Igal, Diego Humor Registrado : nacimiento, auge y caída de la revista que superó apenas la mediocridad general . - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Marea, 2015. - (Historia urgente; 42) E-Book. ISBN 978-987-3783-11-1 1. Investigación Periodística. 2. Medios de Comunicación. I. Título CDD 070.4 Fecha de catalogación: 25/03/2015 Edición: Constanza Brunet Coordinación editorial: Virginia Ruano Diseño de tapa e interior: Hugo Pérez © 2013 Diego Igal
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ISBN: 978-987-3783-11-1 Depositado de acuerdo a la Ley 11.723 Todos los derechos reservados. Prohibida la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento sin permiso escrito de la editorial.
Salud y buen humor. –Fórmula que usaba José de San Martín en las despedidas epistolares.
La potencia intelectual de un hombre se mide por la dosis de humor que es capaz de utilizar.
–Friedrich Nietzsche
La imaginación consuela a los hombres de lo que no pueden ser. El humor los consuela de lo que son.
–Winston Churchill
Hum® era no tener que pedir perdón. –Juan Sasturain
PRÓLOGO Ya sé que discutirle al diccionario es tan inútil como hacerlo con un GPS. Pero si prólogo es ese texto “que sirve al autor para justificar haber compuesto su obra y al lector para orientarse en la lectura o disfrute de la misma”, digo que aquí el autor habla muy bien por su obra compuesta, no necesita justificaciones previas, de modo que quién es uno para andar prologándole encima al sólido trabajo de Diego Igal. En la segunda parte de la definición, cedo. No sé si útil pero feliz me siento de asegurarle al lector (y lectora) que disfrutará este libro como lo disfruté leyéndolo y (su equivalente inevitable) reviviéndolo. Esta es la historia de un hombre, Andrés Cascioli, de una revista, Humor Registrado, de una mística explosiva nacida en una época en la que hacer periodismo desde la vereda de enfrente no era lo más recomendable para conservarse vivos. Hagan la plancha cuando lean este libro, todo es cierto. Esos eran los nombres, las circunstancias, los logros, los problemas. Ese era el espíritu de Hum® . Así fue su éxito: una justa desmesura caída del cielo totalmente abonada por terrestres, que llegamos a ser millonada, entre los que la hacíamos y los que la leían. También su ocaso fue como se cuenta aquí. Tuve la gracia de formar parte de la revista casi desde su comienzo (número 12, marzo de 1979) hasta 1999, casi su final. Me fui empujado por enojos varios más la tristeza de verla agonizar, pero sentía que si me quedaba moriría con ella. Trabajé allí veinte años, con dos o tres idas y vueltas fugaces. Hum® fue el sitio donde me inventé como periodista, gracias a la confianza de los jefes y a la libertad salvaje con que me estimularon desde el principio. Había en el país una censura oficial que imponía límites que en nuestra publicación no encontraban eco, yo vivía desatado, no gastaba
en temores, menos en disfraces. En todo caso los límites con los que debía luchar ante cada nota eran los de mi propia imaginación, que por falta de incentivos no podía quejarse. La devolución de los lectores ante cada número era instantánea, estruendosa, llena de agradecimiento, empatía y amor; llevado a términos teatrales, como si un elenco tuviera que salir a saludar cien veces porque los aplausos de la sala no cesan. En fin, con esa novia terminé casándome, ella me dio su apellido: Hugo Paredero de Hum® , ya para siempre. El autor de este libro era un niño de doce años cuando se inició como lector de Hum®; ella, una señorita de cinco. Pasó lo que tenía que pasar entre uno que venía avispado y una que estaba avivada: se enamoraron. A él le partió la cabeza la cabeza partida de ella, luego el corazón haría fácil lo suyo y el vínculo se confirmaría como bisagra a lo largo del tiempo. Treinta años después, este homenaje. El del autor a su revista inolvidable, como su libro. –Hugo Paredero
PRIMERA PARTE Despedida y debut
CAPÍTULO 1 Gracias y chau, Tano
Ningún embarcado en el Titanic sabía que nunca llegaría a destino. Como nadie imaginó que ese, el 566, sería el último número de Hum® . Tal vez algunos pocos conocían la determinación que se supo con la revista colgada en los kioscos. O presentían un final inminente. Pero no hubo despedidas. Ni para adentro ni con el lector. Ese que en los inicios ayudó a crecer. A ungirse foco de resistencia. Suministro de oxígeno ante la represión imperante. Trinchera para pelear contra un enemigo común que vestía uniforme militar. Ese lector que ya en democracia maduró y cambió de consumos culturales. O se le amplió la oferta. O se desencantó del apoyo al alfonsinismo. Y tal vez volvió cuando también parecía que había una lucha que emparentaba, aquella contra el combo menemista de despojo + corrupción + censura solapada y frivolización galopante. Esta vez no hubo clausura como con Satiricón o Chaupinela. Hubo un cierre decidido entre unos pocos, una vez que el 566 estaba en la calle y resultaba inminente la quiebra de Ediciones de La Urraca, fundada antes de Hum®. Humor Registrado no duró solo los últimos cinco años de la dictadura. Siguió durante dieciséis años más. Hasta que la editorial La Urraca un día quebró por malas decisiones y relaciones, conflictividad laboral. Deudas fiscales, previsionales y juicios por calumnias. Por límites. La Urraca, la que tuvo un edificio valuado en un millón de dólares. Todo a partir de una revista. Una historia de éxito. Sería injusto cargar todas las responsabilidades en el fundador, Andrés Luis Cascioli. San Cayetano de dibujantes y humoristas.
Patrono aficionado full time. Detector de talentos. Que a los veinticuatro años dirigía revistas de historietas. Y antes de los cuarenta era una de las dos cabezas de una publicación revolucionaria. Que poco después enfrentó la clausura, desafió censores, forjó y erigió esa editorial en plena dictadura. Que parió decenas de títulos que hoy se venden en Internet como piezas de colección. Y empleó a centenares de ilustradores, chistosos, caricaturistas, probos y aprendices del plumín y el periodismo, muchos ya consagrados, que nunca más trabajaron todos juntos en un mismo lugar. Pero se peleó con demasiados. Se reconcilió con algunos. Y como pocos en su rubro entregó gran parte de su patrimonio para afrontar deudas y compromisos. Cascioli soñaba quedar en el mismo altar que Dante Quinterno, el delineador de Patoruzú . De Ramón Columba, creador de El Tony. De Guillermo Divito, el de Rico Tipo. Muchos creen que lo logró. Empezó a tientas. En revistas menores de historietas como Casco de cero, Maverick, Tucson . Cuando tuvo la revancha fue con Satiricón. Luego Chaupinela, Perdón, Rocksuperstar. Y cuando nadie lo esperaba, Hum®. A la que luego se le sumaron SuperHum®, Hurra, l Péndulo y ya en democracia SexHum®, Humi , Fierro, Caín, Raf y l Periodista de Buenos Aires , ese semanario con el que parece que empezaron todos los problemas, el principio del fin, la ruina. Y ya no hubo nada parecido. Y el 24 de junio de 2009, meses después de Raúl Alfonsín y Alejandro Doria, sinónimos como él del retorno de la democracia, Cascioli murió y ahora, 36 horas más tarde, está aquí, sin esa sonrisa que de tan característica era inolvidable, inerte en un ataúd cerrado alrededor del cual se amontonan muchas de las personas que lo querían, lo admiraban o las dos cosas. Las gordas letras en imprenta de una de las fajas dicen Néstor Kirchner y Cristina Fernández. La otra, Comisión Nacional de Bibliotecas Populares. Se pidió que no hubiera coronas, pero igual las despacharon a la sala mortuoria de Malabia al 1600, barrio de Palermo, Soho. También se exhortó a que no entraran cámaras de televisión. Solo
hay un fotógrafo de Editorial Perfil, que luego irá hasta el cementerio privado en Pilar para “robar” imágenes de caras poco conocidas para el prime time de la opinión pública, que suben a tres Mercedes Benz último modelo, color del luto, o se pierden entre una flora prolijísima. Afuera pasan algunos movileros o noteros de TV para buscar la notita y rajar a la próxima. Adentro, en el velatorio, hay poco espacio, mucha gente y un horario, de 8 a 15, para el “último adiós”. La ceremonia se demoró dos días para que llegara de New México, Estados Unidos, Renato, el primogénito de Cascioli y padre de la primera nieta que nació unas semanas atrás y a la que no llegó a conocer. Renato se abraza a su hermano Mauro y a la mamá de ambos, Beatriz Pereira, a quien muchos hoy saludarán como la viuda, aunque estaban divorciados desde el año en el que volvió la democracia. Luego Cascioli se casó con su secretaria Nora Bonis, con quien tuvo una hija, Malena. Y ahora “Betty” y Nora están ahí, en las únicas dos habitaciones separadas con distancia estratégica. Un cáncer se llevó a los padres de Cascioli en 1968, con una diferencia de tres meses, y a la única hermana, en 1984, con cuarenta y cinco años. A él se lo descubrieron en 2006. Un control de rutina detectó que la próstata no estaba como debía. Creyeron controlarlo o tal vez era una negación. Tomás Sanz, con miles de horas compartidas en agencias de publicidad y en gran parte de las publicaciones que tuvieron el sello Cascioli, se enteró de que el “Tano” tenía “el mal” una noche que fue a cenar al departamento de Suipacha y Juncal donde vivía con Nora y Malena. No supo qué decirle. Lo minimizó o pensó que lo sacaría adelante. Y ahora está a unos pasos del cajón cerrado y le cae la “ficha” de que su amigo durante más de cincuenta años ya no va a dibujar. Ni aparecerá con la sonrisa de grandes dientes a preguntarle con esa voz aflautada: “¿Qué hacés, Tomasito?”. Y entonces comprue ba que esta muerte cierra una etapa. “Trabajar cerca de Andrés era vivir una sorpresa permanente. Bah, por repetida, por supuesto que dejaba de serlo”, arranca el texto de
algo de 2600 caracteres que tuvo que escribir para la edición de este 26 de junio en Clarín. “Me quedo además con su sonrisa amplia, su particular ‘parada’ y esa preocupación y ese cariño, que siempre manifestaba sin grandilocuencias, casi sigilosamente”, concluye la necro firmada por Sanz. Sanz y Cascioli se habían conocido a mediados de los 60 en la publicidad, ese rubro por el que pasaron decenas de humoristas y periodistas en la Argentina, muchos empleados de La Urraca. Compartieron trabajo en agencias, viajes, comidas, sobremesas extensas y luego el ingreso al periodismo por la puerta grande con Satiricón. Y después la persecución, la clausura, los juicios, el secuestro de personas cercanas, La Urraca y todo lo demás que formaba el combo de ser referencia, “la resistencia”, blanco de amenazas de muerte, el secuestro de un número y ser parte clave de una editorial que tal vez un día comprobaron que era grande, los trascendía, excedía. Y eso tenía otras responsabilidades, más terrenales y domésticas como lidiar con personal, comisiones internas, sindicato, el largo brazo del Estado y gerenciar la abundancia, la pobreza, la crisis y el cierre. La Nación publica una nota sin firma de unos 2500 caracteres. En la misma edición de ese diario, propiedad de una empresa a la que Cascioli asesoró y para la que incluso trabajó, hay una dece na de avisos fúnebres que permitirían trazar un perfil del difunto: “Tu mujer Nora y tus hijos Renato, Mauro y Malena te abrazamos con nuestro amor, despidiéndote en tu partida”. “La Comi sión Nacional de Bibliotecas Populares, CONABIP, participa con hondo pesar el fallecimiento del alma mater de la Revista BePé”. “Amarilis y Osvaldo Kullahian y Siruhi B. de Piranian lamentan profundamente su fallecimiento y acompañan con cariño a Nora, Malena, Mauro y Renato”. “El Museo del Dibujo y la Ilustración participa su fallecimiento y acompaña a la flia. con cariño”. “Sergio y Juan Izquierdo Brown lo despiden con cariño”. “Tus amigos de Tranquilo Producciones te despiden con sentido afecto”. “Luis Saguier y Momi Peralta Ramos de Saguier participan su fallecimiento y ruegan una oración en su memoria”. “El presidente y el directorio del Fondo Nacional de las Artes participan
con hondo pesar el fallecimiento del artista y escritor Andrés Luis Cascioli y ruegan una oración en su memoria”. “Consorcio de propietarios Tres Argentos 414 participa su fallecimiento y acompaña a su esposa N. Bonis. Se fue un grande al que seguiremos admirando”. “Donna Caroll y Oscar López Ruiz acompañamos a la familia en tan infausto momento”.
Gentileza Fundación OSDE. Última aparición pública de Cascioli, en mayo de 2009, en una exposición organizada por la sede Rosario de Fundación OSDE.
Mañana se sumarán otros siete: “¡Chau, Tano! Tus amigos y hermanos del alma, Carlos y Oscar Blotta”. “Natu Poblet lo despi de con dolor”. “Aída y Alberto Lederman acompañan con cariño a Nora y familia en este triste momento”. “Elisa Medrano y familia participan el fallecimiento del queridísimo Andrés y acompañan con mucho cariño a Nora, Renato, Mauro y Malena. Nunca se olvidarán del gran artista y la excepcional persona que fue”. “El intendente de la ciudad de Mendoza, Dr. Víctor Fayad, participa con pesar su fallecimiento”. “Sus amigos y colegas lo recordarán para siempre. Carlos Garaycochea, Guillermo Mordillo, Eduardo Ferro, Hermenegildo Sábat, Manuel García Ferré, Sendra, Alfredo Sábat, Osvaldo [Oswal] Viola, Elisa Medrano, Rep, Carlos Basurto, Angel Dobal, E. Maikas [sic], [Rodolfo] R. Mutuverría, [Carlos] Pérez Agüero, Izquierdo Braun [sic], Natalio Zirulnik, Meiji, [Alberto] A. Grisolía, Jorge Benedetti, Tomás Sanz y Jorge de los Ríos participan su fallecimiento y acompañan a toda su familia con mucho cariño”. “El conjunto Les
Luthiers participa con tristeza el fallecimiento de su amigo y acompaña a su familia en este momento”. Y el domingo, dos últimos: “Enrique Nosiglia despide a su querido amigo y saluda a Nora y sus hijos con afecto”. “El consorcio de propietarios Suipacha 1308 participa el fallecimiento de su digno copropietario y acompaña a la familia en su dolor”. El velatorio tiene por momentos esos silencios anodinos de todos, pero también otros de una reunión social, cuenta Jorge Barale, el último responsable de SexHum® y ex dueño de un puesto de diarios donde se podía conocer los productos de La Urraca antes de que llegaran al último eslabón de la cadena, el lector. Un día mandó una notita, se la publicaron y así empezó una relación laboral de años. Lo mismo ocurrió con el arquitecto Santiago Varela, que envió un texto para el correo de lectores y Aquiles Fabregat lo llamó por teléfono para saber si había sido un manotazo o tenía condiciones para escribir de manera regular con la misma chispa que percibió en ese papel. Y ahora pregunta por el uruguayo “Fabre” y recuerda al Tano y se reencuentra con todos, como Julio Parissi o Hugo Paredero que llora –sabrá luego– por uno de los muertos que más lloró en su vida. Paredero siente en ese momento la dimensión y la importancia que el tipo que despide tuvo para él. Llora de tristeza, agradecimiento, “una mezcla de mucho”, resume. “Tuvimos una libertad salvaje”, apunta. Otros coinciden. Se reprochan que la muerte de los ex empleados de La Urraca sea el único motivo de convocatoria. Y lamentan también que al inmenso ilustrador le haya tocado morirse el mismo día en que se murieron Michael Jackson y Farrah Fawcett, y la exigua repercusión que la mayoría de los medios le dedicaron al gran artista argentino, como escribirá Ulanovsky un mes después en La Nación. “Entiendo (no sin malestar, pero juro que lo entiendo) la gigantesca difusión de la muerte de un ídolo global, así como también la trascendencia del deceso de alguien que fuera una gran estrella de la televisión. Pero lo que me rebela y provoca el presente comentario es que, en su gran mayoría, los medios no hayan puesto de manifiesto adecuadamente la relevancia cultural, artística, política, estética y
ética de la obra de Cascioli”. Aparece Juan Carlos Muñiz, otro que venía del palo de la publicidad y nació en la misma ciudad que Roberto Fontanarrosa, “El Negro”, fallecido en 2008. Muñiz dejó Rosario para trabajar en Buenos Aires y Hum® fue uno de los primeros grandes empleos. No por mucho, lo suficiente para ser años más tarde cohacedor de uno de los últimos trabajos de Cascioli: los libros sobre las dos revistas más vendidas ( Hum® y la dictadura y SexHum®, el sexo de los argentinos ). Ahora, cerca del ataúd, también tiene la sensación de asistir a la clausura de una etapa muy importante de todos ellos. “Aun los que lo pueden criticar a Cascioli por sus arbitrariedades y su costado menos querible, reconocen ese empuje que le abrió el camino a muchos de los que están acá”, dice. Juan Sasturain fue uno de los que se peleó dos veces con el Tano y se reconcilió tres. Pero ahí está y fogonea el recuerdo de todos, que también ríen con melancolía. Miguel Rep suma a la tristeza y la memoria y es uno de los que oficia de vocero para las notas en la puerta. Interpreta que las ausencias demuestran la vida y el carácter calentón del Tano. Uno de los que no está es Fabre, otro puntal que compartió años con Cascioli y Sanz. O Carlos Nine, que no se enteró a tiempo, aunque quién sabe si vendría con la plata que no cobró y lo mal que se llevaban. O Ricardo Portal, el “contador” de Cielosur que fue un aportante en la prehistoria de la fama junto al odontólogo Rubén Alpellani, ya fallecido. O Pedro Ferrantelli, otro ex socio y cofundador de La Urraca. Oskar Blotta no manejó desde Pinamar para despedir a su amigo, al que siempre considera un hermano. Aída Bortnik está en cama. Dos años antes, ella lo había bendecido como “un héroe” de carne y hueso cuando habló en la Legislatura, el día que se lo declaró “Figura Destacada de la Cultura” y Cascioli sentía que por fin lo reconocían. Barale remarca que de El Periodista no vino nadie. Algunos por distancia: Horacio Altuna y Alicia Gallotti, radicados en Cataluña; Quino, en Europa o Sergio Joselovsky, en Suecia. Otros
porque nadie los llamó, no se enteraron o el aviso les llegó tarde, como Juan Zahlut, Marcelo Lawryczenko, Pablo Colazo, Juan Martini. La difusión de la noticia rebotó en muy pocos medios o no encontró espacio entre la fama de Michael y Farrah. A la redacción de El Cronista Comercial la información llegó por Facebook. “Pero igual dudamos. Crucé una mirada con Gerardo Patiño, jefe de Arte del diario, y ambos compartimos la misma incredulidad. ‘¡Pero si Andrés Cascioli es inmortal!’, dijimos en voz alta, sin asumir siquiera la posibilidad de que estábamos frente a una noticia, no un rumor. Escépticos por naturaleza, nos rendimos cuando el título apareció en los portales de Internet”, escribe Hernán de Goñi en la edición de este 26 de junio del diario color salmón donde Cascioli también dibujó. “A fines de 2002 –revela De Goñi–, nuestro diario decidió retomar una senda en la que habían transitado ilustradores reconocidos como Kalondi y Raúl Perrone. Su nombre surgió como quien piensa en buscar un director de cine y arriesga un ‘¿y si llamamos a Spielberg?’. Convenimos una cita en la redacción. Aceptó entusiasmado la oportunidad de poder retratar para un diario el particular momento político que se alumbraba en la Argentina de esas horas”. Allí firmaba como Demo, pero cualquiera de los muchísimos dibujantes a los que ayudó a crecer desde sus revistas se habría dado cuenta quién estaba detrás de ese seudónimo. No fue lo único que Cascioli debió hacer en los últimos años para ganarse la vida como si recién empezara, a partir de la quiebra en octubre de 1999 de La Urraca.
Foto del autor. Fachada actual del edificio de Venezuela 842, ex sede de Ediciones de La Urraca, hoy una de las dependencias de la Defensoría del Pueblo de la ciudad de Buenos Aires.
El ritual mortuorio recibe más feligreses. Laura Linares, que integró el staff de Satiricón, Chaupinela y Hum® y fue la madre de Humi , siente que está ante la última convocatoria de alguien cuya sonrisa lo convertía en el gato de Cheshire de Alicia en el País de las Maravillas. Se reencuentra con gente muy importante, para ella, “como volver a estar en esa gran oficina, en esa redacción. Hay tristeza, nostalgia, corroboración. Falta Guinzburg, Abrevaya y ya no están montones y no se puede creer que los más grandes ya tienen setenta años, muchos se murieron a los cuarenta y pico, cincuenta. Es como que todos seguían siendo lo que eran”. Tienen falta justificada Fontanarrosa, Dante Panzeri, Raúl Fortín, Viuti, Osvaldo Soriano, Jorge Sabato, Alberto Speratti, Aníbal Vinelli o Ricardo Camogli. A Gloria Guerrero no le gustan los velorios. Pero le pareció que tenía que ir porque además quiere mucho a Renato y Mauro. “Somos una banda”, le surge cuando comprueba la convocatoria. Con muchos hace quince años que no se veían. “En algún punto, Andrés nos juntó a todos y en algún punto nos volvió a juntar ahora”, razona.
Uno de la “banda” es el ex socio publicitario de Cascioli, John Melvyn Hall o el fotógrafo Eduardo Grossman, quien dice deber le al Tano su fama porque el crédito de las fotos que hacía para ilustrar los reportajes de Mona Moncalvillo aparecía en el mismo tamaño que el nombre de la periodista. Eduardo Maicas también siente que se cerró toda una época y que se va el único tipo que podía hacer de nuevo una revista que les diera trabajo. Alejandro Dolina siente una gran tristeza porque encima en los últimos años la amistad con el Tano había reverdecido y la relación tenía una profundidad inédita. Se enteró por Nora de la enfermedad. Al creador del Doctor Cureta, Jorge “Meiji” Meijide, le costó tanto ir con la mochila cargada de broncas, deudas, maltratos, “cositas” que ya no tendrá sentido recordar, siquiera mencionar. Sergio Pérez Fernández llora como si se hubiese muerto su viejo, el artista plástico Pérez Celis, amigo de Cascioli y fallecido en agosto de 2008. Empezó a trabajar con el Tano cuando tenía dieciocho años y lo hizo a la par, literalmente, hasta que El Periodista ya tenía un año en la calle. Pero luego quedaron amigos y por él, su papá y su ex jefe también lo fueron. Llega Hermenegildo Sábat, que solo dibujó para El Periodista, pero eran amigos con Cascioli a partir del oficio. “Acá la gente es muy indiferente –rezonga–. La sociedad es muy injusta, debería ser más solidaria con los esfuerzos, con la tenacidad y con la trayectoria”. Habla de Cascioli, pero también de él. Al colega le reconoce “una condición valiosa: no tenía celos por el talento ajeno. Era muy importante eso porque abría camino a toda la gente que trabajó ahí, por lo que se veía”. Oche Califa, su último compañero de aventuras gráficas, lo avala: “Enloquecía de alegría cada vez que encontraba un dibujante, ilustrador o redactor que fuera talentoso”. Y aclara: “No importaba el signo político”. En unos días, Califa escribirá en BePé (el último proyecto editorial que pergeñaron como socios): “No había tareas menores para él. No le tenía miedo a nada y cualquier emprendimiento le parecía posible.
Andrés no parecía conocer el miedo. Ni mucho menos la derrota. Era capaz de volver a la carga una y otra vez, sin medir consecuencias”. Algunos llegan, saludan y se van, como Moncalvillo o Carlos “Braccamonte” Llosa que entra, abraza a Nora y “Tomasito”, pero no puede evitar llorar. Tampoco hablar, y dice que Cascioli era un genio, pese a las peleas por política, la relación compleja, aunque de mutuo respeto, que tenían. Llora tupido como un niño. Se va enseguida. Alfredo Grondona White lamenta no tener ni un lápiz para escribir una tarjeta de condolencia. Pero deja “saldadas todas las diferencias y acrecentadas las experiencias”. En los blogs hay mensajes, críticas, comentarios anónimos que recuerdan por ejemplo las deudas que dejó La Urraca, el apoyo de Hum® al gobierno radical, lo negativo. Horacio Fiebelkorn, un ex colaborador de la revista, abunda en ese debe de la revista: “Haber hecho suya la idea alfonsinista de que todo reclamo era ‘desestabilizador’. Esta adhesión le quitó humor y la convirtió en una revista de opinión. En paralelo, el crecimiento de la editorial La Urraca encontró su techo en los 80: cierre de revistas como El Periodista, rumores de vaciamiento nunca confirmados, y el estado fantasmal en que fue quedando el edificio de la calle Venezuela, con un Cascioli casi aislado y demasiado convencido de haber derrotado, él solo, a la dictadura. Aquella bohemia heroica de los primeros 80 ya estaba bajo tierra. Y los 90 terminaron de cargarse a la propia revista, que pese a todo hizo historia por no tratar de imbéciles a los lectores, y por abrir esa ventana urgente, necesaria, que a tantos nos permitió respirar en tiempos difíciles”. Los lectores lo despiden en radios, diarios y redes sociales. Roberto Benedetto escribe: “Se fue un amigo, un gran amigo. Lo conocí personalmente, ¿me conocía? No, de la misma manera que no estuve nunca cerca de John Lennon ni del Che Guevara. Pero fueron parte indisoluble de mi adolescencia [...]. Andrés Cascioli, junto a los periodistas que conformaron la revista Hum®, representaron un huracán de aire libertario en medio de tanta basura, censuras, bajezas, traiciones, destierros, muerte. [...] Así como esperaba impacientemente los fines de semana para divertirme con mis amigos
o ir a la cancha a ver a mi equipo querido de fútbol, con el mismo interés esperaba la llegada de Hum® ”. Daniel Sánchez, en Página/12, reverencia: “Gracias, Tano Cascioli por tanto bueno que nos diste, gracias Página/12 por lo mismo. Tal vez en el fragor de las redacciones y la búsqueda de ideas que expresar no se den cuenta de lo mucho que nos dan a los que estamos acá, de este lado del papel, con el ojo puesto en lo que hacen, a veces de acuerdo, otras no. Me acuerdo de pibe adolescente, laburando en la construcción, comiendo una faldita asada y sentado en una bolsa de cemento, leyéndolos. Por ustedes conocí la forma de ejercitar el melón, que el cuerpo ya tenía bastante con el laburo y ese algo lo podía comprar en el kiosco. Gracias a Satiricón, Mengano, Chaupinela y las Hum® supe aprender a leer entre líneas, conocí la ironía, la prosa poética del negro Dolina, la ciencia ficción y la divulgación científica de Moledo en la Péndulo , a Feinmann, qué sé yo, pudieron mantener encendida la llamita en la noche negra de la dictadura, y en el menemato, de la inteligencia y la decencia. No todo es rosa y no estuve de acuerdo a veces, pero los respeto a ustedes por hacer lo que hacen sin haber caído en lo mercenario”. Carlos Zeppa no escribió nada. Se enteró por Página/12 de la muerte y dice que lo entristeció como si hubiese muerto un hermano, un amigo que lo acompañó siempre. Nunca lo conoció, aunque fue a la redacción para participar de una mesa de jóvenes, allá en 1978 unto a Dolina; o a llevar alguna carta. Leía a escondidas Satiricón con diez años y hasta 1999 compró todos y cada uno de los productos de La Urraca y muchos de ellos aún los atesora literalmente en un placard de la casa.
Gentileza Fundación OSDE. Cascioli rodeado de su esposa Nora y su única hija mujer, Malena, semanas antes de morir.
La cobertura de Página/12 es generosa: desde la ubicación en la cabeza de la tapa de este 26 de junio, hasta una doble página con textos del sobrino de Aquiles Fabregat, Eduardo, y los testimonios de José Pablo Feinmann y Sasturain. Allí en una contratapa lo había homenajeado Rep el 1° de junio con una tira que él se preocupó de que el Tano viera (y la esposa, Bonis, ura que así fue). “Qué lindo potrero fue la Hum®”, escribió el dibujante sobre la revista donde empezó a publicar muy joven como tantos otros por la posibilidad que daba a quien ahora retrata como “uno de los editores más inquietos, pujantes y arriesgados, que era gritón, cabrón y sonriente y lograba mística y peleas, amores y odios”. El diario Crítica, que en tapa prefirió priorizar a Jackson, le dedicó toda una página en la edición del 26 de junio con una nota en la que hablaba Sanz y Paredero y se completaba con una opinión del periodista del diario Osvaldo Bazán, quien se reconocía uno “de aquellos que entendió la vida como Humor Registrado la mostró. Me quedaron de aquellos años de lecturas asombradas en el colegio secundario, cierta noción de ética periodística, cierto ‘de eso se habla’, cierta intención del cuidado del lenguaje, de la apertura de cabeza, de rebeldía, aunque suene ingenuo. Nunca pude explicar a quienes no lo vivieron lo que significaba la llegada quincenal de Hum® a mi pueblo. Y la emoción de aquella mañana que me llegó en sobre sin identificación, el número prohibido, el de Nicolaides en patineta (cuando lo prohibieron mandé una carta como lector triste y, en un
gesto increíble, me la mandaron desde Buenos Aires por correo)”. Bazán intenta imaginar: “¿Cómo habrá sido toda esa gente junta, cuando afuera pasaba lo que pasaba? ¿Cómo fue que Cascioli los untó y les dijo ‘vamos para allá’? Y que fueran. Alan Pauls, Grondona White, CEO, Viuti. ¿Cuánto daríamos, periodistas de siempre, por vivir una experiencia así? Desparpajo y compromiso, gracia y seriedad, todo junto. Y por sobre todo, el nombre de Andrés Cascioli, que los juntó y les dijo ‘vamos para allá’. Es tarde, pero quiero decirte gracias”. Para el día siguiente, también en Crítica, Bazán escribirá una columna donde comparará a Cascioli con Jackson y se quejará de la cobertura de uno y otro. En esa misma edición se sumó a la despedida el periodista Miguel Grinberg para agradecer el espacio que le dio cuando en el primer año de los aún oscuros e inciertos 80 le llevó el proyecto de la revista bimestral Mutantia, una publicación que le describió “pacifista, antinuclear, contracultural y espiritual, en la línea de lo que luego fue reconocido como Movimiento de la Nueva Era. Sospeché que no terminaba de entender mi relato, pero su respuesta fue sorprendente: ‘Tengo un departamento de producción y tenemos una imprenta. Si me traés el contenido listo para diagramarla, la hacemos juntos’. Dicho y hecho. [...] La bancó durante los siguientes meses, por supuesto me invitó a colaborar en su exitosa revista, y fui parte del equipo que creó la revista Hurra. Jamás firmamos un papel para refrendar nuestra sociedad y mucho menos intervino para supervisar los sumarios de mi revista, que a veces se pasaba de la raya de lo políticamente ‘correcto’ en esos tiempos represivos. ‘Gracias, Tano, desde el alma’”. Jorge Fontevecchia también lo despide. “Cuando hay censura, el humor es el lenguaje más eficaz para escapar a los límites. Pero Andrés Cascioli fue mucho más allá del humor. La democracia tiene con este Tano cabrón una deuda eterna. Yo también”, escribe el mandamás de Editorial Perfil en el periódico que lleva ese nombre. También cuenta cuándo lo conoció y lo mucho que lo admiraba. Ilustra con fotos del entierro que la familia pidió que sea privado. Lo que Fontevecchia no recuerda es que cuando lo convocó para hacer la
revista El Cacerolazo no le asignó presupuesto para que llevara a quienes él quería y sabía cómo trabajaban y en cambio sí periodistas que deambulaban por los pasillos de la empresa sin tareas fijas, con el sambenito interno de “residuales”. En Perfil declara Blotta, vía telefónica desde Pinamar. “No era un cómico. Yo más bien lo recuerdo como un tipo afable, simpático y muy cariñoso. No quisiera decir lo convencional que se dice siempre... O sí: era un familiar y un artista inmenso, un hermano. Lo conocí en la adolescencia y me di cuenta de que era un tipo extraordinario”, cuenta su ex socio en Satiricón, con quien también se peleó varias veces y se reconcilió para siempre en los últimos diez años. Muere Cascioli y parece que se muere una revista. Que dejó de publicarse diez años atrás porque quebró una editorial que empleó el talento de incontables dibujantes, humoristas, periodistas, fotógrafos, laboratoristas, artistas, administrativos, muchos de los cuales el Tano detectó o impulsó, e involucró a lectores y miles de protagonistas de una historia, como tantas otras, irrepetible.
CAPÍTULO 2 Primer golpe
Dos barcos trajeron los orígenes de Andrés Cascioli a la Argentina. Como los que importaron a miles de inmigrantes que ponían proa al puerto de Buenos Aires en las primeras décadas del siglo xx. “La América” era uno de los destinos predilectos de europeos que huían de hambruna, guerras e incertidumbre. Doménico Cascioli llegó a bordo del buque Ammiraglio Bettolo. Pisó suelo porteño el de diciembre de . El empleado migratorio anotó: veintiún años, católico, nacido en Teramo (Abruzzo), procedente de Nápoles, agricultor, soltero. Doménico era uno de los casi italianos que solo ese año habían rumbeado a la lejana Argentina y de los poco más de 35 000 que se radicaron a probar suerte. Es difícil determinar qué hizo los años siguientes en las tierras sureñas de Sarandí, lejos de aquel puerto, pero a unos pocos kilómetros del todavía cristalino Riachuelo, y un paisaje de casas bajas, chacras, animales y huertas, más rural que urbano. También es complicado saber si lo esperaba alguno de los Cascioli anotados en años anteriores en el puerto de Buenos Aires. Natalina Straccia también llegó desde Nápoles, pero el 31 de julio de 1933 y en el buque Neptunia. Declaró veinticuatro años, soltería, profesión casera, religión católica, nacida en Ripatransone (provincia de Ascoli Piceno). Eligió afincarse cerca de Doménico. Y al poco tiempo se conocieron. Habrá sido un flechazo certero porque tres años después, el 15 de octubre de 1936, tuvieron al primer hijo y lo bautizaron Andrés Luis. La hermana llegó cuando Andrés tenía tres años: la llamaron María Divina. La infancia transcurrió en una casa de las que se etiquetan
“humildes” en Teniente Escolástico Magán al 700, Sarandí, Avellaneda. Allí imperaba la liturgia italiana. Cocoliche y canzonettas y todo el menú clásico de la gastronomía. Andrés deglutía y colaboraba en la preparación. A la bagna cauda aportaba cardos que manoteaba en la zona, donde también pescaba ranas en andurriales y riachos o cazaba pajaritos para la polenta regada con tuco espeso preparado con tomate de huerta propia. Los embutidos también eran de factura casera y animales propios. Los ravioles, tallarines y lasaña amasados desde temprano. Y para bajar, vino de uva chinche y grapa, por supuesto, de fermentación intramuros. La vivienda estaba sobre un terreno de unos 50 metros de fondo. Living, dos habitaciones, cocina, comedor, patio con parral y un poco más de tierra donde Doménico edificó un ambiente pensado para el casamiento de Andrés y la primera novia, pero terminó por ser de María Divina. En el fondo, la quinta en la que nunca faltaban tomates, un gallinero, higuera y un galpón donde Doménico solía cortarse las uñas con una tenaza o también facturar los cochinillos que engordaba con un balanceado propio. La postal típica de los niños se completó con bautismo, comunión y alguna que otra aventura con los siempre listos exploradores de Don Bosco, localidad vecina de la zona. En la casa no había placas de mármol, mucho menos de acero inoxidable: cuando no se cocinaba sobre la mesa donde también se comía, era común ver a Andresito explorar y descubrir su facilidad para el dibujo. Ese oficio incipiente que lo ubicó al lado de la maestra de la escuela número 3 para que dibujara el pizarrón los días de efemérides locales. Según el boletín de sexto grado tenía un diez en ciencias culturales, ciencias naturales, religión y manualidades, pero acariciaba un siete en lengua y matemática. En la foto grupal posó con guardapolvo blanco, zapatos, medias media caña y una sonrisa que le nacía en los labios, dejaba al descubierto cada diente y le inflaba las mejillas hasta formar los signos < > que le encerraban la boca. A los diez años Cascioli ya se reconocía dibujante. Y en los últimos meses de 1950, representó al colegio entre otros sesenta y dos de la
zona en el VII Concurso de Escolares Dibujantes que organizaba la asociación Gente de Arte de Avellaneda para encontrar y estimular pequeños artistas. A partir de ese año, la firma de Cascioli en la cédula escolar cambió de manera notable, salió más redonda. En esa compulsa convocada por el lugar más institucionalizado para sumergirse en el dibujo y la pintura que había en la zona se premiaba a los tres mejores con una beca para estudiar gratis en los talleres durante un año o dos. Cascioli fue uno de los galardonados. Miguel Matejka, otro. Talento había porque el profesor les pedía a ambos que hicieran doble turno para mostrarles a los mayores cómo dibujaban, se ufana hoy Matejka. Las changas de Doménico (albañil, operario de la Shell) complicaban la economía familiar y el hijo mayor salió a trabajar con catorce años. Fue en una fábrica de bobinas de hilos textiles de Lanús, donde también empezó a curtirse en el proletariado y la representación sindical hasta que en 1957 le tocó la obligación de todo oven argentino con la patria castrense: el servicio militar. Algunos “colimbas” 1 podían ser destinados muy lejos de la familia y pasar una temporada en la fría e inhóspita Patagonia. Pero a Cascioli lo destinaron a Alsina 274, a metros de Gente de Arte, pleno centro de Avellaneda, donde funcionaba el comando que aglutinaba a las tres fuerzas para generar burocracia. El dibujo volvió a acomodarlo entre los superiores pero para que les hiciera cuadros y retratos. Allí se reencontró con Matejka y le contó que cuando podía estudiaba dibujo publicitario en la escuela agencia de publicidad de Krasnopolski (ubicada en Caballito). Incluso ya garabateaba historietas. Terminada la colimba y tras un breve paso por el departamento de marketing de la fabricante de plumas y otros artículos de librería Pelikan,2 Cascioli volvió a llamar a su amigo Matejka, pero esta vez le proponía participar de la elaboración de una revista de historietas bélicas que publicaría la editorial Gente Joven. La regenteaba un hombre que se presentaba como José Alegre, pero respondía al apodo de “El Turco”, tal vez más acorde a su verdadero apellido, Farah. El historietista Jorge Morhain recuerda ahora a Alegre como un
“gran tipo, callado y de aspecto rústico”, pero destaca la importancia de haberles dado trabajo a los más grandes maestros de hoy. Su colega José Massaroli, en cambio, lo tiene como un personaje del submundo de la historieta y recuerda: “Pagaba poco si tenías suerte, generalmente no pagaba”. Pero no deja de admitir que con él tuvo el debut en el arte de contar hazañas en cuadritos. Horacio Altuna también tuvo el bautismo en publicaciones de Alegre, con Súper volador. “Era un hijo de puta, nunca me pagó. Además no se llamaba Alegre”. Agrega el co-autor de Las puertitas del señor López . El artista de comics César Spadari apunta que Alegre te daba lo que encontrara cuando ponía la mano en el bolsillo, donde –claro– sabía lo que guardaba. Se dice que no solo habría embaucado a colaboradores sino también a multinacionales, con revistas sobre series de TV con éxito en los 70, publicadas sin autorización. 3 En los albores del 60, Cascioli y Matejka no sabían ni imaginaban nada de aquello y participaron del primer número de Casco de Acero, publicación mensual de aventuras completas. Cada uno trabajó en su casa, pero después se improvisó una redacción en avenida Mitre 6245, al lado del cine Pueyrredón, pleno centro de Wilde, a minutos de Sarandí. Un año después, cuando el negocio creció, se mudaron a la avenida Pavón 2297 en Avellaneda. Cascioli ya figuraba como director 4 y junto a Matejka recorría librerías del centro de venta de publicaciones antiguas en busca de “inspiración”. La misma editorial Gente Joven editó otros títulos como Maverick y Tucson , todos definidos varias veces por Cascioli como muy malos, aunque también reconocía que le pagaban muy bien. Allí comenzó un día un pibe de la zona que también dibujaba: Oscar Eduardo Blotta, hijo de Oscar “Blottita” Blotta. Se encargaría de la página de humor con el alias “Koblo”. También cambiaría la c por la k para diferenciarse de su padre, empleado de Dante Quinterno y dibujante en Patoruzú . La amistad de Blotta hijo y el Tano fue instantánea. En 1962 Cascioli cursó el primer año en la Escuela Panamericana de Arte, que había fundado el ilustrador, historietista y pintor Enrique Vieytes junto a futuros próceres del plumín (Hugo Pratt, Alberto
Breccia y Carlos Garaycochea). Funcionaba en un edificio de Venezuela 842. Cascioli se destacaba en las principales materias (dibujo, escultura, grabado, pintura, historia del arte, morfología), pero apenas aprobaba inglés y matemática. Al año siguiente, dejó atrás esas revistas para incursionar en las agencias de publicidad donde los dibujantes eran parte importante del trabajo porque todos los avisos de prensa gráfica se hacían a mano. La cadena artesanal incluía pasadores y bocetistas. La primera agencia fue Publicidad Internacional Limitada, Bartolomé Mitre casi esquina Carlos Pellegrini, que era entre mediana y chica y no dejó registros en la historia del rubro. Pero sí en la de Cascioli. Allí conoció a Tomás Sanz, nacido un año después que él en Quiroga, provincia de Buenos Aires, hijo de un español de Navarra, viajante de comercio y desde 1950 instalado con la familia en Haedo. Sanz había iniciado la carrera de Ciencias Económicas, tal vez como continuidad de los estudios en un secundario comercial y cierto mandato familiar de seguir el nivel universitario. Pero él sabía que lo suyo era el dibujo. Desde chico, aunque nadie lo advirtiera, solía divertirse con garabatos, trazos. Un día dibujó una página entera donde se veía un arquero en el césped, incluso con epígrafe. Y cuando no jugaba al fútbol, leía El Gráfico . Sanz había tomado cursos de dibujo, pero no conseguía trabajar en lo suyo. Desde los diecisiete se aburría en la compañía de seguros El Cóndor, donde para demostrar descontento llegaba tarde, lo que le redundó en suspensiones y luego el despido. Tras fantasear con un viaje solitario a Venezuela, Sanz empezó en PIL. Allí Cascioli ya era jefe de arte. La relación derivó en amistad por las sobremesas del almuerzo diario que se extendían a una de las plazoletas de la avenida 9 de Julio en siestas digestivas. Alguna “comilona” se celebró en la casa de Sarandí junto a Mario Gutiérrez, otro dibujante publicitario que había contratado Cascioli. Gutiérrez aún hoy saborea la polenta que comió en la casa del Tano, preparada sobre la misma mesa y pintada con un tuco espeso hecho con tomates que Doménico asó sobre la parrilla.
