de los no muy abundantes defensores de Maquiavelo, entre los cuales se yergue, en la primera mitad del siglo xvu, Gaspare Scioppio, brillaban verdaderamente por su profunda intuición; aparte de afirmar, como se ha visto, que Maquiavelo no había sido más que un fiel pintor de la realidad, de
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cuya eventual miseria no se le podía culpar (argumento sin valor para el problema de las relaciones entre la política y la ética, entre el ser y el deber ser), se limitaban a veces a hacer notar que Maquiavelo, lejos de ser exaltador de tiranos y panegirista de Cesar Borgia, había sido amigo de la libertad, en cuyo beneficio puso al descubierto, fingiendo aprobarlas, las malas artes de los tiranos. Aserción en la cual estaba ya contenida enteramente la posición polémica que asumieron después muchos modernos, que contrapu sieron artificiosamente los Discursos a E l principe y vieron en Maquiavelo al hombre que «temperando el cetro a los reinantes / allí los poda y a la gente muestra / de qué lágrimas canal, y de qué sangre...». El momento del primero y sustancial paso hacia adelante, respecto de Maquiavelo, sólo iba a llegar con Vico. Pero como la influencia de éste fue a la sazón muy limitada, la polémica antimaquiaveliana prosiguió, si bien con menor insistencia, y precisamente en el siglo xvm veía la luz una de las obras clásicas de la literatura contra Maquiavelo, el Antimachiavtl, de Federico II de Prusia, quien, a su vez, fue criticado y tachado de hipocresía, por haber observado, de rey, y en la práctica, las máximas que como principe había condenado violentamente por escrito. En realidad, Federico II no había tenido hipocresía ni doblez. Pero también en él habían entrado en conflicto interior las leyes de la razón de Estado, «con su recurso a las fuerzas elementales de la potencia y la grandeza», y el ideal de humanidad, que para él no era mero pasatiempo de las horas de ocio filosófico, sino anhelo intenso y profundo. Conflicto no aplacado, ni siquiera en él, y que surgía de forma patente en sus maneras contradictorias y aparente duplici dad de pensamiento y hechos. Para que a Maquiavelo le sonría mejor fortuna hay que esperar hasta finales del siglo xvm y principios del X I X , cuando influye poderosamente, por una parte, en virtud de su concepción de la política, en el pensamiento de Hegel y Fichte, y, por otra, debido sobre todo a su sentimiento nacional, en las nuevas generaciones italianas. Maestro de libertad republicana lo sintieron entonces los jansenistas italianos; maestro de elevado sentir italiano, maestro y educador por su concepción de la milicia propia, lo considero especialmente Foscolo, cuando ya Alfieri era deudor del florentino por muchos fecundos principios de su pensamiento. De ahí en adelante, Maquiavelo ingresó en el recinto de los espíritus magnos de la nación italiana, de la misma manera como, superada la
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polémica de dos siglos, ha entrado en el de los grandes creadores espirituales del mundo moderno.
Obra» De las obras de Maquiavelo, el Decennale primo fue impreso ya en 1 506, en Florencia; Dell"arte della guerra se imprimió en Florencia, en casa de los herederos de Filippo Giunta, en 15 2 1; L a mandragola, una primera y una segunda vez en un año que no puede precisarse, y una tercera probablemente en Roma, en 1)24; la quinta edición, cronológicamente segura, apareció en Venccia en 15 3 1. Las demás obras son de edición postuma. Los Discorsi fueron impresos la primera vez en Roma (Antonio Biado) en 15 3 1, aunque posterior mente y con independencia del texto de Biado, en Florencia, por Bernardo Giunta; l i Principe, también por Biado en 1532, y, asimismo, por Giunta, en el mismo año. Siempre en 1532, y también en dos ediciones de Biado y Giunta, aparecieron también las Istorie florentino. La Vita di Castruccio y la Desencone del modo tenuto dal daca Valentino aparecieron como continuaciones de II Principe (como después ha sido costumbre) en las ediciones Biado y Giunta de esta obra. Pero sólo en la edición del impresor florentino aparecieron, siempre a continuación de II Principe, el Ritratto di cose di Francia y el Ritratto delle cose delta Magna. El Decenna/e secando, el Asino d’oro, los Capitoli y la Nove/la di Bel/agor arcidiavolo, los editó por primera vez Giunta, en Florencia, en 1549. Pero la Noveila había sido ya publicada con la firma de monseñor Giovanni Brevio, quien la había rehecho malamente, en una colec ción de rime et prose volgari del mismo Brevio. Siguieron después muchas otras ediciones, especialmente de II Principe, que fue también traducido a las principales lenguas y difundido en toda Europa, así como ediciones completas de las principales obras. Hubo primero una edición de Aldi de los escritos en prosa, aparecida en Venecia en 1540, a la que siguieron la edición de Comin di Trino (Venecia, 1540-1541), una segunda edición de Aldi (Venecia, 1546), la edición de los Giolito (Venecia, 1350-1531) y la de Giunta (Florencia, 1551). La primera edición de las obras completas de Maquiavelo (mejor dicho, de las principales) en prosa y en verso fue la llamada Testina, falsamente fechada en 1550, pero impresa probablemente entre 1609 y 1619. Entre las mejores se cuenta la edición Italia, Milán, 1813 (ocho volúmenes); en cambio,
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quedó interrumpida en el volumen VI la edición comenzada en 187} por Passerini y Fanfani y continuada por Passerini y Milanesi (Florencia, 1873-1876, y necesaria todavía hoy para las legaciones y comisiones de Maquiavelo, que comprenden los volúmenes 111-V 1). Continuó sin haber ediciones críticas hasta que G . L i s i o hizo el primer ensayo para // Principe en Florencia, 1899. Siguió la edición de luí mandragola a cargo de S. D E B e n e d e t t i , Estrasburgo, sin fecha; la edición de las Opere/te satiriche al cuidado de L . F o s c o l o B e n e d e t t o , Turín, 1920; la edición de las lstorie fioreniine cuidada por P. C a r i . i , dos volúmenes, Florencia, 1927. Después, G. M a z z o n i y M . C a s e m . a prepararon una edición crítica de todas las obras históricas y literarias (por lo que faltan las cartas referentes a las distintas legaciones, así como los Frammenti Storici y Del modo di trattare i popoli delta Valdichiana ribellatt), Florencia, 1929. También C a s e m - A ha tenido a su cargo, aparte, una edición crítica de U Principe (Milán, 1929) que mejora y, por tamo,-prevalece sobre la de Lisio. Las Lettere fam iliari fueron publicadas por E. A l v i s i , Floren cia, 188) (posteriormente por G . L e s c a , Florencia, 1929). Véanse, además, los Scritti inediti di Niccoló Macbiavelli riguardanti la storia e la milicia ( r j f p - i j u ) , compilados por G . C a n k s t r i n i , Florencia, 1857. Entre las ediciones con comentarios, particularmente numerosas en el caso de 11 Principe, son de recordar la de A. B i , Oxford, 1891; la de G. L i s i o , nueva tirada, Florencia, 1928; la de C G u e r r i e r i C r < x : e t t i , Florencia, 19 31; la de G. M o r o , Florencia, 1927; la de L. Russo, Florencia, 1931. Para Dell’arte della guerra, la edición al cuidado de E. B a r u a r i c i i , Florencia, 1929. Para los Discorsi, la de A. O x i i j a (11 Principe, I Discorsi), San Casciano, 1927. De las lstorie fioreniine, la edición, que, sin embargo, se limita a los tres primeros libros, de V. F i o r i n i , Florencia, 1894; también las páginas recopiladas por G. F a t i n i , Milán, 1928. Para La mandragola y Cliifa, véase la edición cuidada por D. G u e r r i , Turin, 1932. De las ediciones de trozos escogidos se recuerdan las realizadas por V. O s i m o (Scritti politici scelti di Niccoló Macbiavelli, dos volúme nes, Milán, 1910-1926); P. C a r u (Niccoló Macbiavelli, Le opere maggiori, Florencia, 1928); V. A r a n g i o Ruiz (Pagine scelte, Milán, 1929) y L. Russo (Antología macbiavellica, Florencia, 1931). En cuanto a los manuscritos de las obras de Maquiavelo y a las ediciones y traducciones en los siglos xvi y xvn, es fundamental A. G e r b e r , Niccoló Macbiavelli. Die bandschriften Ausgaben und Übersett(ungen seiner Werke im 16. und 17. Jahrbunderts, Gotha y Munich, 19 12-1914 (un fascículo de facsímiles).
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Respecto del texto, composición, etc., de cada obra, véase F. , «Sulla composizione de II Principe di Niccoló Machiavelli», en Arcbivum Komanicum, X I (1927), pp. 350-383 |cf. en este volumen, pp. 147-200]; G . M a z z o n i , «Sul testo dei Discorsi del Machiavelli», en Rendieonti deirAcendemia Naliónale dei Lincei, VI, IX (1933), pp41-82, y «Di un capitolo ignoto dei Discorsi del Machiavelli», en ibid., IV (1928), pp. 589-595; A. M o m i g l i a n o , «Un capitolo ignoto dei Discorsi del Machiavelli?», en La Cultura, 1 (1929), pp. 740-742; y la controversia entre M o m i g l i a n o , M a z z o n i y F. M a g g i n i , ibid., II (1930), pp. 152-155, 233-234; P. C a r l i , L ’abbosgp autógrafoframmentario de!le «Storie fioreniine» di Niccoló Macbiavelli, Pisa, 1907, y «Contributo agli studi sul testo delle Storie fiorentine di Niccoló Machiavelli. I mss. e le due prime edizioni», en Memorie delíAccade• mia Naftonale dei Lincei, V, X IV (1916), pp. 3-90. Para la fecha de composición del Asino cForo, véase la introducción de L. Foscoi.o B e n e d e t t o para la edición de las Operette satiriebe antes citadas, y compárese con las observaciones de P. C a r l i , en el Giomale Storico delta Le iteratura Italiana, L X X V II (1921), pp. 124-128. C
h a b o d
Bibliografía Para noticias completas acerca de la inmensa bibliografía referida a Maquiavelo, remitimos a R. v o n M o h l , «Die Machiavellis Lite ratur», en Die Gescbicbte und Litera tur der Staatswissenscbaften, Erlangen, 1855-1838, III; a las riquísimas notas bibliográficas de O. T o m m a s i n i mencionadas después; y para la literatura más reciente, a la amplia y cuidada reseña de F. B a t t a g m a , «Studi sulla política di Machiavelli», en Nuovi Studi di Diritto, Economía e Política, I (1927-1928), pp. 36-47, 12 2 -13 1, 376-384, y II (1929), pp. 46-57. Aquí se mencionan solamente las obras de mayor valor y más recientes. Como obras de conjunto, siempre entre las fundamentales, especialmente para la parte biográfica, P. V i l l a r i , Niccoló Macbiavelli e i suoi tempi, tres volúmenes, Milán, 1912 (preferible a la cuarta edición en dos volúmenes, Milán, 1927, en la que falta el apéndice de documentos), y O. T o m m a s i n i , La vita e g li scritti di Niccoló Macbiavelli tulla loro relacione col macbiavellismo, dos volúmenes, Turín-Roma, 1882-1911. Para su vida hasta 15 12 es útil también F. N itti, II Macbiavelli studiato tulla sua vita e nella sua dottrina, I (único publicado), Nápoles, 1876; y para la actuación de Maquiavelo como funcionario, D. M a r z f , L a Cancellería della repubblica florentina,
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Rocca San Casciano, 1910, pp. 286-307. Para su pensamiento, F. D E S a n c t i s , Storia delta letteratura italiana, nueva edición a cargo de B. C r o c e , Bari, 1912, II, pp. 67-112; R. F e s t e r , Macbiavelli, Stuttgart, 1900; L. D y e r , Macbiavelli and tbe modera State, Boston, 1904; A. S c h m i d t , Niccoló Macbiavelli and die allgemeine Staatslebre der Gegenwart, Karlsruhe, 1907; E. W. M a y e r , Macbiavellis Gescbicbtsauffassung and sein Begriff «virtú», Munich, 1912; G . G e n t i l e , «Religione c viftú in Machiavelli» y «L’etica di Machiavelli», en Stndi sal Rinascimento, Florencia, 1923; F. M e i n e c k e , introducción a Der Fiirst und kleinere Scbriften, Berlín, 1923, y en Die Idee der Staatsrason in der neuren Gescbicbte, 1924; B. C r o c e , Elementi di política, Bari, 1924; F. E r c o l e , La política di Machiavelli, Roma, 1926; F. C i i a b o d , «Intro ducción» a la edición de II Principe, Turin, 1924 (cf. en este volumen pp. 15-37J, y Del «Principe» di Niccoló Machiavelli, Milán-Roma, 1926 [cf. en este volumen pp. 41-143]; G . M o s c a , «II Principe de Machia velli quattro secoli dopo la morte del suo autore», en Saggi di storia delta setenta política, Roma, 1927; L. Russo, «Prolegomeni» a la edición de II Principe antes citada. Asimismo, F. A l d f . r i s i o , Macbia velli, Turin, 1930. Vivaces y polémicas son las páginas de A. O r i a n i en Fino a Dogali, Bolonia, 1912, y en La lotta política in Italia, Florencia, 1 9 2 1 , I , hecho sobre el modelo de G . F e r r a r i , Corso sugli scrittori politici italiani e stranieri, Milán, 1929, y Machiavelligiudice delle rivolu^ioni dei nostri tempi, nueva edición, Florencia, 1921'. Un ensayo que ha tenido gran repercusión es el de B. M u s s o l i n i , «Preludio al Machiavelli», en Gerarchia, 111 (1924), pp. 205-209. Acerca del historiador, la introducción de V. F i o r i n i para su edición, ya citada, de las Istorie fiorentine; E. F u e t e r , Histoire de fhistoriographie moderne, París, 1914, pp. 73-83; B. C r o c e , en Teoría e storia delta storiografia, Bari, 1917; M. R i t t e r , en Die Entwicklmg der Geschichtswissenschaft, Munich-Bcrlín, 1919; A. P a n e l e a , «Machia velli storico», en Kivista Vitalia, X X X (1927), pp. 324-340. Para las concepciones militares de Maquiavelo es fundamental M. H o b o i i m , Macbiavellis Renaissance der Kriegskunst, dos volúmenes, Berlín, 1913 (para la falta de fundamento de las acusaciones contra los condotie ros, véase también W . B i .o c k , Die Condottieri. Studien iiber die sogenannten unbliitigen Schlacbten, Berlín, 1913); B. P i F . R l , Intorno all’ «A rte delta guerra» di Niccoló Macbiavelli, Bolonia, 1927. Las observa ciones más sutiles acerca del escritor están en L. Russo, «Prolego meni» citados. Para L a mandragola, G . A. Luvi, «Difesa di madonna Lucrezia», en Giornale Storico della Letteratura Italiana, L X X X V I (1925), pp. 10 5-112; G . M a z z o n i , «II Machiavelli drammaturgo», en
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Rivista ef Italia, X X X (1927), pp. 237-256; B. C r o c e , «Intorno alia commedia italiana del Rinascimento», en La Critica, X X V III (1930), pp. 5-8; M . M a r c a z z a n , «Appunti per un approfondimento della Mandragola», en Civiltá Moderna, III (1931), pp. 241-268. Para la novela breve Beifagor arcidiavolo, L . Foscoi.o B k n f . d e t t o , introduc ción a la edición antes mencionada. Para las doctrinas económicas de Maquiavelo, G . T o n i o l o , «II pensiero económico di Niccoló Machiavelli», en Saggi critici di economía política, 1900; J . T h é v e n e t , Les idees économiques d'un homme efétat dans la Florence des Médicis. Machiavel économiste, Grenoble, 1922; G . A r ia s , «II pensiero económico di Niccoló Machiavelli», en Annali di Economía, IV (1928), pp. 1-30. Para el maquiavelismo y el antimaquiavelismo, la recopilación de datos en O. T o m m a s i n i , op. cit., en L. A. B u r d , introducción a la ya mencionada edición de The Prime, y en A. P a n e l e a , en Marmoteo, 1926-1927, pero para la interpretación del significado y valor de la polémica, F . M e i n e c k e , Die Idee der Staatsrason in der neneren Gescbicbte, Munich-Berlín, 1924; B. C r o c e , Storia delfetá barocca in Italia, Bari, 1928. En cambio, es insuficiente G . F e r r a r i , Histoire de la raison efétat, París, 1862. Véase también P. T r e v e s , «La ragion di Stato ncl Seicento in Italia», en Civiltá Moderna, III (1931), pp. 187-213, y C. M o r a n d i , «L’ “ Apología” del Machiavelli di Gaspare Scioppio», en Nuova Rivista Storica, X V II (1933), pp- 277-294; F . B a t t a g u a , «La vera politica in Cristiano Thomasius. Un contributo alia storia della fortuna di Machiavelli», en Rivista Internationale di Filosofía del Diritto, X IV (1934), pp. 49-38. Para la cobertura «tacitíana» de la doctrina de Maquiavelo, G . T o f f a n i n , Macbiavelli e il «tacitismo» (l¿a politica storica della controriforma), Padua, 1921. Para la nueva manera de interpretar a Maquiavelo desde principios del siglo xix, véase también A. E l k a n , «Die Entdeckung Machiavellis in Deutschland zu Beginn des 19. jahrhunderts», en Historiscbe Zeitscbrift, C X IX (1919), pp. 427-438; G . Cu r o o , «Machiavelli nel Risorgimcnto», en Rivista Internationale di Filosofea de! Diritto, X IV («934), PP* 12-48-
E l secretario florentino ( 1 9 5 i)
Estas páginas, que son el resultado de las lecciones impartidas en la Universidad de Roma en el año académico de 1952-19)), se publicaron en edición litográfíca bajo el titulo Niccold MacbiaveUi, pane I: «II segretario florentino», en Roma, Edizioni dell’ Ateneo, 195). En la presente edición hemos omitido las páginas 5-8 del reato original que comprendían un programa de exámenes, obviamente considerado superfluo en este lugar.
I.
INTRODUCCION A LAS OBRAS D E MAQUIAVELO
Las obras de Maquiavelo, en su mayoría, sólo fueron publicadas después de su muerte. Viviendo ¿ 1, solamente vieron la luz el Dtctnnalt primo, en Florencia, en 1506; DelFarte ¿tila guerra, en Florencia, en 1521, y L * manaragola, obra maestra del teatro italiano, aunque las fechas de su primera y segunda edición no han podido ser establecidas, apareciendo la tercera probablemente en Roma en 1)24, y la quinta, ya postuma, con seguridad, en Venecia, en 15 31. En cambio, los Discorsi sopra ¡a prima deca di Tito Lirio sólo se publican en 13 3 1, en dos ediciones: la primera en Roma, en casa de Antonio Blado, y la otra en Florencia, en la de Bernardo Giunta (se encuentran a menudo, en lo que se escribe sobre Maquiavelo, referencias sobre la «Bladiana» y la «Giuntina», expresiones que, respectivamente, designan una u otra de ambas ediciones). // Principe salió en 1532, también en edición de Blado y Giunta, y asimismo en ese año, por los mismos editores, las Istorie fiorentine; la V ita di Castrnccio Castracani y otros escritos menores, inaugurando lo que luego se convertiría en costumbre, fueron publicados con l l Principe (lo corriente, incluso en nuestros días, es encontrar, junto con II Principe, la Vita di Castrnccio, el 'escrito Del modo di trattare i popoli delta Valdichiana ribellati y la Descri^ione del modo tennto dal daca Valentino mello amma^pare V itello^p V itelli, Oliverotto da Fermo, il signor Pagplo t il daca di Gravina Orsinl). La primera edición completa de todas las obras, llamada «Testina», tiene una fecha falsa, 15)0; en realidad debe haber sido publicada entre 1609-1612 y el 1619. En cuanto a las ediciones modernas — completas— , la mejor fue durante mucho tiempo la llamada «Italia» (en ocho volúmenes, Milán, 1813). Se empezó otra en 1873 a cargo de Passerini y Fanfani (éste fue después sustituido por Milanesi), pero esta edición se interrumpió en el volumen VI. Pero aun hoy, para las Legmyoni y las Commissarie, siguen siendo indispensables los volúmenes III-VI de la edición Passerini-Milanesi. Las ediciones críticas empezaron con la de 11 Principe que tuvo a su cargo G . Lisio en 1899. Entendámonos: el problema de la edición de II Principe conduce a unos resultados menos desconcer249
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tantes de lo que puede ocurrir con otros autores. Por ejemplo, la edición crítica de Paolo Sarpi, de la que os hablaba hace dos años **, realizada por Gambarin, aporta notables modificaciones respecto de/ las anteriores, basadas en la de landres de 1619; otro tanto sucede con la edición crítica de Guicciardini. Las ediciones críticas de II Príncipe son menos revolucionarias, lo cual no significa que también en su caso, la lección hoy críticamente establecida no incluya mejoras del texto que leyeron nuestros antepasados; en distintos pasajes, la fuerza expresiva de la prosa maquiaveliana resulta aún más notable. Y o mismo propuse, en 1924, en mi edición de II Príncipe, una variante en el capítulo III por la cual la fuerza de la expresión es considerablemente mayor que la lección que hasta ese momento se aceptaba («Se Francia adunque posseva con le forzc sua», en lugar de «adunque con le sue forze posseva») *. Esta es la razón por la cual es necesario que, también ai leer a Maquiavelo, os atengáis a los textos publicados en estos últimos años. El texto crítico de l l Príncipe está ya bien reconstruido; el de las lstoríe fiorentine lo está igualmente muy bien por Carli, a partir de 1927; pero el problema mayor lo constituyen todavía los Discorsi sopra la prima deca di Tito Livio, la obra más compleja de Maquiavelo. En estos últimos años, las obras de Maquiavelo cuentan con muchas ediciones: hablo de las obras en conjunto. Primero, la edición Mazzoni-Casella (Florencia, 1929), titulada Tutte le opere storiche e letterarie di Niccotó Macbiavclli. En realidad, en esta edición, hay sólo una parte de las Lettere fam iliari, una pequeña parte; faltan, además, las L ega^ioni y Commissarie, es decir, todas las cartas que escribió Maquiavelo mientras estuvo en el servicio diplomático de la República de Florencia, en 1498-1499 y en 1512. Y no sólo eso: faltan, asimismo, algunos escritos menores de carácter político, como el Discorso fatto a l Magistrato dei Dieci sopra le cose di Pisa y Del modo di trattare i popoli della Valdicbiana ribellati; los discursos sobre la «ordenanza» y el Discorso sopra il ríformare lo stato di Firenqe, que tienen no poca importancia para comprender el pensamiento maquiaveliano. Siguió en 1939 una segunda colección de las obras completas, en los Classici Italiani de la editorial Rizzoli, a cargo de Antonio Panella 1 En «La política di Paolo Sarpi», curso dictado en la Universidad de Roma en el año académico 1990-19) 1 y publicado en edición laográfica; reimpreso por la Fundazione G iorsio Cini de Venecia (Istituto per la Collaboruione Cultúrale, Venecia-Roma, 196a). Forma parte del volumen II de las Opere d i Federico Cbabod de la editorial Giuiio Einaudi, Turín. [N E //.] * «Si Francia, pues, podía con sus fuerzas», «si podía, pues, con sus fuerzas». (N . dei T.)
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( N ic c o l ó M a c h ia v e l l i, Opere, dos volúmenes). Ésta contiene todas las Lettere fam iliari, pero divididas entre los dos tomos (en el primero las de carácter privado, y en el segundo las de carácter político), y se ofrece una selección de las Legasfoni (en otras palabras, en la edición Panella encontraréis las cartas más importantes que escribió Maquiavelo durante sus legaciones, y quien desee conocer al Maquiavelo de las legaciones puede atenerse a esta selección). Por último, hay una tercera colección de las obras completas de Maquia velo, todavía en curso de impresión, bajo el título de N i c c o l ó M a c h i a v e l l i , Tutte le opere, al cuidado de Francesco Flora y Oírlo Cordié, en la serie Classici Italiani de la editorial Mondadori; salió el primer volumen en 1949, y el segundo en 1950, quedando aún por aparecer el tercero. De suerte que, como veis, tenéis a vuestra disposición las ediciones Mazzoni-Casella, Panella o Flora-Cordié. Ediciones comentadas: para // Principe, la vieja pero siempre útil edición hecha por el inglés Burd, Oxford, 1891; luego, la de Luigi Russo, Florencia, 1931. Para Delfarte deila guerra, la edición de E. Barbarich, Florencia, 1929. Para los Discorsi tenemos desde hace dos años una edición cuidada por un jesuíta inglés, Leslie J . Walker, quien los ha publicado en traducción inglesa, con introducción y amplios comentarios ( L e s l i e J . W a l k e r , S J, The Discourses o f Niccoló Machiavelli, translated from the l(alian, with an Introducdon, chronological Tables and Notes, dos volúmenes, Londres, 1930). Me apresuro a decir que es una obra a la que le caben varias críticas, pero indudablemente es el primer intento de comentar cumplidamen te los Discorsi y de señalar sus fuentes, siguiendo un esfuerzo que emprendió en 1938 un americano, Gilbert, con los antecedentes de 11 Principe2. Walker reproduce muchos pasajes de escritores de siglos anteriores para responder al problema, todavía no aclarado del todo, de cuál sería la cultura de Maquiavelo y cuáles los textos que con mayor frecuencia tenía a la vista. No obstante algunos defectos notables y también algún error de traducción, la obra del jesuita constituye una herramienta que nos es muy útil para estudiar el pensamiento maquiaveliano. Para las Lettere fam iliari (además de los grandes tratados, tene mos muchas cartas que suelen ser pequeñas obras maestras), la mejor edición sigue siendo la de Edoardo Alvisi, Florencia, 1883. Pero también debe tenerse en cuenta la que hizo G. Lesea, Florencia, 1929.1
1 A.
H.
G il ik r t , M tíh im lli'i Prm n and its Form n um ,
D u rh a m , 1 9 )8 .
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Y pasemos ahora a la bibliografía. Debo anticipar una cosa: si pretendiese adentrarme en la bibliografía sobre Maquiavelo, esto es, lo que se ha escrito acerca de ¿1, es probable que tuviera que dedicar un curso entero para este solo problema. Ningún otro escritor italiano, salvo Dante, y muy pocos más entre los extranjeros, han atraído la atención de los estudiosos durante cuatro siglos como lo ha hecho Nicolás Maquiavelo. Lo que se ha escrito sobre él forma una biblioteca entera. Maquiavelo ha sido también (como decía hace dos años de Sarpi) un nombre de batalla. Quiero decir que para discutir sobre Sarpi y analizar su pensamiento, durante largo tiempo hasta nuestros días (y aún en nuestros días algo queda todavía de tales polémicas seculares), los estudiosos no adoptaban una actitud de serenidad y distancia. Estudiar a Sarpi equivalía a tomar partido por uno o la otra, Sarpi o la curia pontificia. Y lo que digo de Sarpi es aplicable, en proporciones inconmensurablemente mayores, a Maquiavelo (por ser éste tanto mayor y tanto más grandiosos los problemas que afrontó). En todo el pensamiento europeo, desde el siglo xvi hasta hoy, Maquiavelo es un punto de referencia obligado, odiado y amado, vilipendiado y combatido, indicio de enfrentamien to inminente para cualquiera. Pensad en el hecho de que el primer comentario importante de II Principe es el de un inglés, Burd, y que la primera edición ampliamente comentada de los Discurrí es de otro inglés. Hace un año se publicó en Finlandia el trabajo de un joven estudioso finés acerca de Maquiavelo 3; de las universidades estado unidenses e inglesas salen otros trabajos, en forma de obras y artículos. En Alemania, que fue la nación que, entre fines del siglo xvin y principios del xix, más profunda y fructíferamente experi mentó la influencia del pensamiento maquiaveliano (¡Fichte y Hegeli), el mayor de los historiadores germanos vivientes, Mcinecke, se ha dedicado en gran medida a Maquiavelo, y a su voz responden las de Renaudet en Francia, de Kaegi y von Muralt en Suiza, etc. Maquiavelo es el hombre que ha concentrado sobre sí durante cuatro siglos, y sigue concentrando hoy todavía, la atención de los estudiosos, porque elaboraron la historia del pensamiento del floren tino, y la suerte que corrió significa afrontar de lleno el problema, dramático y por momentos trágico, en que el pensamiento europeo se encontró atrapado desde hace cuatro siglos, a saber, la relación entre política y moral, entre kratos y ethos, entre poder y ética. Por eso me limitaré a daros unas pocas indicaciones acerca de1 1 1.. H uovinen , Das BiU van Mtnscbtn im pctMscbt* Dtnktn Nitcatt MatbiartUis, Helsinki, 19 J 1
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los trabajos que, a mi parecer, son fundamentales. Por lo demás, en la totalidad de la literatura sobre Maquiavelo hay muchas cosas de muy mediocre valor, hay mucho material que puede descartarse sin más trámite, porque no constituye ninguna aportación seria. Pero en cambio existen trabajos que son piedras miliares, y de ellos es menester partir (siquiera para rechazar sus conclusiones). O sea, que me limitaré a los trabajos, italianos y extranjeros, a los que hoy por hoy es preciso remitirse. Para lo demás, véase la obra de Norsa (A. N o r s a , l l principio deüa for^a ne! pensiero di Niccoló Machiavelli, seguito da un contributo bibliográfico, Milán, 1936), que recoge, hasta 1936, una bibliografía, si no completa, por lo menos ya muy amplia sobre Maquiavelo. En lo que atañe a la biografía exterior, es decir, los hechos de la vida y la reconstrucción del ambiente en el que Maquiavelo vivió y trabajó, siguen siendo hoy fundamentales los trabajos de dos italianos, a saber, P a s c u a l e V i l l a r i , Niccoló Machiavelli e i suoi tempi, tres volúmenes, Milán, 1912 (de esta obra de Villari se hizo una cuarta edición al cuidado de M. Scherillo en 1927, pero sólo en dos volúmenes porque no tiene el apéndice de documentos, por lo cual, para las investigaciones sobre Maquiavelo, hay que atenerse a la tercera edición); y la también monumental obra de O r e s t e T o m m a s i n i , La vita eg li scritti di Niccoló Machiavelli nella loro relacione col machiavellismo, dos volúmenes (el segundo dividido en dos partes), Turin-Roma, 1882-19 11, riquísima en datos y noticias. De estas dos obras no se puede prescindir de ninguna manera. Pero si de lo que llamo la «biografía exterior» se quiere pasar a lo que más importa, es decir, la evolución espiritual de Maquiavelo, entonces la cosa cambia. Si es preciso un juicio critico (como sentido de los problemas de Maquiavelo), el aplicable a estas dos grandes obras no puede por menos de ser escasamente elogioso. Los problemas, los grandes problemas de Maquiavelo y cómo se planteaban, debéis buscarlos en otros trabajos. Pasando, pues, a las obras y los ensayos fundamentales para interpretar el pensamiento de Maquiavelo, la primera mención suele ser la de F r a n c e s c o d e S a n c t i s en la Storio della letteratura italiana (edición al cuidado de Benedetto Crocc, Barí, 1912, volumen II, pp. 67-112). Desde De Sanctis pasamos a algo más cercano a nosotros, para recordar el trabajo de un alemán, Mayer (E. W. M a y e r , Machiavellis. Geschicbtsauffassung und sein Begriff «virtü», Munich, 1912). No puede decirse de este trabajo que sea el de un gran historiador, pero su importancia reside en ser el primero que pone
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de relieve algunos conceptos decisivos de la reciente crítica maquiaveliana. Y aquí es oportuno hacer, antes de proseguir, un inciso acerca de las tendencias generales de estos estudios recientes. La investigación de estos últimos treinta o cuarenta años no ha tratado solamente de brindar un panorama general del pensamiento de Maquiavelo, sino de estudiar ese pensamiento, descomponiéndo lo analíticamente. ¿Cuáles son, ha sido la pregunta, los conceptos básicos sobre los que Maquiavelo edifica su teoría de la política? Así han salido a la luz algunos de sus conceptos fundamentales, y fundamentalísimo es el de «virtud». ¿Qué es la «virtud» para Maquiavelo? ¿Qué valor tiene para Maquiavelo esta palabra que nosotros usamos corrientemente y, me apresuro a decir, con un sentido muy distinto del maquiaveliano? La «virtud» de Maquiavelo no es, como para nosotros, una cualidad «moral», sino energía, facultad de querer y de hacer, prescindiendo del contenido «moral» de esta energía y facultad. He ahí por qué la obra de este estudioso alemán ha tenido tan vastas repercusiones: y, en primer lugar, en los trabajos de un erudito italiano que fue mi predecesor en esta cátedra, F r a n c e s c o E r c o l e , cuyos estudios fueron recogidos en un volu men, l*a política di Machiavelli, Roma, 1926. Os aclaro que no comparto los planteamientos de Ercole. Y no los comparto por este motivo: Ercole, como, por lo demás, otros estudiosos, comete a mi modo de ver el error de tomar el pensamiento de Maquiavelo como si fuese un bloque monolítico, de no seguirlo en su evolución, de no correlacionarlo con la situación histórica de la Italia de sus días y, por otro lado, de descomponerlo y analizarlo como si Maquiavelo hubiese sido un doctrinario, un teórico puro, un lógico puro, encerrado en su despacho para la elaboración de su sistema. Nada de eso. Para Maquiavelo, más que para cualquier otro pensador político, lo válido es el principio opuesto. Nuestro curso de este año apuntará, precisamente, a seguirle paso a paso en la lenta y gradual elaboración de pensamientos, sobre todo, a través de las l-ega^ioni y de los primeros escritos del período 1499-1512. Veremos las cartas que escribe desde Francia cuando Florencia le envía ante Luis X II y expide informes para su gobierno, como cualquier embajador de ayer y de hoy. Pues bien, en una carta del 21 de noviembre de 1500 veremos ya contenido todo el capítulo III de E / príncipe, en lo que tiene de sustancial. Pero, para que de esa carta se pudiese llegar al capítulo III de E l príncipe, fue precisa toda una posterior y más que decenal experiencia, de vida y de pensamiento. Maquiavelo, hombre de imaginación vigorosa como
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quizá no haya habido otro, hombre plenamente inmerso en la vida, no es un teórico abstracto y frío. Inmerso en la vida de su tiempo, impulsado constantemente a meditar sobre los acontecimientos de su época, poco a poco va llegando a resumir los pensamientos madurados durante largos años, en primer lugar en E l principe. E l principe es, podríamos decir, una «explosión» revolucionaria. Yo creo haber demostrado, contra lo que dice Meinecke, y me manten go en mi opinión, que E l principe fue escrito sin interrupción, de una vez. En 1513, Maquiavelo había empezado a escribir los Discursos sobre la primera década de Tito Livio; de pronto, abandona los Discursos y discurre E l principe, entre julio y diciembre de 1513, sin jamás volver a él. ¿Por qué? E l porqué, encontradlo en el último capítulo de la obra, en la exhortación al príncipe a liberar a Italia de los bárbaros. Ahí tenéis a un hombre en quien vibra poderoso el elemento pasional e imaginativo, en quien los grandes pensamientos nacen del corazón; un hombre desesperado por el espectáculo de su país, país perseguido, saqueado, violado y vituperado por los bárbaros, se trate de franceses o españoles. Y ese hombre, viendo perfilarse una lejana posibilidad de que en Italia central se constituya un Estado fuerte, se afcrra a ella, y después de haber analizado, en veinticuatro capítulos de un rigor lógico y una penetración estilística que no tienen parangón en la literatura política, todos los problemas del quehacer político — para un príncipe— , en el capítulo X X V I — la natural conclusión de todo E l príncipe— da, por fin, rienda suelta a la pasión. Y entonces su discurso alcanza resonancias bíblicas; imágenes del sagrado libro infunden tono religioso a la exposición, y veis los «extraordinarios hechos sin precedente obra dos por Dios», el mar que se abre, la piedra de la que brota agua, el maná que cae del cielo. E l hombre que parecía todo lógica es ahora todo pasión. Y eso para estremecer a los italianos, para estremecer al príncipe invocado por él . En última instancia no encuentra siquiera las palabras para concluir, y se refugia en el grito de Francesco Petrarca: «La virtud contra el dolor Tomará las armas; y será breve el combate. Pues el antiguo valor En los itálicos corazones aún bate.» A ese hombre semejante, ¿pretenderéis someterle en el lecho de Procusto a un análisis que prescinda de la imaginación, de las pasiones y de los acontecimientos de la época? ¿O viviseccionarlo
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como si su pensamiento no hubiese tenido una evolución y careciese de matices variados en sus diferentes obras? En las obras de Maquiavelo, los pensamientos fundamentales son conceptualmente los mismos, de acuerdo; pero hay cambios de tono muy notables de un período a otro. En aquellos meses de 1515 en que se encuentra en la cima de su pathos, su pensamiento desemboca en el capítulo final, se vuelca en las frases bíblicas y en el grito petrarquiano. Siete años más tarde, cuando escriba E l arte de la guerra, tendremos la melancólica comprobación acerca de Fabrizio Colonna: «Pero.cn lo que a mi respecta, de estar allá con los años, desconfío» (1. V il). El sueño está destrozado; ha demos trado ser políticamente una ilusión, grande y noble, pero pura ilusión al fin. Este desencanto de Maquiavelo, este replegarse sobre sí mismo, lo volvéis a encontrar acentuado en las Historias florentinas. Políticamente, por el momento, no hay ya nada que hacer, y entonces se refugia en el pasado, y de él nos presenta, precisamente en el comienzo del primer libro de esas Historias florentinas (capitulo IV), la idealización de la figura de Teodorico: el rey Teodorico, que contiene a los bárbaros en las fronteras y mantiene a Italia en paz. ¿Qué es este retrato del rey Teodorico, sino una transposición al pasado, un pasado alejado diez siglos de ese ideal del príncipe que Maquiavelo, en 15 i j , había creído por un momento poder retratar como un ideal de realización posible en el presente? Es lógico que, con estos cambios de clima, también ciertos conceptos tengan matices distintos. Esta es la razón por la cual no puede procederse a un análisis, indiferenciado en el plano puramente sistemático y lógico, del pensamiento maquiaveliano; menos aún porque ocurre como en Ercole, que a Maquiavelo se le interpreta con arreglo a ciertas filosofías modernas. El Maquiavelo de Ercole es un poco un Maquiavelo que conocía la Filosofía del espíritu de Benedetto Croce y la distinción dialéctica entre las categorías de lo útil y lo ético. En otras palabras, que se le han atribuido unas posiciones que son propiamente nuestras, a cuatro siglos de distan cia. Estos son, en mi opinión, los defectos del planteamiento de Ercole. Dicho esto, hay que añadir en seguida, sin embargo, que su abundancia doctrinaria, la sutileza de algunos análisis, más bien de diversos análisis, y la penetración que exhibe en muchas páginas, convierten los suyos en unos trabajos de los que no es posible prescindir. Y no se puede prescindir, sobre todo, del análisis de conceptos como «virtud», «fortuna» y «ocasión». Si examináis toda la crítica más reciente de Maquiavelo, veréis
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que gira en gran medida en torno precisamente de estos tres elementos. La virtud del hombre, la facultad de acción del hombre, del hombre singular. Pero ahí surge la cuestión: luego, ¿el hombre todo lo puede? La virtud, la facultad del hombre de hacer, ¿está en condiciones de crear por sí sola la historia? Ante este problema, el pensamiento medieval respondía: «De ninguna manera. Es la volun tad de Dios la que guía la historia, es Dios quien ve el fin de los acontecimientos y los encamina a ese fin, y se sirve del hombre, aunque dejándoles a los hombres una parte de su libertad y responsabilidad.» Pero Maquiavelo ya no ve a Dios. Entendámonos: sigue siendo católico, formalmente; en trance de morir, «dejóse confesar sus pecados por fray Matteo, que le hizo compañía hasta la muerte» 4. Pero en su pensamiento, que es lo que importa, Dios ya no está, sobre los hombres ya no aletea soberana la voluntad de Dios. Cuando Maquiavelo, en los Discursos, habla de la religión e insiste en subrayar su importancia («Y así como la observancia del culto divino es causa de la grandeza de las repúblicas, así el desprecio del mismo es causa de la ruina de ellas», 1. I, cap. X I), lo hace con un enfoque totalmente distinto del de un escritor medieval. La frase que acuñó Maquiavelo, religio instrumentum regni, esto es, la religión como medio para mantener al Estado firme y sólido, es sustancialmente cierta. Pero, entonces, ¿es la virtud, la capacidad, la energía del hombre, la que por si sola crea la historia? ¿El hombre lo puede realmente todo? Ni siquiera Maquiavelo se atreve a responder afirmativamente, y he ahí cómo se introduce en su concepción la idea de «fortuna». ¿Qué es la «fortuna»? Actualmente está trabajando en eso vuestro joven colega Gennaro Sasso, quien hace poco ha publicado en la Kivista Storica Italiana un hermoso artículo acerca de César Borgia y del capítulo V II de E l príncipe s; ahora bien, Sasso tiende a eliminar en el mayor grado posible todo lo que de vago tiene el concepto de «fortuna», para racionalizarlo. Tengo que decir que en esto soy algo más escéptico. Es difícil negar que con el concepto de fortuna damos de manos a boca con un gran manto, bajo el cual no siempre se puede ver claro. A veces, la fortuna es el curso mismo de los acontecimientos, es decir, que el*1
4 C ira d d hijo Picio i Franceso NcÚi, u de junio de 1)17, en L ttU rt ftm ilitri etc, CCXXIX. p. 150. 1 «Sul VII empicoto d d Primipn, en R jritté Slfrie* lu tu M , L X IV (191*), pp- 177-107.
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hombre se encuentra frente a una determinada situación histórica y, por grande que sea ese hombre y por inmensa que sea su «virtud», no puede hacer que dicha situación no se produzca. Esta es una explicación racional de la «fortuna». Pero, otras veces, la fortuna es una fuerza misteriosa y, por ejemplo, veréis que Maquiavelo os habla de la influencia de los astros, de los cielos. De suerte que en el concepto de «fortuna» se introducen entonces unos motivos de carácter astrológico, conforme a las creencias del Renacimiento, en las cuales la astrologia ocupaba una buena parte. Otras veces, también, Maquiavelo resuelve la situación no con un juicio lógico, con un concepto preciso, sino como una imagen, no concepto. Así sucede precisamente en E l principe, cuando, llegado el momento de resumir su análisis, se plantea el problema en el capítulo X X V . Antes de pasar a la exhortación final, a la apelación al príncipe redentor de Italia, veamos un poco: ¿es posible que un hombre de su virtud pueda hoy volver a levantar a Italia? Aquí, la indagación concluye, como os decía, con una imagen: la «fortuna» es mujer; por tanto, «en queriéndola tener debajo», es preciso «castigarla y gol pearla»; por ello es amiga de los jóvenes, que, «menos respetuosos y más feroces, con mayor audacia la gobiernan», y no de los hombres reposados, de los «que fríamente proceden». Es una imagen de poderosa plasticidad, pero solamente una imagen. No es una solución lógica. Qué es la «virtud», está clarísimo: aquí no hay ninguna incerti dumbre, ninguna oscilación del pensamiento. Es voluntad, energía, facultad. Pero la «fortuna» — vale decir, lo que limita la voluntad y energía del hombre— es mucho más misteriosa. A veces, concate nación de hechos que, aunque no anule la voluntad del hombre, la limita; pero, en otras, ignota influencia de fuerzas invisibles o, como los astros, agentes por caminos inescrutables. No por casualidad la fortuna es a veces mujer, pero otras veces un río impetuoso al que, cuando se enfurece e inunda y derriba, nadie puede ponerle obstá culos (también, cap. X X V de E l principe). Pero si en la imagen — humana— de la mujer a la que hay que castigar, la fortuna aparece todavía con algo de racional, en la imagen del río crecido la fortuna adquiere la fatalidad ciega de las grandes fuerzas de la Naturaleza. E l hombre podrá también oponerle muros de contención, anticipa damente; pero, en sí y por sí, la fortuna es exactamente una fuerza ciega, ajena a la racionalidad humana. En medio de la virtud y la fortuna, la «ocasión», el tercer
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concepto muy analizado. I.a fortuna, ese quid misterioso que está por fuera y por encima de la voluntad humana, ofrece la «ocasión», es decir, ofrece una determinada situación histórica, y entonces depen de de la «virtud» del hombre el aprehender la «ocasión» y saber valerse de ella. Tendré que volver más adelante con mucha mayor amplitud sobre estos conceptos; por ahora, basta con haberlos mencionado y decir que Ercole supo extenderse en el análisis de los mismos, que son unos conceptos, diríamos, cardinales. Y en eso, en el análisis minucioso y sumamente docto de tales conceptos, Ercole ha dejado indudablemente unas páginas de las que todavía no podemos prescindir. Debe tenerse muy presente a B. C r o c e , Elementi di política, Barí, 1925, y la última nota aparecida en los Quaderni delta «Critica» (núm. 14, julio de 1949) con el título «Una questione che forse non si chiuderá mai. La questione del Machiavelli». Croce no estudió muy ex profeso a Maquiavelo, y con ello quiero decir que no le dedicó un volumen o varios ensayos. Pero el pensamiento croceano ha experimentado profundamente su influen cia; después de Vico y Hegel, el pensador de quien Croce se alimentó de forma más continuada y asidua fue, precisamente, Maquiavelo, que también constituyó una de sus últimas lecturas, en vísperas de su muerte. En los JElementi di política, Croce dice lo siguiente: Maquiavelo descubre la necesidad y la autonomía de la política, de la política que está más allá del bien y del mal morales, y como tal hay que juzgarla y estudiarla con arreglo a unas reglas propias y suyas. Cómo resolver después el grave problema de las relaciones entre la política (es decir, lo útil) y la ética, es tarea de todo el pensamiento croceano. Pero en la nota de 1949 Croce acentúa mucho su posición. Efectivamente, sostiene que Maquiavelo admitía la «autonomía», tanto de la política como de la moral, faltándole sólo la exigencia «de mediar ambas autonomías». Este pensamiento no me parece aceptable. Aquí, ('roce «moderniza» demasiado el pensamiento de Maquiavelo, es decir, lo interpreta con arreglo a su propia filosofía del espiritu, con su distinción de las «categorías», cosa completamente extraña y ajena al pensamiento de Maquiavelo.
Deben considerarse asimismo los distintos ensayos de Luici Russo recogidos en el volumen Machiavelli (Barí, 1949). Si, además, queréis saber cómo lo entiendo yo en particular, podéis ver tanto mi «Introducción» a la edición de 1/ Principe (Turín, 1924), como el ensayo «Del Principe di Niccoló Machiavelli», publicado en la Nuova
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R ¡vista 5 tortea en 1925 (después, en volumen, en 1926), o bien la voz «Machiavelli» de la Enciclopedia italiana 6. Entre las obras extranjeras, ante todo las escritas por un gran historiador, F r i e d r i c h M e i n e c k e , quien ha dedicado a Maquiavelo, primero, una introducción para la edición en alemán de II Principe, en 1924 (en la que hay tema para discutir, pero se hará a su debido tiempo), y luego, muchas y pujantes páginas de su gran obra Die Idee der Staatsráson in der nearen Gescbichte, Munich-Berlín, 1924, que está traducida al italiano (L'idea delta ragion di stato neila storia moderna, vol. 1, Florencia 1942), trabajo cuya lectura aconsejaría a todos, y no sólo por lo que atañe a Maquiavelo. Precisamente en esta grandiosa obra, que parte de Maquiavelo y llega a nuestros días, Meinecke vuelve a proponer el gran drama que aflige a la conciencia moderna, de Maquiavelo en adelante: ¡tratos y ethos, fuerza y moralidad; y eso no lo hace en función de filósofo, cosa que no es (más bien, el planteo teórico de Meinecke pudo, y puede, ser discutido con justicia), sino de gran historiador. Este trabajo es la mejor síntesis existente hoy sobre el pensamiento político europeo de los cuatro últimos siglos. Es una de esas obras que un joven debe conocer; y las páginas acerca de Maquiavelo se cuentan entre las de carácter fundamental. Además de Meinecke, G . R i t t e r , Macbtstaat und Utopie, Munich, 1940 (sexta edición, con el título Die Dámonie der Macht, Munich, 1948), y, por último, el libro de un estudioso francés de gran valor, un especialista en temas italianos, A. R e n a u d e t , Machiavel (París, 1942). Es uno de los mejores trabajos globales acerca de Maquiavelo, aunque de vez en cuando dé motivo a refutaciones y reservas. Son éstos, diría yo, los estudios fundamentales que debéis tener presentes. Me reservo el añadir otras indicaciones, caso por caso. Sólo deciros una, ahora: toda la interpretación de Maquiavelo de la historia militar de Italia en el siglo xv está equivocada; para tener una idea de la realidad de entonces, leed el libro de P t e r o P i e r i , I I Rinascimento e la crisi militare italiana (Turín, 1952). Así, pues, de vez en cuando, según sean las necesidades del tema, recordaré otros trabajos. Pero, como fundamento general, esto os basta por ahora.•
• C f. e n e l p r e se n te v o lu m e n , p o r e s t e o r d e n , p p . i { - ) 7 , 4 1 - 1 4 )
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II.
L A JU V E N T U D , E L D E SP A C H O Y LO S C O M P A Ñ ER O S. L A S P R IM E R A S E X P E R IE N C IA S . S A V O N A R O L A
Nicolás Maquiavelo nace el 3 de mayo de 1469 en Florencia, hijo de Bernardo y de Bartolomea Nelli, antes viuda de Niccoló Bcnizzi. Es el segundogénito. Además de él hay un hermano, Totto, y dos hermanas: Primavera (no Primerana, como se la ha llamado con frecuencia) y Ginevra. La familia es de claro y antiguo linaje: pretenden descender del mismo tronco de los antiguos señores de Montespertoli, entre los valles de Elsa y de Pesa, y de los cuales heredaron derechos, en 1393, los sucesores. La Maclavellorum fam ilia, muy numerosa y dividida en varias ramas, es, desde luego, conocida en Florencia, desde el siglo xn , entre los partidarios de los güelfos y las familias del popolo grasso, y en el curso de los siglos xiv y xv da a la República varios confalonieros (doce) y priores (cincuenta). La primera carta de Maquiavelo que nos ha quedado, de diciembre de 1497, dirigida al cardenal Juan I-ópez de Valencia, español, amigo íntimo del papa Alejandro VI y obispo de Perusa (elevado a cardenal el 19 de febrero de 1496), es una protesta firmada por «Maclavellorum familia, Picro, Niccoló et tutta la famiglia de’ Machiavegli G ves Florentini» contra el cardenal, por haber privado a los Maquiavelo «de las razones por las cuales reconocíamos la posesión de Fagna 7 como de nuestros progenitores». Y se lee que «quien quisiera a nuestra familia y a la de los Pazzi8 insto lance perptndere, aunque en cualquier otra cosa iguales nos juzgare, en liberalidad y virtud de ánimo muy superiores nos juzgará» 910 2. Si hojeamos el recentísimo inventario del Arcbivio Mediceo avanti il Principato ,0, encontraremos un Alessandro Machiavelli, investido de funciones, sucesivamente, en Barberino di Val d’Elsa en 1459 y en Pisa en 1463 n ; un Francesco Machiavelli, capitán, en 1493 ,2, y un Paulus de Machiavellis entre 1464 y 1467 13. 7 Se trata del juspatronato sobre la iglesia de Sama María dclla Fagna, en Mugcllo. * La cual pretendía ese juspatronato. 9 Latiere ¡amiltart cit., I, pp. 1-2. 10 Ministerio del Interior de la República Italiana, Pubbltcaziom degti Archivi di Stato, U: Archivio di Stato di Firenac, Arcbivio Mediceo avante it Principato, t( Roma, 19) 1.
11 Ibid., pp. 191 y 296. 12 Ibid., p. 262. 13 lbid., pp. 280 y 503.
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Sin embargo, a la altura del apellido no le correspondía una adecuada situación económica, la cual, aunque no estrecha, no era tampoco suficiente como para permitir una existencia del todo exenta de preocupaciones materiales. Los bienes hereditarios estaban en el municipio de San Casciano, pequeña aldea situada entre los valles de Greve y de Pesa, y más precisamente en Sant’ Andrea ¡n Percussina (donde Maquiavelo escribió l i Principe); la renta anual de Bernardo Machiavelli estaba calculada en el catastro en i io florines anchos y 14 sueldos (equivalentes a 132 florines ordinarios, 16 sueldos y to dineros), respetable suma, pero no tanto como para que pueda tildarse de rica a una familia de seis personas (como referen cia, compáresela con el sueldo de 100 florines anuales que Maquia velo percibirá por sus funciones en la cancillería florentina) u . La casa de Florencia, de propiedad suya, se encontraba entre Santa Felicita y el Ponto Vecchio, en el barrio de Santo Spirito, en Oltrarno. El mismo Maquiavelo dirá de sí más tarde que «nací pobre y antes aprendí a esforzarme que a gozar» ,s. Pero, para interpretar expresiones de este tipo, será también menester recordar que Maquiavelo es lo que se suele llamar una «buena compañía», inclinado a la prodigalidad, y él mismo lo dice: «(••■ ) siendo aficionado a gastar, y no pudiendo estarme sin gastar» 14 *l6. La muy reciente aparición del Qnaderno di ricordanye de Bernardo Maquiavelo, hallado por Cesare Olschkí17, nos permite hoy penetrar en la vida de esta familia más a fondo de lo que nos era dado hasta ahora. El Quaderno, que va del 30 de septiembre de 1474 al 19 de agosto de 1487, confirma que las condiciones económicas familiares eran más bien modestas: única servidumbre, una muchacha. Bernardo, el padre, que muere el 19 de mayo de 1500, es hombre muy ordenado y económico (bastante distinto del hijo, pues): anota diligentemente por cuánto arrienda sus campos y sus viñas, vende su aceite y su vino; apunta los ingresos y los gastos, y administra atentamente la familia y el patrimonio, midiendo cada tela que pasa 14 f*\ N r m , Macbiapftti mtía rita t otile dottrine, 1 , Ñapóles, 1876 (obra que también hay que tener presente, junto con las de Villari y Tommasini), ha observado con mucho acierto (p. ), n. 1) que en una ciudad como Florencia, donde predominaba la riqueza (nobiliaria, la falta de dinero «podía a veces pesar realmente como suma pobreza, incluso para las personas dotadas de modesta fortuna inmobiliaria, como eran los Machiavelli». Los bienes paternos pasaron después en su totalidad, en parte por herencia y en parte por un acuerdo de familia, a Nicolás. latiere fam iliari cit., C X IX , 1» de marzo de 15 15 , a Francesco Vettori. 16 Ibid., C X L V III. to de junio de 15 14 , a Francesco Vettori. 17 El anuncio, junto con algunos extractos, fue hecho por C. O l s c h k í en L a Nación* de Florencia, el 1 de octubre de 1949. De un «recuerdo» de Bernardo Maquiavelo, escrito en 1460 y en el cual se daban noticias sobre la genealogía de )a familia, se tenia conocimiento por F. N r m , ap. cit., p. 1, n . a, y por P. V i l l a r i .
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por las manos de la mujer y refunfuñando cuando el médico le pide una remuneración elevada. Pero no es sólo un buen administrador: también es un hombre culto, a la vez que un humanista. Participa en la vida cultural de la Florencia de Lorenzo el Magnífico; se codea con libreros famosos, como aquel Filippo Giunta, de quien procede el Bernardo editor de los Discorsi y de // Principe de Nicolás Maquiavelo. Es un jurisconsulto que durante cierto tiempo ejerció también una función pública (tesorero en la Marca), y por ello en su biblioteca abundan los libros de leyes. Pero uno de los primeros de los que habla en su QModerno di ricordan^e es un Tito Livio impreso, obtenido como premio en septiembre de 1475. A estas alturas, ante el Tito Livio del padre, es oportuno pensar en el magnífico comentario que el hijo hará del historiador latino entre 1 5 1 } y 1519; o, mejor dicho, en el hecho de que el historiador latino servirá de impulso inicial, de punto de partida, ai hijo, para sus complejas meditaciones sobre la política. Esto en lo que atañe al padre. En cuanto a la madre, muerta el 11 de octubre de 1496, sabemos que era mujer religiosa y que tampoco carecía de cultura. Respecto de Nicolás, poco sabemos de sus años mozos. En el Qnaderno di ricordansp del padre está anotado el primer día de escuela de Nicolás: «Recuerdo que ese día VI de dicho mes, Nicolás, mi hijo, empezó a acudir donde el maestro Matteo, maestro de gramática, que está al pie del puente de Santa Trinitá de acá, a aprender a leer el Donatello 18; por la enseñanza tengo que darle cinco sueldos al mes, más los veinte ordinarios por Pascuas.» Pero Nicolás es ya hombre maduro cuando podemos situarlo con total seguridad. La tercera carta suya que nos ha llegado, aquella famosa del 9 de marzo de 1498, pertenece ya a un hombre maduro, de veintinueve años. Antes de esto, no podemos seguirle en su formación. De ahí también lo difícil que resulta establecer el grado de su cultura. Que tenía cierta formación clásica, es obvio; que conocía bastante bien a algunos clásicos latinos, especialmente a Tito Livio (¡recuérdese el libro del padre!), y a los padres de la literatura italiana, Dante, Petrarca, Boccaccio, es innegable. Como también lo1 1S Esto es, la gramática.
