BIBLIOTECA DE
AUTORES CRISTIANOS Declarada
de
interés
nacional
519 ESTA COLECCIÓN SE PUBLICA BAJO LOS AUSPICIOS Y ALTA DIRECCIÓN DE LA PONTIFICIA UNIVERSIDAD DE SALAMANCA LA COMISIÓN DE DICHA PONTIFICIA UNIVERSIDAD ENCARGADA DE LA INMEDIATA RELACIÓN C O N LA BAC ESTÁ INTEGRADA EN EL A Ñ O 1992 POR LOS SEÑORES SIGUIENTES:
PRESIDENTE: Excmo. y Rvdmo. Sr. D. FERNANDO SEBASTIÁN AGUILAR,
Arzobispo coadjutor de Granada y Gran Canciller de la Universidad Pontificia. VICEPRESIDENTE: Excmo. Sr. Dr. JOSÉ MANUEL SÁNCHEZ CARO, Rector Magnífico.
Vicerrector Académico y Decano de la Facultad de Teología; Dr. JUAN LUIS ACEBAL LUJAN, Decano de la Facultad de Derecho Canónico; Dr. LUCIANO PEREÑA VICENTE, Decano de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociología; Dr. ALFONSO PÉREZ DE LABORDA, Decano de la Facultad de Filosofía; Dr. JOSÉ OROZ RETA, Decano de la Facultad de Filología Bíblica Trilingüe; Dr. VICENTE FAUBELL ZAPATA, Decano de la Facultad de Pedagogía; Dra. M . FRANCISCA MARTÍN TABERNERO, Decana de la Facultad de Psicología; Dra. M . TERESA AUBACH GUÍU, Decana de la Facultad de Ciencias de la Información; Dr. MARCELIANO ARRANZ RODRIGO, Secretario General de la Universidad Pontificia. VOCALES: Dr. JOSÉ ROMÁN FLECHA ANDRÉS,
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SECRETARIO: Director del Departamento de Publicaciones MADRID • MCMXCII
LA PREDICACIÓN DEL EVANGELIO EN LOS PADRES DE LA IGLESIA Antología de textos patrísticos EDICIÓN PREPARADA POR
Mons. M I G U E L PEINADO PEINADO
BIBLIOTECA DE AUTORES CRISTIANOS MADRID • MCMXCH
ífc....
ÍNDICE
GENERAL
PRÓLOGO
XI
INTRODUCCIÓN
3 PRIMERA PARTE
EL MISTERIO DE JESUCRISTO I. II. m. IV. V. VI. VIL Vm. IX. X.
£1 testimonio de las Escrituras Jesucristo, el Hijo de Dios El Padre v el Espíritu La obra de la Creación El hombre, imagen de Dios. Misterio de la Encarnación María, la Madre del Señor Nacimiento y vida oculta de Jesús Bautismo y tentaciones Las 1%iras
13 21 28 51 63 89 99 107 117 122
SEGUNDA PARTE
EL EVANGELIO DE JESUCRISTO X I . Evangelio de la salvación XII. La conversión del pecador Xin. Regeneración y vida sobrenatural XIV. Los discípulos XV. Las obras de Cristo XVI. Las Bienaventuranzas XVH. La oración XVni. Fe cristiana XIX. La caridad XX. Humildad, paciencia, silencio XXI. Justicia y misericordia
141 154 161 169 178 185 198 226 239 262 282
P¿EL
XXII. Limosna y ayuno XXin. Las parábolas del Reino XXIV. Seguimiento de Cristo XXV. El combate cristiano XXVI. La Cruz, signo fundamental XXVH. Misterio pascual XXVIII. El pecado y la muerte XXDC. La vida eterna XXX. Los nombres de Cristo
296 305 311 320 336 344 361 379 385
TERCERA PARTE
LA IGLESIA DE JESUCRISTO XXXI. El misterio de la Iglesia XXXII. Unidad de la Iglesia XXXIH. El pueblo cristiano XXXIV. Los Pastores XXXV. Servicio de la Palabra XXXVI. Vida sacramental XXXVII. Ministerio pastoral XXXVHL Iglesia particular. Iglesia doméstica XXXDC. Estados de vida en la Iglesia XL. La práctica de la vida cristiana
399 416 423 438 453 469 485 492 499 507
ÍNDICES:
De autores y obras Bíblico De temas
529 533 541
PROLOGO
La publicación de la presente Antología de textos de los Padres de la Iglesia, relacionada con el ministerio de la predicación del Santo Evangelio, viene motivada por una promesa hecha al cesar en el ejercicio de mis deberes pastorales como Obispo de la Diócesis de Jaén, a causa de mi jubilación. 1. Desde que por invitación de la Santa Sede me hice cargo de la misma, consideré que la celebración de la Eucaristía todos los domingos en la Santa Iglesia Catedral había de ser el centro, la base y la culminación de toda mi labor pastoral. La homilía era transmitida por radio a todas las comunidades parroquiales, gracias al servicio valioso de la COPE, y publicada luego en las páginas del periódico Ideal, abiertas siempre a la colaboración con la Iglesia. Yo pensaba que, de esta forma, cumplía en lo fundamental mi deber de predicar el Evangelio de Jesucristo a todos los cristianos encomendada^ mi cuidado. Y, gracias a la ayuda del Señor, pude cumplir mi propósito durante los diecisiete años que estuve al frente de la Diócesis del «Santo Reino», tan querida para mí. Cuando pasó algún tiempo, los sacerdotes que celebraban cada domingo con el Obispo me pidieron que les facilitara algunos de los textos patrísticos que había recordado en mi homilía. No sólo ellos, también los alumnos del Seminario Mayor, incorporados habitualmente a dicha celebración, se me acercaban después de la Misa para que les repitiera algunos de aquellos textos que más habían llamado su atención. En especial los diáconos, que se reunían conmigo cada semana para preparar la homilía que luego habían de predicar en las parroquias, fueron interesándose gradualmente en el contacto con los Santos Padres. Era, sin duda, uno de los mejores frutos de mi
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Prólogo
trabajo, en trato personal con los futuros colaboradores del Obispo en el ministerio sacerdotal. 2. Una de mis convicciones más firmes, fruto de una larga experiencia sacerdotal, es que, después de los libros de la Sagrada Escritura, son precisamente los Padres de la Iglesia la fuente obligada en la que hay que ir a beber si se aspira a ser fieles en el ministerio de la Palabra. Fueron ellos, los Padres, quienes, recogiendo la tradición de los apóstoles y ejerciendo ejemplarmente el ministerio de la predicación, nos dejaron en herencia el inmenso tesoro del contenido de la fe cristiana y eclesial. No sólo esto. También, y al mismo tiempo, nos dejaron en sus obras cuál debe ser siempre el estilo y el espíritu de la evangelización y de la catequesis. Estilo —dicho sea de paso— bien distinto de cualquier otra forma de enseñanza y oratoria. Los Padres supieron imitar con fidelidad los ejemplos de los apóstoles y sus maneras de hablar al pueblo. Estilo y maneras que, a su vez, ellos habían aprendido del mismo Jesucristo, único Maestro y Pedagogo singular. En tiempos posteriores, al paso de la Historia de la Iglesia, otros muchos que habían bebido de los Padres continuaron la predicación del Evangelio, ateniéndose al contenido y al estilo de aquella predicación en sus homilías, en sus sermones y en sus escritos. Así nos transmitieron los dogmas, la moral, la ascética y la mística del Evangelio. Gracias a su labor y a su ejemplo, nosotros hemos podido conocer con seguridad la fe de la Iglesia, en virtud de la cual esperamos obtener la salvación de Dios. Por desgracia no todos, ni siempre, caminaron por estos cauces. En la medida en que la predicación fue apartándose del estilo de los Santos Padres, la formación y la vida de gran parte del pueblo cristiano se fue empobreciendo en muchos de sus aspectos. Al tratar de imitar otros modelos, muchos de los llamados oradores sagrados se olvidaron de la sencillez, de la altura y profundidad del Evangelio de Jesucristo. Iban a beber a otras fuentes. Acabaron por dar más importancia a otras predicaciones de ocasión extraordinaria —solemnidades, novenas, fiestas patronales— que a la homilía dominical. No se caía en la cuenta de la trascendencia de la misma para la formación de todo ese pueblo que, entre nosotros, ha frecuentado y sigue frecuentando nuestras celebraciones sacramentales en virtud de su fe cristiana. 3. Afortunadamente, en los últimos tiempos, los documentos de los Sumos Pontífices y, sobre todo, los trabajos del Concilio
Prólogo
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Vaticano H han venido a centrar de nuevo la labor pastoral, de manera que responda más eficazmente a los fines señalados por Jesucristo a su Iglesia y, en concreto, a todos sus pastores. En el caso del servicio de la Palabra y del ministerio litúrgico —aunque, todavía, nos queda bastante camino por andar—, son ya muchos los que procuran cumplir fielmente con el deber sagrado de la predicación, conformé a los mandatos y orientaciones de la Iglesia, que es Madre y Maestra. Así, pues, ofrezco este trabajo con el deseo de seguir ayudando, desde mi puesto de Obispo jubilado, a los sacerdotes. En especial, a todos aquellos que recibieron de mis manos la ordenación sagrada. Que se me perdone insistir aquí en algo que he repetido frecuentemente a los alumnos del Seminario, en contacto personal con ellos: la importancia de la homilía dominical. Tuve la suerte de apreSdejrlo, sobre todo, de dos pastores ejemplares. El primero de ellos fue el Arzobispo de Granada, de quien recibí la ordenación presbiteral, el inolvidable don Agustín Parrado y García, que fue luego Cardenal de la Santa Iglesia. El otro, don Ángel Herrera Oria, Obispo de Málaga, con quien tuve la suerte de relacionarme desde que fue nombrado Presidente de la Acción Católica Española, antes de ser ordenado sacerdote en la plenitud de su vida. También fue nombrado Cardenal. Efectivamente, la predicación de la homilía dominical, que han de predicar a su pueblo cuantos ejercen el oficio pastoral, debe hacerse con toda seriedad y con todo entusiasmo. De su preparación, llevada a cabo durante toda la semana en la oración, en el estudio y en contacto y conocimiento de los que han de escucharla, sin acepción de personas ni de clases sociales, depende en gran parte la vida cristiana de nuesft ^ pueblo. ¡Bien vale la pena el que esta consigna sea tomada en cuenta por los sacerdotes, de forma que todos los otros trabajos y actividades se subordinen a ella! Como se ha dicho más de una vez, la homilía debe ser breve, sencilla, profunda y adaptada a los oyentes. Es ésta la mejor preparación para que cuantos asisten a la Misa dominical participen en ella de manera plena, consciente y activa (SC 14). Así, después, podrán vivir cristianamente en el puesto que Dios les ha designado en la vida y llegar a ser la sal de la tierra y la luz del mundo (Mt 5,13-16). Espero que con esta obra no sólo se facilite el uso de los textos patrísticos, a la hora de preparar la predicación dominical, sino que, a un mismo tiempo, tanto los sacerdotes como cuantos aspi4
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Prólogo
ran al sacerdocio lleguen a familiarizarse con la lectura asidua de los Padres de la Iglesia. 4. Por ser consecuente con el criterio expuesto en este Prólogo, quiero cerrarlo con algunas palabras de los mismos Padres, relativas al ejercicio de la predicación cristiana, que se encontrarán después en el capítulo dedicado al Servicio de la Palabra: «Mas en la cura de almas no se da otro medio ni camino de salud sino la enseñanza de la palabra. Este es el instrumento, éste es el alimento, éste es el mejor temple del aire. La palabra hace veces de medicina, ella es nuestro fuego. Lo mismo si hay que quemar, que si hay que cortar, de la palabra tenemos que echar mano. Si este remedio nos falla, todos los demás son inútiles» (S. JERÓNIMO, Sobre el sacerdocio, IV 3). «Quien mucho lee y entiende, se llena; y quien esté lleno, puede regar a los demás; por eso dice la Escritura: "Si las nubes van llenas, descargan la lluvia sobre el suelo" (Ecl 11,2). Que tus predicaciones sean fluidas, puras y claras, de modo que, en la exhortación moral, infundas la bondad a la gente y el encanto de tú palabra cautive el favor del pueblo, para que te siga voluntariamente a donde lo conduzcas» (S. AMBROSIO, Carias, 2: PL 16,881). «Lee muy a menudo las divinas Escrituras o, por mejor decir, nunca la lección sagrada se te caiga de las manos. Aprende lo que has de enseñar. Manten firme la palabra de la fe que es conforme a la doctrina, para que puedas exhortar con doctrina sana y convencer a los contradictores. Persevera en lo que has aprendido y te ha sido confiado, pues sabes de quién lo has aprendido» (S. JERÓNIMO, Cartas, 52: PL 16,881). «No cabe duda de que seremos oídos más gratamente si nosotros también nos gozamos en nuestra labor. Porque el hilo de nuestras palabras vibra en nuestro gozo. Y observamos que brotan más espontáneamente y son recibidas con más atención» (S. AGUSTÍN, De catechizandis rudibus, I 3,6). «Pierde el tiempo predicando exteriormente la palabra de Dios quien no es oyente de ella en su interior. Quienes predicamos la palabra de Dios a los pueblos no estamos tan alejados de la condición humana y de la reflexión apoyada en la fe, que no advirtamos nuestros peligros. Pero nos consuela el que, donde está nuestro peligro por causa del ministerio, allí tenemos la ayuda de vuestras oraciones» (S. AGUSTÍN, Sermones, 179). Granada, 20 de junio de 1991 MIGUEL PEINADO PEINADO
Obispo Emérito de Jaén
LA PREDICACIÓN DEL EVANGELIO EN LOS PADRES DE LA IGLESIA
INTRODUCCIÓN
El día 2 de enero de 1980, el papa Juan Pablo I I , con ocasión del XV Centenario de San Basilio, publicaba una carta apostólica que da comienzo con las siguientes palabras: «Se llaman justamente Padres de la Iglesia a aquellos santos que, en los primeros siglos, con la fuerza de la fe y la profundidad y riqueza de sus enseñanzas, la regeneraron e incrementaron grandemente. En verdad son padres de la Iglesia porque de ellos, mediante el Evangelio, ésta ha recibido la vida. Y también son sus constructores porque por ellos, sobre el único fundamento puesto por los apóstoles, que es Cristo, ha sido edificada su estructura fundamental... Y así, todo anuncio y todo magisterio posterior, si quiere ser auténtico, debe adaptarse a su anuncio y magisterio». Estas palabras del sucesor de Pedro nos dicen, mejor que ningunas otras, la importancia que tiene para nosotros, sobre todo en nuestro tiempo, el contacto y la asidua lectura de sus obras. Efectivamente, fueron ellos los que, recogiendo la tradición de los apóstoles y partiendo de la atenea lectura y meditación asidua de la Escrituras Santas, nos han conservado, con toda fidelidad, el contenido de la revelación divina, llegada a su plenitud en Jesucristo. 1. El valor de la doctrina de los Santos Padres de la Iglesia está íntimamente ligado a la importancia que la Iglesia da a la Tradición, como transmisión real de todas las verdades reveladas por Jesucristo a sus discípulos con la promesa de la asistencia del Espíritu Santo. Sabido es que la Tradición, junto con las Sagradas Escrituras, constituyen el depósito único de la revelación cristiana (DV9). Los Santos Padres son testigos fieles de esa tradición apostólica. Y, al mismo tiempo, fueron sus protagonistas, toda vez que, al meditarla bajo la inspiración del Espíritu Santo prometido por El Evangelio en los PP. de la Iglesia
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Jesucristo a sus discípulos de forma que los llevara a la verdad completa (Jn 16,13), la conocieron cada vez con mayor claridad, la testimoniaron ejemplarmente, la consignaron en sus obras y la proclamaron de viva voz en sus sermones y catequesis. Con toda razón los llama el Papa constructores de la Iglesia. Porque con su vida, su predicación, sus escritos y su lucha contra todas las desviaciones y herejías aparecidas en su tiempo, orientaron y cuidaron pastoralmente a sus propias Iglesias. Pastores ejemplares, siguiendo el ejemplo de los apóstoles, reunieron el rebaño disperso, congregaron sus respectivas comunidades cristianas, organizaron la vida litúrgica de las mismas y fomentaron la actuación misionera y apostólica. Lo que defendían con sus obras apologéticas y su predicación, lo testimoniaron con su vida santa. Y también con su muerte: bastantes Padres dieron su vida en el martirio por amor a Jesucristo. 2, No sólo esto. Como en su mayoría fueron hombres cultos, que habían trabajado por alcanzar el conocimiento de los sistemas filosóficos —en especial, la filosofía griega—, defendieron y explicaron las verdades reveladas con sus? ¡razonamientos profundos. De este modo, pudieron penetrar en los ambientes cultos y en todos los medios sociales de su tiempo para defender a los cristianos de los ataques de sus enemigos. Echando mano de los mismos argumentos de la recta filosofía, mostraron a los hombres de su mundo que, en último término, la auténtica filosofía se encuentra en Jesucristo, Verdad y Camino único para encontrar la felicidad. Los Padres de la Iglesia, valiéndose de la cultura de su tiempo y teniendo en cuenta los ambientes sociales en los que se movieron, nos ofrecen un magnifico ejemplo a la hora de trabajar por la inculturación de la ^e. Todos recordamos bien cómo el llorado Pablo VI, en su exhortación apostólica Evangelii nuntiandi, acerca de la evangelización del mundo contemporáneo, insistió en la necesidad de evangelizar la cultura y$as culturas del hombre (n. 20). 3. Por otra parte, el trabajo de los Santos Padres y su actividad solícita en defensa de la fe cristiana facilitó la celebración de los primeros Concilios Ecuménicos, en los que ellos mismos tuvieron una presencia activa. En aquellos concilios, gracias a su trabajo y a sus esfuerzos frente a las herejías primeras, quedaron definidas como dogmas de fe las verdades fundamentales de nuestro Credo cristiano. Respecto a la Sagrada Escritura, los Padres no sólo trabajaron para conservarnos con toda fidelidad el texto sagrado, sino que nos han enseñado a leerlo con atención, descubriéndonos su sentido.
Introducción
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Y no sólo el sentido literal e histórico, sino también el sentido espiritual en sus tres aspectos: alegórico, moral y anagógico. Son ellos los que nos ayudan a leer los libros de la Sagrada Escritura, de forma que esa lectura sea para nosotros la base de toda nuestra vida moral y ascética y nos prepare seriamente para el ejercicio de nuestra cooperación al ministerio pastoral de la Iglesia en el servicio de la Palabra. Fueron los Padres los que pusieron las bases para los estudios teológicos posteriores. Tanto la exégesis bíblica como la teología dogmática no hubieran sido posibles sin ellos. Y es precisamente a ellos a quienes hemos de acudir siempre que sea necesario corregir desorientaciones en las formas de abordar el estudio de las ciencias sagradas. 4. Descendiendo al ejercicio del ministerio pastoral, digamos que el primero de todos es el servicio de la Palabra. Este ministerio tiene tres momentos y formas distintas, en relación con las necesidades de los oyentes. Lo primero es la evangelización o anuncio del Evangelio a los que aun no lo conocen o están alejados de la fe. Después, a cuantos lo aceptan, una vez convertidos, es necesario catequizarlos convenientemente para que, conociendo los misterios revelados, puedan vivir la vida cristiana. Finalmente, aquellos que tienen una seria formación y tratan de acoplar su vida al Evangelio de Jesucristo, necesitan tam bien escuchar con asiduidad la Palabra de Dios, predicada en forma de homilía por sus pastores, para mantener en alto su espíritu cristiano. Pues bien: si se leen con atención los escritos de los Santos Padres, tanto sus obras apologéticas como las didácticas —en especial sus homilías, sermones y catequesis—, se constata la fidelidad con que llevaron a cabo su servicia de la Palabra. Partiendo siempre de la Palabra de Dios, ellos sabsEm predicarla y enseñarla conforme a las necesidades de quienes les escuchaban. Sus catequesis para cuantos, convertidos a la fe cristiana por su predicación, pedían el bautismo y su incorporación a la Iglesia abarcan, con notable equilibrio, tanto el dogma como la moral y la liturgia. Especial interés ofrecen sus catequesis mistagógicas, con las que introducían a los ya iniciados en el conocimiento personal de los misterios recibidos con los sacramentos de la iniciación cristiana. En todo caso, tanto sus sermones como sus catequesis y sus homilías tienen dos notas importantes: son cristocéntricos y ponen de manifiesto su unión y amor a la Iglesia. Gracias a ellos, la espiritualidad de los Padres viene a ser para nosotros, después de Jesucristo y los Apóstoles, el gran ideal. Cuantos aspiran a la perfec-
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ción de su vida cristiana, lo mismo religiosos que laicos, tienen en la lectura y meditación de sus escritos, junto con la de la Sagrada Escritura, el mejor medio para su propia santificación. De manera muy especial, para los sacerdotes y pastores de la Iglesia. Ya decía San Ignacio de Antioquía en su Carta a Policarpo: «A los hombres del pueblo habíales al estilo de Dios»* Y San Agustín, en uno de sus sermones: «Pierde el tiempo predicando exteriormente la Palabra de Dios quien no es oyente de ella en su interior» (179,1). 5. Es manifiesto el interés de la Iglesia por los Santos Padres, sobre todo en nuestro tiempo, y la preocupación por que su lectura y estudio sean viva realidad, fundamentalmente en el caso de los sacerdotes y de cuantos se preparan para el sacerdocio. Ya el Concilio de Calcedonia, el IV ecuménico, celebrado en el año 451, al definir las dos naturalezas de Cristo frente al monofisitismo, iniciaba su declaración así: «Siguiendo, pues, a los Santos Padres, todos a una voz enseñamos que ha de confesarse a uno solo y el mismo Hijo, nuestro Señor Jesucristo, el mismo perfecto en la divinidad y el mismo perfecto en la humanidad.»» (DENZ. 148). Más tarde, en el 553, el Concilio II de Constantinopla, hablando de la tradición eclesiástica, afirma: «Confesamos mantener y predicar la fe dada desde el principio por el grande Dios y Salvador nuestro Jesucristo a sus Santos Apóstoles y por éstos predicada en el mundo entero; también los Santos Padres y, sobre todo, aquellos que se reunieron en los cuatro santos concilios la confesaron, explicaron y transmitieron a las santas Iglesias. Estos Padres seguimos y recibimos por todo y en todo...» (DENZ. Í12).
Y el Concilio de Trento, en su Sesión IV, en abril de 1546, tratando de la Vulgata y el modo de interpretar la Escritura, se infiere a los Santos Padres al decir: «Además, para reprimir los ingenios petulantes, decreta que nadie, apoyado en su prudencia, sea osado a interpretar la Escritura Sagrada en materias de fe y costumbres, que pertenecen a la edificación de la doctrina cristiana, retorciendo la misma Sagrada Escritura, conforme al propio sentir, contra aquel sentido que sostuvo y sostiene la santa Madre Iglesia, a quien atañe juzgar del verdadero sentido e interpretación de las Escrituras Santas, o también contra el unánime sentir de los Padres...» (DENZ. 786). Finalmente, el Vaticano I, hablando asimismo de la interpretación de la Sagrada Escritura, nos dice:
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«... Ha de tenerse por verdadero sentido de la Sagrada Escritura aquel que sostuvo y sostiene la santa Madre Iglesia, a quien toca juzgar del verdadero sentido e interpretación de las Escrituras Santas; y, por tanto, a nadie es lícito interpretar la misma Escritura Sagrada contra este sentido, ni tampoco contra el sentir unánime de los Padres» (DENZ. 1788). Pero ha sido el Concilio Vaticano II el que ha subrayado una y otra vez la importancia de la obra de los Padres para la vida de la Iglesia, de manera especial para los sacerdotes. Ya en la constitución Lumen gentium, al tratar de las prerrogativas de la Virgen María, la Madre de Dios, nos dice: «Con razón, pues, piensan los Santos Padres que María no fue un instrumento puramente pasivo en las manos de Dios, sino que cooperó a la salvación de los hombres con fe y obediencia libres. Como dice San Iré neo, "obedeciendo, se convirtió en causa de salvación para sí misma y para todo el género humano". Por eso, no pocos Padres antiguos afirman gustosamente con él en su predicación que "el nudo de la desobediencia de Eva fue desatado por la obediencia de María; que lo atado por la virgen Eva con su incredulidad fue desatado por la virgen María mediante su fe"; y, comparándola con Eva, llaman a María "Madre de los vivientes", afirmando aún con mayor frecuencia que "la muerte vino por Eva, la vida por María"» (LG 56). Con especial interés se nos habla de la obra de los Padres en la constitución Dei Verbum. Citamos, a continuación, dos textos: «Las palabras de los Santos Padres atestiguan la presencia viva de esta Tradición, cuyas riquezas van pasando a la práctica y a la vida de la Iglesia que cree y ora. La misma Tradición da a conocer a la Iglesia el canon de los Libros Sagrados y hace que los comprenda cada vez mejor y los mantenga siempre activos» (DV 8). «La Iglesia, esposa de la Palabra^hecha carne, instruida por el Espíritu Santo, procura comprender tíada vez más profundamente la Escritura para alimentar constantemente a sus hijos con la palabra de Dios; por eso fomenta el estudio de los Padres de la Iglesia, orientales y occidentales, y el estudio de la Liturgia» (DV 23). Luego, en dos decretos, Optatam totius sobre la formación sacerdotal y Presbyterorum ordinis sobre el ministerio de los presbíteros, también hace alusión al conocimiento de los Padres: «La ciencia del ministro sagrado debe ser sagrada, porque se toma de fuente sagrada y a fin sagrado se ordena. Así, pues, saqúese primeramente de la lección y meditación de la Sagrada Escritura, pero nútrase también fructuosamente del estudio de los Santos Padres y Doctores y de los otros monumentos de la Tradición» (PO 19).
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«Dispóngase la enseñanza de la teología dogmática de manera que en primer ligar se propongan los temas bíblicos; expliqúese a los alumnos la contribución de los Padres de la Iglesia de Oriente y Occidente a la transmisión fiel y al desarrollo de cada una de las verdades de la revelación» (OT 16). Y todavía, al tratar el tema del ecumenismo, vuelve el Concilio a insistir en sus recomendaciones sobre el estudio de los Santos Padres. Recordamos dos pasajes del decreto Unitatis redintegratio: «Por lo cual se recomienda encarecidamente que los católicos acudan con mayor frecuencia a estas riquezas espirituales de los Padres del Oriente, que levantan a todo el hombre a la contemplación de lo divino» (UR 15). «En cuanto a las auténticas tradiciones teológicas de los orientales, hay que reconocer que están arraigadas de modo manifiesto en las Sagradas Escrituras, se fomentan y se vigorizan con la vida litúrgica, se nutren de la viva tradición apostólica y de las enseñanzas de los Padres orientales y de los autores espirituales, tienden hacia una recta ordenación de la vida; más aún, hacia una contemplación cabal de la verdad cristiana» (UR 17). No es de extrañar que este interés de la Santa Iglesia, manifiesto en todos estos textos del Concilio Vaticano II, se nos haya recordado en el posconcilio con tres documentos importantes de la Sagrada Congregación para la Educación Católica. Están dirigidos concretamente a la importancia del conocimiento y estudio de los Santos Padres por parte de los que se preparan a la recepción del presbiterado. El primero de ellos fue publicado en el año 1970. Se titula Ratio fundamentalis institutionis sacerdotalis. El Segundo es una aplicación del anterior sobre La formación de los futuros sacerdotes, publicado en 1976. Y el téfrcero, dedicado exclusivamente al estudio de los Padres de la Iglesia, lleva por título Instrucción sobre el estudio dé los Padres de Ta Iglesia en la formación sacerdotal. Publicado en Roma en 1989, viene a insistir en la importancia de la patrística para los futuros sacerdotes y orienta sobre el método de su estudio. 6. La estructura que se ha dado a esta Antologfa de textos patristicos, que aparece claramente en el índice de la misma, está motivada por una convicción de la propia experiencia: todo se centra en Jesucristo y a Jesucristo se reduce todo el contenido. El ejercicio de la predicación y de la catequesis, durante más de cincuenta años, me ha convencido de que la predicación cristiana ha de tener siempre su centro en la persona de Jesucristo de forma manifiesta. No en vano fue El quien lo advirtió en su Evan-
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gelio: Nadie conoce al Padre sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar (Mt 11,27). Y luego San Pablo, por su parte, nos lo ha confirmado con toda claridad cuando escribe: Porque no quise saber entre vosotros sino a Jesucristo, y éste crucificado (1 Cor 2,2). Es más, al leer y releer las obras de los Santos Padres, acaba uno viendo claramente que toda su predicación estaba orientada a la luz de estas afirmaciones. Las obras de Dios, Creador y Salvador, son presentadas en la persona de Jesucristo y de su obra. Lo mismo que todo el dogma, la moral y la ascética cristiana. En consecuencia, el contenido de esta Antología va ordenado en tres partes: El Misterio de Jesucristo, El Evangelio de Jesucristo y La Iglesia de Jesucristo. Pienso que, de esta forma, el manejo de la obra queda facilitado, a la hora de buscar los temas predicables. No obstante, se añade al final un índice bíblico y un índice de temas. En cuanto a la versión española de los textos, me he valido de la Biblioteca de Autores Cristianos. Para recoger otros textos, me ha servido la colección Sources Chrétiennes y la italiana Collana di Texti Patristici. Para los que no se encuentran en dichas colecciones, he acudido a las lecciones de la Liturgia de las Horas. En algunos casos, he traducido de la Patrología Latina y Griega
(MlGNE).
Sólo resta manifestar aquí mi agradecimiento sincero a cuantos me animaron a poner manos a esta obra y me ayudaron después a llevar a cabo el trabajo, sin necesidad de poner aquí sus nombres, pues todos son amigos íntimos y sacerdotes. A ellos y a cuantos se sirvan de ella mi amor en Cristo Jesús. ¡Haga el Señor que el recuerdo de estos textos y orientaciones de la Santa Madre Iglesia nos contagien de su amor a los Santos Padres, de forma que, familiarizados progresivamente con ellos, acertemos a seguir sus ejemplos y los hagamos realidad en el cumplimiento de nuestros deberes como minjitros y pastores de Jesucristo! "%k
PREVIERA PARTE
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EL MISTERIO DE JESUCRISTO
I EL TESTIMONIO DE LAS ESCRITURAS
«Jesús les dijo: Estáis en un error por no entender las Escrituras ni el poder de Dios» (Mt-22¿$). «¿Cómo se cumplirían entonces las Escrituras de que así debe suceder?» (Mt 26,54). «Y, entonces, abrió sus inteligencias para que comprendieran las Escrituras» (Le 24,45). «Investigad las Escrituras, ya que creéis tener en ellas vida eterna; ellas son las que dan testimonio de mí» (Jn 5,39). 1 Cómo leer las Sagradas Escrituras.—«Si uno lee con atención las Escrituras, encontrará que hablan de Cristo y que prefiguran la nueva vocación. Porque El es el tesoro escondido en el campo (Mt 13,44), es decir, en el mundo, ya que el campo es el mundo (Mt 13,38); tesoro escondido en las Escrituras, ya que era indicado por medio de figuras y parábolas que no podían entenderse según la capacidad humana, antes de que llegara el cumplimiento de lo que estaba profetizado, que es el advenimiento de Cristo. Por esto se dijo al profeta Daniel: Cierra estas palabras y sella el libro hasta el tiempo del cumplimiento, hasta que muchos lleguen a comprender y abunde el conocimiento. Porque cuando la Ssfersión habrá llegado a su término, todo esto será comprendido (Dan 12,4-7). Y también Jeremías dice: En los últimos tiempos entenderán estas cosas (Jer 23,20). [...]. Por esta razón, cuando los judíos leen la Ley en nuestros tiempos, se parece a una fábula, pues no pueden explicar tó^ das las cosas que se refieren al advenimiento del Hijo de Dios como hombre. En cambio, cuando la leen los cristianos, es para ellos un
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P.L El misterio de Jesucristo
y explanado; con ella, la inteligencia humana se enriquece y se muestra la sabiduría de Dios manifestando sus designios sobre los hombres, prefigurándose el reino de Cristo y anunciándose de antemano la herencia de la Jerusalén santa. En ella, se preanuncia que el hombre progresará tanto en el amor de Dios, que podrá incluso ver a Dios y oír su palabra, y que con el oído de su voz recibirá la gloria, que los demás hombres no podrán poner sus ojos en su rostro glorificado, como dice Daniel: Los que hayan entendido, brillarán como el resplandor del firmamento, y entre muchos justos como las estrellas en el firmamento por los siglos y aún más (Dan 12,3). Así, pues, si uno lee las Escrituras de la manera dicha (que es la manera que enseñó a los discípulos el Señor después de su resurrección de entre los muertos, mostrándoles con las mismas Escrituras que convenía que el Cristo padeciese y así entrara en su gloria, predicándose la remisión de los pecados en todo el mundo), será un discípulo perfecto, semejante a un padre de familia, que saca de su tesoro cosas viejas y nuevas» (S. IRENEO, Contra las herejías, 4,26,1). 2 Actualidad de la Escritura Sagrada.—«[...] nosotros sabemos que la Escritura no se ha redactado para contarnos historias antiguas, sino para nuestra instrucción saludable; también comprendemos que lo que se nos acaba de leer es siempre actual, y no solamente en el mundo que figura a Egipto, sino en cada uno de nosotros. Busquemos, pues, por qué el rey de Egipto, que es el príncipe de este mundo, no quiere dejar vivir a los varones, sino a las mujeres. Si lo recordáis, nosotros hemos enseñado en nuestras pláticas que la mujer representa la carne y las afecciones carnales, mientras que el hombre es el sentido razonable y el espíritu inteligente» (ORÍGENES, Homilías sobre el Éxodo, 2,1). 3 Sentidos de las Sagradas Escrituras.—«Busquemos también el sentido moral, que nos es muy útil. Nosotros dejamos Egipto en una marcha de tres días, si guardamos tal pureza de cuerpo y de alma que, según las palabras del Apóstol, nuestro cuerpo y nuestra gima se conserven irreprochables hasta la parusía de Jesucristo (1 Tes 5,23). Nosotros dejamos Egipto por una marcha de tres días, desprendiendo nuestra razón, nuestra naturaleza y nuestro sentido moral de las cosas del mundo, para aplicarlos a los mandamientos divinos. Dejamos Egipto en tres días, cuando purificamos nuestras palabras, nuestras acciones y pensamientos —pues éstas son las ocasiones de pecar—, llegando a ser limpios de corazón para ver a Dios (Mt 5,8)» (ORÍGENES, Homilías sobre el Éxodo, 3,3).
El testimonio de las Escrituras
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4 Sentidos histórico y espiritual.—«Conviene distinguir las maneras de entender las Escrituras divinas, a saber: Una, de forma que los más simples sean edificados, por así decirlo, con el cuerpo mismo de las Escrituras —así designamos el entendimiento común e histórico—; los que ya comenzaron a progresar y pueden penetrar algo más, que se edifiquen con el alma misma de la Escritura; y los que son perfectos, semejantes a aquellos de quienes dice el Apóstol: hablamos de sabiduría entre ios perfectos, no de sabiduría de este mundo, ni de los jefes de este mundo, condenados a perecer, sino que hablamos de una sabiduría de Dios, encarnada en el misterio, la escondida, la que predestinó Dios antes de los siglos para gloria nuestra (1 Cor 2,6-7). Estos, como por el Espíritu, son edificados por la misma ley espiritual, que lleva consigo la sombra de los bienes futuros. Así como decimos que el hombre consta de cuerpo y alma, y espíritu, así también la Santa Escritura, que nos ha sido concedida con divina generosidad para la salvación de los hombres» (ORÍGENES, Tratado de los Principios, IV 11). 5 La vara de Aarón y el sacerdocio.—«Por las cosas que siguen de la vida de Moisés, la historia nos enseña que el sacerdocio no es algo humano, sino divino. Y nos lo enseña de este modo: Moisés recibió las varas de cada una de las tribus y escribió en ellas los nombres de los que se las entregaban, y las puso en el Tabernáculo. Pues creía firmemente que, por la vara que cada uno había entregado, se manifestaría, desde arriba, la gracia del sacerdocio. Hecho lo cual, las varas de los otros permanecieron como estaban, mientras la vara de Aarón había florecido; había retoñado, había florecido y echado almendras (Núm 17,16-25). ¿Ves cómo nos instruye la divina Providencia, por todas partes reflejada en la historia de esta peregrinación? Con aquel fruto que dio la vara de Aarón se nos dice cómo debe ser la vida del sacerdote: debe ser áspera, continente y dura en lo exterior; mas interiormente, en lo oculto, ha de encerrar un alimento agradable, que se manifiesta cuando la almendra está madura, se seca la piel que la envuelve y se rompe la cascara leñosa» (S. CREGORIO DE NlSA, Libro de la vida de Moisés, 24-25). % 6 Profundidad del Evangelio.—«Cierto que a muchos les parece fácil comentar el Evangelio y que la dificultad está en los profetas; pero pensar así, propio es de quienes desconocen la profundidad de pensamientos que en el Evangelio se contiene. Por eso os exhorto a que me sigáis con mucho empeño, a fin de entrar en el piélago mismo de las Escrituras, si es que Cristo se digna guiar-
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nos en esta entrada» (S. JUAN CRISÓSTOMO, Homilías sobre el Evangelio de San Mateo, 2,5). 7 La lectura de la Escritura y nuestro provecho espiritual.—«Así, pues, cuando se narra la creación del mundo, Dios es conocido en su acción creadora. Cuando oímos que Henoc fue trasladado por Dios (Gen 5,24), comprendemos que el hombre es inmortal. Cuando Lot se Hora en el incendio de las cinco ciudades (Gen 19), aprendemos que Dios se cuida de los inocentes. Cuando, por haber mirado hacia atrás contra el mandato de Dios, su mujer quedó convertida en estatua de sal, se nos advierte, por el ejemplo, que hay que obedecer las órdenes de Dios. Cuando conocemos que los pecados de los amorreos van a ser castigados (Gen 15,16), conocemos la justicia y la misericordia de Dios, ya que su consideración nos deja un plazo para abstenernos de nuestros pecados; y que, por su decreto, la venganza está aplazada hasta la consumación de nuestros crímenes» (S. HILARIO DE PoiTIERS, Tratado de los Misterios, 2,12). 8 Utilidad de la Historia Sagrada para el cristiano.—«A la verdad, el orden de las generaciones, la elección de Abrahán, el nacimiento de los patriarcas, la esclavitud del pueblo, la muerte de los egipcios, la división de las aguas del mar, la lluvia del maná, la institución de la Ley, la ordenación de los sacrificios, el tiempo de los Jueces, las historias de los Reyes, la marcha del pueblo al cautiverio, la visión de los santos, los anuncios y advertencias de los prositas: todo esto, ¡en qué medida es necesario para nuestro conocimiento! Todos los acontecimientos que hemos recordado anteriormente nos hacen conocer, a partir del Padre que es Dios, al Hijo que es igualmente Dios, Jesucristo, Dios y hombre. Cuando Dios ordena y cuando actúa en la creación del mundo; cuando el hombre es formado sobre el modelo de una imagen viviente (Gen 1,26-27); cuando el Señor hace llover desde el cielo azufre y fuego (Gen 19,24) [.,.]; cuando Abrahán ve un hombre y adora a Dios (Gen 18,2); cuando Jacob luchó con un hombre y, deteniendo al hombre, es bendecido por Dios (Gen 32,25-30); cuando Nabucodonosor, que no había arrojado en el horno de fuego más que tres hombres, ve allí un cuarto, parecido a los hijos de Dios (Dan 3,24-25); cuando la virgen da a luz al Emmanuel, aquel que es Dios con nosotros (Is 7,14) [...]. Convenía, pues, que estas realidades figuradas por todos los acontecimientos, conocidos y cumplidos en El solo, hayan sido conservadas en la memoria por los escritos y los libros sellados, f
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para que la posteridad, instruida con los acontecimientos anteriores, contemple el presente en el pasado y venere también ahora el pasado en el presente» (S. HILARIO DE POITIERS, Tratado de los Misterios, 2,13-14). 9 Iniciación cristiana de los neófitos.—«Os hemos dado a diario instrucciones morales, al tiempo que se leía bien la historia de los patriarcas, bien las máximas de los Proverbios, a fin de que, formados e instruidos por ellas, vosotros os acostumbréis a entrar por los caminos de nuestros padres, a seguir su camino y a obedecer los oráculos divinos; y asi, una vez renovados por el bautismo, adoptéis el género de vida conveniente a quienes han sido purificados» (S. AMBROSIO, Tratado de los Misterios, 1). 10 Ignorar las Escrituras es ignorar a Cristo.—«Cumplo con mi deber obedeciendo los preceptos de Cristo, que dice: Estudiad las Escrituras (Jn 5,39), y también buscad y encontraréis (Mt 7,7), para que no tenga que decirme como a los judíos: Estáis muy equivocados, porque no comprendéis las Escrituras ni elpoder de Dios (Mt 22,29). Pues si, como dice el apóstol Pablo, Cristo es el poder de Dios y la sabiduría de Dios, y el que no conoce las Escrituras no conoce el poder de Dios ni su sabiduría, de ahí se sigue que ignorar las Escrituras es ignorar a Cristo» (S. JERÓNIMO, Comentario al profeta Isaías, prólogo). 11 Interpretación alegórica de las profecías.—«Envía al Cordero, soberano de la tierra, desde la Peña del Desierto al monte de la hija de Sión (Is 16,1). Lo que interpretamos no es historia, sino profecía. Toda profecía está envuelta en enigmas y sentencias aisladas, mientras va de una cosa a otra, porque si la Escritura conservara siempre el orden, no habría vaticinio, sino narración. El sentido es éste: ¡Oh Moab!, sobre la que se mostrará cruel el león y de la que, por cierto, ni las reliquias se podrán salvar. Ten esta alegría: de ti saldrá el Cordero inmaculado que quite el pecado del mundo y domine el orbe de la tierra. De la piedra del desierto, esto es, de Rut, viuda por la muerte de su marido, casada con Booz, engendró a Obed, y de Obed, Jesé; y de Jesé, David, y de David, pristo» (S. JERÓNIMO, Comentario al profeta Isaías). 12 «El cántico nuevo en la ciudad nueva».—«Aquel día se cantará este canto en el país de Judá: Tenemos una ciudad fuerte, ha puesto para salvarla murallas y baluartes (Is 26,1). Finalmente, los santos que no querían cantar el cántico de Jerusalén en tierra extranjera, dicen: ¡Cómo cantar un cántico del Señor
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en tierra extranjera! (Sal 136,4). Pienso que el cántico es aquel que se pide a los santos en otro pasaje: cantad al Señor un cántico nuevo (Sal 95,1). Este cántico será: La ciudad de nuestra fortaleza, el Salvador. ¿Qué ciudad es ésta? La que no puede ocultarse por estar situada en el monte (Mt 5,14). Y de la que en otro sitio está escrito: El correr de las acequias alegra la ciudad de Dios (Sal 45,5). Y también: ¡Qué pregón tan glorioso para ti, ciudad de Dios/ (Sal 86,3). El fundador de esta ciudad es aquel de quien habla el Padre: La ciudad de nuestra fortaleza es el Salvador, esto es, Jesús. Y se pondrán en ella un muro y unos baluartes: el muro de las buenas obras, el antemuro de la fe recta, para que sea defendida con doble defensa. No basta tener el muro de la fe si esta fe no está confirmada con obras buenas» (S. JERÓNIMO, Comentario al profeta Isaías). 13 El sentido anagógico de la Escritura.—«M aún dijeron: "¿En dónde está el Señor, el que nos ha subido del país de Egipto, el que nos ha conducido a través del desierto, por tierra de estepa y barrancos, por tierra sedienta y tenebrosa, tierra por donde nadie transita y donde no habita hombre alguno?" (Jer 2,6). [...] Lo cual, siendo manifiesto en el sentido histórico, debemos considerarlo anagógicamente: Mientras estamos en este mundo y somos sacados de Egipto, ascendemos poco a poco. Primero, pasamos el desierto y la tierra inhabitable, que el santo no debe habitar; tierra intransitable, que presenta la dificultad del camino. Tierra sedienta, donde siempre deseamos cosas mejores y no estamos contentos con las presentes. Bajo la imagen o sombra de la muerte. Siempre, pues, permanecemos en peligro y el diablo nos tiende sus lazos por todas partes; tierra donde no había hombre alpino, que es Cristo, de edad perfecta. Por donde claramente se ve que en el camino no hay perfección, sino al final de la vida, en la mansión que se prepara a los santos, a los que se dice: Los que estáis en la casa del Señor, en los atrios de la casa de nuestro Dios (Sal 133,1)» (S. JERÓNIMO, Comentario al profeta Jeremías). 14 La comida de los libros sagrados, dulce como la miel.— «Hijo de hombre, alimenta tu vientre y llena tus entrañas con este rollo que yo te doy. Lo comí y resultó en mi boca dulce como la miel (Ez 3,3). Cuando comemos el libro del Señor, con la asidua meditación en el tesoro de nuestra memoria, se llena nuestro vientre espiritual y se hartan nuestras entrañas. Para que tengamos entrañas de misericordia, con el apóstol Pablo (Col 3,12), y se llene el vientre del que habla Jeremías: ¡Mis entrañas, mis entrañas!, ¡me retuerzo de dolor en las paredes de mi corazón! (Jer 4,19).
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Y lo comí y resultó en mi boca dulce como miel. Habla David: Qué dulce al paladar tu promesa, más dulce que miel en la boca (Sal 118,103). Y en otra parte: Los mandamientos del Señor son verdaderos y enteramente justos; más preciosos que el oro, más que el oro fino; más dulces que la miel de un panal que destila (Sal 18,10-11). Sansón encontró en la boca del león un panal de miel Que 14,8). Y Jesucristo, después de su resurrección, comió parte de un pez asado y miel (Le 24,42-43)» (S. JERÓNIMO, Comentario al profeta Ezequiel). 15 Sentidos de la Surada Escritura.—^Marchad a Betel y pecad en Gilgal, aumentad los pecados, ofreced de mañana sacrificios, cada tres días vuestros diezmos. Incensad el pan sin levadura en acción de gracias, proclamad ofrendas hechas por voto; que eso es lo que os gusta, hijos de Israel —oráculo del Señor— (Am 4,4-5). [...] Debemos entender la Sagrada Escritura, primero según la letra, cumpliendo moralmente las cosas que están mandadas. Después alegóricamente, esto es, según la inteligencia espiritual. Finalmente, según la bienaventuranza de las cosas futuras. Vosotros, dice, despreciando el día primero y el segundo, os arregláis sin fundamento ciertas imaginaciones espirituales y ponéisje_cho sobre las paredes. No son esto los herejes, de los cuales y a los^cuales se dice que se contentan con el propósito de su impiedad; sino que leyeron fuera, apartándose de la Iglesia de Dios, y se empeñan y esfuerzan en conciliar sus confesiones y testimonios con cada uno de los dogmas que inventaron en su perverso corazón. Ofrecieron sacrificios de pan fermentado, del cual se dice en el Evangelio: Guardaos del fermento, esto es, de la doctrina de los fariseos (Mt 16,6). E hicieron esto no por ignorancia, sino a propósito; no por voluntad casual, sino por amor de los malos» (S. JERÓNIMO, Comentario al profeta Amos). 16 Sencillez de la Escritura y de su predicación.—«Sé que todo esto resulta pesado para el lector; pero el que trata de las letras hebreas no tiene por qué ir a buscar argumentos en Aristóteles, ni derivar un riachuelo del río de la elocuencia tuliana, ni halagar los oídos con las florecillas de Quintiliano y con una declamación escolar. Aquí se requiere un discurso pedestre que se dé la mano con el hablar ordinario y no huela a aceite; que explique el asunto, aclare el sentido, ilumine lo oscuro y no se pierda en el follaje de la compostura de las palabras. Sean otros elogiantes, sean alabados como quieren, hinchen los carrillos y declamen espumantes palabras. Para mí, bástame hablar de manera que se me entienda, y, pues trato de las Escrituras, quiero imitar la sencillez de las Escrituras» (S. JERÓNIMO, Cartas, 36, «a Dámaso, Papa»). El Evangelio en los PP. de la Iglesia
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17 £1 NT oculto en el Antiguo, y el AT manifiesto en el Nuevo.—«Es evidente que no sólo toda la Ley y los Profetas penden de estos dos mandamientos: amor a Dios y amor al prójimo (Mt 21,40) —como hasta el momento de su venida lo afirma el Señor—. Sino también cualquier otro libro que, para nuestra salud, fue posteriormente escrito y conservado. De modo que en el AT está oculto el Nuevo, y en el NT está revelado el Antiguo» (S. AGUSTÍN, Tratado catequístico, 1,4,8). 1S Misterio del Antiguo Testamento.—«Este es el misterio del Antiguo Testamento, donde latía el Nuevo. Allí se prometían y fiaban bienes terrenos, pero los espirituales de entonces entendían y predicaban, aunque aún no abiertamente, que aquellos bienes temporales eran figura de la eternidad y en qué dones de Dios se hallaba la verdadera felicidad» (S. AGUSTÍN, La Ciudad de Dios, 4*33). 19 Antiguo y Nuevo Testamento.—«Todo respira novedad, y el Viejo Testamento hace presente al Nuevo. ¿Qué es el Viejo Testamento sino la ocultación del Nuevo, y qué el Nuevo sino la manifestación del Viejo?» (S. AGUSTÍN, La Ciudad de Dios, 16,26,2). 20 Los Padres del Antiguo y del Nuevo Testamento.— «Sigue: Y el umbral de la puerta junto al vestíbulo de la puerta interior medía una caña, (Ez 40,8). Con hacer mención de que el umbral, que ahora se describe, está junto al vestíbulo de la puerta interior, se muestra claramente que el umbral que antes se ha descrito fue el exterior. Más: si la puerta es el Señor, averigüemos cuál sea el umbral interior y el exterior de la puerta. Y pues todos entran por el umbral de la puerta, ¿cuáles son estos dos umbrales sino los Padres del Antiguo Testamento y los Padres del Nuevo Testamento? Y, por cierto, no sólo aquellos de quienes el Señor se dignó encarnar, sino todos los Padres del Antiguo Testamento fueron umbrales de esta puerta. Porque todos los que merecieron predicarle y esperar en El descubrieron, a cuantos a El vinieron, el acceso a la fe, para que todo el que creyera en el Señor como que pasaría ya de este umbral a la puerta [...]. También el umbral exterior designa rectamente a los Padres que, de tiempo en tiempo, vivieron más alejados de la encarnación de nuestro Redentor. Pues, ciertamente, desde la muerte de Abel co menzó ya la pasión de la Iglesia, porque una sola es la Iglesia de los elegidos que precedieron y la de los que siguen [...]» (S. GREGORIO MAGNO, Homilías sobre Ezequiel, 2,15). 1
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21 La Sagrada Escritura, espejo en que mirarnos.—«La Sagrada Escritura, así como un espejo, se nos pone a los ojos del alma para que nuestra cara interior se vea en ella. En este espejo conocemos la fealdad y también la hermosura de nuestras cosas; allí sentimos cuánto aprovechamos; allí conocemos cuan lejos estamos del provecho; cuenta los hechos victoriosos de los santos y provoca los corazones de los enfermos a imitarlos. Y cuando cuenta las victorias de ellos, esfuerza nuestras flaquezas contra las batallas de los vicios; y con las palabras de ella sucede que, cuanto más el alma vea delante de sí las victorias de los fuertes varones pasados, tanto menos temor tendrá entre sus peleas. Algunas veces, no sólo nos afirma en las virtudes de ellos, sino que nos muestra también sus caídas, para que, imitándolos, tengamos qué tomar en sus victorias y, en sus caídas, consideremos lo que hemos de temer» (S. GREGORIO MAGNO, Tratados Morales sobre eL libro de Job, 2,1).
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JESUCRISTO, EL HIJO DE DIOS «En el principio existid la Palabra, y la Palabra estaba en Dios, y la Palabra era Dios» (Jn 1,1). «Tú eres mi Hijo amado, en ú me agrade» (Me 1,11). «Respondió Simó%Pedro: Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo"» (Mt 16,16).
22 El nombre de Jesucristo.—«Este nombre, que ha de ser glorificado entre las naciones (Mal 1,11), no es otro que el de nuestro Señor, por el cual es glorificado el Padre y también el hombre. Y si el Padre se refiere a su nombre es porque, en realidad, es el mismo nombre de su propio Hijo y porque el hombre ha sido hecho por El. Del mismo modo que un rey, si pinta una imagen de su propio hijo, con toda propiedad podría llamar suya aquella imagen por la doble razón de que es la imagen de su hijo y de que es él quien la ha pintado, así también el Padre afirma que el nombre de Jesucristo, que es glorificado por todo el mundo en la Iglesia, es suyo, porque es el de su Hijo y porque El mismo, que escribe estas cosas, lo ha otorgado para la salvación del mundo.
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Por tanto, puesto que el nombre del Hijo es propio del Padre y la Iglesia ofrece a Dios todopoderoso, por Jesucristo, con razón dice por este doble motivo: En todo lugar ofrecerán incienso y sacrificio a mi nombre y una ofrenda (Mal 1,11). Y Juan, en el Apocalipsis, nos enseña que el incienso es las oraciones de los santos (Ap 5,8)» (S. IRENEO, Contra las herejías, 4,17,6). 23 Jesucristo, imagen de Dios.—«¿Cuál es, pues, la otra imagen de Dios, a semejanza de la cual ha sido hecho el hombre, sino nuestro Salvador? El es el primogénito de toda la creación (Col 1,15), de él se ha escrito que es resplandor de la luz eterna e imagen clara de la sustancia de Dios (Heb 1,3); el que también dice de si mismo: Yo estoy en el Padre y el Padre está en mí y Quien me ha visto a mí, ha visto también al Padre (Jn 14,10 y 9). En efecto, como el que ve la imagen de alguien ve a aquel cuya es la imagen, así también, mediante e\ Verbo de Dios (Jn 1,1), que es la imagen de Dios, ve a Dios» (ORÍGENES, Homilías sobre el Génesis, 1,13). 24 Jesucristo, señal propuesta por Dios.—«Dice la palabra: Pide al Señor, tu Dios, una señal, o de abajo en lo profundo o de arriba en lo alto (Is 7,11). Ha sido propuesto como señal mi Señor Jesucristo. Esta es la señal que se manda que pida para El en lo profundo o en lo excelso. En lo profundo, ciertamente, porque el que descendió es El. En lo alto también, porque El mismo es el que ascendió sobre todos los cielos. Pero a mí este signo propuesto en lo profundo y en lo excelso, mi Señor Jesucristo, nada me aprovecha si no se hace para mí el misterio de su altura y de su profundidad. Cuando yo acepte el misterio de Jesucristo, en su profundidad y en su altura, entonces recibiré la señal conforme al mandato del Señor, y se me dirá a mí como teniendo en mí mismo lo profundo y lo excelso» (ORÍGENES, Homilías sobre el profeta Isaías, 2,7). 25 Jesucristo, Hijo de Dios hecho hombre.—«Después de considerar tales y tan grandes cosas sobre la naturaleza del Hijo de Dios, quedamos estupefactos de extrema admiración, al ver que esta naturaleza, la más excelsa de todas, se anonada y, de su situación de majestad, pasa a ser hombre y a conversar con los hombres, como lo atestigua la gracia derramada de sus labios (Sal 44,3), como lo proclama el testimonio del Padre celestial y como se confirma por las diversas señales y prodigios obrados por El. Y aun antes de hacerse presente corporalmente, envió a los profetas como precursores y heraldos de su venida. Y, después de su ascensión a los fíelos, hizo que los santos apóstoles, hombres sacados de entre los publícanos y los pescadores, sin ciencia ni experiencia, pero
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llenos de la potencia de su divinidad, recorrieran todo el orbe de la tierra, para congregar de todas las razas y naciones un pueblo de fieles que creyeran en él. Pero de todos sus maravillosos milagros, el que más sobrepasa la capacidad de admiración de la mente humana, de suerte que la débil inteligencia mortal no puede ni sentirlo ni comprenderlo, es que hayamos de creer que aquella tan gran potencia de la divina majestad, aquel mismo Verbo del Padre y la misma Sabiduría de Dios, por la que fueron creadas todas las cosas visibles e invisibles (Col 1,16), quedase circunscrita en los límites de aquel hombre que apareció en Judea; más aún: que la Sabiduría de Dios se metiera en el vientre de una mujer y naciera párvulo, y diese vagidos como los niños que lloran. Finalmente, hasta se dice que, en la muerte, se turbó, y El mismo lo proclama diciendo: Triste está mi alma hasta la muerte (Mt 26,32). Y, para colmo, que fuera llevado al género de muerte que los hombres consideran más afrentoso, aunque luego resucitara al tercer día» (ORÍGENES, Tratado de los Principios, II 6,1-2). 26 Jesucristo, Dios y hombre.—«El Unigénito, que era Dios y Señor de todas las cosas, según las Escrituras, se ha manifestado a nosotros; ha sido visto en la tierra, ha iluminado a los que estaban en tinieblas, haciéndose hombre —no en pura apariencia, ¡no lo quiera Dios!—. Es una locura pensar y decir que él se había transformado en carne por imitación y conversión; el Verbo de Dios es inmutable, permanece siempre el mismo. Ni tampoco que su existencia sea contemporánea aé Su carne; El es el Creador de los siglos [...]. El, que es la Vida, viene de Dios, el Padre; el cual, tanto en nuestro pensamiento como en la realidad, existe en su hipóstasis propia. El no se ha revestido simplemente de una carne privada de alma razonable; ha sido realmente engendrado en una mujer, mostrándose hombre. El es el Verbo de Dios, viviente, subsistente y eterno con Dios Padre, tomando forma de esclavo. Como es completo en su divinidad, es completo en su humanidad; constituido en un solo Cristo, Señor e Hijo [...]. En efecto, el Hijo, coeterno a aquel que lo había engendrado y anterior a todos los siglos, cuando tomó la naturaleza humana sin dejar su cualidad de Dios, sino integrando el elemento humano, pudo legítimamente ser concebido como nacido de la estirpe de David y teniendo un nacimiento humano reciente. Porque no hay sino un solo Hijo y un solo Señor Jesucristo, antes que asumiera la carne y después que se ha manifestado como hombre» (S. CIRILO DE ALEJANDRÍA, Sobre la encarnación del Unigénito).
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27 Jesucristo, Salvador.—«Vengamos a ser como Cristo, ya que Cristo es como nosotros. Lleguemos a ser dioses por él, ya que él es hombre como nosotros. El ha tomado lo que es inferior para darnos lo que es superior. Se ha hecho pobre para que su pobreza nos enriquezca (2 Cor 8,9); ha tomado forma de esclavo (Flp 2,7) para que nosotros^ecobremos la libertad (Rom 8,21); se ha bajado para alzarnos a nosotros; aceptó la tentación para hacernos vencedores; ha sido deshonrado para glorificarnos; murió para salvarnos y subió al cielo para unirnos a su séquito, a nosotros, que estábamos derribados a causa del pecado» (S. GREGORIO NACIANCENO, Sermones, 1,5). 28 Jesucristo, Hijo de Dios Padre.—«El Hijo procede de aquel Padre que tiene el ser, es unigénito que procede del inengendrado, descendencia del Padre, viviente del viviente. Como el Padre tiene la vida en sí mismo, también se le ha dado al Hijo tener la vida en sí mismo. Perfecto que procede del perfecto, porque es todo entero de aquel que es todo entero. No íiay división o separación, porque cada uno está en el otro y en el Hijo habita la plenitud de la divinidad. Es el incomprensible que procede del incomprensible; nadie les conoce, sino ellos entre sí. Es el invisible que procede del invisible, porque es la imagen del Dios invisible (Col 1,15) y porque el que ve al Hijo, ve también al Padre (Jn 14,9). Uno procede del otro, porque son Padre e Hijo. Pero la naturaleza de la divinidad no es distinta en uno y otro, porque los dos son una misma cosa: Dios que procede de Dios. El Dios unigénito del único Dios inengendrado. No son dos dioses, sino uno que procede de uno. No dos inengendrados, porque el que ha nacido procede del que no ha nacido. En nada se diferencian el uno del otro, porque la vida del viviente está en el que vive. Estas cosas hemos alcanzado acerca de la naturaleza de la divinidad, sin entender lo más elevado, pero dándonos cuenta de que son incomprensibles las cosas de que hablamos. Podrás decir: De nada sirve la fe si nada puede ser comprendido. Al revés, el servicio que la fe proporciona es el de saber que aquello por lo que se pregunta es incomprensible para ella» (S. HILARIO DE POITIERS, La Trinidad, 2,11). 29 Jesucristo, ángel de Dios; Señor y Dios.—«El que es llamado ángel de Dios, él mismo es Señor y Dios, pues, según el profeta, el Hijo de Dios es ángel del buen consejo (Is 9,5). Para que fuese clara la distinción de las personas, fue llamado ángel de Dios, pues aquel que es Dios de Dios, él mismo es también el ángel de
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Dios. Pero para que se le diera el honor debido, es confesado como Señor y Dios» (S. HILARIO DE POITIERS, La Trinidad, 4,23). 30 Jesucristo, esplendor de la luz eterna.—«El Verbo es el Hijo del Padre y su Sabiduría. ¿Qué maravilla, pues, si ha sido enviado, no porque sea desemejante al Padre, sino porque es una emanación pura de la claridad de Dios Omnipotente (Sal 7,26). Allí el caudal y la fuente son una misma sustancia. No como agua que salta de los veneros de la tierra o hendiduras de la roca, sino como luz de luz. Cuando se dice esplendor de la luz eterna, ¿qué otra cosa queremos significar sino que es Luz de luz eterna? ¿Qué es el esplendor de la luz sino luz? En consecuencia, coeterno a la luz de a que es esplendor. Prefirió decir esplendor de luz a decir luz de luz, para que nadie creyese más oscura la luz que emana que la luz de la cual emana. Al oír esplendor de luz, es fácil imaginarlo como haz de luz que no creer que no brille con igual claridad (ningún hereje osó proferir tamaño absurdo, y creo que nadie se atreverá a ello), acude solícita la Escriturara disipar nuestras dudas, declarando imposible que la luz que emana sea más tenue que aquella de la cual emana; y así dice/esplendor de aquélla, esto es, de la luz eterna; y con ello queda demostrada su igualdad [...]. Luego es igual» (S. AGUSTÍN, Tratado sobre la Santísima Trinidad, 4,20,27). 31 Jesucristo, Sabiduría de Dios.—«Pero nuestra ciencia es Cristo; y nuestra sabiduría es también Cristo. El plantó en nuestras almas la fe de las cosas temporales y, en las eternas, nos manifiesta la verdad. Por él caminamos hacia él y por la ciencia nos dirigimos a la sabiduría, mas sin apartarnos de la unidad de Cristo, en quien se hallan escondidos todos los tesoros de la sabiduría y de la ciencia (Col 2,3)» (S. AGUSTÍN, Tratado sobre la Santísima Trinidad, 13,19,24). 32 Creer en Jesucristo.—«Pero va mucho de creer en la existencia de Cristo a creer en Cristo. La existencia de Cristo también la creyeron los demonios y, con todo eso, los demonios no creyeron en Cristo. Cree, pues, en Cristo quien espera en Cristo y ama a Cristo. Porque, si uno tiene fe sin esperanza y sin amor, cree que hay Cristo, pero no cree en Cristo. Ahora bien: quien cree en disto, Cristo viene a él y, en cierto modo, se une a el y queda hecho miembro suyo; lo cual no es posible si a la fe no se le juntan la esperanza y la caridad» (S. AGUSTÍN, Sermones, 144,2). 33 Jesucristo, la Verdad y la Medida.—«Mas ¿cuál ha de ser la sabiduría digna de este nombre sino la de Dios? Por divina autoridad sabemos que el H|jo de Dios es la sabiduría de Dios; y cier-
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tamente es Dios el Hijo de Dios. Posee, pues, a Dios el hombre feliz, según estamos de acuerdo, desde el primer día de este banquete. Pero ¿qué es la Sabiduría de Dios sino la Verdad? Porque él ha dicho: Yo soy la Verdad. Mas la Verdad encierra una suprema Medida, de la que procede y a la que retorna eternamente. Y esta Medida suma lo es por sí misma, no por ninguna cosa extrínseca. Y, siendo perfecta y suma, es también verdadera Medida. Y así como la Verdad procede de la Medida, así ésta se manifiesta en la Verdad. Nunca hubo Verdad sin Medida ni Medida sin Verdad. ¿Quién es el Hijo de Dios? Escrito está: la Verdad. ¿Quién es el que no tiene Padre sino la suma Medida? Luego el que viene a la suprema Regla o Medida por la Verdad es el hombre feliz. Esto es poseer a Dios, esto es gozar de Dios. Las demás cosas, aunque estén en las manos de Dios, no lo poseen» (S. AGUSTÍN, Tratado sobre la vida feliz, 4,34). 34 El nombre de Jesucristo.—«Mas entonces —tú lo sabes bien, luz de mi corazón—, como aún no conocía yo el consejo de tu Apóstol, sólo me deleitaba en aquella exhortación el que me excitaba, encendía e inflamaba con su palabra a amar, buscar, lograr, retener y abrazar fuertemente no esta o aquella secta, sino la Sabiduría misma, dondequiera estuviese. Sólo una cosa me resfriaba tan gran incendio, y era el no ver allí escrito el nombre de Cristo. Porque este nombre, Señor, este nombre de mi Salvador, tu Hijo, lo había yo, por tu misericordia, bebido piadosamente con la leche de mi madre y lo conservaba en lo más profundo del corazón; y así, cuanto estaba escrito sin este nombre, por muy verídico, elegante y erudito que fuese, no me arrebataba del todo» (S. AGUSTÍN, Las Confesiones, 3,4,7).
35 Jesucristo, Verbo y Sabiduría de Dios.—«Nosotros decimos que Cristo es el Verbo de Dios, por quien todo fue hecho. Es Hijo porque es Verbo. Y no es verbo que se pronuncia y pasa, sino Verbo que permanece inmutablemente y sin alteración en el Padre, inmutable, bajo cuyo régimen es gobernada toda la creación espiritual y corporal. El tiene la sabiduría y la ciencia. El determina qué, cuándo y dónde le conviene a la criatura algo conforme a su fin. Por eso, en todos los tiempos, tanto antes de multiplicar el linaje de los hebreos, en el cual prefiguró con símbolos convenientes la manifestación de su venida, como más tarde en el reino israelítico, y más tarde, cuando apareció a los mortales en su carne mortal, tomada de una Virgen, y más tarde, hasta el momento actual, en que cumple lo que antiguamente anunció por los profetas, y finalmente, hasta el fin del mundo, en que separará
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a los santos de los impíos para dar a cada uno lo suyo, ese Verbo es el mismo Hijo de Dios, coeterno al Padre, Sabiduría inmutable, por la que fue creada toda la creación y por cuya participación es bienaventurada toda alma racional» (S. AGUSTÍN, Cartas, 102, «a Deogracias», 11). 36 Jesucristo, el segundo Adán*—«El apóstol San Pablo nos dice que dos hombres dieron origen al género humano, a saber: Adán y Cristo. Dos hombres semejantes en su cuerpo, pero muy diversos en el obrar; totalmente iguales por el número y orden de sus miembros, pero totalmente distintos por su respectivo origen. Dice, en efecto, la Escritura: El primer hombre, Adán, fue hecho ánima viviente; el último Adán, un espíritu que da vida (1 Cor 15,45). Aquel primer Adán fue creado por el segundo, de quien recibió el alma con la que comenzó a vivir; el ultimo Adán, en cambio, no recibió la vida de nadie, sino que fue el único de quien procede la vida de todos. Aquel primer Adán fue plasmado del barro deleznable; el último Adán se formó en las entrañas preciosas de la Virgen. En aquél, la tierra se convierte en carne; en éste, la carne llega a ser Dios. ¿Qué más podemos añadir? Este es aquel Adán que, cuando creó al primero, colocó en él su divina imagen. De aquel que recibiera su naturaleza y adoptara su mismo nombre, para que aquel a quien había formado a su imagen no pereciera. El primer Adán, en realidad, es el nuevo Adán; aquel primer Adán tuvo principio, pero este último Adán no tiene fin. Por lo cual, este último es realmente también el primero, como él mismo afirma: Yo soy el primero y el último (Ap 1,11)» (S. PEDRO CRISÓLOGO, Sermones, 117). 37 Jesucristo, monte y Mediador.—«Llevóme en una visión divina a la tierra de Israel y púsome sobre un monte muy elevado (Ez 40,2). ¿A quién significa este monte muy elevado sino al Mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo (1 Tim 2,5)? El cual es de la tierra, sí, pero más alto que la tierra, porque la carne del mismo Redentor nuestro tiene la materia de lo bajo, mas potf el poder sobresale en las alturas. Del cual habría dicho poco diciendo alto si no hubiera añadido muy; porque no sólo es hombre superior a los hombres, sino también hecho hombre sobre los ángeles. Por eso dice Isaías de él: En aquel día, el fruto de la tierra será ensalzado (Is 4,2); pues nuestro Creador se hizo para nosotros fruto de la tierra, puesto que por nosotros se encarnó. Pero ya el fruto de la tierra ha sido ensalzado, porque él, que nació de la tierra, reina en el cielo sobre los ángeles; pues, según voz de David y de
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San Pablo, todas las cosas ha sujetado a sus pies (Hech 2,8; Sal 8,7). Con que, si Dios ha sujetado en él todas las cosas, no ha dejado alguna que no esté a él sometida. Este monte, pues, es elevado, y mucho, porque, aunque sea de la tierra por la naturaleza de la humanidad, es con todo incomparable por la altura de la divinidad» (S. GREGORIO MAGNO, Homilías sobre Ezequiel, 2,13).
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EL PADRE Y EL ESPÍRITU «Todas las cosas me han sido entregadas por mi Padre; y nadie conoce al Hijo sino el Padre, ni nadie conoce al Padre sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar» (Mt
11,27).
«El Paráclito, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi nombre, será quien os enseñará todo y os recordará cuanto
yo os he dicho» (Mt 14,26).
38 Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo.-^«He mostrado, pues, suficientemente que no somos ateos; admitimos un solo Dios, increado, eterno, impasible, invisible, incomprensible, inmenso, que sólo puede ser alcanzado por la razón y la inteligencia, rodeado de luz, de belleza, de espíritu, de fuerza inexplicable. Por él ha sido creado el universo, y na sido ordenado y se conserva por medio de su Verbo. Y creemos que también hay un Hijo de Dios. Y que nadie tenga por ridículo eso de que Dios tenga un Hijo. Porque no pensamos sobre Dios Padre, o sobre su Hijo, a la manera como fantasean vuestros poetas, mostrándonos dioses que en nada son mejores que los hombres; sino que el Hijo de Dios es el Verbo del Padre en idea y operación, pues conforme a él y por su medio fue todo hecho, siendo uno solo el Padre y el Hijo. Y estando el Hijo en el Padre y el Padre en el Hijo, por la unidad y potencia de espíritu el Hijo de Dios es inteligencia y Verbo del Padre. Y si, por la eminencia de vuestra inteligencia, se os ocurre preguntar qué quiere decir "hijo", lo diré brevemente: El Hijo es el
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primer brote del Padre, no como hecho, puesto que, desde el principio, Dios, que es inteligencia eterna, tenía en sí mismo el Verbo, siendo eternamente racional, sino como procediendo de Dios, cuando todas las cosas materiales eran naturaleza informe y tierra inerte, y estaban mezcladas las más gruesas y las más ligeras, para ser sobre ellas idea y operación. Y concuerda con nuestro razonamiento el Espíritu profético: El Señor —dice— me creó principio de sus caminos para sus obras (Prov 8,22). Y, a la verdad, el mismo Espíritu Santo, que obra en los que hablan proféticamente, decimos que es una emanación de Dios, emanado y volviendo, como un rayo del sol. ¿Quién, pues, no se sorprenderá de oír llamar ateos a quienes admiten a un Dios Padre, y a un Dios Hijo y un Espíritu Santo, que muestran su potencia en la unidad y su distinción en el orden? [...]» (ATENÁGORAS, Súplica en favor de los cristianos, 10). 39 Nombres divinos.—«Me dirás entonces: "Tú que ves, explícame la forma de Dios". Escucha, hombre: La forma de Dios es inefable e inexplicable, imposible de ser vista por ojos carnales. Porque Dios es, por su gloria, incomprensible; por su sabiduría, inigualable; por su bondad, inimitable; por su beneficencia, inenarrable. Porque si le llamo Luz, nombro una hechura suya; si le llamo Palabra, nombro su principio; si le llamo Razón, nombro su inteligencia; si le llamo Espíritu, nombro su respiración; si le llamo Sabiduría, nombro una criatura suya; si le Hamo Fuerza, nombro su poder; si le llamo Potencia, nombro su operación; si le llamo Providencia, nombro su bondad^ jUe-Hamo Reino, nombro su gloria; si le llamo Señor, le digo juez; si le llamo Juez, le llamo justo; si le digo Padre, lo llamo todo; si le llamo Fuego, nombro su ira. Me dirás: "¿Es que Dios se aira?" ;Ya lo creo! Se aira contra los que obran mal. Y es bueno, y benigno y misericordioso con los que le aman y le temen. El es educado! de los piadosos y padre de los justos, w juez y castigador de los impíos» (S. TEÓFILO DE ANTIOQUÍA, LOS tres libros a Autólico, 1,3). 40 Dios Creador, distinto de las criaturas.—«Nuestro Dios no tiene principio en el tiempo, siendo él solo sin principio y, a par, principio de todo el universo. Dios es espíritu, pero no el que penetra por la materia, sino el Creador de los espíritus materiales y de las formas de la materia misma; invisible e intangible. El es padre de todas las cosas sensibles y visibles. Por su creación le conocemos, y lo invisible de su poder, por sus criaturas lo comprendemos. La obra que por amor mío fue hecha por él no la quiero ado-
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rar. El sol y la luna fueron hechos por causa nuestra; luego, ¿cómo voy a adorar a los que están a mi servicio? Y ¿cómo voy a declarar por dioses a la leña y a las piedras? Porque al mismo espíritu que penetra la materia, siendo como es inferior al espíritu divino, y asimilado como está a la materia, no se le debe honrar a par del Dios perfecto. Tampoco debemos pretender ganar por regalos al Dios que no tiene nombre; pues el que de naaa necesita, no debe ser por nosotros rebajado a la condición de un menesteroso» (TACIANO, Discurso contra los griegos, 4). 41 Jesucristo, obra primogénita del Padre.—«Dios era en el principio, y el Principio, según hemos recibido de nuestra tradición, es la potencia del Verbo. Porque el Señor del universo, que es por sí mismo el mantenedor de todo, en cuanto que la creación no había sido hecha todavía, estaba solo; pero, en cuanto que residía en él toda la potencia de las cosas visibles e invisibles, sustentaba por sí mismo todas las cosas por medio de su potencia racional. Por voluntad de su simplicidad procede el Verbo; y este Verbo, que no salta al vacío, se convierte en la obra primogénita del Padre» (TACIANO, Discurso contra los griegos, 5). 42 La regla de nuestra fe cristiana.—«He aquí la regla de nuestra fe, el fundamento del edificio y lo que da firmeza a nuestro comportamiento: Dios Padre, increado, que no está limitado, invisible, Dios uno solo, el Creador del universo. Tal es el primer artículo de nuestra fe. Y como segundo artículo: El Verbo de Dios, Hijo de Dios, Cristo Nuestro Señor, que habló por los profetas conforme a la economía del Padre; por quien todo fue hecho; que, al final de los tiempos, para recapitular todas las cosas, se hizo hombre entre los hombres, visible y palpable, para destruir la muerte, hacer aparecer la vida (2 Tim 1,10) y hacer la comunión entre Dios y los hombres. Y como tercer artículo: El Espíritu Santo, por el cual los Profetas han profetizado y los Padres han aprendido todo lo que concierne a Dios, y los justos han sido guiados en el camino de la justicia; y que, al final de los tiempos, ha sido derramado de forma nueva sobre nuestra humanidad, para renovar al hombre en toda la tierra con miras a Dios» (S. IRENEO, Demostración de la predicación apostólica, 1,6). 43 Generación de Jesucristo por el Padre.—«Si alguno dijere: "¿Cómo, pues, fue producido el Hijo por el Padre?" Le diremos que esta producción, o generación, o pronunciación, o eclo-
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sión, o cualquiera que sea el nombre con que se quiera llamar esta generación, que en realidad es inenarrable, no la entiende nadie [...], sino solamente el Padre que lo engendró y el Hijo que fue engendrado. Y supuesto que esta generación es inenarrable, todos los que se afanan por narrar generaciones o producciones no están en su sano juicio, pues prometen explicar lo inexplicable. Que la palabra se emite a partir del pensamiento y de la inteligencia, esto evidentemente lo saben todos los hombres. Por tanto, no han logrado un gran hallazgo los que excogitaron como explicaciones una emisión de esta naturaleza; ni revelaron ningún misterio secreto; no hicieron más que aplicar a la Palabra unigénita de Dios lo que todos comprenden con toda palabra, aunque quieran declarar la producción y generación del primer engendrado, como si ellos hubieran ayudado a dar luz al que llaman inenarrable e innominable, sólo porque lo asimilan a la emisión de la palabra humana» (S. IRENEO, Contra las herejías, 2,28,6). 44 El Espíritu Santo*—«Los apóstoles dijeron la verdad, a saber: que el Espíritu Santo descendió sobre él en forma de paloma (Me 3,16). El mismo Espíritu del que dijo Isaías: El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido (Is 61,1) [...]. Este mismo Espíritu es el que pide David para el género humano, cuando dice: Fortaléceme con tu Espíritu rector (Sal 50,13). El mismo que Lucas dice que descendió sobre los discípulos después de la ascensión del Señor, el día de Pentecostés, con poder para que todas las naciones entraran en la Vida y para abrir el Nuevo Testamento. Y, por eso, en todas las lenguas los discípulos entonaban a una un himno a Dios, siendo el Espíritu el que reducía a la unidad las razas disgregadas y el que ofrecía al Padre las primicias de todas las naciones. Por eso el Señor prometió que enviaría al Paráclito, que nos hiciese conformes con Dios. Porque así como el trigo seco no se puede hacer una masa compacta, ni un único pan, si no es con el agua, asi también nosotros, que somos muchos, no podríamos hacernos uno en Cristo Jesús sin esta Agua que viene del cielo. Y así como la tierra árida, si no recibe el agua, no produce fruto, así nosotros, que éramos anteriormente un leño seco (Ex 23,31), nunca hubiéramos llevado fruto a no ser por esta lluvia que se nos da libremente de lo alto» (S. IRENEO, Contra las herejías, 3,17,1-2) 45 El conocimiento de Dios por Jesucristo.—«El Hijo, cumpliendo la voluntad del Padre, lleva a la perfección todas las cosas desde el principio hasta el fin, y sin él, nadie puede conocer a Dios. El conocimiento del Padre es el Hijo, y el conocimiento del Hijo
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está en poder del Padre, y nos lo comunica por el Hijo. En este sentido decía el Señor: Nadie conoce al Hijo más que el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar (Mt 11,27). Las palabras se lo quiera revelar no tienen sólo un sentido futuro, como si el Verbo hubiese empezado a manifestar al Padre al nacer de María, sino que tienen un sentido general, que se aplica a todo tiempo. En efecto, el Padre es revelado por el Hijo, presente ya desde el comienzo de la creación, a quienes quiere el Padre, cuando quiere y como quiere el Padre. Y, por esto, en todas las cosas y a través de todas las cosas, hay un solo Dios, Padre; un solo Verbo, el Hijo, y un solo Espíritu, como hay también una sola salvación para todos los que creen en él» (S. IRENEO, Contra las herejías, 4,6,7). 46 Dios, testimonio del alma naturalmente cristiana.—«Lo que adoramos es el Dios único, el que por el imperio de su palabra, por la disposición de su inteligencia, por su virtud todopoderosa, ha sacado de la nada toda esta mole con todo el aparejo de sus diversos elementos, de los cuerpos y de los espíritus, para servir de ornamento a su majestad. Por eso, los griegos dieron al mundo el nombre de "cosmos", que significa ornamento. Invisible es Dios, aunque se le vea; impalpable, aunque por su gracia se nos haga presente; inabarcable, aunque las facultades humanas llegasen a alcanzarle. Por eso es verdadero y tan grande; porque lo que comúnmente se puede ver y palpar, y abarcar, es inferior a los ojos que lo ven, a las manos que lo palpan, a los sentidos que lo alcanzan. Pero lo que es inmenso, sólo de sí mismo es conocido. He aquí lo que permite comprender a Dios: la imposibilidad de comprenderle. La fuerza de su grandeza le revela y le oculta a la vez a los hombres, cuyos pecados se pueden reducir al de no querer reconocer a aquel a quien no pueden ignorar. ¿Queréis que probemos su existencia a partir de sus obras, tantas y tales que nos mantienen, nos deleitan y hasta nos aterran? ¿Queréis que lo probemos por el testimonio de la misma alma? Esta, aunque se halla presa en la cárcel del cuerpo, contrahecha por la mala educación, debilitada por sus pasiones y concupiscencias, sometida a la esclavitud de los falsos dioses, sin embargo, cuando recapacita como despertando de una embriaguez, o del sueño, o de alguna enfermedad* recobrando su salud normal, invoca entonces a Dios con ese único nombre que es el nombre del Dios verdadero: Dios grande, Dios bueno, lo que Dios quiera. Estas son
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expresiones de todos los hombres. De la misma manera le reconocen como juez: Dios lo ve, a Dios me encomiendo. Dios me pagará. ¡Oh testimonio del alma naturalmente cristiana! Cuando profiere semejantes expresiones, mira no al Capitolio, sino al cielo, pues sabe que allí está la sede del Dios vivo, y sabe que de él y de allí ha descendido» (TERTULIANO, Apologético, 17). 47 Dios, que es único, sólo tiene el nombre de Dios.—«Uno solo, por tanto, es el Señor Dios de todos los hombres; pues no es posible que aquella su alta soberanía tenga un coigual siendo ella sola omnipotente. Porque podemos tomar ejemplo de los imperios de la tierra [...]. Y no hay que admirarse de tal cosa, puesto que toda la naturaleza conspira a lo mismo. Entre las abejas sólo hay un rey; y en los rebaños hay un solo guión; y en las vacadas, un solo mayoral. Con mayor razón hay un solo rey en el mundo, que con su palabra dispone todo lo que existe, lo rige con su sabiduría, lo lleva a cabo con su poder. Y no puede ser visto, porque su resplandor es más brillante que la luz de los ojos, ni puede ser palpado, porque su pureza es superior al tacto, ni ser comprendido, porque está por encima de la comprensión; por lo mismo, lo comprendemos como Dios cuando le decimos incomprensible. Y ¿qué templo puede dar cabida a Dios, cuyo templo es el Mundo? Y si el hombre habita un lugar espacioso, ¿podremos encerrar en un estrecho recinto a tan grande Majestad? Nuestra alma ha de ser templo consagrado a el; en nuestro pecho ha de tener un altar. No hay por qué buscar un nombre para Dios; su nombre es Dios. Hay necesidad de vocablos allí donde la muchedumbre de objetos ha de distinguirse con la variedad distintiva de los términos propios. Dios, que es único, sólo tiene el nombre de Dios. Por tanto, es uno solo y está todo entero en todas partes [...]. Oímos exclamar con frecuencia: ¡Oh Dios!; Dios fue testigo; a Dios lo encomiendo; Dios me hará justicia; lo que Dios quiera; si Dios quiere. Y aquí está el colmo del delito: no reconocer a quien no puede ignorarse» (S. CIPRIANO, Los ídolos no son dioses, 8-9). 48 Es necesario conocer a Dios.—«8. xSi, pues, no existe la sabiduría humana, como Sócrates enseñó y Platón lo ha confirmado, es evidente que la sabiduría es divina y que el conocimiento de la Verdad sólo está a disposición de Dios. 9. Es, pues, necesario conocer a Dios, el que solo es la Verdad, el Padre del universo y creador de todas las cosas; aquel x quien no ven los ojos y apenas se discierne con la mente, y cuyo culto es siempre combatido, de muchas maneras, por aquellos
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que no han podido tener acceso a la verdadera sabiduría y comprender la economía del gran misterio» (LACTANCIO, La ira de Dios, 1,8-9). 49 La ira de Dios.—«En consecuencia, ya que Dios ha establecido una ley santísima y quiere que todos los hombres sean justos y bienhechores, ¿es posible que él no se aire cuando ve despreciar su propia ley, rechazar la virtud y preferir el placer? Si Dios es aquel que dirige el universo, si es providente, como es necesario en Dios, él vela sobre el género humano, para que nuestra vida sea mejor, más rica y más segura. Si es Padre y Señor de todas las cosas, con toda seguridad se complace en las virtudes de los hombres y se conmueve con sus vicios. El ama a los justos y odia a los impíos» (LACTANCIO, La ira de Dios, 19,5-6). 50 Convenía al Hijo tener sólo Padre, como Dios, y sólo madre, como hombre»—«El Dios bueno y Padre de todos, queriendo instituir su religión, envió desde el cielo al Doctor de la justicia para dar, a cuantos le diesen culto, una ley por él y en él; no como hizo antes por medio de un hombre. Sin embargo, quiso que naciera como hombre para ser en todo semejante al Padre. El Dios Padre, origen y principio de todas las cosas, como carece de padres, es llamado Ingénito, apater y amater; no fue creado por nadie. Convenía, por ello, que también su Hijo fuera apater y amater. En su primer nacimiento, espiritual, fue amater, porque fue engendrado solamente por Dios Padre, sin el oficio de una madre; en el segundo nacimiento, carnal, fue apater, porque fue concebido sin la intervención de un padre, en el seno virginal. Y, teniendo naturaleza divina y naturaleza humana, pudiera llevar esta débil y frágil naturaleza nuestra, como de la mano, hasta la inmortalidad. Engendrado Hijo de Dios en el espíritu, hijo del hombre por su carne; esto es, Dios y hombre. El poder de Dios se manifiesta en él por las obras que hizo; la fragilidad del hombre, por la pasión que sufrió» (LACTANCIO, Instituciones divinas, 4,13). 51 La providencia de Dios.—«De la misma manera que confesamos que Dios es incorpóreo, omnipotente, invisible, confesamos también como dogma seguro, incontrovertible, que él tiene cuidado de las cosas humanas, y que ninguna se señala en el cielo ni en la tierra fuera del alcance de su providencia.. Recuerda que hemos dicho que ninguna se cumple sin su providencia, no sin su voluntad. Ya que muchas cosas se hacen sin su voluntad, ninguna sin su providencia. En electo, mediante la providencia que él procura, dispensa, provee las cosas que suceden, mientras que, mediante la voluntad,
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quiere o no quiere alguna cosa» (ORÍGENES, Homilías sobre el Génesis, 3,2). 52 Dios celoso.—«Yo soy el Señor tu Dios, un Dios celoso (Ex 20,5). Ved la bondad de Dios: para instruirnos y hacernos perfectos no teme asumir la debilidad de las pasiones humanas. Entendiendo hablar de un Dios celoso, ¿quién no se admirará en seguida viendo en ello un defecto de la humana debilidad? Pero Dios lo hace todo y lo sufre todo por nosotros y, para instruirnos, él pone en su lenguaje las pasiones que nos son conocidas y familiares. Ved, pues, lo que él quiere decir con esta palabra Dios celoso» (ORÍGENES, Homilías sobre el Éxodo, 8,5). 53 Dios es amor.—«En esto demuestra que Dios mismo es amor, y también que el que viene de Dios es amor. Ahora bien, ¿quién viene de Dios sino aquel que dice: Salí de junto al Padre y vine a estar en el mundo (Jn 16,27). Porque si Dios Padre es amor y el Hijo es también amor y, por otra parte, amor y amor son una sola cosa y en nada se diferencian, se sigue que el Padre y el Hijo son justamente una sola cosa (Jn 10,30). Y por esta razón es ertinente que Cristo, igual que se llama sabiduría, fuerza, palara y verdad, se llame también amor [...]. Efectivamente, por naturaleza todos somos prójimos unos de otros; sin embargo, por las obras del amor, el que puede hacer bien se convierte en prójimo del que no puede. De ahí que también nuestro Salvador se hiciera prójimo nuestro, y que no pasara de largo cuando yacíamos medio muertos por las heridas de los salteadores [...]. Sin embargo, es de saber que de este amor se debieran decir tantas cosas cuantas se dicen de Dios, puesto que él mismo es amor (1 Jn 4,8). Efectivamente, así como nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar (Mt 11,23), así también al amor nadie lo conoce sino el Hijo. Y, de modo parecido, puesto que también él es amor, al Hijo mismo nadie lo conoce sino el Padre. Y por el hecho de llamarse amor, sólo es santo el Espíritu que procede del Padre (Jn 15,26) y, por eso, conoce lo que hay en Dios, igual que el espíritu del hombre conoce lo que hay en el hombre» (ORÍGENES, Comentario al Cantar de los Cantares, Prólogo). 54 «Una cosa es ver, otra conocer».—«Una cosa es ver, otra conocer; el ver es cosa de los cuerpos, ser conocido y conocer es de naturaleza intelectual. Lo que es propio de los cuerpos no ha de pensarse ni del Padre ni éel Hijo; lo que pertenece a la naturaleza divina es realidad en el Padre y en el Hijo. Por eso no dijo en el Evangelio que nadie vio al Padre sino el Hijo ni al Hijo sino El Evangelio en los PP. de la Iglesia
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el Padre, sino que dijo: Nadie conoce al Hijo sino el Padre, ni al Padre lo conoce alguno sino el Hijo (Mt 11,27). Por donde se manifiesta claramente cómo aquello que, respecto a las naturalezas corporales, se dice ser visto y ver, respecto del Padre y del Hijo se dice conocer y ser conocido. Ver y ser visto no se predica con propiedad de la naturaleza incorpórea e invisible. Asi, en el Evangelio no se dice que el Padre es visto por el Hijo ni el Hijo por el Padre, sino conocido. Y si alguno nos pregunta: ¿por qué, entonces, se dice en el Evangelio dichosos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios (Mt 5,8)?, mucho más, a lo que yo pienso, se confirma nuestra afirmación. Pues ¿que otra cosa es ver a Dios con el corazón sino lo que hemos dicho anteriormente, esto es, entender y conocer?» (ORÍGENES, Tratado de los Principios, I 1,8-9). 55 El misterio de la generación en Dios.—«Es cosa blasfema e inadmisible pensar que la manera como Dios Padre engendra al Hijo y le da el ser es igual a la manera como engendra un hombre o cualquier otro ser viviente. Al contrario, se trata necesariamente de algo muy particular y digno de Dios, con el cual nada absolutamente se puede comparar. No hay pensamiento ni imaginación humana que permita llegar a comprender cómo el Dios inengendrado viene a ser Padre del Hijo unigénito. Porque se trata, en efecto, de una generación desde siempre y eterna, a la manera como el resplandor procede de la luz. El Hijo no queda constituido como tal de una manera extrínseca, por adopción, sino que es verdaderamente Hijo por naturaleza [...]» (ORÍGENES, Tratado de los Principios, I 2,4). 56 Santidad por la participación del ser de Dios.—«Dios Padre concede a todos el ser; mas la participación de Cristo, en cuanto Verbo o razón, hace que sean razonables. De donde se sigue que son dignos de alabanza o de culpa porque son capaces de virtud y de malicia. Por eso también está presente la gracia del Espíritu Santo, para que aquellas cosas que no son santas sustancialmente se hagan santas por participación. Así, pues, en primer término tienen el ser por obra de Dios Padre; en segundo, el ser razonables por el Verbo; en tercer lugar, son santas por el Espíritu Santo; y se hacen capaces de Cristo, en cuanto justicia de Dios, las que ya fueron santificadas por el Espíritu Santo. Y aquellos que, a este nivel, merecieron progresar por la santificación del Espíritu Santo, conseguirán, sin duda, el don de sabiduría, según la virtud y la intervención del Espíritu de Dios. Y pienso que esto es lo que afirma San Pablo cuando dice: A unos
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se da el lenguaje de sabiduría por el Espíritu, a otros lenguaje de ciencia según el mismo Espíritu (1 Cor 12,8). De esta manera, la acción del Padre, que da a todas las cosas su existencia, se manifestará más espléndida e impresionante según que cada uno va avanzando y alcanzando los estadios superiores, progresando en la participación de Cristo como sabiduría, conocimiento y santificación. Y a medida que uno se va haciendo más puro y limpio por medio de la participación en el Espíritu Santo, se va haciendo digno de recibir y recibe efectivamente la gracia, el conocimiento y la sabiduría. Hasta que, finalmente, cuando hayan sido renovadas y juzgadas todas las manchas de polución e ignorancia, llegará a un grado tan alto de pureza y limpieza, que aquel ser, que había sido dado por Dios, se convierte en digno de aquel Dios que lo había dado para que pudiera llegar a tal pureza y perfección, llegando a tener una perfección comparable a la del que le dio el ser. Y entonces, el que haya llegado a la perfección que quiso que tuviera el que lo creó, recibirá de Dios la virtud de existir para siempre y de permanecer eternamente» (ORÍGENES, Tratado de los Principios, I 3,8). 57 Jesucristo, «Hijo bueno del Dios bueno».—«¿Quién es sino su Verbo? ¿Con quién podría Dios imaginarse que se conserva sino con el Verbo? ¿Quien estaba con él, cuando creó todas las sustancias creadas, sino la Sabiduría, que dice: Cuando él hacía el cielo y la tierra, yo estaba con él (Prov 8,27)? Diciendo el cielo y la tierra, entiende todos los seres creados que hay en el cielo y en la tierra. Estaba con Dios como Sabiduría, contemplaba al Padre como Verbo, y creó el universo dándole consistencia, orden y belleza. Siendo el poder del Padre, dio a todos los seres la fuerza para existir, como dice el Salvador: Todo lo que yo veo hacer a mi Padre, lo hago de igual manera (Jn 5,19). Sus santos discípulos nos enseñan que todo ha sido hecho por él y para él, que es el Hijo bueno del Dios bueno y, siendo el Hijo verdadero, es el poder del Padre y su Sabiduría, y su Palabra; y todo eso no lo es por participación, ni se trata de cualidades que le vienen de fuera, como en aquellos que participan del Verbo mismo y son por él dotados de sabiduría, de poder, de inteligencia. Pero él es la misma Sabiduría, la Palabra, el Poder propio del Padre; él mismo, la luz, la verdad, la justicia, la virtud. Y, al mismo tiempo, es el sello, el reflejo, la imagen. Y, para decirlo de una vez, él es el fruto perfecto del Padre, el es el Hijo único, la imagen semejante en todo al Padre» (S. ATANASIO, Tratado sobre los paganos, 46). 58 El Espíritu Santo es Consolador; nunca llamado ángel.—
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«Una vez más, ¿en qué lugar de las Escrituras han encontrado al Espíritu llamado ángel? Es necesario que repita lo que ya he dicho: El es llamado Consolador, Espíritu de filiación por adopción, Espíritu de santificación, Espíritu de Dios, Espíritu de Cristo. En ningún sitio es llamado ángel, ni arcángel, ni espíritu de ministerio, tal como son los ángeles; antes bien, es él, el también, por el ministerio de Gabriel, quien dijo a María: El Espíritu Santo vendrá sobre ti y la virtud del Altísimo te cubrirá con su sombra (Le 1,35). Pero si las Escrituras jamás llaman al Espíritu con el nombre de ángel, ¿qué excusa pueden haber tenido esas gentes para tan grande y absurda temeridad? [...]» (S. ATANASIO, Cartas a Serapión, Ul). 59 El Padre, el Hijo y el Espíritu, siempre padre, hijo y espíritu.—«En la divinidad, solamente el Padre es propiamente padre y el Hijo propiamente hijo; y es respecto a ellos de quienes es firme la afirmación de Padre siempre padre y de Hijo siempre hijo. Y así como el padre jamás podrá ser hijo, de la misma forma el Hijo jamás podrá llegar a ser padre. Y lo mismo que el Padre no cesará de ser sólo Padre, jamas el Hijo dejará de ser solamente hijo. Es, pues, una locura concebir, e incluso decir, un hermano para el Hijo; y, para el Padre, el nombre de abuelo. Porque en las Escrituras el Espíritu no es llamado ni Hijo, para que no se le creyese hermano del Hijo, ni hijo del Hijo; y para que, por otra parte, no se pueda decir que el Padre es su abuelo; sino que el Hijo se dice Hijo del Padre, y el Espíritu, Espíritu del Padre; y, de esta manera, una es la divinidad de la misma Trinidad y una la fe. Por la misma razón, igualmente es locura decir que el Espíritu es una criatura. Pues, si fuera una criatura, no sería contado en la Trinidad. Basta saber que el Espíritu ni es criatura ni es contado entre las obras de Dios. En efecto, nada extraño se cuenta en la Trinidad; ella es indivisa y semejante a sí misma. Esto basta a los fieles» (S. ATANASIO, Cartas a Serapión, 1,16-17). 60 Una Trinidad santa y perfecta.—«Sin embargo, vemos además la tradición, la doctrina y la fe de la Iglesia católica desde su origen; fe que el Señor le ha dado, que los Apóstoles han anunciado y que los Padres han guardado. Es sobre ella, en efecto, sobre la que ha sido fundada la Iglesia; y quien se aparta de ella no puede ser ni llamarse cristiano. Hay, pues, una Trinidad santa y perfecta, reconocida como Dios en el Padre, y el Hijo y el Espíritu Santo; ella no encierra nada
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de extraño, nada que le sea agregado desde el exterior; no se compone de creador y criatura, sino que es toda ella poder creador y productor; ella es semejante a sí misma, indivisible por naturaleza y única en su eficacia. Efectivamente, el Padre hace todas las cosas por el Verbo en el Espíritu, y es así como la unidad de la Santa Trinidad se salvaguarda, de manera que, en la Iglesia, es anunciado un solo Dios que está sobre todos y obra por todos y en todos (Ef 4,6). Sobre todos, como Padre, como principio y fuente; por todos, por el Verbo; en todos, en el Espíritu Santo» (S. ATANASIO, Cartas a Serapión, 1,28). 61 La gracia viene del Padre, por el Hijo, en el Espíritu Santo.—«Es esto lo que también enseña Pablo, cuando escribe de nuevo a los Corintios diciendo en su segunda carta: Que la gracia de nuestro Señor Jesucristo, y la caridad del Padre y la comunión del Espíritu Santo estén con todos vosotros (2 Cor 13,13). Porque la gracia y el don otorgados en la Trinidad son concedidos de parte del Padre, por el Hijo, en el Espíritu Santo. En efecto, lo mismo que la gracia otorgada viene del Padre por el Hijo, así también no puede haber comunicación del don en nosotros si no es en el Espíritu Santo. Es participando en él como nosotros tenemos la caridad del Padre y la gracia del Hijo y la comunión del mismo Espíritu» (S. ATANASIO, Cartas a Serapión, 1,30). 62 La fe de la Iglesia en la Santísima Trinidad.—«¡Y no es otra la fe de la Iglesia! Como lo ha dicho el Salvador, esta fe es en un Padre, y en un Hijo, y en un Espíritu Santo. En un Padre, que no puede ser llamado abuelo, y en un Hijo, que no puede ser llamado padre, y en un Espíritu Santo que no recibe otro nombre que éste. En esta fe no se pueden alterar los nombres, sino que el Padre es siempre padre, y el Hijo es siempre hijo, y el Espíritu Santo siempre es y se llama Espíritu Santo» (S. ATANASIO, Cartas a Serapión, 4,6). 63 Presencia del Espíritu Santo en nosotros.—«Examinemos ahora las nociones corrientes que tenemos acerca del Espíritu: las que hemos recogido de las Escrituras y las que nos han sido transmitidas por tradición de los Padres. Ante todo, ¿quién, habiendo oído los Hombres que se dan al Espíritu, no siente levantado su ánimo y no eleva su pensamiento hacia la naturaleza divina? Ya que es llamado Espíritu de Dios y Espíritu de verdad, que procede del Padre. Espíritu firme, Espíritu generoso. Espíritu Santo es su nombre propio y peculiar [...]. Hacia él dirigen su mirada todos los que sienten necesidad de santificación; hacia él tiende el deseo de todos los que llevan una
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vida virtuosa, y su soplo es para ellos a manera de riego que les ayuda en la consecución de su fin propio y natural. Capaz de perfeccionar a los otros, él no tiene falta de nada [...]. El no crece por adiciones, sino que está constantemente en plenitud; solido en sí mismo, está en todas partes. El es fuente de santidad, luz para la inteligencia; él da a todo ser racional como una luz para entender la verdad. Aunque inaccesible por naturaleza, se deja comprender por su bondad; con su acción lo llena todo, pero se comunica solamente a los que encuentra dignos, no ciertamente de manera idéntica ni con la misma plenitud, sino distribuyendo su energía según la proporción de la fe. Simple en su esencia y variado en sus dones, está íntegro en cada uno e íntegro en todas partes. Se reparte sin sufrir división, deja que participen en él, pero él permanece íntegro, a semejanza del rayo del sol, cuyos beneficios llegan a quien disfrute de él como si fuera único, pero, mezclado con el aire, ilumina la tierra entera y el mar. Así, el Espíritu Santo está presente en cada hombre capaz de recibirlo, como si él sólo existiera y, no obstante, distribuye a todos la gracia abundante y completa; todos disfrutan de él en la medida en que lo requiere la naturaleza de la criatura, pero no en la proporción con que él podría darse [...]. Por él se elevan alo alto los corazones; por su mano sol conducidos los débiles; por él los que caminan tras la virtud llegan a la perfección. Es él quien ilumina a los que se han purificado de sus culpas y, al comunicarse a ellos, los vuelve espirituales. Como los cuerpos limpios y transparentes se vuelven brillantes cuando reciben un rayo del sol, y despiden de ellos mismos como una nueva luz, del mismo modo las almas portadoras del Espíritu Santo se vuelven plenamente espirituales y transmiten la gracia a los demás. De aquí procede la presciencia del futuro, la inteligencia de los misterios, la comprensión de las cosas ocultas, la distribución de los carismas, la participación en la vida sobrenatural, el consorcio con los ángeles; de aquí proviene el gozo sin fin, la permanencia en Dios, el ser semejantes a él y, finalmente, lo más grande que se puede decir: llegar a ser como Dios» (S. BASILIO MAGNO, Tratado del Espíritu Santo, 9). 64 Hay diversos ministerios, pero uno mismo es el Espíritu.—«Se sabe por aquí que, en toda acción, el Espíritu Santo está unido al Padre y al Hijo, y en ello no hay posible división. Mientras Dios reparte las acciones y el Señor leu ministerios, el Espírí-
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tu Santo está también allí para distribuir los carismas como a él le place, a cada uno según su dignidad. Hay diversos carismas —dice el Apóstol—, pero uno mismo es el Espíritu; y existen diversos ministerios, pero un mismo Señor; diversas obras poderosas, pero un mismo Dios, que obra todo en todos (1 Cor 12,4-6). Obra todos estos dones —añade— el mismo y único Espíritu, distribuyéndolos como quiere, a cada uno en particular (1 Cor 12,1)» (S. B A S I L I O M A G N O , Tratado del Espíritu Santo, 16). 65 El conocimiento de Dios desde el Espíritu uno, por el Hijo uno, hasta el Padre «no.—«Cuando el Señor nos ha hecho la revelación de un Padre, y de un Hijo, y de un Espíritu Santo, los ha revelado juntos, sin el número. No ha dicho en primer lugar, en segundo lugar y en tercero; ni uno, dos y tres; sino que, por los santos Nombres, ha concedido la gracia de conocer la fe que lleva a la salvación [...]. El Espíritu Santo también es uno; se nombra también por separado, se une por el Hijo uno al Padre uno y, por él mismo, completa la Santa Trinidad, digna de toda alabanza. Su intimidad con el Padre y el Hijo se encuentra suficientemente revelada por el hecho de que él no está entre la multitud de las criaturas, sino que está nombrado aparte: no es uno por agregación de múltiples elementos, sino que es absolutamente uno; como el Padre es uno y uno el Hijo, así el Espíritu Santo también uno [...]. Cuando, bajo la influencia de un poder iluminador, se fijan los ojos en la belleza de la Imagen del Dios invisible y, por ella, se elevan hasta el espectáculo radiante del Arquetipo, el Espíritu del conocimiento está allí, inseparablemente presente, ofreciendo en él la fuerza para ver la Imagen a aquellos que desean mirar la Verdad [...]. Asi es en él como muestra la gloria del Hijo único; y es en él donde da a los verdaderos adoradores el conocimiento de Dios. El cambio del conocimiento de Dios va, por tanto, desde el Espíritu uno, por el Hijo uno, hasta el Padre uno; y, en sentido inverso, la bondad esencial, la santidad natural, la dignidad real, emanan del Padre, por el Unigénito, hasta el Espíritu. Así se confiesan las hipóstasis, sin quitar de en medio la piadosa doctrina de la monarquía» (S. BASILIO M A G N O , Tratado del Espíritu Santo, 18). 66 Nombres de la tercera persona divina.—«Se le llama Espíritu porque Dios es espíritu Qn 4¿24)> y Cristo Señor es el espíritu de nuestro rostro (Lam 4,20). Le llamamos Santo como el Padre es santo y santo el Hijo. La criatura recibe la santificación de otro, mas para el Espíritu la santidad es elemento esencial de su naturaleza. El no es santificado, sino santificante.
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Lo llamamos bueno como el Padre es bueno y bueno aquel que ha nacido del Padre bueno; tiene la bondad por esencia. El es, sin embargo, el Señor Dios, porque es verdad y justicia y no sabrá desviarse ni doblegarse, en razón de la inmutabilidad de su naturaleza. Es llamado Paráclito como el Unigénito, según la palabra de éste: Yo rogaré al Padre y él os enviará otro Paráclito (Jn 14,16). Así, los nombres que se refieren al Padre y al Hijo son comunes al Espíritu, que recibe otras apelaciones diversas, en razón de su identidad de naturaleza con el Padre y el Hijo; ¿de dónde le vendría, si no, su identidad? Todavía se le llama Espíritu que rige. Espíritu de la Verdad. Es el Espíritu divino que me ha hecho (Job 33,4). Dios ha llenado a Besalel de espíritu de Elohín en habilidad, en inteligencia y saber (Ex 31,3). Tales son, pues, los nombres del Espíritu, prodigiosamente grandes. Sin embargo, nada hay en ellos de gloria excesiva. ¿Cuáles son sus operaciones? De una grandeza insuperable, una multitud innumerable [...]» (S. BASILIO MAGNO, Tratado del Espíritu Santo, 19). 67 Las maravillas del Espíritu, glorificación de Dios.— «A él, que es Dios por naturaleza, ilimitado en grandeza, poderoso en ooras, bueno en sus beneficios, ¿no lo exaltaremos, no lo glorificaremos? Ahora bien: glorificarlo no es otra cosa, a mi parecer, que enumerar sus títulos admirables [...]. No podemos, en efecto, glorificar a Dios, el Padre de nuestro Señor Jesucristo, su Hijo único, de otra forma que exponiendo detalladamente, en la medida de lo posible, las maravillas del Espíritu» (S. BASILIO MAGNO, Tratado del Espíritu Santo, 23). 68 Adoración de Dios en Espíritu y en Verdad.—«Y como al Padre se le contempla en el Hijo, al Hijo se le contempla en el Espíritu. La adoración, si se lleva a cabo en el Espíritu, presenta la actuación de nuestra alma como realizada en plena luz, cosa que puede deducirse de las palabras que fueron dichas a la Samaritana. Pues como ella, llevada a error por la costumbre de su región, pensase que la adoración había de hacerse en un lugar, el Señor la hizo cambiar de manera de pensar al decirle que había que adorar en Espíritu y Verdad; al mismo tiempo, se designaba a sí mismo como la Verdad. De la misma manera que decimos que la adoración tiene que hacerse en el Hijo, ya que es la imagen de Dios Padre, decimos que tiene que hacerse también en el Espíritu, puesto que el Espíri-
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tu expresa en sí mismo la divinidad del Señor. Así, en la adoración, el Espíritu Santo es inseparable del Padre y del Hijo [...]. Imposible ver la Imagen de Dios invisible sino en la iluminación del Espíritu. Quien fija sus ojos en la Imagen no puede prescindir de la luz; lo que causa la visión es visto necesariamente con aquello que se ve [...]. Así, pues, de modo propio y congruente contemplamos el esplendor de la gloria de Dios mediante la iluminación del Espíritu, y su huella nos conduce hacia aquel de quien es huella y sello sin dejar de compartir el mismo ser» (S. BASILIO MAGNO, Tratado del Espíritu Santo, 26). 69 Conocer a Dios como nosotros somos conocidos es el todo de la filosofía.—«Dios: lo que es en cuanto a su naturaleza y sustancia, ningún hombre lo ha descubierto jamás ni puede descubrirlo. ¿Lo descubrirá algún día? [...]. Que esta cuestión pase a la búsqueda y estudio de aquellos que lo deseen. A mi parecer, se les descubrirá cuando esto que es semejante a Dios, quiero decir nuestro espíritu y nuestra razón, sean transformados por aquel a quien es semejante; cuando la imagen se remonte a su arquetipo, hacia el que tiende ahora. Esto me parece que es el todo de la filosofía; este conocer un día como nosotros somos conocidos (1 Cor 13,12). Por el momento, todo lo que nos sucede es una breve emanación y como un pequeño rayo de una gran luz (Sab 7,26; Heb 1,3)» (S. GREGORIO NACIANCENO, Sermones, 28,17). 70 El Padre, que nunca empezó a existir, «Padre» en sentido propio.—«¿Quién es este Padre que nunca empezó a ser padre? Es aquel que jamás empezó a existir; el que empieza a existir empieza también a ser padre. El no ha sido Padre más tarde, porque no ha tenido principio. Es el Padre en sentido propio, porque no ha sido hijo; lo mismo que el Hijo lo es en sentido propio porque no es también padre. En lo que nos afectan a nosotros, estas palabras no se dicen en sentido propio, porque nosotros somos a la vez padre e hijo. En efecto, no somos más lo uno que lo otro. Y nosotros procedemos de dos personas, no de una sola; de donde hay división en nosotros. Además, llegamos a ser hombres poco a poco, y puede ser que ni hombres, sino seres tales como no quisiéramos. Nosotros dejamos a nuestros padres y ellos nos dejan; en realidad, sólo quedan unas relaciones que nos unen. Pero se puede objetar: Los términos mismos él ha engendrado, él ha sido engendrado, ¿no suponen un comienzo en la generación? ¿Qué decir? [...]. Eso se dice de lo que ha sido engendrado después
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del comienzo; pero en Dios no hay comienzo. Esto nos facilita responder a objeciones indiscretas y nos libra del recurso a los tiempos» (S. GREGORIO NACIANCENO, Sermones, 29,5).
71 El Espíritu Santo.—«El Espíritu Santo era siempre, es y será; no ha nacido por generación ni tendrá fin, sino unido siempre con el Padre y con el Hijo, y numerado con ellos. No convenía que el Padre no tuviese Hijo o que el Hijo estuviese jamás sin el Espíritu Santo. Porque, de otra forma, se juntaría a la divinidad un gran deshonor, como si llegase a la perfección desde la penitencia [...]. El mismo siempre, consigo y en unión con los otros, el mismo e igual. Invisible, sin tiempo, no circunscrito a un lugar, inmutable; carece de cualidad, de cantidad, de forma y de tacto; se mueve a sí mismo y tiene un movimiento sempiterno, libre, poderoso por sí, omnipotente (aunque sean referidas a la primera causa las obras del Espíritu Santo, como las del Unigénito); vida v vivificante, luz y dador de luz, la bondad misma y fuente de la bondad. Espíritu recto, principal, señor, que envía, que segrega, que se construye un templo mostrando la vida, operando a su arbitrio y repartiendo sus gracias. Es Espíritu de adopción, de verdad, de sabiduría, de entendimiento, de ciencia, de piedad, de consejo, de fortaleza, de temor, como son numerados (Is 11,2). Por quien el Padre es conocido, y el Hijo glorificado, y por los cuales él mismo es conocido solamente [...]. ¿Para qué más palabras? Todo lo que tiene el Padre es del Hijo, menos el que es ingénito. Todo lo que tiene el Hijo lo tiene el Padre, menos el que es engendrado. Estas cosas no distinguen la sustancia, sino que se distinguen, siendo una la sustancia» (S. GREGORIO NACIANCENO, Sermones, 41). 72 Dios, la absoluta belleza.—«Nuestra mente, por su instinto innato, capta esta belleza de las cosas de tal modo que, como sucede también en ciertas clases de aves y animales, no puede expresar con palabras lo que entiende, ya que la palabra queda por debajo del pensamiento; mientras, por otra parte, toda palabra proviene de la mente, y ésta se habla a sí misma con comprensión; si esto es así, ¿no es preciso que el Señor de esta misma belleza sea considerado más hermoso que ella? Y aunque la manifestación de su eterna hermosura escape a la capacidad de toda inteligencia, ¿no permite su belleza que nos formemos con nuestra capacidad de entender una opinión acerca de ella? Por tanto, se ha de afirmar que Dios es la absoluta belleza, de tal manera que su comprensión rebasa nuestra capacidad, pero no queda fuera de nuestras posibilidades de entenderla» (S. HILARIO DE POITIERS, La Trinidad, 1,7).
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73 £1 Espíritu Santo, impulsor de la fe y su confesión.—«Soy consciente, Dios Padre omnipotente, de que tengo el deber, como tarea principal de mi vida, de que toda mi palabra y mi pensamiento hable de t i , porque el uso de la palabra que tú.me has concedido no me puede traer ningún beneficio mayor que el de servirte, dando testimonio de ti y dándote a conocer como tú eres, es decir, como Padre del Dios Unigénito, tanto al mundo que lo ignora como a los herejes que lo niegan. Y solamente en esto consiste el propósito de mi voluntad. Por lo demás, es necesario que te pida el don de tu misericordia y de tu auxilio, para que, con el soplo de tu Espíritu, llenes la vela de nuestra fe y de nuestra confesión desplegada para t i , y nos impulses en el curso de la predicación que hemos iniciado, pues no sera infiel el
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sar acerca del Padre lo mismo que el Hijo, que lo ha revelado, que es d único testigofidedigno (Ap 1,5)» ($» H I L A R I O D E P O I T I E R S , La Trinidad, 2,6). 76 «Hemos de aprender de Dios lo que debemos entender de Dios».—«No se ha de pensar acerca de Dios según criterios humanos, pues no tenemos una naturaleza tal que, por sus propias fuerzas, pueda elevarse al conocimiento de las cosas celestiales. De Dios mismo hay que aprender lo que se ha de entender acerca de Dios, pues no se le conoce sino cuando él mismo se ha dado a conocer. Aunque alguno tenga una instrucción completa en la ciencia secular y lleve una vida honesta, estas cosas serán de provecho para la satisfacción interior, pero no pueden alcanzar el conocimiento de Dios. Moisés había sido adoptado como hijo de la reina (Ex 2,10) e instruido en todas la ciencias de los egipcios [...]. Y cuando había dejado Egipto [...] y era pastor de ovejas en la tierra de Madián, mientras miraba el fuego que ardía en la zarza sin que ésta se consumiera, oyó a Dios, le preguntó su nombre y conoció su naturaleza; pues todas estas verdades acerca de Dios no hubieran podido ser conocidas más que por medio de Dios mismo. Por tanto, no se debe hablar de modo distinto de como él mismo ha hablado de sí, para que nosotros lo entendiéramos» (S. H I L A R I O D E P O I T I E R S , La Trinidad, 5,21). 77 Vida íntima de la Santísima Trinidad.—«12. Y que las leyes de la generación humana no nos lleven al error de creer que él no es primero porque es Hijo. Sigue las Escrituras para que no puedas errar. El Hijo es llamado primero. Se lee igualmente que el Padre no está solo: Sólo él posee la inmortalidad y habita en una luz inaccesible (1 Tim 6,16), como se lee también: Y al solo Dios inmortal (1 Tim 1,17). Mas no hay primero antes que el Padre, ni éste está solo sin el Hijo. Si niegas lo uno, pruebas lo otro; retienes lo uno y lo otro, y confirmas los dos. No ha dicho: Yo soy anterior, yo posterior, sino Yo soy el primero y yo soy el último. El Hijo es primero y, por consiguiente, coeterno, pues tiene un Padre con el cual es eterno. Me atrevo a decir: si el Hijo es primero, pero no está solo, y digo bien y con piedad, ¿por qué dar oídos a la impiedad, herético? Habéis caído en los lazos que habéis tendido. El Hijo es primero y no está solo, porque jamás está sin el Padre. No soy yo quien esto dice, sino él mismo lo dice: Yo no estoy solo porque mi Padre está conmigo (Jn 16,32). El Padre no está solo, porque no hay más que una sola divinidad del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; pues ni el que es Hijo es igualmente
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Padre, ni el que es Padre es igualmente Hijo, ni el que es Espíritu Santo es igualmente Hijo; pues leemos: Yo rogaré a mi Padre y os dará otro Paráclito Qn 14,16). El Padre es solo, porque no hay más que un solo Dios, del que todo procede; el Hijo es solo, porque no hay más que un solo Señor por quien todo existe (1 Cor 8,6). Ser solo es el hecho de la divinidad, la generación atestigua que hay Padre e Hijo, de suerte que jamás se ve al Hijo sin el Padre o al Padre sin el Hijo. Luego (el Padre) no está solo, porque no es él solo inmortal; él no es el único que habita en la luz inaccesible, puesto que nadie ha visto jamás a Dios, sino el Hijo Unigénito, que está en el seno del Padre Qn 1,18), que se sienta a la derecha del Padre [...]. 13. El es verdaderamente grande, pues el poder de Dios se ha extendido largamente, la grandeza de la naturaleza divina se extiende largamente. La Trinidad no tiene límites, ni fronteras, ni medida, ni dimensión. Ningún lugar la contiene, ningún pensamiento la abarca, ningún cálculo la valora, ninguna época la modifica [...]» (S. AMBROSIO, Tratado sobre el Evangelio de 5. Lucas, 2,12-13). 78 El Espíritu Santo, don de Dios y arras de nuestra herencia*—«Aunque uno sea santo y perfecto, y sea estimado digno de la felicidad a juicio de todos, sm embargo ahora ha conseguido las arras del Espíritu para la herencia futura. Si la prenda es tanta, ¿qué será la posesión? Como la prenda que se nos da no está fuera de nosotros, sino dentro de nosotros, asi la herencia misma —esto es, el reino de Dios dentro de vosotros está (Le 17,21)— es algo intrínseco a nosotros. ¿Qué mayor herencia puede haber que contemplar y ver sensiblemente la belleza de la Sabiduría del Verbo, de la Verdad y de la Luz, y lo inefable del mismo; y considerar la magnífica naturaleza de Dios y ver la sustancia de todas las cosas creadas a semejanza de Dios. Este Espíritu Santo de la promesa, que es la prenda de nuestra heredad, se nos da ahora, para que seamos redimidos y unidos a Dios para alabanza de su gloria. No porque Dios necesite alabanza de nadie, sino para que su alabanza aproveche a los que le alaban, y mientras conocen en cada una de sus obras su majestad y su grandeza, se levanten a alabarle en un milagro de estupor» (S. JERÓNIMO, Comentario a la Carta a los Efesios, 1,14). 79 Defensa de la unidad de la Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo.—«Así marchamos, con paso igual, por las sendas de la caridad, en busca de aquel de quien está escrito: Buscad siempre mi rostro (Sal 104,4). Esta es la piadosa y segura regla que brindo,
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en presencia del Señor, nuestro Dios, a quienes lean mis escritos, especialmente este tratado, donde se defiende la unidad de la Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo; pues no existe materia donde con más facilidad se desbarre ni se investigue con mayor fruto» (S. AGUSTÍN, Tratado sobre la Santísima Trinidad, 1,3,5). 80 Procesiones del Hijo y del Espíritu Santo.—«Así como el Padre engendró y el Hijo fue engendrado, así el Padre envía y el Hijo es enviado. Pero el que envía y el enviado, así como el engendrador y el engendrado, son uno porque el Padre y el Hijo son una misma cosa. Y uno con ellos es el Espíritu Santo, porque los tres son unidad. Nacer es para el Hijo ser del Padre, pues por el Padre fue engendrado; y ser enviado es conocer su procedencia del Padre. Para el Espíritu Santo, ser don de Dios es, también, proceder del Padre; y ser enviado es reconocer que procede de él. Y no podemos afirmar que el Espíritu Santo no proceda del Hijo, porque no en vano se le dice Espíritu del Padre y del Hijo. No veo qué otra cosa puede significar aquella sentencia que el Hijo de Dios pronunció al soplar sobre el rostro de sus discípulos y decirles: Recibid el Espíritu Santo (Jn 20,22)» (S. AGUSTÍN, Tratado sobre la Santísima Trinidad, 4,20,29). 81 El Espíritu Santo no procede del Padre como Hijo, sino como don.—«Si el que engendra es, en la Trinidad, principio de la persona engendrada, el Padre es principio del Hijo, pues lo engendró. No es, empero, liviano problema averiguar si el Padre es también principio con relación al Espíritu Santo, pues se dijo: del Padre procede (Jn 15,26). De ser así, no sólo es principio de lo que engendra o nace, sino también de la persona a quien da. Y aquí es posible reciba alguna luz la cuestión que a muchos suele preocupar, a saber: por qué el Espíritu Santo no es Hijo, siendo así que salió del Padre, según se lee en el Evangelio. Salió como don, no como nacido. Y, por ende, no se le llama hijo, pues no es nacido como el Unigénito ni renació por la gracia adoptiva como nosotros» (S. AGUSTÍN, Tratado sobre la Santísima Trinidad, 5,14,15). 82 En la Trinidad se identifican el ser y el ser Dios.—«¿Qué es la sabiduría sino una luz espiritual e incomunicable? El sol que nos alumbra es luz, pero no luz incomunicable. Luz es el Padre, luz es el Hijo y luz es el Espíritu Santo; pero no son tres luces, sino una luz. Sabiduría es el Padre, sabiduría es el Hijo y sabiduría el Espíritu Santo; pero no son tres sabidurías, sino una sabiduría. Y, pues el ser se identifica con el saber, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son una esencia. Y como en la Trinidad se identifican
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el ser y el ser Dios, Dios es uno: Padre, Hijo y Espíritu Santo» (S. AGUSTÍN, Tratado sobre la Santísima Trinidad, 7,3,6). 83 «El Padre es la unidad; el Hijo, la igualdad; el Espíritu Santo, la armonía de la unidad y la igualdad».—«La cosa que se ha de gozar es el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, es decir, la misma Trinidad. La única y suprema cosa agradable a todos, si es que puede llamarse cosa y no, más bien, el principio de todas las cosas, si también puede llamarse principio. Porque no es fácil encontrar un nombre que pueda convenir a tanta grandeza, por el que se denomine de manera adecuada a esta Trinidad, sino diciendo que es un solo Dios, de quien, por quien y en quien son todas las cosas. Así el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son, cada uno de ellos, Dios y los tres un solo Dios; asimismo, cada uno de ellos es una esencia completa, y los tres juntos una sola esencia. El Padre no es Hijo ni Espíritu Santo; el Hijo no es Padre ni Espíritu Santo; el Espíritu Sanio no es Padre ni Hijo: el Padre es solo Padre, el Hijo únicamente Hijo y el Espíritu Santo solamente Espíritu Santo. Los tres tienen la misma eternidad, la misma inmutabilidad, la misma majestad, el mismo poder. El Padre es la unidad, el Hijo es la igualdad, el Espíritu Santo la armonía de la unidad y la igualdad; estas tres cosas son todas una por el Padre, iguales por el Hijo y armónicas por el Espíritu Santo» (S. AGUSTÍN, Sobre la Doctrina Cristiana, 1,5,5). 84 La meditación y el silencio ante el misterio de la Trinidad.—«Y ahora nadie me diga, ningún riguroso censor de mi flaqueza pruebe a saber de mí, cuál de las tres facultades, que vimos hay en la mente o alma, dice relación especial con el Padre, es decir, cuál délas tres reproduce la semblanza del Padre, cuál la del Hijo y cuál la del Espíritu Santo. No sabré decirlo ni soy capaz de explicarlo. Dejemos algo a la meditación, dejemos también algo al silencio. Recógete, aíslate de todo ruido, si posees en la intimidad de tu alma un retiro apacible, sin barullos, sin querellas, donde ni busques camorra ni te adiestres para las obstinadas discusiones. Escucha con sosiego la palabra, para que la entiendas; que tal vez llegues a poder decir: Darás exultación y alegría a mi oído y exultarán los huesos, los huesos humillados, no los orgullosos (Sal 50,10)» (S. AGUSTÍN, Sermones, 52,22). 85 El misterio de la Trinidad en la predicación cristiana.— «Señor y Dios mío: en ti creo, Padre, Hijo y Espíritu Santo. No diría la Verdad: Id, bautizad a todas las gentes en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo (Mt 28,19), si no fuera Trinidad. Y no mandarías a tus siervos ser bautizados, mi Dios y Señor, en
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el nombre de quien no es Dios y Señor. Y si vos, Señor, no fuerais al mismo tiempo Trinidad y un solo Dios y Señor, no diría la palabra divina: Escucha, Israel: el Señor, tu Dios, es un Dios único (D t 6,4). Y si tú mismo fueras Dios Padre y fueras también Hijo, tu Palabra, Jesucristo, y el Espíritu Santo fuera vuestro Don, no leeríamos en las Escrituras canónicas: Envió Dios a su Hijo (Gal 4,4); y tú, ¡oh Unigénito!, no dirías del Espíritu Santo: Que el Padre enviará en mi nombre (Jn 14,26); y que yo os enviaré de parte del Padre Qn 15,26) [...]. Cuando arribemos a tu presencia, cesarán estas muchas cosas, que ahora hablamos sin entenderlas, y tú permanecerás todo en todos, y entonces modularemos un cántico eterno, loándote a un tiempo unidos todos a t i . Señor, Dios uno y Dios Trinidad, cuanto con tu auxilio queda dicho en estos mis libros, conózcanlo los tuyos; si algo hay en ellos de mi cosecha, perdóname tú, Señor, y perdónenme los tuyos. Así sea» (S. AGUSTÍN, Tratado sobre la Santísima Trinidad, 15,18,51). 86 La Santísima Trinidad, norma de la fe cristiana.—«Por haber llegado a un Dios vivo, verdadero, único, aunque no solitario, alegraos diciendo: Creo en Dios Padre. Confiesa ya al Hijo quien nombra al Padre; porque, el que quiere ser llamado Padre y decirse Padre, con la clemencia de tener un Hijo, mostró que no lo recibió en el tiempo, que no lo engendró en el tiempo, ni lo creó en el tiempo. La divinidad no tiene principio ni fin, no admite continuación, porque no conoce ocaso. Dios no lo dio a luz con dolor, sino que lo manifiesta con poder; lo engendra, no dando la vida fuera de sí mismo al que tiene en él su origen, sino revelando y manifestando a aquel que se encuentra en el mismo. El Hijo procedió del Padre, mas no se separó; no salió del Padre para ser su sucesor, sino para permanecer siempre en el Padre [...]. Y en Jesucristo, su único Hijo, nuestro Señor. Como el rey se designa con los títulos de sus triunfos y conquista muchos sobrenombres de los pueblos sometidos, así Cristo se llama con los títulos de sus bienes. Por el crisma se llama Cristo; porque, médico piadoso, infunde el bálsamo divino sobre los miembros áridos de los mortales. Y como por el crisma es Cristo, así se llama Jesús por la salvación. Pues nos unge con el ungüento divino, para devolver salud cierta a los que sufren, a los enfermos salvación eterna [...]. Creo en el Espíritu Santo. Después de haber confesado el misterio de la Encarnación, debes confesar la divinidad del Espíritu Santo, para que la igual unidad de la Trinidad, del Padre, del Hijo,
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del Espíritu Santo, guarde y mantenga íntegra la verdad del valor de la fe, en nuestra confesión en todo y por todo» (S. PEDRO CRISÓLOGO, Homilías, 57,5-12). ñ
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LA OBRA DE LA CREACIÓN «Todo se hizo por medio de la Palabra y, sin ella, no se hizo nada de cuanto ha sido hecho» (Jn 1,3). «Mirad las aves del cielo, que no siembran, ni siegan, ni almacenan en graneros, y vuestro Padre celestial las alimenta [...]. Mirad cómo crecen los lirios del campo: no trabajan ni hilan. Y os aseguro que ni Salomón, en todo su esplendor, se vistió como uno de dios» (Me 6,26-29).
87 Creación de los ángeles y los hombres. El libre albedrío.—«El Verbo celeste, espíritu que viene del Espíritu y Verbo de la potencia racional, a imitación del Padre que a él le engendra, hizo al hombre a imagen de la inmortalidad, a fin de que, como en Dios se da la incorrupción, del mismo modo el hombre, participando de la suerte de Dios, posea el ser inmortal. Ahora bien: el Verbo, antes de crear a los hombres, fue artífice de los ángeles, y una y otra especie de criaturas fue hecha Ubre, sin tener en sí la naturaleza del bien —que no se da más que en Dios—, sino que se cumple por los hombres gracias a su libre elección. De este modo, el malo es con justicia castigado, pues por su culpa se hizo malo; y el justo merecidamente es alabado por sus buenas obras, pues, pudiendo por su libre albedrío, no traspasó la voluntad de Dios. Tal es nuestra doctrina sobre los ángeles y los hombres» (TACIANO, Discurso contra los griegos, 7). *MNt& 88 Creación del hombre y providencia de Dios.—«Mas, como Dios, haciendo al hombre como un animal eterno e inmortal, no lo ha armado en lo exterior como los otros animales, sino en el interior; sin proteccián en su cuerpo, sino en su espíritu; habría ¿do inútil, habiéndole dado lo más importante, protegerlo con defensas físicas que, además, impedirían la belleza de su cuerpo. El Evangelio en los PP. de la Iglesia
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También considero siempre con admiración la locura de los filósofos epicúreos, que ponen en discusión la solicitud de la naturaleza, para demostrar que el mundo no ha sido construido y no está gobernado por la Providencia, y que atribuyen el origen de las cosas a elementos indivisibles, a cuyos encuentros casuales todas las cosas deben su origen, tanto en el presente como en el pasado» (LACTANQO, La obra de Dios Creador, 2,9-10). 89 El hombre, superior a los animales*—«Se lamentan de que el hombre naciera demasiado débil y más frágil que todos los otros animales; los cuales, cuando salen del seno materno, se enderezan pronto sobre sus patas, juguetean, van y vienen, y son capaces de soportar la vida en el campo, al viento, porque salen a la luz protegidos naturalmente; al contrario, el hombre está arrojado y expuesto a las miserias de la vida, desnudo y sin defensa, como salido de un naufragio, sin poder abandonar el lugar donde lo han dejado, ni buscar la leche que lo alimente, ni soportar las inclemencias de la intemperie. Es por lo que la naturaleza no es madre del género humano, sino madrastra. Ella se comporta liberalmente con las bestias, pero abandona al hombre, que, desguarnecido, débil, desprovisto de todo socorro, no puede hacer más que presentir, con sus lágrimas y sus llantos, su condición frágil, como un ser a quien en la vida sólo le queda sufrir males. Yo pregunto, a esos que prefieren la condición de las bestias a la del hombre, lo que ellos preferirían, si Dios les diera a escoger: ¿Amarían ellos la sabiduría humana, que permite elegir, con su debilidad, o la robustez de las bestias con su naturaleza? ¿Qué preferirían ellos? [...]» ^LACTANCIO, La obra de Dios Creador, 3,1-2).
90 Jesucristo el Primogénito, principio de toda la creación.—«En el principio hizo Dios el cielo y la tierra (Gen 1,1). ¿Cuál es el principio de todas las cosas sino nuestro Señor y Salvador de todos, Jesucristo, el primogénito de toda la creación (Col 1,15)? En este principio, pues, esto es, en su Verbo, Dios hizo el cielo y la tierra, como dice también el evangelista Juan, al comienzo de su Evangelio: En el principio existía el Verbo y el Verbo estaba junto a Dios, y el Verbo era Dios. El estaba en el principio junto a Dios. Todas las cosas fueron hechas por él y sin él ninguna fue hecha Qn 1,1-3). Por eso aquí no habla de cualquier principio temporal, sino que dice: En el principio, esto es, en el Salvador, han sido hechos el cielo y la tierra, y todas las cosas que han sido creadas» (ORÍGENES, Homilías sobre el Génesis, 1,1).
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91 £1 alma humana, «movida por el amor y el deseo celestes».—«Ahora bien: el alma es movida por el amor y deseo celestes cuando, examinadas a fondo la belleza y la gloria del Verbo de Dios, se enamora de su aspecto y recibe de él como una saeta y una herida de amor. Este Verbo es, efectivamente, la imagen y el esplendor del Dios invisible, primogénito de toda creación, en quien han sido creadas todas las cosas en el cielo y en la tierra, las visibles y las invisibles (Col 1,16). Por consiguiente, si alguien logra con la capacidad de su inteligencia vislumbrar y contemplar la gloria y hermosura de todo cuanto ha sido creado por él, pasmado por la belleza misma de las cosas y traspasado por la magnificencia de su esplendor como por una saeta bruñida, en expresión del profeta (Is 49,2), recibirá de él una herida salutífera, y arderá en el fuego deleitoso de su amor» (ORÍGENES, Comentario al Cantar de los Cantares, Prólogo). 92 Dios Creador, «instaurador del mundo caído».—«Así, pues, por la nueva corrección, Dios quiere siempre instaurar lo caído; porque, si es cierto que, según el orden de la creación del universo, todo está por él ordenado de la manera más bella y segura, no por eso dejará de ser necesario curar a los que sufren de la maldad y al mundo entero, que está como manchado por ella. Y nunca se descuidó Dios, ni se descuidará, de hacer en cada tiempo lo que conviene que haga en un mundo mudable y cambiable. Y, a la manera como el labrador, según las diferentes estaciones del año, ejecuta labores agrícolas distintas, sobre la tierra y sus productos, así Dios ordena todos los siglos como una especie de estaciones, digámoslo así, haciendo en cada una de ellas lo que pide la raza noble para todo el universo. Y eso, en su pura verdad, sólo Dios lo conoce con entera claridad y sólo él lo lleva a cabo» (ORÍGENES, Contra Celso, 4,69). 93 El mal no es obra de Dios.—«En conclusión, Dios no hace los males, si por tales se entienden los que así se llaman en sentido propio; sino que de sus obras principales se siguen algunos, pocos en parangón con el orden del universo. Son como las virutas en espiral y el serrín que se sigue de las obras principales de un carpintero, o como los albañiles parecen ser la causa de los montones de cascote, como basura, que cae de las piedras y el polvo» (ORÍGENES, Contra Celso, 6,55). 94 Por qué Dios creó un mundo diverso y múltiple»—«Las naturalezas racionales fueron creadas en un comienzo [...] y, por el hecho de que primero no existían y luego pasaron a existir, son
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necesariamente mudables e inestables, ya que cualquier virtud que haya en su ser no está en él por su propia naturaleza, sino por la bondad del Creador. Su ser no es algo suyo propio ni eterno, sino un don de Dios, ya que no existió desde siempre; y todo lo que es dado, puede también ser quitado o perdido. Ahora bien: había una causa de que las naturalezas racionales pierdan (los dones que recibieron), si el impulso de las almas no está dirigido con rectitud de la manera adecuada. Porque el Creador concedió a las inteligencias que había creado el poder optar libre y voluntariamente, a fin de que el bien que hicieran fuera suyo propio, alcanzado por su propia voluntad. Pero la desidia y el cansancio en el esfuerzo que requiere la guarda del bien, y el olvido y descuido de las cosas mejores, dieron origen a que se apartaran del bien; y el apartarse del bien es lo mismo que entregarse al mal, ya que éste no es más que la carencia del bien [...]. Con todo ello, cada una de las inteligencias, según descuidaba más o menos el bien, siguiendo sus impulsos, era más o menos arrastrada a su contrario, que es el mal. Aquí parece que es donde hay que buscar las causas de la variedad y multiplicidad de los seres; el Creador de todas las cosas aceptó crear un mundo diverso y múltiple, de acuerdo con la diversidad de condición de las criaturas racionales» (ORÍGENES, Tratado de los Principios, U 9,2). 95 El libre albedrío, causa de la diversidad de las criaturas racionales.—«Para que nuestro silencio no se convierta en pábulo de la audacia de ios herejes, respondamos según la medida de nuestras fuerzas a las objeciones que suelen ponernos. Hemos dicho muchas veces, apoyándolo en las afirmaciones que hemos podido encontrar en las Escrituras, que el Dios Creador de todas las cosas es bueno, justo y omnipotente. Cuando él, en un principio, creó todo lo que le plugo crear, a saber, las criaturas racionales, no tuvo otro motivo para crear fuera de sí mismo, es decir, de su bondad. Ahora bien: siendo él mismo la única causa de las cosas que habían de ser creadas, y no habiendo en él diversidad alguna, ni mutación, ni imposibilidad, creó a todas las criaturas iguales e idénticas, pues no había en él mismo ninguna causa de variedad o diversidad. Sin embargo, habiendo sido otorgada la facultad del libre albedrío, fue esta libertad de su voluntad lo que arrastró a cada una, bien a mejorarse con la imitación de Dios, bien a deteriorarse por negligencia. Esta fue la causa de la diversidad que hay entre las criaturas racionales, la cual proviene no de la voluntad o intención del Creador, sino del uso de la propia libertad. Pero Dios, que había dis-
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puesto dar a sus criaturas según sus méritos, hizo con la diversidad de los seres intelectuales un solo mundo armónico; el cual, como una casa en la que ha de haber no sólo vasos de oro y plata, sino también de madera y barro, unos para los usos mas nobles y otros para tos mas bajos (2 Tim 2,20), está proveído con los diversos vasos, que son las almas. En mi opinión, éstas son las razones por las que se da la diversidad en este mundo, pues la divina Providencia da a cada uno lo que corresponde según sus distintos impulsos y las opciones de las almas. Con esta explicación, aparece que el Creador no es injusto, ya que otorga a cada uno lo que previamente ha merecido; ni nos vemos forzados a pensar que la felicidad o infelicidad de cada uno se debe a un azar de nacimiento o a otra cualquiera causa accidental; ni hemos de creer que hay varios creadores o varios orígenes de las almas» (ORÍGENES, Tratado de los Principios, H 9,6). 96 La Palabra creadora.—«Es él, poder y sabiduría de Dios (1 Cor 1,24), quien hace girar el cielo, tiene suspendida la tierra, sin que ella se apoye en nada, la mantiene por su propia voluntad. Por la luz que recibe de él, el sol ilumina la tierra, y la luna recibe la medida de su luz. Por él, el agua queda suspendida en las nubes, y las lluvias riegan la tierra, el mar guarda sus límites, la tierra se cubre de una cabellera verdosa y de plantas de toda clase. Y si algún infiel pone en duda estas afirmaciones, preguntándose hasta si existe el Verbo de Dios, será loco al dudar del Verbo de Dios; y, a pesar de lo que él ve, le demuestre que todo subsiste por el Verbo y la Sabiduría de Dios, y que nada subsistiría de cuanto existe si no hubiera sido creado por una Palabra. Palabra divina, como hemos dicho» (S. ATANASIO, Tratado contra los paganos, 40). 97 Armonía del mundo creado por Dios.—«Como un músico que templa su lira y conjunta hábilmente los sonidos graves con las notas agudas y las medias, para ejecutar una sola melodía, así la sabiduría de Dios, manteniendo el universo como una lira, armoniza los seres que están en el aire can aquellos que están en la tierra, y aquellos que están en los cielos con los que viven en el aire; adaptando el conjunto a las partes y gobernándolo todo por sus mandatos y su voluntad, produce, en la belleza y armonía, un mundo único y un solo orden del mundo. El queda inmutable junto al Padre y ajusta todas las cosas por el orden que procede de él, como agracia a su Padre [...]. Para hacer comprender con un ejemplo una cosa tan grande, representémonos todo lo que acabamos de decir a la manera de un coro numeroso. El coro está compuesto por diferentes canto-
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res, hombres, niños, mujeres, ancianos y jóvenes. Y, a la señal de un solo director, cada uno canta según su naturaleza y capacidad: el hombre con voz de hombre, el niño como niño, el anciano como un anciano, el joven como un joven. Y todos ejecutan una sola armonía. También nuestra alma, que a un tiempo mueve todos nuestros sentidos, según el orden de cada uno y, en presencia de un mismo objeto, los mueve a todos y a una, el ojo para ver, el oído para escuchar, la mano para tocar, el olfato para sentir, el gusto para gustar y, con frecuencia, también los otros miembros del cuerpo, como los pies, que ella mueve para marchar» (S. ATANASIO, Tratado contra los paganos, 42-43). 98 Dios crea y gobierna el mundo por su Verbo.—«El Padre de Cristo, santísimo e inmensamente superior a todo lo creado, como óptimo gobernante, con su propia sabiduría y su propio Verbo, Cristo, nuestro Seftor y Salvador, lo gobierna, dispone y ejecuta siempre todo de modo conveniente, según a él le parece adecuado. Nadie, ciertamente, negará el orden que observamos en la creación y en su desarrollo, ya que es Dios qufen así lo ha querido. Pues, si el mundo y todo lo creado se movieran al azar y sin orden, no habría motivo alguno para creer en lo que hemos dicho. Mas si, por el contrario, el mundo ha sido creado y embellecido con orden, sabiduría y conocimiento, hay que admitir necesariamente que su creador y embellecedor no es otro que el Verbo de Dios. Me refiero al Verbo que por naturaleza es Dios; que procede del Dios bueno, del Dios de todas las cosas, vivo y eficiente; al Verbo que es distinto de todas las cosas creadas, y que es el Verbo propio y único del Padre bueno; al Verbo cuya providencia ilumina todo el mundo presente, por él creado. El, que es el Verbo bueno del Padre bueno, dispuso con orden todas las cosas, uniendo armónicamente lo que era entre sí contrario. El, el Dios único y unigénito, cuya bondad esencial y personal procede de la bondad fontal del Padre, embellece, ordena y contiene todas las cosas. Aquel, por tentó, que por su Verbo eterno lo hizo todo y dio el ser a las cosas creadas, no quiso que se movieran y actuaran por sí mismas, no fuera a ser que volvieran a la nada; sino que, por su bondad, gobierna y sustenta toda la naturaleza por su Verbo, el cual es también Dios, para que, iluminada con el gobierno, providencia y dirección del Verbo, permanezca firme y estable, en cuanto que participa de la verdadera existencia del Verbo del Padre y es secundada por él en su existencia, ya que cesaría en la misma si no fuera conservada por el Verbo, el cual es imagen de Dios
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invisible, primogénito de toda criatura (Col 1,15); por él y en él se mantiene todo, lo visible y lo invisible [...]» (S. ATANASIO, Sermón contra los gentiles, 40-42). 99 Cómo entender el orden del mundo creado por Dios.— «Desde el mismo comienzo, a quien va a describir la organización del mundo le conviene, ya en el mismo principio de su discurso, mencionar el principio de orden que reina en el mundo visible. Porque el origen del cielo y de la tierra no debe presentarse como encuentro espontáneo de los elementos, tal como imaginan algunos, sino que tiene a Dios como causa. ¿Qué oídos serán dignos de tan grandes verdades? ¿Con qué disposiciones convendrá que un alma llegue a entender tales enseñanzas? Le será necesario estar purificada de las pasiones de la carne, libre de las tinieblas en que la sumen las preocupaciones de la vida; activa, atenta, siempre en actitud de una noción de Dios, digna de su objeto» (S. BASILIO MAGNO, Homilías sobre el Hexameron, 1,2). 100 Atributos de Dios Creador.—«Para que no te desvíes de la verdad (Moisés) te previene con su enseñanza: como un sello ha colocado en nuestras almas el nombre sagrado de Dios. £1 ha dicho: En el principio creó Dios el cielo y la tierra (Gen 1,1). La naturaleza bienaventurada, la bondad exenta de envidia, el objeto del amor de todo lo razonable, la belleza más deseada, el principio de los seres, la fuente de la vida, la luz espiritual, la sabiduría inaccesible [...]. £1 es quien al principio creo el cielo y la tierra» (S. BASILIO MAGNO, Homilías sobre el Hexameron, 1,2). 101 Dios, creador del firmamento.—«No dejemos de señalar que, una vez dada por Dios esta orden: Que haya un firmamento, Moisés no dice simplemente: Y hubo un firmamento, sino creó Dios el firmamento. Y sigue: Dios separó... (Gen 1,6-7). ¡Escuchad, sordos! ¡Ciegos, mirad! Y ¿quien es sordo sino aquel que no entiende al Espíritu Santo, que revela por unas pruebas tan claras la existencia del Hijo único? Que haya un firmamento, es la voz de la causa primera; Y Dios creó el firmamento, es un testimonio del poder eficiente y creador» (S. BASILIO MAGNO, Homilías sobre el Hexameron, 3,4). 102 Brevedad de la gloria humana.—«Cuando tú ves nuevos brotes de hierba, una flor, que te recuerdan la naturaleza humana, acuérdate de la comparación de Isaías: Toda carne es hierba y toda su belleza como flor del campo (Is 40,6). Porque la brevedad de la vida, el gozo corto y la alegría de la prosperidad huma-
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na han encontrado en la pluma del profeta su imagen más apropiada [...]. ¿Qué viene después? Basta una noche, una fiebre, una pleuresía, una neumonía que se apodera de nuestro hombre y lo arrebata de en medio de los humanos, dejando repentinamente vacía toda la escena donde evolucionaba. Esta gloria ha sido convencida de no ser más que un sueño. Tenía razón el profeta al ver en la flor, en su extrema fragilidad, la imagen de la gloria humana» (S. B A S I L I O M A G N O , Homilías sobre el Hexameron, 5,2). 103 La grandeza del universo y la ceguera del pecador.— «Cierto, si la grandeza del cielo sobrepasa la medida del entendimiento humano, ¿qué inteligencia puede descubrir la naturaleza de lo eterno? Si el sol que vemos es tan bello, tan grande, tan rápido en su movimiento y, sin embargo, tan regular en sus evoluciones, de una grandeza proporcionada al universo, que no se aparta de su justa relación con el conjunto de los seres; de una belleza que hace de él como el ojo brillante de la naturaleza, resplandeciente en medio de la creación. Si nadie se sacia de su vista, ¿cuál será la belleza del sol de justicia? Y si el ciego sufre el dolor de no poder ver el sol, ¿cuál será para el pecador el verse privado de la luz verdadera?» (S. B A S I L I O M A G N O , Homilías sobre el Hexameron, 6,1). 104 La fecundidad de la tierra y los frutos de la beneficencia y la limosna*—«¡Oh hombre!, imita a la tierra; produce fruto igual que ella, no sea que parezcas peor que ella, que es un ser inanimado. La tierra produce unos frutos de los que ella no ha de gozar, sino que serán destinados a tu provecho. En cambio, los frutos de beneficencia, que tú produces, los recolectas en provecho propio, ya que la recompensa de las buenas obras revierte en beneficio de los que las hacen. Cuando das al necesitado, lo que le das se convierte en algo tuyo y se te devuelve acrecentado. Del mismo modo que el grano de trigo, al caer en la tierra, cede en provecho del que lo ha sembrado, así también el pan que tú das al pobre te proporciona en el futuro una ganancia no pequeña. Procura, pues, que el fin de tus trabajos sea el comienzo de la siembra celestial; Sembrad justicia y recogeréis misericordia, dice la Escritura (Os 10,12)» (S. B A S I L I O M A G N O , Homilías, 3, «sobre la Caridad», 6). 105 El hombre, espectador de las maravillas del mundo.— «El Creador de este universo preparó una casa regia para aquel que había de gobernarlo. Era la tierra y las islas; y el mar; y el mismo
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cielo, con el que todas están cubiertas como con una bóveda. En tales palacios están almacenadas toda clase de riquezas. Con ese nombre de riquezas designo todas las criaturas, tanto las plantas como las semillas, lo mismo que a cuantas están animadas de sentido, de vida y de alma. Y si son dignas de mención, entre las riquezas, otras cosas que las miradas de los hombres juzgan de gran precio por su elegancia, por ejemplo, el oro, la plata, las joyas, que los hombres tanto ambicionan, también escondió gran cantidad de ellas en los senos profundos de la tierra, como en tesoros regios. Así, después modeló al hombre, parte como espectador de las maravillas del mundo, parte como señor que, al gozar de ellas, conociera la sabiduría del que las había creado, de la belleza y grandeza de las mismas. Que meditara aquel poder que ni puede ser abarcado con la razón ni expuesto con palabras. Estas son las razones por las que, después de crear todas las demás criaturas, fue hecho el hombre» (S. GREGORIO DE NlSA, Tratado de la obra del hombre, 2). 106 El sol, la luna y las estrellas, ornamento del cielo.—«Haya lumbreras en el firmamento, para alumbrar la tierra (Gen 1,14). ¿Quién es el que dice esto? Lo dice Dios. Y ¿a quién lo dice sino a su Hijo? Dios Padre dijo: Hágase el sol, y el Hijo hizo el sol. Era conveniente que el sol del mundo lo hiciera el sol de justicia. Cuando lo creó para alumbrar, él lo iluminó y le dio poder para difundir su luz. Fue creado el sol, y por eso sirve, según se dijo: Fundaste la tierra y permanece; por tu mandato subsisten hasta hoy, porque todo está a tu servicio (Sal 118,90-91). Si sirve el día, ¿cómo no va a servir el sol, creado para hacer el día?; ¿cómo no servirán la luna y las estrellas, hechas para alumbrar la noche? Así, cuanto de mayor gracia las adornó el Creador [...], tanto más y mejor han de servir. Por eso son llamados ornamento del cielo. Las estrellas son un collar bellísimo» (S. AMBROSIO, El Mexameron, 4,2,5). 107 La luna, figura de la Iglesia.—«No mires la luna con el ojo de la cara, sino con la vivacidad de la inteligencia. La luna mengua para llenar los elementos. Es un misterio admirable; se lo concedió aquel que da a cada uno su gracia. La hace menguar para que recuerde a quien se anonadó para llenarlo todo. En efecto, se anonadó a sí mismo para bajar hasta nosotros; bajó a nosotros para ascender en todos. Ascendió —dice— sobre todos tos cielos, para llenar el universo (Ef 4,10). Así, pues, el que vino anonadándose, llenó de su plenitud a los apóstoles. Uno de ellos dice:
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Porque de su plenitud todos hemos recibido (Jn 1,16). Luego la luna anunció el misterio de Cristo. Es manifiesto que la puso como un signo; porta consigo el tipo de la Iglesia amada. Lo anunció ya el profeta, al decir: Que en sus días florezca lajusticia, y la paz hasta que falte la luna (Sal 71,7). Y en los Cantares dice el Señor de la esposa: ¿Quién es ésta que asoma como la aurora, hermosa como la luna, que brilla como el solí (Cant 6,9). Y con razón la Iglesia es hermosa como la luna, que brilla en todo el mundo y, alumbrando las tinieblas, dice: La noche ha pasado, se acerca el día (Rom 13,12) [...]¿ La Iglesia brilla no con su propia luz, sino con la luz de Cristo» (S. AMBROSIO, El Hexameron, 4,8,32). 108 El agua, criatura de Dios, es buena madre.—«Considera también qué buena madre es el aguja. Tú, oh hombre, conoces el abandono de los hijos por parte de sus padres; las separaciones, los odios, lis ofensas. Aprende cuál sea la necesidad de los padres y de los hijos: Los peces no pueden vivir sin el agua, no pueden separarse ae la madre ni prescindir del oficio de la que los cría. Los peces no viven del soplo del aire; la naturaleza no los dotó de respiración del viento [...]. Lo que para nosotros es el aire, es el agua para ellos. Como el aire nos proporciona a nosotros la sustancia para vivir, a ellos se la da el agua. Nosotros, si faltara el servicio del aire mensajero, en seguida moriríamos. Por semejante manera, los peces, si se les priva del agua, sin la sustancia de su vida, no pueden existir» (S. AMBROSIO, El Hexameron, 5,4,10). 109 El mar, figura del Evangelio.—«No te extrañe que haya puesto el Evangelio por el mar. El Evangelio es por donde Cristo caminó; en el que (Pedro), aunque titubeó cuando negó, encontró la gracia para mantenerse en pie sostenido por la diestra de Cristo, apoyo de su fe. Evangelio es aquel desde donde ascendió al martirio; Evangelio es el mar, en el que pescan los apóstoles, donde echan la red semejante al reino de los cielos. Evangelio es el mar, en el que los hebreos fueron liberados y los egipcios sepultados. Evangelio es el mar, porque la Iglesia es la esposa de Cristo y la plenitud de la gracia, fundada sobre los mares, como dijo el profeta: El la fundó sobre los mares (Sal 23,2). Lánzate, hombre, a las olas, porque eres pez. Que no te arrastren las corrientes de este siglo. Si hay tempestad, sube a lo alto y baja a lo profundo; así llega la calma, juega con las olas. Si hay barrunto de tormenta, guárdate de los acantilados, no sea que, enfurecido, te estrelle su furia contra la roca» (S. AMBROSIO, El Hexameron, 5,7,17).
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110 La hormiga y el perro, ejemplos para el hombre.— «Pequeña es la hormiga que se atreve a cosas superiores a sus fuerzas; en su servicio no esta obligada a trabajar, sino que, con el propósito de su espontánea previsión, prepara los alimentos necesarios. La Escritura echa mano de su ejemplo, para que la imites: Ve, oh perezoso, la hormiga, observa sus costumbres y hazte sabio (Pro v 6,6). La hormiga no tiene cultura y, no habiendo quien la obligue, no trabaja bajo un amo, y se prepara la comida que recoge de tus mieses. Teniendo tú necesidad algunas veces, ella nunca pasa falta; para ella nunca se cierra el granero [...]. ¿Qué diré de los perros, a los que la naturaleza concede la solicitud de mantener atención vigilante por la salud de sus dueños? Por eso, la Escritura clama contra los que se olvidan de los beneficios y son abandonados o perezosos. Todos ellos son perros mudos, incapaces de ladrar (Is 56,10). Debían saber ladrar por sus dueños y defender sus hogares. Por eso, aprende tú a alzar tu voz por causa de Cristo cuando lobos rapaces atacan el rebaño de la Iglesia. Aprende a mantener la palabra en tu boca, para que no seas perro mudo que con el silencio de la prevaricación abandones la custodia que se te encomendó [...]» (S. AMBROSIO, El Hexameron, 6,4,16-17). 111 El beso y la boca del hombre.—«¿Qué diré del beso, que es prenda de piedad y de amor? Se besan las palomas; pero ¿qué tiene eso que ver con la belleza del beso humano, en el que brilla el signo de la fidelidad y de la humanidad? [...]. El Señor, condenando al traidor, dijo: Judas, ¿con un beso entregas al Hijo del hombre? (Le 22,48), esto es, la consigna de la caridad ¿la conviertes en señal de traición y en juicio de infidelidad?; ¿usas la señal de la paz para servir a la crueldad? [...]. Sólo los hombres expresamos con la boca lo que sentimos en el corazón. ¿Qué es la boca del hombre sino la puerta de entrada al diálogo, el origen de las discusiones, la sala de la palabra, el almacén de la voluntad? [...]» (S. AMBROSIO, El Hexameron, 6,9,68). 112 El Credo, norma de la fe cristiana.—«Esta es la fe de la Iglesia: Que Dios, Padre omnipotente hizo y ordenó toda criatura por medio de su Hijo unigénito, es decir, por medio de su sabiduría y poder consustancial y coeterno con el, en la unidad del Espíritu Santo, también consustancial y coeterno con él. La doctrina católica nos manda creer que esta Trinidad es un solo Dios, y que él creó y formó, en cuanto son, todas las cosas que existen, de tal modo que toda criatura, ya sea intelectual, ya corporal o, por de-
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cirio más brevemente, según las palabras de la divina Escritura, visible o invisible, no fue formada de la naturaleza de Dios, sino hecht de la nada por Dios; y nada hay en ella que pertenezca a la Trinidad, fuera de que la Trinidad la creó y ella fue creada. Por tanto, no es lícito decir que la universal criatura es consustancial a Dios y coeterna con él. También nos dice la misma fe que todas las cosas hechas por Dios son extremadamente buenas; que no existen males naturales, sino que todo lo que se llama mal o es pecado o pena del pecado; que tampoco existiría el pecado si no dirigiéramos el consentimiento malvado de la libre voluntad, del que libremente podemos abstenernos, a aquellas cosas que prohibe la justicia; es decir, que no está el pecado en las cosas sino en el mal uso de ellas. Es, pues, legítimo el uso de las cosas cuando el alma permanece en la ley del Señor y se entrega al único Dios con perfecto amor, y administra todas las cosas entregadas a ella sin liviandad y sin sensualidad, es decir, según el mandato de Dios; de este modo el alma, sin dificultad y sin trabajo, gobernará con suma facilidad y alegría. La pena, pues, del pecado consiste en que el alma es atormentada por las criaturas, puesto que ya no le sirven, como ella tampoco sirve a Dios; antes, cuando ella obedecía a Dios, todas las criaturas le obedecían a ella. Por tanto, el fuego no es un mal, pues es criatura de Dios; aunque, sin embargo, queme nuestra flaqueza en virtud y castigo del pecado. También se llaman pecados naturales o propios los que, antes de ayudarnos la misericordia de Dios, necesariamente cometemos después de haber caído en esta miseria por el pecado de la libre voluntad. Asimismo, nos enseña la fe que el hombre fue renovado por medio de nuestro Señor Jesucristo, cuando la inefable e inmutable sabiduría de Dios se dignó lomar todo el hombre completo y nacer de la Virgen María por virtud del Espíritu Santo, y ser crucificado y sepultado, y resucitar y subir a los cielos, lo que ya sucedió; y venir a juzgar a los vivos y a los muertos, lo que se anuncia como cosa que ha de suceder. Igualmente confiesa que se da el Espíritu Santo a los que creen en el, que fue instituida por él nuestra Madre la Iglesia, la que se llama católica porque está difundida por todo el orbe y es umversalmente perfecta, y en nada claudica. Por fin, enseña que primeramente remite y perdona los pecados a los penitentes, y promete después el reino de los cielos y la vida eterna» (S. AGUSTÍN, Del Génesis a la letra, 1,2-4). 113 Todas las criaturas nos hablan de Dios.—«Y ¿qué es lo que yo amo cuando yo te amo? No belleza de cuerpo, ni hermo-
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sura de tiempo, ni blancura de luz, tan amable a estos ojos terrenos, no fragancia de flores [...]. Pregunte a la tierra y me dijo: No soy yo; y todas las cosas me confesaron lo mismo. Pregunté al mar y a los abismos, y a los reptiles de alma viva, y me respondieron: No somos tu Dios, búscale sobre nosotros. Interrogué a las auras que respiramos, y el aire todo, con sus moradores, me dijo: Engáñase Anaxímenes; yo no soy tu Dios. Pregunté al cielo, al sol, a la luna y a las estrellas. Tampoco somos nosotros el Dios que buscas, me respondieron. Dije entonces a todas las cosas que están fuera de las puertas de mi carne: Decidme algo de mi Dios, ya que vosotras no lo sois; decidme algo de él. Y exclamaron todas con grande voz: El nos ha hecho. Mi pregunta era mi mirada y su respuesta su apariencia. Entonces me dirigí a mí mismo y me dije: Tú, ¿quien eres?, y respondí: Un hombre [...]. Por esta razón eres mejor que éstos: a ti te lo digo, ¡oh alma!, porque tú vivificas la mole de mi cuerpo prestándole la vida, lo que ningún cuerpo puede prestar a otro cuerpo. Mas tu Dios es para t i hasta la vida de tu vida» (S. AGUSTÍN, Las Confesiones, 10,6,9-10). 114 El descanso de Dios.—«El descanso de Dios significa el descanso de los que descansan en Dios, como la alegría de la casa significa la alegría de los que se alegran en casa; aunque los haga estar alegres no la casa, sino otra cosa cualquiera. ¡Cuánto más si la misma casa, con su belleza, alegra a los moradores!» (S. AGUSTÍN, La Ciudad de Dios, 11,8).
V EL HOMBRE, IMAGEN DE DIOS «Pues, ¡cuánto mas vale un hombre que una oveja!» (Mt 12,12). «Para los hombres es imposible, pero no para Dios. Porque para Dios todo es posible» (Me 10,27). «Porque yo también soy hombre sometido a autoridad, y tengo soldados a mis órdenes...» (Le 7,8). «Entonces entró Jesús, llevando la corona de espinas y el manto de púrpura. Y Piloto les dijo: "Aquí tenéis al hombre"» (Jn 19,7). 115 El alma humana y el Espíritu de Dios.—«Nuestra alma no es por sí misma inmortal, sino mortal. Pero es también capaz
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de la inmortalidad. Si no conoce la verdad, muere y se disuelve con el cuerpo, pero resucita luegp y juntamente con el cuerpo, en la consumación del mundo, para recibir como castigo una muerte inmortal. Por el contrarío, si ha alcanzado el conocimiento de Dios, no muere por más que, por el momento, se disuelva (con el cuerpo). En efecto, por sí misma, el alma es tinieblas, y no hay nada luminoso en ella, que es, sin duda, lo que significa aquello: Las tinieblas no aprehenden la luz (Jn 1,5). Porque no es el alma por sí misma la que salva al espíritu, sino la que es salvada por él. Y la luz aprehendió a las tinieblas, en el sentido de que el Verbo es la luz de Dios, mientras que las tinieblas son el alma ignorante» Por esto, cuando vive sola, se inclina hacia abajo, hacia la materia, y muere con la carne; pero cuando alcanza la unión con el Espíritu de Dios, ya no se encuentra sin ayuda, sino que puede levantarse a las regiones hacia donde la conduce el Espíritu. En un principio, el Espíritu era companero del alma; pero ésta no quiso seguir al Espíritu, y éste la abandonó [...]. Por otra parte, el Espíritu de Dios no está en todos los hombres, sino sólo con algunos que viven justamente, en cuya alma se hace presente, y con la cual se abraza, y por cuyo medio, con predicciones, anuncia a las demás almas lo que está escondido. Las que obedecen a la sabiduría, atraen a sí mismas el espíritu que le es congénito; pero las que no obedecen y rechazan al que es servidor de Dios, que ha sufrido, lejos de mostrarse como religiosas, se muestran más bien como almas que hacen la guerra a Dios» (TACIANO, Discurso contra los griegos, 13). 116 El hombre compuesto de cuerpo y alma. Su santificación.—«Como el hombre es un animal compuesto de alma y cuerpo, por ellos debe llegar a la vida; por ellos también viene a caer. Hay una pureza del cuerpo, la continencia, que se abstiene de todas las cosas vergonzosas y de toda acción indigna. Y una pureza del alma que consiste en guardar la fe en Dios, sin añadir ni quitar nada. La piedad se empaña y se marchita, contaminándose con la impureza del cuerpo, y se rompe y se mancha; y no permanece intacta si el error entra en el alma. Ella conserva su belleza y su equilibrio cuando la verdad permanece en el alma y la pureza en el cuerpo. ¿Para qué sirve conocer la verdad y tenerla en las palabras, teniendo sucio el cuerpo y haciendo las obras del mal?, o ¿qué utilidad puede dar la pureza del cuerpo cuando la verdad no está en el alma? Una y otra se alegran de marchar de acuerdo y se unen para poner al hombre en presencia de Dios. Es por esto por lo
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que dice el Espíritu Santo por David: Dichoso el hombre que no sigue el consejo de los impíos (Sal 1,1), es decir, los consejos de los pueblos que no conocen a Dios; porque son impíos que no dan culto al Ser por esencia, Dios. Y es por lo que el Señor dijo a Moisés: Yo soy el que soy (Ex 3,14)» (S. IRENEO, Demostración de la predicación apostólica, 2). 117 La ley dada al hombre para salvar su unión con Dios.— «Para que el hombre no tuviera pensamientos soberbios y no se enorgulleciera, como si él no tuviera Señor, a causa de la autoridad que se le había concedido y de su libre acceso a Dios; para que no pecara traspasando sus propios límites y que, por complacerse a sí mismo, no tuviera pensamientos de orgullo frente a Dios, le fue dada la ley, a fin de que reconociera que él tenía por Señor al Señor de todas las cosas. Dios le puso determinadas condiciones; de manera que, si cumplía el mandato de Dios, permanecería siempre tal como se encontraba, es decir, sería inmortal; pero, si no lo cumplía, vendría a ser mortal, devuelto a la tierra de la que hábil sido formado. He aquí el mandamiento: Puedes comer libremente de todos los árboles del Paraíso, pero del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás, pues el día en que comas de él, morirás (Gen 2,16-17)» (S. ÍRENEO, Demostración de la predicación apostólica, 15). 118 La gloria del hombre es Dios, cuya sabiduría y poder se manifiesta en los hombres.—«La gloria del hombre es Dios; pero el receptáculo de toda acción de Dios, de su sabiduría y de su poder, es el hombre. Y así como el médico se prueba que es tal en los enfermos, así Dios se manifiesta en los hombres. Por eso dice Pablo: Incluyólo todo en la incredulidad, a fin de que a todos alcanzara su misericordia (Rom 11,32). Eso dice del hombre que desobedeció a Dios y fue privado de la inmortalidad, pero después alcanzó misericordia y, gracias al Hijo de Dios, recibió la filiación, que es propia de éste. Si el hombre acoge sin vanidad ni jactancia la verdadera gloria procedente de cuanto ha sido creado y de quien lo creó, que no es otro que el poderosísimo Dios, que hace que todo exista, y si permanece en su amor, en la sumisión y en la acción de gracias, recibirá de él aún más gloria, así como un acrecentamiento de su propio ser, hasta hacerse semejante a aquel que murió por él. Pues, efectivamente, aquél se hizo semejante a la carne de pecado (Rom 8,3) para destruir al pecado. Y, una vez destruido, lo arrojó de la carne, incitando al hombre a hacerse semejante a sí, destinándolo a ser imitador de Dios, poniéndolo al mismo nivel de su Padre
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y otorgándole el don de poder ver a Dios y comprender al Padre» (S. IRENEO, Contra las herejías, 3,20,2). 119 Expulsión del hombre del paraíso. La muerte, signo de la misericordia de Dios.—«Dios arrojó al hombre del paraíso y lo transportó lejos del árbol de la vida, no porque le rehusase celosamente el árbol de la vida, como algunos audazmente mantienen, sino por misericordia para con él; para que no permaneciese para siempre transgrediendo, ni fuese inmortal el pecado que le afligía, ni su mal fuese sin término y sin curación. Puso fin a su transgresión interponiendo la muerte y haciendo cesar el pecado al imponerle la disolución de la carne en la tierra; de esta suerte, el hombre, en un determinado momento de vivir al pacado y muriendo al pecado, podía empezar a vivir para Dios (cf. Rom 6,2.10). Por esta razón puso enemistad entre la serpiente y la mujer y su descendencia, quedando ambas partes al acecho una de otra. La una era mordida en sus plantas, pero era capaz de pisotear la cabeza del enemigo, mientras que la otra mordía y mataba impidiendo la entrada del hombre en la Vida, hasta que llegara la descendencia predestinada para pisotear su cabeza. Esto se realizó cuando dio a luz María, de cuyo fruto dijo el profeta: Caminarás sobre el áspid y el basilisco, y pisotearás al león y al dragón (Sal 90,3). Esto significaba que el pecado, que se había erigido y propagado contra el hombre, haciéndole morir, sería expulsado juntamente con el imperio de la muerte, y sería pisoteado en los tiempos postreros aquel león que ha de asaltar al género humano, que es el Anticristo; y, asimismo, será encadenado aquel dragón y aquella antigua serpiente, sometiéndolo al dominio del hombre, que antes había sido vencido, el cual aplastará todo su poder [...]. En último lugar será aniquilada la muerte enemiga (1 Cor 15,26), que en un principio había dominado al hombre. Y entonces, una vez liberado el hombre, se realizará lo que está escrito: La muerte ha quedado engullida en la victoria. ¡Dónde está, oh muerte, tu victoria? ¿Dónde esta, oh muerte, tu aguijón? (1 Cor 15,54-55)» (S. IREN E O , Contra las herejías, 3,23,6-7). 120 El hombre creado por Dios como receptor de su bondad.—«Dios modeló al hombre con sus propias manos para que fuera creciendo y madurando, como dice la Escritura: Creced y multiplicaos (Gen 1,28). Precisamente en esto está la distinción entre Dios y el hombreen que Dios es el que hace, mientras que el hombre es el que se va haciendo. Y, naturalmente, el que hace es siempre el mismo, pero el que se va haciendo debe tener un comienzo, y un estado
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intermedio, y una adición y un incremento. Dios hace el beneficio al hombre, y el hombre lo recibe. Dios es perfecto en todo, igual y semejante a sí mismo, siendo todo luz, todo inteligencia, todo sustancia y fuente de todos los bienes; el hombre, en cambio, va progresando y creciendo hacia Dios. Porque Dios no cesa jamás de comunicar sus dones y sus riquezas al hombre, así como el hombre no cesa jamás de recibir beneficios y de enriquecerse con Dios. Porque el hombre que es agradecido al que le hizo es a la vez receptor de su bondad e instrumento de su glorificación; por el contrario, el hombre ingrato que desprecia a su Creador, no queriéndose someter a su palabra, será receptor de su justo juicio. El ha prometido dar siempre más a los que dan fruto, y ha prometido confiar el tesoro del Señor a los que ya tienen, diciendo: Muy bien, siervo bueno y fiel, porque fuiste fiel en lo poco, voy a confiarte lo mucho; entra en el gozo de tu Señor (Mt 25,21). Y así como tiene prometido que a los que ahora den fruto les ha de dar todavía mas, haciendo mayor su don —aunque no un don totalmente distinto del que ya conocen, pues sigue siendo el mismo Señor y el mismo Padre el que se les irá revelando—, así también, con su venida, uno y el mismo Señor dio a los hombres de los últimos tiempos un don de gracia mayor que el que se había dado en el Antiguo Testamento. Porque entonces los hombres oían decir a los servidores que vendría el Rey, y ello les producía un cierto gozo limitado, estando a la espera de su venida. Pero los que lograron verlo presente y alcanzaron la libertad, y llegaron a la misma posesión del don, tienen una gracia mayor y un gozo más pleno, pues disfrutan ya de la misma venida del Rey» (S. IRENEO, Contra las herejías, 4,11,1-3). 121 El hombre, hijo de Dios por naturaleza o por obediencia.—«Según la condición natural, podemos decir que todos somos hijos de Dios, ya que todos hemos sido creados por él. Pero, según la obediencia y la enseñanza seguida, no todos son hijos de Dios, sino sólo los que confían en él y hacen su voluntad. Los que no se le confían ni hacen su voluntad son hijos del diablo, puesto que hacen las obras del diablo. Que esto sea así, se declara en Isaías: Engendré hijos y los crié, pero ellos me despreciaron (Is 1,2). Y, en otro lugar, los llaman hijos extraños: Los hijos extraños me han defraudado (Sal 17,46). Estos son hijos naturales, por cuanto han sido creados por él; pero no son hijos según sus obras. Porque, así como entre los hombres los hijos repudiados que se han revelado contra sus padres, aunque sean realmente sus hijos naturales, son considerados por la ley como extraños y no heredan a sus padres natuEl Evangelio en los PP. de la Iglesia
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rales, así también, en lo que se refiere a Dios, los que no le obedecen son repudiados por el y dejan de ser hijos, sin que puedan recibir su herencia» (S. IRENEO, Contra las herejías, 4,2-3). 122 Hechura del hombre a imagen y semejanza de Dios.— «Así como en nuestra creación original en Adán el soplo vital de Dios, infundido sobre el modelo de sus manos, dio la vida al hombre y apareció como viviente racional, así también en la consumación, el Verbo del Padre y el Espíritu de Dios, unidos a la sustancia original modelada en Adán, hicieron al hombre viviente y perfecto, capaz de alcanzar al Padre perfecto. De esta suerte, de la misma manera que todos sufrimos la muerte en el hombre animal, también hemos recibido la vida en el hombre espiritual. Porque no escapó Adán jamás de las manos de Dios, a las que el Padre decía: Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza (Gen 1,26). Y, por la misma razón, en la consumación, también sus manos vivificaron al hombre, haciéndolo perfecto no por voluntad de la carne ni por voluntad de hombre Qn 1,3), a fin de que Adán —el hombre— fuera hecho a imagen y semejanza de Dios» (S. IRENEO, Contra las herejías, 5,1,3). 123 Debilidad de la carne superada por la presencia del Espíritu.—«Según el testimonio del Señor, el espíritu está pronto, pero la carne es flaca (Mt 26,41). El Espíritu es capaz de llevar a término cualquier cosa que se presente. Ahora bien: si esfe^yigor del Espíritu se combina con una especie de estímulo con la debilidad de la carne, necesariamente lo que es más fuerte dominará sobre lo más débil, y la debilidad de la carne será absorbida por el vigor del Espíritu. El que esté en esta condición ya no será carnal, sino espiritual, por razón de la comunión con el Espíritu. De esta suerte dan los mártires su testimonio y desprecian la muerte; ello se debe no a la debilidad de la carne, sino al vigor del Espíritu. La debilidad de la carne, al ser superada, muestra la fuerza del Espíritu, y recíprocamente, el Espíritu, al dominar la debilidad, se apropia la carne como cosa suya. De ambos elementos se constituye el hombre viviente: viviente por la participación del Espíritu, y hombre por la condición de la carne. Por consiguiente, sin el Espíritu de Dios, la carne es cosa muerta y sin vida, y no puede poseer el reino de Dios» (S. IRENEO, Contra las herejías, 5,9,2-3). 124 El alma humana nacida del soplo de Dios.—«Definimos el alma humana como nacida del soplo de Dios, inmortal, incorpórea, de forma humana, simple en su sustancia, consciente de sí misma, capaz de seguir varios cursos, dotada de libre albedrío, so-
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metida a circunstancias externas, mudable en sus capacidades, racional, dominadora, capaz de adivinación y procedente de un tronco común. Ahora hemos de considerar cómo procede de un solo tronco, es decir, de dónde, cuándo y cómo la recibe el hombre. Algunos opinan que desciende de los cielos, creyéndolo con la misma fe indubitable con que prometen que ha de retornar allí [...]. Me duele en el alma que Platón haya sido la despensa de que se han alimentado todos los herejes; porque éste es quien en el Fedón dice que las almas pasan de acá allá y de allá acá [...]» ( T E R T U L I A N O , Del alma, 22,2). 125 La carne del hombre instrumento del alma.—«Todas las cualidades otorgadas al alma en su nacimiento están aún ahora oscurecidas y pervertidas por aquel que, en los orígenes, tuvo envidia de ellas. Por eso no se pueden distinguir claramente ni se pueden utilizar como convendría. No hay hombre a quien no se le pegue un espíritu malvado, que le está acechando desde las mismas puertas del nacimiento [...]. Por lo demás, el Apóstol tenía presente la clara palabra del Señor: Si uno no nace del agua y del Espíritu, no entrará en el reino de Dios (Jn 3,5). Por consiguiente, toda alma ha de considerarse incluida en el estado de Adán en tanto no es incluida en el nuevo estado de Cristo. Hasta que no adquiere este nuevo estado, es inmunda, siendo objeto de ignominia en asociación con la carne. Porque, aunque la carne es pecadora y se nos prohibe andar según la carne (2 Cor 10,2), y las obras de la carne son condenadas porque sus apetencias son contra el Espíritu (Gal 5,17), y los que la siguen son tachados de carnales, sin embargo, la carne no es mala en sí misma. Por sí misma la carne no siente ni conoce nada para poder inducir a forzar al pecado. ¿Cómo podría hacerlo? Ella no es más que un instrumento, y aun un instrumento que no es como un siervo o un amigo, que son seres animados, sino como un vaso u otra cosa semejante de naturaleza corporal, no viviente. El vaso es un instrumento para el que tiene sed; pero, si el que tiene sed no se acerca al vaso, el vaso no le sirve nada. Lo distintivo de cada hombre no está en este elemento terreno. La carne no es el hombre ni le da sus peculiares cualidades espirituales y personales, sino que es una cosa de sustancia y condición totalmente distinta del ser personal, aunque ha sido entregada al alma como posesión e instrumento para las necesidades de la vida. Por consiguiente, la carne es atacada en la Escritura porque el alma no hace nada sin la carne en los actos de concupiscencia, gula, embriaguez, crueldad, idolatría y otros actos que
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no son meros sentimientos, sino acciones. En realidad, los sentimientos pecaminosos que no resultan en acciones suelen imputarse al alma: El que mira con concupiscencia, ya ha cometido adulterio en su corazón (Mt 5,28). Por otra parte, ¿qué puede hacer la carne sin el alma en lo que se refiere a la virtud, la justicia, la paciencia, la modestia? No puedes acusar a la carne de mala si no puedes mostrar que puede hacer bien. Se lleva a juicio lo que ha servido para el delito, a fin de que en el mismo juicio de los instrumentos se manifieste todo el peso de culpa del delincuente. Si los cómplices resultan castigados, mucho mayor odio recae en el autor principal, y cuando el cooperador resulta inocente, mucho mayor es la pena del instigador. Por consiguiente, el mal del alma es anterior, y fuera del que le viene añadido por la intrusión del espíritu malo, proviene de la falta original y es, en cierto sentido, connatural. Porque la corrupción de la naturaleza es como una segunda naturaleza, que tiene su propio dios y padre; que no es otro que el autor de la corrupción. Con todo, sigue habiendo el bien en el alma, a saber: aquel bien original, divino y genuino, que es propiamente suyo por naturaleza. Porque lo que procede de Dios propiamente no queda destruido, sino entenebrecido, ya que, en efecto, puede ser entenebrecido, puesto que no es Dios, pero no puede ser destruido porque procede de Dios. Es lo que sucede con la luz, que, por más que un obstáculo le cierre el paso, sigue existiendo, aunque, si el obstáculo es suficientemente opaco, no aparece. Lo mismo sucede con el bien en el alma que esta ahogada en el mal; según sea éste, el bien o desaparece del todo, o surge como un rayo de luz por donde encuentra un espacio libre. Así, hay hombres pésimos y hombres muy buenos, aunque las almas son todas de una misma especie. Y en los peores hay algo bueno y en los mejores algo malo. Solo Dios no tiene pecado y entre los hombres sólo Cristo no tiene pecado, porque es Dios [...]. No hay ningún alma sin pecado, porque ninguna hay que no guarde una semilla de bien. Por eso, cuando el alma se convierte a la fe, y es restaurada en su segundo nacimiento por el agua y el poder de arriba, se le quita el velo de su corrupción original y logra ver la luz en todo su esplendor. Entonces es recibida por el Espíritu Santo, de la misma manera que en el primer nacimiento había sido acogida por el espíritu inmundo. Y la carne sigue al alma en sus nupcias con el Espíritu, como una dote, y se convierte en sierva no del alma, sino del Espíritu. ¡Oh nupcias dichosas, si no se entremetiese el adulterio!» (TERTULIANO, Del alma, 3941).