La relación con Sanz se profundizó más en viajes a Punta del Este y Río de Janeiro. A la barra se sumaba el cadete de PIL, Carlos Blotta, hermano de Oskar, a quien también el Tano le encargó algunos trabajos. El momento político de la Argentina les era ajeno. Sanz y “Oskar” animaban aquellas tertulias gastronómicas con observaciones sociológicas sobre el entorno, el fútbol, usos y costumbres, las mujeres que pasaban o alguna conocida, como las que trabajaban en la agencia PIL, tal vez Beatriz Pereira, novia de Cascioli durante seis meses. Cascioli entonces dibujaba con frecuencia para la revista Análisis, especializada en economía y política. El trabajo en PIL comenzó a escasear y los pagos a perder regularidad. Cascioli y Gutiérrez rumbearon entonces a la agencia Aldaba, ubicada en Corrientes y Pueyrredón, uno de los pulmones del Once. Sanz recaló en una empresa de transporte en la que no duró mucho. Volvió con los viejos amigos. En 1968, Blotta, su hermano Carlos y Pedro Ferrantelli –amigo de la adolescencia y compañero del secundario– decidieron armar una agencia a la que llamaron FB, por las consonantes iniciales de los apellidos. Convocaron a Cascioli y este a Gutiérrez y a Sanz. Ese mismo año, el Tano se casó con Pereira –con quien se había reencontrado y noviaron un año–, pero solo por civil. La fiesta fue en la casa de Sarandí, sencilla y con la liturgia italiana. Al volver de la luna de miel en Chuy, murió la mamá de Cascioli y a los tres meses, el papá. La década del 70 arrancó para Cascioli con el Primer Premio del Salón Provincial de Bellas Artes en la categoría Afiche. El trabajo en la agencia comenzó a intensificarse y las empresas a ser cada vez más importantes. Los militares se alternaban en el poder mientras trataban de impedir el regreso del exilio de Juan Domingo Perón. El secuestro y asesinato de Pedro Aramburu había resultado el bautismo de fuego de la política a través de las armas. La agencia estaba en la planta baja de Viamonte 759. El clima laboral se cargaba de una energía tal que cualquier chispa hacía estallar una broma. Sanz,
Gutiérrez o Jorge Sanzol metían baza a granel. El dibujante Eduardo “Ferrito” Ferro era uno de los habitués del lugar. Le fascinaba el ambiente. “Pero qué inteligentes son ustedes, ¿por qué no se largan con una revista de humor?”, los estimulaba el compañero en Patoruzú de Blotta padre, con quien también había publicado en la editorial Gente Joven del falso Alegre. Oskar iba y venía de Estados Unidos. Chusmeaba publicaciones desátira como lareciénaparecida National Lampoon,una revista con el espíritu humorístico de los estudiantes universitarios de Harvard. Cuando estaba en Buenos Aires, Oskar llevaba dibujos y chistes para revistas de la editorial Abril, como Adán. Pero no cobraba o le pagaban mal y tarde. De eso se lamentaba en las sobremesas del almuerzo diario en un restaurante de comida china ubicado frente a la agencia. Ambos se quejaban de lo cansador que resultaba lidiar con los dueños de las empresas cada vez que llevaban una campaña gráfica. Y así, entre las sobras de los arrolladitos primavera, el chop suey, postre y varios pocillos de café, un día comenzaron a fantasear con forjar una publicación propia. Como los alentaba Ferrito. Terminaron de convencerse cuando Quinterno rechazó una campaña de afiches para El libro de Oro de Patoruzú . El vínculo lo habían tendido Blotta padre y Ferrito, colaboradores de Quinterno. El póster mostraba una serie de “monitos” 5 que representaba a un gran espectro de lo que pasaba en la Argentina; curas, obreros y milicos que hacían fila detrás de una persona que leía una revista. Quinterno le pareció muy osado. A Oskar y a Andrés les encantaba. Volvieron a la agencia sin cliente, pero convencidos de que ellos tenían que sacar una revista. Carlos y Pedro no estaban tan seguros. No resistieron mucho. No abundaban las revistas de humor colgadas en los kioscos. Además de Patoruzú , Juan Carlos “Landrú” Colombres había sufrido primero la clausura de Tía Vicenta por dibujar a Onganía como una morsa y luego la indiferencia del público con Tío Landrú. Blotta y Cascioli creían que había un espacio muy grande en el medio para hablar de los argentinos. Pretendían hacer “una especie de nuevo Patoruzú , pero bien hecho”, según Cascioli. “Éramos un grupo de publicitarios
que queríamos una revista que se vendiera. Podíamos dibujar, descubrir dibujantes, dibujantes, hacer un periodismo que acá no existía y sí en el exterior, en algunas revistas universitarias como National Lampoon. Nos interesaban revistas que habían aparecido en el mundo y eran diferentes, una mezcla de historieta, humor y periodismo, pero periodismo sarcástico. Intentamos algo así; como además éramos publicitarios, queríamos una revista de venta masiva, popular”, agregaría años después Cascioli. Esas revistas extranjeras de referencia fueron la alemana Pardon y las francesas frances as Le Canard nchaîné y Metal Hurlant . El cuarteto encaró una pequeña encuesta entre posibles anunciantes con miras al lanzamiento de la revista que tendría una frecuencia mensual. “Va a ser un fracaso. Las revistas de humor siempre fueron semanales, con un personaje que continúa...”, escuchaba Ferrantelli cuando buscaba engatusar potenciales anunciantes. Rebautizaron la agencia Blotta y Asociados, techaron el aire luz donde jugaban paleta, fútbol y ping pong y comenzaron a armar el staff entre dibujantes desempleados o que conocían por ser fanáticos –como el Tano– de historietas y comics. El primer periodista convocado fue Carlos Ulanovsky por las notas que firmaba en Espectáculos del diario La Opinión y deleita delei ta ban a Cascioli. C ascioli. Ulanovsky Ulano vsky propuso “robar” de la revista Gente a Mario Mactas. A Alfredo Grondona G rondona White Wh ite la dupla B&C lo l o conocía por lo que había publicado en la revista Dibujantes, de la asociación de los dibujantes. Grondona White enseñaba dibujo publicitario en la Escuela Panamericana de Arte y acababan de echarlo de la automotriz Chrysler. Ya había dejado su Rosario natal y cuando recibió el llamado del Tano colaboraba en la revista estadounidense Mad y alguna más. Otro invitado fue Osvaldo “Oswal” Viola. Lo habían visto publicar en revistas como Frontera y Hora Cero, de Héctor Oesterheld, en especial episodios de Ernie Pike que dibujaba con Hugo Pratt. También llamaron al guionista Carlos Trillo, un ex Patoruzú y García Ferré. Fe rré. Convocaron a Juan Carlos “Caloi” Loiseau. Tenía veinticuatro años,
venía del palo de la publicidad y ya había publicado en Tía Vicenta, nálisis y, desde 1968, de manera mane ra regular regul ar en Clarín. En ese diario, un día del último cuatrimestre de 1972, se publicó un aviso en el que pedían “secretaria para director de una nueva publicación. Concurrir a Viamonte 759 PB”. Alicia Gallotti Gallot ti venía de vivir con su pareja en el Distrito Federal, donde había trabajado de modelo, y no sabía si buscar empleo en eso o retomar el oficio de periodista que había iniciado antes de viajar a México. Nunca había pisado la agencia FB, descono cía la existencia de los Blotta y de Cascioli. La entrevista fue con Oskar y las preguntas giraron sobre su experiencia como secretaria –nula–, la tierra del tequila, las pasarelas, las fotos, hasta que Alicia contó que había trabajado como periodista, además de ser pareja de otro, Alberto Speratti. “Evidentemente hubo buena química entre los dos de entrada y teníamos un lenguaje común. Al terminar la entrevista me había encargado que le propusiera un par de secciones fijas y artículos”, recuerda Alicia. “Tano, no conseguí secretaria, pero sí una mujer periodista”, periodista”, anunció Blotta. El viernes 10 de noviembre de 1972 salió el primer número. No hubo número cero, esa costumbre de las editoriales de armar una salida en falso. Tampoco manual de estilo ni pautas. Y la marca Satiricón no surgió porque los inspirara la novela de Petronio sino porque estaba en cartel la película de Federico Fellini, y el nombre daba vueltas. La primera tapa la dibujó Blotta padre y mostraba un militar (Agustín Lanusse) que entra a la Casa Rosada limpiando la gorra de la cagada de una paloma. Ese número tenía 56 páginas y se lo dedicaron a Roberto Galán “por su amor y respeto al prójimo”. Algunas notas fueron: una entrevista de Gallotti a Libertad Leblanc “la gran esperanza blanca” (“¿sos un símbolo sexual?”, arrancaba); una crónica ficcionalizada firmada por Ulanovsky sobre el día que murió Rolando Rivas, con ilustraciones de Sanz; una parodia de Landrú y “sus chistes prohibidos”; una colaboración de Dante Panzeri y otra de Trillo sobre humor político. Ya desde el staff, staff , con una breve presentación presentació n de algunos autores, autores , se se
exudaba ironía con la lista de quienes hacían la publicación: “Director responsable, Dios; Director irresponsable, Oskar Blotta (h); Director estético, Cascioli; Asesores de dirección y redacción, redacción, Carlos Ulanovsky y Mario Mactas; Búsqueda Búsque da periodística, Alicia Gallotti Gallot ti y Secretaria general Viviana Gómez Tiepelmann”. Los colaboradores fueron colocados bajo la etiqueta “cuadro de honor” en el que en aquel número inicial además de Blotta padre, Trillo, Panzeri, Caloi, Grondona White, Sanz y Sanzol figuraban Carlos D. Cavero, César Bruto, Julio Lagos, (Carlos) Garaycochea, Jaime Poniachik, Walter Canevaro, Heredia, Landrú, “Flax” (Lino Palacio), “Oski”, “Bróccoli”, (Miguel) Brascó, “Kalondi”, (Lolo) Amengual, “Siulnas”, Fontanarrosa, Limura, “Viuti”, Fernández Branca, Aldo Rivero, “Faruk”, “Crist” (Cristóbal Reynoso) y el fotógrafo Carlos “Billikin” Suárez. Los reclamos o quejas había que dirigirlos al boxeador Ringo Bonavena o al personaje de Titanes en el Ring, “La Momia”. También figuraban los administrativos como Ricardo Portal, en el departamento comercial; Rubén Alpellani, en ventas y Juan Zahlut, como coordinador. La distribución, a cargo de Machi.
El viernes 10 de noviembre de 1972 salió el primer número de Satiri Satiricón cón. No hubo número cero, esa costumbre de las editoriales de armar una salida en falso. Esta primera tapa la dibujó Blotta padre.
Tan entusiasmados estaban con el primer número que se olvidaron
de colocar los epígrafes epígrafes en las fotos. El estreno se festejó con una raviolada que Cascioli amasó sobre cinco de los enormes tableros de madera en los que dibujaban. El editorial del primer número era toda una declaración de principios y advertía: “Esta salida de Satiricón es decididamente absurda, como todo el mundo sabe. Porque –dicen– las cuestiones del país parecen estar impregnadas de una jalea de tristeza, de una pasta pegajosa y la falta de ganas de sol o de risa se ha convertido casi en el pan de cada día. Y ese, tal vez, sea el motivo básico de que tengas en tus manos, lectora, lector, niño, anciano, cocker spaniel, el primer número de este delicioso mamotreto: las ganas de empezar a descubrir que, además de ser los mejores del mundo y los ganadores morales en todos los deportes, somos bastante graciosos, bastante grotescos. La cuestión sería un poco mirarse en el espejo y reírnos. Un ejercicio saludable, practicado muchas veces por los pueblos sabios. Por otro lado nos mueve, además, una minuciosa investigación de mercado que señaló la existencia latente de cierto hambre de burla atravesada por la inteligencia, el escepticismo optimista –esa cosa rara que sí tenemos los argentinos–, argentinos–, y la falta de respeto por lo que es demasiado respetado. Sabemos que corren rumores acerca de que nacemos ya vendidos al imperialism i mperialismoo catamarqueño. catamarqueño . Bien: es cierto. Es hora h ora ya de que los argentinos confesemos de qué lado estamos en política. Ideológicamente, está claro, pertenecemos al reaccionarismo de izquierda, sin dejar de lado el existencialismo de derecha y el anarcoconservadorismo. Pero eso no tiene la menor importancia, porque las ideologías no solo son una antigüedad sino también una enfermedad. Y los enfermos de eso, los muy enfermos, no tienen sentido del humor h umor [...]”. [...]”. El primer número tuvo una tirada de 40 000 ejemplares. Vendió la mitad, más o menos lo mismo que el número núme ro 2. No No era lo esperado. Con una tapa dibujada por Caloi, el número 2 advertía en el editorial: “Esta revista –espejo en el que vos te podés mirar– a lo mejor no en esta página sino en aquella, de pronto no en ese dibujo sino en esa frase chiquita de ahí abajo, es fundamentalmente una aventura en el sentido más infantil y más alegre. Satiricón es un
asunto para argentinos inteligentes y vanidosos. No se sabe qué parte de la población forman, pero en una de esas son unos cuantos más de lo que se suele suponer”. Había espacio para cuestionar el look de “Isabelita” (el nombre artístico de la esposa de Perón); un juego del pronóstico político y Trillo escribía sobre los grafittis en los baños en dupla debutan te con un hombre de la publicidad y la radio: Alejandro Dolina. También irrumpía la sección de cartas de lectores (“Correo umbilical de lectores”) con respuesta de la redacción y comenzaba a insinuarse el uso de la caricatura para la crítica política. “Elija su Perón”, proponía una página donde varios dibujantes –como Cascioli y Sanz– daban su imagen del General que volvía del exilio. Además de las flojas ventas, tenían algunos pocos avisos. Parecía que los pronósticos y malos augurios de un rotundo fracaso que había escuchado el cuarteto, en especial Ferrantelli, Carlos Desconte y John Hall, de boca de potenciales avisadores, se cumplirían. Pero el boxeador del momento los ayudó –gratis– a dar un golpe de efecto maravilloso.
CAPÍTULO 3 ¿Quién le robó el piano al General en Caracas?
“¿Te sentís un poco el playboy de Buenos Aires?”. “¿Tuviste experiencias homosexuales?”. “¿No te encantan las revistas pornográficas?”. Oficio, intuición, sensibilidad femenina, pero también la belleza de Alicia Gallotti habían creado el clímax propicio para tirarle esas derechas al púgil más mediático de entonces. El boxeador las contestó sin esquivarlas: “Las pibas de barrio son para casarse y para divertirse son las otras, las que van a un boliche a tomar una copa y te las podés levantar. Son las que enganchás así nomás”; “los anticonceptivos son una porquería, con eso se estropea a las mujeres. Lo que habría que hacer es legalizar el aborto, como en los Estados Unidos. Aunque no sé, igual aquí la gente se las rebusca. Si tenés 50 000 mangos ya podés hacerlo sin problemas”. El nombre del entrevistado había surgido en las reuniones que una vez por semana armaban en plena redacción los dos directores, Ulanovsky y Mactas, con Gallotti, aunque también metían bocadillos los que pasaran por Viamonte 759. La mecánica era similar a la que se utiliza en agencias de publicidad y durante mucho tiempo se etiquetó como brainstorming o tormenta de ideas. Que también podía desencadenarse en un almuerzo con sobremesa larga, cada vez más habituales. Salían buenas y malas ideas pero era el precalentamiento a una gimnasia. “Después de un rato estábamos todos tan estimulados que éramos imparables y salían propuestas realmente buenas. Lo pasamos muy bien, había muy buen rollo, mucho entusiasmo y libertad”, cuenta Alicia. Una redacción en continua ebullición. Nadie
sabía qué iba a pasar. Era una propuesta diferente a las publicaciones que había en el mercado, recuerda Alicia y aclara: “Aunque todos apostaban porque funcionara todavía era una incógnita, por lo tanto no habían salido a la luz los aspectos negativos de la popularidad”. En ese burbujeo aparecían notas posibles o frases para los cabezales que Ulanovsky anotaba en una libreta de bolsillo. Para Ulanovsky, en aquellos años “formidables”, desarrollaban un estilo de humor tan original como libre, completamente anclado en la realidad, con grandes dosis de sarcasmo, irreverencia y, con frecuencia, de crueldad. “Con Mactas atravesamos una experiencia insólita. Éramos nosotros los que debíamos frenar a los socios de la empresa que siempre pedían mucha mayor audacia de la que nosotros éramos capaces de ofrecer”. El fotógrafo Suárez ponía cara de bueno, parecía un poco ausente, pero “estaba súper atento”, según Gallotti recuerda al relatar la entrevista al boxeador. No tuvieron que insistir mucho para que posara en slip bicolor, con sombrero de cowboy y carabina. La repercusión fue tremenda en varios niveles. Ringo Bonavena, que de él se trataba, estaba fascinado y la llamó a Alicia para invitarla a cenar, agradecerle o “algo así”, rememora Gallotti. La tirada de ese tercer número se agotó y el cartero comenzó a frecuentar, y mucho, Viamonte 759 para lle var cartas a la redacción. Las cargaba en varias bolsas. En este caso, la mayoría era para putear a Bonavena o elogiar a Gallotti. Para ella también fue un cimbronazo. “A partir de ese momento los famosos me confesaban cuando los llamaba que deseaban ser entrevistados porque querían salir en la revista pero que al mismo tiempo les provocaba mucha inquietud porque sabían que no iba a ser una entrevista tradicional”. En el “Correo umbilical de lectores” comenzaban a ser habituales comentarios como el firmado por Carlos Hosmann Beccar: “Pocas veces el periodismo argentino nos ha ‘regalado’ tan notables muestras de torpeza y vulgaridad. [...] Cabe suponer que los artículos pretenden ser satíricos. No lo son”. O la queja de la Liga de Madres de Familia por una historieta de Jesucristo Superstar a la que se le respondió: “Bien, señoras, ocurre que ya lo hemos repetido hasta el cansancio:
creemos que no existe nada ni nadie de quien no podamos reírnos, ni nada ni nadie a quien no se pueda tomar en serio... pero no pretendemos que una Liga de Madres lo comprenda”.
Las fotografías de Ringo son el fiel reflejo de la entrevista que resultó un golpe de suerte para Satiricón . “Somos la única publicación que entrega los reportajes a sus lectores sic, tal cual han sido registrados por los grabadores”, se ufanaban en la revista haciendo alusión a esta nota.
El título del espacio para los lectores era una demostración de la relación que planteaba la revista con ellos, que comenzaba en la portada con el precio “por ser usted $4”. La sección estaba a cargo de Gómez, a quien sus compañeros le habían adosado el apodo de Thorpe, no por la destreza, claro. Blotta le vio otras cualidades y al poco tiempo iniciaron una relación más íntima que germinó familia. “El gran macho argentino” era el título en tapa para vender aquella entrevista a Ringo. Pero el gran espacio en la portada lo ocupaba una caricatura del ex embajador en Estados Unidos del dictador Onganía y líder de los liberales Álvaro Alsogaray y el candidato de Nueva Fuerza Julio Chamizo desnudos delante de un círculo celeste y blanco mientras esquivaban cuchillos, flechas, tomates y huevos. Se acercaban las elecciones de marzo de 1973 que candidateaban a Héctor Cámpora para el gobierno y Perón para el poder. La mirada
irónica y mordaz de Satiricón se acentuaba. Para el número 4 (febrero de 1973), se aprovechaba el éxito de El Padrino y el afiche, para cambiar a Perón por el Vito Corleone personificado por Marlon Brando. El editorial decía: “De vez en cuando, diarios y revistas se complacen en lamentar que argentinos capaces se vayan a ganar el sustento afuera. Y mucho mayor placer les produce el regreso de alguno de ellos, ‘dispuesto a jugarse por el país porque entendió – habitualmente después de siete u ocho años en el exterior– que su lugar está aquí’. Sostienen, casi está de más decirlo, que tanto los que se van como los pocos que vuelven, no solo son capaces sino que, además son, más capaces que todos los tipos capaces del mundo untos. Porque para eso son argentinos, canejo, y durante años se alimentaron de las patrióticas reflexiones de Patoruzú. Lo que nunca dicen, porque no se dan cuenta, es que el problema se centra en buena medida en que la Argentina no tiene ningún interés en cuidar sus talentos mientras los talentos no sean ‘regresables’ a la Patria y, en consecuencia, redituables políticamente. Un país está formado por gente, el ‘País’ no parece advertirlo. Otros sitios de la Tierra, en cambio, viven preocupándose constantemente por sus talentos, hagan lo que hagan, piensen como piensen, porque saben que el secreto está precisamente ahí. Se trata de proteger a los creadores, a los científicos, a los humoristas, a los mejores, porque eso es un signo mucho mayor de inteligencia, que hacer coincidir a todos por la fuerza o procurar la mediocridad general para que seamos todos amigos y estemos todos contentos. Los humoristas, los dibujantes, son particularmente valorados, particularmente bien remunerados por aquellas regiones. Es que, herederos de una nobilísima tradición, sirven como espejo crítico diciendo en broma las cosas que por un motivo u otro no se pueden decir en serio. En general el motivo es que está prohibido. Por eso, los que son capaces de sintetizar con un dibujo y dos líneas la situación del hombre en cada momento deben ser cuidados. La única manera de conseguirlo es, que las cosas que hagan, vean la luz. Ergo,
Satiricón”.
La repercusión del reportaje a Bonavena seguía y en el editorial del quinto número se ufanaban: “Somos la única publicación que entrega los reportajes a sus lectores SIC, tal cual han sido registrados por los grabadores, con pausas, inconvenientes, genialidades, toses y desastres”. Las ventas iban para arriba, según ya comprobaban los socios y el Instituto Verificador de Circulaciones. El número de enero (el tercero, con Bonavena) vendió 22 697 ejemplares y los siguientes 33 644 y 47 818. A partir del sexto la trepada fue más vertiginosa: 68 907, 96 808, 109 884, 108 898, 125 786, 142 859, 156 208, 185 960 y 185 981, en diciembre de 1973. “Era recorrer la peatonal Florida el día que salía la revista y ver la gente que miraba la revista y se mataba de risa”, recuerda Hall, adscripto a la gerencia de publicidad, a quien sin embargo le resultaba dificilísimo vender avisos porque los anunciantes se espantaban por el estilo, por el uso de “malas palabras” o las imágenes de desnudos. El mayor ingreso era por la venta, pero había algo de pauta comercial y, a juzgar por las marcas, parecía que se apuntaba a la franja de jóvenes de clase media que recibía los coletazos del Mayo Francés y lo cuestionaba todo, empezando por la idiosincrasia argentina. El estilo que se perfilaba distinto de los primeros números comenzó a incomodar a algunos dibujantes, como Garaycochea, luego motivo de bromas. Según Vicente “Siulnas” Vázquez, la propuesta inicial de la revista otorgaba a los colaboradores convocados “cierta potestad sobre nuestra respectiva página o páginas”. Eran humoristas editorialistas, dice. “A partir del cuarto número este concepto empezó a sufrir modificaciones, que originaron el alejamiento de algunos de los que habíamos sido convocados. El sexo y la escatología ganaron excesivo terreno rápidamente, y lo que en un comienzo se insinuaba a través de simpáticas historietas como El sátiro virgen, se convierte en la excluyente razón de ser del mensuario, con notas como ‘Curso libre de divulgación sexual’, ‘La vida sexual de Patoruzú’, ‘Argentinos: sus vicios más secretos’”. Algunas de esas notas las firmaba una dupla que sería exitosa en
Satiricón y por muchos de los años siguientes: Jorge Guinzburg y
Carlos Abrevaya, hombres de radio y de la publicidad, que también se encargaban de esas frases al pie o arriba de cada página.6 La leyenda dice que Blotta había prohibido chistes sobre islas desiertas o esposas con palo de amasar en la mano. Sexo y escatología y desacralización de deportistas y famosos mantenían las ventas. Nadie se salvaba. Isabel Sarli interrogada sobre sus senos, las hermanas Pons sobre la virginidad o Armando Bo sobre poluciones nocturnas podían estar en la misma grilla con un informe sobre la CIA, un banquete servido para pordioseros o una entrevista en broma al solemne Ricardo Balbín a cargo del periodista José Gómez Fuentes.
El staff de Satiricón tenía un protagonismo estelar en las páginas de la revista, tanto las firmas como las fotos de sus rostros que se publicaban con frecuencia.
“El último cola de perro” se titulaba una de las secciones fijas de
Satiricón. Los tres primeros números se habían ocupado de
diseccionar a tres figuras populares del momento: el locutor Hugo Guerrero Marthineitz, el boxeador Carlos Monzón y el periodista deportivo José María Muñoz. En el cuarto, el blanco fue para una figura de la farándula: “Los productores de TV dicen: ‘Le damos al público lo que el público quiere’. En homenaje a esa mentira, Roberto Galán empezó a darle al público lo que el público quería. Según él, sus programas se preocupan por la comunidad. Sí, igual que Drácula por su abuelita... Los años pasan y Galán queda. Desde el primero de febrero próximo rige una tardía medida oficial que prohíbe los programas tipo Galán. ¿Con qué nos regalará don Roberto ahora? Yo no me lo puedo imaginar, ¿y UD.? Mientras tanto, el sitial de febrero de los populares más odiados es para él. Galán –un galán maduro de los años 40– viajó impenitentemente por el mundo y cumplió un sinnúmero de actividades apasionantes (según dicen sus biógrafos) hasta que el enorme amor que siente por su patria –el Brasil– lo hizo retornar a la Argentina. ¿A qué otro lugar de la televisión podría ir a parar Galán? A ningún otro. Todavía no se inventó otro lugar peor, o más incalificable. Con esa pinta de pituco venido a menos, o de escribano influyente, o de politiquero socarrón, o de insoportable frecuentador de todos los temas, o de picaflor de damas que no se animan, con esa pinta que tiene sin que nadie se la haya dado, comenzó a rematar cosas por TV, por cuenta de la casa de remates Guerrico y Williams. [...] Más tarde mejoraría la idea y la llamó Remates Musicales; también vendía, pero con el agregado de aficionados que se presentaban a mostrar (vender) sus cualidades artísticas. Entre tantos regalados y desahuciados, vendió almas. Solosperanzas, un poco más adelante, perfeccionó la idea y con Galanterías y Si lo sabe cante llenó una época de la TV argentina. Muchos afirmaron que hizo cantar al país: con métodos parapoliciales porque eran una tortura. Pasaban como programas divertidos, complacientes, de evasión: eran la cosa más sádica posible de imaginar. Fue un desfile de seres desgraciados; gordas regordas, desafinados, desalentados, desdentados, mellicitas, ancianas, curiosidades, miserias humanas [...]. En noviembre de 1971, Galán (junto a Blackie, otra estrella invitada del número de febrero de
Satiricón) recolectó todos los elementos anteriores, más la
experiencia adquirida, más su ideología personal y fabricó otro programa ‘popular’: una agencia de casorios por televisión. Con esta propuesta, como se ve, puede hacerse algo para ayudar a la gente o a una basura que lo único que persigue es el rating. Adivina, adivinador: ¿qué se hizo? Claro, ganaron. Yo me quiero casar, ¿y usted? fue un teleteatro, una ficción, protagonizado por seres reales encerrados en situaciones límite. [...] Fue un programa terrible de tanto trapito sucio a la luz de los spots. Del que salió otro inventito increíble, los casamientos en cámaras. La primera pareja que se casó resultó un dúo de ladrones; también se casaron viudos, viudas, abuelos, enanos. Se dice que Buñuel pidió ver varios video tapes del programa y después de verlos rompió a llorar como un chico: ‘He sido un ingenuo, he sido un ingenuo toda la vida’. Una inútil medida oficial –tomada con el módico atrasado de 14 meses– prohíbe a partir del 1° de febrero de 1973 los programas como Yo me quiero casar. Galán le ha parecido injusta la medida ‘después de todo lo que hicimos’. Velozmente, además, cambio de Canal 11 a Canal 9, en donde estos días comenzará un nuevo ciclo, por el que –estamos seguros– deberemos volver a ocuparnos de él. Le sugerimos un nuevo ciclo desde aquí: Yo me quiero morir, ¿y usted? ”. El texto no tenía firma pero había sido escrito por Ulanovsky. Barrunta el espíritu de la revista y los hacedores, no solo en cuanto a mordacidad sino a la crítica cultural e intelectual que planteaba y que tuvo otros ejemplos memorables. No había impostación ni demagogia. Los hacedores de la revista pensaban así. Galán se sintió ofendido y querelló a la editorial por calumnias e injurias. Ulanovsky les propuso a Blotta y a Cascioli llamar a un compañero suyo del Mariano Moreno con el que había tenido el bautismo en el periodismo a través de la revista colegial Orbe. Era abogado y tenía un estudio con otro ex alumno del Nacional, Eduardo Miranda. Así conoció Rodolfo Terragno al dúo responsable de la revista que ya comenzaba a ser una atracción. –¿Qué opinás, Rodolfo? –Miren, el delito de injurias es muy particular porque el acusado
puede eximirse de la pena si evidencia arrepentimiento profundo y demuestra que se equivocó. Se llama cantar la palinodia y... –¿Y eso qué es? –Tendríamos que publicarlo en el mismo medio donde salió la ofensa... –Puede ser... Los socios no estaban seguros. –Pero si publicamos esto vamos a estar expuestos a que todo el mundo que se sienta injuriado nos plante una querella. –Podemos redactarlo de una manera abyecta, en un tono pomposo. Eso puede ser un tiro por la culata para Galán. Terragno no lograba convencer a los interlocutores. Entonces propuso publicar la retractación y en la misma página aprovechar el cabezal para insinuar algo que otro amigo y periodista había escuchado de boca del general Perón en Puerta de Hierro. El líder usticialista sospechaba que Galán sabía quién se había quedado con un instrumento que el ex presidente tenía durante el exilio en la capital de Venezuela. “Esto se lo cuento no para publicarlo sino para que circule”, le aclaró Perón al periodista Tomás Eloy Martínez, amigo de Terragno, mientras lo entrevistaba en Madrid. –Así la gente sabrá que Satiricón juega fuerte y que no es fácil meterse con ella –redondeó Terragno. El resto reía a carcajadas. Cuando Guerrero Marthineitz, otro amigo –y cliente– de Terragno, se enteró de la historia que había detrás de “¿Quién le robó el piano al General en Caracas?” comenzó a vocearlo en su programa de radio, otro éxito de entonces. Los oyentes llamaban para arriesgar diferentes respuestas. Galán estaba furioso, como si hubiese recibido un golpe en la cabeza con un boomerang arrojado por él. “¿Quién le robó el piano al General en Caracas?”, insistía con ese vozarrón cavernoso y gutural. Una noche, Guerrero conducía su Ford Falcon flamante por Leandro N. Alem cuando la casualidad de un semáforo en rojo lo detuvo junto al vehículo en el que Galán iba con una mujer. –¿Por qué no te dejás de joder con lo del piano? –No sé de qué me habla, señor. –Te voy a cagar a trompadas.
–¿Nos conocemos de algún lado? La estrella televisiva estaba desencajada y no le importaba ir acompañado de una señorita ni estar en el medio de la calle con tal de dar un escarmiento a ese peruano irreverente. De los reproches a los insultos y de las puteadas a los golpes, la escena fellinesca recién comenzaba. Los tres terminaron en la guardia de la seccional primera de la Federal. –Dígame, Guerrero, cuando usted pregunta lo del piano, ¿se refiere al señor Galán? –No, comisario, no sé quién es este sujeto. –Te voy a reventar. El jefe de la dependencia había improvisado un papel de mediador, pero no conseguía calmar a Galán ni que Guerrero Marthineitz la terminara. Ya de madrugada se presentó Terragno. Logró liberar a su amigo/cliente mientras lo retaba como a un niño. Lo que no pudo fue evitar desde entonces cierto remordimiento por la humorada. El mentalista Tu Sam fue otro de los que se sintió injuriado. Pero en lugar de rumbear para Tribunales, encaró hacia la redacción de la revista. Allí lo recibió la troupe de creativos. Cascioli y Guinzburg fueron hipnotizados y sometidos para demostrar las dotes de quien ya era una personalidad del espectáculo. El contexto ayudaba y las buenas ventas daban ingresos impensables para los socios. Manejaban mucha plata, pagaban bien a la gente y estaban en la cresta de una ola que les permitía ir por más. “Empezamos a jorobar con el gobierno... y con Lanusse fuimos bastante duros. Se venía Perón, nos daba mucho material para trabajar, además venía López Rega que era una figura para nosotros interesante, no para el país, para trabajar con él, era interesante y bueno, no nos molestaba, no nos impedía trabajar, todo lo contrario”, observaba Cascioli. El Tano había comenzado a dibujar tapas en el número 7. “El sol del 25 viene asomando” era el título y mostraba a Perón mientras a un costado un Lanusse con paraguas se tapaba de las olas. 7 Ulanovsky
sitúa la asunción de Perón en octubre de 1973 para el comienzo de sugerencias “que nada tenían de graciosas ni estimulantes, de que al ya anciano general no le gustaban las bromas hacia él”. Mactas completa: “Eran años muy inestables. No tengo idealizada ni la revista ni la época, a la que no considero feliz. El retorno de Perón, las formaciones especiales, el ala zurda y el ala derecha del peronismo, los ruidos militares... No era exactamente una primavera”. La exposición provocaba también que los apellidos de los hacedores de Satiricón aparecieran en revistas de la ultra derecha como Cabildo y l Caudillo, sostenida por la Alianza Anticomunista Argentina, la Triple A, un grupo parapolicial armado por López Rega en el más amplio aspecto: ideas, blancos y armas. Las diferencias recrudecían puertas adentro de la redacción: “No todos teníamos la misma ideología, lo que repercutía positivamente en el resultado final de la revista pero también provocaba enfrentamientos. Creo que si tuviera que definir una sensación de esa redacción sería la vitalidad y el entusiasmo. Con el paso del tiempo, este clima idílico se fue deteriorando”, recuerda Gallotti.
Foto del autor. El edificio de Piedras y Venezuela donde funcionó Chaupinela y años después Hum® .
El socio Ferrantelli refuerza ahora con el dato de que había un problema subyacente permanente que tenía que ver con la cuestión
ideológica “para decirlo en términos muy entendibles, pero todo esto está lleno de sutilezas”. A modo de ejemplo cuenta: “El Tano iba hacia la izquierda y Oskar hacia la derecha. Tan es así que hubo una discusión muy fuerte, muy profunda, cuando fue la muerte de Salvador Allende. Con el Tano y Ulanovsky proponíamos una nota reivindicatoria y homenaje y Oskar terminantemente no la quiso”. Los celos entre los dos socios principales no eran por dinero, sino también porque a Andrés le molestaba que Oskar no reconociera méritos e ideas o se apropiara de la autoría de algunos de ellos. Además uno era más jugado en lo político y el otro frívolo. Uno más lanzado y el otro más calculador. El mensaje sobre cómo le caían las bromas a Perón llevó a explorar especiales con chistes de humor “chancho”, “boludo” o “negro”. Las ventas acompañaban: durante 1974 no bajaron de los 190 000 ejemplares y llegaron hasta los 250 000. Se calculaba que más de dos millones de personas leían la revista. La muerte de Perón en julio de 1974 cambió el país y –apun ta Ulanovsky– los aprietes fueron “cada vez más desembozados, [con] conjuros inescrupulosos y amenazas violentas”. El gobierno lo asumió la vice y esposa del General. Retacona, un pasado que la condenaba y un frente de tormenta que la sobrepasaba, un mes después y con la firma de los ministros de Justicia Antonio Benítez y del Interior Alberto Rocamora, la flamante viuda firmó el decreto 866 que argumentaba que Satiricón constituía “un evidente ataque contra los elevados valores y costumbres del pueblo argentino”, que incitaba de manera constante a “cometer delitos tipificados como contra la honestidad de las personas” y que “sus veintidós números editados tanto sus ilustraciones como su lenguaje tienen un neto carácter pornográfico”. Con esa norma prohibía la impresión, edición, publicación, distribución y circulación, clausuraba oficinas, secuestraba todos los números que encontrara la Policía Federal y anunciaba el inicio de medidas legales contra los “directores, editores y responsables de la publicación”. Un día que volvieron de un almuerzo encontraron las oficinas de Viamonte fajadas y con policías de consigna. Pasaron unos días para
convencer a las autoridades de que pudieran habilitar la parte publicitaria de la agencia. La revista solo daría trabajo al estudio Terragno & Miranda. Algunos eligieron cuarteles de invierno y otros, como Ulanovsky, un largo paseo por Estados Unidos y México con su mujer, Marta Merkin, con pasajes obsequio de Blotta. La clausura de medios era un recurso que se aplicaba antes de la muerte de Perón. Los diarios El Mundo, Noticias (de Montoneros) y La Calle ya habían sufrido esa medida antes y después de la muerte del General. Ferrantelli y el Tano coincidían en la idea de seguir. “Pero Oskar dijo que no, que no era el momento, que no había que hacer nada”. Un mes antes de la clausura de Satiricón la editorial Julio Korn había mandado a los kioscos la revista Mengano. Marcucci estaba al mando de una redacción que armó como una logia secreta porque muchos eran colaboradores de Satiricón: Dolina, Trillo, Bróccoli, Amengual, Mazzei, Limura, Breccia, “Viuti”, a los que luego se sumarían Fontanarrosa, Caloi y Osvaldo Soriano. Para el Tano fue una traición por los nombres que veía en el staff. Luego porque creyó que la aparición de ese título era responsable de la clausura de Satiricón.
La portada del primer número de la revista Chaupinela armada por Cascioli.
Mengano tuvo una tirada inicial de 120 000 ejemplares, la mitad de
lo que vendía Satiricón. La misma editorial sacaba títulos como Radiolandia o Goles y eso marcaba los límites del cam po del humor. La cantidad de ejemplares bajó de manera violenta, también porque Cascioli reagrupó a la tropa y sacó Chaupinela, en noviembre de 1974, apenas un mes después de la clausura de Satiricón y a cuatro de la muerte de Perón. La nueva revista de Cascioli se armó en una redacción improvisada a pasos de la de Satiricón (en la oficina 18, cuarto piso de Viamonte 723) y sería de frecuencia quincenal. Era la primera publicación con Cascioli como único director y el producto inicial de una empresa recién constituida junto a Ferrantelli y Hall: Ediciones de La Urraca. Como asesores de dirección y redacción figuraba la dupla de Abrevaya-Guinzburg, el diseño gráfico de Marcelo Mazzei y Sanzol y un listado de colaboradores que incluía a ex colaboradores de Satiricón –y Mengano– como Crist, Fontanarrosa, Carlos “CEO” Campilongo, Rivero, Grondona White, Sanz, Izquierdo Brown, Garaycochea, “Oblo”, “Napoleón”, “Pancho”, Poniachik, “Viuti”, Pérez D’Elias, Breccia, “Oswal”, Liotta, Tabaré, Ciocca, Bigente, Llosa, Hanglin, María Luisa Livingston, y como “actriz invitada” Gallotti. En corrección Laura Linares y Marta Mertel, en producción Dante Voccia; en Comercial, Ferrantelli; en Publicidad, Hall y en administración Jorge Orfila. La distribución la hacían Machi y Cielosur, la de Alpellani y Portal (un ex empleado de Quinterno) que también aportaron créditos para la salida. El editorial del primer número de Chaupinela decía: “Uno, en el fondo, es pacífico y siempre quiere arreglar las cosas por las buenas. Esa es, sin duda, la base espiritual de los argentinos que desean convivir en paz. Sin embargo, a pesar de esa base espiritual, la información cotidiana nos muestra hechos que no concuerdan con esa postura. Para los que, como nosotros, tienen como preocupación fundamental la de trabajar para vivir, explicar esta situación contradictoria resulta imposible. Se argumenta, porque no podemos entender aquello que escapa al manejo del hombre común y que, por ende, no conocemos en su total realidad. Sí, en cambio, nos sentimos emocionalmente sacudidos. Lo único que alcanzamos a ver, en
principio, es que dos grupos, dos ideologías se enfrentan. El saldo es la muerte de hermanos, de argentinos que a veces son ajenos a ese enfrentamiento o son partícipes de él sin quererlo. Nos mueve a escribir esto, por una parte, la preocupación que creemos debe tener toda publicación acerca del momento actual y, por otra, el deseo de hacer nuestro humilde llamado a la concordia, a la comprensión, al entendimiento, frente a otro peligro aún mayor: que esta dolorosa situación solo favorezca a intereses que nada tienen que ver con las ideologías que detentan los grupos mencionados, sirviendo estos, sin quererlo, de instrumento a terceros”. La principal diferencia con Satiricón era un insert color de historietas (el clásico de Breccia, “Vito Nervio” y alguna de Fontanarrosa, como una adaptación de La Odisea) y chistes y notas con más foco en la realidad política. En común con Satiricón tenía los cabezales, a los que en algunas páginas se les sumaban dibujitos.
La historieta de Pérez D’Elias no dejaba margen para las sutilezas.
También la emparentaba la relación con los lectores, aunque recién en el número cuatro aparece la sección correo intitulado “Quemá esas cartas”. La única página de ese debut epistolar se completaba con un recuadro firmado por “El Director” con el título “¿Por qué exhibición limitada?”. “Esta disposición municipal que rige para el segundo y tercer número y, a lo peor, para el cuarto de la revista Chaupinela, nos sorprendió. La noticia no llegó a nuestra redacción, sino que fue difundida por medio de una circular a todos los kioscos de revistas. Por otra parte, sabemos que esta medida se toma en caso de atentar contra la moral. ¿Por qué, entonces, este castigo? ¿Qué es lo que se
persigue con él? Puede asegurarse, sin ninguna duda, que los números 2 y 3 de Chaupinela no atentan contra la moral, en ninguno de sus dibujos y textos. Creo sí, que la calidad y el buen material que ofrece nuestra revista atentan contra las llamadas grandes editoriales que no tienen la menor intención de dejar que la inteligencia del lector argentino decida nuevamente por la mejor publicación. Pero frente a medidas como la que actualmente soportamos, cabe preguntarse: ¿es que puede ser un error el ofrecer una línea distinta de publicación que otros no pudieron o no pueden crear sino únicamente copiar? Por lo visto, el público argentino opina que no, a uzgar por la magnífica acogida que tuvo este camino abierto con una nueva forma gráfica, hace ya más de dos años. Hoy, la búsqueda de mejores formas gráficas en Chaupinela, merced a la labor de excelentes diagramadores y diseñadores, es otro intento por abrir nuevos caminos. Espero, pues, que la competencia no recurra a este tipo de golpes bajos (exhibiciones limitadas, etcétera) para disputar el mercado, sino que gane el más mejor. Nuestra finalidad es la de hacer no solo una de las mejores revistas del país, sino del mundo; que todo nuestro trabajo represente la capacidad de altísimo nivel gráfico, humorístico y periodístico que existe en nuestra patria. En consecuencia, solicitamos que nos dejen trabajar”. Aquel primer número tenía una caricatura de Cascioli para ilustrar la “notita de tapa”: “¡Los hermanos sean unidos!”. Un cuerpo acéfalo del que emergían dos cabezas similares que peleaban con la lengua afuera y dientes apretados de las que a su vez emergían dos gusanos en la misma situación. El número 2 marcaba el debut del dibujante y viejo amigo Sanz como periodista y en temas deportivos y también se publicaba un cuento de Cascioli. En marzo de 1975 la redacción se mudó al departamento T del quinto piso del edificio de Piedras 482 en la ochava con Venezuela, propiedad de Cascioli. En las páginas de la revista se evidenciaba que además de las dificultades para gobernar, a la dirigencia le molestaban ciertas miradas de un sector de la prensa gráfica. En el número 5 la revista se quejaba en un editorial de los medios “que son
oficialistas”, en el seis del mal humor de los políticos, en el siguiente de que estaba “prohibido criticar” y en el décimo, una investigación de Linares, Abrevaya y Guinzburg indagaba sobre si estaba vedado hacer humor político. Un editorial fue reemplazado por tres bandas negras para denunciar la censura. Las ventas no eran como las de Satiricón –tampoco era el objetivo– y a partir del número 16 (junio de 1975) la frecuencia se hizo mensual por la floja circulación. Las burlas a la competencia se acentuaban y, por ejemplo, podía verse una parodia de la revista Gente. Para el número siguiente el humor político era desembozado y en el 18 –en cuya portada la Presidenta aparecía caricaturizada con el título “Isabel, por favor te lo pido / esta vida no puede seguir (canción popular)” proponía: “El uego del poder, un entretenimiento para pasar la crisis”. Los participantes eran mujer débil (sale de la localidad de Puerta de Hierro); brujo (sale de la Escuela Científica Basilio); general; almirante; brigadier; intelectual de izquierda; político tradicional; empresario multinacional; empresario nacional; senador y caudillo. En la misma serie bautizada “juegos políticos” el número 19 trajo “El charter del raje” con pasajeros que de manera inequívoca insinuaban que se trataba del gobierno y otros personajes del momento. En el número 20 –noviembre de 1975–, gracias a los buenos oficios de Terragno y Miranda, se anunció el regreso de Satiricón y Guinzburg y Abrevaya entrevistaban a Blotta y a Cascioli. En ese número publicaban además una tira dibujada y guionada por Cascioli & Sanz sobre la pelea entre Lorenzo Miguel y Victorio Calabró y una diatriba de Panzeri contra el Mundial 78. Le caían con todo a Isabelita, a través de una doble página con la letra de la canción “La chica del 17” (por el 17 de Octubre), dibujada por Tabaré y la tira “El cheque negro” de Carlos Pérez D’Elias. En el primer cuadro, la Presidenta ingresa con un chango al supermercado, en el segundo agarra una polenta mágica en cuya caja aparece la cara de López Rega. Al llegar a la caja el ticket dice suma debajo de varios números “3 155 655 150 Gracias Isabel”. El quinto cuadro es una mano femenina que extiende el cheque número 377 007 del Banco del Pueblo que el
cajero mira y consulta por intercomunicador: –Papá Benítez, acá hay una cliente que quiere pagar con cheque. –Acéptalo, hijo, acéptalo... –Pero, papá, a la cliente no la conocemos... –A la cliente no, tal vez no, ¡pero al cheque negro! Una frase al pie remataba la página: “No dude que a usted lo beneficia operar con la cruzada de la solidaridad”. Sin sutilezas (Benítez era el ministro de Justicia y el cajero Rocamora, de Interior) y con referencias inequívocas a un escándalo del momento en el que Martínez de Perón estaba sospechada de guardarse un cheque, la tira derivó en la clausura inmediata de la revista y un juicio para Cascioli. Incluso fue demorado por la Policía unas horas y se lo involucró en la causa donde se investigó ese presunto hecho de corrupción. La poca repercusión de Mengano y Chaupinela demostró que los éxitos no se trasladan con la gente ni las recetas pueden repetirse. En cuanto a la fórmula de Satiricón sufrió algunos cambios al volver a los kioscos. Se consumía 1975 con rumores que arreciaban sobre la inminencia de un nuevo golpe. De Satiricón salieron dos números más y cuando pretendían sacar el tercero sobrevino el golpe de Estado que derrocó a Isabelita. Los militares comenzaron a cerrar publicaciones, censurar o intervenir otras, perseguir, secuestrar y desaparecer a miles de obreros, militantes, intelectuales y periodistas. 1 Son las siglas de “Corre Limpia Barre” con las que se caracterizaba al servicio, porque esas eran las tareas más habituales. 2 Fue del 1º de septiembre de 1959 al 31 de marzo de 1960. 3 Como Superman, El Hombre del rifle, Los Ángeles de Charlie, Starsky y Hutch o La Pantera Rosa.