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es el que entendiera de música. Pero hasta dónde sabía griego, y cuáles eran sus demás lecturas, es algo menos fácil de precisar. En las Lettere fam iliari encontramos algunas alusiones útiles a este respecto. Es cierto que en una carta a Vettori, quien le había recordado a Aristóteles («si leyeseis bien la política, y las repúblicas que han sido, no encontraréis más que una República como la separada»)19, nuestro hombre responde: «No sé lo que dice Aristó teles de las repúblicas separadas, pero pienso bien lo que razonable mente pudiera ser, lo que es y lo que ha sido.» 20 Pero aquí es evidente una — ¿cómo diría?— exageración polémica: que Maquiavelo conocía el pensamiento político de Aristóteles, del cual se sirvió, es evidente en varios pasajes de E l príncipe y de los Discursos; y conocía también los comentarios de santo Tomás, que solían imprimirse junto con la traducción de la Eolítica aristotélica, editada por Leonardo Bruni, de Arezzo. Pero veamos otra carta. Se encuentra él, precisamente, en uno de los momentos más notables de su experiencia diplomática: es el otoño de 1502, cuando acude, como enviado de Florencia, ante César Borgia. Por ese tiempo insiste cerca de sus amistades para conseguir las Vidas de Plutarco. Hay una carta de su amigo Biagio Buonaccorsi, compañe ro de despacho, del 21 de octubre de 1502. Buonaccorsi le escribe: «Hemos hecho buscar las Vidas de Plutarco y no se las encuentra en Florencia a la venta. Tened paciencia, que habrá que escribir a Venecia.» Sigue después el comentario en son de broma: «Y a deciros verdad, vos sois una depravación pidiendo tantas cosas» 21. El hombre está empeñado en una misión diplomática de las más difíciles, y esta experiencia práctica que realiza en 1502 tiene gran peso en la formación de su pensamiento. Ahora bien, precisamente en esos momentos Maquiavelo insiste ante los amigos para poder contar con las Vidas de Plutarco.. E l «héroe» nuevo, el Valentino, está ante él en carne y hueso; pero Maquiavelo busca también el diálogo con los héroes antiguos, los retratados por Plutarco. Hombre de letras, pues. Algo confirmado por el hecho, ya recordado, de que cuando tiene que concluir E l príncipe, acuden en ayuda del ímpetu de su pasión los versos de la oda «Italia mial», de Petrarca. >* Cana del 10 de agosto de n i j , C X X X I 1, pp. 289-190. Cana del 16 de agosto de ij 1 j , C X X X 1V , p. 19 ]. 11 L ttttrt fam iliari cit., X X V II, p. 6 j.
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Esa búsqueda de Plutarco es de 150a; esto es, cuando Maquia velo hace ya años que, en la administración de la República, se halla en contacto directo con el secretario de la primera cancillería, Marcello Virgilio Adriani, humanista consumado, discípulo de Cristoforo Landino y de Poliziano, profesor en la universidad florentina desde 1497. No caben dudas en cuanto a que la influencia de Adriani, algo mayor que Maquiavelo (había nacido en 1464), se hizo sentir sobre éste. Pero sobre todo — e importa subrayarlo— Maquiavelo, hombre ya formado, siguió leyendo y estudiando para responder a los problemas que le urgían, de manera que la cultura consistía para él en una adquisición continuada y progresiva, no menos propia de la edad madura que de la juventud, adquisición deseada ya con plena conciencia y según ciertas profundas exigencias espirituales. Por tanto, no una cultura exteriormente amplia y variada, e incluso dispersa y más ornamental que edificante, sino centrada por entero en algunos problemas fundamentales: la política, la historia, y la poesía, también esta linfa vital de un Maquiavelo que es autor, además de E l principe, de los Discursos y de las Historias florentinas, de La mandragora y, por modestos que se los considere desde un punto de vista artístico, de los Decennali, de E l asno de oro y otras composiciones y comedias. Pero volviendo a la primera parte de su vida, en ella pueden atribuírsele algunos de los Canti carnascialeschi, como el canto D i uomini che vendono le pine, o el De' ciurmadori, que corresponden al tono propio de la sociedad de la Florencia de Lorenzo el Magnífico, y son exactamente afines a las maneras de éste. Quizá hubiera prestado ya servicio, en 1494 y 1495, en calidad de coadjutor de la cancillería. Comoquiera que fuere, Nicolás Maquiavelo ingresa oficialmente en la administración de la Repúbli ca de Florencia (como funcionario de carrera, diríamos ahora) el 15 o 19 de junio de 1498, en calidad de secretario de la Señoría, encargado de presidir la segunda cancillería, y también después, desde el 14 de julio, para servir a los Diez de Bailiazgo. Como sueldo anual recibía 100 florines. Y secretario de la primera cancillería, desde febrero de 1498, era Adriani, justamente. En ese año empiezan las luttere fam iliari, y con ellas, por fin, podemos conocer al Maquiavelo hombre. De mediana estatuta, delgado, «blanco como la nieve, pero con
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la cabeza que parece terciopelo negro, y piloso como vos»22*, Maquiavelo es hombre afecto a la buena vida. Desposa en 1502 a Marietta Corsini, de quien tendrá cuatro hijos, Bernardo, Ludovico, Piero y Guido, y una hija, Bartolomea o Baccia, que casará a su vez con Giovanni Ricci (además de otra hija no superviviente). La mujer está muy unida a él: cuando Maquiavelo se ausenta por los deberes de su función, pregunta en el despacho cuándo regresará el marido, «y hace miles de locuras, y duélese de que vos le prometisteis estar [fuera] ocho días y no más, así que volved, en nombre del diablo» ^ «vive con enorme pasión ésta vuestra ausencia; no hay remedio para ello» 24, y se queja y «reniega de Dios, y dice que ha desperdiciado su carne junto con sus bienes» 2S, y no es posible «hacerla que se esté en paz» 26. Ella misma se lo escribe a su Nicolás: «Vos me escarnecéis, pero no tenéis razón, que más lozanía tendría si vos estuvieseis aquí: vos, que sabéis cuán dichosa soy (...) pensad cuando no estáis aquí cuál será mi talante, que no encuentro reposo ni de día ni de noche.» 27* Pero Nicolás no será un marido intachable. Tendrá otras aven turas amorosas, y así es como Vettori podrá escribirle el t8 de enero de 1514: «y como os he visto algunas veces enamorado, comprendo cuánta pasión habéis puesto» **; y pocos meses más tarde le veremos abandonarse a «Venus y toda Chipre» por haberse enamorado, encontrándose en su villa (en Sant’ Andrea in Percussina), de «una criatura tan gentil, tan delicada, tan noble (...) que no podría alabarla tanto, ni amarla tanto, que ella no mereciera más»; y llega al punto de abandonar «los pensamientos de las cosas grandes y graves» y deja de deleitarse en «leer las cosas antiguas y discurrir acerca de las modernas», completamente atrapado por «pensamientos dulces», es decir, por las cavilaciones amorosas 29. A partir de aquí se muestra como un florentino despreocupado, dispuesto a la salida graciosa, al mote cáustico y al cuento a lo Boccaccio. La plasticidad de la imagen, la mordacidad de la expre22 A sí se expresa la esposa Marietta al anunciarle el nacimiento del primogénito, Bernardo
(Lelitre familiar! cic., L V I 1, 24 de diciembre de 1 ¡o j). 21 B. Buonaccorsi a Maquiavelo, tS.de octubre de 1 joa (L tlitrt familiari cit., X X V , p. 60). 24 B. Buonaccorsi a Maquiavelo, 12 de noviembre de ts o j (ihU„ L ili, p. 107). 32' R. Buonaccorsi a Maquiavelo, 21 de diciembre de 1502 { ib id., X L V II, p. 99). 26 B. Buonaccorsi a Maquiavelo, 4 de diciembre de i;o ) ( ib id., LV , p. 1 11 ) . 37 Marietta Corsini a Maquiavelo, 24 de diciembre de t j o j (ikU., L V II, p, 114). 32 L ittirt fam Uiari cit., C X L I, p. 528. Y cf. la respuesta de Maquiavelo: «efectivamente, [al amorj lo be dejado hacer y lo he seguido por valles, bróques, barrancos y campos» (ib ii.. C X L 1I, 4 de febrero de 1} 14). 39 A Francesco Vettori, 5 de agosto de 15 14 (Ltilrrt familiari cit., C I , p. ;6 i).
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sión, la facultad de crear con pocos trazos un cuadro pleno y acabado de vida real, empiezan a advertirse en las cartas a los amigos e incluso en las correspondientes a las Legaayoni. Son las cualidades estilísticas que, naturalmente maduradas, darán más tarde un tono inconfundible al Maquiavelo escritor político. Nótese ya la frecuencia con que resuelve un juicio en una imagen (algo típico, después, del Maquiavelo mayor); obsérvese el tosco vigor de ciertas expresiones: el Turco ha hecho tantos esfuerzos por tierra y por mar «que todos están con el alma en un hilo» 30 (es decir, inseguros, temerosos). Adviértase también, a partir de ahora, la aparición de conceptos y términos que se harán habituales en el estilo maquiaveliano: en la célebre carta acerca de Savonarola del 9 de marzo de 1498, «ayudando a los tiempos», «y los humores nuestros, y la cualidad de los tiempos» 31; o en la que le dirige a Tosinghi, del 6 de julio de 1499: «y así va contemporizando con unos y otros, usando del beneficio del tiempo»32, por parte de Florencia (y Maquiavelo señalará después, constantemente, que éste era el defec to capital de la República florentina). Pero, dejando por ahora las anotaciones de carácter político, volvamos al Maquiavelo «agradable» compañero, alegre, ingenioso y desenvuelto narrador de episodios cómicos y libertinos, y de lo que llamaríamos chascarrillos. Muchos años más tarde, Filippo de’Nerli le escribirá que, «ahora que no estáis, ni juego, ni tabernas, ni cosilla otra alguna se intenta (...), y siempre falta quien junte al grupo [de amigos], porque vos faltáis» 33. Porque ya, desde sus años jóvenes, Nicolás es un alegre camarada. Sus compañeros y amigos de la cancillería se divierten leyendo lo que les escribe cuando está fuera de Florencia en misión diplomática: «Vuestras cartas a Biagio [Buonaccorsi] y a los demás, les son sumamente gratas a todos, y las bromas y burlas que hacéis en las mismas mueven a todos a desternillarse de risa, causándoles gran placer.» 34 Por ello, la correspondencia con los amigos y compañeros nos introduce en lo más vivo de la existencia del despacho, entre un grupo de funcionarios que a menudo y de buena gana interrumpen las discusiones «graves» de los problemas políticos y administrati-* * Maquiavelo a Picr Francesco Tosinghi, j de iunio de 1499 (M I.. V, p.
11 L tl/m Jam iU ari d i., III. pp. (-9.
i j ).
“ /**/., V I, p. i j . a Cana deí 6 de septiembre de 1 j i j (MtU., CXCVII. p. 456). * Bartolomeo Ruffini a Maquiavelo, 2) de octubre de 1 502 ( Le/terrJamilÍMricit., X X IX , p. 70).
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vos, para solazarse con algún cuento verde o con agudezas de uno u otro personaje. Tampoco faltan las envidias y celos de oficina, por lo que, a menudo, el fiel Buonaccorsi le escribe a Maquiavelo diciéndole que se apresure a regresar, «que no es cosa vuestra quedaros allí» 35, y que mire que Fulano, habiendo oído alabar mucho sus cartas, «cada día viene a olfatear y a soltar pullas» 36. Advirtamos algo más. Se ha hablado de algunas peculiaridades estilísticas de Maquiavelo ya perceptibles. Puede ahora añadirse que en estas cartas de los primeros años, que en su gran mayoría no son de Maquiavelo, sino dirigidas a él, se observan rasgos de estilo, dichos, etc., nada diferentes de los empleados por todos sus amigos. Por de pronto, una de las particularidades de la prosa maquiaveliana, sobre todo en E l principe, es la nada rara interpolación, en la construcción italiana, de palabras o locuciones latinas. E l principe, cap. II: «tenemos en Italia, in exemplis», y cf. cap. V: «In exemplis hay...»; cap. VI «tamen debe ser admirado solum...»; «y fue de tanta virtud, etiam en privada fortuna...»; cap. IX : «Praeterea del pueblo», «pero etiam que ellos le enfrentan»; cap. X X V I: «Y si bien hasta aquí (...) etiam se ha visto después...», «Y si bien de este último (...) tomen se ha visto...» Ya en otra oportunidad he observado que estas palabras latinas llevan al razonamiento continuo la familiaridad de las cartas del Maquiavelo funcionario, de las conversaciones con sus compañeros 37. Ahora bien, las cartas de los amigos a Maquiavelo son la contraprueba de esto. Porque también en ellas se insinúa de cuando en cuando la locución latina; y no por pedantería, sino que, muy por el contrario, se trata de la vivacidad del diálogo cotidiano en el despacho, donde el latín de ciertos documentos y diligencias38 alterna con el italiano de los demás escritos y de la conversación normal. He aquí algún ejemplo de las cartas de Buonaccorsi: «si bien todavía yo prívate os aconseje» (vm , 19 de julio de' 1499); «brevibus acápite» (x, 27 de julio de 1499); «et tándem he querido» (ibíd.); «y e converso» (ibid.); « Nec plura» (xm , i j de agosto de ijoo); «y demuestra amaros unice» (xxv, 18 de octubre de 1502); «así etiam por no tener tiempo» (ibid.); «lamen os diré brevemente» (xxxii, 28 de octubre de 1502); «lamen vos formuláis una conclusión» (ibid.). » * 37 »
B. Buonaccorsi a Maquiavelo, 17 de julio de 1499 (ibid,, X , p. 14). Carta cit., 17 de julio de 1499. Cf. mi «Introducción» a II Priuipt p. m v ¡ [p. j j del presente volumen. N E (/.]. Obsérvese que varias cartas están en latín: cf. X V I, X X I. X X III, y en parte la X II.
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Así también se encuentra cierta vivacidad de estilo e imagen en estos compañeros de trabajo; véase: «Entre tenerlo que escribir a corridas» (carta de Buonaccorsi, vir, 19 de julio de 1499), que recuerda el «besar furtivamente» de Maquiavelo (carta a Vettori, 4 de febrero de 1514, c x l i i ) . ¿Por qué nos detenemos en esto que podría parecer minucias? Podríamos decir que para sumir cada vez más a Maquiavelo en su ambiente y mostrar cómo emerge con su poderosa personalidad de un mundo tan inferior a él en originalidad, pensamiento vigoroso y calidad plástica de imágenes y estilo, pero también vinculado a él por los modos de pensar y de decir, así como por actitudes no tan disímiles. Tal como en E l príncipe resumirá y teorizará la experiencia histórica italiana de dos siglos — la «virtud» del principe solo, del condotfiero, base del Estado, a falta ya de la virtud del pueblo— , así también en general resume, llevándola a su más alto grado, una experiencia vital que no es caso aislado. Recordemos que entre sus compañeros de trabajo — se entiende que además de Adriani— , Biagio Buonaccorsi (o Bonaccorsi), el más amigo, es también literato: escribe alguna oda carnavalesca, algún poema amatorio, un Diario de 1498 a 15 12 y una breve crónica de la batalla de Pisa de 1500. Se casa con una nieta de Marsilio Ficino. O sea que también él es un funcióha rio-literato. Pero tampoco las preocupaciones financieras, por ejemplo, son privativas de Maquiavelo. É l se queja con frecuencia al respecto, todavía antes de los años difíciles, antes de 1) 13 -15 14 , cuando le escribía a Vettori: «yo me consumo, y mucho tiempo no podré estar así, que no termine despreciable por pobreza» M. No; a partir de ahora lamenta tener un sueldo insuficiente, e insiste ante los amigos de la cancillería para que le consigan de inmediato algún dinerillo más, y Buonaccorsi tiene que «arrancar» para él treinta ducados de oro, que luego tardan en serle enviados, y él se queja, y Buonaccorsi tiene que responderle: la culpa es vuestra, «que tenéis tan poca firmeza que no os basta una hora para manteneros en un propósito» 40. Cuando es destinado por primera vez a Francia, en el verano de 1500, protesta inmediatamente por habérsele fijado unos emolumen tos inferiores a los de Franceso delta Casa, su compañero de misión, * to de diciembre de M i) (Luttm ítm U uri d t.. C X X X V I 1). Y de nuevo en la cana del 10 de junio de 1 1 1 4 (C X LV IU ). cambien dirigida a Vettori. * Caitat de Buonaeeoni. de 1. j, n , ij y i t de noviembre de 1)01 (XXXV, XXXVI, xlu
xxxvn. xu
j xuii).
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«fuera de toda razón divina y humana», y se lamenta de haber tenido que endeudarse ya en cuarenta ducados41, y junto con Della Casa declara a la Señoría que no tiene dinero para afrontar los gastos corrientes, empezando por los de emisarios para la corresponden cia 42, hasta llegar a afirmar: hemos gastado ya más de too escudos por cabeza, y estamos sin dinero, y por eso, si desde Florencia no se provee, nos veremos obligados a regresar a Italia, «y someternos a la discreción de la fortuna, antes en Italia que en Francia» 43. Pero también en sus compañeros y amigos afloran con frecuencia preocupaciones parecidas, hasta las quejas de Francesco Vettori, en 1 5 1}, por haber tenido que pagar demasiados impuestos al gobierno florentino: «No hago comercio de ninguna clase, los ingresos que tengo apenas me alcanzan para vivir, tengo hijas hembras que quieren dote (...)» (carta cxxm , del 21 de abril de 1513). Ó sea, que también se preocupa Vettori, como Francesco Guicciardini, por la dote de las hijas. Por encima de la similitud de detalles de la vida cotidiana, aquí y allá nos impresionan, en las cartas de los amigos, ciertos juicios afines a los que pronunciará Maquiavelo. Veamos la actitud ante la curia romana. En un célebre capítulo de los Discursos (1. I, cap. X II), Maquiavelo dirá: «Tenemos, pues, con la Iglesia y con los curas, nosotros los italianos, esta primera deuda, la de habernos convertido en sin religión y malvados; pero tenemos también otra mayor, que es la segunda causa de nuestra ruina. Y es que la Iglesia ha tenido y tiene dividida esta provincia.» Y ésta es su actitud invariable frente a la Iglesia romana, tanto si expresa un juicio político como si la retrata en el personaje de fray Timoteo, de L a mandragora. Es, también, la actitud de Francesco Guicciardini: «No sé de nadie a quien guste menos que a mi la ambición, la avaricia y la molicie de los curas»; y si no fuese por «este respeto [hacia León X y Clemente VII], habría amado a Martín Lutero como a mí mismo; no por liberarme de las leyes indoctas de la religión cristiana (...), sino para ver reducir a esta caterva de pérfidos a los términos 41 A la Señoría, 5 de agosto de 1)00, en O pen editadas por L . Passerini y G . Mitanes!, Florencia, 1 Í 7 J - 1 8 7 9 , 11!. p. 1 1 ; . 42 Della Casa y Maquiavelo a la Señoría, 30 de julio de 1500, en Optrt ctt., III, p. n o . 41 Della Casa y Maquiavelo a la Señoría, y de septiembre de t jo o (ihid., p. 16B). Cf. asimismo la cana del 19 de agosto (ibid.. pp. 163-164),
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debidos, es decir, o a no tener vicios, o a no tener autoridad» (en una redacción anterior había escrito: «porque tendría esperanzas de que su secta pudiera llevar a la ruina o, al menos, cortarle las alas a esta pérfida tiranía de los curas») 44. Pero esta manera de pensar no es privativa de los dos grandes florentinos. Por el contrario, también aparece, aunque naturalmente con menos fuerza de pensamiento y expresión, precisamente en los demás funcionarios de cancillería, embajadores, etc., que constituyen gran parte de la clase dirigente florentina de principios del siglo xvi. Abramos una carta a Maquiavelo de Agostino Vespucci, de Roma, del 16 de julio de 1501 45; éste, deplorando la situación en que se encuentra la ciudad, por la venalidad de los prebendados eclesiásticos («más venales... que allí los melones y aquí las rosqui llas»), o la falta de justicia, las arbitrariedades y las tiranías del Papa (Alejandro VI), así como por la inmoralidad de la vida en la curia, concluye: «adeo que parece necesario el Turco, pues los cristianos no se mueven para extirpar esta carroña de la sociedad humana». Muchos años más tarde será Vettori quien se exprese de manera similar: «y si con esto no basta, venga el Turco con toda Asia, y cúmplanse de golpe todas las profecías»; el Turco, que no sería para asombrarse si «antes de que pase un año no ha dado a esta Italia una buena tunda de bastonazos y hace salir corriendo a estos curas» 46. Son éstas, pues, ideas vastamente generalizadas. E l estado de ánimo de Maquiavelo para con la curia romana no es sólo suyo. Este estado de ánimo podía también deberse al deseo de una profunda renovación moral de la Iglesia de Roma, vale decir que podría tener un origen savonaroliano. Efectivamente, no olvidemos que Maquiavelo llega a la plena madurez de la juventud cuando Florencia se encuentra bajo el influjo de Savonarola: 1494 a 1498 son los años en los cuales el dominico del convento de San Marco, tras haber sido uno de los principales autores de la nueva constitu ción republicana de Florencia (diciembre de 1494), impone a la ciudadanía una especie de dictadura moral, con reforma de las costumbres, reforma de la Iglesia y rigorismo moral. La corrupción de la Iglesia del papado de Alejandro VI ha encontrado precisamente en Savonarola un fustigador intransigente; en la prédica del 13 de enero de 149;, por ejemplo, encontraréis razonamientos e imágenes 44 F. G u icciard in i . Kicordi, ed. critica al cuidado de R. Spongano, Florencia, 19 5 1, X X V III, »»• 45 L ttlin ítmihari, cit., X V II, p. 44. 44 Carta del 17 de ¡linio de i j i j ( ¡iü ., C X X V I. pp. 14 7 y ajo).
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que luego reaparecen en los que hablan mal de Roma: «Mirad cómo Roma está llena de soberbia, lujuria, avaricia y simonía. Mirad que en ella se multiplican constantemente los pecados, pero decid que el látigo ha sido blandido.» 47* Y en Francesco Guicciardini, por ejemplo, se advierte ya el eco de la predicación savonaroliana; ¿ 1, Guicciardini, durante tanto tiempo más escéptico que Maquiavelo, más exclusivamente atento a lo suyo «particular» y, por otra parte, vinculado mucho más que Maquiavelo a determinadas cuestiones religiosas 4S. Pero en Maquiavelo, y en su actitud hacia la Iglesia de Roma, no hay nada de savonaroliano. Nada de las esperanzas apocalípticas en la renovación de la Iglesia, nada del espíritu reformador, aunque sólo fuera moral. Lo atestigua asi la postura que Maquiavelo asume respecto a Savonarola, en una célebre carta del 9 de marzo de 1498, menos de tres meses antes de que el dominico fuera ahorcado y luego quemado en la plaza de la Señoría, el 23 de mayo de 1498. Es éste el primer documento que nos revela qué piensa Maquiavelo, cuáles son sus ideas; hasta entonces sumido en la oscuridad, sale súbitamente a la luz con esta carta (al parecer, a Ricciardo Bechi) sobre Savonarola 49. Y bien, la opinión de Maquiavelo es claramente hostil; más aún, es sarcástica, hasta el punto de demostrarnos que del pathos religioso de Savonarola, Maquiavelo no entiende nada. El fraile es para ¿1 un «arribista», diríamos nosotros, un jefe listo de partido que se vale de la religión para obtener unos fines muy precisos. Eso, desde el principio. Savonarola predica e invita a sus oyentes a comunicarse en San Marco: «(...) y dijo que quería rogar a Dios que si las cosas que había predicho no venían de él, mostrara evidentísimas señales; y lo hizo, como dicen algunos, para sumar la parte suya y hacerla más fuerte para defenderle, considerando que la Señoría nueva ya creada, pero no promulgada, no le fuera adversa». Según esta expresión inicial, pues, el recurso a Dios disfraza una precisa finalidad política. La interpretación de Maquiavelo continúa cobrando constantemente intensidad: Savonarola, retirado a San Marco,
47 Savonarola,
Pnditht ilaliam
ai fu m tim , *1 cuidado de
F. Cognaaao, Pcrugia-Vcnccta.
19 )0 . U . p. 59.
" Cf. V . de C arrarus , Fraatitr» Gmaiariimi. Dalla palitita tita noria, Barí, 19)0, pp. i j - i j . w L ttlm fam iliori cit., III, pp. 4*9-
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«(...) dudando mucho de sí, y creyendo que la nueva Señoría le perjudicaría desconsideradamente, y resuelto que muchos ciudadanos quedaran bajo su ruinaM, empezó con grandes aspavientos, y pon razones para quien no las discurre eficacísimas, a demostrar que eran excelentes sus seguidores, y los adversarios perfidísimos, apelando a todos los términos que se usan para debilitar la parte adversa y fortalecer la suya». Advertid que, para Maquiavelo, Savonarola está decidido a arrastrar consigo a la ruina a cuanta gente pueda: ¡moriré yo, pero también morirá Florencia! Observad también el «razones para quien no las discurre eficacísimas», esto es, razones sólo válidas para quien escuche una prédica, casi incapaz de razonar por su cuenta, y seducido y arrastrado por la verba detonante y amenazadora del predicador, pero que si uno las «discurre», es decir, las filtra atentamente, es evidente que no dicen nada ni valen nada. Continúa la exhortación, iniciando el dominico «diversas pero ratas, como es su costumbre, para debilitar más a los adversarios», tras haber dividido a los hombres en dos bandos: los que militan a las órdenes de Dios, es decir, él y sus secuaces, y los que lo hacen a las del demonio, o sea, sus adversarios. En otra prédica posterior «empezó a desencuadernar los libros vuestros, ¡oh curas!, y a poneros de manera que no os habrían comido ni los perros», y amenaza a Florencia con un tirano, y afirma que querer expulsarle y perseguirle a él equivale a pretender erigir un tirano. Pero como las cosas parecen ponérsele mejor y la Señoría de Florencia — a la que temía— le ha escrito en su favor al papa Alejandro VI, «(...) viendo que no le era ya preciso temer a sus adversarios de Florencia, donde antes trataba de unir sólo su parte con la denostación de los adversarios, y aterrorizarlos con el nombre del tirano, ahora, pues, que ve que no lo necesita más, ha cambiado de capa y, confortando a los de la unión comenzada, sin hacer más mención de tirano ni de sus perfidias, trata de animarlos contra el Sumo Pontífice, y contra ¿1 y sus manifestaciones volubles tales cosas dice, como las que del más pérfido hombre que queráis decirse puedan; y asi, a mi parecer, viene ayudando a los tiemposy sus mentiras coloreando». «Sus mentiras»: la predicación savonaroliana queda así reducida a mero expediente de un fraile ambicioso que quiere mantenerse a H Aquí, como en la cita siguiente, la cursiva ei mía.
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flote y conservar su poder moral sobre la ciudadanía. A Maquiavelo se le escapa todo el meollo de la acción del dominico — el anhelo de una profunda renovación «moral» de la Iglesia— , que, por lo demás, se expresa simultáneamente en otras partes de Italia por obra de otros predicadores menos renombrados. Estamos en un clima de renovado fervor religioso, esperanza en una mejoría moral y en una renovación de la Iglesia: el clima que cierra de manera singular la vida espiritual de la Florencia del siglo xv, que marca el principio, la puesta en marcha, de la gran recuperación de la pasión religiosa en el siglo xvi, así como la marcha hacia la Reforma y la Contrarreforma. En Florencia está Savonarola, pero en Milán está fray Giuliano da Muggia, de Istria, que también predica contra «las voces de esa avara Babilonia» (Roma), y exhorta a Milán a ser la renovadora de la religión de la misma manera como Savonarola exhorta a Florencia. Pero nada de esto encuentra el menor eco en el alma de messer Niccoló. Muchos años más tarde, ante otras prédicas, también de estilo apocalíptico, las de fray Francesco da Montepulciano, acotará: «Se encuentra en esta nuestra ciudad, imán de todos los embaucado res del mundo, un fraile (...). La prédica yo no la oí, porque no uso de esas prácticas...» 51 Más tarde, Maquiavelo volverá a Savonarola con breves alusio nes, y su juicio será formalmente más respetuoso (entre otras cosas, porque no lo formulará en cartas privadas), pero, en lo sustancial, siempre será negativo. En el Decennale primo, compuesto en 1504: «Mas lo que a muchos, mucho más no gustó e hizoles desunir, fue aquella escuela bajo cuyo signo vuestra ciudad yació: digo la de aquel gran Savonarola, quien, inflamado de virtud divina, os tuvo envueltos en su palabra; y porque muchos temieron la ruina ver de su patria, poco a poco, bajo su profética doctrina, no conseguía reunirlos allí hasta no crecer o no haberse apagado su luz divina con mayor fuego.»1
11 Carta a Vcttori del 19 de diciembre de 1 11 5 {L tllm fam U iari cit.. C X X X V II I, pp. 313-313).
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Prestad atención a la ironía continua: ese «mayor fuego» (el de la hoguera) que apaga «la luz divina»; ese «gran Savonarola» que, sin embargo, sólo logra desunir a Florencia y que amenaza la ruina de la patria con su «profética» doctrina. Maquiavelo no cree que Savonarola estuviera inspirado por Dios, y eso está claro, incluso en el pasaje más respetuoso que escribiera acerca del fraile. Pasemos a los Discursos sobre la primera década de Tito Livio (1. I, cap. XI): aquí Maquiavelo habla de la importancia de la religión para una vida estatal bien ordenada, de la religión que sirve «para comandar los ejércitos, para dar ánimos a la plebe, para tener a los hombres tranquilos, para hacer humillar a los reyes». Pero siempre, además, el ataque a la Iglesia de Roma, como en el capítulo X II del que ya hemos hablado. Se trata, pues, de un momento en el cual Maquiavelo puede estar cerca de Savonarola y, efectivamente, el tono de su discurrir es respetuoso. Pero no deja de estar claro que no cree en el «hálito divino» del monje: «El pueblo de Florencia no parece ser ni ignorante ni tosco; ello no obstante, el fraile Girolamo Savonarola lo persuadió de que hablaba con Dios. No quiero opinar si era cierto o no, porque de un hombre así se ha de hablar con reverencia, pero si digo que infinitos se lo creyeron sin haber visto cosa alguna extraordinaria que se lo hiciera creer, porque la vida suya, la doctrina y el asunto de que trató bastaron para hacer que le prestaran fe.» En E l asno de oro, fragmento de un poema en tercetos del que nos han llegado ocho capítulos — los cinco primeros, según Luigi Foscolo Benedetto, compuestos en 15 12 , y los tres últimos hacia 1 j 17 5Í—, se encuentra probablemente una alusión a Savonarola y sus seguidores, en el capítulo V, versos 10 6 -m : «Verdad es que alguien cree que es mortal para los reinos, y es su destrucción la usura, o algún pecado carnal; y que es de su grandeza la ocasión, que altos y poderosos los mantiene, de hacer ayunos, limosnas y oración.» u N . M a c h ia ve lli , O ptrttu utiricht, Introducción y notas de iAiigi Foscolo Benedetto, Turfn, 19 j o . p p . i o - j i .
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Aquí es evidente la ironía, confirmada, además, por lo que sigue: «Otro, más discreto y sabio, piensa que para arruinarlos este mal no basta, ni este bien para conservarlos. El creer que sin ti, por ti combata Dios, quedándote ocioso y de hinojos, muchos reinos y estados ha dañado.» En otras palabras: se precisa otro apoyo, que no las oraciones y las devociones, para apuntalar una casa que se derrumba; se precisan las armas. Es el concepto claramente expresado en el capítulo X II de E l principe: «(...) y el que decía que [de la ruina de Italia] eran causa los pecados nuestros, decía verdad, pero no eran los que él creía, sino los que yo he referido y, por ser pecados de principes, han sufrido el castigo también ellos». Es decir, no los pecados en el significado corriente, moral j religioso, de la palabra, como pretendía Savonarola, sino el pecado político de no tener los príncipes armas propias: «porque ahora la ruina de Italia no es causada por otra cosa que por haber descansado por espacio de muchos años en las armas mercenarias». Aquí, pues, llegamos a la diferencia fundamental entre la manera de ver, pura y exclusivamente «política», de Maquiavelo y la pasión «religiosa» de Savonarola, quien había dicho: «Tus perfidias (...) ¡oh, Italia!, ¡oh, Romal, ¡oh, Florencia!, tu impiedad, tus fornicaciones, tus usuras, tus crueldades, tus perfidias han traído estas tribulaciones (•••)»53 Maquiavelo lo ha dicho ya, de otra manera, en el capítulo VI de E l principe: «A esto se debió que todos los profetas armados vencieran y los desarmados fueran a la ruina (...). Moisés, Ciro, Teseo y Rómulo no habrían podido hacerles [a los pueblos] observar largo tiempo sus constituciones si hubiesen estado desarmados, como en nuestros tiempos le ocurrió a fray Gerolamo Savonarola, quien se aniquiló en sus órdenes nuevos apenas la multitud empezó a no creerle, y él no tenía manera de mantener firmes a los que habían creído, ni de hacer creer a los ya descreídos.»
» Prédica del i de noviembre de 1494 (Pnditbt italiam a i F ia m th i tit., I. p. 9).
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Pero todavía en otra ocasión Maquiavelo se explaya acerca del dominico; y su juicio, contenido en una carta privada dirigida a Franceso Guicciardini vuelve esta vez a asestar un golpe al Savonarola hombre, como en la carta del 9 de marzo de 1498. Querría yo, escribe Maquiavelo, encontrar un predicador que les enseñara a los florentinos «el camino para ir a la casa del demonio; [los florentinos] habrían comprendido que es hombre prudente, entero y real, y yo no querría encontrar uno más loco que Ponzo, más versado K que fray Gerolamo [Savonarola], más hipócrita que fray Alberto, porque me parecía muy bien (...) que todo cuanto hemos experimentado en muchos frailes se experimentara en uno, porque creo que ésta sería la verdadera manera de ir al Paraíso: aprender el camino del Infierno, para evitarlo. Viendo, además de esto, cuánto crédito tiene un malvado que bajo el manto de la religión se esconda...» Aquí estamos de nuevo frente a Savonarola, que va coloreando «sus mentiras» con arreglo a los tiempos. Por una parte, entonces, hay una actitud abierta de hostilidad personal contra Savonarola. Por otra, se atenúa la dureza del juicio sobre la persona. Pero en cualquiera de los dos casos, es idéntico el enfoque exclusivamente político de Maquiavelo para juzgar a Savo narola. Y esto es lo importante. Asimismo, cuán lejos estaba Maquiavelo — hombre, como se ha dicho, de agradable compañía y amante de la buena vida— del rigorismo moral que el dominico pretendía imponer en Florencia, es algo evidente. En todo caso, él podía ser de los compagnacci (enemigos del monje), pero nunca de los piagnoni o fratesebi * (los sostenedores de Savonarola)... Pero esto habría tenido escasa impor tancia. El fondo esencial de la disidencia es otro: a Maquiavelo, a los veintinueve años, lo que le apremia es el problema político, razón por la cual ya entonces ve y juzga con arreglo a unos criterios puramente políticos, al paso que, para el dominico, el primum es el problema religioso. Savonarola es el «profeta desarmado», y aun cuando se quiera admitir su buena fe y su fervor religioso, está claro que, politicamente, edificaba sobre arena. Tal es la opinión de Maquiavelo. Por consiguiente, desde el primer momento en que podemos leer * i$ de mayo de i j s i (L e/itn ftm itísri de.» C L X X IX , p. 4 1)). w Quiere decir astuto» malicioso. * Ctm puputti, «compaAcrmchos», «camaradachos», «compinches»; pisg&m , «llorones» (cf. n p ré, p. t ) , n. *); fréU x b i, «frailófdos», «frailunos», «frailescos», etc. (N . d ti T.)
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claramente en su pensamiento, desde su primera manifestación abierta de ideas (la carta del 9 de marzo de 1498), ya entonces se nos presenta Maquiavelo con una fisonomía que no cambiará: lo que lo mueve a actuar y a meditar es el estimulo «político». Ni rastros hay en él de las exigencias religiosas que, unos decenios más tarde, se expresarán en escala mucho más vasta — y con muy distinta eficacia y abundancia de resultados— por Europa y también por Italia. Los valores «religiosos» no suponen nada para Maquiavelo.
III. LOS PRIMEROS ENCARGOS DIPLOMATICOS. EL DISCURSO D IR IG ID O AL MAGISTRADO DE LOS D IEZ ACERCA D E LOS ASUNTOS D E PISA. LA PRIMERA LEGACION EN FRANCIA
IMaquiavelo está, pues, «en Palacio», como se decía, o sea en los despachos del Palazzo Vecchio, sede del gobierno de Florencia. Concretamente, es jefe de la segunda cancillería y subordinado del de la primera, Marcello Adriani. Y depende asimismo de los Diez de Bailiazgo, esto es, de aquel órgano especial de gobierno — una magistratura colegiada instituida al parecer en 1384— que tenía amplios poderes «para tratar en nombre de la Comuna» con otras potencias, enviar embajadores, etcétera, proveer la contratación de mercenarios y hacer la guerra. Era una magistratura cuyas atribucio nes se confundían con las de los «señores» propiamente dichos, o sea, de los jefes del Estado florentino. Adviértase que, a diferencia de Francesco Guicciardini, pertene ciente a una gran familia de la aristocracia florentina, que llegó a desempeñar una misión de alta confianza durante su embajada en España ante Fernando el Católico (1312), Maquiavelo no tendrá nunca puestos de responsabilidad en el sentido estricto de la expresión. Será siempre un funcionario al que se le dispensa confianza, a quien incluso se «le pueden encomendar gestiones delicadas e importantes, pero jamás un personaje oficialmente eminente M. Sus obligaciones son muy variadas y hace un poco de todo. Por esta razón, muy pronto le encontramos encargado de misiones diplomáticas fuera de Florencia. La primera de ellas lo lleva, ya en marzo de 1499, ante Jacopo IV d’Appiano, señor de Piombino, un condotiero a sueldo pagado de mancomún por Ludovico el Moro, duque de Milán, y por Florencia, y que pretendía — como de costumbre— un aumento en su paga. De esta primera misión de Maquiavelo no nos queda, sin embargo, más que la Istru^ione que le dieron los Diez de Bailiazgo el 24 de marzo de 1499 57< “ Acere» de Maquiavelo diplomático y tu empleo, cf. E . Duaaá-THESElOEft, NiettU M ttbumUi JipU m ttim , Como. 19 4 1; acerca de aús encargos, p. 71 y ss. " N. M a c h ia v e l u , O ptn cir., III, pp. 1-4.
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Más importante fue, en cambio, la segunda legación, ante Caterina Sforza Riario, regente de la Señoría de Forlí y de Imola en nombre de su hijo Ottaviano. También en este caso se trata de renovar una condotta de armas, es decir, el acuerdo de junio de 1498 que había asegurado a Florencia, por un año, los servicios militares de Ottaviano Riario. Maquiavelo se traslada a Forlí en julio de 1499, y desde allí informa a su gobierno 58. Estamos todavía ¿h los prolegómenos de una actividad; por eso, lógicamente, estas cartas se hallan muy lejos aún de) enfoque seguro y la personalidad de juicio de las legaciones posteriores. Ni siquiera estilísticamente hay nada de notable: son rendiciones de cuentas de hechos, de conversaciones mantenidas, redactadas en una forma perfectamente burocrática. Sólo advirtamos, también aquí, la fre cuente intercalación de locuciones latinas en la redacción italiana: «lamen muestra» (carta l, 16 de julio); «ni etiam confiar» (ibid.)\ «lamen, por sus buenas obras» (carta 11, 17 de julio); «Referimos etiam» (ibid.); «¡Jiferías dijo» (ibíd.); «Esas etiam» (ibid.)\ «Dije etiam» (ibíd.y, etcétera. También, al expresar sus opiniones, Maquiavelo es muy cauto; propone, es cierto, que se le aumente el sueldo a Ottaviano, de 10 000 ducados a 12 000; pero añade: «(...) lo cual es según una opinión mia, la que fácilmente podría ser vana (...) asi etiam por ser difícil de juzgar si su ánimo [el de Caterina] está más inclinado hacia Milán o hacia vuestra República». Y Nicolás sopesa el pro y el contra: «Primum, veo su corte llena de florentinos (...) luego, la veo naturalmente inclinada hacia esa ciudad (...). Ulterius, que es lo que más importa, ella ve que el duque de Milán es asaltado por el rey [de Francia] (...) las cuales cosas me hacen ser de esa opinión, que ella lo sea por tomar etiam nuestras condiciones por escasas. Pero, por otra parte, veo a S.S. messer Giovanni da Casale, agente aquí del duque de Milán, que goza de la máxima estimación y lo gobierna todo: lo cual es de gran importancia (...). Y en verdad, si el temor por el rey de Francia, como he dicho, no interfiriese, yo pensaría que etiam condiciones semejantes podrían dejarse.»59
Como veis, Maquiavelo pinta el cuadro de la situación y delinea claramente el pro y el contra; pero con mucha circunspección, » ¡b u l., pp. i i - j j (son siete caras). » C a ra del te de julio de 1499.
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evitando formular juicios netos y tajantes, como hará después. Eso no impide, en modo alguno, que en Florencia las cartas de Maquia velo sean muy elogiadas, y que él aparezca habiendo ejecutado «con gran honor vuestro la comisión que se os ha adjudicado» M. Sin embargo, Maquiavelo da ya entonces un decidido paso adelante por el camino de la afirmación de su personalidad, del juicio «propio». La ocasión le es brindada por el problema de la guerra de Pisa, que habría de exigir esfuerzos durante diez años a Florencia y a Maquiavelo. En el momento de la llegada de Carlos V III a Toscana, en noviembre de 1494, Pisa se había rebelado contra Florencia, reivin dicando su libertad e incluso apoderándose después, el 1 de enero de 1496, de la fortaleza que, a partir de entonces, comandaba un capitán francés por cuenta de Carlos V III, quien, por el contrario, había prometido devolvérsela a Florencia. A partir de aquí, el problema de la recuperación de Pisa se convierte en el problema capital de la política florentina; pero habrá que esperar al 8 de junio de 1509 para que, tras larga y extenuante guerra, los florentinos puedan volver a entrar en la ciudad rebelde. También Maquiavelo, de ahí en adelante, se encontrará constan temente implicado en los intrincados sucesos de ese conflicto, en el que se ve cómo Venecia y Lucca ayudan a Pisa (Venecia llegó inclusive a atacar directamente a Casenza en 1498); a los condotieros florentinos pedir sueldos cada vez mayores y hacer la guerra a desgana, y hasta ser sospechosos de traición, como Paolo y Vitellozzo Vitelli (Paolo Vitelli fue arrestado y decapitado en Florencia el 1 de octubre de 1499); y al rey de Francia ayudando con largueza a Florencia en palabras, pero con menor largueza en hechos. Ya la misión ante Jacopo IV d’ Appiano tenía que ver con la guerra de Pisa; inmediatamente después, vemos a Maquiavelo escribirle cartas a Pier Francesco Tosinghi, comisionado general de Florencia en la campaña contra Pisa, para informarle de la situación general 61. Mucho más importante es el Discorso falto ai Magistrato dei Dieci topra le cose di Pisa. Es una relación de oficio, probablemente compuesta ya en la primavera de 1499. ¿Qué es lo que impresiona en este escrito? Ante todo, la propia manera de plantear las cuestiones: neta, seca, por antítesis. Nada de*4 1 M B. Buonaccorei a Maquiavelo. 19 y 17 de julio (L tlltrt Jtm tlU ri a i ., V III y X , pp. 10 y 24). 41 Cartas de aa de abril, | de junio y 6 de julio de 1499 ( L tllrn Jtm iU tri cit., IV , V , V I, pp.
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perifollos, nada de aquellas «cláusulas amplias» o «palabras ampulo sas y magníficas, ni (...) preciosidades u ornamentos extrínsecos, con los cuales muchos suelen describir y adornar sus cosas», a los que Maquiavelo renunciará también en E l principe (véase la dedicatoria a Lorenzo de Médicis). Y no sólo esto, sino la entrada inmediata in medias res: «El que recuperar Pisa sea necesario para mantener la libertad, porque nadie lo duda, no me parece cosa de demostrar con razones distintas de las que por vosotros mismos entendéis.» Expuesto así el problema, las soluciones se ofrecen siempre por modo de antítesis. «Sólo examinaré los medios que conduzcan o que puedan conducir a esto, los cuales me parecen, o la fuerza o el amor, como sería el recuperarla por asedio o que ella vaya a vuestras manos voluntariamente.» ¿Es posible esta segunda manera, que por supues to sería la más de desear? Que Pisa quiera volver a ponerse én manos de los florentinos, «conviene que por sí mismos se pongan de nuevo en vuestros brazos, o que otro que se enseñoree de ellos os los entregue como presente». La primera hipótesis es de excluir, en vista de lo que ya se ha experimentado. «Que nos fuera concedida por quien la poseyera, hemos de considerar que quien fuere su poseedor, o habrá entrado dentro llamado por ellos, o por la fuerza. Cuando hubiere entrado por la fuerza, ninguna razón existe para que nos la conceda (...) por no ser Pisa ciudad para dejarla de buena gana por quien llegara a ser su señor. Cuando hubiere entrado dentro por amor, y llamado por los písanos (...) no me parece de creer que hubiera alguno que rompiera el compromiso con ellos...» Luego, para recuperar Pisa, es menester la fuerza. Es entonces de considerar «(...) si es bueno usarla en este momento o no. Para ultimar la empresa de Pisa es preciso apoderarse de ella, o por asedio, o por hambre, o por expugnación (...). Y discurriendo la primera parte del asedio, hay que considerar si los de Lucca garantizan, de grado o por fuerza, que de su comarca no vayan vituallas a Pisa...» Estamos ya aquí ante el típico modo de razonar de Maquiavelo, que propone siempre una alternativa contra otra, y que de cada situación percibe las posibilidades extremas y opuestas. Nada de caminos intermedios, nada de transacciones. Por ejemplo, habría podido decirse que otro principe, enseñoreado en Pisa, habría podido cederla a la vista de otros beneficios en otra parte o de otro tipo. Así, los venecianos habrían podido servirse de Pisa como
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«medio de canje», como arma de presión para hacer que Florencia permitiera un dominio veneciano en la Romana. Son procedimientos habituales en la guerra diplomática. Pero esto no lo vislumbra Maquiavelo ni de lejos. O esta salida, o aquella. Nada de quid médium. Y de aquí, también en lo estilístico, ese característico procedi miento por dilemas — llevado más tarde a su más alta expresión en E l príncipe— , por el cual las frases se contraponen, no unidas por la copulativa «y», sino netamente diferenciadas por la disyuntiva «o». O... o: a la sagacidad del pensamiento, que coge los opuestos y sólo los opuestos, corresponde plenamente el estilo seco de la construc ción, en la cual el acento cae, precisamente, en el momento de la contraposición. La cuestión de Pisa determina también la primera gran experien cia diplomática y europea de Maquiavelo. Luis X II, rey de Francia, se había comprometido con Florencia a ayudarla a someter Pisa (acuerdo del 19 de octubre de 1499); y en junio de 1500, mercenarios suizos y gascones dependientes del rey se encaminaron de la Lombardía, ya francesa, hacia Pisa, bajo el mando de Antonio de Beaumont. Eran unas hordas insolentes, y casi tan amenazadoras para el aliado (Francia) como para el enemigo (Pisa): siempre dispuestas a agobiar con impuestos y saquear aun a los países amigos, a reclamar dinero, a protestar por la falta de víveres y cosas por el estilo. Maquiavelo, secretario de los dos comisionados especiales florentinos enviados ante ellos, Lúea degli Albizzi y Giovanni Battista Ridolfi, vivió esta desagradable experien cia. Suya es una carta del 9 de julio en la cual comunica a Florencia que Lúea degli Albizi había sido hecho prisionero por los propios suizos, que habían pedido más dinero, y concluye: Vuestras Señorías «se ingeniarán para que un ciudadano de ellos, con muchos servido res suyos y vuestros, no mueran, ¡y a manos de quién!» 62 De suerte que el previsto asalto contra Pisa no se realizó. El ejército se disolvió; suizos y gascones regresaron a Lombardía, y los písanos recobraron los ánimos y conquistaron Librafatta y el bastión llamado de la Ventura, reiniciando las comunicaciones con Lucca, ciudad amiga. «El fm de esta empresa», acotan en una crónica4 3 43 En Opert cit., p. $4. La corrección non mmim, en O. T ommasini, op. (it„ I, p. xo6. (En la carta original se decía m * mmtim, «no cambien», «no muden», que Tommasini, y aquí Chabod, consideran un evidente error de pluma, corrigiéndolo por mn mmim, «no mueran».
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contemporánea dos compañeros funcionarios de Maquiavelo, Buonaccorsi y Agostino Vespucci, «tan distinto del que se deseaba y que razonablemente se esperaba, acarreó perturbaciones enormes a la ciudad (Florencia]»43. Pero si en Florencia había quejas contra los franceses, en la corte de Francia le echaban las culpas a Florencia. En su pequeña crónica, Buonaccorsi sigue diciendo que, terminada la empresa tan «vitupe rablemente» y con tanto desdoro para el rey de Francia, se temía que los franceses, «por querer descargarse, no pretendieran volcar sobre la ciudad tanta desdicha, como efectivamente hicieron» M. Por ello, en Florencia se resolvió enviar ante Luis X ll, en misión extraordinaria (puesto que en la corte de Francia Florencia tenía ya dos embajadores, Lorenzo Lenzi y Francesco Gualterotti, que, sin embargo, estaban por regresar a la patria, y efectivamente partieron antes que Del la Casa y Maquiavelo llegaran a aquélla) 6S, a Francesco Della Casa y a Maquiavelo, para «enumerar todas las causas» que habían obligado a abandonar la empresa, y, de ser necesario, «defenderse y excusarse de las imputaciones que se hicieron contra nosotros» 66. O sea, una misión muy precisa y limitada en sus objetivos. Además, de los dos, Maquiavelo tenía un rango inferior, como prueba el hecho de que se le hubiera asignado un sueldo más bajo, y que sólo después de muchas quejas — como hemos visto— lograse obtener una suma igual a la de su acompañante. Pero, en septiembre, Della Casa enfermó, por lo que Maquiavelo quedó solo para proseguir las gestiones. La misión, comenzada con la llegada de ambos a Lyon el 26 de julio, concluyó en diciembre de 1500. Maquiavelo llegó a Florencia, de regreso, el 14 de enero de 15o 1. Limitada al principio en su alcance y objetivo, sumado el hecho de que Della Casa ocupase un rango superior, y debido, además, a la ausencia de los embajadores ordinarios de Florencia y a la enfermedad de Della Casa, esta misión diplomática, convertida de improviso en misión de mayor aliento y recayendo totalmente sobre los hombros de Maquiavelo, señala una fecha importante en su vida. Aquí empieza su experientia de los asuntos de fuera de Italia, experientia varias veces repetida, después, en la misma Francia, en •» N . Machiavhuj , Optrt cíe., II, p. jo. « m . , III, p. 88. u Lenzi los vio en Lyon, y les dio sus instrucciones y canas de presentación (M J., III, pp. 96-100 y ioj-106). 66 La instrucción a Della Casa y Maquiavelo, en Optrt cit., III, p. 9 1.
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Suiza y en Alemania, y de gran trascendencia en la evolución de su pensamiento político. Piénsese en lo que la experiencia francesa significó para él. Francia será, para Maquiavelo, el Estado europeo típico. En el capítulo IV de E l principe, teniendo que ejemplificar los dos tipos distintos de principados, para uno escoge a Francia: «(...) los principados de los que se tiene memoria se encuentran gobernados de dos modos distintos: o por un príncipe, y todos los demás siervos, los cuales, como ministros por gracia y concesión suya, ayudan a gobernar dicho reino; o por un príncipe y por barones, los cuales, no por gracia del señor, sino por antigüedad de sangre ostenten ese grado (...). Los ejemplos de estos dos gobiernos distintos son, en nuestro tiempo, el Turco y el rey de Francia. Toda la monarquía del Turco está gobernada por un señor, y los demás son sus siervos (...). Pero el rey de Francia está en medio de una multitud rancia de señores, reconocidos en ese Estado por sus súbditos y amados por ellos. Tienen sus preeminencias; no puede el rey quitárselas sin peligro para él».
En esta contraposición, muy precisa, entre Oriente y Occidente, entre el despotismo asiático y el no despotismo europeo, el que mejor encama el tipo político europeo es, pues, el reino de Francia 67. La experiencia europea de Maquiavelo no se concreta solamente en algunos escritos específicos, como serán más tarde, justamente, R itratto di cose di Francia o Kitraito delie cose della Magna, sino que, desde dentro fluye el pensamiento mismo de Maquiavelo en su propio armazón. Y las figuras de soberanos y estadistas europeos — precisamente Luis X II de Francia y el cardenal d’Amboise, o Maximiliano I de Habsburgo— resaltan entre las muchas figuras que se apiñan en el discurso maquiaveliano. Normas y juicios de las obras mayores se vinculan estrechamente con la experiencia directa, vivida por Ma quiavelo en sus legaciones. Veremos después que el capítulo 111 de E l principe está ya en buena parte contenido, in nuce, en una carta que escribió Maquiavelo durante esa primera misión suya en Francia. Digamos finalmente que es a través de estas experiencias como el tono de Maquiavelo se va haciendo paulatinamente más y más incisivo y claro, su juicio más seguro; y que su personalidad se impone, ya sin la reserva y la cautela que hemos advertido en la legación ante Caterina Sforza Riario.4 1
41 Cf. F. C habod, «L’idea di Europa», en L » R a iu g u ¡CUalU, II
(1947), p. 7, n. 4.
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Analicemos, pues, estas canas desde Francia, para desentrañar de ellas el ánimo y el pensamiento de Maquiavelo (hasta el 26 de septiembre las cartas están firmadas conjuntamente por Della Casa y Maquiavelo, pero casi todas están escritas por la mano de éste; y, como veremos, también estilísticamente llevan su marca). Notamos de inmediato, ya ahora, la frecuencia del tono de dilema que se ha observado en el Discorso... sopra le cose di Pisa, tanto si Maquiavelo habla de sus cosas, para quejarse del sueldo insufi ciente, como si lo hace sobre asuntos políticos: «y si el gasto que conmigo hacéis os parece excesivo, yo creo, o que esté tan bien gastado conmigo como con Francesco [Della Casa], o que los veinte ducados que me dais al mes están arrojados a la calle. Si esto último fuere así (...) si no lo fuere...» (carta del j de agosto de 1500); «y pareciéndole, o por su mala suerte o por sus muchos enemigos» (carta del 7 de agosto de 15 00); «y estiman solamente o a quien esté armado o a quien esté dispuesto a dar» (carta del 27 de agosto de 1500); «deseando lo que sea o razonable o posible» (carta del 11 de octubre de 1500); «y en parte valerse o de los dineros que os demandan 0 de los que otros les den...» {ibid.) Observamos, además, la viveza y plasticidad de ciertas imágenes, de expresiones que llevan, incluso en la carta de oficio, la vivacidad de la conversación familiar: «porque las condiciones y las cualidades nuestras (...) no son para poder volver a pescar algo que se sumerja» 68 (carta del 27 de agosto de 1500); «si a lo cual se añadiese la restitución de Pietrasanta (...) sería un resucitar en todas Vuestras Señorías, y un animar a ese pueblo a destriparse completamente al servicio de esta cristianísima Corona» (carta del 21 de noviembre de 1 $00). Y pasemos a los juicios políticos. En primer lugar, obsérvese la creciente seguridad del tono: no estamos todavía ante las resueltas afirmaciones que hará Maquiavelo en 1510 , con ocasión de su tercera legación en Francia, cuando conjurará a los Diez de Bailiazgo a creer en su palabra «como le creen al Evangelio» (carta del 9 de agosto de 1510); ni tampoco ante el tono con el cual, durante la segunda legación ante el Valentino, apercibirá a su gobierno: «os quiero advertir, a fin de que (...) no estéis persuadidos de ser oportunos todas las veces» (carta del 9 de octubre de 1502). Hay ya algo más que la cautela con que Maquiavelo se había movido en su legación ante Caterina Sforza.* ** La cursiva, aquí y en los demis lugares, es mía.
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En la carta del 3 de septiembre de 1500, firmada por él y por Della Casa: «Como Vuestras Señorías deseaban, nosotros escribimos sin respeto y largamente, tal y como nos parece ver y entender las cosas de acá, y si alguna cosa se dice temerariamente, es porque queremos más bien, escribiendo y errando, ofendernos nosotros antes que, no escribiendo y errando, faltarle a la ciudad; lo cual nos parece poder hacer confiando en la prudencia de Vuestras Señorías, las cuales podrán examinar los escritos nuestros y luego formular un juicio más verdadero y una buena resolución.» Pero es sobre todo en las conversaciones con el omnipotente cardenal Georges d’Amboise (el llamado «cardenal de Ruán»), verdadero primer ministro de Luis X II, donde Maquiavelo muestra siempre su mayor intrepidez. No sólo llevando la cuestión mucho más allá del problema de Pisa y ampliando la discusión a toda la política francesa en Italia, sino impartiéndole, sin ambages, una lección de política. La carta del 21 de noviembre de 1300 es de capital importancia. Basándose en los amaños del papa Alejandro VI (quien, entre otras cosas, quería volver a instalar a Piero de Médicis en el poder, en Florencia) **, Maquiavelo le traza al cardenal d’ Amboise las directri ces de la política francesa en Italia: «Esta Majestad debiera guardarse muy bien de los que procuraron la destrucción de los amigos suyos, no por otra cosa sino por hacerse más poderosos ellos y para que les fuera más fácil que les trajeran a Italia de la mano; a lo que esta Majestad debiera reparar y seguir el camino de los que antes quisieron poseer una provincia exterior, que es rebajar a los potentados, halagar a los súbditos, conservar los amigos y guardarse de los compañeros, es decir, de los que en tal lugar quieren tener igual autoridad.» Trece años más tarde, en el otoño de 13 13, Maquiavelo basará el capítulo III de E l príncipe en estos pensamientos: «Debe además, quien esté en una provincia dispar, como se ha dicho, hacerse jefe y defensor de los vecinos menores poderosos, e ingeniárselas para debilitar a los poderosos de aquélla, y cuidarse de que, por ningún accidente, penetre en ella un forastero tan poderoso como él»; recordará a los romanos, los cuales «observaron muy bien estas M Maquiavelo afirma haberse enterado de estas maquinaciones por «un amigo, del cual suelo obtener muchos secretos del Papa». Según O. T omsmsini, op. rít., I, p. t u . el tal «amigo» seria una invención de Maquiavelo para decir lo que le apremiara.