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126 Cuerpo y alma íntimamente unidos por Dios.—«El barro fue hecho glorioso por la mano de Dios, y la carne todavía más gloriosa a causa de un soplo, por el cual perdió la rudeza de la carne y del barro, y recibió la belleza del alma [...]. Pero ¿hay que decir que colocó el alma en la carne o, más bien, que la insertó y la combinó con ella? Tan íntimamente la entremezcló, que no puede darse como cierto si es la carne la que envuelve al alma, o es el alma la que envuelve a la carne; si es la carne la que manifiesta al alma, o el alma la que manifiesta a la carne. Y aunque más bien hay que creer que es el alma la que es servida y la señora, pues está más próxima a Dios, aun esto redunda en gloria de la carne, pues contiene aquello que es próximo a Dios y se hace partícipe de su soberanía. En efecto, ¿como puede el alma utilizar la naturaleza, cómo puede disfrutar del mundo, cómo puede saborear los elementos, si no es a través de la carne? [...]. Todo está sometido al alma por medio de la carne y, por tanto, todo está sometido a la carne. De esta suerte, la carne, aunque es tenida por sierva e instrumento del alma, se descubre como su compañera y coheredera en lo temporal. ¿Por qué, pues, no en lo eterno? [...] Ningún alma puede conseguir la salvación si no creyó mientras vivía en la carne; tan verdad es que la carne es el quicio sobre el que gira la salvación. Cuando Dios atrae a sí al alma, es la carne la que permite que el alma pueda ser atraída por Dios. La carne es lavada para que el alma quede purificada. La carne es ungida para que el alma quede consagrada. La carne es sellada para que el alma quede protegida. La carne recibe la sombra de la imposición de las manos para que el alma quede iluminada por el Espírit u . La carne se alimenta con el Cuerpo y la Sangre de Cristo para que el alma quede llena de Dios. Por tanto, no se puede separar en el premio lo que colaboró en un solo trabajo. Los sacrificios agradables a Dios —me refiero a la aflicción del alma, los ayunos, la abstinencia y todas las molestias anejas a estas prácticas— es la carne la que los realiza una y otra vez a costa propia» (TERTULIANO, La resurrección de la carne, 7). 127 Todo el hombre, alma y cuerpo, caído y restaurado.— «Dice el Señor que vino a salvar lo que había perecido (Mt 18,11). ¿Qué piensas que era lo que había perecido? El hombre, sin lugar a dudas. ¿Todo el hombre o parte de él? Ciertamente todo, ya que la transgresión, que fue causa de la muerte del hombre, fue cometida tanto por el impulso del alma con su concupiscencia como por la acción de la carne con su placer. Con ello se escribió contra
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todo el hombre el veredicto de culpabilidad, por el que luego tuvo que pagar justamente la pena de muerte. Así, pues, también el hombre entero será salvado, ya que el hombre entero cometió el delito [...]. Sería indigno de Dios que devolviera la salud a la mitad del hombre, haciendo, por así decirlo, menos que los mismos gobernantes de este mundo, que siempre conceden el indulto en forma total. ¿Habrá que admitir que el diablo fue más fuerte para mal del hombre, al lograr destrozarlo totalmente, mientras que Dios es más débil, ya que no lo restaura en su totalidad? Pero dice el Apóstol: Donde abundó el delito, sobreabundó la gracia (Rom 5,20)» (TERTULIANO, La resurrección de la carne, 34). 128 El hombre hecho bípedo para la contemplación del cielo.—«Dios, habiendo decidido hacer al hombre celestial únicamente, entre todos los seres vivientes, y hacer a todos los demás terrestres, le ha concedido, ante todo, el estar derecho para contemplar el cielo, y lo ha hecho bípedo, justamente, para que él mire hacia el lugar de donde trae su origen, y ha abatido a los otros hacia la tierra, para que sean esclavos de su vientre y de sus alimentos, con sus cuerpos inclinados por completo sobre la tierra, ya que, para ellos, no hay esperanza de inmortalidad. Es por lo que la actitud derecha del hombre sólo, su estatura en pie, su mirada, que él comparte con su Padre del cielo, y que esta próxima a él, testifican su origen y a su Creador. Su espíritu, semejante a Dios, porque ha recibido en participación el dominio, no sólo sobre los animales que hay sobre la tierra, sino también sobre su propio cuerpo, lo observa y considera todo, situado en lo alto, en la cabeza, como en una ciudadela elevada. Este palacio pertenece a Dios. No lo ha hecho oblongo y alargado, como en los seres desprovistos de palabra, sino semejante a un circulo y una esfera, porque la redondez realza con una proporción y una forma perfecta. El espíritu y este glorioso fuego divino están cubiertos con un revestimiento natural en la cumbre. La parte superior, llamada la faz, está provista de los servicios necesarios de los órganos. Y si Dios, ante todo, situó las órbitas de los ojbs en orificios cóncavos —de donde la frente, según Varrón, ha recibido el nombre—, él ha dispuesto que sean ni más ni menos que dos, hablando estéticamente. Ha querido que las orejas sean también dos; ello contribuye a la belleza por su misma semejanza; y así los sonidos se reúnen ahí más fácilmente por llegar por ambos lados. De hecho, su forma está fabricada admirablemente; él no ha querido que los orificios estén desnudos, sin protección» (LACTANCIO, La obra de Dios Creador, 8,2-7). s
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129 El hombre es semejante a Dios.—«Grande, en efecto, es el poder del hombre, grande su naturaleza, grandes sus obligaciones sagradas. Porque si alguien no lo ha pervertido y no ha traicionado su fe y su consagración, este hombre es feliz y, para decirlo brevemente, este hombre es semejante a Dios. Todos aquellos para quienes la carne es la medida del hombre, se engañan. Porque este cuerpo miserable del que estamos revestidos no es más que el albergue del hombre; el hombre mismo no puede ser palpado, ni visto, ni cogido por el pensamiento; se esconde en el interior de aquello que se ve. Si un hombre se muestra egoísta y voluptuoso en esta vida, si desprecia la virtud para entregarse a los deseos de la carne, caerá y será abatido; pero si, como debe, defiende con diligencia y firmeza la actitud recta que ha recibido en participación, si no es esclavo de la tierra, que él debe pisar y vencer, obtendrá la vida eterna» (LACTANCIO, La obra de Dios Creador, 19,9-10). 130 El universo fabricado para el hombre; el hombre hecho para Dios.—«Lo mismo que Dios ha fabricado el universo para el hombre, ha fabricado al hombre para él, como sacerdote del templo divino y espectador de las obras y realidades celestiales. En efecto, sólo el hombre, dotado de sentidos y capaz de razonar, puede conocer a Dios, admirar sus obras, ver claramente su fuerza y su poder. Si ha sido provisto de reflexión, de inteligencia, de prudencia; si, entre todos los animales, sólo él ha sido formado con un cuerpo y actitud derecha, ha sido para que, de manera visible, esté despierto para la contemplación de su Padre. Si él sólo está dotado de palabra y lenguaje, ha sido para que pueda proclamar la gloria de su Señor. En fin, si todo, sin excepción, le está sometido, es para que él, a su vez, esté sometido a Dios, Creador y Arquitecto» (LACTANCIO, La ira de Dios, 14,1-2). 131 Hombres justos y hombres viciosos.—«Hay un gran número de hombres que tienen la convicción de que la justicia complace a Dios; y, porque es el Señor y Padre de todas las cosas, le veneran con oraciones asiduas y votos frecuentes, le presentan ofrendas y sacrificios, celebran su Nombre con alabanzas y se esfuerzan en ganarle con obras justas y buenas. Si nada conviene mejor a Dios que hacer bien; si nada, por el contrario, es más ajeno a él que la ingratitud, entonces él responderá siempre con largueza al culto que le rinden aquellos que viven santamente, cumpliendo sus deberes. Dios no cae jamás en la ingratitud, que es vituperable en el mismo hombre. Otros son, por el contrario, facinerosos e impíos; lo manchan
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todo con sus libertinajes, se entregan a la violencia en todas partes, engañan, saquean, perjuran, no perdonan a hermanos y parientes, desprecian las leyes y a la persona misma de Dios. La colera encuentra materia en todo eso por parte de Dios. Porque sería sacrilego que, viendo cometer tales acciones, Dios no se conmueva y se levante para castigar a los criminales, para quitar estas plagas dañinas, protegiendo así a todos los hombres de bien. Tanto es verdad que la bondad se manifiesta en la cólera» (LACTANCIO, La ira de Dios, 16,2-5).
132 Caída y redención del hombre.—«Considera, si te place, los beneficios divinos, remontándote a los comienzos. El primer hombre, cuando jugaba libremente en el paraíso, era todavía un niño pequeño de Dios. Pero cuando, sucumbiendo al placer —porque la serpiente significa el placer que se arrastra sobre el vientre, el vicio terrenal vuelto hacia lo material—, se dejó seducir por la concupiscencia, el niño se hizo hombre con la desobediencia, y se rebeló contra su Padre, y se sintió avergonzado delante de Dios. Tal fue la fuerza del placer. Y el hombre, que en su simplicidad vivía en libertad, se encontró encadenado por sus pecados. Pero entonces el Señor quiso librarlo de estas cadenas, y naciéndose él prisionero de la carne —eso sí que es un misterio divino—, domó a la serpiente y esclavizó al tirano, es decir, la muerte; y, cosa increíble, al hombre extraviado por el placer y encadenado a la corrupción, con sus manos extendidas en la cruz, lo puso en libertad. ¡Oh maravilla llena de misterios! Es abatido el Señor, pero el hombre es levantado; y el que en el paraíso había caído recibe una recompensa mayor que la que hubiera tenido obedeciendo, a saber: los cielos» (CLEMENTE DE ALEJANDRÍA, Exhortación a los paganos, 11,111,1-3). 133 La nueva creación.—«[...] ¡Salve, luz! Desde el cielo brilló una luz sobre nosotros, que estábamos sumidos en la oscuridad y encerrados en la sombra de la muerte; luz más pura que el sol, más dulce que la vida de aquí abajo. Esta luz es la vida eterna, y todo lo que de ella participa vive, mientras que la noche teme a la luz y, ocultándose de miedo, deja el puesto al día del Señor; el universo se ha convertido en luz indefectible, y el ocaso se ha transformado en aurora. Esto es lo que quiere decir la nueva creación (Gal 6,15); porque el sol de justicia (Mal 4,2), que atraviesa en su carroza el universo entero, recorre asimismo la humanidad imitando a su Padre, que hace salir el sol sobre todos los hombres (Mt 5,45) y derrama el rocío de la verdad. El fue quien transformó el ocaso en amanecer, quien venció la muerte con la vida por la resu-
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rrección, quien arrancó al hombre de su perdición y lo levantó al cielo; como agricultor divino que es, que muestra los presagios favorables, excita a los pueblos al trabajo del bien, recuerda las subsistencias de verdad, nos da la herencia paterna, verdaderamente grande, divina e imperecedera; diviniza al hombre con una enseñanza celeste, da leyes a su inteligencia y las graba en su corazón (Aratos Phaen., 6s). ¿De qué leyes se trata? Pues todos me conocerán, desde el más pequeño al mayor —oráculo de Yahweb—; ya que perdonaré su culpa y no recordaré más su pecado (Jer 31,34)» ( C L E M E N T E D E A L E J A N D R Í A , Exhortación a los paganos, 11,114,1-5). 134 El cuerpo humano, constituido para el bien.—«Es irrazonable la actitud de cuantos claman contra la formación de la figura humana y desprecian el cuerpo. No consideran que la constitución del hombre ha sido enderezada para contemplar el cielo, que la estructura de los órganos del sentido está ordenada a la gnosis, que los miembros y los órganos del cuerpo están dispuestos ordenadamente a conseguir el bien, no el placer. Es así como esta habitación resulta apta para recibir el alma, de mucho valor junto a Dios, y es considerada digna del Espíritu Santo por la santificación del alma y del cuerpo juntos, perfecta por la reconciliación obrada por el Salvador (1 Tes 5,23)» ( C L E M E N T E D E A L E J A N D R Í A , Stromata, 4,26,163). 135 El bien del hombre, hacer la voluntad de Dios.—«La tarea del hombre es, pues, obedecer a Dios, que ha prometido la salvación por diversos caminos, a través de los mandamientos, y confesarlo significa resultarle agradecido. El bienhechor comienza primeramente a beneficiar, y el hombre que, con las debidas consideraciones, ha acogido prontamente y guardado los mandamientos, es fiel, como es ya el amigo (de Dios) aquel que, cuanto puede, devuelve con amor el beneficio. Por otra parte, uno solo es el reconocimiento más propio de parte de los nombres: hacer aquello que es agradable a Dios. Y el Maestro y Salvador considera como propio honor y favor la buena conducta de los hombres, como si se tratase de filiación propia y de un efecto en cierto modo congénito, teniendo igualmente como desagradecimiento y deshonra dirigidos a su persona las ofensas hechas a quien cree en él. Y ¿qué otra deshonra podría afectar a Dios?» ( C L E M E N T E D E A L E J A N D R Í A , Stromata, 7,3,21). 136 A semejanza de Jesucristo, el hombre bueno crece en edad, sabiduría y gracia.—«El Hijo de Dios es la luz verdadera que ilumina a todo hombre viniendo a este mundo (Jn 1,9). Todo
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el que es razonable, se hace partícipe de la verdadera luz. Y, ciertamente, todo hombre está dotado de razón. Sendo, pues, razonables todos los hombres, en alguno se aumenta la fuerza de su razón; en otros se disminuye. Si ves un alma dominada por los vicios y esclava de sus desórdenes, observarás que falta en ella la fuerza del Verbo. Si ves una que es santa y justa, verás que la fuerza de Dios aumenta y crece en ella. Y le aplicarás aquello que está escrito de Jesús. Porque no sólo es que Jesús crecía en sabiduría, en edad y en gracia ante Dios y ante los hombres (Le 2,52), sino que, en cada uno de los que reciben el crecimiento de la sabiduría, de la edad y de la gracia, Jesús adelanta en sabiduría, en edad y en gracia ante Dios y ante los hombres» (ORÍGENES, Homilías sobre Jeremías, 11,15). 137 Dios hizo al hombre necesitado, así se inició todo el progresa,—«Y e#que no vio que, queriendo Dios que se ejercitara la inteligencia humana, para que no permaneciera ociosa e ignorante de las artes, hizo al hombre necesitado. Y, en efecto, para los que no habían de inquirir las cosas divinas ni consagrarse a la filosofía, mejor les era carecer de las cosas a fin de sentirse acuciados a inventar las artes para el uso de su inteligencia, que no por abundar de todo dejar su inteligencia sin cultivo. Lo cierto es que la carencia de lo necesario para la vida inventó la agricultura, el cultivo de la vid, las artes de la huerta, no menos que la carpintería y herrería, que proporcionan instrumentos para las artes al servicio de la comida. La necesidad de protección o vestido inventó, por otra parte, el arte textil de cardar la lana y de hilar, y de otra, la arquitectura o arte de construir. La indigencia de lo necesario para la vida hizo también que, gracias a la navegación y arte náutica, los productos de una parte se transporten a otra en que carecen de ellos. De modo que, en este aspecto, es de admirar la Providencia, por haber hecho convenientemente al animal racional más indigente que a los irracionales» (ORÍGENES, Contra Celso, 4,76). 138 El cuerpo humano, tienda del alma.—«Así, pues, nuestra esperanza no es propia de gusanos, ni echa de menos nuestra alma un cuerpo podrido. No, si es cierto que, para moverse de un lugar a otro, necesita de un cuerpo, el alma que ha estudiado la sabiduría, según aquello: La boca del justo estudiará sabiduría (Sal 36,30), comprende la diferencia entre la casa terrena, que se destruye, en que está la tienda, y la tienda misma, en que gimen los justos gravados; pues no quieren ser despojados de su tienda, sino sobrevestirse de ella, a fin de que por este sobrevestirse lo mortal sea absorbido por la vida (2 Cor 5,1-4J» (ORÍGENES, Contra Celso, 5,19).
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139 El pecado del hombre, origen de la idolatría.—«Así, el primer hombre, que se llama en hebreo Adán, al principio, según las Santas Escrituras, conservaba su espíritu vuelto hacia Dios, en la libertad más limpia, y vivía con los santos en la contemplación de las cosas inteligibles, de las que gozaba en el lugar que el santo Moisés ha llamado en figura un paraíso. Porque la pureza del alma la hace capaz de contemplar a Dios en ella misma, como en un espejo, según la palabra del Señor: Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios (Mt 5,8). Sin contentarse con haber encontrado el mal, el alma humana, poco a poco, se fue precipitando en lo peor [...]. Así, desviada del bien y olvidando que ella es la imagen del Dios bueno, el poder que hay en ella no ve ya al Dios Verbo, la semejanza a la que ella fue hecha; saliendo de sí misma, no piensa ni imagina sino la nada. Porque ella ha escondido en los repliegues de los deseos corporales el espejo que hay en ella; por el cual sólo podía ver la imagen del Padre, y así no ve más aquello en que un alma debe pensar; al contrario, vuelta hacia iodos los lados, sólo ve aquello que cae bajo los sentidos. Así, llena de toda suerte de deseos carnales y ofuscada por la falsa opinión que de ellos se ha hecho, acaba por imaginarse como las cosas corporales y sensibles a Dios, de cuyo pensamiento se ha olvidado, y da a las apariencias el nombre de Dios; ella no aprecia más que aquello que ve y contempla como algo agradable. Ello es, pues, el mal, causa y origen de la idolatría» (S. ATANASIO, Tratado contra los paganos, 2 y 8). 140 El hombre bueno contempla en sí la imagen de Dios.— «[...] y si ellos se purifican bastante para desembarazarse de todo cuanto se ha añadido al alma como extraño, y la dejan libre tal como ella fue hecha, para poder contemplar así en ella el Verbo del Padre, a cuya imagen fueron hechos al principio, ya que ella ha sido hecha a imagen de Dios y creada a su semejanza, como dice la divina Escritura hablando en nombre de Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza (Gen 1,26). Así, cuando el alma se limpia de toda mancha de pecado, derramada sobre ella, y no guarda más que la semejanza de la imagen en toda su pureza, justamente cuando esta imagen está iluminada, contempla en ella como en un espejo al Verbo, imagen de Dios Padre, y en él contempla al Padre, cuya imagen es el Salvador» (S. ATANASIO, Tratado contra los paganos, 34). 141 La Unidad y Trinidad de Dios manifiesta en la creación del hombre.—«Hagamos. No se dijo: Y ellos crearon, sino creó
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(Gen 1,26-27), para que no tomaras de aquí pretexto para el politeísmo. En efecto, si se hubiera empleado el plural, los hombres se tomarían la libertad de acumular ellos mismos muchedumbre de dioses. Pero la palabra hagamos fue dicha con cuidado para que tú reconocieras al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo. Dios creó al hombre (Gen 1,27) está dicho para que tú conserves la unidad en las hipóstasis [...], a fin de que tú rindas una gloria única a Dios, sin hacer división al adorarlo; división que te llevaría al politeísmo. No se ha dicho los dioses crearon al hombre, sino Dios creó. La hipóstasis es propia del Padre, propia del Hijo, propia del Espíritu Santo. — Entonces ¿por qué no tres dioses? — Porque la divinidad es una. La divinidad que yo contemplo en el Padre, la veo también en el Hijo, y la que veo en el Espíritu Santo, la veo también en el Hijo. Porque hay una forma única en cada uno de los dos; también el poder que viene del Padre es el mismo en el Hijo. Y es la razón por la que, por nuestra parte, hay una adoración y alabanza única. El preludio de nuestra creación es una auténtica teología» (S. B A S I L I O M A G N O , Sobre el origen del hombre, 1,4). 142 El hombre exterior y el hombre interior.—«Yo distingo dos hombres: uno que aparece y otro escondido bajo lo que aparece, invisible. Tenemos un hombre interior y somos, en cierta forma, dobles; pero, a decir verdad, nosotros somos el ser interior. El yo se dice del hombre interior; lo externo no es el yo, sino mío. La mano no es yo; el yo es el principio razonable del alma. La mano es una parte del hombre. De esta forma, el cuerpo es instrumento del hombre [...]. Hagamos al hombre a nuestra imagen (Gen 1,26), es decir: démosle la superioridad de la razón. [...]. Hagamos al hombre para que domine. Donde se encuentra el poder de mandar, allí reside la imagen de Dios» (S. BASILIO M A G N O , Sobre el origen del hombre, 1,7-8). 143 Hecho a imagen de Dios, el hombre llega a la semejanza por el Evangelio.—«Así, tú posees aquello que es a la imagen, porque eres razonable; pero llegas a la semejanza adquiriendo la bondad. Adquiere entrañas de compasión y de bondad (Col 3,12), a fin de revestirte de Cristo (Gal 3,27). Las acciones que te llevan a adquirir la compasión son, en efecto, las mismas que las que te hacen revestirte de Cristo; y la intimidad con él te hace íntimo de Dios. Así, esta historia es una educación de la vida humana [...].
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¿Cómo llegamos, pues, a la semejanza? Por los Evangelios. ¿Qué es el cristianismo? Si tú has recibido la gracia de ser cristiano, esfuérzate por llegar a la semejanza de Dios, revístete de Cristo. Pero ¿cómo te revestirás si no estas bautizado?, ¿renuncias a la semejanza de Dios? Si yo te digo: Mira, llega a ser semejante al emperador, ¿no te das cuenta de que soy un bienhechor? Sin embargo, que yo quiera que te vuelvas semejante a Dios, ¿huirás de la palabra que te deifica? ¿vas a cerrar tus oídos para no entender las palabras de salvación?» (S. BASILIO MAGNO, Sobre el origen del hombre, 1,17). 144 El hombre fue creado por Dios; su cuerpo, modelado.— «En efecto, cuando fue dicho: Y Dios creó al hombre, a imagen de Dios lo creó (Gen 1,27), la palabra empleada fue creó. Y cuando la Escritura nos descubre lo concerniente a la sustancia corporal, modeló es la palabra que emplea (Gen 2,7). El salmista ha enseñado esta diferencia entre creación y modelaje, cuando dice: Tus manos me hicieron y me formaron (Sal 118,73; Job 10,8). Dios ha creado al hombre interior y ha modelado al hombre exterior. En efecto, el modelaje conviene a la arcilla, la creación a lo que es la imagen. Así, pues, la carne ha sido modelada, pero el alma ha. sido creada» (S. BASILIO MAGNO, Sobre el origen del hombre, 2,3). 145 Modelado del polvo de la tierra.—«Dios modeló al hombre del polvo de la tierra (Gen 2,7). Bella es la humildad, coníorme a la naturaleza, que nos la recuerda. Si la Escritura hubiera dicho que Dios modelo al hombre habiendo tomado un poco de cielo, ¿cuándo pondríamos los ojos en aquello que nos recuerda nuestra naturaleza? [...]. Inclínate hacia la tierra y comprende que es precisamente a partir de una materia semejante a la tierra, de aquello que en ti es despreciable, de lo que has sido formado. ¿Qué hay más despreciable que nosotros? ¿Qué puede humillarnos más que nosotros mismos?» (S. BASILIO MAGNO, Sobre el origen del hombre, 2,13). 146 El modelaje de Dios distinto de los de los hombres.— «YDios modeló al hombre. La palabra modeló [...]. ¿Ha modelado a la manera de los que modelan la arcilla o el bronce? El modelaje de una estatua, o del yeso, no exigen imitar más que lo exterior. Tú has observado que una estatua, en general, se presenta en una actitud determinada; la del soldado expresa la bravura, el bronce modelado conforme a un modelo femenino expresa la feminidad; o se añade a la escultura, en tanto que el arte es capaz de ello, por la imitación, cualquiera otra cualidad moral. El modelaje de Dios no es parecido. El ha modelado al hombre. Al hacerlo, su actividad organiza todos los componentes en
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profundidad, partiendo del interior. Aprenderás, a partir de ti mismo, la ciencia que Dios ha empleado en t i , porque realmente el hombre es un microcosmos [...]. La psicología de los médicos, los manuales de los profesores de gimnasia sobre la repartición de las carnes, todo viene a testimoniar a favor del modelaje del hombre. ¿Dónde encontraré yo un lenguaje para expresar con exactitud lo que está encerrado en esta palabra modeló? [...]. He aquí cómo tú has sido modelado. Esta es una escuela del fin para el que has nacido; has nacido para contemplar a Dios y no para que tu vida se arrastre sobre la tierra; no para disfrutar los placeres de las bestias, sino para manifestar que perteneces a la ciudad celestial. Por eso es por lo que los ojos del sabio están en su cabeza (Ecl 2,14), dice el Eclesiastés. ¿Quien es el que no tiene los ojos en la cabeza? [...]. En la cabeza significa que puede mirar lo que está en lo alto. Aquel que no mira lo que está en lo alto, sino lo que es terrestre, tiene los ojos fijos en el suelo» (S. BASILIO MAGNO, Sobre el origen del hombre, 2,14-15). 147 La gloria del hombre es buscar la gloria que procede del Señor de la gloria.—«En esto consiste la sublimidad del hombre, su gloria y su dignidad, en conocer dónde se halla la verdadera grandeza y adherirse a ella, en buscar la gloria que procede del Señor de la gloria. Dice, en efecto, el Apóstol: El que se gloría, que se gloríe en el Señor, afirmación que se halla en aquel texto: Cristo, que Dios ha hecho para nosotros sabiduría, justicia, santificación y redención; y así, como dice la Escritura: "El que se gloría que se gloríe en el Señor" (1 Cor 1,30). Por tanto, lo que hemos de hacer, para gloriarnos de un modo perfecto e irreprochable en el Señor, es no enorgullecemos de nuestra propia justicia, sino reconocer que, en verdad, carecemos de ella y que lo único que nos justifica es la fe en Cristo. En esto precisamente se gloría Pablo, en despreciar su propia justicia y en buscar la que se obtiene por la fe y que procede de Dios, para así tener íntima experiencia de Cristo, del poder de su resurrección y de la comunión en sus padecimientos, muriendo su misma muerte, con la esperanza de alcanzar la resurrección de entre los muertos» (S. BASILIO MAGNO, Homilías, 20, «sobre la humildad»). 148 Colocado por Dios en el paraíso, el hombre cayó por la desobediencia.—«Dios puso al hombre en el paraíso, cualquiera que éste fuera, considerándolo digno del libre albedrío; para que el bien perteneciera a quien lo elige, como quien había sembrado en él la capacidad de hacerlo. Lo hizo hortelano de árboles inmor-
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tales —quizá los pensamientos divinos, los más simples y los más perfectos—. Estaba desnudo por su sencillez y forma de vida sin artificio; lejos de todo encubrimiento y recelo. Pues era conveniente que así fuera quien había creado al principio. Le fue dada la ley, que es el objeto sobre el que ejercitar la libertad. Era el mandato no comer del árbol de la ciencia del bien y del mal (Gen 2,16); no porque éste hubiera sido mal plantado ni se le prohibiera por envidia —no desaten aquí sus lenguas los enemigos de Dios, imitando a la serpiente—, sino porque comer de él era bueno sólo en el momento oportuno. Creo yo que este árbol representaba la contemplación de Dios, cuya posesión era conveniente para quienes tuvieran una perfecta disposición [...]. Conoció al punto la vergüenza y se escondió de Dios. De todo ello, no obstante, se saca algún provecho: la muerte que, poniendo fin al pecado, evita que sea inmortal el mal. El suplicio, pues, adquiere razón de benevolencia. Estoy persuadido de que Dios castiga así» (S. GREGORIO NACIANCENO, Sermones, 38,12). 149 Deliberación de Dios para crear al hombre.—«Una deliberación precedió a la fabricación del hombre; como en una pintura, fue delineado por el artífice, en forma de apunte. Cómo convenía que fuese el hombre, de qué ejemplar había de ser imagen, por qué había de ser creado y cuáles habían de ser sus acciones, a quiénes había de presidir; todas estas cosas se consideraron para que el hombre tuviera prestancia y dignidad. Y ya antes de empezar a existir tuviera el señorío de todas las cosas. Por eso dice Moisés que Dios habló de esta manera: Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza, para que domine sobre los peces del mar, sobre las aves del cielo, sobi$ los ganados, sobre todas las bestias de la tierra, y sobre cuantos animales se mueven en ella (Gen 1,26). ¡Cosa admirable! El sol es creado sin deliberación alguna precedente y lo mismo el cielo. A estos dos nada puede haber igual entre las cosas creadas. Lo mismo ocurrió con cada una de las demás; el éter, las estrellas, el aire que circula entre ellas y nosotros, el mar, la tierra, los animales, las plantas; todas fueron hechas con una palabra de Dios. Sólo para hacer al hombre este Creador del universo se prepara con previa consideración. Preparada previamente la materia para la obra y designada su forma para realizar un ejemplar de eximia belleza; propuesto asimismo el fin para el que había de ser creado, fabrica finalmente esta naturaleza semejante a la suya y afín a sus acciones, que fuera aptísima para aquello a que se destinaba» (S. GREGORIO DE NlSA, Tratado de la obra del hombre, 3).
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150 El hombre, rey de la creación.—«Así como los artífices, en las cosas humanas, dan a los instrumentos que fabrican aquella forma que parece más apta para el uso a que se destinan, así aquel sapientísimo artífice de todas las cosas hizo nuestra naturaleza humana como un instrumento idóneo para administrar el reino. De manera que el hombre sea lo más apto posible. Lo adornó tanto con las preclaras dotes del alma como con esta forma del cuerpo que vemos. Y, ciertamente, el alma manifiesta su dignidad regia y excelsa, bien distante de la bajeza, en que no reconoce a nadie como señor; él, con su propio arbitrio, hace todas las cosas y, con sólo su propio imperio, se gobierna a sí mismo como le agrada. Pues ¿a quién conviene esto sino al rey? Además, que el hombre sea imagen de la naturaleza de Dios, a cuyo imperio obedecen todas las criaturas, hay que pensarlo de manera que su honor y su reinado se le haya dado en la misma creación» (S. GREGORIO DE NlSA, Tratado de la obra del hombre, 4). 151 El hombre, imagen de Dios por la inteligencia, la palabra y el amor.—«Por lo demás, aquella belleza divina no brilla de forma externa, con gracia eximia, sino que consiste en una inefable beatitud por el poder. Por eso, así como los pintores expresan con algunos colores las figuras humanas en sus tablas, y ponen empeño en utilizar con sumo cuidado los colores propios y convenientes a su pintura, de modo que copian primorosamente la belleza del ejemplar, así también has de pensar que nuestro Creador, al adornar nuestras almas, dibujó su imagen en nosotros como con los mismos colores, a semejanza de su propia belleza, para que la imagen de su señorío se destacara en nosotros. Son muchos y variados los colores de esta imagen, con los que se dibuja la naturaleza divina al vivo; no ciertamente el colorido o el esplendor, la mezcla proporcionada o la iluminación con las que se consigue resaltar determinados efectos, como suelen hacer los artistas, sino la limpieza, la ausencia de alteraciones, la felicidad sin mezcla de mal, y otras semejantes que igualan el hombre a Dios. Con tales flores, aquel artífice de los hombres adornó nuestra naturaleza a su propia imagen. Y si se desea seguir encontrando otras, con las que se expresa la belleza divina, te darás cuenta de que, en nuestra imagen, se ha conseguido cuidadosamente la semejanza. En la naturaleza divina está el pensamiento y la palabra. Está dicho en las Sagradas Escrituras que en el principio existía la Palabra (Jn 1,1) [...]. También los posee el hombre. En ti mismo ves que tienes palabra y mente
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inteligente, verdadera imagen de aquella inteligencia y palabra. Dios es también caridad y fuente del amor mutuo. Así ío dice el apóstol San Juan: El amor viene de Dios y Dios es amor (1 Jn 4,7-8). También el Creador de todas las cosas imprimió esta nota en nuestro rostro, pues dice: En esto conocerán que sois discípulos míos, en que os tenéis amor los unos a los otros (Jn 13,35). Por tanto, si este amor mutuo falta en nosotros, todas las notas de nuestra imagen se han alterado» (S. GREGORIO DE NlSA, Tratado de la obra del hombre, 5). 152 Servicio de los pies humanos: humildad y fe.—«El servicio de los pies, que sostienen todo el cuerpo sin fatiga por el peso. Es flexible la rodilla, con la que, mejor que de otra forma, se mitiga la ofensa del Señor, se calma la ira, se provoca la gracia» Esto es el don del Padre celestial para su Hijo: Para que, al nombre de Jesús, doblen la rodilla todos los seres del cielo, de la tierra y del infierno (Flp 2,10). Dos cosas hay que, sobre todas las otras, agradan a Dios: la humildad y la fe. El pie expresa el espíritu de humildad y el obsequio de un humilde servicio. La fe hace igual el Hijo al Padre, confiesa la misma gloria respecto a ambos. Rectamente los pies del hombre son dos, no cuatro o más; las bestias y las fieras tienen cuatro, las aves dos. Y por eso el hombre usa de ellos como las aves, para mirar desde lo alto, con la penetración de su mirada. Por eso también se dice de él: Como un águila se renueva tu juventud (Sal 102,5); es propio de los seres celestiales. Y más alto que las águilas. Nuestra patria está en los cielos (Flp 3,20)» (S. AMBROSIO, El Hexameron, 6,9,74). 153 Los ojos, para ver las criaturas y buscar al Creador.— «No son, pues, los ojos quienes ven, sino que alguien ve por los ojos; levántale, despiértale. No, no te fue rehusado; hízote Dios animal racional, te antepuso a las bestias, te formó a su imagen. ¡Qué! Esos tus ojos, ¿no van a servirte sino para ver de hallar, como los animales, cebo para el vientre y nada para la mente? Levanta, pues, la mirada de la razón, usa los ojos cual hombre, ponlos en el cielo y en la tierra, en las bellezas del firmamento, en la fecundidad del suelo, en el volar de las aves, en el nadar de los peces, en la utilidad de las semillas, en la ordenada sucesión de los tiempos; pon los ojos en las hechuras y busca al Hacedor. [...]. Mira lo que ves y sube por ahí al que no ves. No creas son exhortaciones mías éstas; oye al Apóstol, que dice: Los atributos invisibles de Dios se hacen visibles por la creación del mundo (Rom 1,20)» (S. AGUSTÍN, Sermones, 126,90).
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154 «Quien te hizo sin t i , no te justifica sin ti».—«Serás obra de Dios, no sólo por ser hombre, sino también por ser justo. Mejor es para ti ser justo que ser hombre. Si el ser hombre es obra de Dios y el ser justo es obra tuya, al menos esa obra tuya es más grande que la de Dios. Pero Dios te hizo a ti sin t i . Ningún consentimiento le otorgaste para que te hiciera. ¿Cómo podías dar el consentimiento si no existías? Quien te hizo sin ti no te justificará sin t i . Por tanto, creó sin que lo supiera el interesado, pero no justifica sin que lo quiera él. Con todo, él es quien justifica [...]» (S. AGUSTÍN, Sermones 149,13). y
155 Gobierno de Dios sobre justos y pecadores.—«Grandes son las obras de Dios, escogidas en su voluntad (Sal 110,2). Previo a los que habían de ser buenos, y los creó; previo a los que habían de ser malos, y les dio el ser. Se entrega a sí mismo a los buenos para que gocen de él, y reparte también entre los malos muchos de sus beneficios. Perdona con misericordia y castiga con justicia. Asimismo, castiga con misericordia y perdona con justicia. No teme la malicia de nadie, no necesita la justicia de alguno. No se aprovecha de las obras de los buenos, y mira por el bien de los buenos mediante el castigo de los malos. ¿Por qué no había de permitir que el hombre fuera tentado con aquella tentación, con el fin de probarle, convencerle y castigarle, cuando el orgullo concupiscente de su propia dignidad había de parir lo que había concebido y así, de este modo, se confundiría con su fruto; y con el justo castigo apartaría de la soberbia y de la desobediencia de lo malo a sus descendientes, para quienes se dirigían todas aquellas cosas que fueron escritas y anunciadas?» (S. AGUSTÍN, Del Génesis a la letra, 11,11,15). 156 £1 hombre expulsado del paraíso.—«Y ahora, dice Dios, para que no extienda su mano y tome del fruto del árbol de la vida y coma y viva eternamente. El Señor Dios le arroja del paraíso de delicias, para que trabajara la tierra de la cual fue formado (Gen 3, 22-23). Las primeras palabras son de Dios, mas el hecho que se narra se efectuó como consecuencia de lo dicho. Despojado el hombre no sólo de la vida que había de tener con los ángeles, si hubiera conservado el precepto, sino también de aquella feliz y corporal que llevaba en el paraíso, debió alejarse del árbol de la vida, ya fuese porque, ofreciendo mediante su fruto visible una virtud invisible, continuase el hombre en aquel feliz estado corporal, o porque en este árbol se encerraba el sacramento visible de la Sabiduría invisible. De allí debía echársele como hombre que había de morir, o como excomulgado, al igual que en el actual paraíso,
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es decir, en la Iglesia, suelen los hombres ser apartados de los sacramentos visibles del altar por la disciplina eclesiástica» (S. AGUSTÍN, Del Génesis a la letra, 11,40,54). 157 Conocer, alabar, invocar a Dios en la fe.—«Con todo, quiere alabarte el hombre, pequeña parte de tu creación. Tú mismo le provocas a ello, haciendo que se deleite en alabarte, porque nos has hecho para ti y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en t i . Dame, Señor, a conocer y entender si es primero invocarte que alabarte o es antes conocerte que invocarte. Mas ¿quién habrá que te invoque si antes no te conoce? Porque, sin conocerte, fácilmente podrá invocar una cosa por otra. ¿Acaso, más bien, no habrás de ser invocado para ser conocido? Pero ¿y cómo invocarán a aquel en quien no han creído? ¿Y cómo creerán si no se les predica? (Rom 10,14). Ciertamente, alabarán al Señor los que lo buscan, porque los que lo buscan le hallan y los que le hallan le alabarán» (S. AGUSTÍN, Las Confesiones, 1,1,1). 158 Grande abismo es el hombre.—«De este modo amaba yo entonces a los hombres, por el juicio de los hombres y no por el tuyo. Dios mío, en quien nadie se engaña. Sin embargo, ¿por qué no te alababa como se alaba a un cochero célebre o a un cazador afamado con las aclamaciones del pueblo, sino de modo muy distinto y más serio, y tal como yo quisiera ser alabado? Porque ciertamente yo no quisiera ser alabado y amado como los histriones, aunque los ame y los alabe; antes preferiría mil veces permanecer desconocido a ser alabado de esta manera, y aun ser odiado antes que ser amado así. ¿Dónde se distribuyen estos pesos, de tan variados y diversos amores, en una misma alma? ¿Cómo es que yo amo en otro lo que a su vez, si yo no odiara, no lo detestara en mí ni lo desechara, siendo uno y otro hombres? Porque no se ha de decir del histrión, que es de nuestra naturaleza, que es alabado como un buen caballo por quien, aun pudiendo, no querría ser caballo. ¿Luego amo en el hombre lo que yo quiero ser, siendo, no obstante, hombre? Grande abismo es el hombre, cuyos cabellos tienes tú, Señor, contados (Mt 10,30), sin que se pierda uno sin tú saberlo; y, sin embargo, más fáciles de contar son sus cabellos que sus afectos y los movimientos de su corazón» (S. AGUSTÍN, Las Confesiones, 4,14,22). 159 El hombre caído en el profundo clama, suspira, gime.— «Nuestra profundidad es la vida mortal. Todo el que comprende
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que se halla en el profundo, clama, gime, suspira hasta que sea sacado del profundo y se presente ante Aquel que está sentado sobre todos los abismos, sobre el querubín, sobre todas las cosas que creó, tanto corporales como espirituales; hasta que se acerque a él el alma, hasta que por él sea su imagen, que es el hombre, liberada; la cual se lastimó en el profundo, como atormentada por continuas olas [...]» (S. AGUSTÍN, Enarraciones sobre los Salmos, Sal 129,1). 160 El hombre, creado para dominar a las bestias, no al hombre.—«Esto es prescripción del orden natural. Así creó Dios al hombre. Domine —dice— a los peces del mar, y alas aves del cielo, y a todo reptil que se mueve sobre la tierra (Gen 1,26). Y quiso que el hombre racional, hecho a su imagen, dominara únicamente a los irracionales, no el hombre al hombre, sino el hombre a la bestia. Este es el motivo de que los primeros justos hayan sido pastores y no reyes» (S. AGUSTÍN, La Ciudad de Dios, 19,15). 161 La paz, tranquilidad en el orden.—«Así, la paz del cuerpo es la ordenada complexión de sus partes; y la del alma irracional, la ordenada calma de sus apetencias. La paz del alma racional es la ordenada armonía entre el conocimiento y la acción; y la paz del cuerpo y del alma, la vida bien ordenada y la salud del animal. La paz entre el hombre mortal y Dios es la obediencia ordenada por la fe bajo la ley eterna; y la paz de los hombres entre sí, su ordenada concordia. La paz de la casa es la ordenada concordia entre los que mandan y los que obedecen en ella, y la paz de la ciudad es la ordenada concordia entre los ciudadanos que gobiernan y los gobernados. La paz de la ciudad celestial es la unión ordenadísima y concordísima para gozar de Dios y, a la vez, en Dios; y la paz de todas las cosas, la tranquilidad del orden. Y el orden es la disposición que asigna a las cosas diferentes y a las iguales el lugar que les corresponde» (S. AGUSTÍN, La Ciudad de Dios, 19,13,1). 162 Amando las criaturas, el hombre debe amar a Dios.— «Usando de las criaturas con apasionamiento y sin moderación, se desprecia al Creador. De éstos dice el Apóstol: Adoraron y sirvieron a la criatura más bien que al Creador, que es digno de ser bendecido por los siglos de los siglos (Rom 1,25). Dios no te prohibe amar estas cosas, sino amarlas poniendo en ellas tu felicidad; apruébalas y alábalas de modo que ames al Creador. Si un esposo hiciese a su esposa un anillo, y ésta, recibido el anillo, lo amase más que al esposo, que le hizo el anillo, ¿acaso no sería considerada
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su alma adúltera por este don del esposo, aunque amase lo que le dio el esposo? Sin duda, debía amar lo que le dio el esposo. No obstante, si dijese: me basta este anillo, ya no quiero ver tu rostro, ¿cómo la calificaríamos? [...]. Pero el esposo da las arras para ser amado en ellas. Dios te dio estas cosas; luego ama al que las hizo. Mucho más es lo que quiere darte el que las hizo: a sí mismo. Si amas estas cosas, aunque las hizo Dios, y abandonas al Creador, amando al mundo, ¿no se tendrá tu amor por adulterino?» (S. AGUSTÍN, Exposición de la Epístola a los Partos, 2,9). 163 No despreciar las criaturas, creadas buenas por Dios.— «¡Despiértate, hombre, y reconoce la dignidad de tu naturaleza! ¡Acuérdate que has sido creado a imagen de Dios, imagen que, aunque corrompida en Adán, ha sido restaurada en Cristo! Usa como es menester de las criaturas visibles, del mismo modo que usas de la tierra, del mar, del cielo, del aire, de las fuentes y de los ríos, y todo lo que en ellos encuentras de bello y admirable, refiérelo a la alabanza y a la gloria del Creador. No te entregues a este astro luminoso, en el cual se alegran los pájaros y las serpientes, las bestias salvajes y los animales domésticos (Sal 148,10), las moscas y los gusanos. Déjense bañar tus sentidos por esta luz sensible y, con todo el afecto de tu espíritu, abraza esta luz verdadera que ilumina a todo hombre que viene a este mundo (Jn 1,9), y de fa cual dice el Profeta: Volveos todos a él y seréis iluminados, y no mbrirá el oprobio vuestros rostros (Sal 33,6). Si somos, pues, el templo de Dios y el Espíritu Santo habita en nosotros (1 Cor 3,16), lo que cada fiel lleva en su alma tiene más valor que lo que se admira en el cielo. Aunque os damos estas exhortaciones y estos consejos, amadísimos, no es para que despreciéis las obras de Dios o para que penséis que en las obras que Dios ha creado buenas (Gen 1,18) puede haber algo contrario a la fe, sino para que uséis con mesura y razonablemente de toda la belleza de las criaturas y del ornato de este mundo (Gen 2,1), ya que como dice el Apóstol, las cosas visibles son temporales, las invisibles eternas (2 Cor 4,18). Hemos nacido para la vida presente, pero hemos renacido para la vida futura; no nos entreguemos, pues, a los bienes temporales, sino apliquémonos a los eternos; y a fin de que podamos contemplar más de cerca el objeto de nuestra esperanza, consideremos, en el misterio mismo de la Navidad del Señor, lo que la gracia divina ha conferido a nuestra naturaleza. Escuchemos al Apóstol, que nos dice: Estáis muertos y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios. Cuando se manifieste Cristo, vida nuestra, entonces también os manifiesta-
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réis gloriosos con él (Col 3,3-4)» (S. LEÓN MAGNO, Sermones, 27, «sobre la Navidad del Señor»). 164 Dignidad del hombre; todo hecho para él.—«Hombre, ¿por qué te consideras tan vil, tú, que tanto vales a los ojos de Dios? ¿Por qué te deshonras de tal modo, tú, que has sido tan honrado por Dios? ¿Por qué te preguntas tanto de dónde has sido hecho, y no te preocupas de para qué has sido hecho? ¿Por ventura todo este mundo que ves con tus ojos no ha sido hecho precisamente para que sea tu morada? Para ti ha sido creada esta luz que aparta las tinieblas que te rodean; para ti ha sido establecida la ordenada sucesión de días y noches; para ti el cielo ha sido iluminado con este variado fulgor del sol, de la luna, de las estrellas; para ti la tierra ha sido adornada con flores, árboles y frutos; para ti ha sido creada la admirable multitud de seres vivos que pueblan el aire, la tierra y el agua, para que una triste soledad no ensombreciera el gozo del mundo que empezaba. Y el Creador encuentra el modo de acrecentar aún más tu dignidad: pone en ti su imagen, para que de este modo hubiera en la tierra una imagen visible de su Hacedor invisible, y para que hicieras en el mundo sus veces, a fin de que un dominio tan vasto no quedara privado de alguien que representara a su Señor. Más aún: Dios, por su clemencia, tomó en sí lo que en ti había hecho por sí y quiso ser visto realmente en el hombre, en el que antes sólo había sido contemplado en imagen; y concedió al hombre ser en verdad lo que antes había sido solamente una semejanza» (S. PEDRO CRISÓLOGO, Sermones, 148). 165 Cinco motivos para que el hombre ame a los otros hombres.—«He aquí los cinco motivos, loables o no, por los que un hombre puede querer a otro hombre: 1.°, por el amor de Dios: así ama el justo a todos o el hombre que, sin ser aún justo él mismo, ama a los justos; 2.°, por instinto natural: como los padres aman a sus hijos y recíprocamente; 3.°, por vanidad: el que recibe alabanzas quiere a aquel que se las da; 4.°, por codicia: se quiere al rico de quien se recibe dinero; 5.°, por deseo de placer: es el caso de quienes no piensan sino en una querida y en el placer sexual. El primer motivo es bueno; el segundo, indiferente; los otros, viciados por la pasión» (S. MÁXIMO CONFESOR, Centurias sobre la Caridad, 2,9). 166 Amar al hombre por lo que es, no por lo que posee.— «La misma cualidad de la humana condición muestra cuánto es más excelente que todas las otras cosas, porque la razón dada al
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hombre afirma cuánto excede la naturaleza racional a todas las cosas que carecen de vida, de sentido y de razón. Mas, porque cerramos los ojos a las cosas interiores e invisibles, y nos apacentamos de las visibles, honramos muchas veces al hombre no por aquello que él es, sino por las cosas que son suyas. Y como no miramos lo que él es, sino lo que puede, venimos a caer en la acepción de personas, no por las mismas personas, sino por las cosas allegadas a ellas [...]. Mas el Dios todopoderoso examina la vida de los hombres por sola la cualidad de los merecimientos; y muchas veces da por allí mayor pena por donde dio estas cosas mayores en razón del ministerio y oficio, según la misma Verdad da testimonio diciendo: Al que mucho se le ha dado, mucho se le exigirá (Le 12,48)» (S. GREGORIO MAGNO, Tratados morales sobre el libro de Job, 25,1).
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MISTERIO DE LA ENCARNACIÓN «Genealogía de Jesucristo, hijo de David, hijo deAbraham» (Mt 1,1). «El Espíritu Santo descenderá sobre ti y el poder del Altísimo te cobijará con su sombra. Por eso, lo que nacerá será llamado Santo, Hijo de Dios» (Le 1,35). «Y la Palabra se hizo carne y puso su morada entre nosotros» (Jn 1,14). 167 Jesucristo, Hijo de Dios y de María, muerto y resucitado.—«Yo glorifico a Jesucristo, Dios, que es quien hasta tal punto os ha hecho sabios; pues muy bien me di cuenta de cuan apercibidos estáis de fe inconmovible, bien así como si estuvierais clavados en carne y espíritu sobre la cruz de Cristo, y qué afirmados en la caridad por la sangre del mismo Jesucristo. Y es que os vi llenos de certidumbre en lo tocante a nuestro Señor, el cual es, con toda verdad, del linaje de David, según la carne (Rom 1,2-3), Hijo de Dios según la voluntad y poder de Dios, nacido verdade-
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ramente de una virgen, bautizado por Juan, para que fuera por él cumplida toda Justicia (Mt 3,15). De verdad, finalmente, fue clavado en la cruz bajo Poncio Pilato y el tetrarca Herodes —de cuyo fruto somos nosotros; fruto, digo, de su divina y bienaventurada pasión—, a fin de alzar bandera por los siglos (Rom 16,27), por medio de su resurrección, entre sus santos y fieles, ora vengan de los judíos, ora de los gentiles, aunados en un solo cuerpo de su Iglesia» (S. IGNACIO DE ANTIOQUÍA, Carta a los Esmirnotas, 1,1-4$* 168 El Hijo de Dios se hizo hombre.—«Es, pues, de esta manera como obró gloriosamente nuestra salvación, cumpliendo la promesa hecha a los Padres y poniendo fin a la desobediencia antigua. El Hijo de Dios se hizo hijo de David e hijo de Abraham porque, cuando él llevó las promesas a su cumplimiento y las recapituló en sí mismo para darnos la vida, el Verbo de Dios se hizo carne conforme a la economía que incluye a la Virgen, para destruir la muerte y vivificar al hombre. Porque nosotros estábamos con las cadenas del pecado, destinados a nacer en estado de pecado y a sucumbir bajo el imperio de la muerte» (S. ÍRENEO, Demostración de la Predicación Apostólica, 37). 169 Hecho hombre para salvar al hombre, recapitulando en sí todas las cosas.—«Recapitulando todas las cosas, Cristo fue constituido cabeza: declaró la guerra a nuestro enemigo y destruyó al que en el comienzo nos había hecho prisioneros en Adán, aplastando su cabeza, como está en el Génesis que Dios dijo a la serpiente: Pondré enemistades entre ti y la mujer, y entre tu descendencia y la suya; él acechará a tu cabeza, y tú acecharás a su calcañal (Gen 3,15). Estaba predicho, pues, que aquel que tenía que nacer de una mujer virgen, y de naturaleza semejante a la de Adán, tenía que acechar a la cabeza de la serpiente. Esta es la descendencia de la que habla el Apóstol en la epístola a los Gálatas: La ley de las obras fue puesta hasta que viniera la descendencia, al que había recibido la promesa (Gal 3,19). Y todavía lo declara más abiertamente en la misma carta, cuando dice: Cuando llegó la plenitud délos tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer (Gal 4,4). El enemigo no hubiese sido vencido de una manera adecuada si no hubiese sido hombre nacido de mujer el que lo venció. Porque en aquel comienzo el enemigo esclavizó al hombre valiéndose de la mujer, poniéndose en situación de enemistad con el hombre. Y por esto el Señor se confiesa a sí mismo Hijo del hombre, recapitulando así en sí mismo aquel hombre original, del cual había sido modelada la mujer. De esta suerte, así como la muerte obtuvo la victoria con-
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tra nosotros por culpa de un hombre, así también nosotros obtengamos la victoria contra la muerte gracias a un hombre» (S. IRENEO, Contra las herejías, 5,21,1). 170 Jesucristo, descendencia de Abraham, hijo de María.— «Genealogía de Jesucristo, hijo de David, hijo de Abraham (Mt 1,1). Tuerce las palabras como tu quieras; la carne de María es de la descendencia de David, o de la semilla de David. El mismo Apóstol dirime esta discusión de un golpe, declarando que Cristo es la semilla de Abraham. Siendo la semilla de Abraham, con mayor razón es la de David, que es más reciente. Recordando, pues, la promesa de la bendición de las naciones en la descendencia de Abraham: Y en tu descendencia serán benditas todas Lis naciones (Gen 22,18), el Apóstol observa: La Escritura no dice "y a las descendencias?', como si hablara de muchos, sino como de uno: y a tu descendencia, que es Cristo» (Gal 3,8.16). Nosotros, sin embargo, que leemos y creemos estas palabras, ¿qué clase de carne podemos y debemos reconocer en Cristo? Ciertamente no otra que la de Abraham, ya que Cristo es descendencia de Abraham; no otra que la de Jesé (Is 11,1); no otra que la de David, puesto que Cristo es el fruto de las entrañas de David (Sal 131,11); no otra que la de María, puesto que Cristo es del seno de María (Le 1,42). En fin, por remontarnos aún más alto, no otra que la carne de Adán, ya que Cristo es el segundo Adán (1 Cor 15,45)» (TERTULIANO, La carne de Cristo, 22,4-6). 171 Sentido literal y sentido espiritual de la Escritura.— «Cuando en los días últimos el Verbo de Dios vino a este mundo vestido de nuestra carne, una cosa era lo que en él se veía y otra lo que se conocía; el aspecto de la carne era visible para todos, el conocimiento de su divinidad era para pocos y elegidos. Así también, cuando el Verbo de Dios, por los profetas y el legislador sale al encuentro de los hombres, no sale sin las convenientes vestiduras. Pues como allí se cubrió con el velo de la carne, aquí con el velo de la letra. La letra ha de entenderse como la carne; el sentido espiritual oculto como la divinidad. Tal, pues, encontramos ahora el libro del Levítico, en el que se consignan los ritos, la diversidad de ofrendas y los ministerios de los sacerdotes» (ORÍGENES, Homilías sobre el Levítico, II). 172 Comunicación de idiomas en Jesucristo.—«El alma de Cristo hace como de vínculo de unión entre Dios y la carne, ya que no sería posible que la naturaleza divina se mezclara directamente con la carne. Y entonces surge el Dios hombre. El alma es
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como una sustancia intermedia, pues no es contra su naturaleza asumir un cuerpo y, por otra parte, siendo una sustancia racional, tampoco es contra su naturaleza el recibir a Dios, al que ya tendía toda ella como al Verbo, a la Sabiduría y a la Verdad. Y entonces, con toda razón, estando toda ella en el Hijo de Dios y conteniendo en sí todo el Hijo de Dios, ella misma, juntamente con la carne que había tomado, se llama Hijo de Dios y Poder de Dios, Cristo y Sabiduría de Dios. Y, a su vez, el Hijo de Dios por él que fueron hechas todas las cosas (Col 1,16) se llama Jesucristo e Hijo del hombre. Entonces se dice que el Hijo de Dios murió, a saber: con respecto a aquella naturaleza que podía padecer la muerte; y se proclama que el Hijo del hombre vendrá en la gloria de Dios Padre juntamente con los santos ángeles (Mt 16,27), De esta forma, en toda la Escritura divina se atribuyen a la divina naturaleza apelaciones humanas y la naturaleza humana recibe el honor de las apelaciones divinas. Porque aquello que está escrito: Serán dos en una carne y ya no son dos, sino una única carne (Gen 2,24), puede aplicarse a esta unión con más propiedad que a ninguna otra, ya que hay que creer que el Verbo de Dios forma con la carne una unidad más íntima que la que hay entre marido y mujer» (ORÍGENES, Tratado de los Principios, I 21). 173 Condescendencia de Dios en la Encarnación.—«El Verbo de Dios incorpóreo, incorruptible, inmaterial, llega a nuestras regiones, aunque él, anteriormente, no estaba lejos, porque él no ha dejado parte alguna de la creación vacia de él y lo llena todo, por estar unido a su Padre. Pero él viene por condescendencia, a causa de su filantropía para con nosotros, y se manifiesta. Viendo que los seres racionales se pierden y que la corrupción de la muerte reina sobre ellos; viendo que la amenaza promulgada por Dios contra la transgresión retiene toda su fuerza contra nosotros, y que resultaría absurdo que esta ley fuera violada antes de ser cumplida; viendo que no convenía que las obras de las que él era autor fuesen destruidas; viendo que la maldad de los hombres llegaba a ser excesiva y que poco a poco la aumentaban contra ellos mismos y la hacían intolerable; viendo que todos los hombres estaban sometidos a la muerte, él tuvo piedad de nuestra raza y se hizo misericordioso para con nuestra debilidad. El condescendió hasta nuestra corrupción y no soportó que la muerte dominara sobre nosotros, para que su criatura no perezca, y que la obra llevada a cabo por el Padre, creando los hombres, no fuese inútil. Tomó, pues, un cuerpo, y un cuerpo no diferente del nuestro. Porque él
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no ha querido simplemente estar en un cuerpo y no ha querido solo manifestarse, realiza esta teofanía en un ser mas poderoso que el hombre. El toma, pues, nuestro cuerpo y no se contenta con tomarlo; toma un cuerpo puro y ajeno a toda unión humana, mas de una virgen sin mancha. Siendo todopoderoso y demiurgo del universo, se hizo a sí mismo ese cuerpo como un templo, y se lo apropió como un instrumento, dándose a conocer y habitando en él» ($» ATANASIO, Tratado de la Encarnación del Verbo, 8). 174 Conveniencia de la Encarnación del Verbo.—«Sí, ¿qué era necesario hacer sino renovar aquello que en ellos estaba, a imagen de Dios, para que por ella los hombres pudiesen todavía conocer a Dios? Y ¿cómo podía ello hacerse sino por la presencia de la misma imagen de Dios, nuestro Salvador Jesucristo? Porque esto no podía hacerse por los hombres, ya que ellos han sido creados también según la imagen; tampoco por los ángeles, pues ellos no son las imágenes. Además, el Verbo de Dios ha venido él mismo para que, siendo la imagen del Padre, pudiese recrear al hombre según la imagen. Ademas, esto no podía hacerse sin la destrucción de la muerte y de la corrupción; convenía que él tomara un cuerpo mortal para poder destruir a la muerte en sí mismo; y renovar a los hombres conforme a la imagen. Para esto no convenía otra persona que la Imagen del Padre» (S. ATANASIO, Tratado de la Encarnación del Verbo, 13). 175 Filantropía del Verbo encarnado*—«Es por lo que él, desde su misma venida, no ha ofrecido su sacrificio por nosotros, entregando su cuerpo a la muerte y resucitándolo; así, él hubiera sido invisible. Sino que él se mostró visible en su cuerpo, permaneciendo en él cumpliendo las obras y ofreciendo signos que le haces cognoscible, no por un mero hombre, sino por el Verbo de Dios. De una parte como por otra, el Verbo, en su encarnación, ha manifestado su filantropía; hizo desaparecer la muerte y nos renovó, y, por otra parte, siendo absolutamente invisible, se manifestó por sus obras y se dio a conocer como el Verbo del Padre, el jefe y el rey del universo» (S. ATANASIO, Tratado de la Encarnación del Verbo, 16). 176 Se hizo hombre para morir por el hombre.—«Nosotros, pues, hemos expuesto, en tanto que era posible, parcialmente y según podíamos concebirlo, la causa de su aparición en un cuerpo; otro no podía volver a la incorruptibilidad ni ser corruptible sino el Salvador que, al principio, había hecho todas las cosas de la nada. Otro no podía recrear a los hombres según la imagen sino
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aquel que es la imagen del Padre; nadie podía volver inmortal un ser mortal sino el que es la vida misma, nuestro Señor Jesucristo; otro no podía hacer conocer al Padre y destruir el culto a los ídolos sino el Verbo, que ha ordenado todas las cosas y que sólo él es Hijo verdadero y unigénito del Padre. Mas quedaba todavía pagar la deuda de todos, porque todos, como he dicho, debían morir; y ésta fue la causa principal de su venida entre nosotros. Es por lo que, habiendo mostrado su divinidad por sus obras, le quedaba ofrecer el sacrificio por todos, entregando por todos a la muerte el templo de su cuerpo, a fin de librar y rescatar a todos de la antigua transgresión; por ahí él se mostraría más fuerte que la muerte, manifestando en su cuerpo incorruptible las primicias de la resurrección universal» (S. ATANASIO, Tratado de la Encarnación del Verbo, 20). 177 Acciones del Salvador cumplidas en la Encarnación.— «En una palabra: las acciones del Salvador cumplidas en su encarnación son tales y tan grandes, que quien quisiera enumerarlas se parecería a aquellos que contemplan la anchura del mar y pretenden contar las olas. Lo mismo que no se puede abrazar con una mirada el conjunto de las olas, porque, a medida que ellas van llegando, sobrepasan las sensaciones del que pruebe a contarlas, así también el que quisiera abrazar todas las acciones de Cristo en su cuerpo, no puede tan siquiera asirlas por el pensamiento, porque allí hay más que sobrepasan su inteligencia que él no piensa haberlas captado. Mejores, por tanto, no querer verlo todo ni aquello de lo que ni siquiera en parte se puede expresar, sino recordar un punto y dejar a la admiración todo el resto. Todo es igualmente admirable y, por doquiera se proyecte la vista, es uno arrebatado de estupor, viendo la divinidad del Verbo» (S. ATANASIO, Tratado de la Encarnación del Verbo, 54). 178 El Hijo de Dios encarnado lo llena todo de su conocimiento.—«Es, pues, muy razonable que el Verbo de Dios haya tomado un cuerpo y se sirviera de un instrumento humano; así, él da la vida al cuerpo, y lo mismo que en la Creación él se da a conocer por sus obras, también opera en el hombre y se manifiesta en todas partes sin dejar nada que sea privado del conocimiento de su divinidad. Repito lo que he dicho ya antes: el Salvador ha obrado así para que lo mismo que él llena todo con su presencia, él llene también todo de su conocimiento» (S. ATANASIO, Tratado ele la Encarnación del Verbo, 45).
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179 Jesucristo, verdadero hombre.—«Estas cosas no son una ficción, como algunos juzgaron; tal postura es inadmisible. Nuestro Salvador fue verdaderamente hombre, y de él ha conseguido la salvación el hombre entero. Porque de ninguna forma es ficticia nuestra salvación, ni afecta sólo al cuerpo, sino que la salvación de todo el hombre, es decir, alma y cuerpo, se ha realizado en aquel que es la Palabra. Por tanto, el cuerpo que el Señor asumió de María era un verdadero cuerpo humano, conforme lo atestiguan las Escrituras; verdadero, digo, porque fue un cuerpo igual al nuestro. Pues María es nuestra hermana, ya que todos nosotros hemos nacido de Adán» (S. ATANASIO, Carta a Epicteto, 5-9). 180 Gloria del Verbo encarnado.—«y nosotros hemos visto su gloria, gloria propia del Unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad (Jn 1,14). Habiendo dicho que el Verbo se hizo carne, esto es, hombre y hermano de los siervos y de las criaturas, al mismo tiempo conserva, no obstante, la dignidad divina; manifiesta estar lleno de todo lo que es propio del Padre. La naturaleza divina está ciertamente firme y estable en sí misma; no sufre mutación, sino que se conserva siempre la misma y permanece constantemente en sus propiedades [...]. Lleno de gracia y de verdad. Si alguien contempla el coro de los santos y observa las acciones de cada uno, se admirará y se deleitará con sus virtudes; confesará que han sido llenos de la gloria de Dios. Los teólogos enseñan que la gloria y la gracia del Unigénito no se puede comparar con la gloria de otros, sino que ella es muy superior y rica; como quien no tiene limitada la medida de su gracia, al recibirla de otro, sino de forma perfectísima y verdadera, esto es, no añadida ni supeditada, sino sustancialmente existente, porque es la propia de la naturaleza del Padre, transmitida naturalmente al Hijo» (S. CIRILO DE ALEJANDRÍA, Comentario al Evangelio de San Juan, 1,9). 181 Jesucristo es el Primogénito.—«En efecto, Cristo es el Primogénito. El, que no ha cometido pecado y en su boca no se ha hallado engaño (1 Pe 2,22), ha sido constituido tronco y primicias de cuantos son transformados, con miras a una vida nueva en su Espíritu; en lo sucesivo, él transmitirá, por su participación y por su gracia, a toda la familia humana, tanto la incorruptibilidad del cuerpo como la firme seguridad que procede de Dios. Consciente de ello, escribe San Pablo: Como hemos llevado la imagen del terrestre, llevaremos también la imagen del celeste (1 Cor 15,49) [...].
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Afirmamos que el Verbo se ha unido al hombre, todo entero. Imposible, en efecto, que él haya despreciado lo que hay de más noble en nosotros, reservando a la carne todas las penas asumidas desde su venida a nosotros. El misterio de la economía se ha cumplido armónicamente en dos planos: el Verbo, por una parte, se ha servido de su carne como de un instrumento con miras a las operaciones corporales; por otra parte, de su alma, para todas las perturbaciones no culpables, propias del hombre. Se ha dicho que tuvo hambre, que soportó la fatiga de largas caminatas, la ansiedad, el terror, la tristeza, la agonía y la muerte en la cruz. Sin ser presionado por nadie, por sí mismo ha entregado su propia alma por nosotros, para ser Señor de vivos y muertos (Rom 14,9). Con su propia carne ha pagado un rescate justo por la carne de todos; con su alma ha llevado a cabo la redención de todas las almas, aunque si él ha vuelto a tomar su vida, es porque, como Dios, él es viviente por naturaleza» (S. CIRILO DE ALEJANDRÍA, Sobre la encamación del Unigénito). 182 Tomó la naturaleza humana sin dejar de ser Dios.— «En efecto, el Hijo, coeterno a Aquel que lo había engendrado y anterior a todos los siglos, cuando tomo la naturaleza humana sin dejar su cualidad de Dios, sino integrando el elemento humano, pudo legítimamente ser concebido como nacido de la estirpe de David y teniendo un nacimiento humano reciente. Porque lo que él asumió no le es extraño, sino realmente propio [...]. Porque no hay sino un solo Hijo y un solo Señor Jesucristo, antes que asumiera la carne y después que se ha manifestado como hombre» (S. CIRILO DE ALEJANDRÍA, Sobre la encarnación del Unigénito). 183 Jesucristo, una persona en dos naturalezas.—«Una cosa es la divinidad y otra cosa la humanidad, tomada cada una desde el punto de vista de su razón íntima. Pero en Cristo ambas han concurrido en una unidad, de forma que admira y sobrepasa la inteligencia, sin confusión ni cambio. Sin embargo, el modelo de la unión es absolutamente incomprensible.
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Es lo que Moisés, para nuestra iniciación en el misterio, ha anunciado de antemano, describiendo bajo una forma todavía figurativa el modo de la encarnación. Dios descendió a la zarza en el desierto bajo la apariencia de un fuego y ardía, pero no la consumía. Moisés se admiró del espectáculo (Ex 3,1-2). Sin embargo, ¿no había incompatibilidad entre el fuego y la madera? Pues bien, ella estaba allí como símbolo del misterio por el que la naturaleza divina del Verbo se hace capaz de las limi-
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taciones de la condición humana. Nada es absolutamente imposible para él. w Porque es reduciendo así a una unidad real, pero que sobrepasa nuestra inteligencia y nuestros discursos, elementos distintos y separados según su naturaleza como nosotros caminaremos sin error por el camino de la fe. Afirmamos, en efecto, que Cristo Jesús es uno solo y el mismo, nacido de Dios Padre en tanto que Dios Verbo, por una parte; de la otra, descendiendo de David según la carne. En consecuencia, nosotros creemos que el Hijo del Padre es único y que hay que concebir como una persona única a nuestro Señor Jesucristo, engendrado por Dios Padre divinamente como Verbo, antes de todos los siglos; nacido él mismo, en la última edad del mundo, según la carne, de una mujer. Le atribuimos lo divino y lo humano, y decimos que le pertenecen el nacimiento según la carne y el sufrimiento sobre la Cruz. El se apropió lo que es propio de su carne y ha permanecido, sin embargo, impasible en su naturaleza divina. De este modo, toda rodilla se dobla ante él y toda lengua confiesa que Jesucristo es Señor para gloria de Dios Padre (Flp 2,10-11)» (S. CIRILO DE ALEJANDRÍA, Sobre la encarnación del Unigénito). 184 Nacido de mujer sin concurso de varón.—«Así como la primera mujer, la introductora del pecado, había sido hecha del varón sin hembra, así el Verbo, por quien fue borrado el pecado, lo fue de hembra sin varón. Por aquella caemos, por éste nos levantamos [...]. Sabéis, en efecto, que cuando fue tentado el Señor Cristo, le incitaba el diablo a esto. Tuvo hambre y la tuvo por dignación y porque también eso era humillarse. Estuvo hambriento el Pan, fatigado el Camino, herida la Salud, muerta la Vida» (S. AGUSTÍN, Sermones, 23,2). 185 Jesucristo, medicina de nuestros males.—«Para eso el Hijo de Dios asumió al hombre y en él padeció los achaques húmanos. Esta medicina de los hombres es tan alta, que no podemos ni imaginarla. Porque ¿qué orgullo podrá curarse si con la humildad del Hijo de Dios no se cura? ¿Qué avaricia podrá curarse si con la pobreza del Hijo de Dios no se cura? ¿Qué iracundia podrá curarse si con la paciencia del Hijo de Dios no se cura? ¿Qué impiedad podrá curarse si con la caridad del Hijo de Dios no se cura? Finalmente, ¿qué timidez podrá curarse si con la resurrección del cuerpo del Hijo de Dios no se cura? Levante su esperanza el gene-
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YO humano y reconozca su naturaleza. Vea qué alto lugar ocupa entre las obras de Dios» (S. AGUSTÍN, El combate cristiano, 11). 186 El misterio de la Encarnación, desconocido por el demonio.—«Cuando el Señor misericordioso y todopoderoso moderaba los primeros instantes de su unión con el hombre, disimulando bajo el velo de nuestra debilidad el poder de la divinidad inseparable de su humanidad, quedó burlada la perfidia de un enemigo seguro de sí mismo, pues no pensó que el nacimiento del niño engendrado para la salvación del género humano era diferente que el de cualquier otro recién nacido. Vio, cierto, a un ser que daba vagidos y lloraba; lo vio envuelto en pañales (Le 2,12), sometido a la circuncisión y rescatado por la ofrenda del sacrificio legal. Pronto reconoció los progresos ordinarios característicos de la infancia y hasta en los años de la madurez no dudó de su desarrollo natural. Durante este tiempo lo ultraja, multiplica contra él las injurias y añade maldiciones, calumnias, blasfemias, insultos; echa sobre él toda la violencia de su furor, y lo prueba de todas las formas posibles. Conociendo bien con qué veneno había inficionado la naturaleza humana, no podía jamas creer exento de la primera transgresión a aquel en quien veía todos los signos de un puro mortal. Pirata descarado y acreedor avaricioso, persistió en dirigirse contra el que nada le debía; pero, al exigir por completo la ejecución de un juicio general en contra del origen viciado, sobrepasó los límites de la sentencia (Col 2,14) sobre la que se apoyaba, pues reclamó la peña de la injusticia contra aquel en el cual ninguna falta se hallaba. He aquí por qué vinieron a ser caducos los términos malignamente inspirados de la convención mortal, y por la injusticia de pedir más, toda la deuda se redujo a la nada. El fuerte es encadenado con sus propias ataduras y toda la estratagema del maligno recayó sobre su misma cabeza. Al príncipe de este mundo (Jn 12,31), una vez atado, se le terminó el objeto de sus capturas (Mt 12,29). Lavada nuestra naturaleza de sus manchas antiguas, encontró su dignidad, la muerte fue destruida por la muerte (Os 12,14); el nacimiento restaurado por el nacimiento, pues de un golpe el rescate suprime nuestra esclavitud, la regeneración cambia nuestro origen y la fe justifica al pecador (Rom 1,17)» (S. LEÓN MAGNO, Sermones, 22, «sobre la Navidad del Señor»). 187 Imitar la humildad y la pobreza de Jesucristo.—«Imitad lo que él ha hecho, amad lo que él ha amado y, encontrando en vosotros la gracia de Dios, amad a la vez vuestra naturaleza en él. Su pobreza no le hizo perder sus riquezas, su humildad no redujo
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su gloria, su muerte no destruyó su eternidad. Del mismo modo, vosotros, siguiendo sus mismos pasos, sus mismas huellas, despreciad los bienes de la tierra para desear los del cielo. Tomar la cruz es, en efecto, exterminar la concupiscencia, dar muerte i los vicios, huir la vanidad y renunciar a todo error. Pues si es cierto que ni el impúdico, ni el lujurioso, ni el soberbio, ni el avaro celebran la Pascua del Señor, ninguno, sin embargo, está más fuera y lejos de esta fiesta que los herejes, principalmente los que interpretan mal la encarnación del Verbo, disminuyendo en Jesús lo que es propio de la divinidad o suprimiendo lo que en él pertenece a la carne. El Hijo de Dios es, en efecto, verdadero Dios, teniendo del Padre ID que es el Padre. Ningún comienzo lo hace temporal, ninguna vicisitud le hace cambiar. Ni separado del Uno, ni diferente del Todopoderoso, Unigénito eterno del Padre eterno. El alma fiel, que cree en el Padre, en el Hijo y en el Espíritu Santo, no debe, pues, poner grados que dividan la unidad en la única esencia de una sola divinidad, ni ver una singularidad que confunda la Trinidad» (S. LEÓN MAGNO, Sermones, 72, «sobre la Resurrección del Señor»).
VII MARÍA, LA MADRE D E L SEÑOR «y Jacob engendró a José, el esposo de María, de la cual nació Jesús, el llamado Cristo» (Mt 1,16). «No temas, María, pues has hallado gracia ante Dios. Mira: concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús» (Le 1,30-31). «Junto a la cruz de Jesús estaban su Madre, la hermana de su Madre, María la de Cleofás y María Magdalena. Al ver Jesús a su Madre y, junto a ella, al discípulo que tanto quería, dijo a su Madre: "Mujer, ahí tienes a tu hijo"» (Jn 19,25-26). 188 Tres misterios sonoros en el silencio de Dios.—«Y quedó oculte al príncipe de este mundo la virginidad de María y el El Evangelio en los PP. de la Iglesia
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parto de ella, del mismo modo que la muerte del Señor: tres misterios sonoros que se cumplieron en el silencio de Dios. Ahora bien, ¿cómo fueron manifestados a los siglos? Brilló en el cielo un astro más resplandeciente que los otros astros. Su luz era inexplicable y su novedad produjo extrañeza. Y todos los demás astros, juntamente con el sol y la luna, hicieron coro a esta nueva estrella; pero ella, con su luz, los sobrepujaba a todos. Sorprendiéronse las gentes, preguntándose de dónde pudiera venir aquella novedad tan distinta de las demás estrellas. Desde aquel punto, quedó destruida toda hechicería y desapareció toda iniquidad. Derribada quedó la ignorancia, deshecho el antiguo imperio, desde el momento en que se mostró Dios hecho hombre para llevarnos a la novedad de la vida perdurable (Rom 6,4), y empezó a cumplirse lo que en Dios era obra consumada. Todo se conmovió desde el instante en que se meditaba el aniquilamiento de la muerte» (S. I G N A C I O D E A N T I O Q U Í A , Carta a los Efesios, 19,1-3). 189 El pecado entró en el mundo por una mujer, y por otra mujer la salvación.—«Antes que Juan profetiza Isabel; antes del nacimiento del Señor Salvador profetiza María. Y como el pecado empezó por la mujer y llegó luego al hombre, así también la salvación hizo su entrada en el mundo por medio de las mujeres, a fin de que todas las mujeres, superando la debilidad del sexo, imiten la vida y la conducta de las santas, en especial de aquellas que nos son presentadas ahora en el Evangelio. Vemos, pues, la profecía de la Virgen: Proclama —dice— mi alma la grandeza del Señor, y mi espíritu salta de gozo en Dios, mi Salvador (Le 1,46-47). Dos cosas, el alma y el espíritu, se unen en una doble alabanza. El alma celebra al Señor, el espíritu a Dios: no que una sea la alabanza del Señor y otra la de Dios, sino porque es Dios y también Señor y porque el Señor es el mismo Dios» ( O R Í G E N E S , Homilías sobre el Evangelio de San Lucas, 8,1). 190 Juan Bautista, preparado desde el vientre de Isabel.— «Si en un instante, en un momento, el niño saltó en el seno y, por así decirlo, exultó de gozo, e Isabel fue llena del Espíritu Santo, es verdaderamente inconcebible que, durante tres meses, ni Juan ni Isabel hubieran progresado con la presencia de la Madre del Señor y del mismo Salvador. Durante aquellos tres meses, Juan era entrenado y, de alguna manera, recibía la unción en la arena de los atletas, y era preparado en el vientre de su madre para su nacimiento admirable, seguido de una educación aún más admirable. Porque fue criado de forma desacostumbrada; la Escritura no dice cómo fue criado a los pechos de su madre, cómo estuviera en bra-
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zos de la nodriza, sino que añade inmediatamente: ... y vivía en los desiertos hasta el día de su manifestación a Israel (Le 1,80)» (ORÍGENES, Homilías sobre el Evangelio de San Lucas, 9,2). 191 Saludo a María, la Madre de Jesucristo.—«Te saludamos, María, Madre de Dios, tesoro digno de ser venerado por todo el orbe, lámpara inextinguible, corona de la virginidad, trono de la recta doctrina, templo indestructible, lugar propio de aquel que no puede ser contenido en lugar alguno, madre y virgen, por quien es llamado bendito en los Santos Evangelios el que viene en nombre del Señor (Mt 21,9). Te saludamos a t i , que encerraste en tu seno virginal a aquel que es inmenso e inabarcable; a t i , por quien la santa Trinidad es adorada y glorificada; por quien la cruz preciosa es celebrada y adorada en todo el orbe; por quien exulta el cielo; por quien se alegran los ángeles y los arcángeles; por quien son puestos en fuga los demonios; por quien el diablo tentador cayó del cielo; por quien la criatura, caída en el pecado, es elevada al cielo; por quien toda la creación, sujeta a la insensatez de la idolatría, llega al conocimiento de la verdad; por quien los creyentes obtienen la gracia del bautismo y el óleo de la alegría; por quien han sido fundamentadas las Iglesias en todo el orbe de la tierra; por quien todos los hombres son llamados a la conversión. Y ¿qué más diré? Por t i , el Hijo Unigénito de Dios ha iluminado a los que viven en tinieblas y en sombras de muerte (Le 1,19); por t i , los profetas anunciaron las cosas futuras; por t i , los apóstoles predicaron la salvación a los gentiles; por t i , los muertos resucitan; por t i , reinan los reyes, por la Santísima Trinidad. ¿Quién habrá que sea capaz de cantar como es debido las alabanzas de María? Ella es madre y virgen a la vez; ¡qué cosa tan admirable! Es una maravilla que me llena de estupor. ¿Quién habrá oído jamás decir que le esté prohibido al constructor habitar en el mismo templo que él ha construido? ¿Quién podrá tachar de ignominia el hecho de que la sirviente sea adoptada como madre?» (S. CIRILO DE ALEJANDRÍA, Homilía IV, «en el Concilio de Efeso»), 192 María, Madre de Dios.—«Me extraña, en gran manera, que haya alguien que tenga duda alguna de si la Santísima Virgen ha de ser llamada Madre de Dios. En efecto, si nuestro Señor Jesucristo es Dios, ¿por qué razón la Santísima Virgen, que lo dio a luz, no ha de ser llamada Madre de Dios? Esta es la fe que nos transmitieron los discípulos del Señor, aunque no emplearon esta misma expresión. Así nos lo han enseñado también los Santos Padres.
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Y así, nuestro padre Atanasio, de ilustre memoria, en el libro que escribió sobre la santa y consustancial Trinidad, en la disertación tercera, a cada paso da a la Santísima Virgen el título de Madre de Dios. Ciertamente, el Emmanuel consta de dos cosas, la divinidad y la humanidad. Sin embargo, es un solo Señor Jesucristo, un solo verdadero Hijo por naturaleza, aunque es Dios y hombre a la vez; no un hombre divinizado, igual a aquellos que, por la gracia, se hacen partícipes de la naturaleza divina, sino Dios verdadero que, por nuestra salvación, se hizo visible en forma humana, como atestigua Pablo con estas palabras: Cuando se cumplió el tiempo, envió Dios a su Hijo, nacido de una mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a los que estaban bajo la ley, para que recibiéramos el ser hijos por adopción (Gal 4,4)» (S. CIRILO DE ALEJANDRÍA, Cartas, 1). 193 Gozo por la Encarnación.—«Cristo ha nacido, ¡glorificadlo! Cristo ha descendido del cielo, ¡salid a su encuentro! Cristo está en la tierra, ¡exaltadlo! Cantad al Señor toda la tierra (Sal 95,1), porque, para traer a la unidad estas dos cosas: Alégrese el cielo, goce la tierra (Sal 95,11), quien era celestial se ha hecho terreno. Cristo se ha encarnado, ¡regocijaos con temor y alegría! Con temor, por vuestra culpa; con alegría, por vuestra esperanza. Cristo ha nacido de la Virgen. ¡Mujeres, sed vírgenes!, para que lleguéis a ser madres de Cristo. ¿Quién no se prosternará ante quien es desde el principio? ¿Quién no glorificará al que es el fin?» (S. GREGORIO NACIANCENO, Sermones, 38,1). 194 Dignidad de José, que hizo funciones de padre con Jesús.— «Yella —le dice— dará a luz un hijo y le pondrás por nombre Jesús (Mt 1,21). No pienses que, por ser la concepción de Cristo obra del Espíritu Santo, eres tú ajeno al servicio de esta divina economía. Porque, si es cierto que ninguna parte tienes en la generación y la Virgen permanece intacta, sin embargo, todo lo que dice con el padre sin atentar a la dignidad de la virginidad, todo te lo entrego a ti. Tal, ponerle nombre al hijo. Tú, en efecto, se lo pondrás. Porque, si bien no lo has engendrado tú, tú harás con él las veces de padre. De ahí que, empezando por la imposición del nombre, yo te uno íntimamente con el que va a nacer» (S. JUAN CRISÓSTOMO, Homilías sobre el Evangelio de San Mateo, 4,6). 195 Virginidad de María.—«Pues la Virgen no engendró lo que engendró más que del Espíritu Santo. Y aunque ella proporcionó de sí misma, para el nacimiento de la carne, todo lo que las
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mujeres aportan al principio que han recibido para el nacimiento de los cuerpos, con todo, Jesucristo no se formó según el modo de una concepción humana normal, sino que, una vez que toda la fuerza para el nacimiento había sido dada por el Espíritu, conservó en su nacimiento como hombre todo lo que es propio de la madre, pero tenía desde el principio su ser divino» (S. H I L A R I O D E P O I T I E R S , La Trinidad, 10,15). 196 María, desposada y virgen, figura de la Iglesia.—«Hemos conocido la serie de los hechos, hemos evocado el consejo, conozcamos también el misterio. Con razón se dice que estaba desposada y que era virgen, pues era figura de la Iglesia, que es inmaculada, pero desposada. Nos concibió la Virgen espiritualmente y nos ha dado a luz la Virgen sin gemido. Tal vez también Santa María ha sido desposada con uno y fecundada por otro; porque las Iglesias particulares, fecundadas por el Espíritu y la gracia, están unidas visiblemente a un pontífice mortal» (S. A M B R O S I O , Tratado del Evangelio de San Lucas, 2,7). 197 Visita de María a Santa Isabel.—«Por aquellos días, levantándose Marta, se dirigió presurosa a la montaña, a una ciudad de Judia, y entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel (Le 1,39-40). Es normal que todos los que quieren ser creídos corroboren las razones que les den crédito. También el ángel, que anunciaba los misterios, para inducir a creer por un hecho ha anunciado a María, una virgen, la maternidad de una esposa anciana y estéril, mostrando de este modo que Dios puede hacer todo cuanto le agrada. Desde que oyó esto María, no como incrédula del oráculo, ni como insegura del anuncio, ni como dudosa del hecho, sino como alegre en su deseo, para cumplir un piadoso deber, presurosa por el gozo, se dirigió hacia la montaña. Llena de Dios, ¿podía no elevarse presurosa hacia las alturas? Los cálculos lentos son extraños a la gracia del Espíritu Santo» (S. A M B R O S I O , Tratado del Evangelio de San Lucas, 2,19). 198 María, la vara de Jesé.—«Saldrá un renuevo del tocón de Jesé y de su raíz brotará un vastago. Sobre él se posará el espíritu del Señor: espíritu de sabiduría y de entendimiento, espíritu de consejo y de fortaleza, espíritu de ciencia y de piedad, y lo llenará el espíritu de temor del Señor (Is 11,1-2). Hasta el principio de la visión o del poder de Babilonia, que vio Isaías, hijo de Amos, toda la profecía es acerca de Cristo; queremos explicarla por partes, para que la memoria del lector no se confunda si la proponemos de una vez y con profusión. Los ju-
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dios interpretan en el tallo y la flor, salidos de la raíz de Jesé, al mismo Señor. Pero nosotros, por la vara y la flor de la raíz de Jesé, entendemos a Santa María Virgen, que no tuvo consigo ningún renuevo adherido; de lo cual leímos anteriormente: Mirad: la virgen concebirá y dará a luz un hijo (Is 7,14). Y la flor es el Señor Salvador, que dice en el Cantar de los Cantares: Yo soy la flor del campo y el lirio de los valles (Cant 2,1)» (S. JERÓNIMO, Comentario sobre el profeta Isaías). 199 Por qué Jesucristo nació de una virgen desposada.— «Estando desposada su madre, María... (Mt 1,18). ¿Por qué es concebido no de una simple virgen, sino de una virgen desposada? Primero, para que, por la genealogía de José, se mostrara el origen de María. Segundo, para que no fuera apedreada por los judíos como adúltera. Tercero, para que, al huir a Egipto, tuviera el sostén de su marido. San Ignacio Mártir añade una cuarta razón por la que fue concebido por una esposa: para que su parto —dice— quedara oculto al diablo, al pensar que, no de una virgen, sino de una casada» (S. JERÓNIMO, Comentario del Evangelio de San Mateo). 200 La Iglesia, a ejemplo de María, goza de virginidad perenne.—«También la Iglesia, como María, goza de perenne integridad virginal y de incorrupta fecundidad. Lo que María mereció tener en la carne, la Iglesia lo conservó en el espíritu; pero con una diferencia: María dio a luz a uno solo; la Iglesia alumbra a muchos, que han de ser congregados en la unidad por aquel único» (S. AGUSTÍN, Sermones, 145,2). 201 Nobleza del nacido y de la madre.—«La nobleza del nacido se manifestó en la virginidad de la madre, y la nobleza de la madre, en la divinidad del nacido» (S. AGUSTÍN, Sermones, 200,2). 202 La cara de la tierra, representada por María.—«Ybrotaba una fuente de la tierra y regaba toda su superficie (Gen 2,6). La superficie de la tierra, o sea, el rostro o la cara de la tierra, es decir, lo más digno de la tierra, rectísimamente representa a la madre del Señor, la Virgen María, a quien, regándola, la inundó de gracias el Espíritu Santo; al que llama el Evangelio con los nombres de fuente y de agua, a fin de que, como de tal limo, formase a aquel hombre, Jesucristo; el cual fue colocado en el paraíso para trabajarlo y custodiarlo, es decir, fue colocado en la voluntad del Padre, para cumplirla y guardarla» (S. AGUSTÍN, Del Génesis contra los maniqueos, 2,24,37).
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203 Jesucristo no tiene madre como Dios, sí en cuanto hombre.—«¿Por qué dice el Hijo a su madre: Muje% ¿qué nos va a ti ni a mí? Todavía no ha llegado mi hora (Jn 2,4). Nuestro Señor Jesucristo es Dios y hombre; no tiene madre como Dios, mas sí como hombre. Es madre, pues, de la carne, madre de la humanidad, madre de la flaqueza que tomó por nosotros. El milagro que iba a realizar es obra de su divinidad, no de su flaqueza. Es obra de Dios, no de la flaqueza con que nació. Pero lo débil de Dios es más fuerte que los hombres (1 Cor 1,25). Su madre le pide un milagro, pero él hace como que desconoce las humanas entrañas, cuando va a obrar obras divinas, como si dijera: lo que en mi ser obra los milagros no lo engendraste tú; tú no engendraste mi divinidad; pero, como engendraste mi debilidad, te reconoceré entonces precisamente cuando mi debilidad esté pendiente de la cruz. Este es el sentido de las palabras: No ha llegado mi hora. En aquella coyuntura, la reconoce quien siempre la conoció. Antes de que ella naciese, la conoce como madre en su predestinación. Antes que él, como Dios, diese el ser a aquella de la que él lo había de recibir como hombre, ya la conoce como madre. Pero hay un momento misterioso en el que no la reconoce, y hay otro momento misterioso igualmente, que aún no había llegado, en el que vuelva a reconocerla. La reconoce en el momento en que iba a morir lo que ella dio a luz [...]. No muere la eternidad de la divinidad, sino la debilidad de la carne. Da aquella respuesta con la intención de distinguir en la fe de los creyentes quién era él y por dónde había venido. Viene de una mujer, que es su madre, el que es Dios y Señor del cielo y de la tierra. Como Creador del cielo y de la tierra, lo es igualmente de María. Pero, como hecho de una mujer y sometido a la ley, es hijo de María. El es el Señor de María, como lo es de David, y lo es de David porque lo es de María. Escucha el testimonio expreso del Apóstol: El es nacido de David según la carne (Rom 1,3). El es igualmente el Señor de David; que lo diga el mismo David: Dijo el Señor a mi Señor: siéntate a mi derecha (Sal 109,1). El mismo Jesús invoca este testimonio contra los judíos, y por él los redujo al silencio. ¿Cómo es, pues, hijo y Señor de David? Es hijo de David según la carne y Señor de David según la divinidad. Como es hijo de María según la carne y Señor de María según la Majestad. Pero como ella no era madre de la divinidad y el milagro que ella pedía es obra de la divinidad, por eso es su respuesta: ¿Qué nos va a ti y a mí? Pero no pienses que reniego de ti como madre: Aún no ha llegado mi hora. Te reconoceré por madre cuando empiece a estar pendiente de la cruz la debilidad de la que eres madre.
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Veamos si es verdad. En la pasión del Señor, el mismo evangelista, que conocía a la madre y nos la presenta también a nosotros en estas bodas, dice así: Estaba allí, junto a la cruz, la madre de Jesús. Y Jesús dijo a su madre: Mujer, he ahí a tu mjo; y al discípulo: He ahí a tu madre (Jn 19,25-26). Encomienda la madre al discípulo; le encomienda la madre el que iba a morir primero que ella y resucitar antes de la muerte de la madre. Encarga a un hombre el cuidado de otro hombre uno que es hombre. Esto es lo que dio a haz María. Ya había llegado aquella hora a la que hacía referencia cuando dijo: Aún no ha llegado mi hora» (S. AGUSTÍN, Tratados sobre el Evangelio de San Juan, 8,9). 204 Contraste entre la infidelidad de Eva y la fidelidad de María.—«Como final de aquella seducción con la que Eva, desposada ya con su marido, fue perversamente seducida, la Virgen María recibió maravillosamente del ángel un anuncio según la verdad, estando ya bajo el dominio de su marido. Porque así como Eva fue seducida por las palabras de un ángel para escapar al dominio de Dios y despreciar su palabra, así María recibió el anuncio de las palabras de un ángel, a fin de que llevara a Dios, haciéndose obediente a su palabra. Y si aquélla desobedeció a Dios, ésta aceptó obedecer a Dios, a fin de que la Virgen María se convirtiera en abogada de la virgen Eva. Y así como el género humano fue sometido a la muerte por obra de aquella virgel, así recibe la salvación por obra de esta Virgen. El pecado del primer padre queda borrado con el castigo del primogénito y la astucia de la serpiente con la simplicidad de la paloma, quedando rotas aquellas cadenas con las que estábamos atados a la muerte» (S. IRENEO, Contra las herejías, 4.19,1). . . ****
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VIII NACIMIENTO Y VIDA OCULTA DE JESÚS «También José, por ser déla casa y déla familia de David, subió de Galilea, de la ciudad de Nazaret, a Judea;a la ciudad de David que se llama Belén, para inscribirse con María, su esposa, que estaba encinta. Y mientras estaban allí, se cumplieron los días del parto y dio a luz a su hijo primogénito; lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre, porque no había sitio para ellos en la posada» (Le 2,4-7). «Os ha nacido hoy, en la ciudad de David, el Salvador, que es el Cristo, el Señor» (Le 2,11). «Al ver la estrella, se llenaron de alegría. Entraron en la casa y vieron al niño con María, su madre; le adoraron postrándose en tierra y, abriendo sus cofres, le ofrecieron regalos de oro, incienso y mirra» (Mt 2,10-11). • «El niño iba creciendo y robusteciéndose, y llenándose de sabiduría, y la gracia de Dios estaba con él» (Le 2,40). 205 Dos tórtolas o dos pichones ofrecidos por el Salvador.— «Y también para ofrecer en sacrificio, como se dice en la ley del Señor, un par de tórtolas o dos pichones (Le 2,24). Vemos un par de tórtolas y dos pichones de palomas ofrecidos por el Salvador. Por mi parte estimo bienaventuradas estas aves, que son ofrecidas por el nacimiento del Señor; y como admiro a la burra de Balaam y la contemplo llena de honra, porque fue digna, no sólo de ver al ángel de Dios, sino también de poder abrir su boca para romper a hablar en lenguaje humano, así mucho más predico y ensalzo a estas aves, que fueron ofrecidas en sacrificio ante el altar por nuestro Señor y Salvador. Para ofrecer por él un par de tórtolas o dos pichones» (ORÍGENES, Homilías sobre el Evangelio de San Lucas, 14,9). 206 Jesús, sometido a José y a María.—«Aprendamos, hijos, a estar sujetos a nuestros padres; el mayor se somete al menor; el cual, como veía a José mayor de edad, lo honró con el honor que se debe a un padre, dando ejemplo a todos los hijos para que se sometan a sus padres; y si son huérfanos, a aquellos que tienen la autoridad paterna. ¿Por qué hablar de los padres y de los hijos? Si Jesús, el Hijo de Dios, se somete a José y a María, ¿no me some-
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tere yo al obispo, que ha sido constituido por Dios padre para mí; no me he de someter al presbítero que, por dignación del Señor, ha sido constituido mi jefe? Pienso yo que José comprendía que Jesús le era superior y se le sometía; y conociendo la superioridad del inferior, José le mandaba con temor y prudencia. Que cada uno reflexione} con frecuencia un hombre de menor valor es colocado al frente de los que son mejores que él, que el inferior llega algunas veces a ser mejor que el que ve que está colocado como superior suyo. Si el que es superior en dignidad lo entiende, no se elevará por la soberbia, a causa del rango más elevado, sino que entenderá que el que le está sujeto es mejor que él, como Jesús estuvo sujeto a José» (ORÍGENES, Homilías sobre el Evangelio de San Lucas, 20,5). 207 María, madre virgen, permaneció siempre virgen.— «Escucha la aclamación de Isaías: Nos ha nacido un niño, un hijo se nos ha dado (Is 9,6). Aprende del mismo profeta cómo ha podido suceder esto. ¿Acaso según la ley de la naturaleza? De ningún modo, responde el profeta; no esta sujeto a las leyes naturales el que es Señor de la naturaleza. ¿De qué manera, entonces —responde—, se nos ha dado este hijo? He aquí—responde el profeta— que una virgen concebirá y dará a luz un hijo, y le pondrá por nombre Emmanuel (Is 7,14), que significa Dios con nosotros (Mt 1,23). ¡Oh acontecimiento admirable: una virgen es madre, permaneciendo virgen! Mira el nuevo orden de la naturaleza. En el caso de todas las demás mujeres, mientras que una permanece virgen, ciertamente no puede ser madre al mismo tiempo; una vez que llega a serlo, ya no posee la virginidad. Conviene, en efecto, que aquel que hacía su entrada en la vida humana para la salvación de los hombres íntegro e incorrupto, trajera su origen de una integridad absoluta y dada a él sin reservas; ahora los nombres habitualmente llaman incorrupta a una mujer que no había tenido unión carnal alguna. Pienso que el gran Moisés conoció ya este acontecimiento por el fuego en el que Dios se le apareció, cuando veía la zarza ardiendo y no se consumía (Ex 3, lss). Efectivamente, entonces, en el fuego y en la zarza, se ponía de manifiesto aquello que en su momento oportuno se manifestó claramente en el misterio de la Virgen. Del mismo modo que la zarza, aunque quemada por el fuego, no se consumió, igualmente la Virgen, engendrando la luz, no se corrompió» (S. GREGORIO DE NlSA, Sermón sobre el nacimiento de Cristo). 208 Anuncio del nacimiento de Juan Bautista.—«No temas, Zacarías, pues ha sido escuchada tu oración; y tu mujer, Isabel, te dará
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un hijo, a quien pondrás por nombre Juan; y será para ti gozo y alegría, y muchos se gozarán en su nacimiento (Le 1,13-14). Los beneficios divinos son siempre plenos, desbordantes, no restringidos a un pequeño número, sino amontonados en una abundante acumulación de bienes. Aquí, en primer lugar, se promete el fruto de la oración, luego la maternidad de una esposa estéril, luego la alegría de muchos, la grandeza de la virtud, un profeta del Altísimo; más aún, para que no se suscite ninguna duda, se designa el nombre del que ha de venir. Con tales dones, que desbordan el deseo, es justo que la desconfianza sea castigada con la mudez» (S. AMBROSIO, Tratado sobre el Evangelio de San Lucas, 1,29). 209 Jesucristo fue envuelto en pañales.—«Y lo envolvió en pañales (Le 2,7). Al ver al Niño envuelto en pañales, no pongas la atención sólo en el nacimiento, sino levanta tus ojos a Dios, para contemplar la majestad divinas sube al cielo; así lo verás en su suprema grandeza, rodeado de gloría excelsa; lo verás sentado en trono altísimo, oirás a los serafines celebrarlo con himnos, cantando cómo el cielo y la tierra están llenos de la majestad de su gloria» (S. CIRILO DE ALEJANDRÍA, Comentario al Evangelio de San Lucas). 210 La pequenez, la pobreza y debilidad de Jesús son nuestra grandeza.—«El ha sido pequeño. El ha sido mño, para que tú puedas ser varón perfecto; el ha sido ligado con pañales, para que tú puedas ser desligado de los lazos de la muerte; él ha sido puesto en un pesebre, para que tú puedas ser colocado sobre los altares; él ha sido puesto en la tierra, para que tú puedas estar entre las estrellas; él no tuvo lugar en el mesón, para que tú tengas muchas mansiones en los cielos (Jn 14,2). El, siendo rico, se ha hecho pobre por vosotros, a fin de que su pobreza os enriquezca (2 Cor 8,9). Luego mi patrimonio es aquella pobreza y la debilidad del Señor mi fortaleza. Prefirió para sí la indigencia, a fin de ser pródigo para todos. Me purifican los llantos de aquella infancia que da vagidos, aquellas lágrimas han lavado mis delitos. Yo te soy, pues, ¡oh Señor Jesús!, más deudor a tus injurias de mi redención que a tus obras de mi creación. De nada me hubiera servido haber nacido sin el provecho de la redención» (S. AMBROSIO, Tratado sobre el Evangelio de San Lucas, 2,41). 211 Nacido en Belén de Efrata.—«Pero tú, Belén de Efrata, pequeña entre las aldeas de Judo, de ti saldrá el jefe de Israel. Su origen es desde lo antiguo, de tiempo inmemorial (Miq 5,1). Que Belén sea la misma Efrata lo dice el libro del Génesis, en el que la Escritura conmemora: Murió, pues, Raquel, y fue enterra-
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da en el campo de E/rata, o sea, Belén (Gen 35,19). Y con ambos nombres significa "sacramento"; pues se dice casa del pan, por el pan vivo que bajó del cielo (Jn 6,51). Y Efrata, que se interpreta verás el furor, por la crueldad de Herodes, que, engañado por los magos, se enfureció y envió sus soldados a Belén a matar a todos los niños de dos años abajo, según el tiempo que le habían dicho los magos. Y porque una voz se oyó en Rama, un llanto y un gran lamento. Raquel llorando a sus hijos (Mt 2,16-19)» (S. JERÓNIMO, Comentarios sobre el profeta Miqueas). 212 Huida de Jesús a Egipto.—«Oráculo contra Egipto: Mirad al Señor que, montado en una nube ligera, entra en Egipto; vacilan ante él los ídolos de Egipto, y el corazón de los egipcios se derrite en el pecho (Is 19,1). [...] ahora habla al mismo Egipto para decirle que no por medio de ángeles, sino que el mismo Señor ha de venir sobre una nube ligera, esto es, veloz, y entrará en Egipto. Y temblarán los ídolos de Egipto y se derretirá el corazón de los fuertes; y se cumplirá el vaticinio de Ezequiel: Asi quitaré los ídolos y pondré fin a tos simulacros de Not (Ez 33,13). Algunos refieren esta profecía a los tiempos del Salvador, cuando entró en Egipto en una nube leve, esto es, el cuerpo humano que traía tomado de la Virgen, no engendrado por germen alguno en concurso con el varón; bien que fuera llevado por una nube leve, esto es, el cuerpo virginal, y con su entrada temblaron todos los demonios y se arruinaron los ídolos, no pudiendo aguantar la presencia del Señor» (S. JERÓNIMO, Comentario sobre el profeta Isaías). 213 Crecimiento de Cristo en nuestros corazones.—«Estos días en que nació Cristo son los más cortos del año, pero comienzan ya a crecer. Crezca, pues, Cristo en vuestros corazones. Progresad y creced para llegar a la vida eterna» (S. AGUSTÍN, Sermones, 198B). 214 Los magos anuncian, preguntan, creen y buscan.— «¿Dónde está el rey de los judíos que ha nacido? Hemos visto su estrella en el Oriente y venimos a adorarlo (Mt 2,2). Anuncian, preguntan, creen y buscan, como simbolizando a quienes caminan en la fe y desean la realidad» (S. AGUSTÍN, Sermones, 199,2). 215 María concibió creyendo.—«Creemos, pues, en Jesucristo, nuestro Señor, nacido del Espíritu Santo y de la Virgen María. Pues también la bienaventurada María concibió creyendo a quien alumbró creyendo. Después de habérsele prometido el hijo, preguntó cómo podía suceder eso, puesto que no conocía varón. En
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efecto, sólo conocía un modo de concebir y dar a luz; aunque personalmente no lo había experimentado, había aprendido de otras mujeres —la naturaleza es repetitiva— que el hombre nace del varón y de la mujer. El ángel le dio por respuesta: El Espíritu Santo vendrá sobre ti y la virtud del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso lo que nazca de ti será santo y será llamado Hijo de Dios (Le 1,35). Tras estas palabras del ángel, ella, llena de fe y habiendo concebido a Cristo antes en su mente que en su seno, dijo: He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra (Le 1,38). Cúmplase, dijo, el que una virgen conciba sin semen de varón; nazca del Espíritu Santo y de una mujer virgen aquel en quien renacerá del Espíritu Santo la Iglesia, virgen también. Llámese Hijo de Dios aquel santo que ha de nacer de madre humana, pero sin padre humano, puesto que fue conveniente que se hiciese hijo del hombre el que de forma admirable nació de Dios Padre sin madre alguna; de esta forma, nacido en aquella carne, cuando era pequeño, salió de un seno cerrado, y en la misma carne, cuando era grande, ya resucitado, entró por puertas cerradas. Estas cosas son maravillosas porque son divinas; son inefables porque son también inescrutables; la boca del hombre no es suficiente para explicarlas porque tampoco lo es el corazón para investigarlas. Creyó María, y se cumplió en ella lo que creyó. Creamos también nosotros para que pueda sernos también provechoso lo que se cumplió» (S. AGUSTÍN, Sermones, 215,4). 216 Nacimiento de Jesucristo en la plenitud de los tiempos.—«Hoy, amadísimos, ha nacido nuestro Salvador. Alegrémonos. No es justo dar lugar a la tristeza cuando nace la vida para acabar con el temor de la muerte y llenarnos de gozo con la eternidad prometida. Nadie se crea excluido de participar en este regocijo, pues una misma es la causa de la común alegría, ya que nuestro Señor, destructor del pecado y de la muerte, así como a nadie halló libre de culpa, así vino a librar a todos del pecado. Exulte el santo, porque se acerca el premio; alégrese el pecador, porque se le invita al perdón; anímese el gentil, porque se le llama a la vida. Al llegar la plenitud de los tiempos (Gal 4,4), señalada por los inescrutables designios del divino consejo, tomó el Hijo de Dios la naturaleza humana para reconciliarla con su autor y vencer al diablo, inventor de la muerte, por la misma naturaleza que él había dominado (Sab 2,24). En esta lucha emprendida para nuestro bien se peleó según las mejores y más nobles reglas de equidad, pues batió el Señor todopoderoso al cruelísimo enemigo no en su majestad, sino en nuestra humildad, oponiéndole una naturaleza
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humana, mortal como nosotros, aunque libre en todo de pecado. Lejos estuvo de este nacimiento lo que de todos los demás leemos: Nadie está limpio de mancha, ni siquiera el niño que sólo lleva un día de vida sobre la tierra (Job 15,4-5). Nada contrajo en este singular nacimiento de la concupiscencia carnal, en nada estuvo sujeto a la ley del pecado. Se eligió una virgen de la estirpe real de David que, debiendo concebir un fruto sagrado, lo concibió antes en su espíritu que en su cuerpo. Y para que no se asustase por los efectos inusitados del designio divino, supo por las palabras del ángel lo que en ella iba a realizar el Espíritu Santo. De este modo, no consideró un daño de su virginidad llegar a ser madre de Dios. En efecto, ¿por qué había de desconfiar María ante lo insólito de aquella concepción, cuando se le promete que todo será realizado por la virtud del Altísimo? Cree María, y su fe se ve corroborada por un milagro ya realizado: lá inesperada fecundidad de Isabel, que le ha sido concedida para evidenciar la posibilidad de hacer con una virgen lo que se ha hecho con una estéril. [•a Tal nacimiento, carísimos, convenía a la fortaleza y sabiduría de Dios (1 Cor 1,24), que es Cristo, para que en él se hiciese semejante a nosotros por la humanidad y nos aventajase por la divinidad. De no haber sido Dios, no nos habría proporcionado remedio; de no haber sido hombre, no nos habría dado ejemplo. Por eso le anuncian los ángeles, cantando llenos de gozo: Gloria a Dios en las alturas; y proclaman: En la tierra, paz a los hombres de buena voluntad (Le 2,14). Ven ellos, en efecto, que la Jerusalén celeste se levanta en medio de las naciones del mundo. ¿Qué alegría no causará en el humilde mundo de los hombres esta obra inefable de la bondad divina, si provoca tanto gozo en la esfera sublime de los ángeles?» (S. LEÓN MAGNO, Sermones, 21, «sobre la Navidad del Señor»). 217 La fiesta de Navidad.—«Aunque este estado de infancia que el Hijo de Dios no ha juzgado indigno de su majestad se ha transformado con el tiempo en el estado del hombre perfecto y, una vez consumado el triunfo de su pasión y de su resurrección, han terminado también los actos referentes a la humillación aceptada por nosotros, sin embargo, la fiesta de hoy, del nacimiento de Jesús de la Virgen María, renueva para nosotros los comienzos sagrados y, al adorar el nacimiento de nuestro Salvador, tratamos de celebrar al mismo tiempo nuestros propios comienzos. La generación de Cristo es, en efecto, el origen del pueblo cristiano, y el aniversario del nacimiento de la cabeza es también el aniversario del cuerpo [...].
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Nace, pues, el Señor, amadísimos, no de un semen carnal, sino del Espíritu Santo y enteramente ajeno a la condenación que siguió al primer pecado. Por eso, la misma grandeza del don otorgado exige de nosotros un respeto digno de su magnificencia. Así nos lo enseña el santo Apóstol: No hemos recibido el espíritu del mundo, sino el Espíritu que viene de Dios, a fin de conocer los dones que Dios nos ha hecho (1 Cor 2,12). El mejor modo de presentarle un religioso homenaje es ofrecerle lo que él mismo nos ha dado. Pues en el tesoro de las liberalidades divinas ¿qué podemos encontrar que sea más a propósito para honrar la fiesta de hoy que esta paz que desde el nacimiento del Señor ha sido anunciada por el concierto de los ángeles? Pues ella, nutricia del amor y madre de la unidad (Ef 4,3), es la que engendra a los hijos de Dios (Mt 5,9)» (S. LEÓN MAGNO, Sermones, 26,2-3). 218 Epifanía del Señor.—«Alegraos, carísimos, en el Señor; de nuevo os lo digo: alegraos (Flp 3,4), ya que en breve espacio de tiempo, después de la solemnidad del nacimiento de Cristo, ha brillado la fiesta de su manifestación (Sal 118,2.5), y al mismo a quien en aquel día dio a luz la Virgen, hoy lo ha conocido el mundo. El Verbo hecho carne dispuso de este modo el origen de su aparición entre nosotros: que, nacido Jesús, se manifestase a los creyentes y se ocultase a sus perseguidores. Por eso, ya desde entonces los cielos pregonaron la gloria de Dios, y la voz de la verdad se extendió por toda la tierra (Sal 18,2-3), cuando, por una parte, el ejército de los ángeles se mostraba para anunciar el nacimiento del Salvador y, por otra, la estrella conducía a los Magos para que le adoraran. Así se verificó que, desde el Oriente hasta el Occidente (Sal 49,2), resplandeciera el nacimiento del verdadero Rey, ya que, por medio de los Magos, los reinos de Oriente conocieron la verdad de lo sucedido y no quedó oculto al imperio de los romanos. La crueldad de Herodes, pretendiendo dar muerte en su cuna al Rey que le infundía sospecha, contribuía, sin pensarlo, a esta difusión de la fe. Mientras se dedicaba a perpetrar un crimen detestable y procuraba, por la matanza de los Inocentes, deshacerse de aquel Niño para él desconocido, la fama de esta matanza publicaba por todas partes el nacimiento del Rey de los cielos. La nueva se difundió tanto más pronto y con tanto mayor prestigio cuanto más inusitada fue la señal prodigiosa del cielo y más cruel la impiedad del perseguidor. Entonces también el Salvador fue llevado a Egipto, para que aquellos pueblos, entregados a los antiguos errores, se dispusieran, mediante una gracia oculta, a recibir su próxima salvación, y para que, aun antes de rechazar las viejas supers-
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ticiones, ofreciera ya aquel país morada a la verdad» (S. LEÓN MAGNO, Sermones, 32, «sobre la Epifanía de Jesucristo», 1). 219 Jesucristo destruye la obra del primer Adán.—«Reconozca, pues, la fe católica su nobleza en la humildad del Señor y encuentre su alegría la Iglesia, Cuerpo de Cristo, en los misterios de su salvación. Si el Verbo de Dios no se hubiese hecho carne y no hubiese habitado entre nosotros Qn 1,14); si el Creador en persona no hubiese descendido hasta la criatura para unirse a ella, llamando, por su nacimiento, a la vieja humanidad a un nuevo principio, reinaría la muerte desde Adán hasta el fin, y sobre todos los hombres pesaría una condenación insoluble, ya que el solo hecho de nacer sería para todos los hombres la causa de su perdición. Por eso, sólo entre los hijos de los hombres ha nacido inocente el Señor Jesús, pues sólo él fue concebido sin mancha de la concupiscencia carnal. Se hizo hombre de nuestra raza para que podamos participar de la naturaleza divina (2 Pe 1,14). El principio de vida que tomó en el seno de la Virgen lo ha colocado en la rúente bautismal. Ha dado al agua lo que había dado a su madre, pues el poder del Altísimo y la sombra del Espíritu Santo (Le 1,35), que hicieron que María diese al mundo un Salvador, hacen también que el agua regenere al creyente. Mas, para curar las enfermedades, para dar vista a los ciegos, para resucitar a los muertos, ¿qué hay más conveniente que curar las heridas del orgullo con los remedios de la humildad? Descuidando Adán los preceptos de Dios, introdujo el castigo del pecado. Jesús, nacido sujeto a la Ley (Gal 4,4), restituye la l i bertad de la justicia (1 Pe 2,16). Aquél, escuchando al diablo hasta cometer el pecado, mereció que todos muriesen en él; éste, obedeciendo al Padre hasta morir en la cruz, hizo que todos encontrasen vida en él. Aquél, sediento del honor debido a los ángeles, perdió la dignidad de su naturaleza; éste, tomando la condición de nuestra debilidad, colocó en el cielo a los mismos por los que había descendido hasta los infiernos. Finalmente, a aquél, caído por su orgullo, se le ha dicho: Eres tierra y ala tierra irás (Gen 3,19); y a éste, exaltado por haberse humillado, se le ha dicho: Siéntate a mi derecha, hasta que ponga a tus enemigos por escabel de tus pies (Sal 109,1)» (S. LEÓN MAGNO, Sermones, 25, «sobre la Navidad del Señor»). 220 El nacimiento del Señor es el nacimiento de la paz.— «Los que no han nacido de la sangre, ni del querer de la sangre, ni del querer del hombre, sino de Dios (Jn 1,13), ofrecen al Padre la concordia propia de los hijos animados del deseo de la paz, y to-
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dos los miembros de la familia de adopción se encuentran en el Primogénito de la nueva creación (Rom 8,29); el cual no ha venido a hacer su voluntad, sino la voluntad del que le ha enviado (Jn 6,38). Pues aquellos a los que la gracia del Padre predestinó para herederos suyos (Tit 3,7) no están llenos de discordias y rencillas, sino que piensan y aman la misma cosa (Flp 2,2). Los que han sido reformados según el modelo único, deben tener un alma uniforme entre sí. El nacimiento del Señor es el nacimiento de la paz. Así dice el Apóstol: Nuestra paz es aquel que de los dos pueblos no hizo más que uno (Ef 2,14); porque, ya sea judío o gentil, por él tenemos acceso al Padre en un solo Espíritu (Ef 2,18). El día antes de su pasión, escogido libremente (Jn 13,1), instruyó particularmente a sus discípulos en esta doctrina, y les dijo: Os doy la paz, os dejo mi paz (Jn 14,27). Y para que no se ocultase en una expresión general la cualidad propia de su paz, añadió: No os la doy como la da el mundo. El mundo —dice— tiene sus amigos (Jn 15,19), y hace a muchos concordes con un amor perverso. Hay también almas que se regocijan, pero en el vicio, y la semejanza del deseo engendra los mismos afectos [...]. La paz de los hombres espirituales y católicos, paz descendida del cielo y que al cielo conduce, no nos permite ninguna comunión con los amigos del mundo, sino que nos obliga a hacer frente a todos los obstáculos y a librarnos de los deleites perniciosos, para volver hacia las alegrías verdaderas, como dice el Señor: Donde está tu tesoro, allí está tu corazón (Mt 6,21), esto es, si las cosas que amas son bajas, descenderás a los abismos profundos; si las cosas que quieres están en las alturas (Col 3,1-2), llegarás a las altas cimas. El espíritu de paz nos guíe y nos conduzca, no queriendo más que una cosa, no pensando más que una misma cosa, no teniendo más que un solo corazón en la fe, la esperanza y la caridad» (S. LEÓN MAGNO, Sermones, 26, «sobre la Navidad del Señor»). 221 La Epifanía de Jesucristo se actualiza para nosotros.— «El día en que Cristo, Salvador del mundo, se manifestó por primera vez a los paganos, ha de ser, amadísimos, objeto de nuestra veneración y de nuestro homenaje religioso. Hoy debe subir en nuestros corazones la alegría que llenó el corazón de los tres Magos cuando, incitados y guiados por una nueva estrella, adoraron, presente a sus miradas, a aquel en quien habían creído cuando les había sido prometido. Este día no ha terminado, de modo que haya pasado con él la virtud entonces revelada de la
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acción divina y de que, de ese acontecimiento, nada haya llegado hasta nosotros más que un recuerdo glorioso que acoge nuestra fe y honra nuestra memoria. El don de Dios, por el contrario, se multiplica, y aún hoy, en nuestra época, experimenta todo lo que comenzó entonces. Aunque el relato de la lectura evangélica no nos narre propiamente aquellos días en los que los tres varones —a los que ni la predicación profética había instruido, ni el testimonio de la Ley había enseñado— vinieron desde los confines del Oriente para conocer a Dios, sin embargo, esto mismo conocemos que se hace ahora en la iluminación de todos los llamados» (S. LEÓN MAGNO, Sermones, 36, «sobre la Epifanía de nuestro Señor Jesucristo»). 222 Nace Jesucristo para restaurar al hombre caído.—«Nace, pues, Cristo para restaurar con su nacimiento la naturaleza corrompida; se hace niño y consiente ser alimentado, recorre las diversas edades, para instaurar la única edad perfecta, permanente, la que él mismo había hecho; carga sobre sí al hombre para que no vuelva a caer; lo había hecho terreno, y ahora lo hace celeste; le había dado un principio de vida humana, ahora le comunica una vida espiritual y divina. De este modo, lo traslada a la esfera de lo divino, para que desaparezca* todo lo que había en él de pecado, de muerte, de fatiga, de sufrimiento, de meramente terreno; todo ello por el don y la gracia de nuestro Señor Jesucristo, que vive y reina con el Padre en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, ahora y siempre y por los siglos inmortales. Amén» (S. PEDRO CRISÓLOGO, Sermones, 148). 223 Adoración de los Magos.—«Hoy el mago encuentra llorando en su cuna a aquel que, resplandeciente, buseaban las estrellas. Hoy el mago contempla claramente, entre pañales, a aquel que, encubierto, buscaba pacientemente en los astros. Hoy el mago discierne con profundo asombro lo que allí contempla; el cielo en la tierra y la tierra en el cielo; el hombre en Dios y Dios en el hombre: y a aquel que no pudo ser encerrado en todo el universo incluido en un cuerpo efe niño» (S. PEDRO CRISÓLOGO, Sermones, 160). ale¿w* tyífr<*«*>ertit vlc MD&S f»**
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IX BAUTISMO Y TENTACIONES «Entonces vino Jesús desde Galilea al Jordán, adonde estaba Juan, para ser bautizado por él» (Mt 3,13). «Luego Jesús fue llevado al desierto por el Espíritu, para ser tentado por el diablo» (Mt 4,1). «Por aquellos días vino Jesús de Nazaret a Galilea, y fue bautizado por Juan en el Jordán, En el instante en que salía del agua, vio los cielos abiertos y al Espíritu que descendía sobre él en forma de paloma, y vino una voz de los cielos: 'Tú eres mi Hijo querido; en ti he puesto mi agrado"» (Me 1,9-11). «Luego el Espíritu le encaminó al desierto. Y estuvo en el desierto durante cuarenta días, siendo tentado por Satanás; vivía entre las fieras y los ángeles le servían» (Me 1,12). 1
224 El misterio de Juan Bautista sigue cumpliéndose ahora.—«Yo pienso que el misterio de Juan se cumple en el mundo hasta ahora. El que ha de creer en Cristo Jesús, antes viene a su alma el espíritu y el poder de Juan, para preparar al Señor un pueblo perfecto (Le 1,17), y en las asperezas del corazón allanar los caminos y hacer rectos los senderos. No sólo en aquellos tiempos fueron preparados los caminos y enderezadas las sendas; también hoy todavía el espíritu y el poder de Juan preceden la llegada del Señor Salvador. ¡Oh grandeza de los misterios del Señor y de sus designios! Los ángeles preceden a Jesús, los ángeles ascienden y descienden para la salvación de los hombres en Cristo Jesús, de quien es la gloria y el poder por los siglos de los siglos (1 Pe 4,11)» (ORÍGENES, Homilías sobre el Evangelio de San Lucas, 4,6). 225 Cinco clases de bautismo.—«Sale Jesús del agua. Consigo lleva levantado el mundo, y ve cómo se abren los cielos que Adán se había cerrado a sí mismo y a cuantos de & descendieran, como había cerrado también el paraíso con flameante espada. El Espíritu da testimonio de la naturaleza divina de Jesús; acude a encontrarse con su igual. Y otro tanto la voz del cielo, pues de allí procedía Aquel de quien se da testimonio. El Espíritu se manifiesta corporalmente en forma de paloma, honrando así al cuerpo, honrado ya antes por Dios mediante la deificación. Por otra parte, ya
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desde antiguo la paloma estaba acostumbrada a anunciar el final del diluvio. Claro que, si tu estimas la naturaleza divina atendiendo al peso y al volumen, te ha de parecer insignificante el Espíritu, pues se presenta en forma de paloma. ¡ Ah, mezquino para contemplar tales grandezas! Incluso cuentas con la posibilidad de despreciar el reino de los cielos, que es comparado con un grano de mostaza. Y, por supuesto, advertirás que el enemigo aventaja en grandeza a Jesús, porque aquél recibe los nombres de monte alto, Leviatán y rey de lo que se halla en las aguas, mientras que Jesús es el cordero, la perla, la gota y otros semejantes. Es decoroso que en la fiesta del Bautismo del Señor nos aprestemos a sufrir un poco por aquel que por nosotros asumió forma humana, fue bautizado y crucificado. ¡Ea! Consideremos las diversas maneras en que puede recibirse el bautismo, para que así nos vayamos de aquí purificados. Bautizó Moisés, pero en el agua (Ex 17,6). Y antes aun en la nube y en el mar (Ex 13,21; 14,22). Como nota San Pablo (1 Cor 10,lss), esto era una figura; el mar era figura del agua del bautismo; la nube, del Espíritu; el maná, del pan de vida; la bebida, de la bebida divina. También Juan bautizó. Mas ya no lo hizo a la manera de los judíos, puesto que no bautizaba sólo con agua, sino además en función del arrepentimiento (Mt 3,2). No obstante, no era todavía enteramente espiritual, pues no bautizaba en nombre del Espíritu Santo. Por último, bautiza Jesús y lo hace en el nombre del Espíritu (Mt 28,19). Este es el bautismo perfecto. Detengámonos nosotros un poco en este punto: ¿cómo es posible que no sea Dios aquel gracias al cual llegas tú a ser dios? Aún conozco un cuarto tipo de bautismo: aquel que se obtiene por el testimonio de la sangre. Cristo también fue bautizado según este cuarto modo, que es mucho más venerable que los anteriores, porque no admite ser mancillado después con mancha alguna. Por fin diré que hay todavía un quinto bautismo. Es el de las lágrimas. Este resulta en extremo penoso, pues riega cada noche el propio lecho y el estrado. Este es propio de aquel, cuyas llagas son fétidas, que camina llorando y entristecido y reproduce el arrepentimiento de Manases (2 Cr 33,13), y la humillación con que Ninive alcanzó el perdón Qn 3,5). Es el bautismo perteneciente a quien pronuncia en el templo las palabras del publicano, que es juzgado por contraposición con la arrogancia del fariseo (Le 18,13). El bautismo propio de quien como la cananea se ampara en la misericordia y suplica migajas, esto es, el alimento de un perro hambriento (Mt 15,22ss)» (S. G R E G O R I O N A C I A N C E N O , Sermones, 39,16-17).
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226 Al ser bautizado, Jesús bendice y purifica las aguas.— «Y sucedió que, mientras se bautizaba todo el pueblo, se bautizó Jesús y, estando en oración, se abrió el cielo (Le 3,21). Se bautiza Jesús bendiciendo las aguas y purificándolas por nuestra causa, pues él es el Santo de los santos y el Verbo Unigénito de Dios. Ciertamente no necesitaba el santo bautismo ni alcanzar remisión de los pecados, que nosotros obtenemos por él; pues todos nosotros hemos recibido de su plenitud. Y descendió de Dios Padre el Espíritu Santo, aunque es también propio del Hijo. Sabiamente se dice el Espíritu de Cristo, el Espíritu que procede del Padre, aunque es propio del Hijo. Testigo es Pablo, al decir: Vosotros, en cambio, no estáis en la carne, sino en el espíritu, ya que el Espíritu de Dios habita en vosotros; si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, ése no es de él (Rom 8,9). Y también: Como sois hijos de Dios, envió Dios a vuestros corazones el Espíritu de su Hijo, para que clame: ¡Abba! ¡Padre/ (Gal 4,6). Luego, ciertamente el Espíritu Santo procede, como he dicho, de Dios Padre; mas es el Hijo verdadero, Unigénito Verbo de Dios, adornado con la gloría del Padre, quien lo infunde en las criaturas y se lo da a los dignos. También lo decía él: Todo lo que el Padre tiene es mío (Jn 16,15)» (S. CHULO D E ALEJANDRÍA, Comentario al Evangelio de San Lucas). 227 Jesucristo, en su bautismo, ungido como hombre por el Espíritu Santo.—«Y cuando el tiempo de tan gran munificencia y libertad produjo para todos al Unigénito encarnado en el mundo, como hombre nacido de mujer, Dios Padre otorgó a su vez el Espíritu, y Cristo, como primicia de la naturaleza renovada, fue el primero que lo recibió. Y esto fue lo que atestiguó Juan Bautista cuando dijo: He contemplado al Espíritu que bajaba del cielo y se posó sobre él (Jn 1,32). Decimos que Cristo, por su parte, recibió el Espíritu en cuanto se había hecho hombre, y en cuanto convenía que el hombre lo recibiera; y aunque es Hijo de Dios Padre, engendrado de su misma sustancia, incluso antes de la encarnación —más aún, antes de todos los siglos—, no se da por ofendido de que el Padre le diga, después que se hizo hombre: Tú eres mi Hijo; yo te he engendrado hoy (Sal 2,7; Hech 13,33). Dice haber engendrado hoy a quien era Dios, engendrado de él mismo antes de los siglos, a fin de recibirnos por su medio como hijos adoptivos; pues en Cristo, en cuanto hombre, se encuentra significada toda la naturaleza; y así también el Padre, que posee su propio Espíritu, se dice que lo otorga a su Hijo, para que nosotros nos beneficiemos del Espíritu en 11. Por esta causa, pertene-
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ció a la descendencia de Abraham, como está escrito, y se asemejó en todo a sus hermanos. De manera que el Hijo Unigénito recibió el Espíritu Santo, no para sí mismo —pues es suyo, habita en él y por su medio se comunica, como ya dijimos antes—, sino para instaurar y restituir a su integridad a la naturaleza entera, ya que, al haberse hecho hombre, la poseía en su totalidad. Puede, por tanto, entenderse —si es que queremos usar nuestra razón, así como los testimonios de la Escritura— que Cristo no recibió el Espíritu Santo para sí, sino más bien para nosotros en sí mismo; pues por su medio nos vienen todos los bienes» (S. CIRILO DE ALEJANDRÍA, Comentario al Evangelio de San Juan, 1,2). 228 Presencia de la Trinidad en el bautismo de Jesucristo.— «Así, pues, Cristo descendió al agua y el Espíritu Santo descendió en forma de paloma. Dios, el Padre, habló desde el cielo. Aquí tienes la presencia de la Trinidad» (S. AMBROSIO, De los Sacramentos, 1,19). 229 El segundo Adán llevado por el Espíritu al desierto.— «Entonces Jesús fue conducido por el Espíritu al desierto, para ser tentado por el diablo (Le 4,1). Es conveniente recordar cómo el primer Adán fue expulsado del paraíso al desierto, para que advirtieras cómo el segundo Adán viene del desierto al paraíso. Ves también cómo sus daños se reparan siguiendo sus encadenamientos y cómo los beneficios divinos se renuevan tomando sus propias trazas. Una tierra virgen ha dado a Adán, Cristo ha nacido de la Virgen; aquél fue hecho a imagen de Dios; éste es la Imagen de Dios [...]. Adán está en el desierto, en el desierto Cristo; pues él sabía dónde podía encontrar al condenado para disipar su error y conducirlo al paraíso; mas, como él no podía volver allá cubierto con los despojos de este mundo, como no podía ser habitante del cielo sin ser despojado de toda mancha, lo despojó del hombre viejo y lo revistió del hombre nuevo (Col 3,9ss); porque, como los decretos divinos no pueden ser abrogados, era mejor que cambiase la persona que no la sentencia» (S. AMlROSIO, %rataao sobre el Evangelio de San Lucas, 4,7). 230 Jesucristo tentado por Satanás.—«Y en seguida, el.Espíritu lo empujó hacia el desierto, para ser tentado por el diablo (Mt 4,1; Me 1,12-13). ¿Por qué Satanás no lo tentó antes de los treinta años? Porque el cielo no había dado un signo cierto de su divinidad; apareció modesto como los demás y su pueblo no le prestó atención. Satanás se abstuvo de tentarlo hasta el tiempo de su bautismo. Mas,
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cuando escuchó: He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo (Jn 1,29), quedó sumamente estupefacto. No obstante, esperó al bautismo para ver si, una vez bautizado con el bautismo ordinario, era como otro cualquiera que tuviese necesidad de él» (S. EFRÉN, Comentario sobre el Diatesaron, 4,4). 231 La humildad, plenitud de la justicia.—«Llega Jesús y es bautizado por Juan; el Señor recibe el bautismo de manos de su siervo, a fin de darnos ejemplo de humildad, porque la humildad es la plenitud de la justicia, según él mismo lo enseña, cuando, a estas palabras de Juan: Yo soy quien debe ser bautizado por ti, respondió: Deja eso ahora, para que se cumpla toda justicia (Mt 2,1415)» (S. AGUSTÍN, Sermones, 52,1). 232 Con su ejemplo, Jesús nos enseña a vencer las tentaciones.—«Entramos, amadísimos, en la Cuaresma, es decir, en una fidelidad mayor al servicio del Señor. Viene a ser como si entrásemos en un combate de santidad. Por tanto, preparemos nuestras almas a las embestidas de las tentaciones, sabiendo que, cuanto más celosos seamos de nuestra salvación, tanto más violentamente nos atacarán nuestros adversarios. Mas el que habita en medio de nosotros es más fuerte que quien lucha contra nosotros. Nuestra fortaleza viene de él, en cuyo poder tenemos puesta nuestra confianza. Pues, si el Señor permitió que le visitase el tentador, lo hizo para que tuviésemos nosotros, además de la fuerza de su socorro, la enseñanza de su ejemplo. Acabáis de oírlo: venció a su adversario con las palabras de la Ley, no con el vigor de su brazo. Sin duda, reportó su humanidad mayor gloria y fue mayor el castigo de su adversario al triunfar del enemigo de los hombres, no como Dios, sino como un mortal. Ha combatido para enseñarnos a combatir en pos de él. Ha vencido para que nosotros seamos también vencedores de la misma manera. Pues no hay, amadísimos, actos de virtud sin la experiencia de las tentaciones, ni fe sin prueba, ni combate sin enemigo, ni victoria sin batalla. La vida pasa en medio de emboscadas, en medio de sobresaltos. Si no queremos vernos sorprendidos, hay que vigilar. Si pretendemos vencer, hemos de luchar. He aquí por qué dijo Salomón, cuando era sabio: Hijo, si quieres servir al Señor, prepara tu alma para la tentación (Eclo 2,1). Estaba lleno de la ciencia de Dios, sabía que no hay fervor sin trabajos y combates. Y, previendo los peligros, los advierte, a fin de que estemos preparados para rechazar los choques del tentador» (S. LEÓN MAGNO, Sermones, 39, «sobre la Cuaresma»).
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233 Ayuno y abstinencia cuaresmal.—«Por el magisterio de nuestro Redentor, amadísimos, aprendemos que no sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra de Dios (Mt 4,4), y es conveniente al pueblo cristiano, en cualquier grado de abstinencia que se haya establecido, desear alimentarse más de la palabra de Dios que del alimento material. Recibamos, por lo mismo, este ayuno solemne con una devoción diligente y una fe alerta, y celebrémoslo no con una dieta estéril, tal como lo prescriben frecuentemente la debilidad del cuerpo y la maldad de la avaricia, sino con una gran generosidad, para ser de los que ha dicho la misma Verdad: Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán hartos (Mt 5,6). Sean nuestras delicias las obras de misericordia, y llenémonos de estos alimentos que nutren con vistas a la eternidad. Pongamos nuestro gozo en las refecciones de los pobres, a los cuales sació nuestra limosna. Regocijémonos en el vestido de aquellos cuya desnudez cubrimos con la ropa necesaria. Sienta nuestra humanidad a los enfermos en sus enfermedades, a los desterrados en sus pruebas, a los huérfanos en su abandono, a las viudas desoladas en sus tristezas. No hay nadie que, al ayudar a otro, no alcance alguna parte del beneficio. Nada es pequeño cuando es grande el corazón, ni la medida de nuestra misericordia o de nuestra compasión depende de los límites de nuestra fortuna. La opulencia de la buena voluntad nunca escasea de méritos, aunque tenga poco. Las limosnas de los ricos son más cuantiosas y menos las de las gentes más modestas, pero el fruto de sus obras no las diferencia si las anima un mismo amor» (S. LEÓN MAGNO, Sermones, 40, «sobre la Cuaresma»). x
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LAS FIGURAS «Esta generación es una generación perversa; busca una señal y no se le dará otra señal sino la señal de Jonás» (Le 11,29). «Y como Moisés puso en alto la serpiente, así es necesario que sea puesto en alto el Hijo del hombre» (Jn 3,14). «En verdad os digo: no fue Moisés quien os dio el pan bajado del cielo, sino mi Padre es quien os da el pan verdadero que viene del cielo» (Jn 6,32). «Díceles Jesús: Si fuerais hijos de Abraham, haríais las obras de Abraham» (Jn 8,39).
234 Henoc, Noé y Abraham, figuras de Jesucristo.—«Obedezcamos, por tanto, a su magnífico y glorioso designio y, acu-
Las figuras
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diendo como suplicantes a su compasión y benignidad, postremonos en su presencia y volvámonos a sus misericordias, después de dar de mano a todo vano afán, a toda contienda y a la envidia que conduce a la muerte. Fijemos nuestros ojos en aquellos que ministraron de modo perfecto a su magnifícente gloria. Tomemos por ejemplo a Henoc, quien, hallado justo en la obediencia, fue trasladado, sin que se hallara rastro de su muerte. Noé, hallado, otrosí, justo, predicó por su servicio al mundo la regeneración, y por su medio salvó el Señor a los animales que entraron en concordia en el arca. Abraham, que fue dicho amigo de Dios, fue encontrado fiel por haber sido obediente a las palabras de Dios. Abraham, por su obediencia, salió de su tierra, y de su parentela y de la casa de su padre, para heredar las promesas de Dios, a cambio de una escasa tierra, y de una parentela estrecha y una casa pequeña que abandonó (Gen 12,lss)» (S. C L E M E N T E R O M A N O , Carta latos Corintios, 9 y 10). 235 Figuras de Jesucristo: Abraham, Job y Moisés.—«Imitemos también a los que iban vestidos de pieles de cabra y de oveja (Heb 11,37), pregonando la venida de Cristo. Nos referimos a Elias y Elíseo, a Ezequiel y a los profetas. Y, aparte de éstos, a cuantos fueron por Dios atestiguados. Atestiguado con gran testimonio fue Abraham, y amigo de Dios fue llamado y, sin embargo, mirando a la gloria de Dios, dice con espíritu de humildad: Yo soy tierra y ceniza (Gen 18,27). Sobre Job, otrosí, se escribe de esta manera: Job, empero, era justo, irreprochable, verdadero, piadoso, apartado de todo mal (Job 1,1). Sin embargo, él se acusará a sí mismo, diciendo: Nadie está limpio de mancha, aun cuando su vida sea de un solo día. Moisés fue llamado fiel en toda su casa (Núm 12,7), y por su servicio juzgó Dios a Egipto por medio de plagas y tormentos. Y, sin embargo, tampoco él, a pesar de haber sido grandemente glorificado, habló arrogantemente, sino que, cuando se le daba el oráculo desde la zarza, dijo: ¿Quién soy yo para que me envíes? (Ex 3,11)» (S. C L E M E N T E R O M A N O , Carta La los Corintios, 17). 236 Bendiciones de los patriarcas.—«De la misma manera que la maldición siguió su camino, así también la bendición en la descendencia que había sido bendecida, cada uno en su rango. El primero entre ellos fue bendecido Sem, con estas palabras: Bendito sea el Señor, Dios de Sem, sea Canaán su esclavo (Gen 9,20). Tal es la fuerza de esta bendición: el Dios y Señor de todos viene a ser la posesión reservada a la piedad de Sem; esta bendición se prolon-
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ga para llegar a Abraham, que, en la posteridad de Sem, llega a la décima generación según la genealogía descendiente. Y por esto el Padre y Dios de todas las cosas se ha complacido en llamarse Dios de Abraham, y Dios de Isaac y Dios de Jacob (Ex 3,6; Mt 22,32). En cuanto a la bendición de Jafet, ésta es la fórmula: Dilate el Señor a Jafet y habite en las tiendas de Sem, y que Canaán sea su esclavo (Gen 9,27). Esta bendición ha florecido al final de este período, cuando el Señor se ha manifestado a las naciones, porque el Señor ha hecho llegar hasta ellas su llamada: A toda la tierra alcanza su pregón y hasta los límites del orbe su lenguaje (Sal 18,5; Rom 10,19). Dilatar significa la llamada entre las naciones, es decir, la Iglesia. Jafet habite en las tiendas de Sem, es decir, en la herencia de los patriarcas, habiendo recibido el derecho de primogenitura en Jesucristo» (S. IRENEO, Demostración de la predicación apostólica, 21). 237 Susana, figura de los misterios de la Iglesia.—«Es por esto que nuestro Señor Jesucristo ha muerto y ha resucitado para inaugurar su reino sobre los vivos y sobre los muertos (Rom 14,9). Esto nos lo enseña también la bienaventurada Susana, porque ella es en sí misma, en todos sus aspectos, figura de los misterios de la Iglesia, cuya fe, piedad, sabiduría, én cuanto concierne a las cosas de los cuerpos, es anunciada hasta nuestros días en toda la tierra. Yo os pido a todos cuantos leáis esta página de la Escritura, a las mujeres y a las vírgenes, a chicos y a grandes, tener ante los ojos el juicio de Dios e imitar a Susana, para que no busquéis vuestra gloria más que la de Dios y del Verbo, que habitaba en Daniel, y seáis salvados de la segunda muerte (Ap 20,6). Vosotros, los hombres, imitad la pureza de José. Vosotras, las mujeres, imitad la pureza y la fe de Susana, y no permitáis que sea dirigido ningún reproche contra vosotras, y que no se verifique en vosotras la palabra de los ancianos. Porque hay en nuestros días numerosos seductores mentirosos, que engañan a las almas justas de los santos; los unos seducen con palabras vanas, los otros pervierten con preceptos heréticos, queriendo de este modo satisfacer sus pasiones» (S. HIPÓLITO, Comentario sobre Daniel, 1,22). 238 Daniel, arrojado al foso de los leones.—«Y tú mira: Hoy Babilonia es el mundo, los sátrapas son los poderes políticos, Darío es su rey, el foso es el infierno, los leones son los ángeles que atormentan. Imita, pues, a Daniel, no temas a los sátrapas, ni te sometas al edicto de los hombres. De este modo, si tú eres arrojado al foso de los leones, serás protegido por el ángel; tú domestica-
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ras a las fieras. Ellas se postrarán delante de t i , como ante un servidor de Dios. No se te encontrará herida alguna, sino que serás sacado del foso y participarás en la resurrección. Tú serás el señor de tus enemigos y darás gracias a Dios, siempre viviente, a quien sea dada la gloria por los siglos de los siglos. Amén» (S. HIPÓLITO, Comentario sobre Daniel, 3,31). 239 Caín y Abel. José vendido por sus hermanos. David perseguido por Saúl.—«Por la envidia del diablo se introdujo la muerte en el mundo. Imítanle, por tanto, los que son de su partido (Sab2,24). De ahí, en fin, procede aquel primer odio contra el único hermano, de ahí los abominables homicidios, cuando Caín injusto mira con celos a Abel justo, cuando el malo persigue al bueno por envidia [...]. La hostilidad de Esaú para con Jacob fue efecto de la envidia; en efecto, porque éste había recibido la bendición de su padre, se encendió aquél en odio y rencor con el fuego de la envidia. Y la causa de que vendieran a José sus hermanos también fue la envidia: después que aquél había contado sencillamente, como hermano a hermanos, el porvenir que le presentaron los sueños, estalló la malevolencia y la envidia. Por su parte, al rey Saúl ¿qué otro aguijón que el de la envidia le provoco a odiar a David, a desear matar en repetidos intentos a un hombre inocente, piadoso y tan manso en sufrirlo? [...] Y para no alargarse recorriendo cada caso, paremos mientes de una vez en la ruina de su pueblo. ¿Por ventura no perecieron los judíos por tener envidia de Cristo, en vez de creer en él? Esta les cegó para detractar las maravillas que obraba, y no quisieron abrir los ojos del corazón y aceptar sus obras divinas. Teniendo, pues, presente, hermanos amadísimos, estas consecuencias, hemos de velar y fortalecer nuestro espíritu consagrado al Señor contra tan fuerte maldad» (S. CIPRIANO, De los celos y la envidia, 4-6). 240 La paciencia de Jesucristo, figurada en la de los patriarcas.—«Por ultimo, hallamos que patriarcas y profetas, y todos los justos que prefiguraban a Cristo, ninguna virtud guardaron como más digna de sus preferencias que la observancia de una paciencia y ecuanimidad a toda prueba. Así, Abel, que fue el protomártir que consagra el martirio entre los justos, no hace resistencia ni frente a su hermano fratricida, sino que es muerto con paciente humildad y mansedumbre. Así, Abraham, que cree en Dios, y es el primer padre y fundamento de los que creen, siendo puesto a prueba para sacrificar a su hijo, no duda ni vacila, sino obedece el mandato de Dios con entera resignación de su entrega. Isaac, que en
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figura representaba al Señor, cuando se ofrece como víctima a su padre para ser inmolado, se muestra paciente. Y Jacob, teniendo que huir de su hermano, lleva con paciencia el salir de su país [...]. José, vendido por sus hermanos y desterrado, no sólo les perdona con toda paciencia, sino que les reparte el trigo con largueza y generosidad. Moisés no pocas veces es desdeñado por su pueblo ingrato e infiel, y casi es apedreado y, sin embargo, ora a Dios por ellos con dulzura y tolerancia. Y en David, de quien nace Cristo en cuanto al cuerpo, qué grande y maravillosa paciencia digna de un precristiano, con haber tenido en sus manos varias veces la vida de Saúl, que le perseguía y trataba de matarle y, sin embargo, prefirió salvarlo cuando lo tuvo a su disposición y no devolvió mal por mal a su enemigo, sino más bien le vengó cuando fue asesinado. En fin, tantos profetas muertos, tantos mártires honrados con muerte gloriosa, todos llegaron a la corona del cielo merced al mérito de su paciencia. Y no pueden ser coronados el dolor y el martirio si no van precedidos de la paciencia» (S. CIPRIANO, De los bienes de la paciencia, 10). 241 Job y Tobías, figuras de Jesucristo.—«De este modo fue cribado y probado Job, llegando por la virtud de la paciencia a la cumbre del mérito. Qué tiros no disparó contra él el diablo, qué máquinas de guerra no puso en juego; le infligió quebranto de patrimonio familiar, queda privado de sus numerosos hijos; el que, por ser rico en bienes, era señor y padre muy feliz de tantos hijos, queda en un instante sin hacienda y sin hijos. Le ataca una invasión de llagas, y sus miembros se ven consumidos por la podre y los gusanos. Y para que no faltara nada por experimentar a Job en sus pruebas, arma el diablo a su propia mujir, echando mano de su antigua astucia y maldad, como si lo que logró en el principio pudiera hacerlo ahora, engañando y sorprendiendo a todos por medio de la mujer. Y, sin embargo, Job no se deja mellar por tan penosos y terribles golpes para dejar de pregonar entre los angustiosos dolores, con el triunfo de su paciencia, la mano bienhechora de Dios. Asimismo, Tobías, probado con la pérdida de la vista, tras haber practicado magníficas obras de bondad y de misericordia, en la medida y paciencia con que sobrelleva la ceguera, en la misma mereció de Dios la aprobación y elogio» (S. CIPRIANO, De los bienes de la paciencia, 18). 242 Perfección en el hombre y en la mujer: Moisés, Judit, Esther, Susana y la hermana de Moisés.—«En esta perfección es posible igualmente participar al hombre y a la mujer. Moisés, por ejemplo, oyó decir a Dios, y no fue él solo: He visto que este pueblo
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es un pueblo terco. Déjame destruirlo y borrar su nombre bajo el cielo; de ti haré un pueblo más fuerte y numeroso que él (Dt 19,13-14). Pues bien: Moisés responde con una súplica: No, Señor, perdona el pecado de este pueblo, o me borras también a mí del libro de los vivientes (Ex 32,32). ¡Qué perfección tan grande! Prefirió morir con su pueblo antes que salvarse él solo. También Judit, la perfecta entre las mujeres, cuando fue cercada la ciudad, pide a los ancianos poder entrar en el campamento de los extranjeros, sale con total desprecio del peligro y se entrega a los enemigos por su patria, en la fe de Dios. Recibe pronto el premio de su fe; ella, mujer que había actuado valerosamente contra el enemigo de la fe, se adueñó de la cabeza de Holofernes. Más: la célebre Esther, perfecta en su fe, cuando liberó a Israel del despotismo tiránico y de la crueldad del sátrapa, mujer sola, mortificada por los ayunos, resistió innumerables filas de soldados; con su fe anuló el decreto del tirano. Y consiguió apaciguarlo, después quitó de en medio a Aman y preservó ileso a Israel con su oración a Dios. Recuerdo asimismo a Susana y a la hermana de Moisés; ésta se hizo guía para el ejército juntamente con el profeta, a la cabeza de todas las mujeres hebreas, por su sabiduría; la otra, por su extraordinaria austeridad de costumbres, resistió la muerte, inmutable mártir de la pureza, cuando fue condenada por sus cortejadores disolutos» (CLEMENTE D E ALEJANDRÍA, Stromata, 3,19,118-119). 243 El sol y la luna, Jesucristo y la Iglesia; las estrellas, los santos.—«Como se dice del sol y la luna que son grandes luminares en el firmamento del cielo, así también en nosotros Cristo y la Iglesia. Mas como Dios ha puesto también en el firmamento las estrellas, veamos quiénes son asimismo las estrellas en nosotros, esto es, en el cielo de nuestro corazón. Moisés es en nosotros una estrella que da luz y nos ilumina con sus hechos; y Abraham, Isaac, Jacob, Isaías, Jeremías, Ezequiel, David, Daniel y todos aquellos de los cuales la Sagrada Escritura da testimonio que agradaron a Dios. En efecto, como una estrella se diferencia de la otra en la gloria (1 Cor 15,41), así también todo santo difunde en nosotros su luz, según su grandeza; y como el sol y la luna iluminan nuestros cuerpos, así Cristo y la Iglesia iluminan nuestras almas. Todavía somos también iluminados, si no somos ciegos en el alma. En efecto, como el que es ciego en los ojos del cuerpo no puede recibir la luz del sol y de la luna, porque no está iluminado, así también Cristo concede su luz a nuestras almas; pero en tanto nos iluminará si de ningún modo lo impide la ceguera del alma. Y puesto que esto ocurra, ocurre en primer término que aquellos que sean
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ciegos sigan a Cristo, diciendo y exclamando: Hijo de David, ten piedad de nosotros (Mt 9,27); para que, recibiendo también de él la vista, podamos ser también irradiados por el resplandor de su luz» (ORÍGENES, Homilías sobre el Génesis, 1,7). 244 Abimelec, figura de los estudiosos y sabios del mundo.—«Este Abimelec (Gen 26,26-29), evidentemente, no está siempre en paz con Isaac; a veces está en desacuerdo, a veces busca la paz. Si recordáis que ya hemos dicho que Abimelec es figura de los estudiosos y sabios del mundo, los cuales, mediante la enseñanza de la filosofía, han comprendido también muchas cosas de la verdad, podemos entender que ellos no pueden estar siempre en desacuerdo, ni siempre en paz con Isaac, que es figura del Verbo de Dios, que está en la Ley. En efecto, la filosofía no es ni totalmente contraria ni totalmente en armonía con la ley de Dios. En efecto, son muchos los filósofos que escriben que hay un solo Dios y que ha creado todas las cosas; en esto están de acuerdo con la ley de Dios. No pocos añadieron asimismo que Dios ha creado y rige todas las cosas mediante su Verbo, y que él está en armonía no sólo con la Ley, sino con los Evangelios. Casi toda la filosofía moral y natural piensa realmente como nosotros, pero ciertamente en desacuerdo con nosotros cuando afirma que la materia es coeterna con Dios; está en desacuerdo cuando dice que Dios no se acuerda de las cosas mortales, sino que su Providencia se reduce a los espacios supralunares. Están en desacuerdo con nosotros cuando hacen depender la vida de la posición de las estrellas en el momento del nacimiento. Están en desacuerdo cuando dicen que este mundo es eterno y no tendrá fin. Así, hay otros muchos puntos sobre los cuales están en desacuerdo o en armonía con nosotros» (ORÍGENES, Homilías sobre el Génesis, 14,3). 245 La vara de Aarón florecida y los sentidos de la Escritura.—«Es, pues, necesario que todo jefe de tribu tenga su vara, pero uno solo es pontífice. Aarón (según dice la Escritura), cuya vara floreció (Num 17). Mas como el verdadero pontífice es Cristo (como hemos demostrado), su vara, la cruz, no sólo floreció y dio fruto para todos los pueblos creyentes. ¿Qué fruto es éste? Almendras —-dice -, que en su corteza exterior es amargo, se defiende con la corteza y, por último, la pulpa alimenta y nutre. Tal es la doctrina de la Ley y los Profetas en ayuda de Cristo. El primer aspecto de la letra es amargo, que manda la circuncisión de la carne, que regula los sacrificios y todo lo demás por lo que demuestra que la letra mata. Deja todo esto como se tira el envoltorio de la almendra. En segundo término, llegas a la corteza que 4
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defiende el fruto, en la que están significadas la doctrina moral y la razón de la continencia. Cosas ciertamente necesarias para la conservación de lo que se guarda en el interior, pero que se ha de partir y tirar. Como si, por ejemplo, decimos que, mientras estamos en este cuerpo corruptible, son necesarios el ayuno y la mortificación del cuerpo. Mas, cuando se ha roto y destruido, y de corruptible se haga incorruptible por la resurrección, de animal se haga espiritual, no ya por la penitencia ni por el castigo de la abstinencia, sino por su misma cualidad, ya ninguna corruptela dominará nuestro cuerpo. Así, pues, ahora se comprende la necesidad de la abstinencia; después no será ya necesaria. En tercer lugar, encontrarás escondido en ellas el sentido oculto y secreto de la sabiduría y ciencia de Dios, con el que se nutren y apacientan las almas de los santos, no sólo en esta vida presente, sino también en la futura. Esto es, pues, el fruto del pontífice, del que se promete a los que tienen hambre y sed que serán saciados» (ORÍGENES, Homilías sobre los Números, 16-17,9). 246 Los malos manifiestan mejor la bondad de los buenos.—«¿Quieres saber cómo las cosas que son buenas se conoce mucho mejor que son buenas en comparación con las malas? ¿Quién sabría lo buena que es la luz ú no experimentásemos las tinieblas nocturnas? ¿Quién conocería la dulzura de la miel si no hubiera sentido el gusto de lo amargo? Y hasta el diablo mismo: no podrían resplandecer las virtudes del alma sin tentación, si prescindes de los poderosos enemigos que luchan contra nosotros. Así, pues, no puede resplandecer la gloria de los sacerdotes fieles si no la recomendara la reprobación y el castigo de los que son infieles. Y por la lectura que se ha hecho: aquellos cinco justos eran tan estimados por Dios en comparación efe todos los restantes. Finalmente está escrito que Noé era varón justo y perfecto entre sus contemporáneos (Gen 6,9). De donde se advierte que no era absolutamente justo, sino que era perfecto entre sus contemporáneos. Pienso que de manera semejante hay que pensar de Lot; en la medida en que los sodomitas se hacían peores de día en día, tanto aparecía él más justo. En este mismo libro que tenemos en las manos: cuando regresaron los exploradores, enviados a inspeccionar la tierra, y diez de ellos, con sus informes pésimos, infundieron desesperación al pueblo, pero los otros dos, a saber, Caleb y Josué, anunciaron las ventajas (Núm 13 y 14) y exhortaron al pueblo a permanecer en lo propuesto, les valió del Señor un mérito inmortal, no tanto su
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confesión cuanto el miedo de sus compañeros» (ORÍGENES, Homilías sobre los Números, 16-17,9). 247 La Ley de Moisés nos convoca a la fe de Jesucristo.— «Este es el pozo que dijo Dios a Moisés: "Reúne al pueblo y les daré agua del pozo", dijo el Señor (Núm 21,16). Se manda a Moisés que congregue al pueblo para que se reúna junto al pozo y beba agua. Con frecuencia hemos manifestado que se debe aceptar la Ley de Moisés. La ley del Señor es la que te convoca para que te acerques al pozo. ¿Qué pozo sino aquel del que dijimos anteriormente, Jesucristo, el Hijo de Dios, subsistente por su propia sustancia, nombrado con el Padre y el Espíritu Santo en la fuente única de la divinidad? A este pozo, pues, es decir, a la fe de Cristo, nos convoca la Ley. Para que bebamos agua y le cantemos el cántico, esto es, que creamos de corazón para la justicia y confesemos con la boca para la salvación» (ORÍGENES, Homilías sobre los Números, 21,12). 248 Rahab. Fuera de la Iglesia nadie puede salvarse.—«Veamos qué hizo con los exploradores esta sabia meretriz. Ella les da un consejo espiritual y celestial, que nada tiene de terreno: Id al monte —les dijo— (Jos 2,16); no vayáis por los valles, huid de lo que es vil y bajo; predicad lo que es elevado y sublime. Ella puso en su casa una señal roja (Jos 2,18-21), por Ía que debía salvarse de la ruina de la ciudad. ¡Sí! Ella no recibió otra señal que la cinta roja. El rojo es figura de la sangre. Sabía ella que para nadie hay salvación más que en la sangre de Cristo [...]. Nadie se haga ilusión, nadie se engañe: fuera de esta casa, es decir, fuera de la Iglesia, nadie se salva. Aquí está el signo de la sangre, porque aquí está la purificación que se hace por la sangre» (ORÍGENES, Homilías sobre Josué, 3,9). 249 La burra de Balaam y el pollino montado por Jesucristo.—«Si ves los poderes enemigos atacar al pueblo de Dios, entiendes quién se sienta sobre la burra. Y si consideras cómo los hombres son precipitados por los demonios, entiendes cuál sea la burra. Así entenderás en el Evangelio a Jesús, que envía a sus discípulos a la burra que estaba atada y a su pollino; para que los discípulos la suelten, la traigan y él se siente sobre ella. Acaso esta burra, esto es, la Iglesia, llevaba primero a Balaam, ahora lleva a Cristo, desde que ha sido soltada por los discípulos; por los que ha sido liberada de los vínculos con que estaba sujeta; para que el Hijo de Dios se sentara sobre ella y entrara con ella en la saina ciudad de Jerusalén, y se cumpliera la Escritura que dice: Alégrate, hija de Sión, salta de júbilo, hija de Jerusalén. Mira que viene a ti
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tu rey, justo y salvador, humilde, montado en un pollino, hijo de asna (Zac 9,9). La que estaba bajo yugo, esto es, la burra, sin duda los creyentes del pueblo judío, y el pollino, aquellos que, entre los gentiles, creyeron en Jesucristo, nuestro Señor» (ORÍGENES, Homilías sobre los Números, 22,13). 250 Tres géneros de alimentos para el pueblo de Dios.— «Cuando el pueblo salió de Egipto, llevó la masa sin fermentar en sus vestidos (Ex 12,34). Cuando faltó la masa y no tenían pan, Dios llovió sobre ellos el maná. Mas, cuando llegaron a la tierra santa y comieron de los productos del país de las palmas, les faltó el maná (Jos 5,12). Empezaron a comer entonces de los frutos del país. Es así como se describen tres géneros de alimentos: uno, de los que comemos al salir de Egipto, pero éste dura poco tiempo. Otro que le sucede: el maná. En tercer lugar tomamos los frutos de la tierra. A través de esta diversidad, en cuanto entiende mi pobre inteligencia, yo encuentro este simbolismo: el primer alimento, que llevamos con nosotros al salir de la tierra de Egipto, es aquella pequeña ciencia recibida en la escuela (y, si se prefiere, el conocimiento de las letras liberales), que algo nos puede ayudar. Una vez que caminamos por el desierto, es decir, en el estado de nuestra vida presente, comemos el maná, en cuanto que somos instruidos por las enseñanzas de la Ley. Mas el que merezca entrar en la tierra prometida, esto es, aquellas cosas que han sido prometidas por el Salvador, comerá el fruto de la región de las palmas. Sí, verdaderamente encontrará el fruto de la palma aquel que, vencido el enemigo, llegue al término de las promesas» (ORÍGENES, Homilías sobre Josué, 6,1). 251 Dos montes, figuras del temor y del amor.—«... el forastero lo mismo que el nativo: la mitad hacia el monte Garizín, la otra mitad hacia el monte Ebal (Jos 8,33) [...]. Tales son los hechos que nos refiere la historia de los ancianos. ¿Cómo conseguiremos referir esta narración al sentido místico, para mostrar quiénes son estos que están junto al monte Garizín, y quiénes los que se instalan junto al monte Ebal? Yo veo así dos categorías de personas que corren y se acercan a la salvación: una, de aquellos que, con el deseo de las promesas celestiales, muestran un celo y una actividad prodigiosa, para no dejar escapar la menor parte de la felicidad; desean no sólo hacerse con la bendición y tener parte en la heredad de los santos (Col 1,12), sino también mantenerse en la presencia de Dios y estar siempre con el Señor. Otros, en cambio, son aquellos que buscan también El Evangelio en los PP. de la Iglesia
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la salvación, pero menos por el amor de las bendiciones y las promesas que por aquello que ellos tienen en su intención cuando dicen: A mí me basta no condenarme, me contento con no ir al fuego eterno, me basta no ser expulsado a las tinieblas exteriores (Mt 8,12)» (ORÍGENES, HomiMas sobre Josué, 9,7). 252 Las guerras narradas en la Escritura, fisura de las guerras espirituales.—«Si estas guerras carnales no fueran figura de las guerras espirituales, pienso que jamás los libros históricos de los judíos hubieran sido transmitidos por los apóstoles para ser leídos en las iglesias a los discípulos de Cristo, que vino a enseñar la paz. ¿Para qué servirían, efectivamente, tales descripciones de guerras a quienes dice Jesús: Mi paz os doy, mi paz os dejo Qn 14,27); a aquellos a quienes manda el Apóstol: No toméis la justicia por vuestra mano (Rom 12,19) y Soportad mas bien la injusticia, dejaos más bien despojar (1 Cor 6,7)? El Apóstol sabe bien que nosotros no tenemos que llevar adelante guerra alguna carnal frente a nuestros adversarios, sino que hemos de esforzarnos en combatir contra los adversarios espirituales, y él, como un maestro de milicia, da esta consigna a los soldados de Cristo: Revestios de la armadura de Dios para poder resistir a las asechanzas del diablo (Ef 6,11)» (ORÍGENES, Homilías sobre Josué, 15,1). 253 Distribución de la tierra prometida hecha por Josué.— «Moisés ha distribuido la heredad y también Jesús la ha distribuido. Pero, a propósito de la partición hecha por Moisés, la Escritura no dice que la tierra descansó de guerra; en cambio, en la distribución de Josué, la partición se inicia con este preámbulo: Y el país quedó en paz (Jos 14,15). Si, pues, tú quieres obtener de Jesús tu parte en la herencia y obtener tu porción de sus manos, te es necesario ante todo hacer cesar todas las guerras y establecer la paz; a fin de que se diga de tu tierra, que es tu propia carne: Y el país quedó en paz» (ORÍGENES, Homilías sobre Josué, 19,1). 254 Moisés, ejemplar de perfección*—«Hemos descrito la vida de Moisés como un ejemplar de perfección, por el que pueden dibujarse los rasgos de esta belleza manifestada en un hombre. Que Moisés alcanzo la perfección posible al hombre, se manifiesta en el testimonio de la voz divina: Has hallado —dice— gracia a mis ojos y te conozco por ét nombre (Ex 33,17). Además él fue llamado amigo de Dios (Ex 13,11) por Dios mismo. Y queriendo Dios, airado por los pecados de su pueblo, perderlos a todos, Moisés prefería morir con el pueblo a vivir sin su pueblo, y Dios, obrando como amigo, se aplaco (Ex 32,11-14). Todo lo cual manifiesta que Moi-
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sés llegó a la cumbre de la perfección humana» (S. GREGORIO DE NlSA, Libro de la vida de Moisés). 255 Infancia, adolescencia y madurez espiritual.—«(Cristo) echó mano de Salomón como uno de sus instrumentos; nos habla por medio de él: primero en los Proverbios, luego en el Eclesiastés y después coniSL filosofía del Cantar de los Cantares; mostrando a la inteligencia, por su camino y orden, la subida que lleva a la perfección [...]. De una manera nos instruye en los Proverbios, de otra habla el Eclesiastés; y la filosofía que se enseña por el Cantar de los Cantares supera a ambos por la sublimidad de los dogmas [...]. El que reclinó su cabeza sobre el pecho del Señor, en la Cena, amó los pechos del Señor y puso su corazón como una esponja junto a la fuente de la vida. Y por una inefable tradición, lleno de los misterios de Cristo, nos presenta su ubre llena por el Verbo y nos enriquece con los bienes que ha recibido de la fuente, proclamando con gran voz que el Verbo existe desde siempre. Por donde diremos con razón: Son mejores que el vino tus amores (Cant 1,2). Este es el discípulo a quien amaba Jesús (Jn 21,7) [...]. Sola, pues, aquella alma que traspasa la edad infantil y llega a la flor jf vigor de la edad, y no recibe mancha ni arruga ni nada semejante; que no carece de sentido por su niñez ni es torpe por su ancianidad, la que este libro llama adolescente, cumple el primero y más grande de la Ley, amando con todo el corazón y con todas las fuerzas aquella hermosura, cuya descripción, ejemplo e interpretación no alcanza el pensamiento humano. Aquellas adolescentes, pues, que crecieron en las virtudes y entraron ya puras en el tálamo de los divinos misterios, aman la belleza del esposo y lo atraen por el amor. Tal es el esposo que, a veces, calma el deseo de las amantes, diciendo así en la persona de la Sabiduría: Yo amo a los que me aman y repartiré mis riquezas a aquellos que me aman —él mismo es la riqueza— y llenaré de bienes sus tesoros (Prov 8,17-21)» (S. GREGORIO DE NlSA, Homilías sobre el Cantar de los Cantares, 1). 256 El arca de Noé, el agua, la paloma y el cuervo.—«He aquí otro testimonio: Toda carne había sido corrompida a causa de los vicios. Mi espíritu —dijo Dios— no permanecerá en los hombres por siempre, porque ellos son carne (Gen 6,3). Por donde Dios manifiesta que por la impureza de la carne y por la mancha de un pecado tan grave se pierde la gracia espiritual. Por eso, queriendo Dios restaurar lo que había dado, hizo el diluvio y mandó al justo Noé subir al arca. Cuando cesó el diluvio, Noé soltó pri-
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mero un cuervo, que no volvió. Después soltó una paloma, que, según leemos, volvió con un ramo de oliva (Gen 8,6-11). ¿VesEgfpí el agua, ves la madera, miras la paloma y dudas del misterio? ' El agua es en la que se sumerge la carne, para que se limpie todo pecado de la carne. En ella se sepulta toda la maldad. El madero es aquel en el que fue crucificado el Señor, Jesús, cuando sufrió por nosotros. La paloma es aquella bajo cuya figura descendió el Espíritu Santo, como has aprendido en el Nuevo Testamento (Mt 3,16), aquel que te inspira la paz del alma y la tranquilidad de tu espíritu. El cuervo es la imagen del pecado, que sale.y no vuelve, con tal de que perseveres en la observancia y en el ejemplo del justo» (S. AMBROSIO, De los Misterios, 10-11). 257 El Evangelio, escuela de santidad.—«Luego la primera escuela de santidad es el Evangelio, porque nosotros creemos por la cruz y la sangre de Cristo, cuyos días ha visto Abraham con alegría (Jn 8,56), cuya gracia, representada por la figura de la Iglesia, ha presentido Noe por un conocimiento espiritual, cuyo papel representó Isaac en el sacrificio y Jacob adoró en su victoria (Gen 32,25), cuyo vestido rojo ha visto Isaías (Is 63,2) —pues la vida de los profetas es según el Evangelio—, cuya sangre debía asegurar la salvación de todos, entre todas las calamidades del mundo, como lo ha mostrado esta Rahab, mujer pública, en cuanto a la figura, es decir, en cuanto al misterio de la Iglesia, que no rehusa el comercio de muchos amantes; por lo demás, más casta que ella, se une a un número mayor, virgen sin tacha ni arruga (Ef 3,27), intacta por la pureza, plebeya por el amor, casta mujer pública, viuda estéril, virgen fecunda; mujer pública, pues vienen a ella numerosos amantes por el atractivo de su dilección, y sin mancha de pecado —pues el que se une a una mujer pública forma un solo cuerpo con ella (1 Cor 6,16)—. Viuda estéril que no sabe ser madre en la ausencia del esposo —el esposo ha venido y ella ha engendrado este pueblo y esta multitud—, virgen fecunda que ha engendrado esta multitud con los frutos del amor, sin gustar el placer» (S. AMBROSIO, Tratado sobre el Evangelio de San Lucas, 3,23). 258 Castigo de los vicios y prevaricaciones.— «Escalad los muros y derruidlos, pero no llevéis a cabo su exterminio: eliminad sus sarmientos, pues no son de Yahweh, porque me han traicionado gravemente la casa de Israel y la casa de Judo, dice el Señor Qer 5,11). Manda quitar todos los auxilios, que perdió por sus vicios, por haber prevaricado contra Dios la casa de Israel y la casa de Judá, las diez y las dos tribus. Oiga esto la Iglesia; que presto se destruirán los muros y las defensas de aquellos que no tienen su esperan-
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za en el Señor, los que son prevaricadores contra él. Sin embargo, la consumación no vendrá todavía gracias a la clemencia del Juez y no por los méritos de los que faltan contra él» (S. JERÓNIMO, Comentario al profeta Jeremías). 259 Jacob, cubierto con las pieles del cabrito, figura de Jesucristo.—«Las pieles di cabrito significaban los pecados; y, al cubrirse Jacob con ellas, vino a significar a aquel que llevó sobre sí no los propios pecados, sino los ajenos» (S. AGUSTÍN, Contra la mentira, 10). 260 David y Goliat. Humildad y soberbia.—«David es figura de Cristo, d>mo Goliat del diablo. Y ¿qué significa que Cristo mató al diablo? Que la humildad mató a la soberbia. Luego, hermanos, cuando nombro a Cristo, de manera especial se nos recomienda la humildad. El se nos hizo camino por la humildad, porque, habiéndonos alejado de Dios por la soberbia y no pudiendo volver a él a no ser por la humildad, necesitábamos un modelo a quien nos propusiéramos imitar» (S. AGUSTÍN, Enarraciones sobre los Salmos, Sal 33,1.4). 261 Ejemplos de tolerancia en patriarcas y profetas.—«Aarón tolera a la muchedumbre que exige un ídolo, lo fabrica y adora. Moisés tolera tantos miles de murmuraciones contra Dios, cuyo santo nombre tantas veces ofenden. David tolera a Saúl, su perseguidor, que renuncia a lo celestial por sus torpes costumbres y busca lo infernal con artes mágicas; le venga cuando fue asesinado, llamándole al mismo tiempo Cristo del Señor por el sacramento de la unción veneranda. Samuel tolera a los infames hijos de Elí y a sus propios hijos perversos; el pueblo, en cambio, es acusado por la verdad divina y castigado por la divina severidad, porque no quiso tolerarlos; tolera, en fin, al mismo pueblo, soberbio despreciador de Dios. Isaías tolera a aquellos a quienes echa en cara tantos crímenes. Jeremías tolera a aquellos que tantos tormentos le procuran. Zacarías tolera a los fariseos y escribas, tales como los describe la Escritura en aquel tiempo. Sé que paso por alto a muchos otros. Léalos el que quisiera, lea el que pueda las palabras del cielo, y hallará que todos los santos, siervos y amigos de Dios tuvieron siempre a quien tolerar dentro de su pueblo; sin embargo, comulgaban con todos en los sacramentos de aquel tiempo [...]. El mismo Señor tolera a Judas, al diablo, al que le roba y vende; permite la presencia de Judas entre los inocentes discípulos, para que los fieles conozcan nuestro rescate. Los apóstoles toleran a los seudoapóstoles. Pablo, que no busca sus propios intereses, sino los de
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Jesucristo, vive con una gloriosa tolerancia entre los que buscan lo suyo y no lo de Jesucristo. En fin, como poco ha dije, la voz divina alaba a un jefe de la Iglesia bajo el nombre de ángel, porque, aun odiando a los malos, los toleró por el nombre del Señor, después de probarlos y descubrirlos» (S. AGUSTÍN, Cartas, 43, «a Glorio, Eleusio, etc.», 23). 262 Personajes bíblicos, instrumentos de Dios para mostrar el amor.—«Al ver Dios que el temor arruinaba el mundo, trató inmediatamente de volverlo a llamar con amor, de invitarlo con su gracia, de sostenerlo con su caridad, de vincularlo con su afecto. Por eso purificó la tierra, afincada en el mal, con un diluvio vengador y llamó a Noé, padre de la nueva generación, persuadiéndolo con suaves palabras, ofreciéndole una confianza familiar, al mismo tiempo que lo instruía piadosamente sobre el presente y lo consolaba con su gracia respecto al futuro. Y no le dio ya órdenes, sino que, con el esfuerzo de su colaboración, encerró en el arca las criaturas de todo el mundo, de manera que el amor que surgía de esta colaboración acabase con el temor de la servidumbre, y se conservara con el amor común lo que se había salvado con el común esfuerzo. Por eso también llamó a Abraham de entre los gentiles, engrandeció su nombre, lo hizo padre de la fe, lo acompañó en el camino, lo protegió entre los extraños, le otorgó riquezas, lo honró con sus triunfos, se le obligó con promesas, lo libró de las injurias, se hizo Él huésped bondadoso, lo glorificó con una descendencia de la que ya desesperaba; todo ello para que, rebosante de tantos bienes, seducido por tamaña dulzura de la caridad divina, aprendiera a amar a Dios y a no temerlo, a venerarlo con amor y no con temor. Por eso también consoló en sueños a Jacob en su huida, y a su regreso lo incitó a combatir y lo retuvo con el abrazo del luchador; para que amase al padre de aquel combate y no lo temiese. Y asimismo interpeló a Moisés en su lengua vernácula, le habló con paterna caridad y lo invitó a ser el libertador de su pueblo. Pero así que la llama del amor divino prendió en los corazones humanos y toda la ebriedad del amor de Dios se derramó sobre los humanos sentidos, satisfecho el espíritu por todo lo que hemos recordado, los hombres comenzaron a querer contemplar a Dios con sus ojos carnales» (S. PEDRO CRISÓLOGO, Sermones, 147). 263 Sentidos de la Escritura.—«Ved aquí que ahora se dice por Ezequiel: Y mientras estaba yo mirando los animales, apareció
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una rueda sobre la tierra (Ez 1,15). Y ¿qué significa la rueda sino la Sagrada Escritura que, en todas partes, se expone ante las mentes de los que oyen, sin que haya error alguno que la detenga en el camino de la predicación? Y se expone en todas partes porque, lo mismo entre lo próspero que entre lo adverso, ella, recta y humildemente, avanza majestuosa. En efecto, el círculo de sus preceptos unas veces está arriba y otras abajo, porque a los más perfectos se les anuncia espiritualmente, a los débiles se les aplica conforme a la letra, y lo que los pequeñuelos entienden a la letra, los varones doctos lo subliman mediante la inteligencia espiritual; porque ¿quién de los pequeños no se deleita leyendo la sagrada historia del suceso de Esau y Jacob, cuando el uno sale a cazar para ser bendecido, y el otro, mediante la suplantación hecha por la madre, recibe la bendición de su padre? (Gen 27). Historia en la que, ciñéndose a una inteligencia poco sutil, parece que Jacob no arrebató fraudulentamente la bendición del primogénito, sino que la recibió como debida a él, puesto que, con el consentimiento de su hermano, habíala comprado, dándole en pago el alimento. Pero, no obstante, si alguno, pensando más profundamente, quisiera examinar la conducta de cada uno de ellos, mediante los secretos de la alegoría, en seguida se eleva desde la historia al misterio» (S. GREGORIO MAGNO, Homilías sobre Ezequiel, 1,6). 264 Estrellas en el cielo para mostrarnos las virtudes cristianas.—«Y para que el rayo de las estrellas, nacido en su tiempo y a veces mudado, trocase las tinieblas de nuestra noche, iáno primero Abel para mostrarnos la inocencia; y para mostrar la limpieza de las obras vino Henoc; para dar a entender la grandeza de la esperanza y de la obra vino Noé; para manifestar la obediencia vino Abraham; para demostrar la santidad de la vida conyugal vino Isaac; para mostrar la tolerancia del trabajo vino Jacob; para dar gracia de buen galardón por la mala obra recibida vino José; para demostrar la mansedumbre vino Moisés; para confirmar la confianza contra las adversidades vino Josué; y para mostrar la paciencia en los padecimientos vino Job. Así que veis aquí cómo miramos las estrellas resplandecientes en el cielo para que andemos el camino de nuestra noche sin ofender el pie de la obra. Porque cuantos hombres justos mostró la dispensación divina al conocimiento de los hombres son como otras tantas estrellas puestas en el cielo sobre las tinieblas de los que pecaron, hasta que se levantase el verdadero Lucero, el cual, anunciándonos la mañana perdurable, nos enviase rayos más claros que
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las otras estrellas con la claridad de su divinidad» (S. GREGORIO MAGNO, Tratados morales sobre el libro de Job, Prólogo, 13). 265 Ser bueno entre los malos.—«Había una vez en tierra de Hus un hombre que se llamaba Job (Job 1,1). Dícese dónde moraba este varón santo para que se declare el mérito de su virtud. ¿Quién no sabe que Hus es tierra de los gentiles? La gentilidad estuvo sujeta a los vicios, porque no tuvo conocimiento de su Creador. Y por" eso dice el texto el lugar donde moró: para que acreciente sus loores haber sido bueno entre los malos. Porque claro está que no es cosa muy loable ser bueno con los buenos, sino ser bueno con los malos. Y así como es grave culpa no ser bueno con los buenos, así es cosa de gran loor ser bueno entre los malos. Por lo cual, el mismo bienaventurado Job da testimonio de sí diciendo: Hermano fui de los dragones y compañero de las avestruces (Job 30,29). Y San Pedro ensalzó con grandes loores a Lot, porque lo halló bueno entre los malos, diciendo: y libró al justo Lot fatigado de la perversa conversación de los malos; el cual era justo en su oír y en su ver. Y moraba juntamente con aquellos que cada día atormentaban él ánimo del justo con perversas y malas obras (2 Pe 2,7-8)» (S. GREGORIO MAGNO, Tratados morales sobre el libro de Job, 1,1).