4 A los tres meses, Cascioli ya era director. 5 En la jerga de la ilustración “monitos” se refiere a un bosquejo. 6 Sobre el recurso de los cabezales algunos dicen que comenzó en Satiricón y otros que ya lo había utilizado una revista editada por el publicista Carlos Marcucci.
7 Esa portada fue la primera de Cascioli y merece una aclaración: él asegura en muchos reportajes, e incluso en los dos libros que publicó, que se debió a un acto fortuito porque el dibujante asignado para ello, Leopoldo Durañona, se casó y se fue de luna de miel sin entregar el trabajo. Radicado en Estados Unidos, Durañona lo desmiente: “No es plausible. Primeramente yo siempre he sido muy dedicado al trabajo y no habría luna de miel que me impidiera cumplir. No recuerdo que me haya negado a ningún trabajo que Cascioli me haya pedido. Nunca hubo motivo para que me reprochara algo, siempre tuvimos la mejor de las relaciones. Y tengo de él el mejor de los recuerdos. Nunca hubo mejor editor”. (Sanz y Blotta dudan también de Cascioli).
SEGUNDA PARTE Hazte fama
CAPÍTULO 4 Ombliguitos
–¡Uy no, no, no, no! Esto no, ¡esta tapa no va! Así no. El oficial se horrorizaba como si hubiese visto al Papa disfrazado de Satanás. La censura ya era más férrea y burocratizada. En el edificio Libertador, esa mole gris erigida detrás de la Casa Rosada –tal vez como metáfora–, los subordinados del general Jorge Videla (Ejército), del almirante Emilio Massera (Armada) y del brigadier Orlando Agosti (Fuerza Aérea) recibían a editores para marcar qué publicaban y qué no. Era la oficina que, según la leyenda, se llamaba Servicio Gratuito de Lectura Previa cuya casa matriz estaba en Balcarce 50. Ese día Norberto Firpo, director de Siete Días, no podía aceptar lo que escuchaba. En la mesa de al lado lidiaba contra las tijeras su par de Gente, Samuel “Chiche” Gelblung, y afuera esperaban turno Jacobo Timerman, por La Opinión, y Cascioli por Satiricón junto a varios más. La humillación colectiva solo se morigeraba porque involucraba a todos. Horas de espera para pasar a una sala gigante donde en varios escritorios el personal de las tres fuerzas revisaba, marcaba, advertía y tachaba sobre las películas listas para la imprenta. Firpo llevaba la tapa y el número dedicado a Miss Siete Días, un concurso detrás del cual había un gran negocio para el semanario y para la Editorial Abril, que lo publicaba. Allí posaba Adriana Constantini, más al desnudo que lo permitido por las leyes no escritas. Estaba en bikini. –¿Cómo que no sale? Mire, oficial, esto es un concurso de repercusión nacional. Si no saco la cobertura del concurso, la semana que viene escribo un recuadrito para explicar por qué.
–A ver, espere un poquito. Luego de unos minutos, el censor volvió con la decisión y anunció: –Bueno, por esta vez vaya, pero la próxima nada de ombliguitos. Cascioli no tuvo la misma suerte. De los originales que llevó le rebotaron el 70%. Rehicieron el número con lo autorizado y cuando volvió a la oficina castrense le censuraron otro tanto. La tercera vez lo esperaban oficiales de jerarquía: el capitán de fragata Carlos Alberto Corti y el general Carlos Pablo Carpintero. No hubo indirectas ni eufemismos: “Déjense de joder con estas cosas. Si sacan una revista más los matamos a todos”. La amenaza terminó de hacer estallar el clima interno de Satiricón –enrarecido a partir de cambios en la redacción para hacer los dos números de 1975–, tras el levantamiento de la clausura en aquel verano del 76 previo al golpe. Los haría públicos en 1981 el propio Cascioli y Gallotti en la revista edios & Comunicación .8 Allí, el director de arte acu saba a Hanglin de “serrucharle el piso” a Ulanovsky, además de haber sido “oficialista, gorila, descolgado y acomodaticio”, fue el que acercó a la revista a Neustadt y junto con Mactas bendijeron la llegada de los militares. Desde un recuadro, Gallotti opinaba: “ Satiricón se pudrió porque cumplió su ciclo. Además ya no se hacían las reuniones, ya había jueguito de poder y eso se notó en el material. Mario Mactas quería ser el jefe de no se qué, Carlos Ulanovsky estaba muy deprimido; ya había empezado a tallar Hanglin, un personaje detestable. Había muchos caballos, pero caballos que les ponías un fosforito y se iban al piso”.
Copia digital Archivo General de la Nación, documentos gráficos. Videla y el censor Carpintero (a la derecha de la imagen) en una audiencia oficial en Casa Rosada. Es la única foto en el Archivo General de la Nación del mandamás de la censura.
El número siguiente de M&C traería una retractación de Cascioli para frenar la querella por calumnias e injurias que emprendió Hanglin, quien en esas mismas páginas daba su parecer, igual que Blotta, pero a través de Sati . Hanglin contaba que Blotta lo había ido a buscar a la Editorial Atlántida en 1975 donde él era jefe de redacción de Para Ti , para que lo fuera de Satiricón. “Le respondo que, de aceptar esa responsabilidad, quiero también compartir totalmente la línea política, y le repito lo que Blotta ya sabía: que soy un liberal de centro y que no tengo ganas de coquetear con la ultraizquierda ni con los distintos psicologismos, antiimperialismos y socialismos que todavía estaban en boga. Blotta, admirador ciego (como yo) del sistema de vida y las tradiciones políticas norteamericanas, me responde que él está exactamente en la misma posición. Entonces acepto y planeamos un nuevo Satiricón ya no underground sino profesional, liberal, deslenguado y cáustico, pero claramente ubicado en una línea política moderada”. Hanglin también revelaba que Mactas seguiría y que tras un par de reuniones con Ulanovsky y Gallotti ambos decidieron dar un paso al costado. Cascioli “era un jefe de arte brillante y punto”. De la respuesta de Blotta, vía Sati , queda clara la distancia con su ex socio: “El Tano Cascioli es una bellísima persona: para estar lejos de ella”. Cinco años antes, en efecto, Cascioli y Blotta habían roto lanzas en coincidencia con la llegada del golpe militar que derrocó al gobierno de Perón. Fue luego de que no pudieran insistir con Satiricón. Cascioli reveló que en una reunión en la que también estaban Mactas y Fontanarrosa, Blotta le dijo al rosarino: “El nuevo Satiricón tiene que ser más yanqui, vos, Negro, mirá esas narices que estás haciendo. Más chiquititas…”. Mactas agregó: “Sí, tiene que ser una cosa más elegantona…”. Entonces, Fontanarrosa lo miró a Cascioli y le dijo: “¿Nos vamos?”.
Y se fueron.9 Blotta reemplazó Satiricón con El Ratón de Occidente, un semanario que se haría en Córdoba 817 junto a otras publicaciones, como Emanuelle. En El Ratón el director general era Blotta; el editorial, Hanglin y el comercial, Ferrantelli. Como jefe de redacción aparecía Sanz y como coordinador creativo, Mactas. Luego se sumaría como secretario de redacción Aquiles Fabregat, un exiliado uruguayo con experiencia en publicidad y antecedentes en revistas pequeñas. El Ratón no vendió gran cosa. Cascioli hizo alguna colaboración, pero ya no había sociedad. Ni amistad. El Tano se abocó a la publicidad junto a Hall en una peque ña agencia que habían instalado en el departamento de Piedras y Venezuela. En ese rubro creativo pero en otras firmas también habían buscado refugio Abrevaya, Guinzburg y Ulanovsky. Todos añoraban el periodismo.
La historieta publicada por la revista Medios & Com unicación con la que Blotta respondió las críticas de su ex socio Cascioli.
La irreverencia o el corte humorístico eran impensables para la noche que caía sobre el país. Entonces al Tano se le ocurrió la idea de probar con una revista de espectáculos. Cuando el cuarteto creativo le tiró la idea a Hall, este recordó que un conocido del rubro perfumista le había manifestado interés en la “industria editorial”. Ernesto Torres, creador de la fragancia Ocho Brujas, un éxito de entonces, decidió arriesgar e invertir lo que en dinero de hoy serían 50 000 dólares. Apenas una cifra para un hombre de negocios. Cascioli lo había terminado de convencer con el dato de que estarían
muchos de los ex Satiricón y Chaupinela, que estaban desocupados o en publicidad. Torres quería algo “escandaloso” con el recuerdo aún fresco de aquellas publicaciones, pero decidió “confiar en los que saben” y terminó de aportar el dinero para la concepción y nacimiento de Perdón. La frecuencia sería mensual y en el staff del número 1 Torres figuró arriba de todo como publisher. Debajo, Cascioli, como director; Hall, director comercial; Ulanovsky, coordinador creativo y Guinzburg y Abrevaya, prosecretarios de redacción. Los redactores eran el ex Satiricón Speratti y una joven entrerriana recién llegada a la gran capital que vestía jardinero de jean, zapatillas de lona y peinaba trenzas y a la que le encargarían los informes: Luisa Delfino. También había columnas de Dolina (presentado como “el silbador de Caseros”), Mario Sabato, Ricardo Talesnik, Daniel Ripoll y aportes de Gallotti, Daniel Kon, Blanca Rébori, Mario Enrique Ceretti, Daniel López, Daniel Samoilovich, Norma Dumas, Panzeri, Viuti, Ricardo Halac, Mario Tobelem, Jorge Sanzol, Enrique Pinti, Tito Franco, Marcelo Mazzei, Gustavo Peralta (tráfico), Dante Voccia (producción) y las correcciones de Laura Linares. Las fotografías las tomaban Eduardo Grossman, Rubén Canedo, Marta Merkin (pareja de Ulanovsky) y Juan Martín Arroyuelo. La distribución también corría por cuenta de Machi y Cielosur Editora. Una joven se encargaría de ser la secretaria “de todo”. La había recomendado Ulanovsky y Merkin y se llamaba Nora Bonis. Había sido azafata de Aerolíneas Argentinas y estaba de novia con el periodista Miguel Grinberg. “Vida y milagros del espectáculo” colocaron arriba del logo de Perdón sobre una portada color negro. Debajo de la marca se promocionaba el contenido de aquel número debut: “La TV cumple 25 años. No los representa / Orquesta de señoritas: ¿El hábito hace al monje? / Torre Nilsson: Anteojos rotos / Costos varios: ¿Cuánto se necesita para ser actor? / Descubrimientos: Los que nunca fueron nota. Y las opiniones de Dolina, Sabato, Ripoll, Talesnik, etc.”. La tapa se completaba con una foto en sepia y de aire angelical que mostraba a una actriz de cine ya consagrada, vestida de blanco, con un
ramo de flores en la mano derecha, sentada en un sillón de un cuerpo altísimo con los pies desnudos en una fuente de cerámica y una jarra enorme del mismo material a un costado. “Graciela Borges, después de mucho andar”, titularon. Debajo de doce fotos del staff, que figuraba a la izquierda, un editorial aclaraba: “¿Por qué se llama Perdón? He allí el interrogante. Todos los que conocieron el nombre de esta publicación han formulado esa pregunta. Una duda terrible que, seguramente, comparten los lectores. Las especulaciones tejidas alrededor de este tema pueden alcanzar proporciones gigantescas. Quién sabe. Tal vez nos llamemos Perdón porque nos parece una marca atractiva y curiosa.
La tapa del número 1 de la revista Perdón, un emprendimiento atípico para Cascioli que duró poco y terminó de la peor manera.
Quizás, entre otros rótulos que nos gustaban más, Perdón era el único que no estaba registrado. Eso sí: no es porque pensemos vivir de rodillas ante la farándula, sus fenómenos y sus protagonistas. Pero acaso más importante resulte saber cómo vamos a ser. La entrega inicial, el primer número, la primera vez, ¿será respuesta suficiente? Tenemos la intención de hacer un medio correctamente escrito y diagramado, preocupado por la originalidad de sus enfoques, que no sea gratuitamente agresivo pero tampoco complaciente: lo que se dice un producto ‘digno y creativo’. Pero, ¿se entenderá todo eso? Es algo que nunca se sabe y que siempre se pregunta al emprender una tarea como esta. Hay, sin embargo, una cosa sobre la que no caben dudas:
cualquier sábado, a eso de las diez de la noche, unos dos millones de personas se agolpan, desean, sueñan, ríen, se emocionan y sufren dentro de un cuadrado imaginario integrado por medio centenar de manzanas con 38 teatros, 72 cinematógrafos, 33 cafés concert, 20 salas dedicadas a espectáculos musicales, luces, afiches, marquesinas, revendedores y cartelitos de ‘no hay más localidades’. Dos millones de personas que consumen espectáculos. Dos millones de personas a las que va dirigido esto”. Treinta y seis años después, Ulanovsky rememoraría: “Aunque el nombre surgió de la revista satírica alemana Pardon estos sobrevivientes estábamos pidiendo perdón por seguir existiendo, por pretender continuar visibles y activos, por disimular con trabajo las distintas parálisis que generaba el terror. Queríamos hacer una revista de espectáculos diferente, puedo afirmar que era original y creativa. Había despertado el interés de muy pocos lectores. El cuarto número llegó a realizarse pero no a publicarse. Los ex atrevidos chicos de Satiricón y Chaupinela nos resistíamos a morir profesionalmente, pero ese fracaso nos mandó a terapia intensiva. Durante y después de la experiencia de Perdón nos decían ‘Che, ¿qué les pasa?, ¿se volvieron buenitos?’. Tuvimos que adornar las respuestas: ‘No, somos los mismos que hemos adecuado nuestro lenguaje y especialmente nuestros sentimientos a las circunstancias. Para poder seguir diciendo cosas, pero acompañando, sin codazos para criticar sin herir; para acercarnos al fenómeno exigentes pero cordiales; para reflexionar con profundidad pero tranquilos; con humor pero sin ofensas gratuitas o arbitrariedades’”. Hall se pone menos nostálgico al recordar aquel proyecto “maravilloso”. Aclara, rápido, entre risas, deletreando el adjetivo, que fue “un fracaso espectacular”. Para Hall, siempre en el rubro publicitario, “fracasó porque era una revista con mucha pretensión artística y a las películas las trataba y analizaba muy críticamente. O se analizaban cosas del espectáculo con mucha altura. Torres quería hacer algo más escandaloso, pero decía ‘bueno, los que saben son ustedes’”. En aquellos años, las imprentas y los distribuidores eran parte
importante del negocio y demandaban productos para mover la rueda, incluso con créditos a los editores. Aquel año salieron revistas como El Expreso Imaginario, Somos (Editorial Atlántida) y La Semana (Editorial Perfil). “Los distribuidores –recuerda Hall– nos dijeron de hacer 50 000 ejemplares. Hicimos 40 000. Cuando fuimos a hacer el segundo número no sabíamos la devolución, entonces hicimos lo mismo. Ahora cuando fuimos a hacer el tercero resulta que habíamos vendido 1500 ejemplares en el primero y más o menos lo mismo en el segundo”.
El sumario y el staff de Perdón remitían al protagonismo que tenían los periodistas en Satiricón .
Con ese panorama sombrío, un día de noviembre del 76 subieron al flamante Peugeot 504 color maíz de Cascioli, el “dire”, Hall, Guinzburgy Abrevayayrumbearonparaunpetithotelde Gurruchaga al
800 de Villa Crespo donde Torres tenía la empresa perfumista. Además de humanidades, el coche cargaba pesimismo. “Es para cerrar. Ya gastó mucha guita”, se resignaban los pasajeros mientras sobrellevaban el calor. El clima terminó por enrarecerse cuando a poco de llegar chocaron. No hubo lesiones pero al Tano le cambió el humor. –Estos son los números, Ernesto... –Pero se tiene que dar vuelta la cosa... –Hicimos una campaña chica... –Eso, la gente no la conoce... –Los anunciantes no te ponen avisos hasta que no llegás al número cuatro, cinco o seis... –Hay que dejar madurar el producto... –A las publicaciones se las sostiene a pérdida dos años... Argumentaba el grupo, con más interés en mantener el laburo que esperanzas. Torres se mantenía en silencio. No quería seguir invirtiendo plata en su debut editorial, en el que la guita se esfumaba como un perfume carísimo en manos de un niño. Pensaba y pensaba. –No sé, muchachos, no sé... –Bueno, pensálo... –Ok, seguimos un número más. –¡Bien macho! Gritó Cascioli exultante como si festejara un gol de Ricardo “Bocha” Bochini. El número 3 asomó a la calle. El siguiente se produjo, pero ya no llegó a la imprenta. Tres años después, Cascioli admitiría –en otro reportaje de M&C– que Perdón había sido un fracaso tremendo, pero responsabilizaba a un empresario editorial que ya le había “sacado” gente para Mengano. “La idea era lograr una buena revista de espectáculos en la Argentina, pero reapareció la figura nefasta (para mí) de Julio Korn, que no permitía otras publicaciones de espectáculos, a excepción de las dos de él ( Radiolandia y Antena). En un quiosco nos avisaron que no les permitían vender Perdón, que debían esconderla. Había una especie
de mafia con respecto a las revistas de espectáculos”. Había dos motivos más concretos que no figuraron en la nota: las ventas exiguas y una amenaza de juicio del dueño del diario Crónica Héctor Ricardo García por adjudicarle un affaire. En marzo de 1977, un grupo de tareas del Ejército irrumpió en Editores Asociados, donde se hacía El Ratón, y se llevó a Blotta, Mactas y Silvia Vesco. El motivo del secuestro habría sido el tipo de revista femenina que editaban ( Emanuelle), que de casualidad había llegado a la esposa del general a cargo de la gobernación bonaerense, Ibérico Saint-Jean. Uno de los números que más los habría escandalizado mostraba en tapa una mujer pelada. Estuvieron diez días con paradero desconocido y cuando los liberaron los tres se fueron del país. El episodio sembró miedo en muchos. Ulanovsky acababa de volver con su mujer a punto de parir y decidió retornar a México. Supo que durante las torturas a Mactas habían preguntado por él. A Sanz la noticia lo encontró en Mar del Plata de vacaciones. Por primera vez en su todavía corta relación con el periodismo tuvo pánico. Le pidió trabajo a un amigo y se puso a preparar una revista para fabricantes de muebles. Cascioli volvió a refugiarse en la publicidad –junto a Hall crearon la agencia AvantGard– pero también comenzó a editar Rocksuperstar con Portal y Alpellani, bajo el sello de La Urraca. Era una revista de rock dirigida por Rafael Abud en la que iniciaban carrera en la empresa, entre otros, Rosario Zubeldía (coordinadora), Carlos Pérez Larrea (encargado de la producción gráfica), Grossman (el fotógrafo) y Gloria Guerrero (cronista), una ex colaboradora de El Expreso maginario que había mandado una carta de lectores para pedir trabajo. Tenían acuerdo con algunas discográficas. El Tano y los socios entendían que así juntarían fondos para fortalecer la editorial y buscar volver con algo de humor. Para la diagramación, Cascioli llamó a Sergio Pérez Fernández, un joven de diecisiete años que diseñaba en Status, una revista estilo Playboy que dirigía Brascó. El oficio se lo habían enseñado amigos de su padre, el pintor Pérez
Celis. Era calificado por lo artesanal y porque requería de cálculos tipográficos complejísimos y precisos, dibujar cada pieza con tiralíneas y pistoletes, manipular cartones, cemento de contacto, armar fotolitos con máquinas enormes (repromaster) para luego llevar al plomo. Un error significaba rehacer todo. O un accidente. –Mirá, Andrés, ¿te gusta? –¡Qué bueno que te quedó! Cascioli levantó el cartón con el logo redondeado Rocksuperstar y al hacerlo le volcó un frasco entero de tinta china. A mediados de 1977 Ripoll convocó a Cascioli y a otros dibujantes de Satiricón como Grondona White, CEO y Sanzol porque acababan de adjudicarle la licencia para editar en el país la revista estadounidense ad . Ripoll pretendía adaptar el contenido y agregarle otro de plumines locales ya conocidos por los potenciales lectores. También ese año, Cascioli, Sanz y José María Suárez fueron convocados por Panzeri para trabajar en La Prensa, donde era jefe de Deportes. Para el primer trimestre del segundo año de dictadura, los militares se jactaban de tener detenidos en blanco o ilegales a más de 22 000 personas. Muchas ya no volverían. Había cerca de un centenar que trabajaba o lo había hecho en empresas periodísticas, como Enrique Raab o el dibujante Héctor Oesterheld. Miles de argentinos sabían o sospechaban la situación. Como Cascioli y parte del entorno en el que se movían. El mismo día que Raab desapareció (16 de abril del 77) conversó con el Tano de un proyecto que el periodista tenía entre manos ( El Ciudadano). En enero del 78 mundialista una patota fue a buscar a Ripoll. El motivo habría sido un chiste publicado en Mad , pero importado de la edición anglosajona, que protagonizaba el sacerdote de un barrio humilde con gastos faraónicos. El editor estuvo diez días con paradero desconocido y sufrió torturas para que respondiera por delitos económicos que ignoraba. Luego pasó a disposición del Poder Ejecutivo, lo que significaba seguir preso pero “blanqueado”. Cuando lo liberaron, cuarenta días después, partió al exilio. Mientras, Cascioli se las rebuscaba con la publicidad, Rocksuperstar y una revista sobre la serie Los Ángeles de Charlie, estrenada en 1976.
El bicho de volver con algo satírico picaba y repicaba. Dibujantes y humoristas recurrían a él para pedirle trabajo. También Portal y Alpellani, ávidos de facturación. Y Fabregat pasaba por Piedras 482 para preguntar cuándo se volvía con algo. Todos los días. Necesitaban dinero. Juntaron rezago de Chaupinela y armaron una edición con “El Mejor humor...” de aquella revista para tantear el mercado. Tiraron 40 000 ejemplares, vendieron 30 000. Hicieron un segundo número con más material inédito y algunos refritos. No recaudó tanto, pero terminó por decidir al Tano y a los socios de Cielosur, que también habían conseguido crédito de la imprenta, los papeleros y la distribuidora Machi. El próximo título que sacarían estaba en marcha. Así le darían el gusto a Fabregat. Y a todos. El rubro humorístico apenas tenía dos referentes: Patoruzú , que languidecía, y Tía Vicenta, reaparecida en 1977, donde trabajaba Fabregat. La dirigía Landrú, colega y conocido de Cascioli. Ambos se cruzaron un día en la redacción de Clarín, cuando el Tano fue a visitar a “Menchi” Sábat. –¿Qué hacés? –Acá andamos, viendo con qué podemos salir. –Mirá, el otro día estuve con Harguindeguy y me parece que si sale algo más de humor nos van a cerrar a todos. 10 Landrú frecuentaba al ministro del Interior y hombre fuerte del gobierno, como también a Massera. Sanz y Cascioli creían en cambio que había pasado lo peor de la represión. Que el Mundial era una buena oportunidad. La autocensura y la censura seguían. Pero los militares estaban más preocupados por la gesta deportiva sin igual, que por tapar ombliguitos o dibujitos. No había nada de difusión masiva “que no fuera obsecuencia, complicidad y miedo en los kioscos”, según Juan Sasturain. Además habían visto en Tía Vicenta, casualmente, que CEO caricaturizaba en una doble página como Dráculas a varios miembros estelares del gobierno como Videla, el ministro del Interior Albano Harguindeguy y el gobernador Saint-Jean, aquel de “primero mataremos a todos los subversivos, luego mataremos a sus
colaboradores, después a sus simpatizantes, enseguida a aquellos que permanecen indiferentes y, finalmente, mataremos a los tímidos”.11 En la ciudad de Buenos Aires, bajo la intendencia de Osvaldo Cacciatore –vecino de Cascioli en Vicente López–, los censores municipales tenían más trabajo que nunca. Lo hacían dentro del organigrama de la Secretaría de Cultura y Educación –por entonces a cargo de Ricardo Freixá– y en al menos dos “comisiones asesoras” para la calificación “moral” de Espectáculos y Publicaciones. Las revistas y otros productos editoriales (libros, afiches, carteles, fotografías) eran escrutadas por la de “Impresos y Expresiones Plásticas”. La creación de estas dependencias databa de la década del 20 del siglo xx, pero el funcionamiento y atribuciones habían sido definidos en un decreto dictado en 1957 por la dictadura que encabezaba Aramburu. Entre los alcances, ese grupo tenía la potestad de declarar un material, de mayor a menor gravedad, “inmoral y presuntamente obsceno, inmoral y de exhibición limitada”. Esta última implicaba que el material en cuestión podía ser vendido “sólo en locales cerrados, sin que pueda ser expuesto en la vía pública ni escaparates exteriores”. Casi treinta y cinco años después es difícil reconstruir funcionarios y actuaciones. La burocracia tiene normas rígidas, incluso para la destrucción de documentos y expedientes que hoy permitirían echar luz sobre los centenares de resoluciones que se hicieron en aquellos años y también conocer quiénes firmaban y eran los cinco miembros de la comisión. Sí se sabe que el Episcopado tenía una injerencia notable y que algunos de los integrantes fueron a lo largo de la dictadura –y entrada la democracia– Carlos Alberto Altamirano, Julio Manuel Álvarez Vieyra, Claudio A. Carril, Eduardo Devrien, Fernando Cuevillas, T.L. Domínguez, Camilo Alberto Gandolfi, Máximo Mayor, Amadeo Mininni, Alberto Antonio Mondragón, Martínez Sotomayor, Héctor Souto, O.H. Tesone, Eddie Víctor Valdez y Carlos Alberto Viola Soto.
Una de las pocas tapas dibujadas por Cascioli en El Ratón de Occidente, el fugaz semanario editado por la factoría Blotta.
En el 78 el grupo funcionaba con rutina, coordinador y en el quinto o noveno piso del Centro Cultural General San Martín, al que un día rumbeó Cascioli para levantar la declaración de exhibición limitada, que obligaba a vender Chaupinela y la inminente Humor Registrado en un local cerrado, como no lo era ninguna de las paradas de venta de diarios y revistas de la Argentina. “Este tipo de humor no es conveniente para menores”, le dijeron a Cascioli los miembros de la comisión, entre los que también vio a Héctor Grossi, un crítico de espectáculos, ex Primera Plana, y por entonces en la redacción del diario Convicción , fundado por Massera. Los censores señalaban notas y nombres, pero no los dibujos. Fue toda una señal. La restricción solo fue para aquel primer número. Y regía en el distrito porteño. Por eso el lector Carlos Zeppa descubrió la flamante revista un día que volvía del colegio secundario en Victoria, en el partido de Tigre, colgada de un kiosco. La tapa mostraba un inconfundible dibujo de César Luis Menotti caricaturizado con orejas grandes y de formas geométricas, que también remitían de manera inequívoca al por entonces ministro de Economía José Martínez de Hoz. “Menotti de Hoz dijo: ‘El Mundial se
hace cueste lo que cueste’”, redondeaba el título principal. –Buenas, ¿cómo se llama esta revista, Humo? –No, pibe, es Humor, Humor Registrado. Zeppa pagó los 1000 pesos y como con cada revista que compraba olió las páginas y fue directo al staff. Tenía dieciséis años y ya con diez leía Satiricón a escondidas en la casa de los tíos. Más grande le pedía a la mamá Chaupinela y Mengano. Buscó nombres conocidos. Encontró el de Cascioli, aquel responsable de arte de Satiricón que mostraba los dientes en las fotos, y ahora era director. Debajo, otros conocidos como Sanz, Gallotti, Speratti, Fabregat, Fontanarrosa, CEO, Lawry, Sanyú, Crist, Maicas, Limura, Viuti, Fati, Grondona White, Pérez D’Elias, “Mercedes Escalada” y “Julio Mayo”.12 Al lado de la lista del plantel, un mensaje para los “posibles lectores” explicaba: “Pocas palabras. Porque al igual que con cuentas claras, la amistad se conserva con discursos cortos. Es posible, sí, que tengamos alguna vieja amistad por conservar. Seguramente también haremos alguna nueva. A todos les proponemos un pequeño ejercicio de limpieza mental: tratar de olvidar, como tratamos nosotros, anteriores modelos, actitudes tremebundas, intenciones superadas. Realizaciones de valía o torpes imitaciones. A partir de aquí este es un divertido ensayo de juntar buenos dibujantes, humoristas con gracejo y gente que piensa con cierta fineza y profundidad acerca de algunas cosas que pasan. Nada más. Vamos a tratar de ponernos ese tipo de anteojos para leer las páginas que siguen. Que nos divirtamos todos”.
Una de las tapas de RockSuperstar, un efímero proyecto de Cascioli, Portal y Alpellani.
El número inaugural –68 páginas de 19,5 x 28 centímetros– vio la calle el martes 6 de junio, cinco días después del puntapié inicial del Mundial 78. El sumario no era ajeno al torneo. El contenido remitía más a Chaupinela que a Satiricón. Sanz teorizaba que así como venían jugadores de básquet del exterior podían importarse funcionarios. También se rendía un homenaje a Panzeri a través de un autoreportaje que ya se había publicado en Satiricón.13 En el staff de aquel primer número figuraba la dirección de La Urraca en la oficina 227 del primer piso de Avenida de Mayo 1324, oficinas de Cielosur, aunque el grueso de la revista había sido armado en aquel departamento de cien metros cuadrados de Piedras 482, ochava con Venezuela. Tenía tres ambientes y el más grande, que daba a la esquina, era ocupado por la sala de arte donde los enormes tableros limitaban el espacio. Cascioli lo hacía a la par del de Pérez Fernández. Sanz podía terminar un artículo sentado sobre una pila de diarios ante la falta de sillas. Por las ventanas se veía el edificio de la Panamericana de Arte donde Sanz, Cascioli y Pérez Fernández habían estudiado. En el aire, el olor de las anilinas se fusionaba con el del cartón nuevo y el cemento de contacto. En aquel debut, la mesa chica creativa la formaron Cascioli, Sanz, Fabre, Abrevaya y Grondona White. La salida corrió de boca en boca
con el reguero de las buenas noticias. Por eso, antes y después tocaron timbre varios dibujantes. Como Meiji, pediatra de profesión que había publicado en un suplemento de humor en la revista Siete Días (Clave de ja), en Tía Vicenta y se había quedado con las ganas de Satiricón, no por la clausura, sino porque Blotta nunca lo atendió. En Hum®, Cascioli recibía en persona a todos. Como a Marcelo “Lawry” Lawryczenko, quien supo el dato por Meiji y lle vó chistes sobre el Mundial. Igual que Maicas, apadrinado por Guinzburg. Todo se publicó en el número inaugural. El resto recibió el llamado por ser amigo o conocido de la casa, como CEO, Fontanarrosa y Crist, que ya desde Satiricón enviaban material desde Rosario y Córdoba a través del socio más caro de los dibujantes del interior –el correo–, aunque a veces venían juntos en ómnibus. Miguel “Rep” Repiso había conocido a Cascioli por mandar trabajos a una exposición en la que el Tano era jurado. “Estoy por sacar una revista en junio, ¿por qué no me venís a ver?”, lo invitó el día de la inauguración de la muestra, otoño de 1978. Rep acababa de cumplir diecisiete años. –Va a ser una revista de humor, ¿sí? Bien, ¿por qué no la llamamos Humor? Dijo Abrevaya tras leer una lista de posibles nombres que preparó Grondona White. Pero ese era un nombre genérico y no podía anotarse así. Entonces quedó Humor Registrado. Grondona White comenzó a garabatear y sacó Humo con la “r” adentro de la vocal redonda. Cascioli armó un fotolito, con líneas más gordas y distintivas. Brillaba. Además de seleccionar material y lidiar con censores, Cascioli diagramaba y armaba la portada. Lo haría con conceptos toma dos del arte publicitario. Retomaba una idea surgida en Satiricón de hacer la tapa sobre fondo blanco para que se distinguiera en el kiosco, donde todas las publicaciones colocan fotos que ocupan todo el espacio (al corte). Eso permitiría que se luzca la caricatura y dar un mensaje. Una imagen, un chiste, vale más que mil palabras o bien puede no necesitar demasiada explicación para descifrarla. Alcanza con verla.
También pensó que la distribución de los contenidos (la grilla) tenía que tener al principio y al final textos cortos o pastillitas (la sección “Nada se pierde” y “Pelota”) y en el medio el contenido más pesado. “¿No estamos poniendo muchas pavadas?”, pensaba Sanz, sintiéndose como un pibe de quinto año que hace la revista del colegio. Habría “Insufribles” (como en Satiricón con el “estamos hartos de...”) y cabezales. “La revista que supera, apenas, la mediocridad general”, la definió Abrevaya. “Esto es lo que andaba buscando”, se entusiasmó Zeppa cuando terminó de hojearla en su casa. No fue el único por cierto.
CAPÍTULO 5 Dibujitos
Poco más de 22 000 sobre 25 000 impresos 14 vendió el primer número de un sumario “livianito”, según Cascioli. La estructura de secciones comenzó a definirse y enseguida se abrió el espacio para el correo bautizado “Quemá esas cartas” (igual que en Chaupinela), con respuestas a cargo de “Norberto de la Riestra”. 15 Sanz, Fabregat, “Braccamonte” (Llosa) quedaron permanentes y se perfilaban columnistas fijos en el staff como Dolina –no estuvo en el debut por entregar tarde–, Gallotti, dibujantes y humoristas como Fontanarrosa, Grondona White, Crist, Viuti o Tabaré. Algunos ubicaban allí chistes con un NO al dorso, señal de que habían sido rechazados en Clarín. El primer problema para Hum® se produjo en el número 7 (diciembre de 1978). Los reyes de España, que visitaban Buenos Aires para esa fecha, posaban caricaturizados en la portada. Vestidos de gala, debajo de la falda de Sofía emergía sonriente López Rega, exiliado en la península ibérica desde antes de la caída del gobierno peronista. Los ejemplares con la imagen de “Lopecito” fueron demorados hasta que la realeza abandonó el país. No hubo referencia alguna en el siguiente número, pero quedaba claro que la revista no pasaba inadvertida ni lo intentaba. También sabían por comentarios que llegaban a Piedras que en el Palacio de Hacienda algunos chistes molestaban. En el octavo envío, por ejemplo, aparecía caricaturizado el ministro Martínez de Hoz mientras remaba con desesperación para no ser devorado por la mandíbula de un tiburón: “Se viene la... Inflación 2” era el título principal. La imagen remitía al afiche de la saga de la
película de Steven Spielberg, estrenada por esos días. Como el bañista que tantea la temperatura del agua antes de sumergirse, los humoristas probaban el ambiente con los chistes. No había más censura que la autocensura que pudiera aplicar cada uno, aunque también reinaba la osadía e inconsciencia juvenil de los hacedores. “Había un olfato importante. Sabíamos hasta dónde. Había una cosa intuitiva”, dice Meiji. Recuerda un chiste de Videla yéndose a confesar mientras el cura cuelga el cartel “Cerrado por 24 horas”. Lawry agrega que veían lo que Cascioli se atrevía a publicar y dibujaban en consecuencia. Y que la revista de La Urraca era una excepción. Recuerda que en otra publicación le habían rebotado un proyecto de historieta de una página con un personaje que era un perro bastante lanudo, con la cabeza y la cara prácticamente “barbuda” y le sugirieron cambiarlo porque tenía el aspecto de un subversivo. Crist completa: “¿Censura? Al contrario, notaba que para estar en Humor había que ser más audaz que en otras publicaciones”. Grondona White dice que la censura la manejaban “con inteligencia. La peor censura es la de los que ponen la mosca”. Nuevos colaboradores se incorporaban como “Cilencio” y Jorge Limura. Eran nombres conocidos. Pero algunos debutaban luego de acercarse con una carpeta de trabajos a la redacción. Además de ser una de las pocas revistas para publicar, Cascioli comenzaba a cosechar respeto porque a diferencia de otros consideraba los originales obras de arte cuyos derechos eran de los autores/dibujantes. Otras editoriales los retenían y utilizaban varias veces. En La Urraca, los dibujos siempre se devolvieron después de publicarse o si no gustaban. Uno de los últimos días de aquel verano del 79 sonó el timbre en Piedras. Abrió Zubeldía y encontró un lumpen con uniforme del Colegio Nacional de Buenos Aires. Igual que aquel estudiante del secundario, Carlos Zeppa, este otro había descubierto la tapa de la revista colgada en un kiosco, pero en el que estaba frente a la puerta del edificio del INDEC, en la ochava de Diagonal Sur y Alsina, a menos de 300 metros de la Casa Rosada.
Compró un par de números consecutivos hasta que juntó osadía para acercarse a la redacción de aquella publicación que le parecía que venía a llenar el vacío dejado por Satiricón. La leía encerrado en su habitación en el mismo sigilo nocturno en el que además escribía y dibujaba mientras al lado los padres le soñaban un futuro entre las carreras tradicionales y promisorias. Maduró la confabulación que le cambiaría la vida durante algo así como tres minutos. “Nunca fui bueno para tomar decisiones cotidianas, pero las grandes me salen fácil –relata aquel joven–. A la semana siguiente, y luego de producir once chistes, junté coraje y me dejé caer por la redacción. Tenía el corazón en la boca cuando me encaminé, no hacia el colegio, sino hacia esa casa donde hacían una revista por la que yo pagaba y que, por lo tanto, escondía el secreto de mi porvenir económico. Puesto que leía la revista a hurtadillas, ese viaje fue doblemente clandestino. Para descubrir el secreto tenía que adentrarme en terreno prohibido. Mis nervios eran un desastre esa mañana. Por cierto, en los lugares prohibidos suele haber ángeles. Entra en escena Rosario Zubeldía, que me abrió la puerta, me miró de arriba a abajo y quiso saber qué hacía un chico de secundario ahí parado, con una carpeta debajo del brazo y esa expresión de ansiedad. –Vengo a traer unos dibujos. Para publicar. Me volvió a estudiar y me hizo la única pregunta que cabía formularse. –¿De parte de qué dibujante venís? ¡Me había confundido con un cadete! Lógico: me delataban el pantalón de lanilla gris, la camisa blanca y la corbata azul, el obligatorio blazer y, desde luego, mi edad. El ceño de Rosario estaba fruncido, como si el mocoso hubiera cometido una grave falta al no ofrecer las señas de su mandante en tiempo y forma. –No, no vengo de parte de nadie. Los dibujos son míos. Ahí apareció el ángel. Su rostro se dulcificó. No he podido olvidar, en estos casi treinta y cinco años, la ternura que recorrió su expresión y el tono con que me dijo, asombrada, después de dudar unos instantes: –A ver, esperá acá. Ahí esperé”.
Lo recibió Cascioli y comenzó a mirar los trabajos sin preguntar edad, antecedentes ni recomendaciones. –Estos tres te los vamos a publicar –anunció el director. El joven había ido ahí sin contarle a nadie. Así que no pudo compartir esa alegría ni la que llegaría con el estreno, en el número 10 de marzo de 1979, del personaje que hace los chistes en la comedia Rudens, de Plauto. Lo firmaría con el seudónimo “Tracalión” y no como Ariel Torres, nombre artístico que usaría por el resto de su vida.16 El dibujo ilustraba la nota de otra debutante, pero conocida de la casa. “Más de una vez hemos pensado que nosotros, tipos de cuarenta otoños –año más, año menos– no estamos en condiciones de criticar a los más jovenzuelos. Y es que allá en el fondo, nos corroen varias dudas. ¿No será que la venda verde de la envidia impide nuestra visión? [....] Nos topamos con Gloria Guerrero. Sabe escribir y está informada de lo que pasa a su alrededor. [...] Tiene veintiún años y su aspecto físico no difiere del usual para una chica de su edad. [...] Opina sobre sus coetáneos, sin que nadie le indique lo que debe decir”, la presentaban en el copete de aquella primera nota titulada “Ahora hay que ser rockero”, subrayada con una volanta tajante: “Los chetos pasaron de moda”.
Gentileza de Sergio Pérez Fernández. La sala de arte de la redacción de Hum ® en Piedras 482 desde donde se veía la Escuela Panamericana de Arte.
Guerrero colaboraba en Rocksuperstar y a Cascioli le gustaba
mucho el estilo con el que escribía. Recordaba, por ejemplo, la crónica de un recital en el Teatro Coliseo. “Acabamos de ser partícipes de un encuentro cercano del tercer tipo, señores. Paco de Lucía es marciano. Y más de un guitarrista se cortó los diez dedos anoche al llegar a su casa. Como última apelación: basta de chistes de gallegos. Este genio de la guitarra acaba de reivindicar a toda una raza, y a casi todo un planeta”, narraba Gloria. Era la primera nota que hacía y se la encargaron porque pidió por carta empezar a colaborar. En ese décimo número de Hum® el correo exhibía veintitrés cartas. Y los lectores ya polemizaban entre sí por algunas cartas o un artículo publicado. Esa vez el eje era una crítica enviada por Zeppa y por una columna titulada “La amenaza del jean” del número 9, en la que Dolina se quejaba: “La conspiración ya está en marcha. Ustedes no querrán creerlo, pero es cierto. ¿No lo ven? ¿No se dan cuenta? Todas las cosas que se hacen están destinadas a la juventud. Discos, libros, zapatillas, poesías, helados, balnearios, todo”. Al final del correo del 10, un recuadro titulado “Dolina pone la cara” decía: “Siempre me he resistido a contestar los comentarios que mis comentarios provocan. Es –me parece– una tarea ventajera. Porque uno elige los párrafos más fácilmente rebatibles, escamotea aquellos que más lo escarnecen y tiene, finalmente, la posibilidad de decidir lo que se publica, sin darle al lector la ocasión de echar el vale cuatro”. Ante la imposibilidad de contestar a cada uno, Dolina convocaba a la mesa “A quién le ganaron los jóvenes”, que se concretó el 15 de marzo y reunió a una veintena de participantes. Entre los asistentes estaban Rep y Gloria, que hizo de moderadora. A la mesa también fue Zeppa. Le quedó grabado con nitidez aquel día pero no por las intervenciones que tuvo ni el debate, sino por algo que valoraría el resto de su vida: las cuatro horas de charla posteriores con su admirado Dolina. La revista se perfilaba ya como una publicación orientada a los óvenes. Los cuestionamientos sobre la realidad se limitaban a referencias sobre la política económica o a través de la parodia de, por ejemplo, el dictador de Uganda Idi Amin. Formaba parte de ese público seguidor, como también lo había sido
de Satiricón y las revistas de la familia, un treintañero lector amigo de la actriz Mercedes Morán, por entonces pareja del director de teatro Carlos Rivas. Había estudiado abogacía, actuación, dramaturgia, trabajaba en investigación de mercado, veía mucho cine y animaba sobremesas con comentarios muy elaborados sobre las películas que había visto. En una de esas tertulias, Rivas le propuso presentarlo a Cascioli, de quien era amigo y además escribía notas sueltas en Hum® con el seudónimo “Manolo de la Zarza”. Rivas le dijo al joven de escribir sobre cómo sería hacer en la Argentina Interiores, último estreno de Woody Allen. Llevaron eso. los pocos días lo llamaron de Piedras para avisarle que saldría en el próximo número que estaba en imprenta. Pero también querían proponerle cierta frecuencia. Hugo Paredero comenzó así a ser el crítico de cine de la revista. A partir de mayo de 1979, las buenas ventas decidieron a cambiar la frecuencia de llegada a los kioscos. Desde el número 13 sería quincenal. En esa edición hubo otro cambio: Dolina no escribía de costumbrismo. Tampoco había sido la consigna cuando lo llamó el Tano para que se sumara al staff. “Escribí de lo que quieras”, le había dicho. Apremiado porque no se le ocurría nada y porque desde siempre le costó la escritura, Dolina empezó a rapiñar una novela que tenía garabateada sobre las desventuras de un ángel mediocre que frecuentaba el barrio de Flores y un tal Manuel Mandeb. La decisión lo salvaría del cierre y también lo ayudaría a encontrar un estilo, un gesto, una manera que perfeccionaría y en la que abrevaría a partir de entonces. Una noche de aquel otoño del 79, en el bar La Academia donde solían juntarse periodistas y dibujantes tras la jornada diaria, Cilencio le comentó a Adelina “Mona” Moncalvillo que Gallotti había dejado de publicar en Hum®. Le sugirió ofrecer entrevis tas. Alicia había partido a España junto a Speratti como flamante matrimonio. La relación de ambos con Cascioli se había deteriorado y las colaboraciones se espaciaron hasta que no mandaron más. Speratti
había logrado dialogar en Europa con figuras como Catherine Deneuve, Romy Schneider y Ugo Tognazzi. Alicia había mechado entrevistas con las notas de corte feminista que también había firmado en Satiricón. Alicia pensaba que ambas publicaciones eran muy diferentes. Satiricón tenía la frescura de algo nuevo, diferente, irreverente pero “ Humor era un producto más comercial y al mismo tiempo más maduro, con lo bueno y lo malo que eso entraña. Como lectora, disfrutaba más con Satiricón. No creo que sea una cuestión de cabecera sino de paso del tiempo, seguramente si Satiricón hubiera seguido saliendo a lo largo de los años le habría pasado lo mismo. De todos modos yo creo que a Humor le faltaba Os kar, no porque lo idolatre, tenía muchos defectos pero en su cabeza bullían las ideas y siempre tuvo muy clara la línea editorial de la revista”. A Alicia le gustaba más el Andrés de Satiricón, “un tipo sensible, muy respetuoso con todos los que trabajaban en la revista. Tenía una clara ideología de izquierdas y era muy coherente con ella. Muchas veces se sentía herido por la actitud de Oskar que era un maestro para llevarse los honores. En cambio, el Andrés de Humor me parece que estaba marcado por el revanchismo. Era más distante, escuchaba poco y quería abarcarlo todo. Y en esa carrera hacia el éxito, a nivel personal perdió muchos de los valores que había defendido hasta ese momento”. En el número 7 de Hum®, un lector le había marcado a Gallotti la diferencia entre los reportajes que hacía respecto de los de Satiricón. “¿Cambiaste por cuenta propia o fueron factores más serios los que te hicieron cambiar?”, preguntaron. “Cambié porque todos cambiamos, el país, la gente, una misma. Te guste o no, Mariem, la gente tiene que moverse para crecer, tiene que buscar aunque no sepa exactamente bien qué”, respondió la periodista. Otra diferencia es que Alicia definía la nota a solas con Cascioli. Ya no había reuniones para proponer temas, con “lo bueno y lo malo de la creatividad y la efervescencia que se vivía en la redacción de Satiricón, El Ratón... y Chaupinela. Yo no la viví nunca en Humor”. Con la llegada de los militares Mona había quedado sin trabajo fijo.
