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EL PRELUDIO DE LA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL. En los últimos diez años, los economistas han vuelto a considerar el problema de la revolución industrial y los prerrequisitos prerrequisito s que la condicionan. condiciona n. Sin embargo, ya no la designan con su nombre tradicional, porque se considera que la palabra “revolución” trae a la mente asociaciones de ideas desagradables, especialmente en los Estados Unidos. En su lugar se usa, siguiendo al profesor Rostow, la palabra “despegue” (“takeoff”). (“takeoff”). Desde cierto punto de vista este revivir de interés por los acontecimientos cruciales y (con perdón de Rostow) revolucionarios, debe ser bienvenido. Ya que representa una reacción contra la tendencia mostrada por los historiadores económicos durante varias décadas, a subestimar o negar la importancia crucial e tales cambios, o a subrayar su carácter gradual y su extensión en el tiempo. Además, ha surgido un renovado interés en este problema de la discusión sobre los problemas de los países subdesarrollados, de los obstáculos que se oponen a la iniciación de un proceso de industrialización en ellos, y de cómo lograr las condiciones de industrialización en ellos, y de cómo lograr las condiciones de “un proceso de desarrollo auto-sostenido” auto-sostenido” (Rostow). El profesor Rostow habla de “tratar de aislar una etapa en la cual la escala de actividad económica productiva alcance un nivel crítico y produzca cambios que induzcan a una transformación masiva y progresiva en las economías y sociedades en las que se da, cambios que deben considerarse como cualitativos más que que de grado”. grado”.1 1
W. W. Rostow, The Stages of Economic Growth, 1961,
p. 40. (hay edición castellana F. C. E.)
Por otro lado, el renovado interés por esta etapa crucial ha venido acompañada de un enfoque tan estrecho de los factores y problemas económicos, que ha convertido el análisis de los mismos en un asunto de mecánica más que de historia (como implica el simple uso del término “despegue”). “despegue”). El concepto de la revolución industrial como la inauguración de la etapa de capitalismo desarrollado y maduro, queda así desdibujado; y el tímido cambio de terminología parece lejos de haber sido occidental. En primer lugar, la atención se concentra en un reducido conjunto de factores “económicos” fácilmente cuantificables, tales como el producto nacional, los beneficios del comercio, la tasa de inversión, el empleo. Esto forma parte de la correspondiente obsesión por reducir el desarrollo histórico a series estadísticas. En segundo lugar, los factores económicos así definidos se consideran virtualmente dotados de plena significación por sí mismos, y se tratan aislados de factores socioeconómicos, socioeconómicos, tales como las relaciones de propiedad y de producción – el conjunto de condiciones e influencias de las que habló Marx dentro de las relaciones de la estructura de clases cuya relevancia es, por tanto, negada. En realidad, la intención primordial del profesor Rostow en sus escritos sobre el desarrollo es demostrar que existe una secuencia universal de etapas en el desarrollo económico, completamente independiente de las diferencias institucionales y de las estructuras sociales (aunque hace algunas referencias vagas a “la existencia de una infraestructura que desarrolla desarrolla las tendencias de la expansión”). De nuevo resulta curiosamente vago cuando trata de las causas del desarrollo – – porque el
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desarrollo ocurre con diferente ritmo en diferentes épocas -. Aquí apela al misterio de varias “propensiones” psicológicas, como la “propensión a ahorrar” y la “propensión a la innovación”. Esto es sustituir la interpretación por puros juegos de palabras. Hay aún algunos autores que consideran la revolución industrial como la causa originaria del capitalismo, es indudablemente cierto que, tal como su nombre lo indica, tuvo grandes e importantísimas consecuencias sobre la estructura de la producción y sobre la estructura de la vida social: la concentración de la producción en unidades relativamente grandes (la fábrica, provista de energía mecánica) y de la población en las nuevas ciudades industriales, el enfrentamiento directo entre capital y trabajo en la forma de capitanes de industrias y compañías industriales por un lado, y asalariados desarraigados de la tierra y que venden su fuerza de trabajo como una mercancía, por otro. Además, liberó una serie de fuerzas que iban a acelerar la actividad económica: la innovación técnica que daba lugar a nuevas innovaciones técnicas bajo la presión de la competencia; y la acumulación de capital con su proceso acumulativo a interés compuesto, dirigiendo los frutos del capital invertido hacia nuevas inversiones. Ciertamente, este clima es difícilmente concebible (excepto para aquellos que se contentan con misteriosas “propensiones”) sin una etapa procedente en la cual todos estos procesos estaban madurando y que puso las bases de los mismos. Las investigaciones posteriores no dejan lugar a dudas de que Marx tenía razón cuando hablaba del capitalismo, situándolo en Inglaterra en el siglo XVI, “aunque para llegar a los primeros