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SEGUNDA PARTE
EL
EVANGELIO DE JESUCRISTO
XI EVANGELIO DE LA SALVACIÓN
«Y después que Juan hubo sido entregado, vino Jesús a Galilea y allí predicaba el Evangelio de Dios, y decía: Se ha cumplido el tiempo y está cerca el reino de Dios; arrepentios y creed en el Evangelio» (Me 1,14-15). «y volvió Jesús con la fuerza del Espíritu a Galilea, y su fama se extendió por toda la comarca. Y él ensenaba en sus sinagogas y era glorificado por todos» (Le 4,14-15). «Porque el Hijo del hombre vino a salvar lo que había perecido» (Mt 18,11). «Todo el que bebiere de este agua volverá a tener sed; mas el que bebiere del agua que yo le diere, no tendrá jamás sed; sino que el agua que yo le daré se hará en él una fuente de agua que salte para la vida eterna» (Jn 4,13-14). 266 La predicación del Evangelio.—«Cristo Jesús, nuestro Señor, durante su vida terrena, iba enseñando por sí mismo quién era el que había sido desde siempre, cuál era el designio del Padre, que él realizaba en el mundo, cuál había de ser la conducta del hombre para que sea conforme a este mismo designio; y lo enseñaba unas veces abiertamente ante el pueblo, otras aparte a sus discípulos, principalmente a los Doce que había elegido para que estuvieran junto a él, y a los que había destinado como maestros de las naciones. X así, después de la defección de uno de ellos, cuando estaba para volver al Padre, después de la resurrección, mandó a los otros once que fueran por el mundo a adoctrinar a los hombres y bautizarlos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo [...].
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El único medio seguro de saber qué es lo que predicaron los apóstoles, es decir, qué es lo que Cristo les reveló, es el recurso a las Iglesias fundadas por los mismos apóstoles, las que ellos adoctrinaron de viva voz y, más tarde, por carta. El Señor había dicho en cierta ocasión: Muchas cosas me quedan por deciros, pero no podéis cargar con ellas por ahora, y añadió a continuación: Cuando venga él, el Espíritu de la verdad, os guiará hasta la verdad plena. Con estas palabras demostraba que nada habían de ignorar, ya que les prometía que el Espíritu de la verdad les daría el conocimiento de la verdad plena. Y esta promesa la cumplió, ya que sabemos por los Hechos de los Apóstoles que el Espíritu Santo bajó efectivimente sobre ellos» (TERTULIANO, Tratado sobre la prescripción* de los herejes, 10). 267 La verdad sólo pide que no se la condene sin antes conocerla.—«La verdad no pide favor alguno para su causa, porque no se asombra de su condición; sabe que anda como extranjera en la tierra y que, andando entre extranjeros, fácilmente se encuentra con enemigos; su linaje, su morada, su esperanza, su crédito, el reconocimiento de su valor están en los cielos. Mientras tanto, una sola cosa pide: que no se la condene sin ser conocida. ¿Qué daño les puede venir a las leyes, que son soberanas en su propia esfera, de que se la oiga? ¿Podrá su soberanía ser más gloriosa por el hecho de que condenen la verdad sin haberla oído? Si la condenan sin oírla, además del reproche de injusticia, se atraerán la sospecha de un prejuicio, por el cual no están dispuestos a oír aquello que saben que no podrían condenar una vez oído» (TERTULIANO, Apologético, 1). 268 Jesucristo, con su predicación, desarraigó los vicios y plantó las virtudes.—«La primera operación indispensable del Verbo de Dios es, por consiguiente, desarraigar las plantas del pecado, arrancar toda planta que no ha plantado el Padre celestial (Me 15,13). La segunda operación es plantar. ¿Qué es lo que Dios planta? Moisés pee que Dios plantó el paraíso (Gen 2,3). Mas Dios sigue plantando y planta a diario en las almas de los creyentes. El arranca la ira y planta la mansedumbre, y en la que arranca soberbia, planta la humildad; en la que desarraiga la impureza, planta la castidad; él extirpa la ignorancia e infunde la ciencia. ¿No crees tú que éstas son las plantaciones que hace Dios, más que aquellas otras de maderas de la tierra, desprovistas de sensibilidad? Así, pues, la primera de las obras del Verbo consiste en destruir los edificios del demonio construidos en el alma humana. Pues éste levanta en cada uno de nosotros torres de soberbia y murallas
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de arrogancia. La palabra de Dios las derriba y destruye, para permitirnos llegar a ser, según la palabra del Apóstol, campo de Dios y edificio de Dios (1 Cor 3,9) sobre el fundamento de los apóstoles y los profetas, siendo la piedra angular el mismo Jesucristo, en el cual todo el edificio se ajusta en sus partes y crece, formando un templo santo en el Señor (Ef 2,20-21)» (ORÍGENES, Homilías sobre Josué, 13,4). 269 Los besos de Jesucristo son sus palabras.—«y me bese con los besos de su boca (Cant 1,2), es decir, infunda en mi boca las palabras de su boca y yo le oiga hablar a él personalmente y le vea enseñar. Estos son realmente los besos que Cristo ofreció a la Iglesia cuando, en su venida, presente en la carne, le anunció las palabras de fe, de amor y de paz, según había prometido y había dicho Isaías cuando fue enviado por delante a la esposa: no un embajador ni un ángel, sino el Señor mismo nos salvará (Is 32,22)» (ORÍGENES, Comentario al Cantar de los Cantares, Prólogo). 270 El Evangelio, mejor que el vino de la ley y los profetas.—«Efectivamente, el buen vino lo había gustado antes en la ley y en los profetas, y con él, la esposa se había como predispuesto a recibir la alegría del corazón y a prepararse de tal modo que pudiera ganarse también la que había de venirle por los pechos mismos del esposo, una doctrina que a todas supera en excelencia, y por eso dice: Son tus pechos mejores que el vino (Cant 1,2)» [..o Buenos son, pues, los pechos del esposo; en él, efectivamente, hay escondidos tesoros de sabiduría y de ciencia, los cuales, Cuando hayan sido descubiertos y revelados a los ojos de la esposa, le parecerán incomparablemente más excelentes que lo fuera antes el vino de la ley y de los profetas. w Pues la ley ha sido nuestro pedagogo hasta Cristo (Gal 3,24). Todos éstos eran los aromas con que la esposa parecía nutrirse y prepararse para su esposo. Pero cuando llego la plenitud de los tiempos y ella creció, y el Padre envió a su Unigénito, ungido por el Espíritu Santo, a este mundo, la esposa aspiró la fragancia del perfume divino y, percibiendo que todos los aromas que antes había usado eran con mucho inferiores, en comparación con la suavidad de este nuevo y celestial perfume, dice: El olor de tus perfumes, superior a todos los aromas (Cant 1,3)» (ORÍGENES, Comentario sobre el Cantar de los Cantares, 1). 271 Necesidad de la alianza con Dios.—«Todos los que hemos recibido la palabra del Señor somos germen regio. Somos li-
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naje escogido, sacerdocio real, nación santa, pueblo adquirido (1 Pe 2,9). Si, pues, alguno de nosotros, que hemos sido constituidos en el orden de la estirpe real, ha sido llevado por el diablo como cautivo, sin duda ha sido trasladado del cortejo real a Babilonia y hace alianza con Nabucodonosor porque despreció la alianza con Dios. Es imposible que el hombre viva sin alianza. Si tienes en ti el testamento de Dios, Nabucodonosor no puede hacer alianza contigo. Y si rechazaste el testamento de Dios, por la prevaricación de sus mandatos has recibido el testamento de Nabucodonosor. Pues está escrito: Prepara para él su pacto (Ez 17,13), y Te vistió de maldición (Sal 108,18)» (ORÍGENES, Homilías sobre Ezequiel, 12,17). 272 Jesucristo, Maestro.—«Así, pues, quien inquiera, y no de pasada, la naturaleza de las cosas, no podrá menos de admirar profundamente a Jesús, que pudo vencer y saltar por encima de todo lo que pudiera convertir una gloria en infamia, y dejó atrás a cuantos gloriosos en el mundo han sido. Y es de notar haber sido raros entre los hombres gloriosos los que fueron capaces de ganar renombre por más de un concepto. Unos han sido admirados y se han hecho gloriosos por su ciencia; otros por el arte de la guerra; algunos bárbaros, por los prodigios obrados en virtud de sus fórmulas mágicas; otros, en fin, por otros motivos que nunca han sido muchos a la vez. Jesús, empero, es admirado, entre otras cosas, por su sabiduría, por sus prodigios y por su don de mando. Y es así que no persuadió a los suyos como persuade un tirano a que, como él, se aparten de las leyes, ni como arma un forajido a sus bandas contra los hombres, ni como un ricachón que provee a cuantos se le acercan, ni como alguno de los que, por universal censura, merecen reprobación. No, Jesús habló como maestro~de4a doctrina acerca del Dios supremo, del culto que se le debe y de toda la materia moral, que puede unir con el Dios de todas las cosas a quienquiera viviera como él enseñaba» (ORÍGENES, Contra Celso, 1,30). 273 Para que me aproveche Jesucristo, tiene que vivir en mí.—«Veamos si la profecía siguiente, concerniente a la venida de Cristo, se ha cumplido: ... y lo tortuoso será enderezado (Le 3,5). Cada uno de nosotros estaba torcido; si lo estaba y persevera hasta hoy, y la venida de Cristo, que se realiza en nuestra alma, no ha enderezado lo que estaba torcido, ¿qué puede aprovecharte si Cristo vino ya en la carne si no viniera también a tu alma? Oremos para que su venida a nosotros se realice y podamos decir: Vivo yo, mas no yo, sino que es Cristo quien vive en mí (Gal 2,20). Si,
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pues, Cristo vive en Pablo y no vive en mí, ¿para qué me aprovecha? Si viene a mí y yo gozo de él, como Pablo gozó, entonces yo puedo decir como Pablo: Vivo, no yo, sino que Cristo vive en mí» (ORÍGENES, Homilías sobre el Evangelio de San Lucas, 22,3). 274 Adorar a Dios en espíritu y en verdad.—-«A las palabras de la Samaritana, que opinaba que Dios sería más o menos rectamente adorado según la prerrogativa de los lugares: por los samaritanos en el monte Garizín o por los judíos en Jerusalén, responde el Salvador: Quien quiere seguir al Señor ha de prescindir de la presunción de lugares corporales. Y así dice: Llega la hora, y es ésta, en que los verdaderos adoradores adoren al Padre ni en Jerusalén ni en este monte. Dios es espíritu, y los que lo adoran deben adorarlo en espíritu y en verdad (Jn 4,21-24). Mira cuan consecuentemente asoció la verdad al espíritu; nombra el espíritu para distinguirlo de los cuerpos; nombra la verdad frente a la sombra y la imagen. Los que adoraban en Jerusalén, sirviendo, no a la verdad, sino a la sombra y la imagen, no adoraban a Dios, que es espíritu. Y lo mismo aquellos que adoraban en el monte Garizín» (ORÍGENES, Tratado de los Principios, I 1,4). 275 Fuego agradable y útil.—« Vine a poner juego sobre la tierra, y cómo quisiera que ya hubiera prendido (Le 12,49). Encendido con este fuego, decía Cleofás* ¿No ardía nuestro corazón por el camino, cuando nos abría el sentido de las Escrituras? (Le 24,32). Este fuego es saludable y útil, por el cual nosotros, que estábamos fríos y muertos por el pecado y por la ignorancia del verdadero Dios, somos despiertos para la vida religiosa; y nos hacemos fervorosos en el espíritu, según dice San Pablo (Rom 12,11); y conseguimos además la participación del Espíritu, a manera de fuego dentro de nosotros. Fuimos bautizados en el fuego, en el Espíritu Santo. Es habitual en la Sagrada Escritura llamar con frecuencia con el nombre de fuego a la enseñanza divina y a la fuerza y actuación del Espíritu Santo» (S. CIRILO DE ALEJANDRÍA, Comentario al Evangelio de San Lucas). 276 El culto de Dios, incienso sagrado.—«.¿Quién es ésta que sube por el desierto como columna de humo, como nube de incienso y mirra, y perfumes de mercaderes? (Cant 3,6). [...i El olor de los perfumes se recuerda como imagen de la belleza, y no cualquiera; sino el olor de la mirra y del incienso mezclados, para que sea uno el olor de ambos por los que se describe la belleza de la esposa. Otra alabanza es de los aromas; la mirra sirve para
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la sepultura de los difuntos, el incienso está consagrado con acierto al culto de Dios. Así, pues, el que desea dedicarse al culto de Dios no será buen incienso consagrado si antes no fue mirra, es decir, si no mortifica los miembros que están sobre la tierra, sepultado con aquel que abrazo la muerte por nosotros, y recibe en su propia carne, para mortificar sus miembros, aquella mirra que se tomó para la sepultura del Señor. Cuando en el decurso de la vida se obra así, toda clase de aromas mezclados como en un mortero en partes sutiles, producen aquel polvo suave. Y quien lo recibió se hace oloroso. Heno del Espíritu, derramando sus perfumes» (S. GREGORIO DE NlSA, Homilías sobre el Cantar de los Cantares, 6). 277 Empeño de la voluntad de Dios, la salvación de los hombres.—« Venga mi amado a su huerto y coma los frutos olorosos (Cant 54). ¡Oh voz Ubre y llena de confianza! ¡Oh alma liberal y espléndida, que espera toda magnificencia! ¿A quién ofrece el convite de sus frutos? ¿A quién llama a comer de los que ha preparado? A aquel de quien proceden todas las cosas, por el que son todas y en el que están todas; que da a todos el alimento a su tiempo, que abre su mano y sacia de favores a todo viviente (Sal 144,16), el pan que desciende del cielo y da la vida al mundo, que hace manar de su propia fuente la vida para todos los vivientes. A éste le prepara la esposa la mesa. El huerto es la mesa, plantado de árboles fecundos. Los árboles somos nosotros; nosotros ciertamente, que le servimos el alimento, la salvación de nuestra alma, como dijo él, que recibió en el convite nuestra alma: Mi alimento es hacpUajyoluntadde mi Padre (Jn 4,34). Es manifiesto el empeño de la voluntad divina: Que quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad (1 Tim 2,4). Esta es la comida, nuestra salvación» (S. GREGORIO DE NBA, Homilías sobre el Cantar de los Cantares, 10). 278 La palabra de Dios, árbol de vida.—«¿Quién es capaz, Señor, de penetrar con su mente una sola de tus frases? Como el sediento que bebe de la fuente, mucho más es lo que dejamos que lo que tomamos. Porque la palabra del Señor presenta muy diversos aspectos, según la diversa capacidad de los que la estudian. El Señor pintó con multiplicidad de colores su palabra, para que todo el que la estudie pueda ver en ella lo más que le plazca. Escondió en su palabra variedad de tesoros, para que cada uno de nosotros pudiera enriquecerse en cualquiera de los puntos que concentrara su reflexión.
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La palabra de Dios es el árbol de vida, que te ofrece el fruto bendito desde cualquiera de sus lados, como aquella roca que se abrió en el desierto y manó de todos lados una bebida espiritual. Comieron —dice el Apóstol— el mismo alimento espiritual y bebieron la misma bebida espiritual (1 Cor 10,3-4). [...]. Alégrate por lo que has alcanzado sin entristecerte por lo que te queda por alcanzar. El sediento se alegra cuando bebe y no se entristece porque no puede agotar la fuente. La fuente ha de vencer tu sed; pero tu sed no ha de vencer la fuente; porque si tu sed queda saciada sin que se agote la fuente» Cuando vuelvas a tener sed podrás de nuevo beber de ella; en cambio, si al saciarse tu sed se secara también la fuente, tu victoria sería en perjuicio tuyo. Da gracias por lo que has recibido y no te entristezcas por la abundancia sobrante. Lo que has recibido y conseguido es tu parte, lo que ha quedado es tu herencia. Lo que, por tu debilidad, no puedes recibir en un determinado momento, lo podrás recibir en otra ocasión si perseveras» (S. EFRÉN, Comentario sobre el Diatesaron, 1,18-19). 279 Una mujer pecadora lava con sus lágrimas los pies de Jesús.—«Este, si fuera profeta, sabría que esta mujer es pecadora (Le 7,39). Pero tú, que la conoces, Simón, ¿cómo has permitido que entre a tu banquete? Tú no has reconocido que nuestro Señor era Dios, y no has podido entrever la oculta voluntad de esta pecadora, que le guiaba. Un prestamista tenía dos deudores; el uno le debía quinientos denarios y el otro cincuenta (Le 7,41). Para manifestar claramente que él contaba la deuda a ambos según su proporción, dijo a Simón: Yo he entrado en tu casa; tú no me has lavado los pies (Le 7,44) [..J. Simón ha hecho bien en no lavar sus pies, porque el baño de lágrimas suplicantes que la pecadora había preparado para el que la justificaría habría resultado vano. El fuego no era necesario para calentar el agua de la ablución hecha por la pecadora, porque sus lágrimas hervían de caridad. Ella ofrece sus lágrimas suplicantes a aquel que le daba un don digno de envidia. La humanidad de Jesús fue lavada con las lágrimas y reposa, en tanto que su divinidad dio la redención por el precio de las lágrimas. Sola su humanidad podía ser lavada, pero sola su divinidad podía limpiar los pecados ocultos. La pecadora lava el polvo que había en los pies de Jesús; y él, con sus palabras, blanquea las cicatrices de su carne. Ella le lava con sus lágrimas impuras, y él la limpia con sus palabras santas [...]. El Evangelio en los PP de la Iglesia
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Las lágrimas de la pecadora lavaron el lugar donde estaba anotada la deuda de los quinientos denarios. Su indigencia le había empujado a vencer la vergüenza, porque ella había visto a nuestro Señor acoger sin reproche a los pobres que insistían y despreciar a los ricos que, por vergüenza, se habían retirado. Aquí nuestro Señor abrió su boca para perdonar a los que de ello tenían necesidad; alabó por su solicitud amorosa a aquellos que le honraban y reprochó, por su negligencia en el amor, a aquellos que le invitaban. Alabó pública y altamente la fe de esta mujer; pero desveló y censuró los pensamientos del fariseo [...]» (S. EFRÉN, Comentarios sobre el Diatesaron, 10,8.10). 280 Jesús pide de beber y promete agua viva.—«Nuestro Señor vino a la fuente como un cazador; pidió agua para poder darla. Pidió de beber como cualquiera cuando está sediento: para tener ocasión de apagar la sed. Hizo una petición a la Samaritana (Jn 4,7) para poder enseñarle, y ella, a su vez, le hizo una petición. Aunque rico, no se avergonzó de mendigar como un indigente para enseñar a la indigente a pedir. Y, dominando el pudor, no temió hablar a una mujer sola para enseñarle que quien se mantiene en la verdad no puede ser turbado. Ellos se sorprendieron de que hablara con una mujer (Jn 4,27). Había apartado a sus discípulos para que no espantaran su presa; echó un cebo a la paloma, esperando ganar así a toda una bandada. £1 inicié el diálogo con una petición, para provocar confesiones sinceras. Dame de beber (Jn 4,7). Pide agua, porqüeeTpromete agua viva. Pide; después cesó de pedir, porque la mujer dejó su cántaro. Los pretextos habían cesado, porque la verdad que ellos debían esperar estaba ya presente» (S. EFRÉN, Comentarios sobre el Diatesaron, 12,16). 281 Tres clases de vocación cristiana.—«Digamos ante todo las tres clases de vocación, con sus notas distintivas: la primera es de Dios, la segunda se produce por medio de los hombres, la tercera es hija de la necesidad. La vocación viene directamente de Dios cuando él pone en nuestro corazón alguna inspiración profunda; encontrándonos alguna vez profundamente dormidos, nos despierta de repente el deseo de la vida y la salvación eterna y nos presiona por la compunción saludable, que él mismo inspira, a seguir a Dios y cumplir sus preceptos. Así leemos en las Escrituras Santas que fue llamado Abraham por la voz divina a emigrar lejos de su tierra, de su familia y de la casa de su padre (Gen 12,1) [...]. La segunda clase de vocación es la que se hace por medio de
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los hombres. Son entonces los ejemplos, la exhortación de las personas santas, los que despiertan en nosotros el deseo de la salvación. Asi cuando los hijos de Israel fueron liberados de su esclavitud en Egipto por el ministerio de Moisés [...]. La tercera especie nace de la necesidad. Esclavos de las riquezas y de los placeres del mundo, de pronto cae sobre nosotros la prueba: un peligro de muerte que nos amenaza, la pérdida de nuestros bienes o la proscripción nos azota con un golpe fuerte; la muerte de seres queridos, que nos traspasa de dolor. Nosotros habíamos abandonado el servicio de Dios en la prosperidad. La desgracia, a nuestro pesar, nos obliga a echarnos en sus brazos. De esta vocación hay en las Escrituras frecuentes ejemplos» (JUAN CASIANO, Conferencias, 3. ,4). a
282 Las dos venidas de Cristo.—«Pues Dios no envió a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él (Jn 3,17). Dos son las venidas de Cristo: la que ya se realizó y la que aún es futura; pero el motivo de ambas no es el mismo: la primera fue no para examinar nuestros pecados, sino para perdonarlos; la segunda, no para perdonar, sino para examinar. Por eso dice de la primera: No he venido para juzgar al mundo, sino para salvar al mundo; de la segunda: Cuando venga el Hijo del hombre en la gloria de su Padre, pondrá a su derecha a las ovejas y los cabritos a su izquierda (Mt 25,31-33). Irán unos a la vida, los otros al suplido eterno (Mt 25,46). Pero también la primera venida fue por causa de la justicia. ¿Cómo? Antes de la primera venida estaba la ley natural, los profetas, la ley escrita, la doctrina, miles de promesas, signos, castigos y otras muchas cosas de las que había que pedir cuenta. Y, con todo, como era clemente, no examina, sino que manifiesta en todo su misericordia. Si hubiera examinado, todos habrían sido condenados, pues todos pecaron y están necesitados de la gloria de Dios (Rom 3,23). ¿Ves la nueva clemencia? El que cree en el Hijo no es condenado; pero el que no cree en él, ya está condenado Qjx 3,18)» (S. JUAN CRISÓSTOMO, Homilías sobre el Evangelio de San Juan, 28,1). 283 Jesús y la Samaritana.—« Ve, llama a tu marido y vuelve aquí (Jn 4,16-19). Insistía la mujer en su petición. Jesús le dice: llama a tu marido, para que también él fuera partícipe de aquéllo. Ella, deseosa de recibir, calla su vergüenza y, pensando que hablaba a un hombre, dice: No tengo marido. Cristo, tomando ocasión de esto, la reprende con delicadeza; le recuerda los cinco anteriores y le revela algo
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oculto. ¿Qué hizo entonces la mujer? No lo tomó a mal, ni se marchó, dejándolo solo; no pensó que Jesús la injuriaba, sino que creció en admiración e insistió: Veo que tú eres profeta. Después, conforme a lo que había sospechado, no pregunta por algo terreno, no pide salud ni riquezas, ni poder, sino que se interesa por los dogmas. ¿Qué dice? Nuestros padres adoraron en este monte —recordando a Abraham de quien Jesús era hijo—, pero vosotros decís que el sitio donde hay que adorar está en Jerusalén [...]. ¿Ves cómo sube arriba en su espíritu? Ella, interesada en apagar su sed, pregunta ya por el dogma. Y Cristo ¿qué hizo? No resuelve de momento el problema, responder cumplidamente hubiera sido inútil; invita de nuevo a la mujer a mayor altura. No había abandonado el tema, hasta que la mujer confesó que él era un profeta, para que creciera en la fe con sus palabras [...]. Avergoncémonos nosotros; aquella mujer samaritana, que había tenido cinco maridos, sólo se interesa por aprender la doctrina; ninguna otra cuestión o negocio la aparta del problema. Nosotros, en cambio, no preguntamos por los dogmas de nuestra fe, sino que andamos tan distraídos y perezosos, que los despreciamos todos. ¿Quién de nosotros, pregunto, cuando está en casa, toma en sus manos un libro cristiano, meditando su doctrina? ¿Quién acude a consultar la Sagrada Escritura? [...]» (S. JUAN CRISÓSTOMO, Homilías sobre el Evangelio de San Juan, 32,2-3). 284 La palabra de Dios es luz y nieve, y supera la miel.— «También tengo oído, y tomo con esto un argumento para refutar a los adversarios, que alguien ha comparado la elocuencia de dos hombres prudentes a la nieve y a las abejas. También he visto que David dijo: ¡Cuan dulces son a mi paladar tus preceptos, ellos son para mi boca más agradables que la miel! (Sal 118,103), y más adelante: Tu palabra es para mis pies como una antorcha, es la luz de mis pasos (Sal 118,105). La palabra de Dios es luz y nieve. La palabra de Dios supera a la miel y al panal (Sal 18,11), porque de los labios divinos proceden palabras más dulces que la miel y su claro mensaje desciende suavemente como la nieve a llenar palabras vacías. En verdad, este lenguaje, que, descendiendo del cielo a la tierra, fecundó los campos áridos de nuestros corazones, sólo puede ser comparado a la nieve. Y para ver que esto no es algo arbitrario, sino que es una deducción sacada del texto de la Escritura, el mismo Dios lo atestigua diciendo: Caiga a gotas como la lluvia mi doctrina y desciendan mis palabras como el rocío, como la llovizna sobre la hierba, como la nieve sobre el césped (Dt 32,2)» (S. AMBROSIO, Tratado sobre el Evangelio de San Lucas, 7,15).
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285 Las fuentes del Salvador*—«Sacaréis aguas con gozo de las fuentes del Salvador (Is 12,3). A quien antes llamara Emmanuel, dice después que quita los expolios y corre a entregar el botín, y otros nombres, para que no parezca que es otro del que Gabriel anunció a la Virgen: Y le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará al pueblo de sus pecados (Mt 1,21); ahora lo llama Salvador, y proclama que han de Deberse las aguas de sus fuentes; de ninguna manera las aguas del río de Egipto, que fueron golpeadas, ni las del río Rasín, sino de las fuentes de Jesús, que en lengua hebrea significa Salvador. Por eso clama en el Evangelio: Si alguno tiene sed, que venga a mí, y beba el que cree en mí, como dice la Escritura: De su seno brotarán torrentes de agua viva. Esto —dice el evangelista— lo dijo del Espíritu Santo, que habían de recibir los que creyeran en él (Jn 7,38-39). Y en otro lugar del mismo Evangelio: El que beba del agua que yo le dé, no tendrá sed jamás, sino que el agua que yole dé se convertirá en él en manantial que brota para la vida eterna (Jn 4,13-14). Por las fuentes del Salvador entendemos la doctrina evangélica, de la que leemos en el Salmo: En el bullicio de la fiesta bendecid a Dios, Señor de las fuentes de Israel (Sal 67,27)» (S. JERÓNIMO, Comentario sobre el profeta Isaías). 286 Agua viva para los sedientos de Dios.—«Oíd, sedientos todos, acudid por agua, también los que no tenéis dinero; venid, comprad trigo, comed, sin pagar, vino y leche de balde. ¿Por qué gastáis dinero en lo que no alimenta? ¿Yel salario en lo que no da hartura? (Is 55,1-2). Había dicho que todo vaso falso había de ser machacado contra la Iglesia, y toda voz y lengua que se armara contra la lengua de Dios había de ser superada. Provoca a los creyentes a venir al río de Dios, lleno de aguas, y cuyo ímpetu alegra la ciudad de Dios, para que beban en las fuentes del Salvador. Dice a la Samaritana: Si conocieras el don de Dios y quién es el que te dice: Dame de beber, tú le habrías pedido y te habría dado agua viva (Jn 4,10). Y en el templo: Si alguno tiene sed, venga a mí y beba. El que cree en mí, como dice la Escritura, de su seno brotarán torrentes de agua viva (Jn 7,37-38), significando al Espíritu Santo [...]. De ella se dice con palabra mística: Mi alma tiene sed de Dios, del Dios vivo (Sal 41,2), y en otro lugar: Porque en ti está la fuente viva (Sal 35,10). El decía de sí mismo: Me han abandonado a mí, fuente de aguas vivas, para cavarse aljibes agrietados, que no retienen las aguas (Jer 2,13). Estas aguas las esparcen las nubes, por las que llega la verdad de Dios, como esta escrito: Nubes, derramad la victoria; ábrase la tierra y
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brote la salvación, y con ella germine la justicia (Is 45,8)» (S. JERÓNIMO, Comentario sobre el profeta Isaías). 287 Paz y gracia de Dios.—«Y dijo Jeremías: Se me ha dirigido la palabra de Yahweh, diciendo: He aquí que Hanamel, el hijo de tu tío Sal-lum, viene a ti para decirte: Cómprate el campo que tengo en Anatot, pues posees el derecho de rescate para comprarlo (Jer 32,6-7). Sal-lum en nuestra lengua se traduce por paz o pacífico. Hanamel, don o gracia de Dios. No nos admiremos de que la paz y la gracia se unan, tenemos este principio de las Cartas Apostólicas: Gracia y paz a vosotros (Rom 1,7). Merezcamos primero la paz de Dios, y después de la paz nos viene la gracia; que no está al arbitrio del que la posee, sino del que la concede. La gracia de Dios viene de arriba abajo, para aquel que está en las alturas; de manera que, aunque se vea alto, necesita la gracia de Dios» (S. JERÓNIMO, Comentario sobre el profeta Jeremías). 288 La Transfiguración de Jesucristo y el sentido espiritual de las Escrituras.—«Y se le aparecieron Elias y Moisés, y conversaban con Jesús (Me 9,4). Si no hubieran visto a Jesús transfigurado, si no hubieran visto sus vestidos blancos, no hubieran podido ver a Elias y Moisés, que conversaban con Jesús. Mientras pensemos como los judíos y sigamos con la letra que mata, Moisés y Elias^ncritablan con Jesús y desconocen el Evangelio. Ahora bien: si ellos hubiesen seguido a Jesús, hubieran merecido ver al Señor transfigurado y ver sus vestidos blancos y entender espiritualmente todas las Escrituras, y entonces hubieran venido inmediatamente Moisés y Elias, esto es, la ley y los profetas, y hubieran conversado con el Evangelio» (S. JERÓNIMO, Comentario sobre el Evangelio de San Marcos). 289 La salvación de Dios es Cristo.—«Toda carne verá la salvación de Dios (Le 3,6). Ante esto, ¿quién dudará de que aquí se promete la visión de Dios a la carne, si no intrigase qué es la Salvación de Dios} En verdad no nos intriga, pues no tenemos la menor duda: la salvación de Dios es Cristo, el Señor [...]. ¿Cómo puedo saber por qué se dijo que toda carne verá la salvación de Dios} Nadie dude de que se dijo porque verá a Cristo» (S. AGUSTÍN, Sermones, 277). 290 Las palabras de Dios son saetas.—«De estas saetas habló el santo Job, pues, sufriendo dolores, dijo que se le habían clavado las saetas del Señor. Solemos también tomar las palabras de Dios por saetas; pero ¿acaso puede éste dolerse de haber sido herido de
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este modo por ellas? Las palabras de Dios, que son como saetas, excitan amor, no causan dolor. O ¿por ventura se llaman así porque también el mismo amor no puede darse sin dolor?» (S. AGUSTÍN, Enarraciones sobre los Salmos, Sal 37,5). 291 Ley natural y ley escrita.—«Lo que no quieres que te hagan, no lo hagas tú a otro (Tob 4,16; Mt 7,12). Antes de darse la ley, a nadie se permitió ignorar esto que decimos, para que así tuviesen modo de juzgar aquellos a quienes no se había dado ley. Pero, para que los hombres no tratasen de obtener algo que les faltaba, se escribió en tablas lo que no leían en los corazones. Tenían escrita la ley, pero no querían leer [...]. Pero como los hombres, apeteciendo las cosas externas, se apartaron de sí mismos, se dio la ley escrita; no porque no estuviese escrita ya en los corazones, sino porque, habiendo huido tú de tu corazón, debías ser acogido por aquel que está en todas partes y devuelto al interior de ti mismo» (S. AGUSTÍN, Enarraciones sobre los Salmos, Sal 57,1). 292 La gracia de Dios.—«Mas porque pudiera argüir alguien que éstas son obras divinas y, en cambio, el vivir justamente una obra nuestra, por esto me propuse demostrar que también ésta es una obra divina; lo cual he tratado en este libro quizá con mayor extensión de lo que fuera necesario. Sin embargo, aún me parece no haber dicho bastante contra los enemigos de la gracia, pues nada me deleita tanto como escribir sobre aquellas cuestiones acerca de las cuales la Sagrada Escritura me suministra su firme apoyo. Lo cual se verifica así para que quien se gloría se gloríe en el Señor y para que, en todas las cosas, le tributemos incesantes acciones de gracias, elevando nuestro corazón a los cielos, al Padre de las luces, de quien desciende toda dádiva preciosa y todo don perfecto» (S. AGUSTÍN, Del espíritu y de la letra, 25,63). 293 Necesidad de la gracia para la justificación.—«Luego, si pensamos bien, así como debemos dar gracias a Dios por los miembros sanados, hemos de orar por la curación de los enfermos, a fin de que gocemos de la perfecta salud, a la que nada falte de la perfecta complacencia en Dios, de la plena libertad. No negamos que la naturaleza humana pueda alcanzar la perfecta inocencia, ni que pueda ser perfeccionada, ni que progrese en su aprovechamiento; pero siempre con la gracia de Dios, por mediación de Jesucristo, nuestro Señor. Con su ayuda sostenemos que logra la justificación y la bienaventuranza, lo mismo que le debe el ser a él como Creador» (S. AGUSTÍN, De la naturaleza y déla gracia, 8,68).
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294 Ayuda de la gracia para obrar el bien.—«Pues el Señor no sólo ha mostrado el mal que hemos de evitar y el bien que hemos de practicar, cosa que sólo está al alcance de la letra de la ley, sino también nos ayuda a evitar el mal y obrar el bien, y esto nadie lo consigue sin el espíritu de la gracia; faltando la cual, la ley sólo sirve para nuestra culpable condenación. Por lo cual dice el Apóstol: La letra mata, pero el espíritu vivifica (1 Cor 3,6). Quien, pues, legítimamente se sirve de la ley, por ella viene en conocimiento del mal y del bien y, desconfiando de sus fuerzas, acude a la gracia, para que, con su ayuda, evite lo malo y haga lo bueno» (S. AGUSTÍN, De la corrección y la gracia, 1,2).
XII LA CONVERSIÓN D E L PECADOR «Desde entonces empezó Jesús a predicar y decir: arrepentios, porque está cerca el reino de Dios» (Mt 4,17). «Se ha cumplido el tiempo y está cerca el reino de Dios; arrepentios y creed en el Evangelio» (Me 1,14). «No he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores para que se conviertan» (Le 5,14). 295 Los hombres, fieros animales transformados por el Logos.—«El Logos celestial [...]. El canta el nombre eterno de la nueva melodía que lleva el nombre de Dios, el cántico nuevo, el de los levitas, que aleja la tristeza y la ira, y hace olvidar todos los males (Homero); cántico en el que se ha mezclado una droga persuasiva, hecha de dulzura y de verdad [...]. El cantor de que yo hablo no se hace esperar; viene a destruir la amarga esclavitud de los demonios que nos tiranizan, cambiándola por el dulce y amable yugo de la piedad para con Dios. El llama de nuevo a los cielos a aquellos que han sido arrojados a la tierra. El es el único que ha logrado domesticar a los más fieros animales que hubo jamás, los hombres: los volátiles, que son los frivolos; las serpientes, que son los embusteros; los leones, que son
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los violentos; los cerdos, que son los voluptuosos; los lobos, que son los rapaces. Los insensatos son piedra y madera; pero más insensible que las piedras es el hombre sumergido en el error. Venga a atestiguarlo la voz de los profetas, que concuerda con la de la verdad; ella gime sobre aquellos que consumen su vida en la ignorancia y la insensatez. Poderoso es Dios para sacar de estas piedras hijos de Abraham (Mt 3,9). El es el que, habiéndose apiadado de la ignorancia y del endurecimiento de los que se habían convertido en piedras con respecto a la verdad, suscitó una semilla de religión sensible a la verdad en aquellas naciones petrificadas que habían puesto su fe en las piedras. En otra ocasión llamó raza de víboras (Mt 3,7) a ciertos hombres veneníferos, hipócritas doblados, que acechan contra la justicia; con todo, si una de esas serpientes se muestra dispuesta a convertirse, con seguir al Logos se convertirá en hombre de Dios (1 Tim 6,11). A otros los presenta como lobos vestidos con piel de oveja (Mt 7,15), aludiendo a los que, bajo formas humanas, son rapaces. Pues bien: a todos estos animales en extremo salvajes, y a todas estas piedras, este encantamiento que ha venido del cielo ha logrado cambiarlos en hombres mansos. Porque —como dice el Apóstol— también nosotros éramos en otro tiempo insensatos, indóciles, extraviados, esclavos de toda suerte de placeres y de apetitos, viviendo en el mal y en la envidia. Pero, cuando se puso de manifiesto la bondad y el amor a los hombres de nuestro Salvador, Dios, obtuvimos la salvación, no por las obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino por su misericordia (Tit 3,3-5). Ved la fuerza de este canto nuevo: de las piedras ha hecho hombres. Y los que en cierto sentido estaban muertos, por no participar en la vida verdadera, con sólo oír este canto volvieron a la vida» (CLEMENTE DE ALEJANDRÍA, Exhortación a los paganos, 1,2-4; 3,2; 4,1-4). 296 Conversión del pecador.—«Repitámoslo, pues, convirtámonos de la ignorancia a la ciencia, de la locura a la sabiduría, del libertinaje a la continencia, de la injusticia a la justicia, de la impiedad a Dios. Es una bella aventura pasar voluntariamente al campo de Dios. Son numerosos los bienes de los que pueden gozar los amantes de la justicia, es decir, nosotros que perseguimos la salvación eterna; mas es necesario añadir: aquellos que Dios designa él mismo cuando dice por boca de Isaías: La herencia es para aquellos que sirven al Señor (Is 54,17)» (CLEMENTE DE ALEJANDRÍA, Exhortación a, los paganos, 10,93,1-2). 297 Invitación al arrepentimiento.—«¡Venid a mí a recibir vuestro puesto bajo las órdenes del Dios único y del único Logos
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de Dios! Vosotros no sólo adelantaréis a los animales sin razón por vuestra razón, sino que a vosotros solos entre los mortales os doy el gozo de la inmortalidad. Porque yo lo quiero, yo quiero haceros partícipes también de esta gracia y otorgaros el bien todo entero, la incorruptibilidad; y yo os doy el Logos, es decir, el conocimiento de Dios, yo me doy a mí mismo perfectamente. Lo quje yo sigo, lo que yo quiero es la sinfonía, la armonía del Padre, es el Hijo, es el Cristo, es el Logos de Dios, el brazo del Señor, el poder del Universo, la voluntad del Padre. ¡Oh vosotros todos que sois imágenes, mas no todos semejantes; yo os quiero corregir conforme al modelo, a fin de que lleguéis a ser semejantes también a mí!» (CLEMENTE D E ALEJANDRÍA, Exhortación a los paganos, 12,3-4).
298 Los peces sacados de entre las olas por los pescadores.— «Entre nosotros, cuando alguno es cazado en la red de la predicación y sacado del mar del mundo, ciertamente él muere, mas para el pecado y para el mundo, para que, resucitando con Cristo, viva para Dios. Si puedes captar el sentido que nos esforzamos en exponer, que los peces sacados del mar alcanzan otra vida y tienen otro cuerpo, sabrás para qué nos aprovecha el ejemplo [...]. Tú, pues, cuando seas sacado de las olas de este mundo por los discípulos del Señor, cambia los vicios de tu cuerpo, muda el sentido de tu alma; no seas aquel pez qúTle^movía entre las falsas corrientes, sino una vez sacado de lo profundo, conviértete a una vida mejor, según aquello del Apóstol: Nosotros, contemplando a cara descubierta la gloria del Señor, nos transformamos en la misma imagen de gloria en gloria, a medida que obra en nosotros el Espíritu del Señor (2 Cor 3,18). Y como has sido liberado de las olas del mar por los apóstoles y discípulos de Jesús, no quieras buscar lo profundo, sino que tu conversación sea en los montes. Para que ya no necesites a los pescadores, que de nuevo te saquen de entre las olas, sino de otros, a los que la Escritura llama cazadores, que después te cacen en el monte, en el collado, en los lugares más altos; sea allí tu caminar, tus pensamientos, tus pasos, tu descanso. Olvídate del mar, olvídate de los valles y lugares bajos, sube a los montes, los profetas; ven a los collados, los justos; sea con ellos tu conversación. Para que, cuando llegue el día de tu muerte, te reciban con los demás santos del monte, del collado, de las altas cumbres. Mira cómo el profeta con su voz sagrada coincide en lo mismo: Yo voy a mandar muchos pescadores, dice el Señor, que los pescarán, y después muchos cazadores que los cazarán por los monjes to-
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dos, por todos los collados (Jer 16,16). Si tú quieres ser cazado por estos cazadores, cuida de no descender a los valles, ni te detengas en alguna región baja. Busca los collados, sube al monte al que sube el Señor, viendo la concurrencia del pueblo, en compañía de sus discípulos. Desde el cual, abriendo su boca, los enseñaba diciendo: Dichosos los pobres en el espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos. Y las otras siete bienaventuranzas restantes (Mt 5,1-12)» (ORÍGENES, Homilías sobre el profeta Jeremías, 12,16). 299 La luz mayor es la caridad.—«Vosotros sois mis conciudadanos, mis padres, mis hermanos, mis hijos, mis miembros, mi cuerpo y mi luz; una luz más agradable que esta luz material. Porque para mí ninguna luz es mayor que la de vuestra caridad. La luz material me es útil en el oraen presente, pero vuestra caridad es la que va preparando mi corona para el futuro» (S. JUAN CRISÓSTOMO, Homilía antes de partir en exilio, 3). 300 El alma, para ser buena, ha de convertirse al Bien.— «¡Qué vergüenza apegarse a las cosas porque son buenas y no amar el Bien que las hace buenas! El alma, por el hecho de ser alma, antes aún de ser buena por la conversión al Bien inconmutable; el alma, repito, cuando nos agrada hasta preferirla a esta luz corpórea, si bien lo meditamos, no nos agrada en sí misma, sino por el primor del arte con que fue creada. Se ama el alma en su fuente, de donde trae su origen. Y ésta es la Verdad y el Bien puro. No hay aquí sino bienes y, por consiguiente, el Bien sumo. El bien sólo es susceptible de aumento o disminución cuando es bien de otro bien. El alma, para ser buena, se convierte al Bien de quien recibe el ser alma. Y es entonces cuando a la naturaleza se acompaña la voluntad, para que el alma se perfeccione en el bien y se ama este bien mediante la conversión de la voluntad, bien de donde brota todo bien; bien que ni por la aversión de la voluntad es posible perder. En apartándose el alma del Bien sumo, deja de ser buena, pero no deja de ser alma» (S. AGUSTÍN, Tratado de la Santísima Trinidad, 8). 301 Dios no abandona al pecador.—«Pensaba yo en estas cosas (al leer la Sagrada Escritura), y tú me asistías; suspiraba, y tú me oías; vacilaba, y tú me gobernabas; marchaba por la senda ancha del siglo, y tú no me abandonabas» (S. AGUSTÍN, Las Confesiones, 6,3,8). 302 La fe, principio y base de la conversión.—«Tales cosas revolvía yo en mi pecho, apesadumbrado con los devoradores cui-
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dados de la muerte y de no haber hallado la verdad. Sin embargo, de modo estable se afincaba en mi corazón, en orden a la Iglesia católica, la fe de tu Cristo, Señor y Salvador nuestro; informe ciertamente en muchos puntos y como fluctuando fuera de la norma de doctrina; mas, con todo, no la abandonaba ya mi alma, antes cada día se empapaba más y más en ella» (S. AGUSTÍN, Las Confesiones, 7,5,7). 303 Experiencia de un convertido.—«Narraba estas cosas Ponticiano (que les habló a él y a Alipio) de los monjes, y mientras él hablaba, tú, Señor, me trastocabas a mí mismo, quitándome de mi espalda, adonde yo me había puesto para no verme, y poniéndome delante de mi rostro, para que viera cuan feo era, cuan deforme y sucio, manchado y ulceroso» (S. AGUSTÍN, Las Confesiones, 8,7,16). 304 Esfuerzos previos a la conversión.—«De este modo me sentía dulcemente oprimido por la carga del siglo, como acontece en el sueño, siendo semejantes los pensamientos con que pretendía elevarme a ti a los esfuerzos de los que quieren despertar, mas, vencidos de la pesadez del sueño, caen rendidos dcnuevo» (S. AGUSTÍN, Las Confesiones, 8,5,12). 305 Dos voluntades en lucha íntima.—«No hay, por tanto, monstruosidad en querer en parte y en parte no querer, sino cierta enfermedad del alma^porque, elevada por la verdad, no se levanta toda ella, oprimida por el peso de la costumbre. Hay, pues, en ella dos voluntades, porque, no siendo una de ellas total, tiene la otra lo que falta a ésta» (S. AGUSTÍN, Las Confesiones, 8,9,21). 306 San Agustín cuenta su conversión.—«Así enfermaba yo y me atormentaba, acusándome a mí mismo más duramente que de costumbre, mucho y queriéndolo, y revolviéndome sobre mis ligaduras, para ver si rompía con aquello poco que me tenía prisionero. Y tú, Señor, me instabas a ello en mis entresijos y con severa misericordia redoblabas los azotes del temor y de la vergüenza, a fin de que no cejara de nuevo y no se rompiese aquello poco y débil que había quedado, y se rehiciese otra vez y me atase más fuertemente. Y decíame a mí mismo interiormente: ¡EalSea ahora, sea ahora; y ya casi pasaba de la palabra a la obra, ya casi lo hacía; pero no lo llegaba a hacer*.., y ya casi tocaba el término y lo tenía; pero ni llegaba a él, ni lo tocaba, ni lo tenía, dudando en morir a la muerte y vivir a la vida.
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Reteníanme unas bagatelas y vanidades de vanidades, antiguas amigas mías; y tirábanme del vestido de la carne, y me decían por lo bajos ¿Nos vas a dejar? [...]. ¡Y qué cosas, Dios mío, qué cofas me sugerían, qué indecencias! Pero las oía ya de lejos, menos de la mitad de antes [...]. Hacían, sin embargo, que yo vacilante tardase en romper y desentenderme de ellas [...]. Mas esto lo decía ya muy tibiamente. Porque por aquella parte hacia donde yo tenía dirigido el rostro, y a donde temía pasar, se me dejaba ver la casta dignidad de la continencia, serena y alegre [...]. Allí una multitud de niños y niñas, allí una juventud numerosa y hombres de toda edad, viudas venerables y vírgenes ancianas y, en todas, la misma continencia no estéril, sino fecunda madre de hijos nacidos de los gozos de su esposo, tú, oh Señor. Y reíase ella de mí con risa alentadora, como diciendo: ¿No podrás tú lo que éstos y éstas?[...J El Señor su Dios me ha dado a euas. ¿Por qué te apoyas en ti, que no puedes tenerte en pie? Arrójate en él, no temas, que él no se retirará para que caigas; arrójate seguro, que él te recibirá y sanará [...]. Mas de nuevo aquélla, como si dijera: Hazte sordo contra aquellos tus miembros inmundos sobre la tierra, a fin de que sean santificados (Col 3,5) [...]. Tal era la contienda, que había en mi corazón, de mí mismo contra mí mismo. Mas Alipio, fijo a mi lado, aguardaba en silencio el desenlace de mi inusitada emoción» (S. AGUSTÍN, Las Confesiones, 8,9,25-27). 307 Una gran tormenta estalló en el alma.—«Mas apenas una alta consideración sacó del profundo de su secreto y amontonó toda mi miseria a la vista de mi corazón, estalló en mi alma una tormenta enorme, que encerraba en sí copiosa lluvia de lágrimas. Y, para descargarla toda con sus truenos correspondientes, me levanté de junto a Alipio [...]. Quedóse él en el lugar que estábamos sentados sumamente estupefacto; mas yo, tirándome bajo una higuera, no sé cómo, solté la rienda de las lágrimas, brotando dos ríos de mis ojos, sacrificio tuyo aceptable. Y aunque no con estas palabras, pero sí con el mismo sentido, te dije muchas cosas como éstas: ¡Y tú, Señor, hasta cuándo! ¡Hasta cuándo, Señor, has de estar irritado! No quieras acordarte más de mis antiguas iniquidades (Sal 6,4; 78,5). Sentíame aún cautivo de ellas y lanzaba voces lastimeras: ¿Hasta cuándo, hasta cuándo? ¡Mañana! ¡Mañana! ¿Por qué no hoy? ¿Por qué no poner fin a mis torpezas en esta misma hora?
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Decía estas cosas y lloraba con amarguísima contrición de mi corazón. Mas he aquí que oigo de la casa vecina una voz, como de niño o niña, que decía cantando y repetía muchas veces: Toma y lee, toma y lee [...]. Así que, apresurado volví al lugar donde estaba sentado Alipio y yo había dejado el códice del Apóstol, al levantarme de allí. Tómele, pues, abríle y leí en silencio el primer capítulo que se me vino a los ojos, y decía: No en comilonas y embriagueces, no en lechos y liviandades, sino revestios de nuestro Señor Jesucristo y no cuidéis de la carne con demasiados deseos (Rom 13,13). No quise leer más, ni era necesario [...]. Entonces, puesto el dedo o no sé qué cosa de registro, cerré el códice y, con rostro tranquilo, se lo entregué a Alipio, quien, a su vez, me indicó lo que pasaba por él y que yo ignoraba. Pidió ver lo que había leído; se lo mostré y puso atención con lo que seguía a aquello que yo había leído y yo no conocía. Seguía así: Recibid al débil en la fe, lo cual se aplicó a sí mismo y me lo comunicó [...]. Después entramos a ver a mi madre, indicámoselo y llenóse de gozo [...]. Y así convertiste su llanto en gozo, mucho m^s fecundo de lo que ella había apetecido, y mucho más caro y más casto que el que podía esperar de los nietos que le diera mi carne» (S. AGUSTÍN, Las Confesiones, 8,12,28-30). 308 La justicia y la paz se besan.—«Luego la misericordia y la verdad se salieron al encuentro; la justicia y la paz se besaron mutuamente (Sal 84,11). Ohú justicia y tendrás la paz, para que así se besen la paz y la justicia. Si no amas la justicia, te faltará la paz. Estas dos virtudes, la paz y la justicia, se aman y besan mutuamente, de tal modo que quien obrase justicia encontrará la paz que abraza la justicia. Son dos amigas. Tal vez quieres tener una y, sin embargo, no ejecutas la otra. Nadie hay que no anhele la paz, pero no todos ejecutan la justicia» (S. AGUSTÍN, Enarraciones sobre los Salmos, Sal 84,12). 309 La voluntad humana ha de conformarse a la voluntad de Dios.—«Tú querías vivir y no deseabas que te sucediera algo adverso; pero Dios quiere otra cosa. Hay dos voluntades; encaúcese la tuya a la de Dios, no se tuerza la de Dios a la tuya. La tuya es anormal; la de Dios es normal. Permanezca la normal, para que se corrija conforme al modelo la anormal» (S. AGUSTÍN, Enarraciones sobre los Salmos, Sal 31,11,26). 310 El pecado y la conversión de un bautizado.—«Pero si se trata de un cristiano que, después del bautismo y de la justifica-
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ción, recae por su voluntad en la mala vida, ciertamente no puede decir: Yo no he recibido, pues abusando de su antiguo albedrío, perdió, para su condena, la gracia recibida del Señor. Y si, movido por saludable reprensión, llora su pecado y vuelve a sus obras de antes u otras mejores, resplandece aquí clarísimamente el provecho de la corrección humana. Pero toda corrección humana, esté inspirada o no por la caridad, para ser útil al corregido debe ir acompañada de la gracia de Dios» (S. AGUSTÍN, De la corrección y de la gracia, 6,9).
xrri REGENERACIÓN Y VIDA SOBRENATURAL «Respondió Jesús y le dijo: En verdad, en verdad te digo: si uno no fuere engendrado de nuevo, no puede ver el reino de Diosf...] En verdad, en verdad te digo: quien no naciere de agua y Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios» (Jn 3,3-5). «Yo soy la vid, vosotros los sarmientos. Quien permanece en mí y yo en él, éste lleva fruto abundante, porque fuera de mí nada podéis hacer» (Jn 15,5). 311 La vid y los sarmientos.—«El Señor, para convencernos de que es necesario que nos adhiramos a él por el amor, ponderó cuan grandes bienes se derivan de nuestra unión con él, comparándose a sí mismo con la vid y afirmando que los que están unidos a él e injertados en su persona vienen a ser como sarmientos (Jn 15,1-5) y, al participar del Espíritu Santo, comparten su misma naturaleza (pues el Espíritu de Cristo nos une con él). La adhesión de quienes se vinculan a la vid consiste en una adhesión de voluntad y deseo; en cambio, la unión de la vid con nosotros es una unión de amor y de inhabitación. Nosotros, en efecto, partimos de un buen deseo y nos adherimos a Cristo por la fe; así llegamos a participar de su propia naturaleza y alcanzamos la dignidad de hijos adoptivos, pues, como afirma San Pablo, el que se une al Señor es un espíritu con él.
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En él y por él hemos sido regenerados en el Espíritu Santo, para producir fruto de vida, no de aquella vida caduca y antigua, sino de la vida nueva que se funda en su amor. Y esta vida la conservaremos si perseveramos unidos a él y como injertados en su persona; si seguimos fielmente los mandamientos que nos dio y procuramos conservar los grandes bienes que nos confió, esforzándonos por no contristar, ni en lo más mínimo, al Espíritu que habita en nosotros [...]» (S. CIRILO DE ALEJANDRÍA, Comentario al Evangelio de San Juan, 10,2). 312 Obra del Espíritu Santo en quienes son templos de Dios.—«No es difícil percibir cómo transforma el Espíritu la imagen de aquellos en los que habita; del amor a las cosas terrenas, el Espíritu nos conduce a la esperanza de las cosas del cielo; y de la cobardía y la timidez, a la valentía y generosa intrepidez de espíritu. Sin duda es así como encontramos a los discípulos, animados y fortalecidos por el Espíritu, de tal modo que no se dejaron vencer en absoluto por los ataques de los perseguidores, sino que se adhirieron con todas sus fuerzas al amor de Cristo. Se trata exactamente de lo que había dicho el Salvador: Os conviene que yo me vaya al cielo (Jn 16,7). En ese tiempo, en efecto, descendería el Espíritu Santo» (S. CIRILO DE ALEJANDRÍA, Comentario al Evangelio de San Juan, 10). 313 Participación en la Trinidad, por obra de la gracia.— «Ya desde ahora se manifiesta de alguna manera el hecho de que estemos unidos por participación al Espíritu Santo. Pues, si abansmios la vida puramente natural y nos atenemos a las leyes espirituales, ¿no es evidente que hemos abandonado en cierta manera nuestra vida anterior, que hemos adquirido una configuración celestial y, en cierto modo, nos hemos transformado en otra naturaleza mediante la unión del Espíritu Santo con nosotros, y que ya no nos tenemos simplemente por hombres, sino como hijos de Dios y hombres celestiales, puesto que hemos llegado a ser participantes de la naturaleza divina? De manera que todos nosotros ya no somos más que una sola cosa en el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo; una sola cosa por identidad de condición, por la asimilación que obra el amor, por comunión de la santa humanidad de Cristo y por participación del único y santo Espíritu» (S. CIRILO DE ALEJANDRÍA, Comentario al Evangelio de San Juan, 11,11). 314 Parábola de la viña.—«Basta contemplar la viña, si la miras con inteligencia, para acordarte de tu naturaleza. Te acuerdas,
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evidentemente, de la comparación del Señor, que se llama a sí mismo la vid y a su Padre el viñador (Jn 15,1-5). Y dice que somos los sarmientos y nos invita a llevar fruto, no sea que nuestra esterilidad sea causa para echarnos al fuego. El no cesa en toda ocasión de explicar esta analogía de las almas humanas con la viña. Mi amigo —dice— tenía una viña en una loma feraz (Is 5,1). Yo planté una viña y la rodeé con una cerca... (Mt 21,33). Son evidentemente las almas de los hombres a los que llama su viña; aquellas que él ha rodeado de una cerca, la seguridad que dan sus preceptos y la guarda de sus ángeles. Pues el ángel del Señor sienta sus reales en tomo a los que le veneran y él los libra (Sal 34,8). Y después, como una empalizada plantada a nuestro alrededor, en primer término a los apóstoles, en segundo lugar a los profetas y luego a los doctores. Por los ejemplos de hombres santos antiguos ha elevado nuestros pensamientos a lo alto, sin dejar que caigan por tierra ni sean pisoteados. Quiere que los abrazos de la caridad, como los sarmientos de la vid, nos unan al prójimo y nos hagan descansar en él, a fin de que nuestros continuos esfuerzos hacia el cielo, como sarmientos trepadores, se eleven hasta las cimas más elevadas. Nos manda que nos dejemos labrar. Un alma está escardada cuando echa de sí las preocupaciones mundanas, que son un peso para nuestro corazón. Consecuentemente, quien echa de sí el amor carnal, el apego a las riquezas, y tiene como odioso y despreciable el deseo apasionado de esta gloria miserable, está como labrado y respira libre del peso vano de los pensamientos terrenos [...]» (S. BASILIO, Homilías sobre el Hexameron, 5,6). 315 Vida sobrenatural por la participación en Jesucristo.— «Por el Espíritu Santo se nos concede de nuevo la entrada en el paraíso, la posesión del reino de los cielos, la recuperación de la adopción de hijos; se nos da la confianza de invocar a Dios como Padre, la participación de la gracia de Cristo, el podernos llamar hijos de la luz, el compartir la gloria eterna y, para decirlo todo de una sola vez, el poseer la plenitud de las bendiciones divinas, así en este mundo como en el futuro; pues, al esperar por la fe los bienes prometidos, contemplamos ya, como en un espejo y como si estuvieran presentes, los bienes de que disfrutaremos. Y si tal es el anticipo, ¿cuál no será la realidad? Y si tan grandes son las primicias, ¿cuál no será la plena realización?» (S. BASILIO, Tratado del Espíritu Santo, 15,36). 316 Nueva creación.—«Ha comenzado el reino de la vida y se ha disuelto el imperio de la muerte. Han aparecido otro naciEl Evangelio en los PP. de la Iglesia
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miento, otra vida, otro modo de vivir, la transformación de nuestra misma naturaleza. ¿De qué nacimiento se habla? Del de aquellos que no han nacido de sangre, ni de amor carnal, ni de amor humano, sino de Dios (Jn 1,13). ¿Preguntas cómo es esto posible? Lo explicaré en pocas palabras. Este nuevo ser lo engendra la fe; la regeneración del bautismo lo da a luz; la Iglesia, cual nodriza, lo amamanta con su doctrina e instituciones y, con su pan celestial, lo alimenta; llega a la edad madura con la santidad de vida; su matrimonio es la unión con la sabiduría; sus hijos, la esperanza; su casa, el reino; su herencia y sus riquezas, las delicias del paraíso; su desenlace no es la muerte, sino la vida eterna y feliz en la mansión de los santos. Este es el día en que actuó el Señor (Sal 117,24), día totalmente distinto de aquellos otros establecidos desde el comienzo de los siglos y que son medidos por el paso del tiempo. Este día es el principio de una nueva creación, porque, como dice el profeta, en este día Dios ha creado un cielo y una tierra nueva. ¿Qué cielo? El firmamento de la fe en Cristo. Y ¿qué tierra? El corazón bueno, que, como dijo el Señor, es semejante a aquella tierra que se impregna con la lluvia que desciende sobre ella y produce abundantes espigas. \ En esta nueva creación, el sol es la vida pura; las estrellas son las virtudes; el aire, una conducta sin tacha; el mar, aquel abismo de generosidad, de sabiduría y de conocimiento de Dios (Rom 11,33); las hierbas y semillas, la buena doctrina y las enseñanzas divinas, en las que el rebaño, es decir, el pueblo de Dios, encuentra su pasto; los arboles que llevan fruto son la observancia de los preceptos divinos. En este día es creado el verdadero hombre, aquel que fue hecho a imagen y semejanza de Dios. ¿No es, por ventura, un nuevo mundo el que empieza para ti en píe día en que actuó el Señor} ¿No habla de este día el profeta al decir que será un día y una noche que no tienen semejante? Pero aún no hemos hablado del mayor de los privilegios de este día de gracia: lo más importante de este día es que destruyó el dolor de la muerte y dio a luz al primogénito de entre los muertos, a aquel que hizo este anuncio: Subo al Padre mío y Padre vuestro, al Dios mío y Dios vuestro (Jn 20,7). Oigamos el buen mensaje que nos trae la mujer [...]. ¡Oh mensaje lleno de felicidad y de hermosura! El que por nosotros se hizo hombre semejante a nosotros, siendo el Unigénito del Padre, quiere convertirnos en sus hermanos y, al llevar su humanidad al Padre, arrastra tras de sí a todos los que ahora son ya de su raza» (S. GREGORIO DE NlSA, Sermón I sobre la resurrección de Cristo).
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317 Renacidos por el sacramento del bautismo.—«La acequia de Dios va llena de agua, preparas los trigales (Sal 64,10). No hay duda de qué acequia se trata, pues dice el Salmista: El correr de las acequias alegra la ciudad de Dios (Sal 45,8). Y el mismo Señor dice en los Evangelios: El que beba del agua que yo le daré, de sus entrañas manaran torrentes de agua viva, que salta hasta la vida eterna (Jn 4,14). Y en otro lugar: El que cree en mí, como dice la Escritura, de sus entrañas manarán torrentes de agua viva. Decía esto refiriéndose al Espíritu que habían de recibir los que creyeran en él (Jn 7,38-39). Así, pues, esta acequia está llena del agua de Dios. Pues, efectivamente, nos hallamos inundados por los dones del Espíritu Santo, y la corriente que rebosa del agua de Dios se derrama sobre nosotros desde aquella fuente de vida. También encontramos ya preparado nuestro alimento [...]. A nosotros, los renacidos por el sacramento del bautismo, se nos concede un gran gozo, ya que experimentamos en nuestro interior las primicias del Espíritu Santo cuando penetra en nosotros la inteligencia de los misterios, el conocimiento de la profecía, la palabra de sabiduría, la firmeza de la esperanza, los carismas medicinales y el dominio sobre los demonios sometidos. Estos dones nos penetran como llovizna y, recibidos, proliferan en multiplicidad de frutos» (S. HILARIO DE POITIERS, Tratado sobre los Salmos, 64,14-15)., 318 Beneficios del santo bautismo.—«Bendito sea Dios —repitámoslo—, el único que hace maravillas (Sal 71,18), el que hace todas las cosas y las renueva. Aquellos que ayer estaban cautivos, son hoy hombres libres y ciudadanos de la Iglesia; aquellos que hace poco estaban en la vergüenza del pecado, ahora están en la seguridad y en la justicia. No sólo son libres, sino también santos; no sólo santos, sino justos; no sólo justos, sino hijos; no sólo hijos, sino también herederos; no sólo herederos, sino hermanos de Cristo; no sólo hermanos de Cristo, sino sus coherederos; no sólo sus coherederos, sino también sus miembros; no sólo sus miembros, sino también sus templos; no sólo sus templos, sino también instrumentos del Espíritu. ¡Dios sea bendito. El único que hace maravillas! ¿Has visto cuántos son los beneficios del bautismo? Muchos creen que sólo lleva consigo el perdón de los pecados. Hemos enumerado hasta diez honores conferidos por él. Por esta razón es por lo que bautizamos también a los niños pequeños, aunque ellos no tengan pecados, para que les sea concedida la justicia, la filiación, la herencia, la gracia de ser hermanos y miembros de Cristo, y llegar a ser
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morada del Espíritu Santo» (S. JUAN CRISÓSTOMO, Ocho catcquesis bautismales, 3,5-6). 319 El agua viva*—«El que beba del agua que yo le daré, no tendrá sed jamás, sino que el agua que yo le de se hará en él una fuente que salta hasta la vida eterna (Jn 4,14). La Escritura llama a la gracia del Espíritu Santo unas veces fuego, otras agua; manifestando con estos nombres no sustancias diversas, sino las operaciones. El Espíritu, siendo invisible, no consta de diversas sustancias. Juan significa ambas cosas cuando dice: El os bautizará con el Espíritu Santo y con fuego (Jn 3,11). Y Cristo: Saldrán de su wentre ríos de agua viva. Dijo esto del Espíritu, que habían de recibir los que creyeran en él (Jn 7,38-39). Hablando a la mujer, llama agua al Espíritu: El que beba del agua que yo le daré, no tendrá sed jamás. Llama fuego al Espíritu para significar el fervor de la gracia y la destrucción del pecado; agua, para indicar con ella la purificación y el refrigerio de las almas que lo reciben. Y justamente, porque así adorna al alma piadosa como un huerto lleno de árboles y de frutos siempre, y la libra del miedo de las insidias diabólicas, porque destruye fácilmente los dardos encendidos del maligno» (S. JUAN CRISÓSTOMO, Homilías sobre el Evangelio de San Juan, 32,1). 320 Riquezas malas, buenas e indiferentes.—«El término riquezas, en las Sagradas Escrituras, tiene tres acepciones diferentes: las hay malas, buenas e indiferentes. Las malas son aquellas de las que se dice: Los ricos empobrecen y pasan hambre (Sal 33,11) y ¡Ay de vosotros, ricos, porque ya tenéis vuestra consolación! (Le 6,24). Renunciar a ellas es la suma perfección. Se las reconoce por este signo. Los verdaderos pobres son aquellos a quienes el Señor alaba en el Evangelio: Dichosos los pobres en el espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos (Mt 5,3). Y el Salmista: Este pobre invoca al Señor, él lo escucha (Sal 33,7); Pobres y afligidos alabarán tu nombre (Sal 73,21). Las hay también buenas. Adquirirlas es una gran virtud y de raro mérito. David alaba al justo que las posee: En su casa hay gloria y riquezas, y su justicia permanece para siempre (Sal 111,3). Y también: El pobre y el necesitado alabaran su nombre (Sal 73,21). De cuyas riquezas se dice en el Apocalipsis a aquel que las tiene deshonrosamente: Voy a vomitarte de mi boca, porque dices: soy rico, me he hecho rico, no tengo necesidad de nada; y no sabes que tú eres el más desgraciado, digno de lástima, pobre, ciego y desnudo (Ap 3,16-17). También las hay indiferentes, esto es, que pueden ser buenas y malas. En efecto, se prestan a una y otra cosa. El bienaventurado
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Apóstol declara a este propósito: A los Heos de este mundo manda que no presuman, ni tengan puesta la esperanza en la incertidumbre de las riquezas, sino en Dios, que nos proporciona todo con esplendidez, para que disfrutemos; que practiquen la beneficencia, que sean ricos en buenas obras, que sean generosos con espíritu de solidaridad, atesorando para sí un fondo magnífico para el futuro (1 Tim 6,17-19)» (JUAN CASIANO, Conferencias, 3. ,9). a
321 Todo lo bueno es divino y todo lo divino es bueno.— «Donde está el corazón del hombre, allí está también su tesoro, pues el Señor no suele negar la dádiva buena a los que la han pedido. Y ya que el Señor es bueno, y mucho más bueno todavía para los que le son fieles, abracémonos a él, estemos de su parte con toda nuestra alma, con todo el corazón, con todo el empuje de que somos capaces, para que permanezcamos en su luz, contemplemos su gloria y disfrutemos de la gracia del deleite sobrenatural. Elevemos, por tanto, nuestros espíritus hasta el Sumo Bien, estemos en él y vivamos en él, ya que su ser supera toda inteligencia y todo conocimiento, y goza de paz y tranquilidad perpetua, una paz que supera también toda inteligencia y toda percepción. Este es el bien que lo penetra todo, que hace que todos vivan en él y dependamos de él, mientras que el no tiene nada sobre sí, porque es divino; pues no hay nadie bueno sino sólo Dios; y, por tanto, todo lo bueno es divino y todo lo divino es bueno; por ello se dice: Abres tú la mano y sacias de favores a todo viviente; pues por la bondad de Dios se nos otorgan efectivamente todos los bienes, sin mezcla alguna de mal. Bienes que la Escritura promete a los fieles al decir: Lo sabroso de la tierra comeremos. Hemos muerto en Cristo y llevamos en nuestro cuerpo la muerte de Cristo para que la vida de Cristo se manifieste en nosotros. No vivamos ya aquella vida nuestra, sino la de Cristo; una vida de inocencia, de castidad, de simplicidad y de toda clase de virtudes; y ya que hemos resucitado con Cristo, vivamos en él, ascendamos en él, para que la serpiente no pueda dar en la tierra con nuestro talón para herirlo» (S. AMBROSIO, Sobre la huida del mundo, 6,36; 7,44; 8,45). 322 Regeneración cristiana.—«Así, pues, una vez que lo hemos recibido todo, sabemos que hemos sido regenerados. No digamos: ¿Cómo hemos sido regenerados? ¿Es que hemos entrado de nuevo en el vientre de nuestra madre y hemos nacido otra vez? (Jn 3,4). Yo no reconozco aquí el uso de la naturaleza. No hay en esto el orden de la naturaleza donde se encuentra la excelencia de la gracia. Pues no siempre el uso natural hace la generación.
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Nosotros confesamos que Cristo, el Señor, fue engendrado de una virgen y dejamos a un lado el orden natural. María no concibió por obra de varón, sino que estaba encinta por el Espíritu Santo, como dice Mateo: Lo que engendró en su seno es del Espíritu Santo (Mt 1,20). Si, pues, el Espíritu Santo cubriendo con su sombra a una wgen, obró la concepción y llevó a cabo la obra de la generación, no debe dudarse que el Espíritu Santo, viniendo a la fuente o sobre aquellos que son bautizados, obra verdaderamente la regeneración» (S. AMBROSIO, De los Misterios, 9,59). 323 El bautismo, imagen de la resurrección.—«¿Qué es la regeneración? Te encuentras en los Hechos de los Apóstoles con que el verso del salmo 2, que dice: Tú eres mi Hijo, yo te he engendrado hoy, se aplica a la resurrección. En efecto, el apóstol San Pedro lo interpreta de esta manera: Cuando el Hijo resucita de entre los muertos, la voz del Padre se deja oír: Tú eres mi Hijo, yo te he engendrado hoy (Hech 13,33). Por eso él ha sido llamado el primogénito de entre los muertos (Col 1,18). ¿Qué es, pues, la resurrección sino el momento en que nosotros volvemos de la muerte a la vida? Así también en el bautismo, que es una semejanza de la muerte, sin duda, cuando te sumergen en el agua y surges de nuevo, hay una imagen de la resurrección. Y así, conforme a la interpretación del Apóstol, como aquella resurrección fue una regeneración, también esta resurrección de la fuente del bautismo es la regeneración» (S. AMBROSIO, De los Sacramentos, 3,2). 324 Cántico nuevo.—«Cantadle un cántico nuevo. Desnudaos de la vejez, pues conocisteis el cántico nuevo. Nuevo hombre, Nuevo Testamento, nuevo cántico. No pertenece a los hombres viejos el cántico nuevo; éste sólo lo aprenden los hombres nuevos, que han sido renovados de la vejez por la gracia, y pertenecen ya al Nuevo Testamento, el cual es el reino de los cielos. Por él suspira todo nuestro amor y canta el cántico nuevo. Cante cántico nuevo, no la lengua, sino la vida» (S. AGUSTÍN, Endftraciones sobre los Salmos, Sal 32,11,8). 325 El hombre nuevo, partícipe de la naturaleza divina.— «Por lo cual, amadísimos, demos gracias a Dios Padre por medio de su Hijo en el Espíritu Santo, que, por la inmensa misericordia con que nos amó, se compadeció de nosotros y, estando muertos por el pecado, nos resucitó a la vida en Cristo (Ef 2,5) para que fuésemos en él una nueva criatura, una nueva obra de sus manos. Por tanto, dejemos el hombre viejo con sus acciones (Col 3,9) y
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renunciemos a las obras de la carne nosotros, que hemos sido admitidos a participar del nacimiento de Cristo. Reconoce ¡oh cristiano! tu dignidad, pues participas de la naturaleza divina (2 Pe 1,4), y no vuelvas a la antigua vileza con una vida depravada. Recuerda de qué cabeza y de qué cuerpo eres miembro. Ten presente que, arrancado al poder de las tinieblas (Col 1,13), se te ha trasladado al reino y claridad de Dios. Por el sacramento del bautismo te convertiste en templo del Espíritu Santo. No ahuyentes a tan escogido huésped con acciones pecaminosas, no te entregues otra vez como esclavo al demonio, pues has costado la sangre de Cristo, quien te redimió según su misericordia y te juzgará conforme a la verdad» (S. LEÓN MAGNO, Sermones, 21, «en la Navidad del Señor»). gtttoh g t e É l
^ ^ ^ ^ ^ ^ ^ ^ ^ ^ ^ ^ ^ ^ ^ ^ ^ LOS DISCÍPULOS «Y caminando por la ribera del mar de Galilea, vio a dos hermanos, Simón, llamado Pedro, y Andrés, su hermano, que echaban la red en el mar, pues eran pescadores. Y les dice: Venid en pos de mí, y os haré pescadores de hombres. Y ellos, luego, dejadas las redes, se fueron tras él» (Mt 4,18-20). «Y tras esto salió y vio a un publicano por nombre Leví, sentado en su despacho de aduanas, y le dijo: Sigúeme. Y abandonándolo todo, le seguía» (Le 5,27-28). «Y sube a la montaña y llama a sí a los qué él quiso, y se fueron para él. Entonces destinó a doce, para que estuviesen con él y para enviarlos a predicar, y que tuviesen potestad de lanzar demonios. Y estableció los Doce...» (Me 3,13-16). 326 Como ovejas entre lobos.—«Mirad, os envío como corderos en medio de lobos. No llevéis bolsa, ni alforja, ni sandalias... (Le 10,3-4). Predice las persecuciones para que luego soporten su experiencia. ¿Cómo la oveja vencerá al lobo? Yo, dice, estaré con vosotros y os protegeré, transformando los lobos en ovejas; nada se resiste
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a mi voluntad. Esto lo aprendió Pablo con su propia experiencia; pues, siendo más fiero que un lobo contra los discípulos de Cristo, lo hizo más manso que una oveja. Y no permite estar preocupado por el cuerpo ni por las cosas que son exteriores al cuerpo; ni siquiera concede andar solícitos por el viático, ni llevar consigo todo lo que solemos llevar para el cuerpo, como las sandalias; quiere que se ponga toda la esperanza en Dios. Finalmente, no quiere que se añada nada al ejercicio del ministerio ni saludar a nadie por el camino. Como ordenó Elíseo a su criado, cuando lo envió a colocar su bastón sobre el niño difunto: no saludar ni corresponder al saludo de nadie (2 Re 4,29). De manera que no dañe el tener que atender a otros ni se relajen las costumbres con ocasión de la amistad, que no nos perjudique en modo alguno la maldad diabólica» (S. CIRILO DE ALEJANDRÍA, Comentario al Evangelio de San Lucas). 327 Misión de los apóstoles.—«Nuestro Señor Jesucristo instituyó a aquellos que habían de ser guías y maestros de todo el mundo y administradores de sus divinos misterios, y les mandó que fueran como astros que iluminaran con su luz, no sólo el país de los judíos, sino también a todos los países que hay bajo el sol, a todos tos hombres que habitan la tierra entera. Es verdad lo que afirma la Escritura: Nadie puede arrogarse este honor; Dios es quien llama (Heb 5,4). Fue, en efecto, nuestro Señor Jesucristo el que llamó a sus discípulos a la gloria del apostolado, con preferencia a todos los demás. [.»]
En efecto, si el Señor tenía la convicción de que había de enviar a sus discípulos como el Padre lo había enviado a él, era necesario que ellos, que habían de ser imitadores de uno y otro, supieran con qué finalidad el Padre había enviado al Hijo. Por eso, Cristo, exponiendo en diversas ocasiones las características de su propia misión, decía: No he venido a llamara los justos, sino a los pecadores a que se conviertan (Le 5,32). Y también: He bajado del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me ha enviado. Porque Dios no mandó a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por él (Jn 6,38; 3,17)» (S. CIRILO DE ALEJANDRÍA, Comentario al Evangelio de San Juan, 12,1). 328 El nombre cristiano.—«7# te llamarás Pedro (Jn 1,42). Cristo no manifiesta su autoridad desde el comienzo, sino que habla humildemente. Mas, una vez que demostró su divinidad, actúa con mayor autoridad, diciendo: Bienaventurado tú, Simón, porque te lo ha revelado mi Padre... Y yo te digo: Tú eres Pedro y sobre
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esta piedra edificaré mi Iglesia (Mt 16,17-18). A éste lo llamó así. A Santiago y Juan, hijos del trueno. ¿Por qué? Para manifestar que él era el mismo que concedió la Alianza Antigua y mudó los nombres: el que llamó Abraham a Abram, Sara a Sarái y a Jacob Israel. Impuso muchos nombres desde el nacimiento, como a Isaac, a Sansón y otros [...]. Entonces recibían algunos diversos nombres. Mas ahora tenemos todos un único nombre, mayor que todos aquéllos; nos llamamos cristianos, hijos de Dios, amigos, un solo cuerpo. Esta apelación nos obliga más que cualesquiera otras y nos hace más diligentes en la practica de la virtud. No hagamos nada que sea indigno de tan gran nombre, pensando en la gran dignidad con la que llevamos el nombre de Cristo. Meditemos y veneremos la grandeza de este nombre. Así nos llamó Pablo. Si alguno se honra con pertenecer a algún jefe importante y lleva con gran honor su nombre, nosotros, que hemos recibido el nombre, no de un príncipe terreno, ni de algún ángel o arcángel, sino del Rey de todos ellos, ¿no expondremos nuestra vida mucho más para que aquel que nos honró con su nombre no reciba injuria alguna?» (S. JUAN CRISÓSTOMO, Homilías sobre el Evangelio de San Juan, 19,2-3). 329 Vocación de Mateo, el publicano.—«El escogió a Mateo el publicano (Mt 9,9-13) para estimular a sus colegas a venirse con él. El ve a los pecadores y los llama, y les hace sentarse a su lado. ¡Espectáculo admirable; los ángeles están en pie temblando, mientras los publícanos, sentados, gozan; los ángeles temen, a causa de su grandeza, y los pecadores comen y beben con él; los escribas rabian de envidia y los publícanos exultan y se admiran por la misericordia! Los cielos viven este espectáculo y se admiran, los infiernos lo vieron y deliraron. Satanás lo vio ardiendo en furor, la muerte lo vio y experimentó su debilidad; los escribas lo vieron y quedaron ofuscados por ello. Hubo gozo en los cielos y alegría en los ángeles porque los rebeldes eran dominados, los indóciles sometidos, los pecadores enmendados, y porque los publícanos eran justificados. A pesar de las exhortaciones de sus amigos, él no renunció a la ignominia de la cruz y, a pesar de las burlas de sus enemigos, no renunció a la compañía de los publícanos. El ha despreciado la burla y desdeña las alabanzas;; asi contribuía mejor a la utilidad de los hombres» (S. EFRÉN, Comentario sobre el Diatesaron, 5,17). 330 «No he venido a llamar a justos, sino a pecadores».— «Ypartiendo de allí, vio Jesús a su paso un hombre llamado Mateo, sentado en su despacho de aduanas, y le dice: Sigúeme... (Mt 9,9-13).
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[...].
Los judíos están celosos al ver que el Señor hace fiesta con los publícanos y pecadores, y el Señor les revela las palabras de la Ley, cubiertas con el velo de la incredulidad, afirmando que él traía socorro a los enfermos y curaba a los que tenían necesidad de ello, mientras los sanos no tenían necesidad de curación. Mas, para que comprendieran que ninguno de ellos estaba sano, les invita a aprender qué significaba misericordia quiero y no sacrificio (Os 6,6)... que no viene a llamar justos, sino pecadores. Había venido para todos, ¿cómo, pues, dice que no ha venido para los justos? ¿Es que había quienes no necesitaban que viniera? Ninguno es justo por la fuerza de la Ley. El manifiesta que es vano jactarse de la propia justicia, porque, siendo los sacrificios inútiles para la salvación, era necesaria la misericordia para cuantos estaban bajo la Ley. En efecto, si la justicia proviniera de la Ley, no sería necesario el perdón por medio de la gracia» (S. HILARIO DE POITIERS, Comentario al Evangelio de San Mateo, 9,2). 331 Fe y debilidad de Pedro.—«El hecho de que Pedro, entre todos los que estaban en la barca, se atreva a responder y pida recibir el mandato de ir al encuentro del Señor sobre las aguas (Mt 14,24-32) manifiesta la disposición de su corazón en el momento de la pasión, cuando, caminando al encuentro y siguiendo las huellas del Señor, sin preocuparse de los cuidados del mundo, parecidos a las olas del mar, le siguió con la misma fuerza en despreciar la muerte. Mas el hecho de que tuvo miedo manifiesta su debilidad en la tentación futura. Aunque se había atrevido a caminar, comenzó a hundirse. La debilidad de la carne y el miedo a la muerte le empujaron hasta llevarle a negar a Jesús. Mas gritó y pide al Señor que lo salve. Este grito es el gemido de su arrepentimiento. Se arrepiente cuando el Señor no había sufrido aún. Y obtiene al punto el perdón de sus negaciones, ya que Cristo habría sufrido a continuación por la redención de la humanidad» (S. HILARIO DE POITIERS, Comentario al Evangelio de San Mateo, 14,15). 332 La Iglesia fundada sobre Pedro.—«La confesión de Pedro obtiene plenamente la recompensa merecida, por haber visto en el hombre al Hijo de Dios (Mt 16,13-19). Es dichoso, es alabado por haber penetrado más allá de la mirada humana viendo lo que venía no dé la carne ni de la sangre, sino contemplando al Hijo de Dios revelado por el Padre celestial. Y es juzgado digno de reconocer el primero aquello que en Cristo es de Dios. ¡Oh feliz fundamento de la Iglesia, proclamado con su nuevo nombre; piedra digna de ser edificada, porque quebranta las leyes
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del infierno, las puertas del Tártaro y todas las prisiones de la muerte! ¡Oh dichoso custodio del cielo, a cuyo juicio son entregadas las llaves del acceso a la eternidad; cuyas decisiones, anticipadas en la tierra, son confirmadas en el cielo! En su virtud, aquello que ha sido atado o suelto sobre la tierra, recibirá en el cielo la condición de una decisión idéntica» (S. HILARIO DE POITIERS, Comentario al Evangelio de San Mateo, 16,7). 333 Negaciones y lágrimas de Pedro.—«¡Qué buenas lágrimas son las que lavan la culpa! Por eso todos aquellos a los que Jesús mira, lloran. La primera vez que Pedro renegó y no lloró era porque el Señor no le había mirado. Le negó una segunda vez y tampoco lloró, pues aún no le había mirado el Señor; pero, al negarle por tercera vez, Jesús clavó en él su mirada y comenzó a llorar con incontenible amargura. Míranos, Señor Jesús, para que sepamos llorar nuestro pecado. Con esto se nos enseña que aun la caída de los santos es provechosa. Ningún daño me acarreó la negación de Pedro y, sin embargo, he recibido un gran beneficio de su arrepentimiento. He aprendido a guardarme de los planes de los hombres de mala fe. Pedro, cuando estaba entre los judíos, renegó; Salomón, engañado por sus amigos paganos, cayó en el error» (S. AMBROSIO, Tratado sobre el Evangelio de San Lucas, 10,89). 334 Pescadores de hombres.—«Cantad al Señor un cántico nuevo, llegue su alabanza hasta el confín de la tierra; muja el mar y lo que contiene, las costas y sus habitantes (Is 42,11). Quiénes son estos que deben cantar el cántico nuevo lo dicen las palabras que siguen: Los que descendéis, dice, hasta el mar. Jesús, viendo a los apóstoles en la orilla remendando sus redes junto al mar de Genesaret, los envió a alta mar (Le 5,4) para hacerlos, de pescadores de peces, pescadores de hombres. Ellos predicaron el Evangelio hasta el Hinco y España; dominando también, en breve tiempo, el poder inmenso de la ciudad de Roma. Ciertamente, descendieron al mar y lo traspasaron, soportando las tormentas y las persecuciones de este mundo. También las islas y sus habitantes, la diversidad de las gentes y la multitud de las Iglesias» (S. JERÓNIMO, Comentario sobre el profeta Isaías). 335 Los apóstoles de Jesucristo, salvadores del mundo.— «Y esos pobres desterrados israelitas serán dueños de Canaán hasta Sarepta; y los desterrados de Jerusalén que están en Sefarad se adueñarán de las ciudades meridionales. Subirán vencedores al monte de Sión, para gobernar la montaña de Esaú. Y el Señor será quien reine (Abd v.20-21).
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[...]. Realizadas así todas estas cosas, ascenderán los salvadores que hubieran sido salvados del resto del pueblo judaico al monte Sión, para juzgar y rechazar el monte de Esaú. Como el Señor, que es la luz, llama a sus apóstoles luz y dice: Vosotros sois la luz del mundo (Mt 5,14), y él, que es la piedra, concede a Pedro ser piedra, también el buen Pastor les da esos nombres. Y todo lo que de él se dice concede a sus siervos que se diga de ellos. Así, el mismo Salvador quiso que sus apóstoles fueran salvadores del mundo; los cuales, subiendo a la cumbre del monte de la Iglesia, y depuesta la soberbia de los judíos y de todos los montes que se alzaban contra la ciencia de Dios, prepararon el reino para el Señor» (S. JERÓNIMO, Comentario sobre el profeta Abdías, 20,2 lss). 336 Enviados a predicar.—« Venid en pos de mí y os haré pescadores de hombres (Mt 4,19). Estos fueron los primeros llamados por el Señor para seguirle. Pescadores y rudos (Hech 4,13) son enviados a predicar; no se pensara que la fe de los creyentes era debida no a la acción de Dios, sino a la elocuencia y a la ciencia» (S. JERÓNIMO, Comentario al Evangelio de San Mateo). 337 Consignas dadas a los apóstoles.—«Quien os recibe a vosotros, a mí me recibe; y quien me recibe a mí, recibe al que me envió (Mt 10,40). Magnífica ordenanza. Envía a predicar, enseña que no hay que temer los peligros, subordina los efectos a la religión. Antes había quitado el oro, apartando el dinero del ministerio. Dura condición la de los evangelizadores. ¿Cómo proveer a los gastos, a las necesidades de la vida? Con la esperanza de las promesas tempera la austeridad de los mandatos: El que os recibe —dice— a vosotros, a mí me recibe; y el que me recibe a mí, recibe al que me envió, para que los creyentes piensen que reciben a Cristo» (S. JERÓNIMO, Comentario al Evangelio de San Mateo). 338 Pedro, hombre de fe ardiente.—«Pedro le respondió: Señor, si eres tú, mándame ir a ti sobre las aguas. El le dijo: Ven. Pedro, saltando de la barca, caminó sobre las aguas y se acercó a Jesús (Mt 14,28-29). En todos los lugares aparece Pedro hombre de fe ardiente. Cuando preguntó a sus discípulos qué decían los hombres que era él, Pedro confesó que era Hijo de Dios. Cuando anunció su pasión, Pedro quería impedírselo y, aunque se equivocó en el sentido, no erró en el afecto, no queriendo que muriera aquel a quien poco antes había confesado Hijo de Dios. Subió al monte con el Salva-
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dor el primero entre los primeros, y en la pasión le siguió solo y lavó con lágrimas sus negaciones, a las que había bajado por temor repentino. Después de la pasión, estando en el lago de Genesaret pescando, estaba el Señor en la orilla, y Pedro tomó su manto y se tiró inmediatamente al agua (Jn 21,7). Con el mismo ardor de su fe que siempre, también ahora, mientras los demás guardan silencio, piensa que puede hacer, por voluntad de su Maestro, lo que éste podía por naturaleza. Mándame ir a ti sobre las aguas. Manda tú, e inmediatamente se solidificarán las olas y se hará leve el cuerpo pesado por naturaleza. Y descendiendo Pedro de la nave, camina sobre el agua para llegar hasta Jesús» (S. JERÓNIMO, Comentario al Evangelio de San Mateo). 339 El stater en la boca del pez.—«Y al decir "de los extraños", Jesús le dijo: O sea, que los hijos están exentos (Mt 17,27). No sé qué admirar más: si la presciencia o la grandeza del Salvador. La presciencia, porque había conocido que el pez tenía en su boca un stater y que sería pescado el primero; la grandeza y el poder si, a su palabra, en seguida fue creado el stater en la boca del pez; lo que habría de ocurrir lo hizo él con su palabra. Me parece, según el sentido místico, que éste es el pez que fue cazado el primero; estaba en el profundo del mar y habitaba en las profundidades saladas y amargas; para que el primer Adán fuera librado por el segundo. Y lo que estaba en su boca, esto es, que fuera encontrado en la confesión, se pagara por Pedro y por el Señor. Bellamente se entrega el mismo precio, pero está dividido: se pagaba por Pedro como pescador, pero nuestro Señor no había cometido pecado ni se encontró engaño en su boca (Is 53,9; 1 Pe 1,32). El starter tiene dos dracmas, para mostrar la semejanza de la carne, pagándose lo mismo por el siervo y el Señor. Pero también edifica al oyente entendido: siendo tal la pobreza del Señor, que no tenía con qué pagar tributos por sí y por el apóstol» (S. JERÓNIMO, Comentario al Evangelio de San Mateó). 340 Jesús cabalga sobre un pollino.—«Cuando se fueron los discípulos e hicieron tal como les había mandado, llevaron la borrica y el pollino, echaron sus mantos sobre ellos y Jesús montó encima (Mt 21,6-7). Este pollino y esta borrica, a los que los apóstoles extienden sus vestidos, para que Jesús cabalgara más cómodo, antes de la llegada del Salvador estaban desnudos, y muchos reclamaban su dominio sobre ellos. Sin aparejo, pasaban frío. Mas cuando recibieron las vestiduras apostólicas, compuestos más bellamente, tuvieron al Señor como jinete. La vestidura apostólica puede entenderse la
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doctrina de las virtudes, o la exposición de las Escrituras, o la variedad de los dogmas eclesiásticos; con los cuales si el alma no está instruida y adornada no merece tener por cabalgadura al Señor» (S. J E R Ó N I M O , Comentario al Evangelio de San Mateo). 341 Vocación de Simón y de su hermano Andrés.—«y según iba por la orilla del mar de Galilea, predicando el Evangelio de Dios, vio a Simón y a Andrés, el hermano de Simón, echando las redes en el mar, pues eran pescadores (Me 1,16). Simón, que todavía no era Pedro, pues aún no había seguido a la Piedra (Cristo) para que pudiera llamarse Pedro; Simón, pues, y su hermano Andrés estaban a la orilla y echaban las redes al mar. Vio, dice, a Simón y a Andrés su hermano, largando las redes al mar, pues eran pescadores. El Evangelio afirma tan sólo que echaban las redes, mas no que cogían algo. Por tanto, antes de la Pasión, se afirma que echaron las redes, mas no hay constancia de que capturaran algo. Después de la Pasión, sin embargo, echan la red y capturan tanto que las redes se rompían» (S. J E R Ó N I M O , Comentario al Evangelio de San Marcos). 342 Primero peces, para ser luego pescadores.—«YJesús les dijo: Venid en pos de mi y os haré pescadores de hombres (Me 1,17). ¡Feliz cambio de pesca! Jesús les pesca a ellos para que, a su vez, ellos pesquen a otros pescadores. Primero se hacen peces para ser pescados por Cristo; después ellos mismos pescarán a otros [...]. Y al instante, dejando sus redes, le siguieron (Me 1,18). Y al instante. La fe verdadera no conoce intervalo; tan pronto se oye, cree, sigue, y se convierte en pescador. Al instante, dejando las redes. Yo pienso que en las redes dejaron los pecados del mundo. Y le siguieron. No era, en efecto, posible que, siguiendo a Jesús, conservaran las redes» (S. J E R Ó N I M O , Comentario al Evangelio de San Marcos). 343 Pedro, Santiago y Juan.—«No permitió que nadie le siguiera más que Pedro, Santiago y Juan, el hermano de Santiago (Me 5,37). Alguien podría preguntar, diciendo: ¿Por qué son siempre elegidos estos tres y los demás dejados aparte? Pues también cuando se transfiguró en el monte tomó consigo estos tres. Así, pues, son tres los elegidos: Pedro, Santiago y Juan. En primer lugar, en este número se esconde el misterio de la Trinidad, por lo que este número es santo de por sí. pues también Jacob, según el Antiguo Testamento, puso tres varas en los abrevaderos (Gen 30,37). Y está escrito en otro lugar: El esparto triple no se rompe (Ecl 4,12). Por
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tanto, es elegido Pedro, sobre el que ha sido fundada la Iglesia; Santiago, el primero entre los apóstoles que fue coronado con el martirio, y Juan, que es el comienzo de la virginidad» (S. JERÓNIMO, Comentario al Evangelio de San Marcos). 344 Cuatro clases de apóstoles.—«Pablo, apóstol no por autoridad humana, ni gracias a un hombre, sino por Jesucristo y por Dios Padre, que lo resucitó de entre los muertos (Gal 1,1). Hay cuatro clases de apóstoles: una que no es por los hombres ni por el hombre, sino por Jesucristo y Dios Padre; otra, que ciertamente es por Dios, pero por el hombre; la tercera, que es por el hombre, no por Dios; la cuarta, ni por Dios ni por el hombre, sino por si mismo. Al primer grupo pueden pertenecer Isaías (Is 6,8) y los demás profetas, y el mismo Pablo, que fue enviado no por los hombres ni por un hombre, sino por Dios Padre y por Cristo. Del segundo grupo, Jesús hijo de Nave, que fue constituido apóstol por Dios ciertamente, mas por medio de un hombre, Moisés (Dt 34,9). La tercera clase, cuando alguno se ordena por el favor o por la astucia; como ahora vemos que muchos han venido al sacerdocio no por voluntad de Dios, sino habiéndose ganado el favor del vulgo. El cuarto, el de los seudoprofetas y seudoapóstoles, de los que dice el Apóstol: Esos individuos son falsos apóstoles, obreros fraudulentos, disfrazados de apóstoles de Cristo (2 Cor 11,13)» (S. JERÓNIMO, Comentario a la Carta a los Galotas). 345 Los lobos mudados en ovejas.—« Ved que os envío como ovejas entre lobos (Mt 10,16). Ponderad bien, hermanos míos, el proceder de Cristo. Un lobo nada más que venga a muchas ovejas, las ovejas se espantarán aunque fueran millares, y bien que no todas sean despedazadas, a todas las invade, por lo menos, el pánico. ¡Extraña conducta, extraña resolución y gobierno extraño este del Señor, que, lejos de permitir que se acerque un lobo a las ovejas, envía las ovejas a los lobos! Os envío, dice, cual ovejas entre lobos. Los lobos eran enjambre, pocas las ovejas. Y sucedió que, habiendo tantos lobos matando tan pocas ovejas, se mudaron en ovejas los lobos convertidos» (S. AGUSTÍN, Sermones, 64,1).
346 Tres confesiones de amor frente a tres negaciones.— «Señor, tú lo sabes todo, tú sabes que te amo (Jn 21,15-17). Tú, que lo sabes todo, sólo eso^ho-sabes. No te pongas triste, ¡oh apóstol! Responde una, dos, tres veces. Venza tres veces la confesión en el amor, porque tres veces fue vencida la presunción por el temor. Hay que desatar tres veces lo que tres veces fue atado.
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Desata con el amor lo que habías atado por temor. Y el Señor confió sus ovejas a Pedro una, dos y tres veces» (S. AGUSTÍN, Sermones, 295,4).
XV LAS OBRAS DE CRISTO «Señor, ¡sálvanos, que perecemos! El les dijo: ¿Por qué sois tan cobardes, hombres de poca fef Entonces se levantó, increpó a los vientos y al mar, y sobrevino una gran calma» (Mt 8, 5-26). «El curó a muchos que sufrían diversas enfermedades y expulsó demonios; y no les dejaba hablar a los demonios, porque sabían que era él» (Me 1,34). «Se llegó al féretro y lo tocó, los que lo llevaban separaron. Entonces dijo: Joven, a ti te lo digo: Levántate. El muerto se incorporó y comenzó a hablar; y él se lo entregó a su madre» (Le 7,14-15). «Otros muchos signos, que no están escritos en este libro, hizo Jesús en presencia de sus discípulos. Estos han sido escritos para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios; y para que, creyendo, tengáis vida en su nombre» (Jn 20,30-31). 347 El fin de los milagros.—«Y nada de esto hacen los encantadores, puesto que ni pueden ni quieren; pues no van a tener ganas de romperse la cabeza por que los hombres se mejoren, cuando ellos mismos están llenos de los pecados más vergonzosos e infames. Mas Jesús llevaba, por los milagros que hacía, a los que contemplaban aquel hermoso espectáculo, a que mejoraran sus costumbres. ¿Cómo no pensar, entonces, que se ofrecía a sí mismo como ejemplo de la vida más santa, no sólo ante sus auténticos discípulos, sino también ante todo a los otros? Ante sus discípulos, para moverlos a enseñar a los hombres conforme a la voluntad de Dios; ante los otros, para que, enseñados a la par por la doctrina, vida y milagros cómo habían de vivir, todo lo hicieran con intención de agradar al Dios sumo. Ahora bien: si tal fue la vida
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de Jesús, ¿con qué razón puede compararlo nadie con la profesión de un hechicero? ¿No es más razonable tenerlo por Dios, que, según la promesa de Dios, apareció en cuerpo humano para beneficio de nuestro linaje?» (ORÍGENES, Contra Celso, 1,68). 348 Los milagros de los discípulos.—«Pero yo diría, además, que, conforme a la promesa de Jesús (Jn 14,12), sus discípulos hicieron mayores milagros que los que él hizo en el orden sensible. Y es así que continuamente se abren los ojos de los ciegos del alma; y los oídos de quienes estaban sordos a las palabras de la virtud oyen de buena gana hablar de Dios y de la vida bienaventurada en Dios; y muchos cojos de los pies del que la Escritura llama hombre interior (Rom 7,22), ahora, curados por el Verbo, no saltan simplemente, sino que saltan como un ciervo, animal enemigo de las serpientes y superior al veneno de las víboras. Y estos cojos, una vez curados, reciben de Jesús potestad de pisar, con los pies que antes cojeaban, por encima de las serpientes y escorpiones de la maldad y, en absoluto, sobre toda la maldad del enemigo (Le 10,19). Y, al pisarla, no reciben daño, pues también ellos se han hecho superiores a toda maldad y al veneno de los demonios» (ORÍGENES, Contra Celso, 2,47). 349 Milagros obrados por Jesucristo.—«Una vez vencido Satanás y coronada la naturaleza humana con la victoria conseguida con él, volvió a Galilea con la fuerza del Espíritu, utilizando el poder para obrar milagros varios y causando gran admiración. Obraba milagros, recibiendo la gracia no del exterior y dada por el Espíritu, como ocurría en los otros santos, sino porque es el Hijo natural y verdadero de Dios Padre, y heredero de todo lo que le es propio. Pues le decía: Todo lo mío es tuyo y lo tuyo mío y he sido glorificado en ellos (Jn 17,10). Así, pues, es glorificado utilizando como propia la eficacia y el poder con que el Espíritu le es consustancial» (S. CIRILO DE ALEJANDRÍA, Comentario al Evangelio de San Lucas). 350 El Espíritu Santo, el dedo de Dios.—«Si yo expulso los demonios... (Le 11,20). Como las cosas que decís no son verdad, sino falsas y fútiles, y hasta calumniosas, consta que yo expulso los demonios con el dedo de Dios. Llama dedo al Espíritu Santo. Cristo se dice mano y brazo del Padre, porque lo hace todo por él. De igual modo el Hijo obra en el Espíritu. Así como el dedo depende de la mano, no es ajeno a la misma, sino que está naturalmente en ella, así el Espíritu Santo está unido consustancialmehte al Hijo, aunque pro-
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cede de Dios Padre» (S. CIRILO DE ALEJANDRÍA, Comentario al Evangelio de San Lucas). 351 Algo muy superior a los milagros.—«Ahora bien, ¿qué es lo que recomienda nuestra vida? ¿Por ventura los milagros, o la perfección de una conducta intachable? Esto último, evidentemente. Los milagros, empero, de ahí toman su principio y ahí tienden como a su fin. Y es así que quien lleva esa conducta intachable es el que se atrae de Dios esta gracia de obrar milagros, y el que esa gracia recibe, para corregir la vida de los demás la recibe. Cristo mismo hizo sus milagros por que así le dieran crédito y, atrayéndose a sí mismo a los hombres, conducirlos a una vida de virtud [...]. Mas ¿qué digo, que Cristo lo hace todo por este fin? Si a ti mismo, dime, se te diera escoger entre resucitar muertos en su nombre o morir por su nombre, ¿qué escogerías? ¿No es claro que lo segundo? Y, sin embargo, lo uno es milagro y lo otro trabajo. Y qué, Ú te propusiera convertir la hierba en oro o tener tanta virtud que despreciaras el oro como hierba, ¿no escogerías también esto ultimo? Y con mucha razón, pues esto es lo que mejor conquistaría a los hombres» (S. JUAN CRISÓSTOMO, Homilías sobre el Evangelio de San Mateo, 46,4). 352 El agua convertida en vino.—«¿Por qué nuestro Señor, como primer signo, convirtió el agua en vino? Fue para manifestar que la divinidad, que acababa de cambiar la naturaleza de una cosa en otra, había transformado su misma condición en el seno de la Virgen. De la misma forma, al coronar sus milagros, abrió el sepulcro para manifestar su independencia frente a la muerte. El autentico y confirmó este doble trastorno de su nacimiento y de su muerte por esta agua, sustancialmente transformada en vino de la vid, sin que las tinajas de piedra sufriesen una Conversión paralela. Eran el símbolo de su cuerpo, concebido milagrosamente y maravillosamente formado en el seno virginal, sin concurso de un hombre» (S. EFRÉN, Comentario sobre el Diatesaron, 5,6). 353 La mujer enferma que tocó a Jesús.—«El gentío te esta oprimiendo y estrujando, y tú dices ¿quién me ha tocado? (Le 8,45; Me 5,31). Simón indica a nuestro Señor cómo la muchedumbre le tocaba y nuestro Señor indica a Simón que, entre todos, una sola le había tocado [...]. Muchos lo tocaban; mira, con todo, cómo había que buscar entre todos a aquella sola que le había tocado realmente. Si, pues, todos lo tocaban y, entre todos se busca a una, es claro que el conocía a iodos los que le estrujaban, ya que una sola mujer no se
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le ha podido ocultar. Y como todos indistintamente se acercaban a él y le tocaban, y él, con su mirada, buscaba una sola entre todos, es claro que los conocía a todos como a ella, ya que había podido distinguir a la que en nada se distinguía de los demás. Muchos le tocaban en ese momento, pero como hombre; se busca a la que le había tocado como Dios. Para denunciar y reprimir a aquellos que solo le tocaban como hombre. El distingue, entre todos, una mujer sola, a fin de enseñar a todos, con una sola palabra, que sabía por qué y como le tocaba cada uno» (S. EFRÉN, Comentario sobre el Diatesaron, 7,3-4). 354 Jesús manda al viento y al mar, y le obedecen.—«Yhabiendo él subido a la nave, le siguieron sus discípulos. De pronto se produjo una gran agitación en el mar... (Mt 8,23-27). Después que los discípulos subieron a la barca, se desencadena una tempestad, el mar esta agitado, los pasajeros tienen miedo. El, entregado al sueño, es despertado por la inquietud miedosa; se le ruega venir en su ayuda. El, reprendiendo su poca fe, mandó calmarse al viento y al mar, mientras los hombres se llenaban de estupor al ver que el viento y el mar obedecían sus órdenes. De acuerdo con estos hechos, las Iglesias en las que no se mantiene en vela la palabra de Dios, hacen naufragio; no porque Cristo se entregue al sueño, sino porque está adormecido en nosotros a causa de nuestro sueño» (S. HILARIO DE PorilERS, Comentario sobre el Evangelio de San Mateo, 8,1). 355 Cómo extender la mano.—«Has oído las palabras del Señor que dice: Extiende la mano (Le 6,10). He aquí el remedio común y general. Y tú, que crees tener la mano sana, cuídate de que la avaricia y el sacrilegio no la contraigan. Extiéndela con frecuencia; extiéndela hacia ese pobre que te implora; extiéndela para ayudar al prójimo, para llevar socorro a la viada, para arrancar de la injusticia al que tienes sometido a una vejación injusta; extiéndela hacia Dios por tus pecados. Así es como se extiende la mano. Así es como Jeroboán tenía contraída la mano cuando sacrificaba a los ídolos, y la extendió de nuevo cuando oró a Dios (1 Re-13, 4-6)» (S. AMBROSIO, Tratado sobre el Evangelio de San Lucas, 5,40). 356 Poder de las lágrimas.—«Cristo vendrá a tu sepulcro y, si ve llorar por ti a Marta, la mujer que cumplía bien su ministerio; y si ve llorar a María, que escuchaba atenta a la palabra de Dios, como la Santa Iglesia, que ha escogido la mejor parte (Le 10, 38-42), se moverá a misericordia. Cuando en tu muerte vea las lágrimas de muchos, dirá: ¿Dónde lo habéis puesto? (Jn 11,34). Es
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decir, ¿en qué situación se encuentra entre los culpables, en qué clase de penitentes? Quiero ver a aquel por quien vosotros lloráis, para que él mismo me mueva con sus lágrimas. Quiero ver si está muerto al pecado, cuyo perdón se pide» (S. AMBROSIO, Tratado de la Penitencia, 2,7,54). 357 Jesús llora ante el sepulcro de Lázaro.—«Viendo, pues, la grave carga del pecado, el Señor Jesús llora (Jn 11,35). En efecto, él no soporta que la Iglesia llore sola; compadecido de su amada, dice al difunto: Ven afuera (Jn 11,43). Es decir: Tú que yaces en las tinieblas de la conciencia y en las oscuridades de tus delitos, en esta prisión de los reos, ven afuera, confiesa tu falta para que seas justificado, porque con la boca se confiesa para la salvación (Rom 10,10)» (S. AMBROSIO, Tratado de la Penitencia, 2,7,57). 358 Liberación del pecador.—«Llama, pues, a tu servidor. Yo estoy ligado con los lazos de mis pecados, y tengo atados los pies, atadas las manos, y envuelto aún en los pensamientos y las obras muertas (Heb 9,14). Mas, a tu llamada, saldré y quedaré libre Qn 11,44). Y me encontraré entre los que toman parte en tu banquete (Jn 12,2). Tu casa se llenará de un perfume precioso (Jn 12,3) si tú proteges al que has decretado rescatar. Este, que no se alimentó en su infancia en el seno de la Iglesia, que no ha sido adiestrado desde niño, ha sido sacado de los tribunales, arrancado de la vanidad del siglo. Por la voz del heraldo, él se ha acostumbrado al canto de los salmos. Si permanece en el sacerdocio, no es por su propia virtud, sino por la gracia del Señor. ¡Y helo aquí, sentado con los convidados al banquete celestial!» (S. AMBROSIO, Tratado de la Penitencia, 2,8,72). 359 Jesús cura a la suegra de Simón.—«La suegra de Simón estaba en cama con fiebre (Me 1,30). ¡Ojalá venga y entre el Señor en nuestra casa y, con un mandato suyo, cure la fiebre de nuestros pecados! Porque todos nosotros tenemos fiebre. Tengo fiebre, por ejemplo, cuando me dejo llevar por la ira. Existen tantas fiebres como vicios. Por ello, pidamos a los apóstoles que intercedan ante Jesús para que venga a nosotros y nos tome de la mano; pues si él toma nuestra mano, la fiebre huye al instante. El es un médico egregio, el verdadero protomédico. Médico fue Moisés, médico Isaías, médicos todos los santos, mas éste es el protomédico. Sabe tocar sabiamente las venas y escrutar los secretos de las enfermedades. No toca el oído, no toca la frente, no toca ninguna otra parte del cuerpo, sino la mano. Tenía la fiebre porque no poseía obras buenas. En primer lugar,
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por tanto, hay que sanar las obras y luego quitar la fiebre. No puede huir la fiebre si no son sanadas las obras. Cuando nuestra mano posee obras malas, yacemos en el lecho sin podernos levantar ni poder andar, pues estamos sumidos totalmente en la enfermedad» (S. JERÓNIMO, Comentario del Evangelio de San Marcos). 360 La higuera tenia hojas, pero no fruto.—«Yal día siguiente, después que salieron de Betania, sintió hambre. Y viendo una higuera que tenía hojas... (Me 11,12). Se quedó en Betania, mas, al salir de allí, sintió hambre de la salvación de los judíos. No he venido, dice, sino para las ovejas perdidas de la casa de Israel (Mt 15,24). También hoy Cristo siente hambre. Por lo que respecta a los gentiles, está saciado, mas siente hambre de los judíos. E incluso entre nosotros hay algunos que creen y otros que no creen. En cuanto a los creyentes, está saciado; en cuanto a los no creyentes, siente hambre. Y viendo de lejos una higuera que tenía hojas... ¡Infeliz judío! Dios es conocido en Juda, en Israel es grande su nombre (Sal 75,2). Esto ocurría una vez, en la época de los patriarcas, en la época de los profetas, pero ahora aquel Dios que por medio de Jeremías decía: Yo soy un Dios cercano, no un Dios lejano (Jer 23,23), ahora ese mismo Dios se ha retirado de los judíos y los ve de lejos, aunque, sin embargo, se les acerca para salvarlos. Y viendo de lejos una higuera que tenía hojas..., hojas, que no frutos, esto es, palabras, no significados; Escrituras, no entendimiento de las Escrituras. Vio, pues, una higuera que tenía hojas. Siempre tiene hojas y nunca tiene fruto esta higuera, que estuvo ya en el paraíso. Adán, en aquel tiempo, cubrió sus vergüenzas cuando pecó, porque la higuera tenía hojas. Esta higuera es la sinagoga de los judíos, que solamente tiene palabras y no entendimiento de las Escrituras» (S. JERÓNIMO, Comentario del Evangelio de San Marcos). 361 La multitud apretuja, la fe toca.—«Tocar con el corazón, he aquí en qué consiste el creer. En efecto, también aquella mujer que tocó la orla lo tocó con el corazón, porque creyó. Además, él sintió a la que lo tocaba y no sentía a la multitud que lo apretujaba. Alguien me ha tocado, dice el Señor. Me tocó, creyó en mí. Y los discípulos, al no entender lo que significaba ese me tocó, le dijeron: La multitud te apretuja y dices: ¿Quién me ha tocado? ¿No sé yo lo que digo con estas palabras: Alguien me ha tocado? La multitud apretuja, la fe toca» (S. AGUSTÍN, Sermones, 229).
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362 Admiración ante los milagros de Jesús.—«Pero como los hombres, atentos a otras cosas, no consideran las maravillas de Dios, por las que sin cesar glorifican al Creador, se reservó Dios el hacer prodigios no ordinarios, para que los hombres, que están como aletargados, despierten con estas maravillas y le rindan adoración. Resucita aun muerto y el hombre se admira. Nacen miles todos los días y nadie se extraña. Sin embargo, si bien se examina, mayor milagro es comenzar a ser lo que no era que resucitar al que ya había sido. El mismo Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo hace estas maravillas por su Verbo y tas gobierna el mismo que las realiza. Los primeros milagros los obra por su Verbo, que es Dios con él; y los segundos, por el mismo Verbo suyo encarnado y hecho hombre por nosotros. Del mismo modo que se admira lo realizado por Jesús hombre, se debe admirar lo realizado por Jesús Dios» (S. AGUSTÍN, Tratados sobre el Evangelio de San Juan, 8,1). 363 Piadoso latrocinio*—-«Al instante se le secó su flujo de sangre y sintió en su cuerpo que había quedado curada de su enfermedad (Me 5,29). Piadoso latrocinio, perpetrado con la complicidad y por instigación de la fe. He aquí la virtud, rodeada de cosas contrarias: el fraude, con la connivencia de la fe, ha obtenido lo que buscaba. Una mujer se mete entre la multitud que oprimía a Jesús, se acerca de manera que no sea conocida y tiene el presentimiento de poder robar la curación sólo con la fe, quedando escondida su persona. Se acerca por detrás, creyéndose indigna de ser vista. La fe curó en un momento lo que en doce años no pudo curar la ciencia humana. Ante este ejemplo podemos pensar que quien no sabe curarse con la fe sola, por su culpa se arrastra largo tiempo en sus enfermedades y sufre por su negligencia. La mujer tocó el vestido y fue curada; fue librada de un mal antiguo. Infelices de nosotros que, aun recibiendo y comiendo cada día el Cuerpo del Señor, no nos curamos de nuestras calamidades. No es Cristo quien falta a quien está enfermo, sino la fe. En efecto, mucho más ahora, que él permanece en nosotros, podrá curar las heridas que entonces, cuando de paso curó de esta manera a una mujer que se escondía» (S. PEDRO CRISÓLOGO, Sermones, 33). 364 La saliva y las manos de Jesús.—« Vino Jesús a Betsaida. Y le presentan un ciego, y le suplican que lo toque. Y cogiendo al ciego de la mano, lo sacó fuera de la aldea. Y, después de tocarle los ojos con saliva y de imponerle las manos, le preguntó: ¿ Ves algo? Alzó los
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ojos y dijo: Veo los hombres, porque los veo caminar, como árboles. Luego le puso otra vez las manos sobre los ojos y empezó a ver perfectamente, y quedó restablecido, de forma que, de lejos, veía todo con claridad (Me 8,22-25). Con saliva divina llena las lagunas vacías de sus ojos, con su boca divina hace una saliva luciente, para lavar los ojos del pecador con una gota de santo rocío, para abrir con el perdón los ojos que había cerrado la culpa. Nadie, pues, dude de que los miembros mortales secos puedan ser vivificados con la lluvia divina, al ver que, con un poco de saliva, los ojos secos por la ceguera son abiertos a la luz [...]. Y le impuso las manos. Al hacer, al separar, al congregar al hombre, las manos del Señor están siempre presentes. Tus manos me hicieron y me formaron (Sal 118,73). Y le preguntó si veía algo. Pregunta en cuanto hombre, obra en cuanto Dios. El que ve lo escondido de la tierra, el que ve los secretos del corazón, al que las cosas ocultas a todos están desnudas, busca ver con sus ojos, trabaja para saber. ¿Lo conoce porque otro se lo diga? En absoluto; pregunta para que lo conozcan cuantos están presentes; para que lo conozcan los que han de venir. La curación de esta ceguera no es una simple curación, sino una curación mística» (S. PEDRO CRISÓLOGO, Sermones, 176).
XVI LAS BIENAVENTURANZAS «Al ver la multitud, subió a un monte, se sentó y se le acercaron sus discípulos. Y, tomando la palabra, les enseñaba diciendo: Bienaventurados los pobres en el espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos...» (Mt 5,1-12). «El, levantando los ojos hacia sus discípulos, dijo: Bienaventurados los pobres, porque vuestro es el reino de los cielos... Pero ¡ay de vosotros los ricos!, porque ya habéis recibido vuestro consuelo...» (Le 6,20-26). 365 «Dichosos los limpios de corazón».—«Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios (Mt 5,8).
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Sin embargo, en su propia grandeza y en su gloria inenarrable, nadie que vea a Dios vivirá (Ex 33,20), ya que el Padre es incomprensible. Pero en su amor, en su bondad para con los hombres y en su omnipotencia, concede esto a los que le aman, es decir, que vean a Dios. Esto es lo que anunciaban los profetas, porque lo que es imposible a los hombres es posible para Dios (Le 18,27). Porque el hombre por sí mismo no verá a Dios; pero si Dios quiere, puede hacerse visible a los hombres, a los que quiera, cuando quiera y como quiera. Dios lo puede todo; y así fue visto entonces proféticamente por medio del Espíritu, y ha sido visto según la adopción por medio del Hijo, y será visto según su paternidad en el reino de los cielos, ya que el Espíritu prepara al hombre para hacerlo hijo de Dios, y el Hijo lo lleva al Padre, y el Padre le da la incorrupción y la vida eterna, cosas todas que resultan a cada uno del hecho de ver a Dios. Porque así como los que ven la luz están dentro de la luz y participan de su resplandor, así los que ven a Dios están dentro de Dios y participan de su resplandor. El resplandor de Dios da la vida; por tanto, los que ven a Dios participan de la vida» (S. I R E N E O , Contra las herejías, 4,20,5). 366 Las Bienaventuranzas vividas por Jesucristo.—«Cuando el Señor se acercó, al ver la ciudad, lloró sobre ella... (Le 19,41). Hay que ver ante todo la significación de sus lágrimas. Todas las Bienaventuranzas de las que Jesús habló en el Evangelio las confirma con su ejemplo, y lo que enseñó, lo prueba con su propio testimonio. Bienaventurados, dice, los mansos (Mt 5,4). Es lo que dice de sí mismo: Aprended de mí, que soy nianso (Mt 11,29). Bienaventurados los pacíficos (Mt 5,9). Y ¿quien otro tan pacífico como mi Señor Jesús, que es nuestra paz, que quitó de en medio la enemistad y la destruyó en su carne? (Ef 2,14). Bienaventurados los que padecen persecución por la justicia (Mt 5,10). Nadie ha padecido persecución por la justicia como el Señor Jesús, que fue crucificado por nuestros pecados. El Señor muestra en sí mismo todas las bienaventuranzas. Conforme a lo que había dicho: Bienaventurados los que lloran (Mt 5,5), él lloró para plantar también el fundamento de esta bienaventuranza. Lloró sobre Jerusalén, diciendo: Si hubieras conocido también tú la visita de la paz; pero ahora se esconde a tus ojos, y lo demás, hasta aquel lugar donde dice: porque no has conocido el tiempo de tu visitación (Le 19,41-44)» (ORÍGENES, Homilías sobre el Evangelio de San Lucas, 38,1-2). 367 El monte de las Bienaventuranzas.—«¿Quién es tal que sea discípulo del Verbo y suba con él, desde los cóncavos y viles pensamientos, al monte espiritual de la alta contemplación? Este
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monte está lejos de toda sombra, proyectada desde los túmulos sobresalientes de la necedad y de los vicios; iluminado por todas partes con el rayo de la luz verdadera, muestra en la pura serenidad de la verdad desde la atalaya todas aquellas cosas que están levantadas, para ser vistas por los ojos, que están situados en el hueco de los castigados y tristes. Cuántas y cuáles sean las cosas que se contemplan desde esta altura, las enseña el mismo Dios Verbo a aquellos que subieron juntamente con él. Explica la bienaventuranza como mostrando con el dedo, por una parte, el reino de los cielos, por otra, la herencia de la tierra inferior; después la misericordia, la justicia, el consuelo y aquel conocimiento de todas las cosas que está en Dios, y el fruto de las persecuciones, que es llegar a ser compañero de Dios; ver claramente, desde arriba, todas aquellas cosas que son objeto de la esperanza» (S. GREGORIO D E NlSA, Homilías sobre las Bienaventuranzas, 1). 368 Pobres en el espíritu.—«¿Quieres saber quién es pobre en el espíritu? El que cambia la abundancia material por las riquezas espirituales, el que por espíritu es pobre, el que huye y desprecia las riquezas terrenas como una carga, para ser arrebatado en los aires, como dice el Apóstol, al encuentro del Señor (1 Tes 4,17). Cuál sea la manera como se haga esto, lo prescribe el Salmo: Reparte, dice, limosna a los pobres, su justicia permanece por los siglos de los siglos (Sal 111,9). El que parte su pan con los pobres se constituye en parte de aquel que, por nosotros, quiso ser pobre. Pobre fue el Señor, no temas la pobreza. El que por nosotros se hizo pobre, conquista el verdadero reino de toda la creación. Luego si, con el que fue pobre, eres pobre en su compañía, también tú reinarás en unión con el que reina. Bienaventurados los pobres en el espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos (Mt 5,3)» (S. GREGORIO D E NlSA, Homilías sobre las Bienaventuranzas, 1). 369 La mansedumbre.—«Así, pues, estar bien dispuesto y animado no es otra cosa que estar en un profundo hábito de humildad del alma, conseguida la cual y libre de trabas, la ira no tendría entrada alguna frente al alma. Ahora bien: quitada la ira de en medio, la vida discurre tranquila y plácida; lo que no es otra cosa que la mansedumbre, cuyo premio es la bienaventuranza y la herencia de la tierra celestial, por Jesucristo, al cual sea la gloria y el imperio por los siglos de los siglos. Amén» (S. GREGORIO D E NlSA, Homilías sobre las Bienaventuranzas, 2).
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370 La verdadera alegría.-—«Habiendo dos mundos y una doble vida peculiar de cada mundo, también, de manera semejante, hay una doble alegría: una en el siglo presente, la otra se espera en aquel otro, objeto de esperanza. Habría de considerarse como bienaventuranza el que alguien reserve, por medio de los verdaderos bienes, un caudal de alegría para la vida sempiterna, y sobrelleve la tristeza durante esta vida temporal: no tomando como daño y detrimento el verse privado en la vida presente de las cosas agradables y alegres, sino que, al gozarlas, experimenta la pérdida de bienes mejores y más ricos» (S. GREGORIO DE NKA, Homilías sobre las Bienaventuranzas, 3). 371 La voluntad del Padre, alimento de Jesús.—«¿Cuál es el alimento deseado por Jesús? Después de su diálogo con la Samaritana, dice a sus discípulos: Mi alimento es hacer la voluntad de mi Padre Qn 4,34). Y la voluntad del Padre es bien conocida: Quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad (1 Tim 2,4). Luego si el quiere que nosotros seamos salvos y nuestra salvación es su alimento, aprendamos cuál sea el comportamiento de la voluntad y el afecto de nuestra alma. ¿Cuál? Tengamos hambre de la salvación de nosotros mismos, tengamos sed de la voluntad de Dios, que es que nosotros la cumplamos. Cómo podemos nosotros adquirir esta hambre, lo aprendemos ahora con esta bienaventuranza. El que desea la justicia encuentra aquello que de verdad hay que apetecer [...]» (S. GREGORIO DE NISA, Homilías sobre las Bienaventuranzas, 4). 372 La misericordia, prenda del amor.—«Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia (Mt 5,7) [...]. La misericordia es afecto lleno de amor hacia aquellos que están afligidos por cosas tristes y molestas. Así como la inhumanidad y la crueldad traen su origen y causa del odio, así la misericordia nace de alguna forma de amor, y no existiría si no es por aquí [...]. Luego la misericordia, como la definición misma la manifiesta, es madre de la benevolencia, la prenda del amor, el vehículo de todo afecto amistoso. Pues ¿qué se puede pensar más firme y seguro en la vida que este cuidado y esta seguridad? Con razón el Verbo juzga dichosa la misericordia, cuando se compendian en este nombre tantos bienes» (S. GREGORIO DE NBA, Homilías sobre las Bienaventuranzas, 5). 373 «Los limpios de corazón verán a Dios».—«Lo mismo que suele acontecer al que, desde la cumbre de un monte alto, mira
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lo dilatado del mar, esto mismo le sucede a mi mente cuando desde la altura de la voz divina mira la inestimable profundidad de su contenido. Sucede, en efecto, lo mismo que en muchos lugares marítimos, en los que, al contemplar un monte por el lado que mira al mar, lo vemos como cortado por la mitad y completamente liso desde su cima hasta la base y como si su cumbre estuviera suspendida sobre el abismo; la misma impresión que causa al que mira desde tan elevada altura a lo profundo del mar, esa misma sensación de vértigo experimento yo al quedar como en suspenso por la grandeza de esta afirmación del Señor: Dichosos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios (Mt 5,8). Dios se deja contemplar por los que tienen el corazón purificado. A Dios nadie lo ha visto jamás, dice San Juan (Jn 1,18); y San Pablo confirma esta sentencia con aquellas palabras tan elevadas: A quien ningún hombre ha visto ni puede ver (1 Tim 6,16). Esta es aquella piedra leve, lisa y escarpada, que aparece como privada de todo sustentáculo y aguante intelectual; de ella afirmó también Moisés en sus decretos que era inaccesible, de manera que nuestra mente nunca puede acercarse a ella por más que se esfuerce en alcanzarla, ni puede nadie subir por sus laderas escarpadas, según aquella sentencia: Nadie puede ver al Señor y quedar con vida (Ex 33,20). Y, sin embargo, la vida eterna consiste en ver a Dios, y que esta visión es imposible lo afirman las columnas de la fe, Juan, Pablo y Moisés. ¿Te das cuenta del vértigo que produce en el alma la consideración de las profundidades que contemplamos en estas palabras? Si Dios es la vida, el que no ve a Dios no ve la vida. Y que Dios no puede ser visto lo atestiguan, movidos por el Espíritu divino, tanto los profetas como los apóstoles. ¿En qué angustias no se debate así la esperanza del hombre? Pero el Señor levanta y sustenta esta esperanza que vacila. Como hizo en la persona de Pedro, cuando estaba a punto de hundirse, al volver a consolidar sus pies sobre las aguas (Mt 14,28-31). Por tanto, si también a nosotros nos da la mano aquel que es la Palabra; si, viéndonos vacilar en el abismo de nuestras especulaciones, nos otorga la estabilidad, iluminando un poco nuestra inteligencia, entonces ya no temeremos si caminamos cogidos de su mano. Porque dice: Dichosos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios (Mt 5,8).
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Si os esmeráis, con una actividad diligente, en limpiar vuestro corazón de la suciedad con que lo habéis embadurnado y empo-
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brecido, volverá a resplandecer en vosotros la hermosura divina. Cuando un hierro está ennegrecido, si con un pedernal se le quita la herrumbre, en seguida vuelve a reflejar los resplandores del sol; de manera semejante la parte interior del hombre, lo que el Señor llama el corazón, cuando ha sido limpiado de las manchas de herrumbre contraídas por su reprobable abandono, recupera la semejanza con su forma original y primitiva, y así, por esta semejanza con la bondad divina, se hace él mismo enteramente bueno. Por tanto, el que se ve a sí mismo, ve en sí mismo aquello que desea, y de este modo es dichoso el limpio de corazón, porque, al contemplar su propia limpieza, ve como a través de una imagen la forma primitiva. Del mismo modo, en efecto, que el que contempla el sol en un espejo, aunque no fije sus ojos en el cielo, ve reflejado el sol en el espejo no menos que el que lo mira directamente, así también vosotros —es como si dijera el Señor—, aunque vuestras fuerzas no alcancen a contemplar la luz inaccesible, si retornáis a la dignidad y belleza de la imagen que fue creada en vosotros desde el principio, hallaréis aquello que buscáis dentro de vosotros mismos. La divinidad es pureza, es carencia de toda inclinación viciosa, es apartamiento de todo mal. Por tanto, si hay en ti estas disposiciones, Dios está en t i . Si tu espíritu, pues, está limpio de toda mala inclinación, libre de toda afición desordenada y alejado de todo lo que mancha, eres dichoso por la agudeza y claridad de tu mirada, ya que, por tu limpieza de corazón, puedes contemplar lo que escapa a la mirada de los que no tienen esta limpieza, y habiendo quitado de los ojos de tu alma la niebla que los envolvía, puedes ver claramente, con un corazón sereno, un bello espectáculo» (S. GREGORIO DE NlSA, Homilías sobre las Bienaventuranzas, 6). 374 Los pacíficos tienen paz y dan la paz.—«Bienaventurados los pacíficos, dice Mt 5,9. Pacífico es el que da al otro la paz; y nadie puede dar lo que no tiene. Quiere, por eso, que primero tú estés lleno de los bienes de la paz, y después la des a los necesitados de este bien [...]. Ante todo consideremos qué sea la paz. ¿Qué otra cosa sino la mutua afección junto con amor para con el compañero y el prójimo? ¿Qué es lo que entendemos contrario al amor? El odio, la irritación, la envidia, el recuerdo persistente de las injurias, la simulación, las calamidades y ruinas de la guerra; ¿no ves cuántos y cuáles males, cuyo remedio se anuncia con una sola palabra? Porque la paz se opone y contradice por igual a cada uno de estos males enumerados y, con su presencia, lleva la destrucción del mal [...].
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Por lo mismo, al pacífico se le llama hijo de Dios, porque es imitador del Hijo que concede esta gracia a la vida de los hombres» (S. GREGORIO DE NlSA, Homilías sobre las Bienaventuranzas, 7). 375 Los perseguidos por causa de la justicia.—«Bienaventurados los que padecen persecución por la justicia (Mt 5,10). ¿De dónde y por quién son perseguidos? Ciertamente, la razón que se ocurre en seguida nos trae al recuerdo el estadio de los mártires y designa la carrera de la fe. Pues la persecución de uno que corre supone un gran esfuerzo de rapidez. Pero más aún indica también la victoria en la carrera. Nadie puede vencer en la carrera si no es dejando atrás al que corre junto a él. Por tanto, el que corre al premio de la suprema vocación (Flp 3,14), como aquel que es perseguido por el enemigo por causa del premio, lo mismo tiene a su espalda a aquel que le disputa el premio como al que lo persigue. Estos son los que hacen la carrera del martirio en combates aceptados por causa de la piedad a quienes persiguen sus enemigos, pero sin lograr alcanzarlos. Parece haber propuesto, con las últimas palabras, como coronación, la cabeza y la suma para la esperanza de la felicidad propuesta. En verdad es dichoso el padecer persecución por el Señor. ¿Por qué? Porque ser perseguido por el mal es causa de bien. La liberación y evitación del mal es ocasión de alcanzar el bien. El bien, y sobre todo bien, es el mismo Señor, a quien aspira en su carrera aquel que padece persecución. Luego es realmente bienaventurado el que se sirve de su enemigo para alcanzar el bien» (S. GREGORIO DE NlSA, Homilías sobre las Bienaventuranzas, 8). 376 La humildad, cabeza de la virtud.—«¿Cuál es —me preguntas— la cabeza de la virtud? La cabeza de la virtud es la humildad. De ahí que Cristo empezara por ella sus Bienaventuranzas diciendo: Bienaventurados los pobres de espíritu (Mt 5,3). Esta cabeza no tiene ciertamente cabellera ni trenzas; pero sí tal belleza que enamora al mismo Dios [...]. Esta cabeza, en lugar de cabellos y cabellera, ofrece a Dios sacrificios agradables. Ella es altar de oro y propiciatorio espiritual. Porque sacrificio es para Dios un espíritu contrito (Sal 50,19) [...]. ¿Quieres contemplar ahora, o mejor, saber cómo es su rostro? Conoced, pues, ahora su color sonrosado y la flor de la belleza, y la mucha gracia que respira, y sabed de dónde le viene. ¿De dónde, pues, le viene? De su pudor y su vergüenza [...]. Si queréis contemplar los ojos, miradlos suavemente pintados de modestia y castidad. De ahí que sean tan bellos y penetrantes, que son capaces de ver al Señor mismo. Bienaventurados —dice— los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios
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(Mt 5,8). Su boca es la sabiduría, y la prudencia y el conocimiento de los himnos espirituales. Su corazón es la familiaridad con las Escrituras, la observación de las doctrinas exactas, la caridad y la bondad [...]. Tienen también la virtud sus pies y sus manos, que son las buenas obras; tiene un alma, que es la piedad; tiene un pecho de oro y más duro que el diamante, que es la fortaleza. Todo es fácil vencerlo antes que romper este pecho. El espíritu, en fin, que reside en el cerebro y en el corazón es la caridad» (S. JUAN CRISÓSTOMO, Homilías sobre el Evangelio de San Mateo, 47,3). 377 Bienaventuranzas para todos.—«Pues mucho te engañas y yerras —te respondo yo— si piensas que una cosa se exige al seglar y otra al monje. La diferencia está en que el seglar se casa y el monje no; en todo lo demás, a uno y a otro le pedirán las mismas cuentas. Y así, el que se irrita contra su hermano sin motivo, sea seglar, sea monje, ofende igualmente a Dios [...]. Y lo mismo hizo en todos los otros grandes y maravillosos mandamientos que nos puso. Y es así que cuando dice: Bienaventurados los pobres de espíritu, los que lloran, los mansos, los que tienen hambre y sed de justicia, los misericordiosos, los limpios de corazón, los pacíficos, los que sufren persecución por la justicia, los que por causa suya oyen lo decible y lo indecible de parte de los gentiles (Mt 5,3-12), no aparece para nada el nombre del monje ni del seglar. Esta distinción se ha introducido por invención de los hombres» (S. JUAN CRISÓSTOMO, Contra los impugnadores de la vida monástica, 3,14). 378 Bendecir, no maldecir.—«Bendecid a los que os persiguen, bendecid y no queráis maldecir (Rom 12,14). Bendecid a los que os persiguen. No dijo: No recordéis las injurias, no os venguéis, sino que exige mucho más; aquello es de los filósofos, esto es propio de ángeles. Habiendo dicho: Bendecid, añade: Y no queráis maldecir, para que no hagamos esto o lo otro, sino tan sólo lo que él dice. Porque los que persiguen nos ofrecen ocasión de merecer. Si tú estás vigilante, con esto prepararás para ti la merced de su bendición y haces un signo máximo del amor de Cristo. Asi como el que maldice al que le persigue demuestra que él no goza cuando padece estas cosas por Cristo, así el que bendice muestra mucho amor a Cristo. No le injuries, para conseguir más fruto, y le enseñas así que el asunto sigue adelante con alegría, no por necesidad. Cristo decía: Dichosos seréis cuando os insulten y os persigan, y digan contra vosotros toda clase de calumnias por mi causa (Mt 5,11). Por eso también los apóstoles salieron alegres del Sanedrín, no sólo por haber sido injuriados, sino también por haber sido azotados (Hech 5,41).
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Además de lo dicho, conseguirás otra cosa no menos importante: así derribas a los adversarios y les enseñas que tu vas por otro camino. Porque si te ve alegre y gozoso cuando padeces, se dará cuenta de que tú tienes una esperanza mejor que los bienes presentes; si, por el contrario, no haces sino llorar y lamentarte, ¿por dónde podrá él saber que tú esperas una vida mejor? Y todavía conseguirás otra cosa: si te ve no doliéndote de las injurias, sino bendiciendo, dejará de perseguir. Mira cuantos bienes se siguen de aquí: para ti un premio mayor; él dejara de perseguir y Dios será glorificado; y tu conducta será una lección que lleve a la piedad» (S. J U A N C R I S Ó S T O M O , Comentario a la Carta a los Romanos, 22,1). 379 «Dichosos los que tienen hambre y sed de justicia».— «Comerán y no se saciarán, se prostituirán con los ídolos sin dar fruto, porque abandonaron al Señor. Fornicación, vino y licor arrebatan el corazón (Os 4,10-11). [...]. La concupiscencia es insaciable y cuanto más es atendida, crea más hambre. Por el contrario, Dichosos los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados (Mt 5,6). Como la justicia sacia, así la iniquidad, que no tiene sustancia, engaña a los que comen cosas vanas con mentira. Han fornicado y no cesaron. En la fornicación faltan las fuerzas y no se acaba el deseo de fornicar [...]. La fornicación, el vino y la ebriedad quitan el corazón. Como el vino y la borrachera dejan sin razón al que bebe, así la fornicación y ía concupiscencia pervierten el sentido y debilitan el ánimo; de un hombre razonable hacen un animal bruto, para que frecuente las tabernas, y lupanares y burdeles» (S. J E R Ó N I M O , Comentario sobre el profeta Oseas). 380 La turba no puede ascender.—«Yal ver aquel gentío, subió al monte; y, después de sentarse, se le acercaron sus discípulos (Mt 5,1). El Señor sube con los suyos a la montaña, para atraer consigo a las alturas a la multitud. Pero la turba no puede ascender. Le siguen sus discípulos, a los que habla, no en pie, sino sentado. No lo podrán entender, estando resplandeciente de majestad» (S. J E R Ó N I M O , Comentario sobre el Evangelio de San Mateó). 381 «Pobres en su voluntad por el Espíritu Santo».—«Dichosos los pobres de espíritu (Mt 5,3). Esto es lo que leemos en otra parte: El Señor está cerca de los afligidos, salva a los humildes (Sal 33,19). Para que nadie pensara que la pobreza, que muchas veces se soporta por necesidad, era
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proclamada por el Señor, añadió: de espíritu. Para que entiendas la humildad, no la miseria. Dichosos los pobres de espíritu, que son pobres en su voluntad por el Espíritu Santo. Por esta clase de pobres dice el Señor por Isaías: El Señor me ha ungido; me ha enviado para anunciar la buena noticia a los pobres (Is 61,1)» (S. JERÓNIMO, Comentario sobre el Evangelio de San Mateo). 382 Humildes y temerosos de Dios.—«Por consiguiente, con razón se entiende aquí que son pobres de espíritu los humildes y temerosos de Dios, es decir, los que no tienen espíritu que infla. No podía empezar de otro modo la bienaventuranza, porque ella debe hacernos llegar a la suma sabiduría, pues el principio de la sabiduría es el temor de Dios (Eclo 21,16), mientras que, por el contrario, el primer origen de todo pecado es la soberbia (Eclo 10,15). Apetezcan, pues, y amen los soberbios el reino de la tierra; mas bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos (Mt 5,3)» (S. AGUSTÍN, Sermón de la Montaña, 1,1,3). 383 Vencer el mal con el bien.—«Los hombres mansos son aquellos que ceden ante los atropellos de que son víctimas y no hacen resistencia a la ofensa, sino que vencen el mal con el bien (Rom 12,21)» (S. AGUSTÍN, Sermón de la Montaña, 1,2,4). 384 La paz es tu Dios.—«¿Cuáles son tus deleites? Y se deleitarán con la abundancia de la paz. La paz es tu oro, la paz es tu plata, la paz son tus heredades, la paz es tu vida, la paz es tu Dios. Cuanto deseas será tu paz. En la tierra, lo que es oro no puede servirte de plata; lo que es vino no puede servirte de pan; lo que es luz para ti no puede ser tu bebida. Tu Dios será para ti todo. Lo comerás para no tener hambre, lo beberás para no tener sed, serás iluminado por él para que no seas ciego, serás sostenido por él para que no desfallezcas. El todo Absoluto te poseerá todo íntegro. Allí no padecerás escasez con aquel que todo lo posee. Todo lo tendrás y él te tendrá todo, porque tú y él seréis uno, pues aquel que os posee tendrá la total unidad» (S. AGUSTÍN, Enarraciones sobre los Salmos, Sal 36,1,12). 385 La paz final.—«En la paz final, empero, que debe ser la meta de la justicia que tratamos de adquirir aquí abajo, como la naturaleza estará dotada de inmortalidad y de incorrupción y carecerá de vicios, no sentiremos resistencia alguna interior ni exterior, no será necesario que la razón mande a las pasiones, pues no existirán. Dios imperará al hombre y el alma al cuerpo. Y esto se hará con facilidad y un dulzor tal cual corresponde a una felicidad triunfante y gloriosa. Este estado será eterno y estaremos cier-
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tos de su eternidad. Y, por eso, en la paz de esta felicidad y en la felicidad de esta paz consistirá el sumo bien» (S. AGUSTÍN, La Ciudad de Dios, 19,27). 386 Las Bienaventuranzas del Señor*—«Cuál sea la doctrina de Cristo manifiéstanlo sus sagradas sentencias, para que los que desean llegar a la bienaventuranza eterna conozcan los grados de la felicísima subida. Bienaventurados, dice, los pobres de espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos (Mt 5,3). De qué clase de pobres habla la Verdad, tal vez podría dudarse si, al decir: Bienaventurados los pobres, no añadiese qué calidad de pobres se ha de entender. Y parecería ser suficiente para alcanzar el reino de los cielos la sola indigencia que muchos padecen con grave y dura necesidad. Mas, al decir Bienaventurados los pobres de espíritu, muestra que el reino de los cielos se ha de dar a los que recomienda la humildad del alma más que la escasez de fortuna.
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Después de la predicación de esta felicísima pobreza, añadió el Señor diciendo: Bienaventurados los que lloran, porque serán consolados (Mt 5,5). Este llanto, amadísimos, al que le promete el consuelo eterno, no es común con la aflicción de este mundo ni hacen dichoso estos lamentos que se prorrumpen por el gemido de todo el género humano. Es otra la razón de este llanto, otra la causa de estas lágrimas. La tristeza religiosa o llora el propio pecado o el ajeno. Ni siquiera se lamenta por el castigo de la divina justicia, sino sólo de lo que realiza la iniquidad humana. Pues mucho más se ha de compadecer del que hace el mal que de aquel que lo soporta, porque el inicuo se hace reo de pena por su malicia, mas el justo, por su paciencia, es llevado a la gloria. Continuó diciendo el Señor: Bienaventurados los mansos, porque poseerán la tierra (Mt 5,4). Se promete la tierra a los benignos y mansos, a los humildes y modestos, y a los que están dispuestos a soportar toda clase de injurias. No se debe pensar que esta heredad es pequeña o de baja calidad y como separada de la habitación celeste, siendo así que no son otros los que entran en el reino de los cielos. La tierra prometida a los benignos y que se ha de dar en posesión á los mansos es la carne de los santos, que, por el mérito de la humildad, será transformada por la feliz resurrección y revestida con la gloria de la inmortalidad, y en nada será ya contraria al espíritu, y habitará con la voluntad del ánimo en el consentimiento de una perfecta unidad. Entonces el hombre exterior será tranquila e inmutable posesión del hombre interior [...]. El Evangelio en los PP. de la Iglesia
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Después añadió el Señor y dijo: Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán hartos (Mt 5,6). Ninguna cosa temporal apetece esta hambre ni ninguna cosa terrena anhela esta sed, sino que desea saciarse del bien de la justicia y, oculta a la mirada de todos, desea llenarse del mismo Señor. Dichosa la mente que ambiciona esta comida y arde por esta bebida, que no la desearía si no hubiese ya gustado esta suavidad. Al escuchar al espíritu profético, que le dice: Gustad y ved qué suave es el Señor (Sal 33,9), recibió una porción de la dulzura celestial, y se inflamó del amor del casto placer, de modo que, abandonando todas las cosas temporales, anhela con todo su afecto comer y beber la justicia, y abraza la verdad del primer mandamiento, que dice: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas (Dt 6,5; Mt 22,37); porque amar la justicia no es otra cosa que amar a Dios. Y, puesto que al amor de Dios se une el cuidado del prójimo, a este deseo de justicia se añade la virtud de la misericordia. Y se dice: Bienaventurados los misericordiosos, porque Dios será misericordioso con ellos (Mt 5,7). Reconoce, ¡oh cristiano!, la dignidad de tu sabiduría y entiende cuál ha de ser tu conducta y a qué premio eres llamado. La misericordia quiere que seas misericordioso; la justicia, que seas justo, a fin de que en la criatura aparezca el Creador y en el espejo del corazón humano resplandezca expresada por la imitación la imagen de Dios. Sea segura la fe de los que trabajan, y se cumplirán todos tus deseos y gozarás en fin de aquello que amas. Y porque todas las cosas son puras para ti a causa de la limosna, conseguirás también aquella dicha que es prometida, como dice el Señor. Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios (Mt 5,8). Gran felicidad es aquella, amadísimos, a la cual se prepara tan gran premio. ¿Qué significa tener el corazón limpio sino haber tenido cuidado de las virtudes de que antes se ha hablado? ¿Qué felicidad será ver a Dios, ya que ni la mente puede concebirlo ni expresarlo la boca? [...]. La vida manchada no podrá ver el esplendor de la luz verdadera. Huyan, pues, las tinieblas de las vanidades terrenas y sean purificados los ojos interiores de toda inmundicia de iniquidad, para que la mirada serena se sacie sólo de tan gran visión de Dios. Para merecer esto, creamos que es necesario también lo que sigue: Bienaventurados los pacíficos, porque ellos serán llamados hijos de Dios (Mt 5,9). Esta bienaventuranza, amadísimos, no se refiere a cualquier concordia y armonía, sino a aquella de la cual dice el Apóstol: Tened paz para con Dios (Rom 5,1; 2 Cor 13,11) y de la
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que habla el profeta David: Mucha paz a los que aman tu ley y no es escándalo para ellos (Sal 118,16). Esta paz no se la apropian los lazos estrechísimos de la amistad ni las indiferentes semejanzas de ánimo si no están en completa armonía con la voluntad de Dios. Fuera de la dignidad de esa paz están las consideraciones de las apetencias mundanas, las federaciones de los pecados y los pactos de los vicios. El amor del mundo no concuerda con el amor de Dios ni llega a la sociedad de los hijos de Dios el que no se aparta de la generación carnal. Mas los que están siempre solícitos de conservar la unidad con el vínculo de la paz (Ef 4,3), por la unidad de su mente con Dios, jamás se apartan de la ley eterna, diciendo fielmente la oración: Hágase tu voluntad, así en la tierra como en el cielo (Mt 6,10). Estos son los pacíficos. Estos son los que están perfectamente unánimes y santamente concordes» (S. LEÓN MAGNO, Sermones, 95, «Sobre las Bienaventuranzas»). 387 La paz otorga la libertad.—«La paz, amadísimos hermanos, es la que despoja al hombre de su condición de esclavo y le otorga el nombre de libre, y cambia su situación ante Dios, convirtiéndolo de criado en hijo, de siervo en hombre libre. La paz entre los hermanos es la realización de la voluntad divina, el gozo de Cristo, la perfección de la santidad, la norma de la justicia, la maestra de la doctrina, la guarda de las buenas costumbres, la que regula convenientemente todos nuestros actos. La paz recomienda nuestras peticiones ante Dios y es el camino más fácil para que obtengan su efecto, haciendo así que se vean colmados todos nuestros deseos legítimos. La paz es madre del amor, vínculo de la concordia e indicio manifiesto de la pureza de nuestra mente; ella alcanza de Dios todo lo que quiere, ya que su petición es siempre eficaz. Cristo, el Señor, nuestro Rey, es quien nos manda conservar esta paz, ya que él ha dicho: La paz os dejo, mi paz os doy (Jn 14,27). Lo que equivale a decir: Os dejo en paz y quiero encontraros en paz; lo que nos dio al marchar quiere encontrarlo en todos cuando vuelva» (S. PEDRO CRISÓLOGO, Sermón sobre la paz [atribuido]). 388 Paz iniciada y* paz cumplida.—«... Disfrutarás de la paz de tu tienda y, al recorrer tu dehesa, nada echarás de menos (Job 5,24). En la Sagrada Escritura, de una manera se dice paz cumplida y de otra manera se dice paz comenzada. La Verdad a sus discípulos la había dado comenzada, cuando decía: La paz os dejo, mi paz os doy (Jn 14,27). Pero cumplida la había deseado Simeón cuando oraba diciendo: Ahora, Señor, deja en paz a tu siervo, según tu palabra (Le 2,29). Porque en el deseo de nuestro Hacedor se comienza
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nuestra paz y en su manifiesta visión se cumple y hace perfecta. Cumplida, por cierto, será cuando nuestra alma ni podrá ser ciega con ignorancia, ni quebrantada por el combate de la carne. Mas, porque tocamos los principios de esta paz cuando sometemos nuestra alma a Dios, o a nuestra alma la carne, dícese que la morada del justo tiene paz; porque el cuerpo, que es morada del alma, se refrena debajo de la disposición de la justicia, aunque primero la combatía con perversos movimientos de deseos ilícitos. Pero ¿qué aprovecha reprimir la carne por la continencia si el alma no sabe por compasión extenderse al amor del prójimo? Ninguna es, por cierto, en sí la castidad de la carne si no es acompañada de la suavidad del alma» (S. GREGORIO MAGNO, Tratados Morales sobre el libro de Job, 6,53).
xvn LA ORACIÓN «Y al amanecer, muy oscuro todavía, levantándose (Jesús) salió y se fue a un lugar solitario, y allí hacía oración» (Me 1,35). «Tú, cuando ores, entra en tu aposento, haz oración a tu Padre, que está en lo secreto; y tu Padre, que ve lo oculto, te premiará» (Mt 6,6). «Y aconteció que, estando él en cierto lugar orando en secreto, como hubo acabado, dijo uno de sus discípulos: Señor, enséñanos a orar lo mismo que Juan enseñó a sus discípulos. Dijo les: Cuando os pongáis a orar, decid: "Padre, santificado sea tu nombre"...» (Le 11,1-4). 389 Confesión de los pecados.—«Roguemos, pues, que nos sean perdonadas cuantas faltas y pecados hayamos cometido por asechanzas de nuestro adversario, y aun aquellos que se hicieron cabecillas de la sedición y bandería deben considerar nuestra común esperanza. Aquellos, en efecto, que proceden en su conducta con temor y caridad, prefieren antes sufrir ellos mismos que no que sufran los demás; antes se condenan a sí mismos que no aquella armonía y concordia que justa y bellamente nos viene de la tra-
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dición. Más le vale a un hombre confesar sus caídas que no endurecer su corazón, a la manera que se endureció el corazón de los que se sublevaron contra el siervo de Dios, Moisés, cuya condenación fue patente. Pues bajaron vivos al Hades y la muerte los apacentara (Núm 16,33; Sal 48,15)» (S. CLEMENTE ROMANO, Carta I a los Corintios, 51,1-4). 390 Eficacia de la oración.—«En el pasado, la oración alejaba las plagas, desvanecía los ejércitos de los enemigos, hacía cesar la lluvia. Ahora, la verdadera oración aleja la ira de Dios, implora a favor de los enemigos, suplica por los perseguidores. Y ¿qué tiene de sorprendente que pueda hacer bajar del cielo el agua del bautismo si pudo también impetrar las lenguas de fuego? Solamente la oración vence a Dios; pero Cristo la quiso incapaz del mal y poderosa para el bien. La oración sacó a las almas de los muertos del seno mismo de la muerte, fortaleció a los débiles, curó a los enfermos, liberó a los endemoniados, abrió las mazmorras, soltó las ataduras de los inocentes. La oración perdona los delitos, aparta las tentaciones, extingue las persecuciones, consuela a los pusilánimes, recrea a los magnánimos, conduce a los peregrinos, mitiga las tormentas, aturde a los ladrones, alimenta a los pobres, rige a los ricos, levanta a los caídos, sostiene a los que van a caer, apoya a los que están en pie. Los ángeles oran también, oran todas las criaturas; oran los ganados y las fieras, que se arrodillan al salir de los establos y cuevas, y miran al cielo, pues no hacen vibrar en vano el aire con sus voces. Incluso las aves, cuando levantan el vuelo y se elevan hasta el cielo, extienden sus alas en forma de cruz, como si fueran manos y hacen algo que parece también oración. ¿Qué más decir en honor de la oración? Incluso oró el mismo Señor, a quien corresponde el honor y la fortaleza por los siglos de los siglos» (TERTULIANO, La Oración, 29,2). 391 Dios, Padre; la Iglesia, Madre.—«A decir verdad, el Señor nos ha proclamado muchas veces que Dios es Padre. Más aún: nos ha ordenado no llamar padre a ningún otro sobre la tierra, sino sólo a aquel que tenemos en los cielos (Mt 23,9). Por tanto, dirigiéndonos a él en esta oración, ponemos también en práctica un precepto evangélico. ¡Bienaventurados aquellos que reconocen al Padre! He aquí lo que una y otra vez se le recuerda a Israel; he aquí lo que el Espíritu Santo asegura, poniendo por testigos al cielo y a la tierra: He engendrado hijos, pero ellos no me han reconocido (Is 1,2).
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Cuando le llamamos Padre, no añadamos el apelativo de Dios. El término Padre, en su semántica, indica ternura y autoridad. Por otra parte, en el Padre, nosotros invocamos al Hijo. Dice, en efecto: Yo y el Padre somos una sola cosa (Jn 10,30). Y ni siquiera descartamos a la madre, es decir, a la Iglesia; porque en el Hijo y el Padre es reconocible la madre. Por ella, en efecto, el nombre del Padre y del Hijo queda garantizado auténticamente. Con un solo término de amplio significado, con una sola palabra honramos a un tiempo a Dios y a los que están con él; recordamos un precepto evangélico y denunciamos a cuantos se han olvidado del Padre» (TERTULIANO, La Oración, 2,2-7). 392 «Hágase tu voluntad, en la tierra como en el cielo».— «Sin embargo, aunque debemos interpretar el texto en su significado más obvio, queda idéntico el sentido de nuestra petición: pedimos de hecho que se cumpla en nosotros sobre la tierra la voluntad de Dios, para que pueda realizarse también en los cielos. Y ¿qué otra cosa quiere Dios sino que caminemos de acuerdo con su doctrina? En efecto, pedimos que él nos dé los contenidos de su voluntad y la posibilidad de ponerla en práctica, para ser salvados tanto en el cielo como en la tierra, ya que la finalidad última de su voluntad es justamente la salvación de todos aquellos que él ha adoptado» (TERTULIANO, La Oración, 4,2). 393 La Oración Dominical.—«1. Con pocas palabras ¡cuántas declaraciones de los profetas, de los Evangelios y de los apóstoles, cuántos discursos, parábolas, ejemplos y preceptos del Señor son recordados! Y ¡cuántos deberes religiosos se pueden concretar de una sola vez! 2. Se habla del Padre, he aquí el honor debido a Dios; a continuación se alude a su Nombre, he aquí el testimonio de la fe; después se menciona la voluntad de Dios, le ofrecemos como don el respeto que le debemos; recordamos el reino y nuestro pensamiento hace presente nuestra esperanza; en el pan le pedimos la vida; al pedirle perdón, confesamos nuestros pecados. Finalmente, solicitando su protección, manifestamos estar preocupados por las tentaciones. 3. Mas ¿por qué maravillarse de esto? Dios sólo podía enseñarnos cómo deseaba ser llamado en la oración. Ha sido él mismo quien ha regulado la experiencia religiosa de la oración que estaba animada por su Espíritu, desde el momento mismo en que salía de la boca divina. He aquí por qué ésta, en virtud de un privilegio especial, sube hasta el cielo para recomendar al Padre aquello que el Hijo ha enseñado» (TERTULIANO, La Oración, 9,1-3).