Tenía un hermano desaparecido y la búsqueda desesperada que encaró para dar con él la había puesto cara a cara con el represor Ramón Camps, oficial del Ejército a cargo de la Policía bonaerense y hombre fuerte de ese territorio en los inicios de la dictadura. A Mona no le gustaba el tipo de reportajes un poco escatológicos que encaraba Gallotti. Ana María Campoy, China Zorrilla, Raúl Lavié, Chico Novarro, entre otros, habían sido algunos de los entrevistados. Tenía otra idea en la cabeza. Cilencio le insistió a Mona y le propuso hablarle de ella a Cascioli. Así fue. El Tano la llamó un día. Se encontraron para conocerse. Discutieron. Ella creía que era una época ideal para hacer entrevistas porque había mucha gente muy buena y prácticamente desconocida, censurada, que no aparecía en ningún lado. En todos los campos de la cultura había listas negras. –Nosotros tenemos todo en nuestras manos para rescatar a esa gente. Para los que son conocidos y para los que no son conocidos – redondeó Mona. –Mmm, no sé. A mí me gustan más los personajes que nos traía Alicia. –Bueno, Andrés, pensalo y fijate. –Dale, antes de una semana te llamo. El Tano cumplió. Mona arrancó con dos personajes dispares. El primero fue el árbitro de fútbol devenido en periodista deportivo Guillermo Nimo: “¿Usted es charlista, showman o periodista...?”, arrancaba la entrevista. Mona creía que la clave de todo reporta je era el conocimiento previo que podía acopiar del entrevistado. El segundo fue el censor Paulino Tato. “¿Usted es nazi?”, preguntaba para arrancar el interrogatorio al por entonces célebre miembro del ente de calificación cinematográfica que recortaba –de manera literal– películas. En el diálogo, el ya anciano de setenta y seis años confesaría que se había desnudado y bailado arriba de una mesa, entre otras declaraciones explosivas para el ambiente imperante. Cuando se publicó el primer reportaje a Nimo, en el número 21, no
fue ese el contenido que provocó la repercusión. “¡Cabo! ¡Déjese de firuletes, que todavía quedan como diez vagones!”, era el primero de siete chistes publicados a doble página titulada “Holocausto I”, firmados por Catón, 17 lo que generó una andanada de quejas. Los cuestionamientos –un hito en los límites del humor gráfico argentino– los encabezaba la Delegación de Asociaciones Israelitas Argentinas –“humillante explosión de odio antisemita”, denunciaba– y otros miembros de la colectividad judía. La andanada de críticas sobre el supuesto antisemitismo forzó a la revista a explicar en el siguiente número: “Pensamos –y lo hemos dicho más de una vez– que el humor no debe tener otras barreras que las normales en cualquier forma de expresión escrita, o sea las morales y estéticas. Pensamos que el humor no debe temer ni soslayar la muerte, no debe ocultar las miserias y las tragedias humanas, no debe retroceder ante los temas ‘espinosos’. Sabemos que el humor casi invariablemente es una forma de crítica, constructiva como pocas. Y que su calidad depende de la calidad de quienes lo practican, pero nunca de los terrenos que invade. [...] Hacer un chiste sobre la bomba atómica, no implica mofarse de los trescientos mil muertos de Hiroshima”. La explicación también aseguraba que las dos páginas “no eran otra cosa que una flagrante crítica al nazismo y sus métodos genocidas”. Nada insinuaba –como se interpretaría años después– que fuese un cuestionamiento velado a los campos de concentración de la dictadura, cuya existencia muchos ya conocían, ni tampoco que estaban originados en la censura que había sufrido la miniserie televisiva Holocausto .18 Los cuestionamientos se publicaron a lo largo de tres números más. –Director: Bueno, ¿la hacemos o no la hacemos? –Jefe de redacción: Mirá, yo no estoy tan seguro... Me parece que el hecho de que ya hayan salido varias caricaturas, no significa que nosotros podamos hacerlo... –Secretario de redacción: ¿Y por qué demonios nosotros no? ¿Qué diferencia tenemos con Somos o con Clarín? –Jefe: Y... a las revistas de humor, todos los gobiernos las miran
torcido… –Dire: Yo no creo eso. A mí me parece que este gobierno es bastante accesible a la crítica humorística. ¿Landrú, Tato Bores y Sabat tienen coronita? –Secre: ¿Saben qué pienso yo? Que Videla es un tipo con sentido del humor. Es una idea que tengo. Me parece, qué se yo... No me lo imagino clausurando una revista porque no le gustó una caricatura.
Foto: Eduardo Grossman. El encuentro de Dolina con los jóvenes lectores incluyó textos y fotos. Ahí aparece Gloria Guerrero y también Carlos Zeppa.
–Dire: Hay otros tipos del gobierno que se han declarado entusiastas del humor. Martínez de Hoz, sin ir más lejos, dijo que tiene bajo el vidrio del escritorio varios de los chistes que le han hecho.
–Jefe: Y bueno. La hacemos, y que sea lo que Dios quiera. Total, ya pasamos el número 13 y el 17 sin novedades. Pero ojo con la caricatura, no lo vayas a hacer muy feo. –Dire: Si lo hago lindo, no se va a parecer en nada y se acabó la gracia. Lo hago como es, o nada. –Jefe: Sea. Por las dudas, voy a llamar a la agencia de unos amigos, a ver si tienen algún free-lance suelto. El diálogo fue real y estaba publicado en el inicio de “Nada se pierde” del 24 de diciembre de 1979 para explicar por qué aparecía el presidente de facto Videla bajo el agua, sin uniforme, en traje de baño y una banda que decía industria argenti na. El título principal era “contra las pirañas de la importación” mientras avanzaban hacia el dictador más de una decena de esos depredadores que portaban etiquetas de Made in Bolivia, USA, Japan, Uganda, Germany, Taiwán. En la superficie se veía un bote pinchado con la leyenda “Made in Argentina”. Era una postal de la política económica implementada por los civiles a cargo del Palacio de Hacienda. “Che, paren un poco, se pasan”, escucharon luego de ese número que también incluía un reportaje a María Elena Walsh, en el centro de los comentarios por un artículo que había publicado en agosto el suplemento cultural de Clarín bajo el título “Desventuras en el PaísJardín-de-Infantes”, un alegato contra la censura. “Hace tiempo que somos como niños y no podemos decir lo que pensamos o imaginamos. Cuando el censor desaparezca ¡porque alguna vez sucumbirá demolido por una autopista! estaremos decrépitos y sin saber ya qué decir. Habremos olvidado el cómo, el dónde y el cuándo y nos sentaremos en una plaza como la pareja de viejitos del dibujo de Quino que se preguntaban: ‘¿Nosotros qué éramos...?’. […] Sí, la firmante se preocupó por la infancia, pero jamás pensó que iba a vivir en un País-Jardín-de-Infantes. Menos imaginó que ese país podría llegar a parecerse peligrosamente a la España de Franco, si seguimos apañando a sus celadores. Esa triste España donde había que someter a censura previa las letras de canciones, como sucede hoy aquí y nadie denuncia; donde el doblaje de las películas convertía a los amantes en hermanos, legalizando grotescamente el incesto”.
Hasta entonces, las caricaturas de Cascioli en las tapas –aunque algunas las dibujaron Sergio Izquierdo Brown y Oscar Fernández– solo habían mostrado a Martínez de Hoz, que era civil, y a personajes del espectáculo, el deporte o la cultura. No hubo mayores repercusiones que esos comentarios. La política económica y la censura al pensamiento –que conlleva autocensura y estancamiento artístico y cultural– se consolidaban como las hendijas para criticar a partir de los “dibujitos”. Durante 1979 algunas secciones se instalaron fijas, como las tiras de Grondona White o de CEO sobre las costumbres, vicisitudes y penurias de la clase media; “Vida Interior” de Tabaré, acerca de los secretos del organismo humano en el que metía letra el médico Meiji y Fabregat, padre intelectual de la interjección “berp”; y “Pelota” donde además de Sanz –que también dibujaba, guionaba y era el jefe de redacción– escribía José María Suárez, como “Walter Clos”, una deformación propuesta por Cascioli a partir de la voz sajona para referirse al baño. Suárez era periodista acreditado en la Asociación del Fútbol Argentino y conocido de Panzeri de las épocas de La Prensa. Fabregat se encargaba de notas costumbristas o de refutar mitos y leyendas (como contra la superstición) y desplegar una prosa excelsa que luego acabaría dando forma al “Romancero del Eustaquio”, primero como texto y luego como tira con dibujos de Tabaré. Fabregat tenía muchos conocimientos de la lengua y junto con Sanz cuidaban mucho la pureza de lo que se escribía (aunque tampoco había un manual de estilo ni demasiadas pautas). También se afianzaban y crecían en páginas los reportajes de Mona a figuras prohibidas como Walsh, Aída Bortnik o Eladia Blázquez. –¿Te gusta Humor? –Sí, a mí me gusta, si no, no hubiera venido... Hay cierto tipo de cosas que creo son permanentes: acá no piden permiso para hacer ciertas cosas, no hay una actitud de obsecuencia; no hay demagogia en el sentido de querer ganar lectores. Esto es muy importante. Y lo que digo se aprecia nada más que viéndola de número a número. También está muy bien diseñada y opinan con desfachatez sobre ciertas cosas, que de algún modo han sido únicas, como “aprenda a
manejar con Reutemann...” –elogiaba Sábat, caricaturista estelar de Clarín. En diciembre de 1979, Cascioli parecía darle la derecha a Gallotti y en una entrevista –también en la revista M&C – explicaba que Hum® era “una revista más madura, para durar. Algunos aducen que nos adaptamos a la situación, que aceptamos las reglas de juego. Hay algo de eso, pero Humor es lo mejor que se puede hacer acá o, por lo menos, lo más arriesgado. Somos en alguna medida el límite de lo que permite la censura”. Pero esos límites se desconocían o se los descubría con el material ya publicado. Para el último número de 1979, la revista parodiaba la clásica selección del semanario Gente sobre los personajes del año con una fotografía a doble página de casi todo el staff de Hum®. Ridiculizar publicaciones de la competencia fue un sello de las revistas de Cascioli, en parte como un intento de arrebatar lectores, pero también señal de que abjuraba de la competencia y el corporativismo de los empresarios periodísticos. En la imagen del elenco que forjaba Hum® no estaba Sanz porque llegó tarde. “En realidad porque soy un tipo muy complicado. No me gustaba mucho la exposición, me cuesta integrarme, formar parte de un grupo”, interpretaría más tarde quien ya era una pieza clave de la redacción cómo número dos del equipo. En el retrato –que se realizó en el estudio de Grossman– faltaban también Tabaré, Jaime Poniachik o los colaboradores del interior como Fontanarrosa, Crist, Peiró o Pablo Colazo. La imagen remitía a la de una empresa chica o una gran familia. Ediciones de La Urraca ya era ambas cosas. Colazo fue uno de los que pudo comprobarlo como también aquello de que la cuestión era dejarse caer por Piedras con dibujos. Para mediados de 1979, viajaba una vez por semana desde Rosario para entregar colaboraciones en Editorial Abril y otros medios. Un día se decidió a encarar para la redacción de la revista que consideraba “lo más”. No conocía a nadie. Ahí estaban Sanz y Fabregat, pero el que lo recibió fue Cascioli. No había misterio. Y el Tano separó lo que le gustó. Inició entonces una frecuencia que se incrementaría.
Las ventas –unos 60 000 ejemplares por quincena– subieron en 1980, señal de que acompañaban los lectores, a los que se les devolvían gentilezas a través del correo de lectores, que también crecía en espacio y como foro de denuncias y quejas por la realidad del país. Laura Linares era una de las encargadas de leer las cartas, aunque también esa tarea podían realizarla Sanz o Fabregat. “Los lectores eran como fans y hacían cosas de fans. Escribían en el mismo tren que la revista, como queriendo colaborar, pero también llegaban críticas y era más divertido publicar las cartas en contra –que eran las menos–, que las a favor, que eran más latosas”, recuerda. La cantidad de páginas pasó de 68 a 100. Los seguidores también aportaban a “Insufribles”, mandaban regalos, invitaban a fiestas. Las advertencias sobre el contenido eran desoídas. En enero de 1980, Martínez de Hoz aparecía caricaturiza do como la imagen de la muerte. En abril aprovechaban el éxito televisivo de El Chavo del 8 para armar la postal de la vecindad con Videla como “Don Ramón” y Massera como “Quico”. Isabel Perón era “la Bruja del 71”. Roberto “Chespirito” Gómez Bolaños, artífice del programa mexicano, no se sintió injuriado por aparecer junto a dictadores sino porque Braccamonte daba cuenta de un conflicto con Edgar Vivar por su mujer en la vida real (que encarnaba a Doña Florinda) y que ella estaba con él por interés. El entuerto se arregló con una aclaración. Braccamonte supo entonces que era normal que Cascioli recibiera llamados de famosos para quejarse de lo despiadadas que eran las notas de la sección Espectáculos. Bracca había sido convocado por lo que escribía en Crónica y en Canal TV , pero en los primeros números no hizo Espectáculos. Luego acordó hacer esta temática de manera crítica, corrosiva y con un humor ácido. Paredero también sufría las repercusiones de las críticas que firmaba, pero a él le impedían entrar a funciones privadas de películas o alguna que otra obra de teatro. Otra ofendida fue Haydée Luján Martínez, hincha caracterizada de River a la que todos conocían como la “Gorda Matosas”. Fue por una tira guionada por Meiji y dibujada por CEO que la mostraba en uno de
los cuadros acostada en la cama junto al director técnico “millonario” Ángel Labruna. El entuerto terminó en Tribunales y, mientras esperaban en un pasillo para declarar en la audiencia, los autores y Cascioli terminaron de redondear una idea de Meiji que el Tano le había aprobado minutos antes mientras tomaban un café: recrear una clínica del sur bonaeren se regenteada por un médico inescrupuloso y chantún. “La Ponderosa”, la clínica del “Doctor Cureta”, ya estaba fundada. En realidad, la tira había nacido en los ratos muertos de las guardias que Meiji hacía en un hospital de Temperley. Allí solía caricaturizar al director y los dibujos los pegaba en los azulejos para alegría del personal. Hasta que esa hojas fueron el causal de despido. La historieta se convirtió también en un faro contra la corrupción de la medicina estatal y privada –algunas de las tiras surgían de denuncias que recibía Meiji– y se consagró como una de las más exitosas (incluso fue llevada al cine en 1987). El incidente con Matosas terminó a favor de la revista. El fallo sentó urisprudencia y expresó que “al margen del buen o mal gusto, de la prudencia o de la grosería, del recato o de la audacia, los dibujos sobre los que se asienta la persecución no pueden producir otra reacción que arrancar una modesta sonrisa, pues nadie ni la agraviada puede tomar en serio cuanto allí se ha graficado”. Las crecientes tiradas y el aumento de la pauta publicitaria permitían también seguir con la incorporación de colaborado res y, en diciembre de 1979, hasta del exterior: “Nosotros hemos sostenido siempre con firmeza –ya que los hechos así lo demuestran– que las mujeres no sirven para hacer humor. No nos vamos a desdecir, pero sí vamos a declarar que Claire Bretécher es una inmensa excepción confirmatoria de la regla”, la presentaron.
La tira de doble página sobre el Holocausto que cosechó numerosas críticas.
También se sumó un reemplazo de “Ácido Nítrico” (seudónimo de Juan Carlos Salamea) que firmó los primeros artículos sobre economía. El francés Michel Gaffre, que oficiaba de coordinador, tenía un compañero del grupo de terapia que entendía del tema y podía escribir. Nunca lo había hecho en una publicación periodística, pero igual Roberto Frenkel caminó las tres cuadras que separaban el Centro de Estudios de Estado y Sociedad –donde trabajaba de economista– y la redacción de Hum® . Allí se entrevistó con Tomás Sanz y arreglaron comenzar a escribir con el seudónimo de “Claudio Bazán”. Lo hizo durante tres años, con total libertad, aunque alguna vez Cascioli le dijo que lo que escribía no era popular porque no llegaban cartas. “Mirá, Cascioli, la revista es una mezcla de whiskys y vos no sabés por qué gusta. La gente que lee se entretiene y no es de mandar cartas”, se defendió Bazán/Frenkel. Gaffre también recomendó a Elvira Ibargüen cuando surgió una suplencia en corrección (verano del 79), por las vacaciones de Sandra Russo y Nora Meeroff. El último día de febrero, Elvira salió del pequeño cuarto donde peleaba contra el mal uso del lenguaje, y fue a despedirse. –Tomás, vengo a despedirme... –Bueno, ¿ahora se te dio por despedirte?
–No, Tomás, hoy termina el tiempo que me dijeron que me necesitaban... –Ah, cierto. Pero no. Esperá un cachito. Tomás fue hasta el tablero de Cascioli y volvió con la decisión: “Necesitamos que te quedes fija”. Otra incorporación fue la de Firpo, ya ex Siete Días, para escribir “La columna seria” sobre la situación política, social y cultural. Lo haría a la par de su ingreso a La Nación. Dos meses después de entrar, un día de 1980, estaba en la redacción del matutino cuando le pidieron que fuera a la oficina del director. Al entrar al despacho alfombrado y con decoración sobria y en madera, Firpo vio que sobre el escritorio, Bartolomé Mitre tenía desplegadas varias de sus notas. –Estoy leyendo lo que usted escribe en Humor. –... –Usted no puede escribir allí y trabajar en La Nación. –Pero ustedes me contrataron y no voy a dejar de escribir allí. –Bueno, déjemelo pensar. En aquella época, el matutino de los Mitre exigía exclusividad a los empleados. A los pocos días, Mitre y Firpo alcanzaron un acuerdo. Escribiría hasta que volviera la democracia. Pero ninguno de los dos tenía datos ni sospechas de cuándo ocurriría eso. Aunque no se lo dijo a Mitre, para Firpo “trabajar en Humor era el aire puro”, en un clima de opresión y censura.
La tapa de Hurra y la promoción de El Péndulo, dos de las publicaciones surgidas a partir del éxito de Hum ®.
Además de colaboradores, los ingresos abrieron en 1980 la posibilidad de editar nuevos títulos como Hum® & Juegos, El Péndulo y Hurra. En el verano del 80 y envalentonado por el éxito que había tenido un primer número de Hum® & Juegos con chistes, crucigramas y secciones de ingenio, Cascioli le había tirado a Colazo la idea de armar algo similar para continuarla. –¿Te armás una maqueta? –preguntó Cascioli. El rosarino no tenía ni idea, pero aceptó. Antes de volver a su ciudad y la de Fontanarrosa, recorrió librerías y kioscos por las calles porteñas para encontrar ideas. Recortó, pegó y dibujó sin saber bien qué haría con eso. Terminó una carpeta y mientras desayunaban le dijo a la mujer: “Mirá que llevo esto y tal vez nos tenemos que ir a vivir a Buenos Aires”. –Tano, ¿te acordás que vos me dijiste que armara algo con juegos y...? –¡Sí! ¿Hiciste algo? –Sí, acá tenés... Cascioli tomó la carpeta y empezó a pasar los sesenta y cuatro cartones que simulaban páginas. –Che, pero qué bueno que está esto... Colazo pensó que le tomaba el pelo, pero como si le hubiese colocado un resorte en el asiento, Cascioli le dijo: –A ver, esperame un cachito... El Tano subió raudo al quinto piso, que ya habían abandonado para mudarse al de abajo en busca de más espacio. Arriba habían quedado Portal & Alpellani, socios en La Urraca. A los pocos minutos, el Tano bajó: –Vamos para adelante, pero vos te tenés que venir a hacerlo... Ofrecía pagarle lo mismo que cobraba por trabajar en una agencia de publicidad, pero podría seguir con colaboraciones por afuera. Ni lo dudó. El pálpito que tenía cuando habló con la mujer se cumplía. Lo haría con Jaime Poniachik, conocido de Cascioli desde Satiricón y asociado a otro título que reapareció a la par del crecimiento de
Hum® en ese fin de los 70.
Poniachik y Marcial Souto habían conocido a Cascioli en 1975 cuando le llevaron un proyecto “lo más concreto posible” sobre una revista literaria amplia, que incluyera cuentos y artículos escritos en español pero que no desdeñara las traducciones. Cascioli tenía en la calle Chaupinela y se entusiasmó. Propuso llamarla Teorema, para seguir con títulos de películas de moda. 19 El nombre no pudo registrarlo porque así se llamaba una librería, entonces surgió El Péndulo . Souto viajó a Europa un par de meses. Aprovechó para ver escritores amigos, conocer a otros y a algunos agentes, contactos que luego ayudarían cuando precisaran de traducciones. Uno de ellos fue J. G. Ballard, quien “regaló” para el primer número el cuento “Cronópolis”. Lo ilustrarían con la única foto tomada junto a Jorge Luis Borges por la mujer de su agente, la escultora y fotógrafa Sophie Baker. Cuando Souto volvió de Europa, Poniachik había conseguido cuentos de Antonio Di Benedetto, Jorge Asís, Marco Denevi y Jorge Onetti y también la autorización para editar un cuento policial de Ray Bradbury. Cerraron el número 1, pero el Rodrigazo y otros percances desinflaron el proyecto antes de que llegara a imprenta. La segunda intentona sería con Hum® ya en la calle. La Urraca sacó primero dos suplementos de Humor y Ciencia Ficción (junio-julio, 1979) y cuatro de El Péndulo (septiembre-diciembre, 1979). “¿Se pueden hacer buenas revistas en la Argentina? Nosotros pensamos que sí. Que no es imprescindible copiar revistas extranjeras, utilizar títulos escandalosos, inventar romances o cocinar notas tramposas. [...] Nuestra idea es reunir en una sola revista el espíritu y la calidad de cuatro hitos en la historia editorial argentina: ás Allá, Leoplan, Hora Cero y Platea. Nuestro propósito es hacer una revista inteligente. Bien escrita, bien dibujada, bien diagramada. Sin concesiones a lo comercial. El Péndulo no es, ciertamente, una revista ‘para el gran público’. Pero tampoco es para ‘selectas minorías’”, decía el aviso de venta para el número 2. Pero el producto –donde se publicó por primera vez “Las puertitas del señor López”, de Trillo y Altuna– vendió poco, según Cascioli, porque a los
distribuidores y quiosqueros “no les gustó, no la entendían”. “Insistieron demasiado desde el primer número en que se trataba de un producto demasiado intelectual. Sostenían que a la gente hay que darle lectura ‘fácil’, ‘entretenida’. Y todos sabemos que sin el apoyo de los distribuidores es poco menos que imposible salir adelante”. Hurra vio la luz en julio de 1980, como continuación de Rocksuperstar. La jefa de redacción era Gloria Guerrero. Los números iniciales estuvieron atravesados por el supuesto enfrentamiento entre Charly García y Luis Alberto Spinetta; pero también había notas sobre festivales de jazz; H. P. Lovecraft, Hermann Hesse o Baudelaire, Jaco Pastorius, Chick Corea, Nicolette Larson o MIA; mesas con jóvenes para debatir temáticas diversas y columnas de Diego Bonadeo, Miguel Grinberg o Alfredo Rosso. “Hicimos algo muy ambicioso, pero en el momento equivocado. Era para entendidos, una elite”, admite hoy Gloria. En aquella entrevista de fines del 79 con M&C , Cascioli se quejaba de la falta de apoyo publicitario en Hum®: “Esta es una de las revistas marginales, te coimean con el aviso para que hables bien”, fustigaba. Pero en 1980 el incremento de la tirada atrajo anunciantes y forzó a explicar la situación a los lectores, otra prueba de la relación entablada con ellos. “A ciertos lectores les ha llamado la atención un detalle que en otras revistas pasa desapercibido: la inclusión de avisos –arrancaba el ‘Editorialoide’ del número 36 para explicar la pauta comercial–. Aquellos con quienes mantenemos estrecho contacto quincenal, aquellos que han adivinado que Hum® es un diálogo con todos y cada uno, en el cual la sinceridad es poco menos que una ley merecen esta suerte de aclaración que vamos a intentar. Es obvio que ninguna revista, por independiente que sea, se puede dar el lujo de rechazar avisos. Nosotros podemos blasonar de que jamás salimos a buscarlos”. Luego se informaba que Jorge Garayoa había sido nombrado responsable del departamento de publicidad, pero esta novedad “no modifica en absoluto la línea de independencia económica mantenida por Humor Registrado desde su nacimiento”.
John Hall explica que los potenciales anunciantes que visitaban decían que les encantaba la revista, pero temían quedar pegados al tipo de humor político que comenzaba a insinuarse. Talento era la única carta de presentación. Lo habían comprobado Torres, Paredero y, en el otoño de 1980, el arquitecto Santiago Varela. Despedido de la Empresa Nacional de Telecomunicaciones, lector de siempre de todas las revistas humorísticas que se publicaran, un día mandó como carta de lector un largo texto sobre “las claves del éxito, los secretos y las condiciones mínimas para triunfar como profesional argentino”. A los pocos días Varela recibió un llamado en la casa. Era Fabregat. Varela pensó en una joda, pero cuando descubrió que era en serio comenzó a ponerse nervioso. Con su vozarrón de uruguayo, Aquiles lo convocaba a la redacción para determinar si estaba ante un golpe de suerte o el arquitecto también podía construir piezas pseudo periodísticas con chispa.
El staff casi completo de la revista en diciembre de 1979. La foto parece representar el espíritu familiar que se vivía puertas adentro.
No sería el único arquitecto ni el único lector que comenzaría a escribir en Hum® a partir de mandar un texto. Rodolfo Livingston, hermano de María Laura –colaboradora frecuente de Hum®–, recibía el premio de “La cartaza piola de la quincena” a partir de unos cuantos párrafos sobre las actividades prohibidas que se desarrollaban en las plazas. Años después metería algunas columnas.
En septiembre de 1980 la revista vendía 120 000 ejemplares quincenales, tres veces más que los iniciales de dos años antes cuando la frecuencia era mensual. Los avisos respondían y “los irresponsables” firmaban una aclaración en “Nada se pierde” para explicar: “Nunca pretendimos ser una revista masiva ni hacernos millonarios con ella. Empezamos sin publicidad, con el apoyo de unos pocos y las pálidas de muchos que nos auguraban una temprana desaparición. Pisamos el arranque con optimismo y humor, en un momento en que sacar una publicación sin el ‘palenque ande rascarse’ constituía toda una aventura. Ahora, superados los escollos iniciales, entramos en una etapa que tal vez sea la más difícil de manejar: la pubertad. El apoyo incondicional de cientos de miles de lectores –a quienes, a pesar de nuestra repugnancia por los lugares comunes, volvemos a expresar el más sincero de los reconocimientos– ha permitido decantar el material, mejorar el producto, aumentar el número de páginas. Y también la posibilidad del acercamiento de un puñado de empresas y avisadores, que confían en nosotros a despecho de algunas prédicas insidiosas de sectores interesados que intentan hacernos aparecer como marginales. Los anunciadores significan, para una editorial pequeña, la estabilidad económica. Y para Humor Registrado, la certeza de seguir en el camino de la superación: pagando más las mejores colaboraciones, aumentando páginas, elevando el nivel de impresión. Creemos ser, aunque suene a petulancia, la única revista argentina que no incluye ‘material de relleno’. Pero a muchos seguidores la inclusión de avisos les cae como un escamoteo. A ellos, principalmente, les reiteramos que más avisos se traducen en más revista”. Ya no se consideraban una revista marginal. No lo eran por cierto. El crecimiento exponencial había permitido a La Urraca terminar para el primer año de la década de los 80 con buenas ventas, un promedio de hasta seis lectores por ejemplar (el readership), cierta respuesta de anunciantes y un staff consolidado y con figuras de peso. Parecía que en esos dos años y medio se habían preparado porque sabían lo que estaba por venir.
CAPÍTULO 6 Cenit
–Buen día, Mona, soy Adolfo... –Hola, Adolfo, buen día, ¿qué contás? –Mirá, viene complicado el tema con Joan... –¿Qué pasó? –Nos han avisado que colocaron una bomba en Paz y Justicia. Está todo cercado. Hay carros de asalto sobre México y... –Ajá, ¿y Joan está ahí? –Sí. –Bueno, voy para allá... –Está peligroso, Mona... –Lo vamos a hacer igual. El aviso, la posibilidad cierta de un atentado, la hora de la mañana, el frío, la lluvia. Nada amedrentó a Mona Moncalvillo. Adolfo Pérez Esquivel presidía el Servicio de Paz y Justicia (Serpaj), uno de los organismos de Derechos Humanos más activos durante la dictadura. El año anterior (1980), el trabajo que desplegaba le había valido el Premio Nobel de la Paz. En el primer cuatrimestre del 81 invitó a Joan Báez, una cantante estadounidense de folk que ya era un símbolo de la canción de protesta y por la paz para compatriotas y también en otros países. Mona encaró para el Serpaj con un solo miedo: perder la nota. La acompañaba el fotógrafo Luis Sasso y no Grossman, habitual compañero de la entrevistadora. Al llegar, los uniformados de la Policía Federal no los dejaron pasar. La pareja mostró credenciales y se le franqueó el paso solo hasta la puerta del edificio. Otro control y
tras unos minutos consiguieron al fin entrar al Serpaj, donde los recibió Pérez Esquivel. –Acá no la hagan porque no la podemos poner en riesgo a ella ni a vos... –Bueno, vamos a un bar... Las dos mujeres y el fotógrafo salieron del Serpaj, cruzaron los vallados y comenzaron a buscar una confitería donde sentarse mientras los policías y militares los seguían con la mirada. También observaban los colegas reporteros que no tenían la exclusiva. Báez giraba por Brasil, Chile y la Argentina, países donde la represión a todo nivel estaba en una fase crítica y coordinada entre los jerarcas dictatoriales. La entrevista duró más de dos horas y se publicó de inmediato. En el copete se hablaba de la “visita underground” a Buenos Aires y de que no había podido ofrecer un concierto porque ningún productor o sala se había mostrado interesado o se lo habían permitido. Los diálogos con Mona ya eran una sección clásica y las páginas que ocupaban podían llegar hasta seis. Enrique Pinti, Enrique Villegas, José Larralde, Isidoro Blaisten, César Cao Saravia, Ceci lia Rossetto, Ernesto Sabato, Martha Mercader y Carlos Carella eran algunos de los que hasta entonces habían encontrado allí un espacio que no daban la mayoría de los medios solo porque los militares no querían escucharlos. Los nombres surgían en la reunión semanal que Mona tenía con Cascioli y Sanz en la que todos proponían. A veces era una figura local prohibida. Otras, alguien que visitaba el país, como Jacques Cousteau. Luego Mona armaba el cuestionario con recortes de un archivo personal y en los más sistematizados de empresas periodísticas en las que tenía amigos y le permitían el acceso. Recién entonces concertaba cita, a la que siempre iba con fotógrafo y un enorme grabador Sony de cassette que solo una vez falló, pero salvó el desliz con la memoria.
Foto del autor. Un hotel ocupa hoy lo que era el edificio de Salta, segunda sede de Ediciones de La Urraca.
En los números siguientes al de Báez comenzaron a aparecer políticos vernáculos como los líderes de la Unión Cívica Radical Raúl Alfonsín y del Partido Justicialista Ítalo Luder. También podía haber hasta dos entrevistas por número. En marzo había irrumpido “Las páginas de Gloria”, la sec ción donde la joven Guerrero continuaba con el estilo de notas y crónicas de shows de Rocksuperstar y Hurra, que habían dejado de publicarse. Ese espacio fue el primero en la prensa gráfica para muchas de las bandas que recién comenzaban o tenían poca difusión como Virus, Sumo, Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota o la trova rosarina. Otra sección que se abrió y generó mucha repercusión entre los lectores fue la de Aída Bortnik. Cascioli la había convocado sin éxito en la época de Satiricón. Y cuando ella volvió del exilio, en 1979, le reiteró la invitación. “Escribí lo que quieras”, le dijo a quien entonces ya había guionado La tregua y Crecer de golpe. “Bueno, te voy a escribir un cuentito. Y empecé. Con un estilo como si fueran cuentos para chicos, con una cierta repetición del estilo, ir avanzando. Escribía sobre lo que pasaba en la sociedad pero desde el punto de vista de los sentimientos. Claro, tampoco se podían hacer macanas. Por supuesto que los militares se daban cuenta que yo metía mensajes”, recuerda.
Por ejemplo: “Cuando éramos chicos todo estaba bastante clarito: los aliados habían ganado la guerra porque los alemanes eran gente mala y de los japoneses mejor ni hablar. Después vimos (entre otras cosas gracias a la magia del cine), que los alemanes y los japoneses eran también seres humanos y que a algunos aliados era mejor perderlos que encontrarlos. Y después hubo más guerras, que parecían más chicas, pero también mucho menos claras. Y después... pero esto es otro cuento. [...] Entonces, cuando éramos chicos todo estaba bastante clarito: si uno en las guerras estaba del lado de los buenos; si uno respetaba los grandes valores de sus mayores y sus maestros; si uno se portaba como un hombrecito o si no tenía más remedio, como una mujercita; si uno era leal con sus amigos; si uno era capaz de amar y ser amado; uno podía, por fin, ocupar el lugar del que había tratado de hacerse digno durante toda su vida; un lugar en el gran banquete del mundo, ese que se celebra cuando el ser humano ha alcanzado la plenitud creadora: el banquete de la madurez. Y la madurez es ahora. Y yo no sé ustedes, pero a mí, a este banquete nadie me ha invitado. Y colorín colorado, yo no sé a ustedes, pero a mí me parece que este cuento se ha terminado”. El sumario de la revista comenzaba a incorporar notas sobre la realidad política a través de Jorge “Jorjón” Sabato. El físico y tecnólogo, hermano del escritor y autor de Sobre héroes y tumbas , lo carteó a Cascioli luego de ver que el apellido de ambos aparecía en un aviso de apoyo a las Madres de Plaza de Mayo publicada en los diarios. “Si somos compañeros de solicitada también podemos serlo de otras cosas”, sugería. El Tano no lo dudó. En el número 64 de agosto se publicó la primera columna. “Ante la triste performance del equipo económico que padecimos hasta hace poco, he oído a numerosas personas calificar de chantas a sus integrantes. Grave, gravísimo error: no son chantas sino chantócratas, y la diferencia entre ambos términos es ciertamente de fondo”, arrancaba. Además de Sabato y Firpo, Dolina recomendó a un amigo periodista de la Editorial Atlántida al que conocía de cuando el Negro hacía la
publicidad de El Gráfico –la revista deportiva de la empresa del clan Vigil–, que le había pedido conocer al staff de Hum® en pose cholula. Dolina cayó con él durante la celebración de un ritual que era parte del trabajo en la revista: los almuerzos –a veces cenas– en el restaurante La Aurora, Venezuela 938/42 casi esquina Bernardo de Yrigoyen. Todos comían y bebían de arriba porque la cuenta se pagaba con un aviso publicado en la revista. De manera que la ingesta y la charla eran generosas en partes iguales. Allí salían o se pulían ideas de tiras, chistes, tapas, entre comentarios de la actualidad, el fútbol y las minas. –Muchachos, les presento a un amigo que trabaja en Somos ... La revista de Atlántida había surgido con el golpe y de inmediato se posicionó como un órgano afín a los dictadores, como todas las publicaciones de la editorial. Por eso todas las miradas se posaron en el extraño que caía con Dolina y la desconfianza los recorrió por larguísimos segundos hasta que el Negro agregó: “Pero no se preocupen. Lo van a echar por su militancia en la Federación Juvenil del Partido Comunista”. También tenía en sus antecedentes el haber sido despedido del programa de Mónica Cahen D’Anvers en Canal 13 por los reportajes a Raúl Matera, Francisco Manrique y María Elena Walsh. Enrique Vázquez se unió entonces a la revista. Los temas los elegía él. Arrancó con una página que pronto se duplicaría. Al principio, intentó ser gracioso. Anotaba en un cuaderno ideas ocurrentes que luego trataba de colar en el texto. Fue Cascioli el que le vio pasta para hacer un desarrollo más político y el humor se convirtió en ironía y mordacidad. La primera nota de Vázquez daba cuenta del homicidio de una mujer en plena calle a manos de un grupo de civiles que se movilizaba en un Ford Falcon, icono del aparato represivo de las fuerzas armadas y de seguridad. “Nosotros nos dirigimos a una amplia franja de público que aparentemente no le interesa a nadie, porque existe el prejuicio de que la cultura, la cosa inteligente no vende. Y nos estamos convirtiendo, a pesar nuestro, en una revista que se parece más a
Primera Plana que a Satiricón”, definía Cascioli en una entrevista que
unto a Sanz, Fabregat y Grondona White le hacía en junio de 1981 la revista Radiolandia 2000 con el título “A la censura no hay humor que le cause mucha gracia”. Además de la censura y las críticas a la política económica, Hum® comenzaba a aprovechar las internas de la Junta Militar para burlarse de ella, desconfiar de la capacidad de gestión y para llevar el país hacia una apertura partidaria, mientras apelaba a un ideal de ciudadanía y orden democrático.20 Otra sección que se convirtió en clásica fue la que escribía Aníbal Vinelli para dejar en evidencia los tijeretazos que sufría el celuloide de muchas películas. “Censura, en busca del tiempo afanado”, se llamaba sin eufemismos. “Quería contar alguna vez los cortes, romper la trinca de exhibidor, distribuidor y Ente [de Calificación]. Para lo cual había que pegarles donde más les doliera: ni en el corazón, ni en el cerebro sino en el bolsillo. Había que decirle a la gente que le estaban robando”, contó.21
El famoso grabador de Mona Moncalvillo, un gran obstáculo para los fotógrafos a la hora de retratar a los entrevistados. En la foto Moncalvillo conversa con el premio Nobel de la Paz Adolfo Pérez Esquivel.
La revista vendía más de 130 000 ejemplares por quincena y comenzaba a ser un fenómeno insoslayable aun para publicaciones del tipo de Radiolandia, dedicada al espectáculo. En esa entrevista, Cascioli y Sanz también entregaron otros detalles de lo que era entonces el estilo. “No somos una revista de chistes, de chistes
intemporales, de humor de ficción –aseguraba Tomás–. Apelamos al humor crítico y ahí está la gran diferencia”. El Tano agregaba: “Al dibujante se le pide que aparte de hacer humor, haga periodismo. En vez de una u na nota n ota sobre s obre economía, econom ía, un buen chiste sobre el tema es una síntesis”. “Nosotros luchamos contra la censura y la autocensura. Se confunde por ahí que cultura e inteligencia son cosas subversivas”, afirmaba Cascioli. Allí también reveló una reunión en la Casa Rosada a la que había sido convocado junto a editores de revistas no tradicionales y despotricaba que de lo único que se había hablado era del tamaño de las bombachas que se ponían en tapas y que si no se respetaban esas normas “atacabas a la familia y si destruías a la familia eso era subversivo. Y la subversión da miedo. Lo que te querían decir es que hay que tener te ner miedo y hacer cosas pequeñas”. También enumeraba los temas vedados para meterse: la interna militar, los problemas de soberanía y Cacciatore, el poderoso alcalde porteño. En el número 65 de septiembre del 81 apareció una nota titulada “Se precisa un libretista” con la volanta “Política: la hora de la improvisación” firmada por “Rodrigo M. Segurola (posta posta)”, un seudónimo al que apeló Vázquez. “Y en esta Argentina de vedas políticas, de gente que no aparece, de amenazas mal disimuladas, uno ya no sabe dónde esconderse. escon derse. El general Albano Harguindeguy, ex ministro del Interior, dijo que si mañana o pasado se llegara a institucionalizar un gobierno civil, no duraría ni seis meses: lo voltearía un golpe militar: milit ar: Chocolate por la noticia: eso mismo lo habíamos dicho en Hum® , en el número 63. Apenas un par de días después de proferir esa amenaza –y siempre con el estilo pulcro y digno que lo caracteriza– el general Harguindeguy, diestro cazador pampeano, planteó su solución ideal: para que no haya civiles en el gobierno, y consecuentemente no se produzcan golpes militares, lo mejor es entronizar a un partido militar en el poder. Un partido que podría llamarse, por ejemplo, Movimiento de Opinión Nacional [...]. La brillante deducción de Harguindeguy viene a dislocar un cuadro de situación que ya era caótico, y ahora no se encuadra dentro dentro de ningún adjetivo. Salvo que que nosotros nos otros tengamos la l a misma libertad de de expresión
Newsweek. [...] El plan del 24 de marzo que gozan los periodistas de Newsweek del 76 fracasó. El plan del 29 de marzo de 1981 fracasó. Los planes de alternativa fracasaron. La oposición militar interna fracasó. Menos mal que vino Sinatra, porque si no todo sería un desastre. Nadie tiene un buen libreto. Ni Migré podría haber imaginado una situación como la del país de hoy. Bueno, Migré menos que nadie, en realidad. Pero todos –Bussi, Viola, Massera, Triacca, Ubaldini, Balbín, Bittel y quien quiera ponerse en la fila– eluden el drama de fondo. Aquí hubo una guerra, y dicen que se liquidó a la subversión. subve rsión. A la subversión marxista y todo eso. Pero nadie se atreve a hablar de la otra guerra que hay que ganar: la guerra contra la especulación, contra los usureros, contra la mafia que maneja el dinero, contra Martínez de Hoz y sus compinches, contra la oligarquía financiera. Espero que el futurólogo suizo haya visto al Joe en su bola de cristal. A nosotros ya se nos rompieron rom pieron todas las bolas que teníamos”. tení amos”.
Gentileza archivo personal de Gloria Guerrero. Paredero, Paredero, Glori G loria, a, Fabregat y Tabaré, figuras figura s centrales del del staff de Hum ®.