inicios de la producción capitalista debemos ir hasta los siglos XVI o XV en ciertas ciudades del Mediterráneo”. Quizá debió haber añadido, de tener nuestros conocimientos actuales, a Flandes y el distrito de Rhin como ejemplos de capitalismo en estos siglos. ¿En qué forma apareció el capitalismo en etapa tan temprana? Me limitaré a hablar de Inglaterra, en la cual soy más competente (o menos incompetente). Salvo excepciones, el capitalismo no había aparecido en esta época en gran escala. Las crónicas hablan de unas pocas grandes “fábricas de manufactura”, como las de Jack en Newbery o Thomas Blanket en Bristol o William Stumpe en Wiltshire, que empleaban varios cientos de trabajadores en un edificio (si las referencias de lo contemporáneo no exageran). Como ya dijimos fue en la época de los Estuardo cuando cierta cantidad de nuevas inversiones, que suponían capitales considerables, afluyeron hacia la minería y otras nuevas industrias; y al final del siglo XVII la compañía Inglesa de Cobre poseía un capital cercano a las 40.000 mil libras dividido en unas 700 acciones y una compañía conocida como “Mine Adventure” intentaba aumentar su capital a 100.000 libras. Pero éstos eran aún ejemplos aislados, y fueron muy raros en la industria textil (al menos en los principales procesos, aparte del acabado). Más característico de la Inglaterra de los Tudor y los Estuardo fue la industria doméstica, de los que ya hemos hablado, organizada bajo el sistema de “trabajo a domicilio” por iniciativas de grandes o pequeños “comerciantes manufactureros”. En la industria textil, la aparición de los comerciantes como patronos data del siglo XV, como demuestran las ocasionales quejas de los gremios artesanales de las ciudades acerca del trabajo realizado por artesanos fuera de los
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límites de la ciudad y que evadía, por consiguiente, las regulaciones gremiales sobre limitación del aprendizaje y control del comercio. En este siglo XVI se multiplicaron las quejas y las prácticas que las motivaban; tanto es así que a mediados del siglo se promulgó un acta del Parlamento que restringía cualquier extensión posterior de los telares y la confección de vestidos fuera de “una ciudad, burgos, pueblo incorporado o pueblo con mercado”. En los gremios artesanales de la época, este movimiento coincidió con intentos por parte de los comerciantes-patronos, de usar su posición dominante en el gremio para subordinar al elemento artesano y anular las tradicionales regulaciones sobre el aprendizaje. El Dr. Eric Hobsbawn, dice, hablando de Europa en general (en un artículo al que me volveré referir) que “como norma general, la transformación de los oficios en industria de trabajo a domicilio comenzó seriamente durante la expansión de finales de siglo XVI” y que “fue claramente en el siglo XVII, cuando el sistema se estableció decisivamente”.2 La pregunta que surge es la de por qué esta industria doméstica predominó sobre la fábrica manufacturera en gran escala en esta época y por qué duró tanto tiempo. En primer lugar, hay que tener en cuenta, que antes de la aparición de la máquina de vapor no resultaba muy ventajoso económicamente (es decir, desde el punto de vista de la productividad o del coste) el congregar trabajadores a grandes 2
The General Crisis of de european enconomy in the
seventeenth century, past and present, n° 6, noviembre 1954, p.51.
establecimientos. Todo lo que la concentración podía lograr económicamente hablando, era alguna mejora en la división del trabajo, y quizá algún ahorro en los gastos de transportes originados por el envió de primeras materias a los artesanos y la recogida de su trabajo terminado. Mientras el trabajo tuviese un carácter individualizado, tenía poca importancia para la producción el que los artesanos trabajasen juntos en el mismo lugar o dispersos en sus propios talleres. Una importante razón, si no la decisiva, que contribuyó a esto, es que al menos en Inglaterra el trabajador dispuesto a emplearse por un salario fuera de su lugar de origen, era muy escaso; y era escaso porque hasta los más pobres en los pueblos conservaban una ligazón débil. Es cierto que existía en la época de los Tudor una considerable cantidad de “vagabundos y mendigos” (como lo muestra la brutal y draconiana legislación de la época), que eran emigrantes desarraigados por la primera ola de “roturaciones” y que posiblemente fueron expulsados de su lugares de origen sin medios económicos, por la expoliación y disolución de los monasterios bajo Enrique VIII. Pero aún así, su número era reducido; y lo probable es que gran parte de ellos buscasen lugares en donde fuera posible establecerse en tierras comunales o en los límites de las tierras cultivadas, o combinar el trabajo agrícola con algún empleo subsidiario. Además, la legislación tendía a restringir los movimientos de mano de obra con objeto de mantenerla disponible para ser empleada en el campo (como lo prueba el “Status of Artificers” de 1562, que hacía obligatorio el trabajo en la agricultura para personas sin empleo y prohibía a los trabajadores contratados abandonar su
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localidad sin un permiso escrito). El hecho es que no era fácil obtener trabajo libre en cantidad fuera Londres y de una o dos grandes ciudades más, y a este hecho responde la frecuencia con que los grandes patronos, como los capitalistas empresarios de la minería, tuvieron que recurrir a prácticas compulsivas para reclutar trabajadores.