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394 El que nos concedió el vivir, nos enseñó asimismo a orar.—«Entre otros preceptos y avisos divinos que dio a su pueblo para su salud, él le dio también la forma de orar, y le adoctrinó sobre el objeto de sus peticiones. El que nos concedió el vivir, nos enseñó asimismo a orar, con la misma bondad con que se dignó colmarnos de otros bienes, para que, cuando nos dirigimos al Padre con la oración que nos enseñó su Hijo, seamos mejor escuchados. Ya había predicho que llegaba la hora cuando los verdaderos adoradores adorarían al Padre con verdadero espíritu, y cumplió lo prometido antes, de modo que los que participamos de su espíritu y verdad por la santificación que nos comunica le adoremos con verdadero espíritu, según sus enseñanzas. ¿Qué oración, pues, puede ser más espiritual que la prescrita por Cristo, por quien nos fue enviado el Espíritu Santo? ¿Qué súplica más sincera ante el Padre que la que salió de la boca del Hijo, que es la Verdad? [...]» (S. CIPRIANO, Del Padrenuestro, 1). 395 Misterios encerrados en la oración del Padrenuestro.— «Ante todo, no quiso el Doctor de la paz y Maestro de la unidad que orara cada uno por sí y privadamente, de modo que cada uno, cuando ora, niegue sólo por sí. No decimos Padre mío, que estás en los cielos, ni el pan mío dame hoy, ni pide cada uno que se le perdone a él solo su deuda o que no sea dejado en la tentación y librado del mal. Es pública y común nuestra oración; y cuando oramos, no oramos por uno solo, sino por todo el pueblo, porque todo el pueblo forma una sola cosa. El Dios de la paz, que nos enseña la concordia y la unidad, quiso que uno solo orase por todos, como él llevó a todos en sí solo [...]. Pero ¡qué misterios, hermanos amadísimos, se encierran en la oración del Padrenuestro! ¡Cuántos y cuan grandes, recogidos en resumen y especialmente fecundos por su eficacia, de tal manera que no ha dejado nada que no esté comprendido en esta breve fórmula llena de doctrina celestial! Asi, dice, debéis orar: Padre nuestro que estás en los cielos. Padre, dice en primer lugar el hombre nuevo, regenerado y restituido a su Dios por la gracia, porque ya ha empezado a ser hijo: Vino a los suyos, dice, y los suyos no lo recibieron; a cuantos lo recibieron les dio poder de hacerse hijos de Dios, a los que creen en su nombre (Jn 1,12). El que, por tanto, ha creído en su nombre y se ha hecho hijo de Dios, debe comenzar por eso a dar gracias y hacer profesión de hijo de Dios, puesto que llama Padre a Dios, que esta en los cielos» (S. CIPRIANO, Del Padrenuestro, 8-9). 396 Si llamamos a Dios nuestro Padre, seamos hijos fieles.— «¡Cuan grande es la clemencia del Señor, cuan grande la difusión
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de su gracia y bondad, pues que quiso que orásemos frecuentemente en presencia de Dios y le llamemos Padre; y así como Cristo es el Hijo de Dios, así nos llamemos nosotros hijos de Dios! Ninguno de nosotros osaría pronunciar tal nombre, en la oración, si no nos lo hubiera permitido él mismo. Hemos de acordarnos, por tanto, hermanos amadísimos, y saber que, cuando llamamos Padre a Dios, la consecuencia es que obremos como hijos de Dios, con el fin de que, así como nosotros nos honramos con tenerle por Padre, él pueda honrarse de nosotros» (S. CIPRIANO, Del Padrenuestro, 11). 397 Perseverar en la justificación.—«A continuación rezamos: Sea santificado tu nombre. No quiere decir que deseamos para Dios que sea santificado su nombre por nuestras oraciones, sino que pedimos al Señor que su nombre sea santificado en nosotros. Por lo demás, ¿por quién va a ser santificado Dios, que es el que santifica? Mas, como él mismo dijo: Sed santos, pues que yo también lo soy (Lev 11,14), pedimos y rogamos que los que hemos sido justificados en el bautismo, perseveremos en la justificación que comenzamos» (S. CIPRIANO, Del Padrenuestro, 12). 398 El reino de Dios.—«Es cierto, hermanos amadísimos, que puede entenderse por el reino de Dios el mismo Cristo, el reino que todos los días pedimos venga y que deseamos llegue cuanto antes a nosotros. En efecto, siendo él la resurrección, porque en él resucitamos, por eso podemos entender que él es el reino de Dios, porque en él hemos de reinar. Con razón pedimos el reino de Dios, es decir, el reino del cielo, porque hay también un reino terrenal. Mas el que ha renunciado al mundo es superior a los honores y al reino del mundo. Y por eso el que hace entrega de sí a Dios y a Cristo, desea el reino del cielo, no el de la tierra. Pero es necesario orar y suplicar sin interrupción, para no quedar excluidos del reino del cielo, como fueron excluidos los judíos, a quienes se les había prometido, según lo manifiesta y declara el Señor (Mt 8,11-12)» (S. CIPRIANO, Del Padrenuestro, 13). 399 Cuál es la voluntad de Dios.—«La voluntad de Dios es la que Cristo enseñó y cumplió: humildad en la conducta, firmeza en la fe, reserva en las palabras, rectitud en los hechos, misericordia en las obras, orden en las costumbres, no hacer ofensa a nadie y saber tolerar las que se le hacen, guardar paz con los hermanos, amar a Dios de todo corazón, amarle porque es Padre, temerle porque es Dios; no anteponer nada a Cristo, porque tampoco él antepuso nada a nosotros; unirse inseparablemente a su amor, abra-
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zarse a su cruz con fortaleza y confianza; si se ventila su nombre y su honor, mostrar en las palabras la firmeza con la que le confesamos; en los tormentos, la confianza con que luchamos, en la muerte, la paciencia por la que somos coronados. Esto es querer ser coherederos de Cristo, esto es cumplir el precepto de Dios, esto es cumplir la voluntad del Padre» (S. CIPRIANO, Del Padrenuestro, 15). 400 El pan nuestro de cada día*—«Continuando el Padrenuestro, pedimos y decimos: El pan nuestro cotidiano dánosle hoy. Esto puede interpretarse espiritual o literalmente, porque ambos sentidos aprovechan para la salud del alma. En efecto, el pan de vida es Cristo y este pan no es de todos, sino nuestro. Y al modo que decimos Padre nuestro, porque lo es de los creyentes y de los que le conocen, así le llamamos también pan nuestro, porque Cristo es el pan/de los que tomamos su cuerpo. Este es el pan que pedimos nos dé cada día, no sea que los que estamos en Cristo y recibimos cotidianamente la Eucaristía como alimento de salud, por quedar privados y sin la comunión del pan celestial por algún delito grave, nos veamos separados del Cuerpo de Cristo; como declara él mismo: Yo soy el pan de vida, que bajó del cielo; si alguno come de mi pan, vivirá eternamente; y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo... [...]. [...] Ahora bien: el que empieza a ser discípulo de Cristo, conforme al aviso de su Maestro, renunciando a todo, debe pedir el alimento diario, sin extender a más sus deseos y petición; porque en otro lugar prescribe el Señor lo siguiente: No penséis en el día de mañana, pues el día de mañana pesará para sí; basta a cada día su malicia (Mt 6,34). Con razón, por tanto, pide el discípulo de Cristo el alimento de cada día, ya que se le prohibe pensar en el mañana; pues sería contradictorio y repugnante querer vivir largo tiempo en este mundo, dado que rogamos por la venida del reino de Dios cuanto antes» (S. CIPRIANO, Del Padrenuestro, 18-19). 401 El perdón de los pecados.—«Después de esto, también rogamos por nuestros pecados con estas palabras: Y perdónanos nuestras deudas como nosotros perdonamos a nuestros deudores. Tras el socorro del alimento se pide el perdón del pecado, para que el que es alimentado por Dios viva en Dios, y no sólo mire por la vida presente y temporal, sino por la eterna, a la que puede llegarse con tal que se perdonen los pecados, que el Señor llama deudas, como dice en su Evangelio: Te perdoné todo el pecado porque me lo rogaste (Mt 18,32). ¡Cuan necesaria, cuan previsora y saludablemente somos avisados de que somos pecadores, que nos vemos obli-
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gados a rogar por nuestros pecados, para que, al pedir a Dios perdón, uno tenga conciencia de su pecado! Y para que nadie se pague de su inocencia y no se pierda por su ensoberbecimiento, se nos avisa que se manda orar todos los días por nuestros pecados» (S. CIPRIANO, Del Padrenuestro, 22). 402 Vivir como hijos de Dios.—«Dios manda que vivamos en paz y concordia de sentimientos en su casa y que perseveremos una vez regenerados, tales cuales nos reformó en el segundo nacimiento, de modo que continuemos en la paz de Dios los que empezamos a ser hijos de Dios: y deben tener un solo querer y sentimiento los que están animados de un mismo espíritu. Por eso tampoco Dios acepta el sacrificio de quien está en discordia, y le manda que antes se retire del altar a reconciliarse con su hermano, para que pueda aplacar a Dios con preces de un corazón pacífico. El mejor sacrificio para Dios es nuestra paz y concordia fraternas y un pueblo unido como están unidos el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo» (S. CIPRIANO, Del Padrenuestro, 23). 403 No ceder a las tentaciones.—«También nos advierte el Señor como cosa necesaria que digamos en la oración del Padrenuestro: Y no permitas que seamos llevados a la tentación. Con estas palabras se nos da a entender que el enemigo no puede nada contra nosotros si Dios no lo permitiere, para que todo nuestro temor, nuestra entrega y su misión se encuentren en sólo Dios, ya que nada puede el malo en las tentaciones que nos levanta, si no se lo concede el Señor [...]. Mas cuando rogamos que no caigamos en la tentación, entonces se nos avisa de nuestra debilidad, pues pedimos que nadie se ensoberbezca con insolencia, que nadie se arrogue la gloria de su confesión o martirio; porque el mismo Señor nos enseña la humildad cuando dice: Velad y orad, para que no caigáis en la tentación; el espíritu está pronto, pero la carne es flaca (Mt 26,41), con el fin de que, cuando precede un reconocimiento humilde y sumiso, y se atribuye todo a Dios, todo lo que se le pide con temor y respeto nos lo conceda su piedad» (S. CIPRIANO, Del Padrenuestro, 25). 404 «Mas líbranos del mal».—«Después de todo esto, al fin del Padrenuestro viene una cláusula que contiene en compendio todas nuestras peticiones y súplicas. Al fin, pues, decimos: Mas líbranos del mal, con lo que abarcamos todos los males que maquina contra nosotros en este mundo el enemigo, contra los cuales podemos estar confiados y firmes si Dios nos libra, si nos concede
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su ayuda ante nuestros ruegos y súplicas. Cuando decimos, pues, líbranos del mal, nada queda ya por pedir, puesto que de una vez pedimos la protección de Dios contra todo mal, y obtenida ésta, estamos seguros y a cubierto frente a todo lo que pueden tramar el diablo y el mundo. ¿Quién, pues, puede tener miedo del mundo si Dios le ampara en el mundo?» (S. CIPRIANO, Del Padrenuestro, 27). 405 Utilidad y necesidad de la oración.—«Como Dios puede hacer aquello que quiere, así el gnóstico alcanza aquello que pide (Mt 21,20). Ya que Dios sabe absolutamente quién es digno del beneficio y quién no, por donde concede a cada uno aquello que le conviene. Así no dará a los indignos, aunque se lo pidan insistentemente, sino que evidentemente dará a quienes encuentra dignos. La oración, sin embargo, no es superflua, aunque los bienes sean dados prescindiendo de la petición misma. En particular, es empeño del gnóstico sea dar gracias, sea pedir por la conversión de su prójimo. Precisamente de esta manera pedía el Señor, dando gracias porque había cumplido su ministerio y pidiendo que el mayor número posible de personas llegasen a ser partícipes de la gnosis. Así sería glorificado Dios en los salvados por la salvación alcanzada con la gnosis, y el solo Bueno y el solo Salvador sería reconocido de siglo en siglo, a través del Hijo. A decir verdad, ya la fe de alcanzar es una suerte de plegaria reservada propia del gnóstico. Si la oración constituye una ocasión de tener acceso a Dios, ninguna ocasión de comunicar con Dios debe ser omitida. Ciertamente, unida a la bienaventurada Providencia en la espontánea confesión, la santidad del gnóstico demuestra que el beneficio de Dios es perfecto. La santidad del gnóstico, la correspondiente benevolencia del amigo de Dios, es de verdad como un centro de atracción de la Providencia» (CLEMENTE DE ALEJANDRÍA, Stromata, 7,41-42). 406 Orar sin interrupción.—«Veamos, pues, cómo todas las acciones de aquel que se ocupa en el servicio divino, todos sus hechos y palabras, que hace y dice según Dios, se convierten en oración. Si sólo se entiende por oración lo que ordinariamente sabemos, ni Ana con su palabra parecería orar. Además, jamás justo alguno puede orar sin interrupción, conforme al mandato del Apóstol. Pero si todas las acciones del justo, que obra según Dios y conforme al mandamiento divino, se juzgan oración, porque el justo hace sin cesar lo que es justo, ciará sin interrupción ni cesará de orar nunca, a menos que deje de obrar justamente. Por eso, si hacemos
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algo que sea injusto o faltamos, es cosa cierta que, en ese tiempo, cesamos de orar. [...] Veamos también cuál es el contenido de esta oración de Ana; porque si lo aprendemos, acaso podamos también nosotros orar de forma parecida. Dice: Mi alma saltó de júbilo en el Señor (1 Sam 2,1). Añadió necesariamente en el Señor. Hay una exultación que no es en el Señor. También se nos dice aquello: Alegraos siempre en el Señor (Flp 4,4). Porque puede alguno alegrarse en los placeres sensuales y no en el Señor. Si nos gozamos en cosas frágiles y caducas, éstas no llevan consigo alegría laudable. Ahora bien: si yo me gozo porque he sido digno de padecer injurias por el nombre del Señor, este gozo es en el Señor, ya que fue él quien dijo: Alegraos y regocijaos, porque grande será vuestra recompensa en los cielos (Mt 5,12). Si me alegro cuando me persiguen odios injustos, si gozo por ser atacado a causa de la palabra de Dios, si mantengo la alegría cuando tenga que padecer, o sea perseguido y angustiado, si recibo con alegría todas estas cosas, este gozo sí es en el Señor» (ORÍGENES, Homilía única sobre el Libro de los Reyes, 1 y 2). 407 Orar en todo lugar.—«Un cristiano, empero, por ignorante que sea, está persuadido de que todo lugar es parte del universo y todo el mundo templo de Dios. Y, orando en todo lugar, cerrados los ojos de la sensación y despiertos los del alma, trasciende el mundo todo. Y no se para ni ante la bóveda del cielo, sino que llega con su pensamiento hasta el lugar supraceleste, guiado por el espíritu de Dios; y como si se hallara fuera del mundo, dirige su oración a Dios, no sobre cosas cualesquiera, pues ha aprendido de Jesús a no buscar nada pequeño, es decir, nada sensible, sino sólo lo grande y de verdad divino, aquellos dones de Dios que nos ayudan a caminar hacia la bienaventuranza que hay en él mismo, por medio de su Hijo, el Logos de Dios» (ORÍGENES, Contra Celso, 7,44). 408 Que toda nuestra vida sea oración.—«Si entendiéramos lo que escribe San Lucas, al decir: Cuando oréis, decid: "Padre" (Le 11,2), nos avergonzaríamos de invocarlo bajo este título si no somos hijos legítimos. Porque sería triste que, junto a los demás pecados nuestros, añadiéramos el crimen de la impiedad [...]. No pensemos que hemos aprendido solamente a recitar unas palabras en determinados momentos destinados a la oración, sino que, entendiendo lo que antes dijimos con respecto al orad sin cesar, comprenderemos que toda nuestra vida, en incesante ora-
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ción, debería decir: Padre nuestro que estás en los cielos; y no debería estar nuestra conversación en modo alguno sobre la tierra, sino completamente en el cielo, que es el trono de Dios, ya que ha sido establecido el reino de Dios en todos los portadores de la imagen del Celestial y, por eso, han venido a ser celestiales. Cuando dice que el Padre de los santos está en los cielos, no se ha de pensar que está limitado por una figura corpórea y que habita en los cielos como en un lugar. Pues, si estuviera comprendido por los cielos, vendría a ser menor que los cielos que lo abarcan. Por el contrario, se ha de creer que es él el que, con su inefable y divina virtud, los abarca y los contiene todos [...]» (ORÍGENES, Sobre la Oración, 23,5). 409 El reino de Dios en nosotros.—«Luego si queremos que Dios reine en nosotros, de ningún modo debe reinar el pecado en nuestro cuerpo mortal (Rom 6,12), ni debemos prestar oídos a los preceptos de quien incita a nuestra alma a las obras de la carne y a cosas contrarias a Dios; antes debemos mortificar nuestros miembros terrenos (Col 3,5), para que demos frutos en el Espíritu; para que en nosotros, como en un paraíso espiritual, se pasee Dios, y sea él solo el que reine en nosotros con su Cristo, sentado en nosotros a la diestra de la virtud espiritual, que debemos recibir; y permanezca sentado hasta que todos sus enemigos, que están en nosotros, se conviertan en escabel de sus pies (Sal 109,1) y se desvanezcan en nosotros todo su principado, su potestad y su virtud. Porque estas cosas pueden ocurrir en cada uno de nosotros, llegando a destruir el último enemigo que es la muerte (1 Cor 15,26), al punto de que diga Cristo en nosotros: ¿Qónde está, muerte, tu aguijón? ¿Dónde está, muerte, tu victoria? (1 Cor 15,55). Y se revista ya así nuestro cuerpo corruptible de aquella santidad e incorrup* tibilidad que hay en la castidad y en toda pureza; y nuestro cuerpo mortal, liberado de la muerte, se revista de la inmortalidad (1 Cor 15,53-54) paterna; para que, reinando Dios en nosotros, nos encontremos ya entre los bienes de regeneración y resurrección» (ORÍGENES, Sobre la Oración, 25,3). 410 Cumplir la voluntad de Dios.—«Porque, según esta interpretación, la voluntad divina se hace en la tierra como en el cielo, la tierra no seguiría siendo tal; como si dijera usando un ejemplo más expresivo: si la voluntad de Dios se cumple en las personas deshonestas como en las puras, los impíos se harán honestos; o si se cumple en los injustos como en los justos se ha cumplido, aquéllos se tornarán justos. Por eso, si en la tierra se cumple la voluntad divina como en el cielo, todos seremos cielo; porque la
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carne (que de nada aprovecha) y la sangre no pueden poseer el reino de Dios (1 Cor 13,50); pero podrán hacerlo si, de carne, tierra, polvo y sangre, se transforman en sustancia celestial» (ORÍGENES, Sobre la Oración, 26,6). 411 Cómo entender que uno es librado del mal.—«Me parece que Lucas, con la frase no nos pongas en tentación, virtualmente nos ha enseñado también la otra: líbranos del mal. Y ciertamente, al discípulo, como a más aventajado, es probable que el Señor le hubiera hablado en compendio; mientras que al pueblo, que necesitaba una doctrina más clara, lo hiciera en forma más explícita. El Señor nos libra del mal, no cuando el enemigo deja de presentarnos batalla, valiéndose de sus mil artes, sino cuando vencemos, arrostrando valerosamente las circunstancias. Así leemos: Muchas son las aflicciones del justo, pero de todas lo libra el Señor (Sal 33,20). Porque Dios libra de las tribulaciones cuando las hace desaparecer, ya que dice el Apóstol: en mil maneras somos atribulados (2 Cor 4,8), como si nunca nos hubiéramos de ver libres de ellas sino cuando, por la ayuda de Dios, no nos abatimos al sufrir la tribulación; pues estar en tribulación, según la fórmula hebrea, significa un estado que sobreviene independientemente de la voluntad, mientras que el abatimiento se dice de quien cede espontáneamente ante la tribulación, dejándose vencer por ella. Y por eso dice bien San Pablo: en mil maneras somos atribulados, pero no nos abatimos. De esta manera es como se ha de entender que uno es librado del mal [...]» (ORÍGENES, Sobre la Oración, 30,1). 412 Jesucristo, ejemplo de cómo debemos orar.—«Salió al monte a orar (Le 6,12). Cristo todo lo hacía para nuestra edificación y la utilidad de cuantos creen en él; proporcionando sus cosas la imagen de la vida espiritual, educaba a los verdaderos adoradores. Veamos, pues, en las obras de Cristo, como en imagen y modelo, cómo debemos orar. A saber: ocultos y en secreto, sin testigos. Esto indica el retirarse solo al monte y en oración, como en el descanso, tal como él nos enseñó con sus palabras: Cuando ores entra en tu habitación (Mt 6,6). Porque es necesario orar alzando las manos puras, sin iras ni discusión (1 Tim 2,8); de tal manera que la mente, su^ biendo a lo alto, se entregue a la contemplación, se aparte de todo ruido y huya de los cuidados mundanos. Y esto lo haga, no con fastidio ni con morbosa pusilanimidad, sino más bien con generosidad y fortaleza y con paciencia no poca. Habéis oído cómo Cristo no sólo se entregaba a la oración, sino que pernoc-
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taba orando» (S. CIRILO DE ALEJANDRÍA, Comentario al Evangelio de San Lucas). 413 La filiación divina.—«Dijo a sus discípulos: Cuando oréis decid: Padre nuestro... (Le ll,2ss). ¡Oh magnífica liberalidad! ¡Oh clemencia incomparable, provechosa a cada uno! Nos hace partícipes de su gloria, concede al siervo la dignidad de hijo, nos concede llamar Padre a Dios, constituidos en categoría de hijos. Este don lo hemos recibido de él, como lo testimonia San Juan al decir: Pero a los que le recibieron les dio poder de ser hijos de Dios (Jn 1,12). Somos hechos hijos por generación espiritual, que nos viene no de una semilla corruptible, sino por la palabra de Dios vivo y eterno, como está escrito: Voluntariamente nos engendró con la palabra de la verdad, para que fuéramos como las primicias de sus criaturas (Sant 1,18)» (S. CIRILO DE ALEJANDRÍA, Comentario al Evangelio de San Lucas). 414 Eficacia de la oración.—«Lo primero que habéis de enseñar acerca de la oración es queconviene orar siempre sin desfallecer (Le 18,1). Ocurii que, por la oración, se está con Dios, y el que está con Dios, está apartado del enemigo. La oración es cuidado y defensa de la castidad, moderación de la ira, dominio y reprensión de la soberbia, borrón del recuerdo de las injurias, curación de la envidia, destrucción de la injusticia, remedio de la impiedad. La oración es fortaleza de los cuerpos, riqueza del hogar, recta constitución del derecho y de las leyes de la ciudad, fuerzas del reino, triunfo en la guerra, seguridad de la paz, reconciliación de los enemistados, conservación de los amigos. La oración es el sello de la virginidad, fidelidad en el matrimonio, defensa de los caminantes, guardián de los que duermen, confianza para los que vigilan, fertilidad para los labradores, salud de los navegantes. La oración es abogada de los condenados y de aquellos que defienden su causa, relajación y solaz de los perjudicados y encarcelados, descanso para los que están fatigados, consuelo de los tristes, gozo del alma para cuantos están alegres, alivio de los que lloran, corona de los que contraen matrimonio, celebración de la fiesta del cumpleaños, sufragio para los difuntos. La oración es conversación y dialogo con Dios: contemplación para los que se distraen, seguridad de las cosas que se esperan, igualdad de condición y de honor con los ángeles, progresos e incremento de los bienes, remedio de los males, enmienda de los pecados, fruto de los bienes presentes, garantía de los bienes futuros. La oración devolvió la vida a Ezequías cuando estaba a las puertas de la muerte, convirtió en brisa refrescante las llamas ardientes
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para los tres jóvenes, consiguió el triunfo de los israelitas sobre los amalecitas y mató en una noche con espada invisible ciento ochenta y cinco mil del ejército de los asirios. Además de esto, se pueden citar cientos de casos ocurridos. De todos los cuales se puede concluir abiertamente que ninguno de aquellos bienes que se aprecian y cultivan en esta vida aventaja a la oración* (S. GREGORIO DE NlSA, Tratado de la Oración Dominical, 1). 415 Vivir conforme a lo que decimos al rezar el Padrenuestro.—«Cuando el Señor nos enseña que, en la oración, llamemos Padre a Dios, creo que no hace más que establecer y prescribir una vida elevada y sublime. Por cierto, la Verdad no nos enseña a mentir, para que digamos ser lo que no somos y nos llamemos con un nombre que no tenemos poi naturaleza; sino que, al decir Padre nuestro, Incorruptible, justo y bueno, tengamos parentesco con él por la integridad de nuestra vida y manifestemos la verdad. ¿Ves de cuánta preparación tenemos necesidad?, ¿de qué vida?, ¿de cuánto esfuerzo? Para que nos atrevamos a llamar Padre a Dios con la conciencia tranquila y con plena confianza. Es peligroso recitar esta oración y llamar Padre a Dios antes de haber purificado nuestra vida [...]. Si, pues, hemos comprendido el significado de esta oración, es hora de preparar nuestro espíritu para poder pronunciar, con plena confianza, las palabras Padre nuestro, que estás en los cielos [...]. Antes de acercarnos a Dios debemos examinarnos si es que tenemos algo digno de la filiación divina en nosotros, para atrevernos a pronunciar estas palabras. Pues quien nos enseñó a decir Padre no nos permite mentir. Sólo el que ha vivido conforme a su noble origen divino, teniendo la mirada fija en la ciudad celeste, llama su Padre al Rey del cielo y a la ciudad celeste su patria [...]. Que no te acusen estos vicios: ni la envidia ni la soberbia; ninguna de aquellas cosas que manchan la hermosura divina. Si tal eres, no te avergüences de invocar a Dios con voz familiar y llamar Padre tuyo al Señor del universo. El te mirará con ojos paternales, te vestirá la estola divina, te pondrá el anillo, pondrá en tus pies el calzado evangélico para el viaje definitivo; te devolverá a la patria celestial por Jesucristo, a quien corresponde la gloria y el imperio por los siglos de los siglos» (S. GREGORIO DE NlSA, Tratado de la Oración Dominical, 2). 416 Santidad de vida.—«Santificado sea tu nombre. No porque yo no diga esto deja de ser santo el nombre de Dios. Quizá con esta súplica el Verbo intenta decir que, siendo débil la natura-
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leza humana para la adquisición de algún bien, nada de lo que ardientemente deseamos podemos obtenerlo sin que el bien sea realizado en nosotros con el auxilio divino. Y el primero de todos los bienes es que el nombre de Dios sea glorificado a través de mi vida. Pienso que esto hay que desearlo y pedirlo ante todo; conviene ponerlo como principio de la oración; no sea que, por causa de mi vida, suene mal el nombre de Dios, sino que, por el contrario, sea glorificado y santificado. Que sea santificado por mí, dice, el nombre de tu dominio, que yo invoco: Para ijue vean los hombres las buenas obras y glorifiquen al Padre, que está en los cielos (Mt 5,16) [...]. Por consiguiente, el que dice en la oración: Santificado sea tu nombre, en virtud de sus palabras, pide esto: que yo sea irreprensible con la ayuda de tu gracia; que sea inocente, justo, piadoso, que me abstenga de toda acción mala, diciendo la verdad, haciendo lo que sea justo, caminando con rectitud, luminoso por la mansedumbre, adornado de integridad, dotado de sabiduría y prudencia, aspirando a las alturas, despreciando las cosas terrenas, clarificado con las virtudes de una vida angélicarTodo esto encierra esta breve petición que dice a Dios: Santificado sea tu nombre. Dios no puede ser glorificado por el hombre de otra forma que testificando, con su vida virtuosa, que el poder y la fuerza de Dios son la causa de todos los bienes» (S. GREGORIO DE NlSA, Tratado de la Oración Dominical, 3). 417 El reino de Dios en nosotros.—« Venga a nosotros tu reino l„l Esto significa la súplica por la venida del reino de Dios a nosotros: que yo sea exento de la corrupción, libre de la muerte, desligado de los lazos del pecado; que la muerte no reine ya sobre mí, ni la tiranía de la malicia y del vicio me domine, ni prevalezca sobfe-mí el enemigo, ni me subyugue mediante el pecado; sino que venga tu reino sobre mí, para que se alejen de mí, más aún, que sean aniquilados los vicios y los afectos que hasta el presente me dominan [...]. Venga tu reino. ¡Dulce petición! Por la que suplicamos a Dios que se aniquile el frente enemigo, no triunfe la carne sobre el espíritu, no sea ya el cuerpo prisión y fortaleza del alma [...]; que desaparezca el dolor, la tristeza, el llanto, suplantados por la vida, la paz y la alegría» (S. GREGORIO DE NlSA, Tratado de la Oracmk Dominical, 3). 418 Hacer la voluntad de Dios.—«Hágase tu voluntad en la tierra como en él cielo. El Evangelio en los PP. de la Iglesia
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[«.]
La salud del alma consiste en el cumplimiento de la voluntad divina, así como la enfermedad mortal del alma consiste en alejarse de ella. Y puesto que habíamos enfermado, abandonando la buena casa del paraíso, al tomar el veneno de la desobediencia, que hundió a nuestra naturaleza en una enfermedad letal, vino el médico y curó el mal con el antídoto de la medicina: uniendo la voluntad divina a quienes se habían alejado de ella. Las palabras de la oración curan, en efecto, la enfermedad del alma, pues suplica hágase tu voluntad quien sufre espiritual mente. Y, siendo la voluntad de Dios la salud espiritual de los hombres, al pedir que se haga en mí tu voluntad es necesario renunciar a todo género de vida contrarío a la voluntad divina y manifestar esto en la confesión de la fe [...]» (S. GREGORIO DE NlSA, Tratado de la Oración Dominical, 4). 419 El pan de cada día.-—«El pan nuestro de cada día, dánoslo hoy. Yo creo que las palabras con las que se nos manda pedir nuestro pan de cada día contienen una doctrina precisa: que nuestra naturaleza, morigerada y contenta con poco, se asemeje a la que nada necesita en el terreno Material. El ángel no pide a Dios el pan, por no necesitarlo; mas al hombre se le ordena pedirlo, puesto que lo que se vacía necesita volver a llenarse. De ahí que se nos mande buscar lo necesario para conservar la naturaleza corporal. Decimos a Dios: Danos el pan, no lujos, placeres ni riquezas [...]. Bella es también la adición hoy, al decir: Danos hoy nuestro pan sustancial [...], por la que debes aprender la transitoriedad de la vida humana. Sólo el presente nos pertenece, siendo incierta la esperanza del futuro; ignoramos lo que nos deparará el día de mañana. Bástale a cada día su propia malicia (Mt 6,34) [...]. ¿Por qué angustiarnos por el mañana? [...]» (S. GREGORIO DE NlSA, Tratado de la Oración Dominical, 4). 420 Punto culminante de la Oración Dominical.—«Perdónanos nuestras deudas como nosotros perdonamos a nuestros deudores. La oración dominical alcanza ahora su punto culminante, pues manifiesta cómo debe ser aquel que se acerca a Dios: casi ya no un hombre, sino semejante a Dios, al realizar lo que sólo Dios puede hacer. El perdón de los pecados, en efecto, es propio y peculiar de Dios, según lo escrito: Nadie puede perdonar los pecados sino Dios (Le 5,21). Si, pues, un hombre imita en su propia vida lo característico de la naturaleza divina, de algún modo viene a ser aquello
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que visiblemente imita» (S. GREGORIO DE NlSA, Tratado de la Oración Dominical, 5). 421 El malo es el diablo.—«Con el fin de saber a quién oramos, y no suplicarle con los labios, sino con el espíritu, en esta petición: No nos lleves a la tentación, sino líbranos del malo, es preciso no dejar su explicación. ¿Qué significan, hermanos, estas palabras? Me parece que el Señor designa el malo de muy diversas maneras, según la diversidad de las malas acciones: diablo, beelzebú, mammón, príncipe de este mundo, homicida, malo, padre de la mentira y otras semejantes. Quizá uno de esos nombres sea también tentación; Jo cual se confirma por la yuxtaposición de las dos peticiones. Tras decir: No nos lleves a la tentación, añadió: mas líbranos del malo, como si los dos nombres designasen una misma cosa. Pues, si quien no entró en la tentación está fuera del malo, necesariamente quien entró en la tentación está dentro del malo. Por tanto, el malo y la tentación designan la misma cosa. ¿A que nos exhorta, pues, la enseñanza de esta súplica? A separarnos de las cosas, miradas según este Hundo, como en otra parte dice a sus discípulos: Todo el que está sometido al malo (1 Jn 5,19). Quien quiera estar libre del malo debe necesariamente separarse del mundo. Pues la tentación no alcanza al alma si no es mediante el cebo de la preocupación por estas cosas mundanas» (S. GREGORIO DE NlSA, Tratado de ta Oración Dominical, 5). 412 Excelencia de la oración.—«El sumo bien está en la plegaría y en el diálogo con Dios, porque equivale a una íntima unión con él; y así como los ojos del cuerpo se iluminan cuando contemplan la luz, así también el alma, dirigida hacia Dios, se ilumina con su inefable luz. Una plegaria, por supuesto, que no sea de rutina, sino hecha de corazón, que no esté limitada a un tiempo concreto o a unas horas determinadas, sino que se prolongue día y noche, sin interrupción. Conviene, en efecto, que elevemos la mente a Dios no sólo cuando nos dedicamos expresamente a la oración, sino también cuando atendemos a otras ocupaciones, como el cuidado de los pobres o las útiles tareas de la munificencia, en todas las cuales debemos mezclar el anhelo y el recuerdo con la sal del amor a Dios, y así se convierten en un alimento dulcísimo para el Señor. Pero sólo podremos disfrutar perpetuamente de la abundancia que de Dios brota si le dedicamos mucho tiempo. La oración es luz del alma, verdadero conocimiento de Dios, mediadora entre Dios y los hombres. Hace que el alma se eleve
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hasta el cielo y abrace a Dios con inefables abrazos, apeteciendo la leche divina como el niño que, llorando, llama a su madre; por la oración, el alma expone sus propios deseos y recibe dones mejores que toda la naturaleza visible. Pues la oración se presenta ante Dios como venerable intermediaria, alegra nuestro espíritu y tranquiliza sus afectos. Me estoy refiriendo a la oración de verdad, no a las simples palabras; la oración, que es un don de Dios, una inefable piedad, no otorgada por los hombres, sino concedida por la gracia divina, de la que también dice el Apóstol: Nosotros no sabemos pedir lo que nos conviene, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos inefables (Rom 8,26). El don de semejante súplica, cuando Dios lo otorga a alguien, es una riqueza inagotable y un alimento celestial que satura el alma; quien lo saborea se enciende en un deseo indeficiente del Señor; como fuego ardiente que inflama su alma» (S. JUAN CRISÓSTOMO, Homilía'6 sobre la Oración, suplemento). 423 Acción de gracias.—«Lo primero, doy gracias a mi Dios por medio de Jesucristo por todos vosotros, porque vuestra fe se pregona en el mundo entero (Rom 1,8). Exordio propio de un alma dichosa, que puede servir a todos para ofrecer a Dios los comienzos de sus buenas obras y palabras; y no sólo por las suyas, sino también por las ajenas hechas rectamente. Lo hace el alma limpia y libre de toda envidia. Y atrae mayor benevolencia para los que dan gracias. Por eso dice en otro lugar: Bendito el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que en los cielos nos bendice en Cristo con toda clase de bendiciones espirituales <
' )-. Conviene dar gracias no sólo los ricos, sino también los pobres; no sólo los sanos, sino también los enfermos; no sólo los que tienen prosperidad, sino aquellos a quienes son adversas las cosas. Dar gracias a Dios cuando todo marcha bien no es de admirar, sino cuando peligra la nave porque se levanta una tormenta. Por esto fue premiado Job y tapó la Boca imprudente del diablo; mostró claramente que, cuando las cosas marchaban bien, él no daba gracias a Dios por las riquezas, sino por amor de Dios. Mira por qué da gracias a Dios Pablo: no por el poder, ni por el imperio, ni por la gloria, pues todo esto no es digno de aprecio, sino por aquellas cosas que son realmente buenas: la fe, la libertad en el hablar. No dijo a Dios, sino a mi Dios, lo que hacen también los profetas, tomando como suyo lo que es común. No es de admirar que hablen así los profetas, pues el mismo Dios lo hace con Ef1
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sus siervos, llamándose Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob, porque la fe es proclamada en el mundo entero» (S. JUAN CRISÓSTOMO, Comentario a la Carta a los Romanos). 424 Cómo llegar a la contemplación.—«La contemplación de Dios se concibe de varias maneras. No se le conoce solamente por la admiración de su esencia incomprensible, bien que todavía está escondido en la esperanza de la promesa, sino que nos lo magnifican también las grandezas de la creación, su justicia, la providencia que nos manifiesta cada día en el gobierno del mundo. Así, cuando seguimos con mirada limpia los detalles que ha tenido con sus santos de generación en generación; cuando admiramos el poder con que gobierna, modera y rige todas las cosas, su sabiduría inmensa y la mirada con que penetra los secretos de los corazones; cuando pensamos que él tiene contados los granos de arena del mar y el número de las olas, y observamos con admiración cada gota de lluvia, cada día, cada hora, con los que ha tenido hechos los siglos, y que todo lo que fue como lo que será está presente en su conocimiento; cuando reflexionamos, Transportados de admiración, para pensar en la clemencia inefable con la que soporta los crímenes de los hombres sin número, cometidos continuamente en su presencia, sin que su longanimidad se resienta jamás; cuando recordamos la vocación con la que nos ha llamado, sin mérito alguno nuestro, por la gracia de su misericordia, y las ocasiones de salvación que nos ha ofrecido, para llevar a la realidad su designio de hacernos sus hijos adoptivos —él ha querido que naciéramos en tal coyuntura que, desde la cuna, su gracia y el conocimiento de su ley nos fueran otorgados—; y habiendo triunfado él mismo en nosotros del enemigo, por sólo haber asentido con buena voluntad, él nos ha justificado con multitud de bienes y premios eternos; en fin, cuando lo vemos acometer la gran obra de su encarnación para salvarnos y extender a todos los pueblos el bien de sus admirables misterios. Las consideraciones de este género son innumerables. Ellas nos elevan de forma que, conforme a la vida que hacemos y la pureza de nuestro corazón, Dios sea contemplado y poseído por nosotros. Pero es seguro que nadie sabrá conservarlas con constancia si deja vivir en él algún resto de aficiones carnales. Tú no podrás ver mi rostro, dice el Señor, pues el hombre no puede verme y vivir (Ex 33,20), es decir, en este mundo, con sus afectos terrenos» (fUAN CASIANO, Conferencias, l. ,15). a
425 Por qué llamarle Padre, Padre nuestro.-—«No estaría de acuerdo con vosotros el invocar Señor nuestro y Dios nuestro. Pues,
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aunque debéis saber que Dios es el Señor, que todo y a vosotros mismos ha creado [...], os prescribe, sin embargo, llamarle Padre a fin de que, habiendo comprendido vuestra nobleza, la dignidad a la que participáis, así como la grandeza que os confirió el ser llamados hijos del Señor universal y también vuestro, obréis como tales hasta el fin. Tampoco quiere que digáis Padre mío, sino Padre nuestro. Porque el Padre es común a todos, dado que común es la gracia de la adopción filial, que habéis recibido, de modo que no sólo presentéis al Padre lo que conviene, sino que tengáis también unos para con otros la concordia propia de quienes sois hermanos bajo la mano de un mismo Padre. Ha añadido también: que estás en el cielo, a fin de que vuestra mirada contemple aquí abajo la vida de allí arriba, adonde os ha sido dado deber ser transferidos. Pues, habiendo recibido la filiación adoptiva, devenís ciudadanos del cielo; tal es, en efecto, la morada que conviene a los hijos de Dios» (TEODORO DE MOPSUESTIA, Homilías, 11,9). 426 Conformar nuestra vida con las palabras de la oración.—«Ante todo haced lo que procurará alabanza a Dios, vuestro Padre. Pues lo que Jesús dice en otra parte: Brille de tal forma vuestra luz ante los hombres, que, viendo vuestras obras buenas, glorifiquen a vuestro Padre celeste (Mt 5,16), es lo que dice en el Santificado sea tu nombre. Lo que significa: es preciso que hagáis tales obras, que el nombre de Dios sea alabado por todos, mientras que vosotros admiráis su misericordia y gracia abundantemente derramada sobre vosotros, y que no fue vano haber hecho de vosotros hijos suyos, dándoos misericordiosamente el Espíritu, a fin de que crezcáis y progreséis, corrigiéndoos y transformándoos en quienes recibieron el don de llamar Padre a Dios. Pues del mismo modo que, si hacemos lo contrario, seremos causa de blasfemia contra Dios —es decir, que los extraños a nuestra fe, viéndonos ocupados en obras malas, dirán que somos indignos de ser hijos de Dios—, si nos comportamos bien, corroboraremos que somos hijos de Dios y dignos de la nobleza de nuestro Padre, porque estamos bien educados y lie/ando una vida digna de él. Para evitar que se diga aquello y a fin le que brote de labios de todos la alabanza al Dios que os ha llevado a tal grandeza, esforzaos por realizar actos que produzcan tal resultado» (TEODORO DE MOPSUESTIA, Homilías, 11,10). 427 Llamados al reino por adopción filial.—« Venga tu reino. Es excelente que (el Señor) haya añadido esta petición. Quienes por adopción filial han sido llamados al reino del cielo y esperan
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estar en el cielo con Cristo —puesto que seremos arrebatados sobre las nubes en el aire al encuentro de nuestro Señor y estaremos así siempre con él (1 Tes 4,17)—, éstos deben tener pensamientos dignos de este reino y realizar acciones correspondientes a la vida del cielo, menospreciar las cosas de la tierra y estimarlas en tan poca cosa, que uno se avergüence de entretenerse y ocuparse de ellas. Pues quien ha sido instalado en la corte regia, pudiendo en cualquier instante ver y conversar con el rey, no le conviene circular por los mercados, mesones y semejantes lugares, sino tratar con quienes habitualmente viven en la corte» (TEODORO DE MOPSUESTIA, Homilías, 11,11). 428 Cómo hacer la voluntad de Dios.—«La voluntad de Dios se hace en la tierra como en el cielo si en este mundo nos esforzamos, en cuanto sea posible, por imitar la conducta que esperamos llevar en el cielo, pues en el cielo no hay nada contra Dios [...]. Se nos pide, pues, ser fieles en este mundo a la voluntad de Dios en cuanto sea posible, sin separarnos de ella, sino seguirla como creemos es cumplida en el cielo. Se nos pide asimismo, por cuanto a nuestra voluntad y conciencia se refiere, no tener afecto alguno contrario (a aquella voluntad)» (TEODORO DE MOPSUESTIA, Homilías, 11,12). 429 Lo necesario: el alimento y el vestido.—«Danos hoy el pan que nos es necesario. Deseo, dice, que viváis para las cosas del mundo futuro y, estando aún en este mundo, reguléis vuestra vida, en lo posible, como si estuvieseis ya en la otra. No en el sentido de que no comáis ni bebáis, o que no uséis lo necesario para esta vida, sino que, habiendo escogido el bien, lo améis y busquéis plenamente. Os permito usar las cosas de este mundo para satisfacer necesidades urgentes; pero no pidáis ni os esforcéis por tener de aquéllas más que el uso. Pues lo que dice San Pablo: Nos basta con tener el alimento y el vestido (1 Tim 6,8) es lo que el Señor designa aquí el pan, llamando así a lo que es preciso usar, dado que, según la opinión general, el pan es lo más preferible para el alimento y el sustento de esta vida» (TEODORO DE MOPSUESTIA, Homilías, 11,14). 430 Confianza de recibir el perdón de los pecados.—«Puesto que, aunque sea grande nuestra aplicación a la virtud, no podemos en absoluto estar libres del pecado quienes, tantas veces sin quererlo, estamos obligados a caer, a causa de la debilidad de la naturaleza, encontró él solícitamente un remedio a esto en la petición sobre el perdón, aun cuando no la dijo solamente por eso: Si, dice,
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os aplicáis al bien y os esforzáis en ello, si no queréis pedir nada superfluo, sino tener el uso de lo necesario, debéis tener confianza de recibir el perdón de vuestros pecados, pues tales pecados son ciertamente involuntarios. ¿Cómo habrá querido caer quien detesta el mal y quiere el bien? Es, pues, cierto que los pecados de ese hombre son involuntarios y que recibirá el perdón de ellos» (TEODORO D E MOPSUESTIA, Homilías, 11,15). 431 Las tentaciones.—«Ante todo, pedimos a Dios que la tentación no nos alcance; pero si entramos en ella, pedimos soportarla heroicamente y que termine cuanto antes. No es un secreto que en este mundo muchas y variadas tribulaciones turban nuestros corazones. La misma enfermedad corporal, en efecto, si se prolonga y agrava, turba profundamente a los enfermos. También las pasiones corporales nos reducen a veces, sin quererlo, y nos desvían de nuestro deber. Caras bonitas, miradas de repente, despiertan la concupiscencia que está en nuestra naturaleza. Y otras muchas cosas nos sobrevienen cuando menos lo pensamos, inclinando al mal nuestra elección e incluso complacencia en el bien. Sobre todo, los proyectos contra nosotros de los malvados, y más aún si se trata de hermanos en la fe, bastan para alejar del bien incluso al profundamente virtuoso. [...]. Por todo esto dijo: No nos induzcas en la tentación, y añadió: mas líbranos del maligno. Pues en todo esto no nos procura un daño mediocre la malicia de Satanás, quien pone en obra variadas y numerosas astucias para hacer lo que —espera él— le permitirá desviarnos de la consideración y elección del deber» (TEODORO D E MOPSUESTIA, Homilías, 11,17). 432 El rezo de los Salmos.—«¿Qué cosa hay más agradable que los Salmos? Como dice bellamente el mismo Salmista: Alabad al Señor, que los salmos son buenos; nuestro Dios merece una alabanza armoniosa. Y con razón: los salmos, en efecto, son la bendición del pueblo, la alabanza de Dios, el elogio de los fieles, el aplauso de todos, el lenguaje universal, la voz de la Iglesia, la profesión armoniosa de nuestra fe, la expresión de nuestra entrega total, el gozo de nuestra libertad, el clamor de nuestra alegría desbordante. Ellos calman nuestra ira, rechazan nuestras preocupaciones, nos consuelan en nuestras tristezas. De noche son un arma, de día una enseñanza; en el peligro son nuestra defensa, en las festividades nuestra alegría; ellos expresan la tranquilidad de nuestro espíritu, son prueba de paz y de concordia, son como la cítara que auna en un solo canto las voces más dispersas y dispares. Con los salmos celebramos el nacimiento del día, y con los salmos cantamos a su ocaso.
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En los salmos rivalizan la belleza y la doctrina; son a la vez un canto que deleita y un texto que instruye. Cualquier sentimiento encuentra un eco en el libro de los Salmos. Leo en ellos: Cántico para el amado, y me inflamo en santos deseos de amor; en ellos voy meditando el don de la revelación, el anuncio profético de la resurrección, los bienes prometidos; en ellos aprendo a evitar el pecado y a sentir arrepentimiento y vergüenza de los delitos cometidos. ¿Qué otra cosa es el Salterio sino el instrumento espiritual con el que el hombre inspirado hace resonar en la tierra la dulzura de las melodías celestiales, como quien pulsa la lira del Espíritu Santo?» (S. AMBROSIO, Comentario sobre los Salmos, Sal 1). 433 Dar gracias a Dios.—«Dando siempre gracias a Dios Padre por todo, en nombre de nuestro Señor Jesucristo (Ef 5,20). Esta acción de gracias generalmente y en especial se observa en los varones prudentes. Generalmente, de manera que demos gracias porque sale el sol para nosotros, discurre el día, la noche sirve para el descanso, las tinieblas se suavizan con la luz de la luna, los tiempos cambian y vuelven con el nacimiento y el ocaso de las estrellas; se forman las nubes que nos sirven las lluvias, la tierra da fruto, los elementos ayudan; con tanta variedad de animales, para transportar, para trabajar, para comer o para el vestido; y para ejemplo y para admiración nos han sido dados. Por último, que hemos nacido, que subsistimos, que llevamos el gobierno del mundo como en una casa el padre de familia, y todo lo que hay en el mundo sabemos que ha sido creado para nosotros. Especialmente, cuando nos alegramos en los beneficios de Dios que nos acontecen. Pero esto también lo hacen los gentiles, y los judíos y los paganos. Virtud propia del cristiano es dar también gracias al Creador en aquellas cosas que juzgamos adversas. Si se cae en la casa, si la esposa amantísima y los hijos caen en la Cautividad o envenenados, o en naufragio, si perdemos las riquezas por el destierro, si la salud se pierde por innumerables enfermedades y nuestra debilidad se rompe por la gota de los pies. Los que se tienen por más santos suelen dar gracias a Dios de haber sido l i brados de los peligros y de la miseria. Mas, según el Apóstol, es máxima de esta virtud que, en los mismos peligros y miserias, se den gracias a Dios y digamos siempre: Bendito sea Dios, porque sé que sufro cosas más pequeñas que las que merezco; estas cosas son poco para mis pecados, no se me da nada digno de ellos. Este ánimo es el del cristiano, llevando aquí su cruz por Jesucristo (Le 9,33)» (S. JERÓNIMO, Comentario sobre la Carta a los Efesios).
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434 Vivamos bien y los tiempos serán buenos.—«Os decimos, pues, hermanos: Orad cuando podáis. Abundan los males y Dios ha querido que los males abunden. ¡Ojalá no abundaran los malos y no abundarían los males! ¡Tiempos malos, tiempos difíciles!, dicen los hombres. Vivamos bien, y los tiempos serán buenos. Los tiempos somos nosotros; cuales somos nosotros, tales son los tiempos» (S. AGUSTÍN, Sermones, 83,8). 435 Un ejemplo de oración.—«Dios, Creador de todas las cosas, dame primero la gracia de rogarte bien, después hazme digno de ser escuchado y, por último, óyeme. Dios, por quien todas las cosas, que de su cosecha nada serían, tienden al ser. Dios, que no permites que se aniquilen los seres, que de suyo buscan la destrucción. Dios, que creaste de la nada este mundo, el más bello que contemplan los ojos. Dios, que no eres autor de ningún mal y haces que lo malo no se empeore. Dios, que a los pocos que en ti buscan refugio les muestras que el mal sólo es privación del ser. Dios, por quien la universalidad de las cosas es perfecta, aun con los defectos que tiene. Dios, de quien no procede disonancia alguna cuando reduces a la armonía lo peor con lo mejor. Dios, a quien ama todo el que es capaz de amar, sea consciente o inconscientemente. Dios, que contienes todas las cosas, pero sin afearte con su fealdad ni dañarte con su malicia o extraviarte con su error. Dios, Padre de la Verdad, Padre de la Sabiduría y de la vida verdadera y suma; Padre de la bienaventuranza, Padre de todo lo bueno y hermoso; Padre de la luz inteligible, Padre de nuestras inspiraciones, con que disipas nuestro sopor y nos iluminas; Padre de la Prenda que nos amonesta volver a t i . A ti invoco, Dios Verdad, principio, origen y fuente de la verdad de todas las cosas verdaderas. Dios, autor y fuente de la sabiduría de todos los que saben. Dios, verdadera y suma vida, en quien, de quien y por quien viven todos los que suma y verdaderamente viven. Dios, Bienaventuranza en quien y por quien son bienaventurados cuantos son bienaventurados. Dios, Bondad y Hermosura, principio, origen y fuente de todas las cosas buenas y hermosas. Dios, Luz espiritual que bañas de claridad las cosas que brillan a la inteligencia. Dios, cuyo reino es todo el mundo que no alcanzan los sentidos. Dios, que gobiernas los imperios con leyes que derivan a los reinos de la tierra. ¡Oh Dios! Separarse de ti es caer; volverse a t i , levantarse; permanecer en ti es hallarse firme. Alejarse de ti es morir; volver a ti es revivir, morar en ti es vivir. Dios, a quien nadie pierde sino engañado, nadie busca sino avisado, na-
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die halla sino purificado. Dios, alejarse de ti es ir a la muerte; seguirte a ti es amar; verte es poseerte. Dios, a quien nos despierta la fe, levanta la esperanza, une la caridad. Te invoco a t i , Dios, por quien vencemos al enemigo, porque victoria tuya es que nosotros no perezcamos totalmente. Dios, tú nos avisas que vigilemos; con tu luz discernimos los bienes de los males; con tu gracia evitamos el mal y hacemos el bien. Dios, tú nos fortificas para que no sucumbamos a las adversidades; Dios, a ti se debe nuestra obediencia y buen gobierno. Dios, por quien aprendemos que es ajeno lo que alguna vez creímos nuestro. Dios, por ti superamos los estímulos y halagos de los malos. Dios, por ti las cosas pequeñas no nos envilecen y nuestra porción superior no está sujeta a la inferior. Por t i , la muerte será absorbida con la victoria; Dios, que nos conviertes y nos desnudas de lo que no es y vistes de lo que es. Dios, tú nos haces dignos de ser oídos y nos defiendes y nos guías a la verdad. Tú nos muestras todo bien, dándonos la cordura y librándonos de la estulticia ajena. Dios, tú nos vuelves al camino, nos traes a la puerta de la vida y la abres a los que llaman (Mt 7,8). Dios, tú nos das el Pan de la vida y la sed de beber lo que tomado nos sacia. Dios, que arguyes al mundo de pecado, de justicia y juicio. Dios, por ti no nos arrastran los que no creen y reprobamos el error de los que piensan que las almas no tienen ningún mérito delante de t i . Por ti no somos esclavos de los serviles y flacos elementos. ¡Oh Dios que nos purificas y preparas para el divino premio, acude propicio en mi ayuda!» (S. AGUSTÍN, Los Soliloquios, I 1,2-3). 436 Que alabe el corazón y la lengua.—«¡Oh Señor! Siervo tuyo soy e hijo de tu sierva. Rompiste mis cadenas: yo te sacrificaré una hostia de alabanza (Sal 115,16-17). Alábete mi corazón y mi lengua» (S. AGUSTÍN, Las Confesiones, 9,1,1). 437 «Tú estabas conmigo, mas yo no lo estaba contigo».— «¡Tarde te amé, hermosura tan antigua y tan nueva, tarde te amé! Y ved que tú estabas dentro de mí y yo fuera, y por fuera te buscaba; y deforme como era, me lanzaba sobre estas cosas hermosas que tú creaste. Tú estabas conmigo, mas yo no lo estaba contigo. Reteníanme lejos de ti aquellas cosas que, si no estuvieran en t i , no serían. Llamaste y clamaste, y rompiste mi sordera; brillaste y resplandeciste, y fugaste mi ceguera; exhalaste tu perfume y respiré, y suspiro por t i ; gusté de ti y dentó hambre y sed; me tocaste y abrasóme en tu paz» (S. AGUSTÍN, Las Confesiones, 10,28,38).
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438 Orar sin interrupción.—«Tu deseo es tu oración; si el deseo es continuo, continua es la oración. No en vano dijo el Apóstol: Orad sin cesar(1 Tes 5,17). Pero ¿acaso nos arrodillamos, nos postramos y levantamos las manos ininterrumpidamente, y por eso dice Orad sin cesar? [...]. Existe otra oración interior y continua, cual es el deseo [...]. El frío de la caridad es el silencio del corazón; y el fuego del amor, el clamor del corazón. Si la caridad permanece continuamente, siempre clamas; si clamas siempre, siempre deseas» (S. AGUSTÍN, Enarraciones sobre los Salmos, Sal 37,14). 439 Jesucristo ora por nosotros y en nosotros.—«[...] y así es el Hijo de Dios, nuestro Señor Jesucristo, el único Salvador de su Cuerpo, el cual pide también por nosotros y en nosotros, y también oramos nosotros. Ora por nosotros como Sacerdote nuestro; ora en nosotros como nuestra Cabeza, y nosotros oramos a él como nuestro Dios. Reconozcamos en él nuestra voz y su voz en nosotros» (S. AGUSTÍN, Enarraciones sobre los Salmos, Sal 85,1). 440 Q u é hemos de orar.—«Ya te he explicado quién debes ser para orar. Ahora oye lo que has de orar, objeto principal de tu consulta, pues te impresiona lo que dice el Apóstol: No sabemos cómo conviene lo que hemos de pedir (Rom 8,26). Temes que pueda causarte mayor perjuicio el orar como no conviene que el no orar. Puedo decírtelo todo en dos palabras: pide la vida bienaventurada. Todos los hombres quieren poseerla, pues aun los que viven pésima y airadamente no vivirían de ese modo si no creyeran que así son o pueden ser felices. ¿Qué otra cosa has de pedir, pues, sino la que buscan los buenos y los malos, pero a la cual no llegan sino los buenos?» (S. AGUSTÍN, Cartas, 130, «a Proba», 9). 441 La oración, expresión de nuestros deseos.—«Lo hace, aunque sabe lo que necesitamos antes de pedírselo y puede mover nuestro ánimo. Esto puede causar extrañeza si no entendemos que nuestro Dios y Señor no pretende que le mostremos nuestra voluntad, pues no puede desconocerla; pretende ejercitar con la oración nuestros deseos, y así prepara la capacidad para recibir lo que nos ha de dar. Su don es muy grande, y nosotros somos menguados y estrechos para recibirlo. Por eso se nos dice: Dilataos para que no vayáis llevando el yugo con los infieles (2 Cor 6,13-14). Mayor capacidad tendremos para recibir ese don tan grande, que ni el ojo lo vio, porque no es color; ni el oído lo oyó, porque tampoco es sonido; ni subió al corazón del hombre, porque es el corazón el que debe subir hasta él; tanto mayor capacidad tendremos cuanto más fielmente lo creamos, más seguramente lo espe-
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remos y más ardientemente lo deseemos» (S. AGUSTÍN, Cartas, 130, «a Proba», 17). 442 Oración mental y oración vocal.—«En la fe, esperanza y caridad oramos siempre con un cotiánuo deseo. Pero a ciertos intervalos de horas y tiempos oramos vocalmente al Señor, para amonestarnos a nosotros mismos con los símbolos de aquellas realidades, para adquirir conciencia de los progresos que realizamos en nuestro deseo, y de este modo nos animemos con mayor entusiasmo a acrecentarlo. Porque ha de seguirse más abundante efecto cuanto precediere más fervoroso afecto. Por eso dijo el Apóstol: Orad sin interrupción (1 Tes 5,17). ¿Qué significa eso sino desead l i l i interrupción la vida bienaventurada, que es la eterna, y que os ha de venir del favor del único que os la puede dar? Deseémosla, pues, siempre de parte de nuestro Señor y oremos siempre. Pero a ciertas horas sustraemos la atención a las preocupaciones y negocios, que nos entibian en cierto modo el deseo, y nos entregamos al negocio de orar; y nos excitamos con las mismas palabras de la oración a atender mejor el bien que deseamos, no sea que lo que comenzó a entibiarse se enfríe del todo y se extinga por no renovar el fervor con frecuencia. Por lo cual dijo el mismo Apóstol: Vuestras peticiones sean patentes a Dios (Flp 4,6). Eso no hay que entenderlo como si tales peticiones tuvieran que mostrarse a Dios, pues ya las conocía antes de que se formulasen; han de mostrarse a nosotros en presencia de Dios por la perseverancia, y no ante los hombres por la jactancia» (S. AGUSTÍN, Cartas, 130, «a Proba», 18). 443 Ignorancia docta por el Espíritu de Dios.—«Eso quiere decir que hay en nosotros una docta ignorancia, por decirlo así, pero docta por el Espíritu de Dios, que soporta nuestra debilidad. En efecto, dice el Apóstol: Si lo que no vemos lo esperamos, por la paciencia lo aguardamos; y a continuación dice: De un modo semejante, el Espíritu socorre nuestra debilidad; porque no sabemos lo que hemos de pedir como conviene; mas el mismo Espíritu intercede por nosotros con gemidos inenarrables. Y quien escruta los corazones conoce lo que sabe el Espíritu, pues intercede según Dios por los santos (Rom 8,25-27). No hemos de entender esas palabras como si el Espíritu de Dios, que en la Trinidad de Dios es inmutable y un solo Dios con el Padre y con el Hijo, interpelase a Dios como alguien distinto de Dios. Se dice que interpela por los santos, porque impulsa a los santos a interpelar. Del mismo modo se dice: Os tienta el Señor vuestro Dios, para ver si le amáis (Dt 13,3), es decir, para que vosotros lo conozcáis. El Espíritu Santo impulsa a interpelar
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a los santos con gemidos inenarrables, inspirándoles el deseo de esa tan grande realidad, que todavía nos es desconocida y que esperamos con paciencia. Pero ¿cómo es que, cuando se desea, se pide lo que se ignora? Porque en verdad, si enteramente nos fuese ignorada, no la desearíamos ni la pediríamos con gemidos» (S. AGUSTÍN, Cartas, 130, «a Proba», 28). 444 Dios nos perdona si nosotros perdonamos.—«Perdónanos nuestras deudas, así como nosotros perdonamos a nuestros deudores. Y nuestro Señor Jesucristo, después de explicar dicha oración, añadió con muchísima verdad: Si, pues, perdonareis los pecados a los hombres, vuestro Padre celestial os perdonará también los vuestros (Mt 6,14). Esta petición de la plegaria dominical es, digámoslo así, un incienso espiritual que se consume ante Dios en el altar del corazón, que siempre debe estar elevado, según nos amonesta, y aun cuando no se viva sin pecar, puede morirse sin pecado, por borrarse con el perdón lo que se comete por ignorancia o flaqueza» (S. AGUSTÍN, De la naturaleza y déla gracia, 35,41). 445 Dar gracias por los miembros sanados y orar por los enfermos.—«Luego si pensamos bien, así como debemos dar gracias a Dios por los miembros sanados, hemos de orar por la curación de los enfermos, a fin de que gocemos de la perfecta salud a la que nada falta de la perfecta complacencia de Dios, de la plena libertad. No negamos que la naturaleza humana pueda alcanzar la perfecta inocencia, ni que pueda ser perfeccionada, ni que progrese en su aprovechamiento, pero siempre con la gracia de Dios, por mediación de Jesucristo, nuestro Señor. Con su ayuda sostenemos que logra la justificación y la bienaventuranza, lo mismo que le debe el ser a él como Creador» (S. AGUSTÍN, De la naturaleza y de la gracia, 58,68). 446 Dios da a cada uno conforme a sus méritos.—«Estad, pues, ciertos que no trabajaréis en vano si aprovecháis en el buen propósito, perseverando hasta el fin. El Señor, que a los suyos no da ahora según sus obras, entonces a cada uno le dará según sus méritos. De hecho, Dios dará mal por mal porque es justo, y bien por bien porque es justo, y bien por mal porque es bueno. Únicamente no dará mal por bien porque injusto no es. En resumen, dará mal por mal, es decir, pena por el pecado; bien por mal, o gracia por la iniquidad; y bien por bien, lo que equivale a gracia por gracia» (S. AGUSTÍN, De la gracia y del libre albedrío, 23,45). 447 Orar, imitando a los pajarillos.—« Así, pues, ¿quién, teniendo humanos sentimientos, no se sentiría culpable si comple-
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tase la jornada sin la celebración de los salmos, cuando los mismos pajarillos, para dar gracias, cantan con dulzura su salterio? ¿Quién no querría hacer resonar la gloria de Dios con la melodía de los versos, cuando los pajarillos le cantan sus alabanzas con melodiosos gorjeos? Imita, pues, hermano, a los pequeños pajarillos, dando gracias al Creador a la mañana y a la tarde; y si quieres estar más devoto, imita al ruiseñor, al que no basta el día para cantar sus alabanzas, y pásala noche despierto en su cantar. Y así, tú también, después de haber tejido el día con una cadena de alabanzas, añade a tus obras también las horas nocturnas, y endulza con un rosario de salmos tu laboriosa vigilia» (S. MÁXIMO DE TURÍN, Sermones, 72,5). 448 Las lágrimas, plegarias silenciosas.—«Pedro prorrumpe en lágrimas, no pide nada con la boca. Encuentro, en efecto, que llora, no encuentro que haya dicho nada; leo lo de sus lágrimas, nada leo de su disculpa. Ciertamente, Pedro hizo bien en callar llorando, porque no se suele intentar dar excusas de aquello por lo que se llora, y es posible lavar aquello que no se puede justificar. De hecho, las lágrimas lavan un delito que sería vergonzoso confesar hablando. Las lágrimas, pues, proveen al igual a la vergüenza y a la salvación. No tienen vergüenza en el suplicar y rogando lo consiguen. Las lágrimas, digo yo, son como plegarias calladas, no invocan el perdón y ya lo merecen; no defienden la causa y, a pesar de ello, obtienen misericordia; así, la intercesión de las lágrimas es más eficaz que la de las palabras, porque el discurso puede frustrar su intento, las lágrimas jamás son vanas; el discurso a veces no consigue exponer todos los argumentos, las lágrimas producen siempre todo su efecto» (S. MÁXIMO DE TURÍN, Sermones, 76,2). 449 Oración de los activos y oración de los contemplativos.—«En la cumbre de la oración pura se distinguen dos estados, uno para los activos, el otro para los contemplativos. El primero está en el alma como efecto del temor de Dios y de la buena esperanza; el segundo, del amor divino y de la plena purificación. Indicios del primer estado: el espíritu se recoge, se abstrae de todos los pensamientos del mundo y, con la convicción de que Dios está presente —lo está en realidad—, hace oración sin distraerse ni turbarse. Indicios del segundo: el espíritu está arrebatado en el arranque mismo de la oración por la infinita luz de Dios; pierde todo sentimiento de sí mismo y de los demás, excepto de aquel que, por la caridad, obra en él esta iluminación. Abstraído, entonces, por
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los atributos de Dios, adquiere las nociones puras y profundas» MÁXIMO CONFESOR,
XVIH FE CRISTIANA «Quien cree en el Hijo, posee la vida eterna» (Jn 3,36). «En verdad os digo que en nadie hallé fe tan grande en Israel» (Mt 8,10). «Y les dice: ¿Por qué estáis tan acobardados, hombres de poca fef» (Mt 8,26). «Todo es posible al que cree» (Me 9,22). «Díjole Jesús: Yo soy la resurrección y la vida; quien cree en mt, aunque haya muerto, vivirá; y todo el que vive y cree en mí, no morirá para siempre» (Jn 11,25-26).
450 Edificación en la fe.—«Mas el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, y el mismo Pontífice eterno e Hijo de Dios, Jesucristo, os edifique en la fe y en la verdad, y en toda mansedumbre y sin ira, y en paciencia y longanimidad, y perseverancia y castidad, y os de herencia y parte entre sus santos, y a nosotros con vosotros, y a todos los que están bajo el cielo, y han de creer en nuestro Señor Jesucristo y en su Padre, que lo resucitó de entre los muertos» (S. POLICARPO, Carta a los Filipenses, 12,2). 451 Conexión de las virtudes cristianas.—«Miróme ella y, sonriéndose, me dijo: ¿Ves a siete mujeres en torno a la torre? Las veo, señora, le contesté. —Esta torre por ellas es sostenida, conforme a la ordenación del Señor. Escucha ahora las operaciones de cada una. La primera de ellas, la de manos robustas, se llama Fe. Por ésta se salvan los elegidos de Dios [...]. Pero has de saber que las virtudes de ellas se sostienen unas a otras y mutuamente se acompañan, a la manera que también unas de otras se engendran. Así, de la Fe se engendra la Continencia; i- j , ^ la Continencia, la Sencillez: de la Sencillez, la Inocencia: de la e
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Inocencia, la Modestia; de la Modestia, la Ciencia; de la Ciencia, la Caridad. Ahora, pues, las obras de ellas son puras, santas y divinas. Cualquiera, pues, que las sirviere y tenga fuerzas para llevar a cabo sus obras, tendrá su morada en la torre junto a los santos de Dios» (HERMAS, El Pastor, Visión 3,8,2-8). 452 Enumeración de las virtudes.—«Manifiéstame, Señor, los nombres de las vírgenes y de las mujeres vestidas de negro. Escucha, me contestó, los nombres de las vírgenes; primero los de las más fuertes, las que están firmes en los ángulos. La primera se llama Fe; la segunda, Continencia; la tercera, Fortaleza; la cuarta, Paciencia. Las otras, colocadas en medio di éstas, tienen los siguientes nombres: Sencillez, Inocencia, Castidad, Alegría, Verdad, Inteligencia, Concordia, Caridad. El que llevare estos nombres, junto con el nombre del Hijo de Dios, podrá llegar al reino de Dios. Escucha también los nombres de las mujeres vestidas de negro. De éstas hay también cuatro más poderosas que las otras. La primera se llama Infidelidad; la segunda, Incontinencia; la tercera, Desobediencia; la cuarta, Engaño. Las que a éstas siguen se llaman: Tristeza, Maldad, Disolución, Impaciencia, Mentira, Insensatez, Murmuración, Odio. El siervo de Dios que llevare estos nombres sobre sí verá, cierto, el reino de Dios, pero no entrará en él» (HERMAS, El Pastor, Comparación 9,15,1-3). 453 Fe cristiana.—«También, para no sufrir nada semejante, debemos conservar intacta la regla de fe, cumplir los mandamientos, creyendo en Dios, temiéndole porque es Señor y amándole porque es Padre. Ahora bien, el cumplimiento de los mandamientos es una adquisición de la fe, porque si no creéis —dice Isaíasno subsistiréis (Is 7,9), y la verdad lleva a la fe, que tiene por objeto las cosas que realmente existen (Heb 11,1); de manera que creamos en los seres que existen y, creyendo en ellos tal como son, guardemos siempre nuestra convicción con respecto a ellos. Y como la fe está íntimamente ligada a nuestra salvación, hay que tener mucho cuidado, a fin de tener una verdadera inteligencia de estos seres. Ahora bien: la fe es la que nos la proporciona, tal como los presbíteros, discípulos de los apóstoles, nos la han transmitido por tradición. En primer lugar ella nos recuerda que hemos recibido el bautismo para remisión de los pecados en el nombre de Dios Padre, en el nombre de Jesucristo, el Elijo de Dios encarnado, muerto y resucitado, y en el Espíritu Santo de Dios. Acordándonos asimismo que el bautismo es el sello de la vida eterna y del nuevo El Evangelio en los PP. de la Iglesia
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nacimiento de Dios, y que somos hijos de Dios eterno. Acordándonos también de que el ser eterno es Dios y esta sobre todas las cosas creadas; es él quien las ha creado [...] y que Dios es por esto todopoderoso y que todas las cosas vienen de Dios» (S. IRENEO, Demostración de la predicación apostólica, 3). 454 La humanidad salvada por la fe y el amor.—«Y que no era en la prolijidad de la Ley, sino conforme a la concisión de la fe y del amor, como la humanidad debía ser salvada lo dice Isaías asi: Aunque fuera tu pueblo, Israel, como la arena del mar, volverá sólo un resto; la destrucción decretada rebosa salvación. El Señor va a cumplir en medio del país la destrucción decretada (Is 10,22-23). Y el apóstol San Pablo dice: La plenitud de la Ley es el amor (Rom 13,10), porque el que ama a Dios ha cumplido la Ley. Pero, sobre todo, el Señor, cuando se le preguntó: ¿Cuál es el mandamiento primero?, dijo: Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu fuerza; el segundo es semejante a éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. En estos dos mandamientos se basa la ley entera y los profetas (Me 12,30; Mt 22, 34-40). Así, pues, gracias a la fe en él ha aumentado nuestro amor a Dios y al prójimo, nos ha hecho piadosos, justos y buenos. Y así, en el, ha cumplido su palabra en el mundo» (S. IRENEO, Demostración de la predicación apostólica, 87). 455 Las herejías.—«Porque casi todas las herejías que existen afirman ciertamente que hay un solo Dios, pero no saben ser agradecidos para con aquel que los creó, y desvirtúan su naturaleza con sus erróneas opiniones, de manera semejante a como los paganos lo hacen con su idolatría. Porque desprecian lo que es creación material de Dios, y así se oponen a su propia salvación, haciéndose acusadores amargados contra sí mismos y falsos testigos de lo que dicen. Estos, aunque no quieran, resucitarán con su carne, para que tengan que reconocer el poder del que es capaz de resucitarlos de entre los muertos (como fue capaz de crearlos en la carne). Pero no serán contados entre los justos por su falta de fe» (S. IRENEO, Contra las herejías, 1,22,1). 456 El acebuche, injertado, da fruto.—«El olivo, si no se cuida y se abandona a que fructifique espontáneamente, se convierte en acebuche u olivo silvestre; por el contrario, si se cuida al acebuche y se le injerta, vuelve a su primitiva naturaleza fructífera. Así sucede también con los hombres: cuando se abandonan y dan como fruto silvestre lo que a su carne les apetece, se convierten en estériles por naturaleza en lo que se refiere a frutos de justicia. Porque,
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mientras los hombres duermen, el enemigo siembra la semilla de cizaña: por esto mandó el Señor a sus discípulos que anduvieran vigilantes. Al contrario, los hombres estériles en frutos de justicia y como ahogados entre espinos, si se cuidan diligentemente y reciben a modo de injerto la palabra de Dios, recobran la naturaleza original del hombre, hecha a imagen y semejanza de Dios. Ahora bien: el acebuche, cuando es injertado, no pierde su condición de árbol, pero sí cambia la calidad de su fruto, recibiendo un nombre nuevo y llamándose no ya acebuche, sino olivo fructífero: de la misma manera, el hombre que recibe el injerto de la fe y acoge al Espíritu de Dios, no pierde su condición carnal, pero cambia la calidad del fruto de sus obras y recibe un nombre nuevo que expresa su cambio en mejor, llamándose no ya carne y sangre, sino hombre espiritual. Más aún: así como el acebuche, si no es injertado, siendo silvestre, es inútil para su señor, y es arrancado como árbol inútil y arrojado al fuego, así el hombre que no acoge con la fe el injerto del Espíritu, sigue siendo lo que era antes, es decir, carne y sangre, y no puede recibir en herencia el reino de Dios (1 Cor 15,50), y los que viven en la carne no pueden agradar a Dios (Rom 8,8)» (S. IRENEO, Contra las herejías, 5,10,1-2). 457 Fe y bautismo están ligados indisolublemente.—«Nombrar a Cristo es confesarlo todo, porque es mostrar a Dios que ha ungido, al Hijo que ha sido ungido, y la unción que es el Espíritu, según la enseñanza de Pedro en los Hechos de los Apóstoles: Jesús de Nazaret, a quien Dios ha ungido con el Espíritu Santo (Hech 10,38), y según la enseñanza de Isaías: El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido (Is 61,1). También dice el Salmista: Por eso el Señor, tu Dios, te ha ungido con óleo de alegría (Sal 44,8) [...]. En verdad, la fe y el bautismo, estos dos medios de salvación, están ligados uno a otro y son indivisibles, porque, si la fe recibe del bautismo su perfeccionamiento, el bautismo se apoya en la fe; el uno y la otra obtienen su perfección de los mismos nombres. Como se cree en el Padre, y en el Hijo y en el Espíritu Santo, así también se es bautizado en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. La profesión de fe lleva a la salvación, es lo primero; pero el bautismo, sello de nuestra confesión, le sigue inmediatamente» (S. BASILIO MAGNO, Tratado del Espíritu Santo, 12). 458 Hermosura de las virtudes cristianas.—«Cosa hermosa son fe, esperanza y caridad, estas tres (1 Cor 13,13). De la fe es testigo Abraham, que por su fe consiguió la alabanza de la justicia (Gen 15,6); de la esperanza, Enoc, el primero que por la esperanza fue trasladado y por quien se comenzó a invocar el nombre del Se-
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ñor (Gen 4,26), y todos los justos que sufrieron injurias por su esperanza; de la caridad, el Apóstol, que no dudó en hablar contra sí mismo por causa de Israel (Rom 9,3), y Dios mismo, que es caridad (1 Jn 4,8). Bella es la hospitalidad y testigo de ella, entre los justos, es Lot sodomita (Gen 19,3), pero no sodomita por sus costumbres; entre los pecadores, Rahab la meretriz (Jos 2,1), la cual, por su atención en acoger bien a sus huéspedes, fue alabada y salvada. Cosa bella el amor fraterno, y como testigo de ello tenemos a él, a Jesús, que no solo aceptó llamarse hermano nuestro, sino que también soportó el suplicio de la cruz por nuestra salvación. Bella la benevolencia para con los hombres y testigo de ella es el mismo Jesús, que no sólo creó al hombre para las buenas obras (Ef 2,10) y unió la imagen de Dios a la carne, como guía para las cosas mejores, sino que también, por nuestra causa, se hizo hombre. Hermosa es la longanimidad, como él mismo atestigua: no quiso llamar en su ayuda legiones de angeles contra los que vinieron a prenderlo (Mt 26,53) y no toleró que Pedro tomara la espada (Le 22,50), sino que también curó la oreja del que había sido herido. También Esteban, discípulo de Jesús, oró por los que le apedreaban (Hech 7,59). Hermosa la mansedumbre; testigos son Moisés (Núm 12,3) y David (Sal 131,1), a los que, entre todos, la Escritura los distingue con esta alabanza; y el Maestro de ellos, que no gritará ni clamará, ni hará oír su voz en las plazas (Is 42,2), ni rechazará a aquellos por quienes era conducido preso. Pulcra cosa es el celo; testigo Finés, que atravesó con su lanza a un israelita y una madianita (Núm 25,8) para vengar a los hijos de Israel por el oprobio y la infamia, y mereció una alianza de paz de parte de Dios, por la disposición de su alma (Núm 25,10-13). También testigos, después de el, aquel que decía: Ardo en celo por el Señor Dios omnipotente (1 Re 19,14), y el que decía: Tengo celo de Dios por vosotros (2 Cor 11,2), y aquel otro, que era extraño a sus hermanos porque lo devoraba el celo del templo (Sal 68,10). Hermoso el castigo del cuerpo; que te persuada de ello Pablo, que escribe: Abofeteo mi cuerpo y lo esclavizo, no sea que, después de predicar a otros, yo mismo quede eliminado (1 Cor 9,27). Y, sobre todo, Jesús, quien te ofrece testimonio de esto ayunando y sufriendo la tentación, y venciendo al tentador (Mt 4,lss). Bella la oración y la vigilia. Jesús da testimonio, vigilando y orando antes de su pasión (Mt 26,36ss). Bella la castidad y la virginidad; de ellas da fe Pablo, dando consignas para ellas y centrando la controversia entre virginidad y matrimonio (1 Cor 7,25ss). Y también Jesús mismo, que nace de la Virgen para honrar la gene-
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ración honrando la virginidad. Bella cosa es la continencia; convénzate de ello la autoridad de David, que, cuando le trajeron agua de la cisterna, sólo probó el agua, sin bebería, porque no consintió aplacar su sed a costa de la sangre ajena (2 Sam 23,15-17). Hermosa es la soledad y el descanso. Me lo enseña el Carmelo de Elias (1 Re 10,42), el desierto de Juan (Le 1,80), y, sobre todo, el monte al que Jesús se retiraba con frecuencia para orar (Mt 14,23) en el silencio. Pulcra es la austeridad; me lo manifiestan Elias, que fue alimentado por la viuda (1 Re 17,8ss), y Juan, que se cubría con piel de camello (Mt 3,4) y, sobre todos los demás, el Salvador y Señor de todos, que no sólo se anonadó tomando forma de siervo (Flp 2,6) y ofreció su rostro a los salivazos y a las bofetadas, y fue contado entre los delincuentes (Is 50,6; 53,12); que se ofreció en expiación por las manchas de los pecados y lavó, en hábito de esclavo, los pies de sus discípulos (Jn 13,4-5). Cosa hermosa es la pobreza y el desprecio de las riquezas; testigo, Zaqueo y también Cristo; aquél, cuando Cristo entró en su casa, ofreció sus riquezas a los pobres como limosna, éste, al invitar al joven rico a la vida de perfección en esta materia (Le 19,8; Mt 19,21). Y para terminar brevemente: bella es la contemplación y hermosa asimismo la acción; aquélla, subiendo hasta el Santo de los Santos, luchando y consagrando nuestra alma a aquello para lo que está creada; ésta, recibiendo a Cristo, sirviéndole y mostrando el amor con las obras» (S. GREGORIO NACIANCENO, Sermones, 14,2-4). 459 Fe y carismas.—«La fe por el nombre es una sola, pero en realidad es de dos clases. Hay una fe por la que se cree en los dogmas; que exige que el espíritu atienda y la voluntad se adhiera a determinadas verdades. Esta fe es útil al alma, como lo dice el mismo Señor: Quien escucha mis palabras y cree al que me envió posee la vida eterna y no caerá en el juicio de condenación (Jn 5,24). Y también: El que cree en el Hijo no será juzgado, sino que pasará de la muerte a la vida (Jn 3,18). ¡Oh gran bondad de Dios para con los hombres! [...]. Otro género de fe es aquella que Cristo concede a algunos como don gratuito. Pues a unos seles da por el Espíritu el don de la sabiduría y a otros el don de ciencia, según el mismo Espíritu; a unos el don de la fe y a otros el don de curaciones (1 Cor 12,8-9). Mas esta fe no sólo es una fe dogmática, sino también es capaz de realizar obras que exceden la capacidad humana. Pues el que tuviese una fe semejante podría decir a este monte: Vete de aquí al otro lado, y se iría £Mt 17,20). Y el que, llevado por esta fe, dijese eso mismo, confiado en que se haría y sin dudar, entonces recibe esta
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gracia. De esta fe es de la que se dice: Si tuvierais fe como un grano de mostaza...» (S. CIRILO DE JERUSALÉN, Catequesis, 5, «a los iluminados», 10-11). 460 La esperanza, áncora de salvación.—«El diablo justamente quiere arrojarnos a pensamientos de desesperación, con el fin de cortar nuestra esperanza en Dios, el áncora segura, el sostén de nuestra vida, la guía del camino que lleva al cielo, la salvación de las almas que perecen. Porque por la esperanza —dice el Apóstol— nos hemos salvado (Rom 12,24). Esta es la cuerda de oro, suspendida de los cielos, que sostiene nuestras almas, levantando poco a poco hasta aquella altura a los que se agarran fuertemente de ella y sacándolos de las olas de los males mundanos. Ahora bien: el que se descuida y suelta esta áncora sagrada, cae inmediatamente y se ahoga, llegando hasta el abismo de la maldad» (S. JUAN CRISÓSTOMO, Exhortación a Teodoro caído, 2). 461 Espíritu necesario para hablar de las cosas de Dios.— «No se puede hablar de las cosas de Dios con espíritu humano o mundano. Y tampoco se ha de arrancar la perversión de una inteligencia impía y ajena a la sana doctrina por medio de una predicación violenta y presuntuosa de las palabras divinas. Leamos lo que está escrito, entendamos lo que hemos leído, y entonces cumpliremos con nuestra obligación de profesar una fe perfecta. Si no hemos aprendido de Cristo cuanto decimos sobre su verdadera presencia en nosotros por su naturaleza, lo diremos de una manera insensata e impía [...]» (S. HILARIO DE POITIERS, La Trinidad, 8,14). 462 Creer para entender.—«El Apóstol, elegido no por los hombres ni por medio de hombre, sino ae Jesucristo (Gal 1,1), para ser maestro de los gentiles, muestra los misterios de los designios divinos con toda la claridad que las palabras permiten. Y aqueique, arrebatado hasta el tercer cielo, había oído cosas inefables, reveló al espíritu de la inteligencia humana sólo aquellas que la naturaleza humana era capaz de comprender. No ignoraba que algunas cosas no pueden entenderse en el momento en que se oyen, porque nuestra fragilidad recibe con retraso como juicio verdadero y claro de la mente aquello que se comunica a los oídos: a la inteligencia se le deja más tiempo para detenerse que al oído, porque el oír es consecuencia de la voz, y el entender, de la razón, aunque es Dios el que revela el sentido a los que tienen ansia de comprender. Y así, al escribir muchas cosas a Timoteo, que había sido instruido desde la infancia en las letras sagradas por la fe gloriosa de su abue-
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la y de su madre, añadió esto: Entiende lo que digo, pues Dios te dará inteligencia en todas las cosas (2 Tim 2,7). La exhortación a entender viene de la dificultad de la inteligencia, pero el don de la inteligencia, que viene de Dios, es recompensa de la fe, por la cual la debilidad de nuestra mente merece la gracia de la revelación» (S. HILARIO DE POITIERS, La Trinidad, 463 Las criaturas nos hablan de Dios.—«En las cosas humanas nos has dado muchos ejemplos, en los que, aunque ignoremos las causas, no desconocemos los efectos. Y cuando la ignorancia es debida a nuestra naturaleza, es obligada la fe. Cuando levanto hacia tu cielo estos ojos débiles de mi vista, no creo otra cosa sino que el cielo es tuyo. Y al observar las órbitas de los astros, el ciclo de los años, las estrellas de la primavera y del Norte, y el lucero de la mañana, a los que corresponden funciones diversas, te reconozco como Dios en estas cosas cuyo conocimiento no alcanzo. Cuando veo los flujos admirables (Sal 92,4) de tu mar, tampoco entiendo ni el origen de las aguas ni el movimiento de estas alternancias regulares; con todo, alcanzo a comprender la razón de la fe, aunque me resulte impenetrable, y no ignoro tu presencia en lo que desconozco. Y cuando dirijo mi pensamiento a la tierra, que, por la fuerza de causas ocultas, deshace todas las semillas que recibe, una vez deshechas las vivifica, vivificadas las multiplica y multiplicadas les da fuerza, nada encuentro en todo ello que pueda entender mi mente. Pero mi ignorancia ayuda a comprenderte; pues, aunque no conozco la naturaleza que está a mi servicio, te reconozco a ti sólo por la utilidad que me ofrece. Tampoco me conozco a mí mismo y siento que te admiro más por mi ignorancia de mí mismo. Y sin entender el impulso, ni la razón, ni la vida de mi mente capaz de juzgar, los experimento; al experimentarlos, me siento deudor de t i , que me concedes sentir la naturaleza, que me deleita aun sin poder entender el origen de mi ser. Te entiendo al ignorar lo que a mí se refiere, y al entenderte, te adoro; y no quiero que el no comprender tus misterios debilite la fe en tu omnipotencia, para que mi mente no trate de dominar el origen de tu Unigénito ni de someterlo a su juicio, ni haya en mí nada que me haga aspirar a llegar más allá de mi Creador y de mi Dios» (S. HILARIO DE POITIERS, La Trinidad, 12,53).
464 Entrega del Símbolo.—«Hasta aquí hemos celebrado los misterios de los escrutinios [...]. Por el exorcismo se ha procurado un medio de santificar no sólo el cuerpo, sino también el alma. Ahora ya es tiempo y el día de entregaros el Símbolo; este Símbo-
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lo es un signo espiritual, Símbolo que es el objeto de meditación para nuestro corazón y como una guarda siempre presente. Ciertamente es nuestro tesoro más íntimo» (S. AMBROSIO, Explicación del Símbolo, 1). 465 La fe en Dios se extiende a las obras de Dios.—«Entended bien la manera como nosotros creemos en el Creador, para que no digáis: Pero tenemos también la Iglesia y el perdón de los pecados y la resurrección. ¿Qué quiere decir todo esto? La cosa es la misma: como creemos en Cristo, creemos en di Padre, y así creemos en la Iglesia, en el perdón de los pecados y en la resurrección de la carne. ¿Cuál es la razón? El que cree en el autor, cree también en la obra del autor. Y para que no penséis que esto es cosa de nuestro ingenio, recibid un testimonio: Si no me creéis a mí, creed a las obras (Jn 10,38). Aquí lo tenéis. Tu fe brillará mejor si entiendes que la fe verdadera y entera se extiende a la obra de tu Creador, a la santa Iglesia y al perdón de los pecados» (S. AMBROSIO, Explicación del Símbolo, 6). 466 Fe y bautismo.—«Tú has entrado, has visto el agua, has visto al sacerdote, has visto al levita. Temo que alguno pueda decir: ¿Esto es todo? Ciertamente es todo. Todo está donde está toda la inocencia, toda la piedad, toda la gracia, toda santidad. Has visto lo que has podido ver con los ojos del cuerpo y con las miradas humanas; no has visto lo que se ha obrado, sino lo que se ve. Lo que no se ve es mucho más grande que aquello que se ve, porque las cosas que se ven son temporales, pero las que no se ven son eternas (2 Cor 4,18)» (S. AMBROSIO, De los Sacramentos, 1,10). 467 El cántico nuevo.—«Aquel día se cantará este canto en el país de Judo: Tenemos una ciudad fuerte, ha puesto para salvarla murallas y baluartes (Is 26,1). Finalmente, los santos, que no querían cantar el cántico de Jerusalén en tierra extranjera, dicen: ¡Cómo cantar un cántico del Señor en tierra extranjera! (Sal 136,4). Pienso que el cántico es aquel que se pide a los santos en otro pasaje: Cantad al Señor un cántico nuevo (Sal 95,1). Este cántico será: La ciudad de nuestra fortaleza, el Salvador. ¿Qué ciudad es ésta? La que no puede ocultarse, por estar situada en el monte (Mt 5,14). Y de la que en otro sitio está escrito: El correr de las acequias alegra la ciudad de Dios (Sal 45,5). Y también: ¡Qué pregón tan glorioso para ti, ciudad de DiosI (Sal 86,3). El fundador de esta ciudad es aquel de quien habla el Padre: La ciudad de nuestra fortaleza es el Salvador, esto es, Jesús. Y se
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pondrá en ella un muro y un baluarte: el muro son las buenas obras, el antemuro de la fe recta, para que sea (defendida con doble defensa. No basta tener el muro de la fe si esta fe no está confirmada con obras buenas» (S. JERÓNIMO, Comentario sobre el profeta Isaías). 468 Justificación por la fe.—«Yqttepor la ley no queda nadie justificado ante Dios es claro, porque "el justo vive de la fe"; y la ley no tiene que ver con la fe, sino que "el que ponga por obra los preceptos vivirá por ellos" (Gal 3,11-12). Pablo era entonces justo en la ley, mas no podía vivir entonces, porque no tenía consigo a Cristo, que dice: Yo soy la vida Qn 11,25). Después, al creer en él, empezó a vivir también. Hagamos nosotros algo parecido a esto que se dice: El justo vivirá por la fe. Y decimos: el que es casto vive por la fe, el sabio vive por la fe, el fuerte vive por la fe, y así todas las demás virtudes. Demos una sentencia parecida contra aquellos que no creen en Cristo, fuertes, sabios, equilibrados. Creen que son justos; pero que sepan que ninguno vive sin Cristo, sin el cual toda virtud esta en el vicio» (S. JERÓNIMO, Comentario sobre la Carta a los Gdlatas). 469 La luz del sol y la luz de la justicia.—«¡Qué ciega era la que defendía el hurto! (Tob 2,21-22). Y ¡qué luz tan clara veía el que mandaba que se devolviera lo robado! Ella veía la luz del sol; él veía la luz de la justicia. ¿Cuál de los dos gozaba de mejor luz?» (S. AGUSTÍN, Sermones, 88,15). 470 Cree y entenderás.—«Todos los hombres quieren entender, nadie hay que no lo quiera; mas no todos quieren creer. Él me dice: Entienda yo y creeré. Yo le respondo: Cree y entenderás» (S. AGUSTÍN, Sermones, 43,4). 471 La fe, peldaño de la inteligencia; la inteligencia, recompensa de la fe.—«Las recónditas honduras del divino reino demandaban su creencia antes de llevarnos a su inteligencia (Is 5,19); la fe, en efecto, es el peldaño de la intelección, y la intelección es la recompensa de la fe. Un profeta se lo dice abiertamente a todos los que, debiendo ser al revés, se precipitan a la búsqueda de la inteligencia, sin darles nada por la creencia. Dice: Si no creéis, no entenderéis (Is 7,9)» (S. AGUSTÍN, Sermones, 126,1). 472 La predicación se dirige a la fe al exponer los misterios.—«Yo y el Padre somos una misma cosa (Jn 10,30). Aceptad esto y creedlo, de manera que merezcáis entenderlo; pues la fe debe anteceder a la inteligencia, para que la inteligencia sea el premio
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de la fe, según expresamente lo dijo un profeta: Si no creéis, no entenderéis (Is 7,9). Es a la fe, por tanto, a donde se dirige la predicación cuando expone sencillamente los misterios y es la inteligencia a donde mira la discusión, que sutiliza» (S. AGUSTÍN, Sermones, 139,1). 473 Un doble camino: la razón y la autoridad.—«Un doble camino, pues, se puede seguir para evitar la oscuridad que nos circunda: la razón o la autoridad. La filosofía promete la razón, pero salva a poquísimos, obligándolos a no despreciar aquellos misteríos, sino a penetrarlos con su inteligencia, según es posible en esta vida. Ni persigue otro fin la verdadera y auténtica filosofía sino enseñar el principio sin principio de todas las cosas, y la grandeza de la sabiduría que en él resplandece, y los bienes que, sin detrimento suyo, se han derivado para nuestra salvación de allí. Ella nos instruye en nuestros sagrados misterios, cuya fe sincera e inquebrantable salva a las naciones, dándoles a conocer a un Dios único, omnipotente y tres veces poderoso, Padre, Hijo y Espíritu Santo, sin confundir las tres personas, como hacen algunos, ni ofenderlas, como otros. Esta filosofía enseña cuan grande cosa es que Dios haya querido asumir nuestro cuerpo para redimirnos, pues cuanto más se ha abatido por nosotros, tanto más brilla su divina clemencia, alejándose de la soberbia de los sabios según el mundo» (S. AGUSTÍN, Del Orden, 2,5,16). 474 «Si no creyereis, no entenderéis».—«Sometamos, pues, el alma a Dios si queremos someter nuestro cuerpo a servidumbre y triunfar del diablo. Y la fe es la primera que somete el alma a Dios. Luego vienen los preceptos del buen vivir, con cuya observancia se afirma la esperanza, se nutre la caridad y empieza a comprenderse lo que antes tan sólo se creía. El conocimiento y la acción son los que dan la felicidad al hombre; y así como en el conocimiento hay que evitar el Error, así en la conducta hay que evitar la maldad. Yerra quien piensa que puede comprender la verdad viviendo inicuamente [...]. Por tanto, antes de que se purifique nuestra mente, hemos de creer lo que aún no podemos entender; porque con razón dijo el profeta: Si no creyereis, no entenderéis (Is 7,9)» (S. AGUSTÍN, El combate cristiano, 13). 475 Fe y caridad.—«Nutrámonos en Cristo alimentados con esta simplicidad y autenticidad de fe. Mientras seamos pequeñuelos no apetezcamos el alimento de los adultos. Crezcamos en Cristo con este alimento salubérrimo, añadiendo las buenas costumbres y la cristiana justicia, en la que se perfecciona y confirma la candad de Dios y del prójimo. Así cada uno de nosotros triunfará den-
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tro de sí mismo y dentro de Cristo, de quien ya se revistió contra el diablo enemigo y sus ángeles. Porque la perfecta caridad excluye el amor y temor del mundo, es decir, el apetito de adquirir bienes temporales y el miedo de perderlos. Por esas dos puertas entra a reinar el enemigo; y hemos de arrojarlo primero con el temor de Dios y luego con la caridad. Debemos apetecer el manifiesto y evidente conocimiento de la verdad, tanto más cuanto mejor comprobamos nuestro aprovechamiento en la caridad y cuanto más {ipificado tengamos el corazón con su simplicidad» (S. AGUSTÍN, El combate cristiano, 33). 476 Los bienes temporales y la sencillez de corazón.—«Los no pocos que dicen: ¿Quién nos mostrará los bienes?, y que no ven. que está dentro de ellos el reino de los cielos, deben observar que se multiplicaron desde el tiempo del trigo, del vino y del óleo. La multiplicación no siempre denota abundancia, pues muchas veces designa escasez. El alma entregada a los placeres temporales, continuamente se abrasa en deseos que no puede saciar y, henchida de múltiples y ruinosos pensamientos, no la dejan contemplar el simple bien; t i l es aquella de la cual se dice: El cuerpo corruptible embaraza el alma, y la morada terrena abate la razón, que piensa muchas cosas (Sab 9,15). Esta alma, por el acceso y receso de los bienes temporales, desde el tiempo del trigo, del vino y del óleo, de tal modo se halla acrecentada y repleta de innumerables imaginaciones, que no puede poner por obra lo preceptuado: Sentid bien del Señor y buscadle con sencillez de corazón (Sab 1,1). Esta multiplicidad se opone con vehemencia a aquella sencillez y, por tanto, el varón fiel, habiendo abandonado a éstos, que en realidad son muchos v que, sin duda, acrecentados por el deseo de los bienes temporales, dicen: ¿Quién nos mostrara los bienes?, los que no deben buscarse fuera con los ojos de la carne, sino dentro, con la sencillez del corazón, se alegra y dice: En paz dormiré en él y tomaré el sueño» (S. AGUSTÍN, Enarraciones sobre los Salmos, Sal 4,9). 477 Los espectáculos de los cristianos.—«La sangre del Cordero triunfó del león. Mirad cómo son los espectáculos de los cristianos, y lo que es más todavía: aquéllos ven con los ojos de la carne la vanidad; nosotros, en cambio, vemos con los ojos del corazón la verdad. No se os ocurra pensar, hermanos, que nos dejó el Señor, Dios nuestro, sin espectáculos» (S. A G U S T Í N , Tratados sobre el Evangelio de San Juan, 7,6). 478 Si no has entendido, cree.—«Mi doctrina, dice, no es doctrina mía, sino de aquel que me envió (Jn 7,16). Oiga este consejo
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el que dice: Todavía no he comprendido. En el instante mismo en que fue dicha cosa tan grande y tan profunda, vio el mismo Señor que no todos entenderían cosa tan honda, y por eso dio en seguida el consejo: ¿Quieres entender esto? Cree, porque Dios dijo por el profeta: Si no creyereis, no entenderéis (Is 7,9). Tiene también relación con esto lo que el Señor, siguiendo su discurso, añadió: Si alguno quiere hacer mi voluntad, conocerá si la doctrina es de Dios o si hablo yo de mi mismo (Jn 7,17). ¿Qué significa si alguno quiere hacer mi voluntad? Ya había dichos Si creyereis; y luego os di este consejo: Si no has entendido, cree. La inteligencia es, pues, premio de la fe. No te afanes por llegar a la inteligencia, ya que, si no creéis, no entenderéis» (S. AGUSTÍN, Tratado sobre el Evangelio de San Juan, 29,6). 479 La razón pide que la fe preceda a la razón.—«Dios está muy lejos de odiar en nosotros esa facultad por la que nos creó superiores al resto de los animales. El nos libre de pensar que nuestra fe nos incita a no aceptar ni buscar la razón, pues no podríamos ni aun creer si no tuviésemos almas racionales. Pertenece al fuero de la razón el que preceda la fe a la razón en ciertos temas propios de la doctrina salvadora, cuya razón todavía no somos capaces de percibir. Lo veremos más tarde. La fe purifica el corazón para que capte y soporte la luz de la gran razón. Así dijo razonablemente el profeta: Si no creyereis, no entenderéis (Is 7,9). Aquí se distinguen, sin duda alguna, dos cosas. Se da el consejo de creer primero, para que después podamos entender lo que creemos. Por tanto, es la razón la que exige que la fe preceda a la razón. Ya ves que, si este precepto no es racional, ha de ser irracional, y Dios te libre de pensar tal cosa. Luego si el precepto es racional, no cabe duda de que esta razón, que exige que la fe preceda a la razón en ciertos grandes puntos que no pueden comprenderse, deba ella misma preceder a la fe. Por eso amonesta el apóstol Pedro que debemos estar preparados a contestar a todo el que nos pida razón de nuestra fe y de nuestra esperanza. Supongamos que un infiel me pide a mí la razón de mi fe y de mi esperanza. Yo veo que, antes de creer, no puede entender, y le aduzco esa misma razón; en ella verá (si puede) que invierte los términos, al pedir, antes de creer, la razón de cosas que no puede comprender. Pero supongamos que es ya un creyente quien pide la razón para entender lo que cree. En ese caso hemos de tener en cuenta su capacidad, para darle razones en consecuencia con ella. Así alcanzará todo el conocimiento actualmente posible de su fe. La inteligencia será mayor si la capacidad es mayor; menor,
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si es menor la capacidad. En todo caso, no debe desliarse del camino de la fe hasta que llegue a la plenitud y perfección del conocimiento» (S. AGUSTÍN, Cartas, 120, «a Comentio», 3-4).
XIX
LA CARIDAD «El le dijo: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente. Este es el gran mandamiento y el primero. El segundo, semejante, es éste: Amarás al prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos pende la ley entera y los profetas» (Mt 22,37-40). «Le son perdonados sus muchos pecados, porque amó mucho» (Le 7,47). «El que tiene mis mandamientos y los guarda, ése es el que me ama; y quien me ama, será amado de mi Padre, y yo también lo amaré y me manifestaré a él» (Jn 14,21). «Este es el mandamiento mío: que os améis unos a otros, así como yo os he amado» (Jn 15,12). 480 La caridad, lazo que une a los hermanos.—«La caridad es el lazo que une a los hermanos, el cimiento de la paz, la trabazón que da firmeza a la unidad; la que es superior a la esperanza y a la fe, la que sobrepuja a la limosna y al martirio, la que quedará con nosotros para siempre en el cielo. Quítale, pues, la paciencia, y queda devastada y no dura; quítale el jugo del sufrimiento y resignación, y queda sin raíces ni vigor. En fin, cuando el Apóstol habla de la caridad, le junta el sufrimiento y la paciencia: La caridad, dice, es magnánima, es benigna, no es envidiosa, no es hinchada, no se encoleriza, no piensa mal, todo lo ama, todo lo cree, todo lo espera, todo lo sufre (1 Cor 13,4-7). Con esto nos indica que la caridad puede permanecer, porque puede sufrirlo todo» (S. CIPRIANO, De los bienes de la paciencia, 15). 481 El servicio de la caridad a los pobres.—«Como ya muchas veces he escrito, no omita nuestro celo los cuidados para con
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los pobres igualmente, a aquellos, se entiende, que han permanecido firmes en la fe y, combatiendo valerosamente con vosotros, no han abandonado el campo de Cristo. A éstos, por cierto, en tales circunstancias, les hemos de prestar mayores servicios de caridad, ya que ni la pobreza los ha abatido ni la furia de la persecución los ha derribado, sino que, conservándose fieles servidores del Señor, han dado además un ejemplo de fidelidad a los demás pobres» (S. CIPRIANO, Cartas, 12, «a los presbíteros y diáconos», 2,2). 482 Amar a Dios con todo el corazón.—«Hazme saber dónde apacientas el rebaño, tú a quien ama mi alma, dónde sesteas a mediodía... (Cant 1,7). Ahora la esposa ha llamado al esposo con una denominación nueva. Efectivamente, porque sabía que él es hijo del amor, más aún, que es el amor que procede de Dios (1 Jn 4,7), como denominación le dice esto: a quien ama mi alma. Y, con todo, no dijo: a quien amo, sino a quien ama mi alma, pues sabía que al esposo no se le debe amar con cualquier amor, sino con toda el alma, con todas las fuerzas, con todo el corazón (Le 10,27)» (ORÍGENES, Comentario al Cantar de los Cantares, 2). 483 Amar la belleza y la magnanimidad de Dios.—«Siendo esto así, lo mismo podemos afirmar de la caridad. Habiendo recibido el mandato de amar a Dios, tenemos depositada en nosotros, desde nuestro origen, una fuerza que nos capacita para amar; y ello no necesita demostrarse con argumentos exteriores, ya que cada cual puede comprobarlo por sí mismo y en sí mismo. En efecto, un impulso natural nos inclina a lo bueno y a lo bello; aunque no todos coinciden siempre en lo que es bello y bueno y aunque nadie nos lo ha enseñado, amamos a todos los que de algún modo están vinculados muy de cerca a nosotros, y rodeamos de benevolencia, por inclinación espontánea, a aquellos que nos complacen y hacen el bien. Y ahora pregunto yo: ¿Qué hay más admirable que la belleza de Dios? ¿Puede pensarse algo más dulce y agradable que la magnificencia divina? ¿Puede existir un deseo más fuerte e impetuoso ue el que Dios infunde en el alma limpia de todo pecado y que ice con sincero afecto: Desfallezco de amor (Cant 2,5)? El resplandor de la belleza divina es algo absolutamente inefable e inenarrable» (S. BASILIO MAGNO, Regla Monástica Mayor, 2,1).
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484 Amor de Dios al hombre y amor del hombre a Dios.— «¿Que lenguaje sera capaz de explicar adecuadamente los dones •AAJLK
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de Dios? Son tantos que no pueden contarse, son tan grandes y de tal calidad que uno sólo de ellos merece toda nuestra gratitud. Pero hay uno al que por fuerza tenemos que referirnos, pues nadie que esté en su sano juicio dejara de hablar de él, aunque se trate en realidad del más inefable de los beneficios divinos; es el siguiente: Dios creó al hombre a su imagen y semejanza, lo honró con el conocimiento de sí mismo, lo dotó de razón por encima de los demás seres vivos, le otorgó poder gozar de la increíble belleza del paraíso y lo constituyo finalmente rey de toda la creación. Después, aunque el hombre cayó en el pecado, engañado por la serpiente, y, por el pecado, en la muerte y en las miserias que acompañan al pecado, a pesar de ello, Dios no lo abandonó [...]. La bondad del Señor no nos dejó abandonados, y aunque nuestra insensatez nos llevó a despreciar sus honores, no se extinguió su amor por nosotros, a pesar de habernos mostrado rebeldes para con nuestro bienhechor; por el contrario, fuimos rescatados de la muerte y restituidos a la vida por el mismo nuestro Señor Jesucristo [...]. ¿Cómo pagaremos, pues, al Señor todo el bien que nos ha hecho? (Sal 115,12). Es tan bueno, que la única paga que exige es que lo amemos por todo lo que nos ha dado. Y cuando pienso en todo esto —voy a deciros lo que pienso—, me horrorizo de pensar en el peligro de que alguna vez, por falta de consideración o por estar absorto en cosas vanas, me olvide del amor de Dios y sea para Cristo causa de vergüenza y oprobio» (S. BASILIO MAGNO, Regla Monástica Mayor, 2,2-4). 485 El amor de Dios es un don depositado en el alma como una semilla*—«El amor de Dios no es algo que pueda aprenderse con unas normas y preceptos. Así como nadie nos ha enseñado a gozar de la luz, a amar la vida, a querer a nuestros padres y educadores, así también, y con mayor razón, el amor de Dios no es algo que pueda enseñarse, sino que, desde que empieza a existir este ser vivo que llamamos hombre, es depositada en él una fuerza espiritual, a manera de semilla, que encierra en sí misma la facultad y la tendencia al amor. Esta fuerza seminal es cultivada diligentemente y nutrida sabiamente en la escuela de los divinos preceptos, y asi, con la ayuda de Dios, llega a su perfección. Por esto nosotros, dándonos cuenta de vuestro deseo por llegar a esta perfección, con la ayuda de Dios y de vuestras oraciones, nos esforzaremos, en la medida en que nos lo permita la luz del Espíritu Santo, por avivar la chispa del amor divino escondido en vuestro interior» (S. BASILIO MAGNO, Regla Monástica Mayor, 2,1).
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486 La caridad es la esencia de la clemencia.—«El celo es ardiente. El Espíritu es tranquilo. La caridad es clemente, o mejor, es la esencia misma de la clemencia. La esperanza sabe esperar. La caridad une, a pesar de nuestra naturaleza derrochadora; no permite desperdicio del bien que hay en nosotros, une a tres en uno. Si existe, es permanente, guarda su pacto [...]; se parece a las plantas que, forzadas a cambiar de posición por la mano y sueltas en seguida, vuelven rápidamente a su forma anterior y a su posición natural, demostrando que tienen la propiedad de enderezarse espontáneamente [...]. Porque el fuego prende en la materia y consume la materia, como'el mal devora a los malos y desaparece sin que le sobre alimento. Si uno ha adquirido un hábito bueno, de forma que venga a ser un rasgo de su carácter, apartarse de él será más digno de castigo que en sus comienzos en el camino del bien. Toda cualidad, afirmada con el tiempo y la razón, constituye una segunda naturaleza, de la misma manera que la caridad en nosotros. Gracias a ella, rendimos culto al amor verdadero; ella es la que conduce nuestra vida» (S. GREGORIO NACIANCENO, Sermones, 23,1). 487 Amistad cristiana.—«Con el paso del tiempo nos confesamos mutuamente nuestras ilusiones, y que nuestro más profundo deseo era alcanzar la filosofía y, ya para entonces, éramos el uno para el otro todo lo compañeros y amigos que nos era posible ser; de acuerdo siempre, aspirando a idénticos bienes y cultivando cada día más frecuente y mas íntimamente nuestro reciproco deseo. Nos movía un mismo deseo de saber, actitud que suele ocasionar profundas envidias; y, sin embargo, carecíamos de envidia. Teníamos, en cambio, en gran aprecio la emulación, contendíamos entre nosotros, no para ver quién era el primero, sino para averiguar quién cedía al otro la primacía; cada uno de los dos consideraba la gloria del otro como cosa propia. Parecía que teníamos una misma alma que sustentaba dos cuerpos. Y, si no hay que dar crédito, en absoluto, a quienes dicen que todo se encuentra en todas las cosas, a nosotros hay que hacernos caso si décimos que cada uno se encontraba en el otro y junto al otro. Una sola tarea y afán había para ambos, y era la virtud, así como vivir para las esperanzas futuras, de tal modo que, aun antes de haber partido de esta vida, puede decirse que habíamos emigrado ya de ella. Ese fue el ideal que nos propusimos y así tratábamos de dirigir nuestra vida, y todas nuestras acciones, dóciles al mandato divino, acuciándonos mutuamente el empeño por la virtud y, a no ser que decir esto vaya a parecer arrogante en exceso, era-
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mos el uno para el otro la norma y la regla con la que se discierne lo recto de lo torcido. Y así como otros tienen nombres, o bien recibidos de sus padres o bien suyos propios, o sea, adquiridos con fes esfuerzos y orientación de su misma vida, para nosotros era maravilloso ser cristianos y glorioso recibir ese nombre» (S. GREGORIO NACIANCENO, Sermones, 43,19-21)» 488 Amar y seguir a Jesucristo, el buen Pastor.—«¿Dónde >astoreas, pastor bueno, tu que cargas sobre tus hombros a toda a grey? (toda la humanidad, que cargaste sobre tus hombros, es, en efecto, como una sola oveja). Muéstrame el lugar de tu reposo, guíame hasta el pasto nutritivo; llámame por mi nombre, para que yo escuche tu voz y tu voz me dé la vida eterna. Avísame, amor de mi alma, dónde pastoreas (Cant 1,7). Te nombro de este modo porque tu nombre supera cualquier otro nombre y cualquier inteligencia; de tal manera que ningún ser racional es capaz de pronunciarlo o de comprenderlo. Este nombre, expresión de tu bondad, expresa el amor de mi alma para t i . ¿Cómo puedo dejar de amarte a t i , que de tal manera me has amado, a pesar de mi negrura, que has entregado tu vida por las ovejas de tu rebaño? No puede imaginarse un amor superior a éste: el de dar la vida a trueque de mi salvación. Enséñame, pues —dice el texto sagrado—, dónde pastoreas, para que yo pueda hallar los pastos saludables y saciarme del alimento celestial que es necesario comer para entrar en la vida eterna; para que pueda allí mismo acudir a la fuente y aplicar mis labios a la bebida divina que brota de tu costado, venero de agua abierto por la lanza, convertido para todos los que de ella beben en un surtidor de agua que salta hasta la vida eterna (Jn 4,14). Si de tal modo me pastoreas, me harás recostar al mediodía, sestearé en paz y descansaré bajo la luz sin mezcla de sombra; durante el mediodía, en efecto, no hay sombra alguna, ya que el sol está en su vértice; bajo esta luz meridiana haces recostar a los que has pastoreado, cuando haces entrar contigo en tu refugio a tus ayudantes. Nadie es considerado digno de este reposo meridiano si no es hijo de la luz y del día. Pero el que se aparta de las tinieblas, tanto de las vespertinas como de las matutinas, que significan el comienzo y el fin del mal, es colocado por el sol de justicia en la luz del mediodía, para que se recueste bajo ella. Enséñame, pues, cómo tengo que recostarme y pacer, y cuál es el camino del reposo meridiano, no sea que, por ignorancia, me sustraiga de tu dirección y me junte a un rebaño que no sea
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el tuyo» (S. GREGORIO DE NlSA, Homilías sobre el Cantar de los Cantares, 2). 489 La dulce saeta de la caridad.—«Después alaba al sagitario, que da certero en el blanco, para que dispare su flecha a ella: Estoy herida, dice, de amor (Cant 2,5). Con esta palabra manifiesta ue la flecha se ha clavado en lo profundo de su corazón. El que ispara es el amor, o la caridad. Sabemos por la Sagrada Escritura que Dios es caridad (1 Jn 4,8). El lanza su flecha elegida, el Dios Unigénito, a aquellos que se salvan, untada por el espíritu de vida la punta triple de su aguijón. El aguijón es la fe, de manera que, donde esté, traiga con la saeta al sagitario, como dice el Señor: Yo y mi Padre somos uno y haremos morada en él (Jn 14,28). Así, el alma que es arrebatada a las alturas por la dulce saeta de la caridad, se gloría de su herida, diciendo: Estoy herida de amor. ¡Oh bella y dulce red, por la que se llega a la intimidad; porque la herida causada por la flecha queda abierta como puerta y entrada! ¡Al recibir el dardo de la caridad entró directamente a la alegría nupcial!» (S. GREGORIO DE NlSA, Homilías sobre el Cantar de los Cantares, 4). 490 La gloria de Jesucristo, vínculo de la unidad cristiana.— «Si el amor logra expulsar por completo al temor y éste, transformado, se convierte en amor, veremos entonces que la unidad es una consecuencia de la salvación, al permanecer todos unidos en el solo y único bien, santificados en aquella paloma simbólica que es el Espíritu. Este parece ser el sentido de las palabras que siguen: Una sola es mi paloma, sin defecto; una sola y predilecta de su madre (Cant 6,9). Esto mismo nos lo dice el Señor en el Evangelio aún más claramente. Al pronunciar la oración de bendición y conferir todo el poder a sus discípulos, les concedió otros bienes, mientras pronunciaba aquellas admirables palabras con las que se dirigió al Padre; entonces les aseguró que ya no se encontrarían divididos por la diversidad de opiniones al enjuiciar el bien, sino que permanecexfÉi en la unidad, vinculados en la comunión con el solo y único bien. De este modo, como dice el Apóstol, unidos en el Espíritu Santo y con el vínculo de la paz, habrían de formar todos un solo cuerpo v un solo espíritu, mediante la única esperanza a que habían sido llamados (Ef 4,4). Este es el principio y el culmen de todos los bienes. Pero será mucho mejor que examinemos una por una las palabras del pasaje evangélico: Para que todos sean uno, como tú, Padre,
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El vinculo de esta unidad es la gloria. Por otra parte, si se examinan atentamente las palabras del Señor, se descubrirá que el Espíritu Santo es denominado gloría. Dice asi, en efecto: Les di la gloria que tú me diste (Jn 17,22). Efectivamente, les dio esta gloria cuando les dijo: Recibid el Espíritu Santo (Jn 20,22). Aunque el Señor había poseído siempre esta gloria, incluso antes de que el mundo existiese, la recibió, sin embargo, en el tiempo, al revestirse de la naturaleza humana. Una vez que esta naturaleza fue glorificada por el Espíritu Santo, cuantos tienen alguna participación en esta gloría se convierten en partícipes del Espíritu, empezando por los Apóstoles. Por eso dijo: Les di a ellos la gloria que tú me diste, para que sean uno, como nosotros somos uno; yo en ellos y tú en mí, para que sean completamente uno (Jn 17,23). Por lo cual, todo aquel que ha crecido hasta transformarse de niño en hombre perfecto, ha llegado a la madurez del conocimiento. Finalmente, liberado de todos los vicios y purificado, se hace capaz de la gloría del Espíritu Santo. Este es aquella paloma perfecta a la que se refiere el esposo cuando dice: Una es mi paloma, sin defecto (Cant 6,9)» (S. GREGORIO DE NiSA, Homilías sobre el Cantar de los Cantares, 15). 491 El niño distingue lo propio de lo ajeno por el amor.— «A la verdad, limpia está de todas las pasiones el alma del niño. No guarda rencor a quienes le han ofendido, sino que se les acerca como a amigos, como si nada hubiera pasado. Y por mucho que su madre le azote, a ella va a buscar y a ella prefiere sobre todos. Aun cuando se le presente la reina con su diadema, no la prefiere a su madre vestida de harapos, sino que más gusto siente en mirar con ellos a su madre que no a la reina con todo su ornato* Porque el niño sabe distinguir lo propio de lo aleño, no por la riqueza o la pobreza, sino por el amor. Nada busca fuera de lo necesario, y apenas se harta del pecho, se retira de él. El niño no siente pena por la pérdida del dinero y cosas semejantes; ni tampoco se alegra por esas cosas pasajeras en que ponemos nosotros nuestra dicha. No se extasía, en fin, ante la belleza de los cuerpos. De ahí que el Señor dijera: De los tales es el reino de los cielos (Mt 19,14)» (S. JUAN CRISÓSTOMO, Homilías sobre el Evangelio de San Mateo, 62,4). 492 El amor, cosa grande e invencible.—«El amor es cosa grande e invencible. No está sólo en las palabras, mostrémoslo en las obras. Cuando nosotros éramos enemigos, él nos reconcilió consigo; hechos amigos suyos, permanezcamos fieles a su amistad. El npezó, oigámosle. El nos ama desinteresadamente, no necesita empezó
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de nosotros, amémosle nosotros, siquiera por nuestro bien; él amó a sus enemigos, amemos nosotros, al menos, al amigo. Pero nosotros hacemos lo contrario. Cada día es blasfemado el nombre de Dios por causa nuestra; por los robos, por la avaricia. Es posible que alguno de vosotros diga: Todos los días estás hablando de la avaricia. ¡Ojalá pudiera hacerlo también cada noche, ojalá las mujeres, los amigos, los hijos, los esclavos, los labradores, los vecinos y hasta el suelo y las paredes pudieran levantar su voz! Entonces nosotros cesaríamos un poco en hablar del tema. Este mal ha invadido el mundo, inmoviliza los ánimos con la terrible tiranía del dinero. Hemos sido redimidos por Cristo y somos esclavos del dinero. Confesamos un Señor y servimos a otro; oímos con atención lo que él nos mandó y olvidamos, por causa del dinero, la familia, la amistad, la naturaleza, las leyes, todo. Nadie mira al cielo, nadie piensa en la vida futura. Mas llegará un día cuando ninguna de estas palabras tendrá fruto. Porque en el reino déla muerte nadie te invoca, y en el infierno ¿quién te alabará? (Sal 6,6). Deseable es el oro, nos proporciona placeres, honores; pero no tanto como el cielo. Muchos son los que se apartan del rico y lo odian, mientras honran y aprecian al que es virtuoso. Con todo, dirás tú que todos se burlan del pobre, aunque sea virtuoso. Pero esto lo hacen sólo aquellos que son ignorantes y no tienen razón; no hay, pues, que preocuparse [...]. Lázaro vivió en la pobreza y fue coronado; Jacob sólo esperaba el pan de cada día; José en su extrema pobreza no sólo fue esclavo, sino que también estuvo en la cárcel, y por eso lo alabamos más. No nos admiramos de que distribuyera el grano, de manera que nos admira cuando estuvo en la cárcel y no se ceñía la corona; no cuando se sentaba en el trono, sino cuando fue objeto de odio y vendido por sus hermanos. Pensando todo esto, alabemos nosotros no las coronas, ni las riquezas, ni los honores, ni los placeres, ni el poder, sino la pobreza, las cadenas, los vínculos, la paciencia soportada a causa de la virtud. El fin de aquéllos es el ruido, la perturbación, todo se acaba con esta vida; mas el fruto de éstos es el cielo y los bienes celestiales, que ni el ojo vio, ni el oído oyó (1 Cor 2,9). Que los alcancemos por la gracia y la benignidad de Jesucristo, a quien sea la gloria por los siglos de los siglos. Amén» (S. JUAN CRISÓSTOMO, Homilías sobre el Evangelio de San Juan, 76). 493 San Pablo, ejemplo de amor a Jesucristo.—«Doy gracias a Dios, que nos asocia a la victoria de Cristo (2 Cor 2,14). Imbuido de estos sentimientos, se lanza a las contradicciones e injurias que
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le acarreaba su predicación con un ardor superior al que nosotros empleamos en la consecución de los honores; deseando la muerte más que nosotros deseamos la vida, la pobreza más que nosotros la riqueza y el trabajo mucho más que otros apetecen el descanso, y todavía la aflicción más que otros la alegría, la oración por sus enemigos más que otros las maldiciones [...]. Para él, una sola cosa había que temer: ofender a Dios; lo demás le traía sin cuidado. Por eso, lo único que deseaba era agradar siempre a Dios [...]. Llevaba consigo el tesoro más rico: el amor de Cristo; con este amor él se tema por el más dichoso de todos los hombres. Sin este amor le era indiferente contarse entre las dominaciones, los principados y las potestades; con este amor prefería ser el último de todos, incluso de los condenados, a formar parte, sin él, de los más elevados y honorables. El tormento más grande para él era verse privado de este amor; su privación significaba el infierno, el único sufrimiento. Gozar del amor de Cristo representaba para él la vida, el mundo entero, la compañía de los ángeles, los bienes presentes y futuros, el reino, las promesas, el conjunto de todos los bienes. Las realidades presentes las despreciaba como hierba ya podrida. A los mismos gobernantes y al pueblo enfurecido contra él les daba el mismo valor que a un mosquito insignificante. Consideraba como un juego de niños la muerte y la más variada clase de tormentos y suplicios, con tal de poder sufrir algo por Cristo. Pablo, encerrado en la cárcel, habitaba ya en el cielo; recibía los azotes y las heridas con un agrado superior al de los que, en los juegos, ganaban el premio; amaba las fatigas más que las recompensas, las veía como una recompensa y, por eso, las consideraba una gracia. Sopesemos lo que esto significa. El premio consistía en partir para estar con Cristo (Flp 1,23-24); en cambio, quedarse en esta vida significaba el combate. Sin embargo, el mismo anhelo de estar con Cristo le movía a diferir el premio, llevado del deseo de combatir, ya que lo consideraba más necesario» (S. J U A N C R I S Ó S T O M O , Homilías sobre las alabanzas de Pablo, 2). 494 La caridad, plenitud de la Ley.—«Como el hierro que cae en el fuego se cambia todo en fuego, así Pablo, una vez encendido en el fuego de la caridad, llegó a ser todo caridad. Como si fuera el padre de todos los hombres sin excepción, imitaba a cuantos han dado su vida, o mejor, sobrepasaba a todos los padres por los cuidados de orden material y de orden espiritual, entregando los bienes, cuerpo y alma, todo, por aquellos que él amaba tiernamente.
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Por eso llamaba a la caridad plenitud de la ley (Rom 13,8-10) y vínculo de la perfección (Col 3,14), la madre de todos los bienes, el principio y el fin de toda virtud. Por eso decía: El fin de todos los mandamientos es la caridad, que procede de un corazón puro y de una conciencia recta (1 Tim 1,5). Y también: No cometerás adulterio, no matarás, y todos los demás mandamientos se resumen en esta fórmula: Amarás a tu prójimo como a ti mismo (Rom 13,9). Pues que el principio, el fin y todos los bienes es la caridad, procuremos imitar a Pablo en esta virtud, porque ella es la que le hizo llegar a ser lo que fue. No se me hable de muertos que él resucitó (Hech 20,4-12), ni de leprosos que limpió (Hech 19,11-12). Dios no te pedirá nada semejante. Adquiere la caridad de Pablo y tendrás una corona perfecta [...]» (S. J U A N C R I S Ó S T O M O , Homilías sobre las alabanzas de Pablo, 3). 495 Amistad, Caridad, Unidad.—«El vínculo de una amistad fiel e indisoluble no se forma sino allí donde reina la igualdad de la virtud. Porque es el Señor quien hace habitar en una misma casa a quienes tienen un mismo espíritu. El amor no puede mantenerse ni respirar más que entre aquellos que tienen un mismo propósito, la misma voluntad y se ponen de acuerdo en el sí y en el no. Si vosotros deseáis guardarla inviolable, apresuraos a expulsar vuestros vicios y mortificad vuestras propias voluntades, ya que, no habiendo más que una misma ambición, un mismo propósito, cumpliréis valientemente el oráculo del profeta: Ved qué delicia convküir los hermanos unidos (Sal 132,1). Esto no debe entenderse de lugares, sino de espíritus. De nada sirve, en efecto, estar unidos en una habitación común si se está separado por la vida y el propósito; al contrario, para quienes están igualmente fundados en virtud, la distancia de lugares no constituye separación. Ante Dios, es la unidad de conducta, no la de lugares, la que hace habitar a los hermanos en una misma morada; la paz no se conservará íntegra jamás donde las voluntades son diferentes» ( J U A N C A S I A N O , Conferencias, 16. ,3). a
496 El temor de Dios.—«El temor, en efecto, se define como el estremecimiento de la debilidad humana, que rechaza la idea de tener que soportar lo que no quiere que acontezca. Existe y se conmueve dentro de nosotros a causa de la conciencia de la culpa, del derecho del más fuerte, del ataque del más valiente, ante la enfermedad, ante la acometida de una fiera o el padecimiento de cualquier mal. Nadie nos enseña este temor, sino que nuestra frágil naturaleza nos lo pone delante. Tampoco aprendemos lo que hemos de temer, sino que son los mismos objetos del temor ios que lo
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suscitan en nosotros. En cambio, del temor de Dios está escrito: Venid, hijos, escuchadme, os instruiré en el temor del Señor. De manera que el temor de Dios tiene que ser aprendido, puesto que se enseña. No se le encuentra en el miedo, sino en el razonamiento doctrinal, no brota de un estremecimiento natural, sino que es el resultado de la observancia de los mandamientos, de las obras de una vida inocente y del conocimiento de la verdad. Pues, para nosotros, el temor de Dios reside todo en el amor y su contenido es el ejercicio de la perfecta caridad. Obedecer los consejos de Dios, atenerse a sus mandatos y confiar en sus promesas. Oigamos, pues, a la Escritura que dice: Ahora, Israel, ¿qué es lo que te exige el Señor, tu Dios? Que temas al Señor, tu Dios, que sigas sus caminos y lo ames, que guardes sus preceptos con todo el corazón y con toda el alma para tu bien» (S. H I L A R I O D E P O I T I E R S , Tratado sobre los Salmos, Sal 127,1-2). 497 El perdón y el amor.—«He aquí por qué el Apóstol ha perdonado. Y no se contentó con perdonar, ha querido también que sobre él se hiciese prevalecer la caridad (2 Cor 2,8). Al que es objeto de amor no se le dé testimonio de dureza, sino de dulzura. Y no sólo perdonó él, sino que quiso que también todos perdonaran; y dijo que había perdonado por los otros, no fuera que muchos se entristecieran durante bastante tiempo por uno solo. Al que perdonáis algo, también yo; puestambién yo lo he perdonado por vosotros en presencia de Cristo, para no ser engañado por Satanás, pues no ignoramos sus intenciones (2 Cor 2,10-11)» (S. A M B R O S I O , Tratado de la Penitencia, 1,17,93). 498 Orden en el amor.—«Quien ama al padre o ala madre más que a mí, no es digno de mí (Mt 10,3). Y en el Cantar de los Cantares leemos también: Ordenad en mí la caridad (Cant 2,4). Este orden es necesario en todo afecto. Después de Dios, ama al padre y a la madre; ama a los hijos. Mas, si llega la ocasión en que el amor a los padres y a los hijo se enfrenta con el amor de Dios y no pueden armonizarse ambos amores, el odio para con los suyos es piedad para con Dios. Así, pues, no prohibe amar al padre y a la madre, sino que añade con toda claridad: Quien ama al padre o a la madre más que a mí...» (S. J E R Ó N I M O , Comentario sobre el Evangelio de San Mateo). 499 Caminar en la caridad.—« Y caminad en la caridad, como también Cristo nos amó y se entregó por nosotros a Dios, como oblación y víctima de suave olor (Ef 5,2).
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El que pelea contra el pecado por la salvación de los otros hasta derramar su sangre, de manera que entregue su vida por ellos, éste camina en la caridad, imitando a Cristo, que nos amó tanto que abrazó la cruz para la salvación de todos. Como él se entregó por nosotros, así éste también, sucumbiendo gustosamente por los que puede, Imitará a aquel que se entregó al Padre como oblación y hostia en olor de suavidad, y se hará también él mismo oblación y hostia de Dios en olor de suavidad» (S. J E R Ó N I M O , Comentario sobre la Carta a los Efesios). 500 Amistad.—«Pues, volviendo al punto de mi digresión, yo te ruego que mi alma no pierda juntamente con los ojos al amigo que por mucho tiempo se busca, apenas si se halla y con dificultad se conserva. Brille quien quiera con oro, y en suntuosos banquetes fulguren los metales preciosos de los vestidos! la amistad no puede comprarse, el amor no tiene precio. La amistad que puede cesar, es que no fue jamás verdadera» (S. J E R Ó N I M O , Cartas, 3, «a Rufino»). 501 Ver a Dios en las criaturas grandes y en las pequeñas.— «Realmente, en comparación de lo antedicho, son cosas menudas las que vamos a decir, pero también en lo pequeño se muestra la misma grandeza de alma. Al Creador no ID admiramos solamente en el cielo y la tierra, en el sol y el océano, en los elefantes, camellos, caballos, bueyes, leopardos, osos y leones, sino también en los animales minúsculos, como la hormiga, mosquitos, moscas, gusanillos y demás animalejos de este jaez, que conocemos mejor por sus cuerpos que por sus nombres, y en grandes y pequeños veneramos la misma maestría. Así, el alma consagrada a Cristo el mismo fervor pone en las cosas mayores que en las menores, sabiendo que sabe cómo aun de una palabra ociosa ha de rendir cuentas» (S. J E R Ó N I M O , Cartas, 60, «a Heliodoro: epitafio de Nepociano», 12). 502 Nuestra sola ganancia es la caridad.—«Volvamos, pues, a nosotros mismos y, como si bajáramos del cielo, detengámonos un momento en lo nuestro. ¿Te has dado cuenta, dime por tu vida, cuándo te hiciste niño pequeño, cuándo muchacho, cuándo mozo, cuándo hombre maduro, cuándo viejo? Cada día morimos, cada día cambiamos y, sin embargo, nos creemos eternos. Esto mismo que estoy dictando, lo que se escribe, lo que releo, lo que corrijo, son pedazos que se me quitan de vida. Cuantos puntos traza mi estenógrafo, tantas mermas sufre mi cuerpo. Escribimos y contestamos, nuestras cartas atraviesan los mares y,
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a par que la quilla va cortando las olas, van disminuyendo los momentos de nuestra vida. Nuestra sola ganancia es estar unidos por la caridad a Cristo» (S. JERÓNIMO, Cartas, 60, «a Heliodoro: epitafio de Nepociano», 19). 503 Jesucristo, dardo del Padre.—« Tus flechas son agudas, ¡oh potentísimo/; los pueblos caerán a tus pies, en el corazón de los enemigos del rey (Sal 44,6). En el hebreo, que no tiene el ¡oh potentísimo!, lo demás sigue igual. También este versículo se adapta maravillosamente, pues, herida de la saeta del Señor, cantas con la esposa de los Cantares: Yo estoy llagada de amor (Cant 2,5). No es de maravillar tenga tu esposo muchas saetas, pues de ellas se dice en el salmo 119: Las saetas del fuerte son agudas, son carbones devastadores (Sal 119,4). £1 es el dardo del Padre y en Isaías se dice: Hizo de mí como saeta escogida y me guardó en su carcaj (Is 49,2). Herido por estas saetas con su compañero durante el camino, decía Cleofás: No es así que ardía nuestro corazón dentro de nosotros, cuando nos hablaba en el camino y nos declaraba las Escrituras (Le 24,32). Y en otro lugar leemos: Como flechas en manos de un valiente, así son los hijos de los que son sacudidos (Sal 124,4). Con estas saetas fue herido y hecho prisionero todo el mundo. Pablo fue saeta del Señor que, disparado primero de Jerusalén al Ilírico por el arco del Señor, voló de acá para allá, se apresuró a llegar hasta las Españas, para prosternar, veloz saeta, bajo los pies de su Señor, a Oriente y a Occidente. Y como este rey potentísimo tiene muchos enemigos que habían sido heridos por las encendidas saetas del diablo y eran como ciervo herido por el dardo en el hígado (Prov 7,23), también el Señor envía sus saetas encendidas con carbones devastadores, para que cuezan totalmente cuanto de vicio hubiere en el corazón de los enemigos del rey y, por un fuego saludable, expulsen el fuego pernicioso» (S. JERÓNIMO, Cartas, 65, «a Pricipia»). 504 El amor, clarín que despierta el alma.—«Ora leas, ora escribas, ora veles o duermas, resuene siempre en tus oídos como una trompeta el amor. Este clarín despierte tu alma; loco de este amor, busca en tu lecho al que echa de menos tu alma y di confiadamente: Yo duermo, pero mi corazón vela (Cant 5,2). Y ya que lo hayas encontrado y asídote de él, no lo sueltes. Y si, por estar un poquillo dormitando, se te escurriese de las manos, no te desesperes en seguida. Sal por esas plazas, conjura a las hijas de Jerusalén, que lo encontrarás sesteando al mediodía, cansado, ebrio, húmedo del relente de la noche, entre las manadas de sus compa-
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ñeros, entre variedad de perfumes, entre las manzanas del paraíso» (S. JERÓNIMO, Cartas, 66, «a Pammaquio»). 505 Cuanto más inmunizados contra el orgullo, más llenos de amor.—«Nadie diga: No sé qué amar. Ame al hermano y amará al amor. Mejor conoce la dilección que le impulsa al amor que al hermano a quien ama. He aquí cómo puedes conocer mejor a Dios que al hermano; más conocido porque está más presente; más conocido porque es algo más íntimo; más conocido porque es algo más cierto. Abraza al Dios del amor y abraza a Dios por amor. El es el amor que nos une con el vínculo de santidad a todos los ángeles buenos y a todos los siervos de Dios; nos aglutina a ellos y nos somete a él. Cuanto más inmunizados estemos contra la hinchazón del orgullo, más llenos estaremos de amor. Y el que está lleno de amor, ¿de qué está henchido sino de Dios?» (S. AGUSTÍN, Tratado sobre la Santísima Trinidad, 8,842). 506 El Espíritu Santo se llama Don por el amor.—«Nada hay más excelente que este don de Dios. El divide a los hijos del reino de los hijos de la perdición eterna. Otros dones se conceden por mediación del Espíritu Santo, pero sin la caridad nada aprovecha. Nadie puede pasar del lado izquierdo al derecho si el Espíritu Santo no le hace amador de Dios y del prójimo. El Espíritu se denomina Don por el amor; y al que no lo posee, aunque hable el lenguaje de los hombres y de los ángeles, es bronce que resuena o esquila que tintinea; y si tuviese el don de profecía y conociese' todos los misterios y toda la ciencia, y su fe fuera capaz de trasladar montañas, nada es; y aunque distribuya toda su hacienda y entregue su cuerpo a las llamas, de nada le aprovecha. ¡Qué don tan excelso es el amor, sin el cual todos estos bienes tan grandes a nadie pueden conducir a la vida eterna!» (S. AGUSTÍN, Tratado sobre la Santísima Trinidad, 15,18,32). 507 Usar de este mundo, mas no gozarnos de él.—«Gozar es adherirse a una cosa por el amor de ella misma. Usar es emplear lo que está en uso para conseguir lo que se ama, si es que debe ser amado. El uso ilícito más bien debe llamarse abuso o corruptela. Supongamos que somos peregrinos, que no podemos vivir sino en la patria, y que anhelamos, siendo miserables en la peregrinación, terminar el infortunio y volver a la patrii| para esto sería necesario un vehículo terrestre o marítimo, usando del cual pudiéramos llegar a la patria en la que nos habríamos de gozar; mas si la amenidad del camino y el paseo en el carro nos deleitase tanto que nos entregásemos a gozar de las cosas que sólo debimos utilizar,
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se vería que no queríamos terminar pronto el viaje; engolfados en una perversa molicie, enajenaríamos la patria, cuya dulzura nos haría felices. De igual modo, siendo peregrinos que nos dirigimos a Dios en esta vida mortal, si queremos volver a la patria donde podemos ser bienaventurados, hemos de usar de este mundo, mas no gozarnos de él, a fin de que, por medio de las cosas criadas, contemplemos las invisibles de Dios, es decir, para que, por medio de las cosas temporales, consigamos las espirituales y eternas» (S. AGUSTÍN, Sobre la Doctrina Cristiana, 1,4,4). 508 Amor verdadero.—«Todo el que conozca que el fin de la ley es la caridad, que procede de un corazón puro, de una conciencia mena y de una fe no fingida (1 Tim 1,5), refiriendo todo el conocimiento de la divina Escritura a estas cosas, dediqúese con confianza a exponer los libros divinos. Al nombrar el Apóstol la caridad, añadió: de un corazón puro, para dar a entender que no se ama otra cosa sino lo que se debe amar. A esto juntó la conciencia buena, entendiendo la esperanza, pues el que siente el remordimiento de una mala conciencia desespera de llegar a conseguir lo que cree y ama. Por fin, exige una fe no fingida, porque si nuestra fe es sincera no amaremos lo que no debe amarse y, por tanto, esperaremos con rectitud que de ningún modo se engañe nuestra esperanza» (S. AGUSTÍN, Sobre la Doctrina Cristiana, 1,40,44). 509 La vestidura nupcial.—«¿Qué cosa, por tanto, es la vestidura nupcial? Esta: El fin del Evangelio —dice el Apóstol— es la caridad de un corazón puro, de una conciencia buena y de una fe sincera (1 Tim 1,5). He ahí la vestidura nupcial» (S. AGUSTÍN, Sermones, 90,6). 510 La caridad hace fácil lo difícil.—«Todas estas cosas, sin embargo, hállanlas difíciles los que no aman; los que aman, al revés: eso mismo les parece liviano. No hay padecimiento, por cruel y desaforado que sea, que no lo haga llevadero y casi nulo el amor. Y, si esto es así, ¿no ha de ser verdad mucho más cierta que la caridad, en tratándose de la felicidad verdadera, vuelve fácil lo que una pasión miserable facilita en tal manera? ¡Cuan bien se tolera cualquier adversidad temporal por huir del eterno castigo y granjearse el eterno reposo!» (S. AGUSTÍN, Sermones, 70,3). 511 La ciencia del amor es no amarse.—«M yugo es suave y mi carga ligera (Mt 11,30). Todo, en efecto, lo duro de los mandamientos lo hace suave el amor. ¡Qué cosas hace el amor! Hartas veces el amor es reprobable y lascivo; mas ¡qué fatigas no arrostran los hombres, qué indignidades e intolerables acciones no rea-
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lizan, ya sea por el amor al dinero, lo que se llama avaricia; ya por amor a la honra, lo que se dice ambición; ya por amor a la belleza corporal, lo que se llama lascivia! ¿Quién puede enumerar todas las especies del amor? Pues ved ahora cómo, sin embargo, todos los amadores trabajan sin sentir lo que padecen, y redoblan los esfuerzos a tenor de las dificultades [...]. La ciencia del amor es no amarse, es anteponer a la tuya la voluntad de Dios. Que es vicioso el amarse lo dice el Apóstol: Habrá hombres amantes de sí mismos (2 Tim 3,2)» (S. A G U S T Í N , Sermones, 96,1-2). 512 Lo duro para los delicados se les suaviza a los enamorados.—«Por amor a las palabras de tus labios, yo he seguido caminos duros (Sal 16,4). Mas lo duro para los delicados se les suaviza a los enamorados» (S. A G U S T Í N , Sermones, 70,3). 513 Amar a Dios en sus criaturas.—«Amas el oro; Dios lo creó. Amas los cuerpos hermosos y la carne; Dios los creó. Amas esta luz como si fuera gran cosa; Dios la creó. Si, por lo que Dios creó, lo desprecias a él, te suplico: ama también a Dios mismo. Es tan digno de ser amado cuanto es digno de ser amado quien creó todo lo que amas. Ama esto, pero de forma que le ames más a él. No quiero que no ames nada, pero quiero que ordenes tu amor» (S. A G U S T Í N , Sermones, 335,100,13). 514 Cántico nuevo y mandamiento nuevo.—«Cantad al Señor un cántico nuevo, cantad al Señor toda la tierra (Sal 95,1). Las palabras un cántico nuevo equivalen a las otras del Señor: Un mandamiento nuevo. ¿Qué tiene de peculiar el cántico nuevo sino un nuevo amor? Cantar es propio del que ama. La voz de este cantor es el fervor del santo amor» (S. A G U S T Í N , Sermones, 336,1). 515 Amor a los padres y amor a la Iglesia.—«Ama a tu padre, pero no por encima de Dios; ama a tu madre, pero no por encima de la Iglesia, que te engendró para la vida eterna. Finalmente, deduce del amor que sientes por tus padres cuánto debes amar a Dios y a la Iglesia» (S. A G U S T Í N , Sermones, 344,2). 516 La victoria de la verdad.—«La victoria de la verdad es el amor» (S. A G U S T Í N , Sermones, 358,1). 517 Amor y temor de Dios.—«£¿ caridad perfecta arroja de sí el temor (1 Jn 4,18). Pero se trata del temor de los hombres, no del de Dios; del temor de los males temporales, no del juicio final divino. ]Vb te engrías en tu ciencia, antes bien teme (Rom 11,20).
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Ama la bondad de Dios, teme su severidad: um y otra no te permitirán ser orgullosa. Amando, temerás ofender gravemente al amante y al amado. Pues ¿qué ofensa puede haber más grave que desagradar por la soberbia a quien por causa tuya desagradó a los soberbios? [...]. También dice el apóstol San Pablo: No hemos recibido el espíritu de servidumbre otra vez en temor, sino que hemos recibido el Espíritu de adopción de hijos, en el que clamamos: ¡Abba! ¡Padre! (Rom 8,15). El temor del que habla aquí creo que es el que tenían en el Antiguo Testamento de perder los bienes temporales que Dios les había prometido, no todavía como a hijos dirigidos por la gracia, sino como a siervos sometidos bajo la ley. Es también el temor del fuego eterno; pues si se sirve a Dios por evitarlo, no hay todavía perfecta caridad. Una cosa es el deseo del premio, otra el temor del castigo» (S. A G U S T Í N , Sobre la santa virginidad, 38). 518 El impulso de la caridad hace buenas las obras.— «Cuando la intención del que obra es impulsada por la caridad, y luego a ella torna nuevamente a descansar como a su lugar apropiado, entonces sí hay verdaderamente acción buena» (S. A G U S T Í N , Tratado Catequístico, 1,11,16). 519 La muerte del amigo.—«Maravillábame que viviesen los demás mortales, por haber muerto aquel a quien yo había amado, como si nunca hubieran de morir; y más me maravillaba aún de que, habiendo muerto él, viviera yo, que era otro él. Bien dijo uno de su amigo que era la mitad de su alma» (S. A G U S T Í N , Las Confesiones, 4,6,11). 520 Aprende a no amar para que aprendas a amar.—«Amad al Señor todos sus santos (Sal 30,24). Es decir, amad al Señor vosotros que no amáis el mundo, es decir, todos sus santos. Porque ¿cómo diré que ame al Señor aquel que aún ama el anfiteatro; cómo diré que ame al Señor aquel que aún ama la farsa, la danza, la borrachera, las pompas del siglo y todas las vanidades y engañosas locuras? A éste diré: Aprende a no amar para que aprendas a amar, apártate para que te acerques, derrama para que llenes. Amad al Señor todos sus santos» (S. A G U S T Í N , Enarraciones sobre los Salmos, Sal 30,11,11). 521 Dos amores construyeron dos ciudades.—«Podré, sin embargo, presentar alguna prueba o señal, en cuanto Dios me lo conceda, para que los fieles distingan aun en este tiempo a los ciudadanos de Jerusalén de los ciudadanos de Babilonia. Dos amores constituyeron estas dos ciudades. El amor de Dios constituye la ciudad de Jerusalén; el amor del mundo, la de Babilonia. Pregún-
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tese a sí mismo cada uno qué cosa ama, y se dará cuenta a qué ciudad pertenece; y si ve que es ciudadano de Babilonia, extirpe en sí la codicia y plante la caridad. Si ve que es ciudadano de Jerusalén, tolere esta cautividad y espere la libertad» (S. AGUSTÍN, Enarraciones sobre los Salmos, Sal 64,2). 522 Amor de caridad y amor de concupiscencia.—«El amor no puede estar ocioso. ¿Qué cosa obra mal en ciertos hombres si no es el amor? Preséntame un amor desocupado y ocioso. Las maldades, los adulterios, los crímenes, los homicidios, todas las deshonestidades ¿no las ejecuta el amor? Purifica tu amor. El agua que corre a la letrina condúcela al huerto. El impulso que se manifestaba dirigiéndose al mundo, encaúzale al Artífice del mundo. ¿Por ventura se os dice que no améis nada? No. Si no amáis nada, seréis perezosos, dignos de ser aborrecidos, miserables; estaréis muertos. Amad, pero pensad qué cosa amáis. El amor de Dios y el amor del prójimo se llama caridad; el amor del mundo y el amor de este siglo se denomina concupiscencia. Refrénese la concupiscencia; excítese la caridad» (S. AGUSTÍN, Enarraciones sobre los Salmos, Sal 31,11,5). 523 El servicio por caridad hace libre la esclavitud.—«Servid al Señor con alegría. Junto al Señor es libre la esclavitud. En donde no sirve la necesidad, sino la caridad, es libre la esclavitud. Vosotros, hermanos —dice el Apóstol—, fuisteis llamados a la libertad. Únicamente no convirtáis la libertad en ocasión para la carne; antes bien, por la caridad del espíritu, servios mutuamente (Gal 5,13). Si la verdad te hizo libre, la caridad te haga siervo» (S. AGUSTÍN, Enarraciones sobre los Salmos, Sal 99,7). 524 «El Señor sabe saetear en razón del amor».—«Las saetas agudas del valiente son las palabras de Dios. Ved que se arrojan y que atraviesan los corazones. Y cuando han sido atravesados los corazones con las palabras de Dios, se enciende el amor, no para conseguir la destrucción o la muerte. El Señor sabe saetear en razón del amor. Nadie asaetea más bellamente conduciendo al amor que quien asaetea con la palabra; es más, asaetea el corazón del amante para ayudar al amante, le asaetea para hacerlo amante. Por tanto, las palabras son saetas» (S. AGUSTÍN, Enarraciones sobre los Salmos, Sal 119,5). 525 Todo amor, o sube o baja.—«Emprendí exponer a vuestra caridad por orden los cánticos del que sube y del que ama; del que sube por lo mismo que es amante. Todo amor, o sube o baja. Por el buen deseo nos elevamos a Dios y por el malo nos precipi-
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tamos al abismo. Pero como ya caímos arruinados por el mal deseo, si conocemos quién no cayó, sino que bajó a nosotros, no nos queda más que subir, uniéndonos a él, porque por nuestras fuerzas no podemos» (S. AGUSTÍN, Enarraciones sobre los Salmos, Sal 122,1). 526 El aceite del olivo, símbolo de la caridad.—«El fruto del olivo simboliza la caridad. ¿Cómo se prueba? No hay líquido que aprisione el aceite. El aceite se escabulle de entre ellos hasta salir fuera y colocarse sobre todos. Así es la caridad. No puede ser aprisionada por lo bajo. Siempre se eleva sobre lo más alto. De ella dice el Apóstol: Os voy a mostrar todavía un camino más excelente (1 Cor 12,31)» (S. AGUSTÍN, Tratados sobre el Evangelio de San Juan, 6,20). 527 Temor servil y temor casto.—«¿Qué decir de los dos temores? Hay un temor servil y hay un temor casto. Un temor de ser castigado y otro de perder la justicia. El temor de ser castigado es temor servil; ¿qué de extraordinario hay en temer el castigo? Hasta el siervo más perverso y el ladrón más perdido lo temen. No es nada extraordinario temer el castigo; pero es cosa grande amar la justicia. Quien ama la justicia ¿no teme nada? Teme, sí; no teme caer en la pena, pero teme perder la justicia [...]. Puede haber un amante de la justicia que sienta más en su corazón su pérdida, que tema perder su justicia más que tu el dinero. Esto es un temor casto, que permanece por los siglos de los siglos. No lo elimina la caridad, ni lo echa fuera, sino más bien lo abraza y lo tiene por compañero y posesión. Llegamos al Señor para contemplarle cara a cara. Allí el temor casto nos guarda; pues ese temor no perturba, sino que confirma. La mujer adúltera teme que venga su marido; la mujer casta teme que se vaya el suyo» (S. AGUSTÍN, Tratados sobre el Evangelio de San Juan, 43,7). 528 Amor malo y odio bueno.—« Quien ama su alma, la perderá.. Y quien odia su alma en este mundo, la guarda para la vida eterna Qn 12,25) [...]. Profunda y admirable sentencia. De qué modo tiene el hombre en su mano el amor a su alma, para hacerla perecer, y el odio, para que no perezca. Si la has amado malamente, entonces la has odiado; pero, si has tenido odio bueno, entonces la has amado. Felices quienes la odiaron atendiendo a su conservación, para no perderla enfrascados en su amor» (S. AGUSTÍN, Tratador sobre el Evangelio de San Juan, 51,10). 529 Progreso en la caridad.—«Luego la caridad incoada es la justicia de los principiantes; la caridad adelantada, la justicia de los proficientes; la caridad grande es la justicia grande y la caridad per-
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fecta es la perfecta justicia; mas la caridad procede del corazón puro, de la conciencia buena y de la fe sincera; la cual entonces alcanza su máxima fuerza en la tierra cuando la misma vida temporal es despreciada por ella. Pero me maravilla mucho que no tenga ninguna capacidad de desarrollo después de salir de esta vida. Mas dondequiera y comoquiera alcance su plenitud, incapaz ya de aumento, siempre resulta que es difundida en nuestros corazones, no por las fuerzas de la naturaleza o de la voluntad humana que hay en nosotros, sino por virtud del Espíritu Santo que nos fue dado, el cual ayuda a nuestra flaqueza y colabora para nuestra salvación» (S. AGUSTÍN, De la naturaleza y de la gracia, 70,84). 530 Amor propio y amor de Dios.—«Dos amores fundaron, pues, dos ciudades, a saber: el amor propio hasta el desprecio de Dios, la terrena; y el amor de Dios hasta el desprecio de sí propio, la celestial. La primera se gloría en sí misma y la segunda en Dios; porque aquélla busca la gloria de los hombres, y ésta tiene por máxima gloria a Dios, testigo de su conciencia. Aquélla se engríe en su gloria, y ésta dice a su Dios: Vos sois mi gloria y el que me hace ir
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y tú la casa de Dios. Mora en Dios y Dios morará en t i . En ti mora Dios para conservarte; tú moras en él para no caer, porque así habla el Apóstol sobre la caridad: La caridad nunca cae (1 Cor 13,8). ¿Cómo ha de caer aquel a quien sostiene Dios?» (S. AGUSTÍN, Exposición de la Epístola a los Partos, 9,1). 534 Toda la filosofía, en el amor a Dios y al prójimo.—«¿Qué estudios, qué doctrina de cualesquiera filósofos, qué leyes de cualesquiera ciudades se podrán comparar con estos dos nuestros mandamientos, de los que dice Cristo que penden la ley y los profetas: Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente; y amarás a tu prójimo como a ti mismo} (Mt 22,37-39). Aquí está toda la cosmología, ya que todas las causas de todas las criaturas residen en Dios. Aquí también la ética, ya que la vida buena y honesta se forma cuando se ama a las cosas que deben ser amadas y como deben ser amadas, es decir, a Dios y al prójimo. Aquí está la lógica, puesto que la verdad y la luz del alma racional no es sino Dios. Aquí está igualmente la salvación de la república laudable, porque no puede fundarse ni mantenerse la ciudad perfecta sino sobre el fundamento y vínculo de la fe, de la concordia garantizada, cuando se ama el bien común, que no es otro que Dios, y en él se aman sincera y recíprocamente los hombres, cuando se aman por aquel a quien no pueden ocultar con qué intención se aman» (S. AGUSTÍN, Cartas, 139, «a Volusiano», 17). 535 Verdadera amistad.—«Me encanta que el trabajo de mis estudios agrade a tal y tan alto varón. Y mucho más el reconocer que tu alma alienta con la caridad de la eternidad y de la verdad, y con e{ afecto de la misma caridad hacia aquella divina y celeste república cuyo rey es Cristo; y en la cual exclusivamente se ha de vivir siempre y bienaventuradamente si aquí se vive recta y piadosamente. Comprendo que tu alma está férvida y la veo cercana, y la abrazo amorosa. De aquí nace igualmente la verdadera amistad, que no se mide por intereses temporales, sino que se estima por amor gratuito. Nadie puede ser con verdad amigo del hombre si no lo es primero de la misma verdad; y si tal amistad no es gratuita, no existe en modo alguno» (S. AGUSTÍN, Cartas, 155, «a Macedonio», 1). 536 La deuda del amor.—«La caridad no se emplea, pues, del mismo modo que el dinero. Este disminuye si se emplea, aquélla aumenta. Pero hay, además, otra diferencia: si damos a alguien dinero, seremos para con él más generosos si renunciamos a que lo El Evangelio en los PP. de la Iglesia
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devuelva; en cambio, nadie es verdadero gastador de la caridad si no exige benignamente su cuenta de acreedor. Porque, cuando se recibe dinero, éste se acerca al que lo recibe y se aleja del que lo da; en cambio, la caridad crece en aquel que se la exige a su amado, aunque no la reciba; y, además, el deudor empieza a tenerla cuando empieza a pagar. Por tanto, señor y hermano, te pago con el mayor gusto la mutua caridad, y con alegría la recibo; la que yo recibo la sigo reclamando, y la que yo pago aún te la debo. Porque tenemos un Maestro ante el cual somos condiscípulos, y debemos escucharle con docilidad cuando manda y nos dice por medio de su Apóstol: A nadie debáis nada, sino el amor recíproco (Rom 13,8)» (S. AGUSTÍN, Cartas, 192, «a Celestino»). 537 Espíritu fijo en el amor de Dios.—«1. La caridad es una buena disposición del alma, que le hace preferir a todas las cosas el conocimiento de Dios. En cuanto a llegar a la posesión habitual de esta caridad, es algo imposible mientras se guarde apego a cualquier cosa terrena. 2. La caridad nace de la libertad interior; la libertad interior, de la esperanza en Dios; la esperanza, de la paciencia y la longanimidad; éstas, del dominio vigilante de sí mismo; el dominio de sí, del temor de Dios, y el temor de Dios, de la fe en Cristo. 3. El que cree al Señor, teme el castigo; el que teme el castigo, domina sus pasiones; el que domina sus pasiones, aguanta pacientemente las aflicciones; el que aguanta con paciencia las aflicciones, adquirirá la esperanza en Dios. Y la esperanza en Dios libra al espíritu de todo apego a las cosas terrenas, y el espíritu liberado poseerá el amor a Dios. 4. El que ama a Dios prefiere su conocimiento a todas las criaturas y se entrega sin cesar a él con todo el deseo y amor de su alma. 5. Si todos los seres no tienen su existencia sino por Dios y para Dios, y Dios está sobre todas sus criaturas, el hombre que abandona a Dios, Ser incomparablemente mejor, para entregarse a objetos de menos valor, muestra que pone a Dios por debajo de las cosas creadas por él. 6. El que tiene su espíritu sólidamente fijo en el amor de Dios, desprecia todo lo visible, y hasta su mismo cuerpo como si no fuera suyo» (S. MÁXIMO CONFESOR, Centurias de la Caridad, 1,1-6). 538 Frutos de la caridad.—«16. El que me ama, dice el Señor, guardará mis mandamientos (Jn 14,23). Este es mi mandamiento: que os améis unos a otros (Jn 13,34). Por tanto, el que no ama al prójimo, no guarda su mandamiento. Y el que no guarda su mandamiento, no puede amar a Dios.
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17. Dichoso el hombre que es capaz de amar a todos los hombres por igual [...]. 27. El que, renunciando sinceramente y de corazón a las cosas de este mundo, se entrega sin fingimiento a la práctica de la caridad con el prójimo, pronto se ve liberado de toda pasión y vicio, y se hace partícipe del amor y del conocimiento divinos. 28. El que ha llegado a alcanzar en sí la caridad divina, no se cansa ni decae en el seguimiento del Señor, su Dios, según dice el profeta Jeremías, sino que soporta con fortaleza de ánimo todas las fatigas, oprobios e injusticias, sin desear mal a nadie.
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40. El fruto de la caridad consiste en la beneficencia sincera y de corazón para con el prójimo, en la liberalidad y la paciencia, y también en el recto uso de las cosas» (S. MÁXIMO CONFESOR, Centurias de la Caridad, 1,16-17.27-28.40). 539 La alas de la caridad, necesarias para la ciencia divina.— «Caminando rectamente por el camino de la vida activa, el espíritu progresa hacia la prudencia; por el de la contemplación, hacia el conocimiento. La primera conduce al que lucha hasta el discernimiento del bien y del mal; la segunda conduce al iniciado a captar las razones de los seres corporales e incorporales. Mas, para obtener el don de la ciencia divina, serán necesarias las alas de la caridad, haber pasado todos los grados que se acaban de enumerar y estar en Dios. Entonces, en tanto que ello es posible a un espíritu humano, con la luz del Espíritu Santo se penetrará a fondo la naturaleza de los atributos divinos» (S. MÁXIMO CONFESOR, Centurias de la Caridad, 2,26). 540 Pureza de intención.—«En todas nuestras acciones, lo he dicho muchas veces, es la intención lo que Dios busca: ¿obramos nosotros por él o por un motivo distinto? Si, pues, queremos obrar el bien, tengamos a la vista no agradar a los hombres, sino realizar las intenciones de Dios. Los ojos siempre fijos en él, hagámoslo todo por él; es así como, soportando el sufrimiento, no perderemos nuestro salario» (S. MÁXIMO CONFESOR, Centurias de la Caridad, 3,48). 541 La caridad, reina de las virtudes.—«74. En la Escritura, las virtudes son llamadas camino. Ahora bien: la reina de las virtudes es la caridad. De ahí la palabra del Apóstol: Yo os muestro un camino mejor (1 Cor 12,22). Un camino que hace volver la espalda a los intereses materiales y que impide siempre el preferir lo temporal a lo eterno.
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98. Los amigos de Cristo aman sinceramente a todos los hombres; pero no son amados por todos. Los amigos del mundo no aman a todos los hombres y no son amados por todos. Los amigos de Cristo perseveran hasta el fin en el amor. Los amigos del mundo, en tanto que ellos no están en desacuerdo sobre las cosas del mundo» (S. MÁXIMO CONFESOR, Centurias de la Caridad, 4,74.98).
XX HUMILDAD, PACIENCIA, SILENCIO «Porque el que se ensalza será humillado, y el que se humilla será ensalzado» (Mt 23,12). «El que se haga pequeño como este miño, ése es el mayor en el reino de los cielos» (Mt 18,4). «Pero Jesús callaba y no respondía nada» (Me 14,61). «Mi alma proclama la grandeza del Señor, y mi espíritu se alegra en Dios mi Salvador, porque ha mirado la humildad de su esclava» (Le 1,47-48).
542 Humildad, benignidad y longanimidad.—«Seamos, pues, humildes, hermanos, deponiendo toda jactancia, ostentación, insensatez y arrebato de ira, y cumplamos lo que está escrito. Dice, en efecto, el Espíritu Santo: No se gloríe el sabio en su sabiduría, ni el fuerte en su fuerza, ni el rico en su riqueza, sino el que se gloríe, gloríese en el Señor, para buscarle a él y practicar el juicio y la justicia Qer 9,23-24; 1 Cor 1,31¿ 2 Cor 10,7). Mas ¿qué más, si tenemos presentes las palabras del Señor Jesús, aquellas que habló enseñando la benignidad y la longanimidad? Dijo, en efecto, de esta manera: Compadeceos y seréis compadecidos; perdonad para que os perdonen a vosotros. De la manera que vosotros hiciereis, así se hará también con vosotros. Como diereis, así se os dará a vosotros; como Juzgareis, así seréis juzgados; como usareis de benignidad, así la usarán con vosotros. Con la medida que midiereis, se os medirá a vosotros (Mt 7,1-2.12; Le 6,31.36-38)» (S. CLEMENTE ROMANO, Carta I a los Corintios, 13,1-2).
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543 Importancia del silencio.—«Más vale callar y ser que no hablar y no ser. Bien está el enseñar, a condición de que, quien enseña, haga. Ahora bien, un maestro hay que dijo y fue (Sal 32,9). Mas también lo que callando hizo son cosas dignas de su Padre. El que de verdad posee la palabra de Jesús, puede también escuchar su silencio, a fin de ser perfecto. De esta manera, según lo que habla, obra; y por lo que calla es conocido. Nada se le oculta al Señor, sino que aun nuestros íntimos secretos están cerca de él. Hagamos, pues, todas las cosas con la fe de que él mora en nosotros, a fin de ser nosotros templos suyos, y él se manifestará ante nuestra faz; por lo que justo motivo tenemos en amarle» (S. IGNACIO DE ANTIOQUÍA, Carta a los Efesios, 15,1-3). 544 Virtud de la paciencia.—«¡Oh miserable de mí!, siempre consumido por la fiebre de mi impaciencia. Para obtener esta virtud, necesito suspirar y pedir y hablar de ella. Veo mi enfermedad y tengo presente que, sin el socorro de la paciencia, no se logra fácilmente la firmeza de la fe ni la buena salud de la doctrina cristiana. De tal modo Dios la antepuso que, sin ella, nadie puede cumplir ningún precepto ni realizar ninguna obra grata al Señor» (TERTULIANO, Tratado de la paciencia, 1). 545 Paciencia de Dios.—«A nosotros la obligación de practicar la paciencia no nos viene de la soberbia humana, asombrada de la resignación canina, sino de la divina ordenación de una enseñanza viva y celestial, que nos muestra al mismo Dios como dechado de esta virtud. Pues desde el principio del mundo él derrama por igual el rocío de su luz sobre justos y pecadores. Estableció los beneficios de las estaciones al servicio de los elementos y la rica fecundidad de la naturaleza tanto para los merecedores como para los indignos. Soporta a pueblos ingratísimos, adoradores de muñecos y de las obras de sus manos, y que persiguen su nombre y familia. Su paciencia aguanta constantemente la lujuria, la avaricia, la iniquidad insolente, a tal punto que, por esta causa, la mayoría no cree en él, porque jamás lo ven castigando al mundo» (TERTULIANO, Tratado de la paciencia, 2). 546 Paciencia de Jesucristo.—«No había mentido el profeta, antes bien, testimoniaba que Dios colocaba su Espíritu en el Hijo con la plenitud de la paciencia. Porque recibió a todos cuantos lo buscaron; de ninguno rechazó ni la mesa ni la casa. El mismo sirvió el agua para lavar los pies de sus discípulos. No despreció
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a los pecadores ni a los publícanos. Ni siquiera se disgustó contra aquel pueblo que no quiso recibirlo, aun cuando los discípulos quisieron hacer sentir a tan afrentosa gente el fuego del cielo (Le 9,52-56). ¡Oh maravillosa y fiel equidistancia! £1, que había propuesto ocultar su divinidad bajo la condición humana, absolutamente nada quiso de la impaciencia humana. ¡Esto es sin duda lo más grande! Por esto solo,, ¡oh fariseos!, deberíais haber reconocido al Señor, porque nadie jamás practicó una paciencia semejante» (TERTULIANO, Tratado de la paciencia, 3). 547 El Señor y Maestro de la paciencia.—«En efecto, antes se exigía diente por diente y ojo por ojo, se daba mal por mal (Ex 21,23-25; Dt 19,21), porque no había llegado a la tierra la paciencia, porque tampoco había llegado la fe. Entonces la impaciencia se gozaba de todas la oportunidades que le ofrecía la misma ley. Así acontecía antes que el Señor y Maestro de la paciencia hubiese venido. Pero, cuando hubo llegado, la paciencia unió la gracia a la fe; entonces ya no fue lícito herir ni siquiera con una palabra, ni tampoco tratar de fatuo sin correr el riesgo de ser juzgado (Mt 5,44)» (TERTULIANO, Tratado de la paciencia, 6). 548 Perder con paciencia.—«El perder con paciencia enseña a dar con liberalidad» (TERTULIANO, Tratado de la paciencia, 7). 549 Castigar el mal, soportándolo con paciencia.—«Canse tu paciencia a la maldad, cuyo golpe, ya sea de dolor como de afrenta, será frustrado, y más gravemente contestado por el mismo Dios. Pues más castigas al mal cuanto más lo soportas; y más castigado será por aquel por quien lo sufres* (TERTULIANO, Tratado de la paciencia, 8). 550 La caridad se forja en la práctica de la paciencia.—«La misma caridad —sacramento máximo de la fe y tesoro del nombre cristiano, exaltada por el Apóstol con toda la inspiración del Espíritu Santo— ¿acaso no se forja en las enseñanzas de la paciencia?
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Con razón nunca pasara, mientras las demás virtudes se desvanecerán, pasarán. El don de lenguas, las ciencias, las profecías concluyen. En cambio, la fe, la esperanza y la caridad permanecen: la fe, que ha sido traída por la paciencia de Cristo; la esperanza, que es ayudada por la paciencia de los hombres, y la caridad, a la cual acompaña la paciencia enseñada por Dios mismo» (TERTULIANO, Tratado de la paciencia, 12).
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551 Job, modelo de paciencia.—«¡Dios sonreía mientras Satanás se despedazaba al ver cómo Job, con gran serenidad de ánimo, sacaba la asquerosa abundancia de sus llagas; o cuando se entretenía en devolver a sus cuevas y comida los gusanos caídos de su destrozada carne! Y así, este gran realizador de la victoria de Dios, después de haber mellado todos los dardos de las tentaciones con el escudo de su paciencia, recuperó de Dios la salud de su cuerpo; y todo lo que había perdido volviólo a poseer por duplicado» (TERTULIANO, Tratado de la paciencia, 14). 552 La paciencia tiene a Dios por deudor.—«El más excelente procurador de la paciencia es Dios. A tal punto que, si en él depositas la injuria, será tu vengador; si el daño, restituidor; si el dolor, médico; y si la muerte, resucitador. ¡Cuánta fortuna la de la paciencia, que tiene a Dios por deudor!» (TERTULIANO, Tratado de la paciencia, 15). 553 Conserva el bien y repele el mal.—«Así que la paciencia, hermanos amadísimos, no sólo- conserva el bien, sino que repele el mal. El que sigue el impulso del Espíritu Santo y se adhiere a lo divino y celestial, lucha ardorosamente echando mano de sus virtudes contra las fuerzas de la carne, que asaltan y rinden al alma. Echemos, en resumen, una mirada a algunos de los muchos vicios, para que lo dicho de pocos se entienda de los demás. El adulterio, el fraude, el homicidio son delitos mortales. Tenga la paciencia robustas y hondas raíces en el corazón y nunca se manchará con el adulterio el cuerpo consagrado como templo de Dios; ni un alma íntegra consagrada a la justicia se corromperá con el espíritu de fraude; jamás se teñirán de sangre las manos que han llevado la eucaristía» (S. CIPRIANO, De los bienes de la paciencia, 14). 554 La grandeza de la paciencia procede de Dios.—«Nosotros, por nuestra parte, hermanos amadísimos, que somos filósofos, no de parla sino de hechos, y hacemos profesión de la filosofía verdadera, no sólo por el manto; que sabemos ser virtuosos más que aparentarlo, que no profesamos grandezas, sino las vivimos, practiquemos con sumisión de espíritu, como servidores y adoradores que somos de Dios, la paciencia que aprendimos de las lecciones divinas. Esta virtud nos es común con el mismo Dios. De él trae el origen, de él toma su dignidad y prestigio. De él procede su grandeza. El hombre debe amar una cosa tan amada de Dios. El ser estimada por la majestad de Dios recomienda ya su bondad. Si Dios es nuestro Padre y Señor, imitemos la paciencia de núes-
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tro Señor y nuestro Padre, porque los servidores deben ser obedientes y los hijos no deben degenerar. Cuál y cuánta es la paciencia de Dios se ve en que aguanta con toda calma la afrenta que hacen a su soberanía y dignidad los hombres levantando templos idolátricos, fabricando estatuas, practicando sacrificios sacrilegos; se ve en que hace nacer el día y el sol lo mismo sobre los buenos que sobre los malos, y riega la tierra con lluvias, sin quedar nadie excluido de sus beneficios, porque no los discrimina entre justos y malvados. Vemos que, por una equidad inseparable de la paciencia, lo mismo a los inocentes que a los culpables, a los piadosos que a los impíos, a los agradecidos que a los ingratos, sirven por disposición de Dios las estaciones, favorecen los elementos, soplan los vientos, corren las fuentes, crecen las mieses, maduran las uvas de las vides, se cargan de frutos los árboles, reverdecen los bosques, florecen los prados. Y a pesar de provocar continuamente con ofensas la ira de Dios, sin embargo contiene su cólera y aguarda con calma el día prescrito para la sanción; aunque tiene en sus manos la venganza, prefiere dar tiempo con su clemencia y demora para ofrecer posibilidad de que ceda alguna vez la prolongada malicia, y los hombres encenagados en errores y crímenes, al menos al final, se vuelvan a Dios, ya que dirige estas advertencias: No quiero la muerte del pecador cuanto que se arrepienta y viva (Ez 18,32) [...]» (S. CIPRIANO, De los bienes de la paciencia, 3-4). 555 Por la paciencia estamos en Cristo y podemos llegar a Dios.—«Por lo cual, hermanos amadísimos, una vez ya vistas con atención las ventajas de la paciencia y las consecuencias de la impaciencia, debemos mantener en todo su vigor la paciencia, por la cual estamos en Cristo y podemos llegar con Cristo a Dios; ésta, por ser tan rica y variada, no se ciñe a estrechos límites o se encierra en breves términos. Esta virtud de la paciencia se difunde por todas partes, y su exuberancia y profusión nacen de un solo manantial; pero, al rebosar las venas del agua, se difunde por multitud de canales de méritos, y ninguna de nuestras acciones puede medrar en merecimientos si no recibe de ella su estabilidad y perfección [...]» (S. CIPRIANO, De los bienes de la paciencia, 20). 556 En el banquete de las virtudes el puesto principal lo tiene el amor.—«¡Dichosa la amplitud de aquella alma y dichoso el camino pavimentado de aquella mente, donde el Padre y el Hijo y, sin duda, el Espíritu Santo descansan, comen y hacen morada! (Jn 14,23). ¿Con qué medios y con qué recursos crees que se mantiene a tales convidados? Allí, la paz es el primer manjar; la humil-
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dad se sirve a la vez que la paciencia; también la mansedumbre y la apacibilidad, y la suma de toda suavidad, la pureza del corazón. Sin embargo, en este banquete el puesto principal lo ocupa el amor» (ORÍGENES, Comentario al Cantar de los Cantares, 2). 557 Jesucristo, Maestro de la humildad.—«Y es así que el humilde, según el profeta, no obstante caminar en cosas grandes y maravillosas que están por encima de él, que son los dogmas verdaderamente grandes y los maravillosos pensamientos, se humilla bajo la poderosa mano de Dios (1 Pe 5,6). Ahora bien: si hay quienes, no penetrando por su ignorancia la doctrina sobre la humildad, hacen esas cosas, no hay por qué culpar a nuestra religión, sino tener consideración a quienes en su ignorancia aspiran a lo mejor, pero, por esa misma ignorancia, no lo consiguen [...]. Y es tan grande esta doctrina de la humildad, que por maestro de ella tenemos no a quienquiera, sino a nuestro gran Salvador mismo, que dijo: Aprended de mí, porque soy manso y humilde de corazón, y hallaréis descanso para vuestras almas (Mt 11,29)» (ORÍGENES, Contra Celso, 6,15). 558 Jesucristo, rico en la pobreza, excelso en la humildad.— «£/ Niño crecía..* (Le 2,40). Cuando dice que el Niño crecía y se robustecía, lleno de sabiduría y adornado con la gracia de Dios, esto se refiere a la naturaleza humana. Mira la altura de la dispensación. Aunque el Verbo, en el principio, carece de tiempo como Dios, tiene la naturaleza humana, crece en el tiempo, incorpóreo y con la madurez de sus miembros; se llena de sabiduría aquel en quien está toda la sabiduría. ¿Qué diremos ante esto? Conoce por estas cosas que aquel que estaba en la forma de Dios se ha hecho semejante a nosotros: el rico en la pobreza, el excelso en la humildad; decimos que recibe aquel que, en lo divino, tiene la plenitud. ¡En tal grado se anonadó el Verbo de Dios! Lo que se ha escrito de él en cuanto a la humildad, demuestra el grado de su humillación. Y no era posible que el Verbo engendrado del Padre padeciera en su naturaleza algo de lo dicho» (S. CIRILO DE ALEJANDRÍA, Comentario al Evangelio de San Lucas). $59 Jesucristo, manifestación y medida de la humildad.— «Jesús, que desde el principio acogió a los pecadores, deja el suyo, para ir de un lugar a ota?o (Mt 19,1). ¿Con qué fin? No sólo para ganar mayor número de hombres para el amor de Dios, frecuentando su trato, sino también, a mi parecer, para santificar un mayor número de lugares. Para el judío se hizo judío, para ganar a
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los judíos; para rescatar a los que estaban bajo la Ley, se sujetó a la Ley; con los débiles, él se hizo débil, a fin de salvar a los débiles; se hizo todo a todos, para ganarlos a todos (1 Cor 9,19-23). ¿Por qué digo a todos, mientras Pablo dice a algunos, hablando de sí mismo? Porque yo pienso que el Salvador ha sufrido más. En efecto, no sólo se hizo judío, no sólo aceptó los nombres más absurdos e injuriosos, sino también, y es mas absurdo, él se hizo pecado 01 Cor 5,21). Ciertamente él no lo es (Gal 2,17), pero recibió el nombre. ¿Cómo podría ser pecado el que nos libra del pecado (Rom 6,18-22)? ¿Y cómo será maldición el que nos rescató de la maldición de la Ley (Gal 3,13)? Pero él llega hasta eso para hacernos ver qué es la humildad y mostrarnos la medida de esa humildad que nos ha merecido la exaltación (Le 14,11). Como hamos dicho, llega a pecado y desciende al nivel de todos, echa el anzuelo a todos, para sacar el pez del fondo del mar, el que nada entre las olas agitadas y salobres de la vida: el hombre» (S. G R E G O R I O N A C I A N C E N O , Sermone^ 37,1). 560 La humildad, fundamento de todo.—«Puesta la humildad por fundamento, el arquitecto puede construir con seguridad sobre ella todo el edificio; pero si ésta se quita, por más que tu santidad parezca tocar el cielo, todo se vendrá abajo y terminará catastróficamente. El ayuno, la oración, la limosna, la castidad, cualquier Otro bien que juntes, sin humildad todo se escurre como el agua y todo se pierde» (S. J U A N C R B Ó S T O M O , Homilías sobre el Evangelio de San Mateo, 15,2). 561 Provecho de las tentaciones del diablo.—«A la verdad, como nosotros queramos, nadie será capaz de agraviarnos ni dañarnos. Nuestros mismos enemigos nos harán los mayores favores. Y no sólo los hombres. ¿Puede haber nada más perverso que el diablo? Y, sin embargo, hasta el diablo puede ser para nosotros ocasión de la mayor gloria, como lo demuestra la historia de Job. Si, pues, el diablo puede ser para ti ocasión de corona, ¿a qué temes a un hombre enemigo? Mira, si no, cuánto ganas sufriendo con mansedumbre los ataques de tus enemigos. En primer lugar, y es la mayor ganancia, te libras de tus pecados; en segundo lugar, adquieres constancia y paciencia; y, en tercer lugar, ganas mansedumbre y misericordia» (S. J U A N C R I S Ó S T O M O , Homilías sobre el Evangelio de San Mateo, 56,5). 562 Mejor ignorar bien que saber mal.—«Más vale ignorar bien que saber mal. En una tablilla limpia es fácil escribir lo que se quiere; pero si está rayada, ya no es tan fácil, pues hay que empezar
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por borrar' lo mal escrito. Un médico que nada receta es preferible al que prescribe remedios dañosos, y el que edifica ruinosamente es peor que el que no pone una piedra. En fin, vale más la tierra que nada lleva que la que produce espinas. No corramos, pues, a saberlo todo; resignémonos a ignorar algunas cosas, a fin de que, si hallamos un maestro, no le demos doble trabajo» (S. J U A N CRISÓSTOMO, Homilías sobre el Evangelio de San Mateo, 75,4). 563 La pobreza, fuente de bienes.—«No así, no, la pobreza, sino todo lo contrario. Ella es un refugio seguro, un puerto de bonanza, un palenque y estadio de la filosofía, un renuevo de la vida de los ángeles. Escuchad esto cuantos sois pobres, y más aún cuantos deseáis enriqueceros. Lo malo no es ser pobres, sino el no querer serlo. No pienses que la pobreza es un mal, y no lo será para t i . Porque este miedo no radica en la naturaleza misma de la cosa, sino en el juicio de los hombres pusilánimes. O más bien, yo me avergonzaría si sólo pudiera decir de la pobreza que no es un mal. Si quieres vivir filosóficamente, ella sera para ti también una fuente de bienes infinitos» (S. JUAN CRISÓSTOMO, Homilías sobre el Evangelio de San Mateo, 90,3). 564 Humildad y sobriedad.—-«En virtud, pues, de la gracia que se me ha concedido, os encargo a cada uno de vosotros que no se estime en más de lo que deba estimarse, sino que se estime a sí mismo con modestia, cada cual según la medida de la fe que Dios le repartió (Rom 12,3). Aquí, el Apóstol pone como madre de todos los bienes la humildad, imitando a su Maestro. Sentado en la montaña para hacer su sermón, empezó por aquí y puso los cimientos de la moral, diciendo: Dichosos los pobres en el espíritu (Mt 5,3). Así también ahora Pablo, pasando de las enseñanzas dogmáticas al sermón moral, enseñó la virtud en general, exigiendo de nosotros una hostia razonable; y habiendo de descender a cada una de las virtudes, empezó, como desde la cabeza, por la humildad. No estimarse a sí mismo más de lo que debe estimarse. Esta es la voluntad de Dios: que se estime a sí mismo con modestia. Recibimos la prudencia no para usarla con arrogancia, sino para la templanza. Aquí llama templanza no a aquella que se opone a la lascivia y la lujuria, sino a la vigilancia y al buen sentido; por esto se dice sobriedad, porque supone una mente sana y templada» (S. JUAN CRISÓSTOMO, Comentario a la Carta a los Romanos, 20,3). 565 Modestia y humildad de San Pablo.—«Si hemos estado desatinados, ha sido por Dios; si estamos en nuestro sano juicio, es para vuestro bien (2 Cor 5,135»
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Con seguridad, nadie ha tenido tantas ocasiones propicias para ceder al fuego del orgullo y nadie estuvo exento de jactancia hasta tal punto. Reflexionemos, pues: La ciencia infla (1 Cor 8,1); todos nosotros podemos decirlo con él. La ciencia estaba en él tan elevada que jamás persona alguna pudo compararse con Pablo, y, con todo, lejos de dejarse envanecer por ella, encontró precisamente en ella un motivo de modestia. Ved por qué dijo: Nuestro saber es imperfecto y nuestras profecías son imperfectas (1 Cor 13,9). Y también: En cuanto a mí, hermanos, no pienso haberla alcanzado todavía (Flp 3,13). Y si alguno cree que sabe algo, resulta que aún no sabe nada (1 Cor 8,2). El ayuno infla también, y lo demuestra bien el fariseo cuando dijo: Yo ayuno dos veces en semana (Le 18,12). Para Pablo no se trata de ayunar, sino de sufrir hambre; sin embargo, él mismo se llama un aborto (1 Cor 15,8) [...]. Porque este hombre no obraba jamás a la ligera, sino siempre con motivo justo y razonable; y persejguía designios opuestos con tanta sabiduría que obtenía siempre los mismos elogios [...]. Pablo glorificándose (2 Cor 11,21-12,10), se ha atraído más honor que otros disimulando grandes virtudes; nadie, en efecto, hace tanto bien ocultando sus méritos como este hombre revelando los suyos» (S. J U A N C R I S Ó S T O M O , Homilías sobre las alabanzas de Pablo, 5). 566 Ser como los niños para entrar en el reino de los cielos.—«En aquella ocasión se llegaron los discípulos a Jesús, diciendo: ¿Quién es, pues, mayor en el reino de los cielos? (Mt 18,1-6). El Señor enseña que no se entra en el reino de los cielos si no se vuelve a ser como los niños. Los vicios de nuestro cuerpo y de nuestra alma deben ser devueltos a la simplicidad del niño. Con los niños se designa a todos aquellos que, mediante la fe, aceptan la predicación. En efecto, los niños siguen a su padre, quieren a su madre, no saben querer el mal del prójimo, no conocen el afán de las riquezas, no son arrogantes, no odian ni mienten, creen aquello que se les dice y dan por verdadero lo que oyen. Cuando todos nuestros sentimientos hayan adquirido esta forma habitual y esta inclinación, nos queda accesible el camino del cielo. Por tanto, hay que volver a la sencillez de los niños, para que, situados en ella, llevemos con nosotros la imagen de la humildad del Señor» (S. H I L A R I O D E PornERS, Comentario sobre el Evangelio de San Mateo, 18,1). 567 Designio divino del silencio.—«Por tanto, el Hijo no ignora lo que no ignora el Padre. Y no porque el Padre solo sepa ignora el Hijo; pues, al existir el Padre y el Hijo en la unidad de
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naturaleza, el hecho* de que ignore el Hijo, en el que están escondidos todos los tesoros de la sabiduría y déla ciencia (Col 2,3), pertenece al designio divino del silencio, como el mismo Señor atestiguo al responder a los apóstoles, que le preguntaban sobre el fin de los tiempos: No os corresponde saber los tiempos que el Padre tiene en su poder (Hech 1,7). Se les niega el conocimiento; pero no sólo se les niega» sino que se les frena el ansia de conocer, pues no les corresponde el conocimiento de estos tiempos [...]» (S. HILARIO DE POITIERS, La Trinidad, 9,75). 568 El niño, ideal de sencillez y de inocencia.—«Así, el que se humille como este niño, ése es el'más grande en el reino de los cielos (Mt 18,4). Como este niño, cuyo ejemplo os ofrezco, no permanece en la ira, no se acuerda de las ofensas, no se complace en una mujer bella, no piensa una cosa y dice otra, así también vosotros, si no tenéis tal inocencia y pureza de alma, no podéis entrar en el reino de los cielos» (S. JERÓNIMO, Comentario sobre el Evangelio de San Mateo). 569 El Evangelio revelado a los pequeñuelos, escondido a los soberbios*—«¿Quiénes son los pequeñuelos? Los humildes. Escondiste, pues, estas cosas a los sabios y discretos (Mt 11,25). Que bajo el nombre de sabios y discretos han de ser entendidos los soberbios, él mismo lo pone de manifiesto al decir: Se las descubriste a los pequeñuelos. Luego se las escondiste a los no pequeñuelos. ¿Qué significa a los no pequeñuelos} A los no humildes. Y decir a los no humildes ¿no es decir a los soberbios? Este camino del Señor o bien no existía o estaba oculto, y nos fue revelado a nosotros. ¿De qué se regocijó el Señor? De haberles sido revelado a los pequeñuelos. Hemos, pues, de ser pequeñuelos, que si diéramos en ser grandes a la manera de los sabios y discretos, no se nos descubrirá» (S. AGUSTÍN, Sermones, 67,8). 570 La humildad, base de toda edificación.—«Si quieres llegar a ser grande, comienza por ser pequeño; si planeas la construcción de un edificio elevado, piensa lo primero en darle hondos cimientos. A proporción de la mole que se trata de levantar y la altura del edificio que ha de ir encima debe ahondarse en el cimiento. La fábrica en construcción se va levantando, el cimiento cávese ahondando. Luego se puede bien decir que, un edificio antes de subir, se abate y que la techumbre se asienta sobre la humillación» (S. AGUSTÍN, Sermones, 69,2). 571 Dios mira de cerca a los humildes, de lejos a los soberbios.—«¡Maravilloso artificio este del Omnipotente! Es excelso y
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ve las cosas humildes de cerca; los soberbios están en alto y el Altísimo los ve como allá lejos. El Señor está vecino a los que desmenuzaron el corazón y a los humildes de espíritu los hará salvos (Sal 118,155; 137,6)» (S. AGUSTÍN, Sermones, 127,3). 572 Mejor un pecador humilde que un justo soberbio.— «Y es mejor un pecador humilde que un justo soberbio» (S. AGUSTÍN, Sermones, 170,7). 573 Humildad de Zaqueo.—«Pon ahora los ojos en Zaqueo, mírale, te suplico, queriendo ver a Jesús en medio de la muchedumbre sin conseguirlo. El era humilde, mientras que la turba era soberbia; y la misma turba, como suele ser frecuente, se convertía en impedimento para ver bien al Señor. Se levantó sobre la muchedumbre y vio a Jesús sin que ella se lo impidiese. En efecto, l í o s humildes, a los que siguen el camino de la humildad, a los que dejan en manos de Dios las injurias recibidas y no piden venganza para sus enemigos, a ésos los insulta la turba y les dice: Inútil, que eres incapaz de vengarte [...]» (S. AGUSTÍN, Sermones, 174,3). 574 La paciencia cristiana, don de Dios.—«De él (de Dios) procede, en verdad, la paciencia, la verdadera, la santa, la devota y recta paciencia; la paciencia cristiana es un don de Dios» (S. AGUSTÍN, Sermones, 274). 575 Gloriarse sólo en el Señor.—«Por tanto, que nadie presuma de sí mismo cuando haya pronunciado un discurso; ni de sus fuerzas cuando resiste a la tentación, puesto que para hablar bien, de él nos viene nuestra sabiduría, y de él nuestra paciencia para soportar los males. Nuestro es el querer, pero se requiere que seamos llamados a querer; cosa nuestra es el pedir, pero no sabemos qué pedir; a nosotros nos toca el recibir, pero ¿qué recibimos si nada tenemos?; nuestro es el tener, pero ¿qué tenemos si no recibimos? Por tanto, el que se gloríe, que se gloríe en el Señor (1 Cor 1,31)» (S. AGUSTÍN, Sermones, 277A). 576 Pablo igual a pequeño.—«Y ahora, si Saulo proviene de Saúl, Pablo ¿de dónde se deriva? Saulo proviene de un rey cruel, cuando él era soberbio, igualmente cruel y ansioso de muertes; pero Pablo ¿de dónde? Se llama Pablo por su pequenez. Pablo —paulo— es el nombre de la humildad. Saulo se convirtió en Pablo tras haber sido conducido al Maestro, que dice: Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón (Mt 11,29). De aquí procede el nombre de Pablo. Prestad atención al uso de la expresión
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latina, pues paulum equivale $ pequeño, poco» (S. AGUSTÍN, Sermones, 279,5). 577 Nuestra salvación es la humildad.—«También está en Cristo nuestra salvación, que es su humildad. Careceríamos en absoluto de salvación si Cristo no se hubiese dignado hacerse humilde por nosotros. Recordemos que no hemos de fiarnos de nosotros mismos. Confiemos a Dios lo que tenemos e imploremos de él lo que aún no tenemos» (S. AGUSTÍN, Sermones, 285,4). 578 Humildad de San Juan Bautista.—«Entre los nacidos de mujer, no ha habido ninguno mayor que Juan el Bautista (Mt 11,11). ¿Qué significa esta grandeza enviada delante del Grande? Es un testimonio de sublime humildad [...]. Aquí aparece con toda evidencia la grandeza de Juan. Pudiendo pasar por Cristo, prefirió dar testimonio de Cristo y encarecerlo a él; humillarse antes que usurpar su persona y engañarse a sí mismo» (S. AGUSTÍN, Sermones, 288,2). 579 Soberbia y envidia van unidas.—«La medida de la humildad le ha sido tasada a cada uno por la medida de su grandeza; cuanto más arriba se está, tanto más peligrosa es la soberbia y te tenderá mayores lazos. A la soberbia le sigue la envidia como hija servil; la soberbia la está dando a luz continuamente y nunca se la encuentra sin tal hija y compañera. Por cuyos dos vicios, la soberbia y la envidia, el diablo es diablo» (S. AGUSTÍN, Sobre la santa virginidad, 31). 580 La virtud de la paciencia.—«La paciencia humana, cuando es recta, laudable y digna de ese nombre, es aquella virtud por la que toleramos con igualdad de ánimo los males, para no abandonar con iniquidad de ánimo los bienes; bienes por los que hemos de alcanzar otros superiores. Los impacientes rehusan padecer los males, pero no logran escapar de ellos, sino que caen bajo otros peores» (S. AGUSTftf, La paciencia, 2). 581 «Por la paciencia poseeréis vuestras almas».—«Males horrendos toleran los hombres con vigor admirable por sus apetitos, por sus crímenes, por esta salud y vida temporal. Con ello nos amonestan cuánto hemos de soportar nosotros por una vida buena, que puede ser también eterna, y por una verdadera felicidad segura, sin término de tiempo y sin detrimento de nuestro interés. El Señor ha dicho: En vuestra paciencia poseeréis vuestras almas (Le 21,19). No dijo: poseeréis vuestras fincas, vuestras honras y vuestras lujurias, sino vuestras almas. Si tanto sufre un alma por
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alcanzar la causa de su perdición, ¿cuánto debe sufrir para no perderse?» (S. AGUSTÍN, La paciencia, 7). 582 La más grande de las enseñanzas cristianas.—«Esto sirve de un extraordinario ejemplo de humildad, la cual es la más grande de las enseñanzas cristianas, pues por la humildad se conserva la caridad, y a ella ninguna otra la corrompe más pronto que la soberbia. Por eso, no dice el Señor: Tomad sobre vosotros mi yugo o aprended de mí que resucito Cadáveres de cuatro días de estancia en los sepulcros, y que arrojo todos los demonios y las enfermedades de los cuerpos de los hombres, y cosas semejantes, sino: Tomad sobre vosotros mi yugo y aprended de mí que soy manso y humilde de corazón (Mt 11,29)» (S. AGUSTÍN, Exposición de la Carta a los Galotas, 15). 583 Frente a la soberbia del diablo, la humildad de Cristo.—«Los ángeles, sin duda, que no se apartaron de la visión de Dios no necesitan mediador por el cual se reconcilien. Asimismo, los ángeles que, sin incitación de nadie, se apartaron de la visión de Dios por voluntaria prevaricación, no se reconcilian por mediador. Luego resta que quien fue derribado por el diablo, orgulloso mediador que persuade la soberbia, se levante por Cristo, mediador humilde, que aconseja la humildad» (S. AGUSTÍN, Exposición de la Carta a los Calatas, 24). 584 La voz del Señor humilla a los soberbios.—«La voz del Señor troncha los cedros. La voz del Señor humilla a los soberbios con la contrición del corazón. El Señor quebrará los cedros del Líbano. El Señor humillará por la penitencia a los engreídos con el esplendor de la nobleza humana, al elegir para confundirlos a los innobles de este mundo, en quienes mostrará su divinidad» (S. AGUSTÍN, Enarraciones sobre los Salmos, Sal 28,5). 585 El agua de la humildad viene de Cristo.—«Esta agua de la confesión de los pecados, esta agua de la humillación del corazón, esta agua de la vida de salud, qué se considera despreciable a sí misma, que no presume de sí misma, que no se atribuye con soberbia nada a su propio poder; esta agua no se encuentra en ningún libro de los extraños, ni en los de los epicúreos, ni en los de los estoicos, ni en los de los maniqueos, ni en los de los platónicos. En todos ellos se hallan óptimos preceptos sobre las costumbres y la disciplina; sin embargo, no se encuentra esta humildad. La vena de esta humildad brota de otro manantial, emerge de Cristo. El origen dimana de aquel que, siendo excelso, vino humilde» (S. AGUSTÍN, Enarraciones sobre los Salmos, Sal 31,11,18).