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partes» y, sobre todo, desarrollará su razonamiento en busca de los «remedios» para poderse «mantener mejor en lo adquirido de lo que hizo Francia» y como crítica severa de la política de Luis X II, que culmina en este párrafo: «Había cometido Luis, por tanto, estos cinco errores: aniquilado a los menores poderosos, acrecentado en Italia la potencia de un poderoso, metido en ella a un forastero poderosísimo, no venido a habitar aquí, y no creado en ella colonias.» Comparad este capítulo con el razonamiento que Maquiavelo le expone al cardenal d’ Amboise en noviembre de 1500, y veréis que las célebres afirmaciones de E l principe provienen en línea directa de los pensamientos madurados ya en 1500. Pero, siendo éste el momento más importante de la experiencia vivida por Maquiavelo en 1500, no es, sin embargo, el único. Otros temas, desperdigados por las cartas de aquella embajada, están destinados a reaparecer también, más tarde, en las obras mayores. F.n la carta del 27 de agosto de 1500 se habla de la «naturaleza» de Luis X II «respecto del gasto». En el capítulo X V I de E l principe, en el lugar donde Maquiavelo antepone la «parsimonia» a la «liberalidad», uno de los tres ejemplos de historia contemporánea que aduce para apoyar su razonamiento es precisamente el de Luis X II: «El rey de Francia presente ha hecho tantas guerras sin imponer ningún impuesto extraordinario a los suyos, porque a los gastos superfluos les ha opuesto la larga parsimonia suya.» Y a este respecto importa advertir desde ahora que las mismas observaciones de carácter general o, como él decía, la «regla general, la cual nunca o raras veces falla» (E l príncipe, capítulo III), tienen siempre en Maquiavelo un fondo concreto, preciso y humano. Quiero decir que tras ellas se advierte siempre una experiencia precisa, rica en hombres y en acontecimientos, que constituye la base segura de la «regla» y le da tal plenitud de cosas concretas que le priva de cualquier matiz de abstracción intelectualista. A ello se debe precisamente el gran acopio de ejemplos, tomados de la historia antigua y de la contemporánea, de la «larga experiencia de las cosas modernas y (...) continua lección de las antiguas» (dedicatoria de E l principé), y la multitud de figuras humanas, de «héroes», de Moisés y Teseo a César Borgia y Fernando el Católico. Sólo que — y esto es lo propio de Maquiavelo— de esa experiencia concreta, precisa, minuciosa, salta de un aletazo a la «regla», vale decir que de la observación particular asciende a las
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normas generales que rigen, hoy como ayer, la acción política. Aquí nos encontramos con lo que he definido como la «imaginación» de Maquiavelo, es decir, su capacidad de transformar el hecho determi nado y concreto en mero punto de partida para subir muy alto con la fantasía creadora, y de distinguir en ese hecho un momento particular, una expresión aislada de algo que no es particular, sino eterno: la acción política. Otros, muchos otros diplomáticos italianos de la época pueden ofrecernos observaciones agudas, opiniones particulares felicísimas; pero ninguno asciende, como Maquiavelo, de lo particular a lo universal, ninguno logra extraer como él, de la propia «experiencia» concreta, las normas del quehacer político, válidas éstas para todos los hombres de todos los tiempos. Luego en Maquiavelo se combinan — bien puede decirse que milagrosamente— lo particular concreto y la capacidad de extraer, de lo particular, la «lección» general; a ello se debe, por un lado, la abundancia de hechos concretos que se aprecia siempre en su discurrir, pleno de ejemplos; pero, por otro, la fuerza, la facultad incisiva y la claridad de las observaciones generales, que van más allá, mucho más allá del ejemplo aducido. Por ello Maquiavelo no será ya, de ahora en adelante, un mero narrador de cosas ajenas, un simple «observador» diplomático. Desde ahora se revela en él lo que él mismo definirá más tarde como su mismo ser: «Aun cuando os pudiera hablar, no podría hacerlo de manera que no os llenara la cabeza de castillejos, porque la fortuna ha hecho que, no sabiendo razonar sobre el arte de la seda ni el arte de la lana, ni sobre las ganancias y las pérdidas, me conviene razonar sobre el Estado, y tengo necesidad o de tenderme a estar quieto o de razonar sobre esto.»70 Y con la plena conciencia del genio, entrará, revestido con «vestiduras reales y curiales», en las «antiguas cortes de los antiguos hombres, donde, por ellos amorosamente acogido, me alimento con esa comida que soluta me pertenece y para la cual he nacido» 7I, es decir, la política. Ahora bien, esa necesidad de mirar más allá del momento determinado y limitado, temporal y espacialmente, esa necesidad de * C a ra a Vettori del 9 de abril de 1 5 1 ) (L tttm fam iliar! d t.. C X X , p. 119 ). 71 Carta a Vettori del 10 de diciembre de 15 1 j (ihúl., C X X X V II , p. jo8).
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ascender por encima de los hechos del dia para extraer de ellos preceptos de carácter general, empieza ya a traslucirse en estos primeros escritos, y muy especialmente en esa primera legación en Francia. Ya aparecen, por ejemplo, las observaciones acerca de los hombres que, ciegos, piensan más en lo útil presente que en el futuro, y que constituirán después uno de los elementos fundamen tales de la valoración maquiaveliana de los hombres. «Pensar más [Luis XII] en el cómodo presente que en lo que le pudiera resultar después» (carta del 27 de agosto de 1500); y de nuevo, en la misma carta: «[los franceses] están ofuscados por su poder y por lo útil presente». Al punto que, dirigiéndose al cardenal d’ Amboisc, le hace observar: «si este poco de lo útil presente debía anteponerse a algo útil y cómodo duradero» (carta del 11 de octubre), empezando con ello sus lecciones de políüca, que culminarán en los preceptos acerca de cómo debe Luis X II comportarse en Italia. O bien, comienzan las observaciones sobre la «naturaleza» de los franceses («la naturaleza de ellos es moverse de repente», carta del 3 de septiembre de 1500; «si las fuerzas nuestras hubiesen podido hacer la naturaleza de ellos paciente para oírme», carta del 11 de octubre), que desembocarán no sólo en el breve escrito De Natura Gallorum, donde condensa las observaciones dispersas en las cartas de las legaciones 7172, sino, mucho más, en lo que bien podríamos, denominar la «tipología» de Maquiavelo. Tiene efectivamente Maquiavelo cierta tendencia a delinear la «naturaleza» de un hombre o de un pueblo73, «naturaleza» que contendría en sí la explicación de la manera de actuar de esc pueblo o de ese hombre. Incluso en el grave problema de las relaciones virtud-fortuna, la «naturaleza» del individuo aparece como elemento decisivo: los hombres se malogran porque no saben cambiar su modo de proceder junto con el cambio de los tiempos: «No se encuentra hombre tan prudente que sepa acomodarse a esto; es asi porque no se puede desviar de aquello a lo que la naturaleza le inclina...» (Elpríncipe, cap. X X V ). Es indudable que en esta «naturaleza» participa en gran medida 71 Q ',, por ejemplo: «Estiman tamo lo útil y el daño presentes, que se les caen de su poca memoria las injurias o los beneficios pasados, y poco cuidan del bien o del mal futuros», «jue es precisamente la reanudación de las observaciones de las cartas de i j oo. 73 Acerca de este problema, cf. 11. G m e l i n , l'trnxtnáant
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el elemento propiamente naturalista. Es decir, que la «naturaleza» de los hombres no es sólo su voluntad, sino su ser físico, diríamos su temperamento, influido también desde el exterior (clima, etc.). Piénsese en el aire «sutil» de Florencia, que hace ingeniosos a los hombres. Rozo apenas este punto del «naturalismo» de Maquiavelo, al cual será preciso referirse ampliamente más adelante, al analizar su pensamiento. Ahora bien, de sus experiencias francesas, Maquiavelo extraerá, pues, sus observaciones generales acerca de la «naturaleza» de los franceses, que culminarán en el capitulo X X X V I del libro III de los Discursos: «Los franceses son, en el comienzo de la riña, más que hombres, y en el hecho de combatir resultan menos que mujeres.» Es verdad que, precisamente aquí, observa Maquiavelo, si bien es cierto que tal se debe a su «naturaleza», no por ello esa naturaleza no se podría, «con arte, ordenar» para mantenerlos «feroces» hasta el fin. Luego, lo cierto es que Maquiavelo no acepta nunca el imperio absoluto de la «naturaleza», e, igual que para la fortuna, piensa que también a la «naturaleza» se la puede obviar mediante «el arte», es decir, la disciplina, o sea, la voluntad humana. Ello no obstante, la «naturaleza» existe; y de la de los franceses, justamente, traza ahora Maquiavelo los primeros esbozos. Y he aquí que se intercala en la exposición alguna que otra máxima de carácter general: «porque en la adversidad de ellos, tiempo en el cual se suele experimentar la fe de ¡os amigps...» (carta del 4 de noviembre de 1 500). Es decir, entonces, que comienza a delinearse la personalidad de Maquiavelo con esa su necesidad interior de descubrir las leyes generales de la política, y ese mezclar en la relación de los hechos específicos unos juicios generales que van más allá de aquéllos. Y , por primera vez, encontramos en la carta del 21 de noviembre y en las observaciones que le dirige al cardenal d’ Amboisc el ejemplo de los romanos («seguir el camino de los que antes quisieron poseer una provincia exterior»), es decir, la «lección de las cosas antiguas» que, de ahora en adelante, será sistemáticamente contrapuesta a la manera de hacer de los políticos modernos. La gran polémica, que nutrirá a E l principe, los Discursos y 1:7 arte de la guerra, entre los ejemplos de sabiduría y la incuria de los modernos, empieza ahora: momento esencial, decisivo, en la evolución del pensamiento de Maquiavelo. Por ello, finalmente, cuando se dirige a la Señoría, asume a veces un tono que no es ya el de un simple funcionario que informa a su gobierno.
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Muchos años más tarde, en 152a, Maquiavelo dará útiles conse jos a Raffaello Girolami, enviado como embajador a España ante Carlos V. Entre otras cosas, le dirá: «Y como poner vuestro juicio en vuestra boca seria odioso, se usa en las cartas este extremo, que primero se reseñan las gestiones que lo rodean, los hombres que las manejan y los humores que los mueven, y después se dicen estas palabras: “ Considerado, pues, todo lo que se ha escrito, los hombres prudentes que se encuentran acá opinan que deben seguirse los efectos tales y cuales’’.» O sea: no comprometerse enunciando juicios personales, que hasta pudieran irritar a quien los tiene que leer, como si el embajador pretendiera, él nada menos, enseñar a su gobierno lo que debe hacerse. Es éste un precepto clásico para los diplomáticos de condición normal: siglos más tarde lo repetirá Bülow padre a Bülow hijo, al comienzo de su carrera diplomática: «Cautela en los juicios. Raras veces hacer predicciones: nunca en los oficios, sólo a veces en cartas privadas...» 74 También Maquiavelo se atuvo a los consejos que más tarde habría de dar a Girolami, en todo caso apelando a algún presunto «amigo» y diciendo: «sin embargo, opina quien acá bien os quiere...» (carta del 9 de agosto de 1510). Pero otras veces dirá abiertamente su parecer, exhortando y previniendo a la Señoría de Florencia. La misma necesidad interior que le arrastra a deducir de los hechos contingentes las «normas» generales de la política, lo impulsa también a «comprometerse» decididamente con su gobierno. Claro que a su costa. Así, durante su segunda legación ante Valentino, en octubre de 1502, Buonaccorsi le escribirá, que, por una parte, tiene que informar más a menudo y ser más presto en las comunicaciones al gobierno de Florencia, «(...) porque el que tarden ocho días por vez en llegar aquí vuestras cartas no va en vuestro honor ni da mucha satisfacción a quien os envió allí, y seréis reprendido por los señores y los demás, porque, siendo esas cosas de la importancia que son, aquí mucho se desea entender frecuentemente en qué estado se encuentran» 7S, ’ * B.
von B ülow. Memerie, tr. al italiano de I.. Emery, M ilin, 1 9 11 , IV , p. 19 ). 75 28 de octubre de tfoa (Latiere fam iliar! cit., X X X II , p. 7)). Un reproche parecido le lanza también Niccotó Valori, el mismo dia 18 de octubre (ib iJ., X X X III, p. 76). Y apenas m is velado, otro reproche de los Diez de Bailiazgo, el x; de octubre {Opere cit., IV , p. 1 aa). (Pero no es exacto que Maquiavelo escribiera cartas cada ocho dias! También habia retrasos postales; asi, por ejemplo, para el a) de octubre, los Diez tenían una sola cana de Maquiavelo, del ao, llegada el a i: pero el habia enviado otras dos, el ai — breve— y el 2} (expedida el X4).
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¡Se le reprocha, pues, el ser poco solícito! Pero, por otra parte, Buonaccorsi le reprocha también al amigo por haber formulado «una conclusión extremadamente osada», y le invita a «retratar», vale decir, exponerlo bien todo; «para el juicio, remitios a otros». ¡Pero está claro que Maquiavelo era más un hombre dispuesto a «juicios» que a «retratar» pura y simplemente lo que acontecía!
Así, pues, la primera legación en Francia nos ha permitido adentrarnos en los pensamientos de Maquiavelo, diríamos que en la manera como tomaba forma su manera de justipreciar. Es decir, que ello le enseña directamente varias cosas a Maquia velo, destinadas a formar parte viva de su «experiencia». En política, lo que cuenta es la fuerza: no vale confiarse al sentimiento. En la corte de Francia hay un fuerte desdén por Florencia: «(...) no piensen Vuestras Señorías que sean menester o buenas cartas o buenas persuasiones, porque no son entendidas; recordad la fe de esa ciudad para con esta Corona, lo que se hizo en tiempos del otro rey, el dinero que se gastó, los peligros que se corrieron (...), lo que últimamente se ha hecho (...), lo que Su Majestad podría esperar de vosotros si fueseis aguerridos, que seguridades aportarla la grandeza vuestra para el Estado que Su Majestad tuviera en Italia, qué fe cabe esperar de los demás italianos: todo es superfluo; porque ellos discurren estas cosas de otra manera (...) porque están ofuscados por su poder y por lo útil presente, y estiman solamente o a quien esté armado o a quien esté dispuesto a dar; y esto es ahora para perjudicar mucho a Vuestras Señorías, porque les parece que en vosotros hayan faltado estas dos cualidades, la primera, de las armas por lo ordinario, y la segunda, de lo útil no esperan nada más (...) y os reputan pronihiio...» (carta del 27 de agosto); «(...) ni penséis que valgan o razones o argumentos, porque no son comprendidos» (carta del 3 de septiembre). Prestad aquí atención a ese «de las armas por lo ordinario». Florencia no goza de ningún crédito por sus fuerzas militares. Maquiavelo ha visto ya, en persona, cómo resultaron las cosas en Pisa, y ahora oye comentarios extranjeros. Son los primeros avances de un tema que después será para él fundamental y constante: un Estado, ante todo, tiene que saber serlo.
IV. MAQUIAVELO Y CESAR BORGIA. LA PRIMERA LEGACION A ROMA. «D ESC R IZIO N E DEL MODO TENUTO DAL DUCA VALENTINO NELL’ AMMAZZARE VITELLOZZO V IT EL L I, OLIVEROTTO DA FERMO, IL SIGNOR PAGOLO E IL DUCA DI GRAVINA ORSINI». «DEL MODO D I TRATTARE I PO PO U DEI.LA V ALDICHIANA RIBELLATI»
A su regreso de Francia, Maquiavelo tuvo que abocarse a los asuntos de Pistoia (vasalla de Florencia), donde habían surgido serias dificultades a causa de la rivalidades y discordias de los dos partidos, los Panciatichi y los Cancellieri, y de tal magnitud, que habían obligado a Florencia a emplear la fuerza para «aplacar los escándalos». Maquiavelo se trasladó a la turbulenta ciudad en febrero, en julio y en octubre (por dos veces), y de los hechos y la situación extendió finalmente (después de febrero de 1501) una relación o informe para la Señoría 76. Pero la nueva y mayor «experiencia» la tuvo Maquiavelo en 1302, cuando tuvo que tratar con César Borgia, duque de Valentinois (Francia) y, por eso, popularmente llamado «el Valentino». Hijo del cardenal Rodrigo Borgia (en España, Rodrigo de Borja), después papa Alejandro VI, y de Vanozza de’ Cattani, nacido en 1475; destinado inicialmcnte al sacerdocio y nombrado obispo de Pamplona por el papa Inocencio V III, arzobispo de Valencia, en 1492, apenas su padre ascendió al solio pontificio, y cardenal el zo de septiembre de 1493, César Borgia cambió después de programas y de ambiciones (sólo había recibido la más ínfima de las órdenes mayores, el subdiaconado): el 17 de agosto de 1498 dejaba el capelo cardenalicio y obtenía la dispensa para abandonar el estado clerical; después, designado por el rey de Francia duque de Valentinois, desposaba a Carlota, hermana de Juan de Albret, rey de Navarra y pariente de Luis X ll (antes habia tratado inútilmente de obtener la mano de Carlota de Aragón, hija de Federico, rey de Nápoles). Fortalecido así con los apoyos de, naturalmente, el papa Alejan dro VI y el rey Luis X II de Francia (quien había obtenido del primero la bula de anulación del matrimonio de su primera esposa, Juana, lo que le había permitido casarse con Ana de Bretaña, viuda ’ * Opm cit., III. pp. | ) i r **• 294
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de Carlos VIII), César Borgia buscó la manera de forjarse un Estado. Sus miras apuntaron, en primer lugar, a la Romana y las Marcas; en ellas, la cuestión de las relaciones de dependencia con la Santa Sede que tenían los señores locales ofrecía un pretexto muy cómodo para hacer aparecer como dirigida al beneficio de la Iglesia una empresa en realidad.destinada exclusivamente a asegurar un poderoso domi nio territorial a César, nombrado confaloniero de la Iglesia. Alejan dro VI declaró que los señores de Rímíni, Pésaro, Imola, Forlí, Urbino y Camerino cesaban en sus feudos por haber suspendido los pagos debidos a la Santa Sede, y entre noviembre de 1499 y enero de 1500, César se apoderó de Imola y Forlí, en esta última plaza, tras vencer la encarnizada resistencia de Caterina Sforza Riario, ante quien Maquiavelo había realizado, en julio de 1499, su segunda misión diplomática. Entre octubre de 1500 y abril de 1501, conquis tó Pésaro, Rimini y Faenza, tras lo cual Alejandro V I le nombró duque de Romaña. Desde entonces cundió la alarma en Florencia. Los objetivos del Valentino eran, naturalmente, por una parte Bolonia, y por otra el propio dominio florentino. Ya en mayo de 1501 Borgia había pretendido libre paso, con alojamiento y vituallas, a través del Estado de Florencia, para trasladarse a Roma; después, durante su marcha, desde luego caracterizada por devastaciones en perjuicio de las poblaciones 77, al llegar a Barberino solicitó de los embajadores de Florencia un cambio de gobierno intemo: el que esta República tenía no le gustaba. Fue un momento difícil, del que Florencia logró salir sin demasiado daño concertando una condolía, es decir, contra tando al Valentino con trescientos hombres de armas por tres años, con un sueldo anual de treinta y seis mil ducados, sin estar obligado el duque a intervenir personalmente, sino sólo por intermedio de un lugarteniente. En suma, un tributo que se pagaba a César Borgia para evitar males mayores. Poco más tarde, en el verano, Borgia se movilizó contra Jacopo IV d’ Appiano, señor de Piombino (Maquiavelo había cumplido ante él su primera legación), y Piombino cayó en sus manos el } de septiembre. Otra amenaza, desde el oeste, para el Estado florentino, ya presionado por el este y el nordeste a causa de las conquistas romañolas del duque. Adviértase ya el requerimiento de César Borgia de que se cambie79 79 «(...) visteis arder vuestras casas, depredar los bienes, matar a vuestros súbditos, meterlos en prisión, violar a vuestras muieres, asolar vuestras posesiones...»: Maquiavelo, en las PanU da
dtrít topra la provisiem ¿ ti donato.
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el gobierno interno de Florencia. Lo reiterará, precisamente a Maquiavelo, en junio de 1 502; su importancia reside en que demuestra claramente que la debilidad política del Estado florentino se debía también, por no decir en gran pane, al hecho de que ese Estado se encontraba escindido internamente en partidos irreconcilia bles. Los Médicis, expatriados, nunca cejan en sus propósitos de retornar a la ciudad de la que han sido amos durante más de medio siglo; en Florencia tienen amigos y adeptos, tienen — lo que más cuenta— el secreto apoyo de César Borgia (mientras él traspasaba el dominio florentino, en Loiano, en la región boloñesa, mantenía en reserva a Giuliano de Médicis, y Piero de Médicis acudía a los confines de la comarca de Siena, prontos ambos a intervenir directamente si César lograba doblegar a Florencia), y tienen igualmente poderosos apoyos en la propia corte de Francia, es decir, junto al gobierno, apoyo en el cual se basa toda la política exterior florentina. Esta profunda debilidad de Florencia, derivada de su situación política interna, no debe perderse de vista, porque explica muchas cosas. En los «asuntos de fuera», Florencia «se reconocía dos llagas propias», como señalará-Francesco Guicciardini en las Slorie fiorentine: una, «(...) los asuntos de Pisa (...) otra, los Médicis, que si bien parecían muy débiles, con pocos amigos y sin partido en la ciudad, y aunque por ellos mismos no parecia que pudieran ofender y perturbar, sin embargo, por el poder mantenido en la ciudad y en la comarca nuestras, eran un instrumento con el cual los poderosos enemigos nuestros podían muy fácilmente zurramos» 78. De aquel episodio de mayo de i j o i se valdrá Maquiavelo después, en el capítulo X X X V III del libro I de los Ditturtos, para demostrar que «las repúblicas débiles y mal aconsejadas» no saben decidir. En tal situación general, y con César Borgia que aparecía como peligroso enemigo de Florencia, a principios de junio de 1502 se rebelaron contra ella Arezzo y los pueblos del valle de Chiana. La ciudadela de Arezzo, no socorrida por los florentinos, fue tomada por Vitellozzo Vitelli, capitán de César Borgia y enconado enemigo de los florentinos, el 18 de junio; luego cayeron en sus manos Castiglione Aretino, Cortona, Borgo a San Sepolcro, Anghiari y71 71 Stork ffarent¡Mt reviudas por R. Palmarocchí, Barí, 19)1, p. 2f).
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otras plazas, y todo lo ocupó en nombre de Piero y el cardenal Giovanni de Médicis. La rebelión había sido promovida y luego abiertamente apoyada y dirigida por Vitellozzo Vitelli, decidido a vengar la muerte de su hermano Paolo, decapitado en Florencia, y le acompañaba en la empresa Giampaolo Baglioni, señor de Perusa y también capitán de César Borgia. Simultáneamente, el Valentino, con rapidez fulmínea, se apode raba de Urbino (junio de 1502) e inmediatamente después, en julio, de Camerino. César Borgia, que en apariencia desaprueba la empresa de Vitellozzo Vitelli, solicita de la Señoría de Florencia que envíe a alguien con quien poder establecer un acuerdo. Se designa para que se presente ante el duque al obispo de Volterra Francesco Soderini, acompañado por Maquiavelo (y, en realidad, las dos primeras cartas de esta delegación son de puño y letra de Nicolás). Los dos enviados florentinos tienen que seguir hasta Urbino, reciente conquista del duque, y allí, el 25 de junio de 1502, Maquiavelo se encuentra por vez primera frente a César Borgia. Ya en una primera carta dirigida a la Señoría, desde Ponticelli, el 22 de junio, se advierte que la personalidad del duque ha impresionado a ambos florentinos con sólo lo que se comenta sobre sus gestas: «Y el modo de esta victoria [la conquista de Urbino] se basa todo en la prudencia de este Señor, quien estando a siete millas de Camerino, sin comer ni beber, se presentó en Cagli, que está alejada unas 33 millas, y al mismo tiempo dejó asediada a Camerino y mandó hacer correrías contra ella. Así que adviertan Vuestras Señorías esta estratagema, así como tanta celeridad, unida a un excelentísimo acierto.» 79 Nótese que la «celeridad» — que es acto de «voluntad» política, cálculo, previsión y decisión; que es, por tanto, efecto de «virtud»— va unida a «un excelentísimo acierto», es decir, «fortuna», la cual, sin embargo, no tiene aquí nada de irracional, sino que se combina precisamente con 1% «virtud» de Borgia, con su rapidez de decisión y ejecución. Puede lícitamente surgir el recuerdo del posterior capítulo X X V de E l príncipe y de la fortuna, que, siendo mujer, ama a los jóvenes impetuosos, feroces y audaces. w O ftn d t., IV, p. j.
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La rapidez fulmínea de la conquista de Urbino y Camerino despertó enorme impresión en todas partes: César había salido de Roma el 13 de junio con sus tropas, sin que nadie supiera adonde se proponía llegar, y el 21 era ya dueño de Urbino. Maquiavelo también está profundamente maravillado, y en la carta del 26 de junio dirá «que la manera de proceder de ésos es estar en la casa ajena antes de que llegue alguno, como le ha sucedido a este Señor vencido [Guidobaldo da Montefeltro, duque de Urbino], del cual primero se ha sabido la muerte que la enfermedad». Y es precisamente en esa larga carta del 26 de junio 80 donde Maquiavelo y Soderini exponen extensamente su opinión. El Valentino actúa, al principio, cortésmente: «Demostró vernos con agrado y apreciar nuestra venida por el amor, dice, que tiene a la ciudad.» Pero en seguida el tono cambia, y se convierte en reprimenda por el pasado y amenaza para el porvenir: «Después empezó a dolerse de todo lo ocurrido desde su venida del año pasado hasta el día de hoy.» El que ha faltado, y ha sido causa de todos los desórdenes, es el gobierno de Florencia. Con todo, aunque Florencia haya faltado, él sigue deseoso de trabar con ella una sólida amistad, quiere hacer «esta última prueba», consistente en «(...) unirse a nosotros queriéndolo y no queriéndolo, que deseaba ser perdonado por Dios y por los hombres, al tener que precaverse del Estado vuestro por cualquier modo que pudiera, porque no juzgaba poder estar seguro en los estados suyos, confinando con vosotros tantos pueblos como hay, si no estuviese bien asegurado (...)» Es un ultimátum: o amistad (que políticamente significaría Florencia a remolque del Valentino) o guerra. El tono se eleva más y se torna decididamente insolente: «Demostrando que supo muy bien el año pasado que estuvo en sus manos, no sólo volver a hacer entrar a los salidos, sino daros un sostén en el gobierno y un perro además.» Soderini y Maquiavelo tratan de aplacarlo: «Y en cuanto a desear la amistad vuestra, vosotros no deseáis menos la suya, por la estima en que teníais a él y sus estados y a la santidad de nuestro Señor [el Papa].» Pero el duque no desiste y, «sin muchos rodeos de palabras», es decir, claro y seco, confirma: «(...) yo quiero entenderme primero con quien he de tratar nuestro acuerdo; después, quiero tener de vosotros buenas seguridades; y si 10 Optn cit., IV, pp.
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aquél se concierta, me tendréis siempre secundando todos vuestros propósitos; si no se hace, me veré obligado a proseguir con la empresa y precaverme de todas las maneras de vosotros, para no quedar yo en peligro, que demasiado bien sé que vuestra ciudad no está bien animada hacia mí; más aún, me designará como un asesino; y han intentado acusarme de enormes cargos con el Papa y con el rey de Francia». La insolencia de estas palabras — ¡Florencia es un peligro para mí!— es evidente: superior stabat lupus. Peor todavía. Cuando Soderini y Maquiavelo le preguntan qué quiere significar con sus palabras «quiero entenderme con quien he de tratar (...), quiero buenas seguridades», César Borgia responde sin vacilar: «Este gobierno [de FlorenciaJ no me gusta y no puedo fiarme de él; es preciso que lo cambiéis y me tengáis asegurado de la observan* cía de lo que prometáis; si no, comprenderéis muy pronto que yo no quiero vivir de esta maneta; y si no me queréis de amigo, me conoceréis como enemigo.» Esto es, sin más, una decidida intromisión en la vida política interna de Florencia, vale decir, una intromisión que, en las relacio nes internacionales, en las cuestiones diplomáticas, constituye siem pre el máximum de la imposición y la prepotencia, el límite infran queable para cualquier país que sea «y desee ser libre. Obsérvese con qué insolencia, ya antes, Borgia había aludido al hecho de que «el año pasado [1501]» hubiera podido hacer volver a Florencia a los que se habían ido de ella. La debilidad interna del Estado florentino, dividido entre republicanos antimédicis y parti darios de los Médicis, es aprovechada magistralmente por Borgia, quien, entre sus cartas, tiene también la de los Médicis para jugar. Ahora vuelve a la exigencia ya expuesta en mayo de 1501: Florencia debe cambiar su sistema de gobierno. Y vanas resultan las protestas de los dos florentinos y su tajante réplica de que «la ciudad tenía el mejor gobierno que pudiera hallar y, si la satisfacía a ella, podían satisfacerse etiam sus amigos». El duque, «con cualquier cosa que le dijéramos, no se movía de esto» (sus exigencias), y en cierto momento casi escarnece a ambos florentinos, los cuales, estupefactos, le dicen: no era para esto para lo que considerábamos haber sido llamados por vos; «nos preguntó riendo 81: y ¿qué creíais vosotros, por vuestra fe?, ¿que yo quisiera de vosotros otra cosa que justificarme?» n L i cuniva es mia.
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Y puesto que se habla de Vitellozzo Vitelli, Borgia jura, sí, que no estaba enterado de los manejos para conducir a la rebelión a Arezzo, etc..., pero añade: «No me ha dejado insatisfecho lo que habéis perdido, más bien me ha dado placer, y lo mismo será si [Vitellozzo] sigue adelante.» En resumen, el Valentino se mantiene firme en su tesis: «nece sariamente habéis de ser mis amigos o mis enemigos. Y ésta fue la última conclusión...» Y lo repite en una segunda conversación: «(...) que no puede ni quiere mantenerse en esta ambigüedad, sino que desea ser nuestro amigo, para lo cual quiere las dos cosas dichas y, en no pudiendo ser amigo, quiere ser enemigo abierto.* Y para prevenirse y tener respuesta de las Vuestras Señorías, no ha querido conceder más que cuatro dias y, aunque instado por nosotros, no ha querido prolongarlo por nada». Por consiguiente, se trata de un ultimátum preciso e imperativo, reforzado por comentarios de personas (Giulio y Paolo Orsini) del séquito de Borgia, quienes, reforzando desde luego los argumentos del duque y buscando impresionar a los dos florentinos, conversan con Soderini y Maquiavelo, y «demuestran conocer muy bien las cosas vuestras y os hacen tan débiles, que de cualquier manera tendremos que aceptar las leyes que os impongan ellos, o, si no, someternos al rey de Francia», y amenazan «(...) que estaremos en vuestros terrenos antes de que lo estéis vosotros (...). En resumen, pusieron al descubierto que la empresa es deliberada contra las Vuestras Señorías y que están a punto de emprender la campaña, dándola por ganada y tan fácil, que ni vosotros ni el rey [de Francia] os daríais cuenta hasta que estuviera concluida, y diciendo) que serán capaces de cabalgar cuarenta millas por dia para encontrarse a las puertas [de Florencia]». Por ello, Maquiavelo regresa de inmediato a Florencia. Y desde este momento las conversaciones con el Valentino dejan de pertene cer al campo de nuestras indagaciones, que no conciernen a la política de Borgia, sino a la evolución espiritual de Maquiavelo. Baste añadir que la intervención de Francia en favor de Florencia resolvió la situación, sin que Borgia pudiera poner en práctica sus designios. Florencia pudo recuperar Arezzo y todas las demás tierras perdidas en la rebelión de junio. Volviendo a Maquiavelo: ¿cuál es, pues, la «experiencia» de éste,
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su primer y desagradabilísimo encuentro con el hijo del papa Alejandro VI? En lo que respecta a Florencia, la nueva «lección de las cosas» confirma la ya aprendida en 1 500 en la corte de Francia. Para Florencia, desconsideración y hasta desprecio por todas partes: «os hacen tan débiles», conocen vuestra debilidad militar, vuestras divisiones internas... Maquiavelo siente cada vea más intensamente que vive en un Estado dominado por cualquier soplo de viento, ya débil en si, pero debilitado aún más por las indecisiones e incerti dumbres de sus gobernantes. Todo lo que se pretende lograr es precisamente lo que, apurados por el Valentino, Sóderini y Maquia velo tratan de hacer: «arrastrar esto un día más si fuera posible», es decir, ganar veinticuatro horas. Buscar «el beneficio del tiempo»: esta máxima que Maquiavelo condenará como típica de los estados débiles c irresolutos, debe sin embargo ser aplicada por él cuando tiene que tratar por su ciudad. En cuanto a César Borgia, la primera impresión ante su inespe rado ultimátum es de duda: «estimando que estos súbitos y grandes sucesos [la toma de Urbino] puedan haberle hecho cambiar de aquello para lo cual nos había llamado...». En otras palabras: ensoberbecido por la súbita fortuna, el Valentino habría perdido, como se dice, la cabeza, y, lleno de arrogancia, habría cambiado su programa inicial para con Florencia. Sasso ha observado acertada mente que esta explicación, trivialmentc psicológica, podría incluso presuponer un juicio poco favorable acerca de Borgia (un político que pierde la cabeza por los aciertos no es un político) 8Z. En todo caso, esta interpretación choca con el hecho, ya mencionado, de que el cambio en el gobierno de Florencia había sido pedido ya por el Valentino en mayo de 1501. La nueva exigencia reitera la antigua, por lo que se trata de un meditado plan de acción, y en modo alguno de arrogancia ante los «súbitos y grandes sucesos». Pero hacia el final de la carta hay, además, una opinión más extensa y global que, por el contrario, ratifica plenamente el juicio de la correspondiente al zz de junio y lo desarrolla: «Este Señor es muy espléndido y magnífico, y con las armas es tan animoso, que no hay cosa demasiado grande que no le parezca pequeña, y por la gloría y por adquirir Estado nunca descansa ni conoce la fatiga o el peligro; llega a un lugar antes de que pueda *> G.
S asso ,
»p. « / . , p . 1 7 9 .
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saberse de dónde viene su partida; hace que quieran bien a sus soldados; ha acaparado a los mejores hombres de Italia: cosas todas que lo hacen victorioso y formidable, añadidas a una perpetua fortuna.» Observemos que también aquí la «virtud» se une a la «fortuna», y que también en este caso ésta es instrumento de aquélla. Se insiste en la «celeridad», sumada al saber mantener en secreto los propios movimientos (motivo que reaparecerá en la segunda legación ante el Valentino; «porque, en esta corte, las cosas de callar no se hablan nunca y se gobiernan con un secreto admirable», carta del 20 de octubre de 1502), donde está in nuce, repetimos, una de las ideas capitales del pensamiento maquiaveliano, la de saber decidir con premura y obrar de inmediato, que es el secreto del éxito político y la señal del Estado fuerte del príncipe «virtuoso». Más impresionante aún es esa prontitud de César Borgia para actuar, si se la contrapone a la «lentitud» de sus enemigos, quienes, al perder el tiempo, le permiten salir de un mal trance, inclusive en los momentos más difíciles. Esta contraposición entre uno y otros habría de establecerla Maquiavelo pocos meses más tarde con motivo de su segunda misión ante César Borgia, en octubre de 1502. La situación ahora ha cambiado totalmente: al Valentino triun fante de junio se le opone un Valentino acechado por múltiples enemigos y amenazado de cerca. Sus principales capitanes y colabo radores, casi todos tiranuelos de la Italia central, por temor a «ser devorados uno a uno por el dragón», y «por la salvación de todos»83, conspiraron unidos contra Borgia: el 7 de octubre se rebeló San Leo, en el ducado de Urbino, que de inmediato fue perdido casi por entero por el Valentino, volviendo a acoger al duque Guidobaldo da Montefeltro, y de la misma manera regresaba Giovan Maria da Varano a Camerino; el 9 se reunieron los enemigos de Borgia en el castillo de I^a Magione, cerca de Perusa, comprome tiéndose a la defensa común (por eso se habla de la conjura o dieta de La Magione). Participantes de la liga antiborgiana fueron Vite]lozzo Vitelli, Giampaolo Baglioni, Pandolfo Petrucci, muchos Orsini (el cardenal Orsini, el duque de Gravina, Paolo y Franciotto Orsini), Oliverotto da Fermo, etcétera. En esa situación es cuando Maquiavelo regresa por segunda vez, ahora solo, como enviado especial ante el Valentino. Desde el °
O p m d t., IV, p.
94 n., y cf. p. 91 n.
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momento en que resultó evidente la ruptura con los Orsini, tanto Alejandro VI como César Borgia pidieron insistentemente a Floren cia que les enviara embajadores. La posición política de Florencia es fuerte en ese momento, situación completamente contraria a la de julio. Florencia, que ha sido invitada por Giampaolo Baglioni, señor de Perusa, a adherirse a la liga, para «concurrir con los demás al establecimiento y aumento de la libertad para ellos y para toda Italia» M, está, diríamos, en una posición clave para decidir la suerte de los conjurados y del Valentino. Pero muchos de aquéllos (empezando por Vitellozzo Vitelli) han sido hasta ese momento enemigos mortales de Florencia, la cual tarqpoco puede echar en olvido los acontecimientos de Arezzo y del valle de Chiana. ¿Se puede confiar en estos hombres? Sobre todas las cosas, para decidirse, Florencia precisa averiguar cuál será la actitud del rey de Francia, estrella polar hacia la cual el gobierno florentino orienta toda su política. Lo dirá Guicciardini: «(...) la ciudad resolvió mantenerse neutral hasta tanto se supiese claramente la voluntad del rey de Francia» 8S. Por eso, Florencia, lejos de unirse a los conjurados, envía a Maquiavelo ante César Borgia. Pero, advirtámoslo: no un embaja dor, un hombre de gran autoridad (esto es lo que se resolvió no hacer, al cabo de una larga discusión), sino «uno de nuestros cancilleres de Palacio», precisamente Maquiavelo, un funcionario sin mucha autoridad, que por ello no podía comprometer a fondo al gobierno86. Comoquiera que en Florencia se cree que el rey de Francia puede favorecer a Borgia, «para contenerlo [a Borgia] mientras tanto con alguna demostración»87 se envía ante él a Maquiavelo. Con una misión de carácter, diríamos, interlocutorio, siempre para ganar tiempo. Este episodio confirma la posición oficialmente de segundo plano que siempre tuvo Maquiavelo, aun cuando estuviera encarga do de misiones delicadas y difíciles. Observemos, ante todo, que en esta segunda legación, a pocos meses de la primera, el tono de Maquiavelo es más franco y claro, su gesto más seguro, y su juicio más complejo y razonado.* * Uriá. ,s Slanr furtm tm cit., p. t | i . * E l hombre «importante» que. en «calidad, se mandará como embajador cerca del Valentino, en enero de i joj, será Jacopo Salviati. B F. G uiccmkdini. Storit fiorntim cit., p. aja.
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Ocurre que, en junio, él y Soderini se habían visto frente a un inesperado ultimátum, expresado con una crudeza y rigidez, incluso de palabras, que sería difícil imaginarlas mayores. Ahora bien, en condiciones como ésas, la experiencia y la autoridad personal del enviado no bastan para permitir un juicio calmo y reposado, sino que se necesita — y hasta qué grado— la seguridad de contar con una fuerza suficiente a las espaldas como para rechazar insolencias y presiones; caso que no se cumplía para los dos enviados florentinos de junio de 1502, muy conscientes de la debilidad de Florencia hasta que — como luego sucedió— se produjo la intervención de Luis X II para equilibrar la situación. En octubre, ante la situación inversa, con Florencia segura, y requerida y mimada por ambas partes en lucha —«1 Valentino y los conjurados de La Magione— , con un Valentino que, en cambio, se veía reducido esta vez a soportar un mal trance, obligado a esperar con ansia las decisiones del rey de Francia, «el dueño de la tienda» (es decir, el árbitro de los asuntos de Italia), como él mismo le dice a Maquiavelo 8S, éste, más tranquilo, puede juzgar con ánimo más distante. Estilísticamente, las cartas de esta legación tienen ya inflexiones y tonos que recuerdan cierta actitud segura y autoritaria de algunas otras enviadas desde la corte de Francia en 1500. El habitual proceder por alternativas, o... o; plasticidad de imágenes, expresiones muy vivaces y coloridas, con el dejo popular de que ya se ha hablado: «me presenté de inmediato a la jineta» (es decir, con traje de montar, carta del 7 de octubre de 1502); «en medio de estas agitaciones, una comarca es hoy de uno y mañana de otro» (carta del 9 de octubre); «no obstante, se echa de ver que traficaría con su propio honor» (¡btd.). A veces, el período tiene ya el apretado ritmo del de E l principe, con la acentuación puesta sobre una sucesión de verbos. Asi, en las palabras que César Borgia le dice, pero que, evidentemente, es él, Maquiavelo, quien luego las acomoda estilísticamente (aunque ad vierta: «yo les he escrito a las Vuestras Señorías casi las palabras formales»): «Y en verdad creo que quien, hace un año, hubiese prometido a esa Señoría extinguir a Vitellozzo y Oliverotto, desgas tar a los Orsini, expulsar a Giampaolo y Pandolfo...» Siguiendo con las peculiaridades estilísticas, reaparece aquí el Maquiavelo de las admoniciones al cardenal d’ Amboise acerca de la política francesa en Italia, es decir, el Maquiavelo que gusta de pasar* ** Cana del 10 de enero de 1)05.
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de los hechos cotidianos, del acontecimiento determinado, a las grandes normas, universales, de la acción política, válidas para todo tiempo; y recuerda esas normas tanto a su interlocutor como.al gobierno de Florencia: «(•••) yo (•••) le dije [a BorgiaJ (...) aunque las cosas sean pequeñas, que también de cosas pequeñas se hacen las grandes, y que las almas de los hombres se conocen etiam ¡a minimit» (carta del 1 5 de octubre). «(...) no dejé de replicarle [a Borgia] a todo, diciéndole que las amistades generales no obligan y que los tiempos cambian; y que la mala y la buena suerte no se alojan siempre del mismo lado» (carta del ao de noviembre). «De los aparatos de este Señor [BorgiaJ para la guerra (...) está pendiente cada uno, máxime considerando de qué fe puede hoy hacerse capital» (ibíd.). Con su gobierno, además, Maquiavelo habla claro, da opiniones y aconseja; es precisamente en esta ocasión en la que, como hemos dicho ya, Buonaccorsi tiene que escribirle: «Vos formuláis una conclusión excesivamente osada (...) para el juicio, remitios a otros.» Y aunque a veces se refugie en el parecer de «muchos hombres entendidos y amigos de la ciudad», o de «quien quiere bien a esa ciudad» (carta del 1 de enero de 1503), lo más frecuente es que hable en primera persona, dando a conocer sin ambages su pensamiento. Fijémonos, sobre todo, en su insistencia por las decisiones prontas y precisas, que constituye uno de los elementos característi cos, aquí y más adelante, del pensamiento de Maquiavelo, y que choca de lleno con la política contemporizadora de Florencia: «Dice esto claramente a las Vuestras Señorías que [Borgia] no es para estarse mucho tiempo asi, sino para ser muy claro, si no a la primera, a la segunda respuesta. Cosa de la que os quiero advertir, a fin de que, aun cuando juzgarais que este camino fuere bueno, no os persuadáis de ser oportunos todas las veces (...)» (carta del 9 de octubre de 1502). Maquiavelo, evidentemente, está convencido de la justeza de lo que el Valentino le dice: que si Florencia pretende «estarse en el medio», perderá «de todas maneras» (ibíd.). Veamos algunos mal disimulados reproches y admoniciones: «(...) aquí todos empiezan a asombrarse de que Vuestras Señorías no hayan escrito o dado a entender algo a este príncipe como plácemes
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por lo que ha hecho recientemente en beneficio vuestro [la destruc ción de Sinigaglia], por lo cual él piensa que toda esa ciudad le está obligada, diciendo que a Vuestras Señorías les habría costado acabar con Vltellozzo y destruir a los Orsini doscientos mil ducados, y además no le habría resultado a esa Señoría tan limpio como le resultó» (carta del 8 de enero de 150}); «(...) no quiero inferir otra cosa de esto, sino recordar a Vuestras Señorías que, triunfado que haya [Borgia] en esta empresa de Siena (...) habrá llegado la ocasión por él esperada y prevista, y yo se lo recuerdo amorosamente a Vuestras Señorías». Esta vez, con una declaración, podríamos decir, de humildad: «(...) y si yo lo comprendo mal, ello se debe, además de a mi poca experiencia, al no ver más que las cosas de acá, con las cuales no puedo discurrir de manera distinta a como antes lo hago» (carta del 8 de enero de i j o j ). A esa decisión para hablar con el gobierno de Florencia no suele corresponder, en cambio, una decisión igual al juzgar a César Borgia; no en general, pero sí en lo que el Valentino hará o dejará de hacer en determinado momento. A menudo se advierte en Maquiavelo un notable embarazo: sabe que se mueve en un terreno dificilísimo, inseguro; se encuentra en un ambiente donde «las cosas de callar no se hablan nunca y se gobiernan con un secreto admirable» (¡de modo muy distinto, por cierto, que en Florencial); teme — y él mismo lo dice, no es falsa modestia— no ser lo bastante experto en las cosas del mundo y no tener suficiente «reputación» como para tratar con Borgia, por lo cual aconseja el envío de un verdadero embajador, «un hombre de reputación», y que venga «no escaso de dictámenes, sino resuelto en varios asuntos» (y aquí reaparece el reproche a Florencia de ser irresoluta) 89, aun cuando desde Florencia se hayan elogiado algunas cartas suyas por tener «tanto nervio» y ser «tan bueno vuestro juicio» 90. Maquiavelo trata de hacer hablar al Valentino, pero éste es más astuto y, aunque se lance a largas disquisiciones acerca de lo que quiere decir y hacerle saber (por ejemplo, carta del 7 de octubre de 1502), rehuye las preguntas demasiado insidiosas: «(...) no obstante haberle yo acometido subrepticiamente para arrancarle algún detalle, siempre se anduvo con grandes rodeos y no pude obtener nada más w Carta del 14 de diciembre de ■ joi. *> Niccoló V iiori a Maquiavelo, 31 de octubre de t{oa, L itttrt ftm ilia ri cit., X X X I V , p. 77.
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que lo que he escrito» (carta del 7 de octubre de 1502; cf. también la carta del 28 de noviembre: «Y como investigaba yo qué haría este Señor en este caso, traté de acometerle subrepticiamente a quien digo que es de los primeros»). «Y me esfuerzo por todos los medios por hacerme hombre de confianza para Su Excelencia, y poder hablarle familiarmente (...). Ni por ahora (...) sacó ningún otro tema, ni yo le comenté los asuntos de Urbino, no habiéndolo hecho él por sí mismo» (carta del 20 de octubre); «(...) este Señor es secretísimo, y no creo que lo que se tenga que hacer lo sepa otro que no sea él» (carta del 26 de diciembre de 1502). Por eso no hay «cerebro tan seguro que en estas cosas ose ratificar la opinión» (carta del 20 de noviembre). «Su Señoría se apodera de todas las cosas, y por qué camino vayan no se sabe, porque es difícil entenderlas y conocerlas» (carta del 28 de noviem bre); «y vean Vuestras Señorías lo que el duque me ha dicho de su proceder; yo no entiendo más allá de eso, y adivinar es difícil» (carta del 6 de diciembre). Frente a los franceses y al propio cardenal d’Amboise, Maquia velo puede haberse sentido más «político» que ellos, y lo dirá abiertamente en el capítulo III de E l principe: «Y de esta materia [los errores de la política francesa en Italia] hablé en Nantes con [el cardenal de] Ruán (...) porque, al decirme el cardenal de Ruán que los italianos no entendían de guerra, yo le repuse que los franceses no entendían del Estado.» Pero, con César Borgia, Maquiavelo siente que está ante un maestro de la política, y cuando él le refiere cómo se apoderó, de Sinigaglia y le dice «palabras sabias y afectuosísimas» para con Florencia, Maquiavelo se queda «admirado» (carta del 1 de enero de
1J03). Vayamos, con esto, al juicio «de fondo» de Maquiavelo en esta misión, al juicio sobre el Valentino. En la Desencone del modo tennto dal daca Valentino, de la que hablaremos después, Maquiavelo dirá: «(...) los florentinos (...) mandaron a Nicolás Maquiavelo, su secreta rio, a ofrecer socorro y ayuda al duque contra éstos sus nuevos enemigos [los conjurados de La Magione). El cual se encontraba lleno de miedo en Imola91, porque de repente, y sin su conocimiento, habiéndosele hecho enemigos los soldados suyos, se encontraba con* ** La cursiva o mis.
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una guerra próxima y desarmado. Pero recobró ánimos ante la oferta de los florentinos (...)» En este escrito, compuesto tras concluir su misión y, por tanto, con los hechos frescos en la memoria, Maquiavelo, sin embargo, los altera en el sentido de que muestra como muy decidido el apoyo de Florencia a Borgia,, lo cual no era cierto. Baste leer las instrucciones que se le dieron a Maquiavelo el 5 de octubre de 1502 M; muy buenas palabras, pero el meollo es «con firme propósito de no separarnos ni apartarnos de la devoción del rey de Francia», por lo cual tendremos «todos los respetos» por los asuntos del Valentino en tanto él también sea amigo de Francia. Aquí aparece claro el juego político florentino ya aludido: esperar a ver qué hará el rey de Francia, y si éste es favorable a César Borgia, Florencia lo será también. Nada podía ser más preciso: tú, Maquiavelo, amplia «la verba tuya», pero no te comprometas a más. Y sí, en cambio, ¡pídele salvoconductos para los bienes de los mercaderes florentinos que van y vienen de Levante! Y a la primera petición que el Valentino hace a los florentinos para que tomen decisiones militares en favor suyo, contra eventuales movimientos de Vitellozzo, los Diez de Bailiazgo responden el 10 de octubre: lo sentimos mucho, pero nos es imposible hacerlo por tener las tropas comprometidas en la comarca de Pisa y en Arezzo, «y antes de que seamos avisados por el cristianísimo rey de cómo haya que proceder en este asunto, en el cual creemos que se trata también de sus intereses» 93 (¡siempre con los ojos puestos en lo que haga Francia!). Por eso, también tú, Maquiavelo, «alárgate» con las palabras y trata de persuadirlo de que «nosotros, en estos movimien tos de los enemigos suyos, estamos por no desviarnos de las cosas francesas y, por consiguiente, tampoco de las suyas». ¡No puede decirse que esto sea «ofrecer socorro y ayuda al duque»! Las mismas insistencias — ya señaladas— de Maquiavelo en sus cartas, para que Florencia termine de decidirse y no esté convencida de «ser oportuna todas las veces», confirman que su juicio en Del modo... no es exacto. A decir verdad, en el capitulo V II de E l príncipe, Maquiavelo será más justo: «(...) infinitos peligros del duque, todos los cuales n Opon cit., IV , pp. 64-66. Cf. F. G uicciaxdini, Storia ¿Ita lia , revisada por C. Panigada, Barí, 19 19 , II. p. j j (I. V , cap. X I): los florentinos «se mantuvieron en suspenso» aguardando primero a ver la «inclinación del rey de Francia (...) y porque, teniendo de enemigos tanto a los de una parte como a los de la otra, temían la victoria de cualquiera». » O pm cit., IV , p. 7*-
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superó con la ayuda de los franceses». Pero ya en el Deeenna/e primo (versos 391-393): «Y no pudiendo el Valentino huir, necesitó, para librarse del riesgo, cubrirse con el escudo de Francia (...).» Tampoco el Borgia «lleno de miedo» que aparece en Del modo... es el que se evidencia en las cartas de la legación. Por el contrario, desde la primera conversación, aunque haya depuesto su actitud insolente de junio, y no obstante recibir «amorosamente» a Maquia velo y hablar bien de Florencia, ostenta, sio embargo, cierta seguridad en sus asuntos, lo cual es, por lo menos, una buena arma táctica, y, más bien, tras hablar con desprecio de «esta dieta de menguados» (sus enemigos), le propone a Maquiavelo una alterna tiva más bien tajante: ahora es tiempo, si Florencia quiere ser mi amiga, de que se decida y se comprometa conmigo, porque si lo posterga yo podría reconciliarme con los Orsini (que quieren volver a poner a los Médicis en Florencia), y en tal caso, ¡adiós acuerdo con Florencia! En forma más elegante, pero no menos precisa, vuelve a plantearse el dilema: Florencia debe «en todo caso declararse» o amiga suya o de sus enemigos (carta del 7 de octubre). ¿Ostentación de seguridad, acrecentada por Jas repetidas alusiones del duque al rey de Francia y al Papa, sus amigos? Por supuesto. Pero, en todo caso, no es un hombre «lleno de miedo» el que surge de las cartas de Maquiavelo M. En la segunda conversación, el Valentino le muestra a Maquia velo unas cartas de Francia que le aseguran la ayuda inmediata de las tropas francesas, destacadas en la comarca milanesa, para asaltar Bolonia: «y quiso que yo viese las rúbricas (...) de la carta dirigida a él; mano que yo reconocí, por tener la práctica en Francia y allí; y, en sustancia, ese ejemplar no podía mandar más expresamente que esas gentes se movieran» (carta del 9 de octubre). En realidad, Maquiavelo observa, además (ibíd.), que el Valentino está bien armado y «tiene tanta artillería y en buen orden como todo el resto, casi, de Italia». La situación sigue siendo grave, porque sus enemigos están armados «y dispuestos a provocar un incendio en seguida, y estos pueblos son también romañolos, y no han sido muy bien tratados», y también porque se sospecha que Venecia esté ayudando bajo* ** Cf. P. GuJCCtAftDtN!, Storia
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cuerda a los coaligados de La Magione. Pero Borgia, el hombre, no se muestra «lleno de miedo». Y ya el 15 de octubre, Maquiavelo puede escribir que «están en tanto mejor condición sus asuntos, por haberse sabido que no está en el ánimo de los venecianos el ofenderle». El juicio que ofrece Maquiavelo de la situación y del Valentino está perfectamente desarrollado, en cambio, en la carta del 2} de octubre de 150}: «Acerca de cómo están las cosas acá: el estado de este Señor, desde que estoy acá, se ha sostenido sólo por la buena fortuna; de la cual ha sido causa el conocimiento cieno que se ha tenido de que el rey de Francia le facilita gente y el Papa, dinero;, y por otra cosa, que no le ha hecho menos provecho que esto, y es la tardanza que tuvieron los enemigos en apurarle. No considero yo en este momento que ellos sigan mucho tiempo haciéndole daño (...).» La «fortuna» ha sido, pues, el árbitro de la situación. También en este caso la fortuna es algo racional, politicamente precisable, puesto que se resume en dos factores: la convicción de que el rey de Francia y el Papa ayudan al Valentino, y la «tardanza» de los enemigos. Cabría observar que en el primero interviene cierta parte de la «virtud» de César Borgia, en el sentido de que éste, desde el comienzo, juega hábilmente con ese «conocimiento» y contribuye a fortalecerlo (recuérdense las propias afirmaciones de Maquiavelo: los enemigos están locos, «por no haber sabido escoger el momento de perjudicarlo, estando el rey de Francia en Italia y viviendo la santidad de nuestro Señor, cosas ambas que le arrimaron tanto fuego que se precisaba otra agua que no fueran ellos para apagarlo», en carta del 7 de octubre; y las otras ya referidas, ¡así como el mostrarle a Maquiavelo las cartas de Francia). En el segundo de ellos, en cambio, obsérvese la contraposición perfecta entre el elogio al Valentino, el 22 de junio (y de nuevo el 26 de junio), y la actual critica comunicada a sus amigos. E n aquella oportunidad, Maquiavelo había admirado la «celeridad» de Borgia, y el «acierto» (o fortuna) «unido» se debía, como se ha dicho, a la prontitud de decisión y ejecución del duque. Ahora, la «tardanza que tuvieron los enemigos en apurarle» es lo que, en buena parte, salva al Valentino. En este caso, su «fortuna» ya no depende de él, sino de ta ineptitud ajena: está fuera de él, él no podría crearla; pero, una vez creada por otros, sabe atraparla con medidas rápidas y decididas, «porque ha provisto a todas las tierras importantes de infantería, y
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a las rocas las ha guarnecido muy bien», para que los enemigos ya no puedan, «en este momento», hacerle mucho daño. Por eso se destaca nuevamente la «virtud» de César Borgia, aun cuando la «fortuna» — una «fortuna» ajena a su voluntad— tenga ahora una relevancia que no tenía en junio. Casi al término de su misión, hablando de los proyectos del Valentino de atacar a Pandolfo Petrucci, señor de Siena, y tras haber visto de cerca el fracaso de la conjura de La Magione y el triunfo de Borgia, es decir, ante hechos consumados, Maquiavelo repetirá, en sustancia, su juicio: «se ve en él una fortuna inaudita, un ánimo y una esperanza más que humanos de poder alcanzar sus deseos...» (carta del 8 de enero de 1503). Fortuna inaudita, sí («excelentísimo acierto», había escrito el 22 de junio de 1502), pero también «un ánimo» grande, y una voluntad y ambición «más que humanas». La «fortuna» depende en gran parte de que el Sumo Pontífice sea Alejandro VI. Pero, precisamente, Borgia, muy consciente «de que el Papa puede morir cualquier día, y de que le es menester pensar en hacerse, antes de su muerte, algún otro fundamento, si quiere mantener los estados que tiene», cuenta ya con un plan preciso para «precaverse» y poder sostenerse incluso después de la muerte de Alejandro VI; y este plan es revelado — en sus líneas generales, por supuesto, y en lo que pueda servir para congraciarse con Florencia en esos momentos— por un «amigo» (un secretario del duque) a Maquiavelo (carta del 8 de noviembre de 1502). Cuando, en el capítulo V II de E l principe, dice que «tan efectivos eran los fundamentos que en tan poco tiempo se creó», recordaría esa experiencia suya de 1302; sobre todo, porque el segundo «fundamento» de César Borgia consistía «en las armas propias», un «fundamento» caro a Maquiavelo, más que ningún otro, para cualquier Estado. Aún por tercera vez habría de encontrarse Maquiavelo frente a César Borgia, y nuevamente en una situación completamente distinta. El 18 de agosto de 1303 moría el papa Alejandro V I (y también César se encontraba gravemente enfermo). Su sucesor, Pío III, elegido el 22 de septiembre, moría también el 18 de octubre. Fue entonces, ante la inminencia del nuevo cónclave, cuando Florencia envió a Roma a Maquiavelo (tendría que haber emprendido viaje a fines de agosto, pero se postergó su partida). El 31 de octubre, la elección de Julio II era un hecho consumado.