Tiverton, a la aparición de “una numerosa clase de f amilias sin tierra”. 4 Análogamente el historiador polaco Malowist encuentra una conexión entre el desarrollo de la industria del vestido en los países del Báltico entre los siglos XIV y XV y la crisis agrícola, 5 y me pregunto si el sur de Alemania e Italia no proporcionan ejemplos similares.
Un estudio reciente sobre la localización de las industrias artesanales en la época de los Tudor y de los Estuardo en Inglaterra, sugiere que dicha localización se correspondía generalmente con la relación existente entre la población y la tierra disponible en los distintos distritos y con el tipo de cultivo, en la medida en que ambos afectan a la cantidad de trabajo disponible para empleos subsidiarios, tanto estacionalmente como in toto. 3 Según este autor, “me parece haber suficientes datos que apoyan la proposición de que la localización de la industrias artesanales está… asociada con ciertas clases de comunidad agrícola y ciertos tipos de organización social”. Existe “una asociación de este tipo entre el crecimiento de la población y su presión sobre la tierra en el siglo XVI y la aparición de la industria calcetera en Yorkshire”; lo mismo ocurre con la industria del vestido en Wiltshire y en Suffolk (donde una estructura señorial débil hizo posible un rápido incremento en la población local a través de la inmigración de otros distritos). Por otra parte, otro autor atribuye el desarrollo de la industria lanera en devonshire en el siglo XVII, que tuvo ligar bajo el control de unos pocos comerciantes de las ciudades de Exeter y
Parece, por tanto, que podemos concluir lo siguiente: que la aparición de la primera fase del capitalismo, fase predominantemente domésticoartesana, se debió a la disponibilidad de trabajo barato, pero a una disponibilidad de trabajo limitada que aún conservaba lazos con la tierra. Podría decirse que fue el resultado de una situación de proletarización parcial; pero en tanto que la fuerza de trabajo persistió en su mayor parte en forma de sólo semi-proletariado prevaleció la producción dispersa de tipo doméstico organizada en el sistema de “trabajo a domicilio”. Además, el pequeño productor, al mismo tiempo que conservaba algún lazo con la agricultura, conservaba también la propiedad de las herramientas de su oficio. En esta ligazón con la tierra y esta posesión de sus herramientas, lo que el artesano de la industria doméstica va a perder. Partiendo de una situación de semi-pequeño-patrono y semiempleado del comerciante de tejidos o del capitalista empleador de trabajo a domicilio, va a convertirse progresivamente en un empleado bajo contrato salarial. En lo que se refiere a la posesión de las herramientas de su oficio, la 4
3
Veáse Joan Thirsk, “Industries in the countryside”, en Essays in the economic and social history of Tudor and Stuard England in honour of R. H. T awney, editado por F. J. Fisher, 1961.
W. G. Hoskins, Industry, Trade and People in Exeter, 1688-1880, 1935, pp. 12-14. 5 M. Malowist, Studia z Dziejow Rzemiosla w Okresie Fryzysu Feudalismu w Zachodniej Europie w 14 i 15 wieku, 1954.
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principal influencia a favor de que perdiera dicha posesión, provino de la propia complejidad creciente de esos medios de producción. Mantoux, historiador de la revolución industrial inglesa, habla de un “proceso de alineación, lento y desapercibido” que se inició “desde finales del siglo XVII”. 6 El artesano fue perdiendo sus posesiones de tierra por la creciente concentración de las tendencias durante el siglo XVII y especialmente en el siglo XVIII, e igualmente a través de las rotulaciones que alcanzaron un nuevo crescendo a finales del siglo XVIII. En la primera mitad del siglo XVIII existían aún quejas de la escasez de mano de obra, pero algunos escritores actuales (por ejemplo el profesor Chambres), han aducido que fue la elevación en la tasa natural de crecimiento de la población en las últimas décadas del siglo, lo que contribuyó a proporcionar una oferta de trabajo proletario al comienzo de la revolución industrial, más que el movimiento de roturaciones. En la evolución de la relación trabajo asalariado-relaciones capitalistas, dentro del sistema de industria doméstica, existen varias etapas de transición muy interesantes, que muestran al artesano en proceso de conversión en puro asalariado. Dentro de cada industria artesana existen gradaciones que deben ser tenidas en cuenta. Por ejemplo Gaskell, escritor inglés de los tiempos de la revolución industrial, habla en su Artisans and Machinery de “dos clases muy distintas de artesanos… divididas por una línea de demarcación bien definida”… “esta división”, continúa, “surge de la condición de los poseedores de tierra o de totalmente dependientes de tejido para su sostenimiento… 6