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586 Ser jumento del Señor.—«Para que puedas ser humilde, di lo que se escribió: Mi alma se gloriará en el Señor. Oigan los humildes y alégrense. Los que no quieren gloriarse en el Señor no son mansos, sino fieros, hoscos, envanecióos, soberbios. El Señor quiere tener jumentos mansos. Sé jumento del Señor, es decir, sé manso. El que te cabalga, él te rige, no temas tropezar y caer en el precipicio. La flaqueza es cosa tuya, pero ve quién te protege. Tú eres un pollino, pero transportas a Cristo. También él se acercó a la ciudad cabalgando sobre un pollino, y aquél era manso» (S. AGUSTÍN, Enarraciones sobre los Salmos, Sal 33,11,5). 587 Virginidad y humildad.—«¡Oh virgen de Dios! No quisiste casarte, lo cual era permitido, y te engríes, lo cual está prohibido. Mejor es una virgen humilde que una casada humilde; pero es mejor una casada humilde que una virgen soberbia» (S. AGUSTÍN, Enarraciones sobre los Salmos, Sal 75,16). 588 Humildad del pecador y misericordia de Dios.—«La humildad del hombre es su confesión, y la mayor elevación de Dios es su misericordia. Si, pues, viene él a perdonar al hombre sus pecados, que reconozca el hombre su miseria y que Dios haga brillar su misericordia» (S. AGUSTÍN, Tratados sobre el Evangelio de San Juan, 14,5). 589 La alteza de la humildad trasciende todas las cumbres terrenas.—«Sé muy bien el caudal que es menester para intimar a los soberbios la excelencia de la humildad, con la cual la alteza, no la que es hurto de la arrogancia humana, sino la que es don de la divina gracia, trasciende todas las cumbres terrenas, que se bambolean al compás de los tiempos» (S. AGUSTÍN, La Ciudad de Dios, 1, Prólogo). 590 Soberbia y humildad, origen de dos Ciudades.—«Es propio de la humildad —¡cosa maravillosa!— el elevar el corazón, y exclusivo de la soberbia el abajarlo. Al parecer, es una paradoja que la soberbia vaya hacia abajo y la humildad hacia arriba. Pero resulta que la humildad piadosa nos somete a lo superior, y nada hay superior a Dios, y por eso la humildad, que nos somete a Dios, nos exalta. En cambio, la soberbia, que radica en un vicio, a la vez que desdeña el estar sometida, se desprende del ser, superior al cual no hay nada, y se torna inferior, cumpliéndose así lo que está escrito: Los derribaste cuando se elevaban (Sal 72,8) [...]. Por este motivo se encarece la humildad ahora en esta Ciudad de Dios a la Ciudad de Dios que peregrina en este siglo, y el ejemplo cumbre lo tiene en su Rey Cristo. Las Sagradas Letras enseñan que r
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la elación domina sobre todo en el enemigo de esta Ciudad, que es el demonio* En esto radica la diferencia profunda que distingue las dos ciudades de que hablamos. Una es la sociedad de los hombres piadosos y otra la de los hombres impíos, cada cual con los ángeles de su gremio,Jen los cuales precedió, allí, el amor a Dios, y aquí el amor a sí mismo» (S. AGUSTÍN, La Ciudad de Dio% 14,13,1). 591 Peligros de la adulación.—«Mucho es ya no alegrarse de los honores y lisonjas humanas, desechando cualquier pompa vana, y dirigir totalmente a la utilidad y salud de los que nos honran lo que se considere necesario aceptar. Porque no en vano se dijo: Dios quebrantará los huesos de los que tratan de complacer a los hombres (Sal 52,6). ¿Hay cosa más débil, más sin fundamento y fortaleza, simbolizada en los huesos, que un hombre reblandecido por la lengua de los aduladores, cuando sabe que es falso lo que le dicen? No llegaría el dolor un día a atormentar las entrañas del alma si no quebrantase ahora sus huesos el apetito de las lisonjas. Estoy seguro de la fortaleza de tu espíritu, y así me digo a mí mismo todo esto que te confío a t i ; mas creo que te dignarás meditar conmigo cuan graves y difíciles son estos males. Sólo quien declara la guerra a este enemigo podrá apreciar sus fuerzas. Porque para todos es fácil renunciar a la alabanza cuando se nos niega; pero es muy difícil no complacerse en ella cuando se nos brinda. No obstante, nuestra dependencia de Dios debe ser tal, que hemos de corregir a cuantos podamos, siempre que no se nos alabe con verdad, para que nadie piense que tenemos lo que no tenemos o que es nuestro lo que es de Dios, o alabe lo que no es laudable, aunque lo tengamos y aun en abundancia, pongo por ejemplo, todos los bienes que tenemos comunes con los brutos o con los impíos. Si nos alaban con verdad por Dios, congratulémonos con aquellos que se complacen en el bien verdadero, pero no con nosotros mismos, porque agradamos a los hombres. Se supone que delante de Dios somos tales cuales nos pintan, y eso no se nos atribuye a nosotros, sino a Dios, cuyo don es todo lo que es verdad y con razón laudable» (S. AGUSTÍN, Cartas, 22, «a Aurelio, Obispo de Cartago», 8). 592 La infancia, maestra de la humildad.—«Toda la victoria del Salvador, que ha subyugado al diablo y al mundo, ha comenzado por la humildad y ha sido consumada por la humildad. Ha inaugurado en la persecución sus días señalados y también los ha terminado en la persecución. Al Niño no le Jia faltado el sufrimiento, y al que había sido llamado a sufrir no le ha faltado la dulzura de la infancia [...].
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Si, por el privilegio de la humildad, Dios omnipotente ha hecho buena nuestra causa tan mala, y si ha destruido a la muerte y al amor de la muerte (cf. 1 Tim 1,10), no rechazando lo que le hacían sufrir los perseguidores, sino soportando con gran dulzura, y por obediencia a su Padre, las crueldades de los que se ensañaban contra él, ¿cuánto más hemos de ser nosotros humildes y pacientes, puesto que, si nos viene alguna prueba, jamás se hace sin haberla merecido? [...]. Por eso, amadísimos, la práctica de la sabiduría cristiana no consiste en la abundancia de palabras, ni en la habilidad para discutir, ni en el apetito de alabanza y de gloria, sino en la sincera y voluntaria humildad, que el Señor Jesucristo ha escogido y enseñado como verdadera fuerza desde el seno de su madre hasta el suplicio de la cruz, Pues, cuando sus discípulos disputaron entre si, como cuenta el evangelista, quién serta el más grande en el reino de los cielos, él, llamando a si a un niño, lo puso en medio de ellos y dijo: En verdad os digo, si no os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos. Pues el que se humillare hasta hacerse como un niño de éstos, ése será el más grande en el reino de los cielos (Mt 18,14). Cristo ama la infancia, que él mismo ha vivido al principio en su alma y en su cuerpo. Cristo ama la infancia, maestra de humildad, regla de inocencia, modelo de dulzura. Cristo ama la infancia; hacia ella orienta las costumbres de los mayores, hacia ella conduce a la ancianidad. A los que eleva al reino eterno los atrae a su propio ejemplo» (S. LEÓN MAGNO, Sermones, 37, «sobre la Epifanía de N. S. Jesucristo»). 593 Saber humildemente es mejor que saber.—«Es más saber humildemente que saber, pues no saber humildemente no es verdadero saber. Son mejores que el vino tus amores (Cant 1,2), porque los que saben considerar los dones de la gracia espiritual sobrepasan a aquellos que tienen ciencia pero no guardan en su memoria el conocimiento de los dones. Mejores que el vino son tus pechos es decir abiertamente: porque la humildad es más fuerte que la ciencia. La ciencia es vino que embriaga! hay un recuerdo de los pechos que embriaga internamente, que lleva al conocimiento de los dones. Mejores, pues, tus amores que el vino, porque la humildad supera la abundancia de la ciencia» (S. GREGORIO MAGNO, Comentario al Cantar de los Cantares, 30). 594 Las alas de los querubines, signo de las virtudes.—«Prosigue: Cada cual cubría su cuerpo con dos alas; del mismo modo cubríanse cada uno (Ez 1,23).
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Ya hemos dicho antes que por el cuerpo se significa la acción y por las alas las virtudes; mas, habiendo dicho: Debajo del firmamento veíanse las alas del uno extendidas al otro, se debe averiguar por qué se dice después: Cada uno cubría su cuerpo con dos alas. En lo cual patentemente se indica que unas alas tendían del uno al otro y, sin embargo, con dos alas se cubrían el propio cuerpo. ¿Qué es esto sino que debemos comunicar a los otros las virtudes que hemos recibido, de tal modo que no dejemos de pensar, cautos, en lo que nosotros hemos pecado, y lamentar todos los días nuestras culpas por medio del temor y la penitencia, pues anteriormente hemos llamado temor y penitencia a las dos alas con que se cubrían el cuerpo? Crezcamos, pues, en la caridad, de modo que tendamos las alas al prójimo y jamás dejemos de pensar y lamentarnos a nosotros mismos. Tiéndanse las alas al lado, y cubran las alas el cuerpo, de manera que, con nuestras buenas obras, ofrezcamos ejemplos, y el temor y la penitencia escondan del juicio lo malo que hemos hecho.
[...]
También por estas alas pueden entenderse los preceptos de la caridad, a saber: el amor a Dios y el del prójimo; pues amando a Dios, castigamos en nosotros nuestros males, esto es, cubrimos nuestros cuerpos; y amando al prójimo, nos apresuramos a aprovecharle en lo que podemos, esto es, tendemos a él nuestras alas» (S. GREGORIO MAGNO, Homilías sobre Ezequiel, 1,7,22). 595 La humildad ejemplar de Juan Bautista.—«Hermanos carísimos, en las palabras de esta lección (Jn 1,19-28) se nos encomienda la humildad de San Juan, el cual, con ser de tan grande virtud que se hubiera podido creer que fuera el Cristo, prefirió mantenerse sólidamente en lo que era, para que la opinión de los hombres no le encumbrara vanamente sobre lo que era: El, pues, confesó y no negó, antes protestó: Yo no soy el Cristo (Jn 1,20). Ahora bien, diciendo: No soy, negó abiertamente lo que no era, mas no negó lo que era, a fin de hacerse, diciendo la verdad, miembro de aquel cuyo nombre no usurpaba mendazmente. Por tanto, con no querer que se le dé el nombre de Cristo fue hecho miembro de Cristo, porque, como procuró reconocer humildemente su propia pequenez, mereció obtener de hecho el ser elevado hasta él.
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También da a conocer qué es lo que clama cuando agrega: Enderezad el camino del Señor, como lo tiene dicho el profeta Isaías (Jn 1,23). El camino del Señor se endereza al corazón cuando se
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oye humildemente la palabra de la Verdad; el camino del Señor va derecho al corazón cuando la vida se dispone en conformidad con sus preceptos. Por eso está escrito: Cualquiera que me ama observará mi doctrina; y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada dentro aeélQn 14,23). Por tanto, quien engríe su alma por la soberbia, quien se abrasa en la fiebre dé la avaricia, quien se enloda con la suciedad de la lujuria, cierra la puerta de su corazón a la verdad y clausura los secretos del alma con el Candado de los vicios, para que no venga a él el Señor» (S. GREGORIO MAGNO, Homilías sobre los Evangelios, 1,7,1). 596 La posesión del alma se atribuye a la paciencia.—«Prosigue: Mediante vuestra paciencia poseeréis vuestras almas (Le 21,19). La posesión del alma se atribuye a la virtud de la paciencia, porque la paciencia es raíz y guardiana de todas las virtudes. En efecto, por la paciencia poseemos nuestras almas, porque, cuando ya hemos aprendido a vencernos a nosotros mismos, comenzamos a ser dueños de lo que somos. Ahora bien, la paciencia consiste en soportar ecuánimes el mal que nos causan los otros y no murmurar queja alguna contra quien nos hace mal; porque quien sobrelleva el mal que le causa el prójimo, pero de modo que interiormente se queja y aguarda tiempo oportuno para devolvérselo, ese tal no tiene paciencia, sino que la aparenta; pues escrito está: La caridad es paciente, es benigna (1 Cor 13,4); porque es paciente para tolerar los males ajenos y es benigna para amar a los mismos a quienes soporta. Por eso dice la misma Verdad: Amad a vuestros enemigos, haced bien a los que os aborrecen, y orad por los que os persiguen y calumnian (Mt 5,44). De manera que, ante los hombres, esta virtud consiste en soportar a los enemigos; pero ante Dios, en amarlos [...]»(S. GREGORIO MAGNO, Homilías sobre los EvangelioSy 2,35). 597 Paciencia e impaciencia.—«Pues a los impacientes hay que decirles que, por descuidarse en refrenar sus ímpetus, se ven arrastrados, además, a otros muchos precipicios de iniquidades que no quieren; porque cierto es que la ira empuja el pensamiento adonde no quiere la voluntad, y ésta, perturbada, obra casi sin saber aquello que, después de conocido, lamenta. Hay que decir también a los iracundos que cuando, arrastrados por el ímpetu de su conmoción, obran como enajenados cualquier cosa, apenas conocen sus maldades después de ejecutadas; los cuales, cuando no resisten nada a su turbación, hasta desfiguran lo bueno que con la mente serena habrían hecho y destruyen con su ímpetu repentino lo que edificaron tal vez con un trabajo cuida-
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doso durante mucho tiempo, ya que por el vicio de la impaciencia se pierde la virtud de la caridad, que es la madre y guardadora de todas las virtudes, pues escrito está: La caridad es sufrida (1 Cor 13,4); por consiguiente, no habiendo paciencia, no hay caridad. Ademas, por este vicio de la impaciencia se desvanece la doctrina, que es la que sustenta las virtudes, pues escrito está: La doctrina del hombre se conoce por la paciencia (Prov 19,11). Por consiguiente, tanto menos docto muestra ser uno cuanto se halla ser menos paciente. Y en verdad que no puede sembrar bienes enseñando quien, viviendo, no sabe tolerar pacientemente los males ajenos» (S. GREGORIO MAGNO, Regla Pastoral, 3,9). 598 Jesucristo, modelo de paciencia.—«Para que los enfermos conserven la virtud de la paciencia se les debe exhortar a que continuamente consideren cuántos males soportó nuestro Redentor por sus criaturas; cómo aguantó tantas injurias que le inferían sus acusadores; cómo él, que continuamente arrebata de las manos del antiguo enemigo las almas cautivas, recibió las bofetadas de los que le insultaban; cómo él, que nos lava con el agua de la salvación, no hurtó su rostro a las salivas de los pérfidos; cómo él, que con su palabra nos libra de los suplicios eternos, toleró en silencio los azotes; cómo él, que nos concede honores permanentes entre los coros de los ángeles, aguantó los bofetones; cómo él, que nos libra de las punzadas de los pecados, no hurtó su cabeza a la corona de espinas; cómo él, que nos embriaga de eterna dulcedumbre, aceptó en su sed la amargura de la hiél; cómo él, que adoró por nosotros al padre, aun siendo igual a él en la eternidad, calló cuando fue burlonamente adorado; cómo él, que dispensa la vida a los muertos, llegó hasta morir, siendo él mismo la vida. ¿Por qué, pues, se tiene por cosa dura el que un hombre aguante de Dios los azotes a cambio de males, cuando Dios soportó de los hombres tantos males a cambio de bienes? O ¿quién de sano juicio se mostrará descontento de sus castigos cuando él mismo, que aquí vivió sin pecado, no salió de aquí sin ser flagelado?» (S. GREGORIO MAGNO, Regla Pastoral, 3,12). 599 Silencio cristiano ante los misterios de Dios.—«Hace prodigios insondables, maravillas sin cuento (Job 9,10). Entonces explicamos más verdaderamente los hechos de la divina fortaleza cuando conocemos que no los podemos explicar; entonces con mayor elocuencia los hablamos cuando, espantándonos de ellos, callamos; porque, para contar las obras de Dios, tiene nuestra deficiencia manera como suficientemente mueva núes-
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tra lengua, conviene a saber: que alabe cumplidamente callando lo que del todo no puede comprender. Y por eso dice el Salmistas Alabad a Dios en sus poderíos y alabadle según la muchedumbre de su grandeza (Sal 150,2). Aquel alaba a Dios según la muchedumbre de su grandeza que considera que desfallecerá en el cumplimiento de su alabanza. Así que dice: El cual hace prodigios insondables, maravillas sin cuento; grandes en virtud, que no se pueden escudriñar por razón; innumerables, por muchedumbre. Así que las obras divinas, las cuales no pudieron ser explicadas con palabras, con silencio son cumplidamente definidas» (S. GREGORIO MAGNO, Tratados morales sobre el libro de Job, 9,19). 600 Los lloros de la humildad son aguas de nieve.—«Aunque me frotara con jabón y me lavara las manos con lejía, me hundiría en el fango y mis vestidos me darían asco (Job 9,30-31). Aguas de nieve son los lloros de la humildad; la cual, porque tiene eminencia sobre todas las virtudes delante de los ojos del severo Juez, blanquea como por el color de su mucho merecimiento. Pues hay muchos que lloran, mas no tienen humildad; los cuales, afligidos, lloran; pero en los mismos lloros, o se ensoberbecen contra la vida de los prójimos, o se levantan contra el orden del Creador; estos tales cierto es que tienen aguas, pero no aguas de nieve. Y no pueden ser limpios porque no se lavan en los lloros de la humildad. En aguas de nieve se había lavado de la culpa el profeta David, el cual confiadamente decía: No menosprecias, Señor, el corazón contrito y humillado (Sal 50,16). Los que se afligen con llantos, mas son rebeldes por su murmuración, quebrantan su alma, pero menosprecian ser humillados» (S. GREGORIO MAGNO, Tratados morales sobre el libro de Job, 9,56). 601 Humildad, justicia y misericordia.—«El bienaventurado Job cuenta las virtudes que practicó (Job 30,25-26), porque, hallándose con las palabras de la reprensión y los azotes de la herida, considera que su alma puede desfallecer en la esperanza [...]. Y es cierto que ni es verdadera la castidad en el corazón de aquel a quien falta la humildad, porque la soberbia, corrompiéndose en lo interior, fornica si, amándose a sí misma, se aparta del divino amor. Ni es verdadera humildad aquella a la cual la misericordia no va unida, porque no debe ser llamada humildad la que no sabe inclinarse a la compasión de la miseria ajena. Ni es misericordia verdadera la qué está ajena a la rectitud de la justicia, porque la que es dañada por la injusticia, ciertamente no sabe tener misericordia de sí misma. Ni es verdadera justicia la que no pone su
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confianza en el Hacedor de todas las cosas creadas, porque, quitada la esperanza de su Creador, pervierte en sí mismo el orden de la justicia principal. Así que una virtud sin las otras, o es del todo ninguna o es imperfecta» (S. GREGORIO MAGNO, Tratados morales sobre el libro de Job, 22,1-2). 602 La humildad de Dios, medicina de la soberbia.—«Teniendo envidia el diablo del hombre sano en el paraíso, le hizo llaga de soberbia por que mereciese la muerte ensoberbecido el que no la había recibido cuando fue creado. Mas porque basta el poder divino no sólo para hacer los bienes de la nada, sino aun para sacar bienes de los males que el diablo realiza, contra esta llaga del enemigo soberbio apareció entre los hombres la humildad de Dios como medicina, para que, a ejemplo de su Hacedor, se levantasen humildes los que, por imitación del enemigo, habían caído. . Así, contra el soberbio demonio apareció Dios hecho hombre humilde entre los hombres; y los poderosos de este sielo, a saber, los miembros del diablo soberbio, creyeron ser más despreciable cuanto más humilde le vieron. Cuanto más creció la llaga en sus corazones, tanto más desecharon la medicina humilde; así que, lanzada nuestra medicina de la llaga de los soberbios, vino a la herida de los humildes. Eligió Dios los flacos de este mundo para confundir a los fuertes (1 Cor 1,27-28), e hízose con los pobres humildes lo que después puso en admiración a los ricos soberbios [...]» (S. GREGORIO MAGNO, Tratados morales sobre el libro de Job, 31,1). XXI I
JUSTICIA Y MISERICORDIA «Respondiendo Jesús, le dijo: Déjame hacer ahora, pues así nos cumple realizar plenamente toda justicia» (Mt 3,15). «Andad y aprended qué quiere decir: Misericordia quiero, que no sacrificio. Que no vine a llamar justos, sino pecadores» (Mt 9,13). «Sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso» (Le 6,36). «Viendo el centurión lo acaecido, glorificó a Dios diciendo: Realmente este hombre era justo» (Le 23,47). «¿Quién de los tres te parece haber sido prójimo del que cayó en manos de los salteadores? El dijo: El que usó de misericordia con él. Díjole Jesús: Anda y haz tú lo mismo» (Le 10,36-37).
603 La puerta de la justicia.—«Ahora bien: siendo muchas las puertas que están abiertas, ésta es la puerta de la justicia, a sa-
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ber: la que se abre en Cristo. Bienaventurados todos los que por ella entraren y enderezaren sus pasos en santidad y justicia (Le 1,75), cumpliendo todas las cosas sin perturbación. En hora buena que uno tenga carisma de fe; otro sea poderoso en explicar el conocimiento; otro, sabio en el discernimiento de discursos; otro, casto en sus obras. El hecho es que cuanto mayor se crea cada uno, tanto más debe humillarse y buscar, no su propio interés, sino el de la comunidad» (S. CLEMENTE ROMANO, Carta I a los Corintios, 48,4-6). 604 El amor al dinero, principio de todos los males.— «Principio de todos los males es el amor al dinero. Ahora bien: sabiendo como sabemos que, al modo que nada trajimos con nosotros al mundo, nada tampoco hemos de llevarnos (1 Tim 6,7), armémonos con las armas de la justicia y amaestrémonos los unos a los otros, ante todo, a caminar en el mandamiento del Señor. Tratad luego de adoctrinar a vuestras mujeres en la fe que les ha sido dada, así como en la caridad y en la castidad; que muestren su cariño con toda verdad a sus propios maridos y, en cuanto a los demás, ámenlos a todos por igual en toda continencia; que eduquen a sus hijos en la disciplina del temor de Dios» (S. POLICARPO, Carta a los Filipenses, 4,1-2). 605 Los jóvenes y las vírgenes.—«Igualmente, que los jóvenes sean irreprensibles en todo, teniendo cuenta, ante todo, de la castidad y sofrenándose de todo mal. Bueno es, en efecto, que nos apartemos de las concupiscencias que dominan en el mundo, porque toda concupiscencia milita contra el espíritu, y ni los fornicarios, ni los afeminados, ni los deshonestos contra naturaleza han de heredar el reino de Dios (1 Cor 6,9-10), como tampoco los que obran fuera de la ley. Por lo cual es preciso apartarse de todas estas cosas, viviendo sometidos a los presbíteros y ministros como a Dios y a Cristo. Que las vírgenes caminen en intachable y pura conciencia» (S. POLICARPO, Carta a los Filipenses, 5,3). 606 Sin la religión no se entienden ni la sabiduría ni la justicia.—«Hemos dicho que si se suprime la religión no se puede entonces mantener ni la sabiduría ni la justicia: Ta sabiduría, porque sólo en el hombre se encuentra la percepción de la divinidad, que nos distingue de las bestias; la justicia, porque nosotros viviríamos en el crimen y en la impiedad si Dios, a quien no se puede engañar, no reprime nuestros instintos. El hecho de que Dios observe nuestros actos concierne no sólo al interés de la vida en sociedad, sino también a la verdad. Porque,
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una vez suprimida la religión y la justicia por el abandono de la razón, nosotros volvemos ala estupidez délas bestias y acabamos siendo fieras, o peor; porque las fieras perdonan a los animales de su misma especie. ¿Qué puede haber más salvaje, más cruel que el hombre, cuando na perdido el temor de lo alto? [...]. Sólo el temor de Dios es la salvaguarda de la sociedad humana; temor que sostiene, protege y gobierna nuestra vida. Ahora bien, si se suprime este temor, si el hombre se persuade de que en Dios no es posible la ira, entonces no sólo el interés de la sociedad, sino la misma razón se pierde. Es la razón la que nos persuade que él se indigna cuando se comete una injusticia» (LACTANCIO, La ira de Dios, 12,2-5). 607 Sabiduría y religión unidas entre sí.—«La sabiduría y la religión están unidas entre sí. La sabiduría pertenece a los hijos, exige amor; la religión es de los siervos y supone el temor. Así como aquéllos deben amar y honrar al padre, así deben éstos venerar y respetar al señor. Pero Dios es uno, que es Padre y Señor; debemos amarlo porque somos hijos y temerlo porque somos SKI siervos. De esta forma, ni la religión puede andar separada de la sabiduría ni la sabiduría de la religión; porque uno mismo es Dios que debe ser conocido, lo cual pertenece a la sabiduría, y debe ser honrado, que es cosa de la re igión. Precede la sabiduría, le sigue la religión; lo primero es conocer a Dios y después darle culto. Así, en ambas cosas actúa una sola fuerza, aunque parezcan diversas. Una está en el sentido, la otra en la actuación. Son semejantes a dos ríos que brotan de una sola fuente. La fuente de la sabiduría y de la religión es Dios; del cual si estos dos ríos se apartan, se secan necesariamente. Los que ignoran a Dios, ni pueden ser sabios ni religiosos» (LACTANCIO, Instituciones divinas, 4,4). 608 La práctica del culto a Dios, remedio de muchos males.—«Si se diera culto al único Dios, no habría enemistades ni guerras, sabiendo los hombres que son hijos de ese único Dios. Y, por tanto, unidos por el vínculo sagrado e inviolable de la filiación divina, no se darían insidias, sabiendo que Dios prepara el castigo para los que matan las almas, para los delitos clandestinos, y hasta prevé los pensamientos. No habría engaños ni robos si aprendiesen los mandamientos de Dios y a contentarse con lo suyo y con poco, y prefirieran los bienes eternos que permanecen a los frágiles y caducos. No habría adulterios y estupros, ni prostitución, si todos supieran que Dios castiga lo que se apetece fuera de la generación
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de los hijos. Ni las mujeres se verían tentadas a profanar su pudor para ganar su pan cubierto de Infamia. También los varones contendrían su concupiscencia y ayudarían a los pobres con sus piadosas limosnas. No existirían, como digo, todos estos males en la tierra si todos se juramentaran a cumplir la ley de Dios [...]. ¡Qué dichoso sería, qué rico el estado de las cosas humanas, si por todo el orbe habitaran la mansedumbre, la piedad, la paz, la inocencia, la equidad, la templanza y la fidelidad! Finalmente, no serían necesarias tantas y tan varias leyes para gobernar a los hombres, ya que esta sola, la ley de Dios, bastaría para alcanzar la perfecta inocencia. No habría necesidad de cárceles, ni de armas para defenderse, ni miedo a los castigos, ya que los mandamientos saludables de Dios se implantarían ellos mismos en el corazón de los hombres y los llevarían a las obras de la justicia» ( L A C T A N C I O , Instituciones divinas, 5,8). 609 £1 cristiano, semejante a Dios.—«Podemos, pues, decir ahora que sólo el cristiano es piadoso, rico, sensato, noble. Y, por ello mismo, una imagen a semejanza de Dios; nosotros podemos decir y creer que, convertido por el Cristo Jesús, justo y santo con inteligencia, él es también, en esta medida, semejante ahora a Dios» (CLEMENTE D E A L E J A N D R Í A , Exhortación a los paganos, 12,122,4). 610 Memorial del sacrificio.—«Porque quien siembra mezquinamente, mezquinamente también recogerá; quien siembra con largueza, con largueza recogerá vida eterna (2 Cor 9,6). En el mismo sacrificio hay, sin embargo, lo que se llama memorial, y se ofrece al Señor. Si yo pudiera meditar día y noche la ley del Señor y recordar con mi memoria todas las Escrituras, ofrecería al Señor el memorial de mi sacrificio. Ciertamente, si no podemos recordarlas todas, al menos encomendemos a nuestra memoria las que ahora se enseñan en la iglesia o las que se recitan en la oración; para que, al salir de la iglesia, haciendo obras de misericordia y cumpliendo los divinos preceptos, ofrezcamos al Señor el memorial de un sacrificio con incienso y óleo. Así estáis instruidos, de manera que cuanto en la iglesia escuchasteis, a la manera de animales limpios, rumiándolo, lo traigáis de nuevo en la memoria y meditéis en vuestro corazón las cosas que se os han predicado» ( O R Í G E N E S , Homilías sobre el Levítico, 6,4). 611 La tierra bendecida y maldecida.—«Maldita la tierra que almo su boca para recibir la sangre de tu hermano (Gen 4 , 1 1 ) . Y no dejó tampoco aquello: Maldita será la tierra por tu causa
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(Gen 3,17). Y, por el contrario, alguna vez sí que se bendice. Leemos que la tierra es maldecida y bendecida por las palabras de Dios. Veo, pues, que con razón se dice: Gimen todas las criaturas a una. Y para volver al mismo ejemplo, la tierra se ofende en aquellos que son infieles. Pienso que la tierra, manteniéndose como una madre, se alegra con los buenos hijos y sufre por los pecadores. El hijo necio es causa de dolor para el padre y para la madre que lo dio a luz. Y no sólo para estos padres, de cuyo semen nacimos, sino también para aquella madre que es realmente madre nuestra. Tomó Dios barro de la tierra y formó al hombre (Gen 2,7). Luego la tierra es madre nuestra; se alegra cuando mantiene un hijo justo. Se alegraba la tierra manteniendo a Abraham, a Isaac y a Jacob. Se alegraba la tierra con la venida de nuestro Señor Jesucristo, viéndose digna de llevar al Hijo de Dios. Y ;qué necesidad hay de decirlo de los apóstoles y de los profetas, habiendo sido escrito de la venida del Señor: Toda la tierra grita con alegría? Hasta los miserables judíos confiesan que esto se dice de la presencia de Cristo, pero ignoran, necios, la persona, al ver cumplidas las cosas que habían sido dichas» (ORÍGENES, Homilías sobre el profeta Ezequiely Ez 14). 612 Sólo Dios es un juez justo.—«Los hombres, cuando me ven hacer limosna según mis medios, ignoran si la hago por obedecer el mandamiento de Dios o buscando las alabanzas y el favor de los hombres. Es bien difícil ser justo delante de Dios; de forma que no hagas el bien por ningún otro motivo que por el mismo bien y busques tan sólo a Dios como recompensa de las buenas obras. El Apóstol dice esto cuando escribe: Su alabanza no viene de los hombres, sino de Dios (Rom 2,29). Bienaventurado el que es justo y digno de alabanza a los ojos de Dios. Porque los hombres, aunque parezca que hacen un juicio cierto, no pueden juzgar con plena claridad. Y de hecho ocurre que alaben a quien no es digno de alabanza y critiquen a aquel que en absoluto merece crítica. Sólo Dios es un juez justo tanto en la alabanza como en el vituperio» (ORÍGENES, Homilías sobre el Evangelio de San Lucas, 2,4). 613 La golondrina, ejemplo de pobreza.—«Que nadie se aflija por su pobreza ni desespere por su propia vida porque no tiene sobra de recursos, sino que considere la habilidad industriosa de la golondrina. Ella, cuando construye su nido, aporta briznas de paja con su pico; pero no puede levantar el barro con sus patas. Entonces, ella moja en el agua las extremidades de sus alas, después las envuelve del polvo más fino y así consigue utilizar este barro. Poco a poco, aglutina las briznas de paja sirviéndose del ba-
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rro como de una especie de engrudo, y en este polvo aglutinado ella alimenta a sus pequeñuelos [...]. Que este ejemplo te recuerde lo necesario: no entregarte al mal a causa de la pobreza, ni en las pruebas más dolorosas permanecer inactivo y sin energía por haber desechado toda esperanza, sino refugiarte en Dios. Si él provee a la golondrina de tales bienes, ¡cuánto más se acordará de aquellos que lo invoquen de todo corazón!» (S. BASILIO MAGNO, Homilías sobre el Exameron, 8,5). 614 Sumisión a las autoridades.—«Que toda persona se someta a las autoridades que presiden (Rom 13,1). De esto Pablo dijo bastantes cosas en sus cartas, sometiendo los subditos a los príncipes. Lo hace para enseñarnos que Cristo no dio sus leyes para quitar de en medio el gobierno político, sino para enmendar, de manera que no se hagan guerras superfluas e inútiles. Ya bastan las asechanzas que se nos preparan por causa de la verdad. Observa cuan oportunamente aborda esta cuestión: después de recordar consignas útiles a los amigos y a los enemigos, a los que van bien las cosas y a cuantos lo pasan mal, cosas útiles a los que están necesitados y a todos, y haber intercalado la vida propia de ángeles, quitó de en medio la ira, reprimió la arrogancia y volvió a la mansedumbre en todas las ocasiones (c. 12). Y aborda entonces este tema. Porque, si conviene devolver lo contrario a quienes nos injurian, mucho más conviene que obedezcamos a aquellos que nos benefician con el ejercicio de su autoridad. Y esto lo pone al final de su exhortación y, manteniendo que manda a todos, incluidos los sacerdotes y los monjes, no sólo a los laicos, declara desde el comienzo diciendo: Que toda persona se someta a las autoridades que presiden, aunque seas apóstol, aunque seas evangelista y profeta, o ejerzas cualquier otro ministerio. Esta sujeción no impide la piedad. Y no dijo: obedezca, sino esté sometida. Es lo primero, ya que está de acuerdo con lo dispuesto por Dios. Pues no hay autoridad que no venga de Dios. ¿Que dices? ¿Todo gobernante ha sido puesto por Dios? No digo eso, no hablo ahora de cada uno de los gobernantes, sino de la institución misma. El que haya gobiernos, que unos manden y otros les estén sometidos; que las cosas no marchen al acaso y de cualquier forma, siendo los pueblos como las olas del mar que van.de acá para allá, digo que es cosa de la sabiduría divina. Por eso no dijo: no haya principes si no es puestos por Dios, sino que trata la cosa en sí, diciendo: no hay autoridad que no venga de Dios, y las que existen han
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sido establecidas por Dios. Lo mismo que en el matrimonio, instituido por Dios, se unen el hombre y la mujer. Mas no hay que pensar que es Dios quien une a cada uno de los que se unen a sus mujeres; vemos con frecuencia a muchos que lo hacen mal. Y esto no lo hemos de atribuir a Dios» (S. JUAN CRISÓSTOMO, Comentario a la Carta a los Romanos, 23,1). 615 Grandeza de alma en la practica de las virtudes.—«Entre los antiguos la sabiduría se manifestaba más con obras que con las palabras; prefirieron al ejercicio de la lengua la grandeza de la inteligencia, reflejada en el silencio. Honra la castidad como Dios mismo. Es bueno hacer el bien y es malo pensar cosas vergonzosas. Todo lo que tú piensas, aunque no lo pongas por obra, ya es grave en tu espíritu, el mal como el bien. El hombre bueno es como el espíritu de Dios. El sabio, con sus consejos, es un profeta para quienes necesitan de él. El que ha abandonado la verdad y se refugia en su apariencia será entregado a la muerte por su propio refugio. Esas riquezas, que no has de conservar, no las pidas a Dios; no conviene dejarse arrebatar los dones recibidos de Dios. Estimula más bien tu alma; que su sabiduría te higa conocer lo que es justo y tu voluntad cumpla lo que está mandado. Quien se complace con los malhechores es peor que ellos. Las palabras impuras sólo son charlatanería y ruido inútil. En el mucho charlar no falta pecado (Prov 10,19). Ello es índice de un alma indisciplinada. Los discípulos pidieron a uno de sus maestros que les dijese cuál es el bien que arrastra consigo todos los otros. Él les respondió: La sabiduría; porque todos pueden ser conocidos por sus contrarios. A la opulencia se opone la pobreza, al amor la muerte, a la gloria la ignominia, a la fuerza la enfermedad. Pero la grandeza de alma permanece siempre allí donde se encuentra; ella libera al rico de las molestias de las riquezas, consuela al pobre de los disgustos en la necesidad; ella reconforta a los ancianos, educa a los niños y conserva en la castidad a los jóvenes. ¡Cuántas veces ella se contiene junto al naufragio, como un pequeño navio! ¡Es la virtud, que triunfa de todas las cosas!» (S. EFRÉN, Comentario al Diatesaron, 22,3-4). 616 «A Dios lo que es de Dios y al César lo que es del César».— «¡Oh respuesta verdaderamente admirable y claridad absoluta de la palabra celestial! Todo está allí dosificado, entre el desprecio del mundo y la ofensa del César (Mt 22,21). Declarando que es necesario dar al César lo que es del César, ha liberado a los espíritus consagrados a Dios de toda preocupación y deber hu-
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mano. En efecto, si nada de lo que pertenece al César se retiene en nuestras manos, nosotros no quedamos ligados por la obligación de devolver las cosas que son suyas; si, por el contrario, nos dedicamos a sus cosas y nos sometemos como necesario al cuidado del patrimonio ajeno, no es injusticia devolver al César lo que es del César y tener que dar a Dios las coséis que son suyas: el cuer* po, el alma, la voluntad. Es Dios, en efecto, quien da y acrecienta estos bienes que tenemos y, por consiguiente, es del todo justo devolver todo esto a él; a quien se nos recuerda debemos su origen y su progreso» (S. HILARIO DE POITIERS, Comentario al Evangelio de San Mateo, 23,2). 617 Virtudes cardinales.—«Los sabios de Grecia han observado, en efecto, que en todo hombre sabio hay logjstikon, thymetikon, epithymetikon y dioratikon. Para los latinos: la prudencia, la fortaleza, la templanza y la justicia. La prudencia pertenece a la razón humana; la fortaleza al vigor de una virtud recia, que desprecia la muerte; la templanza, vinculada a la santa caridad, desdeña los placeres del cuerpo al contemplar los misterios celestiales; la justicia parece instalada en un tribunal elevado: ve y juzga todo, nacida para los otros, no para ella misma, atiende menos a sus propias ventajas que al bien común. Y es a buen derecho que el alma que cumple la justicia reciba el emblema del águila: huye lo terrestre, se eleva y se entrega por entero al misterio del cielo, y recibe su gloria de la resurrección como premio de su equidad. Así se le dice: Tu juventud se renovara como la del águila (Sal 102,5)» (S. AMBROSIO, De la Virginidad, 114). 618 La paz, obra de la justicia; el culto de la justicia, el silencio.— «La obra de la justicia será la paz (Is 32,17). También la paz será obra de la justicia; aquella que, según el Apóstol, supera todo sentido (Flp 4,7). Y el culto de la justicia, el silencio, para que adores al Señor no con muchas palabras de los judíos, sino en la brevedad de la fe; y descansen seguros con la paz eterna, y sus riquezas estén en sus tabernáculos, de los que hablaba el Apóstol: Siempre doy gracias a mi Dios a propósito de vosotros, por la gracia de Dios que se os concedió en Cristo Jesús; porque en él fuisteis enriquecidos en todo, en toda clase de palabra y en toda clase de conocimiento (1 Cor 1,5). Pues cuando el pueblo cristiano se siente o habite en la belleza o, como tradujeron los LXX: en la ciudad de la paz, no hay duda de que entonces, en la Iglesia, el granizo, la tempestad y la ira del Señor, abandonada al furor, descienda al bosque [...] y la ciudad de Jerusalén se humillará [.*.]» (S. JERÓNIMO, Comentario sobre el profeta Isaías).
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619 Jesucristo, buen pastor, da la vida por sus ovejas.— «Pastorea a tu pueblo con el cayado, a las ovejas de tu heredad, a las que habitan apartadas en la maleza, en medio del Carmelo. Pastarán en Basan y Galaad, como en tiempos antiguos, cuando saliste de Egipto y te mostraba mis prodigios. Los pueblos verán y se avergonzarán con toda su fortaleza. Se llevarán la mano a la boca y se taparán los oídos: Que muerdan el polvo como serpientes, como gusanos de la tierra. Temblando saldrán de sus baluartes, adorarán al Señor y le temerán (Miq 7,14-17). Habla Dios Padre a su Hijo, esto es, a nuestro Señor Jesucristo, para que, como es buen pastor y dala vida por sus ovejas (Jn 10,17), apaciente a su pueblo con su cayado y a las ovejas de su heredad. Y no pensemos que las ovejas y los pueblos son los mismos; en otro lugar leemos: Nosotros somos su pueblo, el rebaño que él guía (Sal 94,7). £1 pueblo se refiere a aquellos que son razonables, las ovejas a aquellos que, no usando aún su razón, se contentan con su simplicidad y se dice que son de la heredad de Dios» (S. JERÓNIMO, Comentario sobre el profeta Miqueas). 620 A quien más se le perdona, más tiene que amar.— «Aprovecha, te ruego, la ocasión y haz de la necesidad virtud. No se mira en los cristianos los comienzos, sino el final. Pablo empezó mal y terminó bien; los comienzos de Judas son dignos de alabanza, pero el término, que fue la traición, es digno de condenación. Lee a Ezequiel: La justicia del justo no lo librará en el momento en que pecare, y la impiedad del impío no le dañará en el momento en que se convirtiere de su iniquidad (Ez 33,12). En ella se apoya el Señor, que tiende la mano a los cansados y, por la contemplación de sí mismo, sostiene los pies fatigados de los que suben. Pero así como no quiere la muerte del pecador sino que se convierta y viva, así aborrece a los tibios y muy pronto lo provocan a náuseas. Aquel a quien más se le perdona, más tiene que amar (Le 7,47)» (S. JERÓNIMO, Cartas, 54, «a Flavia sobre la guarda de la viudez»). 621 Sólo la justicia de Dios es acabada.—«Toda la justicia de este mundo, en parangón con la de Dios, no es justicia [...], así, toda la justicia de los hombres, comparada con Dios, no merece el nombre de justicia. Finalmente, Pablo, que había dicho: Así, pues, cuantos somos perfectos, así sentimos (Flp 3,15), confiesa y clama en otro lugar: ¡Oh profundidad de las riquezas de la sabiduría y de la ciencia de Dios/ ¡Cuan inescrutables son sus juicios e irrastreables sus caminos! (Rom 11,33) [...]. Todo lo cual nos enseña que sola la justicia de Dios es acabada; de Dios, que hace salir el sol sobre justos e in-
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justos, da por igual su lluvia tardía y temprana a los que la merecen y a los que no, convida a sus bodas a gentes de las calles, de los rincones y de las plazas, busca y encuentra a la oveja que no podía o no quería volver, a ejemplo del hijo arrepentido, y hallada que la halla, la vuelve sobre sus hombros. Pues la pobre había sufrido mucho en su descarrío» (S. JERÓNIMO, Cartas, 21, «a Dámaso»| 39). 622 Quién es el que clama a Cristo.—«Mas ¿qué significa el clamar a Cristo, hermanos míos, sino responder con buenas obras a la gracia de Cristo? Digo esto para que no seamos tal vez estrepitosos en invocar y mudos en el obrar [...].;Quién es el que clama a Cristo! Clama a Cristo el que desprecia el mundo, clama a Cristo el que desprecia los placeres del siglo, clama a Cristo el que dice: El mundo está crucificado para mí y yo para el mundo (Gal 6,14); clama a Cristo quien esparce y da a los pobres para que permanezca su justicia por los siglos de los siglos [...]» (S. AGUSTÍN, Sermones, 82,13).
623 Uso recto de los bienes temporales.—«Vosotros no cesáis ni un momento de esperar los bienes temporales, a pesar de que tan frecuentemente fallan vuestras esperanzas; continuamente os inflama el deseo de que lleguen, cuando han llegado os corrompen y cuando han pasado os atormentan. ¿No son éstos los bienes que deseados enardecen, poseídos se envilecen y perdidos se desvanecen? También nosotros nos servimos de ellos por necesidad de nuestra peregrinación, pero no ponemos en ellos nuestro gozo, para no ser arrastrados cuando ellos se desmoronan. Usamos de este mundo como si no usáramos; para llegar a quien hizo el mundo y permanecer en él, gozando de su eternidad» (S. AGUSTÍN, Sermones, 157,5).
624 Fomentar el amor hasta que se convierta en llama grande.—«Por tanto, si mi palabra ha encontrado en vuestros corazones una chispa de amor desinteresado a Dios, alimentadla; para agrandarla, invocadle con la súplica, con la humildad, con el dolor de la penitencia, con el amor de la justicia, din las buenas obras, el llanto sincero, la vida irreprochable y la amistad fiel. Soplad sobre esa chispa de amor sano que existe en vosotros y alimentadla; cuando haya crecido y se haya convertido en una llama grande y hermosa, consumirá el heno de todos los deseos carnales» (S. AGUSTÍN, Sermones, 178,11). 625 Sólo un buen amor hace buena la vida.—«Una vida sólo la hace buena un buen amor [...]. El Evangelio en los PP. de la Iglesia
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No desaparezcan los bienes de la sociedad; existan, pero sea bueno el uso de los mismos. Hay bienes que no se hallan más que en los hombres buenos, y hay bienes comunes a los buenos y a los malos. Bienes que se hallan solamente en los buenos son: la piedad, la fidelidad, la justicia, la castidad, la prudencia, la modestia, el amor y cosas parecidas. Bienes que son comunes a los buenos y a los malos son: el dinero, el honor, el poder secular, la administración y la misma salud corporal. También estas cosas son bienes, pero requieren gente buena» (S. AGUSTÍN, Sermones, 311,11). 626 Los que sufren persecución por la justicia.—«Hermanos, si queréis imitar a los verdaderos mártires, elegid vuestra causa para poder decir a Dios: Júzgame, Señor, y distingue mi causa de la de la gente malvada (Sal 42,1). Distingue no mi pena, pues la misma la sufre la gente malvada, sino mi causa, que no la posee más que la gente santa. Elegios, pues, vuestra causal una causa buena y justa, porque dichosos los que sufren persecución por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos (Mt 5,10)» (S. AGUSTÍN, Sermones, 335G). 627 Anteponer el placer de la justicia a todos los placeres lícitos.—«Causan deleite al olfato las flores y los aromas, criaturas de Dios, pero también el incienso en los altares de los demonios. Aquello es lícito, esto ilícito. Causan deleite al gusto el alimento no prohibido, pero también los banquetes de los sacrificios sacrilegos. Lícito aquello, ilícito esto. Causan deleite los abrazos conyugales, pero también los de las meretrices. Una cosa lícita, ilícita la otra. Os habéis dado cuenta, hermanos, de que los sentidos corporales tienen placeres lícitos y placeres ilícitos. Sea tal el placer de la justicia, que venza hasta los placeres lícitos. Antepon la justicia a cualquier placer que lícitamente te deleite» (& AGUSTÍN, Sermones, 159,2). 628 La limosna, obra de justicia.—«La voz divina y profética, viendo el futuro como el presente, exhorta a los ángeles congregadores: Enviará a sus angeles y congregarán ante él todas las gentes. Congregadle sus justos. ¿Qué justos? Los que vivieron de la fe y ejecutaron las obras de misericordia. Pues éstas son las obras dejusticia. El Evangelio te dice: Guardaos de hacer vuestra justicia delante de los hombres para ser vistos por ellos (Mt 6,1-2). Y como si se le preguntase de qué justicia se trata, añade: Cuando dais limosna. Luego declara que la limosna es obra de justicia» (S. AGUSTÍN, Enarraciones sobre los Salmos, Sal 49,12). 629 Nuestro sábado, en el sosiego de la esperanza.—«Gozándonos en la esperanza. Nuestro sábado es, pues, el gozo en el
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sosiego de nuestra esperanza. En este salmo se recomienda y canta cómo el hombre cristiano no se perturba en el sábado de su corazón, es decir, en el descanso, en la tranquilidad y en la apacibilidad de su conciencia. De aquí que éste declara el origen de la erturbación de los hombres y, al mismo tiempo, te enseña a celerar el sábado en tu corazón» (S. AGUSTÍN, Enarraciones sobre los Salmos, Sal 91,2).
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630 No quieras derribar el puente de la misericordia de Dios.—«Si ya eres día, piensa en tu noche pasada. Si ya te hallas fijo en el cielo, piensa en la tierra. Tal vez hallarás que fuiste ladrón algún tiempo, y quizá se disgustó alguno, porque también tú, cometiendo el hurto, viviste y no moriste. Asi como tú, cuando lo cometiste, viviste para no cometerlo después, no quieras, porque tú ya pasaste, derribar el puente de la misericordia de Dios» (S. AGUSTÍN, Enarraciones sobre los Salmos, Sal 93,7). 631 Rectos de corazón, los que quieren lo que Dios quiere.— «¿Quiénes son los rectos de corazón? Los que quieren lo que Dios quiere. El perdona a los pecadores, tú quieres que ya los condene. Cuando tu quieres una cosa y Dios otra distinta, eres de corazón avieso y de voluntad perversa. Dios quiere perdonar a los malos, tú no quieres que los perdone. Dios es paciente con los pecadores, tú no quieres soportarlos. Como había comenzado a decir, tú quieres una cosa, Dios otra distinta; endereza tu corazón y dirígelo a Dios, porque el Señor se compadeció de los débiles. Ve en su Cuerpo, es decir, en su Iglesia, a los enfermos, que primeramente intentaron seguir su voluntad; pero al ver que la voluntad de Dios era otra cosa distinta a la suya, se encaminaron y dirigieron su corazón a aceptar y seguir el querer de Dios. No pretendas encauzar la voluntad de Dios a la tuya, sino endereza la tuya hacia Dios. La voluntad de Dios es como una regla. Mira, piensa que torciste tu regla. ¿De qué te valdrás para enderezarla? La de Dios permanece intangible; es una regla inmutable. Mientras hay una regla inmutable, tienes un medio de enderezar y corregir tu deformidad, tienes un medio de alinear lo que en ti está torcido» (S. AGUSTÍN, Enarraciones sobre los Salmos, Sal 93,18). 632 Necesidad de la gracia para cumplir la ley.—«Dios, pues, exige la continencia y la otorga. La exige por la ley y la otorga por la gracia. La exige por la letra, la otorga por el Espíritu. La ley sin la gracia hace que abunde el delito, y la letra, sin el Espíritu, mata. Nos manda para que, empeñados en ejecutar lo preceptuado y fatigados bajo la ley por nuestra debilidad, aprendamos a
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pedir el auxilio de la gracia, para que, si podemos ejecutar alguna obra buena, no seamos ingratos con quien nos ayuda. Eso es lo que hizo el sabio, pues la sabiduría le enseñó lo que era este don» (S. AGUSTÍN, Cartas, 257, «a Hilario»). 633 «La virtud se consuma en la flaqueza».—«Mas yo sé que en Dios no cabe impotencia! como tampoco injusticia. Sé que Dios resiste a los soberbios, mas a los humildes otorga su gracia. Sé que a aquel a quien le había sido dado el aguijón de la carne para que no se ensoberbeciese, el ángel de Satanás para que le abofetease, cuando preguntó a Dios una, dos y hasta tres veces, le fue respondido: Te basta mi gracia, porque la virtud se consuma en la flaqueza (2 Cor 12,7-9). Un misterio se oculta, pues, en lo escondido y profundo de los juicios de Dios, para que hasta la boca de los justos enmudezca en sus propias alabanzas y no se abra sino para cantar las alabanzas de Dios» (S. AGUSTÍN, Del espíritu y de la letra, 36,66). 634 Misericordia y verdad.—«Para comprender más completamente cuáles son las notas por las cuales debemos tender hacia los bienes prometidos por Dios, escuchemos las enseñanzas del profeta David: Todos los caminos del Señor son la misericordia y la verdad (Sal 24,10). La norma por la que los fieles deben conducirse viene del ejemplo de las buenas obras. Rectamente exige Dios la imitación de sí mismo a los que creó a su imagen y semejanza. En realidad, no entraremos en el honor de su gloria sino en cuanto se encuentre en nosotros la misericordia y la verdad. Por ellas, efectivamente, ha venido el Señor a los que quería redimir, por ellas los redimidos deben apresurarse hacia su Redentor, de modo que la misericordia del Señor nos haga misericordiosos y su verdad veraces. Así como el alma justa camina por la senda de la verdad, del mismo modo el alma buena va por la vía de la misericordia. Sin embargo, estos caminos no se separan jamás, como si cada uno de estos bienes debiera ser buscado por caminos diferentes y como si crecer en misericordia fuera una cosa y progresar en la verdad otra. El que es extraño a la verdad no es misericordioso, ni es capaz de justicia el que es ajeno a la misericordia. Quien no es rico en estas virtudes no practica ninguna de ellas. La caridad es el vigor de la fe, y la fe es la fuerza de la caridad. Las dos encuentran su verdadero nombre y su verdadero fruto cuando su unión permanece indisoluble. Donde no están juntas, faltan las dos, porque recíprocamente se ayudan y se iluminan» (S. LEÓN MAGNO, Sermones, 45, «sobre la Cua-
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635 Justicia y misericordia.—«Pues bien, hermanos míos, en la lección del Evangelio (Le 15,140) habéis oído que los pecadores y los publícanos se acercaron a nuestro Redentor y fueron recibidos, no sólo a conversar, sino también a comer. Visto lo cual por los fariseos, se indignaron. Deducid de esto que la justicia verdadera tiene compasión y la falsa justicia indignación; aunque también los justos suelen indignarse con los pecadores. Mas una cosa es lo que se hace por so berma y otra lo que se hace por el celo de la disciplina. Y asi, los justos muéstranse indignados, pero sin indignación; muéstranse desconfiados, pero no desconfían; parecen perseguir, pero aman; porque, si bien exterior mente extreman la reprensión velando por la disciplina, pero interiormente conservan la dulzura mediante la caridad, en su corazón aquellos a quienes reprenden los anteponen a sí mismos y, además, piensan que aquellos a quienes juzgan son mejores que ellos. Haciendo lo cual guardan a los subditos mediante la disciplina y a sí mismos por la humildad. Por el contrario, los que suelen engreírse de una falsa justicia desprecian a todos los demás y no conceden misericordia alguna a los débiles; y así, por lo mismo que no se tienen por pecadores, se hacen mucho más pecadores. Del número de ios cuales eran los fariseos, quienes, juzgando mal del Señor porque recibía a los pecadores, en su corazón reseco acusaban a la fuente de la misericordia» (S. GREGORIO MAGNO, Homilías sobre los Evangelios, 2,34). 636 Jesucristo Mediador, significado por la balanza.—«Si pudiera pesarse mi aflicción, y juntarse en la balanza mis desgracias... (Job 6,2-3). ¿Quién es significado por la balanza sino el Mediador entre Dios y los hombres? El cual vino a pesar el merecimiento de nuestra vida, y trajo juntas la justicia y la misericordia; pero la balanza de la misericordia, pesando más que la justicia, alivio con el perdón nuestras culpas; porque, hecho en las manos del Padre como una balanza de admirable igualdad, de una parte colgó de sí nuestra miseria y de otra nuestros pecados; y, muriendo, manifestó el trabajo de la muy grave carga, y demostró ser el pecado liviano ante su misericordia» (S. GREGORIO MAGNO, Tratados morales so-
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LIMOSNA Y A Y U N O «Yhabiendo ayunado cuarenta dios y cuarenta noches, sintió hambre» (Mt 4,2). «Cuando tú hagas limosna, no sepa tu mano izquierda lo que hace tu derecha,,. Y cuando ayunéis, no os pongáis ceñudos como los hipócritas, pues desfiguran sus rostros para figurar ante los hombres como ayunadores» (Mt 6,3.16). «Yles dijo: Ese linaje con nada puede salir, si no es con oración y ayuno» (Me 9,39). «Pero si, de lo que hay dad limosna y, sin mas, todo queda limpio para vosotros» (Le 11,41). 637 Valor de la limosna.—«El Espíritu Santo afirma y dice en las Escrituras: Los pecados se limpian con limosnas y la fe (Prov 16,6). Claro que no se refiere a aquellos pecados que se cometieron anteriormente al bautismo, pues ésos se limpian con la regeneración y la sanere de Cristo. En otro lugar afirma de nuevo: Como el agua apaga el fuego, así la limosna el pecado (Eclo 3,33). Aquí viene a decir que, así como en el baño bautismal se extingue el fuego del infierno, así con las limosnas y obras santas se apagan las llamas de los pecados. Y porque en el bautismo sólo una vez se perdonan los pecados, la práctica continua e incesante de la limosna de nuevo nos reconcilia con Dios a imitación del bautismo. En el mismo Evangelio nos lo enseña el Señor. Cuando fueron reconvenidos los discípulos por comer sin haberse lavado las manos, respondió: El que hizo lo de dentro, hizo también lo de fuera. Dad limosna y todo os será limpio (Le 11,40); como si enseñara que no deben lavarse las manos, sino el corazón; y que deben quitarse las manchas interiores más que las exteriores; pero el que ya ha purificado su interior, también ha comenzado a purificar lo exterior. Y si tiene limpia el alma, igualmente tendrá limpios el cutis y el cuerpo. Además, para enseñarnos y mostrarnos cómo podemos estar limpios y purificados, añadió que han de hacerse limosnas. Como él es misericordioso, advierte que se haga misericordia, y como quiere salvar a los que redimió a gran precio, enseña que los que se mancharon después del bautismo pueden de nuevo purificarse» (S. CIPRIANO, Sobre las buenas obras y la limosna, 2).
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638 La limosna saludable, obra excelente y divina*—«¡Cuál será la gloria, hermanos amadísimos, de los limosneros, qué inmenso y sumo gozo cuando el Señor hiciere el recuento de su pueblo y, asignando la recompensa prometida a nuestros méritos y obras, nos otorgue lo celestial por lo terreno, lo eterno por lo temporal, lo grande por lo pequeño; nos presente a su Padre, a quien nos restituyó por la consagración de nuestras almas; nos conceda la eterna inmortalidad para la que nos rescató con la vida que brotó de su sangre, nos conduzca de nuevo al paraíso, nos abra el reino de los cielos en cumplimiento verdadero de sus promesas! [...]. Excelente y divina obra es, hermanos amadísimos, la limosna saludable, poderosa ayuda de los creyentes, garantía de nuestra segura salvación, firme protección de la esperanza, amparo de la fe, medicina del pecado, cosa que está en mano de quien quiera hacerla, cosa magnifica y fácil, corona de la paz sin los riesgos de la persecución, verdadero j el mayor don de Dios, necesario a los flacos, glorioso para los fuertes. Con su ayuda el cristiano consime la gracia espiritual, merece de Cristo juez y hace cuenta que tiene a Dios por deudor» (S. CIPRIANO, Sobre las buenas obras y la limosna, 26). 639 La vanagloria.—«Quiere ahora el Señor desterrar de nosotros la más tiránica de las pasiones: aquella rabia y furor por la vanagloria que suele precisamente atacar a los que obran bien [...]. Y advertid por dónde empieza el Señor: por el ayuno, la oración y la limosna, pues en estas buenas obras es donde señaladamente suele anidar la vanagloria [...]» (S. JUAN CRISÓSTOMO, Homilías sobre el Evangelio de San Mateo, 19,1). 640 Instrumentos para adquirir la perfección.—«Los ayunos y las vigilias, la meditación de las Escrituras, la desnudez, la privación de todos los recursos no son la perfección, sino los instrumentos para adquirir la perfección; no constituyen, pues, el fin de esta disciplina, ellos no son sino medios por los que se llega al fin. Sería inútil aplicarse a ellos si se fija en ellos la intención del corazón, como si fuera el bien definitivo y, satisfecho con eso, no se pusiera todo el esfuerzo en alcanzar el fin por el que todas estas prácticas se deben realizar. Se tendrían los instrumentos de su arte; se ignoraría el fin, en el que, a pesar de todo, está el futuro que de ellos se espera. Lo que puede turbar la pureza y la paz de nuestra alma debe ser consiguientemente evitado como perjudicial, aunque parezca útil y necesario. Esta regla nos permitirá librarnos de la dispersión de un pensar vagabundo y de los errores; y llegar, siguien-
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do una dirección firme, al fin deseado» (JUAN CASIANO, Conferencias, 1. ,7). a
641 «Las limosnas no dejan ir a las tinieblas».—«Las limosnas no dejan ir alas tinieblas (Tob 4,11). Sabía bien de qué luz le hablaba al hijo; sabía bien qué luz brillaba en su hombre interior. £1 hijo llevaba de la mano al padre para caminar sobre la tierra; el padre se la daba al hijo para conducirle a la morada del cielo» (S. AGUSTÍN, Sermones, 88,16). 642 El predicador, legado de los pobres.—«No callaré a vuestra caridad por qué me vi obligado a pronunciar este sermón. Desde que estamos aquí, al ir para la iglesia y al volver de ella, los pobres vienen a mí para rogarme os diga que les deis algo. Nos avisan que os hablemos; y cuando nada se les da, piensan que con vosotros estamos perdiendo el tiempo. También esperan algo de Nos, y les damos cuanto tenemos y podemos; con todo, ¿acaso podemos aliviar las necesidades de todos? No pudiendo, en consecuencia, subvenir a las necesidades de todos, nos hacemos legados suyos ante vosotros. ¿Qué menos?» (S. AGUSTÍN, Sermones, 61,13). 643 «La limosna libra de la muerte».—«Y ¿de qué luz disfrutaba cuando estas cosas decía? Cierto, se hallaban cerrados sus ojos; sin embargo, decía: Hijo, da limosna; la limosna libra de la muerte (Tob 4,8-9). ¿Nada veía quien esto decía? Sí veía, sí; no las cosas blancas y negras, sino las justas e injustas; discernía no los colores, pero sí las conductas; no la luz, sino la virtud. ¡Dichoso tal hijo que oía a un tal ciego; ciego en la carne, pero con ojos en el corazón!» (S. AGUSTÍN, Sermones, 125A,5). 644 Patrimonio del pobre y patrimonio del rico.—«En efecto, el patrimonio del pobre es la salud, cuya ausencia hace amargos al rico todos sus bienes. Quiza puedas encontrar un pobre que no tenga necesidad del patrimonio del rico, pero no encontrarás a un rico a quien no sea necesario el patrimonio del pobre» (S. AGUSTÍN, Sermones, 359A,6). 645 Las cosas superfluas de los ricos, necesarias a los pobres.—«Ved que no sólo son pocas las cosas que os bastan, sino que ni el mismo Dios exige muchas de vosotros. Reclama cuanto te dio, y de ello toma cuanto te basta; las demás cosas que como superfluas tienes arrinconadas, son necesarias para otros. Las cosas superfluas de los ricos son las necesarias de los pobres. Se poseen bienes ajenos cuando se poseen bienes superfluos» (S. AGUSTÍN, Enarraciones sobre los Salmos, Sal 147,12).
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646 Ayuno cuaresmal y limosna.—«Lo que cada cristiano debe hacer en todo tiempo, amadísimos, hay que hacerlo ahora con más fe y amor; de este modo satisfaremos con esta instrucción apostólica de ayunar cuarenta días, no sólo reduciendo nuestro alimento, sino principalmente absteniéndonos de pecado. Puesto que esta mortificación tiene por fin suprimir los focos de los deseos carnales, ninguna abstinencia es tan ventajosa como aquella por la que somos sobrios de malos deseos y ayunamos de acciones inmorales. Tal devoción no abandona a los enfermos ni descuida ni abandona a los inválidos, pues aun en este cuerpo lánguido e inútil se puede encontrar un alma sana si los fundamentos de la virtud se aseguran donde antes tuvo su asiento el vicio. El mal de una carne enferma es tal que con frecuencia sobrepasa los límites de un sufrimiento impuesto voluntariamente, tanto que el espíritu cumple las partes de su oficio, y el que no usa del festín para el cuerpo, no se nutre de ninguna iniquidad. Pero nada se une más útilmente a los ayunos razonables y santos que estas buenas obras que son las limosnas. Con el nombre de obras de misericordia se conocen también los actos laudables de bondad, gracias a los cuales las almas de todos los fieles pueden tener el mismo valor. El amor, que se debe igualmente a Dios y a los hombres, jamás es impedido por tantos obstáculos que no sea siempre libre de querer el bien. Si los ángeles han dicho: Gloria a Dios en el cielo, y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad (Le 2,14), es que no sólo la virtud de la benevolencia, sino también el don de la paz hacen felices a los que, por su caridad, compadecen toda miseria de los que sufren» (S. LEÓN MAGNO, Sermones, 44, «sobre la Cuaresma»). 647 La Cuaresma, preparación para participar en la muerte de Cristo.—«Al acercarse la solemnidad pascual, he aquí que llega, amadísimos, el ayuno que acostumbra a precederla, ayuno que debe ser observado durante cuarenta días para la santificación de nuestros cuerpos y de nuestras almas. Es, en efecto, la mayor de todas las fiestas que hemos de recibir, y debemos prepararnos a ella con esta observancia, para que, muertos en su pasión, seamos resucitados con él en su resurrección (Col 3,3-4). Pero ¿cómo participaremos en la muerte de Cristo sino dejando de ser lo que fuimos? Y ¿cuál será la semejanza de su resurrección si no abandonamos nuestra antigua vida? Por eso el que comprende lo que es el misterio de su renovación debe despojarse de los vicios de la carne y arrojar todas las manchas del pecado, para
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entrar en el banquete nupcial con el vestido resplandeciente de sus virtudes (Mt 22,11-12). Sin duda, el esposo, en su bondad, invita a todo el mundo a tomar parte en su banquete real. Pero todos los que son llamados deben aplicarse a no ser hallados indignos de los alimentos sagrados. Sin embargo, algunos abusan de la paciencia de Dios y, no teniendo la conciencia libre, se aseguran de su larga impunidad. Mas el castigo es sólo diferido, para que tengan tiempo para corregirse. Nadie, pues, so pretexto de que no ha recibido lo que merecía, tarde en acudir a la misericordia de nuestro Dios, que no quiere la muerte del pecador, sino que se convierta y viva (Ez 33,11). Lo que es diferido no se suprime; y el que no ha buscado el perdón, no ha evitado, por lo mismo, la condenación» (S. LEÓN MAGNO, Sermones, 49, «sobre la Cuaresma»). 648 La limosna, un buen negocio.—«El pobre hambriento es un tesoro para el rico; no gasta sino que conserva la limosna que le ha sido dada. El cuerpo muere, el nombre vuelve al polvo, mas las obras santas perduran y, en el día del juicio, aquel que no era capaz de procurarse la comida será capaz de testimoniar a favor suyo; no será el testimonio conveniente de sus propias acciones, pero se le creerá inmediatamente cuando hable de tus obras. ¡Mira hasta qué punto es verdad que la limosna es un negocio!» (S. MÁXIMO DE TURÍN, Sermones, 27,1). 649 En tiempo cuaresmal, el cristiano debe producir rosas de sus espinas.—«Ahora todas las criaturas están de parto, para presentarse después con sus frutos. Entonces, en efecto, inesperadamente la espina llevará consigo la rosa, sobre el junco aparecerá el lirio, las varitas secas darán perfume y todo se adornará con flores, de tal modo que la naturaleza misma parecerá con su esplendor la fiesta del gran día. Así, pues, también nosotros, en este mismo tiempo de ayuno, debemos producir rosas de nuestras espinas, esto es, justicia de nuestros pecados, compasión de la inmisericordia, generosidad de la avaricia. En efecto, tales son las espinas de nuestro cuerpo, que punzan el alma, de las que dice la Escritura: La tierra te producirá cardos y espinas (Gen 3,18). Mi tierra dará espinas cuando me intoxica con las blandenguerías de la concupiscencia carnal; me produce tribulaciones cuando se atormenta con la codicia de las riquezas mundanas. Para el cristiano es una espina la avaricia, la ambición es espina para el hombre capaz; parecen dar placer, pero en cambio hacen
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daño. De ellas no podemos defendernos si no es con la vigilancia y el ayuno. Así, en virtud de la abstinencia, esas mismas espinas se convierten en rosas. £1 ayuno puede transformar la concupiscencia en castidad, la soberbia en humildad, la gula en frugalidad. Estas son las flores de nuestra vida, que huelen suavemente por Cristo, que dan buen olor a Dios, como dice el Apóstol: Porque somos el buen olor de Cristo por Dios (2 Cor 2,15)» (S. MÁXIMO DE TURÍN, Sermones, 66,3). 650 La limosna y el pago de los impuestos.—«Está, pues, contento y alegre el que socorre a los pobres. Y es ciertamente justo que lo este quien conquista para sí los eternos tesoros celestes con pocas monedas; mientras, al contrario, está siempre triste y melancólico quien paga los tributos, y es lógico que esté triste aquel que es forzado a pagar no por el amor, sino por el temor. Por esto, quien da a Cristo es feliz, quien da al César está triste, porque el uno es movido a pagar por el amor, el otro obligado por el temor; aquél alentado por los premios, éste se ve obligado por los castigos» (S. MÁXIMO DE TURÍN, Sermones, 71,3). 651 Enviemos por delante nuestros tesoros al cielo.—«El labrador, si no mete la reja con fuerza, si no ahonda el surco, si no quita las espinas y arranca la hierba, si no coloca la semilla en sitio seguro, se engaña a sí mismo, no a la tierra; no perjudica a la tierra, sino que se priva del fruto [...]. ¿Qué hará? ¿Qué tendrá? ¿Qué encontrará? Quien miente a Dios deja hambrienta su carne y fomenta la hipocresía. Y, pues hemos puesto el ejemplo del labrador, sepa que se fatiga inútilmente y no recogerá fruto alguno aquel que, oprimiendo el arado del ayuno, arrancando la hierba de la gula y las espinas de la lujuria, no haya esparcido alguna simiente de misericordia. El Señor lo quiere poner de manifiesto cuando, al hablar del ayuno, añade en seguida: No acumuléis tesoros en la tierra, donde los consume la polilla y el orín los corrompe, y donde los ladrones perforan el muro y roban; atesorad, en cambio, tesoros en el cielo, donde ni la polilla ni el orín los estropean, y donde los ladrones no perforan ni roban (Mt 6,19-20). ¿Qué cosa más paternal? ¿Qué palabra más inspirada por el amor? ¿Qué consejo más urgente de la caridad? Quiere que nada se pierda el que quiere que todos nuestros bienes se guarden en los tesoros celestiales. ¡Cómo duerme seguro quien ha merecido tener a Dios por custodio de sus propios bienes! ¡Cómo vive sin preocupaciones, cómo se libra de la angustia ni tiene ansiedad! ¡Cómo está libre de la soberbia de los esclavos el que confía al Padre la protección de sus propios bienes!
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El padre que reparte entre los hijos sus bienes no disminuye aquellos que sus hijos le han confiado. No sabe qué es ser padre, ni qué es ser hijo, quien no se fía del padre. Los cerrojos no evitan la polilla, la llevan consigo; la favorecen, no la excluyen. Los bienes puestos bajo llave alimentan la herrumbre, no la impiden: en efecto, lo que nace de la materia no se puede impedir. Cuando la ocasión llega, los ladrones no pueden faltar. Por eso, el que pone sus bienes entre la polilla, el orín y los ladrones, expone lo suyo, no lo guarda. Como en el vestido nace la polilla, en el hierro el moho, en la ocasión el robo, así, de la riqueza se deriva la avaricia, de la ganancia la codicia, de la posesión la manía de poseer. El que quiera, por tanto, vencer la avaricia, matar la ambición, extinguir la codicia, que se aparte de las riquezas, no las guarde. Enviemos por delante nuestros tesoros al cielo, hermano. Ahí están los pobres para transportarlos; ellos pueden llevar al cielo nuestros bienes. Que ninguno dude de estos mozos de cuerda; se trata de un transporte absolutamente seguro, gracias al cual nuestros bienes son llevados a Dios con la garantía de Dios» (S. PEDRO CRISÓLOGO, Sermones, 7). 652 El ayuno, muerte de los vicios y vida de las virtudes.— «El ayuno es la muerte de los vicios, la vida de las virtudes. El ayuno es paz para el cuerpo, belleza de los miembros, adorno de la vida. El ayuno es fuerza para la mente, vigor para las almas. El ayuno es fortaleza de la caridad, piedra del pudor, ciudadela del magisterio, disciplina de las disciplinas. El ayuno es viático saludable para quien camina con la Iglesia. El ayuno, la primera invitación para la milicia cristiana. En todas estas virtudes el ayuno vigoriza, vence, triunfa, cuando combate a las órdenes de la misericordia. Misericordia y piedad son las alas del ayuno; son ellas las que lo levantan y lo llevan hasta el cielo; sin ellas vuelve a caer por tierra. El ayuno sin la misericordia es simulacro del hambre, apariencia inútil de la santidad. Sin la piedad, el ayuno es ocasión de avaricia, no es propósito de frugalidad. Vana es la frugalidad cuando enflaquece el cuerpo si al mismo tiempo engrosa la bolsa. El ayuno sin misericordia es pura ficción. Donde está la misericordia, allí está también la verdad, como testimonia el profeta: La misericordia y la verdad se encuentran (Sal 84,11). El ayuno sin misericordia no es virtud, sino hipocresía, como dice el Señor: Cuando ayunéis no pongáis cara triste, como los hipócritas, que ponen cara mustia para que los demás se enteren de que están ayunando (Mt 6,16)» (S. PEDRO CRISÓLOGO, Sermones, 8).
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653 Oración, misericordia y ayuno.—«Tres son, hermanos, los resortes que hacen que la fe se mantenga firme, la devoción sea constante y la virtud permanente. Estos tres resortes son: la oración, el ayuno y la misericordia. Porque la oración llama, el ayuno intercede, la misericordia recibe. Oración, misericordia y ayuno constituyen una sola y única cosa y se vitalizan recíprocamente. El ayuno, en efecto, es el alma de la oración y la misericordia la vida del ayuno. Que nadie trate de dividirlos, pues no pueden separarse. Quien posee uno solo de los tres, si al mismo tiempo no posee los otros, no posee ninguno. Por tanto, quien ora, que ayune; quien ayuna, que se compadezca; que preste oídos a quien le suplica aquel que, al suplicar, desea que se le oiga, pues Dios presta oídos a quien no cierra los suyos al que le suplica. [...]. Que el que ayuna entienda bien lo que es el ayuno; que preste atención al hambriento quien quiere que Dios preste atención a su hambre; que se compadezca quien espera misericordia; que tenga piedad quien la busca; que responda quien desea que Dios le responda a él. Es un indigno suplicante quien pide para sí lo que niega a otro. Díctate a ti mismo la norma de la misericordia de acuerdo con la manera, la cantidad y la rapidez con que quieres que tengan misericordia contigo. Compadécete tan pronto como quieras que los otros se compadezcan de t i . En consecuencia, la oración, la misericordia y el ayuno deben ser como un único intercesor en favor nuestro ante Dios, una única llamada, una única y triple petición» (S. PEDRO CRISÓLOGO, Sermones, 43). 654 El amor al pobre.—«¿No es extraordinario y sublime escuchar que precisamente aquel que cubre el cielo está desnudo en el pobre? ¡La riqueza del universo tiene hambre en el hambriento, la fuente de las fuentes tiene sed en el sediento! ¿Cómo no nos hace dichosos el entender que sea tan pobre aquel para quien resulta estrecho el cielo, que sea pobre en el pobre quien enriquece el mundo; que suplique un pedazo de pan, un vaso de agua, el dispensador de todos los bienes; que, por amor al pobre, Dios se humille hasta el punto no de socorrer al pobre, sino de ser pobre él mismo? Tuve hambre, dice, y me disteis de comer (Mt 25,35). No dijo: tuvo hambre el pobre y le disteis de comer, sino yo tuve hambre y me disteis de comer. Declara como dado a él lo que recibe el pobre; dice es él quien come lo que ha comido el pobre, lo que bebe el pobre afirma que se le ha dado a él.
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¡De lo que es capaz el amor al pobre! Dios se gloría en el cielo de aquello que hace sonrojarse al pobre en la tierra, considerándose honrado con lo que es considerado como algo vergonzoso. Bastaría haber dicho: Me disteis de comer y Me disteis de beber; mas dice antes: Tuve hambre, tuve sed. Hubiera sido menor el amor del pobre si, después de haberlo acogido, no hubiese acogido también los sufrimientos del pobre. Cierto: el verdadero amor no se demuestra sino sufriendo. Amor verdadero es haber hecho propias las angustias del que está angustiado. Es extraordinario que agrade a Dios la comida del pobre. El que no tiene hambre de toda la creación se declara saciado con la comida del pobre en el reino de los cielos, delante de todos los ángeles, en la asamblea de los bienaventurados. Que Abel padeciera, que Noé salvó al mundo, que Abraham abrazó la fe, que Moisés trajo la Ley, que Pedro fue crucificado cabeza abajo, Dios lo calla y sólo declara que el pobre haya tenido qué comer. Lo primero en el cielo es el cuidado del pobre, la limosna dada al pobre. Es lo primero que se trae a examen. La recompensa del pobre está escrita, ante todo, en el diario divino. ¡Dichoso aquel cuyo nombre es leído por Dios tantas veces cuantas en el cielo se mantiene el derecho del pobre!» (S. PEDRO CKflyÓLOGO, Sermones, 14). 655 Misericordia y justicia.—«Cuando suministramos, pues, algunas cosas necesarias a los indigentes, les devolvemos lo que es suyo, no damos generosamente lo nuestro: satisfacemos una deuda de justicia más bien que realizar una obra de misericordia, y por eso la misma Verdad, cuando habla de que se ha de practicar cautamente la misericordia, dice: Guardaos de hacer vuestras obras en presencia de los hombres, con el fin de que os vean (Mt 6,1); y ensalzando esta doctrina, el Salmista dice: Derramó a manos llenas sus bienes entre los pobres, su justicia permanece eternamente (Sal 111,9). Al hablar, pues, de esta largueza dispensada a los pobres, quiso ante todo llamarla no misericordia, sino justicia, porque lo que da el Señor de todos sin duda es justo que quien lo recibe lo use como común. También por esto dice Salomón: El justo da y nunca cesa (Prov 21,26)» (S. GREGORIO MAGNO, Regla Pastoral, 3,21). 656 Los bienes terrenos los perdemos guardándolos y los ganamos dándolos.—«El rico, cuando durmiere, no llevara nada consigo; abrirá sus ojos y no hallará nada (Job 27,19). Con la cual sentencia concordando el salmista dice: Turbáronse todos los ignorantes de corazón; durmieron su sueno y no hallaron nada en sus manos todos los varones de las riquezas (Sal 75,6). Por-
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que, para que los ricos hallen algo en su mano después de la muerte, amonéstales el santo Evangelio antes que mueran en qué manos han de poner sus riquezas, diciendo: Haceos amigos con las riquezas de la maldad, porque cuando falleciereis os reciban "en las eternas moradas (Le 16,9). El rico, cuando durmiere, no llevará nada consigo; porque es de saber que consigo llevaría sus cosas muriendo si cuando vivía se las quitara de sí mismo a la voz de quien se las pedía. Porque todas las cosas terrenas que perdemos guardando, las guardamos dándolas; y nuestro patrimonio, siendo retenido, se pierde y, distribuido, permanece; porque no podemos durar mucho tiempo con nuestras cosas, pues que o las abandonamos nosotros muriendo, o ellas pereciendo nos desamparan mientras vivimos. Así que lo que debemos hacer es constreñir las cosas que abundantemente han de perecer para que pasen al galardón que nunca perece» (S. GREGORIO MAGNO, Tratados morales sobre el libro de Job, 18,28) m¿
xxni LAS PARÁBOLAS D E L R E I N O «Como concurriese gran muchedumbre y viniese a él gente de toda dudad, díjoles por vía de parábola: Salió un sembrador a sembrar su semillaf...]» (Le 8,4ss). «Y con muchas parábolas semejantes les hablaba la palabra, pero en particular a sus discípulos se lo aclaraba todo» (Me 4,33-34). «Todas estas cosas habló Jesús en parábolas a las turbas, y sin parábolas nada les hablaba» (Mt 13,34). 657 El grano de mostaza.—«El reino de Dios es parecido a un grano de mostaza [...] (Le 13,19). Bella semejanza, y apta para demostrar las cosas que estaban ocurriendo, esto es, las que se producían con la divina y sagrada predicación del Evangelio, llamada también reino de Dios; pues por el Evangelio alcanzamos a reinar con Cristo. Por cierto, el reino de Dios, proclamado entonces a pocos, se dilató después y fue pro-
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pagado a todos los pueblos [...]. Así como el grano de mostaza, el más pequeño de todas las semillas, crece y se hace más alto que cualquiera otra legumbre, de manera que los pájaros del cielo anidan en sus ramas, también el reino de los cielos, esto es, la predicación nueva y saludable, por la que somos llevados a las mejores obras y conocemos al que por su naturaleza es el verdadero Dios, aunque al principio alcanzaba a pocos, breve y reducida, después creció en amplitud, de forma que viene a servir de acogida a los que acuden allí, que son comparados a los pajarillos, ya que nuestras cosas, comparadas con Dios, son muy pequeñas» (S. C I R I L O D E A L E J A N D R Í A , Comentario al Evangelio de San Lucas). 658 La interpretación de las parábolas, besos del Esposo.— «¡Que me bese con los besos de su boca! (Cant 1,2). En efecto, mientras fue incapaz de captar la pura y sólida doctrina del Verbo mismo de Dios, recibió por necesidad besos, esto es, pensamientos de la boca de los maestros; pero cuando por propio impulso haya comenzado ya a distinguir lo oscuro, a desenredar lo intrincado, a desvelar lo implícito y a explicar con apropiadas fórmulas de interpretación las parábolas, los enigmas y las sentencias, crea que entonces es cuando recibe ya los besos de su propio esposo, esto es, del Verbo de Dios» ( O R Í G E N E S , Comentario al Cantar de los Cantares, 1). 659 Los obreros enviados a la viña.—«Salió por la mañana, ala hora de tercia, a la hora de sexta, a la de nona y ala hora undécima (Mt 20,1-6). Les dio lo mismo a los primeros que a los últimos (Mt 20,9-12); recibieron cada uno un denario —la imagen del rey—. Todo esto significa el pan de la vida, que es lo mismo para todo hombre; único es el remedio de vida para aquellos que lo toman. En el trabajo de la viña no se puede reprochar la bondad del dueño, y nada se encuentra reprensible en su justicia. El ha dado lo que se había convenido (Mt 20,2-13) y, en su bondad, se ha mostrado clemente como él ha querido. En vista de estas enseñanzas ha propuesto Nuestro Señor esta parábola. Por estas palabras: ¿No puedo yo hacer en mis asuntos lo que quiero? (Mt 20,15), él lo ha puesto de manifiesto. Esta parábola conviene a todas las generaciones hasta el fin del mundo. El ha significado que la parábola mira tanto a los tiempos presentes como al fin del mundo. ¿Quién como Dios ha otorgado a los justos más recientes la vida bendita de los primeros justos? Entre ellos, que fueron contratados a la mañana, ¿no había también niños que murieron? Abel, entre ellos, murió joven; ¿murmuraría de él Set, que lo había reemplazado? [...]» (S. E F R É N , Comentario sobre el Diatesaron, 15,17).
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660 Un tesoro escondido en un campo.—«El reino de los cielos es semejante a un tesoro escondido en un campo... (Mt 13,44). Con la parábola del tesoro en el campo, él muestra las riquezas de nuestra esperanza puesta en él. Efectivamente, Dios ha sido encontrado en un hombre; para comprarlo deben ser vendidas todas las riquezas de este mundo. Así adquiriremos las riquezas eternas del tesoro celestial, dando vestido, comida y bebida a quienes de ello tengan necesidad. Mas es necesario observar que el tesoro se ha encontrado escondido [...]. El tesoro ha estado escondido porque debía ser comprado también el campo. En efecto, con el tesoro en el campo, como hemos dicho, se entiende Cristo encarnado, que se encuentra gratuitamente. La enseñanza de los Evangelios es de suyo completa. Pero no hay otro modo de utilizar y poseer este tesoro con el campo si no es pagando, ya que no se poseen las riquezas celestiales sin sacrificar el mundo» (S. H I L A R I O DE PorriERS, Comentario al Evangelio de San Mateo, 13,7). 661 Parábolas de la misericordia.—«¿Quién es este padre, este pastor y esa mujer? ¿Acaso no representan a Dios Padre, a Cristo y a la Iglesia? Cristo te lleva sobre sus hombros, te busca la Iglesia y te recibe el Padre. Uno, porque es pastor, no cesa de llevarte; la otra, como madre, sin cesar te busca; y el padre te vuelve a vestir. El primero, por obra de su misericordia; la segunda, cuidándote; y el tercero, reconciliándote con él. A cada uno de ellos le cuadra perfectamente una de esas cualidades: el Redentor viene a salvar, la Iglesia asiste y el Padre reconcilia. En todo actuar divino está presente la misma misericordia, aunque la gracia varíe según nuestros méritos. El Pastor llama a la oveja cansada, es hallada la dracma que se había perdido, y el hijo, por sus propios pasos, vuelve al Padre, y vuelve a él plenamente arrepentido del error que le acusa sin cesar (Le 15,1-32). Y por eso, con toda justicia se ha escrito: Tú, Señor, salvarás a los hombres y a los animales (Sal 35,7). Y ¿quiénes son estos animales? El profeta dijo que la simiente de Israel era una simiente de hombres, y la de Judá, una simiente de animales (Jer 31,27). Y por eso Israel es salvado como un hombre y Judá recogido como una oveja» (S. A M B R O S I O , Tratado sobre el Evangelio de San Lucas, 7,208). 662 Las ramas del árbol del Evangelio.—«... hasta el punto que los pájaros del cielo vienen a anidar en sus ramas (Mt 13,32). Pienso que las ramas del árbol del Evangelio, que crecen del grano de mostaza, son los dogmas diversos, en los que descansa cada una de las aves dichas. Tomemos nosotros también alas de paloma para que, volando a las más altas, podamos habitar en las El Evangelio en los PP. de la Iglesia
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ramas de este árbol y hacernos nidos de las enseñanzas, huyendo de las cosas de la tierra y corriendo hacia las del cielo» (S. J E R Ó N I M O , Comentario sobre el Evangelio de San Mateo). 663 Parábola del tesoro escondido en el campo.—«El reino de los cielos es parecido a un tesoro escondido en el campo (Mt 13,44). Este tesoro en el que están encerrados todos los tesoros de la sabiduría y de la ciencia (Col 2,3) es la Palabra de Dios, que aparece encerrada en la carne de Cristo; o la Sagrada Escritura, en la que está guardada la noticia del Salvador. Cuando alguno lo encuentra en ellas, debe despreciar todas las ganancias de este siglo para poseer a aquel a quien encontró. Vende todo lo que tiene, para comprar aquel campo» (S. J E R Ó N I M O , Comentario sobre el Evangelio de San Mateo). 664 La oveja perdida.—«¿Qué os parece? Si uno tiene cien ovejas y se extravía alguna de ellas, ¿no dejará las noventa y nueve en los montes para ir a buscar la extraviada? Y si la encuentra, os digo de verdad que se alegra por ella más que por las noventa y nueve que no se han extraviado (Mt 18,12-13). Invita consecuentemente a la clemencia, que había anunciado diciendo: Mirad no despreciéis a uno de estos pequeñitos. Y propone a continuación la parábola de las noventa y nueve ovejas dejadas en el monte y de una perdida, a la que el buen pastor trae sobre sus hombros y la devuelve al rebaño, porque, por su debilidad, no podía andar. Algunos piensan que este pastor es el que, estando en forma de Dios, no tuvo como cosa apetecida ser igualé Dios sino que se anonadó a sí mismo, tomando forma de esclavo, hecho obediente hasta la muerte, y muerte de cruz (Flp 2,6-8). Y por eso descendió a la tierra, para salvar una oveja que se había perdido. Otros dicen que las noventa y nueve son el número de los justos, y la oveja perdida el pecador, según aquello: No he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores; pues no tienen necesidad de médico los sanos, sino los enfermos (Le 5,52-53)» (S. J E R Ó N I M O , Comentario sobre el Evangelio de San Mateo). y
665 El hijo pródigo.—«Yo soy como la oveja enferma, descarriada del resto de la manada, y si el buen pastor no me vuelve sobre sus hombros al aprisco, mis pasos resbalarán y, en el intento mismo de levantarme, daré conmigo en el suelo. Yo soy aquel hijo pródigo que ha malbaratado toda la parte de hacienda que mi padre me diera, y aún no me he postrado a los pies del que me engendrara, todavía no he empezado a repudiar los halagos de mis pasadas demasías. Y ahora que un tantico he comenzado no tanto a dejar
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mis vicios cuanto a quererlos dejar, el diablo trata de envolverme en nuevas redes. Ahora me pone ante los ojos nuevos obstáculos y rodea todo mar y todo océano. Ahora, puesto en medio de este elemento, no puedo ni avanzar ni retroceder. Sólo me queda que, por vuestras oraciones, me empuje el soplo del Espíritu Santo y me conduzca al puerto de la codiciada orilla» (S. JERÓNIMO, Cartas, 2, «a Teodosio y a los otros anacoretas que moran en el interior»). 666 Vuelta del hijo pródigo.—«F vino hasta su padre (Le 15,20). Venimos al padre apenas dejamos de apacentar los puercos, según aquello del profeta: Tan pronto como te conviertas y gimas, te salvarás (Is 30,15). Y estando aún lejos, lo vio su padre y se conmovió de lástima. Antes de volver por obras dignas y verdadera penitencia a su viejo padre, Dios, para quien todo lo futuro es ya un hecho y que sabe de antemano todo lo que ha de acontecer, se adelanta corriendo a su venida y, por su Verbo, que tomó carne de la Virgen, anticipa la vuelta del hijo menor. Y, corriendo hacia él, se le echó sobre el cuello. Antes vino él a la tierra que no entró el pecador en la casa de la confesión; se le echó sobre el cuello, es decir, tomó cuerpo humano, y, como Juan descansó sobre su pecho y tomó parte en sus secretos, así, por gracia más que por temor, impuso al hijo menor su yugo suave, es decir, los preceptos fáciles de sus mandamientos. Y lo besó, conforme a lo que la Iglesia, en el Cantar de los Cantares, suplica acerca del advenimiento del Esposo: Bésame con los besos de tu boca (Cant 1,1). No quiero, dice, que me hable por Moisés ni por los profetas; tome él mismo mi cuerpo, él mismo me bese en la carne» (S. JERÓNIMO, Cartas, 21, «a Dámaso», 18-21). 667 La dracma perdida.—«La Sabiduría de Dios había perdido la dracma. ¿Qué es la dracma? La moneda en la cual se halla esculpida la imagen de nuestro emperador, pues el hombre fue hecho a imagen de Dios y pereció. ¿Qué hizo la mujer prudente? Encendió la lámpara. La lámpara es de barro, pero tiene luz con la que se encuentra la dracma. Luego la lámpara de la Sabiduría, la carne de Cristo, está hecha de barro; pero luciendo con su Verbo, encontró los perdidos. La noche (es) luz en mis delicias. La noche se me convirtió en delicias. Nuestras delicias son Cristo» (S. AGUSTÍN, Enarraciones sobre los Salmos, Sal 138,14). 668 El Señor nos buscó cuando no le buscábamos.—«Tú, sin embargo, necesitas del servicio de tu siervo. El siervo necesita
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de tu bien, con el que lo alimentas; y también tú necesitas del bien de tu siervo, para que te ayude. No puedes proporcionarte el agua, no puedes cocinar, ni correr ante el caballo, ni curar a tu asno; advierte que necesitas de tu siervo; necesitas de su ayuda. No eres, pues, verdadero señor, ya que necesitas del inferior. £1 es verdadero Señor, porque no necesita en absoluto de nosotros; y ¡ay de nosotros si no le buscamos! Nada busca de nosotros y, sin embargo, nos buscó cuando no le buscábamos. Se había extraviado una oveja, la encontró con gozo, la volvió al aprisco, cargándola sobre sus hombros. ¿Acaso la oveja era necesaria al pastor, y no más bien el pastor a la oveja?» (S. AGUSTÍN, Exposición de la Epístola a los Partos, 8,14). 669 Envidia del hermano vuelto a casa del padre.—«Entre tanto, su hijo mayor estaba en el campo y, al volver y acercarse a la casa, oyó la música y las danzas... Entonces él se enfado y no quería entrar (Le 15,25-28). La música de la piedad hace huir al envidioso, la danza de la caridad lo aleja. La ley de la naturaleza le invita a venir hasta el hermano, a llegarse a la casa; la envidia no le permite acercarse, el rencor no le deja entrar. Mal antiguo es la envidia: el primer pecado, baba antigua, veneno secular, fuente de muerte. Fue ella la que, al principio, echó del paraíso al primer hombre y la que hizo caer a un ángel del cielo; ella, la que mantuvo al hijo mayor fuera de la casa paterna. Ella, la que armó a los descendientes de Abraham, el pueblo elegido, para que dieran muerte a su Creador y Salvador. La envidia, enemigo interior, no conmueve los muros del corazón ni rompe los cercos de los otros miembros, sino que impulsa al asalto del alcázar mismo de la carne; antes que se advierta que es señora del cuerpo, cautiva el alma y la hace su prisionera. Si queremos, por tanto, ser dignos de la gloria celestial y la felicidad del paraíso, habitar en la casa del Padre, que está en los cielos, y no ser acusados de parricidio celeste, estemos siempre vigilantes en la fe a la luz del espíritu, rechacemos y alejemos de nosotros las sombrías insidias de la envidia, reprimámosla con todos los resortes de las armas celestiales. Efectivamente, así como la. caridad nos une con Dios, la envidia nos separa de Dios» (S. PEDRO CRISÓLOGO, Sermones, 4).
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SEGUIMIENTO DE CRISTO «Y les dice: Venid en pos de mí, y os haré pescadores de hombres. Y ellos, dejadas las redes, fueron tras él» (Mt 4,19-20). «Yllegándose un escriba, le dijo: Maestro^ te segpiré adonde quiera que vayas. Y le dice Jesús: Las zorras tienen madrigueras y las aves del cielo nidos; mas el Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza» (Mt 8,19-20). «Y decía a todos: Si alguno quiere venir en pos de mí, niegúese a sí mismo, tome su cruz cada día y sígame» (Le 9,23). • Vuelto Jesús y viendo que le iban siguiendo, les dice: ¿Qué buscáis? Ellos le dijeron: Rabí (que quiere decir «Maestro»), ¿dónde moras? Díceles: Venid y lo veréis. Vinieron, pues, y vieron donde moraba, y se quedaron con él aquel día» (Jn 1,38-39).
670 Camino ascendente y caminos tenebrosos.— «Conociendo, querido Marciano, tu empeño por caminar en la piedad —la sola cosa que conduce al hombre a la vida eterna—, te felicito; y te pido que, guardando intacta la fe, agrades a Dios, tu Creador [...]• Porque, para todos aquellos que ven, sólo hay un camino —ascendente—, iluminado por la luz celestial; mas para los que no ven hay muchos caminos tenebrosos que van en sentido opuesto. Aquél conduce al reino de los cielos, uniendo al hombre con Dios; pero éstos van a parar a la muerte, apartando al hombre de Dios. Para ti y para cuantos se preocupan de su salvación es indispensable caminar, gracias a la fe, con paso firme y seguro, sin desviarse, para evitar que, si se detienen y se abandonan, se instalen definitivamente en los placeres materiales, o tomen una ruta equivocada, que los desvíe del camino recto» (S. IRENEO, Demostración de la predicación apostólica, 1). 671 La disciplina.—«La disciplina, guardián de la esperanza, vínculo que sostiene la fe, guía del camino de salvación, fomento y pábulo de buen carácter, maestra de la verdad, nos hace perseverar en Cristo y vivir unidos inseparablemente a Dios, y llegar al logro de las promesas celestiales y de los premios de Dios. Seguir esta disciplina es vital; oponérsele o despreciarla es mortal. En los Salmos habla así el Espíritu Santo: Observad la disciplina para que
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no se encolerice el Señor y os desviéis del camino recto cuando se encendiere en seguida su ira (Sal 2,12)» (S. CIPRIANO, Sobre el porte exterior de las vírgenes, 1). A72 Jesucristo es el camino.—«¿Cómo podré subir a los cielos? El camino es el Señor (Jn 14,6). Es un camino estrecho, pero viene del cielo y lleva al cielo. Un camino estrecho, que es despreciado sobre la tierra, pero un camino ancho, que es adorado en los cielos. Por lo demás, al que no ha oído del Logos se le puede perdonar su error, que proviene de la ignorancia. Pero el que ha oído con sus oídos el mensaje y no ha oído con su alma incurre en culpable falta de fe, y cuanto mayor sea su conciencia, mayor será su culpabilidad en el mal, ya que su conciencia le servirá de acusador por no haber escogido lo mejor. Porque el hombre ha sido hecho por naturaleza para tener familiaridad con Dios. Y así como no forzamos al caballo para que are la tierra, ni al buey para ir de caza, sino que usamos cada uno de estos animales para aquello para lo cual fue hecho, así nosotros invitamos al hombre, hecho para la contemplación celestial [...] a que conozca a Dios. Apelamos así a lo que es más propio del hombre y más excelente, lo que le distingue de los demás animales, y le aconsejamos que se provea de un viático suficiente para la eternidad viviendo piadosamente. Si eres labrador, decimos nosotros, trabaja la tierra, pero reconoce a Dios al trabajarla. Si te gusta navegar, navega, pero invoca al piloto celestial. ¿Que el conocimiento de Dios te encuentra en el ejército? Presta atención al general que te manda justamente» (CLEMENTE DE ALEJANDRÍA, Exhortación a los paganos, 10,100,1-4). 673 Teniendo a Jesús, puedes ir a donde quieras.—«Y es a él a quien se dirige: Ahora, Señor, puedes dejar que tu siervo muera en paz (Le 2,29). Así también, mientras yo no tenía a Cristo, mientras no lo abrazaba con mis brazos, yo estaba prisionero y no podía desprenderme de mis lazos. Esto hay que pensarlo no sólo de Simeón, sino de todo el género humano. Si uno deja el mundo, si alguien sale de la cárcel y se libera de los vínculos, para ir a reinar, tome a Jesús en sus manos y rodéelo con sus brazos, que lo tenga todo entero en su corazón, y entonces, exultando de gozo, podrá ir a donde quiera» (ORÍGENES, Homilías sobre el Evangelio de San Lucas, 15,2). 674 Es imposible que el que está en la luz vea las tinieblas.— «El sabio tiene sus ojos en la cabeza, mas el necio camina en las tinieblas (Ecl 2,14).
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Si el alma eleva sus ojos a la cabeza, que es Cristo, según la interpretación de San Pablo, habrá que considerarla dichosa por la penetrante mirada de sus ojos, ya que los tiene puestos allí donde no existen las tinieblas del mal. El gran Pablo y todos los que tuvieron una grandeza semejante a la suya tenían los ojos fijos en su cabeza, asi como todos los que viven, se mueven y existen en Cristo. Pues, así como es imposible que el que está en la luz vea tinieblas, así también lo es que el que tiene los ojos puestos en Cristo los fije en cualquier cosa vana. Por tanto, el que tiene los ojos puestos en la cabeza, y por cabeza entendemos aquí al que es principio de todo, los tiene puestos en toda virtud (ya que Cristo es la virtud perfecta y totalmente absoluta), en la verdad, en la justicia, en la incorruptibilidad, en todo bien. Porque el saíno tiene sus ojos puestos en la cabeza, mas el necio camina en tinieblas. El que no pone su lámpara sobre el candelero, sino que la pone bajo el lecho, hace que la luz sea para él tinieblas» (S. GREGORIO DE NiSA, Homilías sobre el Eclesiastés, 5). 675 Nacer a tiempo y morir a tiempo.—«Tiene su tiempo el nacer y su tiempo el morir (Ecl 3,2). ¡Ojalá se me conceda también a mí el nacer a su tiempo y el morir oportunamente! Pues nadie debe pensar que el Eclesiastés habla aquí del nacimiento involuntario y de la muerte natural, como si en ello pudiera haber algún mérito [...]. Según mi entender, el nacimiento es a tiempo y no abortivo cuando, como dice Isaías, aquel que ha concebido del temor de Dios engendra su propia salvación con los dolores de parto del alma. Somos, en cierto modo, padres de nosotros mismos cuando, por la buena disposición de nuestro espíritu y por nuestro libre albedrío, nos formamos a nosotros mismos, nos engendramos, nos damos a luz. Esto hacemos cuando aceptamos a Dios en nosotros, hechos hijos de Dios, hijos de la virtud, hijos del Altísimo. Por el contrario, nos damos a luz abortivamente y nos hacemos imperfectos, y nacidos fuera de tiempo, cuando no está formada en nosotros lo que el Apóstol llama forma de Cristo (Flp 2,7). Conviene, por tanto, que el hombre de Dios sea íntegro y perfecto. Así, pues, queda claro de qué manera nacemos a tiempo; y, en el mismo sentido, queda claro también de qué manera morimos a su tiempo y de qué manera, para San Pablo, cualquier tiempo era oportuno para una buena muerte» (S. GREGORIO DE NlSA, Homüías sobre el Eclesiastés, 6).
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676 Ejemplos de hombres que imitaron a Dios.—«Acaso te parezca por encima de tus fuerzas el imitar a Dios. A la verdad, para quien vive vigilante, ello no es difícil. Pero, en fin, si te parece superior a tus fuerzas, yo te pondré ejemplos dé hombres como tú. Ahí está José, que, después de sufrir tanto de parte de ellos, fue el bienhechor de sus hermanos; ahí Moisés, que, despules de tanta insidia de parte de su pueblo, ruega a Dios por él; ahí Pablo, que, no obstante no poder ni contar cuánto sufrió de parte de los judíos, aún pedía ser anatema por su salvación (Rom 9,3); ahí Esteban, que, apedreado, rogaba al Señor no les imputara aquel pecado. Considerando también estos ejemplos, desechemos de nosotros toda ira, a fin de que también a nosotros nos perdone Dios nuestros pecados» (S. JUAN CRISÓSTOMO, Homilías sobre el Evangelio de San Mateo, 61,5). 677 El ejemplo de San Pablo.—«¿Tú has visto a Pablo como león furioso en sus correrías en todos los sentidos? Míralo ahora con la mansedumbre de un cordero: ¡qué cambio tan súbito! Mira a aquel que en otro tiempo encadenaba, metía en prisión, perseguía con ahínco y combatía a cuantos creían en Cristo, bajando por la muralla en una espuerta para poder escapar de las trampas de los judíos, huido de noche a Cesárea y de allí enviado a Tarso para no ser despedazado por el furor de los judíos. ¡Has visto, querido, cómo ha cambiado! ¡Has visto cómo se ha transfigurado! Has visto cómo, después de haberse beneficiado de la generosidad de lo alto, él puso de su parte su generosidad, quiero decir el celo, el fervor, la fe, la decisión, la paciencia, la grandeza de alma, la firmeza inflexible. Por ello ha merecido un mayor socorro de lo alto, que le ha hecho exclamar: Yo he trabajado más que todos ellos. Pero no yo, sino la gracia de Dios que está conmigo (l Cor 15,10). Este ejemplo, yo os lo pido, imitadlo, vosotros que ahora habéis merecido abrazar el yugo de Cristo, y recibido la gracia de la filiación. Desde vuestros primeros pasos, con decisión, mostrad un gran fervor y una fe grande a Cristo. De esta manera os atraeréis de lo alto una gracia más abundante, resplandecerá más la vestidura que habéis recibido y gozaréis abundantemente de la predilección del Maestro» (S. JUAN CRISÓSTOMO, Ocho Catcquesis Bautismales, 4,10-11). 678 Utilidad de las desgracias y persecuciones.—«La pobreza, las persecuciones, las injurias son unánimemente tenidas por males por el vulgo. ¿Cuál es, no obstante, su utilidad? La vida de los santos nos lo prueba muy claramente. No contentos con no querer hacer nada para evitarlas, su virtud heroica las buscaba y
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las sufría sin debilidad. Llegados a ser los amigos de Dios por medio de ellas, han ganado el premio de la vida eterna. Oíd el canto de triunfo del bienaventurado Apóstol: Por eso me gozo en mis debilidades, en las injurias, en las desgracias, en las persecuciones y situaciones angustiosas, por Cristo; pues, cuando soy débil, entonces soy fuerte, porque la fuerza llega a su apogeo en la debilidad (2 Cor 12,10.9)» (JUAN CASIANO, Conferencias, 6. ,3). a
679 Con nuestros malos deseos hacemos ásperos los caminos del Señor*—«Si encontramos amarga la maravillosa suavidad del yugo del Señor, ¿dónde está la causa sino en que nosotros la mezclamos con amargura por nuestras defecciones? Si la amable ligereza de la carga divina nos resulta pesada, ¿no es acaso porque despreciamos, en nuestra orgullosa presunción, a aquel que nos ayuda? El testimonio de la Escritura es claro: Si caminan por caminos rectos, encontrarán las sendas llanas de la justicia (Prov 2,20). Somos nosotros, sí, nosotros, la cosa es manifiesta, los que hacemos ásperos con nuestros deseos perversos, como guijarros cortantes, los senderos del Señor; nosotros, que abandonamos locamente el camino real, construido con piedras apostólicas y proféticas, y allanado con las pisadas de los santos y del mismo Señor, para seguir caminos torcidos, llenos de zarzas; para ir con los ojos ciegos por el encantamiento de los placeres de aquí abajo [...]. Porque esta escrito: Ingrimas y cepos hay en el camino del perverso; quien guarda su alma se aleja de ellos (Prov 22,5). De los que habla también el Señor por el profeta: Mi pueblo me ha olvidado, a la vanidad queman incienso, para caminar por veredas, por una vía no trazada Qer 18,15). Y también dice Salomón: El camino de los perezosos es como seto de espinos; mas el sendero de los diligentes es expedito (Prov 15,19)» (JUAN CASIANO, Conferencias, 24. ,24). a
680 Un solo camino para la vida eterna.—«Muchos son, en efecto, los caminos del Señor, siendo así que él mismo es el camino. Pero, cuando habla de sí mismo, se denomina a sí mismo camino, y muestra la razón de llamarse así cuando dice: Nadie va al Padre sino por mí. Hay que interesarse, por tanto, e insistir en muchos caminos para poder encontrar el único que es bueno; ya que, a través de la doctrina de muchos, hemos de hallar un solo camino de la vida eterna. Pues hay camino en la Ley, en los Profetas, en los Evangelios, en los Apostóles, en las distintas obras de los Mandamientos, y son bienaventurados los que andan por ellos en el temor de Dios» (S. HILARIO DE PornERS, Tratado sobre los Salmos, Sal 127,3).
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681 Perder para ganar.—«Entonces dijo Jesús a sus discípulos: Si alguno quiere venir en pos de mí, niegúese a sí mismo... (Mt 16,24-27). ¡Oh daño feliz y pérdida afortunada! El Señor ha querido que nosotros nos enriqueciéramos mediante la pérdida del alma y del cuerpo; nos invita a imitarlo, ya que él mismo, estando en la condición de Dios, se ha hecho humilde y obediente hasta la muerte (Flp 2,6-8), y ha recibido el premio de todo el poder que hay en Dios. Es necesario, por tanto, seguirlo, tomando la cruz y permaneciendo junto a él, si no en el participar de su pasión, al menos deseándola. ¿Qué importa ser señores del mundo y guardar las riquezas del siglo, con todo el dominio del poder terreno, si se pierde el alma y se llega a padecer la pérdida de la vida? ¿Qué se podría dar a cambio de Ta propia alma una vez que se haya perdido? Cristo se sentará con sus angeles para dar a cada uno aquello que merece. ¿Qué llevamos con nosotros en la vida? Supongamos: los tesoros preparados para el comercio futuro de las riquezas terrenas, los títulos ambiciosos de nuestros altos cargos y de nuestra gloria, las antiguas imágenes de una nobleza refinada. Es necesario renegar de todo eso para tener abundancia de bienes mayores. Hay que seguir a Cristo despreciando todas las cosas, y conseguir la eternidad de los bienes espirituales sacrificando los terrenos» (S. HILARIO DE POITEERS, Comentario del Evangelio de San Mateo, 16,2). 682 No puedes seguir a Cristo si él no te atrae.—«Atráenos, corramos al olor de tus ungüentos (Cant 1,3). Mira lo que dice. No puedes seguir a Cristo si él no te atrae. Y también, para que lo entiendas, dice: Cuando yo sea levantado de la tierra, atraeré a todos hacia mí Qn 12,32)» (S. AMBROSIO, De los Sacramentos, 5,10). 683 Acoger a Cristo.—«Así es como te deseó Cristo, así es como te eligió. Abre la puerta y entrará, pues no puede faltar en su promesa quien prometió que entraría. Échate en brazos de aquel a quien buscas; acércate a él, y serás iluminada (Sal 33,6); no le dejes marchar, pídele que no se marche rápidamente, ruégale que no se vaya. Pues la Palabra de Dios pasa; no se la recibe con desgana, no se la retiene con indiferencia. Que tu alma viva pendiente de su palabra, sé constante en encontrar las huellas de la voz celestial, pues pasa velozmente» (S. AMBROSIO, De la Virginidad, 74). 684 Ascensión al monte de la perfección cristiana.—«Haré volver los cautivos de Israel, edificarán ciudades destruidas y las habí-
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taran, plantarán viñas y beberán de su vino, cultivarán huertos y comerán de sus frutos. Los plantaré en sus campos, y no serán arrancados del campo que yo les di, dice el Señor tu Dios (Am 9,14-15). [...]. En aquel tiempo, la uva se pisará en los lagares llenos y se exprimirán los mostos enrojecidos con la sangre de Cristo y de los mártires, y este pisador de uva será semillero de la palabra de Dios, para que su sangre clame en el mundo más que clamó la sangre de justo Abel. Los que asciendan al monte por el mérito de sus virtudes, sudarán miel, más aún, destilarán la dulzura de la palabra de Dios, de la que está escrito: Gustad y ved qué bueno es el Señor (Sal 33,9), y Qué dulce al paladar tu promesa, más que la miel en la boca (Sal 118,103). Los que están bajo las montañas, a los que llega el esposo en el Cantar de los Cantares saltando por las montañas, brincando por las colinas (Cant 2,8) —los llama colinas--, imitarán el paraíso de Dios, de manera que en ellos se encuentren los frutos de las doctrinas. Entonces, si alguno está cautivo en la infidelidad, y aún no ha creído en el nombre del Señor, y es del resto del en otro tiempo pueblo de Israel, edificarán las ciudades antes desiertas y habitarán en ellas. Para que cada una de las ciudades reconstruidas diga: Yo soy una ciudad fuerte, una ciudad sitiada (Prov 18,19), y de la cual el Señor habla en el Evangelio: No se puede ocultar una ciudad puesta en la cima de un monte (Mt 5,14). Y en los Salmos se dice: El correr de las acequias alegra la ciudad de Dios (Sal 45,5)» (S. JERÓNIMO, Comentarios sobre el profeta Amos). 685 Seguir a Jesucristo por encima de todo.—«Oye el pregón de tu rey: El que no está conmigo, está contra mí, y el que conmigo no recoge, desparrama (Le 11,23). Recuerda el día en que entraste en filas, cuando sepultado con Cristo en el bautismo juraste las palabras del sacramento: que, por el nombre mismo de Cristo, no tendrías cuenta con padre ni madre. Mira que el enemigo tiene empeño en matar a Cristo en tu pecho. Mira que el donativo o soldada que, al entrar en la milicia, recibiste es codiciado por los campamentos contrarios. Aun cuando se te cuelgue al cuello el sobrinillo pequeño; aun cuando, desgreñada y rasgados los vestidos, te muestre tu madre los pechos a que te criara; aun cuando tu padre se tienda en el umbral de la puerta, písalo y pasa por encima de tu padre y, secos los ojos, vuela al estandarte de la cruz. Linaje es de piedad, en este caso, ser cruel» (S. JERÓNIMO, Cartas, 14, «a Hefiodoro, monje»). 686 La senda segura, la Palabra de Dios.—«Esta vida para los discretos no es sino tribulación ininterrumpida* Tiene el alma
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dos verdugos que la torturan, no a la vez, sino alternativamente: el temor y di dolor. Cuando tus cosas van bien, temes; cuando tus cosas van mal, padeces. ¿A quién no engaña la prosperidad de este siglo y a quién no quebranta la adversidad? Has de tomar, pues, mientras dure este heno, la senda más segura: la Palabra —el Verbo— de Dios» (S. AGUSTÍN, Sermones, 124,2). 687 Sólo el humilde entra por la puerta.—«¿Quién entra por la puerta? Quien entra por Cristo. Y ¿quién es este? Quien imita la pasión de Cristo, quien conoce la humildad de Cristo; y pues Dios se hizo por nosotros hombre, reconozca el hombre que no es Dios, sino un mero hombre. Quien, en efecto, quiere dárselas de Dios, no siendo más que hombre, no imita ciertamente al que, siendo Dios, se hizo hombre [...]. Porque todo el que se ensalza será humillado y quien se humilla será ensalzado (Le 18,10-14). Luego los que se alzan quieren subir al aprisco por otro lado que por la puerta; por la puerta entran en el redil los que se humillan. De ahí que éste entra y el otro sube. Subir, como veis, es buscar las alturas; quien sube no entra, sino que cae; mas quien se agacha para entrar por la puerta, ése no cae, sino que es pastor» (S. AGUSTÍN, Sermones, 137,4). 688 Seguir a Jesucristo es imitarle*—«Sigue al Señor. ¿Qué quiere decir esto? Imita al Señor. ¿Qué significa imitar al Señor? Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón Porque, si reparto todos mis bienes a los pobres y entrego mi cuerpo a las llamas, sin caridad, ningún provecho me trae (1 Cor 13,3)» (S. AGUSTÍN, Sermones, 143,14). 689 Es preferible un cojo en el camino a un corredor fuera de él.—«Avanzad, hermanos míos; examinaos continuamente sin engañaros, sin adularos ni pasaros la mano. Nadie hay contigo en tu interior ante el que te avergüences o te jactes. Allí hay alguien, pero a éste le aerada la humildad; sea él quien te ponga a prueba. Pero hazlo también tú mismo. Desagrádete siempre lo que eres, si quieres llegar a lo que aún no eres, pues donde encontraste agrado, allí te paraste. Cuando digas: Es suficiente, entonces pereciste. Añade siempre algo, camina continuamente, avanza sin parar; no te pares en el camino, no retrocedas, no te desvíes. Quien no avanza, está parado; quien vuelve al lugar de donde había partido, retrocede; quien apostata, se desvía. Prefiero a un cojo por el camino antes que a un corredor fuera de él» (S. AGUSTÍN, Sermones, 169,18). 690 Jesucristo, Maestro de la humildad.—«El Maestro, pues, de la humildad ha venido, no a hacer su voluntad, sino la volun-
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tad del que le envió. Lleguemos a él, introduzcámonos en él e incorporémonos a él, para que tampoco hagamos nosotros nuestra voluntad, sino la voluntad de Dios. Así es como no nos lanzará fuera, porque somos miembros suyos» ya que quiso ser cabeza como Maestro de la humildad» (S. AGUSTÍN, Tratados sobre el Evangelio de San Juan, 25,18). 691 Vaciarse del mal para llenarse del bien.—«Esta es nuestra vida: que nos ejercitemos por el deseo. Pero en tanto nos ejercita el santo deseo en cuanto apartamos nuestros deseos del amor del siglo. Ya lo hemos dicho otras veces: vacía lo que ha de llenarse. ¿Has de ser llenado de bien? Derrama el mal. Piensa que Dios te quiere llenar de miel; si estás lleno de vinagre, ¿dónde pondrás la miel? Debe ser derramado lo que contenía el vaso, debe ser limpiado el mismo vaso, debe limpiarse, aun con trabajo y afán, para que sea apto para algo. Dios es aquello que no puede expresarse por más ue queramos decir, por más que digamos, ya digamos miel, ya igamos oro, ya digamos vino. Y cuando decimos Dios, Deus, ¿qué decimos? ¿Son estas dos sílabas todo lo que esperamos? Todo lo que somos capaces de decir es inferior a él; extendámonos, pues, hacia él para que, cuando viniere, nos llene, ya que seremos semejantes a él, puesto que le veremos como es (1 Jn 3,2)» (S. AGUSTÍN, Exposición de la Epístola a los Partos, 4,6). 692 Tres grandes actos del amor al prójimo.—«El que ama a Cristo le imita en todo lo posible. Cristo no ha cesado de hacer bien a los hombres. Ante la ingratitud y la blasfemia, ha conservado la longanimidad; ultrajado y llevado a la muerte, ha permanecido paciente, sin rechazar jamás el mal sobre nadie. He aquí los tres grandes actos del amor al prójimo, sin los cuales el que pretende amar a Cristo o poseer su reino, está en pura ilusión. Ninguno que me dice "Señor, Señor", entrará en mi reino, sino el que hace la voluntad de mi Padre. Y también: El que me ama guardará mis mandamientos (Mt 7,21; Jn 14,15)» (S. MÁXIMO CONFESOR, Centurias sobre la Caridad, 4,55). 693 Renunciar a todas las cosas para ser discípulo de Cristo.—«Afo le importa que se malogre su fatiga (Job 39,16). [•••]
Sólo entonces demostramos con qué intención poseemos las cosas de este mundo, cuando las perdemos. Sin dolor, por cierto, se pierde cualquier cosa que sin amor se posee; pero las cosas que amamos codiciosamente, con grandes suspiros las perdemos. Y ¿quién hay que no sepa que dio el Señor las cosas terrenales para
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nuestro uso y que creó las almas de los hombres para el suyo? Así que es cierto que el que se ama a sí mismo más que a Dios, menospreciadas las cosas de Dios, defiende las suyas propias. No temen los hipócritas perder las cosas de Dios, es a saber: las almas de los hombres; y temen perder las cosas suyas, es a saber: las cosas que se pasan con el mundo [...]. Queremos poseer alguna cosa en este mundo y dice el Evangelio de la misma Verdad: Si uno no renunciare a todas las cosas que posee, no puede ser mi discípulo (Le 14,33)» (S. GREGORIO MAGNO, Tratados morales sobre el libro de Job, 31,21).
XXV EL COMBATE CRISTIANO «Si tu mano o tu pie te escandaliza, córtatelo y échalo lejos de ti; más te vale entrar en la vida manco o cojo que, con tus dos manos o los dos pies, ser arrojado al juego eterno» (Me 18,8). «Y les dijo: ¿Por qué sois tan cobardes? ¿Aún no tenéis fe?» (Me 4,40). «Porque quien quisiere poner a salvo su vida, la perderá; mas quien pierda su vida por el Evangelio, la salvara» (Me 8,35).
«¿Pensáis que vine a traer paz a la tierra? No, os lo aseguro, sino más bien división» (Le 12,31). 694 No sólo llamarse cristiano, sino mostrarse como tal.— «III 1. A nadie jamás tuvisteis envidia; a otros habéis enseñado a no tenerla. Ahora, pues, lo que yo quiero es que lo que a otros mandáis cuando los instruís como discípulos del Señor, sea también firme respecto de mí. 2. Lo único que para mí habéis de pedir es fuerza, tanto interior como exterior, a fin de que no sólo hable, sino que esté también decidido; para que no sólo, digo, me llame cristiano, sino que me muestre como tal. Porque si me muestro cristiano, tendré también derecho a llamármelo, y entonces seré de verdad fiel a Cristo, cuando no apareciere ya en el mundo.
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3. Nada que aparezca es bueno. Por lo menos, Jesucristo nuestro Dios, ahora que está con su Padre, es cuando más se manifiesta. Cuando el cristianismo es odiado por el mundo, la hazaña que le cumple realizar no es mostrar elocuencia de palabras, sino grandeza de ánimo. IV 1. Por lo que a mí toca, escribo a todas las Iglesias, y a todas les encargo que yo estoy pronto a morir de buena gana por Dios, con tal que vosotros no me lo impidáis. Yo os lo suplico: no mostréis para conmigo una benevolencia importuna. Permitidme ser pasto de las fieras, por las que me es dado alcanzar a Dios. Trigo soy de Dios, y por los dientes de las fieras he de ser molido, a fin de ser presentado como limpio pan de Cristo. 2. Halagad más bien a las fieras, para que se conviertan en sepulcro mío y no dejen rastro de mi cuerpo; con lo que, después de mi muerte, no seré molesto a nadie. Cuando el mundo no vea ya mi cuerpo, entonces seré verdadero discípulo de Jesucristo. Suplicad a Cristo por mí, para que, por estos instrumentos, logre ser sacrificio para Dios» (S. IGNACIO DE ANTIOQUÍA, Carta a los Romanos, m,l-IV,2). 695 Deseo del martirio para alcanzar a Jesucristo.— «V 2. ¡Ojalá goce yo de las fieras que están para mí destinadas y que hago votos por que se muestren voraces conmigo! Yo mismo las azuzaré para que me devoren rápidamente, y no como a algunos a quienes, amedrentadas, no osaron tocar. Y si ellas no quieren al que de grado se les ofrece, yo mismo las forzaré. 3. Perdonadme, hermanos, yo sé lo que me conviene. Ahora empiezo a ser discípulo. Que ninguna cosa, visible ni invisible, se me oponga, por envidia, a que yo alcance a Jesucristo. Fuego y cruz, y manadas de fieras, quebrantamiento de mis huesos, descoyuntamiento de miembros, trituraciones de todo mi cuerpo, tormentos atroces del diablo vengan sobre mí, a condición sólo de que yo alcance a Jesucristo. Vi 1. De nada me aprovecharán los confines del mundo ni los reinos todos de este siglo. Para mí, es mejor morir en Jesucristo (Flp 1,23) que ser rey de los términos de la tierra. A aquel quiero que murió por nosotros. A aquel quiero que por nosotros resucitó. Y mi parto es ya inminente. 2. Perdonadme, hermanos: no me impidáis vivir; no os empeñéis en que yo muera; no entreguéis al mundo a quien no anhela sino ser de Dios; no me tratéis de engañar con lo terreno. Dejadme contemplar la luz pura. Llegado allí, seré de verdad hombre» (S. IGNACIO DE ANTIOQUÍA, Carta a los Romanos, V 2-VI 2).
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696 La cárcel, dignificada por la paciencia de los mártires.—«¡Feliz cárcel, dignificada por vuestra paciencia! ¡Feliz cárcel, que traslada al cielo a los hombres de Dios! ¡Oh tinieblas más resplandecientes que el mismo sol y más brillantes que la luz de este mundo, donde han sido edificados los templos de Dios y santificados vuestros miembros por la confesión del nombre del Señor! Que ahora ninguna otra cosa ocupe vuestro corazón y vuestro espíritu sino los preceptos divinos y los mandatos celestes, con los que el Espíritu Santo siempre os animaba a soportar los sufrimientos del martirio. Nadie se preocupe ahora de la muerte, sino de la inmortalidad, ni del sufrimiento corporal, sino de la gloria eterna, ya que está escrito: El sacrificio que agrada a Dios es un espíritu quebrantado; un corazón quebrantado y humillado tú no lo desprecias (Sal 50,19)» (S. CIPRIANO, Cartas, 6,1-2). 697 Lo que Cristo es seremos los cristianos si lo imitamos.— «Y para que la prueba no fuese menos sólida y la confesión de Cristo menos gloriosa, se les somete a tormentos, cruces y todo genero de suplicios. Se les causan dolores, que son los testimonios de la verdad, para que Cristo, el Hijo de Dios, que es la vida de los hombres, sea ensalzado no sólo con voces, sino con el testimonio del martirio. A éste, por tanto, seguimos, tras él marchamos, a éste tenemos por guía del camino, príncipe de la luz, autor de la salvación, que promete el cielo y el Padre a los que le buscan y creen en él. Lo que Cristo es seremos los cristianos si imitamos a Cristo» (S. CIPRIANO, Los ídolos no son dioses, 15). 698 Nada desea de este mundo quien es superior al mundo.—«Así que sólo hay un medio de vivir tranquilo y confiado, sólo una firme y sólida seguridad: cuando uno, apartándose de estas inquietudes y borrascas del siglo, se acoge al amparo de un puerto favorable, levanta los ojos al cielo desde la tierra y, después de recibir la gracia de Dios y puesto el corazón en él, se gloría de tener por vil todo lo que, en los demás, consideran los mundanos grande y elevado. Nada puede ya apetecer, nada puede desear de este mundo quien es superior al mundo. ¡Qué defensa tan firme e inconmovible, qué protección tan celestial llena de imperecederos bienes el librarse de los lazos y redes del mundo, purificarse de las heces de acá abajo, para mirar a la luz de la inmortalidad sin fin! Debería tenerse presente el daño que nos causó anteriormente la astucia del ataque del enemigo. Nada nos compele más a amar lo que hemos de ser que poder saber y reprobar lo que éramos» (S. CIPRIANO, A Donato, 14).
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699 Dignidad de los confesores de la fe.—«Miramos con gozo de nuestros ojos, y los besamos y abrazamos con el más santo e insaciable afecto, como después de suspirar tanto tiempo por ellos, a los confesores, ilustres por la fama de su nombre y gloriosos por los méritos de su fe y valor. Ahí está la candida cohorte de soldados de Cristo que, dispuestos a sufrir la cárcel y armados para arrostrar la muerte, quebrantaron con su irresistible empuje la violencia arrolladora de los golpes de la persecución. Rechazasteis con firmeza al mundo, ofrecisteis a Dios magnífico espectáculo y a los hermanos disteis ejemplo para seguirlo. Las lenguas religiosas, que habían declarado anteriormente su fe en Jesucristo, le han confesado de nuevo; aquellas manos puras, que no se habían acostumbrado sino a las obras santas, se han resistido a sacrificar sacrilegamente; aquellas bocas santificadas con el manjar del cielo han rehusado, después de haber recibido el Cuerpo y la Sangre del Señor, mancharse con las abominables viandas ofrecidas a los ídolos. Vuestras cabezas no se han cubierto con el velo impío e infame que se extendía sobre las cabezas de los viles sacríficadores; vuestra frente, sellada con el signo de Dios, no ha podido ser ceñida con la corona del diablo; se reservó para la diadema del Señor. ¡Oh, con qué afectuoso gozo os acoge la madre Iglesia al veros volver del combate! ¡Qué dichosa, qué gozosa se siente de abriros sus puertas, para que entréis como apretada tropa que retorna después de postrar en tierra al enemigo, trayendo los trofeos! Con los héroes triunfantes vienen las mujeres que vencieron al siglo a la par que a su sexo. Vienen juntos las vírgenes con la doble palma de su heroísmo y los niños que sobrepasaron su edad con su valor. Os sigue luego por los pasos de vuestra gloria el resto de la muchedumbre de los que se mantuvieron firmes, y os acompaña muy de cerca casi con las mismas insignias de victoria. También en ellos se da la misma pureza de corazón, la misma entereza de una fe firme. Ni el destierro que estaba prescrito, ni los tormentos que les esperaban, ni la pérdida del patrimonio, ni los suplicios corporales les aterrorizaron, porque estaban arraigados en la raíz inconmovible de los mandamientos divinos y fortificados con las enseñanzas del Evangelio. Se les fijaron los días para poner a prueba su fe, pero el que tiene en cuenta que habían renunciado al mundo desconoce los días del mundo, ni anda calculando los tiempos de la tierra el que espera de Dios la eternidad» (S. CIPRIANO, De los apóstatas, 2). 700 El combate cristiano.—«Dichosos, por supuesto, aquellos de entre vosotros que, siguiendo este camino de gloria, ya saEl Evangelio en los PP. de la Iglesia
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lieron de este mundo y, después de recorrido el camino del valor y de la fe, se presentaron a los abrazos y ósculos del Señor, gozosos de recibirlos. Pero no es menor la gloria de los que, empeñados en el combate pero dispuestos a seguir a nuestros gloriosos compañeros, libráis por largo tiempo la lucha y, firmes e inconmovibles en la fe, dais cada día a Dios el espectáculo de vuestras virtudes. Cuanto más prolongada la lucha, mas alta vuestra corona; el combate es único, pero compuesto de gran número de maniobras. Triunfáis del hambre, menospreciáis la sed, y vuestra robusta energía os hace conculcar la miseria de la cárcel y los horrores de ese lugar de castigo» (S. CIPRIANO, Cartas, 37, «a los presbíteros Moisés y Máximo, y los demás confesores», 3,1). 701 El cristiano perseguido.—«No tiene nadie, hermanos amadísimos, viendo que nuestros fieles son ahuyentados y dispersados por el miedo de la persecución, por qué turbarse de que no se reúna la comunidad de los hermanos ni de no oír a los obispos enseñar. En estas circunstancias no pueden estar juntos todos los que no pueden dar la muerte, sino más bien es forzoso que sean ellos los matados. En estos días, dondequiera que se encontrase uno de los hermanos separado de la grey materialmente, no por el espíritu, no debe impresionarse por el horror de este destierro ni espantarse, al tener que esconderse, por la soledad del desierto. No está solo quien tiene a Cristo por compañero en la huida. No está solo quien, conservando el templo de Dios donde estuviere, no está sin Dios. Y si durante la huida pereciese a manos de ladrones en el desierto o en el monte, o lo atacase una fiera, o se viese angustiado por el hambre o la sed, o el frío, o la tempestad, o la borrasca le sumergiese al huir por el mar en precipitada navegación, Cristo está mirando a su soldado dondequiera que luche, y cuando muere por el honor de su nombre en la persecución, le paga la recompensa que prometió otorgar en la resurrección, Y no es la menor gloria del martirio haber perecido, no públicamente y ante mucha gente, pues que la razón de morir es morir por Cristo; basta para testimonio de su martirio aquel testigo que prueba a los mártires y los corona» (S. CIPRIANO, Cartas, 58, «a los fieles de Thibaris», 4,1-2). 702 Combate cristiano.—«La trompeta de cada uno se dice córnea porque con el cuerno se designa la múltiple ciencia de Cristo y de su cruz. Militando con esta trompeta y peleando con ella, vencemos a los extranjeros y ponemos en fuga a los enemigos, aunque su muchedumbre sea como langostas. La muchedumbre de los demonios se compara a las langostas, para las que no hay asiento
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ni en el cielo ni en la tierra. Que en esta guerra nos preceda, pues, la luz de las obras, la virtud de la ciencia, la predicación de la divina palabra. Luchemos también nosotros cantando y clamando a Dios con himnos, salmos y cánticos espirituales, para que merezcamos alcanzar la victoria en Cristo Jesús nuestro Señor. Al que sea la gloria y el imperio por los siglos de los siglos. Amén» (ORÍGENES, Homilías sobre los Jueces, 6,9). 703 Dios quiere que luchemos y mantengamos el combate.—«Respecto de nosotros, cuando Dios permite al tentador que nos persiga, dándole poder para ello, somos perseguidos; mas cuando Dios no quiere que suframos persecución, gozamos maravillosamente de paz aun en medio de un mundo que nos aborrece, y tenemos buen ánimo, confiados en aquel que dijo: Tened buen Ánimo; yo he vencido al mundo (Jn 16,33). Y, realmente, él venció al mundo y por ello el mundo sólo tiene fuerza en la medida que quiere su vencedor, que recibió del Padre la victoria sobre el mundo, y por esa victoria nosotros tenemos buen ánimo. Mas si Dios quiere que de nuevo luchemos y combatamos por nuestra religión, acerqúense los contrarios, a los que diremos: Todo lo puedo en aquel que me conforta, Cristo Jesús, Señor nuestro (Flp 4,13)» (ORÍGENES, Contra Celso, 8,70). 704 Jesucristo, norma suprema del cristiano.—«Hay tres cosas que manifiestan y distinguen la vida del cristiano: la acción, la manera de hablar y el pensamiento. De ellas ocupa el primer lugar el pensamiento; viene en segundo lugar la manera de hablar, que descubre y expresa con palabras el interior de nuestro pensamiento; en este orden de cosas, al pensamiento y a la manera de hablar sigue la acción, con la cual se pone por obra lo que antes se ha pensado. Siempre, pues, que nos sentimos impulsados a obrar, a pensar o a hablar, debemos procurar que todas nuestras palabras, obras y pensamientos tiendan a conformarse con la norma divina del conocimiento de Cristo, de manera que no pensemos, digamos ni hagamos cosa alguna que se aparte de esta regla suprema [...]. Todo aquel que tiene el honor de llevar el nombre de Cristo debe necesariamente examinar con diligencia sus pensamientos, palabras y obras, y ver si tienden hacia Cristo o se apartan de él. Este discernimiento puede hacerse de muchas maneras. Por ejemplo, toda obra, pensamiento o palabra que vayan mezclados con alguna turbación, de ninguna manera están de acuerdo con Cristo, sino que llevan la impronta del adversario, el cual se esfuerza en mezclar con las perlas el cieno de la turbación con el fin de afear y destruir el brillo de la piedra preciosa.
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Por el contrario, todo aquello que está limpio y libre de toda turbia afección tiene por objeto al autor y príncipe de la tranquilidad que es Cristo. El es la fuente pura e incorrupta, de manera que el que bebe y recibe de él sus impulsos y afectos internos, ofrece una semejanza con su principio y origen, como la que tiene el agua nítida dei ánfora con la fuente de la que procede. En efecto, es la misma y única nitidez la que hay en Cristo y en nuestras almas. Pero con la diferencia de que Cristo es la fuente de donde nace esta nitidez, y nosotros la tenemos derivada de la fuente. Es Cristo quien nos comunica el admirable conocimiento de sí mismo para que el hombre, tanto en lo íntimo como en lo externo se ajuste y adapte, por la moderación y rectitud de vida, a este conocimiento que proviene del Señor, dejándose ganar y mover por él. En esto consiste, a mi parecer, la perfección de la vida cristiana: en que, hechos partícipes del nombre de Cristo por nuestro apelativo de cristianos, pongamos de manifiesto, con nuestros sentimientos, con la oración y con nuestro género de vida, la virtualidad de su nombre» (S. GREGORIO DE NBA, Tratado sobre el perfecto modelo del cristiano). 705 Armadura del cristiano.—«El enemigo de nuestra alma tiende muchas trampas ante nuestros pasos, y la naturaleza humana es, de por sí, demasiado débil para conseguir la victoria sobre este enemigo. Por ello, el Apóstol quiere que nos revistamos con armas celestiales: Abrochaos el cinturón de la verdad, por coraza poneos la justicia, dice, bien calzados para estar dispuestos a anunciar el Evangelio de la paz (Ef 6,14). (Ve das cuenta de cuántos son los instrumentos de salvación indicados por el Apóstol? Todos ellos nos ayudan a caminar por una única senda y nos conducen a una sola meta. Con ellos se avanza fácilmente por aquel camino de vida que lleva al perfecto cumplimiento de los preceptos divinos. El mismo Apóstol dice también en otro lugar: Corramos la carrera que nos toca, sin retirarnos, fijos los ojos en el que inició y completa nuestra fe, Jesús (Heb 12,1-2JL Por ello es necesario que quien desprecia las grandezas de este mundo y renuncia a su gloria vana, renuncie también a su propia vida. Renunciar a la propia vida significa no buscar nunca la propia voluntad, sino la voluntad de Dios, y hacer del querer divino la norma única de la propia conducta; significa también renunciar al deseo de poseer cualquier cosa que no sea necesaria o común. Quien así obra se encontrará más libre y dispuesto para hacer lo que le mandan los superiores, realizándolo prontamente con alegría y con esperanza, como corresponde a un servidor de Cristo,
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redimido para el bien de sus hermanos. Es lo que desea también el Señor cuando dice: El que quiera ser grande y primero entre vosotros, que sea el último y esclavo de toaos (Mt 20,26-27). Esta servicialidad hacia los hombres debe ser ciertamente gratuita, y el que se consagra a ella debe sentirse sometido a todos y servir a los hermanos como si fuera deudor de cada uno de ellos. En efecto, es conveniente que quienes están al frente de sus hermanos se esfuercen más que los demás en trabajar por el bien ajeno, se muestren más sumisos que los subditos y, a la manera de un buen siervo, gasten su vida en bien de los demás, pensando que los hermanos, en realidad, son como un tesoro que pertenece a Dios y que Dios ha colocado bajo su cuidado» (S. GREGORIO DE NlSA, Tratado de la conducta cristiana). 706 Bienes preparados por Dios para los que le aman.— «Pero aquí mi espíritu entra en desorden, mi pensamiento en confusión, cuando considero que nosotros caminamos a los antípodas de todo esto. Estos justos, que habían recibido una promesa de bienes sensibles, traían cambiado su deseo hacia los bienes inteligibles; nosotros, por el contrario, que hemos recibido promesa de bienes inteligibles, estamos fascinados por los bienes materiales y no escuchamos al bienaventurado Pablo que nos dice: Las cosas que se ven son temporales, y las que no se ven son eternas (2 Cor 4,18). Por otra parte, también, para mostrar que tales son asimismo los bienes que Dios ha preparado a aquellos que le aman, el Apóstol los designa así: bienes que ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni el corazón del hombre alcanzó. Y nosotros, después de todo esto, anhelamos todavía los bienes presentes, quiero decir, la fortuna, la gloria de la vida presente, la molicie, los honores que vienen de los hombres. Es esto, efectivamente, lo que parece ser lo brillante de la presente vida. He dicho parece, porque en realidad esto no se diferencia en nada de una sombra, de un sueño» (S. JUAN CRISÓSTOMO, Catcquesis Bautismales, 12,11). 707 Pedagogía cristiana.—«La más excelente pedagogía no consiste en permitir que primero nos domine la maldad y buscar luego la manera de desterrarla de nosotros, sino en poner todo nuestro esfuerzo y cuidado para hacernos inatacables a ella» (S. JUAN CRISÓSTOMO, Contra los impugnadores de la vida monástica, 3,18). 708 Los que son injuriados por causa de Dios.—«Y lo echaron fuera. Jesús oyó que lo habían echado fuera, y cuando lo encontró, le dijo: ¿Tú crees en el Hijo del hombre? Qn 9,34-35).
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Los que sufren persecución o desprecio por la verdad y por confesar a Cristo, son honrados grandemente por Dios. Así como también el que por Dios pierde sus riquezas las encuentra mayores; y el que odia su vida la encuentra, y el que padece injurias es honrado más y mejor. Lo que sucedió al ciego. Los judíos lo expulsaron del templo y él encontró al Señor del templo. Libre de su aprobación pestífera, encontró una fuente saludable; fue deshonrado por aquellos que deshonraban a Cristo y fue honrado por el Señor de los ángeles. Estos son los premios de la verdad. Así también nosotros, si aquí perdemos las riquezas, encontraremos allí su confianza; si aquí socorremos a los desgraciados, descansaremos en el cielo; si somos injuriados por Dios, aquí y allí conseguiremos el honor» (S. JUAN CRISÓSTOMO, Homilías sobre el Evangelio de Safe Juan, 59,1). 709 Diversas clases de martirio.—«Como hay muchas clases de persecución, así también hay muchas clases de martirio. Cada día eres testigo de Cristo. Te tienta el espíritu de fornicación, pero movido por el temor del futuro juicio de Cristo conservas incontaminada la castidad de la mente y del cuerpo: eres mártir de Cristo. Te tienta el espíritu de avaricia y te impele a apoderarte de los bienes del más débil o a violar los derechos de una viuda indefensa; mas, por la contemplación de los preceptos celestiales, juzgas preferible dar ayuda que inferir injuria: eres testigo de Cristo. Tales son los testigos que quiere Cristo, según lo que está escrito: Defended al huérfano, proteged a la viuda; entonces, venid y litiguemos —dice el Señor-—. Te tienta el espíritu de soberbia; pero, viendo al pobre y desvalido, te compadeces de ellos, prefiriendo la humildad a la arrogancia: eres testigo de Cristo. Has dado el testimonio no solo de tus palabras, sino de tus obras, que es lo que más cuenta» (S. AMBROSIO, Comentario sobre los Salmos, 118,20,47). 710 El poder de Dios está con los atacados por la serpiente.—«¿Ves cómo San Pablo se ríe de él? Pone la mano en su agujero, como el niño de que habla el profeta, y la serpiente no le nace mal alguno (Is 11,8). La hace salir de su escondrijo. De su veneno hace un antídoto espiritual; de manera que el veneno se convierte en remedio. Es un veneno para la ruina de la carne, que se convierte en remedio para la salud del espíritu. {Que la serpiente muerda mi tierra, que ponga sus dientes en mi carne, que hiera mi cuerpo! Diga de mí el Señor: Te lo entrego a tu disposición, salvo que le guaraes la vida (Job 2,6). Grande es el poder de Cristo para que la guarda del hombre sea impuesta
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al mismo diablo, que quiere siempre hacer daño. Acudamos siempre al favor del Señor Jesús. Bajo el mandato de Cristo, hasta el diablo viene a ser el protector de su presa; aunque a la fuerza, se hace dócil a los mandatos del cielo y, siendo cruel, se somete a las órdenes llenas de mansedumbre. Mas ¿para qué hacer el elogio de su actuación? El es siempre malo para que Dios nunca deje de ser bueno; él cambia la malicia suya en gracia para nosotros. El deseo del diablo es dañar, pero no está en su poder hacerlo si Cristo se opone a ello. El devora la tierra, pero guarda el espíritu. Por eso está escrito: Lobo y cordero pastarán juntos, y el león comerá forraje con el buey; en cuanto a la serpiente, el polvo será su alimento; no se obrará con maldad ni se causará daño en todo mi monte santo, dice el Señor (Is 65,25). Tal es la sentencia pronunciada contra la serpiente en el momento de su maldición: La tierra será tu alimento (Gen 3,14). ¿Qué tierra? Evidentemente, aquella de la que se dijo: Tú eres tierra y en tierra te convertirás (Gen 3,19)» (S. AMBROSIO, Tratado de la Penitencia, 1,13,65-67). 711 Necesidad de la gracia para vencer al enemigo.—«Mirad, yo os aplastaré en el suelo como un carro lleno de gavillas. El veloz no encontrará huida, el fuerte no conservará su fuerza, el soldado no salvará la vida. El arquero no se mantendrá en pie, el hombre ágil no se escapará, el jinete no salvará la vida. Oráculo del Señor (Am 2,13-16). [...]. Sigue: y el fuerte no conservará su fuerza, no porque sea fuerte, sino porque se jacta de ser fuerte. O porque confía en su fortaleza y no en la misericordia de Dios, según aquello que está escrito: Echaré a perder la sabiduría de los sabios y anularé la inteligencia de los inteligentes (1 Cor 1,19); no porque pueda fallar la verdadera sabiduría y ser reprobada la inteligencia de la verdad, sino porque perece la inteligencia de aquellos que se tienen por sabios y confian en su erudición. El robusto también, y el luchador, que no salvará su vida, es el que carece en absoluto de la sabiduría del Apóstol, teniendo el escudo, pero no de la fe; ceñidos sus lomos, pero no por la verdad; vistiendo la loriga, mas no la de la justicia; llevando su espada, pero no la de la salvación (Ef 6,13-17). El que lucha de esta manera no santifica la guerra, ni puede hacer las batallas de Dios peleando por la mentira contra la verdad. Bendito el Señor, mi roca, que adiestra mis manos para el combate, mis dedos para la pelea; mi bienhechor, mi alcázar (Sal 143,1-2)» (S. JERÓNIMO, Comentario sobre el profeta Amos). 712 Buscar el bien y rechazar el mal.—«Buscad el bien y no el mal, y viviréis, y así estará con vosotros el Señor, Dios de las hues-
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tes, como deseáis. Odiad el mal, amad el bien, defended la justicia en el tribunal. Quizá se apiade el Señor, Dios de las huestes, de los supervivientes de José (Am 5,14-15). [...]. Y cuando busquéis el bien y evitéis el mal, entonces viviréis en aquel que dice: Yo soy la vida (Jn 14,6). Rechaza el mal el que huye de el; de lo que está escrito: El mundo entero yace en el maligno (1 Jn 5,19), y decimos en la Oración Dominical: Líbranos del mal (Mt 6,13). Y cuando busquéis el bien, dice, y no el mal y viváis, entonces estará con vosotros el Señor de los ejércitos, como habíais dicho que estaba con vosotros, porque erais hijos de Abraham. No basta con buscar el bien y no buscar el mal, sino que tengáis piedad y seáis honrados en ambas cosas, de manera que primero odiéis el mal y después améis el bien. Odia el mal aquel que no sólo no se deja vencer por el placer, sino que detesta las obras del placer; y ama el bien el que nace lo que es bueno no a la fuerza, o por necesidad o temor de la ley, sino precisamente porque es bueno, para tener como premio su propia conciencia y el amor que tiene hacia el bien. Por eso dice el Apóstol: Dios ama al que da con alegría (2 Cor 9,7). No toda limosna agrada a Dios, sino la que se hace con alegría» (S. JERÓNIMO, Comentario sobre el profeta Amas). 713 Impotencia del diablo ¿rente al cristiano fiel.—«Habitarán tranquilos porque se mostrará grande hasta los confines de la tierra, y ésta será nuestra paz (Miq 5,3). Cuando venga el diablo [...] a la tierra y a la región de los creyentes y de aquellos que apacienta el Señor en la fortaleza y sublimidad del nombre del Señor, su Dios, y los pisotee con sus tribulaciones de toda clase, y suba y oprima las casas de nuestras almas, esto es, los cuerpos, y sin embargo nada nos separará de la caridad de Cristo (Rom 8,35). Entonces Ta paz de Cristo, es decir, el mismo Cristo, estará con nosotros y se dirá del santo: Nada podrá el enemigo en él (Sal 88,23)» (S. JERÓNIMO, Comentario sobre el profeta Miqueas). 714 La caridad, cumplimiento de la ley.—«... la carne tiene tendencias contrarias al espíritu, y el espíritu contrarias a la carne, pues son antagónicos, para que no hagáis lo que quisierais (Gal 5,17). Hermanos, de la servidumbre de la ley habéis sido llamados a la libertad del Evangelio. Pero os advierto que no abuséis de la libertad como si fuera licencia; de manera que penséis que os aprovechan todas las cosas que son libres, y deis ocasión a la carne y a la lujuria. Por el contrario, aprended que esta libertad es un ma-
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yor servicio, de manera que a lo que antes la ley obligaba, lo observéis ahora llevados mutuamente por la caridad. Porque todo aquel peso de la ley y la multitud de sus preceptos, no tanto han sido excluidos por la gracia del Evangelio cuanto abreviados con una sola palabra: caridad. Que amemos al prójimo como a nosotros mismos flVlt 22,39). El que ama al prójimo cumple toda la ley (Rom 13,8), dándole todos los bienes y no causándole mal alguno. Mas, si falta el amor y no hay caridad, por la que se cumple toda la ley, habrá un latrocinio público entre los hombres; de manera que, situados unos contra los otros y mordiéndose, se destrocen mutuamente. Mas vosotros, hermanos, por eso debéis seguir la ley espiritual, de manera que no hagáis los deseos de la carne» (S. JERÓNIMO, Comentario sobre la Carta a los Galotas). 715 Armadura cristiana.—« Vestios la armadura de Dios, para que podáis resistir las estratagemas del diablo (Ef 6,11). De todo lo que leemos aquí, todo lo que en las Escrituras se dice del Señor Salvador, se comprueba plenamente que por las armaduras de que se nos manda estar vestidos se entiende el Salvador. Y que es lo mismo decir: Vestios del Señor Jesucristo (Rom 13,14). Si el cíngulo es la verdad y la loriga la justicia, el Salvador se denomina verdad y justicia (Jn 14,6; 1 Cor 1,30); entonces no hay duda: él es el cíngulo y la loriga. Así, según esto, él será la preparación del Evangelio de la paz y el escudo de la fe, y el yelmo de la salvación y la espada del espíritu, que es la palabra de Dios (Ef 6,14-17), y la palabra viva, eficaz y aguda más que toda espada de dos filos (Heb 4,12). ¿Qué otras armas de Dios podemos pensar, con las que haya de ir vestido el que tiene que luchar contra las asechanzas del diablo, excepto el poder que es Cristo? El que así vaya vestido, según se ha dicho, será poderoso para rechazar todos los ataques del diablo; y, según lo dicho, si va vestido con la verdad, no es fácil que sea arrastrado a los dogmas de la falsedad. Si está vestido con la loriga de la justicia, no podrá ser herido con las flechas de la iniquidad. Y estando calzado bellamente en la preparación del Evangelio de la paz, [...] no hará nada guerrero ni tumultuoso, ni se condenará con los que no están preparados. Tampoco la infidelidad, enemiga de la fe, donde esté el escudo de la fe podrá nada. La cabeza y el corazón, y el alma, en donde tienen asiento todos los sentidos, rodeada del yelmo, no se estremecerá [...]» (S. JERÓNIMO, Comentario sobre la Carta a los Efesios). 716 Victoria de la verdad.—«Por lo demás, nuestra armadura es Cristo y la instrucción del Apóstol, que escribe a los Efesios: Revestios de la panoplia de Dios, para que podáis resistir el día malo
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(Ef 6,13). Y otra vez: Manteneos firmes, ceñidos vuestros lomos de la verdad, vestidos de la loriga de la justicia, y calzados vuestros pies, prontos para la predicación del Evangelio de la paz. Embrazad en todo momento el escudo déla fe, en que podáis apagar todos los dardos encendidos del maligno. Calaos el yelmo de la salud y empuñad la espada del espíritu, que es la palabra de Dios (Ef 6,14-17). Armado en otro tiempo de estos dardos, salió el rey David al combate,, tomó del torrente cinco guijarros pulidos, con los que daba a entender que, entre los torbellinos del siglo presente, nada había áspero ni manchado en sus sentidos; bebió del torrente en el camino, y así, alzando su cabeza, pudo decapitar con su propia espada al gigantón Goliat; hirió al blasfemo en la frente, en aquella parte del cuerpo en que también Osías, que por presunción usurpó el sacerdocio, fue herido de la lepra, y el santo se gloría en el Señor, diciendo: Sellada está, Señor, sobre nosotros la lumbre de tu rostro (Sal 4,7). Así, digamos también nosotros: Pronto mi corazón está, Dios mío, pronto mi corazón; cantaré y salmodiaré en mi gloria. Levántate, salterio y cítara: yo me levantaré al romper el día (Sal 56,8-9; 107,2-3). Así podrá cumplirse en nosotros: Abre tu boca y yo la henchiré (Sal 80,11). Y el Señor dará su palabra a los que llevan las buenas noticias con gran fuerza (Sal 67,12). Tampoco dudo de que tú también pides a Dios que, en nuestra controversia, triunfe la verdad. Y es así que. no buscas tu gloria, sino la de Cristo. Y si tú vences, también yo venceré al reconocer mi error* Y, por el contrario, si yo venzo, tú triunfas, pues no atesoran los hijos para los padres, sino los padres para los hijos. En el libro de los Paralipómenos leemos que los hijos de Israel salieron a pelear con espíritu pacífico (1 Cr 12,17-18); entre las espadas mismas, entre la sangre derramada y los cadáveres tendidos, no pensaban en su victoria, sino en la victoria de la paz. Vamos, pues, a responder a todo y, si Cristo nos hace tanta gracia, con breves palabras resolveremos múltiples cuestiones. Paso por alto tus saludos y comedimientos con que me untas la cabeza; nada digo de las caricias con que te esfuerzas en consolarme por tu reprensión. Vamos al grano» (S. JERÓNIMO, Cartas, 112, «a Agustín»). 717 Victoria de la verdad.—«Yo soy el camino, la verdad y la vida (Jn 14,6). Si Cristo es la verdad, quien padece por la verdad padece por Cristo y es legítimamente coronado. Nadie, por tanto, se excuse; todos los tiempos son de martirio. Ni se diga que los cristianos no sufren persecución; no puede fallar la sentencia del Apóstol, por ser verdadera; Cristo habló en él, no mintió; dice,
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pues: Todos los que quieren vivir piadosamente en Cristo Jesús, padecerán persecución (2 Tim 3,12). Todos, dice, a nadie excluyó. Si quieres probar ser cierto este dicho, empieza tú a vivir piadosamente y verás cuánta razón tuvo para decirlo» (S. AGUSTÍN, Sermones, 6 [Caillau]). 718 Dos cosas hacen angosto el camino de los cristianos.— «Dos son las cosas que hacen angosto el camino de los cristianos: rechazar el placer y tolerar el sufrimiento. Seas quien seas tú que luchas, vencerás si consigues vencer lo que te agrada y lo que te atemoriza. Algo que te agrada y algo que te atemoriza. Se trata de la gloria délos mártires. Es cosa fácil celebrar las solemnidades de los mártires; lo difícil es imitar sus martirios» (S. AGUSTÍN, Sermones, 333A,1). 719 Toda tentación lucha entre dos amores.—-«En esta vida, toda tentación es una lucha entre dos amores: el amor del mundo y el amor de Dios; el que vence de los dos atrae hacia sí, como por gravedad, a su amante. A Dios llegamos con el afecto, no con alas o con los pies. Y, al contrario, nos atan a la tierra los afectos contrarios, no nudos o cadena alguna temporal. Cristo vino a transformar el amor y a hacer, de un amante de la tierra, un amante de la vida celestial» (S. AGUSTÍN, Sermones, 344,1). 720 Llorar por la verdad.—«Las demás cosas de esta vida tanto menos se han de llorar cuanto más se las llora, y tanto más se han de llorar cuanto menos se las llora» (S. AGUSTÍN, Las Confesiones, 10,1,1). 721 Dios saca bienes de los males.—«No penséis que los malos se encuentran al azar en este mundo y que Dios no saca de ellos algún bien. El malo, o vive para corregirse, o vive para que, por él, sea ejercitado el bueno. ¡Ojalá que quienes ahora ejercitan se conviertan y sean ejercitados con nosotros! Sin embargo, mientras son tales que ejercitan, no los odiemos, porque ignoramos quién de ellos ha de perseverar hasta el fin en su maldad» (S. AGUSTÍN, Enarraciones sobre los Salmos, Sal 54,4). 722 Ante la felicidad hay que vigilarse.—«Muchos temen las cosas adversas, pero no temen las prósperas. Más peligrosa es para el ánimo una cosa próspera que para el cuerpo una cosa adversa. La prosperidad debilita primeramente, a fin de que la adversidad encuentre a punto lo que ha de quebrar. Hermanos míos, ante la felicidad ha de vigilarse con más cautela» (S. AGUSTÍN, Enarraciones sobre los Salmos, Sal 50,4).
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723 Necesidad de la gracia para triunfar de nosotros mismos.—«Para gobernar esta vida temporal de forma que se llegue a la eterna, sé que hay que refrenar las concupiscencias carnales. Sé que sólo hay que ceder a las delectaciones de los sentidos carnales cuanto baste para sustentar y alimentar esta vida. Sé igualmente que hay que tolerar con paciencia y fortaleza, por la verdad de Dios y por la salvación nuestra y del prójimo, todas las molestias pasajeras. Sé además que, para esto, hay que ocuparse del prójimo con toda solicitud y caridad, para que administre esta vida con miras a la eterna. Sé, finalmente, que hemos de anteponer lo espiritual a lo carnal, lo inmutable a lo caduco y que tanto más o menos puede lograrlo el hombre cuanto más o menos ayudado se sienta por la gracia de Dios, por Jesucristo nuestro Señor» (S. AGUSTÍN, Cartas, 95, «a Paulino y Terasia», 6). 724 El orgullo se desarrolla a expensas de las buenas obras.—«Mas Dios —dicen ellos— todo lo puede sanar. Ciertamente, él todo lo endereza a sanar las cosas; mas obra según su propio consejo y no recibe del enfermo el diagnóstico de la curación. Así, el Señor quería, sin duda, dar una sólida firmeza al apóstol San Pablo y, sin embargo, díjole que la virtud se perfecciona en la flaqueza (2 Cor 12,7-9). Y a pesar de la insistencia de las plegarias, no le quitó no sé qué aguijón de la carne, que confiesa habérsele dado, para que no se envaneciese con la magnitud de sus revelaciones. Porque los demás vicios prevalecen en la maldad, pero el orgullo se desarrolla a expensas de las buenas obras» (S. AGUSTÍN, De la naturaleza y de la gracia, 27,31). 725 La fuerza del demonio, destruida por efecto de la l i bertad interior.—«La fuerza de los demonios disminuye cuando la práctica de los mandamientos debilita en nosotros las pasiones; es destruida cuando, por efecto de la libertad interior, estas pasiones desaparecen al fin del alma. Porque ellos no encuentran mas en ella las complicidades que sirven de base a sus ataques. He aquí el sentido del verso: Ellos perdieron su fuerza y cayeron ante su rostro (Sal 9,4)» (S. MÁXIMO CONFESOR, Centurias sobre la Caridad, 2,22). 726 Cinco razones por las que Dios permite las tentaciones.—«Cinco razones se distinguen por las que Dios permite a los demonios tentarnos! 1) para que ataques y contrataques nos lleven al discernimiento del bien y del mal; 2) para que nuestra virtud, mantenida en el esfuerzo y en la lucha, se afirme; 3) para que, avanzando en la virtud, evitemos la presunción y apreciemos la humildad; 4) para inspirarnos, Con la experiencia que tenemos, un
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aborrecimiento sin reserva al mal; 5) y, sobre todo, para que, llegados a la libertad interior, quedemos convencidos de nuestra debilidad y de la fuerza de aquel que nos ha socorrido» (S. MÁXIMO CONFESOR, Centurias sobre la Caridad, 2,67). 727 Cómo llegar a la perfección cristiana.—«Los movimientos del alma son razonables cuando la parte concupiscible está gobernada por la temperancia; cuando la irascible se centra en la caridad, apartándose del rencor. Cuando la razón permanece junto a Dios por la oración y la contemplación espiritual. No posee aún la caridad perfecta, ni el conocimiento profundo de la Providencia divina, aquel que, en el momento de la prueba, se aparta de la caridad para con sus hermanos» (S. MÁXIMO CONFESOR, Centurias sobre la Caridad, 4,15-16). 728 Lucha contra la vanagloria.—«Duro combate que libra de la vanagloria. Uno se libra de ella por la práctica oculta de las virtudes y una oración más frecuente. El signo de su liberación es no guardar rencor a quien ha dicho o dice mal de vosotros» (S. MÁXIMO CONFESOR, Centurias sobre la Caridad, 4,43). 729 Astucia del tentador.—«Un día que sus hijos e hijas comían y bebían en casa del hermano mayor... (Job 1,13-15). Hemos de notar aquí que hay tiempos convenientes para las tentaciones. Entonces eligió el diablo tiempo para tentar, cuando supo que los hijos del santo Job estaban en el convite; porque el enemigo mira no sólo lo que hace, sino cuándo lo hace; porque, aunque recibió poder para ello, eligió el tiempo más propicio para destruir, para que se nos manifestase por disposición de Dios que la alegría de la hartura es mensajera de la tribulación. Debemos también considerar qué astutamente se anuncian los males; pues no se nos dice: los bueyes fueron tomados por los sábeos, sino que estaban arando y se los llevaron, porque, haciendo mención del fruto de la obra, creciese el dolor. Y por esto, en la versión griega, no sólo se dice que robaron las burras, sino que estaban preñadas; porque si la pérdida de los animales pequeños no afligía su alma, a lo menos por la preñez de ellas recibiese alguna pena. Y porque tanto más las adversidades hieren el alma cuanto más súbitamente las sabemos, siendo muchas, acrecentó el enemigo la medida de los gemidos con las nuevas de los mensajeros» (S. GREGORIO MAGNO, Tratados morales sobre el libro de Job, 2,22). 730 Dios, «formador de la luz y creador de las tinieblas».— «Hablado has como una mujer necia. Si recibimos de Dios los bienes, ¿no vamos a aceptar los males? (Job 2,10). ^ , i * t e
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[...]. Por bienes se han de entender los dones de Dios, tanto temporales como eternos; y por males, las calamidades presentes, acerca de las cuales dice el Señor por boca del profeta: Yo soy Dios y no hay otro; formador de la luz y creador de las tinieblas, hacedor de la paz y creador de los males (Is 45,7). No se entiende que el Señor crea los males, los cuales, por naturaleza, no tienen ser; mas muestra que el Señor crea los males cuando por las cosas naturalmente buenas nos castiga cuando obramos mal. Y así, las mismas cosas son buenas por su naturaleza y son malas por el dolor con que nos hieren cuando pecamos [...]. Por lo cual se dice bien que Dios es formador de la luz y creador de las tinieblas; porque, cuando por las calamidades se crean de fuera tinieblas de dolor, dentro, por la doctrina del castigo, se enciende la luz del alma. Y di cese también: Hacedor de la paz y creador de los males, porque entonces se vuelve a nosotros la paz con Dios cuando las cosas, que de su naturaleza son buenas y de nosotros no rectamente codiciadas, se nos vuelven en castigos, que nosotros llamamos males. Y pues que por la culpa estuvimos discordes con Dios, cosa justa es que, por los castigos, volvamos a estar en paz con él; de este modo, cuando cualquier cosa creada, buena en sí misma, se nos convierte en causa de sufrimiento, ello nos sirve de corrección, para que volvamos humildemente al autor de la paz» (S. GREGORIO MAGNO, Tratados morales sobre el libro de Job, 3,15).
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LA CRUZ, SIGNO FUNDAMENTAL
«Ycomo Moisés puso en alto la serpiente en el desierto, asi es necesario que sea puesto en alto el Hijo del hombre, para que todo el que cree en él alcance la vida eterna» (Jn 3,14-15). «Y llamando a la turba junto con sus discípulos, díjoles: Si alguno quiere venir en pos de mí, niegúese a sí mismo, tome a cuestas su cruz y sígame» (Me 8,34).
La cruz, signo fundamental
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«y como le hubieran sacado, echando mano de un tal Simón de drene, que venía del campo, le pusieron en los hombros la cruz, para que la llevara detrás de Jesús» (Le 23,26). «Y yo, cuando fuere levantado de la tierra, atraeré a todos hacia mí» (Jn 12,32). 731 La cruz puesta sabiamente como escudo.—«Procura, en todo tiempo, signarte en la frente, porque la cruz es el signo de la pasión, conocido y aprobado contra el diablo, si es que tienes fe y no porque te vean los hombres; puesta sabiamente como un escudo. El adversario, viendo la fuerza que proviene del corazón, apenas el hombre manifiesta en lo exterior su semblanza espiritual, huye. De ello es figura aquel cordero inmolado, con cuya sangre ordenó Moisés rociar el umbral y las dos jambas de las puertas de los hijos de Israel. Nuestra fe es la misma, manifestada en el cordero. Nosotros, haciendo la cruz sobre la frente y en los ojos con la mano, espantamos a aquel que trata de exterminarnos» (S. HIPÓLITO, La Tradición Apostólica). 732 Jesucristo, con sus brazos en la cruz, abrazó al mundo.—«Extendió sus brazos en la cruz y abrazó al mundo, para mostrar ya entonces que el gran pueblo congregado desde la salida del sol hasta su ocaso, de todas las lenguas y pueblos, vendría a congregarse bajo sus alas, para recibir en sus frentes aquella señal máxima y sublime. De lo cual los mismos judíos siguen mostrando la figura cuando señalan sus puertas con la sangre del cordero. Porque cuando Dios iba a dar muerte a los primogénitos de los egipcios y librar a los hijos de los hebreos de aquella plaga, mando a éstos que inmolaran un cordero sin mancha y señalaran con la sangre las jambas y el dintel de sus puertas. Así, muriendo en una noche todos los primogénitos de Egipto, los de los judíos fueron librados con la sangre del cordero; no porque la sangre del animal tuviese de suyo virtud de salvar los hombres, sino porque era imagen de lo por venir. Cristo fue el Cordero sin mancha, es decir, inocente, puro y santo, que, inmolado por los mismos judíos, es la salvación de cuantos [...] llevan en su frente el signo de la cruz, en la que derramó su sangre» (LACTANCIO, Instituciones Divinas, 4,27). 733 Necesidad de la predicación.—«Pero hay que añadir a todo esto que, según el beneplácito del Logos mismo, va mucha diferencia entre aceptar nuestros dogmas por razón y sabiduría
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o por desnuda fe; esto sólo por accidente lo quiso el Logos, a fin de no dejar de todo punto desamparados a los hombres, como lo pone de manifiesto San Pablo, discípulo genuino de Jesús, diciendo: Ya que el mundo no conoció, por la sabiduría, a Dios en la sabiduría de Dios, plúgole a Dios salvar a los creyentes por la necedad de la predicación fl Cor 1,21). Por aquí se pone evidentemente de manifiesto que debiera haberse conocido a Dios por la sabiduría de Dios; mas, como no sucedió así, plúgole a Dios, como segundo remedio, salvar a los creyentes no simplemente por medio de la necedad, sino por la necedad en cuanto tiene por objeto la predicación. Se ve, efectivamente, al punto, que predicar a Jesús como Mesías crucificado es la necedad de la predicación, como se dio bien de ello cuenta San Pablo cuando dijo: Nosotros, empero, predicamos a Jesús, Mesías crucificado, escándalo para los judíos y necedad para los griegos; mas, para los llamados mismos, judíos y griegos, el Cristo, fuerza de Dios y sabiduría de Dios (1 Cor 1,23)» (ORÍGENES, Contra Celso, 1,13). 734 Mirar la cruz.—«Lo más importante de todo lo que creemos los cristianos es mirar con fe firme y recta la pasión de aquel que padeció por nosotros; la cruz fue su pasión. Por eso, como enseña la historia, al que mira a la cruz no puede dañarle el veneno de las concupiscencias. Mirar la cruz no es otra cosa que mostrarnos muertos y crucificados para este mundo, fijos en la virtud, inmovilizados para pecar, clavando nuestra carne, como dice el Salmista, con el clavo del temor de Dios (Sal 118,120). El clavo que tiene sujeta esta carne es la continencia [...]. También para los fieles se dan con frecuencia los mordiscos de la concupiscencia, que son rechazados al mirar al que está levantado en alto, contrarrestando la fuerza del veneno, como un antídoto, con el temor del precepto. Y que el misterio de la cruz se anunció en figura con la serpiente levantada en un palo nos lo enseña claramente la Verdad cuando dijo: Y, del mismo modo que Moisés levantó en alto la serpiente en el desierto, así tendrá que ser levantado en alto el Hijo del hombre, para que todo el que crea en él tenga vida eternft (Jn 3,14-15)» (S. GREGORIO DE NBA, Libro de la Vida de Moisés). 735 La cruz es el máximo motivo de gloria para la Iglesia.— «Cualquier acción de Cristo es motivo de gloria para la Iglesia universal; pero el máximo motivo de gloria es la cruz. Así lo expresa con acierto Pablo, que también sabía de ello: Lo que es a mí, Dios me libre de gloriarme si no es en la cruz de Jesucristo (Gal 6,14). Fue ciertamente digno de admiración el hecho de que el ciego de nacimiento recobrara la vista en Siloé, pero ¿en qué benefició
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esto a todos los ciegos del mundo? Fue algo grande y preternatural la resurrección de Lázaro, cuatro días después de muerto; pero este beneficio le afectó a él únicamente, pues ¿en qué benefició a los que en todo el mundo estaban muertos por el pecado? Fue cosa admirable el que cinco panes, como una fuente inextinguible, bastaran para alimentar a cinco mil hombres; pero ¿en qué benefició a los que en todo ej mundo se hallaban atormentados por el hambre de la ignorancia? Fue maravilloso el hecho de que fuera librada aquella mujer a la que Satanás tenía ligada por la enfermedad desde hacía dieciocho años; pero ¿de que nos sirvió a nosotros, que estamos ligados con las cadenas de nuestros pecados? En cambio, el triunfo de la cruz iluminó a todos los que padecían la ceguera del pecado, nos liberó a todos de las ataduras del pecado, redimió a todos los hombres» (S. C I R I L O D E JERUSALEN, Catequesisy 13, «a los iluminados», 1). 736 El mensaje de la cruz es salvación para nosotros.—«No nos a ver goncemos de la cruz del Salvador, antes bien gloriémonos en ella, porque el mensaje de la cruz es escándalo para los judíos, necedad para los gentiles, mas para nosotros, salvación. Y, ciertamente, para aquellos que están en vías de perdición es necedad; mas para nosotros, que estamos en camino de salvación, es fuerza de Dios. Porque el que moría por nosotros no era un hombre cualquiera, sino el Hijo de Dios hecho hombre. Y así como, en otro tiempo, aquel cordero que mandó matar Moisés apartaba al ángel exterminador, así el Cordero de Dios, que quita los pecados del mundo, nos libra, con mucha mayor eficacia, del pecado. Y si la sangre de una oveja, que es un animal irracional, podía traer la salvación, ¿cuánto más salvadora no será la sangre del Unigénito? Si alguno no cree en la virtud de Cristo crucificado, pregunte a los demonios, y si no le convencen las palabras, que mire a los hechos. Muchos han sido los crucificados en el mundo, pero a ninguno de ellos temen los demonios; en cambio, solamente con ver la cruz de nuestro Salvador, los demonios se echan a temblar; porque aquéllos murieron por sus propios pecados, mas él, por los de los demás» (S. C I R I L O D E J E R U S A L É N , Catcquesis, 13, «a los iluminados», 3). 737 La cruz, símbolo de nuestra libertad y de la bondad del Señor.—«Que nadie, pues, se avergüence de los símbolos sagrados de nuestra salvación, de la suma de todos los bienes, de aquello a que debemos la vida y el ser; llevemos más bien por todas partes, como una corona, la cruz de Cristo. Todo, en efecto, se consuma El Evangelio en los PP. de la Iglesia
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entre nosotros por la cruz. Cuando hemos de regenerarnos, allí está présente la cruz; cuando nos alimentamos de la mística comida, cuando se nos consagra ministros del altar, cuandoquiera se cumple otro misterio alguno, allí está siempre este símbolo de victoria. De ahí el fervor con que lo inscribimos y dibujamos sobre nuestras casas, sobre las paredes, sobre las ventanas, sobre nuestra frente y sobre el corazón. Porque éste es el signo de nuestra salvación, el signo de la libertad del género humano, el signo de la bondad del Señor para con nosotros» (S. J U A N C R I S Ó S T O M O , Homilías sobre el Evangelio de San Mateo, 54,4). 738 Triunfo de la predicación cristiana de la cruz.—«Desde el momento que el predicador era un hombre sin cultura, pobre, oscuro; que su mensaje no era atractivo, sino que provocaba el escándalo; que los que la escuchaban eran pobres, sin crédito ni consideración alguna; que había dificultades ininterrumpidas y continuas lo mismo para los doctores que para los discípulos y, sobre todo, que el que se anunciaba era un crucificado, ¿cuál es la causa de su triunfo? ¿No es evidente que allí había un poder divino, inefable? Es evidente para todo hombre. En efecto, si tú ves unirse los valores opuestos: la riqueza, la nobleza del origen, los sabios, el talento oratorio, la seguridad, el culto religioso practicado durante tanto tiempo y la represión inmediata de lo nuevo, y que estos hombres que vienen del campo, incultos y pobres, consiguen la victoria, ¿cuál es la razón? Dime. Es exactamente como si un rey, preparado su ejército bien equipado y dando una batalla ordenada, no hubiera podido triunfar de los bárbaros, y, mientras, un pobre hombre, solo y sin armas, sin tener siquiera un venablo ni vestido sobre su cuerpo, consigue apenas llegado lo que otros no habían podido hacer con las armas y todo su aparejo militar» (S. J U A N C R I S Ó S T O M O , Homilías sobre las alabanzas de Pablo, 4). 739 Triunfo de la predicación cristiana de la cruz.—«Hoy, nuestro Señor Jesucristo en la cruz. Nosotros hacemos fiesta para que tú aprendas que la cruz es la fiesta y la solemnidad espiritual. Anteriormente la cruz era el castigo, la condenación, pero se ha hecho honorable; primero símbolo de condenación, ahora causa de salvación. Ella se ha convertido para nosotros en causa de innumerables bienes: nos ha librado del error, iluminó a los que estaban en tinieblas, reconcilió con Dios a los que eran prisioneros, a los extraños los hizo domésticos, a los que estaban alejados los acercó. Esta es la destrucción de la enemistad, la defensa de la paz, el tesoro de innumerables bienes.