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¿Cuál era la situación política que resultaba de esto, para lo que nos interesa? Por un lado, aprovechando la desbandada general por la muerte de Alejandro VI y la enfermedad del Valentino, en la Romaña, especialmente, zozobró el estado de cosas creado por éste. No tanto porque volvieran a hacer su aparición algunos antiguos señores (como Antonio Ordelaffi en Forlí), sino porque se abría paso Venecia, la que, deseosa de apoderarse de esa rica provincia, ya había conquistado Bertinoro, Fano, Monfiore y otras tierras durante el breve lapso de pontificado de Pío III; y luego, apenas empezado el pontificado de Julio II, en sus primeras semanas, se apoderaba de Forlimpopoli, Faenza y Rímini. Por otro lado — y en estrecha vinculación con lo anterior— , ¿qué haría Julio II con César Borgia? Giuliano della Rovere, cardenal de la basílica de San Pictro in Vincoli, ahora papa Julio II, había sido enemigo acérrimo de Alejandro VI y de todos los Borgia. Además, según un cronista de la época, el 26 de noviembre de 1507 habría declarado no querer ocupar las habitaciones del Borgia, para que el retrato de Alejan dro V I, que allí se encontraba, no le recordara a aquel «marrano de maligna y condenada memoria» 95. Empecemos por el primer problema, que también es de capital importancia para comprender el pensamiento de Maquiavelo. El miedo de que Venecia se enseñoree en la Romaña y, con ello, tome contacto directo con el Estado florentino, domina a Florencia; un miedo mucho mayor del que, a su tiempo, se había tenido por el Valentino. Basta con leer las instrucciones y las cartas de los Diez de Bailiazgo a Maquiavelo para comprobarlo. El 2 de noviembre de 1503: tú, Maquiavelo, hazle saber al Papa «(...) en qué términos se encuentran los asuntos de Romaña y dónde los han llevado recientemente los venecianos (...), confortando y caldcando a Su Santidad para que se digne pensar en ello por el propio interés de la Iglesia, y el común de nosotros, que no querríamos en esos lugares otros vecinos que los que han existido en el pasado» * . A partir de ese momento, es constante la insistencia de Florencia al objeto de que Maquiavelo «caldee» al Papa para que se dé prisa, «a fin de que no haya que resucitar las cosas después de que estén von P astor , S ttris Je i p sp i, 111, Trem o, 1(96, p. ja s * Opere d t.. IV , p. | i ) ; y cf. p. j i j .
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muertas» ’ 7; para que hable «vehementemente», de suerte que Julio II se decida «a dignarse proveer nuevamente a tanto desorden, para mantenerle esa provincia a la Iglesia y oponer un principio de esta naturaleza para que cada uno mantenga su libertad» 9*. Espantan «las apetencias de quien trata de enseñorearse (en las ciudades de la Romaña]» " , esto es, de los venecianos, los cuales, con semejante adquisición, llegarían «a la monarquía de Italia» t0°; y «a nosotros nos escuece hasta el alma»101, y el temor crece día a día, «porque los venecianos tienen abundancia de gente, han adquirido reputación, cuentan con la inclinación de los pueblos, se valen de buenos medios para domesticarlos (...) y (...) importa para nuestra libertad el mantener a los venecianos alejados de nuestros confi nes» m . Para ello, muéstrese a Julio II «cuán necesario es atajar ahora y rápido eSte mal, y proveer a ello dentro de la autoridad y las fuerzas suyas, y pensar para el porvenir en reducir a cada uno a sus términos» *03, y si es posible servirse también del rey de Francia contra los venecianos, tanto mejor ,M. Nos encontramos aquí con una actitud típica de la política florentina. Típica y constante. Desde hace mucho tiempo, Florencia, incapacitada para desarrollar una gran política de fuerza, apunta a garantizar «el equilibrio» en Italia, es decir, el statu quo\ primero, a finales del siglo xiv y principios del xv, contra los Visconti de Milán, de quienes se sospecha que aspiran a la «monarquía» de Italia, vale decir el predominio; después, sobre todo en las últimas décadas del siglo xv, contra Venecia, acusada de tener las mismas miras. Es la política de un Estado sustancialmente más débil, que trata de impedir, con las maniobras, las alianzas y también la propaganda, el afianzamiento de potencias más fuertes, lo que redundaría en su perjuicio. Venecia, no lo olvidemos, ha ayudado a la Pisa rebelde contra Florencia pocos años atrás, e invadido la región de Casenza. Ahora amenaza desde la Romaña. Por eso, la publicística florentina, que fue antiviscontiana en los p. p. p. p. p. p. IM/., p. IM IM/., p.
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(6 de noviembre). (8 de noviembre). ( i$ de noviembre). (■ ) de noviembre). ( 17 de noviembre). (10 de noviembre). ( t i de noviembre). (4 de diciembre).
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tiempos de Coluccio Salutatil0510 7, ahora es antiveneciana: el temor de 6 que Venecia aspira a la «monarquía de Italia» pasa de las comunica ciones oficiales a los escritos de los políticos e historiadores; la aversión contra Venecia se convierte en kit motiv de la acción y el pensamiento florentinos de fines del siglo xv y principios del xvi. Pronto lo comprobaremos por los escritos de Maquiavelo, pero antes veamos el juicio con el cual Guicciardini comienza su Storia dItalia (1. I, cap. I): «(...) los venecianos (...) procedían por opiniones distintas de las opiniones comunes y, esperando crecer con la desunión y las dificultades de los demás, se mantenían atentos y preparados para aprovechar cualquier accidente que pudiera abrirles el camino hacia el imperio de toda Italia» ,0*. La potencia de los venecianos, «formidable entonces en toda Italia», es precisamente el mayor peligro para esa política de equilibrio que la historiografía florentina reputará como la obra maestra de Lorenzo el Magnífico, quien «(...) sabiendo que para la República florentina y para sí mismo sería muy peligroso que alguno de los mayores poderes ampliara más su potencia, procuraba muy estudiadamente que los asuntos de Italia se mantuvieran de tal modo compensados, que no pesaran más de una parte que de otra» ,07. Este es también el estado de ánimo de Maquiavelo, quien se inscribe perfectamente, en este aspecto, en las tradiciones florenti nas, en el ambiente y en los humores florentinos. En cuanto puede, habla no sólo con Julio II, sino también con algunos cardenales, «recordándoles que aquí no se trataba de la libertad de Toscana, sino de la libertad de la Iglesia, toda vez que [los venecianos] se hicieran más grandes de lo que son» (carta del 6 de noviembre de i j o j ). Julio II no puede hacer mucho en esos primeros momentos posteriores a su elección, por no tener «fuerzas bizarras», y se limita a mandar a Venecia a un enviado suyo (fue el obispo de Tívoli, Angelo Leonini) con el fin de que haga una advertencia. Con la plasticidad de imágenes que ya le era habitual, Maquiavelo comenta que el Papa, 10s Cf. N. V alf.k i , L a libtrtá 1 1a pact. Oricntamenti polttici d tl Rinaitim nto italiana , Turin, 1941, p. 74 y as.; H. B arón , «A Struggle Cor Liberty in the Renaissancc: Florence, Venice and Milán in the Early Quattrocento», en Am trican H islarital Rtrien/ , L V III (195}), p. Í78. 106 Storia J'lta lia d t „ I, p. 4. 107 lbid., p. >.
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«(...) aunque haya sabido hacerlo codo con gran favor y reputación, tomen por estar desde hace poco sentado [en el solio], y carecer todavía de gente y dinero, y estando obligado por su elección ante cada uno, y cada uno voluntariamente con ¿1, no puede de ningún modo tomar a su cargo ninguna empresa, antes bien conviene por necesidad que juegue el término medio hasta tanto el tiempo y las variaciones de las cosas lo fuercen a declararse, o esté de tal modo afianzado en su sede, que pueda manifestar una inclinación según su ánimo y realizar empresas» (carta del 11 de noviembre). Maquiavelo intuye acertadamente cuál es la verdadera inclina ción de Julio II, «hombre animoso y que desea que la Iglesia crezca, y no disminuya, durante su tiempo»; y es razonable que los acontecimientos de la Romaña «escuezan a Su Santidad» (/bid.); y espera de la «naturaleza suya [de Julio II], honorable y colérica, que uno lo encienda y otro lo impulse a obrar contra quien pretende deshonrar a la Iglesia en su pontificado» (carta del 20 de noviembre); pero, por ahora no puede pedírsele más, y por ello, en Florencia, los Diez de Bailiazgo «no tengan más esperanzas de acá, sino que es menester que piensen por sí solos en otras maneras» (carta del 1 1 de noviembre). Sin embargo, insiste y no deja pasar oportunidad (junto con Francesco Soderini, obispo de Volterra, colega de Maquiavelo ante César Borgia en junio de 1502, y ahora cardenal) de «hacer alguna cosa por la cual se puede conmover a Su Santidad» (ibíd.)\ y advierte discretamente a los Diez para que no se dejen «superar, al menos en las ceremonias», por los * venecianos, que envían una embajada extraordinaria de ocho personas para rendir pleitesía al nuevo Papa: «esos humos y demostraciones de honores son mercan cías para tenerlas en cuenta aquí, y estimarlas y usarlas con este pontífice» (carta del 16 de noviembre). Estaría bien, pues, que Florencia hiciese lo mismo, para «no ser derrotados por la humildad y las ceremonias, puesto que por potencia y fortuna no podéis caminar al paso de ellos [los venecianos]» (carta del 20 de noviembre). E insiste Maquiavelo, con Soderini, ante el cardenal d’Amboise, para incitar también a Francia contra Venecia. Pero, también en este caso, la guerra que a la sazón libran en el sur de Italia franceses con españoles impide una acción antiveneciana eficaz; y el cardenal, a quien «estas cosas (...) le duelen hasta el alma», se encoge de hombros «y fácilmente se excusa de no tener remedio por el momento» (carta del 19 de noviembre). Así que, en fin de cuentas, los Diez, «stantibus terminis, no pueden esperar que franceses ni Papa empleen contra los venecianos gente ni dinero, y precisan apoyarse
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en cualquier cosa que no sea la gente o el dinero ajenos» (carta del 21 de noviembre). Llegamos así a la carta del 24 de noviembre, que es de especial relevancia. Maquiavelo, enterado de que Faenza se ha entregado a los venecianos, se lo advierte, junto con Soderini, al cardenal d’Amboise y al embajador en Roma del emperador Maximiliano: «Resintióse [el cardenal de] Ruán mucho en ello, y el embajador mencionado, y uno y otro emplearon términos graves y venenosísi mos contra los venecianos, comentando que esta acción de facili podría llevarlos a la ruina. Y en verdad se ve acá un odio universal contra ellos, de suerte que puede esperarse, si se presentase la ocasión, que se lo hagan lamentar, porque cada uno grita contra ellos, y no solamente los que se les oponen, sino que todos estos gentilhombres y señores de Lombardía súbditos del rey (...) le gritan en las orejas a Ruán, y si no se mueve por el momento, se debe a los motivos que Vuestras Señorías conocen, los cuales (...) podrían cesar; y en suma se formula este juicio, que la empresa que los venecianos han realizado en Faenza, o les significará una puerta que les abriría toda Italia, o será su ruina.» Soderini atiza el fuego, mostrando la «ambición de los venecia nos», que mientras se apoderan de la Romaña, amenazan a Florencia: «Alteróse Ruán [el cardenal d'Amboise] por esas palabras terri blemente, jurando por Dios y por su alma que, si los venecianos cometieran semejante indignidad, el rey abandonaría todas sus em presas (...) para venirnos a defender (...).» Por último, Maquiavelo, siempre con el cardenal Soderini, acude ante julio II y le lee la carta de los Diez de Bailiazgo, con la noticia de la toma de Faenza;' y el Papa responde que «se mantendría atento a lo que después los venecianos hicieran; y si no desistiesen ni restituyesen, se uniría con Francia y el emperador y no pensaría en otra cosa que en destruirlos; y nos decía que todos estos poderosos son muy déspotas». Como veis, estamos en los preliminares — morales— de la Liga de Cambrai y de la guerra generalizada contra Venecia. Cosa que Maquiavelo aprueba: el tono de sus cartas (¡fijaos en ese «de suerte que puede esperarse»!) demuestra que, en este aspecto, comparte plenamente el estado de ánimo, los rencores y las sospechas de sus señores. De ahí la importancia, también en este sentido, de la legación a Roma, la cual, con las Varóle da dirle sopra la provisione del danaio
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— como veremos— , nos descubre al Maquiavelo antiveneciano, tal como se evidenciará después, constantemente, en todos sus escritos. Los juicios de Maquiavelo acerca de Venecia serán, por lo general, bastante injustos, y su génesis se encuentra en la tradición política y publicística florentina de decenas de años.
E l otro gran problema, para Maquiavelo, en Roma, era el Valentino. Problema que, por lo demás, se vinculaba en gran parte, como hemos visto, con el primero, sea porque es el derrumbe del Estado borgiano de lo que Venecia puede aprovechar para enseño rearse en las ciudades de la Romaña, sea también porque, al menos inicialmente, cunde la idea de que, con tal de frenar a Venecia, podría ser oportuno ayudar al Valentino para que retorne a sus antiguos dominios. Todavía el 8 de noviembre, los Diez le escriben a Maquiavelo: «Y si os parece, podréis recordar que él [César Borgia] no sería el peor modo de detener las cosas en Romaña.» 108 Pero después, en Florencia se cambia de opinión, bien porque «una naturaleza tal [la del Valentino] no es para desear tenerla cerca ni para descansar en ella mucho tiempo», o también porque sería un modo peligrosísimo, del que podría resultar que «por desesperación, esos pueblos tengan que lanzarse en manos de los venecianos» 109. Pero hay además una cuestión, César Borgia, que nos interesa en sí. Por tercera vez, Maquiavelo se encuentra frente a él. Y bien, ¿cómo lo juzga ahora? La primera mención del Valentino está en la carta del 28 de octubre: «El duque permanece en el castillo, y tiene más esperanzas que nunca de hacer grandes cosas, presupuesto un Papa con arreglo al deseo de sus amigos.» Todavía le quedan cartas por jugar, porque muchos cardenales están ligados a él: «(...) el duque Valentino conversa mucho con quien desee ser Papa respecto de los cardenales españoles, sus preferidos, y muchos cardenales le han ido a hablar día a día en el castillo; de suerte que se cree que el Papa que sea le estará obligado, y él vive con esta esperanza de ser favorecido por el pontífice nuevo» (carta del 30 de octubre). De hecho, el 29 de octubre, Giuliano della Rovere se había entrevistado con César Borgia y los cardenales españoles: compro ,<* Opert dt., IV, p. 559. C í. también F. N rm , »p. tit., p. 24a, n. 1. '<* U>U., p. )6 j (14 de noviembre), y cf. pp. 565-564 (15 de noviembre).
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miso de los cardenales de votar por Della Rovere; compromiso de éste, si es elegido pontífice, de nombrar al Valentino confaloniero de la Iglesia y de favorecerle en su persona y en sus posesiones no. Pero ahí radica precisamente el error que Maquiavelo le repro chará abiertamente a César Borgia en el capítulo V il de E l principe. Aquí, tras mucho alabar al Valentino y de proponerlo como «imitable por todos los que por la fortuna y con armas ajenas hayan logrado imperio», Maquiavelo observa: «Sólo se le puede acusar en la creación de Julio como pontífice, en la cual hizo una mala elección; porque (...) no pudiendo hacer un Papa a su manera, podía en cambio hacer que uno no fuera Papa; y no debió nunca permitirles el papado a los cardenales a quienes hubiese ofendido, o que, llegados a papas, hubieren de tener miedo de él. Porque los hombres ofenden o por miedo o por odio. Los que él había ofendido eran, entre otros, [el de] San Pietro ad Vincula [justamente, Giuliano della Rovere], Colonna, [el de] San Giorgio, Ascanio**; todos los demás, de llegar a papas, tenían que temerle, excepto [el de] Ruán y los españoles: éstos por conjunción y obligación, aquél por potencia, pues llevaba consigo el reino de Francia. Por tanto, el duque, por sobre todas las cosas, debía hacer Papa a un español y, no pudiendo, debía consentir que fuese Ruán y no San Pietro ad Vincula. Y quien crea que en los personajes grandes los beneficios nuevos hacen olvidar las injurias viejas, se engaña. Erró, pues, el duque en esta elección, y fue la causa de su ruina última.» Es un juicio preciso, seco, que suena a clara condena del último acto de César Borgia, y pone de relieve no su «virtud», sino, por el contrario, su falta de sentido político. Ahora bien, in nuce, este juicio está ya en las cartas desde Roma de i j o j . O sea, que ya a partir de entonces Maquiavelo consideraba un error la conducta de César Borgia. Y a al transmitir las primeras noticias acerca de la segura elección de Julio II, Maquiavelo observa que puede fácilmente conjeturarse por qué el Valentino y los cardenales españoles se inclinaron en favor de Giuliano della Rovere: «porque uno tiene necesidad de ser resucitado, y aquéllos de ser enriquecidos. Ahora que, si así ha sido la cosa, se sabrá mejor por la mañana» (carta de la noche del 31 de » • L . von P asto». Stm a ¿ ti p tp i cit.. 111. p. j j* . * Como ya se ha adarado antes, el «cardenal de Ruin» e n Georgcs d’ Amboise. En cuanto a los otros mencionados en este párrafo, eran: de San Pietro ad Vincula, el nombrado Giuliano della Rovere, elegido Papa con d nombre de Ju lio 11; luego, Giovanni Colonna, RaffaeUo Riario (de la catedral de San Giorgio) y Ascanio Sforza, «todos enemigos de loa Borgia», según explica Chabod en su edición de 7/ Prmeipt. (N . ¿ ti T.)
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octubre). Advertid la cautela, en la duda de «si asi ha sido la cosa». Cuatro días más tarde, es mucho más evidente el cálculo que hace Maquiavelo de las posibilidades de César Borgia: «conocido es el natural odio que Su Santidad le ha tenido siempre, y el duque se deja llevar de esa su animosa confianza, y cree que la palabra ajena puede ser más firme de lo que ha sido la suya...» (carta del 4 de noviembre). Todavía hay una reserva: «No os puedo decir más acerca de sus asuntos, ni prever un fin seguro: hay que aguardar al tiempo, que es padre de la verdad.» Pero ya está claro lo que Maquiavelo piensa: la animosa confianza que manifiesta el duque no es ya, ahora, el «ánimo» admirado diez meses antes, sino una excesiva facilidad para ilusionarse; lo prueba el cotejo entre las actividades del duque, quien cree en la palabra ajena tras no haber mantenido la suya. A partir de ese momento, el Valentino es, para Maquiavelo, un hombre acabado. Y al retratarlo en cartas posteriores, deja traslucir claramente no sólo su juicio negativo, sino también, diría yo, cieña impaciencia y fastidio. Así, en la carta del 6 de noviembre, refiriendo las quejas de Borgia contra Florencia, pinta un hombre rabioso, ya impotente pero lleno de rencor, el rencor, precisamente, del malva do impotente: «(...) no quiere seguir siendtf burlado por vosotros, sino que (...) quiere proteger con sus propias manos lo que os queda en manos de los venecianos, y cree que pronto verá vuestro Estado arruinado, y él habrá de reírse (...), y aquí se explayó con palabras llenas de veneno y de pasión». Y Maquiavelo se marcha apenas puede, «que me parecieron mil años...». Cuando, además, Florencia le niega al duque el permiso de paso de sus tropas hacia Romaña por el Estado florentino, él afirma que si Florencia «empieza a claudicar», él «se arreglaría con los venecianos y con el Demonio (...) y todo el dinero, las fuerzas y las amistades que le quedan, las emplearía en haceros daño» (carta del 18 de noviembre). Antes, en junio de 1502, Maquiavelo se había sentido agredido de mala manera por el Valentino, y había tenido miedo. Ahora, ya no teme: después de referir el nuevo acceso de furia de Borgia, observa: «Al duque se le ha respondido del modo que veis, sólo para darle un poco de esperanza...» Pero, cuando llegue a Florencia el enviado del duque, «Vuestras Señorías pueden ignorarlo y actuar como les parezca...» (ibtd., y cf. carta del 20 de noviembre). César Borgia ya no es de temer. Los temores de
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Maquiavelo, y de Florencia, provienen todos de Venecia, y al hijo de Alejandro VI se le puede tratar con desenvoltura: «(...) todos aquí se ríen de sus infortunios...» (carta del 20 de noviembre), juicio durísimo e inesperado de Maquiavelo acerca del hombre a quien antes temía y admiraba. E l 26 de noviembre: «se puede pasar sin pensar en sus problemas»; el 30 de noviembre: «desde que estoy aquí, las cosas del duque han padecido mil cambios, y lo cierto es que han ido bajando cada vez más...»; el 3 de diciembre: «(...) y así, parece que este duque va resbalando poco a poco hacia el abismo». Así es como el Valentino desaparece de la «experiencia» de Maquiavelo (y de la historia también: encarcelado, después liberado, pero obligado a refugiarse en Nápoles, ya española; arrestado allí por orden del gran capitán Gonzalo de Córdoba y trasladado a España en agosto de 1504, César Borgia cayó, el 12 de marzo de 1507, durante un combate en Navarra). Y , como hemos visto, desaparece muy malamente. Así, pues, muy rica en enseñanzas fue también la misión en Roma para Maquiavelo, tanto si se consideran las gestiones que efectuó contra Venecia como si se observan sus últimas relaciones con César Borgia, o incluso, de modo más general, si pensamos en ese primer acercamiento suyo a la curia romana, en época de elección pontificia y de guerra entre Francia y España en el reino de Nápoles; es decir, en haber vivido en un centro de alta política internacional. Y Maquiavelo lo sabe muy bien: «Quien mire estas cosas de Roma tal como son, ve que aquí se maneja toda la importancia de las cosas que ocurren en la actualidad; la primera, y más importante, es el asunto de Francia y España; la segunda, los asuntos de Romaña; luego están esas facciones de los barones y el duque Valentino...» (carta del 11 de noviembre). Pero, más allá de las «cosas», está la personalidad de Julio II, quien también será una de las figuras caras para el Maquiavelo de las obras mayores. Julio 11, en el capítulo X X V de E / principe, es adoptado como ejemplo de proceder «impetuoso», que siempre tuvo «feliz éxito» por haber encontrado «tanto a los tiempos como a las cosas acordes con su modo de proceder». Ahora bien, hay ya algunas alusiones a esta impetuosidad en las cartas de noviembre y diciembre de 1503. Aunque Maquiavelo anote que el nuevo pontífice tiene que andar despacio y «jugar al término medio», también dice que es hombre «animoso», de índole «honora ble y colérica», de «ánimo grande y deseoso de honores», incluso un
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hombre «arrebatado e impetuoso» (carta del 26 de noviembre), o bien «arrebatado y sin miramientos» (carta del 1 de diciembre). Así, pues, los casos humanos y las figuras que infundirán constante plenitud de vida concreta a las «normas generales» del Maquiavelo escritor de política (aunque a veces su precisa fisonomía histórica resulte un tanto alterada, a causa del esfuerzo del florentino por crear «tipos» de hechos y de hombres que simbolicen plástica mente la eternidad de la acción política), emergen como consecuen cia de su experiencia de canciller de la República de Florencia enviado en misión diplomática. Pero mucho más cumplida y francamente que en las cartas de las legaciones, el pensamiento político de Maquiavelo se expresa, justamente en este período decisivo para su formación, en algunos escritos. Dejando por ahora de lado las Parole da dirle sopra ¡a provisione del danaio, concebidas un poco como proemio y excusa, que, sin embargo, son de marzo de 1503 (anteriores a la misión en Roma), pero de las cuales hablaremos más tarde, detengámonos en los dos escritos titulados Del modo di trattare i popoli della Valdicbiana ribellati (Del modo de tratar a los pueblos rebelados del valle de Chiana) y Descrtsjone del modo temto dal daca Valentino nelPammalpare
ViteUo^po V itelli, Oliverotto da Fermo, il signor Pagolo e il dura di Gravina Orsini (Descripción del modo que usó el duque Valentino para matar a Vitellozo Vitelli, Oliverotto da Fermo, el señor Pagolo y el duque de Gravina Orsini). Mucho más célebre, por tradición, es indudablemente el segun do, redactado después del regreso de Maquiavelo a Florencia en enero de 1503 1,1. Mayor celebridad que es atribuible a la communis opinio, por lo menos de los siglos xvi al xvm , según la cual César Borgia debió ser el «héroe» de Maquiavelo, y Maquiavelo, a su vez, tuvo que ser «preceptor» de príncipes. Por ello, La Descriqione es el antecedente de E l principe. En verdad, por la misma impersonalidad del tratamiento, que se ofrece como desnuda y objetiva crónica de hechos 1,2 sin comenta rios personales del autor, salvo en uno o dos puntos, asi como por el estilo seco y preciso de la frase, la Detcri^ione nos presenta un Maquiavelo que ya dominaba no sólo su pensamiento, sino también1 111 Acerca de la composición de este esem o y sus relaciones con las canas de la legación, cf. F. N r m , op. ti / . . I. p. 1S7, n. t; O . T o uuasini . op. d i .. I.p p . » jS y ss. 1,1 En realidad, ya hemos señalado contradicciones de hecho entre la D tK rt^ tm t y las cartas; y para otras incongruencias y errores, cf. P. V illar ;. op. d i., I.pp. 990 y ss.
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los medios técnicos para exponerlo con la mayor eficacia. Detrás de la aparente frialdad de cronista, lo que Maquiavelo aspira a ofrecer es una lección de arte político. Del Valentino que pinta Maquiavelo brotan claridad de ideas y decisión para ponerlas en práctica. Hasta podría quizá pensarse que aquel «lleno de miedo» que introduce Maquiavelo en la Descrisjont, y al que ya hemos aludido, haya sido incluido muy adrede para crear un contraste más notable de luces y sombras entre el principio y el fin de la aventura borgiana, en octubre-diciembre de i 502, entre un principio desastroso y un final triunfal. Cuanto más por debajo se sitúe al Valentino en el momento de la dieta de La Magione, tanto más resaltará su figura en Sinigaglia; y cuán miserables parecen, en cambio, las figuras de quienes se han rebelado contra él. Al duque «lleno de miedo» del comienzo, pero victorioso al final, se le contrapone Vitellozzo Vitelli, uno de los jefes de la dieta, quien, primero «muy renuente» a esperar a Borgia en Sinigaglia, aunque «la muerte del hermano [Paolo] le hubiera enseñado que no se debe ofender a un principe y después fiarse de él», cede al final, y cae en la trampa de ir a enfrentarse al duque, pero ya como un hombre acabado: «y Vitelloz zo, desarmado, con una capa forrada de verde, muy afligido, como si fuese sabedor de su futura muerte, atraía hacia si (conocida la virtud del hombre y su pasada fortuna) cierta admiración». Pero la muerte, después, es miserable: «Donde no usó ninguno de ellos palabras dignas de su vida pasada; porque Vitellozzo rogó que se le suplicara al Papa que le concediera de sus pecados indulgencia plenaria, y Oliverotto [da FcrmoJ, toda la culpa de las injurias hechas al duque se la echaba, llorando, a Vitellozzo.» Precisamente por estar la Dtscri^ione construida de forma muy literaria (baste citar la descripción, muy hermosa, de la situación geográfica de Sinigaglia), estos contrastes de luz y sombra contribu yen a engrandecer la figura de César Borgia; cuya segunda nota declarada (después del «lleno de miedo» mencionado) es, «siendo un grandísimo simulador», que parece anticipar la «norma» general del capítulo X V III de E l príncipt: «es menester (...) ser un gran simulador y disimulador»; disimulo — esto es, facultad de encubrir las propias intenciones hasta que llegue la «ocasión buena»-— que por lo demás se demuestra concretamente en la posterior manera de hacer del duque.
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Aquí es, precisamente, donde la claridad de miras y la resolución en las decisiones del Valentino cobran su máximo relieve.
Menos famoso, pero mucho más importante para penetrar en el mundo conceptual en maduración de Maquiavelo, es el escrito Del modo di trattare i popoli della Valdichiana ribellati. No fue escrito inmediatamente después de concluir la rebelión de Arezzo, sino en 1503, pasado mayo y hasta principios de agosto; porque, por un lado, se dice allí «mírese en Arezzo el año pasado...» y se habla del «cardenal Soderini», y Francesco Soderini, obispo de Volterra, fue nombrado cardenal el 31 de mayo de 1503; y, por otro, se cita a Alejandro VI como todavía con vida (o sea, que estamos antes del 18 de agosto) y a un César Borgia que aspira «a imperar en Toscana». Es un escrito que atestigua ya la plena madurez de juicio de Maquiavelo, y que contiene in mece toda su manera de plantear los problemas que después se evidenciará en las obras mayores. Ante todo, está ese procedimiento por dilemas, cuyos comienzos hemos observado ya, especialmente en el Discorso... sopra le cose di Pisa, y que ahora aplica aún en mayor medida. En política se debe proceder por alternativas, eligiendo una vía o la otra: nada de salidas transaccionales, nada de caminos intermedios, tan perjudiciales, que los hombres toman por vileza e incapacidad, por no saber «ser completamente malos ni completamente buenos» (Discursos, I, 26), y que los romanos evitaron siempre, ateniéndose en toda ocasión a los «extremos» (Discursos, II, 23). Ya ahora, en el escrito de 1303, aparecen los romanos, quienes, al juzgar acerca de sus tierras rebeladas, «pensaron que fuera menester, o ganarse su confianza con beneficios, o tratarles de modo que nunca más pudieran dudar, y por ello consideraron dañino cualquier otro camino intermedio que se tomara». Pensaron «que los pueblos rebelados se deben o beneficiar o aniquilar, y que cualquier otro camino es peligrosísimo», por lo cual perdonaron a los habitantes de Lanuvio, etc., haciéndolos ciudada nos romanos (es decir, que les beneficiaron); pero otras ciudades consideradas más culpables e irreconciliables, Veliterno y Anzio, fueron cruelmente castigadas, o destruidas, o colonizadas con «habitantes nuevos». Florencia, en cambio, ¿qué ha hecho, al menos frente a Arezzo? No ha optado por ninguno de los dos términos extremos, y si ha buscado un absurdo camino intermedio:
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«(...) no puede llamarse beneficio el hacer [a los aretinos] venir cada día a Florencia, haberles quitado los honores, venderles las posesio nes, difamarlos públicamente y haberles hecho tener soldados en casa. No se llama precaverse el dejarles los muros en pie, permitir habitar allí a cinco sextos de ellos, no darles compañía de habitantes que les tengan por debajo y no manejarse con ellos de modo que en los impedimentos y guerras que hubiere, no tuvieseis vosotros que tener más pérdidas en Arezzo que en los encuentros con el enemigo que os atacare». Por lo cual «se puede formular con seguridad este juicio, que si fuereis atacados (...) o Arezzo se rebelaría u os acarrearía tales impedimentos guardarlo que lo convertiría en gasto insoportable para la ciudad». Por lo que también, «si el juicio de los romanos merece ser alabado, el vuestro merece en igual medida ser censurado». Lo que en el cambio de ideas con el cardenal d’Amboise, en noviembre de 1 500, había sido una primera alusión («seguir el camino de quienes antes quisieron poseer una provincia exterior»), termina aquí por desplegarse plenamente: contraposición entre la prudencia política de los romanos y la incapacidad política de los modernos, entre el ejemplo del pasado y la realidad del presente. Nótese que el escrito se abre con una extensa exposición de la rebelión de los pueblos del Lazio y de Camilo, es decir, empieza con una recordación y un comentario de Tito Livio. El mismo pasaje se reproducirá, con igual comentario, en el capítulo X X III del libro II de los Discursos, donde vuelve Maquiavelo a censurar a Florencia por haber tomado, en 1502, «ese camino intermedio que es dañosísimo para juzgar a los hombres». Esa constante polémica con el presente, desarrollada mediante la apelación a la sabiduría antigua, la de los romanos, «que fueron los amos del mundo», constituye un motivo fundamental en el pensa miento maquiaveliano y se expone abiertamente, por primera vez, en el escrito que tenemos ante la vista. Pero, ¿es posible «imitar a los que fueron los amos del mundo»? En otras palabras, ¿es posible, en política, atesorar las experiencias ajenas, cuando, además — como Maquiavelo mismo advierte— , «en la manera de rebelarse y de recuperar hay muchas diferencias»? Sí, responde Maquiavelo: «Yo he oído decir que la historia es la maestra de nuestras acciones, y máxime la de los principes, y el mundo estuvo siempre habitado de la misma manera por hombres que siempre han tenido
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las mismas pasiones, y siempre ha habido quien sirve y quien manda, y quien sirve de mala gana, y quien se rehela y es vuelto a someter.» El modo puede ser distinto, pero la cosa es muy similar. Por eso, la historia es maestra de nuestras acciones, y se debe tomar ejemplo de ella e imitar a los maestros. También los preceptos del Modo reaparecerán en los Discursos: en el proemio del libro I, los hombres consideran imposible imitar a los antiguos en la política y en lo militar, «como si el cielo, el sol, los elementos y los hombres hubiesen cambiado de movimiento, de orden y de potencia, de lo que eran antiguamente»; y en el capítulo X I del libro I: «porque los hombres (...) nacieron, vivieron y murieron, siempre, con un mismo orden»; y en el capítulo X X X IX del mismo libro: «en todas las ciudades y en todos los pueblos existen los mismos deseos y los mismos humores (...) que han existido siempre»; o en el capítulo X L U I del libro III: los hombres «que tienen y tuvieron siempre las mismas pasiones». En consecuencia: inmutabilidad de la naturaleza humana a través de los siglos; y dado que la política la hacen los hombres, la historia puede ser maestra de vida. Se trata, como veis, de los motivos básicos del pensamiento maquiaveliano, que ya emergen ahora. Y con ellos se corresponde la misma estructura estilística de la construcción: el procedimiento por dilemas, observado en el Discorso... sopra le cose di Pisa y en varias cartas de las L egaqioni, aparece aquí — como en las Parole da dirle sopra ¡a provisione del danaio— mucho más claro e incisivo. Es que también estilísticamente Maquiavelo va llegando a un dominio cada vez mayor de los medios. La contraposición de las frases por o... o — que tan bien reproduce la sagacidad de la alternativa en el pensamiento— cobra mayor relieve merced a otra peculiaridad que de aquí en adelante será frecuente en Maquiavelo, a saber, las réplicas polémicas entre él y presuntos contrincantes, un diálogo imaginario a base de pros y contras, que hace más vivaz y tajante la exposición: «si vosotros dijeseis (...) yo diría». Estamos ya en el principio del típico modo de argumentar de Maquiavelo, tan tajante y fustigador, por ejemplo, en el capitulo X II de E l principe, en la polémica contra las armas mercenarias: «Quiero demostrar todavia mejor lo desgraciadas que son estas armas. Los capitanes mercenarios, o son hombres excelentes con las armas, o no; si lo son, no puedes fiarte de ellos, porque siempre aspirarán a la grandeza propia, u oprimiéndote a ti que eres su amo,
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u oprimiendo a otros al margen de tus intenciones; pero, si no es virtuoso, lo corriente es que te arruine. Y si se responde que cualquiera que tenga armas en la mano hará esto, o mercenarios o no, replicaría que las armas tienen que ser manejadas o por un príncipe o por una República.» El escrito se cierra con algunas consideraciones acerca del Valentino. ¿De quién, sino de él, puede provenir un nuevo peligro para Arezzo? El debe mirar a «hacerse tanto Estado en Italia, que lo haga seguro para si mismo y que haga que para otro poderoso su amistad sea de desear». «Por necesidad» se considera que él aspire «a imperar en Toscana, como más cercana y apta para hacer un reino con los estados que tiene»: queda por ver si el tiempo es el «adecuado para dar expresión a estos designios suyos». Ahora bien, el cardenal Soderini decía que «entre los demás elogios que se podían hacer de grandes hombres al Papa y al duque, estaba éste: que son conocedores de la ocasión y que la saben usar muy bien; opinión que está comprobada por la experiencia de los asuntos conducidos por ellos con oportunidad». Maquiavelo no cree que sea éste el momento más oportuno para que César Borgia «apremie»; «pero considerando que el duque no puede esperar al partido vencido, por quedarle poco tiempo, en relación con la brevedad de la vida del pontífice, es necesario que use de la primera ocasión que se le presente, y que apueste buena parte de su causa a la fortuna». Estas notas (junto con las que veremos en las Parole da dirle y en el Decennale primo) completan, pues, el retrato que Maquiavelo hizo del Valentino durante su primera y segunda misiones ante él. Lo completan además, favorablemente... como juicio político: el Papa y el duque son «grandes hombres». Sólo la posterior experiencia de octubre y diciembre de 1 50} arrojará sombras sobre este cuadro. Precisamente entonces, en el momento crítico de la elección del nuevo Papa, César Borgia no sabrá «usar de la ocasión», desperdi ciando malamente las cartas que tiene en mano (los cardenales españoles). Podría decirse que, a la hora de la verdad, el Valentino será un poco como Vitellozzo Vitelli, atrayendo hacia sí «cierta admiración», es decir, asombro, «conocida la virtud del hombre y su pasada fortuna». Y también lo completan en lo que respecta a los proyectos del Valentino de poner a buen recaudo su Estado, sin depender de «la brevedad de la vida del pontífice»: para esto se desarrollan las consideraciones ya expuestas en la carta del 8 de noviembre de 1502 («Este Señor sabe muy bien que el Papa puede morir cualquier
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día...», etc.) y se anticipan algunas otras, del capítulo V II de E l principe, sobre todo ésta: «cuarto, obtener [Borgia] tanto imperio, antes de que el Papa muriese, que pudiera por sí mismo resistir un primer embate (...) y en cuanto a la nueva adquisición, había resuelto hacerse señor de Toscana». Afloran aquí, asimismo, ciertos conceptos que luego serán fundamentales en el pensamiento maquiaveliano; en primer lugar, ahora, el de la «ocasión», por la cual el jefe político, sagaz y «virtuoso», sabe atrapar el momento «oportuno y seguro». Sólo que, para César Borgia, la necesidad de precaverse antes de la muerte del Papa puede impedirle la elección, haciéndole aferrarse a la primera ocasión, aunque no sea la más adecuada, y en tal caso la «fortuna» sería casi el árbitro de) éxito. O sea, que, aquí, al contrario de otras veces, la fortuna se parece mucho más al «río» de que se habla en el capítulo X X V de E l principe: puede estar en calma y favorecer, o torrentoso y trastornarlo todo. Y en este caso, resulta clara la diferencia entre «virtud» y «fortuna». Incluso un «gran hombre» puede verse en situación de abandonarse a la «fortuna», no por su culpa, y aquí cabe recordar una vez más el juicio del capítulo V II de E l principe acerca de Borgia: «y si sus ordenamientos no le aprovecharon, no fue culpa suya, porque se debió a una extraordi naria y extremada malignidad de fortuna».
V.
LAS «PAROLE DA D IR LE SOPRA LA PROVISIONE D EL DANAIO». EL «D ECENN ALE PRIM O ». LA ORDENANZA FLORENTINA
Las Parolt da dirle sopra la provisione del danaio, fatto un poco di proemio e di scusa (Palabras por decirle sobre la provisión del dinero, hecho un poco proemio y excusa), nos llevan un poco más atrás, cronoló gicamente, del momento al que habíamos llegado estudiando la * primera legación en la corte de Roma (octubre-diciembre de 1 503) con el fin de ver globalmente y en continuidad el problema de las relaciones Maquiavelo-César Borgia y el de su experiencia diplomá tica en 1302 y 1303. Con las Parole volvemos a un problema de política interna florentina, aunque, como veremos, se trata de un aspecto estrecha mente ligado a la situación general de la ciudad y sus relaciones con las potencias vecinas. El Valentino les había dicho a Soderini y a Maquiavelo, en junio de 1302: vuestro gobierno no me place, tenéis que cambiarlo. En realidad, el régimen político de Florencia era de una debili dad extrema: el confaloniero y la Señoría cambiaban cada dos meses, los Diez, cada seis. Era difícil, en tales condiciones, mantener cierta continuidad en cuanto a directrices políticas. Todo esto es, humanamente, muy comprensible: en Florencia, tras la expulsión de los Médicis, reina la pesadilla de la dictadura, el terror, ante un poder demasiado fuerte en manos de cualquier persona u órgano de gobierno. Pero los inconvenientes de este «terror del déspota» eran, políticamente, gravísimos, cosa que había demostrado la rebelión del valle de Chiana. Por eso, tras el fin de la rebelión, los florentinos, «(...) habiéndose liberado con gran facilidad (...) de tan grave e imprevisto ataque, dirigieron sus esfuerzos a reordenar el gobierno de la República, por la confusión y por los desórdenes del cual se generaban tamos peligros, como era por experiencia ya manifiesto en el seno de la multitud; dado que por el frecuente cambio de los magistrados, y por ser el nombre de los pocos sospechosos para el pueblo, no había ni personas públicas ni particulares que atendieran asiduamente los asuntos. Pero como la ciudad, casi toda, abominaba 328
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la tiranía, y a la multitud le era sospechosísima la autoridad de los proceres (...), se resolvió a la sazón introducir de nuevo una sola cosa»,
que era el confaloniero vitalicio. Así, en la Histeria de Italia n3, Guicciardini, quien ya antes, en las Historias florentinas, había insistido, más profusa y ásperamente todavía, en el desorden del Estado florentino, en una ciudad «tan sacudida y mal gobernada» como era difícil imaginar peor, se expresaba así: «(...) y todo el mal provenía de que no hubiera uno o más hombres particulares que vigilaran firmemente las cosas públicas y que tuvie ran una autoridad tal que, deliberado lo que fuese útil hacer, pudieran después ser instrumentos para llevarlo a término; por d contrario, cambiándose de dos en dos meses las señorías (...) cada uno, por la brevedad del tiempo que tenía para ser magistrado, procedía con respeto y trataba las cosas públicas como cosas ajenas y que poco le pertenecían» " 4.
Así que el zz de septiembre de 1502 fue elegido confaloniero de por vida Pier Soderini, hermano del obispo de Volterra, Francesco. Con la familia Soderini, Maquiavelo mantenía buenas relaciones, y pronto contó con la entera confianza del confaloniero. Pero, prosigue Guicciardini, «(...) así como a un barco fio le basta un buen piloto si no están ordenados los demás instrumentos que le guían, tampoco bastaba para el bienestar de la ciudad el haber provisto un confaloniero vitalicio (...) si no se ordenaban las demás partes que se requieren en una República que desee mantenerse libre y evitar los extremos de la tiranía y de la licencia» ns.
La primera preocupación interna era la urgente necesidad de dinero: la situación general era amenazadora, continuaba la guerra contra Pisa, el Valentino, victorioso en Sinigaglia, meditaba «impe rar en Toscana» (y está claro que, al decir esto, Maquiavelo interpretaba cabalmente el estado de ánimo de los florentinos), otro ejército francés marchaba hacia Nápoles, y la guerra entre Francia y España en el sur de Italia, que había estallado en junio de 1502, hacía que el porvenir fuera más inquietante que nunca. Soderini le escribía al respecto a Maquiavelo, ya el 14 de noviembre de 1502:* 1,5 Ed. cir., II, pp. 4)>44 (I. V , cap. IX). Storte ftortnfit* cit., cap. X X III, p. t ) I . *** p. 2)).
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«Hemos encontrado la ciudad muy desordenada de dinero (...) se espera poder reordenar todo (...) confiamos en avanzar pronto en este aspecto, que podamos ser buenos para nosotros y para otros, que hasta ahora ha sido al contrario.» 1,6 Ello no obstante, siete propuestas distintas que presentó Sodcrini entre febrero y marzo de 1 505, para aplicar nuevos impuestos que proveyeran de las sumas necesarias, habían sido rechazadas. Es en ese momento cuando Maquiavelo escribe las Parole da dirle sopra la prwisione del danaio. Se trata de un discurso escrito para ser pronunciado ante el Consejo Mayor, como se deduce por la forma: «Dado que Vuestras Mercedes me conceden...»; «y en verdad yo (...) he tenido la esperanza de que vosotros tendieseis a este fin...», etc. Pero un discurso que sólo podía pronunciar Sodcrini, confaloniero, y no Maquiavelo, funcionario de cancillería. El que Maquiavelo lo haya escrito por encargo de Soderini o por «capricho» propio, y que, por tanto, Soderini lo pronunciara o no, es algo que queda en la oscuridad. Pero, comisionado de oficio o por «capricho» propio, es decir, escrito por sí, para volcar en el papel sus propias ideas y aclararlas, lo cierto es que el escrito es muy importante. Ya al comienzo, con una entrada inmediata in medias res, sin prolegómenos ni «palabras ampulosas y magníficas», con la peren toriedad de la afirmación y el enfoque del caso particular de Florencia dentro de una «norma» general de política, es de una contundencia que hace prever E l principe. «Todas las ciudades que durante algún tiempo han sido goberna das por principe, por proceres o por el pueblo (...) han tenido para su defensa las fuerzas combinadas con la prudencia; porque ésta no basta por sí sola, y aquéllas, o no conducen las cosas, o, conducién dolas, no las mantienen. Son, pues, estas dos cosas el nervio de todas las señorías que han sido y serán siempre en el mundo; y quien haya observado las mutaciones de los reinos, las ruinas de las provincias y de las ciudades, no las habrá visto causadas por otra cosa que por la falta de armas o de juicio.» Compárese con el capítulo I de E l principe: «Todos los estados, todos los dominios que han tenido y tienen imperio sobre los hombres, han sido y son o repúblicas o principados...» Es evidente que en E l principe el estilo se ha hecho más seco, más incisivo14 114 Lefterr familiari
cit., Xl.l, p. 87.
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todavía; pero la manera, tan tajante, de plantear el tratamiento, se encuentra ya en las Parole. Obsérvese asimismo, aquí, la estructura estilística que ya hemos comentado en Del modo di trattare i popoli delta Valdichiana ribellati\ contraposición continua, por o... o («el fin es o por desolación o por servidumbre»; «éste, o no tendrá otro impedimento... o tendrá otros impedimentos»); inserción en la exposición de hipótesis contrarias y, con ello, desarrollo de dicha exposición a base de proposiciones y respuestas («y si vosotros respondieseis... se os responde»; «y si vosotros dijeseis... a mí me parece»). Y véase también aquí la apelación a la historia, «maestra de las acciones nuestras», menos abierta, menos precisa de lo que será en Del modo, pero también evidente: «y quien haya observado las mutaciones (...)» Sólo que en esta ocasión el tema fundamental no es la «pruden cia», sino la «fuerza». En Del modo di trattare, tres o cuatro meses posterior, lo que se critica es el «juicio» de los florentinos, es decir, su sentido político, mientras que aquí, y obviamente dado el motivo del discurso, se discute de la «fuerza». En Florencia no había «ni fuerza ni prudencia»; pero, después del peligro corrido en 1502 por la rebelión del valle de Chiana, se había hecho «algún sitio a la prudencia», eligiendo el confaloniero vitalicio, por lo que cabía considerar, y esperar, que se hiciese «también (...) algún sitio a la fuerza». En vano. El tono se hace aún más duro y admonitorio: «(...) de nuevo os reitero que, sin fuerzas, las ciudades no se mantienen, sino que van a su fin. El ftn sobreviene o por desolación o por servidumbre: vosotros habéis sido presa, este año, de la una y de la otra, y a ellas retornaréis, si no cambiáis de temperamento».
Y que no se diga: no tenemos necesidad de fuerzas, porque no estamos amenazados. Temeraria opinión, «(...) porque toda ciudad, todo Estado, debe reputar como enemigos a todos cuantos puedan aspirar a ocupar el suyo y de los que no pueda defenderse. Nunca hubo ni señoría ni República sabia dispues ta a poner su Estado a la discreción de otros, o que, en estándolo, le pareciera tenerlo seguro».
Una vez más, del caso particular de que se trata, Maquiavelo pasa súbitamente a la «norma» general, preanunciando E l principe y los Discursos, y, en este caso, también E l arte de la guerra; y los
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preanuncia en un aspecto fundamental: todo Estado, para mantener se, ha de estar bien armado; la fuerza, y sólo la fuerza, es lo que inclina a los demás al respeto en las relaciones entre estados. Porque, prosigue Maquiavelo, «entre los hombres privados, las leyes, las escritas, y los pactos, hacen observar la fe dada, y entre los señores, sólo la hacen observar las armas». Expresado asi el axioma general según el cual ningún Estado puede abdicar si no quiere su ruina, volvamos — continúa Maquia velo— a la situación particular de Florencia. Miremos primero «(...) hacia dentro: os encontraréis desarmados, veréis a vuestros súbditos sin fe (...) y es razonable que así sea, porque los hombres no pueden ni deben ser fieles siervos del señor por el cual no pueden ser ni defendidos ni corregidos (...). Ni los podéis considerar súbditos vuestros, sino de quienes sean los primeros en asaltarlos. Ahora salid de casa y mirad lo que tenéis alrededor: os encontra réis en medio de dos o tres ciudades que desean más vuestra muerte que su vida. Id más lejos, salid de Toscana, y mirad a toda Italia: la veréis fluctuar bajo el rey de Francia, los venecianos, el Papa y el Valentino».
Para hacerse respetar por el rey de Francia es menester estar en «tal orden de fuerzas», que haya, en cualquier caso, de tener miramientos con Florencia, como los demás poderosos de Italia. En cuanto a los venecianos, «(...) no hay que esforzarse mucho: todos conocen la ambición de ellos, y que quieren obtener de vosotros ciento ochenta mil ducados, y que esperan su tiempo, y que es mejor gastarlos en hacerles la guerra que dárselos para que os ataquen con ellos».
Es superfluo, después de lo que he dicho a propósito de la legación en Roma, que subraye una vez más, aquí, el antivenecianismo de Maquiavelo. Baste con observar que «todos conocen la ambición de ellos». Tampoco para Alejandro V I y el Valentino hay necesidad de comentarios, porque también en este caso «todos conocen cuáles son la naturaleza y el apetito de ellos, y cómo es su proceder, y qué fe se les puede dar o recibir». Pensad, florentinos, en lo ocurrido en 1500 y 1501, precisamente con el Valentino: primero, no quisisteis tomar ninguna determina ción; después, en lugar de pagar veinte ducados, habéis perdido doscientos (por los daños causados por César Borgia), además de los veinte (de impuesto) que de cualquier modo tuvisteis que entregar.
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Vosotros, «¡cuando veis el sol, no creéis que vaya a llover nunca! (...). No veis la debilidad que os ocasiona el estaros así, ni las variaciones de la fortuna». E l final es de una dureza implacable: «Los demás suelen hacerse sabios por los peligros de los vecinos; vosotros no aprendéis con los vuestros, ni os tenéis confianza a vosotros mismos, ni sabéis el tiempo que perdéis y que habéis perdido. Por lo cual volveréis a llorar, y sin frutos, si no cambiáis de opinión. Porque yo os digo que la fortuna no cambia de sentencia donde no se cambia el orden, ni los cielos quieren ni pueden sostener algo que quiere arruinarse de todos modos.»
De suerte que la apelación a la fuerza, ese fundamentum rtgni, se cierra con la evocación de una «fortuna» que está en los «cielos» (análoga, pues, al «poder del cielo sobre las cosas humanas» que se encuentra en Discursos, libro II, capítulo X X IX ); esto es, una fortuna que aquí se convierte en algo oscuro, indefinible, mítico. 1.a relación fortuna-orden se transmuta en lo que establece la expresión del refranero popular, «ayúdate, que Dios te ayudará»: por una parte el hombre, pero por la otra, el cielo. Pero este cielo de Maquiavelo no puede identificarse con la Providencia cristiana, con el Dios creador y artífice de la vida y de la historia de los hombres; por el contrario, queda como un concepto equívoco y no aclarado. Mucho menos claro y preciso si se lo compara con la claridad y precisión con que Maquiavelo delinea la «fuerza», que está dada por las «armas». Un año y medio más tarde, el 8 de noviembre de 1504, Maquiavelo dedica a Alamanno Salviati el Dectnnak primo. Es una especie de crónica en tercetos de los hechos que se sucedieron en Italia desde 1494. Artísticamente, poca cosa. No es en los versos donde está la grandeza de Maquiavelo. Pero en cambio es interesante en lo referente, ante todo, a determinados juicios políticos. Del que le merecía Savonarola ya se ha hecho mención en el lugar debido. En cuanto a César Borgia, véase la opinión correspondiente (a propósito de la dieta de La Magione y después de la destrucción de Sinigagüa) en los versos } 94- ) 96:
«Cazó a sus enemigos con visco, silbando suavemente, hasta reducirlos en su cubil, este basilisco.»
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Y más adelante, en relación con la elección del papa Julio II (versos 472-474): «Diole esperanzas Julio, y nada más; y aquel duque pensó que otro tendría esa piedad que él no tuvo jamás.»
Que es una repetición casi exacta del juicio expresado en la carta del 4 de noviembre de 1503, «y cree que la palabra ajena puede ser más firme de lo que ha sido la suya». El último episodio de la vida del Valentino, su arresto por Gonzalo de Córdoba y su traslado a España, se describe así (versos 510-516): «Y Borgia huyó por vías encubiertas; mas, aunque fuera por Gonzalo visto con rostro amable, éste le sanciona como merece quien ofende a Cristo. Y para completar la soberbia doma a España le envió, aherrojado y vencido, al que temblar os hizo y llorar a Roma.»
También reaparece, pues, el desprecio con que Maquiavelo se refería a César Borgia en sus últimas canas desde Roma. La única nota nueva, y singular, es ese «quien ofende a Cristo», por la que el juicio se tiñe de colores morales y religiosos, no políticos. Acerca de Venecia (versos 535-536): «Marcos *, de sed y de temores lleno, todo hace depender de paz y guerra.»
Pero, desde luego, las anotaciones más interesantes se refieren a Florencia, y reaparecen allí los temores de Maquiavelo por un Estado excesivamente débil y que cifra su suerte en los demás, no en sí mismo; por lo cual (versos 112-116 ): «Os posabais (los florentinos) aquí, el pico abierto, a esperar que de Francia uno viniera a traeros maná en el desierto, y que las rocas os restituyera de Pisa, Pietrasanta y la otra villa...»
* Por san Marcos Evangelista, parrón de Venecia; el león, emblema de este apóstol, lo es también de la ciudad. (N . it ! T.)
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O también, cuando el Valentino atraviesa la Toscana, en mayo de 1501 (versos 501-504): «(...) por escaparos de las aflicciones, como quien otra cosa hacer no puede, algo cedisteis a sus pretensiones».
La situación, en el momento en que Maquiavelo escribe el Decennale, todavía es preocupante (versos 523-525): «Aún no está la fortuna satisfecha, ni fin ha puesto a la itálica lid, ni la raíz del mal está deshecha...»,
de manera que (versos 538-540): «(...) fácilmente se comprende que hasta el cielo alcanzará la llama, si el fuego entre ellos otra vez se enciende».
Y aquí — estamos en el final— desborda la pasión de Maquia velo por su patria, por su Florencia. Y a casi al comienzo se quejaba de que, «en sí discordante», la Italia de 1494 (versos 17-18), «(...) ser pisoteada por las gentes barbáricas sufrió».
Pero el patbos es ahora mucho mayor (versos 541-550): «Pues mi ánimo todo se inflama, ya de esperanza, ya de temor se carga, tanto, que se consume adarme a adarme; porque saber querría dónde, cargada de tana carga, debe, o a qué puerto, con estos vientos, ir la vuestra barca. Aunque confie en el piloto diestro, en los remos, las velas y el timón; mas fuera fácil el camino, y corto, si volvieseis a abrir el templo a Marte.»