P. J. Mantoux, The Industrial Revolution in the eighteenth century, London, 1928, p. 65.
la clase inferior de artesanos ha sufrido siempre con la imposibilidad de abastecerse por sí mismos de los materiales necesarios para su trabajo”. Un ejemplo muy conocido de estas formas de transición fue la industria calcetera. Ya en 1589 se había inventado (por un canónigo de Nottinghamshire, llamado William Lee), un telar calcetero, que aunque se manejaba a mano y podía colocarse ante en un pequeño taller o habitación, resultaba un mecanismo complicado y bastante costoso. Sólo los maestros artesanos acomodados podían, por tanto, poseer uno. Sin embargo, a mediados del siglo XVII un grupo de capitalistas (surgidos al parecer de entre los comerciantes calceteros) se incorporaron a la Framework Knitters Company, y empezaron a alquilar telares calceteros a los pequeños artesanos. En el siglo siguiente se registran quejas sobre las “desvergonzadas exacciones de los tejedores por parte de los patronos” a través, al parecer, de una elevación monopolística de las rentas de los telares y del boicoteo practicado contra los tejedores que poseían sus propios telares. En la industria del vestido se encuentran ejemplos de tejedores que, habiendo contraído deudas, tienen que empeñar sus telares y finalmente subarrendarlos al comerciante pagando una deuda por ellos. En la zona industrial de los alrededores de Exeter, de la que ya hemos hablado, los tejedores del siglo XVIII alquilaban a menudo sus telares a los capitalistas, y como paso siguiente en la transición, trabajaban bajo las órdenes de estos últimos. En Devonshirese dieron casos de tejedores obligados a “vivir en la manzana de
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casas de su patrono y a trabajar allí”. 7 En la antigua industria del vestido en Wiltshire encontramos en la primera mitad del siglo XVIII “trabajadores… que sufrían distintas prácticas opresivas”, incluyendo fraudes en el pago, por lo que se formaron asociaciones y organizaron manifestaciones que acababan en motines. 8 Otros ejemplos muy citados son los correspondientes al sector del hierro, como en la comunidad industrial de unos mil habitantes, cuyo dueño era un capitalista llamado Ambrose Crowley, en la cual las familias trabajaban en sus casas, pero en la que tanto las casas como las herramientas y primeras materias pertenecen y eran suministradas por Crowley, el cual pagaba el trabajo sobre la base de una especie de sistema de destajo. Formas híbridas parecidas fueron probablemente características de los famosos Carron Iron Works en Escocia y de partes de la industria escocesa de tejidos. Al subrayar la situación laboral como una influencia primordial, no quiero decir que se pueda tratar la revolución industrial y sus etapas, en términos de lo que podríamos llamar una “causación simple”, o influencia causal de una un factor único. Es evidente que los momentos históricos cruciales de este tipo, deben interpretados más bien en términos de una “causación compleja” - de la maduración simultánea de una situación en su conjunto, que abarcará una serie de factores, todos los cuales son necesarios en distinto grado para que el cambio se dé. Es necesario decir algo acerca de esos otros factores de la situación, cuya presencia o ausencia supondría una diferencia 7
Hoskins, op. Cit., p. 55. J. DeLasy Mann (editado por L. S. Pressnell), Studies in the industrial revolution, 1960, p. 66.
fundamental en la cuestión de si, y cuando , los primeros e inmaduros inicios de la producción capitalista, serían capaces de producir la transición al capitalismo totalmente desarrollado, tipo siglo XIX. Parece ser éste el momento de mencionar una hipótesis sugerida, en forma interesante y estimulante, por el Dr. Eric Hobsbawm –la de que existió algo parecido a una crisis económica en la mayor parte de Europa en el siglo XVII: una crisis que supuso por sí sola un retraso en el desarrollo del capitalismo tal como había florecido en el siglo XVI, y cuya superación preparó la situación para el nuevo empujón (el despegue de Rostow) de la revolución industrial. El Dr. Hobsbawn parte de lo considera como “una de las cuestiones fundamentales acerca de la aparición del capitalismo: ¿Por qué la expansión de finales del siglo XV y del siglo XVI, no condujo directamente a la época de la revolución industrial de los siglos XVII y XIX? En otras palabras ¿Cuáles fueron los obstáculos que se oponían a la expansión capitalista?”. 9 Cree este autor que existe evidencia suficiente de que hubo una crisis general y que está totalmente claro que se dio un fuerte retroceso en el siglo XVII. Un factor de dicha crisis, y obstáculo al desarrollo posterior al que este autor concede gran importancia, es la inexistencia de un “mercado interno” suficientemente amplio. Existía un mercado restringido de artículos de lujo; pero el mercado masivo era muy reducido; y se inclina a atribuir la inexistencia de este último al hecho de que la producción agrícola siguió siendo predominantemente una producción de subsistencia (en la que lo que se
8
9
Op. Cit., Past and present, n° 5, mayo 1954, p. 39.