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Gracias a ella no estamos errantes por los desiertos, conocemos el camino verdadero, no caminamos fuera del camino real, encontramos la puerta, no tememos las flechas ardientes del diablo, puesto que hemos encontrado la fuente. Gracias a la cruz, no vivimos en viudedad, porque hemos recibido al Esposo; no tememos al lobo, porque tenemos con nosotros al Buen Pastor. Yo soy el buen Pastor, dice (Jn 10,11). Por ella ya no tememos al tirano, estamos con el Rey. Por eso hacemos fiesta, celebrando el recuerdo de la cruz» (S. JUAN CRISÓSTOMO, Homilías sobre la Cruz y el ladrón, 1). 740 Admirables beneficios de la cruz.—«Estos son los admirables beneficios de la cruz en favor nuestro: la cruz es el trofeo erigido contra los demonios, la espada contra el pecado, la espada con la que Cristo atravesó a la serpiente; la cruz es la voluntad, la gloría de su Hijo único, el júbilo del Espíritu Santo, el ornato délos ángeles, la seguridad de la Iglesia, el motivo de gloriarse de Pablo, la protección de los santos, la luz de todo el orbe» (S. JUAN CRISÓSTOMO, Homilía sobre el cementerio y la Cruz, 2). 741 La cruz, poder y sabiduría para nosotros los creyentes.— «Yo, por mi parte, hermanos, si todavía predico la circuncisión, ¿por qué soy todavía perseguido? ¡Habría desaparecido el escándalo de la cruz! (Gal 5,11). El que la cruz sea escándalo para los judíos, locura para los gentiles (1 Cor 1,23), el mismo Señor nuestro lo manifiesta, que se dice piedra de traspiés y peña de tropiezo (1 Pe 2,8) por ninguna otra razón, pienso, sino porque la predicación, cuando llega a los oyentes con velas desplegadas, y cuando llega a ser cruz, choca y de ninguna forma sigue adelante su curso libre. Pero esta cruz, que es escándalo para los judíos y locura para los gentiles, para nosotros creyentes, es poder y sabiduría (1 Cor 1,24). De manera que lo que se decía necedad, lo necio de Dios, se hiciera sabio para los hombres, y por aquello que se decía enfermedad y escándalo, lo enfermo de Dios se hiciera más fuerte que los hombres» (S. JERÓNIMO, Comentario sobre la Carta a los Galotas, 5,11). 742 Por la cruz, «el mundo crucificado para mí y yo para el mundo».—«En cuanto a mí, que no se me ocurra poner el orgullo sino en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por la que el mundo está crucificado para mí y yo para el mundo (Gal 6,14). Sólo puede gloriarse en la cruz de nuestro Señor Jesucristo el que la toma y sigue al Salvador (Le 9,23), el que crucificó su carne con sus vicios y concupiscencias (Gal 5,24), el que ha muerto para el mundo y no contempla las cosas que se ven, sino las que no
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se ven (2 Cor 4,18); el que ve el mundo crucificado y su figura que pasa (1 Cor 7,31). Aquel mundo está crucificado para el justo, del que dice el Salvador: Yo he vencido al mundo (Jn 16,33), y No queráis amar al mundo (1 Jn 2,15), y No habéis recibido el espíritu del mundo (1 Cor 2,12). Para quien está crucificado al mundo, para éste, el mundo también ha muerto y ha llegado ya a la consumación. Y se ha hecho digno de un cielo nuevo y de una tierra nueva (Ap 21,1), y con el Nuevo Testamento canta un cántico nuevo, y recibe un nombre nuevo, escrito en la piedra, que nadie conoce sino el que lo ha recibido» (S. JERÓNIMO, Comentario sobre la Carta a los Galotas, 6,14). 743 Rosas, lirios, hiedra y violetas en el huerto del Señor.— «Aquel huerto del Señor, hermanos, tiene —y lo repito una y tres veces— no sólo las rosas de los mártires, sino también los lirios de las vírgenes, la hiedra del matrimonio y las violetas de las viudas. En ningún modo, amadísimos, tiene que perder la esperanza de su vocación ninguna clase de hombres. Cristo padeció por todos. Con toda verdad está escrito de él: Quien quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad (1 Tim 2,4)» (S. AGUSTÍN, Sermones, 304,2). 744 La cruz de Cristo es el gran candelero.—«No os pongo bajo el celemín, sino que estaréis en el candelero, para que deis luz. ¿Cuál es el candelero para la lámpara? Escucha cual. Sed lámparas y tendréis vuestro candelero. La cruz de Cristo es el gran candelero. Quien quiera dar luz, que no se avergüence del candelero de madera» (S. AGUSTÍN, Sermones, 289,6). 745 La cruz, navio para atravesar el mar de este mundo.— «Es como el que ve de lejos la patria, pero separada por el mar. Ve a dónde ir, pero no tiene medios de arribar allá. Anhelamos llegar a la perpetua estabilidad, a la Existencia misma, ya que ella es siempre lo mismo. Está por medio el mar de este siglo, que es por donde caminamos. Nosotros nos damos cuenta del término de nuestro viaje; muchos ni siquiera saben a dónde dirigirse. Para que existiese el medio de ir, vino de allá a quien queremos ir. ¿Qué hizo? Nos proporcionó el navio que sirve para atravesar el mar. Nadie puede pasar el mar de este siglo si no lleva la cruz de Cristo. Muchos, aun enfermos de los ojos, se abrazan a la cruz. Quien no ve la distancia a donde va, no deje la cruz, ella lo llevará» (S. AGUSTÍN, Tratados sobre el Evangelio de San Juan, 2,2). 746 El sacerdocio común de los fieles.—«El signo de la cruz ha hecho reyes a todos los regenerados en Cristo y la unción del
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Espíritu Santo los consagra sacerdotes, para que, además de este servicio especial de nuestro ministerio, todos ios cristianos razonables y espirituales reconozcan que comparten el oficio de una generación real y sacerdotal. ¿Qué hay tan regio como que el alma, subdita de Dios, rija su propio cuerpo? ¿Y qué hay tan sacerdotal como entregar al Señor la conciencia pura y ofrecer hostias inmaculadas de piedad desde el altar del corazón? Aunque, por la gracia de Dios, esto es común a todos, sin embargo, es religioso y laudable a vosotros alegraros del día de nuestra exaltación como un honor propio, para que en todo el cuerpo de la Iglesia no se celebre más que un sacramento del sacerdocio que, por el óleo bendito derramado, fluye más copiosamente en la parte superior, pero también baja no escasamente a la inferior» (S. LEÓN MAGNO, Sermones, 4, «en el aniversario de su consagración episcopal»). 747 Admirable virtud de la santa cruz.—«¡Oh admirable virtud de la santa cruz! ¡Oh inefable gloría del Padre! En ella podemos considerar el tribunal del Señor, el juicio del mundo y el poder del crucificado. ¡Oh, sí, Señor: atrajiste a ti todas las cosas cuando, teniendo extendidas todo el día tus manos hacia el pueblo incrédulo y rebelde (Is 65,2), el universo entero comprendió que debía rendir homenaje a tu majestad! Atrajiste a ti todas las cosas cuando todos los elementos se juntaron en una sola voz para condenar la injusticia de los judíos; cuando, habiéndose oscurecido los astros y trocádose en tinieblas la claridad del día, la tierra fue conmovida por extrañas sacudidas y toda la creación se negó a servir a aquellos impíos. Atrajiste a ti todas las cosas, porque, habiéndose rasgado el velo del templo, el santo de los santos rechazó a sus indignos pontífices, como indicando que la figura se convertía en realidad; la profecía, en revelaciones manifiestas, y la Ley, en el Evangelio. Atrajiste a t i , Señor, todas las cosas para que la piedad de todas las naciones celebrase, como un misterio lleno de realidad y libre de todo velo, lo que tenías ocultoen un templo de Judea a la sombra de las figuras. Ahora, en efecto, el orden de los levitas brilla con mayor resplandor, y la dignidad sacerdotal tiene una mayor grandeza, y la unción que consagra a los pontífices una mayor santidad: justo, porque la fuente de toda bendición y el principio de todas las gracias se encuentran en tu cruz, la cual hace pasar a los creyentes de la debilidad a la fuerza, del oprobio a la gloría, de la muerte a la vida» (S. LEÓN MAGNO, Sermones, 59, «sobre la Pasión del Señor»).
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P.II. El Evangelio de Jesuseristo XXVII MISTERIO PASCUAL «Desde entonces comenzó Jesús a manifestar a sus discípulos que él tenía que ir a Jerusalén y padecer muchas cosas de parte de los ancianos, y sumos sacerdotes y escribas, y ser entregado a la muerte, y al tercer día resucitar» (Mt 16,21). «Y cuando le hubieron mofado, le despojaron de la púrpura, le vistieron sus propios vestidos, y le sacaron para crucificarlo» (Me 15,20). «Como Joñas fue señal para los ninivitas, así lo será también el Hijo del hombre para esta generación» (Le 11,30). «Mas a Jesús, cuando vinieron, como le vieron ya muerto, no le quebrantaron las piernas, sino que uno de los soldados, con $u lanza, le traspasó el costado, y salió al punto sangre y agua» (Jn 19,33-34). «Tomando la palabra el ángel, dijo a las mujeres: No temáis vosotras, que ya sé que buscáis a Jesús, el crucificado; no está aquí, resucitó como dije, Venid y ved el lugar donde estuvo puesto» (Mt 28,5-6). «Con esto, el Señor Jesús, después de hablarles, fue elevado al cielo, y se sentó a la derecha de Dios» (Me 16,19). «Y mientras los bendecía, se separó de ellos, y era llevado al cielo» (Le 24,31).
748 Con su obediencia hasta la muerte, Jesucristo destruyó la desobediencia original.—«Para destruir la desobediencia oriinal del hombre en el árbol del paraíso, el Señor se hizo obediente asta la muerte, y muerte de cruz (Flp 2,8). Así curaba la desobediencia que había tenido lugar en un árbol, con la obediencia que tenía lugar en otro árbol [...]. Por aquello por lo que desobedecimos a Dios y no creímos su palabra, por ello mismo introdujo la obediencia y la sumisión a su palabra. Con ello muestra abiertamente que uno mismo es el Dios a quien ofendimos en el primer Adán, al transgredir el mandato, y con quien nos reconciliamos en el secundo Adán por la obediencia hasta la muerte. Con nadie más temamos deuda, sino con aquel cuyo precepto originariamente habíamos violado» (S. IRENEO, Contra las herejías, 5,16,3). 749 Pasión de nuestro Señor Jesucristo.—«Aun durante la pasión y la cruz, antes de derramar su sangre y de su cruel muerte,
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qué oprobios no escuchó con toda paciencia, qué burlas y afrentas no toleró hasta recibir los salivazos. El, que había dado luz a los ojos de un ciego con su saliva [...]. A la muerte en cruz del Señor se eclipsan los astros, se trastornan los elementos, se estremece la tierra, la noche vela el día; el sol, por no contemplar el crimen de los judíos, oculta sus rayos y cubre sus ojos, y El no abre su boca, ni se conmueve, ni hace* ostentación de su majestad, ni siquiera en la pasión; todo lo sufre sin cansancio hasta el fin, para que se complete en Cristo una perfecta y consumada paciencia» (S. CIPRIANO, De los bienes de la paciencia, 7). 750 «Pase de mí este cáliz».—«Conozco también otra explicación de este lugar, que es como sigue: Como viera el Salvador las calamidades que el pueblo y Jerusalén habían de padecer en castigo de los cnmenes que contra él cometerían los judíos, por el solo amor que les tenía, no queriendo que el pueblo padeciera lo que iba a padecer, dijo: Padre, si es posible, pase de mí este cáliz (Mt 26,39). Como si dijera: Ya que, por beber este cáliz de suplicios, toda la nación será abandonada por ti, ruégote que, si es posible, pase de mí este cáliz, a fin de que esta porción tuya (Dt 32,9) no sea enteramente abandonada en castigo al crimen que cometerá contra ti» (ORÍGENES, Contra Celso, 2,24). 751 Apariciones de Jesús resucitado a sus discípulos.—«Por lo demás, después de su resurrección, se hallaba Jesús en una especie de estado fronterizo, entre la solidez del cuerpo antes de la pasión y la aparición de un alma desnuda del cuerpo. Así se explica que, estando reunidos los discípulos y Tomás con ellos, vino Jesús, a puertas cerradas, se puso en medio de ellos y dijo: La paz sea con vosotros. Y luego dijo a Tomás: Trae aquí tu dedo... (Jn 20,26-27). Y en el Evangelio de Lucas, cuando Simón y Cleofás iban conversando entre sí sobre todo lo que les había acaecido, Jesús se les juntó en el camino y los ojos de ellos estaban cerrados para reconocerlo, y él les dijo: ¿Qué conversación es esa que lleváis fino con otro mientras vais caminando?, y, cuando se les abrieron los ojos y lo reconocieron, dice literalmente la Escritura: Y él desapareció de su presencia (Le 24,3Í)» (ORÍGENES, Contra Celso, 2,61). 752 Celebración perpetua de la Pascua.—«Mas acaso objete alguno a esto lo que nosotros hacemos los días del Señor, de preparación, pascua o pentecostés. A ello hay que responder que el perfecto, por el hecho de permanecer siempre en las palabras, en las obras y en los pensamientos del Dios Verbo, que es por naturaleza señor, siempre está en los días de él y siempre celebra días
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del Señor. Y, por el mismo caso, el que constantemente se prepara para la vida verdadera y se aparta de los placeres de la vida que seducen a muchos; el que no fomenta el sentir de la carne (Rom 6,8), sino que abofetea su cuerpo y lo reduce a servidumbre (1 Cor 9,27), ése celebra constantemente las preparaciones (o parasceve). Además, el que comprende que Cristo, nuestra Pascua, fue inmolado y que debemos celebrar la fiesta comiendo la carne del Logos (1 Cor 5,7; Jn 6,52ss), ése no hay momento en que no esté celebrando la Pascua, que se interpreta sacrificio para el transito, pues constantemente está pasando de las cosas de la vida a Dios y acelerando el paso a la ciudad de Dios» (ORÍGENES, Contra Celso, 8,22). 753 Jesucristo vino a renovar las leyes del gobernar y del obedecer.—«El Hijo Unigénito de Dios, que era el Verbo y la Sabiduría del Padre, estando junto al Padre con aquella gloria que tuvo antes de que el mundo fuera hecho, se anonadó a sí mismo, tomando la condición de esclavo y se hizo obediente hasta la muerte (Flp 2,6-8). Para educar en la obediencia a aquellos que no podían alcanzar la salvación por un camino distinto de la obediencia. Renovó también las formas corrompidas del gobernar y del reinar, al someter bajo sus pies a todos sus enemigos. Por eso es necesario que él reine hasta poner a todos sus enemigos bajo sus pies y destruya el último enemigo, la muerte, y enseñe las normas a los mismos encargados del gobierno. Y porque no sólo venía a renovar las leyes del gobernar y del enseñar, sino también las del obedecer, cumpliendo primero en sí mismo lo que quería que fuese cumplido en los otros, no sólo se hizo obediente hasta la muerte para obedecer al Padre, sino que también, en la consumación de los siglos, cuando le hayan stdo sometidas todas las cosas, entonces también el Hijo mismo se someterá a aquel que ha sometido a él todas las cosas, para que Dios sea todo en todos (1 Cor 15,24-28)» (ORÍGENES, Tratado de los Principios, ni 5,6). 754 Uno murió por todos y venció a la muerte.—«He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo (Jn 1,29).
[...]
Uno murió por todos para que todos vivamos en él. Cuando la muerte tragó al Cordero muerto por todos, en él y con él nos vomitó a todos. Estábamos todos en Cristo, que por nosotros murió y resucitó. Destruido el pecado, ¿cómo no quedaría también destruida la muerte, que viene de él? Muerta la raíz, ¿cómo quedaría el tallo en pie? Muerto el pecado, ¿qué causa habrá para que muramos nosotros? Así, pues, con solemne exultación, digamos
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ante la muerte del Cordero: ¿Dónde estay oh muerte, tu victoria? ¿Dónde tu aguijón? (1 Cor 15,35). Como dice el Salmista: a toda maldad se le tapa la boca (Sal 106,42); no podrá acusar ya a los pecadores por su enfermedad. Dios es el que justifica (Rom 8,33). Cristo nos redimió de la maldición de la Ley, hecho maldito por nosotros; para que todos huyamos de la maldición del pecado (Gal 3,13)» (S. CIRILO DE ALEJANDRÍA, Comentario sobre el Evangelio de San Juan, 2). 755 Jesucristo entregó su cuerpo por la vida de todos.— «Cristo fue, pues, crucificado por todos nosotros, para que, habiendo muerto uno por todos, todos tengamos vida en él. Era, en efecto, imposible que la vida muriera o fuera sometida a la corrupción natural. Que Cristo ofreciese su carne por la vida del mundo es algo que deducimos de sus mismas palabras: Padre santo, dijo, guárdalos, y luego añade: Por ellos me consagro yo (Jn 17,11.19). Cuando dice consagro, debe entenderse en el sentido de me dedico a Dios y me ofrezco como hostia inmaculada en olor de suavidad Pues, según la Ley, se consagraba o llamaba sagrado lo que se ofrecía sobre el altar. Así Cristo entregó su cuerpo para la vida de todos y a todos nos devolvió la vida» (S. CIRILO DE ALEJANDRÍA, Comentario sobre el Evangelio de San Juan, 4,2). 756 Entrada de Jesús en Jerusalén.—«Hosanna... Bendito el que viene en nombre del Señor (Mt 21,9), decían los niños. Cantemos con ellos y celebremos hoy la fiesta, no de manera pomposa, sino divina; no sólo llevando en la mano los ramos de palma, sino también en el alma, y blanqueándola más que la nieve. Desvistámonos de toda la mortalidad de esa toga vieja, hecha de pieles, rechazando todo fasto y toda soberbia. El rey de los ángeles viene no en carros y con ejército, sino montado en un miserable asnillo, para enseñarte a ti a no ser llevado en caballos y mulos, que no tienen entendimiento. Por tanto, cultivemos la humildad con Cristo en nosotros, para subir con él; cantemos himnos con los ángeles, glorifiquémoslo con los niños, gritemos con la multitud, exultemos en Betania con Lázaro, resucitemos de las obras muertas, con los habitantes de Sión animemos los coros, clamemos con los ciegos a quienes ha devuelto la vista; alabemos con los niños y los ancianos, prediquemos con sus discípulos y, a ejemplo de los niños, extendamos los ramos de oliva en el camino de la vida, mortifiquemos nuestra crasa naturaleza y postrémonos en la vía de la misericordia, que dice: Yo soy el camino (Jn 14,6), para que nosotros encontremos misericordia por él y con él, en la Jerusalén celestial. Entremos a un tiem-
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po en aquel grandioso templo los que van delante y los que vamos detrás, los que proceden de la hora de tercia y los que le siguen a la hora undécima [...> (S. C I R I L O D E A L E J A N D R Í A , Homilía 4, «en el Concilio de Efeso»). 757 Recordemos la pasión de Jesucristo para seguir sus pasos*—«Nosotros no sólo leamos todas estas cosas, sino conservémoslas en nuestra mente: la corona de espinas, el manto de púrpura, la caña, las bofetadas, la venda de los ojos, los salivazos, las burlas. Acordándonos frecuentemente de todo esto, podemos frenar nuestra ira. Aunque se burlen de nosotros, aunque padezcamos injustamente, digamos con frecuencia: No es el siervo mayor que su señor (Jn 13,16), y traigamos al recuerdo lo que decían los judíos al Maestro: Estás endemoniado Qn 7,20; 8,48). Y echa los demonios en nombre de Belcebú (Le 11,15). Padeció todo esto para que nosotros sigamos sus pasos y llevemos con paciencia los sarcasmos que se siguen con frecuencia. Pues él no sólo sobrellevó todo esto, sino que también lo hizo para librar a cuantos lo padecen del suplicio eterno. Y envió a sus apóstoles para salvación de cuantos oyeran su predicación. Pedro decía: Ahora bien, hermanos: Sabemos que lo hicisteis por ignorancia (Hech 3,17), y así los atraía a penitencia. Imitemos nosotros estos ejemplos. Nada aplaca tanto a Dios como amar a los enemigos [...]»(S. J U A N C R I S Ó S T O M O , Homilías sobre el Evangelio de San Juan, 84). 758 Jesucristo ofrece su sacrificio fuera del templo.—«Y ¿por qué, preguntas, la hostia no se ofrece en el templo, sino fuera de la ciudad y de las murallas? Para que se cumpla aquello: Ha sido contado entre los delincuentes (Is 53,12). Y ¿por qué muere en un patíbulo y no bajo techo? Para purificar la naturaleza del aire; por eso al aire libre, no bajo techo, sino bajo el cielo. El aire se purificaba cuando el cordero era crucificado en alto. También era purificada la tierra, pues la sangre que brotó de su costado la regaba. Por eso, precisamente, no bajo techo, ni en el templo de los judíos [...> (S. J U A N C R I S Ó S T O M O , Homilías sobre la Cruz y el ladrón, 1). 759 Manifestación del poder de la cruz en la muerte de Cristo.—«¿Quieres aprender otra cosa importante? El Paraíso, cerrado miles de años, nos lo abrió hoy. En este día, en esta misma hora, Dios introdujo en él al ladrón. Dos cosas importantes: abrió el Paraíso e hizo entrar en él al ladrón. Hoy, antes de que nosotros volvamos a la patria, abrió sus puertas a la naturaleza humana, pues dijo: Hoy estarás conmigo en el Paraíso (Le 23,43).
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¿Qué dices? ¿Estás crucificado, sujetado con los clavos, y prometes el Paraíso? Sí, para que también aprendas mi poder en la cruz. No entenderías el misterio de la cruz si no aprendieras el poder del crucificado; obra en la cruz este milagro que demuestra el máximo poder. No cuando resucitó al difunto, ni cuando ordenó aquietarse a los vientos y al mar, ni cuando expulsó al demonio, sino cuando estaba en la cruz clavado, cargado de injurias y salivazos e insultos, pudo cambiar el alma pervertida del ladrón. Para que veas su poder en la cruz, conmovió toda la naturaleza, rompió las piedras, convirtió el alma del ladrón, más dura que la piedra. Y lo honró, al decirle: Hoy estarás conmigo en el Paraíso. Los querubines guardaban la entrada del Paraíso, pero éste es el Señor de los querubines [...> (S. JUAN CRISÓSTOMO, Homilías sobre la Cruz y el ladrón, 1). 760 Los dos ladrones crucificados con Jesús.—«Había también otro ladrón crucificado con él, para que se cumpliera aquello de ha sido contado entre los malhechores (Is 53,11). Los judíos querían oscurecer su gloria y lo insultaban continuamente con las cosas que hacían para deshonrarlo; pero la verdad brillaba en todas partes y por los mismos obstáculos resplandecía. Lo insultaba el otro ladrón (Le 23,39). ¿Ves la diferencia entre ladrón y ladrón? Los dos crucificados, ambos venían de una vida de latrocinio, ambos de la maldad. Pero no tuvieron los mismos sentimientos. Uno de ellos recibió en herencia el reino de los cielos; el otro, condenado a la gehenna. De la misma forma, el día anterior, Judas y los once. Ellos decían: ¿Dónde quieres que te preparemos la cena pascual? (Mt 26,17); Judas preparaba la traición y decía: ¿Qué queréis darme y yo os lo entrego? (Mt 26,15). Aquellos se preparaban para el ministerio y la mystagogia divina; éste se apresuraba a entregarlo. Así también ahora ladrón y ladrón: uno lo insulta, el otro lo adora; aquél blasfema, éste bendice y reprende al blasfemo: ¿Ni siquiera temes tú a Dios, estando como\stás en el mismo suplicio? (Le 23,40-41)» (S. JUAN CRISÓSTOMO, Homilías sobre la Crmy el ladrón, 1). 761 La tierra convertida en templo.—«Cuando vino Cristo y sufrió la muerte fuera de la ciudad, limpió toda la tierra y convirtió todos los lugares en sitio idóneo para la oración. ¿Quieres aprender cómo toda la tierra se ha convertido en un templo para siempre y cómo todo lugar está destinado a la oración? Oye otra vez al bienaventurado Pablo que dice: Que los hombres oren en todo lugar, levantando en alto las n\anos puras (1 Tim 2,8).
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¿Ves cómo limpió toda la tierra? ¿Has visto cómo en todos los lugares podemos alzar las manos puras? ' Por lo demás, toda la tierra está santificada; es ahora más santa que los lugares santos de los judíos. ¿Por qué razón? Porque en aquellos lugares se ofrecían sacrificios sin el espíritu razonable, pero aquí se ha sacrificado el cordero, dotado de razón. Cuanto más importante es lo que tiene razón que lo que carece de ella, tanto más grande es aquí la santificación. Verdaderamente la cruz es para nosotros una festividad» (S. JUAN CRISÓSTOMO, Homilías sobre la Cruz y el ladrón, 2). 762 Todos los bienes están encerrados en la caridad.—«En su mansedumbre, nuestro Señor humilló sus santas manos hasta lavar los pies del traidor, que se lo agradeció con los clavos de la cruz (Jn 13,1-15). Aquel por quien fueron creadas todas las cosas se humilló para lavar los pies y, sin embargo, los fariseos le mostraron su aversión y los sacerdotes lo atormentaron. Como todas las cosas fueron creadas por él —fue el mediador en su creación—, así también la redención de todas las cosas. La redención obrada por él fue tanto más abundante que si ellas hubieran estado sometidas en virtud de su origen primero. Mas, porque habían caído y yacían bajo el yugo de la maldición, él se humilló bajando todavía más que ellas, para elevarlas y exaltarlas todas. Así como las humilló al principio, así ahora, en su sabiduría, vino hasta ellas como médico y pacificador. El orgullo y la arrogancia nada pueden conseguir, a menos de emplearla guerra. Todos los bienes están encerrados en la caridad, y la caridad es el guardián del tesoro de ellas» (S. EFRÉN, Comentario sobre el Diatesaron, 18,22). 763 Con su muerte, Jesús venció a la muerte.—«Nuestro Señor fue dominado por la muerte, pero él venció a la muerte, pasando por ella como si fuera su camino. Se sometió a la muerte y la soportó deliberadamente para acabar con la obstinada muerte. En efecto, nuestro Señor salió cargado con su cruz, como deseaba la muerte; pero desde la cruz gritó, llamando a los muertos a la resurrección, en contra de lo que la muerte deseaba. La muerte le mató gracias al cuerpo; pero él, fcon las mismas armas, triunfó sobre la muerte. La divinidad se ocultó bajo los velos de la humanidad; sólo así pudo acercarse la muerte, y la muerte le mató; pero él, a su vez, acabó con la muerte. La muerte destruyó la vida natural, pero luego fue destruida, a su vez, por la vida sobrenatural. La muerte, en efecto, no hubiera podido devorarle a él si él no
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hubiera tenido un cuerpo, ni el abismo hubiera podido tragarle si él no hubiera estado revestido de carne; por eso quiso el Señor descender al seno de una virgen, para poder ser arrebatado en su ser carnal hasta el reino de la muerte. Así, una vez que hubo asumido el cuerpo, penetró en el reino de la muerte, destruyó sus riquezas y desbarató sus tesoros» (S. EFRÉN, Sermones, «sobre nuestro Señor», 3)/ 764 El cuerpo de Jesucristo comparado a la pared.—«Mirad, se ha parado detrás de la tapia, atisba por las ventanas, mira por las celosías (Cant 2,9). ¿Qué significa esta tapia, qué las ventanas, qué las celosías, por las que mira el Señor, investigando diligentemente? El bienaventurado Apóstol manifiesta que la pared es el cuerpo del Señor, cuando dice: Derribando el muro de separación: la enemistad; anulando en su carne la ley de los mandamientos formulada en decretos, para crear en sí mismo, de los dos, un solo hombre nuevo (Ef 2,14-15). Y David, comparando el cuerpo del Señor a la pared, dice: ¿Hasta cuándo arremeteréis contra un hombre todos juntos, para derribarlo como a una pared que cede o a una tapia ruinosa? (Sal 61,4); porque esa pared estaba inclinada en el muro de la cruz. Y también Habacuc dice: Una piedra clamará desde la pared (Hab 2,11), esto es, uno de los ladrones habló diciendo: ¿No eres tu el Cristo? Sálvate a ti mismo y a nosotros (Le 23,39). Pues Cristo se llama pared por esto. La ventana son los luminares de los carismas, es decir, los dones con los que, desde la pared de su cuerpo, da luz a los creyentes» (S. GREGORIO DE ELVIRA, Tratado sobre el Cantar de los Cantares, 4). 765 Jesús resucitado se aparece a las mujeres.—«De repente el Señor va al encuentro de las mujeres, animadas por el ángel, y las saluda (Mt 28,9-10), para que, habiendo de anunciar la resurrección a los discípulos, que estaban esperando, reciban de la boca de Cristo, más que de la del ángel, lo que habían de decir. El hecho de que sean simples mujeres las primeras que ven al Señor, lo saludan, se postran de rodillas y son invitadas a llevar la noticia a los apóstoles, manifiesta la vuelta en sentido contrario de la responsabilidad original. En el sentido que, como la muerte había provenido de su sexo, así éste reciba el primero la gloria, la visión, el fruto y el anuncio de la resurrección» (S. HILARIO DE PonTERS, Comentario del Evangelio de San Mateo, 33,9). 766 Expulsión de los mercaderes del Templo.—«Todo lo . cual lo llevó a cabo sin escolta y sin riquezas; mas con un látigo
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hecho con cuerdas, golpeaba a las turbas (Jn 2,15), y ninguno osaba hacerle resistencia. Y por eso usa de la vara y del azote —pues el cetro de su reino es la justicia (Sal 44,7)—, de la vara para corregir, del látigo para reprender. Su primera manera de enseñar es dura, la segunda más humana y flexible, ya que, con ésta, la conciencia del pecador es castigada con golpes menos dolorosos. No hay duda que son cosas completamente distintas las correcciones terroríficas de los profetas y las amonestaciones persuasivas de los apóstoles; sin embargo, la educación verdadera se logra con el combinado de ambas formas de predicar» (S. AMBROSIO, Tratado sobre el Evangelio de San Lucas, 9,21). 767 La muerte de Cristo, transformación del universo.— «La muerte de Cristo es, pies, la transformación del universo. Es necesario, por tanto, que también tú te vayas transformando sin cesar; debes pasar de la corrupción a la incorrupción, de la muerte a la vida, de la mortalidad a la inmortalidad, de la turbación a la paz. No te perturbe, pues, el oír el nombre de muerte, antes bien, deleítate en los dones que te aporta este tránsito feliz. ¿Qué significa en realidad para ti la muerte sino la sepultura de los vicios y la resurrección de las virtudes? Por eso dice la Escritura: Que mi muerte sea la de los justos, es decir, sea yo sepultado con ellos, para que desaparezcan mis culpas y sea revestido de la santidad de los justos, es decir, de aquellos que llevan en su cuerpo y en su alma la muerte de Cristo» (S. AMBROSIO, Sobre el bien de la muerte, 4,15). 768 Jesucristo, Cordero de Dios.—«El fue traspasado por nuestras rebeliones, triturado por nuestros crímenes. Nuestro castigo saludable cayó sobre él, sus cicatrices nos curaron. Todos errábamos como ovejas, siguiendo cada uno su camino; y el Señor cargó sobre él todos nuestros crímenes. Maltratado, se humillaba y no abría la boca; como cordero llevado al matadero, como oveja ante el esquilador, enmudecía y no abría la boca (Is 53,5-7). Fue herido por nuestras impiedades, como dice el Salmos Me taladran las manos y los pies (Sal 21,17); para curar con sus heridas las nuestras. Y triturado por nuestros crímenes, para que, siendo maldito por nosotros, nos librara de la maldición. Porque maldito el hombre que está colgado en el madero (Dt 21,23; Gal 3,13), por donde nuestro castigo saludable cayó sobre él. Lo que nosotros debíamos sufrir por nuestros crímenes, él lo padeció por nosotros, haciendo' la paz per la sangre de su cruz. El es nuestra paz, que hizo de los dos pueblos uno, destruyendo el muro de enemistad y liquidándola en su carne (Ef 2,14), y sus cicatrices nos curaron.
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Es claro: como el cuerpo azotado y herido llevaba en sí las señales de la injuria en los cardenales y la lividez, así su alma sufrió verdaderamente por nosotros [...]. Como cordero llevado al matadero... Este testimonio, que el eunuco de la reina de Candace no entendía, lo entendió al exPicárselo Felipe referido a la pasión y al nombre del Salvador Hech 8,27-28); bautizado en seguida, en la sangre del cordero que venía leyendo, fue enviado como apóstol a la gente de Etiopía. El que fue llevado a Pilato porque él quiso y guardó silencio para ser llevado a la cruz por nosotros, fue llevado como oveja al matadero y como cordero mudo ante el trasquilador. Porque nuestro cordero pascual. Cristo, ha sido sacrificado (1 Cor 5,7); a quien señalaba Juan Bautista: He ahí el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo (Jn 1,29), y en el Apocalipsis de Juan Evangelista se le recuerda con frecuencia como el Cordero sacrificado. El que dice por Jeremías: Yo, como manso cordero que es llevado a sacrificar (Jer 11,19). No conociendo el pecado, se hizo pecado por nosotros (2 Cor 5,21)» (S. JERÓNIMO, Comentario sobre el profeta Isaías).
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769 La injuria del Señor es nuestra gloria.—«Cristo nos rescató de la maldición de la ley, convirtiéndose por nosotros en objeto de maldición, porque está escrito: "Maldito todo el que sea colgado de un palo", para que la bendición de Abraham llegara a los gentiles en Cristo Jesús, para que recibiéramos, mediante la fe, la promesa del Espíritu (Gal 3,13-14). Así, pues, la injuria del Señor es nuestra gloria. El murió, para que nosotros vivamos. El bajó a los infiernos, para que nosotros subamos al cielo. El fue hecho necedad, para que nosotros nos hiciéramos sabios. El se despojó de la plenitud y de la forma de Dios, tomando forma de esclavo, para que en nosotros habitara la plenitud de la divinidad y nos hiciéramos siervos del Señor. El pendió de la cruz para que, colgado del madero, borrara el pecado que habíamos cometido en el árbol de la ciencia del bien y del mal. Su cruz convirtió en sabor dulce las aguas amargas y sacó el hacha lanzada a la profundidad en las aguas del Jordán (2 Re 6,6-7). Al final, él fue hecho maldición —hecho, digo, no nacido— para que las bendiciones prometidas a Abraham, siendo el autor y precursor, fueran transmitidas a los gentiles, y la repromisión por la fe de él se cumpliera en nosotros. La cual debemos recibir en los dones espirituales de las virtudes, o en la inteligencia espiritual de las Escrituras (1 Cor 12,4-5)» (S. JERÓNIMO, Comentario sobre la Carta a los Gálatas). 770 Jesucristo resucitado en nosotros.—«Para que, iluminados los ojos de vuestro corazón, sepáis cuál es la esperanza a la
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que os llama, cuales las riquezas de la herencia esplendorosa que reserva para los santos, y cual la extraordinaria grandeza de su poder para con nosotros los creyentes, conforme a la energía de la fuerza poderosa, que desplegó en Cristo al resucitarlo de entre los muertos (Et 1,18-20). No es de poco estudio que sepamos la esperanza de la vocación y las riquezas de la gloria de la heredad de Dios en los santos. Necesitamos de ella para conocer estas cosas por el poder que también usó Dios en su Hijo, resucitándolo no una vez, sino siempre, de entre los muertos, y haciéndolo libre entre los muertos, no manchado por contagio alguno de muerte (Sal 87,6; 15,10). Todos los días resucita Cristo entre los muertos, todos los días se despierta en los penitentes. No porque no tenga poder según la carne para poner su alma y volver a tomarla (Jn 10,18); nadie se la quita si el no la da por sí mismo, sino porque, según la dispensación de la carne y del Hijo, se diga que na resucitado hombre e Hijo por Dios Padre» (S. JERÓNIMO, Comentario sobre la Carta a los Efesios). 771 Jonás, figura de Cristo.—«¡Oh muerte, que divides a los hermanos y separas, cruel y dura, a los que une el amor! Trajo el Señor un viento abrasador, que subía del desierto, y secó tus venas y agotó tu fuente. Cierto que te tragaste a Jonás; pero, aun en tu vientre, estuvo vivo. Lo llevaste como a muerto para que se calmara la tormenta del mundo y, por su predicación, se salvara nuestra Nínive. El, él te venció, él te subyugó, el profeta fugitivo que dejó su casa, abandonó su heredad y entregó su vida querida en manos de los que se la querían quitar. El fue un día quien te amenazó severo por Oseas: ¡Oh muerte, yo seré tu muerte; yo seré tu aguijón, oh infierno/(Os 13,14). Por su muerte fuiste tú muerta, por su muerte vivimos nosotros. Tragaste y fuiste tragada y, engañada por el cebo del cuerpo que él tomara, que tú creíste presa de tus ávidas fauces, tus entrañas quedaron traspasadas por corvo diente. Gracias te damos a t i , Cristo Salvador, nosotros, criatura tuya, porque, al dejarte matar, mataste a tan poderoso contrario nuestro» (S. JERÓNIMO, Cartas, 60, «a Heliodoro; epitafio de Nepociano»). 772 Jesucristo, deforme, no ha perdido su belleza.—«Este de ahora es el camino de la fe. Para ejercitar tu fe hízose deforme Cristo; pero no ha perdido su belleza. Cristo continúa siendo especioso, y especioso sobre los hijos de los hombres le veremos allende la peregrinación. ¿Cómo aparece ahora? Le vimos y no tenía especie ni buen semblante; antes bien, era despreciable su rostro y
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feo su continente; hombre todo él llagado y hecho a todos los quebrantos (Is 53,2-3). Esa deformidad de Cristo es la que a ti te da forma; si él no hubiera querido ser deforme, no habrías tú recobrado la forma que habías perdido. Deforme colgaba de la cruz, pero su deformidad era nuestra belleza. Mantengámonos, pues, en esta vida fieles a Cristo deforme» (S. AGUSTÍN, Sermones, 27,6). 773 Judas, órgano del diablo.—«El diablo entró en el corazón de Judas para que entregase a Cristo (Jn 13,2). Malos fueron el diablo y Judas; cual el organista, así el órgano. El diablo, pues, usó mal de su propio recipiente; el Señor usó bien de ambos. Ambos se propusieron nuestra ruina; Dios se dignó convertirlos en salvación para nosotros» (S. AGUSTÍN, Sermones, 301,4). 774 Los ramos de palma son alabanzas y signos de victoria.—«Los ramos de las palmas son alabanzas y signos de victoria, porque, muriendo, había de vencer el Señor a la muerte, y con el trofeo de la cruz, había de vencer al demonio, príncipe de la muerte» (S. AGUSTÍN, Tratados sobre el Evangelio de San Juan, 51,2). 775 Jesucristo apareció tan grande cuando iba a morir.— «¿Quién puede dormirse cuando quiere, como Jesús murió cuando quiso? ¿Quién puede vestirse cuando quiere, como él se despojó de su carne cuando quiso? ¿Quién se va cuando quiere, como él murió cuando quiso? ¡Cuánto debe esperarse o temerse del que vendrá a juzgar cuando tan grande apareció cuando iba a morir!» (S. AGUSTÍN, Tratados sobre el Evangelio de San Juan, 119,6). 776 La lectura de la pasión.—«La lectura del Evangelio, amadísimos, que nos relata la historia sagrada de la pasión del Señor es bastante conocida en toda la Iglesia por la lectura común y frecuente que se hace de ella, para que recordéis la sucesión de los hechos como si los tuvieseis ante los ojos. No se ha de pensar que eso no aprovecha a los que no dudan de las cosas que oyen, de modo que, aunque no capten algún misterio de la Escritura con toda claridad, sin embargo crean firmísimamente que los Libros divinos no contienen ningún engaño. Mas, porque la plena inteligencia ha sido prometida a la fe sincera (Jn 20,29), levántase el vigor de las mentes iluminadas para merecer la enseñanza del Espíritu Santo. No nos contentemos con conocer el orden de los hechos sin fijar nuestra atención en la misma razón de su amor para con nosotros. Conociendo la naturaleza humana y cuánto la ha amado su autor, le amará mucho más. El Evangelio en los PP. de la Iglesia
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Efectivamente, Dios no tuvo otra cosa para compadecerse de nosotros que su bondad. Mucho más admirable es el segundo nacimiento de los hombres que su creación. Pues la restauración por Dios en los últimos tiempos (1 Pe 1,20; Jn 2,18) de lo que habia perecido es mucho más importante que la creación al principio de lo que no existía. Por eso, ningún mérito de los santos anteriores pudo recobrar por sí mismo la libertad de la inocencia natural que perdimos por la prevaricación de los primeros padres. Pues la sentencia dictada contra los transgresores ha tenido cautivo a todo el linaje de una posteridad de esclavos, y nadie se eximió de la condenación, ya que ninguno estuvo libre de la falta. Pero la redención realizada por el Salvador, al destruir la obra del diablo y romper los lazos del pecado, ordenó de tal modo el don de su gran amor, que la plenitud de las generaciones, cuyo número ha sido determinado de antemano, continúa desarrollándose hasta la consumación del mundo; mas la restauración de nuestro origen se extiende retrospectivamente a todos los siglos pasados, puesto que la justificación se ha concedido a la fe sin distinción» (S. LEÓN MAGNO, Sermones, 66, «sobre la Pasión del Señor»). 777 El primero y el segundo Adán.—«El enemigo del género humano, queriendo dar muerte a toda la humanidad, atacandola en su origen, nos había herido con una herida mortal y, habiéndose sometido nuestro padre común, toda su descendencia quedó hecha prisionera e incapaz de salir de esa ley férrea. Por eso, al ver que, entre tantas generaciones que le estaban sometidas por un pacto mortal, un hombre, único entre los nacidos de hombre, cuyo poder, en su admiración, sobrepasa al de todos los santos de todos los tiempos, creyó poder prometerse la perpetuidad de su derecho si los méritos de la justicia se mostraban incapaces de vencer los derechos de la muerte. Excitando, pues, más vehementemente a sus servidores y mercenarios, ejercitó su furor para su propio mal, y pensando que aquel a quien había podido matar tenía una deuda para con él, persiguiendo a una naturaleza humana semejante a la de los culpables, no vio la libertad de su inocencia singular» No se equivocaba en cuanto a la raza, pero sí en cuanto a la culpa. El primero y el segundo Adán llevaban la misma carne, pero no las mismas obras; en aquél todos morimos, en éste todos serán vivificados (1 Cor 15,22). Aquél, por su orgullosa ambición, tomó la vía de la miseria; éste, por la fuerza de su humildad, nos ha abierto el camino de la gloria. Por eso pudo decir: Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida (Jn 14,6). El Camino, por el ejemplo de una vida justa; la Verdad, por la
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esperanza de una realidad cierta; la Vida, por la adquisición de una felicidad eterna» (S. LEÓN MAGNO, Sermones, 69, «sobre la Pasión del Señor»). 778 Resurrección de Jesucristo.—«Al decir el Apóstol: El primer hombre fue de la tierra, terreno; el segundo fue del cielo. Cual es el terreno, tales son los terrenos; cual es el celestial, tales son los celestiales. Y como llevamos la imagen del terreno, llevaremos también la imagen del celestial (1 Cor 15,47-49), debemos alegrarnos mucho de este cambio, que nos hace pasar de la oscuridad terrestre a la dignidad celeste, por un efecto de la inefable misericordia de aquel que, para elevarnos hasta sus dominios, ha descendido al nuestro, pues no ha tomado sólo la sustancia, sino también la condición de la naturaleza pecadora, y ha permitido que su inefable divinidad sufra todo lo que, en su extrema miseria, experimenta la humana mortalidad. Por un efecto de esta bondad que, temiendo que una larga tristeza fuese una tortura para las almas, ya turbadas, de los discípulos, quiso abreviar el plazo predicho de los tres días que, añadiendo al segundo día entero la última parte del día primero y el comienzo del día tercero, acorta algo el intervalo previsto, sin que fuese disminuido el número de cuas. La resurrección del Señor no ha retenido durante largo tiempo su alma en los infiernos ni su cuerpo en el sepulcro. Vino tan pronto la vida a su carne incorrupta, que más parece que estaba dormido que haber dejado de vivir. La divinidad, en efecto, no estuvo separada de las dos sustancias que componían al hombre que ella había asumido; reunió con su poder lo que con su poder había separado» (S. LEÓN MAGNO, Sermones, 71, «sobre la Resurrección del Señtif»). 779 El anonadamiento de Jesucristo, gesto de su misericordia.—«Sin embargo, no basta conocer al Hijo de Dios como existiendo en la única naturaleza del Padre, sino que se le conoce como siendo también de nuestra condición. Este anonadamiento que él soportó para elevar al hombre fue, por su parte, un gesto de misericordia, no una disminución de su poder. Pues, por el decreto eterno de Dios, ningún otro nombre nos ha sido dado bajo el cielo, entre los hombres, por el cual podamos ser salvos (Hech 4,12). El invisible hace su esencia visible, el intemporal se somete al tiempo, el invisible se vuelve pasible; no para que su fuerza desaparezca en la debilidad, sino para que la debilidad pueda ser reformada y revestida de una fuerza incorruptible» (S. LEÓN MAGNO, Sermones, 72, «sobre la Resurrección del Señor»).
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780 Resurrección y Ascensión del Señor.—«El misterio de nuestra salvación que el Creador del universo estimó en el precio de su sangre se fue realizando, desde el día de su nacimiento hasta el fin de la pasión, mediante su humildad. Y aunque bajo la forma de siervo se manifestaron muchas señales de su divinidad, con todo, su acción durante este tiempo estuvo encaminada a mostrar la verdad de la naturaleza humana. Pero después de la pasión, libre ya de las ataduras de la muerte, las cuales habían perdido su fuerza al sujetar a aquel que estaba exento de todo pecado, la debilidad se convirtió en valor; la mortalidad en inmortalidad; la ignominia en gloria. Esta gloria la declaró nuestro Señor Jesucristo, mediante muchas y manifiestas pruebas (Hech 1,3), en presencia de muchos, hasta que el triunfo de la victoria conseguida con la muerte fue patente con su ascensión a los cielos. Por lo mismo, así como la resurrección del Señor fue para nosotros causa de alegría en la solemnidad pascual, así su ascensión a los cielos es causa del gozo presente, ya que nosotros recordamos y veneramos debidamente este día, en el cual la humildad de nuestra naturaleza, sentándose con Cristo en compañía de Dios Padre, fue elevada sobre todos los órdenes de los ángeles, sobre toda la milicia del cielo y la excelsitud de todas las potestades (Ef 1,21). Gracias a esta economía de las obras divinas, el edificio de nuestra salvación se levanta sobre sólidos fundamentos» (S. LEÓN MAGNO, Sermones, 74, «sobre la Ascensión del Señor»). 781 Festividad de Pentecostés.—«La festividad de hoy, amadísimos, venerable en todo el orbe de la tierra, ha sido consagrada por la venida del Espíritu Santo, que, cincuenta días después de la resurrección del Señor, descendió sobre los apóstoles v la multitud de los fieles, como se esperaba, pues el Señor lo había prometido. No que debía empezar ahora por primera vez a habitar en los santos, sino que iba a abrasar con más ardor y a inundar más abundantemente los corazones a él consagrados. Iba a colmar sus dones, no a iniciarlos; a ser más pródigo de sus bienes, no a comenzar su obra. Nunca la majestad del Espíritu Santo ha estado separada de la omnipotencia del Padre y del Hijo. Todo lo que hace el gobierno divino en la dirección del universo procede de la providencia de toda la Trinidad. Una sola es allí la benignidad de la misericordia, una sola la corrección de la justicia. Ninguna es la división de la acción allí donde no hay ninguna distinción en la voluntad. Lo que ilumina el Padre, lo ilumina también el Hijo y también
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el Espíritu Santo. Siendo una la persona del enviado, otra la del que envía y otra la del que promete, se nos manifiesta en conjunto la Unidad y la Trinidad, y comprendemos que la esencia divina posee sin admitir la soledad y que es de una misma sustancia sin ser de una misma persona» (S. LEÓN MAGNO, Sermones, 77, «sobre Pentecostés», 3). 782 Los cuatro animales alados representan a los cuatro evangelistas.—«He aquí que se dice: Todos los cuatro tenían el rostro de hombre y todos cuatro tenían cara de león al lado derecho; al lado izquierdo tenían todos cuatro cara de becerro, y en la parte de arriba tenían todos cuatro cara de águila (Ez 1,10). Ahora bien: que estos cuatro animales alados representan a los cuatro santos evangelistas, lo atestiguan los misinos principios de cada libro evangélico; porque, como Mateo principio por la generación humana, rectamente se le representa por el hombre; y como Marcos principió por el clamor en el desierto, rectamente se le designa por el león; y como Lucas comenzó por el sacrificio, se indica bien por el becerro; y como Juan comenzó por la divinidad del Verbo, dignamente está significado por el águila, pues comienza diciendo: En el principio era el Verbo, y el Verbo estaba en Dios y el Verbo era Dios (Jn 1,1); mirando a la misma divinidad, como que fijó cual águila sus ojos en el sol. Mas, como todos los elegidos son miembros de nuestro Redentor, y nuestro Redentor es Cabeza de todos los elegidos, nada se opone a que, en lo que están figurados sus miembros, lo esté también él mismo; pues el mismo Unigénito de Dios se hizo verdadero hombre, él mismo se dignó morir, cual becerro, en el sacrificio de nuestra redención; él mismo, en virtud de su fortaleza, resucit é , como león —aparte que también se dice que el león duerme con los ojos abiertos, y en la muerte es cuando nuestro Redentor pudo dormir en cuanto a su divinidad—; y él mismo, después: Él su resurrección, subiendo a los cielos, se remontó como águila a lo más alto. Así que lo es todo para nosotros; porque, naciendo, es hombre; muriendo, es becerro; resucitando, es león; y subiendo a los cielos, se ha hecho águila» (S. GREGORIO MAGNO, Homilías sobre Ezequiel, 1,4). 783 Los saltos de Jesucristo.—«De esta solemnidad (la Ascensión del Señor) dice el Salmista: Tu majestad se ve ensalzada sobre los cielos (Sal 8,2); y de ella dice otra vez: Ascendió Dios entre voces de júbilo, y el Señor al son de clarines (Sal 46,6); y de la misma dice nuevamente: Al subir el Señor a lo alto, llevó consigo a los cautivos; dio dones a los hombres (Sal 67,19).
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En efecto, cuando subió a lo alto, llevó consigo a los cautivos, porque con la virtud de su incorrupción destruyó la corrupción nuestra; y dio dones a los hombres, porque, enviando desde el cielo al Espíritu Santo, concedió a unos el don de hablar con sabiduría, a otros el don de hablar con ciencia, a éstos el don de las virtudes, a aquéllos el don de curar, y a esotros el de interpretar las palabras. Dio, pues, dones a los nombres cuando, por la gracia de este Espíritu, la virtud de ellos se extendió por el mundo. También Habacuc dice acerca de la gloria de su Ascensión: Se elevó el sol, y la luna se paró en su carrera (Hab 3,11). Porque ¿a quién se designa con el nombre de sol sino al Señor, y a quién con el de luna Éno a la santa Iglesia?; pues, hasta que el Señor subió a los cielos, la santa Iglesia todo lo temía de las diversas potestades del mundo; mas, después que se fortaleció con la Ascensión del Señor, predicó en público la fe que guardó secreta. Luego el sol se elevó y la luna se paró en su carrera, porque, cuando el Señor subió al cielo, la santa Iglesia se propagó con la autoridad de la predicación. Por eso Salomón pone en boca de esta Iglesia: Vedle que viene saltando por los montes (Cant 2,8); porque contempló la excelencia de tan grandes obras, dijo: Vedle que viene saltando por los montes. En efecto, hasta llegar a redimirnos dio, por decirlo así, algunos saltos. ¿Queréis, hermanos carísimos, conocer los saltos que el dio? Del cielo vino a ti tierra, al seno de su Madre; del seno de su Madre saltó al pesebre; del pesebre saltó a la cruz; de la cruz, al sepulcro; del sepulcro volvió al cielo. Ved que, para hacernos correr tras él, la Verdad, que se manifestó en la carne, dio por nosotros varios saltos, porque saltó como un gigante para recorrer su camino (Sal 18,6), a fin de que nosotros le dijéramos de corazón: Llévanos tras de ti, correremos en pos del perfume de tus ungüentos (Cant 1,3)» (S. GREGORIO MAGNO,
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XXVIII EL PECADO Y LA MUERTE «¡Ay del mundo a causa de los escándalos! Porque fuerza es que vengan escándalos, mas ¡ay del hombre por quien viene el escándalo!» (Mt 18,9). «¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas! Porque cerráis el reino de los cielos delante de los hombres; ni entráis vosotros ni dejáis entrar a los demás» (Mt 25,13). «Lo que del hombre sale esto contamina al hombre. Porque de dentro del corazón de los hombres, salen los malos pensamientos: fornicaciones, hurtos, homicidios, adulterios, codicias, maldades, dolo, libertinaje, mal ojo, maledicencia, soberbia, privación del sentido moral; todas estas cosas malas de dentro salen y manchan al hombre» (Me 7,20-23). «Alma mía, tienes muchos bienes repuestos para muchos años; huelga, come, bebe, date a la buena vida Pero Dios le dijo: Insensato, esta misma noche te exigen tu alma; y lo que allegaste, ¿de quién será?» (Le 9,24). «Tampodo yo te condeno; anda y, desde ahora, no peques más» (Jn 8,11). •Yo soy la resurrección y la vida; quien cree en mí, aun cuando se muera, vivirá; y todo el que vive y cree en mí no morirá para siempre» (Jn 11,25-26). y
784 Dios, visto por los que son capaces de mirarlo.—«Si me dices: Muéstrame a tu Dios, yo te replicaría: Muéstrame tú a tu hombre y yo te mostraré a mi Dios. Muéstrame, en efecto, unos ojos de tu alma que vean, y unos oídos de tu corazón que oigan. Porque a la manera que quienes ven con los ojos del cuerpo, por ellos perciben las cosas de la vida y de la tierra, y disciernen juntamente sus diferencias, por ejemplo, entre la luz y la oscuridad, entre lo blanco y lo negro, entre la mala o buena figura, entre lo que tiene ritmo y medida y lo que no lo tiene, entre lo desmesurado y lo templado, y lo mismo se diga de los oídos: sonidos agudos, bajos y suaves; tal sucede con los oídos del corazón y los ojos del alma, en cuanto a su poder de ver a Dios. Dios, en efecto, es visto por quienes son capuces de mirarle si tienen abiertos los ojos del alma. Porque sí, todos tienen ojos; pero hay quienes los tienen oscurecidos y no ven la luz del sol. Y no
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porque los ciegos no vean deja de brillar la luz del sol. A sí mismos y a sus ojos deben los ciegos echar la culpa. De semejante manera, tu, hombre, tienes los ojos de tu alma oscurecidos por los pecados y tus malas obras. Como un espejo brillante, así de pura debe tener su alma el hombre. Apenas el orín toca al espejo, ya no puede verse en él la cara del hombre; así también, apenas el pecado está en el hombre, ya no puede éste contemplar a Dios. Muéstrate, pues, tú a ti mismo: si no eres adúltero, si no eres deshonesto, si no eres envidioso, si no eres arrogante, si no eres altanero, si no riñes, si no amas el dinero, si no desobedeces a tus padres, si no vendes a tus hijos. Porque Dios no se manifiesta a quienes cometen estas acciones, si no es que antes se purifican de toda mancha. Porque también sobre ti proyecta todo eso una sombra, como la mota que se mete en el ojo para no poder mirar fijamente la luz del sol. Así también tus impiedades proyectan sobre ti una sombra, para que no puedas mirar a Dios» (S. TEÓFILO DE ANTIOQUÍA, LOS tres libros a Autólico, 1,2). 785 Monedas del diablo.—«Se dirá: sin duda es justo afirmar que Cristo nos ha rescatado, porque nos ha comprado con su sangre. Pero ¿qué había dado el diablo para comprarnos? La moneda del diablo es el homicidio. ¿Has cometido tú un homicidio? Has recibido la moneda del diablo. La moneda del diablo es el adulterio, porque lleva impresa la imagen y la inscripción (Mt 22,20). ¿Has cometido tú un adulterio? Tú has recibido del diablo una moneda. El robo, el falso testimonio, la violencia, el pillaje, todo esto constituye las rentas y el tesoro del diablo, porque tal plata proviene de su casa de monedas. Es, pues, con esta plata con la que él paga a aquellos que compra; él reduce a esclavitud a aquellos que han recibido, por poco que sea, este género de rentas» (ORÍGENES, Homilías sobre el Éxodo, 6,9). 786 El primero y peor de los pecados es la soberbia.—«¿Cuál es el mayor de todos los pecados? Ciertamente aquel por el que cayó el diablo. ¿Cuál es este pecado, en el que cayó tanta altura, del que elevado cae en el juicio del diablo? Dice eí Apóstol: la inflación, la soberbia, la arrogancia es el pecado del cfiablo; y por tales delitos cayó a la tierra desde el cielo. De aquí que Dios resiste a los soberbios y da su gracia a los humildes. ¿Para qué te ensoberbeces tierra y ceniza, de manera que el hombre, olvidado de lo que es, y en que vaso tan frágil está encerrado, y en qué estiércol está metido, y qué suciedades arroja de su cuerpo, se subleve con arrogancia? ¿Qué dice la Escritura? ¿De qué te ensoberbeces, polvo y ceniza?
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Ya en vida vomitas las entrañas (Eclo 10,9). La soberbia es el mayor de todos los pecados y el principal pecado del mismo diablo. Cuando la Escritura descubre los pecados del diablo, encontrarás que todos ellos brotan de la fuente de la soberbia. Dice: Con la fuerza de mi brazo he hecho eso, con mi sabiduría y mi prudencia, y borré las fronteras de los pueblos y saqueé sus tesoros y, todopoderoso, derribé a los que se sentaban en los tronos. Mi mano ha cogido la riqueza de los pueblos como se coge un nido, como quien se apodera de los huevos abandonados me he apoderado de la tierra toda (Is 10,13-14). Mira sus palabras hasta qué punto son soberbias y arrogantes, y lo desprecia todo. Tales son todos los que andan hinchados por la jactancia y la soberbia. Materia de la soberbia, las riquezas, las dignidades, la gloria secular. Causa frecuente de soberbia es para aquel que ignora tener la dignidad eclesiástica, el orden sacerdotal o el grado de los levitas. ¡Cuántos presbíteros se olvidan de la humildad! ¡Como si hubieran recibido el orden sagrado para dejar de ser humildes!» (ORÍGENES, Homilías sobre Ezequiel, 9,17). 787 Lujuria y castidad.—«Los que se revuelcan, en cambio, en la disolución —y tal hacen la mayoría de los hombres— y los que tienen sin escrúpulo trato con rameras y hasta enseñan que ello no va contra ley alguna de decencia, ésos ¿no son gusanos que se revuelcan en el cieno?^ lo son señaladamente si se les compara con quienes han aprendido a no tomar los miembros de Cristo y el cuerpo, morada del Verbo, y hacerlos miembros de una meretriz (1 Cor 6,15), y saben muy bien que el cuerpo de un ser racional y consagrado al Dios del universo es templo del mismo Dios a quienes ellos adoran, y tal se hace por la pura idea que tienen del Creador. Ellos, que practican la templanza como un culto de Dios, se guardan de corromper, por ilícito comercio carnal, el templo de Dios (1 Cor 3,16; 6,19; 2 Cor 6,16)» (ORÍGENES, Contra Celso, 4,26). 788 La blasfemia contra el Espíritu Santo.—«Mas la consideración misma del texto (Mt 12,24-32) me parece sugerir una explicación y manifestar que es a él —a Jesús— a quien afectan las dos blasfemias y que es ele él mismo de quien ha dicho el Hijo del hombre y el Espíritu; para indicar, por el primer nombre, su ser corporal y, por la designación del Espíritu, manifestar su espiritual, inmaterial y verdaderísima divinidad. Y de hecho, el pecado que puede obtener perdón, él lo ha puesto en relación con el Hijo del hombre, para designar su ser corporal; pero la blasfemia irremisible él ha manifestado que se^ refiere al Espíritu, pues,
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nombrando el Espíritu por oposición a su ser corporal, índica su propia divinidad [...]. Las dos cosas son, pues, sumamente claras. Quien considera al Señor hablando de aquello que le pertenece, no mirando más que al aspecto corporal de su ser, y dice en su incredulidad: ¿De dónde le viene a éste esa sabiduría? (Mt 13,54), peca sin duda y blasfema contra el Hijo del hombre; pero el que, viendo sus obras hechas por el Espíritu Santo, dice que el que hace tales cosas ni es Dios, ni Hijo de Dios, y las atribuye a Belcebú, comete de manera manifiesta una blasfemia, negando su divinidad. Y, en efecto, como él ha dicho con frecuencia en el texto evangélico, diciendo el Hijo del hombre, el Señor se refiere al aspecto carnal y humano de su ser, a fin de manifestar, diciendo el Espíritu, que el Espíritu Santo, en quien él hace todas las cosas, le pertenece» (S. ATANASIO, Cartas a Serapión, 4,19-20). 789 Los pecados dividen a los hombres.—«Los caracteres débiles son, al mismo tiempo, perezosos y lentos para la virtud o para el vicio, y se inclinan fácilmente de un lado y del otro: son como los movimientos de los que andan adormilados. Al contrario, los caracteres generosos, cuando los modera la razón, son de gran valor para alcanzar la virtud; pero si les faltan la ciencia y la razón, son arrastrados con la misma fuerza hacia el vicio. Un caballo, vencedor en la guerra o en la carrera, ha de ser despierto y fogoso; pero no servirá para nada si no es gobernado por el freno y no ha aprendido la docilidad en un continuo ejercicio. Es esta temeridad la que, con frecuencia, ha dislocado los miembros, dividiendo a los hermanos, enturbiando las ciudades; vuelve insensatos a los pueblos, arma las naciones, ensoberbece a los reyes, levanta a los sacerdotes unos contra otros y contra el pueblo, a las gentes del pueblo contra los sacerdotes y entre sí, los padres contra los hijos, los hijos contra los padres, los hombres contra las mujeres, las mujeres contra los hombres [...]» (S. GREGORIO NACIANCENO, Sermones, 32,3-4). 790 La soberbia, caída en lo más bajo.—«La soberbia es la caída en lo más bajo. Muchos opinan lo contrario —soberbio, etimológicamente, es el que está sobre otros—. No te admirarás de que yo sostenga lo contrarío; prefiero seguir la verdad de la historia (Núm 16,lss) a dejarme llevar por el criterio de los hombres. Si hay quienes quieren oponerse a los demás, sepultados en la tierra, abierta a sus pies, descienden al abismo (Núm 16,32-33). No se puede negar nuestra definición, cuando decimos que la sober-
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bia es caída en lo más profundo» (S. GREGORIO DE NlSA, Homilías sobre el Eclesiastés, 4). 791 La vanagloria suele atacar a los que obran bien.— «Quiere ahora el Señor desterrar de nosotros la más tiránica de las pasiones: aquella rabia y furor por la vanagloria, que suele precisamente atacar a los que obran bien [...]. Y advertid por dónde empieza el Señor: por el ayuno, la oración y la limosna; pues en estas buenas obras es donde señaladamente suele anidar la vanagloria» (S. JUAN CRISÓSTOMO, Homilías sobre el Evangelio de San Mateo, 19,1). 792 Obstinarse en el pecado es totalmente satánico.—«Pues por eso justamente hemos de levantarnos de nuestro actual estado, y arrepentimos de lo pasado y cambiar radicalmente. Porque no puede ofenderle tanto que una vez hayamos pecado cuanto no querer ya enmendarnos de lo hecho. El pecar es acaso condición humana; mas el obstinarse en el pecado, eso ya no es humano, sino totalmente satánico» (S. JUAN CRISÓSTOMO, Exhortación a Teodoro caído, 15). 793 La negligencia, raíz y madre de la desesperación.—«Y ¿cuál es la raíz v madre de la desesperación? La negligencia; o, más bien, no habría que llamarla sólo raíz, sino también nodriza y madre. A la manera como en las lanas^a corrupción engendra la polilla, y la polilla a su vez aumenta la corrupción, así aquí, la negligencia engendra el desaliento y éste a su vez alimenta la negligencia y, prestándose una abominable ayuda mutua, viene a cobrar no pequeña fuerza. Así pues, el que corte y elimine una de las dos causas, fácilmente vencerá a la otra. Y es así que ni el fervoroso puede jamás caer en el desaliento, ni el que se nutre de buena esperanza y no desespera de sí mismo puede tampoco caer en la tibieza» (S. JUAN CRISÓSTOMO, Exhortación a Teodoro caído, 19). 794 La esposa era fea y deforme por sus pecados.—«Pues bien, procuremos hablaros como a la esposa, que ha de ser introducida en la santa habitación de sus bodas y, haciéndoos conocer la sobreabundante riqueza del esposo y la bondad inefable que él muestra a la esposa, hagámosle ver a ella de qué males ha sido l i brada y de qué bienes va a gozar. Si la queréis bien, pongamos ante todo en plena luz lo que le concierne, veamos dónde está y en qué disposición se encuentra cuando la recibe el esposo. Porque asi es como aparecerá mejor la bondad infinita del soberano dueño. No es su gracia, ni su belleza, las que le han atraído su amor; ni la primavera de su cuerpo cuando él la ha recibido. No, ella era fea y
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deforme e ignominiosamente manchada toda ella, y, por así decirlo, plenamente encenagada en el cenagal de sus pecados. ¡Y tal como estaba, él la ha hecho franquear el umbral de la cámara nupcial!» (S. J U A N C R I S Ó S T O M O , Ocho Catequesis Bautismales, 1,3). 795 La envidia, más lamentable que la guerra.—«La envidia es más lamentable que la guerra. £1 que hace la guerra, una vez suprimida la causa depone su enemistad; el envidioso nunca puede ser amigo; aquél, siempre con guerra abierta; éste, con una oculta; aquél puede aducir muchas y probables causas de emprender la guerra; éste sólo su ira y su satánica voluntad. ¿A quién comparar un alma así? ¿A qué víbora? ¿A qué áspid? ¿A qué gusano? ¿A qué pez? Nada es más dañino, nada peor que un alma así. Lo diré: es esto lo que altera las Iglesias, lo que da a luz las herejías; lo que armó la mano fraterna e hizo que quedara manchada con la sangre del justo; la que abrió las puertas de la muerte, llevando hasta la ejecución su propósito maldito; no dejó que aquel desgraciado se acordara de su nacimiento, ni de sus padres, ni de nadie, movido con tal delirio de ira y de locura. Ni siquiera cedió ante la exhortación de Dios: El pecado acechará a la puerta y tenderá hacia ti, aunque podrás dominarlo (Gen 4,7)» (S. J U A N C R I S Ó S T O M O , Comentario de la Carta a los Romanos, 6). 796 Géneros de muerte.—«Hay varios géneros de muerte. Está la muerte del cuerpo, según la cual Abraham, estando muerto, estaba vivo. Pues dice: Dios no es Dios de muertos, sino de vivos (Mt 22,32). Otra es la muerte del alma, a la que se refería Cristo cuando dijo: Deja que los muertos entierren a sus muertos (Mt 8,22). Otra, y ésta laudable, viene por la filosofía, de la cual dice Pablo: Mortificad vuestros miembros, que están sobre la tierra (Col 3,5). Otra se realiza en el bautismo, pues nuestro hombre viejo está crucificado (Rom 6,6). Sabiendo todo esto, huyamos aquella muerte según la cual morimos aunque vivamos; pero no temamos ésta, que es común a todos los vivientes. Las otras dos, de la que una es dichosa, dada por Dios, la otra, laudable, dada a luz por Dios y por nosotros, elijámoslas, emulemos e imitemos. De ambas, David llama dichosa a una con estas palabras: Dichoso el que está absuelto de su culpa, a quien le han sepultado su pecado (Sal 31,1). Pablo admira la otra, escribiendo a los Gálatas: Los que son de Cristo Jesús crucificaron la carne con sus pasiones y deseos (Gal 5,24). De las otras dos dice Cristo que una debe ser despreciada: No temáis a los que matan el cuerpo, pero el alma no pueden matarla (Mt 10,28); en cambio, la otra es terrible: Temed, más bien, al que puede destruir alma y cuerpo en la gehenna (Mt 10,32).
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Por tanto, huyendo de ésta, elijamos aquella muerte que se dice dichosa y admirable; y de las otras huyamos la una y temamos la otra. Nada nos aprovecharía ver el sol, comer y beber, si no está presente la vida en las buenas obras. ¿Qué aprovecha al rey estar vestido de púrpura, tener armas, pero no tener sujeto a nadie, de modo que cualquiera pueda insultarlo impunemente? Así, nada aprovecha al cristiano si tiene fe y el don del bautismo pero es esclavo de todas las concupiscencias; sería mayor entonces la afrenta, mayor la vergüenza» (S. JUAN CRISÓSTOMO, Comentario a la Carta a los Romanos, 11,5). 797 Pecado y arrepentimiento de David.—«Pecó David, como suelen hacer los reyes; pero hizo penitencia, lloró y gimió, que los reyes no suelen hacer. El confesó su culpa, ha implorado misericordia, postrado en tierra ha llorado su miseria, ha ayunado, ha suplicado y, renovando su dolor, ha transmitido a toda la sucesión de los siglos el testimonio de su confesión. Lo que se avergüenzan de hacer los privados, el rey no se avergüenza de cotáessr. Los que están sujetos a las leyes se atreven a negar su pecado, no se dignan solicitar misericordia; la que pedía el rey, que no estaba sometido a las leyes humanas. Falta común, pero confesión singular. Es cosa natural caer en la culpa; lavar la falta es propio de la virtud. ¿Quién puede decir gloriándose: he purificado mi corazón, estoy limpio de pecado? (Prov 20,9). Ni el ñiño de un día puede ser puro, según testimonio de la Esqtitur^/(S. AMBROSIO, Apología de David, 4,15). 798 Tres muertes.—«Hay tres géneros de muerte. Una es la muerte del pecado, de la que dice la Escritura: El alma que pecare, ésa morirá (Ez 18,4). Otra es la muerte mística, cuando se muere al pecado y se vive para Dios, de la que dice el Apóstol: Por el bautismo estamos sepultados con él para participar en su muerte (Rom 6,4). La tercera es aquella con la que completamos el curso de la vida y nuestra misión, esto es, la separación del alma y del cuerpo. Advertimos, pues, que una muerte es mala, cuando morimos por el pecado; otra muerte es buena, cuando el que muere queda justificado del pecado; la tercera es indiferente: es buena para los justos y para muchos digna de ser temida. Librando a todos, alegra a pocos. Pero esto no es propiedad de la muerte, sino de nuestra debilidad; como somos esclavos de los placeres del cuerpo y del gozo de vivir, temblamos al pensar que hemos de consumar nuestra carrera; en la que, por cierto, hay más de amargura que de placer. Pero no así los santos y sabios varones, que gemían pensando en
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la longevidad de esta peregrinación, pensando ser desatados y estar con Cristo (Flp 1,23), y que estar con Cristo es más bello [...]» (S. A M B R O S I O , Del bien de la muerte, 2,3). 799 Dios no hizo la muerte.—«Si recordamos que Dios no hizo la muerte [...]. Mas, cuando el hombre cayó en el pecado y escuchó la sentencia: hasta que vuelvas al polvo, del que fuiste formado (Gen 3,19), nos damos cuenta de que la muerte es el fin del pecado, para que, no siendo la vida más larga, no fueran más numerosas las culpas. El Señor padeció ser entregado a la muerte para que cesara el pecado. Mas, para que de nuevo el fin de la naturaleza no estuviera en la muerte, se nos concedió la resurrección de los muertos, para que por la muerte desapareciera la culpa y por la resurrección se perpetuara la naturaleza. Es obligado pasar continuamente. El paso de la corrupción a la incorrupción, de la mortalidad a la inmortalidad, de la perturbación a la tranquilidad. No te asuste la palabra muerte, que te alegren las ventajas del tránsito. ¿Qué es la muerte sino la sepultura de los vicios, la resurrección de las virtudes? Por eso decía aquél: ¡Muera yo con la muerte de los justos/ (Núm 23,10), esto es, sea consepultado; para que deponga mis vicios y alcance la gracia de los justos, que llevaron en su cuerpo y en su alma la mortificación de Cristo. La mortificación de Cristo es perdón de los pecados, destrucción de los crímenes, olvido del error y consecución de las gracias. ¿Qué podríamos decir más sobre el bien de la muerte que decir que la muerte es la que redimió al mundo?» (S. A M B R O S I O , Del bien de la muerte, 4,15). 800 El miedo a la muerte.—«Si para los vivientes es algo terrible, no es que la muerte misma lo es, sino la opinión de la muerte, que cada uno interpreta a su manera, o teme por su conciencia. Que cada uno acuse las heridas de su conciencia, no la maldad de la muerte. Para los justos, la muerte es un puerto tranquilo, para los malos, un naufragio. Ciertamente, para aquellos que es duro el temor de la muerte, no es cosa grave morir; lo grave es vivir con el miedo de la muerte. Por tanto, la muerte no es cosa grave, sino el miedo de morir. El miedo es cosa de opinión, la opinión de nuestra mente equivocada es contraria a la verdad [...]. Es, pues, claro que el miedo a la muerte no se debe referir a la muerte, sino a la vida. No tenemos por qué temer a la muerte si nuestra vida no hace nada digno de temor. Para los prudentes, los castigos de los delitos son cosa terrible, pero los deütos no son acciones de los muertos, sino de los vivientes. La vida se refiere a nosotros, la
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muerte, en cambio, no. Es la separación del alma y del cuerpo; el alma se desliga, el cuerpo se disuelve. Aquello que queda libre, goza; lo que se disuelve y convierte en tierra, no siente nada. Y lo que no se siente ¿qué importa?» (S. AMBROSIO, Del bien de la muerte, 8,31). 801 La muerte, testimonio de la vida.—«También es importante lo que dice la Escritura: No llames feliz a nadie antes de su muerte (Eclo 11,28). A cada uno se le conoce en sus novísimos y es juzgado viendo a sus hijos; si educó a sus hijos y los instruyó en los conocimientos convenientes. La negligencia de los padres se muestra en la disolución de los hijos. Y como cada uno, mientras vive, está expuesto a faltar, ni siquiera la ancianidad está inmune de pecado. Por eso leemos que Abraham murió en buena vejez (Gen 25,8); perseveró en la práctica de sus buenos propósitos. Así, pues, la muerte es el testimonio de la vida. Si no puede ser felicitado el capitán del barco antes de que haya conducido al puerto su nave, ¿cómo alabaremos al hombre antes de que arribe al puerto de la muerte? [...]. La muerte es la plenitud de las ganancias, la suma del premio, la gracia de la misión» (S. AMBROSIO, Del bien de la muerte, 8,35). 802 La bendición de un moribundo.—«El santo Job ¡cuánta importancia concedía a la muerte! Dijo: Reciba la bendición de un moribundo (Job 29,13). Porque, aunque Isaac bendijera a sus hijos cuando iba a morir, y Jacob bendijera a los patriarcasysin embargo, la gracia de su bendición podría atribuirse a los méritos de los que bendecían, o a la piedad paterna. Aquí no hay prerrogativa de méritos ni de piedad, sino sólo el privilegio de la muerte, siendo la bendición de cualquiera que va a morir, que tiene tanto valor que el santo profeta la deseaba. Por eso pensemos siempre en este versículo y meditémoslo. Si vemos morir a un pobre, ayudémosle y digamos: Reciba yo la bendición del que va a morir. Si vemos a uno que es débil, no le abandonemos, si a alguien que está en las últimas, no nos marchemos; recordemos aquello: Que me alcance la bendición del moribundo. Que te bendiga cualquier moribundo, cualquiera a quien le falta la vida, cualquiera que esté afectado por una herida grave, cualquiera dominado por la enfermedad y próximo a la muerte. Este versículo ¡a cuántos proporcionó ser bendecidos! (Tantas veces cuantas me avergüenzo por haber abandonado a un moribundo, por no visitar a un enfermo grave, por despreciar a un anciano! Siempre tengamos en nuestro corazón esto, para estimular a los que son más duros, para amonestar a los diligentes.
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Resuenen en tus oídos las últimas palabras del que va a morir y, al abandonar el alma su cuerpo, pronuncie tu bendición. Acoge también a quien es llevado a la muerte, que iba a morir si tú no le hubieses ayudado. Que puedas decir: La bendición de uno que estaba en peligro venga sobre mí» (S. AMBROSIO, Del bien de la muerte, 8,36-37). 803 La impenitencia.—«£/ Señor de los ejércitos os invitaba aquel día a llanto y a luto, a raparos y a ceñir saco; pero ahora, fiesta y alegría, a matar vacas, a degollar corderos, a comer carne, a beber vino, "a comer y a beber, que mañana moriremos". Me ha revelado al oído el Señor de los Ejércitos: Juro que no se expiará ese pecado hasta que muráis —lo ha dicho el Señor de los ejércitos— (Is 22,12-14). Estando presente el cautiverio y Jerusalen asediada, el hierro, el hambre, la sed, Jeremías llamaba al pueblo a la penitencia (Jer 34). Por el contrario, los reyes y príncipes, y el vulgo miserable, en su desesperación ante el peligro, se entregaba a los banquetes. Nadie ofende tanto a Dios como la cerviz levantada después de los pecados y el desprecio por la desesperación. Lo cual dice Amos: Por tres crímenes y aun por cuatro, no revocaré mi fallo (Am 1,3-4)» (S. JERÓNIMO, Comentario sobre el profeta Isaías). 804 La blasfemia contra el Espíritu Santo.—«La blasfemia contra el Espíritu Santo, que no se perdonará ni en este siglo ni en el futuro, es la impenitencia [...]; esta impenitencia no tiene perdón alguno ni en este siglo ni en el venidero, por ser la penitencia la que en este siglo nos obtiene el perdón que ha de valemos en el futuro» (S. AGUSTÍN, Sermones, 71,20). 805 Necesidad de morir por haber nacido.—«Al nacer traemos con nosotros la necesidacf de morir; esta enfermedad es mortal de necesidad. Cuando los doctores examinan a un enfermo, y es, por ejemplo, hidropesía lo que tiene, suelen decir: Es hidropesía; muerte segura. Esta enfermedad no tiene cura. ¿Es lepra? Tampoco esta enfermedad tiene remedio. ¿Tisis? ¿Quién cura esto? Sucumbir, morir es cosa irremediable. Ved ahí el diagnóstico del doctor [...]; sin embargo, tal cual vez, el hidrópico no muere de aquello, ni el leproso de lepra, ni el tísico de tisis; pero sí es necesario que todos muramos de haber nacido. Esta enfermedad de nacer es mortal y no puede ser de otro modo» (S. AGUSTÍN, Sermones, 77,14). 806 La maldad y la miseria hacen los días malos.—«Dos cosas, hermanos, hacen que los días sean malos: la maldad y la miseria. Se habla de la malicia y de la miseria de los hombres. Por lo
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demás, por lo que respecta al correr del tiempo, estos días son ordinarios: se repiten, constituyen el tiempo, sale el sol, se pone y pasan los días. ¿A quién molestaría el tiempo si los hombres no se molestasen entre sí? Dos cosas, pues, como dije, hacen que estos días sean malos: la miseria y la malicia de los hombres. La miseria es común a todos, pero no debe serlo la malicia» (S. AGUSTÍN, Sermones, 167,1). 807 Avaricia y lujuria.—«A las veces se halla el hombre sometido a estas dos señoras enemigas: avaricia y lujuria. La avaricia dice: Guarda; la lujuria: Da. Y cuando estas dos señoras mandan y exigen cosas opuestas, ¿qué has de hacer? Ambas tienen su propio lenguaje. En empezando a rehusar obedecerlas y a recobrar tu libertad, no valiéndoles ya mandar, te halagarán. Y son más de temer sus caricias que sus ordenes» (S. AGUSTÍN, Sermones, 86,6). 808 Sugestión, delectación y consentimiento.—«Así, pues, hay tres grados para llegar al pecado: la sugestión, la delectación y el consentimiento. Asi, también son tres las diferencias del mismo pecado: el pecado de corazón o deseo, el de obra y el de costumbre, que son como tres muertes: la una permanece, por decirlo así, en la casa y tiene lugar cuando el corazón consiente la pasión; la otra, llevada adelante como manifestada fuera de la puerta, ocurre cuando, siguiendo al consentimiento, se produce voluntariamente el acto exterior; y la tercera, como quien-exhala el hedor del sepulcro, tiene lugar cuando el alma es oprimida por la violencia de la costumbre, como por una gran mole de tierra. Cualquiera que lea el Evangelio sabe que el Señor resucitó muertos de estas tres especies, y puede ser que estén señaladas las diferencias en el distinto lenguaje que empleó el Salvador, el cual dijo en el primer caso: Niña, levántate (Mt 9,25); y en el segundo, dijo: Joven, yo telo mando, levántate (Le 7,14); y en el tercero: se estremeció el Señor y turbóse a sí mismo, y gritó en voz muy alta: "Lázaro, sal afuera" (¡ti 11,33)» (S. AGUSTÍN, Sermón de la Montaña, 1,13,35). 809 Muerte del cuerpo y muerte del alma.—«La muerte o es del alma o es del cuerpo. Del alma podemos afirmar que no puede morir y que puede morir: no puede morir, porque nunca perece la conciencia de sí; pero puede morir si pierde a Dios. Como el alma es la vida del propio cuerpo, así Dios es la vida de la propia alma. Como el cuerpo muere cuando lo abandona el alma, es decir, su propia vida, así también el alma muere si la abandona Dios. Para evitar que Dios abandone al alma, viva siempre en la fe, sin
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temer el morir por Dios; de esta forma no morirá porque la haya abandonado Dios» (S. AGUSTÍN, Sermones, 273,1). 810 Gula, embriaguez, fornicación.—«Quiero intimar a vuestra santidad, en cuanto la brevedad del tiempo me lo permita, cuánto mal se hacen los que se destruyen a sí mismos por la voracidad, la embriaguez y ía fornicación. Cuando se les reprende, responden: He actuado dentro de mi derecho y délo que me pertenece. ¿A quien he arrebatado algo? ¿A quién he quitado algo? ¿Contra quién he obrado? Quiero pasarlo bien con las cosas que Dios me dio. Parece un santo, como si no dañara a nadie. Pero ¿cómo puede ser inocente quien no tiene compasión consigo mismo? Es inocente el que a nadie daña, porque la regla del amor al prójimo comienza por amarse a uno mismo. Así lo dijo el Señor: Amarás a tu prójimo como a ti mismo (Mt 22,39). ¿Cómo quedará a salvo en ti el amor al prójimo cuando hieres con tu intemperancia el amor que te debes? Además, Dios te dice: "Cuando aceptas destruirte con tus embriagueces, no derrumbas la casa de uno cualquiera, sino la mía propia. ¿Dónde habitaré en adelante? ¿Entre estos escombros? ¿Entre estas inmundicias? Si fueras a recibir como huésped a cualquier siervo mío, arreglarías y limpiarías la casa a la que él iba a entrar; ¿y no limpias tu corazón, en donde yo quiero habitar?"» (S. AGUSTÍN, Sermones, 278,8). 811 La pena del pecado convertida en instrumento de virtud.—«El mismo Señor Dios nuestro dijo entonces una cosa al hombre y ahora le dice otra. Entonces le dijo: No peques para no morir; ahora le dice: Muere para no pecar. Entonces le dijo: Pecando vas a parar a la muerte; ahora le dice: Muriendo llegas a la vida. En conclusión: la pena del pecador se convirtió en instrumento de virtud. Entonces, escuchando al diablo, murieron ellos; ahora nosotros, muriendo por la verdad, vencemos al diablo. ¿De qué te enorgulleces tú, que me has tenido cautivo? Con tus propias armas te venzo [...]» (S. AGUSTÍN, Sermones, 335B,2). 812 Dos peligros: desesperación y vana confianza.—«Dos son, por tanto, los peligros: uno, el que oímos de boca del profeta, y otro el que no calló el Apóstol. En efecto, contra quienes perecen por desesperación, cual si fueran gladiadores destinados a morir de espada, anhelando placeres y viviendo en la maldad y despreciando sus almas como ya condenados sin remisión, repiten lo que ellos se dicen: Nuestras maldades pesan sobre nosotros y nos consumimos en nuestros pecados. ¿Cómo podremos vivir? (Ez 33,10). Pero otra cosa es lo que dice el Apóstol: JO despreciáis las riquezas de
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su bondad, misericordia y longanimidad? (Rom 2,4). Contra
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816 Se aleja uno cuando se aparta de Dios.—«Bienaventurado el hombre que no se halló en el consejo de los impíos. Esto ha de entenderse del hombre Jesús, es decir, de nuestro Señor Jesucristo [...]. A continuación ha de considerarse el orden de las palabras: abiit, stetit, sedit: alejarse, permanecer y sentarse. Se aleja alguno cuando se aparta de Dios; se detiene cuando se deleita en el pecado; se sienta cuando, afianzado en su soberbia, no puede volver si no lo libra Aquel que no se halla en el concilio de los impíos, ni permanece en el camino de los pecadores, ni se sienta en la cátedra de pestilencia» (S. AGUSTÍN, Enarraciones sobre los Salmos, Sal 1,1). 817 No ocultar a Dios nuestros pecados.—«¿Quién se gloriará de tener puro el corazón, o quién se vanagloriará de estar limpio de pecados? Tenia pecados; trastornado e ignorando adonde había venido, se hallaba como en la clínica del médico, en donde debía ser curado, pero mostrando los miembros sanos y cubriendo las heridas. Vende Dios las heridas, no tú, porque si tú, avergonzándote, quieres vendarlas, no te curará el médico. Vende y cure el médico, porque las cubre con medicamento. Con el vendaje del médico se curan las heridas; con el vendaje del herido se ocultan. ¿A quién las ocultas? A quien conoce todas las cosas» (S. AGUSTÍN, Enarraciones sobre los Salmos, Sal 31,11,12). 818 Las pulgas, castigo de la soberbia.—«Por la soberbia ordenó Dios que criatura tan pequeña y tan abyecta nos atormentara. El soberbio se jacta frente a Dios, y el mortal amedrenta al que es mortal como él, y el hombre no reconoce al hombre, prójimo suyo. Cuando la soberbia le yergue, está sujeto a la tiranía de las pulgas. ¿Por qué te hinchas, humana soberbia? El hombre te dice una palabra injuriosa y te irrita y te llena de ira; soportarás, no obstante, las pulgas para dormir. Reconoce quién eres. Reconoced, hermanos, que Dios hizo estos seres que nos molestan para rendir nuestra soberbia. Dios pudo rendir la soberbia del pueblo de Faraón con osos, leones o serpientes, pero mandó para rendirla los seres más viles, como las ranas y las moscas» (S. AGUSTÍN, Tratados sobre el Evangelio de San Juan, 1,16). 819 Deshaz lo que hiciste, para que Dios salve lo que hizo.—«Quien confiesa y se acusa de sus pecados hace las paces con Dios. Dios reprueba tus pecados. Si tú haces lo mismo te unes a Dios. Hombre y pecador son como dos cosas distintas; cuando oyes hombre, oyes lo que hizo Dios; cuando oyes pecador, oyes lo que el mismo hombre hizo. Deshaz lo que hiciste, para que Dios
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salve lo que hizo. Es preciso que aborrezcas tu obra y que ames en ti la obra de Dios. Cuando empiezas a detestar lo que hiciste, entonces empiezan tus buenas obras, porque repruebas las tuyas malas. El principio de las buenas obras es la confesión de las malas [...]. Ten siempre en tu presencia lo que no quieres que esté en presencia de Dios. Porque si echas tú a la espalda tus pecados, Dios los volverá a poner en presencia de tu vista cuando ya la penitencia será sin fruto alguno» (S. AGUSTÍN, Tratados sobre el Evangelio de San Juan, 12,13). 820 El vicio, consecuencia del pecado original.—«Pues la naturaleza del hombre, en su principio, fue creada incóente y sin vicio alguno; pero en su estado actual, ella, derribada por nacimiento de Adán, reclama un medicó por no hallarse sana. Todos los bienes que posee en su constitución: la vida, los sentidos, la inteligencia, los ha recibido del soberano Creador y Artífice. Mas el vicio, que oscurece y debilita tales bienes naturales, de tal modo que necesita la iluminación y el remedio, no es obra de su inculpable Creador, sino consecuencia del pecado original, que fue cometido por el libre albedrío. Y, por esto, la naturaleza condenada está sometida a justísimo castigo» (S. AGUSTÍN, De la naturaleza y de la gracia, 3,3). 821 La ira se convierte en odio.—«Bien sabes, ópumo hermano, cuánto hay que vigilar entre tantos peligros para que el odio no se apodere del corazón; no nos permitiría orar a Dios dentro del sagrario del corazón a puertas cerradas, por haber cerrado la puerta contra Dios. Y como a ningún airado le parece injusta su ira, ella se desliza. Luego la ira inveterada se convierte en odio, y, mientras una cierta satisfacción se mezcla al justo dolor, el interesado la retiene largo tiempo en el vaso, hasta que el contenido se avinagra y el vaso se corrompe. Por eso, el no airarnos contra nadie, ni siquiera con motivo, es mucho mejor que el resbalar hacia el odio por esa misteriosa lubricidad de la ira cuando nos airamos con justicia aparente. Solemos decir, al recibir huéspedes desconocidos, que es mejor tolerar a un mal individuo que, por miedo de recibir al malo, excluir quizá al bueno sin saberlo. Pero en las aficiones del alma sucede lo contrario. Pues incomparablemente es mejor no abrir el sagrario del corazón a la ira justa que llama que admitirla, pues no se iría fácilmente, sino que se convertiría de paja en viga. Tiene suficiente audacia e imprudencia para crecer antes de lo que se piensa. No se ruboriza en las tinieblas cuando el sol se ha puesto sobre ella. Ya advertirás con qué cuidado y con cuánta solicitud te escribo todo esto, si recuerdas lo
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que hablaste poco ha conmigo en el viaje» (S. AGUSTÍN, Cartas, 38, «a Profuturo», 2). 822 El egoísmo, origen de la gula, la avaricia y la vanagloria.—«El egoísmo, se ha dicho muchas veces, está en el origen de todos los pensamientos apasionados. De él nacen, en efecto, los tres vicios fundamentales de la codicia: gula, avaricia, vanagloria. Con la gula nace la lujuria; de la avaricia, la avidez. Y todos los otros, sin excepción, se relacionan con uno de los tres precedentes: cólera, tristeza, rencor, pereza, envidia, maledicencia, etc. [...]. Pasiones todas que, juntas, encadenan el espíritu a los objetos materiales, los retienen atados a la tierra, pesando sobre él como una masa terrena.
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En el origen de toda pasión, el egoísmo, y al final, el orgullo. El egoísmo es la afición desordenada por el cuerpo; quien lo domina, destruye de un golpe todas las pasiones que proceden de él» (S. MÁXIMO CONFESOR, Centurias de la Caridad, 3,56-57). 823 Abstenerse de los placeres para ocuparse de lo divino.— «Es Dios quien ha creado el mundo visible y el invisible. El también, evidentemente, él mismo ha hecho el alma j el cuerpo. Ahora bien: si el mundo visible es tan bello, ¿qué sera el invisible? Y si el invisible es preferible al visible, ¡cuánto más excelente aún Dios, que ha hecho a ambos! Y si el Creador del universo sobrepasa en excelencia a todas las criaturas, ¿cómo explicar que el espíritu abandone lo mejor para atarse a lo peor: las pasiones carnales? ¿No es verdad que, orientado hacia ellas de nacimiento, acostumbrado a ellas, no ha conocido él la verdadera experiencia del sumo bien, del Trascendente? Ejercitémosle, pues, en abstenerse de los placeres para ocuparse en lo divino. Apartado poco a poco de su estado, le veremos, a la medida de su progreso, en los caminos de Dios, encontrarse cómodamente en ellos y reconocer su verdadera dignidad; al final de lo cual, todo su deseo se volverá hacia Dios» (S. MÁXIMO CONFESOR, Centurias de la Caridad, 3,72). 824 El silencio de los buenos fomenta la libertad de los malos.—«Por lo demás se añade: Empero tú, hijo de hombre, escucha todo cuanto te digo y no seas rebelde, como lo es esta familia (Ez 2,8). Esto es, no hagas tú el mal que ves hacer, no sea que hagas tú lo que te esfuerzas en prohibir. Todo pecador, pues, debe reflexionar atentamente, a fin de que, quien ha sido enviado a levantar a los caídos, no caiga él mismo con ellos en la obra perversa y le hiera esta sentencia de San
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Pablo, que dice: En lo que condenas a otros te condenas a ti mismo (Rom 2,1). Por eso Balaam, lleno del espíritu de Dios para que hablara, pero, sin embargo, detenido en la vida carnal por su propio espíritu, habla de sí mismo diciendo: Palabra del que ha oído la palabra de Dios, del que ha conocido la doctrina del Altísimo, del que ha caído, y por eso ha abierto los ojos (Núm 2,4). Cayendo, ha abierto los ojos quien vio lo recto que debía decir, pero no quiso ver rectamente, es a saber: cayendo en la obra perversa y teniendo los ojos abiertos en la santa predicación. Pero puede entenderse otra cosa: ¿Por qué se prohibe ser rebelde a Ezequiel, que es enviado a predicar? Porque, si no obedeciera cuando es enviado a predicar la divina palabra, con su silencio el profeta habría irritado a Dios omnipotente, igual que el pueblo con sus malas obras; pues así como los malos irritan a Dios porque hablan u obran mal, así los buenos algunas veces le irritan porque callan lo bueno. También los buenos irritan a Dios igual que los malos en esto: en que, no reprobando lo malo, con su silencio los dejan libres para continuar» (S. GREGORIO MAGNO, Homilías sobre Ezequiel, 1,9). 825 Toda maldad es vanidad, pero no toda vanidad es maldad.—«El conoce a los hombres falsos, ve su maldad y la penetra (Job 11,11). [...]. Pero en esta descripción fue guardado el orden que se requiere, pues dice que primero es conocida la vanidad y después considerada la maldad; porque toda maldad es vanidad, pero no toda vanidad es maldad. Cosas vanas hacemos cuando pensamos las cosas transitorias; y de aquí es que se dice evanescer lo que de repente es quitado de los ojos de los que lo miran. Por eso dice el Salmista: Todas las cosas son vanidad y todo hombre viviente (Sal 38,6), porque, pues viviendo procede con prisa a la muerte, justamente se dice vanidad; mas no es llamado justamente maldad, porque, aunque su desfallecer es pena de su culpa, pero el correr y la brevedad de la vida no es la misma culpa. Asi que las cosas que pasan son vanas, según que dice Salomón: Todas las cosas son vanidad (Ecl 1,2). Pero convenientemente después de la vanidad sigue luego la maldad, porque, cuando somos llevados por algunas cosas transitorias, somos atados culpablemente en algunas de ellas; y como el alma no tiene estado de firmeza, procediendo de sí misma con inconstancia, cae en los vicios. Así que de la vanidad se cae en la maldad, porque el alma, acostumbrada a las cosas mudables, como siempre salta de unas cosas a otras, allégase a las culpas que nuevamen-
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te nacen» (S. GREGORIO MAGNO, Tratados morales sobre el libro de Job, 10,20-21). 826 ¿Dónde está el que no está en el amor de Dios?—«Pero el varón muere y queda inerte, ¿adonde va el hombre cuando expira? Qob 14,10). ' [...]. La vestidura primera es la inocencia que recibió el hombre creado en el bien y la que perdió siendo mal aconsejado por la serpiente. Y otra vez se dice contra esta desnudez: Bienaventurado es el que vela y guarda sus vestiduras para que no ande desnudo (Ap 16,15). Guardamos las vestiduras, cuando conservamos en el alma los mandamientos de la inocencia, para que, cuando nos desnude la culpa del juicio, nos cubra la penitencia, volviendo a la inocencia perdida. Y por eso se dice bien: ¿Dónde está?; porque el hombre pecador no quiso estar donde fue creado, y no es consentido estar mucho tiempo aquí donde cayó. Queriendo perdió su propia tierra, pero contra su voluntad es lanzado del destierro y peregrinación que ama. Pues ¿dónde está el que no está en el amor de aquel en quien consiste el verdadero ser?» (S. GREGORIO MAGNO, Tratados morales sobre el libro de Job, 12,9). 827 El hombre soberbio.—«Todos los que en pensamientos dé soberbia se elevan, hablan a voces, tienen amargura en el silencio, disolución en la alegría, saña en la tristeza, deshonestidad en las obras, honestidad en el semblante, elevamiento en el andar, rencor en las respuestas. El alma de estos tales siempre está muy fuerte para hacer injurias y enferma para tolerarlas, perezosa para obedecer, importuna para mandar, negligente para las cosas que puede y debe hacer, y muy aparejada para las que no puede ni debe. Con ninguna amonestación se inclina a lo que su voluntad no desea; y lo que ocultamente desea, luego lo procura apenas lo piensa; porque, temiendo menoscabarse por su deseo, codicia padecer fuerza en su propia voluntad» (S. GREQORIO MAGNO, Tratados morales sobre el libro de Job, 34,52). 1 ^^^oí&í^^/
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«Porque ha de venir el Hijo del hombre en la gloria de su Padre, acompañado de sus ángeles, y entonces dará en pago a cada cual conforme a sus actos» (Mt 16,27). «Venid, benditos de mi Padre, entrad en posesión del reino que os está preparado desde la creación del mundo» (Mt 25,34). «Una cosa te falta: anda, vende todo lo que tienes y dalo a los pobres, y poseerás un tesoro en el cielo» (Me 10,21). «... para que comáis y bebáis a mi mesa en mi reino, y os sentéis en tronos para juzgar a las doce tribus de Israel» (Le 22,31). «Porque así amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo Unigénito; a fin de que todo el que crea en él no perezca, sino alcance la vida eterna» (Jn 3,16). 828 Vida cristiana*—«Ahora bien: si no creyésemos que Dios está por encima del género humano, ¿podríamos llevar una vida tan pura? No se puede decir; perp estando persuadidos de que de toda esta vida presente hemos de dar cuenta al Dios que nos ha creado y que ha creado al mundo, escogemos la vida moderada, caritativa y despreciada, pues creemos que no podemos aquí sufrir ningún mal tan grande, aun cuando nos quiten la vida, comparable con la recompensa que recibiremos del gran Juez por una vida humilde, caritativa y buena. Platón dijo ciertamente que Minos y Radamanto tenían que juzgar y castigar a los malos; pero nosotros decimos que ni Minos ni Radamanto, ni el padre de ellos, escaparán al juicio de Dios. Además, vemos que son tenidos por piadosos los que tienen como concepto de la vida aquello de comamos y bebamos, que mañana moriremos (Is 22,13; Sao 2,6), y tienen la muerte por un sueño profundo; en cambio, nosotros tenemos la vida presente como de corta duración y de pequeña estima, y nos movemos por el solo deseo de llegar a conocer al Dios verdadero y al Verbo que está en él, cuál es la comunión que hay entre el Padre y el Hijo, qué cosa sea el Espíritu, cuál sea la unidad de tan grandes realidades y la distinción entre los así unidos, el Espíritu, el Hijo y el Padre; nosotros sabemos que la vida que esperamos es superior a cuanto
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se puede expresar con palabras si a ella llegamos puros de toda iniquidad y llevamos hasta tal extremo nuestro amor a los hombres que no sólo amamos a nuestros amigos, pues dice la Escritura: Si
anuas a los que os aman y prestáis a los que os prestan, ¿qué recompensa podéis esperar? (Mt 5,46)» ( A T E N Á G O R A S , Suplica en favor de los cristianos, 12). 829 La vida futura después de la muerte.—«Creemos que habrá resurrección de los cuerpos después de la consumación del universo, no como opinan los estoicos, según los cuales las mismas fosas nacen y perecen de acuerdo con unos ciclos periódicos sin ninguna utilidad, sino que una sola vez, cuando hayan llegado a su término los tiempos en que vivimos, se dará la perfecta restauración de solos los hombres en orden al juicio [...]. Porque así como yo no existía antes de mi nacimiento y no sabía quien era, sino que sólo existía la sustancia de mi materia carnal, pero una vez nacido he venido a creer que existo en virtud de mi nacimiento, aunque antes no existiera, así también, de la misma manera, yo, que he existido y que por la muerte dejaré de existir otra vez y desapareceré de la vista, volveré a existir de nuevo por un proceso semejante a aquel por el que no existiendo antes comencé a exis9 3rfJ% tir» ( T A C I A N O , Discurso contra los griegos, tí)r P' 830 El purgatorio.—«Es muy conveniente que el alma, sin esperar a la resurrección de la carne, sufra castigo por lo que haya cometido sin la complicidad de la carne. E igualmente es justo que, en recompensa de los buenos y santos pensamientos que baya tenido sin cooperación de la carne, reciba también consuelos sin la carne. Más aún: las mismas obras realizadas con la carne, es ella la primera en concebirlas, disponerlas, ordenarlas y ponerlas en acto [...]. Por consiguiente, es conveniente que la sustancia que ha sido la primera en merecer la recompensa sea también la primera en recibirla. En una palabra: ya que por aquel calabozo de que nos habla el Evangelio entendemos el infierno (Mt 5,25), en el que hay que pagar hasta el ultimo céntimo de la deuda, hemos de entender que, en este mismo lugar hay que purificarse de las faltas más ligeras, en el intervalo del tiempo que precede a la resurrección; y nadie ha de poner en duda que el alma pueda ya recibir algún castigo en el purgatorio, sin perjuicio de la plenitud de la resurrección, en la que recibirá su merecido juntamente con la carne» ( T E R T U L I A N O ,
Del alma, 58).**v^-*s
831 El tema de la resurrección.—-«El tema de la resurrección es largo y difícil de explicar (Heb 5,11) y pide, como ningún otro
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de los dogmas, un hombre sabio y hasta muy adelantado en sabiduría, para demostrar cuan digno de Dios y cuan magnífico es un dogma según el cual tiene alguna razón de germen el que las Escrituras llaman tabernáculo o tienda del alma, en que están los justos gimiendo, agravados, porque no quieren despojarse de él, sino sobrevestirse \2 Cor 5,1) [...]. Además, dado que hay cierto tabernáculo y casa terrena (2 Cor 5,lss), necesaria en cierto modo al tabernáculo, dicen las letras sagradas que la casa terrena del tabernáculo se desmorona; el tabernáculo, empero, se sobreviste de una casa no hecha a mano, eterna en los cielos. Y añaden los hombres de Dios que lo corruptible se reviste de la incorruptibilidad, que difiere de lo corruptible; y lo mortal se reviste de inmortalidad, que no es lo mismo que lo inmortal. La relación que hay entre la sabiduría y lo que es sabio, y entre la justicia y lo justo, la paz y lo pacífico, esa misma se da entre la incorruptibilidad y lo incorruptible, la inmortalidad y lo inmortal» (ORÍGENES, Contra Celso, 7,32). 832 La segunda venida de Jesucristo.—«Anunciamos la venida de Cristo y no una sola, sino la segunda, que será mucho más magnífica que la anterior. Como ya hemos visto, todas las cosas en Cristo tienen como dos facetas; y así tenemos que su nacimiento fue doble: uno de Dios, antes de todos los siglos, y otro de la Virgen al fin de los siglos. Dos venidas: la primera oscura y sin ruido, como la lluvia que cae sobre el vellón, y la segunda que será con toda la gloria. En la primera venida fue envuelto en pañales y puesto en un pesebre; en la segunda vendrá revestido de brillantísima luz. En la primera sufrió la cruz, rodeado de ignominia; en la segunda vendrá glorificado y rodeado de un ejército de ángeles. Así, pues, no sólo conocemos su primera venida, sino que esperamos la segunda. Y así como en la primera dijimos: Bendito el que viene en el nombre del Señor (Mt 21,9), de nuevo diremos lo mismo en la segunda, cuando con los ángeles le salgamos al encuentro y le digamos: Bendito el que viene en el nombre del Señor. El Salvador vendrá no para ser juzgado, sino para llamar a juicio a quienes le juzgaron a él. El que primeramente calló mientras era juzgado, dirá ahora a los malvados que le insultaban durante la crucifixión: Esto hicisteis y callé. Entonces vino con mansedumbre a enseñar a los hombres el camino de la salvación, pero después, quieran o no quieran, tendrán que someterse todos a su imperio» (S. CIRILO DE JERUSALÉN, Catcquesis, 15, «a los iluminados», 1).
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833 Hablar del infierno es dulce, porque es amargo caer en él.—«Por esto, os lo suplico, compunjámonos al oír hablar del infierno. Nada hay más dulce que hablar del infierno, puesto que nada hay más amargo que la realidad del mismo infierno. Y ¿cómo —me dirás— puede ser dulce oír hablar del infierno? Pues porque es amargo caer en él, cosa de que justamente nos preservan esas aparentemente molestas palabras. Y, aun antes de eso, otro placer nos procura esa plática sobre el infierno: recoge nuestras almas y las hace más cautas, eleva nuestro espíritu, da alas a nuestro pensamiento, levanta el asedio de nuestros malos deseos y nos sirve de universal medicina» (S. JUAN CRISÓSTOMO, Homilías sobre el Evangelio de San Mateo, 43,5). 834 El infierno no fue hecho para nosotros, sino para el diablo.—«Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno que esta aparejado, no ya para vosotros, sino para el diablo y sus angeles (Mt 25,41). Consiguientemente el infierno no fue hecho por nosotros, sino por el diablo y sus ángeles; el cielo sí está preparado para nosotros desde la constitución del mundo. No nos hagamos, pues, indignos de entrar en la cámara nupcial. Mientras estamos en este mundo, aun cuando cometiéremos infinitos pecados, siempre es posible lavarlos por medio de la penitencia; mas, una vez que vayamos al otro, por muy vehemente que fuese nuestro arrepentimiento, no nos será de provecho alguno» (S. JUAN CRISÓSTOMO, Exhortación a Teodoro caído, 1,9). 835 Fuego inextinguible.—«Pues no porque oigas hablar de fuego has de pensar que el del infierno es como el de este mundo. El fuego de este mundo devora cuanto prende y cesa. El del infierno, a los que una vez ha prendido, los devora constantemente, y no cesa jamás. Por eso se llama fuego inextinguible. Y es así que también los que han pecado han de revestirse de la inmortalidad, no para honor suyo, sino para dar materia perpetua a este castigo. Y cuín terrible sea éste, no hay discurso capaz de representarlo. Sólo por la experiencia de las cosas pequeñas podremos tener algún barrunto de aquellas grandes» (S. JUAN CRISÓSTOMO, Exhortación a Teodoro caído, 1,10). 836 El cielo o el infierno.—«Ahora, a la verdad, nos hallamos en el mundo estrechados como un niño en el seno materno y no podemos contemplar el esplendor y la libertad del siglo venidero; mas, cuando llegue el momento del parto y la presente vida dé a luz en el día del juicio a todos los hombres que recibió en su seno, los abortivos pasarán de unas tinieblas a otras tinieblas
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y de una tribulación a otra tribulación más dura; mas los bien nacidos y que guardaron en sí mismos los rasgos de la imagen regia serán presentados al rey y entrarán en aquella liturgia o ministerio con que los ángeles y arcángeles simen al Dios del universo» (S. J U A N C R I S Ó S T O M O , Exhortación a Teodoro caído, 1,13). 837 Jesucristo no nos reveló el tiempo de su venida*—«Para atajar toda pregunta de sus discípulos sobre el momento de su venida, Cristo dijo: Esa hora nadie la sabe, ni los angeles ni el Hijo. No os toca a vosotros conocer los tiempos y las fechas (Me 13,32; Hech 1,7). Quiso ocultarnos esto para que permanezcamos en vela y para que cada uno de nosotros pueda pensar que ese acontecimiento se producirá durante su vida. Si el tiempo de su venida hubiera sido revelado, vano sería su advenimiento, y las naciones y siglos en que se producirá ya no lo desearían. Ha dicho muy claramente que vendrá, pero sin precisar en qué momento. Así, todas las generaciones y todas las épocas lo esperan ardientemente» (S. E F R É N , Comentario sobre el Diatesaron, 18,15). 838 Los santos, llamados águilas.—«Dondequiera está el cadáver, allí se juntarán las águilas (Mt 24,28). Águilas es el nombre con que se designan los santos, por el vuelo de su cuerpo espiritual. Muestra que, reunidos con los ángeles, ellos se reunirán en el lugar de su pasión. Y así, con toda justicia será esperada su vuelta gloriosa allí donde él ha cumplido por nosotros la obra de la eterna gloria, por el sufrimiento de su humillación corporal» (S. H I L A R I O D E PonTERS, Comentarios sobre el Evangelio de San Mateo, 25,8). 839 Nuestro descanso en Dios*—«Si queremos imitar a Dios, de modo que también nosotros descansemos en nosotros mismos de nuestras obras, como él descansó en sí mismo de las suyas, diremos que tal imitación no es conforme a la piedad; puesto que debemos descansar en un bien inmutable, y éste es para nosotros el mismo que nos hizo. Nuestro verdadero descanso, el religioso, el sumo y el de ningún modo orgulloso, consiste en que, así como él descansó de todas sus obras (no porque sus obras sean para él un bien, sino porque él es para sí el único bien por el que es feliz), así también nosotros anhelamos el descanso en él de todas nuestras obras, que no son tan sólo nuestras, sino también de él. Después de nuestras buenas obras, las que conocemos que son también de él, nuestro único deseo debe ser que también descanse él después de estas nuestras buenas obras, es decir, nos ofrezca el descanso en sí mismo, justificados por él, después de las buenas obras que hubiéremos hecho. Es un gran bien para nosotros existir gra-
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cías a él, pero es mayor descansar en él. Como él no es feliz porque hizo estas cosas, sino porque, hechas, no necesitó de ellas, por eso descansó más bien en sí mismo que en ellas; de ahí que no santificó el día de la obra, sino el del descanso, ya que así nos insinúa que él es feliz no creando, sino no necesitando de las obras que creó» (S. AGUSTÍN, Del Génesis a la letra, 4,17,29). 840 Juicio universal.—«Se alborozaran los montes a la vista del Señor, porque viene, viene a juzgar la tierra (Sal 97,9). ¡Oh montes excelsos! Viene Dios a juzgar la tierra y se gozan. Hay montes que, al venir el Señor a juzgar la tierra, temblarán. Luego hay montes buenos y hay montes malos. Los montes buenos son sublimidad espiritual, y los montes malos, hinchazón de soberbia» (S. AGUSTÍN, Enarraciones sobre los Salmos, Sal 97,9). 841 La vida bienaventurada del délo.—«¡Cuánta será la dicha de esa vida, en la que habrá desaparecido todo mal, en la que no habrá bien oculto alguno y en la que no habrá más obra que alabar a Dios, que será visto en todas las cosas! No sé qué otra cosa va a hacerse en un lugar donde no se dará ni la pereza ni la indigencia [...]. La gloria allí será verdadera, porque no habrá ni error ni adulación en los panegiristas. Habrá honor verdadero, que no se negará a ninguno digno de él ni se dará a ningún indigno, no pudiendo ningún indigno merodear por aquellas mansiones, exclusivas del que es digno. Allí habrá verdadera paz, donde nadie sufrirá contradicción alguna, ni de sí mismo ni de otro. El premio de la virtud será el Dador de la misma, que prometió darse a sí mismo, superior y mayor que el cual no puede haber nada» (S. AGUSTÍN, La Ciudad de Dios, 22,30,1). 842 La edad séptima del mundo será nuestro sábado.—«Sería muy largo tratar ahora al detalle de cada una de estas edades. Baste decir que la séptima será nuestro sábado, que no tendrá tarde, que concluirá en el día dominical, octavo día y día eterno, consagrado por la resurrección de Cristo y que figura el descanso eterno, no sólo del espíritu, sino también del cuerpo. Allí descansaremos y veremos; veremos y amaremos; amaremos y alabaremos. He aquí la esencia del fin sin fin. Y ¡qué fin más nuestro que arribar al reino que no tendrá fin!» (S. AGUSTÍN, La Ciudad de Dios, 22,30,5). 843 Poder no pecar y no poder pecar.—«Conviene, pues, investigar con atención y cautela la diferencia entre estas dos cosas: el poder no pecar y el no poder pecar, el poder de no morir y el no poder morir, el poder no dejar el bien y el no poder dejarlo. Pudo, pues, el primer hombre no morir, pudo no pecar, pudo no
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dejar el bien. Mas ¿podemos acaso decir: No pudo pecar, estando dotado de tal libre albedrío? ¿O podemos decir: No pudo morir, habiéndosele dicho si pecares, moriros? ¿O decir: No pudo abandonar el bien, cuando lo abandonó pecando y por eso halló la muerte? La primera libertad, pues, de la voluntad fue la de poder no pecar; la última será mucho más excelente, conviene a saber: no poder pecar. La primera inmortalidad consistió en poder no morir, la ultima consistirá en no poder morir. La primera potestad de la perseverancia fue la de poder no dejar el bien, la postrera felicidad de la perseverancia será no poder dejar el bien. ¿Acaso porque los bienes últimos serán más principales y mejores, fueron nulos o de poca monta aquellos primeros?» (S. AGUSTÍN, De la
LOS NOMBRES DE CRISTO «Cuando se cumplieron los ocho días tocaba circuncidarle, y le pusieron el nombre de Jesús, como le había llamado el ángel antes de ser concebido en el seno» (Le 2,21). «Todo esto ocurrió de modo que se cumpliese lo que anunció el Señor por medio del profeta, que dijo: Ved que la virgen concebirá y dará a luz un hijo, y le llamarán Emmanuel, que quiere decir "Dios con nosotros"» ( M t 1 , 2 2 - 2 3 ) . «Y él les preguntó: ¿Quién dicen los hombres que soy yo? Pedro le contestó: Tú eres el Cristo» (Me 8,29). 844 El nombre de Jesús.—«Porque el Padre del universo, ingénito como es, no tiene nombre impuesto, como quiera que todo aquello que lleva un nombre supone a otro más antiguo que se lo impuso. Los de Padre, Dios, Creador, Señor, Dueño no son propiamente nombres, sino denominaciones tomadas de sus beneficios y de sus obras. En cuanto a su Hijo, aquel que sólo propiamente se dice Hijo, el Verbo, que está con él antes de las criaturas y es engendrado cuando al principio creó y ordenó por su medio todas las cosas, se llama Cristo por su unción y por haber Dios ordena-
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do por su medio todas las cosas, nombre que comprende también un sentido incognoscible, a la manera que la denominación dios no es nombre, sino una concepción ingénita de la naturaleza humana de una realidad inexplicable. Jesús, en cambio, es nombre de hombre, que tiene su propia significación de salvador. Porque, como antes dijimos, el Verbo se hizo hombre por designio de Dios Padre y nació para la salvación de los creyentes y destrucción de los demonios. Y esto lo podéis comprobar por lo que ahora mismo esta sucediendo ante vuestros ojos. Porque por todo el mundo y en vuestra misma ciudad imperial muchos de los nuestros, es decir, cristianos, conjurándolos por el nombre de Jesucristo, que fue crucificado bajo Poncio Pilato, han curado y siguen curando a muchos endemoniados que no pudieron serlo por todos los otros exorcistas, encantadores y hechiceros, y así destruyen y arrojan a los demonios que poseen a los hombres» (S. J U S T I N O , Apología II, 5,1-6). 845 Jesucristo, nuestro buen Pedagogo.—«Nuestro buen Pedagogo, él, que es la Sabiduría y el Logos del Padre, y que ha creado al hombre, asume el cuidado de su criatura por entero; él cuida a un mismo tiempo del cuerpo y del alma, él, el médico de la humanidad, capaz de curarlo todo. £1 Salvador dice al que está tendido: Levántate, toma tu camilla y vete a tu casa (Mt 9,6). Y él dice al difunto: Lázaro, sal fuera, y el muerto sale del sepulcro, tal como estaba antes de expirar, ejercitándose así en la resurrección (Jn 11,43-44), Cierto, él cura igualmente al alma, en sí misma, por sus preceptos y por sus gracias; por los consejos ella necesita tiempo; mas por las gracias, él es lo bastante rico para decir a los >ecadores, que somos nosotros: Tus pecados te son perdonados Le 5,20)» ( C L E M E N T E D E A L E J A N D R Í A , El Pedagogo, 1,2,2-4).
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846 Protréptico, pedagogo y maestro.—«Hay en el ser humano tres cosas: las costumbres, las acciones y las pasiones. El Logos que convierte —protréptico— ha tomado a su cargo las costumbres: guía de la religión, él subyace al edificio de la fe, como una quilla a una nave. Por su causa, nosotros estamos llenos de alegría, dejamos nuestras antiguas creencias y nos rejuvenecemos con miras a la salvación; unimos nuestra voz a la del profeta, que canta cuan bueno es Dios para Israel, para aquellos que tienen recto el corazón (Sal 72,1). Un Logos dirige también todas nuestras acciones, es el Logos consejero; y un Logos cura nuestras pasiones, es el Logos moderador; pero siempre único en todas estas funciones, el mismo Logos que arranca al hombre de sus hábitos naturales y ligados al cosmos, y le conduce como un pedagogo a la salvación única
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de la fe en Dios. Ahora bien: el Logos recibe el nombre deprotréptico cuando él nos invita a la salvación —este nombre se da especialmente al Logos encargado de estimularnos— [...]. Mas, por el momento, es como curador y consejero, todo a la vez: sucediéndose a sí mismo, él exhorta al que ya está convertido y, particularmente, promete la curación de las pasiones que hay en nosotros. Nosotros le daremos el solo nombre de Pedagogo que le conviene: el pedagogo, en efecto, se ocupa de la educación y no de la enseñanza; su oficio es volver mejor al alma, no instruirla; y él la introduce a la vida virtuosa, no a la vida del saber. Sin duda, el mismo Logos es igualmente el maestro encargado de enseñar, mas no por el momento. El Logos que enseña es quien tiene a su cargo exponer y revelar las verdades doctrinales. El Pedagogo se ocupa de la vida práctica, ya antes nos ha exhortado a asumir una buena vida moral; y ahora todavía nos exhorta y nos invita al cumplimiento de los deberes [...]. Y es de allí de donde viene la curación de las pasiones: el Pedagogo fortifica las almas con los ejemplos estimulantes, como por medio de remedios suaves, con la ayuda de sus preceptos llenos de bondad él dirige a los enfermos hacia el conocimiento perfecto de la verdad. Ahora bien: la salud y el conocimiento no son cosas idénticas; una se adquiere a fuerza de estudio, la otra por la curación» (CLEMENTE DE ALEJANDRÍA, El Pedagogo, 1,1,1-3). 847 Todo lo obtenemos obedeciendo al Pedagogo.—«El Pedagogo es, pues, naturalmente, el Logos, porque el nos conduce a nosotros los niños hacia la salvación. Así, el Logos ha dicho bien claramente por boca de Oseas: Yo soy vuestro educador (Os 5,2). En cuanto a la pedagogía, ella es la religión; es a la vez enseñanza del servicio de Dios, educación con miras al conocimiento de la verdad, y buena formación, que conduce al cielo. El nombre de pedagogía encubre múltiples realidades: pedagogía del que recibe dirección e instrucción; pedagogía de quien orienta y enseña; pedagogía, en tercer lugar, la misma formación recibida. Y pedagogía también, las materias enseñadas, como por ejemplo, los preceptos [...]. De forma general, todo lo que nosotros podríamos pedir razonablemente a Dios, lo obtenemos obedeciendo al Pedagogo» (CLEMENTE DE ALEJANDRÍA, El Pedagogo, 1,7,53-54). 848 Condescendencia de Dios.—«La sabiduría de la pedagogía divina es grande; son múltiples los modos de disposición que ella asume para nuestra salvación. El Pedagogo testimonia en favor de aquellos que hacen el bien y llama a los elegidos a progreEl Evangelio en los PP. de la Iglesia
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sar; él desvía de su impulso a quienes corren tras los pecados y los anima a que adopten una vida mejor. Ninguno es abandonado sin que él le haya ofrecido testimonio, sino que unos y otros reciben una plena confirmación. Y el bien que se obtiene de sus testimonios es inmenso. Más aún: los accesos de cólera de Dios —si se pueden llamar realmente cólera los reproches que nos dirige— son un signo de su bondad para con el hombre: es Dios quien condesciende a tomar los sentimientos humanos a causa del hombre, por quien el Logos de Dios se hizo hombre» (CLEMENTE DE ALEJANDRÍA, El Pedagogo, 1,8,74). 849 Jesucristo, Alfa y Omega.—«Todos los poderes del Espíritu, unificados en un solo ser, se consuman en el mismo, en el Hijo; pero él es irreductible a un límite definido si se intenta la noción de cada uno de esos poderes. Por eso, el Hijo no es el Hijo sino en cuanto uno, ni múltiple como partes, sino uno como unión de todas las cosas. Por donde es también todas las cosas. En efecto, él mismo es como un círculo de todos los poderes que se resuelven y se unifican en uno. Por esto el Logos se dice alfa y omega (Ap 1,8). Por él solo el fin viene a ser principio y vuelve de nuevo al principio inicad, sin permitir nunca interrupción. Por lo que creer en él y por él significa fundarse en la unidad, uniéndose en él, sin distraimiento (1 Cor 7,35); no creer significa estar en la ambigüedad, estar desunido y dividido [...]» (CLEMENTE DE ALEJANDRÍA, Stromata, 4,25,156-157). 850 Jesús, igual a Josué.—«Hasta este lugar, en ningún Otro había sido hecha mención del bienaventurado nombre de Jesús (Ex 17,8ss). Es aquí la primera vez donde el brillo de este nombre resplandece; la primera vez en que Moisés llama a Jesús y le dice: Escoge tus hombres. Moisés llama a Jesús, la Ley ruega a Cristo que se escoja hombres fuertes entre el pueblo. Moisés no puede escogerlos, es Jesús solo quien puede escoger hombres fuertes, aquel que ha dicho: No me habéis elegido vosotros a mí, soy yo el que os he elegido a vosotros (Jn 15,16). El es, en efecto, el jefe de los elegidos, el príncipe de los hombres fuertes, él es quien ha combatido a Amalee. El es quien entra en la casa del fuerte, lo ata y reparte sus bienes (Mt 12,29)» (ORÍGENES, Homilías sobre el Éxodo, 11,3). 851 Jesucristo, Médico.—«Que nuestro Señor Jesucristo sea llamado médico en las Escrituras divinas lo sabemos por las mismas palabras del Señor, que dice en el Evangelio: No tienen necesidad de médico los que están sanos, sino los enfermos (Mt 9,12).
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Todo médico compone las medicinas que curan los cuerpos con elementos de las hierbas y de los árboles, como también de las venas de los metales o de las naturalezas animadas. Estas hierbas, si casualmente alguno las ve en el campo o en los montes antes de que sean elaboradas por el arte, las pisa como heno vil y pasa sin prestarles atención. Mas, si las ve dispuestas por su orden en la oficina del médico, aunque despidan mal olor, sospecha con todo que sirven de remedio para curar, siquiera ignore cuál sea su virtud curativa. Decimos esto a propósito de los médicos ordinarios. Ven ahora a Jesús, el médico celestial, entra en su oficina sanitaria, la Iglesia; mira en ella la muchedumbre de los enfermos. Viene una mujer que, por el parto, ha quedado impura; llega el leproso, que ha sido separado de la población por la inmundicia de su lepra. Buscan el remedio del médico, para quedar sanos y limpios. Y porque Jesús es médico y es el Verbo de Dios, no fabrica sus medicamentos para los enfermos con hierbas, sino con los misterios de sus palabras» (ORÍGENES, Homilías sobre el Levítico, 13,12-13). 852 Jesucristo, Emmanuel.—«Este Emmanuel, que ha nacido de una virgen, se alimenta con leche y miel, y busca de cada uno de nosotros estos alimentos. La palabra nos enseña cómo lo hace. Nuestras obras dulces, nuestras palabras suavísimas y útiles son las mieles que come el Emmanuel, las que come este que ha nacido de una virgen. Pero si nuestras conversaciones están llenas de amargura, de ira, de animosidad, de molestia, de torpeza, de vicios, de controversia, dejan en mi boca hiél y el Salvador no se alimenta de tales palabras. Comerá el Salvador de aquellas conversaciones de los hombres si sus palabras son miel. Comprobemos aquello que dice la Escritura: Mira que estoy a la puerta y llamo; si alguno escucha mi voz y abre la puerta, yo entraré y cenaré con él, y el conmigo (Ap 3,20). Luego él promete que cenará con nosotros de lo nuestro. Cierto, y lo es, porque nosotros cenamos con él si le comemos a él. Comiendo ciertamente de nuestras buenas palabras, obras y pensamientos, vuelve a apacentarnos con sus manjares espirituales, divinos, los mejores. Por consiguiente, es una dicha recibir al Salvador, para que él nos conduzca a la gran cena del Padre, en el reino de los cielos, que es en Cristo Jesús [...]» (ORÍGENES, Homilías sobre Isaías, 2,7). 853 Jesucristo, el río que alegra la ciudad de Dios.— «¿Quieres saber cuál es este rio cuyia corriente alegra la ciudad de Dios (Sal 45,8)? El río cuya corriente alegra la ciudad de Dios es Jesucristo. Este es el anunciado por Isaías: Voy a derramar sobre vosotros la paz como un río (Is 66,12).
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Yo me sé bien que hay prometidos ciertos ríos, que fluyen de este río. Todo el que bebe de esta agua volverá a tener sed —dice Jesús—, pero el que beba del agua que yo le daré no tendrá sed jamás; el agua que yole dé se hará en él una fuente que salte hasta la vida eterna (Jn 4,13-14) y ríos de agua viva correrán de su seno Qn 7,38). Tienes, pues, ríos santos de los que está ausente el Dragón» (ORÍGENES, Homilías sobre Ezequiel, 13,28). 854 Esposo y Pastor.—«.Hazme saber tú, amado de mi alma, dónde apacientas el rebaño, dónde sesteas a mediodía... (Cant 1,7). Ahora bien: por estas palabras se pone de manifiesto que este esposo es también pastor. Ya antes habíamos aprendido que también era rey, porque indudablemente rige a los hombres; es pastor, porque apacienta ovejas; es esposo, porque tiene una esposa para que reine con él, según lo que está escrito: Está la reina a tu derecha, con vestido dorado (Sal 44,10). Este es el contenido del drama mismo en su sentido, digamos, literal» (ORÍGENES, Comentario al Cantar de los Cantares, 2). 855 Jesucristo, Paráclito.—«Paráclito, como es llamado el Espíritu Santo, viene de consuelo. En latín, paraclesis se traduce por consuelo. Si, pues, alguno merece participar del Espíritu Santo, conocido en los misterios inefables, sin duda, alcanza el consuelo y la alegría del corazón. Pues, conociendo a la luz del Espíritu las causas de todas las cosas que son hechas, por qué y cómo se hacen, en nada puede conturbarse su alma ni recibir sentimiento alguno de temor; ni se atemoriza por nada cuando, adherido al Verbo de Dios y a su sabiduría, dice en espíritu: Jesús es Señor (1 Cor 12,3). Mas, como hacemos mención del Paráclito y, según nuestras posibilidades, hemos expuesto lo que se debe pensar del mismo, recordemos que también nuestro Salvador es llamado Paráclito en la Carta de San Juan: Si alguno pecare —dice—, tenemos un Paráclito junto al Padre, a Jesucristo, justo. Y él es propiciación por nuestros pecados (1 Jn 2,1-2). Consideremos que acaso este nombre de Paráclito, referido al Salvador, signifique una cosa y otra distinta referido al Espíritu Santo. Dicho del Salvador, significa abogado, pues en griego Paráclito significa ambas cosas: abogado y consolador. Por eso el evangelista continúa: Y él es propiciación por nuestros pecados. Parece así que, en el Salvador, el nombre Paráclito debe entenderse por abogado: él suplica al Padre por nuestros pecados. Respecto al Espíritu Santo, Paráclito debe entenderse
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como el que da el consuelo a las almas, a las que abre y rétela el sentido de la ciencia espiritual» (ORÍGENES, Tratado de los Principios, II 7,3). 856 Nombres de Cristo.—«¿Quién es el hombre que se arriesgará, sin haber contemplado todavía como merece ser contemplada la dulzura del Señor y haber visitado su templo, o mejor, sin haber llegado a ser templo del Dios vivo y morada viviente de Cristo en el Espíritu? ¿Quién lo hará sin haber aprendido a reconocer la unión entre las figuras y la realidad, lo mismo que su diferencia; dejando aquéllas y unido a ésta, huyendo de la vetustez de la letra y sirviendo a la novedad del Espíritu, para pasar al lado de la gracia y abandonar una ley que se cumple con la abolición del cuerpo del pecado (Rom 6,6)? ¿Quién lo hará si, con la acción y la contemplación, no ha recorrido todas las denominaciones y poderes de Cristo: las primeras y superiores, como aquellas otras de las que nosotros somos causa, que son de orden inferior y vienen en último lugar? Estos nombres de: Dios, Hijo, Verbo, Sabiduría, Verdad, Luz, Vida, Poden efluvio, encarnación, reflejo (Sab 7,25-26); Creador, Rey, Cabeza, Ley, Puerta, Fundamento, Piedra, Perla, Paz, Justicia, Santificación, Redención, Hombre, Esclavo, Pastor, Cordero, Pontífice, Victima, Primogénito antes de la Creación, Primogénito de entre los muertos, Resurrección. ¿Quién lo hará si, al pronunciar estas palabras y nombrar estas realidades, lo hace inútilmente, por no estar aún en comunión con el Verbo, ni haber recibido la participación en su persona, en todo aquello que realiza cada uno de estos bienes y haber sido llamado para ello?» (S. GREGORIO NACIANCENO, Sermones, 2,97-98). 857 Otros nombres de Cristo.—«Tú eres llamado Palabra y estás sobre todas las palabras; tú estás sobre la luz y eres llamado Luz Qn 1,9; 8,12; 12,46). Eres llamado Fuego (Dt 4,24; 9,3; Heb 12,29), no porque caes sobre los sentidos, sino porque purificas la materia ligera y viciosa. Espada (Ef 6,1% Heb 4,12), porque divides y separas el mal del bien; Bieldo (Mt 3,12; Le 3,17), porque limpias, alejando aquello que es ligero y llevado por el viento, y lo que está lleno lo guardasen los graneros de allí arriba; Hacha (Mt 3,10; Le 3,9), porque, habiendo tenido paciencia tanto tiempo, cortas la higuera estéril (Le 12,6-9) y porque arrancas las raíces de la perversión (Mt 3,10; Le 3,9); Puerta Qn 10,7-9), porque introduces; Camino (Jn 14,6), para que nosotros andemos por el camino recto; Oveja (Is 5%7), porque eres la víctima; Pontífice (Heb 4,14; 8,1-9; 9,11), porque ofreces tu cuerpo; Hijo (Mt 3,17; 17,5; Me 1,11; 9,7;
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Le 2,22; 9,35), porque lo eres del Padre» (S. GREGORIO NACIANCENO, Sermones, 37,4). 858 Los nombres de Cristo reflejados en el cristiano.—«(San Pablo) nos hace ver la gran virtualidad del nombre de Cristo, al afirmar que Cristo es la fuerza y sabiduría de Dios, al llamarlo paz y luz inaccesible, en la que habita Dios; expiación, redención, Sumo Sacerdote, Pascua, propiciación de las almas, irradiación de la gloria e impronta de la sustancia del Padre, por quien fueron hechos los siglos; comida y bebida espiritual, piedra y agua, fundamento de la fe, piedra angular, imagen del Dios invisible, gran Dios, Cabeza del cuerpo, que es la Iglesia; primogénito de la nueva creación, primicias de los que han muerto, primogénito de entre los muertos, primogénito entre muchos hermanos, mediador entre Dios y los hombres, Hijo unigénito, coronado de gloria y honor, Señor de la gloria, origen de las cosas, rey de justicia y rey de paz, rey de todos, cuyo reino no conoce fronteras. Estos nombres y otros semejantes, tan numerosos que no pueden contarse; nombres cuyos diversos significados, si se comparan y relacionan entre si, nos descubren el admirable contenido del nombre de Cristo y nos revelan, en la medida en que nuestro entendimiento es capaz, una majestad inefable. Por lo cual, puesto que la bondad de nuestro Señor nos ha concedido una participación en el más grande, el más divino y el primero de todos los nombres, al honrarnos con el nombre de cristianos, derivado de Cristo, es necesario que todos aquellos nombres que expresan el significado de esta palabra se vean reflejados también en nosotros; para que el nombre cristiano no aparezca como una fealdad, sino que demos testimonio del mismo con nuestra vida.
[...]
Teniendo en cuenta que Cristo es la paz, mostraremos la autenticidad de nuestro nombre de cristianos, con nuestra manera de vivir, si ponemos de manifiesto la paz que reside en* nosotros y es el mismo Cristo. El ha dado muerte al odio (Ef 2,14), como dice el Apóstol. No permitamos, pues, de ningún modo, que este odio reviva en nosotros, antes demostremos que está del todo muerto. Dios, por nuestra salvación, le dio muerte de una manera admirable; añora que está bien muerto, no seamos nosotros quienes lo resucitemos en perjuicio de nuestras almas, con nuestras iras y deseos de venganza. Ya que tenemos a Cristo, que es la paz, matemos también nosotros el odio, de manera que nuestra vida sea una prolonga-
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ción de la de Cristo, tal como la conocemos por la fe. Del mismo modo que él, derribando la barrera de separación de los dos pueblos, creó en su persona un solo hombre, estableciendo la paz (Ef 2,14), también nosotros atraigámonos la voluntad, no sólo de los que nos atacan desde fuera, sino también de los que entre nosotros promueven sediciones; de modo que cese en nosotros esta oposición entre las tendencias de la carne y del espíritu, contrarias entre sí. Procuremos, por el contrario, someter a la ley divina la prudencia de nuestra carne y así, superada esta dualidad que hay en cada uno de nosotros, esforcémonos en reedificarnos a nosotros mismos, de manera que formemos un solo hombre y tengamos paz en nosotros mismos. La paz se define como la concordia entre las partes disidentes. Por esto, cuando cesa en nosotros esta guerra interna, propia de nuestra naturaleza, y conseguimos la paz» nos convertimos nosotros mismos en paz; y así demostramos en nuestra persona la veracidad y propiedad de este apelativo de Cristo. y . Considerando que Cristo es la luz verdadera (Jn 1,9), sin mezcla posible de error alguno, nos damos cuenta de que también nuestra vida ha de estar iluminada con los rayos de la luz verdadera. Los rayos del sol de justicia son las virtudes que de él emanan para iluminarnos; para que dejemos las actividades de las tinieblas y nos conduzcamos, como en pleno día, con dignidad {Rom 13,1) y, apartando de nosotros las ignominias que se cometen a escondidas, obrando en todo a plena luz, nos convirtamos también nosotros en luz y, como es propio de la luz, iluminemos a los demás con nuestras obras. Y si tenemos en cuenta que Cristo es nuestra santificación (1 Cor 1,10), nos abstendremos de toda obra y pensamiento malo e impuro, con lo cual demostraremos que llevamos con sinceridad su mismo nombre, mostrando la eficacia de esta santificación, no con palabras, sino con los actos de nuestra vida. Además, cuando decimos que Cristo es nuestra redención, lo consideramos como precio que nos da la inmortalidad y nos hizo posesión suya, comprados a la muerte por la vida (1 Tim 2,6). Y, si somos de aquel que nos redimió, sigamos en todo al Señor, de manera que ya no seamos dueños de nosotros mismos, sino que el Señor es aquel que nos compró (1 Cor 6,20) y nosotros sus siervos. Su voluntad es, pues, para nosotros ley de vida» (S. GREGORIO DE NlSA, Tratado sobre el perfecto modelo del cristiano). 859 Jesucristo, Tabernáculo.—«Ayudados por Pablo, que tocó brevemente el misterio (Heb 8,1-Sj, decimos que Moisés
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fue instruido de antemano sobre la construcción del Tabernáculo (Ex 26,lss). El Tabernáculo que contiene todas las cosas es Cristo, poder y sabiduría de Dios (1 Cor 1,24). Sabiduría de Dios no hecha, sino increada. Teniendo como tiene su naturaleza divina, recibió la naturaleza creada cuando, semejante en todo a nosotros menos en el pecado (Heb 4,15), fue fabricado este tabernáculo de carne. Así, pues, en cierto modo fue hecho y no hecho: increado, en cuanto existió antes de los siglos; creado, en cuanto recibió, con la naturaleza humana, esta concreción corporal. No es oscuro lo que decimos para quienes han abrazado el misterio de nuestra fe [...]. El Tabernáculo es el mismo Unigénito de Dios, que contiene en sí mismo todas las cosas y ha hecho de nosotros su tabernáculo (1 Cor 3,16). Que ninguno entre los adoradores de Cristo se conturbe porque llamemos tabernáculo a algo tan grande [...]. Todas las cosas que se dicen de Dios piadosamente se toman para manifestar alguna de las virtudes divinas: como médico, pastor, protector, pan, poder, camino, puerta, morada, agua, piedra, fuente y otras. Con un significado semejante decimos también que Cristo es tabernáculo. Pues aquella virtud que contiene todas las cosas, en la que habita la plenitud de la divinidad, es albergue para todos y, encerrando en sí todas las cosas, nos lleva en el misterio a algo que no es indigno de él» (S. GREGORIO DE NlSA, Libro de la vida de Moisés). 860 Jesucristo, Rey.—«Mientras el rey estaba en su diván (Cant 1,12). Que Cristo sea llamado rey, ño hay duda. Este Rey de reyes no tuvo, en la Sinagoga, donde reclinar su cabeza, como dice él mismo en el Evangelio: Las zorras tienen madrigueras y las aves del cielo nidos; pero el Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza (Mt 8,20). No decía esto refiriéndose a las casas o ciudades hechas por manos de hombres; hablaba de los hombres, de los que dice el Apóstol: Que Cristo habite por la fe en vuestros corazones (Ef 3,17). El diablo había tapado y sitiado los sentidos de todos, y ninguno era digno de que Cristo reclinara en él su cabeza. Antes de la venida de Cristo eran vasos del diablo, porque aún no había sido atado el fuerte por uno más fuerte, ni sus vasos desalojados, ni lavados con el agua del bautismo, ni convertidos en templos de Dios con la dedicación del Espíritu Santo. Por lo que dice el Evangelio: Todos los que han venido antes de mí son ladrones y salteadores (Jn 10,8). Antes de venir Cristo al mundo, era la noche de la ignorancia y del error; antes de que llegara Cristo, la Vida, la muerte dominaba sobre todos; antes de venir la fe, la infideli-
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dad crecía; antes de ser hechos templos de Dios, éramos patio de los demonios. Estos son los ladrones: la ignorancia, la perfidia, la inmundicia, la porquería, la avaricia, el engaño, la concupiscencia y toda operación diabólica que permanecía en nosotros antes de que el Hijo del hombre se hiciera carne y habitara entre nosotros. Y por eso se dice en este lugar: Mientras el rey estaba en su diván. Es decir que, en la Sinagoga, el Señor no tuvo donde reclinar su cabeza, hasta que la Iglesia llegó; en la cual se reclina nuestro Rey. Para ello, se humillo, hecho obediente hasta la muerte, y muerte de cruz (Flp 2,8). Así humillado, pudo habitar en ella, como está escrito: Habitaré y caminaré con ellos; seré su Dios y ellos serán mi pueblo (2 Cor 3,16). Y el Apóstol dice: Sois templos de Dios y el Espíritu de Dios habita en vosotros (1 Cor 3,16)» (S. GREGORIO DE NlSA, Tratados sobre el Cantar de los Cantares, 2). 861 Jesucristo, Piedra angular.—«Mirad, yo coloco en Sión una piedra: una piedra probada, angular, preciosa, de cimiento; quien se apoya en ella no vacila (Is 28,16). Esta piedra verdaderamente se llama piedra dos veces, como en el Levítico se dice dos veces hombre, hombre. Y piedra angular, porque unió a los pueblos de la circuncisión y de los gentiles; de la que se dice en el Salmo: La piedra que desecharon Los arquitectos es ahora la piedra angular (Sal 117,22). Los constructores y albañiles son ahora los principes de pueblo, varones burlescos, que hay en Jerusalén. De esta piedra leemos en Daniel: Se desprendió del monte una piedra sin que interviniera mano alguna [...] y llenó el orbe de la tierra (Dan 2,34-35). Porque el Hijo de Dios se hizo hombre; en él habito la plenitud de la divinidad corporalmente. Sobre esta piedra Cristo edificó la Iglesia» (S. JERÓNIMO, Comentario sobre el profeta Isaías). 862 Jesucristo, cordero y pastor.—«Respondió Jesús: No tendrías poder alguno sobre mí si de arriba no te hubiese sido dado; por esto, el que me entregó a ti tiene mayor pecado (Jn 19,11). En esta ocasión respondió; mas, cuando no respondió, no lo hizo como reo o como falsario, sino como cordero, esto es, como sencillo e inocente. En consecuencia, cuando no respondía, callaba como un cordero; mas, cuando respondía, enseñaba como pastor. Aprendamos su enseñanza» (S. AGUSTÍN, Tratados sobre el Evangelio de San Juan, 51,10).
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«r/es¿s fe ¿¿/o; Dichoso tú, Simón, hijo de Juan, porque no te lo ha revelado la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos. Y yo a mi vez te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi iglesia, y las puertas del infierno no podrán contra ella. Te daré las ¡laves del reino de los cielos, y cuanto atares sobre la tierra quedará atado en los cielos, y lo que desatares sobre la tierra quedará desatado en los cielos» (Mt 16,17-19). «Si pecare tu hermano contra ti, ve y corrígelo entre ti y él solo. Si te escuchare, ganaste a tu hermano; mas, si no te escuchare, toma todavía contigo a uno o dos, para que "sobre el dicho de dos o tres testigos se falle todo pleito", y si no les diere oídos, díselo a la iglesia; y, si tampoco a la iglesia diese oídos, míralo como a gentil y publicano» (Mt 18,25-27). 863 Piedras del templo del Padre.—«He conocido a algunos que venían en camino de ahí, y llevaban mala doctrina, a quienes no consentisteis que la sembraran entre vosotros, tapándoos los oídos, a fin de no recibir lo sembrado por ellos; y es que sois piedras del templo del Padre, preparadas para la construcción de Dios Padre, levantadas a las alturas por la palanca de Jesucristo, que es la cruz, haciendo de cuerda el Espíritu Santo. Vuestra fe es vuestra cabria, y la caridad el camino que os conduce hasta Dios. Así, pues, todos sois también compañeros de camino, portadores de Dios y portadores de un templo, portadores de. Cristo,
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portadores de santidad, adornados de todo en todo en los mandamientos de Jesucristo [...]» (S. IGNACIO DE ANTIOQUÍA, Carta a los Efesios, 9,1-2). 864 Edificación de la Iglesia.—«Ahora bien: la torre que ves se está edificando soy yo misma, la Iglesia, la que se te apareció tanto ahora como la primera vez. Así, pues, pregunta cuanto gustes acerca de la torre, que yo te lo revelaré, a fin de que te alegres junto con los santos.
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Pregúntele entonces: ¿Por qué la torre está edificada sobre las aguas, señora? —Ya te dije antes, me replicó, que eres muy astuto y que inquieres con cuidado; inquiriendo, pues, hallaste la verdad. Ahora bien: escucha por qué la torre está edificada sobre las aguas. La razón es porque vuestra vida se salvó por el agua y por el agua se salvará; mas el fundamento sobre el que se asienta la torre es la palabra del nombre glorioso y omnipotente, y se sostiene por la virtud invisible del Dueño» (HERMAS, El Pastor, visión tercera, 3,3-5). 865 La Iglesia, templo de Dios.—«Todos los profetas anunciaron de Cristo que el nacido de la estirpe de David corporalmente edificaría a Dios un templo eterno, que se llama Iglesia, para convocar a las gentes al verdadero culto de Dios. Esta es la casa fiel, el templo inmortal, en el que, si alguno no sacrifica, no tendrá el premio de la inmortalidad. Y porque Cristo fue el constructor de este templo grande y eterno, es necesario que él tenga en dicho templo un sacerdocio sempiterno. No se puede tener acceso a Dios ni entrada en el templo sino por medio de aquel que lo edificó. En el salmo 109 lo enseña David, diciendo: Yo mismo te he engendrado como rocío antes de la aurora. El Señor lo ha jurado y no se arrepiente: Tú eres sacerdote eterno según el rito de Melquisedec (Sal 109,3-4). Y en el capítulo segundo del libro primero de los Reyes: Y suscitaré para mí un sacerdote fiel, que miga todo lo que está en mi corazón, y edificaré para él una casa fiel y andará en mi presencia todos los días (1 Sam 2,35)» (LACTANCIO, Instituciones Divinas, 4,14). 866 La Iglesia, virgen y madre.—«¡Oh maravilla de misterio! Dios es elPadre de todo, uno el Logos de todo y uno el Espíritu Santo, el mismo en todas partes; y una sola también es la virgen madre; me complazco en llamarla Iglesia. Únicamente esta madre no tuvo leche, porque sólo ella no llegó a ser mujer, sino que es al mismo tiempo virgen y madre, intacta como virgen, pero
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amante como madre. Ella llama a sus hijos para alimentarlos con una leche santa, el Logos acomodado a los niños. Por esto no tuvo leche, porque la leche era ese niño hermoso y querido, el cuerpo de Cristo. Con el Logos alimentaba ella a sus hijos que el mismo Señor dio a luz con dolores de carne, que el Señor envolvió en los pañales de su sangre preciosa. ¡Oh santos alumbramientos! ¡Oh santos pañales! El Logos lo es todo para el niño, padre, madre, pedagogo y nodriza. Comed mi carne y bebed mi sangre, dice (Jn 6,53). Estos son los alimentos apropiados que el Señor nos proporciona generosamente: nos ofrece su carne y derrama su sangre. Nada falta a los hijos para que puedan crecer» (CLEMENTE DE ALEJANDRÍA, El Pedagogo, 1,6,42). 867 Los besos de Cristo a su Esposa.—«y que me bese con los besos de su boca (Cant 1,2), es decir, infunda en mi boca las palabras de su boca y yo le oiga hablar a él personalmente y le vea enseñar. Estos son realmente los besos que Cristo ofreció a la Iglesia cuando, en su venida, presente en la carne, le anunció palabras de fe, de amor y de paz, según había prometido y había dicho Isaías, cuando fue enviado por delante a la esposa: no un embajador ni un ángel, sino el Señor mismo nos salvará (Is 32,22). Efectivamente, el buen vino lo había gustado antes en la ley y en los profetas, y con él, la esposa se había como predispuesto a recibir la alegría del corazón y a prepararse de tal modo que pudiera ganarse también la que había de venirle por los pechos mismos del esposo, una doctrina que a todas supera en excelencia, y por eso dice: Son tus pechos mejores que el vino (Cant 1,2). [...]
Buenos son, pues, los pechos del esposo: en él, efectivamente, hay escondidos tesoros de sabiduría y de ciencia; los cuales, cuando hayan sido descubiertos y revelados a los ojos de la esposa, le parecerán incomparablemente más excelentes que lo fuera antes el vino de la ley y de los profetas. w Pues la ley ha sido nuestro pedagogo hasta Cristo (Gal 3,24). Todos éstos eran los aromas con que la esposa parecía nutrirse y prepararse para su esposo. Pero, cuando llegó la plenitud de los tiempos y ella creció, y el Padre envió a su Unigémto, ungido por el Espíritu Santo, a este mundo, la esposa aspiró la fragancia del perfume divino, y percibiendo que todos los aromas que antes había usado eran con mucho inferióles, en comparación con la suavidad de este nuevo y celestial perfume, dice: El olor de tus perfumes, su-
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perior a todos los aromas (Cant 1,3)» (ORÍGENES, Comentario al Cantar de los Cantares, 1). 868 La Iglesia, Esposa de Cristo.—«Soy morena y hermosa, hijas de Jerusalén, como las tiendas de Cedar, como las pieles de Salomón (Cant 1,5).
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Realmente podéis compararme cuanto queráis, por la oscuridad de mi color, con las tiendas de Cedar y las pieles de Salomón: también Cedar desciende de Ismael (Gen 25,13), pues de él nació como segundo hijo, y el tal Ismael tuvo parte en la bendición divina (Gen 16,1 lss). Y también me comparáis a las pieles de Salomón, que no son otras que las pieles de la tienda de Dios (Ex 25,2; 26,7). ¡Me extraña, pues, que vosotras, hijas de Jerusalén, queráis echarme en cara un color oscuro! ¿Cómo no recordáis lo que está escrito en la ley, a saber, lo que padeció María por criticar a Moisés cuando éste tomó por esposa a una etíope negra? (Núm 12jss). ¿Cómo ignoráis que la apariencia de aquella imagen tiene ahora en mí su plena realidad? Yo soy aquella etíope, soy negra, ciertamente, por la condición plebeya de mi linaje, pero hermosa por la penitencia y por la fe, pues en mí he acogido al Hijo de Dios, he recibido al Verbo hecho carne. Me llegué al que es imagen de Dios, primogénito de toda criatura (Col 1,15) y además resplandor de su gloria e impronta de su esencia (Heb 1,3), y me volví hermosa. ¿Por qué, pues, hieres a la que se convierte del pecado?» (ORÍGENES, Comentario al Cantar de los Cantares, 2). 869 El adorno de la Esposa es la obediencia de Cristo.— «Qué hermosas se han vuelto tus mejillas (Cant 1,10), para hacer ver que antes no habían sido tan hermosas, pero que, después de recibir los besos del esposo, y después que éste, que anteriormente hablaba por medio de los profetas, se hizo presente y limpió para sí la Iglesia con el baño del agua, e hizo que no tuviera mancha ni arruga (Ef 5,26-27), y le dio facultad para conocerlo a él, entonces sus mejillas se volvieron hermosas. Entonces, efectivamente, la castidad, el pudor y la virginidad, que antes faltaban, se fueron esparciendo por las mejillas de la Iglesia con magnífico esplendor.
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Por eso, el adorno y el collar de la cerviz de la Iglesia es la obediencia de Cristo. Y no sólo eso; también la cerviz de la Iglesia, esto es, su obediencia, se hace semejante a la obediencia de Cristo; y ésta es el collar de la cerviz. Por consiguiente, grande es en esto la alabanza para la esposa, grande la gloria para la Iglesia, donde
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imitar su obediencia es igual que imitar la obediencia de Cristo, que es objeto de imitación por parte de la Iglesia. Esta misma especie de collar se menciona también en el Génesis, como entregado por el patriarca Judá a su nuera Tamar, cuando se unió con ella creyéndola meretriz (Gen 38,llss). No vayáis a pensar que yo hablo de esposa o de Iglesia a partir de la venida del Salvador en la carne, sino desde el comienzo del género humano y desde la misma creación del mundo, es más, para remontarse de la mano de Pablo hasta el origen del misterio, antes incluso de la creación del mundo (Ef l,4ss)» (ORÍGENES, Comentario al Cantar de los Cantares, 2). 870 Iglesia o convocación; convoca a todos.—«La Iglesia se llama católica o universal, porque está esparcida por todo el orbe de la tierra, del uno al otro confín, y porque de un modo universal y sin defecto enseña todas las verdades de fe que los hombres deben conocer, ya se trate de las cosas visibles o invisibles, de las celestiales o de Las terrenas; también porque induce al verdadero culto a toda clase de hombres, a los gobernantes y a los simples ciudadanos, a los instruidos y a los ignorantes y, finalmente, porque cura y sana toda clase de pecados, sin excepción, tanto los internos como los externos; ella posee todo género de virtudes, cualquiera que sea su nombre, en hechos y palabras, y en cualquier clase de dones espirituales. Con toda propiedad se llama Iglesia, o convocación, ya que convoca y reúne a todos, como dice el Señor en el libro del Levítico: Convoca a toda la asamblea a la entrada de la tienda del encuentro (Lev 8,3). Y es de notar que la primera vez que la Escritura usa esta palabra, convoca, es precisamente en este lugar, cuando el Señor constituye a Aarón como sumo sacerdote; y en el Deuteronomio Dios dice a Moisés: Reúne al pueblo, y les haré oír mis palabras para que aprendan a temerme (Dt 4,10). También vuelve a mencionar el nombre de Iglesia cuando dice, refiriéndose a las tablas de la ley: Y en ellas estaban escritas todas las palabras que el Señor os había dicho en la montaña, desde el fuego, el día de la Iglesia, o convocación; es como si dijera más claramente: El día en que, llamados por el Señor, os congregasteis (Dt 10,4). También el Salmista dice: Te daré gracias, Señor, en medio de la gran Iglesia, te alabaré entre la multitud del pueblo (Sal 34,18)» (S. CIRILO DE JERUSALÉN, Catequesis, 18, «a los iluminados», 23-24). 871 Iglesia católica.—«Católica: Este es el nombre propio de esta Iglesia santa y madre de todos nosotros; ella es en verdad es-
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posa de nuestro Señor Jesucristo, Hijo unigénito de Dios [porque está escrito: como Cristo amó a su Iglesia y se entregó a sí mismo por ella (Ef 5,25), y lo que sigue], y es figura y anticipo de la Jerusalén de arriboy que es libre y es nuestra madre (Gal 4,26), la cual, antes estéril, es ahora madre de una prole numerosa. En efecto, habiendo sido repudiada la primera, en la segunda Iglesia, esto es, la católica, Dios —como dice Pablo— estableció en el primer puesto a los apóstoles, en el segundo a los profetas, en el tercero a los maestros; después vienen los milagros, luego el don de curar, la beneficencia, el gobierno, la diversidad de lenguas (1 Cor 12,28), y toda clase de virtudes: la sabiduría y la inteligencia, la templanza y la justicia, la misericordia y el amor a los hombres y una paciencia insuperable en las persecuciones.
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En esta santa Iglesia católica, instruidos con esclarecidos preceptos y enseñanzas, alcanzaremos el reino de los cielos y heredaremos la vida eterna, por la cual todo lo toleramos para que podamos alcanzarla del Señor. Porque la meta que se nos ha señalado no consiste en algo de poca monta, sino que nos esforzamos por la posesión de la vida eterna» (S. CIRILO DE JERUSALÉN, Catcquesis, 18, «a los iluminados», 26-29). 872 La Iglesia, sacramento.—«Como el gran Apóstol nos desposa, presentándonos a Cristo como casta virgen (2 Cor 11,2) y adorna nuestra alma como esposa y conduce la unión de dos a la unidad de un solo cuerpo. Dice que es un gran misterio y sacramento de la unión de Cristo con la Iglesia; pues al decir: Serán dos en una sola carne, añadió: Este es un sacramento grande, pero entendido de Cristo y de la Iglesia (Ef 5,31-32). Por esto, llamó sacramento a la unión y sociedad con Dios. No podía ocurrir que esto fuera así sino por aquello de que el Señor se nos apareciera con su cuerpo. El cual no sólo es esposo, sino también el constructor. El mismo fue nuestra casa y el artífice de toda la obra. Pone techo a la casa, adornándola con materiales que no pueden corromperse. Tal es el cedro y el ciprés, cuya fuerza es más poderosa que cualquier causa de putrefacción; no se corrompe con el tiempo, no crea polilla, no llega a destruirse. Entre estos materiales, los cedros, por aquello de que son cabezas de vigas, ocupan la anchura en el techo de la casa. Los cipreses, por usarse para el artesonado, sirven de adorno en la construcción» (S. GREGORIO DE NlSA, Homilías sobre el Cantar de los Cantares, 4). 873 La Iglesia, cautivada por el amor de Cristo.—«¡Que me bese con besos de su boca! Son mejores que el vino tus amores
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(Cant 1,2). No habla del beso carnal, sino de la gracia espiritual. Es la voz de la Iglesia, digna de veneración, virgen inmaculada. A Cristo, Hijo de Dios, joven de treinta años, el más bello de los hombres (Sal 44,3), la Iglesia dice estas palabras. Y porque hay besos humanos y besos divinos, cuando dice la Iglesia: ¡Que me bese con besos de su bocal, la misma Iglesia quiere tener presente al Esposo y oír la voz de Cristo presente. Pues la Palabra de Dios, en el tiempo pasado, solía hablar a la Sinagoga por los profetas, y como por medio de un ajeno le daba su beso. Esta Iglesia, que es la verdadera esposa de Cristo, no se contenta con recibir la paz de Cristo sólo por los profetas; quiere recibirlo de su propia boca, recibiendo los preceptos del Evangelio. Los recibe del verdadero Esposo, como ósculos de santidad y de caridad. Por éso dice: ¡Que me bese con besos de su bocal Y que esto se cumplió lo podemos deducir de aquí: desde que Cristo, el Hijo de Dios, se dignó hacerse hombre y tomar como esposa la carne y el alma humanas, ya cesaron la ley y los profetas, como dice el evangelista: La ley y los profetas llegan hasta Juan Bautista (Le 16,16). La ley se dio por medio de Moisés, mas la gracia y la verdad nos han venido por medio de Jesucristo (Jn 1,17). Como definió el Apóstol, la Iglesia es su cuerpo (Col 1,24). A la cual se dio el beso, boca a boca, cuando se unieron dos en una carne (Ef 5,31) [...]. ¿Qué más amado por Cristo que la Iglesia, por la cual derramó su sangre? ¿Qué más amable para la Iglesia que Cristo, de cuya unión, santa e inmaculada, engendró una gran multitud de hijos por la generación del bautismo? Cuyo parto fecundísimo vemos multiplicarse sin dolor [...> (S. GREGORIO DE El3nRA, Tratado sobre el Cantar de los Cantares, 1). 874 Los gentiles incorporados a la Iglesia.—«Por eso, de ti se enamoran Tas doncellas; llévanos contigo (Cant 1,3-4). No penséis, amadísimos hermanos, que el Espíritu Santo habla aquí de j óvenes con deseos torpes. Estas jóvenes nuevas son las multitudes que Cristo ha convocado de entre las gentes; son ellas las que ruegan al Señor diciendo: llévanos contigo. Para que, siguiendo los pasos de Cristo, sean buenas y santas. Nadie sino estas adolescentes, estas jóvenes nuevas, aman a Cristo y lo siguen con increíble amor. Las sinagogas son antiguas, necias y estériles; viejas, digo, porque viven según el hombre viejo; necias, porque no quisieron recibir a Cristo, Sabiduría de Dios (1 Cor 1,30). Cuando, al principio, Cristo vino a la Sinagoga, los gentiles empezaron a seguirlo y amarlo más que el pueblo de Israel; aquella mujer cananea, imagen de la Iglesia del pueblo gentil, seguía fielmente a Cris-
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to. Y es esto lo que expresa aquella palabra: Por eso las adolescentes se enamoran de ti; llévanos contigo. La Iglesia, cautivada por el amor de Cristo, debe seguir siempre el camino de sus preceptos» (S. GREGORIO DE ELVIRA, Tratado sobre el Cantar de los Cantares, 1). 879 La Iglesia, morena y hermosa.—«Soy morena, pero hermosa, hijas de Jerusalén (Cant 1,5). Confieso que estoy admirado de que, en este lugar, se confiese ne^ra y bella, siendo así que no puede ser bella la que sea negra; ¿como negra si hermosa, o cómo hermosa si negra? Ved el misterio y con cuanta altura de sentido habla el Espíritu Santo. La Iglesia se dice morena por aquellos que habían de creer entre la gentilidad, ennegrecida con el humo de la idolatría y los cadáveres de su sacrificio; y se ha hecho hermosa por la fe de Cristo y la santidad del Espíritu que ha recibido. Finalmente, entonces era negra porque todavía no había mirado al solí Dice: No os fijéis en mi tez oscura, porque me ha quemado el sol (Cant 1,6). Que el Sol es Cristo lo prueba Malaquías: Y brillará para vosotros, los que teméis mi Nombre, el Sol de justicia (Mal 4,2), que es Cristo. Antes de la venida del Hijo de Dios, la Iglesia era negra, como hemos dicho, por los gentiles, que aún no habían creído en Cristo; pero cuando fue iluminada por Cristo, el verdadero Sol, se hizo bella en extremo. Tanto, que el Espíritu Santo dice por David: Prendado está el rey de tu belleza (Sal 44,12). Bañada por el a^ua del bautismo, limpia de toda mancha y arruga, como (fice el Apóstol: Para presentársela a sí mismo gloriosa, sin mancha ni arruga, ni cosa parecida (Ef 5,27), esto es, ninguna mancha de pecado, ni arruga de doctrina errónea, rubicunda ya por la sangre de Cristo, preparada con la ilustración del Espíritu Santo, adornada con los dones de sus carismas» (S. GREGORIO DE ELVIRA, Tratado sobre el Cantar de los Cantares, 1). 876 Las noches de la Iglesia.—«En mi cama por la noche (Cant 3,1). ¿Cuál es este dormitorio y estas noches, en las cuales la Iglesia buscaba al amado de su alma, sino la alcoba de su corazón, donde descansa la sabiduría? Allí buscaba al Señor, a nuestro Salvador, con asidua meditación. Mas si la alcoba es el lugar retirado de su corazón, ¿cuáles son estas noches en las que, buscando a su Señor, no podía encontrarlo? No era posible que, en las tinieblas, pudiera ser encontrado el Señor de la luz. Con esta alegoría llama noches a las doctrinas de la mundana filosofía, cubierta con la ciega tiniebla del error; de las que dice el Apóstol: Mirad que nadie os atrape con filosofía o
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vanos engaños fundados en las tradiciones humanas, según los elementos del mundo, pero no según Cristo (Col 2,8). Así, pues, mientras la Iglesia, entre aquellos que habían de creer en las naciones, usara la filosofía mundana, a la que llama noche, pensando poder conocer al Dios verdadero, en los mismos escritos, en que se disputaba acerca de Dios en aquel tiempo y la naturaleza de los dioses, no lo podía encontrar. Por eso el espíritu profético dice en mi alcoba, esto es, en su corazón, y por la noche busqué al amor de mi alma y no lo encontré (Cant 3,2). Y como allí no lo encontraba, ni llamando lo oyese, emprendió otro camino de búsqueda, para encontrarlo en otras Escrituras» (S. GREGORIO DE ELVIRA, Tratado sobre el Cantar de los Cantares, 5). 877 Construida con piedras vivas.—«Dios debe construir su casa. Construida por manos de hombres, no se sostendría; apoyada en doctrinas del mundo, no se mantendría en pie; protegida por nuestros ineficaces desvelos y trabajos, no se vería segura. Esta casa debe ser construida y custodiada de manera muy diferente: no sobre la tierra ni sobre la movediza y deslizante arena, sino sobre sus propios fundamentos, los profetas y los apóstoles. Esta casa debe construirse con piedras vivas, debe encontrar su trabazón en Cristo, la piedra angular; debe crecer por la unión mutua de sus elementos, hasta que llegue a ser el varón perfecto y consiga la medida de la plenitud del Cuerpo de Cristo; debe, en fin, adornarse con la belleza de las gracias espirituales y resplandecer con hermosura. Edificada por Dios, es decir, por su palabra, no se derrumbará. Esta casa irá creciendo en cada uno de nosotros con diversas construcciones, según las diferencias de los fieles, para dar ornato y amplitud a la ciudad dichosa» (S. HILARIO DE POITIERS, Tratado m? bre los Salmos^, Sal 126,7-10).
878 La Iglesia, virgen y madre.—«Lo mismo: la Santa Iglesia, inmaculada, nos ha concebido, nos ha dado a luz; es virgen por su castidad, madre en su descendencia. Nosotros hemos llegado a ser niños por una virgen, fecundada no por el hombre sino por el Espíritu. Ella nos da a luz sin dolor en su cuerpo, sino en el gozo de los ángeles. Virgen, ella nos alimenta, no con leche material, sino con aquella con que el Apóstol alimentaba la niñez de un pueblo todavía en crecimiento (1 Cor 3,2). {Qué esposa tiene más hijos que la Santa Iglesia, virgen en sus misterios, madre en los pueblos que le pertenecen? Su fecundidad está testimoniada por la misma Escritura: Porque los hijos de la abandonada, dice, son más numerosos que los de la que tiene marido (Is 54,1; Gal 4,27).