Además de incorporar plumas que cuestionaban cues tionaban cada vez más en economía y política, varias tiras se publicaban número a número como “Vida Interior”, “Doctor Cureta”, “Boogie el Aceitoso” (Fontanarrosa),“El Recepcionista de Arriba”(de Rep) o“El Dr. Piccafeces” (una parodia de los abogados dibujada por Grondona White). Whi te). No solo con todo eso hacían ruido. También Tambié n en el mundo del
espectáculo a través de las notas que salían en “Picadillo Circo” firmadas por Paredero, Braccamonte, Garayoa o con menos frecuencia por personajes de renombre como Miguel Ángel Merellano. En el número 66, la actriz Gabriela Acher la emprendía contra todo el staff por haber aparecido en la tapa caricaturizada. Los acusaba de faltos de humor y de parecerse a las publicaciones que siempre criticaban. Otras críticas o presiones llegaban a través de cartas con mensajes mafiosos (pegados con letras recortadas de la revista), llamados telefónicos anónimos, amenazas de juicio o también visitas en persona. En julio de 1981, un hombre h ombre llegó a la redacción redacción que desde el mes anterior ocupaba todo el edificio de cuatro pisos de Salta 258, comprado por la editorial. El visitante pidió por Cascioli. Vestía de civil, pero se presentó como capitán de la Armada. El director había armado su espacio en el último piso del edificio, con más lugar para el tablero y un escritorio para su secretaria Nora Bonis, que le anunció: –Andrés, abajo hay un tipo que dice que es de la Marina y quiere verte a solas. s olas. –Bueno, que suba. Ni bien se acomodaron, el visitante sacó un arma que llevaba en la cintura y la apoyó en el escritorio. –Perdone, –Perdone, pero me molesta cuando me siento... –No hay problema. Usted dirá... –Bueno, veo que en el último número se burlan del aviso de la Armada Argentin Argentinaa donde canta una “nena “ne na insoportable”.. inso portable”.... –Ajá... –Ese aviso lo produje yo... que soy capitán de la Armada, bueno, en realidad trabajo en la parte de Inteligencia… –No diga... –El guión también es mío y el tema te ma Su más valiente marinero lo hice yo y lo registré en Sadaic... –¿Entonces?...
–Espere. Y la niña que lo canta es mi hija Lucrecia. –Bueno, ¿a qué viene todo esto? –No es ese solo el motivo por el que vengo a verlo. También dijeron que los del dúo Pimpinela no son hermanos... hermanos... –Sí. –Yo soy el representante. Ellos sí nacieron en España. Y son hermanos. –Ajá... ¿Entonces? –Yo estoy en la discográfica Columbia y es la primera vez que me pasa... –¿Entonces? –Quiero que se retracten o pidan disculpas y que hablen bien de ellos. Mire que esto se puede solucionar de otra manera... manera... –¿Me está amenazando? Lo único que puedo ofrecerle es que usted escriba una aclaración aclaración y se la publicamos publicamos en el correo de lectores. –Mmm… de acuerdo. La carta se publicó y Alberto Gerardo Luna pareció quedar conforme. Sin embargo, embargo, tres días después después de que el e l número 66 estuvo en la calle, lo llamó a Cascioli porque quería invitarlo a almorzar. “Lo paso a buscar en un rato”. No hubo forma de decirle que no. El Tano se hizo acompañar por Garayoa, quien de casualidad estaba en la redacción. Cuando bajaro bajaron n los espera es peraba ba Luna en un u n automóvil en cuyo asiento trasero había una joven que indicó el lugar a donde irían: una parrilla tradicional en la calle Suipacha. En el camino se desviaron para pasar por la esquina de Viamonte y Callao. “Acá trabajo yo”, se ufanó Luna luego de señalar el edificio donde funcionaba el Batallón de Inteligencia 601. La joven tan parecida a Lucía Galán no volvió a abrir la boca mientras miraba por la ventanilla trasera. 22 El compromiso en la lucha contra la censura cultural dejaría el acto declamativo. Tras reportajes a artistas o intelectuales prohibidos o notas a fenómenos de la resistencia como Teatro Abierto, la editorial comenzó a poner el cuerpo en movidas como el festival f estival de tres noches
que junto a los dueños de La Trastienda montaron en el estadio Obras en coincidencia con la visita al país de Frank Sinatra, que había traído en plan empresario Ramón “Palito” Ortega. El Encuentro de Música Popular Argentina –como se lo llamó– tenía entradas a precios muy populares. Por ejemplo, la platea costaba 30 000 pesos, superpulmann 25 000 y la popular 18 000. 23 “Esto no es un negocio; es una propuesta de buena fe”, subrayaban. Los artistas que anunció Merellano, el conductor del evento, fueron, entre otros, Rubén Rada, Dino Saluzzi, Jaime Torres, Víctor Heredia, Luis Alberto Spinetta, Rodolfo Mederos, Manal, Facundo Cabral, Antonio Tarragó Ros, Litto Nebbia y Bernardo Baraj. También “un rosarino de ardinero y gorra”, Juan Carlos Baglietto, junto a Fito Páez, Rubén Goldín y Silvina Garré, que comenzaban a desembarcar en Buenos Aires como la Trova Rosarina y tuvieron allí el primer show en lo que se convertiría en un templo del rock. La mayoría de los artistas estaban prohibidos. Las tres noches fueron un éxito en un sentido amplio, tanto que Ortega lo utilizó desde entonces para justificar el fracaso de los shows de Sinatra que lo endeudaron varios años. Con el dúo Miguel Cantilo-Jorge Durietz “la gente se puso de pie y sintió cosas que merecen un comentario aparte –relataba la crónica publicada en la revista–. Porque por fin la realidad se metió en el estadio y se oyeron cosas que todos tenemos ganas de escuchar y compartir. No fueron demasiadas, y casi habría que objetar algún golpe bajo. Pero allí estuvieron las ganas de expresarse abiertamente y los filtros no deseados, la bronca acallada y la esperanza empecinada. Curiosamente, el tema que más pegó (por su carácter contestatario) reveló qué pobre que estamos de expresión auténtica en la Argentina. No porque no haya o porque no se sabe. Sino porque –como es de dominio público– no conviene, no se debe, no te dejan, táchese lo que no corresponda”. Merellano despotricaba también contra algunas críticas escuchadas en el recital. “Porque los que vienen dando la cara desde hace mucho tiempo y jugándose el pellejo son los que pisaron el escenario. Los que tuvieron que aprender –duramente– cuál es la inasible e
intangible línea que separa lo que se puede hacer de lo que NO se puede hacer, son los que pisaron el escenario. Los que necesitamos que sigan aprovechando cualquier resquicio para acercarnos la luz y el aire de sus canciones, son los que pisaron el escenario. Y es injusto botonearlos desde la oscuridad y el anonimato, porque lo que nos hace falta son sus inteligencias y no sus obligados silencios. Y si sobran agallas para gritar desde la oscuridad, les hago una recomendación: todos aquellos que quisieron convertir al Encuentro en una manifestación política, pueden concurrir los jueves a la tarde a Plaza de Mayo. Ese es el palo que les corresponde y no el otro”.
Gentileza archivo personal de Sergio Pérez Fernández. El clima de la redacción de Hum ® lindaba con la estudiantina. De izquierda a derecha, Sandra Russo, Sergio Pérez Fernández, Pablo Colazo, Laura Linares y Eduardo Mile.
Las caricaturas a los represores en el poder ya eran desembozadas. Cascioli siempre afirmaba hacia adentro y afuera de la redacción que la ridiculización los debilitaría. El entonces presidente de facto Viola, que sucedía a Videla, apareció varias veces desde 1980: mostrando las tres mejores cartas para el truco, cuando se “decidió” su designación; desnudo como un bebé en pañales y una banda que decía “1981” junto a otro niño Videla rompiendo una alcancía; comiendo ñoquis y poniendo dólares debajo de un plato o junto al “Minguito Tinguitella” que componía Juan Carlos Altavista, un éxito de entonces. El general lucía satirizado como el personaje “El Preso” que componía Vicente La Russa.
Los rumores de que sufrirían alguna represalia no fueron por esas tapas sino por una que mostraba en octubre de 1981 a un general vestido con la chaqueta del uniforme, pantalón corto y medias de fútbol armado con gomera y hacha. “Sección caza y pesca: las aventuras de El Gordito Travieso”. La tira, firmada por Cascioli, Sanz y Tabaré, era una referencia inequívoca a las declaraciones que había hecho Harguindeguy de que el llamado “Proceso de Reorganización Nacional” seguiría hasta que ellos lo decidieran. Páginas más adelante ampliaba sobre el tema la columna de Vázquez. En el mismo número, Mona entrevistaba a una artista de paso por el país porque estaba exiliada y prohibida: Mercedes Sosa. Harguindeguy era asesor presidencial, pero venía de ser ministro del Interior y hombre fuerte de Videla. En su foja figuraba el cargo de efe de la Policía Federal bajo la gestión de Isabel Perón. Ya le habían dedicado una tapa en julio del año anterior cuando como ministro recibió a dieciséis mujeres periodistas, entre las que estaban Magdalena Ruiz Guiñazú y Mónica Cahen D’Anvers. Pero esta vez se molestó, y mucho, y entró hecho una tromba al despacho de su sucesor en la Casa Rosada, el general Hora cio Liendo, para pedir represalias. Nada de advertencias verbales. “Tenemos que matarlos a todos”, exigió el ex ministro luego de tirar un ejemplar de Hum® sobre el escritorio. Liendo lo convenció de no que se ofuscara. Lo contrario sería un escándalo. Como no consiguió resultados, Harguindeguy recurrió a Cacciatore. Tampoco obtuvo nada. El malestar se hizo público y se terminó de oficializar –sin nombres– en un editorial del número siguiente de la revista e incluso Cascioli dio cuenta de él en una entrevista que le hicieron en Siete Días en noviembre siguiente. “Nos han llegado noticias de que a un asesor del gobierno no le cae en gracia nuestra revista, y estaría poniendo en juego sus poderes o influencias para interrumpir su publicación. Esta es una vieja historia argentina. Hace ya muchos años –demasiados– que los medios de difusión no
complacientes con los gobiernos de turno deben caminar por débiles alambres tendidos sobre el vacío.
La historieta que también generó la ira de Harguindeguy.
Y nosotros no escapamos a la regla. Está mal visto el no aplaudir cada una de las decisiones o actitudes de quienes manejan a su antojo los destinos argentinos. Está muy feo el cuestionar los procesos impuestos. Es de malos ciudadanos el señalar las tradicionales taras que impiden el desarrollo social, cultural y económico de una nación potencialmente grande como la nuestra. Hay en las altas esferas quien dice que nosotros ‘traspasamos los límites de la libertad de prensa’. En la frase, la contradicción. En una verdadera libertad de prensa, los únicos límites deben ser los fijados por los propios medios, de acuerdo a la función que cumplen. Sabemos que en el extranjero se mira nuestra revista como un ejemplo de la libertad que reina en la Argentina para disentir públicamente. Paradójicamente, servimos para fortalecer la imagen argentina en el exterior. Pero al asesor citado ello parece no preocuparle. Suponemos que tampoco se ponen en el tapete otras nimiedades, como por ejemplo que Hum® sea una importante fuente de trabajo para muchas familias, que va desde el taller donde se imprime hasta el quiosco donde se vende. O que Hum® sea un muro de contención contra la chabacanería, la mala fe, la frivolidad y la anticultura que inunda a los medios de difusión. Parece increíble que la intolerancia siga rigiendo ominosa sobre un país al que todos ansiamos tan libre como se muestra en los mensajes
oficiales. Pero así es, para mal de gobernados y gobernantes. Hay quienes siguen creyendo que el camino a la democracia incluye la supresión de toda voz que no esté de acuerdo con ellos. Nosotros continuamos pensando que hay veintisiete millones de voces para escuchar. Y confiamos en la cordura de los que han llegado arriba sin tapiar sus oídos. [Firmado] Los irresponsables”. En la nota con Siete Días, el director daba cuenta de los problemas que tuvieron con Satiricón, la anécdota del número 7 (López Rega y la capa de la reina Sofía) y la reunión en la Casa Rosada (posterior a la tapa de Videla y las pirañas) donde junto a otros colegas de publicaciones de historietas o pornográficas un militar los había adoctrinado acerca del tamaño de las prendas femeninas y hasta qué parte de la anatomía de una mujer podía dibujarse desnuda. La censura no se ocultaba. “Los encargados de prohibir siempre se amparan en la moral cuando quieren censurarte. Además, si te acusan de atentar contra la moral de los argentinos... no hay gente que salga en tu defensa. Nadie defiende a un pornógrafo. En cambio si una revista defiende la inteligencia... ya no se encuentra tan sola”. ¿Por qué no hubo reprimendas contra la revista? “El gobierno del Proceso necesitaba a la revista. Tenía que demostrarle al gobierno [estadounidense de James] Carter que ellos hacían algunas concesiones, que tenían intenciones de que haya en el país una salida ‘a la brasileña’, una salida democrática. Ellos querían demostrarles que eran democráticos, subsistió porque necesitaban demostrar que había, por lo menos, una publicación que estaba en contra del gobierno”, ensayaría Cascioli años más tarde. 24 El Tano también creía que el escándalo internacional que había generado por la detención de Jacobo Timerman llevaba a los militares a evitar medidas que podrían tener otra vez una gran repercusión negativa. Otros opinan que los censores y los dictadores creían que los “dibujitos” eran inocentes. Raúl Barreiros, director de la revista M&C , cree que Hum® evitó la clausura porque “movía muchas cosas, pero además en el fondo era cuidadosa, no decía cualquier cosa”. También “era muy fuerte que desapareciera la revista que más vendía en la Argentina”. Ese 1981,
Hum® había comenzado a ser auditada por el Instituto Verificador de
Circulaciones.25 El promedio del quincenario era de 124 929 en enero y de 132 972 en diciembre. El año siguiente, el de Malvinas, el crecimiento sería más marcado. Las cartas de lectores también evidenciaban el pulso del crecimiento de la revista. Aportaban a la sección “Insufribles” (que creció y llegó a tener elegidos por voto con nombre y apellido) o al fugaz espacio que tuvo “El sátiro de los baños” (para denunciar las condiciones de los toilettes públicos) o polemizaban entre sí. Columnistas como Bortnik recibían pilas de cartas y también regalos, que podían estar dirigidos a todos como truchas desde la Patagonia o una urraca verdadera. Comenzaban a sentir una fama inesperada y creciente. Como si fueran famosos miembros de una banda de rock. Algunos taxistas que los reconocían no querían cobrarles. O caían invitaciones a fiestas o asados o algunas insólitas como la que le mandaron a Paredero. Un grupo de amigas le organizaba un cumpleaños sorpresa a una de ellas. El crítico de Hum® sería el “regalo” para la homenajeada, que era una de sus fans. No saldría de una torta ni aparecería como stripper. La cita era a la tarde en un bar de Coronel Díaz y Güemes. El periodista dudó de la veracidad del convite, pero movido más por la intriga y la curiosidad que por el vedettismo, aceptó. Al llegar encontró unas cuarentonas que charlaban entre gritos y carcajadas, pero enmudecieron al verlo. –¿Quién es la del cumpleaños? –Yo, ¿y vos quién sos? –Hugo Paredero, de la revista Humor. –Jajaja. ¡No te creo! –¿Querés que te muestre el documento? La homenajeada se abalanzó sobre él y comenzó a abrazarlo y besarlo, pero antes prefirió despejar dudas de una manera más inequívoca. Le preguntó a Paredero cómo había titulado tal o cual nota. La memoria le sacaba respuestas dubitativas, pero la cumpleañera se convenció. Hugo pudo sentarse a la mesa. No solo contra la censura y la dictadura la revista hacía campaña. En 1981, cuando comenzaba a hablarse de la venta a Europa del
habilidoso jugador de Boca Diego Armando Maradona, la sección “Pelota” se interesó por un cordobés, no por la pisada ni sus dotes de defensor en Talleres, sino porque a Sanz le llamaba la atención el apellido. José Luis Cuciuffo inició así en Hum® un inusual camino a los quince minutos de fama que tendrían su punto más alto cuando lo convocaron para integrar la Selección Argentina de fútbol del Mundial 86. Otra repercusión memorable fue cuando se criticó a Valentín Suárez, ex presidente de la Asociación del Fútbol Argentino y por cinco períodos de Banfield. El hombre se acercó a la redacción y amenazó a Sanz con pegarle un tiro. Al día siguiente apareció el hijo armado y solo la diplomacia de Carlos Abrevaya, Fabre y Sanz lograron calmarlo. No solo de fútbol vivía “Pelota”. La sub sección “Fiambres en el ring”, donde la ligaban los boxeadores, también generaba malestar. Para diciembre del 81, cuando la gestión de Viola languidecía para que emergiera Leopoldo Fortunato Galtieri, la tapa enorgullecía a Cascioli por lo logrado de dar una idea, una imagen que llegaba más rápido y valía más que mil palabras o editoriales. Un barco llamado El Proceso se hundía y sobre la proa trataban de mantenerse a flote civiles como Guillermo Klein y Martínez de Hoz y militares como Videla o Harguindeguy mientras en un bote salvavidas se alejaban Massera y una emocionada Mirtha Legrand que saludaba con un pañuelo. La elaboración de la tapa siempre fue de lo último en realizarse. Comenzaba con la idea y luego Cascioli tomaba fotos de los personajes para buscar los rasgos que tendría la caricatura. No dibujaba de memoria porque según decía eso lo haría dibujar siempre lo mismo.
Gentileza archivo personal de Sergio Pérez Fernández. Zahlut, Russo, Mileo, Colazo y Pérez Fernández posan para la foto.
Primero era un boceto en lápiz y cuando se definía comenzaba a deformarlo. Después vendría el color. Podían pasar varias jornadas de trabajo, incluso sábado y domingo, pero también resolverse en un par de días. La revista arrancó 1982 con un promedio de 150 000 ejemplares vendidos por quincena. La gente podía llegar a hacer fila los viernes en el kiosco para comprarla. Galtieri y el elenco cívico-militar que lo acompañaba daba de comer de manera permanente. Como en el “asado del siglo” que se preparó para recibir al dictador en Victorica (La Pampa) y reunió a miles de personas que devoraron más de 7500 kilos de carne vacuna y 2500 metros de chorizo. Como retrataba Grondona White, las visitas a la redacción de lectores cholulos, artistas noveles y “servicios” eran cada vez más moneda corriente. El 2 de marzo se presentó una persona de apellido Racio. Dijo ser inspector del departamento de Estadísticas y Publicaciones. Mostró una credencial del Ministerio de Defensa. Pidió nombres reales y documentos de Tabaré, CEO, Góngora, Lar, Montag, Fenner, Rep, Cilencio, Viuti, Angel, Fati, Lawry, Horatius, Duel, Rody, Almeida, Meiji y Tacho. Como se lo negaron, se fue. La preocupación invadió a las autoridades de la editorial, que mandaron una carta al ministro firmada por el presidente de La Urraca, Ricardo Portal. Allí contestaron que no había nadie que se llamara así ni una oficina bajo esa denominación. Ambas misivas fueron publicadas en “Nada se pierde”. El incidente quedó en anécdota, pero sembró miedo.
Para el penúltimo día de marzo, luego de que Galtieri negara la sanción de un estatuto que reactivaría la actividad de los partidos políticos, el sector de la Confederación General del Trabajo (CGT) que lideraba Saúl Ubaldini se movilizó a Plaza de Mayo para, entre otras reivindicaciones, pedir la normalización de la actividad gremial. Hubo una represión feroz, pero las repercusiones se esfumaron porque dos días después se produjo el desembarco en Malvinas. La noticia sorprendió a todos. Miles de argentinos salieron a la calle a festejarla. Al staff de Hum® lo agarró en una sobremesa –que habían cambiado de sede oficial a La Banderita de Moreno 1127–. El número estaba cerrado y solo se podía agregar un editorial en la primera página de “Nada se pierde”. Estaba titulado “Las Malvinas, la Justicia y la crítica” y decía: “El Gobierno ha recuperado las Malvinas. Algo que por derecho nos pertenece, algo que la razón no quiere nos sea ajeno. Las ha recuperado poniendo, nada más y nada menos, que la justicia en su lugar y la arbitrariedad en el suyo, sitio del que esta sale muy a menudo. Si de algo nos preciamos en Hum®, es de la independencia de opinión. Esa independencia, actitud que a veces no es fácil de manejar si no tiene la honestidad como norma, nos señala que el acto de recuperación debe ser valorado como hecho de afirmación nacional, irreprochable en su esencia. En el reconocimiento unánime a ese acto de justicia, estaremos, en algún caso en compañías no del todo gratas, teniendo en cuenta que el elogio vale cuando no es sistemático u obsecuente y que, libres en el momento de opinar, hemos sido críticos severos pero honestos cuando solo se escuchaban aplausos ‘constructivos’. Y tratemos de entendernos, aun en circunstancias extremas. Nuestro tono no es habitualmente solemne. En torno a un hecho de indiscutible equidad, no podríamos –no queremos– crear un clima de glorificación mística o de sensiblería patriotera. Si en nuestra línea hay una bien entendida defensa de lo nacional, seguramente no nos confundiremos tampoco esta vez con los excesos de nacionalismo sospechoso u oportunista que no creemos hayan sido los que
inspiraron la empresa de restitución.
El hombre que ingresa a la habitación y encuentra una sorpresa en la cama fue un recurso repetido en las tapas de Hum ® y en la guerra de Malvinas tuvo toda una serie.
Que valga también una analogía vulgar. Nunca confiamos en aquel eufórico espejismo del 78, cuando un torneo de fútbol hizo creer a muchos que algunas cosas cambiarían, para bien. Los tiempos que siguieron casi sepultan toda esperanza. ¿Qué se hará hoy para que este hecho –ahora sí algo trascendente y positivo–, contagie algo de coherencia a toda nuestra realidad? No es este un acontecimiento mágico. Somos los primeros en percibirlo y esperamos no ser los únicos. Por eso mismo, queremos saber si la decisión con que se encaró se proyectará al resto de problemas y contradicciones que nos abruman. No quisiéramos celebrar este reencuentro con una porción de nuestra tierra, y lamentar al mismo tiempo el desencuentro constante con nuestra identidad como república civilizada, democrática y soberana de verdad. Ha habido muertos. Gente que sabía, seguramente, que hay cosas que se pagan caro. Y aun en una revista de Hum® , pue de –deben– decirse estas cosas. Hace pocos días –el 30 de marzo– otros hechos, de otra índole, en los que estaba en juego otra forma válida de la dignidad, hicieron que nuestro espíritu crítico nos mantuviera en la vereda de enfrente de quienes hoy elogiamos. A ella volveremos, cuando cuadre”.
Lo habían escrito a las apuradas, en un tono un poco ambiguo, admite Sanz hoy. “¿Cómo hacíamos para comprender eso, no para aplaudirlo? ¿Y cómo hacer para seguir combatiendo al Gobierno? Necesariamente tenía que salir medio chirle”. Para el número siguiente, en el mismo espacio, un editorial titulado “El lápiz y el cañón” se preguntaba “¿qué hace un humorista en tiempos de guerra?”, advertía que para el periodismo “la movida de piso ha sido grande” e insistía “¿dónde nos metemos el Hum® ? Hemos decidido que en ningún lado. No por una simple imitación del ‘humorismo de guerra’ típicamente foráneo. Sino porque entendemos que ningún enfoque humorístico puede enfriar el patriotismo bien asentado. Y porque, quién te dice, por ahí se descomprime un poco el ambiente”. La cobertura política de la guerra corrió por cuenta de Vázquez y Firpo y al igual que los chistes y tiras se mantuvieron entre el escepticismo, la crítica y la demanda de buscar una salida democrática, mientras el resto de los medios oscilaban del comunicado oficial a la euforia patriótica. Los personajes más visibles del periodismo obsecuente, el ex colaborador de Satiricón Gómez Fuentes y el corresponsal de guerra de ATC Nicolás Kasanzew, fueron también blanco de cuestionamientos en las páginas de Hum®. La derrota le permitió a la revista desplegar por completo el ataque hacia los jerarcas militares no solo por sus debilidades manifiestas (Galtieri, por caso, quedó como un perdido por el alcohol), sino también por la falta de representatividad y la indefinición para buscar la salida democrática. 8 Surgida en noviembre de 1978 y dirigida por Raúl Barreiros y un equipo de académicos y estudiantes de comunicación tuvo una relación estrecha con Hum® . Además de notas había un canje de avisos. 9 En hablandodelasunto.com.ar Cascioli cuenta la indicación de Blotta a Fontanarrosa. 10 Cascioli relató esa anécdota en varias entrevistas periodísticas posteriores al regreso de la democracia. 11 La entrevista donde CEO cuenta lo de Drácula puede leerse completa en redipsa. blogspot.com.ar.
12 Mercedes Escalada fue el seudónimo elegido por Guinzburg con el nombre de la calle donde vivía y el apellido materno. Julio Mayo tal vez es el alias elegido por Abrevaya. 13 Panzeri falleció el 14 de abril de 1978. Según Cascioli por lo mal que la pasaba en La Prensa.
14 Con precisión fueron 22 478, aunque también se habla de 18 000. (Cascioli en varios reportajes dice números distintos). 15 Guiño a partir de la abreviatura N. de la R. con el que se estila introducir aclaraciones de la redacción en un texto. 16 Ariel Torres colaboró en secreto unos años más. Hoy es un referente entre los periodistas de tecnología. 17 Catón era el seudónimo de Raúl Antonio Bonato, un humorista con trabajos publicados en dán (Editorial Abril) y Billiken (Atlántida). 18 Lo explicó Cascioli en 1987 durante una entrevista con el periódico judeoargentino Nueva Presencia, donde admitía que se había tratado de un error. 19 Por la película de Pier Paolo Passolini. 20 Andrea Matallana: Humor y política, Buenos Aires, Eudeba, 1999. 21 Revista Claudia, diciembre de 1983. 22 Lo curioso es que más de treinta años después la página web de Pimpinela dice que tanto Lucía Galán como su hermano Joaquín nacieron en la Argentina. 23 El precio de tapa de la revista era de 12 000 pesos. 23 El precio de tapa de la revista era de 12 000 pesos. 24 Humor y política, p. 99. 25 El IVC es un organismo que agrupa editores, agencias de publicidad y anunciantes para fiscalizar la tirada y venta de los medios asociados.
TERCERA PARTE Sinsabores
CAPÍTULO 7 La cresta de la ola
El final de Malvinas colocó al gobierno de facto en una pendiente. Ni el relevamiento de Galtieri ni la llegada de Bignone lograron evitar el principio del fin. “Al Proceso le dicen ‘ Hum®’ , porque se agota”, decía el cabezal de uno de los dos números de agosto. La revista había arrancado el 82 en 150 000 ejemplares por quincena. La cifra se incrementaba mes a mes. Eso permitió redoblar el paso. En septiembre Mona ya había entrevistado a Pérez Esquivel y el mes siguiente a Hebe de Bonafini y las Madres de Plaza de Mayo. “Después de Malvinas, perdimos el poco o mucho miedo que experimentamos”, reconoce hoy Luis Gregorich. Los rumores de clausura llegaron a fines de octubre. Fue luego de que Bignone decidiera en menos de cinco días cerrar La Semana (el semanario de Editorial Perfil que antecedió a Noticias de la Semana), Quórum (del italiano radicado en el país José Palozzi y de Guillermo Patricio Kelly) y Línea (una revista política de orientación peronista que dirigía el historiador José María Rosa). El propio gobierno tuvo que salir a aclarar en público que Hum® no correría la misma suerte luego de que una veintena de cronistas se acercara a la calle Salta para cubrir la noticia. Cuando en la redacción no se recibían amenazas de bomba o la visita de personajes extraños, varios Ford Falcon merodeaban el edificio o policías de civil pedían documentos, revisaban, acosaban. Vázquez podía dormir alguna noche en el apart hotel del Bauen (otro canje), más por cautela que por algún dato cierto. Los artículos que escribía tocaban donde nadie más se animaba, sin sutilezas y con información pura y dura. “Por tu culpa vamos a volar todos por el
aire”, le reprochaban, medio en broma, medio en serio, algunos compañeros. En el número 90, la columna de Vázquez dio cuenta por primera vez en la prensa argentina acerca del rol de Alfredo Astiz en la desaparición de Dagmar Hagelin y las monjas francesas. Cascioli y Vázquez (designado junto a Fabre en la secretaría de redacción) fueron invitados a cenar una noche de esos días por alguien que se identificó como miembro del gobierno. Cuando entraron al restaurante se dieron cuenta de que solo había seis uniformados y el personal gastronómico: el lugar había sido cerrado para la “comida”. Hacia los postres, los militares hicieron saber que no querían que se publicara publicara la entrevista que Soriano Soriano le había h abía hecho a Hipólito Solari Yrigoyen. El dirigente radical de lazos sanguíneos con Hipólito y Leandro Alem estaba exiliado en París y llevaba en el cuerpo las marcas de un atentado de la Triple A y del secuestro y la tortura de los dictadores. En el diálogo, el escritor hablaba de la situación partidaria y política en Buenos Aires y también del calvario sufrido. Pero lo curioso es que cuando los militares exigían censurar ese reportaje, los pliegos de la revista ni siquiera habían llegado a la imprenta. No lo aceptaron y la entrevista salió como estaba previsto. Cascioli había tomado la precaución de tener un guardaespaldas armado, que lo acompañaba al estacionamiento ubicado a la vuelta. El vigilador, que qu e cumplía la misma mism a función fun ción con otros empleados, era de la empresa Magister Seguridad Integral, una SRL armada por represores como el general Otto Paladino, mandamás de la SIDE y del centro clandestino de detención que funcionaba en Automotores Orletti. Ese dato lo sabrían sabrían años después. Un editorial de noviembre dejó asentado el tono y la posición que tenía la revista. No solo en ese momento sino en los cuatro años que llevaba en los kioscos. Publicado en la página 5 de ese número 94, apertura de “Nada se pierde” con el título “Las bases de Hum®”, sentenciaba: “Hace más de cuatro años, propusimos a nuestros posibles lectores –sin saberlo– las que resultaron ser ciertas ‘bases’ de concertación. concertación. Hubo mucha gente que aceptó –también sin saberlo en ese
momento– la propuesta. Eligió sin presiones, como un acto concien te de quien ejercita la libertad y opta por lo que le parece mejor. Ahora que son muchos much os los que se han sumado a este muy limpio acuerdo que pactamos con quienes nos siguen, podríamos definir cuáles son esas bases que, no casualmente, tratan de aquello que inquieta, abruma, desgarra o mantiene viva la esperanza de nuestra castigada gente. De nosotros. De todos. estado de sitio: ¿Definimos algunas, entonces? Vigencia del estado hemos condenado su arbitrariedad. Institucionalización del país: la hemos exigido a quienes la alteraron. Lucha contra el terrorismo y desaparecidos: condenamos la violencia terrorista en base a principios éticos y políticos y repudiamos la barbarie genocida cuya impunidad pesa, más que ninguna otra cosa, sobre el futuro del país. La investigación de ilícitos –su denuncia, además– es uno de nuestros desvelos. La estabilidad de la justicia –pero de la usticia– es algo que hemos defendido siempre, como nos hemos solidarizado con los jueces –pero con los jueces. El plan económico – y una de sus consecuen conse cuencias, cias, la deuda externa– ha sido desenmascarado por esta publicación con todos los argumentos, con toda la bronca, incluso con todo el humor posible. La ‘aceptación’ de estas bases reveló que habiendo identidad de fines e intención inte nción honesta, la gente sana se agrupa. No No pretendemos el el consenso unánime, porque no siempre el mensaje llega a quien uno quiere y no siempre s iempre la indiferencia se conmueve fácilmente. Pero algo es indiscutible: la protesta latente que hemos canalizado a través de Hum® , para algunos se ha convertido en peligrosa oposición. O en oposición , simplemente, lo que para el poder es sinónimo de peligro y no de opinión distinta. dist inta. Cuando el disenso es casi delito, no es caprichoso que razonemos acerca de las causas por las que nuestra publicación es ‘amenazada’. Nuestras ‘bases’, lo dijimos, pueden no haber sido aceptadas por muchos, en ejercicio de la misma libertad que decidió a otros a identificarse con ellas. Pero lo preocupante es que otra actitud, el rechazo irracional a nuestros principios, parece estar convirtiéndose
en ataque frontal y arbitrario. arbitrario. ¿Quién rechaza esos principios? Pueden ser aquellos (sic) que se benefician benef ician dolosamente dolosamen te con la corrupción permitida y alentada. Aquellos (sic) (si c) para quienes quien es el derecho a elegir ele gir es letra muer mue r ta. Aquellos (sic) (si c) para quienes quien es la vida y la dignidad humana hum ana no son sagradas. sagradas. Aquellos Aquellos (sic) (s ic) para quienes quienes la condición de joven y pensante –la gran mayoría de nuestros lectores lo es– resulta una realidad incómoda. incómoda. En esos términos está es tá planteada planteada la lucha entre democracia y autoritarismo. autoritarism o. Que el terreno de esa lucha sea, entre otros, el de la libertad de expresión, no es casualidad. Como no es casualidad, tampoco, que nosotros estemos librando el combate desde este lado”.26 La página se completaba con un chiste a un cuadro firmado por Daniel Paz: un automóvil con la puerta abierta, mientras un hombre con los ojos vendados es agarrado por un hombre de traje con anteojos de sol, al lado de otro vestido igual que porta una escopeta. En la vereda de enfrente dos peatones observan atónitos y al lado dos uniformados con gorra frente a un puesto de diarios comentan: –A veces me pregunto quiénes son los que quieren evitar el retorno de la democracia. –Las revistas, coronel, las revistas... Hum® había incorporado algunos columnistas como Santiago Kovadloff, Jaime Emma, María Elena Togno (una abuela “descubierta” por una carta de lector), José Pablo Feinmann, Pacho O’Donnell y Luis Gregorich, a quien Cascioli seguía desde Medios Comunicación , pero al que le interesó sumar luego de que firmara un artículo en Clarín sobre la desinformación y la falta de credibilidad. Por quincena, Hum® ya vendía más de 200 000 ejemplares, eje mplares, según segú n el IVC. Era la única publicación de La Urraca con buen nivel de ventas no solo para la editorial sino también en el mercado. El Péndulo , que había iniciado una segunda etapa en 1981, dejó de salir en noviembre del 82. Según Marcial Souto, el éxito de la nave insignia de La Urraca hizo que El Péndulo “que modestamente robaba unas horas por mes a los departamentos de corrección y armado, para los socios mayoritarios (que tenían fines de lucro, me explicó uno de ellos)
fuera casi un estorbo” e storbo”.. Esos socios eran el contador Portal y el odontólogo Alpellani. En ellos recaía la cuestión comercial y administrativa, a la que siempre Cascioli le esquivaba. Además de una enorme capacidad de trabajo, el Tano prefería explotar la creatividad para detectar talentos y armar equipos, diseñar nuevas publicaciones o aceptar ideas de otras, como SuperHum® –un remedo de El Péndulo – o Humi . La pasó con SuperHum® revista para chicos la propuso Laura Linares, aquella colaboradora de Satiricón, Chaupinela y los primeros años de Hum®, junto a Raúl Fortín. Tenía historietas de Grondona White (“Bespi”) o Tabaré (“Bicherío”) y un sumario que podía incluir una entrevista a María Elena Walsh, artículos de Laura Devetach o cuentos de Oche Califa o Ricardo Mariño. Tenía la impronta escolar de revistas como Billiken o nteojito –en cuanto al calendario de efemérides–, pero se diferenciaba en la comunicación con el pequeño lector –no lo subestimaba– y llevaba el estilo de Hum®. Algunas maestras la adoraron y otras se escandalizaron. Duró menos de un año porque las ventas no acompañaron acom pañaron y las internas intern as en e n la l a editorial edito rial hicieron h icieron quebrar algunas relaciones, como la de Cascioli y Trillo, cuya esposa, Ema Wolf, Wolf , colaboraba en Humi . El Tano le exigió a Linares que no le pidiera más nada a Wolf, pero se negó y se fue. La revista quedó a cargo de Fortín hasta que la discontinuaron en 1983. Los militares ya habían anunciado elecciones democráticas para octubre de ese 1983 que darían por terminado el régimen militar. El primer número de enero e nero de Hum® , el 97, tenía en tapa la tradicional imagen de mujer que porta espada y balanza, lle va venda en los ojos y representa represe nta a la Justicia, montada en una patineta detrás de Cristino Cristin o Nicolaides, entonces jefe del Ejército y miembro de la junta militar que encabezaba Reynaldo Bignone y presidía el país. La caricatura mostraba que la patineta estaba levantada y ambos ocupantes perdían el equilibrio. Adentro Vázquez revelaba las amenazas que habían llevado a exiliarse en Brasil al juez federal Pedro Narvaiz. En el tribunal del magistrado se colaboraba con Italia para dar con las ramificaciones en círculos castrenses criollos de la logia Propaganda Due y por otro lado el nombramiento como
funcionario argentino de Licio Gelli, mandamás de esa organización; se tramitaba un expediente sobre maniobras en torno a la represa de Yacyretá y en la empresa estatal Yacimientos Petrolíferos Fiscales y el secuestro y desaparición de Fernando Branca, entre otras causas. El sumario también incluía un artículo de Gregorich titulado “El ardín de los rebrotes” en el que comparaba las maniobras políticas de Adolf Hitler en 1933 para exagerar las amenazas de los comunistas y las advertencias de los dictadores argentinos de un posible resurgimiento de la subversión a partir de incidentes en Plaza de Mayo durante una multitudinaria manifestación de la Multipartidaria, la CGT y organizaciones de Derechos Humanos, durante la cual fue asesinado Dalmiro Flores. Ya en el número anterior (el 96), Vázquez había dado cuenta del homicidio de Flores en el marco de una crónica detallada de la marcha en la que se había pedido el fin de la dictadura. También advertía de la disolución de la Comisión Nacional de Responsabilidad Patrimonial, un organismo creado en diciembre de 1977 con el supuesto fin de investigar al gobierno de Isabel Perón, pero que terminó incautando los bienes del General Perón y de otros como David Graiver o los propietarios del diario La Opinión. En la nota de la patineta –titulada “La justicia condenada”– Vázquez reproducía un diálogo entre Narvaiz y el auditor del Ejército Héctor López Domínguez en el que el militar le aseguraba al magistrado que Nicolaides “estaba muy irritado” con los recursos de hábeas corpus que él admitía en beneficio de presos políticos, que se analizaba incluirlo en un “Acta Institucional” y que “los oficiales jóvenes, que tienen las manos manchadas de sangre, piden su cabeza”.
La repercusión por la clausura fue enorme. Hasta el diario La Prensa puso el tema en la portada.
El magistrado decidió renunciar y marchar al exilio. Consiguió dos pasajes a Río de Janeiro para el sábado 18 de diciembre. Hizo cuatro copias de las últimas sentencias que había dictado y del texto de la dimisión. Un ordenanza del juzgado la llevaría el martes siguiente a La Razón , La Nación y La Prensa. De Clarín se encargaría en persona: el viernes anterior a volar a la cidade carioca, Narvaiz citó a Gregorich en el bar El Foro de Corrientes y Uruguay. Se conocían del secundario y ahora el periodista era editorialista y jefe de la edición internacional de Clarín, además de colaborador en Hum® . Narvaiz quería contarle qué pasaba y darle el mismo sobre que iría para la competencia. Le suplicó no reve lar el tema hasta el martes cuando llegaría a los otros tres diarios y él ya estaría lejos. Aquel martes, también se enteró Vázquez. Pero de casualidad porque estaba en la confitería de Clarín mientras tomaba un café con un amigo al que había ido a visitar. Allí también escuchó que Joaquín Morales Solá y Ricardo Kirschbaum discutían a los gritos y cuando pararon la oreja supieron por qué. Luego, Gregorich amplió y dio las precisiones. Cuando volvió a la redacción, Vázquez conversó del tema con Sanz y Cascioli. Lo que más les preocupaba era que los diarios les sacarían la delantera. Al día siguiente vieron la noticia de la renuncia y la salida al exterior de Narvaiz, pero no con los detalles que tenía Vázquez. Era posible
que Morales Solá ampliara el tema en el habitual panorama de domingo que escribía en el autoproclamado gran diario argentino. Igual decidieron que Vázquez escribiera y cerrara con eso. Era uno de los últimos en entregar y muchas veces “enterraba” el cierre, 27 que ya de por sí eran largos –podían durar hasta 24 horas– porque al ser una editorial chica no había turnos ni mucho personal. Y entre que se terminaba todo y se llevaba a la imprenta pasaba hasta una semana. Pero el domingo la columna de Clarín no mencionaba nada. Cuando salió la revista, Vázquez puso los condimentos de la renuncia en una impensada exclusiva. Estaba en el número 97 que salió de las rotativas entre el lunes 10 y el martes 11 de enero. Como hacía siempre, Juan Zahlut fue cerca del mediodía hasta Fabril Financiera, en Vieytes y California, en Barracas, donde imprimían entonces. Zahlut había trabajado en Satiricón y estaba en La Urraca, por intermedio de Portal & Alpellani, casi desde los inicios. Se encargaba de la coordinación de todas las publicaciones que editaba la empresa. Ello implicaba registrar los pliegos que se cerraban (cada uno incluye cuatro páginas), llevarlos a la imprenta y buscar el número ya terminado. Era una persona de máxima confianza del Tano. Comían casi todos los días en La Banderita o algún “bolichón” de la zona.
La revista Humi se promocionaba como una versión de Hum ® para los chicos.
Ese día en vez de los 50 ejemplares que se llevaba de la imprenta tomó 150. Cuando llegó a Salta 258 se enteró del llama do del
abogado de la empresa Eduardo Miranda (el ex socio de Terragno) que alertaba que el gobierno militar había ordenado a la Policía Federal secuestrar el número. La correctora Ibargüen recuerda que el temor de un allanamiento hizo sacar del edificio algunas cosas valiosas como los originales de las tapas. El operativo comenzó por la mañana en la imprenta y en las playas de la distribuidora Machi (Vélez Sarsfield 1857), se extendió por el resto del día a algunos kioscos e incluso a las rutas donde hombres de civil pararon los camiones que repartían al interior. “Tano, quedate tranquilo que yo te las distribuyo”, le prometió a Cascioli Ángel “Cholo” Peco, dirigente histórico de la Sociedad de Distribuidores de Diarios, Revistas y Afines. Así fue. El canillita amigo del lector Carlos Zeppa se lo dio adentro del Clarín como hacía cada mañana que asomaba por el andén de la estación Beccar del ferrocarril Mitre. Otros vendedores ocultaron el paquete en comercios vecinos y cuando venían los clientes habituales les cobraban y los mandaban allí a retirarlos. En algunas de las varias notas que Cascioli dio ese día,28 acusaba al general Oscar Bartolomé Gallino de haber llevado a la Casa Rosada pliegos de la revista antes de que se armara el número porque el militar era accionista o tenía vínculos aceitados en la imprenta. Casi treinta años después, a Gallino se le conocerían otras actividades.29 La decisión del gobierno fue un escándalo de proporciones y adquirió una repercusión impensada. El decreto anunciaba el inicio de acciones legales. Miranda consensuó con Vázquez que lo mejor era conseguir el testimonio de Narvaiz. A través del despacho en Tribunales que había abandonado supieron que estaba en Río de Janeiro. Allí volaron. Se alojaron en el hotel Everest, cerca de Ipanema. Llamaron a Sagramor Viana, una abogada carioca amiga del juez que le alquiló un departamento de un ambiente en el barrio carioca de Leme para que se refugiara con su mujer de manera temporaria. Narvaiz llegó en pocas horas. Parados en el lobby del hotel, ratificó los diálogos con López Domínguez que Gregorich le había inferido a su vez a Vázquez, pero como pensaba seguir viaje a Madrid y no regresar a Buenos Aires le dijo a Miranda que no tendría problemas
en declarar por exhorto (a través de un juzgado español que enviaría el escrito por correo). En los tribunales porteños, la causa iniciada por el gobier no recayó en el juzgado federal de Oscar Salvi. Como hacía con todas las denuncias de delitos contra el honor –calumnias e injurias–, el magistrado le ordenó al secretario “patear” la audiencia para cuando terminara el turno. Salvi creía que en este tipo de denuncia el juez es apenas un espectador de lujo y debe mediar hasta que las partes acuerden. Aun cuando una de ellas fuera el gobierno militar.
Gentileza Museo della Satira. Cascioli recibe el premio de la sátira política en Forte dei Marmi.
El día del trámite conciliatorio el despacho del juez lucía impecable como siempre. Ubicado en el quinto piso del Palacio de los Tribunales, era una “habitación” de unos 100 metros cuadrados, piso de madera, techo alto, pintado en sepia, con las ornamentaciones sobrias como el crucifijo de madera y la espada de la justicia. En cada esquinero las sillas curules tradicionales y algún detalle en mármol de Carrara. Cascioli, Sanz, Vázquez, Gregorich y Miranda se sentaron en uno de los sillones de madera ordinaria. Vestían de sport y algunos estaban bronceados porque la noticia los había sorprendido de vacaciones. En otro asiento similar se repartieron abogados de los estudios urídicos más costosos de Buenos Aires. Representaban a los militares en el poder. –Secretario, lea los agravios por favor...