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vendía en el mercado se dedicaba fundamentalmente conseguir dinero con el que pagar la renta, quedando muy poco a ningún excedente que dedicar a la compra de productos industriales). Escribe este autor: “con la excepción, quizá de Inglaterra, no hubo revolución agraria de tipo capitalista que acompañaste al cambio industrial, como ocurrió en el siglo XVIII; aunque existió una gran agitación en el campo”; y continúa señalando que en “Francia los señores (que a menudo eran burgueses que habían alcanzado el status Feudal) invirtieron la tendencia de los campesinos a lograr su independencia, que se había iniciado a mediados del siglo XVI, y recobraron gran parte del terreno perdido”. 10 En otras palabras, fue la lentitud, o el fracaso, del desarrollo de las relaciones capitalistas en la agricultura, lo que constituyó el factor retardatario fundamental. No tengo competencia para juzgar la afirmación el Dr. Hobsbawn acerca de la evidencia de una crisis económica en la Europa del siglo XVII. Pero tanto si existió crisis como si no, lo que parece cierto es que hubo un retroceso, o al menos un retraso, en el desarrollo del capitalismo. Respecto de los factores que subraya –los mercados, y en particular el mercado agrícola para productos industriales- diré sólo lo siguiente: como ya he señalado, 11 mi tendencia es considerar las influencias en la esfera del intercambio como secundarias respecto a las relativas a las relaciones sociales de producción (es decir, la situación laboral y de las fuerzas de producción, técnica, etc…). Sin embargo, nadie
puede negar la importancia del crecimiento de un mercado interno en el desarrollo del capitalismo: véase la importancia que le atribuyó Lenin en su desarrollo del capitalismo en Rusia. El Dr. Hobsbawn tiene razón al subrayar su importancia como uno de los factores que debían madurar antes de que pudiese darse la revolución industrial. Al mismo tiempo, para colocar este “factor de mercado” en su correcta perspectiva debemos recordar el énfasis que también puso Lenin sobre el hecho de que el desarrollo de un mercado interno es un resultado del propio capitalismo –de la creciente división social del trabajo y de la creciente productividad del trabajo, que produce un exceso sobre el autoconsumo o nivel de subsistencia de los trabajadores. Visto de este modo, considero que lo que el Dr. Hobsbawn subraya es otra cara de aquellas relaciones de producción cambiantes y en desarrollo a las que me refería antes. La importancia que acertadamente concede a la agricultura, dirige la atención hacia el importante papel que juega el desarrollo de las relaciones capitalistas en este sector –a través del proceso de diferenciación social dentro del sistema de producción agrícola a pequeña escala, de que antes hablaba. Desde un punto de vista, este proceso aparece como el desarrollo de un mercado interno, y desde otro, como el desarrollo de la oferta de trabajo asalariado. Visto así, “el mercado” como factor de desarrollo juega un papel diferente de “mercado” como factor exógeno (independiente, y en “último” término y por dicha razón “accidental”) tal y como aparece en la teoría de Pirenne sobre el feudalismo, y como fue utilizado por Sweezy.12
10
Ibíd., pp. 46-47. “Transition from feudalism to capitalism”, mencionado antes. 11
12
Cf. La discusión Dobb-Sweezy, “the transition from feudalism to capitalism”, Science and Society. Vol XIV,
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Quizá sea éste el momento de recordar la llamada “acumulación primitiva de capital” a la cual concedió Marx en El Capital, un lugar primordial en esta etapa temprana de capitalismo. Los principales instrumentos de esta “acumulación primitiva” fueron la apropiación directa y forzada de la propiedad de pequeños productores, de la cual las “roturaciones” de tierras en Inglaterra, proporciona el ejemplo más vivo. (Marx añadió el robo y el saqueo colonial, en el oriente, por ejemplo.) En este primer período, el capitalismo necesita de estos instrumentos para poner las bases de la inversión en gran escala; una vez que se habían echado los cimientos, la acumulación y expansión posteriores pudieron proceder “normalmente”, por el método de dirigir los beneficios del capital existente hacia inversiones nuevas. Surge ahora la pregunta de cuál era la esencia de este proceso. La palabra “acumulación” implica meramente el atesoramiento de objetos duraderos de riqueza. Con el capitalismo moderno hemos aprendido a considerarla como la creación constante de nuevos medios de producción –plantas industriales y equipo, medios de comunicación, fuentes de energía-. Pero en la época de los primeros inicios, el capital fijo jugaba un papel relativamente secundario; la inversión se dedicaba principalmente a existencias de primeras materias más o menos perecederas o de bienes semi-terminados; y la visión que tenemos de la acumulación (tal y como la presentan varios autores) es la de un atesoramiento de metales de oro y plata, o la construcción de casas de n° 2, 1950; reimpreso posteriormente como folleto por Science and Society y por Fore Publications de Londres. (hay varias ediciones castellanas.)