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Nuestra madre no tiene marido, pero tiene su Esposo. Porque la Iglesia, ya se la considere en el conjunto de los pueblos, ya en cada alma individual, contrae matrimonio espiritual sin el menor ataque a su pureza, exenta de todo contacto carnal, espiritualmente fecunda» (S. AMBROSIO, Las Vírgenes, 1,31). 879 La barca es la Iglesia.—-«Cuando todo esto este jpuesto de acuerdo, entonces resonará la palabra divina; aparecerá sobre la imagen de un trono alguien semejante a un hombre (Ez 1,26). Este hombre es el Verbo, porque el Verbo se hizo carne (Jn 1,14). El conduce nuestras almas y gobierna nuestras costumbres, conforme al valor de nuestros merecimientos; él asciende frecuentemente sobre un carro, sobre Una montaña, o en una nave —pero la barca donde navegan los apóstoles, en la que Pedro pesca (Le 5,3); porque no es una barca cualquiera la que es conducida a la anchura (Mt 17,1), es decir, separada de los incrédulos—. ¿Por qué la elección de una barca, donde Cristo pueda sentarse y enseñar a la multitud, sino porque la barca es la Iglesia que, con sus velas atadas a la cruz de Cristo, bajo el soplo del Espíritu Santo, boga felizmente en este mundo?» (S. AMBROSIO, La Virginidad, 118). 880 Ancianos, jóvenes, vírgenes, niños y mujeres en la Iglesia.—«Y le dijo el Señor: Recorre la ciudad, atraviesa Jerusalén y marca en la frente a los que gimen afligidos por las abominaciones que en ella se cometen. A los otros les dijo en mi presencia: Recorred la ciudad detrás de él, golpeando sin compasión y sin piedad. A viejos, mozos y muchachos, a niños y mujeres, motadlos, acabad con ellos; pero a ninguno de los marcados les toquéis. Empezad por mi santuario (Ez 9,4-6). Según los sentidos místicos, los ancianos son en la Iglesia aquellos de quienes se dice: Los cuerdos pensamientos son canas para el hombre (Sab 4,9). Los jóvenes, los que están prontísimos a las batallas de la fe; las vírgenes, las que con toda el alma conservan la pureza; los niños, los que beben la leche de la infancia y no reciben alimento sólido; [...]. A todos los cuales no se perdona si creen ser algo sin la señal del Señor» (S. JERÓNIMO, Comentario sobre el profeta Ezequiel). 881 La Iglesia y los pecadores.—«Quiero misericordia, y no sacrificios. Conocimiento de Dios más que holocaustos. Ellos, en Adán, quebrantaron la alianza, se rebelaron contra mí (Os 6,6-7). A los que están fuera de la Iglesia y a los que pecan dentro de la Iglesia, Dios todos los días los invita a penitencia y les dice: Quiero misericordia y no sacrificio, y conocimiento de Dios más que bolo-
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caustos. A los que hacen el pan sacrilego y dan limosnas, y parecen seguir el camino de la humildad. (Que yo, si lo hacen de verdad, los interpreto como holocaustos.) Mas, cuando abandonan la ciencia de Dios, cortada la cabeza de la fe, en vano se jactan de tener los demás miembros; han prevaricado la alianza de Dios en la Iglesia. Como Adán prevaricó en el paraíso. Manifiestan ser imitadores del antiguo padre en que, como él fue expulsado del paraíso, así también ellos serán excluidos de la Iglesia» (S. JERÓNIMO, Comentario sobre el profeta Oseas). 882 Miembros de la Iglesia, sin espíritu cristiano. — «Agrupaos, congregaos, pueblo despreciable, antes de que seáis arrebatados, como él tamo que se disipa en un día. Antes de que os alcance el incendio de la ira del Señor, antes de que os alcance el día de la ira del Señor (Sof 2,1-2). Generalmente, toda la multitud de los creyentes y de aquellos que se denominan pueblo de Dios se congrega en la Iglesia; y se dice: Venid a la Iglesia, congregaos en la caridad y en la paz, oh gente inculta, que no quieres aceptar la disciplina de Dios ni adquirir la ciencia de sus mandatos, sino que te deleitas con las r i quezas, la vanidad del cuerpo, la belleza de este mundo y con los placeres de la carne, que pasa como flor, que se marchita en un día. Por eso os digo: Venid, reunios, no sea que, cuando llegue el día del juicio y pase toda vuestra gloria, queráis entonces nacer penitencia, cuando no hay tiempo para la penitencia, sino para los castigos. Preguntará alguien: ¿Cómo se puede entender esto mismo de cada uno de los peregrinos de este siglo? Se dice a cada uno: ¡Oh tú, que andas ocupado en los negocios del siglo, que discurres por todas partes! Vuelve a la Iglesia de los sanios y únete al grupo de los que agradan a Dios; reúne los miembros dislocados de tu alma, que no son coherentes consigo en la trabazón de la sabiduría. Oye místicamente: Fortaleced las manos desfallecidas y afianzad las rodillas temblorosas (Is 35,3). No te gloríes de los bienes de la carne y en su flor que pasa: Toda criatura es hierba y toda su fuerza como flor del campo. La hierba se agosta, la flor se marchita, cuando el soplo de Yahweh ventea en ella... La hierba se agosta, la flor se marchita; mas la palabra de nuestro Dios permanece eternamente (Is 40,6-8). Podemos usar este pasaje temporalmente si, cuando vemos a alguien entregado a los honores del mundo y ocupado en acumular riquezas, que raramente o nunca viene a la Iglesia, le decimos: Únete al pueblo de Dios, tú que no atiendes los mandamientos
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del Señor, antes de que pase tu gloria, antes de que llegue para ti el día de la ira de Dios» (S. JERÓNIMO, Comentario sobre el profeta Sofonías). 883 Cuando pasen los desposorios, ayunarán los hijos del Esposo.—«Les dijo Jesús: ¿Acaso pueden afligirse los hijos de la sala nupcial mientras está con ellos el esposo? Días vendrán, cuando les sea arrebatado el esposo, y entonces ayunarán (Mt 9,15). El Esposo es Cristo; la Esposa, la Iglesia. De este santo y espiritual desposorio han nacido los apóstoles, que no pueden llorar mientras vean al Esposo en su tálamo y sepan que el Esposo está con la Esposa. Mas, cuando pasen las bodas y llegue el tiempo de la pasión y de la resurrección, entonces ayunarán los hijos del Esposo» (S. JERÓNIMO, Comentario sobre el Evangelio de San Mateo). 884 La Iglesia, reina.—«La reina está a tu derecha con vestido recamado de oro (Sal 44,10). [...]. Ahora bien: la que con firme raíz está asentada sobre la roca, que es Cristo, la Iglesia católica, su seda paloma, perfecta y amiga, está a la diestra y nada tiene en sí de siniestro; está con vestidos recamados de oro, pues de las palabras de las Escrituras pasa a su sentido; y está llena de todas las virtudes o, como hemos traducido nosotros, con diadema de oro. Porque es reina, y reina juntamente con el rey. Por hijas de éste podemos entender de manera general las almas de los creyentes y, particularmente, los coros de las vírgenes» (S. JERÓNIMO, Cartas, 65, «a la virgen Principia», 15). 885 Nadie amigo de la paz lucha contra la Iglesia.—«Nadie es docto si a la razón contradice; nadie cristiano si rechaza las Escrituras; nadie amigo de la paz si lucha contra la Iglesia» (S. AGUSTÍN, Tratado sobre la Santísima Trinidad, 4,6,10). 886 La Iglesia se edifica cantando el cántico nuevo.—«Cantad al Señor un cántico nuevo; cantad al Señor toda la tierra (Sal 95,1) [...]. Cuando toda la tierra canta un cántico nuevo, ella es la casa de Dios. Edifícase cantando, se cimienta creyendo, se levanta esperando, se concluye amando. Ahora, pues, hállase en construcción; la dedicación tendrá lugar al fin de los siglos. Corran, pues, las piedras vivas a cantar el cántico nuevo; júntense a las otras para servir a la estructura del templo de Dios; reconoced al Salvador y recibidle pof morador» (S. AGUSTÍN, Sermones, 27,1). 887 La Iglesia virgen.—«¿Quién os dio a luz? Escucho la voz de vuestro corazón: la madre Iglesia* Esta santa y honrada madre, por modo semejante al de María, da a luz y es virgen [...]. La virgi-
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nidad es la integridad de la fe católica. Donde fue corrompida Eva por la astucia de la serpiente, allí debe ser virgen la Iglesia por don del Omnipotente» (S. AGUSTÍN, Sermones, 25,8). 888 La Iglesia imita a María.—«La Iglesia imita a la madre de su Esposo y Señor, porque la Iglesia también es virgen y madre. Pues, si no es virgen, ¿por qué celamos su virginidad? Y, si no es madre, ¿a qué hijos hablamos? María dio a luz corporalmente a la Cabeza de este Cuerpo; la Iglesia da a luz espiritualmente a los miembros de esa Cabeza. Ni en una ni en otra la virginidad ha impedido la fecundidad, ni en una ni en otra la fecundidad ha ajado la virginidad» (S. AGUSTÍN, Sobre la santa virginidad, 2). 889 La mujer del ungüento oloroso representa a la Iglesia.—«Las palabras que hemos oído hace poco, hermanos, ¿donde las encuadraremos? ¡Si pudieran exponerse con lágrimas! ¿Quién fue la mujer que entró con el ungüento? ¿A quién representaba? ¿Por ventura no simbolizaba a la Iglesia? ¿Que simbolizaba aquel ungüento sino el buen olor, del cual dice el Apóstol: Buen olor de Cristo somos en todo lugar (2 Cor 2,14-15)? También el Apóstol insinuó la persona de la misma Iglesia, pues cuando dijo: somos aludió a los fíeles» (S. AGUSTÍN, Enarraciones sobre los Salmos, Sal 21,2,2). 890 La Iglesia, Cuerpo de Cristo.—«Lo que dije que repetí muchas veces, y ahora lo repito de nuevo en el sentido que dice el Apóstol: Escribiros lo mismo para mino es trabajoso y para vosotros es útil (Flp 3,1), es esto: que nuestro Señor Jesucristo, como varón perfecto total, es cabeza y cuerpo. La cabeza es aquel hombre que nació de la Virgen María, que padeció debajo clel poder de Poncio Pilato, que fue sepultado, y resucitó, y subió al cielo, y está sentado a la diestra del Padre, de donde esperamos que ha de venir como juez de vivos y muertos; asta es, pues, la Cabeza de la Iglesia. El Cuerpo de esta Cabeza es la Iglesia; no sólo la que está aquí, sino también la que se halla extendida por toda la tierra; y no sólo la de ahora, sino la que existió desde Abel hasta los que han de nacer y creer en Cristo hasta el fin del mundo; es decir, la Iglesia es todo el pueblo de los santos que pertenecen a una ciudad. Esta ciudad es el Cuerpo de Cristo, la cual tiene por Cabeza a Cristo. De ella son también nuestros conciudadanos los ángeles, con la diferencia, que nosotros peregrinamos y trabajamos y ellos esperan en la ciudad nuestra llegada. De aquella ciudad a la que nos dirigimos nos fueron enviadas cartas, las Santas Escrituras, que nos exhortan a vivir bien. Pero ¿diré que únicamente nos
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llegaron cartas de allí? El mismo Rey descendió y se hizo camino para nosotros en esta peregrinación, a fin de que, andando en él, no erremos, ni desfallezcamos, ni caigamos en manos de los ladrones, ni nos precipitemos en los lazos que hay colocados a la vera del camino. Luego conozcamos al Cristo total y completo unido con la Iglesia; a él solo, que nació de la Virgen María y es Cabeza de la Iglesia, es decir, al Mediador entre Dios y los hombres, Cristo Jesús; el cual es Mediador para que los que se habían apartado de Dios se reconcilien por él, pues el medio se halla entre dos [...]» (S. AGUSTÍN, Enarraciones sobre los Salmos, Sal 90,11,1). 891 Edificada sobre Pedro.—«Esto hace la Iglesia feliz con esa esperanza durante esta vida trabajosa. De esta Iglesia, por la primacía de su apostolado, llevaba Pedro la representación en toda su universalidad. En cuanto a sus propiedades personales, por la naturaleza era un hombre, por la gracia un cristiano, por una gracia mayor un apóstol, y el primero de ellos; mas cuando le fue dicho: A ti te darélas llaves del reino de los cielos; lo que atares sobre la tierra sera atado en el cielo, y lo que desatares sobre la tierra será desatado en el cielo (Mt 16,16-19), representaba a toda la Iglesia, que en esta vida mortal es sacudida por diversas tentaciones, como lluvias, ríos y tempestades; pero no cae porque está fundamentada sobre una piedra firme, de donde le viene el nombre de Pedro. Pues no se deriva la piedra de Pedro, sino Pedro de la piedra, como Cristo no viene de cristiano, sino cristiano de Cristo. Por eso dice el Señor: Sobre esta piedra edificaré mi Iglesia; porque Pedro había dicho: Tú eres Cristo, Hijo de Dios vivo. Sobre esta piedra que él confesó, dice, edificaré mi Iglesia. La piedra era Cristo, y sobre ese fundamento estaba edificado también Pedro. Nadie puede poner otro fundamento distinto del que está puesto, que es Cristo Jesús. Y así la Iglesia, fundamentada en Cristo, recibió de él, en la persona de Pedro, las llaves del reino de los cielos, esto es, el poder de atar y desatar los pecados. Lo que propiamente es la Iglesia en Cristo, eso es figuradamente Pedro en la piedra; y en esta figura, Cristo es la piedra, y Pedro es la Iglesia. Mas esta Iglesia, figurada por Pedro, mientras vive entre males, amando a Cristo, se libra de los mismos males. Y le sigue más de cerca en la persona de aquellos que luchan por la verdad hasta la muerte [...]. Así, pues, la Iglesia tiene conocimiento de dos vidas que le han sido predicadas y encomendadas por divina inspiración, de las cuales una vive en la fe y la otra en la contemplación; la una en el tiempo de peregrinación, la otra en la eternidad de la mansión; la una en el trabajo, la otra en el descanso; la una en el
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camino, la otra en la patria; la una en el trabajo de la actividad, la otra en el premio de la contemplación; la una se aparta del mal para obrar el bien, la otra no tiene mal alguno que evitar y tiene un grande bien de que gozar; la una se bate con el enemigo, la otra reina sin enemigo; la una se hace fuerte en las adversidades, la otra no siente nada adverso; la una refrena las concupiscencias carnales, la otra se entrega a deleites espirituales; la una se afana por conseguir la victoria, la otra vive segura en la paz de la victoria; la una necesita ayuda en las tentaciones, la otra sin tentación alguna se goza en su protector; la una socorre al necesitado, la otra esta donde no hay necesidades; la una perdona los pecados ajenos para que le sean perdonados los propios, la otra no tiene que perdonar ni que le sea perdonado; la una es sacudida por los males para que no se engría en los bienes, la otra por la plenitud de la gracia carece de todo mal para que sin peligro alguno de soberbia esté adherida al Sumo Bien; la una debe discernir entre el mal y el bien, la otra sólo contempla el bien; en conclusión, la una es buena, pero aún llena de miserias; la otra es mejor y bienaventurada. Esta es figurada por el apóstol Pedro; aquélla, por Juan. Esta se desenvuelve totalmente aquí hasta el fin del mundo y allí encuentra su fin; aquélla será completa después de esta vida, pero en la otra vida no tendrá fin» (S. AGUSTÍN, Tratados sobre el Evangelio de San Juan, 124,5), 892 Esposa por el amor.—«Hay que advertir cómo, en la Sagrada Escritura, el Señor se llama unas veces señor, otras padre, otras esposo. Cuando quiere ser temido, se llama señor; cuando quiere que le honremos, padre, y cuando quiere que le amemos, esposo [...]. Y, por cierto, no hay momentos diferentes en Dios; pero, como primero quiere ser temido para que le honremos, y quiere que le honremos antes de que lleguemos a amarle, y se llama señor por el temor y padre por el honor, en razón del amor se llama esposo; de manera que por el temor lleguemos al honor y por el honor lleguemos al amor. Cuanto el honor es más digno que el temor, tanto más goza Dios ser llamado esposo que padre. En este libro, el Señor y la Iglesia no se denominan señor y esclava, sino esposo y esposa, para que no nos refiramos sólo al temor y a la reverencia, sino también al amor, y con estas palabras exteriores se incite el afecto interior. Cuando se llama Señor, indica que somos creados; cuando se dice Padre, que somos hijos adoptivos; cuando toma el nombre de Esposo, manifiesta que le hemos sido unidos. Porque más es estar unidos a Dios que ser creados
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y adoptados» (S. GREGORIO MAGNO, Comentario al Cantar de los Cantares, 8). 893 Las virtudes, aromas de la Iglesia.—« Y el olor de tus perfumes excede a todos los aromas (Cant 4,10). La Santa Iglesia tiene aquí aromas, siendo rica con la virtud de la ciencia, la virtud de la castidad, la virtud de la misericordia, la virtud de la humildad, la virtud de la caridad. Si la vida de los santos no tuviera por sus virtudes el olor de los aromas, no diría Pablo: Somos olor de Cristo en todo lugar (2 Cor 2,15). Pero mucho más excelente es la unción de la contemplación de Dios, a la que hemos de ser llevados algunas veces. Mucho más excelente es el olor de los ungüentos de Dios que los aromas de nuestras virtudes. Y si ya son grandes las que hemos recibido, muy superiores son las que hemos de recibir de la contemplación de nuestro Creador. Por eso, que el alma anhele y diga: El olor de tus perfumes, sobre todos los aromas. Esto es, aquellos bienes que preparas por tu contemplación, trascienden los dones de todas las virtudes que nos concediste en esta vida» (S. GREGORIO MAGNO, Comentario al Cantar de los Cantares, 20). 894 La Iglesia, casa del rey.—«Me ha introducido el rey en su cámara. Jubilaremos y nos alegraremos contigo (Cant 1,14). La Iglesia es una casa del rey. Y esta casa tiene su puerta, su escalera, su sala de banquetes, tiene cámaras. Todo el que en la Iglesia tiene fe, ya ha ingresado por la puerta de esta casa; como la puerta abre el acceso al resto de la casa, así la fe tiene la puerta de todas las demás virtudes. Todo el que dentro de la Iglesia tiene esperanza, ya sube a lo alto de la casa; pues la esperanza eleva el corazón para que desee las sublimes y deje las bajas. Todo el que, situado en esta casa, tiene caridad, discurre por las salas de banquetes; la caridad es ancha, que se extiende hasta el amor de los enemigos. Todo el que, situado en la Iglesia, profundiza los altos secretos, o considera los juicios ocultos, entró como en la cámara. Alguien decía de la puerta de esta casa: Abridme las puertas de la justicia, y entrando por ellas, alabaré al Señor (Sal 117,19). De la subida de la esperanza decía: Dispuso ascensiones en su corazón (Sal 83,6). De los comedores amplios de esta casa se dice: Tu mandato se dilata sin término (Sal 118,96). Por el mandato amplio se designa la caridad. De la cámara del rey hablaba aquel que decía: Mi secreto, para mí(Js 24,16). Y en otro pasaje: Oí palabras arcanas, que uno no puede decir (2 Cor 12,4). El acceso primero de esta casa, la puerta de la fe; el segundo progreso, la subida de la esperanza; el tercero, la anchura de la caridad. Porque la Santa Iglesia penetra hasta las cámaras en sus miembros perfectos, en sus
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santos doctores, en aquellos que ya están llenos y enraizados en esta vida. El rey me introdujo en su cámara, dice. Así, pues, por los profetas, por los apóstoles, por los doctores, que penetraban ya los secretos sublimes de su vida, la Iglesia había entrado en la cámara de su rey» (S. GREGORIO MAGNO, Comentario al Cantar de los Cantares, 26). 895 Las dos vidas de la Iglesia.—«Y fuera de la puerta interior estaban las cámaras de los cantores en el atrio interior (Ez 40,44). Son, pues, dos las cosas de que se habla: la puerta interior y, fuera de ésta, el atrio.interior, que es a la vez interior y exterior; y la puerta exterior, pero interior, como dijimos, a las puertas que se añaden en la narración. Ahora bien, la santa Iglesia tiene dos vidas: una que lleva temporalmente, otra con la que es remunerada en el cielo; una en la que acumula méritos, otra en la que goza ya de la recompensa recibida; y en la una y en la otra vida ofrece sacrificio, a saber: aquí el sacrificio de la compunción, allí el sacrificio de la alabanza. De aquel sacrificio se dice: El espíritu compungido es el sacrificio para Dios (Sal 50,19). Del otro está escrito: Entonces aceptarás el sacrificio de justicia, la oblación y el holocausto (Sal 50,21); del cual otra vez se dice: A fin de que sea mi gloria cantarte y nunca tenga penas (Sal 29,15). En ambos sacrificios se ofrecen carnes; porque aquí la mortificación del cuerpo es la ofrenda de la carne; y allí la ofrenda de la carne consiste en alabar a Dios en la gloria de la resurrección. En efecto, allí se ofrece la carne como en holocausto cuando, trocada en la eterna incorrupción, no tendrá nada contrario, nada mortal, porque, abrasada toda de una vez en las llamas de su amor, permanecerá en perpetua alabanza. Luego esta puerta interior que es la santa Iglesia tenga sus interioridades, a saber: aquella vida que todavía está oculta a nuestros ojos; tenga fuera de ella el atrio exterior, esto es, la vida presente, en la que se practica todo el bien para llegar al bien definitivo» (S. GREGORIO MAGNO, Homilía sobre Ezequiel, 2,10,4). 896 La Iglesia, comparada con el alba.—«¿Fías mandado en tu vida a la mañana o has señalado supuesta a la aurora?(Job 38,12). [...i
Con razón se designa con el nombre de amanecer o alba a toda la Iglesia de los elegidos, ya que el amanecer o alba es el paso de las tinieblas a la luz de la fe. Y así, a imitación del alba, después de las tinieblas se abre al esplendor diurno de la claridad celestial. Por lo cual se dice bien en el Cantar de los Cantares: ¿Quién es esta
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que se asoma como el alba? (Cant 6,9). Efectivamente, la santa Iglesia, por su deseo del don de la vida celestial, es llamada alba, porque, al tiempo que va desechando las tinieblas del pecado, se va iluminando con la luz de la justicia. Pero además, si consideramos la naturaleza del amanecer o alba, hallaremos un pensamiento más útil. El alba o amanecer anuncia que la noche ya ha pasado, pero no muestra todavía la íntegra claridad del día, sino que, por ser la transición entre la noche y el día, tiene algo de tinieblas y de luz al mismo tiempo. Por esto, los que en esta vida vamos en seguimiento de la verdad, somos como el alba o amanecer; porque, en parte, obramos ya según la luz, pero, en parte, conservamos todavía restos de las tinieblas. Se dice a Dios por boca del Salmista: Ningún hombre vivo es inocente frente a ti (Sal 142,2). Y también está escrito: En muchas cosas ofendemos todos (Sant 3,2). Y dice San Pablo: Veo en mis miembros otra ley que contradice a la ley de mi alma, y me cautiva en la ley del pecado que está en mis miembros (Rom 7,23)» (S. GREGORIO MAGNO, Tratados morales sobre el libro de Job, 29J2-3).
xxxn U N I D A D DE LA IGLESIA «Y tengo otras ovejas que no son de este aprisco; también a éstas tengo que recogerlas y oirán mi voz. Y vendrán a ser un solo rebaño y un solo pastor» (Jn 10,16). «No ruego por éstos solamente, uno también por los que crean en mi por medio de su palabra; que todos sean uno, como tú, Padre, en mi y yo en ti. Que también ellos sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado» (Jn 17,20-21).
897 Unidad de la Iglesia.—«Mas como quiera que la caridad no me consiente callar acerca de vosotros, de ahí mi propósito de exhortaros a que conviváis todos a una con el pensamiento y sentir de Dios; pues Jesucristo, vivir nuestro del que nada ha de ser capaz de separarnos, es el pensamiento del Padre, al modo que también los obispos, establecidos por los confínes de la tierra, están en el pensamiento yjsentir de Jesucristo. a.. / L j ^ . o n
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Sigúese de ahí que os conviene correr a una con el sentir de vuestro obispo, que es justamente lo que ya hacéis. En efecto, vuestro colegio de ancianos, digno del nombre que lleva, digno, otrosí, de Dios, así está armoniosamente concertado con su obispo como las cuerdas con la lira. Pero también los particulares o laicos habéis de formar un coro, a fin de que, unísonos por vuestra concordia y tomando en vuestra unidad la nota tónica de Dios, cantéis a una voz al Padre por medio de Jesucristo; y así os escuche y os reconozca, por vuestras buenas obras, qomo cánticos entonados por su propio Hijo. Cosa, por tanto, provechosa es que os mantengáis en unidad irreprochable, a fin de que también, en todo momento, os hagáis partícipes de Dios» (S. I G N A C I O D E A N T I O Q U Í A , Carta a los Efesios, 3,2-4,2). 898 Obispos, presbíteros y diáconos.—«Como quiera, pues, que en las personas susodichas contemplé en la fe a toda vuestra muchedumbre y a todos os cobré amor, yo os exhorto a que pongáis empeño por hacerlo todo en la concordia de Dios, presidiendo el obispo, que ocupa el lugar de Dios, y los ancianos, que representan al Colegio de los Apóstoles, y teniendo los diáconos, para mí dulcísimos, encomendado el ministerio de Jesucristo, el que antes de los siglos estaba junto al Padre y se manifestó al fin de los tiempos. Así, pues, todos, conformándoos al proceder de Dios, respetaos unos a los otros y nadie mire a su prójimo según la carne, sino, en todo momento, amaos mutuamente en Jesucristo» (S. I G N A C I O D E A N T I O Q U Í A , Carta a los Magnesios, 6,1-2% 899 Una sola Eucaristía y un solo altan—«Poned, pues, todo ahínco en usar del una sola Eucaristía; porque una sola es la carne de nuestro Señor Jesucristo y un solo cáliz para uniros con su sangre; un solo altar, así como no hay más que un solo obispo, juntamente con el colegio de ancianos y con los diáconos, consiervos míos. De esta manera, todo cuanto hiciereis, lo haréis según Dios. Hermanos míos, en extremo me derramo en efusiones por el amor que os tengo, y con sumo regocijo de mi parte trato de afianzaros a vosotros; o más bien» no yo, sino Jesucristo. Aun estando por él entre cadenas, temo más bien, como quien no ha llegado todavía a la perfección. Sin embargo, vuestra oración me hará perfecto ante Dios, para que alcance la herencia que misericordiosamente me cupo en suerte, después de haberme refugiado en el Evangelio como en la carne de Cristo y en los apóstoles como en el senado de la Iglesia.
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Amemos también a los profetas, como quiera que también ellos anunciaron el Evangelio y pusieron en Jesús su esperanza, y aguardaron su venida. Y por haber creído en él se salvaron, estando como estaban en la unidad de Jesucristo. Santos, en fin, merecedores de nuestro amor y admiración, como que fueron atestiguados por Jesucristo y contados en el Evangelio de la común esperanza» (S. IGNACIO DE ANTIOQUÍA, Carta a los Filadelfos, 4,14,2). 900 Unidad de la Iglesia, mantenida por la unidad de los Obispos.—«Cierto que los demás apóstoles eran lo que era Pedro: estaban dotados como Pedro de la misma dignidad y poder, pero en principio nace de la unidad (y se otorga el primado a Pedro para manifestar que es una la Iglesia y una la cátedra de Jesucristo. También todos son pastores y a la vez uno solo es el rebaño, que debe ser apacentado por todos los apóstoles de común acuerdo, para mostrar que es única la Iglesia de Cristo). Esta unidad de la Iglesia está prefigurada en la persona de Cristo por el Espíritu Santo en el Cantar de los Cantares, cuando dice: Una sola es mi paloma, mi hermosa es única de su madre, la elegida de ella (Cant 6,8). Quien no guarda esta unidad de la Iglesia, ¿va a creer que guarda la fe? Quien resiste obstinadamente a la Iglesia, que abandona la cátedra de Pedro, sobre la que está cimentada la Iglesia, ¿puede confiar que está en la Iglesia? Puesto que el santo apóstol Pablo enseña esto mismo y declara el misterio de la unidad con estas palabras: Un solo cuerpo y un solo espíritu, una sola la esperanza de nuestra vocación, un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo, un solo Dios (Ef 4,4-6). Debemos mantener y defender con toda energía esta unidad, mayormente los obispos, que estamos al frente de la Iglesia, a fin de probar que el mismo episcopado es uno e indivisible. Nadie engañe con mentiras a los hermanos, nadie corrompa la pureza de la fe con prevaricación infiel. El episcopado es único, del cual participa cada uno por entero. Asimismo es única la Iglesia, que se extiende sobre muchos por el crecimiento de su fecundidad, como son muchos los rayos del sol, pero una sola la luz, y son muchas las ramas del árbol, pero uno solo el tronco clavado en tierra con fuerte raíz, y cuando de un solo manantial derivan muchos arroyos, aunque aparecen muchas corrientes desparramadas por la abundancia de agua, con todo, una sola es la fuente en su origen. Si separas un rayo de la masa del sol, no subsiste la luz por la separación; si cortas la rama del árbol, no podrá desarrollarse la cortada; si atajas el arroyo incomunicándolo de la fuente, se secará. Del mis-
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por todo el mundo; la luz que se expande por todas partes es, sin embargo, una, y no se divide la unidad de su masa. Extiende sus rayos con frondosidad por toda la tierra y fluye sus abundosos arroyos en todas direcciones; con todo, uno solo es el principio y la fuente, y una sola la madre exuberante de fecundidad. De su seno nacemos, de su leche nos alimentamos, de su espíritu vivimos» (S. CIPRIANO, De la unidad de la Iglesia, 4-5). 901 No puede tener a Dios por padre quien no tiene a la Iglesia como madre.—«La esposa de Cristo no puede ser adúltera, pues es incorruptible y pura. Sólo una casa conoce, guarda la inviolabilidad de un solo tálamo con pudor casto. Ella nos conserva para Dios, ella destina para el reino a los hijos que ha engendrado. Todo el que se separa de la Iglesia se une a una adúltera, se aleja de las promesas de la Iglesia y no logrará las recompensas de Cristo quien abandona a la Iglesia de Cristo; es un extraño, es un profano, es un enemigo. No puede tener a Dios por padre quien no tiene a la Iglesia como madre. Si pudo salvarse alguno fuera del arca de Noé, entonces lo podra también quien estuviera fuera de la Iglesia. Nos lo advierte el Señor cuando dice: Quien no está conmigo, está contra mí, y quien no recoge conmigo, desparrama (Mt 12,30)» (S. CIPRIANO, De la unidad de la Iglesia, 6). 902 La túnica del Señor, símbolo de la unidad de la Iglesia.— «Este misterio de la unidad, este vínculo de concordia indisoluble, se pone de manifiesto cuando en el Evangelio no se descose ni se desgarra en manera alguna la túnica del Señor Jesucristo, sino que la recibe íntegra y la posee intacta e indivisa quien, después de echar, suertes sobre ella, se ha vestido de la prenda de Cristo. Dice estas palabras la Escritura divina: Sobre la túnica, ya que no iba cosida por la parte superior, sino que estaba tejida en toda su extensión, dijeron entre ellos: No la partamos, sino echemos suerte a quien le toque (Jn 19,23-24). La túnica significaba la unidad que proviene de arriba, es decir, la que viene del cielo y del Padre, que no puede de ningún modo ser partida por el que la recibe y la posee, sino que la adquiere total y firmemente indisoluble» (S. CIPRIANO, De ta unidad de la Iglesia, 7%. 903 Una sola Iglesia.—«Dios es único, Cristo es único, su Iglesia es única, una sola es la fe y uno solo el pueblo fiel, unido en un solo cuerpo, con los lazos de la concordia. No puede disolverse su unidad ni disgregarse la trabazón de su cuerpo, desgarrando sus entrañas, ni partirse en trozos, T^do miembro que se separe
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su tronco vital no podrá vivir, porque pierde la esencia de su vida» (S. CIPRIANO, De la unidad de la Iglesia, 23). 904 Un solo Dios, un solo Jesucristo, una sola Iglesia.— «Ofrecen ahora la paz que ellos no poseen, prometen que reducirán al seno de la Iglesia a los caídos que se apartaron de la Iglesia. No hay más que un solo Dios y un solo Cristo, y una sola Iglesia y una sola cátedra establecida por la palabra del Señor sobre Pedro. No puede establecerse otro altar, nuevo sacerdocio fuera de ese único altar y único sacerdocio. Todo el que cosechare en otra parte, desparrama. Es adúltero, es impío, es sacrilego todo lo que instituye una locura humana violando las disposiciones divinas. Apartaos bien lejos del contagio de esta clase de hombres y procurad huir y evitar sus discursos como un cáncer (2 Tim 2,17) y como una peste, después de advertir y decir el Señor: Son guías ciegos. Un ciego que guía a otro ciego, caerán a la vez en el hoyo (Mt 15,14)» (S. CIPRIANO, Cartas,43 «Cipriano a todo el pueblo», 5,1-2). 905 La Iglesia única en orden a la unidad de la fe.—«Está claro que estas herejías nacieron más tarde, y son innovaciones y desfiguraciones de la antigua y veneradísima Iglesia, así como las que surgieron en tiempos todavía posteriores a ellas. Y creo que resulta evidente después de lo dicho que la verdadera Iglesia es una, la realmente primitiva, en la cual están inscritos los que son predestinados como justos. Porque, siendo Dios uno y uno el Señor, todo lo que es sumamente estimable se recomienda por su unidad, reproduciendo la unidad de su principio. Así, pues, la Iglesia una tiene como herencia la naturaleza de lo uno; pero las herejías le infieren violencia al dividirla en muchos fragmentos. Por su naturaleza, por su concepto mismo, por su origen, por su manera esencial de ser, afirmamos que la Iglesia primitiva y católica es única, en orden a la unidad de la única fe (Ef 4,13) [..J» (CLEMENTE DE ALEJANDRÍA, Stromata, 7,17,107). 906 Jesucristo muerto, recuerda la unidad de la Iglesia.— «Ocurrió, pues, una cosa extraña y admirable: la muerte vergonzosa que ellos creyeron darle fue el triunfo de su misma victoria sobre la muerte. No ha querido tampoco sufrir la muerte de Juan, a quien se cortó la cabeza, ni ser aserrado, como Isaías, para retener en la misma su cuerpo entero e indiviso y para no dar pretexto a aquellos que queman dividir su Iglesia» (S. ATANASIO, Tratado de la Encarnación del Verbo, 24). 907 Todos una sola cosa bajo un solo Espíritu.—«Ved qué dulzura y qué delicia convivir los hermanos unidos (Sal 132,1).
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Ciertamente, qué dulzura, qué delicia cuando los hermanos conviven unidos; porque esta convivencia es fruto de la asamblea eclesial; se les llama hermanos porque la caridad los hace concordes en un solo querer. Leemos que, ya desde los orígenes de la predicación apostólica, se observaba esta norma tan importante: En el grupo de los creyentes todos pensaban y sentían lo mismo (Hech 4,32). Tal, en efecto, debe ser el pueblo de Dios: todos hermanos bajo un mismo Padre, todos una sola cosa bajo un solo Espíritu, todos concurriendo unánimes a una misma casa de oración, todos miembros de un mismo cuerpo, que es único» (S. HILARIO DE POITIERS, Tratado sobre los Salmos, Sal 132). 908 Un mismo pensar y un mismo sentir, un solo corazón.—«Reflexionad despacio, hermanos míos, sobre la unidad, y ved cómo aun la sensación placentera de lo múltiple procede de la unidad. ¡Cuántos sois vosotros, gracias a Dios! ¿Quién os podría gobernar si no tuvierais el sentido de la unidad? ¿De dónde viene la paz esta que reina entre tantos como sois? Donde hay unidad hay pueblo; quita la unidad, y eso es la turba. ¿Qué cosa es, en efecto, la turba sino una multitud turbada? Pero escuchad al Apóstol: Os ruego, hermanos... Eran los que hallaba en gran cantidad, de la que deseaba él hacer una unidad. Os ruego, hermanos, digáis todos una misma cosa y no haya escisiones entre vosotros, sino que estéis perfectamente unidos en un mismo pensamiento y en un mismo sentir (1 Cor 1,10). Y en otro lugar: Sed un alma sola, sentid una misma cosa; nada por rivalidad ni por vanagloria (Flp 2,2-3). Y el Señor, rogando al Padre por los suyos: A fin de que sean unidad, como nosotros somos Unidad (Jn 17,22). Y en los Hechos de los Apóstoles: La muchedumbre de los que habían creído tenían un solo corazón y un alma sola (Hech 4,32). Cantad, pues, conmigo la grandeza del Señor; ensalcemos en unidad (al unísono) su nombre (Sal 33,4) (formemos todos juntos una unidad de alabanza), pues ehqnum necessarium es aquella unidad celeste, la unidad aquella donde son unidad el Padre y el Hijo y el Espíritu Santo. Ved hasta qué punto se nos encarece la unidad; nuestro Dios es ciertamente una Trinidad, donde el Padre no es el Hijo, el Hijo no es el Padre, el Espíritu Santo no es ni el Padre ni el Hijo, sino el Espíritu de ambos; mas, con todo eso, tales tres cosas no son tres dioses ni tres omnipotentes, sino un solo Dios omnipotente; y la Trinidad es un Dios único, porque la unidad es de absoluta necesidad. Ahora bien, para llegar a esta Unidad sólo hay un camino: no tener, aun siendo muchos, sino un solo corazón» (S. AGUSTÍN, Sermones, 103,4).
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909 La multiplicidad proviene de la unidad.—«Pues, con todo, no es así; lo que sí es así es lo que dijo el Señor: no es como tu lo entiendes, sino como debes entenderlo. Fíjate bien: En muchas cosas estás ocupada, mas una sola es necesaria. Marta ha escogido la mejor parte (Le 10,41-42). No es la tuya mala, pero la suya es mejor. ¿Por qué es mejor? Porque tú andas afanada en muchas cosas, ella sólo en una. Dase ventaja a la unidad sobre la multiplicidad; la unidad no proviene de la multiplicidad y la multiplicidad proviene de la unidad. Las hechuras son múltiples, el Hacedor es único» ¡j5. AGUSTÍN, Sermones, 104,3). 910 Una sola alma y un solo corazón.—«También a la vista de otro milagro se unieron otros cinco mil; quedó constituida una grey no pequeña, en la cual, recibido el Espíritu Santo, que encendió el amor espiritual, formando un solo cuerpo por la caridad y el fervor del espíritu, todos en aquella sociedad única comenzaron a vender todo lo que poseían y a poner el precio a los pies de los apóstoles para que diesen a cada uno lo que "había menester". Y dice la Escritura que todos tenían una sola alma y un solo corazón en Dios (Hech 4,32). Prestad atención, hermanos, y por aquí entended el misterio de la Trinidad; como decimos, el Padre es, el Hijo es, el Espíritu Santo es, y, sin embargo, es un solo Dios. Había allí tantos miles, y sólo había un corazón; tantos miles, y sólo había un alma. Pero ¿en dónde? En Dios. ¡Cuánto más será uno solo el mismo Dios! ¿Acaso empleo mal las palabras cuando digo dos hombres, dos almas, o tres hombres, tres almas, o muchos hombres, muchas almas? Ciertamente digo bien. Acerqúense a Dios, y todos tienen una sola alma. Si acercándose a Dios muchas almas por la caridad son una sola alma y muchos corazones un solo corazón, ¿qué hará la fuente misma cíe la caridad en el Padre y en el Hijo? ¿No será allí con mayor razón la Trinidad un solo Dios? De allí nos viene a nosotros la caridad del Espíritu Santo, como dice el Apóstol: La caridad de Dios ha sido derramada en nuestros corazones por medio del Espíritu Santo, que nos ha sido dado (Rom 5,5). Si, pues, la caridad de Dios, derramada en nuestros corazones por medio del Espíritu Santo, que se nos ha dado, hace que muchas almas sean una sola alma y que muchos corazones sean un solo corazón, ¿cuánto más el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo serán un solo Dios, una sola Luz, un solo Principio?» (S. AGUS-
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XXXIII EL PUEBLO CRISTIANO «Se nos ha dado toda potestad en el cielo y sobre la tierra. Id, pues, haced discípulos a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado» (Mt 28,18-20). «Semejante es el reino de los cielos a un granito de mostaza que, tomándolo un hombre, lo sembró en un campo; el cual es la más pequeña de todas las semillas, mas cuando se desarrolla es mayor que todas las hortalizas, y se hace un árbol, de modo que vienen las aves del cielo y se cobijan en sus ramas» (Mt 13,15-16). 911 Dones de Dios*—«¡Qué bienhadados y maravillosos, carísimos, son los dones de Dios! Vida en inmortalidad, esplendor en justicia, verdad en libertad, fe en confianza, continencia en santificación, y eso sólo lo que ahora alcanza nuestra inteligencia. Pues ¿qué será lo que está aparejado a los que le esperan? Solo el Artífice y Padre de los siglos, el Todo-Santo, sólo él conoce su número y su belleza. Ahora, pues, por nuestra parte, luchemos por hallarnos en el número de los que le esperan, a fin de ser también partícipes de los dones prometidos» (S. CLEMENTE ROMANO, Carta I a los Corintios, 35,1-4). 912 Los diáconos, ministros de Dios y de Cristo.—«Como sabemos, pues, que de Dios nadie se burla, deber nuestro es caminar de manera digna de su mandamiento y de su gloria. Los diáconos igualmente sean irreprensibles delante de su justicia, como ministros que son de Dios y de Cristo, y no de los hombres: no calumniadores, no dobles de lengua, desinteresados, continentes en todo, misericordiosos, diligentes, caminando conforme a la verdad del Señor, que se hizo ministro y servidor de todos. Si en este siglo le agradáremos, recibiremos en pago el venidero, según él nos prometió resucitarnos de entre los muertos y que, si llevamos conducta digna de él, reinaremos también con él, caso, eso sí, de que tengamos fe» (S. POLICARPO, Carta a los Filipenses, 5,U2). 913 Desecha el hado; vive para Dios.—«¿Cómo, pues, voy a reconocer el horóscopo del nacimiento cuando veo tales administradores del hado? Soy yo quien no quiero ser rey; soy yo quien no busco la riqueza; el mando militar lo rechazo; la fornicación
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la aborrezco; no soy atleta para ser coronado; huyo de la vanagloria, desprecio la muerte, me pongo por encima de la enfermedad, no dejo que la tristeza consuma mi alma. Si soy esclavo, soporto la esclavitud; si soy libre, no me enorgullezco de mi nobleza. Veo que uno es el sol para todos, una sola también la muerte, ora a través del placer, ora de la indigencia. El rico siembra y el pobre participa de la misma cosecha. Mueren los ricos, y el mismo término de la vida tienen los mendigos. De muchas cosas necesitan los ricos y los que, por su aparente gravedad, alcanzan los honores; pero el pobre y modesto, que no desea más que lo que está a su alcance, más fácilmente lo consigue. ¿A qué te me pasas la noche en vela, cumpliendo tu hado, llevado de la avaricia? ¿Por qué, por cumplir tu nado, mil veces presa de tus instintos, mil veces te me mueres? Muere al mundo, desechando tu locura. Vive para Dios, rechazando por medio de su conocimiento tu viejo horóscopo. No fuimos creados para la muerte, sino que morimos por nuestra propia culpa. La libertad nos perdió; esclavos quedamos los que eramos libres; por el pecado fuimos vendidos. Nada malo fue hecho por Dios; fuimos nosotros los que produjimos la maldad; pero los que la produjimos, somos también capaces de rechazarla» (TACIANO, Discurso contra los griegos, 11). 914 Tradición apostólica*—«Si los apóstoles no nos hubieran dejado las Escrituras, ¿acaso no habría que seguir el orden de la tradición que ellos entregaron a aquellos a quienes confiaban las Iglesias? Precisamente a este orden han dado su asentimiento muchos pueblos bárbaros que creen en Cristo; ellos poseen la salvación, escrita por el Espíritu Santo sin tinta ni papel en sus propios corazones (2 Cor 3,3) y conservan cuidadosamente la tradición antigua, creyendo en un solo Dios [...]. Los que tal fe aceptaron sin letras, pueden ser bárbaros en cuanto al idioma, pero en lo que se refiere a sus ideas, se han hecho sapientísimos, y Dios se complace en ellos y viven con una justicia, castidad y sabiduría perfectas. Si alguno, hablando con ellos en su propia lengua, les anuncia las invenciones de los herejes, al punto, cerrando sus oídos, se escaparán lo más lejos que puedan, incapaces ni siquiera de oír estas conversaciones blasfemas. De esta forma, a causa de aquella antigua tradición de los apóstoles, ni siquiera pueden admitir en su mente la idea de cualquiera de tan extraños discursos» (S. IRENEO, Contra las herejías, 3,4,1-2). 915 Obediencia a las autoridades.—«En efecto, los que creen en Dios no tienen que disimular ni tienen miedo a los que están en el poder, si es que ellos no hacen algo malo. Mas, si se les fuer-
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za, a causa de su fe en Dios, a obrar de otra forma, ellos prefieren morir con alegría de corazón a hacer lo que se les ordena. Cuando el Apóstol dice que es necesario someterse a las autoridades que presiden (Rom 13,lss), no trata de este caso. El no pide que neguemos nuestra fe ni los mandamientos divinos para ejercer las ordenes de los hombres, sino al contrario: que precisamente por deferencia para con la autoridad no cometamos delito alguno, de modo que seamos castigados como malhechores» (S. HIPÓLITO, Comentario sobre Daniel, 3,23). 916 No se puede ser mártir separado de la Iglesia.—«Aunque estos tales fueran sacrificados por la confesión del nombre de Cristo, no borrarían esta mancha ni con la sangre: la culpa imperdonable y enorme de la separación no se borra ni con el martirio. No puede ser mártir quien no está dentro de la Iglesia; no podrá llegar al reino quien abandona a la que ha de reinar. Cristo nos dio la paz, nos mandó que estuviésemos unidos en concordia de sentimientos, nos encargó que mantuviésemos sin corromper e inquebrantables los vínculos del amor y caridad. No puede presentarse como mártir quien no supo amar a sus hermanos. Esto mismo enseña y atestigua el apóstol Pablo cuando dice: Aunque tuviera tamaña fe como para transportar los montes, si no tuviese caridad, de nada me sirve. Y aunque distribuyera todos mis bienes en alimento a los pobres y aunque entregara mi cuerpo al fuego, si no tuviere caridad, nada aprovecho... (1 Cor 13,2-8)» (S. CIPRIANO, De la unidad de la Iglesia, 14). 917 Confesores y mártires.—-«V 1. Y, si la gracia delSéñor nos concediese la paz antes del día de vuestro combate, vuestra es, sin embargo, toda íntegra la voluntad y la conciencia de vuestra generosidad. Ninguno de vosotros ha de sentir tristeza por creerse inferior a los que, experimentando los tormentos antes de vosotros y después de vencer y pisotear el mundo, llegaron al Señor por caminos gloriosos. El Señor es el que conoce el fondo del corazón, penetra los secretos y ve lo oculto. Para merecer de él la corona basta sólo el testimonio del que ha de juzgar. 2. Por tanto, hermanos carísimos, ambas cosas son igualmente elevadas y gloriosas: una, más segura, llegarse pronto al Señor con el logro de la victoria; la otra, más gozosa, recibir la aprobación después de un servicio honroso y vivir con honor en la Iglesia. ¡Oh dichosa Iglesia nuestra, a quien así ilumina el brillo de la divina bondad, a quien da lustre en nuestros tiempos la sangre gloriosa de los mártires! Antes aparecía blanca en las obras de los hermanos; ahora aparece purpúrea con la sangre de los mártires. No
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faltan entre sus flores ni los lirios ni las rosas. Luche ahora cada uno por alcanzar la eminente dignidad de ambos honores. Reciba cada uno la corona blanca por la inocencia de sus obras, o la roja por su martirio. Allá, en el campamento del cielo, la paz y la lucha tienen sus flores para coronar al soldado de Cristo por su triunfo» (S. CIPRIANO, Cartas, 10, «a los mártires y confesores de Jesucristo», V 1-2). 918 Sacerdocio ministerial y sacerdocio común.—«Has oído cómo (en el Tabernáculo) hay dos estancias: una visible y abierta a los sacerdotes, otra invisible y prohibida, excepto para el pontífice; los demás quedan fuera. Pienso que esta primera estancia puede ser aquella en que estamos ahora, mientras vivimos en la carne, la Iglesia; en la que los sacerdotes ejercen su ministerio junto al altar de los holocaustos, encendiendo aquel fuego del que dijo Jesús: He venido a traer fuego a la tierra, y ¡cuánto deseo ya que arda! (Le 12,49). No os admiréis de que esta estancia esté abierta a solo los sacerdotes, pues cuantos han sido ungidos con el óleo de sagrado crisma han sido constituido! sacerdotes. Dice Pedro a toda la Iglesias Vosotros sois linaje escondo, sacerdocio real, nación santa (1 Pe 2,9). Sois, pues, linaje sacerdotal; y por eso tenéis acceso a las cosas santas. Cada uno de nosotros lleva consigo su ofrenda y él mismo enciende el altar de su holocausto, de manera que siempre arda. Yo, si renuncio a todas las cosas que poseo y tomo mi cruz y sigo a Cristo, ofrezco el holocausto en el altar de Dios; si castigo mi cuerpo de modo que esté encendido por la caridad, si alcanzo la gloria del martirio, me ofrezco a mí mismo como holocausto en el altar de Dios. Si amo a mis hermanos hasta entregar mi vida por ellos y lucho hasta morir en aras de la justicia y cíe la verdad, ofrezco un holocausto en el altar de Dios. Si mortifico mis miembros de toda concupiscencia, y el mundo está crucificado para mí y yo para el mundo, ofrezco un holocausto en el altar de Dios; me hago sacerdote de mi propia ofrenda. De este modo se ejerce el sacerdocio en la primera estancia y se ofrecen sacrificios. Desde ella, el pontífice, revestido con los ornamentos sagrados, se adelanta y entra en lo interior del velo, según las palabras de Pablo citadas anteriormente: Pues no entró Jesús en un santuario hecho de mano, sino en el cielo mismo, para presentarse ahora en el acatamiento de Dios a favor nuestro (Heb 9,24). Luego los cielos, el lugar y el trono mismo de Dios, están prefigurados por la imagen de la estancia interior» (ORÍGENES, Homilías sobre el Levítico, 16,9).
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919 Siervos del pecado liberados por Cristo.—«En verdad, Dios nos sacó de la casa de la servidumbre: éramos siervos del pecado, porque todo el que peca es siervo del pecado. Rompió el vínculo de nuestro yugo, del yugo puesto sobre nuestros corazones por aquel que nos había reducido a la esclavitud y nos había atado con los lazos de nuestros pecados. Hizo saltar el yugo de nuestro cautiverio y nos impuso el yugo de la fe, de la caridad y de la esperanza y de toda santidad» (ORÍGENES, Homilías sobre el Levítico, 26,16). 920 Labor de la Iglesia con sus diversos miembros.—«Ahora bien: si aquellos filósofos no merecen reprensión por obrar así, veamos si los cristianos no exhortan más y mejor que ellos a las muchedumbres a la vida honrada. Porque los filósofos que públicamente conversan con las gentes no seleccionan su propio auditorio, sino que todo el que quiere se para y se pone a oír. Los cristianos, empero, en cuanto les es posible, examinan previamente las almas de los que quieren oírlos y de antemano los prueban privadamente; sólo después que, al parecer, antes de entrar en la comunidad, se han entregado los oyentes a cumplir su propósito de vivir honestamente, entonces los admiten. Luego, privadamente estatuyen dos órdenes: uno de recién llegados, que reciben instrucción elemental y no llevan aún el signo de haber sido purificados; otro, de los que, según sus fuerzas, han demostrado su propósito de no querer sino lo que place a los cristianos. Entre éstos se destinan algunos a vigilar la vida y conducta de los que han entrado, con el fin de impedir que formen parte de la comunidad quienes se entregan a pecados ocultos, y recibir, en cambio, con los brazos abiertos a los que no son tales y hacerlos cada día mejores. El mismo procedimiento siguen con los que pecan, señaladamente con los intemperantes, a Tos que arrojan de la comunidad, ¡esos que Celso compara a los charlatanes que en los mercados exhiben sus saberes abominables! La venerable escuela de los pitagóricos construía cenotafios a los que apostataban de su filosofía, teniéndolos por muertos (II12); ios cristianos, a su vez, lloran como perdidos y muertos para Dios a los que se dejan vencer por la intemperancia o por otro vicio torpe, y, como a resucitados de entre los muertos, caso que muestren verdadera penitencia, de nuevo los reciben algo más tarde, con más largo plazo de prueba que a los que por primera vez se convierten. Sin embargo, a los que han venido a caer después de abrazar el cristianismo, no los admiten a cargo ni gobierno alguno de la que se llama Iglesia de Dios» (ORÍGENES, Contra Celso, 3,51).
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921 Todos llamados a ingresar en la Iglesia.—«¿Habéis visto la riqueza de bondad, la generosidad del llamamiento? Venid a mí, dice, todos los que estáis cansados y agobiados (Mt 11,26). ¡Qué llamada tan benévola! ¡Qué inefable bondad! ¡Venid a mí todos! No sólo los jefes, sino también los subditos; no sólo los ricos, sino también los pobres; no sólo los hombres libres, sino también los esclavos; no sólo los hombres, sino también las mujeres; no sólo los jóvenes, sino también los ancianos; no sólo los que gozan de buena salud, también los lisiados y enfermos. ¡Venid todos, dice él! Tales son en efecto los dones del Maestro; él no hace diferencia entre esclavo y hombre libre, entre rico y pobre. Toda desigualdad de este género está aquí barrida. Venid todos, dice, los que estáis cansados y agobiados» (S. JUAN CRISÓSTOMO, Ocho Catcquesis Bautismales, 1,27). 922 El cristiano ha de preocuparse por la salvación de los demás.—«Nada hay más frío que un cristiano que no se preocupe de la salvación de los demás [...]. Todos pueden ayudar al prójimo con tal que cumplan con lo que les corresponde. ¿No veis los árboles infructuosos cómo son, con frecuencia, sólidos, hermosos, altos, grandiosos y esbeltos? Pero, si tuviéramos un huerto, preferiríamos tener granados y olivos fructíferos antes que esos árboles; esos árboles pueden causar placer, pero no son útiles, e incluso, si tienen alguna utilidad, es muy pequeña. Semejantes son aquellos que sólo se preocupan de sí mismos; más aún, ni siquiera son semejantes a esos árboles, porque sólo son aptos para el castigo [...]. ¿Cómo, me pregunto, puede ser cristiano el que obra de esta forma? Si el fermento mezclado con la harina no transforma toda la masa, ¿acaso se trata de un fermento genuino? Y, también, si acercando un perfume no esparce olor, ¿acaso llamaríamos a esto perfume? No digas: No puedo influir en los demás, pues si eres cristiano de verdad, es imposible que no lo puedas hacer [...]. No ofendas a Dios con una contumelia. Si dijeras que el sol no puede lucir, infieres una contumelia a Dios y lo haces mentiroso. Es más fácil que el sol no luzca ni caliente, que no que deje de dar luz un cristiano; más fácil que esto sería que la luz fuese tinieblas» (S. JUAN CRISÓSTOMO, Homilías sobre tos Hechos de los Apóstoles, 20,4). 923 Sacrificios agradables a Dios.—«Os exhorto, hermanos, por la misericordia de Dios, a ofrecer vuestros cuerpos como víctima viva, santa, agradable a Dios (Rom 12,1).
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¿Cómo, dices, puede ser el cuerpo sacrificio? Que tu ojo no mire nada malo, y se hace sacrificio; no hable tu lengua nada torpe y se hace oblación; que tu mano no haga nada inicuo y se convierte en holocausto. Mas no bastan estas cosas; también es necesario que hagamos buenas obras, que tu mano dé limosnas, que tu boca bendiga a los que te injurian, que tus oídos escuchen asiduamente la predicación. La hostia no tiene mancha, la hostia es primicia. Que nosotros ofrezcamos a Dios así las manos, los pies, la boca y todos los otros miembros como primicias. Esa hostia agrada a Dios, no la de los judíos, que era inmunda [...]. Aquellos ofrecían,muerto lo que era sacrificado; en nuestro caso, lo que se sacrifica se hace viviente. Cuando mortificamos nuestros miembros, entonces podemos vivir. Esta ley del sacrificio es ciertamente nueva» (S. J U A N C R I S Ó S T O M O , Comentario a la Carta a los Romanos, 20,1). 924 Ejercicio del sacerdocio común de los fieles.—«Sea éste vuestro culto razonable (Rom 12,1). ¿Qué es el culto razonable? El ministerio espiritual, la vida según Cristo. Así como el que está en la casa de Dios ministra y sacrifica, sea quien sea, se domina y se hace más honorable, así conviene que nosotros lo seamos por la vida buena, para servir a Dios y ofrecerle sacrificios. Pero esto será una realidad si, cada día, le ofreces sacrificios y eres el sacerdote de tu propio cuerpo y de su virtud [...]. Por ejemplo, cuando ofreces la castidad, cuando das limosna, cuando ofreces a Dios la mansedumbre y el olvido de las injurias. Cuando; esto haces, ofreces un culto razonable» (S. J U A N C R I S Ó S T O M O , Comentario a la Carta a los Romanos, 20,2). 925 Como lirios entre espinas.—«Soy la flor del campo, azucena de las vegas (Cant 2,1). La flor del campo es Cristo en el mundo; de cuya flor dijo Isaías profeta: Saldrá un brote del tocón de Jesé; y una flor germinará de sus raíces (Is 11,1). La Escritura testifica que el campo es el mundo [...]. Dice: lirio de los valles; significa los infiernos, como hundidos en un valle profundo, a los que descendió el Señor como lirio para ascender con la gloria de su resurrección y librar las almas de los Patriarcas. Mas cuando se repite: Lirio entre espinas es mi amada entre las muchachas (Cant 2,2), ¿cuáles son estos hijos e hijas entre los que el Señor se dice Lirw entre las espinas} Llama hijos e hijas a los creyentes. Mas, como en la Iglesia hay muchos que engendran abrojos y espinas, por los deseos mundanos, por las riquezas, los honores y ambiciones del poder secular, producen espinas de pecados; de cuyas espinas dice el Evangelio: andando entre los afa-
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nes, riquezas y placeres de la vida, se ahogan y no llegan a madurar (Le 8,14). La Iglesia vive entre ellas, en la que, por cierto, la mayor parte de los creyentes se dedica a los cuidados seculares. Mas el que llegue a despreciarlos, brillará como lirio entre los otros, a los que llama espinas» (S. GREGORIO DE ELVIRA, Tratado sobre el Cantar de los Cantares, 3). 926 El yugo y la carga del Señor.—«Llama así a cuantos están probados por las dificultades de la Ley y oprimidos por los pecados del mundo (Mt 11,28-29). Promete librarlos de las fatigas y de su peso solo con que ellos tomen su yugo, esto es, acepten las prescripciones de sus mandatos. Acercándose a él, por el misterio de la cruz, ya que él es manso y humilde de corazón, encontrarán descanso para sus almas. El ofrece la suavidad de su yugo y su carga ligera (Mt 11,30) para dar a los creyentes la ciencia del bien, que solo él conoce en el Padre. ¿Y qué hay más suave que su yugo y más ligero que su carga, que consiste en ser dignos de aprobación, abstenerse del mal, amar a todos los hombres, no odiar a ninguno, conseguir la eternidad, no dejarse dominar por el tiempo presente, ni querer devolver a nadie el daño que no se hubiera querido recibir?» (S. HILARIO DE POITIERS, Comentario al Evangelio de San Mateo, 11,13). 927 No juzgar al prójimo.—«El Señor de los ejércitos será exaltado al juzgar, el Dios Santo mostrará su santidad en la sentencia (Is 5,16). Cuando el pueblo sea llevado al cautiverio, porque no tuvo ciencia, y perezca de hambre, y arda de sed, y el infierno agrande su alma; y bajen los fuertes y los altos y gloriosos a lo profundo, y sea humillado el hombre, y haya recibido conforme a sus méritos, entonces el Señor será exaltado en el juicio, que antes parecía injusto; y Dios santo será santificado por todos en la justicia, para que se cumpla aquello del Evangelio: Padre nuestro, que estás en los cielos, santificado sea tu nombre (Mt 6,9) y Padre justo, el mundo no te conoció (Jn 17,25). Por lo cual debemos cuidar de no adelantarnos al juicio de Dios, cuyos juicios son grandes e inenarrables, y del cual dice el Apóstol: Inescrutables son sus juicios e imposibles de conocer sus caminos (Rom 11,35). Hasta que él ilumine las cosas ocultas en las tinieblas y abra los pensamientos de los corazones (1 Cor 4,5). El, que dice en el Evangelio: No queráis juzgar, para no ser juzgados (Mt 7,1). Y Pablo, de acuerdo con esta sentencia, manda: Tú, ¿quién eres para juzgar al prójimo? Si está en pie o cae, eso toca a su amo; pero se mantendrá en pie, pues el Señor tiene poder para
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sostenerlo (Rom 14,4)» (S. JERÓNIMO, Comentario sobre el profeta Isaías). 928 Vida cristiana.—«Fortaleced las manos débiles, robusteced las rodillas vacilantes; decid a los cobardes de corazón: Sed fuertes, no temáis. Mirad a vuestro Dios que trae el desquite, viene en persona, resarcirá y os salvará Se despegarán los ojos del mego, los oídos del sordo se abrirán, saltará el cojo como un ciervo, la lengua del mudo cantará (Is 35,3-6). La causa de la seguridad y de la constancia es que Cristo vendrá, al que el Padre entregó todo juicio (Jn 5,22), y dará a cada uno según sus obras [...]. Entonces se abrirán los ojos de los ciegos y los sordos oirán. Entonces el cojo saltará como un ciervo y quedará suelta la lengua de los mudos. Lo cual, aunque se cumplió en la grandeza de los signos cuando el Señor hablaba a los discípulos de Juan, que le fueron enviados (Le 7,22), también se cumple entre las gentes cuando, los que antes eran ciegos y con su lengua lanzaban piedras, miran la luz de la verdad. Y los que, con sus oídos sordos, no podían oír las palabras de las Escrituras, se alegran ahora ante los mandatos de Dios. Cuando, los que antes eran cojos y no andaban por camino recto, saltan como los ciervos, imitando a sus doctores, y se suelta la lengua de los mudos, cuya boca había cerrado Satanás, para que no pudieran confesar al solo Señor. Por tanto, se abrirán los ojos, oirán los oídos, saltarán los cojos y se soltará la lengua de los mudos, porque han brotado con fuerza las aguas del bautismo salvador y los torrentes y ríos en la soledad, es decir, las abundantes gracias espirituales. La tierra que era árida se ha convertido en estanques y lagunas, y no solo estará l i bre del ardor de la sed, sino que estará regada y será navegable, y tendrá muchas fuentes (Is 35,6-7). El que beba podrá bendecir al Señor, según lo que está escrito: En el bullicio de la fiesta bendecida Dios, al Señor, estirpe de Israel (Sal 67,27). En las madrigueras de los gecitiles, en las que antes habitaban los dragones, brotarán cañas y juncos en los que se escriba la fe del Señor. Y los que antes teman sus miembros cansados, descansen y vean la alegría de las aves y las colas de los rebaños. Para que tomen alas de paloma y, abandonando los lugares bajos, se apresuren a subir a las alturas y puedan decir con el Salmista: Dichoso el que, con vida intachable, camina en la voluntad del Señor (Sal 118,1). Y este camino, esto es, nuestro Dios, será para nosotros tan recto, tan llano, tan campestre, que no habrá equivocación alguna y los tontos y los insensatos podrán entrar por él. De ellos habla la Sabiduría en los Proverbios: Quien sea simple, llegúese acá. Al carente de
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seso le dice: Venid a comer mi pan y beber del vino que he mezclado. Dejad la simpleza y viviréis, e id derechos por el camino de la inteligencia (Prov 9,4-6). Dios escogió a los torpes del mundo (1 Cor 1,27). Entre los que el primero dice: Dios mío, tu conoces mi ignorancia (Sal 68,6). La locura de Dios es más sabia que los hombres (1 Cor 1,25)» (S. J E R Ó N I M O , Comentario sobre el profeta Isaías). 929 Ungidos en el bautismo por el ungüento derramado.— «Hallándose en Betania, en casa de Simón el leproso, cuando estaba recostado a la mesa, vino una mujer trayendo un vaso de alabastro lleno de ungüento de nardo auténtico de gran valor (Me 14,3). Esta mujer os atañe especialmente a vosotros, que vais a recibir el bautismo. Ella ha roto su vaso de alabastro para que Cristo os haga a vosotros cristos, es decir, ungidos. Esto es lo que se dice en el Cantar de los Cantares: Es tu nombre ungüento derramado; por eso te aman las doncellas, tras de ti corremos al olor de tus ungüentos (Cant 1,3). Mientras el ungüento estaba encerrado, o sea, mientras Dios era conocido tan solo en Judá y sólo en Israel era grande su nombre (Sal 75,2), las doncellas no seguían a Jesús. Mas, cuando se difundió el ungüento a toda la tierra, las doncellas, es decir, las almas de los creyentes, siguieron al Salvador» (S. J E R Ó N I M O , Comentario al Evangelio de San Marcos). 930 Toda la edificación en la caridad.—«Para que os conceda, conforme a las riquezas de su gloria, estar vigorosamente fortalecidos mediante su Espíritu para progreso del hombre interior; que Cristo resida en vuestros corazones mediante la fe, para que, cimentados y enraizados en la caridad, seáis capaces de comprender con todos los santos cuál es la anchura, la longitud, altura y profundidad, y de conocer la caridad de Cristo, que está por encima del conocimiento, a fin de que os llenéis hasta llegar a toda la plenitud de Dios (Ef 3,16-19). Esta habitación que se fabrica por el exordio de la fe tiene sus raíces y cimientos en la caridad. Y porque somos agricultura de Dios, edificación de Dios (1 Cor 3,9), todas las cosas crezcan y se edifiquen en la caridad. Como sabemos que, radicados y fundados en la caridad, Cristo habita en el hombre interior, entonces con toda certeza empezaremos a tender hacia aquellas cosas con los demás santos; para que comprendamos con ánimo sagaz qué sea la anchura, la longitud, la profundidad y la altura, y no sólo esto, sino también deseemos conocer la caridad de Cristo, que supera toda la ciencia. Y, cuando todas estas cosas estuvieren completas con su orden en nosotros, seamos llenos de su plenitud
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en todas las cosas» (S. JERÓNIMO, Comentario sobre la Carta a los Ejesios).
931 Para que la fiereza aprenda sencillez.—«Verdaderamente se ha cumplido en vosotros la palabra apostólica y profética: Su sonido llegó a la tierra entera, y a los confines del orbe sus palabras (Sal 18,5). Porque ¿quién pudiera creer que la lengua bárbara de los godos buscara la verdad hebraica y, mientras los griegos dormitan y hasta contienden entre sí, la Germania misma escudriñara los oráculos del Espíritu Santo? En verdad me doy cuenta de que Dios no es aceptador de personas, sino que cualquier nación que teme a Dios y obra la justicia le es acepta (Hech 10,34-35). La mano poco ha callosa de empuñar la espada y los dedos hechos a tirar del arco se reblandecen para el estilo y la pluma, y los pechos belicosos se vuelven a la mansedumbre cristiana. Ahora vemos cumplido el vaticinio de Isaías: Forjarán sus espadas para arados y sus lanzas para hoces, y no tomará nación contra nación la espada ni se adiestrarán ya más para el combate (Is 2,4). Y otra vez en el mismo profeta: Pacerá el lobo con el cordero y el leopardo se acostará con el cabrito; y comerán juntos el becerro y el león y el toro, y un niño pequeño los conducirá La vaca pacerá con la osa, y las crías de ellas se echarán juntas, y el león, como el buey, comerá paja (Is 11,6-7). No porque la sencillez haya de trocarse en fiereza, sino para que aprenda la fiereza sencillez» (S. JERÓNIMO, Cartas, 106, «a Sumnia y Fretela sobre el Salterio»). 932 La Iglesia, para los justos y para los pecadores.—«Entre los perfectos hablamos sabiduría (1 Cor 2,6): Pero no se componen las iglesias sólo de éstos; porque, si existiesen sólo ellos, no se miraría por el bien del género humano» (S. A G U S T Í N , Enarraciones sobre los Salmos, Sal 8,5). 933 Buenos y malos, mezclados en la Iglesia.—«En fin, demostrado que nada pudo el enemigo alcanzar con estas tentativas ante Jesús, se escribió esto de él: Después que el demonio completó toda tentación (Le 4,13). Por causa de la significación de los lagares, se sujetaron a sus pies no sólo los vinos, sino también el orujo, a saber: no sólo las ovejas y los bueyes, es decir, las almas santas de los fieles, ya de la plebe, ya de los ministros, sino además las bestias concupiscentes, las aves soberbias y los peces curiosos. Todos estos géneros de pecadores los vemos ahora mezclados con los buenos y santos en las Iglesias. Trabaje, pues, en sus iglesias y separe el vino del orujo. Nosotros no descansemos hasta ser vino, oveja y bueyes, y no orujo o bestias del campo, o aves del cielo
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o peces del mar, que surcan de continuo las sendas del océano» (S. AGUSTÍN, Enarraciones sobre fas Salmos, Sal 8,13). 934 Todos somos prójimos unos de otros.—«Hermanos, nadie de vosotros piense que debe hablar verdad con los cristianos y mentira con los paganos. Hablas con tu prójimo, y tu prójimo es aquel que nació como tú, de Adán y de Eva. Todos somos prójimos unos de otros por la condición del nacimiento terreno, y hermanos por la esperanza de la heredad celeste. Debes tener a todo hombre por prójimo tuyo aun antes de que sea cristiano. No conoces qué sea ante Dios; ignoras de qué modo lo ha conocido Dios en su presencia. Algunas veces se convierte aquel de quien te reías porque adoraba las piedras, y ahora aquel de quien poco antes te mofabas adora a Dios, quizá con más fervor que tú. Luego hay prójimos ocultos, ocultos entre los hombres, que aún no están en la Iglesia, y hay muchos ocultos en la Iglesia, que están muy lejos de nosotros» (S. AGUSTÍN, Enarraciones sobre los Salmos, Sal 25,11,2). 935 El Cuerpo de Cristo, pobre y dolorido.—«Soy pobre y estoy dolorido. Su cuerpo total dice esto. El cuerpo de Cristo en la tierra es pobre y está dolorido, pues, aunque sean ricos los cristianos, con todo, si son cristianos, son pobres; pues, en comparación con las riquezas celestiales que esperan recibir, todo su oro lo tienen por tierra» (S. AGUSTÍN, Enarraciones sobre los Salmos, Sal 68,11,14). 936 El arca de Noé, figura de la Iglesia.—«Estas son las dos aves que Noé soltó. Había allí un cuervo y una paloma; estas dos especies de aves estaban encerradas en aquella arca, y si el arca es figura de la Iglesia, ya veis por qué es necesario que, en este diluvio del mundo, encierre la Iglesia estas mismas dos especies: el cuervo y la paloma. ¿Quiénes son los cuervos? Quienes buscan sus cosas. ¿Quienes las palomas? Los que buscan las cosas que son de Cristo» (S. AGUSTÍN, Tratados sobre el Evangelio de San Juan, 6,2). 937 Sólo el Cuerpo de Cristo vive del Espíritu de Cristo.— «Los fieles conocen el cuerpo de Cristo si no desdeñan ser el cuerpo de Cristo. Que lleguen a ser el cuerpo de Cristo si quieren vivir del Espíritu de Cristo. Del Espíritu de Cristo solamente vive el cuerpo de Cristo [...]. MI cuerpo vive de mi espíritu y tu cuerpo vive de tu espíritu. El mismo cuerpo de Cristo no puede vivir sino del Espíritu de Cristo. De aquí que el apóstol Pablo nos hable de este pan diciendo: Somos muchos un solo pan, un solo cuerpo (1 Cor 10,17). ¡Oh misterio de amor, y qué símbolo de la
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unidad, y qué vínculo de la caridad!» (S. A G U S T Í N , Tratados sobre el Evangelio de San Juan, 26,13). 938 Vasos de ira y vasos de misericordia*—«La naturaleza, maleada por el pecado, engendra los ciudadanos de la ciudad terrena, y la gracia, que libera del pecado, engendra los ciudadanos de la Ciudad celestial. Por eso, aquéllos son llamados vasos de ira, y éstos, vasos de misericordia» (S. A G U S T Í N , Tratados sobre el Evangelio de San Juan, 15,2). 939 La caridad, señal definitiva para distinguir a los buenos de los malos cristianos.—«Sólo la caridad distingue a los hijos de Dios de los del diablo. Sígnense todos con la señal de la cruz de Cristo; respondan todos: Amén; canten todos: Aleluya; bautícense todos; frecuenten la Iglesia, apíñense en las basílicas. No se distinguirán los hijos de Dios de los del diablo si no es por la caridad. Los que tienen caridad nacieron de Dios; los que no la tienen no nacieron de él. Gran distintivo y señal. Ten todo lo que quieras; si te falta sólo la caridad, de nada te aprovecha todo lo que tengas. Si no tienes otras cosas, ten ésta, y cumplirás la ley. Quien ama a su prójimo cumple la Ley, dice el Apóstol. Y también} El pleno cumplimiento de la Ley es la caridad (Rom 13,8.10)» (S. A G U S T Í N , Exposición de la Epístola a los Partos, 5,7). 940 La fraternidad en Cristo, superior a la fraternidad carnal.—«Leemos en los Hechos de los Apóstoles que la devoción del pueblo gobernado por ellos era tal, y la primicia del pueblo cristiano tan florida que, una vez recibida la fe, nadie reclamaba ya la propiedad de la casa o de las demás cosas, sino que lo tenían todo en común, como hermanos. Unidos con la misma religión, gozaban juntos del mismo tenor de vida. Teniendo la misma fe, ponían asi mismo en común las provisiones. Participando del mismo Cristo, querían participar de una misma mesa. Aquellos hombres religiosos tenían por cosa indigna no dar parte de los propios bienes al que entraba a la parte de la misma gracia; y por eso usaban en común todas las cosas con fraterna caridad. Y aquí hay que notar que la fraternidad en Cristo es superior a la fraternidad carnal; en efecto, la fraternidad de la sangre comporta solamente una semejanza física, mientras la fraternidad en Cristo se manifiesta en la concordancia de corazón y de alma, como está escrito: Los creyentes tenían un solo corazón y una sola alma. Así, pues, es verdaderamente hermano aquel que te está unido no tanto por el lazo de la sangre cuanto por la libre voluntad; son El Evangelio en los PP. de la Iglesia
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verdaderamente hermanos, digo, aquellos que tienen en común el espíritu y la voluntad. Por consiguiente, es preferible, como he dicho, la fraternidad en Cristo a la consanguinidad carnal. Los hermanos de sangre, algunas veces, acaban siendo enemigos, los hermanos en Cristo están siempre en paz; aquéllos tienden a repartirse no sin rivalidad los bienes que tenían en común, éstos ponen en común generosamente las cosas propias; aquéllos, frecuentemente no se quieren reconocer hermanos entre sí, éstos abren sus brazos al nuevo que llega» (S. MÁXIMO DE TURÍN, Sermones, 17,1). 941 Procura ser tú mismo el sacrificio y el sacerdote de Dios.—«Os exhorto, por la misericordia de Dios, a presentar vuestros cuerpos como hostia viva (Rom 12,1). Es lo mismo que ya había dicho el profeta: Tu no quieres sacrificios ni ofrendas, pero me has preparado un cuerpo (Sal 39,7). Hombre, procura ser tú mismo el sacrificio y el sacerdote de Dios. No desprecies lo que el poder de Dios te ha dado y concedido. Revístete con la túnica de la santidad; que la castidad sea tu ceñidor, que Cristo sea el casco de tu cabeza, que la cruz defienda tu frente, que en tu pecho more el conocimiento de los misterios de Dios, que tu oración arda continuamente, como perfume de incienso; toma en tus manos la espada del Espíritu; haz de tu corazón un altar y, así, afianzado en Dios, presenta tu cuerpo al Señor como sacrificio. Dios te pide la fe, no desea tu muerte; tiene sed de tu entrega, no de tu sangre; se aplaca, no con tu muerte, sino con tu buena voluntad» (S. PEDRO CRISÓLOGO, Sermone^ 108). 942 Madre y hermanos de Cristo.—«Breve es, hermanos carísimos, la lección del santo Evangelio que se ha recitado (Mt 12,46-50), pero cargada está con el peso de grandes misterios; pues Jesús finge no conocer a su Madre y, en cambio, léñala quién sea su madre y quiénes sus allegados, no por parentesco carnal, sino por unión espiritual, cuando dice: ¿Quien es mi madre y quiénes son mis hermanos? Cualquiera que hiciere la voluntad de mi Padre, que esta en los cielos, ése es mi hermano, y mi hermana y mi madre (Mt 12,48-49). En cuyas palabras ¿qué otra cosa nos da a entender sino que congrega a muchos de la gentilidad que obedecen sus mandatos, y que no conoce a la Judea, de cuya carne fue él engendrado? Por eso se dice que su Madre estaba fuera cuando simula no conocerla, es a saber: que no es reconocida la Sinagoga por su Autor, precisamente porque, estando obligada a la observancia de la ley. había
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perdido la inteligencia espiritual de la misma y se había dedicado a la guarda exterior de la letra. Ahora bien: si no es de admirar el que, por referirse al uno y al otro sexo que congrega en la fe, se diga que quien hiciere la voluntad del Padre es hermano y hermana del Señor, sí que es de admirar y mucho el que se diga también y madre. Y pues él se dignó llamar hermanos a los discípulos cuando dijo: Id, avisad a mis hermanos (Mt 28,10), hay que averiguar ahora cómo pueda ser también madre quien, viniendo a la fe, pudo hacerse hermano del Señor. Para lo cual debemos saber que quien, creyendo, es hermana y hermano de Cristo, predicando, se hace madre; puesto que es como que da a luz al Señor quien le hace nacer en el corazón del oyente; y cuando por su palabra se engendra en el alma del prójimo el amor del Señor, predicando se hace como madre suya» (S. GREGORIO MAGNO, Homilías sobre los Evangelios, 1,3). 943 Los simples y los prudentes, juntos en la Iglesia.—«Llegó un mensajero a casa de Job y le dijo: Estaban los bueyes arando y las burras pastando a su lado... (Job 1,14-15). ¿Qué otra cosa se entiende en figura por los bueyes sino los que obran bien? ¿Qué se entiende por las asnas sino algunos que viven simplemente? De las cuales asnas bien dice el texto que pacían cerca de los bueyes, porque las almas de los simples, cuando no pueden entender las cosas altas, tanto más están allegadas cuanto por la caridad creen los bienes de sus hermanos, y porque no saben tener envidia de los ingenios ajenos, no se apartan en el apacentamiento. Así que juntamente se mantienen las asnas con los bueyes, porque los simples, juntados con los prudentes, se hartan con el entendimiento de ellos» (S. GREGORIO MAGNO, Tratados morales sobre el libro de Job, 2,49).
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L O S PASTORES «Llamando asía sus doce discípulos, les dio potestad sobre los espíritus inmundos, para lanzarlos y para curar toda enfermedad y toda dolencia» ( M t 10,1)* «Quien os recibe a vosotros, a mí me recibe, y quien me recibe a mí, recibe al que me envió» (Mt 10,40). «El que a vosotros oye, a mí me oye; y el que a vosotros desecha, a mime desecha; mas el que a mime desecha, desecha al que me envió» (Le 10,16). «No me escogisteis vosotros a mí, sino que yo os escogí a vosotros, y os destiné para que vayáis y llevéis fruto, y vuestro fruto permanezca; para que cuanto pidáis al Padre en mi nombre os lo conceda» (Jn 15,16). «Jesús preguntó a Pedro: Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que éstos? Pedro le contestó: Sí, Señor,, tú sabes que te amo. Entonces Jesús le dio este encargo: Apacienta mis corderos... A pacienta mis ovejas» (Jn 21,15-17). 944 Unión de los fieles con el obispo, los presbíteros y los diáconos.—«Y es así que, sometidos como estáis a vuestro obispo como si fuera el mismo Jesucristo, os presentáis a mis ojos no como quienes viven según los hombres, sino conforme a Jesucristo mismo, el que murió por nosotros, a fin de que, por la fe en su muerte, escapéis de la muerte. Necesario es, por tanto, como ya lo practicáis, que no hagáis cosa alguna sin contar con el obispo; antes someteos también al colegio de ancianos, como a los apostóles de Jesucristo, esperanza nuestra, en quien hemos de encontrarnos en toda nuestra conducta. Es también preciso que los diáconos, ministros que son de los misterios de Jesucristo, traten por todos los modos de hacerse gratos a todos; porque no son ministros de comidas y bebidas, sino servidores de la Iglesia de Dios. Es, pues, menester que se guarden de cuanto pudiera echárseles en cara como del fuego» (S. IGNACIO DE ANTIOQUÍA, Carta a los Tralianos, 2,1-3). 945 Serenidad y silencio ejemplar del obispo.—«Yo me di muy bien cuenta de que él, vuestro obispo, no ejerce el ministerio que atañe al común de la Iglesia porque él, de sí j ante sí, se lo haya arrogado, ni porque le venga de mano de hombre, ni por
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ambición de gloria vana, sino en la caridad de Dios Padre y del Señor Jesucristo. Maravillado estoy de la serenidad de un hombre que puede más con su silencio que otros con su vana garrulería» (S. I G N A C I O D E A N T I O Q U Í A , Carta a los Filadelfos, 1,1). 946 Donde apareciere el obispo, allí está la muchedumbre.—«Seguid todos al obispo como Jesucristo al Padre, y al colegio de los ancianos como a los apóstoles; en cuanto a los diáconos, reverenciadlos como al mandamiento de Dios. Que nadie, sin contar con el obispo, haga nada de cuanto atañe a la Iglesia. Sólo aquella eucaristía ha de tomarse por válida, la que se celebre por el obispo o por quien de él tenga autorización. Dondequiera apareciere el obispo, allí está la muchedumbre, al modo que dondequiera estuviere Jesucristo, allí está la Iglesia universal. Sin contar con el obispo, no es lícito ni bautizar ni celebrar la eucaristía; sino, más bien, aquello que él aprobare, eso es también lo agradable a Dios, a fin de que cuanto hiciereis sea seguro y válido. Razonable cosa es que por fin volvamos sobre nosotros mismos, mientras aún tenemos tiempo para convertirnos a Dios. Bien está que sepamos de Dios y del obispo. £1 que honra al obispo es honrado de Dios. El que a ocultas del obispo hace algo, rinde culto al diablo» (S. I G N A C I O D E A N T I O Q U Í A , Carta a los EsmirnotaSy 7,1-9,1). 947 Unidad de los fíeles, siguiendo al obispo.—«Atended al obispo, a fin de que Dios os atienda a vosotros. Yo me ofrezco como rescate por quienes se someten al obispo, a los ancianos y a los diáconos. ¡Ojalá que con ellos se me concediera entrar a la parte en Dios! Trabajad unos junto a otros, luchad unidos, corred a una, sufrid, dormid, despertad todos a la vez, como administradores de Dios, como sus asistentes y servidores. Tratad de ser gratos al Capitán bajo cuyas banderas militáis, y de quien habéis recibido el sueldo. Que ninguno de vosotros sea declarado desertor. Vuestro bautismo ha de permanecer como vuestra armadura, la fe como un yelmo, la caridad como una lanza, la paciencia como un arsenal de todas las armas. Vuestras cajas de fondos han de ser vuestras buenas obras, de las que recibiréis luego magníficos ahorros. Así, pues, sed unos para con otros largos de ánimo, con mansedumbre, como lo es Dios con vosotros. ¡Ojalá pudiera yo gozar de vosotros en todo tiempo!» (S. I G N A C I O D E A N T I O Q U Í A , Carta a Policarpo, 6,1-2). 948 La armonía de los pastores garantiza la unidad de la Iglesia.—«Escucha ahora acerca de las piedras que entran en la cons-
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tracción. Las piedras cuadradas y blancas, que ajustaban perfectamente con sus junturas, representaban los apóstoles, obispos, maestros y diáconos que caminan según la santidad de Dios, los que desempeñaron sus ministerios de obispos, maestros y diáconos pura y santamente en servicio de los elegidos de Dios. De ellos, unos han muerto, otros viven todavía. Estos son los que estuvieron siempre en armonía unos con otros, conservaron la paz entre sí y se escucharon mutuamente. De ahí que, en la construcción de la torre, encajaban ajustadamente sus junturas» (HERMAS, El Pastor, visión tercera, 5,1). 949 El obispo está en la Iglesia y la Iglesia en el obispo.— «En este pasaje Qn 6,67-69) habla Pedro, sobre el que había sido edificada la Iglesia, enseñando y mostrando en nombre de ella que, a pesar de que la muchedumbre rebelde y soberbia de los que no quieren escuchar se aleje, la Iglesia, sin embargo, no se aparta de Cristo; y para él son la Iglesia y el pueblo unido al pontífice y la grey adherida al pastor. Por eso debes saber que el obispo está en la Iglesia y que la Iglesia está en el obispo, y que si alguno no está con el obispo, no lo está con la Iglesia; y en vano se lisonjean aquellos que no tienen paz con los obispos de Dios y se introducen y, a ocultas, creen comunicar con algunos, cuando la Iglesia católica, que es una, no está dividida ni partida, sino indisolublemente bien trabada y coherente con el vinculo de los obispos reunidos entre sí» (S. CIPRIANO, Cartas, 66, «a Florencio», 8,3). 950 Confesión singular del Pastor y adhesión inseparable de los fíeles.—«Conocemos, hermanos carísimos, los gloriosos testimonios de vuestra fe y virtud, y hemos recibido el honor de vuestra confesión con tanto regocijo, que nos consideramos también nosotros participantes en vuestros méritos y elogios. En efecto, teniendo nosotros una sola Iglesia, y un alma y corazón, ¿qué obispo no se gozará de las glorias de su colega como de las suyas propias, o qué hermanos no se alegrarán en todas partes con las alegrías de sus hermanos? No puede expresarse lo bastante el regocijo que ha habido aquí, y qué alegría, cuando nos hemos enterado de vuestra fidelidad y valor; de que vos habíais estado ahí a la cabeza de los fieles en la confesión, y que la confesión del jefe ha tomado realce por la unanimidad de sentimientos de los hermanos, de modo que, mientras vos vais delante a la gloria, habéis tenido muchos acompañantes a la misma y habéis arrastrado a los fieles a ser confesores, ya que os habéis mostrado presto a confesar por todos. No sabemos qué elogiar más en vosotros, si vuestra fe decidida y firme o la adhesión inseparable de los hermanos. Allí, el valor
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del obispo, que iba delante, se comprobó públicamente, se mostró la cohesión de la comunidad de hermanos que le siguieron. Puesto que en vosotros no hay más que un corazón y una voz, toda la Iglesia romana ha confesado a Jesucristo» (S. CIPRIANO, Cartas, 60, «a Cornelio», 1,1-2). 951 Sacerdote de los sacerdotes y pontífice de los pontífices.—«Consideremos cuáles sean estas vestiduras con las que Moisés vistió a su hermano Aarón, el sumo pontífice, por si es posible que tú también seas vestido con ellas y seas pontífice. Hay ciertamente un solo sumo pontífice, nuestro Señor Jesucristo; pero él no es solamente sacerdote, sino el sacerdote de los sacerdotes, y no sólo pontífice, sino el pontífice de los pontífices, ni el príncipe de los sacerdotes, sino el príncipe de los príncipes de los sacerdotes. Como no se llama el rey del pueblo, sino el rey de reyes, ni señor de sus siervos, sino señor de los señores. Puede ocurrir, por consiguiente, que, si tú eres lavado por Moisés, seas limpio asi como aquel a quien lavó Moisés de aquella forma y puedas llegar a vestirte con aquellas vestiduras que Moisés concede, con aquellas estolas que vistió a su hermano Aarón y a sus hijos» (ORÍGENES, Homilías sobre el Levítico, 8,6). 952 Las dos obras del pontífice.—«Estas son las dos obras del pontífice: aprender de Dios leyendo las Escrituras divinas y meditándolas frecuentemente, o enseñar al pueblo. Pero que enseñe las cosas que él aprende de Dios, no las de su propio parecer ni las opiniones humanas, sino las que enseña el Espíritu Santo. Es precisamente lo que hace Moisés: él no va a la guerra, no lucha contra los enemigos. ¿Qué nace? Ora; y mientras él ora, vence su pueblo. Si se cansa y baja las manos, el pueblo es vencido y huye (Ex 17,8-14). Ore, pues, incesantemente el sacerdote de la Iglesia, para que el pueblo que le está encomendado venza a los enemigos invisibles, los amalecitas, los demonios que atacan a los que quieren vivir piadosamente en Cristo» (ORÍGENES, Homilías sobre el Levítico, 8,6). 953 El pastor ha de cuidar a sus ovejas.—«Tal es, pues, lo que hacen aquellos que presiden las comunidades de la Iglesia no acordándose de que todos los que creemos somos un solo cuerpo, teniendo un solo Dios que nos une y nos mantiene en la unidad. Cristo, de cuyo cuerpo, tú que presides a la Iglesia, tú eres el ojo para verlo todo a tu alrededor, examinarlo todo y prever cuanto pueda ocurrir. Eres el Pastor, ves las pequeñas ovejas del Señor que, inconscientes del peligro, se van a los precipicios.
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¿No acudes a salvarlas? ¿No las vuelves? ¿No gritas al menos para detenerlas con la voz de la corrección? ¿Así has perdido la memoria hasta no recordar el ministerio del Señor? El, habiendo dejado en el cielo las noventa y nueve, descendió a la tierra por una sola pequeña oveja que se había perdido (Mt 18,12), y, habiéndola encontrado, la puso sobre sus hombros (Le 15,5) y la devolvió al cielo. Y nosotros ¿abandonaremos el cuidado de nuestro pequeño rebaño y despreciaremos el ejemplo del Maestro?» (ORÍGENES, Homilías sobre Josué, 7,6). 954 Ministerio de los sacerdotes y ministerio de los laicos.— «Así, pues, también ahora el levita y el sacerdote que no tienen tierra reciben la orden de cohabitar con los israelitas que poseen la tierra, a fin de que el sacerdote y el levita reciban de los israelitas aquellas cosas terrenas que no tienen y, a su vez, los israelitas reciban del sacerdote y del levita las cosas celestiales y divinas que ellos no poseen. En efecto, la ley de Dios ha sido confiada a los sacerdotes y a los levitas, a fin de que ella sea el único objeto de su actividad y que ellos se vean Ubres de toda preocupación exterior para consagrarse a la palabra de Dios. Mas, para que ellos pudiesen consagrarse a ella, les es necesario utilizar el ministerio de los laicos. Pues si el laico no provee a los sacerdotes y a los levitas aquello que les es necesario, les impedirían tales preocupaciones —quiero decir, los cuidados materiales— darse por completo a la ley de Dios; y si ellos no se entregan a ella, si no consagran su actividad a la ley de Dios, tuyo será el daño. Se oscurecerá la luz de la ciencia que hay en ellos si tú no suministras el aceite para la lámpara. Y por tu culpa vendría a ser realidad lo que dijo el Señor: Si un ciego guía a otro ciego, los dos caerán en la fosa (Mt 15,14)» (ORÍGENES, Homilías sobre Josué, 17,3). 955 La conducta del sacerdote en relación con los méritos del pueblo.—«Oye, pues, lo que dijo el Señor: Se hicieron un rey y no por mí, un príncipe y no con mi consejo. Esto parece dicho de Saúl, a quien ciertamente el mismo Señor lo había elegido y había mandado que fuera hecho rey, mas, como no había sido elegido conforme a la voluntad de Dios, sino conforme a los deseos del pueblo pecador, niega que fuera constituido rey por su voluntad y con su consejo. Algo parecido pensamos que se hace en la Iglesia, porque según los méritos del pueblo, o Dios le concede a la Iglesia un rector poderoso en obras y palabras o, si el pueblo obra mal en la presencia de Dios, se da tal juez a la Iglesia que, bajo su mando, el pueblo padezca hambre y sed; no hambre de pan, ni sed de agua, sino
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hambre de oír la palabra de Dios» (ORÍGENES, Homilías sobre los Jueces, 3 y 4,1). 956 Los pastores de la Iglesia necesitan que Cristo apaciente con ellos.—«¿Piensas que la palabra de la Escritura no tiene un sentido más divino, sino que dice tan sólo que un ángel vino a los pastores y les habló? Escuchad, pastores de las Iglesias, pastores de Dios, que siempre un ángel desciende del cielo y os anuncia que os ha nacido hoy un Salvador, que es Cristo, el Señor (Le 2,11). Porque los pastores de las Iglesias por ellos mismos no podrán guardar el rebaño si no viene el Pastor. Falla su pastoreo si Cristo no apacienta con ellos y lo guarda con ellos. Leemos en el Apóstol: Somos cooperadores de Dios (1 Cor 3,9). El pastor bueno que imita al Buen Pastor es cooperador de Dios y de Cristo; y por eso mismo es un buen pastor aquel que, unido al mejor de los pastores, apacienta el rebaño. Dios puso en la Iglesia apóstoles, profetas, evangelistas, pastores, doctores para la perfección de los santos (1 Cor 12,28; Ef 4,11-12)» (ORÍGENES, Homilías sobre el Evangelio de San Lucas, 12,2). 957 Los obispos, príncipes de la Iglesia.—«En vez de bronce, te traeré oro, en vez de hierro, te traeré plata, en vez de madera, bronce, y en vez de piedra, hierro; te daré por magistrados la paz y por gobernantes la justicia. No se oirán más violencias en tu tierra, ni dentro de tus fronteras ruina o destrucción; tu muralla se llamará "salvación", y tus puertas "Alabanza** Qs 60,17-18). 73? daré por magistrados la paz y por gobernantes la justicia. En lo que se pone de manifiesto la majestad admirable de la Escritura Santa, que nombró a los obispos príncipes futuros de la Iglesia; cuya visita es la paz, y la palabra de su dignidad es la justicia. Para que no reciban a nadie para condenarlo y nada se oiga inicuo en la tierra de la Iglesia; ni la tristeza, ni la desgracia en sus límites. Todas estas cosas llegan donde está la maldad y no se guarda la justicia y se pierde la paz» (S. JERÓNIMO, Comentario sobre el profeta Isaías). 958 Oración continua de los pastores de la Iglesia.—«Sobre tus murallas, Jerusalén, he colocado centinelas: ni de día ni de noche, nunca callan; los que se lo recordáis al Señor, no os deis descanso; no le deis descanso hasta que la establezca, hasta que haga de Jerusalén la admiración de la tierra (Is 62,6-7). Podemos entender que estos centinelas son los ángeles, o los apóstoles, o todos los príncipes de la Iglesia y sus doctores. Los cuales custodian los muros de la Iglesia, no sea que nuestro ad-
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versarlo, el diablo, que ronda como león rugiente, buscando cómo entrar (1 Pe 5,8), tenga ocasión para devastar el rebaño del Señor. Estos custodios no deben callar, ni de día ni de noche, ni en los momentos alegres ni en los tristes, sino estar invocando siempre la clemencia del Señor, para que su grey y los muros de Jerusalén sean defendidos y guardados con su auxilio. La palabra se dirige a los centinelas y doctores: Oh vosotros, que os acordáis del Señor e invocáis su demencia, procurad que vuestra oración no caiga en el silencio; no le deis descanso, se entiende, al Señor; estad siempre urgiendo, oportuna e importunamente, de manera que imitéis a la viuda que importunaba al juez inicuo (Le 18,1-8). Si el juez injusto acabó por atender la oración perseverante, ¡cuánto más el Padre celestial dará bienes a quienes se lo pidan!» (S. JERÓNIMO, Comentario sobre el profeta Isaías). 959 Pastores indignos.—-«¡Ay de los pastores que desbaratan y dispersan el rebaño de mi pastizal!, dice el Señor... Y erigiré sobre ellos pastores que los apacienten, y ya no temerán más, ni se amedrentarán, ni se echara (res) de menos, dice el Señor (Jer 23,1-4). Los apóstoles, con toda confianza y sin temor alguno, apacentarán el rebaño de la Iglesia, y las reliquias del pueblo de Israel se salvarán de todas las tierras; y volverán a sus campos, a sus pascuas, y crecerán y se multiplicarán. Sobre los malos pastores, escribas y fariseos, el Señor manifestará la malicia de sus doctrinas. Con todo, podemos entenderlo también, conforme a la tipología, de los príncipes de la Iglesia que no apacientan dignamente las ovejas del Señor. Dejadas, y castigados ellos, se salve el pueblo. Entregadas a otros que sean dignos, y así se salve el resto. Pierden las ovejas los que enseñan la herejía; laceran y dispersan los que hacen cismas» (S. JERÓNIMO, Comentario sobre el profeta Jeremías). 960 Trigo y cizaña en las sedes episcopales.—«Quien piensa hallarse de pie, mire no caiga (1 Cor 10,12). ¿Os figuráis, hermanos míos, que la cizaña esta no sube a las sillas episcopales? ¿Pensáis que ahí abajo se da y aquí arriba no se da? ¡Ojalá no lo seamos Nos mismo! A mí nada me importan vuestros juicios, pero incesantemente digo a vuestra caridad que hay en las sillas episcopales trigo y cizaña, como hay cizaña y trigo entre la gente del pueblo» (S. AGUSTÍN, Sermones, 74,4). 961 La deuda de la caridad.—«Ha llegado la hora de saldar la deuda, en la medida en que el Señor quiera concedérmelo, para no ser deudor por más tiempo, a no ser que sea deuda la caridad, que siempre se paga y siempre se debe» (S. AGUSTÍN, Sermones, 149,1).
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962 La vida santa de los fieles, gozo de los pastores.—«¿Qué quieres? Yo cumplo mi deber y busco el fruto en vosotros. De vosotros solo quiero el gozo de vuestras buenas obras, no dinero. No me hace rico quien vive bien. No obstante, viva bien y me hará rico. Mis riquezas no son otras que vuestra esperanza en Cristo. Mi gozo, mi descanso y mi alivio en mis dificultades, y en mis pruebas, no es otro que vuestra vida santa. Os suplico que, si os habéis olvidado de vosotros mismos, os compadezcáis, al menos, de mí» (S. AGUSTÍN, Sermones, 232). 963 La Iglesia, madre santa y espiritual.—«Amad al Señor, puesto que él os ama a vosotros; visitad frecuentemente esta madre que os engendró. Ved lo que ella os ha aportado: ha unido la criatura al Creador, ha hecho de los siervos hijos de Dios, y de los esclavos del demonio, hermanos de Cristo. No seréis ingratos a tan graneles beneficios si le ofrecéis el obsequio respetuoso de vuestra presencia. Nadie puede tener propicio a Dios Padre si desprecia a la Iglesia Madre. Esta madre santa y espiritual os prepara cada día alimentos espirituales, mediante los cuales robustece no vuestros cuerpos, sino vuestras almas. Os otorga el pan del cielo y os da a beber el cáliz de la salvación; no quiere que ninguno de sus hijos sufra hambre de estos alimentos» (S. AGUSTÍN, Sermones, 225A). 964 El pastor al servicio del rebaño.—«Así que, mis hermanos, obligación vuestra es escuchar con docilidad que sois ovejas de Cristo, como también nosotros oímos, y con temor, lo de Apacienta mis ovejas (Jn 21,17). Si nosotros, los pastores, apacentamos con temor y tememos por las ovejas, ¿no han de temer las ovejas por sí mismas? A nosotros, pues, toca la solicitud, a vosotros la humildad del rebaño. Aunque nos estéis viendo dirigiros la palabra desde un sitial superior al vuestro, estamos espiritualmente debajo de vuestros pies, porque sabemos cuan peligrosa responsabilidad trae aneja la silla esta, en apariencia honorífica» (S. AGUSTÍN, Sermones, 146,1). 965 El mercenario huye cuando viene el lobo.—«¿Quién es el mercenario? El que, viendo venir al lobo, huye, porque busca su interés, no el de Jesucristo; no se atreve a reprender con libertad al que peca... El que busca su interés y no el de Jesucristo, por no perder lo que pretende, por no perder la satisfacción de la amistad de un hombre y soportar las molestias de una enemistad, calla y no lo reprende. Aquí tenéis al lobo con las garras en la garganta de la oveja. El diablo ha incitado a uno de los fieles a cometer un
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adulterio; tú callas, no lo reprendes. ¡Oh mercenario!, viste venir al lobo y has huido. Puede ser que responda: aquí estoy, no he huido. Has huido porque has callado, y has callado porque has temido. El temor es la huida del alma» (S. AGUSTÍN, Tratados sobre el Evangelio de San Juan, 46,8). 966 Aceptar a la Iglesia como se acepta a Cristo.—«He aquí las escrituras comunes, he aquí dónde reconocemos a Cristo, dónde reconocemos a su Iglesia. Si aceptáis a Cristo, ¿por qué no aceptáis a su Iglesia? Si por la verdad de las Escrituras creéis en Cristo, a quien leéis, pero no veis, ¿por qué negáis a la Iglesia, a quien leéis y veis? Por deciros esto y por estimularos a este bien de la paz, de la unidad y de la caridad, me hice enemigo vuestro. Y ahora me enviáis a decir que me mataréis porque os digo la verdad, porque empleo todas mis fuerzas en no permitir vuestra perdición. Dios me vengará de vosotros, matando en vosotros vuestro error, para que gocéis conmigo de la verdad. Amén» (S. AGUSTÍN, Cartas, 105, «Agustín, Obispo católico, a los donatistas», 17). 967 Escándalos en los pastores.—«Te amonesto a que no te dejes perturbar profundamente por estos escándalos. Se nos predijo que vendrían, para que, al llegar, recordáramos que estaban anunciados y no nos espantemos demasiado. El mismo Señor anunció en el Evangelio: ¡Ay del mundo por los escándalos/ Es menester que vengan escándalos, pero ¡ay de aquel hombre por quien el escándalo viene! (Mt 18,7). ¿Quiénes son esos hombres ¿ n o aquellos de quienes dice el Apóstol: Buscan sus cosas, no las de Cristo (Flp 2,21)? Hay algunos que ocupan la cátedra pastoral para mirar por las ovejas de Cristo. Pero hay otros que la ocupan para gozar de sus honores temporales y comodidades seculares. Es preciso que, en la misma Católica perduren hasta el fin del siglo y hasta el Juicio del Señor estos dos linajes de pastores, pues unos nacen mientras otros mueren. Ya en los tiempos apostólicos había algunos falsos hermanos, entre los que gemía el Apóstol, diciendo: Peligros en los falsos hermanos (2 Cor 11,26). Pero no se apartó de ellos por soberbia, sino que los soportó con tolerancia. ¿Cuánto más necesario será que los haya en nuestros tiempos, puesto que el Señor, hablando del tiempo de este siglo, que se acerca a su fin, dice claramente: Porque abundó la iniquidad, se enfriará la caridad de muchos (Mt 24,12-13). Pero debe consolarnos y exhortarnos lo que dice a continuación: Quien permanezca hasta el fin, éste será salvo» (S. AGUSTÍN, Cartas, 208, «a Felicia», 2). 968 Pastores buenos y malos.—«Hay pastores buenos y ma-
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los, como hay buenos y malos en la grey. A los buenos se les llama ovejas; a los malos, cabritos. Pero pacen juntos y mezclados, hasta que llegue el Príncipe de los pastores, que se llama el único Pastor, y separe, como prometió, las ovejas de los cabritos. A nosotros nos impuso la unión y él se reservó la separación, pues debe separar el que no sabe errar. Los siervos orgullosos que antes del tiempo osaron separar lo que el Señor se reservó, quedaron ellos separados de la unidad católica. Si se mancillaron con el cisma, ¿cómo pudieron tener un rebaño limpio? Hemos de tener solidez en esa unidad sin abandonar la era dominical, ofendidos por el escándalo de la paja, perseverando más bien como trigo hasta el fin de la bielda y tolerando con el sólido peso de la caridad la paja triturada. Para eso nos amonesta nuestro Pastor en el Evangeho acerca de los buenos pastores, para que, ni aun por sus obras buenas pongamos en ellos nuestra enseñanza, sino que glorifiquemos al Padre, que está en los cielos y que los hizo tales, y le glorifiquemos también por los pastores malos, a quienes dio el nombre de escribas y fariseos, porque enseñan el bien y hacen el mal» (S. AGUSTÍN, Cartas, 208, «a Felicia», 3-4). 969 Los sacerdotes comparados con las abejas.—«[...]. Yo he pasado este tiempo junto a un gran enjambre de sacerdotes. Enjambre de sacerdotes, digo, y justamente, porque a semejanza de las abejas, ellos sacan dulce miel de las flores de las divinas Escrituras y, con el arte de su boca, componen todo aquello que sirve para curar las almas. Justamente comparamos los sacerdotes a las abejas porque, a semejanza de ellas, tienen el cuerpo casto, ofrecen comida para la vida celestial y manejan el aguijón de la ley. Son, efectivamente, puros para consagrar, mansos para restaurar, severos para castigar. Son, ciertamente, dignos de compararse a las abejas, porque están en el regazo de la Madre Iglesia, como en una colmena en la que, con su dulce predicación, construyen tantos panales de divina estima, y del único enjambre del Salvador producen enjambres de cristianos* (S. MÁXIMO DE TURÍN, Sermones, 89). 970 Ignorancia de los pastores.—«Sin duda que muchas veces corresponde a lo que merecen los subditos la ignorancia de los pastores; los cuales, aunque por culpa suya no tengan la luz de la ciencia, sin embargo, por justo juicio de Dios, sucede que, por la ignorancia de éstos, pequen también los que los siguen. Que por eso la misma Verdad dice en el Evangelio: Si un ciego se mete a guiar a otro ciego, entrambos caen en la hoya (Mt 15,14). Por lo mismo, el Salmista, no deseándolo, sino profetizándolo, anuncia:
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Oscurézcanse sus ojos para que no vean y tráiganlos agobiados sus dorsos (Sal 68,24). Ojos son, en verdad, los que, colgados en el puesto del más alto honor, aceptan el deber de ir delante en el camino; y quienes a estos tales se juntan para seguirlos, con razón son llamados dorsos, [...]; es decir, que cuando los que presiden pierden la luz de la ciencia, cierto es que todos los que los siguen se inclinan para llevar las cargas de los pecados» (S. GREGORIO MAGNO, Regla Pastoral, 1,1). 971 El pastor malo, incapaz de interceder por el pueblo.— «Si tal vez se nos presentara alguno para llevarnos a que intercediéramos por él ante Un hombre poderoso que está irritado contra él, y que es para nosotros desconocido, al punto responderíamos: No podemos ir a interceder, porque no tenemos trato alguno íntimo con él. Ahora bien: si un hombre se avergüenza de hacerse intercesor ante otro hombre en el cual no confía por modo alguno, ¿con qué cara se arroga el papel de intercesor ante Dios en favor del pueblo quien, por su modo de vivir, no sabe estar familiarizado con su gracia? O ¿cómo solicita de él la gracia para los otros quien no sabe si esta con él aplacado? En lo cual hay que temer todavía con mayor inquietud otra cosa, es a saber: que quien cree poder aplacar la ira, acaso él mismo la merece por su culpa; pero todos sabemos que cuando se envía para aplacar uno que desagrada, el ánimo del irritado se excita para cosas mayores» (S. GREGORIO MAGNO, Regla Pastoral, 1,10). 972 Virtudes del pastor en la Iglesia.—«La vida del prelado debe ser tanto más excelente que la vida del pueblo cuanto más suele diferir de la del rebaño la vida del pastor. Por eso es menester que con solícito cuidado se haga cargo de cuan obligado está a obrar con rectitud, por lo mismo que, con respecto a él, el pueblo es llamado grey. Es por ello necesario que sea limpio en los pensamientos, el primero en el obrar, discreto en el silencio, útil en hablar, prójimo de cada uno en la compasión, dado a la contemplación más que otro alguno, humilde compañero de los que obran bien, firme en velar por la justicia contra los vicios de los que delinquen, sin disminuir el cuidado de las cosas interiores por las ocupaciones exteriores, ni dejar de proveer a lo exterior por la solicitud de lo interior» (S. GREGORIO MAGNO, Regla Pastoral, 2,1). 973 El pastor debe ser el primero en el obrar.—«El prelado debe ser siempre el primero en obrar, para que, con su ejemplo,
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muestre a los subditos el camino de la vida, y para que la grey que sigue la voz y costumbres del pastor camine guiada por los ejemplos más bien que por las palabras; pues quien, por deber de su puesto, tiene que decir cosas grandes, por el mismo deber viene obligado a mostrarlas; que mas agradablemente penetra los corazones de los oyentes la palabra que lleva el aval de la vida del que habla, porque, a la vez que hablando manda, ayuda a hacerlo mostrándolo con las obras. Por eso dice el profeta: Súbete sobre un alto monte, tú que anuncias buenas nuevas a Sión (Is 40,9); esto es, que quien predica cosas celestiales, dejadas al punto las obras terrenas, parezca estar fijo en la cumbre de todas ellas, y tanto más fácilmente atraiga a los subditos a mejores obras cuanto desde mayor altura clama con el mérito de su vida» (S. G R E G O R I O M A G N O , Regla Pastoral, 2,3). 974 Usar bien la dignidad pastoral.—«Por consiguiente, cuando el ánimo se envanece de tener muchos subditos, por lo general viene a viciarse en la disolución de la soberbia, lisonjeado por la misma supremacía del poder. Poder que ciertamente desempeña bien quien sabe con él erguirse contra las culpas y sabe, además, mantener en él la igualdad con los otros; pues si la mente humana, aun cuando no está revestida de poder alguno, muchas veces se envanece, ¡cuánto más se envanecerá cuando va acompañada del poder! No obstante, desempeña bien esta potestad quien haya aprendido con cuidado a valerse de ella en lo que ayuda y a rechazarla en lo que tiene de tentación, así como a considerarse en ella igual a los demás y, con todo, hacerse respetar de los delincuentes por el celo de la justicia» (S. G R E G O R I O M A G N O , Regla Pastoral, 2 , 6 ) . 975 £1 pastor ha de tratar íntimamente con Dios.—«Ahora bien: todo lo que hemos dicho lo cumple debidamente el prelado si, animado del espíritu del temor y del amor de Dios, medita cuidadosamente cada día los preceptos de la Sagrada Escritura, con el fin de que las palabras de la enseñanza divina reaviven el ardor de la solicitud y de una reflexiva mirada hacia la vida celestial, que el trato con los hombres destruye incesantemente. Y por lo mismo que la compañía de los laicos le arrastra a la antigua y mala vida, renuévese siempre con espíritu de compunción en el amor de la patria celestial; porque el corazón se disipa mucho con los tratos humanos; y constando ciertamente que el mismo se precipita atraído por el ruido exterior de los negocios, debe procurar levantarse de continuo mediante el cuidado de instruirse» (S. G R E G O R I O M A G N O , Regla Pastoral, 2 , 1 1 ) .
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976 El buen pastor da su vida por las ovejas.—«En la lección del santo Evangelio (Jn 10,11-16) habéis oído lo que es vuestra instrucción; habéis oído también en la lección del santo Evangelio cuál es nuestro riesgo. Vedlo aquí: Aquel que, no por gracia accidental, sino por esencia es bueno, dice: Yo soy el Buen Pastorf y añade en qué consiste su bondad, que nosotros debemos imitar, cuando dice: El buen pastor da su vida por sus ovejas. El hizo lo que aconsejó, él puso en práctica lo que mandó. Pastor bueno, dio su vida por sus ovejas, para dar en nuestro sacramento su cuerpo y derramar su sangre, y saciar con el alimento de su carne a las ovejas que había redimido. Ya se nos ha manifestado el camino del desprecio de la muerte, el cual debemos seguir nosotros; se nos ha dado la norma a la cual debemos conformarnos. Para nosotros, lo primero es emplear misericordiosamente nuestros bienes exteriores en las ovejas de él; pero lo último, si fuera necesario, ofrendar la vida por las mismas ovejas. Desde aquel mínimo principio se llega hasta este último extremo. Ahora bien: siendo el alma, por la cual vivimos, incomparablemente mucho mejor que los bienes terrenos que exteriormente poseemos, quien no da por las ovejas sus bienes, ¿cuándo dará por ellas su vida? Pues hay algunos que, por amar sus bienes más que a las ovejas, con razón pierden el nombre de pastor. Acerca de los cuales en seguida se añade: Pero el mercenario y el que no es pastor, de quien no son propias las ovejas, en viendo venir al lobo desampara las ovejas y huye (Jn 10,12). No se llama pastor, sino mercenario, a quien apacienta las ovejas del Señor no por amor íntimo, sino por las ganancias temporales. En efecto, es mercenario quien ocupa, sí, el puesto de pastor, pero no busca las ganancias de las almas; quien codicia las comodidades de la tierra, goza con el honor de la prelatura, se apacienta con las ganancias temporales y se alegra de la reverencia que le tributan los hombres; porque éstas son las recompensas del mercenario, que encuentra aquí lo que busca y por lo que trabaja en su gobierno, y queda después extrañado de la heredad del Rey. Mas, en verdad, no puede conocerse si uno es pastor o mercenario mientras falte la ocasión oportuna; porque, en tiempo normal, generalmente el mercenario también atiende al cuidado de la grey, como el pastor; pero cuando viene el lobo, da a conocer con qué disposición de ánimo estaba uno guardando las ovejas» (S. GREGORIO MAGNO, Homilías sobre los Evange-
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977 El poder de perdonar los pecados concedido a los pastores.—«Los primeros que recibieron el Espíritu Santo, para que ellos vivieran santamente y con su predicación aprovecharan a algunos, después de la resurrección del Señor de nuevo lo recibieron ostensiblemente, precisamente para que pudieran aprovechar no a pocos, sino a muchos. Por esto, en esta donación del Espíritu se dice: Quedan perdonados los pecados de aquellos a quienes vosotros se los perdonareis, y retenidos los de aquellos a quienes se los retuviereis (Jn 20,22-23). " Pláceme fijar la atención en el más alto grado de gloria a que fueron sublimados aquellos discípulos, llamados a sufrir el peso de tantas humillaciones. Vedlos, no sólo quedan asegurados ellos mismos, sino que además reciben la potestad de perdonar las deudas ajenas, y les cabe en suerte el principado del juicio supremo, para que, haciendo las veces de Dios, a unos retengan los pecados y se los perdonen a otros. Así, así correspondía que fueran exaltados por Dios los que habían aceptado humillarse tanto por Dios. Ahí los tenéis: los que temen el juicio riguroso de Dios quedan constituidos en jueces de las almas, y los que temían ser ellos mismos condenados condenan o libran a otros. El puesto de éstos ocúpanlo ahora, ciertamente, en la Iglesia los obispos. Los que son agraciados con el régimen, reciben la potestad de atar y desatar. Honor grande, sí; pero grande también el peso o responsabilidad de este honor. Fuerte cosa es, en verdad, que quien no sabe tener en orden su vida sea hecho juez de la vida ajena; pues muchas veces sucede que ocupe aquí el puesto de juzgar aquel cuya vida no concuerda en modo alguno con el puesto, y, por lo mismo, con frecuencia ocurre que condene a los que no lo merecen, o que, hallándose él mismo ligado, desligue a otros... Deben, pues, examinarse las causas, y luego ejercer la potestad de atar y de desatar. Hay que conocer qué culpa ha precedido o qué penitencia ha seguido a la culpa, a fin de que la sentencia del pastor absuelva a los que Dios omnipotente visita por la gracia de la compunción; porque la absolución del confesor es verdadera cuando se conforma con el fallo del Juez eterno» (S. GREGORIO MAGNO, Homilías sobre los Evangelios, 2,26).
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978 Cómo ha de ser el gobierno pastoral.—«Al verme sonreír, apenas lo creían, y no se perdían gesto favorable (Job 29,24). Si tomamos estas cosas según las palabras de la historia, es necesario que se crea que este santo varón se mostraba tal a sus subditos, que. aun cuando reía, pudiese ser, temido. Mas, cuando arriba se *El Evangelio enlosPRde talglesia (
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dice haber sido padre de los pobres y consolador de las viudas, es cosa que tiene necesidad de mucha discreción considerar cómo había tanta blandura y mansedumbre de piedad en tanto espanto de gobierno. No fue sin gran blandura y mansedumbre esto que dice haber sido padre de los pobres y consolador de las viudas, pero tampoco pudo ser sin gran severidad que, riéndose, fuera temido. En lo cual ¿qué otra cosa nos enseña sino que la dispensación del gobierno debe ser tal, que el que preside se modere con tal medida acerca de los subditos que, riendo, sea temido y, estando airado, sea amado? De tal manera que ni le haga vil la mucha alegría ni odioso la destemplada severidad. Porque muchas veces quebrantamos a los subditos cuando tenemos la fuerza de la justicia más de lo que es justo... Mas, para que el rostro del que rige deba ser temido aun cuando esté alegre, es necesario que él tema sin cesar la cara de su Hacedor... Y, por eso, el mismo santo Job ha de decir no mucho después: Siempre temía a Dios así como a ondas levantadas contra mí (Job 31,23); porque de tal manera temía a su Juez como el que ha de morir teme los ímpetus soberbios de las ondas» (S. GREGORIO MAGNO, Tratados morales sobre el libro de Job, 20,6). 979 Peligro de la soberbia en los pastores y en los subditos.—«Mas débese procurar con mucha diligencia que no pase a soberbia la desordenada defensa de la justicia, por que cuando la rectitud es indiscretamente amada no se pierda la maestra de ella que es la humildad, ni menosprecie al que preside sobre él, aquel a quien por ventura acaece que reprende en alguna obra. Contra este ímpetu de la soberbia se doma el alma de los subditos para guarda de la humildad si la propia enfermedad de cada uno es considerada sin cesar; pues menospreciamos examinar seriamente nuestras fuerzas, y porque creemos que nosotros somos más fuertes, por eso juzgamos estrechamente a nuestros mayores. Cuanto menos nos conocemos a nosotros mismos, tanto más vemos en aquellos que nos esforzamos en reprender. Comunes males son estos que muchas veces se cometen, los subditos contra los prelados y los prelados contra los subditos; porque los que presiden estiman por menos sabios que ellos a todos los subditos, y también los que están sujetos juzgan las obras de sus gobernadores y piensan que podrían ellos obrar mejor si acaeciese que ellos fueran los que gobiernan. De lo cual,sucede muchas veces que los gobernantes vean con menos prudencia las cosas que se han de hacer, porque oscurece sus ojos la niebla de la soberbia; y algunas veces el que está sujeto hace después, cuando es prelado,
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lo que cuando era subdito reprendía» (S. GREGORIO MAGNO, Tratados morales sobre el libro de Job. 25,36).
XXXV SERVICIO DE LA PALABRA «Y discurría Jesús por toóla Galilea enseñando en las sinagogas de ellos y predicando el Evangelio del reino» (Mt 4,23). «Y después que Juan hubo sido entregado, vino Jesús a Galilea, y allí predicaba el Evangelio de Dios» (Me 1,14). «Estas cosas os he hablado estando con vosotros; mas el Paráclito, el Espíritu Sonto, que enviará el Padre en mi nombre, él os enseñará todas las cosas y os recordará las cosas que yo os he dicho» Qn 14,25-26). «Y les dijo: Id al mundo entero y predicad el Evangelio a toda la creación. El que creyere y fuere bautizado, se salvará; mas el que no creyere, sera condenado» (Me 16,15-16). 980 A los hombres del pueblo habíales al estilo de Dios.— «Yo te exhorto, por la gracia de que estás revestido, a que aceleres el paso de tu carrera, a que exhortes tú, por tu parte, a todos para que se salven. Desempeña el lugar que ocupas con toda diligencia de cuerpo y espíritu. Preocúpate de la unión, mejor que la cual nada existe. Llévalos a todos sobre t i , como a ti te lleva el Señor. Sopórtalos a todos con espíritu de caridad (Ef 4,2), como ya lo haces. Vaca sin interrupción a la oración. Pide mayor inteligencia de la que tienes. Está alerta, apercibido de espíritu que desconoce el sueño. A los hombres del pueblo habíales al estilo de Dios. Carga sobre t i , como perfecto atleta, las enfermedades de todos. Donde mayor es el trabajo, allí hay rica ganancia» (S. IGNACIO DE ANTIOQUÍA, Carta a Policarpo, 1,2-3). 981 La Iglesia guarda diligentemente la predicación y fe recibida.—-«La Iglesia, pues, diseminada, como hemos dicho, por el mundo entero, guarda diligentemente la predicación y la fe recibida, habitando como en una única casa; y su fe es igual en todas partes, como si tuviera una sola alma y un solo corazón; y cuando
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predica, enseña y transmite, lo hace al unísono, como si tuviera una sola boca. Pues, aunque en el mundo haya muchas lenguas distintas, el contenido de la tradición es uno e idéntico para todos. Las Iglesias de Germania creen y transmiten lo mismo que las otras de los iberos y de los celtas, de Oriente, Egipto, Libia o del centro del mundo. Al igual que el sol, criatura de Dios, es uno y el mismo en todo el mundo, así también la predicación de la verdad resplandece por doquier e ilumina a todos aquellos que quieren llegar al conocimiento de la verdad. En las Iglesias no dirán cosas distintas los que son buenos oradores entre los dirigentes de la comunidad —pues nadie está por encima del Maestro—, ni la escasa oratoria de otros debilitará la fuerza de la tradición; pues, siendo la fe una y la misma, no la amplía el que habla mucho ni la disminuye el que habla poco» (S. I R E N E O , Contra las herejías, 1,10,2). 982 Tradición y unidad de la Iglesia.—«La única fe verdadera y vivificante es la que la Iglesia distribuye a sus hijos, habiéndola recibido de los apóstoles. Porque, en efecto, el Señor de todas las cosas confió a sus apóstoles el Evangelio, y por ellos llegamos nosotros al conocimiento de la verdad, esto es, de la doctrina del Hijo de Dios. A ellos dijo el Señor: El que a vosotros oye, a mí me oye, y el que a vosotros desprecia, a mí me desprecia, y el que me desprecia a mí, desprecia al que me envió (Le 10,16). No hemos llegado al conocimiento de la economía de nuestra salvación si no es por aquellos por medio de los cuales nos ha sido transmitido el Evangelio. Ellos entonces lo predicaron, y luego, por voluntad de Dios, nos lo entregaron en las Escrituras, para que fueran columna y fundamento de nuestra fe (1 Tim 3,15). Y no se puede decir, como algunos tienen la malicia de decir, que ellos predicaron antes de que alcanzaran el conocimiento perfecto. Los cuales se glorían en enmendar a los mismos apóstoles. Porque, después de que nuestro Señor resucitó de entre los muertos y fueron revestidos de la fuerza de lo alto por el Espíritu Santo que vine sobre ellos (Le 24,49; Hech 1,8), fueron llenados de todos los dones y alcanzaron el conocimiento perfecto. Entonces partieron a los confines de la tierra, predicando el Evangelio de los bienes que nos vienen de Dios, y anunciando la paz del cielo a los hombres (Is 52,7): todos y cada uno de ellos poseían por igual el Evangelio de Dios. Y así, Mateo, estando entre los hebreos, dio a luz en su lengua un escrito del Evangelio, al tiempo que Pedro y Pablo evangelizaban en Roma y fundaban allí la Iglesia. Y después de la muerte de éstos, Marcos, discípulo e intérprete de Pedro, nos
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dejó también por escrito lo que Pedro había predicado. Asimismo Lucas, compañero de Pablo, consignó en un escrito lo que aquél había predicado; y luego Juan, discípulo del Señor, el que había descansado sobre su pecho, publicó también su evangelio, cuando vivía en Efeso de Asia. Todos éstos nos han enseñado que hay un solo Dios, creador del cielo y de la tierra, anunciado por la Ley y los Profetas, y que hay un solo Cristo, Hijo de Dios. Si alguno no admite esto, hace ofensa a los que fueron compañeros del Señor, hace ofensa al mismo Señor y aun hace ofensa al Padre; con lo cual, él mismo se condena, resistiéndose y oponiéndose a su propia salvación. Esto es lo que hacen todos los herejes» (S. I R E N E O , Contra las herejías, 3,1,1-2). 983 Donde está la Iglesia, allí está el Espíritu de Dios.— «La predicación de la Iglesia es la misma en todas partes y permanece igual a sí misma, pues se apoya en el testimonio de los profetas y de los apóstoles y de todos los discípulos, a través de los comienzos, el medio y el fin, a través de la economía divina y de la acción ordinaria de Dios que se manifiesta en nuestra fe en orden a la salud del hombre. Esta fe que la Iglesia ha recibido, nosotros la custodiamos, y es como un licor exquisito que se guarda en un vaso de calidad y que, bajo la acción del Espíritu de Dios, se rejuvenece constantemente y hace rejuvenecer al mismo vaso en el que está colocado. Porque, en efecto, a la Iglesia ha sido confiado este don de Dios, a la manera como Dios confió su soplo al barro modelado, a fin de que al recibirlo todos los miembros recibieran la vida; y con este don va implicada la transformación en Cristo, es decir, el Espíritu Santo, que es prenda de incorrupción, fuerza de nuestra fe y escala por la que subimos hasta Dios. Porque dice Pablo: Dios puso en su Iglesia apóstoles, profetas y doctores (1 Cor 12,28) y todas las demás manifestaciones de la acción del Espíritu, del cual no participan quienes no se acogen a la Iglesia. Estos se engañan a si mismos y se excluyen de la vida por sus doctrinas malas y sus acciones perversas. Porque, donde está la Iglesia, allí está el Espíritu de Dios; y donde está el Espíritu de Dios, allí está la Iglesia y la totalidad de la gracia. El Espíritu es la verdad. Por eso, los que no participan del Espíritu, ni van a buscar el alimento de la vida en los pechos de su madre (la Iglesia), ni reciben nada de la limpidísima fuente que brota del Cuerpo de Cristo, sino que, por el contrario, ellos mismos se construyen cisternas agrietadas (Jer 2,13), hurgando la tierra, y beben el agua maloliente del fango; al querer escapar a la fe de
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la Iglesia por temor de equivocarse, rechazan el Espíritu, y así no pueden recibir enseñanza alguna. Puesto que se han apartado de la verdad, es natural que se revuelvan en toda clase de errores y que se sientan zarandeados por ellos: sobre una misma cosa, ahora piensan esto y luego piensan lo otro, sin que consigan nunca afirmarse en opinión alguna firme; prefieren antes ser sofistas de palabras que discípulos de la verdad. Y ello porque no están fundados sobre la única Piedra, sino sobre la arena que está compuesta de multitud de chinitas» (S. IRENEO, Contra las herejías, 3,24,1-2). 984 Sucesión de los obispos y estudio de las Sagradas Escrituras.—«El hombre espiritual no será juzgado por nadie (1 Cor 2,15), porque él tiene firmeza en todas las cosas: tiene una fe íntegra en el Dios único todopoderoso, del que proceden todas las cosas; tiene una confianza sólida en el Hijo de Dios, Cristo Jesús, Señor Nuestro, por quien proceden todas las cosas, así como en su plan salvador, por el que el Hijo de Dios se hizo hombre; y la tal confianza la otorga el Espíritu de Dios, que es quien da el conocimiento de la verdad y manifiesta la voluntad del Padre, el designio salvador del Padre y del Hijo para con los hombres en las sucesivas generaciones. Por conocimiento de la verdlad entendemos las enseñanzas de los apóstoles y el orden establecido en la Iglesia desde su principio en todo el mundo, con el sello distintivo del cuerpo de Cristo, que es la sucesión de los obispos, a los que los apóstoles confiaron las diversas Iglesias locales; la preservación sin manipulaciones de las Escrituras hasta nosotros; el estudio total de las mismas, sin adiciones ni sustracciones, con una lectura no falseada y una exposición fundada en las Escrituras, sin audacia y sin blasfemias, y, finalmente, el don del amor, que es el principal, más valioso que el conocimiento, más honorable que la profecía, puesto que sobrepuja a todos los demás carismas» (S. IRENEO, Contra las herejías, 4,33,7-8). 985 Lo esencial de la Tradición que conviene a las Iglesias.— «Hemos dicho lo conveniente acerca de los carismas, que Dios ha concedido a los hombres desde el principio, según su propia voluntad, ofreciéndoles la imagen misma que perdieron. Ahora, de la caridad que tuvo con. todos los santos, pasamos a lo esencial de la tradición que conviene a las Iglesias, para que aquellos que están bien instruidos guarden la tradición que ha permanecido hasta el presente, siguiendo la exposición que hacemos. Y para que, teniendo conocimiento de ella, se confirmen —frente a la defección o el error que se ha producido recientemente por ignorancia y por
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ignorantes—. £1 Espíritu Santo otorgue a aquellos que tienen una fe recta la gracia de conocer todo lo necesario. Que ellos, que son cabeza de la Iglesia, lo enseñen y lo guarden todo» (S. HIPÓLITO, La Tradición Apostólica, 1). 986 Oración de la mañana y oración en el templo.—«Todos los fíeles, hombres y mujeres, cuando por la mañana se levanten, antes de emprender cualquier trabajo, se lavarán las manos y rezarán a Dios; y, de este modo, se dispondrán a trabajar. Si se hace alguna instrucción de la palabra de Dios, se preferirá acudir al templo, pensando en su corazón que es Dios a quien oye y quien le instruye. Porque el que ora en la Iglesia, podrá evitar la malicia de cada día. £1 que sea piadoso pensará que es una desgracia no poder acudir allí, donde se hace la instrucción; sobre todo, si él sabe leer o si la hace el doctor. Así, pues, ninguno entre vosotros irá tarde a la Iglesia, lugar donde se enseña. Entonces se le permitirá hablar, para que diga las cosas que son útiles a los demás; y tú entenderás aquellas que antes no conocías, y te aprovecharás de aquellas otras que el Espíritu Santo te dará por medio del que hace la instrucción. De esta manera tu fe se afianzará sobre lo que hayas entendido. Se te dirá también en este lugar lo que debes hacer en tu casa. Por tanto, que cada uno cuide con solicitud el ir a la Iglesia, lugar donde el Espíritu Santo florece. Si el día es de los que no hay instrucción, permaneciendo en casa, toma un libro santo y haz en él una lectura suficiente; así te proporcionará alguna utilidad» (S. HIPÓLITO, La Tradición Apostólica, 35). 987 Ministerio del lector.—«Tal joven merecía los grados superiores del clericato y promoción más alta a juzgar no por sus años, sino por sus méritos. Pero, desde luego, se ha creído que empiece por el oficio de lector, ya que nada cuadra mejor a la voz que ha hecho tan gloriosa confesión de Dios que resonar en la lectura pública de la divina Escritura; después de las sublimes palabras que se pronunciaron para dar testimonio de Cristo, es propio leer el Evangelio de Cristo por el que se hacen los mártires, subir al ambón después del potro; en éste quedó expuesto a la vista de muchedumbre de paganos; aquí debe estarlo a la vista de los hermanos; allí tuvo que ser escuchado con admiración del pueblo que le rodeaba; aquí na de ser escuchado con gran contento por los hermanos» (S. CIPRIANO, Cartas, 38, «a los presbíteros y diáconos y a todo el pueblo», 2,1). 988 Confesor de la fe, digno de ser designado lector en la Iglesia.—«Llegado éste a nosotros (Celerino), hermanos amadísi-
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mos, con tan gran favor del Señor, ilustrado por el testimonio de admiración del mismo que lo había perseguido, ¿qué otra cosa quedaba por hacer sino elevarlo sobre el estrado, es decir, sobre el ambón de la Iglesia, para que, puesto encima de tan elevado puesto, a la vista de todo el pueblo, conforme a la gloría de sus méritos, dé lectura pública a los preceptos y al Evangelio del Señor, que tan valerosa y fielmente na seguido? La voz que ha confesado al Señor debe ser oída todos los días al leer la palabra del Señor. Puede haber grados más elevados a los que puede ascender en la Iglesia, pero nada hay en donde pueda aprovechar más a los hermanos un confesor de la fe que escuchando de su boca la lectura del Evangelio, pues debe imitar la fidelidad del lector todo el que lo oiga» (S. CIPRIANO, Cartas, 39, «a los presbíteros y diáconos y a todo el pueblo», 4,1-2). 989 El maná de la palabra de Dios.—«Ahora, pues, apresurémonos a recibir el maná celestial; este maná, en efecto» toma en la boca de cada uno el sabor que él desea. Escuchad al Señor hablando a los que se acercan: Que se cumpla conforme a tu fe (Mt 8,13). Vosotros también, si recibís la palabra de Dios, que se anuncia en su Iglesia, con toda fe y devoción, la Palabra misma vendrá a ser para vosotros todo aquello que deseéis. Por ejemplo, si vosotros sois probados, él os consolará diciendo: Dios no desprecia el corazón contrito y humillado (Sal 50,19). Si os alegráis con la esperanza futura, él colmará vuestro gozo, diciendo: Justos, alegraos en el Señor y saltad de gozo (Sal 31,11). Si estáis irritados, él os calmará diciendo: Cohibe la cólera y deja de indignarte (Sal 36,8). Si sufrís, él os curará diciendo: El Señor cura todas nuestras enfermedades (Sal 102,3). Si estáis abrumados por la pobreza, él os confortará diciendo: El Señor levanta del polvo al desvalido, alza de la basura al pobre (Sal 112,7). Así, pues, el maná de la Palabra de Dios toma en la boca todos los sabores» (ORÍGENES, Homilías sobre el Éxodo, 7,8). 990 Predicar la Palabra y ofrecer el Sacrificio.—«¿Qué es la propiciación por el delito? Si tú acoges al pecador, y con tu amonestación, tus exhortaciones, tus enseñanzas e instrucción lo conduces a penitencia, lo libras de su error, lo enmiendas de sus vicios y lo vuelves tal que, convertido, Dios le sea propicio, se diría que tú has propiciado por el delito. Si tu, pues, sacerdote, obras así, si tal es tu predicación, se te dará parte de aquellos que corrijas; la salvación de ellos será tu recompensa, tu gloria. Y ¿no lo manifiesta así el Apóstol donde dice que cada uno recibirá premio según lo que sobreedifique} (1 Cor 3,13-14).
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Entiendan, pues, los sacerdotes del Señor qué ministerios se les han asignado y, dedicándose por entero a ello, ejerzan su actividad en estas cosas. No se impliquen en obras vanas y superfluas; sepan que con ninguna otra cosa tendrán ellos parte con Dios sino en ofrecer el sacrificio por los pecados, esto es, en convertir a los pecadores del camino de sus pecados» (ORÍGENES, Homilías sobre el Levítico, 7,5). 991 Profetas y apóstoles, ministros de la Palabra.—«¡La voz de mi amado!(Cant 2,8). Por la voz sola es como primero se conoce la Iglesia de Cristo. Efectivamente, Cristo envía primero su voz, a través de los profetas, y así, aunque no se le veía, sin embargo, se le oía. Ahora bien: se le oía gracias a lo que se anunciaba acerca de él, y la esposa, esto es, la Iglesia, que se venía congregando desde el comienzo del tiempo, estuvo siempre escuchando solamente su voz, hasta que pudo verlo con los ojos y decir: Mira, él viene saltando sobre los montes, brincando sobre los collados (Cant 2,8). Saltaba, efectivamente, sobre los montes, que son los profetas, y sobre los santos collados, o sea, sobre aquellos que en este mundo fueron portadores de su imagen y de su aspecto. No obstante, si interpretas que salta sobre todos los montes, que simbolizan a los apóstoles, y que está por encima de todos los collados, a saber, de aquellos que se escogió y que envió en segundo lugar, tampoco resultará incongruente» (ORÍGENES, Comentario al Cantar de los Cantares, 3). 992 Evangelización y catequesis.—«A esto respondemos que no es lo mismo llamar a los enfermos del alma para que se curen, que llamar a los sanos para que conozcan y comprendan los misterios divinos. Nosotros conocemos esos dos géneros de personas, y así, desde el principio, llamamos a los hombres para que se curen. A los pecadores los exhortamos a que oigan discursos que les enseñarán a no pecar; a los insensatos, otros que les infundirán inteligencia; a los niños, a que avancen hasta sentir y pensar como hombres; y a los desgraciados en general tratamos de llevarlos a la felicidad o, hablando con más propiedad, a la bienaventuranza. A aquellos, empero, que, tras oír nuestras exhortaciones, han adelantado en la virtud y demuestran haber sido purificados por el Logos y vivir, según sus fuerzas, mejor que antes, los llamamos en ese momento a nuestros misterios. Pues hablamos sabiduría entre los perfectos (1 Cor 2,6)» (ORÍGENES, Contra Celso, 3,59). 993 La predicación de la Palabra y la conversión de los pecadores.—«Y es así que la palabra de los que a los comienzos
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predicaron la religión cristiana, y trabajaron en la fundación de las Iglesias de Dios y, por tanto, su enseñanza tuvo ciertamente fuerza persuasiva, pero no como la que se estila en los que profesan la sabiduría de Platón o de cualquiera otro filósofo, hombres al cabo y que nada tienen fuera de la naturaleza humana. La demostración, empero, de los apóstoles de Jesús era dada por Dios y tomaba su fuerza persuasiva del espíritu y del poder (1 Cor 2,4). Así se explica que su palabra corriera rápida y agudísimamente (Sal 147,4), o, por mejor decir, la palabra de Dios, que por su medio convertía a muchos que pecan por natural tendencia y por costumbre; a los que nadie, ni a fuerza de castigos, hubiera hecho mudar de vida, los cambió la palabra viva, formándolos y moldeándolos a su talante» (ORÍGENES, Contra Celso, 3,68). 994 Las espadas transformadas en arados y las lanzas en hoces.—«Así, pues, a los que nos preguntan de dónde venimos y a quién tenemos por fundador, les respondemos que, siguiendo los consejos de Jesús, venimos a romper para arados nuestras espadas espirituales, aptas para la guerra y el agravio, y a transformar en hoces las lanzas con que antes combatíamos. Y es así que ya no tomamos la espada contra pueblo alguno, ni aprendemos el arte de la guerra, pues por Jesús nos hemos hecho hijos de la paz —por Jesús, que es nuestro guía (Hech 3,15; 5,31; Heb 2,10; 12,2) o autor de nuestra salud—, en lugar de las tradiciones en que éramos extraños a las alianzas (Ef 2,12). Ahora que hemos recibido una ley, por la que damos gracias a Dios que nos ha librado del error, diciendo: Simulacros mentirosos poseyeron nuestros padres, y no hay entre ellos quien dé lluvia (Jer 16,19; 14,22). Así, pues, nuestro corifeo y maestro, que salió de los judíos, ocupa la tierra entera por la palabra de su enseñanza» (ORÍGENES, Contra Celso, 5,33). 995 El oficio de los catequistas.—«Por tanto, podemos decir que se promete la paz a todos los que se consagran a la edificación de este templo, ya que su trabajo consiste en edificar la Iglesia, en el oficio de catequistas de los sagrados misterios, es decir, colocados al frente de la casa de Dios como mistagogos, ya sea que se entreguen a la santificación de sus propias almas, ya que resulten piedras vivas y espirituales en la construcción del templo santo, morada de Dios por el Espíritu (Ef 2,21-22)» (S. CIRILO DE ALEJANDRÍA, Comentario sobre el profeta Ageo, 14). 996 La palabra, arma única para la Iglesia.—«Mas en la cura de almas no hay que pensar en nada de eso; aparte del ejemplo no se da otro medio ni camino de salud sino la enseñanza por la pala-
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bra. Este es el instrumento, éste es el alimento, éste el mejor temple del aire. La palabra hace veces de medicina, ella es nuestro fuego. Lo mismo si hay que quemar que si hay que cortar, de la palabra tenemos que echar mano. Si este remedio nos falla, todos los demás son inútiles. Con la palabra levantamos al alma caída y desinflamos a la hinchada, y cortamos lo superfluo, y suplimos lo defectuoso, y realizamos, en fin, toda otra operación conveniente para la salud de las almas» (S. JUAN CRISÓSTOMO, Sobre el sacerdocio, 4,3). 997 Condiciones del que ha de ser nombrado obispo.—«El bienaventurado apóstol Pablo, al describir las condiciones del que ha de ser nombrado obispo y establecer con sus mandatos un modelo completamente nievo de hombre de Iglesia, dio a conocer esta especie de compendio de las virtudes que en él se han de encontrar en grado máximo, diciendo: Ha de mantenerse en la palabra déla fe conforme a la enseñanza, para que pueda exhortar a la sana doctrina y refutar a los que contradice, pues hay muchos que son rebeldes, habladores y engañosos (Tit 1,9-10). Indica así que lo que hace referencia al modo de vida y a las costumbres es útil para el servicio sacerdotal, si no faltan, entre las otras cualidades, las que son necesarias para conocer cómo se ha de enseñar y defender la fe. Porque no es simplemente lo adecuado para un sacerdote bueno y servicial o sólo vivir en forma intachable, o sólo predicar con ciencia; ya que el intachable solamente se aprovecha a sí mismo, a no ser que sea docto, y el docto no puede dar autoridad a su enseñanza si no es intachable» (S. HILARIO DE POITIERS, La Trinidad, 8,1). 998 Que tus predicaciones sean fluidas» puras y claras.— «Recibiste el oficio sacerdotal y, sentado a la popa de la Iglesia, gobiernas la nave contra el embate de las olas. Sujeta el timón de la fe para que no te inquieten las violentas tempestades de este mundo. El mar es, sin duda, ancho y espacioso, pero no temas. El la fundó sobre los mares, él la afianzó sobre los ríos (Sal 23,2). Recibe también tú de la plenitud de Cristo, para que tu voz resuene. Recoge el agua de Cristo, esa agua que alaba al Señor. Recoge el agua de los numerosos lugares en que la derraman esas nubes que son los profetas. Quien recoge el agua de los montes, o la saca de los manantiales, puede enviar su rocío como las nubes. Llena el seno de tu mente, para que tu tierra se esponje y tengas la fuente en tu propia casa. Quien mucho lee y entiende se llena, y quien está lleno puede regar a los demás; por eso dice la Escritura: Si las nubes van llenas, descargan la lluvia sobre el suelo (Ecl 11,2).
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Que tus predicaciones sean fluidas, puras y claras, de modo que en la exhortación moral infundas la bondad a la gente, y el encanto de tu palabra cautive el favor del pueblo, para que te siga voluntariamente a donde lo conduzcas. Que tus discursos estén llenos de inteligencia. Por lo que dice Salomón: Aromas de Id, inteligencia son los labios del sabio (Prov 10,12). Y en otro lugar: Que el sentido esté en tus labios (Eclo 21,16), es decir: que tu expresión sea brillante, que resplandezca tu inteligencia, que tu discurso y tu exposición no necesiten sentencias ajenas; sino que tu palabra sea capaz de defenderse con sus propias armas, que, en fin, no salga de la boca ninguna palabra inútil y sin sentido» (S. AMBROSIO, Cartas, 2). 999 Necesidad de predicar la cruz de Jesucristo.—«Marah era una fuente de agua amarga (Ex 15,23-25). Moisés echó en ella el madero y el agua se volvió dulce. El agua, sin la predicación del madero de la cruz, para nada sirve en orden a la salvación. Mas, cuando ella está consagrada por el misterio saludable de la cruz, entonces está preparada para servir de baño espiritual y bebida saludable. Como Moisés, es decir, el profeta, echó el madero en aquella fuente, también el sacerdote echa en el agua la predicación de la cruz del Señor y el agua se hace dulce para la gracia» (S. AMBROSIO, De los Misterios, 3,14). 1000 No puede faltar la palabra a quien tiene fe en la Palabra.—«Me has pedido a menudo, Inocencio carísimo, no pase yo en silencio el caso milagroso que ha acontecido en nuestro tiempo. Por vergüenza y, a lo que ahora veo, con sobrada razón, me he negado siempre a ello. Yo desconfiaba salir airoso del empeño, ora porque todo humano discurso está muy por bajo de lo que merece la alabanza celeste, ora porque el ocio, como una herrumbre de mi ingenio, había consumido toda mi antigua, siquiera mínima, facilidad de palabra. Tú, empero, me afirmabas que, en las cosas de Dios, no ha de mirarse la posibilidad, sino a la voluntad, y que no puede faltar la palabra a quien tiene fe en la Palabra» (S. JERÓNIMO, Cartas, 1, «a Inocencio, presbítero»). 1001 El predicador debe aprender lo que ha de enseñar.— «Lee muy a menudo las divinas Escrituras, o, por mejor decir, nunca la lección sagrada se te caiga de las manos. Aprende lo que has de enseñar. Manten firme la palabra de la fe que es conforme a la doctrina, para que puedas exhortar con doctrina sana y convencer a los contradictores. Persevera en lo que has aprendido y te ha sido confiado, pues sabes de quién lo has aprendido (2 Tim 3,14).
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Y está siempre aparejado a dar satisfacción a todo el que te pidiere razón de} la esperanza que hay en ti (1 Pe 3,ls). No confundas tus obras con tus palabras, pues te expones a que, cuando hables en la Iglesia, te responda alguno para sus adentros: Entonces, ¿por qué no haces tú mismo lo que dices? Delicado maestro es el que perora sobre ayunos con el vientre lleno. Lo que es vituperar la avaricia, hasta un ladrón lo puede hacer. En el sacerdote de Cristo vayan a una el espíritu y la boca. Está sumiso a tu obispo y míralo como a padre de tu alma. Amar es de hijos; temer, de esclavos» (S. JERÓNIMO, Cartas, 52, «a Nepociano, presbítero»). 1002 La lengua, instrumento de la predicación.—«Mi lengua es cálamo de escriba, que escribe velozmente (Sal 44,2). Nosotros hemos traducido: Mi lengua es estilo de veloz escriba. Es ya la última parte del Prólogo y hay que juntar con lo precedente lo que sigue: Eructó mi corazón palabra buena, en alabanza de Dios, y a él señaladamente he consagrado las obras con que le quiero celebrar. Debo, pues, preparar también mi lengua como un estilo y cálamo, a fin de que por ella escriba el Espíritu Santo en el corazón de los que oyen por el oído. A mí me toca prestar mi lengua como un instrumento; a él, que por ese instrumento resuene lo que es suyo. El estilo escribe en la cera; el cálamo en el papel, en los pergaminos o en cualquier otra materia propia para escribir. Pero mi lengua, a semejanza de un rápido escriba, por una especie de abreviatura, en las tablas carnales del corazón (2 Cor 3,3), la palabra breve y concisa del Evangelio. Porque si la ley, dada por mano de mediador, fue escrita por el dedo de Dios, y lo que estaba llamado a la desaparición fue glorioso, cuánto más ha de escribirse por el Espíritu Santo, valiéndose de mi lengua, el Evangelio, destinado a permanecer. De esta manera, una palabra rápida escribe en el corazón de los creyentes las alabanzas de aquel de quien se dice en Isaías: Pronto a saquear, rápido a robar (Is 8,2)» (S. JERÓNIMO, Cartas, 65, «a la virgen Principia»). 1003 El predicador ha de ser oyente de la Palabra de Dios.— «Pierde el tiempo predicando exteriormente la palabra de Dios quien no es oyente de ella en su interior. Quienes predicamos la palabra de Dios a los pueblos no estamos tan alejados de la condición humana y de la reflexión apoyada en la fe que no advirtamos nuestros peligros. Pero nos consuela el que, donde está nuestro peligro por causa del ministerio, allí tenemos la ayuda de vuestras oraciones» (S. AGUSTÍN, Sermones, 179,1).
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1004 Responsabilidad del predicador.—«El Evangelio me aterroriza. En efecto, nadie me superaría en ansias de vivir en esta seguridad plena de la contemplación, libre de preocupaciones temporales; nada hay mejor, nada más dulce y bueno; en cambio, el predicar, argüir, corregir, edificar, el preocuparte de cada uno, es una gran carga, un gran peso y una gran fatiga. ¿Quién no huiría de esta fatiga? Pero el Evangelio me aterroriza. Se acercó cierto siervo y dijo a su Señor: Sabia que tú eras un hombre duro, que cosechas donde no sembraste (Le 19,21)» (S. AGUSTÍN, Sermones, 339,4). 1005 El gozo del predicador ha de acompañar a sus palabras.— «[...] será bueno que recuerdes que nada es tan dañoso para nuestra palabra de instrucción a los ignorantes como tratar de concebir lo inusitado y hastiarnos de hablar lo usual. No cabe duda que seremos oídos mucho más gratamente si nosotros también nos gozamos de nuestra labor. Porque el hilo de nuestras palabras vibra en nuestro gozo, y observamos que brotan más espontáneamente y son recibidas con más aceptación. Por tanto, no es una empresa ardua el enseñar lo que se debe creer, establecer los límites de la exposición, ni cuándo y cómo deba ser activa la narración; y si algunas veces breve y otras más larga, pero siempre completa y perfecta. Empero, el máximo cuidado debe ponerse en conseguir aquel método que más gusta al catequista; tanto más deleitable sera la lección cuanto mas esto se consiga» (S. AGUSTÍN, Tratado Catequístico, 1,2,4). 1006 Método catequístico.—«Por prudencia, no será conveniente que en todo se haga patente el fin de la enseñanza, que es la caridad de un corazón puro, de una conciencia buena y de una fe sincera (1 Tim 1,5), como si toda la enseñanza tuviese que tratar exclusivamente de ella. Más bien, con nuestro estímulo y dirección, lo descubra el mismo a quien, con nuestras palabras, tratamos de instruir» (S. AGUSTÍN, Tratado Catequístico, 1,3,6). 1007 Que el oyente, escuchando crea, creyendo espere, y esperando ame.—«Grande es, en efecto, la miseria del hombre soberbio; pero mayor la misericordia del Dios humilde. Este mismo amor debe proponértelo como fin, al cual refieras todo lo que digas. De modo que cualquier cosa que narres, así has de narrarla que el oyente, escuchándote crea, creyendo espere, y esperando ame» (S. AGUSTÍN, Tratado Catequístico, 1,4,8).
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1008 Sobre el temor de Dios hay que edificar la caridad.— «Sobre la misma severidad de Dios, que sacude con salubérrimo temor los corazones, hay que edificar la caridad. De modo que el hombre se alegre de ser amado por quien tanto teme y, a su vez, se anime a amarlo y tema desagradar su amor, aun cuando dentro de sí mismo pueda impunemente nacerlo» (S. AGUSTÍN, -Tratado Catequístico, 1,5,9). 1009 Compenetración entre el catequista y el catecúmeno.— «Ciertamente que, si nos cansa repetir a menudo las enseñanzas usuales y apropiadas para niños, será necesario que nos adaptemos a ellos con afecto fraternal, paternal y maternal, y así, unidos a sus corazones, hasta a nosotros mismos nos parecerán novedosas. En realidad, mucho vale el afecto de un corazón que sabe compadecerse de los demás. Y así como ellos se encariñan de nosotros que les enseñamos, así nosotros de ellos que aprenden. Compenetrarse mutuamente, de manera que ellos, escuchando, nos atiendan con sus mismas palabras; y nosotros aprendamos de ellos a expresarnos en forma que les guste» (S. AGUSTÍN, Tratado Catequístico, 1,12,17). 1010 Más que decir al alumno muchas cosas de Dios, hablarle a Dios del alumno.—«Si no obstante toda esta dedicación notamos que él es muy lerdo, necio y aun contrario, habrá que soportarlo con misericordia y, desarrollando con brevedad lo que todavía falta, insistir principalmente en todo lo que es fundamental sobre la unidad de la Iglesia católica, sobre las tentaciones y la conducta cristiana en vista al futuro y terrible juicio. Pero de un modo especialísimo, más que decirle a él muchas cosas sobre Dios, habrá que decirle a Dios mucho a favor de él» (S. AGUSTÍN, Tratado Catequístico, 1,13,18). 1011 Caridad del catequista para con sus alumnos.— «Porque, aun cuando la misma caridad se deba a todos, no a todos se debe dar el mismo remedio. En efecto, la caridad a unos les engendra la fe, con otros se enferma, a otros cuida de instruirlos, a otros teme ofenderlos; ante unos se inclina, ante otros se levanta; para unos es suave, para otros enérgica; de ninguno, enemiga, y para todos, madre» (S. AGUSTÍN, Tratado Catequístico, 1,15,23). 1012 Peligros de la oratoria.—«El orador que deja fluir de sus labios una necia elocuencia tanto más debe evitarse cuanto más se deleita el oyente en las cosas inútiles que de él oye, pues como lo oyen hablar con elegancia, juzgan que también dice la verdad. Este pensamiento no escapó de la mente de aquellos que juzgaron
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debía ser enseñado el arte de la retórica, pues declararon que la sabiduría sin elocuencia aprovecha poco a los Estados; la elocuencia sin la sabiduría, las mas de las veces daña, y nunca aprovecha. Luego si los mismos que enseñaron los preceptos de la retórica, instigados por la verdad, se vieron obligados a confesar esto en los mismos libros que escribieron sobre la elocuencia, a pesar de no conocer la verdadera sabiduría, es decir, la celeste que desciende del Padre de las luces, ¿cuánto más lo debemos confesar nosotros, que somos hijos y ministros de tal sabiduría? Tanto más o menos sabiamente habla un hombre cuanto más o menos hubiese aprovechado en las Santas Escrituras. No digo en tenerlas muy leídas y en saberlas de memoria, sino en calar bien su esencia y en indagar con ahínco sus sentidos. Porque hay algunos que las leen y las descuidan; las leen para retenerlas de memoria, y descuidan entenderlas. A los cuales, sin duda, deben preferirse los que no tienen tan en la memoria sus palabras, pero ven el corazón de ellas con los ojos de su espíritu. Pero mejor que ambos es aquel que, cuando quiere, las expone y las entiende a la perfección» (S. AGUSTÍN, Sobre la Doctrina Cristiana, 4,5,7). 1013 Más puede la oración que la peroración.—«Ciertamente, este nuestro orador cuando habla de cosas justas, santas y buenas, y no debe hablar otras, ejecuta el decirlas cuanto puede para que se le oiga con inteligencia, con gusto y con docilidad. Pero no dude que, si lo puede, y en la medida que lo puede, más lo podrá por fervor de sus oraciones que por habilidad de su oratoria. Por tanto, orando por sí y por aquellos a quienes ha de hablar, sea antes varón de oración que de peroración. Cuando ya se acerque la hora de hablar, antes de soltar la lengua una palabra, eleve a Dios su alma sedienta, para derramar lo que bebió y exhalar de lo que se llenó» (S. AGUSTÍN, Sobre la Doctrina Cristiana, 4,15,32). 1014 El predicador ha de ser hombre de oración.—«Cuando un orador tenga que hablar al pueblo o a un grupo más reducido, o dictar lo que se ha de decir públicamente, o lo que se ha de leer por otros —si quieren o pueden—, ore para que Dios ponga en sus labios palabras propicias. Porque si la reina Ester, que había de hablar al rey en favor de la salud temporal de su pueblo, oró para que Dios diese a sus labios palabras convenientes (Est 14,13), ¿cuánto más debe orar, a fin de que reciba tal don, el que trabaja con su palabra y doctrina por la eterna salud de los hombres? Aquellos que han de decir lo que recibieron de otros, también oren antes de recibirlo por aquellos de quienes lo reciben, para que se les dé lo que por ellos desean recibir. Y una vez recibido, oren,
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a fin de que ellos mismos lo pronuncien como conviene y lo tomen aquellos para quienes lo pronunciaren. Y, finalmente, den gracias por el feliz éxito del sermón de Aquel de quien no dudan que recibieron el don de hablar, para que así, el que se gloría, se gloríe en Aquel en cuyas manos estamos nosotros y nuestros discursos» (S. AGUSTÍN, Sobre la Domina Cristiana, 4,30,63). 1015 Discreto en el silencio y útil cuando hable.—«Sea el prelado discreto en el silencio y útil cuando hable, de modo que ni diga lo que se debe callar ni calle lo que se debe decir; porque así como el hablar imprudente conduce al error, así también el silencio indiscreto deja en el error a los que podían ser instruidos, pues con frecuencia los prelados imprudentes, temiendo perder el favor humano, no se atreven a decir libremente lo que se debe y, conforme a lo que dice la Verdad, ya no se cuidan de la grey con amor de pastores, sino cual mercenarios, puesto que cuando viene el lobo huyen, esto es, se resguardan bajo el silencio. Quienquiera, pues, que llegue al sacerdocio, recibe el oficio de pregonero, para que, antes de la llegada del Juez, que viene después con terror, él mismo le preceda clamando. Por tanto, si el sacerdote no sabe predicar, ¿qué voces dará el pregonero mudo? Que por esto el Espíritu Santo se asentó sobre los primeros pastores en forma de lenguas, precisamente porque a los que hubiere llenado, en seguida los hace hablar [...]. Mas cuando el prelado se dispone a hablar, atienda a la gran cautela con que debe hablar, no sea que, si se lanza a hablar sin concierto, queden los corazones de los oyentes heridos con él dardo del error, y tal vez, por parecer sabio, rompa neciamente la trabazón de la unidad» (S. GREGORIO MAGNO, Regla Pastoral, 2,4). 1016 Humildad del predicador.—«Mas, porque con frecuencia, cuando se ha'esparcido copiosa y convenientemente la predicación, el ánimo del que habla se engríe para consigo mismo con secreto gozo de su propia ostentación, es menester gran cuidado para mortificarse hiriéndose con el temor, no venga a suceder que quien llama a la salud, curando las llagas de otros, él mismo, por descuidar la salud suya, se entumezca, o se rinda él ayudando a otros, o caiga levantando a los demás; pues con frecuencia la grandeza del poder ha servido a algunos para perderse, porque^ contándose seguros, por confiar demasiado en sus fuerzas, inopinadamente perecieron por su descuido. Y es que, cuando la virtud se resiste a los vicios, el alma se complace en sí misma con cierta delectación de sí; y ocurre que el ánimo del que obra bien pierde el miedo de su circunspección y, seguro, El Evangelio en los PP. de la Iglesia
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descansa confiado en sí. Al alma así emperezada, el astuto seductor va enumerando lo mucho que ha hecho y le ensalza en la hinchazón del pensamiento como de mayor valía que los demás. Por tanto, es necesario que, cuando nos halague la abundancia de virtudes, la mirada del alma se vuelva a su flaqueza y se mantenga saludablemente en lo bajo, para que vea, no lo bueno que hace, sino lo que descuida hacer, a fin de que, humillándose el corazón con el recuerdo de su debilidad ante el Autor de la humildad, se afiance más y con mayor firmeza en la virtud» (S. GREGORIO MAGNO, Regla Pastoral* 4). 1017 Muchos los sacerdotes; pocos obreros para la mies.— «La mies, en verdad, es mucha; mas los trabajadores pocos. Rogad, mes, al dueño de la mies que envíe obreros a su mies (Le 10,2). Para a mies abundante son pocos los obreros —cosa que no podemos decir sin gran tristeza—; porque, si bien no faltan los que oyen las cosas buenas, faltan quienes las digan. Vedlo: el mundo está lleno de sacerdotes; pero, con todo, es muy difícil hallar un obrero en la mies del Señor, porque recibimos, sí, el oficio sacerdotal, pero no cumplimos el deber del oficio. Así que pensad, hermanos churísimos, y estad atentos a lo que se dice: Rogad al dueño de la mies que envíe obreros a su mies. Vosotros rogad por nosotros, para que podamos trabajar lo debido cerca de vosotros y no cese nuestra lengua en la exhortación, no sea que, después de haber recibido el puesto de predicar, nuestro silencio nos denuncie ante el justo Juez; que muchas veces la lengua se reprime por la propia maldad de los predicadores, sí, pero muchas veces, por culpa de los subditos, sucede el que se sustraiga la palabra de la predicación a los que presiden. Pero no es fácil conocer por culpa de quién se sustrae al predicador la palabra; mas certísimamente se sabe que el silencio del pastor algunas veces le perjudica a él mismo y siempre a los subditos» (S. GREGORIO MAGNO, Homilías sobre los Evangelios, 1,17). 1018 El predicador ha de evitar el vicio de la arrogancia.— «Escucha mis palabras, Job, presta oído a mi discurso (Job 23,1). Esta es la característica propia de la manera de enseñar de los arrogantes, que no saben inculcar sus enseñanzas con humildad ni comunicar rectamente las cosas rectas que saben. En su manera de hablar se pone de manifiesto que ellos, al enseñar, se consideran como situados en lugar más elevado, y miran a los que reciben su enseñanza como si estuvieran muy por bajo de ellos, y se dignan hablarles no en plan de consejo, sino como quien pretende imponerles su dominio.
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A estos tales les dice con razón el Señor, por boca del profeta: Vosotros los habéis dominado con crueldad y violencia (Ez 34,4). Con crueldad y ton violencia dominan, en efecto, aquellos que, en vez de corregir a sus subditos razonando reposadamente con ellos, se apresuran a doblegarlos rudamente con su autoridad. Por el contrario, la verdadera enseñanza evita con su reflexión este vicio de la arrogancia con tanto más interés cuanto que su intención consiste precisamente en herir, con los dardos de sus palabras, a aquel que es el maestro de la arrogancia. Procura, en efecto, no ir a obtener, con una panera arrogante de comportarse, el resultado contrario, es decir, predicar a aquel a quien quiere atacar con santas enseñanzas en el corazón de sus oyentes. Y así, se esfuerza por enseñar de palabra y de obra la humildad, madre v maestra de todas las virtudes; de manera que la explica a los discípulos de la verdad con las acciones más que con las palabras» (S. GREGORIO MAGNO, Tratados morales sobre el libro ag Job, 23,23-24). » s
VIDA SACRAMENTAL «Después de esto vino Jesús, y con él sus discípulos, a la repon de Judea, y allí moraba con ellos y bautizaba» (Jn 3,22). «Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; quien come de este pan vivirá para siempre, y el pan que yo daré es mi carne, vida del mundo» (Jn 6,51). «Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados, perdonados les son; a quienes se los retuviereis, retenidos les quedan» (Jn 20,22-23). «Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo» (Mt 28,19).
«Y tomando un pan, habiendo dado gracias, lo partió y se lo dio a ellos, diciendo: Este es mi cuerpo, que es entregado por vosotros. Haced esto en memoria mía» (Le 22,19). 1019 La celebración de la Eucaristía.—«Por tanto, poned empeño en reuniros con más frecuencia para celebrar la Eucaris-
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tía de Dios y tributarle gloria. Porque, cuando apretadamente os congregáis en uno, se derriban las fortalezas de Satanás y por la concordia de vuestra fe se destruye la ruina que él os procura. Nada hay más precioso que la paz, por la que se desbarata la guerra de las potestades celestes y terrestres» (S. IGNACIO DE ANTIOQUÍA, Carta a los Efesios, 13,1-2). 1020 Celebración del bautismo.—«Vamos a explicar ahora de qué modo, después de renovados por Jesucristo, nos hemos consagrado a Dios, no sea que, omitiendo este punto, demos la impresión de proceder en algo maliciosamente en nuestra exposición. A cuantos se convencen y tienen fe de que son verdaderas estas cosas que nosotros enseñamos y decimos, y prometen poder vivir conforme a ellas, se les instruye ante todo para que oren y pidan, con ayunos, perdón a Dios de sus pecados, anteriormente cometidos, y nosotros oramos y ayunamos juntamente con ellos. Luego los conducimos a sitio donde hay agua y por el mismo modo de regeneración con que nosotros fuimos también regenerados, son regenerados ellos; pues entonces toman en el agua el baño en el nombre del Padre y Soberano del universo, y de nuestro Salvador Jesucristo, y del Espíritu Santo» (S. JUSTINO, Apología I, 61,1-3). 1021 Liturgia eucarística.—«Por nuestra parte, nosotros, después de así lavado el que ha creído y se ha adherido a nosotros, le llevamos a los que se llaman hermanos, allí donde están reunidos con el fin de elevar fervorosamente oraciones en común por nosotros mismos, por el que acabó de ser iluminado y por todos los otros esparcidos por el mundo, suplicando se nos conceda, ya que liemos conocido la verdad, ser hallados por nuestras obras hombres de buena conducta y guardadores de lo que se nos ha mandado, y consigamos así la salvación eterna. Terminadas las oraciones, nos damos mutuamente el ósculo de paz. Luego, al que preside a los hermanos se le ofrece pan y un vaso de agua y vino; tomándolos él, tributa alabanzas al Padre del universo por el nombre de su Hijo y por el Espíritu Santo, y pronuncia una larga acción de gracias por habernos concedido esos dones, que de él nos vienen. Y cuando el presidente ha terminado las oraciones y la acción de gracias, todo el pueblo presente aclama, diciendo: Amén. Amén, en hebreo, quiere decir Así sea. Y una vez que el presidente ha dado gracias y aclamado todo el pueblo, los que entre nosotros se llaman ministros o diáconos dan a cada uno délos asistentes parte del pan, del vino y del agua sobre los que se dijo la acción de gracias, y lo llevan a los ausentes» (S. JUSTINO, Apología!, 65,l-5)>7*?3**
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1022 Celebración del domingo.—«El día que se llama del sol se celebra una reunión de todos los que moran en las ciudades o en los campos, y allí se leen, en cuanto el tiempo lo permite, los Recuerdos de los Apóstoles o los Escritos de los Profetas. Luego, cuando el lector termina, el presidente, de palabra, hace una exhortación e invitación a que imitemos estos bellos ejemplos. Seguidamente nos levantamos todos a una y elevamos nuestras preces, y éstas terminadas, como ya dijimos, se ofrece pan y vino y agua, y el presidente, según sus fuerzas, hace igualmente subir a Dios sus preces y acciones de gracias, y todo el pueblo exclama diciendo Amén. Ahora viene la distribución y participación, que se hace a cada uno, de los alimentos consagrados por la acción de gracias, y su envío por medio de los diáconos a los ausentes. Los que tienen y quieren, según su libre determinación, dan lo que bien les parece, y lo recogido se entrega al presidente, y él socorre de ello a huérfanos y viudas, a los que padecen enfermedad o por otra causa están necesitados, a los que están en las cárceles, a los forasteros de paso, y, en una palabra, él se constituye provisor de cuantos se hallan en necesidad. Y celebramos esta reunión general el día del sol, por ser el día primero, en que Dios, transformando las tinieblas y la materia, hizo el mundo, y el día también en que Jesucristo, nuestro Salvador, resucitó entre los muertos; pues es de saber que le crucificaron el día de Saturno y, al siguiente al día de Saturno, que es el día del sol, aparecido a sus apóstoles y discípulos, nos enseñó estas mismas doctrinas que nosotros os exponemos para vuestro examen» (S. JUSTINO, Apología I, 67,1-7). 1
1023 Simplicidad de la liturgia frente a la complicación de los ritos mistéricos.—«Ahora bien: notad cómo la perversión puede llegar a hacerse de tal manera violenta, que intente destruir la fe, o al menos impedir una adhesión total a ella, cuestionándola; más aún, eliminando elementos tomados de sus estructuras fundamentales. No hay nada que deje tan perpleja la mente humana como la simplicidad de las obras de Dios; efectivamente, éstas aparecen simples, pero contienen en realidad promesas y una eficacia portentosa. Así sucede en el bautismo. En la simplicidad más completa, sin escenas espectaculares, sin montajes fuera de lo ordinario, y a veces, además, sin esfuerzo alguno particular, nos encontramos inmersos en el agua y somos bautizados; mientras se pronuncian muy pocas palabras, se nos saca finalmente del agua un poco más limpios, o incluso sólo limpios como antes; he aquí el motivo por el cual parece increíble que se pueda, de este modo, obtener la eternidad.
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Os aseguro, en cambio, que los solemnes ritos mistéricos en honor de los dioses basan su prestigio y su autoridad precisamente en el poder sugestivo de la espectacularidad y la teatralidad y en el cuantioso derroche. Mirad qué miserables son los que no creen: niegan a Dios precisamente aquello que le pertenece como cualidad característica: la simplicidad y el poder. Entonces, ¿no es quizá maravilloso el hecho de que, con un simple baño, quede destruida la muerte? Porque es algo maravilloso, ¿no hemos de creerlo? Todo lo contrario; es una razón para creerlo aún más» (TERTULIANO, El bautismo, 2,1-2). 1024 El bautismo, purificación del cuerpo y del alma.—«El acontecimiento bautismal se asemeja a un acto extraordinariamente simple; dado que nuestros pecados son como la suciedad que nos cubre, nos lavamos con agua. Pero los pecados no dejan señales en nuestro cuerpo, ya que ninguno lleva sobre su piel manchas de idolatría, de frivolidad o de fraude; en cambio, tales inmundicias manchan el alma, la verdadera responsable del pecado, ya que es el alma quien gobierna, mientras el cuerpo está a su servicio. Sin embargo, ambos, alma y cuerpo, están implicados en la responsabilidad moral de la culpa; el alma, por haber tomado la iniciativa, y el cuerpo, por haber favorecido la ejecución del pecado. Por tanto, en el caso del bautismo, una vez que las aguas han adquirido, por intervención del ángel, casi una capacidad de curar (Jn 5,4), es lavada el alma en ellas como si fuese un cuerpo, y el cuerpo es purificado como si fuese un alma» (TERTULIANO, El bautismo, 4,5). 1025 Restauración de la imagen de Dios por el bautismo.— «De esta manera, el hombre es restaurado por Dios según la semejanza con él (Gen 1,26; Sab 2,23); antes existía ya según la imagen de Dios; a decir verdad, se piensa que la imagen de Dios consiste en la figura humana, mientras que la semejanza con Dios correspondería a la eternidad. Ahora, de hecho, el hombre recibe de nuevo aquel espíritu de Dios que entonces le fue infundido con el soplo divino y que, después, había perdido con el pecado» (TERTULIANO, El bautismo, 5,7). 1026 El rito de la imposición de las manos.—«Después se nos impone la mano con una plegaria de bendición, para invocar e invitar al Espíritu Santo. Si la habilidad del hombre acierta a hacer emitir sobre el agua algunos soplos sonoros y consigue vivificar tal mezcla de agua y de soplos con manos de artista puestas
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sobre las cañas, de manera de emitir nuevos sonidos de indecible belleza, ¿deberemos acaso negar a Dios la posibilidad de modular sobre el órgano hidráulico que es el hombre, con sus santas manos, una maravillosa melodía espiritual? [...]. También la imposición de la mano proviene de un rito sacramental bien antiguo, aquel con que Jacob bendijo a sus nietos Efrain y Manases, hijos de José, cruzando sus manos mientras las imponía sobre sus cabezas (Gen 48,14). Evidentemente, aquellas manos puestas la una sobre la otra en forma de cruz debían figurar a Cristo y preanunciar ya desde entonces la bendición que habíamos de recibir en Cristo» ( T E R T U L I A N O , El bautismo, 8,1-2). 1027 El agua acompaña siempre a Jesucristo.—«El agua siempre acompaña a Cristo. También él llega a ser bautizado en el agua (Mt 3,13; Me 1,9; Le 3,21); invitado a las bodas, es con el agua con lo que inaugura la primera prueba de su poder de hacer milagros (Jn 2,2-11); mientras predica, inulta a los sedientos a beber su agua de eternidad (Jn 4,14); cuando habla de la caridad, señala una obra de amor el solo dar un vaso de agua a uno de sus semejantes (Mt 10,42; Me 9,40); toma un poco de sosiego junto a un pozo (Jn 4,6); camina sobre el agua (Mt 14,25; Me 6,48; Jn 6,19); le gusta pasar de una a otra parte del lago (Mt 14,34; Me 6,33); sirve el agua a sus discípulos. Hasta en la pasión se pueden encontrar testimonios a favor del bautismo; cuando es condenado a la crucifixión, aparece también el agua, esta vez por las manos de Pilato (Mt 27,24); cuando es traspasado, de su costado sale agua, y la lanza del soldado no hace otra cosa (Jn 19,34)» ( T E R T U L I A N O , El bautismo, 9,4). 1028 Bautismo de agua y bautismo de sangre.—«Por tanto, él, a través del agua del bautismo, hace sentir su llamada y, a través de la sangre del martirio, completa definitivamente su elección; por eso estos dos bautismos los hace salir de la herida del costado golpeado por la lanza (Jn 19,34), porque aquellos que creen en su sangre deben ser después lavados en el agua, y aquellos que se han lavado en el agua deben lavarse también después en su sangre. El martirio es un bautismo que sustituye al de agua, si no se ha recibido, y que lo renueva, si se ha perdido su limpieza» ( T E R T U L I A N O , El bautismo, 16,2). 1029 El Evangelio es el que hace a los mártires.—«En efecto, habiendo dicho el Señor que los pueblos deben ser bautizados en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo, y que en el bautismo se perdonan los pecados pasados, él, sin parar mientes
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en el precepto y la ley, manda que se conceda la paz y se perdonen los pecados en nombre de Pablo, y añade que tal orden la ha recibido de Pablo, como podéis ver en la carta del mismo Luciano y Celerino; en ella no ha pensado que no son los mártires los que hacen el Evangelio, sino que el Evangelio es el que hace los mártires» (S. CIPRIANO, Cartas, 27, «a los presbíteros y diácoy diáconos de Roma», 3,3). 1030 Los mártires, fortificados por la comunión del Cuerpo de Cristo.—«[...]. Pero al presente es necesaria la paz no a los enfermos sino a los sanos, y hemos de conceder la comunión no a los que están a la muerte, sino a los vivos, para no dejar inermes y al descubierto a los que animamos y exhortamos al combate, sino fortificarlos con la protección de la sangre y el cuerpo de Cristo. La Eucaristía es la que cumple este objeto y puede ser una defensa para los que la reciben; por eso debemos armar con esa fuerza del alimento del Señor a los que queremos ver defendidos del enemigo. Pues ¿cómo les vamos a inducir e invitar a derramar la sangre confesando su nombre si negamos la sangre de Cristo a sus soldados que van a guerrear? O ¿cómo vamos a hacer aptos para beber la copa del martirio si no los admitimos antes a beber en la Iglesia la copa del Señor por derecho de nuestra comunión?» (S. CIPRIANO, Cartas, 57, «a Cornelio», 2,2). 1031 Bautismo de los niños recién nacidos.—«En lo que se refiere a la causa de los niños, de los que dijisteis no conviene bautizarlos en el segundo o tercer día de haber nacido, y que se ha de considerar la ley de la antigua circuncisión, es decir, que crees que no debe bautizarse y purificarse al recién nacido antes del octavo día, todos hemos determinado en nuestro concilio una cosa muy distinta. Nadie, pues, ha estado de acuerdo en lo que vos considerabais que debía hacerse, sino más bien todos hemos juzgado que no debía negarse la misericordia de Dios y su gracia a ningún hombre recién nacido» (S. CIPRIANO, Cartas, 64,« a Fido», 2,1). 1032 La confirmación, complemento del bautismo.— «Además, no se nace por la imposición de las manos cuando se recibe el Espíritu Santo, sino en el bautismo, de modo que se recibe al Espíritu Santo cuando se ha nacido, como sucedió en el primer hombre, Adán. Primero Dios lo formó, después sopló en su rostro un aliento de vida. Ni puede, por tanto, recibirse al Espíritu Santo si antes no existe el que lo recibe. Y consistiendo el nacimiento de los cristianos en el bautismo, y estando la generación y santificación en la sola esposa de Cristo, que puede dar a luz y
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engendrar espiritualmente hijos para Dios, ¿dónde y de quién y para quién nació quien no es hijo de la Iglesia? Para tener a Dios por Padre, hay que tener antes a la Iglesia por madre» (S. CIPRIANO, Cartas, 74, «a Pompeyo», 7,1-2). 1033 Los pecados cometidos después del bautismo.—«Ahora bien, Dios en su bondad castiga por estas tres causas: primero, para que el mismo que recibe el castigo se vuelva mejor de como fue hasta ahora; después, para que aquellos que pueden salvarse valiéndose de los ejemplos, amonestados, se dejen echar atrás en el tiempo del mal; finalmente, para que el ofendido no sea fácilmente despreciado y expuesto a las mortificaciones. En esto hay dos clases de corrección: una, mediante la instrucción, y otra mediante el castigo. Hay que tener presente que son sujetos al castigo aquellos que, después de su bautismo, vuelven a caer en los pecados; si los cometidos anteriormente han sido perdonados, los cometidos después los debemos purificar» (CLEMENTE DE ALEJANDRÍA, Stromata, 4,24,154). 1034 El bautismo de sangre.—«Estás viendo que llamó bautismo al derramamiento de su sangre. Y para que al decir esto no ofenda, temo que este bautismo no sea más importante que el que se hace con agua. Una vez recibido, muy pocos son tan dichosos que puedan mantenerlo inmaculado hasta el final de su vida. Mas con este otro bautismo, el que sea bautizado ya no puede pecar. Y si no es temerario atreverse a más en tales cosas, podemos decir que por aquel bautismo se perdonan los pecados pasados, por este otro, hasta los futuros se remedian. Allí son perdonados los pecados; aquí son excluidos» (ORÍGENES, Homilía sobre los Jueces, 6,7). 1035 Bautizar en el nombre del Padre, y del Hijo» y del Espíritu Santo.—«Puede preguntarse por qué, cuando un hombre viene a renacer para la salvación que viene de Dios (en el bautismo), hay necesidad de invocar al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo; de suerte que no quedaría asegurada su salvación sin toda la Trinidad. Para contestar a esto seria necesario, sin duda, definir las particulares operaciones del Padre, del Hijo, y del Espíritu Santo. En mi opinión las operaciones del Padre y del Hijo se extienden no sólo a los santos, sino también a los animales y a las cosas inanimadas, es decir, a todo lo que tiene existencia. En cambio, la operación del Espíritu Santo de ninguna manera alcanza a las cosas inanimadas, ni a los animales, que no tienen habla; ni siquiera puede discernirse en los que, aunque dotados de razón, se entregan a la maldad y no están orientados hacia las cosas mejores. En
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suma, la acción del Espíritu está limitada a los que se van orientando hacia las cosas mejores y andan por los caminos de Cristo Jesús, a saben los que se ocupan de buenas obras y permanecen en Dios» (ORÍGENES, Tratado de los Principios, I 3,5). 1036 Nacimiento del agua y del Espíritu.—«Nuestro Dios y Salvador realizó su plan de salvar al hombre levantándolo de su caída y haciendo que pasara del estado de alejamiento, al que le había llevado su desobediencia, al estado de familiaridad con Dios. Este fue el motivo de la venida de Cristo en la carne, de sus ejemplos de vida evangélica, de sus sufrimientos, de su cruz, de su sepultura y de su resurrección: que el hombre, una vez salvado, recobrara, por la imitación de Cristo, su antigua condición de hijo adoptivo. Es necesario, por tanto, para llegar a una vida perfecta, imitar a Cristo, no sólo en los ejemplos que nos dio durante su vida [...], sino también en su muerte [...]. Pero ¿de qué manera podemos reproducir en nosotros su muerte? Sepultándonos con él por el bautismo [...]. En efecto, los cuerpos de los que son bautizados quedan, de alguna manera, sepultados bajo las aguas. Por eso el bautismo significa, de un modo misterioso, el despojo de las obras de la carne, según aquellas palabras del Apóstol: Fuisteis circuncidados con una circuncisión no hecha por hombres, cuando os despojaron de los bajos instintos de la carne, por la circuncisión de Cristo. Por el bautismo fuimos sepultados con el (Col 2,11-12), ya que el bautismo purifica en cierto modo el alma de las manchas ocasionadas en ella por el influjo de esta vida en carne mortal, según está escrito: Lávame; quedaré más blanco que la nieve (Sal 50,9). Por esto reconocemos un solo bautismo salvador, ya que es una sola la muerte en favor del mundo y una sola resurrección de los muertos, y de ambas es figura el bautismo. Así se explica que el Señor, que nos dio la vida, estableció con nosotros la institución del bautismo, que encierra un símbolo y principio de muerte y de vida: la imagen de la muerte nos la proporciona el agua, la prenda de la vida nos la da el Espíritu. He aquí en plena luz el objeto de nuestra búsqueda: ¿por qué el agua va unida al Espíritu? Porque el bautismo se propone un doble fin: la abolición del cuerpo del pecado, a fin de que no fructifique para la muerte, y la vida del Espíritu, para que abunden los frutos de la santificación; el agua representa la muerte, haciendo como que acoge al cuerpo en el sepulcro, mientras que el Espíritu es el que da la fuerza vivificante, haciendo pasar nuestras almas renovadas de la muerte del pecado a la vida primera.