–Sí, doctor. En Buenos Aires, a los 11 días del mes de enero... Salvi tomó un ejemplar de la revista secuestrado, mientras escuchaba atento los términos de la demanda presentada escrita, como todas, en el lenguaje enrevesado de los hombres del derecho. El clima solemne contrastaba con lo que Salvi decodificaba en la caricatura de la tapa. Mientras, el secretario leía el agravio sufrido por Nicolaides. “Esta imagen se considera deshonrrante [sic] y desacreditante, pues el Comandante en Jefe del Ejército no conduce los destinos de la justicia, no invade la esfera propia del Poder Judicial y mucho menos lo realiza a través de un medio (–la patineta–), que es reservado a la persona de poca edad y que se caracteriza por su inseguridad...”. En ese momento, el juez se tapó la nariz y la boca con la mano derecha. Se levantó de golpe. Tiró la revista sobre el escritorio. Carraspeó para disimular, pidió permiso y salió raudo. De sus ojos brotaban algunas lágrimas. Todos quedaron en silencio sin saber qué hacer. Los demandados tenían la vista clavada en la nada y evitaban mirarse entre sí para no tentarse. Salvi volvió a ingresar al despacho y le ordenó al secretario de mala manera y tono cortante que terminara de leer la demanda, que además de cuestionar la tapa, cargaba contra la nota de Vázquez y la de Gregorich. –Muchas gracias, secretario. A ver, la querella unifique personería porque no puede haber tantos abogados en un solo tema y porque los agravios son comunes y luego vemos cómo sigue esto. La audiencia terminó. Desalojen el juzgado por favor. Muchas gracias, buenos días. Todos se quedaron atónitos y en silencio se retiraron. A la media hora, la secretaria privada del magistrado tocó la puerta del despacho. –Doctor Salvi, acá está el señor Cascioli que le quiere hacer un comentario... –Cómo no, que pase... Cascioli entró temeroso. Extendió la mano: –Doctor, la verdad que no nos defraudó. Nos habían dicho que era lector de la revista...
–No, lector no, pero me gusta mucho el humor político. Suelo chusmearla de vez en cuando. Este número acabo de verlo...
La renuncia de Gregorich se publicó en la revista y fue de los pocos alejamientos comunicados al lector.
–Se nota que le gustó. Salvi no entendió la indirecta, y como no hizo otro comentario, Cascioli lo volvió a saludar y se fue. Años más tarde Salvi le contaría a Cascioli que el motivo por el que se había retirado de la audiencia fue porque no podía más de la risa. Narvaiz volvió del exilio en 1984, cuando ya había asumido el gobierno democrático y un día se encontró en Tribunales con Miranda. Le dijo que nunca le habían requerido testimonio. Ni lerdo ni perezoso, el abogado de La Urraca le dijo de declarar en ese momento y así fue. Debe haber sido una de las últimas fojas del expediente, uno de los cinco que Vázquez tenía al finalizar el gobierno
militar que dejó la Casa Rosada el 10 de diciembre de 1983. La censura al número 97 terminó por montar a la revista en la cresta de una ola. Al terminar la feria de enero, el juez Héctor Buján ordenó la libre circulación de la edición prohibida. Se reimprimieron algunos ejemplares. Los números del IVC mostraron que los dos números posteriores posteriores al secuestrad secues tradoo vendieron en promedio promedio alrededor de 310 000 ejemplares. Luego las ventas recuperaron el promedio que oscilaba entre 200 000 y 170 000. Lo que no se consiguió fueron los 180 000 ejemplares secuestrad secue strados os que nunca aparecieron. Además del repudio del arco político, las entidades corporativas delaprensa, los lectores, numerosas personalidades y notas periodísticas en decenas de medios generaron una gran repercusión inédita. También les dieron una confianza a los hacedores del mismo tenor. Así al menos se desprende de lo que por entonces Cascioli declaraba a la revista La Semana, reabierta por la Justicia ese mismo enero. “Creo que en este país todo el que trabaja en un medio de comunicación o en cualquier lugar donde tiene que usar la cabeza para sobrevivir se tiene que sentir perseguido. Acá se persigue a la inteligencia porque estamos gobernados por gente que la desprecia o le teme. Creo que es más acertado decir que le teme. [...] Me parece que en estos momentos en la cúpula está la peor gente que se rodea de los menos capaces para mantener el poder. También creo que muchas de las cosas que se hicieron en la represión de la guerra sucia fueron hechas para deshacerse de la gente que pensaba. Oí a Massera en un programa de Neustadt diciendo que la guerra sucia se justifica porque ellos estaban vivos. Y bueno... también podrían estar vivos otros... Haroldo Conti, por ejemplo”. En esos días no se sabía si detrás del secuestro no venía la clausura no solo de la revista, sino de toda la editorial. Luego vino la resolución de Buján y el gobierno pareció replegarse, tal vez agobiado por problemas más acuciantes. El episodio, lejos de hacerlos retroceder como cuando en los primeros años intercalaban palos a la farándula con alguna caricatura política, llevó a la revista a redoblar la apuesta y además de cuestionar las políticas dictatoriales y ridiculizar a los jefes, comenzó a exigir de una manera más directa una rápida llegada de la democracia, sin
condicionamientos ni prebendas. Cerca del quinto aniversario (105, mayo), un editorial lo planteaba así: “Allá por los primeros días de junio de 1978, los diarios reproducían estas palabras del entonces jefe del Estado Mayor, general Roberto Eduardo Viola: ‘Hoy, la Nación está agredida masivamente por un sector que aprovecha para ello parte de la prensa internacional. Por suerte los argentinos leemos a otra clase de periodistas. Esta es la clase de periodistas que necesita la Nación; que asuman plenamente la doble gran responsabilidad que hoy les compete: proyectar al mundo la imagen de nuestra Argentina real y aportar a la ciudadanía los elementos de juicio necesarios para que pueda participar en plenitud en la gran tarea en la que estamos comprometidos’. Por aquel tiempo salimos a la calle con el primer número de Hum® . Y lo hicimos totalmente convencidos de que no éramos ‘la clase de periodista’ que necesitaba la Nación. Al menos, no la Nación imaginada por el general Viola y el régimen del cual él era uno de sus representantes. Eran épocas en las que se vivía a la sombra de, por lo menos, dos monstruos sagrados: el Mundial de fútbol –se disputaba en esos días con abrumadora difusión– y la política económica de las Fuerzas Armadas, ejecutada ejecu tada por Martínez M artínez de Hoz. Ambos fueron f ueron ridiculizados en nuestra primera tapa, dando la primera puntada –patada también, si quieren– de una crítica independiente destinada a alterar el uniforme coro que, alentado desde arriba, cantaba irresponsables loas a una realidad realidad totalmente falsa. La historia de Hum® es, entonces, la ininterrumpida lucha entre la idea oficial acerca de qué periodistas ‘necesita la Nación’ (el régimen, en definitiva) y la nuestra, sobre qué Nación necesitamos: una en la que ninguna dictadura se permita sojuzgar la prensa en aras de ‘ideales’ que nadie comparte. comparte. En nuestro próximo número ya graficaremos con algún orden cronológico, el desarrollo creciente de aquel espíritu de crítica independiente y sin concesiones. Así y todo, al correr del recuerdo, nos situamos en los momentos en que poner a Videla caricaturizado en la tapa, armar a Joe con una guadaña, desnudar la prepotencia de
Harguindeguy ante el periodismo, eran ‘desbordes’ casi imperdonables de un periodismo ‘innecesario’ que ‘no proyectaba la imagen de la Argentina Argentina real’. Nuestro humor fue cambiando, así como fue cambiando y haciéndose más sombría la realidad que sabíamos escondida y que tratábamos de descubrir, a sabiendas de que ningún país puede edificarse sobre la mentira. Pérez Esquivel en la tapa, reportajes a figuras marcadas por las ‘listas’, intentos de difundir una cultura censurada, son jalones de aquella lucha. Si esa lucha aún persis te, es porque también se mantiene irreductible la actitud oficial –sabemos que en ese lenguaje las palabras valen por el absurdo– que Viola ejemplificaba en 1978: a la ciudadanía jamás se le aportó ‘los elementos de juicio necesarios para que pueda participar en plenitud en la gran tarea...’. Esta contribución, con riesgo de la vida, incluso, la ha hecho cierto periodismo. No el gobierno, que ha intentado impedirla. Las heridas de esa lucha, por lo demás, están frescas: presiones y amenazas son moneda corriente. A partir partir del secuestro de nuestro Nº 97 –rechazado por la Justicia– el gobierno parece haber revalorizado súbitamente el camino legal y querella sistemáticamente a Hum® ; vía que si bien es irreprochable en términos términ os formales, formale s, se parece peligrosamente a un hostigamiento calculado y al sutil recurso de recordar que la crítica no es una actitud saludable ante el Poder. Es difícil trabajar con los bolsillos rebosantes de cédulas judiciales de notificación.
Gentileza archivo personal de Gloria Guerrero. Vázquez, incorporado incorporado en 1981, 1981, en dos años ya era uno de los puntales puntales de la la revist rev ista. a.
En fin; hoy, 23 de mayo, encendemos la radio y escuchamos a Magdalena Ruiz Guiñazú denunciar que ha sido amenazada... Pérez Esquivel, en la misa con que termina su ayuno, es vigilado por personal de civil a bordo de varios Falcon... Sí, esta es ‘la ‘ la Argentina Argentina real’. Para que que estas e stas noticias no sigan s igan siendo una trágica rutina, es que estamos en la calle desde hace cinco años”. En septiembre, el Museo de la sátira política y la caricatura ubicado en Forte dei Marmi (una playa de la provincia italiana de Lucca) le otorgó a Hum® el premio que el año anterior había alzado Le Canard nchaîné, el periódico satírico francés. El reconocimiento fue como la cosecha de todo lo sembrado en los cinco años anteriores. La revista circulaba en Europa y también en algunos otros países donde los exiliados argentinos la recibían por correo con yerba y dulce de leche a través de familiares y amigos que habían quedado en el país. Lo supieron desde siempre por las cartas que recibían y también porque hacia 1980 apareció en Barcelona una imitación: la revista Nuevo Hum® Internacional, que publicaba de manera descarada fotocopias de dibujos ya aparecidos en Buenos Aires. Cascioli viajó a recibir el premio junto a Nora Bonis –ya no ocultaban el incipiente romance– y cincuenta originales propios y de
ocho artistas que trabajaban en distintas publicaciones de La Urraca: CEO, Horatius, Fortín, Grondona White, Sanzol, Tabaré, Izquierdo Brown y Carlos Nine. Ese mes la revista planteó en un editorial que no había recibido ningún sostén económico y político y que sobrevivió solo con el apoyo de los lectores, que encontraron allí la mane ra de canalizar lo que la dictadura les quitaba o de lo que los privaba. El lector tenía un promedio de edad entre los vein te y los treinta y cinco años, era de clase media o estaba vinculado al arte y la cultura. Luego de los militantes y los obreros que habían desaparecido o estaban presos, esos sectores eran los más castigados durante los llamados años de plomo. Los miembros del staff eran invitados a dar charlas en el marco de la campaña electoral –como un acto de la Coordinadora radical en el Teatro Coliseo– y movidas del resurgir cultural y artístico. Además, Cascioli y Vázquez podían darse el lujo de llevar a almorzar a los candidatos a las elecciones generales de octubre, en plena campaña. Primero fue Alfonsín. El líder radical desplegó su proyecto y logró entusiasmar a la mesa. A la semana fue el turno de Oscar Alende, candidato del Partido Intransigente. Ambos eran la opción que Cascioli decía tener para votar en los comicios del domingo 30 de octubre (él mismo lo había confesado en el reportaje de La Semana de enero).
Gentileza archivo personal de Juan Carlos Muñiz. De izquierda a derecha: Cilencio, Sasturain, Colazo, Limura y Lima en una bienal de Córdoba tras el regreso de la democracia.
Mientras masticaba un bife de chorizo y una ensalada de cebolla que contaminaba de “baranda” todo, la piel blanquísima de Alende se tornaba rosada y las orejas enrojecían. Entre la incomodidad por el menú y el aspecto que adquiría Alende, Cascioli y Vázquez comenzaron a desear que terminara el almuerzo y a maldecir la elección. Encima, el invitado anticipó de entrada que si venía mal la mano en el colegio electoral que decidiría el presidente, iba a votar por Luder. Cascioli era declaradamente antiperonista, no solo por una cuestión ideológica sino porque los embates más graves que había sufrido fueron bajo el gobierno de Isabel Perón, donde Luder le seguía en jerarquía al presidir el Senado. –Qué fenómeno Humor, usted sabe que todos los chicos que militan en el PI la leen... –Qué bueno, me alegro, Oscar... –Ahora lo que a mí más me gusta son las tapas... Son espectaculares... –Bueno, gracias... –Dígame, ¿quién se las hace? ¿Caloi? Darío Díaz, lugarteniente de Alende, sintió que le sobrevenía un síncope. Vázquez se limpió la boca con la servilleta mientras trataba de evitar un estallido. –No, bueno, la mayoría las hice yo, y últimamente Izquierdo Brown dibuja y yo le pongo color, pero Caloi nunca trabajó con nosotros. Contestó Cascioli diplomático. No iba a contarle de las sospechas que tenía del padre de Clemente acerca del rol en el último tramo del gobierno de Isabel y la clausura de Chaupinela. “Este viejo no sabe dónde está parado, ¿cómo va a decir eso?”, le comentó el Tano a Vázquez mientras se alejaban del lugar. El otro ya no podía aguantar más la risa. El triunfo de Alfonsín y la inminente asunción (el 10 de diciembre) cambiaron el clima del país, claro, y también de Salta 258. Había discusiones políticas cada vez más frecuentes entre el ala radical (Vázquez o Gregorich), peronista (Bracca o Mona), “gorila” (Cascioli), independiente (Fabre) o de izquierda (Eduardo Mileo). Entre la algarabía y la tranquilidad por los nuevos aires, un día se
encendió una alarma. ¿Qué hacemos ahora? El planteo de Cascioli a Tomás era cómo se adaptarían al nuevo gobierno, con el que simpatizaban e incluso tenían ex colaboradores que serían funcionarios. Por ejemplo, Pacho O’Donnell en la secretaría de Cultura del intendente porteño radical Julio César Saguier. Gregorich hizo público su alejamiento en una carta a los lectores. Tras contar su paso por La Opinión, Clarín y M&C , Gregorich aseguraba: “ Hum® fue distinto. [...] Pude recobrar mi voz con todas sus modulaciones y matices. Nadie me prohibió nada ni me pidió que fuera prudente”. Luego confesaba tener un “impedimento ético” para escribir de política “en un órgano independiente como Hum®”. Gregorich había participado del proyecto de la película La república perdida –escribió el guión–, estrenada con el gobierno de Alfonsín. Luego integró el directorio de Eudeba. Tal como le había prometido al director de La Nación, Firpo se acercó un día para hablar con el Tano y anunciarle que también dejaba de escribir. Iba a la revista a llevar la nota cada quince días, a retirar un pago, pero nunca había hablado mucho con Cascioli, salvo aquella vez que en plena guerra le sugirió moderar el tono de una tapa que vio sobre el tablero. –¿Qué van a hacer ahora, Tano? –¿En qué sentido me decís? –¡La revista, Tano! Van a tener que cambiar algo. Ahora van a salir revistas y tipos a patadas. Se van a empezar a liberar y nadie va a esperar quince días a Humor. Van a leer los diarios con las denuncias. Perdés la exclusividad... –No, no te preocupes, no va a pasar nada. “Podremos hacer cosas muy lindas, siempre encontraremos estímulos, tendremos todas las posibilidades para crear”, se ilusionaba Cascioli en una entrevista.30 Sanz completaba: “El ingenio se aplicará a otras situaciones, a la idiosincrasia de nuestra gen te, trataremos de reflejar la nueva situación. De ninguna manera nos podemos atar a la nueva gestión de gobierno. Que estemos de acuerdo con el sistema democrático no significará ni obsecuencia ni complicidad por nuestra parte. Imposible hacer humor oficialista.
Trataremos de mantener la honestidad en la crítica. El problema puede estar en algunos del gobierno que piensen que este tipo de humor es desestabilizador”. Aunque los avisadores no habían acompañado –muchos por temor a represalias políticas–, la revista en particular había vendido solo en 1983 más de 2 500 000 ejemplares, según el IVC. Con la llegada de la democracia terminaba la dictadura y cinco años en los que Hum® surgió, creció y se consolidó como revista líder, la más comprada en el país. Cascioli entendía que hacían una revista política, cultural, literaria y de humor. Con la salida de los militares no terminarían los problemas. Habría otros. Diferentes.
CAPÍTULO 8 Miserias
Una semana antes del luminoso sábado 10 de diciembre en el que Alfonsín se colocó la banda de la restauración democrática, Carlos Gabetta voló desde París a Buenos Aires para presentar el martes 6 la versión en español de Argentine, le diable dans le soleil (Francia, 1979) con el título Todos somos subversivos y por Editorial Bruguera. El acto sería en el hotel Bauen y en la mesa estarían dos compañeros del exilio parisino para hacer lo propio con sus obras: Soriano hablaría de Artistas, locos y criminales y Solari Yrigoyen, de Los años crueles. La editorial le reservó a Gabetta una habitación en un hotel de la calle Suipacha, pero los primeros días no se movió de ahí. Ni llamó a algún amigo o familiar. “No vaya a ser cosa que no asuma Alfonsín”, pensaba sin paranoia pero con prudencia. Gabetta tenía previsto quedarse hasta fines de enero y lue go volver a París para reintegrarse a la agencia noticiosa FrancePresse, donde había trabajado los últimos cinco años con tareas rutinarias y propias del medio, pero con un sueldo alto. Esa noche, Gabetta y Cascioli se conocieron. El exiliado sa bía quién era el Tano y el rol que había tenido Hum® en la no che castrense que terminaba. Cascioli también tenía referencias del periodista. En esa primera charla, el Tano le comentó que con Soriano trabajaban en una publicación semanal para cubrir temas políticos y de información general. ¿Habría surgido por aquella profecía de Firpo del surgimiento de nuevas publicaciones? Gabetta no estaba muy convencido de dejar Francia todavía. En cambio, le propuso a Cascioli denunciar en la revista la complicidad “canalla” y el silencio de ciertas
publicaciones de la prensa argentina entre el 76 y el 83. Él podría aportar lo que circuló en Europa y desde acá le sumarían material documental. Al Tano le encantó la idea. En febrero Gabetta volvió a París. El enlace en Buenos Aires sería Sergio Joselovsky, un joven de veinte años que había llegado en el 82 a La Urraca desde Editorial Perfil recomendado por Cristina Ricci, pareja de Enrique Vázquez. Cuando recibió el encargo, Joselovsky ya había colaborado en las investigaciones de Vázquez y con Jorjón Sabato, ya muy enfermo, 31 a quien ayudó a escribir la primera nota periodística sobre las ubilaciones de privilegio, por ejemplo. Joselovsky venía de una empresa más grande, donde la mayoría de los periodistas eran fijos y no había tantos “colaboradores”, que llevan la nota ya hecha y se van. En Hum® encontró una organización más artesanal en la parte periodística. Abundaban los colaboradores. Había pocos redactores permanentes que cumplieran horario. Pero entre tantos dibujantes que rodeaban a Cascioli y otros que entraban y salían, en La Urraca se respiraba un clima “más reflexivo, más creativo, más pensante, con mayor espacio para incentivar la inteligencia. Había espíritu crítico, capacidad reflexiva y la posibilidad de denunciar, cuestionar y debatir combinando dos herramientas oxidadas: el humor y el periodismo de investigación”, recuerda. A Joselovsky le fascinaba ser testigo de diálogos desopilantes o chicanas futbolísticas o de política que podían surgir entre Sanz, Fabregat y Dolina. Además le pagaban el triple y en blanco. “Era como una gran familia, pero ojo: una familia italiana donde había gritos, peleas, besos, abrazos y mucho humor. Te cagabas de risa, había un ambiente ovial, era divertido trabajar. Ahí me trataban como a un hijo y Nora era la ‘Tana’ al lado del Tano”. Un día Sergio fue al Departamento Central de Policía para renovar cédula y pasaporte. Tras la orientación en Informes, lo mandaron a una fila donde había tres personas, en lugar de la otra más larga con decenas. Sospechó algo y se fue a verlo al Tano. –Eduardo, ¿cómo te va? Mirá, acá estoy con Sergio Joselovsky que
fue al Departamento de Policía a hacerse la cédula y me dice que lo trataron de una manera extraña. ¿Por qué no lo acompañás, por favor? Miranda pasó a buscar a Joselovsky y al llegar al cuartel de la Federal se enteró que el periodista tenía pedido de captura de un uzgado federal. Por desertar del servicio militar obligatorio. Pero en el DNI figuraba que en el sorteo que se hacía para entrar o no, él había salido favorecido con un número que lo exceptuaba. La presencia de Miranda y una visita a Tribunales dio por terminado el episodio. Pero en la editorial persistió la sospecha de una mano negra detrás para perjudicarlos. Un representante legal del ejército argentino había hecho en persona la denuncia falsa. Acostumbrado a la formalidad de empresa que había en Perfil, Joselovsky encontró en La Urraca la contención y estructura de una empresa familiar. También que trabajar allí implicaba una repercusión enorme, como hacerlo en televisión. No solo por la gente que en reuniones sociales citaba títulos, notas o chistes de memoria. O por los compañeros del secundario que pedían meter un chivo. También por quienes se acercaban con información pesada, germen de una primicia, como la de septiembre de 1983. Una pérdida radioactiva en el Centro Atómico Constituyentes –el tanque de gas de Constituyentes y General Paz– que mató a un operario o los primeros datos del centro de detención clandestino El Vesubio, que Sergio rastreó de manera literal junto a la fotógrafa de la revista, que tenía tan buen oído musical como una voz muy dulce, Hilda Lizarazu. Al empezar la serie de “Miserias de la prensa del Proceso”, Joselovsky se sintió inmunizado por la edad, pero asistió a un “debate medio existencial” sobre el oficio. Además de los declaradamente colaboracionistas, “si vos eras periodista y no habías cambiado de profesión durante la dictadura se te podía cuestionar por omisión. Pero nadie quería emprender una caza de brujas. Había que tener una actitud comprensiva porque no zafaba casi nadie. Tampoco queríamos caer en el revanchismo”. Sin generalizar y solo con los más encumbrados como blanco principal, habría protagonistas estelares como la revista Somos , Para
Ti , Billiken y Gente (todas de Editorial Atlántida), La Razón , La ueva Provincia o figuras como Bernardo Neustadt, Mariano Grondona o Renée Sallas (periodista estrella de Gente), quienes con
Alfonsín en el poder siguieron trabajando como si nada hubiese ocurrido. Desde París, Gabetta daba indicaciones, mandaba entrevistas a periodistas franceses que habían trabajado en Buenos Aires y recopilaba el material que había circulado en el exilio europeo. Él fue quien mandó una copia de la carta a las juntas que despachó Rodolfo Walsh en el primer aniversario del golpe como última acción antes de desaparecer a manos de un grupo de tareas de la ESMA. 32 La revista Hum® fue el primer medio masivo donde se publicó aquel extenso informe de las atrocidades cometidas en el primer año de la Junta Militar, que Walsh también había remitido a varias redacciones. La gran dificultad de Joselovsky era no poder acceder a colecciones completas porque no estaban en las hemerotecas públicas. Ni intentaron visitar Editorial Atlántida. Tampoco tuvo audios radiales ni imágenes de programas de TV como Tiempo Nuevo, conducido por la dupla Neustadt-Grondona. El archivo audiovisual quedaba en manos de la productora ligada a Bernardo Neustadt y no en el canal. Sergio tenía largas jornadas en la Biblioteca del Congreso de la Nación donde presentó una carta que le permitió marcar lo que le interesaba y al día siguiente retirar una copia en linotipo. Allí estaban archivados y encuadernados los diarios grandes, pero ninguna revista. Esas publicaciones las aportaron los compañeros de Hum®, conocidos, colegas, canillitas, o incluso la familia de Rep, que vivía en una casa de Aldo Bonzi, a donde Joselovsky iba y venía con grandes paquetes en colectivo. El primero de los envíos –que serían sucesivos– salió en el número 124 (marzo de 1984) con dieciséis páginas. Abría con una nota de Gabetta que contextualizaba el tema. Luego se desnudaba a Neustadt, Gente, La Semana y Radiolandia 2000 y se publica ban fragmentos de la carta de Walsh. En el sumario se anunciaba: “El lector podrá confirmar con pelos y señales, algo que ya sabe: las grandes editoriales cambian de camiseta con cada gobierno”.
El segundo y tercer envío estuvo dedicado al Mundial de Fútbol e incluía el papel del relator José María Muñoz y las postales que Para Ti regalaba a las lectoras para enviar a Europa y contrarrestar la “campaña antiargentina”, como se llamó a las denuncias por violaciones a los derechos humanos en el país. En el cuarto se destacaban reivindicaciones del genocidio a través de editoriales de La Nación y Clarín; una emotiva despedida de Sallas a Videla; una nota de mayo de 1978 firmada por Jorge Fontevecchia en la que denostaba un informe de Le Monde sobre campos de concentración y elogios de Neustadt en la revista Extra, de la que era director. Luego fue el turno para demostrar la reacción frente a la visita de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, en 1979, en coincidencia con la consagración del seleccionado juvenil de fútbol en Tokio. Muñoz y otros periodistas –como Julio Lagos– arengaron por radio a la gente a pasar frente al lugar donde la CIDH celebraba las audiencias para gritar: “Los argentinos somos derechos y humanos”. La sexta entrega fue dedicada a la guerra de Malvinas; la séptima y octava a Martínez de Hoz y la novena a un artículo que Gabetta había escrito para Le Monde en abril de 1982. Este último envío se cerraba con la carta de una lectora a manera de agradecimiento por el aporte de material documental que habían hecho muchos otros lectores. Luego hubo algunos “breves recordatorios”, que incluyeron material enviado desde el resto del país, como uno con elogios a los militares del reconocido periodista rosarino Evaristo Monti. Para Joselovsky, “Andrés tenía la altura moral para hacer esa serie, esa revisión, que no cambió nada pero empezó a roer un poco más los mitos más impresentables del periodismo. Fue la antesala de la caída de esos mitos. Hubo un replanteo interno en el gremio y se empezó a darle más espacio a un recambio generacional”. Nadie se quejó por lo publicado. El editor Eduardo Varela Cid aprovechó para sacar un libro con material similar titulado Los sofistas y la prensa canalla. Varela Cid había publicado en 1979 una compilación de discursos de Massera titulada “El camino de la democracia”.
El último trabajo con el archivo de lo publicado durante la dictadura que tuvo Joselovsky fue más trascendental que la mera publicación en un medio. Ya había pasado a la redacción de una nueva publicación de La Urraca –el semanario El Periodista– cuando una mañana lo llamaron desde Tribunales. –Hola, Sergio. Soy Luis Moreno Ocampo, ayudante del fiscal Julio César Strassera. Estamos en la recopilación de pruebas para el juicio a las juntas y necesitamos aportar toda la documentación que se pueda conseguir para probar que durante el Proceso se sabía en Europa lo que pasaba acá. Pensamos que tal vez vos, que hiciste aquella famosa serie con Gabetta, podrías ayudarnos... “Era un enfoque que nosotros no habíamos profundizado. El pedido implicaba revisar nuevamente todo el archivo y buscar nuevo material que pudiera estar en el exterior. Incluso ver qué tenían al respecto otros contactos que habían aportado para el trabajo en Humor. Como se buscaban pruebas judiciales necesitábamos los originales, o al menos copias bien legibles. Se trataba de varias semanas de trabajo adicionales, incompatible con el trabajo de todos los días en la redacción de El Periodista”. Todavía a nadie se le había ocurrido inventar Internet, ni correo electrónico ni teléfonos celulares. Y Joselovsky ni siquiera tenía teléfono en la casa. Y necesitaba usar el télex y llamar al exterior. “Y encima era todo para ayer”, recuerda Sergio. –Bueno, desde ya que ayudo, pero dejame hablar con el dueño de la editorial para ver cuánto tiempo tengo para esto –contestó Sergio. “Hacelo, obvio”, respondió Cascioli cuando Joselovsky le comentó el pedido que implicaba abocarse full time al tema y llamar al exterior, aun cuando en la editorial había pocas líneas y comunicarse con el resto del mundo representaba un dineral. Los primeros meses del gobierno radical, Hum® utilizó los estertores de los dictadores para ridiculizarlos. También eran blanco de gastadas los miembros más encumbrados del elenco presidencial. Así fue que para el carnaval del 84 obsequiaron la “Capureta”, una caricatura de la particular cara del canciller Dante Caputo y otra del ministro de Economía, Juan Vital Sourrouille.
Para Caputo, “fue un lanzamiento a la pileta”. Lo reconocían en todos lados. Y cuando llegaba a la casa sus hijos la tenían puesta. Preguntarle hoy si lo enojó la humorada dice que lo coloca en el límite de la ofensa, aunque alguna vez se lo repro chó a Cascioli, con quien se habían conocido por intermedio de Jorjón Sabato. En marzo comenzó a ser más frecuente que las tapas las dibujara Izquierdo Brown y las coloreara Cascioli. En junio esa tarea recayó en Nine. Había empezado en la editorial en El Péndulo luego de que alguien –Trillo o un vendedor de libros que conocía a ambos– le acercara a Cascioli una carpeta de trabajos. Cuando el Tano y Pérez Fernández los vieron quedaron sorprendidos. Además de la revista de ciencia ficción y Humi , ilustró las leyendas del Ángel Gris que escribía Dolina, entre otras notas. Hum® mantuvo en el 84 un promedio de ventas cercano a los 200 000 ejemplares por quincena, pero las cifras no iban hacia arriba sino para abajo. Tal vez eso haya decidido a Cascioli, Portal y Alpellani a encarar la salida de nuevos títulos. –Che, tengo todos estos chistes de sexo. Me parece que deberíamos agarrar este destape que hay y sacar algo relacionado al sexo. ¿Por qué no te armás un “mono”? Colazo aceptó la propuesta y se puso a trabajar. Llamó a Juan Carlos Muñiz. El año anterior lo había presentado en Hum® y tras empezar con textos que gustaron, enseguida fue sumado a trabajar fijo en la revista. También convocó a Héctor García Blanco y a algunos dibujantes y diseñadores. No había estudios de mercado. Solo la intuición de Cascioli. Un día el Tano al pasar, se le acercó al tablero y le dijo: “Che, ¿cómo va eso? Pero muy bien, lo sacamos el mes que viene”. Las ventas de SexHum® fueron un éxito y en poco tiempo la revista comenzó a ser quincenal como Hum® , tanto que ambas vendían lo mismo. SexHum® tuvo una presentación en el Centro Cultural General San Martín. Allí estaba Colazo, Fabregat (que le imprimió el cuidado por el buen uso del lenguaje) y algunos dibujantes como Sanzol, Fortín, Meiji, Rep y Maicas.
Maicas dibujaba la tira “Yironside” sobre una prostituta que trabaja en silla de ruedas. A la hora de las preguntas del público, un lector se paró y lo increpó: –¿Usted hace “Yironside”? –Sí. –Yo pensaba que esa tira la hacía o un discapacitado o un hijo de puta... –Maicas es las dos cosas –reaccionó Rep para provocar una carcajada generalizada, incluido Maicas, con una discapacidad en una pierna que lo obliga a llevar bastón. Como la profecía de Firpo en diciembre del 83, antes de que mediara el año, Cascioli terminó de convencerse de que la competencia sacaría nuevos productos que le quitarían lectores a Hum® . Con Soriano trabajaban aquella idea que le habían contado a Gabetta de un semanario con las mejores plumas posibles, muchas de periodistas e intelectuales que volvían del exilio o lo harían en breve. Al margen, Cascioli convocó a Sasturain para volver a sacar una revista de historietas, como la discontinuada SuperHum®. El primer acercamiento que tuvo Sasturain con Hum® fue en octubre de 1979, por la muerte de Oscar “Oski” Conti. Él lo había entrevistado para la revista Medios & Comunicación, a la que Cascioli pidió –y obtuvo, claro– permiso para reproducir el reportaje. Esa fue la puerta para que Sasturain se incorporara a Hum®, primero en la crítica de libros y enseguida en la jefatura de redacción de SuperHum® , una continuidad de El Péndulo, donde mecharon historietas y cuentos. El vínculo laboral duró hasta la huelga previa a Malvinas que convocó la CGT, a la que Sasturain adhirió. Pese a su pasado como delegado, a Cascioli le disgustaban los temas gremiales33 y cuando Sasturain intentó armar una comisión interna de La Urraca, estalló: –¡Vos me querés cagar la editorial! ¡Me vas a meter el conflicto acá adentro! –le reprochó Cascioli sobre la intención de formalizar una representación sindical de los trabajadores de La Urraca. –¿Sabés qué, Tano? ¿Por qué no te vas a la reputa madre que te
parió? Sasturain se fue dolido por la acusación y porque sentía –al igual que muchos otros, como Linares– que Cascioli metía cuestiones personales en el medio y veía traiciones donde no existían. Dos años después estaban en el mismo lugar. En otros términos y con ideas distintas. El Tano tenía registrado Kaput , pero Sasturain contrapropuso Fierro, que estaba anotado. Entonces quedó Fierro a ierro. Historietas para sobrevivientes.
El mono fue asignado a Pérez Fernández –quien también estaba a cargo del proyecto de El Periodista– y a Juan Lima. El mono de El Periodista sería tabloide y en negro y amarillo que da un tercer color, verde. Ese mismo 84, en el que cerró Humi , ambas revistas salieron a la calle. “Presentamos la primera revista política semanal nacida con la democracia: El Periodista de Buenos Aires”, decía el aviso publicado a toda página –la cinco– en el número 133 de Hum®. Y anunciaba: “Desde el mes próximo, Hum® y sus lectores estarán menos solos. Quienes acompañaron con esta revista la resistencia contra la dictadura y la reimplantación de las instituciones democráticas manifiestan desde hace mucho tiempo, en miles de cartas o personalmente, su inquietud por la carencia de un espacio informativo y de análisis riguroso, verdaderamente libre y progresista”. La venta agregaba: “Así, Hum® fue acogiendo en sus páginas comentarios, denuncias e interpretaciones que la enriquecieron y la convirtieron en una de las revistas más influyentes del país. Se hizo evidente entonces, la necesidad de un medio de información, investigación y análisis que diera cuenta de los fenómenos nuevos que se están operando en la política, la economía y la cultura de una sociedad de transformación”. Luego anticipaba que “un grupo de periodistas, ensayistas y escritores se han reunido para crear, a partir del espíritu crítico de Hum® , un nuevo medio, capaz de defender la profundización de la democracia en busca de la justicia, la vigencia de los derechos humanos, la independencia económica y la modernización
tecnológica. Los intereses que defenderá son los de la mayoría de los argentinos que necesita una información de primera agua, una apertura al debate de los grandes temas nacionales y latinoamericanos. […] Una publicación como esta no admite presiones ni compromisos: depende exclusivamente de sus lectores, de esa amplia franja de la sociedad que, más allá de sus desacuerdos coyunturales, desea una vida mejor para hoy, mientras consolida los valores éticos que permitirán a sus hijos vivir en libertad, sin temores ni ataduras”. Los que escribirían serían, además de Soriano, Gabetta y Joselovsky, Mabel Itzcovich, Rodolfo Rabanal, Tomás Eloy Martínez, María Esther Gilio, David Viñas, José María Pasquini Durán, Osvaldo Bayer, Roberto Cossa, Carlos Somigliana, Roberto Jacoby, Ricardo Piglia, Beatriz Sarlo, León Rozitchner, Antonio Dal Masetto, Alvaro Abós y Eduardo Galeano, entre otros, además de servicios informativos de Le Nouvel Observateur, Le Monde Diplomatique, La República y El País.
A partir del gobierno de Alfonsín, las portadas comenzaron a ser dibujadas por Carlos Nine.
La redacción de El Periodista se improvisó en uno de los pisos de Salta 258 (luego se mudaron a la vuelta, sobre Alsina). La decisión no cayó bien entre los que hacían Hum®, tanto los fijos como los colaboradores. “Era como si llegaran forasteros al pueblo –recuerda Tabaré–. La tranquilidad de la redacción se alteró, no había buena onda entre ellos y nosotros”. A modo de camaradería, se armó un partido de fútbol con asado posterior en una cancha ubicada a un costado de la imprenta. “El partido, si así podría haberse llamado, comenzó friccionado, continuó a las patadas, empezaron los empujones, luego vinieron los insultos, hasta que el árbitro lo suspendió”, relata Tabaré. “Se morfó a más no poder”, pero los de El Periodista en una mesa y los de Hum® en otra. “Más separados que nunca. Mejor así”. El staff lo craneó Soriano, bajo la supervisión de Cascioli. Soriano convenció a Gabetta y a Carlos Alfieri de volver de París y España y
sumarse como jefe de redacción y como uno de los secretarios, respectivamente. También telefoneó a intelectuales, algunos que aún permanecían en el exilio. Gabetta y Alfieri conocieron a un Tano simpático, “aureolado” de todo lo que había hecho en plena dictadura, “un mérito indiscutible”. “Había tenido no solo la visión, sino también la valentía de denunciar a la dictadura de la manera en que lo hizo. Para nosotros era una especie de héroe. Era además un gran laburante, un tipo talentosísimo en su especialidad, gran diseñador y notable caricaturista”, recuerda Gabetta. Pero al tiempo de relación Soriano y los recién llegados comenzaron a tener diferencias de estilo y trato con Cascioli. Gabetta incluso lo recuerda como muy autoritario y aclara: “Si digo esto ahora, que está muerto y no puede defenderse, es porque en su momento se lo expresé a él mismo, ya que tuvimos algunas agarradas...”.
Caputo fue uno de los blancos elegidos para caricaturizar a las figuras del gobierno.
Una noche de julio, cuando faltaban días para el lanzamiento, Soriano, Gabetta, Alfieri, Cascioli y Bonis fueron a cenar.34 De repente Cascioli, “sin que hubiese motivo alguno, empezó a agredir a Soriano, a hacerle reproches, en muy mal tono. Ni recuerdo de qué lo acusaba; todo era muy disparatado, además de insólito. Alfieri y yo estábamos desconcertados. De ese estilo de Cascioli ya teníamos algunos signos, pero aún prevalecía la imagen del héroe”. El propio Soriano parecía consternado. No entendía qué pasaba. Se levantó y se fue. A los diez minutos lo hizo el resto. A la mañana
siguiente, Soriano, Gabetta y Alfieri volvieron a reunirse. Persistía el desconcierto sobre qué había desencadenado el estallido. Gabetta está seguro de que la intención era desplazar al “Gordo” del proyecto, lo que al final ocurrió. El escritor les pidió a Gabetta y a Alfieri que se quedaran. Una nota para anunciar la salida del semanario 35 insinuaba que el motivo de la pelea habría sido la impuntualidad de Soriano, de quien se sabía que gustaba escribir durante toda la noche. El Periodista salió bajo la dirección de Cascioli con la pretensión declarada de cubrir el espacio de Primera Plana, Confirmado, Cuestionario o Crisis . Vendió entre 80 000 y 100 000 ejemplares cada semana, la mitad de lo que se ansiaba. En el número 8 publicaron parte de las listas completas de represores o cómplices de la dictadura que elaboraba la Comisión Nacional de Desaparición de Personas (CONADEP). Allí figuraban varios miembros de la Iglesia, como el obispo Pío Laghi, nuncio apostólico durante la dictadura. La tirada se agotó y la primicia provocó el primer problema con el gobierno que veía en la revelación un incidente desestabilizador porque no quería enfrentarse con la Iglesia. De hecho, ni el propio Alfonsín recibió completo lo que leía en l Periodista y había conseguido un joven periodista, Luis Majul. El juicio a los comandantes, que se desarrolló entre abril y diciembre de 1985, le permitió al semanario mantener un buen nivel de ventas. Las de Hum® se desplomaron con la misma rapidez con la que habían crecido apenas dos años antes. Según IVC, en enero de 1984 vendía un promedio de 190 000 ejemplares, pero a fines de ese año había caído a 102 000, cifra sobre la que se mantuvo en los tres primeros meses del 85, cuando empezó a bajar: de 87 000 ejemplares que se vendían en abril pasó a 79 000, con pozos por debajo de los 50 000. Algunos explicaron el bajón en ventas por el supuesto oficialismo de la revista y la editorial. Aun así, en octubre de 1985, volvieron los problemas con la censura. Como el número inicial de junio de 1978, el 163 de Hum® fue calificado de “exhibición limitada” por la misma
comisión que aún funcionaba en el Centro Cultural San Martín, pese a que habían cambiado los integran tes y dependían de la Secretaría de Cultura que conducía Pacho O’Donnell, amigo de la casa.
Gentileza archivo personal de Santiago Varela. Para 1984, la redacción se mudó a Venezuela 842. De izquierda a derecha Pepita Carbón, Cascioli, Sanz, Nora Bonis y Santiago Varela.
El sumario de ese 163 incluía un dossier sobre la Iglesia y el sexo (de Héctor Ruiz Núñez), a propósito de la reunión celebrada por la Conferencia Episcopal Argentina que se había pronunciado por el divorcio, la exhibición del filme Je vous salue, Marie, de Jean-Luc Godard (estrenado ese año) y la pornografía. La caricatura de tapa – de Nine– mostraba a un obispo con la mujer que representa a la República en la falda, a la que le cose la zona vaginal. En la retiración de tapa del número siguiente, se denunció la medida municipal y también que había sido la “menos grave” ante presiones que exigían la clausura de la publicación. También se advertía de las dificultades para promocionar con avisos en Clarín, La Nación y La Razón, la tapa de la edición 64 de El Periodista que mostraba parte del afiche promocional de la película de Godard donde se ve a la actriz Myriem Roussel, crucificada como Jesucristo y con los pechos desnudos. “Entre hipócritas, fanáticos y más papistas que el Papa se cocina una renaciente historia de censuras y represiones. Y otra vez hay gente que apunta a no dejar pensar, a recortar la libertad de opinión abierta, pacífica y honestamente presentada”, cuestionaba la nota sobre el grupo censor. “Para decirlo con palabras santas: estamos cansados de
enfrentarnos a tanto demonio disfrazado tras los hábitos de la pureza y nos pudre la existencia ver a tanto lobo feroz haciéndose pasar por ovejita. Por eso y por unas cuantas cosas más, seguimos afirmando una conducta: hace años, bajo el imperio de los asesinos, el lema era ‘no te metas’ y, pese a las recomendaciones, nos metimos. Hoy, si la intención es repetir las horas más negras de la Argentina empezando por sembrar otra vez el ‘no te metas’ con todo el amor del alma nosotros –perdónennos– nos vamos a meter... por una cuestión de fe. Por las buenas. Por la vida. Por los chicos. Y por nosotros, usted incluido”. El episodio ponía en el centro del debate el funcionamiento de esa comisión municipal, cómo y quiénes la integraban, el rol de la Iglesia Católica y la censura previa, pero también que muchas revistas – como Hum® o Fierro– entraban en la misma bolsa que otras que sí eran pornográficas. Además, las modificaciones que se hicieron el año siguiente establecieron que las publicaciones debían ser presentadas 24 horas antes de llegar a los kioscos. La medida no duró mucho. Algo parecía comenzar a romperse en las relaciones con la gestión radical. Ya en diciembre del 85, la editorial había publicado un largo aviso en Clarín –donde solía pautar para promocionar la revista– titulado “ Hum® pide perdón”. Fue luego de una tapa de la revista en la que se cuestionaba el fallo de la Cámara Federal que juzgó a los comandantes de la dictadura y una declaración de Alfonsín en la que consideraba que había que “saber dar y recibir el perdón”. El aviso advertía: “Perdón por haber incluido a inocentes sin sombra ni mácula en la tapa de nuestro último número como integrantes de una selección a la que la evidencia demuestra que no pertenecen ni pertenecieron ni pertenecerán. [...] Perdón por denunciar las ‘presiones’ que solicitaron recientemente nuestra clausura, logrando solo una insuficiente ‘exhibición limitada’ por parte de la Municipalidad y una débil siembra de terror en los quiosqueros afectados por la presencia de este pasquín corruptor, que venimos a ser nosotros. [...] Perdón por hacer chistes olvidando el criterio de estupidez que debe primar en una sociedad sumisa y educada”. En esa época, Cascioli no dudaba en afirmar que se consideraba
independiente y que había apoyado a Alfonsín porque le parecía mejor opción que Luder. En 1986 las ventas no repuntaron pero en el primer cuatrimestre se mantuvieron por encima de los 80 000 ejemplares promedio –con un pico superior a los 100 000 en marzo– y a partir de mayo se desinflaron hasta los 60 000.
Uno de los anuncios de promoción del lanzam iento de El Periodista.