campo o castillos. Al reflexionar sobre esto, surge de inmediato la duda de cómo podía ayudar el desarrollo de la producción capitalista, tal proceso de acumulación. ¿No podía ser más bien, y no lo fue a veces, un obstáculo real al desviar la riqueza de las inversiones productivas? ¿no es cierto que el oro y la plata y los objetos de arte, debían ser vendidos antes de que pudieran convertirse en inversión en medios de producción –en otras palabras, que era su desacumulación la que ayudaría al desarrollo de la producción, más que su acumulación? Creo que podemos concluir que la esencia de este proceso preliminar y formativo no puede descansar en el mero atesoramiento de riqueza (y menos que nada, en el atesoramiento de metales preciosos improductivos y de medios de consumo duradero). Tomemos el caso de la tierra –la compra de tierras por la burguesía parvenue: la extensión de la tierra cultivable por el acondicionamiento y el drenaje es una cosa (como el drenaje de los Fens en Inglaterra); pero la mera transferencia de propiedad de tierra existente no puede considerarse en absoluto como sinónimo de creación de capital real y de inversión productiva. Por consiguiente, el mero enriquecimiento no puede tratarse como la esencia del proceso (como Sombart, por ejemplo, está dispuesto a hacer). En lugar de esto, debemos considerarlo, no en un sistema estrechamente económico, sino como un proceso social de concentración de la propiedad de los activos existentes; una concentración que supuso por otro lado la desposesión de los pequeños productores. Esto supone una concentración histórica mucho más rica y completa, que la de verlo como la simple formación de unas pocas fortunas.
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Concretamente, hay un aspecto de este proceso que se reflejó en los signos de decadencia feudal: el enriquecimiento burgués, principalmente en manos del capital comercial, que se dio a expensas de la riqueza feudal por una parte (una transferencia considerable ayudada y acelerada por la inflación de precios en el siglo XVI), y de los pequeños productores campesinos y artesanos, por otra. Pero, como hemos visto, esta etapa del proceso no fue suficiente por sí misma. La riqueza burguesa así adquirida, no se usaba necesariamente para promover el desarrollo de la producción. Muy a menudo se protegía tras de las formas supervivientes de privilegio feudal y las preservaba, adaptándolas a sus propios fines, e incluso promovía medidas de reacción y de restauración feudal, como en Francia y Alemania en el siglo XVII, o bien financiaba aventuras comerciales depredatorias en ultramar. Se hacía necesaria una mayor profundización y extensión del proceso, en forma de una polarización social del propio modo de producción en pequeña escala, especialmente en la agricultura, que supusiera el enriquecimiento y promoción en la misma, de una clase numerosa, activa y frugal de Kulaks (con la avidez y seguridad en sí misma de los Artamanovs de la trilogía de Gorky), simultáneamente con la formación de una clase desposeída de asalariados potenciales. Una subordinación excesiva y prematura del modo de producción en pequeña escala a la gran burguesía de capitalistas comerciales, podía, en realidad, retrasar o suavizar el proceso de posterior: en ésta una de las paradojas del desarrollo capitalista que muchos no han tenido suficientemente en cuenta.
Al representar este período de formación como un proceso de desarrollo interno, múltiple, e interdependiente, no pretendo negar el papel desempeñado por el comercio interior y la exportación. Este fue sin duda un facto importante, y en cierto sentido tiene su historia particular –la historia del enriquecimiento de la burguesía de regiones o países enteros (por ejemplo, de Francia, Holanda e Inglaterra) a expensas de otras regiones, como el Oriente y la India-. Esta es una forma en que los estados nacionales de la época ayudaron al proceso de acumulación primitiva. Lo que deseo advertir es que no debemos desenfoca el papel del comercio exterior y el efecto estimulante de los mercado de exportación, dándoles una importancia exagerada. (En 1700 el tonelaje total de barcos zarpados de todos los puerto ingleses, fue poco mayor de 300.000 toneladas.) No podemos, por tanto, tratar de escribir la historia de desarrollo del capitalismo en estos términos. En relación con lo dicho, debemos destacar que el mercantilismo, como teoría y política de este período se centraba sobre el concepto del enriquecimiento nacional por medio del comercio regulado por el estado. Aplicado con objeto de estimular la demanda de exportaciones, protegiendo los mercados de exportación de la competencia y limitando la entrada de importaciones en el mercado nacional, éstas eran las antiguas leyes del Merchant Staple y las normas monopolísticas de las Hansa o de la Company of Merchant Adventures, convertidas en política estatal; una política que asegurase un grado de monopolio suficiente en los mercados de venta y en los de compra, como para mover la relación real de intercambio en beneficio de la propia comunidad de comerciantes. El “temor de las mercancías” que Heckscher, el historiador del