Con esta exhortación a volver a abrir el templo de Marte vamos más allá de las Parole da dirle sopra ¡a provisione del danaio. En esa obra se requería la fuerza militar, y aquí se especiñca cuál debe ser esa fuerza, es decir, la «milicia propia». En la otra se conformaba con las «armas», suficientes para la sólida defensa del Estado, sin señalar «cómo» tenían que ser esas armas; aquí se especifica que las armas
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deben ser «propias», esto es, que el Estado, para sostenerse, debe armar a sus ciudadanos, no valerse de armas mercenarias. Con esto entramos en la nueva fase de la vida de Maquiavelo, que se caracteriza precisamente por la creación de la «ordenanza» y la milicia florentina. Veremos con mayor amplitud, a su debido tiempo, cuando nos toque analizar el pensamiento militar del Maquiavelo de las grandes obras, cuáles eran los supuestos de que partía para su polémica contra las armas mercenarias. Aquí bastará con señalar que tal polémica no es nueva y que, por tanto, no supone una originalidad de Maquiavelo. En E J principe (capitulo X II) dirá que las armas mercenarias «son disolutas, ambi ciosas, sin disciplina, infieles; valientes entre amigos; entre enemi gos, viles», porque el «corto estipendio» — única cosa que aman y única causa por la que combaten— «no es suficiente para hacer que deseen morir por ti». Así que los mercenarios se libran del esfuerzo y el miedo «no matándose en las lides, sino entregándose prisione ros, y sin rescate». Ahora bien, ya un siglo y medio antes, en la oda «Italia mial», el Petrarca advertía a los príncipes italianos, «Que en ánimo venal, amor buscáis, y fe»,
y señalaba la absoluta falta de ganas de los mercenarios de morir en el campo de batalla, en el «(...) barbárico engaño que, alzando el dedo, con la muerte bromea».
Mucho más cerca de Maquiavelo, y propiamente en Florencia, en el período savonaroliano, Domenico Cecchi, en su Riforma concia et pretiosa, partiendo también del motivo fundamental común — el no poder fiarse de los soldados extranjeros, «que apenas cobran nuestro dinero, deponen las armas (...) y muchos se van con Dios»— , sostenía ya la necesidad que tenía Florencia de una milicia propia. Y en los años en que Maquiavelo oficia como canciller, hay una figura de primer plano en la historia de la guerra de Florencia contra Pisa, la de Antonio Giacomini Tebalducci, comisionado en el valle de Chiana en 1502, comisionado en la campaña contra Pisa, y vencedor de Bartolomeo d’ Alviano, el 17 de agosto de 1505, en una
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batalla librada cerca de San Vincenzo. Este Giacomini, que había formado parte también de los Diez de Bailiazgo, tuvo, desde luego, parte del mérito de la idea de la nueva «ordenanza» florentina. Maquiavelo conocia, estimaba y admiraba a Giacomini, de quien ha dejado un elevado elogio, tanto en el Decennale secando, «(...) y de tantas virtudes capaz era, que mucho más merece que yo le honre»,
(versos 41-42, y cf. 34 ss.), cuanto en el breve escrito Nature di uomini fiorentini. Hombre «virtuoso», Giacomini, que desde los primeros encargos que tuvo «se comportó de manera que fue siempre considerado digno de mayor grado», era, «de las cosas de la guerra, peritísimo frente a todos los demás ciudadanos florentinos; cauto en la toma de decisiones, animoso para ejecutarlas, enemigo de los cobardes y los holgazanes...», deseoso solamente de la «gloria de la ciudad y el honor suyo»; de suerte que, «desconocido al principio, y oscuro, adquirió reputación en una ciudad donde todos los demás claros y reputados ciudadanos la habían perdido». Elogio raro en la pluma de Maquiavelo. Asi, pues, en Giacomini, hombre que, ante todo, era de mayor autoridad pública, encontró Maquiavelo apoyo e impulso para sus convicciones acerca de la necesidad de una milicia propia. Pero así como el pensamiento de Maquiavelo en el desarrollo de la polémica contra las armas mercenarias, partiendo de un motivo que no es nuevo, les da un relieve y una importancia general en la vida del Estado y en la interpretación de la historia que las convierten en algo nuevo y poderoso, y característico de su sistema de valores, así también, en la práctica, Maquiavelo lucha porque se lleven a cabo los proyectos de reforma, y lo logra, con una continuidad e insistencia que, también en este terreno, confieren a su obra de «hombre público» una magnitud excepcional. En 1499, las exigencias de la guerra contra Pisa habían inducido al gobierno florentino a reclutar campesinos en todos los confines del Estado para conducirles luego a la campaña 117. E l sistema era el siguiente: se «comandaba» a un hombre por casa, el cual, cuando la orden le llegara, debía trasladarse adonde le fuera indicado. 1,7 Conviene tener presentes, a este respecto, los S fritti inediti di Nietolé M atbianlU risgpmrdanti U storia i la m ilicia (1499*1912), ilustrados por G . Canestríni, Florencia, 18*7» donde se encuentra la parte más importante de la correspondencia de la Canci!!ería de tos Diez, escrita de puño y letra de Maquiavelo.
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En una instrucción de 1502 se hace presente el ejemplo de Cesar Borgia: «así hizo el duque Valentino en 1501, y comandó un hombre por casa en sus tierras, con una gran ordenanza, y dónde tenían que encontrarse y cómo». Esta observación hace pensar a Maquiavelo, quien, durante su segunda misión ante el duque, había observado (carta del 26 de noviembre de 1502): «quien esté bien armado, y con armas suyas, produce los mismos efectos en cualquier sitio adonde se dirija». Al paso que también el Valentino había tenido que comprobar, en su perjuicio, tras haber gastado 60 000 ducados en pocas semanas, lo poco que valían los mercenarios contratados de prisa contra los coaligados de La Magione; y más tarde, en el capítulo X III de E l principe, se hará una referencia expresa al ejemplo de César Borgia, precisamente por haber armado a sus pueblos: «Nunca dudaré en aducir a César Borgia y sus acciones». Y César, no considerando seguras las armas «auxiliares», o sea, las francesas, con las cuales había comenzado sus empresas, apeló a las mercenarias, «a las cuales, encontrándolas después al emplearlas dudosas e infíeles, y peligro sas, las desechó, y se inclinó por las propias». Y nunca fue más estimado «sino cuando todos vieron que él era el total poseedor de sus armas». Sólo que esos campesinos movilizados (en número que llegó a dos mil o tres mil) cumplían funciones de «gastadores» (o de zapadores, pues iban armados de azadas, hoces, palas, podaderas, zapas — de aquí el nombre que se les daba— , etc.), y a veces tareas de lo que hoy llamaríamos milicia territorial (guardia de los pueblos, destacamentos militares de control, etc.), no propiamente de com batientes. Ahí reside la novedad de la «ordenanza» de 15 06: en la intención de crear un ejército permanente, combatiente, con hombres del dominio florentino, no mercenarios, sino «levados» por el gobierno: una forma real y verdadera de reclutamiento forzoso. En el pensa miento de Maquiavelo, un ejército así debía terminar por sustituir completamente a las armas «mercenarias», es decir, a las condotte con uno u otro capitán que vendía sus servicios y los <^e sus tropas, dando, en cambio, al Estado la base militar segura y eficaz que hasta entonces le había faltado. El jo de diciembre de 150; recibió Maquiavelo los primeros despachos que le autorizaban a trasladarse al vicariato de Mugello, para inscribir en los roles del ejército a los hombres aptos para las armas «que a él le pareciere y pluguiere». Menos de dos años
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después, el 15 de febrero de 1506, se hacía en Florencia la primera «muestra» (parada, diríamos hoy): desfilaron por la plaza de la Señoría, ante el pueblo, 400 de los nuevos infantes, vestidos con «juboncillo blanco, un par de calzas de divisa blanca y roja, y un birrete blanco, y zapatillas, y un peto de hierro, y lanzas, y algunos, arcabuces»; el 2 de junio se celebró una segunda exhibición y a fines de noviembre una tercera, de 1 200 hombres (ya figuraban s 000 hombres organizados y armados). El 6 de diciembre de 1106, el Consejo Mayor promulgó la ley de constitución de la milicia (o provisión, redactada por Maquiavelo), creando una nueva magistra tura encargada exclusivamente de supervisar la organización del ejército, los Nueve Funcionarios de la Ordenanza y Milicia Floren tina (comúnmente llamados los Nueve de la Milicia), cuyo canciller fue, naturalmente, Maquiavelo. ¿Cómo se reclutaba y organizaba ese ejército, que llegó a contar con unos 20 000 hombres? Los alcaldes de los municipios y los regidores de los pueblos tenían que presentar cada año, el día 1 de noviembre, las listas de todos los hombres de quince años en adelante. En realidad, la elección de los soldados se limitaba a los hombres comprendidos entre los dieciocho y los cuarenta años " 8, y los que verdaderamente se enviaban a «campaña» eran elegidos, preferentemente, entre los solteros. Todos los enrolados tenían que recibir instrucción y ejercitarse en días festivos en la Comuna; cada mes se procedía a la «muestra» de las compañías de un vicariado o ayuntamiento, y dos veces al año se efectuaba la parada general, o mosíra grossa, de todas las «bande ras» de una o más provincias. Las unidades organizativas eran: la compañía, o «bandera», que comprendía de un mínimo de algo más de cien infantes a un máximo de joo. Cada compañía tenía un capitán y un tambor, así como cierto número de jefes de grupos o «caporales» (por lo general, 10 caporales por cada too infantes). Varias banderas o compañías conformaban el batallón, a las órdenes de un condestable, que era, por otra parte, el único verdadero oficial de profesión. Los soldados debían ser instruidos «con arreglo a la milicia y orden de los alemanes» (más propiamente, los suizos). Disfrutaban de diversos privilegios (gracia de multas y condenas pecuniarias en M* Cf. las «comisiones» para «inscribir hombres» en los vicariatos de San Miniato y Fivizaano, en Scritíi im difi cit., pp. aS6 y i$8.
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que estuviesen incursos hasta el día de la «inscripción», por delitos o causas criminales); se les vestía a expensas de la comunidad y se Ies armaba por cuenta del Estado (salvo que alguno proveyera sus propias armas); de cada too infantes, 70 tenían que ir armados con picas, no más de diez con arcabuces, y el resto con alabardas, espetones y ballestas. Todos contaban con un peto de hierro, o coraza, para la defensa. Así, pues, ésta fue la «ordenanza» para la infantería. En la caballería no se pensó hasta 1 5 1 1 , y la «Provisión para las milicias a caballo» es del 30 de marzo de 1512, en vísperas de la caída de la República.
Someramente descrito, así fue el ejército florentino que Maquiavelo deseó y creó. Observa Francesco Guicciardini: «Por la misma época se empezó a dar principio a la ordenanza de los batallones, cosa que había existido antiguamente en nuestra comarca, cuando se hacían las guerras, no con soldados mercenarios y forasteros, sino con ciudadanos y súbditos nuestros; después se interrumpió desde unos doscientos años atrás; aunque antes del 94 [ 1494] se llegó a pensar, algunas veces, en restablecerla, y después del 94, en estas adversidades nuestras, muchos dijeron alguna vez que seria bueno volver a la antigua usanza, si bien nunca se sometió a consulta ni se dio ni elaboró principio alguno. A ello se inclinó después la opinión de Maquiavelo, y persuadió al confaloniero, y éste, viendo que era capaz, comenzó a distinguirle especialmente en sus actitudes...» 119
En esta página, Guicciardini capta y expresa perfectamente no sólo la previa sucesión de las meras aspiraciones (el caso de Cecchi) y la posterior acción decidida y resolutiva (Maquiavelo), sino también el ánimo con que se vio en Florencia la creación de la nueva milicia. A la cual, en consecuencia, se la miraba como una resurrec ción de las antiguas costumbres, esto es, de la primidva forma de combatir de la Comuna de Florencia. Pieri sostiene que es un «grave y arraigado error» creer que la milicia de Maquiavelo suponga la resurrección de las milicias comunales y que la nueva milicia sea la antítesis de la antigua, porque ésta era esencialmente una milicia ciudadana, con los elemen "* Storie fie r n tim cit., cap. X X V I, pp. 18 1-18 2 .
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tos de la comarca en funciones mayormente auxiliares, ya que la de Maquiavelo es una milicia provista en su totalidad por el territorio, o sea, los «súbditos», por lo que resulta muy inferior a la antigua 1Z0. Pero la observación de Pieri no se sostiene o, al menos, debe ser aclarada y precisada. E l mismo observa que «la organización militar de Florencia reflejaba la debilidad ya incurable de su constitución política», vale decir la antinomia demasiado grave entre un solo centro dominador, único dotado de derechos, Florencia, y un resto considerado súbdito (en seguida volveremos a esto). Pero he ahí, precisamente, por qué el estamento dirigente de Florencia no advierte la magnitud de la crisis política en la vieja concepción del Estado-ciudad; he ahí, precisamente, por qué en Florencia no se entiende que no sea posible confiar la defensa del Estado a unos «súbditos» que después, en la dirección política del mismo Estado, no puedan tener participación alguna; he ahí, precisamente, el motivo por el cual, como documenta Guicciardini de manera inequívoca, en Florencia se cree que, con la «ordenanza» de 1506, ¡se ha resucitado el orden antiguo! Por esta razón, justamente, como observó Hobohm *21, falta por entero el recuerdo de la Roma antigua y de su organización militar en los escritos del propio Maquiavelo acerca de la nueva milicia; porque también en Maquia velo, quien por lo demás vivía en un mundo en el cual «después del 94 (...) muchos dijeron alguna vez que sería bueno volver a la antigua usanza...», en este caso incide sobre todo la «antigua usanza». Veamos los escritos que Maquiavelo compuso por entonces (desde luego, los de carácter general), y especialmente el Discorso deltordinare ¡o stato di Fircn^c alie arm i120 1122. Al igual que en las Parole da dirle sopra la provisione del danaio, y con penetración y urgencia similares, Maquiavelo afronta el proble ma justicia (que equivale a leyes, o a «prudencia») y armas: «Dejaré de lado 123 el debatir si está bien o no ordenar el Estado vuestro para las armas, porque todos saben que quien dice imperio, reino, principado, república, quien dice hombres que comandan (...) dice justicia y armas. Vosotros, justicia no tenéis mucha, y armas, nada, y el único modo de recuperar una y otras es prepararse para las armas...» 120 P. PiBM, // Rimucimeato e la crisi militare italiana d t., p. 440. 121 M . H obo h m , Macbiavtllis R enaissanct der Krieghaut» B erlín , 1 9 1 ) , 1, p. 5 1. 122 En Opere d t., V I, p. j j o y $$. Se le conoce también por el tirulo de Relaxhm talla istita^iom delta turna m ilicia (P. VlLLARi, óp. cit., I). En lo estilístico, adviértase este «dejaré de lado», que luego será una locución típica del Maquiavelo maduro; cf. E l principe» capítulos II, X II, etcétera.
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Advirtamos, incidentalmente, que aquí las armas se convierten en condición necesaria para la propia «justicia», mientras que en las Parole no bastan ni la fuerza ni la prudencia por sí solas. Ahora nos encontramos en el camino que conducirá a la afirmación del capítulo X II de E l príncipe: «Y como no puede haber buenas leyes donde no haya buenas armas, y donde hay buenas armas conviene que haya buenas leyes, dejaré de lado el razonar de las leyes y hablare de las armas.» Pero, en este Discorso, faltan las alusiones a la historia pasada, tanto respecto de la fuerza general de las Parole cuanto como referencia específica a Roma. E l Discorso incide solamente en el tiempo presente: «quien dice hombres que comanden, empezando por el primer grado y descendiendo hasta el patrón de un bergantín...» Prosigue Maquiavelo explicando que, para constituir el nuevo ejército, era preciso empezar por la parte menos difícil, esto es, la infantería, provista por la comarca, mientras «vuestra ciudad [Flo rencia] y vosotros tenéis que ser los que militéis a caballo y comandéis»; ahora bien, «sin duda es más fácil crear milicia a pie que a caballo, y es más fácil aprender a obedecer que a mandar». En otras palabras, al término de una cosa tan grande como ésta — y «los grandes asuntos precisan ser llevados despacio»— , la mente de Maquiavelo entrevé también a los florentinos armados. El que no se hubiera atrevido a proponer de inmediato (ni tampoco en los años sucesivos, hasta la caída de la República) el rearme de los florenti nos, se explica por las razones de política interna (desconfianza de cualquier posibilidad de autoridad dictatorial) a que nos referimos de inmediato. Por todo esto, no es posible sostener que Maquiavelo pensara sólo en la comarca, y por ello se derrumba, en su parte fundamental, la objección de Pieri. Lo cierto, en todo caso, y así lo documenta Guicciardini, es que los florentinos vieron en la «ordenanza» el resurgimiento de las antiguas milicias comunales; que estuvieran en lo cierto o se equivocaran, ésa era su impresión y su juicio, y también debemos tener esto en cuenta. En cambio, muy justa es la observación de Pieri en cuanto a que la milicia de Maquiavelo, al menos en la forma en que se concretó, es una milicia de «súbditos», mientras que la milicia comunal era una milicia de «ciudadanos». Y aquí tocamos un punto de importancia
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capital, que puse de relieve en mi ensayo acerca de E l principe, hace ahora veintisiete años 124. A saber: la reforma militar de Maquiavelo, para ser verdadera mente sólida, habría debido suponer una reforma «política» del Estado en el sentido de hacer iguales, así en derechos como en deberes, a todos los habitantes del Estado florentino al convertirlos en «ciudadanos» que sintieran, en el Estado, la res propria, y no, como acaecía para los no florentinos, la res aliena. ¿Cómo pedir a los hombres combatir, exponer su vida, cuando falta el motivo esencial para exigir también el sacrificio de la vida, es decir, cuando no puede hablarse de «patria» común? El reclutamiento militar obligatorio requiere, ante todo, la igualdad de derechos, y por eso será una conquista de la Revolución francesa y de los regímenes políticos fundados en sus principios (lo propio cabe decir para unos países como Suiza y Holanda, que conocieron antes, mucho antes, de la Revolución francesa, a los ciudadanos-soldados). Y es el propio Maquiavelo quien nos llama la atención sobre esa tara profunda que mina todo su edificio. En el Discorso a que nos referimos dice, efectivamente, que no se puede armar al distrito (las partes del territorio que abarcaban ciudades antes libres y después sometidas a Florencia), sino sólo a la comarca propiamente dicha: «(...) porque no habría sido temperamento seguro para vuestra ciudad, máxime en los lugares del distrito donde existan patrias grandes, en los que una provincia pueda ponerse a la cabeza, porque los humores de Tosca na son ules, que si alguno supiese que podría vivir por sí, no querría ya más amos, máxime encontrándose armado y el amo desarmado; sino que para tal distrito es preciso, o no ordenarlo nunca para las armas, o hacerlo cuando las armas de la comarca vuestra hayan crecido más y sean estimadas. Los lugares distritales que son para no armarlos, son los que tienen patrias grandes, como Arezzo, Borgo ad San Sepokro, Cortona, Volterra, Pistoia, Colle, San Giminiano...»,
(paulatinamente, después, se armaron también los distritos; pero la desconfianza inicial pervive y es extremadamente característica). ¡Vale decir que toda una parte del Estado — y de no pequeña importancia, incluso numérica— no debe armarse, por temor de que se rebele una vez que consiga las armas! ÍU «Del Princip* di Niccoló Machtavelli» cii., p p .j j y ss. [p. 83 y ss. del píeseme volumen. N E 1/.].
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Tres años antes, en las Parole da dirsi..., Maquiavelo había advertido ya: vuestros súbditos no tienen fe; no podéis siquiera llamarlos «súbditos vuestros, sino de los que sean los primeros en asaltarlos». He aquí, pues, la gran contradicción interna de todo el sistema de la ordenanza maquiaveliana. Así como Maquiavelo se equivocaba al opinar que el mercenarismo militar fuera la causa de la ruina de Italia, siendo que era fruto de causas mucho más complejas, sobre todo políticas (acerca de esto, como ya he dicho, hablaremos cuando nos refiramos a las grandes obras de Maquiavelo), así también se ilusionaba al pensar que pudiera crearse un fuerte organismo militar florentino sólo con medidas de carácter militar, que dejara intacta la estructura política del Estado. Además, del régimen político del Estado dimanaba también una segunda consecuencia, asimismo grave por sus derivaciones propia mente militares. Hemos visto que en Florencia existía algo que podríamos llamar el «terror del déspota», esto es, el miedo de que la concentración de poderes en una sola mano condujera a una nueva dictadura. Ahora bien, ese miedo, que ya había minado la eficiencia política del gobierno florentino, minaría también la eficiencia militar de la «ordenanza». Sería peligroso, dice el mismo Maquiavelo en el Discorso, que ios nuevos soldados «reconocieran toda esa autoridad en un único superior»; por ello, «sería conveniente que esta magistratura nueva [los Nueve de la Milicia] los tuviera ordenados en casa, y que luego los Diez los comandaran en la guerra; y que los señores, el Colegio, los Diez y el nuevo magistrado los premiasen y remunerasen; de suerte que siempre vendrían a tener un poco confuso a su superior, reconociendo a uno público y no a uno privado». ¡Pero un ejército precisa tener un «superior» que no sea «confuso»! Nuevamente Guicciardini aclara bien cuáles y cuántos eran los temores: «algunos desconfiaban de que el confaloniero los empleara [a los nuevos soldados] un día para suprimir la libertad o despachar a los ciudadanos enemigos suyos» l2s. De ahí las «disparidades» entre los florentinos respecto de la «ordenanza»; de ahí también, añada mos, el mantener a Florencia como última para el rearme, lo cual no se debe a las razones adelantadas por Maquiavelo, sino a estas otras, que él, desde luego, conocía muy bien, pero no podía manifestar públicamentel26: si Soderini y Maquiavelo hubiesen propuesto* 125 Storkfhreníitu cit., cap. XXVI. p. 282** Pero más larde, en el Discorso sopro ii riftrmon h stato di Fireofe ad iastam^a di papo
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volver a armar a los florentinos, habrían sido acusados de aspirar a restablecer la dictadura. Incluso en lo que se refiere a los oficiales de la «ordenanza», se manifiestan claramente esos temores: ninguno debe llegar a ser demasiado poderoso, demasiado influyente, vincularse muy estrecha mente con sus soldados, detentar, dice Maquiavelo, «más autoridad (...) de la que conviene». Por ello, «(...) es preciso proveer que ningún nativo de ios lugares donde haya banderas, o que tenga allí casa o posesión, pueda gobernarla, sino que se tome gente de Casenza para el Mugello, y dei Mugelio para Casenza. Y como, con el tiempo, la autoridad llega a ser detentada, bueno es hacer cada año las permutas de los condestables, y darles nuevos gobiernos, y vedarles durante algunos años esos gobiernos primeros».
De qué manera este traslado continuo de los oficiales, alejados no bien se hubieran compenetrado con sus hombres, podía coincidir con los requerimientos militares — los cuales exigen, en cambio, profunda comprensión y estima recíproca entre oficiales y solda dos— , es algo que queda en el misterio. Tales eran las contradicciones internas, profundas, del nuevo sistema militar, contradicciones que se debían a la estructura misma del Estado florentino de entonces. De esta tentativa práctica, valiente y tenazmente perseguida, y, en general, del pensamiento militar de Maquiavelo, ¿qué es, pues, lo que queda, por encima de las contradicciones que hemos señalado y del error fundamental de considerar inadecuado el mercenarismo (confundiéndolo con el «condotierismo», que es u q problema muy distinto)? Queda, y ésta es la gran verdad que afirmó Maquiavelo, que el Estado es «fuerza», que el Estado debe tener una sólida organización militar, que en las relaciones internacionales entre estados, las que en determinado momento deciden son las «armas»; y faltando éstas, el «juicio» y la «prudencia», es decir, la sabiduría política y la habilidad diplomática, terminan tarde o temprano por resultar impotentes para resolver los grandes problemas. Para que el «juicio» pueda actuar y hacerse respetar, es menester que se sepa que, detrás de él, existe una fuerza que, llegado el caso, es también capaz de imponerse con las armas. Esta es la gran intuición de Maquiavelo. X , probablemente de 1510» Maquiavelo dirá que la República, a partir de 1494, estaba tan lejos «de una verdadera República, que un confaloniero vitalicio, si era sabio y malvado, fácilmente podía hacerse príncipe», lo cual es precisamente la sospecha que turbaba la vida florentina de entonces, y constantemente se aprovechaban de ella los enemigos de Soderini.
V I. LA LEGACION ANTE EL PAPA JU LIO II ( 1 5 0 6 ) . LA LEGACION ANTE EL EMPERADOR MAXIMILIANO ( 1 5 0 8 ) . EL «RAPPORTO» Y EL «RITRATTO DELLE COSE DELLA MAGNA». EL «DECENNALE SECONDO». LA TERCERA LEGACION EN FRANCIA Y EL «RITRATTO DI COSE DI FRA N CIA ». LA CAIDA DE LA REPUBLICA FLORENTINA EN I 5 I 2 Y EL FIN DE LA ACTIV ID AD PUBLICA DE MAQUIAVELO
Los días en que ju lio II tenía que «jugar al término medio», es decir contemporizar, tener paciencia y no tomar decisiones osadas, habían pasado hacía mucho. El Papa, para decirlo con las palabras de Maquiavelo, estaba bien «afianzado en su sede». Pensó entonces en restablecer la autoridad de la Iglesia en las diversas provincias de los estados pontificios: en 1506 resolvió reconquistar Perusa y Bolonia, dominada la primera por Giampaolo Baglioni (ante quien se había enviado a Maquiavelo, en una misión muy breve, en abril de 1505), y por Giovanni Bentivoglio la segunda; así, el 26 de agosto partió de Roma a la cabeza del ejército. Había pedido ayuda a Florencia, y Florencia le envió a Maquiavelo 127 con la tarea de alabar «su buena y santa decisión [del Papa]», y a decirle que no podían poner en seguida a su disposición — como Julio II había pedido— a Marcantonio Colonna, a la sazón a sueldo de Florencia, con cien hombres en armas, pero que, «cuando la empresa esté encaminada (...) nuestras gentes no serán las últimas». Es evidente que entonces, en Florencia, se creía poco en la realidad de la empresa guerrera papal. Maquiavelo mismo, en el capítulo X X V de E l príncipe, demostrará que la «impetuosidad» de Julio II los cogió a todos, y no sólo a Florencia, por sorpresa. «Los venecianos estaban disgustados; el rey de España, lo mismo; con Francia había conversaciones acerca de tal empresa; y no obstante, con su ferocidad e ímpetu, encabezó personalmente aquella expedición. Acción que dejó en suspenso y quietos a España y a los venecianos (...), y por otro lado arrastró consigo al rey de Francia (...). Realizó pues, Julio, con su acción impetuosa, lo que nunca ningún otro pontífice, con toda la humana prudencia, habría realiza do; porque si, para partir de Roma esperaba a hacerlo con sus137 137 A quien después tenía que seguir el oratore, es decir, el verdadero embajador, que fue Francesco repi. Maquiavelo es enviado «para estar junto a Su Santidad en ese camino». Siempre la posición de segundo plano que ya hemos ilustrado.
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conclusiones firmes y todo ordenado, como cualquier otro pontífice habría hecho, nunca habria llegado a feliz término, porque el rey de Francia le habría opuesto mil excusas y los otros le habrían infundido mil temores.»
Pero Maquiavelo escribe esto en 1513, con los hechos ya consumados. Cuando se puso en camino para alcanzar al Papa en marcha, y le habló — por primera vez— en Civita Castellana, el 28 de agosto de 1506, también él debía pensar para sí: «ya veremos cuando la empresa esté encaminada». De esta legación — que no es de las más importantes de Maquiavelo— nos importa sobre todo observar su juicio acerca de Giampaolo Baglioni y la toma de Perusa por Julio II. Asustado, Baglioni se ha presentado ante el Papa, en Orvieto, para tratar la rendición; el 13 de septiembre, ju lio II entra en Perusa. Maquiavelo lo refiere a Florencia en carta de la misma fecha: «(...) encontrándose el Papa aquí con estos reverendísimos, aunque la gente de la Iglesia está alojada en torno a estas puertas, y la de Giampaolo un poco más lejos, ello no obstante el Papa y el colegio (cardenalicio) se encuentran a la discreción de Giampaolo y no a la de ellos, y si no le hace daño a quien ha venido a quitarle el Estado, será por su buena naturaleza y humanidad. Qué plazo tiene este asunto: habrá que ver entre 6 y 8 días que el Papa está aquí. Una vez, Giampaolo dice que conoce dos maneras de salvar su Estado: una es la fuerza, la otra es la humildad (...), y que no ha querido tomar la primera, sino inclinarse por la segunda (...). Los infantes para la plaza y para las puertas (...) debían estar en Perusa antes de que el Papa entrase en ella: el Papa ha entrado, y no están...»
El episodio le servirá más tarde a Maquiavelo para demostrar, en el capitulo X X V II del libro I de los Discursos, que «saben muy raras veces los hombres ser del todo malos o del todo buenos». Julio II, llegado junto a Perusa con la decisión, que todos conocen, de «arrancar» a Baglioni de allí, «(...) no esperó a entrar en esa ciudad con su ejército para que lo guardase, sino que entró desarmado, pese a que dentro estaba Giampaolo con mucha gente que para su defensa había reunido. Así que, movido por ese furor con el que gobierna todas las cosas, sólo con su guardia se puso en manos del enemigo (...). Fue advertida, por los hombres prudentes que con el Papa estaban, la temeridad del Papa y la vileza de Giampaolo; y no podían entender a qué se debiera que éste, con su perpetua fama, no hubiese aplastado de un golpe a su enemigo...»
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Y toda vez que no podía creerse que Baglioni lo hiciera por bondad o escrúpulo de conciencia (hombre lleno de todas las iniquidades, como era), se llegó a la conclusión de que hecho tan sorprendente «se debiera a que los hombres no saben ser honorable mente malos o perfectamente buenos; y como una maldad tiene en si grandeza, o es en alguna parte generosa, ellos no saben entrar en ella». Comparad este capítulo con la carta del 13 de septiembre de 1506, y las diferencias saltan a la vista. Es cierto que también en la carta se evidencia la sorpresa de Maquiavelo ante el hecho de que el Papa se pusiera de esa manera «a la discreción de Giampaolo»; pero, en el capítulo de los Discursos se acentúa fuertemente el juego de luces y sombras, precisamente para que de él emerja más clara la «norma» final. En la carta, las tropas de Baglioni están fuera de las puertas de Perusa, y más bien un poco «más lejos» que las pontificias, que están «en tomo a las puertas»; en los Discursos, Baglioni está «dentro» de Perusa y «con mucha gente». Así que, en los Discursos, el peligro a que se expone Julio II es mucho mayor. Más aún: en los Discursos, Baglioni ha reunido esa «mucha gente» en Perusa «para su defensa». Quien lea el capítulo de los Discursos tiene la impresión de que Baglioni se preparaba para defenderse (por 10 cual, nuevamente, crece la temeridad de Julio); mientras que nosotros sabemos, por las mismas cartas de Maquiavelo, que Baglioni se ha trasladado a Orvieto el 8 de septiembre, y «trasladóse de inmediato a los pies de nuestro Señor [Julio II] y ceremoniosa mente le habló», acordándose con el pontífice sobre las siguientes bases: entrega al Papa de todas las fortalezas del Estado de Perusa y de las puertas de la ciudad (y el 9 de septiembre Maquiavelo anota, «lo que está ya hecho»); entrega de uno o dos de sus hijos como rehenes; y Baglioni entrará al servicio del Papa, con su gente armada, contra los Bentivoglio. Así que, de acuerdo con las cartas, el peligro que corriera Julio 11 resulta mucho menor de lo que sugieren los Discursos. Y téngase en cuenta que, como digo, esto resulta de seguir la narración del propio Maquiavelo en sus cartas; porque si se consultan otras fuentes, se tendrían noticias contradictorias a las que él da, en el sentido de que el Papa entrara con sus tropas en Perusa m . Tampoco nos detengamos en el porqué de la remisa conducta '** Cf. L.
von
Pasto » . Suri» dti p»pi d t., III, p. j l j n. 1 .
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política de Baglioni, de la cual (dejando también de lado la osadía del designio a lo Maquiavelo, de «aplastar» al Papa — parte en la cual quizá Maquiavelo se dejara llevar demasiado por el recuerdo de la destrucción de Sinigaglia— , olvidando que el Valentino no había «aplastado» a un pontífice, sino a simples condotieros y principillos, cosa muy distinta) otro historiador florentino, Nardi, comentará más tarde: «Parecióle al Papa, firmado dicho acuerdo, haberse enseñoreado de Perusa, y a los fautores de Giampaolo, haber dado tiempo a disiparse la ira del Papa, el cual, antes de eso, parecía estar del todo dispuesto a castigarle por sus errores.» IM
O sea, que la versión de los Discursos acentúa en gran medida la temeridad de Julio II y le contrapone la «vileza» de Baglioni, pero alterando, a este fin, la situación real que se produjo entre el 8 y el i) de septiembre de 1506. Es éste un ejemplo harto característico por su «tipificación» de determinado hecho o determinada figura, con el objeto de presentar de manera más incisiva una norma general de política, a lo cual ya nos hemos referido. Puede resultar interesante observar que también en Guicciardini se da una nota no muy distinta, y más bien con una discrepancia todavía mayor entre las versiones que ofrece, en dos lugares distintos, del episodio de Perusa. ' En las Historias florentinas, comenzadas alrededor de 1508, Guic ciardini no le da ningún relieve especial al asunto Baglioni: el Papa «vino a Perusa y, llegando a un acuerdo con Giampaolo Baglioni, que gobernaba esa tierra, le otorgó condotta, dejó un delegado en Perusa y redujo esa tierra a su arbitrio...» ,3°. Pero en la Historia de Italia, empezada en 1535, aparecen un Julio II y un Baglioni a la manera de Maquiavelo: «Entró [Julio II] en Perusa sin fuerzas, y de suerte que quedaba en manos de Giampaolo el hacerle prisionero con toda la corte, si hubiese sabido hacer resonar por todo el mundo, en cosa tan grande, esa perfidia que ya había infamado su nombre en cosas tan peque ñas.» 131
Es evidente que esta segunda versión de Guicciardini deriva directamente del capítulo X X V II del libro I de los Discursos de 1» J . N a rd i . lita rle S illa tilla £ F in ab a ..., ed. cuidada y revisada por L . Arbib, Florencia, i S j t ' l t a i , 1, p. §7j . Y rf. O . T o hhasini, tp. t il., I, p. )]<• >» Cap. X X V II. p 10 . cd. cilL. V II. cap. III. cd. ck.. II. p. 17S.
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Maquiavelo, muy bien conocidos, anotados y comentados por Guicciardini. Mucho más importante, por su influencia genera! en el pensa miento maquiaveliano, resultó ser la llamada legación ante el emperador ¿Maximiliano 1 de Habsburgo. Y digo «llamada» porque, en realidad, Florencia había enviado ya ante el emperador a su representante Francesco Vettori; cuando hubo que enviarle nuevas instrucciones, el 17 de diciembre de 1)07, se escogió a Maquiavelo, hombre de confianza del confaloniero Pier Soderini, quien con ello logró su propósito de poner una persona suya junto a Vettori, de quien, por el contrario, no se fiaba. (Nótese que Maquiavelo habría tenido que marchar primero, en lugar de Vettori, y no pudo hacerlo por las protestas que se elevaron en Florencia.)132 Partiendo inmediatamente de Florencia, el mismo 17 de diciem bre, ya el día 25 estaba en Ginebra, y de allí, atravesando Suiza, llegó a Constanza, y de aquí, por Innsbruck, a Bolzano, adonde llegó el 11 de enero de 1508, encontrándose con Vettori. El carácter de su misión hace que las cartas estén casi todas firmadas por Vettori (aunque Maquiavelo fuera consejero autoriza do por aquél), con excepción de una de Maquiavelo, fechada el 17 de enero de 1508 en Bolzano, muy importante; una primera, breve y sin importancia, desde Ginebra, es del 25 de diciembre de 1507, y una tercera, ya en camino de regreso, desde Bolonia, del 14 de junio de 1508. Pero la significación de este viaje reside en los escritos que le inspiró a Maquiavelo: el Rapporto delle cose delta Magna (Relación de las cosas de Alemania), redactada en seguida de regresar a Florencia, el 17 de junio de 1508; el Discorso sopra le cose della Magna e sopra íimperatore (Discurso sobre las cosas de Alemania y sobre el emperador), escrito en 1509 y que, en rigor, es sólo una breve semblanza de Maximiliano I; y el Ritratto delle cose della. Magna (Retrato de las cosas de Alemania), una nueva elaboración del Rapporto efectuada a finales de 1512 o principios de 1515. Nosotros analizaremos sobre todo el Ritratto. Vuelto a elaborar con posterioridad, es un panorama de la situación general y podría decirse que permanente, mientras que omite los problemas políticos 132 « Y fue elegido por obra del confaloniero, quien quería allí a uno de quien poder fiarse, Maquiavelo; disponiéndose el cual para empezar a andar, comenzaron a protestar* muchos hombres de pro, que se mandase a otros...», F. G u i c c i a r d i n i , Storu fiortntim cit., cap. X X V III, p. * 97 .
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singulares y contingentes por los cuales, primero Vettori y Maquia velo después, habían sido enviados a la corte imperial; problemas que, en cambio, en el Rapporto ocupan, como es natural, una parte muy extensa. En el Rapporto y en el breve Discorso sopra le cose delta Magna e sopra l'imperatore nos limitaremos a observar las consideraciones de Maquiavelo acerca de la personalidad del emperador Maximiliano. Se trata de una personalidad en sí contradictoria, con virtudes y defectos notables: «Su índole sencilla y bondadosa es causa de que cada uno de los que tiene alrededor le engañe; y me ha dicho uno de los suyos que cada hombre y cada cosa lo puede engañar una sola ve/, apenas lo ha advertido; pero son tantos los hombres y tantas las cosas, que puede tocarle ser engañado todos los días, por más que lo advierta siempre. Tiene infinitas virtudes; y si atemperase esas dos partes arriba mencionadas, sería un hombre perfectisimo, porque es perfecto capitán, tiene a su país con gran justicia, es sencillo en las audiencias, y grato, y tiene muchas otras partes de excelente príncipe...» (Rapporto). Pero tiene también un grave defecto, es dispendioso. Cuenta con grandes ingresos y pocos gastos, y por todo ello podría, «si fuera un rey de España, hacer en poco tiempo tal fundamento de sí, que todo le resultaría bien (...). Pero él, con todos los susodichos ingresos, nunca tiene un céntimo, y lo que es peor, no se ve adonde van». En el Discorso, un juicio igual y hasta más acentuado: el emperador «es hombre de desprenderse de lo que posee, por encima de todos los demás que en nuestros tiempos, o antes, han sido; lo que hace que esté siempre en necesidad y ninguna suma pueda bastarle, cualquiera sea la condición o suerte en que se encuentre». Un soberano, por tanto, completamente distinto de Luis X II de Francia y de Fernando el Católico de Aragón (este último explícita mente recordado, como contraste de Maximiliano): parsimoniosos y tacaños estos dos, pródigo el emperador. El juicio de Maquiavelo surge en su plenitud en el capítulo X V I de E l principe, en el cual se recomendará al príncipe el «no preocuparse por el mote de misera ble» y no ambicionar el ser tenido por «liberal», toda vez que «un principe así consumirá (...) todas sus facultades (...)»: «en nuestros tiempos no hemos visto hacer grandes cosas más que a los que han sido tenidos por miserables, y a los otros, arruinarse». Y los que han hecho «grandes cosas» son ju lio II, Luis X II y Fernando el Católico. Este grave defecto de Maximiliano incide, pues, en toda su
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política: la «liberalidad» y la «sencillez» son las dos cosas que te arruinan. La primera hace que le falten medios para cualquier gran empresa; la segunda es causa de que, por más que desee hacer cosas por sí mismo, que sea «secretísimo» y que no se aconseje de nadie, termine, sin embargo, «creyéndoles a todos» y, por ello, sea extremadamente voluble: «Es variable, porque hoy le apetece una cosa, y mañana, no; no se aconseja con nadie y les cree a todos; quiere las cosas que no puede tener, y de las que puede tener se aleja, y por eso toma siempre sus decisiones al revés» (Discorso).
De suerte que, en Maximiliano de Habsburgo, Maquiavelo ve una figura de jefe de Estado totalmente distinta de la que estaba habituado a conocer. Nada hay en él de Luis X II o del Católico; nada de Julio 11; nada de César Borgia. También el Valentino había sido «secretísimo», pero en aquel caso, el «secreto» era real y sustancial. Aquí, la «reserva» del Habsburgo es algo que hace sonreír, porque su inconstancia, sus «continuas agitaciones de ánimo y de cuerpo», que con frecuencia le llevan a deshacer por la noche «lo que concluye por la mañana», le hacen involuntariamente víctima de sus consejeros. Similarmente, aunque de manera mucho más positiva, Alemania le parece a Maquiavelo algo muy distinto de los países que ya conoce, Italia y Francia. Cuando hablamos de Alemania, recordamos que Maquiavelo conoce ya, por experiencia directa, aunque fugaz, Suiza y la Alema nia meridional (Constanza), así como el Tirol (entre enero y mayo de 1508 se mueve entre Bolzano, Trento e Innsbruck). Se trata, pues, de una experiencia directa muy limitada, por lo que algunos juicios (el que formula, por ejemplo, acerca de la pobreza y tosquedad de vida de los alemanes) pueden resultar adecuados para las comarcas alpinas que ya conoce, pero no para otras partes de Alemania, que también disfrutan ya (las ciudades hanseáticas, por ejemplo) del refinamiento y la opulencia en el vivir ,3i. Efectivamente, lo primero que le impresiona a Maquiavelo es la riqueza «pública», es decir, la del erario público de las ciudades, que gastan poco y sólo para mantener «vivas las municiones (...). Y en esto observan un orden muy hermoso, porque siempre tienen en lo público qué comer, qué beber y qué quemar para un año; y así ,u Cf. O. T om uasini. op. «/., I, pp. 410-4 *1; A . R f.nauoet , Macbiart/ cil., pp. 61-62.
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trabajan sus industrias para poder, en un asedio, alimentar a la plebe y a los que viven de sus brazos por un año entero, sin pérdida». No gastan en soldados, «porque tienen a los hombres suyos armados y ejercitados», y cada día de fiesta, esos hombres, «en lugar de juegos», hacen ejercicios militares (en esta observación de Maquiavelo acerca de las fiestas y los ejercicios militares, que falta en el R apporto, se evidencia la intención de situar a los alemanes como ejemplo práctico de su sistema de la «ordenanza» florentina). Pero también los particulares son ricos, por esto: «(...) que viven como pobres, no edifican, no se visten y no tienen muebles en casa; les basta con que les abunde el pan y la carne, y con tener un calentador para protegerse del frío; y los que no tienen las otras cosas, prescinden de ellas y no las buscan. Gastan en ponerse cosas dos florines cada diez años, y cada cual vive, con arreglo a su nivel, en esta proporción; y nadie tiene en cuenta lo que le falta, sino lo que necesita; y sus necesidades son mucho menores que las nuestras».
En este cuadro es evidente no sólo que Maquiavelo habla sobre la base de una experiencia directa sumamente limitada, y limitada precisamente a las regiones más pobres (alpinas) y de vida más dura, sino que también se transparenta la intención polémica de contrapo ner una Alemania ruda y tosca, pero fuerte, a la excesivamente refinada civilización del Renacimiento en Italia, suntuosa y magnífi ca, pero también apropiada para debilitar los ánimos. Piénsese en la invectiva final de E l arte de la guerra (libro VII): «Creían nuestros príncipes italianos, antes de probar los golpes de las ultramontanas guerras, que a un príncipe le bastaba (...) adornar se de gemas y de oro, dormir y comer con mayor esplendor que los demás, tener bastante lascivia alrededor (...)»; o también el proemio del libro I de los Discursos, en la parte donde deplora que no se imite a los antiguos en la política y en la milicia, mientras que «muchas veces (...) un fragmento de una estatua antigua se haya comprado a gran precio». La intención polémica tiende, pues, a crear la imagen de una Alemania tosca, pero fuerte, frente a una Italia refinada, pero débil. Estamos de nuevo, en cierto modo, ante la Germama de Tácito, libre y fuerte, opuesta a la corrupción del mundo romano ,34. En cambio, son precisas y justas las consideraciones económicas siguientes: «en su país siempre entra dinero que es llevado por IJ* Aun cuando en los escritos de Maquiavelo sobre Alemania no se encuentre ninguna alusión a la Cermania de Tácito, cf. O. T ommasini, op. tit., I, p. 42). n. 1.
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quienes quieren sus mercancías (...), con las que casi está adornada toda Italia». Es cierto que, a la sazón, las exportaciones alemanas, sobre todo de fustanes, telas de cáñamo y lino, productos metálicos, armas, etc., tenían amplia colocación en el mercado italiano ,3S. Así que los alemanes «disfrutan con su tosca vida y su libertad». Pero el problema capital es siempre el político, y es en este aspecto donde Maquiavelo capta mejor la situación germana. Emperador, príncipes (eclesiásticos y seculares) y comunidades libres son las tres fuerzas de la vida política alemana. Las más poderosas son las comunidades, «que son el nervio de aquella provincia en la que hay dinero y orden». A la greña las comunidades con los príncipes, por razones obvias; a la greña el emperador con los príncipes, y también en este caso son evidentes los motivos. Pero tampoco entre el emperador y las comunidades hay concordia: si aquél llegara a ser demasiado poderoso, «aspiraría a reducirlas para poderlas manejar a su modo». Por eso, éstas son «frías» en su ayuda al emperador, toda vez que desean mantener su libertad y no «adquirir imperio»; por eso también, «esa su potencia» resulta «pequeña y poco útil para el emperador». El resultado final es, pues, que la «potencia de Alemania», que «abunda en hombres, en riquezas y en armas», y que es grande, no se traduce en potencia efectiva del emperador. Los venecianos, que conocen bien Alemania por sus tráficos, lo han comprendido perfectamente; y por lo mismo, cada vez que han tenido tratos con el emperador, «siempre se han puesto en honorables», mientras que, «si hubiesen temido a esa potencia, habrían hecho algún ajuste, o por vía de dinero o cediendo alguna tierra». La última parte del R itratto está dedicada a las cualidades militares de los alemanes: excelente infantería, sobre todo, pero para batallas campales, no para la expugnación o la defensa de fortalezas y ciudades fortificadas. Es ésta, pues, la «lección de las cosas» que Maquiavelo sacó de su breve estancia en tierras tudescas; lección, como se ha visto, en parte estilizada y construida con intención polémica, buscando evidentes contrastes de luz y sombra con Italia; pero de magnitud suficiente para ejercer una influencia nada pasajera en su pensamien to. Efectivamente, más tarde, en las obras mayores, encontraremos el eco de esa lección; por ejemplo, en los Discursos, libro II, capítulo C f. I;. Braudel, L a Méditerranée et le monde medi/erranéen a f¿peque dt Pbttippc //, 1'aris, 1949» p. $40. (Existe versión castellana: l i l Mediterráneo y el mundo mediterráneo en la ¿pota de Velipe //. cd. rondo de Cultura Económica, México, 2.* cd., 19 ^ .)
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X IX : «como hacen las repúblicas de Alemania, que de esta manera viven y han vivido libres durante mucho tiempo»; pero, sobre todo, en la comprobación de que, así como Italia está toda «corrompida», y Francia y España lo están en buena medida, al punto de que estas naciones «todas juntas son la corruptela del mundo», en Alemania se ve, en cambio, que «esta bondad y esta religión son en esos pueblos todavía muy grandes, lo que hace que muchas repúblicas vivan libres allí, y observan las leyes de tal manera que nadie, ni de fuera ni de dentro, se atreve a ocuparlas». I-a bondad de esos pueblos «es tanto más de admirar en estos tiempos, cuanto que es más rara, y más bien se ve que ha permanecido sólo en esa provincia» (Discursos, libro I, capítulo I-V). De suerte que la idealización de Alemania, que comienza con el Rapporto, continúa en los Discursos, constituyendo el punto de comparación entre los pueblos corrompidos de hoy y los no corrompidos y libres. Sólo cabe observar que también en este caso se verifica esa alteración de los datos reales que ya hemos observado en Maquiavelo cuando pasamos de las primeras noticias, cartas o relaciones, a la ulterior elaboración doctrinaria. Porque en los Discursos, libro 1, capítulo L V , dice que una de las causas de la «bondad» de Alemania reside en que «en esas repúblicas donde se ha mantenido el vivir político e incorrupto, no soportan que alguno de sus ciudadanos sea ni viva como un gentilhombre; al contrario, mantienen entre ellos una equitativa igualdad...» Pero es que tanto en el Rapporto como en el Riiratto había dicho, en cambio, que los suizos son hostilizados en «toda Alemania». Podría parecer extraño «(...) que los suizos y las comunidades sean enemigos, teniendo tanto unos como otras el designio de salvaguardar la libertad y guardarse de los príncipes; pero esta antipatía se debe a que los suizos no sólo son enemigos de los principes, como las comunidades, sino que también son enemigos de los gentilhombres, porque en el país de ellos no los hay de ninguna especie, y disfrutan, sin distinción alguna entre los hombres (...), de una libre libertad. Este ejemplo de los suizos atemoriza a los gentilhombres que han quedado en las comunidades [de Alemania], y toda la ocupación de dichos gentilhombres consiste en mantenerlas separadas y poco amigas de ellos». Es evidente que, en los Discursos, Maquiavelo confunde en una a la comunidad suiza con la alemana, atribuyendo a esta última la estructura política y social de la primera.
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Tras el regreso de Maquiavelo de la corte del emperador Maximiliano, la situación general se precipita. Es cierto que Florencia logra, por fin, terminar su prolongada y agotadora guerra con Pisa, que ha constituido un grave obstáculo, durante más de un decenio, para su política general: el 8 de junio de 1 509, los florentinos vuelven a entrar en Pisa, obligada a rendirse. Pero el 14 de mayo, en Agnadello, el ejército de los venecianos había sido derrotado por los franceses. Se había entrado en la fase, decisiva para la historia de Florencia, que de la Liga de Cambrai conduce a la Liga Santa, la coalición antifrancesa, y de ésta a la caída de la República de Sodcrini. Por el momento, todo parece apuntar solamente contra Venecia, si bien Maquiavelo, enviado en noviembre y diciembre de 1509 a Mantua y Verona, por un pago que hay que efectuar a los tesoreros del emperador, tiene que anotar que «los lugareños y la plebe ínfima son todos venecianos» (carta del 22 de noviembre, desde Verona; y cf. cartas del 26 y 29 de noviembre y i de diciembre). Ahora bien, el derrumbamiento de Venecia satisface a Maquiavelo; lo que en realidad le preocupa es que, mientras los venecianos «van embau cando a diestro y siniestro para tentar al pueblo» (carta del 22 de noviembre), el rey de Francia y el emperador — desconfiando mutuamente, pese a estar aliados— no terminen de decidirse a emprender la guerra abierta, porque «cuanto más estos príncipes llevan estas guerras lentas, tanto más aumentará en los pobladores la gana de volver a los primitivos amos [los venecianos] (...), de manera que si estos reyes se están vigilando el uno al otro y no hacen que esta guerra sea grande y breve, podría ocurrir que estas tierras regresaran más rápido de lo que partieron» (carta del 29 de noviembre). Si los coaligados de Cambrai prosiguen así, perdonán doles la vida a los venecianos, «créese (...) que en una hora puede darse una situación que haga arrepentirse a los reyes, los papas y todo el muñdo, de no haber cumplido con su deber en el momento debido» (carta del 7 de diciembre). Esta actitud tenazmente antiveneciana caracteriza también al Dtctnnale secondo, comenzado, al parecer, precisamente entonces, pero que quedó interrumpido l36. El mismo título, O tftm aít, y e) comienzo («Los accidentes y la furia suma / habidos en los diez años pasados / desde que aquella vez dejé la pluma»), que alude directamente al Decen/uJt p rim , escrito en 1504, nos llevan empero al año 1)14 - Además, a una fecha posterior al derrumbe de la República de Florencia y al término, para Maquiavelo, de sus funciones de canciller, como inducen a pensar alguno de los versos siguientes, com o los 7*9: «(...) y del cantar osado / han de
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Aparte del elogio de Gíacomini, ya mencionado, las partes más notables — por supuesto que políticamente, puesto que tampoco en este caso cabe hablar de poesía— son, efectivamente, las que se refieren a Venecia, y las consecuencias generales que Maquiavelo extrae del caso veneciano (versos 175-195): «Finalmente Marcos se quedó en la calle: luego que de Vailate salió perdidoso cayó de su escalón, que estaba tan alto.» Gtída de Venecia, provocada, al decir de Maquiavelo, por la actitud agresiva de la misma Venecia contra Maximiliano y por las conquistas que esta República llevó a cabo en la guerra contra el de Habsburgo, en los primeros meses de 1508 (versos 127-1)5): «Ni Marcos en la defensa quedó satisfecho; hirióle en casa... Las cuales [tierras] después fueron esa comida, el perverso bocado, el venenoso alimento, que de San Marcos el estómago ha estragado.» ¡Pero qué lección para todos hay que extraer de estos acontecimien tos! «¡Marchaos ya, oh, soberbios, con el rostro alterado vosotros que los cetros tenéis, y las coronas, y del futuro no sabéis la verdad! Tanto os ciega vuestra ansia actual, que os tiende un grueso velo sobre los ojos y no veis las cosas alejadas. De donde deduzco que el girar del cielo, de éste al otro vuestro Estado gira más rápido que el paso del calor al hielo; llorarme, de aquí a mucho tiempo, / aunque casi el dolor me haya extraviado». |No era la derrota de Venecia la que pudiera «extravian» de dolor a Maquiavelo! ¡Y también los «cambios de reinos, imperios y estados / Que contempló d itálico sitio», obligan a pensar en quebrantos que no fueran, precisamente, el de Agnadetto! Para demostrar que lúe compuesto en 1)09 suelen aducirse las expresiones de una cana de Maquiavelo a Luigi Guicciardim, de Verona, del I de diciembre de esc año: «Aguardo la respuesta de Gualticri a mi patarata» (cf. carta al misino, d d 10 de noviembre: «y en cuanto a componer, sigo pensando en dio»). Además, las alusiones precisas a la situación política de Venecia y al emperador Maximiliano nos sitúan justamente en d otoño de 1509. Lo s últimos versos d d th a rn u k («(Maximiliano) levantó las gentes (de Padua], cansado y agobiado; / perdió Vicenza por mayor oprobio...») aluden al fracaso d d emperador, obligado a abandonar, d 2 de octubre, el asedio de Padua, y a devolver Vicenza a Venecia, a mediados de novtemlire de 1)09 (cf. la cana de Maquiavelo, desde Mantua, d d 17 de noviembre). Puede ser, enton os, que Maquiavelo haya hecho una primera redacción en noviembre de 1)09, y que haya vu d to a la tarea, insertando los primeros versos, más tarde, en 1 ) 1 4 , pero sin continuar el trabajo, c) cual seria, pues, en su práctica totalidad, de 1509.
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que si vuestra prudencia girase a conocer el mal y remediarlo, mucha potencia al cielo quitaría.» Son pensamientos que ya hemos aprendido a conocer: «lo útil presente» que ciega a los hombres, incluidos los políticos, y no les deja prever el futuro; «pensar más en el cómodo presente que en el bien que pucdicre resultar después», había dicho Maquiavelo ya en i j o o , refiriéndose al rey de Francia; «un natural defecto de los hombres, primero, querer vivir día a día», le escribirá a Vettori el 10 de agosto de 1513 ,37. De ahí el poder del «cielo» sobre las cosas humanas. La «fortuna» vuelve aquí a identificarse con el «cielo», como en las Parole da dirlt sopra la provisione del danaio; es decir, con una fuerza oscura y mítica, que en este caso hasta parece identificarse con los astros (el «girar del cielo» que hace «girar» los estados). Pero ello se debe a que, también aquí, esos influjos astrológicos, esa mística fuerza del cielo, puede actuar porque la «prudencia» humana, no previendo los males, no les pone coto por anticipado. De suerte que la imagen del cielo tiene, también en estos pasajes, un claro sabor naturalista, y por ello es análoga a la imagen de la fortuna-río que contiene el capitulo X X V de E l príncipe. Pero, al igual que en ese caso, también aquí la «prudencia», la virtud del hombre, puede limitar, y mucho, los efectos trastornantes de las fuerzas de la naturaleza. Volviendo a Venecia, está claro que también a ella le imputa Maquiavelo esa poca «prudencia», el no saber «la verdad del futuro». Venccia ha tenido demasiada «sed» de conquista (recuérdese el Decennale primo, «Marcos, de sed y de temores lleno») y ha pagado las consecuencias. Este duro juicio acerca de Venecia es, por lo demás, constante en Maquiavelo. Se lo formulará también a Vettori, en la carta del 26 de agosto de 1313: mis amigos «(...) saben caían poco estimaba yo a los venecianos, etiam en su mayor grandeza, porque me parecía siempre mayor milagro que hubieran adquirido ese imperio y lo mantuvieran, que lo perdieran (...). Lo que me impresionaba era su manera de proceder sin capitanes ni soldados propios» 13í.