En ese segundo semestre, la editorial tenía en los kioscos Hum®, SexHum® , El Periodista, Fierro, El Péndulo (en su tercera etapa), lanzaba libros y otros productos. Por eso decidió mudarse a un mismo edificio que la empresa adquiriría con sistema leasing a David Lipszyc. Para muchos Venezuela 842 traía grandes recuerdos porque allí había funcionado la Escuela Panamericana de Arte por la que
habían pasado Cascioli, Sanz, Grondona White y Pérez Fernández, entre otros. A menos de 50 metros de Piedras 482. Pérez Fernández estuvo poco tiempo y abandonó la editorial para dedicarse a proyectos personales. En 1987 las iniciativas atomizadas para formar una comisión gremial interna comenzaron a formalizarse y resultaron electos Ariel Lima y Jorge Brega, con algo más de un año en la empresa, y Lilia Ferreyra (última pareja de Rodolfo Walsh) y Alejandro Turiansky, que tenían mayor antigüedad. Representarían a todos los trabajadores de La Urraca, unos cien fijos y más de doscientos colaboradores. Recategorizaciones, atraso salarial, episodios de maltrato, la tensión entre las redacciones de Hum® y El Periodista por diferencias salariales listaron los delegados cuando relevaron todo el edificio. Excepto Ferreyra, los otros tres estaban en la sección de arte y armado donde se padecía más lo extenuante de los cierres. Mucha gente –como Eduardo Mileo– dejaba la empresa por los reclamos familiares frente a tanta dedicación laboral. Ricardo Camogli, recién separado, llevaba a su hijo Pablo cuando salía de la escuela primaria. Era uno de los fanáticos de Humi y le maravillaba el clima muy alegre y festivo que había en el trabajo del papá. Risas cuando trabajaban y carcajadas en las reuniones, que se extendían en la comida grupal o a veces cuando improvisaban un picadito con una pelota de papel y cinta adhesiva. Además del gremial, la falta de publicidad en general para las revistas –solo pusieron avisos Coca Cola, Nobleza Piccardo y decenas de pequeños anunciantes, muchos de canje– y el tema papel, Cascioli había terminado la relación comercial con Portal & Alpellani, por “diferencias” en la contabilidad. Hasta entonces, el paquete accionario se había repartido en partes iguales (33% cada uno). En 1987 Gabetta trajo al empresario español José Miguel Juárez Fernández, dueño de la Guía del Ocio de Madrid, interesado en invertir fuera de España, donde se vivía una plena euforia democrática y auge económico post franquista. Compraría la parte de Portal & Alpellani.
La revista denunció varias veces la censura alfonsinista.
Juárez conoció a Cascioli y le produjo una impresión muy buena. “Todo me atraía mucho, el proyecto, la sociedad, el momento histórico. Me sentí muy bien recibido y después de una breve negociación llegamos a un acuerdo en un par de viajes. El precio me pareció aceptable según las perspectivas y no era una inversión muy grande. Lo que sí exigí fue, dado que una gran parte de mi tiempo tendría que seguir estando en Madrid, que mi participación fuera del 51% como medida de seguridad, dejando la gerencia en sus manos. Estos hechos resultaron ambos totalmente determinantes”. Cascioli y Miranda retuvieron el resto de las acciones. La operación se habría hecho por medio millón de dólares. Gabetta pasó a ser el director de El Periodista. Alfonsín batallaba contra las intentonas desestabilizadoras de los militares y las empresarias que generaban inflación. Pero entre el crecimiento de la empresa, la competencia y el aumento del costo de vida, los sueldos se habían depreciado mucho. Juan Zahlut recuerda alguna vez haberle contado al encargado de la imprenta cuánto ganaba uno de los cadetes de La Urraca. “Eso gano yo acá que tengo veinte años de antigüedad”. Ahora eran otras las épocas. Y eso era motivo de permanente conflicto con Cascioli y Miranda. Las reuniones eran frecuentes y se realizaban en el último piso donde estaba el búnker de Cascioli y el escritorio de Bonis: el tablero del Tano, unos escritorios, las colecciones de productos de La Urraca y una parrilla.
–Lo que pasa es que acá se dicen socialistas de Suecia y pagan sueldos de Namibia –chicaneó uno de los delegados. Cascioli no había dejado de dibujar mientras escuchaba el filoso ir y venir de la discusión gremial, pero en ese instante fue como si hubiese recibido una descarga eléctrica. Se levantó y encaró directo a Brega: –Pero si a vos para que labures hay que meterte un palo en el culo. –¡No creo, porque al que lo intente lo cago a trompadas! –contestó Brega antes de que Lima se interpusiera para evitar que se fueran a las manos. La charla paritaria estaba peliaguda. Luego hubo algunas medidas de fuerza y también acciones psicológicas como hacer correr el rumor de que se boicotearía la fiesta del décimo aniversario de la revista que además de un número especial de 150 páginas, tendría una exposición en el Centro Cultural Recoleta (tapas y originales) y una serie de recitales en el Teatro Alvear. –No sean boludos porque va a haber quilombo –advirtió Miranda. –¿Sí? ¿Te imaginás la foto de la cana reprimiendo a unos payasitos y a los laburantes de La Urraca? –le contestó Lima. No es casual que en el reportaje que Mona le hizo a Cascioli y a Sanz para aquel número aniversario (el 221), el Tano hiciera catarsis. Además de la falta de apoyo radical, no solo en publicidad oficial, sino también en las dificultades que tenía para acceder al papel y a un crédito que le permitiera comprar una imprenta, iba más allá y admitía: “Estoy casi arrepentido de haber hecho una empresa medianamente grande. Tengo problemas empresariales, me estoy dedicando a ser más empresario que dibujante o a dirigir la revista. Mis problemas ya son otros”.
Tapa del número del décimo aniversario, el 221.
Pero también había muchas flores. En la gira por La Plata, Mendoza, Rosario y otras ciudades a propósito de los diez años de la revista, la gente se acercaba a la muestra y charlas como si fueran artistas legendarios, los hacedores de la revista de la resistencia. No todos pensaban igual. “Aquel bando en el que estábamos Blotta y yo, que se considera el bando de derechas, nunca más pudo volver a publicar, ni siquiera pudo vivir en el país –se quejaba el ex Satiricón Mario Mactas–. En cambio, Cascioli y los otros, que se habían puesto una chapa de revolucionarios y de progresistas vivieron, convivieron y cohabitaron perfectamente con el Proceso, lo cual me resulta llamativo y hasta difícil de explicar. Podés leer Humor y en realidad salís entristecido, es una revista grasa y psicobolche llena de resentimiento y de boludez que no hace reír, es amarga, es triste, es gente que le va mal, no sé qué le pasa, tiene calzoncillos anticuados, es horroroso, es muy mala revista”.36
A excepción de una nota en Página/12, el décimo cumpleaños de la revista pasó inadvertido en los medios tradicionales. No hacía falta pensar demasiado para encontrar la explicación: la crítica que desde siempre habían hecho a otras publicaciones y que tuvieron el hito en la serie “Miserias...”. En esa edición aniversario, Ruiz Núñez hacía un balance de la sección “Por una Argentina ética” que lo había consagrado como una pluma relevante dentro del staff, en la que se totalizaron unas 68 denuncias de ilícitos. Y también dejaba en evidencia otras tantas promesas incumplidas por el gobierno. Fueron célebres las notas que hizo sobre la muerte de la niña Jimena Hernández, que contradecían la hipótesis oficial. Había empezado en la revista en 1984 luego de mandar una colaboración espontánea desde Brasil, donde estaba radicado entonces.
El Periodista surgió en septiembre de 1984 con lo mejor del gremio escrito y gráfico de
entonces.
En ese número también quedaba subrayado el papel que Sanz tenía
en la revista. Era el jefe de redacción, pero también el verdadero director de la orquesta, que llamaba a los dibujantes para encargarles tiras, o editaba sin tocar una coma pero con observaciones argumentadas a los redactores, y además escribía “Pelota”. Las ventas de Hum® venían en picada: en 1987 arrancaron apenas por encima de las 77 000, pero terminaron por debajo de las 50 000. Al año siguiente tuvieron algunos meses de 60 000, pero para diciembre de 1988 orillaban las 40 000. La fiesta por los diez años tenía un sabor amargo. En agosto de 1988 había renunciado Gabetta a la dirección de El Periodista. No fue el único. –Tano, me voy –le dijo un día de esos, Colazo. –Uuuhh, yo sabía que te ibas a ir algún día... Está bien, ¿a dónde te vas? –A Atlántida... –Uuuuuhhhh, no, lamento que te vayas a Atlántida. Esta vez no lo consideró una traición, pero sí una noticia negativa. Aun así Colazo se llevó un original autografiado que muestra a Susana Giménez y a Ricardo Darín y que más de veinticinco años después mantiene colgado en la casa. Para fin de año y luego de más de una década de carecer de uno, La Urraca decidió contratar un encargado de personal. A través de una consultora, Cascioli pidió entrevistar a Rodolfo Proto, un psicólogo que desde 1981 trabajaba en selección de personal y también en recursos humanos. En el currículum leyó que venía de La Razón, que el año anterior había ingresado en un grave conflicto que incluyó trescientos despidos, incluida la línea directiva. En breve Proto coprotagonizaría una crisis similar. No con Hum® sino con El Periodista, desde agosto de 1988 bajo la dirección de Cascioli. Gabetta había decidido casarse con la actriz Charo López –Juárez ofició de celestino–, de gira por la Argentina. Luego de la boda, se fueron para España. Gabetta creía que Cascioli ni era periodista ni empresario periodístico. Todavía tenía fresco el recuerdo del número agotado del alzamiento militar de Semana Santa de 1987. “Si hacíamos 200 000
los vendíamos todos, pero Cascioli no se animaba a esas cosas como sí hubiese hecho Fontevecchia”, bufaba. “¿Qué querés? Es la única empresa del mundo dirigida por un diagramador”, ironizaba Jacobo Timerman, el ex director de Primera Plana y La Opinión, entonces a cargo de La Razón, amigo de Gabetta, a quien le escribió alguna columna en El Periodista. Cascioli también había asumido el control de la Fierro. Aprovechó que Sasturain se había ido a la Semana Negra de Gijón y lo acusó de abandono de trabajo. El periodista asegura aún hoy que tenía autorización verbal. Él mismo hizo público el despido a través de una carta de lectores que le publicó Página/12. “Él quería hacer otra revista –razona–. Teníamos discusiones ideológicas y no podía controlarla”.
CAPÍTULO 9 El estatuto y el periodista
“Ediciones de la Urraca S.A. ha tomado la decisión de suspender la publicación del semanario El Periodista durante el mes de mayo y ha suspendido asimismo al personal que presta servicios en esta revista por el mismo lapso. La determinación debió ser adoptada ante el cúmulo de circunstancias económicas adversas que afectan el desenvolvimiento normal de un semanario de actualidad como el nuestro: alza desmesurada de los costos de producción, faltas de insumos básicos, exigencia de pagos adelantados en dólares por parte de nuestros proveedores y exagerada mora en los pagos de la publicidad ya publicada, en especial la que corresponde a la publicidad de las empresas del Estado. Por respeto a nuestros lectores y al país nos hemos negado a trasladar esos costos al precio de tapa de la revista. La situación se hizo a tal punto insostenible que El Periodista se ve obligado a suspender su salida durante el mes en que el país debía elegir la sucesión de un presidente constitucional por primera vez en sesenta años. Ello es lamentable no solo como reflejo de la crisis que afecta a todos los sectores productivos de la Nación y en particular a los medios de expresión independientes, sino también como síntoma de los peligros que deben enfrentar fuentes de trabajo que hasta hace muy poco tiempo no temían por su continuidad. Ediciones de La Urraca S.A. abriga la esperanza de seguir publicando l Periodista en junio próximo y restituir a los califica dos profesionales que trabajan en ella la tranquilidad que ahora, muy a
nuestro pesar, se ve amenazada”. El comunicado de prensa, fechado lunes 1° de mayo de 1989, anunció así una decisión sorpresiva. Los trabajadores se enteraron cuando al llegar encontraron el sector de Venezuela 842 con custodia. Los vigiladores solo permitían ingresar para buscar pertenencias que hubiesen quedado adentro. Y los uniformados los acompañarían. No era la mejor forma de demostrar continuidad. Una asamblea decidió enseguida ocupar el segundo y tercer piso donde se hacía el semanario. El Ministerio de Trabajo no tardó en dictar la conciliación obligatoria para negociar una solución. Lejos de un diálogo amistoso empezaron los pases de factura. Que fue un elefante blanco. Que nunca terminó de consolidarse. Que resultó carísima y nunca devolvió toda la inversión porque las ventas eran bajas (15 000 ejemplares cuando cerró). Que los anunciantes nunca acompañaron y menos a revistas progres. Una epopeya enorme que no cumplió las expectativas. Una revista con cierres de diario, pero con estructura de semanario. Un staff de periodistas y sueldos impresionantes, que provocaban recelo en el resto de la editorial. “Estos nos van a dejar sin laburo a todos”, murmuraban algunos mientras los relojeaban con desconfianza. El jefe de personal Proto y el abogado externo Julián de Diego – colaborador esporádico del diario Ámbito Financiero– comenzaron a ofrecer indemnizaciones por el 70% del total. A todos les decían: “O cierra El Periodista o cierra toda la empresa”. Cascioli diría años más tarde: “Con El Periodista perdí toda posibilidad de ser un hombre próspero. Nunca tuvo apoyo financiero del radicalismo. Cuando lo cerré, recibí críticas muy duras de gente que recuperé de la oscuridad como Horacio Verbitsky. Me llamó porque estaba cansado de trabajar para Frondizi y Frigerio en la revista Qué. Yo le di mucha posibilidad y estuvo como cinco años conmigo. La cerré porque había una inflación del 400% y porque por amiguismo la redacción está sobredimensionada. Puede que haya habido intereses para que regale ese espacio que fue cubierto por otro. Página/12 salió después con mucha influencia de El Periodista. Sin ese antecedente, creo que Página no saldría como hoy sale”.37
Pero Cascioli se confundía. Ese diario fundado por Jorge Lanata y, en efecto, unos pocos ex empleados de La Urraca , como Soriano y Verbitsky, había llegado a los kioscos el 26 de mayo de 1987, dos años antes de que cerrara El Periodista. Desde una columna de Página/12, Verbitsky había interpretado que el cierre de El Periodista era consecuencia del último ajuste económico implementado por el gobierno radical y dentro de la situación que enfrentaban las pequeñas y medianas empresas. Solo cuestionaba a La Urraca por la forma en que se había comunicado el cierre, la presencia de seguridad privada para custodiar a los trabajadores y “maltratarlos como si fueran delincuentes”.38 El “Perro” Verbitsky conocía a Cascioli porque, en efecto, había escrito en algunas de las publicaciones de La Urraca e incluso llegó a cumplir tareas de delegado. También publicó bajo ese sello el primer libro que recogía la experiencia durante la dictadura de Walsh y otros periodistas en la Agencia de Noticias Clandestina (ANCLA). En El Periodista fue un redactor destacado. Un año más tarde del cierre de El Periodista, Cascioli era más directo y daba nombre y apellido: “Yo creo que la gente de El Periodista se despidió sola. Ese proyecto estaba en manos de Carlos Gabetta y él gastó plata que no podía gastar. Yo no tenía apoyo publicitario y según él iba a tener diez páginas de avisos que no tuvo nunca. Lo único que pude hacer fue tomar la manija y achicar los gastos. Si no parábamos la revista ahora no estaríamos trabajando como editorial: estábamos perdiendo 60 000 dólares por mes que yo no los tenía. Durante cinco años a El Periodista lo mantuvo la otra parte de la editorial, ya que solamente en el último año perdió 200 000 dólares. Esto se le planteó muchas veces al personal y ellos en lugar de hacer una revista hacían reuniones sindicales que atentaban contra la existencia de la publicación. Los problemas más grandes que existen en las publicaciones progresistas es el personal progresista, porque termina atentando contra las publicaciones en lugar de ayudar para que estén en el mercado. Los diarios que más problemas tienen ahora son Página/12 y Sur que todos los días tienen asambleas”.39 El Periodista no volvió a la calle y a Proto le llevó un año cerrar las
negociaciones. Además del personal estable, muchos de las decenas de colaboradores externos podían considerarse en igualdad de condiciones que los fijos porque lo establece la ley del estatuto del periodista. Algunos prefirieron ir a un largo juicio, como Rogelio García Lupo, un periodista que ya entonces tenía treinta años de oficio. El clima interno quedó enrarecido. Y las finanzas de La Urraca malheridas. El Tano comenzó a recorrer la redacción, a veces para meter bocadillos, otras para controlar los horarios de ingreso del personal. Lo sufrió Juan Martini. Había ingresado en 1986 para criticar libros y pronto fue incorporado como prosecretario de redacción junto a Juan Carlos Muñiz. También había escrito para otras publicaciones de La Urraca, mientras vivía un romance con una dibujante y humorista que recién empezaba en el oficio: Maitena Burundarena. –Andrés armó un escándalo preguntando por vos –le anunció Tomás ni bien Martini llegó a la oficina, cerca del mediodía. Subió al búnker y Cascioli estaba como siempre: parado y con la cabeza sobre el tablero, en posición de dibujo. –Tano, mejor me voy. –Sí, mejor andate. –Chau. Era fines del 89 y muchos de los que trabajaban allí –como Martini– ya no sentían la identificación con una causa. Era solo un trabajo periodístico. Ya no se enorgullecían de formar parte de un dream team como el año anterior cuando recorrían ciudades por el décimo aniversario de la revista.
El comunicado lacónico de Ediciones de La Urraca sobre El Periodista.
Ahora la situación era diferente. No solo en clima. Las ventas de Hum® no levantaban. Entre abril y octubre del 89 vendió entre 38 000 y 32 000 ejemplares y recién en el último bimestre entre 45 000 y 57 000. Apenas cuatro años antes, en marzo de 1985, la circulación tenía cifras de seis dígitos. La crisis no solo había llegado a La Urraca. Era más extendida. Un editorial aparecido en el sumario del número 244, contemporáneo al cierre de El Periodista, titulado “La violencia de los números”, ustificaba el aumento en el precio de tapa y aseguraba que la hiperinflación arrasaba con la economía de la empresa. No era la única con dificultades. Ya no salían El Ciudadano y cuatro publicaciones de Editorial Abril. En aquel editorial de las cifras se precisaba que el 50% del precio de tapa se lo llevaba la distribución y los canillitas, un dato que provocó molestia e irritación en esos sectores clave para la buena salud de una publicación gráfica. Durante gran parte del gobierno de Alfonsín, en el que la revista Hum® había competido en los kioscos con más publicaciones que en la época de la dictadura, las tapas estuvieron dibujadas por Nine. Pero él solo interpretaba las indicaciones que le daba Sanz por teléfono. Lo mismo hacía con Dolina cuando ilustraba las leyendas del Ángel Gris (aparecidas hasta 1988). El “Negro” lo llamaba para contarle de qué iba el texto y él mandaba el dibujo. “Como los dos sintonizamos la misma vena de la melancolía, el peronista de barrio, de cierto desencanto, me contaba una idea vaga.
Los dos entregábamos por nuestra cuenta y cuando aparecían las dos cosas juntas encajaban perfectamente”, describe. La creatividad del sumario en los 80 surgió de la cocina que hacía un equipo formado por Sanz, Fortín, Maicas, Gloria, Camogli, Sanzol, Héctor García Blanco (que se había hecho cargo de SexHum® por la renuncia de Colazo) y Miguel Gruskoin, con antecedentes en la publicidad y también en la etapa democrática de Satiricón (reaparecida en 1983). Se juntaban el día que la revista llegaba a los kioscos y empezaban con medialunas a diseccionar el número y pensar el próximo, ya con pizza, empanadas y gaseosas. Los escenarios podían ser los escritorios, bares de la zona o el microcine que había en la planta baja de Venezuela. Con una grilla que mostraba cada página, se definía contenido y hacedor. Luego se llamaba para encargar las tiras. También había espacios ya definidos para un dibujante fijo que tenía la libertad para entregar lo que quisiera y material atemporal (la llamada “parrilla”) que aportaban colaboradores frecuentes o esporádicos. Tal como ocurría al principio, la cuestión era dejarse caer por la revista y preguntar por Fabre o Sanz. Si había talento, mediano estilo e información, se publicaba. De todas formas la tapa era lo último que se definía y alguna vez provocó temor de que quedara muy desactualizada como cuando pusieron a Alicia Moreau de Justo porque cumplía cien años. El chiste era que en cuatro se le vencía la garantía como a los Magiclick;40 el miedo, que la histórica dirigente tuviera algún percance de salud. Para Nine, las tapas tenían un mecanismo muy simple y monótono que de alguna manera marcó el comienzo de la decadencia de la revista. “Se estrenaba Tiburón entonces el chiste era poner a un político opositor a Alfonsín o un milico y esa era la idea o ¿Y dónde está el piloto? Entonces ponías el avión con la cara de Alfonsín, era un mecanismo muy elemental, muy poco ingenioso y rutinario. La tapa era una cuestión conceptual. No había una gran discusión porque no eran tipos intelectualmente preparados”.
El triunfo de Carlos Menem despertaba la ilusión de poder recuperar la senda de la sátira más descarnada, como en las épocas de la dictadura. Un mes antes de que asumiera, a propósito del aniversario de la revista, publicaron toda una página tipo aviso o editorial titulada “Humor vuelve a enamorar” decía: “Pronto, Carlos Menem será el presidente de los argentinos. Nuestro olfato infalible nos hace intuir que Menem y los hombres de su gobierno serán ‘tapa’ más de una vez. (Bah, ya lo han sido, no seamos falsos). Pero, claro, lo fueron los comandantes, lo fue Alfonsín... ¿cómo lo vamos a desairar a este yiojano de ley? Y ya que hablamos de ley... Está todo bien ¿no, don Carlos? No nos va a venir de buenas a primeras con que confundimos la libertad con el libertinaje, o con que el humor es desestabilizador... No, ¿no? Si hubiera que elegir una sola libertad entre todas las que recuperamos y pedimos, nosotros nos quedamos para siempre con la libertad de expresión. Muchas gracias”. En el primer semestre de ese año había aparecido El Amarillo, “el suplemento de Humor que patea el hígado”. Venía como insert porque Cascioli no quiso incorporarlo a los pliegos de la revista. Buscaba parodiar las noticias rimbombantes de los diarios, en general, y Clarín, en particular. “La dueña del mejor bus to del planeta resultó ser lisa como una tabla”, “Fue al Parque Sarmiento y le mearon al nene”, “Contrajo el SIDA por no usar canilleras”, fueron algunos de los títulos de las producciones que podían involucrar a gran parte de la editorial, entre ellos al cadete Fernando Sánchez, habitual “niño meado”. Sánchez había entrado por recomendación de un profesor de la escuela de periodismo en la que cursaba. Pronto en La Urraca comenzaría a escribir para SexHum®. En El Amarillo, Camogli tenía una participación destacada. Era – como Sanz y Fabre – un minucioso observador de prensa gráfica, vicio que mantenía del oficio de corrector practicado en La Razón y Ámbito Financiero. También había impulsado la sección “El diario en la Escuela”, desprendimiento de “Nada se pierde” que pretendía incorporar la lectura de periódicos en las aulas. Además del conocimiento del lenguaje que compartía con Fabre, Camogli parecía
tener un gran olfato para detectar errores o situaciones inverosímiles que luego disparaban una producción que actuaban ellos mismos o su hijo, caracterizado en alguna como el niño triste que no podía ir a Disney para El Amarillo. No todas eran pálidas para Cascioli. En octubre de 1989, Bernard Reilly viajó a Buenos Aires desde Washington para buscar trabajos originales de caricaturistas latinoamericanos para aportar a la Biblioteca del Congreso de los Estados Unidos donde trabajaba desde 1970 y entonces dirigía la División de Curadu ría, Impresiones y Fotografías. En la galería de Ruth Benzacar se interesó por ocho dibujos de Ricardo Carpani y por trabajos de Cascioli. “Muy bueno, poderosas caricaturas, fuertes caracterizaciones”, anotó para justificar la compra de tres originales que para él “reflejan el desdén popular dominante y la oposición que finalmente llevó a la caída a estos líderes”. Reilly comentó que quiso adquirirlos porque “pueden ser preciados aportes para la pequeña pero importante colección de caricaturas de América Latina”. También sostuvo que aumentarían la documentación visual sobre la historia política argentina reciente. “Dado la calidad de los trabajos, la estatura (el valor) de Cascioli en el arte argentino contemporáneo y la escasez general de acceso a dibujos originales del trabajo político en Sud América, los precios de los dibujos son bajos”, agregó.41 Según información oficial, en enero siguiente, la Biblioteca mandó el dinero: por un inédito de Videla 2000 dólares y otros 1200 por dos caricaturas de Augusto Pinochet y el general Manrique que se habían publicado en El Periodista en 1985 y 1986. El festejo por ese hito para la carrera de Cascioli duró poco. El último número de diciembre del 89 (el 259), a propósito del plan Bonex implementado por el menemismo que confiscó depósitos bancarios, traía una tapa doble. En una, el presidente Menem aparecía caricaturizado –por Nine– en “cuatro”, con los pantalones bajos y la boca de un surtidor apuntándole al trasero, descubierto. Un ciudadano presentó una demanda por desacato. Un editorial de la revista dio cuenta de la querella –la segunda desde el retorno de la democracia– y la consideró un ataque a la libertad de expresión.
“Nuestra forma de expresión es la sátira humorística, un género legítimo, muchas veces valiente, respetado en los lugares más democráticos del mundo. Ese estilo no nos da derechos especiales, pero tiene modos, a veces punzantes, que buena parte de la sociedad hizo suyos como un aporte para hostigar a la última dictadura. Y que nunca usaremos para debilitar a la democracia ni a sus representantes. Sucede también, sospechamos, que hay sectores a los que no agradamos por eso mismo. Sectores que siempre, aun en períodos democráticos, han buscado silenciarnos. Y a veces lo han logrado, con cualquier excusa”. En febrero siguiente, Cascioli volvió a lo que más le gustaba: las tapas, aunque la tarea la compartía con Nine y Fortín. Los juicios comenzaron a ser proporcionales al aumento de la acidez con la que se criticaban las primeras decisiones del menemismo. En mayo de 1990, Sanz pasó a figurar como director de la revista por la cantidad de demandas que aparecían contra la editorial. Las ventas en el primer trimestre de 1990 parecían repuntar, se ubicaban en alrededor de 60 000, pero tras algunos bajones y oscilaciones, comenzaron a desinflarse. “Bajaron las ventas un poco por la crisis económica y otro poco porque es muy difícil decir cosas más graciosas que las que hace el gobierno”, interpretaba Fabregat. Menem –a quien por primera vez dibujaron con un gato en la cabeza– y el elenco presidencial eran abonados permanentes a la tapa. Había cierta idea fija. La exigua circulación no se compensaba con campañas publicitarias ni avisos. Los anunciantes siempre le huyeron a revistas como Hum® , como siempre despotricaba Cascioli. Hasta Paredero lo había padecido con las distribuidoras de películas que o no lo invitaban o le negaban el acceso a las funciones privadas para críticos porque temían un comentario adverso del filme como podía surgir de la mirada implacable del periodista de la revista. La mayoría de los pocos anunciantes que había eran canje, como el de una peluquería Adán, donde alguna vez y en épocas del alfonsinismo Cascioli había compartido charla con un ex gobernador riojano de patillas largas: Carlos Menem. El dueño del comercio era
Enrique Kaplan, quien cuando Menem llegó a la Casa Rosada fue ascendido a valet y coiffeur presidencial, primero, y luego a funcionario de la Secretaría de Medio Ambiente bajo el reinado de María Julia Alsogaray. En 1990 la revista todavía recibía ilustradores debutantes, como lo comprobó Darío Adanti cuando se acercó al que consideraba junto con El Porteño, Cerdos & Peces o Crisis, uno de los 99 nombres del “Dios Kiosco”. “Que me publicaran en cualquiera de ellas era, para mí, como ser bendecido por Juan el Bautista. Bendecido con tinta, supongo”. Por intermedio de un amigo que asistía a un taller de Sergio Langer –dibujante desde los primeros tiempos de Hum®– supo que la persona a ver era Fabre y así llegó a la redacción, y comenzó a llevar chistes todas las semanas y luego a SexHum® . En ese primer año de Menem en el poder surgió la sección “Menem textual”, a cargo del periodista Sergio Núñez. “Con el paso del tiempo se hizo cada vez más evidente que durante la campaña electoral había mentido (diciendo lo contrario a lo que después hizo o diciendo cosas diametralmente distintas según el ámbito donde hablaba) o evitado deliberadamente pronunciarse con claridad respecto de varios temas, como cuando hablaba de ‘pacificación’ o de ‘revolución productiva’, sin explayarse sobre eso. De hecho, él mismo lo reconoció luego de que publicamos el libro (‘Si decía lo que iba a hacer, no me votaban’)”, cuenta Núñez. La repercusión fue grande y muchos lectores comenzaron a colaborar con material que enriquecía lo que recopilaba Núñez.
La provocadora tapa con Alicia Moreau de Justo. El chiste era que en cuatro años se le vencía la garantía como a los Magiclick.
Luego se convirtió en un libro que agotó dos ediciones de tres mil ejemplares cada una. Menem también protagonizaba otra sección fija, los “Chupamenem”, donde los obsecuentes oficialistas competían en un ranking que reunía periodistas, políticos, actores y otros famosos. La circulación de Hum® no recuperó más los valores de antaño. Ni aun cuando en septiembre de 1992 comenzó a salir semanal. Creyeron que si la revista vendía 40 000 por quincena, podría sumar más cada siete días. Se equivocaron. Los datos del IVC llegan hasta agosto de 1994, cuando la revista era semanal y no alcanzaban a los 20 000 ejemplares, menos de lo que vendía cuando salió dieciséis años antes. Recién en enero de 1995 volvería a la frecuencia histórica de dos semanas. La decisión de ser semanal provocó numerosas quejas de los lectores que, además de lo que significaba para la economía doméstica, demandaban material que ya no había. También Sanz advertía una pérdida de calidad y sentía que hacían “chorizos”. Veía que al haber menos personal, comenzaba a primar la precariedad de los inicios; que aparecían conflictos; se pagaba peor y la gente perdía el entusiasmo. Julio Parissi tiene otra explicación al bajón de ventas. Recuerda que un día Sanz le anunció que harían más historias costumbristas, que
políticas. “Y yo le digo, ‘Tomás, siempre hicimos costumbrismo’. Cuando hago un chiste tiene un determinado nivel que aparece en la revista. El lector le agrega la fantasía y eso pasa a ser otra cosa. Nosotros hacíamos cosas costumbristas y el lector le ponía una cosa política. No éramos una revista política. Era una revista costumbrista que hacía chistes políticos. Las pautas de humor van cambiando con el tiempo. Si vos no estás atento sonaste”. Nine apunta que si bien esa realidad presentaba aspectos satíricos risibles, en la revista “se obvió la tragedia del crimen social que cometía Menem y los chistes legalizaban la frivolidad”. Sanz reconoce que no tenían fórmulas. No sabían qué hacer. Creían que no era lo mismo que desafiar a los militares. “Menem no era garantía de que íbamos a cohesionar a la gente porque lo cargaba todo el mundo, él mismo se abroqueló en eso y las balas le rebotaban. Era como cargar a una caricatura”. Hasta los lectores se quejaban. Como la carta de Mónica Krekzca publicada en la sección correo. “Tengo veinticinco años y, desde hace uno, vivo en una playa perdida de Brasil [...]. Mis viejos y los de mi marido se encargan de mandarnos yerba, alfajores Havanna, dulce de leche, el Clarín y la Humor. ¡Qué desilusión! Leo y releo la misma revista varias veces y siempre lo mismo: ¡políticas y críticas! “Qué nueva boludez hizo Cavallo”. “¿Cómo se peinó Menem?”. ¡¿Qué pasó?! ¿Qué fue de aquellas notas que me dejaban pensando, que tocaban los sentimientos, escritos por personas como yo, igual que yo? ¿Y el humor? ¿Y la risa? ¿Será que a los argentinos lo único que nos pasa es lo que les pasa a los políticos? [...] ¿No tenemos cosa de qué hablar? ¿Por qué no les dejan la política a otros medios y siguen haciendo reír como antes? Aflojen un poco, con una cuota de humor las cosas andarían un poquito mejor, ¿no?”.
El editorial “La violencia de los números” daba cuenta de las dificultades crecientes de la editorial y el m ercado en general.
Por aquellos días, un concurso consagró a la porteña Silvia Susana Díaz como la lectora de oro, entre 528 cartas enviadas a la convocatoria de responder bien cuatro preguntas basadas en el número 97, el secuestrado. La ganadora se llevó 500 dólares y los 221 números de los primeros diez años. En el kiosco, la revista podía tener en tapa una caricatura de Claudio Caniggia y Mariana Nannis y la pareja al mismo tiempo aparecía en la portada de Caras. “Cuando la realidad es más grotesca, no podés satirizar más. El menemismo era un grotesco. Cargar al menemismo era redundante”, agrega Meiji. Además la revista tenía muchas secciones fijas y quedaba apenas un 20% para la creatividad. Pensaban que alterar demasiado el contenido atentaba contra la línea y la identidad de la revista y si lo dejaban muy rígido corrían el riesgo de aburrir y ser reiterativos. Todos los dibujantes tenían un “kiosco”. La duda, el temor, era a quién tocar, levantar, discontinuar. Sanz notaba también que los colaboradores estaban un poco reacios a los cambios porque creían que siempre habían aplicado la misma fórmula y había funcionado. Además nadie quería lar gar y decían: “No es un capricho: estamos desde el principio. Nos bancamos lo peor”. En las reuniones de sumario, “pautábamos de memoria: “este acá, este acá”. Esa cosa tan abstracta. Era difícil encontrarles un tema a los históricos. Fui sacándole páginas. Era muy doloroso”, asume Sanz.
Con Mona Moncalvillo llegaron a la conclusión de que no había tanta gente a quien reportear. No era lo mismo entrevistar a Mercedes Sosa en el 84 que a un tipo que podía hablar con todos los medios. Las entrevistas se acortaron o salían cada quince días. Mona no le cayó bien el cambio. Parissi también vio que empezaron a aparecer pibes jóvenes que no tenían las pautas humorísticas para encarar una revista y el lector lo empezó a sentir y se fue yendo. A medida que entraban colaboradores nuevos también se iban los viejos. No había explicaciones al lector. Solo cuando murió Abrevaya (en 1994), a quien se le dedicaron tres páginas y varias cartas de lectores. En 1994, Mona dejó la revista. “Había entrevistado a más de seiscientas personas. Estaba muy cansada, trabajaba en otros medios y creía que la etapa estaba cumplida”. La empresa seguía en plan de achique. Muchos eligieron irse por los sueldos atrasados. Desde 1990 ofrecía “retiros” voluntarios, el eufemismo para negociar una renuncia forzada o un despido encubierto según de qué lado del escritorio uno se siente. La medida alcanzó incluso a Proto. A pesar de mejorar las finanzas, la relación con Cascioli se había deteriorado. Tal vez desde aquella vez que le reprochó: “Decime una cosa, ¿vos sos gerente mío o delegado del personal?”. Proto hoy recuerda entre risas: “Yo trataba de incorporar más personal”. Proto negoció su salida con alguien externo de la empresa. Fue el 100% de lo que le correspondía y en seis cuotas.
La tapa con la que se responsabilizaba a De la Rúa por la derrota radical en el distrito porteño, sin sutilezas.
Los ingresos, además de la circulación de las revistas, venían también de la venta de libros (la editorial estuvo varios de esos años en la Feria del Libro). Pero el derrumbe de la circulación y la competencia local no eran los únicos problemas. Lo sufrió la revista ierro que cerró al llegar al número cien. “Se internacionalizó y eso se nos volvió en contra, porque cuando Menem y compañía abren el mercado como lo abrieron, sin ningún amparo, sin que se nos facilitara el costo de papel, no pudimos competir con los europeos: las revistas españolas tenían en su mayoría dibujantes argentinos y acá los kiosqueros las compraban por kilo. ¿Quién iba a comprar Fierro a 4 dólares cuando la otra se compraba a 1,50? Intentamos venderla afuera, pero los españoles no te dejaban. Entonces hicimos una revista maravillosa para vender acá y llegó un momento en que la gente no pudo comprarla”, justificó Cascioli. Al mismo tiempo salió en formato comic book la historieta El Cazador donde, entre otros, dibujaba Mauro Cascioli, el segundo hijo varón del Tano. A Cascioli le pesaba el aspecto empresarial de su función. Daniel Ripoll, aquel de la edición argentina de Mad , había consolidado su empresa, entre otras, de la mano de la revista Pelo y también a partir de la cintura política que se desarrollaba en la Asociación Argentina de Editores de Revistas, una organización patronal que funciona desde 1948. Cada vez que se veían, Ripoll lo invitaba a las reuniones, pero Cascioli no quería saber nada con sentarse en la misma mesa –fría y enorme por otro lado– en la que estarían directivos de Editorial Atlántida o Perfil, a los que siempre denostaba. Fue a dos o tres y se reencontró con un viejo amigo, Pedro Ferrantelli, por entonces directivo de la nueva empresa de los Blotta. En esos primeros años de los 90, Ripoll vio la posibilidad de reunir a pequeñas editoriales que en conjunto sumaban una tirada de un millón de ejemplares para comprar de manera colectiva papel,
negociar precios en imprenta y hasta vender publicidad en bloque. Formarían el Grupo Editar. Garabatearon estatutos, discutieron opciones y políticas, pero no llegaron a nada. En 1995 se volvió a la frecuencia quincenal. La empresa intentaba organizar las finanzas y había entrado en una moratoria para regularizar deuda previsional de los tres años anteriores por 500 000 pesos de capital más intereses. Pagaron las primeras cuotas, pero enseguida incumplieron y el plan impositivo se cayó. En España, el empresario Juárez retomó la amistad con Gabetta, ya separado. Y un día de ese 95 el empresario le comentó que La Urraca estaba muy mal y que Cascioli, aprovechándose de la distancia, no le informaba, o lo “desinformaba”. Juárez le pidió que lo acompañara a Buenos Aires porque temía lo peor. También le dijo que quería ponerlo a cargo de la “cosa”. Ya en el país, Juárez organizó una asamblea de accionistas y nombró gerente de La Urraca a Gabetta. Lejos de ser un experto en eso, tardó un par de meses en darse cuenta de que todo estaba muy mal. Además de las bajas ventas, “los papeles son un desastre y hace rato que no se hacen aportes jubilatorios”, rezongó Gabetta por teléfono en comunicación con Juárez. Gabetta sugirió colocar a alguien que supiera y propuso a su viejo amigo Guillermo “Willie” Schavelzon. “Tiene una experiencia enorme, fue director de Planeta Argentina”, abundó Gabetta. No hizo falta insistir demasiado. Juárez dio vía libre. Tres semanas después, Schavelzon confirmó que la empresa estaba “en muy serias dificultades”, que para salvarla Juárez tendría que hacer una gran inversión y, sobre todo, instalarse en Buenos Aires en persona.
Nine y Cascioli podían compartir tapa y contratapa, como en este número de junio de 1990.
Schavelzon acercó una oferta de Planeta para comprar una parte de La Urraca. También se sondeó a Fernando Sokolowicz, accionista principal de Página/12, y a Eduardo Lerner, presidente del Instituto de Publicaciones y Estadísticas (IPESA), dueño de una rotativa, entre otras líneas de negocio. “La situación patrimonial era muy complicada, por los juicios laborales que tenía y los impuestos que se debían”, dice Lerner que evaluó.
Luis Gaspardo trajo juventud y técnicas nuevas para la portada.
Las tapas contra el menemismo fueron persistentes.
La fiesta de fin de año de 1991, después del chubasco por el cierre de El Periodista.
Ante la posibilidad de vender, Cascioli mantendría la responsabilidad editorial y un puñado importante de acciones. Juárez veía con buenos ojos la propuesta. Cascioli no quiso saber nada. “Tenía pánico a que lo controlaran políticamente, que se le sentara un tipo al lado y le dijera ‘Ahora Menem es bueno’”, lo defiende Bonis. La salida era que el español vendiera su parte a Cascioli. Y así fue. La operación se hizo en unos 200 000 mil dólares. Menos de la mitad de la inversión que había hecho diez años antes. Para Gabetta, “Cascioli era un tipo muy laburador, creativo, pero no tenía la más pálida idea de lo empresarial. Tal como yo lo veo, era un muchacho de barrio que de repente se encontró al frente de una empresa sofisticada y prestigiosa; manejando mucho dinero”. De entrada, Juárez le había sugerido a Cascioli “ajustar, racionalizar, mejorar, modernizar el campo administrativo y tener mejor información económica”. No designó a nadie de confianza, pero en los primeros años vio resultados positivos a las propuestas que había hecho. “Los problemas empezaron por causas externas e internas. Primero la caótica situación en que se sumergió el país, con la hiperinflación por ejemplo que hacía dificilísima la vida a una editorial. Además la sociedad estaba cambiando rápidamente y Cascioli creo que no supo reaccionar con agilidad a los cambios irremediables. Creo que él era un excelente editor, competente, imaginativo y trabajador pero no un buen empresario y esto empezó a erosionar nuestra relación”, recuerda ahora Juárez. Las bajas ventas,
los ingresos cada vez más exiguos y un permanente acoso judicial del menemismo colocaron a La Urraca en un vuelo bajo un cielo gris y hacia un horizonte negrísimo. 26 Las negritas están en el original. 27 Enterrar el cierre se dice en la jerga cuando los tiempos de imprenta no se cumplen. 28 Diario La Voz . 29 Gallino fue denunciado en 2011 como uno de los represores que torturaron a miembros de la familia Graiver para forzarlos a entregar las acciones de Papel Prensa que terminaron en poder de accionistas privados. 30 Revista Claudia, diciembre de 1983. 31 Murió en noviembre de 1983. 32 Fue emboscado en la esquina de las avenidas Entre Ríos y San Juan, el viernes 25 de marzo de 1977. 33 Eduardo Mileo recuerda que en el 81 u 82 hubo un planteo salarial a Portal & Alpellani, que llegaron a hacer asambleas y que en alguna de ellas Cascioli pasó en el momento que las realizaban haciendo gestos de aprobación con los brazos como si él no formara parte de la “patronal”. 34 A Las Nazarenas o a El Globo, con ambos restaurantes había canje publicitario. 35 La Razón, agosto de 1984. 36 Entrevista de Carlos Ulanovsky para el libro Paren las rotativas, copia íntegra en el archivo del Taller Escuela Agencia. 37 Revista Noticias, 23 de febrero de 1992. 38 Página/12, viernes 5 de mayo de 1989. 39 Nueva Sion, 29 de junio de 1990. 40 Número 161. La dirigente socialista falleció un año después de aquella tapa. 41 Toda la información sobre esta transacción fue suministrada por Sara W. Duke vía correo electrónico.
CUARTA PARTE Recalcular
CAPÍTULO 10 Cambios
Cascioli veía fantasmas menemistas en lugares donde podía no haberlos. Un día le avisaron que llamaba por segunda vez alguien de la Biblioteca Nacional. Atendió. –Cascioli habla, ¿quién lo busca? –Hola, Andrés, soy José María Gutiérrez y trabajo en la hemeroteca de la Biblioteca Nacional. Quería avisarle que hemos detectado que Ediciones de La Urraca hace rato que no manda a la biblioteca ninguna revista. Tal vez Cascioli recordó que un día de 1988, antes de dejar la empresa y cuando hacía tareas de “prensa y difusión”, Elvira Ibargüen le había recomendado mandar ejemplares a las hemerotecas públicas. Ella lo sugería con visión de futuro más que como emprendimiento de marketing. Pero él se había negado. Y ella asegura que igual envió material hasta que abandonó la empresa en 1988. –¡Usted es empleado de este gobierno y yo con este gobierno no quiero saber nada, menos regalarle mis productos! –Nada que ver. Trabajo en el Estado pero no soy del gobierno. Gutiérrez no pudo explicar más. Cascioli cortó. Entonces escribió una carta donde le decía que los materiales y las personas trascendían los gobiernos de turno y que los lectores agradecerían a futuro encontrarlos cuando consultaran. A los pocos días, le dejaron un mensaje y Gutiérrez pudo pasar a retirar cajas con ejemplares de La Urraca para engrosar el inventario y colecciones que aun así, hoy están incompletas. El clima en la redacción era tenso. Las ventas no levantaban y ya estaban por 6000 o 7000 ejemplares. Los juicios del menemismo –
que en total fueron la misma cantidad que en la época de la dictadura– implicaban honorarios altísimos de abogados o incluso hacerse cargo de los 40 000 dólares de las costas de una demanda ganada contra María Julia Alsogaray porque la funcionaria estrella del menemismo se había declarado insolvente. La administración la improvisaban Bonis, Cascioli y Miranda. Para mayo del 97 había vuelto el delegado Lima de una licencia gremial. –Dejate de rascar las pelotas y a ver si laburás –lo encaró Cascioli dándole una página. –Esto no lo sé hacer –devolvió Lima. La página voló por el aire. Cascioli se le fue al humo pero Califa logró tomarlo de atrás y pararlo. –Antes de hablar de mí, pagale a la gente... –No tengo plata... –Vendé el departamento que tenés. El diálogo, a la vista de todos, no era el primero ni el último. Tampoco resultaba inédito el tono. Comenzaban a irse históricos. En mayo de 1996, el periodista Ricardo Roa llamó a Sanz para convocarlo al proyecto de un diario deportivo que preparaba para sacar bajo el grupo Clarín . Quería que recreara el tono y la mirada de “Pelota” en las páginas de Olé. Tomás ya estaba un poco aburrido del trabajo en la revista. Lo habló con Andrés. No lo tomó a mal. “La revista se va a seguir haciendo igual”, coincidieron. Durante un tiempo mantuvo el cargo, pero cada vez con menos tareas y ganas. Hasta que dejó de ir. Luis Gaspardo llegó a Hum® de casualidad. Un día de 1997 viajó desde Santa Fe donde había nacido y ya trabajaba en la prensa para, entre otros trámites, presentar trabajos en Venezuela 842. “No, mirá, ya no se reciben carpetas”, le dijo la recepcionista. –Ah, ok. Decime, ¿por casualidad no tenés el teléfono de Nine? La oven pareció no escuchar, mientras Gaspardo miraba embelesado la enorme recepción como si fueran las puertas del cielo.