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mercantilismo, considero característico de esta doctrina, es incidental. En relación con esto, deben destacarse los sorprendentes paralelos modernos en la política comercial de nuestra monopolística actual, con su avidez de excedentes de exportación, sus “esferas de influencia” protegidas, sus cuotas y regulaciones y (en las condiciones del capitalismo moderno) su extendido “temor a la capacidad productiva” como extensión del “temor a las mercancías” de Heckscher. En la discusión del proceso de acumulación de capital en esta época, ha surgido otra cuestión que merece mencionarse. Hemos señalado que en la medida en que el primitivo enriquecimiento fuera a constituir un instrumento de la revolución industrial, debería existir una etapa final de “realización” . ¿Existió en realidad tal etapa: una etapa en la cual la riqueza burguesa previamente acumulada fuese vendida o realizada con el objeto de proporcionar medios de inversión a la industria y de financiación de los nuevos instrumentos de producción del período de innovación técnica? Si no existió tal etapa, parecería que la noción entera del enriquecimiento per se como precursor de la revolución industrial, debe ser rechazada como un mito. Por mi parte, no conozco pruebas que nos permitan contestar a esta pregunta. Posiblemente las pruebas no existen por la simple razón que hasta la fecha reciente nadie se había planteado esta pregunta ni había buscado respuesta para ella. Pero hay un argumento de tipo general que tiene cierta relación con esto. Si hubiera existido en algún momento, una tendencia general a la venta de un tipo particular
de activo (digamos, el oro o la plata o las casas de campo), esto hubiese producido una pérdida de valor en estos activos por falta de compradores, y esta disminución de valor hubiera restringido su venta. Por otro lado, si el mercado de tales bienes hubiera sido sostenido por una gran cantidad de compradores –formada probablemente por el estrato nuevo y ascendente de la burguesía parvenue- entonces debe atribuirse una significación primordial al enriquecimiento de estos últimos, ya que eran ellos los que estaban proporcionando los fondos invertibles para financiar la revolución industrial. En consecuencia, me inclino a concluir, que el simple enriquecimiento burgués de dos siglos antes, pudo contribuir poco per se a la aparición y extensión de la industria. Añadiremos plausibilidad a esta conclusión si recordamos que, al menos en Inglaterra, las nuevas técnicas empezaron a ser aplicadas principalmente por iniciativas de hombres modestos, a menudo de antiguos pequeños patronos de la industria artesana, que disponían de capitales relativamente reducidos. (Por otra parte la minería y la primera producción metalúrgica fue financiada por los terratenientes locales.) Sin embargo, lo que sí es cierto es que muchos de estos pioneros de la industria se hubieran visto severamente restringidos en sus intenciones si no hubiese existido un canal crediticio (de crédito comercial o bancario) por el cual se transfirieran capitales a sus manos. Sabemos que muchas de estas primeras empresas (incluyendo la de Watt, uno de los inventores de la máquina de vapor) sufrieron los inconvenientes de la escasez de capital. En la industria del algodón, una fuente corriente para los empresarios de la nueva industria, fueron los comerciantes algodoneros
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de Liverpool con los cuales aquéllos mantenían relaciones comerciales (una rama de la familia Rothschild financió durante un tiempo el comercio del algodón de Liverpool). En otras palabras, era necesario que el empresario capitalista innovador, o el innovador potencial, se encontrase en sí mismo en posesión de capital suficiente, o tuviese fácil acceso a fuentes de fondos prestables (a través de la asociación o el crédito), con que financiar las nuevas empresas productivas. Respecto de la fuente de tales fondos y de tal financiación creo que disponemos aún de una información demasiado escasa para poder permitirnos hacer generalizaciones. ¿Cómo resumiremos, pues, las condiciones cuya maduración explica la aparición de la revolución industrial y las etapas peculiares de ésta (condiciones que son ellas mismas partes componentes de una compleja situación histórica)? Hablando de nuevo del caso clásico inglés, se dio, en primer lugar, la maduración de las relaciones capitalistas en la agricultura, la aparición de una clase de granjeros acomodados, que cultivaban sus granjas “roturadas” y mejoradas con el uso de trabajo asalariado; y un proceso de concentración progresiva de la propiedad de la tierra en el curso de los siglos XVII y XVIII, se dio algo semejante a una revolución técnica en los métodos agrícolas (cuyos pioneros fueron terratenientes progresivos o grandes agricultores, como Jethro Tull y Towshend, y Robert Bakewell y Thomas Coke), que sirvió para aumentar la productividad y acrecentar el excedente vendible de productos agrícolas con el que alimentar a una población urbana creciente, aspecto sobre el cual han centrado su atención las modernas discusiones teóricas acerca de las precondiciones de la