™ L rtim Ja m ilitri cit., C X X X I, p. >7!.
•» leu., cxxxiv, P. »9).
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Alterando también aquí la realidad histórica, que él mismo había verificado y registrado en las cartas desde Verona, entre noviembre y diciembre de 1)09, llegará a decir que «si aquel contra quien se ha conjurado es de tanta virtud, que no se haga súbitamente humo, como hacen los venecianos [después de Agnadello]...» I39. De aquí se pasa al duro — e injusto— juicio acerca de Venecia consignado en E l principe, capítulo X II, y en los Discursos, libro I, capitulo VI; libro II, capítulos X , X IX , X X X ; libro III, capítulo X I y, sobre todo, el X X X I , donde se encuentra el más abrupto comentario sobre Venecia, ejemplo de un «vicio» que se contrapone al ejemplo de «virtud» que ofrecen los romanos, y donde se habla de la «vileza y abyección de ánimo» de los venecianos.
Pero sucedió que la tempestad, que al principio parecía arreciar sobre Venecia, iba a cambiar de rumbo, para al final abatirse precisamente sobre Florencia. Reconquistadas las ciudades de Romaña que Venecia había ocupado en perjuicio de la Iglesia (recuérdese la legación de Maquiavelo en Roma, en noviembre de 1503), Julio II se reconcilia con Venecia (13 de febrero de i j i o ) . Al hacerlo chocaba, sobre todo, con Luis X II; y comenzaba su acción para crear una liga antifrancesa y expulsar de Italia al rey de Francia. Encontró, desde luego, el apoyo de Venecia, y también el de Fernando el Católico (a quien concedió la investidura de Nápoles, que hasta entonces le había sido negada, en julio de 1310) y de los suizos, con los cuales — merced a los buenos oficios del obispo de Sitten (Sion), cardenal Mathias Schiner— logró concertar una alianza el 14 de marzo de 1510, asegurándose la formidable aportación militar de los doce cantones ¡unto con Valais. La ruptura entre Julio II y Francia sobrevino entre junio y principios de julio. E l Papa trató de hacer que se rebelara Génova, a la sazón dominio de Luis X II; atacó el duque de Ferrara, Alfonso d’Este. En esos críticos momentos, Maquiavelo es enviado por tercera vez a la corte de Francia, aunque con carácter provisional, es decir, como oratorc, y no como embajador. Las instrucciones que le da Pier Soderini el 2 de junio de 1510 ratifican el punto inamovible de la política florentina del tiempo: ,3’ A Vettori, to de diciembre de I J 14 , iM ., C L IV , p. J 7 J .
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alianza con Francia. Tú, Maquiavelo, le dirás al rey que «yo no tengo más deseos en este mundo que tres cosas, a saber, el honor de Dios, el bien de mi patria y el bien y el honor de Su Majestad el rey de Francia. Y toda vez que no puedo creer que mi patria pueda tener bien alguno sin el honor y el bien de la corona de Francia, no puedo considerar al uno sin el otro» 14°. Pero Soderini aspira también a evitar un choque frontal entre Francia y el papado: «Dirále [al rey] que me parece bien que Su Majestad haga todo lo posible para no romper con el Papa; porque, aunque un Papa amigo no valga para mucho, enemigo molesta bastante, por la reputación que se adjudica a la Iglesia y por no poder hacerle la guerra de directo sin granjearse enemigos en todo el mundo.» Lo que Luis XII debe hacer, para conservar su «reputación y poderío en Italia», es: primero, mantener «batidos» a los venecianos, quizá — y sería «excelente cosa»— haciéndoles atacar en Dalmacia por el rey de Hungría, «porque si perdiesen esos lugares, sería su completa ruina, y el rey no tendría que temer que resurgieran»; y segundo, «tener contento» al emperador. Pero el Papa debe «entretenerlo», es decir, no echárselo encima (en esos momentos no se había producido aún la ruptura abierta). En otras palabras: un conflicto entre Francia y el papado pondría a Florencia en la más difícil y peligrosa de las situaciones, por un lado a causa de su alianza con Francia, y por el otro, por su situación en el centro de Italia, en contacto directo con los estados pontificios y al alcance inmediato de una ofensiva papal, con un Julio 11 cuyo ímpetu y resolución ya se conocen sobradamente. Por tanto, esta legación de Maquiavelo es de extrema importancia *141; así también él, en un determinado momento, asume una iniciativa audaz, con personalidad de hombre de acción, adecuada para tratar de salir de la peligrosísima situación que se agravaba cada vez más. Digamos ante todo que, en Francia, Maquiavelo no encontró ya a su viejo interlocutor de 1500, el cardenal d’ Amboise, muerto el 25 de mayo de 1510. En su lugar, como primer consejero de Luis X II, * * En Optrt cit., V I, pp. i - j . 141 D e e s a legación nos han llegado, además de los textos expedidas, las minutas de las caras, que en algunos casos permiten poner nombres precisos en los sitias donde el texto oficial y definitivo contiene designaciones genéricas y alusiones (cf. O. T ommasini, op. d i., I, pp. 494-496 y 49S, n. 17 ; ViLUtat, op. cit.. II, p. i | i , n. a). E llo demuestra que Maquiavelo observaba un cuidado mayor incluso que el habitual.
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pero sin su prestigio, está Rubertet, con quien Maquiavelo sostendrá varias conversaciones. Prosigamos, pues. En cierto momento, entre fines de julio y los primeros días de agosto, el nuncio pontificio en Francia, Camillo Leonini, obispo de Tívoli (a quien Maquiavelo define, en carta oficial del 5 de agosto, como «un hombre de gran autoridad aquí, y a quien estos movimientos le duelen hasta el alma»), lanza la idea de una mediación entre Luis X II y Julio II. Hacía falta encontrar «mediador de confianza que, por el bien de toda la cristiandad, máxime de Italia, interviniera». Y Rubertet manda llamar a un florentino, Giovanni Girolami, quien atendía en la corte de Francia los intereses del cardenal Soderini; y le hace un bonito discurso sobre la necesidad de paz, y en cuanto a que aquí, en Francia, «el Papa encontrarla (...) reciprocidad, si tuviera a bien calmarse (...), pero que veía mal la manera de conducir los asuntos, si un tercero no intercedía, porque el rey no desearía nunca ser el primero en doblegarse, ni él [el Papa] por ventura haría nada semejante...» Sólo Florencia podía cumplir esa tarea de mediación. Girolami se hace aconsejar por Maquiavelo: nuevas conversacio nes de ambos con Leonini y Rubertet, de I^eonini y el propio Luis X II (quien declara que «si el Papa me hace una demostración de amor del tamaño del canto de una uña, yo se la haré del de un brazo») M2; toma de posición de Maquiavelo, que aprueba la idea, pero «dije que, para que Vuestras Señorías tomaran este partido de mejor gana, era menester que yo pudiera escribirles que esta empresa le place al rey y que Su Majestad está satisfecha de que lo tomen, y que si el rey no me lo quisiera decir, al menos me fuera dicho, de parte suya, por sus consejeros». Por ello, Girolami parte para Florencia, encargado de comunicárselo todo a la Señoría (carta del 3 de agosto de 1510). Obsérvese que, al requerir el compromiso explícito de que Luis X II acepta la mediación de Florencia, Maquiavelo, es cierto, por un lado se ha puesto a cubierto (en el sentido de que la corte de Francia no podrá declarar después que se trata de una iniciativa no autorizada); pero, por el otro, también compromete ipso fa do a su gobierno, al cual ahora le será mucho más difícil declinar el delicado encargo, puesto que se sabe que lo desea el rey de Francia. En otros14 2 142 Hay, a este respecto, una ligera equivocación de O. T ommasini, op. cit., I, p. jo t , quien consigna esta conversación como mantenida entre Luis X l l y Girolami, siendo que en realidad se desarrolló entre el rey y el hombre «de autoridad que antes se menciona», esto es, Leonini (cf., justamente, F. N i m , op. cit., 1, p. 402).
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términos: Maquiavelo no se limita a los «sondeos» o, como suele decirse en la jerga diplomática, a las «aperturas» oficiosas, sin darles inmediatamente cariz de oficialidad; en realidad, compromete ya a su gobierno. Por el contrario, en Florencia, las dudas son muchas; basta con leer la respuesta de los Diez a Maquiavelo, el 18 de agosto I43: «a menudo no alcanza con la buena voluntad e intención para llegar a un efecto». Con Julio II hemos tratado ya varias veces de intervenir en favor de la paz, pero siempre sin buenos resultados, y «por esta razón no sabemos cuánto queda esperar de esta gestión (...)» Claro que Florencia se mueve de conformidad con la propuesta de Maquiavelo, pero es una acción sin fe desde el comienzo; y la conclusión es: «No cabe hacer nada más que aguardar al final; que, si resulta según nuestros deseos, no nos satisfaría menos que si hubiésemos (...) duplicado (...) nuestro Estado.» Iniciativa muy personal, pues, y osada, ésta de Maquiavelo, aunque los primeros pasos fueran dados por el nuncio pontificio, seguido de los franceses. Lo decide a ello la angustiosa — y justa— preocupación de «(...) que a vuestra ciudad no pueda afectarle el más pavoroso infortunio de la enemistad de estos dos principes [Luis XII y el Papa), por las razones que hasta los ciegos y sordos pueden ver y oír; y todos los medios que puedan adoptarse para llegar al acuerdo, los considero buenos». Nótese la resolución del juicio, que resalta más aún en el razonamiento que sigue, construido siempre en base a dilemas: «(...) ni veo, en siendo Vuestras Señorías mediadoras [del acuerdo], que puedan otra cosa que salir ganando; porque o se logra o no; en lográndose, se sigue esa paz que nosotros esperamos y deseamos, y se ahuyentan los peligros que la guerra podría acarreamos a casa; y tanto mayor será vuestra satisfacción, cuanto que tendréis más participación, quedándoos obligados el rey y el Papa (...). Cuando no se lograre, esta Majestad os quedará agradecida, habiendo hecho vosotros lo que él ha consentido y dándole más justo motivo de fundar sus querellas contra el Papa a la vista de todo el mundo; y tampoco el Papa podrá quejarse de vosotros por haber propugnado la paz, si él no la quiere, y le hicieseis frente en la guerra. Todas estas razones me han hecho implicarme de buena gana en estas gestiones. Cuando Vuestras Señorías lo aprobaren, lo apreciaré; cuando no, me t«> En Optrt cit.. VI, p. 7 1 y $5.
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excusarán, porque según lo que aquí veo no podía juzgar la cosa de otra manera». Hasta la disculpa final es de tono muy diferente al de aquellas que Maquiavelo pedía antes, al principio de su carrera: entonces, también desde Francia, con Della Casa, decía que «preferimos errar escribiendo que errar no escribiendo» (carta del 3 de septiembre de 1300); ahora afirma que aquí, en Francia, no se pueden ver las cosas más que como ¿1 las ve. El tono es fírme y seguro. Y lo es también el de las cartas de toda esta misión, tan importante precisamente porque nos muestra a un Maquiavelo que ya ha llegado a la plena madurez de juicio y pensamiento. Su misma decisión al inducir al gobierno de Florencia a hacer esto o lo otro es prueba suficiente de ello. Lo hemos hecho notar antes, y añadamos ahora otras advertencias de Maquiavelo a la Señoría: «Pero, magníficos señores, si su deseo es no perdérselos |a los franceses], precisan demostrarles que quieren ser amigos suyos», y «piensen Vuestras Señorías con su habitual prudencia en resolverse pronto, a fin de que su resolución sea mejor acogida» (carta del 22 de julio); pero especialmente la exhortación de la carta del 9 de agosto: «(...) y crean Vuestras Señorías, como se cree en el Evange lio, que si entre el Papa y esta Majestad hay guerra, no podrán por menos que declararse en favor de una de las partes, salvando todos los respetos que se tengan por la otra». Lo que impresiona ante todo es el tono: Maquiavelo quiere que Florencia crea en su juicio como en el Evangelio. Es el tono de un hombre ya muy seguro de si, convencido de poseer — dirá después, en la dedicatoria de E / príncipe a Lorenzo de Médicis— «el conocimiento de las acciones de los grandes hombres, aprendido con una larga experiencia de las cosas modernas y una continua lectura de las antiguas». Aunque también impresiona el juicio en sí: en caso de conflicto entre el rey de Francia y el Papa, a Florencia le será imposible permanecer neutral; antes bien, deberá inclinarse abiertamente por uno o por el otro. Juicio exactísimo; pero, aun por encima de la valoración de ese problema determinado, hay en él lo que ya hemos observado como una de las «constantes» del pensamiento maquiaveliano: la decidida aversión por los «caminos intermedios», por la indecisión y por el tratar de tranquilizar a todos. Por eso, al proseguir exponiendo su personal manera de ver en esa carta del 9 de agosto, indudablemente una de las más importan tes que haya escrito durante su vida pública, por eso — dado que
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habrá que decidirse en caso de guerra, y, para Maquiavelo, tal decisión no puede ser más que en favor de Francia— , vosotros, señores florentinos, tenéis que pensar desde ahora en las posibles ganancias en caso de victoria: «(...) y porque estáis en la necesidad de hacer lo que antes se dice [declararse en favor de una parte], vuestra ciudad corre cierto peligro; opina quien os ama, que el partido más sabio es no correrlo sin contrapeso de ganancia. Vosotros no pensáis cosa alguna acerca de Lucca; ahora es el momento de pensar algo; y además, hoy, yendo a conversar con él [Rubertet], me expuso los mismos razonamientos, y es más, me dijo si el ducado de Urbino estaba bien. Yo (...) me tomé tiempo (...) porque no estoy para entrar en cosas sin saber el talante de las Vuestras Señorías, pero bien veo que esto aumenta las sospechas de ellos, y tanto más piensan en forzaros a declararos en su favor. Ni creo que con la observancia exacta de los capítulos sea suficiente, que ellos querrán ir más allá, porque si los capítulos sólo hablan de defensa, ellos querrán impulsaros a la ofensiva, para teneros más obligados hacia ellos, de suerte que se cree que tendréis que hacer esa declaración de cualquier manera, si la guerra se produce, o tornaros en enemigos suyos. Tampoco os persuadáis de que en esto os tengan respeto ni crean que no pueden pasarse sin vosotros, porque su soberbia y su poder no les deja rebajarse; y si se mantienen firmes durante una hora respecto de algún tema, de inmediato lo desmienten; sin embargo, quien acá os ama considera que es necesario que Vuestras Señorías, sin aguardar a que los tiempos se les echen encima y la necesidad les apremie, sopesen todos estos requerimien tos, y discurran y se encaminen adonde puedan dominarlos, y en cualquier caso tomen una decisión al respecto; y en juzgando que son de necesidad, se descubran abiertamente en favor de este rey. Bueno será que en el momento conveniente piensen en su provecho, toda vez que, donde quepa pensar en perder amigos y Estado, cabe también pensar en ganancias; porque si Vuestras Señorías juzgan que está bien arriesgar la fortuna junto a Francia, la cosa está en unos términos tales que de buena parte de Toscana dispondríais como os pareciere; y se iría a una empresa ajena con un censo anual desde hace tiempo conveniente. Y como la ocasión tiene corta vida, conviene que os resolváis pronto». Como veis, es una directriz política general, muy clara y precisa, la que Maquiavelo señala a su gobierno, siempre a partir de unos principios que son constantes y centrales en su pensamiento: la ambigüedad y la lentitud de la decisión son características de los estados débiles, como habrá de decir en el capitulo respectivo de los Discursos (libro II, capítulo X V ); a la ocasión hay que cogerla al
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vuelo, y la fortuna es mujer y por ello amiga de los impetuosos y no de los «respetuosos»; es imposible pretender «(...) poder tomar partidos seguros [es decir, sin peligros]; más bien piense en tomarlos todos dudosos; porque en el orden de las cosas se encuentra esto, que nunca es posible rehuir un inconveniente sin incurrir en otro; pero la prudencia consiste en saber conocer las cualidades de los inconvenientes, y en dar por bueno al menos malo» {E l príncipe, capítulo XXI). En carta del i j de agosto, Maquiavelo insiste: «(...) veo que las cosas siguen por el camino que dije, esto es, que ellos irremediable mente os quieren mezclar en esta guerra; y sin embargo es para pensar tanto más en lo que escribí entonces, y pensar en poder ganar donde se considera poder perder»; y de nuevo el 27 de agosto: «(...) sin embargo, no me aparto de la opinión que os escribí con otra, cuando la tuve ante mí, de que se inclinen por implicaros en esta guerra abiertamente»; y el j de septiembre inserta una agudeza muy propia de Maquiavelo: «(...) y si de esta manera se corriese algo de peligro, ya saben [Vuestras Señorías] por su prudencia que nunca se manipularon grandes cosas sin peligro...» Tajante diferencia de actitud entre Maquiavelo y el gobierno florentino, el cual, temeroso de Julio II, muy bien armado ahora, en condiciones de golpear al Estado florentino donde lo deseare y, «además de todas estas cosas, tiene en sus manos la nación nuestra en Roma», y convencido de que «la enemistad de un Papa como éste no puede ni debe tomarse al acaso», desea en cambio «andar con respeto, para no descubrirnos antes de tiempo», y trata de no comprometer su «seguridad». En cuanto a las ofertas que hacen los franceses, para el caso de victoria, de Lucca, Siena y otras ciudades, «(...) no nos parece llegado el momento, porque en las ganancias hay que pensar cuando la riada baja y no cuando viene; y aparte de esto, no vemos por ahora que podamos entrar sin esfuerzo en pensamien tos semejantes, y creemos más a propósito para nosotros echar mano ahora al escudo y no a la espada» ,44. Entre Maquiavelo y sus mandantes, desde el principio (recuér dense las instrucciones de Soderini, del 2 de junio), sólo hay en común la preocupación por la gravedad del momento; y Maquiavelo hace apenas veladas alusiones a las reponsabilidades de Julio II m Carta del 27 de agosto de i f t o a Roberto Acciaíuoü, enviado como embalador a Francia (Opert d t.. pp. 91-9))-
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(«pareciéndoles a todos que busca arruinar a la cristiandad y terminar de agotar a Italia», carta del 26 de julio), alusiones que culminan en la carta del 18 de agosto: «(...) que Dios haga que acontezca lo que mejor sea, y saque del cuerpo del Papa ese espíritu diabólico que ellos dicen que se le ha metido, a fin de que no os pisotee a vosotros y el se entierre; que en verdad, si Vuestras Señorías estuviesen en otro lugar, sería de desearlo, para que aun a esos curas les tocase en este mundo algún bocado amargo». Adviértase la imprevista irrupción final de este juicio, que es también un desahogo absolutamente personal; en sustancia — o sea, el deplorar de la política de Julio II, que a Italia le reportaba la guerra— , se encuentra también en las cártas de los Diez de Bailiazgo a Maquiavelo y a Acciaiuoli (por ejemplo, en las del 18 y el 27 de agosto); pero esta sustancia apenas distinta adquiere, en el estilo de Maquiavelo, una agresividad y violencia que ya nada conserva del estilo oficial, sino que es la abierta irrupción del patbos individual que se alza contra la política de la curia romana y, sobrepasando el hecho particular del momento, se eleva al rango de invectiva contra «esos curas» a los cuales convendría que les tocase «algún bocado amargo» del mundo. Acuden a la mente, leyendo esta frase, la ironía que más tarde pondrá en el comienzo del capitulo X I de E l principe («Ellos solos tienen estados, y no los defienden; súbditos, y no los gobiernan»), y, sobre todo, el capítulo X II del libro I de ios Discursos, que hace a la Iglesia romana responsable no sólo de la falta de unidad política de Italia, sino también .de la corrupción y el desorden moral de los italianos. No es que Maquiavelo se sienta cegado por un apasionado amor por los franceses. Todo lo contrario. La carta del 9 de agosto contiene juicios acres acerca de ellos: «su soberbia y su poder no les dejan rebajarse, y si se mantienen firmes durante una hora respecto de algún tema, de inmediato lo desmienten (...)» En la carta del 2 de septiembre se critica duramente la acción de Luis X II y sus consejeros: «no estando el rey habituado a gobernar minuciosamente estas cosas, las desatiende; y los que las gobiernan ahora no toman para ellos mismos autoridad alguna, no ya para hacerlas, sino para recordar que se hagan; y así, mientras el médico lo piensa y el enfermero lo desatiende, el enfermo se muere» (paso por alto esta continua confluencia de juicios en imágenes, plásticamente fantásti
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cas y poderosas, tan típica, asimismo, del Maquiavelo de las grandes obras). Estos juicios acerca de Francia y los franceses se añaden a la experiencia directa de 1500 y confluyen en el Ritratto di cose di Francia, asi como en el brevísimo escrito De natura Gallonm . Este último es algo bien distinto del Ritratto l4S. Es un conjunto de breves observaciones sueltas de, diríamos, psicología colectiva, que interesa, sobre todo, para ilustrar otro aspecto del pensamiento maquiaveliano al cual, por lo demás, ya nos hemos referido, consistente en la importancia que atribuye a la «naturaleza», no ya de un solo individuo, sino de todo un pueblo. Decisivo a este respecto es el capítulo X L 111 del libro 111 de los Discursos: «Que los hombres que nacen en una provincia observan para todos los tiempos casi esa misma naturaleza.» El principio — fundamentalísimo en el pensamiento de Maquiavelo— de que, estando las cosas del mundo «operadas por los hombres, que tienen y tuvieron siempre las mismas pasiones, conviene necesariamente que surtan el mismo efecto», se atenúa y precisa con la observación de que «son sus obras [las de los hombres] más virtuosas, ora en esta provincia [es decir, nación] que en aquélla, ora en aquella más que en ésta, según la forma de educación de la cual dichos pueblos han tomado su forma de vivir». Aquí, la «educación» cobra un peso decisivo; y es en realidad un producto de la historia, o sea, de la acción de los hombres, por lo mismo mutable y sujeto a variaciones, de suerte que ora en esta provincia, ora en la otra, las obras de los hombres son «más virtuosas». De suerte que, hasta aquí, el elemento decisivo son las «pasiones» y la «educación» de los hombres, vale decir, en cualquier caso, factores de carácter psicológico y moral. Pero he aquí que aparece una opinión distinta: «También da facilidad el conocer las cosas futuras por las pasadas; ver que una nación tiene durante largo tiempo las mismas costumbres, y que es continuamente avara o continuamente fraudulenta, o con algún otro vicio o virtud por el estilo.» A lo cual siguen los ejemplos: quien lea la historia de Florencia, incluso la más cercana, «juzgará a los pueblos franceses y alemanes llenos de avaricia, de soberbia, de ferocidad y de infidelidad, porque estas cuatro cosas, en distintos momentos, han perjudicado mucho a nuestra ciudad». Los ejemplos Ms Cf. O. T ommasim . op. til., 1, pp. j 11 y ss.
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retroceden en el tiempo, y de Carlos V III (en sus relaciones con Florencia sobre Pisa) pasan a los antiguos etruscos y galos: «De manera que, si Florencia (...) hubiese leído y conocido las antiguas costumbres de los bárbaros, no habría sido engañada por ellos ni esta vea ni muchas otras, habiendo sido ellos siempre de un mismo modo, y habiendo en todas partes y con todos empleado los mismos extremos (...), y de esto fácilmente puede conjeturarse cuánto puedan los príncipes fiarse de ellos.» Aquí cambia profundamente el criterio del juicio. Los hombres no son «virtuosos» ora más en esta provincia, ora más en la otra, sino «continuamente» iguales a sí mismos, al extremo que de las relaciones entre los antiguos galos y los etruscos habría podido Florencia extraer elementos para juzgar a Carlos VIII. Pero ese «ser siempre del mismo modo», ¿a qué puede deberse, sino precisamente a la «naturaleza» de un pueblo, y quiero decir la naturaleza física, biológica? La «educación» puede variar; no varía la «naturaleza» física originaria, que hace a los unos avaros y feroces, y a los otros pródigos e indefensos. Como ya he dicho antes, queda, pues, fuera de toda duda que aquí, en el pensamiento maquiaveliano — tan decididamente centra do en el hombre y sus pasiones— participe un elemento estrictamen te naturalista. En este capítulo, la acentuación de la «naturaleza», constante a lo largo de los siglos, es clarísima, como podéis ver. En otros lugares, Maquiavelo tratará de contemporizar «naturaleza» y «edu cación» (o artes), de manera no muy distinta de como armoniza «fortuna» con «virtud». Así, en el capítulo X X X V I, siempre del libro III de los Discursos, donde una vez más se centra en los franceses: «Los motivos por los cuales a los franceses se les ha juzgado, y se les sigue juzgando, en la lucha, al principio más que hombres, y después menos que mujeres.» También en este caso Maquiavelo se basa en las contiendas entre galos y romanos, tal como las refiere Tito Livio. «Y pensando a qué se pueda deber esto, muchos suponen que ésa sea su naturaleza, lo cual creo acertado; pero no por ello esa naturaleza suya, que les hace feroces al principio, deja de poder ordenarse con arte, de suerte de mantenérsela feroz hasta lo último.» Del «orden» (es decir, del arte) nacen el furor y la virtud; por tanto, el orden militar, como el político, disciplina, corrige y transforma,
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casi, la «naturaleza» física y biológica, llevándola a que sirva a la voluntad del hombre. Es, en cierto modo, el paralelo del capítulo X X V de E l principe, acerca de las relaciones virtud-fortuna; y, en este caso, el triunfo del orden sobre la naturaleza. Pero en el capítulo X L III de los Discursos la conclusión es otra. Con las observaciones sobre la «naturaleza de los franceses» tocamos, pues, un punto sumamente interesante del pensamiento maquiaveliano, un punto en el que no termina de consumarse la armonía. En estas observaciones encontramos reflejados unos juicios ya formulados en las cartas de la misión en Francia: estiman tanto lo útil y lo dañoso presentes, que poco se preocupan por el bien y el mal futuros (tal como Maquiavelo había dicho expresamente en las cartas del verano y otoño de 1500); son ávidos de dinero y tacaños (cf. nuevamente el capítulo X L III del libro III de los Discursos); humildísimos en la mala suerte, son insolentes en la buena (y cf. la carta del 9 de agosto de 1510, «su soberbia y su poder», pero ya también la del 27 de agosto de 1500, «están ofuscados por su poder y por lo útil presente»). Muy otra importancia en sí tiene el Kitratto di cose di Frauda. Fue compuesto, desde luego, después de la tercera legación de Maquia velo ante la corte de Francia, o sea, después de 1510. Tommasini lo da por escrito inmediatamente después de dicha misión y anterior mente a septiembre de 1 5 1 1 IW. Pero, para esa determinación obsta una referencia nada breve en el texto a la batalla de Rávena (11 de abril de 1512), difícil de interpretar como una simple «inserción posterior». Cabe en cambio pensar que, como el Kitratto delle cose delta Magua, también este escrito sobre Francia sea de finales de 1512 o principios de i j i j , quizá como reelaboración — también en este caso— de apuntes tomados inmediatamente después de regresar de aquel país (octubre de 1510). En todo caso, es seguro que el Kitratto es posterior a la misión de 1510, mientras que de los pensamientos de De natura Gallorum ni siquiera eso podemos afirmar ,47. M6 o . T o m m a sin i , op. tit., I, p. 10 9 y ss.
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De natura Galhrum , dice que los franceses «estiman, en muchas cosas, grandemente su honor, y de manera distinta a la de los señores italianos; por esto, no es muy posible que hayan mandado a Siena a demandar Montepulciano, y no hayan sido obedecidos». Ahora bien, fue el propio Maquiavelo, como enviado del gobierno florentino, quien viajó a Siena, primero en
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El R itratto es, pues, el resumen, la sustancia de la experiencia francesa de Maquiavelo. Y a he señalado, al hablar de su primera legación en Francia, lo importante que fue esa experiencia para la evolución de su pensamiento: el reino de Francia se le presentará, también después, como el Estado europeo típico, no despótico, aunque dominado por la voluntad del soberano. Ahora bien, es justamente con este aspecto político de la situación francesa con lo que empieza el R itratto. Advirtamos que el esquema de composición de esta obra puede parecer poco armónico, y es claro que difiere mucho del habitual de las relaciones de este género. Comienza con los juicios acerca del poderío actual de la monarquía; siguen otros sobre la fuerza militar y la capacidad combativa de los franceses; y sólo en tercer lugar se exponen consideraciones acerca de la prosperidad económica, vinculada con la posición geográfica y la naturaleza del ámbito; se pasa después a la Iglesia de Francia; luego, un inciso sobre la «naturaleza» de los franceses, que recuerda las observaciones dispersas de que se ha hablado, y otro de psicología colectiva bastante áspero («el francés roba como respi ra...»); a continuación, consideraciones acerca de las relaciones con las naciones vecinas (ingleses, españoles, flamencos, suizos, italia nos); después, observaciones sueltas de carácter militar, políticosocial y económico («Son los pueblos de Francia...»), y nuevamente de carácter eclesiástico; finalmente, sobre las finanzas, la administración pública, etcétera. Hay, indudablemente, cierto desorden en la composición; por ejemplo, el cómputo numérico de obispados, parroquias, etc., no se encuentra en su sitio lógico, donde Maquiavelo se refiere extensa mente a la Iglesia de Francia, sino bastante después, entre la observación acerca de los pueblos que «visten groseramente...» y la que atañe a los ingresos de la Corona. En este aspecto, el Ritratto delle cose delta Magna es, indudable mente, más orgánico, más elaborado. E l Ritratto di cose di Francia tiene, por lo menos en la segunda parte, un carácter más fragmen tario: los datos son más copiosos, pero por eso mismo dan la impresión de una relación informativa, esquemática, de oficio; que, curiosamente, se cierra con una noticia acerca del número de diciembre de 15 10 , p a n anular la tregua entre Florencia y esa ciudad, y después p a n ntificarla, con o tn por veinticinco años, siempre que se entregan Montepuldano. Asimismo, la frase «Y esto os ha quitado Pisa dos veces», en otro de aquellos pensamientos, p ared en escrita en un momento en el cual esta ciudad no habla vuelto aún a poder de Florencia, lo cual significa ames de junio de 1109 .
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arzobispados, obispados y parroquias de Inglaterra, que no tiene ninguna relación lógica con el resto del estudio. Aun con eso, y quizá, justamente, gracias a eso, lo que impre siona de la valoración de Maquiavelo sigue siendo, aquí también, el momento político. En el Ritratto... delta Magrea empezaba hablando de las comunidades, «que son el nervio de esa provincia»; aquí, el acento recae en la Corona, que constituye el «nervio» de Francia. Quiere decirse que, con su modo de plantear las cosas, Maquiavelo va directamente al motivo central, predominante. En el capítulo IV de E l principe, al indicar en Francia un tipo de régimen político (uno de los «dos modos distintos» como se gobiernan los principados) y contraponerlo al tipo de régimen (despótico) encarnado por la «monarquía del Turco», Maquiavelo insistirá, más que nunca, en el poderío de la Corona, en la «multitud de señores de antiguo linaje», esto es, la nobleza y su fuerza, que no puede ser anulada ni siquiera por el rey. Dirá, antes bien, que en los reinos como en el de Francia se puede entrar con facilidad, «ganándote a algún barón del reino, porque siempre se encuentran descontentos y gente que desea innovar». En cambio, en el R itratto, que es anterior, Maquiavelo exalta el poder de la Corona y del rey, que «son hoy en día más gallardos, ricos y poderosos que nunca», y afirma que los barones, antes rebeldes, «hoy son todos obedientísimos», tanto que los príncipes extranjeros no pueden ya «asaltar el reino de Francia» como en otras épocas. Así, pues, de la comparación de ambas páginas surge una cierta diferencia de valoración; o, mejor dicho, resulta, tanto aquí como en E l principe (y como, en otros casos, también en los Discursos: recuérdese lo que se ha dicho acerca de Giampaolo Baglioni) la necesidad de «tipificar», de encerrar en fórmulas incisivas la riqueza y variedad de la experiencia política y, al mismo tiempo, la característica tendencia de Maquiavelo a proceder por medio de contraposiciones decididas (o... o), ignorando los matices; lo que lleva a una cierta alteración de los datos reales que él mismo ha consignado previamente. O sea, que el acento del R itratto está puesto, esencialmente, en el poderío de la monarquía. Pero hay que poner de relieve también las observaciones de carácter militar, como la que se refiere a las infanterías, que — a diferencia de las caballerías, las mejores del mundo— son malas, a tal punto que el rey de Francia se sirve siempre de suizos o de
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lansquenetes, esto es, de mercenarios: «Y si las infanterías fuesen de la bondad de la que son las caballerías francesas, no cabe duda de que [al rey] le bastaría el ánimo para defenderse de todos los príncipes.» Este juicio reaparecerá en el capítulo X III de E l principe: «el cual error [de contratar suizos] (...) es, como ahora se ve efectivamente, causa de los peligros de ese reino (...); el reino de Francia sería invencible si el orden de Carlos [Vil] hubiese sido aumentado o preservado». Sólo que E l principe incluye la polémica contra la errónea política militar de los reyes franceses de Luis X I en adelante, lo que falta en el Rilratto. Por lo que, también en este caso, se percibe bien la diferencia entre la anotación inmediata y la posterior elaboración conceptual, cuando Maquiavelo investiga las leyes eter nas de la acción política. Por último, podemos comentar, además, la exactitud de la observación acerca de las relaciones entre Francia y los flamencos: éstos nunca harán la guerra contra los franceses, como no sea obligados por razones de carácter económico, pues importan de Francia trigo y vino, y le exportan sus manufacturas: «Y , sin embargo, si les faltara el comercio con los franceses, no tendrían adonde ir a parar sus mercancías...» En el Maquiavelo de las grandes obras, el problema económico jamás cobra importancia ni relieve: sólo advierte lo propiamente político y militar en la vida de los pueblos. Tanto más notables, por lo mismo, son estas observaciones de carácter económico que contienen sus escritos menores. Al pasar de estos últimos, de las observaciones sobre la realidad cotidiana, a la gran especulación política, Maquiavelo deja de lado esas anotacio nes, como detalles que no inciden a fondo en el problema político general.
Con el Ritra/to di cose di Francia, y con el de Alemania, se cierra, prácticamente, la primera parte de la vida espiritual de Maquiavelo. Ambos concentran la sustancia de sus experiencias europeas, que tocan a su fin. Después de regresar de su tercera misión en Francia, o sea después de octubre de 1510, Maquiavelo tuvo todavía que cumplir algunos otros encargos diplomáticos; por ejemplo, en septiembre de 1 5 11 fue enviado a Milán (francesa, a la sazón) y nuevamente a Francia, para tratar de que no se celebrase, o, por lo menos, que no
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tuviese lugar en Pisa, aquel concilio (bautizado como conciliábulo) que Luis X II había anunciado contra el papa Julio II; y después, en noviembre, a Pisa, siempre para inducir a los cardenales cismáticos para que trasladasen el concilio a otro lugar. Pero ninguno de estos nuevos encargos diplomáticos tiene ya, para la formación de su «experiencia» y la evolución de su pensa miento, la importancia de los que hemos comentado. Gn cambio, se precipitaron los acontecimientos para la Repúbli ca florentina. La guerra, tan temida por Maquiavelo, entre Luis XII y Julio II, había estallado con toda su furia. En octubre de 15 u se proclamaba la Liga Santa, integrada por el Papa, Venecia y Fernan do el Católico. El 11 de abril de 1512, en Rávena, el ejército francés derrotaba al de los confederados (mayormente, españoles); pero la muerte en el campo de batalla del comandante francés, Gastón de Foix, la llegada a Italia de infanterías suizas contratadas por el Papa, y el frente común constituido por el emperador y el rey de Inglaterra contra Francia, que así acababa siendo atacada por una coalición europea, produjeron un vuelco completo de la situación. Los franceses tuvieron que retirarse y abandonar el valle del Po, manteniendo en él solamente tres o cuatro ciudades. Con ello, Florencia se encontró expuesta, completamente sola, a las iras de los coaligados. Había sido interdicta por Julio II por haber tolerado el «conciliábulo», y no sólo el Papa le tenía aversión, sino también los demás confederados. En esos momentos tan críticos, volvió a obrar en perjuicio de Florencia — pero, en este caso, con resultados definitivos— su situación interna. Y a hemos observado, con motivo de las relaciones entre Florencia y César Borgia, que el problema de los Médicis —expulsados de Florencia en 1494— pesaba considera blemente, incluso en las cuestiones de política exterior, en el sentido de que dotaba de un arma excelente a los enemigos de Florencia. Ahora, el juego se repite. Los coaligados, e in prim is Julio II, desean abatir a la República de Soderini, amiga de Francia, y volver a instalar a los Médicis en el gobierno de Florencia. En agosto, el ejército español, comandado por Raimundo de Cardona, marcha contra el Estado florentino; el 29 de agosto de 1512, asaltan, depredan y saquean Prato (la «ordenanza» de Maquiavelo, en ésa que fue su prueba de fuego, fracasó completamente, abandonando los defensores de la ciudad sus puestos de combate y huyendo). El 31 de ese mismo mes, Pier Soderini, cediendo a las imposiciones de Cardona, abandona el poder y a Florencia, donde vuelven a entrar los Médicis.
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La ruina de la República florentina significó también la ruina de Maquiavelo: por imperio de dos resoluciones, del 7 y el 10 de noviembre de 1512, quedó privado de todos sus cargos y fue confinado por un año en territorio florentino. Cerrábase así la primera fase de su vida, la de la actividad pública. Pero la «experiencia» acumulada en esos años que corrieron entre 1498 y 1512, la «lección de las cosas antiguas» nunca interrumpida, ni siquiera en medio de las gestiones oficiales (recordadlo: ¡Plutarco durante su segunda misión ante el Valentino!), y la siempre intensa y atenta meditación sobre los problemas políticos, han llevado ya a Maquiavelo a una completa madurez en su manera de pensar: las cartas de la tercera legación en Francia revelan a un Maquiavelo mucho más seguro de sí de lo que pudo haberlo estado en 1499 o en i j o o . El hombre, en su interior, ha llegado a su plenitud intelectiva y creadora, y el otium obligado que le aguarda se convierte en estímulo y oportunidad para la gran creación política, para la composición de E l principe, de los Discursos sobre la primera década de Tito Eivio y de
E l arte de la guerra.
M étodo y estilo de M aquiavelo ( x95 5)
Publicado en el volumen antológico // Cinquecento (Unione Florentina, Libera Cattedra di Storia della Civiltá Fiorentina), Sansoni, Florencia, 1915, pp. 1-21. Es el texto de una lección dictada en Florencia en mayo de 19)2. Traducido al inglés con el titulo «Machiavelli’s Method and Style» en el libro citado, MacbiavelH and tbe Renaissance, pp. 126-148.
En el verano-otoño de i j o o , Nicolás Maquiavelo vive, en la corte de Francia, su primera gran experiencia de política europea. El gobierno de Florencia lo ha enviado, con Francesco della Casa, ante Luis X II, «el dueño de la tienda» y, por ello, árbitro, a la sazón, de las cuestiones italianas, para tratar de resolver el ruinoso problema de Pisa. Y como primera «lección» de esta experiencia, Maquiavelo tiene que apuntarse, para si, las vicisitudes de una retribución insuficiente, inferior «fuera de toda la razón divina y humana» a la de Della Casa, y ha de invertir de su peculio, ya al principio, 40 ducados, quedarse «sin un céntimo» y hasta amenazar — junto con Della Casa— con su inmediato retorno, siendo mejor vivir «a discreción de la fortuna» en Italia, que en Francia. Vale decir que, a partir de ahora, debe pensar en moverse entre las dificultades y estrecheces del vivir cotidiano, él, hombre por naturaleza dispendioso e incapaz de «vivir sin gastar», hombre de buena compañía y, sin embargo, obligado por su suerte «antes a carecer que a gozar». Más tarde, en las igualmente duras condiciones de 1513, obligado a «ponerle cara a la fortuna», habrá de desahogar «esta malignidad de mi suerte» jugando en la hostería cercana a su casa de Sant’ Andrea in Percussina, peleando por unos cuartos, gritando y riñendo con el mesonero, el jifero o el tahonero; habrá también de desahogar en cartas a los amigos su deseo de hacer algo, aun teniendo que comenzar por «voltear una piedra», porque, de seguir de esta manera, «yo me desgasto, y no puedo estar mucho tiempo así, que no termine despreciable debido a la pobreza». Sin embargo, en aquellos días del verano-otoño de 1 ) 1 3 , llegada la noche, Maquiavelo se despoja de su vestimenta cotidiana, «llena de fango y de lodo», y revistiendo «ropas reales y curiales», ingresa en las «antiguas cortes de los antiguos hombres, donde, por ellos amorosamente acogido, me alimento con esa comida que solum me pertenece y para la cual he nacido (...), y no siento, durante cuatro horas, ningún tedio, olvido todos los afanes, no temo a la pobreza ni me espanta la muerte: todo yo me vuelco en ellos». Son los días en los cuales, de una sola vez, escribe E l príncipe. 377
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Ahora, entre el verano y otoño de 1500, a partir de esa primera gran experientia política, así como se queja ya de las estrecheces y los afanes personales, también logra en seguida trasladarse a otro mundo superior, el mundo de la comprensión política. Y aunque no sean todavía las grandes meditaciones y las pujantes páginas de E l príncipe, sí son pensamientos y anotaciones, incluso estilísticas, los que lo anuncian. No sólo porque en las cartas desde la corte de Francia se contengan juicios que luego se recogen y desarrollan ampliamente en las grandes obras, como cuando Maquiavelo advier te al cardenal Georges d’ Amboise acerca de la política que debiera aplicar Luis X II en Italia, «siguiendo el camino de los que antes quisieron poseer una provincia exterior, que es rebajar a los poderosos, halagar a los súbditos, conservar los amigos y guardarse de los compañeros, es decir, de los que en tal lugar quieren tener igual autoridad», donde está ya in nuce el capítulo III de E l príncipe, sino mucho más, porque desde aquí se trasluce totalmente Maquia velo, con su típico modo de presentar el problema político. Y ante todo con su procedimiento a base de dilemas, que siempre pone por delante las dos soluciones extremas y antitéticas, dejando de lado las vías intermedias, las de transacción, y avanza estilísticamente por la disyuntiva: el pueblo florentino no parece que pueda esperar ya nada, «o por su mala suerte o por sus muchos enemigos», mientras que los franceses sólo estiman «o a quien esté armado o a quien esté dispuesto a dar». Procedimiento que es constante en la prosa maquiaveliana, y seguido con tanto rigor que a veces parece excesivamente obvio, me atrevería a decir que perogrullesco. Así ocurre cuando, en E l arte de la guerra, nos encontramos con la frase, «digo, pues, que las jornadas se pierden o se ganan», y que en realidad es una perfecta traducción formal de un pensamiento apuntado al precepto de que sólo en las decisiones rápidas y seguras está la «virtud» del político, y que nada existe más nocivo en las acciones públicas que las deliberaciones ambiguas o lentas y tardas, las cuales se deben «o a debilidad de ánimo y de fuerzas o a perfidia de los que tienen que deliberar» ( Discursos, II, 15); es constante al recalcar que ningún Estado puede ilusionarse con tomar siempre «partidos seguros, más bien piense en tomarlos todos dudosos; porque en el orden de las cosas se encuentra esto, que nunca es posible rehuir un inconveniente sin incurrir en otro; pero la prudencia consiste en saber conocer las cualidades de los inconvenientes, y en dar por bueno al menos malo» ( E l príncipe, cap. X X I; Discursos, I, 6); y se mantiene firme al considerar sumamente
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dañosa la «vía de en medio», que en realidad «sus» romanos habían evitado siempre, apelando en todo momento a los «extremos» (Discursos, II, 23). Dirá Maquiavelo que las dañosísimas vías de en medio las toman los hombres por cobardía e incapacidad, por no saber «ser ni del todo malos ni del todo buenos» ( Discursos, 1, 26). Esta manera de proceder, característica del Maquiavelo maduro, se transparenta ya en el Maquiavelo de los primeros años de reflexión política, el Maquiavelo de las legaciones. Pero lo más importante es que, a partir de ahora, aparece su característica de no detenerse nunca a analizar, aun lúcidamente, una determinada situación política, sino la necesidad} que yo llamaría instintiva, de elevarse inmediatamente sobre los datos reales a las consideraciones de carácter general, de entrever en el episodio concreto una de las muchas y mutables encarnaciones de algo que no cambia, porque es eterno: la lucha por el poder, es decir, la acción política. En las consideraciones que este funcionario hace de los acontecimientos del día en las relaciones oficiales para su gobierno, irrumpe, ya, la gran «imaginación» maquiaveliana, vale decir, la súbita y fulgurante intuición, en todo similar a la del gran poeta que en un hecho cualquiera capta y aferra el ritmo de una peripecia eterna y universal, connatural a los hombres. De ahí los consejos que le imparte al omnipotente primer ministro de Luis X II acerca de cómo debe el rey comportarse en Italia, «siguiendo el camino de los que antes quisieron poseer una provincia exterior», lo cual es ya una apelación a «sus» romanos, a la lección constante de las cosas antiguas; siendo también una valoración de la política francesa en las cuestiones italianas, desde un punto de vista muy por encima del de un enviado florentino exclusivamente para los proble mas de Pisa. Muchos años después, en 1522, Maquiavelo dará consejos a su amigo Raffaello Girolami, quien va a España como embajador ante Carlos V; útiles consejos acerca de la manera de hacer amigos en la corte para poder estar bien informado, sobre los asuntos esenciales a los que apuntar, etcétera. Pero en cuanto a formular juicios en las relaciones enviadas a Florencia, es mejor no hablar nunca en primera persona, acotará entonces Maquiavelo: «poner vuestro juicio en vuestra boca sería odioso», por lo que es preferible que Raffaello se sirva de giros como éste: «Los hombres prudentes que se encuentran acá opinan que deben seguirse los efectos tales y cuales.» Excelente prudencia, para un diplomático de carrera; precepto al que bien se puede llamar clásico, entonces y después, para evitar los compromi
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sos personales. Pero Maquiavelo, cuando debía escribir acerca de «conjeturas» y de «juicios», aun cuando se valiera también, a veces, de esas argucias, solía hablar en primera persona, efectuando abiertas advertencias a su gobierno: «quiero preveniros, a fin de que (...) no os persuadáis de ser oportunos siempre» (carta del 9 de octubre de 1502); y alguna vez se había excusado, una de ellas con Della Casa, por su manera de escribir «sin respeto y extensamente», a costa de errar, porque prefería, «escribiendo y errando», ofenderse a si mismo en lugar de «no escribiendo y errando», perjudicar a Florencia (carta del 3 de septiembre de 1500), o porque le pareciera no salirse del «oficio mío» si refería lo que oía en la corte de Luis X II (tercera legación en Francia, carta del 26 de julio de 1510). Pero después volvió a empezar a dar juicios y consejos, y a escribir «yo opino», a veces atreviéndose a conminar a los Diez de Bailiazgo a creer en su juicio «como se cree el Evangelio» (carta del 9 de agosto de 1510), lo que equivale a decir que, al estallar la guerra entre el Papa y el rey de Francia, Florencia habría tenido que declararse abiertamente en favor de uno u otro de los contendientes, por lo cual habría de pensarse de inmediato, «sin aguardar a que los tiempos se echen encima», también en las «ganancias» que pudieran hacerse si se concertaba la alianza con Francia; «y como la ocasión tiene corta vida, conviene que os resolváis pronto», sí o no, pero pronto. No era éste el modo de proceder que más tarde aconsejaría a Girolami, ni habría podido aconsejarlo a nadie, puesto que era en verdad el alimento «que solum es mío» y no de otros. Con los demás podía ser espléndido en consejos, diríamos, de técnica diplomática, no comunicándoles lo que sentía que era sólo suyo, incomunicable. Así, pues, ya a partir de entonces se efectúa esa inserción de máximas generales en el resumen de una audiencia o la relación de ciertas intrigas, algo no muy distinto de lo que acabará haciendo en su última gran obra, las Historias florentinas, en las cuales, antes de volver a discurrir sobre Cosimo de Médicis y Neri Capponi, se propone «según nuestra costumbre al pensar, decir un poco de qué manera los que esperan que una República pueda estar unida, se engañan mucho con esa esperanza» (V II, I); o también, en el momento de narrar la conjura de los Pazzi, desearía «seguir nuestra costumbre» y reflexionar acerca de las calidades de las conjuras y su importancia, salvo que ya hubiese discurrido antes o fuese cuestión para apresurarse y ser breve (V III, I); y en donde también se justifica por haberse extendido demasiado, siendo un escritor de cosas florentinas, en narrar acontecimientos de Lombardía y de Nápoles
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— ello porque, de no hacerlo, «nuestra historia se entendería menos y sería menos grata» (VII, I)— , de la misma manera como, antes, de no haber expuesto sus juicios y conjeturas, el gobierno florentino habría tenido unas nociones menos precisas y completas de cómo marchaban las cosas en Francia, o en Roma, o con César Borgia. Es un Maquiavelo joven y, desde luego, que no había llegado todavía a la plenitud de visión, la mordacidad de la frase y la plasticidad de imágenes de los años posteriores a 1512; y, sin embargo, el procedente de las legaciones es un Maquiavelo de talante inconfundible, claro y seguro. En ellas, con la frecuente inserción de locuciones populares, desde presentársele «a la jineta» a César Borgia, «entrarle por debajo» a alguien, hasta «pasear largo», «estar largo» o «rodar largo» con alguno para sonsacar informacio nes o no comprometerse; con la transformación de una opinión en imagen de relieve directo; con ciertas construcciones sintácticas, de sólo sujeto y verbo, es decir, descarnadas y vigorosas, también despuntan, aunque un tanto lejanamente, las formas de coordinación gramatical y las imágenes de la más perfecta prosa maquiaveliana, es decir, la de E l principe. Por otra parte, ya en esos años encuentra la manera de exponer, en algunos escritos ajenos a los oficiales de las legaciones, su naturaleza de hombre creado por la fortuna, según decía de si mismo, no para reflexionar sobre el arte de la seda o el arte de la luna, ni sobre ganancias y pérdidas, sino sólo sobre el Estado. En el Discorso fatto a l magistrato dei D ieci sopra le cose di Pisa, en el escrito D el modo di trattare i popoli delta Valdicbiana ribellati, así como en la más célebre Descristiane del modo tennto dal duca Valentino nell'ammas^are V ite/lo^o V itelli, Oliverotto da Fermo, il signor Pagolo e il duca di Gravina Orsini — los escritos compuestos entre 1499 y 1503— , las características de pensamiento y estilo, perceptibles ya en las primeras legaciones, resultan desde luego mucho más nota bles; por ello es por lo que impresiona, en el estilo seco y claro de la exposición, en primer lugar la voluntad deliberada de extraer de hechos determinados una lección de arte político, o, como diría el mismo Maquiavelo, las «reglas generales» que nunca fallan. Es una voluntad claramente expresada en el estudio acerca de los pueblos del valle de Chiana, escrito menor que, sin embargo, encierra ya toda la personalidad de su autor y muestra una impostación y estilo propios de un capítulo de los D isc u rso sy justificada ahora, por1 1 En los cuales, por lo demás, en II, 25, se vuelve al mismo tema y a la manera de desarrollarlo.
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primera vez, con su referencia a la inmutabilidad de las pasiones humanas en el tiempo, que más tarde le dictará algunos pasajes célebres de los Discursos sobre la primera década de Tito Livio (I, proemio, y II, 39; III, 43): «Yo he oido decir que la historia es la maestra de nuestras acciones, y máxime las de los principes, y el mundo estuvo siempre habitado de la misma manera por hombres que siempre han tenido las mismas pasiones, y siempre ha habido quien sirve y quien manda, y quien sirve de mala gana, y quien se rebela y es vuelto a someter (...). Luego, en siendo verdad que las historias sean la maestra de nuestras acciones, no hubiera estado mal que quien tenia que castigar y juzgar las tierras del valle de Chiana, tomara ejemplo e imitara a los que han sido los amos del mundo Pero los florentinos no hicieron tal cosa, «y si el juicio de los romanos merece ser elogiado, en la misma medida el vuestro merece ser censurado». Aquí empieza también la gran polémica, que Maquiavelo seguirá hasta el último de sus escritos, contra los hombres de su tiempo, a quienes valorará y juzgará en función de la experiencia romana antigua; como es justo hacer, toda vez que cualquiera puede alcanzar lo que ya otros, en el pasado, consiguie ron: «porque los hombres (...) nacieron, vivieron y murieron siem pre con arreglo a un mismo orden» (Discursos, 1, 11). Y una vez más, lo sustancial de la polémica tiene correspondencia inmediata y eficacísima en la presentación estilística, en base a discusiones entre Maquiavelo y presuntos detractores, con un juego del tipo de la pregunta y la respuesta, «y si me dijeseis... yo diré», que hace aún más tajante el procedimiento por dilemas, ya apreciado en las cartas desde la corte de Francia. Es ya la argumentación maquiaveliana típica, tal como la encontraremos, por ejemplo, en la polémica del capitulo X II de E l principe contra las armas mercenarias: «Quiero demostrar todavía mejor lo desgraciadas que son estas armas. Los capitanes mercenarios, o son hombres excelentes con las armas, o no; si lo son, no puedes Harte de ellos, porque siempre aspirarán a la grandeza propia, u oprimiéndote a ti que eres su amo, u oprimiendo a otros al margen de tus intenciones; pero, si no son virtuosos, lo corriente es que te arruinen. Y si se responde que cualquiera que tenga armas en la mano hará esto, o mercenario o no, replicaría que las armas tienen que ser empuñadas o por un principe o por una República.» Así, pues, ya entre 1300 y 1503, la personalidad de Maquiavelo se delineaba con rasgos cada vez más marcados, dentro de su típica
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manera de «dar la cara» a la política. Y en estas primeras experien cias, como en las sucesivas, en Florencia o en misiones en cortes extranjeras — de nuevo en Francia; ante la curia romana y el papa Julio II; ante el emperador Maximiliano— , se iban precisando cada vez más algunos pensamientos concretos que luego serán elementos constantes de las grandes obras; de aqui, sobre todo, la insistencia desde ahora en la ocasión, que tiene corta vida y por ello es preciso ser «conocedores» de ella y saber usarla bien; la insistencia, asimis mo, en lo poco que puede contarse hoy en día con la «fe», las promesas y los compromisos, incluso los solemnes; en la tendencia de los hombres, y también de los príncipes, a atender más a lo útil presente, sin parar mientes en lo que puede resultar después. Comienzan también a alternarse en el discurso las invocaciones a la «razón», a lo que es «razonable», con las alusiones a la «naturaleza», y quiero decir a la naturaleza física, a la cual Maquiavelo se remite muy gustosamente no sólo para juzgar a los franceses o los alemanes, que por naturaleza son esto o aquello, sino también para cotejar con ella los hechos de la vida humana, tomando del lenguaje de las ciencias naturales y la medicina términos e imágenes que aplicar a los acontecimientos políticos o a la vida del cuerpo social; por donde, a partir de ahora, el político, con su prudencia, debe ser «médico» de los malos «humores». Es éste un procedimiento que, más tarde, dictará la célebre imagen de los estados que nacen de súbito y que, «como todas las demás cosas de la Naturaleza que nacen y crecen rápidamente, no pueden tener ni barbas ni lo que les corresponde» {E l príncipe, VII), es decir, no pueden tener raíces profundas. Continuada acumulación de experiencias y progresiva reafirma ción y ampliación del juicio: tal es el resultado de esos quince años de actividad pública directa, entre 1498 y 1512. Experiencia que, por otra parte, le llevará cada vez más a formular comentarios negativos acerca de los estados italianos de su tiempo y de la facultad política de sus gobernantes; cada vez más se convencía Maquiavelo de que la gran crisis política italiana, el derrumbamiento de estados como Milán y Ñapóles, la irrupción de los «bárbaros» en la península como «dueños de la tienda», tenían causas muy precisas e identificables. Como dirá en el Decennale secondo, todo aquello era culpa de los soberbios... «¡Vosotros que los cetros tenéis, y las coronas, y del futuro no sabéis la verdad!»,
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las culpas de los principes sin prudencia ni virtud y, sobre todo, sin armas propias. «Mas fuera fácil el camino, y corto, si volvieseis a abrir el templo a Marte», les habia dicho ya a los florentinos en el Decántale primo de 1)04. Pero sobre todo en las Parole da dirle sopra la provisione del danaio, el año anterior, Maquiavelo había expresado lo que ya entonces era, a la vez, su criterio de interpretación de la historia reciente de Italia y el primer fundamento de su ansiado nuevo sistema político: «quien haya observado las mutaciones de los reinos, las ruinas de las provincias y de las ciudades, no las habrá visto causadas por otra cosa que por la falta de armas o de juicio». Sin fuerzas, ningún Estado puede mantenerse, y mucho menos porque, si entre los particulares, «las leyes, los escritos y los pactos hacen observar la fe», entre los príncipes «la hacen observar sólo las armas». Armarse, pues, o perecer; y la ruina será fruto de las propias culpas, ya que los cielos no quieren ni pueden «sostener una cosa que procura arruinarse de todas maneras».