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Esto es, pues, lo que significa nacer de nuevo del agua y del Espíritu, puesto que en el agua se lleva a cabo la muerte, y el Espíritu crea nuestra vida nueva. Por eso precisamente el gran misterio del bautismo se efectúa mediante tres inmersiones y otras tantas invocaciones, con el fin de expresar la figura de la muerte, y para que el alma de los que se bautizan quede iluminada con la infusión de la luz divina. Porque la gracia que se da por el agua no proviene de la naturaleza del agua, sino de la presencia del Espíritu» (S. BASILIO MAGNO, Tratado del Espíritu Santo, 15)*
1037 Efectos del bautismo.—«El bautismo es esplendor de las almas, transformación de la vida, pregunta hecha a Dios por nuestra conciencia. El bautismo es ayuda a nuestra fragilidad. El bautismo es abandono de la carne, compañía del Espíritu, unión al Logos, restauración de la naturaleza humana, cataclismo del pecado, participación de la luz y destrucción de la tiniebla. El bautismo es vínculo que conduce a Dios, peregrinación junto a Cristo, apoyo de la fe, perfección de la mente, llave del Reino de los Cielos, cambio de vida, destrucción de la esclavitud, liberación de las ataduras, mudanza en nuestra composición. En fin, ¿a qué hacer más enumeraciones? El bautismo es el más bello y el ma-
yor de los dones de Dios» (S. GREGORIO NACIANCENO, Sermo-
nes, 40,3).
1038 El bautismo, don, gracia, unción, iluminación, vestidura, baño y sello.—«Como Cristo, dador de este don, es nombrado con muchos y diferentes apelativos, así también el don por él concedido recibe multitud de denominaciones diversas, ya sea por la alegría que experimentamos cuando se nos concede, pues los que aman algo apasionadamente se recrean en nombrar el objeto de su amor, ya sea por la variedad de sus beneficios que nos mueve a emplear muchos nombres distintos para designarlo. Lo llamamos don, gracia, bautismo, unción, iluminación, vestidura, baño de regeneración, sello, cuanto de precioso hay. Don, porque se otorga a quienes nada habían; gracia, porque se da a los deudores; bautismo, porque el pecado es sumergido en el agua a la par que nosotros; unción, porque es sagrado y real, que tales eran las dignidades que requerían la unción; iluminación, porque es esplendor; vestidura, porque vela nuestra vergüenza; baño, porque purifica; sello, porque significa y conserva el poder» (S. GREGORIO NACIANCENO, Sermones, 40,4).
1039 Jacob, figura de Cristo y del bautismo.—«El bautismo es expiación de los pecados, perdón de los delitos, causa de reno-
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vación y regeneración. Se entiende de aquella regeneración que se contempla con la mente, que no se ve con los ojos. Se había puesto sobre el pozo una gran piedra que, cuando se reunían los pastores allí, solían quitarla para beber ellos y sus ovejas. Y Jacob sólo quita la piedra y da de beber al rebaño de su esposa (Gen 29,1-30). Esto era, pienso, un enigma, sombra del futuro. ¿Qué otra piedra tapaba el pozo sino el mismo Cristo? [...]. Cristo, ocultando el misterio de la regeneración que, todavía en mucho tiempo, tenía necesidad de ser revelado. Nadie movía la piedra sino Israel, es decir, la mente que lleva a Dios. El cual saca también agua y da de beber a las ovejas de Raquel, esto es, el misterio revelado, que estaba escondido, da agua al rebaño de la Iglesia. Añade a esto lo de las varas verdes descortezadas por Jacob (Gen 30,37-43). Desde que aquellas varas fueron colocadas junto al pozo en aquel tiempo, Labán, influido por la superstición de muchos dioses, se quedó pobre. Jacob empezó a enriquecerse y a tener muchos corderos. En sentido alegórico, hay que ver en Labán al diablo, y a Cristo en Jacob. Pues, a partir del bautismo, Cristo quitó su rebaño al diablo y se enriqueció» (S. GREGORIO DE NlSA, Sermón del Santo Bautismo). 1040 El bautizado ha de luchar frente al dragón.—«Grande cosa es el bautismo de que estamos tratando; es rescate para los cautivos, remisión de los pecados, muerte del pecado, regeneración del alma, esplendorosa vestidura, santa e indeleble señal, vehículo para ir al cielo, delicias del paraíso, y don para obtener el reino y la adopción. Por lo demás, el dragón está al acecho de todos los caminantes, guárdate, pues, no te muerda con la infidelidad, porque mira a muchos que se hacen salvos y busca a quien devorar. Vas a pasar al Padre de los espíritus, pero antes tienes que pasar delante de aquel dragón. ¿Cómo, pues, le burlarás? Calza tus pies con la preparación del Evangelio de la paz, para que, aunque te hinque el diente, no te pueda herir. Ten fe segura, firme esperanza y fundamento fuerte, para que, por el mismo lugar ocupado por el enemigo, pases hasta el Señor. Prepara tu corazón para recibir la doctrina y para la participación de los sagrados misterios. Ora frecuentemente y no ceses ni de día ni de noche, para que Dios te haga digno de esos inmortales misterios; y cuando el sueño se aparte de tus ojos, tu alma vuelva a la oración [...]» (S. CIRILO DE JERUSALÉN, Catequesis, «Sermón previo», 16). 1041 Preparación para el bautismo.—«Alégrense los cielos
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y regocíjese la tierra por estos que van a ser rociados con el hisopo y purificados con el hisopo espiritual, por el poder de aquel que en el tiempo de la pasión sufrió los tormentos del hisopo y de la caña. Alégrense las virtudes de los cielos; y prepárense las almas que van a desposarse con el Esposo, ya que suena la voz del que clama en el desierto: Preparad los caminos del Señor [...] (Mt 3,3). El Esposo llama a toaos sin distinción y, por medio del pregonero, recoge a todos; mas luego, él mismo va escogiendo a aquellos que han de entrar en las bodas del bautismo; que ninguno de los inscritos tenga que oír aquella voz: Amigo, ¿cómo has entrado aquí sin el vestido de bodas? (Mt 22,12), sino que todos oigáis, ¡ojalá!, lo del Evangelio: Bien, siervo bueno y fiel; porque has sido fiel en lo poco, te haré señor de mucho; entra en el gozo de tu Señor (Mt 25,21-23) [...]. El bautismo es algo sumamente valioso y debéis acercaros a él con la mejor preparación. Que cada uno se ponga en la presencia de Dios, estando presentes muchos miles de ejércitos de ángeles. El Espíritu Santo ha de sellar vuestras almas para ser llamados a la milicia del gran rey» (S. CIRILO DE JERUSALÉN, Catequesis, 3, «a los iluminados», 1-3). 1042 A partir del bautismo tiene lugar el combate.—«El tiempo que ha precedido al bautismo era un campo de entrenamiento y de ejercicios, donde las caídas encontraban su perdón. A partir de hoy, la arena está abierta para vosotros, el combate tiene lugar, estáis bajo la mirada pública, y no sólo los hombres, también el pueblo de los ángeles contemplan vuestros combates. Pablo grita en su carta a los Corintios: Nosotros hemos sido presentados como espectáculo al mundo, a los ángeles y a los hombres (l Cor 4,9). Los ángeles nos contemplan y el Señor de los ángeles es el que preside el combate. Para nosotros es no sólo un honor, sino también una seguridad. Cuando, en efecto, aquel que ha entregado su vida por nosotros es juez de estos asaltos, ¿que honor y qué seguridad no es para nosotros?» (S. JUAN CRISÓSTOMO, Ocho Catequesis bautismales, 3,8). 1043 Bautismo y Eucaristía.—«De/ costado salió sangjre y agua 0n 19,34). No quiero, amado oyente, que pases con indiferencia ante tan gran misterio, pues me falta explicarte aún otra interpretación mística. He dicho que esta agua y esta sangre eran símbolo del bautismo y de la Eucaristía. Pues bien, con estos dos sacramentos se edifica la Iglesia: con el agua de la regeneración y con la renovación del Espíritu Santo, es decir, con el bautismo y la Eucaristía, que han brotado ambos del costado. Del costado de
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Jesús se formo, pues, la Iglesia, como del costado de Adán fue formada Eva. Por esta misma razón afirma San Pablo: Somos miembros de su cuerpo, formados de sus huesos (Ef 5,30), aludiendo con ello al costado de Cristo, pues del mismo modo que Dios hizo la mujer del costado de Adán, de igual manera Jesucristo nos dio el agua y la sangre salidas de su costado para edificar la Iglesia. Y de la misma manera que entonces Dios tomó la costilla de Adán, mientras éste dormía, así también nos dio el agua y la sangre después que Cristo hubo muerto. Mirad de qué manera Cristo se ha unido a su esposa, considerad con qué alimento nos nutre. Con un mismo alimento hemos nacido y nos alimentamos. De la misma manera que la mujer se siente impulsada por su misma naturaleza a alimentar con su propia sangre y con su leche a quien ha dado a luz, así también Cristo alimenta siempre con su sangre a aquellos a quienes él mismo ha hecho renacer» (S. JUAN CRISÓSTOMO, Ocho Catcquesis bautismales, 3,17-19). 1044 Vestidura blanca del bautizado.—«Ahora vuestra vestidura radiante atrae sobre vosotros todas las miradas, y la limpieza insigne de vuestra alma queda reflejada en este resplandor de vuestro hábito. Por lo mismo, es justo que, en adelante, vosotros los que acabáis de merecer el don del bautismo, y también vosotros a quienes de antes se os ha dispensado la misma liberalidad, os hagáis contemplar de toóos por vuestra conducta perfecta y luminosa, como una antorcha para aquellos que os vean. Porque este vestido espiritual, con que solamente queramos conservar su brillo, conforme avance el tiempo, más viva será la luz y más amplio el resplandor de su claridad. Esto no podrá ocurrir jamás a las vestiduras materiales [...]»(S. JUAN CRISÓSTOMO, Ocho Catcquesis bautismales, 7,24). 1045 Toda justicia, situada en el bautismo.—«La acción del bautismo se completa con el agua, pero la eficacia viene por el Espíritu Santo. El agua no cura si el Espíritu Santo no ha descendido y ha consagrado el agua. Has leído cómo nuestro Señor Jesucristo instituyó el bautismo. Vino a Juan y Juan le dijo: Yo debo ser bautizado por ti, y ¿tú vienes a mí? Le respondió Cristo: Déjame hacer ahora, pues así nos cumple realizar toda justicia (Mt 3,14-15). Ves cómo toda la justicia está situada en el bautismo» (S. AMBROSIO, De los Sacramentos, 1,15). 1046 Iniciación cristiana.—«Viniste deseando por haber visto una gracia tan grande; venías al altar, lleno de deseos, para recibir
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el sacramento [...]. Te despojaste de la vejez de tus pecados, recibiste la juventud de la gracia. Esto es lo que te dieron los sacramentos celestiales. Oye de nuevo a David, que dice: Se renovará tu juventud como un águila (Sal 102,5). Empezaste a ser un águila buena, que asciende al cielo y desprecia las cosas terrenas. Las águilas buenas junto al altar. Donde está el cuerpo, allí se juntarán las águilas (Mt 24,28). El altar representa el cuerpo, y el cuerpo de Cristo está sobre el altar. Vosotros sois las águilas, renovadas por la ablución del pecado» (S. AMBROSIO, De los Sacramentos, 4,7). 1047 Con la Eucaristía anunciamos el perdón de los pecados.—«Cada vez que coméis este pan y bebéis el cáliz, anunciáis la muerte del Señor (1 Cor 11,26). Si (nosotros anunciamos) la muerte, anunciamos el perdón de los pecados. Si cuantas veces se derrama la sangre se derrama para el perdón de los pecados, debo recibirla siempre, para que siempre perdone mis pecados. Yo que siempre peco, debo tener siempre la medicina» (S. AMBROSIO, De los Sacramentos, 4,28). 1048 Crucificados con Cristo por el bautismo.—«Es evidente que, en el que es bautizado, está crucificado el Hijo de Dios; porque nuestra carne no podría estar libre de pecado si no estuviera crucificada en Cristo Jesús. Está escrito: O ¿es que ignoráis que cuantos fuimos bautizados en Cristo Jesús fuimos bautizados en su muerte? (Rom 6,3). Y más adelante: Si hemos sido hechos una cosa con él por el simulacro de su muerte, lo seremos también por lo que lo es de su resurrección; sabiendo esto: que nuestro hombre viejo fue crucificado con él (Rom 6,5-6). Y a los Colosenses: Sepultados con él en el bautismo, en el que fuimos también juntamente resucitados con él (Col 2,12). Esto se ha escrito para que nosotros creamos que es él quien está crucificado en nosotros; para que, por él, nuestros pecados sean lavados y que él quitó de en medio el acta escrita contra nosotros, clavándola en la cruz (Col 2,14), porque él solo puede perdonar nuestros pecados. El es quien triunfa en nosotros de los principados y las potestades, como está escrito: Habiendo despojado a ios principados y potestades, les exhibió a la vista del mundo, triunfando de ellos en sí mismo (Col 2,15)» (S. AMBROSIO, Tratado déla Penitencia, 2,2,9). 1049 La Vigilia madre de todas las vigilias.—«Para exhortarnos a imitarle, el bienaventurado apóstol San Pablo mencionaba también sus frecuentes vigilias, entre otras muchas pruebas de su virtud (2 Cor 11,27). ¡Cuánto mayor ha de ser nuestra alegría en la observancia de esta Vigilia, en cierto modo la madre de todas
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las vigilias, en la que todo el mundo está despierto!» (S. AGUSTÍN, Sermones, 219). 1050 La vida del cristiano, levantar el corazón.—«Después del saludo conocido: El Señor esté con vosotros, escuchasteis: Levantemos el corazón. La vida entera de los cristianos auténticos consiste en levantar el corazón, tener el corazón en alto: he aquí la vida de quienes son cristianos no sólo de nombre, sino también en realidad de verdad; ¿qué significa levantar el corazón} Poner la esperanza en Dios, no en ti; pues tú estás abajo, mientras Dios está arriba» (S. AGUSTÍN, Sermones, 229). 1051 Tener levantado el corazón hacia el Señor.—«En cierto modo hacemos una pregunta y una exhortación al decir: Levantemos el corazón. No lo tengáis en el suelo, el corazón se pudre al contacto con la tierra; levantadlo hacia el cielo. Levantemos el corazón; pero ¿hacia dónde? ¿Cómo respondéis? ¿Hacia dónde levantáis el corazón? Lo tenemos levantado hacia el Señor. El mismo tener levantado el corazón, a veces es bueno, a veces es malo. ¿Cómo es malo? Es cosa mala en aquellos de quienes se dijo: Los derribaste cuando se ensalzaron (Sal 72,18). Tener en alto el corazón, si no es hacia el Señor, en vez de justicia es soberbia; por este motivo, cuando decimos: Levantemos el corazón, dado que también la soberbia puede mantenerlo elevado, respondéis: Lo tenemos levantado hacia el Señor. Es, pues, misericordia, no orgullo. Y si es misericordia el que tengamos el corazón levantado hacia el Señor, ¿lo hemos conseguido nosotros? ¿Es resultado de nuestras fuerzas? En ningún modo. El lo hizo, él quien tuvo esa bondad, él alargó su mano, él anticipó su gracia, él elevó lo que estaba caído. En consecuencia, después de haber dicho: Levantemos el corazón, y de haber respondido: Lo tenemos levantado hacia el Señor, para que no os atribuyáis el tener en alto el corazón, añade: Demos gracias al Señor, nuestro Dios» (p. AGUSTÍN, Sermones, 229A). 1052 Pecados cometidos después del bautismo.—«Tú viste también, Dios mío, pues eras ya mi guarda, con qué fervor de espíritu y con qué fe solicité de la piedad de mi madre y de la madre de todos nosotros, tu Iglesia, el bautismo de tu Cristo, mi Dios y Señor [...]. Difirióse, en vista de ello, mi purificación, juzgando que sería imposible que, si vivía, no me volviese a manchar, y que el reato de los delitos cometidos después del bautismo es mucho mayor y más peligroso» (S. AGUSTÍN, Las Confesiones, 1,11,17). 1053 El canto de los himnos y los salmos.—«No hacía mucho tiempo que la Iglesia de Milán había empezado a celebrar este
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género de consolación y exhortación, con gran entusiasmo de los hermanos, que los cantaban con la boca y el corazón. Es a saber: desde hacía un año o poco más, cuando Justina, madre del emperador Valentiniano, todavía niño, persiguió por causa de su herejía —a la que había sido inducida por los arríanos— a tu varón Ambrosio. Velaba la piadosa plebe en la Iglesia, dispuesta a morir con su obispo, tu siervo. Allí se hallaba mi madre, tu sierva, la primera en solicitud y en las vigilias, que no vivía sino para la oración. Nosotros, todavía fríos, sin el calor de tu Espíritu, nos sentimos conmovidos, sin embargo, por la ciudad atónita y turbada. Entonces fue cuando se instituyó que se cantasen himnos y salmos, según la costumbre oriental, para que el pueblo no se consumiese del tedio de la tristeza. Desde ese día se ha conservado hasta el presente, siendo ya imitada por muchos, casi por todas tus Iglesias, en las demás regiones del orbe» (S. AGUSTÍN, Las Confesiones, 9,7,15). 1054 Tradición apostólica y liturgia de las Iglesias.—«Ante todo, quiero que retengas lo que es principal en este debate, a saber: que Nuestro Señor Jesucristo, como él mismo dice en su Evangelio, nos ha sometido a su yugo suave y a su carga ligera. Reumó la sociedad del nuevo pueblo con sacramentos, pocos en número, fáciles de observar, ricos en significación; así el bautismo, que se celebra en nombre de la Trinidad, así la comunión de su Cuerpo y Sangre y cualquiera otro que se contenga en las Escrituras canónicas. Se exceptúan los sacramentos que recargan la servidumbre del pueblo antiguo, acomodados a su corazón y a los tiempos proféticos, y que también se contienen en los cinco libros de Moisés. Todo lo que observamos por tradición, aunque no se halle escrito, todo lo que observa la Iglesia en todo el orbe, se sobrentiende que se guarda por recomendación o precepto de los apóstoles o de los concilios plenarios, cuya autoridad es indiscutible en la Iglesia. Por ejemplo, la pasión del Señor, su resurrección, ascensión a los cielos y venida del Espíritu Santo desde el cielo, se celebran en el aniversario. Lo mismo diremos de cualquiera otra práctica semejante que se observe en toda la Iglesia universal. Hay otras prácticas que varían según los distintos lugares y países. Así, por ejemplo, unos ayunan el sábado y otros no; unos comulgan cada día con el Cuerpo y la Sangre del Señor, otros comulgan sólo en ciertos días. Unos no dejan pasar un día sin celebrar, otros celebran sólo el sábado y el domingo. Si se consideran El Evangelio en los PP, de la Iglesia
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estas prácticas y otras semejantes que pueden presentarse, todas son de libre elección. En todo esto, la me j or disciplina para el cristiano es acomodarse al modo que viere observar en la Iglesia en la que se encontrare. Pues lo que no va contra la fe ni contra las buenas costumbres, hay que tenerlo por indiferente y observarlo por solidaridad con aquellos entre quienes se vive» (S. AGUSTÍN, Cartas, 54, «a las consultas de Jenaro», 1-2). 1055 El mismo sacramento de la fe hace fiel al niño.— «Por tanto, aunque no hace fiel al niño aquella fe que reside en la voluntad de los que creen, con todo, le hace fiel el mismo sacramento de la fe. Los adultos contestan que cree, y asimismo lo llaman fiel, no porque el niño acepte la realidad con su propia mente, sino porque recibe el sacramento de esa realidad. Cuando el niño comenzare a ser consciente, no repetirá dicho sacramento, sino que lo entenderá simplemente y se ajustará a la verdad del mismo, poniendo su voluntad en consonancia con él. Mientras eso no llega, el sacramento tendrá eficacia para proteger al niño contra las potestades enemigas. Tanta eficacia tendrá, que, si el niño muriese antes de llegar al uso de la razón, se liberará, con la ayuda cristiana, de aquella condenación que entró en el mundo por un hombre. Ello acontece gracias al mismo sacramento, garantizado por la caridad de la Iglesia» (S. AGUSTÍN, Cartas, 98, «al obispo Bonifacio», 10).
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XXXVII MINISTERIO PASTORAL «Y Jesús, al ver a las gentes, se compadecía de ellas, porque estaban extenuadas y abandonadas como ovejas sin pastor» (Me 9,36). «Entonces le llevaron unos niños, para que les impusiera las manos y rezara una oración. Los discípulos los reprendieron; pero Jesús dijo: Dejad a los niños y no les impidáis venir a mí, pues de los que son como eUos es el reino de los cielos» (Mt 19,13-14). «Y les decía: Donde cjuiera que entréis en una casa, quedaos allí hasta que salgáis de allí» (Mt 6,10). «¿Quién de vosotros, que tiene cien ovejas y pierde una de ellas, no deja las noventa y nueve en el desierto y va tras la que se perdió, hasta que la encuentra? Y cuando la encuentra se la pone sobre los hombros, y cuando llega a casa convoca a sus amigos y a los vecinos para decirles: Alegraos conmigo, ^ porque encontré a mi oveja perdida» (Le 15,4-6). «Yo soy el buen pastor y conozco a las mías y las mías me conocen, como me conoce el Padre y yo conozco al Padre; y doy mi vida por las ovejas» Qn 10,14-15). 1056 La Iglesia no se cierra a nadie ni el obispo rehusa a nadie.—«Si quieren requerir nuestro juicio, que vengan; por fin; si pueden tener alguna excusa y defensa, debemos ver qué sentimientos de dar satisfacción, qué fruto de penitencia traen. Ni la Iglesia aquí se cierra a nadie ni el obispo rehusa a nadie. Están a disposición de los que vengan nuestra paciencia, nuestra facilidad, nuestra benignidad. Deseo que todos vuelvan a la Iglesia, deseo que todos nuestros compañeros de lucha se recojan dentro del campo de Cristo y de la Casa de Dios Padre. Perdono todo, disimulo muchas faltas por el gran deseo de recoger a todos los hermanos [...]. Abro mis brazos con amor pronto y pleno a los que vuelven con arrepentimiento, confesando su pecado, dando satisfacción con humildad y sencillez. Si hay algunos que creen poder volver a la Iglesia no con súplicas, sino con amenazas, o consideran que van a abrir la puerta con el terror y no con lágrimas y satisfacciones, tengan por seguro que la Iglesia del Señor se mantiene cerrada para los tales y que el campamento de Cristo, que es invencible, resistente y forti-
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ficado para la defensa del Señor, no cede con amenazas. El obispo de Dios, que defiende el Evangelio de Dios y custodia los mandatos de Cristo, puede ser matado, pero no vencido» (S. C I P R I A N O , Cartas, 59, «a Cornelio», 16,3-17,1). 1057 Castidad de los casados y de los monjes.—«Demostrando con toda claridad ese punto, vamos también a examinar quién caerá más fácilmente, si es que esto necesita de examen. La castidad no hay duda que la guardará más fácilmente el que tiene mujer, pues goza de grande ayuda; mas en todo lo demás, la cosa no aparece ya tan clara. Y hasta en punto a la castidad, vemos que son más los casados que caen que no los monjes, pues no son tantos los monjes que salen de los monasterios para casarse como los esposos que saltan del lecho de sus mujeres para echarse en brazos de las rameras» (S. J U A N C R I S Ó S T O M O , Contra los impugnadores de la vida monástica, 3,15). 1058 El imperio del rey f el imperio del monje.—«Ahora bien: el rey está a la cabeza de ciudades, regiones y numerosas naciones y, con un solo gesto, pone en movimiento a generales y prefectos, ejércitos y pueblo, y consejos o senados; mas el que se ha consagrado a Dios y profesa la vida monástica, ejerce su imperio sobre la ira, la envidia, la avaricia, la gula y los demás vicios; todo su cuidado y preocupación es no consentir que su alma se someta a las pasiones vergonzosas y su razón no se haga esclava de amarga tiranía, y para mantener constantemente su espíritu por encima de todas las cosas, pone el temor de Dios por muro de sus pasiones. Tal es el imperio y poder que ejerce el rey; tal el que ejerce el monje; a vista de uno y otro, con más razón ha de llamarse rey al monje que no el que brilla por la púrpura y la corona y se sienta sobre trono de oro» (S. J U A N C R K O S T O M O , Paralelo entre el monje y el rey, 1). 1059 Ventajas del monje sobre el rey*—«Si uno y otro cayeren, el monje por perder su virtud y el rey su realeza, el monje se recobrará fácilmente y borrados rápidamente sus pecados por medio de la oración, las lágrimas, el dolor y el cuidado de los pobres, volverá fácilmente de nuevo a su antiguo imperio; mas si el rey cae, necesitará para recobrar el suyo de muchos aliados, de muchos hoplitas, de caballos y caballeros, dinero y peligros. Además, el rey tiene que poner en los otros toda la esperanza de su salvación; el monje, empero, por su propia determinación, por su empeño y mudanza de vida, tendrá inmediatamente la salud en su mano. Porque el reino de los cielos, dice el Señor, está
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dentro de vosotros (Le 17,21)» (S. JUAN CRISÓSTOMO, Paralelo entre el monje y el rey, 4). 1060 Corrección en la Iglesia, no por la violencia, sino por la persuasión.—«A nadie como a los cristianos esta vedado corregir a la fuerza a los que pecan. Los jueces seculares, sí, cuando un malhechor cae bajo la ley, hacen alarde de su poder, y le obligan, mal que le pese, a dejar sus costumbres; pero entre nosotros no es lícito corregir a nadie por la violencia, sino por la persuasión. No nos conceden las leyes tanto poder de coerción contra los que pecan ni, caso que nos lo concedieran, nos serviría para nada, puesto que Dios no corona a los que por necesidad se apartan del mal, sino a quienes lo evitan por libre voluntad» (S. JUAN CRISÓSTOMO, Sobre el Sacerdocio, 3,3). 1061 Ejercicio del ministerio pastoral.—«Por eso, gran prudencia se requiere en el pastor y mil ojos ha de tener para mirar por todos los costados la disposición del alma. Porque como hay muchos que se ensoberbecen y caen en desesperación de su salud, por no poder soportar las medicinas amargas, así hay quienes, por no sufrir el castigo adecuado a sus pecados, se abandonan a la negligencia, se vuelven mucho peores y se abalanzan a mayores pecados. Ninguno de estos puntos ha de dejar el sacerdote sin examinar, sino, diligentemente mirado todo, aplicar entonces convenientemente su remedio, a fin de que su empeño no resulte vano» (S. JUAN CRISÓSTOMO, Sobre el Samrdocio, 2,4). 1062 Sentado a la popa de la Iglesia para resistir el embate de las olas.—«Recibiste el oficio sacerdotal, y sentado a la popa de la Iglesia, gobiernas la nave contra el embate de las olas. Sujeta el timón de la fe para que no te inquieten las violentas tempestades de este mundo. El mar es, sin duda, ancho y espacioso, pero no temas: El la fundó sobre los mares, él la afianzó sobre los ríos (Sal 23,2). Por consiguiente, la Iglesia del Señor, edificada sobre la roca apostólica, se mantiene inconmovible entre los escollos del mundo y, apoyada en tan sólido fundamento, persevera firme contra los golpes de las olas bravias. Se ve rodeada por las olas, pero no resquebrajada, y aunque muchas veces los elementos de este mundo la sacuden con gran estruendo, cuenta con el puerto segurísimo de la salvación para acoger a los fatigados navegantes. Sin embargo, aunque se agite en la mar, navega también por los ríos, tal vez aquellos ríos de los que afirma el salmo: Levantan los ríos su voz (Sal 92,3). Son los nos que manaran de las entrañas de aquellos que beban la bebida de Cristo y reciban el Espíritu
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de Dios. Estos ríos, cuando rebosan de gracia espiritual, levantan su voz» (S. A M B R O S I O , Cartas, 2,1-2). 1063 El sacerdote no ha de presumir de pobre.—«Atended a esto, no reprendáis sin ton ni son a los ricos y, asimismo, no presumáis de pobres o de necesitados. Si no debe presumirse de las riquezas, ¡cuánto menos de la pobreza! Sólo debemos presumir de Dios vivo. Luego, ¿por qué son reprochados? Porque cSjeron: Feliz el pueblo que posee estas cosas. Por eso son hijos extraños, por eso su lengua habló mentira y su poder es poder de iniquidad (Sal 143,8). Tú, ¿qué dirás? Feliz el pueblo que tiene a Dios por Señor (Sal 143,15)» (S. A G U S T Í N , Enarraciones sobre los Salmos, Sal 51,15). 1064 Cuándo y cómo castigar en la Iglesia.—«¿Qué diré del castigar y del no castigar? Quiero que todo lo que se refiere a castigos redunde en provecho de aquellos a quienes juzgo que debo o no castigar. ¿Qué método seguir en el castigo, no sólo según la cantidad y calidad de las culpas, sino también en conformidad con las fuerzas de las almas? ¿Qué es lo que cada uno tolera y qué es lo que no admite? Temo que el castigado no sólo no reporte ventaja, sino que se le provoque al desmayo. ¡Cuan oscuro y misterioso es todo esto! Por ese temor del inminente castigo que los hombres suelen tener, no sé si son más los que se han corregido que los que se han empeorado. Y ¿qué decir de lo que acontece con frecuencia? Si castigas a uno, perece él, y si lo dejas impune, perece otro. Confieso que en este punto peco cada día y que ignoro cómo y cuándo he de cumplir lo que está escrito: Corrígele entre tú y el & solas (Mt 18,15) y lo que está escrito en otra parte: Arguye a los que pecan delante de todos para que los demás tengan temor (1 Tim 5,20). Porque también está escrito: No queráis juzgar antes de tiempo para que no seáis juzgados (1 Cor 4,5). Y en el segundo inciso no añade antes de tiempo. Asimismo está escrito también: ¿Quién eres tú para juzgar al siervo ajeno? Para su señor se mantiene o cae, y se mantendrá, porque poderoso es el Señor para mantenerle en pie (Rom 14,4), palabras que se refieren a aquellos que están dentro de la Iglesia. En otra parte manda también juzgarlos, cuando dice: ¿Qué me incumbe a mí juzgar a los que están fuera? ¿Por ventura no juzgáis vosotros a los que están dentro? Arrancad el mal de entre vosotros mismos (1 Cor 5,12-13). Mas cuánta preocupación y temor me causa el adivinar cómo tengo que hacerlo cuando creo que debo hacerlo. Temo que suceda lo que el Apóstol trata de evitar cuando dice en la epístola a los mismos Corintios: Para que el culpable no se sumerja en mayor tristeza. Y para . . que nadie creyese que esto importaba poco, añadió en este texto: $
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Para que no sea poseído por Satanás, pues no ignoramos sus intenciones (2 Cor 2,7.11). ¡Que espanto me causa todo esto, oh mi Paulino, santo hombre de Dios!» (S. AGUSTÍN, Cartas, 95, «a Paulino y Terasia», 3). 1065 Corrección fraterna y caridad.—«Nunca deben amarse las disensiones. Pero a veces nacen de la caridad o demuestran que hay caridad. ¿Podrá hallarse fácilmente alguno que quiera ser reprendido? Y ¿donde está aquel sabio de quien está escrito: Castiga al sabio y te amará (Prov 9,8)? Y ¿por eso dejaremos de reprender y castigar al hermano, dejándolo ir seguro a la muerte? Suele acaecer, y acaece con frecuencia, que el hermano se entristece de momento cuando le reprenden, y resiste y discute. Pero luego reflexiona en silencio, sin otro testigo que Dios y su conciencia, allí donde no teme desagradar a los hombres cuando se corrige, sino a Dios cuando no se corrige. Ya no volverá a ejecutar aquello por lo que fue reprendido y cuanto más odia su pecado tanto más ama al hermano, pues ve que era enemigo de su pecado. Puede ser que el hermano pertenezca al número de aquellos de quienes se dijo: Castiga al necio, y por añadidura te odiará (Prov 9,8). Entonces la disensión no nace de su caridad, pero ejercita y prueba la caridad de quien lo reprende, pues con el rencor no paga rencor, sino amor. Y ese amor, que fuerza a reprender continua imperturbable aun cuando el reprendido pague con el odio. Si el que corrige quiere devolver mal por mal y hace enfurecer al reprendido, el reprensor no era digno de reprender, sino de ser reprendido. Obrad así para que no haya entre vosotros indignaciones o, si las hay, se repriman al momento con una inmediata paz. Poned mayor empeño en poneros de acuerdo que en reprenderos. Porque, como el vinagre contamina el vaso si dura en él, así la cólera contamina el corazón si dura hasta el día siguiente. Obrad, pues así, y el Señor de la paz estará con vosotros. Al mismo tiempo orad por nosotros para que cumplamos los buenos consejos que os damos» (S. AGUSTÍN, Cartas, 210, «a Felicidad y Rústico», 2). 1066 Exhortaciones cristianas de los pastores.—«Si queremos, pues, con cristianas exhortaciones despertar y enardecer los ánimos indolentes y fríos para obrar el bien, primero exhortémoslos a la fe, a hacerse cristianos y sujetarse al Nombre sin el cual nadie puede salvarse. Y si son cristianos ya, pero negligentes en vivir según la fe que profesaron, úsese el flagelo del terror y levántense sus ánimos con la alabanza del premio. Hemos de animarlos no sólo a obrar bien, sino también a la práctica de la oración, instruyéndolos con sana doctrina, para que den gracias a Dios si han
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comenzado a vivir bien y sin grandes dificultades han logrado algo; y cuando sientan alguna dificultad, no cesen de orar a Dios con mucha fidelidad y perseverancia y con buenas obras de misericordia para conseguir la facilidad. Siguiendo por este camino del aprovechamiento, no me importa dónde y cuándo llegarán a la meta de la perfecta justicia; pero digo que todo adelanto que hicieren, sea donde sea y cuando sea, se debe a la gracia de Dios por mediación de nuestro Señor Jesucristo» (S. AGUSTÍN, De la naturaleza y de la gracia, 68,82). 1067 Utilidad de la corrección.—«Déjense, pues, corregir los hombres cuando pecan, ni tomen de la corrección pretexto para ir contra la gracia de Dios, ni de la gracia para ir contra la corrección; pues el pecado merece un justo castigo y a este castigo pertenece la debida corrección, que tiene su valor medicinal aun siendo incierta la curación del enfermo, a fin de que al corregido, si pertenece al número de los predestinados, sirva ella de remedio saludable, y si no pertenece a él, ella conserve su carácter penal» (S. AGUSTÍN, De la corrección y la gracia, 14,43). 1068 Cómo corregir al pecador.—«Prosigue: No tienes que temer ni turbarte delante de ellos, porque ella es una familia contumaz (Ez 3,9). Esto ya se ha expuesto anteriormente; mas es de notar por cuan contumaz es tenido aquel cuya contumacia tan frecuentemente se repite. Luego el pecador debe ser reprendido y jamás temido, porque es una familia contumaz; debería, sí, ser temido el hombre si él mismo, en cuanto hombre, temiera al autor de todo; pero quien no usa de la razón para temer a Dios, tanto menos debe ser temido en nada cuanto él es menos en lo que debe ser. Prosigue: Ydíjome: Hijo de hombre, recibe en tu corazón y escucha bien todas las palabras que yo te hablo; y anda, preséntate a los hijos de tu pueblo que fueron traídos al cautiverio (Ez 3,10-11). Hay que mirar atentamente y con cuidado lo que el Señor dice al profeta: que primero oiga sus palabras y que después hable. Oímos las palabras de Dios si las cumplimos; y entonces las hablamos rectamente a los prójimos cuando primero las hubiéremos cumplido nosotros. Cosa que confirma bien el evangelista San Marcos cuando narra el milagro obrado por Cristo, diciendo: Presentáronle un hombre sordomudo, suplicándole que pusiera sobre él su mano; e indica el orden de esta curación cuando añade: Le metió los dedos en las orejas y con la saliva le tocó la lengua (Me 7,32-33). ¿Qué se significa por los dedos del Redentor sino los dones del Espíritu Santo? Por eso, cuando en otra ocasión arrojó al démeos fe* i^'vJtikjk.Ae-
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nio, dijo: Si yo echo los demonios con el dedo de Dios, es evidente que ha llegado ya a vosotros el reino de Dios (Le 11,20). En lo cual
por otro evangelista se refiere que dijo: Si yo echo los demonios en
virtud del Espíritu de Dios, sigúese por cierto que el reino de Dios
ha llegado a vosotros (Me 12,28). De uno y otro de estos lugares se colige que el Espíritu Santo se llama dedo; luego meter los dedos en las orejas es abrir, por medio de los dones del Espíritu Santo, la mente del sordo para que obedezca. Pero ¿qué significa el tocar con saliva la lengua de él? La lengua de nuestro Redentor es para nosotros la sabiduría de la palabra de Dios que hemos recibido. En efecto, la saliva fluye de la cabeza a la boca; y así, aquella sabiduría que es él mismo, al tocar nuestra lengua, en seguida la dispone para predicar» (S. GREGORIO MAGNO, Homilías sobre Ezequiel, 1,10). .
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«Y los nombres de los doce apóstoles son éstos: primero Si' man, llamado Pedro, y Andrés, su hermano; Santiago eldeZebedeo y Juan, su hermano; Felipe y Bartolomé; Tomás y Mateo el publicanoy Santiago el de Alfeo y Tadeo; Simón el cananeo y Judas el Iscariote, el que le entregó» (Mt 10,2-4). «Ahí tenéis a mi madre y a mis hermanos. Pues el que hiciere la voluntad de Dios, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre» (Me 3,34-35). «Bajó con ellos a Nazaret y vivía sometido a ellos. Y su madre guardaba todas estas cosas en su corazón. Y Jesús progresaba en sabiduría, en estatura y en gracia delante de Dios y de los hombres» (Le 2,51-52). «Y tengo otras ovejas que no son de este aprisco; éstas también tengo yo que recoger, y oirán mi voz, y vendrá a ser un solo rebaño y un solo pastor» (Jn 10,16). «Había unos griegos de los que subían a honrar a Dios en la solemnidad. Estos se acercaron a Felipe, que era de Betsaida de Galilea, y le rogaban diciendo: Señor, deseamos ver a Jesús. Viene Felipe y se lo dice a Andrés; vienen Andrés y Felipe, y se lo dicen a Jesús. Jesús les responde: Ha llegado la hora de que sea glorificado el Hijo del hombre» (Jn 12,20-23). 1069 Primacía de la Iglesia romana.—«A la Iglesia que alcanzó misericordia en la magnificencia del Padre altísimo y de Jesucristo, su único Hijo; la que es amada y está iluminada por la voluntad de aquel que ha querido todas las cosas que existen, según la fe y la caridad de Jesucristo, Dios nuestro. Iglesia, además, que preside en la capital del territorio de los romanos; digna ella de Dios, digna de todo decoro, digna de toda bienaventuranza, digna de alabanza, digna de alcanzar cuanto desee, digna de toda santidad; irpuesta a la cabeza de la caridad, seguidora que es de la ley de Cristo y adornadacon el nombre de Dios: mi saludo en el nombre de Jesucristo, Hijo del Padre» (S. IGNACIO DE ANTIOQUÍA, Carta a los Romanos, Introducción)? 1070 Sucesión apostólica en la Iglesia de Roma.—«Sería muy largo en un escrito como el presente enumerar la lista sucesoria
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de todas las Iglesias. Por ello indicaremos cómo la mayor de ellas, la más antigua y la más conocida de todas, la Iglesia que en Roma fundaron y establecieron los dos gloriosísimos apóstoles Pedro y Pablo, tiene una tradición que arranca de los apóstoles y llega hasta nosotros, en la predicación de la fe a los hombres (Rom 1,8), a través de la sucesión de los obispos. Así confundimos a todos aquellos que, de cualquier manera, ya sea por complacerse a sí mismos, ya por vanagloria, ya por ceguedad o falsedad de juicio, se juntan en grupos ilegítimos. En efecto, con esta Iglesia (romana), a causa de la mayor autoridad de su origen, ha de estar necesariamente de acuerdo toda otra Iglesia, es decir, los fieles de todas partes; en ella siempre se ha conservado por todos los que vienen de todas partes aquella tradición que arranca de los apostóles. En efecto, los apóstoles, habiendo fundado y edificado esta Iglesia, entregaron a Lino el cargo episcopal de su administración; y de Lino hace mención Pablo en la Carta a Timoteo. A el sucedió Anacleto [...]. Según este orden y esta sucesión, la tradición de la Iglesia que arranca de los apóstoles y la predicación de la verdad han llegado hasta nosotros. Esta es una prueba suficientísima de que una fe idéntica y vivificadora se ha conservado y se ha transmitido dentro de la verdad en la Iglesia desde los apóstoles hasta nosotros» (S. IRENEO, Contra las herejías, 3,3,2ss). 1071 Iglesias particulares.—«Así, por ejemplo, la Iglesia de Dios en Atenas, por tener decidida voluntad de agradar al Dios sumo, es mansa y tranquila; mas la comunidad popular de los atenienses es levantisca y en modo alguno puede compararse a la Iglesia de Dios allí establecida. Y lo mismo hay que decir de la Iglesia de Dios en Corinto y de la asamblea popular de los corintios; y para poner otro ejemplo, de la Iglesia de Dios en Alejandría y de la comunidad del pueblo de los alejandrinos. Si el que esto oye es inteligente y examina las cosas con amor a la verdad, no podrá menos de admirar al que decidió y logró que se formaran por doquiera iglesias de Dios, que habitaran como forasteras (1 Pe 2,11), a par de las comunidades populares de cada ciudad [...]. Así ha de compararse el que manda en la Iglesia de cada ciudad con el que manda sobre la ciudad misma, y se comprenderá que, hablando en general, aun los consejeros y gobernantes de la Iglesia de Dios que dejan mucho que desear y son más desidiosos en parangón con los de más fervor, no por eso dejan de superar, en lo que atañe al progreso en la virtucf, las costumbres de los consejeros y gobernantes de las
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1072 Responsabilidad de los padres en la educación de sus hijos.—«De suerte que no puede hallarse otro origen del extravío de los hijos que el loco afán por las cosas terrenas. £1 no mirar sino a ellas, el no querer que nada se estime por encima de ellas, obliga a descuidar tanto la propia alma como la de los hijos. A estos padres (y nadie piense que es la ira la que inspira mis palabras) yo no tendría inconveniente en calificarlos de peores que los asesinos de sus propios hijos. Los asesinos, después de todo, sólo separan el alma del cuerpo; pero los padres negligentes arrojan juntos cuerpo y alma a la noguera del infierno» (S. JUAN CRISÓSTOMO, Contra los impugnadores de la vida monástica, 3,4). 1073 Educación cristiana de los hijos.—«Yo no ceso de exhortaros, rogándoos y suplicándoos que antes de todas las cosas eduquéis bien a vuestros hijos. Si tienes consideración a tu hijo, aquí lo has de mostrar. Por lo demás, tampoco te faltará la recompensa [...]. Educa un atleta para Cristo y, aun permaneciendo en el mundo, enséñale a ser piadoso desde ía primera edad» (S. JUAN CRISÓSTOMO, De la vanagloria y de la educación de los hijos, 19). 1074 La educación de los hijos, una obra de arte.—«Cada uno, pues, de nosotros, padres y madres, a la manera que vemos cómo pintores y escultores trabajan tan esmeradamente sus cuadros y estatuas, así hemos de cuidar de estas maravillosas estatuas que son los hijos. Los pintores, en efecto, poniéndose delante de la tabla cada día, la van pintando y sobrepintando convenientemente. Y lo mismo hacen los que pulen la piedra, que ora quitan lo superfluo, ora añaden lo que falta. Así, ni más ni menos, vosotros estáis labrando estatuas. Todo vuestro tiempo ha de consagrarse a preparar para Dios estas maravillosas estatuas» (S. JUAN CRISÓSTOMO, De la vanagloria y de la educación de los hijos, 22). 1075 Educar por el temor y el amor.—«En estas cosas, el padre ha de ser en todo momento el dueño y señor, duro e intransigente cuando se infringen las leyes; suave y benigno, y generoso para premiar al hijo cuando se cumplen. Asi gobierna Dios el mundo: por el temor del infierno y por la promesa del reino de los cielos. Y así hemos de formar nosotros a nuestros hijos» (S. JUAN CRISÓSTOMO, De la vanagloria y déla educación de los hijos, 67). 1076 Frutos de la educación cristiana.—«Así, educado el niño, sobre él vendrán todos los bienes, y luego aprenderá también él a educar a sus hijos, y éstos a los suyos; y así se formará una cadena de oro» (S. JUAN CRISÓSTOMO, De la vanagloria y de la educación de los hijos, 88). tor ttktc ' á
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1077 Una familia cristiana.—«¡Oh bienaventurada casa en que habitan la viuda Ana, vírgenes profetisas y un doble Samuel criado en el templo! ¡Oh techos afortunados en que vemos una madre mártir, ceñida de las coronas de los mártires Macabeos! Y es así que, si es cierto que, al guardar sus mandamientos, cada día confesáis a Cristo, ahora a la gloria privada se ha añadido la pública y clara confesión de que, por obra vuestra, ha sido desterrada de vuestra ciudad la vieja ponzoña de la herejía arriana. Acaso os maravilléis de que, al cabo de la carta, he vuelto de nuevo a empezar. ¡Qué le vamos a hacer! No tengo fuerzas para dejar de decir lo que siente mi pecho. La brevedad de la carta me fuerza a callar, vuestro recuerdo me obliga a hablar. Lenguaje trastornado, discurso confuso y turbado. El amor no sabe de orden» (S. JERÓNIMO, Cartas, 7, «a Cromacio, Jovino y Eusebio»). 1078 El matrimonio es un bien.—«El matrimonio es, pues, un bien que torna tanto mejores a los esposos cuanto más castos, más fieles y más temerosos son del Señor, y mucho más si a los hijos que engendran según la carne los crían y educan según el Espíritu» (S. AGUSTÍN, Del bien del matrimonio* 19,22). 1079 Dios saca bienes de los males.—«En esta mi niñez, en la que había menos que temer por mí que en la adolescencia, no gustaba yo de las letras y odiaba el que me urgiesen a estudiarlas. Con todo, era urgido, y me hacían un gran bien. Quien no hacía bien era yo, que no estudiaba sino obligado; pues nadie que obra contra su voluntad obra bien, aun siendo bueno lo que hace. Tampoco los que me urgían obraban bien; antes, todo el bien que recibía me venía de ti, Dios mío, porque ellos no veían otro fin a que yo pudiera encaminar aquellos conocimientos que me obligaban a aprender sino a saciar el insaciable apetito de una abundante escasez y de una gloria ignominiosa. Mas tú, Señor, que tienes numerados los cabellos de nuestra cabeza, usabas del error de todos los que me apremiaban a estudiar para mi utilidad y del mío en no querer estudiar para castigo, del que ciertamente no era indigno, siendo niño tan chiquito y tan gran pecador. Así que, de los que no obraban bien, tú sacabas bien para mí; y de mis pecados, mi justa retribución; porque tú has ordenado, y así es, que todo ánimo desordenado sea castigo de sí mismo» (S. AGUSTÍN, Las Confesiones, 1,12,19). 1080 Descuido de la educación cristiana en padres honrados.—«¿Quién había entonces que no colmase de alabanzas a mi padre, el cual, yendo más allá de sus haberes familiares, gastaba
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con el hijo cuanto era necesario para un tan largo viaje por razón de mis estudios? Porque muchos ciudadanos, y mucho más ricos que él, no se tomaban por sus hijos semejante empeño. Sin embargo, este mismo padre nada se cuidaba entretanto de que yo creciera ante ti o fuera casto, sino únicamente de que fuera disertus (erudito), aunque mejor dijera desierto, por carecer de tu cultivo, ¡oh Dios!, único, verdadero y buen Señor de tu campo, mi corazón» (S. AGUSTÍN, Las Confesiones, 2,3,5). 1081 Lectura y canto de los Salmos.—«¡Qué voces de ti, Dios mío, cuando, todavía novicio en tu verdadero amor y siendo catecúmeno, leía descansando en la quinta los salmos de David —cánticos de fe, sonidos de piedad, que excluyen todo espíritu hinchado— en compañía de Alipio, también catecúmeno, y de mi madre, que se nos había juntado con traje de mujer, fe de varón, seguridad de anciana, caridad de madre y piedad cristiana! ¡Qué voces, si, te daba en aquellos salmos y cómo me inflamaba en ti con ellos, y me encendía en deseos de recitarlos, si me fuera posible, al mundo entero, contra la soberbia del género humano! Aunque cierto es ya que en todo el mundo se cantan y que no hay
nadie que se esconda a tu calor (Sal 18,7)» (S. AGUSTÍN, Las Con-
fesiones, 9,4,8).
1082 La madre de San Agustín.—«Así, pues, educada púdica y sobriamente, y sujeta más por ti a sus padres que por sus padres a ti, luego que llegó plenamente a la edad nubil, fue dada (en matrimonio) a un varón, a quien sirvió como a señor y se esforzó por ganarle para ti, hablándole de ti con sus costumbres, con las que la hacías hermosa y reverentemente amable y admirable ante sus ojos. De tal manera toleró las injurias de sus infidelidades, que jamás tuvo con él sobre este punto la menor riña, pues esperaba que tu misericordia vendría sobre él y, creyendo en ti, se haría casto» (S. AGUSTÍN, Las Confesiones, 9,9,19). 1083 Coloquio ejemplar entre Agustín y su madre.— «Estando ya inminente el día en que había de salir efe esta vida —que tú, Señor, conocías y nosotros ignorábamos—, sucedió a lo que yo creo disponiéndolo tú por tus modos ocultos, que nos hallásemos solos ella y yo apoyados sobre una ventana, desde donde se contemplaba un huerto o jardín que había dentro de la casa, allí en Ostia Tiberina, donde, apartados de las turbas, después de las fatigas de un largo viaje, cogíamos fuerzas para la navegación. Allí solos conversábamos dulcísimamente; y olvidando las cosas
pasadas, ocupados en lo porvenir (Flp 3,13), inquiríamos los dos
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delante de la verdad presente, que eres tú, cuál sería la vida eterna de los santos, que ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni el corazón del hombre concibió (1 Cor 2,9). Abríamos anhelosos la boca de nuestro corazón hacia aquellos raudales soberanos de tu fuente, de la fuente de vida que está en ti, para que, rociados según nuestra capacidad, nos formásemos de algún modo idea de cosa tan grande. Y como llegara nuestro discurso a la conclusión de que cualquier deleíbe de les sentidos carnales, aunque sea el más grande, revestido del mayor esplendor corpóreo, ante el gozo de aquella vida no sólo no es digno de comparación, pero ni aun de ser mentado, levantándonos con más ardiente afecto hacia el que es siempre el Mismo, recorríamos gradualmente todos los seres corpóreos, hasta el mismo cielo, desde donde el sol y la luna envían sus rayos a la tierra. Y subimos todavía más arriba, pensando, hablando y admirando tus obras; y llegamos hasta nuestras almas y las pasamos también, a fin de llegar a la región de la abundancia indeficiente, en donde tú apacientas a Israel eternamente con el pasto de la verdad, y es la vida de la Sabiduría [...]. Y mientras hablábamos y suspirábamos por ella, llegamos a tocarla un poco con todo el ímpetu de nuestro corazón; y suspirando y dejando allí prisioneras las primicias de nuestro espíritu, tornamos al estrépito de nuestra boca, donde tiene principio y fin el verbo humano, en nada semejante a tu Verbo, Señor nuestro, que permanece en sí, sin envejecerse, y renueva todas las cosas» (S. AGUSTÍN, Las Confesión®, 9,10,23-24). 1084 San Agustín llora a su madre.—«Y sentí ganas de llorar en presencia tuya, por causa de ella y por ella, y por causa mía y por mí. Y solté las riendas a las lágrimas, que tema contenidas, para que corriesen cuanto quisieran, extendiéndolas yo como un lecho debajo de mi corazón; el cual descansó en ellas, porque tus oídos eran los que allí me escuchaban, no los de ningún hombre que orgullosamente pudiera interpretar mi llanto. Y ahora, Señor, te lo confieso en estas líneas: léalas quien quiera e interprételas como quisiere; y si hallare pecado en haber llorado yo a mi madre la exigua parte de una hora, a mi madre muerta entonces a mis ojos, ella que me había llorado tantos años para que yo viviese a los tuyos, no se ría; antes, si es mucha su caridad, llore por mis pecados delante de ti, Padre de todos los hermanos de tu Cristo» (S. AGUSTÍN, Las Confesiones, 9,12,33); 1085 Rectitud de las Iglesias.—«Están malditas sus fincas y no toma el camino de su viña Qob 24,18).
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Cualquiera que en esta vida presente hace las cosas justas y padece adversidades es visto trabajar en las tribulaciones, pero acábase para la bendición de la perpetua heredad; mas cualquiera que hace cosas perversas y recibe cosas prósperas y no se aparta de los malos hechos por la libertad de los dones, cierto es que se ve que prospera, pero es atado a la culpa de la perpetua maldición. Y por eso se dice ahora bien: Maldita sea la parte de él en la tierra; porque, aunque por algún tiempo es bendecido, pero en la culpa de la maldición es detenido. Del cual se dice convenientemente: Y no anda por el camino de las viñas. La vía o camino de las viñas es la rectitud de las Iglesias. En lo cual se puede entender cualquier hereje o carnal, porque el camino de las viñas, a saber, la rectitud de las Iglesias, se pierde cuando no se tiene la fe verdadera, o la rectitud de la justicia; porque aquel que anda por el camino de las viñas, considerando la predicación de la santa y universal Iglesia, no se aparta de la justicia de la fe ni de la rectitud de los buenos actos. Y no es otra cosa andar en el camino de las viñas sino mirar a los Padres de la Iglesia, así como racimos que cuelgan, y el que está atento a sus palabras en el trabajo del camino, se emborracha con el amor de la eternidad» (S. GREGORIO MAGNO, Tratados morales sobre el libro de Job, 16,80).
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Estados de vida en la Iglesia
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«Vuelto Jesús y viendo que le iban siguiendo, les dice: ¿Qué buscáis? Ellos le dijeron: Rabí (que traducido quiere decir "Maestro"), ¿dónde moras? Díceles: Venid y lo veréis. Vinieron, pues, y vieron dónde moraba, y se quedaron con él aquel día. Sería la hora undécima» (Jn 1,38-39). «Jesús le dijo: Si quieres ser perfecto, ve, vende cuanto tienes y dalo a los pobres, y tendrás un tesoro en el cielo; y vuelto acá, sigúeme» (Mt 19,21). «Jesús les dijo: En razón de vuestra dureza de corazón os escribió Moisés este precepto. Mas desde el principio de la creación "varón y hembra los creó. Por esto dejará el hombre a su padre y madre, se unirá a su mujer, y serán los dos una sola carne". Lo que Dios, pues, unió, el hombre no lo separe» (Me 10,5-9). «Y respondiendo, le dijo Jesús: Marta, Marta, te inquietas y te azoras atendiendo a tantas cosas, cuando una sola es necesaria. María ha escogido para sí la mejor parte, que no le será quitada» (Le 10,41-42). «Dícenle los discípulos: Si tal es la situación del hombre respecto de la mujer, no vale la pena casarse. El les dijo: No todos son capaces de comprender esta palabra, sino aquellos a quienes se ha dado» (Mt 19,10-11). «En verdad os digo que esta viuda pobre echó más que todos; pues todos echaron en las ofrendas de Dios lo que les sobraba; pero ella, de su indigencia, echó todo lo que tenía para vivir» (Le 21,3-4). 1086 Conducta de las viudas.—«Respecto de las viudas, que sean prudentes en lo que atañe a la fe del Señor, que oren incesantemente por todos, apartadas muy lejos de toda calumnia, maledicencia, falso testimonio, amor al dinero y de todo mal. Que sepan cómo son altar de Dios y como él lo escudriña todo, y nada se le oculta de nuestros pensamientos y propósitos, ni secreto alguno de nuestro corazón» (S. POLICARPO, Carta a los Filipenses, 4,3). 1087 Tres especies de virginidad.—«Estas necesidades, cierto, pueden ser eliminadas sin tristeza si se toma en consideración la voluntad de Dios más que su indulgencia. Se ganan méritos no usando su indulgencia, sino obedeciendo su voluntad.
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Y la voluntad de Dios es nuestra santificación (1 Tes 4,3). £1, en efecto, quiere que nosotros, su imagen, lleguemos a ser su semejanza (Gen 1,27), a fin de que seamos santos como él es santo (Lev 11,44). Este bien, quiero decir la santificación, lo ha dividido en varias especies, a fin de que nosotros entremos en posesión de alguna de ellas. La primera especie es la de la virginidad por el nacimiento; la segunda, la virginidad después del segundo nacimiento, es decir, después del bautismo; ya sea que, después de la unión de los esposos, se consiga la purificación en el matrimonio, ya sea que después de la muerte de uno de los cónyuges, por libre decisión se persevere en la viudedad. Queda la tercera especie, la monogamia, cuando después de la disolución del primer matrimonio, se renuncia para siempre a la sexualidad. La primera virginidad es la propia de la felicidad: ignorar totalmente aquello de lo que desearía después librarse; la segunda es propia de la virtud: despreciar aquello cuya fuerza has podido conocer; la última especie, la renuncia al matrimonio, después de la destrucción de la unión por la muerte, es no sólo el honor de la virtud, sino también el de la moderación. La modestia, en efecto, es no desear aquello que nos ha sido quitado, y quitado por Dios; sin la voluntad del cual ni se cae una hoja del árbol, ni un pájaro, uno solo, cae a tierra (Mt 10,29)» (TERTULIANO, Exhortación a la castidad). 1088 Iglesia doméstica.—-«No hay palabras para expresar la felicidad de un matrimonio que la Iglesia une, la oblación divina confirma, la bendición consagra, los ángeles lo registran y el Padre lo ratifica. En la tierra no deben los hijos casarse sin el consentimiento de sus padres. ¡Qué dulce es el yugo que une a dos fieles en una misma esperanza, en una misma ley, en un mismo servicio! Los dos son hermanos, los dos sirven al mismo Señor, no hay entre ellos desavenencia alguna, ni de carne ni de espíritu. Son verdaderamente dos en una misma carne; y donde la carne es una, el espíritu es uno. Rezan juntos, adoran juntos, ayunan juntos, se enseñan el uno al otro, se soportan mutuamente. Son iguales en la Iglesia, iguales en el banquete de Dios. Comparten por igual las penas, las persecuciones, las consolaciones. No tienen secretos el uno para el otro; nunca rehuyen la compañía mutua; jamás son causa de tristeza el uno para el otro [...]. Cantan juntos los salmos e himnos. En lo único que rivalizan entre sí es en ver quién de los dos cantará mejor. Cristo se regocija viendo a una familia así, y les envía su paz. Donde están ellos, allí está también él presente, y
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donde está él, el maligno no puede entrar» (TERTULIANO, A su esposa, 2¿8). 1089 Las vírgenes, la porción más ilustre del rebaño de Cristo.—«Ahora dirijo mis palabras a las vírgenes, cuyo honor, cuanto más elevado está, exige también mayor solicitud. En efecto, ellas son flor brotada del pimpollo de la Iglesia, brillo y ornato de la gracia espiritual, lozano fruto, obra acabada e incorrupta, digna de elogios y honor, imagen de Dios que reproduce su santidad, la porción más ilustre del rebaño de Cristo. Por ellas se goza la Iglesia, en ellas florece espléndidamente la admirable fecundidad de la Madre Iglesia y, a la par que se aumenta el número de vírgenes, crece el contento de la madre» (S. CIPRIANO, Sobre el porte exterior de las vírgenes, 3). 1090 Vírgenes y mujeres casadas.—«El matrimonio es cosa hermosa; pero yo no puedo decir que sea mejor que la virginidad. Esta no sería cosa grande si no fuera más bella que lo que efectivamente es hermoso. No os ofusquéis vosotros, que estáis sometidos al yugo del matrimonio. Es mejor obedecer a Dios que a los hombres (Hech 5,29). Sin embargo, estad unidas, vírgenes y mujeres casadas; sois uno en el Señor, y servís de ornamento unas a otras. No habría celibato si no hubiera matrimonio. ¿Por dónde, si no por este camino, viene la virgen? El matrimonio no sería venerable si no tuviera como fruto la virgen, para ofrecerla a Dios y a la vida. Honra tú también a tu madre, de la que has nacido; honra asimismo a aquella que tiene una madre y es madre. La virgen no es madre, es esposa de Cristo. La belleza que no es exterior está escondida; la que escapa a las miradas es vista por Dios. Toda la gloria de la hija del Rey es interior; viene vestida con franjas de oro, ataviada de perlas y brocado (Sal 44,14)» (S. GREGORIO NACIANCENO, Sermones, 37,10). 1091 Excelencia de la virginidad.—«Mi amor por la castidad —y tú también, venerada hermana, sin palabras, pero con el ejemplo silencioso de tu vida— me invita a decir algunas palabras sobre la virginidad, para no desflorar simplemente de paso la virtud que tiene el primer lugar. Si la virginidad es digna de alabanza, no es porque de hecho se la encuentre en las mártires, sino porque ella es quien hace los mártires. Pero ¿cómo podrá el pensamiento del hombre alcanzar toda la profundidad de una virtud que la misma naturaleza no incluye en sus leyes? ¿Qué palabra humana podrá explicar adecuadamente
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lo que supera al hombre? Es en el cielo donde ella ha subido a buscar el modelo para reproducirlo en la tierra. Es del todo natural que ella tomara su género de vida del cielo, habiendo encontrado a su Esposo en el cielo. Traspasando las nubes, el firmamento, los astros, llegó hasta el Verbo de Dios en el seno del Padre y puso allí por entero su corazón. Una vez encontrado tal bien, ¿quién lo podrá abandonar? Porque tu nombre es perfume derramado; por eso te aman las doncellas (Cant 1,3). Finalmente, no soy yo quien lo ha dicho: En la resurrección, ni toman mujer ni toman marido, sino que son como angeles en él cielo (Mt 22,30). No nos admiremos que se compare con los ángeles a las esposas del Señor de los ángeles. ¿Quién podrá negar que esta forma de vida nos ha venido del cielo, cuando se encuentra tan raramente en la tierra hasta que Dios descendiera en los miembros de un cuerpo mortal? Fue entonces cuando una virgen concibió en su seno. Y el Verbo se hizo carne (Jn 1,14), para que la carne llegara a ser Dios» (S. AMBROSIO, Las Vírgenes, 1,10-11). 1092 La virginidad pertenece a Cristo.—«Considera todavía otro privilegio de la virginidad: Cristo es el Esposo de una virgen y, por así decirlo, el Esposo de la castidad virginal. En efecto, es la virginidad la que pertenece a Cristo y no Cristo a la virginidad; es una virgen la que se ha unido a Cristo, una virgen la que nos ha dado el nacimiento, una virgen la que nos ha alimentado con su propia leche. Es de ella de quien está escrito: ¡Qué maravillas se han cumplido en la virgen de Jerusalén: no faltará la fertilidad a las piedras, ni la nieve al Líbano, no faltaran las aguas corrientes, traídas de lejos por el viento! (Is 18,13). ¡Qué grande es esta Virgen que está bañada en las fuentes de la Trinidad, para que las aguas broten de la piedra, cuya fertilidad no falta jamás, por la que corre la miel! La piedra, según el Apóstol, es Cristo (1 Cor 10,4). Cristo asegura la fertilidad, su lumbre viene de Dios, sus lluvias son el Espíritu. Es, en efecto, la Trinidad quien fecunda su Iglesia: el Padre, el Cristo y el Espíritu» (S. AMBROSIO, Las Vírgenes, 1,22). 1093 Virginidad consagrada.—«Considera todo lo que, según el testimonio de las Escrituras, te ha dado el Espíritu Santo. Realeza: sea porque tú eres la esposa del Rey eterno, sea porque tú, alma invencible, no sucumbes esclava de los deseos de la carne, sino que la dominas como una reina. Oro: lo mismo que éste tiene mayor valor una vez pasado por el fuego, así la belleza corporal de una virgen consagrada por el Espíritu de Dios recibe un mayor brillo. En cuanto a la belleza, ¿quién puede concebir una mayor que la de quien es amada por su Rey, aprobada por su Juez, ofrecida
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a su Señor, consagrada a su Dios? Siempre esposa, siempre virgen, con tal de que su amor no tenga término ni daño su pureza» (S. AMBROSIO, Las Vírgenes, 1,37). 1094 Envidia en las mujeres.—«¡Oh envidia, que primero te muerdes a ti misma! ¡Oh astucia de Satanás, que siempre persigues lo santo! Ninguna otra mujer de la ciudad de Roma dio que hablar sino Paula y Melania, que, despreciando sus riquezas y desamparando a sus hijos, levantaron la cruz del Señor como estandarte de piedad. Si se hubieran ido a vivir a una villa de Baias, si buscaran los perfumes, si hicieran de sus riquezas y liudez pretexto de lujo y libertad, se las llamaría señoras y aun santas. Ahora, en el saco y la ceniza quieren parecer hermosas y bajan a los fuegos de la gehenna con sus ayunos y mal olor. Es decir, no les es lícito perderse, entre el aplauso del pueblo, con las turbas. Si los paganos y judíos reprocharan este género de vida, fuera para mi consuelo no agradar a quien desagrada Cristo; pero lo cierto es, ¡oh pecado!, que se llaman cristianas las que, descuidando el cuidado de sus propias casas, y no mirando la viga en el propio ojo, buscan la mota en el ajeno. Desgarran la profesión de su santidad y se imaginan va a ser remedio de su propio castigo el que nadie sea santo, que de todos se pueda murmurar, que se pierda una turba y haya muchedumbre de pecadores» (S. JERÓNIMO, Cartas, 45, «a Ásela»). 1095 Los cristianos no nacen, sino que se hacen.—«El bienaventurado apóstol San Pablo, escribiendo a los Corintios e instruyendo a la naciente Iglesia de Cristo en las sagradas disciplinas, entre otros mandamientos puso también el siguiente: Si una mujer tiene un marido infiel, y éste consiente en vivir con ella, no lo abandone. Porque el marido infiel es santificado por la mujer fiel, y la mujer infiel es santificada por el hermano. En otro caso, vuestros hijos serum impuros, y la verdad es que son santos (1 Cor 7,13-14). Si hasta ahora le na parecido a alguno que se aflojan demasiado los vínculos de la disciplina y que el maestro se inclinaba a la indulgencia, que considere la casa de tu padre —de tu padre, digo, hombre clarísimo y cultísimo, pero que anda aún entre tinieblas—, y comprendera que el consejo del Apóstol ha dado por resultado que la dulzura de los frutos compensará lo amargo de la raíz y unas pobres ramas destilarán bálsamos preciosos. Tú naciste de un matrimonio desigual; pero de ti y de mi querido Toxocio fue engendrada Paula. ¿Quien iba a creer que la nieta del pontífice Albino naciera de la promesa de su madre, que, en presencia y con gozo del abuelo, la lengua aún balbuciente, cantara el Aleluya, y que el viejo tendría en sus brazos a una virgen de Cristo? Bien y feliz-
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mente hemos esperado. La casa santa y fiel santifica al único que queda infiel. Candidato es de la fe, cuándo pareja muchedumbre de hijos y nietos creyentes lo rodea. Pienso por mi parte que, de tener parentela como ésa, el mismo Júpiter pudiera creer. Acaso desprecie y se ría de mi carta, y diga y repita a gritos que soy bobo o un loco perdido; lo mismo hacía su yerno antes de creer. Los cristianéis no nacen, sino que se hacen. Sucio está el dorado Capitolio, todos los templos de Roma están cubiertos de hollín y telarañas. La ciudad se remueve en sus cimientos, y el pueblo que pasa en oleadas ante los santuarios semiderruidos, corre a los sepulcros de los mártires. Si no arranca la fe la inteligencia, arránquela por lo menos la vergüenza» (S. JERÓNIMO, Cartas, 107, «a Leta, sobre la educación de su hija»). 1096 Una madre santa.—«Segura puedes estar, Eustoquia, de que posees la riqueza de una gran herencia. Tu parte es el Señor, y por que tu gozo sea más cumplido, tu madre ha recibido la corona de un largo martirio. No solo el derramar la sangre se reputa confesión de la fe; la servidumbre sin mácula de un alma consagrada a Dios es también martirio. Aquélla es corona que se teje de rosas y violetas, ésta de azucenas. De ahí que se escriba en el Cantar de los Cantares: Mi primo es blanco y rubicundo (Cant 5,10), que en la paz y en la guerra da el mismo galardón a los que vencen. Tu madre, digo, oyó como Abraham: Sal de tu tierra y de tu parentela, y marcha a la tierra que yo te mostraré(Gen 12,1), y al Señor que manda por Jeremías: Huid de en medio de Babilonia y salvad vuestras almas Qer 48,6; Is 48,23). Y hasta el día de su muerte no volvió a la Caldea, ni echó de menos las ollas de Egipto ni las carnes sustanciosas. No; acompañada de coros de vírgenes, se hizo conciudadana del Salvador y, subiendo de la minúscula Belén a los reinos celestes, le dice a la verdadera Noemí: Tu pueblo es mi pueblo y tu Dios es mi Dios (Rut 1,10)» (S. JERÓNIMO, Cartas, 108, «Epitalamio de Santa Paula»). 1097 La Iglesia, como María, madre virgen.—«La Iglesia, imitando a la madre de su Señor, dado que en el cuerpo no pudo ser virgen y madre a la vez, lo es en la mente. Lejos de nosotros pensar que Cristo, al nacer, privó a su madre de la virginidad, el que hizo virgen a su Iglesia, liberándola de la fornicación de los demonios. En este día de hoy celebrad con gozo y solemnidad el parto de la Virgen, vosotras las vírgenes santas, nacidas de su virginidad inviolada; vosotras que, despreciando las nupcias terrenas, elegisteis ser vírgenes también en el cuerpo» (S. AGUSTÍN, Sermones, 191,3).
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1098 Variedad de flores en la Iglesia.—«Aquel huerto del Señor, hermanos, tiene —y lo repito una y tres veces— no sólo las rosas de los mártires, sino también los lirios de las vírgenes, la hiedra del matrimonio y las violetas de la viudas. En ningún modo, amadísimos, tiene que perder la esperanza de su vocación ninguna clase de hombres, Cristo padeció por todos. Con toda verdad está escrito de él: Quien quiere que toaos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad (1 Tim 2,4)» (S. AGUSTÍN, Sermones, 304,2). 1099 Susana, ejemplar de castidad para casadas y para vírgenes.—«Poco antes se regocijaban las esposas con Susana. Regocíjense las vírgenes con María. Mantengan unas y otras la castidad; las primeras, la conyugal; las segundas, la virginal. Ambas formas de castidad tienen su mérito ante Dios. Y aunque la virginal es mayor y la conyugal menor, ambas son gratas a Dios, puesto que son un don de Dios. Todas conducen a la vida eterna; pero en ella no todas adquieren el mismo honor, la misma dignidad, el mismo mérito. La Escritura da testimonio de la mujer sometida a prueba. ¿Abandonó acaso a los varones? ¿Permitió, acaso, que le faltase ejemplo que imitar? Acabamos de ver a Susana, tentada por varones que ambicionaban su corrupción. Acabamos de verla en la lucha. Aquella lectura era el anfiteatro de nuestro corazón; éramos espectadores de aquella atleta de Dios, aquel espíritu casto; la veíamos luchando contra el adversario. Triunfemos con la vencedora sobre el vencido. Las piadosas esposas tienen su ejemplo, tienen qué imitar» (S. AGUSTÍN, Sermones, 343,4-5). 1100 Los bienes del matrimonio.—«El bien del matrimonio radica, en definitiva, sobre tres bases, que son igualmente bienes: los hijos, la fidelidad, el sacramento. En los tiempos que vivimos, ya es mas excelente, sin duda, y más santo no ir al matrimonio por la simple generación carnal y, por consiguiente, mantenerse libre e inmune de todo contacto, para someterse espiritualmente al único Esposo verdadero del alma, que es Jesucristo; bien entendido que siempre eso sea para que los hombres utilicen esta libertad/wra ocuparse —como está escrito— del cuidado de las cosas que pertenecen al Señor y de los medios de agradar a Dios (1 Cor 7,4.10-11.32), es decir, siempre que su continencia esté en proporción e igualdad con su obediencia. Porque la obediencia, una virtud cardinal, es la madre de todas las demás virtudes» (S. AGUSTÍN, Del bien del matrimonio, 25,33). 1101 La simulación de la humildad, la peor soberbia.—
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cima de aquellos y aquellas que carecen de tal excelso don? Y no debe simular la humildad, sino que debe tenerla efectivamente, pues la simulación de la humildad es la mayor soberbia» (S. A G U S T Í N , Sobre la Santa Virginidad, 43). 1102 El guardián de la virginidad es la caridad.—«Nadie podrá custodiar este bien de la virginidad si no es el mismo Dios, que lo ha otorgado; y Dios es caridad (1 Jn 4,8). Luego el guardián de la virginidad es la caridad, la morada de la caridad es la humildad» (S. A G U S T Í N , Sobre la Santa Virginidad, 51). 1103 Jesucristo, esposo de las vírgenes.—«Ni los que consagran a Dios su virginidad, aunque en la Iglesia tienen más alto grado de honor y santidad, carecen de nupcias. Representaba & persona del Señor el esposo de aquellas nupcias de quien se dijo: Has conservado hasta ahora el buen vino (Jn 2,10). En efecto, Cristo guardó hasta ahora el buen vino, esto es, su Evangelio» (S. A G U S -
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La práctica de la vida cristiana
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XL LA PRACTICA DE LA VIDA CRISTIANA
«Vosotros sois la sal de la tierra.,. Vosotros sois la luz del mundo. No puede esconderse una ciudad puesta sobre la cima de un monte... Que asi alumbre vuestra luz delante de los hombres, que vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro Padre que está en los cielos» (Mt 5,13-16). «A/b todo el que me dice ''Señor} Señor", entrará en el reino de los cielos; mas el que hace la voluntad de mi Padre, ése entrará en el reino de los cielos» (Mt 8,12). «El que quisiere entre vosotros ser el primero, será esclavo de todos, puesto que el Mijo del hombre no vino a ser servido, sino a servir y a darse como rescate por muchos» (Me 10,44). «Afo viene el reino de los cielos con aparato, ni dirán: "Aquí está" o alli$ mirad que el reino de Dios dentro de vosotros está» (Le 17,20-2$^ «Yo soy la luz del mundo; el que me sigue no tema caminar en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida» (Jn 8,12). «Quien me sirve, sígame; y donde estoy yo, allí estará también mi servidor» (Jn 12,26). «Un mandamiento nuevo os doy: que os améis unos a otros; como yo os he amado, que también vosotros os améis mutuamente. En eso conocerán todos que sois discípulos míos, si os tuviereis amor unos a otros» (Jn 13,34-35). t€
1104 Carrera hacia la meta de la paz.—«Como quiera, pues, que fuimos hechos partícipes de muchas, grandes y gloriosas acciones, emprendamos otra vez la carrera hacia la meta de la paz que nos fue transmitida desde el principio y fijemos nuestra mirada en el Padre y Creador de todo el universo, y adhirámonos a los magníficos y sobreabundantes dones y beneficios de su paz. Mirémosle con nuestra mente y contemplemos con los ojos del alma su magnánimo designio. Consideremos cuan blandamente se porta con toda su creación» (S. C L E M E N T E R O M A N O , Carta I a los Corintios, 19,2-3). 1105 Vida cristiana en la familia.—«Veneremos al Señor Jesús, cuya sangre fue derramada por nosotros; respetemos a los que dirigen nuestras comunidades, nonremos a nuestros presbíteros,
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eduquemos a nuestros hijos en el temor de Dios, encaminemos a nuestras esposas por el camino del bien. Que ellas sean dignas de todo elogio por el encanto de su castidad, que brillen por la sinceridad y por su inclinación a la dulzura, que la discreción de sus palabras manifieste a todos su recato, que su caridad hacia todos sea patente a cuantos temen a Dios, y que no hagan acepción alguna ele personas. Que vuestros hijos sean educados según Cristo, que aprendan el gran valor que tiene ante Dios la humildad y lo mucho que aprecia Dios el amor casto, que comprendan cuan grande sea y cuan hermoso el temor de Dios y cómo es capaz de salvar a los que se dejan guiar por él con toda pureza de conciencia. Porque el Señor es escudriñador de nuestros pensamientos y de nuestros deseos, y su Espíritu está en nosotros, pero cuando él quiere nos lo puede ipirar» (S. CLEMENTE ROMANO, Carta la los Corintios, 21,6-9). 1106 El testimonio de los mártires.—«Y es así que yo mismo, cuando seguía la doctrina de Platón, oía las calumnias contra los cristianos; pero, al ver cómo iban intrépidamente a la muerte y a todo lo que se tiene por espantoso, empecé a pensar que era imposible que tales hombres vivieran en la maldad y en el amor a los placeres. Porque ¿qué hombre amador del placer, qué intemperante y que tenga por cosa buena devorar carnes humanas, pudiera abrazar alegremente la muerte, que ha de privarle de sus bienes, y no trataría más bien por todos los medios de prolongar indefinidamente su vida presente y ocultarse a los gobernantes, cuánto menos soñar en delatarse a sí mismo, para ser muerto? Ya han conseguido también esto los malvados demonios por obra de hombres perversos» (S. JUSTINO, Apología II, 12,1-3). 1107 Mostrarse cristiano, «blanco de una vida».—«Porque también yo, al darme cuenta de que los malvados demonios habían echado un velo a las divinas enseñanzas de Cristo con el fin de apartar de ellas a otros hombres, desprecié lo mismo a quienes tales calumnias propalaban que el velo de los demonios y la opinión del vulgo. Yo confieso que mis oraciones y mis esfuerzos todos tienen por blanco mostrarme cristiano [...]» (S. JUSTINO, Apología II, 13,1-2). 1108 Lo que el alma es en el cuerpo, son los cristianos en el mundo.—«V 1. Los cristianos, en efecto, no se distinguen de los demás hombres ni por su tierra ni por su habla ni por sus costumbres. 2. Porque no habitan ciudades exclusivas suyas, ni hablan una lengua extraña, ni llevan un género de vida aparte de los
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demás [...]. 5. Habitan sus propias patrias, pero como forasteros; toman parte de todo como ciudadanos y todo lo soportan como extranjeros; toda tierra extraña es para ellos patria, y toda patria, tierra extraña. 6. Se casan como todos; como todos engendran hijos, pero no exponen a los que nacen. 7. Ponen mesa común, pero no lecho. 8. Están en la carne, pero no viven según la carne. 9. Pasan el tiempo en la tierra, pero tienen su ciudadanía en el cielo. 10. Obedecen a las leyes establecidas; pero con su vida sobrepasan las leyes. 11. A todos aman y por todos son perseguidos. 12. Se les desconoce y se les condena, se los mata y en ello se les da la vida. 13. Son pobres pero enriquecen a muchos. Carecen de todo y abundan en todo. 14. Son deshonrados y en las mismas deshonras son glorificados. Se los maldice y se los declara justos. 15. Los vituperan f ellos bendicen. Se los injuria y ellos dan honra. 16. Hacen bien y se los castiga como malhechores; castigados de muerte, se alegran como si se les diera la vida. 17. Por los judíos se los combate como a extranjeros; por los griegos son perseguidos y, sin embargo, los mismos que los aborrecen no saben decir el motivo de su odio. VI 1. Mas, para decirlo brevemente, lo que es el alma en el cuerpo, eso son los cristianos en el mundo. 2. El alma está esparcida por todos los miembros del cuerpo: y cristianos hay por todas las ciudades del mundo. 3. Habita el alma en el cuerpo, pero no procede del cuerpo; así los cristianos habitan en el mundo, pero no son del mundo» (AUTOR DESCONOCIDO, Discurso a Diogneto, V-VI). 1109 Confesores de la fe en la cárcel.—«Ante todo, oh benditos, no queráis entristecer al Espíritu Santo (Ef 4,3) que ha entrado con vosotros en la cárcel; si no hubiese entrado con vosotros, tampoco vosotros estaríais hoy dentro. Por eso, obrad de forma que siga permaneciendo con vosotros, y así os lleve de la cárcel al Señor. Ciertamente, la cárcel es la casa del diablo. Mas vosotros habéis llegado hasta la cárcel precisamente para abatirlo también en su casa. Fuera, en efecto, ya os habéis enfrentado a él y lo habéis derrotado. No permitáis que el diablo diga: los tengo en un puño, los tentaré con resentimientos mezquinos, con defecciones y con discordias entre ellos. Huya ante vuestra presencia y v¡íya a esconderse y a enroscarse como una serpiente entontecida por los encantamientos o cazada por los fumigadores. Y no le deis, precisamente en su reino, la satis-
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facción de conseguir poneros en desacuerdo al uno con el otro, sino que os encuentre dispuestos y armados de concordia. Porque la paz entre vosotros es guerra para él. Se trata de aquella paz que algunos, no teniéndola más en la Iglesia, se han acostumbrado a implorar de los mártires en la cárcel. Y entonces, precisamente por esto, debéis tenerla, favorecerla y custodiarla entre vosotros, para poder después, si fuera necesario, concederla también a los otros» ( T E R T U L I A N O , A los Mártires, 1,3-6). 1110 Ventajas de la cárcel para el cristiano.—«1. Naturalmente, es más que comprensible que os hayan acompañado hasta la cárcel todas vuestras posesiones, que oprimen el alma; hasta allí os han acompañado también vuestros familiares. Pero después habéis sido segregados incluso del mundo, y con mayor razón de la sociedad pagana y de sus instituciones. No os dejéis atemorizar por el hecho de haber sido segregados del mundo. Porque, si lo pensamos un poco, reflexionando que precisamente el mundo es más bien una cárcel, comprenderemos que más que entrar en la cárcel, vosotros en realidad habéis salido de ella. 2. Más oscuras son las tinieblas en el mundo, tinieblas que ciegan los corazones de los hombres; el mundo lleva cadenas más pesadas, que aprisionan las almas mismas de los hombres; un hedor peor nos llega del mundo, son los vicios de los hombres. 3. Finalmente, en el mundo hay muchos más culpables, esto es, la entera raza de los hombres; están a la espera no ya del procónsul, sino del juicio de Dios. 4. Por tanto, vosotros, ¡oh benditos!, podréis casi consideraros como transferidos a una simple detención vigilada. Hay oscuridad, pero la luz sois vosotros precisamente (Mt 5,14; Ef 5,8); hay cepos, mas vosotros estáis liberados por Dios; allí se percibe un mal hedor, pero vosotros sois un perfume suave (Ef 5,2); estáis en espera del juicio, pero seréis vosotros quienes haréis el proceso a vuestros jefes (1 Cor 6,2)» ( T E R T U L I A N O , A los Mártires, 2,1-4). 1111 Más que cárcel llamémosla retiro.—«A un cristiano, la cárcel le ofrece cuanto en orden a la perfección le ofrecería el desierto. Incluso el Señor se retiraba también frecuentemente a la soledad, para estar más libre en la oración y para apartarse del mundo (Me 1,35); y al final fue en la soledad donde manifestó su gloria a sus discípulos (Mt 17,1-8). No la llamemos más cárcel, llamémosla r e t i r o » . ( T E R T U L I A N O , A los Mártires, 2,8). <¡ ^^u**aUI^
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1112 Inculpabilidad de los cristianos perseguidos.—«Voy a mostrar las verdaderas actividades de la secta cristiana: habiendo refutado las perversidades que se le atribuyen, mostraré sus excelencias. Somos un cuerpo unido por una común profesión religiosa, por una disciplina divina y por una comunión de esperanza. Nos reunimos en asamblea o congregación con el fin de asaltar a Dios como en fuerza organizada. Esta fuerza es agradable a Dios. Oramos hasta por los emperadores, por sus ministros y autoridades, por el bienestar temporal, por la paz general, para que el fin del mundo sea diferido. Nos reunimos para meditar las Escrituras divinas, por ver si nos ayudan a prever o reconocer algo para los tiempos presentes. En todo caso, alimentamos nuestra fe con aquellas santas palabras, levantamos nuestra esperanza, fortalecemos nuestra confianza, robustecemos nuestra disciplina insistiendo en sus preceptos. En estas reuniones tienen lugar las exhortaciones, los reproches, las censuras divinas. Porque se juzgan las cosas con gran severidad, pues tenemos la certeza de andar bajo la mirada de Dios, dándose como una suprema anticipación del juicio futuro cuando uno ha cometido tales delitos que nacen sea excluido de la participación en la oración, en la asamblea y en todo acto piadoso. Nuestros presidentes son ancianos de vida probada, que han conseguido este honor no con dinero, sino con el testimonio de su vida: porque ninguna de las cosas de Dios puede comprarse con dinero. Aunque tenemos una especie de caja, sus ingresos no provienen de cuotas fijas, como si con ello se pusiera un precio a la religión, sino que cada uno, si quiere o si puede, aporta una pequeña cantidad el día señalado de cada mes o cuando quiere. En esto no hay compulsión alguna, sino que las aportaciones son voluntarias y constituyen como un fondo de caridad [...]. Pero es precisamente esta eficacia del amor entre nosotros lo que nos atrae la odiosidad de algunos, pues dicen: Mira cómo se aman, mientras ellos sólo se odian entre sí. Mira cómo están dispuestos a morir el uno por el otro, mientras que ellos están bien dispuestos a matarse unos a otros. El hecho de que nos llamemos hermanos lo tienen por infamia, a mi entender sólo porque entre ellos todo nombre de parentesco se usa sólo con falsedad afectada. Sin embargo, somos incluso hermanos vuestros en virtud de nuestra única madre la naturaleza, por más que vosotros sois poco hombres, pues sois tan malos hermanos. Con cuánta mayor razón se llaman y son verdaderos hermanos los que reconocen a un único Dios como Padre, los que bebieron un mismo Espíritu de santificación, los que de un mismo útero de ignorancia salieron a una misma luz de la verdad [...].
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¿Qué tiene de extraño, pues, que tan gran amor se exprese en un convite? [...]. Digo esto porque andáis chismorreando acerca de nuestras modestas cenas, diciendo que no sólo son infames y criminales, sino también opíparas [...]. Pero su mismo nombre muestra lo que son nuestras cenas, pues se llaman ágapes, que significa en griego arriort,..]. Considerad el orden que se sigue en ellas para que veáis su carácter religioso: no se admite en ellas nada vil o contrario a la templanza. Nadie se sienta a la mesa sin haber antes gustado una oración a Dios. Se come lo que conviene para saciar el hambre; se bebe lo que conviene a hombres modestos. Se sacian teniendo presente que incluso durante la noche han de adorar a Dios, y hablan teniendo presente que los oye su Señor. Después de lavarse las manos y encenderse las luces, cada uno es invitado a salir y recitar algo de las Sagradas Escrituras o de su propia inspiración, y con esto se muestra hasta qué punto ha bebido. El convite termina con la oración, como comenzó» (TERTULIANO, Apologético, 9). 1113 Muerte de los perseguidores.—«El Señor, carísimo Donato, ha escuchado tus oraciones, cada hora y cada día, y las de otros hermanos nuestros, a quienes su glorioso testimonio ha valido la vida eterna, recompensa de su fe. He aquí que una vez aplastados todos nuestros adversarios, restituida la tranquilidad por todo el orbe, la Iglesia, poco ha perseguida, surge y se edifica como templo de Dios, con mayor gloria que la que habían arruinado los impíos. Dios ha suscitado príncipes que, derribado el imperio sangriento de los tiranos, han proporcionado la salud del género humano; que han disipado, por así decirlo, la nube de esta época siniestra y han otorgado a todos los corazones el gozo y la dulzura de una paz serena. Ahora, desaparecido el torbellino de esta oscura tormenta, el aire ha recobrado su calma, y la luz, tan deseada, luce en todo su brillo. Ahora, Dios, apaciguado por las oraciones de sus siervos, con su auxilio celestial ha levantado a los que estaban postrados y abatidos. Ahora ha sofocado la conspiración de los impíos y secado las lágrimas de cuantos gemían. Los que insultaban a Dios han sido derribados; los que habían destruido el templo santo han sido arrojados, cayeron en una ruina mayor; los que atormentaban a los justos han rendido su alma, heríaos por el cielo con azotes y tormentos que se habían merecido. Castigo tardío, sin ¡luda, pero severo y digno de su perversidad [...]. Dios había diferido su castigo para dar en sus personas leccio-
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nes admirables y enseñar a la posteridad que Dios es uno y que ese Dios es un Juez que sabe condenar a los perseguidores impíos a suplicios dignos de un vengador celestial. Este es el proposito de los hombres que han querido testificar por escrito para que cuantos han estado alejados de estos acontecimientos y los que nos sucedan sepan cómo el Dios supremo, haciendo brillar su poder y su majestad, ha destruido y exterminado los enemigos de su nombre. No está fuera de propósito, sin embargo, volver a los orígenes, hasta la fundación de la Iglesia, y exponer quiénes la persiguieron y con qué castigos ejercito su venganza con ellos el Juez celestial» ( L A C T A N C I O , Tratado sobre la muerte de los perseguidores). 1114 El corazón cristiano, templo de Dios.—«Veneremos a Dios, no sólo en los templos, sino también en nuestro corazón [...]. Purifiquemos este templo, que se ensucia no con el humo y el polvo, sino con los malos pensamientos. Este templo no se alumbra con cirios encendidos, sino con la caridad de Dios y la luz de la sabiduría. Y si en este templo criemos que Dios está siempre presente, a cuya mirada están manifiestos los secretos de nuestro corazón, nosotros vivamos de manera que siempre lo tengamos propicio y nunca lo irritemos» ( L A C T A N C I O , La ira de Dios, 24,14-15). 1115 Armonía de la comunidad cristiana.—«Así, la unión de muchas voces, cuando su disonancia y dispersión se ha sometido a la divina armonía, constituye finalmente una sola sinfonía; y el coro, obediente a un solo director, el Logos, encuentra su reposo en la verdad misma; cuando puede decir: Abba, Padre, entonces esta voz, totalmente conforme a la verdad, Dios la acoge con prontitud, como el primer fruto que recibe de sus hijos» ( C L E M E N T E D E ALEJANDRÍA, Exhortación a los paganos, 9,88,3). 1116 El cristiano, semejante a Dios.—«Podemos, pues, decir ahora que sólo el cristiano es piadoso, rico, sensato, noble, y por ello mismo una imagen y semejanza de Dios; nosotros podemos decir y creer que, convertido por Cristo Jesús justo y santo, con inteligencia, él es también, en esta medida, semejante ahora a Dios» ( C L E M E N T E D E ALEJANDRÍA, Exhortación a los paganos, 12,122,4). 1117 Hijos de Abraham.—«Por tanto, espiritualmente, todos aquellos que, mediante la fe, se unen al conocimiento de Dios, pueden llamarse hijos de Abraham; mas entre ellos hay algunos que se adhieren a Dios por amor, otros por el temor y el miedo del juicio futuro. Por los cuales también el apóstol San Juan dice: El que teme no es perfecto en el amor; el amor perfecto echa fuera el temor (1 Jn 4,18). Así, el que es perfecto en el amor nace de Abraham
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y es hijo de la libre. En cambio, quien guarda los mandamientos no por amor perfecto, sino por miedo de la pena futura y por temor del suplicio, cierto, también él es hijo de Abraham, también él recibe dones, esto es, el premio de sus obras, ya que también el que haya dado tan sólo un vaso de agua fresca, en atención al nombre de discípulo, no faltará su premio (Mt 10,42), todavía es inferior a quien es perfecto, no en el temor servil, sino en la libertad del amor» (ORÍGENES, Homilías sobre el Génesis, 7,4). 1118 Virtudes cristianas.—«Para no retardarnos a describir cada una de las virtudes, podemos decir brevemente que todas estas cosas están significadas por aquellas de las que se adorna la Iglesia. La fe se puede comparar al oro, la palabra de la predicación, a la plata; el bronce es imagen de la paciencia, a las maderas incorruptibles corresponde la ciencia, que viene por la madera o la castidad perfecta, que no envejece jamás; al lirio, la virginidad; a la escarlata, la gloria del martirio; por la púrpura, el resplandor de la caridad; al violeta, la esperanza del reino de los cielos. De todos estos materiales se construye el tabernáculo, se visten los sacerdotes, se adorna el pontífice. El Profeta se explica en otro lugar sobre la naturaleza y las cualidades de las vestiduras sacerdotales: Que tus sacerdotes se revistan de justicia (Sal 131,9). El apóstol Pablo dice todavía en otra parte: Revestios de entrañas de misericordia (Col 3,12). Estas son además las vestiduras de la misericordia. Mas el Apóstol hace alusión a vestidos aún más nobles, porque dice: Revestios del Señor Jesucristo y no satisfagáis los instintos de la carne (Rom 13,14). Tales son, pues, las vestiduras con que se adorna la Iglesia» (ORÍGENES, Homilías sobre el Éxodo, 9,3). 1119 Ayuno conforme a las consignas del Evangelio.—«Tú, si quieres ayunar según Cristo y humillar tu alma, todo el tiempo del año es apto para ti; toda tu vida es un día, empleado en humillar tu alma, si aprendiste del Señor, nuestro Salvador, que es manso y humilde de corazón y maestro de la humildad. Así, pues, si quieres ayunar conforme al consejo evangélico, guarda en tus ayunos las leyes del Evangelio, en las que el Salvador manda: Cuando ayunes, unge tu cabeza y lava tu cara (Mt 6,17)» (ORÍGENES, Homilías sobre el Levítico, 16,10). 1120 Nuestras ofrendas son dones de Dios.—«Nadie ofrece a Dios algo suyo, sino que lo que ofrece es del Señor; y no tanto ofrece las cosas suyas cuanto que las devuelve a aquel cuyas son. Por consiguiente, queriendo el Señor proclamar las leyes de los sacrificios y de las ofrendas que se le han de ofrecer por los hom-
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bres, ante todo muestra la razón de aquellas mismas y dice: Cuidad de presentarme a sus tiempos mis ofrendas, mis alimentos, sacrificios de combustión de olor suave para mí (Núm 23,2). Son dones míos, esto es, dados por mí a vosotros. Todo lo que tiene el género humano, lo percibe de mí. Nadie piense, al ofrecer sus dones, que él da algo a Dios, y por esto sería impío en el mismo creer que da culto a Dios; ¿qué cosa tan impía como pensar el hombre dar algo a Dios como si lo necesitara?» (ORÍGENES, Homilías sobre los Números, 28,23). 1121 Cómo santificar la guerra.—«¿Qué otra cosa es santificar la guerra (Joel 4,9) sino hacer perecer todos los enemigos de nuestra alma, que son los vicios de los pecados, y mortificados los miembros que están sobre la tierra (Col 3,5) y cortados todos, todas las concupiscencias, hacerse santo en el cuerpo y en el espíritu, y llenos de fortaleza, llegar a la presencia del Dios vivo y ser coronados, en premio al mérito de la victoria, de manos de Jesucristo, nuestro Señor?» (ORÍGENES, Homilías sobre Josué, 8,7). 1122 Presencia de Dios y de su Espíritu.—«Ahora bien, lo difícil es considerar estas cosas y ver la diferencia que va entre quienes a largos intervalos han recibido la comprensión de la verdad y un breve entendimiento de Dios y los que por mucho tiempo están inspirados por Dios, están siempre en la presencia de Dios y son continuamente guiados por el espíritu divino (Rom 8,14; Gal 5,18). Si Celso hubiera examinado y comprendido todo esto, no nos hubiera tachado de ignorancia, ni nos hubiera prohibido llamar ciegos a los que piensan que la religión se muestra en las artes materiales de los hombres, en la estatuaria por ejemplo» (ORÍGENES, Contra Celso, 7,51). 1123 El cristiano y los cargos públicos.—«Por lo demás, si los cristianos rehusan los cargos públicos, no es porque traten de eludir los servicios generales que pide la vida, sino porque quieren guardarse a sí mismos, por la salud eterna de los hombres, para el servicio más divino y necesario de la Iglesia de Dios. Así piensan necesaria y justamente, y así se preocupan por todos: por los de dentro, para que cada día vivan más santamente; por los aparentemente de fuera, para que lleguen a las sagradas palabras y obras de nuestra religión. Así también dan verdadero culto a Dios y, educando a los más que pueden, se unen al Verbo de Dios y a la ley divina; así, en fin, se hacen una sola cosa con el Dios supremo, por su Hijo, Verbo de Dios, que es sabiduría, verdad y justicia, y une con Dios a todo el que se determina a vivir en todo según Dios» (ORÍGENES, Contra Celso, 8,75).
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1124 Aprender de Cristo, pobre y humilde.—«Entró en casa de Simón (Le 4,38). Observa cómo se hospedó en casa de uno de sus discípulos; hombre pobre y desconocido en el mundo. Aquel que padeció necesidad por nosotros, para que nosotros seamos ricos con su pobreza y aprendamos a convivir con los humildes y no con ostentación frente a los que están oprimidos por la pobreza y la tribulación» (S. CIRILO DE ALEJANDRÍA, Comentario al Evangelio de San Lucas). 1125 La mortificación cristiana.-—«El que quiera salvar su vida, la perderá (Le 9,24). De qué manera perderá alguien su vida, para salvarla, o cómo creyendo salvarla, la pierda, lo declara Pablo diciendo de los santos: Los que son de Cristo Jesús crucificaron la carne con las pasiones y deseos (Gal 5,34). Pues los que de verdad son fieles a Cristo crucifican la carne, esto es, la mortifican, aceptando los trabajos y las luchas por la religión y mortificando los deseos carnales. Está escrito: Mortificad vuestros miembros que son de la tierra: fornicación, impureza, pasión carnal, concupiscencia y la avaricia (Col 3,5). Los que en tales cosas se mortifican, éstos salvan su vida; los que aman una vida de placeres, acaso piensan poseer su vida; mas, por el contrario, la pierden; porque el que siembra en su carne cosechara corrupción (Gal 6,8). Así, perdiendo su alma, la conserva. Esto lo hicieron los mártires, luchando hasta derramar su sangre y poniendo en su cabeza, como corona, su amor ardiente para con Cristo» (S. CIRILO DE ALEJANDRÍA, Comentario al Evangelio de San Lucas). 1126 Saber decir «Sí» y «No».—«Síy No no son más que dos sílabas. Pobres palabrillas que, sin embargo, llevan consigo el mejor de los bienes: la verdad; o encubren la malicia más negra: la mentira. Mas ¿qué digo yo? ¡Por un simple signo de cabeza para dar testimonio de Cristo, los mártires han podido librarse de todo su deber de piedad! Si esto es así, ¿qué hay tan pequeño en lenguaje teológico que no pueda jugar, por la precisión o la inexactitud de la expresión, un no decisivo? Y si ni una sola iota de la Ley ni un solo trazo pueden desaparecer (Mt 5,18), ¿habremos nosotros tomado todas las medidas si dejamos de un lado la cosa más pequeña?» (S. BASILIO MAGNO, Tratado del Espíritu Santo, l)f 1127 Glorificar a Dios.—«A él, que es Dios por naturaleza, ilimitado en grandeza, poderoso en obras, bueno en sus beneficios, ¿no lo exaltaremos, no lo glorificaremos? « Ahora bien: glorificarlo no es otra cosa, a mi parecer, que enuh
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merar sus títulos admirables [...]. No podemos, en efecto, glorificar a Dios, el Padre de nuestro Señor Jesucristo, su Hijo único, de otra forma que exponiendo detalladamente, en la medida de lo posible, las maravillas del Espíritu» (S. BASILIO MAGNO, Tratado del Espíritu Santo, 23).
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1128 Adorno del alma, morada de Dios.—«El que se mira a sí mismo adorna su morada para recibir también, alguna vez, a Dios. Este tiene otra cosa: la que da belleza a tal habitación. Yo sé el oro que resplandece en tales obras, que, por cierto, se extrae de los distintos sentidos de la Escritura. Conozco la plata, que resplandece en los dichos divinos, cuyo resplandor brilla por la verdad. Teniendo en cuenta los variados efectos, los brillos de las piedras variadas con que se adornan las paredes de este templo y el pavimento que conviene al edificio, no te equivocarás en la ornamentación. Que se alfombre el suelo con la continencia, gracias a la cual el polvo de la mente terrena no causará molestia al que vive en ella. Que la esperanza de los cielos ilumine el artesonado, mirando al cual con el ojo del alma contemplarás no figuras formadas a cincel en el techo, sino al mismo ejemplar de la belleza, no realizado y esculpido con oro y plata, sino con lo que es más precioso. Y si también, desde otro aspecto, ha de describirse la ornamentación, la incorrupción y la impasibilidad enriquecen la casa; por otro lado, la justicia y el no ser esclavo de la ira. Resplandezcan la humildad y la mansedumbre, y también la piedad para con Dios. Y que todo lo armonice perfectamente el artista principal, la caridad. Si deseas baños y quieres contar con la limpieza de la casa, y los caños de agua con que limpiar todas las manchas del alma, puedes echar mano al que usó el gran David, entregándote al llanto en la noche. Las columnas que sostienen el pórtico del alma procura que no sean frigias o de pórfido; la estabilidad y la inmovilidad en todo bien es mucho más rica que toda ornamentación material. Toda clase de adornos, ya pintados, ya ficticios, que los hombres fabrican artificiosamente, engañando para imitar la verdad, no los admite esta morada, en la que están las auténticas imágenes de la verdad. Si deseas caminar y pasear, conviene que te ejercites en la guarda de los preceptos, pues dice asila Sabiduría: Voy por las sendas de la justicia, por los senderos de la equidad (Prov 8,20). ¡Cuan hermosa es ejercitarse y ocupar el alma en ellas y, al frecuentar .
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el camino de los mandamientos, volver a lo mismo, es decir que, cumpliendo el mandato de todo aquello a lo que dedica su estudio, por segunda y tercera vez se cultive la probidad de costumbres y la honestidad de vida. Quien de esta forma edifique su casa se preocupará poco de lo terreno, no se entregará al trabajo en las minas para extraer materiales, no navegará por el mar Indico para comprar colmillos de elefantes, no llevará adelante un trabajo vano y curioso, cuyo arte está supeditado a la materia, sino que en su misma casa tiene los materiales aptos para esta estructura» (S. GREGORIO DE NlSA, Homilías sobre el Eclesiastés, 3). 1129 Ofrenda y reconciliación con el hermano.—«Si ofreces tu ofrenda ante el altar y allí te acuerdas que tu hermano tiene algo contra ti, deja tu ofrenda delante del altar y marcha, reconcilíate primero con tu hermano, y entonces ven y ofrece tu ofrenda (Mt 5, 23-24). ¡Oh bondad, oh amor que sobrepuja todo razonamiento! £1 Señor menosprecia su propio honor a trueque de salvar la caridad; con lo que nos hace ver de paso que tampoco sus anteriores amenazas procedían de desamor alguno para con nosotros ni de deseo de castigo, sino de su mismo inmenso amor. ¿Qué puede, en efecto, darse más blando que estas palabras? Interrúmpase —dice— mi propio servicio a fin de que se salve tu caridad, porque también la reconciliación con tu hermano es un sacrificio» (S. JUAN CRISÓSTOMO, Homilías sobre el Evangelio de San Mateo, 16,9). 1130 Ejemplo de oración cristiana.—«Señor, con la meridiana luz de tu sabiduría disipa las tinieblas nocturnas de nuestra mente, para que, iluminada, te sirva en la renovación de nuestra vida purificada. La salida del sol señala el comienzo de las obras de los mortales; prepara tú en nuestros corazones una mansión para aquel día que no tiene ocaso. Concédenos que en nuestra persona lleguemos a ver la vida resucitada y que nada aparte nuestras mentes de tus delicias. Imprime en nuestros corazones, por nuestra asidua búsqueda de ti, el sello de ese día sin fin, que no comienza con el movimiento y el curso del sol. A diario te abrazamos en tus sacramentos y te recibimos en nuestro cuerpo. Haznos dignos de sentir en nuestra persona la resurrección que esperamos. Con la gracia del bautismo hemos escondido tu tesoro en nuestros corazones; este mismo tesoro se acrecienta en la mesa de tus sacramentos; concédenos el gozo de tu gracia. Poseemos, Señor, en nuestra propia persona tu memorial tomado en la mesa espiritual; haz que lleguemos a poseerlo en toda su integridad en la resurrección futura.
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Que seamos capaces de comprender la belleza de nuestra condición mediante esa belleza espiritual que crea tu voluntad inmortal en las mismas criaturas mortales. La crucifixión fue, Señpr, el testimonio de tu vida corporal; concédenos que nuestra mente quede también crucificada figuradamente en nuestra vida espiritual. Que tu resurrección, oh Jesús, preste su grandeza a nuestro hombre espiritual; que la contemplación de tus misterios nos sirva de espejo para conocerla. Tus designios divinos, oh Salvador nuestro, son figura del mundo espiritual; concédenos la gracia de conocer en él, como corresponde, al hombre espiritual» (S. EFRÉN, Sermones, 3, «De fine et admonitione», 2,4-5). 1131 Discreción y limpieza para mirar.—«La discreción de la que yo he hablado se llama en el Evangelio el ojo y la lámpara del cuerpo. La lámpara de vuestro cuerpo, dice el Salvador, es vuestro ojo. Si vuestro ojo está limpio, todo vuestro cuerpo será luminoso; pero si vuestro ojo es malo, todo vuestro cuerpo será tenebroso (Mt 6,22-23). Discierne, en efecto, todos los pensamientos del hombre y sus actos; examina y ve en la luz lo que debemos hacer. Si este ojo interior es malo, en otros términos, si estamos faltos de ciencia y de un juicio seguro, y nos dejamos dominar por el error y la presunción, todo nuestro cuerpo estará en tinieblas. Si la luz que hay en vosotros es tinieblas, dice también el Señor, ¿cuántas serán vuestras tinieblas? Nadie dude que, si tenemos un criterio falso, sumidos en la noche de la ignorancia nuestros pensamientos, también nuestras obras, que son fruto de ellos, estarán envueltos en las tinieblas del pecado» (JUAN CASIANO, Conferencias, 2. ,2). a
1132 Progreso en el camino de la perfección cristiana.—«Si alguno quiere encaminarse a la perfección, a partir del primer grado que hemos llamado servil, del que está escrito: Cuando hayáis hecho todo, decid: somos siervos inútiles (Le 17,10), se elevará, por un progreso continuo, a los caminos superiores de la esperanza. Esto ya no se compara a la condición de esclavo, sino a la del mercenario. Seguro de ser perdonado y sin temor al castigo, consciente, por otra parte, de las buenas obras realizadas, persigue el premio que Dios ha prometido. Pero aún no ha llegado al sentimiento de hijo que, confiando en la indulgencia y en la liberalidad paterna, no duda que todo lo que es de su padre es también suyo. El pródigo del Evangelio no osaba aspirar a más, después de haber perdido con el bien de su padre hasta su nombre ele hijo: Ya no soy digno, decía, de llamarme hijo tuyo (Le 15,19). El había deseado comer las bellotas que comían los cerdos y nadie se las
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daba. Entonces entró dentro de sí. Tocado de un temor saludable, empezó a horrorizarse de la inmundicia de los puercos; temía sobre todo los tormentos crudos del hambre. Y pensando en el salario que se daba a los jornaleros, codició su condición. Y dijo: Cuántos jornaleros de mi padre comen pan en abundancia, mientras que yo aquí perezco de hambre. Me levantaré e iré a mi padre y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti, ya no merezco llamarme hijo tuyo; trátame como a uno de tus jornaleros (Le 15,17-19). Esforcémonos también nosotros en subir, con la gracia de una caridad indisoluble, a este tercer grado de los hijos, que miran como suyo lo que es de su padre; merezcamos recibir la imagen y la semejanza de nuestro Padre celestial. Imitando al Hijo verdadero, podremos decir también: Todo lo que el Padre tiene es mío (Jn 16,15). De lo que se hizo eco el bienaventurado San Pablo al decir: Todas las cosas son vuestras, ya sea Pablo o Apolo o Cefas, sea el mundo, o la vida o la muerte, el presente o el futuro, todo es vuestro (1 Cor 3,22)» (JUAN CASIANO, Conferencias, ll. ,7). a
1133 Vino antiguo y vino nuevo.—«Porque tus pechos son mejores que el vino (Cant 1,2). Los buenos pechos del Señor son las fuentes de agua de los Evangelios, mejores que el vino de los profetas. Pues leemos en las Sagradas Escrituras que hay dos clases de vino: uno, el que faltó en las bodas de Cana de Galilea; otro, mucho mejor, hecho del agua por la palabra de Dios. Por lo que decía el Salvador: Y nadie echa vino nuevo en pellejos viejos..., el vino nuevo se echa en pellejos nuevos (Me 2,22). Lo cual significaba las nupcias de Cristo y de la Iglesia, esto es, cuando el Verbo de Dios se unió con el alma humana. Habia de cesar el vino antiguo, esto es, la Ley y los Profetas; ya hay un vino evangélico, venido del agua del bautismo. Por donde los creyentes serían acusados de estar llenos de vino (Hech 2,13). ¿Qué es, pues, el vino en que se convirtió el agua sino el que el alma que antes era terrena, insípida y aguada, convertida en puro espíritu, se hizo de mejor sabor y olor, como dice el Apóstol: Nosotros somos para Dios el buen olor de Cristo (2 Cor 2,15)? Y, por consiguiente, los pechos son mejores, esto es, la doctrina evangélica está sobre las profecías antiguas. Y añade: El olor de tus perfumes sobre todos los ungüentos (Cant 1,3). El olor de éste manifiesta la gracia del sagrado crisma, que huele y exhala olor sobre todos los aromas de la Sinagoga. Ella hacía la unción con ungüentos odoríferos, pero el ungüento de Cristo
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procede de la suavidad del Espíritu Santo, como dice Isaías: El Espíritu de Yahweh está sobre mí, porque me ha ungido (Is 61,1). Y Pablo: Por nuestro medio difunde por todas partes el aroma de su conocimiento (2 Cor 2,14). Por tanto, el olor de tus perfumes designa la gracia de los carismas espirituales sobre todos los aromas de la Antigua Alianza» (S. G R E G O R I O D E E L V I R A , Tratado sobre el Cantar de los Cantares, 1). 1134 Virtud probada,—«¡Bien! Y así el Señor tu Dios, porque tú le has ofrecido un ejemplo determinado de virtud, quiere probarte en otro género de virtud. Job, aquel hombre santo, corría sin caer; sin embargo, Dios permitió que fuera probado con la muerte de sus hijos y las úlceras que cubrían todo su cuerpo. Fue preciso que ejercitara también su virtud en tal circunstancia y que hiciera ver si, bajo el golpe de las penas y las desgracias, el ardor de sus sentimientos se debilitaba. ¿No es claro que incluso un santo como David, renombrado por su fe, ejemplarísimo por su mansedumbre, «David», es decir, «el de mano poderosa», Dios ha querido someterlo a prueba, para ver cómo hacía para lavar su crimen, para reparar su falta? Y todo esto, para enseñarnos cuándo podemos cubrir el pecado cuando lo hemos cometido» (S. AMBROSIO, Apología de David, 3,9). 1135 Clemencia de Dios con el pecador.—«Me casaré contigo en matrimonio perpetuo, me casaré contigo en derecho y justicia, en misericordia y compasión, me casaré contigo en fidelidad y te penetrarás del Señor (Os 2,21-22). ¡Oh cuánta es la clemencia de Dios! La meretriz que ha fornicado con muchos amantes y ha sido entregada a las bestias por su crimen, después de volver al varón, nunca se dice que se reconcilia, sino que se casa. Y mira cuál es la unión de Dios y de los hombres: el hombre, al recibir a su esposa, hace una mujer de una virgen; Dios, unido incluso con las meretrices, las convierte en vírgenes, conforme a aquello que se dice de la adúltera en Jeremías: ... entonces mostrabas frente de ramera, te negabas a avergonzarte. Pero ¿no me gritas ahora mismo: Padre mío, tú eres el amigo de mi juventud? (Jer 3,3-4). Por lo que el Apóstol, después de la fornicación y el culto de los ídolos, dice a los creyentes: Os desposé con un marido, para presentaros a Cristo como una virgen pura (2 Cor 11,2)» (S. JERÓNIMO, Comentario sobre el profeta Oseas). 1136 Montes y collados, imagen de la vida cristiana.—«Aquel día los montes manarán vino, los collados se desharán en leche, las acequias de Judá irán llenas de agua (Joel 4,18).
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El que es inferior a los montes y todavía no ha ascendido al culto de la perfección, se llamará collados, y fluirán de él ríos de leche, con los cuales la infancia del ignorante se nutre en Cristo, y los torrentes de agua que el Señor dijo que manarían de su seno (Jn 7,38). Todos los ríos y las acequias de Judá se llenarán de agua, y nada habrá seco en ellas, redundando todos en gracia espiritual. Y brotará un manantial del templo del Señor, y regará el Torrente de las Espinas» (S. JERÓNIMO, Comentario sobre el profeta Joet). 1137 La avaricia, incompatible con el cristiano.—«No podéis servir a Dios y al dinero (Mt 6,24). Que lo oiga el avaro, que lo oiga el que piensa que, llamándose cristiano, puede servir al mismo tiempo a las riquezas y a Cristo. Sin embargo, no dijo: el que tiene riquezas, sino el que sirve a las riquezas. El que es esclavo de las riquezas y las guarda como un esclavo; pero el que ha sacudido el yugo de la esclavitud, las distribuye como señor» (S. JERÓNIMO, Comentario sobre el Evangelio de San Mateo). 1138 Diversidad de funciones y un mismo Espíritu.—«No oye el ojo, ni ve el oído ni la lengua; ni habla el oído o el ojo; pero, con todo, viven: vive el oído, vive la lengua; son diversas las funciones, pero una misma la vida. Así es la Iglesia de Dios: en unos santos nace milagros, en otros proclama la verdad, en otros guarda la virginidad, en otros la castidad conyugal; en unos una cosa y en otros otra; cada uno realiza su función propia, pero todos viven la misma vida. Lo que es el alma respecto al cuerpo del hombre, eso mismo es el Espíritu Santo respecto al cuerpo de Cristo que es la Iglesia. El Espíritu Santo obra en la Iglesia lo mismo que el alma en todos los miembros de un único cuerpo. Mas ved de qué debéis guardaros, qué tenéis que cumplir y qué habéis de temer. Acontece que en un cuerpo humano, mejor, de un cuerpo humano, hay que amputar un miembro: la mano, un dedo, un pie. ¿Acaso el alma va tras el miembro cortado? Mientras estaba en el cuerpo, vivía; una vez cortado, perdió la vida. De idéntica manera, el hombre cristiano es católico mientras vive en el cuerpo; el hacerse hereje equivale a ser amputado, y el alma no sigue a un miembro amputado. Por tanto, si queréis recibir la vida del Espíritu Santo, conservad la caridad, amad la verdad y desead la unidad, para llegar a la eternidad. Amén» (S. AGUSTÍN, Sermones, 267,4). 1139 Amar la causa de los mártires.—«Amemos en ellos (los mártires) no sus sufrimientos, sino la causa de los mismos; pues si miramos solamente sus sufrimientos, encontraremos a muchos
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que sufren cosas peores por causas malas. Pues fijémonos en la causa; mirad la cruz de Cristo; allí estaba Cristo y estaban allí los ladrones. La pena era igual, pero diferente la causa. Un ladrón creyó, otro blasfemo. El Señor, como en un tribunal, hizo de juez para ambos; al que blasfemó lo mandó al infierno; al otro lo llevó consigo al paraíso. ¿Por qué esto? Porque, aunque la pena era igual, la causa de cada uno era diferente. Elegid, pues, las causas de los mártires si queréis alcanzar la palma de los mártires» (S. AGUSTÍN, Sermones, 335,2). 1140 Necesidad de la oración.—«Aconsejo y con todo encarecimiento exhorto a vuestra caridad que atentamente leáis el l i bro que de la oración dominical escribió el bienaventurado Cipriano y, con la ayuda de Dios, lo penetréis y de memoria lo aprendáis. En él veréis cómo apela a la libre voluntad de los lectores para probar que los preceptos a cumplir en la ley es menester pedirlos en la oración. Y en vano se haría esto si la voluntad humana fuera capaz de cumplirlos sin la gracia divina» (S. AGUSTÍN, De la gracia y del libre albedrío, 13,26). 1141 Prontos para la oración y tardos para las disputas.— «No seamos prontos para las disputas y perezosos y tardos para las oraciones. Oremos, mis muy amados hermanos, oremos para que Dios dé su gracia a nuestros enemigos y, sobre todo, a nuestros hermanos y a los que nos aman, para comprender y confesar que, después de la tremenda e inefable ruina por la que todos en uno caímos, nadie puede ser libre sino por la gracia de Dios, y que ésta no se da como debida a los méritos de los que la reciben, sino como verdadera gracia, gratuitamente, sin mérito alguno precedente» (S. AGUSTÍN, Del don de la perseverancia, 24,66). 1142 El hombre caído.—*Mi carne se vistió de podredumbre y de suciedades del polvo; la piel se me rompe y me supura Qob 7,5). Por el sueño es significada la torpeza de la ociosidad, y por el despertar del sueño el ejercicio de la obra. También por el nombre de la tarde, la cual es conveniente para dormir, se figura el deseo del ocio. Y cierto es que la Santa Iglesia, mientras está en esta vida de corrupción, nunca cesa de llorar los daños de su mudanza. El hombre había sido creado para que, con mucha firmeza de su alma, se levantase a las alturas de la contemplación; de tal manera que ninguna corrupción la apartase del amor de su Hacedor; pero después que mudó el pie de la voluntad de la firmeza natural en que fue creado y cayo en la culpa, luego se apartó en sí mismo del amor de su Creador; y, abandonando el amor divino, que era
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la torre de su firmeza,, no pudo permanecer en sí mismo porque, combatido por los ímpetus de su variación y mudanza, cayó debajo de sí, para ser corruptible y luego fue contrario a sí mismo [...]. Pero si tomamos esto en voz de la Iglesia universal, hallaremos que algunas veces puede ser tocada por la podredumbre de la carne y otras veces por las suciedades del polvo. Pues muchos hay en ella que, sirviendo al amor de la carne, están empobrecidos en la torpeza de la lujuria. Y hay algunos que, aunque se abstienen de los delitos de la carne, están con toda su alma metidos en las obras terrenas» (S. GREGORIO MAGNO, Tratados morales sobre el libro de Job, 8,19). 1143 La voz de Dios resuena en el interior del hombre.— «Dios truena con voz maravillosa y realiza proezas que no comprendemos (Job 37,5). Truena Dios maravillosamente con su voz, porque con fuerza oculta penetra incomprensiblemente nuestros corazones; y, cuando con secretos impulsos los oprime en el terror y los reforma en el amor, publica de alguna manera calladamente con cuánto ardor debe ser seguido; y nácese en el alma una grandeza de ímpetu, aunque no suena nada en la voz. La cual tanto más fuertemente resuena en nosotros cuanto más hace ensombrecer el oído de nuestro corazón de todo sonido exterior. Por lo cual el alma, recogida luego en sí misma por esta voz interior, se maravilla de lo que oye, porque recibe la fuerza de la compunción no conocida. La admiración de la cual fue bien figurada en Moisés cuando el maná vino de arriba (Ex 16,15). Porque aquel dulce manjar es llamado maná, que quiere decir: ¿Qué es esto? Y entonces decimos: ¿qué es esto?, cuando, no sabiendo lo que vemos, nos maravillamos» (S. GREGORIO MAGNO, Tratados morales sobre el libro de Job, 27,42). 1144 La esperanza y el temor, «muela alta y muela baja».— «Así lo hace siempre con nosotros la misericordia divina: que cuando estamos soberbios, nos reprime, y para que no caigamos en desesperación, nos conforta [...]. La muela alta y la muela baja son la esperanza y el temor; la esperanza nos lleva a las cosas altas y el temor pone el corazón en las bajas. Pero la muela alta y la baja deben por necesidad estar juntas, que la una sin la otra no aprovechan. Así que, en el pecho del pecador, siempre deben estar juntos; esperanza y temor, porque en vano espera la misericordia si no teme también la justicia, y en vano teme a la justicia si no confía también en la misericordia.
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Así que es mandado que, en lugar de prenda, no se tome la muela alta ni baja, porque el que predica al pecador, con tanta dispensación debe ordenar su predicación, que ni le quite el temor con la esperanza ni lo aparte de la esperanza y le desampare en solo el temor. Pues entonces se quita la muela alta o baja cuando, por la lengua del que predica, en el pecho del pecador se aparta el temor de la esperanza o la esperanza del temor» (S. GREGORIO MAGNO, Tratados morales sobre, el libro de Job, 33,24).
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ÍNDICES La distribución de los textos patrísticos en esta Antología facilita la búsqueda de cualquier tema fundamental por parte de los sacerdotes que se sirvan de ella al preparar sus homilías. Con todo, hemos querido añadir al final del libro no sólo un índice de los autores y las obras de donde han sido recopilados, sino también otros dos índices más que ayuden a utilizarlos, tanto en razón de las citas bíblicas a las que hacen referencia como en razón de los temas tratados en ellos. . Los números que figuran en los tres índices son siempre los que figuran al margen de los mismos textos. \
ÍNDICE
Agustín, San
DE
AUTORES
Y
OBRAS
Sobre la santa virginidad: 517 579 888 1101 1102. Cartas: 35 261440 441 442 443 479 534 535 Soliloquios: 435. 536 591 632 723 821 966 967 968 1054 Tratado catequístico: 17 518 100510061007 1055 1064 1065. 1008 1009 1010 1011. Ciudad de Dios: 18 19 114160 161 385 530 Tratados sobre el Evangelio_de-5an Juan: 531 589 590 841 842. 203 362 477 478 526 527 528 690 745 774 Confesiones: 34 113 157 158 301 302 303 775 818 819 862 891 910 936 937 938 965 304 305 306 307 436 519 720 1052 1053 1103. 1079 1080 1081 1082 1083 1084. Tratado sobre la Santísima Trinidad: 30 31 Combate cristiano: 185 474 475 814 815. 79 80 81 82 85 300 505 506 885. Contra la mentira: 259. De la corrección y la gracia: 294 310 843 1067. Ambrosio, San De la gracia y del libre albedrío: 446 1140. Apología de David: 797 1134. De la naturaleza y de la gracia: 293 444 445 Cartas: 998 1062. 529 724 820 1066. Comentario sobre los Salmos: 432 709. De la vida feliz: 33. De los Misterios: 9 256 322 999. Del bien del matrimonio: 1078 1100. De los sacramentos: 228 323 466 682 1045 Del don de la perseverancia: 1141. 1046 104E Del espíritu y de la letra: 292 633. Del Génesis a la letra: 112 155 156 839. El Hexameron: 106 107 108 109 110 111 Del Génesis contra los maniqueos: 202. 152. Del orden: 473. Explicación del Símbolo: 464 465. Enarraciones sobre los Salmos: 159 260 290 La virginidad: 617 683 879. 291 308 309 324 384 438 439 476 520 521 Las vírgenes: 878 1091 1092 1093. 522 523 524 525 584 585 586 587 628 629 Sobre el bien de la muerte: 767 798 800 801 630 631 645 667 721 722 817 818 840 889 802. 890 932 933 934 935 1063. Sobre la huida del mundo: 321. Tratado sobre el Evangelio de San Lucas: Exposición de la Carta a los Gálatas: 582 77 196 197 208 210 229 257 284 333 355 583. 661 766. Exposición de la Epístola a los Partos: 162 Tratado sobre la penitencia: 356 357 358 532 533 668 691 939. 497 710 1048. Sermón de la Montana: 382 383 808. Sermones: 32 85 153 154 184 200 201 213 214 125 231 289 345 346 361 434 469 470 Atanasio, San 471472 509 510 511 512 513 514 515 516 Carta a Epicteto: 179. 569 570 57IS72 573 574 575 576 577 578 Cartas a Serapión: 58 59 60 61 62 788. 622 623 624 625 626 627 641 642 643 644 Tratado contra los gentiles: 98. 686 687 688 689 717 718 719 743 744 746 Tratado contra los paganos: 57 96 97 139 772 773 804 805 806 807 809 810 811 812 140. 813 816 886 887 908 909 960 961 962 963 Tratado de la Encarnación del Verbo: 173 964 1003 1004 1049 1050 1051 1097 1098 174 175 176 177 178 906. 1099 1138 1139. Sobre la doctrina cristiana: 83 507 508 1012 Atenágoras 1013 1014. Sobre la paciencia: 580 581. Súplica en favor de los cristianos: 38 828.
530 Basilio, San Homilías: 104 147. Homilías sobre el Hexameron: 99 100 101 102 103 314 613. Regla Monástica Mayor: 483 484 485. Sobre el origen del nombre: 141 142 143 144 145 146. Tratado del Espíritu Santo: 63 64 65 66 67 68 315 457 1063 1126 1127. Casiano, Juan Conferencias: 281320 424 495 640 678 679 1131 1132. Cipriano, San A Donato: 698. Cartas: 481 696 700 701 904 917 949 950 987 988 1029 1030 10311032 1056. De la unidad de la Iglesia: 900 901 902 903 916. De los apóstatas: 699. De los bienes de la paciencia: 240 241 480 553 554 555 749. De los celos y la envidia: 239. Del Padrenuestro: 394 395 396 397 398 399 400 401 402 403 404. Los ídolos no son dioses: 47 697. Sobre el porte exterior de las vírgenes: 671 1089., Sobre las buenas obras y la limosna: 637 638. Cirilo de Alejandría, San Cartas: 192. Comentario al Evangelio de San Juan: 180 227 311 312 313 327 754 755. Comentario al Evangelio de San Lucas: 209 226 275 326 349 350 412 413 558 657 1124 1125. Comentario al profeta Ageo: 995. Homilía IV en el Concilio de Efeso: 191 756. Sobre la Encarnación del Unigénito: 26 181 182 183. Cirilo de Jerusalén, San Catcquesis: 459 735 736 832 870 871 1040 1041. Clemente de Alejandría El Pedagogo: 845 846 847 848 866. Exhortación a los paganos: 132 133 295 296 297 609 672 1115 1116. Stromata: ©4 135 242 405 489 905 1033.
índices Clemente Romano, San Carta I aios Corintios: 234 235 389 542 603 911 1104 1105. Desconocido Discurso a Diogneto: 1108. Efrén, San Comentario al Diatesaron: 230 278 279 280 329 352 353 615 659 762 837. Sermón III «de fine et admonitione»: 1130. Sermón sobre nuestro Señor: 763. Gregorio de Elvira, San Tratado sobre el Cantar de los Cantares: 764 873 874 875 876 925 1133. Grergorio Magno, San Comentario sobre el Cantar de los Cantares: 593 892 893 894. Homilías sobre los Evangelios: 595 596 635 783 942 976 977 1017. Homilías sobre Ezequiel: 20 37 263 594 782 824 895 1068. Regla Pastoral: 597 598 655 970 971 972 973 974 975 1015 1016. Tratados morales sobre el libro de Job: 21 166 264 265 388 599 600 601 602 636 656 693 729 730 825 826 827 896 943 978 979 1018 1085 1142 1143 1144. Gregorio Nacianceno, San Sermones: 27 69 70 71 148 193 225 458 486 487 559 789 856 857 1037 1038 1090. Gregorio de Nisa, San Homilías sobre las Bienaventuranzas: 367 368 369 370 371 372 373 374 375. Homilías sobre el Cantar de los Cantares: 255 276 277 488 489 860 872. Homilías sobre el Eclesiastés: 674 675 790 1128. Libro sobre la vida de Moisés: 5 24 734 859. Sermón sobre el Bautismo: 1039. Sermónsobre el Nacimiento de Cristo: 207. Sermón I sobre la Resurrección de Cristo: 316. Tratado de la conducta cristiana: 705. Tratado de la obra del hombre: 105 149 150 151. Tratado de la Oración Dominical: 415 415 416 417 418 419 420 421. Tratado del perfecto modelo del cristianismo: 704 858.
índice de autores y obras Hermas El Pastor: 451 452 864 948.
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Comentario sobre el profeta Oseas: 379 881 1135. Comentario sobre el profeta Sofonías: 882.
Hilario de Poitiers, San Comentario al Evangelio de San Mateo: 330 331 332 354 566 616 660 681 765 838 926. La Trinidad: 28 29 72 73 74 7§-76 195 461 462 463 567 997. Tratado de los misterios: 7 8. Tratado sobre los Salmos: 317 496 680 877 907. Hipólito de Roma, San Comentario sobre Daniel: 237 238 915. La Tradición Apostólica: 721 985 986. Ignacio de Antioquía, San Carta a los Efesios: 188 543 863 897 1019. Carta a los Filadelfos: 899 945. Carta a los Esmirnotas: 167 946. Carta a los Magnesios: 898. Carta a Policarpo: 947 980. Carta a los Trábanos: 944. Ireno, San Contra las herejías: 1 22 43 44 45 118 119 120 121 122 123 169 204 365 455 456 748 914 981 982 983 984 1070. Demostración de la predicación apostólica: 42 116 117 168 236 453 454 670. Jerónimo, San
Juan Crisóstomo, San Comentario a la Carta a los Romanos: 378 423 564 614 795 796 923 924. Contra los impugnadores de la vida monástica: 377 707 1057 1072. De la vanagloria de la educación de los hijos: 1073 1074 1075 1076. Exhortación a Teodoro caído: 460 792 793 834 835 836. Homilía antes de partir al exilio: 299. Homilía sobre las alabanzas de San Pablo: 493 494 565 738. Homilía VI sobre la Oración: 422. Homilías sobre el cementerio y la Cruz: 740. Homilías sobre la Cruz y el ladrón: 739 758 759 760 761. Homilías sobre el Evangelio de San Juan: 282 283 319 328 429 708 757. Homilías sobre el Evangelio de San Mateo: 6 194 351 376 491 560 561 562 563 639 676 737 791 833 1129. Homilías sobre los Hechos de los Apóstoles: 922. Ocho catequesis bautismales: 318 677 706 794 921 1042 1043 1044. Paralelo entre el monje y el rey: 1058 1059. Sobre el Sacerdocio: 996 1060 1061. Justino, San
Cartas: 16 500 501502 503 504 620 621665 Apología I: 1020 1021 1022. 666 685 716 771 884 931 1000 1001 1002 Apología II 844 1106 1107. 1077 1094 1096. Comentario a la Carta a los Gálatas: 344 Lactancio 468 714 741 742 769. Comentario a la Carta a los Efesios: 78 433 Instituciones divinas: 50 606 607 608 732 499 715 770 930. 865. Comentario al Evangelio de San Marcos: La ira de Dios: 48 49 130 131 606 1114. 288 341 342 359 360 929. La muerte de los perseguidores: 1113. Comentario al Evangelio de San Mateo: 199 La obra de Dios Creador: 88 89 128 129. 336 337 338 339 340 380 381498 568 662 663 664 883 1127. León Magno, San Comentario sobre el profeta Abdías: 335. Comentario sobre el profeta Amos: 15 684 Sermones: 163 186 216 217 218 219 220 221 711 712. 232 233 325 592 646 746 747 776 777 778 Comentario sobre el profeta Ezequiel: 14 780 781. 880. Comentario sobre el profeta Isaías: 10 11 Máximo Confesor, San 12 198 212 285 286 334 467 618 768 803 861 927 928 957 958. Centurias de la Caridad: 165 449 537 538 Comentario sobre el profeta Jeremías: 13 539 540 541 692 725 726 727 728 822 823. 258 287 959. Comentario sobre el profeta Joel: 1136. Máximo de Turín, San Comentario sobre el profeta Miqueas: 211 619 713. Sermones: 447 448 648 649 650 940 969.
532 Orígenes Comentario al Cantar de los Cantares: 53 91 269 270 482 556 658. Contra Celso: 92 93 137 138 272 347 348 407 557 703 733 750 751 752 787 831 920 992 993 994 1071 1122 1123. Homilías sobre el Evangelio de San Lucas: 189 190 205 206 224 366 612 673 956. Homilías sobre el É x o d o : 2 3 52 785 850 989 1118. Homilías sobre Ezequiel: 271 611 786 853. Homilías sobre el Génesis: 23 51 90 243 244 1117. Homilías sobre Isaías: 24 852. Homilías sobre Jeremías: 136 298. Homilías sobre Josué: 24$ 250 251 252 253 268 953 954 1121. Homilías sobre los Jueces: 702 955 1034. Homilías sobre el ^evítico: 171 610 851918 919 951 952 990 1119. Homilías sobre el libro de los Reyes: 406. Homilías sobre los Números: 245 246 247 249 1120. Sobre la Oración: 408 409 410 411. Tratado de los Principios: 4 25 54 55 94 95 172 274 753 855 1035. Pedro Crisólogo, San Homolías: 86. Sermones: 36 164 222 223 262 363 364 387 651 652 653 654 669 941.
índices Policarpo, San Carta a los Filipenses: 450 604 605 912 1086. Taciano Discurso contra los griegos: 40 41 87 115 829 913. Teodoro de Mopsuestia H o m i l í a 11: 425 426 427 428 429 430 431. T e ó f i l o de A n t i o q u í a Los tres libros a Autólico: 39 784. Tertuliano A los mártires: 1109 1110 1111. Apologético: 46 267 1112. A su esposa: 1088. Del alma: 124 125 830. El Bautismo: 1023 1024 1025 1026 1027 1028. Exhortación a la castidad: 1087. La carne de Cristo: 170. La Oración: 390 391 392 393. La prescripción de los herejes: 266. La resurrección de la carne: 126 127. Tratado de la paciencia: 544 545 546 547 548 549 550 551 552.
ÍNDICE
BÍBLICO
A N T I G U O TESTAMENTO
Génesis
1,1: 90 100 1,6-7: 101 1,14: 106 1,18: 163 1,26: 122 140 142 149 160 1025 1,26-27: 8 41 1,27: 144 1087 1,28: 120 2,1: 163 2 ¿ : 268 2,6: 202 2,7: 144 145 611 2,16: 148 2,16-17: 117 2,24: 172 3,14: 710 3,14-19: 814 3,15: 169 3,17: 611 3,18: 749 3,19: 219 710 799 3,22-23: 156 4,7: 795 4,11: 611 4,26: 458 5,24: 7 6,3: 256 6,9: 246 8,6-11: 356 9,20: 236 9,27: 236 12,1: 281 1096 12,lss: 234 15,6: 458 15,16: 7 16,llss: 868 18,2: 8 18,27: 235 19: 7 19,3: 458 19,24: 8 22,18: 170 25,8: 801 25,13: 868 26,26-29: 244
27: 263 29,1-30: 1039 30,37: 343 30,37-43: 1039 32,25: 257 32,25-30: 8 35,19: 211 38,1 lss: 869 48,14: 1026 Éxodo 2,10: 76 3,lss: 207 3,1-2: 183 3,6: 236 3,11: 235 3 , 1 : 116 12,34: 250 13,11: 254 257 13,21: 225 14,22: 225 Í M 3 - 2 5 : 999 16,15: 1143 17,8ss: 850 17,6: 225 17,8-14: 952 18,32: 554 20,5: 52 21,23-25 23,31: 44 25,2: 868 26,lss: 859 26,7: 868 31,3: 66 32,11-14: 254 32¿2: 242 33,17: 254 33,20: 365 372 424 Levítico 8,3: 870 11,14: 397 11,44: 1087 Números ' 2,4: 824 12,lss: 868 12,3: 458
12,7: 235 13 y 14: 246 16,lss: 790 16,32-33: 790 16,33: 389 17: 245 17,16-25: 5 21,16: 247 23,2: 1120 23,10: 799 25,8: 458 25,10-13: 458 Deuteronomio 4,10: 870 4,24: 857 6,4: 85 6,5: 386 9,3: 857 10,4: 870 13,3: 443 19,13-14: 242 19,21: 547 21,23: 768 32,2: 384 32,9: 750 34,0: 344 Josué 2,1: 458 2,16: 248 2,18-21: 248 5,12: 250 8,33: 251 14,15: 253 Jueces 14,8: 14 Rut 1,10: 1096
1 Samuel
2,1: 406 2,35: 865
2 Samuel 23,15-17: 458
534 1 Reyes 10,42: 13,4-6: 17,8ss: 19,14:
índices 458 355 458 458
2 Reyes 4,29: 326 6,6-7: 769 1 Crónicas 12,17-18: 716 2 Crónicas 33,13: 225 Tobías 2,21-22: 469 4,8-9: 643 4,11: 641: 641 4,16: 291 Ester 14,13: 1014 Job 1,1: 235 265 1.13- 15: 729 1.14- 15: 943 2,6: 710 2,10: 730 5,24: 388 6,2-3: 636 7,5: 1142 9,10: 599 9,30-31:600 10,8: 144 11,11: 825 14,10: 826 15,4-5: 216 23,1: 1018 24,18: 1085 27,19: 656 29,13: 802 29,24: 978 30,25-26: 601 30,29: 265 31,23: 978 33,4: 66 37,5: 1143 38,12: 896 39,16: 693 Salmos 1,1: 116 2,7: 227 2,12: 671 3,4: 530 4,7: 716 6,4: 307 6,6: 492 7,26: 30
8,2: 783 8,7: 37 9,4: 725 15,10: 770 16,4: 512 17,46: 121 18,2-3: 218 18,5: 236 931 18,6: 783 18,7: 1081 18,10-11: 14 18,11: 284 21,17: 768 23,2: 109 998 1062 24,10: 643 29,15: 895 30,24: 520 31,1: 796 31,11: 989 32,9: 543 33,4: 908 33,6: 163 683 33,7: 320 33,9: 386 684 33,11: 320 / 33,19: 381 33,20: 411 34,8: 314 34,18: 870 35,7: 661 35,10: 286 36,8: 989 36,30: 138 38,6: 835 39,7: 941 41,2: 286 42,1: 626 44,2: 1002 44,3: 25 873 44,6: 503 44,7: 766 44,8: 457 44,10: 854 884 44,12: 875 44,14: 1090 45,5: 12 467 684 45,8: 317 853 46,6: 783 48,15: 389 49,2: 218 50,9: 1036 50,10: 84 50,13: 44 50,16: 600 50,19: 376 696 989 50,19-21: 591 895 52,6: 591 56,8-9: 716 61,4: 764 64,10: 317 67,12: 716
67,19: 783 67,27: 285 928 68,6: 928 68,10: 458 68,24: 970 71,7: 107 71,18: 318 72,1: 846 72,8: 590 72,18: 1051 73,21: 320 75,2: 360 929 75,6: 656 78,5: 307 80,11: 716 83,6: 894 84,11: 308 652 86,3: 12 467 87,6: 770 88,23: 713 90,3: 119 92,3: 1062 92,4: 463 94,7: 619 95,1: 12 183 467 514 886 95,11: 183 97,9: 840 102,3: 989 102,5: 152 617 1046 104,4: 79 106,42: 754 107.2- 3: 716 180,18: 271 109,1: 203 219 409 109.3- 4: 865 110,2: 155 111,3: 320 111,9: 368 655 115,12: 484 112,7: 989 115,16-17: 436 117,19: 894 117,22: 861 117,24: 316 118,1: 928 118:2.5 218 118,16: 386 118,73: 144 364 118,90-91: 106 118,96: 894 118,103: 14 284 684 118,105: 284 118,120: 734 118,155: 571 119,4: 503 124: 503 129,1: 159 131,1: 458 131,9: 1118 131,11: 170 132,1: 495 907
índice bíblico 133,1: 13 1336,4: 12 466 137,6: 571 142,2: 896 143,1-2: 711 143,8.15: 1063 144,16: 277 147,4: 993 148,10: 163 150,2: 599 Proverbios 2,20: 679 6,6: 110 7,23: 503 8,17-21: 255 8,20: 1128 8,22: 38 8,27: 57 9,4-6: 928 9,8: 1065 10,12: 998 10,19: 615 15,19: 679 16,6: 637 18,19: 684 19,11: 597 20,9: 797 21,26: 655 22,5: 679 Eclesiastés I , 2: 825 2,14: 146 674 3,2: 675 4,12: 343 I I , 2: 998 Cantar de los Cantares 1,1: 666 1,2: 255 269 270 593 658 876 873 1133 1,3: 270 682 783 867 929 1091 1133 1,3-4: 874 1,5: 868 1,5-6: 875 1,7: 482 488 854 1,10: 869 1,12: 860 1,14: 894 2,1: 198 2,1-2: 925 2,4: 498 531 2,5: 503 483 489 2,8: 684 783 991 2,9: 764 3,1-2: 876 3,6: 276 4,10: 893 5,1: 277 5,2: 504
5,10: 1096 6,8: 900 6,9: 107 490 896 Sabiduría I , 1: 476 2,6: 828 2,23: 1025 2,24: 216 239 4,9: 880 7,25-26: 856 7,26: 69 9,15: 476 Eclesiástico 2,1: 232 3,33: 637 10,9: 786 10,15: 382 I I , 28: 801 21,16: 382 998 Isaías I, 2: 121 391 2,4: 931 4,2: 37 5,1: 314 5,16: 927 5,19: 471 6,8: 344 7,9: 453 471 472 474 478 479 7,11: 24 7,14: 8 198 207 8,2: 1002 9,5: 29 9,6: 207 10,13-14: 786 10,22-23: 454 I I , 1: 170 925 11,1-2: 198 11,2: 71 11,6-7: 931 11,8: 710 12,3: 285 16,1: 11 18,13: 1092 19,1: 212 22,12-14: 803 22,13: 828 24,16: 894 26,1: 12 467 28,16: 861 30,15: 666 32,17: 618 32,22: 269 867 33,3-6: 929 35,3: 882 35,6-7: 928 40,6: 102 40,6-8: 882 40,9: 973
535 42,2: 458 42,11: 334 45,7: 730 45,8: 286 48,23: 1096 49,2: 91 503 50,6: 458 52,7: 982 53,2-3: 772 53.5- 7: 768 53,7: 857 53,9: 339 53,11: 760 53,12: 458 758 54,1: 878 54,17: 296 55,1-2: 286 56:10: 110 60,17-18: 957 61,1: 44 381 457 1133 62.6-7: 958 63,2: 257 65,2: 747 65,25: 710 66,12: 853 Jeremías 2,6: 13 2,13: 286 983 3,3-4: 1135 4,19: 14 5,11: 258 9,23-24: 542 11,19: 768 14,22: 994 16,16: 298 16,19: 994 18,15: 679 32,1-4: 959 23,20: 1 23,23: 360 31,27: 661 31,34: 133 32,6-7: 287 34: 803 48,6: 1096 Lamentaciones 4,20: 66 Ezequiel 1,10: 782 1,15: 263 1,23: 594 1,26: 879 2,8: 824 3,3: 14 3,9-11: 1068 9,4-6: 880 17,13: 271 18,4: 798
536
índices
18,32: 554 33,10: 812 33,11: 647 33,12: 620 33,13: 212 34,4: 1018 40,2: 37 40,8: 20 40,44: 895 Daniel 2,34-35: 861 3,24-25: 8 12,3: 1 12,4-7:1 Oseas 2,21-22:
1135
4,10-11: 379 5,2: 847 6,6: 330 6,6-7: 881 10,12: 104 12,14: 186 13,14: 771 Joel 4,9: 1121 4,18: 1136
Amos
1.3- 4: 803 2.13- 16: 711 4.4- 5: 15 5.14- 15: 712 9,14-15: 684
Abdías v 20-21: 335 Miqueas 5,1: 211 5,3: 713 7,14-17: 619 Habacuc 2,11: 764 3,11: 783 Sofonías 2,1-2: 882 Zacarías 9,9: 249 Malaquías 1,11: 22 4,2: 133 875
N U E V O TESTAMENTO Mateo 1,1: 170 1,18: 199 1,20: 322 1,21: 194 285 1,23: 207 2,14-15: 231 2,16-19: 211 3,2: 225 3,3: 1041 3,4: 458 3,7-9: 295 3,10: 857 3,12: 857 ' 3,13: 1027 3,14-15: 1045 3,15: 165 3,16: 256 3,17: 857 4,1: 230 4,lss: 458 4,4: 233 4,19: 336 5,1: 380 5,1-12: 298 5,3: 320 368 376 381 382 564 5,3-9: 386 5.3- 12: 377 5.4- 5: 366 5,6: 233 379 5,7:- 372 5,8: 3 54 139 365 373 5,9: 217 366 374 5,10: 366 375 626 5,11: 378 5,12: 406
5,14: 12 335 467 684 1110 5,16: 416 426 5,18: 1126 5,23-24: 1129 5,25: 830 5,28: 125 5,44: 547 596 5,45: 133 5,46: 828 6,1: 655 6,1-2: 628 655 6,6: 412 6,9: 927 6,10: 386 6,13: 712 6,14: 444 6,16: 652 6,17: 1119 6,19-20: 651 6,21: 220 6.22- 23: 1131 6,24: 1137 6,34: 400 419 7,1: 927 7,1-2.12: 542 7,7: 10 7,12: 2 9 1 ^ 7,15: 295 7,21: 692 8,11-12: 398 8,12: 251 8,13: 989 8,20: 860 8,22: 796 8.23-27: 354
9,6: 845 9,9-13: 329 330 9,12: 851 9,15: 883 9,25: 808 9,27: 243 10,3: 498 10,16: 345 10,28: 796 10,29: 1087 10,30: 158 10,32: 796 10,40: 337 10,42: 1027 1117 11,11: 578 11,23: 53 11,25: 569 11,26: 921 11,27: 45 54 75 11,29: 366 557 576 582 11,28-30: 926 11,30: 511 12,24-32: 788 1 2 ¿ 9 : 186 850 12,30: 901 12,46: 942 13,32: 662 13,38: 1 13,44: 1 660 663 13,54: 788 14,23: 458 J 4 ¡ ¡ H : 331 14,25: 1027 14,28-29: 338 14,28-31: 373 14,34: 1027 15,14: 904 954 970
índice bíblico 15,22ss: 225 15,24: 360 16,13-19: 332 16,6: 15 16.16- 19: 891 16.17- 18: 328 16,24-27: 681 16,27: 172 17,1: 879 17,1-8: 1111 17 >5: 8 5 7 17,20: 459 17,27: 339 184-4: 592 18,1-6: 566 18,4: 568 18,7: 967 18,11: 127 18,12: 953 18,12-13: 664 18,15: 1064 ^ , 3 2 : 401 19,1: 559 19,14: 491 19,21: 458 20.1- 6: 659 20.2- 13: 659 20,9-12: 659 20,15: 659 20,26-27: 705 21,6-7: 340 21,9: 191 756 832 21,20: 405 21,33: 314 21,40: 17 22.11- 12: 647 22,12: 1041 22,20: 785 22,21: 616 22,29: 10 22,30: 1091 22,32: 236 796 22,34-40: 454 22,37: 386 22,37-39: 534 22,39: 714 810 23,9: 391 24.12- 13: 967 24,28: 838 1046 25,21: 120 25,21-23: 1041 25,21-33: 282 25,35: 654 25,41: 834 25,46: 282 26,15: 760 26,17:760 26,32: 25 26,36ss: 458 26,39: 750 26,41: 123 403
26,53: 458 27,24: 1027 28,9-10: 765 28,10: 942 28,19: 85 225 28,19s: 74
4,38: 1124 5,3: 879 5,4: 334 5,20: 845 5,21: 420 5,32: 327 5,52-53: 664 Marcos 6,10: 355 1,9: 1027 6,12: 412 l , l i : 857 6,24: 320 1,12-13: 230 6,31.36-38: 542 1,16: 341 7,14: 808 1,17-18: 342 7,22: 928 1,30: 359 7,39-44: 279 1,35: 1111 7,47: 620 2,22: 1133 8,14: 925 3,16: 44 8,45: 353 5,29: 363 9,23: 742 5,31: 353 9,24: 1124 5,37: 343 9,33: 433 6,33: 1027 9,35: 857 6,48: 1027 9,52-56: 546 7,32-33: 1068 10,2: 1017 8,22-25: 364 10,3-4: 326 9,4: 288 10,16: 982 9,7: 857 10,19: 348 9,40: 1027 10,27: 482 11,12: 360 10,41-42: 909 12,28: 1068 10,38-42: 356 12,30: 454 11,2: 480 13,32: 837 H,2s: 413 14,3: 929 11,9: 73 15,13: 268 11,15: 757 11,20: 350 1068 Lucas 11,23: 685 1,13-14: 208 11,40: 637 1,17: 224 12,48: 166 1,19: 191 12,49: 275 918 1,35: 58 215 219 t 13,6-9: 857 1,38: 215 13,19: 657 1,39-49: 197 14,11: 559 1,42: 170 14,33: 693 1,46-47: 189 15,1-10: 635 1,75: 603 15,1-32: 661 1,80: 190 458 15,5: 953 2,7: 209 15,17-19: 1132 2,11: 956 15,20: 666 2,12: 186 15,25-28: 669 2,14: 216 646 16,9: 656 2,22: 857 16,16: 873 2,24: 205 17,10: 1232 2,29: 388 673 t!t&$$>7**H 17,21: 78 1059 2,40: 558 18,1: 414 2,52: 136 18,1-8: 958 3,5: 273 18,10-14: 687 3,6: 289 18,12: 565 3,9: 857 18,13: 225 3,17: 857 18,27: 365 3,21: 226 1027 19,8: 458 4,1: 229 19,21: 1004 4,13: 933 19,41-44: 366
538 21,19: 581 596 22,48: 111 22,50: 458 23,39: 764 23,39-41: 760 23,43: 759 24,31: 751 24,32: 275 503 24,42-43: 14 24,49: 982 Juan 1,1: 23 151 782 1.1-3: 90 1,3: 122 1,5: 115 1,9: 136 163 857 858 1,12: 395 413 1,13: 220 316 1,14: 180 219 879 1091 1,16: 107 1,17: 873 1,18: 77 373 1,19-28: 595 1,20: 595 1,23: 595 1,29: 230 754 768 1,32: 227 1,42: 328 2.2- 11: 1027 2,4: 203 2,10: 1103 2,15: 766 2,18: 776 3,4: 322 3,5: 125 225 3,11: 319 3,14-15: 734 3,17: 282 327 857 3,18: 282 459 4,6: 1027 4,7: 280 4,10: 286 4,13-14: 285 853 4,14: 317 319 488 1027 4,16-19: 283 4,21-24: 274 4,24: 66 4,27: 280 4,34: 277 371 5,4: 1024 5,19: 57 5,22: 928 5,24: 459 5,39: 10 6,19: 1027 6,38: 220 327 6,51: 211 6,52ss: 752 6,53: 866 6,67-69: 949
índices 7,16-17: 478 7,20: 757 7.37- 38: 285 286 7,38: 853 1136 7.38- 39: 285 317 319 8,12: 857 8,48: 757 8,56: 217 9,34-35: 708 10,7-9: 857 10,8: 860 10,11: 739 10,11-16: 619 10,17: 619 10,18: 770 10,30: 53 391 472 10,38: 465 11,25: 468 11,33: 808 11,34: 356 11,35: 357 11,43: 357 11,43-44: 845 11,44: 358 12,2-3: 358 1 2 ¿ 5 : 528 12,31: 186 12,32: 682 12,46: 857 13,1: 220 13,1-15: 762 13,2: 773 13,4-5: 458 13,16: 757 13,34: 538 13,35: 151 14,2: 210 14,6: 672 712 715 717 756 777 857 14,9: 28 14,9-10: 23 14,12: 348 14,15: 692 14,16: 66 77 14,23: 538 556 595 14,26: 85 14,27: 220 252 387 388 14,28: 489 15,1-5: 311 314 15,16: 850 15,19: 220 15,26: 53 81 85 16,7: 312 16,15: 226 1132 16,27: 53 16,32: 77 16,33: 703 742 17,10: 349 17,11.19: 755 17,21-23: 490 17,22: 908
17,25: 927 19,11: 862 19,23-24: 902 19.25- 26: 203 19,34: 1027 1028 1043 20,7: 316 20,22: 80 490 20,22-23: 977 20.26-27: 751 20,29: 776 21,7: 255 338 21,15-17: 346 21,17: 964 Hechos de los Apóstoles 1,3: 780 1,7: 567 837 1,8: 982 2,8: 37 2,13: 1133 3,15: 994 3,17: 757 4,13: 779 4,13: 336 4,32: 907 908 910 5,29: 1090 5,31: 994 5,41: 378 7,59: 458 8,27-28: 768 10,34-35: 931 10,38: 457 13,13: 227 13,33: 323 19,11-12: 949 20,4-12: 494 Romanos 1,2-3: 167 1,3: 203 1,7: 287 1,8: 423 1070 1,17: 186 1,20: 153 1,25: 162 2,1: 824 2,4: 812 2,29: 612 3,23: 282 4,6: 812 5,1: 386 5,5: 532 910 5,20: 127 6,2: 119 6,3: 1048 6,4: 188 798 6,5-6: 1048 6,6: 796 856 6,8: 752 6,10: 119 6,12: 409 6,18-22: 559
índice bíblico 7,22: 348 7,23: 896 8,3: 118 8,8: 456 8,9: 226 8,14: 1122 8,15: 517 8,21: 27 8,25-27: 443 8,26: 422 440 8,29: 220 8,33: 754 8,35: 713 9,3: 458 676 10,10: 357 10,14: 157 10,19: 236 11,20: 517 11,32: 118 11,33: 316 621 11,35: 927 12: 614 12,1: 923 924 941 12,3: 564 12,11: 275 12,14: 378 12,19: 252 12,21: 383 12,24: 460 13,1: 614 858 13,lss: 915 13,8: 536 714 13,8.10: 939 13,8-10: 494 13,9: 494 13,10: 454 13,12: 107 13,13: 307 13,14: 715 1118 14,4: 927 1064 14,9: 181237 16,27: 167 1 Corintios 1,5: 618 1,10: 858 908 1,19: 711 1,21: 733 1,23: 733 741 1,24: 96 216 741 859 1,25: 203 928 1,25-27: 928
1,27-28: 602
1,30: 147 715 874 1,31: 542 575 2,4: 993 2,6: 932 992 2,6-7: 4 2,9: 492 706 1083 2,12: 217 742 2,5; 984
3,2: 878 3,6: 294 3,9: 268 930 956 3,13-14: 990 3,16: 163 787 859 860 3,22: 1132 4.5: 927 1064 4,9: 1042 5,7: 752 768 5.12- 13: 1064 6,2: 1110 6,7: 252 6,9-10: 605 6,15: 787 6,16: 257 6:19: 787 6,20: 858 7,4.10-11.32: 1100 7.13- 14: 1095 7,25ss: 458 7,31: 742 7,32: 1100 7,35: 849 8,1: 565 8,2: 565 8,6: 74 77 9,19-23: 559 9,27: 458 752 10,lss: 225 10.3- 4: 278 10,4: 1092 10,12: 960 10,17: 937 11,26: 1047 12,1: 64 12,3: 855 12.4- 5: 769 12,4-6: 64 12,8: 56 12,8-9: 459 12,22: 541 12,28: 871 956 983 12,31: 526 13,2-8: 916 13,3: 688 13,4: 596; 597 13,4-7: 480 13,8: 533 13,9: 565 1X12: 69 13,13: 458 13,50: 410 15,8: 565 15,10: 677 15,22: 777 15,24-28: 753 15,26: 119 409 15,35: 754 15,41: 243 15,45: 36 170 15,47-49: 778
539 15,49: 181 15,50: 456 15,53-55: 119 409 2 Corintios 2,7.11: 1064 2,8: 497 2,10-11: 497 2,14: 493 2,14-15: 889 1133 2,15: 649 893 3,3: 914 1002 3,16: 860 3,18: 298 4,8: 411 4,18: 163 466 706 742 5,lss: 831 5,1-4: 138 5,13: 565 5,21: 559 768 6,13: 441 6,16: 787 8,9: 27 210 9,6: 610 £jfc 712 10,2: Í25 10,7: 542 11,2: 458 872 1135 11,13: 344 11,21-12,10: 565 11,26: 967 11,27: 1049 12,4: 894 12,7-9: 633 724 12,9-10: 678 13,11: 386 13,13: 61 Gálatas 1,1: 344 462 2,17: 559 2,20: 273 3,8: 170 3,11-12: 468 3,13: 559 754 768 3,13-14: 769 3,16: 170 3,19: 169 3,24: 270 867 4 ^ 143 4,4: 85 169 192 216 219 4,6: 226 4,26: 871 4,27: 878 5,11: 741 5,13: 523 5,17: 125 714 5,18: 1 122 5,24: 742 796 5,34: 1125 6,8: 1125
540 6,14: 6,15:
índices 622 735 742 133
Efesios 1,3: 423 l,4ss: 869 1,14: 78 1,18-20: 770 1,21: 780 2,5: 325 2,10: 458 2,12: 944 2,14: 220 366 768 858 2,14-15: 764 2,18: 220 2.20- 21: 268 2.21- 22: 995 3,16-19: 930 3,17: 860 3,27: 257 4,2: 980 4,3: 217 386 1109 4,4: 74 490 4,4-6: 900 4,6: 60 4,10: 107 4,11-12: 956 4,13: 905 5,2: 499 1110 5,8: 1110 5,20: 433 5,25: 871 5,26-27: 869 5,27: 875 5,30: 1043 5,31: 873 5,31-32: 872 6,11: 252 715 6,13: 857 6.13- 17: 711 716 6,14: 705 6.14- 17: 715 Filipenses 1,23: 695 798 1,23-24: 493 2,2: 220 2,2-3: 908 2,6: 458 2,6-8: 664 681 753 2,7: 27 675 2,8: 748 860 2,10: 152 2,10-11: 183 2,21: 967 3,1: 890 3,4: 218 3,13: 565 1083 3,14: 375 3,15: 621 3,20: 152
4,4: 406 4,6: 442 4,7: 618 4,13: 703 Colosenses 1,12: 251 1,13: 325 1,15: 23 28 90 98 868 1,16: 25 91 172 1,18: 323 1,24: 873 2,3: 31 567 663 2,8: 876 2.11- 12: 1036 2.12- 15: 1048 2,14: 186 3,1-2: 220 3,3-4: 163 647 3,5: 306 409 796 1121 1125 3,9: 325 3,9ss: 229 3,12: 14 143 1118 3,14: 949 1 Tesalonicenses 4,3: 1087 4,17: 368 427 5,17: 438 442 5,23: 3 134
1 Timoteo
1,5: 949 508 509 1006 1,10: 592 1,17: 77 2,4: 371 743 1098 2,5: 37 2,6: 858 2,8: 412 761 3,7: 220 3,15: 982 5,20: 1064 6,7: 604 6,8: 429 6,11: 295 6,16: 77 373 6,17-19: 320
m
2 Timoteo
1,10: 42 2,6: 95 2,7: 462 2,17: 904 3,2: 511 3,12: 717 3,14: 1001
Tito
1,9-10: 997 3,3-5: 295
Hebreos
I , 3: 23 69 868 2,10: 994 4,12: 715 857 4,14: 857 4,15: 859 5,4: 327 5,11: 831 8,1-5: 859 8,1-9: 857 l y i : 857 9,14: 358 9,24: 918 I I , 1: 453 11,37: 235 12,1-2: 705 12,2: 994 12,29: 857
Santiago
1,18: 413 3,2:896
1 Pedro 1,20:
ÚB:
776 3 3 9
2,8: 741 2,9: 271 918 2,11: 1071 2,16: 219 2,22: 181 3,lss: 1001 4,11: 224 5,6: 557 5,8: 958
2 Pedro
1,4: 325 1,14: 219 2,7-8: 265
1 Juan
2,1-2: 855 2,15: 742 3,2: 691 4,7: 482 4,7-8: 151 4,8: 53 458 189 1102 4,16: 533 4,18: 517 1117 5,19: 421 712
Apocalipsis
1,5: 75 1,8: 849 1,11: 36 3,16-17: 320 3,20: 852 5,8: 22 16,15: 826 20,6: 237 21,1: 742
ÍNDICE
DE
TEMAS
Bienes del cielo: 187 Bienes temporales: 187 476 623 625 706 Blsfemia contra el Espíritu Santo: 788 804 Bondad: 57 Brevedad de la vida humana: 102
Acción y contemplación: 449 Aceite: 526 Acepción de personas: 921 Acoger a Cristo: 683 A d á n : 219 229 777 A d o p c i ó n filial: 427 Adoración: 68 Agradecimiento: 423 Aeua: 108 352 Alegría: 370 Alianza: 271 Alimento espiritual: 14 250 A l m a humana: 91 97 115 124 125 126 144 1128 Amistad: 487 495 500 519 535 Amor. 346 484 491 492 495 498 504-541 620 624 625 719 Amor a Dios: 454 482-485 826 Amor a Jesucristo: 488 493 A m o r a la Iglesia: 963 A m o r a las criaturas: 162 163 Angeles: 87 Mkio* Ifto T r * f f Apóstoles: 326-345 991 Arca de N o é : 936 Armadura del cristiano: 705 715 716 Aromas: 270 649 Arras del Espíritu: 78 Ascensió de Jesucristo: 780 783 Ascesis cristiana: 693 698 Atributos divinos: 100 Autoridades: 614y$ÍS Avaricia: 492 604 651 807 1137 Ayuno: 643 653
/<Íg*
Bautismo: 321-325 466 1020 1048 1052 Bautismo de Jesucristo: 225-228 231 Belén: 211 Belleza: 42 72 74 376 Belleza de Dios: 72 Bendición de los Patriarcas: 236 Beneficencia: 104 Besos divinos: 867 873 Bien: 134 135 Bienaventuranzas: 365-388
C a í d a del hombre: 127 132 148 156 159 Caminos del bien: 670 679 680 686 689 718 Cántico nuevo: 12 295 467 514 Canto sagrado: 1053 1081 Caridad: 165 166 480 481 486 489 494 495 499 502-541 594 714 727 930 1102 1112 Carismas: 6A 459 1133 Catcquesis: 992 995 1105 1012 Catequista: 1001-1006 1009 Ciegos: 364 Combate cristiano: 699 700 702 1108 1110 1123 Conaescerfaeñc ra 'deUiosi 173 Confesión de la fe: 699 917 988 1109 Confesión de los pecados: 389 819 'f]ifWt*<4&¿#»s Confirmación: 1032^-Wf Conocimiento de Dios: 54 65 76 Contemplación: 128 146 424 449 Conversión: 300-310 Corrección: 310 1065 1067 1068 Creación del hombre: 144 Creación nueva: 130 133 Creador: 89 92 96 98 100 101 Credo cristiano: 112 Criaturas: 113 Cristiano (el): 694 1046 1048 1107 1108 1116 1123 Cruz: 731-747 999 Cuaresma: 232 233 646 647 Cuerpo humano: 138 Culto: 276 D a n i e l : 238 David: 797 Demonio: 421 583 725 729 773 785 811 814 Descanso de Dios: 114 839 Deseos carnales: 624 Desobediencia: 204 Diáconos: 912
542
índices
Diluvio: 256 Dios: 45-9 51 52 70 74 78 81 155 483 533 612 1143 Dios, Creador y Conservador del Universo: 88 92 101 Dios Padre: 7000 287 400 425 1032 Disciplina: 671 Diversidad de los seres: 95 División entre los hombres: 789 Dolon 813 Dominio: 160 Dones de Dios: 911 1120 Edificación de la Iglesia: 863 864 871877 896 Educación cristiana: 1072-1076 1080 1105 Egoísmo: 822 Embriaguez: 810 Encarnación: 167-186 Envidia: 239 579 TB, Epifanía del Señor: 214 218 223 Equidad: 554 Escrituras Sagradas: 1-4 10 13 21255 301 984 1001 Esperanza: 460 629 812 1144 Espíritu Santos 44 58 64-67 81 227 228 312 350 490 506 532 788 804 855 1122 1138 Esposa: 1082 1095 1099 Estrellas: 243 264 Eucaristía: 871 899 #19*1021 1022 1047tf»3# Eva: 204 * * « * ^ * % t t S o
Humildad: 145 231 376 381 382 542 557-573 582-595 600-603 688 1016 1018 1101 1102 1124 Iglesia: 107 200 391 863-896 918 932-937 1062 1092 1138 Iglesia, Casa de Dios: 886 Iglesia, Cuerpo de Cristo: 890 Iglesia, Esposa: 867-869 873 883 892 Iglesia, Madre Virgen: 866 878 Iglesia, Templo: 865 Iglesia domestica: 1072-1077 1088 Iglesiaspaniculares: 914 1054 1069-1071 1085 Ignorancia: 362 Imagen de Dios: 122 143 151> ¿4A*ftt& Imitación de Jesucristo 187 676 781-693 697 1130 Imoeniíencia: 8Q3 804 816 íaDitacion del Espíritu ianto: 312 Iniciación cristiana: 1046 Imortalidad: 115 Ira: 369 821 Ira de Dios: 39 49
Jacob: 259 1039 Jerarquía eclesiástica: 898—900 944-950;f3?q Jesucristo, Alfa y Omega: 849 Jesucristo, Ángel de Dios: 29 Jesucristo, Buen Pastor: 488 Jesucristo, Camino: 672 673 680 Familia cristiana: 1072 1078 1088 Jesucristo, Dios y Hombre: 25 26 50 167 170 Fe: 42 152 354 361 363 450-453 457 459 461183 184 360 475 479 Jesucristo, Esplendor de la luz eterna: 30 Fe de la Iglesia: 86 112 Jesucristo, Esposo: 854 867 873 883 Fiebre: 359 Jesucristo, Maestro: 272 557-559 846 Figuras de Jesucristo: 234-262 Jesucristo, Mediador: 37 Figuras de la Iglesia: 237 243 249 Jesucristo, Medicina: 185 359 Filantropía de Dios: 173 175 t Jesucristo, Médico: 359 851 Fraternidad: 940 * ™ ******* f i ¿ Jesucristo, Medida: 33 Jesucristo, Niño: 206 209-222 Fuego: 275 Jesucristo, Norma Suprema: 704 Fuentes del Salvador: 285 Jesucristo, Palabra de Dios: 35 Jesucristo, Paráclito: 855 Generación divina: 55 70 Jesucristo, Pedagogo: 845-848 Glorificar a Dios: 67 1127 Jesucristo, Redentor: 181 Gobierno de Dios: 155 Jesucristo, Sabiduría de Dios: 31 Gobierno pastoral: 987 1056 1060 Jesucristo, Salvador: 27 Gozo santo: 193 Jesucristo, segundo Adán: 43 170 229 Gracia: 154 287 292 294 310 1052 1140 Jesucristo, Vid: 311 Guerras carnales y espirituales: 252 Job: 551 Gula: 810 e
Hambre: 379 Herejes: 455 1085***1 Hombre: 87 88 105 116-123 130-145 164 672 687 Hombre nuevo: 295 322 323 Hombre viejo: 295 Hormiga: 110 Huida a Egipto: 212
José, esposo de María: 194 Juan Bautista: 224 Judas: 773 Juicios de Dios: 927 ¿hftaJu3A>fo p^A 6 Justicia: 308 385 601603 604 606 609 616-621 635 914 Justicia de Dios: 446 612 621 Justificación: 358 401 468 Justosil31 136 1134
índice de temas Lágrimas: 279 333 356 357 366 448 720 1084 Ilgc^c^mim^rc^eJ:,.997 ' 988 Ley naturaly'escrica?' a? 291 Liberación cristiana: 919 Liberalidad: 548 Libertad: 87 94 95 843 1060 Libertad cristiana: 714 Limosna: 104 3689 628 637 638 641 642 646 648 450 655 656 Limpios de corazón: 365 373 Liturgia sacramental: 1019-1055 Lujuria: 878 807 810 Luna (la), signo: 107 243 Luz verdadera: 103 641 643 676
543
Oratoria sagrada: 16 Orden del mundo: 99
Pablo (San): 493 494 565 576 Paciencia: 240 241 544-555 580 581 596-598 Padres de la Iglesia: 20 1085 Palabra de Dios: 278284290 524 290 524 1003 Parábolas: 657-669 Paraíso terrenal: 148 156 Participación: 315 325 Pascua cristiana: 647 649 767-783 Pasión de Jesucristo: 749-760 Pastores de la Iglesia: 953-979 1060-1068 Paz: 161 21X220253 308 374 384 385 387388 618 885 Madre: 108 1032 1084 1096 Pecado: 139 784 785 792 794 808 812 817 1033 Magos: 214 223 1034 1052 Mal: 93 94 246 404 411 7M 721 730 1079 Pecado original: 820 1142 Mandamientos: 454 608 * * * * W i W Pechos del Esposo: 270 Mandamiento nuevo: 514 Pedagogía cristiana: 707 845-848 Mansedumbre 369 383 Pedagogo: 844-848 Mar (el): 109 Pedro fian): 328 332.338 341 343 346 ^ ... María: 188-207 Penitencia: 594 ^ ^ - i * ^ ^ Mártires: 375 477 701916 9171029 1106 1111 Pentecontés: 781 1139 Perdón: 497 Martirio: 695-697 709 718 1028 1030 1096 Perdón Matrimonio: 1QZ8 1088 1095 1100 4*S¿t$*&> 977* de los pecados: 279 397 420 430 444 Mentira: 1126*^ ' Perfección cristiana: 56 242 490 640 675 690 Milagros: 347-364 704 705 727 Ministerio pastoral: 1060 1061 Placeres: 627 813 823 Misericordia: 372 634-636 652 653 Pobres: 642 654 Misericordia de Dios: 630 1007 Pobres y ricos: 644 645 Misiones divinas: 80 / Pobreza: 210 368 380 381 563 613 935 1063 Modelaje del hombre: 144-146 1124 Moisés: 235 247 254 Postrimerías: 829-842 Mortificación cristiana: 1125 Predicación: 266 268 642 741 981 986 1001Muerte: 771 1006 1012-1016 Muerte de Jesucristo: 754-7I& ¿JU*J¿, v. Presbíteros: 944 945 Mundo: 698 obtá^fn^T&v^ Presencia de Dios: 1122 vWf&tñfi o ¥ Profecías: 11 Nacimiento de Jesucristo: 209 210 213 222 Profetas: 911 Necesidad de la gracia: 154 Propiedad privada: 645 Necesidades humanas: 137 Providencia de Dios: 51 88 Negligencia: 793 Pueblo de Dios: 271 Niño (el): 491 566 568 592 Purgatorio: 830 Nombre cristiano (el): 328 Nombre de Jesucristo (el): 34 844 Querubines: 594 Nombres de Cristo: 22-37 844-862 Norma de fe: 86 112 Redención: 127 132 755 761-776 799 Nueva creación: 316 317 Redentor: 181 Regeneración: 311 316 322 323 Obediencia: 204 206 748 869 Remo de Dios: 398 409 417 Obispos: 897 898 900 904-950 977 984 1056 Obras buenas: 622 628 M l r r ^ c f e m ^ i 765 770 77% 780 Odio: 821 Resurrección universal: 455 831 Ofrendas: 1129 Riquezas: 320 Ojos (los): 153 Sábado: 629 Oración: 73 391392 395408 412 414 416 422 Sabiduría: 607 426 435-449 122 929 986 1014 1030 1140 Sabiduría de Dios: 31 1141 Sacerdocio: 5 746 >W>4
::mmUlUimill!lUlHUD
544 Sacerdocio común: 923 924 941 ' ^SacrameWsHOlM^ Sacrificios agradables: 923 924 Saetas: 290 Salmos: 432 Salvación: 169 189 277 289 371 Salvador: 27 Samaritana: 280 283 286 Santidad: 416 Santificación: 418 1087 Sed: 278 379 Seguimiento de Cristo: 681 682 Sencillez: 931 Sentidos de la Sgda. Escritura: 3 4 15 171263 Señal de la Cruz: 731 Señal de Dios: 24 Servicio divino: 1123 Silencio: 543 567 599 618 824 1015 1017 Silencio de Dios: 188 Símbolo de la fe: 464 465 Simplicidad de Dios: 1023 Soberbia: 579 584 724 786 790 818 827 979 1007 1101 Sobriedad: W&m&É¡mm ^v*™****^ Susana: 237 Temor: 517 527 686 1117 Temor de Dios: 382 475 796 606 1132 Templos de Dios: 312 543 1114 Tentaciones: 404 421 431 561 711713 719 726 729 Testigo fiel: 75 Tiempos buenos y malos: 434 806 Tierra: 201 611 814
índices Tobías: 641 643 Tradición eclesial: 914 981 982 1054 Transfiguración de Jesucristo: 288 Tribulaciones: 419 Trinidad (Santísima): 60-62 77 80-86 Unidad de la Iglesia: 398 490 495 902 906Vanagloria: 639 728 791 Vanidad: 825 Vara de Aarón: 245 Venidas de Jesucristo: 273 282 832 837 Verdad: 33 267 516 634 708 716 720 Vicios: 379 649 820-822 Vid (la): 311. Vida activa y contemplativa: 539 Vida cristiana: 318 321 605 609 717 828 922 928 1050 1085 1104 1105 1112 1136 Vida eterna: 377 385 829 836 841 842 1083 Vida religiosa: 1059 1093 Vida sobrenatural: 315 Vigilancia 722 Vigilia pascual: 1049 Vírgenes: 1089-1093 1101 Virginidad: 193 195 1087 1103 Virtudes: 379 615 633 649 Virtudes cardinales: 617 Virtudes cristianas: 451 541 556 1118 Virtudes teologales: 550j HVí/i^fS^^iSífr* Visión de Dios: 365 373 Viudas: 1086 1087 Vocación: 281 329 341 Voluntad de Dios: 135 309 371 392 396 418 428 691 Voluntad humana: 309
A C A B Ó S E D E I M P R I M I R ESTE V O L U M E N D E « L A PREDIC A C I Ó N D E L E V A N G E L I O E N LOS PADRES D E L A I G L E S I A » , D E L A B I B L I O T E C A D E A U T O R E S CRIST I A N O S , E L D Í A 1 1 D E A B R I L D E 1992, F E S T I V I D A D DE S A N ESTANISLAO, OBISPO Y MÁRTIR, E N LOS TALLERES D E LAVELEDIDEA (HUMANES) M A D R I D
LA US
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VIRGINIQUE
MATRI