industrialización. Aún así, el precio del trigo se elevó después de 1760, e Inglaterra se convirtió en importadora neta de trigo hacia finales de siglo. Como productos simultáneos de este desarrollo en la agricultura, se dieron, una expansión del mercado interno (ayudado por el extenso desarrollo de carreteras y canales en la segunda mitad del siglo), y la formación de un proletariado inexistente dos siglos antes. A est último contribuyó al parecer, la evolución de la situación demográfica en Inglaterra en el siglo XVIII. El trabajo se hizo suficientemente abundante como para facilitar la inversión en la producción febril, pero no lo suficientemente barato como para ahogar los incentivos a introducir técnicas ahorradoras de trabajo. En segundo lugar, en los siglos XVII y XVIII se había ido desarrollando, como hemos visto, una amplia industria artesana con relaciones trabajo asalariado-capital, claramente marcadas y en evolución dentro de ella. Alimentada por el capitalismo incipiente de la industria artesana, surgió una multitud de pequeños empresarios ambiciosos, que poseían iniciativa, gran inclinación hacia la producción, y pequeño o medianos capitales, así como suficientes contactos comerciales como para completar su propio capital con crédito procedente de los comerciantes. En tercer lugar, a un mercado interno ampliado había que añadir el rápido desarrollo del comercio de exportación en la Inglaterra del siglo XVIII. En este siglo Inglaterra gozo de una posición desusadamente fuerte, habiendo sucedido a Holanda y Francia en el disfrute de gran número de las ventajas de que éstas
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gozaron el siglo XVII; y aunque la camisa de fuerza de las regulaciones mercantilistas se convertiría con el tiempo en un obstáculo a la expansión del comercio (a lo cual responde las acusaciones Adam Smith), no hay duda de que durante algún tiempo contribuyeron a hacer beneficioso el comercio para aquellos relacionados directa o indirectamente con él. El comercio de los principales artículos mostró una tendencia creciente, al menos durante una parte del siglo XVIII (y a menudo en la mayor parte del siglo): una tendencia creciente que al mismo tiempo reflejaba y proporcionaba impulso, al aumento de la producción. Quizá como subproducto en parte de esta prosperidad comercial de Inglaterra, nos encontramos con el hecho de que en la segunda mitad del siglo XVIII hubo un flujo considerable de capital holandés hacia Londres. El destino inmediato de la mayor parte de estos fondos parece haber sido su inversión en bonos de gobierno británico de la época. No conocemos la cuantía en que la inversión holandesa liberó capital inglés para la inversión en la industria, capital que de otro modo hubiera sido absorbido en la compra de bonos gubernamentales. Pero es una posibilidad que creo debemos tener en cuenta. Existe una última cuestión de interés para aquellos que están especialmente interesados en los problemas de los países o regiones subdesarrolladas. ¿Hasta qué punto las analogías históricas extraídas del pasado del capitalismo pueden aplicarse a estos países hoy? ¿Hasta qué punto debemos considerar los procesos preparatorios y las precondiciones que hemos mencionado como prerrequisitos necesarios para
la industrialización y el desarrollo económico de los países subdesarrollados de nuestra época? ¿Dependerá el desarrollo en ellos de una industria equipada con modernas técnicas, de la medida en la cual se expanda la producción en pequeña escala especialmente en la agricultura, se facilite el enriquecimiento de una clase Kulak, y se promueva algo semejante a la “acumulación primitiva de capital” de Marx? En lo referente a la creación de un exceso de población desposeída, la mayor parte de los países subdesarrollados, al menos en Asia y en América Latina, se caracterizan por grandes reservas de desempleados, o por el llamado “paro en cubierto”. El problema es esencialmente que tanto la industria existente como la tasa de inversión, son demasiado pequeñas para absorber y emplear esta reserva de trabajo. El factor crucial del estancamiento existente, es al parecer la falta de deseo, o de incentivos, o de medios, de inversión (o una mezcla de los tres). Pero hay un elemento en la presente situación que diferencia claramente de estos países de la situación de los países europeos que hace tres siglos se encontraban en el umbral del capitalismo. Este elemento es la posibilidad de inversión estatal: la posibilidad de que el Estado, es un intento consciente basado en un interés nacional, movilice los recursos económicos y los dirija hacia el cumplimiento de un plan de desarrollo controlado por el mismo Estado, proporcionando de este modo el impulso crucial al desarrollo del que previamente se carecía. Es incluso concebible que el desarrollo promovido de este modo, bajo la égida de un Capitalismo de Estado, consiga pasar por encima
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de la etapa capitalista de desarrollo tal como la hemos conocido históricamente. Ahora bien, que esto sea posible, o probable, o no lo sea, dependerá sin duda del carácter político del Estado en cuestión y de los intereses económicos y de clase a los que sirve. Si queremos extraer lecciones históricas del pasado con objeto de iluminar los problemas del atraso económico en el siglo XX, tendremos que hacerlo conservando en mente importantes reservas, y con plena conciencia de la existencia de diferentes históricas como las mencionadas.
Bibliografia: “Estudio sobre el desarrollo del capitalismo”.
Maurice Dobb 9° Edición. Editorial Siglo XXI.