De estos juicios y de otros similares nacieron las meditaciones de Maquiavelo cuando la «ruina» se consumó, después de 1512. Derrumbamiento de la República de Soderini en Florencia, vuelta de los Médicis: «ruina», pues, de un experimento político del cual él había sido parte activa; «ruina» en Prato, el 29 de agosto de 1512, de esa «ordenanza» deseada y creada por Maquiavelo para dar a su ciudad las «armas propias» que sustituyeran a las «viles» armas mercenarias; y él, messer Niccoló, exonerado de todos sus empleos, confinado por un año en territorio del Estado y, para colmo, a causa de la conjura de Boscoli de febrero de 1513, encarcelado y sometido a tortura; por último, recluido por su voluntad en su casa de las cercanías de San Casciano, rehuyendo — dice en una carta a Vettori— la «conversación» y la compañía de los amigos. Pero basta con que Vettori le escriba una carta para decirle que desearía estar con él, para ver juntos «si pudiéramos arreglar este mundo», para pedirle concertar «con la pluma, una paz» entre los reyes de Francia y España, el Papa, el emperador y los suizos; basta que se le haga una alusión a los «asuntos de Estado» para que Maquiavelo, olvidando las «infelices condiciones mías», se vea casi inmerso nuevamente «en esos manejos en los cuales en vano he
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padecido tantas fatigas y perdido tanto tiempo», y vuelva a sumer girse en la discusión política. Por carta, con el amigo Francesco Vettori, discurre sobre problemas inmediatos y urgentes: ¿qué sucederá en Europa? ¿Y en Italia? Lo que acucia, pues, es el hoy. Pero el hoy no ha sido nunca suficiente para la poderosa imaginación política de Maquiavelo, y aun siendo simple funcionario lo evitaba hasta en las relaciones oficiales para su gobierno, con aquellos incisos y acotaciones que elevaban una comunicación de cuestiones particulares a la categoría de valoración general acerca de la política. Mucho más se evade ahora, que está reducido a inmovilidad y silencio oficiales, sin más desahogo que hacer «capital» de su diálogo con los «antiguos hombres» y de su experiencia de quince años «que he estado estudiando el arte del Estado»; reducido a callar o a discurrir de lo único que es lo suyo, vale decir, de política y de Estado. «Cubierto por estos piojos», el cerebro «se enmohece»; pero esta vez es un cerebro que intuye y ve con la lucidez y la fuerza del gran momento creador, que por fin ha llegado. Es claro que entre el «hoy», es decir, el momento pasajero con sus problemas particulares, y lo «eterno», o sea, las grandes reglas de la política, siempre vigentes, sigue siendo continua la relación, y podríamos decir que hasta el intercambio; porque para evocar esas reglas generales interviene siempre la voluntad de encontrar el remedio para los males actuales de Florencia y de Italia, así como la fe — todavía— en la posibilidad de una solución. La fe — la que dicta el último capítulo de E l príncipe y la exhortación «ad capcssendam Italiam in libertatemque a barbaris vindicandam»— le viene a Maquiavelo de su diagnóstico de las causas de la miseria presente de Italia; diagnóstico que, como se ha señalado, sitúa el origen de la Italia «esclava y vituperada» en los «pecados» políticos de los príncipes, en la ausencia de armas propias y en la vileza de los condotieros italianos, y cuyo resultado es esa Italia «perseguida por Carlos, saqueada por Luis, violada por Fernando y vituperada por los suizos». De ahí, todavía, la fe en la posibilidad de una resurrección por la «virtud» de un gran príncipe, una fe que induce a Maquiavelo a interrumpir las primeras notas de los Discursos sobre la primera década de Tito Divio — obra más mesurada, pero de mayor aliento— para concebir, sin interrupción, E l príncipe. Pero el' diagnóstico era errado. Maquiavelo, que vivía en plena crisis italiana, y que recogía y teorizaba los resultados de dos siglos
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de historia de la península, precisamente, elevando a la «virtud», la del individuo, la «virtud» del príncipe, a la categoría de suprema gobernadora de la vida, y por tanto, atribuyendo sólo a los «pecados» de los príncipes las causas de la ruina de Italia, no había dado en el blanco — ni le habría sido posible hacerlo— en cuanto a los orígenes y la progresión de esa crisis, y al apuntar sobre todo a la «vileza» de las armas mercenarias, se había alejado de la verdad. Un error, pues. Y la exhortación al príncipe redentor no pudo encontrar ninguno que la recogiera, y la te que trasciende del último capítulo de E l príncipe daría después lugar, en Maquiavelo, a la melancólica resignación del principio y el final de E i arte de la guerra. Pero error feliz, pues precisamente eso era lo que incitaba a Maquiavelo a amonestar una vez más a gobiernos y gobernados, transportándolo asi, del comentario con Vettori de los acontecimien tos del día, a buscar las «reglas generales» para por fin abrirles los ojos a los ciegos y hacer comprender a todos qué es la política. De la invectiva contra los príncipes italianos se remonta a una polémica más universal, cuyos términos son «mis» romanos y los hombres: todos, o casi todos, los hombres de los tiempos modernos, en los cuales «de aquella antigua virtud no ha quedado señal alguna» (Discursos, I, proemio y 55); del plano de los asuntos particulares de Italia se pasa al de la historia universal; de los consejos sobre cómo evitar que los suizos se conviertan en «árbitros de Italia», a las reglas que nunca fallan. Vale decir que, de un simple comentario de los acontecimientos de la Italia y la Europa de entonces, se llega al gran comentario que descubre y proclama la necesidad de la política en cuanto política, más allá del bien y del mal moral y de cualquier presupuesto o finalidad que no sea pura y simplemente política, es decir, acción y poder. I.a gran «imaginación» política puede ahora desplegarse plena mente. Imaginación, que quiere decir la capacidad de saltar de golpe del hecho particular a un problema de orden general, de captar inmediatamente los nexos — eternos, no contingentes— entre éste y otro suceso político, pues tanto uno como otro no son más que momentos de una actividad eterna del hombre, el quehacer político, siempre igual a sí mismo en sus estímulos y en sus fines. Ante todo, siempre igual a sí mismo en su requisito fundamental: que la política es la política y que debe ser pensada y guiada a base de criterios puramente políticos, sin preocupaciones de otra índole, moral o religiosa.
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Releamos aquellas monumentales frases del capítulo X V de E l principe en las que, en verdad, se percibe la plena conciencia del escritor que abre de par en par, a todos, las puertas de un mundo nuevo: «(...) siendo mi intención escribir algo útil para quien lo entienda, me ha parecido conveniente ir directamente a la verdad efectiva de la cosa, más que a la imaginación de la misma. Y muchos han imaginado repúblicas o principados que nunca se vio ni supo que fueran verdaderos; porque tan apartado está el cómo se vive del cómo se debiera vivir, que quien abandone lo que se hace por lo que debiera hacerse, aprende más bien su ruina que su preservación; porque un hombre que en todas partes quiera hacer la profesión de bueno, es lógico que se arruine entre tantos que no son buenos. Por donde le es necesario, a un príncipe que quiera mantenerse, aprender a poder ser no bueno, y usarlo o no usarlo según la necesidad». Plena conciencia de la novedad de su pensamiento, ratificada en el proemio del libro primero de los Discursos: «me he resuelto a internarme por un camino que, por no haber sido seguido hasta ahora por nadie, aunque me acarree molestias y dificultades, también podría acarrearme premio». Los hombres son «malos» y generalmente «ingratos, volubles, simuladores y disimuladores, huidores de los peligros, ávidos de ganancia» ( E l príncipe, X V II); y las cosas del mundo están «realiza das por los hombres, que tienen y han tenido siempre las mismas pasiones» (Discursos, III, 4}); y entre estas pasiones, el amor por el poder, es decir, la ambición, y el amor por los «bienes», esto es, la avidez, son los dos incentivos más fuertes, porque la ambición es «tan poderosa en los pechos humanos que nunca, cualquiera sea el grado al que asciendan, los abandona» (Discursos, I, 57), y «porque los hombres más pronto olvidan la muerte del padre que la pérdida del patrimonio» ( E l príncipe, X V II). Por lo que el príncipe — cuya tarea suprema es mantener y, en lo posible, engrandecer el Estado— no puede tener ni observar acabadamente, «por las condiciones humanas, que no lo permiten», las «buenas cualidades» que se exigen a los particulares; en consecuencia, «no tema incurrir en la infamia de aquellos vicios sin los cuales difícilmente pueda salvar al Estado; porque, si mira bien todo, encontrará alguna cosa que le parecerá virtud y, en siguiéndola, se arruinaría; y alguna otra que le parecerá vicio y, en siguiéndola, obtendrá su seguridad y bienestar» ( E l príncipe, X V ). Los estados, le hará decir a Cosimo el Viejo en las
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Historias florentinas, no se sostienen «con padrenuestros en la mano» (VII, 6). Con esto se llegaba a la afirmación de la política como tal política; o, como se ha dicho con justicia, al reconocimiento de la «autonomía» de la política, forma de actividad humana en sí y por sí e independiente de cualquier presupuesto o finalidad de carácter teológico o moral. Sin embargo, éste es el punto que es menester precisar en mayor medida, sobre todo teniendo en cuenta ciertas tendencias que han aflorado en una parte de los estudios recientes acerca de Maquiavelo; estudios en los cuales se advierte el esfuerzo — estéril esfuerzo— de prestarle al florentino una mentalidad y una problemática de doctri nario moderno, ora de cuño filosófico, ora de cuño jurídico; se trata del esfuerzo por descubrir en él a un rígido, consecuente y siempre igual a sí mismo promulgador de normas y leyes que, rigurosamente concatenadas unas con otras, conduzcan a una configuración «siste mática» del Estado, desde sus principios a sus actividades últimas; o bien — equivoco todavía más grave— a un anticipador del Estado ético de sabor hegeliano; o más aún, finalmente, nada menos que al constructor de una nueva conciencia moral. Intentos en cuya base se encuentra también el supuesto de un Maquiavelo «lógico» puro, un lógico modernísimo, perfectamente consciente de las diversas formas de actividad del espíritu; y por ende preocupado por coordinar economía con ética en un «sistema» bien' ordenado. Nada de eso. Maquiavelo sabe muy bien que se sale de la moral, de la moral de la tradición, que en sí no discute, antes bien, acepta; y en sus consideraciones se advierte, a veces, casi un sentimiento de dolor por tener que apartarse de ella: «y si los hombres fuesen todos buenos, este precepto no sería bueno; pero, como son malos», el príncipe no debe observar la fe dada cuando «tal observancia se le vuelva en contra» ( E l principe, X V III). Adviértase la diferencia entre adquirir gloria y adquirir imperio («No puede llamarse tampoco virtud al matar a sus ciudadanos, traicionar a los amigos, no tener fe, ni piedad, ni religión; los cuales procederes pueden hacer adquirir imperio, pero no gloria», E l principe, VIII), la «censura» a César y a los fundadores de tiranías, y el «inmenso deseo» de los tiempos «buenos» (Discursos, I, io). O también, su insistencia en los hombres que «nunca obran nada bueno, como no sea por necesidad», por lo cual, quien ordene una República, debe presuponer que todos los hombres son reos ( Discursos, I, 3).
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Pero ha dicho también: yo me interno por un camino nuevo, nunca transitado por nadie, y mostraré la verdad efectiva de las cosas — es decir, qué es actuar en política— a costa de lanzar los preceptos morales por encima del hombro. Trato las acciones de los príncipes, no de los particulares; y la acción particular es distinta de la acción pública; yo acepto esta distinción y, como hombre capaz sólo de discurrir de cosas del Estado, sólo os hablaré del quehacer público: «y las promesas forzadas que atañen a lo público, en faltando las fuerzas, han de romperse siempre, y sea ello sin vergüenza de quien las rompa», pasaje que no es del célebre capítulo XVIII de £ / principe, el llamado código de los tiranos, sino del capítulo X L II del libro III de los Discursos. Tampoco cabe afirmar que la «patria» resuma en sí la ética maquiaveliana, porque también en este aspecto sabe distinguir, sea cuando dice de si «amo a mi patria más que a mi alma» (carta a Vettori del 16 de abril de 1527) o, de los florentinos del siglo xiv, que «estimaban entonces más a la patria que al alma» (Historias florentinas, III, 7), sea al afirmar que cuando «se delibera a fondo sobre la salud de la patria, no debe caber ninguna otra considera ción, ni de lo justo o lo injusto, ni de lo piadoso o lo cruel, ni de lo laudable o lo ignominioso; antes bien, postergado cualquier otro aspecto, debe seguirse hasta el fin la resolución que le salve la vida y le mantenga la libertad» (Discursos, III, 41). La patria merece que se le sacrifique el alma, pero no es el alma; vale decir, que no sustituye los valores religiosos y morales que integran el «alma». La patria puede y debe inducir a sacrificar inclusive lo justo y lo laudable; pero, aunque sacrificado en salvaguardia del Estado, lo «justo» sigue siendo «justo». Como a Maquiavelo no le pasa por las mientes, ni siquiera lejanamente, revolucionar la moral corriente sustituyéndola por una nueva ética, sino que afirma que en la acción pública sólo es válido el criterio político, y a esto me atengo, y quien desee ser fiel a los preceptos de la moral que se dedique a otra cosa, pero no a la política, así tampoco piensa sustituir el ideal moral cristiano por la «patria», creando una ética cívica nueva. La verdad es que Maquiavelo deja muy firme el ideal moral; y lo deja fírme porque no se preocupa por examinarlo. Está total y exclusivamente atrapado por su «demonio» interior, por su furor político, por su imposibilidad de hablar de otra cosa que no sea del Estado o, si no, calla; al hallarse todo él sumido en ese principio y objetivo de su vida interior consistente en su concentración en la actividad política, lo demás queda fuera de su campo de visión. Lo
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suyo es, ante todo, «imaginación», es decir, intuición, similar a la del gran poeta y el gran artista, a quien el mundo se le presenta bajo un solo aspecto, el único que puede reconocer. Otro verá sólo formas o colores, y alguno dirá que lo que siente debe expresarlo, y no puede hacerlo sino en notas musicales; y él — lo dice abiertamente— , lo que piensa y siente, una vez despojado de la indumentaria llena de fango y lodo, lo ve y lo piensa, en su totalidad, sólo en forma de acción política. No es, por tanto, un lógico por sobre todo que parta de unos principios y, por virtud progresiva de razonamiento, deduzca, rigurosa y consecuentemente, todo un sistema completo; no, ante todo es un imaginativo, que aferra de pronto, con fulgurante iluminación, su verdad, y que sólo después se confía al razonamiento para comentar esa misma verdad. Su «verdad» es la política, descubierta en su absoluta desnudez. El cómo combinar esta verdad con las ya antes reconocidas — y sobre todo, con la verdad moral— , es algo que Maquiavelo dejará para la posteridad; por ello permane ció durante cuatro siglos de pensamiento europeo en el centro del continuo, áspero y angustioso dilema entre kratos y ethos. El más excelso de los pensadores políticos de todos los tiempos, Maquiavelo, tiene de común con los mayores políticos — tan parecidos, ellos también, al artista, por la primacía absoluta del momento intuitivo sobre la lógica y la doctrina— , tiene de común con ellos, exactamente, la «iluminación» interior inicial, el poder ver por intuición, de pronto, los hechos y su significado, y sólo después recurrir a la que llamaríamos aplicación por razonamiento. Es cierto que en la prosa de Maquiavelo se repite con frecuencia «es razona ble», o bien «no es razonable que así sea»; pero lo razonable o no es la aplicación, podría decirse, táctica, el comentario particular que sigue al gran momento intuitivo y creador, y que, respecto de éste, queda en segundo plano. Ejemplo típico de esta preponderancia absoluta de la intuición, que se concentra por entero en un problema, lo atrapa y después lo despliega, articulándolo por vía racional en sus diferentes elementos, es la manera en que Maquiavelo efectúa su desarrollo. Y a en las dedicatorias, tanto la de E J principe como la de los Discursos, apela únicamente a su «larga experiencia de las cosas modernas y (...) continua lectura de las antiguas»; ni la más lejana alusión a la elaboración por consecuencias lógicas que, en cambio, inspirará, dos siglos más tarde, a otro grande, Montesquieu, en el prefacio de De Fesprit des lois, otra soberbia pero muy diferente observación: «He
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puesto los principios y he visto los casos particulares plegarse a ellos como por sí solos, no siendo la historia de todas las naciones sino su consecuencia, vinculándose cada ley particular con otra ley o dependiendo de una ley más general.» Por el contrario, Maquiavelo dirá que de muchas cosas no puede darse «regla cierta», porque los modos «varían según el asunto», o bien que no se puede dar «determinada sentencia si no se viene a lo particular», por lo cual hablará de ello «de la manera lata que la materia por sí misma tolera...» ( E l printipt, IX y X X ; cf. Discursos, I, 18); de suerte que, a las reglas generales que nunca fallan se les contraponen los casos para los cuales no pueden establecerse reglas. Luego, al afrontar el tema, he aquí la manera típica, propia sólo de Maquiavelo: ninguna pregunta, ni por sí ni por el lector, sobre qué es el Estado, cuál su origen y cuál su fin; nada, pues, que refleje las tradicionales discusiones — tanto anteriores como posteriores a él— sobre los orígenes de la sociedad humana, sobre el «por qué» del Estado. Todo esto le parecería ociosa divagación: la acción política de los hombres es una realidad, y eterna; el Estado, en el cual se concreta esa acción, es una realidad. Discutir acerca de esto sería como hacerlo sobre por qué el hombre respira y su corazón late. Y a partir de aquí se sumerge directamente en los problemas preciosos, concretos: «Todos los estados, todos los dominios que han tenido y tienen imperio sobre los hombres, han sido y son repúblicas o principados. Ix>s principados son, o hereditarios (...) o son nuevos.» Asi empieza E l príncipe; y en el capítulo 1 del libro I de los Discursos: «Digo que todas las ciudades son edificadas, o por los hombres nativos del lugar donde se edifican, o por forasteros.» Un modo de abordar el tema claro y tajante, como la redacción en base a dilemas. Piénsese en La política de Aristóteles o en De Regímine Principum de santo Tomás, y en los preámbulos sobre qué es la sociedad y qué la motiva; piénsese en las largas disquisiciones de Locke acerca del estado natural y el origen de la sociedad política, o en el primer libro de De tesprit des lois de Montesquieu, o en los capítulos iniciales del Contrat social de Rousseau — y ello por citar algunos ejemplos— , e inmediatamente se tendrá la sensación de la diferencia sustancial, en la manera misma de plantear el problema, existente entre Maquiavelo — para quien es válido en sí— y los más grandes pensadores políticos. Pero a la primacía de la intuición sobre el procedimiento puramente lógico cabe también atribuir, no diremos ciertos desequi librios de la trama expositiva — asimismo perceptibles, aquí y allá,
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en los Discursos— , sino algunas incertidumbres y fluctuaciones, incluso en problemas de importancia fundamental para Maquiavelo; y sobre todo, en el de las relaciones virtud-fortuna. Tema en el cual, empero, es vano reclamar una absoluta y continua uniformidad en la manera de ver, desde E l principe a las Historiasflorentinas, toda vez que, más bien, no existe tal manera uniforme de ver, alternándose las afirmaciones de plena fe en la virtud humana, capaz inclusive de someter a la fortuna, con otras en las cuales, en cambio, y ya en los Discursos, se insiste sobre el «poder del cielo sobre las cosas humanas» (II, 29), hasta llegar a la desconsolada afirmación de la V ita di Castruccio: «queriendo la fortuna demostrar al mundo que es ella la que hace a los hombres grandes, y no la prudencia (...)» Pero, aun por encima de semejantes alternativas de juicio, ¿hay contraste mayor que el que existe entre los dictámenes pesimistas que Maquiavelo enuncia en general sobre la Italia de su tiempo, totalmente corrompida, y el acto de fe en el principe redentor de Italia? En otras palabras, entre sus juicios acerca de los hombres en general malos — aplicados sólo a la «propia utilidad» y dispuestos desde tiempos remotos a entregarse a sí mismos y a sus bienes y luego, cuando se encuentran cara a cara con el peligro y la lucha, olvidados de toda promesa y ofrecimiento ( E l principe, IX y X V II)— , entre estos hombres, pues, y los que Maquiavelo ve, en el capítulo final de E l principe, que aguardan con gran «amor» al príncipe redentor, «con qué sed de venganza, con qué obstinada fe, con qué piedad, con qué lágrimas». A ese príncipe al que, «¿qué puertas se le cerrarían? ¿Qué pueblos le negarían obediencia? ¿Qué envidia se le opondría? ¿Qué italiano le negaría acatamiento?» Nada queda aquí del pesimismo maquiaveliano respecto de los hombres. Llevado a las alturas por su pasión, imaginando y ya casi físicamente viendo al redentor de la Italia «más esclava que los hebreos, más sierva que los persas, más dispersa que los atenienses; sin cabeza, sin orden; golpeada, expoliada, lastimada, perseguida», Maquiavelo olvida viejos y nuevos juicios, con una nueva y cegadora luz en los ojos: la Italia libre de bárbaros. Sin embargo, la exhortación con que se cierra E l principe no es un postizo, como a veces se ha dicho; no es una pieza de oratoria añadida para justificar, con una noble apelación, las tristes cosas que se afirman en los demás capítulos del tratado, sino que forma un todo con la concepción misma de E l principe. Incluso, estilísticamente. Porque la prosa de Maquiavelo es, en definitiva, cumplida expresión de la preponderancia del momento imaginativo sobre el puramente lógico.
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En vez del juicio preciso y ponderado, justamente donde menos fácil es la conclusión, la imagen plástica que resuelve, por via imaginativa y no lógica, la duda. Como en el capítulo X X V de E l príncipe acerca de la fortuna, esta necesaria premisa para la exhorta ción final, para abrir camino al príncipe redentor de Italia: «yo juzgo bueno esto: que mejor es ser impetuoso que respetuoso; porque la fortuna es mujer, y es necesario, en deseando tenerla debajo, golpearla y castigarla (...), y, sin embargo, siempre, como mujer, es amiga de los jóvenes, porque son menos respetuosos, más feroces, y con mayor audacia la comandan». Plástica imagen de la mujer golpeada y tenida debajo; vigoroso final que ahuyenta la duda; pero, precisamente, con la fuerza de una imagen, no de un juicio lógico. El procedimiento por dilemas, argumentativo, polémico, cede, incluso estilísticamente, en los mo mentos supremos, y da paso a una onda impetuosa que sustituye el juicio lógico por la imagen. Y de improviso, el discurso se eleva al tono bíblico de la exhortación final de E l príncipe, con la evocación de los milagros instados por Dios: «el mar se ha abierto; una nube os señala el camino; la piedra ha vertido agua, aquí se ha derramado el maná». Son imágenes propias de una pasión que aún conserva la fe; en el final de E l arte de la guerra se contempla la pasión ya descorazonada y sin ilusión: «¿De qué he de hacerles avergonzar, que han nacido y fueron criados sin vergüenza? ¿Por qué han de obedecerme, si no me conocen? ¿Por qué Dios o por qué santos he de hacerles jurar? ¿Por lo que adoran o por aquellos por los que blasfeman?»
He ahí, pues, el genio de Maquiavelo. Poderosísimo genio, sin parangón en el pensamiento político: todo luz imprevista, inmediata, con la casi milagrosa irrupción de una fuerza natural, con el tono y las imágenes del gran poeta. El suyo fue un milagro que no volvió a repetirse en todo el decurso de la historia moderna. En los primeros años de vida pública todavía contenida, pero ya muy apreciable; vuelta después muy consciente, segura de sí, de su novedad y su grandeza, en el mayor período creador, el de E l principe y los Discursos, esta imaginación política, es decir, la creación política, siguió siendo hasta el final gracia y tormento, a la vez, de Maquiavelo. Cansado, amargado, desilusionado de sí y de los demás; con un sentimiento de desencanto interior que se trasluce en la Vita di Castruccio y en las Historias florentinas, el hombre aún volvió a
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encontrar, a dos meses de su muerte, el antiguo espíritu combativo que de ¡oven le había dictado, incluso en cartas oficiales, sus mal disimulados reproches a la política de Florencia. Enviado ante Francesco Guicciardini, lugarteniente general del papa Gemente VII, entre febrero y abril de 1527, volvió a informar y también, según su antigua costumbre, a amonestar. En una de sus últimas cartas, del 11 de abril de 15 27, desde Forlí, adopta una vez más el procedimiento por dilemas: «Están, pues, las cosas en tales términos que es preciso, o volver a fabricar la guerra, o concluir la paz.» Aun en la inminencia de la «exhorbitante ruina» que presentía para Florencia, y en la de su no presentida muerte, Nicolás Maquiavelo vuelve a adoptar, una vez más, su tono, el tono imperioso y de gran vuelo de su pensamiento.
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Macbiavelli, ed. al cuidado de A.
Chiesa, Caddeo, Milán, 1923. E l tan célebre y discutido ensayo del escritor inglés, al que por un lado cabe considerar completamente superado y sin eficacia en la formación actual de la crítica sobre Maquiavelo, sigue, empero, siendo de notable interés para quien desee conocer la historia de esa misma critica y recapitularla en sus tramas fundamentales; y Su interés es tal, precisamente, porque Macaulay representa y, casi diría, encama, una de las grandes desviaciones en que incurren los estudiosos del siglo x ix , particularmente respecto de E l principe. La llamada cuestión moral, como se la exponía entonces, no podía conducir sino a la condena a lo Manzoni o a la justificación por el tiempo y por los hombres; justificación que, en los términos en que se planteaba, de lo histórico sólo conservaba la apariencia, y resultaba exterior, engañosa y nula. El segundo camino es, precisamente, el seguido por Macaulay, quien casi le da su nombre, y es en esa situación en la historia de la critica de Maquiavelo donde debe hoy buscarse el interés del essay. Por tanto, puede acogerse con agrado, entre sus muchas ediciones italianas, esta nueva, cuidada por Chiesa. >
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(R¡vista Stonca Italiana, Turín, xi.il [192;], p. 1)9.)
u g l ie l m o y L e o F e r r e r o , L a palingentsi di Roma (da Livio a Macbiavelli), Corbaccio, Milán, 1924.
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Librito de agradable lectura, en el cual, de la crónica de los primeros siglos, se pasa al examen, desde luego limitado a sus características esenciales, de 1» obra histórica de Salustio, Tito Livio y Tácito (en quienes está la creación), y del pensamiento de san Agustín al retroceso obrado por las doctrinas del cristianismo (la ■ destrucción); para finalmente llegar a Maquiavelo (el renacimiento) y las doctrinas de los siglos xvt y xvit, tacitismo y razón de Estado. Naturalmente, no cabe, dados sus objetivos, buscar en este ensayo novedades de relieve, pero si pueden en cambio señalarse páginas escritas con gracia y eficacia, asf como observaciones justas y sagaces. Mucho menos feliz es el apéndice I, «Qué eS la historia», refutación ágil, pero desacertada, de las teorías de Croce. Al final se incluyen, asimismo, algunas páginas acerca de «El materialismo histórico y la Roma antigua». ' •-» (K hiista Storica Ita lia n a , Turin, 397
xirv [1927], pp. 80-81.)
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P a s q u a l e V i l l a r i , Niccoló Machiavelli e i suoi tempi, al cuidado de M. Scherillo, Hoepli, Milán, 1927.
Se cumple este año, entre muchos centenarios, el de la muerte de Maquiavelo. Está claro que de todas partes llegarán a nosotros ensayos, semblanzas y artículos, respecto de los cuales conviene, por ahora, confiar en la divina providencia y en el sentido común de los escritores de distintos géneros. En tanto, podemos alegramos de que el aniversario haya servido también de impulso para esta reimpresión de la que sigue siendo obra fundamental sobre el pensador florentino, y que estaba agotada hacia tiempo, incluidas las tres ediciones sucesivas a lo largo de cuarenta años. Ante todo, le espera una sorpresa al lector habituado a los tres gruesos volúmenes de las ediciones anteriores, que esta vez se han reducido a dos, aunque de un tamaño relativamente mayor que cada uno de los precedentes. Scherillo, a cuya diligente actividad ha sido confiada esta reimpresión, ha creído oportuno suprimir, sin más, los no pequeños apéndices documentales incluidos antes en cada volumen. Ello, para facilitar el manejo y abaratar la obra, además de devolverle la estructura original, concebida por Villari en dos volúmenes. Esta poda servirá, indudablemente, para aliviar la lectura, de por si nada breve, del ponderado trabajo; y para el público culto en general, al cual principalmente está destinada la reimpresión, hay que reconocer que ésta será una pequeña ventaja. En cambio, no es tal para los estudiosos de Maquiavelo. Siempre hay que tener el documento ante la vista, porque ofrecerá distintos temas de meditación a diferentes interpretes, por lo cual creo que para el estudioso será siempre más indicada la tercera edición (19 11-19 14 ), siquiera para evitarle remisiones a una u otra de las reimpresiones, según lo que se cite sean las afirmaciones de Villari o las de los documentos. Radical en este aspecto, Scherillo ha sido en cambio conservador en otro sentido, pues no ha osado inmiscuirse en la obra, «ni siquiera en los pocos casos en los cuales las investigaciones mías o ajenas aconsejarían, si no otra cosa, mencionar retoques, correcciones o desacuerdos». Estoy plenamente conforme con Scherillo en esta reserva: la obra de Villari, como por lo demás cualquiera otra en condiciones similares, debe seguir siendo la obra de Villari, y no un centón de variada factura (aunque este trabajo de readaptación lo hubieta realizado un estudioso de la competencia y el esmero de Scherillo). Quien pretenda tener noción de los progresos de la crítica maquiaveliana tendrá que tomarse la molestia, en verdad nada grave, de leer las últimas publicaciones importantes sobre el asunto. Pero, en cambio, habría preferido yo que Scherillo, eficacísimo en punto a literatura maquiaveliana, hubiese añadido, en un apéndice, la bibliografía posterior a 1913 (hasta ese año, Villari pudo tener en cuenta o, por lo menos, aludir a las publicaciones nuevas), para permitirle al lector que así lo deseara tener una orientación rápida y seguía. De esa manera, la reimpresión habría podido servir también a los estudiosos profesionales.
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De todas maneras, satisface poder volver a tener en las manos, en límpida calidad tipográfica, la obra que tanta fama supuso para el maestro, y que sigue siendo, como se ha dicho, fundamental todavía hoy. En este sentido se ha de decir que la amplitud de la narración y de la documenta ción, su veracidad y escrupulosidad, y la riqueza de los desarrollos y los análisis la convierten, ¡unto con la de Tommasini — en verdad, todavía más indispensable en ese aspecto— , en el preámbulo necesario para cualquier investigación o estudio sobre la figura y la obra del secretario florentino. Porque si, en cambio, se preguntara cuál es todavía su solidez en lo que concierne a la manera de ver, a los criterios de análisis y de juicio, en suma, de interpretación, la respuesta tendría otro tono. Espíritu límpido, ágil y agudo, Villari carecía, sin embargo, de algunos de los presupuestos necesarios para lograr una verdadera y perdurable aclaración de la cuestión estudiada; le faltaban, sobre todo, tanto la capacidad de afrontar y resolver los verdaderos problemas de pensamiento, como el hábito de ese trabajo, al paso que le estorbaban en medida aún mayor los inseguros fundamentos especulativos que eran su punto de partida. Jamás fue historiador de ideas. De ahí el sentimiento de insatisfac ción que, concluida la lectura, y aun después de páginas atrayentes y pulcras, queda en el ánimo del lector, del mismo lector que más cerca se sintiera, por afecto y reverencia, del maestro. Las palabras con que Pistelli concluía su juicio sobre el Machiavelli reflejan claramente ese sentimiento de carencia de satisfacción íntima, y también Scherillo tiene que hacer suyas esas reservas observando que, para la perspicacia de Villari, ha quedado empero sin solución el enigma grave de los estudios acerca de Maquiavelo, a saber, la vexa/a quaestio de las relaciones entre política y moral en el pensamiento y el espíritu del secretario florentino. Sólo que Scherillo no advierte que no hay tal enigma, siempre que estén bien claros y definidos los problemas de pensamiento en que tales cuestiones se plantean... Por ello es que, a los estudiosos actuales de Maquiavelo, la obra de Villari puede todavía ofrecerles mucho, por un lado, pero no tanto por el otro. Los mismos que, sin participar de los criterios jnrúUcot de interpreta ción, desean reconstruir a Maquiavelo históricamente, parten de una conciencia histórica muy alejada de lo que era el historicismo de Villari. En todo caso, se siguen aferrando a otro contemporáneo suyo, que también escribió alguna página acerca del autor de E l principe, a saber, Francesco de Sanctis. (R ivitta Stonca Italian a, Turin, xuv (1927), PP- 404-406.)
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Vita di Niccoió Machiavelli florentino, Monda-
dori, Milán, 1927. Así como Maquiavelo nació «con los ojos abiertos», también Prezzolini se ha dado cuenta de que era necesario hablar de él en tono de divulgación.
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no para los eruditos, se entiende, atareados en sofismas de interpretación, sino para el gran público; y hablando así llanamente, sin conceptos abstrusos ni vocablos metafísicos: al contrario, razonando a veces la exposición, si se da el caso, con alguna expresión de acendrado sabor popular. El resultado es un volumen más bien grueso, que, sin embargo, se deja leer con placer por lo general, y que tiene partes bien logradas. Pero ¿por qué buscar el gran «efecto» con tantas boutades y con digresiones de tono falsamente desenvuelto, que resultan ser modelos de mal gusto? (Lea, quien lo desee, las páginas acerca de los hombres que ríen con «ja, ja» y «je, je», etc., o acerca del bistec y el frijol toscano.) (R ivista Stortea Italiana , Turin, XLV [1928], p. 22).)
Dtctnnali Este título incluye el Deeennale prime y el Deeennale serondo, dos obritas en tercetos de Nicolás Maquiavelo, compuesta la primera entre octubre y noviembre de 1 504 (publicada en 1506), y la segunda, que quedó inconclusa, probablemente en 1509. E l Dtctnnalt primo narra los acontecimientos ocurridos en Italia entre 1494 y t $04; el Dtctnnalt steondo, los de 110 4 a 1 509. En el aspecto literario ambos trabajos tienen poco valor; en cambio, son notables por los juicios de Maquiavelo acerca de los hechos de su tiempo.
(Disonaría letterario Bompiani dille opere e del personaggi, Bompiani, Milán, 1947, vol. II, p. 586.)
Discorsi sopra la prima dtca di Tito Livio Famosa obra de Nicolás Maquiavelo compuesta entre los años 1 j 13 y 1519 , pero con solución de continuidad y, por lo menos, en dos fases bien diferenciadas. Efectivamente, Maquiavelo escribió los primeros fragmentos en cuanto se retiró a San Casciano, en abril de 1 j 13, tras el breve encarcelamiento sufrido por la llamada conjura antimedicea de Pietro Paolo Boscoli, de la cual se sospechaba que Maquiavelo estuviera enterado. Luego, el escritor abandonó súbitamente su comentario de Tito Livio y escribió sin interrupción E l príncipe; sólo después reanudó los Discursos sobre ¡a primera década de Tito Livio, que después fue leyendo, a medida que los escribía, a sus amigos de las Orti Oricellari, es decir, a los asiduos de la casa de Rucellai. La obra se publicó postumamente: la primera edición es de 15 )1 (Roma, Antonio Blado); en el mismo año, con posterioridad, pero indepen dientemente del texto bladiano, salió otra edición en Florencia, en impresión de Bernardo Giunta. Los Discursos, que están dedicados a Zanobi Buondel-
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monte y a Cosimo Rucellai, se dividen en tres libros, el primero con 6o capítulos, el segundo con 33 y el tercero con 49. En su conjunto, el primer libro se refiere al problema político «interno», o sea, la organización de la República, sus leyes, etc. (son las «... disposiciones tomadas por los romanos, pertinentes a los asuntos interiores de la ciudad»); el segundo, a la política exterior (las resoluciones «que el pueblo romano tomó, corres pondientes a la seguridad de su imperio»); el tercero es de asunto mucho más variado, toda vez que, proponiéndose demostrar «cómo las acciones de los hombres particulares hicieron grande a Roma y causaron en aquella ciudad muchos buenos efectos», trata indistintamente de temas de política interior (por ejemplo, el larguísimo capítulo 111, «De las conjuras»), de política exterior y, sobre todo, de asuntos militares (capítulo X : «Que un capitán no puede evitar la jomada, cuando el adversario quiere hacerla de cualquier manera»; capítulos X I, X II, etc.). Pero cabe señalar que en los tres libros, y no sólo en el tercero, falta la organicidad exterior del discurso que caracteriza a E J príncipe. Maquiavelo comenta a Tito Livio, pero es obvio que Tito Livio sólo constituye un punto de partida o un pretexto para que Maquiavelo exponga su propio pensamiento, original, el cual, sin duda alguna, es profunda y rigurosamente orgánico y unitario. No obstante, el haber elegido para poner de manifiesto sus propias ideas la forma de comentario de un historiador clásico, es precisamente causa de que, formalmente, este pensamiento maquiaveliano no se presente desplegado en un discurso continuo, por sucesión lógica, sino que aparezca un tanto por impulsos, podría decirse con vaivenes; el texto (narración histórica) de Tito Livio que el autor desea interpretar y transformar en razonamiento político impone a veces pasar de un asunto a otro, aun cuando éstos no se hallen unidos por un nexo lógico inmediato. Asi es como en el mismo libro I. que por expresa declaración de Maquiavelo está dedicado a estudiar «los asuntos interiores de la ciudad», se insertan capítulos que nada tienen que ver con la estructura política interna del Estado, sino que se refieren a cuestiones militares, etc.; por ejemplo, al capítulo X X II, que examina el caso de los tres Horacios y los tres Curiacios, le sigue el capítulo X X I 11, donde se afirma que «no se deben poner en peligro toda la fortuna ni todas las armas, y por esto, a menudo el defender los pasos es dañoso». La narración de Tito Livio dd duelo entre Horacios y Curiacios, vinculado a la figura de Tulo Hqstilio, de que trataban los capítulos precedentes ( X 1X -X X I), hace que Maquiavelo pase del problema general de la organización militar del Estado al episodio, el cual, a su vez, le sugiere consideraciones acerca del peligro que entraña el tratar de resistir a un enemigo defendiendo un paso de montaña, en lugar de enfrentarlo en una llanura abierta. Es un desarrollo lógico de pensamien tos para quien hable del texto del historiador romano; pero bajo el aspecto de la estructura formal y general de un razonamiento político, es un paréntesis introducido en el esquema de conjunto. Por esta razón, no es posible exponer un resumen sistemático de la estructura de tos Discttrsoi, toda vez que un mismo asunto es abordado varias veces en distintos pasajes.
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Más bien cabe indicar los momentos destacados, es decir, los capítulos en los cuales el pensamiento de Maquiavelo alcanza su más alta y plena expresión. A este respecto son fundamentales, en el libro I, los capítulos 1II-IV , donde sostiene que la desunión entre plebe y senado, en Roma, no fue causa de males, sino de bienes, y antes bien supuso la causa primera de la grandeza de la República; los capítulos 1X -X , que afirman la necesidad de la acción de un hombre solo, cuando se quiera «ordenar una República de nuevo» o reformarla a fondo (concepto éste, el de la necesidad de una acción individual, que reaparece en los capítulos L 1V del libro 1, y I del libro III); los capítulos X l-X V , acerca de la importancia decisiva de la religión para la vida política; el capítulo X X V II, donde se menciona el elemento, tan extensamente desarrollado en E l principe, de la incapacidad de los hombres de ser «del todo malos o del todo buenos»; los capítulos X X X IV y X X X V , X X X V II y X L sobre la autoridad dictatorial, el dccenvirato y la ley agraria en la Roma antigua; los capítulos X X IX y L V III, donde Maquiavelo sostiene que el pueblo es menos ingrato y más sabio y constante que el príncipe. En el libro II, sobresalen por su importancia el proemio, especie de paralelo entre los tiempos antiguos y los modernos, concluido con la comprobación de que son más claros que el sol «la virtud que antes reinaba y el vicio que ahora reina»; el capitulo I, acerca de si, para la formación del Imperio romano, tuvo mayor importancia el valor de los romanos o la fortuna (Maquiavelo responde: el valor); el capítulo IV, sobre los modos observados por distintos estados «acerca de la ampliación»; los capítulos X , X V 1-X V I 1 y X IX , sobre el problema militar, que Maquiavelo resuelve, conforme a lo que ya había dicho en E l principe, afirmando la necesidad de las armas «propias» y repudiando el concepto corriente de que el nervio de la guerra este constituido por el dinero («... el oro no basta para encontrar buenos soldados, pero los buenos soldados son más que suficientes para encontrar el oro»). En el libro III es fundamental el capítulo 1, acerca de la necesidad, para que una República viva largamen te, de «replegarla con frecuencia hacia su principio», vale decir, reformarla de suerte que se hagan revivir los principios de los que emanaba la fuerza inicial del Estado (por ejemplo, el sentido religioso, el sentido de la justicia, etc.). O sea que los Discursos parecen, exteriormente, mucho menos compac tos y orgánicos que E l principe. Y también estilísticamente son más moderados de tono; les falta la extraordinaria penetración y laconismo de la redacción de E l principe, el cual parece constantemente tender a precipitar el epilogo, al paso que aquí el giro es más amplio y la frase más tranquila, menos tallada y labrada. Pero, para quien vaya al fondo de las cosas y, superada la aparente fragmentariedad, vea el desarrollo del pensamiento maquiaveliano en la totalidad de los tres libros, los Discursos se le presentan como la obra de mayor aliento que haya escrito el florentino. La vida del Estado, que en E l principe se concentraba exclusivamente en la figura del condottiero, del caudillo, aquí se amplia y robustece merced a la participación del «pueblo» en la vida política, y no sólo ello, sino también debido a la
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importancia de primer plano que cobran para la vida política los «ordena mientos», esto es, las leyes, la educación, la religión, etc. En E l principe, el Estado vivía exclusivamente por la «virtud» de su jefe, es decir, que era un organismo de carácter antropomórfico; en los Discursos, en cambio, vive bien si sus «órdenes» (leyes, etc.) son eficientes (y sólo pueden serlo si hay mucha «virtud» en el pueblo), y mal si los «órdenes» dejan de ser observados. El Estado aparece entonces como un «cuerpo mixto», como un organismo similar a los que la Naturaleza crea, que nace, crece, llega al pleno desarrollo, se corrompe y muere, a menos que sobrevenga un oportuno retorno a los «principios» (capítulo I del libro III), es decir, a menos que se logre renovar, con enérgica acción, la vitalidad interior de los órdenes del Estado. Es claro que, aun en este caso, Maquiavelo tampoco olvida al individuo, la facultad de acción del hombre singular, la necesidad, especialmente en ciertos momentos, de una dirección; tan es asi, que todavía ahora proclama la precisión de que «sólo» se necesita la «virtud» de un ciudadano para ordenar ex novo una República o para que «vivan» los «órdenes» de un Estado (capítulo IX del libro I, y 1 del libro III). Pero, aun con este pleno reconocimiento del valor del individuo, de la personalidad política, los Discursos tienen un tono muy distinto y más amplio que E l principe. Sería, empero, erróneo contraponer el Maquiavelo de los Discursos al Maquiavelo de E l principe, como un demócrata republicano en antítesis con un absolutista monárquico. Esa contraposición se ha hecho muchas veces, surgiendo entonces el problema, grave, de poner de acuerdo a los dos Maquiavelos distintos que saltaban a la vista de ambas obras. N o existe tal contraposición. Porque, en realidad, también en los Discursos, como antes en E l principe, Maquiavelo contempla siempre la vida política no desde el ángulo de los diversos partidos o grupos de individuos, sino desde la perspectiva general del Estado: el interés del Estado, no el de los particula res o de los grupos, constituye siempre el punto de partida del pensamiento maquiaveliano. Así, por ejemplo, el escritor aprueba las luchas entre patricios y plebeyos de la Roma antigua no porque considere justo y obligatorio que se le reconozca a cada uno el derecho de expresar sus opiniones, sino porque estima que aquellas luchas fueron la causa primera de la libertad y grandeza de la República; porque las valora, pues, en función de su efecto beneficioso para el Estado, y no debidas a un principio de derecho individual.
(Disyonario leSStrario Bompiani deile opere e dei persemapUK Bompiani, Milán,
19 4 7 ,
vol. II, pp.
7 1 4 - 7 1 5 .)
lstorie fiorentine Por orden del cardenal Giulio de Médicis (después papa Clemente VII), los funcionarios Studio florentino y pisano confiaron a Nicolás Maquiavelo
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la tarea de escribir la historia de Florencia, «del tiempo que le parezca más conveniente, y en la lengua, o latina o toscana, que le parezca». Tiempo, dos años; pago anual, cien florines. Los dos años no le bastaron, pues fue sólo a partir de 15 2 ; cuando, retirado a su casa de campo de San Casciano, Maquiavelo se dedicó a trabajar en la obra, cuyos ocho primeros libros presentó al papa Clemente VII en 1525. Ahi se detuvo, y la historia quedó sin terminar. Según los propósitos de Maquiavelo, expuestos en el proemio, tenían que ser cuatro los libros a guisa de introducción; el primero, una breve recapitulación de «todos los incidentes de Italia transcurridos desde la declinación del Imperio romano hasta 14)4»; los otros tres iban a resumir toda la historia interna de Florencia desde sus orígenes hasta 1434, año del retorno de Cosimo de Médicis a la ciudad. Desde 1434, es decir, desde el libro V en adelante, la narración debía hacerse más amplia y detallada, relacionando los acontecimientos internos de Florencia con los sucedidos fuera de ella. El resultado obtenido es que el primer libro abarca, en realidad, para los hechos generales de Italia, hasta 1424; el libro II, para la historia florentina, hasta 1353, y el tercero, hasta 1422. Con el libro IV empieza ya la narración más extensa y minuciosa, que llega, en el libro VIH, hasta 1492. La obra se publicó postumamente, en 1332, en dos ediciones: en Roma, por Antonio Blado, y en Florencia, por Bernardo Giunta. El método de trabajo del Maquiavelo historiador era bastante apresurado. Se valió, para los distintos periodos, de una o más crónicas, y empleó algunas fuentes en su totalidad, sin control crítico. N o se preocupó siquiera mínimamente por cerciorarse acerca de la verdad de lo narrado por sus predecesores, y no mostró ninguna disposición a consultar documentos de archivo. Por si ello no bastara, a menudo los datos reales están alterados deliberadamente. Esto es lo que ocurre con todas las descripciones de batallas del siglo xv, comentando que las hubo sin muertos (Anghiari y Molinella), falseando por entero la realidad histórica. El porqué de semejan te descuido, mejor dicho, de semejante alteración deliberada del dato real, reside en que Maquiavelo, al escribir historia, nunca deja de lado su ánimo político, y se sirve del pasado para demostrar la virtud de sus ideas políticas. En E l principe, en los Discursos sobre ¡a primera década de Tito Lirio y en E l arte de la guerra, sostiene tajantemente la inutilidad de las armas mercenarias; aquí, en las Historias florentinas, justamente al abordar el tema de los condotieros y las compañías de ventura, aprovecha inmediatamente la ocasión para justificar con ejemplos históricos sus aserciones teóricas, c inventa las batallas sin muertos. De suerte que a las Historias florentinas no debe pedírseles exactitud en los datos aislados. Obra que, sin embargo, es muy polémica, vale sobre todo porque en ella, Maquiavelo, elevándose de la mera relación de los hechos históricos aislados, traza las grandes líneas del desarrollo político de los estados, y éstas si las capta y establece con mano maestra. La parte más interesante y vital es, en definitiva, la constituida por los elementos polémicos, o sea políticos; como sucede cuando el escritor analiza las luchas de partidos en Florencia, teniendo
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siempre ante los ojos la imagen de Roma y de las luchas entre patricios y plebeyos, es decir, pensando constantemente en lo que ya había escrito en el libro I de los Discursos. El mismo ataque contra las milicias mercenarias, que por un lado lo lleva a unas afirmaciones completamente falsas, por otro, en virtud del elemento de profunda verdad que encierra (estrecha conexión entre la política y la fuerza militar de un Estado), le permite ver con cabal seguridad los estrechísimos vínculos que existen entre la política exterior y la interior, con lo que abre nuevos caminos a la historiografía italiana y europea. ( D i^ionario le í¡erario fíom piani de/le opere e dei persona## B o m p ian i, M ilán , 19 4 7 , v o l. I I I . p p . 15 8 - 15 9 .)
E u g e n i o D u p r é - T h e s e i d e r , Niccolo Machiavelli diplomático. L ’arte delia diplomacia nel Quattrocento, Marzorati, Como, 194).
Al Nicco/é MachivelU diplomático dedica un amplio estudio E. Dupré-The seider. Como indica el mismo subtítulo (lJarte delta diplomacia nelQuatrocento. El arte de la diplomacia en el siglo X V ), a partir de Maquiavelo el análisis se extiende a las formas y costumbres de la diplomacia italiana del Renacimiento, a lo que se refieren los capítulos IV, V , VI y V II del trabajo, que examinan los cometidos y requisitos del eratore, las misiones extraordi narias, credenciales y comisiones, manera de llevar las negociaciones y estilo de las relaciones, etc. Una serie de noticias y observaciones sumamente útiles para el estudio de la diplomacia italiana de la época, sobre todo, porque, en varios puntos, Dupré puede rectificar las afirmaciones de De Maulde La Claviérc, hasta ahora máxima autoridad en la materia (habiendo envejecido Reumont) con su voluminosa obra La diplomatie ase temps de Macbiavel. En cuanto a Maquiavelo, la investigación sistemática de su actividad como enviado diplomático y encargado de negocios en el extranjero, entre 1498 y 15 12 , le lleva a la conclusión de que fue «esencialmente limitada, tanto por la importancia de los asuntos tratados cuanto por la parte que le tocó en ellos». Con todo, podría haberse hecho alguna observación que vinculara al «diplomático» con el «pensador», en el sentido de llevar a apreciar de qué manera, en la actividad práctica, van elaborándose poco a poco los criterios de juicio, fundados precisamente en la «larga experiencia de las cosas modernas» unida a la «continua lectura de las antiguas» que luego informarán E l principe y los Discursos, cuando, obligadamente conclui da su actividad práctica, Maquiavelo queda reducido a sí mismo y a sus pensamientos. Por ejemplo: en la primera legación en Francia, Maquiavelo advierte al cardenal d’ Amboise que Luis X II «debiera guardarse muy bien de los que procuraron la destrucción de los amigos suyos, no por otra cosa sino p o r hacerse más poderosos ellos y para que les fuera más fácil quitarle Italia de las manos; en lo que esta Majestad debiera reparar y seguir el
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camino de los que antes quisieron poseer una provincia exterior, que es rebajar a los poderosos, halagar a los súbditos, conservar los amigos y guardarse de los compañeros, es decir, de los que en tal lugar quieren tener igual autoridad» (carta del ai de noviembre de i j o o ): aquí se halla ya, in tutee, todo el capitulo 111 de E l príncipe. De esta manera se habría relacionado mejor la actividad práctica de Maquiavelo con la especulativa (demasiado generales son las consideraciones de la página 50 y siguientes), toda vez que la segunda se nutre de la amplia experiencia práctica y del conocimiento directo de las cosas del mundo, que luego eleva a la esfera del pensamiento muy consciente de sí, transformando el episodio particular en máxima de valor general. Con ello, hasta la acción del Maquiavelo diplomático cobra un interés que, de otra manera, no tiene. ( R irit/a SZorita Italian a, Nápolcs, 1.x [1948]. pp. }13-)14.)
II Príncipe Seguramente, la obra de Nicolás Maquiavelo más leída y discutida, exaltada y vituperada, amada y odiada de la literatura política de todos los tiempos. Fue escrita entre julio y diciembre de 15 1) , en la villa llamada «L’ Albergaccio», de Sant’ Andrea in Percussina, cerca de San Casciano, adonde Maquiavelo, caído en completa desgracia con los Médicis, se había retirado desde abril. El estimulo ocasional del escrito fue los rumores, que cundieron a principios del verano, sobre los proyectos del papa León X de crear un Estado para beneficiar a sus sobrinos Giuliano y Loren/o de Médicis, rumores que impulsaron a Maquiavelo, preocupado por los destinos de Florencia y de Italia, y deseoso de expresar su pensamiento madurado en muchos años de experiencia política, a interrumpir su ya comenzado comentario de Tito Livio ( Discorsi sopra la prima deca de Tito Lirio) y a elaborar rápidamente este nuevo tratado, más breve. Lo anunció el 10 de diciembre en una carta célebre a su amigo Francesco Vcttori, en estos términos: «(...) he compuesto un opúsculo De principa!ihm (...) exponiendo qué es principado, de cuáles especies existen, cómo se adquie ren, cómo se mantienen, por qué se pierden...» M is tarde, en 1 j 16, antepuso al tratado una dedicatoria a Lorenzo de Médicis, pero no volvió a tocar el texto. // Principe es obra concebida sin interrupción por la mente de su autor, y v-nos han sido los intentos de algunos estudiosos por distinguir sucesivas fases en su elaboración. El titulo no fue bien definido por Maquiavelo: lo llamó De principatibus, De' principati (Discursos, libro II, capítulo I), De principe (ibíd., libro III, capítulo X L II). De’ principati lo titularon también los amigos y los copistas de los primeros manuscritos. Pero la tradición ha preferido // Principe, subrayando con ello la importancia básica que para la obra tiene la figura personal del jefe del listado. E l libro
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se publicó postumamente; la primera edición es de 1532, en Roma, por Antonio Blado y en Florencia por Bernardo Giunta. E l tratado, muy breve, consta de veintiséis capítulos y es una férrea concatenación lógica, de urdimbre continua y sin interrupciones ni digresiones. E l esquema general es como sigue: los nueve primeros capítulos, que responden a la pregunta de «cómo se crea y se forma un principado», analizan el proceso de variada constitución de los principados; se les añade el X , que trata de la capacidad general de lucha de un Estado contra el enemigo exterior, mientras que el capitulo X I está dedicado al peculiar tipo de principado que es el Estado de la Iglesia, para el cual no valen las reglas que rigen la vida de los demás estados. Con mayor detalle aún, los capítulos 11 al V examinan la conquista de nuevas provincias por un Estado ya formado y organizado, mientras que en los capítulos V I a IX se estudia la formación e x hopo de un principado (como los de Francesco Sforza y de Cesar Borgia). Con los capítulos X II a X IV se pasa a las grandes cuestiones generales de la vida interna del Estado, que se resumen en una sola: el ordenamiento de las fuerzas armadas. E s aquí donde Maquiavelo, tras haber desarrollado su áspera y tajante crítica de las milicias mercenarias y auxiliares, después de haber condenado duramente, e incluso injustamente, a los principados italianos de su tiempo, pasa a propugnar la necesidad que tiene un Estado de las «armas propias», es decir, las que «están compuestas por súbditos, o ciudadanos, o criados tuyos», así como la obligación que tiene el principe de pensar continuamente en la guerra: «Por tanto, no debe un príncipe tener otro objeto ni otro pensa miento, no tomar cosa alguna como arte suya, fuera de la guerra y de los órdenes y disciplina de ella; porque ése sólo es el arte que corresponde a quien manda.» Hecho esto, es decir, efectuado el ordenamiento militar, Maquiavelo no ve otra reforma general que introducir en el Estado: los problemas económicos, financieros, etc., quedan muy lejos de su pensamien to. Por ello pasa de ahí a analizar las cuestiones relativas a la persona misma de] príncipe, a las artes a que debe apelar para mantenerse en el trono y las cualidades que debe tener. Es éste el tema de los capítulos X V -X X III, dedicados exclusivamente a la figura del príncipe. El análisis de Maquiavelo llega en ellos al máximo del realismo. Tiene plena conciencia de decir cosas de las que nadie ha osado nunca hablar, cuando, en el capitulo X V , arremetiendo contra los filósofos y escritores que han hablado de política imaginándose «repúblicas y principados que nunca se vio ni supo que fueran verdaderos», afirma proponerse «escribir algo útil para quien lo entienda», y por ello «ir directamente a la verdad efectiva de la cosa», en lugar de hacerlo «a la imaginación de la misma». He aquí la normativa del capítulo X V I: mejor es ser considerado parsimonioso, y no disipar las riquezas del Estado liberal, para luego gravar con impuestos a los súbditos; y los preceptos del capitulo X V II: más vale ser cruel a tiempo que inútilmente misericordioso, mejor es ser temido y respetado que amado y no lo bastante respetado. Y , sobre todo, he aquí los muy famosos de) capitulo X V III, el más discutido y criticado de toda la obra maquiaveliana:
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la necesidad del principe de saber ser zorro y Icón a un tiempo; necesidad de no observar la fe (la palabra) dada «cuando tal observancia se le vuelva en contra o se hayan extinguido las causas que la hicieron prometer»; necesidad de parecer «piadoso, fiel, humano, íntegro, religioso», pero también de saber no serlo; necesidad, finalmente, de «no apañarse del bien, en pudiendo, pero saber entrar en el mal, necesitando». Ello, porque en las acciones de los hombres, y máxime de los príncipes, «se mira a los fines. Hazte, pues, príncipe para vencer y mantener el Estado, y los medios serán siempre juzgados como honorables y alabados por todos». Finalmente, los capítulos X X 1V -X X V I ofrecen la vinculación abiena del tratado con la situación italiana del momento. E l incentivo para escribir 7/ Principe lo había recibido Maquiavelo, como se ha dicho, de la posibilidad de nuevas combinaciones políticas en Italia; y he aquí que ahora, al cierre del tratado, que hasta ese momento se había mantenido con un carácter teórico general con el examen de las causas por las cuales los príncipes de Italia perdieron sus estados (capítulo X X IV ), seguido del análisis de la fortuna, vale decir, si le es posible o no a la capacidad y la energía del hombre el resistir a la suerte (capítulo X X V ), se llega finalmente a la conclusión de que en Italia es hoy por hoy posible, para un príncipe prudente y «virtuoso», o sea, capaz, crear un Estado nuevo y fuerte que pueda guardar a Italia de las invasiones de los «bárbaros», acabando con el «bárbaro dominio» de franceses y españoles (capítulo X X V I). El tratado concluye con los versos de la oda «Italia mial» de Petrarca: «La virtud contra el furor / tomará las armas; y será corto el combate, / pues el antiguo valor / en los itálicos corazones aún bate.» Con un grito de pasión, con una imploración afligida y trémula a un «redentor» de Italia concluye la obra que a lo largo de veinticinco capítulos habia mantenido, en cambio, la lucidez de un razonamiento implacablemen te seguro. Maquiavelo no piensa, sin embargo, en la unificación política de Italia; el príncipe nuevo a quien invoca debería, si, situarse a la cabeza de la lucha contra el extranjero, pero en realidad sólo dominaría directamente un Estado fuerte, probablemente en la Italia central. Ello no obstante, la invocación maquiaveliana es una de las más poderosas expresiones, a través de los siglos, del espíritu nacional italiano. Por lo demás, 7/ Principe constituye la más clara y límpida expresión del pensar político que se haya escrito jamás. Todo en él es «político»: cualquier otro elemento moral o religioso queda de lado; el «deber ser», es decir, el anhelo de una vida más elevada, cede lugar al «ser», o sea, la consideración de la realidad tal como es, sin preocupaciones por reformarla. El sentir político tiene aquí tal inmediatez, fuerza e incluso intuición, que no deja parar mientes en ninguna otra consideración que no sea la del interés del Estado. El cual, a su vez, forma una sola cosa con la persona del príncipe; es un ente antropomórfico, reducido a la medida de una persona humana; de suene que el interés del Estado es una sola y misma cosa con el interés de su jefe. Esta individuali zación del problema hace aún más apretada y orgánica la unidad de pensamiento del tratado; las normas teóricas encuentran inmediata y total
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cjemplifícación en algunas figuras de grandes príncipes: Fernando el Católico, Francesco Sforza o César Borgia. De ahí, también, la extraordina ria profundidad del estilo, estricto y descamado, así como la plasticidad de sus expresiones; porque II Principe, también en el aspecto literario, es una obra maestra, una de las grandes obras maestras de la prosa italiana. Y asi fue pronto traducida a las principales lenguas; difundida en toda Europa, conoció enorme popularidad — como quizá no haya tenido ninguna otra— y, especialmente en la segunda mitad del siglo x v i y la prim en del xvtt fue victima de violentas acusaciones e invectivas. En ella parece compendiarse el llamado «maquiavelismo», a lo que se deben las iras de los antimaquiavelistas de toda Europa. (D éfionario lettera rie Bem piani ¿elle opere e ¿ ti ptrionaggf,
Bompiani, Milán, 1948, vol. V, pp. 794-796.)
h a vita di Castruccio Castracani da hueca Obrita de Nicolás Maquiavelo, compuesta entre julio y agosto de 1 J20, cuando se encontnba en Lucca enviado por el gobierno florentino pan resolver algunas cuestiones que afectaban a ambas ciudades. E l escrito debicn ser una biognfía de Castruccio (1281-1)28), uno de los gnndes jefes gibelinos italianos, señor de la ciudad de Lucca; pero, en realidad, Maquia velo mezcló abundantemente los hechos reales de la vida de Castruccio con hechos imaginarios, modelados con el recuerdo de los grandes héroes de la antigüedad, esencialmente de Agátodes. Se nata, pues, de una biografía muy novelesca, en la que Maquiavelo no se propuso reflejar una realidad histórica precisa, sino retratar una fíg u n ideal de príncipe, con arreglo a sus conocidos principios políticos, trasladando al pasado sus aspiraciones respecto de un perfecto jefe de gobierno. De suerte que ha de juzgarse la obra desde esta perspectiva, y no desde la de la exactitud histórica de los detalles. Por lo demás, en lo que respecta a los «Dichos memorables» que hacia el final pone Maquiavelo en boca de Castruccio, tal como ha demostrado recientemente Lisio, son en su casi totalidad (32 de los 34) tomados de Diógencs Laercio; uno, el X X III, proviene de la biografía de Castruccio que escribió Tcgrimi, y el restante, X X X III, es el recuerdo de Dante de la figura de Bonturo Dati (Infierne, canto X X I, p. 37 ss.). (D h(ionarie letterarie Bem piani ¿tUe opere e ¿ t i personagg,
Bompiani, Milán, 1949. vol. VII, pp. 788-7I9.)