Gentileza archivo personal de Lawry. Homenaje de la Legislatura a Cascioli a instancias del concejal Norberto La Porta.
–Tomá, para vos, es Nine. –Hola, Carlos, mire yo soy Luis Gaspardo de Santa Fe y vine a traer unos dibujos y... –Ah, bueno, bueno, esperame que yo estoy yendo para la revista y los vemos. Al rato, Nine apareció en la recepción, tomó la enorme carpeta y comenzó a seleccionar trabajos. “Este es interesante, pibe; estos tiralos”, comentó. Nine separó unos diez y le prometió que se los daría a Cascioli. A los seis meses, Gaspardo recibió un llamado desde Buenos Aires. Era Cascioli, que quería conocerlo. El joven viajó a la Capital y en la reunión conoció a Sanz. También estaba Nine, que oficiaba de “padrino”. Después de los elogios vino la sugerencia de que se tendría que instalar en Buenos Aires y así ocurrió. Comenzaron por encargarle pintar en acuarela todos los chistes que los dibujantes enviaban en tinta negra. En los ratos libres, él jugaba a colorear con el software que se usaba para retocar fotos (Photoshop). Un día lo descubrió Cascioli. Le gustó la novedad y le pidió que lo “mechara” con el estilo tradicional. Meses más tarde, Cascioli le propuso hacer una tapa. “Hacé un Menem paradito”, le dijo. “Ladrón”, “volvete a tu provincia”, lo gastaban los compañeros, mientras él se “mataba” para hacer un “Menem súper”. “Un dibujo mío en la tapa de Hum®. Lo más
parecido al sueño del pibe”, pensaba para adentro. Le dedicó mucho tiempo, mientras los diseñadores y armadores lo apuraban, al principio en broma, pero a medida que pasaba el tiempo, en serio. Hasta Cascioli pasaba por detrás de él, miraba y seguía entre resoplidos. Cuando se sintió conforme con el resultado, le avisaron al Tano que viniera a ver el dibujo. “Está buenísimo, pero te mataste al pedo porque hay que ponerle un tomate reventado encima que le va a tapar toda la cara”, sentenció Cascioli. En la próxima experiencia le dirían “¡Dale, terminalo así nomás; total, seguro hay que ponerle un tomatazo encima!”. Las tapas aún las podía dibujar Cascioli, provocar y también generar un problema legal como en las épocas dictatoriales. En el número 478, un recuadro titulado “Me pasé de revoluciones” en “Nada se pierde” decía: “En el número 424 de Humor dibujé en la portada a Marcelo Tinelli castigando en broma a una viejita [Norma Plá] como habitualmente, en broma, hacía en su programa. Pero... se me fue la mano –o el pincel– y lo vestí con pilchas y emblemas nazis. Me equivoqué porque comprobé que Tinelli está lejos de esa ideología y además empilcha con marcas de primer nivel como corresponde a los top de nuestra farándula”. Para esa fecha la revista mantenía solo pinceladas de lo que había sido. Lo que más brillaba era el papel ilustración que tenía. Había columnas de Paredero, notas de Vázquez o “Las Páginas de Gloria”, que en los 80 había sido el primer espacio gráfico para bandas como Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota o Virus y el lugar donde la crítica de rock no era condescendiente ni cholula. La sección de Guerrero duró hasta 1997 cuando ella empezó a trabajar en el proyecto de lo que sería la edición argentina de la revista Rolling Stone. La franquicia la había conseguido Cascioli y aun con un inglés chapucero viajó a Estados Unidos para entrevistarse con Jann Wenner, el mítico fundador del mensuario estadounidense. La harían en La Urraca con Gloria como número uno y Fabián Di Matteo, como jefe de arte. Di Matteo había ingresado a La Urraca en los 70, recomendado por Pérez Fernández, ambos compañeros de
colegio. Pero como el proyecto demandaba cierta inversión, Cascioli pensó en La Nación. El contacto era Luis Saguier. Se habían conocido un año antes en reuniones que celebraba Alberto Lederman, un “psicólogo” de empresas. Para el joven fue un hito conocer a Cascioli: no solo se declaraba fanático de la revista sino que a través de ella había encontrado la única forma de entablar un diálogo con su papá, Julio César, el primer intendente del gobierno de Alfonsín. En la época de la dictadura, Luis compraba dos revistas. Una para él y otra para el papá, de manera de poder luego interactuar con él. Saguier lo llevó al diario de los Mitre y junto a Oche Califa hicieron la revista infantil La Nación de los Chicos. También recomendó ilustradores (Maitena, por ejemplo), capacitó a algunos miembros del departamento de arte y elaboró ideas de nuevas publicaciones. En ese entonces, el matutino diversificaba su rol en el mercado y además de asociarse a Clarín, socio en Papel Prensa y competidor en los kioscos, comenzaba a gestar Publirevistas, una nueva empresa para el negocio de revistas. Pero algo sucedió y la revista salió en 1998 con otro número uno: Víctor Hugo Ghitta. Cascioli duró ocho números en la RS y se desvinculó del proyecto con la misma informalidad con la que se había concretado. “Lo suyo no eran los números. Era muy malo para los negocios. No le gustaban”, define Saguier. A la Rolling también se había sumado el ex cadete Sánchez. Y en Hum® había comenzado Pablo Marchetti, recomendado por Gloria. Sánchez y Marchetti. Los rumores eran sombríos. Se debía mucha plata a los colaboradores, a los fijos, a los históricos, a los más jóvenes. La AFIP metía presión con inspecciones cada vez más frecuentes. En la redacción había tres o cuatro de Hum® y uno de SexHum® . “Creo que las cosas se pueden hacer de dos maneras: por plata o por mística. Acá no hay ninguna de las dos cosas”, despotricaba Barale, el único de SexHum® .
Lima comenzó a sospechar problemas cuando supo que Gaspardo había ido a reclamar el pago. “Nora, si no cobro el sueldo entero yo me voy a la mierda a fin de mes”, anunció. Y se fue. El 21 de agosto de 1998, Ediciones de La Urraca S.A. –fundada veinticuatro años antes– se presentó en concurso preventivo, un instrumento legal para evitar la quiebra. Tenía veinticinco empleados y a la mayoría se le debía el sueldo de julio. Pese a las dificultades evidentes que sufría el mercado de las revistas –que golpeaba a publicaciones chicas como La Maga, medianas como Hum® o históricas como las de Editorial Atlántida–, un grupo de ex empleados de La Urraca fueron convoca dos por Portal, el ex socio de Cascioli, y por Juan Zahlut, el ex coordinador de la editorial, para sacar una publicación. Se llamó La Murga y allí estaba gran parte del plantel que había forjado Hum® como Fabregat, Tabaré, Grondona White, Fontanarrosa, Varela, Limura, CEO, Maicas, Braccamonte, Parissi, García Blanco y hasta Walter Clos. En el concurso La Urraca declaró tener 59 acreedores y deudas por más de dos millones de pesos, en su mayoría fiscales y sociales. También había juicios laborales y por calumnias e injurias como los del ex arquero José Luis Chilavert por una nota titulada “Chilavert nunca dice lo que dice” y otro de Bernardo Neustadt donde, a propósito de una tapa de Caras donde dejaba al desnu do un testículo, se lo había caricaturizado junto a su mujer protagonizando la película scoso Sexual . Entre ambos reclamaban 350 000 dólares. Cascioli no reconocía los intereses que aplicaba el fisco del 3% mensual (36% anual), pero que podían subir hasta el 150. Y pese a que la mayoría de los acreedores estaba de acuerdo con el arreglo, no acceder a la suma que reclamaba la AFIP generó la quiebra el 18 de octubre de 1999. Apenas una semana antes de que se eligiera al sucesor de Menem. “Creo que tal vez la revista, por su tono crítico y opositor, no se correspondía con la etapa actual. Me hubiera gustado despedirme de los lectores, dándoles las gracias”, declaró Cascioli en Clarín. Allí también aseguraba que la persecución menemista era peor que la de
los militares y que los jueces de la dictadura habían sido más valientes que en ese período. “Muchos de los que trabajábamos en Humor estamos vivos gracias a algunos jueces serios que nos protegieron”. Para Cascioli hubo una orden “de arriba” para que la AFIP no aceptara el trato que hubiese evitado la bancarrota. Pretendía pagar intereses “razonables y equitativos” y no los usureros que consideraba que le aplicaban. Pero no es el deudor el que fija las condiciones porque se trata de un juego donde para participar primero hay que aceptar las reglas y, más que nada, el total de la deuda. Bianco considera que el proceder de la AFIP –entonces a cargo de Carlos Silvani– fue neutro y que no tenía obligación de aceptar condiciones de Cascioli. Bianco cree que Cascioli debería haber corrido el riesgo de firmar eso y luego esperar por algo más ventajoso. Incluso dice que se lo advirtió pero el Tano le contestó: “Soy una persona muy consciente y no puedo firmar lo que dentro de un par de meses no sé si voy a poder cumplir”. Las ventas de las revistas y otros ingresos no planteaban un escenario de liquidez y a medida que bajaban crecían en proporción las deudas. Con el gobierno de la Alianza que sucedió a Menem hubo planes mucho mejores a los que podría haber accedido la empresa. De hecho se dictó un plan de pago excepcional, y los intereses fueron del medio por ciento mensual (6% anual): eso hubiera disminuido los intereses de la deuda de La Urraca de $ 1 500 000 a $ 300 000. El nuevo gobierno lo encabezaba Fernando de la Rúa, el mismo que seis años antes había perdido las elecciones a senador con un delfín menemista y por eso apareció en la tapa de Hum®, desnudo y con un chupete entre las nalgas. Durante el concurso, la redacción ya había sido mudada a un pequeño departamento ubicado en la ochava de Bolívar y Alsina, donde dos veces sufrieron el robo de computadoras. Daniel Enzetti, que se había incorporado en los últimos años y entonces ya estaba a cargo de la redacción, cuenta que había un cierto entusiasmo en que el reacomodamiento permitiría subsistir. En el staff figuraba como
dirección de la redacción Gonçalvez Díaz 482, el depósito de la imprenta. El 19 de octubre de 1999 la revista vio la calle por última vez. Había sobrevenido la quiebra. Ya no hubo posibilidades de sacar más nada. El cierre fue imperceptible. Pasó sin pena ni gloria. El número 566 se hizo sin saber que sería el último. Y, según Enzetti, unos y otros se enteraron cuando la revista estaba colgada en los kioscos desde hacía un par de días. El lector Carlos Zeppa, aquel que como tantos la descubrió en un kiosco con dieciséis años y se fanatizó, se enteró por Página/12 del cierre, una semana después de la salida. Y se dio cuenta de que no la había comprado porque últimamente le aburría. Recorrió kioscos hasta conseguirlo y poder tener la colección completa. Para Sanz, “fue como ver morir a alguien que vos ya sabés que va a morir. Era un poco penoso y también un alivio”. Paredero, que se había ido unos años antes, también lo grafica como una enfermedad terminal. Mona sintió mucha pena. “Pero porque la veníamos viendo hace tiempo. Se cerró una parte importante de todos nosotros, más allá de los éxitos que vinieron después a nivel personal de cada uno o no o una vida periodística normal de cada uno sin éxitos ni fracasos, digamos normal. Fue doloroso porque se cerró una parte donde Humor fue una publicación importante para la gente, ni hablar para nosotros, pero también fue mucha camaradería, cosas muy lindas, no fue solamente un laburo, a mí me salvó la cabeza en una época terrible de mi vida”. El 1° de noviembre, en coincidencia con el día del dibujante, los trabajadores inauguraron una muestra retrospectiva de despedida con el lector. En la sede de la CTA Nacional (Independencia 766) por veinte días, muchos fans y seguidores de la publicación pudieron reencontrarse con dibujos, tiras y caricaturas de Santiago Varela, Rep, Maicas, Grondona White, Jorh, Almeida, Petisuí, Tabaré, Tacho, Lizán y Lar.
Gentileza Daniel Enzetti. Cascioli comenzó a recorrer el país con originales de su gran obra. Aquí con Martín Sabbatella.
Gentileza archivo personal de Carlos Garaycochea. De izquierda a derecha, Oscar Grillo, Cascioli, Carlos Garaycochea y Sábat, unos años antes de la muerte del Tano.
“Ante el cierre de la revista, los trabajadores nos juntamos para intentar dar una respuesta desde lo que sabemos, que es el dibujo, nuestra herramienta de laburo”, decía Meiji en una nota de Página/12. Cascioli no participó de la muestra. No lo invitaron. “Nuestro enojo era como laburantes. Queríamos cobrar y no cobrábamos, aun cuando habíamos trabajado”. En un depósito alquilado de Barracas (Gonçalvez Díaz 482), el síndico Emilio Bianco inventarió 102 000 libros y 200 000 revistas, que se subastaron o se vendieron por kilo de papel. El edificio de Venezuela fue cotizado en una cifra cercana al millón de pesos y el
resto de los bienes sumaban $ 180 000. También había algunas marcas y títulos que podían venderse. Salida de la convertibilidad, pesificación y corralito mediante, algunos lograron rescatar unos pesos. El edificio fue comprado por la Defensoría del Pueblo de la ciudad de Buenos Aires. El expediente de la quiebra sigue abierto catorce años después y cada tanto desprende algún pago. La marca ierro fue comprada por Juan Sasturain y comenzó a salir en 2006 como opcional del diario Página/12. Otras marcas de La Urraca –como Hum®– están en una nebulosa legal, más de una década después.
CAPÍTULO 11 Velorio coral
Endeudado, con embargos y sin posibilidades de utilizar las marcas que había patentado para publicaciones que dejaron huella, Cascioli volvió a la publicidad y a las “changas”. Por ejemplo, en 2000 dibujó para la revista Lea, que publicaba el ex socio de Blotta, Ferrantelli. Amigos en los años mozos, recuerda que un día le comentó al Tano que quería sacar una revista de humor. Cascioli lo desalentó. Pensaba que ya no había espacio para ese tipo de publicaciones. Ferrantelli insistió. La llamó El Jíbaro. A los tres números tuvo que cerrarla. El talento de Cascioli parecía estar intacto. Una caricatura de Paul Auster conmovió al escritor cuando visitó la Feria del Libro de 2001. Quiso comprar el original, pero nadie supo orientar al escritor norteamericano cuyo agente es, casualmente, Guillermo Schavelzon. En el verano 2002, el Tano apareció en la revista Noticias de Perfil revolcándose con Blotta en los médanos de Pinamar. En la ciudad balnearia habían improvisado una exposición de dibujos de ambos, tras reconciliarse después de años de celos y desencuentros cuyos detalles muy pocos conocen. En la larga nota añoraron épocas (“Cuando se fueron los militares sentí un vacío profundo”, afirmó Cascioli) y el ex editor de Hum® admitió que le gustaría estar en la calle “con caricaturas y analizar el país”. Un mes antes, un levantamiento popular había empujado a Fernando de la Rúa a dejar el poder. Fontevecchia leyó a Cascioli en el semanario de su editorial y lo llamó de inmediato. –Creo que este momento es para producir el tipo de humor que vos sabés. Así que te doy el espacio, te pongo la gente y vos hacé la revista
que sabés hacer –lo endulzó. La “gente” era un plantel de periodistas que deambulaba sin publicación asignada por los catorce pisos que Editorial Perfil había alquilado en 1997 en Chacabuco 270 (a menos de 300 metros de Piedras 482) para mudar allí todas las publicaciones y concretar el viejo sueño de Fontevecchia: el diario. El periódico salió en mayo del 98 y cerró el último día de julio siguiente. Todos se enteraron de la decisión de discontinuarlo a través de una columna en la contratapa que Fontevecchia reemplazó en la última acción del cierre. Lo que Fontevecchia no le dio a Cascioli fue la libertad para elegir equipo ni mucho presupuesto para que convocara colaboradores de Hum®. Igual escribieron Fabregat, Muñiz, Livingston, Garayoa, Jaime Emma, Román Lejtman y Hernán López Echagüe, entre otros. Cascioli les explicó a todos que quería dar cuenta de los cambios sociales que había en aquellos primeros meses del 2002, la actividad de las asambleas populares, la nueva economía de ahorro y trueque o casos de corrupción. Pedía rigurosidad, solidez y crítica implacable, y autorizaba incluir opinión y humor. La revista El Cacerolazo salió en marzo, con frecuencia “catorcenal”. Las ventas no acompañaron. Duró seis números. A fines de ese año, Cascioli volvió a ser convocado por una editorial. El que llamaba era Hernán de Goñi, de El Cronista, donde también trabajaba el ex La Urraca Gerardo Patiño. Le propusieron ilustrar políticos. Firmó algunas caricaturas como “Demo”. Dos años más tarde, con el estudio Buena Letra que ya habían consolidado con Califa, comenzaron a explorar la publicación de libros y otros productos. Así hicieron Grafovida, que refleja la obra del artista Luis J. Medrano. El trabajo cotidiano le permitió a Califa terminar de comprobar que Cascioli ya formaba parte de la tradición de editores que como no puede colocar sus creaciones, arma productos. Como Henri Stein, con l Mosquito ; Ramón Columba, con El Tony; Dante Quinterno, con Patoruzú ; o Guillermo Divito y Manuel García Ferré. En 2006, llegó a través de Damián Lapunzina y Musimundo la idea de reflejar los cinco años de Hum® bajo la dictadura. La empresa
tenía medio centenar de locales para venderlo. A Cascioli le encantó. Trabajaron con Califa y Muñiz durante cuatro meses. Fue un libro de tapa dura, 480 páginas, de los que se vendieron entre 3000 y 5000 ejemplares. Luego hicieron uno similar, pero con SexHum®, 30 años de humor político y otras perversiones que reunía las tres décadas de trabajo de Cascioli y el Diccionario del Rock Argentino con caricaturas de los próceres de la música nacional. El de Hum® y la dictadura lo llevó a presentarlo en la Feria del Libro y varias ciudades del país, además de una muestra en el Palais de Glace y otros lugares, como la Legislatura porteña, a instancias del concejal Norberto La Porta, un blanco frecuente de las humoradas de Hum®. También en la ex Mansión Seré, en Morón, donde había funcionado un centro clandestino de detención. Allí llegó porque el entonces intendente de ese partido del Oeste, Martín Sabbatella, tenía como colaborador al ex Hum® Daniel Enzetti. Con él habló de la posibilidad de volver a salir con la revista insignia, pero tal vez era una fantasía al calor de la creciente popularidad de la revista Barcelona, fundada en 2003 por otros ex La Urraca, Fernando Sánchez y Pablo Marchetti. Esa publicación, sin embargo, está más cercana a El Amarillo que a Hum® , aunque ambas tienen lectores fanáticos como los tenían muchas de las revista de La Urraca. En aquellas exposiciones la gente se le acercaba para demostrarle el fanatismo que sentían por la revista que podía incluso llegar a las lágrimas. “Lo sorprendió esta popularidad, porque adonde iba a dar una charla se llenaba de gente que le manifestaba más que nada cariño”, relata Bonis. En 2006 le detectaron cáncer de próstata durante un control de rutina. Bonis cree que se enfermó porque no se bancó el cierre. “Él asumió no haber hecho una gestión para salvar la cosa a tiempo. Andrés era un artista y detestaba los temas empresarios, lo aburrían. Si bien la pérdida de la editorial fue muy difícil de aceptar, a esos momentos muy tristes siguieron otros de reflexión y búsqueda personal. Finalmente decidió que quería dibujar, y así lo hizo”. La revista seguía siendo noticia. Ese 2006, la Corte Suprema de Justicia, ya remozada por Néstor Kirchner, ratificó un fallo de la
anterior integrada por miembros puestos por el menemismo que había dejado firme una condena a un mes de prisión en suspen so contra Sanz en una causa por calumnias e injurias promovida por el hermano de Menem, Eduardo, ex senador. Fue porque en 1991 la revista reprodujo un artículo del semanario Brecha que aseguraba que Menem había depositado US$ 214 558 en una entidad financiera de Punta del Este. Además de citarse la fuente, el artículo de Hum® incluía la desmentida del propio Menem. El fallo contradecía urisprudencia de la propia Corte. El caso aún está en la Comisión Interamericana de Derechos Humanos. En 2008, Cascioli fue uno de los que firmó la solicitada contra la Sociedad Rural, proclama de la que luego surgiría el espacio Carta Abierta. Aparecer entre los suscriptos le provocó algunas puteadas. Por entonces él y Califa hacían la revista Bepé, para la Comisión Nacional de Bibliotecas Populares, un organismo de la Secretaría de Cultura. En noviembre de ese año, el titular del sindicato de encargados de edificio, Víctor Santa María, y los diputados kirchneristas Gabriela Cerruti y Jorge Coscia aprovecharon el 25 aniversario del retorno de la democracia para homenajear figuras que representaban la resistencia a la dictadura. Las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo, el CELS, la APDH, Teatro Abierto y la revista Hum®, entre otros, recibieron la distinción de manos de la presidenta Cristina Fernández y su esposo Néstor Kirchner en un acto y cena en Parque Norte. Allí estaban Cascioli, Mona, Dolina y Paredero, pero no compartieron mesa. “Hubiera cantado un himno de gracias a Humor, porque por ella estaba allí en tal magna circunstancia. Jamás en mi vida había abrazado a dos presidentes juntos, pero tenía esa curiosa tranquilidad que te da la alegría”, apunta Paredero. Dolina recuerda haberle dicho a Cascioli que él no merecía la distinción. “Me di cuenta de que algunos muchachos se habían jugado la vida, no yo. Escribía estas notas que se conocen y que no entrañaban ningún peligro. En una revista el tipo que hace las palabras cruzadas no es lo mismo que el que hace el editorial”.
Mona conocía a los Kirchner porque había sido funcionaria de Radio Nacional y además de agradecer el reconocimiento, recuerda que le vino bien a Andrés en un momento en el que estaba un poco olvidado y enfermo. Seis meses después, en mayo de 2009, Cascioli tuvo la última actividad pública. Llevó la muestra 30 años de humor político y otras perversiones al espacio de la Fundación Osde en Rosario. Lo acompañaron Muñiz, Nora y su hija, Malena. El 24 de junio, murió. ¿Y la revista? Una revista no es como una persona. No muere de repente. No sufre un accidente. No se enferma o tal vez sí y sin que nadie lo perciba. Y un día ¡pum! Chau. Las revistas “nacen” en la redacción y continúan su “vida” cuando llegan al lector. Incluso pueden renacer mucho tiempo después cuando alguien las descubre o las reencuentra. ¿En qué momento se empezó a morir Hum®? ¿En qué momento el lector dijo “basta, no la compro más”? Carlos Zeppa, aquel estudiante secundario que compró el primer número de la revista cuando volvía del colegio y se mantuvo fiel a esa y todas las publicaciones de La Urraca hasta el final, se aburrió de Hum® el último año. Cree que al principio el humor ocupaba el 90% de la revista, que esa proporción en los 80 se repartió mitad y mitad y en los 90, la actualidad acaparaba el 75% del contenido. Cascioli culpaba a los años 90 de acabar con el lector de Hum® . “ la gente se le creó un mundo fantasioso de un país que prácticamente no existía. Los lectores se fueron muriendo y también aquel código que nosotros creamos para trabajar con determinado lector que entendía todo lo que decíamos. Y con la historieta pasó eso. Ese ataque a la cultura hizo que desapareciera el lector y el ilustrador se tenga que ir a trabajar al exterior”. Dolina coincide. La revista dejó de salir porque ya no hubo otra dictadura. Ni los encuentros necesarios entre hacedores y quienes disfrutaban de esas creaciones. Él, que ahora y no durante aquella época vive con orgullo haber escrito allí durante los años de Videla y compañía, cree que tipos como Fontanarrosa u otros dibujantes
hacían episodios que la gente esperaba. Y esa gente ya no está. “El neoliberalismo instituyó unas modas más livianas que posiblemente hayan dificultado este asunto de la revista. Hay ciertos proyectos que al ir avanzando estrechan, achican, acortan sus horizontes. La misma evolución lo provoca. Como la novela de Balzac La piel de zapa, un proyecto de audacia creciente encuentra su límite. Cuando ya la audacia es extrema no produce suficiente escándalo. Con el tiempo no hay manera de sorprender”. Para Rep “a partir de los noventa [la revista] no sintonizó políticamente con los lectores. [Cascioli] se quedó en el sueño socialdemócrata, y no entendió los pestilentes años neoliberales, cómo reaccionar ante ellos, el humor que se debía utilizar”. Sasturain cree que una aventura como la de La Urraca “es irrepetible. Todo es irrepetible, porque no se puede reconstruir la coyuntura. Eso es lo más difícil”. Barale recuerda que las ventas de Hum® empezaron a declinar cuando se puso muy antimenemista, pero también apunta que tanto esa revista como la SexHum® tenían un código “irónico y sarcástico que no era para todo el mundo. Había que entenderlo. Ahora en este país todos hacen humor. Por contar un chiste ya sos humorista. Se ha perdido el oficio. La escuela humorística argentina empezó a decaer por tipos como Sofovich. El humor intelectual, trabajado, sarcástico, se perdió”. Coincide Sanz: “Ahora prendemos la tele y el tipo del noticiero se está cagando de risa con el tipo que está en el móvil. ¿Y vos qué vas a decir? ¿Vamos a hacer dos páginas con el puma de Vicente López después de eso?”. Aunque también, el ex jefe de redacción de Hum® cree que antes había más ebullición y más gusto por la lectura y la cosa gráfica. Según Paredero, en democracia una revista de humor no debe cometer el desliz de no ser opositora, “aun de una manera más constructiva. Lo peor que puede pasar ya no en una revista sino en la vida es no tener sentido del humor y después, si lo tenés, perderlo. Porque el bicho que se te mete es el de la solemnidad que es el peor. Creo que Humor tuvo ese problema porque además tenía con qué
darse importancia. A lo mejor cuando uno quiere darse importancia pierde la felicidad del humor”. Ulanovsky adjudica la declinación de ventas a un error editorial. “Número por medio ponían a Menem en la tapa y Menem seguía ganando elecciones. Evidentemente el mensaje de la revista no le llegaba a la gente. En algún aspecto me hace acordar ahora a algunos medios cuyo único concepto parece ser refutar a Clarín o a La Nación y también a la época de Franco en España cuando algunos medios de humor o más críticos podían criticar a Franco mientras tanto Franco se pasó cuarenta años en el poder. Y mientras se sumaban más y más tapas críticas de Menem, la revista cada vez vendía menos. No sé si eso lo advertía Cascioli, porque evidentemente no hubo un timonazo ni un decir ‘che, salgamos de esto’”. Para Ripoll, Hum® fue la revista de la gran ironía. “Más que de humor fue una revista irónica, como un cuchillo de doble filo que ridiculizó no solamente a los militares sino a la sociedad cómplice que luego resurgió con el menemismo”. Pero “acá pareciera ser que tienen éxito los medios que están en la vereda de enfrente y son oposición. Cuando asumió Alfonsín se quedó sin oposición, sin objeto de la crítica y cuando sube Menem que volvió a representar los valores cómplices de la sociedad con el poder y con cierta representación del mercado, de lo que es el capitalismo, la revista naturalmente encuentra un objeto de ironía”. Ripoll recuerda que la palabra editar en su lejano sentido es organizar y que ahora el director de la revista es el público, que te va diciendo cuál es tu lugar, qué es lo que quiere. “Y esto ocurrió con el menemismo. Se necesitaba un lugar, una descarga con lo absurdo del menemismo y con la bofetada a la razón que implicaba el menemismo, en la cual cayó la mayoría de los argentinos cuando lo vuelven a votar”. Barreiros, el fundador de la revista Medios & Comunicación, que surgió también el mismo año que Hum®, cree que esta se acabó al irse los militares, “que le dieron razón para existir. Humor tendría que haberse replanteado todas las cosas, porque en la democracia se acabó el entusiasmo de los lectores, que la compraban por desesperación”.
Nine considera que “ Humor fue una construcción publicita ria en la que se analizan las posibilidades de un producto, se lo ubica en el lugar adecuado y se trata de potenciarlo para que se desarrolle en el público consumidor. Cascioli, Blotta y Sanz eran publicitarios y estos tienen en la cabeza públicos consumidores”. Ana von Rebeur, quien empezó su carrera de dibujante y humorista en La Urraca, opina: “La debacle es una situación universal. Cuando hubo censura las revistas de humor proliferaron en todas partes porque era la única manera de decir las cosas, con guiños, ‘verónicas’. La censura le hizo un favor al humor. Los países más censurados sacaron los mejores humoristas y grandes cerebros. Acá cuando vuelve la democracia a la Argentina, se empezó a hacer humor en todos lados, en los noticieros, programas como CQC , la publicidad...”. Gaspardo agrega: “Lamentablemente, la huella que dejó Humor fue en la memoria de los lectores, porque si la revista hubiese dejado mayor huella, hoy habría una o más publicaciones de ese estilo y de esa calidad. Que no se entienda mal lo que digo, fue una especie de milagro, rejunte de talentos y voluntades, semillero de humoristas, escritores y dibujantes, que encontraban un sentido a lo que les gustaba hacer. Fue un guiño mientras existió, que hacía que la gente se sintiera que estaba expresando al comprarla su desaprobación a lo que hacían los gobiernos. Y la cantidad de gente que salió de esa publicación y luego hizo cosas buenísimas, es llamativa. Pero a mí me hubiera gustado que despertara un espíritu crítico en la gente, una curiosidad y un interés que sobreviviera a la revista. Y a nivel editorial, me hubiera gustado que siguiera existiendo, en primer lugar. O sea, que se hubiera seguido comprando. Y que le nacieran hijos”. Para Muñiz, “con Humor ocurrió lo que ocurrió con todo el periodismo gráfico en la Argentina. Siguieron funcionando bien los diarios, pero todo lo que fuera revista había pasado a estar en la televisión. El espacio que tenía la sátira política o de costumbre que hacía Humor seguía siendo interesante para un grupo de gente pero cada vez más reducido. El humor ha pasado a ser patrimonio exclusivo de la televisión, gradualmente empieza a aparecer Internet
y las computadoras comienzan a llegar a los hogares argentinos”. Guerrero recuerda que en los últimos años se fue yendo gente talentosa de Hum®. No estaban las firmas que tenían que estar. Y había otra canción que tocar. La revista está hoy en el Museo del Bicentenario. En armarios de algún lector fanático. En los puestos de los parques Rivadavia y Centenario y en las librerías de las avenidas Corrientes y De Mayo donde se pagan entre 5 y 10 pesos. También cotizan en los sitios de subasta de Internet a precios de piezas de colección. Tal vez lo sean. Como las cosas artesanales. Únicas. Irrepetibles.
Muchas gracias A Claudio, Graciela y Marcelo Pablo Falciani, por haberme legado las Hum® cuando se fueron a España. A los entrevistados, por prestar tiempo para preguntas incómodas y repreguntas molestas, en persona, por teléfono o a través del correo electrónico. A Juan Pablo Mansilla, por el aporte desde el archivo. A Paola Aguilar, María José Grillo, Gastón Roitberg, Agustín Maurín y Nora Bonis, que también contribuyeron o me facilitaron la búsqueda de material. A Hugo Mouján, por los datos de la Dirección de Migraciones. A Jorge Bernárdez, por los crudos de Lo pasado, pensado y por estar siempre listo para la consulta. También a Camila O’Donnell, por la copia del programa dedicado a la revista Argentina, una historia y a Miguel Rodríguez Arias, por las entrevistas para El humor y la olítica. A Marcos Mayer, por la desgrabación y el editado de la entrevista a Andrés Cascioli que se publicó en ¿Un país que da risa? A los empleados de la Biblioteca Nacional, de la del Congreso de la Nación, del Archivo Intermedio del Archivo General de la Nación y del Taller Escuela Agencia. A Judith Gociol, por la buena onda, los datos y las respuestas siempre atentas y oportunas. A Luciana Weiss de la Fundación El Libro, Florencia Badaracco de la Fundación OSDE y Guillermo Harpen de Eudeba. A Roberto Moreyra del Instituto Verificador de Circulaciones. Luciana Díaz, Eduardo Raíces, Mara Burkart y Andrea
Rugnone, por las tesis que me mandaron. A Juan Carlos Muñiz, John Hall, Carlos Ulanovsky y Norberto Firpo, por prestarme materiales durante tantos meses. A Gloria Guerrero, por las fotos. A Hugo Paredero, por el prólogo. A Tincho Martínez, el papá de Claudia, y al colega Christian Rémoli, quienes me prestaron unos cuantos números de Hum® durante casi un año. A Guillermo Salmerón y a Carlos Zeppa, por facilitarme los números que me faltaban para completar la colección. A Ramiro Barreiro, por sacarme de casualidad la foto de la solapa y sugerirme el destino. A Santiago Varela, por el aliento inicial. A Carolina Zocca de la Defensoría del Pueblo de la ciudad de Buenos Aires, por la visita guiada al edificio de Venezuela 842. A Sebastián Hacher, por los consejos y por evacuar dudas de novato. A Carlos I. y Sofía Peirteroien, por el asesoramiento. A Ale Wall, por esa mirada a tiempo sobre la nostalgia, los comentarios de estilo y las sugerencias siempre solidarias. A Rodolfo González Arzac, por las sesiones motorizadas con consejos, observaciones y por involucrarse en este proyecto como si fuera suyo. A Constanza Brunet y Virginia Ruano, por confiar y entusiasmarse con este proyecto, aun cuando era más novato que ahora. A mi mamá y hermanos y a vos, viejo, por haberme legado la honestidad y porque si estuvieras por acá andarías “requete” orgulloso de esto. A mis compañeros de Tiempo Argentino, que me dieron aliento y reclamaron mi rusticidad futbolística. A Matías Sapegno, por su lectura puntillosa y recomendaciones oportunas. A mis tres hijos, Juan Manuel, Antonio y Vicente, por bancar se el tiempo que no estuve con ellos para un proyecto tan personal y aun con su edad interesarse en él. A Valeria, por acompañar, sostener, alentar, apoyar, reemplazar, corregir, editar y dar el amor de todos los días y un poquito más.
ENTREVISTAS Y FUENTES DOCUMENTALES Entrevistas personales, telefónicas o por correo electrónico Darío Adanti / Horacio Altuna / Jorge Barale / Raúl Barreiros / Gustavo Bavosi / Emilio Bianco / Oskar Blotta / Nora Bonis / Aída Bortnik / Luca Boschi / Jorge Brega / Oche Califa / Pablo Camogli / Dante Caputo / Eduardo “CEO” Campilongo / Eugenio “Cilencio” Cilento / Pablo Colazo / Robert Cox / Fernando Cuevillas / Alejandro Dolina / Leopoldo Durañona / Daniel Enzetti / Pedro Ferrantelli / Oscar Fernández / Norberto Firpo / Roberto “Claudio Bazán” Frenkel / Carlos Gabetta / Michel Gaffre / Alicia Gallotti / Carlos Garaycochea / Luis Gaspardo / Tabaré Gómez Laborde / Luis Gregorich / Alfredo Grondona White / Eduardo Grossman / Gloria Guerrero / Mario Gutiérrez / Alicia “Petisuí” Guzmán / José Maria Gutiérrez / John Hall / Elvira Ibargüen / Sergio Joselovsky / José Miguel Juárez / Joaquín “Quino” Lavado / Marcelo “Lawry” Lawryczenko / Eduardo Lerner / Jorge Lanata / Ariel Lima / Jorge Limura / Laura Linares / Rodolfo Livingston / Carlos “Braccamonte” Llosa / Eduardo Maicas / Carlos Marcucci / Juan Martini / José Massaroli / Miguel Matejka / Jorge “Meiji” Meijide / Eduardo Mileo / Adelina “Mona” Moncalvillo / Jorge Morhain / Juan Carlos Muñiz / Pedro Narvaiz / Carlos Nine / Mario “Pacho” O’Donnell / Hugo Paredero / Julio Parissi / Beatriz Pereira / Sergio Pérez Fernández / Rodolfo Proto / Miguel “Rep” Repiso / Cristóbal “Crist” Reinoso / Daniel Ripoll / Miguel Rodríguez Arias / Hermenegildo “Menchi” Sábat / Luis Saguier / Oscar Salvi / Fernando Sánchez / Juan Sasturain / Tomás Sanz / Marcial Souto / César Spadari / Ariel Torres
/ Carlos Ulanovsky / Santiago Varela / Enrique Vázquez / Vicente “Siulnas” Vázquez / Dante Voccia / Ana von Rebeur / Juan Zahlut / Carlos Zeppa. Aclaración: Hubo quienes rehusaron dar testimonio. Los nombro para que el lector sepa que fueron invitados a hacerlo y, o explicaron por qué no querían aceptar el convite o nunca contestaron, aun cuando se insistió. Ellos son: Renato Cascioli (hijo mayor de Andrés) / Mauro Cascioli (hijo de Andrés) / Fabián Di Matteo (diagramador) / Ricardo Gil Lavedra (abogado de La Urraca) / Albano Harguindeguy (ex militar y represor) / Sergio Izquierdo Brown (dibujante e ilustrador de algunas tapas) / Sergio Langer (dibujante) / Aníbal Litvin (colaborador y ex secretario de redacción) / Héctor García Blanco (ex integrante de SexHum ®) / César Luis Menotti (director técnico y blanco de caricaturas) / Enrique Nosiglia (amigo de Andrés y funcionario del gobierno alfonsinista) / Daniel Paz (dibujante) / Sandra Russo (correctora y periodista) / Horacio Verbitsky (colaborador, delegado y uno de los fundadores de El Periodista). Libros consultados Bernárdez, Jorge y Diego Rottman: Ni yanquis ni marxistas... humoristas, Buenos Aires, Fundación Editorial de Belgrano, 1997. Blaustein, Eduardo y Martín Zubieta: Decíamos ayer, Buenos Aires, Colihue, 1998. Cascioli, Andrés: Humor y la dictadura, Buenos Aires, Musimundo, 2005. — 30 años de humor político, Buenos Aires, Musimundo, 2006. Gociol, Judith y Hernán Invernizzi: Un golpe a los libros , Buenos Aires, Eudeba, 2002. Matallana, Andrea: Humor y política, Buenos Aires, Eudeba, 1999. Ulanovsky, Carlos: Paren las rotativas, Buenos Aires, Espasa Calpe Argentina, 1997. — Redacciones, la profesión va por dentro, Buenos Aires,
Sudamericana, 2012. Verbitsky, Horacio: Un mundo sin periodistas , Buenos Aires, Planeta, 1997. Notas periodísticas Revista Medios & Comunicación, diciembre de 1979, abril de 1981 y unio de 1981. Revista Radiolandia 2000, 26 de junio de 1981. Revista Siete Días, 4 de noviembre de 1981. Diario Clarín, 29 de octubre de 1981; 12, 13, 14, 19 y 20 de enero de 1983; 5 de julio de 1984; 12 de diciembre de 1985; suplemento Zona, 8 de abril de 2001; 26 y 27 de junio de 2009. Diario Crónica, 3 de noviembre de 1982. Revista La Semana, enero de 1983. Diario Popular, 13 de enero de 1983. Diario La Prensa, 12 de enero de 1983; 23 de agosto de 1984. Diario La Nación, 13 de enero de 1983; 6 de junio de 1998; 26 y 27 de junio de 2009; suplemento ADN , 25 de julio de 2009. Diario La Voz , 12 de enero de 1983. Revista Somos , 25 de febrero de 1983. Revista Claudia, diciembre de 1983. El Diario de Baleares, 29 de febrero de 1984. Revista Feriado acional , febrero de 1984. Revista Línea, agosto de 1986. Nueva Prensa, 23 de enero de 1987. Revista Asociación Empleados de la DGI , octubre-noviembre de 1987. El Periodista, número 192, 13 de mayo de 1988. Diario Página/12, 5 de junio de 1988; 5 de mayo de 1989; 25 de agosto de 1998; 8 de junio de 2005; 26 y 27 de junio de 2009. Hoy, la revista del domingo , 13 de noviembre de 1988. Nueva Sion, 29 de junio de 1990. Revista Noticias, 23 de febrero de 1992; 12 de enero de 2002.
Revista La Maga, 1° de diciembre de 1993; 10 de junio de 1998. Periódico Jaque en Zona Norte, septiembre de 1993. Diario Perfil , 11 de junio de 1998; 26 de junio de 2009. Diario Los ndes, diciembre de 1998. Revista dominical de La Nación, 7 de marzo de 1999. Revista Veintidós , 4 de noviembre de 1999. Revista Veintitrés, 18 de abril de 2002. Agencia Grafir, febrero de 2004. Revista Fútbol Argentino, marzo de 2005. Diario La Voz del nterior, mayo de 2005. Revista Debate, 27 de mayo de 2005. Revista Un Caño, 1° de junio de 2005. Diario La Capital , 24 de junio de 2005. Periódico Notife, junio de 2005. Revista Lea, junio de 2005. Revista El Mosquito , 2006. Revista Caras y Caretas, febrero de 2007; agosto de 2009. Revista Bepé, diciembre de 2007; junio de 2009. Diario La Capital (Rosario), 3 de mayo de 2009. Ediciones de Crítica, Diagonales y El Cronista Comercial, del 26 y 27 de junio de 2009. Otras fuentes documentales consultadas Colecciones completas de las revistas Satiricón, Chaupinela y Hum®. Registros del Centro de Estudios Migratorios Latinoamericanos Entrevistas completas para el libro Paren las rotativas a Carlos Gabetta, Andres Cascioli y Mario Mactas realizadas en 1996 y cuyas copias están disponibles en el archivo del Taller Escuela Agencia. Reportaje a Andrés Cascioli de Marcos Mayer para el libro ¿Un país que da risa? , varios autores. Introducción y reportajes: Marcos Mayer. Editor Desde la Gente. Internet 24con.infonews.com avcomics.wordpress.com
eloficiodelplumin.blogspot.com.ar es.wikipedia.org hablandodelasunto.com.ar laduendes.blogspot.com rebrote.blogspot.com revista-humor.blogspot.com.ar siulnas-historiador.blogspot.com codigoretro.com.ar learevistas.com mediosindependientes.com museodeldibujo.com museosatira.it TV Entrevista a Andrés Cascioli para El humor y la política, progra ma producido por Miguel Rodríguez Arias para Los especiales de Volver, (Volver, 1999). Argentina, una historia, documental para Canal A, septiembre de 2003. Lo pasado, pensado , (testimonios crudos) TV Pública, marzo de 2008. Imaginadores, la aventura de la historieta argentina, Daniela Fiore, 2008. La dictadura en patineta, documental para la Maestría de Periodismo de la Universidad de Tres de Febrero, 2012. Radio “30 años de la revista Hum®”, en el programa Marca de Radio.
REFERENCIAS DEL INSERT COLOR • En el número 7 de Casco de Acero (mayo de 1961), Andrés Cascioli ya figuraba como director. • El número 7 de Satiricón (mayo de 1973) marcó el debut de Cascioli como caricaturista político. • El número 20 de Chaupinela (diciembre de 1975) fue el último antes de que cayera la clausura ordenada por el gobierno de Estela Martínez de Perón. • El primer ejemplar de Hum® (junio de 1978) tiene el Mundial y la economía como protagonistas. • El número 7 de Hum® (diciembre de 1979) trajo el primer problema por la visita de los Reyes y el exilio en España de José López Rega. • La Hum® 24 (diciembre de 1979) tiene la primera tapa en la que apareció Videla ridiculizado. • La Hum® 31 (enero de 1980) mezclaba farándula y política, una combinación ya clásica. • Albano Harguindeguy, protagonista de la Hum® 63, enfureció con esta tapa y la tira que lo ridiculizaba. • La tapa de la Hum® 71 (noviembre de 1981) editorializa con el ascenso de Leopoldo Galtieri y Carlos Monzón. • La crítica a la política económica siguió también con el recambio en el Palacio de Hacienda ( Hum® 90, julio de 1982). • La Hum® 95 (diciembre de 1982) muestra que las críticas a los militares se acentuaron tras la derrota de Malvinas. • La Hum® 97 (enero de 1983) es el famoso número que trajo el secuestro y dejó a la editorial al borde de la clausura.