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«I-os caracteres políticos de Europa en el pensamiento de Maquiavelo» Los escritores y pensadores del siglo x v iii — los padres de la moderna concepción de Europa 1— pusieron el acento, entre otros, en los caracteres «políticos» de Europa, es decir, de los estados europeos, señalándolos como profundamente distintos de los del resto del mundo. Distintos y superiores, por lo menos hasta que la guerra de la Independencia americana no aportó otro ejemplo de libertad y progreso, que se contrapuso, y a menudo antepuso, al de la «vieja Europa». Efectivamente, el torpe politique de l ’Burope se caracteriza por el hecho fundamental de desconocer, en su interior, el despotisme asiatique, y de estar repartido en muchos estados, sin grandes imperios como los de Asia. La mayoría de los asiáticos, para Montesquieu, no tiene idea siquiera de lo que es una República, y «l’imagination nc les a pas servís jusque á leur faire comprendre qu’il puisse y en (de gouvernement] avoir sur la Terre d’autre que le despotique» 1234 . También para Giambattista Vico, sólo en Europa «hay gran número de repúblicas populares que no se observan en absoluto en las otras tres [partes del mundo]». Todavía en el siglo xix, Guizot, en sus célebres lecciones de la Sorbona acerca de la Histoire de la civilisa!ion en Europe, insistirá en que esa multiplicidad de regímenes y principios políticos distintos es una característica típica de la civilización europea. Está claro que aquí afloran también los recuerdos clásicos de la Grecia de las guerras contra Persia, de la Grecia de Hcrodoto y Esquilo, y, después, de Isócrates, de Eforo, de Teopompo y de Aristóteles, cuando la «libertad helénica» y la «tiranía» asiática se contrapusieron netamente. ¡Pero no se trata sólo de una reminiscencia literarial No, sino que hay una conciencia muy clara de la diferencia sustancial, también en la vida política, entre Europa y las demás partes del mundo, sobre todo de Asia y Africa; diferencia que se manifiesta, asimismo, en la vida cultural, con una Europa que se ha convertido, para Voltaire, en una «República literaria», una «sociedad de los espíritus» inhallable en otro lugar; diferencia en la vida económica, en la que Europa tiene, siempre para Montesquieu, «une loi fundaméntale» (monopolio del comercio con las colonias) \ y cuyos estados viven de la «circulation des richesscs ct (...) progression de reyenus» \ mientras que los estados despóticos desconocen los intercambios comercia les y financieros con el exterior *, contraponiéndose a la actividad febril de 1 Permítaseme remitir, para este problema general, a mi estudio «L'idca di Europa», en Rassegu efltaBa, II (1947), núm. 4, pp. 5-17 7 núm. j . pp. 25-57, donde también he desarrollado las consideraciones acerca de Maquiavelo que aquí vucivo a registrar. 2 C .-L . de S ecóndat , barón of. Montesquieu, L etiris persones, 157. (« 1.a imaginación no Ies ha dado como para hacerles comprender que pueda existir en la tierra otro |gobiemo| que no sea el despótico.» Por otra parte, existen muchas traducciones castellanas de las Carlas persas de Montesquieu.) 3 M ontesquieu, Di tesprit des tais, XXI, 21. 4 M ontesquieu , Delires persaius, toó; cf. De ftsp rii des b is, X X II, 4. 3 Montesquieu , De tesprit des b is, XXII, 14.
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los europeos la «nonchalance asiatique» y la «lácheté (...) parcsse (...) mollesse des nations d’ Asie» *; diferencia en las costumbres y el modo de vida, entre «l’csprit de société, la politesse, la civilité» típicos de Europa, y dentro de Europa, sobre todo de Francia, con ese «certain génie» de que habla Fontencllc en los Hntretiens sur la pluraliti des mondes, que tanto aparece en las ciencias cuanto en las «choses d’agrément». Esta diferencia entre «despotisme asiatique» y — al menos relativa— libertad europea, se expresa, pues, por una parte, en el gran número de estados europeos, lo que hace necesaria la política de «equilibrio» (y recuérdese, a este respecto, el elogio del «pequeño Estado», tan caracterís tico de gran parte de la literatura dieciochesca y, luego, también de principios del siglo x ix )7; por otra, en el hecho de que incluso en las monarquías absolutas el poder del monarca no es nunca ilimitado, sin cortapisas ni reglas. Ambos hechos tienen estrecha correlación: «un grand empire suppose une autorité despotique dans celui qui gouveme (...); la propriété naturelle des petits états est d’étre gouvemés en république, celle des mediocres d’étre soumis á un monarque» *. Ahora bien, el gobierno monárquico, donde uno solo gobierna «par des lois fundamentales», es caracterizado por Montesquieu por la existencia de «pouvoirs intermédiaires», «subordonnés et dependants», toda vez que «ccs lois fundamentales supposent néccssaircmcnt des canaux moyens par oú coulc la puissance: car s’ il n'y a dans 1‘état que la volonté momentanéc et capricieuse d’un seul, lien nc peut étre fíxc; et par conscqucnt aucune loi fundaméntale» *. «Le pouvoir intermédiaire subordonné le plus naturel est celui de la noblcsse» **, hasta el punto de que la máxima fundamental de la monarquía es: «Point de monarque, point de noblcsse; point de noblesse, point de monarque. Mais o o a u n despote» ***. Además de estos «rangs intermediaires» se precisa, en una monarquía, «un depot de lois», del que también carecen los estados despóticos.
Estos esquemas característicos del Estado europeo, de la política europea, en comparación con los de Asia y Africa, se encuentran ya en
* M í, X U i, i j ; X IV , 4; CauédiraSm u tur k ¡ tenses í t le¿tan d ea des Remetes et de k er deeedeete. Pero cf. en cambio Lettets perseees, 14 y 106. 1 Cf. W. K a e g i . «Der Klcinstaat im curupáischcn Dcnken», en Histerisebe Meditetieeee, Zuricfa. 194a. I.PP- *49 1 **• ■ MowmQVtEU, De ta p é is ski lees, V III, 19 y 10. («Un gran imperio supone una autoridad despótica en quien gobierna (._); la propiedad natural de los pequeños estados es de gobernarse en forma de República, la de los mediocres, estar sometidos a un monarca.» N . del T.) * «Esas leyes fundamentales suponen necesariamente unos canales intermedios por los cuales fluya el poder; porque ai no existe en el Estado más que la autoridad repentina y caprichosa de uno solo, nada puede ser fijo y, por consiguiente, no hay ninguna ley fundamental». (N . del T.) • * «E l más natural de los poderes subordinados intermediarios es el de la nobleza.» (N . del T.) • * * «N o hay monarca, no hay nobleza; no hay nobleza, no hay monarca, sino que se cieñe un déspota a (N . del T .)
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Maquiavelo. La suya es la primera formulación clara, en los umbrales de la Edad Moderna, de la idea de Europa como de una comunidad de caracteres muy precisos y netos, y puramente laicos, no religiosos. La común fe cristiana ya no le dice nada al secretario florentino; la res publica ebrisiiana no aparece en su pensamiento. En cambio, surgen muy claramente las connotaciones «políticas» de Europa, que serán recuperadas y desarrolladas en el siglo xvm y, antes que nadie, por Montesquieu. Abramos el capitulo IV de E l principe, y en el encontraremos fijados dos tipos de Estado; «los principados de los que se tiene memoria se encuentran gobernados de dos modos distintos: o por un príncipe, y todos los demás siervos, los cuales, como ministros por gracia y concesión suya, ayudan a gobernar ese reino; o por un príncipe y por barones, los cuales, no por gracia del señor, sino por antigüedad de sangre ostentan ese grado»; es la «noblesse» del autor francés. Falta en Maquiavelo el elemento jurídico que Montesquieu destaca, esto es, «le dépot des lois». Pero el elemento político — el único al cual Maquiavelo dirige la mirada— es, en cambio, el mismo en ambos: límite para el poder del rey, constituido por la nobleza. Los ejemplos de «estas dos diferencias», o sea, de estos dos tipos de gobierno, son, en los tiempos de Maquiavelo, «el Turco y el rey de Francia». «Toda la monarquía de) Turco está gobernada por un señor, y los demás son sus siervos (...). Pero el rey de Francia está en medio de una multitud rancia de señores, reconocidos en ese Estado por sus súbditos y amados por ellos. Tienen sus privilegios; no puede el rey quitárselos sin peligro para él.» Pero ya en la Antigüedad existía la diferencia y, a la sazón, el tipo de principado gobernado por un príncipe «y todos los demás siervos» era el de Darío, siempre en Asia, mientras que en España, Francia y Grecia había «muchos principados» que dieron origen a «muchas rebeliones» contra los romanos. «Una consecuencia inmediata de la diferencia entre el orden a la francesa y el orden a la turca es ésta: que se «encontrará dificultad en conquistar el Estado del Turco, pero, una vez vencido, facilidad grande en mantenerlo», porque «siéndole todos esclavos y obligados, se pueden difícilmente corrom per (...). Por lo cual, quien asalte al Turco debe pensar en encontrarlo unido (...). Pero, vencido que fuere (...) no ha de temerse sino a la sangre del príncipe; el cual desaparecido, no queda nadie a quien haya de temerse...» En cambio, encontraréis, en algunos aspectos, mayor facilidad en ocupar el Estado de Francia, «porque con facilidad podrías entrar, ganándote a algún barón del reino»; pero «dificultad grande para mantenerlo» por el mismo hecho de la existencia de muchos barones que pueden encabezar «nuevas alteraciones». Pero Europa se caracteriza también por la multiplicidad de Estados. En el libro II de E l arte de la guerra, Maquiavelo observa que «de hombres excelentes en la guerra se han nombrado muchos en Europa, pocos en Africa y menos en Asia. Esto se debe a que estas dos últimas partes del mundo han tenido un principado o dos, y pocas repúblicas; pero Europa
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sólo ha tenido algún reino c infinitas repúblicas (...). Es natural, pues, que donde haya muchas potestades, surjan muchos hombres valientes, y donde haya pocas, pocos» *. «(...) el mundo ha sido más virtuoso donde han existido varios estados que hayan favorecido la virtud, o por necesidad o por otra humana pasión»; por eso es mucho más virtuosa Europa, «llena de repúblicas y de principa dos», al paso que en Asia «surgieron (...) pocos hombres, porque aquella provincia estaba toda bajo un reino». E s verdad que, hoy, respecto de la Antigüedad, Europa cuenta con menos estados: Francia y España están ambas bajo un único rey, y sólo en Alemania subsisten bastantes principados y repúblicas (y por ello hay en ella «muchas virtudes»). Pero, en todo caso, Europa está siempre dividida en más partes que Asia, y el único momento de la historia en el cual, existiendo un solo dominio que había «extinguido todas las repúblicas y principados de Europa y Africa y de la mayor pane de Asia», los hombres «virtuosos» empezaron a escasear en Europa como en Asia, fue durante el Imperio romano. Si la «antigua vinud» no renació tampoco después de desmembrarse el Imperio romano, se debió esencial mente a dos causas: una, «porque hay que penar un poco para recuperar el orden cuando se ha depravado», y la otra, porque la religión cristiana ha vuelto más tibias las costumbres y ha debilitado las vinudes guerreras. Asi que ya en Maquiavelo encontramos la idea de una Europa bien caracterizada politicamente; trátase, desde luego, de la Europa central y occidental, que tiene por limites extremos i Hungría y Polonia, según el cuadro entonces generalizado de lo que a la sazón era Europa o, para otros, la res publica cbristiaaa *l0. Los caracteres políticos de esa Europa son los mismos que recogerán los escritores del siglo xvin y que culminarán en las afirmaciones de Voltaire acerca de Europa «commc une espece de grande république partagée en plusicurs états (...) tous ayant les mémes principes de droit public et de poiitique, inconnus dans les autres parties du monde» ■*.
{Europa. Erbe tarad Ettfgabe. Intemationaler Gelchrtcnkongress [Mainz, 19)5], Steiner, Wicsbaden, 19)6, pp. 29-52.)
* E J arte da ¡a g a rra , libro II. 10 Ditcttrtat sobra ta prim ara década da Tito U r k , 11, S. " Sikla da Loada X JV , cmp. x. («Como unx especie de gran República dividida en varios estados (...) teniendo todos los mismo» principios de derecho público y de política, desconocidos para lis demás partes del mundo.» También hay vanas traducciones castellanas de esta obra.
INDICE DE NOMBRES Acciaivoli, Roberto: 18, 173 n., 175, 177 y n., 178 n., 179 n., 182 n., 36} n., 366. Addington Symonds, John: 98 n. Adriani, Marcello di Virgilio: 204, 26), 269, 279. Agitocles, tirano de Siracusa: 157, 158. Alberto, fray: 277. Albizzi, Lúea degli: 20;, 283. Albret, Carlota de, duquesa de Valentinois: 294. Albret, Juan de: ver Juan 111 de Navarra. Alderisio, Felice: 244. Alejandro Magno, rey de Macedonia: 199. Alejandro VI, papa: 72, 90, 160, 162 n., 209, 261, 271, 273» 287, 294, 295, 301, 303, 3u . 312, 320, 323, 332. ' Alfieri, Vittorio: 143 n. Alfonso V de Aragón y I de Nápolcs (el Magnánimo): 63. Alighieri, Dante: 194, 204, 216, 263. Almazán, secretario de Femando el Ca tólico: 169 n. Alviano, Bartolomeo d’: 181, 211, 336. Alvisi, Eduardo: 13 n., 27 n., 41 n., 99 n., 151 n., 16; n., 184 n., 242, 231. Amabile, Luigi: 140 n. Amboise, Georges d’, cardenal de Ruán: 17, 160, 206, 283, 287, 288, 290, 291, S°4> 507, 315, 316, 318 y n., 324, 360, 37*. 403. Ambrogini, Angiolo: ver Poliziano. Amico, Gaspare: 142 n. Ana de Bretaña, reina de Francia: 294. Andclot, Francote d’: 126 n., 129 n. Antonio de Borbón, rey de Navarra: 129 n. Anzilotti, Antonio: 49 n. Aragón, Carlota de: 294. Arangio Ruiz, Vincenzo: 242. Arata, Giovanni Battista: 138 n. Arbib, Ixlio: 349 n.‘ Ardinghrlli, Piero: 173. Arese, Andrcolo: 60 n. Arias, Gino: 243. Ariosto, Ludovico: 114. Aristófanes: 229. Aristóteles: 264, 391, 410. Armcllini, Mariano: 170 n. Austria, Margarita de, duquesa de Saboya: 168, 174 n., 179 n.
Badia, Jacopo del: 171 n. Badoero, Andrea: 170 n. Baglioni, Giampaolo: 46 n., 297, j02> 3t>3. 3° 4. 346, 347. 348, 349. 37t! Bainbridge, cardenal, Cristophen 168 n. Barbarich, Eugenio: 242, 231. Barón, Hans: 42 n., 314 n. Barreré, Joseph: 134 n. Battaglia, Felice: 243, 243. Baudrillart, Henrí: 122 n., 130 n. Baumgarten, Hermann: 78 n., 168 n. Bavarin, Antonio: 170 nn., 174. Bayle, Pieire: 132. Beaumont, Antonio de: 206, 283. Bechi, Ricciardo: 272. Beltacci, Pandolfo: 130, 192. Bellarmino, cardenal Roberto: 138 n., 139 n., 140 n. Bembo, Pietro: 114, 176. Benedetti, Salvatore de: 242. Benedetto, Luigi Foscolo: 242, 243, 243, 273 y n. Benizzi, Niccoló: 203, 261. Benoist, Charles: 80 n., 134 n. Bentivoglio, Giovanni, señor de Bolonia: 346. Bergenroth, Gustav Adotph: 167 n., 168 n., 171 n., 183 n. Bibbiena, Pietro: 170 n., 183 n. Biondo, Flavio: 232. Blado, Antonio: 241, 249, 400, 404, 407. Bloch, Marc: 126 n. Block, Willibald: 244. Boccaccio, Giovanni: 204, 263. Boccalini (Bocalino), Traiano: 107 n., 239. Bodin, Jcan: 71 n., 119 y n., 121 y n., 122-125, 1*5 n., 127 y n„ 130 n., 133 n., ' 34. '35 y n., 141 y n., 238. Borbón, cardenal Cario di: :3o n. Borbón, Cario, duque de, condestable de Francia: 181 n., 235. Borgia, César, duque de Valentinois, lla mado «el Valentino»: 16 y n., 20, 26, 69 n., 71-73, 76 y n., 94 y n„ 97 n., 98 n., 133 y n„ 136 y n., 153, 154, 136, 137, '99. i°5, *06, 208, 209, 212, 236, 240, 257. 264, 286, 188, 292, 294, 295, *97- 3'*, 3' 3-3* 3. 3*6- 3*7, 3*8-329, 33Í- 335. 338, 349. 3?*, 373. 374. 3» '.
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407, 409.
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ESCRITOS SOBRE MAQUIAVELO
Borgia, Rodrigo: i»r Alejandro VI. Boscoli, Pietro Paolo: 215, 584, 400. Bossi, Luigi: 170 n. Botero, Ernesto: 1)7 n. Botero, Giovanni: 137-139. 140 n., 158. í)l.
Bozzola, Annibale: (4 n. Braccio da Montone: rtr Fortebracci, Andrea. Btackmann, Albert: 146 n. Braudel, Fcmand: 334 n. Brevio, Giovanni: 241. Brcwcr, John Sherren 167 n., 168 n., 170 n., 179 n., t8o n. Brosch. Moritz: 169 n. Brown. Horatio: 174 n., 179 n. Bnini. Leonardo: aja, 164. Bñchi. Albert: 167 n., 168 n., 174 n., 180 n., 181 n. Bülow, Bemhard von: 292 y n. Buonaccorsi, Biagio: 16 n.. 17, tjo, 192, 198, 264, 266 nn., 267-269, 281 n., 284, 292, j o j . Buondelmonte, Zanobi: 400. Borckhardt, Jacob: 2; n., 64 n. Burd, Laurence Arthur: 116 n., 142 n., 14 *. *45• * J i . *5*-
Bussolari, fray Giacomo: jo n. Calosso, Umbeno: 14) n. Cambi, Giovanni: 171 n., 189 n. Camillo, Marco Furio: 183. Camino, Rizzardo da, señor de Treviso: 59 "•
Campanella, fray Tommaso: 116 n., 154 n., 140 n., 259. Canestrini, Giuseppe: 18 n., 93 n., 191 n., 242, jj7 n. Capilupo, Camillo, secretario de Isabel d’Este: 181. Capponi, Gino: 232. Capponi, Neri: j8o. Capiariis, Vinorio de: Z72 n. Caneciólo, Marino: 172 n.. i 8j . Cardona, Raimundo de: 21 j, 373. Carducci, Giosue: tj n. Carli, Plinio: 41 n., 109 n.. i j i n., 152 n., 192 n., 242, 24J, 2jo. Cario Emanuelc 1, duque de Saboya: 107 n. Carlomagno, emperador, rey de Francia: 57 " •
Carlos I de Anjou, rey de Sicilia: 73. Carlos de Habsburgo, archiduque de Austria: 168 n., 179 n., aaa; ver también Carlos V.
Carlos de Valois, duque de Borgoña (el Temerario): 8j n. Carlos V, emperador (Carlos I, como rey de España, Ñapóles, Sicilia y Cerdeña): iS, 2J4. 292, 379. Ver también Carlos de Habsburgo. Orlos V il de Valois, rey de Francia: • 9 ° . 37 *-
Carlos VIII de Valois, rey de Francia: 33 n.. 83 n., 193, 281, 293, j68, 383. Carlos ÍX de Valois-Angulema, rey de Fnncia: 124 n., 123 n., ijo n. Casa, Francesco dclla: 270 y nn., 284 y n., 286, 287. j 6 j . J77, j 80. Casale, Giovanni da: 280. Casavecchia, Filippo: 147, i j i n., 132. Casclla, Mario: j6 n., 77 n., 242, 230. Cassola, Girolamo: 171. Castiglione, Baldassarre: 114. Castracani, Castruccio: 36, 101 n., 233, 409. Catalina de Médicis, reina de Francia: ijo n., 132 y n.. i j j , 236, 2j8. Cattani, Vanozza de, madre de César Borgia, el Valentino: 294. Cavalcabo, Andreasio: 60 n. Cavalcanti, Giovanni: 232. Cavalli, Ferdinando: 139 n. Cavalli. Mario: 138 n. Cecchi, Domcnico: 97 n., 212, 336, 340. César, Cayo Julio: 388. Cían. Vittorio: ■ 31 n., 169 n., 176 n., 182 n. Ciapcssoni, Piero: 30 n., 39 n. Cipolla, Cario: 39 n. Ciro el Grande, rey de Pcrsia: 199, 276. Clefi, rey de los longobardos: 73 n. Clemente Vil, papa: 18, 104, 103 n., 172 n.. 175 y n., 182 n., 231, 232, 234, 2JJ, *7o. J 94, 40J. Cognasso, Francesco: 49 n., 38 n., 39 n., 60 n.. ii2 n., 272 n. Cola di Rienzo: 214. Coligny, Gaspar de, almirante de Fran cia: 118, 126 n. Colonna, Fabrizio: 36 n., too n., 226,236. Colonna, cardenal Giovanni: 318 y n. Colonna, Marcantonio: 346. Comin di Trino, tipógrafo: 241. Commynes. Philippe de: 24,64 n., 83 n., I 2J. Condé, principe de: rtr Luis I de Borbón. Coppo Stefani, Marchione di: 232. Cordic, Cario: j6 n., 77 n., 231. Corno, Donato del: 102 n., 194 n., 228. Corsi. Giovanni: 172 n., 173 n., 179 n.
INDICE DE NOMBRES
Corsini, Marietta: mt Maquiavelo, Manena. Crocce, Benedetto: )i n., 71 n., 98 n.. 100 n., 107 n., 244. *45. *5 J. *56, 259. Corcio, Cario: 24$. Chabod, Federico: 243, 244. 28) n. Charbonnel, J. Roger: 131 n., 134 n., 142 n. Chateaubriand. Fran^ois-René de: 236. Chauviré, Roger: 119 n.. 123 n.. 132 n., 133 n. Chiesa, Albeno: 397. Christ, Johann Friedrich: 142 n. Darío I, rey de los persas: 412. Dati, Bonturo: 409. Decrue de Stoutz, Francis: 127 n., 129 n. Delbrück, Hans: 8] nn., 87 n. Denticc d’Accadia, Cecilia: 140 n. DeSjardins, Abel: 167 n., 173 n., 173 n., 177 n., 183 n. Dieraver, Johannes: 167 n. Diógenes Laercio: 409. Dubreton, Jean: 47 n. Duca, Guido del: 24. Duplessis-Momay, Philippc: 128, 129 n. Dupré-Thcscidcr, Eugenio: 279 n., 403. Dyer, Louis: 82 n. Efoio: 410. Elkan, Abert: 127 n., 129 n., 142 n., 143 n-, 243. Emanudc Filiberto, duque de Saboya: 27. Emcry. Luigi: 292 n. Enrique III de Valois-Anguloma, rey de Francia y de Polonia: 122. 124 n., 130 n.
Enrique IV de Borbón, rey de Francia y de Navarra (primo de Enrique III de Navarra): 130 n., 136 y n. Enrique VIII de Inglaterra: 163,167-169, 172 y n., 174 y n., 179 n., 183. Ercolc, Francesco: 48 n., 30 n., 31 n., 39 n., 71 n., 73 n., 91 n., 108 n., 110 n., 244, 234. *56, 259. Esquilo: 410. Este, Alfonso d*. duque de Ferrara, Módena y Regio: 171, 339. Este, Isabel d’t marquesa de Mantua: 17 1.18 1. Fanfani, Pietro: 242, 249. Fatini, Giuseppe: 242. Federico I de Suabia, emperador (Barbarro¡a): 36.
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Federico 11 de Suabia, emperador y rey de Sicilia: 133 n., 136 n., 142 n., 237. Federico II ¿t Hohénzollcm, rey de Pruaia: 240. Federico III de Angón, rey de Ñipóles: 294. Fermo, CHivetono da: 199, 302, 304. 322. Fernández de Córdoba, Gonzalo (el Gran Capitán): 18, 320, 334. Fernando I, emperador: ver Habsburgo. Femando de Femando I de Aragón, rey de Ñipóles: 72, 184. Femando V de Aragón, rey de Angón, de Ñipóles y de Sicilia (el Católico): 20, 22, 26, 29, 35 n., 44 n., 167, 168 y n., 269 n., 171 n., 172 y nn., 174 **•. 176, 179-181, 183 n., 184, 183 y n., 18 7 ,19 '. >93 y n., 213, 217, 279, 288, 31'. 33*. 339. 373. 3* 5. 4° 9Ferrabino, Aldo: 71 n. Fcrrajoli, Alessandro: 168 n., 170 n. Ferrari, Giuseppe:. 19 n., 74 n., 93 n., 98 n., 136 n., 244, 243. Ferréro, Guglielmo: 397. Ferrero, Leo: 397. Ferreti, Ferreto de: 39 n.. 62 n. Fcster, Richard: 42 n., 48 n., 68 n., 71 n., 74 n., 88 n., 89 n., 90 n., 93 n., 244. Fichte, Johann Gottlicb: 143 n., 240,232. Ficino, Marsilio: 269. Figgis, John Neville: 111 n., 127 n., 38. Fiorini, Vinorio: 242. Flamini, Francesco: 130 n„ 198 n., 199 n. Flamma, Galvano: 30 n. Flora, Francesco: 36 n., 77 n., 231. Foix, Gastón de, duque de Nemours: 373. Fortebracci, Andrea, llamado Braccio de Montonc: 34 n., 83 n. Foscari, Marco: 170 n. Foscolo, Ugo: 134 n., 143 *4°. Foumol, E.; 124 n. Francia, Renau de, duquesa de Ferrara: >73 >76. >79Franceses, Piero della: 71. Francisco I de Valois-Angulema, rey de Francia: 42 n., 44 n., 87 n., 110 ,18 1 n. Frundsberg, Georg von: 23). Fueter, Eduard: 72 n., 83 n., 167 n., 244. Gaddi, Luigi: 32 n. Gagliardi, Emst: 167 n., 169 n., 172 nn., 180 nn. Gambarin, Giovanni: 230. Gcbhart, Emite: 88 n. Gcntile, Giovanni: 109 n., 244*
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ESCRITOS SOBRE MAQUIAVELO
Gcntillet, Innocent: tzt n., 123 n., 128 n., 129 n., 134 n.. 141 n., 236. Gerber, Adolph: 161 n., 163 n., 197, 198, 242. Gherardi, Alessandro: 169 n. Ghcri, Goro: 172 n., 175, 182 n. Giacomini Tebaldocci, Antonio: 336, 337, J Í 7Giannotti, Donato: 21. Gilbert, Alian H.: 231 y n. Gilbcrt, Félix: 42 n. Giodra, Cario: 136 n., 191 n. Giolito de Ferrari, familia de tipógrafos: 241. Giorgetti, A.: 173 n., 177 n., 183 n. Giotto di B o n d o n i: 220. Giovio, Paolo: 83 n., 133 n. Girolami, Giovanni: 361 y n. Girolami, Raffacllo: 292, 379, 380. Gismondo: 103 n. Giulini, Gino: 56 n. Giunta. Bernardo: 241,249,400,404,407. Giunta, Filippo: 241, 263. Gmelin, Hermann: 290 n. Goethe, Johann Wolfgang: 143 n. Gonzaga, familia: 62 n. Graco, Cayo Sempronio: 87 n. Greco, Tiberio Sempronio; 87 n. Gressis, París de: 176 n., 184 n. Gregorius, Fcrdinand: 98 n, Grimaldi, Natale, 33 nn. Gualterotti, Francesco: 284. Guasti, Cesare: 173 n.-i8o n., 182 n. Guerri, Domenico: 242. Guerrieri Grocetti, Gamillo: 242. Guicciardini, Francesco: 18 y n., 19 y n„ 22 y n., 23, 25. 31 y n., 33 n., 35 n.. 62 n., 63 n., 64. 63 y n., 69, 70, 83 n., 83 n., 91,94 n., 97 n., 101-103, 106 n., 114, 136 n., 167 nn., 169 n., 170 0.-173 n., «77 n.-i8o n., 183-186, 191 y n., 212. 219, 233-233, 250, 270-272, 277. *79- *96. 3°3 Y **•. J°8 "., 309 n.. 314, 3*9. 340. 34*. 34». 344. 349.33°**.. 394Guicciardini, Luigi: 337 n.
Guidi, Tomasso: vtr Masaccio. Guinigi, Paolo: 10 1 n. Guizot, Franjoise-Pierre-Guillaume: 410.
Habsburgo, Fernando de, archiduque de Austria: 173 n., 176, 179. Hanotaux, Gabricl-Albert-Auguste: 86 n., 118 n., 132 n. Mauscr, Henri: 128 n.
Hegel, Georg Wilhelm Friedrich: 114 n., 143 *»•. *4°. 232, 259. Herodoto: 410. Heycr, Karl: 111 n., 113 n. Hergcnrocther, Joseph Adam Gustav: 169 n. Hexier, J. H.: 42 n. Hicrón de Siracusa: 133, 134 n. Hobohn, Martin: 84 n.-87 n., 93 n., 97 nn., 244, 341 y n. Hotman, Franjáis: 124 n., 127 n.. 128 n., 130 n. Houvinen, Lauri: 232 n., 290 n. Imbart de la Tour, Fierre: 86 n., 129 n. Imbert de Villeneuve, embajador de Luis XII: 169 n. Inocencio VIH, papa (Giovanni Bañista Cybo): 294. Isócrates: 410. Jacopo IV d’Appiano, señor de Piombino: 203, 279, 281, 293. Jacquct, A,: 97 n. Jcanmairc, Emile: 72 n. Joppi, Vinccnzo: 171 n. José II de Habsburgo-Lorena, empera dor: 236. Jourdain, Charles-Marie-Gabriel: 1 to n. Juan III de Navarra: 294. Julio 11, papa: 20, 22,46 n., 164 n., 168, •93. ** 3. 3***3*°. 334. 34^-349. 33*. 33*. 339*36*. 363. 366, 373. 386. Kaegi, Wemcr: 232, 411 n. Kascr, Kurt: 169 n. Kemmerich, Max: 110 n. Kretschmayr, Hcinrich: 168 n. la Boétie, F.tienne de: 1 34 n. I-a Noue, Franfois de: 123 n., 132 n., 141 n. La Rochefoucauld. Franfois de Marillac. duque de: 19 n. La Sene, Jean Pugct de: 122 n. La Sizeranne, Robcrt de: 71 n. I-a Trémoillc, Luis de: 167, 172 n. 1-adislao d’ Angió-Durazzo, rey de Ñapó les: 26, 66, 74 n. Laudino, Cristoforo: 204, 263. Lando, Piero: t8a n. Landucci, 1-uca; 171 n.. 183 n., 184.
INDICE DE NOMBRES
I^nson, Gustavc: 131 n. I-anz Cari: 171 n. Lasca, Antón Francesco Grazziani, llama do: ZJI. Lascará, janus: 41 n. lAttes, Alcssandro, 52 n., 34 nn. IJt Glay, Andié: 179 n. L’Hospital, Michel de. 118, 123 n. Leclerq, ilenri, 169 n. Ixnicnt, Charles: 141 n. Lenzi, Lorenzo: 284 y n. Iaóo X, papa: 27, 44 n., 47 n., 77, 99, «03, 169, 170, 176, 177, 178, 180 y n., 198, 217, 231, 270, 297, 406. Leonardo da Vinci: 220. Leonini. Angelo, obispo de Tivoli: 314. Leonini, Cantillo, obispo de Tivoli: 361 y n. Lesea, Giuscppe: 242, 231. Leva, Giuscppe de: 90 n. Levi, Giulio Augusto: 244. Lívi-Malvano, F..: 133 n. Licurgo: 91 n. Lippomano, Marco: 170 n., 181 0.-182 n. Lisio, Giuseppe: 43 n., 44 n., 13 1 nn., i6zn.-t64 n., 197,198,1990., 249,409. Livio, Tito: 22, 24, 42 n., 43, 46, 48 n., 97, 204, 207, 2t7, 222. 263, 324, 368, 397. 4<». 401, 406. Locke, John: 391. I.ópez de Valencia, cardenal Juan: 261. Lerqua, Ramiro de: 69 n. Luchará, Julicn: 64 n., 90 n.. 93 n. Luis I de Borbón, principe de Conde: 126 n., 129 n. Luis IX, rey de Francia: 126. Luis XL, rey de Francia: 26, 128, 164, •9°* * 37. 37*. Luis X II, rey de Francia: 20, 33 n., 44 «I.-45 n., 87 n., 126, 157, 160, l6t, 163, 164 n., 163, 167-170 n., 171, 172-180 n.. 181 n., 182,183 n., 184 n., 183-188, «9°. ' 93. “ i. *54, *83-285, 287-290, *94. 33*. 33*. 359-36*. 366, 373, 377380, 383, 405. Lucero, Martín: 1 1 1 n., 270. Luzio, Alcssandro: 47 n., 60 n., 62 n., 167 n., 171 n., 181 n. Macaulay, Thomas Babington: 397. Machiavclli, Alcssandro: ver Maquiavelo, Alcssandro. Machiavelli, Francesco: ver Maquiavelo, Francesco. Machiavelli, Paulus de: 261.
419
Maggini, Francesco: 243. Malaguzzi, Valeri, Franco: 62 n. Matatesta, Segismundo, señor de Rímini: *9. 7iMaquiavelo, Alessandro: 261. Maquiavelo, Bartolomés (Baccia): *35, 266. Maquiavelo, Bernardo: 203, 261-263. Maquiavelo, Bernardo (hijo): 235, *66 y n. Maquiavelo, familia: 203, *6t, 262 n. Maquiavelo, Francesco: *6t. Maquiavelo, Ginevra: 203, 261. Maquiavelo, Guido: 235, 266. Maquiavelo, Ludovico: 235, 266. Maquiavelo, Marietta di Ludovico Corsini: 233, 266 y n. Maquiavelo, Piero: 235, *73 »•, *66. Maquiavelo, Primavera: 203, 261. Maquiavelo, Totto: 203, 261. Marcazzan, Mario: *45. María Tudor. reina de Inglaterra: 168 n. Mariana, Juan de: 138 0.-140 n. Mariéjol, Jean-H.: 126 n., 132 nn. Marzi, Demetrio: 243. Masaccio, Tomasso Guidi, llamado: 63. Matteo, fray, confesor de Maquiavelo: * 37. , Matteo, maestro de Nicolás Maquiavelo: 263. Maulde La Claviére, Rene de: 169 o., 181 n.. 405. Maximiliano I de Habsburgo, empera dor: 17 ,7 1,16 7 , 169 n., 17* n., 173 n., 176. 181, 213, 217, 285, 316, 350, 351, 35*. 356. 357 y Í83. Mayer, Edward W.: 48 n., 69 o., 71 n., 88 n., 90 n., 91 n., 100 n., 108 o., 244, * 53Mazzarino, cardenal Giulio Raimondo: 142 n., 236. Mazzoni, Guido: 36 n., 77 n., 242, 243, *44, * 50. Méaly, Paul: 128 n. Mcdicis, Cosimo de. llamado el Viejo: 380, 387, 404. Mcdicis, familia: 22, 44 n., 47 y n., 74, 76. 99. ' 5*. >83. * ' 5. *16, 2*2, 227. *31, 235, 296, 299, 328, 373, 384, 400, 406. Médicis, cardenal Giovanni de: ver León X , papa. Médicis, Giuliano de: 47 n., 74 n., 152 y n., 156, 168, 172 n., 175 n., 176, 177, 180 n., 182 n., 197, 198 n., 2:7, *22, 296, 406.
420
ESCRITOS SOBRE MAQUIAVELO
Médicis, cardenal Giulio de: ver Clemen te VII, papa. Médicis, Lorenzo de, duque de Urbino: 27. 5S. 42 n.t 4) n., 47 n., 66, 99 y n., •02 n., 17X n., 171 m-173 nn., 174 y n., 175 n., 176 n., 178 n., 180 n., 181 n., 185 y n., 190, 197, 198 n., z 17, zzz, 282, 56), 406. Médicis, Lorenzo de, llamado el Magni fico: zz n., 204, 263, 265, 314. Médicis, Piero de: 99 n., 287, 296, 297. Médicis, Raffaello de: 173 n., 174 y n., '79 n. Medin, Antonio: 76 n. Meinecke, Friedrich: 45 n., 47 n.-48 n., 69 n., 71 nn., 89 n., 91 n., 108 n., tío n.-m n., 116 n., 119 n., 121 n., 126 n., 130 n., 131 n., 139 n., 143 n., • 47*149. »JJ. 160. •él. «9*. 244. 245, 2}2, 255, 260. Milanesi, Gaetano: 242, 249, 270 n. Minerbetti, Piero: 232. Mohl, Roben von: 245. Moisés: 71 n., 143 n., 199, 276, 288. Momigliano, Attilio: 243. Monnier, Philippe: 62 n. Montaigne, Michel F.yquem de: 19 n., 84 n., 131 n. Montefeltro, Federico da, duque de Ur bino: 71. Montefeltro, Guidobaldo da, duque de Urbino: 159 n., 298, 302. Montepulciano, fray Francesco da: 171 n., 187, 194 n., 274. Montesecco, Giovanni Battista: 232. Montesquieu, Charles-Louis de Secondat, barón de: 94 n., 133 n., 391, 410-412. Morandi, Cario: 245. Moro, Giovanni: 242. Moro, Tomás: 98 n. Morone, Girolamo: 171 y n., 172 n., 179 n., 180 y n., 182, 186 n. Morvilliers, Jean de: 132 n., 236. Mosca, Gaetano: 244. Muggia, Giuliano da: 274. Muralt, Leonhard von: 252. Mussolini, Benito: 244. Mutti, Giammaria: 140 n. Napoleón 1, emperador: 236. Nardi, Jacopo: 21 n., 76 n., 349 y n. Negri, Luigi: 134 n. Nelli, Bartolomés: 203, 261. Nelli, Francesco: 257 n. Nerli, Filippo de': 267.
Nitti, Francesco: 76 n., 168 n., 169 n., 176 n., 243, 262 nn., 317, 321, 361 n. Norsa Achillc: 253. Nourrisson, Jean-Félix: 75 n. Numa Pompilio, rey de Roma: 46 n. Oleggio, Giovanni da, señor de Bolonia: 50 n. Olgiati, Francesco: 140 n. Olschki, Cesare: 262 y n. Ordelaffi, Antonio: 312. Oriani, Alfredo: 98 n., 244. Orsini, Alfonsina: 172 n., 182 n. Orsini, cardenal Battista: 302. Orsini, familia: 153, 302, 303, 304, 306, 309. Orsini, Francesco, duque de Gravina: 302. Orsini, Franciotto: 302. Orsini. Giulio: 300. Orsini, Paolo: 300, 302. Osimo, Vittorio: 151 n., 242. Otetea, André: 191 n. Ovidio Nasón, Publio: 216. Oxilia, Adolfo: 242. Palmarocchi, Roberto: 296 n. Palmieri, Matteo: 62 n. Pandolfini, Agnolo: 173, 177, 178 y n., 179 n.-i8i nn., 183 y n. Panella, Antonio: 36 n., 77 n., 244, 243, 250, 251. Panigada, Costantino: 308 n. Parini, Giuseppe: 142 n. Paruta, Paolo: 83 n., 112, n. Pasqualigo, Lorenzo: 171 n., 174, 179 n., 182 n. Passerini, Luigi: 242, 249, 270 n. Passy, Louis: 103 n., 195 n. Pastor, Ludwig von: 47 n., 78 n., t68 n., 169 nn., 176 n., 181 n., 184 n., 312 n., 318 n., 348 n. Paullo Ambrogio da: 167 n., 170 n„ 187 n., t8o n., 182 n. Pazzi, familia: 261. Pélissier, León-Gabriel: 53 n., 54 n., 61 n. Pepi, Francesco: 346 n. Pepoli, Taddeo: 59 n. Pescia, Baldassare da: 174 n., 176 n., 183 n. Petrarca. Francesco: 204, 212, 216, 235, *63. 5jé. 408. Petrucd, Pandolfo, señor de Siena: 211, 302. 304. 311.
INDICE DE NOMBRES
Picotti, Giovanni Bañista: jo n. Píen, Piero: 244, 260, 541, 54a. Pió, Alberto, señor de Carpí: 182-183. Pió III, papa (Francesco Todeschini Piccolomini): 209, 311. Pitti, J acopo: 171 n. Plauto, Tito Macio: 231. Plutarco de Queronca: 264, 26j, 574. Polibio de Megalópolis: 42 n., 1 34. Poliziano, el, Angiolo Ambrogini, llama do: 204, 26). Pollock, Frederick: 121 n. Pontano, Giovanni: 100 n. Ponzo, fray: 277. Possevino, Antonio: 1340., 159n.-i4i n. Prato, Giovanni Andrea: 164 n., 170 n. Prezzolini, Giuseppe: 399. Querini, Girolamo: 176. Quevedo, Francisco de: 107 n. Rankc, Leopold von: 118 n., 123 n., 128 n., 129 n. Rcginone da Prüm: j j n. Reimmann, Jacob Friedrich: 134 n. Renaudet, Agustín: aja, 260, 332 n. Renaudot, Théophraste: 142 n. Reumont, Alfred von: 403. Rezasco, Giulio: 188. Riario, cardenal Raffaello: 318 n. Ricci, Giovanni: 233, 266. Richelieu, cardenal Armand-Jean du Piessis: 142 n. Ridolfi, Giovanni Battista: 203, 283. Ridolfl, Roberto: at n., 24 n., 77 n. Riner, Gerhard: 260. Ritter, Moritz: 82 n., 244. Rivadeneyra, padre Pedro de: 137-139.
140 n., 141 n. Rocquain, Félix: 126 n. Rodolico, Niccoló: 39 n. Romano, Ezzelino da: 37 n., 237. Romano, Giacinto: 30 n., 53 n., 34 n., 60 n. Romier, Luden: 129 nn. Rómulo, rey de Roma: 46 n., 71 n., 104 n., 199, 276. Roscoe, William: 170 n., 174 n., 183 n. Rossi da Parma, Vertrando: 60 n. Rossi, Ermete: 163. Rota, Ettore: 142 n. Ron, Edouard: 169 n.
Rousseau, Jcan-Jacques: 138 n., 391. Rovere, Giuliano delta: ver Julio II, papa. Rúa, Giuseppe: 107 n. Rubertct, Óorimond: 361, 364.
421
Rucellai, Bernardo: 22 n., 100 n., 400. Rucellai, Cosimo: too n., 401. Rucellai, familia: 222. Ruffini, Bartolomeo: 267 n. Rusconi, Poterio: 60 n. Russo, Luigi: 242-244, 231, 239. Ruta, Enrico: 113 n. Saboya, Filiberta de: 182 n. Saitu, Giuseppe: 139 n. Salustio, Crispo Cayo: 397. Salutati, Coluccio: 76 n., 314. Salviati, A lamanno: 210, 333. Salviati, Jacopo: 303 n. Salviati, Rodolfo: 173 n. Salzer, Emst: 38 n. San Agustín: 397. San Francisco de Asis: 223. San Luis: ver Luis IX, rey de Francia. Sanctis, Francesco de: 18 n., 103 n., 114 n., 244. 2j 3, 399. Santo Domingo de Guzmin: 223. Santo Tomás de Aquino: 139 n., 264,391. Sañudo, Marino: 168 o., 170 nn., 173 n.-i7j n., 179 nn.-i8a nn., 183 n. Satpi, Piolo: 230, 232. Sasso, Gennaro: 237, 301 y n. Savonarola, Gerolamo: 13, 16, 28 y n., 80, 90 y n„ 90 n.. 91, 204, 267,
271-177, )))•
Scaduto, Francesco: 139 n. Scioppio, Gaspare: 140 n., 142 n., 239. Scherillo, Michele: 233, 398. Schiner, cardenal Matbias: 167 n., 180 n., 119Schmidt, Alfred: 1 11 n., 113 n. Schnitzer, Joseph: 90 n. Schupfer, Francesco: 33 n., 62 n. Sée, Henri: 61 n. Segre, Arturo: 60 n. Serta, Renato: 98 n. Sestan, Ernesto: 131 n. Seyssel, Claude de: 97 n., 127 n. Sforza, cardenal Ascanio María: 318 y n. Sforza, familia: 62 n., 171. Sforza, Francesco, duque de Milán: 26. 29. 44 n., 61 n., 72, 8j n., 139 n., 163, «99>407, 4°?Sforza, Ludovico, duque de Milán, lla mado el Moro: 44 n., 64 n., 279. Sforza, Massimiliano, duque de Milán: 44 n.-4j n., 99, 163,167 n., 171 n., 172 n., 174 n., 179 n., 180 n. Sforza, Ottaviano: 280. Sforza, Riario, Caterina: 203, 209, 280, 283, 286, 293.
422
ESCRITOS SOBRE MAQUIAVELO
Sighinolfi, Lino: jo n. Silva, Pietro: J9 n. Simconi, I.uigi: j j n. Simonetta, Giovanni: aja. Soderini, cardenal Francesco, obispo de Volterra: aoj, a97, 3*5. 316, ja3, ja6, 3*8. 3*9Soderini, Pier: aa, 8o y n., ao8, a ij, 198-5°!, 304, )a9, jjo , 344, 34J n., 3J°» 356» 3Í 9» í 60’ i 6l. 373» 3*4Solmi, Artigo: 109 n. Soranzo, Giovanni: 63 n. Spinozza, Bcnedeto: 14a n., 145 n. Sponzano, Raffaclc: 271 n. Spont, Alfrcd Charles: 85 n., 87 nn. Strozzi, Lorenzo: 231.
Strowsky de Robkowa, Joscph-Fortunat: i j i n. Suárez, padre Francisco; 140 n. Tácito, Publio Comelio: a39, 353 y n., 397Tangorra, Vincenzo: 88 n. Tarugi, Francesco: ai n., a jj. Teodorico, rey de los ostrogodos: 73, 101, a jj, a56. Teop om p o : 4 10 . Terencio Afro, Publio; 129. T e s e o : 1 9 9 , 2 7 6 , 28 8 . T h é v e n e t, Je a n : 245.
Thierry, Augustin: 1 17 n. Tibulo, Albio: a 16. Tocco, Vittorio di: 107 n. Toffanin, Giuseppe: 81 n., 138 n., 140 n. Tommasini, Oreste: ai n., aa n., 24 n., 27 n., 41 nn.-4a n., 44 n., 47 n., 77 n., 89 n., 90 n., 97 n., 99 n., 116 n., 141 n.-i4} n., 147 n., i j i nn., 136 n., 163 yn., 17a n., 184 n., 183 n., 193 n., 197, 198 y n., 245-245, a jj, 262 n., 283 n., 287 n., ja i n., 349 n., jja n., j j j n., 360 n., 361 n., 367 n., 369 y n., 399. Toniolo, Giuseppe: 24J. Torelli, Pietro: 50 n., j i n. Tomari, Giorgio:i37 n. Tosinghi, Pier Francesco: 267 y n., 281. Treitschke, Heinrich von: 113 n. Treves, Pietro: 24J. Tirvulzio, Giagiacomo: 54 n., 181. Tuto Hostilio, rey de Roma: 401. Ulmann, Heinrich: 167 0.-169 n., 171 n., 183 n. Valbusa, Diego: 23 n.
Valentín!, Roberto: 3; n.
Valentino, el: rrr Borgia, César. Valeri, Niño: 314 n. Valois, familia: 128, 134. Valois, Juana de: 294. Valori, Nicoló: 16 n., 292 n., 306 n. Varano, Giovan María da, señor de Ca merino: 30a. Varchi, Bcncdetto: 21 y n., aa n., 74 n., toa n. Verci, Giovanni Bañista: 57 n. Vespucci, Agostino: 271, 284. Vcttori, Francesco: 18 n., aa, 42 n., 44 n.-4j n., 46, 47 n., 77 n., 81 n., ioj y n., 104,147, 149, 1 jo, 1 ja y n., 163 n-, 163,173,174 y n., 184. i 8 j , 186 y nn., 192-194. 195 n., 197, aoo, 214, 216, 217, aaa, 229, 233, 262 nn., 264, 266 y n-, 269-271. 274 n., 289 nh., j$o, j j i , 338. 339 3*4. 3* 1» 3*6. 3*9. 406. Vico, Giambattista: 240, 239, 410. Villani,Giovanni: 232. Villari, Pasqualc: 21 n., 22 n., 24 n., 41 nn., 44 n., 47 n., 48 n., 77 n-» *3 n., 89 n., 90 n., 97 n., 98 n., 130 n., 186 n., 195 n., 198 n., 243, *í 3. *62 n., 321 n., 541 n.. j 60 n.. J98. Villey-Dcsmcserets, Pierre-Louis-Joseph: 131 n. Visconti, Azzonc: 30 n. Visconti, Bernabó: 33 n. Visconti, familia: 30 n., 31, 63,63, 81 n.,
3*3
Visconti, Filippo María, duque de Milán: 3 n., j j n. Visconti, Gian Galcazzo, duque de Mi lán: 26, 38, 60 n., 65. 66, 74 n. Visconti, Luchino: 49 n. Visconti, Matteo: 39 n. Vitelli, familia: 133. Vitelli, Niccoló, señor de Citti di Castello: 139 n. Vitelli, Paolo: 281. 297, 322. Vitelli, Vitellozzo: 203, 208, 281, 296, *97. joo, 302-306. 308, 322, 326. Voltaire, Fnui$ois-Marie Árouct, llamafio: 156 n., 410, 413. Waille, Víctor 131 n. Walkcr, Leslic J.: 231. Weill, Georgc-Jacqucs: 118 nn., 122 n., 123 n., 127 n., 128 n., 150 n. Wolff, Max von: 169 n. Zabughin, Vladimiro: 62 n., 69 n., 97 n. Zobi, Antonio: 156 n., 172 n., 182 n. Zuccolo, Ludovico: 239.
INDICE GENERAL Nota de la edición italiana de 1964 ............................................ Introducción a E l principe (19 2 4 )................................................... Acerca de E l prin cipe, de Nicolás Maquiavelo ( 1 9 2 ; ) .................. I . La génesis de E l principe................................................. II. La «experiencia de las cosas» que ofrecía la historia de Ita lia .....................................................................................
7 15 39 41 49
la» señores y los estados regionales, 49; la escisión interna, 12; la falta de unidad moral, j j; el debilitamiento de la conciencia politica y la figura del dominador, 38.
III.
E l principe............................................................................
65
Qué es E! principe, 65; la esperanza de Maquiavelo, 72.
IV .
El carácter y los límites del pensamiento de Maquiavelo .......................................................................
79
Maquiavelo, ante su tiempo, 79; los errores de la valoración histórica de Maquiavelo, 8); Maquiavelo y la religión, 89; el señor nuevo y la nueva ilusión de Maquiavelo, 91.
V.
Post res perditas....................................................................
99
kl desengaño de Maquiavelo; el principe se conviene en puro criterio de interpretación histórica, 99; el diálogo con Francesco Guicciardini, toi.
V I. V IL
Lo que queda de E l prin cipe............................................ E l principe y el antimaquiavelismo.................................
10 7
116
La reacción, 1 16; Bodin,' 119; los hugonotes, 127; el antimaquiave lismo francés, 130; el antimaquiavelismo de los escritores de la Contrarreforma, 1 j6.
Sobre la composición de E l principe de Nicolás Maquiavelo (1927) Nicolás Maquiavelo (19 34 ).................................................................
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De II Principe a Delíarle delta guerra, 216; el Maquiavelo de las Latiere familiar, y La mandragota, 228; las Istorie porentine, 231; los últimos acontecimientos, 234; el destino de Maquiavelo. Maquiave lismo y antimaquiavelismo, 236; obras, 241; bibliografía, 243-
E l secretario florentino { 1953) .......................................................... I. Introducción a las obras de Maquiavelo ...................... II. 1.a juventud, el despacho y los compañeros. Las primeras experiencias. Savonarola ................................ 423
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INDICE GENERAL
III.
Los primeros encargos diplomáticos. E l discurso dirigido al magistrado de los Diez acerca de los asuntos de Pisa. La primera legación en Francia . . . . 279 IV . Maquiavelo y César Borgia. La primera legación a Roma. Descri^ione del modo tanuto dal duca Valentino neiram margare Vitello^go Vitelli, Oltverotto da Fermo, il signar Pagolo e il duca di Gravina Orsini. Del modo ditrattare i popoli della Valdicbiana ribellati.................... 294 V. Las Parole da dirle sopra la provisione del danaio. El Decermale primo. La Ordenanza florentina.................... 328 VI. La legación ante el papa Julio II (1306). La legación ante el emperador Maximiliano (1308). E l Rapporto y el R itratto delie tose della Magna. E l Decennale serondo. La tercera legación en Francia y el R itratto di cose di Francia. La calda de la República florentina en 1 31 2 y el fin de la actividad pública de M aquiavelo.............. $46 Método y estilo de Maquiavelo (195 5 ) ............................................... J 7 J Apéndice ( 1 9 2 3 -1 9 53 )....................................................................... 395 índice de nom bres............................................................................
E ite libro «e terminó de imprimir el día 18 de enero de 1984 en lo» tállete» de Offaet Marvi, Leiria núm. 72, 09440 México, D .F. Se tiraron 3 000 ejemplar?».
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